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Hay también sobre Numa una fuerte disputa en cuanto al tiempo en que vivió; sin embargo de que parece que con exactitud se hizo subir hasta él a ciertas genealogías. Mas Clodio en El elenco de los tiempos, porque así se halla intitulado este libro, se esfuerza a probar que los registros antiguos perecieron en las ruinas que con la invasión de los Galos experimentó la ciudad, y que los que ahora corren fueron contra la verdad supuestos por hombres que quisieron adular a los que de no correspondientes principios quisieron por fuerza ingerirse en las primeras familias y en las casas más ilustres. Hase dicho que Numa fue amigo y familiar de Pitágoras; y en este punto unos no quieren que Numa hubiese participado en manera alguna de la ilustración griega, como si por naturaleza hubiera sido poderoso y capaz de formarse por sí sólo a la virtud, o como si debiera atribuirse la educación de este monarca a algún bárbaro de más mérito que Pitágoras; y otros sostienen que Pitágoras vivió más adelante, y fue cinco generaciones posterior a la edad de Numa, y que Pitágoras el Espartano, que en Olimpia venció en la carrera por la Olimpíada decimosexta, en cuyo año tercero fue Numa creado rey, discurriendo por la Italia se avistó con Numa y le ayudó a coordinar su reino; de donde había provenido que al carácter romano, por la enseñanza de este Pitágoras, se le hubiese pegado mucho del de los Lacedemonios. Por otra parte, Numa, de origen, era Sabino; y los Sabinos tienen la pretensión de ser colonia de Esparta. El computar, pues, las épocas es muy dificultoso, mayormente si se quiere coincidir con las de los Juegos Olímpicos; cuya relación se dice haber dado más tarde Hinias Eleo sin apoyo alguno para que se le deba creer. Referiremos, por tanto, lo que acerca de Numa nos parece digno de saberse, empezando por el exordio conveniente.
Se hallaba Roma en el año treinta y siete del reinado de Rómulo, y siendo el siete del quinto mes, día que hoy se llama las Nonas Capratinas, celebraba Rómulo fuera de la ciudad cierto sacrificio público junto al lago llamado de la Cabra, con asistencia del Senado y de la mayor parte del pueblo, cuando de repente se notó en el aire una grandísima alteración, que arrojó lluvia sobre la tierra con viento y tempestad; y sucedió que, sobrecogida la muchedumbre, huyó y se dispersó, y el rey desapareció, sin que se le hubiese podido encontrar, ni su cadáver tampoco, si había muerto; de lo que se originó una terrible sospecha contra los patricios, y corrió la voz en el pueblo de que incomodados ya de antemano con ser súbditos, y queriendo apoderarse de la autoridad, habían muerto al rey; porque parecía también que últimamente los había tratado con demasiada aspereza y despotismo. Lograron, con todo, curarse de esta sospecha, confiriendo a Rómulo honores divinos, como que no había muerto, sino que le había cabido mejor suerte, y jurando Proclo, uno de los más ilustres, haber visto a Rómulo que con armas era elevado al cielo, y haber oído una voz que le mandaba se le diese el nombre de Quirino. Mas otra nueva turbación y alboroto agitó luego a la ciudad con motivo de la elección del futuro rey; no hallándose todavía bien incorporados los forasteros con los primeros ciudadanos, estando inquieto el pueblo en sí mismo, y recelándose los patricios unos de otros por diferencias que también había entre ellos. Convenían todos en que se eligiese un rey; pero altercaban y estaban divididos, no sólo en cuanto a la persona, sino también en cuanto al pueblo de donde se tomaría este caudillo; porque a los primeros que con Rómulo fundaron la ciudad no se les hacía tolerable que, habiendo admitido a los Sabinos a participación de la ciudad y del territorio, se les precisase a ser dominados de los que habían recibido estos beneficios; y en favor de los Sabinos militaba la razón sumamente equitativa de que, muerto Tacio su rey, no se habían conmovido contra Rómulo, sino que le habían dejado reinar solo; y así, parecía que les tocaba otra vez el que se tomase el caudillo de entre ellos, puesto que no habían sido un pueblo subyugado que se hubiese unido a otro más poderoso, y que con su unión había crecido tanto en población la ciudad y se había aumentado tanto su grandeza. Con este motivo, pues, andaban alterados; mas, para que el alboroto no parase por la anarquía en disolución, permaneciendo suspenso el gobierno, dispusieron los patricios que, siendo ellos ciento y cincuenta, tomando cada uno separadamente las insignias reales haría a los Dioses los sacrificios establecidos, y despacharía seis horas de la noche por Tacio y seis del día por Quirino; pareciendo que esta distribución así hecha con respecto a uno y otro tenía una completa igualdad para los que mandaban, y que la mudanza de la autoridad quitaba al pueblo todo motivo de envidia, al ver que una misma persona en el mismo día y en la misma noche pasaba de rey a ser particular; y a este modo de gobernarse le llaman los romanos interregno.
No porque pareciese que así habían establecido un gobierno civil y benigno dejaron de caer en sospechas y nuevos disturbios, atribuyéndoseles que inclinaban la república a la oligarquía, y que, reteniendo entre sí como jugueteando la autoridad, no querían rey que les mandase. Transigieron, pues, entre sí los dos partidos que el uno eligiese rey del otro; porque éste sería el mejor modo de apaciguar la contienda, siendo preciso que el elegido los tratase con igualdad a ambos, agradecido con los unos porque le habían elegido y benévolo con los otros por el deudo y el origen. Permitieron los Sabinos a los Romanos que fuesen los primeros a elegir, y tuvieron éstos por mejor que reinase un Sabino elegido por ellos, que el que se les nombrara un Romano que aquellos designasen. Conferenciando, pues, entre sí, eligen de los Sabinos a Numa Pompilio, que aunque no había sido de los que se trasladaron a Roma, era tan notoria a todos su virtud, que apenas se oyó su nombre, con más gusto le recibieron los Sabinos que los mismos que le habían elegido. Anuncióse al pueblo todo lo resuelto, y de los más principales de unos y otros se enviaron mensajeros al elegido de común acuerdo, rogándole que viniese y se encargase del reino. Era Numa de la ciudad de Cures, insigne entre los Sabinos, de la que los Romanos, a una con los Sabinos que se les incorporaron, se dieron a sí mismos la denominación de Quirites; hijo de Pomponio, varón muy acreditado, y el más joven de cuatro hermanos. Había nacido por prodigiosa casualidad el mismo día en que Rómulo fundó a Roma, que fue el undécimo antes de las calendas de Mayo. Con ser por índole inclinado en sus costumbres a toda virtud, todavía rectificó su ánimo con la doctrina, la paciencia y la filosofía, librándolo no sólo de las pasiones que lo degradan, sino aun de la violencia y ansia, que suelen ser muy de la aprobación de los bárbaros; teniendo por cierto que la verdadera fortaleza consiste en limpiarse, por medio de la razón, de toda codicia. Por tanto, desterrando de su casa todo lujo v superfluidad, manifestándose juez y consejero irreprensible al propio y al extraño, y empleando en cuanto a sí mismo el tiempo que le quedaba libre, no en placeres o comodidades, sino en el culto de los Dioses, y en el conocimiento de su naturaleza y de su poder, en cuanto la razón lo alcanza, adquirió tal nombre y tanta gloria, que Tacio, el colega de Rómulo en el reino, teniendo una hija llamada Tacia, lo hizo su yerno. Mas no se engrió con este casamiento para irse al palacio del suegro, sino que permaneció entre los Sabinos para cuidar de su propio padre, ya anciano, prefiriendo también su mujer Tacia el sosiego al lado de su marido, que no era más que un particular, al honor y gloria de que gozaría en Roma por su padre. Y de ésta se dice que murió a los trece años de casada.
