LIBRO PRIMERO EL LIBRO DE CINTIA
I 1 LOCURA DE AMOR 1
Cintia fue la
primera que me cautivó con sus ojos, pobre de mí, no tocado antes por pasión
alguna.
Entonces Amor humilló la continua arrogancia de mi mirada y sometió
mi cabeza bajo sus plantas2,
hasta que, cruel, me indujo a odiar a las castas
doncellas3 5 y a llevar una vida sin ningún sentido.
Y ya hace un año entero
que no me deja esta loca pasión, mientras se me obliga a tener a los dioses
contra mí4. Milanión5 sin rehuir ningún peligro, Tulo,
doblegó la crueldad de
la altiva hija de Jaso; 10
pues hace poco andaba él errante y fuera de sí por
las cuevas partenias e iba a visitar las fieras salvajes;
también él,
alcanzado por la herida de la rama de Hileo,
gimió abatido en las rocas
arcadias.
Así pudo dominar a la veloz doncella: 15
tal es el poder de las
súplicas y las atenciones en el amor. En mi caso Amor, perezoso, no conoce
astucia alguna,
ni se acuerda, como antes, de ir por senderos conocidos.
Mas vosotras6, que tenéis el poder aparente de hacer bajar la luna 20 y el deber
de ofrecer sacrificios en altares de magia,
¡ea, cambiad el corazón de
nuestra dueña
y haced que su rostro palidezca más que el mío! Entonces creeré
que podéis hacer bajar las estrellas
y desviar el curso de los ríos mediante
conjuros de Citea7. 25
O vosotros, amigos, que tarde acudís a mi caída,
buscad remedios para un corazón enfermo;
con valor soportaré el hierro y el fuego cruel8,
con tal de tener libertad para decir lo que
dicte mi ira;
llevadme por lejanos países, llevadme por el mar,
allí donde
ninguna mujer pueda seguir mis pasos. 30
Quedaos vosotros, a quienes el dios
asiente con oído favorable, y sed fieles en un amor siempre seguro.
En mi
caso nuestra querida Venus ensaya noches amargas9
y Amor sin dueño no me
falta en tiempo alguno.
Evitad, os lo aconsejo10, mis males: que a cada cual
retengan 35 sus propias cuitas y no cambie su habitual amor.
Mas, si alguien
hiciera oídos sordos a mis consejos,
¡con cuánto dolor, ay, recordará mis
palabras!
II 2 ALABANZA DE LA BELLEZA NATURAL11
¿De qué sirve, vida mía, ir con
un peinado sofisticado y ondear los finos pliegues de un vestido de Cos,
o de qué rociar
tu cabello con mirra del Orontes, venderte con productos del extranjero,
perder la belleza natural con maquillaje comprado,
y no permitir que tu
cuerpo luzca sus propios encantos? Créeme, no existe adorno alguno que siente
bien a tu figura: Amor, desnudo, desprecia la belleza artificial.
Mira el
colorido que ofrece la tierra en su hermosura,
cómo espontáneamente nace mejor la hiedra,
el madroño crece más
hermoso en solitaria cueva,
y el agua sabe correr por caminos que nadie le ha
enseñado;
el litoral atrae con el color de sus propias conchas,
y los
pájaros trinan más dulcemente sin ningún aprendizaje12
No fue así como Febe,
hija de Leucipo, inflamó de amor a Cástor, 15 tampoco con adornos a Pólux abrasó
Hilaíra, hermana de aquélla; ni así, la que fue un día motivo de discordia entre
Idas y el apasionado Febo, la hija de Eveno13 en las orillas de un río, su
padre;
ni con blancura engañosa sedujo al pretendiente frigio14
Hipodamía
llevada en un carro extranjero: 20
sino que su hermosura no dependía de
piedras preciosas y su color era igual al de los cuadros de Apeles.
No se
preocuparon ellas de buscar enamorados por doquier:
un elegante recato les
era suficiente belleza.
Yo no temo ahora que tú me estimes menos que a esos
enamorados:25 si una joven agrada a uno solo, ya está bastante adornada;
especialmente cuando Febo te regala sus cantos15,
Calíope de buen grado la
lira Aonia,
no te falta la gracia extraordinaria de encantadoras palabras, 30
ni todo lo que Venus y Minerva alaban.
Con esos dones tú serás siempre lo más
dulce de mi vida,
con tal de que sientas hastío por los lujos despreciables.
III 3 VISITA A CINTIA16
Como Ariadna quedó postrada sin fuerzas en la
playa desierta al marcharse la nave de Teseo17;
y como la cefea Andrómeda
quedó recostada en su primer sueño, ya libre de los ásperos arrecifes;
e
igual que una bacante, agotada por danzas continuas, 5
cae rendida en el
frondoso Apídano:
así me pareció que respiraba dulce quietud
Cintia,
apoyada su cabeza sobre manos inseguras,
cuando yo arrastraba mis pasos
ebrios del mucho vino bebido
y los esclavos alumbraban con antorchas ya bien
entrada la noche. 10
Yo, sin haber perdido todavía el sentido, intento
acercarme a ella tocando ligeramente el lecho;
y, aunque arrebatado por doble
llama, tanto Amor como Baco, dioses implacables los dos18, incitaban
a
tocarla acostada deslizando suavemente mi brazo bajo ella, 15 a darle besos y a
disponer las armas19 acercando mi mano,
sin embargo no me atrevía a turbar el
descanso de mi dueña por miedo al enojo de su conocida crueldad;
pero,
clavado, la miraba con ojos fijos, igual
que Argo a los cuernos desconocidos
de la Ináquida. 20
Y ya quitaba de mi frente las 'guirnaldas de flores y las
ponía, Cintia, en tus sienes;
o ya me divertía en arreglar tu cabello suelto
o furtivamente ponía manzanas20 en el hueco de tus manos y prodigaba todos los
regalos al sueño ingrato, 25
regalos que a menudo resbalaban de tu inclinado
regazo;
y cuantas veces suspiraste con extraños movimientos, crédulo quedé
aturdido por un vano augurio:
que los sueños te trajeran insólitos temores
o que alguien te obligara a ser suya contra tu voluntad; 30 hasta que la luna,
que pasaba delante de la ventana entornada21
luna que habría detenido su luz
si no fuera diligente,
abrió tus cerrados ojos con sus rayos suaves;
y así me habló Cintia apoyando el codo en el blando lecho: 35
«¿Al
fin el desprecio de otra mujer te ha devuelto a mi lecho tras expulsarte de sus
puertas cerradas?
Pues ¿dónde has pasado las largas horas de una noche que es
mía, impotente, ¡ay de mí!, cuando las estrellas han terminado su carrera?
¡Ojalá, malvado, tengas que soportar las mismas noches
que a mí,
desventurada, me obligas a pasar! 40
Pues ha poco engañaba el sueño bordando
hilos de púrpura y luego, cansada, con los sones de la lira de Orfeo;
a veces
quedamente, en mi abandono, me quejaba a solas conmigo misma
de los largos y
frecuentes retrasos por el amor de otra: 45 hasta que el Sueño me dejó rendida
con sus alas placenteras:
fue la última preocupación de mis lágrimas» 22.
IV 4 REPROCHES A BASO
¿Por qué alabando, Baso23, a tantas muchachas me
fuerzas a cambiar y alejarme de mi dueña?
¿Por qué no dejas que lo que me
quede de vida
lo pase en esta mi ya acostumbrada esclavitud?
Aunque tú
elogies la belleza24 de Antíope, hija de Nicteo 5 de la espartana Hermione,
y
de cuantas vivieron en la edad de la belleza,
no permitirá Cintia que éstas
conserven su fama:
y desde luego, si fuera comparada con figuras menores, no
se iría avergonzada de que un juez severo la viera inferior. 10
Pero esta
belleza es lo de menos en mi locura;
hay cosas mayores, por las que me
agraria, Baso, perderme:
su fina blancura, la gracia de sus muchos encantos y
los goces que me gusta disfrutar bajo callada colcha25.
Por lo cual, cuanto
más te esfuerzas por romper nuestro amor, 15 tanto más te burlamos con nuestra
mutua fidelidad prometida. No quedarás impune: se enterará de esto mi loca
enamorada
y será tu enemiga y te abrumará de improperios;
y después de
esto Cintia no me confiará a tu amistad ni te buscará tampoco; se acordará ella
de una falta tan grande 20
y te difamará furiosa entre todas las otras
muchachas:
¡ay, en ningún umbral serás querido!
En sus llantos no
despreciará ella ningún altar ni ninguna piedra
sagrada26 de las que se
encuentran por todas partes.
Por ninguna ofensa queda más afectada Cintia
que ser 25 abandonada por Cupido cuando se le arrebata su amor,
especialmente
el mío. ¡Permanezca así siempre, suplico,
y no encuentre yo de su parte
ningún motivo de queja!
V 5 AVISO A SU AMIGO Y RIVAL GALO
¡Reprime ya, envidioso, tus
desagradables palabras y déjanos ir juntos por el camino que llevamos!
¿Qué
pretendes, insensato? ¿Experimentar mis locuras? Te encaminas, infeliz, a sufrir
las peores desgracias,
a posar tus plantas, desgraciado, en ocultas brasas27,
5
y a beber los tósigos de Tesalia entera.
No es ella comparable con las
jóvenes inconstantes:
no sabrá ella enojarse suavemente contigo. Pero aunque
no llegue a contrariar tus deseos,
¡cuántas cuitas, por su parte, te causará!
10
Ya no abandonará tu sueño, no abandonará ella
tus ojos: ella, dominante
28, es la única que sabe encadenar a los hombres.
¡Ay, cuántas veces,
desdeñado, correrás a mi umbral, mientras se te escapan entre sollozos palabras
arrogantes,
temblarás de horror entre tristes llantos, 15 dejará el miedo en
tu rostro una mueca deforme, faltarán a tus quejas las palabras que quieras
decir,
y ni siquiera sabrás, desgraciado, quién eres o dónde estás!
VI 6 NO TE PUEDO ACOMPAÑAR, TULO32
No temo yo ahora conocer el mar
Adriático contigo,
Tulo, ni desplegar mis velas por las saladas aguas del
Egeo;
contigo me atrevería a escalar los montes Rifeos y llegar más allá de
la morada de Memnón.
Pero me detienen las palabras y abrazos de mi amada, 5
S us ruegos conmovedores33 y su rostro demudado de color. Ella me habla de su
pasión noches enteras
y se queja de que, si la abandono, no existen los
dioses. Ella me dice que ya no es mía y me amenaza como
lo hace una enamorada
desdeñada a un amante desagradecido. 10
A estas quejas yo no puedo resistirme
ni un instante:
¡ay, que se muera quien pueda amar sin arrebato!
¿Es que
tanto vale para mí conocer la culta Atenas y contemplar las antiguas riquezas de
Asia
como para que, al zarpar la nave, Cintia me haga reproches, 15 se arañe
el rostro con sus manos enloquecidas,
y diga que se le deben besos si sopla
viento contrario,
y que nada hay más insensible que un hombre infiel? Tú
intenta aventajar las segures que mereció tu tío34
y devuelve los antiguos
derechos a los aliados olvidados. 20
Pues tu juventud no cedió nunca al amor,
sino que siempre estuvo preocupada por las armas de la patria.
¡Y que ese
niño nunca te cause mis sufrimientos y todo lo que he conocido entre lágrimas!
Deja que yo, a quien la Fortuna siempre quiso ver postrado, 25 dedique esta vida
al amor35 hasta el final.
Muchos perecieron con gusto en un amor duradero, en
cuyo número me cubra a mí también la tierra.
Yo no he nacido para la gloria
ni sirvo para las armas:
el destino quiere que yo me aliste en esta
milicia36. 30
Pero tú, ya por donde se extiende la muelle Jonia, ya por donde
las aguas del Pactolo bañan los campos de Lidia,
ya recorras la tierra a pie
o ya surques el ponto con remos,
también serás parte de un imperio
agradecido.
Entonces, si llega un momento en que te acuerdes de mí,
35 podrás estar seguro de que yo vivo bajo un signo cruel37.
VII 7 ÉPICA Y ELEGÍA 38
Mientras tú, Póntico39, cantas las luchas
fatales de la Tebas
de Cadmo y la guerra fratricida y —¡ojalá me sintiera
feliz así!—
rivalizas con Homero, príncipe de los poetas40
(siempre que
los hados sean propicios a tus versos),
yo, como acostumbro, me dedico a mi
poesía de amor 5 y busco algo con que doblegar a mi altiva dueña;
y se me
obliga a ser esclavo no tanto de mi inspiración como de
mi dolor y a lamentar
los días penosos de mi juventud. Así transcurre mi manera de vivir, así es mi
renombre,
de esa forma deseo que se extienda la fama de mis versos. 10
Que
de mí alaben tan sólo haber agradado a mi culta amada41, Póntico, y haber
soportado a menudo injustas amenazas;
que después me lea asiduamente el
amante desdeñado y séale útil el conocimiento de mis desgracias42.
Si
a ti también este niño te hiriera con su arco certero 15 (y espero que nuestros
dioses, ay, no lo deseen),
llorarás desgraciado cuando, lejos los
campamentos, lejos
los siete ejércitos43, sean sordos a tu llamada en eterno
olvido;
y en vano desearás componer versos enternecedores ni Amor, ya tardío,
te inspirará poemas. 20
Entonces ya no me verás más como un poeta de estilo
ligero 44,
entonces me antepondrás a los romanos dotados de vena poética;
y los jóvenes no podrán guardar silencio en mi sepulcro:
AQUÍ YACES, POETA
GRANDE DE NUESTROS AMORES. Tú no desprecies con tu orgullo mis poesías: 25
cuando Amor llega tarde, cobra un interés exorbitante45.
VIIIA 8 TRIUNFO SOBRE EL RIVAL
¿Es que te has vuelto loca y no te
retiene mi amor por ti? 46.
¿O valgo para ti menos que la helada Iliria?
¿Y tan gran cosa te parece ése, quienquiera que sea,
como para que desees
desplegar velas sin mí con cualquier viento?
¿Puedes tú oír sin miedo los
bramidos del mar enloquecido 5 y puedes tenderte para dormir en una dura nave?
¿Puedes tú hollar con esos tiernos pies la escarcha caída,
tú47 aguantar,
Cintia, la nieve a la que no estás acostumbrada?
¡Ojalá duren el doble las
brumas del invierno
y las Pléyades 48, tardías, dejen inactivo al marinero,
10 para que no se suelten para ti las amarras en la costa
del Tirreno ni una
brisa enemiga se lleve mis súplicas!
¡Y que yo no vea que amainan los vientos
hasta el punto de que, cuando las olas se lleven la nave en que viajas,
tengan que soportar que yo, clavado en la vacía orilla, 15 sin cesar te llame
cruel con mano amenazadora!49.
Sin embargo, aunque mereces, perjura,
cualquier cosa de mí,
que Galatea te asista en la travesía:
¡que a ti, sorteadas las rocas Ceraunias con remos venturosos, te reciba Orico
en sus tranquilas aguas!50. 20
Pues ninguna mujer podrá seducirme como para
que
yo, vida mía, deje de añorarte con lamentos en tu umbral;
y no dejaré
de preguntar con insistencia a los marineros:
«Decidme, ¿en qué puerto está
retenida mi amada?», y añadiré: «Aunque esté en la orilla de Atracia, 25
y
aunque en las de Iliria, ella ha de ser mía.»
VIIIB
¡Se quedará aquí! 51. ¡Lo juró y aquí permanece! ¡Que revienten
mis enemigos! ¡He ganado: se rindió a mis ruegos insistentes!
Ya puede la
envidia avara renunciar a falsas alegrías:
mi Cintia desistió de viajar por
rutas desconocidas. 30
Ella me quiere y por mí dice que Roma es lo más
querido, y sin mí dice que no hay reinos que sean dulces52.
Ella ha preferido
dormir conmigo, aun en un lecho angosto, y ser de cualquier modo mía,
a
poseer el antiguo reino que heredó Hipodamía 35
y las riquezas que antes
Élide había ganado con sus caballos. Aunque él le diera grandes regalos, aunque
le prometa otros mayores,
sin embargo no ha huido codiciosa de mi regazo.
A ella no he podido doblegar ni con oro ni con perlas de la India, sino con el
regalo de versos enternecedores53. 40
¡Existen, pues, las Musas, y no es
remiso Apolo con el enamorado;
en ellas confío para amar: Cintia,
incomparable, es mía! Ahora puedo hollar con mi planta las estrellas más altas:
venga el día o venga la noche, ¡ella es mía! No me robará ese rival su amor
acendrado: 45
esa gloria conocerá mi encanecida cabeza.
IX 9 YA TE AVISÉ, PÓNTICO
Yo te decía, burlón, que te llegaría el amor
y ya nunca serías libre para hablar54:
hete aquí que estás abatido,
te sometes suplicante a las leyes de
una muchacha y ahora manda en ti una
cualquiera comprada hace poco.
No me vencerían las palomas55 de Caonia en
temas de amor, al citar los jóvenes dominados por sus amadas.
El dolor y las
lágrimas me han hecho un experto con razón56;
¡ojalá, libre de amor, se me
pudiera tildar de ignorante!
¿De qué te sirve ahora, desgraciado, componer
versos solemnes o llorar las murallas de la lira de Anfíon?
Más puede en el
amor el verso de Mimnermo que el de Homero57.
Amor pacífico58 prefiere los
versos suaves.
¡Ea, te lo ruego, deja a un lado esos tristes libritos y canta
lo que toda muchacha desea escuchar!
Pero, ¿y si no tuvieses materia a tu
disposición? Bueno, estás buscando ahora, insensato, agua en medio de un río59.
Todavía no estás pálido ni te ha alcanzado el fuego de verdad:
ésta es la
primera chispa de la futura desgracia. Entonces desearás vértelas con los tigres
de Armenia
y conocer las ataduras de la rueda infernal60 mejor
que sentir
en la médula otras tantas veces el arco de Cupido y no poder negar nada a la ira
de tu amada.
Ningún amor ofrece nunca a nadie alas tan dóciles como
para
no poder manejarlas alternativamente con sus manos61. No te fíes de que ella sea
bastante condescendiente: 25
la que es tuya, Póntico, penetra más hondamente
en tu corazón, especialmente cuando Amor no permita apartar tus ojos libres de
ella62 ni te permita estar en vela por otro motivo.
Amor no se ve hasta que
sus manos alcanzan los huesos: 30
¡seas quien seas, huye, ay, de los
continuos halagos! A ellos incluso las piedras y encinas llegan a ceder,
con
más razón tú, sólo un soplo ligero.
Por lo cual, si eres humilde, reconoce
cuanto antes tus desvaríos:
contar por quién te mueres a menudo sirve de
alivio en el amor 63.
X 10 CUIDA, GALO, DE TU AMOR64
¡Oh dulce velada, cuando testigo de
vuestro primer amor era confidente de vuestras lágrimas65!
¡Oh dulce placer
para mí recordar esa noche,
oh cuántas veces he de evocarla en mis deseos,
cuando te vi desfallecer de amor, Galo66, en los brazos 5 de tu amada 67 y
alargar lentamente vuestra charla!
Y, aunque el sueño pesaba sobre mis ojos,
que iban cerrándose, y la luna brillaba en el cielo en mitad de la noche,
no
pude, empero, apartarme de vuestros juegos amorosos:
tan grande era la pasión
de vuestras recíprocas palabras. 10
Pero, puesto que no temiste confiarte a
mí,
recibe la recompensa por la alegría que me diste:
no sólo aprendí a
recitar vuestros fuegos, también hay en mí, amigo mío, algo mayor que la
lealtad68.
Yo puedo69 unir de nuevo a amantes separados 15
y puedo abrir
las puertas esquivas de la amada;
y puedo sanar las heridas recientes que
otra produjo,
pues no es pequeño el remedio que hay en mis palabras. Cintia
siempre me enseñó lo que debía exigir
o evitar: ¡algo ha logrado Amor! 20
Tú procura70 no enfrentarte a tu amada furiosa,
ni hablarle con altivez ni
estar callado mucho rato, ni, si algo pide, negárselo con ceño adusto,
ni sus
amorosas palabras caigan en el vacío.
La mujer monta en cólera, cuando se la
menosprecia, 25 y no se olvida, si se la ofende, de sus justas amenazas.
Al
contrario, cuanto más humilde y dócil seas en el amor, más a menudo disfrutarás
de sus buenas consecuencias.
Podrá permanecer feliz con una sola amada
quien nunca esté libre y su corazón nunca vacío71. 30
XI 11 ESTANCIA DE CINTIA EN BAYAS
Mientras tú, Cintia, veraneas en
pleno centro de Bayas 72, por donde pasa la vía de Hércules a lo largo del
litoral,
y mientras admiras las aguas cercanas del famoso Miseno, ha poco
sometidas al reino de Tesproto,
¿te preocupas de evocar noches, ay, que se
acuerden de mí? 5
¿Acaso queda algún rincón en el fondo de tu corazón? 73
¿O algún desconocido rival, con fingida pasión, te ha robado, Cintia, de mis
poesías de amor?
Y ojalá, confiada a remos pequeños,
una pequeña barca te
retenga en el lago Lucrino 10
o te mantenga encerrada en las ondas ligeras de
Teutras el agua dócil para ceder al remar con ambas manos, antes que disfrutes
escuchando íntimos halagos de otro,
recostada dulcemente en el tranquilo
litoral,
como suele entregarse mi amada, cuando se ve libre de vigilancia, 15
pérfida, que te olvidas de los dioses que nos son comunes 74:
no porque yo
desconozca tu bien probada fama,
sino porque en este lugar peligran todos los
amores. Perdóname, pues, si mis versos te producen alguna
tristeza: el miedo
será el culpable. 20
¿Es que me preocupa ahora más la protección de mi
querida madre?
¿O tiene sin ti algún sentido mi vida?
Tú eres mi única
casa, tú, Cintia, mis únicos padres, tú cada instante de mis alegrías75.
Ya
esté triste, ya, por el contrario, alegre con mis amigos, 25 como quiera que
esté, diré: «Cintia es la causa.»
Y tú abandona cuanto antes la corrompida
Bayas:
esas playas ocasionarán la separación de muchos, playas que han sido
enemigas de las castas doncellas:
¡ay, mueran las aguas de Bayas, ruina de
Amor! 30
XII 12 AÑORANZA DE CINTIA76
¿Por qué no dejas de acusarme sin razón de
pereza, porque me retiene Roma, cómplice de mi situación?77.
Ella está alejada de mi lecho tantas millas cuantas el Hípanis
dista del véneto Erídano;
y no alimenta Cintia mi amor con sus acostumbrados
abrazos 5 ni me habla dulcemente al oído.
Antes yo le gustaba: en aquella
época nadie
la amó con una fidelidad igual78.
Fuimos blanco de la envidia:
¿es un dios quien me ha perdido? ¿O
nos separa alguna hierba recogida en las
cumbres de Prometeo? 10
Ya no soy el que era: una larga ausencia cambia a las
enamoradas;
¡qué gran amor ha desaparecido en tan poco tiempo!
Ahora por
primera vez estoy obligado a pasar solo largas noches y a ser yo mismo odioso a
mis propios oídos79.
Afortunado80 quien puede llorar en presencia de la
amada, 15
(no poco se alegra Amor con las lágrimas vertidas)
o quien,
desdeñado, puede cambiar de amores
(también se disfruta en el cambio de
esclavitud)81:
pero yo no puedo ni amar a otra ni dejar de amar a ésta:
Cintia fue la primera, Cintia será la última. 20
XIII 13 QUE SEAS FELIZ, GALO
Tú, como tienes por costumbre, te
alegrarás de mi desgracia, Galo82, viéndome solo y abandonado por mi amor.
Pero yo no imitaré, pérfido, tus palabras:
¡que nunca tu amante, Galo, desee
engañarte! Mientras crece tu fama de seductor de muchachas 5
e, inconstante,
no te detienes en ningún amor,
loco por una empiezas a palidecer con tardías
cuitas de amor y a marcharte tan pronto te resbalas al primer paso83.
Éste
será el castigo por despreciar el sufrimiento de aquéllas:
una sola vengará
las desgracias de muchas. 10
Ésta te reprimirá esos vulgares amoríos
y,
buscando aventuras, no serás siempre su amante. Esto lo sé no por malas lenguas,
no por augurios:
lo he visto yo: ¿puedes, por favor, negar mi testimonio?
Yo te he visto, como un corderito, con la cerviz sumisa84, 15 llorar, Galo,
largo tiempo con tus manos sobre su cuello85
querer dejar tu alma en sus
labios añorados
y lo demás que por discreción, amigo, callo. Yo no pude
impedir vuestros abrazos:
tan grande era la loca pasión que os abrasaba. 20
No así el dios de Ténaro mezclado con el Enípeo de Hemonia domeñó fácilmente con
su amor a la hija de Salmoneo,
ni así el ardiente amor de Hércules por la
celestial Hebe
sintió los primeros goces después de ser quemado en el Eta86.
Un solo día pudo hacerte olvidar todos tus pasados amores:
pues aquélla te
atizó fuegos nada tibios, 25
y no permitió que te saliera tu antigua
arrogancia
ni te dejará que te vayas: tu propia pasión te empujará a ella. Y
no es de extrañar que, pareciéndose a Leda, digna de Júpiter,
y siendo más
hermosa que la prole de Leda, ella sola más 30 que las tres, tenga más encanto
que las heroínas del Ínaco87
y con sus palabras sea capaz de enamorar al
mismo Júpiter. Pero tú, que vas a morir de amor de una vez por todas,
aprovéchalo: no eras digno de otra casa.
Que tengas suerte en esta locura que
te llega por primera vez, y ella sola signifique para ti todo cuanto desees.
XIV 14 RIQUEZA Y AMOR
Aunque, tendido muellemente junto a las aguas del Tíber, apures vino de
Lesbos en copas cinceladas por Méntor,
y contemples ya la navegación de botes
muy rápidos o ya el arrastre por cable de naves muy lentas,
y todo tu bosque
levante las copas de sus árboles plantados90, 5
como se alzan, amenazantes,
los innumerables árboles del Cáucaso, sin embargo eso no se puede comparar con
mi amor:
Amor no sabe rendirse a los grandes tesoros91.
Pues, ya descanse
ella conmigo una noche deseada, 10 ya pase todo el día en ociosos amores,
entonces llegan a mi casa las aguas del Pactolo
y se recogen gemas en las
profundidades del mar Rojo92;
entonces mis goces ratifican que supero a los
reyes:
¡ojalá duren hasta que los hados señalen mi muerte!
Pues ¿quién
disfruta de sus riquezas con Amor de enemigo? 15
¡no quiera yo tesoros si
Venus está irritada conmigo! Ella93 puede doblegar la enorme fuerza de los
héroes,
ella, también, causar dolor a los hombres altivos:
ella no ha
temido atravesar la frontera de los árabes
ni teme, Tulo, penetrar en un
tálamo de púrpura 20
ni hacer dar vueltas por todo el lecho a un joven
desgraciado:
¿qué alivio le ofrece la seda de textura variada?
Mientras
Venus me asista complaciente, no tendré reparo en despreciar cualquier reino o,
incluso, los regalos de Alcínoo94.
XV 15 INCUMPLIMIENTO DE LA FIDELIDAD PROMETIDA
A menudo temí
muchas amarguras de tu ligereza, excluida sin embargo, Cintia, esta traición.
¡Mira a qué peligro95 me arrastra la fortuna!
Tú, sin embargo, te muestras
insensible a mis temores,
y tienes el valor de arreglar con tus manos el
peinado de ayer, 5 de maquillarte la cara en prolongada calma96
y de adornar
tu pecho con piedras preciosas de Oriente, como una linda doncella se engalana
para presentarse a su nuevo amante. Pero no fue así como Calipso, afectada por
la partida del de Ítaca,
lloró en otro tiempo a las solitarias olas: 10
muchos días ella, triste y con el cabello sin arreglar,
se quedó sentada,
lanzando mil quejas al mar cruel97
y, aunque nunca más habría de verlo, se
dolía ella,
sin embargo, evocando los muchos días de felicidad pasada. 14
Ni tampoco fue así como Hipsípila, angustiada por los vientos 17 que se llevaban
al Esónida98, se quedó en solitario lecho:
Hipsípila no experimentó después
de aquel ningún otro amor, 20 tan pronto se consumió por su huésped de Hemonia.
Evadne, precipitándose en la desgraciada pira de su esposo,
murió como
símbolo del pudor de las argivas. 22
Alfesibea vengó a su esposo en sus
hermanos99, 15 rompiendo el amor los vínculos de su propia sangre. 16
Ninguna
de ellas pudo cambiar tu conducta 23
para que tú también te convirtieras en
un mito famoso. 25
Deja ya de cometer perjurios con tus palabras, Cintia, y
no provoques a los dioses olvidadizos100;
¡ay, demasiado osada, te va a pesar
el peligro que corro, si acaso te pasara algo grave!
Ningún río101 dejará de
correr hacia el ancho mar
y el año pasará con su curso cambiado, antes 30
que mi amor por ti cambie en el fondo de mi corazón:
sé como quieras, pero no
me seas indiferente.
¡Que no te parezcan de tan poco valor esos ojos, por los que a menudo me
he tragado tu perfidia!
Por éstos tú jurabas que, si decías alguna mentira,
35
se te cayeran en el hueco de las manos:
¿y te atreves a levantarlos de
cara al poderoso Sol, y no tiemblas consciente del delito cometido?
¿Quién te
obligaba a cambiar a menudo el color de tu rostro y a provocar el llanto sin que
tus ojos quisieran? 40
Por ellos yo ahora muero, pero he de aconsejar a
amantes iguales:
«¡Qué poco seguro es confiar en halago alguno!»102.
XVI 16 QUEJAS DE LA PUERTA DE CINTIA
«Yo, que antaño fui abierta para
grandes triunfos, puerta conocida por el pudor de Tarpeya103,
y cuyos umbrales, humedecidos por las lágrimas de los
prisioneros suplicantes, adornaron con frecuencia carros de oro,
ahora,
herida por las peleas nocturnas de borrachos, 5
me quejo de ser a menudo
golpeada por manos indignas;
nunca me faltan vergonzosas guirnaldas que
cuelgan sobre mí ni ver antorchas tiradas, señales de enamorados excluidos.
Y
no puedo alejar de mí las noches infamantes de mi dueña,
yo, noble ultrajada
con poesías obscenas104; 10
ella tampoco se preocupa 105 de mirar por su buen nombre, pues vive
con más desvergüenza que la que permite el desenfreno de la época.
Entre
estas cuitas se me obliga a llorar con graves lamentos,
muy triste a causa de
las largas guardias del enamorado suplicante. Éste nunca consiente que mis
jambas descansen, 15
entonando versos con melodiosos requiebros:
Puerta
106, más cruel incluso que tu misma dueña,
¿por qué, atrancada, callas con
hojas que me son tan esquivas?
¿Por qué, cerrada, no admites nunca mi amor,
sin saber, conmovida, responder a mis súplicas furtivas? 20
¿Es que no se
concederá fin a mi dolor
y dormiré vergonzosamente en tu indiferente umbral?
De mí la media noche, de mí, aquí tirado, las estrellas que llenan el
cielo,
y la fría Aurora con el hielo de la mañana de mí se compadecen:
tú eres la
única que nunca sientes compasión del sufrimiento 25 humano y respondes por tu
parte con tus goznes callados.
