Yocasta
El pedagogo
Antífona
Polinices
Eteocles
Creón
Tiresias
El coro
Edipo
Un mensajero
Otro mensajero
Yocasta
¡Oh Helios, que trazas tu camino entre
los astros del Urano y te asientas en un carro de oro! Tú, que haces girar la
llama con tus caballos rápidos, ¿qué funesto rayo enviaste a Tebas el día en que Cadmo vino
a este país, dejando la
tierra fenicia? El, que, tras de casarse en otro tiempo con Harmonía, la hija
de Cipris, engendró en ella a Polidoro, de quien dicen que nació Lábdaco, y de
éste, Layo.
[10] En cuanto a mí, me llaman hija de Meneceo, y Creón es hermano
mío, nacido de la misma madre. Me nombran Yocasta. En efecto, mi padre me ha
dado este nombre, y Layo se casó conmigo. Como hacía tiempo que me poseía en su
morada y no tenía hijos, fué a interrogar a Febo y le pidió que tuviésemos hijos
varones en nuestras moradas, y éste le contestó: «¡Oh tú que mandas en los
buenos jinetes tebanos, no siembres de hijos el surco a despecho de los Dioses,
porque, si engendras un hijo, ese hijo te matara,
[20] y a toda la familia
arrastrará la sangre!» Pero él, cediendo a la voluptuosidad é impulsado por el
exceso de vino, engendró a nuestro hijo; y después de engendrarle, reconociendo
su error, y acordándose del oráculo del Dios, entregó el niño a los pastores,
con objeto de que lo expusiesen en la pradera de Hera, en la cima del Citerón,
después de atravesarle los talones con hierros agudos, a lo cual obedece que la Hélade le llame Edipo. Y recogiéndole los pastores de Polibo, le llevaron
a la
morada y le pusieron en manos de su señora,
[30] que confió el fruto de mi parto
a pechos de nodriza, y persuadió a su marido de que le había parido ella. Y ya
era mi hijo un hombre de mejillas florecientes, y bien porque lo comprendiese
todo por sí mismo, bien porque le hubiese advertido alguien, se presentó en la
morada de Febo para descubrir a sus padres, al mismo tiempo que Layo, mi marido,
se presentaba allí también con objeto de saber si su hijo expósito estaba vivo
todavía. Y se reunieron en el lugar donde se parte en tres la ruta de la Focis.
Y el conductor de Layo ordenó a Edipo:
[40] «¡Oh extranjero, cede el camino al
rey!» Pero él caminaba en silencio y con orgullo. Y los cascos de los caballos
le enrojecieron de sangre los pies... Mas ¿qué necesidad hay de contar lo que
cae por fuera de nuestros malee? El caso es que el hijo mató al padre, y
apoderándose del carro, se lo dió a Polibo, que le había criado. Pero como la
Esfinge oprimía a la ciudad yya no existía mi marido, mi hermano Creón hizo
proclamar que me casaría con el que comprendiera el enigma de la virgen astuta.
[50] Y acaeció que mi hijo Edipo comprendió el enigma de la Esfinge, y quedó
convertido así en señor de este país, y en recompensa recibió el cetro de esta
tierra. Y el desgraciado, sin saberlo, se casó con su madre, quien, sin saberlo,
se acostó con su hijo. Y he concebido de mi hijo dos niños varones, Eteocles y
la ilustre Fuerza de Polinices, y dos hijas. A una la llamó Ismena su padre, y a la otra, que era la mayor, la llamé yo Antígona. Pero cuando supo que mi lecho
era a la vez el de su madre y el de su mujer,
[60] abrumado por todos estos
males, Edipo alzó contra sus ojos una mano exterminadora y se los agujereó con
broches de oro. En cuanto estuvo sombreada la mejilla de mis hijos, encerraron
a su padre con el fin de que se olvidase esta calamidad; mas fueron vanas todas
las astucias encaminadas a ello. Vivo está en las moradas; pero, irritado por su
destino, profiere imprecaciones muy impías contra sus hijos y anhela que
desgarren esta familia con el hierro agudo.
[70] Y temiendo éstos que los
Dioses cumplieran las imprecaciones si vivían ellos juntos, convinieron en que
el más joven, Polinices, se desterraría voluntariamente de esta tierra por lo
pronto, y Eteocles se quedaría, poseyendo el cetro de este país y cediéndoselo
al hermano a su vez al cabo de un año. Pero sentado ya en el banco del mando, Eteocles no cedió el trono, y expulsó de esta tierra
a Polinices. Y éste, tras
de partir para Argos y hacer alianza de familia con Adrasto, ha reunido y
traído un numeroso ejército de argianos, y viene contra la propia ciudad de las
siete puertas,
[80] reclamando el cetro paterno y la parte que le corresponde de
esta tierra. Y yo, a fin de solventar esta cuestión, he persuadido a mi hijo
para que venga a ver a su hermano antea de tocar la lanza, amparado en la fe
jurada. El mensajero enviado dice que va a venir. Pero ¡oh tú que habitas los
espléndidos retiros del Urano, Zeus, sálvanos y haz reconciliarse a mis hijos!
Porque no debes permitir, siendo tan sabio, que sea siempre desdichado el mismo
mortal.
El pedagogo
¡Oh tú, Antígona, que eres un noble retoño de tu padre en estas moradas! Ya
que tu madre, conmovida por tus ruegos, te ha permitido abandonar la estancia de
las vírgenes y subir a la parte más alta de la morada
[90] con objeto de ver al
ejército de los argianos, párate pata que yo examine el camino, no vaya a ser
que aparezca por el sendero algún ciudadano, y para que no se nos dirija un
reproche oprobioso, a mí como esclavo y a ti como reina; y te diré cuanto de los argianos he visto y sabido cuando he ido
a llevar el salvoconducto a tu hermano,
y cuando, tras de dejarle, he vuelto aquí. Pero no se acerca a las moradas
ningún ciudadano.
[100] Remonta, pues, los antiguos peldaños de cedro y mira la
llanura, y siguiendo el curso del Ismeno y la fuente Dirce, observa cuán
numeroso es el ejército de los enemigos.
Antígona
Tiende, pues; tiende, pues, tu vieja mano a la joven, desde lo alto de los peldaños, a fin de ayudarme a levantar los pies.
El pedagogo
He aquí mi mano; tómala, virgen. A tiempo has subido, porque el ejército pelásgico se pone en movimiento y se divide en tropas.
Antígona
¡Oh Hécata, venerable hija de Latona!
[110] El bronce resplandece por toda
la llanura,
El pedagogo
No viene Polinices con timidez a esta tierra, pues suenan numerosos caballos é innumerables hoplitas.
Antígona
¿Están atrancadas las puertas y las barras de bronce están bien adaptadas a las murallas de piedra construidas por Anfión?
El pedagogo
Estáte tranquila. La ciudad se halla bien fortificada por dentro; pero mira a ese primero, si quieres saber quién es.
Antígona
¿Quién es ese de la cimera blanca en el casco
[120] y que lleva con
desenvoltura al brazo un macizo escudo de bronce?
El pedagogo
Es un jefe, ¡oh señora!
Antígona
¿Quién es? ¿De dónde es? Di, ¡oh anciano! ¿Cómo se llama?
El pedagogo
Dicen que es micense de origen, y habita en el pantano de Lernea. Es el rey Hipomedón.
Antígona
¡Oh! ¡es orgulloso y terrible de aspecto, y semejante
a un gigante nacido de
la tierra! En su escudo hay pintadas estrellas.
[130] No parece de la raza de
los mortales,
El pedagogo
¿Ves a ese jefe que atraviesa el agua de Dirce?
Antígona
¡Sus armas son extrañas, extrañas! ¿Quién es?
El pedagogo
Es Tideo, hijo de Eneo. En el pecho lleva la imagen de Ares etolio.
Antígona
¿Es él ¡oh anciano! quien se ha casado con la hermana de la mujer de Polinices? El color de sus armas es extraño, medio bárbaro.
El pedadogo
En efecto, hija mía, todos los etolios
[140] llevan un largo escudo y son
hábiles para lanzar largas picas.
Antígona
Pero ¿cómo sabes esas cosas, ¡oh anciano!?
El pedagogo
He visto y observado los emblemas de sus escudos al llevar, el salvoconducto a tu hermano, y al mirarlos, reconozco a los que están armados.
Antígona
¿Quién es ese que pasa junto a la tumba de Zeto, con melena rizosa, aire orgulloso y joven de aspecto? Es un jefe, pues le sigue y le rodea una multitud armada.
El pedagogo
[150] Es Partenopeo, hijo de Atalanta.
Antígona
¡Ojalá Artemisa, que corre por las montañas con su madre, le domeñe y le mate con sus dardos, por venir contra mi ciudad para devastarla!
El pedagogo
¡Así sea, oh hija! Sin embargo, vienen con razón a esta tierra. Temo que los Dioses crean lo mismo.
Antígona
Pero ¿dónde está el que, por un destino adverso, ha nacido de la misma madre que yo? Di, ¡oh anciano! ¿dónde está Polinices?
El pedagogo
Está de pie junto a Adrasto,
[160] apoyado en la tumba de las siete hijas de
Niobe. ¿Le ves?
Antígona
Le veo, pero no claramente. Noto, sin embargo, cierta semejanza en su cara y en su estatura. ¡Pluguiera a los Dioses que pudiese yo, como una nube que vuela, atravesar el aire para correr en pos de mi hermano! ¡Le echarla los brazos a su cuello querido, al cuello de ese desdichado desterrado hace tanto tiempo! ¡Cómo resplandece bajo sus armas de oro, anciano! ¡Resplandece cual los rayos de Helios por la mañana!
El pedagogo
[170] A estas moradas vendrá, con el salvoconducto, para colmarte de
alegría.
Antígona
Pero, ¡oh anciano! ¿quién es ese que lleva un carro de caballos blancos, en el que va sentado?
El pedagogo
Es el adivinador Anfiarao, ¡oh señora! Con él van las víctimas destinadas a la tierra, que gusta de la sangre.
Antígona
¡Oh hija de Helios, la de espléndida cintura, Selanea! ¡Luz con cerco de oro! ¡Con qué moderación lleva su carro y cuánta suavidad pone en el látigo para aguijar a sus caballos! Pero ¿dónde está Capaneo, que tan insolentemente amenaza a la ciudad?
El pedagogo
[180] Examina el acceso a las torres y mide las murallas desde la base hasta
el final.
Antígona
¡Io! ¡Némesis! ¡truenos de horrible
estampido de Zeus y fuego del rayo! ¡Reprimid esa arrogancia sin freno! Este
entregará las mujeres tebanas cautivas a Micena y al tridente lerneo, é impondrá el yago de la servidumbre
a las aguas
de Poseidón y de Amimone.
[190] No sufra yo de servidumbre nunca, nunca, ¡oh
venerable Artemisa, oh hija de cabellos de oro de Zeus!
El pedagogo
¡Oh hija! Entra en la morada y quédate bajo tu techo virginal, pues ya has
satisfecho tu deseo viendo lo que deseabas ver. Porque desde que el tumulto ha
invadido la ciudad, una multitud de mujeres está viniendo a las moradas reales.
La raza de las mujeres es maligna por naturaleza,
[200] y las menores pequeñeces
les hacen prorrumpir en palabrería. La voluptuosidad de las mujeres consiste en
hablar mal unas de otras.
El coro Estrofa I
Abandonando el mar Tirio, he venido desde la Isla Fenicia, ofrenda escogida
de Loxias, pues soy esclava de Febo en su templo, donde habita bajo las cumbres
nevadas del Parnaso, después de navegar por el mar Jónico,
[210] por las
llanuras estériles que rodean a Sicilia, y en donde Zéfiro lanza al Urano sus
soplos de un hermoso rumor estridente.
Antistrofa 1
Escogida en mi ciudad como el don más hermoso para Loxias, he venido
a la
tierra Cadmea de los ilustres Agenóridas, enviada a las fraternas torres de
Layo.
[220] Como las ofrendas doradas, me he tornado servidora de Febo, y el
agua de la fuente Castalia está esperándome para lavar mi cabellera, con sus
delicias virginales, en las adoraciones a Febo.