Numa, en tanto, retirándose de la ciudad y sus pasatiempos, hallaba placer en gozar del campo, y andando ordinariamente solo por los bosques de los Dioses y por los prados sagrados, en lugares solitarios hacía su residencia. De aquí tomaría principalmente fundamento la voz acerca de la Ninfa, y de que Numa no dejó la comunicación de los hombres por displicencia de carácter o por inclinación a la vida errante, sino porque habiendo tomado el gusto a un trato de más importancia, y sido elevado a un casamiento divino, unido con la Ninfa Egeria, que le amaba, y viviendo a su lado, vino a ser un hombre sumamente venturoso e instruido en las cosas de los Dioses. No tiene duda que esto es muy parecido a otras muchas fábulas antiguas, como las que los Frigios se complacieron en divulgar de Atis, los Bitinios de Heródoto, de Endimión los Árcades, y a este tenor otros de muchos hombres, que parece fueron bienhadados y amados de los Dioses. Y no va fuera de razón que si Dios es amante del hombre, y no de los caballos o de las aves, se complazca en distinguir con su trato a los hombres que sobresalgan en bondad, y que no desdeñe ni crea le esta mal la comunicación con un hombre de una virtud y talento divinos. Ahora, que haya también comunicación y amor de un dios con un cuerpo y una belleza humanos, esto es obra mayor el persuadirlo. Los Egipcios distinguen con algún viso de verosimilitud, diciendo que en cuanto a las mujeres no debe tenerse por imposible que se les llegue el espíritu de un dios y les infunda el principio de una concepción; mas que en cuanto al hombre no hay cómo un dios se le llegue y comunique con su cuerpo; pero no tienen presente que en lo mezclado hay recíprocamente comunicación igual de una cosa con otra. Por lo que hace a aquella amistad de los Dioses con los hombres que suele llamarse amor, y se mira como un celo y cuidado de sus costumbres y de su virtud, estaría muy bien que la hubiese, y nada dicen fuera de lo conveniente los que cuentan que Forbante, Jacinto y Admeto, fueron amados de Apolo, como también Hipólito el de Sicione, de quien se dice cuantas veces navegaba de Sicione a Cirra se regocijaba la Pitia, como que el dios lo percibía y se holgaba también, pronunciando en verso heroico: Hipólito otra vez; el bien amado. Hipólito otra vez por el mar torna. Corre asimismo la fábula de que Pan se enamoró de los versos de Píndaro, y de que cierta divinidad dio honor después de muertos a Arquíloco y a Hesíodo por sus poemas. Es fama igualmente que Sófocles en vida disfrutó el favor de hospedar a Esculapio, de lo que todavía quedan algunas pruebas, y que a su muerte otro dios cuidó de que no careciese de sepultura. ¿Y será justo, dando por ciertos estos hechos, resistirse a creer que Zaleuco, Minos, Zoroastres, Numa y Licurgo, que debían gobernar reinos y establecer gobiernos, tuviesen para esto mismo la asistencia de un dios? ¿No será más puesto en razón que los Dioses se acercasen con esmero a hombres como éstos para doctrinarlos y exhortarlos en cosas tan grandes, y que de los poetas y los líricos, si tal ha sido, se valiesen sólo como por juego en sus cantilenas? Si otros entienden otra cosa, ancho es, como dice Baquílides, el camino: pues no debe mirarse como desacertada la otra opinión que corre acerca de Licurgo, Numa y otros, según la cual, teniendo estos varones insignes que manejar pueblos indóciles y que hacer grandes novedades en el gobierno, les pusieron por delante la opinión y nombre de un dios para bien de aquellos mismos con quienes usaban de esta apariencia.
Se hallaba Numa en el cuadragésimo año de su edad cuando llegaron los mensajeros de Roma brindándole con el reino. Llevaron la palabra Proclo y Veleso, de los cuales era casi indudable que el uno o el otro habría sido elegido rey por el pueblo; teniendo Proclo de su parte a las gentes que podían llamarse de Rómulo, y Veleso a las de Tacio. Fueron breves sus discursos, creyendo que habría bastante con anunciar a Numa su buena dicha, pero era obra, según se vio, de muchas más palabras y ruegos el persuadirle, y el inclinar a un hombre acostumbrado a vivir en paz y sosiego a que aceptase el mando de una ciudad que se podía decir había nacido acrecentándose con la guerra. Respondió, pues, presente su padre y Marcio, uno de sus parientes, de este modo: “Toda mudanza en el método de vida es peligrosa, y a quien nada le falta de lo que ha menester, ni nada de lo presente le da disgusto, sólo la ignorancia puede moverle y apartarle de aquellas cosas a que está hecho; las que cuando nada más tengan para ser preferidas, en la seguridad a lo menos se aventajan mucho, a las que están por ver: si es que esto puede decirse con respecto al reino, en vista de lo que con Rómulo ha sucedido: habiendo caído sobre él la mala sospecha de que armó asechanzas a su colega Tacio; y sobre vuestros iguales la de que a él mismo le han quitado la vida. Y a Rómulo se le celebra con encomios como hijo de Dioses, y se habla de su prodigiosa crianza, y de la manera increíble como se salvó siendo niño; pero yo procedo de mortales; mi crianza y educación la han hecho hombres que no os son desconocidos, y cuadra mal con el haber de reinar lo que se elogia en mi conducta, que es mucha tranquilidad, dar mi atención a discursos de pura teoría, y además, como consiguiente, este inoportuno amor de la paz, de todas las artes no guerreras, y de los hombres que sólo se juntan con objeto de dar culto a los Dioses y de formarse a la virtud, y en lo demás cada uno de por sí o labran o apacientan. A vosotros, oh Romanos, os ha dejado Rómulo muchas guerras, quizá involuntarias, para cuyo buen éxito se necesita de un rey fogoso y de florida edad; y en el pueblo, por la buena suerte que le ha seguido, se ha engendrado hábito y deseo de la guerra, sin que a nadie se le oculte su tendencia a dominar a los demás: reiríase, por tanto, del que sólo reverenciase a los Dioses, y enseñase a honrar la justicia, y detestar la guerra en una ciudad que más que rey ha menester un general experto.”
