Eurípides

Heracles

ANFITRIÓN.

MÉGARA.

LICO.
HERACLES.

IRIS.
LISA.

MENSAJERO.

TESEO.
CORO de ancianos.

 

ANFITRIÓN. — ¿Quién de los hombres no
conoce al que compartió el lecho con Zeus, al argivo
Anfitrión, al que engendró Alceo, hijo de Perseo, al
padre de Heracles? Soy yo, que poseí esta ciudad de
Tebas donde floreció la espiga terrena de los
«Hombres Sembrados»

. 5 Ares salvó un pequeño
número de su estirpe y éstos llenaron la ciudad de
Tebas con los hijos de sus hijos. De ellos nació
Creonte, el hijo de Meneceo, soberano de esta tierra.
Y Creonte fue el padre de Mégara,
10 aquí presente, a
la que un día todos los Cadmeos celebraron con
cantos de esponsales, al son de la flauta, cuando el
ilustre Heracles la trajo a mi casa como esposa.
Abandonando Tebas, donde yo habito, y dejando
aquí a Mégara y a sus suegros,
15 mi hijo se ha
dirigido a la ciudad amurallada de Argos, a la ciudad
ciclópea

de donde yo estoy exiliado por haber
matado a Electrión. Por aligerar mi infortunio y
querer que yo vuelva a habitar en mi patria, está
pagando a Euristeo un gran precio por mi retorno,
librar de monstruos a la tierra, 20 sometido por los
aguijones de Hera o impelido por el destino.
Ya ha llevado a cabo los demás trabajos y ahora,
para terminar, ha bajado al Hades, a través de la
abertura del Ténaro, 25 para traerse a la luz al Can de
tres cuerpos y no ha regresado de allí.
Pues bien, según una antigua tradición tebana,
existió un tal Lico, esposo de Dirce, que tenía
tiranizada a esta ciudad de siete puertas antes de que
la rigieran
30 los blancos potros gemelos Anfión y
Zeto
3
, hijos de Zeus.
Un hijo de Lico, del mismo nombre que su padre,
que no es Cadmeo, sino procedente de Eubea, ha matado

a Creonte y, tras el crimen, domina esta tierra.
Ha caído sobre esta ciudad enferma y dividida en
facciones.
35 Así que el parentesco que nos une a
Creonte se nos ha tornado en terrible mal, como es
obvio.
Como mi hijo está en las entrañas de la tierra, este
Lico, nuevo señor del país, quiere acabar con los hijos
de Heracles, 40 matar a su esposa —por apagar un
crimen con otro— y a mí, si es que hay que contar
entre los vivos a un viejo inútil como yo. Teme que
algún día, cuando estos niños sean hombres, venguen
a la familia de su madre demandando satisfacción por
el crimen.
Yo por mi parte (pues mi hijo me dejó como tutor
de sus niños
45 cuando descendió a la negra
oscuridad de la tierra) me he sentado con su madre
junto a este altar de Zeus Salvador para que no
mueran los hijos de Heracles. Este altar lo erigió mi
noble hijo como monumento a su lanza victoriosa 50
cuando venció a los Minias
4
. Así es que
permanecemos alerta en este lugar faltos de todo, de
comida, bebida y vestido, poniendo nuestras espaldas
sobre el suelo por carecer de camas. Nuestra casa
tiene las puertas selladas
y nos hallamos sin
posibilidad de salvación.
55 Pues entre nuestros
amigos, a unos no los veo claramente como tales, y
los que lo son de verdad no pueden ayudarnos. Tales
son los efectos de la adversidad entre los hombres.
Que ninguno de cuantos me son amigos —aún a medias— se tropiece con ella. Es la prueba más
inequívoca de la amistad.
 

60 MÉGARA. — Anciano, tú que un día arrasaste
la ciudad de los tafios
como conductor ilustre del
ejército cadmeo, ¡qué poco claras son para los
hombres las decisiones divinas!
Tampoco yo estuve lejos de la fortuna junto a mi
padre que, por su poderío, tuvo un día gran renombre:
65 detentaba una tiranía por la que las largas lanzas
vuelan contra los hombres afortunados por culpa de la
ambición.
Y tenía hijos: a mí me entregó a tu hijo fundando
con Heracles una ilustre unión. Pues bien, toda aquella
felicidad se ha desvanecido

70 y tú y yo vamos a
morir, anciano. También van a morir los hijos de
Heracles, a quien cobijo bajo mis alas, como una ave
clueca a sus crías. Ellos me hacen preguntas de uno y
otro lado: «Madre, dime, ¿adónde ha marchado
padre?,
75 ¿qué hace?, ¿cuándo volverá?» Engañados
por su corta edad buscan a su padre. Y yo los
entretengo con mis palabras y les cuento historias. Se
sorprenden cuando crujen las puertas y todos se
ponen en pie como si fueran a abrazar las rodillas de
su padre.
80 Pero ¿qué esperanza o qué lugar de
salvación puedes buscar, anciano? En ti pongo mis
ojos. No podríamos cruzar ocultos las fronteras del
país porque en las salidas hay vigilantes más fuertes
que nosotros. Tampoco en los amigos tenemos ya
esperanza de salvación. Conque si tienes algún plan,
85 exponlo aquí abiertamente, no te resuelvas a
morir. Demos tiempo al tiempo, ya que somos
débiles.


ANFITRIÓN. — Hija, no es tan fácil aconsejar a
la ligera en una situación como ésta, corriendo y sin
esforzarse.

90 MÉGARA. — ¿Es que te falta algo por sufrir o es
que amas tanto la vida?

ANFITRIÓN. — Me place vivir y todavía acaricio
cierta esperanza.


MÉGARA. — También a mí me agrada, anciano,
pero no hay que esperar lo inesperado

ANFITRIÓN. — En el aplazamiento de los males
está su curación.

MÉGARA. — Pero a mí me lacera, pues es doloroso,
el tiempo que transcurre entre medias.

95 ANFITRIÓN. — Hija, todavía podríamos, con
curso favorable, salir de estos males que nos cercan.
Todavía podría venir mi hijo y esposo tuyo. Vamos,
ten paciencia, y ciega la fuente de lágrimas de tus
hijos.
Cálmalos con tus palabras y

100 engáñalos con historias aunque sea un pobre engaño.
También la aflicción de los mortales tiene un término
y el soplo del viento no siempre es violento. Los que
son felices no lo son hasta el final, pues todas las
cosas se ceden el sitio mutuamente.

105 El hombre más los noble es el que se abandona siempre a la
esperanza. La desesperación es de hombres cobardes.


(Entra el Coro compuesto por viejos compañeros de
Anfitrión.)

Estrofa.

¡Oh palacio de techo elevado y envejecido lecho
nupcial! En el bastón tengo puesto mi apoyo y vengo,
como pájaro encanecido
, a cantar tristes lamentos
110 —palabras sólo y esperanzas oscuras de
nocturnos sueños, temblorosas, sí, mas, con todo,
animosas.
¡Oh niños, niños, privados de padre! ¡Oh tú, anciano,
115 y tú, desgraciada madre que lamentas al esposo
que está en la mansión de Hades!

Antistrofa.

No dejes que se canse tu pie ni tu pesada pierna,
120 como un potrillo portador de yugo se cansa de
llevar el peso del carro cuesta arriba, en pedregosa
pendiente. Toma la mano, aférrate al manto de aquél
125 que deje retrasada la huella débil de su pie. Eres
viejo, acompaña a otro viejo que en otro tiempo,
cuando joven, convivía con su armadura nueva en los
trabajos propios de los mozos y no era la vergüenza de su ilustre patria. Mirad, cuán parecidos a los de
su padre
130 son estos rayos que salen de sus ojos
fulgurantes.

Mala suerte no les falta desde niños, mas su gracia
135 no se ha perdido. ¡Oh Hélade, qué grandes
aliados, qué grandes, vas a perder para tu ruina!

 

PRIMER EPISODIO (138-347)

(Entra por la derecha el tirano Lico con su guardia.)

Mas he aquí que veo a Lico, caudillo de esta tierra,
saliendo del palacio.



140 LICO. — Al padre de Heracles y a su esposa
pregunto si es que lo preciso. (Y desde que me he
constituido en tirano vuestro, necesito investigar lo
que quiero): ¿Hasta cuándo pretendéis alargar vuestra
vida? ¿Qué esperanza veis o qué ayuda para no
morir?¿O es que confiáis en que volverá el padre de
éstos,
145 que ya está en el Hades? Porque estáis
exagerando vuestro dolor más de lo debido, ya que
tenéis que morir. Tú te andas vanagloriando por la
Grecia de que Zeus fue condueño de tu matrimonio y
común engendrador de tu hijo.
150 Y tú, de que te
llaman la esposa del hombre más excelente. ¿Qué ha
conseguido de importancia tu esposo por más que
haya acabado con la Hidra de los pantanos o con la
fiera de Nemea? Dice que la cazó a lazo y la mató
con la traba de sus brazos.
155 ¿Son éstas las hazañas
en las que sustentáis vuestra causa? ¿Acaso por ellas
habían de librarse de morir los hijos de Heracles?
Cobró éste fama de valiente —no siendo nadie— en
lucha con animales, pero en lo demás no fue guerrero
insigne: jamás abrazó escudo con su mano izquierda
160 ni se arrimó a las lanzas; sosteniendo su arco —el
arma de los cobardes— siempre estuvo presto a huir.
La prueba del valor de un hombre no es el arco, sino
el mantenerse a pie firme y sostener la mirada frente a
una puntiaguda mies de lanzas, firme en su puesto.
165 Mi actitud no es de desvergüenza, anciano, sino
de preocupación. Soy consciente de que he matado a
Creonte, padre de ésta, y que ocupo su trono. Con que
no quiero dejar detrás de mí a éstos para que, una vez
crecidos, se venguen de mí y me hagan pagar por mis
actos.