E p o do
¡Oh piedra llameante que resplandeces con doble luz sobre las cimas de
Dionisos Báquico, y tú, viña que a diario
[230] haces brotar la abundancia de la
uva floreciente! ¡Antros divinos del dragón, cumbres desde donde miran los
Dioses, sagrado monte nevado! ¡Pluguiera a los Dioses que, sin temor, fuese yo
un coro danzante de la inmortal Diosa, lejos de Dirce, en los valles de Febo,
donde está el ombligo de la tierra!
Estrofa II
[240] Pero he aquí que el cruel Ares llega
a nuestras murallas y enciende
rabia guerrera contra esta ciudad. ¡Ojalá no fuera así! Porque los dolores son
comunes entre amigos, y si debe sufrir esta tierra fortificada con siete torres,
estos males asolarán también al país fenicio. ¡Ay, ay! los hijos de la cornuda
Io tienen la misma sangre, y comparto sus males.
Antistrofa II
[250] En torno a la ciudad relampaguea densa nube de escudos, nuncio de la
sangrienta refriega a que ha de llevar pronto Ares a los hijos de Edipo,
desastre enviado por las Erinnias. ¡Oh Argos pelásgica, tengo miedo de la fuerza
y la venganza divinas! Porque el que reclama sus moradas no se lanza armado
[260] para un combate injusto.
Polinices
Los guardas de las puertas me han abierto fácilmente las barreras y he
entrado en la ciudad; tamo también que, cogiéndome en sus redes, no me suelten
sin verter mi sangre. Por eso mis ojos deben mirar de acá para allá, recelando
alguna emboscada. Pero con la mano armada de esta espada, confiaré en mi
audacia. ¡Hola! ¿Quién va? Pero ¿es que me he asustado de un ruido?
[270] Todo,
en efecto, se les antoja un peligro a los audaces cuando ponen los pies en
tierra enemiga. Ciertamente, me fío de mi madre, que me ha persuadido a venir
aquí, amparado en la fe de un tratado, y sin embargo, no me fío tampoco. Pero he
aquí una ayuda. En efecto, aquí cerca hay hogares de altares y una morada
habitada. ¡Vamos! enfundaré la espada en la vaina oscura, é interrogaré a esas mujeres que están delante de las moradas. Decidme, mujeres extranjeras, ¿de qué
patria habéis venido a ¡as moradas helénicas?
El coro
[280] La tierra fenicia es la patria que me ha criado; los nietos de Agenor
m enviaron aquí como don escogido de victoria ofrecido a Febo. En el momento en
que el ilustre hijo de Edipo iba a enviarme al oráculo venerable y a los altares
de Loxias, los argianos sitiaron la ciudad. Pero respóndeme a tu vez, diciéndome
quién eres y por qué vienes a las torres de siete puertas de la tierra tebana.
Polinices
Mi padre es Edipo, hijo de Layo; Yocasta, hija de Meneceo, me ha parido;
[290] y el pueblo tebano me llama Polinices.
El coro
¡Oh descendiente de la sangre de los hijos de Agenor, mis amos, por quien fui
enviada! Te venero prosternada a tus pies, ¡oh rey! según costumbre de mi
patria. ¡Oh venerable señora, ven, acude, abre las puertas! ¿No oyes, ¡oh madre
que le has parido!? ¿Por qué tardas en salir de las altas moradas
[300] y en
estrechar a tu hijo en tus brazos?
Yocasta
¡Oh jóvenes! Al oir desde el fondo de estas moradas la voz fenicia, vengo
hasta aquí arrastrando unos pies temblones de vejez. ¡Oh hijo, por fin veo tu
rostro después de largo tiempo, después de muchos días! ¡Oprime entre tas brazos
el pecho de tu madre, apresta tus mejillas para que yo las bese, cubre mi cuello
con los rizos de tus cabellos negros!
[310]¡Oh, oh! ¡hete por fin en brazos de
tu madre, contra toda esperanza y toda presunción! ¿Qué voy a decirte? ¡Oh
hijo, oh hijo mío! ¿cómo te demostraría yo con mis manos, con mis palabras, con
mi alegría multiplicada que te envuelve, el arrebato de mi antigua dicha? ¡Oh
hijo, oh hijo mío,
[320] con cuánto sentimiento de tus amigos, con cuánto
sentimiento de Tebas, has dejado la casa paterna, desterrado por la injuria de
un hermano! Por eso, llorando, corto mis cabellos blancos desatados en señal de
duelo, y sin vestirme ya con vestiduras blancas, ¡oh hijo! me cubro con estos
peplos negros. Y en el fondo de la morada, el anciano ciego,
[330] vertiendo
siempre lágrimas de pena por la pareja desunida, se arroja sobre la espada para
matarse con su propia mano, busca el techo para colgarse de un lazo, deplorando
las imprecaciones lanzadas contra sus hijos, y lamentándose y gimiendo se
esconde siempre en las tinieblas. Ya sé ¡oh hijo! que, unido en matrimonio a una
extranjera, disfrutas la alegría de tener hijos
[340] con una alianza
extranjera: ¡lamentables bodas para tu madre y para la raza de Layo! ¡Y no he
encendido en honor tuyo la luz da las bodas, como cumple a una madre feliz! ¡El Ismeno no ha dado sus aguas para celebrar los baños himenianos, y la entrada de
la esposa no ha sido cantada en la ciudad de Tebas!
[350]¡Perezca todo esto,
cualquiera que sea su causa, ó el hierro, ó la discordia, ó tu padre, ó el
Demonio que ha invadido ultrajantemente la morada de Edipo, porque ha caído
sobre mí el peso doloroso de tantas desdichas!
El coro
Terrible es para las mujeres parir con dolor, y sin embargo, la raza entera de las mujeres ama a sus hijos.
Polinices
Madre, he venido entre mis enemigos imprudentemente y por prudencia
a la vez;
pero la necesidad obliga a todos los hombres a amar su patria, y quien diga otra
cosa
[360] se adormece con palabras y disimula su pensamiento. Mas temo y me
asusta tanto que mi hermano me mate a traición, que he entrado en la ciudad con
la espada en la mano y mirando a todos lados. Una sola razón me tranquiliza, la
tregua y el salvoconducto que me ha permitido entrar en los muros paternos. He
venido, llorando mucho, para volver a ver después de largo tiempo las moradas y
los altares de los Dioses y los gimnasios donde me eduqué y el agua de Dirce.
Rechazado contra toda justicia lejos de todo eso,
[370] habito en una ciudad
extraña, con una fuente de lágrimas en los ojos. Pero—el dolor produce dolor—te
veo con la cabeza rapada y cubierta con vestiduras negras. ¡Ay, de mis males!
¡Qué lamentable, oh madre, es al odio doméstico! ¡Y qué difícil es
reconciliarse! ¿Qué hace en las moradas mi viejo padre, que no ve más que
tinieblas? ¿Y qué hacen mis dos hermanas? Sin duda gimen por mi destierro
desdichado.
Yocasta
Algún funesto Dios ha perdido a la raza de Edipo.
[380] Ha comenzado, en
efecto, con mi parto ilegítimo; ha hecho que tu padre se casara conmigo, por
desgracia, y que nacieras tú. Pero ¿á qué vienen estas palabras? Hay que
soportar las cosas fatales. Al preguntarte... temo que te desgarre el alma lo
que quiero saber, y sin embargo, siento deseo de hacerlo.
Polinices
Pregunta sin omitir nada. Todo lo que tú quieras me complacerá también.
Yocasta
Voy a preguntarte, pues, lo que quiero saber primero. ¿Es un mal grande el destierro?
Polinices
Grandísimo; mayor, en realidad, que cuanto pueda decirse.
Yocasta
[390] ¿Por qué? ¿En qué consiste la desdicha de los desterrados?
Polinices
Es una desdicha grandísima. El desterrado no tiene libertad para hablar.
Yocasta
Propio de esclavos es no poder decir lo que se piensa.
Polinices
Hay que sufrir las impertinencias de los poderosos.
Yocasta
Amargo es tener que ser sensato con los insensatos.
Polinices
Pero, en interés nuestro, hemos de sufrir esa servidumbre contra lo natural.
Yocasta
Pero dicen que la esperanza mantiene a los desterrados.
Polinices
Los halaga con sus ojos sonrientes; pero tarda en complacerlos.
Yocasta
¿No demuestra el tiempo que son vanas esas promesas?
Polinices
Tienen cierto encanto que dulcifica los males.
Yocasta
[400] Pero ¿cómo vivías tú antes de encontrar tu sustento con tus bodas?
Polinices
A veces, tenía para pasar un día; a veces, no tenía nada.
Yocasta
¿No iban en tu ayuda los amigos y los huéspedes de tu, padre?
Polinices
Seamos dichosos, que no hay amigos cuando se es desdichado.
Yocasta
¿Es que no te enaltece tu noble linaje?
Polinices
Malo es no tener nada. Mi linaje no me alimenta.
Yocasta
Muy cara a los mortales es la patria, a lo que parece.
Polinices
No puedes figurarte cuán cara nos es.
Yocasta
¿Por qué fuiste a Argos? ¿Con qué objeto?
Polinices
Loxias había dictado a Adrasto cierto oráculo.
Yocasta
[410]¿Cuál? ¿Qué dices? No puedo comprender.
Polinices
Ordenándole casar a sus hijas con un jabalí y con un león.
Yocasta
Pero ¿qué había de común, hijo, entre tú y esos animales salvajes?
Polinices
No lo sé. Un Demonio me llamaba a ese destino.
Yocasta
Sabio es el Dios. Pero ¿cómo te has casado?
Polinices
Era de noche, y llegué al vestíbulo de Adrasto.
Yocasta
¿Buscando un lecho, ó vagando como un desterrado?
Polinices
Así, en verdad. Luego llegó otro desterrado.
Yocasta
¿Quién era? ¿Un desdichado también?
Polinices
Tideo, que dicen ha nacido de Eneo.
Yocasta
[420] ¿Por qué os encontró Adrasto semejantes
a animales salvajes?
Polinices
Porque reñimos por nuestros lechos.
Yocasta
¿Y el hijo de Talao comprendió entonces la adivinación?
Polinices
Y nos dió sus dos hijas a ambos.
Yocasta
¿Eres feliz con esas bodas, ¡oh desventurado!?
Polinices
Mis bodas han sido irreprochables hasta el día.
Yocasta
Pero ¿cómo has persuadido a un ejército para que te siga hasta aquí?
Polinices
Adrasto juró a sus dos yernos, Tideo y yo, porque éste es mi cuñado, que al
uno y al otro nos reintegraría a nuestra patria, y a mí antes.
[430] Me
acompañan muchos jefes danaos y micenses, prestándome un auxilio triste, aunque
necesario, pues conduzco un ejército contra mi patria. Pero con los Dioses
atestiguo que, mal de mi grado, hago la guerra a parientes queridísimos. A ti te
corresponde ¡oh madre! el poner fin a estos males, reconciliando a hermanos que
se quieren mutuamente, librándome de mis penas, así como a ti misma y a la
ciudad entera. Hay una frase antigua y conocidísima que diré: las riquezas son
lo que más honran los hombres;
[440] poseen más poder que ninguna de las cosas
humanas. Por ellas vengo aquí, conduciendo innumerables lanzas; pues un hombre de
buena raza, pobre, nada significa.
El coro
He aquí a Eteocles, que acude a la reconciliación. Tu deber, madre Yocasta, está en hablar de manera que reconcilies a tus hijos,
Eteocles
Heme aquí, madre. He venido por complacerte. ¿Qué tengo que hacer? Empiece
a hablar alguien. He cesado de formar a los ciudadanos y las líneas iguales de
tropas en torno a las murallas, a fin de oír por ti las proposiciones
[450] en
vista de las cuales he permitido que viniese éste con un salvoconducto y que le
recibieses dentro de los muros.
