La vida de Bartholomeus Spranger , pintor de Amberes
Biografía desde
La naturaleza a
veces, se muestra tan pródiga en sus favores hacia ciertos individuos, que
les da los medios para alcanzar, como sin esfuerzo, brillando en una rama
donde tantos otros, a pesar de sus esfuerzos y cansancio, no logran
traspasar los límites de la mediocridad. Es necesario por tanto,
convénzase, que en el campo de la pintura, nadie reina excepto por derecho
de nacimiento.
Sería fácil para mí probarlo con el ejemplo del
ilustre de Amberes, Spranger,
(Mander escribe Sprangher,
pero el propio Spranger no usa la "h" firmando sus obras)
quien desde su tierna infancia, tenía a la naturaleza misma compartiendo su
color y pinceles, a quien la amable Pintura se dignó colmar de favores
y tomar por marido, aportándole además, la gracia en su matrimonio.
En la noble ciudad de Amberes, siendo largamente famosa como patria de una
multitud de notables, también estaba escrito que allí vería, el día 21 de
marzo, Domingo de Ramos, de 1546, a Bartholomeus Spranger, descendiente de
linaje honorable.
Su padre es Joachim Spranger, su madre, Anna
Roelandtsinne.
El padre, hombre piadoso, honesto y sagaz, había
viajado por una buena parte del mundo, pasando varios años en Italia y, en
su juventud, siguió en África a un tío paterno, comerciante afincado en
Roma, que había ido a comerciar en el momento en que el Emperador Carlos V
fue a poner sitio a Túnez. La larga estancia que hizo en Roma, permitió al
padre de Spranger tomar vínculo con varios artistas flamencos, entre otros
Michel Coxcie, pintor malinense, por lo que no fue ajeno a la cosas de
arte
Bartholomeus, su tercer hijo, de unos doce años, manifestaba por los
dibujos gran disposición. No dejaba papel virgen con sus bocetos, ni
siquiera en los libros de su padre o en las cartas comerciales, donde
estaban desplegados soldados, tambores, etc.
El padre, perdió la
paciencia, y llamó a Bartholomeus, sabiendo que él era el culpable, pues sus
hermanos no tenían aptitudes en ello, y le dio una fuerte paliza, tal vez
pensando en otra cosa. Pero la ira paterna rara vez es duradera. Cuando bajó
a la calle todavía confundido, se encontró con su viejo amigo Jan Mandyn,
pintor de Harlem, que pintaba cosas cómicas al estilo de Hieronymus Bosch, y
que recibió una pensión de la ciudad de Amberes, y le confió sus problemas.
De inmediato se acordó que al día siguiente, el joven iría a ver a Mandyn
que no tenía aprendiz en este momento. Así se hizo.
Mandyn ya tenía una
edad avanzada, y murió cuando el joven Spranger apenas había estado en casa,
por espacio de dieciocho meses.
El joven volvió con su padre.
Gilles
Mostaert, que mantuvo relaciones de amistad con el Padre de Spranger,
encontró la manera de tener con su hermano Fransoys al joven
Bartholomeus. Desafortunadamente, quince días después, Fransoys
Mostaert se estaba muriendo de peste, y Spranger se encontró de nuevo sin
maestro. La intervención de Gilles Mostaert fue aceptado por un período de
dos años por el caballero llamado Cornelis van Dalem , a quien sus padres lo
habían empujado hacia la carrera artística a través de su afición, y que
recibió con beneplácito los trabajos realizados por el joven, durante la
quincena que había pasado con Fransoys. Cuando expiraron sus dos años,
Spranger fue aceptado por un nuevo periodo igual, durante el cual no estuvo
ocioso, pues, su maestro trabajando poco o nada, pasaba el tiempo leyendo
libros de historia, poesía, etc.
Poco importaba al maestro si trabajaba o
no, mientras todo estaba en orden a no ser que la fantasía lo llevase a
pintar, el estaba haciendo paisajes que Gilles Mostaert, o Joachim
Bueckelaer, le desarrollaban.
Cuando terminó el
último mandato de dos años, Spranger, viendo que había hecho sólo un
progreso mediocre, y encontrando deplorable que tuviera que
recurrir siempre a la mano de otros para realizar sus figuras, se sentía
poseído de un ardor extremo en el trabajo, para llegar un día a poder
desarrollar sus propios paisajes.
Había entonces en Amberes un pintor
alemán, originario de Speyer, llamado Jacob Wickram, quien fue alumno
del famoso Bocksperger. Spranger estaba relacionado con él; celebraron
un concilio, y se acordó que en al expirar su mandato el joven volvería
con su padre y se dedicaría asiduamente al dibujo durante los meses que
habían de transcurrir desde noviembre de 1564 hasta el 1 de marzo de
1565, fecha que fijaron para la partida de Spranger, y siguiendo el
consejo de su amigo, y no perdiendo el tiempo, comenzó a copiar en papel
azul, usando carbón y lápiz blanco, los grabados de Parmesan y Floris, después, trató por sí mismo, de componer, su camarada le había dado
la seguridad de que lo superaría.