¡Ojalá mi débil voz, a través del hueco de una
rendija, pueda llegar a herir los oídos de mi amada!
Y, aunque ella aguante
más que la roca de Sicilia107
y sea más dura que el hierro de los cálibes, 30
sin embargo no podrá contener el llanto
y entre sus lágrimas se le escapará
sin querer un suspiro. Ahora duerme reclinada en los brazos afortunados de otro,
y mis palabras se pierden en el Céfiro de la noche.
Pero tú sola, tú eres,
puerta, la causa mayor de mis penas, 35 jamás doblegada por mis regalos.
A ti
no te he ofendido con ningún insulto salido de mi lengua,
como los que suele
bebida lanzar contra lugares ingratos108, por tolerar que yo, ronco por tan
prolongados lamentos,
pase en vela angustiosas esperas en las esquinas. 40
¡Por el contrario, en tu honor he elaborado a menudo poesías inéditas y estampé
besos, apoyándome en tus gradas.
¡Cuántas veces, pérfida, me volví a tus
jambas
y ofrendé votos obligados, ocultando mis manos109!
Esto dice el
suplicante y lo que bien sabéis los desgraciados enamorados, de todo lo cual
hace eco el canto de los gallos110
Así yo ahora, por los vicios de mi
dueña y los llantos del eterno enamorado, me veo condenada a perpetuo
desprecio.»
XVII 17 LAMENTO DEL POETA111
Y con razón, pues tuve la osadía de huir
de mi amada, ahora hablo a las solitarias gaviotas.
Ni siquiera Casíope ha de
ver mi nave a salvo,
pues todos mis deseos se pierden en un ingrato litoral.
No obstante, incluso ausente, Cintia, los vientos te son 5
propicios112: mira
cómo el aire hace sonar amenazas terribles.
¿No vendrá Fortuna a aplacar la
tempestad?
¿Esta insignificante arena cubrirá mi cadáver?
Tú, sin embargo,
haz buenos mis crueles lamentos:
séante castigo suficiente la noche y los
escollos hostiles. 10
¿Podrás enterrar mi cadáver con los ojos secos
y no
tener en tu regazo mis huesos que no son nada?
¡Maldito el primero 113 que
equipó una nave con velas y se abrió camino contra la voluntad del mar!
¿No
fue más fácil doblegar los caprichos de mi amada 15 (aunque altiva, sin embargo
fue una joven especial),
que ver así costas rodeadas de bosques desconocidos
y buscar a los deseados hijos de Tíndaro114?
Si allí 115 el destino hubiera
sepultado mis penas
y mi última piedra estuviera, sobre mi amor sepultado, 20
ella habría regalado sus queridos cabellos en mi funeral
y colocaría
suavemente mis huesos sobre delicadas rosas;
ella habría pronunciado mi
nombre sobre mis últimas cenizas, para que la tierra no me fuera pesada.
Pero
vosotras, hijas marinas de la hermosa Dóride, 25 soltad las blancas velas en
propicio coro:
¡si alguna vez Amor, deslizándose, tocó vuestras olas, cuidad
de vuestro amigo en tranquilos litorales!116.
XVIII 18 QUEJAS A LA NATURALEZA117
El soplo del Céfiro domina en este
bosque solitario y en estos lugares, sin duda desiertos y silenciosos para el
lamento.
Aquí se puede dar rienda suelta sin castigo a las penas calladas,
con tal de que sólo las rocas puedan guardar el secreto.
¿Por dónde empezaré
a recordar, Cintia mía, tus desprecios? 5
¿Qué exordio me ofreces, Cintia,
para llorar?118.
Yo, que ha poco me contaba entre los felices enamorados,
ahora se me obliga a quedar marcado por mi amor hacia ti119.
¿Qué he hecho
para merecer esto? ¿Qué conjuros te hacen cambiar?
¿Tal vez una nueva amante
es el motivo de tu enojo? 10
Vuelve a mí, que ninguna otra ha puesto sus
delicados y hermosos pies en mi umbral120.
Aunque este sufrimiento mío te
deba a ti muchas amarguras, mi ira, sin embargo, no será tan grande como
para
que tu furia se ensañe con razón siempre conmigo y tus ojos 15 se afeen de
llorar a lágrima viva.
¿Acaso porque, cambiando de color 121, doy pocas
muestras de amor
y en mi cara no se refleja ninguna garantía de fidelidad?
Vosotros seréis testigos, si es que un árbol conoce el amor, 20
haya y pino,
queridos del dios de Arcadia122.
¡Ah, cuántas veces resuenan mis palabras
bajo vuestras sombras y se graba el nombre de Cintia en las tiernas cortezas123!
¿O es porque tu fría actitud me ha producido cuitas de amor,
ésas que
bien conoce sólo tu puerta callada?
Acostumbro a soportar estoicamente todas
las órdenes124 de una 25 altiva y a no quejarme de su conducta con dolor
quejumbroso.
Por lo cual fuentes divinas, una fría roca y un duro descanso se
me concede en una senda salvaje;
y todo lo que mis lamentos puedan contar,
se me obliga a decirlo a solas a las aves canoras. 30
Pero, como quiera que
seas, que los bosques me respondan «Cintia»125
y las rocas desiertas no estén
privadas de tu nombre.
XIX 19 AMOR 126 MÁS ALLÁ DE LA MUERTE
No temo yo ahora, Cintia mía,
los tristes Manes,
ni me importa el destino debido 127 a la postrera hoguera,
pero que acaso mi funeral esté privado de tu amor,
ese miedo es peor que la
exequia misma.
No tan superficialmente entró Cupido en mis ojos 5
como
para que mis cenizas estén libres de tu amor olvidado. Allí, en los lugares
sombríos, el héroe descendiente de Fílaco
no pudo soportar el recuerdo de su
amada esposa128,
sino que, deseoso de tocar a su amor con ilusorias manos, el
tesalio había ido cual sombra a su antiguo hogar. 10
Allí, sea lo que fuere,
siempre seré tu espectro:
un gran amor atraviesa incluso las riberas del
destino. Allí lleguen a coro las hermosas heroínas129,
las que el botín de
Troya entregó a los héroes griegos:
ninguna de ellas me será, Cintia, más
agradable que 15 tu figura, y (la justa Tierra así lo permita)
aunque los
hados te reserven una larga vejez,
queridos sin embargo serán tus huesos a
mis lágrimas.
¡Que esto mismo puedas tú sentir viva sobre mis cenizas!
Entonces la muerte, donde quiera llegue, no me sería amarga. 20
¡Cuánto temo,
Cintia, que, despreciada mi tumba, Amor cruel te separe de mis cenizas
y te
obligue a la fuerza a enjugar las lágrimas que te brotan! También la joven fiel
se doblega con continuas amenazas.
Por lo cual, mientras podamos, gocemos
juntos de nuestro amor: 25
el amor, dure lo que dure, nunca es demasiado
largo 130.
XX 20 EL RAPTO DE HILAS 131
Esto te advierto, Galo, en nombre de
nuestra constante amistad
(que no se te escapen estos consejos de tu ánimo
confiado 132). A menudo la mala suerte le llega al amante sin esperársela:
que lo diga el cruel Ascanio a los Minias.
El objeto de tu pasión no es
inferior en belleza, no diferente 5 en el nombre, igual a Hilas 133, el hijo de
Tiodamante.
A éste tú, ya recorras los ríos de un sombrío bosque, ya las
aguas del Anio bañen tus pies,
ya vagues por las playas del litoral de los
Gigantes 134,
o donde sea con la hospitalidad de un serpeante río 135, 10
defiéndelo siempre del rapto apasionado de las ninfas 136
(no es menor el
amor de las itálicas que el de las Adríades). Que no tengas que visitar sin
descanso, Galo, montes
escarpados, frías rocas o lagos conocidos:
esto fue
obligado a sufrir el desgraciado Hércules, errando 15 por tierras desconocidas y
llorando al cruel Ascanio 137.
Pues cuentan 138 que un día la nave Argo,
salida de los astilleros
de Págasas, tomó rumbo a la lejana Fasis,
y,
después de sortear, deslizándose sobre las aguas, las olas de Atamante, llegó a
los escollos de los misios. 20
—Aquí el grupo de los héroes, cuando se detuvo
en las tranquilas orillas, cubrió la playa de un blando lecho de hojas—.
Pero
el compañero del joven invicto 139 había ido lejos a buscar
el agua
cristalina de una apartada fuente.
A éste dos hermanos lo siguieron, prole de
Aquilón; 25 revoloteando sobre éste Zetes, sobre aquél Cálais,
intentaban
robarle besos extendiendo las manos
y darle besos desde el aire uno después
de otro140.
El muchacho se inclina y se separa de los extremos de las alas, apartando
con una rama el acoso de los hermanos alados. 30
Ya se había retirado la
estirpe de Oritía, descendiente de Pandíon:
¡ay, qué pena!, se iba Hilas, se
iba hacia las Hamadríades. Allí 141 estaba Pege cerca de la cima del monte
Arganto,
húmeda morada, grata a las ninfas de Tinia;
sobre ella colgaban
frutas con el frescor del rocío debajo de 35 árboles salvajes que nada debían al
cultivo;
y a su alrededor crecían en un húmedo prado lirios blancos,
mezclados con adormideras color de púrpura.
Y ya cortándolas inocentemente
con sus tiernas uñas prefirió las flores al deber impuesto, 40
ya
recostándose, ignorante, sobre las límpidas aguas, atractivas imágenes le
inducen a error.
Al fin se dispone a tocar el agua metiendo sus manos
y
arrastra la abundante corriente apoyado en su hombro derecho. Tan pronto las
Dríades, enamoradas de su belleza 142, 45
abandonaron, asombradas, sus danzas
habituales, suavemente le hicieron resbalar y lo acogieron con agrado en sus
aguas:
entonces, mientras su cuerpo era raptado, Hilas dio un grito. A él de
lejos el Alcida responde repetidamente, pero el viento
sólo le devuelve el
nombre desde las remotas montañas 143. 50
Advertido, Galo, por estos
ejemplos, conservarás tu amor,
tú que has dado la impresión de confiar el
hermoso Hilas a las ninfas.
XXI 21 EPIGRAMA SEPULCRAL144
«Tú, que te das prisa por escapar de mi
mismo destino, soldado que llegas herido de las trincheras etruscas,
¿por qué vuelves tus ojos llorosos ante
mis gemidos? Yo soy compañero de vuestro ejército145. 5
Que tus padres puedan
alegrarse de tu salvación 146,
y mi hermana no se entere de lo sucedido por
tus lágrimas: Galo, que había escapado a través de las espadas de César,
no
se pudo salvar de hombres desconocidos;
y por más huesos que encuentre en los
montes de
Etruria, sepa que éstos son los míos.» 10
XXII 22 FIRMA Y RÚBRICA147
Quién soy, de dónde es mi linaje, Tulo, y cuál es mi tierra, me preguntas en nombre de
nuestra eterna amistad.
Si conoces los sepulcros de nuestra patria en
Perugia, exequias de Italia en tiempos difíciles148,
cuando la Discordia
romana trastornó a sus ciudadanos 5 (mío es especialmente, tierra Etrusca, este
dolor: tú
has permitido que los miembros de un allegado mío quedaran
insepultos 149,
tú no cubres los restos del desgraciado con ninguna tierra),
la fértil Umbría 150 , que limita con Perugia a su falda,
me vio nacer en sus
tierras fecundas. 10
LIBRO SEGUNDO
I 1 POESÍA PROGRAMÁTICA1
Me preguntáis por qué escribo tantos versos
de amor y por qué mi libro suena tierno en los labios.
No me los dicta Calíope, no me los dicta Apolo:
mi
amada es la inspiración de mi talento2.
Si la veo caminar luciendo un vestido
de Cos, 5 todo este libro versará sobre las telas de Cos;
si veo sus cabellos
caer esparcidos sobre su frente,
se alegra de ir orgullosa por mis elogios a
su cabellera;
si con sus dedos de marfil acompaña una canción a la lira,
admiro con qué técnica rasgan sus ágiles manos; 10
o, cuando deja caer sus
ojos que se inclinan al sueño, encuentro como poeta mil temas originales;
o,
si despojada del vestido lucha desnuda conmigo, soy capaz entonces de componer
largas Ilíadas3;
y, haga lo que haga y diga lo que diga, 15 de una nadería
surge una gran historia.
Pero, si los hados, Mecenas, me hubieran concedido
el poder de guiar huestes heroicas a la guerra,
no cantaría yo4 a los
Titanes, no al monte Osa colocado sobre el
Olimpo, para que el Pelión fuera
el camino hacia el cielo, 20 no la antigua Tebas ni a Pérgamo, gloria de Homero,
ni los dos mares que fueron unidos por orden de Jerjes5,
o el reinado primero
de Remo o el orgullo de la altiva Cartago, ni las amenazas de los cimbros y las
hazañas de Mario6:
las guerras y hechos de tu querido César celebraría y tú
25 serías mi segundo objetivo después del gran César.
Pues cuantas veces
cantara a Módena7 o las tumbas civiles
de Filipos o la huida en la batalla naval de Sicilia,
la destrucción de los
hogares de la antigua nación etrusca, y la conquista del litoral de la
ptolemaica Faros, 30
o cantara a Egipto y al Nilo, cuando, arrastrado hacia
Roma, iba debilitado con sus siete bocas cautivas,
o el cuello de los reyes,
rodeados de cadenas de oro,
y los espolones de Accio que recorren la vía
Sacra:
a ti mi Musa siempre uniría a aquellas empresas, 35 amigo fiel tanto
en la paz como en la guerra:
Teseo en los infiernos, Aquiles entre los vivos
son el ejemplo8
el uno con Pirítoo, el otro con Patroclo.
* * * 9
Pero
el estrépito de Flegra entre Júpiter y Encelado no lo entonaría Calímaco con su
débil voz10, 40
ni mis entrañas se adaptan al verso elevado
para poner el
nombre de César entre sus antepasados frigios. El marinero habla de los vientos,
de los toros el campesino,
el soldado cuenta las heridas, el pastor las
ovejas;
yo, por el contrario, me ejercito en combates en angosto lecho: 45
cada cual pase el día en el arte de que es capaz11.
Gloria es morir de amor,
gloria mayor si se concede disfrutar de un solo amor: ¡disfrute yo solo de mi
amor!
Ella, ahora recuerdo, suele criticar a las mujeres ligeras y por Helena
desaprueba la Ilíada entera. 50
En cuanto a mí, aunque tuviera que tocar los
filtros de la madrastra
Fedra, filtros inofensivos para su hijastro12,
o
hubiera de perecer con las hierbas de Circe, o aunque hirviera
la caldera de
Medea en el fuego de Yolco,
puesto que una sola mujer ha arrebatado mis
sentidos, 55 sólo de esta casa ha de partir mi cadáver.
La medicina cura
todos los males de los hombres:
sólo el amor no ama al médico de su
enfermedad13. Macaón sanó la pierna lisiada de Filoctetes,
Quirón, el hijo de
Fíliras, los ojos de Fénix, 60 el dios de Epidauro con hierbas de Creta devolvió
al extinto Androgeón al hogar paterno,
y el joven misio14 sintió alivio con la misma lanza Hemonia, con la que había
sentido la herida.
Si alguien pudiera arrancarme este mal15, él solo podrá 65
poner las manzanas en la mano de Tántalo;
él llenaría los toneles con los
cántaros de las Danaides,
para que sus delicados cuellos no soportaran el
agua eterna;
él librará los brazos de Prometeo de la roca caucásica y
ahuyentará al águila de su pecho. 70
Así pues, cuando el destino reclame mi
vida
y yo sea un mero nombre en exiguo mármol16, Mecenas, esperanza
envidiable de nuestra juventud
y justa gloria de mi vida y muerte,
si
acaso un camino te lleva cerca de mi pira, 75 detén tu carro britano de yugo con
relieves,
y dirige entre lágrimas estas palabras a mis mudas cenizas:
UNA
ALTIVA MUCHACHA FUE EL DESTINO DE ESTE DESGRACIADO.
Prometeo modeló a los hombres con agua y tierra y les dio además el fuego,
oculto en una férula, sin conocimiento de Zeus. Pero cuando éste lo supo ordenó
a Hefesto que sujetara su cuerpo con clavos en el Cáucaso; este es un monte de
Escitia. Prometeo estuvo allí encadenado muchos años; cada día un águila
abatiéndose sobre él devoraba los
lóbulos de su hígado, que se rehacía
durante la noche. Prometeo sufrió este castigo por robar el fuego, hasta que más
tarde
Heracles lo liberó, como mostraremos al tratar de él.
II 2 BELLEZA DE CINTIA
Yo
era libre y pensaba vivir solitario en mi lecho, pero Amor me engañó después de
firmada la paz.
¿Por qué sigue en la tierra este rostro humano? Júpiter,
perdono tus antiguos adulterios.
Su cabello es rubio, largas las manos,
esbelto todo su 5
cuerpo, y su andar digno es incluso de la hermana de
Júpiter17, o de Palas cuando pasea junto a los altares de Ítaca con el
pecho
cubierto con los cabellos de serpiente de la Górgona;
su belleza es igual a
la de la heroína Iscómaca de los Lápitas, botín para los Centauros en medio de
su embriaguez,
o como se dice de Brimó18, quien en las sagradas aguas de
Bebeis
puso su virginal costado junto a Mercurio.
¡Retiraos ya, diosas19,
a quienes ha tiempo un pastor vio quitarse las túnicas en las cimas del Ida!
¡Ojalá la vejez no cambie esta belleza,
aunque tenga los siglos20 de la
Sibila de Cumas!
III 3 SUPERIORIDAD DE CINTIA
«Tú 21, que decías que
ninguna mujer podría hacerte daño, has sido cazado: ¡ha caído aquel orgullo
tuyo!
Apenas puedes, desgraciado, descansar un solo mes y ya otro libro
infame saldrá de tu pluma.»
Me preguntaba si el pez podría vivir en la seca
arena, 5
o si el fiero jabalí en el mar al que no está acostumbrado,
o si
yo podría pasar noches en vela dedicado a serios afanes22:
el amor se
interrumpe, nunca desaparece.
No me ha cautivado tanto su rostro, aunque es
espléndido
(los lirios no son más blancos que mi dueña: 10
es como la
nieve meótica si rivalizara con el bermellón íbero23,
y como los pétalos de
la rosa nadan en pura leche),
ni su cabello, que cae ordenadamente por su
cuello suave,
ni sus ojos, dos antorchas que son mis estrellas, ni es como
cuando una joven luce con un vestido de seda de Arabia 15
(no soy yo un
amante que se enamora por nada):
me ha cautivado su elegancia en el baile,
servido ya el vino, como cuando Ariadna dirigía las danzas de las Ménades24;
y me ha cautivado cuando tantea versos en ritmo eolio25,
tan experta en tañer
la lira como Aganipe, 20
y cuando compara sus escritos con la antigua Corina,
cuyos versos piensa que ninguna otra puede igualar a los suyos 26.
Cuando
naciste, mi vida, ¿no estornudó en tus primeros días el blanco Amor como augurio
expresivo?27.
Los dioses te otorgaron estos dones celestiales, 25 no vayas a
creer que te los dio tu madre.
No, no proceden tales dones de un parto
humano:
diez meses28 no han engendrado esos bienes.
Tú has nacido como la
única gloria de las jóvenes romanas:
serás la primera joven romana en
acostarte con Júpiter, 30
y no siempre compartirás con nosotros los lechos
humanos; después
de Helena, la belleza en ti vuelve por segunda vez a la
tierra29.
¿A mí ahora me va a sorprender que nuestros jóvenes se abrasen
por ésta? Más te habría valido, Troya, perecer por esta otra.
En otro tiempo
me extrañaba de que la causa de una guerra tan 35
grande, Europa contra Asia,
en Pérgamo fuera una joven; ahora... Paris tú eres sabio y tú, Menelao, lo
fuiste;
tú, Menelao, por reclamar, y tú, Paris, por no ceder.
Su rostro
sin duda merecía que incluso Aquiles muriera por él;
incluso que Príamo lo
aceptara como motivo de la guerra. 40
Si alguno quiere superar la fama de las
pinturas antiguas30, que tome a mi dueña como modelo en su arte:
ya la enseñe
a los del Oeste o ya a los del Este,
abrasará a los del Este y abrasará
también a los del Oeste.
¡Al menos31, permanezca yo ya en estos límites! ¡ay,
si algún 45
otro amor me entrara para morir más desgraciadamente!, Y, como el
toro al principio rechaza el arado,
después va dócil al campo acostumbrado al
yugo, así al principio los jóvenes actúan fieros en el amor, después, sometidos,
soportan lo justo y lo injusto.
Vergonzosas cadenas sufrió el adivino
Melampo, convicto de haber robado los bueyes de Ificlo32; no le obligó el
interés, más bien la hermosa Pero,
que pronto iba a ser una novia en la casa
de Amitaón.
IV 4 EL AMOR NO TIENE CURA
¡Quéjate primero
de los muchos defectos de tu dueña, pídele algo a menudo, vete a menudo
rechazado, cómete a menudo tus inocentes uñas con los dientes,
y tu ira te
haga producir alboroto con tu pie dubitativo33!
En vano se derramaban
ungüentos sobre mi cabello 5
y mis pies caminaban indolentemente con paso
medido. No sirven aquí las hierbas, no aquí la nocturna citeide34
no las
plantas cocidas por la mano de Perimede. Pues, ¿de qué falso adivino no soy yo
una presa?35 15
¿qué vieja no revuelve diez veces mis sueños? 16
Pues en
el amor no vemos las causas ni los golpes directos: 9
ciego es el camino por
donde, sin embargo, llegan tantos males. 10
Este enfermo no necesita de
médicos, no de blando lecho,
a éste no le perjudica ningún estado del tiempo
o el viento36;
pasea... ¡y de pronto sus amigos están viendo a un cadáver!
Así es de sorprendente lo que se supone que es el amor. 14
Si yo tuviera
algún enemigo, que se enamore de mujeres: 17 si algún amigo, que disfrute de un
jovencito.
Bajas por un río tranquilo en una barca segura:
¿qué daño te
hace el agua de tan pequeña orilla? 20
El uno cambia a menudo su corazón por
una sola palabra, la otra difícilmente se ablandará con tu misma sangre.
V 5 INFIDELIDAD DE CINTIA37
¿Es verdad, Cintia, que estás en boca de toda
Roma y vives en medio de notoria inmoralidad?
¿He merecido esperar esto?
Sufrirás, pérfida, el castigo, y me llevará, Cintia, el viento a otra parte.
Encontraré, con todo, de entre muchas mentirosas a una 5 que quiera hacerse
famosa con mis versos,
que no se burle de mí con tan soberbia conducta y te
cause daño: ¡tarde, ay, llorarás tú tanto tiempo amada! Ahora mi ira es
reciente, ahora es tiempo de retirarse:
si el dolor se fuera, créeme, volverá
el amor. 10
No cambian las olas del mar de los Cárpatos con los Aquilones
ni la negra nube cambia con el indeciso Noto tan fácilmente como los enamorados
airados varían con una palabra:
mientras sea posible, saca tu cuello de un
yugo desigual. No sentirás tú dolor alguno, excepto la primera noche: 15
todos los males en el amor, si los superas, son livianos.
Pero tú por las
dulces leyes38 de tu señora Juno evita, vida mía, causar daño a tu corazón.
No sólo el toro hiere al enemigo con sus curvos cuernos, también la oveja herida
devuelve el ataque a quien la acosa.20
Yo no te arrancaré el vestido39 de tu
cuerpo perjuro
ni mi ira derribará tu puerta atrancada,
ni me atrevería en
mi ira a arrancar tus trenzados cabellos ni a lastimarte con mis rudas manos:
que alguien sin sensibilidad busque tan infamante pelea, 25
alguien que no
haya coronado su cabeza de hiedra40. Escribiré, pues, algo que tus años nunca
olviden: CINTIA, DE BELLEZA AVASALLADORA; CINTIA, DE PALABRA LIGERA.
Créeme, por más que desprecies los rumores de la fama, este verso, Cintia, te
hará palidecer. 30
VI 6 CELOS DE PROPERCIO
No llenaban así la casa de la efirea Laide,
ante
cuyas puertas se postró Grecia entera; ni tantos habían sido en otro tiempo los
admiradores de la Taide de
Menandro, con quien se holgó el pueblo ateniense;
ni Friné, que fue capaz de reconstruir las destruidas murallas 5 de Tebas, fue
enriquecida por tantos varones.
Tú, encima, te inventas a menudo falsos
parientes
y no faltan hombres que tengan derecho a besarte.
A mí me
molestan los retratos de jóvenes, a mí las menciones de nombres, a mí un tierno
bebé en la cuna y sin hablar; 10
me molesta que tu madre te dé muchos besos,
a mí tu hermana y la amiga que duerme contigo;
todo me molesta: soy tímido
(perdona mis temores) y, en mi
desgracia, sospecho la presencia de un hombre
debajo de la túnica.
Por estas faltas, la leyenda cuenta, se llegó antaño a
15 la guerra, por estos inicios ves cadáveres en Troya;
esa misma locura
salvaje llevó a los Centauros a romper las copas ante la oposición de Pirítoo.
¿A qué buscar ejemplos griegos? Tú eres el responsable de un
crimen, Rómulo,
alimentado por la leche de una loba salvaje: 20
tú enseñaste a raptar
impunemente a las vírgenes Sabinas42, por ti ahora Amor se atreve a hacer lo que
quiere en Roma.
¡Feliz la esposa de Admeto43 y el matrimonio de Ulises44
y
la mujer que ame la casa de su marido!
¿Qué necesidad tuvieron las doncellas
de levantar templos
al Pudor, si a las casadas se les permite hacer lo que
quieran? La mano que pintó por primera vez cuadros obscenos45
y puso en un
hogar honrado pinturas licenciosas, ésa corrompió los ojos inocentes de las
doncellas
y no quiso que dejaran de experimentar su maldad.
¡Ay, que gima
en las tinieblas quien con ese arte sacó a la luz vergüenzas ocultadas por el
callado placer de los enamorados!
No adornaban antaño los techos con tales
figuras:
entonces no se pintaba en las paredes ningún crimen.
¡Y no sin
razón! La araña cubre los templos
y la mala hierba ocupa el lugar de los
dioses abandonados.
¿Qué guardianes, pues, te pondré, qué umbrales, sobre los
que nunca el rival levante su pie?
Pues de nada sirve una severa vigilancia
para quien la rechaza46;
quien se avergüenza de ser infiel, Cintia, ésa está
segura.
A mí nunca una esposa, nunca una amiga me apartará de ti:
siempre
serás para mí una amiga, siempre una esposa también47.
VII 7 DEROGACIÓN DE LA «LEX IULIA»
Te alegraste sin
duda, Cintia, de la derogación de la ley49, ante cuya promulgación hace tiempo
lloramos los dos tanto
no fuera a separarnos: aunque separar a dos enamorados
contra
su voluntad ni el mismo Júpiter puede hacerlo.
«Pero César es
poderoso.» César es poderoso en las armas: 5 los pueblos vencidos no valen nada
en el amor.
Pues antes soportaría que esta cabeza se separe del cuello
que
ser capaz de malgastar mi pasión a causa del amor a una esposa50;
o que yo,
marido, pasara ante tu umbral cerrado, mirándolo traicionado con ojos
humedecidos. 10
¡Ay, entonces qué sueños te cantaría mi flauta,
flauta más
triste que una trompeta funeraria!
¿Cómo podría yo ofrecer hijos para los
triunfos patrios? No saldrá de mi sangre soldado alguno.
Pero, si yo sirviera
en los campamentos reales de mi amada,15 no me sería suficiente el fogoso
caballo de Cástor.
Por ella, en efecto, mi gloria ha alcanzado un nombre tan
grande,
gloria que ha llegado hasta el invernal Borístenes51.
Tú eres la
única que me agradas: agrádete yo solo a ti, Cintia:
este amor valdrá más
incluso que la sangre de mi familia 52. 20
VIII 8 LA RUEDA DEL AMOR53
Me quitan a
una muchacha desde hace tiempo querida,
¿y tú, amigo, me prohíbes derramar
lágrimas? No hay enemistades odiosas sino las del amor:
deguéllame y seré un
enemigo más indulgente.
¿Puedo yo verla recostada en los brazos de otro? 5
¿Y no se dirá que es mía, la que ha poco se decía mía? Todo cambia 54, cambian
también los amores:
o vences o eres vencido, ésa es la rueda del amor.
Grandes jefes a menudo, grandes reyes cayeron,
también estuvo en pie Tebas,
también existió Troya. 10
¡Cuántos regalos le hice, qué poemas le escribí!
Pero ella, de hierro, nunca me dijo: «Te quiero.»
Así que bien insensato he
sido, malvada, durante muchos años,
yo que te he aguantado a ti y a tu casa.
¿Te he parecido acaso alguna vez libre? ¿o hasta cuándo 15 lanzarás improperios
contra mi persona?
Conque ¿así vas a morir, Propercio, en la juventud?
¡Pues muere y regodéese ella con tu muerte!
¡Que moleste a mis Manes, persiga
mi sombra,
se ría de mi pira y llegue a pisotear mis huesos! 20
¿Cómo? ¿No
se precipitó Hemón de Beocia sobre la tumba de
Antígona hiriéndose en el
pecho con su propia espada,
y mezcló sus propios huesos con los de su
desgraciada amada, sin la que no quiso volver a su patria de Tebas?
Pero no
escaparás: es preciso que mueras conmigo; 25
la sangre de los dos brotará con
esta misma espada. Aunque esa muerte me haya de ser deshonrosa,
muerte desde
luego deshonrosa, pero tú morirás con todo.
También el famoso Aquiles,
alejado por el robo de su amante55,30
permitió que las armas descansaran en
su tienda. Había visto él huyendo a los aqueos en el litoral
y los
campamentos de las dorios arder con la tea de Héctor, había visto a Patroclo
desfigurado tendido en la amplia arena
y su cabello caído y salpicado de
sangre;
todo lo aguantó a causa de la hermosa Briseida: 35 tan gran dolor
sintió cuando se le quitó a su amor.
Mas, en cuanto se le devolvió la
prisionera mediante tardío
rescate, con sus caballos tesalios arrastró al
famoso Héctor. Dado que yo soy muy inferior por mi madre y por las armas56,
¿es sorprendente que Amor triunfe con razón sobre mí? 40
IX 9 INFIDELIDAD DE CINTIA
Lo que él es, yo he sido muchas veces: pero quizás un
día, despreciado ése mismo, otro será más querido.
Penélope era capaz de
vivir intachable durante veinte años, una mujer atractiva para tantos
pretendientes;
era capaz de aplazar el matrimonio fingiendo que tejía57, 5
destejiendo lo tejido de día con nocturno engaño:
aunque no esperaba ver
nunca a Ulises, se hizo anciana esperándolo.
Y Briseida abrazando a Aquiles
muerto
golpeó su blanco rostro con sus manos furiosas, 10 y, cautiva
desconsolada, lavó la sangre de su amo,
tendido en las amarillentas aguas del
Símois,
mancilló su cabello y con sus pequeñas manos sostuvo en alto el
cuerpo y los enormes huesos del robusto Aquiles58;
pues no estaban a tu lado
ni Peleo ni tu cerúlea madre59 15
ni la escira Deidamía que había quedado
viuda60. Entonces Grecia sí que gozaba en sus hijas fieles,
entonces, incluso
en la guerra, florecía el pudor.