Yocasta
Detente. La precipitación no implica siempre la justicia, y las palabras
buenas producen buenos efectos. Tranquiliza esos ojos feroces y ese resuello de
cólera. No estás viendo, cortada por la garganta, la cabeza de Gorgona, sino a tu hermano, que se halla ante ti. Y también tú, Polinices, encarándote con tu
hermano, habla mejor y escucha mejor sus palabras.
[460] Quiero advertiros
cuerdamente a ambos: cuando un amigo, que está irritado contra otro amigo, le
encuentra y le mira con los ojos en los ojos, no debe considerar mas que el
motivo que le trae y no recordar ninguno de los males pasados. Tú tienes la
palabra primero, hijo Polinices, porque has traído el ejército de los argianos
por haber sufrido injurias, según dices. ¡Sea un Dios vuestro juez y os
reconcilie!
Polinices
El lenguaje de la verdad es sencillo;
[470] las cosas justas no necesitan
interpretaciones complicadas y caen por su propio peso; pero la injusticia,
enferma de suyo, precisa de remedios sutiles. Por lo que a mí respecta, he
considerado lo que atañe a la morada paterna, a mis intereses y a los de éste.
Queriendo escapar a las imprecaciones que Edipo lanzó contra nosotros en otro
tiempo, salí da esta tierra voluntariamente, dejando a éste que reinara en la
patria un año, con objeto de poseer también yo a mi vez el poder, y evitar así
llegar al odio y al asesinato, y causar ó sufrir los males que de ordinario se
originan.
[480] Pero éste, tras de consentir en ello y jurarlo por los Dioses,
no ha hecho nada de lo que ha prometido, y posee él solo el poder y la parte que
me corresponde en las moradas. Y ahora estoy dispuesto, si recobro mis bienes, a despedir de esta tierra al ejército y
a gobernar mi morada y mi torre, y a dejarle reinar el mismo tiempo, a no asolar mi patria y
a no acercar las escalas a las torres macizas para escalarlas,
[490] cosa que efectuaré si no se me hace
justicia. Por los Dioses atestiguo que he obrado con equidad, pues fuí
despojado de mi patria contra todo derecho. Estas son las cosas, madre, dichas
sencillamente, sin palabras superfluas, y me parece que son contundentes para
todos los espíritus, los inteligentes y los groseros.
El coro
Aunque no me he criado en la Hélade, me parece que has hablado con cordura.
Eteocles
Si para todos fueran buenas y cuerdas las mismas palabras,
[500] no habría
dificultad ni discusión entre los hombres; pero sólo son semejantes los nombres,
y diferentes las cosas. Por lo que a mí respecta, madre, hablaré sin ocultar
nada. Quisiera ir hasta al sitio por donde salen los astros del Urano, y bajo la
tierra, si pudiese, a fin de poseer la Tiranía, que es la más grande de las
Diosas. No quiero, pues, ¡oh madre! ceder a otro semejante bien, sino, por el
contrario, conservarlo para mí. Sería una cobardía, en efecto, renunciar a una
cosa grande por una menor;
[510] además, me avergonzaría que éste obtuviese lo
que pide por haber venido sobre las armas a devastar esta tierra. Constituiría
un oprobio para Tebas que por terror a las lanzas micenses abandonase yo a éste
el cetro que me pertenece. No debió venir armado para esta reconciliación,
porque con la palabra se llega a todo, lo mismo que con el hierro de los
enemigos. Si encuentra otro medio de habitar en esta tierra, sea; pero yo no
quiero cesar de reinar,
[520] mientras pueda, para ser nunca su esclavo. Así,
pues, ¡arriba las llamas, arriba las espadas! Uncid los caballos, llenad de
carros las llanuras, porque no cederé mi tiranía. Si hay que violar, en efecto,
la justicia, está muy bien violarla por la tiranía. En lo demás, sea respetada
la equidad.
El coro
No conviene hablar bien en las causas inmorales; eso no está bien, porque es cosa amarga para la justicia.
Yocasta
¡Oh hijo Eteocles! no hay nada como las males anejos
a la vejez, y la
experiencia
[530] puede enseñar más sabiduría que la juventud. ¿Por qué abrigas,
hijo, el deseo de la peor de las Diosas, de la Ambición? No obres así, pues se
trata de una Diosa injusta. Ha entrado en muchas familias y en ciudades
numerosas, y se ha salido con la ruina de los que se sirvieron de ella. Por ella
eres insensato. Mejor es respetar la equidad, que une a los amigos con los
amigos, a las ciudades con las ciudades, y a los aliados con los aliados. Un
derecho equitativo, en efecto, es ley natural entre hombres, y el más pequeño
se alza como enemigo del que está más elevado,
[540] y prepara el día de la
lucha. Porque la igualdad ha dado a los hombres las medidas y los pesos y ha
constituido el número. La noche de párpados oscuros y la luz de Helios recorren
igualmente el círculo del año, y ninguna de ellas, vencida, envidia a la otra.
Así, pues, el día y la noche sirven a los hombres; ¿y tú no sufres que éste
comparta equitativamente la morada y no le reconoces su parte? Entonces, ¿dónde
está la justicia?
[550]¿Por qué honras por encima de todo a la tiranía, esa
injusticia brillante, y piensas que es tan hermoso ser considerado y honrado?
En verdad que es bien vano eso. ¿Quieres experimentar tantas preocupaciones, tú
que posees tantas riquezas en tu morada? ¿En qué consiste la abundancia, si ni
apenas es un nombre? a los cuerdos les basta lo preciso. No es por si mismos
por lo que los mortales poseen las riquezas. De los Dioses vienen, y tenemos
cuidado de ellas, y cuando ellos quieren, las recogen. La fortuna no es estable
y dura un día. ¡Vamos! si yo te interrogo, si te pongo en la disyuntiva de
reinar
[560] ó de salvar la ciudad, ¿dirás que quieres reinar? Pero si éste se
sobrepone a ti, si las lanzas de los argianos dispersan al ejército de los
cadmeos, verás domeñada la ciudad de los tebanos, verás cautivas a numerosas
vírgenes, arrebatadas a la fuerza por los hombres enemigos. Así, pues, esa
riqueza que quieres poseer será funesta para Tebas, y tú no serás mas que un
ambicioso. Esto es lo que te digo. Y a ti te digo lo siguiente, Polinices: Adrasto te ha impuesto un agradecimiento imprudente,
[570] y has venido como un
insensato a sitiar tu patria. ¿Pues qué? Si tomaras esta ciudad, y plegue a los
Dioses que no suceda, ¿cómo erigirías trofeos de victoria? ¿Cómo celebrarías
sacrificios tras de vencer a tu patria? ¿Cómo inscribirías en los despojos, a orillas del Ismeno:
Polinices, que ha incendiado a Tebas, consagra estos
escudos a los Dioses? ¡Que nunca te suceda, oh hijo, alcanzar tal victoria
sobre los helenos! Si, por el contrario, eres tú el vencido y éste la alcanza,
¿cómo retornarás a Argos, dejando aquí mil y mil muertos?
[580] Alguien dirá
entonces: «¡Oh, qué desdichados esponsales, Adrasto!» Y añadirá: «¡Perecemos por
culpa de las bodas de una sola joven!» Intentas una desventura doble, hijo: ser
privado de tus bienes, ó caer en medio de tus aliados. ¡Renunciad, renunciad a esos excesos! De todos modos, el mal será cruelísimo.
El coro
¡Oh Dioses, alejad estas desgracias y devolved la paz a los hijos de Edipo!
Eteocles
No se trata de luchar con palabras, madre; el tiempo pasa inútilmente, y tus
esfuerzos son vanos.
[590] Porque no acepto más que las condiciones que propuse:
poseer yo el cetro y ser rey de esta tierra. Cesa, pues, en tus prolijas
advertencias. ¡Y tú, sal ya de estas murallas, ó morirás!
Polinices
¿A manos de quién? ¿Quién que saque la espada contra mí es lo bastante invulnerable para escapar de una muerte igual a la mía?
Eteocles
Delante de ti está, y no lejos. ¡Mira mis manos!
Polinices
Ya las veo. Pero la riqueza es cobarde y ama la vida.
Eteocles
¿Y vienes con tantos guerreros para combatir a un hombre insignificante?
Polinices
Un jefe prudente vale más que uno audaz.
Eteocles
[600] Arrogante te pones, fiándote en la tregua que te libra de la muerte.
Polinices
De nuevo te pido el cetro y mi parte de esta tierra.
Eteocles
Nada daré. Habitaré solo en mi morada.
Polinices
¿Quedándote con más de tu parte?
Eteocles
¡Sí, por cierto! Y sal ya de esta tierra.
Polinices
¡Oh altares de los Dioses paternos!
Eteocles
Que quieres derribar.
Polinices
¡Escuchadme!
Eteocles
¿Quién te escuchará, si traes la guerra a tu patria?
Polinices
¡Oh templos de los Dioses llevados por caballos blancos!
Eteocles
Que te odian.
Polinices
¡Se me echa de mi patria!
Eteocles
¿No has venido para echarme de ella a mi?
Polinices
E injustamente, ¡oh Dioses!
Eteocles
Invoca a los Dioses en Micena, no aquí.
Polinices
Eres un impío. Pero no un enemigo de mi patria, como tú.
Polinices
[610] ¿Eres tú quien me echa, después de haberme despojado?
Eteocles
¡Y quien te matará, además!
Polinices
¡Oh padre! ¿oyes lo que sufro?
Eteocles
Ciertamente, pues también oye lo que haces.
Polinices
¿Y tú, madre?
Eteocles
No te es dado nombrar a tu madre.
Polinices
¡Oh ciudad!
Eteocles
¡Vete a invocar en Argos al agua de Lerna!
Polinices
No tengas cuidado, que iré. A ti, madre, te doy las gracias.
Eteocles
¡Sal de esta tierra!
Polinices
Saldré; pero permíteme que vea a mi padre.
Eteocles
No podrás conseguirlo.
Polinices
O a mis hermanas vírgenes.
Eteocles
No volverás a verlas nunca.
Polinices
¡Oh hermanas!
Eteocles
¿Por qué las llamas, si eres su peor enemigo?
Polinices
¡Salve, madre! ¡Sé dichosa!
Yocasta
¡En verdad que lo soy, hijo!
Polinices
Ya no soy tu hijo.
Yocasta
Me agobian los males.
Polinices
[620] Porque me injuria.
Eteocles
Y también yo soy ultrajado.
Polinices
¿Ante qué torre te pondrás?
Eteocles
¿Por qué me lo preguntas?
Polinices
Porque me pondré enfrente de ti para matarte.
Eteocles
Me embarga el mismo deseo.
Yocasta
¡Desgraciada de mí! ¿Qué hacéis, ¡oh hijos!?
Eteocles Y
a lo sabrás cuando veas lo que suceda.
Yocasta
¿No escaparéis entonces a las imprecaciones de vuestro padre?
Eteocles
¡Perezca toda la morada!
Polinices
¡Pronto dejaré, de estar ociosa mi espada ensangrentada! ¡Lo atestiguo con la
tierra que me ha criado y con los Dioses! ¡Sean ellos testigos de los males que
sufro injustamente, desterrado de esta tierra cual un esclavo, como si no
hubiese yo nacido también del mismo padre, de Edipo! ¡Oh ciudad! si te ocurre
alguna desgracia, no es por culpa mía,
[630] sino que tendrás que acusarle a él,
pues a mi pesar vine, y a mi pesar me echan de la patria. ¡Y a ti, rey Febo,
guardián de las vías públicas, y a vosotros, mis iguales, y a vosotras, imágenes
de los Dioses a quienes se ofrecen víctimas, y a vosotras, moradas, salve!
¡Porque no sé si me será dado hablaros nunca más! ¡Todavía no está dormida mi
esperanza, y me confío a los Dioses por si, tras de matar a éste, puedo reinar
en la tierra de Tebas!
Eteocles
¡Sal de esta tierra! Verdaderamente, tu padre tuvo una inspiración divina al darte el nombre de Polinices, porque es nombre de querella.
