I. Cayo Julio César (1)... tenía dieciséis años de edad
cuando murió su padre. Al siguiente año, nombrado flamin dial (sacerdote de
Júpiter) (2), repudió a Cossutia, hija de simples aunque opulentos caballeros,
con la cual estaba desposado desde la niñez, tomó por esposa a Cornelia, hija de
Cina, que había sido cónsul cuatro veces; de ésta nació Julia, al cabo de poco,
sin que el dictador Sila pudiese conseguir por ningún medio que la repudiase;
por este motivo despojóle del sacerdocio, de los bienes de su esposa y de las
herencias de su casa, persiguiéndole de tal forma que hubo de ocultarse, y
aunque enfermo de fiebre cuartana, se veía obligado a mudar de asilo casi todas
las noches y a rescatarse a precio de oro de manos de los que le perseguían;
consiguió ser perdonado al fin por mediación de las Vírgenes Vestales (3), de
Mamerco Emilio y de Aurelio Cotta, parientes y allegados suyos. Es cosa cierta
que Sila denegó el perdón durante mucho tiempo a las súplicas de sus mejores
amigos y de los personajes más importantes, y que al fin, vencido por la
perseverancia de éstos, prorrumpió como impulsado por inspiración o
presentimiento secreto:
—Triunfaron, y con ellos lo llevan. Regocíjense, mas sepan que llegará un día en
que ése, que tan caro les es, destruirá el partido de los nobles, que todos
juntos hemos protegido; porque en César hay muchos Marios (4).
II. Hizo sus primeras armas en Asia con el pretor M. Termo; mandado por éste a
Bitina en busca de una nota, se detuvo en casa de Nicomedes, corriendo el rumor
de que se prostituyó a él (5); rumor que creció por motivo de haber regresado
pocas jornadas después a Bitina, con el pretexto de hacer enviar a un liberto,
cliente suyo, cierta cantidad de dinero que le adeudaba. El resto de la campaña
favoreció más su renombre; y en la toma de Mitilena recibió una corona cívica de
manos de Termo (6).
III. Sirvió también en Cilicia, bajo Servilio Isaurcio aunque por poco tiempo,
pues al tener noticia de la muerte de Sila, concibiendo la esperanza de que M.
Lépido concitase nuevas turbulencias, apresurase a regresar a Roma. Sin embargo,
aunque Lépido le hizo ofrecimientos ventajosos, se negó a secundar sus planes,
no inspirándole confianza su carácter, ni pareciéndole tan favorable la ocasión
como pensara.
IV. Calmada la insurrección civil, acusó de concusión a Cornelio Dolabella,
varón consular a quien se habían otorgado los honores del triunfo; absuelto el
acusado, decidió César retirarse a Rodas, tanto para prevenirse de sus enemigos,
como para descansar y oír al sabio maestro Apolonio Molón. Durante la travesía,
que hizo en invierno, le hicieron prisionero unos piratas cerca de la isla
Farmacusa. Permaneció en poder de ellos cerca de cuarenta días, conservando
siempre su entereza (7), sin otra compañía que su médico y dos cubicularios;
porque inmediatamente envió a todos sus compañeros y al resto de los esclavos a
que le trajesen el dinero preciso para el rescate. Se concertó éste en ciento
cincuenta talentos, y en cuanto le desembarcaron, persiguió a los piratas al
frente de una flota, capturándolos en la retirada y sometiéndolos al suplicio
con que muchas veces los había amenazado como en broma. Por aquel entonces
Mitrídates devastaba las regiones vecinas, y no queriendo aparecer César como
indiferente a las desgracias de los aliados de Rodas, adonde marchó, trasladase
al Asia, halló auxilio en ella, arrojó de la provincia al prefecto del rey y
robusteció la fidelidad de las ciudades vacilantes.
V. A su regreso a Roma, la primera dignidad con que le invistió el voto del
pueblo, fue la de tribuno militar (8), colaborando entonces con todas sus
fuerzas con los que intentaban restablecer el poder tribunicio, profundamente
quebrantado por Sila. Hizo aplicar también la proposición Plocia, para la
repatriación de L. Cina, hermano de su esposa, y de todos cuantos en las
turbulencias civiles se habían adherido a Lépido, recurriendo a Sertorio, tras
la muerte de aquel cónsul, y hasta pronunció un discurso sobre este asunto.
VI. Siendo cuestor, pronunció en la tribuna de las arengas, según era costumbre
(9), el elogio de su tía Julia y de su esposa Cornelia, que acababa de morir. En
el primero estableció de la manera que sigue el doble origen de su tía y de su
propio padre: Por su madre, mi tía Julia descendía de reyes; por su padre, está
unida a los dioses inmortales; porque de Anco Marcio descendían los reyes
Marcios, cuyo nombre llevó mi madre; de Venus procedían los Julios, cuya raza es
la nuestra. Así se ven, conjuntas en nuestra familia, la majestad de los reyes,
que son los dueños de los hombres, y la santidad de los dioses, que son los
dueños de los reyes. Para reemplazar a Cornelia, se casó con Pompeya, hija de Q.
Pompeyo y sobrina de L. Sila, de quien más adelante se divorció por sospecha de
adulterio con P. Clodio, al que se acusaba públicamente de haberse introducido
en sus habitaciones disfrazado de mujer durante las ceremonias religiosas,
decretando el Senado la información de sacrilegio.
VII. Durante su cuestura, logró la España Ulterior (10), donde, al recorrer las
asambleas de esta Provincia, para administrar justicia por delegación del
pretor, al llegar a Cádiz, viendo cerca de un templo de Hércules la estatua de
Alejandro Magno (11), suspiró profundamente como lamentando su inacción; y
censurando no haber realizado todavía nada digno a la misma edad en que
Alejandro ya había conquistado el mundo, dimitió en seguida su cargo para
regresar a Roma y aguardar en ella la oportunidad de grandes acontecimientos.
Los autores dieron mayor pábulo a sus esperanzas, interpretando un sueño (12)
que tuvo la noche precedente y que perturbaba su espíritu (pues había soñado que
violaba a su madre), prometiéndole el imperio del mundo, porque aquella madre
que había visto sometida a él, no era otra que la Tierra, nuestra madre común.
VIII. Habiendo marchado antes del tiempo previsto, visitó las colonias latinas
que aspiraban al derecho de ciudadanía romana; y las hubiera impulsado a
intentar alguna audaz empresa, si, temiéndolo así todos los cónsules, no
hubiesen retenido cierto tiempo las legiones destinadas a Cilicia; pero no por
esto dejó de meditar amplios proyectos que poco después habían de realizarse en
la misma Roma.
IX. En efecto, poco antes de tomar posesión de la edilidad, conspiró, según se
dice, con M. Craso, varón consular, y con P. Sila y Autronio —condenados estos
últimos por cohecho, después de haber sido designados cónsules—, para que al
comienzo del año atacasen al Senado, diesen muerte a parte de los senadores y
concediesen la dictadura a Craso, que nombraría a César jefe de la caballería;
después de adueñarse por este procedimiento del Gobierno, era su intención
devolver a Sila y a Autronio el consulado de que los había desposeído. Tanusio
Gémino en su historia, M. Bíbulo en sus edictos y C. Curión, padre, en sus
discursos, hablan de esta conjuración. Hasta el mismo Cicerón parece que la cita
en una carta a Axius, donde afirma que César realizó durante su consulado el
proyecto que concibió siendo edil.
Tanusio añade que Craso, sea por miedo, o por arrepentimiento, no compareció el
día señalado para la matanza, y que por este motivo César no dio la señal
convenida. Esta señal —escribe Curio—, era dejar caer la toga del hombro. El
mismo Curio y M. Actorio Nasón le atribuyen otra conspiración con el joven Cn.
Pisón, y pretenden que por las sospechas que suscitaron los manejos de éste en
Roma, le otorgaron, por comisión extraordinaria, el Gobierno de España,
conviniendo, sin embargo, suscitar movimientos coincidentes, el uno fuera y el
otro en la misma Roma por medio de los ambronas y transpadanos; pero que la
muerte de Pisón anuló el proyecto.
X. Siendo edil, no se limitó a adornar el Comitium, el Foro y las basílicas,
sino que decoró asimismo el Capitolio e hizo construir pórticos para
exposiciones temporales, en los que exhibió al público parte de los numerosos
objetos que había reunido. Unas veces con su colega y otras separadamente,
organizó juegos y cacerías de fieras, consiguiendo recabar para sí toda la
popularidad por gastos hechos en común; por cuyo motivo, su colega M. Bíbulo
comentaba, comparándose a Pólux: que así como se acostumbraba designar con el
solo nombre de Cástor el templo erigido en el Foro a los dos hermanos las
liberalidades de César y Bíbulo llamábanse munificencias de César.
César agregó a estas liberalidades un combate de gladiadores, en el que
figuraron algunas parejas menos de las que deseaba, porque tantos había hecho
llegar de todas partes, que alarmados sus adversarios, hicieron limitar, por una
ley expresa, el número de contendientes que, en el futuro, podrían entrar en
Roma.
XI. Habiéndose captado el favor popular, intentó por la influencia de algunos
tribunos que se le diese, mediante plebiscito, el Gobierno de Egipto, sirviendo
de ocasión para esta inopinada solicitud de un mando extraordinario que los
habitantes de Alejandría habían expulsado a su rey, amigo y aliado del pueblo
romano, actitud universalmente reprobada. El partido de los grandes hizo
fracasar las pretensiones de César, quien, con el fin de debilitar entonces la
autoridad de aquellos por todos los medios posibles, reconstruyó los trofeos de
C. Mario sobre Yugurta, los cimbrias y teutones monumentos que en tiempos
anteriores había destruido Sila, y cuando se abrió proceso a los sicarios, hizo
figurar entre los asesinos, a pesar de las excepciones de la ley Cornelia, a
todos aquellos que, durante la proscripción, recibieron dinero del Erario
público como precio de cabezas de ciudadanos romanos.
XII. También encontró quien acusase de crimen capital a C. Rabirio, que algunos
años antes cooperó más que nadie con el Senado para reprimir las sediciones
suscitadas por el tribuno L. Saturnino, y designado por la suerte para juez, con
tanta pasión condenó, que nada sirvió tanto como esta parcialidad al reo en su
apelación al pueblo.
XIII. Desvanecida la esperanza del mando, pretendió el pontificado máximo (13),
y tantas larguezas prodigó, que asustando por la enormidad de sus deudas, dijo a
su madre, besándola antes de acudir a los comicios, que no volvería a verle sino
pontífice. Por estos procedimientos venció a sus dos competidores, aunque muy
temibles y superiores a él en su edad y dignidad; consiguiendo además sobre
ellos la ventaja de obtener más sufragios en sus propias tribus que ellos en
todas las demás.
XIV. Era pretor (14) César cuando se descubrió la conjuración de Catilina; se
había acordado por unanimidad en el Senado la muerte de los culpables, y sólo él
opinó que se los custodiase por separado en las ciudades municipales y se les
enajenasen los bienes. Más aún: a los que habían propuesto muy severos castigos,
los aterró de tal forma con la reiterada amenaza de los odios populares que
algún día se desencadenarían contra ellos, que Décimo Silano, cónsul designado,
atrevióse a dulcificar por medio de una interpretación el voto que dignamente no
podía modificar, y que habían entendido, según explicó, en un sentido mucho más
riguroso del que le había dado. César iba a triunfar: muchos senadores se habían
agregado a su bando, y con ellos Cicerón, hermano del cónsul; la victoria, pues,
era segura, si la oración de Catón no hubiese infundido energía al vacilante
Senado. Pero lejos de flaquear en su oposición, persistió César de tal manera en
ella, que el grupo de caballeros romanos que guardaba armado el salón del
Senado, le amenazó con darle muerte; espadas desnudas se dirigieron contra él,
de suerte que los que estaban junto a él se apartaron, y únicamente algunos,
aprisionándole entre sus brazos y cubriéndole con la toga, consiguieron
salvarle, con gran trabajo. Influido entonces por el miedo, cedió, y en todo el
resto del año se abstuvo de asistir el Senado (14 bis).
XV. El primer día de su pretura convocó ante el pueblo a Q. Catulo, encargado de
la reconstrucción del Capitolio (15), y propuso se confiriese el cuidarlo a
otro. Mas observando que los patricios, en vez de acudir a saludar al nuevo
cónsul, marchaban con apresuramiento a la asamblea para oponerle tenaz
resistencia, considerando la lucha desigual, desistió de la empresa.
XVI. Con gran ardor y pasión mantuvo a Cecilio Metelo. autor de las leyes más
turbulentas, contra el derecho de oposición de sus colegas, hasta que un decreto
del Senado suspendió a los dos en sus funciones. César tuvo la audacia de
proseguir en posesión de su cargo y de administrar todavía justicia. Pero cuando
supo que se disponían a emplear con él la violencia y las armas, despidió a los
lictores, despojase de la pretexta y se retiró secretamente a su casa,
resignado, de acuerdo con la costumbre de la época, a permanecer tranquilo. Dos
días después sosegó a la muchedumbre, que espontáneamente se había congregado
ante su puerta ofreciéndole su cooperación para restablecerle en su dignidad.
Atónitos ante aquella moderación, los senadores que la noticia del tumulto había
congregado apresuradamente, enviaron para darle gracias a los más ilustres de
entre ellos, siendo llamado al Senado, donde se le tributaron grandes elogios,
restableciéndole en su cargo y retirando el primer decreto.
XVII. Sobreviniéronle muy pronto nuevos disgustos, por haberle denunciado como
cómplice de Catilina, ante el cuestor Novio Niger, L. Vettio Judex, y ante el
Senado Q. Curio (16), a quien fueron concedidas recompensas públicas por haber
sido el primero en revelar los proyectos de los conjurados. Curio pretendía
saber por Catilina lo que decía, y Vettio se obligaba a presentar la firma de
César dada por éste a Catilina. No consideró César que debía soportar aquellos
ataques, y suplicó el testimonio de Cicerón, para demostrar que le había
suministrado espontáneamente algunos detalles acerca de la conjuración,
consiguiendo privar a Curio de las recompensas que le habían ofrecido; en cuanto
a Vettio, a quien se había solicitado caución de comparecencia, se le despojó de
sus bienes, se le maltrató personalmente, estuvo a punto de que le despedazasen
en la asamblea al pie de la tribuna rostral, y le hizo encarcelar, consiguiendo
lo mismo con relación al cuestor Novio, por haber consentido que se inculpase
ante su tribunal a un magistrado superior a él.
XVIII. Al terminar su pretura, designóle la suerte la España Ulterior; pero,
retenido por sus acreedores, no se vio libre de ellos hasta que otorgó fianzas;
y sin esperar que, según las costumbres y las leyes, hubiese el Senado arreglado
todo lo concerniente a las provincias, partió, ya para librarse de una acción
judicial que querían suscitarle al cesar en el cargo, ya para allegar más pronto
socorros a los aliados que imploraban la protección de Roma. Cuando hubo
pacificado su provincia (17), regresó sin aguardar sucesor, con igual premura,
pidiendo el triunfo y el consulado juntamente. Mas estando ya fijado el día de
los comicios, no podía presentarse su candidatura si no entraba en la ciudad
como simple particular, y cuando solicitó que se le exceptuase de la ley,
encontró recia oposición, por lo que tuvo que desistir del triunfo para no
quedar por ello excluido del consulado.
XIX. De sus dos competidores al consulado, L. Luceyo (18) y Marco Bíbulo, se
unió al primero, que gozaba de escasa influencia, pero que poseía considerable
fortuna, a condición de que uniría al suyo el nombre de César en sus larguezas a
las centurias (19). Los nobles, enterados de este pacto, cuyas consecuencias
temían, y convencidos de que César, investido con la magistratura más alta del
Estado y contando con un colega completamente suyo, no pondría límites a su
audacia, quisieron que hiciese Bíbulo idénticas promesas a la centuria, y la
mayor parte de ellos contribuyeron con dinero para conseguirlo; el propio Catón
dijo, con ocasión de esto, que por aquella vez la corrupción sería beneficiosa
para la República. César fue nombrado cónsul con Bíbulo y los grandes no
pudieron hacer sino asignar a los futuros cónsules cargos intrascendentes, como
la inspección de bosques y caminos. Movido César por esta injuria, no perdonó
medio para atraerse a Cn. Pompeyo, irritado entonces contra los senadores, que
vacilaban en aprobar sus actos, pese a sus victorias sobre el rey Mitrídates,
reconciliándole también con M. Craso, que continuaba enemistado con él desde las
violentas querellas de su consulado, concertando con ellos una alianza por la
cual no se haría nada en el Estado que desagradase a cualquiera de los tres.
XX. Lo pairo que ordenó al posesionarse de su dignidad, fue que se llevara un
Diario de todos los actos populares y del Senado y que se publicase.