Habiendo hecho así en pocas semanas numerosas composiciones, Spranger
consideró pintar algunas, pero como el tiempo había llegado y había
prometido acompañar a su camarada a París, él ni siquiera tuvo la
oportunidad de experimentar, cómo le iría en el trabajo con los colores.
Dejando Amberes y llegando a París, comenzó su aprendizaje, en casa del pintor de la reina madre, un buen miniaturista llamado Marc,(Marc
Duval "el sordo")
que había pasado algún tiempo en Roma con don Julio (Clovio). Spranger aquí,
no hizo más que copiar los lápices del maestro, por espacio de seis semanas.
Marc vivía en una casa grande con paredes encaladas, como conviene a
un personaje. En poco tiempo, todas estas paredes estaban manchadas de
grandes y pequeños bocetos a carboncillo, desde el desván hasta la cueva.
Al ver y comprender que Spranger tenía poca inclinación al constante
dibujo de pequeñas cosas, Marc llamó a la persona que le había presentado
a su nuevo alumno, y le dijo que era mejor colocarlo con un
pintor donde pudiera dedicarse a la composición y el estudio de la figura,
y en apoyo de su razonamiento, mostró su paredes, agregando, que aunque
bastante grande, su casa era demasiado pequeña para el joven.
Informado de esto, Spranger encontró otro maestro, perfecto jinete, pero
mediocre artista.
La misma mañana de su llegada, el estudiante se vio
puesto ante sus ojos un panel preparado, de unos seis palmos de alto, en
manos del colores y pinceles, y fue invitado a pintar una composición
religiosa. Spranger, que nunca compuso ni copió temas históricos, estaba
muy avergonzado y pretendía no entender, como si el idioma francés no le
fuera familiar. El maestro entonces abrió un baúl, sacó tres estampas y
dijo: "Haz
uno de estos temas, pero de tu propia composición", y se fue, dejando al
joven a su suerte.
Spranger estaba horrorizado; viendo lo
que le rodeaba, y entre las tablas de su maestro de las obras más
mediocres, sin embargo se armó de valor, agarró una hoja de papel azul y dibujó con
carboncillo y a lápiz blanco, a su manera habitual, una Resurrección de
Cristo, con los guardianes del sepulcro, y comenzó a dibujar. Como
los días fueron largos, pronto terminó, con gran satisfacción del maestro
que, como hemos visto, era de lo más mediocre.
Algunos pintores flamencos,
que en ese momento llegó comenzó a alabar de una manera tan extraordinaria
la obra de Spranger, que estaba, creciendo en sus mismos ojos, movido por la
vanidad. Después de haber pintado tres o cuatro paneles, se negó a
quedarse más tiempo y planeó ir a Lyon en compañía del camarada con quien
había venido.
Tenido en mayor estima que muchos de sus mayores y su
maestro, ofreciéndole un sinfín de trabajos, llegó a creer que dondequiera
que fuera, se le ofrecerían las mismas ventajas.
Se despidió de su
maestro y se preparó para el viaje a Lyon.
Sintiéndome un poco
indispuesto, y sin aceptar el consejo de nadie, se hizo sangrar el brazo
izquierdo, tras lo cual se fue a jugar
palma, a veces usando
el brazo izquierdo, que se hinchó mucho por el ejercicio y le estalló una fiebre
muy violenta que había que temer
serias consecuencias.
Spranger estuvo postrado en cama durante mucho
tiempo. Su padre, al enterarse del estado de las cosas, escribió a un
comerciante en París, pidiéndole que le devolviera su hijo en carreta,
tan pronto como pudo resistir el viaje.
Pero, demasiado ambicioso para
volver a casa pronto, Spranger se apresuró a levantarse de la cama y, sin
esperar a que se recuperase, partió hacia Lyon, creyendo, durante todo el
viaje, escuchar tras él, el carro que debía llevarlo de vuelta a
Amberes.
Tan pronto como llegó, vio a dos o tres artistas que venían a su
posada, que le ofrecían trabajo; pero el joven, fortalecido en su
pretensiones, partió después de tres días para Milán, suponiendo,
sin duda, que allí también vendrían los maestros a hacerle sus ofertas.
El pobre
joven muy decepcionado, porque, después de tres semanas de espera, ni
un solo artista se había presentado en su posada. Peor aún, le era
imposible encontrar trabajo, y sus recursos estaban disminuyendo.