El coro
Estrofa
Cuando vino a este país el tirio Cadmo, confirmó el oráculo
[640] una
ternerilla dando con su cuerpo allí donde la profecía le ordenó habitar las
fértiles llanuras de los aones, donde la hermosa corriente de las aguas de Dirca baña los floridos campos de surcos profundos, donde la Madre, unida
a Zeus, parió a Bromio,
[650] a quien de niño envolvió la hiedra flexible y le
cubrió con la sombra de su verde follaje, feliz ornato de las vírgenes tebanas y
de las mujeres evianas en las danzas de Baco.
Antistrofa
Allí, el Dragón sangriento de Ares, cruel guardián, vigilaba con la lumbre
de sus ojos,
[660] errante de un lado a otro, las corrientes de agua viva y las
verdes praderas, y al venir él a la fuente purificadora, le mató con una piedra
lanzada por su brazo, hiriéndole en la cabeza ensangrentada. Y por consejo de
Palas, hija sin madre de Zeus, sembró en la tierra, bajo los profundos surcos,
los dientes de la bestia,
[670] y de la tierra brotó una cosecha de hombres
armados que el hierro y la carnicería devolvieron a la tierra cara que regaron
con su sangre, la misma que les dió vida bajo el soplo del Eter.
Epodo
¡Y a ti, Epafo, nacido en otro tiempo de la abuela Io, oh retoño de Zeus, yo
te llamo con mi bárbara voz y mis bárbaros ruegos!
[680] Ven, van a esta tierra
que fundaron tus descendientes y que han poseído las dos Diosas, la cara Persefasa y la divina Damater, Gea, reina y nodriza de las cosas todas. ¡Envía
en ayuda de esta tierra a las Diosas que llevan antorchas! Porque todo es fácil
para los Dioses.
Eteocles
[690] Ve, y lleva contigo al hijo de Meneceo, hermano de mi madre Yocasta,
diciéndole que quisiera conferenciar con él acerca de mis intereses privados y
de la salud pública, antes de movilizar el ejército y salir al combate. Pero su
presencia ahorra a tus pies ese trabajo, pues le veo venir a mi morada.
Creón
En verdad que he recorrido muchos lugares, rey Eteocles, deseando verte. En busca tuya he dado vuelta a las murallas cadmeas y me he acercado a los centinelas.
Eteocles
[700] También yo deseaba verte, Creón, porque he intentado en vano una
reconciliación en la entrevista que he tenido con Polinices.
Creón
He sabido que Tebas le parece poco para él, confiado en la alianza con Adrasto y en su ejército. Pero ya se someterá eso al juicio de los Dioses. Ahora hay cosas más apremiantes que he venido a decirte.
Eteocles
¿Qué cosas son esas? No comprendo tus palabras.
Creón
Ha venido a nosotros un tránsfuga de los argianos.
Eteocles
¿Trae alguna noticia de lo que hacen?
Creón
[710] Dice que el ejército de los argianos al instante va
a rodear de
apretadas tropas la ciudad de Tebas.
Eteocles
Entonces la ciudad de los cadmeos debe oponérseles con hombres armados.
Creón
¿Dónde? ¿Tan joven eres, que no ves lo que tienes que ver?
Eteocles
Al otro lado de esos fosos, para combatir inmediatamente.
Creón
La gente de esta tierra es poco numerosa, y ellos son innumerables.
Eteocles
La verdad es que en palabras sí son valerosos.
Creón
Argos tiene cierta fama entre los helenos.
Eteocles
Tranquilízate; pronto llenaré con sus restos las llanuras.
Creón
Así lo quiero, sin dada; pero entiendo que costará mucho trabajo.
Eteocles
[720] Pues no voy a retener mis tropas detrás de las murallas.
Creón
Pero la victoria es en un todo obra de prudencia.
Eteocles
¿Quieres, pues, que varíe de proceder?
Creón
Cualquiera será bueno, con tal de no fiar a la casualidad el combate.
Eteocles
¿Y si nos arrojáramos sobre ellos, de noche, por sorpresa?
Creón
Pero habría que saber si podrías volver aquí seguro.
Eteocles
La noche es igualmente favorable para unos que para otros; pero ayuda más al atrevido.
Creón
Si salieses derrotado, las tinieblas de la noche serian terribles.
Eteocles
¿Les atacaré mientras estén comiendo?
Creón
Quizá les sorprendas; pero lo que se necesita es vencer.
Eteocles
[730] La corriente de Dirca es profunda para pasarla.
Creón
Lo mejor es precaverse bien.
Eteocles
Escucha. ¿Y si nos abalanzamos con nuestros caballos sobre el ejército de los argianos?
Creón
Su ejército está completamente rodeado de carros.
Eteocles
¿Qué haré, pues? ¿Voy a entregar la ciudad al enemigo?
Creón
Eso nunca. Pero reflexiona, si eres prudente.
Eteocles
¿Qué medida es la más acertada?
Creón
¿No son siete los jefes, según he oído?
Eteocles
¿De qué están encargados? Pocas fuerzas son esas.
Creón
Capitanean otras tantas tropas que sitiarán las siete puertas.
Eteocles
[740] ¿Qué haremos? Porque no voy a aguardar hasta desesperarme.
Creón
Escoge otros siete hombres para oponerlos a los de las puertas.
Eteocles
¿Con objeto de que capitaneen las tropas, ó para combatir solos?
Creón
Con las tropas. Y escoge a los más bravos.
Eteocles
Ya comprendo; para que impidan el acceso por los muros.
Creón
Y agrégales otros jefes, porque un solo hombre no lo ve todo.
Eteocles
¿Hay que decidirse por la audacia ó por la prudencia?
Creón
Por la una y por la otra, pues nada vale la una sin la otra.
Eteocles
Así se hará. A lo largo del recinto de las siete torres dispondré en las
puertas a los jefes, como dices,
[750] oponiendo a los enemigos quienes les
igualen en valor. Sería prolijo decirte el nombre de cada uno mientras los
enemigos acampan bajo las murallas. Por tanto, me voy para no permanecer ocioso.
¡Plegue a los Dioses que tenga yo a mi hermano por adversario, que le combata y
le mate con mi lanza por venir a arruinar mi patria! Tú debes ocuparte de
celebrar las bodas de mi hermana Antígona con tu hijo Hemón, si la fortuna me
es adversa.
[760] Al partir, me afirmo en esta alianza acordada ya. Eres
hermano de mi madre; ¿á qué hablar más? Trátala dignamente por ti y por mí. En
cuanto a la locura de cegarse que cometió mi padre, no la apruebo. Nos matará
con sus imprecaciones, si el destino quiere. Una sola cosa queda por hacer, y
es saber del adivinador Tiresias si tiene que revelar algún oráculo. Enviaré a su hijo Meneceo, que tiene el mismo nombre que tu padre,
[770] para que
conduzca aquí a Tiresias, Creón. De buena gana vendrá a hablarte. Por lo que a mi respecta, he censurado ante él el arte de la adivinación, y temo que se
irrite. Y si la victoria se pronuncia por mi causa, a la ciudad y a ti, Creón,
os ordeno que jamás sea enterrado en tierra tebana el cadáver de Polinices y que
se haga morir a quien le entierro, aunque sea amigo nuestro. Esto es lo que
tenía que decirte. Ahora, servidores, traedme todas mis armas,
[780] a fin de
ir al combate con la justicia victoriosa. Invocaremos a la Precaución, que es
la más tutelar de las Diosas, para que salve a la ciudad.
El coro Estrofa
¡Oh lamentabilísimo Ares! ¿por qué te regocijas con la sangre y la muerte,
que disuenan en las fiestas de Bromio? Jamás, en medio de las hermosas danzas,
ciñes a tus rizos las coronas de flores de la juventud, ni a los sones del lotos
modulas cánticos para que dancen las Carites, sino que, reuniéndote con
portadores de armas, impulsas al ejército de los argianos
[790] contra la raza
de Tebas, y produces una danza que está en disonancia con las flautas. No te
agita el furor del tirso y no saltas a la redonda cubierto con pieles de ciervo,
sino que desde los carros diriges con los frenos las cuadrigas de caballos, y en
las orillas del Ismeno haces agitarse a los jinetes, lanzando a los argianos
contra la raza salida de la tierra y su muchedumbre armada y llevando el escudo
contra nuestras murallas de piedra. ¡Eris, Diosa terrible, ha meditado estos
males contra los reyes de esta tierra,
[800] los lamentables Labdacidas!
Antistrofa
¡Oh bosque de hermosos follajes, lleno de animales fieros! ¡Citerón, nevada
delicia de Artemisa! ¡Nunca debiste criar al hijo de Yocasta, destinado a la
muerte, el niño Edipo, expulsado de la morada y marcado con broches de oro! ¡Y
la Esfinge, virgen pájaro, monstruo montés, azote de esta tierra, no debió
venir nunca con sus cánticos lamentabilísimos, enviada a nuestros muros
[810]
por el subterráneo Edes para llevarse en sus cuatro garras a la raza de Cadmo
hacia la luz inaccesible del Éter! Ya se produjo otra querella entre los hijos
de Edipo en la morada y en la ciudad. ¡Porque lo que no es licito no lo será
nunca, ni el parto impío de una madre, ni el oprobio de un padre!
Epodo
Has parido, ¡oh tierra! has parido en otro tiempo, según he sabido por la
fama bárbara,
[820] según he sabido en mis moradas, una raza, ilustre honor de Tebas, nacida de los dientes del Dragón de brillante cresta roja y alimentado de
fieras. En otro tiempo los Uranidas vinieron a las bodas de Harmonía, y al son
de la cítara y de la lira de Anfión, se alzaron las murallas de Tebas y sus
torres entre dos ríos, en la llanura verdeante de hierba que bañan Dirca y el
Ismeno. Y la cornuda abuela Io parió a los príncipes de los cadmeos;
[830] y
añadiendo unos a otros innumerables bienes, irguióse esta ciudad bajo las más
altas coronas de Ares.
Tiresias
Llévame más allá, hija, que eres el ojo de mi pie ciego, como la estrella del
marino. Ve delante de mi, posando mi planta en suelo seguro, no vaya a ser que
tropiece. Guarda en tu mano de virgen estas suertes que he sacado
[840]
observando los augurios de las aves en el sitial sagrado en que profetizo. Hijo
Meneceo, nacido de Creón, dime qué camino hay que seguir aún por la ciudad hasta
llegar adonde está tu padre, pues mis rodillas se cansan y avanzo con trabajo
por haber caminado mucho ya.
Creón
¡Ten ánimo! tus pasos te han traído junto a tus amigos, Tiresias. Sostente, hijo, porque el niño y el pie de un anciano generalmente necesitan el apoyo de una mano extraña.
Tiresias
¡Bueno! Henos aquí. ¿Por qué me has llamado con tanta prisa, Creón?
Creón
[850] No lo he olvidado todavía. Pero reanima tus fuerzas, toma alientos y
ahuyenta la fatiga del camino.
Tiresias
Cierto que estoy agobiado de fatiga, porque he llegado ayer aquí desde la tierra da los Erectidas. En efecto, había allí una guerra contra Eumolpo, y he hecho que los Cecropidas alcancen una victoria gloriosa, y poseo esta corona de oro que ves, recibida como primicia de los despojos enemigos.
Creón
Quiero creer buen presagio tu corona victoriosa, porque ya sabes que nos
asalta
[860] una tempestad guerrera de Danaides, y amenaza a Tebas un gran
peligro. El rey Eteocles, cubierto con sus armas, marcha ya a la batalla Micenida; pero me ha ordenado que me entere por ti de lo que tenemos que hacer
para salvar la ciudad.
Tiresias
Si de Eteocles se tratara, cerrarla yo la boca y callaría mis oráculos; pero,
tratándose de ti, hablaré, pues que quieres saber. Hace ya tiempo que esta
tierra sufre, Creón, desde que Layo engendró hijos a despecho de los Dioses é
hizo nacer al desventurado Edipo, marido de su propia madre;
[870] y la
sangrienta desgarradura de sus ojos es obra de los Dioses y una enseñanza para
la Hélade. Durante mucho tiempo los hijos de Edipo han querido tener ocultas
estas cosas, como intentando escapar a los Dioses; pero se han engañado los
insensatos. Con no honrar a su padre y no dejarle en libertad de salir, han
irritado al infeliz hombre; y ha lanzado sobre ellos funestas imprecaciones,
sufriendo y abrumado de ultrajes. ¿Qué no habré hecho y dicho a este respecto?