170 ANFITRIÓN. — ¡Que Zeus defienda al hijo
de Zeus en lo que le corresponde como padre! A mí
toca demostrar con mis palabras el error de éste sobre
tu persona, Heracles. Pues no permitiré que te insulten.
Primero tengo que apartar de ti el sacrilegio con el
testimonio de los dioses —pues sacrilegio considero
175 el llamarte cobarde, Heracles. Yo apelo al rayo
de Zeus y a la cuadriga en la que subido clavó sus
alados dardos en los costados de los Gigantes

180 y celebró un hermoso himno de victoria en compañía
de los dioses.
Vete al monte Fóloe tú, el más cobarde de los
reyes, y pregunta a los Centauros, insolentes
cuadrúpedos, a qué hombre considerarían el más
excelente si no es a mi hijo, de quien tú afirmas que
sólo tiene la apariencia. Pregunta

185 a Dirfis de
los Abantes que te crió y no podría elogiarte. No es
posible que encuentres ningún país como testigo de
que has realizado hazaña alguna valerosa. ¡Y tú
reprochas ese invento tan sabio, la armadura del arco!
Escucha mis palabras y podrás instruirte.
190 El hoplita es hombre esclavo de sus armas. Si
sus compañeros de fila no son valientes, muere con
ellos por la cobardía ajena; si rompe su lanza, no
puede apartar de sí la muerte, pues sólo tiene este
medio de defensa. En cambio,
195 cuantos abrazan el
arco con mano certera tienen una ventaja: lanzan
miles de flechas y protegen de morir el cuerpo de
otros; y al estar apostados lejos, se defienden de los
enemigos hiriendo con flechas ciegas 200 a quienes
pueden verlas. No ofrece su cuerpo a los enemigos,
sino que se mantiene bien guarecido. Y lo más astuto
en la batalla es hacer daño al enemigo y proteger el
propio cuerpo sin depender del azar.


205 Estas razones opongo a las tuyas sobre este
asunto.
En cuanto a los niños, ¿por qué quieres matarlos?
¿Qué te han hecho ellos? En una cosa sí te considero
acertado, en temer a los hijos de los héroes siendo tú
un cobarde.
210 Pero con todo, sería terrible para
nosotros el morir por tu cobardía, cuando eras tú
quien debías sufrir esto a nuestras manos —pues
somos superiores a ti— si el pensamiento de Zeus
fuera justo con nosotros.

Así que si quieres quedarte con el cetro de esta

tierra, déjanos salir del país como exiliados;

215 no emplees violencia con nosotros no vaya a ser que la sufras cuando el soplo de dios cambie contra ti.
¡Ay tierra de Cadmo! —pues también a ti he
llegado en mi reparto de reproches. ¿Es así como
defiendes a Heracles y sus hijos cuando fue aquél
220
el único que se enfrentó a los Minias e hizo que Tebas
mirara con ojos libres? No puedo alabar a Grecia —ni
podré soportar estar callado— cuando la encuentro
tan ingrata con mi hijo.
225 Debía venir presta en defensa de estas
criaturas portando fuego, lanzas y escudos, como
recompensa por haber tú librado de fieras tanto la
tierra como eI mar, en agradecimiento por lo que te
has esforzado por ella. Pero en esta situación, hijos, ni
Tebas ni la Hélade vienen en vuestra ayuda y ponéis
los ojos en mí, vuestro débil amigo, que no vale más
que un zumbido de la lengua. Me ha abandonado el
vigor que antes tuviera,
230 de viejos me tiemblan los
miembros y mi fuerza es una sombra. Si aún fuera
joven y pudiera dominar mi cuerpo, tomaría la lanza
y teñiría de sangre los rubios bucles de éste. Tendría
que huir más allá de las fronteras atlánticas

235 por temor a mi lanza.
CORIFEO. — ¿No ves cómo los hombres nobles
tienen buenos temas para sus discursos, aunque sean
lentos en hablar?


LICO.— Sí, tú dirígete a mi con palabras como to-
rres, que yo a cambio de ellas actuaré en tu perjuicio.
240 Vamos, marchad unos al Helicón y otros a las
quebradas del Parnaso y ordenad a los leñadores que
corten troncos de encina. Una vez que los hayan
traído a la ciudad, apilad los maderos alrededor del
altar y prendedles fuego y abrasad los cuerpos de
todos ellos,
245 para que sepan que no es el muerto
quien domina esta tierra por el momento, sino yo.
En cuanto a vosotros, ancianos que os oponéis a mis
planes, vais a plañir no sólo por los hijos de Heracles,
sino también por el infortunio de vuestra propia gente
250 cuando algo malo les suceda. Tendréis bien
presente que sois esclavos de mi tiranía.

CORIFEO. —(En actitud amenazante.) Vosotros,
fruto de la tierra a quienes un día sembró Ares
vaciando la viciosa boca del dragón, ¿no levantaréis
los bastones, apoyo de vuestra diestra,
255 y teñiréis
en sangre la maldita cabeza de este hombre que, sin
ser Cadmeo y siendo advenedizo, es el peor
gobernante de nuestros jóvenes?
Pero no, no serás mi dueño para tu alegría ni te

quedarás con lo que yo he trabajado con el esfuerzo
de mis manos. Lárgate allí de donde viniste y
260
ejerce allí tu insolencia, que mientras yo viva no
matarás a los hijos de Heracles. No está tan oculto
bajo tierra aquél después que dejó a sus hijos, puesto
que tú gobiernas esta tierra luego de arruinarla 265 y
en cambio él, que la favoreció, no obtiene lo que
merece. ¿Entonces, será actuar en exceso el hacer
bien a mis amigos muertos cuando más necesitan
amigos?
¡Ah, brazo mío derecho, cómo ansías empuñar la
lanza! Pero en la debilidad se diluye tu ansia,
270
pues ya te habría yo impedido que me llamaras
esclavo y habríamos habitado con horror esta Tebas
en la que tú te complaces. No está en sus cabales un
pueblo corrompido por la disensión y por los malos
consejos. En otro caso, jamás te habrían tomado por
su dueño.

275 MÉGARA. — Ancianos, os elogio, pues por
los amigos es fuerza que el amigo sienta justa ira.
Pero ¡cuidado!, no vayáis a sufrir por irritaros con el
tirano por nuestra causa.

Y ahora, Anfitrión, escucha mi opinión por si te
parece que digo algo de valor.
280 Yo amo a mis
hijos —pues ¿cómo no voy a amar a quienes parí
entre dolores?— y también considero terrible la
muerte. Pero tengo por necio al mortal que se
enfrenta a la 285 necesidad. Si hemos de morir,
moriremos; mas no abrasados por el fuego ni para
escarnio de nuestros enemigos, lo que considero peor
que la muerte. Debemos dignidad a nuestra familia: tú
tienes brillante nombradía por tu lanza, de forma que
es inaceptable mueras por cobarde;
290 mi ilustre
esposo no precisa testigos de que no querría salvar a
estos niños si fueran a caer en deshonor. Los nobles
sufren por el deshonor de sus hijos y yo he de seguir
el ejemplo de mi marido.

295 Ahora, escucha lo que pienso sobre tus
esperanzas: ¿Crees que tu hijo volverá de debajo de la
tierra? ¿Y quién de los muertos ha regresado del
Hades? ¿O crees que podríamos ablandar a éste con
nuestras palabras? De ninguna manera. Hay que huir
del enemigo cuando es necio y ceder
300 ante los
hombres sensatos y bien formados, pues en tocando al
honor podrías concluir fácilmente un pacto de
amistad con éstos. Ya se me ha ocurrido que
podríamos pedir el exilio para estos niños, pero
también es triste ponerlos a salvo en medio de una

pobreza lamentable. 305 Pues se dice que el rostro de
los que hospedan tiene sólo un día la mirada
agradable para sus amigos exiliados.
Afronta la muerte con nosotros, ya que te espera de
todas formas. Apelamos a tu nobleza, anciano; que
quien trata de combatir el destino de los dioses es
valiente,
310 pero su valentía es insensata. Lo que
tiene que ser, nadie puede hacer que no sea.
CORIFEO. —Si alguien te hubiera injuriado cuando
mis brazos eran robustos, fácilmente le habría yo
puesto coto, Pero ahora no somos nadie. Por tanto a ti
te toca, 315 Anfitrión, procurar de rechazar vuestra
muerte.


ANFITRIÓN. — No es cobardía ni deseo de vivir
lo que me hace rechazar la muerte, sino el deseo de
salvar a los hijos de mi hijo. Pero parece que persigo
en vano lo imposible.
Mira, aquí está mi cuello para que lo atravieses con tu
espada,
320 para que me mates, para que me arrojes
desde una roca. Señor, concédenos un solo favor, te
suplicamos: mátanos a mí y a esta desgraciada antes
que a los niños. Que no los veamos —¡visión
impía!—agonizando y llamando
325 a su madre y a
su abuelo. Por lo demás, si tienes arrestos, obra a tu
gusto, pues no tenemos defensa contra la muerte.

MÉGARA. — También yo te pido que añadas un
favor a éste, de forma que nos concedas doble gracia,
pues somos dos: 330 abre la casa —pues ahora
estamos encerrados —y concédeme poner a mis hijos
el atavío de los muertos, para que al menos en esto les
sirva de provecho la casa de su padre.


LICO. — Sea, ordeno a los esclavos abrir los
cerrojos. Entrad y amortajaos. No envidio las
mortajas.
Cuando hayáis ataviado vuestro cuerpo, 335 vendré
para entregaros a lo más hondo de la tierra.
 

MÉGARA. — Hijos, acompañad el desdichado pie

de vuestra madre hacia el palacio paterno, sobre

cuyos bienes mandan otros, aunque de nombre sean

todavía vuestros. (Entra Mégara con los niños en el

palacio.)

