CALLICLES.—SÓCRATES.-QUEREFON.—GORGIAS.
PÓLUX.
CALLICLES.
Dícese comúnmente, Sócrates, que a la guerra y al
combate es donde es preciso llegar así, tarde.
SÓCRATES.
¿Es que, como suele decirse, hemos llegado después de
la fiesta, y por tanto demasiado tarde?
' CALMÓLES.
Sí, y después de una magnífica fiesta. Porque Gorgias,
hace apenas un momento, estaba diciéndonos muchas y
muy bellas cosas.
SÓCRATES.
Querefon ha sido la causa de nuestro retraso, Callicles,
obligándonos a detenernos en la plaza.
QÜEREFON.
No hay nada perdido, Sócrates; porque en todo caso
yo lo remediaré. Gorgias es mi amigo, y si quieres, repetirá
ahora mismo lo 'que haya dicho; y si lo prefieres,
quedará aplazado para otra vez.
12S
CAllICLES.
¡Pero quél Querefon, ¿desea Sócrates oir a Gorgias!*
QUEREFON.
Precisamente hemos venido a eso.
CALLICLES.
Pero cuando quiera que querrais venir a mi casa, en la
que Gorgias se hospeda, él os expondrá su doctrina.
SÓCRATES.
Gracias, Callicles; pero ¿Gorgias estará de humor para conversar con nosotros? Querría saber de él cuál es la virtud del arte que profesa, lo que promete y lo que enseña. Por lo demás, podrá hacer, como dices, la exposición de su doctrina en otra ocasión.
CALLICLES.
Nada más fácil que interrogarle a él mismo, Sócrates;
porque precisamente es este uno de los puntos que acaba
de tratar delante de nosotros. Decia hace poco a los que
se hallaban presentes, que podian preguntarle sobre la
materia que quisieran, porque estaba dispuesto a satisfacerles
sobre cualquier punto.
S()CRATES.
Vaya una cosa magnífica. Querefon, interrógale.
QUEREFON.
¿Qué le preguntaré?
SÓCRATES.
Lo que él es.
QUEREFON.
¿Qué quieres decir?
SÓCRATES.
Por ejemplo; si su oficio consistiera en hacer zapatos, te respondería que es zapatero; ¿comprendes mi pensamiento?
QDEREFOX.
Le comprendo y voy a interrogarle. Dime, ¿es cierto
según dice Callicles, que estás dispuesto a responder a
cuantas cuestiones te propongan?
129
GORGIAS.
Si Querefon; asi lo inanifesté hace un momento; y
ahora añado que desde hace muchos años, nadie me ha
presentado cuestión alguna que fuese nueva para mí.
QUEREFON.
En ese caso tendrás mucha facilidad eu responder á
todo, Gorgias.
GORGIAS.
No tienes más, Querefon, que hacer la prueba por tí
mismo.
PÓLTJX.
Seguramente. Pero si lo crees conveniente, Querefon,
haz el ensayo en mí, porque Gorgias me parece que está
fatigado, como que acaba de discurrir sobre muchas
cosas.
QUEREFON.
¡Pero qué! Pólux: ¿te lisonjeas de responder mejor que
Gorgias?
PÓLÜX.
¿Qué importa, con tal que te responda bastante bien?
QUEREFON.
Nada importa. Responde, pues, ya que así lo quieres.
PÓLÜX.
Interroga.
QUEREFON.
Es lo que voy a hacer. Si Gorgias fuese hábil en el
mismo arte que su hermano Herodico, ¿qué nombre le
daríamos y con razón? El mismo que a Herodico; '¿no
es así?
PÓLUX.
Sin duda.
QUEREFON.
Tendríamos motivo para llamarle médico.
PÓLUX.
TOMO V.
130
QÜEREFON.
Y si fuese versado en el mismo arte que Aristofon, hijo
de Aglaofon, ó que su hermano (1), ¿con qué nombre debería
llamársele?
Póiux.
Con el nombre de pintor, evidentemente.
QDBREFON.
Puesto que es hábil en un cierto arte, ¿qué nombre corresponde
darle?
PÓLDX.
Entre los hombres, Querefon, hay muchas artes, cuyo
descubrimiento se debe a la experiencia; porque la experiencia
hace que nuestra vida marche según las reglas del
arte, j la inexperiencia que marche al azar. Los unos están
versados en un arte, los otros en otro, cada cual a su
manera; las mejores artes son el patrimonio de los mejores
artistas. Gorgias es de este número, y el arte que él
posee es el más precioso de todos.
SÓCRATES.
Me parece, Gorgias, que Pólux está habituado a discurrir,
pero no cumple la palabra que dio a Querefon.
GORGIAS.
¿Por qué, Sócrates?
SÓCRATES.
Porque no responde, a mi parecer, a lo que se le preg"
unta.
GORGIAS.
Si te parece mejor, pregúntale tú mismo.
SÓCRATES.
No; pero si quisieras responder, te preguntaría a tí con
más gusto, tanto más cuanto que por lo que Pólux acaba
de decir, me parece evidente que se ha aplicado más a lo
, que se llama la Retórica que al arte de conversar.
(1) Polignoto, pintor y estatuario.
131
PÓLCX.
¿Porqué razón, Sócrates?
SÓCRATES.
Por la razón, Pólux, de que habiéndote preguntado Querefon
en qué arte es hábil Gorgias, haces el elogio de su
arte, como si alguno lo despreciara, y no dices qué arte es.
PÓLUX.
¿No he respondido que era el más bello de todos los
artes?
SÓCRATES.
Convengo en ello; pero nadie te interroga sobre la cualidad
del arte de Gorgias; sólo se te pregunta qué arte
es, y con qué nombre debe llamarse a Gorgias. Querefon
te ha puesto en camino por medio de ejemplos, y al principio
respondiste bien y en pocas palabras. Dínos, en
igual forma, qué arte profesa Gorgias y qué nombre conviene
darle. Ó más bien, Gorgias, dínos tú mismo con
qué nombre hemos de llamarte y qué arte profesas.
GORGIAS.
La Retórica, Sócrates.
SÓCRATES.
¿Luego es preciso llamarte retórico?
GORGIAS.
Y buen retórico, Sócrates, si quieres llamarme
lo queme glorío de ser,
sirviéndome de la expresión de Homero(1).
SÓCRATES.
Consiento en ello.
GORGIAS.
Pues bien, llámame de ese modo.
SÓCRATES.
¿Diremos que eres capaz de enseñar este arte a los
demás?
(1) Iliada, lib. I, v. 91.
132
GORGIAS.
Precisamente esa es mi profesión, no sólo aquí, sino en
todas partes.
SÓCRATES.
¿Preferirías, Gorgias, continuar, ya interrogando, ya
respondiendo, como estamos haciendo ahora, y dejar para
otra ocasión los discursos largos, tales como el que Pólux
habia ya comenzado? Por favor, mantente en tu promesa
y limítate a responder brevemente a cada pregunta.
GORGIAS.
Sócrates, hay respuestas que exigen precisamente alguna
extensión. Procuraré, sin embargo, que sean lo
más lacónicas que sea posible; porque una de las cosas
de que yo me jacto es de que no hay nadie que me gane
á decir las cosas en menos palabras.
SÓCRATES.
Eso es lo que aquí conviene, Gorgias. Muestra hoy tu
precisión, y otro dia nos. darás pruebas de tu afluencia.
GORGIAS.
Te daré gusto; y convendrás en que nunca has oído á
ninguno, que se explique con más laconismo que yo.
SÓCRATES.
Puesto que te alabas de ser hábil en la Retórica, y que
te consideras capaz de enseñar este arte a otro, dime
cuál es su objeto; que lo tendrá, a manera que el arte del
tejedor tiene por objeto las telas. ¿No es así?
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Y la música, la composición de los cantos.
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
[ Por Juno! Me admiran tus respuestas; no es posible
darlas más lacónicas.
133
GORGIAS.
Me creo, Sócrates, hábil en este género.
SÓCRATES.
Con razón lo dices. Respóndeme, te lo suplico, del
mismo modo respecto de la Retórica, y díme cuál es su
objeto.
GORGIAS.
Los discursos.
SÓCRATES.
¿Qué discursos, Gorgias? ¿Los que tienen por oficio
explicar a los enfermos el régimen que ^eben observar
para restablecerse?
GORGIAS.
No.
SÓCRATES.
La Retórica, ¿no tiene por objeto toda especie de discursos?
GORGIAS.
No, sin duda.
SÓCRATES.
Sin embargo, ella enseña a hablar.
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Pero la Retórica, ¿no enseña igualmente a pensar sobre
los mismos objetos, sobre que enseña a hablar?
GORGIAS.
SÍ-
SÓCRATES.
Pero la medicina, que acabamos de poner por ejemplo,
¿no nos pone en estado de pensar y hablar acerca de los
enfermos?
GORGIAS.
Necesariamente.
134
SÓCRATES.
Según eso la medicina, al parecer, tiene también ser objeto los discursos.
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
¿Los que conciernen a las enfermedades?
GORGIAS.
Seguramente.
SÓCRATES.
La gimnasi^, ¿no tiene igualmente por objeto los
discursos, relativos a la buena ó mala disposición del
cuerpo?
GORGIAS.
Es cierto.
SÓCRATES.
Y lo mismo sucede, Gorgias, con las demás artes; cada
una de ellas tiene por objeto los discursos relativos al
objeto sobre que versan.
GORGIAS.
Parece que sí.
SÓCRATES.
¿Por qué no llamas Retórica a las demás artes, que
tienen también por objeto los discursos, puesto que das
este nombre a un arte, cuyo asunto son los discursos?
GORGIAS.
Porque todas las demás artes, Sócrates, sólo se ocupan
de obras mecánicas, obras de mano y otras producciones
semejantes; mientras que la Retórica no produce ninguna
obra manual, sino que todo su efecto, toda su virtud, está
en los discursos. Hé aquí por qué digo, que el objeto
de la Retórica son los discursos; y sostengo que, al decir
esto, digo verdad.
SÓCRATES.
Creo comprender lo que quieres designar por este arte;
135
pero lo veré más claro luego. Respóndeme: hay artes;
¿no es así?
GORGIAS.
Sí.
SÓCKATES.
Entre las artes hay unas que consisten, a mi parecerá
priucipalmente en la acción y necesitan pocos discursos;
algunas, ninguno; como que pueden ejercerse en el silencio,
como la pintura, la escultura y otras muchas. Tales
son, a mi parecer, las artes, que según dices, no tienen
ninguna relación con la Retórica.
GORGIAS.
Adivinas perfectamente mi pensamiento, Sócrates.
SÓCRATES.
Hay, por el contrario, otras artes, que ejecutan todo
lo que es de su competencia por medio del discurso, y no
tienen, por otra parte, ninguna ó casi ninguna necesidad
de la acción. Tales son la aritmética, el arte de calcular,
la geometría, el juego de dados y otras muchas, algunas
de las cuales requieren tanto, y la mayor parte más, la
palabra que la acción, como que toda su fuerza y el efecto
que causa descansa en los discursos. Me parece que, según
tú, entre éstas se encuentra la Retórica.
GORGUS.
Es la verdad.
SÓCRATES.
Creo, sin embargo, que no es tu intención dar el nombre
de Retórica a ninguna de estas artes; a no ser que
como dijiste antes en palabras terminantes que la Retótica
es un arte, cuya virtud descansa por entero en el
discurso, alguno quiera, jugando con las palabras, sacar
esta conclusión: Gorgias, das el nombre de Retórica a la
aritmética. Pero no creo que des este nombre ni a la aritmética,
ni a la geometría.
136
GORGIAS.
No te engañas, Sócrates, é interpretas mi pensamiento
como debe hacerse.
SÓCRATES.
Adelante, termina tu respuesta a mi pregunta. Puesto
que la Retórica es una de las artes que se sirven mucho
del discurso, y que otras muchas están en el mismo caso,
trata de decirme bajo qué punto de vista consiste todo el
valor de la Retórica en el discurso. Si alguno me preguntase,
con respecto a una de las artes que acabo de nombrar:
Sócrates, ¿qué es la numeración? yo le responderla, como
tú hiciste há poco, que es una de las artes cuyo valor todo
consiste en el discurso. Si me preguntase de nuevo: ¿con
relación a qué? yo le diría, que es con relación al conocimiento
del par y del impar, para saber cuántas unidades
hay en el uno y en el otro. En igual forma, si me preguntase:
¿qué entiendes por el arte de calcular? le diría que
es igualmente una de las artes cuya fuerza consiste por
entero en el discurso. Y si continuase preguntando: ¿con
relación a qué? yo le responderla, como hacen los que recogen
los votos en las asambleas del pueblo, que el arte
de calcular es común en todo lo demás con la numeración,
puesto que tiene el mismo objeto, a saber, el par y el impar
; pero con la, diferencia de que el arte de calcular considera
la relación que tienen el par y el impar entre sí,
respecto de la cantidad. Si se me interrogase también sobre
la astronomía, y después de haber respondido igualmente
que es un arte que lleva a cabo mediante el
discurso todo lo que es de su competencia, se me preguntase:
Sócrates, ¿á qué se refieren los discursos de la
astronomía? diría que se refieren al movimiento de los
astros, del sol y de la luna, y que explican en qué proporción
están la velocidad de sus respectivos movimientos.
GORGIAS.
Responderías muy bien, Sócrates.
137
SÓCRATES.
Respóndeme tú lo mismo, Gorgias. La Retórica es una
de estas artes que llevan a cabo todo su cometido mediante
el discurso, ¿no es así?
GORGIAS.
Es cierto.
SÓCRATES.
Dime, pues, ¿cuál es el objeto a que se refieren estos
discursos de que hace uso la Retórica?
GORGIAS.
Tiene por asunto los más grandes de todos los negocios
humanos, Sócrates, y los más importantes.
SÓCRATES.
Lo que dices, Gorgias, es una cosa controvertida y sobre la que no hay aún nada decidido; porque yo creo que habrás oído en los banquetes la canción en la que, haciendo los convidados una enumeración de los bienes de la vida, dicen que el primero es la salud, el segundo la belleza, y el tercero la riqueza adquirida sin injusticia, como dice el autor de la canción (1).
GORGIAS.
Lo he oído, pero ¿a qué fin dices esto?
SÓCRATES.
Lo digo, porque los productores de estos bienes cantados por el poeta, a saber : el médico, el maestro de gimnasia y el propietario se pondrán en el momento a hacer lo que tú, y el médico será el primero que me dirá: Sócrates, Gorgias te engaña. Su arte no tiene por objeto el mayor de los bienes del hombre; eso toca al mío. Si yo repusiese: tú, que hablas de esa manera, ¿quién eres? Soy médico, me respondería. Y qué, ¿pretendes que sea el mayor de los bienes el que produce tu arte? ¿Puede negarse eso, Sócrates, me dirá quizá, puesto que produce la salud?
(1) Se cree sea Simónides.
138
¿Hay para los hombres un bien preferible a la salud? Después
de este saldría el maestro de gimnasia y me diria:
Sócrates, me sorprenderla mucho que Gorgias fuese capaz
de presentarte algún bien, producto de su arte, que
fuese mayor y más importante que el que resulta del mió.
Y tú, amigo mió, le replicarla yo, ¿quién eres? ¿cuál es
tu profesión? Soy maestro de gimnasia, respondería; y
mi profesión consiste en hacer el cuerpo humano bello y
robusto. El propietario vendría después del maestro de
gimnasia, y, despreciando todas las otras profesiones, me
figuro que me diría: juzga tú mismo, Sócrates, si Gorgias
ni otro alguno puede producir un bien más grande
que la riqueza? Pero qué, le diríamos, ¿eres tú productor
de la riqueza? Sin duda; respondería él. ¿Quién eres? Soy
propietario. Y qué, le diríamos, ¿es que miras la riqueza
como el más grande de todos los bienes? Seguramente,
diria él. Sin embargo, replicaría yo: Gorgias, que está
aquí presente, pretende que su arte produce un bien mucho
más grande que el tuyo. Es claro que al oír esto, preguntaría:
/.cuál es ese bien más grande? que Gorgias se
explique. Imagínate, Gorgias, que esta misma pregunta
te hacen ellos y te hago yo, y dime en qué consiste lo que
consideras como el más grande bien para el hombre, y
que te jactas de poder producir.
GORGIAS.
Es, en efecto, el más grande de todos los bienes, por-,
que es al que deben los hombres su libertad; y al que se
debe en el estado social la autoridad que se ejerce sobre
los demás ciudadanos.
SÓCRATES.
Pero, repito, ¿cuál es ese bien?
GORGIAS.
Es, en mi opinión, el de poder persuadir mediante sus
discursos a los jueces en los tribunales, a los senadores en
el Senado, y al pueblo en las Asambleas; en una palabra.
139
convencer a todos los que componen cualquiera clase de
reunión política. Ahora, un talento de esta especie pondrá
á tus plantas al médico y al maestro de gimnasia; y se
verá que el propietario se ha enriquecido no debiéndolo á
sí, sino a un tercero, a tí, que posees el arte de hablar y
ganar las voluntades de la multitud.
SÓCRATES.
En fin, Gorgias, me parece que me has demostrado, en
cuanto es posible, lo que tú crees que es la Retórica; y si
he comprendido bien, dices que es la obrera de la persuasión
. que tal és el objeto de todas sus operaciones, y, en
suma, que esta es su aspiración. ¿Podrías probarme que
el poder de la Retórica se extiende a más que a crear esa
persuasión en el ánimo de los oyentes?
GORGUS.
De ninguna manera, Sócrates; y a mi parecer, la has
definido bien, porque a eso verdaderamente se reduce.
SÓCRATES.
Escúchame, Gorgias. Si hay alguno, que al conversar
con otro desee vivamente comprender bien aquello de que
se habla, vive seguro de que yo me precio de ser uno de
ellos, y creo que lo mismo te sucederá a tí.
GORGIAS.
¿Á qué viene eso, Sócrates?
SÓCRATES.
Á lo siguiente. Debes saber que no concibo en manera
alguna de qué naturaleza es la persuasión que atribuyes
á la Retórica, ni relativamente a qué tiene lugar esta
persuasión. No es porque no sospeche a lo que quieres referirte
; pero no por eso dejaré de preguntarte cuál es la
persuasión que crea la Retórica, y sobre qué. Si yo te interrogo
en lugar de comunicarte mis conjeturas, no es por
tí, sino a causa de nuestra conversación, y para que marche
de manera que conozcamos con claridad el asunto de
que estamos tratando. Mira ahora si tengo motivos fun-
140
dados para interrogarte. Si te preguntase a qué clase de
pintores pertenece Zeuxis, y me respondieses que pinta
animales, ¿no tendría razón para preguntarte qué animales
pinta y sobre qué los pinta?
GORGIAS.
Sin duda.
SÓCRATES.
Y esto, porque hay otros pintores que pintan también
animales.
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATKS.
Mientras que si Zeuxis fuese el único que los pintara,
entonces hubieras respondido bien.
GORGIAS.
Seguramente.
SÓCRATES.
Con relación a la Retórica, díme: ¿te parece que sólo
ella persuade y que no hay otras artes que hacen lo
mismo? Hé aquí lo que yo pienso. Cualquiera que enseña,
sea lo que sea, ¿persuade ó no persuade en aquello mismo
que enseña?
GORGIAS.
Persuade sin duda, Sócrates.
SÓCRATES.
Recordando las mismas artes de que hemos hecho mención
, la aritmética y el aritmético, ¿no nos enseñan lo relativo
á los números?
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
¿ Al mismo tiempo nos persuaden ?
GORGIAS.
Sí.
141
SÓCRATES.
La aritmética, por lo tanto, produce igualmente la persuasión.
GORGIAS,
Así parece.
SÓCRATES.
Si se nos preguntase qué persuasión y sobre qué, diriamos
: la que enseña la cantidad del número, ya sea par,
ya impar. Aplicando la misma respuesta a las otras artes,
de que hablamos, nos será fácil demostrar que producen
la persuasión, y también marcar su especie y su objeto;
¿no es asi?
GOKGIAS.
Sí.
SÓCRATES,
Luego la Retórica no es el único arte cuyo objeto es la
persuasión.
«ORGIAS.
Dices la verdad.
SÓCRATES.
Por consiguiente, puesto que no es la única que produce
la persuasión, y que otras artes hacen lo mismo, estamos
en nuestro derecho al preguntar, como hadamos
respecto del pintor, qué persuasión es el objeto del arte
déla Retórica, y a qué se refiere esta persuasión. ¿No te
parece que esta pregunta está muy en su lugar?
GORGIAS.
Si.
SÓCRATES.
Responde, pues, Gorgias; puesto que piensas lo mismo.
GORGIAS.
Hablo, Sócrates, de la persuasión que se procura en
los tribunales y las demás asambleas públicas, como dije
antes, y que versa sobre las cosas justas é injustas.
142
SÓCRATES.
Sospechaba que, en efecto, tenias en cuenta esta persuasión
y estos objetos, Gorgias; pero no he querido decir
nada, para que no puedas sorprenderte, si en el curso de
la discusión yo te interrogo acerca de cosas que parecen
evidentes. No es por tí, ya lo he dicho, por lo que obro
de esta manera, sino a causa de la discusión, para que
marche como es debido, y a fin de que no contraigamos
el hábito de prevenir y adivinar por meras conjeturas
nuestros recíprocos pensamientos; así acaba, como gustes,
tu razonamiento, según los principios que tú mismo hayas
sentado.
GOnCIAS.
Nada, Sócrates, a mi parecer, más sensato que tal
conducta.
SÓCRATES.
Vamos adelante, y examiuemos lo siguiente. ¿Admites
lo que se llama saber?
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
¿Y lo que se llama creer?
GORGIAS.
Lo admito.
SÓCRATES.
¿Te parece que saber y creer, la ciencia y la creencia,
son una misma cosa ó dos cosas diferentes?
GORGIAS.
Pienso, Sócrates,, que son descosas diferentes.
SÓCRATES.
Piensas bien, y de ello te daré una prueba. Si se te
dijese: Gorgias, hay una creencia falsa y una creencia verdadera;
sin dudar convendrías en ello.
GORGIAS.
Sí.
143
SÓCRATES.
¿Pero bay también una ciencia falsa y una ciencia verdadera?
GOUGIAS.
No, ciertamente.
SÓCRATES.
Luego es evidente que saber y creer no son la misma
cosa.
GORGIAS.
Es cierto.
SÓCRATES.
Sin embargo, los que saben están persuadidos lo mismo
que los que creen.
GORGIAS.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
¿Quieres, por consiguiente, que admitamos dos clases
de persuasión: una que produce la creencia sin la ciencia,
y otra que produce la ciencia?
GORGIAS.
Sin duda.
SÓCRATES.
De estas dos persuasiones, ¿cuál es la que la Retórica
produce en los tribunales y en las demás asambleas, á
propósito délo justo y de lo injusto? ¿Aquella de la que
nace la creencia sin la ciencia, ó la que engendra la
ciencia?
GORGIAS.'
Es evidente, Sócrates, que es aquella de que nace la
creencia.
SÓCRATES.
La Retórica, al parecer, es la autora de la persuasión,
que hace creer, y no de la que bace saber, respecto de lo
justo y délo injusto.
144
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Por consiguiente, el orador no se propone instruir a los
tribunales y a las demás asambleas acerca de lo justo y
de lo injusto, sino únicamente atraerlos a la creencia.
Bien que tampoco podría en tan poco tiempo instruir á
tantas personas a la vez y sobre objetos de tanta gravedad.
GÜRGIAS.
No, sin duda.
SÓCRATES.
Sentado esto, veamos, te lo suplico, lo que debemos
pensar de la Retórica. Yo no puedo aún formar una idea
cabal de lo que acabas de decir. Cuando un pueblo se
reúne para elegir médicos, constructores de buques, ó
cualquiera otra especie de operarios, ¿no es cierto que el
orador, en este caso, ningún consejo tiene que dar, puesto
que evidentemente en todas estas elecciones bay que acudir
á los más hábiles? Ni cuando se trata de la construcción
de muros, de puertos, ó de arsenales, porque se consultará
á los arquitectos; ni cuando se delibere sobre la
elección de un general, sobre el orden en que deberá irse
al encuentro del enemigo, ó los puntos de que deberán
apoderarse, porque en todos estos casos serán los militares
los que darán su dictamen, y no serán los. oradores
los consultados. ¿Qué piensas de esto, Gorgias? Puesto que
tú te llamas orador y capaz de formar otros oradores, á
ninguno mejor que a tí podemos dirigirnos, para conocer
á fondo tu arte. Piensa además que yo trabajo aquí por
tus intereses. Quizá entre los presentes hay algunos.
que desean ser tus discípulos, como lo sé de muchos, que
tienen este deseo y que no se atreven a interrogarte. Está,
por consiguiente, persuadido de que cuando yo interrogo,
es como si ellos mismos te preguntasen: Gorgias, ¿qué nos
sucedería si tomamos tus lecciones? ¿Sobre qué asuntos
145
nos pondriamos en estado de dar consejos a nuestros conciudadanos?
¿Será sólo sobre lo justo y lo injusto, ó también
sobre los objetos, de que Sócrates acaba de hablarnos?
Procura responderles.
GORGIAS.
Voy, en efecto, Sócrates a intentar desenvolver por
entero toda la virtud de la Retórica, ya que tú me has
puesto en camino. Sabes, sin duda, que los arsenales de
los atenienses, lo mismo que sus murallas y sus puertos,
han sido construidos siguiendo en parte los consejos de
Temístocles, en parte los de Pericles, y no los de los
operarios.
SÓCRATES.
Sé, Grorgias, que así se dice de Temístocles. Respecto á
Pericles, yo mismo lo he oido, cuando aconsejó a los atenienses
levantar las murallas que separan a Atenas del
Pireo.
GORGIAS.
Ya ves, Sócrates, que cuando se trata de tomar una resolución
sobre las cosas, que antes decías, los consejeros
son los oradores y su dictamen es el que triunfa.
SÓCRATES.
Pues eso es precisamente lo que me sorprende, Gorgias,
y lo que motiva mi terquedad en preguntarte sobre la
virtud de la Retórica. Me parece que es maravillosamente
grande, si se la examina bajo este punto de vista.
GORGIAS.
Y no lo sabes todo; porque si lo supieras, verías que
la Retórica abraza, por decirlo así, la virtud de todas las
demás artes. Voy a darte una prueba patente de ello. He
entrado muchas veces con mi hermano y otros médicos en
casa de los enfermos, que no querían tomar una bebida ó
sufrir alguna operación dolorosa mediante la aplicación
del fuego ó del hierro; y al paso que el médico no podía
convencerle, entraba yo, y sin otro auxilio que la Retó-
TOMO V. 10
146
rica, lo conseguia. A esto ailade, que si un orador y un
médico se presentan en una ciudad, y se trata de disputar
á viva voz, delante del pueblo reunido ó de cualquiera
otra asamblea, sobre la preferencia entre el orador y el
médico, nadie se fijará en éste; y el hombre que tiene el
talento de la palabra merecerá la preferencia, si aspira á
ella. En igual forma, en competencia con otro hombre de
cualquiera otra profesión, el orador alcanzará la preferencia,
porque no hay materia sobre la que no hable en
presencia de la multitud de una manera más persuasiva
que cualquiera otro artista, sea el que sea. Por consiguiente,
la virtud de la Retórica es tal y tan grande,
como acabo de decir. Sin embargo, es preciso, Sócrates,
usar de la Retórica del mismo modo que de las demás
profesiones, puesto que, no porque uno haya aprendido la
esgrima, el pugilato, la pelea con armas verdaderas, de
manera que puedan vencer igualmente los amigos que
los enemigos, se ha de servir de estos medios contra todo
el mundo, y menos golpear, ni herir, ni dar muerte a sus
amigos. Pero tampoco porque uno después de haber frecuentado
los gimnasios, adquiriendo robustez y haciéndose
buen luchador, haya maltratado a su padre y a su
madre ó a alguno de sus parientes ó amigos, puede esto
dar motivo para aborrecer y arrojar de las ciudades a los
maestros de gimnasia y de esgrima. Si estos han enseñado
á sus discípulos tales ejercicios, ha sido sólo para
que hicieran buen uso de ellos contra los enemigos y
contra los hombres malos; para la defensa y no para el
ataque. Y si estos discípulos, por el contrario, abusan de
su fuerza y de su maña contra la intención de sus maestros,
no se infiere de esto que los maestros sean malos, ni
que lo sea el arte que profesan, ni que recaiga sobre ellos
la falta, puesto que debe pesar por completo sobre los que
han abusado. El mismo juicio debe formarse de la Retórica.
El orador se halla en verdad dispuesto a hablar con-
147
tra todos y sobre todos, de manera que ninguno está en
mejor posición para persuadir en un instante a la multitud
sobre el objeto que quiera. Pero no es una razón para
que usurpe su reputación a los médicos, ni a los demás
profesores, por más que esté en posición de poderlo hacer.
Por el contrario, debe usar de la Retórica, como se usa
délas demás profesiones, según las reglas de la justicia.
Y si alguno instruido en el arte oratorio, abusa de esta
facultad y de este arte, para cometer una acción injusta,
no creo que por esto haya derecho para aborrecer y desterrar
de las ciudades al maestro, de quien recibió las
lecciones; porque no puso en sus manos este arte sino
para servirse de él en la defensa de causas justas, y no
para hacer un uso enteramente opuesto. Por consiguiente,
ese discípulo, que abusa así del arte, es a quien la equidad
dicta que se le aborrezca, que se le arroje de la ciudad,
que se le haga morir, y no al maestro.
SÓCRATES.