He incurrido en el odio de los hijos de Edipo.
[880] Pero la muerte los acecha
de cerca, Creón, y cada uno de ellos la recibirá de manos del otro; y los muertos
innúmeros que han de caer sobre otros muertos confundirán las lanzas argianas y
cadmeas y llenarán de amargo duelo la tierra de Tebas. Y tú ¡oh miserable
ciudad! serás derribada también, si no obedecen a mis palabras todos. Porque lo
mejor hubiera sido que ninguno de los hijos de Edipo fuese rey ni ciudadano de
esta tierra, pues eran presa de los Demonios y tenían que arruinar esta ciudad.
Pero, ya que el mal ha triunfado del bien,
[890] no queda más que una
probabilidad de salvación. Sin embargo, como sería peligroso para mí hablar, y
como el remedio que debe salvar a la ciudad implicaría un destino cruel para
aquellos que la suerte designara, me voy. ¡Salve! ¿qué he de hacer mas que
sufrir, si es necesario, lo que todos sufran?
Creón
Quédate, anciano.
Tiresias
No me retengas.
Creón
Quédate. ¿Por qué huyes de mí?
Tiresias
Es la fortuna la que huye de ti; pero yo, no.
Creón
Di cómo han de salvarse la ciudad y los ciudadanos.
Tiresias
Lo quieres ahora, y sin embargo, pronto no lo querrás.
Creón
[900] ¿Cómo no voy a querer salvar la tierra de la patria?
Tiresias
Ahora sabrás mis oráculos. Pero, ante todo, quiero saber dónde está Meneceo, que me ha conducido aquí.
Creón
No esta lejos, que junto a ti está.
Tiresias
Que se aleje de mis oráculos.
Creón
Es mi hijo, le he dado el ser; callará lo que haya que callar.
Tiresias
¿Quieres, pues, que hable en su presencia?
[910] Creón. - Se regocijará al saber en qué consiste nuestra salvación.
911 Tiresias. - Sabed, pues, por mis oráculos lo que tenéis que hacer para salvar la ciudad de
los cadmeos. Tienes que degollar a tu hijo Meneceo por tu patria, ya que
provocas este destino.
Creón
¿Qué dices? ¿Qué palabras has dicho, ¡oh anciano!?
Tiresias
Lo que es fatal y lo que tienes que hacer.
Creón
¡Oh! ¡cuántas desdichas en pocas palabras!
Tiresias
Para ti lo son, indudablemente; pero para la patria es una salvación gloriosa.
Creón
Nada he oído, nada he comprendido. ¡Que la ciudad se salve por sí misma!
Tiresias
[920] Ya no es el mismo hombre; cambia de opinión.
Creón
¡Vete, vete! No necesito tus oráculos.
Tiresias ¿No existe ya la verdad porque tú seas desdichado?
Creón
¡Te suplico por tus rodillas, por tus cabellos blancos!
Tiresias
¿Para qué me suplicas? Quieres conjurar males inevitables.
Creón
¡Cállate! no se lo digas a los ciudadanos.
Tiresias
¿Me ordenas cometer una injusticia? No me callaré.
Creón
¿Pues qué harás? ¿Matarás a mi hijo?
Tiresias
Otros se encargarán de ello; pero yo hablaré.
Creón
Pero ¿por qué ha de caer esa desdicha sobre mi y sobre mi hijo?
Tiresias
[930] Haces bien en interrogarme y en avenirte
a explicaciones. Es preciso
que éste sea degollado en el antro donde el Dragón nacido de la tierra vigilaba
las aguas de Dirca, y que dé su sangre para libación de la tierra, a causa de la
antigua cólera de Ares contra Cadmo, en expiación de la muerte del Dragón nacido
de la tierra. Obrando así, tendréis por aliado a Ares. Si el suelo recibe fruto
por fruto y sangre por sangre, os será propicia la tierra que en otro tiempo
parió una cosecha de hombres con cascos de oro;
[940] y tiene que morir éste,
por ser de esa raza y descender de los dientes del Dragón. Tú y tus hijos sois
el único residuo puro de esa raza, por parte de tu madre y de tus antecesores
varones. Las bodas de Hemón impiden que sea sacrificado, pues ya no es virgen,
porque, aunque no ha llegado al lecho nupcial, tiene una prometida. Pero si este
joven muere en bien de la ciudad, salvara a la tierra de la patria. Y ocasionará
un regreso amargo a Adrasto y a los demás argianos,
[950] tapándoles los
ojos con una sombra fatal y haciendo ilustre a Tebas. Entre estas dos suertes,
escoge una ú otra, salvar a tu hijo ó a la ciudad. Por lo que de mi depende, ya
lo sabes todo. Llévame a mi morada, hija. Insensato es quien se entrega a la
adivinación. Si dice cosas penosas, se nace odioso a quienes le consultan; si
por compasión habla con falsía, viola los derechos de los Dioses. Convendría que
sólo revelase oráculos Febo, que a nadie teme.
El coro
[960] ¿Por qué callas, Creón? ¿Por qué guardar silencio? No estoy menos
estupefacta que tú.
Creón
¿Qué voy a decir? Bastante claro hablo. Jamás llegaré al desdichado extremo
de sacrificar mi hijo a la ciudad. En todo hombre es natural amar a sus hijos, y
ninguno daría su propio hijo para que le matasen. Nadie me alabará por haber
matado a mis hijos. Si se tratara de mí, que me hallo en la madurez de la vida,
dispuesto estoy a morir en expiación por la patria. ¡Vamos, hijo!
[970] abandona
esos malos oráculos antes que los conozca toda la ciudad, y huye de esta tierra
inmediatamente; porque ese hombre irá a las siete puertas a decírselo todo a los
príncipes, a los estrategas y a los jefes de las tropas. El 'adelantarnos
constituye la salvación para ti; si tardas, estamos perdidos, porque te
matarán.
Meneceo
¿Adónde huiré? ¿A qué ciudad? ¿En pos de qué huésped?
Creón
Lo más lejos posible de esta tierra.
Meneceo
A ti te cumple decir y a mí obedecer.
Creón
[980] Atraviesa Delfis.
Meneceo
¿Adónde tengo que ir luego, padre?
Creón
Al país etolio.
Meneceo
¿Y desde allí adónde iré?
Creón
A la tierra de los tesprotas.
Meneceo
¿Al santuario de Dodona?
Creón
Me has comprendido.
Meneceo
¿Quién me protegerá?
Creón
Te protegerá el Demonio.
Meneceo
¿Cuánto dinero tendré?
Creón
Yo te daré oro.
Meneceo
Bien has hablado, padre. Vete, pues. Yo iré
a ver a tu hermana Yocasta, a cuyos pechos me amamanté cuando estaba privado de madre, y tras de saludarla, me
marcharé y salvaré mi vida.
[990] Pero vete, parte, y no me sirvas de
obstáculo... Mujeres, ¡qué bien he disipado el temor de mi padre engañándole
con mis palabras, a fin de conseguir mi propósito! Al alejarme, privando a la
ciudad de una feliz fortuna, me prostituye su cobardía. Claro que eso es
perdonable en un anciano; pero no merecería yo perdón si traicionase a la patria
que me ha engendrado. Sabedlo, pues: iré, salvaré la ciudad, daré mi alma
muriendo por esta tierra. ¿No sería vergonzoso
[1000] que aquellos que no están
obligados por los oráculos y la fatalidad divina se yergan tras el escudo y no
se nieguen a morir combatiendo por la patria ante las torres, mientras yo,
traicionando a mi padre, a mi hermano y a mi ciudad, saliera de esta tierra
como un cobarde? ¡Como a un cobarde me mirarían en cualquier parte que viviese!
¡No! ¡Por Zeus, que está en los astros, y por el sangriento Ares, que ha hecho
reyes de este país a aquellos que nacieron de los dientes sembrados en la
tierra! Iré, y desde lo alto de las murallas,
[1010] en el antro negro del
Dragón, me mataré con mi propia mano, y libertaré a esta tierra. Estoy decidido.
Parto, haciendo con mi muerte un presente honorable a la ciudad. Redimiré de la
ruina a esta tierra. Si cada cual hiciese por la patria común todo el bien que
pudiera, las ciudades sufrirían menos males y serian dichosas en el porvenir.
El coro
Estrofa
¡Has venido, has venido, oh alada, parto de la tierra y
[1020] de la subterránea
Ekidna, exterminadora de los cadmeos, lamentable, funesta para muchos, virgen a medias, bestia terrible de alas furiosas y de uñas que desgarran la carne! En
otro tiempo, desde las orillas dirceas, llevándote niños, traías a su patria
sangrientos dolores, con un cántico lúgubre y una Erinnis desastrosa.
[1030]
Sediento de sangre estaba aquel de los Dioses que tal hizo. Los gemidos de las
madres, los gemidos de las vírgenes, producían en las moradas un rumor
lamentable, un cántico lúgubre que resonaba por la ciudad de un lado a otro.
[1040] Y esos clamores eran semejantes a los gemidos del trueno, cuantas veces
la virgen alada se llevaba de la ciudad un hombre.
Antistrofa
Al fin, enviado por el Pitio, el desdichado Edipo vino a la tierra tebana, para
la cual fué en un principio motivo de alegría y luego de dolor. Tras la ilustre
victoria del enigma, el desventurado contrajo con su madre funestas bodas;
[1050] y mancilló la ciudad, y la bañó en sangre, y con sus imprecaciones
empujó a sus hijos a un combate execrable. Admiramos, admiramos a este que va a
la muerte por la tierra de la patria, dejando sumido en duelo a Creón, pero
ilustrando con gloriosa victoria las murallas de siete torres de esta ciudad.
[1060] ¡Pluguiera a los Dioses que también nosotras fuésemos madres y
tuviésemos hijos bien nacidos, cara Palas, tú que mataste al Dragón con una
piedra lanzada por Cadmo, impeliéndole a ese acto que produjo la peste demoníaca
y devastadora de esta tierra!
El mensajero
¡Hola! ¿Quién hay a las puertas de la morada? ¡Abrid! Haced salir a Yocasta.
¡Hola, hola!
[1070] ¡Llegas tarde, pero sal, escucha, ilustre mujer de Edipo!
Cesa en tus gemidos y en tus lágrimas de tristeza.
Yocasta
¡Oh carísimo! ¿vienes a anunciarme alguna calamidad? ¿Acaso la muerte de Eteocles,
a cuyo lado permaneces siempre, evitándole los dardos del enemigo?
¿Qué nueva vienes a anunciarme, pues? ¿Está muerto ó vivo mi hijo? Dímelo.
El mensajero
Vive. Nada temas. Vengo a librarte de tus temores.
Yocasta
¿Qué ha sucedido en el recinto de las siete torres?
El mensajero
Está incólume. La ciudad no ha sido tomada.
Yocasta
[1080] ¿Iniciaron el asalto las lanzas argianas?
El mensajero
Se ha entablado el combate; pero el Ares de los cadmeos ha triunfado de la lanza
micense.
Yocasta
¡Por los Dioses! Dime una sola cosa: ¿qué sabes de Polinices? Estoy inquieta
por saber si ve la luz.
El mensajero
Hasta ahora todavía viven tus dos hijos.
Yocasta
¡Dichoso seas! Pero ¿cómo, combatiendo en las puertas y en lo alto de las
torres, habéis rechazado las lanzas argianas? Dímelo, a fin de que yo vaya a la
morada para regocijar al anciano ciego con la noticia de la salvación de la
ciudad.