Con estas razones se excusó Numa de admitir el reino; pero los Romanos ponían el mayor empeño en convencerle, rogándole además no diese lugar a que cayesen en nuevas disensiones y en la guerra civil, pues que no había otro ninguno en quien conviniesen los dos partidos; y retirados éstos, también su padre y Marcio, instando por su parte, le persuadían a que aceptase un don tan grande y que podía reputarse por divino. “Si tú- decían- no has menester riqueza por tu moderación, ni apeteces la gloria del mando y el poder, porque hallas mayor gloria en la virtud, piensa que el reinar es un servicio y obsequio a Dios, que despierta y no deja permanecer ociosa en ti tanta justicia: no rehúses, pues, ni deseches una autoridad que puede ser para ti un campo de grandes y brillantes acciones, proporcionando para los Dioses un culto magnífico y la mejora de costumbres para los hombres, que muy fácil y prontamente son conducidos y reformados por el que los manda. Estos mismos respetaron a Tacio, con ser un jefe advenedizo, y divinizan la memoria de Rómulo tributándole culto; ¿y quién sabe si también el pueblo vencedor mirará ya con hastío la guerra, y llenos de triunfos y de despojos, desearán por amor de la paz y de las buenas leyes un jefe sosegado y amigo de la justicia? ¿Y si del todo están enloquecidos con la guerra, no será mejor dirigir a otra parte sus ímpetus, pues que has de tener las riendas en la mano, y ser en beneficio de su patria y de todo el pueblo sabino un vínculo de benevolencia y concordia para con una ciudad floreciente, y que ha adquirido gran poder?” Uníanse también con estas cosas, según se cuenta, señales faustas, y gran celo y empeño de parte de sus conciudadanos que, luego que se divulgó la noticia del mensaje, acudieron a rogarle que fuese y se encargase del reino, para más segura unión e incorporación de los dos pueblos.
Luego que se dejó vencer, haciendo sacrificio a los Dioses, se puso en camino para Roma. Saliéronle a recibir el Senado y el pueblo por el desmedido amor que le tenían; las matronas le dirigían gloriosos encomios; en los templos se hacían por él sacrificios, y en todos resplandecía el júbilo como si cada uno recibiera, no al rey, sino al reino. Luego que llegaron a la plaza, el que en aquel momento era por turno interrey, Espurio Vecio, dio a los ciudadanos los cálculos para votar, y todos le votaron: le trajeron entonces las insignias reales, pero mandó que se detuviesen, porque no se daba por satisfecho hasta recibir el reino también de manos de los Dioses. Congregando, pues, a los augures y a los sacerdotes, subió al Capitolio, al que entonces los romanos le llamaban collado Tarpeyo. Allí el presidente de los augures, volviéndole encubierto hacia el mediodía, y puesto en pie a su espalda, tocándole con la mano la cabeza, hacía plegarias; y dirigiendo la vista a todas partes, examinaba qué era lo que pronunciaban los Dioses por medio de los agüeros o los prodigios. Apoderóse entonces de toda la plaza y su inmenso gentío un increíble silencio, estando todos en grande expectación, y como pendientes de lo que iba a suceder, hasta que las aves dieron faustos agüeros y volaron derechas. Vistiéndose de este modo Numa la real púrpura, bajó de aquella eminencia a donde se hallaba el pueblo, siendo muchas las aclamaciones, y dándose todos las manos porque les había cabido el más amado de los Dioses. Apenas se encargó del mando, lo primero que hizo fue disolver el cuerpo de los trescientos lanceros que Rómulo había tenido siempre cerca de su persona, y a los que llamó céleres que quiere decir prontos; porque ni quería desconfiar de los que confiaban, ni reinar sobre desconfiados. En segundo lugar, a los sacerdotes de Júpiter y de Marte añadió otro tercero de Rómulo, al que llamó Flamen Quirinal. Aun a los dos más antiguos se les dio este nombre de Flámines, por el gorro, según se dice, que les circundaba la cabeza, como si dijéramos en griego pilámines, porque era más frecuente que ahora mezclar voces griegas con las latinas; así, de las sobrevestes que llevaban los reyes, y se llamaban lenas, dice Juba que eran Khlainas, y que el niño pátrimo y mátrimo que sirve de ministro al sacerdote de Júpiter se llamaba Camilo, al modo que algunos griegos han dado a Hermes el epíteto de Cadmilo por causa de su ministerio.
Dispuestas así estas cosas por Numa en gracia y obsequio del pueblo,
inmediatamente toma por su cuenta, manejando la ciudad a la manera que el
hierro, volverla de dura y guerrera más suave y más justa; porque ésta era
verdaderamente la ciudad que Platón llama inflamada habiendo concurrido a ella
en el principio de todas partes, por una osadía y un arrojo excesivo, los
hombres más resueltos y belicosos; y habiendo servido como de pábulo para el
aumento de su poder, los muchos ejércitos y las guerras no interrumpidas; de
manera que como las estacas se afirman con los golpes, así ella se fortaleció
con los peligros. Juzgando, pues, que no era cosa ligera y de poco trabajo
conducir y poner en orden de paz a un pueblo tan exaltado y alborotado, invocó
el auxilio de los Dioses, halagando y ablandando en él lo orgulloso y lo
guerrero por lo más con sacrificios, con procesiones y con danzas que él mismo
celebró e instituyó, y que reunían con la majestad y aparato un atractivo
gracioso y cierto placer que inspiraba humanidad. En ocasiones denunciaba
terrores de parte de los Dioses, y fantasmas monstruosas de Genios, y voces
infaustas, cautivando y anonadando sus ánimos por medio de la superstición; de
donde principalmente se originó la opinión de haber sido instruido y educado por
Pitágoras, que le fue contemporáneo; porque fue gran refugio para ambos, para el
uno en la filosofía y para el otro en la política, su inmediación y trato con
los Dioses; y aun se dice que aquel fasto y pompa exterior se tomó también de la
misma conducta de Pitágoras. Porque parece asimismo que éste domesticó un
águila, a la que paraba con ciertas palabras y la hacía venir volando sobre su
cabeza; y en Olimpia mostró un muslo de oro, en ocasión de concurrir a aquellos
juegos, con otros muchos artificios y acciones prodigiosas que de él se
refieren, y con motivo de las cuales Timon el fliasio dijo: De entre los hombres
quita a ese ambicioso de Pitágoras, diestro en embelecos, y en palabras profuso
altisonantes. El artificio de Numa era el amor hacia él de una Diosa o Ninfa de
los montes, y el trato arcano que con él tenía, como ya se ha dicho, y su
continuo comercio con las Musas, porque la mayor parte de sus vaticinios los
refirió a las Musas, y enseñó a los Romanos a venerar más especial y
magníficamente a una Musa, a la que llamó Tácita, como silenciosa o muda; lo que
parece que es de quien recuerda y tiene en estima la taciturnidad pitagórea.
También sus establecimientos acerca de los simulacros parecen hermanos de los
dogmas de Pitágoras; porque fue opinión de éste que lo primero, o principio, no
era sensible o pasible, sino invisible, incorruptible, inteligible; y del mismo
modo Numa prohibió a los Romanos que imaginasen en Dios figura de hombre o de
animal: así, al principio, no se vio entre ellos, ni en pintura ni en estatua la
imagen de dios, sino que en los primeros ciento y setenta años tuvieron sí
templos, y levantaron santuarios, mas no hicieron estatua o simulacro alguno: no
dieron, pues, semejanza a lo santo, a lo excelente de lo inferior, ni a Dios se
le pudo comprender por otro medio que con el entendimiento. Lo relativo a los
sacrificios participó asimismo de los ritos de Pitágoras, porque aquellos eran
incruentos, haciéndose por lo común con farro, con libaciones y cosas que
estaban muy a la mano. Fuera de esto, de otros argumentos exteriores se han
valido los que han hecho cotejo de uno con otro. Uno de estos argumentos es que
los Romanos adoptaron por ciudadano a Pitágoras, según que en un discurso
dedicado a Antenor lo dejó escrito Epicarmo el Cómico, hombre antiguo y que
participó de la enseñanza de Pitágoras. Otros traen también a cuenta el que
habiendo tenido Numa cuatro hijos, a uno le dio el nombre del hijo de Pitágoras,
llamándole Mamerco. De éste desciende la familia de los Emilios, incorporada con
las patricias, y ese nombre viene de querer el rey adular a Pitágoras, con
representar así la festividad y gracia de su lenguaje. Yo mismo en Roma he oído
referir a muchos que habiéndoseles dado en tiempos pasados el oráculo de que
tuvieran consigo al más juicioso y al más valiente de los griegos, pusieron en
la plaza dos estatuas de bronce, la una de Alcibíades y la otra de Pitágoras.
