CONCLUSIÓN
La música y las matemáticas han estado a lo largo de la historia y continúan estando muy cercanas. La música necesita del orden y la matemática analiza ese orden. Proporciones, simetrías, transformaciones, homotecias, progresiones, módulos, logaritmos... Toda la construcción armónica y parte de la melódica es pura matemática.
Sin embargo, no todo está clarificado. Como ya anunciaba el compositor Aaron Copland, hay algo en una buena melodía que no sabemos qué es pero nos conmueve. Ni siquiera somos capaces de definir qué es una buena melodía.
Parece que nos encontramos como ante el cuadro de Holbein: todo el marco, todos los símbolos, toda la historia y el contexto parecen muy claros. Pero queda una sospechosa y extensa mancha en la parte inferior del cuadro que no sabemos qué es. Y sin embargo intuimos, con razón, que en ella reside la clave del cuadro.
¿Podremos algún día descifrar este componente anamórfico de la música? Si se consigue será porque hemos cambiado radicalmente nuestro punto de vista (o de oído).
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