Restableció, asimismo, la antigua costumbre de hacerse preceder por un ujier y
seguir por lictores, durante los meses en que tuviese las fasces el otro cónsul
(20). Promulgó la ley Agraria, y no pudiendo vencer la resistencia de Bíbulo, lo
arrojó del foro a mano armada. Al siguiente día expuso éste sus quejas ante el
Senado, pero no se encontró nadie que osase informar acerca de aquella violencia
o a proponer alguna de aquellas decididas soluciones que, con tanta frecuencia,
se habían adoptado en peligros mucho menores. Desesperado Bíbulo con ello, se
retiró a su casa, donde estuvo oculto todo el transcurso de su consulado, no
ejerciendo otra oposición que por medio de edictos. Desde aquel momento dirigió
César todos los asuntos del Estado por su única y soberana autoridad, hasta el
punto de que algunos, antes de firmar sus cartas, las fechaban por burla, no en
el consulado de César y Bíbulo, sino de Julio y de César, haciendo así dos
cónsules de uno solo, separando el nombre y el cognomento; se hicieron también
divulgar estos versos:
Non Bibulo quidquam nuper, sed Cesare farctum est:
Nom Bibulo fieri consulte nil memini (21).
El territorio de Stella, consagrado por nuestros mayores, y los campos de
Campania, destinados a las necesidades de la República, quedaron distribuidos
entre veinte mil ciudadanos padres de familia con tres o más hijos (22).
Pidiendo reducción los arrendatarios del Estado, les perdonó un tercio de los
arrendamientos, y exhortólos en público a no encarecerlos inconsideradamente en
la próxima adjudicación de impuestos. Así obraba en todo, concediendo
generosamente cuanto se le solicitaba, porque nadie osaba enfrentársele, ya que
si alguno se atrevía era víctima al punto de su venganza. Un día apostrofóle
Catón, y ordenó a un lictor que le arrastrase fuera del Senado y le llevase a
prisión. Habiéndole resistido algunos momentos, L. Lúculo, le asustaron en tal
grado sus amenazas, que le pidió perdón de rodillas. Por haber lamentado Cicerón
en un juicio la situación de los negocios de la República, a las nueve del mismo
día hizo pasar al orden plebeyo al patricio P. Clodio, enemigo de Cicerón, a
quien en vano había intentado pasar desde mucho antes. Queriendo concluir en fin
con sus adversarios, sobornó a Vettio a fuerza de oro, para que declarase que
algunos de éstos le habían incitado a matar a Pompeyo y que, conducido al Foro,
nombrase algunos de los pretendidos autores de la trama. Pero acusando Vettio
sin pruebas tanto a uno como a otro, sospechase en seguida el fraude, y
desesperando César del triunfo de aquella loca empresa, hizo, según se cree,
envenenar al denunciador.
XXI. Por esta época casase con Calpurnia, hija de L. Pisón, que iba a sucederle
en el consulado, y concedió a Cn. Pompeyo en matrimonio su hija Julia, repudiado
su prometido Servilio Cepión, quien poco antes ayudóle poderosamente a
deshacerse de Bíbulo. Después de esta nueva alianza, comenzó en el Senado a
adoptar, en primer lugar, el parecer de Pompeyo, cuando acostumbraba a
interrogar ante todo a Craso y era costumbre que el cónsul mantuviese todo el
año el orden establecido por el mismo en las calendas de enero para recibir los
votos.
XXII. Apoyado por el suegro y el yerno, eligió, pues, entre todas las provincias
romanas la de las Galias, que, entre otras ventajas, ofrecía amplio campo de
triunfos a su ambición. Recibió, en primer término, la Galia Cisalpina con la
Iliria, en virtud de la ley Vatinia; y después diole el Senado la Cabelluda,
convencido de que el pueblo había de otorgársela si los senadores se la
denegaban. No pudiendo dominar la alegría que le embargaba, pasados algunos
días, jactóse en pleno Senado de haber llegado al máximo de sus deseos, a pesar
del odio de sus consternados enemigos, y exclamó que en lo sucesivo marcharía
sobre sus cabezas. Habiendo entonces dicho uno para afrentarle: —Eso no será
fácil a una mujer—, respondió como aludido: —Sin embargo, en Siria, reinó
Semíramis y las Amazonas poseyeron gran parte de Asia.
XXIII. Concluido su consulado, los pretores Memmio y Lucio Domitio solicitaron
que se examinasen las actas del año anterior, llevando César el asunto al
Senado, que no quiso saber de él. Después de tres días de inútiles discusiones,
marchó a su provincia, e inmediatamente, para perjudicarle, se procesó a su
cuestor por diversos delitos. Poco después le citó a él mismo el tribuno del
pueblo L. Antistio, pero merced a la intervención del Colegio de los tribunos,
logró no ser acusado mientras permaneciese ausente en servicio de la República.
Para ponerse en lo sucesivo al abrigo de aquellos ataques, tuvo gran cuidado de
atraerse, por medio de favores, a los magistrados de cada año, formándose una
ley de no ayudar con su influencia, ni permitir que ascendiesen a los honores
sino aquellos que se comprometiesen a defenderlo durante su ausencia; condición
por la que no vaciló en requerir juramento a algunos e incluso promesa escrita.
XXIV. Así, pues, habiéndose vanagloriado en público L. Domitio, quien aspiraba
al consulado, de realizar como cónsul lo que no había podido hacer como pretor,
y de quitar además a César el ejército que comandaba, llamó a Luca, ciudad de su
provincia, a Craso y a Pompeyo, exhortándolos a que solicitasen ellos mismos
también el consulado, para separar a Domitio, y obligar en seguida a prorrogar
su mando por cinco años, consiguiendo ambas cosas. Tranquilo en este aspecto,
agregó otras legiones a las que había recibido de la República, y las mantuvo a
tu costa; constituyó otra en la Galia Transalpina, a la que dio el nombre galo
de Alanda, y la adiestró en la disciplina romana, armándola y equipándola al uso
de la República y concediéndole después el derecho de ciudadanía. En lo sucesivo
no dejó escapar ninguna oportunidad de hacer la guerra, por injusta y peligrosa
que fuese, atacando indistintamente a los pueblos aliados y a las naciones
enemigas o salvajes, hasta que el Senado decretó enviar comisarios a las Galias
para que le informasen del estado de aquella provincia, llegando a proponerse
por algunos que se la entregase a los enemigos. El próspero éxito de todas
aquellas empresas les hizo, sin embargo, tributar elogios más lisonjeros y
frecuentes que los que habían conseguido otros antes que él.
XXV. En los nueve años de su mando realizó las siguientes empresas: Redujo toda
la Galia comprendida entre los Pirineos y los Alpes, las Cevennas, el Ródano y
el Rin, a provincia romana, exceptuando las ciudades aliadas y amigas, obligando
al territorio conquistado al pago de un tributo anual de cuarenta millones de
sestercios. Fue el primero que, después de tender un puente sobre el Rin, atacó
a los germanos al otro lado de este río, y que consiguió señaladas victorias
sobre ellos. Atacó también a los bretones, desconocidos hasta entonces, los
derroto y exigió dinero y rehenes. En medio de tantos éxitos, únicamente sufrió
tres reveses: uno en Bretaña, donde una tempestad estuvo a punto de aniquilar su
flota; otro en la Galia, delante de Gergovia, donde fue derrotada una legión; y
el tercero en el territorio de los germanos, donde perecieron en una emboscada
sus legados Titurio y Aurunculeyo.
XXVI. En el transcurso de estas expediciones, perdió primero a su madre, a su
hija después, y más adelante a su nieto. Entretanto, la muerte de P. Clodio
había ocasionado algaradas en Roma, y el Senado, que pensaba no instituir más
que un cónsul, designaba nominalmente a Cn. Pompeyo. Los tribunos del pueblo le
designaban por compañero a César, pero no queriendo regresar por esta
candidatura antes de concluir la guerra, entendiese con ellos para que el pueblo
le concediera permiso de solicitar, ausente, su segundo consulado, cuando
estuviese para terminar el período de su mandato; se le concedió este
privilegio, y concibiendo desde entonces más vastos proyectos y elevadas
esperanzas, nada escatimó para atraerse partidarios a costa de favores públicos
y particulares. Con el dinero extraído a los enemigos, inició la construcción de
un Foro, cuyo solo terreno costó más de cien mil sestercios. Prometió al pueblo,
en memoria de su hija; espectáculos y un festín, cosa desconocida y sin ejemplo;
finalmente, y para satisfacer la impaciencia pública, utilizó a sus esclavos en
los preparativos de aquel festín, que había encomendado a contratistas. Tenía en
Roma comisionados que se apoderaban por fuerza, para reservárselos, de los
gladiadores más famosos, en el momento en que los espectadores iban a pronunciar
su sentencia de muerte. Y en cuanto a los gladiadores jóvenes, no los hacía
educar en escuelas o por lanistas (23), sino en casas particulares y por
caballeros romanos; lo hizo también por senadores duchos en el manejo de las
armas, y que pedían, como vemos en sus cartas, encargarse de la enseñanza de
aquellos gladiadores y regir como maestros sus ejercicios. César duplicó a
perpetuidad la soldada de las legiones. En los años pródigos, distribuía el
trigo sin tasa ni medida, y algunas veces se le vio dar a cada hombre un esclavo
tomado del botín.
XXVII. Con el fin de conservar el apoyo de Pompeyo con una nueva alianza,
ofrecióle a Octavia, sobrina de su hermana, a pesar de estar casada con C.
Marcelo, y le pidió la mano de su hija destinada a Fausto Sila. A cuantos
rodeaban a Pompeyo y a la mayor parte de los senadores los había hecho deudores
suyos, sin exigirles interés o siendo éste muy reducido; hizo asimismo
magníficos presentes a los ciudadanos de otras clases, que acudían a él
invitados o espontáneamente. Sus liberalidades se extendían hasta los libertos y
esclavos, según la influencia que ejercían sobre el ánimo de su señor o patrono.
Los acusados, los ciudadanos agobiados de deudas, la juventud pródiga, hallaban
en él refugio seguro, a no ser que las acusaciones fuesen graves con exceso,
completa la ruina o los desórdenes demasiado grandes para que pudiese
remediarlos. A éstos les decía francamente: que necesitaban una guerra civil.
XXVIII. No desplegó menor cuidado en atraerse el favor de los reyes y las
provincias en toda la extensión de la tierra, brindando a unos gratuitamente
millares de cautivos, mandando a otros tropas auxiliares en el momento y lugar
que querían, sin consultar al Senado ni al pueblo. Adornó con magníficos
monumentos, no solamente la Italia, las Galias y las Españas, sino también las
más importantes ciudades de Grecia y Asia. Todo el mundo comenzaba a presentir
con pavor el fin de tantas empresas, cuando el cónsul M. Claudio Marcelo publicó
un edicto por el cual, después de anunciar que se trataba de la salvación de la
República, proponía al Senado dar sucesor a César antes de que expirase el
tiempo de su mandato; y ya que había terminado la guerra y estaba asegurada la
paz, que licenciara al ejército victorioso; solicitaron, igualmente, que en los
próximos comicios no se tuviese en cuenta la ausencia de César, puesto que el
mismo Pompeyo había anulado el plebiscito dado en su favor. En efecto, había
ocurrido que en la ley a propósito de los derechos de los magistrados, en el
capítulo en que se prohibía a los ausentes la petición de honores, se olvidó
exceptuar a César; el error no fue subsanado por Pompeyo hasta que la ley estuvo
ya grabada en bronces, y depositada en el tesoro (24). No contento Marcelo con
quitar a César sus provincias y sus privilegios, quiso también, apoyando una
moción de Letinio, que se privase a la colonia que había fundado en Novumcomum,
el derecho de ciudadanía, ambición que, en contra de las leyes, le había sido
por ambos concedida.
XXIX. Alterado por estos ataques, y persuadido, como se le había oído decir
muchas veces, que cuando ocupase el puesto supremo del Estado seria más difícil
hacerle descender al segundo rango que desde éste al último, resistió con todo
su poder a Marcelo, oponiéndole ya los tribunos, ya el otro cónsul, Servio
Sulpicio. Al siguiente año, habiendo sucedido en el consulado M. Marcelo a su
primo hermano Marco, continuando el mismo empeño, se preparó defensores por
medio de considerables prodigalidades. Fueron estos defensores, Emilio Paulo y
Cayo Curión, tribunos muy violentos. Pero hallando en todas partes fuerte
resistencia, y viendo que los cónsules nombrados eran adversarios también,
escribió al Senado, rogándole no le privase el beneficio del pueblo, o al menos
diese órdenes para que los demás generales dejasen también sus ejércitos;
confiando, según se cree, que reuniría, cuando quisiese, a sus veteranos con más
facilidad que Pompeyo nuevos soldados. Ofreció, sin embargo, a sus contrarios
licenciar ocho legiones, abandonar la Galia Transalpina y conservar la Cisalpina
con dos legiones, o la Iliria solamente con una hasta que fuese nombrado cónsul.
XXX. Rechazada, sin embargo, por el Senado sus peticiones y
rehusando sus enemigos poner en pacto la salud de la República, pasó a la Galia
Citerior, y celebrados ya los comicios provinciales, detúvose en Ravena,
dispuesto a vengar con la fuerza de las armaba los tribunos partidarios suyos,
si el Senado disponía medidas violentas contra ellos. Éste fue, efectivamente,
el pretexto de la guerra civil, pero se cree que tuvo otros motivos. Cn. Pompeyo
decía que, no pudiendo César terminar los trabajos comenzados ni satisfacer con
sus recursos personales las esperanzas que el pueblo había puesto en su regreso,
quiso trastornar y conmoverlo todo. Aseguran otros que temía que le obligaran a
dar cuenta de lo que había hecho en pugna con las leyes, contra los auspicios e
intercesiones durante su primer consulado, porque M. Catón declaraba con
juramento que le citaría en justicia en cuanto licenciase al ejército. Se decía
generalmente que, si regresaba en condición privada, se vería obligado, como
Milón, a defenderse ante los jueces rodeados de soldados con armas; dando
probabilidades a este criterio lo que Asinio Polión refiere y es, que en la
batalla de Farsalia, contemplando a sus adversarios vencidos y derrotados,
pronunció estas palabras:
Ellos lo quisieron; después de realizadas tantas empresas me hubieran condenado
a mi, C. César, si no hubiese pedido auxilio al ejército.
Otros opinan, por último, que le dominaba el hábito del mando, y que habiendo
comparado con las suyas las fuerzas de sus enemigos, creyó propicia la
oportunidad de adueñarse del poder soberano, que desde su juventud venía
codiciando. Según parece, también lo creía Cicerón así. En el libro tercero de
Offitiis (de los Deberes), dice que César tenía siempre en los labios los versos
de Eurípides que tradujo de esta manera:
Nam si violandum est jus, regnandi gratia
Violandum est: aliis rebus pietatem colas (25).
XXXI. Cuando supo que, rechazada la intercesión de los tribunos, habían tenido
éstos que salir de Roma, hizo avanzar algunas cohortes en secreto para no
suscitar recelos; con objeto de disimular, presidió un espectáculo público, se
ocupó en un plan de construcción para un circo de gladiadores, y se entregó como
de costumbre a los placeres del festín. Pero en cuanto se puso el sol mandó
uncir a su carro los mulos de una tahona próxima, y con pequeño acompañamiento,
tomó ocultos caminos. Consumidas las antorchas, extraviase y vagó largo tiempo
al azar, hasta que al amanecer, habiendo encontrado un guía, prosiguió a pie por
estrechos senderos hasta el Rubicón, que era el límite de su provincia y donde
le esperaban sus cohortes. Detúvose breves momentos, y reflexionando en las
consecuencias de su empresa, exclamó dirigiéndose a los más próximos:
—Todavía podemos retroceder, pero si cruzamos este puentecillo, todo habrán de
decidirlo las armas.
XXXII. Cuando permanecía vacilando, un prodigio le decidió. Un hombre de talla y
hermosura notables, apareció sentado de pronto, a corta distancia de él, tocando
la flauta. Además de los pastores, soldados de los puestos inmediatos, y entre
ellos trompetas, acudieron a escucharle; arrebatando entonces a uno la trompeta,
encaminóse hacia el río, y arrancando vibrantes sonidos del instrumento, llegó a
la otra orilla. Entonces César dijo:
—Marchemos a donde nos llaman los signos de los dioses y la iniquidad de los
enemigos. Jacta alea est
picem. (La suerte
está echada la siesta.)
XXXIII. Cuando el ejército hubo cruzado el río, hizo presentarse a los tribunos
del pueblo, que, arrojados de Roma, habían acudido a su campamento; arengó a los
soldados y, llorando, invocó su fidelidad, rasgándose las vestiduras sobre el
pecho. Se creyó que había prometido a cada uno el censo del orden ecuestre,
error a que dio lugar el que mostrase varias veces durante la arenga el dedo
anular de la mano siniestra, afirmando que estaba dispuesto a darlo todo con
gusto, hasta su anillo, por aquellos que defendiesen su dignidad; de suerte que
los que se hallaban en las últimas filas, en mejores condiciones para ver que
para oír dieron a aquel movimiento una significación que no tenía; no tardó con
ello, en divulgarse el rumor de que César había prometido a sus soldados los
derechos y rentas de caballeros, es decir, cuatrocientos mil sestercios.
XXXIV. El orden y resumen de lo que hizo después es el siguiente: Ocupó en
primer lugar el Piceno, la Umbría y la Etruria. Hizo rendirse a L. Domicio,
nombrado sucesor suyo durante los disturbios, y que defendía con su guarnición a
Corfinio, pero dejándole en libertad; costeó luego el mar superior (Adriático) y
marchó sobre Brindis, en donde se habían refugiado los cónsules de Pompeyo, con
propósito de pasar cuanto antes el mar. Después de intentar todo en vano para
impedir la realización de este proyecto, se dirigió a Roma, convocó el Senado, y
corrió a apoderarse de las mejores tropas de Pompeyo, que estaban en España a
las órdenes de los tres legados, M. Petreyo, L. Africano y M. Varrón, habiendo
dicho a los suyos antes de marchar que iba a combatir a un ejército sin general
para volver a combatir a un general sin ejército. Y aunque retrasado por el
sitio de Marsella, que le había cerrado sus puertas, y por la gran escasez de
víveres, consiguió, sin embargo, muy pronto su propósito.