Mas querer, o impugnar, o persuadir estas cosas, que envuelven mil opiniones
diversas, sería gastar el tiempo en disputas pueriles.
Atribúyese también a Numa el arreglo y creación de los sacerdotes, a los que llaman pontífices, y aun dicen que fue Pontífice máximo. Este nombre de pontífices unos lo deducen del ministerio que prestan a los Dioses poderosos y dueños de todo; porque el poderoso en lengua romana es potens. Otros dicen que llevan en sí la excepción de lo que no se puede, como si el legislador mandase a los sacerdotes hacer cuanto les fuese posible en los sacrificios, sin hacerles cargo si algún impedimento mayor se les oponía. La mayor parte, sin embargo, aprueba una etimología ridícula de este nombre, como si no significara otra cosa que hacedores de puentes, tomados de los sacrosantos y antiguos sacrificios que se hacían en el puente, al que los latinos le llaman pontem; y que el cuidado y reparo de los puentes, al modo de los demás ritos patrios, era del cargo e inspección de los sacerdotes; teniendo los Romanos, no sólo por no permitido, sino por abominable el que llegase a romperse el puente de madera. Dícese que éste absolutamente estaba enlazado y trabado, conforme a cierto oráculo, con sólo maderos, sin hierro alguno, y el de piedra se hizo mucho tiempo después, siendo cuestor Emilio. Aun del mismo de madera se dice que es posterior al tiempo de Numa, habiéndole concluido su nieto Marcio durante su reinado. El Pontífice Máximo venía a tener cargo de intérprete y de profeta, o más bien de hierofante, cuidando, no solamente de los sacrificios públicos, sino velando también sobre los que cada particular hacía, e impidiendo que se faltase a nada de lo prescrito, y enseñando además qué culto y qué expiación correspondía a cada uno de los Dioses. Era también superintendente de las vírgenes sagradas que se llaman Vestales; atribuyéndose a Numa la institución de estas vírgenes vestales, y en general todo lo relativo al cuidado y veneración del fuego inmortal de que son guardas; o porque se llevase la idea de confiar la esencia pura e incorruptible del fuego a unos cuerpos limpios e incontaminados, o porque se quisiese poner al lado de la virginidad un ser infructífero e improductivo; pues en la Grecia, donde hay fuego inextinguible, como en Delfos y en Atenas, no son vírgenes, sino mujeres que ya están fuera del estado del matrimonio, las que tienen este cuidado. Si por alguna casualidad llega a faltar, como en Atenas se dice haberse apagado la lámpara sagrada bajo la tiranía de Aristión, y en Delfos incendiado el templo por los Medos, y en los tiempos de la guerra de Mitrídates y de la guerra civil haber desaparecido el fuego juntamente con el ara; si falta, pues, dicen que no debe encenderse de otro fuego, sino hacerse fuego nuevo o reciente, encendiendo al sol una llama pura y no contaminada. Enciéndenlo principalmente con unos vasos hechos con lados iguales y excavados, digámoslo así, en forma de triángulo isósceles, viniendo de la circunferencia a unirse en un centro. Cada uno de estos vasos se pone vuelto al sol, de manera que los rayos que se recogen por todas partes se reúnan y acumulen en el centro, divide el aire, enrareciéndolo, y prontamente por medio de la reflexión enciende las materias ligeras y secas que se le aplican, tomando los rayos en esta disposición un cuerpo inflamado. Algunos creen que las vestales ningún otro destino tienen que el de guardar este fuego; pero otros dicen que hay allí otros misterios encerrados, de los que en la Vida de Camilo decimos hasta dónde es lícito, o preguntar, o hacer conversación.
Dicen que primero fueron consagradas por Numa las vestales Gegania y Berenia, y después Canuleya y Tarpeya, y que últimamente por Servio se añadieron otras dos; y este es el número que se ha conservado hasta estos tiempos. El término prefijado por el rey a la continencia de estas sagradas vírgenes es el de treinta años: de él, en la primera década aprenden lo que tienen que hacer; en la segunda ejecutan lo que aprendieron, y en la tercera enseñan ellas a otras. Después de pasado este tiempo, a la que quiere se le permite casarse y abrazar otro género de vida, retirándose del sacerdocio; aunque se dice que no han sido muchas las que se han valido de esta concesión, y que a las que se han valido de ella no les han sucedido las cosas prósperamente, sino que entregadas al arrepentimiento y al disgusto por el resto de sus días, ha sido causa de superstición para las demás, tanto que hasta la vejez y la muerte han aguantado permaneciendo vírgenes. Concédenseles grandes prerrogativas, entre ellas la de testar viviendo todavía el padre, y hacer sin necesidad de tutores sus negocios, como las que son madres de tres hijos: llevan lictores cuando salen a la calle; y si por caso se encuentra con ellas uno que es llevado al suplicio, no se le quita la vida; pero es necesario que jure la virgen que el encuentro ha sido involuntario y fortuito, no preparado de intento; el que pasa por debajo de la litera cuando van en ella paga con la vida. Castígaselas también, y la pena suele ser golpes dados por Pontífice Máximo, para lo que algunas veces desnudan a la culpada en un lugar oscuro, corriendo una cortina. La que ha violado la virginidad es enterrada viva junto a la puerta llamada Colina, donde a la parte de adentro de la ciudad hay una eminencia que se extiende bastante, llamada en latín el montón. Hácese allí una casita subterránea muy reducida, con una bajada desde lo alto; tiénese dispuesta en ella una cama con su ropa, una lámpara encendida, y muy ligero acopio de las cosas más necesarias para la vida, como pan, agua, leche en una jarra, aceite, como si tuvieran por abominable destruir por el hambre un cuerpo consagrado a grandes misterios. Ponen a la que va a ser castigada en una litera, y asegurándola por afuera, y comprimiéndola con cordeles para que no pueda formar voz que se oiga, la llevan así por la plaza. Quedan todos pasmados y en silencio, y la acompañan sin proferir una palabra, con indecible tristeza: de manera que no hay espectáculo más terrible, ni la ciudad tiene día más lamentable que aquel. Cuando la litera ha llegado al sitio, desátanle los ministros los cordeles, y el Pontífice Máximo, pronunciando ciertas preces arcanas y tendiendo las manos a los Dioses por aquel paso, la conduce encubierta, y la pone sobre la escalera que va hacia abajo a la casita; vuélvese desde allí con los demás sacerdotes, y luego que la infeliz baja, se quita la escalera, y se cubre la casita, echándole encima mucha tierra desde arriba, hasta que el sitio queda igual con todo aquel terreno; y ésta es la pena que se impone a las que abandonan la virginidad que habían consagrado.