Para colmo, un compatriota vino a buscarlo a su posada, que afirmaba
tener una gran suma para recibir, y fuerte en la promesa no solo de ser
reembolsado, sino de obtener un préstamo considerable, Spranger cubrió
todos los gastos del camarada.
Cuando supo que la bolsa estaba vacía,
salió corriendo, llevándose el jubón y varios otros objetos
pertenecientes a Spranger, y desde entonces siempre se olvidó de traerlos
de vuelta.
El pobre Spranger, que comenzaba a construirse sobre la mala
la fe, y la astucia de algunos de sus compatriotas, estaba en un país
forastero, sin abrigo, sin dinero, sin trabajo, en pleno invierno, ¡y sin
saber una palabra de italiano!. Como resultado, se curó de su vanidad, y se
dio cuenta de que su falta de conocimiento lo había avergonzado.
En
efecto, al no tener noción de pintar con cola o fresco, se vio
obligado a rechazar una oferta que le hicieron al tercer día
después de su llegada, no atreviéndose a participar en un trabajo de tal
especie.
Pudo vivir unas semanas con un caballero milanés, y más
tarde, habiendo conocido a un joven pintor de Mechelen, se comprometió
con él por un período de dos o tres meses, para aprender a pintar con
témpera sobre lienzo.
Tras una estancia de unos ocho meses en Milán,
Spranger se fue a Parma, y se colocó con el hábil pintor Bernardo Suwari
(Bernardino Gatti),
alumno del famoso Antonio da Correggio, pero ya bastante viejo.
Tomó un contrato de dos años con salarios bajos, mirando
especialmente por sus estudios.
Apenas habían pasado tres meses, cuando
surgió una disputa entre Spranger y el hijo de su maestro; lo había citado
en la linterna de la cúpula de la iglesia de Nuestra Señora de Steccata,
donde los jóvenes estaban solos y no podían ser escuchados de nadie; durante
una hora se calentaron para pelear, hasta que ambos
cayeron exhaustos.
Cuando Spranger recuperó algo de fuerza, subió al
andamio para tomar su abrigo y su daga, que había dejado. Muriendo de
sed, vio una tina de agua aparentemente clara, pero saturada de cal y,
como era el corazón del verano y no tenía nada más para beber, tomó un
poco de esta agua y sació su sed.
Al bajar, tenía que cruzar la
habitación donde había estado tan valientemente agarrado; Spranger lo
hizo sin problemas, porque el otro no cortó su descanso. Pero antes de
que llegara nuestro joven abajo, sintió escalofríos; el veneno de la cal
hizo su efecto, y durante más de tres semanas Spranger estuvo entre la
vida y la muerte.
Se alojó con un pintor oscuro, porque nunca
regresó con su maestro.
Habiendo colaborado en unos arcos triunfales en honor a la
entrada en Parma de la Princesa de Portugal, partió para Roma, y trabajó con un pintor de escaso mérito
por espacio de seis meses. Luego pasó una
quincena con el arzobispo Massimi y, como no no quería quedarse más
tiempo allí, firmó un contrato con un joven pintor llamado Michel Joncquoy, fallecido recientemente en su ciudad natal.
Permaneció allí
unos seis meses, trabajando por sí mismo, una serie de
pequeños paisajes, entre otros un muy bonito pequeño sabatt en medio de
las ruinas, al estilo del Coliseo·(Hay
grabados de un sabatt de Spranger pero no coincide plenamente la descripción
¿#?
), donde las brujas montan en escobas, y
otros episodios del género. Era un efecto nocturno destinado a un
banquero, con el nombre de Jean Spindolo. Como a éste no le agradaba a la
pintura, fue adquirida por el célebre miniaturista don Giulio Clovio,
quien, viviendo en el palacio del Mecenas de todos
los hombres de mérito, el Cardenal Farnese, le mostró el pequeño sabatt a su
señor, quien supo apreciar mucho el valor.
Don Gulio hizo todo
lo posible para mantener al autor de la obra, y habiendo venido el
cardenal a visitar a Clovio, unió sus ruegos a los del pintor,
incluso ofreciéndose a sujetar a Spranger como un de sus compañeros, que
se declaró dispuesto a aceptar con reconocimiento, mientras él, se disculpaba
por haber dado su palabra para ayudar a un joven pintor valiente,
con poca inventiva, llamado Michel
(Michel Joncquoy), en las pinturas del altar mayor
y de la bóveda de la iglesia de San Orestes, lo que realmente hizo
Spranger, pintando en la pared la Última Cena
(La obra no se ha conservado, posiblemente por
estar realizada en parte "in secco", como se constató en la restauración de
la bóveda, lo cual evidenciaría poco conocimiento de la técnica del fresco
por entonces en Spranger, quizás el reproche de Vasari, que no está en sus
vidas, y que recoge Mander más adelante, venga de aquí, incluso retocar "in
secco" estaba muy mal visto, pues evidenciaba una mala planificación del
trabajo), y en la bóveda los Cuatro Evangelistas
#.