El mensajero
[1090] Después de clavarse en la garganta su espada negra el hijo de Creón, que
ha muerto por esta tierra, erguido en lo alto de las torres, salvando así al
país, tu hijo ha formado a las siete tropas y a los jefes en las siete puertas,
para defenderlas de las lanzas argianas, y ha opuesto jinetes a jinetes y
hoplitas a los portadores de escudos, con objeto de que cada parte de las
murallas estuviese atendida de cerca. Entonces, desde lo alto de la ciudadela,
hemos visto que el ejército de los argianos, con sus escudos blancos,
[1100]
abandonaba el Teumeso. Luego, junto al foso, asaltó corriendo la ciudad de la
tierra Cadmea. Al mismo tiempo que en nuestros muros, sonaron por parte de ellos
el Peán y las trompetas. Y el primero, conduciendo contra la puerta Neita su
tropa erizada de escudos, era Partenopeo, hijo de la cazadora, que tiene por
emblema, en medio de su escudo familiar, a Atalanta hiriendo y venciendo con su
flecha al jabalí etolio.
[1110] Hacia la puerta Pretida venía el adivinador
Anfíarao, llevando victimas en su carro y sin ostentar emblemas orgullosos en
sus armas modestas. Hacia la puerta Ogigiavenía el rey Hipomedón, que en medio
de su escudo tiene de emblema a Argos cubierto de ojos, unos de los cuales se
abren al salir los astros y los otros se cierran al ponerse aquéllos, como he
podido ver después de muerto Hipomedón. A la puerta Homolois se mantenía
[1120]
Tideo, llevando sobre su escudo una piel de león de pelos erizados; y en su mano
derecha llevaba una antorcha, como el titán Prometeo, para incendiar la ciudad.
Tu hijo Polinices conducía a Ares contra la puerta Crenea. A manera de emblema,
saltaban en su escudo las veloces yeguas Potniades, hábilmente movidas por
resortes desde la empuñadura del escudo, y parecían furiosas. Con alientos
guerreros no menores que los de Ares, Capaneo conducía a su tropa contra la
puerta Electra.
[1130] Las figuras de hierro de su escudo representaban un
gigante de la tierra sosteniendo sobre sus hombros toda una ciudad arrancada de
sus cimientos con palancas, emblema de lo que debía sufrir nuestra ciudad. Y en
la séptima puerta estaba Adrasto, llevando en el brazo izquierdo un escudo lleno
con las cien víboras pintadas de la Hidra, jactancia argiana; y estos dragones
se llevaban con sus fauces, de entre las murallas, a los hijos de los cadmeos.
He podido ver cada uno de estos emblemas al llevar la señal a los jefes de las
tropas.
[1140] Y al principio hemos combatido con los arcos y las flechas, y las
hondas que hieren desde lejos, y los fragmentos de roca. Y como les lleváramos
ventaja, gritó Tideo, y tu hijo también: «¡Oh hijos de los danaos! antes de ser
heridos por los dardos, ¿á qué esperáis para abalanzaros contra las puertas,
jinetes armados a la ligera y conductores de carros?» Al oír su voz, nadie
permaneció ocioso; pero cayeron muchos con la cabeza aplastada,
[1150] y
también habríais visto a muchos de nosotros precipitarse al suelo ante los
muros, como saltarines, regando la tierra árida con un río de sangre.
Abalanzándose contra la puerta como un torbellino, el arcadiense, hijo de
Atalanta, y que no era argiano, gritando pidió fuego y un hacha, como para
derribar la ciudad; pero Periclimeno, hijo del Dios del mar, reprimió su furor
lanzándole a la cabeza una piedra arrancada de una almena y que habría llenado
un carromato. Y le aplastó la rubia cabeza,
[1160] y le rompió las suturas de
los huesos, y ensangrentó sus mejillas rojas. Y no volverá vivo al lado de su
madre, la ninfa de Menalo, ilustre por. su arco. Tu hijo, al ver esta puerta
bien defendida, fué hacia otra, y le seguí. Y allí vi a Tideo y a sus guerreros
presurosos, disparando hasta lo alto de las torres lanzas etolias, mientras los
nuestros huían, abandonando la cumbre de las almenas; pero, como un cazador, tu
hijo los reunió
[1170] y los volvió a llevar a las torres. Después de reparar
esta derrota, nos dirigimos a otra puerta. Pero ¿cómo expresar el furor de Capaneo? Se acercaba llevando una larga escala, y era tal su arrogancia, que gritaba que ni el fuego sagrado del mismo Zeus le impediría derribar la ciudad
desde lo alto de las ciudadelas. Y así diciendo, ascendía, aunque acosado de
piedras, y cubriéndose todo el cuerpo con su escudo, gateaba por los peldaños
escurridizos.
[1180] Y ya franqueaba la cima de los muros, cuando Zeus le hirió
con el rayo. Y retembló la tierra, y quedaron espantados todos. Y desde lo alto
de la escala dispersáronse sus miembros a lo lejos, como disparados con una
honda, y su cabellera iba al Urano, y su sangre bañaba la tierra. Daban vueltas
sus manos y sus pies como la rueda de Ixión, y su cadáver abrasado cayó al
suelo. Viendo Adrasto que Zeus se le mostraba enemigo, hizo alejarse del foso al
ejército argiano;
[1190] y al ver los nuestros la señal favorable de Zeus, abalanzáronse, jinetes, hoplitas y conductores de carros, acometiendo
a lanzadas
al ejército argiano. Y se acumularon allí todos los males. Y morían y caían de
los carros, y saltaban ruedas y ejes, y los cadáveres se amontonaban sobre los
cadáveres. El caso es que en el día de hoy hemos impedido la ruina de nuestras
torres. ¿Será feliz en el porvenir nuestra ciudad? Eso concierne a los Dioses,
Pero hoy la ha salvado un Dios.
El coro
[1200] Hermoso es vencer; mas si los Dioses hubiesen tenido un designio mejor
aún, yo sería dichosa.
Yocasta
Los Dioses y la fortuna se han portado bien. Mis hijos están vivos y la ciudad
está salva, aunque parece ser que Creón expía desgraciadamente mis bodas y los
errores de Edipo. Se ve privado de su hijo, y es cruel para él lo que es
regocijante para la ciudad. Pero prosigue, dime lo que después han resuelto
hacer mis hijos.
El mensajero
No pienses en lo demás. Hasta aquí eres afortunada.
Yocasta
[1210] Eso que dices me inspira sospechas. No omitas nada.
El mensajero
¿Deseas más que la salvación de tus hijos?
Yocasta
Quiero saber si en todo lo demás soy tan dichosa.
El mensajero
Despáchame; tu hijo no tiene quien le lleve las armas.
Yocasta
Alguna desgracia me ocultas y la envuelves de tinieblas.
El mensajero
Nada malo diré después de lo que es fausto para ti.
Yocasta
Hablarás, a menos que huyas por el Eter.
El mensajero
¡Ay, ay! ¿Por qué no me has permitido partir después de la buena nueva? ¿Por qué
me fuerzas a anunciarte desdichas? Tus hijos meditan un acto
[1220]
vergonzosísimo; quieren entablar singular combate, aparte de todo el ejército.
Han dicho abiertamente a argianos y cadmeos lo que no debieron decir jamás.
Primero Eteocles, de pie en una torre alta, ha dicho al ejército, ordenando
silencio: «¡Oh jefes de la tierra de Hélade y jefes de los argianos que habéis
venido aquí, y tú, pueblo de Cadmo, no rindáis más vuestras almas ni por
Polinices ni por mí! Yo mismo correré ese riesgo,
[1230] y combatiré solo contra
mi hermano. Y si le mato, gobernaré mi país, y si soy vencido, le entregaré la
ciudad. En cuanto a vosotros, abandonando el combate, volved a la tierra argiana,
sin dejaros aquí la vida; y en cuanto a este pueblo, bastantes han muerto ya.»
Habló así, y destacándose de las filas, tu hijo Polinices aplaudió estas
palabras. Y todos los argianos, así como el pueblo de Cadmo,
[1240] lo
comentaban favorablemente, como si pensasen que era justo. Y se hizo un pacto
en estas condiciones, y en medio de los dos ejércitos, los jefes unieron sus
juramentos de que se conformarían a él. Ya los dos jóvenes del viejo Edipo
cubrían sus cuerpos con armaduras de bronce, y les ayudaban sus amigos; al reyde
este país, los jefes cadmeos, y al otro, los jefes de los Danaides. Y erguíanse
resplandecientes, sin cambiar de color y furiosos por lanzar la pica uno contra
otro. Y acercándose á. uno y a otro, sus amigos les inflamaban los corazones con
estas palabras:
[1250] «¡Polinices, debes erigir una estatua a Zeus en señal de
trofeo y proporcionar a Argos una gloria grande!» Y a Eteocles, a su vez: «Hoy
combates por la patria. Si sales victorioso, poseerás el cetro.» Así hablaban,
exhortándolos al combate. Y los adivinadores degollaban ovejas, y observaban el
ardor del fuego y las desgarraduras de las vísceras húmedas, y los chorros da
luz que indican un augurio doble, la señal de victoria y la señal de derrota.
Así, pues, si dispones de algún remedio, ó de palabras prudentes,
[1260] ó de
encantamientos que hechicen, ve a alejar a tus hijos de ese combate cruel,
porque el peligro es grande, y el premio amargo de ese combate sólo será para ti
motivo de lágrimas, pues en el día de hoy te verás privada de tus dos hijos.
Yocasta
¡Oh hija mía Antígona, sal de las moradas! Nuestro destino presente no te
permite asistir a las danzas ni a las reuniones de vírgenes. Tienes que impedir
a dos hombres valerosos, hermanos tuyos, que vayan a la muerte, que se maten
entre sí.
Antígona
[1270] ¡Oh madre! ¿Qué horrible noticia anuncias a tus amigos con tus gritos
ante las moradas?
Yocasta
¡Oh hija, tus hermanos mueren!
Antígona
¿Qué dices?
Yocasta
Van a reñir un singular combate.
Antígona
¡Ay de mí! ¿Qué dices, madre?
Yocasta
¡Nada grato! Pero sígueme.
Antígona
¿Adónde iré, abandonando mi aposento virginal?
Yocasta
En medio del ejército.
Antígona
Me da vergüenza mostrarme en medio de la muchedumbre.
Yocasta
No se inquiete tu pudor por lo que tienes que hacer.
Antígona
Entonces, ¿qué he de hacer?
Yocasta
Aplacar la querella de tus hermanos.
Antígona
¿De qué modo, madre?
Yocasta
Prosternándote conmigo ante ellos.
Antígona
Llévame en medio de ambos ejércitos. No hay que retrasarse.
Yocasta
¡Date prisa, date prisa, hija!
[1280]¡Porque si puedo evitar el combate de mis
hijos, aún veré la luz; pero si han muerto, caeré muerta con ellos!
El coro
Estrofa
¡Ay, ay! ¡Me estremezco de horror, mi corazón se estremece! La piedad, la
piedad por esta desventurada madre me invade todo el cuerpo. ¿Cuál de sus dos
hijos verterá la sangre del otro?
[1290]¡Ay, cuántas calamidades, oh Zeus, oh
tierra! ¿Cuál herirá de muerte, a través de la armadura, la garganta y el alma
fraternas? ¿Por qué cadáver gemiré?
Antistrofa
¡Ay! ¡Tierra, tierra! Dos bestias feroces, dos almas sanguinarias van a cometer
un asesinato sangriento, hiriendo con la lanza enemiga.
[1300] ¡Desdichados! No
les ha detenido el pensamiento de un combate singular. Con bárbaro bramido,
gimiendo y llorando, cantaré la lamentación que cumple a los muertos. He aquí
que llega el instante de la muerte. Hoy se decidirá el acontecimiento. Ese
asesinato lamentable se debe a las Erinnias. Pero veo a Creón, que viene
tristemente a estas moradas. Cesaré de gemir.
Creón
[1310] ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿Debo llorar por mí ó por la ciudad, envuelta en
una nube que la sume en el Akerón? Porque mi hijo ha caído muerto por la patria,
dejando un nombre glorioso; pero debe ser llorado por mí. Habiéndole sacado del
antro del Dragón, en donde se ha matado con su propia mano el desdichado, le
traigo en mis brazos, y toda la morada se lamenta. Yo, un viejo, vengo en busca
de mi vieja hermana Yocasta, a fin de que lave y arregle a mi hijo muerto.