¡Tú, en cambio, no fuiste capaz de estar
sola una noche, impía, de permanecer sola un día! 20
Todo lo contrario,
apurasteis copas entre risotadas:
quizás también hubo palabras groseras sobre
mí. Incluso buscas61 a ése que antes te abandonó:
¡los dioses hagan que,
enamorada, disfrutes de ese hombre!
¿Éste es el pago a los votos que hice por
tu salud, 25 cuando las aguas estigias ya se apoderaban de tu cabeza
y
nosotros, tus amigos, estábamos llorando alrededor de tu cama?
¿Dónde estaba
ése entonces, por los dioses, o quién, pérfida, era ése?
¿Y qué si, como
soldado, se me hubiera retenido entre los lejanos
indos o si mi nave hubiera
anclado en el Océano? 30
Pero a vosotras os es fácil urdir mentiras y
engaños62:
esto es lo único que la mujer siempre ha aprendido. Las volubles
Sirtes no cambian tanto con el viento
ni las hojas se estremecen tanto con el
Noto invernal,
como se desvanece tan pronto un pacto en una mujer airada,35
sea el motivo grave o sea el motivo leve.
Ahora, puesto que esa decisión te
agrada, me plegaré:
¡os suplico, Amorcillos, sacad dardos más agudos!
¡rivalizad
por clavarme y acabad con esta vida mía!
mi sangre será vuestra victoria más
importante. 40
Las estrellas, el rocío de la mañana y la puerta abierta
furtivamente para mi desgracia son testigos de
que nada en mi vida fue nunca
más querido que tú: ahora lo serás también, aunque seas mi enemiga. Ninguna
mujer pondrá sus huellas en mi lecho: 45
dormiré solo, puesto que no puedo
ser tuyo.
¡Y ojalá, si acaso he vivido piadosamente,
aquel rival se
convierta en piedra en medio de su amor!
* * * 63
Por un reino cayeron
bajo crueles armas
los caudillos tebanos64 ante los ojos de su madre; 50
igualmente, si se me diera luchar ante los ojos de mi amada,
no rehuiría yo
enfrentarme a una muerte que provocara la tuya.
X 10 CAMBIO DE RUMBO POÉTICO65
Pero ahora tiempo es de visitar el Helicón con ritmos diferentes
y tiempo es ya de lanzar por las llanuras al caballo de Tesalia.
Ya me agrada
cantar los escuadrones valientes en la batalla y celebrar el campamento de mi
líder romano66.
Pero, si me fallan las fuerzas, al menos el atrevimiento será
digno 5 de encomio: en los asuntos importantes la voluntad es suficiente.
La
juventud cante al amor, la edad madura a la guerra:
cantaré a la guerra,
puesto que ya he escrito sobre mi amada. Ahora quiero iniciar un estilo más
elevado con rostro serio,
ahora mi Musa me enseña otra cítara. 10
Levántate ya, alma mía, de poesías menores; tomad fuerzas, Piérides, que un gran
aliento necesita mi obra.
El Éufrates .ya se niega a que el jinete parto
pueda mirar a
sus espaldas y se arrepiente de haber retenido a los Crasos67;
incluso India, Augusto, entrega su cerviz a tu triunfo 15 y la región de Arabia
sin conquistar68 tiembla ante ti;
y, si alguna tierra69 se te resiste en los
últimos confines,
¡que ésa pronto sea tomada y sienta tu mano!
Yo seguiré
estos campamentos70, cantando tus campamentos seré un gran poeta: ¡que los hados
me reserven este día! 20
Como cuando no se puede alcanzar la cabeza de las
grandes estatuas,
la corona se deposita en su honor ante la base de la peana,
así ahora nosotros, sin recursos para llegar a un encomio,
ofrecemos incienso
barato en ritos humildes71.
Mi poesía no conoce todavía las fuentes de
Ascra72, 25
pero hace poco Amor la ha lavado en la corriente del Permeso.
XI 11 RECUERDA, CINTIA, QUE ERES POLVO73
Escriban
otros de ti o permanece desconocida, como quieres:
que te alabe quien siembra
en tierra estéril.
Todos tus dones, créeme, contigo en un solo féretro se
llevará el negro día de tu último funeral;
y pasará el caminante despreciando
tus huesos 5
sin decir: «ESTAS CENIZAS FUERON UNA JOVEN REFINADA».
XII 12 DESCRIPCIÓN DE AMOR74
Quienquiera
que fuera el que pintó a Amor como un niño,
¿no crees que tuvo una mano
extraordinaria?
Éste fue el primero que vio que los enamorados viven sin seso
y que grandes bienes se estropean por locas pasiones.
Este mismo añadió no en
vano alas ligeras como el viento 5
e hizo que el dios pudiera volar desde el
corazón humano:
pues es evidente que somos zarandeados por olas de aquí para
allá75
y el viento que nos sacude no permanece en ningún lugar. Y con razón
su mano está armada con saetas afiladas
y una aljaba de Cnosos cuelga de sus
hombros: pues hiere antes de que a salvo veamos al enemigo y nadie se marcha
indemne de aquella herida.
En mí permanecen sus dardos, permanece también su
imagen infantil: pero sin duda aquél ha perdido sus alas;
pues, ay, no vuela
desde mi pecho a otra parte, y continuamente hace la guerra en mi sangre.
¿Por qué te gusta habitar en mis tuétanos resecos?
Si tienes pudor, ¡lanza
tus dardos a otra parte!
Mejor sería tentar a los no enamorados con ese
veneno76:
no soy yo, sino mi débil sombra la que es azotada. Si la destruyes,
¿quién será el que cante al amor
(esta Musa mía ligera es tu gran renombre),
el que cante la cabeza, los dedos, los ojos negros de mi amada y la elegancia
con que suele caminar?
XIIIa 13 FANTASÍA FÚNEBRE: AMOR Y MUERTE77
No se arma Susa con tantas flechas
persas como las que Amor ha clavado en mi pecho.
Éste me prohibió despreciar
a Musas tan finas
y me ordenó que habitara en el bosque de Ascra78,
no
para que las encinas de Pieria sigan mis palabras 5 o yo pueda guiar a las
fieras por el valle ismario79,
sino más bien para que Cintia pueda admirar
mis versos:
entonces sería yo más famoso por mi arte que el argivo Lino. No
soy yo un admirador tan grande de un cuerpo hermoso
ni de si una mujer se
ufana de ilustres antepasados: 10
que mi placer sea leer en el regazo de una
joven culta80
que apruebe mis escritos con su fino oído.
Cuando consiga
esto, adiós a las indiscriminados charloteos del vulgo: pues con el juicio de mi
amada estaré a salvo.
Que si acaso ella dirigiera sus oídos predispuestos
para una 15
reconciliación, entonces puedo yo soportar la enemistad de
Júpiter.
XIIIb
Cuando llegue, pues 81, la hora en que la muerte cierre mis ojos, escucha
cómo debes disponer mi funeral:
no se alargue entonces el cortejo fúnebre con
gran desfile de imágenes, ni la trompeta se lamente inútilmente por mi 20
muerte, ni se me extienda entonces un lecho de pies de marfil, ni descanse mi
cadáver sobre un catafalco digno de Atalo.
Que me falte una hilera de
bandejas con esencias y tenga
las exequias insignificantes de un funeral
plebeyo. Suficiente, suficiente es mi cortejo, si hay tres libritos, 25
que
ofrecer a Perséfone como regalo especial.
Tú, en cambio, me seguirás
arañándote el pecho desnudo, y no te cansarás de invocar mi nombre82,
pondrás
el último beso en mis labios helados, cuando se me
ofrende una caja de ónice
llena de perfumes sirios. 30
Después, cuando la llama prenda
debajo y me convierta en ceniza, una pequeña urna reciba mis restos83,
póngase un laurel 84 sobre mi exigua tumba,
cuya sombra cubra el lugar de mi
cadáver quemado,
y haya dos versos: EL HOMBRE QUE AHORA YACE
[COMO EL
POLVO DESAGRADABLE, 35
ÉSE FUE EN OTRO TIEMPO ESCLAVO DE UN SOLO AMOR.
La
fama de mi sepulcro no será menos conocida que lo fue la tumba cruenta del héroe
de Ptía85.
También tú, si alguna vez se cumple tu destino, acuérdate, recorre
este camino, ya encanecida, hacia la lápida que te recuerde. 40
Entretanto,
no desprecies mi sepultura,
la tierra no es enteramente inconsciente de la
verdad.
¡Y ojalá una de las tres Hermanas86 me hubiera ordenado dejar la vida
cuando dormí por primera vez en la cuna!
Pues, ¿a qué conservar el aliento87
para hora tan incierta? 45
Tres generaciones pasaron antes de verse las
cenizas de Néstor:
a quien, si algún soldado hubiera acortado el destino de
una larga vejez en las murallas de Ilión88,
no hubiera visto aquél inhumar el
cuerpo de Antíloco,
o preguntado: «¿por qué, muerte, llegas tan tarde?» 50
Tú, sin embargo, siempre llorarás la pérdida de tu amigo: de ley es querer
siempre a las personas desaparecidas. Testigo es aquélla 89 a quien el fiero
jabalí le hirió antaño
a su níveo Adonis cuando cazaba por las cimas del
Idalio;
en aquellas lagunas, se dice, yacía hermoso, hacia allí 55 tú, Venus,
te encaminaste con el cabello suelto.
Pero en vano invocarás, Cintia, a mis
mudos restos:
pues, ¿cómo podrán hablar mis huesos reducidos a polvo?
XIV 14 TRIUNFO DEL AMOR90
No se alegró tanto el Atrida 91 con su triunfo en Troya, cuando
cayó el gran poder de Laomedonte92;
ni Ulises sintió tanta alegría cuando
terminó su vida errante y tocó la costa de su querida Duliquia;
ni tanto se
alegró Electra, cuando vio a salvo a Orestes, 5
cuyos supuestos huesos había
abrazado y llorado como hermana;
ni con tanta alegría vio la hija de Minos93
a Teseo ileso, cuando acabó el itinerario de Dédalo guiándose por el hilo,
como la que yo sentí en los goces de la pasada noche:
inmortal seré, si
alcanzo otra igual. 10
Sin embargo, mientras iba, suplicante, con la cabeza
gacha, se me decía que valía menos que un estanque seco94.
Y ya no pretende
enfrentarse a mí con su injusta altivez, ni es capaz de sentarse insensible ante
mis lágrimas.
¡Y ojalá no hubiera conocido tan tarde su manera de ser! 15
¡Ahora se ofrece remedio a quien ya es ceniza!95.
Ante mis pies brillaba un
camino, pero yo estaba ciego:
cierto es que nadie ve en su locura de amor96.
Me di cuenta de que más sirve esto: ¡mostrad desprecio, enamorados!
Así
vendrá hoy quien ayer dijo que no. 20
Unos llamaban en vano a la puerta y
solicitaban a mi dueña:
la joven, insensible, reclinó su cabeza sobre mí.
Esta victoria significa para mí más que una victoria sobre los partos: éstos
serán mis despojos, éstos mis reyes, éste mi carro97 . Grandes regalos colgaré
yo, Citerea, en tus columnas,
y junto a mi nombre pondré esta inscripción:
ESTOS DESPOJOS EN TU HONOR, DIOSA, DEPOSITO EN TU TEMPLO
YO, PROPERCIO,
AMANTE DURANTE TODA UNA NOCHE.
¿Llegará ahora a ti, mi sol, mi nave anclada
en la orilla, o quedará atracada en medio de los bajíos?98
Pero, si acaso
cambias tu actitud hacia mí con alguna infidelidad,
¡que yazga muerto ante tu
vestíbulo!
XV 15 NOCHE DE AMOR99
¡Qué felicidad la mía! ¡Qué noche tan espléndida!
¡Y qué lecho tan dichoso
por mis goces!
¡Cuántas palabras nos dijimos a la luz del candil y qué
combates se produjeron al apagarlo!
Pues ya se lanzaba a la lucha conmigo con
sus senos desnudos, 5
o ya se hacía la remolona cubierta con su túnica. Ella
abrió con sus besos mis ojos cerrados de sueño
y me dijo: «¿Así duermes,
insensible?»
¡Cuántos abrazos intercambiamos en diferentes posturas! 10
¡Cuánto se detuvieron mis besos en tus labios!
No conviene estropear el sexo
en ciegos escarceos:
si no sabes, los ojos son los guías en el amor.
Paris
mismo, se dice, murió de amor ante la desnudez de Helena, cuando se levantaba
del lecho de Menelao;
desnudo también, se cuenta, Endimión había cautivado a
la 15 hermana de Febo y había dormido con la diosa desnuda100.
Pero si,
obstinada, te acuestas vestida,
en tu vestido rasgado probarás mis manos. Más
aún, si la ira me lleva más lejos,
enseñarás a tu madre tus brazos
lastimados. 20
Todavía no te impiden jugar al amor unos fláccidos pechos:
que se cuide de eso quien se avergüence de haber dado ya a luz. Mientras el
destino lo permita101, saciemos los ojos de amor:
se te acerca una larga
noche y el día que no volverá.
¡Y ojalá quisieras que estuviéramos
íntimamente encadenados, 25 hasta el punto de que ningún día nos separe jamás!
Sírvate de modelo en el amor la unión de las palomas102,
macho y hembra en
perfecto matrimonio.
Se equivoca quien busca un final en un loco amor:
el
verdadero amor no sabe de límite alguno.
Antes la tierra 103 decepcionará a
los campesinos con frutos engañosos,
más rápido conducirá el Sol negros
caballos,
los ríos comenzarán a llevar las aguas a su nacimiento, y los peces
sin agua vivirán en secas corrientes,
antes que yo pueda trasladar mis penas
de amor a otro sitio:
de ella seré vivo, muerto de ella seré.
Que si ella
quisiera otorgarme noches a su lado, incluso largo me parecerá un año de vida;
Y si muchas me concediere, en ellas me haré inmortal:
en una noche así
cualquiera puede ser incluso dios. Si todos desearan llevar una vida como
ésta104
y tenderse con el cuerpo ahíto de vino,
no existiría el hierro
cruel ni la nave de guerra, ni el mar de Accio revolvería nuestros huesos,
ni
Roma, cercada tantas veces por sus propios triunfos, estaría cansada de soltar
sus cabellos105.
Estas hazañas, no hay duda, podrá alabarlas la posteridad:
que a ningún dios han ofendido mis copas106.
¡Tú, mientras luzca el sol,
disfruta de los dones de la vida!
Que aunque dieras todos los besos, pocos
darías.
Pues lo mismo que las hojas dejaron los pétalos marchitos, que por
doquier ves nadar esparcidos en las copas,
así a nosotros, que ahora,
enamorados, respiramos un gran amor,
tal vez el día de mañana nos depare la
muerte.
XVI 16 RIVAL DE PROPERCIO 107
.
Hace poco, Cintia, ha llegado de Iliria el pretor108,
el más rico botín para
ti, la mayor preocupación para mí.
¿No pudo haberse matado en las rocas
Ceraunias?
¡Ay, Neptuno, qué ofrendas te dedicaría! Ahora sin mí celebran
banquetes espléndidos, 5
ahora sin mí la puerta permanece abierta toda la
noche.
Por tanto, si eres lista, no desprecies las mieses que se te ponen a
mano y esquilma a la tonta oveja de rico vellón109.
después, cuando gaste el
dinero y se quede pobre,
¡dile que se embarque para otra Iliria! 10
Cintia
no sigue a los políticos ni le importan sus carreras;
siempre es única para
sopesar el bolsillo de sus amantes110
¡Pero ahora, Venus, asísteme en mi
dolor
y que ella rompa sus ijares de sexo sin fin!111
¿Así que cualquiera
compra tu amor con dinero? 112. 15
¡Oh Júpiter, la joven se pierde por un
precio indigno! Siempre me envía al Océano a buscar gemas
y me ordena traer
regalos de la misma Tiro.
¡Ojalá nadie fuera rico en Roma y nuestro mismo soberano viviera en una
choza de paja113! 20
Nunca se venderían las jóvenes por dinero,
y las
amadas se harían viejas en una sola casa;
nunca dormirías separada de mí
siete noches seguidas, echando tus blancos brazos a un hombre tan repugnante:
no porque yo te haya faltado (eres testigo), sino porque, 25
por lo general,
la ligereza siempre fue amiga de las hermosas.
¡Un salvaje deja su impronta
sacudiendo sus riñones114
y, afortunado sin esperarlo, ocupa ahora mi reino!
¡Recuerda la amargura que encontró Erifile en unos regalos
y en medio de qué
desgracia ardió Creúsa en sus bodas! 30
¿Es que ninguna infidelidad tuya va a
calmar mi llanto?
¿Es que este dolor no sabe irse lejos ante tus faltas?
¡Han pasado ya tantos días en que ni me apetece el teatro ni pongo el pie en el
Campo de Marte ni tengo apetito!
«¡Pero deberías estar avergonzado, sí
avergonzado!», a no ser 35 que, como dicen, el amor infame suele ser para oídos
sordos.
Mira al caudillo 115, que ha poco llenó con vano estrépito
las
aguas de Accio de soldados condenados a morir:
un amor infame le ordenó dar
la espalda y virar las naves para buscar la huida en los confines del mundo. 40
Éste es el valor de César y ésta es la gloria de César:
con la mano que
venció, con ésa guardó las armas. Pero los vestidos que te dio, las esmeraldas
o los topacios de brillo amarillento,
que raudas tormentas, lo vea yo, los
conviertan en nada:
se conviertan en tierra para ti, lo deseo, para ti en
agua. No siempre ríe Júpiter tranquilo ante los amantes perjuros y con sordo
oído no presta atención a las plegarias116.
¿Visteis el estruendo que
recorrió todo el cielo
y los rayos etéreos que saltaron del Olimpo? 50
Esto no lo producen las Pléyades ni el lluvioso Orión, ni la ira del rayo cae
así para nada:
aquél suele entonces castigar a las amadas perjuras, que
también Júpiter mismo lloró al ser engañado.
Así que no estimes tanto los
vestidos de Sidón, como para 55 que tengas que temer cada vez que sople el
nuboso Austro.
XVII 17 AMANTE RECHAZADO117
Engañar con una noche, dominar al
enamorado con promesas,
¡eso es como tener las manos manchadas de sangre!
De esto soy yo profeta, cada vez que, abandonado, paso noches amargas
revolviéndome de un lado a otro de la cama118.
Ya te impresiones por la
suerte de Tántalo en el río, 5 cómo el agua en su ardiente boca no sacia su sed;
o ya puedas quedar impresionado por los trabajos de Sísifo,
cómo da vueltas a
su pesada carga por todo el monte.
Nada hay más duro en la tierra que la vida
de un enamorado, ni, si tienes seso, nada menos deseable. 10
A mí, a quien ha
poco llamaban feliz y admiraban con envidia, ahora apenas se me admite un día de
cada diez;
ahora, impía, me gustaría arrojar mi cuerpo de rocas escarpadas
e ingerir venenos macerados en mis propias manos;
y no puedo descansar por
las esquinas en una noche clara119, 15 o introducir billetes por las rendijas de
la puerta.
Pero, aunque esto sea así, no cambiaré de dueña:
llorará
entonces, cuando se dé cuenta de la fidelidad que le guardo.
XVIIIa 18A-B DESPRECIO DE CINTIA
Las continuas quejas originan en
muchos odio:
se doblega a menudo la mujer si el hombre guarda silencio. Si
algo viste, ¡niega haberlo visto!
O, si acaso algo te ha dolido, ¡di que no
te duele!
XVIIIb
¿Y qué si mi juventud se blanqueara con las canas de los años 5 y secas
arrugas surcaran mis mejillas?
Por su parte, la Aurora, lejos de despreciar
la vejez de Titono, no permitió que durmiera solo en su mansión de Oriente:
a
él muchas veces, al partir, lo calentó en sus propios brazos,
antes de lavar,
indolente, los caballos sin uncir; 10 cuando, abrazada a él, descansaba cerca de
la India,
se quejó de que otra vez volviera tan pronto el día;
ella, al
subirse al carro, llamó injustos a los dioses
y contra su voluntad prestó sus
servicios a la tierra. Su alegría por el anciano Titono vivo era mayor 15
que
su profundo dolor por la muerte de Memnón.
No sintió vergüenza una joven así
de dormir con un anciano y estampar besos una y otra vez en su cabellos canos.
Tú, en cambio, incluso me odias a mí que soy joven, cuando no
está lejos el día en que
tú serás una anciana encorvada. 20
De ahí que yo más bien disminuya mi amor,
pues Cupido a menudo suele ser malo con quien antes fue bueno.
XVIIIc 18C CONTRA LA BELLEZA ARTIFICIAL 120
¿Todavía ahora imitas insensata a los
pintados britanos
y coqueteas con tu cabeza teñida con brillo extranjero? Tal
como la naturaleza la dio, así es ideal toda belleza: 25
feo es el color
belga para los rostros romanos.
¡Que surjan bajo tierra muchos males para
la doncella que cambia su cabello con artificio inapropiado!
¿Es que si una
se tiñera sus sienes con tinte azul, 31
por eso esa belleza azulada le
sentaría bien? 32
Quítate el maquillaje: por ti misma me parecerás hermosa;
29 para mí eres bastante hermosa, si vienes a mí a menudo. 30
Dado que ni
tienes hermano ni hijo alguno, 33
sea yo para ti un hermano y para ti tu
único hijo.
Tu mismo lecho de amor sea siempre tu guardián 35 y no te sientes
con la frente demasiado maquillada.
Creeré yo lo que dice la fama (no seas
infiel):
las habladurías atraviesan tierra y mar.
XIX 19 AUSENCIA DE CINTIA
Aunque muy a pesar mío, Cintia, te marchas de Roma, me alegro de
que vivas sin mí en campiñas apartadas.
No habrá en los castos campos ningún
seductor joven que con sus requiebros no te deje ser honrada;
ninguna riña se
originará ante tu ventana 5
ni tendrás un sueño molesto porque te reclamen.
Estarás sola y contemplarás, Cintia, los montes solitarios, el ganado y la
tierra del sencillo campesino.
Allí ningún espectáculo tendrá el poder de
corromperte
ni habrá templos, motivo principal de tus infidelidades122
Allí verás a los bueyes arar diariamente
y a la hoz podar sabiamente el
follaje de la vid;
y allí llevarás un poco de incienso a un templete
abandonado, donde un cabrito caerá ante un altar campestre;
rápidamente,
incluso, imitaräs con las piernas desnudas las 15 danzas, si todo está libre de
hombres de fuera.
Yo mismo iré de caza: ahora ya me agrada ofrecer
sacrificios a Diana y abandonar los votos de Venus123.
Empezaré a cazar fieras, a colgar de un pino los
cuernos de animales y a dirigir a los audaces canes;
sin embargo no me
atrevería a intentarlo con enormes leones
o a darme prisa por acercarme a los
jabalíes salvajes. Llegue, pues, sólo mi osadía a cobrar liebres de piel suave
o a clavar pájaros en la caña dispuesta124,
por donde el Clitumno cubre las
hermosas corrientes con su propio bosque y las aguas bañan a los níveos bueyes.
Tú, cada vez que intentes algo, vida mía, acuérdate
de que yo vendré a ti en
unos pocos amaneceres. Aquí ni las selvas solitarias ni las corrientes errantes
que fluyen por cumbres musgosas podrán apartarme
de que yo tenga tu nombre
continuamente en mis labios:
a un enamorado ausente no hay nadie que desee
perjudicar125.
XX 20 COMPROMISO DE FIDELIDAD126
¿Por qué lloras más desconsoladamente que Briseida
robada y con amargura más honda que la cautiva Andrómaca?
¿O por qué, loca,
molestas a los dioses con mi traición?
¿por qué te lamentas de nuestra
lealtad así quebrantada? Tanto no alborota Filomela, ave funesta, 5
con su
nocturno lamento entre los árboles de Atenas, ni tanto llora Níobe, altanera
junto a doce sepulcros,
derramando lágrimas desde el angustiado Sípilo127.
Aunque ataran mis brazos con nudos de bronce o
tus miembros estuvieran
escondidos en el palacio de Dánae, 10 por ti yo, mi vida, romperé las cadenas de
bronce
y atravesaré el palacio acorazado de Dánae. Mis oídos serán sordos a
lo que se me diga de ti:
tú entonces conténtate con no dudar de mi seriedad.
Te juro por los huesos de mi madre y de mi padre 15
(si miento, ¡caigan, ay,
sobre mí las pesadas cenizas128 de ambos!)
que yo seré tuyo, vida mía, hasta
las últimas tinieblas:
la misma fidelidad, el mismo día nos arrebatará a los
dos. Y aunque ni tu renombre ni tu belleza me retuvieran,
podría retenerme la
dulce esclavitud a tu persona. 20
Ya corre la séptima vuelta de la luna
llena,
cuando ningún cruce de caminos calla de ti y de mí:
entretanto a
veces la puerta nos fue condescendiente,
a veces se me hizo partícipe de tu lecho.
No he comprado
ninguna noche con regalos costosos: 25
lo que yo conseguía, eso era un gran
favor de tu corazón. Cuando tantos te cortejaban, tú solamente me cortejaste a
mí:
¿puedo yo olvidarme de tus sentimientos?
¡En ese caso, acosadme,
trágicas Erinias, y condéname, Éaco, en el último juicio, 30
y, como castigo,
ande yo errante entre las aves de Ticio,
y, en ese caso, arrastre yo rocas
como en el tormento de Sísifo! Y tú no me supliques con humildes billetes:
mi
fidelidad será al final igual que al principio.
Siempre mantengo esta norma:
me enamoro de una sola, 35 sin romper a los tres días ni comprometerme a la
ligera.
XXI 21 CINTIA ENGAÑADA
¡Ay, cuanto el escrito de Panto te mintió
sobre mí, así Venus no sea amiga de ese Panto!
Pero ya te parezco augur más
veraz que el de Dodona:
¡ese bello amante tuyo tiene esposa!
¡Tantas
noches perdidas! ¿no te avergüenzas? Pues mira, 5 es libre y canta: tú,
demasiado crédula, duermes sola.
Y ahora andas en boca de ellos, pues aquél
dice con desprecio que tú a menudo fuiste a su casa contra su voluntad:
Que
me muera si no busca otra cosa de ti que propaganda:
así es como ese marido
obtiene alabanzas. 10
Así en otro tiempo engañó Jasón, huésped, a Medea:
fue expulsada del hogar, pues Creúsa lo retuvo;
así el joven duliquio129
burló a Calipso:
vio a su amante desplegar las velas.
¡Ay, jovencitas,
demasiado proclives a prestar vuestros oídos, 15 aprended, abandonadas, a no ser
temerariamente condescendientes 130! Ya hace tiempo que buscas a otro que dure:
escarmentada con el primero, podías, necia, tener cuidado. Yo en cualquier
lugar, yo en todo tiempo contigo 20
estoy, ya estés enferma, ya igualmente
sana.
XXIIa 22A ME GUSTAN TODAS131
Sabes que ayer me gustaban muchas
jovencitas por igual;
sabes, Demofonte, que me han causado muchas desgracias.
Mis pies no recorren en vano los rincones de la ciudad:
¡oh teatros, nacidos
para mi extrema perdición,
ya alguna extienda sus manos con gesto seductor, 5
ya module en su boca ritmos variados!
Entretanto mis ojos buscan ser heridos,
si una blanca mujer se sienta con su pecho sin cubrir
o si sus errantes
cabellos, a los que una perla de la India recoge en medio de la cabeza, caen
sobre su lisa frente; 10
y si ésta acaso me había despreciado, altiva, con su
rostro, un frío sudor me caía por toda la frente132.
¿Me preguntas,
Demofonte, por qué soy tan débil ante todas? Ningún amor tiene respuesta a tu
pregunta: «por qué».
¿Por qué uno lacera sus brazos con cuchillos sagrados 15
y se mutila al loco ritmo de Frigia? 133.
A cada ser creado la naturaleza dio
un defecto:
a mí la Fortuna me concedió estar siempre enamorado,
y, aunque
a mí me persigan los hados del cantante Tamiras, nunca, envidioso, seré ciego
ante las mujeres bonitas. 20
Pero, si mis miembros te parecen débiles y
entecos,
te equivocas: el culto a Venus134 nunca es un trabajo. Puedes
averiguarlo: muchas veces una joven ha probado que
puedo cumplir con ella
durante toda una noche. Júpiter por Alcmena hizo descansar a las dos Osas 25
y el cielo estuvo dos noches sin su rey135;
y, sin embargo, no por eso volvió
sin fuerzas a usar el rayo:
ningún amor quita por sí mismo sus propias
fuerzas.
¿No? Cuando Aquiles dejaba los abrazos de Briseida,
¿acaso los
frigios escapaban menos de las dardos tesalios? 30
¿No? Cuando el fiero
Héctor se levantaba del lecho de Andrómaca,
¿no temían la guerra las naves
micénicas?
Éste o aquél eran capaces de destruir una escuadra o las murallas:
yo soy ese Pelida, yo ese fiero Héctor.
Mira cómo ya el sol o ya la luna se
cuidan del cielo: 35 así también una sola joven es poco para mí.
Que una me
tenga y caliente en sus brazos deseosos,
si alguna vez
otra no me deja sitio;
o, si acaso una se enoja con mi esclavo,
¡que se
entere que hay otra que quiere ser mía! 40
Pues dos maromas agarran mejor una
nave,
y con más tranquilidad una madre angustiada cría a dos hijos.
***
XXIIb 22B AMANTE RECHAZADO
* * *
o si eres altiva, di que no; pero si no lo eres, ¡ven!,
¿de qué
sirve, ay, no tener en cuenta tus palabras?137.
Para el enamorado el dolor
más intenso de todos consiste en 45 que una mujer, cuando se la espera diga de
pronto que no viene.
¡Cuántos suspiros le abruman por toda la cama,
cuando
la que no ha venido prohíbe personalmente que se le reciba!
Y enseguida
agobia a su esclavo preguntando lo que ya sabe, ordenándole averiguar la suerte
que teme conocer. 50
XXIII 23 IDEAL EPICÚREO DE MUJER138
A mí, que tuve que
huir de la senda del inculto vulgo139,
ahora me sabe dulce el agua que bebo
de un estanque público.
¿Un hombre libre ofrece regalos al esclavo de otro,
para que lleve promesas de amor a su amada?
Y siempre pregunta «¿Qué pórtico
la cobija ahora?» 5 y «¿a què lugar del Campo de Marte se dirige ella?»
¡Después, tener que soportar los famosos trabajos de
Hércules, para que
escriba: «¿Tienes algún regalo para mí?», y para que puedas ver la cara adusta
de un guardián
y, sorprendido, tener que esconderte en una choza inmunda! 10
¡Qué cara resulta una noche que llega una vez en todo un año!
¡Que se mueran
aquellos a quienes les gusta una puerta cerrada! Al contrario, a mí me gusta la
que camina libre sin manto
y sin estar rodeada de la amenaza de los
guardianes;
la que a menudo desgasta la vía Sacra con sucio calzado, 15 y no
pone obstáculos al que desee abordarla;
ésta nunca te dará de lado ni te
pedirá sin parar lo que un padre cicatero deplorará a menudo haberte dado,
y
no dirá: «Tengo miedo, por favor, date prisa en levantarte:
qué desgracia la
mía, hoy viene mi marido del campo». 20
Y agrádenme las jóvenes que vienen
del Éufrates y del Orontes:
no quisiera engaños en una
cama honrada.