XXXV. Regresó rápidamente a Roma, pasó a Macedonia, acometió a Pompeyo, y
mantúvose encerrado durante cuatro meses en inmenso recinto de fortificaciones,
derrotándole al fin, en Farsalia: le persiguió luego en su fuga hasta
Alejandría, donde le encontró asesinado, teniendo que hacer al rey Ptolomeo, que
le tendía asechanzas, una guerra muy difícil y peligrosa para él, por las
desventajas del tiempo y del lugar, el riguroso invierno, la actividad de su
adversario, provisto de todo, en el recinto de su capital, y su escasa
preparación para una lucha que estaba muy lejos de prever. Habiendo salido
vencedor, concedió el reino de Egipto a Cleopatra y a su hermano menor, no
queriendo hacerlo provincia romana, por temor de que algún día pudiera dar
ocasión a nuevas discordias al caer en manos de un gobernador turbulento. De
Alejandría pasó a Siria, y de allí al punto donde le llamaban urgentes mensajes,
porque Farnaces, hijo del gran Mitrídates, aprovechando los disturbios, hacia la
guerra, habiendo ya obtenido numerosos triunfos que le habían llenado de
orgullo. Bastáronle a César cuatro horas de combate, al quinto día de su arribo,
para aniquilar a aquel enemigo, por cuya razón se burlaba con frecuencia de los
triunfos de Pompeyo, quien había debido en gran parte su fama militar a la
debilidad de tales enemigos. Venció en seguida a Scipión y a Juba, quienes
habían recogido en África los restos de su partido, y deshizo a los hijos de
Pompeyo en España.
XXXVI. Durante estas guerras civiles no sufrió reveses más que en las personas
de sus legados; de éstos C. Curio pereció en Africa; C. Antonio cayó en poder de
sus enemigos en Iliria; P. Dolabella perdió su flota en la misma Iliria, y Cn.
Domitio Calvino, su ejército en el Ponto. A él mismo, vencedor siempre, le
abandonó la fortuna sólo en dos ocasiones: en Dirraquio, donde rechazándole
Pompeyo y no acosándole dijo que aquel adversario no sabía vencer; y otra en el
último combate librado en España, donde vio su causa tan desesperada que pensó
incluso en darse muerte.
XXXVII. Concluidas las guerras, disfrutó cinco veces de los honores del triunfo,
cuatro en el mismo mes, después de la victoria sobre Scipión y con algunos días
de intervalo, y la quinta después de la derrota de los hijos de Pompeyo. Su
primero y más esclarecido triunfo fue sobre la Galia, después el de Alejandría,
el de Ponto, el de Africa, y en último lugar, el de España, y siempre con fausto
y aparato diferentes. En su triunfo sobre la Galia, cuando pasaba por el Velabro,
fue casi despedido del carro a consecuencia de haberse roto el eje (26); subió
luego al Capitolio a la luz de las antorchas, que encerradas en linternas, eran
llevadas por cuarenta elefantes alineados a derecha e izquierda. Cuando celebró
su victoria sobre el Ponto, se advertía entre los demás ornamentos triunfales un
cartel con las palabras VENI, VIDI, VINCI (llegué, vi, vencí), que no expresaba
como las demás inscripciones los acontecimientos de la guerra, sino su rapidez.
XXXVIII. Además de los dos sestercios dobles que, al comienzo de la guerra
civil, había otorgado a cada infante de las legiones de veteranos a título de
botín, dióles veinte mil ordinarios, asignándoles también terrenos, aunque no
inmediatos para no despojar a los propietarios. Repartió al pueblo diez modios
de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos sestercios
que había ofrecido antes, añadiendo otros cien en compensación de la tardanza.
Perdonó los alquileres de un año en Roma hasta la cantidad de dos mil
sestercios, y hasta la de quinientos en el resto de Italia. Agregó a todo esto
distribución de carnes, y después del triunfo sobre España, dos festines
públicos, y no considerando el primero bastante digno de su magnificencia,
ofreció cinco días después otro más abundante.
XXXIX. También dio espectáculos de varios géneros: combates de gladiadores,
representaciones en todos los barrios de la ciudad, a cargo de actores de todas
las naciones y en todos los idiomas; dio, además, juegos en el circo, luchas de
atletas y un simulacro de combate naval. En el Foro combatieron entre los
gladiadores, Furio Leptinos de familia pretoria, y Q. Calpeno, que había formado
parte del Senado y defendido causas delante del pueblo. Los hijos de muchos
príncipes de Asia y de Bitinia bailaron la danza pírrica. El caballero romano
Décimo Liberio representó en los juegos una mímica de su composición,
percibiendo quinientos sestercios y un anillo de oro; pasando después desde la
escena, por la orquesta, a acomodarse entre los caballeros. En el circo
ensanchóse la arena por ambos lados; se abrió en torno un foso (el Euripo) (27),
que llenaron de agua, y muy nobles jóvenes corrieron en aquel recinto cuadrigas
y bigas, o saltaron en caballos amaestrados al efecto. Niños divididos en dos
bandos, según la diferencia de edad, ejecutaron los juegos llamados troyanos.
Dedicáronse cinco días a luchas de fieras, y últimamente se dio una batalla
entre dos ejércitos, en la que participaron quinientos peones, trescientos
jinetes y cuarenta elefantes. Con objeto de dejar a las tropas mayor espacio,
habían quitado las barreras del circo, formando a cada extremo un campamento.
Los atletas lucharon durante tres días en un estadio construido ex profeso en
las inmediaciones del campo de Marte. Abriese un lago en la Codeta menor, Y allí
entablaron combate naval birremes, trirremes y cuatrirremes tirias y egipcias
abarrotadas de soldados. El anuncio de estos espectáculos había atraído a Roma
abundante número de forasteros, la mayor parte de los cuales durmió en tiendas
de campaña, en las calles y plazas; muchas personas, entre ellas dos senadores,
fueron aplastadas o asfixiadas por la multitud.
XL. Dedicóse César entonces a la organización de la República; reformó el
calendario (28), tan desordenado por culpa de los pontífices y por el abuso,
antiguo ya, de las intercalaciones, que las fiestas de la recolección no
coincidían ya en verano, ni la de las vendimias en otoño; distribuyó el año
según curso del sol, y lo compuso de trescientos sesenta y cinco días, suprimió
el mes intercalario y aumentó un día a cada año cuarto. Para que este nuevo
orden de cosas pudiese dar principio en las calendas de enero del año siguiente,
agregó dos meses, entre noviembre y diciembre, teniendo, por lo tanto, este año,
quince meses, contando el antiguo intercalario que sucedía en él.
XLI. Completó el Senado (29); designó patricios, aumentó el número de pretores
(30), de ediles, de cuestores y de magistrados subalternos; rehabilitó a los que
habían despojado de su dignidad los censores o condenado los tribunales por
cohecho. Compartió con el pueblo el derecho de elección en los comicios; de modo
que, a excepción de sus competidores al consulado, los demás candidatos los
designaban a medias el pueblo y él. Los suyos los designaba en tablillas que
enviaban a todas las tribus, conteniendo esta breve inscripción: César,
dictador, a la tribu tal: os recomiendo a éste o aquél para que obtengan su
dignidad por vuestro sufragio. Admitió a los honores a los hijos de los
proscritos. Restringió el poder judicial a dos clases de jueces, a los senadores
y a los caballeros, y suprimió los tribunos del Tesoro, que formaban la tercera
jurisdicción. Formó el censo del pueblo, no de la manera acostumbrada ni en el
lugar ordinario, sino por barrios y según padrones de los propietarios de las
casas; redujo el número de los ciudadanos a quienes suministraba trigo el
Estado, de trescientos veinte a ciento cincuenta mil, y para que la formación de
estas listas no pudiese ser causa en el futuro de nuevos disturbios, decretó que
el pretor pudiese reemplazar, por medio de sorteo, con los que no quedaban
inscritos a los que fallecieran.
XLII. Se distribuyeron ochenta mil ciudadanos en las colonias de Ultramar, y
para que no quedase exhausta la población de Roma, decretó que ningún ciudadano
menor de veinte años y mayor de cuarenta, a quien no obligase cargo público,
permaneciese más de tres años seguidos fuera de Italia; que ningún hijo de
senador emprendiese lejanos viajes, si no era en unión o bajo el patronato de
algún magistrado; y, en fin, que los que criaban ganados tuviesen entre sus
pastores menos de la tercera parte de hombres libres en la pubertad. Concedió el
derecho de ciudadanos a cuantos practicaban la medicina en Roma o cultivaban las
artes liberales, con la intención de fijarlos de este modo en la ciudad y atraer
a los que estaban fuera. En cuanto a las deudas, en vez de conceder la
abolición, esperada y reclamada con constante afán, decretó que los deudores
pagarían según la estimación de sus propietarios y conforme a su importe antes
de la guerra civil, y que se deduciría del capital todo lo que se hubiese pagado
en dinero o en promesas escritas a título de usura, con cuya disposición se
anulaban cerca de la cuarta parte de las deudas. Disolvió todos los gremios, a
excepción de aquellos que tenían origen en los primeros tiempos de Roma. Aumentó
los castigos en cuanto a los crímenes, y como los ricos los cometían
frecuentemente, porque pagaban con el destierro sin que se les mermara su
caudal, decretó contra los parricidas, como refiere Cicerón, la absoluta
confiscación, y contra los demás criminales, la de la mitad de sus bienes.
XLIII. En la administración de justicia César fue celoso y severo. Privó del
orden senatorial a los convictos de concusión; declaró nulo el matrimonio de un
antiguo pretor que se había casado con una mujer al segundo día de separada de
su marido, aunque no se la sospechaba de adulterio. Estableció impuestos sobre
las mercancías extranjeras; prohibió el uso de literas, de la púrpura y de las
perlas, exceptuando a ciertas personas y edades; y en determinados días. Cuidó
principalmente de la observación de las leyes suntuarias; mandaba a los mercados
guardias que confiscaban los artículos prohibidos y los trasladaban a su casa, y
algunas veces, lictores y soldados iban a recoger en los comedores lo que había
escapado a la vigilancia de los guardias.
XLIV. Para la policía y ornato de Roma y para el engrandecimiento y seguridad
del Imperio, había concebido de día en día cada vez más numerosos y vastos
proyectos. Ante todo deseaba erigir un templo de Marte que fuese el mayor del
mundo, rellenando hasta el nivel del suelo el lago en que había dado el
espectáculo del combate naval, y un teatro grandísimo al pie del monte Tarpeyo;
quería reducir a justa proporción todo el derecho civil y compendiar en
poquísimos libros lo mejor y más indispensable del inmenso y difuso número de
leyes existentes; se proponía formar bibliotecas públicas griegas y latinas, lo
más nutridas posible, y encargar a M. Varrón el cuidado de adquirir y clasificar
los libros; se proponía secar las lagunas Pontinas, abrir salidas a las aguas
del lago Fucino, construir un camino desde el mar al Tíber a través de los
Apeninos, abrir el Istmo (de Corinto), reprimir a los dacios, que se habían
desparramado por el Ponto y Tracia; llevar después la guerra a los partos,
pasando por la Armenia Menor, no combatiéndolos en batalla campal sino después
de haberlos experimentado. En medio de estos proyectos y trabajos sorprendióle
la muerte; pero antes de hablar de ella no será inútil decir con brevedad algo
de su figura, aspecto, trajes y costumbres, como también de sus trabajos civiles
y militares.
XLV. Se afirma que César era de estatura elevada, blanco de tez, bien conformado
de miembros, cara redonda, ojos negros y vivos, temperamento robusto, aunque en
sus últimos tiempos le acometían repentinos desmayos y terrores nocturnos que le
turbaban el sueño. Experimentó también dos veces ataques de epilepsia, mientras
desempeñaba sus cargos públicos. Concedía mucha importancia al cuidado de su
cuerpo, y no contento con que le cortasen el pelo y afeitasen con frecuencia,
hacíase arrancar el vello, por lo que fue censurado, y no soportaba con
paciencia la calvicie, que le expuso mas de una vez a las burlas de sus
enemigos. Por este motivo, atraíase sobre la frente el escaso cabello de la
parte posterior; y también por lo mismo, de cuantos honores le fueron concedidos
por el pueblo y el Senado, ninguno le fue tan grato como el de llevar
constantemente una corona de laurel. Era también cuidadoso de su traje; usaba
lacticlavia guarnecida de franjas que le llegaban hasta las manos, poniéndose
siempre sobre esta prenda un cinturón muy flojo. Esta costumbre hacia exclamar
frecuentemente a Sila, dirigiéndose a los nobles: Desconfiad de ese joven tan
mal ceñido.
XLVI. Habitó al principio una modesta casa en la Subura (31), pero cuando le
nombraron pontífice máximo, se instaló en un edificio del Estado en la Vía
Sacra. Aseguran muchos que tuvo grandísima afición al lujo y magnificencia;
había hecho construir en Aricia una casa de campo, cuya edificación y ornamento
le había invertido sumas considerables, y dícese que ordenó demolerla, porque no
respondía a lo que esperaba, a pesar de que entonces era corta su fortuna y
había adquirido muchas deudas. En sus expediciones llevaba pavimentos de madera
y de mosaico para sus tiendas.
XLVII. Se asegura que le guió a Bretaña la esperanza de encontrar allí perlas, y
que se complacía en compararlas en tamaño y sospesarlas en la mano; que buscaba
con increíble avidez las piedras preciosas, esculturas, estatuas y cuadros
antiguos; que pagaba a precios exorbitantes los esclavos bellos y hábiles, y que
prohibía anotar estos gastos. Tanto le avergonzaban a él mismo.
XLVIII. Mientras gobernó en las provincias mantuvo siempre dos mesas, una para
su alta servidumbre y otra para los magistrados romanos y personas más
importantes del país. La disciplina doméstica en su casa era severísima, tanto
en las cosas pequeñas como en las grandes, y en una ocasión hizo encarcelar a su
panadero por haber servido a los convidados pan diferente del que le sirvió a
él; a un liberto a quien quería mucho le castigó con pena capital por haber
cometido adulterio con la esposa de un caballero romano, a pesar de que nadie
había entablado querella contra el.
XLIX. Su íntimo trato con Nicomedes constituye una mancha en su reputación, que
le cubre de eterno oprobio y por lo cual tuvo que sufrir los ataques de muchos
satíricos. Omito los conocidísimos versos de Calvo Lucinio:
Bithinia quicquid
et poedicator Cesaris umquam habuit (31 bis)
Paso en silencio las acusaciones de Dolabella y Curión, padre; en ellas
Dolabella le llama rival de la reina y plancha interior del lecho real, y Curión
establo de Nicomedes y prostituta bitiniana. Tampoco me detendré en los edictos
de Bíbulo contra su colega, en los que le trata de reina de Bitinia y en los que
le censura, a la vez, su antigua afición por un rey y por un reino ahora. M.
Bruto refiere que por esta época, un tal Octavio, especie de loco que decía
cuanto le venía en boca, dio a Pompeyo, delante de numerosa concurrencia, el
título de rey y a César, el de reina. C. Memmio le acusa de haber servido a la
mesa de Nicomedes, con los eunucos de este monarca, y de haberle presentado la
copa y el vino delante de numerosos convidados, entre los cuales se encontraban
muchos comerciantes romanos, cuyos nombres menciona. No satisfecho Cicerón con
haber escrito en algunas de sus cartas que César fue llevado a la cámara real
por soldados, que se acostó en ella cubierto de púrpura en un lecho de oro, y
que en Bitinia aquel descendiente de Venus prostituyó la flor de su edad, le
dijo un día en pleno Senado, mientras estaba César defendiendo la causa de Nisa,
hija de Nicomedes, y cuando recordaba los favores que debía a este rey: Omite,
te lo suplico, todo eso, porque demasiado sabido es lo que de él recibiste y lo
que le has dado. Y, finalmente, el día de su triunfo sobre las Galias, los
soldados, entre los versos con que acostumbran celebrar la marcha del
triunfador, cantaron los conocidísimos:
Gallias Caesar subegit, Nicomedes Cesarem.
Ecce Caesar nunc triumphat, que subegit Gallias:
Nicomedes non triumphat, que subegit Caesarem (32).
L. Tiénese por cierto que fue muy dado a la incontinencia y que no reparaba en
gastos para conseguir tales placeres, habiendo corrompido considerable número de
mujeres de familias distinguidas, entre las que se cita a Postumia, esposa de
Servio Sulpicio; a Lollia, de Aulo Gabinio; a Tertula, de M. Crasso, como
también a Mucia, de Cn. Pompeyo. Pero lo cierto es que los Curiones, padre e
hijo, y muchos otros, censuran a Pompeyo haber tomado por esposa, movido por la
ambición, repudiando otra que le había dado tres hijos, a la hija de aquel a
quien, en sus amargos recuerdos, acostumbraba a llamar nuevo Egisto. Pero a
ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que regaló durante su
primer consulado una perla que le había costado seis millones de sestercios, y a
la cual en la época de las guerras civiles, además de otras ricas donaciones,
hizo adjudicar a bajo precio las propiedades más hermosas que se vendieron
entonces en subasta (33). Ante la extrañeza que manifestaban muchos del bajo
precio en que se habían pagado, dijo sarcásticamente Cicerón: Para que
comprendáis bien la venta, se ha deducido la Tercia, aludiendo a que se decía
que Servilia favorecía el comercio de su hija Tercia con César.