Numa edificó también, según es fama, el templo redondo de Vesta, para que en él se guardase el fuego sagrado, tratando de imitar, no la forma de la tierra como si fuese Vesta, sino la del universo mundo, cuyo medio, según los Pitagóricos, lo forma el fuego, y a éste es al que llaman Vesta y Mónade; y de la tierra opinan que ni es inmóvil, ni está en medio, sino puesta en equilibrio alrededor del fuego, sin ser de las primeras y más importantes partes del mundo. Éste dicen que fue también el modo de pensar de Platón, siendo ya anciano, acerca de la tierra; a saber, que está en región ajena, cuyo medio ocupa otro cuerpo más excelente.
Explican asimismo los Pontífices a los que los consultan lo que toca a los entierros, habiendo sido una de las instrucciones de Numa, que nada en esta parte debe reputarse mancha, sino que con estas legales ceremonias se da culto a los Dioses de allá, que son los que reciben la mejor parte de nuestro ser, y más particularmente a la llamada Libitina, Diosa inspectora de lo que es santo en orden a los muertos, ya sea Proserpina, o ya más bien Venus, como opinan los Romanos más instruidos, refiriendo no mal al poder de una misma diosa lo que pertenece al nacimiento y a la muerte. Él mismo arregló los duelos por edades y tiempos, como por un niño menor de tres años, que no se haga duelo; por uno de más tiempo el duelo no ha de ser de más meses que años vivió, hasta diez, sin pasar de allí por edad ninguna, sino que el más largo tiempo de duelo había de ser de diez meses, el mismo por que las mujeres debían permanecer viudas: la que se casaba antes, sacrificaba una vaca preñada, por ley de Numa. Habiendo creado Numa otros sacerdocios, haremos todavía mención de dos de ellos, del de los Salios y el de los Feciales, por ser los que más prueban su piedad. Porque los Feciales venían a ser unos conservadores de la paz, a lo que yo entiendo, tomando el nombre del mismo ministerio; pues con sus palabras disipaban las contiendas, no permitiendo que se recurriera a las armas hasta que se hubiese perdido toda esperanza de obtener justicia; porque los griegos explican también con el nombre de la paz el desatar sus disputas sin el uso de la fuerza, empleando solamente de unos a otros la persuasión. Los Feciales de los Romanos muchas veces se dirigían a los que cometían alguna violencia, exhortándolos a la reparación: si se negaban, tomando por testigos a los Dioses, y haciendo terribles imprecaciones contra sí mismos y contra su patria, si no habían hablado en justicia, así les denunciaban la guerra. Oponiéndose ellos, o no conviniendo, ni al soldado ni al rey era lícito tomar las armas; sino que tomando por aquí el principio de la guerra para ser justa, después era cuando debía el jefe tratar de lo que convenía para hacerla; y pasa por cierto que aquella calamidad de la invasión de los Galos le vino a la ciudad por haberse traspasado estos ritos. Sucedió, pues, que los bárbaros cercaban a Clusio, y fue enviado de mensajero al ejército Fabio Ambusto, con el objeto de tratar por los sitiados, y como se le respondiese ásperamente, creyó que su misión estaba fenecida, y tomando las armas por los Clusinos con ardor juvenil, provocó a combate al más alentado de los bárbaros. Y lo que es el combate le sucedió felizmente, habiendo vencido y despojado a su contrario; pero sabedores los Galos, enviaron mensajero por su parte a Roma, acusando a Fabio de que contra los tratados y contra la fe les había hecho una guerra no denunciada. Entonces, los Feciales bien persuadieron al Senado que Fabio fuese entregado a los Galos; pero él, acogiéndose a la muchedumbre, y valiéndose del favor del pueblo que le amparó, evitó la pena; mas de allí a poco sobreviniendo los Galos asolaron a Roma, a excepción solamente del Capitolio. Trátase de estas cosas con más extensión en la Vida de Camilo.
Los sacerdotes salios dícese que se crearon con este motivo: en el año octavo
del reinado de Numa una enfermedad pestilente que corrió la Italia, afligió
también a Roma. Estando ya todos desalentados, cuéntase que una rodela de bronce
arrojada del cielo vino a caer en las manos de Numa; acerca de la cual refirió
éste una maravillosa declaración, que había recibido de Egeria y de las Musas:
que aquella arma venía en salvación de la ciudad, y debía tenerse en gran
custodia, haciéndose otras once en la figura, en la magnitud y en la forma del
todo parecidas a ella, de manera que un ladrón no tuviera medio, a causa de la
semejanza, de acertar con la venida del cielo; y que además aquel terreno debía
consagrarse a las Musas con los prados inmediatos, adonde por lo común
concurrían a conferenciar con él: y la fuente que regaba el mismo terreno había
de designarse como agua sagrada para las vírgenes vestales, a fin de que yendo a
tomarla todos los días, con ella lavaran y asearan el templo; de todo lo que
dicen da testimonio el haber cesado al punto la peste. Presentó, pues, la
rodela, y dando orden de que trabajaran los artistas en las que habían de
hacerse semejantes, todos los demás desistieron; sólo Veturio Mamurio, que era
operario sobresaliente, se acercó tanto a la semejanza, y las sacó todas tan
parecidas, que ni el mismo Numa sabía distinguirlas. Pues para su custodia y
cuidado creó a los sacerdotes salios. Tomaron este nombre de Salios, no como han
inventado algunos, de un hombre de Samotracia o Mantinea llamado Salio, que
enseñó la danza armada, sino más bien de esta misma danza, que es saltante, y la
ejecutan corriendo la ciudad, cuando en el mes de marzo toman las rodelas
sagradas, vestidos con túnicas de púrpura, ceñidos con tahalís bronceados,
llevando morriones también de bronce, y golpeando las armas con dagas cortas. Lo
demás de esta danza, ya es obra de los pies, porque se mueven graciosamente
haciendo giros y mudanzas con un compás vivo y frecuente, que hace muestren
vigor y ligereza.
Las rodelas se llaman anciles, o por la forma, porque no son
un círculo ni hacen circunferencia, sino que tienen el corte de una línea
torcida, cuyos extremos hacen dobleces, e inclinándose los unos hacia los otros
dan una forma curva; o por el codo, que es donde se llevan. Todo esto es de
Juba, que se empeñó en hacer griego este nombre. Podría también haberse tomado
la denominación de su venida de arriba o de la curación de los enfermos, o del
término de la sequía, o también de la cesación de la epidemia; según lo cual a
los Dióscuros los Atenienses les dijeron ánaces, ya que hayamos de referir este
nombre precisamente a la lengua griega. Mamurio dicen que fue premiado de su
habilidad con la memoria que los Salios hacían de él en una oda que cantaban
durante aquella su danza pírrica: otros dicen que era a Veturio Mamurio a quien
se celebraba, y otros que la tradición antigua: ueterem memoriam.