Pienso, Gorgías, que tú has asistido como yo a muchas
disputas, y que has observado una cosa; y es que, cualquiera
que sea la materia de la conversación, encuentran
gran dificultad en fijar unos y otros sus ideas y en terminarla
, consiguiendo instruirse ó haber instruido a los demás.
Pero cuando Se suscita entre ellos alguna controversia,
y el uno pretende que su adversario habla con poca
exactitud y claridad, se incomodan y se imaginan que se
les contradice por pura frivolidad; que se disputa por sólo
disputar, y no con intención de aclarar el punto que se
discute. Algunos concluyen por lanzar las más groseras
injurias, y se separan después de haber dicho y oido las
personalidades más odiosas, hasta el punto de que los que
los oyen se arrepienten de haber presenciado semejantes
altercados. ¿Con nué objeto digo yo esto? Es porque me
parece que tú no eres en este momento consecuente, ni
hablas teniendo en cuenta lo que dijiste antes tocante á
148
la Retórica. Y así, te repito, temo que vayas a pensar que
no es mi intención aclarar el punto que se discute, sino
disputar contra tí. Por lo tanto, si tienes mis condiciones
de carácter, te interrogaré con gusto; si no, no continuaré.
¿Pero cuál es mi carácter? Soy de aquellos que
gustan que se les refute, cuando no dicen la verdad;
que gustan también en refutar a los demás, cuando los
demás se separan de lo verdadero; y que tienen, por consiguiente,
igual complacencia en verse refutados que en
jefutar. Tengo, en efecto, por un bien mucho mayor el
ser refutado, porque verdaderamente es más ventajoso
verse uno mismo libre del mayor de los males, que librar
á otro de él; porque no conozco en el hombre un mal mayor
que el de tener ideas falsas sobre la materia que tratamos.
Si dices que estás dispuesto con la forma que
yo lo estoy, continuaremos la conversación; pero si crees
que debe quedar en este estado, consiento en ello y la
pondremos término.
GORGIAS.
Me jacto, .Sócrates, de ser de aquellos, cuyo retrato
acabas de hacer; sin embargo, es" preciso no perder de
vista a los que nos escuchan. Mucho antes que tú vinieras
les habia explicado yo muchas cosas, y si volvemos á
tomar el hilo de la conversación, quizá nos lleve muy
lejos. Y así conviene pensar en los que están presentes,
para no retener a alguno que tenga otros negocios que
hacer.
QÜEREFON.
Ya OÍS, Gorgias y Sócrates, las demostraciones que
hacen los que están presentes, para indicar que su deseo
es oíros, si continuáis hablando. En cuanto a mí, no permitan
los dioses que tenga negocios tan importantes y
exigentes, que me obliguen a abandonar una discusión
tan interesante y tan bien dirigida, por ir a evacuar algún
negocio de imprescindible nece.sidad.
149
CAtLICLES.
Por todos los dioses, Que^efon, tienes razón. He asistido
á muchas discusiones, pero ninguna me ha causado
tanto placer como esta. Os agradeceria, pues, de veras
que continuaseis la polémica todo el día.
SÓCRATES.
Si Gorgias consiente en ello, no encontrarás en mí ningún
obstáculo, Callicles.
GORGIAS.
Seria ya vergonzoso para mí, Sócrates, no prestarme á
lo mismo; sobre todo, después que he empeñado mi palabra
de responder a cuanto se me pregunte. Toma, pues,
el hilo de la conversación, si tanto place a nuestro auditorio,
y proponme lo que creas conveniente.
SÓCRATES.
Escucha, Gorgias, lo que me llama la atención en tu
discurso. Quizá has dicho la verdad, y yo te habré
comprendido mal. ¿Dices que te consideras capaz de instruir
y formar un hombre en el arte oratorio, si toma tus
lecciones?
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Es decir, a lo que me parece, que le harás capaz de
hablar sobre cualquier negocio de una manera plausible
delante de la tnultitud, no para enseñarla, sino para persuadirla.
GORGIAS.
Justamente.
SÓCRATES.
Como consecuencia has añadido que, tocante a la salud
del cuerpo, se creerá al orador más que al médico.
GORGIAS.
Lo he dicho, es cierto; con tal que se trate de la multitud
.
150
SÓCRATES.
Por la multitud entiendes sin duda los ignorantes;
porque no parece que el orador tendrá ventaja sobre el
médico delante de personas instruidas.
GORGUS.
Dices verdad.
SÓCRATES.
Luego si el orador es más a propósito para persuadir
que el médico, ¿no es más a propósito para persuadir que
el que sabe?
GORGIAS.
Sin duda.
SÓCRATES.
Aunque él mismo no sea médico; ¿no es asi?
GORGIAS.
Si.
SÓCRATES.
Pero el que no es médico, ¿no es ignorante en las cosas
respecto de las que el médico es sabio?
GORGIAS.
Es evidente.
SÓCRATES. -
Por consiguiente, el ignorante será más propio para
persuadir que el sabio, tratándose de ignorantes, si es
cierto que el orador es más propio para persuadir que el
médico. ¿No es esto lo que se deduce, ó resulta otra cosa?
GORGIAS.
Si, en el presente caso eso es lo que se deduce.
SÓCRATES.
Esta ventaja del orador y déla Retórica, ¿no es la misma
con relación a las demás artes? Quiero decir, que no
es necesario que la Retórica instruya sobre la naturaleza
de las cosas; y que basta que invente cualquier medio
de persuasión, de manera que parezca a los ojos de los
ignorantes más sabia que los que poseen estas artes.
151
GORGIAS.
¿No es una cosa muy cómoda, Sócrates, no tener necesidad
de aprender otro arte que éste. para no ceder en
nada a los demás profesores?
SÓCRATES.
Si cede ó no cede, en su cualidad de orador, a los demás
profesores, lo examinaremos luego, en caso que así
lo exija el curso de la discusión. Pero antes veamos si
con relación a lo justo y a lo injusto, a lo honesto y alo
inhonesto, a lo bueno y a lo malo, el orador se encuentra
en el mismo caso que con relación a lo que es saludable
al cuerpo y a los objetos de las otras artes, de manera
que ignore lo que es bueno ó malo, honesto ó inhonesto,
justo ó injusto, y que sobre estos objetos sólo haya imaginado
algún expediente, para persuadir y aparecer ante los
ignorantes mejor instruido en esta materia que los sabios,
aunque él mismo sea un ignorante. Veamos si es necesario,
que el que quiera aprender la Retórica sepa todo
esto y se haga en ello hábil antes de tomar tus lecciones;
ó si caso de que no tenga ningún conocimiento de ello,
tú, que eres maestro de Retórica, no se lo enseñarás, porque
no es de tu competencia, pero harás de manera que,
no sabiéndolo tú, parezca que tu discípulo lo sabe, y
pase por hombre de bien sin serlo; ó si no podrás absolutamente
enseñarle la Retórica, a menos que no haya
aprendido con anterioridad estas materias. ¿Qué piensas
de esto, Gorgias? En nombre de Júpiter, desenvuélvenos,
como has prometido hace un momento, todo el valor de
la Retórica.
GORGIAS.
Pienso, Sócrates, que aun cuando tal discípulo no sepa
nada de todo eso, lo aprendería al lado mió.
SÓCRATES.
Alto, telo suplico. Tú respondes muy bien. Mas para
que puedas convertir alguno en orador, es de toda nece-
152
sidad que conozca lo que es justo ó injusto, ya lo haya
aprendido antes de ir a tu escuela, ya lo aprenda de tí.
GORGIAS.
Sin duda.
SÓCRATES.
Pero el que ha aprendido el oficio de carpintero, ¿es ó
nó carpintero?
GORGIAS.
Lo es.
SÓCRATES.
y cuando se ha aprendido la música, ¿no es uno músico?
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Y cuando se ha aprendido la medicina, ¿no es uno médico?
En una palabra, con relación a todas las demás artes,
cuando se ha aprendido lo que a cada una corresponde,
¿no es uno tal como debe ser el discípulo en cada
una de ellas?
GORGIAS.
Convengo en ello.
SÓCRATES. •
Por la misma razón, el que ha aprendido lo que pertenece
a l a justicia, es justo.
GORGIAS.
Sin duda.
SÓCR.4TES.
Pero el hombre justo hace acciones justas.
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Por lo tanto, es necesario que el orador sea justo, 'y
que el hombre justo quiera hacer acciones justas.
GORGIAS.
Por lo menos así parece.
153
SÓCRATES.
Elhombre justo no querrá nunca cometer una injusticia.
GORGUS.
Es una conclusión precisa.
SÓCRATES.
¿No se sigue necesariamente de lo dicho que el orador
es justo?
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
Por consiguiente, jamás querrá el orador cometer una
injusticia.
GORGIAS.
Parece que no.
SÓCRATES.
¿Recuerdas haber dicho antes, que no debia tropezarse
con los maestros de gimnasia, ni arrojarlos de las ciudades,
porque un atleta haya abusado del pugilato y cometido
alguna acción injusta, y que, en igual forma, si
algún orador hace un uso indebido de la Retórica, no debe
hacerse recaer la falta sobre su maestro, ni desterrarle
del Estado, sino sobre el autor mismo de la injusticia,
que no ha usado de la Retórica como debia? ¿Has dicho
esto ó nó?
GORGIAS.
Lo he dicho.
SÓCRATES.
¿No acabamos de ver que este mismo orador es incapaz
de cometer una injusticia?
GORGIAS.
Acabamos de verlo.
SÓCRATES.
¿Y no decias, Gorgias, desde el principio, que la Retórica
tiene por objeto los discursos que tratan, no de lo par
154
y de lo impar, sino de lo justo y de lo injusto? ¿No es
cierto?
GORGUS.
Sí.
SÓCRATES.
Cuando hablabas de esta manera, suponias que la Retórica
no podia ser nunca una cosa injusta, puesto que
sus discursos versan siempre sobre la justicia. Pero cuando
te he oido decir un poco después, que el orador no podia
hacer un uso injusto de la Retórica, me sorprendí y creí
que no habia conformidad entre los dos razonamientos, y
esto es lo que me ha obligado a decir, que si considerabas
provechoso el verle refutado, podíamos continuar la controversia;
pero que si no, era preciso dejarla en tal estado.
Habiéndonos puesto en seguida a examinar la cuestión,
tú mismo ves que hemos dejado sentado que el orador no
puede usar injustamente de la Retórica, ni querer cometer
una injusticia. Y, ¡ por el cielo! no es esta materia,
Gorgias, propia de una conversación ligera; y sí asunto
que debe examinarse a fondo para saber lo que se debe
pensar sobre ella.
l'ÓLUX.
¡Pero Sócrates 1 ¿tienes realmente acerca de la Retórica
la opinión que acabas de manifestar? ¿Ó crees más bien
quft Gorgias ha tenido empacho en confesar que el orador no
conoce ni lo justo, ni lo honesto, ni lo bueno, y que si uno
fuese a su casa sin saber estas cosas, él de ninguna ma -
ñera se las enseñaría? Esta confesión es probablemente la
causa de la contradicción en que ha incurrido, y de que
tú lo celebres después de haberle envuelto en esta clase
de cuestiones. ¿Pero piensas que haya alguien en el mundo
, que confiese que no tiene ningún conocimiento de la
justicia, y que no se halla en estado de enseñarlaá los demás?
En verdad, causa gran extrañeza que se produzcan
razonamientos sobre semejantes vaciedades.
155
SÓCRATES.
Encantador Pólux, nosotros procuramos de intento
atraernos amigos y jóvenes a fin de que, si, ya viejos, damos
algún paso en falso, podáis vosotros, que sois jóvenes,
rectificar nuestras acciones y nuestros discursos. Asi,
pues, si Grorgias y yo nos hemos engañado en lo que hemos
dicho, tú, que lo has oido todo, vuélvenos al camino;
estás en el deher de hacerlo. Si entre las cosas que hemos
concedido hay alguna que no deba admitirse, te autorizo
para que vuelvas a ella, y para que la reformes a tu manera
, siempre que procures una cosa.
PÓLDX.
¿Qué cosa?
SÓCRATES.
Reprimir, Pólux, ese afán de hacer largos discursos,
como estuviste a punto de hacer al principio de esta conversación.
l'ÓLÜX.
¡ Pero qué! ¿Es cosa que no podré hablar todo el tiempo
que quiera?
SÓCRATES.
Seria portarse muy mal contigo, querido mió, si habiendo
venido a Atenas, punto de la Grecia donde hay
más libertad de hablar, fueras tú el único, a qaien se le
privase de este derecho. Pero ponte en mi lugar. Si tú
discurres anchamente y rehusas responder con precisión
á lo que se te propone, ¿no tendré yo motivo, a mi vez,
para quejarme, si no me fuese permitido marcharme y
dejar de escucharte? Por lo tanto, si te interesas en la
disputa precedente y quieres en ella hacer rectificaciones,
toca de nuevo, cqpio te he dicho, el punto que te agrade,
interrogando y respondiendo a tu vez, como hemos hecho
Gorgias y yo, combatiendo mis razones y permitiéndome
combatir las tuyas. Sin duda tú te supones sabedor de las
mismas cosas que Gorgias; ;,no es así?
156
PÓLCX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Por consiguiente te entregas a cualquiera que desea
interrogarte sobre un objeto, sea el que sea, y estás dispuesto
á satisfacerle?
PÓLÜX.
Seguramente.
SÓCRATES.
Pues bien; escoge de las dos cosas la que más te agrade;
interrogar ó responder.
PÓLÜX.
Acepto la proposición; respóndeme, Sócrates. Puesto
que Gorgias se muestra embarazado para explicar lo que
es la Retórica, dinos lo que tú piensas de ella.
SÓCRATES.
¿Me preguntas qué clase de arte es en mi opinión?
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
A decir verdad, Pólux, yo no la tengo por un arte.
PÓLÜX. •
¿Entonces cómo la consideras?
SÓCRATES.
Como una cosa que tú mismo te jactas de haber reducido
á arte, en un escrito que hace poco he leido.
PÓLÜX.
¿Pero qué cosa?
SÓCRATES.
Una especie de rutina.
PÓLÜX.
¿Luego a tu juicio la Retórica es una rutina?
SÓCRATES.
Sí, a no ser que tú pienses de otro modo.
157
PÓLüX.
¿Y cuál es el objeto de esta rutina?
SÓCRATES.
Procurar el recreo y el placer.
PÓLUX.
¿No crees que la Retórica es una cosa bella, puesto
que capacita para agradar a los hombres?
SÓCRATES.
Pero, Pólux., ¿te he explicado lo que es la Retórica,
para que vengas después a preguntarme, como lo haces,
si la encuentro bella?
rÓLüs.
¿No te he oido decir que es una especie de rutina?
SÓCRATES.
Puesto que tanto mérito tiene a tus ojos el causar placer,
¿querrías proporcionarmeá mí uno, aunque sea pequeño?
PÓLÜX.
Con gusto.
SÓCRATES.
' Pregúntame por un momento, si considero la cocftia
como un arte.
PÓLUX.
Consiento en ello. ¿Qué arte es la cocina?
SÓCRATES.
No es arte, Pólux.
PÓLÜX.
¿Pues qué es? dilo.
SÓCRATES.
Voy a decírtelo. Es una especie de rutina.
PÓLÜX.
¿Cuál es su objeto?
SÓCRATES,
El siguiente, mi querido Pólux: procurar el bienestar
y el placer.
158
PÓLCX.
La cocina y la Retórica ¿son la misma cosa?
SÓCRATES.
Nada de eso; pero ambas forman parte de la misma
profesión.
PÓLDX.
¿De qué profesión, si tienes a bien decirlo?
SÓCRATES.
Temo que sea una grosería decir lo que es, y no me
atrevo a hacerlo por Gorgias, pues temo que se imagine
que quiero poner en ridículo su profesión. Yo ignoro si la
Retórica, que Gorgias profesa, es la que yo°imagino
tanto más cuanto que la precedente disputa no ha dejado'
ver claramente lo que pfensa. En cuanto- a lo que yo llamo
Retórica, es una parte de cierta cosa, que no tiene
nada de bella.
GORGIAS.
¿De qué cosa, Sócrates? di y no temas que me ofenda.
SÓCRATES.
Me parece, Gorgias, que es cierta profesión en la que
el arte no entra para nada, pero que supone en el alma
tacto, audacia, y grandes disposiciones naturales para
conversar con los hombres. Yo llamo adiOacion al género
en que ella está comprendida; género que me parece que
está dividido en no sé cuántas partes, una de las que es
la cocina. Créese comunmente que es un arte, pero a mi
parecer no lo es; sólo es una costumbre, una rutina.
Cuento también entre las partes de la adulación á la Retórica,
así como el tocador y el arte del sofista; y atribuyo
á estas cuatro partes cuatro objetos diferentes. Ahora si
Pólux quiere interrogarme, que lo haga; pues aún no le
he explicado qué parte de la adulación es, en mi juicio
la Retórica. No se hace cargo de que aún no he acabado
de responder, y como si hubiera concluido, me pregunta
si no tengo por una cosa bella la Retórica. Yo no le diré
159
si la tengo por bella ó por fea ínterin no le haya dicho lo
que es. Ni estarla en el orden otra cosa, Pólux. Pregúntame
, pues, si quieres saber qué parte de la adulación
digo que es la Retórica.
PÓLUX.
Sea así. Telo pregunto. ¿Qué parte es?
SÓCRATES.
¿Comprenderás mi respuesta? La Retórica es, en mi
opinión, el remedo de una parte de la política.
Pómx.
Y bien, repito, ¿es bella ó fea?
SÓCRATES.
Digo que es fea, porque ya que es preciso r(!sponderte
como si comprendieses ya mi pensamiento, te diré que
llamo feo a todo lo que es malo.
GOUGIAS.
¡Por Júpiter! Sócrates; yo mismo no concibo lo que
quieres decir.
SÓCRATES.
No lo extraño, Gorgias, puesto que no he desenvuelto
mi pensamiento. Pero Pólux es joven y ardiente.
GORGIAS.
Déjale, y explícame en qué sentido dices que la Retórica
es el remedo ó imitación de una parte de la política.
SÓr.RATKS.
Voy a hacer una tentativa para explicarte sobre este
punto mi pensamiento. Si no es como yo digo, Pólux me
refutará. ¿No hay una sustancia a que llamas cuerpo y
otra a que llamas alma?
GORGIAS.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿No crees que hay una buena constitución, así respecto
de la una como de la otra sustancia?
160
GORGIAS.
Sí.
SÓCRATES.
¿No reconoces igualmente, respecto de las mismas, una
constitución que parece buena y que no lo es ? Me explicaré.
Muchos, al parecer, tienen el cuerpo bien constituido,
y el que no sea ni médico ni maestro de gimnasia
no nota fácilmente que está mal constituido.
GORGlAS.
Tienes razón.
SÓCRATES.
Digo, pues, que hay eu el cuerpo y en el alma.un no
sé qué, que hace que uno juzgue que ambos están en buen
estado, aunque realmente no lo estén.
GORGtAS.
Es cierto.
SÓCRATES.
Veamos si puedo hacerte entender con mayor claridad
lo que quiero decir. Digo que hay dos artes que responden
á estas dos sustancias: el que corresponde al alma, le
llamo política; y respecto al otro, que mira al cuerpo, no
puedo designarle con un solo nombre. Y aunque la cultura
del cuerpo sea una, yo la divido en dos partes, que
son la gimnasia y la medicina. Y dividiendo igualmente
la política en dos, pongo la parte legislativa frente á
frente de la gimnasia, y la parte judicial frente a frente
de la medicina; porque, de un lado, la gimnasia y la medicina
y, de otro, la parte legislativa y la judicial tienen
mucha relación entre sí, porque recaen y se ejercen sobre
el mismo objeto. Sin embargo, difieren en algo la una de
la otra. La adulación conoció que estas cuatro artes son
tales como he dicho, y que tienen siempre por objeto el
mejor estado posible del cuerpo las unas, del alma las
otras; y lo conoció, no mediante conocimiento, sino a manera
de conjetura; y habiéndose dividido en cuatro, se ha
161
insinuado en cada una de estas artes, pretendiendo ser el
arte en cuyo seno se ha deslizado. La adulación se cuida
muy poco del bien, y mirando sólo al placer, envuelve en
sus redes álos insensatos, y los engaña; de suerte que la
consideran conío de gran valor. La cocina ó arte culinario
se ha deslizado a la sombra de la medicina, atribuyéndose
el discernimiento de los alimentos más saludables al
cuerpo. De manera que si el médico y el cocinero disputasen
delante de niños y delante de hombres tan poco razonables
como los niños, para saber quién de los dos, el
cocinero ó el médico, conoce mejor las cualidades buenas
ó malas de los alimentos, indudablemente el médico se
moriría de hambre. Hé aquí a lo que yo llamo adulación,
y lo que digo que es una cosa vei^onzosa, Pólux, (á tí es
á quien me dirijo), puesto que sólo se cuida de lo agradable,
despreciando lo mejor. Añado que no es un arte, sino
una rutina, tanto más cuanto no tiene ningún principio
cierto, tocante a la naturaleza de las cosas, que ella propone,
y que pueda servirla de guia; de suerte que no da
razón de nada; y a lo que está desprovisto de razón, yo no
lo Hamo arte. Si te atreves a negar esto, estoy dispuesto
á responderte. La adulación, en punto a alimentos, se
oculta bajo lamedicina, como ya he dicho. a la sombra
de la gimnasia se desliza igualmente el tocador, práctica
falaz, engañosa, innoble y cobarde, que para seducir
emplea las farsas, los colores, el refinamiento y los
adornos, de manera que sustituye con el gusto de una belleza
prestada al de la belleza natural que produce la
gimnasia. Y para no extenderme más, te diré como los
geómetras, (quizá me comprenderás así mejor), que lo
que el tocador es a la gimnasia, es la cocina a la medicma;
ó mejor, que lo que el tocador es a la gimnasia es
la sofística a la parte legislativa, y lo que la cocina es á
la medicina es la Retórica al arte judicial. La diferencia
que la naturaleza ha puesto entre estas cosas, es tal como
TOMO V. 11
11-,2
acabo de explicarla; pero, a causa de su afinidad, los sofistas
y los oradores se confunden con los legisladores y
los jueces, y se consagran a los mismos objetos; de donde
resulta que ni ellos mismos saben exactamente cuál es su
profesión, ni los demás saben para qué son buenos tales
hombres. Si el alma no mandase al cuerpo y el cuerpo se
gobernase por sí mismo, y si el alma no examinase por sí
propiay no pudiese discernir la diferencia de la cocina y
de la medicina, sino que el cuerpo fuese el juez único, y
los estimase por el placer que le causaran, nada más natural
ni más común, mi querido Pólux, que lo que dice
Anaxágoras, (y tú lo sabes muy bien); todas las cosas
estarían confundidas y mezcladas, y no se podrían distinguir
ni los alimentos sanos de los nocivos, ni los que
prescribe el médico de los que prepara el cocinero. Ya
sabes el juicio que me merece la Retórica; es con relación
al alma lo que la cocina con relación al cuerpo. Quizá ha
sido una inconsecuencia de mi parte el haber pronunciado
discurso tan largo después de habértelos prohibido a tí;
pero merezco alguna excusa; porque cuando antes me expliqué
con pocas palabras, no me comprendiste, y no sabias
qué partido tomar con mis respuestas; en una palabra,
necesitabas que desenvolviera más mis ideas. Cuando
respondas, si yo me encuentro en el mismo embarazo respecto
á tus respuestas, te permitiré extenderte a tu vez.
Pero en tanto que pueda yo sacar partido de ellas, déjame
obrar, porque nada es más justo. Y ahora, si esta respuesta
te da alguna ventaja sobre mí, aprovéchala.
PÓLÜX.
¿Qué dices? ¿La Retórica es, según tú, lo mismo'que la
adulación?
SÓCRATES.
Sólo he dicho que era una parte de ella. ¡Ah, Póluxl ¿á
tu edad eres flaco de memoria? ¿Qué será cuando seas
viejo?
163
PÓLUS.
¿Se te figura que en las ciudades se mira a los orado; e.s
de fama como a viles aduladores?
SÓCRATES.
¿Me haces una pregunta, ó comienzas un razonamiento?
PÓLÜX.
Es una pregunta.
SÓCRATES.
Pues bien; me parece que ni aun se les mira.
PÓLÜX.
¡Cómot ¿no se les mira? ¿No son, de todos los ciudadanos,
los que ejercen un poder más grande?
SÓCRATES.
No, si entiendes que el poderes un bien para el que lo
tiene.
PÓLCX.
Así lo entiendo.
SÓCRATES.
Entonces digo que los oradores son de todos los ciudadanos
los que menos autoridad tienen.
PÓLUX.
I Pues qué! semejantes a los tiranos, ¿no hacen morir
al que quieren? ¿No los despojan de sus bienes, y no destierran
de las ciudades a los que bien les parece?
SÓCRATES.
¡Por el cielo! dudo, Pólux, a cada cosa que dices, si
hablas por tu cuenta, y si me expones tu manera de.pensar,
ó si exiges que explique la mia.
PÓLCX.
Exijo la tuya.
SÓCRATES.
En buen hora, mi querido amigo. ¿Por qué entonces me
haces dos preguntas a la vez?
PÓLUX.
¿Cómo dos preguntas?
164
SÓCRATES.
¿No rae decias antes que los oradores, como los tiranos,
condenan a muerte a los que quieren, los despojan de sus
bienes, y los arrojan de las ciudades siempre que les
place?
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
Pues bien; te digo que son dos preguntas, y voy á
contestarte a ambas. Sostengo, Pólux, que los oradores y
los tiranos tienen muy poco poder en las ciudades, como
dije antes; y. que no hacen casi nada de lo que quieren,
aunque hagan lo que les parece que es lo más ventajoso.
PÓLÜX.
¿Y no es esto tener un gran poder?
SÓCRATES.
No, atendido a lo que pretendes, Pólux.
PÓLUX.
¿Yo pretendo esto? Precisamente es todo lo contrario.
SÓCRATES.
Tú lo pretendes, te digo. ¿No has confesado, que un
gran poder es un bien para aquel que le posee ?
PÓLDX.
Y lo sostengo.
SÓCRATES.
¿Crees que sea un bien para nadie el hacer lo que estime
más ventajoso, cuando está privado de buen sentido?
¿Llamas a esto tener un gran poder?
PÓLUX.
De ninguna manera.
SÓCRATES.
Pruébame que los oradores tienen buen sentido, y que
la Retórica es un arte y no una adulación; y entonces me
habrás refutado. Pero en tanto que no hagas esto, será
siempre cierto, que no es un bien para los oradores ni
165
para los tiranos hacer en las ciudades lo que les agrade.
El poder es a la verdad un bien, como tú dices; pero estás
conforme en que hacer lo que se juzgue oportuno,
cuando se está desprovisto de buen sentido, es un mal. ¿No
es cierto?
PÓLÜX.
Si.
SÓCRATES.
¿Cómo, pues, los oradores y los tiranos habrán de
tener gran poder en las ciudades, a menos que Pólux
obligue a Sócrates a confesar que ellos hacen lo que
quieren?
PÓLÜX.
¡Qué hombre 1
-SÓCRATES.
Digo, que no hacen lo que quieren; refútame.
PÓLÜX.
¿No acabas de conceder, que hacen lo que creen más
ventajoso para ellos?
SÓCRATES.
Lo concedo.
PÓHJX.
Luego ellos hacen lo que quieren.
SÓCRATES.
Lo niego.
PÓLÜX.
iQuél Cuando hacen lo que juzgan oportuno, ¿no hacen
lo que quieren?
SÓCRATES.
Sin duda que no.
PÓLÜX.
En verdad, Sócrates, sientas cosas insostenibles y que
excitan la compasión.
SÓCRATES.
No me condenes tan píonto, encantador Pólux, para usar
166
tu lenguaje (1). Y si tienes alguna pregunta que hacerme,
pruébame que me engaño; y si no respóndeme.
PÓLDX.
Consiento en responderte, a fin de poner en claro lo
que acabas de decir.
SÓCRATES.
¿Estimas que los hombres quieren las mismas acciones
que hacen habitual mente, ó quieren la cosa en vista de la
que hacen estas acciones? Por ejemplo; los que toman una
bebida de mano del médico, ¿quieren, ajuicio tuyo, lo que
hacen, es decir, tragar la bebida y sentir dolor? ¿ó quieren
más bien la salud, en vista de la que toman la medí-,
ciña?
PÓLÜX.
Es evidente que quieren la salud, teniendo en cuenta
la cual toman la medicina.
SÓCRATEJl.
En ig'ial forma, los que navegan y trafican en el mar,
no quieren lo que hacen diariamente, porque, ¿quién es
el hombre que quiere navegar exponiéndose a mil peligros
y a mil dificultades? Lo que quieren, a mi parecer,
es aquello en vista de lo que se embarcan, que es la riqueza.
Las riquezas, en efecto, son el objeto de estos viajes
por la mar.
PÓLÜX.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
¿No sucede lo mismo con relación a todo lo demás? De
manera que el que hace una cosa en vista de otra, no
quiere la cosa misma que hace, sino aquella en vista de
la que él la hace.
(1) El sofista Pólux tenia la afectación de emplear palabras de
un número igual de sílabas , y que terminaban del mismo modo.
Sócrates, imitando su manera de hablar, le llama aquí ¿5 X&as.
irfijAe, burla que no es posible traducir.
un
PÓtCX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Hay algo en el mundo, que no sea bueno ó malo, ó
que, estando en medio de lo bueno y lo malo, no sea ni
lo uno ni lo otro ?
PÓLÜX.