Spranger, sin embargo, no había mencionado el lugar,
contentándose con decir "alrededor de Roma". Habiendo preguntado el
cardenal dónde, Spranger respondió: "A San Orestes"; a lo que el cardenal
respondió, que el monte San Orestes y todos los habitantes estaban bajo su
dominio, que
no era gran cosa, y que él lo arreglaría.
Habiendo
partido el cardenal para Caprarole, Spranger fue a San Orestes con Michel, Spindolo les proporcionó
caballos, porque se arrepintió de
haber rechazado el pequeño sabatt, y Spranger le prometió hacerle, estando
en San-Oreste, otra que sería mucho mejor, lo cual hizo, en efecto,
para gran satisfacción del signor Spindolo, quien llegó a San-Oreste en
compañía de numerosos caballeros.
Spranger permaneció allí cuatro meses.
Regresó a Roma, y estuvo allí magníficamente recibido por el viejo cardenal
Farnese y pasó tres años en su palacio de S. Laurent in Damas.
Finalmente, habiendo sido enviado al famoso palacio de Caprarola,
a un
día corto de Roma, para pintar allí algunos paisajes al fresco, el
cardenal mandó llamarlo de improviso. Fue para llevarlo al Papa Pío V.
El Cardenal y Don Giulio querían presentarlo a Su Santidad, al poco Spranger
fue admitido, habiendo besado los pies del soberano
pontífice, recibió su bendición, después de unas
palabras sobre una obra que el Papa deseaba hacer, fue contratado por Pío
V, y se alojó espléndidamente en el Belvedere, inmediatamente por encima
del Laocoonte.
Fue allí donde pintó un
Juicio Final
sobre cobre, de seis pies de alto, considerable obra donde están más de quinientas
figuras, todavía se puede ver en el Convento de los Reyes, entre Pavía y
Alejandría, sobre la tumba de Pío V. La obra se completó en catorce
meses.
Después de eso, como Vasari había deshonrado a Spranger ante su Santidad, llamándolo incapaz y holgazán, el pintor quiso dar la medida
de su aplicación.
Tomando una placa de cobre del tamaño de una hoja de
papel, pintó allí un efecto noche: Cristo en el Huerto de los Olivos,
y rindió homenaje al Papa, que se mostró muy satisfecho.
El soberano
pontífice pidió entonces a Spranger, que le pintara toda la Pasión en el
mismo formato. También quería poder juzgar primero los dibujos, cosa que Spranger no encontró muy de su agrado, al no tener nunca dibujado excepto a
lápiz o carboncillo. Él obedeció, y dibujó un grupo de
doce piezas sobre papel azul, realzado con blanco, desde entonces
fue el papa quien se convirtió en la causa, de que hiciera sus primeros
diseños en pluma. Mientras Spranger trabajaba en el último dibujo, la
Resurrección, el papa murió
(1572); ya
enfermo fue cuando el pintor le ofreció su composición del Huerto de los
Olivos, que recibió en su cama.
Tuve la oportunidad de ver algunas de estas piezas; están magistralmente
tratadas y lavadas a la pluma. El emperador también posee algunas.
Bajo la influencia de estos importantes acontecimientos, Spranger sintió
fortalecer su inclinación por las grandes obras. El primer trabajo de esta
especie que creó para un lugar público, estaba en San Luis de los franceses,
donde pintó al óleo sobre el muro
(¿Mismo error? Existe un
grabado de Crispijn van de Passe,
#
que reproduce tan singular y única
composición) : a San Antonio, San Juan Bautista, Santa Isabel y, más arriba en
el cielo, una Virgen rodeada de ángeles, una obra notable.
Más tarde,
en San Juan a Porta Latina, pintó al óleo, sobre lienzo, para el altar
mayor, San Juan en aceite hirviendo
#, figuras más pequeñas que del natural,
buena composición bien ejecutada.
Para una pequeña iglesia cerca de
la Fontana de Trevi, pintó otro cuadro de altar sobre lienzo, con el
Nacimiento de la Virgen, figuras de mitad del natural, excelente
composición, donde
vemos a varias mujeres ocupadas con el niño que acaba de nacer, en
las nubes, aparece el Padre Eterno rodeado de la gloria de los ángeles. Esta
composición ha sido grabada. Vi a Spranger trabajando allí.
Tales son las grandes composiciones que hizo en Roma. Ellas eran
precedidas de muchas pequeñas obras, vendidas tan pronto como estaban
terminadas.