Luego que hubo arreglado los sacerdocios, edificó junto al templo de Vesta la que se llamó Regia, esto es, Casa o Palacio Real, y allí pasaba la mayor parte del tiempo ocupado en las cosas sagradas o instruyendo a los sacerdotes, o entreteniéndose con ellos en la investigación de las cosas tocantes a la divinidad. Tenía otra casa el collado Quirinal, cuyo sitio se muestra todavía. En las grandes fiestas, y generalmente en todas las procesiones sacerdotales, iban ciertos ministros por la ciudad previniendo el reposo, y que se cesase en todo trabajo: porque así como se dice de los Pitagóricos que no consentían se adorase u orase a los Dioses de paso, sino yendo de casa preparados y dispuestos, de la misma manera creía Numa que los ciudadanos no debían oír ni ver de paso y sin propósito nada de lo perteneciente a la religión, sino estando desembarazados de todo otro cuidado, y aplicando sus sentidos, como a la obra más grande, a la que tenía por objeto a la piedad; para lo que se preparaba que las calles estuviesen libres de los ruidos, alborotos y voces que suelen acompañar a los trabajos indispensables y manuales. Consérvase aún hoy cierto vestigio, cuando al tiempo que el cónsul se ocupa en atender a las aves, o en sacrificar, gritan los ministros: hoc age; expresión que significa haz lo que haces, y con ella se excita a la atención y a la compostura a los que se hallan presentes. En todas las demás exhortaciones o sentencias suyas se notaba gran semejanza con las de los Pitagóricos; porque así como éstos prevenían: “no te sientes sobre el celemín; no revuelvas el fuego con la espada; cuando vas peregrinando no mires atrás; a los Dioses celestiales se ha de sacrificar en número impar, y en número par a los infernales”, cuyo sentido de todas ellas lo reservaban a la muchedumbre, de la propia manera algunas disposiciones de Numa tienen un sentido oscuro, como éstas: “no se ha de hacer libación a los Dioses con vino de viña no podada; ni se les ha de sacrificar sin harina; se ha de hacer adoración volviéndose, y los que han adorado deben sentarse”. Las primeras parece que enseñan el cultivo de la tierra, haciéndolo parte de la religión; el volverse para adorar se dice que es una imitación del movimiento circular del mundo; a no ser que parezca mejor, que mirando los templos al oriente, con volverse de aquella región a la opuesta el que adora, y luego convertirse otra vez hacia el dios, haciendo un círculo, consuma de una y otra parte sus preces: o lo que quizá es más cierto, esta mudanza de postura nos muestra y enseña una cosa muy parecida a las ruedas egipcias, a saber: que nada hay estable en las cosas humanas, y, por tanto, conviene que como a Dios le parezca hacer y deshacer en nuestra vida, estemos nosotros contentos, y así lo recibimos de su mano. El sentarse después de haber adorado dicen que es agüero con el que se confirman nuestras preces y se da permanencia a nuestro bien. Dicen también que el sentarse produce división de actos, y que, poniendo término a la primera acción, se sientan en presencia de los Dioses para comenzar otra bajo sus auspicios. Puede también guardar esto conformidad con lo que ya se dijo, acostumbrándonos el legislador a no acercarnos a las cosas divinas de paso cuando entendemos en otros negocios y como de prisa, sino cuando tenemos tiempo y estamos desocupados.
Con estas disposiciones religiosas quedó la ciudad tan manejable y tan embobaba con el poder de Numa, que les hacía dar asenso a las cosas más absurdas y que tenían visiblemente el aire de fábulas, no pensando que pudiera haber nada de increíble en lo que proponía. Cuéntase, pues, que convidando una vez a su mesa a muchos ciudadanos, les puso un ajuar pobre y una comida vulgar y de poco valor, y que apenas empezaron a comer les anunció que la Diosa venía a visitarle, y repentinamente apareció la casa llena de los vasos más preciosos, y las mesas cargadas de toda especie de manjares y de la vajilla más delicada. Pero lo más necio y absurdo de todo es lo que se refiere de su coloquio con Júpiter; porque se cuenta que al monte Aventino, que no era entonces todavía parte de la ciudad, ni estaba habitado, sino que tenía fuentes graciosas y bosques sombríos, concurrían dos Genios o Semidioses, Pico y Fauno. Éstos en las demás cosas parecía que eran de la raza de los Sátiros y Panes; pero en la virtud de los remedios, y en prestigios de que usaban en cuanto a las cosas divinas, se les compararía mejor a los que entre los Griegos se llaman Dáctilos Ideos. Embajadores, pues, como ellos, andaban corriendo la Italia. Dícese que Numa los sujetó echando vino y miel en una fuente donde solían beber; que después de sujetos mudaron diversas formas, deponiendo la de su naturaleza y tomando extrañas apariencias, espantosas a quien las veía; y que cuando se convencieron de que estaban cautivos con prisión fuerte e inevitable, predijeron otras muchas cosas futuras, y enseñaron el modo de expiación para los rayos, el mismo que hasta hoy se practica, por medio de las cebollas, los cabellos y las menas. Otros dicen que no fueron aquellos semidioses los que introdujeron esta expiación, sino que por medio de la magia hicieron que se apareciese el mismo Júpiter; que este dios, irritado con Numa, le ordenó que la expiación había de hacerse con cabezas, y replicando Numa: “¿de cebollas?”, dijo “de hombres”; que a esto volvió a replicar Numa, repeliendo lo terrible del mandato, “¿con cabellos?”; y respondiendo el dios: “con vivientes”, añadió Numa, “¿menas?”; lo que había ejecutado instruido por Egeria; y que el dios se había retirado aplacado ya; y al lugar se le había dado de aquí el nombre de Ilicio: y la expiación se hacía de aquella manera. Estas relaciones tan fabulosas, y aun puede decirse tan ridículas, manifiestan la disposición en el punto de religión de aquellos hombres, producida en ellos por el hábito. Del mismo Numa se refiere haberse engreído tanto con su esperanza en estas cosas divinas, que, avisándole en cierta ocasión que cargaban los enemigos, se echó a reír y dijo: “pues yo sacrifico”.
Fue, según dicen, el primero que edificó un templo de la Fe y del Término, enseñando a los Romanos a tener el de la Fe por el mayor de todos los juramentos, lo que hasta hoy observan. El Término venía a ser un linde o mojón, y le hacen sacrificios pública y privadamente en los mismos linderos de los campos, ahora de víctimas animadas; pero en lo antiguo era incruento este sacrificio, discurriendo Numa que el dios Término, que es el conservador de la paz y el testigo de la justicia, debe conservarse puro de toda muerte. Parece haber sido este mismo Rey el que hizo el apeo de todo el territorio, no habiendo querido Rómulo confesar con la medida de lo propio la ocupación de lo ajeno, diciendo que el término, cuando se guarda, es el vínculo del poder; pero argumento de injusticia cuando se traspasa. Y en verdad que no era extenso el territorio de la ciudad desde el principio, sino que la mayor parte la había adquirido Rómulo con las armas; repartióla, pues, toda Numa a los ciudadanos más necesitados, removiendo la pobreza como preciso origen de injusticia, e inclinando hacia la agricultura al pueblo, cultivado a una con el suelo, porque entre las profesiones de los hombres ninguna engendra tan poderoso y pronto amor a la paz como la vida del campo, en la que queda aquella parte del valor guerrero que inclina a pelear por su propiedad y se corta la parte que excita a la violencia y a la codicia. Por esta razón, Numa inspiró a sus ciudadanos la agricultura como filtro de paz; y mirando este arte como productor más bien de costumbres que de riqueza, dividió el terreno en partes o términos, que llamó pagos, y sobre cada uno puso inspectores y celadores. En ocasiones también, infiriendo y conjeturando por las obras la conducta de los ciudadanos, a unos los elevó a los honores y a los cargos, y reprendiendo y reconviniendo a otros los hizo mejores.