ANFITRIÓN. — Zeus, en vano te tuve

compartiendo 340 mi lecho nupcial y en vano te
llamamos compadre de mi hijo. Resulta que eres peor
amigo de lo que parecías.
Yo, un mortal, te supero en valor a ti, un gran dios;
pues yo no he abandonado a los hijos de Heracles. En
cambio, tú supiste encamarte a escondidas
345
apropiándote, sin que nadie te lo diera, de un lecho
ajeno, y no sabes salvar a tus amigos. O eres un dios
estúpido o eres injusto por naturaleza.

(Entra en el palacio.)

PRIMER ESTÁSIMO (348-450)

Estrofa 1.ª
CORO. — «¡Ay Lino!»
12
—tras feliz tonada—,
Febo 350 canta conduciendo su cítara de sonido
hermoso con pulsador de oro. Y yo, al que de lo
profundo de la tierra sube a la luz, al hijo no sé si
llamarlo de Zeus
355 o retoño de Anfitrión, cantar
como corona de sus trabajos quiero con buen
lenguaje. Que virtudes de nobles esfuerzos para los
muertos son gloria.

Primero al bosque de Zeus 360 libró del león
y
echándose a la espalda la parda pelliza, cubrió su
rubia cabeza con las terribles fauces de la fiera.

Antistrofa 1.ª

Luego la raza de los montaraces 365 y salvajes
Centauros derribó con mortíferas flechas
atravesándolos con alados dardos.
Fue testigo el Peneo de hermosas aguas y las infinitas

tierras de la estéril llanura y los paisajes del
370 Pelión y los lugares vecinos del Hómola
donde
—sus manos llenas de antorchas— asolaban con sus
cabalgadas la tierra de los Tesalios.

375 Y cuando mató a la cierva de cuernos de oro,

de moteado lomo, destructora y salvaje, honró con
sus despojos de la diosa
15
de Énoe, cazadora de
fieras.
Estrofa 2.ª

380 Y montó las cuadrigas y domó con el freno las
potras de Diomedes
16
, las cuales en sangrientos pesebres,

sin freno devoraban con sus mandíbulas alimentos

sangrientos banqueteándose —¡maldito fes-
385 tín!— con el placer de bocados humanos.
Atravesó las orillas del Hebro de corriente de
plata sufriendo por causa del rey de Micenas
.
Y en la ribera del Pelión junto a las fuentes de
390 Anauro a Cicno, matador de viajeros, con sus
dardos mató, al insociable habitante de Anfaneas.
Antistrofa 2.ª

Y se llegó a las doncellas cantoras
18
, 395 hasta su
morada del Poniente para arrancar con su brazo de
las ramas de oro el fruto de la manzana y mató a la
serpiente de rojizo lomo que las vigilaba inaccesibles
enroscando su espiral. 400 Entró en lo más hondo del
piélago marino haciéndolo tranquilo para los
mortales con el remo.
Y puso sus manos en el punto medio de apoyo del
cielo,
405 cuando marchó a casa de Atlas y sostuvo
la estrellada morada de los dioses con su hombría.
Estrofa 3.ª
Y marchó en busca del escuadrón montado de las
Amazonas en Meótide, de abundantes ríos,
410
atravesando el camino del mar Hospitalario.
¿Qué tropa de amigos de toda Grecia no escogió
para cobrar el dorado 415 ceñidor del peplo de la
hija de Ares —la caza mortífera del cíngulo—?
La Hélade tomó este brillante despojo de la moza
extranjera y ahora se conserva en Micenas.

Y abrasó a la perra de mil cabezas,
420 a la Hidra
asesina de Lerna y untó de veneno sus flechas con las
que dio muerte al pastor de triple cuerpo de Eritea
Antístrofa 3.ª
425 Otras expediciones ha terminado con éxito y
traído los trofeos. Y ahora —último de sus trabajos—
ha navegado hasta el Hades de mil lágrimas donde
está llegando desdichado al término de su vida. Y no
ha vuelto.
430 Esta su mansión está huera de amigos y la
barca de Caronte aguarda el camino sin retorno de
sus hijos —camino sin dioses ni justicia—.
Tu casa pone los ojos en tus manos 435 aunque no
estés presente.
Si yo tuviera el vigor de un mozo y blandiera mi
lanza en la batalla —y lo mismo los tebanos de mi
edad—,me pondría delante de los niños para
defenderlos.
440 Mas ahora estoy lejos de mi feliz
juventud.
(Sale del palacio Mégara con los niños
amortajados.)

CORIFEO. — Pero estoy viendo con el atavío de
los muertos a éstos que fueron un día los hijos del
gran 445 Heracles, a su esposa que arrastra a los
niños como atados a sus pies y al anciano padre de
Heracles. ¡Desgraciado de mí, que no puedo contener
ya mis ojos, viejas fuentes de lágrimas!
450


SEGUNDO EPISODIO (451-636)

MÉGARA. — Vamos, ¿quién es el sacerdote,
quién el ejecutor de estos malhadados y el asesino de
esta mi doliente vida?
20
. Estoy presta para conducir al
Hades estas víctimas.
Hijos, formamos una yunta nada hermosa de
cadáveres,
455 viejos igual que jóvenes y madres.
¡Oh desdichada suerte mía y de éstos mis hijos a
quienes veo por última vez! Os parí y crié para que os
humillaran mis enemigos, para escarnio y matanza.
¡Ay!
460 Mucho me han engañado las esperanzas que
concebí por las palabras de vuestro padre. A ti te
asignó Argos tu difunto padre y eras el futuro

dominador de la casa de Euristeo, detentando el poder
sobre la tierra Pelasga, de abundante fruto.
465 Iba a
cubrir tu cabeza con el despojo del león con que él
mismo se vestía.
Tú eras el soberano de Tebas, que ama los carros,
el heredero de los campos de mi patria, porque sabías
ganarte a tu padre. 470 En tu diestra iba a poner la
cincelada maza protectora
21
—¡entrega que no va a
ser cierta!—. A ti prometió donarte Ecalia
22
, la tierra
que él conquistó un día con certeros dardos.
Como érais tres, vuestro padre os estableció en tres
reinos,
475 porque tenía orgullo de su hombría.
Y yo..., yo os escogía novias —para trabar relaciones—

entre lo más selecto de Atenas, Esparta y
Tebas; para que, amarrados por cables de proa,
llevárais una vida feliz.
480 Todo se ha esfumado. Este revés de la fortuna
os ha dado a cambio las Keres
23
por novias y a mí,
desdichada, un baño nupcial de lágrimas para
entregaros. Aquí el padre de vuestro padre prepara el
banquete de bodas, ya que tiene por suegro vuestro a
Hades —¡amargo parentesco!
24
—.
485 ¡Ay de mí! ¿A quién de vosotros abrazaré
primero y a quién en último lugar?, ¿a quién besaré?,
¿a quién voy a tomar entre mis brazos? ¿Por qué no
podré —como la abeja de rubias alas— reunir los
lamentos de todos en uno solo y producir un llanto
torrencial?
490 Amado mío, si en Hades se puede oír la voz
de los mortales, esto es lo que a ti digo, Heracles: van
a morir tu padre y tus hijos, voy a perecer yo, a quien
los hombres llamaban feliz por tu causa.
Ven en nuestra ayuda, aparécete a mí aunque sólo
sea como una sombra.
495 Pues si vienes —incluso
como un sueño— serás suficiente ayuda. Que son
villanos comparados contigo los que quieren matar a
tus hijos.

ANFITRIÓN. — Aplaca tú a los poderes
infernales, mujer, que yo voy a levantar mis brazos al
cielo para suplicarte a ti, Zeus, que si estás dispuesto
a ayudar a estos hijos, los defiendas, porque pronto de
nada
500 servirá tu auxilio. Muchas veces te he
invocado; esfuerzo vano, pues según parece es fuerza
morir.

Ancianos, pequeñeces son las cosas de la vida. La
recorreréis hasta el final con el mayor placer, si pasáis
505 sin daño del día a la noche. Que el tiempo no
sabe conservar las esperanzas; realiza deprisa su
trabajo y se echa a volar. Ya me veis a mí que fui
señalado entre los mortales por mis celebradas
hazañas; la fortuna me ha arrebatado en un solo día,
510 como a un pájaro, hasta el éter.
En cuanto a la riqueza y el honor de verdad, no
conozco a nadie que los tenga seguros. ¡Adiós,
compañeros, estáis viendo por última vez a un amigo!

(Heracles aparece por la derecha.)

MÉGARA. — ¡Eh, anciano!, ¿es mi bienamado a
quien veo?, ¿o qué debo decir que veo?

515 ANFITRIÓN. — No sé, hija; también yo
estoy sin habla.
MÉGARA. — Éste es el que hemos oído que está
bajo tierra, a menos que estemos viendo un sueño en
pleno día. Mas ¿qué digo?, ¿qué sueños estoy viendo
en mi congoja? Éste no es otro que tu hijo, anciano.
520 Vamos, hijos, asíos del vestido de vuestro padre,
marchad de prisa, no os soltéis, pues para vosotros en
nada le va en zaga a Zeus salvador.

HERACLES. — Yo os saludo, oh palacio y
pórticos de mi hogar. ¡Con qué agrado os contemplo
ahora que he vuelto a la luz! ¡Vaya!
525 ¿Qué es
esto? Estoy viendo delante del palacio a mis hijos con
cabezas coronadas de ornamentos funerarios y a mi
esposa entre un tropel de hombres y a mi padre
llorando no sé qué infortunios. Veamos, me enteraré
llegándome hasta ellos.
530 Mujer, ¿qué nueva fatalidad se cierne sobre
nuestra casa?
ANFITRIÓN
25
. — ¡Oh, el más amado de los
hombres!

¡Oh tú, que has venido a tu padre como un rayo de
luz!