Puesto que ya no queda ninguna libertad para el enamorado,
nadie será libre, si desea estar enamorado.
XXIVa 24A FAMA DE «CINTIA»
«¿Quién eres tú para hablar, cuando eres ahora el blanco
de las
murmuraciones por el éxito de tu libro y tu Cintia140 se lee por todo el foro?»
¿A quién, ante estas palabras, no se le caerá el sudor de la frente? Un hombre
libre o es pudoroso o ha de callar su amor.
Pero si Cintia me profesara
mejores sentimientos, 5 no se me diría que soy una nulidad de persona141,
ni
se me llevaría así por toda la ciudad sin honor 142 ni,
aunque me abrasara,
se haría burla de mi reputación.
Así que no te extrañe que yo ande buscando
mujeres de poco valor:
menor descrédito acarrean; ¿te parece poco motivo? 10
***
Pero Cintia143 desea solamente abanicos de la altiva cola de pavo real,
y transmitir frescor a sus manos con la dura bola de cristal144, y quiere que
yo, fuera de mí, pida dados de marfil
y cuantas bagatelas brillan en la vía
Sacra.
¡Ay, muera yo si esos dispendios me importan, pero me 15 avergüenza
ser juguete de una amada infiel!
XXIVb 24B VOLUBILIDAD DE CINTIA
¿Por eso sobre todo me invitabas a estar contento?
¿A ti, tan hermosa, no te
da vergüenza ser ligera?
Aún no hemos tenido completas una o dos noches de
amor y ya me consideras una carga en tu lecho. 20
Hace poco me alababas y
leías mis poemas:
¿tan pronto aquel amor tuyo dio la vuelta a sus alas145?
¡Rivalice él conmigo en talento, rivalice también en arte, aprenda sobre todo a
amar en un solo hogar!
Si te place, que luche él contra Hidras de Lerna 25
y traiga para ti manzanas del dragón de las Hespérides. Beba con gusto negro
veneno o, náufrago, las aguas del mar,
y nunca rehúse ser desgraciado por ti
(¡trabajos que ojalá, vida mía, probaras en mí!):
ya te resultará un
despreciable cobarde ése 30
que ahora se jacta de haber alcanzado un puesto
digno de envidia:
el año que viene será el de vuestra
separación.
A mí, en cambio, no me cambiará ni la vida entera de la Sibila,
ni los trabajos de Hércules, ni aquel negro día146.
Tú los recogerás y dirás:
«¿Son éstos tus huesos, 35
Propercio? Ay, tú me eras fiel,
tú eras, ay,
fiel, aunque no fueras noble por la sangre
«Ir de tu abuelo y aunque no
fueras tan rico.»
Lo sufriré todo; nunca me hace cambiar una infidelidad:
no considero yo ninguna carga soportar a una mujer bonita. 40
Creo que no
pocos han muerto de amor por una belleza así, pero asimismo creo que muchos no
guardaron fidelidad.
Poco tiempo amó Teseo a la hija de Minos o
Demofonte
a la hija de Fílide, los dos, huéspedes malvados. Ya conoces a Medea a partir de
la nave de Jasón 45
y su abandono por el héroe recién salvado.
Cruel es la
que a muchos finge un falso amor y la que puede acicalarse para más de uno.
No me compares con nobles, no con gente afortunada: difícilmente
vendrá uno
que recoja tus huesos en el último día. 50
Eso haré yo por ti: pero más bien
te suplico que tú,
con el cabello suelto, me llores golpeando tu pecho
desnudo
XXV 25 MAL DE AMORES147
Única y deliciosa preocupación nacida para mi tormento, puesto
que mi suerte me excluye a menudo de un «ven»,
esa belleza llegará a ser
famosa en mis libros
con tu venia, Calvo, con tu permiso, Catulo148.
El
soldado veterano descansa al dejar las armas, 5 y los viejos bueyes se niegan a
tirar del arado;
la nave carcomida descansa en playas solitarias,
y el
viejo escudo guerrero en el templo149;
a mí, en cambio, no habrá vejez que me
separe de tu amor, por más que yo llegue a ser Titono o Néstor150. 10
¿No
sería preferible ser esclavo de un tirano salvaje y gemir, cruel Perilo, dentro
de tu propio toro?
¿Y no lo sería convertirse en piedra ante el rostro de la
Górgona,
incluso si tuviéramos que soportar a las aves del Cáucaso151?
¡Pero con todo aguantaré! El filo de la espada se desgasta 15
con el moho y
la piedra con poca agua cayendo continuamente:
en cambio, ningún enamorado se
consume en el umbral de su amada;
aguanta y soporta en su oído amenazas que
no merece. Despreciado, llega a suplicar y, ofendido, reconoce haber faltado,
y vuelve por sus mismos pies en contra de su voluntad. 20
Y tú, que te pavoneas de un amor plenamente feliz,
crédulo eres, pues ninguna mujer es constante mucho tiempo.
¿Qué hombre
cumple las promesas hechas en medio de la tempestad,
cuando a menudo en el
puerto flota un barco destrozado?152
¿O quién pide el premio sin terminar la
carrera, antes de 25 que la rueda roce por séptima vez el poste de llegada?153
Mentirosos soplan, juguetones, los vientos propicios al amor:
la destrucción,
aunque llegue tarde, llega grande. Con todo tú entretanto, aunque ella te ame,
ten guardados tus goces en tu callado pecho. 30
Pues en el amor a sí misma154
siempre sus altaneras palabras suelen molestar a todos sus amantes no sé de qué
manera.
Aunque ella te llame muchas veces, recuerda, ve una sola vez:
lo
que produce envidia, no suele durar mucho.
Pero si las costumbres de este
tiempo155 gustaran a las antiguas 35 heroínas, yo sería como tú ahora, pero la
época puede conmigo.
Con todo, este tiempo no cambiará mis costumbres:
cada cual sepa ir por su propio camino.
Y vosotros, que prodigáis atenciones
a muchos amores,
¡cuánto dolor atormenta así a mis ojos! 40
Habéis visto a
una tierna joven toda ella blanca,
habéis visto a una morena: los dos colores
os seducen;
habéis visto acercarse a una de aspecto griego,
habéis visto a
las de aquí: las dos bellezas os arrebatan;
lleve aquélla un manto plebeyo o
de púrpura: 45
ésta y aquélla llevan igualmente a la desgraciada herida156.
Dado que una sola puede producirte suficiente insomnio,
una sola mujer está
llena de desgracias para cualquiera.
XXVIa 26 TEMORES DE PROPERCIO 157
Te he visto en sueños, vida mía, en un
naufragio mover tus cansadas manos por las espumas jonias,
reconocer lo
mentirosa que habías sido conmigo
y no poder ya levantar el pesado cabello
del agua, como Hele sacudida por las purpúreas olas, 5
cuando la oveja de oro
la transportó sobre su tierna espalda.
¡Cómo temí que acaso el mar tomara tu
nombre158
y el marinero, al surcar tus aguas, te llorara!
¡Cuántas
promesas hice entonces a Neptuno, cuántas entonces a Pólux
y a su hermano
Cástor y cuántas a ti, Leucótoe, ya una diosa! 10
Tú, en cambio, sacando
apenas la punta de los dedos del abismo, a punto ya de morir, invocas sin cesar
mi nombre.
Y si acaso Glauco hubiera visto tus ojos,
te hubieras
convertido en ninfa del mar jonio,
y las Nereidas te hubieran increpado por
envidia, 15 la blanca Nesea y la cerúlea Cimótoe.
Pero vi a un delfín que
corría en tu ayuda,
el que, creo, había llevado antes a Arión y su lira159,
e intentaba yo ya lanzarme desde lo alto de una roca, 20 cuando el miedo me
despertó de esas pesadillas.
XXVIb 26B
¡Que se extrañen de que una joven tan hermosa
sea mi esclava y se hable en toda la ciudad de mi poder!
Y ni, aunque
volvieran ya los ríos de Giges y Creso,
ella diría: «Levántate, poeta, de mi
lecho.»
Pues cuando recita mis versos, dice que odia a los ricos: 25 ninguna
joven cultiva la poesía con tanta veneración.
¡De mucho sirve la fidelidad en
el amor, de mucho la constancia:
quien puede dar mucho, también puede tener
muchos amores!
******
¡Ay, mi amada tiene la intención de viajar por el
ancho mar! La seguiré y un solo viento llevará a una pareja leal. 30
Dormiremos en la misma orilla, nos cubrirá el mismo árbol
y beberemos siempre
de la misma agua;
y la misma tabla podrá servir a los dos enamorados, sea mi
lecho la proa o lo sea la popa.
Soportaré todo, aunque arrecie el cruel Euro,
35
y el frío Austro empuje las velas hacia lo desconocido:
vientos que maltratasteis al desgraciado Ulises
y las mil
naves de los Dánaos en la costa de Eubea160, y los que movisteis dos orillas,
cuando una paloma guió
a la nave Argo por un mar desconocido161. 40
Sólo
una condición: que aquella no falte nunca a mis ojos, aunque el mismo Júpiter
prenda fuego a la nave.
Al menos, desnudos seremos arrojados juntos a la
misma orilla:
que a mí el agua me lleve, con tal de que a ti cubra la tierra.
Pero Neptuno no es cruel con un amor tan grande, 45
Neptuno es igual a su
hermano Júpiter en el amor.
Testigo es Amimone, sorprendida en Argos, cuando
buscaba agua, y testigo la fuente de Lerna golpeada por el tridente162;
el
dios ya pagó su promesa por ese abrazo; y para ella una vasija de oro rebosó de
aguas divinas. 50
También el rapto de Oritía refutó la crueldad de Bóreas:
este dios domina la tierra y el profundo mar.
Créeme, se aplacará para
nosotros Escila y la vasta Caribdis no nos devorará con su corriente alternante
de agua;
las mismas estrellas no quedarán oscurecidas por la oscuridad: 55
claro estará Orión, claro también estará el Cabrito163.
Pero si tuviera que
entregar mi vida sobre tu cuerpo,
no me será deshonroso este final.
XXVII 27 EL CAMINO DE LA MUERTE
Pero vosotros,
mortales, buscáis saber la hora incierta de vuestro funeral, y por dónde vendrá
la muerte;
también buscáis saber en el claro cielo (descubrimiento de los
fenicios) qué estrella es favorable y cuál funesta para el hombre. Si
perseguimos a los partos a pie o a los britanos con barcos, 5
ciegos son los
caminos de la tierra y del mar;
y de nuevo se llora que las vidas estén
expuestas al estruendo de
la guerra, cuando Marte mezcla sus manos inseguras
en uno y otro lado;
*****
además has de temer casas en llamas, casas en
ruinas, y que negras pócimas se acerquen a tus labios. 10
Sólo el amante sabe
cuándo morirá y de qué muerte,
y éste no teme los soplos de Bóreas ni las
armas.
Aunque esté sentado sobre los remos en el cañaveral estigio y distinga
las lúgubres velas de la barca infernal,
sólo con que lo llame el aliento de
su amada reclamándolo, 15 él recorrerá de nuevo el camino que ninguna ley
permite164
XXVIIIa 28 ENFERMEDAD DE CINTIA165
Júpiter, compadécete ya de mi amada enferma:
un cadáver tan hermoso será
culpa tuya.
Pues ha llegado el tiempo en el que el torrido aire quema y la
tierra empieza a hervir con el seco Can166.
Pero la culpa no es tanto del
calor ni la falta es del cielo, 5 como de no haber respetado a los dioses
sagrados.
Esto pierde y ha perdido siempre a las muchachas desgraciadas:
sus juramentos se los lleva el agua y el viento167.
Le dolió a Venus que te
compararas con ella? Ella es una diosa, que envidia por igual a las hermosas que
rivalizan con ella. 10
¿O has despreciado los templos de Juno Pelasga?
¿O
te has atrevido a decir que los ojos de Palas no son bellos? Nunca, hermosas,
sabéis medir vuestras palabras:
eso168 tu dañina lengua, eso tu belleza te lo
provoca.
Pero a ti, zarandeada por los muchos peligros de la vida, 15 te
llegara una hora más suave en el ultimo día.
Io con su cabeza cambiada mugió
en sus años jóvenes: ahora es una diosa que bebe, convertida en vaca, en las
corrientes del Nilo;
también Ino anduvo errante por la tierra durante su
juventud:
a esta la implora el marinero en apuros como Leucotoe; 20
Andrómeda fue ofrendada a un monstruo marino:
esta misma era la noble esposa
de Perseo;
Calisto recorría los campos arcadios como una osa:
esta guía de
noche a los marinos con su propia estrella169. Y si acaso el destino adelantara
tu muerte, 25
tu destino, cuando te entierren, estará entre los
bienaventurados. Contaras a Sémele el peligro de la hermosura
y ella, joven
escarmentada por su desgracia170, te creerá;
y entre todas las heroínas
meonias171 para ti será el primer lugar con la aprobación de todas. 30
Ahora,
enferma, aguanta tu destino lo mejor que puedas:
el dios172 y el mismo día
cruel de la muerte pueden cambiar.
Esto incluso será capaz de perdonártelo tu esposa Juno:
también
Juno se parte de dolor, si una joven muere.
XXVIIIb
Caen los rombos que giran al son de un canto mágico173 35 y el laurel está
quemado en el fuego ya apagado.
Y ya la Luna se niega a descender del cielo
tantas veces y negra ave presagia funesto augurio.
Una sola barca del
destino174 llevará nuestros amores
con velas azules hasta la laguna infernal.
40
¡Si no de uno, compadécete, por favor, de los dos!175.
Viviré, si ella
vive; si ella muere, yo moriré.
Por tales deseos me comprometo con un canto
sagrado,
y escribiré: GRACIAS AL GRAN JÚPITER ESTÁ A SALVO MI AMADA;
y
ante tus pies ella misma se sentará como una devota176 45 y, sentada, contará la
larga duración de sus peligros.
XXVIIIc
Continúe, Perséfone, esta tu clemencia y tú, esposo de Perséfone177, no
quieras mostrarte más cruel.
¡Hay tantos miles de hermosas entre los muertos:
haya una sola belleza, si es posible, entre los vivos! 50
Con vosotros
Antíope, con vosotros la blanca Tiro, con vosotros Europa y la perversa Pasífae,
y cuantas bellezas creó la vieja Troya y cuantas Acaya
y los reinos
destruidos de Tebas y del anciano Príamo, y cuantas jóvenes romanas se podían
contar, 55
perecieron: a todas ellas las posee el fuego voraz.
Nadie posee
belleza eternamente ni riquezas para siempre:
antes o después a cada cual
aguarda su propia muerte.
Tú, puesto que te has librado, lucero mío, de un
gran peligro, paga a Diana las danzas que le debes como ofrenda, 60
paga
también las vigilias a la ahora diosa, antes novilla:
¡y cumple conmigo las
diez noches que has dedicado a la diosa!178
XXIXa 29 VISITA A CINTIA179
Cuando ayer
noche, lucero mío, paseaba embriagado sin rumbo, sin que me acompañara escolta
alguna de esclavos,
una muchedumbre de no sé cuantos jovenzuelos180
vino a
mi encuentro (el miedo me impidió contarlos); unos llevaban pequeñas antorchas,
otros saetas, e incluso 5 algunos me pareció que se disponían a encadenarme.
Pero estaban desnudos, y uno de ellos, más descarado,
« Cogedle, dijo, ya lo
conocéis bien.
Éste es el que una mujer airada ha puesto en nuestras manos»;
habló, y ya tenía yo un lazo echado al cuello. 10
*****
Otro ordena que me
empujen en medio de la calle, pero el tercero:
«¡Que muera ése que no cree
que somos dioses!
Esa mujer te espera, sin tú merecértelo, horas enteras:
tú, en cambio, necio, no sé qué puertas andas buscando. Cuando ella se suelte de
noche el lazo de su turbante 15
sidonio181 y te dirija sus ojos somnolientos,
te llegarán no los perfumes de las flores de Arabia,
sirio los que Amor hizo
personalmente con sus propias manos. Perdonadle ya, hermanos, ya se compromete a
un fiel amor;
he aquí que ya hemos llegado a la casa indicada». 20
Y ellos
me dijeron, tras ponerme de nuevo el manto:
«Entra ahora y aprende a quedarte
de noche en casa.»
XXIXb
Amanecía y quise comprobar con mis ojos si ella dormía sola:
pero Cintia
estaba sola en su lecho.
Me quedé sin respiración: nunca la había visto tan
hermosa, 25 ni siquiera cuando se vistió con una túnica de púrpura
para ir a
contar sus sueños al templo de la casta Vesta, no fueran a ser perjudiciales
para ella o para mí.
Así me la imaginé recién salida del sueño:
¡ay,
cuánto puede por sí misma la deslumbrante belleza! 30
«¿Por qué espías, me
dijo, tan de mañana a tu amada?
¿Crees que mis costumbres son iguales a las
tuyas?
No estoy yo tan dispuesta: bastante tengo con un solo hombre, seas tú
u otro que pueda ser más leal.
No aparece impresa ninguna huella en mi lecho
35
ni señales de que dos se hayan dado un revolcón182
Observa que ningún
jadeo sale de todo mi cuerpo, prueba familiar en un adulterio consentido.»
Habló, y, rechazando mis besos con su derecha, saltó de 40
la cama apoyando
sus pies en cómodas zapatillas.
De esta forma se me excluye a mí, guardián de un amor tan puro:
desde entonces no he tenido una noche feliz.
XXXa 30 AMOR Y POESÍA DE AMOR183
¿A dónde huyes, insensata? No hay posibilidad de huida: aunque huyas
hasta el Don, hasta allí te seguirá Amor.
Ni aunque te transporte en el aire
el lomo de Pegaso,
ni aunque el ala de Perseo mueva tus pies, ni por más que
te traslade velozmente el aire que las alas talares mueven, 5
de nada te
servirá el elevado camino de Mercurio.
Acosa siempre Amor sobre tu cabeza,
acosa al enamorado y pesado se sienta sobre su cuello libre.
Vigila él,
centinela severo, y nunca permitirá que levantes del suelo tus ojos ya
cautivados. 10
Pero, aunque seas infiel, él entonces es un dios aplacable,
con tal de que vea súplicas sinceras184.
XXXb
Que viejos adustos critiquen esos banquetes185:
nosotros, vida mía,
sigamos sólo el camino fijado.
Sus oídos están cargados de ritmos musicales
antiguos186:
éste es el sitio, flauta sabia, en el que puedes sonar,
tú
que nadaste, injustamente arrojada a los bajíos del Meandro, cuando un tumor
desfiguró el rostro de Palas187.
¡Y no sin razón! ¡Ir yo188 ahora por las
aguas frigias, 20 dirigirme a las conocidas orillas del mar de Hircania,
esparcir nuestros comunes Penates con sucesivas matanzas y traer a los Lares
patrios crueles triunfos!
¿Que me avergüence por vivir contento con una sola
amante?189
Si aquí hay culpa, la culpa será de Amor:
¡Que nadie me lo
reproche! Sea de tu agrado, Cintia, vivir 25
conmigo en cuevas humedecidas de
rocío sobre cumbres de musgos.
Allí contemplarás a las Hermanas190 sentadas
sobre las rocas,
cantando los dulces engaños del primitivo
Júpiter,
cómo se abrasó por Sémele, cómo se perdió por Ío y cómo, en fin, 30
voló, convertido en ave191, hacia los techos de Troya.
Y si no hay nadie que
haya vencido a las armas del Volador,
¿por qué se me acusa a mí solo de una
culpa que es de todos? Tampoco vas tú a ruborizar el rostro recatado de las
Vírgenes192;
tampoco este coro desconoce lo que es el amor;
si hasta una
de ellas, embelesada por la hermosura de Eagro, 35 hizo el amor en otro tiempo
en las rocas de Bistonia193.
Entonces, cuando ellas te coloquen al frente de
los coros y Baco esté en medio con su sabio tirso, entonces
consentiré que
cuelguen de mi cabeza corimbos sagrados:
pues sin ti de nada sirve mi genio
poético194. 40
XXXI 31 DESCRIPCIÓN DEL PÓRTICO DE APOLO
¿Me preguntas por qué vengo a ti tan tarde? El poderoso César ha
inaugurado el dorado Pórtico de Febo195.
Todo él en línea recta ha sido
construido de columnas púnicas196,
entre las que destaca el tropel
femenino197 del anciano Dánao. El Febo de mármol, más bello que el mismo Febo,
me pareció 5 como si estuviera entonando versos al son de callada lira198.
Y
en torno al altar estaba de pie el ganado de Mirón:
cuatro artísticos bueyes,
estatuas llenas de vida.
Después, en el centro, se levantaba el templo de
mármol brillante, más querido por Febo que su patria Ortigia199; 10
en lo
alto de la cubierta estaba el carro del Sol,
y sus puertas eran obra insigne
de marfil de Libia;
una hoja lloraba la expulsión de los galos200 de la
cumbre del
Parnaso, la otra la muerte de la hija de Tántalo201.
Y luego,
entre su madre y su hermana, el mismo dios Pítico 202 15 entona cantos al son de
la lira vestido de larga túnica.
XXXII 32 COMPRENDO, CINTIA, TU CONDUCTA
Quien te ve, comete infidelidad; quien
no te ve, no te deseará por tanto: los ojos son los que tienen la culpa de ello.
Pues, ¿por qué te diriges, Cintia, a los oráculos dudosos de
Preneste, por
qué a las murallas del Eeo Telégono?
¿Por qué un carruaje te traslada a
Tívoli, consagrada a 5
Hércules? ¿Por qué tantas veces la vía Apia a Lanuvio?
¡Ojalá dedicaras, Cintia, tu tiempo libre a pasear aquí203! Pero me impide
confiar en ti la gente,
cuando te ve, como devota, correr al bosque con una
tea encendida 10
y llevar luminarias a la diosa Trivia.204
Sin duda el
Pórtico de Pompeyo 205, famoso por los tapices del palacio de Átalo, parece
aburrido con sus sombrías columnas,
y la fila poblada de plátanos que se
levantan por igual,
y las corrientes de agua que caen del dormido Marón,
y
Tritón que de pronto esconde en su boca el agua206, 15
mientras sus Ninfas
murmuran suavemente sobre todo el estanque.
Te engañas a ti misma, ese camino
denuncia tu engaño en el amor:
¡no huyes de la ciudad, insensata, sino de mis
ojos!
No consigues nada, tiendes inútiles asechanzas contra mí,
lanzas sin
arte redes207 que un experto como yo bien conoce. 20
Con todo a mí me importa
poco: la pérdida de tu buen nombre será tan grande, desgraciada de ti, como
mereces.
Pues ha poco ha molestado mis oídos un rumor sobre ti, que no fue
nada agradable en boca de toda la ciudad.
Mas tú no debes creer a lenguas
enemigas: las habladurías 25
han sido siempre el castigo de las mujeres
hermosas. No se ha condenado tu nombre por haber usado venenos:
serás
testigo, Febo, de ver sus manos limpias.
Pero, si has pasado una noche o dos
en largos juegos del amor, no me afectan esas pequeñas faltas. 30
La hija de
Tíndaro208 cambió de patria por un amor extranjero
y se le devolvió viva a su
patria sin condena.
La misma Venus, se cuenta, se vio arrastrada por su
pasión hacia
Marte y no por eso dejó nunca de ser honrada en el cielo, aunque
el Ida diga cómo una diosa209 amó al pastor Paris 35
y se acostó entre sus
rebaños;
y esto lo vio la multitud de las hermanas Hamadríades, los viejos
Sátiros y el padre mismo de este coro210,
con quienes tú, Náyade, recogiste
manzanas en la gruta
del Ida, recibiéndolas en la mano extendida conforme
caían. 40
¿Quién entre tan gran número de adulterios va a preguntar:
«¿Por qué ésta es
tan rica? ¿Quién dio? ¿Y de dónde?»211.
¡Oh Roma, demasiado afortunada en
nuestra época,
si sólo una joven actuara contra las costumbres de hoy!
Asimismo antes que ella también actuó impunemente Lesbia: 45
la sucesora es
sin duda menos odiosa.
Quien anda buscando a los antiguos Tacios y a los
adustos
Sabinos, ése acaba de poner hace poco los pies en la ciudad. Antes
serás capaz de secar las olas del mar y
coger con tus manos mortales las
altas estrellas 50 que lograr que no sean infieles nuestras mujeres:
esa
moral existía cuando Saturno gobernaba el mundo.
Pero cuando las aguas de
Deucalión se desbordaron por el orbe y después del antiguo diluvio de Deucalión,
dime, ¿quién ha sido capaz de conservar casto su lecho? 55
¿Qué diosa ha
vivido sola con un solo dios?
En un tiempo, a la esposa del poderoso
Minos212, cuentan, arrastró la blanca figura de un temible toro;
Y tampoco
Dánae, encerrada entre paredes de bronce, fue capaz de negar su castidad al gran
Júpiter. 60
Así que, si tú has imitado a las mujeres griegas y latinas,
mi
opinión es: ¡vive siempre libre!
XXXIIIa 33A DEVOCIÓN A ISIS
Ya vuelven de nuevo las fiestas de Isis, tristes
para nosotros213:
ya Cintia le ha consagrado diez noches.
¡Ojalá perezcan
los ritos que desde el tibio Nilo envió la hija de Ínaco214 a las mujeres de
Roma!
La diosa que tantas veces separó a enamorados tan apasionados, 5 fuese
cual fuese su advocación215, fue siempre cruel.
Tú, o, en los ocultos amores
de Júpiter, bien sentiste lo que es andar por muchos caminos,
cuando Juno te
ordenó a ti, doncella, llevar cuernos
y cambiar las palabras por el ronco
sonido del ganado. 10
¡Ay, cuántas veces dañaste tu cara con las hojas de las
encinas y comiste madroños rumiando en tu establo!
¿Acaso porque Júpiter
quitó de tu rostro la agreste figura,
por eso te hiciste una diosa altiva?
¿No tienes bastante con el Egipto de morenas figuras? 15
¿Por qué te has
dirigido a Roma por tan largo camino?
¿O qué ganas con que las jóvenes
duerman solas? Mas, créeme, tendrás cuernos otra vez,
o yo, diosa cruel, te
haré huir de nuestra ciudad:
ninguna simpatía hubo entre el Tíber y el Nilo.
20
Y en cuanto a ti216, que te has reconciliado ya gracias a mi sufrimiento,
libres de estas noches, recorramos tres veces el camino del amor.
XXXIIIb 33B VINO Y AMOR
¿No me oyes y
permites que mis palabras sean juguete del viento, cuando
ya los bueyes de
Icario217 hacen declinar las lentas estrellas? Bebes impasible: ni la medianoche
puede doblegarte; 25
¿todavía no se han cansado tus manos de tirar los dados?
¡Ay, maldito218 quien descubrió el vino puro
y el primero que contaminó el
agua clara con néctar 219! Icario, degollado con razón220 por los campesinos de
Cécrope,
¡tú supiste lo amargo que es el olor a pámpano! 30
¡También tú,
centauro Euritión, moriste a causa del vino,
y no menos tú, Polifemo, debido
al vino puro de Ísmaro!
Con el vino se aja la belleza, con el vino se
marchita la juventud, con el vino a menudo la amante no reconoce a su amado.
¡Desgraciado de mí! ¡Ni una
pizca le ha cambiado el mucho Lieo! 35
¡Sigue bebiendo: eres hermosa: nada te
perjudica el vino! Cuando flores que cuelgan de tu frente se posan en tu copa
y lees mis poemas con voz queda,
que tu mesa se humedezca al derramarse con
profusión el Falerno y haga suaves espumas en cáliz de oro. 40
Con todo,
ninguna se retira con gusto sola al lecho:
hay algo221 que Amor os empuja a
buscar.
Siempre es más fuerte la pasión con amantes ausentes:
el acceso
prolongado empequeñece a los amantes asiduos.
XXXIVa 34 MÉRITOS POÉTICOS DE PROPERCIO 222
¿Cómo
se puede ya confiar el rostro de mi dueña a Amor? Así casi me roban a mi amada.
Hablo escarmentado: nadie es fiel en el amor;
a la hermosa no es raro que
todos la deseen para sí.
Aquel dios223 mancilla a los parientes, separa a los
amigos 5 y convoca a tristes armas a quienes acordes vivían.
A la
hospitalidad de Menelao le salió un huésped adúltero224;
¿y la de la Cólquide
no se fue en pos de un varón desconocido225
Tú, Linceo226, has podido tocar a
mi amor sin que se te hayan caído entonces las manos? 10
¿Y qué si ella no
hubiera sido tan firme y leal?
¿Podrías vivir con tan enorme mancha?
Tú a
mí húndeme el hierro o mátame con venenos:
¡pero aléjate ya de mi amada!
Tú podrás ser compañero de mi vida, tú de mi cuerpo, 15 te permito ser, amigo
mío, dueño de mis posesiones:
del lecho a ti sólo, del lecho únicamente te
alejo:
de rival no puedo soportar ni a Júpiter.
Yo mismo a solas recelo de
mi sombra, que nada es, necio de mí por temer a menudo a necios temores. 20
Con todo sólo hay una excusa para perdonar una falta
tan grande: que tu boca
desvariaba por el mucho vino bebido. Pero nunca me engañarán las arrugas de una
vida austera227
ya todos saben lo dulce que es el amor.
XXXIVb
Mi mismo amigo Linceo sufre tardíamente de locura de amor: 25 me alegra que
tú de entre todos te acerques a mis dioses.
¿De qué te ha servido ahora la
sabiduría de tus libros socráticos o poder describir la naturaleza de las
cosas?229
¿O de qué te sirve la lectura de los versos del poeta ateniense230?
De nada sirve vuestro anciano en un gran amor231. 30
Imita más bien en tus
poesías a Filetas de Cos y el Sueño del nada florido Calímaco.
Pues aunque de
nuevo contaras cómo el agua del etolio Aqueloo corre destrozada por un gran
amor,
e incluso cómo el engañoso cauce del Meandro recorre la 35 llanura de
Frigia y se burla de su propio recorrido,
y cómo Arión, el caballo hablador
de Adrasto, fue
triste vencedor en los funerales de Arquémoro,
de nada te
servirían el destino de la cuadriga de Anfiarao o la ruina de Capaneo, agradable
al gran Júpiter. 40
Deja de componer versos al estilo de Esquilo, deja y
relaja los miembros para ritmos suaves.
Empieza ya a encerrar los versos en
torno más estrecho
y acude, altivo poeta, a tu pasión.
Tú no estarás más
seguro que Antímaco ni que Homero: 45
una amada arrogante también desprecia a
los dioses poderosos 232. Ahora bien, el toro no se somete al pesado arado
antes de que sus cuernos queden sujetos con fuertes lazos, y tú no soportarás
por ti mismo amores altivos:
con todo tú, fiero, serás domado antes por
mí233. 50
Ninguna de estas mujeres suele preguntar por el orden del mundo, ni
por qué la Luna se debilita con los caballos de su hermano234,
ni si quedará
algo de nosotros detrás de las aguas estigias, ni si tronarán los rayos lanzados
a propósito.
¡Mírame a mí, a quien ha quedado una pequeña herencia de familia
55
y ningún antiguo triunfo de antepasados debido a Marte, cómo yo con este
carácter, con el que ahora te supero,
me enseñoreo sobre las jóvenes asiduas
a los banquetes!