Entre los demás establecimientos suyos, es muy celebrada la distribución de la plebe por oficios; porque compuesta en la apariencia la ciudad de dos diversas gentes o pueblos, pero en realidad dividida en ellos, no había forma de que quisiera ser una sola, ni de hacer cesar la diversidad y diferencia, de la que se originaban altercaciones interminables, fomentadas por el espíritu de partido; reflexionando, pues, que para mezclar los cuerpos más mal avenidos y más duros se viene al cabo de ello deshaciéndolos y partiéndolos, determinó hacer de la plebe diferentes secciones, con lo que introduciéndose muchas diferencias se borraría aquella grande fundida en tantas pequeñas. Hízose esta distribución por oficios, de los flautistas, los orfebres, los maestros de obras, los tintoreros, los zapateros, los curtidores, los latoneros y los alfareros, y así las demás artes, haciendo luego de cada una un solo cuerpo; y atribuyendo o concediendo a cada clase formar comunidad y tener sus juntas y su modo particular de dar culto a los Dioses, entonces por la primera vez se quitó de la ciudad el decirse y reputarse Sabinos o Romanos, unos ciudadanos de Tacio, y otros de Rómulo; de manera que la nueva división vino a ser armonía y unión de todos para con todos. Elógiase también, entre sus disposiciones políticas, la corrección que hizo de la ley que concede a los padres el derecho de vender los hijos, exceptuando a los casados, si el matrimonio se había hecho con aprobación o mandato del padre: porque le pareció cosa muy dura que cohabitara con un esclavo la mujer que se había casado con un hombre libre, en el concepto de serlo.
Puso asimismo mano en el arreglo del calendario, si no con gran inteligencia, tampoco con una absoluta ignorancia; porque en el reinado de Rómulo contaban los meses desordenadamente y sin regla alguna, no dando a unos ni veinte días y dando a otros treinta y cinco, y aun muchos más, porque no teniendo conocimiento de la discrepancia que hay entre el sol y la luna, solamente atendían a que el año fuese de trescientos y sesenta días. Computando, pues, Numa que el resto de aquella discrepancia era de once días, por tener el año lunar trescientos cincuenta y cuatro, y el solar trescientos sesenta y cinco, doblando aquellos once días, aplicó un año sí y otro no al mes de Febrero este embolismo, que era de veintidós días, y los Romanos le llamaban “mercedino”: remedio de la tal discrepancia, que necesitó después de mayores medicinas. Mudó también el orden de los meses, porque a Marzo, que antes era primero, lo hizo tercero, y primero a Enero, que era undécimo bajo Rómulo, y duodécimo y último Febrero, que ahora tienen por segundo. Muchos son de opinión que estos meses de Enero y Febrero fueron añadidos por Numa, no habiendo dado al principio al año más que diez meses, como algunos bárbaros tres meses, y entre los Griegos los Árcades cuatro, y los de Acarnania seis. Para los Egipcios el año era de sólo un mes, y luego de cuatro, según dicen; y por esta causa, habitando un país nuevo, pasan por muy antiguos, y suben con sus genealogías a un número increíble de años, poniendo los meses por años en sus cómputos.
Puede ser una prueba de que los Romanos sólo hacían el año de diez meses y no de doce, el nombre mismo del mes último; porque aun hoy le llaman Diciembre. El orden mismo convence que Marzo era el primero, porque al que era quinto desde él le decían Quintil, al sexto Sextil, y así en adelante cada uno de los demás: luego, cuando añadieron Enero y Febrero, les sucedió con el mencionado mes, que en el nombre era quinto o quintil, y en la cuenta séptimo. Hubo su razón para que el mes primero, consagrado por Rómulo a Marte, se llamase Marzo, y el segundo Abril, denominándose así de Afrodita, que es Venus, porque en él se hacen sacrificios a esta Diosa, y en el día primero se bañan las matronas coronadas de mirto. Algunos opinan que no se llama Abril de Afrodita, sino que, como tiene letra simple, se denomina Abril este mes de que, estando en él en su fuerza la primavera, abre y descubre los pimpollos de las plantas, porque esto es lo que la lengua indica. Al que se sigue por orden, de Maya le dicen Mayo, porque está consagrado a Mercurio; y a Junio denominan así de la diosa Juno. Mas hay algunos que sostienen tomar éstos su denominación de la edad más anciana y más joven; porque entre ellos los más ancianos se dicen mayores, y iuniores los más mozos. De los demás meses, a cada uno lo denominan del lugar que tiene, como si contaran: Quintil, Sextil, Septiembre, Octubre, Noviembre y Diciembre; aunque después el quinto, de César, el que venció a Pompeyo, se llamó Julio; y el sexto se llamó Agosto del segundo Emperador, que tuvo el sobrenombre de Augusto. A los dos siguientes les dio sus nombres Domiciano; pero por muy poco tiempo, pues luego que le quitaron la vida, volvieron a tomar los nombres primeros, llamándose Septiembre y Octubre; sólo los dos últimos conservaron siempre la denominación ordinal que tuvieron desde el principio. De los que añadió o mudó de lugar Numa, Febrero viene a ser como expiatorio, porque la voz casi lo indica, y entonces hacen libaciones por los muertos, y celebran la fiesta de los Lupercales, que en las más de sus cosas se asemeja a una expiación o purificación. El primero, Januario, de Jano, y a mí me parece que a Marzo, denominado de Marte, lo quitó Numa del lugar preeminente, con la mira de dar siempre más estima a la parte administrativa o civil que a la militar; porque de Jano en lo antiguo, ora fuese genio, ora fuese rey, se dice haber sido político y popular, y que indujo mudanza en el modo de vivir fiero y silvestre: y por esta razón lo pintan con dos caras, como que pasó la vida de los hombres de una forma y disposición a otra.