Desde la muerte del Papa, al que había servido por espacio
de veintidós meses, Spranger había, por así decirlo, estado perdiendo su
tiempo, porque se había alojado con un joven comerciante flamenco amigo suyo,
que tenía una vida algo desordenada, de modo que, durante unos años,
Spranger no hizo ninguna obra buena, vivió de su fantasía, y funcionaba sólo
cuando los medios para la diversión faltaban, es decir, el dinero.
No sé si
alguna vez se molestó en dibujar de las cosas bellas que abundan en Roma:
antigüedades, estatuas, etc. yo dudo que alguna vez dedicase una hoja de
papel a este uso, algo extraordinario. Cuando se fue a Austria, su
carga de estudio era ligera, y todo lo que llevaba estaba dentro de él.
Recuerdo, que estando la condesa de Aremberg en Roma, pintó de memoria a
petición de un caballero, el retrato de una de sus damas de honor, una
efigie que todos encontraron muy semejante, fue bien pagado por su amante señor,
que se mostró encantado. Esto da
la idea de la memoria de Spranger.
Cuando el emperador Maximiliano II
estaba pensando en emprender una gran obra, los retablos que mencioné anteriormente,
habiéndolo hecho famoso, cuando,
hiciera escribir a Juan de Bolonia, el eminente escultor del duque de
Florencia, para recomendar a Su Majestad dos jóvenes, un pintor y un
escultor, que estuvieran deseosos de servirle para la ejecución de ciertas
grandes obras.
Bolonia, que había conocido a Spranger en Roma, y se
encontraba frecuentemente con él en el Belvedere, en el palacio del Papa,
designó a nuestro artista, y eligió como escultor a otro joven, uno de
sus propios alumnos, que también se encontraba en Roma, el excelente y hábil
Hans Mont, de Gante, en Flandes, uno de los mayores genios del universo, y la causa por la que Spranger consintió en partir para
Alemania.
Es muy probable que, sin el escultor Hans Mont, nunca Spranger habría salido de Roma, porque había tomado la firme
resolución de estudiar
seriamente antes de irse. Considerando sin embargo, que iba a tener tal
colaborador, ya no dudó en emprender el viaje.
Encontró otra razón en
su deseo de hacer grandes trabajos, cuya oportunidad no podía fallarle en
casa del Emperador, pues
las que se encuentran para hacer en Roma, por
lugares públicos, se pagan por un trozo de pan, teniendo todos los jóvenes el
deseo de hacerse un nombre por cuadros de altar.
Spranger
deseaba deber sus ganancias a grandes obras, no por avaricia, sino por su
propia satisfacción, porque él estaba pagado con creces con sus pequeñas cosas,
como hemos visto.
Después de unos meses de espera, recibió la suma
necesaria para el viaje, y partió con su compañero. Salieron de Roma el año del jubileo
1575 llegando a Viena, en Austria.
El Emperador estaba entonces en la Dieta
de Ratisbona
(Asamblea de los
príncipes electores germánicos),
donde su hijo Rodolfo II, fue coronado rey de los romanos.
Después de unos cuantos meses, a su regreso a Viena, le pidió a Hans Mont
que le diera algunos modelos de cera y arcilla y pidió a Spranger dibujos
y pequeñas pinturas. Al mismo tiempo, le dio para decorar un techo del nuevo
edificio erigido fuera de Viena y que lo llaman Fasangarten.
El primer trabajo que Spranger hizo para el emperador
Maximiliano,
mientras estaba ocupado con sus dibujos para el Fasangarten, era una pequeña
pintura sobre cobre al ancho con la elevación de la cruz, donde Cristo se ve
en escorzo. Es una excelente composición.
También hizo un epitafio: la
Resurrección, que ves en el hospital del Emperador, en Viena.
Después
de unos meses. Su Majestad regresó a Regensburg, donde Rodolfo fue
elegido emperador de los romanos, y poco después, en octubre de 1576, el
emperador Maximiliano II se fue de este mundo a uno mejor, dejando a todos
el recuerdo de sus virtudes.
Mientras tanto, Hans Mont y Spranger habían
trabajado en el nuevo edificio, hecho con figuras de estuco, de unos ocho
metros de altura figuras pintadas al fresco, composiciones con
figuras más pequeños que del natural, y otras en bajorrelieve.
Llegó el
invierno, y con él la noticia de la muerte del buen emperador, seguido a
intervalos de dos o tres días por una carta al tesorero de la casa
imperial de Viena, invitándolo a asegurarse de que el pintor y el
escultor, que había venido de Roma, no salieran de la ciudad antes de la
llegada del nuevo emperador. Siguieron estando bien tratados, y pagados regularmente todos los meses.
Spranger pintó en este momento
un cuadro de tamaño mediano, figurando a Mercurio que presenta a
Psique a los dioses
#, pintura donde se ve un
avance de nubes extremadamente bien hecho.