LI. No guardó más respeto en las provincias de su mando al lecho conyugal, a
juzgar por los versos que cantaban en coro sus soldados el día de su triunfo
sobre las Galias:
Urbani, servade uxores, moechum calvum adducimus.
Aurum in gallia effutuisti: at hic sumsisti inutuum (34).
LII. Tuvo también amores con reinas, entre otras con Eunoé, esposa de Bagud, rey
de Mauritania, y a la que según refiere Nasón, hizo lo mismo que a su marido,
numerosos y ricos presentes; pero a la que más amó fue a Cleopatra, con la que
frecuentemente prolongó festines hasta la nueva aurora, y en nave suntuosamente
aparejada se hubiera adentrado en ellas desde Egipto a Etiopía si el ejército no
se hubiese negado a seguirle. Hízola venir a Roma, dejándola sólo marchar
después de haberla colmado de dones y haber consentido en que llevase su nombre
el hijo que tuvo de ella. Dijeron algunos escritores griegos que este hijo se
parecía a César en el rostro y la apostura M. Antonio aseguró en pleno Senado
que César le había reconocido, e invocó el testimonio de C. Mario, C. Oppio y
otros amigos de César; Pero C. Oppio refutó el aserto publicando un libro
intitulado: No es hijo de César el que Cleopatra dice serlo. Hervio Cinna,
tribuno del pueblo, manifestó a muchas personas que tuvo redactada y dispuesta
una ley, que César le mandó proponer en su ausencia, por la que se le permitía
casarse con cuantas mujeres quisiese para tener hijos. Tan desarregladas eran,
en fin, sus costumbres y tan ostensible la infamia de sus adulterios, que Curión
padre le llama en un discurso marido de todas las mujeres y mujer de todos los
maridos.
LIII. Ni sus propios enemigos niegan que fue hombre sobrio en el uso del vino.
Conocida es la frase de Catón: De cuantos han querido derribar la República,
solamente César fue sobrio. C. Oppio nos dice que era tan indiferente a la
calidad de los manjares, que habiéndole servido un día en convite aceite rancio
por fresco, César fue el único que no lo rechazó, y hasta repitió de él para que
no se creyese imputaba al anfitrión de descuido o grosería.
LIV
En efecto, en algunos escritos de su época está probado que siendo procónsul en
España recibió cantidades de los aliados, mendigadas por él mismo, como auxilio
para pagar sus deudas, y que entregó al pillaje muchas ciudades de Lusitania,
aunque no le opusieron resistencia, abriéndole las puertas a su llegada. En la
Galia saqueó las capillas y los templos de los dioses, repletos de ricas
ofrendas; y destruyó algunas ciudades, antes por rapiña que en castigo de
delitos; esta conducta le proporcionó mucho oro, que hizo vender en Italia y en
las provincias al precio de tres mil sestercios la libra. Durante su primer
consulado robó en el Capitolio tres mil libras de peso de oro, sustituyéndolas
con igual cantidad de bronce dorado. Vendió alianzas y reinos, obteniendo así
solamente de Ptolomeo, en su nombre y en el de Pompeyo, cerca de seis mil
talentos. Por lo demás, solamente a costa de sacrilegios y evidentísimas rapiñas
pudo subvenir a los enormes gastos de la guerra civil, de sus triunfos, y de los
espectáculos.
LV
En elocuencia y conocimientos militares igualó y hasta superó a los más famosos.
Por su acusación contra Dolabella fue considerado unánimemente entre los
primeros oradores. Cicerón, en su epístola a Bruto, cuando enumera los oradores,
dice que no ve a quién deba ceder César, y añade que en su elocuencia tiene
elegancia y brillantez; magnificencia y grandeza; y en otra a Comelio Nepote,
hablando de lo mismo, dice: ¿Qué orador te atreverías a anteponerle entre los
que solamente han cultivado este arte? ¿Quién le es superior en la abundancia y
finura del pensamiento? ¿Quién más elegante y distinguido en la expresión?
Parece que desde muy joven adoptó César el género de elocuencia de Strabon, y en
su Adivinación reprodujo, del discurso de este orador titulado Pro Sardis,
muchos párrafos literalmente. Dícese también que hablaba con sonora voz, y con
ademanes bellos y enérgicos. Ha dejado algunas oraciones, pero se le atribuyen
falsamente otras, y no sin razón consideraba Augusto la oración Pro Q. Metello
más bien como copia infiel de los escribientes,que no podían seguir la rapidez
de su dicción, que como obra publicada por él mismo. En muchos ejemplares veo
escrito en vez de Discurso en favor de Metelo, Escrito por cuenta de Metelo; sin
embargo, es César quien habla para defenderse, al mismo tiempo que Metelo, de
las acusaciones de sus comunes enemigos. Augusto duda también en atribuirle la
arenga A los soldados de España, aunque existen dos con este título, una como
pronunciada antes del primer combate y la otra antes del último; ahora bien,
Asinio Polión dice que en la última batalla el repentino ataque de los enemigos
no le dió tiempo para arengar.
LVI
Dejó también comentarios sobre sus campañas en las Galias y sobre la guerra
civil contra Pompeyo. En cuanto a la historia de las guerras de Alejandría,
Africa y España, ignórase quién sea el autor. Unos señalan a Opio y otros a
Hirtio, que habría completado también el último libro sobre la guerra con los
galos, que César dejó incompleto. Cicerón en su Epístola a Bruto, habla así de
los Comentarios: Sus Comentarios son dignos de todo elogio: el estilo es sobrio,
puro, elegante, despojado de toda pompa de lenguaje, como belleza desnuda: al
querer suministrar materiales dispuestos a los futuros historiadores, tal vez ha
hecho cosa agradable a los necios, que no dejaron de sobrecargar con frívolas
galas estas gracias naturales; pero ha quitado a los discretos hasta el deseo de
tratar este asunto. Hirtio dice también, hablando de los mismos Comentarios: Tan
reconocida es su superioridad, que parece que ha quitado, más bien que dado a
los histonadores la facultad de escribir después que él. Tenemos más motivos que
nadie para admirar este libro. Todos saben con cuánto talento y pureza está
escrito; nosotros sabemos, además, con cuánta facilidad y rapidez lo hizo.
Asinio Polión pretende que estos Comentarios no son siempre eXactos y fieles,
por haber consignado César con demasiada fe las acciones de los otros, y haber
alterado conscientemente o por falta de memoria la verdad de sus propios hechos;
según su opinión, César se proponía rehacer y corregir su obra. También dejó un
tratado en dos libros sobre la Analogia; otro, en igual número de libros,
llamado Anticatón, y un poema intitulado El viaje. El primero lo compuso al
pasar los Alpes para reunirse a su ejército, después de presidir los comicios de
la Galia Citerior; el segundo, en la época de la batalla de Munda; y el último
en los veinticuatro días que empleó para trasladarse desde Roma a la España
Ulterior. Existen también sus cartas al Senado, y parece que fue el primero en
escribir sus comunicaciones en hojas dobladas en forma de oficio, cuando hasta
entonces las habían escrito los cónsules y generales en toda la extensión de la
hoja. Consérvanse, en fin, sus cartas a Cicerón, y las que escribió a sus amigos
acerca de sus asuntos domésticos; para los asuntos secretos empleaba una especie
de cifra que hacia el sentido ininteligible, estando ordenadas las letras de
manera que no podía formarse ninguna palabra; y si alguno quisiera descifrarlas,
cambie el orden de las leocas, tomando la cuarta por la primera, esto es, d por
a, y así las demás. Cítanse también algunos escritos del tiempo de su niñez y de
su juventud: las Alabanzas de Hércules, una tragedia con el título de Edipo y
una Colección de frases notables. Augusto prohibió la publicación de estos
escritos en una carta, tan corta como sencilla, dirigida a Pompeyo Macer, a
quien tenía encargado el cuidado de las bibliotecas.
LVII
Era muy diestro en el manejo de las armas y caballos y soportaba la fatiga más
de lo que puede creerse: en las marchas precedía al ejército, algunas veces a
caballo, y con más frecuencia a pie, con la cabeza descubierta a pesar del sol y
de la lluvia. Salvaba largas distancias con increíble rapidez, sin equipaje, en
un carro de alquiler, recorriendo de esta manera hasta cien millas por día: si
le detenían ríos, los pasaba a nado o sobre odres henchidos, y con frecuencia se
adelantaba a sus correos.
LVIII
No podría afirmarse si en sus expediciones fue más cauto que audaz. Jamás llevó
su ejército a terreno propicio a emboscadas sin explorar previamente los
caminos, ni le hizo pasar a Bretaña hasta asegurarse por sí mismo del estado de
los puertos, del modo de navegación, y de los parajes que permitían el
desembarco. En cambio, este hombre tan precavido, enterado un día de que habían
asediado su campamento en Germania, se vistió con un traje galo y se reunió a su
ejército, atravesando el de los sitiadores. De la misma manera hizo en invierno
la travesía desde Brindis a Dirraquio, entre las flotas enemigas; y como no
llegaban, a pesar de sus frecuentes mensajes, las tropas que tenían orden de
seguirle, concluyó por montar una noche en una barquilla, cubierta la cabeza, y
ni se dió a conocer, ni permitió al piloto ceder a la tempestad, hasta un
momento en que iban a sumergirle las olas.
LIX
Los escrúpulos religiosos no le hicieron jamás abandonar ni diferir sus
empresas. Aunque la víctima del sacrificio escapase al sacrificador, no por eso
dejó de marchar contra Escipión y Juba. En otra ocasión, habiendo caído al
saltar del barco, tornó en favor suyo el presagio, exclamando: Ya eres mía,
Africa. Mas, para eludir los vaticinios que unían fatalmente en aquella tierra
las victorias al nombre de los Escipiones, tuvo constantemente en sus
campamentos un obscuro descendiente de la familia Cornelia, hombre abyecto y a
quien sus desarregladas costumbres habían hecho dar el apodo de Salviton.
LX
En cuanto a las batallas, no se guiaba solamente por planes meditados, sino que
también aprovechaba las oportunidades, ocurriendo muchas veces que atacaba
inmediatamente después de una marcha, o con tiempo tan espantoso que nadie podía
suponer que se hubiese puesto en movimiento; y solamente en los últimos años de
su vida fue más cauto en presentar batalla, convencido de que, habiendo
conseguido tantas victorias, no debía tentar a la fortuna, y de que menos
ganaría siempre con una victoria que perdería con una derrota. Nunca derrotó a
un enemigo sin apoderarse inmediatamente de su campamento, ni dejó que los
vencidos se repusieran del terror. Cuando la victoria era dudosa, hacía alejar
todos los caballos, empezando por el suyo, para imponer a los soldados la
necesidad de vencer, quitándoles todos los medios de huir.
LXI
Montaba un caballo extraordinario, cuyos cascos parecían pies humanos, porque
eataban cortados a manera de dedos; ese caballo había nacido en su casa,
prometiendo los augures a su dueño el imperio del mundo; por cuya razón le crió
con cuidadoso esmero, encargándose él mismo de domarlo, elevándole más adelante
una estatua delante del templo de Venus Genitriz.
LXII
Frecuentemente se le vió restablecer él solo su línea de batalla cuando
vacilaba, lanzarse delante de los fugitivos, detenerles bruscamente y
obligarles, con la espada a la garganta, a volver al enemigo; a pesar de que
algunas veces llegó a dominarles el terror en términos tales, que un
portaestandarte, detenido de esta manera, dirigió contra él la punta de su
enseña, y otro, cuya águila había cogido, se la dejó en las manos.
LXIII
En otras circunstancias dió muestras más brillantes aun de su valor. Después de
la batalla de Farsalia, habiendo mandado sus tropas al Asia, y pasando él en un
barquichuelo el estrecho de Helesponto, encontró a C. Casio, uno de sus
enemigos, con diez galeras de guerra, y lejos de huir, marchó hacia él, le
intimó la rendición y le recibió suplicante en su nave.
LXIV
En Alejandría atacó un puente, pero una brusca salida del enemigo le hizo saltar
a una barca, y precipitándose muchos contra él, se lanzó al mar, y recorrió a
nado el espacio de doscientos pasos hasta otra nave, sacando la mano izquierda
fuera del agua para que no se mojasen los escritos que llevaba, y apretando con
los dientes su manto de general para no dejar aquel despojo al enemigo.
LXV
No apreciaba al soldado por sus costumbres ni por su fortuna, sino solamente por
su valor, y le trataba unas veces con suma severidad y otras con grande
indulgencia. No siempre ni en todas partes era rígido, pero siempre se mostraba
severo delante del enemigo: en estos casos mantenía rigurosamente la disciplina;
no anunciaba a su ejército los días de marcha, ni los de combate, deseando que,
en continua espera de sus órdenes, estuviese siempre dispuesto a marchar a la
primera señal a donde le llevase. Muchas veces le ponía en movimiento sin
necesidad, especialmente los días festivos y lluviosos. En ocasiones daba orden
de que no le perdiesen de vista, y se alejaba de pronto, de día o de noche, y
forzaba el paso para cansar a los que le seguían sin alcanzarlo.
LXVI
Cuando a los ejércitos enemigos precedía temible fama, no tranquilizaba al suyo
negando ni despreciando las fuerzas contrarias, antes bien, las exageraba hasta
la mentira. Así, cuando la aproximación de Juba había puesto miedo en el corazón
de todos los soldados, reunióles y les dijo: Sabed que dentro de pocos días el
rey estará delante de vosotros con diez legiones, treinta mil caballos, cien mil
hombres de tropas ligeras y trescientos elefantes. Absténganse todos de
preguntas y conjeturas y descansen en mí, que conozco la verdad; de lo contrario
embarcaré a los noticieros en un barco viejo e irán a parar a donde les lleve el
viento.
LXVII
No siempre castigaba las faltas ni proporcionaba el castigo a los delitos; pero
era severísimo con los desertores y sediciosos, y suave con los demás. Algunas
veces, después de una gran batalla y una gran victoria, dispensaba a los
soldados de los deberes ordinarios y les permitía entregarse a todos los excesos
de una desenfrenada licencia, soliendo decir que sus soldados, aun perfumados,
podían combatir bien; en las arengas no les llamaba soldados, sino que empleaba
la palabra más lisonjera de compañeros; gustaba de verles bien vestidos, y les
daba armas adornadas con plata y oro, tanto para gala como para enardecerles en
el día del combate por el temor de perderlas. De tal manera les quería, que
cuando supo la derrota de Titurio se dejó crecer la barba y el cabello y no se
lo cortó hasta después de vengarle.
LXVIII
De esta manera les inspiró inquebrantable adhesión a su persona e invencible
valor. Al comenzar la guerra civil, los centuriones de cada legión se
comprometieron a suministrarle cada uno el equipo de un jinete, pagado de su
peculio particular, y todos los soldados quisieron servirle gratuitamente, sin
ración ni paga, debiendo atender los más ricos a las necesidades de los más
pobres. Durante aquella guerra tan larga ninguno le abandonó, y hasta muchos que
cayeron prisioneros rehusaron la vida que se les ofrecía a condición de volver
las armas contra él. Sitiados y sitiadores, con tanta paciencia soportaban el
hambre y las demás privaciones, que en el sitio de Dirraquio, habiendo visto
Pompeyo la especie de pan de hierba con que se alimentaban, dijo que tenía que
habérselas con fieras, y lo hizo desaparecer en seguida por temor de que aquel
testimonio de la paciencia y pertinacia de sus enemigos desconcertase a su
ejército. Prueba de su indomable valor es que, después del único revés que
sufrieron cerca de Dirraquio, pidieron castigo ellos mismos, y el general, antes
tuvo que consolarlos que castigarlos. En las demás batallas deshicieron
fácilmente, no obstante su inferioridad numérica, las innumerables tropas que se
les oponían. Una sola cohorte de la legión sexta, encargada de la defensa de un
fuerte, sostuvo durante algunas horas el ataque de cuatro legiones de Pompeyo y
sucumbió casi entera bajo una nube de flechas, encontrándose dentro del fuerte
ciento treinta mil de éstas. No asombrará tanta bravura si se consideran los
hechos aislados de algunos como el centurión Casio Sceva o el soldado C. Acilius.
Sceva, aunque le habían vaciado un ojo, y atravesado un muslo y un hombro, y
roto el escudo con ciento veinte golpes, permaneció firme en la puerta de un
fuerte cuya custodia se le había confiado. Acilio, en un combate naval cerca de
Marsella, imitó el memorable ejemplo que dió Cinegiro entre los griegos: con la
mano derecha cogió un barco enemigo, se la cortaron, pero no por eso dejó de
saltar al barco rechazando con el escudo cuanto se le oponía.
