... Con seis habitaciones

por

Mercedes R. Casado

 

 

 

         Estaba empeñada en conseguirlo y no cejaría hasta poderlo mirar, tocar y admirar cuando le viniese en gana; pero era tan complicado que después de tanto tiempo en su busca, en ocasiones le embargaban sentimientos de desánimo.

 

         Varias veces estuvo  a punto de mandarlo todo al cuerno.  Después de todo, tampoco sabía cómo era, y si lo hubiera tenido ante su nariz puede que ni lo hubiera reconocido. Empezaba a creer que el que existiera la palabra “imposible”, debía de obedecer a alguna razón fundamentada. Sin embargo, no estaba tan claro. Tenía noticia de varias acepciones, y una de ellas decía: “cosa sumamente difícil”; definición de la que no se desprendía que hubiese que desistir por no ser fácil. Al contrario, podía suponer un reto.

 

         El factor tiempo también jugaba un papel importante. Algo imposible en un momento podía hacerse realidad al día siguiente. Conclusión: estaba tan sumida en la duda como antes de lo  que en un principio creyó un descubrimiento y más tarde una posibilidad.

 

         No recuerda o no quiere recordar cómo llegó hasta su mente semejante idea. Sólo sabe que un día despertó con esa fijación. El problema es que no acertaba  a calmar esa incertidumbre que le invadía desde que hizo acto de presencia.

 

         Nunca había poseído uno igual y desde hacía dos años tenía el mismo, eternamente frío, desangelado, y lo que más odiaba... cruzado. Esto le hacía sentir impotencia y la incapacitaba para alcanzar su anhelado anhelo.

 

         Desde que estaba allí nunca había echado nada de menos, sobre todo durante el último año ¿Se habría acostumbrado? El hombre, dicen, -y por lo tanto, se supone que la mujer- es un animal de costumbres. Debía de ser eso. Pero él era distinto y sí lo echaba de menos.

 

         No se comunicaba con nadie, al menos no con personas reales. Aunque como todo era tan relativo.... lo que existe no existe, únicamente tenemos la idea de su existencia... Fuera como fuese, lo cierto es que un día cualquiera tomó la decisión  -o la tomaron por ella-  de no dejar escapar de sus labios ni un sonido más. De esta forma, por fin, pudo paladear a su gusto el placer del silencio. Fue una sorpresa que no buscaba y que encontró. Por el contrario, lo otro... no hallaba manera de dar con ello.

 

         Nada, ni una simple pista.

 

         Su mudez, voluntaria, no le había representado ningún problema, hasta el momento. Ahora constituía un obstáculo para  descansar su mente. Era un medio para llegar, aunque no se decidía. No tenía la certeza de que por el hecho de decir lo que quería se lo fuesen a facilitar; no ya por negárselo de entrada, sino porque quizás no entendían lo que quería.

 

         Era una necesidad, la única, no podía servirse de ningún otro medio de expresión permitido, dadas las circunstancias. Y no quería arriesgarse a perder esa oportunidad, le importaba demasiado y había que intentarlo.

 

         Primero intentó desenmarañar la maraña que cubría su cerebro, comprobando que lo que pensaba correspondía con lo que deseaba expresar. Le pareció fácil, aunque al principio no las tenía todas consigo. Tras un largo entrenamiento pasó a la segunda fase y se concentró en su objeto de deseo. El proceso se empezaba a complicar, tan sólo era capaz de nombrarlo, sin acertar a decir nada más sobre él.

 

         A pesar de todo, a los dos meses de exprimir sus neuronas para extraer algún dato más sobre él, desistió y pasó a la tercera y última etapa.

 

         Cuando finalmente una cuidadora la condujo hasta el director del Centro, éste se quedó atónito; en primer lugar por oírla pronunciar seis palabras después de dos años de internamiento y más tarde por la frase que había construido con esas seis palabras.

 

         El director, en un laconismo incomprensible, espetó: “Llévense  a esa  loca”.

 

         De regreso a su celda, ella ya conocía el significado de la idea que durante tanto tiempo le había atormentado: “QUIERO UN TRAJE CON SEIS HABITACIONES”. Pero nunca prestarían oídos a sus explicaciones.

 

© Mercedes R. Casado

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