Has llegado a salvo en el momento más oportuno
para los tuyos.

HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué catástrofe es
ésta a la que llego, padre?

MÉGARA. — Estamos perdidos. Anciano,
perdona 535 que te haya arrebatado las palabras que
tú debías dirigirle, pues la mujer produce sin duda
más lástima que el hombre. Mis hijos iban a morir y
yo estaba a punto de perecer.

HERACLES. — ¡Por Apolo, con qué proemio das
comienzo a tus palabras!
MÉGARA. — Han muerto mis hermanos y mi
anciano padre.
 

540 HERACLES. — ¿Qué dices? ¿En qué ataque
del país.o alcanzado por la lanza de quién?
26

MÉGARA. — Los mató Lico, el nuevo soberano

HERACLES. — ¿Haciéndoles frente con las
armas, o porque el país estaba dividido?



MÉGARA. — Por enfrentamientos internos. Y
ahora tiene el poder de siete puertas de Cadmo.



HERACLES. — ¿Entonces, por qué os habéis
amedrentado tú y el anciano?



545 MÉGARA. — Iba a matarnos a tu padre, a mí
y a los niños..
de Creonte.



HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué temía de la
orfandad de mis hijos?

MÉGARA. — Que vengaran algún día la muerte

HERACLES. — ¿Y qué ornamentos son éstos que
los asemejan a cadáveres?



MÉGARA. — Éstas son las bandas de la muerte
que ya les había atado.



26

550 HERACLES. — ¿Así que iban a morir a la
fuerza? ¡Mísero de mí!

MÉGARA. — No teníamos amigos y oímos que tú
habías muerto.



HERACLES. — Y ¿cómo os ha entrado esta
desesperación?


la noticia.



MÉGARA. — Los heraldos de Euristeo nos dieron

HERACLES. — ¿Por qué habéis abandonado mi
casa y mi hogar?


del lecho...



555 MÉGARA. — Por la fuerza; tu padre sacado

HERACLES. — ¿Y no tuvo respeto como para
deshonrar a un anciano?

.



MÉGARA. — El Respeto habita lejos de la diosa

que aquí domina.

HERACLES. — ¿Tan faltos estábamos de amigos
una vez que nos ausentamos?

MÉGARA. — Pues ¿qué amigos tiene un hombre
desafortunado?

560
HERACLES. — ¿Y despreciaron la lucha que
tuve que sostener contra los Minias?

MÉGARA. — Quien carece de fortuna, carece de
amigos, te digo por segunda vez.

27
HERACLES. — ¿Es que no vais a arrojar las
bandas de Hades de vuestro pelo y a levantar la vista
hacia la luz, cambiando vuestra mirada desde la
infernal oscuridad?
565 Yo, por mi parte —pues esto es obra de mis
brazos—, marcharé primero a destruir de arriba abajo
la casa de los nuevos tiranos. Cortaré su sacrílega
cabeza y la arrojaré a los perros para que la arrastren.
A cuantos cadmeos he sorprendido como traidores,
aunque recibieron buen trato por mi parte,
570 los
someteré con esta mi arma victoriosa; a otros los
dispararé en todas direcciones con mis alados dardos
y llenaré de sangre de cadáveres todo el Ísmeno. Las

.

blancas aguas de Dirce
28
se tornarán rojas de sangre.
Pues ¿a quién tengo que defender si no es
575 a mi
esposa, hijos y anciano padre? ¡Adiós a los trabajos!
Más en vano fueron aquellos trabajos que éstos.
Tengo que morir en defensa suya, como ellos iban a
hacerlo por su padre. ¿Podremos decir que es
hermoso dar batalla a la hidra y al león 580 por orden
de Euristeo y en cambio no voy a esforzarme por
alejar de mis hijos la muerte? No, entonces ya no
recibiré, como antes, el nombre de Heracles el
Invicto
29

CORO. — Es de justicia que los padres ayuden a
sus hijos, a su anciano padre y a su compañera de
matrimonio.

585 ANFITRIÓN. — Hijo, bien te cuadra el ser
amigo de tus amigos y odiar al enemigo. Pero no te
precipites.

HERACLES. — ¿Y qué es más urgente o más
premioso que esto, padre?


ANFITRIÓN. El tirano tiene como aliados un sin-
número de hombres pobres, aunque de palabra aparentan

ser ricos, 590 los cuales han sembrado la
disensión y perdido la ciudad por sus rapiñas de los
 

bienes ajenos; los suyos propios los han dilapidado en
el ocio.
Te han visto cuando entrabas en la ciudad; y
puesto que te han visto, cuídate de no caer en sus
manos inopinadamente si le reúnen tus enemigos.

595 HERACLES. — Nada me importa que me
haya visto la ciudad entera. Y es que al ver un ave en
posición de mal agüero, me di cuenta de que una
desgracia había caído sobre nuestra casa. Así que
entré en el país a ocultas de propósito.



ANFITRIÓN. — Bien. Entra y dirige tu saludo al hogar
600 y deja que la casa paterna contemple tu
aspecto. Pues el rey vendrá en persona para arrastrar a
la muerte a tu esposa y a tus hijos y para degollarme a
mí. Si te quedas aquí todo está a tu favor; te
beneficiarás de una situación de seguridad.
605 Pero no vayas a levantar a la ciudad antes de dejar aquí
todo bien dispuesto, hijo.

HERACLES. — Obraré así, pues has hablado
bien. Entraré en el palacio y ya que por fin he vuelto
de los antros subterráneos de Hades y Core, donde no
brilla el sol, no me negaré a saludar antes que nada a
los dioses del hogar.

610 ANFITRIÓN. — ¿De verdad llegaste a la
morada de Hades, hijo?


HERACLES. — Si, he traído a la luz la fiera de tres cabezas.

ANFITRIÓN. — ¿La venciste en combate, o fue
un regalo de la diosa?


HERACLES. — Luchando, y tuve la suerte de
contemplar los ritos de los iniciados.


ANFITRIÓN. — ¿Entonces de verdad está la fiera
en el palacio de Euristeo?


615 HERACLES. — La guarda el bosque de la
diosa infernal y la ciudad de Hermione.


ANFITRIÓN. — ¿No sabe Euristeo que has vuelto
a subir a la tierra?


HERACLES. — No lo sabe. He venido primero
aquí para informarme.


ANFITRIÓN. — ¿Y cómo has estado tanto tiempo bajo tierra?

HERACLES. — Me he retrasado por traer a Teseo
del Hades
30
, padre.

620 ANFITRIÓN. — ¿Y dónde está él? ¿Ha
marchado a su patria?

HERACLES. — Ha partido hacia Atenas, gozoso
por haber huido del infierno. Pero vamos, hijos,
acompañad a casa a vuestro padre. La entrada os va a
ser más agradable que la salida. Vamos, tened valor y
625 no sigáis soltando ese río de vuestros ojos. Y tú,

esposa mía, recobra el ánimo y deja de temblar.
Suelta mis vestidos, que no tengo alas ni pienso huir
de los míos.
¡Ay, ay!, éstos no me sueltan, si no que se aferran
todavía más a mis vestidos.

630 ¿Tan sobre el filo de
la navaja habéis estado? Los tendré que llevar de la
mano a remolque, como una nave arrastra a unas
barquillas. Pero no voy a negarme a las caricias de
mis hijos. Todo es igual entre los hombres. Tanto los
más poderosos como quienes nada son aman a sus
hijos.
635 Sólo se distinguen por el dinero —unos lo
tienen y otros no—, pero toda la raza humana ama a
sus hijos.
(Entran todos en palacio.)
SEGUNDO ESTÁSIMO (636-700)

Estrofa 1.ª
CORO. — La juventud siempre me ha sido grata. La
vejez, en cambio, cual carga más pesada que las
rocas del Etna, 640 sobre mi cabeza pende y mis
párpados con oscuro velo oculta. No, para mí de
asiática tiranía la riqueza 645 no quiero ni mi casa
llena de oro a cambio de la juventud. Hermosa es ella
en la abundancia, hermosa en la miseria. La oscura y
mortal vejez, por el contrario, odio.
650 ¡Que las
olas la arrastren y que jamás se acerque a las casas y
ciudades de los hombres! ¡Que vuele por el éter con
eternas alas!



Antistrofa 1.ª

655 Si los dioses tuvieran entendimiento y ciencia
a la medida humana, dos juventudes darían como
marca patente de virtud a quienes la poseyeran; 660
y una vez muertos, volverían a la luz del sol como en
doble carrera del estadio
31
. Los mal nacidos, en
cambio, simple tendrían la vida y 665 así se podría a
los malvados distinguir de los virtuosos, como los
marineros pueden contar las estrellas entre las
nubes. Mas ahora no hay ninguna frontera exacta —
puesta por los dioses—
670 entre buenos y malos,
sino que el tiempo en su ciclo hace brillar sólo la

riqueza.

Estrofa 2.ª

No dejaré de ayuntar las Gracias con las Musas
—¡hermosa conjunción!—. ¡No viva vo sin armonía,
675 mi vida siempre entre coronas! Aunque viejo, el
poeta canta a Mnemósine. Todavía puedo cantar 680
el himno de victoria de Heracles junto a Bromio

que me regala su vino, junto al canto de la lira de
siete cuerdas 685 y la flauta de Libia. Jamás haré
callar a las Musas que me han enseñado la danza.

Antistrofa 2.ª
Las doncellas de Delos el peán cantan ante las
puertas del templo, en honor del noble hijo de Leto,
690 y hacen girar su hermoso coro. También el peán,
ante tu palacio, como un cisne yo, anciano cantor, de
mi boca encanecida cantaré. Pues hay buena materia
695 para mis himnos: él es hijo de Zeus, mas en
virtud supera su noble cuna: con el esfuerzo ha
fundado para el hombre una vida sin tempestades,
700 pues ha destruido las fieras que le asustaban.