No puede ser de otra manera, Sócrates.
SÓCRATES.
Éntrelas cosas buenas, ¿no pones la sabiduría, la
salud, la riqueza y todas las que son Semejantes a éstas,
así cofno entre las malas las que son contrarias a éstas?
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Y no entiendes que no son ni buenas ni malas aquellas,
que tan pronto participan del bien, como del mal,
como ni del uno ni del otro? Por ejemplo; estar sentado,
marchar, correr, navegar, y también las piedras, las maderas
y las demás cosas de esta naturaleza; ¿no es esto
lo que consideras que no es ni bueno ni malo, ó es otra
cosa distinta?
PÓLÜX.
No, es eso mismo.
SÓCRATES.
Cuando los hombres hacen estas cosas indiferentes, ¿las
hacen en vista de las buenas ó hacen las buenas en vista
de las indiferentes ?
PÓLÜX.
Hacen las indiferentes en vista de las buenas.
SÓCRATES.
Es, por consiguiente, siempre el bien al que nos dirigimos;
cuando marchamos,, es con la idea de que nos será
ventajoso; y en vista de este mismo bien nos detenemos,
cuando nos detenemos. ¿No es así?
168
PÓI.UX.
Si.
SÓCRATES.
Si uno hace que a otro se le quite la vida, se le destierre,
ó se le prive de sus bienes, se verá inclinado a cometer
estas acciones en la persuasión de ser lo mejor que puede
hacer. ¿No es cierto?
PÓLÜX.
Seguramente.
SÓCRATES.
Todo lo que se haoe en este sentido, se hace, pues, en
vista del bien que se hace.
PÓLDX.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
¿No hemos convenido en que no se quiere la cosa que
se hace en vista de otra, sino de aquella en cuya vista
se hace?
PÓIÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Así pues, no se quiere simplemente matar alguno, desterrarle
de la ciudad, ni privarle de sus bienes: sino que
si esto es ventajoso, se quiere; y si es dañoso, no se quiere.
Porque, como tú mismo confiesas, se quieren las cosas
que son buenas; y no se quieren a las que no son ni buenas
ni malas, ni a las que son malas. ¿Te parece ó nó
cierto esto que digo, Pólux? ¿Por qué no respondes?
PÓLÜX.
Me parece cierto.
SÓCRATES.
Puesto que estamos de acuerdo en este punto, cuando
un tirano ó un orador hace morir a alguno, le condena á
destierro ó a la pérdida de sus bienes, creyendo que es lo
más ventajoso para él mismo, aunque realmente sea lo
169
más malo, hace entonces lo que juzga oportuno. ¿No
es asi?
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Hace por esto lo que quiere, si es cierto que lo que
hace es malo? ¿Qué respondes a esto?
PÓLDX.
Me parece que no hace lo que quiere.
SÓCRATES.
¿Puede semejante hombre tener gran poder en su ciudad,
si, según tu confesión, es un bien el estar revestido
de un gran poder?
PÓLUX.
No puede ser.
SÓCRATES.
Por consiguiente, tenia razón al decir que es posible,
que un hombre haga en una ciudad lo que juzgue oportuno
sin gozar, sin embargo, de un gran poder, ni hacer
lo que quiere.
PÓLtX.
¡No parece sino que tú mismo, Sócrates, no preferirías
tener la libertad de hacer en la ciudad todo lo que quieras
que no tenerla;-y como si, cuando vés a alguno que hace
morir al que juzga conveniente ó hace que lo despojen de
sus bienes, ó que lo echen cadenas, tú no le tuvieses
envidia!
SÓCRATES.
¿Supones que en esto obra justa ó injustamente?
PÓIÜX.
De cualquiera manera que obre, ¿no es siempre una
cosa digna de envidia?
SÓCRATES.
Habla mejor, Pólux.
170
PÓLÜX.
¿Por qué?
SÓCRATES.
Porque no debe tenerse envidia á, aquellos, cuya suerte
no puede ser deseada ni aun por los desgraciados; antes
bien debe tenérseles compasión.
PÓLCX.
¡Quél ;juzgas de tal modo la condición de las personas
de que hablo?
SÓCRATES.
¿Que otra idea podria yo formar de ellas?
PÓLÜX.
¿Consideras como desgraciado y digno de compasión al
que hace morir a otro, porque lo juzga oportuno, y
hasta cuando lo condena a la muerte justamente?
SÓCRATES.
Nada de eso; pero tampoco en este caso me parece
digno de envidia.
PÓLÜX.
¿No acabas de decir que es desgraciado?
SÓCRATES.
Sí, querido mió, lo he dicho de aquel que condena á
muerte injustamente, y digo además que es digno de
compasión. Respecto al que quita la vida a otro justamente,
no debe causar envidia.
PÓI.ÜX.
El hombre que injustamente es condenado a muerte,
¿no es a la vez desgraciado y digno de compasión?
SÓCRATES.
Menos que el autor de su muerte, Pólux, y menos aún
que aquel que ha merecido morir.
PÓLUX.
¿Cómo a.si, Sócrates?
SÓCRATES.
Porque el mayor délos males es cometer injusticias.
171
PÓLUX.
¿Es este mal el más grande? Sufrir una injusticia, ¿no es
mucho mayor?
SÓCRATES.
De ninguna manera.
PÓLÜX.
¿Querrías más ser víctima de una injusticia que hacerla?
SÓCRATES.
Yo no querría ni lo uno ni lo otro. Pero si fuera absolutamente
preciso cometer una injusticia ó sufrirla,
preferirla sufrirla a cometerla.
PÓLÜX.
¿Es que tú no aceptarías la condición de tirano?
SÓCRATES.
No, si por tirano entiendes lo mismo que yo.
PÓLÜX.
Entiendo que es tirano, como decia antes, el que tiene
el poder de hacer en una ciudad todo lo que juzgue oportuno:
matar, desterrar, en una palabra, obrar en todo según
su deseo.
SÓCRATES.
Mi querido amigo, fíjate en lo que te voy a decir. Si
cuando la plaza pública está llena de gente, y teniendo
yo un puñal oculto bajo el brazo, te dijese: me encuentro,
en este momento, Pólux, revestido de un poder maravilloso
é ig'ual al de un tirano; de todos estos hombres que
tú ves, el que yo juzgue que debe morir, morirá en el acto;
sime parece que debo romper la cabeza a alguno, se la
romperé sobre la marcha; si quiero despedazar sus trajes,
serán despedazados; tan g-rande es el poder que tengo en
esta ciudad! Si rehusases creerme, y te enseñase yo mi puñal,
quizá dirias al verlo: Sócrates, por ese medio no hay
nadie que no tenga un gran poder. En igual forma podrias
quemar la casa de quien te viniera en mientes;
poner fuego álos arsenales de los atenienses, a sus gale-
172
ras y a todos los buques pertenecientes al público y a los
particulares. Pero lo grande del poder no consiste precisamente
en hacer lo que se considera oportuno. ¿Lo
crees asi?
pór.üx.
No, seguramente, de la manera que acabas de exponer.
SÓCRATES.
¿Me darás la razón que tienes para desechar semejante
poder?
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
Dilo, pues.
PÓLÜX.
Porque inevitablemente el que usara de él, seria
castigado.
SÓCRATES.
¿Ser castigado no es un mal?
PÓLÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Así, mi querido amigo, dices de nuevo que se tiene un
gran poder, cuando, haciendo lo que se juzga oportuno,
no se hace nada que no sea ventajoso, y que entonces es
una buena cosa. En esto, en efecto, consiste el gran poder;
en otro caso es una mala cosa y un poder raquítico.
Examinemos aún esto. ¿No convenimos en que algunas
veces es lo mejor hacer aquello de que antes hablábamos,
como condenar a muerte a los ciudadanos, desterrarlos,
quitarles sus bienes, y que otras no lo es?
PÓLÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Estamos, pues, de acuerdo tú y yo, a lo que parece, sobre
este punto.
na
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
¿En qué casos, dices, que deben hacerse estas cosas? Señálame
los límites que pones.
PÓLUX.
Respóndete tú mismo a esa pregunta, Sócrates.
SÓfiR.\TES.
Pues bien, Pólux, puesto que gustas más saber en este
punto mi pensamiento, digo que es un bien cuando se las
hace justamente, y un mal cuando se las hace injustamente.
PÓLUX.
Verdaderamente es difícil refutarte, Sócrates! ¿No te
probaria un niño que no dices verdad?
SÓCRATES.
Yo se lo agradecería a ese niño, y no te estaré menos
obligado, si me refutas y me libras de mis extravagancias.
No te detengas en hostigar a un hombre, que
sabes que te ama; por favor, demuéstrame que no tengo
razón.
PÓLDX. ,
No hay necesidad, Sócrates,,de recurrir para esto a sucesos
antiguos. Lo que ha pasado ayer y antes de ayer
basta para confundirte , y para demostrar que muchos
hombres culpables de injusticia, son dichosos.
SÓCRATES.
¿Cuáles son esos sucesos?
•• PÓLÜX.
Ya ves a Arquelao, hijo de Pérdicas, rey de Macedonia.
SÓCRATES.
Si no lo veo, por lo menos oigo hablar de él.
PÓLÜX.
¿Y qué te parece? ¿es dichoso ó desgraciado?
174
SÓCRATES.
Yo no sé de esto nada, Pólux; no he tenido con él ninguna
conversación.
PÓLÜX.
jPero quél ¿No puedes saber lo que es, sin haber conversado
con él; y no puedes conocer por otro medio y desde
aquí mismo, si es dichoso?
SÓCRATES.
No, ciertamente.
PÓLÜX.
Evidentemente, Sócrates, dirás que ignoras de igual
modo si el gran rey es dichoso.
SÓCRATES.
Y diré la verdad; porque ignoro el estado de su alma
con relación a la ciencia y a la justicia.
PÓLÜX.
¡Pues qué! ¿Es cosa que toda la felicidad consiste
en eso?
SÓCRATES.
Sí, en mi opinión, Pólux. Sostengo que el que tiene
probidad y virtud, hombre ó mujer, es dichoso; y que el
que es injusto y malo es desgraciado.
PÓLÜX.
Entonces este Arquelao, de que he hablado, ¿es desgraciado
según tú?
SÓCRATES.
- Sí, mi querido amigo, si es injusto.
PÓLÜX.
¿Y cómo no ha de ser injusto un hombre, que ningún
derecho tiene al trono que ocupa, habiendo nacido de una
madre, esclava de Alcetas, hermano de Pérdicas? ¿Un
hombre que, según las leyes, era esclavo de Alcetas, á
quien debió servir en este concepto, si hubiera querido
llenar los deberes de la justicia, haciéndose así dichoso,
según tú supones? Mientras que hoy se ha hecho so-
175
beranamente desgraciado, puesto que ha cometido los
mayores crímenes; porque habiendo enviado a buscar
á Alcetas, su amo y su tio, como para entregarle la autoridad
de que Pérdicas le habia despojado, le recibió
en su casa, embriagó a él y a su hijo Alejandro, que
era primo suyo y como de la misma edad, y habiéndoles
metido en un calabozo y trasportado de noche fuera de palacio,
hizo degollar a ambos, desembarazándose de esta
manera de ellos. Cometido este crimen, ni se apercibió de
la extrema desgracia en que se habia sumido, ni sintió el
menor remordimiento; en términos que poco tiempo después,
lejos de procurar hacerse dichoso, cuidando, comoera
justo, de la educación de su hermano, hijo legítimo de
Pérdicas, de edad de siete años, y a quien pertenecía la
corona de derecho, lejos de dársela, le arrojó a un pozo,
después de haberle estrangulado; y dijo a su madre Cleopatra,
que habia caído al pozo por perseguir un ganso,
y que se habia ahogado. Así, pues, habiendo cometido
más crímenes que ningún hombre de Macedonia, es hoy
día, no el más dichoso, sino el más desgraciado de todos
los macedonios. Y quizá hay más de un ateniense, comenzando
por tí, que preferiría la condición de cualquiera
otro macedonio a la de Arquelao.
SÓCRATES.
Desde el principio de esta conversación, Pólux, yo he
reconocido con gusto que eres hombre muy versado en la
Retórica; pero te he dicho que habías despreciado el arte
de discutir. ¿Son estag las razones, con las que un niño me
refutaría, y al parecer crees que has destruido con ellas
lo que yo he sentado; que el hombre injusto no es dichoso?
Por dónde? Querido mío; yo no te concedo nada
absolutamente de lo que has dicho.
PÓLUX.
Es porque no quieres; por lo demás, pien.sas como yo.
176
SÓCRATES.
Me admiro al ver que intentas refutarme con argumentos
de Retórica, como los que producen los abogados
ante los tribunales. Allí, en efecto, un abogado se imagina
haber refutado a otro, cuando ha presentado un
gran número de testigos, mayores de toda excepción,
para probar la verdad que alega y que la parte contraria
no ha producido sino uno solo ó ninguno. Pero esta especie
de refutación no sirve de nada para descubrir la
verdad; porque algunas veces un acusado puede ser condenado
injustamente por la deposición de muchos testigos,
que parezcan ser de algún peso. Y así sucedería en
el presente caso, puesto que todos los atenienses y los extranjeros
serán de tu dictamen respecto de las cosas que
refieres, y si quieres producir contra mí testimonios de ese
género para probarme que la verdad no está de mi parte,
tendrás cuando quieras por testigos a Nielas, hijo de Nicerate,
y sus hermanos, que han dado esos trípodes que se ven
colocados en el templo de Baco; tienes también, si quieres,
á Aristócrates hijo de Scellios, de quien es esta preciosa
ofrenda que se ve en el templo de Apolo Pitio; tendrás
igualmente toda la familia de Pericles, y cualquiera otra
familia de Atenas, a tu elección. Pero yo, aunque sea
solo, soy de otro parecer, porque nada me dices que me
obligue a variarle; sino que al producir contra mí una
multitud de te^tigbs, lo que intentas es despojarme de
mi bien y de la verdad. Respecto a mí, no creo haber
dicho nada que merezca la pena sobre el objeto de nuestra
disputa, si no te obligo a tí mismo a dar testimonio de
la verdad de lo que digo ; y a la vez tú tampoco has
adelantado nada xiontra mí, si yo, solo como estoy, no depongo
en tu favor; no debiendo tú tener en cuenta para
nada absolutamente el testimonio de los otros. Hé aquí
dos maneras de refutar: la una, que tienes por buena y
contigo otros muchos; la otra, que es la que a mi vez
177
juzgo yo tal. Comparémoslas entre sí, y veamos si no
difieren en nada; porque los puntos acerca de los que no
estamos de acuerdo, no son de escasa importancia; por el
contrario, no hay quizá ninguno más digno de ser sabido,
ni que sea más vergonzoso el ignorarlo , puesto que el
punto capital a que ellos conducen, es a saber ó ignorar
quién es dichoso ó desgraciado. Y volviendo al objeto de
nuestra disputa, pretendes, en primer lugar, que es posible
que, siendo uno injusto, sea feliz en el seno mismo de
la injusticia; puesto que crees que Arquelao, aunque injusto,
no es por eso menos dichoso. ¿No es esta la idea
que debemos formar de tu manera de pensar?
PÓLCX.
Sí.
SÓCRATES.
Y yo sostengo que eso es imposible. Hé aquí un primer
punto, sobre el cual no estamos conformes. Sea así. Pero
el culpable, ¿será dichoso, si se le hace justicia y es castigado?
PÓLÜX.
Nada de eso; por el contrario, si estuviese en este caso,
seria muy desgraciado.
SÓCRATES.
Si el culpable escapa al castigo que merece, ¿será dichoso
según tu doctrina?
PÓLUX.
Seguramente.
SÓCRATES.
Y yo pienso que el hombre injusto y criminal es desgraciado
en todos conceptos; pero que lo es más, si no sufre
ningún castigo, y si sus crímenes quedan impunes;
y que lo es menos, si recibe, de parte de los hombres y
de los dioses, el justo castigo de sus crímenes.
PÓLÜX.
Sócrates, sostienes las paradojas más extrañas.
TOMO V. 12
178
SÓCRATES.
Voy a intentar, querido mió, hacerte decir lo mismo
que yo, porque te tengo por mi amigo. Hé aquí, pues,
los objetos acerca de los que no conforman nuestros pareceres.
Júzgalo tú mismo. He dicho antes, que cometer
una injusticia es un mal mayor,que sufrirla.
PÓLÜX.
Es cierto.
SÓCRATES.
Y tú sostienes que es un mal mayor sufrirla.
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
He dicho que los que obran injustamente son desgraciados,
y tú me has combatido.
PÓLUX.
Sí, ¡por Júpiter!
SÓCRATES.
A juzgar por lo que tú crees.
PÓLÜX.
Y probablemente tengo razón para creerlo.
SÓCRATES.
A la vez tú tienes a los hombres malos por dichosos,
cuando no sufren el castigo debido a su injusticia.
PÓLUX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Y yo digo que son muy desgraciados; y que los que
sufren el castigo, que merecen, lo son menos. ¿Quieres
también refutar esto?
PÓLÜX.
Esa aserción es aún más difícil de refutar que la precedente,
Sócrates.
179
SÓCRATES.
Nada de eso, Pólux; una empresa imposible sí que es,
porque la verdad no se refuta nunca.
PÓLUX.
¿Qué es lo que dices? ¡ Cómo! ¿Un hombre que, sorprendido
en un crimen, como el de aspirar ala tiranía, es sometido
al tormento, se le despedaza, se le queman los ojos,
se le hace sufrir padecimientos sin medida, sin número,
y de toda especie, ve sufrir otro tanto a su mujer y a sus
hijos, y por último, muere en una cruz, ó empapado en
resina, oes quemado vivo; este hombre será más dichoso
que si, escapando a estos suplicios, se hiciese tirano, fuese
durante toda su vida dueño de la ciudad, haciendo lo que
quisiere, siendo objeto de envidia para sus conciudadanos y
para los extranjeros, y considerado como dichoso por todo
el mundo? ¿Y pretendes que es imposible refutar semejantes
absurdos?
SÓCRATES.
Intentas acobardarme con palabras huecas , valiente
Pólux, pero no me refutas; y luego tendrás que apelar á
los testigos para que te auxilien. Sea lo que quiera, recordemos
una pequeña indicación: ¿has supuesto que ese
hombre aspiraba injustamente a la tiranía?
PÓI.UX.
Sí.
SÓCRATES.
Siendo así, el uno no será más dichoso que el otro, ni el
que ha conseguido apoderarse injustamente de la tiranía,
ni el que ha sido castigado; porque no puede suceder tratándose
de dos desgraciados que el uno sea más feliz que
el otro. Pero el más desgraciado de los dos es el que
ha escapado a la pena y ha alcanzado la tiranía. ¿Por
qué te ríes, Pólux? ¡Vaya un modo de refutar! Reírse
cara a cara de un hombre sin alegar ninguna razón contra
lo que asienta.
180
PÓLUX.
¿No te crees suficientemente refutado, Sócrates, cuando
supones cosas que ningún hombre sostendrá nunca? Pregunta
sino a cualquiera de los que están presentes.
SÓCRATES.
No me cuento entre los hombres consagrados a la política,
Pólux: y el año pasado, habiéndome hecho la
suerte senador , cuando a mi tribu tocó presidir las asambleas
del pueblo, me fué preciso recoger los votos de los
concurrentes, y me puse en ridículo, porque no sabia
cómo manejarme. Y así no me hables de recoger votos de
los que están presentes; y si, ^ como ya te he dicho, no
tienes mejores argumentos que oponerme , déjame inter-.
rogarte a mi vez é intenta refutarme a mi manera, que
creo es lo procedente. Yo no sé presentar más que un solo
testigo en defensa de lo que digo, y ese testigo es el mismo
con quien converso, no teniendo en cuenta para nada
la multitud. No busco otro voto que el suyo, y ni aun dirijo
la palabra a la muchedumbre. Mira, pues, si consientes
por tu parte en que yo te refute, comprometiéndote
á responder a mis preguntas. Porque estoy convencido
de que tú y yo y todos los hombres, todos pensamos,
que es un mal mayor cometer una injusticia que sufrirla;
así como el no ser castigado por sus crímenes lo es también
más que el ser castigado por ellos.
PÓLCX.
Yo sostengo, por el contrario, que esa no es mi opinión
ni la de nadie. Tú mismo ¿preferirías que se te hiciese
una injusticia abacería tú a otro?
SÓCRATES.
Sí, y tú lo mismo y todo el mundo.
PÓLÜX.
Muy lejos de eso; ni tú, ni yo, ni nadie es de ese parecer.
SÓCRATES.
Pero ¿quieres responderme?
PGLDX.
Consiento en ello, porque tengo gran curiosidad por saber
lo que vas a decir.
SÓCRATES.
Si quieres saberlo, respóndeme, Pólux, como si comenzase
por primera vez a interrogarte. ¿Cuál es el mayor
mal, ajuicio tuyo: hacer una injusticia ó sufrirla?
PÓLÜX.
Sufrirla, en mi opinión.
SÓCRATES.
¿Qué es más feo: hacer una injusticia ó sufrirla? Responde.
PÓLDX.
Hacerla.
SÓCRATES.
Si eso es lo más feo, es igualmente un «tai mayor.
PÓLUX.
Nada de eso.
SÓCRATES.
Entiendo. ¿No crees, a lo que parece, que lo bello y lo
bueno, lo malo y lo feo sean la misma cosa?
PÓLUX.
No, ciertamente.
SÓCRATES.
¿Y qué dices de esto? Todas las cosas bellas relativas
al cuerpo, colores, figuras, sonidos, profesiones, ¿las llamas
bellas sin tener nada en cuenta? Y comenzando poT
los cuerpos bellos, cuando dices que son bellos, ¿no es ó
con relación a su uso, a causa de la utilidad que se puede
sacar de cada uno, ó en vista de un cierto placer, cuando
su aspecto produce un sentimiento de alegría en el alma
de los que los miran? Fuera de esta, ¿hay alguna otra razón
que te baga decir que un cuerpo es bello?
182
POLDX.
Yo no conozco otras.
SÓCRATES.
¿No llamas, en igual forma, bellas todas las otras cosas,
figuras, colores, en razón del placer ó de la utilidad
que proporcionan, ó de lo uno y de lo otro a la vez?
PÓLDX.
Sí.
SÓCRATES.
¿No sucede lo mismo con los sonidos y con todo lo que
pertenece a la música ?
pómx.
Sí.
SÓCRATES.
De igual modo, lo bello, en las leyes y en otras cosas de
la vida, no lo es por otra razón que porque es útil ó agradable
ó por ambas cosas a la vez.
PÓLÜX.
Así me parece.
SÓCRATES.
¿No sucede lo mismo con relación a la belleza de las
ciencias?
PÓLUX.
Sin duda; y defines bien lo bello, Sócrates, diciendo
que es lo bueno ó lo agradable.
SÓCRATES.
¿Lo feo, entonces, estará bien definido por las dos contrarias,
diciendo que es lo doloroso y lo malo?
PÓLÜX.
Necesariamente.
SÓCRATES.
Si de dos cosas bellas, una es más bella que otra, ¿ no
es porque la sobrepuja en placer, ó en utilidad, ó en ambas
cosas?
183
PÓLÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Y si de dos cosas feas, una es más fea que otra, será
porque causa más dolor, ó más mal, ó ambas cosas. ¿No
es necesario que sea así?
PÓLUX.
Si.
SÓCRATES.
Veamos ahora. ¿Qué decíamos antes tocante a la injusticia
hecha ó recibida? ¿No decias tú, que es más malo
sufrir una injusticia, y más feo cometerla?
PÓLÜX.
Es cierto.
SÓCRATES.
Pues si es más feo hacer una injusticia que recibirla, es
porque es más penoso, y causa más dolor, ó porque es un
mayor mal, ó por ambas cosas a la vez. ¿No es necesario
que sea así?
PÓLÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Examinemos, en primer lugar, si es más doloroso cometer
una injusticia que sufrirla, y si los que la hacen
sienten más dolor que los que la sufren.
PÓLUX.
De ninguna manera, Sócrates.
SÓCRATES.
La acción de cometer una injusticia no sobrepuja entonces
á la otra en cuanto al dolor.
PÓLÜX.
No.
SÓCRATES.
Si es así, tampoco la sobrepuja en cuanto al dolor y al
mal a la vez.
184
PÓLUX.
No me parece.
SÓCRATES.
Resta que la sobrepuje bajo el otro aspecto.
PÓLtX.
Sí.
SÓCRATES.
Bajo el aspecto del mal, ¿no es así?
PÓLÜX.
Así parece.
SÓCRATES.
Puesto que la sobrepuja en cuanto al mal, es más malo
hacer una injusticia que sufrirla.
PÓLUX.
Es evidente.
SÓCRATES.
La mayor parte de los hombres ¿no lo reconocen?; y tú
mismo ¿no has confesado que es más feo cometer una injusticia
que sufrirla?
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
¿No acabamos de ver que es una cosa más mala?
PÓLÜX.
Parece que sí.
SÓCRATES.
¿Preferirías tú lo que es más feo y más malo a lo que es
menos? No tengas reparo en responder, Pólux; que ningún
mal te va a resultar; al contrario, entrégate sin temor
á esta discusión como a un médico; responde, y confiesa
ó niega lo que te pregunto.
PÓLUX.
No lo preferiría, Sócrates.
SÓCRATES.
¿Hay alguien en el mundo que lo prefiera?
185
PÓLUX.
Me parece que no; por lo menos, teniendo en cuenta lo
que acabamos de decir.
SÓCRATES.
Luego tenia yo razón cuando decía que ni tú, ni yo, ni nadie preferirla hacer una injusticia a sufrirla, porque
es una cosa más mala. .
PÓLÜX.
Así parece.
SÓCRATES.
Ya ves ahora, Pólux, que si comparas tu manera de refutar
con la mía, en nada se parecen. Todos los demás te
conceden lo que asientas, excepto yo. a mí me basta tu
sola confesión,. tu solo testimonio; yo no recojo otros votos
que el tuyo, y me cuido poco de lo que los demás
piensan. Quede, pues, sentado este punto. Pasemos al examen
del otro, sobre el que no estamos de acuerdo; a saber,
si el ser castigado por las injusticias que se han cometido
es el mayor de los males, como tú pensabas; ó si es un
mayor mal gozar de la impunidad, como yo creía. Procedamos
de esta manera. Sufrir la pena por una injusticia
cometida y ser castigado con razón, ¿ no son para tí
una misma cosa?
PÓLtX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Podrás negarme que todo lo que es justo, en tanto
que es justo, es bello? Fíjate y reflexiona antes de responder.
pólrx.
Me parece que así es, Sócrates.
SÓCRATES.
Atiende ahora a esto. Cuando alguno hace una cosa,
¿no es necesario que haya un paciente que corresponda á
este agente?
186
PÓLÜX.
Lo pienso así.
SÓCRATES.
Lo que el paciente sufre, ¿no es lo mismo y de la misma
naturaleza que lo que hace el agente? Hé aquí lo que
quiero decir: si alguno hiere, ¿no es necesario que una
cosa sea herida?
PÓLÜX.
Seguramente.
SÓCRATES.
Si hiere mucho ó hiere de pronto, ¿no es necesario que
la cosa sea herida en la misma forma?
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
Lo que es herido experimenta, por lo tanto, una pasión
de la misma naturaleza que la acción del que hiere.
PÓLÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
En igual forma, si alguno quema, es necesario que
una cosa sea quemada.
PÓLÜX.
No puede ser de otra manera.
SÓCRATES.
Y si quema mucho ó de una manera dolorosa, que la
cosa sea quemada precisamente de la manera como se la
quema.
PÓLÜX.
Sin dificultad.
SÓCRATES.
Lo mismo sucede si una cosa corta, porque precisamente
ha de haber otra cosa cortada.
PÓLÜX.
Sí.
187
SÓCRATES.
Y si la cortadura es grande y profunda ó dolorosa, la
cosa cortada lo es exactamente de la manera como se la
corta.
PÓLUX.
Así parece.
SÓCRATES.
En una palabra, veamos si concedes, respecto a cualquiera
otra cosa, lo que acabo de decir; esto es, que lo
que hace el agente, lo sufre el paciente tal como el
agente lo hace.
PÓLCX.
Lo confieso.
SÓCRATES.
Hechas estas confesiones, dime si ser castigado es sufrir
ú obrar.
iÓLOX.
Necesariamente es sufrir, Sócrates.
SÓCRATES.
¿Y procede de algún agente sin duda?
PÓLDX.
No hay para qué decirlo; procede del que castiga.
SÓCRATES.
El que castiga con razón, ¿no castiga justamente?
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Hace, obrando así, una acción justa ó nó?
PÓLUX.
Hace una acción justa.
SÓCRATES.
De manera que el castigado, cuando se le castiga, sufre
una acción justa.
PÓLUX.
Así parece.
188
SÓCRATES.
¿No hemos reconocido que todo lo que es justo es bello?
PÓLUX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Lo que hace la persona que castiga y lo que sufre la
persona castigada, es por consiguiente bello.
PÓI,ÜX.
Sí.
SÓCRATES.
Pero lo que es bello es al mismo tiempo bueno, porque
ó es agradable ó es útil.
PÓICX.
Necesariamente.
SÓCRATES.
Así, lo que sufre el que es castigado, es bueno.
PÓLÜX.
Parece que sí.
SÓCRATES.
Le es, por consiguiente, de alguna utilidad.
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
Y esta utilidad es como yo la concibo; es decir, que
consiste en hacerse mejor en cuanto al alma, si es cierto
que es castigado con razón.
PÓLÜX.
Es probable.
SÓCRATES.