LXIX
No ocurrió sedición alguna en el ejército durante los diez años de guerra en las
Galias; algunas estallaron durante las civiles, pero las aplacó en seguida, con
autoridad más bien que con indulgencia. No cedió nunca ante los amotinados, sino
que constantemente marchó a su encuentro. En Placencia licenció ignominiosamente
toda la novena legión, aunque Pompeyo estaba aún en armas; y no sin gran
trabajo, después de numerosas y apremiantes súplicas y el castigo de los
culpables, consintió rehabilitarla.
LXX
Los soldados de la décima legión pidieron un día en Roma recompensas y licencia,
profiriendo terribles amenazas que exponían la ciudad a graves peligros, y a
pesar de que entonces estaba encendida la guerra en África, y aunque sus amigos
trataron en vano de retenerle, no vaciló en presentarse a los amotinados y
licenciarlos; pero con una Rola palabra, llamándoles ciudadanos en vez de
soldados, cambió por completo sus disposiciones. Somos soldados, exclamaron en
seguida y le siguieron a África a pesar de su rechazo, lo cual no impidió
castigase a los instigadores con la pérdida de la tercera parte del botín y de
las tierras que les estaban destinadas.
LXXI
Desde su juventud brilló por su celo y fidelidad para con sus clientes. Defendió
a Masinta, joven de familia distinguida, contra el rey Hienipsal, y con tanta
energía, que en el calor de la discusión cogió por la barba a Juba, hijo de este
rey; y declarado su cliente tributario del rey, arrancóle de manos de los que lo
llevaban y le ocultó durante largo tiempo en su casa; en fin, cuando partió para
España, al cesar en la pretura, llevóle en su litera, bajo la protección de sus
lictores y de numerosos amigos.
LXXII
Con tantas consideraciones y bondad trató siempre a sus amigos, que habiendo
caído repentinamente enfermo C. Opio, que le acompañaba por un camino agreste y
difícil, le cedió la única cabaña que encontraron y se acostó él en el suelo a
la intemperie. Cuando consiguió el poder soberano, elevó a los primeros honores
a algunos hombres de baja condición, y cuando se lo censuraron, contestó: Si
bandidos y asesinos me hubiesen ayudado a defender mis derechos y dignidad, les
mostraría igualmente mi agradecimiento.
LXXIII
Nunca, por otra parte, concibió enemistades tan hondas que no las desechase al
presentarse ocasión. C. Memio le había atacado en sus discursos con
extraordinaria vehemencia, contestándoJe por escrito César con igual aspereza;
y, sin embargo, poco después le ayudó con toda su influencia a conseguir el
consulado. C. Calvo le había dirigido epigramas difamatorios, y cuando pretendía
reconciliarse con él por la mediación de algunos amigos, él mismo se adelantó a
escribirle. Confesaba que Valerio Catulo, en sus versos sobre Mamurra, le había
marcado con eterno estigma, y en el mismo día en que le dió satisfacción, le
admitió a su mesa, sin haber roto nunca sus relaciones de hospitalidad con el
padre del poeta.
LXXIV
Era por naturaleza dulce, hasta en las venganzas. Cuando se apoderó de los
piratas, de quienes fue prisionero, y a quienes en aquella situación juró
crucificar, no les hizo clavar en este instrumento de suplicio hasta después de
estrangularlos. Jamás quiso vengarse de Cornelio Fagita, que le había preparado
todo linaje de asechanzas en la época en que para librarse de Sila se veía
obligado, aunque enfermo, a cambiar todas las noches de asilo, y que sólo había
cesado de inquietarle mediante el pago de una suma. A Filemón, esclavo y
secretario suyo, que había prometido a sus enemigos envenenarle, no le impuso
otro castigo que la muerte, cuando podía someterlo a tormentos espantosos.
Llamado como testigo contra P. Clodio, acusado de sacrilegio y convicto de
adulterio con su esposa Pompeya, aseguró no haber visto nada, aunque su madre
Aurelia y su hermana Julia habían declarado a los jueces toda la verdad; y como
se le preguntaba por qué, pues, había repudiado a Pompeya, contestó: Es
necesario que los míos estén tan exentos de sospecha como de crimen.
LXXV
Pero deben admirarse principalmente su moderación y su clemencia durante la
guerra civil y después de sus victorias. Había dicho Pompeyo que consideraría
enemigos a los que no defendiesen la República, y César declaró que tendría por
amigos a los que permaneciesen neutrales entre los dos partidos; y a aquellos a
quienes había dado grados por recomendación de Pompeyo, les autorizó a pasar al
ejército de su rival. En el sitio de Ilerda trabáronse amistosas relaciones
entre los dos ejércitos, a favor de las negociaciones que entablaron los jefes
para la rendición de la plaza; pero abandonando repentinamente el proyecto
Afranio y Petreyo, hicieron pasar a cuchillo a los soldados de César que se
encontraban en su campamento, no conSiguiendo este acto de perfidia arrastrarle
a las represalias. En la batalla de Farsalia mandó que no se hiciese daño a los
ciudadanos, y acordó a cada soldado de su partido la gracia de un prisionero, a
elección suya. No se sabe tampoco que ningún enemigo suyo pereciera más que en
el campo de batalla, exceptuando Afranio, Fausto y el joven L. César, y hasta se
cree que éstos no murieron por orden suya, a pesar de que los dos primeros se
habían rebelado contra él después de haber obtenido el perdón, y el tercero
había hecho perecer cruelmente por el hierro y el fuego los esclavos y libertos
de su bienhechor, mandando degollar a las fieras que César había comprado para
los espectáculos romanos. Finalmente, en los últimos tiempos permitió a todos
los que no habían obtenido gracia todavía, regresar a Italia y aspirara
magistraturas y mandos. Levantó de nuevo las estatuas de Sila y de Pompeyo, que
el pueblo había derribado. Cuando sabía que se tramaba contra él algún proyecto
siniestro o que hablaban mal, prefería contener a los culpables a castigarlos.
Así es que, habiendo descubierto conspiraciones y reuniones nocturnas, limitó su
venganza a declarar, por medio de un edicto, que las conocía; y a los que le
ultrajaban en discursos, se contentaba con aconsejarles públicamente que no
continuasen, llegando a sufrir, sin quejarse, que Aulo Cecino quebrase su
reputación en un libelo injurioso, y Pitolao en un poema difamatorio.
LXXVI
Impútansele, sin embargo, acciones y palabras que demuestran el abuso del poder
y que parecen justificar su muerte. No contento con aceptar honores excesivos,
como varios consulados seguidos, la dictadura perpetua, la prefectura de las
costumbres, el título de emperador, el sobrenombre de Padre de la patria, una
estatua entre las de los reyes, un estrado en la orquesta, consentía, además,
que le decretasen otros superiores a la medida de las grandezas humanas; tuvo
silla de oro en el Senado y en su tribunal; en los juegos del circo un carro en
el que se llevaba religiosamente su retrato; templos y altares y estatuas al
lado de las de los dioses; como éstos tuvo lecho sagrado; un flamen, sacerdotes
lupercos, y, en fin, el privilegio de dar su nombre a un mes del año. No hubo
distinciones que no recibiese según su capricho y que no diese de la misma
manera. Cónsul por tercera y por cuarta vez, limitóse a llevar el título,
contentándose con ejercer la dictadura que le habían concedido al mismo tiempo y
designó dos cónsules suplentes para los tres últimos meses de estos dos años,
durante los cuales no reunió los comicios más que para la elección de tribunos y
ediles del pueblo. Estableció prefectos en lugar de pretores, para que
administrasen los intereses de la ciudad en su ausencia. Habiendo muerto
repentinamente un cónsul la víspera de las calendas de enero, revistió con la
dignidad vacante, por las pocas horas que quedaban, al primero que la solicitó.
Con igual desprecio de las leyes y costumbres patrias estableció magistraturas
para muchos años, concedió insignias consulares a dos antiguos pretores, elevó a
la dignidad de ciudadanos y hasta de senadores a algunos galos semibárbaros. En
fin, dió la intendencia de la moneda y de las rentas públicas a esclavos de su
casa, y abandonó el cuidado y mando de tres legiones que dejó en Alejandrfa a
Rufión, hijo de un liberto suyo y compañero de orgías.
LXXVII
Públicamente solía pronunciar palabras que, como dice T. Ampio, no muestran
menos orgullo que sus actos: La República es una palabra vana, sin realidad ni
valor. Sila ignoraba la ciencia del gobierno, porque depuso la dictadura. Los
hombres debían hablarle en adelante con más respeto y considerar como leyes lo
que dijese. Llegó a tal punto de arrogancia, que respondió a un augur que le
anunciaba tristes presagios después de un sacrificio, porque no se había
encontrado corazón en la víctima, que serían los vaticinios más dichosos cuando
quisiese, y que no se debía mirar como prodigio una bestia sin corazón.
LXXVIII
Pero lo que le atrajo odio violentísimo e implacable fue lo siguiente. Habiendo
marchado los senadores en corporación a presentarle decretos muy lisonjeros para
él, les recibió sentado delante del templo de Venus Genitriz. Dicen algunos
escritores que Cornelio Balbo le retuvo cuando iba a levantarse; otros que ni
siquiera se movió, y que habiéndole dicho C. Trebacio que se pusiese en pie, le
dirigió severa mirada. Este desaire pareció tanto más intolerable cuanto que él
mismo, en uno de sus triunfos, mostró profunda indignación cuando al pasar su
carro por delante de las sillas de los tribunos, uno de ellos, Poncio Aquila,
permaneció sentado, llegando a exclamar: Tribuno Aquila, pídeme la República"; y
durante muchos días no prometió nada a nadie sin añadir esta condición irónica:
Por supuesto, si lo permite Poncio Aquila.
LXXIX
A este grave ultraje inferido al Senado añadió un rasgo de orgullo más ofensivo
aun. Regresaba a Roma, después del sacrificio acostumbrado de las ferias
latinas, cuando en medio de las extraordinarias e insensatas aclamaciones del
pueblo, un hombre se destacó de la multitud y colocó sobre su estatua una corona
de laurel, atada con una cinta blanca. Los tribunos Epidio Marullo y Cesesio
Flavo mandaron quitar la corona y redujeron a prisión al que la puso; pero
viendo César que aquella tentativa de realeza había tenido tan mal éxito, o como
pretendía que le había privado de la gloria de rehusarla, apostrofó duramente a
los tribunos y les despojó de su autoridad; mas no pudo librarse de la censura
deshonrosa de haber ambicionado la dignidad real, aunque respondió un día al
pueblo, que le saludaba con el nombre de rey: Soy César y no rey, y a pesar de
que en las fiestas lupercales rechazara e hiciese llevar al Capitolio, a la
estatua de Júpiter, la diadema que con insistencia quiso el cónsul Antonio
colocarle en la cabeza en la tribuna de las arengas. Sobre este asunto propagóse
un rumor que adquirió bastante consistencia, asegurándose que pensaba trasladar
a Alejandro o a Troya la capital y fuerzas del Imperio, después de dejar
exhausta la Italia con levas extraordinarias, y haber encargado a sus amigos el
gobierno de Roma; añadiendo que en la primera reunión del Senado el
quindecenviro L. Cota debía proponer que se diese a César el título de rey,
puesto que estaba escrito en los libros del destino que solamente un rey podía
vencer a los partos.
LXXX
Temiendo los conjurados verse obligados a dar su asentimiento a esta
proposición, creyeron necesario apresurar la ejecución de su empresa.
Reuniéronse, por tanto, y agruparon en un solo plan los que antes se habían
convenido aisladamente en grupos de dos o tres personas; el pueblo se encontraba
descontento del estado de los negocios, mostrando en toda ocasión su repugnancia
a la tiranía, y pedía abiertamente libertadores. Cuando se concedió a
extranjeros el título de senadores, por todas partes se fijaron pasquines: Salud
a todos: prohíbese mostrar a los nuevos senadores el camino del Senado; y se
cantó también por las calles:
Gallos Casar in triumphum ducit. idem in curiam.
Galli bracas deposuerunt, latum clavum sumpserunt (4).
Habiendo anunciado el lictor en el teatro, según costumbre, la entrada del
cónsul Q. Máximo, que César había sustituído por tres meses, gritáronle por
todos lados que no era cónsul. Después de la destitución de los tribunos Casecio
y Marullo, en la primera reunión de los comicios aparecieron muchos boletines
que les nombraban cónsules. Al pie de la estatua de L. Bruto escribieron: ¡Ojalá
viviese! y bajo la de César:
Brutus, quia reges ejecit, consul primus factus est:
Hic, quia consules ejecit, rex postremo factus est (5).
El número de conjurados se elevaba a más de sesenta, siendo C. Casio y Marco y
Décimo Bruto jefes de la conspiración. Éstos deliberaron primeramente si,
dividiendo sus fuerzas, le precipitarían unos desde el puente durante los
comicios del campo de Marte, en el momento en que convocase las tribus para las
elecciones, esperándole los otros abajo para asesinarle, o bien si le atacarían
en la Vía Sacra o a la entrada del teatro; pero habiéndose acordado para los
idus de marzo una reunión del Senado en la sala de Pompeyo, convinieron por
unanimidad no buscar momento ni paraje más oportunos.
LXXXI
Prodigios evidentes anunciaron a César su próximo fin. Pocos meses antes los
colonos a quienes la ley Julia había otorgado tierras en Capua, queriendo
construir casas de campo. destruyeron antiquísimos sepulcros, y con tanto más
afán, cuanto que solían encontrarse en las excavaciones vasos de trabajo
sumamente antiguo. En un sepulcro en que se decía descansaban los restos de
Capys, fundador de Capua, hallaron una plancha de bronce que conservaba en
caracteres y palabras griegas la siguiente inscripción: Cuando se descubran las
cenizas de Capys, un descendiente de lulo perecerá a manos de sus parientes, y
muy pronto quedará vengado por las desgracias de Italia; y para que no se crea
que esto es fábula inventada a capricho. citaré en mi apoyo a Comelio Balbo,
íntimo amigo de César. Pocos días antes de su muerte supo que los caballos que
había consagrado a los dioses antes de pasar el Rubicón y que había dejado vagar
sin amo, se negaban a comer y lloraban; y por su parte, el arúspice Espurina le
advirtió durante un sacrificio que se preservase del peligro que le amenazaba
para los idus de marzo. La víspera de estos mismos idus, habiendo entrado en la
sala del Senado llamada de Pompeyo un reyezuelo con una ramita de laurel en el
pico, aves de diferentes clases, salidas de un bosque vecino, se lanzaron sobre
él. y lo despedazaron. En fin, la noche que precedió al día de su muerte,
parecióle en sueños que se remontaba sobre las nubes y ponía su mano en la de
Júpiter; y su esposa Calpumia soñó a su vez que se desplomaba el techo de su
casa y que mataban a su esposo en sus brazos, y las puertas de su habitación se
abrieron violentamente por sí mismas. Todos estos presagios y su mala salud le
hicieron vacilar por largo tiempo acerca de si permanecería en su casa,
aplazando para otro día lo que había propuesto al Senado; pero habiéndole
exhortado Décimo Bruto a no hacer esperar en vano a los senadores, que estaban
reunidos desde temprano, salió hacia la hora quinta. Un desconocido le presentó
en el camino un escrito en el que le revelaba la conjuración; cogióle y lo unió
a los demás que llevaba en la mano izquierda, como para leerlo más tarde. Las
muchas víctimas que inmolaron en seguida dieron presagios desfavorables; pero
despreciando los escrúpulos religiosos, entró en el Senado y dijo burlándose a
Espurina que eran falsas sus predicciones porque habían llegado los idus de
marzo sin traer ninguna desgracia, contestando éste que sí habían llegado, pero
que aún no habían pasado.
LXXXII
En cuanto se sentó, lo rodearon los conspiradores so pretexto de saludarle, y en
el acto, Cimber Tilio, que se había encargado de comenzar, se le acercó como
para dirigirle algún ruego; pero negándose a escucharle e indicándole con el
gesto que dejase su petición para otro momento, éste lo cogió de la toga por
ambos hombros, y al exclamar César: Esto es violencia, uno de los Casio, que
estaba a su espalda, le hirió algo más abajo de la garganta. César le tomó el
brazo, se lo atravesó con el punzón y quiso levantarse, pero le detuvo otra
herida. Viendo entonces puñales levantados por todas partes, envolvióse la
cabeza en la toga, y con la mano izquierda se bajó los paños sobre las piernas,
a fin de caer con más decencia, teniendo oculta la parte inferior del cuerpo.
Recibió veintitrés heridas, y solamente a la primera lanzó un gemido, sin
pronunciar palabra. Sin embargo, algunos dicen que al ver acercarse a M. Bruto,
le dijo: ¡Tú también, hijo mío!. En cuanto murió, huyeron todos, quedando por
algún tiempo tendido en el suelo, hasta que al fin tres esclavos le llevaron a
su casa en una litera, de la que pendía un brazo. Según testimonio del médico
Antistio, entre tantas heridas, solamente era mortal la segunda, recibida en el
pecho. Los conjurados intentaban arrastrar su cadáver al Tíber, confiscar sus
bienes y anular sus actos; pero el temor que les infundiera el cónsul M. Antonio
y Lépido, jefe de la caballería, les hizo desistir de su intento.