(Entran simultáneamente Lico por la derecha con
su guardia y Anfitrión que sale del palacio.)
TERCER EPISODIO (701-733)


LICO. — Oportunamente sales, Anfitrión, del
palacio, pues ya es mucho el tiempo que lleváis
adornando vuestro cuerpo con ropas y atavíos
mortuorios. Vamos,
705 ordena a los hijos y a la
esposa de Heracles que salgan del palacio cumpliendo
vuestra promesa voluntaria de morir.

ANFITRIÓN. — Señor, estás acosándome en mi
infortunio y ejerciendo toda tu insolencia por la
muerte de los míos, cuando debías actuar con
moderación, por más que seas el que manda.
710 Ya
que nos impones morir a la fuerza, forzoso es
contentarse. Hay que hacer lo que tú decidas.

LICO. — ¿Dónde está Mégara, dónde los nietos de
Alcmena?
32ANFITRIÓN. — Me parece que ella, a juzgar
desde fuera...

conjeturas?


LICO. — ¿Cómo que te parece? ¿Qué es lo que

715 ANFITRIÓN. — ... se sienta como suplicante
junto al santo altar de Hestia.


LICO. — En vano suplica por su vida.

ANFITRIÓN. — ... y que trata de evocar —en
vano, desde luego— a su difunto esposo.

nunca.

resucite.

palacio.

hago eso.


LICO. — Pero él no está aquí ni ojalá venga

ANFITRIÓN. — No, a menos que algún dios lo

720 LICO. — Marcha por ella y hazla salir del

ANFITRIÓN. — Sería cómplice del crimen si

LICO. — Ya que tienes ese escrúpulo, nosotros
mismos, que estamos por encima de esos miedos,
haremos salir a los niños con su madre.
Vamos, siervos, seguidme, 725 para que acabemos
gustosos con la dilación de este trabajo.
(Entra en el palacio con sus hombres.)


ANFITRIÓN. — Entonces ve tú, marcha a donde
tengas que ir, que lo demás quizá sea obra de otro.
Mas espera sufrir algún daño si algún daño has hecho.
Ancianos, para nuestro bien ya marcha y, cuando
cree que va a matar a otros, 730 el maldito asesino
quedará prendido entre los lazos de la trampa que le
tenderán las espadas.
Me voy para ver cómo cae muerto; pues es
agradadable la muerte de un enemigo y el que pague
por sus acciones.


(Entra en el palacio.)
Estrofa 1.ª
735 CORO. — Cambia de lugar la desgracia,
nuestro antiguo gran rey ha hecho volver su vida

desde el Hades. ¡Ay! 740 Justicia y Destino de los
dioses tuercen su curso.
TERCER ESTÁSIMO (736-814)

CORIFEO
33
. — Ha llegado el momento en que pagarás

con tu muerte, por haberte insolentado contra
quien es superior a ti.
CORO. — La alegría me ha hecho saltar las
lágrimas. 745 Ha vuelto —lo que nunca esperó mi
corazón— el soberano de mi tierra.
CORIFEO. — Ancianos, vayamos a observar lo
que sucede dentro del palacio, veamos si alguien
recibe el trato que yo espero.

750 LICO. — ¡Ay de mí!, ¡ay de mí!

Antistrofa 1.ª
CORO. —Éste es el preludio del canto que me
agrada oír en el palacio. La muerte no está lejos. El
rey gime y grita el preludio de su muerte.

LICO. — ¡Oh país de Cadmo, muero a traición!

755
CORIFEO. — También tú mataste así.
Resígnate a pagar un precio condigno, paga la pena
por lo que hiciste.
CORO. — ¿Quién es el que ha mancillado a los
dioses con su impiedad y —siendo mortal— ha
lanzado contra los felices habitantes del cielo la
insensata acusación de que son impotentes?
760 CORIFEO. — Ancianos, el impío ya no
existe. El palacio calla; volvamos a nuestra danza. Ya
son felices los amigos a quienes yo amo.

Estrofa 2.ª
CORO. — Danzas, danzas y banquetes ocupan a
los habitantes de Tebas en la sagrada ciudad.
765
Hay un cambio de lágrimas, un cambio de fortuna ha
engendrado nuevos cantos. El nuevo soberano se ha
ido,
770 y el antiguo domina luego de abandonar el
puerto de Aqueronte. La esperanza llegó inesperada.
Antistrofa 2.ª
Los dioses, sí, los dioses se ocupan de conocer a
justos e impíos. El oro y la fortuna
775 sacan a los
mortales fuera de sí arrastrando el poder de la

injusticia. Nadie se atreve a prever los reveses del
tiempo
34
. Cuando uno rechaza la ley y entrega sus
favores a la ilegalidad
780 quiebra el oscuro carro
de la prosperidad
.

35

Estrofa 1.ª

¡Oh Ísmeno, cúbrete de coronas! ¡Oh pulidas
calles de la ciudad de siete puertas, llenaos de coros!
¡Oh Dirce de hermosa corriente
785 —y contigo las
hijas de Asopo—, abandonad las aguas paternas!
Venid, Ninfas, para cantar conmigo el combate
victorioso de Heracles.
790 Oh rocas arboladas del dios Pitio, oh
moradas de las Musas del Helicón, celebrad con
vuestro alegre canto a mi ciudad, a mis muros, donde
surgió la raza de los Hombres Sembrados, 795 el
batallón de broncíneas lanzas que transmite esta
tierra a los hijos de sus hijos, sagrada luz de Tebas.

Antístrofa 3.ª

¡Oh doble lecho conyugal, generador común,
lecho de mortal y de Zeus
800 —que se introdujo en
la cama de la novia nieta de Perseo
36
—! ¡Cuán
segura se ha revelado para mí tu ya antigua parte de
paternidad, oh Zeus! El tiempo ha mostrado el brillo
de la fuerza de 805 Heracles, el cual ha salido de las
entrañas de la tierra abandonando el infernal palacio
de Plutón.
Como rey, has resultado superior
810 al tirano
innoble
37
que, a la hora de la lucha a espada, ha
puesto ante nuestros ojos la evidencia de que la
justicia es todavía del agrado de los dioses
.

(Aparecen Iris y Lisa sobre el palacio.)

CUARTO EPISODIO (815-1015)




38


815 CORIFEO. — ¡Oh! ¡Eh! ¿Es que vamos a

caer, ancianos, en un nuevo ataque de terror? ¿Qué
aparición veo sobre el palacio?

Pon en fuga, pon en fuga tu lento pie, sal de aquí,
820 ¡Rey Peán, aleja de mí la desgracia!


IRIS. — Ancianos, cobrad ánimos; ésta que véis
aquí es Lisa
39
, hija de la Noche, y yo soy Iris,
servidora de los dioses. No venimos a producir daño
alguno a la ciudad. Nuestro ataque común se dirige
825 contra la casa de un solo hombre, del hijo —así
dicen— de Zeus y Alcmena. Pues antes de dar fin a
sus duros trabajos, le protegía el destino y su padre
Zeus no nos permitía, ni a mí ni a Hera, que le
hiciéramos daño. 830 Mas ahora que ha terminado los
trabajos que Euristeo le impuso, Hera quiere
contaminarlo con sangre de su familia por la muerte
de sus propios hijos. Y así lo quiero yo.
(A Lisa.) Conque, vamos, recobra la dureza de tu
corazón, hija soltera de la negra noche, 835 mueve
contra este hombre la locura, confunde su mente para
que mate a sus hijos, empuja sus pies a una danza
desenfrenada, suelta al Asesinato de sus amarras.
Que con sus propias manos asesine a sus hijos y
los haga atravesar la corriente del Aqueronte;
840 y
que compruebe cómo es el odio de Hera contra él y
cómo
el mío. De lo contrario, los dioses no contarán
para nada y los hombres serán poderosos si éste no es
castigado.

LISA. — Soy hija de nobles padres, de la sangre
de Urano y de Noche. 845 Mi oficio es éste, mas no
me agrada ensañarme ni me complace visitar a los
hombres que me son amigos. Así que quiero
aconsejaros a Hera y a ti, por si atendéis a mis
palabras, antes de veros cometer un error.
Este hombre, contra cuya casa me enviáis, no
carece de nombre ni en la tierra
850 ni entre los
dioses. Ha pacificado la tierra inaccesible y la mar
salvaje; y él solo les ha restablecido a los dioses los
honores que habían desaparecido por obra de
hombres impíos
40
Te aconsejo que no le desees
grandes males.

855 IRIS. — No trates de corregir los designios
de Hera y míos.





LISA. — Trato de poner tu huella en el camino
mejor en vez del peor.

IRIS. — La esposa de Zeus no te ha enviado aquí
para que seas sobria.

LISA. — Pongo a Helios por testigo de que hago
lo que no quiero hacer. Pero si es fuerza que os
obedezca a Hera y a ti, 860 si necesitáis que os
acompañen vértigo y ladridos como los perros al
cazador, me pondré en marcha. Ni el mar ruge tan
enfurecido con sus olas, ni los seísmos en tierra ni el
aguijón del rayo resoplan tan dolientes como yo voy a
lanzarme a la carrera contra el pecho de Heracles.
Haré que el palacio se resquebraje y lo dejaré
desplomarse sobre ellos, 865 matando primero a sus
hijos. Su asesino no sabrá que está matando a los
hijos que engendró, antes de que se libre de mis
ataques de furor. ¡Eh, mira como ya comienza a agitar
la cabeza y gira en silencio sus pupilas brillantes y
desencajadas! No puede controlar la respiración,
como un toro a punto de embestir, y muge
terriblemente
870 invocando a las Keres del Tártaro.
En seguida le haré agitarse más y acompañaré su
danza con las flautas del terror. Levanta tu noble pie y
marcha al Olimpo, Iris, que yo me introduciré sin ser
vista en el palacio de Heracles.