Por lo tanto, el que es castigado se ve libre de la maldad,
que está en su alma.'
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
¿No es librado por lo mismo del mayor de los males?
189
Examina la cosa bajo este punto de vista. ¿Conoces, con
relación a la riqueza, otro mal mayor para el hombre que
la pobreza?
PÓLUS.
No conozco otro.
SÓCRATES.
Y con relación ala constitución del cuerpo, ¿no llamas
mal a la debilidad, a la enfermedad, a la fealdad y de las
demás cosas análogas?
PÓLUX.
Sí.
• SÓCRATES.
¿Piensas, sin duda, que el alma tiene también sus
males?
PÓLUX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Estos males, ¿no son los que llamas injusticia, ignorancia,
cobardía y otros defectos semejantes?
PÓLUX.
Seguramente.
SÓCRATES.
A estas tres cosas, la riqueza, el cuerpo y el alma,
corresponden en tu opinión tres males: la pobreza, la enfermedad
y la injusticia.
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
De estos tres males, ¿cuál es el más feo? ¿No es la injusticia,
ó para decirlo en una palabra, el vicio del
alma?
PÓLUX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Si es el más feo, ¿no es el más malo?
190
PÓLCX.
¿Cómo entiendes eso, Sócrates?
SÓCRATES.
De esta manera. Como consecuencia de los precedentes,
en que estamos de acuerdo, lo más feo es siempre tal. ó
porque causa el más grande dolor ó el más grande daño,
ó por ambos motivos a la vez.
PÓITJX.
Es cierto.
SÓCRATES.
¿Pero no acabamos de reconocer, que la injusticia, y
lo mismo todo vicio del alma, es lo más feo posible?
PÓLUX.
En efecto, así lo hemos reconocido.
SÓCRATES.
¿Y no lo es tal, ó porque no hay nada más doloroso,
Ó porque no hay nada más dañoso, ó por una y otra
razón a la vez?
PÓLCX.
Necesariamente.
SÓCRATES.
¿Pero es más doloroso ser injusto, intemperante, cobarde
Ó ignorante, que ser indigente ó enfermo?
PÓLÜX.
Me parece que no, Sócrates,teniendo en cuéntalo dicho.
SÓCRATES.
El vicio del alma no es, por consiguiente, el más feo sino
porque supera a los otros en daño y en mal de un modo
extraordinario y todo lo que es posible, puesto que no los
supera en cuanto al dolor.
PÓLÜX.
Así parece.
SÓCRATES.
Pero lo que supera a todo en cuanto al daño, es el más
grande de todos los males.
191
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
Luego la injusticia, la intemperancia y los demás vicios
del alma son los más grandes de todos los males.
PÓLÜX.
Parece que sí.
SÓCRATES.
¿Qué arte nos libra de la pobreza? ¿No es la economía?
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Y de la enfermedad? ¿No es la medicina?
PÓLÜX.
Sin dificultad.
SÓCRATES.
¿Y de la maldad y de la injusticia? Si no lo entiendes
así, lo diré de otra manera. ¿Dónde y a casa de quién
conducimos nosotros al que está enfermo ?
PÓLÜX.
A casa de los médicos, Sócrates.
SÓCRATES.
¿A dónde son conducidos los que se abandonan a la injusticia
y al libertinaje?
PÓLÜX.
Quieres decir probablemente que a casa de los jueces.
SÓCRATES.
¿No es para que se les castigue?
PÓLÜX.
Sin duda.
SÓCRATES.
Los que castigan con razón, ¿no siguen en esto las reglas
de una cierta justicia?
PÓLÜX.
Es evidente.
SÓCRATES.
Asi la economia libra de la indigencia, la medicina de
la enfermedad, la justicia de la intemperancia y de la
injusticia (1).
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
Pero de estas tres cosas de que hablas; ;,cuál es la más
bella?
PÓLUX.
¿Qué cosas?
SÓCRATES.
La economía, la medicina y la justicia.
PÓLÜX.
La justicia supera en mucho a las otras, Sócrates.
SÓCRATES.
Puesto que es la más bella, lo es porque proporciona
un más grande placer ó una mayor utilidad. Ó por ambas
cosas.
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
¿Es cosa agradable ponerse en manos de los médicos?
¿Y el tratamiento que se da a los enfermos, les causa placer?
PÓLUX.
Yo no lo creo.
SÓCRATES.
Pero es una cosa útil, ¿no es así?
PÓLUX.
Sí.
SÓCRATES.
Porque libra de un gran mal; de suerte que es ventajoso
sufrir el dolor a fin de recobrar la salud.
(1) Se trata aquí de la justicia en tanto que corrige y castiga-
193
PÓLCX.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿El hombre, que en este estado se entrega en manos de
los médicos, se halla en la situación más dichosa posible
con relación al cuerpo? ¿Ó es más bien el dichoso el que
no está enfermo?
PÓLUX.
Es evidente que el segundo es más feliz.
SÓCRATES.
En efecto, la felicidad no consiste, al parecer, en verse
curado del mal, sino en no tenerlo.
PÓLOX.
Es cierto.
SÓCRATES.
Pero de dos hombres enfermos, en cuanto al cuerpo ó
en cuanto al alma, ¿cuáles el más desgraciado, aquel á
quien se cuida, curándole de su mal; ó aquel a quien no
se pone en cura y que continúa con su mal?
PÓLÜX.
Me parece que es más desgraciado aquel a quien no se
pone en cura.
SÓCRATES.
Así el castigo proporciona el verse libre del mayor de
los males, de la maldad.
PÓLCX.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
Porque obliga a volver en sí y hacerse justo; como que
el castigo es la medicina del alma.
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
El más dichoso, por consiguiente, es aquel, que impide
absolutamente la entrada del mal en su alma; puesto
TOMO V. 13
194
que hemos visto, que este mal es el mayor de todos los
males.
PÓLÜX.
Es evidente.
SÓCRATES.
Después lo es el que se ha libertado de él.
PÓLÜX.
Probablemente.
SÓCRATES.
El mismo que ha recibido consejos, reprensiones ó sufrido
castigos.
PÓLÜX.
Sí.
SÓCRATES.
Por consiguiente, el que abriga en sí la injusticia y
no se libra de ella, es el que pasa una vida más desgraciada.
PÓLÜX.
Es lo más probable.
SÓCRATES.
¿Semejante hombre no es aquel, que habiéndose hecho
culpable de los más grandes crímenes, y permitiéndose
las más terribles injusticias, prescinde y evita las reprensiones,
las correcciones y los castigos? Tal es, según
decías, la situación de Arquelao, la de los demás tiranos,
la de los oradores, y la de todos los que gozan de un gran
poder.
róLüx.
Parece que sí.
SÓCRATES.
Verdaderamente, mi querido Pólux, todas estas gentes
hacen lo que aquel, que viéndose acometido de las enfermedades
más graves, hallase el medio de no sufrir que
los médicos le aplicaran el tratamiento oportuno para curar
los vicios de su cuerpo, ni usase remedios, temiendo
195
como un niño la aplicación del hierro ó del fuego por el
mal que causan. ¿No te parece que es así?
PÓLtX.
Sí.
SÓCRATES.
La raíz de semejante conducta está sin duda en la ignorancia
de las ventajas de la salud y de la buena constitución
del cuerpo; y parece, si tenemos en cuenta nuestras
, precedentes concesiones, que los que huyen del castigo
Se conducen de la misma manera, mi querido Pólux; ven
lo que el castigo tiene de doloroso, pero están a ciegas
en Cuanto a su utilidad; ignoran cuánto más lamentable
es vivir con un alma, no sana, sino corrompida, y además
injusta é impía, que con un cuerpo enfermo. Por
esta razón hacen los mayores esfuerzos para escapar
al castigo y para no verse libres del mayor de los males
; y sólo piensan en amontonar riquezas, procurarse
amigos y en adquirir el talento de la palabra y de la persuasión.
Pero si todo aquello en que estamos de acuerdo
es cierto, Pólux, ¿ves ya lo que resulta de este discurso? ¿ó
quieres que deduzcamos juntos las conclusiones?
PÓLÜX.
Consiento en ello, a no ser que tú pienses otra cosa.
SÓCRATES.
¿No se sigue de aquí, que la injusticia es el más grande
de los males?
PÓLUX.
Por lo menos, así me lo parece.
SÓCRATES.
¿No hemos visto que mediante el castigo nos libramos
de este mal?
PÓLUX.
Ciertamente.
SÓCRATES.
¿Y que la impunidad no hace más que mantenerle?
196
PÓLUX.
Sí. ^
SÓCRATES.
Cometer la injusticia no es, pues, más que el segundo
mal en cuanto a la magnitud; pero cometerla y no ser
castigado, es el primero y el más grande de los males.
PÓLCX.
Así parece.
SÓCRATES.
Mi querido amigo, ¿no era este el punto sobre el que no
opinábamos lo mismo? Considerabas como dichoso a Arquelao,
porque después de haberse hecho culpable de los
mayores crímenes, no sufría ningún castigo; y yo sostenía,
por el contrario, que a Arquelao, y lo mismo a otro
cualquiera que no sufre castigo por las injusticias que comete,
debe tenérsele por infinitamente más desgraciado
que ningún otro; que el autor de una injusticia es siempre
más desgraciado que el que la sufre; y el hombre
malo, que queda impune, más que el que sufre el castigo.
¿No es esto lo que yo decía?
PÓLUX.
Si.
SÓCRATES.
¿No resulta demostrado que la verdad estaba de mi
parte ?
PÓLÜX.
Me parece que sí.
SÓCRATRS.
Enhorabuena. Pero si esto es cierto, Pólu)i, ¿cuál es entonces
la gran utilidad de la Retórica? Porque es una
consecuencia de nuestros razonamientos, que es preciso
ante todo abstenerse de toda acción injusta, porque es en
sí un gran mal. ¿No es esto? -
PÓLOX.
Seguramente.
U)7
SÓCIIATES.
Y que si se ha cometido una injusticia, sea por uno mismo,
sea por una persona que nos interese, es preciso presentarse
en el sitio, donde lo más pronto posible pueda
recibir la corrección conveniente, é ir apresuradamente en
busca del juez, como si fuera un médico, no sea que la
enfermedad de la injusticia, llegando a estacionarse en el
alma, engendre en ella una corrupción secreta, que se
haga incurable. ¿Qué otra cosa podemos decir, Pólux, si
mantenemos las doctrinas que hemos dejado sentadas? ¿No
es necesario que lo que digamos concüerde con lo que
hemos sentado antes, y que no pueda pasarse por otro
camino?
PÓLUX.
En efecto, ¿cómo es posible hablar de otro modo, Sócrates?
SÓCRATES.
La Retórica, Pólux, no nos es de ningún uso para defender
, en caso de injusticia, nuestra causa, como tampoco
la de nuestros padres, de nuestros amigos, de nuestros
hijos, de nuestra patria: yo no veo que sea útil para
otra cosa que para acusarse a sí mismo antes que nadie,
y en seguida a sus parientes y amigos tan pronto como
hayan cometido alguna injusticia; para no ocultar el crimen
, antes bien para exponerlo a la luz del dia, a fin de
que el culpable sea castigado y recobre la salud. En este
caso seria preciso elevarse por cima de todos, haciéndose
violencia, desechando todo temor, y entregarse a cierra
ojos y con corazón firme, como se entrega al médico para
sufrir las incisiones y quemaduras' pata consagrarse a la
prosecución de lo bueno y de lo honesto, sin tener en
cuenta el dolor; de suerte que si la falta que se ha cometido
merece latigazos, se presente a recibirlos; si hierros,
tienda las manos a las cadenas; si una multa, la pague;
si destierro, se condene a él; y si la muerte, la sufra;
198
que sea el primero a deponer contra sí mismo y contra
los suyos; que no se favorezca a sí propio; y que para
todo esto se valga de la Retórica, a fin de que, mediante
la manifestación de sus crímenes, llegue a verse libre del
mayor de los males, de la injusticia. ¿Concederemos todo
esto Pólux, ó lo negaremos?
PÓLÜX.
Todo esto me parece muy extraño, Sócrates. Sin embargo
, quizá es una consecuencia de lo que hemos dicho
antes.
SÓCRATES.
Efectivamente, ó hemos de echar abajo nuestros anteriores
razonamientos, ó convenir en que esto es lo que
resulta de ellos necesariamente.
PÓLÜX.
Sí, así es la verdad.
SÓCRATES.
Se observará una conducta diametralmente opuesta,
cuando se quiera causar mal a alguno, sea enemigo ó
quien quiera que sea. Es preciso no exponerse a los tiros
de su enemigo y tratar de prevenirse contra ellos. Pero
si él comete una injusticia para con otro, es preciso hacer
los mayores esfuerzos de palabra y de hecho, para
sustraerle al castigo, é impedir que comparezca ante los
jueces; y en caso de que comparezca, hacer lo posible
para librarle de la pena; de manera que si ha robado una
gran cantidad de dinero, no la vuelva, que la guarde y
la emplee en gastos impíos é injustos, para su uso y el
de sus amigos; que si su crimen merece la muerte, no la
sufra; y si puede ser, que no muera nunca, sino que permanezca
malvado y se haga inmortal; y sino que viva en
el crimen todo el tiempo que sea posible. Hé aquí, Pólux,
para lo que la Retórica me parece útil; porque para
aquel, que no está en el caso de hacer ninguna injusticia,
yo no veo que le pueda ser de una gran utilidad, si es
199
que alguna puede prestar, pues según vimos antes, la
Retórica para nada es buena.
CALLICLES.
Dime, Querefon, ¿Sócrates habla seriamente ó seburla?
QUEREFON.
Me parece, Callicles, quebabla muy seriamente; pero
nada más sencillo que preguntárselo.
CALLICI.ES.
¡Por todos los dioses! tienes razón; como que tengo
deseos de hacerlo. Sócrates, dime, ¿creeremos que has hablado
seriamente de todo esto, ó que ha sido un puro pasatiempo?
Porque si hablas con sinceridad y lo que dices
es verdad, la conducta que todos los presentes observamos,
¿qué otra cosa es que un trastorno del orden y una
serie de acciones contrarias, al parecer, a nuestros deberes?
SÓCRATES.
Si los hombres, Callicles, estuviesen todos sujetos alas
mismas pasiones, éstos de una manera, aquellos de otra,
pero teniendo cada uno de nosotros su pasión particular,
diferente de la de los demás, no seria fácil hacer conocer
á otro lo que uno mismo experimenta. Digo esto,
pensando en que tú y yo nos vemos en este momento afectados
de la misma manera, y que ambos amamos dos
cosas: yo a Alcibiades, hijo de Clinias, y a la filosofía;
tú al pueblo de Atenas y al hijo de Pirilampo. Observo
todos los dias que por más elocuente que seas, cualidad
que yo te reconozco, cuando los objetos de tu amor son
de otro dictamen que tú, cualquiera que sea su manera
de pensar, no tienes fuerza para contradecirles, y que á
placer suyo pasas de lo blanco a lo negro. En efecto,
cuando hablas a los atenienses reunidos, si sostienen que
las cosas no son como tú dices, mudas en el momento de
opinión para conformarte con lo que dicen. Lo mismo te
200
sucede con respecto al precioso joven, al hijo de Pirilampo.
No puedes resistir ni a sus deseos ni a sus discursos,
de suerte que si alguno, testigo del lenguaje que
empleas ordinariamente para complacerle, se sorprendiese
y le encontrase absurdo, tú le responderías, si querias
decir ,1a verdad, que mientras el objeto de tus amores y
el pueblo no muden de opinión ,''tú no dejarías de hablar
como hablas. Pues bien, figúrate que la misma respuesta
debes esperar,de mí, y en lugar de asombrarte de mis
discursos, lo que debes hacer es comprometer a la filosofía,
que son mis amores, a que no me inspire eso mismo.
Porque ella es, mi querido amigo, la que dice lo que me
has oido, y es mucho menos atolondrada que el otro objeto
de mis amores. El hijo de Climas habla tan pronto
de una manera como de otra; pero la filosofía usa siempre
el mismo lenguaje. Lo que te parece en este momento
tan extraño, procede de ella; y tú has oido sus razonamientos.
Por lo tanto, ó refuta lo que decia ella antes por
mi boca, ó prueba"que cometer injusticias y vivir en la
impunidad, después de haberlas cometido, no es el colmo
de todos los males; ó si dejas subsistir ésta verdad en toda
su fuerza, te juro por el Can (1), dios de los egipcios, que
Callicles no se pondrá de acuerdo consigo mismo, y pasará
su vida en una contradicción perpetua. Sin embargo,
me tendría mucha más cuenta, a mi parecer, que la lira
de que haya de servirme esté mal construida y poco de
acuerdo consigo misma; que el coro de que haya de valerme
esté desentonado; y que la mayor parte de los hombres,
en vez de pensar como yo, pensasen lo contrario;
que no el estar en desacuerdo conmigo mismo, y obligado
á contradecirme.
CALLICLES.
Me parece, Sócrates, que sales triunfante en tus dis-
(1) El perro Anubis.
201
cursos, como si fueras un declamador popular. Toda tu
declamación se funda en que a Pólux ha sucedido lo mismo
que él decia que habia acontecido a Gorgias contigo. Ha
dicho, en efecto, que cuando tú preguntaste a Gorgias si,
en el sirpuesto de que alguno hubiera de ponerse bajo su
dirección para aprender la Retórica, sin tener conocimiento
alguno de la justicia, le enseñaría lo que era esta
justicia, Gorgias, no atreviéndose a confesar la verdad,
respondió que se lo enseñarla, diciendo esto a causa del
uso recibido entre los hombres, que tendrían por malo que
se respondiera lo contrario; que esta respuesta habia
puesto a Gorgias en contradicción consigo mismo, y que
tú te habías complacido mucho de ello; en una palabra,
me pareció que se burlaba de tí con razón en éste punto.
Pero hé aquí que él se encuentra ahora en el mismo caso
que Gorgias. Yo te confieso que de ninguna manera estoy
satisfecho de Pólux en el hecho de haberte concedido que
es más feo hacer una injusticia que sufrirla; pues por haberte
hecho esta confesión se ha visto embarazado en la
disputa, y tule has cerrado la boca, porque no se ha
atrevido a hablar según lo que piensa.
En efecto, Sócrates, con el pretexto de buscar la verdad
, según tú dices, empeñas a aquellos con quienes hablas
en cuestiones propias de un declamador, y que tienen
por objeto lo bello * no según la naturaleza, sino
según la ley. Pero en la mayor parte de las cosas la naturaleza
y la ley se oponen entre sí; de donde resulta,
que si uno se deja llevar de la vergüenza y no se atreve
á decir lo que piensa, se ve obligado a contradecirse. Tú
has percibido esta sutil distinción, y la haces servir para
tender lazos en la discusión. Si alguno habla de lo que
pertenece á'la"ley, tú le interrogas sobre lo que se refiere
á la naturaleza; y si habla de lo que está en el orden de
la naturaleza, tú le interrogas sobre lo que está en el orden
de la ley. Es lo que acabas de hacer con motivo de
202
la injusticia sufrida y cometida. Pólux hablaba de lo que
és mas feo en este género, consultando la naturaleza. Tú,
por el contrario, te agarraste a la ley. Según la naturaleza,
todo aquello que es más malo es igualmente más feo.
Sufrir, por tanto, una injusticia, es más feo que hacerla;
pero según la ley es más feo cometerla. Y en efecto, sucumbir
bajo la injusticia de otro no es hecho propio de un
hombre, sino de un vil esclavo, para quien es más ventajoso
morir que vivir, cuando, sufriendo injusticias y afrentas,
no está en disposición de defenderse a sí mismo, ni á
las personas por las que tenga interés.
Respecto a las leyes, como son obra de los más débiles
y del mayor número, alo que yo pienso, no han tenido al
formarlas en cuenta más que a sí mismos y a sus intereses
, y no aprueban ni condenan nada sino con esta única
mira. Para atemorizar a los fuertes, que podrían hacerse
más é impedir a los otros que llegaran a serlo, dicen que
es cosa fea é injusta tener alguna ventaja sobre los demás,
y que trabajar por llegar a ser más poderoso es hacerse
culpable de injusticia. Porque siendo los más más débiles,
creo que se tienen por muy dichosos", si todos estáa por
un rasero. Por esta razón es injustc»y feo, en el orden
de la ley, tratar de hacerse superior a los demás, y se
ha dado a esto el nombre de injusticia. Pero la naturaleza
demuestra, a mi juicio, que es justo que el que vale más
tenga más que otro que vale menos, y el más fuerte más
que el más débil. Ella hacer ver en mil ocasiones que esto
es lo que sucede, tanto respecto de los animales como de
los hombres mismos, entre los cuales vemos Estados y
Naciones enteras, donde la regla de lo justo es que el más
fuerte mande al más débil y que posea más. ¿Con qué
derecho Jerjes hizo la guerra a la Grecia, y su padre á
los escitas? Y lo mismo sucede con muchísimos ejemplos,
que podrían citarse. En esta clase de empresas se obra, yo
creo, conforme a la naturaleza, y se sigue la ley de la
203
naturaleza; aunque quizá no se consulte la ley que los
hombres han establecido. Nosotros escogemos, cuando son
jóvenes, los mejores y más fuertes; los formamos y los domesticamos
como a leoncillos, valiéndonos de discursos
llenos de encanto y fascinación, para hacerles entender,
que es preciso atenerse a la igualdad, y que en esto consiste
lo bello y lo justo. Pero yo me figuro que si apareciese
un hombre, dotado de grandes cualidades, que, sacudiendo
y rompiendo todas estas trabas, encontrase el
medio de desembarazarse de ellas; que, echando por tierra
vuestros escritos, vuestras fascinaciones, vuestros encantamientos
y vuestras leyes, contrarios todos a la naturaleza
, aspirase a elevarse por cima de todos, convirtiéndose
de vuestro esclavo en vuestro dueño; entonces se
veria brillar la justicia, tal como la ha instituido la naturaleza.
Píndaro me parece que viene a apoyar esta opinión
en la oda que dice:
(<gue la ley es la reina de losmortales y de los inmortales. Ella,
prosigue, lleva consigola fuerza, y con su mam poderosa la hace legititna.
Juzgo de esto por las acciones de Hércules que sin
haberlas comprado...
» Estas son poco más ó menos las pa--labras de Píndaro, porque yo no sé de memoria la oda.
Pero el sentido es que Hércules se llevó los bueyes de
Gerion, sin haberlos comprado, y sin que nadie se los
diera; dando a entender, que esta acción era justa consultando
la naturaleza, y que los bueyes y todos los demás
bienes de los débiles y de los pequeños pertenecen de derecho
al más fuerte y al mejor. La verdad es tal como yo
la digo; tú mismo lo reconocerás, si dejando aparte la
filosofía, te aplicas a asuntos de mayor entidad. Confieso,
Sócrates, que la filosofía es una cosa entretenida cuando
se la estudia con moderación en la juventud; pero si se
fija uno en ella más de lo que conviene, es el azote de los
hombres. Por mucho genio que uno tenga, si continúa
filosofando hasta una edad avanzada, se le hacen necesa-
204
riamente nuevas todas las cosas, que uno no puede dispensarse
de saber si quiere bacerse bombre de bien y
crearse una reputación. En efecto, los filósofos no tienen
conocimiento alguno de las leyes que se observan en una
ciudad; ig'noran cómo debe tratarse a los hombres en las
relaciones,publicas ó privadas, que con ellos se mantiene;
no tien^'ninguna experiencia de los placeres y pasiones
húmicas, ni, en una palabra, de lo que se llama la vida.
Asi es que cuando se les encomienda algún negocio doméstico
ó civil, se ponen en ridículo poco más ó menos
como los hombres políticos, cuando asisten a vuestras
controversias y a vuestras disputas. Porque nada más
cierto que este dicho de Eurípides:
i^Cada cual se aplicacon gusto a las cosas para las qtie ña descubierto tener
más talento; d ello consagra la mayor parte del
dia, a fin de hacerse svperior a sí mismo. i^
Por elcontrario, se aleja de aquellas, en las que su trabajo le
ofrece malos resultados, y habla de ellas con desprecio
; mientras que por amor propio alaba las primeras,
creyendo que así se alaba a sí mismo. Pero el mejor
partido es, a mi entender, tener algún conocimiento de
las unas y de las otras. Es bueno tener una tintura de la
filosofía, tanto más, cuanto que la reclama el cultivo
del espíritu, y no es vergonzoso para un joven el filosofar.
Pero cuando uno ha entrado en la declinación de la
vida y continúa filosofando, se pone en ridículo, Sócrates.
Yo , a los que se aplican a la filosofía, los considero
del mismo modo que a los que balbucean y juguetean.
Cuando lo veo en un niño, en quien es muy natural el tartamudear
y el divertirse, lo encuentro bien y me hace
gracia, porque me parece muy en su lugar en aquella
edad; así como si oigo que un niño articula con precisión,
me choca, me lastima el oído, y me parece ver en esto
cierto servilismo. Pero si es un hombre el que balbucea y
enreda, esto se juzga por todos ridículo, impropio de la
203
edad y digno de castigo. Tal es mi manera de pensar respecto
á los quese consagran a la filosofía. Cuando veo á
un joven consagrarse a ella, me encanta, me pongo en su
lugar, y juzgo que este joven tiene nobleza de sentimientos.
Si, por el contrario, la desprecia, le considero dotado
de un alma pequeña, que nunca será capaz de una acción
bella y generosa. Mas cuando veo a un viejo* que filosofa
aún y que no ba renunciado a su estudio, le considero
acreedor a un castigo, Sócrates. Como dije antes, por mucbo
genio que tenga, este bombre no puede menos de degradarse
al buir los sitios frecuentados de la ciudad y las
plazas públicas, donde los bombres adquieren, según el
poeta (1), celebridad; y al ocultarse, como suele bacer,
para pasar el resto de sus dias charlando en un rincón con
tres ó cuatro jóvenes, sin que nunca salga de su boca ningún
discurso noble; grande y que valga la pena. Sócrates,
yo pienso en tu bien y soy uno de tus amigos. En
este momento se me figura estar en la misma situación
respecto de tí, que Zetos estaba respecto áAmfion de Eurípides
, de quien ya bice mención; porque estoy casi tentado
á dirigirte un discurso semejante al que Zetos dirigía
á su hermano. Desprecias, Sócrates, lo que debería
ser tu principal ocupación, y haciendo el papel de niño,
rebajas un alma de tanto valor como la tuya. Tú no podrías
dar un dictamen en las deliberaciones sobre la justicia
, ni penetrar lo que un negocio puede tener de más
probable y plausible, ni procurar a los demás un consejo
generoso. Sin embargo, mí querido Sócrates, (no te ofendas
de lo que voy a decirte, pues no tiene otro origen que
*mi cariño para contigo) ¿no adviertes cuan vergonzoso es
para tí el verte en la situación en que estoy persuadido
que estás, lo mismo que todos los demás que pasan todo
el tiempo en el estudio de la filosofía? Si alguno en este
(1) Homero, litada, lib. IX, v. 441.
206
momento te echase mano, ó la echase a los que siguen el
mismo rumbo, y te condujese a una prisión, diciendo
que le has ocasionado un daño, aunque fuera falso, bien
conoces cuan embarazado te verías; que se te iria la cabeza
y abrirías la boca todo lo grande que es sin saber
qué decir. Cuando te presentaras delante de los jueces,
por despreciable y villano que fuera tu acusador, serias
condenado a muerte, si se empeñaba en conseguirlo. ¿Qué
estimación, Sócrates, puede merecer un arte que reduce
á la nulidad a los que a él se dedican con las mejores cualidades
, que les pone en estado de no poderse socorrer á
sí mismos, de no poder salvar de los mayores peligros, ni
su persona, ni la de ningún otro; que están expuestos á
verse despojados de sus bienes por sus enemigos, y á
arrastrar en su patria una existencia sin honor ? Es duro
decirlo, pero á. un hombre de estas condiciones puede
cualquiera abofetearle impunemente.
Así créeme, querido
mió; deja tus argumentos; cultiva los asuntos bellos;
ejercítate en lo que te dará la reputación de hombre hábil
, abandonando a otros estas vanas sutilezas, que suelen
considerarse como extravagancias ó puerilidades, y
que concluirían por reducirte a la miseria; y proponte por
modelos, no los que disputan sobre esas frivolidades, sino
las personas que tienen bienes, que tienen crédito y que
gozan de todas las ventajas de la vida.
SÓCRATKS.
Si mi alma fuese de oro, Callicles, ¿no crees que seria
un objeto de gran goce para mí haber encontrado una de
aquellas piedras excelentes que sirven para contrastar el
oro; de manera que aproximando mi alma a esta piedra,'
si el toque era favorable, reconociese sin dudar que estoy
en buen estado, y que no tengo necesidad de ninguna
prueba?
CALLICLES.
¿Á qué viene esa pregunta, Sócrates?
207
SÓCRATES.
Voy a decírtelo: creo haber encontrado en tu persona
este dichoso hallazgo.
CALLICLES.
¿Por qué?
SÓCRATES.
Estoy seguro de que si tú te pones de acuerdo conmigo
acerca de las opiniones que yo tengo en. el alma, estas
opiniones son verdaderas. Observo, en efecto, que para
examinar si un alma se encuentra bien ó mal, es preciso
tener tres cualidades, que precisamente tú reúnes, y que
son: ciencia, benevolencia y franqueza. Encuentroámuchos
que no son capaces de sondearme, porque no son sabios
como tú. Hay otros que son sabios, pero que como
no se interesan por mí como tú, no quieren decirme la
verdad. En cuanto a estos dos extranjeros, Gorgiasy Pólux,
son hábiles ambos, y ambos amigos mios; pero les
falta decisión para hablar, y son más circunspectos de lo
que conviene. ¿Cómo no han de serlo, si, por una indebida
vergüenza, han llevado la timidez hasta el extremo
de contradecirse el uno al otro en preseacia de tantas
personas, y esto sobre objetos que son de los más importantes?