Luego, en un pequeño cobre,
representó a Roma, bajo los rasgos de una mujer sentada, teniendo cerca
de ella el Tíber, la loba y sus niños, la primera de sus obras en ser
presentada al nuevo emperador.
Hizo también una figura de la Virgen
rodeada de unas figuras, de excelente color.
Seis meses después de la
elección del emperador, como había llegado el momento para que el soberano
hiciese su entrada gozosa en su capital, Spranger recibió el
encargo del municipio de erigir en el Bauermarkt un gran arco triunfal.
Hans Mont, que era un buen arquitecto, compuso todo. Modeló figuras de
ocho a nueve pies de alto, que rellenó de heno y cubrió de arcilla.
A ambos lados estaban las imágenes de los emperadores Maximiliano y
Rodolfo, representados al natural, y otras figuras, en particular un
Neptuno, representado desnudo, en una pose muy hermosa, excelente creación.
En la parte superior del arco, sobre una abertura circular, el escultor
hizo un Pegaso, porque los músicos tenían que tocar allí para el paso del
emperador. Este caballo era el doble de grande que del natural, y
estaba colocado en una elevación muy en alto. Todas estas figuras de barro
estaban pintadas al óleo, y parecían ser de mármol blanco.
La
pintura fue obra de Spranger, representando, a partir de cobre
amarillo, las figuras alegóricas de las Virtudes: Justicia, Sabiduría,
etc., interpretada a lo moderno y a lo antiguo, todo muy ingeniosamente
diseñado y no menos bien ejecutado. Había, además, genios, más grandes
que del natural y muy bien pintados también.
Era un conjunto gigantesco,
más alto que las más altas casas del lugar, porque los magistrados de Viena
querían hacer un trabajo grandioso, teniendo en cuenta que todo
se completó en veintiocho días, aunque la lluvia había entorpecido mucho
el trabajo.
Lo recuerdo perfectamente, porque Spranger me envió a buscar desde Krems,
donde entonces estaba trabajando en un fresco en el cementerio.
Como
el nuevo soberano no estaba al principio muy interesado en las artes, y,
mientras tanto los artistas como los amigos no sabían de las expectativa de ellos, el emperador partió hacia Linz, dando la orden que
uno de ellos debería seguir la corte, y el otro debería permanecer en Viena
para esperar su buen placer. Hans Mont le siguió, y Spranger permaneció en
Viena.
Finalmente, la corte llegó a Praga, donde Hans Mont, después de
algunos meses, viendo que lo llevában de la nariz como a los búfalos, sin tomar ninguna resolución al respecto, perdió la paciencia y, sin previo
aviso de nadie, se fue para nunca volver.
Lo último que supimos de él, fue
que estaba en Turquía, y había abrazado el islamismo; una gran pérdida
para el arte, porque, del genio eminente, y la gran manera que mostró en su
obras, es suficiente para demostrar que no habría cedido a ningún escultor
antiguo ni moderno, si se le da la oportunidad de realizar obras
importantes.
Estuve conectado con él desde su juventud, era bueno,
servicial, enemigo muy duro, pero no muy duradero. Los que quieren ser
cortesanos, deben por el contrario, estar dotado de una paciencia de
acero.
Spranger, que se había quedado en Viena, tuve la oportunidad de
verlo, y se angustió por ello mucho. A su vez, dejó el servicio del
emperador, y aceptó las órdenes de particulares, cosa que no había querido
hacer hasta entonces, proponiéndose luego, buscar fortuna en otra parte.
Mientras tanto, el Gran Chambelán del Emperador llegó a Viena, Lord Rouff,
quien al enterarse de las intenciones de Spranger, lo llamó, y le rogó
en nombre de su señor, que no le diera importancia, sino que esperase a que el
Emperador le ordenara ir a Praga, lo que realmente sucedió.
En Praga,
después de unos meses de espera, Spranger volvió al servicio del emperador con una considerable pensión.
Viéndose así fijado,
pensó en tomar esposa y cuidar la casa, pues apenas había llegado a
Praga, había tenido tiempo de convertirse en el humilde esclavo de una
virtuosa niña de catorce años
(Christine Müller), cuya madre era de los Países Bajos,
y cuyo padre era un rico comerciante o joyero alemán.
Spranger tuvo
la suerte de ver sus sentimientos compartidos por la muchacha. Habiendo sido
convocado el padre al Gran Chambelán, por orden del emperador, su hija le
fue propuesta en matrimonio para Spranger, y conociendo la
inclinación de su hija, dio su consentimiento pero con la condición,
que dada la extrema juventud de su niña, aplazase
la boda dos años. Las cosas estaban así arregladas, pero Spranger supo
hacerlo tan bien, con los padres, que después de diez meses le
dieron a su hija, de tal manera que la boda se llevaría a cabo mientras el Emperador
estaba en Viena.