[1320] Conviene, en efecto, que el vivo rinda honores a los muertos y respete
piadosamente al Dios subterráneo.
El coro
Tu hermana ha salido de las moradas, Creón, y la joven Antígona acompaña a su
madre.
Creón
¿Adónde? ¿Por qué causa? Dímelo.
El coro
Ha sabido que sus hijos iban a batirse en singular combate relativo a la morada
real.
Creón
¿Qué dices? Como sólo me preocupo del cadáver de mi hijo, no he venido para
saber eso.
El coro
Hace tiempo que se ha marchado tu hermana.
[1330] Creo, Creón, que ya habrá
terminado el combate mortal entre los hijos de Edipo.
Creón
¡Ay! Me lo prueban los ojos entristecidos y el rostro de ese mensajero que viene
y nos anunciará cuanto ha pasado.
El mensajero
¡Desgraciado de mí! ¿Cómo diré tantas cosas lamentables?
Creón
¡Estamos perdidos! Con malos auspicios comienzas tu relato.
El mensajero
¡Ay, desgraciado de mí! grito de nuevo, pues traigo la noticia de grandes
calamidades.
Creón
¿Vienes a añadir nuevas desdichas a todas las demás?
Él mensajero
¡Ya no ven la luz los hijos de tu hermana, Creón!
Creón
[1340] ¡Ay, ay! Anuncias un gran desastre para mí y para la ciudad.
El mensajero
¡Oh morada de Edipo! ¿sabes que los hijos de Edipo están igualmente heridos de
muerte?
El coro
¡Hasta la morada vertería lágrimas, si pudiera sentir!
Creón
¡Ay! ¡oh calamidad misérrima! ¡qué desdichado soy por culpa de tantos males! ¡Oh,
desventurado de mí!
El mensajero
¡Y si supieses lo que ha ocurrido después!
Creón
¿Cómo puede haber males mas tristes que esos?
El mensajero
¡Tu hermana ha muerto con sus dos hijos!
El coro
[1350] ¡Cantad, cantad dolorosamente! ¡Golpeemos nuestra cabeza con nuestras
manos blancas!
Creón
¡Oh desventurada Yocasta! ¡Qué fin de tu vida y de tus bodas has tenido por
culpa del enigma de la Esfinge! Pero, en fin, ¿cómo ha sido la muerte de los dos
hermanos y han surtido efecto las imprecaciones de Edipo? Dímelo.
El mensajero
Sin duda, estarás enterado de nuestros éxitos en las murallas de la ciudad. No
está el recinto de los muros tan alejado que no sepas lo que pasó allá.
[1360]
Pues cuando los hijos del viejo Edipo cubrieron sus cuerpos con armas de bronce,
avanzaron en medio de las filas, como para decidir el combate ó la retirada. Y
mirando a Argos, oró así Polinices: «¡Oh venerable Hera! ¡Puesto que soy tuyo
desde que me alié con Adrasto por medio de mis bodas con su hija y habito en su
tierra, permíteme que mate a mi hermano y enrojezca con su sangre mi diestra
victoriosa! ¡Te pido una corona impía, como es la de matar a mi hermano!» Muchos
lloraban ante calamidad tan terrible,
[1370] y se miraban unos a otros con ojos
entristecidos. Pero Eteocles, mirando a la morada de Palas armada con un escudo
de oro, oró así: «¡Oh hija de Zeus! ¡Permíteme hundir con mi mano y con mi brazo
una lanza victoriosa en el pecho de mi hermano y matarle por venir a devastar la
patria!» Cuando hubo hablado así, después de dar la señal del sangriento
combate la trompeta tirrena, igual que una antorcha, se abalanzaron ellos uno
contra otro con ímpetu terrible,
[1380] y como jabalíes que aguzan sus colmillos
crueles entregáronse al combate, con los labios manchados de espuma. Y se
atacaban con sus lanzas; pero se cubrían con sus escudos redondos, y el hierro
se tornaba inútil. Si el uno veía sobresalir del escudo los ojos del otro,
disparaba su lanza al rostro, deseando alcanzarle; pero ocultaban los ojos
hábilmente tras de los escudos, a fin de que la lanza resultase inútil. Y los
que miraban estaban más inundados de sudor que los combatientes, a causa del
temor que sentían por sus amigos.
[1390] Eteocles, dando en una piedra con el
pie, sacó una pierna fuera del escudo; entonces Polinices, al ver aquel blanco
que se ofrecía al hierro, le clavó la lanza argiana, y todo el ejército de los
argianos prorrumpió en exclamaciones; pero el ya herido Eteocles, al ver
descubierto en este esfuerzo el hombro de su enemigo, procuró hundir
violentamente su lanza en el pecho de Polinices, y devolvió la alegría a los
ciudadanos de la ciudad de Cadmo; pero se le rompió la punta de la lanza.
[1400]
Entonces, para suplir esta pérdida, retrocedió, y cogiendo un peñasco, rompió
por la mitad la lanza de Polinices. Así privados de sus lanzas uno y otro, Ares
era igual entre ellos. Empuñando entonces sus espadas, se atacaron de cerca, y
golpeándose en los escudos, combatieron con estrépito, revolviéndose el uno
contra el otro. Pero Eteocles, asaltado por una idea súbita, puso en juego un
ardid tesaliano que había aprendido cuando habitaba en aquel país. Cesando en el
ataque,
[1410] echó atrás el pie izquierdo, y adelantando el pie derecho,
hundió su espada en el ombligo del contrario hasta las vértebras dorsales. Y el
desdichado Polinices, con los flancos deshechos, cayó en tierra echando sangre.
Entonces Eteocles, arrogante y victorioso, quiso despojarle, tirando la espada,
sin pensar ya en defenderse; pero se perdió, pues el ya caído Polinices,
respirando todavía
[1420] y conservando en la mano el hierro después de la
caída, sin vida apenas, hundió su espada en el hígado de Eteocles. Y cayeron
ambos, uno sobre otro, mordiendo la tierra y sin lograr victoria ninguno.
El coro
¡Ay, ay! ¡Cuánto me hacen gemir tus males, Edipo! ¡Un Dios acaba de cumplir tus imprecaciones!
El mensajero
Escuchad ahora las desgracias que han venido después. Mientras sus hijos
caídos dejaban la vida,
[1430] la desdichada madre llegaba presurosa con su
hija, y al verlos mortalmente heridos, gimió: «¡Oh hijos, he venido en vuestra
ayuda demasiado tarde!» Y arrojándose por turno sobre ellos, se lamentaba por
sus hijos y lloraba la dolorosa pena de sus pechos, y la hermana gemía como la
madre: «¡Oh protectores de la vejez de mi madre, oh hermanos queridísimos que
me arrebatáis mis bodas!» Eteocles, exhalando de su pecho un hálito lamentable,
oyó a su madre, y tendiéndole su mano débil,
[1440] no pudo hablar, pero le
demostró su cariño con sus ojos arrasados en lágrimas. Y Polinices, respirando
aún, miró a su hermana y a su anciana madre, y dijo: «Me muero, madre; pero
tengo piedad de ti, de mi hermana y de mi hermano muerto, porque le he querido,
aunque se haya tornado en enemigo mío, de amigo que era. Sepultadme, madre, y
tú, hermana,
[1450] en la tierra de la patria y aplacad a la ciudad irritada.
¡Ya que he perdido la vida, que obtenga, al menos, un poco de tierra de la
patria! ¡Madre, cierra mis párpados con tu mano!» Y se llevó la suya a los ojos.
«¡Salve! ¡Ya me envuelven las tinieblas!» Y al mismo tiempo exhalaron ambos su
desventurada vida. Y al ver esta calamidad, la madre, vencida por el dolor,
arrancó la espada del cadáver y cometió un acto horrible, pues se hundió el
hierro en la garganta y cayó entre los dos muertos queridos, estrechando en
sus brazos a uno y a otro.
[1460] Entonces promovióse una disputa entre los dos
ejércitos. Sosteníamos nosotros que mi señor había vencido, y ellos sostenían
que Polinices, y los jefes estaban divididos. Y unos decían que Polinices fué el
primero herido con la lanza, y otros que no pertenecía la victoria a ninguno de
ambos muertos. En este interregno, Antígona se alejó del ejército; y los demás
se lanzaron al combate. Por una feliz inspiración, la raza de Cadmo había
conservado los escudos, y al punto nos arrojamos sobre el ejército argiano, que
no estaba armado todavía.
[1470] Y nadie resistió al ataque, y los fugitivos
llenaron la llanura, y a torrentes corría la sangre de los cadáveres caídos a impulso de las lanzas. Cuando vencimos, los unos elevaron como trofeo una
estatua a Zeus, los otros se llevaban los escudos de los argianos muertos, y
nosotros nos trajimos los despojos a la ciudad. Y otros, con Antígona, han
transportado aquí los tres cadáveres, a fin de que se lamenten sus amigos. Tal
ha sido ese combate, muy feliz y a la vez muy desdichado para la ciudad.
El coro
[1480] Ya no se nos revela sólo por los oídos esa calamidad de la morada
real, pues ante las moradas podemos contemplar a los tres cadáveres de los que,
con una muerte común, han descendido a las tinieblas.
Antígona
Sin velar ya mis mejillas delicadas cubiertas con mis cabellos rizados, sin
temer ya mostrar bajo mis párpados la rojez de mi rostro coloreado de pudor
virginal,
[1490] desatando las bandas de mi cabellera y las cintas de mi traje
color de azafrán, celebro la pompa de los muertos lamentándome. ¡Ay, ay de mí!
¡oh Polinices, qué bien respondiste a tu nombre! ¡Ay! ¡Oh Tebas, tu querella, ó
mejor dicho, ese montón de muertos, ha perdido a la casa de Edipo, anegada en
una sangre cruel, en una sangre lamentable! ¿Qué queja, qué lamento de las musas
unir a mis lágrimas deplorando tu ruina, ¡oh morada!
[1500] al traer aquí estos
tres cuerpos de una madre y sus hijos, a los que animaba una misma sangre, y que
ahora constituyen la alegría de la Erinnis que perdió a toda la raza de Edipo
desde que este acertó con su sagacidad el enigma de la cruel Esfinge profética a quien hubo de matar? ¡Ay, oh padre! ¿Qué heleno, qué bárbaro,
[1510] qué hombre
ilustre de los tiempos antiguos, descendiente de sangre noble, ha sufrido males
tan grandes como los tuyos? ¡Oh desventurada de mí, cuán lamentablemente gimo!
¿Qué ave, posada en la copa de una encina ó de un abeto, unirá su gemido a mis
quejas por verme privada de mi madre, acompañando así los lamentos que exhalo
[1520] por tener que pasar arrasada en lágrimas todo el transcurso de mi
solitaria vida? ¿A quién lloraré? ¿Por quién me cortaré antes las primicias de
mi cabellera? ¿Las ofreceré a los pechos maternales que me han lactado, ó a las
lamentables heridas de mis dos hermanos?
[1530] ¡Ay, ay! Sal de tu morada con
tus ojos ciegos, ¡oh anciano padre! ¡Muestra a Edipo y su vejez miserable, tú
que arrastras larga vida en la morada, tras de infligir negras tinieblas a tus
ojos! ¿Me oyes tú, que vagas por la morada ó calientas en el lecho tus viejos
pies míseros?
Edipo
¿Por qué, sacando de mi lecho y de las estancias oscuras
[1540] mis pies
ciegos, me atraes a la luz ¡oh virgen! con tus quejas lamentables, a mí, vano
simulacro de hombre, sombra subterránea, sueño fugitivo?
Antígona
Padre, vas a recibir una triste noticia: ya no ven la luz tus hijos, ni tu
mujer, que sin cesar se cuidaba de sostener y guiar tus pies de ciego.
[1550] ¡Oh
padre, ay de mí!
Edipo
¡Ay de mí y de mis males, que me hacen gemir y lamentarme! Pero ¿cómo han abandonado la luz esas tres almas? ¡Oh hija, habla!
Antígona
Con dolor te lo digo, no para escarnecerte ni para insultarte: ¡con espadas, con fuego y con crueles combates, tu funesto Demonio ha caído sobre tus hijos, oh padre! ¡Ay!