Tú, por el contrario, tienes por de pronto todo lo
que los demás tienen. Eres grandemente hábil, y en ello
convendrán la mayor parte de los atenienses; y además,
eres benévolo para conmigo. Hé aquí por qué creo esto
que digo. Sé, Callicles, que sois cuatro los que habéis estudiado
la filosofía juntos: tú, Tisandro de Afidne, Andron,
hijo de Androtion, y Nausicides de Colargo. Os oí
un dia discutir hasta qué punto convenía cultivar la sabiduría,
y tengo presente que el dictamen que prevaleció,
fué que no debia proponerse nadie llegar a ser un filósofo
consumado; y que mutuamente os encargasteis que cada
cual procurara no hacerse demasiado filósofo, no fuera
que sin saberlo fuerais a perjudicaros. Hoy que al oírme
208
me das el mismo consejo que el que diste a tus más íntimos
amigos, lo considero como una prueba decisiva del interés
que tomas por mí. Que por otra parte tienes lo que se
necesita para bablar con toda libertad y no ocultarme
nada por encogimiento de genio, además de confesarlo tú
mismo, el discurso que acabas de dirigirme lo prueba
perfectamente. Sentados estos preliminares, es evidente
que lo que me concedas en esta discusión sobre el objeto
en que no estamos acordes, babrá pasado por una prueba
suficiente de tu parte y de la mia, y que no será necesario
someterlo a nuevo examen; porque nada dejarás pasar, ni
por falta de luces, ni por exceso de encogimiento; ni
tampoco barás ninguna concesión con intención de engañarme,
siendo mi amigo como dices. Así, pues, el resultado
de tus concesiones y de las mias, será la verdad plena
y concreta. Abora bien, de todas tus consideraciones, Gallictes,
la más preciosa es, sin duda, la que concierne á
los objetos sobre los que me bas dado una lección: qué se
debe ser, a qué es preciso dedicarse, y basta qué punto,
ya en la ancianidad, ya en la juventud. En cuanto a mí,
si el género divida que yo llevo es reprensible en ciertos
conceptos, vive persuadido de que la falta no es voluntaria
de mi parte, y que no reconoce otra causa que la ignorancia.
No renuncies, pues, a darme consejos, ya que
con tan buen éxito bas comenzado; pero explícame a fondo
cuál es la profesión que yo debo abrazar, y cómo tengo
de gobernarme para ejercerla; y si después que nos hayamos
puesto de acuerdo, descubres con el tiempo que
yo no soy fiel a mis compromisos, tenme por un hombre
sin palabra, y en lo sucesivo no me des más consejos,
considerándome indigno de ellos. Exponme de nuevo, te
lo suplico, lo que tú y Píndaro entendéis por justo. Según
dices, si se consulta a la naturaleza, consiste en que el
más poderoso tiene derecho a apoderarse de lo que pertenece
al más débil, el mejor para mandar al menos bueno.
209
y el que vale más para tener más qi» el que vale menos.
¿Tienes otra idea de lo justo? ¿Ó ha sido infiel mi memoria?
CALLICiKS.
Eso es lo que dije, y ahora lo sostengo.
SÓCRATES.
¿Es el mismo hombre al que llamas mejor y más poderoso?
Porque te confieso que no he podido comprender lo
que querías decir, ni si por los más poderosos entendias
los más fuertes, y si es preciso que los más débiles estén
sometidos a los más fuertes, como, a mi parecer lei^nsinuaste
al decir que los grandes Estados atacan a los pequeños
en virtud del derecho de la naturaleza, porque son*
más poderosos y más fuertes; todo lo que parece suponer,
que más poderoso, más fuerte y mejor son una misma
cosa; ¿ó puede suceder que uno sea mejor y al mismo
•tiempo más pequeño y más débil; más poderoso é igualmente
más malo? ¿ó acaso el mejor y el más poderoso
están comprendidos en la misma definición? Distingüeme
claramente si más poderoso, mejor y más fuerte expresan
la misma idea ó ideas diferentes.
CALLICLES.
Declaro terminantemente que estas tres palabras expresan
la misma idea.
SÓCRATES.
En el orden de la naturaleza, ¿la multitud no es más
poderosa que uno solo? Esta misma multitud que, como
decias antes, hace las leyes contra el individuo.
CALLICLES.
Sin contradicción.
SÓCRATES.
Las leyes del mayor número son, por consiguiente, las
de los más poderosos.
CALLICLES.
Seguramente.
TOMO V. 14
210
SÓCBATES.
Y por consiguiente de los mejores; puesto que segun
tú, los más poderosos son igualmente los mejores.
CALLICLES.
Si.
SÓCRATES.
Sus leyes son entonces bellas, conformes con la naturaleza,
puesto que son las de los más poderosos.
CALLICLES.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
Ahora bien, la generalidad ¿no cree que la justicia
•consiste, como tú decias hace un momento, en la igualdad,
y que es más feo cometer una injusticia que sufrirla?
¿Es cierto esto ó nó? Y líbrate de mostrar aquí encogimiento.
¿No piensan los más que es justo tener tanto y no
más que los otros, y que es más feo hacer una injusticia
que sufrirla? No rehuses responder a esta pregunta, Callicles,
á fin de que si convienes en ello, me afirme yo en
mi opinión, viéndola apoyada con el voto de un hombre
competente.
CALLICLES.
Pues bien, sí; la generalidad está en esa persuasión.
SÓCRATES.
Por lo tanto, no es sólo conforme a la ley, sino también
conforme a la naturaleza, que es más feo hacer una injusticia
que sufrirla, y la justicia consiste en la igualdad. De
manera que resulta que tú no decias la verdad antes, y
que me acusabas sin razón al sostener que la naturaleza
y la ley se oponían la una a la otra, que yo lo sabia
muy bien, y que me servia de este conocimiento para
tender lazos en mis discursos, haciendo que recayera la
disputa sobre la ley, cuando se hablaba de la naturaleza,
y sobre la naturaleza cuando se hablaba de la ley.
211
CAUICLKS.
Este hombre no cesará nunca de decir nimiedades. Sócrates,
respóndeme: ¿no te da. rubor, a tu edad, andar á
caza de palabras, y creer que has triunfado en la disputa
por torcer el sentido de una expresión? ¿Piensas que por
los más poderosos entiendo otra cosa que los mejores? ¿No
te be diclio repetidamente, que tomo estos términos,
mejor y más poderoso, en la misma acepción? ¿Te imaginas,
que pueda yo pensar que se deba tener por ley lo
que se haya resuelto en una asamblea compuesta de un
montón de esclavos y de gentes de toda especie, que no
tienen otro mérito quizá que la fuerza de sus cuerpos?
SÓCRATES.
En buen hora, muy sabio Callicles. ¿Es así como tú lo
entiendes?
CALLICLBS.
Sin duda.
SÓCRATES.
Sospechaba efectivamente desde luego, querido mió,
que tomabas el término, más poderoso, en ese sentido, y
yo no te interrogué sino por el deseo de conocer claramente
tu pensamiento; porque probablemente no crees
que dos sean mejores que uno, ni tus esclavos mejores
que tú, porque son más fuertes. Dime de nuevo a quiénes
llamas mejores, puesto que no son los más fuertes; y por
favor procura instruirme de una manera más suave, para
que no me vaya de tu escuela.
CALLICLES.
Te burlas, Sócrates.
SÓCRATES.
No, Callicles, no por Zeto, bajo cuyo nombre te burlaste
antes de mí anchamente. Pero adelante; dime á
quiénes llamas tú mejores.
CALLICLES.
Los que valen más.
212
SÓCRATES.
Observa que no dices más que palabras, y que no explicas
nada. ¿No me dirás si por los mejores y los más
poderosos entiendes los más sabios ú otros semejantes?
CALLICLKS.
Sí, ¡por Júpiterl eso es, precisamente.
SÓCRATES.
De esa manera, muchas veces un sabio es mejor a tu
juicio que diez mil que no lo son; a él es a quien corresponde
mandar y a los otros obedecer; y en calidad de jefe
debe saber más que sus subditos. Hé aquí, a mi parecer,
lo que quieres decir, si es cierto que uno solo es mejor
que diez mil, y yo no estrujo las palabras.
CALLICLES.
Es justamente lo que yo digo: y en mi opinión es justo,
según la naturaleza, que el mejor y más sabio mande, y
que posea más que los que no tienen mérito.
SÓCRATES.
Mantente firme en eso. ¿Qué respondes ahora a lo siguiente?
Si estuviéramos muchos en un mismo sitio, como
estamos aquí, y tuviéramos en común diferentes viandas
y diferentes bebidas; y nuestra reunión se compusiese de
toda clase de gentes, los unos fuertes, los otros débiles; y
que uno entre nosotros, en su calidad de médico, tuviese
más conocimiento que los demás tocante al uso de estos
alimentos; y que por otra parte fuese, como es probable,
más fuerte que unos y más débil que otros; ;,no es cierto
que este hombre, siendo más sabio que los demás, será
igualmente el mejor y más poderoso con relación a estas
cosas?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Porque es mejor, ¿deberá tener una parte mayor de alimentos
que los demás? ¿Ó más bien por su cualidad de
213
jefe debe encargarle de la distribución de todo? Y en
punto al consumo de alimentos y de su uso para el sostenimiento
de su propio cuerpo, ¿no es preciso que se abstenga
de tomar más que los demás, sopeña de sentir
alguna incomodidad? ¿no debe tomar más que unos y
menos que otros, ó menos que todos si es el más débil,
aunque sea el mejor, Callicles? ¿No es así, querido mió?
CALLICLES.
Tú me hablas de alimentos, de brebajes, de medicinas
y de otras necedades semejantes. No es esto lo que yo
quiero decir.
SÓCRATES.
¿No confiesas que el más sabio es el mejor? Concede
ó niega.
CALLICLES.
Lo concedo.
SÓCRATES.
Y que el mejor debe tener más.
CALLICLES.
Si, pero no se trata de alimentos, ni de bebidas.
SÓCRATES.
Entiendo; quizá se trata de trajes; y es preciso que el
más hábil en fabricar telas lleve el traje más grande, y
vaya cargado con un número mayor de vestidos y con
los más preciosos?
CALLICLES.
¿De qué trajes hablas?
SÓCRATES.
Al parecer el más entendido en hacer calzado y el que
más sobresalga en este género, es preciso que tenga más
calzado que los otros; y el zapatero debe ir por las calles
con más zapatos y más grandes que los demás.
CALLICLES.
¿Qué zapatos? jTú chocheas!
214
SÓCRATES.
Si no es esto lo que tienes en cuenta, quizá sea lo que
voy a decir; por ejemplo: el labrador entendido, sabio y
hábil en el cultivo de las tierras debe tener más semillas
y sembrar en sus campos mucho más que los demás.
CALLICLBS.
Siempre sacas a colación las mismas cosas, Sócrates.
SÓCRATES.
No sólo las mismas cosas, sino sobre el mismo objeto.
CALLICLES.
Pero, I por todos los dioses! Sin cesar tienes en la boca
los zapateros, bataneros, cocineros, médicos, como si aquí
se tratara de ellos.
SÓCRATES.
¿No me dirás, en fin, en qué debe ser más poderoso y
más sabio aquel, a quien la justicia autorice para tener
más que los demás? ¿Consentirás que yo te sugiera la
respuesta, ó querrás más bien darla tú?
CALLICLES.
Ya hace tiempo que te lo dije. Por de pronto, por los
más poderosos yo no entiendo, ni los zapateros, ni los cocineros,
sino los hombres entendidos en los negocios públicos
y en la buena administración del Estado; y' no
sólo entendidos, sino valientes, capaces de ejecutar los
jfroyectos que han concebido, sin cejar por molicie y debilidad
de alma.
SÓCRATES.
Ya lo ves, mi querido Callicles, no son los mismos los
cargos que uno a otro nos hacemos. Tú me motejas por
que digo siempre las mismas cosas, y lo calificas hasta
de crimen. Y yo me quejo, por el contrario, de que tú
no hablas nunca de una manera uniforme sobre los mismos
objetos,-y de que por los mejores y más poderosos
entiendes tan pronto los más fuertes como los más sabios.
Y hé aquí que ahora nos das una tercera definición, y al
216
presente los más poderosos y los mejores son en tu opinión
los más valientes. Querido mió, díme de una vez a quiénes
llamas mejores y más poderosos y con relación a qué.
CALLICLES.
Ya te he dicho, que son los hombres hábiles en los negocios
políticos y valientes; a ellos pertenece el gobierno
de los Estados, y es justo que tengan más que los otros,
puesto que ellos mandan y éstos obedecen.
SÓCRATES.
¿Son, mi querido amigo, los que se mandan a sí mismos?
¿Ó en qué haces consistir su imperio y sa dependencia?
CALMÓLES.
¿De qué hablas?
SÓCRATES.
Hablo de cada individuo, en tanto que se manda a sí
mismo. ¿Es que no es necesario ejercer ese imperio sobre
sí mismo, sino solamente sobre los demás?
CALLICLES.
¿Qué entiendes por mandarse a sí mismo?
SÓCRATES.
Nada de extraordinario, sino lo que todo el mundo entiende
; ser moderado, dueño de sí mismo, y mandar en
sus pasiones y deseos.
CACLICLES.
1 Estás encantador, Sócrates! Con el nombre de moderados
vienes a hablarnos de los imbéciles.
SÓCRATES.
¿Cómo? No hay nadie que no comprenda que no es eso
lo que quiero decir.
CALLICLES.
Es eso, Sócrates. En efecto, ¿cómo un hombre podría
• ser feliz si estuviera sometido a algo, sea lo que sea? Pero
voy a decirte con toda libertad en qué consiste lo bello y
lo justo en el orden de la naturaleza. Para pasar una vida
216
dichosa es preciso dejar que las pasiones tomen todo el
crecimiento posible y no reprimirlas. Cuando e.stas han
llegado a su colmo, es preciso ponerse en situación de satisfacerlas
con decisión y habilidad, y llenar cada deseo á
medida que nace. Es lo que la mayor parte de los hombres,
á mi juicio, no pueden hacer; y de aquí nace que
condenan a todos aquellos que lo consiguen, ocultando,
porque les da vergüenza, su propia impotencia. Dicen que
la intemperancia es una cosa fea ; como dije antes, encadenan
á los que han nacido con mejores cualidades que
ellos, y no pudiendo suministrar a sus pasiones con qué
contentarlas, hacen el elogio de la templanza y de la justicia
por pura cobardía. Y a decir verdad, para el que ha
tenido la fortuna de nacer hijo de rey, ó que ha tenido bastante
grandeza de alma para procurarse alguna soberanía
, como una tiranía ó un reinado, nada seria más vergonzoso
y perjudicial que la templanza; toda vez que un
hombre de estas condiciones, pudiendo gozar de todos los
bienes de la vida sin que nadie se lo impida, seria un insensato
si erigiese en sus propios dueños las leyes , los
discursos y la censura del público. ¿Cómo podia dejar de
hacerle desgraciado esa pretendida belleza de la justicia
y de la templanza, puesto que le quitaba la libertad de
dar más a sus amigos que a sus enemigos, y esto siendo
al mismo tiempo soberano en su propia ciudad? Tal es el
estado de las cosas, Sócrates, atendida la verdad, que es
la que tú. buscas, según dices. La molicie, la intemperancia,
la licencia, cuando nada les falta; hé aquí en qué
consisten la virtud y la felicidad. Todas esas otras bellas
ideas y esas convenciones, contrarias a la naturaleza, no
son más que extravagancias humanas, en las que no debe
pararse la atención.
SÓCRATES.
Acabas, Callicles, de. exponer tu opinión con mucho
arranque y desenfado; te explicas claramente sobre cosas
217
que los demás piensan, es cierto, pero que no se atreven
á decir. Te conjuro a que no aflojes en manera alguna, á
fin de que veamos en claro el género de vida que es preciso
abrazar. Dime: ¿sostienes que para ser tal como debe
uno ser, no es preciso reñir con sus pasiones, sino antes
bien dejarlas que crezcan cuanto sea posible, y procurar
por otra parte satisfacerlas, y que en esto consiste la virtud?
CALUCLES.
Sí, lo sostengo.
SÓCRATES.
Sentado esto, resulta que es un gran error el decir que
los que. no tienen necesidad de nada son dichosos.
CALUCLES.
De otro modo, nada seria más dichoso que las piedras
y los cadáveres.
SÓCRATES.
Pero aun así seria una vida terrible esa de que hablas.
En verdad, no me sorprendería que lo que dice Eurípides
fuese cierto :
¿Quién sabe si la vida es para iwsotrosuna muerte y la muerte una vida?
Quizá nosotros morimosrealmente, como he oido decir a un sabio, que pretendía
que nuestra vida actual es una muerte y nuestro
cuerpo una tumba, y que esta parte del alma donde residen
las pasiones es naturalmente tornadiza en sus opiniones
y susceptible de pasar de un extremo al otro. Un
hombre de talento, siciliano quizá ó italiano (1), explicando
esto mediante una fábula, en lo que era muy
entendido, haciendo alusión al hombre, llamaba a esta
parte del alma un tonel, a causa de la facilidad con que
cree y se deja persuadir (2), y llamaba a los insensatos
profanos que no han sido iniciados. Comparaba la parte
del alma de estos insensatos, en la que residen las pasio-
(1) Sin duda un filósofo pitagórico.
(2) IIíOo? significa un tonel; üiOavói;, que es fácil de persuadir;
juego de palabras que no se puede notar en la traducción.
nes, en cuanto es intemperante y no puede retener nada,
á un tonel sin fondo, a causa de su insaciable avidez. Este
hombre, Callicles, decia, en contra de tu opinión, que de
todos los que están en el infierno, (entendía por esta palabra
lo invisible) (1), los más desgraciados son estos profanos,
que llevan a un tonel agujereado el agua, que sacan
con una criba igualmente agujereada. Esta criba,
decia, explicándome su pensamiento, es el alma; y designaba
por una criba el alma de estos insensatos, para
demostrar que está agujereada, y que la desconfianza y
el olvido no le permiten retener nada. Toda esta explicación
es bastante extravagante. Sin embargo, ella patentiza
lo que yo quiero darte a conocer-, para ver si puedo
conseguir que mudes de opinión y que prefieras a una
vida insaciable y disoluta una vida arreglada, que se
contenta con lo que se venga a la mano, y que no desea
más. ¿He ganado, en efecto, terreno sobre tu espíritu, y
volviendo sobre tí mismo crees que los hombres moderados
son más dichosos que los relajados; ó es cosa que
nada he adelantado, y que aun cuando refiriera muchas
explicaciones mitológicas como ésta no por eso estás más
dispuesto a mudar de opinión?
CALLICLES.
Dices verdad en cuanto al último punto, Sócrates.
SÓCRATES.
Permite que te proponga un nuevo emblema, que es de
la misma escuela que el precedente. Mira, si lo que dices
de estas dos vidas, la moderada y la desarreglada, no es
como si supusieses que dos hombres tienen un gran número
"de toneles; que los toneles de uno están en buen estado
y llenos, éste de vino, aquél de miel, un tercero de
leche, y los demás de otros muchos licores; que, por otra
parte, los licores son raros, difíciles de adquirir, y que no
(1)
"ASTJÍ se forma, en efecto, de CXTSTÍÍ por contracción.
219
se puede uno hacer con ellos sino con muchas dificultades;
que una vez llenados los toneles no haya ningún
derrame ni tenga el dueño ninguna inquietud, y en este
punto esté muy tranquilo; y que el otro pueda también,
aunque con la misma dificultad, hacerse con los mismos
licores que el primero, pero que, por lo demás, estando
sus toneles agujereados y podridos, se vea en la precisión
de estarlos renovando dia y noche, viéndose agitado con
continuas molestias. Siendo este cuadro la imagen de una
y otra vida, ¿dirás que la del libertino es más dichosa que
la del moderado? ¿Será posible que no convengas aún en
que la condición del segundo es preferible a la del primero?
¿Ó no causa esto ninguna impresión en tu espíritu?
CALLICLES.
Ninguna, Sócrates; porque este hombre, cuyos toneles
permanecen llenos, no disfruta ningún placer, y desde que
los ve una vez llenos se verifica lo que dije antes: que
vive el dueño como una piedra, sin sentir en adelante ni
placer ni dolor. Al contrario, la dulzura de la vida consiste
en derramar cuanto sea posible.
SÓCRATES.
¿No es necesario que si mucho se vierte, mucho se
derrame, y no son precisos grandes agujeros para estos
derramamientos ?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
La condición de que hablas no es ciertamente la de un
cadáver ó de una piedra, sino que es la de un abismo.
Además, dime: ¿no reconoces lo que se llama tener hambre,
y comer teniendo hambre?
CALLICLES.
Si.
SÓCRATES.
¿Lo mismo que tener sed y beber teniendo sed?
220
CALI,ICI.ES.
Sí; j sostengo que es vivir dichoso el experimentar estos
deseos y otros semejantes, y estar en situación de poderlos
satisfacer.
SItCHATES.
Muy bien, querido mió; continúa como has comenzado,
y estáte alerta, no sea que la vergüenza se apodere de ti.
Y también es preciso, por mi parte, que no me ruborice.
Por lo pronto, dime: ¿es vivir dichoso tener sarna y comezón,
tener que rascarse en grande y pasar toda su vida
en este rascamiento?
CALLICLES.
¡Qué absurdos dices, Sócrates, y qué hablador eres!
SÓCRMKS.
Pues así impuse silencio é hice ruborizar a Pólux y á
Gorgias. Tú, a fe que no hay miedo de que te acobardes
ni te ruborices, porque eres demasiado valiente; pero responde
á mi pregunta.
CALLICLES.
Digo que el que se rasca vive agradablemente.
SÓCRATES.
Y si su vida es agradable, ¿no es dichosa?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿Bastará que experimente comezón sólo en la cabeza?
¿Ó es preciso que le sienta en alguna otra parte? Contéstame.
Mira, Callicles, lo que respondes, si se han de llevar
las cuestiones de este género tan lejos cuanto puedan
ir. Y para decirlo de una vez, concedido esto, ¿no es
triste, vergonzosa y miserable la vida de los hombres
corrompidos ? ¿ Te atreverás a sostener que estos hombres
son dichosos, si tienen medios abundantes para satisfacer
sus apetitos?
221
CALLICLES.
¿No te avergüenzas, Sócrates, de hacer recaer la conversación
sobre semejantes objetos?
SÓCRATES.
¿Soy yo, querido mió, el que da motivo, ó lo es el que
sienta resueltamente por base que el que siente placer, de
cualquier naturaleza que sea , es dichoso, sin hacer ninguna
distinción entre los placeres honestos y los inhonestos?
Explícame aún esto. ¿Pretendes que lo agradable y
lo bueno son una misma cosa? ¿Ó admites que hay cosas
agradables, que no son buenas?
CALLICLES.
Para que no haya contradicción en mi discurso, como
la habria si dijera que lo uno es diferente de lo otro , respondo
que son la misma cosa.
SÓCRATES.
Echas a perder todo lo que se ha dicho precedentemente,
y ya no podremos decir que buscamos la verdad con sinceridad,
si falseas tu pensamiento, mi querido Callicles.
CALLICLES.
Tú me das el ejemplo, Sócrates.
SÓCRATES.
Si es así, yo obro mal lo mismo que tú. Pero mira,
querido mió, si el bien sólo consiste en el placer, cualquiera
que él sea; porque si esta opinión es verdadera,
.resultan,al parecer, todas las consecuencias vergonzosas,
que acabo de indicar con palabras embozadas y otras muchas
semejantes.
CALLICLES.
Sí, alo que tú crees, Sócrates.
SÓCRATES.
¿Y tú, Callicles, aseguras de .buenas a buenas que esto
es cierto ?
CALLICLES.
Sí.
223
SÓCRATES.
¿Combatiré esta opinión considerando que la sostienes
formalmente?
CALLICLES.
Muy formalmente.
SÓCRATES.
En buen hora. Puesto que es tal tu manera de pensar,
explícamelo. ¿No hay una cosa a que llamas ciencia?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿No hablaste antes del valor imido a la ciencia?
CALLICLES.
Es cierto.
SÓCRATES.
¿No los has distinguido, en cuanto el valor es otra cosa
que la ciencia?
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Pero el placer, ¿es lo mismo que la ciencia, ó difiere
de ella?
CALLICLES.
Difiere de ella, muy discreto Sócrates.
SÓCRATES.
Y el valor, ¿es igualmente diferente del placer?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Aguarda, para que se nos grave esto en la memoria:
Callicles de Acarnea sostiene que lo agradable y lo bueno
son una misma cosa, y que la ciencia y el valor son diferentes
entre sí, y ambos, de lo bueno. Sócrates de Alopeces,
¿conviene ó nó en esto?
223
CALLICLES.
No conviene.
SÓCRATES.
Tampoco creo yo que Callicles consienta en ello cuando
reflexione seriamente sobre sí mismo. Porque dime, ¿no
crees que la manera de ser de los que son dichosos es contraria
á la de los desgraciados?
CALLICLES. '
Sin duda.
SÓCRATES.
Puesto que estas dos maneras de ser son opuestas, ¿no
es necesario que suceda con ellas lo que con la salud y
con la enfermedad? Porque el mismo hombre no está al
mismo tiempo sano y enfermo, y no pierde la salud al
mismo tiempo que está libre de la enfermedad.
CALLICLES.
¿Qué quieres decir?
SÓCRATES.
. Lo siguiente: tomemos por ejemplo la parte del cuerpo
que quieras. ¿No se padece algunas veces una enfermedad
que se llama oftalmía?
CALilCLES.
¿Quién lo duda?
SÓCRATES.
Es claro que al mismo tiempo no se tienen los ojos sanos.
CALLICLES.
De ninguna manera.
SÓCRATES.
lY qué! Cuando uno se cura de la oftalmía, ¿pierde la
salud de los ojos, y se ve uno privado a la vez de lo uno
y de lo otro?
CALLICLES.
No, ciertamente.
SÓCRATES.
Porque eso seria prodigioso y absurdo. ¿No es asi?
224
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Pero a mi entender, lo uno viene y lo otro se va sucesivamente.
CALLICLES.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
¿No debe decirse otro tanto de la fuerza y de la debilidad?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿Y lo mismo de la velocidad y de la lentitud?
• CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿Se adquieren, pues, a la vez y se pierden uno en pos
de otro los bienes y los males, la felicidad y la desgracia?
CALLICLES.
Sí, ciertamente.
SÓCRATES.
Y así, si descubrimos algunas cosas que se pierden y se
poseen al mismo tiempo, ¿no será prueba evidente de que
no son ni un mal ni un bien? ¿Confesaremos esto? Examínalo
bien antes de responder.
CALLICLES.
Sin dudar lo confieso.
SÓCRATES.
Volvamos, pues, a lo que convinimos antes. ¿Has dicho
del hambre que era una sensación agradable ó dolorosa?
Hablo del hambre tomada en sí misma.
CALLICLES.
Sí, es una sensación dolorosa. Y comer con hambre es
una cosa agradable.
225
SÓCRATES.
Ya entiendo; pero el hambre en sí misma ¿es dolorosa
ónó?
CAUICLES.
Digo que lo es.
SÓCRATES.
¿Y la sed también, sin duda?
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
¿Necesito hacerte nuevas preguntas? 4Ó convienes en
que toda necesidad y todo deseo son dolorosos?
CALLICLES.
Convengo en ello; no interrogues más.
SÓCRATES.
En buen hora. Beber teniendo sed, ¿no es, en tu opinión,
una cosa agradable?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿No es cierto que tener sed causa dolor?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Y beber ¿no es procurarse la satisfacción de una necesidad
y un placer?
CALLICLES.
Si.
SÓCRATES.
Luego beber es tener un placer.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Y lo es porque se tiene sed.
TOMO V. 15
22fi
C\LI.10LES.
Si.
SÓCRATES.
¿Es decir, porque se experimenta dolor?
CALLICLES.
SI.
SÓCRATKS.
De aquí resulta que cuando dices; beber, teniendo sed,
es como si dijeses: sentir placer, experimentando dolor.
Estas dos sensaciones ¿no concurren al mismo tiempo y
en el mismo lug'ar, ya del alma, ya del cuerpo, como
quieras, porque esto, a mi parecer, nada significa? ¿Es
cierto ó nó?
CALLICLES.
Es cierto.
SÓCllATES.
Pero ¿no has confesado que es imposible ser desgraciado
al mismo tiempo que uno es dichoso ?
CALLICLES.
Y lo sostengo aún.
SÓCRATES.
Acabas de reconocer también que se puede experimentar
placer sintiendo dolor.
CALLICLES.
Asi parece.
SÓCRATES.
Luego sentir placer no es ser dichoso, ni sentir dolor
ser desgraciado; y por consiguiente, lo agradable es distinto
de lo bueno.
CALLICLES.
Yo no sé qué razonamientos capciosos empleas, Sócrates.
SÓCRATES.
Tú lo sabes muy bien, pero disimulas, Callicles. Todo
es una broma de tu parte. Pero pasemos adelante, para
227
que veas en claro hasta qué punto eres sabio tú que me
das consejos. ¿No se cesa al mismo tiempo de tener sed
y sentir el placer que se tiene en beber?
C ALUCIES.
No entiendo nada de lo que dices.'
GORGIAS.