La primera gran obra ejecutada en Praga por nuestro
artista, fue la decoración de la fachada de su casa, que pintó como en
bronce. En la cima aparecen genios altos como del natural. A la derecha,
pintan y dibujan. A la izquierda, tallan y miden. En medio un Mercurio
alado, de tamaño natural. Más abajo, unas vidriera y una figura de la Fama,
abajo, Roma, una mujer de pie sobre una esfera, llevada por un águila,
que desciende hasta el friso. Este friso está decorado con cautivos y
trofeos de armas y completado en sus extremos por figuras de ocho pies de
alto, la una representa a la Justicia, y la otra a Hércules. En el
centro, sobre el friso, un genio, más grande que del natural, levantando un
cartel. Todo este conjunto es grandioso, las figuras tienen un poderoso
relieve y sus posados son notables.
Todavía se puede ver de Spranger, en
la ciudad nueva de Praga, en Santa-Egida, un epitafio, de figuras grandes
como del natural, Cristo triunfante sobre la Muerte y el Diablo, con ángeles a ambos lados
#. Es
una obra de mérito.
En la iglesia de Santo Tomás había también un San
Sebastián, con figuras de arqueros de tres a cuatro pies de alto en
primer plano. Este San Sebastián permaneció en la iglesia sólo tres o cuatro
años. El emperador se lo ofreció al duque de Baviera, y Spranger
hizo un nuevo lienzo del mismo tema. Ambas pinturas fueron notables por
el movimiento.
Spranger luego ejecutó una figura de la Justicia
¿#? rodeada de
varios genios y la donó al ayuntamiento.
Para la iglesia de los Padres
Jesuitas, realizó un retablo: La Asunción de la Virgen, con figuras de
siete pies de altura, los doce apóstoles y ángeles, una excelente
pintura.
En el casco antiguo, en el convento de
Santiago, está de Spranger
un Santiago y un San Erasmo con traje de obispo, figuras de tamaño
natural; en el fondo, asistimos al martirio de San Erasmo cuyos intestinos
se enrollan en un cabrestante. Es un trabajo muy hermoso.
En San Matias, una pequeña iglesia no lejos de San Juan, está el
epitafio del padre de la esposa de Spranger, realizado después de la
muerte de personaje. Es una Resurrección de Cristo
#, con figuras de
tamaño natural, quizás la mejor de las obras de Spranger, en relación con
el color. Cristo recibe el manto de manos de un ángel, tan alto como del
natural, y de ambos lados están arrodillados en oración los padres y la
esposa del pintor. Sobre el frontispicio hay ángeles esculpidos del
célebre Adrien De Vries y, en este mismo frontispicio, está pintada el
Padre Eterno.
Estas son las obras públicas de Spranger, pero hay muchas otras
con el Emperador, porque Su Majestad es un apasionado de las
obras de su pintor.
En 1582, estando en Viena, el Emperador ordenó a
Spranger dejar Praga y unirse a él en la Dieta de Augsburgo, lo que
Spranger hizo con su esposa y su hogar, y acompañó luego el Emperador a
Viena.
A partir de este momento, el emperador ya no permitió que
Spranger trabajase en casa. Le exigió tener su estudio en los aposentos
privados del soberano, que se complacía mucho en verlo pintar.
De
regreso a Praga, Spranger continuó pintando allí en presencia del
emperador, de ahí, que tan pocas personas poseen sus pinturas,
porque no tenía ayuda, aunque el cielo lo llenó de sus bienes, trabajaba sólo
por su placer, sin ninguna otra ambición que satisfacer a su amo,
durante casi diecisiete años.
No siendo de la materia de que están
hechos los cortesanos, raza desvergonzada, Spranger nunca fue un mendigo,
y si conseguía algo, puede jactarse de haberlo obtenido siempre de la buena
gracia de su emperador, y al favor a que tenía derecho a pretender.
Tuvo, al final, la recompensa de su discreción, porque, un día, en 1588,
estando el Emperador en Praga, en una gran fiesta, y en en presencia de
toda la corte, le hizo poner al cuello una triple cadena de oro,
con
órdenes de llevarla siempre. El honor hecho a Spranger que refleja el
conjunto de su
arte.
Unos años antes, el Emperador, en presencia de los
Estados reunidos en Praga, había conferido a Spranger la nobleza para él
y sus descendientes, y desde ese día, el pintor añadió a su nombre el vanden Schilde que, durante muchos años, habían llevado
sus antepasados, porque es costumbre en este país, cuando uno es admitido en
la nobleza, añadir un nuevo nombre al suyo. Ahora podemos decir
Señor Bartholomeus Spranger vanden Schilde, un título que va muy bien con la
calidad del hombre, atendiendo a que la palabra pintor, deriva su origen
del escudo, como se ha dicho en otro lugar
(Durero)
Enumerar las obras que
Spranger hizo para el Emperador sería largo, porque hay muchas.