875 CORO
41
. — ¡Ay, ay, ay, gemid! Va a ser
segada la flor de tu ciudad, el hijo de Zeus.
¡Desdichada Hélade, que a tu bienhechor vas a
perder, lo vas a perder en danza enloquecida
acompañada por la flautas de Lisa.
880 Ha subido a su carro la de muchos lamentos e
impulsa su aguijón contra el tronco, como para lanzarlo
a
la
perdición,
la
Gorgona
hija
de
la
Noche
con

sus

silbidos de cien cabezas de serpiente, Lisa cuya
vista petrifica.
885 ¡Qué pronto ha abatido dios a quien era feliz!
¡Qué pronto van a expirar los hijos a manos de su
padre!
ANFITRIÓN. — (Desde dentro.) ¡Ay de mí,
desdichado!

CORO. — ¡Ay, Zeus, pronto tu hijo se quedará
sin hijos! Las furiosas, comedoras de crudo, injustas
venganzas
890 lo harán sucumbir a golpes de
desgracia.

 
ANFITRIÓN. — ¡Ay, morada mía!


CORO. — Se inicia una danza sin tambores que
no agrada al tirso de Bromio...








ANFITRIÓN. — ¡Ay, palacio mío!

CORO. — ... danza que busca la sangre, no el
zumo
895 de la uva de báquica libación.


ANFITRIÓN. — ¡Hijos, lanzaos a la huida!


CORO. — Horrible es este canto, horrible es el
canto que acompañan las flautas. Prosigue la
persecución y caza de los hijos, Lisa va a lanzarse a
una bacanal no sin consecuencias para la casa.

900 ANFITRIÓN.— ¡Ay de mis males!

CORO. — ¡Ay, ay! ¡Cómo compadezco al anciano
padre y a la madre cuyos hijos nacieron para nada!

ANFITRIÓN
42
. — ¡Mira, mira, 905 una
tempestad sacude el palacio, se derrumban los
techos!


CORO
43
. — ¡Eh, eh! ¿Qué haces, hijo de Zeus, en el
palacio? Una conmoción infernal, como otrora
contra Encélado, envías, oh Palas, contra la casa.

(Sale un Mensajero del palacio.)


MENSAJERO. — ¡Oh cuerpos encanecidos por la
vejez!



lamentable.

910
CORO. — ¿Qué grito es éste con que me
llamas?

MENSAJERO. — Terrible es lo que sucede en el
palacio.


CORO. — No traeré otro adivino
.


MENSAJERO. — Han muerto los niños.

CORO. — ¡Ay, ay!
44

MENSAJERO. — Lamentaos, porque es

CORO. — Terrible es su muerte, 915 terribles las
manos de su padre. ¡Oh!

MENSAJERO. — Nadie podría contarlo con
palabras mayores que nuestro sufrimiento.

CORO. — ¿Con qué palabras puedes contarnos la
lamentable ceguera, la locura de un padre con sus
hijos? Dinos de qué manera, impulsado por los
dioses, se precipitó este horror sobre el palacio
920 y
cuenta el desdichado destino de los niños.

MENSAJERO. — Ya estaban delante del altar de
Zeus las víctimas del sacrificio purificatorio del
palacio, una vez que Heracles hubo matado y arrojado
de este recinto al tirano del país.
925 El hermoso coro
de sus hijos, así como su padre y Mégara, estaban a
su lado. Ya había rodeado el altar la canastilla y
nosotros manteníamos un silencio religioso.
Mas cuando se disponía a llevar con su diestra el
tizón para sumergirlo en el agua lustral, el hijo de
Alcmena se quedó sin habla.
930 Como su padre
tardara, los niños le dirigieron sus miradas. Heracles
ya no era el mismo: alterado en el movimiento de sus

ojos y dejando ver en ellos las raíces enrojecidas,
arrojaba espuma sobre su barba bien poblada.
935 Y
dijo de repente con risa enloquecida:
«¡Padre, ¿para qué realizar el sacrificio de fuego
expiatorio antes de matar a Euristeo? ¿Para qué tener
doble trabajo, cuando puedo de un solo golpe arreglar
este asunto? Cuando traiga la cabeza de Euristeo 940
purificaré mis manos también por la muerte de éstos.
Derramad el agua, soltad la canastilla de vuestras
manos.
¿Quién me entregará el arco, quién el arma de mi
mano? Me marcho a Micenas. Necesito palancas y
azadones para levantar con el hierro encorvado los
cimientos que los Cíclopes
945 ajustaron con la roja
plomada y con cinceles.»
Después de esto se puso en camino diciendo que
tenía (aunque no lo tenía) un carro; ascendió al carro
y golpeaba con la mano como si golpeara con un
aguijón.
950 A los sirvientes les entró risa y miedo a la vez
—se miraban unos a otros—, y uno dijo:
«¿El señor se burla de nosotros o está loco?»
Él correteaba por la casa arriba y abajo. Cuando
dio en medio del androceo, dijo que había llegado a la
ciudad de Niso
45
955 y entrado en una casa; se
recostó en el suelo, tal como estaba, y hacía que se
preparaba una comida. Cuando, después de un corto
descanso, se puso en camino, decía que se estaba
acercando a los valles umbrosos del Istmo. Entonces
se desnudó del manto,
960 se puso a boxear con nadie
y se proclamó a sí mismo vencedor de nadie, después
de ordenar silencio.
Ya estaba en Micenas, según sus palabras, y
gritaba terribles amenazas contra Euristeo. Entonces
su padre le tocó el robusto brazo y le dijo:
965 «Hijo,
¿qué te pasa?¿Qué viaje es éste? ¿Es que te ha
desquiciado la muerte de éstos a los que acabas de
matar?»
Pero él, creyendo que es el padre de Euristeo quien
le toca el brazo suplicante y tembloroso, lo aparta de
sí y prepara el carcaj y el arco
970 contra sus propios
hijos creyendo que va a matar a los de Euristeo.
Éstos, temblando de miedo, se lanzaron cada uno por
un lado: uno se refugió tembloroso en el manto de su
desdichada madre, otro en la sombra de una columna,
otro en el altar, como un pájaro.
975 Su madre le
gritaba: «Oh tú, que los engendraste, ¿qué haces?
¿Vas a matar a tus hijos?» Y gritaba el anciano y el
grupo de servidores.
Entonces Heracles persigue a su hijo en torno a la
columna con terrible giro de sus pies y, poniéndose

enfrente, le dispara contra el hígado. 980 Y al expirar
éste empapó boca arriba los zócalos de piedra. Él
lanzó un grito de victoria y decía con jactancia: «Este
polluelo de Euristeo que acaba de morir ha caído a
mis manos en pago del odio que su padre me tiene.»
Y ya disponía rápidamente su arco contra otro, el que
se había refugiado tembloroso —creyendo
esconderse—en la base del altar.
985 El desdichado
se arrojó apresuradamente a los pies de su padre,
levantando sus manos hacia la barba y cuello de éste:
«Querido padre —le dice—, no me mates. Soy tuyo,
soy tu hijo; no estás matando a uno de Euristeo.»
990
Pero él revolvía sus ojos feroces de Gorgona y —
como el niño estaba demasiado cerca de su arco
mortífero— imitando en su rostro el gesto de un
herrero, dejó caer la clava sobre la rubia cabeza del
niño y quebró sus huesos. Ahora que había matado a
su segundo hijo,

995 se disponía a lanzarse contra su
tercera víctima con intención de degollarlo sobre los
otros dos. Mas se le adelantó la desdichada madre,
que lo introdujo en el palacio y cerró las puertas. Pero
él, como si de los mismos muros ciclópeos se tratara,
pica, apalanca los los cerrojos, arranca las puertas
1000 y derriba con una sola flecha a madre e hijo.
Después se lanzaba como a caballo para matar al
anciano, cuando se acercó una imagen, la de Palas —
según se mostró a nuestros ojos— blandiendo su
lanza.
 Y arrojó contra el pecho de Heracles una
piedra

1005 que contuvo sus ansias de matar y lo
echó en brazos del sueño. Cayó al suelo, con la
espalda extendida contra una columna que, partida en
dos por el derrumbamiento del techo, yacía sobre su
base.
1010 Y nosotros, librando nuestro pie de su
persecución, lo sujetamos con correas a una columna
con la ayuda del anciano, para que al despertar del
sueño no añadiera ninguna acción más a las ya
realizadas. Ahora duerme el desdichado un sueño
nada feliz, pues ha matado a sus hijos y a su esposa.
En verdad, yo
1015 no conozco a ningún mortal que
sea más infortunado. (Entra en el palacio.)
CUARTO ESTÁSIMO (1016-1087)


CORO. — El crimen que la roca de Argos tiene en
su memoria fue un tiempo el más célebre e increíble
para Grecia, el de las hijas de Dánao
47
; mas éste
sobrepasa, 1020 adelanta con mucho aquel horror.
La muerte del desdichado y divino hijo de Procne —
madre una sola vez— llamar puedo sacrificio a las

Musas
48
. Pero tú, cruel, que engendraste tres hijos,
los has eliminado con muerte enloquecida.
1025
¡Oh, oh! ¿Qué lamentos o gemido o funerario canto o
coral de Hades repetirá mi eco?
¡Huy, huy! Mirad, en dos se abren las puertas de
1030 la elevada mansión. (Se abren las puertas y el
encíclema presenta a Heracles, atado y dormido,
rodeado de cuatro cadáveres.)

¡Ay de mí! Ved ahí unos hijos desdichados
tendidos ante su desdichado padre, que duerme
terrible sueño por la muerte de sus hijos.
1035 Ved
alrededor del cuerpo de Heracles los numerosos
nudos de la cuerda que está sujeta a las columnas
pétreas de palacio.

(Sale Anfitrión.)