Agrádeme tumbado descansar de las fiestas de la víspera, a
mí, a quien un dios certero alcanzó con su disparo en el corazón. 60
Que a
Virgilio agrade poder cantar Accio, litoral guardado por
Febo y la poderosa
flota de César, él
que ahora canta las armas del troyano Eneas
y las
murallas levantadas en la costa de Lavinio235.
¡Dejad paso, escritores de Roma, dejad paso,
autores de Grecia: 65 algo mayor que la Ilíada, no sé qué, está naciendo!
Tú
cantas236, bajo los pinares del umbrío Galeso,
a Tirsis y a Dafnis con
flautas desgastadas,
y cómo podían corromper a las jovencitas diez manzanas
70 y un cabrito destetado de las ubres agotadas.
¡Feliz tú que compras amores
con manzanas237 sin valor!
A esta mujer mía Títiro podría cantar sin ser
correspondido.
¡Feliz 238 Coridón que intenta conquistar al virginal Alexis,
delicias de su amo campesino!
Aunque el pastor reposa cansado de su
caramillo, 75 le siguen alabando las propicias Hamadríades.
Tú cantas las
doctrinas del viejo poeta de Ascra239,
en qué vega coge fuerza el trigo, en
qué colina la vid. Entonas con la docta lira versos iguales
a los que Cintio
modula tocando con sus dedos. 80
Y no serán estos cantos240 desagradables a
ningún lector, sea inexperto o avezado en el amor,
ni sería yo inferior en
espíritu o inferior en aliento: el canoro cisne ha cedido su puesto en la poesía
culta del ganso241.
Estas canciones242 también componía Varrón, terminado su
Jasón, 85
Varrón, pura pasión por su Leucadia;
estas canciones cantaron
también los escritos del lascivo Catulo, que hicieron a Lesbia más famosa que la
misma Helena;
estas canciones proclamaron también las páginas del docto
Calvo, cuando cantaba la muerte de la desgraciada Quintilia; 90
y ¡cuántas
heridas a causa de la hermosa Licóride Galo, ha poco
fallecido, lavó en las
aguas del Infierno!
Cintia con mayor razón será alabada por el verso de
Propercio243, si la Fama tiene a bien colocarme entre estos poetas.
LIBRO TERCERO
I 1 MANIFIESTO POÉTICO1
¡Manes y poesía sagrada de Calímaco y de Filetas de Cos, permitidme, os suplico,
la entrada en vuestro bosque!
Yo, sacerdote procedente de una fuente pura,
soy el primero que me
atrevo a poner las danzas itálicas en ritmos griegos2.
Decidme, ¿en qué cueva habéis modulado juntos vuestro tenue 5 canto?3 ¿O con qué
pie entrasteis y de qué agua bebisteis?4
¡Adiós a todo el que retenga a Febo
entre las armas!
vea la luz el verso bien terminado con la suave piedra
pómez5, gracias al cual la Fama me lleva en alto sobre la tierra, y la
Musa
de mí nacida celebra el triunfo en corceles enjaezados, 10
y en el carro me
acompañan los pequeños Amores,
y un tropel de escritores sigue la estela de
mis ruedas6.
¿A qué lucháis en vano contra mí a rienda suelta?
No es ancho
el camino que conduce hacia las Musas7. Muchos, Roma, añadirán alabanzas a tus
anales, 15
los que canten que Bactria será el límite del imperio:
pero mi
pluma ha traído esta obra, para leerla en tiempo de paz, desde el monte de las
Musas por un camino no hollado8.
Conceded, descendientes de Pegaso9,
delicadas guirnaldas a vuestro
poeta: no se acomodará a mi cabeza una áspera
corona10. 20
Pero a mí lo que en vida me quite la envidiosa multitud,
tras mi muerte el
Honor me lo devolverá multiplicado por dos. Después de la muerte el paso del
tiempo lo engrandece todo:
tras las exequias mayor viene la fama a los
labios.
Pues, ¿quién sabría que unas murallas fueron derribadas por un
caballo 25 de madera, que los ríos lucharon cuerpo a cuerpo con el héroe
tesalio11
(el Símois de Ida y el Escamandro, descendiente de Júpiter) y que
Héctor manchó tres veces las ruedas de su carro por las llanuras? A Deífobo, a
Heleno, a Polidamante y a Paris, una calamidad
en la guerra12, apenas su
propia tierra los conocería. 30
Pocas palabras merecerías ahora, Ilión, y tú,
Troya13, dos veces conquistada por el poder del dios del Eta14;
fue el famoso
Homero, narrador de tu infortunio,
quien percibió que su obra crecería con el
paso del tiempo.
A mí también me alabará Roma entre sus últimos
descendientes: 35 yo mismo auguro este día después de mi muerte.
Que una
lápida no señale mis huesos en un olvidado sepulcro:
lo profetizó el dios
Licio15 que aprueba mis deseos.
II 2 EL PODER DE LA POESÍA
Volvamos entretanto al ruedo16 de nuestra poesía:
disfrute de las conocidas
canciones la joven enamorada17. Orfeo, cuentan, había amansado a las fieras y
había detenido
el curso impetuoso de los ríos al son de su lira tracia.
Las rocas del Citerón, dicen, llevadas a Tebas al son de la 5 música se unieron
para formar espontáneamente sus murallas; y hasta Galatea al pie del violento
Etna desvió, Polifemo,
sus caballos salpicados de rocío hacia tus cantos:
¿me voy a maravillar de que, con el favor de Baco y Apolo18, una multitud de
jovencitas venere mis poesías de amor? 10
Es verdad que mi casa no se apoya
en columnas del Ténaro19,
ni tiene artesonados de marfil entre vigas doradas,
ni mis frutales igualan los bosques de Feacia20,
ni el agua Marcia21 riega
cuevas artificiales;
pero22 las Musas son mis compañeras, mis poemas agradan
15 al lector, y Calíope no se cansa de mis ritmos23.
¡Afortunada la mujer que
sea cantada en mi libro!24
mis poesías serán otros tantos monumentos a tu
belleza. Pues ni las lujosas Pirámides levantadas hasta las estrellas,
ni la
morada de Júpiter de Élide que imita al cielo, 20 ni la suntuosa magnificencia
del sepulcro de Mausolo25
pueden escapar de la suprema ley de la muerte.
O
el fuego o la lluvia acabarán con su esplendor,
o con el azote del tiempo se
desmoronarán, vencidos por su peso. En cambio, la fama ganada con el talento no
se perderá 25
en el tiempo: al talento se le reserva una gloria inmortal.
III 3 ELEGÍA, NO ÉPICA26
Yo soñaba, recostado en la dulce
sombra del Helicón27, por donde corre el agua del caballo de Belerofontes,
que era capaz de abrir la boca para cantar con mi lira a tus reyes, Alba, y las
hazañas de tus reyes, empresa grandiosa,
y acercaba mis pequeños labios a
fuentes tan abundantes28, 5
donde antes bebió sediento el padre Ennio,
—cantó29 a los hermanos Curiacios, los dardos de los Horacios y los reales
trofeos transportados en la nave de Emilio,
y los retrasos victoriosos de
Fabio, la funesta batalla
de Cannas y los dioses cambiados ante los votos
piadosos30, 10 y a los Lares que hicieron huir a Aníbal de suelo romano,
y a
Júpiter, salvado por el graznido de los gansos—:
cuando Febo, que me
observaba desde el bosque de Castalia, habló así, apoyado en su lira de oro
cerca de su gruta:
«¿Qué tienes tú que ver, loco, con esa corriente de
agua?31
¿Quién te ha mandado emprender la tarea del verso heroico? 15
No
debes esperar de aquí, Propercio, fama alguna:
ruedas pequeñas deben cruzar
dulces prados32;
que se coloque a menudo en un pequeño banco tu libro, para
que lo lea sola la joven que espera a su amante. 20
¿Por qué tu poesía se
sale de las vueltas fijadas?33.
No se debe sobrecargar la barquilla de tu
talento. Un remo roce las aguas, otro la orilla,
estarás seguro: terrible es
la tempestad en alta mar 34.»
Habló, y con el plectro de marfil me señala un
lugar, 25
en donde se abría una nueva senda35 sobre el suelo musgoso. Allí
había una gruta 36 verde con perlas engastadas,
y colgaban tímpanos del hueco
de las rocas,
instrumentos sagrados de las Musas, la estatua de arcilla del
padre Sileno y tu caramillo, Pan de Tegea; 30
y las palomas, aves de la
poderosa Venus, mi tropel preferido, remojan su pico purpúreo en el agua de
Górgona37;
y las nueve Doncellas, que han sorteado su dominio por separado,
ejercitan sus delicadas manos para preparar sus dones:
una recoge hiedras
para los tirsos, otra acompaña sus cantos 35 a la lira, y otra entreteje una
corona de rosas38 con las manos.
Una del grupo de aquellas diosas me tocó y
dijo
(creo que por su rostro fue Calíope):
«Te contentarás con ser llevado
siempre por níveos cisnes39,
y no te llevará al combate el sonido de un
brioso corcel; 40
no hagas sonar con ronca trompeta alabanzas de batallas
navales ni tiñas de sangre40 el bosque de Aonia;
ni describas en qué llanuras
se entablan batallas bajo la enseña de Mario41 y Roma doblega el poderío teutón,
o dónde el bárbaro Rin, empapado de sangre sueva, lleva 45 los cuerpos heridos
sobre aguas de dolor42.
Por el contrario, cantarás a amantes coronados de
flores ante umbral
extraño y las ebrias señales de una huida nocturna43,
para que, gracias a ti, sepa encantar a las mujeres encerradas quien desee
engañar con artimañas a severos maridos». 50
Así habló Calíope, y, recogiendo
agua de la fuente,
roció mi rostro con agua de Filetas44.
IV 4 DESEOS DE VICTORIA SOBRE LOS PARTOS45
El divino 46 César proyecta llevar la guerra contra los ricos, indos y surcar con
su flota las ondas del mar de las perlas47.
Grande, varones, es la
recompensa: los últimos confines deparan triunfos; el Tigris y el Éufrates
correrán bajo tu dominio;
tardía, pero será provincia bajo los haces
ausonios48; 5
los trofeos pánicos se acostumbrarán a Júpiter latino.
¡Ea,
marchad, desplegad las velas de naves expertas en la guerra
y cabalgad,
soldados, como es vuestra obligación de siempre!49
Canto presagios
favorables: ¡expiad la derrota de los Crasos50!
¡adelante y mirad por la
historia de Roma! 10
¡Padre Marte y fuegos fatales de la sagrada Vesta,
llegue antes de mi muerte, os lo suplico, el día aquel,
en que vea el carro
de César cargado de despojos51,
los caballos detenerse muchas veces ante los
aplausos de la muchedumbre y, apoyado en el regazo de mi amada, contemple 15
y lea en las pancartas las ciudades conquistadas,
las flechas lanzadas desde
el caballo en fuga y los arcos del soldado bragado y a los jefes cautivos
sentados bajo las armas!
Tú, Venus, conserva tu propia descendencia: que viva
por los siglos éste 52, único vástago, como ves, de Eneas. 20
Que el botín
sea para quienes lo han merecido por sus esfuerzos:
yo me conformo 53 con
poder aplaudir en la vía Sacra.
V 5 PAZ Y TRANQUILIDAD, IDEAL DEL ENAMORADO
Amor es un dios de paz54, a la paz
veneramos los enamorados:
duras sólo son las batallas que sostengo con mi
dueña.
Y todavía mi corazón no se atormenta con el odioso oro55, ni necesito
saciar mi sed en copas de joyas preciosas,
ni mil yuntas me aran en la fértil
Campania, ni desgraciado 5 me procuro bronces a costa de tu ruina, Corinto56.
¡Oh arcilla primera, infausta para Prometeo que te modeló! Poco cauto fue aquél
al crear el corazón humano57.
Modeló el cuerpo, pero no se preocupó de la
mente en su arte:
lo primero debió haber sido el camino recto del espíritu.
10
Ahora el viento nos lanza al ancho mar58, buscamos al enemigo y a las
viejas añadimos nuevas armas.
No llevarás riqueza alguna a las aguas del
Aqueronte:
desnudo, insensato, te llevarán en la barca a los infiernos.
El
vencedor se mezclará igualmente con las sombras de los 15 vencidos: junto al
cónsul Mario estás sentado, cautivo Yugurta.
El lidio Creso no está lejos del
duliquio Iro59: la muerte mejor
es la que viene en el día señalado por la
Parca.
Mi placer consiste en frecuentar el Helicón en mi primera juventud
y entrelazar mis manos en los coros de las Musas: 20
mi placer también reside
en encadenar mi mente con abundante Lieo60
y tener siempre en mi cabeza rosas
de primavera.
Y cuando el peso de la edad me haya quitado los placeres de
Venus
y la canosa vejez haya rociado mis cabellos negros61,
entonces me
agradará aprender las leyes de la naturaleza62: 25 qué dios regula con su
ciencia esta morada que es el mundo,
por dónde viene la luna al salir, por
dónde se oculta, por qué, unidos sus cuernos, vuelve todos los meses al
plenilunio,
por qué los vientos son superiores al mar, qué se lleva el Euro
con su soplo y de dónde le viene a las nubes el agua perenne; 30 si llegará el
día que destruya la bóveda del mundo,
por qué el arco iris bebe las aguas de
la lluvia,
o por qué se estremecen las cumbres del Pindo de Perrebia y el disco
solar se pone de luto cuándo sus caballos ennegrecen63, por qué el Boyero se
retrasa en girar sus bueyes y su carro, 35
por qué el coro de las Pléyades se
concentra en densos fuegos, o por qué el mar profundo no sale de sus límites
y el año completo recorre cuatro estaciones;
si en la tierra existe la
justicia divina y el castigo a los culpables, si la cabeza de Tisífone se
enfurece con negras 40
serpientes, o si existen las furias de Alcmeón o el
hambre de
Fineo, si la rueda, si las rocas, si la sed entre las aguas64, si
Cérbero, de tres fauces, custodia la cueva infernal
y nueve yugadas son poca
cosa para Ticio,
o si es pura invención lo que se difunde entre la
desgraciada 45 gente y no hay nada que temer más allá de la pira65.
Éste es
el final que aguarda a mi vida: ¡vosotros, a quienes son
más gratas las
armas, devolved a la patria las enseñas de Craso!
VI 6 MENSAJE DE CINTIA66
Dime tu opinión sincera sobre mi amada:
y ojalá te veas libre, Lígdamo67, del yugo de tu dueña.
¿Me estás engañando y
llenando de vana alegría, contándome lo que te figuras que yo quiero creer? 5
Todo mensajero, en realidad, debe decir la verdad
y un esclavo temeroso debe
mostrar mayor fidelidad.
Ahora, si tienes algo que contar, comienza desde el
principio:
me beberé tus palabras con las orejas tiesas68.
¿Que la viste
llorar con los cabellos despeinados?
¿Y de sus ojos caían abundantes
lágrimas? 10
¿Y no has visto, Lígdamo, el espejo sobre la colcha, 11
cofres cerrados que estaban al pie de la cama y el vestido 14 que le caía
descuidadamente de sus brazos delicados? 13
¿Ninguna perla adornaba sus manos
de nieve? 12
Triste estaba la casa, tristes trabajaban las esclavas la 15 la
lana asignada, mientras ella hilaba en el atrio 69,
secaba sus ojos húmedos del llanto enjugándose con la lana y
repitió mis ofensas con tono quejumbroso:
«¿Ésta es, Lígdamo, la recompensa
que me prometió en tu presencia?
Traicionar la lealtad merece castigo aunque
sea testigo un esclavo. 20
¡Él no puede dejarme deshecha sin motivo alguno y
tener en su casa a una que no quiero nombrar!70
Se alegra de que yo me
consuma sola en un lecho vacío;
si le gusta, que baile, Lígdamo, sobre mi
cadáver.
No me ha vencido ésa por su carácter, sino con hierbas, 25 la
malvada: lo lleva la rueda de hilo del trompo71.
Lo arrastran los efectos
prodigiosos de la rana hinchada de la zarza, los huesos recogidos de serpientes
disecadas,
plumas de búhos encontradas en tumbas abandonadas
y cintas de
lana colocadas sobre una pira fúnebre. 30
Si mis sueños no mienten, te juro,
Lígdamo, que
el castigo llegará ante mis pies tarde, pero será grave72, y
vieja se hará la tela de araña en su lecho vacío73:
la misma Venus se dormirá
en sus noches de amor.» Si mi amada se ha quejado así de sincera. 35
vuelve
corriendo, Lígdamo, por el mismo camino y llévale mis encargos regados de muchas
lágrimas:
que enojo, no engaño hay en mi amor y
que yo tambièn me
atormento en el mismo fuego que la consume:
juraré que he sido casto durante
los doce días74. 40
Y si de una guerra tan grande me viniera una
reconciliación
feliz, por mi parte, Lígdamo, serás libre, Lígdamo, te lo
prometo.
VII 7 EPICEDIO A PETO
¡Así que tú eres, Dinero75; la
causa de una vida agitada!
Por ti emprendemos el camino de una muerte antes
de tiempo 76;
tú ofreces pábulo funesto a los vicios de los hombres,
y de
tu cabeza han nacido las semillas de las preocupaciones. Tú, cuando Peto
desplegaba las velas hacia el puerto de Faros, 5
lo hundes tres y cuatro
veces en el furioso mar.
Pues por seguirte cayó, desgraciado, en la flor de
la edad y flota como presa inesperada para peces lejanos.
Y la madre no puede
ofrecer el justo tributo de la tierra piadosa ni enterrarte entre las cenizas de
la familia, 10
sino que ahora las aves marinas se posan sobre tus huesos,
ahora todo el mar de Cárpatos es tu sepulcro77.
Desgraciado Aquilón, terror
de la violada Oritía,
¿qué despojos tan grandes has obtenido de él?
¿O por
qué te alegras, Neptuno, del naufragio de una nave? 15
Aquel casco llevaba
varones piadosos.
¿Por qué, Peto, cuentas tus años? ¿Por qué, al nadar, se te
viene a los labios tu querida madre? El mar no tiene dioses78.
Pues en las
tormentas nocturnas todas las amarras atadas a las rocas se te rompen por el
roce de las cuerdas. 20
(Son testigos de las penalidades de Agamenón los
litorales
que hizo famosos el castigo de Argino de un río amenazador. Tras
perder a este joven, el Atrida no zarpó con la flota,
retraso expiado con el
sacrificio de Ifigenia.)
Devolved su cuerpo a la tierra, en un torbellino ha
puesto su 25 vida; cubre por ti misma, arena que poco cuestas, a Peto;
y
cuantas veces pase un marino junto al sepulcro de Peto, diga: «Incluso a un
valiente puedes tú atemorizar».
¡Adelante, aprestad curvadas naves y motivos
de muerte! Esa muerte es el producto de manos humanas79. 30
La tierra era
poco, y a los hados añadimos el mar: con la técnica hemos multiplicado los
caminos desgraciados de la Fortuna.
¿Puede retenerte un ancla a ti, a quien
no han retenido los
Penates? ¿Qué dirás que ha merecido quien no se contenta con su propia tierra? A
los vientos pertenece lo que planees: no hay nave que 35
envejezca y el mismo
puerto traiciona la confianza.
La naturaleza en acecho ha allanado el mar
para los avaros:
rara vez sucede que se obtenga éxito.
Las rocas de
Cafareo destrozaron las naves triunfales,
cuando Grecia, náufraga, fue
arrastrada por el ancho mar. 40
La paulatina pérdida de compañeros lloró
Ulises,
a quien no sirvió contra el mar su habitual astucia.
Si se hubiera
contentado80 con arar sus campos con los bueyes paternos y hubiera creído que
mis palabras tienen peso,
ahora viviría como agradable convidado ante sus
dioses Penates, 45 pobre, pero en la tierra, donde sólo lloraría su pobreza.
Peto no soportó escuchar el bramido de la tempestad
ni dañar sus delicadas
manos con las ásperas cuerdas;
pero a quien había apoyado su cabeza en un
tálamo de cedro o de terebinto de Orico con cojines de variados colores, 50
a
éste el oleaje vivo le arrancó de raíz las uñas
y su boca desgraciada tragó
el agua odiosa;
la malvada noche le vio arrastrado en un pequeño leño:
¡tantas desgracias se conjuraron para que Peto muriera! 55
Con todo, llorando
lanzó estos encargos81 en sus últimos lamentos, cuando las negras aguas cerraban
su boca moribunda:
«Dioses del Egeo que mandáis sobre los mares, vientos y
cuantas olas estáis oprimiendo mi cabeza,
¿a dónde arrebatáis los
desgraciados años de mi primer bozo? He traído largas manos a vuestras aguas82.
60
¡Ay, desgraciado me estrellaré en los cortantes escollos de las gaviotas!
El cerúleo dios ha empuñado contra mí el tridente.
Que al menos la corriente
me lleve a las regiones de Italia:
lo que quede de mí será suficiente si
llega a ser de mi madre.»
Al que así hablaba una ola lo tragó en un remolino
vertiginoso; 65 ésta fue la última voz y el último día de Peto.
¡Oh cien
doncellas marinas, hijas de Nereo,
y tú, Tetis, embargada con el dolor de una
madre, debisteis poner los brazos debajo de su barbilla cansada:
no podía
aquél ser carga pesada para vuestras manos! 70
Pero tú, cruel Aquilón, jamás
verás mis velas: inactivo
me refugiaré, es preciso, ante las puertas de mi
dueña 83.
VIII 8 RIÑAS DE AMOR
Dulce84 me resultó la bronca de
ayer a la luz de los candiles, y las maldiciones sin cuento de tu boca furiosa,
cuando, enloquecida por el vino, empujaste la mesa y contra mí arrojaste copas
repletas con manos furiosas.
¡Pero, venga, atrévete a tirarme de los pelos 5
y a marcar mi cara con tus lindas uñas;
amenázame con quemarme los ojos con
el fuego de una antorcha y desnuda mi pecho rasgándome la túnica!
Son
síntomas evidentes de una pasión sincera:
pues ninguna mujer sufre si no es
por un amor profundo. 10
La mujer85 que lanza reproches con lengua rabiosa,
ésa se postra ante los pies de la poderosa Venus.
Ya se rodee, cuando sale,
de un tropel de guardianes, ya ocupe, cual Ménade poseída, toda la calle,
ya
locas pesadillas aterroricen a menudo su timidez, 15
y a la conmueva en su
desgracia el cuadro de una joven, de estos sufrimientos del alma soy yo adivino
certero:
conozco estas marcas usuales en un amor verdadero. No es verdadera
la fidelidad que no experimente riñas:
¡a mis enemigos toque una amada
insensible!86. 20
Vean mis amigos heridas de mordiscos en mi cuello:
las
moraduras muestren que he poseído a mi amada. En el amor quiero sufrir o
sentirte sufrir,
ver mis propias lágrimas o las tuyas,
si alguna vez
envías con el entrecejo mensajes ocultos87 25 o trazas con tus dedos letras
secretas88.
Detesto los sueños que nunca arrancan suspiros89:
quisiera
estar siempre pálido cuando ella está airada.
Más dulce era la pasión de
Paris, cuando podía disfrutar 30 de su Helena entre las armas griegas.
Mientras vencen los dánaos, mientras resiste el troyano90 Héctor,
él sostiene
las mayores batallas en el regazo de Helena. O contigo o por ti siempre lucharé
con mis rivales:
que no me agrada la paz cuando se trata de ti.
¡Alégrate de que ninguna sea
tan hermosa! Lo sentirías, 35 si alguna lo fuera: ¡ahora puedes con razón ser
altiva!
¡Mas a ti, que has tendido las redes91 en nuestro lecho,
no te
falta nunca suegro ni una casa sin suegra!92
Si ahora se te ha ofrecido la
oportunidad de robarme una noche, lo permitió su enojo conmigo, no su cariño por
ti. 40
IX 9 A MECENAS
Mecenas, caballero de sangre etrusca de reyes,
que deseas mantenerte dentro
de tu propia condición93,
¿por qué me envías a tan inmenso mar de escritura?
No son apropiadas grandes velas a mi nave94.
Es vergonzoso confiar a tu
cabeza un peso con el que no puedes 5 para después, agobiado, ofrecer la espalda
con la rodilla doblada95.
No todo se adapta a todos de la misma forma ni
se alcanza ninguna palma desde la misma cumbre.
La gloria de Lisipo96 reside
en cincelar estatuas llenas de vida; Cálamis causa mi admiración por lo acabado
de sus caballos; 10
Apeles exige para sí la cumbre por su cuadro de Venus97;
Parrasio reclama un puesto de honor con sus cuadros pequeños;
los temas de
Méntor se adaptan de forma singular al material98;
pero el acanto de Mis se
dobla en un espacio pequeño;
el Júpiter de Fidias99 se adorna en una estatua
de marfil; 15 el mármol de su misma ciudad proclama a Praxíteles.
Hay
quienes100 consiguen la palma corriendo en las cuadrigas de
Elea; hay quienes
están destinados a la gloria debido a la velocidad de
sus piernas; éste nació
para la paz, aquél es útil en la milicia:
cada cual sigue la semilla de su propia naturaleza. 20
Pero yo,
Mecenas, he recibido las normas de tu vida y se me obliga a superarte con tu
propio ejemplo.
Aunque tú podrías ostentar las segures soberanas de las
magistraturas romanas y dictar leyes en medio del foro,
o andar entre las
belicosas lanzas de los medos 25
y agobiar tu casa con colecciones de armas;
y aunque César te dé fuerzas para conseguirlo y en todo tiempo se te insinúen
riquezas con tanta facilidad,
tú no haces caso y, humilde, te cobijas en
tenues sombras:
tú mismo recoges los pliegues hinchados de las velas. 30
Créeme, esas opciones de vida igualarán a los famosos Camilos101,
también
estarás en los labios de los hombres y unirás tus huellas a la fama de César:
la lealtad será el verdadero trofeo de Mecenas.
Yo no surco el henchido mar
con una nave llevada a vela: 35 segura es mi estancia en un pequeño río102.
No lloraré la fortaleza de Cadmo hundida sobre las cenizas paternas ni los siete
duelos con pareja desgracia103;
ni cantaré las puertas Esceas ni Pérgamo,
fortaleza de Apolo,
ni la flota de los Dánaos que regresó a la décima
primavera, 40 cuando el caballo de madera, obra del arte de Palas, victorioso
hizo derribar las murallas de Neptuno con el arado griego104.
Será suficiente
haber agradado junto a los libros de Calímaco y haber cantado con tus ritmos,
poeta de Cos.
¡Que estos escritos abrasen a los jóvenes, abrasen a las 45
jóvenes, me proclamen dios y me dediquen un culto!
Pero bajo tu guía105
cantaré incluso las armas de Júpiter, a Ceo
que amenaza al cielo y a
Eurimedonte en las cimas de Flegra;
y empezaré a cantar el elevado Palatino
donde pacían los toros romanos y las murallas fundadas con la muerte de Remo, 50
a los reyes gemelos alimentados por una ubre salvaje, y mi talento crecerá al
dictado de tus órdenes;
acompañaré los carros triunfales que llegan de las
dos orillas106,
las flechas destensadas de los partos, astutos en las
fugas107, el campamento de Pelusio destruido por el hierro romano, 55
y las
manos de Antonio despiadadas en su destino108.
Tú, protector de mi primera
juventud, toma las suaves riendas
y dame señales
propicias mientras mis ruedas corren veloces 109. Esta gloria, Mecenas, me
concedes y de ti depende que se
me tenga por un seguidor de tu círculo. 60
X 10 CUMPLEAÑOS DE CINTIA110
Me preguntaba por qué las Musas me habrían
visitado de mañana de pie frente a mi lecho cuando el sol enrojecía.
Me
dieron la señal de que era el cumpleaños de mi amada y por tres veces
aplaudieron con sonidos favorables.
Transcurra este día sin nubes, queden los
vientos en el cielo 5 y las olas depongan suavemente sus amenazas en la orilla;
que no vea dolor alguno en la luz de hoy,
y la piedra misma suprima las
lágrimas de Níobe;
descansen los picos de los alciones poniendo fin a sus
lamentos, y la madre no llore la pérdida de Itis111. 10
Y tú, querida mía,
nacida bajo auspicios favorables, levántate y eleva justas plegarias a los
dioses que así lo exigen.
Y, en primer lugar, quítate el sueño con agua
cristalina
y atusa tu brillante cabello con tus manos; después,
ponte el
vestido con el que cautivaste por primera vez 15 los ojos de Propercio y no
dejes sin flores tu cabeza;
y pide que tu belleza, avasalladora, sea eterna
y se enseñoree siempre tu dominio112 sobre mi persona.
Luego, cuando hayas
purificado con incienso los altares adornados
y llamas favorables hayan
brillado en toda la casa113, 20 prepárese la mesa, transcurra la noche entre
copas
y un ónice de mirra perfume el olfato del olor del azafrán. Ríndase la
ronca flauta a las danzas nocturnas
y que no se ponga freno a tus palabras
licenciosas. La dulzura del banquete nos prive del sueño molesto
y resuene el
aire cercano de la vía pública. Echemos a suertes tirando los dados para
averiguar
a quién castiga más con sus alas aquel niño.
Cuando las horas
hayan pasado entre multitud de copas
y Venus asista para iniciar los
ritos de la noche, cumplamos en nuestro tálamo sus fiestas anuales
y acabemos
así el día de tu cumpleaños.
XI 11 CLEOPATRA Y AUGUSTO114
¿Por qué te extrañas si una
mujer trastorna mi vida y tiene a su hombre sujeto a su ley115,
e inventas
contra mi persona vergonzosas acusaciones de incapacidad porque no pueda romper
las cadenas y el yugo?116
El marino presagia mejor la muerte a punto de
llegar, 5 el soldado aprende de las heridas a tener miedo.
De palabras como
ésas me jactaba yo en mi pasada juventud:
tú ahora aprende a temer de mi
experiencia.
Medea117 sometió bajo yugos de acero a toros que respiraban 10
fuego, sembró en la tierra batallas sangrientas
y cerró las fieras fauces del
dragón guardián,
para que el vellocino de oro fuera a la casa de Jasón.
Se
atrevió, feroz, en otro tiempo la meótida Pentesilea a atacar con flechas desde
su caballo las naves de los Dánaos;
y, cuando el yelmo de oro le desnudó la
frente, 15
su espléndida belleza doblegó al héroe vencedor118.
Ónfale, la
doncella de Lidia que se bañaba en el lago de Giges, llegó a tanta gloria por su
belleza que
el que había erigido columnas119 en el mundo por él pacificado
llegó a hilar suaves ovillos de lana con mano tan ruda. Semíramis edificó
Babilonia, la ciudad de los persas, de forma
que levantó una sólida obra con
ladrillos cocidos120
y dos carros podían pasar por las murallas en dirección
contraria sin que llegaran a tocarse de costado por el roce de sus ejes;
también desvió el Éufrates al centro de la ciudad que fundó
y obligó a Bactra
a someter su cabeza a su imperio.
¿Por qué lanzar acusaciones contra héroes,
por qué contra dioses? Júpiter se cubre de infamia a sí y a su casa121.
¿Qué
decir de la que ha poco acarreó oprobios a nuestras armas122
S
y, mujer gastada123 entre sus propios esclavos, pidió
como precio de su infame unión las murallas de Roma
y a los senadores
sometidos a la esclavitud de su reino?