También
hizo para Su Majestad miniaturas, género en el que también destacó, en mi
opinión, no conozco mejores obras en el género, que una
Disputa de la Santísimo Sacramento, que vi de él en Roma.
También
hizo, aunque son pocas, obras destinadas a algunos amigos.
En vista
de la avanzada edad de Spranger, el Emperador finalmente le permitió
trabajar en casa, siempre que estuviera constantemente en
algún trabajo, grande o pequeño para Su Majestad, que él hace, siendo un
apasionado de su arte, y lamentando amargamente el tiempo perdido, ahora
que sus ojos, sus brazos, sus piernas, le sirven menos que antes. Por
opinión unánime, sin embargo, sus últimas obras siempre son las mejores.
Nos hubiera gustado ver en los Países Bajos, muchas obras como la que
envió recientemente al valiente aficionado Señor Pilgrim, Venus y Mercurio
enseñando a Cupido a leer, una obra excelentemente pintada y compuesta, muy elogiada por los conocedores.
Tocando sus dibujos, no conozco su
igual para el manejo de la pluma y estoy de acuerdo en esto con la
mayoría competente en este género, en particular Goltzius, quien me dijo
que no sabía de nadie más hábil.
Hemos visto aquí, ese magnífico Banquete
de los Dioses, o la Boda de Psique
#, que el hábil y sabio cincel de Goltzius reprodujo en 1585, y donde,
con respecto a la composición, vemos como inteligentemente repartió los
grupos, y como cada personaje tiene bien su papel, porque Hércules es el portero, las Musas y Apolo son los músicos, Ceres es el mayordomo, Baco el sommelier, etc., cada
figura actuando con gracia, teniendo Spranger, a este respecto, un
entendimiento que no se encuentra en otra parte.
En cuanto a sus
habilidades como colorista, recuerdo que él dijo, estando en los Países
Bajos, que, habiendo permanecido durante mucho tiempo solo con el
Emperador, habiendo estado solo durante mucho tiempo en casa del emperador y
no teniendo a nadie cerca, cuando vio por casualidad una muestra de buena
pintura, al principio no le llamó mucho la atención. Después, habiendo visto algún trabajo de Joseph Heintz, un suizo, y
Hans von Aachen, que eran excelentes coloristas, comenzó a colorear todo
de manera diferente, porque estos maestros lograron dar a su trabaja un
efecto asombroso y atraían todas las miradas.
Sin embargo, desde un
principio siempre reinó en lo que hizo con gracia de Apeles, que unía a
la hija de Venus y
Marte: Armonía, combinada con un hermoso color y un
dibujo
firme y elegante, que permite que su obra desafíe la crítica, y mejor aún,
ser insuperable.
De hecho, Spranger merecía ser tenido en tan alta
estima por el César romano, y no menos amigo de las artes que
Alejandro,que encontró en él a su Apeles.
Spranger, después de
que su tierra natal lo atrajera por mucho tiempo, resolvió finalmente ver
de nuevo su tierra natal y regresó en 1602 a los Países Bajos, a quien
había dejado durante treinta y siete años. Y, después de asistir algunas
Dietas, no a expensas del Emperador, como él habría podido a su cargo, Su
Majestad le dio mil florines para su viaje a Holanda.
Sus
compañeros le dieron la más cordial bienvenida. En Ámsterdam, recibió del
municipio las jarras de vino de honor; en Harlem, los artistas lo
trataron con dignidad, y él disfrutando a su vez. Miembros de la antigua
sociedad retórica, bajo el lema "Troujp moet blycken"(La
lealtad debe demostrarse) lo honró después
de la cena, con la cortesía de una pintura, dándole la bienvenida. Su presencia fue dulce para nosotros, y su
partida nos causó un profundo pesar.
También fue recibido en su ciudad
natal con grandes manifestaciones de alegría. Luego fue a Colonia, y
regresó a su casa en Praga, donde sigue ocupándose valientemente de su
arte.
Hoy que Spranger está solo, que se le acerca la tiempo del gran
paso, que le despojó en este mundo de su querida y virtuosa
esposa y sus hijos, sería necesario que alguna Medea indulgente, pudiera
devolverle su juventud. Pero como no será así, el arte será su compañero,
y cada día vendrá a rejuvenecerlo con su dulce comercio, y el nuevo
Miguel Ángel, le darán por descendencia obras que harán brillar su nombre en
el Templo de la Memoria, y merecerá el trazó en caracteres
indelebles que sirvió lealmente como sus pinceles a un papa y dos
emperadores.