CORIFEO. —Mas aquí está el anciano, como ave
que lamenta el dolor de sus hijos sin alas, con lento
pie 1040 marcando amarga marcha.

ANFITRIÓN. — Ancianos cadmeos, ¡silencio,
silencio! ¿No dejaréis que, entregado al sueño, olvide
por completo su desdicha?

CORO. — Con todas mis lágrimas te lloro,
anciano, 1045 y a estos hijos y a esta victoriosa
cabeza.


ANFITRIÓN. — Alejáos por ambos lados, no
hagáis ruido, no gritéis, no despertéis a quien 1050
profundo sueño duerme.


CORO. — ¡Ay de mí! ¡Qué cantidad de sangre...
me haréis morir!


ANFITRIÓN. — ¡Ay, ay!


CORO. — ¡... se extiende ante mis ojos!


ANFITRIÓN. — ¿No cantaréis los ayes de este
treno en silencio, ancianos? 1055 Cuidado, no
despierte y afloje las ligaduras, no acabe con la
ciudad entera y con su padre, y destruya el palacio.

CORO. — No puedo, es superior a mis fuerzas.

1060 ANFITRIÓN. — ¡Silencio!, que oiga su
respiración; ¡silencio!, que aplique el oído.



CORO. — ¿Duerme?

ANFITRIÓN. — Sí, duerme un sueño, un sueño
de muerte quien mató a su esposa, quien mató a sus
hijos disparando con vibrante arco.


CORO. — Lamenta ahora...

1065 ANFITRIÓN. — Si, lamento.


CORO.— ... la muerte de los niños.


ANFITRIÓN. — ¡Ay de mí!





CORO. — ... y de tu propia hija.
ANFITRIÓN. — ¡Ay, ay!



CORO. — ¡Oh anciano!...




ANFITRIÓN. — Calla, calla, se despierta, se da
la vuelta.
1070 Voy a esconderme en el palacio.

CORO. — ¡Ánimo!, la noche cubre los párpados
de tu hijo.

ANFITRIÓN. — Ved, ved. La luz abandonar ante
estos males no rehuyo, más si me mata a mí, su
padre, 1075 a estos males añadirá otros males y ante
as Erinias tendrá que responder del parricidio.
CORO. — Entonces tenías que haber muerto,
cuando ibas a vengar la muerte de los hermanos de
u esposa 1080 devastando la ciudad ribereña de los
Tafios.
ANFITRIÓN. — ¡Huid, huid, ancianos! Lejos del
palacio dirigid los pasos, huid de un hombre
enloquecido que se está despertando. Bien pronto va
a arrojar un crimen sobre otro y 1085 atravesar en
renética danza la ciudad de los cadmeos.
CORIFEO. — Zeus, ¿por qué te has ensañado con
anto odio contra tu propio hijo? ¿Por qué lo has
arrastrado a este piélago de males?
ÉXODO (1088-1428)

HERACLES. — (Despertando.) ¡Vaya! Ya
recobro el aliento y puedo contemplar lo que debía: el
aire, la tierra y este arco de Helios. 1090 He caído
como en un torbellino, como en una terrible
confusión de la mente, y la respiración de mis
pulmones se eleva febril, irregular. Mas... ¿por qué
como nave anclada tengo sujetos a estas correas 1095
mi joven pecho y mi brazo?...¿Por qué estoy tendido
unto a esta piedra labrada partida por la mitad y
ocupo un sitio cercano a unos cadáveres? Esparcidos
por el suelo están mi veloz lanza y mi arco que, como
fiel escudero,
1100 antes protegía mi costado y era
protegido por mí.
¿No habré vuelto de nuevo al Hades, habiendo recorrido

el doble estadio de Euristeo?
49
. Mas no, pues
ni veo la roca de Sísifo, ni a Plutón ni al cetro de la
hija de Deméter.
1105 En verdad, estoy asombrado.
¿Dónde estoy que me hallo tan impotente? ¡Eh, eh!
¿Quién de mis amigos está cerca —o lejos— para

curarme de esta mi incapacidad de reconocer las
cosas? Pues no reconozco con claridad ninguna cosa
familiar.

ANFITRIÓN. — Ancianos, ¿me acercaré a mi
propia perdición?


1110 CORIFEO. — Sí, y yo contigo; no quiero
abandonarte en el infortunio.


HERACLES. — (Reconoce a Anfitrión.) Padre,
¿por qué lloras y cubres tus ojos al acercarte a tu hijo
más querido?

ANFITRIÓN. — ¡Oh hijo! Pues hijo mío eres, aun
en la desgracia.


HERACLES. — ¿ES que me sucede algo
lamentable y por esto lloras?


1115 ANFITRIÓN. — Algo que hasta un dios que
lo sufriera lloraría.


HERACLES. — Hinchado es tu lenguaje, mas de
mi suerte aún no has dicho nada.


ANFITRIÓN. — Tú mismo lo estás viendo, si es
que ya estás en tu sano juicio.

en mi vida.


HERACLES. — Dímelo, si significa algo nuevo

ANFITRIÓN. — Si ya no eres un bacante de
Hades te lo diré.


1120 HERACLES. — ¡Ay! Sospechoso resulta
esto que has dicho hablando de nuevo con enigmas.

ANFITRIÓN. — Estoy comprobando si tu juicio
es firme de verdad.



HERACLES. — No recuerdo haber tenido la
mente enloquecida.

ANFITRIÓN. — (Dirigiéndose al Coro.)
Ancianos, ¿desato las ligaduras de mi hijo o qué
hago?
HERACLES. — Sí, y dime quién me las ató, pues
me producen vergüenza.


1125 ANFITRIÓN. — (Desatándolo.) Tamaños
son los males que conoces; deja el resto.


HERACLES. — ¿Es que basta el silencio para
saber lo que quiero?


ANFITRIÓN. — Zeus, tú que estás sentado en tu
trono junto a Hera, ¿ves esto?


HERACLES. — ¿Pero es que he sufrido algún
ataque desde allí?

males.


ANFITRIÓN. — Deja a la diosa y atiende a tus

1130 HERACLES. — Estoy perdido; va a
comunicarme alguna desgracia.

caídos.


ANFITRIÓN. — Mira, contempla a tus hijos

HERACLES. — (Se levanta.) ¡Ay mísero de mí!
¿Qué visión es ésta que contemplo?


ANFITRIÓN. — Hijo, has declarado a tus hijos
una guerra sin nombre.


HERACLES. — ¿A qué guerra te refieres? ¿Quién
ha matado a éstos?


1135 ANFITRIÓN. — Tú y tu arco y quien de los
dioses sea culpable.

HERACLES. — ¿Qué dices? ¿Qué he hecho? ¡Oh
padre, heraldo de desgracias!


ANFITRIÓN. — Estabas loco. Me pides una
aclaración que duele.


HERACLES. — ¿Entonces soy yo también el
asesino de mi esposa?

brazo.


ANFITRIÓN. — Todo esto es obra de tu solo

1140 HERACLES. — ¡Ay, ay, me envuelve una
nube de lamentos!

ANFITRIÓN. — Por eso lamento tu suerte.

HERACLES. — ¿Acaso destruyó también el
palacio la diosa que me enloqueció?


ANFITRIÓN. — Sólo sé una cosa: todo lo tuyo se
torna en infortunio.


HERACLES. — ¿Y dónde me alcanzó el aguijón?
¿Dónde acabó conmigo?


1145 ANFITRIÓN. — Cuando purificabas con
fuego tus manos junto al altar.


HERACLES. — ¡Ay de mí! ¿Qué me importa la
vida cuando soy el asesino de mis queridos hijos?
¿No iré a saltar desde una roca escarpada o a arrojar
la espada contra mi vientre
1150 para vengar en mí la
muerte de mis hijos? ¿O quemaré mis carnes con el
fuego
50
para apartar de mi vida el deshonor que me
aguarda? (Ve acercarse a Teseo por la izquierda con
un grupo de seguidores.) Mas he aquí que se acerca
Teseo, pariente y amigo mío, estorbando mis
proyectos de muerte.
1155 ¡Me verá y la mancha del
parricidio saltará a los ojos del más querido de mis
huéspedes! ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿Dónde podré
hallar un lugar solitario para mis males? ¿Iré hacia el
cielo o debajo de la tierra? Vamos, voy a envolver mi
cabeza en la oscuridad
51
, 1160 pues siento vergüenza
de los males que he perpetrado. Y ya que he traído
hacia mí la sangre culpable de esto, niños, no quiero
perjudicar a quienes son inocentes.
(Se sienta entre los cadáveres acurrucándose y
cubierto por el manto.)




TESEO. — Anciano, he venido con estos jóvenes
atenienses, que montan vigilancia junto a la corriente
del Asopo
52
, 1165 para traer a tu hijo armas aliadas.
Ha llegado a la ciudad de los Erecteidas el rumor de
que Lico se ha apoderado violentamente del cetro del

país y os ha declarado la guerra. 1170 Me he
presentado aquí, anciano, devolviendo el favor que
antes me hizo Heracles salvándome de los infiernos,
por si necesitáis de mi mano aliada.

Mas ¿por qué el suelo está cubierto de cadáveres?
¿No me habré retrasado y llegado tarde a estos males
recientes?¿Quién ha matado a estos niños?
1175 ¿De
quién es esposa ésta que aquí veo? Los niños, desde
luego, no suelen afrontar el combate, conque sin duda
me encuentro en presencia de una desgracia fuera de
lo común.

ANFITRIÓN. — ¡Oh soberano de la colina
plantada de olivos!...


TESEO. — ¿Qué tratas de decirme dirigiéndote a
mí con tan triste proemio?


1180 ANFITRIÓN. — Hemos padecido
sufrimientos crueles siso de parte de los dioses.


TESEO. — ¿Quiénes son estos niños sobre los que
viertes un torrente de lágrimas?