¡Culpable Alejandría, tierra muy
predispuesta a la mentira,
y Menfis, tantas veces ensangrentada para nuestra
desgracia, donde la arena despojó. a Pompeyo de tres triunfos!124
¡ningún día
te quitará, Roma, esta infamia!
Habrías encontrado una muerte mejor en los
campos de Flegra, aunque hubieras tenido que entregar la cerviz a tu suegro125.
¡Hasta la reina prostituta del incestuoso126 Canopo, especial marca de infamia
impresa a fuego en la estirpe de Filipo, 40
intentó enfrentar127 a nuestro
Júpiter con el ladrador Anubis,
obligar al Tíber a soportar las amenazas del
Nilo, rechazar la trompeta romana con el estrépito del sistro,
seguir los
espolones liburnos con las pértigas de sus canoas,
colgar vergonzosas
mosquiteras en la roca Tarpeya 45 y dictar leyes entre las armas y estatuas de
Mario!
¿De qué sirve ahora haber doblegado las segures de Tarquinio128,
a
quien su vida soberbia lo señala con el apodo de Soberbio,
si hubiéramos
tenido que soportar a una mujer? ¡Celebra, Roma, el triunfo129 y, a salvo,
suplica larga vida para Augusto! 50
Huiste, sin embargo, hacia las sinuosas
corrientes del cobarde
Nilo: tus manos recibieron las cadenas de Rómulo. He
visto los brazos mordidos por serpientes sagradas
y los miembros absorber el
sendero oculto del sopor130
«No debiste, Roma, temerme con este ciudadano tan
grande»131, 55 habló y su lengua quedó sepultada en continuas libaciones132
La ciudad levantada sobre siete colinas, la que rige todo el
orbe, temió,
aterrorizada por Marte, las amenazas de una mujer.
¿Dónde está ahora el
ejército de Escipión, dónde las enseñas 67
.
de Camilo o las conquistadas ha poco, Bósforo, por
Pompeyo, 68 los despojos de Aníbal, los trofeos del vencido Sífax 59
y la
gloria de Pirro abatida a nuestros pies? 60
Curcio133 erigió un monumento en
la laguna cegada, mientras
Decio decidió el combate al lanzarse con su
caballo, una senda atestigua el puente cortado de Cocles,
y hay quien lleva
el sobrenombre de un cuervo134.
Los dioses fundaron estas murallas, los
dioses también las 65 protegen: César a salvo, Roma apenas puede temer a
Júpiter. 66
Apolo de Léucade recordará los ejércitos en fuga: 69
un solo
día acabó con tan potente aparato bélico135. 70
Pero tú, marinero, ya entres
o abandones el puerto, recuerda a César por todo el mar Jónico.
XII 12 PÓSTUMO Y GALA
¿Has
tenido el valor, Póstumo 136, de dejar a Gala llorando para seguir de soldado
las valerosas enseñas de Augusto?
¿Tan importante fue para ti la gloria de
despojar a los partos, mientras tu Gala te pedía insistentemente que no lo
hicieras?
Si me es lícito decirlo, ¡ojalá perezcáis juntos todos los avaros 5
y todo el que prefiera las armas a un lecho fiel!
Pese a todo, tú, hombre sin
juicio, envuelto en el capote militar, beberás, fatigado, el agua del Araxes en
tu yelmo.
Ella, entretanto, se consumirá137 ante noticias sin fundamento
de que este valor tuyo no te sea motivo de amargura, 10 de que las flechas medas
se alegren de tu muerte
o el soldado acorazado con su cabalgadura de oro,
o de que se le devuelva en una urna algo de ti para llorarlo:
así vuelven
quienes han caído en aquellos lugares138.
¡Oh Póstumo, tres y cuatro veces
dichoso de tener a la casta 15
Gala!139. Otra esposa merecerías con esa forma
de ser.
¿Qué podrá hacer una joven mujer sin la protección de
algún temor, cuando Roma es maestra de su lujuria?
Pero vete tranquilo: a
Gala no doblegarán los regalos,
ni ella se acordará de tu inflexibilidad.
Pues el día que los hados quieran devolverte a salvo, la pudorosa Gala se
colgará de tu cuello.
Póstumo será un segundo Ulises por su admirable esposa
(no perjudicó a aquél una larga tardanza140,
los campamentos de diez años,
Ismaro, el monte de los cícones, 25
Calpe, tus ojos, Polifemo, abrasados
después,
los engaños de Circe, el loto y las hierbas seductoras,
Escila y
Caribdis, dividida en el flujo y reflujo de las aguas,
los mugidos de los
novillos de Lampetie en los asadores de Ítaca
—los había apacentado para Febo
su hija Lampetie—, 30 haber huido del tálamo de la llorosa joven de Eea141,
haber nadado tantas noches y tantos días de invierno,
haber entrado en las
negras mansiones de las almas silenciosas y penetrado con sordos remeros en las
aguas de las Sirenas,
haber usado de nuevo su viejo arco con la muerte de los
35 pretendientes y haber puesto fin así a su vagar;
y no en vano, porque
casta había permanecido en casa su mujer):
Elia Gala sobrepasa la fidelidad
de Penélope.
XIII 13 LA AMADA CODICIOSA142
Preguntáis por qué la noche es ventajosa para las jóvenes codiciosas y los
recursos dilapidados en el amor lamentan pérdidas.
Clara sin duda y evidente
es la causa de tan gran ruina:
al lujo se ha concedido un camino demasiado
ancho.
La hormiga de la India saca oro de las minas subterráneas, 5 del mar
Rojo llega la madreperla consagrada a Venus,
la cadmea Tiro produce el color
de la púrpura
y el beduino de Arabia el cinamomo de intenso perfume. Estas
armas doblegan143 incluso a las pudorosas enclaustradas y a las que se
caracterizan por tu altivez, hija de Icario. 10
La matrona camina altanera
vestida con el patrimonio de sus nietos y pone ante nuestros ojos los despojos
de su infamia.
No hay ninguna vergüenza para pedir, ninguna para dar, y, si
alguna hay, con el dinero desaparece la duda.
¡Venturosa aquella ley sobre
las exequias de los maridos orientales, 15
a quienes la rojiza Aurora colorea
con sus caballos!
Pues tan pronto la última antorcha se arroja al lecho de
muerte,
la turba
piadosa de esposas queda de pie con su pelo suelto;
entablan una disputa de
muerte sobre cuál de ellas viva va a seguir 20
al esposo: vergüenza era no
poder morir.
Arden las vencedoras, ofrecen sus pechos a las llamas y estampan
sus labios abrasados en sus maridos144.
Ésta es una raza infiel de casadas,
aquí no existe mujer que sea una fiel Evadne o una devota Penélope.
Feliz145
la pacífica juventud campesina de otro tiempo, 25
cuyas riquezas eran las
mieses y los árboles;
para ellos regalo eran los membrillos caídos de las
ramas, ofrecer canastillos repletos de rojas moras,
ya cortar violetas con la
mano, ya recoger lirios
brillantes mezclados en cestas de mimbre, 30 y llevar
uvas revestidas con sus propias hojas
o un ave matizada de plumaje
variopinto.
Entonces las jóvenes en grutas secretas daban a sus hombres,
habitantes de los bosques, besos comprados con tales halagos.
La piel de un
cervatillo cubría a los seguros enamorados 35
y la hierba alta servía crecida
como lecho natural;
el pino, inclinado, les rodeaba con su plácida sombra
y no era motivo de castigo ver a las diosas desnudas.
Él cornudo carnero,
guía del rebaño, solo conducía a las ovejas ahítas al redil vacío del pastor del
Ida146. 40
Vuestros altares, dioses y diosas todos, bajo cuya tutela están
los campos, ofrecían palabras de ánimo:
«Quienquiera que seas, forastero,
podrás cazar liebres o aves, si acaso rastreas en mis cercados:
invócame
desde una roca como tu acompañante, Pan, 45 ya busques presas con cañas o con
perros de caza»147.
Ahora, en cambio, se abandonan los templetes en los
bosques desiertos: todos rinden culto al oro148, vencida ya la piedad.
El oro
ha expulsado a la fidelidad, el oro ha corrompido a la justicia, al oro obedece
la ley y, sin ley, pronto el pudor. 50
Los umbrales abrasados dan fe del
sacrilegio de Breno, cuando asaltaba el dominio Pítico del dios melenudo; pero
tembló el monte Parnaso de cima rica en laureles,
derramando nieve de muerte
sobre el ejército galo.
A ti, Polidoro, el crimen del tracio Poliméstor, que
recibió tu oro, te alimenta en una impía hospitalidad.
Y, para que tú,
Erifile, llevaras los brazos dorados,
desapareció Anfiarao al desbocarse sus caballos.
Profetizaré
—y ojalá sea adivino veraz a los ojos de mi patria—:
la altiva Roma se
desmorona ella sola por sus riquezas. 60
Digo verdades, pero no se me cree;
tampoco en otro tiempo se creyó a la troyana Ménade149 en las desgracias de
Pérgamo. Sólo ella afirmó que Paris hilaba la muerte de Frigia, sólo ella
que
el caballo se deslizaba traicionero para su patria. Aquella locura pudo haber
sido útil a la patria, útil a su 65
padre: su inútil lengua demostró que los
dioses son veraces.
XIV 14 ELOGIO DE LA MUJER ESPARTANA
Admiramos, Esparta, las muchas reglas de tu palestra150,
pero
todavía más los grandes valores del gimnasio femenino, porque las jóvenes
ejercitan sus cuerpos desnudos en juegos,
no infamantes en medio de varones
que luchan, cuando
la pelota burla entre los brazos los rápidos lanzamientos,
5 o resuena el curvado gancho del aro giratorio151,
o una mujer, cubierta de
polvo, se detiene en un extremo de la meta para soportar las heridas en el duro
pancracio:
ya ata con cuerdas sus brazos alegres a los guantes,
ya hace
girar en redondo el peso arrojadizo del disco, 10
o ya sigue a los perros
nativos con el cabello salpicado de 15 escarcha por las largas cumbres del
Taigeto: 16
golpea el picadero con los caballos, ciñe la espada a su pecho 11
de nieve y cubre su virginal cabeza con hueco bronce,
como el escuadrón
guerrero152 de las Amazonas, que, con el pecho desnudo, se lava en las aguas del
Termodonte, 14
y como Cástor y Pólux serían en las arenas del Eurotas, 17
éste vencedor en la lucha, aquél en los caballos,
entre quienes Helena, se
cuenta, empuñaba las armas con los
pechos desnudos sin que se ruborizaran los
dioses hermanos. 20
Así pues, la ley espartana impide la separación de los
amantes y permite estar en la calle junto a su amada,
no existe el miedo o
protección alguna para la joven encerrada, ni hay que recelar del duro castigo
de un marido severo153.
Sin necesidad de intermediarios tú mismo puedes
hablar de tus 25
intenciones: no existe el rechazo de una larga espera.
Ni los vestidos de
Tiro engañan a los ojos que se equivocan, ni existe la enojosa preocupación por
perfumarse el cabello154.
En cambio, las nuestras155 van rodeadas de enorme
acompañamiento, ni hay espacio suficiente para introducir un dedo, 30
ni
encuentras el rostro o las palabras adecuadas para
cortejarlas: el amante va
dando vueltas por un ciego camino156. Pero si tú hubieras imitado las reglas de
las luchas espartanas
me serías, Roma, más querida por este bien.
XV 15 CELOS DE CINTIA: LEYENDA DE ANTÍOPE
¡Que yo no conozca más grescas157 en el amor ni me toque pasar
noches en vela sin ti!
Cuando se me quitó la inocencia de la toga pretexta158
y se me dio libertad para conocer el camino del amor,
fue ella, ¡ay Licina
conquistada sin ningún regalo!, quien, 5 cómplice, inició159 a mi alma inexperta
en las primeras noches.
Cuando han pasado tres años (no debe de ser menos),
apenas recuerdo que hayamos intercambiado160 diez palabras.
Todo lo ha
sepultado tu amor, y ninguna mujer después de ti ha puesto dulces cadenas sobre
mi cuello. 10
Testigo será Dirce161 cruel por una acusación tan infundada:
que la Antíope, hija de Nicteo, se había acostado con Lico
¡Ah, cuántas veces
la reina le arrancó los hermosos cabellos y dejó señaladas sus crueles manos en
su tierna cara!
¡Ah, cuántas veces abrumó a su esclava con crueles tareas 15
y le obligó a reposar su cabeza en la dura tierra!
A menudo la obligó a vivir
en escondrijos inmundos, a menudo negó a la sedienta agua que no vale nada.
¿No vienes ya, Júpiter, en ayuda de Antíope que tantas
desgracias padece?
Duras cadenas lastiman sus manos. 20
Si eres dios, vergüenza te debe dar que
tu amada sea esclava:
¿a quién va a invocar Antíope, encadenada, sino a
Júpiter?
Sin embargo, sola y con las fuerzas que le quedaban en su cuerpo
rompió con ambas manos las cadenas reales.
Después, con paso tembloroso,
corrió a la cima del Citerón; 25
era de noche y triste era su cubil esparcido
de hielo.
A menudo, sobresaltada en su vagar por el sonido de la corriente
del Asopo, se figuraba que le seguían los pies de su señora.
Y
probó la dureza de Zeto y la ternura de Anfíon ante sus lágrimas ella, madre
arrojada a sus propios establos. 30
Y como, cuando las aguas del mar aplacan
sus grandes oleajes
y el Euro deja de enfrentarse al Noto,
sobre el
silencio del litoral es raro el soplo de la arena,
así cae la joven
resbalándose sobre sus rodillas dobladas. Aunque tarde, llegó la piedad: los
hijos reconocieron el error; 35
¡oh anciano162, digno de proteger a los hijos
de Júpiter!
Tú devuelves su madre a los hijos, y los hijos ataron a Dirce, a
la cabeza de un fiero toro para que fuera arrastrada163. Antíope, reconoce a
Júpiter: para tu gloria arrastran a Dirce,
que encontrará la muerte en muchos
lugares. 40
Se tiñen de sangre los prados de Zeto y, vencedor, cantaba
Anfíon un peán en tus rocas, Aracinto.
Pero tú164 no maltrates a Licina, que
no lo merece: vuestra ira sin control no sabe parar a tiempo. Ninguna habladuría
sobre mí altere tus oídos: 45
sólo a ti amaré, incluso cuando los leños
quemen mi cadáver.
XVI 16 INDECISIÓN DE PROPERCIO
Es media noche, y me
llega una carta de mi dueña:
me ordena que me presente sin demora en Tívoli,
donde blancas cimas muestran torres gemelas
y el agua del Anio cae sobre
amplios estanques165
¿Qué hacer? ¿me confiaré al manto de las tinieblas 5
para temer atrevidas manos contra mi persona166?
Pero si por mi miedo doy
largas a estas órdenes,
su llanto me será más cruel que el enemigo en la
noche. Le había traicionado167 una sola vez y fui rechazado un año
entero:
conmigo no tiene ella manos compasivas. 10
Y, con todo, no hay nadie que haga
daño a inviolables amantes168:
así se puede ir por en medio del camino de
Escirón.
Cualquiera que esté enamorado, aunque camine por las costas de
Escitia, nadie será tan salvaje como para hacerle daño.
La luna guía el
camino, las estrellas señalan los obstáculos, 15
Amor en persona agita por
delante la llama de las antorchas169,
la rabia
cruel de los perros desvía a otros sus ávidos mordiscos:
para la raza de los
enamorados el camino es seguro siempre.
¿Pues quién se mancharía, cruel, con
la sangre tan escasa170 de un enamorado? Venus misma acompaña a los amantes
rechazados. 20
Y si a mi aventura siguiera un destino inevitable,
una
muerte así incluso debería yo comprarla con dinero. Ella me traerá perfumes y
adornará con coronas el sepulcro,
sentada como guardiana junto a mis cenizas.
¡Permitan los dioses que no ponga mis huesos en lugar 25 frecuentado, por donde
la gente pasa en su camino diario!
Así se deshonran las tumbas de los amantes
después de la muerte:
me cubra una tierra apartada con su cabellera de
árboles
o sea enterrado protegido con montones de arena desconocida:
no me
gusta tener mi nombre en medio de un camino. 30
XVII 17 HIMNO A BACO171
,
Ahora,
Baco172, me postro humildemente ante tu altar:
¡concédeme propicio un feliz
viaje en barco!173.
Tú puedes apaciguar la loca altivez de Venus y en tu
vino174
se encuentra el remedio a las cuitas de amor.
Por ti se unen, por
ti se separan los enamorados: 5 aleja tú, Baco, esta enfermedad de mi alma.
Pues que tú no eres inexperto lo demuestra en las estrellas
Ariadna a quien
tus linces trasladaron al cielo175. Este mal, que guarda antiguos fuegos en mis
huesos,
lo sanarán la muerte o tu vino176. 10
Pues una noche sin vino
atormenta sin cesar a los amantes solitarios, y la esperanza y el miedo agitan
su alma de una forma u otra.
Pero, Baco, si gracias a tus dones que calientan
mi cabeza llegara el sueño a mis huesos,
yo mismo plantaré vides y abriré las
colinas por filas 15
que ninguna fiera pueda destrozar mientras yo vigilo. Mientras mis toneles
rebosen de rojo mosto
y la uva nueva manche los pies que la pisan,
viviré
lo que me queda de vida por ti y por tus cuernos177,
y seré conocido como
poeta, Baco, de tus virtudes178. 20
Cantaré yo el parto de tu madre entre los
rayos del Etna, las armas de India puestas en fuga por los coros de Nisa,
y a
Licurgo en vano enfurecido contra la nueva planta de la vid, la muerte de Penteo
grata a la triple179 grey de Bacantes,
y a los marinos tirrenos, cuerpos
recurvos de delfines, 25
que saltaron a las aguas180 desde la nave adornada
de pámpanos, y los ríos perfumados que por ti corren a través de Naxos,
donde
la muchedumbre de Naxos bebe tu vino.
Sobre tu blanco cuello pesarán suaves
racimos de hiedra181
el gorro de Lidia ceñirá tus báquicos cabellos, 30 tu
delicada cerviz exhalará perfumado aceite
y tocarás tus pies desnudos con tu
vestimenta flotante. La Tebas de Dirce hará resonar los tímpanos lascivos,
los Panes de pies de cabra tocarán soplando sus caramillos;
a su lado la gran
diosa Cibeles182, coronada de torres, 35 golpeará roncos címbalos para los coros
del Ida.
Ante las puertas del templo, como sacerdote que derrama con una
cratera de oro vino puro libado para tus sacrificios,
yo cantaré estos
sucesos que deben ser celebrados con el elevado
coturno183, como suena la
inspiración en la boca de Píndaro: 40 tú manténme sólo libre de esta altiva
esclavitud
y vence con este sopor mi mente atormentada.
XVIII 18 EPICEDIO EN HONOR DE MARCELO184
Donde el mar juega
encerrado en el sombrío Averno185, estanques humeantes de agua tibia de Bayas,
en la arena donde yace también Miseno, el corneta de Troya186,
y resuena la
calzada levantada por el trabajo de Hércules187, aquí donde los timbales sonaron
en honor del dios tebano188, 5
cuando benigno visitaba las ciudades de los
mortales
(pero ahora Bayas, odiosa por tu enorme crimen,
¿qué dios hostil
se ha detenido en tus aguas?),
aquí, ahogado, hundió su rostro en las ondas
de la Estigia y aquel espectro vaga en vuestro lago. 10
¿De qué le
sirvieron189 su linaje, su virtud o su extraordinaria
madre y haber abrazado
el hogar de César?
¿De qué las velas que ondeaban ha poco en el teatro a
rebosar190
y todas sus empresas realizadas con el apoyo de su madre? 15
Ha
muerto; el desdichado había alcanzado los veinte años:
la vida ha encerrado
tantos bienes en un círculo tan pequeño. Ve ahora, hínchate de orgullo, sueña a
solas triunfos
y agrádente teatros enteros de pie para aplaudirte;
supera
los vestidos de Átalo y todo sean piedras preciosas en los Grandes Juegos191:
eso entregarás a las llamas. 20
Mas esto aguarda a todos, ahí van los más
nobles y los más humildes: camino cruel que todos debemos recorrer192.
Hay
que aplacar las tres gargantas ladradoras del can y subirse a la barca común del
torvo anciano193.
Aunque uno se esconda sigilosamente entre hierros y
bronces, 25 sin embargo la muerte le saca de allí la escondida cabeza.
La
belleza no salvó a Nireo ni el valor a Aquiles
o a Creso las riquezas que
produce el agua del Pactolo. Desgracia igual diezmó en otro tiempo a los
sorprendidos aqueos,
cuando un segundo amor se apoderó del gran Atrida194. 30
.
Pero a ti, barquero195, que trasladas las sombras de los
hombres piadosos, que te lleven este cuerpo privado de su alma:
por donde
Claudio196, de la tierra de Sicilia, por donde
César197se alejó hacia las
estrellas fuera del camino de los hombres.
XIX 19 LA LIBIDO DE LAS MUJERES
Muchas veces me echas en cara nuestra lascivia de hombres:
créeme,
ésa os domina más a vosotras, mujeres198.
Vosotras, cuando llegáis a romper
el freno del pudor despreciado, no sabéis poner límite a vuestra mente cautivada
por el amor.
Más rápidamente se apagaría la llama en las espigas incendiadas,
5 los ríos volverían a sus propias fuentes,
las Sirtes ofrecerían un puerto
en calma y el cruel cabo de Malea una orilla hospitalaria,
antes que alguien
pueda detener vuestros impulsos
y doblegar los aguijones de vuestra rabiosa
pasión199. 10
Testigo200 es la que soportó el desdén del toro de Creta y se
puso los falsos cuernos de una vaca de madera;
testigo es la hija de Salmoneo
quien, inflamada por el tesalio
Enipeo, quiso unirse por completo al líquido
dios.
Una prueba fue también Mirra, la que, encendida de amor por la 15
vejez de su padre, fue cambiada en la fronda de un árbol desconocido201.
¿Y
qué diré de Medea, cuando el amor aplacó su ira de madre202 con la muerte de sus
hijos?
¿O qué de Clitemestra, por la que toda la casa de Pélope en
Micenas
se encuentra deshonrada por su adulterio? 20
Y tú, Escila, vendida por la
belleza de Minos203,
cortas el reino de tu padre junto con su purpúreo
cabello.
¡Ésta era, pues, la dote que la doncella había prometido al enemigo!
El amor, Niso, abrió tus puertas con engaño.
Pero vosotras, solteras, quemad
mejor las teas nupciales: 25 la joven, colgada, es arrastrada por el navío de
Creta204.
¡Con todo no sin motivo! Minos se sienta como juez del Orco:
aunque había vencido, se mostró justo con el enemigo.
XX 20 PACTO DE AMOR205
¿Crees que puede acordarse ya de tu belleza
aquel
a quien viste zarpar de tu lecho a velas desplegadas?
¡Insensible,
quien pudo cambiar a su amada por dinero!206
¿Tanto valía África entera como
para que derrames lágrimas? Y tú, necia, te imaginas dioses, tú vanas
palabras207: 5
seguramente aquél consume su corazón en otro amor. Posees una
belleza avasalladora, posees el arte de la casta
Palas208, y espléndida
brilla la fama de tu culto abuelo209.
¡Afortunada tu casa, si tuvieras un
fiel amigo! Fiel seré yo: ¡corre, querida, a mi lecho! 10
Y tú, Febo, que
alargas los fuegos del estío, acorta el recorrido de la luz despaciosa210.
¡Me llega la primera noche, conceded horas a esta primera noche:
quédate,
Luna, más tiempo en mi primera noche de amor! 14
¡Cuántas horas pasarán en
conversaciones antes de que 19
Venus nos impulse a los dulces combates del
amor!211 20
He de proponer antes un pacto, firmar las normas jurídicas 15 y
publicar las condiciones212 en un amor que comienza.
Amor en persona ratifica
este empeño con su firma:
testigo es la curvada corona de la diosa
estrellada213. 18
Pues, cuando el lecho no está ligado a un pacto firme, 21
no hay dioses que venguen las noches en vela,
y la pasión rompe pronto los
lazos impuestos:
que los primeros augurios mantengan nuestra fidelidad.
Por tanto, quien viole los pactos jurados sobre los altares 25 y mancille los
sagrados ritos nupciales con un nuevo amor,
caigan sobre él los sufrimientos
habituales del amor
y sea tema de sonadas habladurías; que no se le franquee
de noche, aunque llore, la ventana de su dueña: siempre
esté enamorado y
siempre carezca del fruto del amor. 30
XXI 21 VIAJE A ATENAS
Se me obliga a
realizar un gran viaje a la culta Atenas214,
para que el largo trayecto me
libre del amor que me abruma. Aumenta, en efecto, al verla asiduamente la pasión
por mi amada:
Amor se suministra a sí mismo pábulo incesante215.
He
intentado todo para poder ahuyentarlo por todos los medios: 5 pero el mismo dios
me acosa por todas partes.
Sin embargo ella apenas una sola vez me admite,
después de rechazarme
muchas: y si viene, duerme vestida al borde del lecho.
Uno solo será el remedio: si cambio de país, Amor se irá tan lejos del corazón
como Cintia216 de mis ojos. 10
Ahora, amigos míos, ea, empujad la nave hacia
el mar, echad a suerte los turnos de las parejas de remeros
y poned en lo
alto del mástil velas de feliz augurio:
ya la brisa ofrece una ruta favorable
a los marinos.
¡Torres de Roma y vosotros, amigos, adiós! 15
¡Y tú, amada,
seas como seas conmigo, adiós!
Así pues, ahora seré llevado como huésped
nuevo del Adriático y se me obligará ahora a suplicar a los dioses del sonoro
mar. Después, cuando el barco, llevado por el Jónico, dé reposo a las
cansadas velas en las plácidas aguas del Lequeo, 20
en lo que queda, daos
prisa para soportar, pies míos, la fatiga, allí donde el istmo con su tierra217
separa ambos mares.
Luego, cuando me reciban las orillas del puerto del
Pireo, ascenderé yo a las largas murallas del camino de Teseo218.
Allí
comenzaré a corregir mi espíritu en el gimnasio de 25
Platón o en tus
jardines, docto Epicuro219;
seguiré el estudio de la lengua, las armas de
Demóstenes, y la gracia de tus obras, culto Menandro;
al menos a mis ojos
cautivarán las pinturas,
o las obras de arte modeladas en marfil o, mejor, en
bronce. 30
O el paso de los años o la larga distancia del profundo mar
mitigarán mis heridas en el silencio de mi corazón:
si muero, será destruido
por el destino, no por un amor
infamante: y ese día de mi muerte será honroso
para mí.
XXII 22 ELOGIO DE ITALIA220
¿Durante tantos años te ha agradado, Tulo221, la fresca Cícico, por donde el
istmo se baña con el agua de la Propóntide,
te gustan Díndimo y Cibeles,
creada de la sagrada vid222,
allí donde el camino soportó los caballos del
raptor Dite223? Si acaso te agradan las ciudades de Hele, hija de Atamante, 5
y no te conmueves, Tulo, echándome de menos, aunque tú veas a Atlas que sostiene
todo el cielo,
la cabeza de Medusa, cortada por la mano de Perseo, los
establos de Gerión, las huellas en el polvo de la lucha
entre Anteo y
Hércules, y el coro de las Hespérides; 10
y aunque tus remeros te lleven a
Fasis de Colcos
y recorras todo el camino de la nave del Pelión,
por donde
el pino inexperto nada entre rocas guiado por la paloma de Argo bajo la
apariencia obligada de una proa nunca vista224;
y estés donde está Ortigia,
digna de una visita, las bocas 15 del Caístro y donde el agua gobierna las siete
bocas225;
todas las maravillas cederán a la tierra de Roma: aquí
la
naturaleza ha puesto todo lo que existe en cualquier lugar.
Es una tierra más
apta para las armas que dispuesta al engaño226:
la Fama no se avergüenza,
Roma, de tu historia. 20
En efecto, nuestro poder reside tanto en la
clemencia cuanto en las armas: la ira refrena las manos victoriosas.
Aquí
corres tú, Anio de Tívoli, Clitumno desde las sendas de Umbría y el agua Marcia,
obra eterna227,
el lago Albano y el Nemorense, de aguas iguales, 25
y el
agua saludable donde abreva el caballo de Pólux228.
Pero aquí no reptan serpientes de
vientres escamosos
ni las aguas de Italia se enfurecen con monstruos
desconocidos, aquí no resuenan las cadenas de Andrómeda por culpa de su madre,
ni tú, Febo, tiemblas huyendo de los banquetes ausonios229, 30
ni aquí
brillaron fuegos a distancia por la muerte de alguien, cuando una madre
provocaba la muerte de su propio hijo230,
ni las crueles Bacantes dan caza a
Penteo en su árbol231,
ni la sustitución de una cierva suelta las naves
dánaas 232,
ni Juno fue capaz de poner cuernos a la concubina o desfigurar 35
su belleza con el vergonzoso aspecto de una novilla233,
* * *
y los
árboles en forma de cruz de Sinis y las rocas inhóspitas para los griegos y los
leños curvados para su propia muerte234
Ésta, Tulo, es tu tierra madre, ésta
es la sede más hermosa, 40 aquí debes aspirar a los honores acordes con tu
estirpe,
aquí tienes ciudadanos para tu elocuencia, aquí una gran esperanza
de nietos y el amor que te mereces de una futura esposa.
XXIII 23 PÉRDIDA DE LAS TABLILLAS235
¡Así que se me han perdido
aquellas tablillas tan cultas,
con las que se perdieron a la vez tantos
escritos de valor! Mis manos en otro tiempo las habían gastado con el uso,
el
que daba fe de ellas, aunque no estuvieran firmadas. Ellas sin mí ya sabían
aplacar a las doncellas 5
y pronunciar sin mí ciertas elocuentes palabras236.
No las hacía valiosas el oro incrustado:
fue cera de baja calidad en vulgar
madera de boj. En cualquier circunstancia siempre me fueron leales
y siempre
me rindieron buenos servicios. 10
Tal vez a aquellas tablillas se habían
confiado estas palabras:
«Estoy enfadada porque ayer, insensible, te has
retrasado.
¿Crees que no sé cuál te ha parecido más hermosa que yo? ¿O es
.
que
lanzas malévolas acusaciones inventadas contra mí?» O acaso dijo: «Ven hoy, lo
pasaremos juntos: 15
Amor te ha preparado hospedaje durante toda la noche»,
y todas las habladurías que una doncella que no es tonta inventa de grado,
cuando se le cita para tiernos engaños de amor.
¡Pobre de mí, un avaro anota
sus cuentas en ellas
y las coloca entre sus bastos dietarios! 20
Si
alguien me las devuelve, lo gratificaré con oro:
¿quién puede querer en lugar
de riqueza retener un leño?
¡Corre, esclavo, y pon rápido este aviso en
alguna columna, y escribe que tu amo vive en el Esquilino!
XXIV 24 FINAL DE UNA PASIÓN237
Falsa es esa confianza en tu belleza,
mujer,
tenida en otro tiempo demasiado altiva a mis ojos238. Mi amor te
concedió, Cintia, esas alabanzas:
ahora me avergüenza que seas famosa por mis
versos. A menudo he alabado tu versátil belleza, 5
hasta pensar por amor que
eras lo que no eras;
y muchas veces he comparado tus colores con la rosada
Aurora, cuando la blancura de tu rostro era artificial.
