La vida de
Lucas de Heere , pintor
y poeta de Gante
Biografía desde
He dicho en otra
parte que de la escuela erudita de Frans Floris, proceden hábiles maestros,
dignos infantes de tal madre.
Entre los mejores, debemos mencionar a
Lucas De Heere, de una tronco esencialmente artístico, porque Jean De Heere,
su padre, fue uno de los mejores escultores de los Países Bajos, y su madre,
Lady Anna Smijters, fue una excelente iluminadora, autora de obras raras
ejecutada con una asombrosa delicadeza de pincelada. Pintó
entre otros, un molino con sus alas, el molinero, cargado con un saco,
subiendo las escaleras, y sobre el montículo, un carro enganchado a un
caballo, finalmente, los transeúntes, y todo podría estar escondido bajo
medio grano de trigo. Estos fueron los padres de Lucas De Heere, nacido
en Gante en 1534.
Comenzó temprano a aprender dibujo de su padre, quien fue, no sólo un
docto escultor, sino también un buen arquitecto, dejó excelentes obras en alabastro, mármol y piedra de toque, que le obligaba a viajar
con frecuencia a Namur y Dinant a buscar los mámoles allí, más de una vez
en estas excursiones, lo acompañaba su hijo pequeño, quien ya trazaba, de
la naturaleza, con una pluma hábil y firme, los pueblos y castillos en
ruinas a orillas del Mosa.
Llegó, por las indicaciones de sus padres, a ser
un dibujante pasable. Fue aprendiz de Frans Floris, gran amigo de su
padre.
Su rápido progreso pronto lo puso en posición para hacer grandes servicios a su
maestro, especialmente ejecutando los diseños para
vidrieros y para tapiceros, trabajos que han pasado a ser de Frans Floris,
lo que da prueba de la destreza del diseñador.
Lucas de Heere empezó
entonces a viajar al extranjero: en Francia,
donde ejecutó muchos
cartones para tapices de la reina, la madre del Rey.(Catalina
de Médicis)
Iba con frecuencia a Fontainebleau donde había muchas cosas hermosas para ver: figuras
antiguas, pinturas, etc.
De regreso de Francia, se casó con una joven
honesta llamada Eleonor Carboniers, hija del interventor de la ciudad
de Vere.
Pintó muchos retratos del natural, en los que procedió con gran
certeza, posando bien a sus modelos; hizo también
retratos de memoria, lo suficientemente parecidos como para que fuera posible
reconocer sus personajes.
Pintó al señor de Wacken y su esposa, así como Cosijntgen, su bufón;
están en los postigos de un tríptico.
En la iglesia de San Pedro, en Gante,
también había postigos suyos, donde se veía Pentecostés, en el cual
estaban representados los apóstoles notablemente bien vestidos.
En
San Juan
(catedral de san Bavón), vimos un gran epitafio con
la Resurrección como panel
central, en una de las contraventanas, los Discípulos de Emaús, y en la
otra, la Magdalena a los pies de Cristo de jardinero.(Olvida
deliberadamente citar allí mismo, a Felipe II como Salomón
#, o, podría ser
que la citara más adelante en el resto de la vida, que obviamente está
mutilada. No encuentro referencias a si lo hizo voluntariamente o no, porque
sobre el facsímil de 1604 , folio 256 no se nota, ¿Voluntariamente?, cabe la
posibilidad, como venganza tardía, más abajo dice que se comprometió a
escribirle la introducción al libro, cosa que parece ser no hizo, o tuvo
problemas con los herederos.
Lucas de Heere estaba
adherido a la reforma, hacia el 1568 marchó exiliado)
Hay varias pinturas y retratos de su mano muy hábilmente pintados, y sin duda habría
más, si no hubiera perdido uno buena parte de su tiempo, en compañía de los
altos personajes, que le buscaban para la aprobación de sus compras, no
menos que por su talento como artista y como poeta, pues tales artes
fácilmente van en compañía. Estaba tan bien con ciertos príncipes, que ellos
le dieron magníficos oficios.
Un día, en Inglaterra, recibió el encargo de
pintar para el almirante de Londres, una galería que iba a ser decorada con
la representación de los trajes de diferentes pueblos. Los
pintó a todos, excepto el inglés, al que retrató completamente desnudo,
colocando cerca de él todo tipo de de telas de lana y seda, tijeras de
sastre y una pieza de tiza. Al ver esta imagen, el almirante le
preguntó al pintor qué tenía oído para representarlo así. Lucas respondió que no habría
sabido qué disfraz regalar al inglés, ya que lo cambiaba todos los días,
que si lo tenía representado de tal manera, mañana habría tenido que cambiar
el francés, italiano, español o flamenco. Por lo tanto yo aporto
con la tela, agregó, y las herramientas para hacer lo que quieran.