LXXXIII
A petición de su suegro L. Pisón, abrióse su testamento, y se leyó en casa de
Antonio. César lo había hecho en los últimos idus de septiembre, en su propiedad
de Labico, encargando después su custodia a la Gran Vestal. Dice Q. Tuberón que
en todos los que hizo desde su primer consulado hasta el principio de la guerra
civil, instituía heredero a Cn. Pompeyo, y que lo había dicho así en sus arengas
al ejército. Pero en el último instituía tres herederos, que eran los nietos de
sus hermanas, a saber, Q. Octavio en las tres cuartas partes, y L. Pinario con
Q. Pedio en la restante, en la última cláusula adoptaba a C. Octavio y le daba
su nombre; nombraba tutores de su hijo, para el caso en que naciese alguno, a la
mayor parte de los que le hirieron, estando Décimo Bruto inscripto en la segunda
clase de sus herederos. Legaba, en fin, al pueblo romano sus jardines cerca del
Tíber y trescientos sestercios por cabeza.
LXXXIV
Fijado el día de sus funerales, se preparó la pira en el campo de Marte, al lado
de la tumba de Julia, y se construyó delante de la tribuna de las arengas una
capilla dorada, según el modelo del templo de Venus Genitriz: en ella colocaron
un lecho de marfil cubierto de púrpura y oro, y a la cabecera de este lecho un
trofeo; con el vestido que llevaba al ser asesinado. No creyéndose sufíciente el
día para el solemne desfile de los que querían llevar presentes fúnebres,
decidióse que cada cual iría, sin observarse orden alguno y por el camino que
quisiese, a depositar sus dones en el campo de Marte. En los juegos fúnebres se
cantaron versos encaminados a inspirar piedad hacia el muerto y odio a los
asesinos, versos tomados de Pacuvio en su Juicio de las Armas:
Men servasse, ut essent qui me perderenti (6)
y otros de la Electra de Atilio, que podían ofrecer iguales alusiones. A manera
de elogio fúnebre, el cónsul Antonio hizo que un heraldo leyese los
senadoconsultos que otorgaban a César todos los honores divinos y humanos, y
además, el juramento que obligaba a todos los senadores a defender la vida de
César, añadiendo por parte suya muy pocas palabras. Magistrados en ejercicio o
que acababan de cesar en sus cargos, llevaron el lecho al Foro. delante de la
tribuna de las arengas. Querían unos que se quemase el cadáver en el templo de
Júpiter Capitolino; otros, en la sala de Pompeyo; mas de pronto, dos hombres,
que llevaban espada al cinto y dos dardos en la mano, le prendieron fuego con
antorchas, y en seguida todos comenzaron a arrojar leña seca, las sillas de las
tribunas de los magistrados y cuanto se encontraba al alcance de la mano; en
seguida los flautistas y cómicos, que para aquella solemnidad habían revestido
los trajes dedicados a las pompas triunfales, se despojaron de ellos, los
hicieron pedazos y arrojaron a las llamas; los legionarios veteranos arrojaron
de igual manera las armas con que se habían adornado para los funerales, y la
mayor parte de las matronas lanzaron a su vez joyas y hasta las bulas y
pretextas de sus hijos. Multitud de extranjeros tomó parte en aquel duelo
público, acercándose sucesivamente a la hoguera y mostrando cada uno su dolor a
la manera de su país, notándose principalmente a los judíos, que velaron durante
muchas noches junto a las cenizas.
LXXXV
En cuanto terminaron los funerales, corrió el pueblo con antorchas a las casas
de Bruto y Casio, siendo rechazado con gran trabajo: en su camino encontró a
Helvio Cinna, y a consecuencia de un error de nombre, tomándole por Cornelio, a
quien odiaba por haber pronunciado el día anterior un discurso vehemente contra
César, lo mató y paseó su cabeza clavada en una pica. Más adelante se alzó en el
Foro una columna de mármol de Numidia, de una sola pieza y de más de veinte pies
de altura, con esta inscripción: Al padre de la patria, y por largo tiempo fue
costumbre ofrecer sacrificios al pie de ella, hacer votos y terminar ciertas
diferencias jurando por el nombre de César.
LXXXVI
César hizo sospechar a algunos parientes suyos que no quería vivir más y que
veía declinar su salud, motivo por el cual creían que había despreciado los
presagios religiosos y los consejos de sus amigos. Otros opinan que
tranquilizado por el último senadoconsulto y por el juramento prestado a su
persona, había despedido a la guardia española que le seguía espada en mano.
Otros, por el contrario, le atribuyen la idea de que prefería sucumbir en una
asechanza de sus enemigos a tener que temerlas continuamente. En opinión de
algunos, acostumbraba decir que su conservación interesaba más a la República
que a él mismo; que había adquirido para ella desde muy antiguo gloria y
poderío; pero que la República, si él pereciera, no tendría tranquilidad y
caería en los espantosos males de la guerra civil.
LXXXVII
Pero generalmente convienen todos en que su muerte fue, sobre poco más o menos,
como él la había deseado. Porque leyendo un día en Jenofonte que Ciro, durante
su última enfermedad, dió algunas órdenes relativas a sus funerales, mostró su
aversión por aquella muerte tan lenta, y manifestó deseos de que la suya fuese
rápida. La misma víspera del día en que pereció, cenaba en casa de M. Lépido, y
habiéndosele preguntado cuál era la muerte más apetecible, contestó: La
repentína e inesperada.
LXXXVIII
Sucumbió a los cincuenta y seis años, y se colocó en el número de los dioses, no
solamente por decreto, sino también por el vulgo, que estaba persuadido de su
diVinidad. Durante los juegos que había prometido celebrar y que dió por él su
heredero Augusto, apareció una estrella con cabellera, que se presentó hacia la
hora undécima, brillando durante siete días consecutivos; se creyó así que era
el alma de César recibida en el cielo, siendo ésta la razón de representarle con
una estrella sobre la cabeza. Mandóse tapiar la puerta de la sala donde le
mataron; llamóse día parricida los idus de marzo, y prohibióse para siempre que
se reuniesen los senadores en este día.
LXXXIX
Casi ninguno de sus asesinos le sobrevivió más de tres años, ni murió de muerte
natural. Condenados, perecieron todos de diferentes maneras; unos en naufragios,
otros en combates y algunos se clavaron el mismo puñal con que habían herido a
César.
(1) Opinan los eruditos que existe aquí una laguna, Suetonio debía según
ellos, dar detalles de la infancia de César.
2) Asegura Waseling que Cesar fue nombrado sacerdote de Júpiter en el año 667, o
sea, a la edad de trece años; Veleyo Patérculo asegura, por su parte, que Cesar,
apenas acababa de salir de la infancia, paene puer a Mario Cinnaque flamen
diales creatus. Tal vez Suetonio quiera significar que lo era ya cuando repudió
a Cossutia. Los distintivos del flamen dialis o sacerdote de Júpiter eran un
líctor, la silla curul y la toga pretexta. Por su cargo podía entrar en el
Senado, y nadie podía trabajar en su presencia. A la salida le precedía un ujier
(proclamator) encargado de advertir a los obreros para que suspendiesen sus
trabajos. Eran elegidos siempre de entre los patricios, de igual modo que los
sacerdotes de Marte y de Rómulo. El cargo de sacerdote de Júpiter era una de las
altas dignidades del Imperio, no obstante las obligaciones y enojosas
restricciones que comportaban. En ningún caso podía, por ejemplo, servirse de
caballo; tampoco pasar la noche fuera de la ciudad. Su esposa (flamínica) estaba
asimismo sometida a especiales obligaciones, pero su esposa no podía repudiarla,
y si moría, el flamin tenía que renunciar a su cargo, pues no podía sin ella
realizar ciertas ceremonias religiosas. Cesar no había tomado posesión del cargo
y pudo así repudiar a su esposa, como Sila despojarle del sacerdocio.
(3) Sabido es el gran respeto que inspiraba la intervención de las vírgenes
vestales las cuales tenían incluso el derecho de indultar al criminal de la pena
que se le había impuesto, si por casualidad le encontraban a su paso.
(4) Ya desde mucho antes había adivinado Sila a César, pues viendole como por
verdadera o fingida dejadez, apenas se ceñía la lacticlavia en el cinturón, no
cesaba de decir a los nobles:
“Guardaos de ese joven del cinturón flojo”.
Más de veinte años después, cuando los proyectos de Cesar no eran ya un secreto
para nadie, todavía sus afeminados modales engañaban a Cicerón, que decía: “Veo
claramente miras tiránicas en todos sus actos y proyectos, pero cuando contemplo
sus cabellos tan artísticamente peinados, cuando le veo rascarse la cabeza con
la punta del dedo -costumbre muy a menudo censurada a los elegantes de Roma- no
puedo creer que medita el terrible designó de derribar a la República”. Y cuando
al fin se hizo dueño de todo, el gran orador contestaba sonriendo a los que le
reconvenían por su escasa perspicacia: “¿Qué queréis? Me engañó su cinturón”.
(5) Durante toda su vida se le reprobó por todos este vergonzoso comercio en
versos, en edictos en el Senado, en la tribuna de las arengas y hasta en las
canciones de los soldados.
(6) La recompensa militar más preciada, y se concedía por haber salvado a un
ciudadano. El que la había obtenido la llevaba en el teatro, donde se sentaba
entre los senadores; a su entrada les espectadores se levantaban
respetuosamente.
(7) Plutarco relata el hecho más extensamente. Véase la Vida de Cesar en las
Vidas Paralelas de aquel célebre escritor publicadas en nuestra Colección.
(8) En cada legión figuraban seis tribunos militares que mandaban bajo las
ordenes de los cónsules uno después de otro, ordinariamente durante tres meses.
En el campo de batalla el tribuno mandaba centurias o sea mil hombres.
(9) En el año 360 de Roma establecióse la costumbre de ensalzar en publico a la
mujer que moría en avanzada edad en recompensa de haber dado en otro tiempo
cuanto oro tenía, a fin de completar la cantidad que había de pagarse a los
galos por el rescate de Roma. Hasta entonces se reservó este honor a los
hombres. “Pero -dice Plutarco- tal costumbre no alcanzaba a las mujeres jóvenes,
siendo César el primero que pronunció la oración fúnebre de su esposa muerta muy
joven. Esta novedad le hizo honor, le granjeó el favor del público y le hizo
querido al pueblo, que vio en aquella sensibilidad una prueba de sus suaves y
honradas costumbres.”
(10) Los cuestores (cuyo número elevo Sila de 8 a 20 y Cesar a 40) eran los
recaudadores generales, los tesoreros de la República. Marchaban anualmente a
las provincias, acompañado cada uno de un cónsul, un procónsul o un pretor,
después del cual poseían la autoridad principal. Cuando dejaba éste la
provincia, generalmente desempeñaba sus funciones el cuestor; este cobraba, en
efecto, las contribuciones y tributos, hacia vender el botín y cuidaba de las
provisiones. Iba precedido de lictores con fasces, cuando menos en su provincia
y su oficio, considerado como el primer paso en la carrera de los honores, daba
entrada en el Senado.
(11) Según Plutarco, no fue la vista de una estatua de Alejandro sino la lectura
de la vida de este príncipe, la que hizo derramar lágrimas a Cesar Plutarco
refiere, por otra parte, este hecho al tiempo de la pretura de Cesar en España,
y no a su cuestura, como Suetonio. Las palabras de Cesar dan, sin embargo,
la razón a Suetonio, ya que en el tiempo de su pretura tenía treinta y siete
arios, y en el de la cuestura treinta y tres, que fueron los que vivió
Alejandro.
(12) Según Plutarco, Cesar tuvo este sueño en la noche que precedió al paso del
Rubicón, o sea, dieciocho años más tarde.
(13) El pontífice máximo era elegido por el pueblo. Habitaba en un edificio
publico; su cargo era inamovible y su autoridad. puede decirse que ilimitada.
Según el testimonio de Dionisio de Halicarnaso. no daba cuenta, en efecto, de su
conducta ni al Senado ni al pueblo, y estaba encargado de juzgar todas las
causas relativas a las cosas sagradas. Su presencia era indispensable en las
solemnidades públicas, en los juegos o espectáculos dados por los magistrados,
cuando dirigían plegarias a los dioses, cuando dedicaban sus templos etc.
También en ocasiones, el pontífice máximo y su colega tenían derecho de vida y
muerte, pero el pueblo podía revisar la sentencia.
(14) Los pretores se elegían en los comicios y por centurias, con las mismas
solemnidades que los cónsules y no tenían más superiores que estos magistrados
cuyas funciones desempeñaban algunas veces. Presidian las asambleas del pueblo,
y en caso de necesidad, podían convocar el Senado, en el que emitían su voto
después de los varones consulares. Daban también juegos públicos. Para la
administración de justicia, eran ellos los encargados de nombrar los jueces o un
jurado, y pronunciaban la sentencia. Generalmente tenían su tribunal en el Foro,
honor de que no gozaban los magistrados inferiores, y delante de ellos se alzaba
una lanza y una espada. En Roma los precedían dos lictores con fasces y seis
fuera de la ciudad. Los acompañaban asimismo ministro o alguaciles (ministri
apparitores), secretarios (escribas) que transcribían sus sentencias, ujires (accensi)
encargados de las citaciones. No hubo primero más que dos pretores: uno (urbanus)
para los ciudadanos, y otro (peregrinus) para los extranjeros. Cuando la Sicilia
y la Cerdeña fueron reducidas a provincias, se crearon otros dos para que
mandasen en ellas. La conquista de las Espafias (Citerior y Ulterior) dio
ocasión, asimismo, al nombramiento de otros dos. Dos de estos seis magistrados
permanecieron en Itoma y los otros cuatro en las provincias, que la suerte y el
Senado repartía entre ellos. Cesar fue enviado a la España Ulterior.
(14 bis). Plutarco cita un hecho que prueba, por el contrario que, no obstante
el peligro que había corrido, César volvió al Senado para justificarse de las
sospechas que contra el se habían concebido, recibiendo violentas
reconvenciones. Como la sesión se prolongase mas de lo ordinario, el pueblo
acudió en masa, rodeó al Senado vociferando y pidió entre amenazas que dejasen
salir a Cesar. Temió Catón que el populacho de Roma, que había puesto en Cesar
todas sus esperanzas, pasase a mayores y aconsejo al Senado se le hiciese
mensualmente una distribución de trigo, que sólo había de aumentar los gastos
ordinarios del año en 5.500.000 sestercios. Esta prudente política desvaneció
por el momento el terror del Senado, debilito y hasta anuló gran parte de la
influencia de Cesar, en un tiempo en que la autoridad de la pretura iba a
hacerla mucho más peligrosa. (Véase en Plutarco. La Vida de Cesar.)
(15) El Capitolio, incendiado en tiempo de Sila, en 671, fue reconstruido y
dedicado por Lutacio Catulo.
(16) Estaba éste en el número de los conjurados. Comunico primero la trama a su
amante Fulvia que habló de ella enterandose asimismo de su proyecto de asesinato
contra él.
(17) Vease en Plutarco la narración de los hechos acaecidos a César durante su
gobierno en España.
(18) Autor de la historia de la guerra itálica y de las civiles de Mario -que
estaba componiendo entonces-; cinco años después le dirigió Cicerón la bella y
famosa carta en la que le ruega que escriba la historia de su consulado.
(19) Este tráfico de votos, prohibido por las leyes era, sin embargo, tolerado,
y los ciudadanos no vendían solo su voto, sino que incluso sostenían a pedradas
y cuchilladas al que les había pagado.
(20) Dentro de la ciudad precedían sólo a uno de los consules doce lictores con
las hachas y fasces, disfrutando alternativamente de este cortejo cada mes. Un
oficial público llamado accensus marchaba delante del otro consul seguido de
lictores sin fasces. Esta costumbre había caído en desuso cuando César la
restableció.
(21) Nada es de Bibulo todo es de César, pues nadie recuerda lo que hizo aquel.
(22) Se concedían en Roma muchos honores y prerrogativas a los padres que tenían
tres hijos varones, en la petición de empleos eran preferidos a sus rivales; se
los eximia de ciertos tributos y en los espectáculos tenían asignados puestos
preferentes; de aquí en fin, los privilegios llamados Justium liberorum.
(23) Maestros de esgrima.
(24) Los decretos del Senado después de su transcripción eran depositados en el
Tesoro; de la misma manera se conservaban las leyes y demás actas de la
República. El lugar en que estaban depositados los archivos públicos llamábase
tabugarium. Los decretos en que el Senado otorgó honores extraordinarios a Cesar
fueron escritos con letras de oro en columnas de plata. Muchos decretos del
Senado fueron escritos en planchas de bronce que se conservan todavía. Los
decretos del Senado antes de quedar deportados en el Tesoro carecían en absoluto
de autoridad. Esta fue la causa de que bajo Tiberio se ordenase que los decretos
del Senado y especialmente los que imponían penas capitales no fueran llevados
al Tesoro hasta pasados diez días, a fin de que el emperador si estaba ausente
tuviese tiempo para examinarlos y moderar su rigor.
(25) Si hay derecho para violar, violadlo todo por reinar, pero respetad lo
demás.
(26) Asegura Plinio que este accidente hizo a César supersticioso, y que,
después de él, no volvió a subir a un carro sin antes recitar tres veces un
verso misterioso, como preservativo contra los accidentes de viaje.
