... Con seis habitaciones
por
Varias
veces estuvo a punto de mandarlo todo
al cuerno. Después de todo, tampoco
sabía cómo era, y si lo hubiera tenido ante su nariz puede que ni lo hubiera
reconocido. Empezaba a creer que el que existiera la palabra “imposible”, debía
de obedecer a alguna razón fundamentada. Sin embargo, no estaba tan claro.
Tenía noticia de varias acepciones, y una de ellas decía: “cosa sumamente difícil”; definición de la que no se desprendía que
hubiese que desistir por no ser fácil. Al contrario, podía suponer un reto.
El
factor tiempo también jugaba un papel importante. Algo imposible en un momento
podía hacerse realidad al día siguiente. Conclusión: estaba tan sumida en la
duda como antes de lo que en un
principio creyó un descubrimiento y más tarde una posibilidad.
No
recuerda o no quiere recordar cómo llegó hasta su mente semejante idea. Sólo
sabe que un día despertó con esa fijación. El problema es que no acertaba a calmar esa incertidumbre que le invadía
desde que hizo acto de presencia.
Nunca
había poseído uno igual y desde hacía dos años tenía el mismo, eternamente
frío, desangelado, y lo que más odiaba... cruzado. Esto le hacía sentir
impotencia y la incapacitaba para alcanzar su anhelado anhelo.
Desde
que estaba allí nunca había echado nada de menos, sobre todo durante el último
año ¿Se habría acostumbrado? El hombre, dicen, -y por lo tanto, se supone que
la mujer- es un animal de costumbres. Debía de ser eso. Pero él era distinto y
sí lo echaba de menos.
No
se comunicaba con nadie, al menos no con personas reales. Aunque como todo era
tan relativo.... lo que existe no existe,
únicamente tenemos la idea de su existencia... Fuera como fuese, lo cierto
es que un día cualquiera tomó la decisión
-o la tomaron por ella- de no
dejar escapar de sus labios ni un sonido más. De esta forma, por fin, pudo
paladear a su gusto el placer del silencio. Fue una sorpresa que no buscaba y
que encontró. Por el contrario, lo otro... no hallaba manera de dar con ello.
Nada,
ni una simple pista.
Su
mudez, voluntaria, no le había representado ningún problema, hasta el momento.
Ahora constituía un obstáculo para
descansar su mente. Era un medio para llegar, aunque no se decidía. No
tenía la certeza de que por el hecho de decir lo que quería se lo fuesen a
facilitar; no ya por negárselo de entrada, sino porque quizás no entendían lo
que quería.
Era
una necesidad, la única, no podía servirse de ningún otro medio de expresión
permitido, dadas las circunstancias. Y no quería arriesgarse a perder esa
oportunidad, le importaba demasiado y había que intentarlo.
Primero
intentó desenmarañar la maraña que cubría su cerebro, comprobando que lo que
pensaba correspondía con lo que deseaba expresar. Le pareció fácil, aunque al
principio no las tenía todas consigo. Tras un largo entrenamiento pasó a la
segunda fase y se concentró en su objeto de deseo. El proceso se empezaba a
complicar, tan sólo era capaz de nombrarlo, sin acertar a decir nada más sobre
él.
A
pesar de todo, a los dos meses de exprimir sus neuronas para extraer algún dato
más sobre él, desistió y pasó a la tercera y última etapa.
Cuando
finalmente una cuidadora la condujo hasta el director del Centro, éste se quedó
atónito; en primer lugar por oírla pronunciar seis palabras después de dos años
de internamiento y más tarde por la frase que había construido con esas seis
palabras.
El
director, en un laconismo incomprensible, espetó: “Llévense a esa
loca”.
De
regreso a su celda, ella ya conocía el significado de la idea que durante tanto
tiempo le había atormentado: “QUIERO UN TRAJE CON SEIS HABITACIONES”. Pero
nunca prestarían oídos a sus explicaciones.
© Mercedes R. Casado
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