Tiene en Roma un templo, también con dos puertas, a las que llaman puertas de la guerra, porque es de ley que estén abiertas cuando hay guerra, y que se cierren hecha la paz: cosa difícil y pocas veces vista, habiendo tenido siempre el gobierno que atender a alguna guerra para contener a las naciones bárbaras que de todas partes le rodeaban. Sólo se cerró bajo el imperio de César Augusto, después de la derrota de Antonio; y antes en el Consulado de Marco Atilio y Tito Manlio por poco tiempo, porque al punto sobrevino la guerra, y fue preciso abrirle. Mas bajo el reinado de Numa ni un día siquiera se vio abierto, sino que por cuarenta y tres años continuamente se mantuvo cerrado: ¡tan cumplidamente y de raíz arrancó las ocasiones de la guerra! Y no solamente el pueblo romano se suavizó y domeñó con la justificación y mansedumbre de su rey, sino que también las ciudades circunvecinas, como si de allá inspirara en ellas un aura suave y un soplo saludable sintieron un principio de mudanza; y deseosas de benevolencia y de paz, a nada más aspiraron que a cultivar la tierra, criar sus hijos en reposo y venerar a los Dioses. Las fiestas, las danzas, los hospedajes y los agasajos de unos a otros, que sin miedo se reunían, fueron la suerte de toda la Italia, como si de la fuente de la sabiduría de Numa corriese hacia todos lo honesto y lo justo, y como si su serenidad se extendiese a todas partes; de manera que aun no alcanzaron a pintar aquel estado las hipérboles poéticas de los que dicen: Su tela hace la araña en los paveses, y se cubren de orín lanzas y espadas: no se oye el son de la guerrera trompa, ni de los ojos huye el blando sueño; pues no se cuenta que hubiese habido ni guerra ni inquietud alguna sobre mudanza de gobierno en el reinado de Numa, ni tampoco enemistad alguna contra él, ni envidia ni asechanzas, ni sedición por codicia de reinar; de manera que, bien fuese miedo de un hombre sobre el que parece velaban los Dioses, o respeto a la virtud o fortuna particular, gobernada por algún genio que conservaba su vida libre y pura de todo mal, vino a ser ejemplo y argumento de aquella sentencia que mucho tiempo después se atrevió a pronunciar Platón acerca del gobierno: que no hay descanso para los hombres, ni cesación de sus males, si no sucede por una feliz casualidad que la autoridad regia se junte con una razón cultivada por la filosofía, para que haga que la virtud triunfe del vicio. Dichoso, pues, el hombre verdaderamente prudente, y dichosos los que obedecen los sabios preceptos que salen de unos prudentes labios; porque será muy raro que aquel necesite usar de fuerza ni de amenazas, y más bien éstos, viendo la virtud misma en el ejemplar manifiesto y en la ilustre vida del que manda, voluntariamente se harán moderados, y se ajustarán a una vida irreprensible y dichosa por el amor y benevolencia hacia ellos, acompañados de justicia y modestia, que es el término más glorioso del mando; y entre todos el ánimo más propiamente regio es el que pueda producir esta conducta y esta disposición en los súbditos: a lo que parece haber atendido Numa más que otro alguno.
Acerca de sus hijos y de sus matrimonios hay diversidad de opiniones entre los historiadores; porque algunos dicen que ni estuvo casado con otra que con Tracia, ni fue padre sino de una sola hija llamada Pompilia; pero otros además de ésta le dan cuatro hijos, a saber: Pompón, Pino, Calpo y Mamerco, de los cuales dejó cada uno la sucesión de una casa y de una gente distinguida: porque de Pompón descienden los Pomponios; de Pino, los Pinarios; de Calpo, los Calpurnios, y de Mamerco, los Mamercos; a todos los cuales por esto les quedó el sobrenombre de Reges, que viene a ser Reyes. Mas hay otra tercera sentencia de los que acusan a aquellos historiadores de haber querido congraciarse con estas gentes, formando árboles falsos de la descendencia de Numa, y dicen que Pompilia no fue hija de Tacia, sino de otra segunda mujer con quien casó siendo ya rey, llamada Lucrecia. En lo que convienen todos es en que Pompilia casó con Marcio, el cual era hijo de aquel Marcio que exhortó a Numa a que admitiese el reino; porque se trasladó a Roma con él, donde fue elevado a la dignidad de senador; y como compitiendo con Hostilio, por la muerte del mismo Numa en la contienda sobre el reino fuese vencido de aquel, se quitó a sí mismo la vida; pero su hijo Marcio, casado con otra Pompilia, permaneció en Roma y tuvo en hijo a Anco Marcio, que reinó después de Tulio Hostilio. Dejó a este Numa de cinco años al tiempo de su muerte, la que no fue repentina ni pronta, sino que poco a poco, como escribió Pisón, le fueron consumiendo la vejez y una lenta enfermedad, habiendo muerto en la edad de poco más de ochenta años.
Hicieron también ilustre su vida con las mismas exequias los pueblos aliados y amigos, concurriendo a ellas con públicas ofrendas y coronas; llevaban el féretro los patricios, y le acompañaban y seguían los sacerdotes de los Dioses; y luego después venía una inmensa muchedumbre, mezclados mujeres y niños, y no como en el entierro de un rey anciano, sino que, como si cada uno hubiese perdido la persona más cara en la flor de la edad, así era el llanto y el clamor de todos. No pusieron el cadáver en hoguera por haberlo prohibido él mismo, según se dice, sino que se hicieron dos cajas de piedra, que se colocaron en el Janículo, de las cuales la una contenía el cuerpo, y la otra los libros sagrados que él mismo había escrito, al modo que los legisladores griegos sus tablas, enseñando en vida a los sacerdotes lo que contenían, e inspirándoles el hábito y la sentencia de todo; pero a su muerte mandó que se sepultasen con su cuerpo, porque no estaba bien que a unas letras muertas se confiaran tales misterios. Conducidos de este mismo raciocinio los Pitagóricos, no ponían por escrito su doctrina, sino que sin escritura pasaban su memoria y enseñanza a los que contemplaban dignos; y como su tratado sobre los métodos que llaman en geometría oscuros e inexplicables se hubiese comunicado a uno que no era de aquellos, dijeron haber manifestado el genio que con un castigo grande y general vengaría aquella transgresión e irreverencia. Así, merecen indulgencia los que con tales caracteres de semejanza se empeñan en hacer coincidir en un mismo tiempo a Numa y a Pitágoras. Ancias dice que de los libros puestos en la caja, doce fueron hierofánticos, y otros doce de filosofía griega. Pasados unos cuatrocientos años, siendo cónsules Publio Cornelio y Marco Bebio, sobrevinieron grandes lluvias, y, abriéndose una sima, la corriente levantó las cajas; y quitadas las losas que las cubrían, la una se halló enteramente vacía, sin que tuviese parte ni resto alguno del cuerpo; pero, habiéndose hallado escritos en la otra, se dice que los leyó Petilio, entonces pretor, y que habiendo hecho entender al Senado con juramento que sería ilícito y sacrílego el que lo escrito se divulgase, se llevaron los libros al Comicio, y allí se quemaron. Comúnmente sucede a todos los hombres justos y virtuosos que gozan de mayor alabanza a la postre después de su muerte, porque la envidia no sobrevive mucho tiempo, y aun a veces se extingue durante su vida; pero la gloria de Numa aun tuvo otra cosa que la hizo más brillante, y fue la suerte que cupo a los reyes sus sucesores; porque de cinco que fueron los que hubo después de él, el último, arrojado del imperio, acabó sus días en un destierro; de los otros tres, ninguno murió de muerte natural, sino que todos tres acabaron muertos a traición; y Tulo Hostilio, que reinó inmediatamente después de Numa, habiendo escarnecido y desacreditado sus más loables instituciones, y más especialmente las relativas a la piedad, como propias de holgazanes y de mujeres, inclinó a sus ciudadanos a la guerra; y con todo no pudo perseverar en esta su osadía, sino que, habiéndosele trastornado el juicio de resulta de una grave y complicada enfermedad, se entregó a una superstición muy poco conforme con la religión de Numa; contagio que en mayor grado todavía hizo contraer a los demás, con haber muerto, según se dice, abrasado de un rayo.