El almirante mostró esta novedad a la reina quien, al verla, dijo: ¿No
tenemos razón al mostrar la versatilidad de nuestra nación, que logra ganar
las burlas de los extranjeros?
(Existe un libro de acuarelas con múltiples
páginas que podrían ser la referencia de este proyecto
#)
A decir verdad, los ingleses y los
franceses no son los únicos pueblos a los que se puede acusar de amar el
cambio; el reproche puede dirigirse igualmente a los flamencos, a quienes
les gusta demasiado copiar los vestidos de otras naciones, en particular, quienes están más cerca de ellos, o con quienes mantienen
relaciones más populares.
A este respecto, los alemanes y los suizos
incurren en menos críticas. ellos que, la mayoría de las veces, se contentan
con sus viejos pantalones.
Nosotros, por el contrario, a veces vamos
con las piernas avergonzadas de calzones flotantes, apretados en la
parte inferior, que casi impiden el andar. A veces nos hacemos panzas que
cuelgan muy por debajo del cinturón; y nos apretamos la
ropa hasta el punto de apenas poder respirar y mover los brazos, o, tenemos bragas de galeotes,
como esclavos encadenados a un remo, y tal cosa es de origen francés, tal
otra de origen español
o portugués. A veces los zapatos deben que ser tan estrechos que es
necesario un calzador para ponérselos.
Pero nuestras damas alcanzan
el colmo de lo grotesco con sus cass-enfants, como está permitido llamarlo,
los hace tan anchas y regordetas como el caballo de Bayard; apenas pueden
atravesar una puerta, y, al mismo tiempo, se pinzan y se atan la
cintura, hasta el punto de no poderse doblar ni respirar. Y, no contentos
con someterse a la tortura, todavía martirizan a las inocentes niñas
que apenas pueden desarrollar.
Hemos llegado a tal grado de estupidez en este país, que
la sequedad, la delgadez, (que está permitido llamar una enfermedad), se
tiene por un ornamento y una cualidad.
Los italianos son más sabios. Desde la
antigüedad, les gusta ver sus hermosas matronas regordetas, como todavía lo
son. Hacen la ropa de mujer tan holgada, que uno podría, al parecer sin
esfuerzo, hacer salir a los ocupantes con una sacudida, sistema mejor de
todos.
Volviendo a Lucas De Heere, dejó un número de versos, entre
otros, el Huerto de los Poemas, donde incluía una serie de piezas traducidas
del francés, como el Templo de Cupido, de Marot, y otras cosas, con número
de piezas de su propia composición, pero no según la métrica francesa
que siguió mucho después.
También se había comprometido a escribir, en
verso, las vidas de los pintores, pero no pude obtener este comienzo de la
obra, con pena me quedé con la esperanza de poder aprovecharlo y publicarlo.
Era un hombre de gran saber y gran
juicio, apasionado de las antigüedades, medallas y otras curiosidades,
con ellas había formado una bonita colección. Poseía, entre otras cosas,
algunas estatuillas de bronce de Mercurio, en curiosas actitudes; que se
habían encontrado en Velseke, en Flandes, cerca de Oudenaarde, en un lugar
donde se supone que estaba la ciudad de Belgis.
Tenía un zapato antiguo que había sido desenterrado en Zelanda y
que consistía en una suela provista de muchas curiosas bandas, como se ve
en las estatuas romanas.
Como había sido mi primer maestro, le envié en
prenda un recuerdo, una muela natural que pesaba cinco libras y
que se había encontrado entre nuestro pueblo de Meulebeke e Ingelmunster,
en el lugar llamado "Tierra de los Muertos"
(het dooder lieden landt),
con otros huesos y armaduras de hierro, algo extremadamente curioso.
Su
lema era un curioso anagrama de su nombre: "El daño te Ilumina"
(Schade
leere u), oración correspondiente, con el número
de sus letras, en Lucas De Heere.
En mi opinión, esto se encontró muy ingeniosamente, aparte del hecho de que
fue verdadera y preciosa máxima, pues, sintiendo su propio daño, y
deseando determinar la causa, así como volver al origen en los demás, nos instruimos de la mejor manera sobre los medios para escapar de
estos contratiempos o para redimir las consecuencias.
Lucas murió en
1584, el 29 de agosto, a la edad de cincuenta años.