Todo lo cual no
podían alejar de mí los amigos cercanos239
ni borrar la maga tesalia en el
inmenso mar, 10 ni yo obligado por el hierro ni por el fuego, o
náufrago
—confesaré la verdad— en las aguas del Egeo. Me abrasaba, aprisionado en la
cruel caldera240 de Venus;
atado estaba con las manos a la espalda.
Pero
ya mi nave, engalanada, ha tocado puerto241, 15 ha superado las Sirtes y yo he
echado el ancla.
Ahora por fin, cansado de tan gran desvarío, vuelvo a mis
cabales y mis heridas han cicatrizado y curado.
¡Cordura242, si eres diosa,
me ofrendo en tus santuarios!:
Júpiter había hecho oídos sordos a tantos
ruegos míos. 20
XXV 25 RENUNCIA DE AMOR
Era yo blanco de la risa en. los banquetes después de servida la
mesa, y cualquiera podía ser chistoso a mi costa.
Cinco años243 he sido capaz
de ser tu fiel esclavo:
muchas veces lamentarás mi fidelidad mordiéndote las
uñas. No me conmueven tus lágrimas: prisionero he sido de tales 5 artimañas;
siempre sueles, Cintia, llorar para tender trampas.
Lloraré yo al marcharme,
pero el ultraje es mayor que el llanto:
que tú no dejas que marche el yugo244
que bien iba. Adiós ya, umbrales que nuestras palabras hicieron llorar,
y
adiós, puerta no abatida, pese a todo, con mano airada. 10
¡Pero que a ti te
abrume la vejez245 con años disimulados y lleguen las siniestras arrugas a tu
figura!
¡Que entonces ansíes arrancar de raíz los cabellos blancos, ay,
mientras el espejo te reprocha tus arrugas,
y, rechazada, tengas que sufrir
en propia carne la soberbia 15 altivez, y, vieja, te lamentes de lo mismo que tú
hiciste!
Estas maldiciones funestas te ha cantado mi poesía:
¡aprende a
temer el fin de tu hermosura!
LIBRO CUARTO
I 1 CANTO A ROMA1
«Todo esto que ves2, extranjero, donde
está la grandiosa Roma, collado y hierba fue antes del frigio Eneas;
y donde
se yergue el Palatino, consagrado a Febo Naval3,
pastaron las vacas fugitivas
de Evandro.
Para dioses de barro se erigieron estos dorados templos, 5 y no
les supuso desdoro una tosca cabaña;
el padre Tarpeyo4 tronaba desde rocas
desnudas,
y el Tíber era un visitante para nuestros bueyes5.
Donde sobre
gradas se levantó ese palacio de Remo, antaño un solo hogar era el grandioso
reino de dos hermanos6. 10
La Curia7, que ahora brilla, alta, con la pretexta
de los senadores,
cobijó a Padres cubiertos de pieles, de rústicos corazones.
El cuerno convocaba antiguamente a los ciudadanos a la asamblea:
aquellos
cien, en el espacio de un prado, formaban el senado. Y no colgaban sinuosos
toldos en el hueco teatro, 15
no olía la escena a solemne azafrán8.
Nadie
se preocupaba de buscar dioses foráneos,
cuando la inquieta turba cultivaba
temerosa los ritos patrios;
celebraba con hogueras de heno las fiestas
anuales de Pales9,
como ahora se inauguran los lustros mutilando a un
caballo10. 20
Vesta, sencilla, se complacía con borriquillos coronados y
magras vacas portaban ofrendas sin valor.
Puercos cebados purificaban las pequeñas encrucijadas y el
pastor ofrendaba las entrañas de una oveja al son de la flauta.
El campesino,
cubierto de pieles, blandía látigos de cerdas, 25
de donde proceden los ritos
del licencioso Fabio Luperco11. Tampoco el inexperto soldado deslumbraba entre
armas hostiles:
trababan limpiamente combates con estacas endurecidas al
fuego.
Lucumón, tocado con gorro de lobo, levantó el primer campamento
y
gran parte de la fortuna de Tacio residía en las ovejas12. 30
De aquí son los
héroes Tities, Ramnes y los Lúceres de Solonio, de aquí Rómulo montó los cuatro
caballos blancos13.
Pues Bovilas14, cuando la ciudad era pequeña, no era un
barrio,
y Gabi, que no es nada ahora, tenía una gran población.
Se levantó
Alba poderosa, nacida por el presagio de una blanca 35
Cerda15 y largo camino
suponía llegar a Fidenas. Nada patrio sino el nombre tiene el criado en Roma:
no hubiera imaginado a una loba alimentadora de su sangre.
»Aquí enviaste
para bien, Troya, a tus fugitivos Penates;
¡ay, con qué buen augurio navegó
la popa dardania! 40
Ya entonces buenos presagios prometían, pues ningún daño
le produjo el vientre abierto del caballo de madera,
cuando el padre trémulo
pendía del cuello de su hijo16
y la llama temió quemar los piadosos hombros.
Después vinieron el coraje de Decio y las segures de Bruto 45 y la propia Venus
llevó las armas de su César,
transportando las armas vencedoras de Troya
resurgente:
bendita tierra acogió, Julo, a tus dioses,
si es que el
trípode de la trémula Sibila en el Averno señaló
a Remo que en el Aventino
había que purificar los campos 50 o si las profecías, tarde creídas, de la
adivina de Pérgamo17
resultaron verídicas a la longeva cabeza de Príamo:
‘¡Volved atrás ese caballo, Dánaos! ¡En mala hora vencéis! La tierra
de Ilión
vivirá y a estas cenizas Júpiter dará armas.’
¡Loba de Marte, la mejor de las
nodrizas para nuestro poder, 55 qué murallas crecieron con tu leche!
Y a esas
murallas intento cantar en piadosos versos:
¡ay de mí, que débil es el canto
en mi boca!
Pero, sea cual sea el riachuelo que fluya de mi exiguo pecho18,
lo pondré todo al servicio de mi patria. 60
Ciña Ennio sus
palabras con una áspera corona19:
tiéndeme, Baco, hojas de tu hiedra20,
para que Umbría, enaltecida con nuestros escritos, se enorgullezca, ¡Umbría,
patria del Calímaco romano! Quien desde los valles divise las altivas
fortalezas, 65
¡que ése valore sus murallas por mi talento!
¡Sé, Roma,
propicia, mi obra surge en tu honor; concededme,
ciudadanos, blancos
presagios y un ave cante a favor de mi empresa!
Voy a cantar los rituales y
las fechas señaladas, y los nombres antiguos21:
a estas metas deberá tender,
sudoroso, mi caballo». 70
HOROS (HOROS )
«¿A dónde te diriges alocadamente, voluble Propercio, para predecir
el destino? No son hilos tejidos en propicia rueca. Tu poesía invita a llorar;
hostil te es Apolo:
pides a una lira remisa palabras que has de lamentar.
Voy a contar la verdad de fuentes seguras, o seré un adivino que 75
desconoce
el movimiento de las estrellas en la broncínea esfera22.
Soy Horos: me ha
engendrado el babilonio Órope, descendiente de
Arquitas y mi casa viene de mi
antepasado Conón.
Los dioses son testigos de que no he degenerado de mi
estirpe y de que en mis libros nada está por encima de la verdad. 80
Ahora
han puesto precio a los dioses (¡se engaña a Júpiter por oro!) y a los signos
renovados de la rueda zodiacal:
las estrellas propicias de Júpiter y las
funestas de Marte,
el planeta Saturno, una carga para todos, la influencia
que ejercen Piscis y la fogosa constelación de Leo, 85
y la de Capricornio,
bañado en las aguas de Hesperia.
«Diré ‘caerás, Troya, y te levantarás de
nuevo, Roma troyana’, y cantaré los duraderos peligros por tierra y por mar.
Yo predije, cuando Arria presentaba a sus hijos gemelos
(a sus hijos ella
daba armas, aunque un dios lo prohibía), 90 que no podrían devolver sus armas a
la tierra de sus padres:
ahora dos piras confirman mi verídica profecía.
Pues Luperco, mientras protegía el rostro herido de su caballo, no se cuidó, ay,
bien de sí mismo al caerse de él23;
y Galo, mientras defendía en el
campamento las enseñas confiadas, 95
cayó ante el pico ensangrentado de su
águila24:
¡Jóvenes marcados, doble muerte por la avaricia de su madre!
Verdadera, aunque contra mis deseos, resultó esa predicción.
«También yo,
cuando Lucina alargaba los dolores de Cinara
y se
demoraba el lento peso de su útero, 100
‘Eleva a Juno una promesa que alcance
sus oídos’, predije: ella dio a luz, y a mis libros se dio la palma de la
victoria. Esto no lo explica ni la cueva arenosa de Júpiter en Libia25. ni las
entrañas que hablan de los dioses confiados a ellas26,
ni el que entiende el
movimiento de las alas de la corneja, 105 ni la sombra de un muerto que surge de
aguas mágicas27;
hay que estudiar el camino del cielo y la senda de la verdad
en las estrellas, y hay que buscar la certeza en las cinco zonas28.
»Calcante
ofrece un ejemplo de peso29: pues en Áulide soltó él las naves que estaban bien
sujetas a las piadosas rocas; 110
él fue quien tiñó el hierro en el cuello de
la hija de Agamenón, y el Atrida desplegó velas sangrientas.
No volvieron,
sin embargo, los Dánaos: ¡tú, Troya destruida, reprime el llanto y dirige tu
mirada al golfo de Eubea! 115
Nauplio propaga de noche los fuegos vengadores
y Grecia nada oprimida en sus propios despojos.
¡Vencedor, hijo de Oileo30,
rapta y viola ahora a una profetisa, aunque Minerva prohibe que se la arranque
de su túnica!
»¡Hasta aquí las historias! Ahora pasaré a tu estrella;
prepárate a asistir imparcialmente a nuevas lágrimas. 120
La antigua Umbría
te dio a luz en una casa famosa
(¿miento o estoy rozando la frontera de tu
patria?),
allí donde la nubosa Mevania destila rocío en la hundida llanura, y
el lago de Umbría se entibia con aguas del estío,
y la muralla se levanta
desde las cumbres de la trepadora 125
Asís, muralla aquella más conocida por
tu genio.
Y, aunque no con edad para hacerlo, recogiste los huesos de tu
padre, y se te obligó a una casa humilde:
pues, cuando muchos bueyes
roturaban tus campos, una triste
vara de medir se llevó tus riquezas de
cultivo31. 130
»Más tarde, cuando se te quitó la medalla de oro de tu cuello
viril y tomaste la toga de ciudadano ante los dioses de tu madre32,
desde
entonces Apolo te inspira algunos de sus versos y te prohibe tronar con
discursos en el loco Foro.
Pero tú compón elegías, tarea engañosa33: éste es
tu campamento, 135
para que los demás autores escriban a tu ejemplo.
Soportarás la milicia de Venus bajo las armas de la seducción
y serás un
enemigo apropiado para los jóvenes de Venus34.
Pues las victorias que
obtuviste con tu trabajo,
de esas palmas tuyas se burla una sola joven35. 140
Y, aunque te hayas quitado el gancho bien agarrado a tu mentón, de nada te
servirá: el anzuelo te oprimirá en tu boca36.
A capricho de ella verás el día
y la noche, y no caerá una gota de tus ojos, si no te lo ordena ella.
No te
ayudarán ni mil guardias ni umbrales sellados: 145 una rendija le basta si está
decidida a engañarte.
»Ahora, por más que tu nave luche en medio de las aguas
o te enfrentes, enemigo inerme, a otros armados, o un terremoto abra la tierra
en un abismo:
¡teme las siniestras espaldas de Cáncer37, de ocho pies!» 150
II 2 EL DIOS VERTUMNO38
Yo, etrusco, provengo de etruscos, y no siento haber abandonado
entre batallas el hogar de Bolsena.
Me gusta esta multitud de gente, y no me
alegro en un templo 5 de marfil: me basta la posibilidad de ver el Foro romano.
Por aquí antaño el Tíber tenía su curso y, cuentan,
se oía el sonido de los
remos que golpeaban las aguas;
pero, desde que aquél cedió tanto39 a sus
hijos adoptivos, me llamo dios Vertumno por la corriente volteada40. 10
****
O, porque recibo los frutos del año que da vueltas,
creéis que los ritos de
Vertumno vuelven de nuevo. Para mí la primera uva varía a morados racimos
y
la rubia espiga se hincha de granos lechosos;
aquí ves enrojecer las dulces
cerezas, aquí las ciruelas 15 de otoño y las moras en los días de verano;
aquí el que injerta cumple sus promesas con una corona de frutas,
cuando el
peral produce manzanas en su rebelde tronco.
Me dañas, fama embustera: mi
nombre tiene otro significado:
¡tú sólo cree al dios que te cuenta su
historia! 20
Mi naturaleza se adapta a todas las formas:
conviérteme en lo
que quieras, me sentará bien.
Ponme un vestido de Cos, me volveré una joven
no altiva,
¿y quién dirá que no soy un hombre si me pongo la toga? Dame una
hoz y cíñeme la frente con una corona de heno: 25
jurarás que mi propia mano
ha segado la hierba.
Armas empuñé en otro tiempo y recibía felicitaciones, lo
recuerdo,
por ellas: sin embargo, con el peso de la cesta sobre mí era un
segador.
Sobrio en los pleitos: pero cuando me ciño una corona, gritarás que
el vino se me ha subido a la cabeza. 30
Ajusta la cabeza con un turbante,
entraré en trance con la figura de Baco;
entraré en trance con la de Febo,
con tal de que me des un plectro. Voy de caza provisto de redes: pero, si cojo
la vareta,
soy el dios protector de la caza de aves41.
Es también Vertumno
la imagen de un auriga y la del que 35 traspasa su ligera carga de un caballo a
otro42.
Si tengo a mano una caña, pescaré con ella peces, e iré, como
impecable buhonero, con una túnica hasta los pies.
Como pastor, puedo
curvarme sobre el bastón o, igualmente,
llevar rosas en cestillos en medio
del polvo43. 40
Así que, ¿qué puedo yo añadir a aquello por lo que soy el más
famoso:
que los frutos de los huertos se han confiado a mis manos?
El
verde pepino, la calabaza de hinchado vientre y las lechugas atadas con fino
junco tienen mi marca.
Y ninguna flor se abre en los prados, sin que,
colocada lindamente, 45
se marchite antes sobre mi frente.
Sin embargo, a
mí, porque siendo uno me convertía en todas las formas,
la lengua paterna me
dio el nombre por esa circunstancia. Y tú, Roma, concediste recompensas44 a mis
etruscos
(de quienes hoy el barrio Etrusco conserva su nombre), 50 en la
época en que Lucumón vino con armas aliadas
y derrotó a las armas sabinas del
fiero Tacio.
Vi yo el derrumbamiento de las líneas y la caída de los dardos,
y al enemigo dar la espalda en fuga vergonzosa.
Pero haz, Padre de los
dioses, que la multitud togada de Roma 55 pase por los siglos ante mis pies.
Quedan seis versos —no te entretengo a ti que corres a responder de
una
fianza—: éste es el último paso de meta de mi carrera45. Era yo un tronco de
arce, desbastado con rápida azuela,
un pobre dios antes de Numa en una
agradable ciudad. 60
Pero a ti, Mamurrio, cincelador de mi estatua de
bronce, la tierra osca no desgaste tus artísticas manos,
tú que fuiste capaz
de fundirme para usos tan cambiantes:
una sola es tu obra, pero muchos
honores se conceden a ella.
III 3 CARTA DE ARETUSA A LICOTAS46
Este mensaje envía
Aretusa a su querido Licotas,
si puedo llamarte querido mío, cuando te
ausentas tantas veces. Con todo, si, cuando lo leas, faltara un trozo destruido,
mis lágrimas habrán causado ese borrón;
o si no entiendes alguna letra por su
trazado inseguro, 5 será señal de que mi diestra ya desfallece.
Ha poco te ha
visto Bactra entre tensos arcos47,
ha poco te ha visto el enemigo persa de
caballos con petos, y los invernales getas y Bretaña con sus carros pintados,
y los indos con el color quemado por las aguas de Oriente 48. 10
¿Ésta es la
fidelidad matrimonial y las noches que me prometiste, cuando, inexperta,
rendidos entregué mis brazos a tus deseos?
La antorcha que me expresaba un
augurio en mi boda49,
prendió negra luz en una pira infausta;
fui rociada
con agua de la laguna Estigia y no quedó derecha la cinta 15
en mi cabello:
me casé sin la asistencia del dios50. En todas las puertas, ay, cuelgan mis
votos culpables:
Este es el cuarto capote que tejo para tu vida en el
campamento.
¡Maldito51 quien arrancó estacas de árboles que no se lo merecían
y fabricó quejumbrosas trompetas de roncos huesos, 20
ése merecería hacer
cuerdas más que Ocno sentado de lado mientras da abasto eternamente, asno, a tu
hambre!52.
Dime, ¿irrita la coraza tus delicados brazos?
¿encallece la
pesada lanza tus manos no hechas para la guerra?
¡Que eso te lastime antes
que una muchacha estampe con sus dientes 25
en tu cuello señales que yo
lamentaría entre lágrimas!
También la delgadez ha consumido tu rostro, me
dicen: ¡pues ojalá
ese color53 se deba a la nostalgia que sientes por mí!
En cuanto a mí, cuando la tarde me trae noches amargas,
beso tus armas,
cualquiera que hayas dejado aquí tirada; 30
después me lamento de que las
mantas no se asienten en toda la cama
y de que las
aves, heraldos del día, retrasen su canto54.
En las noches de invierno
trabajo la rueca en tu ropa de militar y en los vellones de púrpura cortados
para tu manto;
y aprendo por qué parte corre el Araxes que debes conquistar
35 y cuántas millas puede correr sin beber un caballo pártico;
también se me
obliga a aprender de memoria el mundo trazado en un mapa,
y la forma en que
lo ha distribuido la sabiduría divina:
qué tierra se torna resbaladiza con el
hielo, cuál se descompone por el
calor, y .qué viento favorece la travesía a
Italia. 40
A mi lado sólo se sienta mi hermana, y la nodriza, pálida por las
preocupaciones, jura que el retraso se debe al clima invernal.
¡Afortunada
Hipólita! Empuñó las armas con el pecho desnudo
y, como una salvaje, cubrió
su tierna cabeza con el casco.
¡Ojalá los campamentos se hubieran abierto a
las jóvenes romanas! 45
Yo sería una carga fiel para tu milicia.
No me
detendrían las cumbres de Escitia, cuando el Padre55 transforma
las aguas
profundas en hielo congelado por el frío56.
Todo amor es grande, pero mayor
el que se tiene por un marido legítimo57:
Venus misma agita esta antorcha58
para que no se apague. 50
Pues, ¿qué significa para mí que ahora brille la
púrpura de las conchas
púnicas y que el blanco cristal embellezca mis manos?
Todo está callado y en silencio, y raramente una criada el primer día
d e mes
acostumbra a abrir la cerrada capillita de los dioses Lares59. Me agradan los
ladridos quejumbrosos de mi perrita Craugis60: 55
es la única que reclama el
sitio que te corresponde en el lecho.
Con flores techo las capillas, con
verbenas cubro las imágenes de las
encrucijadas, y la hierba sabina crepita
en antiguos altares. Si el búho, posado sobre el tejado vecino, ulula61
o el
parco candil quiere ser humedecido de vino, 60 ese día anuncia el sacrificio de
corderos añojos
y los sacerdotes con ropa ceñida se disponen a nuevas
ganancias.
¡No des tanta importancia, por favor, a escalar los muros de
Bactria
o arrebatar vestiduras de lino a un jefe perfumado,
cuando se
esparcen las balas de plomo lanzadas por las hondas, 65
y el arco traicionero
resuena en los caballos en fuga!62
¡Más bien (que tu lanza purificada, una
vez conquistados los vástagos
de la tierra pártica, siga a los caballos
triunfantes), conserva indestructible el compromiso con mi tálamo!63:
con
esta sola condición desearía yo que volvieras; 70
y cuando lleve las armas votivas a la puerta Capena, pondré debajo
una inscripción: UNA MUJER AGRADECIDA POR LA SALVACIÓN [ DE SU MARIDO.
IV 4 LEYENDA DE TARPEYA
Hablaré del bosque
de Tarpeya, del repugnante sepulcro de Tarpeya y de la toma del templo del
antiguo Júpiter.
En una gruta adornada de hiedra, había un bosque
delicioso,
donde muchos árboles respondían al ruido de los manantiales,
frondosa morada de Silvano, hacia donde la melodiosa flauta invitaba 5
a las
ovejas a beber lejos de los calores.
Tacio rodeó esta fuente con una
empalizada de arce
y cercó el seguro campamento con un círculo de tierra
apisonada.
¿Qué era entonces Roma, cuando el trompetero Curete hacía
vibrar las rocas vecinas de Júpiter66 con persistente murmullo, 10 y donde ahora
se dictan las leyes para los pueblos sometidos,
lanzas sabinas dominaban el
Foro romano?
Las murallas eran las colinas; donde ahora está el cerco de la
Curia, caballos de guerra bebían de una fuente que había allí.
De aquí
Tarpeya sacó agua para la diosa67, y un cántaro de barro 15
le presionaba en
medio de la cabeza.
¿Y pudo una muerte ser suficiente para esa malvada
muchacha, que quiso traicionar, Vesta, tu fuego sagrado?
Vio a Tacio
ejercitarse en los campos de tierra
y empuñar sus armas pintadas sobre las
rubias crines; 20 admirada quedó ante la faz del rey y sus regias armas,
y el
cántaro se deslizó de sus manos olvidadizas.
Muchas veces ella se excusaba
con los augurios de la inocente luna y decía que tenía que lavarse el cabello en
el río;
muchas veces ofreció lirios plateados a las Ninfas zalameras, 25
para que la lanza de Rómulo no hiriera el rostro de Tacio.
Y cuando subió al
Capitolio envuelto en nubes con los primeros fuegos,
volvió con sus brazos
arañados por las espinosas zarzas,
y, sentada sobre su propia roca, Tarpeya
así lloró sus heridas de amor que el vecino Júpiter no iba a tolerar: 30
«Fuegos del campamento, tiendas del escuadrón de Tacio
y armas sabinas
hermosas a mis ojos,
¡ojalá pudiera sentarme prisionera ante tus Penates, con
tal de verme prisionera de mi querido Tacio!
¡Adiós, colinas de Roma, Roma
añadida a esas colinas, 35
y Vesta avergonzada de mi infamia!
¡Ese caballo, ése al que el mismo Tacio
arregla las crines traerá al campamento a mis amores!
«¿A qué extrañarse de
que Escila enloqueciera con el cabello de su padre
y su blanca ingle se
convirtiera en perros furiosos? 40
¿A qué extrañarse de la traición sufrida
por los cuernos de un hermano
monstruo, cuando el hilo extendido abrió el
tortuoso camino?68
»¡Qué crimen he de cometer contra las jóvenes ausonias yo,
malvada sacerdotisa elegida para el casto fuego de Vesta!
Si alguien se
extraña de que se haya apagado el fuego de Palas69, 45
que me perdone: mis
lágrimas han regado su altar. Mañana, según se rumorea, toda la ciudad estará de
fiesta:
¡toma tú70 la espalda rociada de la espinosa colina!
Todo el
camino es resbaladizo y traicionero, pues siempre oculta aguas silenciosas en su
engañosa orilla. 50
¡Ojalá conociera yo los conjuros de la Musa de la
magia!71
mi lengua hubiera ayudado también a mi hermoso galán.
A ti te
sienta bien la toga bordada, no a quien sin la honra de una madre amamantó la
áspera ubre de una loba salvaje.
»Pero, si se me teme como reina extranjera
en mi tierra nativa, 55 la traición de Roma no es dote insignificante.
Si no,
que el rapto de las sabinas no quede impune:
¡ráptame y págales con la misma
moneda!
Yo, recién casada, puedo detener el combate iniciado:
¡firmad
vosotros allí un tratado de paz con mi vestido de novia!72 60
¡Entona tus
ritmos, Himeneo! ¡Esconde, trompeta, tus fieros murmullos!
mi tálamo,
creedme, ablandará vuestras armas.
»Ya el cuarto toque de corneta anuncia la
inminente llegada de la luz
y las estrellas mismas se deslizan en su caída
sobre el Océano. Intentaré dormir y te buscaré a ti en mis sueños: 65
¡haz
que tu sombra venga suavemente a mis ojos!»
Así habló, y entregó sus brazos a
un sueño inquieto,
sin saber, ay, que se había acostado junto a nuevas
locuras. Pues Vesta, guardiana propicia de las cenizas de Ilión,
alimenta su
culpa y esconde teas mayores en sus huesos. 70
Aquélla se precipita, como
Amazona que se desgarra el vestido cerca del rápido Termodonte con el pecho
descubierto.
Era el día de fiesta al que nuestros antepasados llamaron de
Pales, el primer día en que se empezó a construir las murallas:
se celebraba
.el banquete anual de los pastores, juegos en Roma, 75
fecha en la que las
bandejas de los campesinos rebosan de riquezas
y en la que la muchedumbre,
embriagada, salta con sus sucios pies sobre espaciadas gavillas de heno en
llamas.
Rómulo decretó que se diera descanso a las guardias
y que quedara
en silencio el campamento sin toques de corneta. 80
Tarpeya creyó que ésta era la fecha adecuada y se reunió con el
enemigo:
firmó un pacto y ella misma sería cómplice73 de lo pactado.
La
colina presentaba una difícil ascensión, pero su vigilancia estaba
descuidada
por la fiesta: no hay vacilación, con su espada apaga 74 los ladridos de los
perros.
El sueño se había apoderado de todo: solamente Júpiter 85 había
decidido mantenerse despierto para castigarte.
Había traicionado la seguridad
de la puerta y a su patria postrada, y le solicita una fecha para la boda, la
que él desee.
Tacio, sin embargo (pues ni el enemigo concedió honra a un
crimen),
le respondió: «¡Cásate y sube al tálamo de mi reino!» 90
Acabó de
hablar y ella quedó sepultada bajo el montón de armas de sus compañeros: ésta
era, virginal Tarpeya, la dote apropiada a tu servicio.
La colina tomó el
nombre de Tarpeya, su guía:
tienes, guardián, la recompensa de un destino
injusto75.
V 5 LA ALCAHUETA ACÁNTIDE76
Que la tierra, alcahueta, cubra tu sepulcro de abrojos y que tu sombra, cosa que
tú no deseas, sienta sed,
no descansen tus Manes en sus cenizas y Cérbero,
vengador, aterrorice tus huesos repugnantes con ladridos de hambre.
Experta
en ablandar incluso a Hipólito reacio a Venus
y ave siempre siniestra para el
tálamo bien avenido,
a Penélope incluso, sin hacer caso de las habladurías
sobre su marido,
obligaría a casarse con el rijoso Antinoo.
Si ella
quisiera, el imán no atraería al hierro77
y el ave se convertiría en
madrastra en su propio nido78. 10
Más todavía: si acercara a una tumba
hierbas de Colina, el firme se diluiría en agua corriente.
Se ha atrevido a
imponer condiciones a la luna hechizada y a disfrazar sus espaldas de nocturno
lobo;
para conseguir cegar a los maridos recelosos de engaño, 15 arrancó con
sus uñas los inocentes ojos de las cornejas;
ha consultado a vampiros sobre
mi muerte y contra mí ha
recogido el flujo de una yegua preñada79.
Acompañaba su obra con
ensalmos, igual que una gota vaga80
suave hasta horadar con su constancia un
camino de rocas: 20
«Si te agrada la dorada ribera oriental de los Dorozantes
y la perla que se enorgullece bajo las aguas tirias,
si te encantan las telas
de Eurípilo y de la Minerva de Cos
y los delicados relieves arrancados de los
lechos atálicos,
o los productos que envía para su venta la palmífera Tebas
25 o los vasos de cristal cocidos en los hornos de Partia,
¡desprecia la
fidelidad, derriba las estatuas de los dioses,
triunfe la mentira y rompe las
promesas de un nocivo pudor! Inventarse un marido aumenta la cotización: ¡ten a
mano excusas!
Negando una noche el amor volverá con más fuerza. 30
Si
acaso te estropeara el cabello, te será útil enfadarte:
poco después quedará
dominado cuando compre las paces. Al fin, cuando le prometas sexo en medio de
abrazos pagados, excúsate con que estás en las festividades castas de Isis81.
Que Yole deje caer que es abril, que Amicle le golpee 35 con que tu cumpleaños
es el quince de mayo.
Suplicante tome él asiento, tú en acomodado sillón
escribe cualquier cosa: si él teme tretas, ¡tuyo es!
Ten siempre mordiscos
recientes alrededor de tu cuello,
para que se figure que los has recibido en
escarceos con otro. 40
»No te agraden las afrentas de la rendida Medea (sin
duda sufrió los desdenes de haberse atrevido a declararse primero),
sino
mejor la interesada Taide del elegante Menandro,
cuando como amante de las
comedias82 engaña a los astutos getas. Adáptate a las costumbres de tu amante:
si le da por berrear 45
canciones, acompáñale y, ebria, une tu voz a él.
Tu portero esté despierto para los espléndidos: si llama uno sin blanca, sordo
duerma sobre el cerrojo bien echado.
No le hagas ascos a un soldado no hecho
para el amor, ni a un marinero si trae pasta en su callosa mano, 50
ni a
quienes colgaron un cartel de su cuello extranjero,
cuando, untados de greda,
saludaron83 en medio del foro.
»¡Fíjate en el oro, no en las manos que lleven
el oro!
¿Qué sacarás de oír versos sino palabras?
‘¿De qué te sirve, vida
mía, ir con un peinado sofisticado 55 y ondear los delicados pliegues de un
vestido de Cos?’84
Quien te regale versos, pero no vestidos de Cos, haz oídos
sordos a su lira, que no vale un duro.
Mientras hierve la sangre y la edad
esté libre de arrugas,
disfruta, no sea que el mañana se tome algo de tu
belleza. 60
Yo vi
los rosales del oloroso Pesto, que vida prometían, yacer mustios bajo el viento
sur de una mañana».
Mientras Acántide pervierte así el alma de mi enamorada,
por mi fina piel llego a contar mis huesos.
Pero acepta, oh reina Venus, la
garganta de esta paloma torcaz 65 sacrificada ante tus altares por tus
beneficios85.
Yo vi que su rugoso cuello se hinchaba con la tos
y pasar
sangrientos esputos entre sus dientes cariados, y exhalar su alma podrida en las
esteras paternas:
la curvada choza se estremeció ante el frío del hogar. 70
Sean su mortaja los lazos hurtados para recoger sus cuatro pelos, un gorro
descolorido por la mugre del lugar
y una perra, demasiado alerta para nuestro
pesar,
cuando yo tenía que burlar los cerrojos con mi pulgar.
Sea la tumba
de la alcahueta un ánfora vieja de cuello roto: 75 tu fuerza, cabrahígo, la
oprima desde arriba.
¡Quienes estéis enamorados, tirad afiladas piedras sobre
esta
tumba y a las piedras añadid maldiciones!
VI 6 VICTORIA DE ACCIO 86
El poeta87 ofrece sacrificios: sean devotos los asistentes al sacrificio
y caiga herida una novilla ante mi altar.