(27) Según Plinio, el Euripo era un gran foso que ceñía el Circo, con el fin de
impedir que las fieras pudieran escapar y lanzarse sobre los espectadores, cosa
que había sucedido ya repetidas veces. Se le dio el nombre de Euripo, si hemos
de creer a un intérprete de Suetonio, porque el movimiento de las aguas, que
fluían de golpe y se retiraban de la misma manera recordaba las del estrecho de
este nombre, entre la Beocia y la Eubea, donde se hacían sentir el flujo y el
reflujo hasta siete veces al día. Cesar embelleció de tal manera el Circo,
construido por Tarquino el Viejo, que dice Plinio que aquel fue el fundador.
(28) Esta reforma fue hecha por César en 708, durante su tercer consulado con M.
Emilio Lepido. Se llamó aquel año annus confusionis, y al siguiente primus
Julianus.
(29) Hubo hasta Sila 300 senadores elevando César su número a 900 y más adelante
a 1.000, pero Augusto lo redujo.
(30) Se nombraban ocho pretores; Cesar creó diez; hubo también dos ediles
plebeyos más que antes, llamados cereales; y elevo finalmente a cuarenta el
numero de los cuestores.
(31) Barrio populoso de Roma. situado entre el Esquilino y el Celio.
(31 bis) Todo cuanto Bitinia y el amante de Cesar poseyeron jamas.
(32) Cesar sometió las Galias; Nicomedes a Cesar. He aquí a César que triunfa
porque sometió las Galias, mientras Nicomedes que sometió a Cesar no triunfa.
(33) Ex auctionibus hastae. De aquí tomó su origen la palabra española subasta
(bajo la lanza). Entre los romanos cuyas instituciones eran todas militares, la
lanza representaba gran papel. Hasta censoria era la lanza que los censores
clavaban en la plaza publica para anunciar la subasta de las rentas del Estado.
Hasta centunvirales era la señal de la jurisdicción de los centunviros, y por
esto el juicio de estos magistrados se llamaban juicio de la lanza, judicium
hastae. Hasta fiscalis era la que se clavaba para anunciar la venta de algo
perteneciente al Fisco, con lo que se autoriza su venta a los ojos de los
particulares. Hasta proctoria o venditionis, era, en fin, aquella a que se alude
en este pasaje de Suetonio; clavábase en señal de que iba a venderse a la puja,
en virtud del decreto del pretor, los bienes de los ciudadanos proscritos o
condenados.
(34) Ciudadanos, esconded vuestras esposas, que traemos aquí al adultero calvo;
en la Galia se dedica a fornicar eón el oro robado a los romanos.
(35) La tensa servia, en las fiestas del Circo, para pasear las imágenes de los
dioses; el ferculum era el lugar del carro donde descansaban las imágenes,
siendo el conjunto arrastrado por caballos. Calígula se hizo llevar en esta
forma por senadores.
(36) ...si pecudi cor defuisset. La palabra cor significa asimismo ingenio;
Cesar juega, pues, aquí con su doble sentido.
(37) Encadenados en su triunfo. trajo a los galos, llevándolos luego el Senado;
los galos depusieron sus harapos y tomaron las lacticlavias.
(38) A Bruto, por arrojar a los reyes, se le nombro primer cónsul; a este, por
arrojar a los cónsules, se le ha hecho último rey.
(39) Los comicios por centurias eran celebrados en el campo de Marte. Los
puentes (pons o ponticulus) eran los sitios por donde se pasaba para ir a votar
al recinto (septum uovile); se llamaba depontani a los ancianos que no llevaban
sus votos con los otros ciudadanos. Era obligatorio que el Tribunal del
magistrado que presidía los comicios en la silla curul, estuviese inmediato a
este paso.
(40) ¿Los perdone para que me perdiesen?
(41) Por ejemplo, el decenvirato y la edilidad, llamado por los romanos
magisteria; la palabra magistratus tiene más alta significación.
(42) 23 de septiembre
(43) Colocabase en tierra al recién nacido invocando a Ops para que le acogiese
favorablemente; llamábase a esta diosa Levana porque presidía esta ceremonia
levandis de erra pueris.
(44) Cuando Roma se alzo movida por faustos augurios.
(45) Significa elevar y a la vez hacer desaparecer.
(46) Este testamento había sido depositado por Antonio en el colegio de las
vestales. Según Dión la existencia de este documento había sido revelada a
Augusto por Ticio y Glauco, que habían figurado como testigos.
(47) Pueblo antiguo de Africa; gozaba de gran celebridad, porque se creía que
sus cuerpos tenían la virtud de matar las serpientes, adormeciendolas con sólo
su olor. Al nacerles un hijo, para asegurarse de que sus mujeres no habían
tenido comercio con extraños, presentaban al recién nacido una serpiente; si
esta no huía, el niño era legitimo.
(48) De la palabra latina vallum, atrincheramiento, muralla.
(49) Turip, Panicio, v. 612.
(50) El Senado le decreto el poder tribunicio en 724, después de la derrota de
Antonio; no tomó, sin embargo, posesión hasta 731, lo conservó treinta y seis
años y algunos meses, es decir hasta su muerte, ocurrida en 767.
(51) Estas funciones se le otorgaron primero por cinco años en 735, luego, en
742, por otros cinco años. Acaso Suetonio las llama perpetuas porque siempre se
le renovaron.
(52) Del nombre de Augusto se deriva, por corrupción, nuestro agosto.
(53) Se establecía una especie de conscripción entre las niñas de seis a diez
años; la que había ingresado en este sacerdocio, libraba de el a sus hermanas,
existía asimismo dispensa para las hijas de los quindecenviros, de los flamines
y de los salianos.
(54) La ley Pompeya dispone que el que hubiese cometido o intentado un
parricidio, si lo confesaba, fuese azotado con varas ensangrentadas, y cosido
luego en un saco con un perro, un gato, una víbora y un mono y arrojado al mar.
(55) Se llamaban Orcini, o libertos del Orcus, de Plutón, los que eran por el
testamento de sus dueños; pues parecía así que éstos les daban la libertad desde
lo profundo del Averno. Por la misma razón se llamaba Orcini a los senadores de
que aquí se trata. César, según, Antonio, los había designado en sus Memorias, y
era necesario respetar su voluntad.
(56) Estos magistrados estaban encargados de examinar el estado de los templos y
de los edificios públicos, y de vigilar para que se los reparase.
(57) La jurisdicción de estos magistrados era muy extensa, pues abarcaba las
atribuciones judiciales y las de policía; juzgaban por ejemplo, en las
dificultades entre amos y esclavos, faltas de los tutores, fraudes de los
banqueros: reprimían las asociaciones ilícitas; vigilaban los espectáculos, etc.
(58) Estos adornos eran una corona de laurel el manto triunfal, un cetro, una
estatua, acciones de gracias a tos dioses, el titulo de imperator, todo, en fin,
exceptuando la marcha solemne y el carro del triunfador.
(59) Las manumisiones databan el derecho de ciudadanía, pero ejercida únicamente
en las cuatro tribus urbanas, que eran las menos importantes. La ley Aelia
Leutia impone una restricción que es la que aquí señala Suetonio. Existió aún
otra restricción aplicable a los que habían sido manumitidos con menos
solemnidad, los cuales sólo adquirían el derecho de los latinos.
(60) Distribuciones extraordinarias en dinero o géneros.
(61) De torgues, collar.
(62) Ilíada, III, 4.
(62bis) ¿No ves cómo ese petimetre rige su disco con el dedo? La alusión estriba
en el doble sentido de la palabra orbis, que significa a la vez el circulo (aquí
el tamboril? y el universo.
(623) Desde que esta reunión sacrílega hubo contratado al maestro del coro, y
Malia vio seis dioses y seis diosas cuando César, en su impiedad, osó parodiar a
Febo, cuando agasajo a sus invitados renovando los adulterios de los dioses.
Entonces todas las divinidades se alejaron de la tierra y el mismo Júpiter huyó
lejos de su trono de oro.
(624) Mi padre era cambista; yo vendo vasos.
(625) Perdidos en el mar sus novios a causa de dos tempestades logró salvarse
jugando día y noche a los dados.
(63) El 19 de agosto a las tres y media de la tarde.
(64) Algo mas de veintinueve millones de pesetas oro.
(65) Se consideraba un gran honor tener sepulturas en el interior de la ciudad,
honor reservado únicamente a las vestales y a los ciudadanos más ilustres.
(66) Al gladiador que resultaba vencedor se le daba una vara o una espada de
madera (rudis), por la cual se libraba en adelante de combatir en la arena. Los
que la habían recibido se llamaban rudiarti.
(67) Un solo hombre, vigilado, restableció las cosas.
(68) Iliada, Lib. X, 216, 217.
(69) Los antiguos empleaban a menudo esta locución:
Quod aiunt, auribus teneo lupum.
En este caso no se sabe ni como soltar ni cómo sujetar al lobo sin peligro de
ser devorado.
(70) Este Clemente tomo el nombre de Agripa, atrayendose gran número de
partidarios a causa de su parecido con él; marchó a la Galia; su partido creció
allí considerablemente y creció más aún en Italia cuando marcho sobre Roma para
reconquistar, según decía la soberanía de su abuelo.
Tiberio le hizo prender por agentes que fingieron abrasar su causa. Sometido al
tormento no pudo arrancarsele confesión alguna acerca de sus inteligencias con
Roma. Preguntándole Tiberio como había llegado a ser Agripa, “Como tú, Cesar”,
le contesto.
(71) Debe distinguirse entre los juegos plebeyos del Circo y los grandes juegos,
o juegos romanos, los primeros los celebraban a mediados de noviembre los ediles
plebeyos.
(72) El derecho de viajar por las provincias, y de recibir en ellas los mismos
honores que los embajadores.
(73) Cuando se votaba en el Senado sobre un decreto, el presidente hacia pasar a
un lado de la sala a los que aprobaban, y al lado opuesto a los que opinaban en
contra. Llamábase a esto votar por discessionem.
(74) La ley Julia de Augusto había establecido penas severísimas contra el
adulterio. A la mujer que lo cometía se le privaba de la mitad de su dote o el
tercio de los bienes, y se la desterraba a una isla. A fin de substraerse a
estas penas, apartándose del derecho común, algunas se hacían inscribir como
cortesanas por los ediles encargados de la vigilancia de los lupanares.
Generalizóse tanto esta corrupción, que el 772 el Senado tuvo que prohibir que
toda mujer cuyo padre, abuelo o marido fuese caballero se inscribiese como
cortesana. Tiberio hizo castigar indiferentemente a unas y a otras y se siguió
imponiéndoles la pena de destierro.
(75) Según Tácito. el Senado hizo deportar a Cerdeña a cuatro mil libertos,
culpable de profesar la religión judía.
(76) Todas estas palabras pueden significar bebedor, en el latín de la
soldadesca.
(77) Se dice, que ésta era una contravención a la ley de César, intitulada De
modo credendi possidendique intra Italiam, la cual prohibía según Dión, tener en
numerario mas de quince mil dracmas; pero este ley había nacido indudablemente
de las circunstancias a que dio lugar la escasez de dinero; además, sólo
concernía a Italia, no impidiendo que los principales habitantes de las
provincias poseyesen grandes riquezas.
(78) Según refiere Séneca, el pretoriano Paulo se encontraba en una cena,
llevando en el dedo una piedra con la imagen de Tiberio grabada en relieve.
Seria ridículo buscar giros para decir que cogió un orinal. Marón, uno de los
delatores más famosos de la época, observo el hecho; mas el esclavo de Paulo,
que estaba vigilando, advirtió que su amo iba a caer en un lazo; aprovecho su
embriaguez para quitarle en el acto el anillo, y cuando Maron tomaba a los
comensales por testigos de que la imagen del emperador había sido puesta en
contacto con un objeto indigno y escribía ya la denuncia, el esclavo mostró el
anillo en su dedo.
(79) Te retrataré en breves palabras: inhumano, sanguinario ni tu misma madre
puede amarte. No eres caballero. ¿Cómo?: no tienes lo necesario para serlo; eres
un criminal escapado del destierro de Rodas. La edad de oro fue un presente de
los dioses; la de bronce comienza en tu odioso reinado. El vino le ha cansado
ya, no le encuentra gusto, y ahora necesita beber sangre. Recuerde Roma el
horrible pasado: Sila, grande por el crimen y dichoso en tu desventura. Mario,
desplegando contra ti su furor; Antonio promoviendo la guerra civil y manchando
de sangre sus manos con la matanga. Esta es Roma, la suerte que te prepara, el
que del destierro viene a reinar, reina empapandose en sangre.
(80) 16 de marzo.
(81) Atela, municipio entre Capua y Nápoles. La ignominia para Tiberio,
consistía en que no le llevasen a Roma y que lo quemaran en un obscuro
municipio.
(82) El rey de los partos.
(83) Nacido en los campamentos, crecido en las armas patrias, venia ya designado
para el mando supremo.
(84) Calígula llamaban a un calzado guarnecido de clavos usado por los simples
soldados.
(85) Nevio Sertorio Macrón ayudo a Tiberio a derribar a Seyano, y sucedió a este
en el mando de las tropas pretorianas.
(86) Tiberio había dispuesto, en efecto, que su nieto Tiberio compartiese su
herencia con Calígula.
(87) Filón atribuye a su intemperancia esta enfermedad que padeció a los ocho
meses de su mando.
(88) En 790
(89) Este castigo imponían los romanos a los llamados andróginos o
hermafroditas, por considerar como de mal agüero su nacimiento. Se los ahogaba
sea porque consideraban el agua, principalmente la del mar, como fuente de toda
purificación, sea porque los poetas habían hecho del océano la mansión de los
monstruos o bien, para que en la tierra habitada no quedase recuerdo de estos
seres cuyo nacimiento se tenía por calamidad publica. Sin duda por esto quería
Calígula hacer perecer así a los “inventores de placeres monstruosos” (spintrias).
(90) Después de las guerras civiles estableció Augusto este impuesto para el
Tesoro militar. Tiberio cediendo a las reclamaciones del pueblo, redujo primero
a la tasa a la mitad, en 770; pero restableció la antigua después de la muerte
de Seyano.
(91) Estaba consagrada esta fiesta a la diosa patrona de los pastores y se
celebraba el 21 de abril, día considerado como el de la fundación de Roma.
(92) Istmo de Corinto.
(93) Era obra de Fidias. Se encargo a Memio Régulo que la llevase a Roma, y si
hemos de creer a Josefo, se lo impidieron terribles presagios, no siendo posible
levantar la estatua. Claudio hizo devolver todas estas estatuas a los templos de
donde las había sacado.
(94) Eran tres: Agripina, Drusila y Livila. Según Eutropio, reconoció (agnovit)
una hija, nacida de una de ellas. Algunos manuscritos dicen cognovit, lo que
significará que cometió también incesto con ella.
(95) Rómulo y Augusto se casaron, en efecto, con mujeres que estaban ya casadas,
Hersilia y Livio.
(96) Famosa por su eléboro, planta que los antiguos creían a propósito para
curar la demencia.
(97) Este sacerdocio se concedía como premio a la fuerza y habilidad en matar,
pues para obtenerlo era preciso haber dado muerte en lucha al adversario.
(98) Unos trescientos treinta millones de pesetas.
(99) Augusto había fijado esta recompensa, después de veinte años de servicio,
en doce mil sestercios. Calígula la redujo a la mitad.
(100) Ni los emperadores ni los ciudadanos usaban nunca estos mantos en la
ciudad, excepto en días muy fríos o lluviosos. El traje romano era la toga.
(101) Se consideraba de hombre afeminado el usar las túnicas con mangas.
(102) No se contento con quitar a los mirmilones su elegante traje, sino que
hizo ademas menos temibles sus armaduras, a fin de que los gladiadores tracios,
a quienes favorecía, pudiesen vencerlos con más facilidad.
(103) Era el partido de los aurigas verdes. Existían otros tres: los azules, los
blancos y los rojos, a los cuales Domiciano añadió dos: los dorados y los
purpúreos.
(104) El de Julio Cesar.
(104 bis) El 24 de enero hacia la una de la tarde.
(105) Según Josefo, el centurión Julio Lupo fue quien la mato por orden de
Querea.
(106) Según Quintiliano, sólo una enfermedad podía excusar el uso de cubrirse la
cabeza, las piernas o las orejas.
(107) A las fiestas de las Saturnales, que duraban muchos días, y en las cuales
se hacían recíprocos regalos, se añadieron otras dos, que llamaron sigillaria (a
sigilis), del nombre de unas figuritas en relieve que se regalaban a los niños.
La contestación de Tiberio a Claudio es, por lo tanto, mucho más ofensiva.
(108) Por Calígula para su propia divinidad.
(109) El objeto de la ley Papia Popea, al eximir de los deberes judiciales a los
que tenían cierto numero de hijos, era alentar a los caballeros al matrimonio.
(110) La ley Cornelia, De falsis, privaba de fuego y agua a los falsificadores.
Los emperadores añadieron a éstas nuevas penas.
(111) Se llamaba así un barrio de Roma, en el que habitaban los comerciantes de
sigilla, sellos, figuritas que se regalaban en las fiestas de las Sigilarias. En
este barrio habitaban también muchos libreros.
(112) Construido en 699 bajo el consulado de Pompeyo fue varias veces pasto de
las llamas especialmente bajo Tiberio que empezó a reedificarlo; Calígula lo
terminó y Claudio lo consagró en 794.