No hables asi, Callicles; responde aunque sea sólo por
respeto a nosotros, a fin de que concluya esta disputa.
CALLICLES.
Sócrates es siempre el mismo, Gorgias. Se vale de preguntas
ligeras, que nada importan, y después os refuta.
GORGIAS.
¿Qué te importa? No es cosa que te atañe, Callicles.
Tú te has comprometido a dejar a Sócrates argumentar
á su manera.
CALLICLES.
Continúa, pues, tus lacónicas y minuciosas preguntas,
puesto que tal es el dictamen de Gorgias (1).
SÓCRATES.
Tienes la fortuna, Callicles, de haberte iniciado en los
grandes misterios antes de estarlo en los pequeños. Yo no
hubiera creido que fuese esto permitido. Vuelve ahora al
punto en que lo dejaste, y dime si no se cesa al mismo
tiempo de tener sed y de sentir placer.
CALLICLES.
Lo confieso.
SÓCRATES.
¿No se pierde, asimismo, a la vez la sensación del hambre
y de los otros deseos y la del placer?
CALLICLES.
Es cierto.
(1) Se ve clarampnte cuál es el móvil de Gorgias. Sócrates le
ha refutado; quiere que Callicles sea refutado a su vez, para que,
quedando iguales, nada tengan que echarse en cara.
22S
SÓCRATES.
¿Se cesa al mismo tiempo de tener dolor y placer?
CALLICtES.
Si.
SÓCRATES.
Ahora bien, no se pueden perder a la vez, y de ello
estás convencido, los bienes y los males. ¿Convienes aún
en esto?
CALLICLES. .
Sin duda; ¿qué se sig-ue de ahí?
SÓCRATES.
Se sigue de aquí, mi querido amigo, que lo bueno y lo
agradable, lo malo y lo doloroso, no son la misma cosa,
puesto que se cesa al mismo tiempo de experimentar los
unos y no los otros, y esto prueba su diferencia. ¿Cómo,
en efecto, lo agradable puede ser lo mismo que lo bueno,
y lo doloroso que lo malo? Examina aún esto, si quieres,
de otra manera; porque no creo que estés tampoco de
acuerdo contigo mismo. Veámoslo. ¿No llamas buenos
á los que son buenos a causa del bien que hay en
ellos, como llamas bellos a aquellos en quienes se encuentra
la belleza?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Pero, ¿llamas hombres de bien a los insensatos y a los
cobardes? No hacías eso antes, sino que dabas este nombre
á los valientes "é inteligentes. ¿ Sostienes aún que estos
son los hombres de bien?
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
¿No has visto, en la alegría, jóvenes desprovistos de
razón?
229
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿No has visto igualmente, en la alegría, hombres hechos
que eran insensatos?
CALLICLBS.
Así lo pienso. ¿Pero a qué vienen estas preguntas?
SÓCRATES.
A nada; contimia respondiendo.
CALLICLES.
Los he visto.
SÓCRATES.
¿ Y no has visto hombres razonables en la tristeza y la
alegría?
CALLICLES.
SÍ-
SÓCRATES.
¿Cuáles sienten más vivamente la alegría y el dolor,
los inteligentes ó los insensatos?
CALLICLES.
No creo que haya gran diferencia.
SÓCRATES.
Me basta eso. ¿No has visto en la guerra hombres cobardes?
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Cuando los enemigos se retiraban, ¿cuáles te han parecido
manifestar más alegría, los cobardes ó los valientes?
CALLICLES.
Me parecía que tan pronto los unos como los otros se
regocijaban más, ó por lo menos casi igualmente.
SÓCRATES.
Eso nada importíf. Los cobardes, isienten, pues, igualmente
alegría?
230
CALLICLES.
Mucho.
SÓCRATES.
¿Y los insensatos lo mismo, a lo que parece?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Cuando el enemigo avanza, ¿son los cobardes solos los
que se entristecen, ó son también los valientes?
CALLICLES.
Los unos y los otros.
SÓCRATES.
¿Se entristecen igualmente?
CALLICLES.
Los cobardes se entristecen más.
SÓCRATES.
Y cuando el enemigo se retira, ¿no son también ellos
los más alegres?
CALLICLES.
Quizá.
SÓCRATES.
De esa manera los insensatos y los sabios, los cobardes
y los valientes, sienten el dolor y el placer casi igualmente,
por lo que tú dices, y los cobardes más que los
valientes.
CALLICLES.
Lo sostengo.
SÓCRATES.
Pero los sabios y los valientes son buenos; los cobardes
y los insensatos son malos.
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Los buenos y los malos experimentan entonces el placer
y el dolor poco más ó menos igualmente.
231
GALLICLES.
Lo sostengo.
SÓCRATES.
¿Pero los buenos y los malos son poco más ó menos
igualmente buenos ó malos? Ó más bien, los malos ¿no
son mejores y peores que los buenos?
CALLICLES.
¡Por Júpiter! No sé lo que dices.
SÓCRATES.
¿No sabes que bas dicho que los buenos son buenos por
la presencia del bien, y los malos son nialos por la del
mal, y que el placer es un bien y el dolor un mal?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
El bien ó el placer se encuentran en los que sienten la
alegría, y al tiempo mismo que la sienten.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿Luego los que sienten placer son buenos á. causa de la
presencia del bien?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Pero el mal y el dolor, ¿no se encuentran en los que
sienten pena?
CALLICLES.
Sin duda. , .
SÓCRATES.
¿Sostienes aún que los malos son malos a causa de la
presencia del mal?
CALLICLES.
Lo sostengo aún.
232
SÓCRATES.
De manera que los que experimentan alegría, son buenos;
y los que experimentan dolor, malos.
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Y lo son más, si estas sensaciones son vivas; menos, si
son más débiles; é igualmente, si son iguales.
CALLICLES.
Sí. •
SÓCRATES.
¿No pretendes que los sabios y los insensatos, los cobardes
y los valientes, sienten placer y dolor poco más ó menos
de igual modo; y aún más los cobardes?
CALLICLES.
Si.
SÓCRATES.
Saca conmigo las consecuencias que se deducen de estas
premisas concedidas; porque es cosa muy preciosa,
como suele decirse, considerar y decir hasta dos y tres
veces las cosas bellas. Reconocemos que el sabio y el valiente
son buenos; ¿no es así?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿Y que el insensato y el cobarde son malos?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Además, que el que gusta "del placer, es bueno.
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Y el que siente dolor, malo.
233
CALLICLES.
Necesariamente.
SÓCRATES.
En fin, que el bueno y el malo experimentan igualmente
placer y dolor, y el malo quizá más.
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Luego el malo se hace igualmente bueno, y si quiere
mejor que el bueno. Esto y lo que se ha dicho antes ¿no
es todo consecuencia necesaria de la opinión de los que
confunden lo bueno y lo agradable? ¿No son inevitables
estas Consecuencias, Callicles?
CALLICLES.
Há mucho tiempo, Sócrates, que te escucho y te concedo
muchas cosas, reflexionando al mismo tiempo, que
si se te concede algo, aunque sea por via de pasatiempo,
te apoderas de ello con el mismo anhelo que los niños.
¿Piensas que mi opinión ó la de cualquiera otro hombre
no es que los placeres son los unos mejores y los otros
peores?
SÓCRATES.
¡Ah! ¡ah! Callicles, eres muy astuto! Me tratas como
un niño, diciéndome tan pronto que las cosas son de una
manera como de otra, y sólo procuras engañarme. No
creia, cuando comenzamos, que tuvieras semejante intención,
porque te tenia por mi amigo. Pero me he equivocado,
y veo claramente que necesito contentarme, según
el antiguo viejo proverbio, con las cosas tales como son
y tales como me las presentas. Dices ahora, al parecer,
que unos placeres son buenos y otros malos, ¿no es así?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿Los buenos son ventajosos y los malos dañosos?
234
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿Los ventajosos son, sin duda, los que procuran algún
bien, y los malos los que causan un mal?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿Hablas de los placeres que voy a decirte, como por
ejemplo, respecto del cuerpo, los que se experimentan al
comer y al beber? ¿Y no tienes por buenos los que procuran
al cuerpo la salud, la fuerza, ó cualquiera otra cualidad
semejante; y por malos los que engendran las cualidades
contrarias?
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
¿No sucede lo mismo con los dolores, siendo unos buenos
y otros malos?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿ No debemos escoger y proporcionarnos los placeres
y los dolores que causan bien?
CALLICLES.
Sí, ciertamente.
SÓCR-ATES.
,¿Y huir de los que causan mal?
CALLICLES.
Es evidente.
SÓCRATES.
Porque, silo tienes presente, hemos convenido Pólux
y yo en que en todas las cosas se debe obrar en vista del
bien. ¿Piensas igualmente, como nosotros, que el bien es
el fin de todas las acciones, y que todo lo demás a él
235
debe referirse y no él referirse a todo lo demás? ¿Unes tu
voto a los nuestros?
CALLICLBS.
Sí.
SÓCRATES.
Así, es preciso hacer todas las cosas, hasta las agradables
, en vista del bien; y no el bien en vista de lo agradable
.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿Está cualquiera en estado de discernir, entre las cosas
agradables, las buenas de las malas? ¿Ó bien hay necesidad
para esto de una persona experta en cada asunto?
CALUCLES.
Hay necesidad de eso.
SÓCRATES.
Recordemos aquí lo que he dicho antes con este motivo
á Pólux y Gorgias. Decia yo, si lo recuerdas, que hay
ciertas industrias que sólo proporcionan placer y, limitándose
á procurarlo, ignoran lo que es bueno y lo que es
malo; y que hay otras que tienen este conocimiento. Entre
las industrias que tienen por objeto los placeres del
cuerpo he puesto la cocina, no como un arte, sino como
una rutina; y he contado la medicina entre las artes que
tienen el bien por objeto. Pero |en nombre de Júpiter,
que preside a la amistad! no creo, Callicles, que debas
divertirte conmigo, ni responderme contra tu pensamiento
lo que se te viene a la boca, ni tomar lo que yo digo por
una fruslería. Ya ves que nuestra conversación versa sobre
una materia muy importante. ¿Y qué hombre, en
efecto, si tiene algún discernimiento, mostrará por cualquier
objeto, sea el que sea, mayor celo que por el de
saber de qué manera debe de vivir; si debe abrazar la
vida a la que tú le invitas, y obrar como debe obrar un
236
hombre, según tú, discurriendo delante del pueblo reunido
, ejercitándose en la Retórica y administrando los
negocios públicos de la manera que boy se administran; ó
si debe preferir la vida consagrada a la filosofía; y en
qué esta yida difiere de la precedente? Quizá es mejor distinguir
la una de la otra, como quise hacer antes; y después
de haberlas separado y haber convenido nosotros en
que son dos vidas diferentes , examinar en qué consiste
esta diferencia y cuál de las dos debe ser preferida. Quizá
no comprendes aún lo que quiero decir.
CALLICLKS.
No, verdaderamente.
SÓCRATES.
Voy a explicártelo con mayor claridad. Estamos de
acuerdo en qué existen lo bueno y lo agradable, y en que
lo agradable es distinto de lo bueno; y además en que
hay ciertas industrias y ciertos modos de procurarlos, que
tienden los unos a la adquisición de lo agradable, los
otros ala de lo bueno. Oomienza, por lo pronto, por concederme
ó por negarme este punto.
CALLICLES.
Lo concedo.
SÓCRATES.
Veamos si me concedes igualmente que lo que yo decia
á Pólux y a Gorgias te ha parecido cierto. Les decia que
la industria del cocinero no me parecía arte, sino una rutina;
y que, por el contrario, la medicina es un arte;
fundándome para esto en que la medicina ha estudiado la
naturaleza del objeto sobre que se ejerce, conoce las causas
de lo que ella hace, y puede dar razón de cada una
de sus operaciones; mientras que la cocina, consagrada
por entero a los aderezos del placer, tiende a este objeto
sin ser dirigida por ninguna regla, y sin haber examinado
ni la naturaleza del placer, ni los motivos de sus
operaciones; que está desprovista de razón; no da cuenta,
237
por decirlo así, de nada, y no es más que un hábito, una
rutina, un siiüple recuerdo, que se conserva, de lo que se
acostumbra a practicar, y mediante el cual se procura el
placer. Considera, por lo pronto, si esto té parece exacto;
y en seguida, si con relación al alma hay profesiones semejantes
, caminando las unas según las reglas del arte,
y teniendo cuidado de procurar a aquella lo que le es ventajoso;
y desentendiéndose otras de este punto, y como dije
antes respecto al cuerpo, ocupándose únicamente del placer
del alma y de los medios de procurarlo, sin examinar en
manera alguna cuáles son los buenos y los malos placeres,
y pensando sólo en todo lo que afecte al alma agradablemente,
sea ó nó ventajoso para ella. Yo pienso, Callicles,
que hay profesiones de esta clase, y digo que una de ellas
es la adulación, tanto con relación al cuerpo, como con relación
al alma, como con relación a cualquiera otra cosa
á la que procure placer, sin hacer la menor indagación
acerca de lo que la es perjudicial ó útil. ¿Eres tú del
mismo dictamen que yo, ó de opinión contraria?
CALLICLES.
No, pero te concedo esto a trueque de que se termine
la disputa y por complacer a Gorgias.
SÓCRATES.
La adulación de que yo hablo, ¿tiene lugar respecto á
un alma y no respecto a dos ó a muchas?
CALLICLES.
Tiene lugar respecto a dos y a muchas.
SÓCRATES.
De esa manera se puede tratar de complacer a una
multitud de almas reunidas, sin cuidarse délo que es más
ventajoso para ellas.
CALLICLES.
Así lo pienso. ~
SÓCRATES.
¿Podrías decirme cuáles son las profesiones que produ-
•238
cen este efecto? Ó mejor, si lo prefieres, yo te interrogaré,
y a medida que te parezca que una profesión es de este
género, tú dirás: sí; y si juzgas que no lo es, dirás: nó.
Comencemos por el tocador de flauta, ¿No te parece, Canicies
» que esta profesión aspira sólo a procurar placer, y
que no se cuida de otra cosa?
CALIICLES.
Me lo parece.
SÓCRATES.
¿No formas el mismo juicio de todas las profesiones semejantes
á ésta, como la del tocador delira en los juegos
públicos?
CALLICtES.
Sí.
SÓCRATES.
¿No dirás otro tanto del canto de los coros y de la composición
de los ditirambos? ¿Crees que Cinesias, hijo de
Méles, se cuide mucho de que sus cantos sirvan para hacer
mejores a los que los escuchan, y que aspire a otra
cosa que a agradar a la multitud de espectadores?
CALLICLBS.
Eso es evidente, Sócrates, respecto a Cinesias.
SÓCRATES.
¿Y su hijo Méles? ¿Piensas que cuando cantaba, acompañado
de la lira, tenia en cuenta el bien? ¿No éralo
agradable lo que tenia presente, hasta en el caso mismo
de que su canto no satisficiera a los espectadores? Examínalo
bien. ¿No crees que todos los cantos con acompañamiento
de lira y todas las composiciones ditirámbicas han
sido inventados para causar placer?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Y la tragedia, este poema imponente y admirable, ¿á
qué tiende? Todos sus esfuerzos, todos sus cuidados ¿no
239
tienen ajuicio tuyo por objeto único el agradar al espectador?
Ó cuando presenta algo de agradable y gracioso,
pero que al mismo tiempo es malo, ¿procura suprimirlo,
y por el contrario, cuando se trata de algo desagradable,
pero que es al mismo tiempo útil, procura declamarlo
y cantarlo sin cuidarse de que los espectadores experimenten
ó nó placer? ¿Cuál de estas dos tendencias es á
juicio tuyo la de la tragedia?
CALllCLES.
Es claro, Sócrates, que se inclina más del lado del placer
y del entretenimiento del espectador.
SÓCRATES.
¿No acabamos de ver, Callicles, que todo esto no es
más que adulación?
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
Pero si se quitase de la poesía, cualquiera que ella sea,
el canto, el ritmo y la medida, ¿quedaria otra cosa que
las palabras?
CALLICLES.
No.
SÓCRATES.
Estas palabras ¿no se dirigen a la multitud y al pueblo
reunido?
' CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
La poesía, por lo tanto, es una especie de declamación
popular.
CALLICLES.
Así parece.
SÓCRATES.
Es una Retórica, por consiguiente, esta declamación
240
popular; porque ¿no te parece que los poetas hacen en el
teatro el papel de los oradores?
CAUICLES.
Sí.
SÓCRATES.
. Por lo tanto, hemos encontrado una Retórica para el
pueblo, es decir, para los niños, las mujeres, los hombres
libres y los esclavos, todo.s reunidos. Retórica de que no
hacemos gran caso, puesto que hemos dicho que no es
otra cosa que una adulación.
CALUCLES.
Es cierto.
SÓfiRATES.
Muy bien. ¿Y qué juicio formaremos de esta Retórica,
hecha para el pueblo de Atenas y para los demás pueblos,
compuestos de personas libres? ¿Te parece, que los oradores
se proponen en sus arengas producir el mayor bien, y
encaminar mediante sus discursos a sus conciudadanos
hacia la virtud, en cuanto les es posible? ¿Ó bien los oradores
, procurando complacer a sus conciudadanos y despreciando
el interés público para ocuparse sólo de su interés
personal, sólo se conducen con los pueblos como si
fueran niños, con el fin único de complacerles, sin inquietarse
en lo más mínimo pensando en si se harán mejores
ó peores?
CAILICLES.
Aquí hay que hacer una distinción. Unos oradores hablan
teniendo en cuenta el interés público, y otros son
como tú dices.
SÓCRATES.
Esa concesión me basta. Porque si hay dos maneras de
arengar, una de ellas es una adulación y una práctica
vergonzosa, y la otra es honesta, que es la que trabaja
para hacer mejores las almas de los ciudadanos, y que se
dedica en todas las ocasiones a decir lo que es más ven-
241
tajoso, sea bien ó mal recibido por loa espectadores. Pero
tú nunca has visto una Retórica semejante; y si puedes
nombrar alg-un orador de estas condiciones, ¿por qué no
me dices su nombre?
CALLrCLES.
¡ Por Júpiter I Yo no conozco ninguno entre los actuales.
SÓCRATES.
Pero ¿no podrás nombrarme entre los antiguos uno siquiera
de quien se haya dicho, que los atenienses se hicieron
mejores, desde que comenzó a arengarles., ó que,
por lo menos continuaron siendo buenos, como lo eran
antes? Porque yo no veo quién haya podido ser.
CALLICLES.
¿Cómo? ¿No oyes decir que Temístocles fué un hombre
de bien, como lo fueron Cimon, Milciades y este Pericles,
que falleció hace poco, y cuyos discursos tú mismo
has oido?
SÓCRATES.
Si la verdadera virtud consiste, como has dicho, Callicles,
en contentar sus pasiones y las de los demás, entonces
tienes razón. Pero si no es así; si, como nos hemos
visto precisados a reconocer en el curso de esta discusión,
la virtud consiste en satisfacer aquellos de nuestros deseos,
que, satisfechos, hacen al hombre mejor, y no conceder
nada a los que le hacen peor; y si, por otra parte,
existe un arte destinado a esto, ¿podrás decirme si alguno
de los que acabas de citarme puede merecer el título
de virtuoso?
CALLICLES.
No sé qué respuesta darte.
SÓCRATES.
Tú la encontrarás, si la buscas con cuidado. Examinemos
con toda calma si alguno de ellos ha sido virtuoso.
¿No es cierto que el hombre virtuoso, que en todos sus
discursos tiene en cuenta sólo el bien, no hablará a la
TOMO V. 16
242
aventura, y que siempre se propondrá un fin? El orador
se conducirá, como todos los artistas, que, aspirando á
la perfección de su obra, no toman a la aventura lo que
emplean para ejecutarla, sino que escogen lo que es más
acomodado para darla la forma que deba tener. Por
ejemplo; si echas una mirada sobre los pintores, los arquitectos
, los constructores de naves, en una palabra, sobre
cualquiera artista, verás que todos ellos colocan en
cierto orden todo lo que les viene bien, y obligan a cada
parte a adaptarse y amoldarse a todas las demás hasta
que el todo reúne la armonía, la forma y la belleza que
debe tener. Lo que los otros artistas hacen con relación
á su obra, esos da que antes hablamos, quiero decir
, los maestros de gimnasia y los médicos, lo hacen con
relación al cuerpo, manteniendo en él el orden y el concierto
debido. ¿Reconocemos ó nó que esto ^s así?
CALLICLES.
En buen hora, que sea asi.
SÓCRATES.
¿No es buena uña casa, en la que reinan el orden y el
arreglo, y si reina el desorden no es mala?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
¿No debe decirse otro tanto de una nave?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
El mismo lenguaje usamos respecto a nuestro cuerpo.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Y nuestra alma, ¿será buena, si está desarreglada? ¿No
lo estará más bien, si todo está en ella en orden y en debida
regla?
243
CALLICLES.
No puede negarse eso en vista de las concesiones precedentes.
SÓCRATES.
¿Qué nombre se dará al efecto que producen la regla
y el orden con relación al cuerpo? Lo llamas probablemente
salud y fuerza.
CALLICLES.
"SÍ.
SÓCRATES.
Procura ahora encontrar y decirme en igual forma el
nombre del efecto, que la regla y el orden producen en el
alma.
CALLICLES.
¿Por qué no lo dices tú mismo, Sócrates?
SÓCRATES.
Si lo prefieres, lo diré; pero espero, que si juzgas que
tengo razón, convengas en ello; y si no, me rebatas y no
dejes pasar nada. Me parece, pues, que se da el nombre
de saludable a todo lo que mantiene en el cuerpo el orden
de donde nacen la salud y las demás cualidades corporales
buenas. ¿Es ó nó cierto esto?
CALLICLES.
Es cierto.
SÓCRATES.
Y que se llama legítimo y ley todo lo que mantiene en
el alma el orden y la regla, mediante los que se forman
los hombres morigerados y justos, y cuyo efecto es la
justicia y la templanza. ¿Lo concedes ó lo niegas?
CALLICLES.
Sea así.
SÓCRATES.
Por lo tanto, un buen orador, el que se conduce según
las reglas del arte, aspirará siempre a este objeto en los
discursos que dirija a las almas y en todas sus acciones;
244
si hace al pueblo alguna concesión, la hará sin perder de
vista este objeto; y si le priva de alguna cosa, lo hará
por el mismo motivo. Su espíritu estará constantemente
ocupado en buscar los medios propios para hacer que
nazca la justicia en el alma de sus conciudadanos, y que
se destierre la injusticia; en hacer germinar en ella la
templanza, y descartar la intemperancia; en introducir en
ella todas las virtudes, y excluir todos los vicios. ¿Convienes
en esto?
CALLICLES.
Convengo en ello.
SÓCRATES.
¿De qué sirve, en efecto, Callicles, a un cuerpo enfermo
y mal dispuesto que le presenten viandas en abundancia
y las bebidas más exquisitas ó cualquiera otra cosa, que,
según las buenas reglas, no le es más ventajoso que dañoso,
y quizá menos. ¿No es verdad?
CALI.ICI.ES.
En buen hora.
SÓCRATES.
Porque no creo que sea una ventaja para un hombre
vivir con un cuerpo enfermizo, puesto que necesariamente
ha de arrastrar en semejante situación una vida desgraciada.
¿No es así?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Aí5Í es que los médicos dejan generalmente a los sanos
la libertad de satisfacer sus apetitos, como la de comerlo
que quieran cuando tienen hambre, y lo mismo la de beber
cuando tienen sed. Pero no permiten casi nunca
á los enfermos saciarse de lo que desean. ¿Concedes
igualmente esto?
CALLICLES.
Sí.
245
SÓCRATES.
Pero, querido mió, ¿no debe observarse la misma conducta
respecto al alma? Quiero decir, que mientras
es mala, es decir, insensata, intemperante, injusta, impía,
se la debe alejar de lo que desea y sólo permitirla lo
que la puede hacer mejor. ¿Es esta tu opinión?
CALLlCtES.
Es mi opinión.
SÓCRATES.
' Porque esto es lo más ventajoso para el alma.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Pero tener a alguno lejos de lo que desea, ¿no es corregirle?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Entonces vale más para el alma ser corregida, que vivir
en la licencia, como tú lo pensabas hace un momento.
CALLICLES.
No comprendo nadado lo que dices, Sócrates; interroga
á otro.
SÓCRATES.
Hé aquí un hombre, que no puede sufrir lo que se hace
en su obsequio, ni aguantar la cosa misma de que hablamos,
es decir, la corrección.
CALLICLES.
Yo he hecho poco aprecio de todos tus discursos; y si
te he respondido, ha sido por complacer a Gorgias.
SÓCRATES.
Sea así. ¿Pero qué haremos ahora? ¿Dejaremos esta discusión
imperfecta?
CALLICLES.
Lo que quieras.
246
SÓCRATES.
Pero se dice comunmente, que no es permitido dejar
incompletos ni aun los cuentos,- y que es preciso ponerles
cabeza para que no marchen acéfalos de un lado a otro.
Responde a lo que resta por decir, para que no quede sin
cabeza esta conversación.
CALLICLES.
[Eres apremiante, Sócrates I Si me creyeras, debias
renunciar a esta disputa ó acabarla con otro.
SÓCRATES.
¿Qué otro ha de querer? Por favor, no abandonemos
este discurso sin acabarle.
CALLICLES.
¿No podrías acabarlo tú solo, ya hablando sin interrumpirte
ó ya respondiéndote a tí mismo?
SÓCRATES.
No, por temor de que me suceda lo que a Epicarmo, y
que no sea yo capaz de decir solo lo que dos hombres estaban
diciendo.. Veo claramente que por necesidad tendré que
llegar a ese punto; pero si tomamos este partido, pienso
que, por lo menos, todos los que estamos aquí presentes,
debemos estar ansiosos de conocer lo que hay de verdadero
y de falso en el punto que tratamos, porque-es de
interés común que el asunto se ponga en claro. Así, pues,
voy a exponer lo que pienso en esta materia. Si alguno
advierte que reconozco como verdaderas cosas que no lo
son, que me interrumpa y me combata; porque yo no hablo
como un hombre que está seguro de lo que dice, sino
que busco con vosotros y en común la verdad. Por lo
tanto, si me parece que el que me niega algo, tiene razón,
seré el primero a ponerme de acuerdo con él. Por lo
demáíi, yo no os propongo esto sino en el concepto de
que creáis que es preciso terminar la disputa; si no sois
de esta opinión, dejémosla en este estado y vamonos de
aquí.
247
GORGIAS.
En cuanto a mí, Sócrates, no opino que debamos retirarnos
sin que concluyas tu discurso, y lo mismo creo
que piensan los demás. Estaré complacido si te oigo exponer
lo que te falta por decir.
SÓCRATES.
Y yo, Gorgias, con el mayor gusto continuaré la conversación
con Callicles, basta que le baya vuelto el dicbo
de Amfion por el de Zetos. Pero toda vez que tú, Callicles,
no quieres acabar la disputa conmigo, escácbame
por lo menos, y cuando diga yo algo que no te parezca
en su lugar, interrúmpeme; y si me pruebas que no tengo
razón, no me enfadaré contigo; por el contrario, te tendré
por mi mayor bienbecbor.
CALLICLES.
Habla, querido mió, y acaba.
SÓCRATES.
Escucba, pues; voy a tomar nuestra disputa desde el
principio. ¿Lo agradable y lo bueno son una misma cosa?
No, según bemos convenido Callicles y yo. ¿Debe-bacerse
lo agradable en vista de lo bueno, ó. lo bueno en vista de
lo agradable? Es preciso hacer lo agradable en vista de
lo bueno. ¿No es lo agradable lo que causa en nosotros
un sentimiento de placer en el acto mismo en que gozamos;
y lo bueno, lo que nos hace buenos mediante su presencia?
Sin duda. Ahora bien, nosotros somos buenos y
como nosotros todas las demás cosas que son buenas, á
causa de la presencia de alguna virtud. Esto me parece
incontestable, Callicles. Pero la virtud de cualquier cosa,
sea mueble, cuerpo, alma, animal, no se encuentra en
ella así a la aventura de una manera perfecta; ella debe
su origen al arreglo, a la colocación, al arte que conviene
á cada una de estas cosas. ¿Es esto cierto? Yo digo que
sí. La virtud de cada cosa está por consiguiente arreglada
y colocada con- orden. Yo convendría en ello. Así es
248
que un cierto orden propio de cada cosa es lo que la hace
buena, cuando se encuentra en ella. Esta es mi opinión.
Por consiguiente, el alma en que se encuentra el orden
que la conviene, es mejor que aquella en que no hay ningún
orden. Necesariamente. Pero el alma en la que reina
el orden está arreglada. ¿Cómo no lo ha de estar? El
alma está arreglada, está dotada de templanza. Es absolutamente
necesario. Luego el alma dotada de templanza
es buena. Yo no podría oponerme a esto, mi querido Canicies.
Mira si tienes tú algo que oponer; dímelo.
CALLICLES.
Prosigue, querido mió.
SÓCRATES.
Digo, pues, que si el alma dotada de templanza es
buena, la que está en una disposición del todo contraria,
es mala. Esta alma es la insensata é intemperante.
CAUICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
El hombre moderado cumple con todos sus deberes para
con los dioses y para con los hombres, porque no seria
templado si no los llenase. Es indispensable que así suceda.