Que la poesía de un romano rivalice
con la hiedra de Filetas y el ánfora proporcione agua de Cirene88.
¡Dadme el
suave costo89 y el honor de incienso embriagador 5 y dé tres vueltas alrededor
del altar la cinta de lana!
Rociadme con agua clara y sobre el nuevo altar
una flauta de marfil libe un canto poético procedente de jarras frigias90.
Alejaos, engaños, que el daño se marche a otro clima:
el laurel purifica
suavemente el camino no trillado del poeta91. 10
Cantaremos, Musa, el templo
de Apolo Palatino92:
la empresa es digna, Calíope, de tu favor.
Para la
fama del César salen estos versos: mientras se canta al César,
te pido,
Júpiter, que tú también prestes tus oídos.
Tiene Apolo un puerto que se
adentra en el litoral de Atamania, donde un golfo apaga los murmullos del agua
jonia: 15
el mar de Accio, monumento a la nave del descendiente de Julo,
una ruta no difícil para las súplicas de los marineros.
Aquí se reunieron las potencias del mundo: una mole de pino se levantó
en
el mar, pero el ave no favorecía por igual a los navíos. Una flota estaba
condenada por el teucro Quirino, 20
pues sus armas se adaptaban
vergonzosamente a la mano de una mujer94;
y aquí el navío de Augusto con las
velas llenas del presagio favorable de
Júpiter y las enseñas ya expertas en
lograr victorias para la patria95.
Por fin Nereo formó la línea de batalla en
un doble arco en forma de 25
luna, y el agua brillante temblaba con el
reflejo de las armas, cuando Febo, abandonando Delos, seguro con su protección,
(pues corrientes de olas trajeron Notos airados)
se colocó sobre la popa de
Augusto y una nueva llama
brilló tres veces, doblada en forma de zigzagueante
relámpago. No había traído él96 los cabellos sueltos sobre su cuello 30
o el
inofensivo canto de su lira de concha de tortuga, sino el rostro con el que miró
al Pelópida Agamenón
y diezmó los campamentos dóricos con piras voraces, o
como mató a la serpiente Pitón de flexibles anillos,
a la que temieron las
inofensivas Musas. 35
Luego dijo: «Oh salvador del mundo desde los tiempos de
Alba Longa, Augusto, reconocido como más grande que tus antepasados troyanos,
vence en el mar, ya la tierra es tuya: de tu lado está mi arco
y toda esta
carga que cuelga de mis hombros te favorece. 40
Libra del miedo a tu patria,
pues, confiada a tu salvaguardia, ha colocado sobre tu proa los votos del
estado.
Si no la defiendes, Rómulo, augur de sus murallas,
no vio
correctamente el paso de las aves del Palatino.
Ellos se atreven a remar
demasiado cerca: ¡vergonzoso es para los 45
latinos que bajo tu principado
las olas soporten velas reales!
No te aterrorices porque esa escuadra reme
con cien alas por barco:
ella se desliza sobre un mar que le es contrario;
o porque sus proas transporten Centauros que amenazan rocas97: te darás
cuenta de que se trata de maderas huecas y pinturas de terror. 50
Es el ideal
el que doblega o levanta las fuerzas de los soldados;
si no es justo, la
vergüenza les hace dejar caer sus armas. Llega la hora,
envía las naves: yo,
responsable de la hora,
guiaré los espolones Julios con mi mano portadora de
laurel.» Así habló, y entregó el peso de la aljaba a su arco: 55
detrás del
arco anduvo cerca la lanza del César.
Vence Roma con el apoyo leal de Febo,
mientras la mujer sufre el castigo:
su cetro atraviesa, doblegado, las aguas
del Jónico.
Y el padre César muestra su admiración desde su astro Idalio98:
«Tú eres dios: esa lealtad es propia de nuestra sangre.» 60
Lo sigue Tritón
con su canto y todas las diosas marinas
aplaudieron en torno a los estandartes de libertad.
Aquélla99 dirige al Nilo
confiándose en vano a una barcaza fugitiva, y esto es lo único que consigue: no
morir en el día que le ordenen.
¡Los dioses dispusieron mejor! ¡Qué gran
triunfo sería una sola mujer 65
llevada por el trayecto que antes recorriera
Yugurta!100
Por eso Febo de Accio obtuvo sus monumentos, porque cada flecha
suya lanzada abatió a diez navíos101.
Bastante he cantado el combate: ya
Apolo, victorioso, exige la cítara
y se despoja de sus armas para pacíficas
danzas. 70
Que ahora invitados de blanco entren en un bosque tranquilo, rosas
seductoras cuelguen de mi cuello,
se escancien vinos fermentados en las
presas de Falerno,
y el perfume azafranado de Cilicia bañe mi cabello.
Que
la Musa excite el talento de los poetas reclinados en la mesa: 75
sueles ser,
Baco102, creativo para tu querido Febo.
Que aquél celebre la esclavitud de
los pantanosos sigambros103,
que éste cante a la cefea Méroe y los reinos de
hombres morenos;
que el otro cuente que el Parto se ha rendido mediante un
pacto tardío104:
«Devuelva las enseñas de Remo, pronto entregará las suyas
propias; 80
o si Augusto concede algún perdón a los arqueros de Oriente, que
deje para sus hijos105 esos trofeos.
Alégrate, Craso, si sientes algo en las
negras arenas:
podemos ir por el Eufrates hasta tu tumba.»
Así pasaré la
noche entre libaciones, así entre canciones, hasta que 85
el día proyecte sus
rayos sobre mi copa.
Existen los Manes: la muerte no lo acaba
todo,
y una pálida sombra se escapa de la pira extinguida. Pues he visto
inclinarse sobre mi cama a mi Cintia,
eco de la enterrada hace poco a un lado
del camino,
cuando mi sueño estaba pendiente de las exequias de mi amor 5 y
me lamentaba en el frío dominio de mi lecho.
Tenía el mismo peinado con el
que fue llevada a la tumba,
los mismos ojos; el vestido estaba quemado por un
lado, consumido estaba el berilo que solía llevar en el dedo
y las aguas del
Leteo habían marchitado la piel de su rostro. 10
Dejó escapar su voz y su
vital aliento, pero en los pulgares le crujían sus débiles manos:
«Pérfido y
de quien ninguna muchacha puede esperar que mejores,
¿ya puede el sueño
doblegar tus fuerzas?
¿Ya se te han olvidado nuestras citas secretas en las
noches de la Subura y mi ventana gastada por los engaños nocturnos?
¡Cuántas veces por ella me colgé de una cuerda que llegaba a ti hasta alcanzar
tu cuello con la mano libre!
A menudo nos confiamos a Venus en las
callejuelas y, estrechamente
unidos, nuestros mantos calentaron la misma
calle. 20
¡Ay, pacto secreto, cuyas engañosas palabras las dispersó el Noto
no dispuesto a oírlas.
»Y a mí nadie me gritó a los ojos cuando partía107:
un día hubiera conseguido de haberlo pedido tú. 25
Ningún guardián crujió a
mi lado una caña rajada
ni una teja rota me dañó la cabeza frente a mi
casa108. Finalmente, ¿quién te vio hundido en mi funeral,
quién calentar con
lágrimas tu toga de luto?
Si te comprometía acompañarme más allá de las
puertas, haber
mandado al menos que mi féretro fuera más despacio hasta allí.
30
¿Por qué, ingrato, no pediste tú mismo vientos para mi pira?
¿Por qué
mis llamas no olían a nardos?
Incluso te resultaba enojoso arrojar jacintos
que nada valían y purificar mi tumba apurando una cántara de vino109.
»Sea
quemado Lígdamo, póngase al rojo la plancha para el esclavo: 35
lo supe,
cuando bebí el vino, pálido por el veneno.
Que Nómade se abstenga, astuta, de
sabores misteriosos, la vasija al fuego culpará a sus manos.
La que ha poco fue vista haciendo la calle en noches viles, ésa ahora
deja en el suelo la huella de su túnica dorada; 40
con tu anuencia fundió el
oro de mi imagen
para conseguir su dote de la pira ardiente.
Hasta impone
pesadas tareas de cestillos difíciles, si alguna llega a cuchichear de mi
belleza;
y porque Lálage llevó un ramo de flores a mi tumba, 45 sintió
anciana las ataduras de un sucio leño;
y se azota a Lálage, colgada de sus
cabellos rizados,
porque se atrevió a suplicar empleando mi nombre.
»Sin
embargo, no te censuro, Propercio, aunque lo merezcas:
largo fue mi reinado
en tus libros.
Te juro por el canto, que nadie puede cambiar, de los hados,
50 y así de suave me ladre el can de tres cabezas110,
que te guardé
fidelidad; si miento, que una víbora silbe en mi tumba y anide sobre mis huesos.
Pues dos son las moradas que pueden tocar en suerte en el infame 55
río y
toda la turba de muertos rema en distintas aguas.
Una corriente arrastra el
adulterio de Clitemestra o transporta los monstruosos leños de la falsa vaca de
Creta111.
Y he ahí que el otro grupo es llevado en un barquito coronado, a
donde una brisa dichosa acaricia las rosas del Elíseo, 60
por donde una lira
melodiosa y los címbalos de bronce de Cibeles resuenan junto a los plectros
lidios con sus coros mitrados.
Y Andrómeda e Hipermestra, esposas sin tacha,
cuentan los sucesos famosos de sus leyendas:
la una se queja de que sus
brazos estén lívidos por las cadenas de 65
su madre y de que sus manos no han
merecido las frías rocas;
cuenta Hipermestra el gran crimen que osaron sus
hermanas, para el que su corazón no tuvo fuerzas.
Así con lágrimas de muerte
sanamos los amores de la vida: 70 yo oculto los muchos pecados de tu perfidia.
»Pero ahora te confío mis encargos, si es que te conmueves
y si no te dominan
por completo los hechizos de Clóride:
que mi nodriza Partenia no eche nada de
menos en su vejez:
pudo, pero no fue avara contigo.
Y que mi favorita
Latris, llamada así por sus servicios112, 75 no sostenga el espejo a una nueva
dueña.
Y todos los versos que escribiste con mi nombre, quémalos en mi honor:
no conserves las poesías a mí dedicadas.
Planta sobre mi tumba hiedra, que
con sus adhesivos
racimos atenace mis delicados huesos con su enredada
cabellera. 80
Donde el pomífero Anio se extiende entre campos de árboles y el
marfil nunca amarillea gracias al numen de Hércules113,
allí, en el centro de
una columna, escribe una poesía digna de mí,
pero breve y que pueda leerlo el
caminante que sale de la ciudad: 85
AQUÍ YACE EN
TIERRA DEL TÍBER LA DORADA CINTIA: GLORIA SE HA AÑADIDO, ANIO, A TUS RIBERAS.
»Y no desprecies los sueños que llegan por las puertas piadosas:
cuando los
sueños son piadosos, tienen importancia.
Por la noche vagamos, la noche
libera las sombras cautivas y anda errante el mismo Cérbero, quitado el cerrojo.
90
Con la luz las leyes ordenan regresar a las aguas del Leteo:
somos
transportadas y el barquero recuenta el pasaje. Que ahora te posean otras; luego
yo sola te tendré:
conmigo estarás y desharé mis huesos mezclados con los
tuyos114.»
Cuando terminó de hablar conmigo entre quejosos reproches, 95 su
sombra se desvaneció entre mis brazos.
VIII 8 RIXAE IN AMORE115
Entérate del miedo que pasó la húmeda
Esquilia116 la noche pasada,
cuando una multitud de vecinos acudió corriendo
al nuevo parque.
Lanuvio está desde antiguo bajo la tutela de un viejo
dragón117:
lugar que merece una hora perdida para visita tan inusual,
por
donde un sagrado descenso se abre hacia una tenebrosa cueva, 5
por donde
entra la doncella (¡cuidado con un camino así!), exigencia de la serpiente
hambrienta, cuando exige la comida anual
y desde lo profundo de la tierra
silba al enroscarse.
Ante tales sacrificios palidecen al bajar las muchachas,
cuando sus manos se confían precipitadamente a la boca de la serpiente. 10
La
serpiente arrebata la comida que le acerca una doncella:
tiembla el cestillo
mismo en sus manos.
Si las jóvenes han sido castas, regresan a abrazar a sus
padres y los campesinos gritan: «será un año fértil.»
Pequeños caballos
esquilados transportaron a mi Cintia hasta aquí: 15
el pretexto fue Juno,
pero más pretexto fue Venus.
¡Vía Apia, di, por favor, qué gran triunfo
alcanzó ella
(tú fuiste testigo) con el carro suelto por tu pavimento, cuando
estalló una riña vergonzosa en una retirada taberna,
y, aunque sucedió sin
mí, no sucedió sin mancha de mi nombre! 20
Ella se sentó, espectacularmente
inclinada sobre el borde del vehículo,
y se atrevió a dirigir las riendas por
lugares de mala nota.
Pues no quiero aludir al carro tapizado de seda de un
petimetre depilado
ni a los perros molosos de gargantas encollaradas
de
quien dará su vida vendida a cambio de asqueroso rancho118, 25
cuando la barba que le
avergüenza pueda con sus depiladas mejillas.
Y como tantas veces era infiel a
nuestro lecho,
decidí levantar el campamento y cambiar de tálamo. Hay una tal
Fílide, vecina de Diana Aventina:
sobria es poco agradable, bebida todo le
sienta bien; 30 hay otra, Teya, en los bosques de Tarpeya,
hermosa, pero, si
bebe, no tendrá bastante con uno. Decidí llamarlas para pasar bien la noche
y
renovar amores furtivos en placeres desconocidos.
Sólo había un pequeño lecho
para los tres en un rincón apartado 35 del jardín; ¿preguntas las posiciones? Me
puse entre las dos.
Lígdamo se encargó de las copas, vajilla de verano de
vidrio
y aromático vino griego de Metimna.
El flautista procedía, Nilo, de
tus orillas, Fílide tocaba las castañuelas,
y frescas rosas naturales estaban
preparadas para ser esparcidas; 40
y Magno, encogido en sus pequeños
miembros,
agitaba sus deformadas manos al son de la hueca flauta.
Pero la
llama no permanecía viva en las lámparas llenas de aceite y la mesa se volcó
patas arriba.
En cuanto a mí, que buscaba a Venus en dados favorables, 45
siempre me salían los ruinosos Perros119.
Cantaban ellas a un sordo,
desnudaban sus pechos a un ciego:
ante las puertas de Lanuvio, ay de mí, yo
estaba ido, cuando de pronto sonaron las roncas jambas sobre sus goznes y
surgieron ligeros murmullos a la entrada de la casa; 50
y no se detiene en
abrir de par en par las puertas Cintia, con el pelo sin arreglar, pero hermosa
en su furia.
Se me cayó la copa de entre mis dedos sin fuerzas, y
palidecieron mis labios libres hasta del vino.
Ella me fulmina con la mirada
y se enfurece como es capaz una mujer: 55
no es menor el espectáculo de la
toma de una ciudad. Contra el rostro de Fílide lanza sus airadas uñas,
la
aterrorizada Teya grita a los vecinos: «¡Fuego!»121.
El movimiento de
antorchas altera el sueño de los ciudadanos y toda la calle resuena a noche de
locos. 60
A las dos con el cabello desgreñado y las túnicas sueltas
las
acoge la primera tienda de una calle oscura. Cintia se alegra con sus despojos y
vuelve triunfadora
para lastimar mi cara con el dorso de la mano;
me deja
marcado el cuello con un mordisco sangriento 65 y ataca especialmente a los
ojos, los culpables.
Y cuando sus brazos se cansaron de golpearme,
saca a
la fuerza a Lígdamo, que estaba escondido a la izquierda
.
de la cabecera de la cama, quien, tirado allí delante,
implora mi ayuda; Lígdamo, nada pude hacer: me había cogido también a mí, como a
ti. 70
Con las manos suplicantes me avine entonces por fin a un pacto,
aunque ella apenas me ofreció sus pies para tocarlos, y dijo: «Si quieres que te
perdone la falta cometida,
escucha las condiciones que te impongo.
No te
pasearás acicalado por el Pórtico de Pompeyo122 75 ni cuando la arena se
extienda por el Foro en fiestas123.
No dobles tu cuello para mirar a las
gradas altas del teatro o una litera descubierta dé motivos para tu retraso.
Que Lígdamo sobre todo, principal motivo de mi queja, sea vendido y arrastre
dobles grilletes en sus pies.» 80
Fijó las condiciones; yo le respondí:
«Acepto las condiciones»;
rió soberbia por el poder que yo le había dado.
Después, perfumó los lugares que las jóvenes intrusas habían tocado
y roció
el umbral con agua clara.
Ordena que se cambie de nuevo el aceite en todas
las lámparas y por tres veces tocó mi cabeza con fuego de azufre.
Entonces, cambiadas las dos sábanas de la cama, le correspondí
y dimos rienda
suelta a las armas del amor124 por todo el lecho.
IX 9 HÉRCULES, CACO Y LA FUNDACIÓN DEL ARA MÁXIMA 125
En los días en que el hijo de Anfitrión126 llevó los novillos,
Eritea127, de tus establos,
en ésos llegó a la invencible colina del
Palatino, rica en rebaños, y detuvo, cansado también él, a las cansadas vacas,
allí
por donde el Velabro128 formaba un estanque con sus propias corrientes 5
y por donde marineros navegaban a vela por las aguas de la ciudad.
Pero no
quedaron sin daño por la infidelidad de su huésped
Caco129: con un robo
deshonró él a Júpiter.
Caco habitaba allí, ladrón en una cueva espantosa,
lanzando sonidos diferentes por tres bocas distintas. 10
Éste, para ocultar
las señales manifiestas de su robo evidente,
arrastró con su cola a las vacas
de espaldas a la cueva.
Pero el robo no pasó desapercibido al dios: las vacas mugieron y
su ira destruyó las crueles puertas del ladrón130.
Golpeado en sus tres
sienes por la clava menalia, quedó tendido 15
Caco, y así habló el Alcida:
«Marchad vacas,
marchad vacas de Hércules, último trabajo de mi clava, vacas,
dos veces buscadas y dos veces mi botín,
con un largo mugido consagrad los
campos Bovarios:
vuestros pastos serán el noble Foro de Roma.» 20
Terminó
de hablar y la sed atormenta su boca con el paladar seco, pero la tierra preñada
no le ofrece agua alguna.
Pero escucha a lo lejos la risa de doncellas
encerradas en un lugar donde el bosque formaba un santuario en una arboleda
circular,
lugares enclaustrados y fuentes sagradas de la diosa de las
mujeres, 25 cuyos ritos ningún hombre puede impunemente desvelar. Guirnaldas
de púrpura ocultaban el apartado umbral,
una choza arruinada brillaba con
fuego perfumado, un álamo adornaba el santuario con su largo follaje,
y
sombra abundante daba cobijo a las aves canoras. 30
Allí se precipita con
su barba seca por el polvo acumulado y lanza ante la puerta palabras humildes
para un dios:
«Os suplico a vosotras, que os divertís en la cueva sagrada del
bosque,
abrid vuestro hospitalario templo a un hombre cansado.
Voy errante
en busca de una fuente cerca de sonoras aguas: 35
el hueco de la mano me
bastaría para recoger agua de la corriente.
¿No habéis oído hablar de uno que
sostuvo el mundo sobre la espalda?
Ése soy yo: Alcida me llama la tierra
que salvé.
¿Quién no ha oído hablar de los valerosos trabajos de la clava de
Hércules y de sus dardos, nunca desperdiciados contra fieras salvajes, y de 40
las tinieblas estigias134 que brillaron sólo para mí de entre los hombres?
[Acogedme: esta tierra apenas se me ofrece en mi cansancio.] Y, aunque
ofrecierais un sacrificio a la adusta Juno,
mi madrastra no hubiera cerrado
el paso a sus propias aguas. 45
Pero si a alguien aterroriza mi rostro, la
melena de león y el cabello abrasado por el sol de Libia,
soy el mismo que
con un manto de Sidón desempeñé trabajos propios
de esclavo135, hilé en rueca
de Lidia el lote diario, delicado sostén ocupó mi velludo pecho
y me convertí
en doncella experta pese a mis rudas manos.» 50
Así habló el Alcida, y así la
generosa sacerdotisa,
que tenía su blanco cabello recogido con cinta de
púrpura:
«Cuida de tus ojos, extranjero, y aléjate de este bosque venerable,
date prisa y ponte a salvo huyendo de estos umbrales.
Una terrible ley, que rechaza a los hombres, sirve de expiación a este 55
altar que se oculta de la profanación en esta alejada choza.
Caro le costó al
adivino Tiresias contemplar a Palas, cuando dejó
a un lado el escudo con la
Górgona para lavar sus robustos miembros.
Que los dioses te concedan otras
fuentes, pues este agua de una apartada corriente sólo fluye para doncellas.» 60
Así habló la anciana, pero aquél empujó con sus hombros las sombrías
puertas,
que no pudieron oponerse al furor de su sed.
Y, cuando ya agotó la corriente
de agua y sació su ardor, impuso terribles condiciones apenas secó sus labios:
«Este rincón del mundo me acoge ahora a mí que voy cumpliendo mi 65
destino:
esta tierra apenas se me ofrece en mi cansancio136. Que el Ara Máxima, dedicada
por haber encontrado mi ganado,
el Ara Máxima, dijo, levantada con estas
manos, nunca ésta se abra al culto para ninguna mujer,
para que no quede
eternamente sin venganza la sed de Hércules». 70
Salve, Padre sagrado, a
quien ya asiste propicia la adusta Juno:
que tu presencia en mi libro, Sanco,
sea favorable.
A este hombre, porque con sus manos había purificado y
santificado el mundo, los Cures de Tacio le rindieron culto como a Sanco137.
X 10 JÚPÍTER FERETRIO138
Ahora comenzaré a desvelar las causas de la advocación de Júpiter
Feretrio y
los triples despojos arrebatados a tres jefes. Emprendo un camino difícil, pero
la gloria me da bríos:
no me agrada la corona recogida en cumbres139 suaves.
Tú eres el ejemplo, Rómulo, de esta primera victoria, 5 al volver del enemigo
cargado de sus despojos,
cuando a Acrón de Cenina, que atacaba las puertas
victorioso, lo derribaste con la lanza sobre su caballo caído.
¡Acrón,
descendiente de Hércules, caudillo de la fortaleza Cenina, era, Roma, entonces
el terror de tus dominios! 10
Éste, que se atrevió a esperar los despojos de
los hombros de Quirino, se desembarazó de los suyos propios, pero empapados con
su propia sangre.
Rómulo lo ve disparando sus flechas ante las huecas torres
y se le adelanta con el cumplimiento de sus deseos:
«Júpiter, hoy caerá esta
víctima, Acrón, en tu honor»; 15 nada más prometerlo, cae aquél como despojo de
Júpiter.
El padre de Roma140 y de las virtudes romanas se habituó así a
vencer, él,
que podía sobrellevar el frío del campamento pues vivía en
humilde hogar.
Este jinete se adaptaba por igual a las riendas y al arado,
su yelmo de piel de lobo estaba adornado con penacho
de cerdas, 20
su escudo no lucía con brillante capa de bronce y oro141:
los bueyes sacrificados le proporcionaban los flexibles tahalíes. Y Coso le
sigue con la matanza del veyense Tolumno,
cuando era un gran esfuerzo poder
vencer a los de Veyes,
ni había traspasado el Tíber el fragor de la guerra y
el botín 25
más lejano era Nomento y las tres yugadas de la conquistada Cora.
¡Ay, antiguos veyenses! entonces erais vosotros un reino y en vuestro foro se
levantaba un trono de oro;
ahora resuena dentro de vuestras murallas el ronco
cuerno de pastor y sobre vuestros huesos se siegan los campos. 30
Tal vez el
caudillo de Veyes se plantó sobre la torre de la puerta
y, confiado en su
ciudad, accedió a parlamentar.
Y, mientras el ariete golpeaba la muralla con
sus cuernos de bronce,
por donde un largo mantelete protegía la realización
de la maniobra,
Coso dijo: «Los valientes prefieren enfrentarse en el campo
35 de batalla»; inmediatamente ambos se apostan en la llanura.
Los dioses
ayudaron a las manos del latino: la cerviz cortada
de Tolumno salpicó con su
sangre los caballos romanos.
Y Claudio rechazó a los enemigos que habían
atravesado el Rin y trajo el escudo belga del gigante jefe Virdomaro: 40
éste
se jactaba de su raza, que procedía del mismo Rin,
ágil en disparar lanzas
desde el carro que él mismo conducía. Cuando él, de bragas listadas, blandía su
lanza delante de las filas,
su curvo collar cayó de su garganta degollada.
Ahora tres despojos hay dedicados en el templo: la explicación142 de 45
Feretrio se debe a que el jefe hiere con la espada al jefe con augurio
favorable; o porque llevaban las armas de los vencidos sobre sus hombros,
de
ahí recibe su nombre el altivo altar de Júpiter Feretrio.
XI 11 APOLOGÍA DE CORNELIA143
«Deja, Paulo, de abrumar con lágrimas mi sepulcro:
la negra puerta
no se abre ante ninguna súplica;
una vez que el cortejo fúnebre entra bajo el
dominio de las leyes infernales, las puertas son de diamante infranqueable.
Aunque el dios de la negra morada144 escuche tus ruegos,
sordas riberas145,
no hay duda, se beberán tus lágrimas.
Las súplicas conmueven a los dioses,
pero cuando el barquero recibe
las monedas146, la pálida puerta cierra las
tumbas llenas de hierba.
Así lo proclamaron las fúnebres tubas, cuando la
enemiga tea colocada
debajo del lecho funerario se llevó mi cabeza.
¿De
qué me sirvió mi matrimonio con Paulo, de qué el carro triunfal
de mis
antepasados o las prendas tan valiosas de mi fama? 147
No sufrió Cornelia
Parcas menos implacables:
¡también incluso soy un puñado que con cinco dedos
se coge! Noches malditas y vosotras, lagunas, corrientes estancadas,
y todo
el agua que envuelve mis pies,
aunque antes de tiempo148, sin culpa a pesar
de ello he llegado aquí:
¡ojalá el Padre149 dicte un veredicto suave a mi
sombra! O si algún Éaco se sienta de juez ante la urna,
que juzgue mis huesos
con bola favorable; 20
que se sienten al lado sus hermanos150, y cerca del
trono de Minos la turba adusta de las Euménides ante el atento tribunal.
Descansa, Sísifo, de tu roca, calle la rueda de Ixíon, que el agua engañosa de
Tántalo se deje coger,
que el cruel Cérbero no ataque hoy a ninguna sombra,
25
y que su cadena repose floja en silencioso cerrojo.
Yo misma voy a
hablar en mi propia defensa: si miento, el cántaro funesto,
castigo de las
hermanas, abrume mis hombros.
Si a alguien le honró la fama conseguida por
los trofeos de sus
antepasados, reinos africanos hablan de abuelos
numantinos. 30
La línea materna de los Libones mantiene el equilibrio,
y ambas familias se apoyan en sus propios títulos.
Después, cuando la
pretexta dio paso a la tea nupcial y otra cinta enlazó mi cabello recogido,
me uní a tu tálamo, Paulo, para separarme así de él: 35
que se lea en esta
lápida que estuve casada con un solo hombre154
Te pongo por testigo, Roma, a
las cenizas venerables de mis antepasados,
bajo cuyas inscripciones, África,
yaces vencida,
y a Perseo quien estimulaba el corazón de su antepasado
Aquiles 40
y a quien, descendiente de Aquiles, aniquilara tu familia,
de
que ni yo me relajé en el cumplimiento de las leyes censorias155 ni
vuestros
hogares se tuvieron que ruborizar con alguna falta mía. No fue Cornelia baldón
para triunfos tan importantes:
al contrario, era parte de una casa digna de
imitarse.
Mi vida fue siempre igual, toda transcurrió sin tacha: 45
respetados hemos vivido entre una y otra tea156.
La naturaleza me dictó leyes
que provienen de mi sangre, y no se podría ser mejor por miedo a un juez.
Sea
cual sea el voto severo que de mí emita la urna, ninguna mujer se avergonzará de
sentarse a mi lado, 50
ya seas tú, Claudia157, que con una cuerda arrastraste
a la pesada
Cibeles, extraña servidora de la diosa coronada de torres,
ya
sea aquella158 de quien, cuando Vesta le reclamaba el fuego mortecino, su
vestido de lino lo avivó.
Tampoco te he ofendido a ti, madre Escribonia159,
mi dulce ser: 55
¿por qué me hubieras cambiado sino por la muerte?
Soy
alabada por las lágrimas de mi madre y el luto de la Urbe, y los lamentos de
César son la defensa de mis cenizas.
Él lamenta que ha muerto una hermana
digna de su propia hija,
y hemos visto las lágrimas de un dios160. 60
Con
todo, también merecí el noble honor de la estola161, y no se me arrebató de una
casa estéril.
Tú, Lépido, y tú, Paulo162, consuelo después de mi muerte,
mis ojos se cerraron en vuestro regazo.
Vi a mi hermano163 alcanzar por dos
veces la silla curul; 65
en el tiempo en que fue elegido cónsul perdió a su
hermana.
Hija mía, tú que has nacido como espejo de la censura de tu padre,
intenta tener, como yo, un solo marido.
Sostén con tu descendencia la
estirpe: con mi beneplácito se suelta la barca, puesto que tantos míos
prolongarán mi destino164. 70
Ésta es la más
preciada recompensa del triunfo de una mujer, cuando una fama libre alaba la
merecida pira.
Ahora te encomiendo nuestros hijos, prendas comunes:
esta
preocupación palpita abrasada en mis cenizas.
Haz de padre las veces de una
madre: tu cuello habrá de sobrellevar 75
toda aquella prole de los míos.
Al besarlos cuando lloren, añádeles los de su madre:
toda la casa empieza
ahora a ser obligación tuya.
Y si has de llorarme algo, ¡que ellos no lo
presencien!
Cuando se te acerquen, ¡engaña sus besos con mejillas secas! 80
Confórmate con las noches, Paulo, para llorarme
y con los sueños, a menudo
confiados a mi rostro165;
y cuando en secreto hables a mis retratos,
diles
cada palabra como si te fueran a responder.
Pero, si un nuevo lecho se
extendiera frente a la puerta 85 y una celosa madrastra ocupara nuestro
tálamo166,
alabad y aceptad, hijos, el matrimonio de vuestro padre:
ella,
cautivada por vuestra conducta, os tenderá sus manos;
no alabéis demasiado a
vuestra madre: comparada con la anterior interpretará vuestras sentidas palabras
como ofensa hacia ella. 90
Mas si él, fiel a mi memoria, se contentara con mi
sombra
y creyera que valen tanto mis cenizas,
sabed que está a punto de
llegarle la vejez y preocuparos de que
no le quede ningún camino abierto a
las preocupaciones de un viudo.
Lo que a mí se me ha quitado, se añada a
vuestros años: 95 que sea feliz Paulo en su vejez junto a mis hijos.
Todo
está en orden: nunca siendo madre me vestí de luto,
y toda mi familia ha
venido a mis exequias.
La causa ha llegado a su fin; levantaos, testigos que
me lloráis,
mientras la tierra, agradecida, pague la recompensa de la vida.
100
También el cielo abrió sus brazos a mi conducta: sea digna, al merecerlo,
de que mis huesos sean llevados junto a mis nobles antepasados».