(113) Debe tenerse presente aquí que se trata aquí únicamente de los
espectáculos dados en el Circo; en el teatro y en los juegos escénicos los
senadores tenían en efecto, desde muy antiguo sitios especiales, lo mismo que
los caballeros, sitios que venían designados por las leyes Roscia y Julia. Nerón
hizo por los caballeros lo que Claudio por los senadores.
(114) Significa palomo volador.
(114 bis) Gladiador que combatía en un carro.
(115) Las vacaciones de primavera y otoño interrumpían el curso de los negocios.
Claudio no las suprimió: limitóse sólo a dar mas continuidad al trabajo,
estableciendo una sola vacación en vez de varias.
(116) Este articulo de la ley Papia prohibió en efecto, el matrimonio a los
sexagenarios. Claudio, ya de bastante edad, se indigno viéndose legalmente
proclamado incapaz de tener hijos; derogó esta disposición, haciéndolo al
parecer antes de su matrimonio con Agripina, matrimonio que sin ello no hubiese
podido contraer.
(117) Esta custodia les había sido quitada por Augusto.
(118) Antiguamente se aplicaban fácilmente al Cristo las palabras impulsore
Chresto. Aquí se trata, sin embargo, de un griego que se había hecho judío y
excitaba disturbios en Roma; ya que los romanos ignoraron durante mucho tiempo
la diferencia que existía entre Judíos y cristianos.
(119) Recompensa militar.
(120) Séneca en su tratado “De la clemencia” dice a Nerón: “Tu padre en cinco
años hizo coser en el saco a mas parricidas que se habían cosido en todos los
siglos precedentes.”
(121) Llamábanse bestiarios los que combatían con las fieras en los espectáculos
matutinos y meridianos los que combatían después de los anteriores.
(122) Odisea, XVI, 72.
(123) 13 de octubre.
(124) Los Dioscuros.
(125) Al parecer, Suetonio confunde aquí el padre con el hijo fue, en efecto, el
padre quien triunfó de los alóbroges, y el hijo, tribuno del pueblo en 750, fue
quien hizo la ley a que se refiere.
(126) Tiberio murió en el mes de marzo del año 790; Nerón nació en el mes de
diciembre del mismo año.
(127) Ordinariamente se daba nombre a los niños el noveno día de su nacimiento
(a las niñas el octavo); llamaban a este día lustricus dies, o día de la
purificación, y el hecho se llevaba a cabo observando ciertas ceremonias
religiosas.
(128) Se decidió entonces (en 805) que Nerón estaba capacitado para tomar parte
en los negocios públicos, y se convino que sería cónsul a los veinte años. Se le
nombro Príncipe de la juventud, confiriéndosele la autoridad preconsular fuera
de la ciudad,
(129) Finalmente se abrieron de pronto las puertas del palacio. Nerón sale con
Burro y se adelanta hacia la cohorte que estaba de guardia. Recibiéronle los
soldados con aclamación, y él, a una señal del prefecto montó en litera. Se
asegura que algunos soldados vacilaron, que miraron repetidamente a la espalda,
preguntando con insistencia dónde estaba Británico; pero no viéndose apoyados no
tardaron en seguir él impulso general. Llegado Nerón al campamento, se le
proclamo emperador.
(130) Los pretorianos que mandaban en estas colonias carecían de domicilio, las
palabras per domicilii translationem, se refieren únicamente a los primipilarios
como ciudadanos de Roma.
(131) Chifilino cita a Elia Catula, que pertenecía a una de las familias
principales de Roma y a la que se vio bailar en los juegos de la Juventud cuando
tensa ya más de ochenta años.
(132) Según Plinio, Nerón hizo cubrir de oro el teatro de Pompeya, para
mostrarlo a Tirídates.
(133) Se acusaba a los cristianos del incendio de Roma. A su suplicio, dice
Tácito, se añadía la irrisión; se los envolvía en pieles de bestias para que los
perros los devorasen, se los ataba en cruz o se les embadurnaba el cuerpo con
resina, encendiendolos por la noche como antorchas para alumbrarse. Nerón había
cedido para este espectáculo, sus propios jardines. Orosio añade que iguales
horrores fueron ejecutados en las provincias.
(134) La ley Cincia, llamada también Muneralis, dada a propuesta del tribuno
Cincio en 549, prohibía recibir dinero o presentes por la defensa de una causa:
Augusto la había confirmado en 737. Pedido a Claudio por el Senado que la
renovase, limitóse este a poner freno a la avidez de los abogados, fijando como
máximum de honorarios diez mil sestercios, y amenazando con las penas de la
contusión al que exigiese más. Al comienzo del reinado de Nerón, el Senado dio
todo su vigor a la ley Cincia; pero mas adelante, Nerón proporcionó honorarios
según la importancia de las causas.
(135) Dio la señal.
(136) Los Augustiani eran un cuerpo de cinco mil hombres adiestrados en las
diferentes maneras de aplaudir. A muchos ciudadanos distinguidos se les hacia
entrar en el de buena o mala voluntad.
(137) “Montano, romano del orden senatorial -dice Tácito- llegó a las manos con
Nerón en medio de la obscuridad. Como al principio rechazo con energía sus
ataques y cuando le reconoció le pidió perdón, el emperador creyó que le
censuraba y le obligo a que se diese muerte.”
(138) Chifilino dice de modo terminante que la propia Agripina trato de
corromper a su hijo para asegurar su poder.
(139) En otro sentido: “De cometer extravagancias entre los hombres”.
(140) Ley dictada por Sila contra los asesinos y envenenadores y renovada luego
por César.
(141) Establecidas en honor de Minerva, estas fiestas se celebraban el 19 de
marzo y duraban cinco días, y de aquí el nombre de quinquatrus.
(142) Por este parricidio decretáronse rogativas a los dioses; se establecieron
juegos anuales en las fiestas de Minerva y el día del nacimiento de Agripina fue
colocado entre los nefastos.
(143) Dos cometas aparecieron durante el reinado de Nerón uno en 814 y otro en
818.
(144) La palabra latina Sustulit significa a la vez llenar y hacer desaparecer,
matar.
(145) El epigrama juega con la doble cualidad de Apolo de músico y arquero.
(146) Aludía Nerón a un rasgo de la vida, siempre venturosa de Policrates tirano
de Samos, referido por Valerio Máximo: “Policrates, dice aquel autor, arrojo
voluntariamente al mar, para no vivir siempre en la ignorancia del pensar, una
sortija que tenía en gran estima y la recobró poco después cogiendo el pez que
la había tragado.”
(147) Suplicio de los parricidas.
(148) La de Egipto era la victima prefectura en el orden de las distribuciones;
la pretensión de Nerón podía, por lo tanto, parecer modesta.
(149) 24 de diciembre.
(150) Se trataba de los sacerdotes creados por Tito Tacio, encargados de
conservar los ritos sagrados de los sabinos. Por esta institución, los
sacerdotes creados por Augusto después de su apoteosis fueron llamados sodales.
(151) Anteriormente se había llamado así a los veteranos que, terminado su
tiempo de servicio, consentían en engancharse de nuevo. Galba daba el mismo
nombre a otra institución. Este uso de elegir partidarios armados entre las
grandes familias fue establecido y observado por Cesar.
(152) Tratábase, al parecer, del nombre de algún avaro de Comedia.
(153) Estos asesores eran los jurisconsultos que formaban el consejo de los
magistrados.
(154) Era el espacio abierto que se extendía por todo lo ancho del campamento,
separando la parte alta donde se encontraba la tienda del general (questorium)
de la inferior donde estaban las tropas. Allí estaba el tribunal donde el
general administraba justicia, y desde allí arengaba a las tropas.
(155) 28 de abril.
(156) ¿Por qué se concede falsamente a Otón honor en el destierro? Porque se
acostaba con su esposa.
(157) Augusto hizo elevar en el Foro, en 734, esta columna a la que afluían
todos los caminos militares. Sin embargo, las millas no empezaban a contarse de
allá sino desde las puertas de la ciudad, y estaban marcadas con piedras hasta
los límites del Imperio de aquí que la palabra lapis signifique milla.
(158) Un escudo redondo, llamado encile, caído del cielo en el reinado de Numa,
era considerado como él escudo de Marte; los romanos lo tenían por símbolo de la
perpetuidad del Imperio y a fin de impedir que lo arrebatasen, hicieron otros
doce completamente iguales a aquél. Los sacerdotes de este dios (Salii) los
llevaban en procesión por la ciudad durante cuatro días en el mes de marzo,
siendo grave falta emprender algo importante durante este tiempo. La palabra
movere era sacramental, lo mismo que la palabra condere. No se movía un objeto
sagrado sino entre grandes ceremonias religiosas, ceremonias que se repetían
para restablecerlo en su lugar.
(159) Se llamaba este día, día de la sangre, porque en las fiestas de Cibeles,
los sacerdotes de esta diosa (Galli) se cortaban con piedras afiladas en memoria
y ejemplo del joven Atis.
(160) Plutarco asegura haber visto en Brixellum un monumento modesto con esta
inscripción: “A la memoria de Marco Otón.”
(161) Los equículos o equicolos, llamados también Aequi, Eequanni, Aequiculani,
eran una raza de montañeses salvajes, establecidos en las dos riberas del Anio,
entre los marsos, peliños y sabelios.
(162) En esta tropa, formada por los miembros de la familia de los Vitelios, han
de comprenderse los libertos y clientes.
(163) 24 de septiembre.
(164) 7 de septiembre .
(165) Según Chifilino se burlaron mucho de Vitelio, el cual, vestido de azul
como los de este bando limpiaba los caballos en el Circo.
(166) Colonia.
(167) Estas mismas palabras le atribuye Tácito aplicadas en otras
circunstancias: “Temiendo perderse, dice, dilatando la muerte de Bleso, o
hacerse odioso ordenándola públicamente, eligió el veneno, y se vanaglorio de
haberse dado satisfacción a sus ojos (son sus mismas palabras) con el
espectáculo de un enemigo muerto”.
(168) Los germanos reconocían, en efecto, en las mujeres la facultad de adivinar
el porvenir.
(169) “Se ignora, dice Tácito, si fueron los asaltantes los que pusieron fuego a
las casas o si, como generalmente se supone, fueron los propios sitiados los que
pusieron en práctica este medio, para contener los progresos del enemigo...” El
Capitolio quedó por completo destruido.
(170) Muciano mandó dar muerte al hijo de Vitelio, alegando que las discusiones
serían eternas si no se destruyan los gérmenes de la guerra.
(171) 17 de noviembre.
(172) Tácito, dice todo lo contrario: “La integridad del proconsulado de Vitelio
(en Africa) había dejado allí una impresión favorable; en cambio, el de
Vespasiano fue odioso y desacreditado.”
(173) Flavio Sabino era el mayor, en la época en que ambos eran simples
particulares, superaba a Vespasiano en crédito y riquezas, y se ha dicho que,
arruinado Vespasiano, no pudo conseguir ayuda de su hermano mas que
hipotecándole sus casas y sus tierras.
(174) Entre la Siria y la Judea se encuentra el Carmelo, nombre común a una
montaña y a un dios. Este dios no tiene templo ni estatua pues así lo establece
una antigua tradición un sencillo altar atrae allí la veneración de los nombres.
Vespasiano sacrificaba en él, en el tiempo en que acariciaba secretamente en su
espíritu sus sueños de grandeza. El sacerdote llamado Basílides tras de examinar
varias veces las entrañas, dijo a Vespasiano, “Sean cuales fueren tus designios,
ya sea que pretendas construir o extender tus dominios, o multiplicar el número
de tus esclavos los dioses te prometen residencia holgada, vastas tierras y gran
número de hombres.”
(175) El celebre historiador de la Guerra de los Judíos.
(176) 17 de julio.
(177) Según Tácito nada inflamo tanto a la provincia y al ejercito como la
seguridad dada por Muciano sobre el propósito de Vitelio de trasladar las
legiones de Germania a las ricas y tranquilas guarniciones de la Siria, y
destinar los soldados de la Siria al servicio de la Germania. Los habitantes de
la provincia, con la costumbre de verlos, se habían aficionado a los soldados;
la mayor parte estaban unidos por amistad y por matrimonio, sin contar con que,
acostumbrados a su campamento por la larga permanencia en el, le tenían cariño
como a sus penates.
(178) Cohortes establecidas en Puzzola y en Ostia para casos de incendio y que
iban de vez en cuando a Roma para prestar allí el mismo servicio.
(179) Acerca de esto existía ya una ley (lex Loetoria) dada en 490 de Roma, y un
senadoconsulto dado en 800 bajo el reinado de Claudio.
(180) Vespasiano no jugaba sólo con la pronunciación de la palabra Floro, sino
que hacia a la vez un juego de palabras del griego en latín, pues la misma
palabra significa en aquella lengua hombre malo.
(181) Ilíada, VII, 213.
(182) Parodia de un verso de Menandro.
(183) 23 de junio.
(184) 30 de diciembre.
(185) No debe confundirse este monumento con el que hizo construir Septimio
Severo. No se sabe con certeza cuáles eran sus formas y destino.
(186) Era ésta la dignidad más alta a que podía llegar un Caballero romano.
(187) En esta erupción pereció Plinio y fue la que destruyo a Herculano y
Pompeya. Sucedió en 882 de Roma o 79 de nuestra era.
(188) Chifilino atribuye esta calamidad a la ceniza arrojada por el Vesubio,
Eusebio la menciona como ocurrida en el reinado de Vespasiano, y dice que se
contaron hasta diez mil muertos por día.
(189) El término fue fijado en cinco años. Estos actos tenían por objeto
disputar la condición de herederos, y rechazar la de parientes. Nerva reprodujo,
al parecer, esta disposición.
(190) 13 de septiembre.
(191) 23 de octubre.
(192) Si ha de creerse a las historias griegas, Tito todavía respiraba cuando,
llegado de Roma Domiciano, se hizo dueño de todo, tomó el titulo de emperador y
se hizo cargo del poder supremo. Aseguran que hizo arrojar a su hermano
moribundo en un lugar lleno de nieve, con el pretexto de que el ario le
aliviarla; según éstos, Tito habría perecido allí.
(193) Carros de dos y cuatro caballos.
(194) Según Chifilino, muchas personas enfermaron por haber permanecido
expuestas a aquella lluvia, y no pocas murieron. Domiciano había prohibido
abandonar el espectáculo y guardianes, colocados alrededor del edificio impedían
que saliese nadie. En cuanto a él, cambió repetidas veces de vestidos.
(195) En estos concursos, los poetas y oradores, pronunciaban las alabanzas del
príncipe. Según Casorio, estos juegos se establecieron durante el décimo
consulado de Domiciano, teniendo éste por colega a Serv. Cornelio Dolabela, esto
es, en 837. Stacio, que recitó en ellos su Tebaida, fue vencido.
(196) Este colegio de sacerdotes fue establecido por Domiciano después de la
construcción del templo a su familia.
(197) Filostrato le atribuye otro motivo; según este historiador, Domiciano
habría temido que la abundancia del vino hiciese más frecuentes las sediciones.
(198) Desde el tiempo de Cesar, los soldados habían recibido por paga anual
nueve piezas de oro que les eran pagadas en tres veces; Domiciano elevo esta
paga a doce piezas, verificándose el pago en cuatro plazos.
(199) Se llamaba así a estos Jueces, porque reintegraban a cada cual en su
propiedad. Primeramente este nombre fue aplicado a los comisarios que juzgaban
entre el pueblo romano y los Estados vecinos las deferencias relativas a la
restitución de ciertas propiedades particulares; luego, a los jueces
establecidos por el pretor para dilucidar asuntos de análoga naturaleza, pero
mas adelante dictaron sentencias sobre otros negocios.
(200) Un juez, principalmente si actuaba solo, podía invitar a algunos
jurisconsultos a que le ayudasen con sus consejos y a estos en los tribunales,
se les llamaba consejeros (consiliarii).
(201) Creese que esta ley, Scantinia, fue dada en el año 626 de Roma. Se refería
al vicio contra la naturaleza (de nefanda venere). Primeramente el castigo
consistió en una crecida multa; luego se impuso a los culpables la pena capital.
(202) Las culpables eran enterradas vivas.
(203) “Los tranquilos rebaños no eran aun degollados para festines impíos.”
Georg., II.
(204) Era hijo de un consular; en tiempo de Nerón lucho en los juegos con una
doncella lacedemonia. Vespasiano le borré de la lista de los senadores,
haciendose entonces estoico, llegando a adquirir en esta escuela gran fama de
elocuencia. No obstante después del suceso de que aquí se habla, parece que gozó
del completo favor de Domiciano, envileciendose hasta el extremo de pasar por
uno de los delatores más famosos de la época.
(205) Había obtenido la recompensa militar llamada cornicula, la cual consistía
en un adorno hueco en forma de cuerno que se adaptaba al casco y en el que los
soldados colocaban plumas o una cola de caballo.
(206) 18 de septiembre.
(207) Ilíada, XXI, 108.
(208) Se trata de las Memorias abreviadas escritas por Tiberio durante su vida,
y de las que Suetonio hace mención en la vida de este emperador.
(209) Según Aurelio Victor los soldados, arrebatados por el furor, dieron muerte
al prefecto Petronio de un solo golpe, y cortaron los órganos genitales a
Partenio, metiéndoselos en la boca y ahogándole. Casperio se rescato por dinero.
(210) El ave que se posó sobre el monte Tarpeyo
No ha dicho todo va bien, sino todo irá bien.
Suetonio las vidas de los 12 césares