Cumpliendo los deberes para con' sus semejantes,
hace acciones justas; y cumpliéndolos para con los dioses,
hace acciones santas. Cualquiera, que hace acciones justas
y santas, es necesariamente justo y santo. Esto es
cierto. También necesariamente es valiente; porque no es
propio de un hombre templado, ni perseguir ni huir lo
que no debe perseguir ni huir; sino que cuando el deber
lo exige, es preciso que deseche, que abrace, que
lleve con paciencia.las cosas y las personas, el placer y el
dolor. De manera que es absolutamente necesario, Callicles,
que el hombre templado, siendo, como hemos visto,
justo, valiente y santo, sea por completo hombre de bien;
que siendo hombre de bien, todas sus acciones sean bue-
249
ñas y honestas; y que obrando bien, sea dichoso; y que,
por el contrario, el malo, cuyas acciones son malas, sea
desgraciado; y el malo es el que está en una disposición
contraria a la del hombre templado; es el libertino, cuya
condición alabas. Hé aquí lo que yo tengo por cierto, lo
que aseguro como verdadero. Y si esto es cierto, no tiene,
á mi parecer, otro partido que tomar el que quiera ser
dichoso, que amar la templanza y ejercitarse en ella, y
huir con todas sus fuerzas de la vida licenciosa; debe obrar
de manera que no tenga necesidad de corrección; y si la
necesitase, ya él mismo, ya alguno de sus allegados, ya
en la vida privada ó ya en los negocios públicos, es preciso
que sufra un castigo, y que se corrija, si desea ser
dichoso. Tales, ámi parecer, el objeto hacia el cual debe
dirigir su conducta, encaminando todas sus acciones y las
del Estado a este fin; que la justicia y la templanza reinen
en el que aspira a ser dichosoí Y es preciso guardarse
de dar rienda suelta a sus pasiones, de esforzarse en satisfacerlas
, lo cual es un mal que no tiene remedio, y
expone a pasar una vida de bandido. En efecto, un hombre
de esta clase no puede ser amigo de los demás hombres
ni de los dioses; porque es imposible que tenga ninguna
relación con ellos, y donde no existe relación, no
puede tener lugar la amistad. Los sabios, Callicles, dicen
que un lazo común une al cielo con la tierra, álos dioses con
los hombres, por medio de la amistad, de la moderación,
de la templanza y de la justicia; y por esta razón, querido
mió, dan a este universo el nombre de Orden (1) y no el
de desorden ó licencia. Pero con toda tu sabiduría me parece
no fijas la atención en esto, puesto que no ves que la
igualdad geométrica tiene mucho poder entre los dioses y
los hombres. Así crees que es preciso aspirar a tener más
que los demás y despreciar la geometría. En buen hora.
(1) K(5(T|xo<; significa universo y orden.
250
Es preciso entonces, ó refutar lo que acabo de decir, y
probar que no es uno dichoso por la posesión de la justicia
y de la templanza, y desgraciado por el vicio; ó si
este razonamiento es verdadero, es preciso examinar lo
que de él resulta. Y lo que resulta, Callicles, es todo lo
que dije antes, que fué sobre lo que me preguntaste si
hablaba seriamente, cuando senté que era preciso, en caso
de injusticia, acusarse a sí mismo, acusar a su hijo, a su
amigo y servirse de la Retórica a este fin. Y"lo que tú has
creído que Pólux me había concedido por pura complacencia,
era verdad, a saber: que, así como es más
feo, así es también más malo hacer una injusticia que recibirla.
No es menos cierto que para ser un buen orador
es preciso ser justo y estar versado en la ciencia de las
cosas justas, que es lo que Pólux dijo también que Gorgias
me había concedido por pura complacencia. Siendo
esto así, examinemos algún tanto las objeciones que tú
me haces, y si tienes ó nó razón para decirme que no estoy
yo en situación de defenderme a mí mismo ni a ninguno
de mis amigos ó parientes, y librarme de los mayores
peligros; que estoy, como los hombres declarados
infames, a merced del primero que llegue y quiera abofetearme
(este era tu lenguaje), ó arrancarme mis bienes,
ó desterrarme de la ciudad, ó, en fin, hacerme morir; y
que no es posible cosa más fea que encontrarse en semejante
situación. Tal era tu opinión. Hé aquí la mia, que he
manifestado ya más de una vez, pero que no hay inconveniente
en repetirla. Sostengo, Callicles, que no es lo más
feo el verse uno injustamente abofeteado, ó mutilado
el cuerpo, ó cercenados los bienes, sino que es mucho
más feo y más malo que me abofeteen y me arranquen injustamente
lo que me pertenece; porque robarme, apoderarse
de mi persona, allanar mi morada, en una palabra,
cometer cualquiera especie de injusticia contra mí ó contra
lo que es mió, es una cosa más mala y más fea para el
251
autor de la injusticia, que para mí que la sufro. Estas
verdades que, a mi parecer, han sido demostradas en
todo el curso de esta polémica, están, a mi juicio, atadas
y ligadas entre sí, valiéndome de una expresión un poco
grosera quizá, con razones de hierro y diamante. Si no
conseguís romperlas, tú ú otro más vigoroso que tú, no
es posible hablar sensatamente sobre estos objetos, si
se habla de otra manera que como yo lo hago. Porque
repito lo que he dicho siempre en esta materia, a saber:
que no tengo certidumbre de que lo que digo sea verdadero;
pero de todos cuantos han conversado conmigo, en
la forma que los dos acabamos de hacerlo, ninguno de
ellos ha podido evitar ponerse en ridículo desde, el momento
en que ha intentado sostener una opinión contraria
á la mia. Por lo tanto,, supongo que mi opinión es la verdadera
; y si lo es, y la injusticia es el mayor de todos los
males para el que la comete; y si por grande que sea este
mal, hay otro más grande aún, síes posible, que es el no
ser castigado por las injusticias cometidas; ¿qué clase de
auxilio es él que no puede uno considerarse incapaz de procurarse
á sí mismo sin caer en el ridículo? ¿No es el auxilio,
cuyo efecto es separar de nosotros el mayor délos daños?
Sí, y lo más feo, incontestablemente, es el no poder
'proporcionar este auxilio a sí mismo, ni a sus amigos, ni
á sus parientes. Es preciso poner en segundo lugar, en
razón de fealdad, la impotencia de evitar el segundo mal;
en tercero, la impotencia de evitar el tercero, y así sucesivamente,
en proporción con la magnitud del mal. Todo
lo que tiene de bello poder evitar cada uno de estos males,
lo tiene de feo el no poder hacerlo. ¿Es esto así, como
yo digo, Callicles, ó es de otra manera?
CAUICLES.
Es como tú dices.
SÓCRATES.
De estas dos cosas, cometer la injusticia y sufrirla,
252
siendo la primera en nuestra opinión un mayor mal, y la
segunda uno menor; ¿qué es lo que el hombre deberá
procurar hacer para ponerse en situación de auxiliarse a sí
mismo, y gozar de la doble ventaja de no cometer ni sufrir
ninguna injusticia? ¿Es el poder ó la voluntad? Quiero
decir lo siguiente. Pregunto si, para no sufrir ninguna injusticia
, basta no quererlo; ó si es preciso hacerse bastante
poderoso para ponerse al abrigo de toda injusticia.
CALLICLES.
Es claro que no llegará a estar seguro, sino haciéndose
poderoso.
SÓCRATES.
Y con, relación al otro punto, esto es, el de cometer la
injusticia, ¿es bastante no quererlo para no cometerla, de
suerte que efectivamente no se cometerá? ¿ó es preciso
adquirir además para esto cierto poder, cierto arte, de
modo que si no se le aprende y se le lleva a la práctica, se
habrá de incurrir en injusticia? ¿Por qué no me respondes
á esto, Callicles? ¿Crees que cuando Pólux y yo nos pusimos
de acuerdo en que nadie comete una injusticia voluntariamente
, sino que todos los malos son tales a pesar
suyo, nos hemos visto forzados a hacer concesión por
buenas razones ó nó?
CALLICLES.
Paso por esto, Sócrates, a fin de que termines tu discurso.
SÓCRATES..
Es preciso, pues, a lo que parece procurarse igualmente
un cierto poder y cierto arte, para no cometer injusticia.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Pero ¿cuál es el medio de asegurarse en todo ó parte
contraía injusticia, que pueda proceder de un tercero?
2.53
Mira si en este punto eres de mi opinión. Creo que es preciso
tener una plena autoridad en su ciudad, en calidad
de soberano ó de tirano, ó ser amigo de los que gobiernan.
CALLICtES.
Ahí tienes, Sócrates, cómo estoy dispuesto a aprobar
cuando hablas en regla. Lo que acabas de decir me parece
bien dicho.
SÓCRATES.
Examina si lo que yo añado es menos cierto. Me parece,
según han dicho antiguos y sabios personajes, que lo semejante
es amigo de su semejante todo lo que es posible.
¿ No piensas tú lo mismo?
nAUICLES.
Si.
SÓCRATES.
Donde quiera que se encuentra un tirano salvaje y sip
educación, si hay en la ciudad algún ciudadano mejor
que él, le temerá; y nunca le será afecto con toda su alma.
CALUCLES.
Es cierto.
SÓCRATES.
Este tirano tampoco amará a ningún ciudadano de mérito
muy inferior al suyo, porque le despreciará; y jamás
sentirá por él la afección que se siente .por un amigo.
CALLICLES.
También eso es cierto.
SÓCRATES.
El único amigo que le queda, por consiguiente, único,
á quien dispensará su confianza, es aquel que siendo del
mismo.carácter, aprobando y reprobando las mismas cosas
, se avendrá a obedecerle y vivir sometido a sus caprichos.
Este hombre gozará de gran crédito en la ciudad, y
nadie le dañará impunemente. ¿No es así?
CAiUCLES.
Sí.
254
SÓCRATES.
Si alguno de los jóvenes de esta ciudad se dijese a sí
mismo: ¿ de qué manera podré yo alcanzar un gran poder
y ponerme al abrigo de toda injusticia? El camino para
llegar a ello, a mi parecer, es acostumbrarse desde luego
á alabar y vituperar las mismas cosas que el tirano, y esforzarse
por adquirir la más perfecta semejanza con él.
¿No es cierto?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Por este medio se pondrá bien pronto fuera de los tiros
de la injusticia, y se hará poderoso entre sus conciudadanos.
CALLICLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
¿Pero será esto igualmente una garantía de que no cometerá
injusticias? ¿Ó estará muy lejos de ser así, si se parece
á su señor que es injusto, y tiene un gran poder
cerca de él? Yo creo que todos sus hecbos tenderán a ponerse
en situación de cometer las mayores injusticias, sin
temor de que le sobrevenga ningún castigo. ¿No es así?
CALLICLES.
Así parece.
SÓCR.\TES.
Tendrá por consiguiente en sí mismo el más grande de
los males, teniendo el alma enferma y degradada por su
semejanza con el tirano y por su poder.
CALLICLES.
Yo no sé, Sócrates, qué secreto posees para volver y revolver
el razonamiento en todos sentidos. ¿Ignoras que este
hombre, que se modela por el tirano, hará morir, si lo estima
conveniente, y despojará de sus bienes al que no le
imite?
255
SÓCRATES.
Ya lo sé, mi querido Callicles, y seria preciso que fuese
sordo para ignorarlo, después de haberlo oido más de
una vez de tu boca, de la de Pólux y de la de casi todos
los habitantes de esta ciudad. Pero escúchame ahora. Convengo
en que condenará a muerte a quien quiera, pero
él será un hombre malo, y aquel a quien haga morir será
un hombre de bien.
CALLICLES.
¿Pues no es esto precisamente lo más triste?
SÓCRATES.
No, por lo menos para el hombre sensato, como lo
prueba este discurso. ¿Crees que el hombre debe aplicarse
á vivir el mayor tiempo posible, y aprender las artes que
nos salven de los mayores peligros en todas las situaciones
de la vida, como la Retórica, que me aconsejas que
estudie y que^ es una prenda de seguridad en los tribunales?
CALLICLES.
Sí, ¡por Júpiter! y es este un buen consejo que te doy.
SÓCRATES.
Y bien, querido mió, el arte de nadar, ¿te parece muy
apreciable ?
CALLICLES.
No, ciertamente.
SÓCRATES.
Sin embargo, salva a los hombres de la muerte, cuando
se encuentra en circunstancias, en que hay necesidad de
acudir a este arte. Pero si este te parece despreciable,
voy a citarte otro más importante: el arte de dirigir las
naves, que no sólo salva las almas sino también los cuerpos
y los bienes de los mayores peligros, como la Retórica.
Este arte es modesto y nada pomposo; no presume
ni hace ostentación de producir efectos maravillosos; y
aunque nos proporciona las mismas ventajas que el arte
256
oratorio, no exige, según creo, más que dos óbolos por
traernos sanos y salvos desde Egina a aquí; y si es desde
Egipto ó desde el Ponto, por un beneficio tan grande y
por haber conservado todo lo que acabo'de decir, nuestra
persona y nuestros bienes, nuestros hijos y nuestras mujeres,
no nos exige más que dos dracmas después de ponemos
en tierra en el puerto. En cuanto a la persona que
posee este arte, y que nos ha hecho un servicio tan grande,
después que desembarca, se pasea con aire modesto a lo
largo de la ribera y de su buque; porque se dice a sí mismo,
á lo que yo imagino, que no sabe a qué pasajeros
ha hecho bien impidiendo que se sumergieran en el agua,
y a quiénes ha hecho mal, sabiendo bien como sabe que
ellos no han salido de su buque mejores que entraron, ni
respecto del cuerpo ni respecto del alma. El razona de esta
manera: si alguno, cuyo cuerpo esté atacado de enfermedades
graves é incurables, no se ha ahogado en el agua, es
una desgracia para él el no haberse muerto, y no me debe
ninguna consideración. Y si alguno tiene en su alma, que
es mucho más preciosa que su cuerpo, una multitud de
males incurables, ¿es un bien para él vivir y se hace un
servicio a un hombre de esta clase, salvándole del mar,
ó de las manos de la justicia ó de cualquier otro peligro?
Por el contrario, el piloto sabe que no es ventajoso para
el hombre malo el vivir, porque necesariamente ha de vivir
desgraciado. Hé aquí por qué no está en uso que el
piloto haga alarde de su arte, aunque le debamos nuestra
salud; de la misma manera, mi querido amigo, que el maquinista,
que en ciertos lances puede salvar tantas cosas,
no digo como el piloto, sino como el general de ejército ó
cualquiera otro, sea el que sea, puesto que algunasveces
conserva y salva ciudades enteras. ¿Pretenderías compararle
con el abogado? Sin embargo, Callicles, si quisiese
él usar el mismo lenguaje que tú, y alabar su arte, te
oprimiría con sus razones, probándote que debes hacerte
257
maquinista, y exhortándote a que te hagas, porque las
demás artes no son nada cotejadas con ella, y tendría ancho
campo para discurrir. Tú, sin embargo, le despreciarías
á él y a su arte, y le dirias, creyendo injuriarle,
que no es más que un maquinista; y a fe que no querrías
dar en matrimonio tu hija a su hijo, ni tu hijo a su hija.
Sin embargo, si te fijas en las razones que tienes para estimar
en tanto tu arte, ¿con qué derecho desprecias al
maquinista y a los demás de que te he hablado? Conozco
que vas a decirme que eres mejor que ellos y de mejor
familia. Pero si por mejor no debe entenderse lo que yo
entiendo, y si toda la virtud consiste en poner en seguridad
su persona y sus bienes, tu desprecio por el maquinista
, por el médico y por las demás «ctes, cuyo objeto es
vigilar por nuestra conservación, es digno de risa. Pero,
querido mió, mira que el ser virtuoso y bueno no sea otra
cosa distinta que asegurar la salud de los demás y la
propia. En efecto, el que es verdaderamente hombre, no
debe desear vivir por el tiempo que se imagine ni tener cariño
á la vida, sino que, dejando a Dios el cuidado de todo
esto y teniendo fe en lo que dicen las mujeres: que nadie
se ha librado nunca de su destino, lo que necesita es ver
de qué manera deberá conducirse para pasar lo mejor posible
el tiempo que quede de vida. ¿Y esto debe hacerlo conformándose
con las costumbres del país en que se encuentre?
Pues es preciso entonces que desde este momento
te esfuerces en parecerte lo más posible al pueblo de Atenas,
si quieres ser por él estimado y tener gran crédito en
la ciudad. Mira si no es esto ventajoso para tí y para mí.
Pero es de temer, mi querido amigo, no nos suceda lo
que alas mujeres de Tesalia (1), cuando hacen bajarla
lima, y que nosotros no podamos alcanzar este poder en
(1) Quedaban ciegas é impotentes, según Saisset. Concluian
por perder la vista y los pies, según Cousin.
TOMO V. 17
358
Atenas sino a costa de lo más precioso que tenemos. Y si
creesque hay alguno en el mundo que pueda enseñarte el
secreto de hacerte poderoso entre los atenienses, diferenciándote
de ellos, sea en bien, sea en mal, mi dictamen
es que te engañas, Callicles. Porque no basta imitar a los
atenienses; es preciso haber nacido con un carácter igual al
suyo, para contraer una verdadera amistad con ellos, como
con el hijo de Pirilampo. Asi, si encuentras uno que te
comunique esta perfecta conformidad con ellos, hará de
tí un político y un orador, que es lo que deseas. Los hombres,
en efecto-, se complacen con los discursos que se
amoldan a su carácter, y todo lo que es extraño a éste
les ofende; a menos que • tú seas de distinta opinión, m i
querido amigo. ¿Tenemos algo que oponer a esto, Callicles?
CAUICLES.
El cómo no lo sé, Sócrates, pero me parece que tienes
razón; mas a pesar de eso, estoy en el mismo caso que la
mayor parte de los que te escuchan; no me convences.
SÓCRATES.
Eso procede, Callicles, de que el amor al pueblo y al
hijo de Pirilampo, arraigado en tu corazón, combate mis
razones. Pero si reflexionamos juntos muchas veces y á
fondo sobre los mismos objetos, quizá te entregarás.
Recuerda que como hemos dicho, hay dos maneras de
cultivar el cuerpo y el alma; la una, que tiene por objeto
el placer; la otra, que se propone el bien; y que, lejos de
querer lisonjear las inclinaciones de la primera, por el
contrario, las combate. ¿No es esto lo que antes explicamos
con la mayor claridad?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
La que corresponde al placer es baja y no es otra cosa
que una pura adulación. ¿No es asi?
259
CAtLlCLES.
En buen hora, puesto que tú lo quieres.
SÓCRATES.
Mientras que la otra sólo piensa en hacer mejor el objeto
de sus cuidados, ya sea el cuerpo, ya el alma.
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
¿No es así como debemos llevar a cabo la cultura del
Estado y de los ciudadanos, trabajando para hacerlos
todo lo buenos que sea posible? Puesto que sin esto, como
vimos antes, cualquiera otro servicio que se les hiciese no
les seria de ninguna utilidad; a no ser que el alma de
aquellos que hubieran de reunir riquezas ó un aumento
de poder, ó cualquiera otro género de dominio, sea buena
y honesta. ¿Sentaremos esto como cierto?
CALLICLES.
Sí, si es cosa que lo deseas.
SÓCRATES.
Si mutuamente nos excitáramos, Callicles, para encargarnos
de alguna obra pública, por ejemplo, de la
construcción de murallas, arsenales, templos, edificios de
primer orden, ¿ao seria indispensable, que nos sondeáramos
el uno al otro, y examináramos, en primer lugar, si
somos ó nó entendidos en arquitectura y de quién hemos
aprendido este arte? ¿Seria esto indispensable; sí ó nó?
CALLICLES.
Sin duda.
SÓCRATES.
Lo segundo, que habría que examinar, ¿no seria si habíamos
dirigido nosotros mismos la construcción de alguna
casa para nosotros ó para nuestros amigos, y si esta
casa estaba bien ó mal construida? Y hecho este examen,
si resultaba que hemos tenido maestros hábiles y célebres;
que bajo su dirección hemos construido numerosos y
260
bellos edificios; que también los hemos construido por
nosotros mismos despu«s de dejar a los maestros; con todos
estos preliminares, ¿no seria muy prudente que nos
encargaraúios de las obras públicas? Por el contrario,
si no pudiéramos decir quiénes hablan sido nuestros maestros,
ni mostrar ningún edificio, como obra maestra; ó si,
mostrando muchos, resultaran mal construidos; ¿no seria
una locura, de nuestra parte, emprender ninguna obra
pública, y animarnos el uno al otro? ¿Confesaremos que
esto es exacto, ó nó?
CALLJCLES.
Seguramente.
SÓCRATES.
¿No sucede lo mismo con todas las demás cosas? Por
ejemplo; si tuviéramos intención de servir al público como
médicos y mutuamente nos animáramos considerándonos
suficientemente versados en este arte, ¿no nos estudiaríamos
reciprocamente tú y yo? Veamos, dirías tú, cómo se
porta Sócrates, y si hay algún hombre libre ó esclavo,
que haya sanado de cualquier enfermedad mediante los
cuidados de Sócrates. Otro tanto baria yo respecto de tí.
Y si resultaba, que no hablamos dado la salud a nadie,
ni extranjero, ni ciudadano, ni hombre, ni mujer; ¡en
nombre de Júpiter! Callicles, ¿no seria verdaderamente
ridículo y llegar al extremo de la extravagancia querer,
como suele decirse, hacerlas mejores piezas de loza en el
aprendizaje del oficio de alfarero; consagrarse al servicio
del público y exhortar a los demás a hacer lo mismo antes
de haber dado en particular pruebas de suficiencia con
buenos ensayos y en gran número, y de haber ejercido
suficientemente su arte? ¿No crees que seria insensata
semejante conducta?
CALLICLES.
Si.
261
SÓCRATES.
Ahora, pues, que tú, el mejor de los hombres, has
comenzado a mezclarte en los negocios públicos, que
me comprometes a imitarte, y que me echas en cara
el no tomar parte en ellos, ¿no deberemos examinarnos
el uno al otro? Veamos, pues. ¿Callicles ha hecho
antes de hoy a algún ciudadano mejor? ¿Hay alguno,
que siendo antes malo, injusto, libertino é insensato, se
haya hecho hombre de bien gracias a los cuidados de Callicles,
ya sea extranjero, ciudadano, esclavo ú hombre
libre? Di me, Callicles, si te preguntaran esto, ¿que responderías?
¿Dirás que tu trato ha hecho alguno mejor?
¿Tienes pudor en declararme que, no siendo más>que un
simple particular, y antes de mezclarte en el gobierno
del Estado, nada de estas cosas has practicado, niñada
que se le parezca?
CALLICLES.
Tú eres un disputador, Sócrates.
SÓCRATES.
No es por espíritu de disputa el interrogarte , sino por
el sincero deseo de saber cómo crees que debe uno conducirse
entre nosotros en el manejo de la administración
pública; y si, al mezclarte en los negocios del Estado, no
te propones otro objeto que hacernos a todos perfectos
ciudadanos. ¿No hemos convenido repetidas veces en que
tal debe ser el objeto de la política? ¿Estamos en esto de
acuerdo, sí ó nó? Responde. Estamos de acuerdo, ya que
es preciso que yo responda por tí. Sí, pues, tal es la ventaja,
que el hombre de bien debe tratar de proporcionar
á su patria, reflexiona un poco, y díme si te parece
aún que esos personajes, de que hablabas antes. Feríeles,
Cimon, Milciades y Temístocles, han sido buenos ciudadanos.
CALLICLES.
Sin duda.
262
SÓCRATES.
Si han sido TauenOs ciudadanos, es claro y es consiguiente
que han hecho a sus compatriotas mejores de
peores que eran antes. ¿Los han hecho, sí ó nó?
CALLICLES.
Los han hecho.
SÓCRATES.
Cuando Pericles comenzó a hablar en público, ¿los atenienses
eran más malos, que cuando les arengó la última
vez?
CALLICLES.
Quizá.
SÓCRATES.
No hay que decir quizá, amigo mió; esto es consecuencia
necesaria de las premisas admitidas, si es cierto que
Pericles fué un buen ciudadano.
CALLICLES.
IY bien! ¿Qué significa eso?
SÓCRATES.
Nada. Pero dime algo más; ¿se cree comunmente que
los atenienses se han hecho mejores mediante los cuidados
de Pericles?¿Ó todo lo contrario; esto es, que los ha corrompido?
Oigo decir, en efecto, que Pericles ha hecho á
los atenienses perezosos, cobardes, habladores é interesados,
habiendo sido él el primero que puso a sueldo las
tropas.
CALLICLES.
Ese lenguaje, Sócrates, sólo le oyes a los que tienen
entorpecidos los oidos (1).
SÓCRATES.
Por lo menos, lo que voy a decir no es un simple
sedice.
Yo sé positivamente, y tú mismo lo sabes, que Periclesse granjeó al principio una gran reputación; y que
(1) Es decir que laconizan, como sucede en el Protágoras, j
que son, por consiguiente, enemigos del gobierno de Atenas.
263
los atenienses, en los tiempos en que eran más malos, no
dictaron contra él ninguna sentencia infamatoria, pero
que al fin de la vida de Feríeles, cuando ya se habían
hecho buenos y virtuosos por su mediación, le condenaron
por el delito de peculado, y poco faltó para que le
condenasen a muerte, sin duda considerándolo como un
mal ciudadano.
CALLICI.ES.
i Y qué! ¿Por esto lo era Feríeles?
SÓCRATES.
Se tendría por un mal guarda a todo hombre que tuviese
á su cargo asnos, caballos y bueyes, sí imitase á
Feríeles; y si estos animales, hechos feroces en sus manos,
coceasen, corneasen y mordiesen, cuando ninguna
de estas cosas hacían antes de habérselos confiado. ¿No
crees que, en efecto, se da pruebas de gobernar mal
un animal, cualquiera que él sea, cuando habiéndole recibido
manso, se le devuelve más intratable que se había
recibido? Es esta tu opinión, sí ó no2
CALLICLES.
Por darte gusto digo que sí.
SÓCRATES.
Pues hazme el favor de decirme, si el hombre entra ó
nó en la clase de los animales.
CALLICLES.
¿Cómo no ha de entrar?,
SÓCRATES.
¿No eran hombres los que Pericles tomó a su cargo?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
> Y bien; ¿np era preciso, según hemos ya convenido,
que de injustos que eran, se hiciesen justos bajo su dirección,
puesto que los tomaba a su cargo, si realmente
hubiera sido buen político?
264
CALLICLBS.
Seguramente.
SÓCRATES.
Pero los justos son suaves, como dice Homero; y tú,
qué dices? ¿piensas lo mismo?
CAILICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Pero Pericles los lia hecho más feroces que eran cuando
se encargó de ellos, y feroces contra él mismo, lo cual ha
debido ser muy contra sus intenciones.
CALLICLES.
¿Quieres que telo conceda?
SÓCRATES.
Sí, si te parece que digo verdad.
CALLICLES.
Concedido.
SÓCRATES.
Haciéndolos más feroces, ¿no los ha hecho consiguientemente
más injustos y más malos?
CALLICLES.
Concedido.
SÓCRATES.
En este concepto, Pericles no era un buen político.
CALLICLES.
Tú lo dices.
SÓCRATES.
Y tú también seguramente, si se juzga por las concesiones
que has hecho. Dime ahora, a propósito de Cimon:
los que tenia a su cuidado ¿no le hicieron sufrir la pena
del ostracismo, para estar durante diez años sin oír su
voz? ¿No observaron la misma conducta respecto a Temístocles,
y además no le condenaron al destierro? Milciades,
el vencedor de Maratón, ¿no le condenaron a ser
sumido en un calabozo como se hubiera realizado, si no
265
lo hubiera impedido el primer pritano? Sin embargo, si
estos hubieran sido buenos ciudadanos, como pretendes,
nada de esto les hubiera sucedido. Es natural que los
conductores hábiles de los carros caigan de sus caballos
al principio, y no que caigan después de haberles enseñado
á ser dóciles y de hacerse ellos mejores cocheros.
Esto sucede lo mismo en la conducción de los carros
que en cualquiera otra cosa. ¿Qué piensas de esto?
CALLICLES.
Asi es.
SÓCRATES.
Lo que hemos dicho antes era cierto a lo que parece;
esto es, que no conocemos en esta ciudad a ningún hombre
que haya sido buen político. Tú mismo confesabas
que hoy dia no le hay, pero sostenías que los habia habido
en otro tiempo, y designaste con preferencia los que
acabo de nombrar. Pero ya hemos visto, que éstos no llevan
ninguna ventaja a los de nuestros dias. Y esto porque
, si eran buenos oradores, no hicieron uso ni de la
verdadera Retórica, pues en este caso no hubieran perdido
su poder, ni de la Retórica aduladora (1).
CALLICLES.
Sin embargo, Sócrates, mucho falta para quening-uno
de los políticos de hoy lleve a cabo las grandes acciones
de cualquiera de aquellos, el que te acomode elegir.
SÓCRATES.
No es, querido mío, que yo los desprecie en concepto
de servidores del pueblo. Me parece, por el contrario, que
son muy superiores a los de nuestros dias, y que han demostrado
mayor celo al procurar alpueblolo que deseaba.
Pero en cuanto a hacer que éste mude de deseos, a no
(1) Porque si hubieran hecho uso de la verdadera Retórica,
habrían hecho mejores a los atenienses; y si se hubieran servido
de la Retórica aduladora, no habrían caído en desgracia para con
ellos.
266
permitirle satisfacerlos, y a encaminar a los ciudadanos,
valiéndose ya de la persuasión, ya de la coacción, hacia
lo que podia hacerles mejores; en esto es en lo que no hay,
por decirlo asi, ninguna diferencia entre ellos y los actuales.
Y esta es la única empresa digna de un buen ciudadano.