Edipo
[1560] ¡Ay, ay!
Antígona
¿Por qué gimes?
Edipo
¡Oh hijos míos!
Antígona
Más profundamente gemirías si, viendo el carro de cuatro caballos de Helios, contemplaras con la luz de tus ojos los cadáveres de esos muertos.
Edipo
En verdad que es manifiesta la desventura de mis hijos; pero, ¡oh hija! ¿qué destino ha hecho perecer a mi infeliz mujer?
Antígona
Derramando ante todos sus lágrimas lamentables, iba
a presentar en súplica
sus pechos a sus hijos.
[1570] Pero, en la puerta Electra, en la pradera donde
nace el loto, se encontró con sus hijos, que acababan de combatir como dos
leones criados juntos y yacían en la sangre de sus heridas, vertiendo la fría y
sangrienta libación que Ares ofrece al Hades. Arrancando la espada de uno de los
cadáveres, la clavó en su cuerpo y cayó sobre sus dos hijos. ¡Quienquiera que
sea el Dios que ha llevado a cabo eso,
[1580] oh padre, ha amontonado en este
día todas las calamidades de nuestra morada!
El coro
Este día ha sido el comienzo de males sin cuento para la morada de Edipo. ¡Pluguiera a los Dioses que la vida le fuese en adelante más propicia!
Creón
Dad fin a los lamentos. Ya es tiempo de pensar en la sepultura. Tú, Edipo,
escucha esto: tu hijo Eteocles me ha dado el mando de esta tierra, como dote
para Hemón, prometido de tu hija Antígona. No te permitiré ya habitar en esta
tierra,
[1590] porque Tiresias ha dicho claramente que jamás será dichosa esta
ciudad mientras tú habites en el país. ¡Vete, pues! No te lo digo para
ultrajarte, ni soy enemigo tuyo; pero temo que tu Demonio traiga a esta tierra
alguna desgracia.
Edipo
¡Oh destino! Desde un principio me hiciste miserable y desventurado. Incluso
antes de que saliese del seno de mi madre para nacer al día, Apolo profetizó a Layo que sería yo el matador de mi padre. ¡Oh desventurado de mí!
[1600] Apenas
hube nacido, el padre que me había engendrado ordenó que me matasen, seguro de
que yo fuese su enemigo, pues era fatal que tenía que perecer él a mis manos.
Como una presa miserable, me entrega a los animales salvajes cuando anhelaba yo
los pechos de mi madre. Me salvé, ¡Pluguiera a los Dioses que el Citerón se
sumergiera en los golfos profundos del Tártaro por no haberme hecho perecer! El
Demonio me entrega como esclavo a Polibo. ¡Y después de matar a mi padre,
desdichado de mí, entro en el lecho de mi desventurada madre,
[1610] engendro
hijos que son hermanos míos, y los pierdo lanzándoles las imprecaciones que
recibí de Layo! Porque no soy tan insensato que atentara contra mis ojos y
contra la vida de mis hijos sin que un Dios me impulsase a ello. ¿Qué haré,
pues, desgraciado de mí? ¿Quién guiará mis pies de ciego? ¿La que ha muerto? En
vida, sé que lo hubiera hecho. ¿Mis hijos, que tan buena pareja hacían? Ya no
existen. ¿Acaso soy bastante joven para ganarme el sustento yo solo?
[1620] ¿De
qué manera? ¿Por qué matarme así, Creón? Me matas, en efecto, si me echas de
este país. Sin embargo, no rodearé tus rodillas con mis brazos suplicantes;
sería un cobarde entonces. En verdad que no desmentiré con ello la alteza de mi
alma, aunque me sea adversa la fortuna.
Creón
Bien has hablado al negarte a tocar mis rodillas, pues no te permitiré
habitar en este país. Pero es preciso que se lleven a la morada uno de esos
muertos. ¡En cuanto a éste, que ha venido con extranjeros para asolar su patria,
en cuanto al cadáver de Polinices,
[1630] arrojadle fuera de los confines de
esta tierra sin sepultarle! Se pregonará a todos los cadmeos lo siguiente:
«Quienquiera que sea sorprendido coronando a este muerto ó cubriéndole de
tierra, sufrirá la muerte. Que no se le llore, que no se le sepulte y que se le
deje para pasto de las aves de rapiña.» Tú, Antígona, vuelve a la morada,
cesando de llorar a estos tres muertos, y observa las costumbres de una virgen,
en espera del venidero día en que te aguarda el lecho de Hemón.
Antígona
¡Oh padre, cuántos males nos agobian!
[1640] ¡Cómo gimo por ti más que por
los muertos! ¡Porque ninguna de tus desdichas es menos abrumadora que las demás,
y eres completamente desdichado, padre! a ti, nuevo tirano, te pregunto ahora
por qué ultrajas a mi padre echándole de esta tierra, y por qué dictas esa ley
en contra de un pobre muerto.
Creón
Es voluntad de Eteocles, no mía.
Antígona
Es una insensatez, y tú eres un insensato, puesto que le obedeces.
Creón
¡Cómo! ¿No es justo ejecutar las órdenes que se nos dan?
Antígona
No, cuando son malas é impías.
Creón
[1650] Entonces, ¿no será entregado con justicia
a los perros?
Antígona
Le imponéis un castigo ilegítimo.
Creón
No, porque ha sido enemigo de esta ciudad, sin serlo por su nacimiento.
Antígona
Por eso ha entregado su suerte a la fortuna.
Creón
Y debe privársele de sepultura.
Antígona
¿Cuál era su crimen, si no reclamaba mas que la parte que le corresponde de esta tierra?
Creón
Has de saber que no será sepultado ese hombre.
Antígona
Yo le sepultaré, aunque lo prohiba la ciudad.
Creón
¿Lo sepultarás tú misma junto a este muerto?
Antígona
Glorioso es sin duda para dos amigos yacer juntos.
Creón
[1660] Prendedla y conducidla a la morada,
Antígona
¡Jamás! No abandonaré a este cadáver.
Creón
Virgen, lo que execras lo ha mandado un Dios.
Antígona
También está mandado no insultar a los muertos.
Creón
¡Que nadie cubra este cuerpo con polvo húmedo!
Antígona
¡Te conjuro, Creón, por mi madre Yocasta, a quien estás viendo!
Creón
En vano te esfuerzas, porque no lo conseguirás.
Antígona
Por lo menos, permíteme lavar este cadáver.
Creón
Está prohibido a los ciudadanos.
Antígona
Permite que envuelva en vendas esas heridas crueles.
Creón
[1670] De ninguna manera honrarás a este muerto.
Antígona
¡Oh queridísimo, besaré tu boca, por lo menos!
Creón
No aumentes tu desdicha, entristeciendo tus bodas.
Antígona
¿Acaso crees que mientras viva me casaré jamás con tu hijo?
Creón
Claro que lo harás, por necesidad. ¿Cómo vas a eludir esas bodas?
Antígona
Esta noche me tornaré en una Danaide.
Creón
¡Con qué crimen me amenaza la audaz!
Antígona
Con este hierro lo atestiguo, y lo juro por esta espada.
Creón
Pero ¿por qué deseas librarte de esas bodas?
Antígona
Huiré sola con mi desdichadísimo padre.
Creon
[1680] Tu idea es generosa, pero un poco insensata.
Antígona
Y moriré con él, para que te enteres mejor.
Creón
¡Vete! No matarás a mi hijo. Abandona esta tierra.
Edipo
¡Oh hija, alabo tu abnegación!
Antígona
Si yo me casara, ¿te marcharías solo, padre?
Edipo
Quédate y sé dichosa. Yo sufriré mis males pacientemente.
Antígona
¿Y quién se cuidará de ti, ciego como estás, padre?
Edipo
Caeré donde sea mi destino caer.
Antígona
¿Qué se hizo, pues, de aquel Edipo del célebre enigma?
Edipo
Ya no existe. Un solo día me ha glorificado, un solo día me ha perdido.
Antígona
[1690] ¿No debo compartir tus males?
Edipo
Vergonzoso es el destierro de una hija con un padre ciego.
Antígona
¡Para una hija modesta, no es vergonzoso, sino honroso, padre!
Edipo
Guíame, pues, a fin de que toque el cuerpo de tu madre.
Antígona
Hela aquí. Toca con tu mano a la queridísima anciana.
Edipo
¡Oh madre, oh esposa desventuradísima!
Antígona
Yace lamentablemente tras de sufrir todos los males reunidos.
Edipo
¿Dónde están los cadáveres de Eteocles y de Polinices?
Antígona
Están allí ambos, tendidos uno junto a otro.
Edipo
Posa mi mano de ciego sobre sus desdichados rostros.
Antígona
[1700] Helos aquí. Toca con tu mano
a tus hijos muertos.
Edipo
¡Oh caros cadáveres, hijos desventurados de un desventurado padre!
Antígona
¡Oh Polinices, nombre que tan grato me eral
Edipo
Ahora se cumple el oráculo de Loxias, ¡oh hija!
Antígona
¿Qué oráculo es ese? ¿Vas a anunciar nuevas desgracias?
Edipo
Debo morir desterrado en Atenas.
Antígona
¿Dónde? ¿Qué torre ática te albergará?
Edipo
La sagrada Colona, morada del Dios que hizo el caballo. ¡Pero vamos! Guía a tu padre ciego, ya que deseas servirle de compañera en su destierro.
Antígona
[1710] Partamos para ese destierro desdichado. ¡Dame tu mano querida, viejo
padre mío! Te llevaré, como el viento que impulsa a las naves.
Edipo
¡Ya voy, hija! Guía mis pasos, ¡oh desventurada!
Antígona
¡Lo soy, soy desventuradísima entre todas las vírgenes tebanas!
Edipo
¿Dónde posaré mis viejos pies? Dame un báculo, ¡oh hija!
Antígona
[1720] ¡Aquí, aquí, ven! Posa el pie aquí, padre, que tus fuerzas son un
sueño.
Edipo
¡Ay, ay! ¡Me echan de la patria, siendo un viejo, para que vaya a un destierro miserable! ¡Ay, ay! ¡sufro males horribles!
Antígona
¿Por qué dices que sufres? La justicia no ve a los malos ni castiga los pecados de los mortales.
Edipo
Yo soy quien se elevó a una cumbre victoriosa de sabiduría
[1730] cuando
adiviné el oscuro enigma de la Virgen.
Antígona
¿Recuerdas la victoria esfíngea? Cesa de contar tu antigua prosperidad. Te aguardaba esta desdichada calamidad de ser desterrado de tu patria y hallar la muerte casualmente. ¡Dejando lágrimas de recuerdo a las vírgenes queridas, errante, me alejo de la tierra de la patria, contra lo acostumbrado entre vírgenes!
Edipo
[1740] ¡Qué generosidad de corazón!
Antígona
Después de las desdichas de mi padre, eso me glorificará. Seducida a la miseria por mí misma y por el oprobio de mi hermano muerto fuera de las moradas é insepulto el desgraciado, debo cubrirle de tierra, aunque tenga que morir, ¡oh padre!
Edipo
Vete con tus compañeras.
Antígona
[1750] Estoy harta de lamentos.
Edipo
Ve a orar en los altares.
Antígona
Están hartos de oír mis males.
Edipo
Ve al inaccesible santuario de Bromio, que está en las montañas de las Ménades.
Antígona
¿Aquel por quien, vestida con la nébrida Cadmea, bailé en otro tiempo las danzas sagradas en las montañas de Semela? ¡Allí rendí a los Dioses un honor estéril!
Edipo
¡Oh ciudadanos de la ilustre patria, mirad! ¡Yo soy aquel Edipo que adivinó
el enigma ilustre, que era un hombre magno,
[1760] y que se bastó para reprimir
la tiranía de la Esfinge sanguinaria! Ahora, cubierto de ignominia y miserable,
me echan del país. Pero ¿por qué gemir y llorar en vano? Menester es que un
mortal sufra el destino que le deparan los Dioses.
El coro
¡Oh veneranda Victoria! ¡Ojalá poseas toda mi vida y na ceses de coronarla!
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