Respecto a los buques, murallas, arsenales y otras
cosas semejantes, convengo contigo en que los de los
tiempos pasados se esforzaban más en procurárnoslo que
los de nuestros dias. Pero nos sucede a tí y a mí una cosa
particular en esta disputa. Desde que comenzamos, no hemos
cesado de girar alrededor del mismo objeto, y no
nos entendemos el uno al otro. Asi me imagino que has
confesado y reconocido muchas veces, que, con relación
al cuerpo y al alma, hay dos modos de cuidarlos: el uno
servil, que se propone suministrar por todos los medios
posibles alimento a los cuerpos cuando tienen hambre,
bebida cuando tienen sed, vestidos para el dia y para la
noche, calzado cuando hace frió, en una palabra, todas
las cosas de que el cuerpo puede tener necesidad. Me
sirvo-expresamente de estas imágenes, a fin de que comprendas
mejor mi pensamiento. Cuando se está en posición
de atender a cada una de .estas necesidades como
mercader, como traficante, como productor de alguna de
estas cosas, panadero, cocinero, tejedor, zapatero, curtidor,
no es extraño, que siendo así, se imagine ser el proveedor
de las necesidades de los cuerpos, y que se le considere
de esta suerte por cualquiera que ignore que, además
de todas estas artes, hay una, cuyas partes son la
gimnasia y la medicina, a la que pertenece verdaderamente
el sostenimiento del cuerpo; que a ella corresponde
el mandar a todas las demás, aprovechándose de sus trabajos,
porque sabe lo que hay de saludable y de perjudicial
á la salud en la comida y bebida, lo cual ignoran las
otras artes. Por esta razón, en lo relativo al cuidado del
cuerpo, deben reputarse las otras artes como funciones
267
serviles y bajas, y la gimnasia y la medicina deben ocupar, como es justo, el rango de maestras. Que lo mismo tiene logar respecto del alma, me parece a veces que comprenda que tal es mi pensamiento, pues tú me haces concesiones, como haría uno que entendiera perfectamente lo que yo digo. Pero has añadido un momento después que ha habido en esta ciudad excelentes hombres de Estado, y cuando te pregunté quiénes eran ellos, tú me presentaste algunos, que para los negocios políticos son precisamente tales, como si preguntándote cuáles han sido ó cuáles son los más hábiles en la gimnasia y capaces de conservar el cuerpo, tú me nombraras muy seriamente a Tearion el panadero, a Mitecos, que ha escrito sobre la cocina de Sicilia, a Sarambos el mercader de vinos, pretendiendo que estos han sobresalido en el arte de cuidar el cuerpo, porque sabían admirablemente preparar el uno el pan, el otro los condimentos, y el tercero el vino. Quizá te enfadarías conmigo si yo te dijese con este motivo: Tú no tienes, mi querido amigo, ninguna idea de la gimnasia; me citas servidores de nuestras necesidades, cuya única ocupación es satisfacerlas; pero que no conocen lo que hay de bueno y de honesto en este género, que después de proporcionar toda clase de alimentos y engordar el cuerpo de los hombres, y de haber por ello recibido elogios, concluyen por arruinar hasta su temperamento primitivo. No acusarán, vista su ignorancia, a estos sostenes de su glotonería de ser causa de las enfermedades que los sobrevienen y de la pérdida de su primer robustez, sino que harán recaer la falta sobre los que, presentes entonces, les han dado algunos consejos.
Y cuando los excesos gastronómicos que han hecho, sin
consideración a la salud, hayan producido mucho después
enfermedades, se fijarán en estos últimos, los insultarán,
y les causarán mal, si son capaces de ello; para los primeros
, por el contrario, que son la verdadera causa de sus
268
males, no habrá más que alabanzas. Hé aquí precisamente
la conducta que tú observas al presente, Callicles. Exaltas
á hombres que han hecho buenos servicios a los atenienses,
prestándose a todo lo que deseaban. Jlan engrandecido
el Estado, dicen los atenienses; pero no echan de
ver que este engrandecimiento no es más que una hinchazón,
un tumor lleno de corrupción, y que esto es todo lo
que han hecho los políticos antiguos con haber llenado la
ciudad de puertos, de arsenales, de mur'allas, de tributos
y otras necesidades semejantes, sin unir a esto la templanza
y la justicia. Cuando se descubra la enfermedad, la tomarán
con aquellos que en aquel momento se pongan á
darles consejos, y no tendrán más que elogios que prodigar
á Temístocles, Cimon y Feríeles, que son los verda -
deros autores de sus males. Quizá la tomarán contigo si
no te'precaves, y con mi amigo Alcibiades, cuando, además
de lo adquirido, hayan perdido lo que poseian en otrotiempo,
no siendo vosotros los primeros autores, aunque
quizá sí los cómplices de su ruina. Por lo demás, veo que
hoy dia ^asa una cosa completamente irracional, y entiendo
que lo mismo debe decirse de los hombres que nos
han precedido. Observo, en efecto, que cuando el pueblo
castiga a alguno de los que se mezclan en los negocios
públicos como culpable de malversación, se sublevan y se
quejan amargamente los castigados de los malos tratamientos
que reciben, después de los servicios sin número
que han hecho al Estado. ¿Y es tan injusto como suponen
que el pueblo les haga perecer? No, nada más falso. Jamás
puede ser oprimido injustamente un hombre, que se
halla a la cabeza del Estado, por el Estado mismo que gobierna.
Con los que se dan por políticos, sucede lo que con
los sofistas. Los sofistas , hábiles por otra parte, observan
hasta cierto punto una conducta desprovista de buen sentido.
Al mismo tiempo que hacen profesión de enseñar la
virtud, acusan muchas veces a sus discípulos de que son
269
culpables para con ellos de injusticia, en cuanto les defraudan
el dinero que se les debe, y no muestran por otra
parte para con ellos ning-una clase de reconocimiento después
de los beneficios que de ellos han recibido. ¿Y bay
nada más inconsecuente que semejante razonamiento ? ¿No
juzg-as tú mismo, mi querido amigo, que es absurdo decir,
que hombres que se han hecho buenos y justos, gracias
á los cuidados de sus maestros, que han hecho que en
sus almas remplazara la justicia a la injusticia, obren injustamente
á causa de un vicio que no existe ya en ellos?
Me has comprometido, Callicles, a pronunciar un discurso
en forma de arenga por negarte a contestarme.
CALLICLES.
¿Pero es posible que no puedas hablar sin que yo te
responda?
SÓCRATES.
Parece que sí puedo, puesto que desde que no quieres
responderme, me extiendo en largos discursos.'Pero, querido
mió, en nombre de Júpiter que preside la amistad,
dime: ¿no encuentras absurdo, que un hombre que se
alaba de haber hecho a otro virtuoso, se queje de él como
de un malvado, cuando por sus cuidados se ha hecho y es
realmente bueno?
CALLICLES.
Me parece absurdo.
SÓCRATES.
¿No es este, sin embargo, el lenguaje que oyes a los que
hacen profesión de educar a los hombres para la virtud?
CALLICLES.
Es cierto; pero ¿qué otra cosa puede esperarse de gentes
despreciables, tales como los sofistas?
SÓCRATES.
Y bien: ¿qué dirás de los que, alabándose de estar a la
cabeza de un Estado y de consagrar todos sus cuidados á
hacerle muy virtuoso, acusen en seguida a la primer oca-
270
slon al Estado mismo de ser muy corrompido? ¿Crees tú
que haya alguna diferencia entre ellos y los precedentes?
El sofista y el orador, querido mió, son una misma cosa ó
dos cosas muy parecidas, como dije á Pólux. Pero por
no conocer esta semejanza, piensas que la Retórica es lo
más bello del mundo, y desprecias la profesión del sofista.
Sin embargo, la sofistica, a la verdad, está en belleza
por cima de la Retórica, como lo está la función del legislador
sobre la del juez, y la gimnasia sobre la medicina.
Creia yo que los sofistas y los oradores eran los
únicos que no tenían derecho a echar en cara al que
educan el ser malo para ellos, ó que acusándole, se acusarían
á sí mismos por no haber hecho ningún bien a los
que creían haber hecho mejores. ¿No es esto cierto?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Son igualmente los únicos que podrían no exigir salario
por las ventajas que proporcionan, si lo que ellos dicen
fuese verdad. En efecto; otro que hubiese recibido cualquiera
otra clase de beneficio, por ejemplo, que se hubiere
hecho ligero en la carrera mediante los cuidados de un
maestro de gimnasia, podría quizá faltar a éste al reconocimiento
que le debe, si el maestro de gimnasia le dejase
á su discreción, y si no hubiese hecho con él un
convenio oneroso en virtud del cual debia de recibir dinero
en cambio de la agilidad que le comunicaba; porque
no es, a mi parecer, la lentitud de la carrera, sino la injusticia
la que hace los hombres malos. ¿No es así?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Si alguno, por lo tanto, destruyese este principio de maldad,
quiero decir, la injusticia, no tendría que temer que
se portasen con él injustamente; y seria el único que con
271
seguridad podria dispensar gratuitamente su beneficio,
si estaba realmente en su poder hacer los hombres virtuosos.
¿No convienes en esto?
CALLICLBS.
Sí. , .
SÓCRATES.
Probablemente por esta razón no es vergonzoso recibir
un salario por otros consejos, que se dan, relativos a la
arquitectura, por ejemplo, ó a cualquiera otro arte semejante.
CALLICLES.
Así parece.
SÓCRATES.
Mientras que, si lo que se intenta es inspirar a un
hombre toda la virtud de que sea capaz, y enseñarle á
gobernar perfectamente su familia ó su patria, se tiene
por cosa vergonzosa rehusar la enseñanza hasta no haber
asegurado la paga. ¿No es así?
CALLICLES.
Sí.
SÓCRATES.
Es evidente que la razón de esta diferencia consiste en
que de todos los beneficios, este es el único que obliga á.
la persona que le ha recibido a desear hacer bien a su vez
á su bienhechor; de suerte que se mira como un buen
signo dar al autor de semejante beneficio señales de su
reconocimiento, y como mal signo no darle ninguna. ¿No
es así?
CALLICLES.
Si.
SÓCRATES.
Explícame claramente a cuál de estas dos maneras de
procurar el bien del Estado me invitas; si es la de combatir
las tendencias de los atenienses, con la mira de hacer de
ellos excelentes ciudadanos en calidad de médico, ó la de
•272
ser el servidor de sus pasiones, y no tratar con ellos sino
con la intención de adularlos. Dime sobre este punto la
verdad, Callicles; es justo que, habiendo comenzado á
hablarme con franqueza, continúes hasta el fin, diciéndome
lo que piensas. Y así, respóndeme sincera y generosamente.
CALLICLES.
Digo, que a lo que te invito es a que seas el servidor de
los atenienses.
SÓCRATES.
Es decir, muy generoso Callicles, que me exhortas á
que me haga su adulador.
CALLICLES.
Si prefieres tratarlos como Misios (1), en hora buena.
Pero si no tomas el partido de adularlos...
SÓCRATES.
No me repitas lo que me has dicho muchas veces: que
un cualquiera me condenará a muerte, si no quieres que,
á mi vez, yo te replique, que será un malvado el que haga
morir a un hombre de bien; ni me digas que me arrancará
los bienes que poseo, para que no te diga yo que, si me
despoja de los bienes, no sabrá qué hacer de ellos; y que
habiéndomelos arrancado injustamente, si los usa, usará
de ellos injustamente, y por tanto de una manera fea,
y por consiguiente mala.
CALLICLES.
Me parece, Sócrates, que estás en la firme confianza de
que no te sucederá nada semejante, como si estuvieses lejos
de todo peligro; y como si ningún hombre, por muy malo
quizá y muy despreciable quQ sea, no pudiera arrastrarte
ante los tribunales.
SÓCRATES.
Seria seguramente insensato, Callicles, si no creyese
(1) T5s decir hombi-es insignificantes.
2-3
que en una ciudad como Atenas no hay nadie que no esté
expuesto a toda clase de accidentes. Pero lo que yo sé es
que si c omparézco delante de algún tribunal por uno de
estos accidentes, el que me cite será un malvado, porque
nunca un ciudadano virtuoso citará en justicia a ningún
inocente. Y no seria extraño que fuese yo condenado á
muerte. ¿Quieres saber por qué lo creo asi?
CALLICLES.
Sí, lo quiero.
SÓCRATES.
Pienso que me consagro a la verdadera política con un
pequeño número de atenienses, (por no decir que me consagro
yo solo) y que boy sólo yo lleno los deberes de un
hombre de Estado. Como no trato en manera alguna de
adular a aquellos con quienes converso todos los dias;
como me fijo en lo más útil y no en lo más agradable, y
no quiero hacer todas esas preciosas cosas que me aconsejas,
no sabría qué decir cuando me encontrase delante
de los jueces, y lo que yo decía a Pólux viene aquí muy
á cuento: seré juzgado como lo seria un médico acusado
delante de niños por un cocinero. Examina, en efecto, lo
que un médico, en medio de semejantes jueces, tendría
que decir en su defensa, sí se le acusaba en estos términos
: jóvenes, este hombre os ha hecho mucho mal; os
pierde a vosotros y a los que son más jóvenes que vosotros;
os hace desesperar, cortando, quemándoos, debilitándoos
y sofocándoos; os da bebidas muy amargas, y os hace
morir de hambre y de sed; no os sirve, como yo, alimentos
de todas clases en gran cantidad y agradables al paladar.
¿Qué piensas que diña el médico en semejante aprieto?
Responderá lo que es cierto: jóvenes, yo no he hecho todo
eso sino para conservaros la salud. ¿No crees tú que tales
jueces prorumpirian en exclamaciones con semejante respuesta?
con todas sus fuerzas, ¿no es así?
TOMO V. 18
274
CALLICLES.
Debe creerse.
SÓCRATES.
Este médico ¿no se encontraría grandemente embarazado,
ajuicio tuyo, al pensar lo que tenia que decir?
CALIICLBS.
Seguramente.
SÓCRATES.
Sé muy bien que lo mismo me sucedería a mí, si compareciese
en justicia. Porque no podría hablar a los jueces
de los placeres que les he proporcionado, placeres que
miran como otros tantos beneficios y servicios, y yo no
tengo envidia ni a los que los suministran ni a los que
gozan de ellos. Sise me acusa de corromper la juventud,
provocando dudas en su espíritu; ó de hablar mal de ciudadanos
ancianos, pronunciando a propósito de ellos discursos
mordaces, ya en particular, ya en público, no podré
decir, como es cierto, que si obro y hablo de esta
manera és con justicia, teniendo en cuenta vuestra ventaja,
¡oh jueces! y no otra cosa. Y de esta manera me someteré
á lo que quiera la suerte.
CALLICLES.
¿Y juzgas, Sócrates, que sea bueno para un ciudadano
el verse en una situación que le imposibilita de auxiliarse
á si mismo ?
SÓCRATES.
Sí, Callicles, con tal que pueda responder de una cosa
en que has convenido más de una vez: con tal, digo, que
pueda alegar para su defensa el no haber pronunciado
ningún discurso, ni ejecutado ninguna acción injusta de
que se avergüence, ni para con los dioses ni para con los
hombres; porque muchas veces hemos reconocido que
este recurso es por sí mismo el más poderoso de todos. Si
se me probase que soy incapaz de procurarme este auxilio
ti mí mismo ó a cualquier otro, me avergonzaría al
275
verme cogido en esta falta, ya sea delante de pocos , ya
delante de muchos, y aunque sea delaute de mí solo; y
me desesperaría si semejante impotencia fuese causa de mi
muerte. Pero si perdiese la vida por no haber hecho uso de
la Retórica aduladora, estoy seguro de que tú me verlas
soportar con gusto la muerte. Cuando es así, el hombre no
teme la muerte, a no ser un insensato ó un cobarde. Lo
que es temible es cometer injusticias; puesto que el mayor
de los males es bajar a los infiernos con un alma cargada
de crímenes. Si lo deseas, tengo ansia de probarte, por
medio de la historia, que lo que digo es cierto.
CALLICLES.
Puestx) que en todo lo demás has dado la última mano,
dala también en esto.
SÓCRATES.
Escucha, como suele decirse, una preciosa historia,
que, a lo que imagino, vas a tomar por una fábula, y que
yo creo que es una verdad, pues que como cierto te digo
lo que voy a referirte. Júpiter, Neptuno y Pluton se dividieron
el imperio , según Homero refiere (1), después
de haberlo recibido de manos de su padre. Pero en tiempo
de Saturno regia entre los hombres una' ley que ha
subsistido siempre y subsiste aún entre los dioses, según
la cual el que entre los mortales ha observado una vida
justa y santa va después de su muerte a las Islas Afortunadas,
donde goza de una felicidad perfecta al abrigo de
todos los males; y, por el contrario, el que ha vivido en
la injusticia y en la impiedad, va al lugar del castigo y
del suplicio, llamado Tártaro. Bajo el reinado de Saturno
y en los primeros años del de Júpiter, estos hombres eran
juzgados en vida por jueces vivos que pronunciaban sobre
su suerte el dia mismo que debían morir. Pero estos
Juicios tenían graves inconvenientes. Así es que Plu-
(1) /Kuda,\.\y. V. 187.
•27t)
ton y los gobernadores de las Islas Afortunadas acudieron
á Júpiter y le dijeron que se les enviaban hombres,
que no merecian ni las recompensas ni los castigos que se
les había impuesto. Haré cesar esta injusticia, respondió
Júpiter; lo que hace que los juicios no salgan bien hoy,
es que se juzga a los hombres con el vestido de su cuerpo,
porque se les juzga estando vivos. De aquí resulta , prosiguió
él, que muchos, que tienen el alma corrompida, se
hallan revestidos de cuerpos bien formados, de.nobleza,
de riquezas, y cuando se trata de pronunciar la sentencia
, se presentan en su favor una multitud de testigos
dispuestos a declarar que han vivido bien. Los jueces se
dejan alucinar con todo esto, y además juzgan también
estando vestidos de carne, y teniendo delante de su alma
ojos, oidos y toda la masa del cuerpo que los rodea. Sus
propios vestidos, por consiguiente, y los de aquellos á
quienes juzgan son para ellos otros tantos obstáculos.
Por lo tanto, es preciso comenzar, añadió, por quitar á
los hombres la presciencia de su última hora, porque
ahora lo conocen de antemano. He dado mis órdenes
á Prometeo, para que los despoje de este privilegio.
Además, es mi voluntad que se los juzgue en una desnudez
absoluta, libre de lo que les rodea, y que para ello no
sean juzgados sino después de la muerte. También es
preciso.que el juez mismo esté desnudo, es decir, muerto,
y que examine inmediatamente por su alma el alma de
cada uno después que haya muerto, y que, separada de
su parentela, haya dejado sobre la tierra todo este ajuar,
para que así el juicio sea justo. Antes que vosotros, ya habla
advertido yo este abuso, y para remediarlo he nombrado
por jueces a tres de mis hijos: dos de Asia, Minos
y Radamanto, y uno de Europa, Eaco. Cuando hayan
muerto, celebrarán sus juicios en la pra;dería (1), allí
(1) Véasp lii fírpúUica, 1. X.
•¿~l~
donde afluyen dos caminos, uno de los cuales conduce á
las Islas Afortunadas y el otro al Tártaro. Radamanto
juzg'ará los hombres de Asia, Eaco los de Europa; y daré
á Minos la autoridad suprema para decidir en último
recurso en los casos en que se encuentren indecisos el
uno ó el otro, para que el destino definitivo, que los hombres
hayan de recibir después de la muerte, sea determinado
con toda la e(iuidad posible. Tales, Callicles, la
narración que he oido y que tengo por verdadera. Razonando
sobre esta historia, hé aquí lo que me parece
que resulta. La muerte no es otra cosa, a lo que yo
creo, que la separación de estas dos cosas, del alma y del
cuerpo. En el momento en que se separan la una de la
otra, cada una de ellas no es muy diferente de lo que era
cuando vivía el hombre. El cuerpo conserva su naturaleza
y los vestigios bien señalados del cuidado que de él
se ha tenido ó de los accidentes que ha experimentado;
por ejemplo , si alguno en vida tenia un gran cuerpo, ya
fuese obra de la naturaleza ó de la educación ó de ambas,
después déla muerte su cadáver será grande; sí era robusto,
su cadáver lo es igualmente, y asi en todo lo
demás. En igual forma, si tuvo gusto en cuidar su cabellera,
su cadáver tendrá mucho pelo. Si era un quimerista,
que llevaba en su cuerpo las huellas y las cicatrices
de los golpes y heridas recibidas, cuando se muera se
encontrarán las mismas huellas en su cadáver. Sí tuvo en
vida algún miembro roto ó dislocado, los mismos defectos
aparecen después de la muerte. En una palabra, tal como
se ha querido ser durante la vida, en lo relativo al cuerpo
, tal aparece en todo ó en gran parte de-^rpues de la
muerte. Me parece, Calli«les , que lo mismo sucede respecto
del alma, y que cuando áe ve despojada de su cuerpo,
lleva las señales evidentes de su carácter y de las
diversas afecciones que cada uno ha experimentado
en su alma, como resultado del género de vida que ha
278
abrazado. Así,-después que se presentan delante de su
juez, como los de Asia delante de Radamanto , éste,
haciéndoles aproximar , examina el alma de cada uno
sin saber a quién pertenece. Muchas veces, teniendo entre
manos al g-ran rey ó algún otro soberano ó potentado
, descubre que no hay nada sano en su alma, sino
que los perjurios y las injusticias la han en cierta manera
azotado y cubierto de cicatrices, grabando cada hecho
de estos un sello sobre su alma; que los torcidos rodeos
de la mentira y de la vanidad aparecen allí trazados, y
que nada recto se encuentra en ella, porque se ha educado
muy lejos de la verdad. Ve que un poder sin límites
, una vida muelle y licenciosa, una conducta desarreglada,
han llenado esta alma de desorden y de infamia.
Tan pronto como haya visto todo esto, le enviará a una
vergonzosa prisión, donde, apenas llegue, recibirá el condigno
castigo. Cuando uno sufre una pena, y es castigado
por otro con justo motivo, sucede que el castigado, ó se
hace mejor y se convierte el castigo en provecho propio,
ó sirve de ejemplo a los demás, a fin de que, siendo testigos
de los tormentos que sufre, teman otro tanto por sí
mismos y procuren enmendarse. Los que sacan provecho
de los castigos que sufren de parte de los hombres y de
los dioses, son aquellos cuyas faltas admiten expiación
naturalmente; pero esta enmienda no se verifica en ellos,
sea en la tierra, sea en los infiernos, sino por medio de
dolores y sufrimientos, porque no es posible purgarse de
otra manera de la injusticia. En cuanto a los que han cometido
los más grandes crímenes y que por esta razón
son incurables, sirven de ejemplo a todos los demás. Su
castigo no es para ellos mismos de ninguna utilidad, porque
son incapaces de curación; es útil a los demás. que
ven los muy grandes, dolorosos y terribles tormentos, que
sufren para siempre por sus faltas, estando en cierta manera
como arrestados en la mansión de los infiernos, como
279
un ejemplo que sirve a la vez de espectáculo y de instrucción
á todos los malos que llegan allí incesantemente. Yo
sostengo que Arquelao será de este número, si loque
Pólux ha dicho de él es cierto, y lo mismo sucederá con
cualquier otro tirano que se le parezca. Y creo también
que la mayor parte de los que son así presentados en espectáculo
como incorregibles, son tiranos, reyes, potentados,
hombres de Estado. Porque estos son los que, a la
sombra del poder de que están revestidos, cometen las
acciones más injustas y más impías. Homero me sirve de
testigo (1). Los que presenta como sufriendo tormentos
para siempre en los infiernos son reyes y potentados, tales
como Tántalo, Sísifo y Ticio. En cuanto a Tersites, y
lo mismo sucede con los otros malos, que no han salido
de la vida privada, ningún poeta le ha presentado sufriendo
los más terribles tormentos, ni le ha supuesto
como un culpable incorregible, sin duda porque no estaba
revestido de poder público; en lo cual era más dichoso
que los que impunemente podían ser malos. En
efecto, Callicles, los mayores criminales se forman de los
que tienen en su mano la autoridad. No es decir que entre
ellos no se encuentren hombres virtuosos; y los que lo
son, no hay palabras con que ponderarlos. Porque es muy
difícil, Callicles, y digno de los mayores elogios el no
salir de la justicia, cuando se tiene una plena libertad de
obrar mal, y son bien pocos los que se encuentran de estas
condiciones. Ha habido, sin embargo, en esta ciudad
y en otros puntos, y habrá sin duda aún, personajes excelentes
en este género de virtud, que consiste en administrar,
según las reglas de la justicia, lo que les está confiado.
De este número ha sido Arístides, hijo de Lisímaco,
que en este mismo concepto ha adquirido reputación en
toda la Grecia; pero la mayor parte de los hombres, que-
(1) Odisea, I'¡a, y. 581.
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rido mió, se hacen malos en el poder. Volviendo 4 lo que
antes decia, cuando alguno de estos cae en manos de Radamanto,
no sabe quién es, ni quiénes son sus parientes,
y sólo descubre una cosa: que es malo; y después de
reconocerle como tal, le relega al Tártaro, no sin marcarle
con cierta señal, según se le juzgue capaz ó incapaz
de curación. Cuando llega al Tártaro, el culpable
es castigado según merece. Otras veces, viendo un alma
que ha vivido santamente y en la verdad, ya sea el alma
de un particular ó la de cualquiera otro, pero sobre todo,
Callicles, a lo que yo pienso, la de un filósofo, ocupado
únicamente de sí mismo, y que durante su vida ha evitado
el tragin de los negocios, se entusiasma por ella y la
envia a las Islas Afortunadas. Eaco hace lo mismo por
su parte. Uno y otro ejercen sus funciones de jueces, teniendo
en las manos una vara. Minos está sentado solo,
vigila a los otros, y tiene un cetro de oro, que Ulises de
Homero dice haber visto:
Teniendo en la mano un cetrode oro, y administrando justicia d los muertos
(1).Tengo una fe completa en lo dicho, y estoy resuelto
á comparecer delante del juez con el alma tan pura como
pueda. Por lo tanto, despreciando lo que la mayor parte
de los hombres estiman, y no teniendo otra guia que la
verdad, haré cuanto pueda por vivir y morir, cuando el
tiempo se haya cumplido, tan virtuoso como me sea posible.
Invito a todos, y te invito a tí mismo, a mi vez, para
adoptar este género de vida, y ejercitarte en este combate
el más interesante a mi juicio de todos los de este mundo.
Te digo que no estarás en estado de auxiliarte a tí mismo,
cuando sea preciso comparecer y sufrir el juicio de que
hablo; y que cuando hayas llegado a la presencia de tu
juez, el hijo de Egina; cuando te haya cogido y llevado
delante de su tribunal, bostezarás y perderás la cabeza
(1) Odisea, 1. XI, v.569.
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allí, ni más ni menos que yo la perdería delante de los
jueces de esta ciudad. Quizá entonces te abofetearán ignominiosamente y te dirigirán toda clase de ultrajes.
Probablemente miras todo esto como un cuento de viejas,
y no haces de ello ningún aprecio, y no seria extraño,
que no lo tomáramos en cuenta, sí, después de muchas
indagaciones, pudiéramos encontrar algo más verdadero
y mejor. Pero ya ves, que vosotros tres, que sois hoy dia
los más sabios de la Grecia, tú, Pólux y Gorgias, no
podéis probar, que se deba adoptar otra vida que la que
nos será útil allá abajo. Por el contrario, de tantas opiniones
como hemos discutido, todas las demás han sido combatidas,
y la única que subsiste inquebrantable es ésta:
que se debe antes sufrir una injusticia que hacerla; y que
en todo caso es preciso procurar, no parecer hombre de
bien, sino serlo en realidad, tanto en público como en privado
; que sí alguno se hace majo en algo, es preciso castigarle;
y que después de ser justo, el segundo bien consiste
en volver a serlo, recibiendo el castigo que se ha
merecido; que es preciso huir de toda adulación, tanto
respecto de sí mismo como respecto de los demás, sean
muchos ó pocos; y que jamás se debe hacer uso de la Retórica,
ni de ninguna otra profesión, sino en obsequio á
la justicia. Ríndete, pues, a mis razones, y sígueme en
el camino que te conducirá a la felicidad en esta vida y
después de la muerte, como mis razonamientos lo acaban
de demostrar. Sufre que se te desprecie como un insensato,
que se te insulte, si se quiere, y déjate con grandeza
de alma maltratar de esa manera, que te parece tan ultrajante.
Ningún mal te resultará, si eres realmente hombre
de bien, y te consagras a la práctica de la virtud.
Después que la hayamos cultivado en común, entonces, si
nos parece conveniente, tomaremos parte en los negocios
públicos; y cualquiera que sea aquel sobre que tengamos
que deliberar, deliberaremos con más acierto que podría
mos hacerlo ahora. Porque es una vergüenza para nosotros,que en la situación, en que al parecer estamos, presumamos
como si valiéramos algo, siendo así que mudamos
de opinión a cada instante sobre los mismos objetos,
y hasta sobre lo que hay de más importante; tan profunda
es nuestra ignorancia! Por lo tanto, sirvámonos de
la luz que arroja esta discusión, como de un guia que nos
hace ver que el mejor partido que podemos tomar es vivir
y morir en la práctica de la justicia y de las demás virtudes.
Marchemos por el camino que nos traza, y comprometamos
á los demás a que nos imiten. No demos oídos
al discurso, que te ha seducido y que me suplicabas que
yo admitiese como bueno; porque no vale nada, mi querido
Callicles.