ANFITRIÓN. — Los engendró mi desdichado
cachorro; los engendró y los mató, cargando con la
sangre del crimen.

TESEO. — No pronuncies blasfemias.

1185 ANFITRIÓN. — Se lo ordenas a quien
desea no blasfemar.


TESEO. — ¡Qué palabras terribles las tuyas!

ANFITRIÓN. — Hemos desaparecido,
desaparecido con alas.



TESEO. — ¿Qué dices? ¿Qué hizo?

ANFITRIÓN. —Extraviado por un ataque de
locura y 1190 con las flechas teñidas en la hidra de
cien cabezas.

TESEO. — Esto es obra de Hera. (Descubre a

Heracles.) Y ¿quién es éste que está entre los
cadáveres, anciano?

ANFITRIÓN. — Ése es mi hijo, mi hijo, el de
muchos trabajos, el que con los dioses marchó a la
guerra contra los Gigantes armado de escudo, a la
llanura de Flegra.

1195 TESEO. — ¡Qué horror! ¿Qué hombre nació
tan desdichado?




ANFITRIÓN. — Conocer no podrías a otro
mortal más trabajado, más asendereado.

el peplo?


TESEO. — ¿Y por qué oculta su triste rostro con

ANFITRIÓN. — Se avergüenza de tu presencia,
1200 de tu amistad de hermano y de la sangre
derramada por sus hijos.

TESEO. — Mas yo he venido para acompañarlo
en su dolor. ¡Descúbrelo!




ANFITRIÓN. — Hijo, deja caer de tus ojos el
peplo, 1205 tíralo lejos, muestra tu rostro al sol. Un
peso contrario se opone a las lágrimas. Te lo suplico,
ante tu barba y tu rodilla y tu mano postrado, 1210
dejando caer un llanto de anciano. Vamos, hijo,
contén tus impulsos de león salvaje, porque tratan de
arrastrarte al impío fragor del crimen y tejer un mal
con otro mal, hijo mío.

TESEO. — Vamos, a ti digo, al que ocupa un
lugar desdichado: 1215 descubre el rostro a tus
amigos. Ninguna nube tiene oscuridad tan negra
como para ocultar tus desgracias.
¿Por qué agitas la mano mostrándome la
sangre?¿Acaso para que no me alcance la impureza
de tu saludo?
1220 No me importa compartir contigo
el infortunio, pues en otra ocasión compartí el éxito:
debo dirigir mi pensamiento a la ocasión en que me
sacaste a la luz arrancándome del mundo de los
muertos.
1225 Me repugna que los amigos dejen envejecer

el agradecimiento; me repugna quien quiere gozar de
lo bueno, mas no navegar en la misma nave del amigo
que sufre infortunio. Levántate, descubre tu rostro
lastimoso, mira hacia nosotros. El mortal bien nacido
soporta los golpes de los dioses y no los rehúye.


HERACLES.— (Incorporándose.) Teseo, ¿has
visto el combate contra mis hijos?


1230 TESEO. — No, me lo han contado, mas tú
ahora muestras este horror a mis ojos.


HERACLES. — ¿Por qué, pues, has descubierto
mi cabeza a los rayos del sol?


TESEO. — ¿Por qué? Porque siendo mortal no
mancillas nada de los dioses.

mancha.


HERACLES. — Desgraciado, huye de mi impía

TESEO. — No hay amigo que invoque a un dios
vengador contra sus amigos.


1235 HERACLES. — Alabo tu actitud y no me
arrepiento de haberte hecho un favor.


TESEO. — Y yo que entonces lo recibí, ahora te
compadezco.


HERACLES. — Digno soy de compasión por
haber matado a mis hijos.


TESEO. — Lloro de agradecimiento por otra
ocasión desventurada.

HERACLES. — ¿Has encontrado a alguien en
desgracia mayor?

desventura.




1240 TESEO. — Llegas hasta el cielo con tu

HERACLES. — Entonces estoy en disposición
incluso de devolver el golpe.


TESEO. — ¿Y crees que los dioses se preocupan

de tus amenazas?


HERACLES. — Arrogantes son los dioses, y yo lo
seré con ellos.


TESEO. — Contén tu boca, no sea que por decir
palabras excesivas sufras excesivo daño.


1245 HERACLES. — Ya estoy saturado de males
y no tengo dónde añadir otro.


TESEO. — ¿Y qué vas a hacer? ¿Adónde te
llevará tu cólera?


HERACLES. — A la muerte; vuelvo debajo de la
tierra de donde acabo de llegar.

vulgar.


TESEO. — Has dicho lo que diría un hombre

HERACLES. — Y tú tratas de reprenderme
porque estás lejos de la desgracia.


1250 TESEO. — ¿Es Heracles, el que tanto ha
soportado, quien pronuncia estas palabras?

gran amigo?


HERACLES. — En verdad nada he sufrido tan
grande como esto; incluso el aguante tiene su medida.

TESEO. — ¿El bienhechor de los hombres, su

HERACLES. — Sí, mas éstos en nada pueden
ayudarme. Es Hera quien domina.


TESEO. — La Hélade no soportaría que murieras
con muerte insensata.



1255 HERACLES. — Escúchame ahora, que voy
a oponer mis razones a los reproches. Te voy a
demostrar que mi vida ya no es vida —ni tampoco
antes lo fue—. En primer lugar soy hijo de un hombre
que desposó
1260 a mi madre Alcmena, después de
matar al anciano padre de su madre. Y cuando los
cimientos de una familia no están bien puestos, es
fuerza que los descendientes sean desventurados.
Zeus —quien quiera que Zeus sea—me engendró
haciéndome odioso a Hera (mas tú no te ofendas,
anciano,
1265 que te considero a ti mi padre, no a

Zeus). Cuando todavía mamaba, la compañera de
cama de Zeus introdujo en mi cuna serpientes de ojos
refulgentes para que muriera. Y cuando mi carne se
cubrió de músculos vigorosos,
1270 ¿a qué enumerar
los trabajos que soporté; el número de leones, tifones
de tres cuerpos, gigantes o ejércitos de cuadrúpedos
centauros a quienes no declaré la guerra?
Después de dar muerte a la perra Hidra, 1275
llena de cabezas que siempre rebrotan, recorrí una
multitud de trabajos e incluso llegué al infierno para
traerme —por orden de Euristeo— el perro de tres
cabezas, portero del Hades. Mas ésta es la última
prueba que he soportado, 1280 la muerte de mis hijos,
para poner el tejado de los males de mi casa.
Me veo constreñido hasta el punto de no serme
permitido habitar en mi querida Tebas. Si me quedo,
¿a qué templo, a qué reunión de amigos podré ir?
Pues tengo una maldición que impide que nadie me
acoja.
1285 ¿Entonces, marcharé a Argos? ¿Y cómo,
después de abandonar exiliado mi patria?
Entonces, ¿me dirigiré a alguna otra ciudad? ¿Y
que me dirijan miradas despectivas cuando me reconozcan

y vivir encerrado por miedo a los amargos
aguijones de la lengua? «¿No es éste —dirán— el
hijo de Zeus, el que mató a sus hijos y esposa?
1290
¿No irá a morirse lejos de este país?»
Para un hombre que ha sido considerado como
feliz, el cambio es doloroso; mas aquél a quien siempre

acompaña la desgracia, no sufre, pues es infortunado

desde que nació. Creo que algún día llegaré en
mi desgracia al punto de que la tierra cobre
1295 voz
para impedirme que la toque, y el mar y la fuentes de
los ríos para que no los atraviese. Seré la viva imagen
de Ixión encadenado al carro. Y es mejor que no vea
esto ninguno de los griegos
1300 entre quienes fui
feliz y afortunado
53
.

¿A qué vivir entonces? ¿Qué me aprovechará tener
una vida inútil e impura?

¡Que dance la ilustre esposa de Zeus haciendo
retumbar con sus zapatones
54
el palacio del Olimpo!
1305 Ya ha conseguido cumplir lo que se propuso,
destruir desde sus cimientos al primer hombre de
Grecia.
¿Quién podría dirigir sus súplicas a una diosa de
tal calaña, una diosa que, encelada con Zeus por la
cama de una mujer,
1310 destruye a los benefactores
de la Hélade sin que tengan culpa alguna?


TESEO. — Esta prueba no procede de otro dios
que la esposa de Zeus. De esto te has percatado
bien...
55
Te aconsejaría esto antes que sufrir algún
mal. Nadie está libre de los golpes de la fortuna, ni
los hombres, 1315 ni tampoco los dioses, si no
mienten los cantos de los poetas. ¿Es que no han
trabado entre sí uniones que no se ajustan a ninguna
ley? ¿No han encadenado a sus padres por ambicionar
el poder? Sin embargo, siguen ocupando el Olimpo y
se les perdonaron sus yerros.
1320 Así, pues, ¿qué
decir si tú, que eres mortal, consideras insoportables
los golpes de fortuna y los dioses no?

Abandona Tebas como manda la ley y
acompáñame a la ciudad de Palas. Allí purificarás tus
manos de esta polución 1325 y te donaré un palacio y
parte de mis bienes. Te entregaré los dones que he
recibido de los ciudadanos por haber salvado a los
catorce jóvenes matando al toro de Cnoso.

En mi país tengo fincas acotadas por todas partes.
Éstas recibirán tu nombre
1330 mientras vivas; y, una
vez muerto, cuando vayas al Hades, toda la ciudad de
Atenas celebrará tus honras con sacrificios y tumbas
de piedra. Para mis ciudadanos será una hermosa
corona el tener entre los griegos
1335 la buena fama
de haber ayudado a un hombre excelente. Éste es el
favor que te ofrezco a cambio de mi salvación; pues
ahora estás necesitado de amigos. Cuando los dioses
nos honran no hay necesidad de amigos, pues es
suficiente la ayuda de un dios cuando quiere.



1340 HERACLES. — ¡Ay de mí! Esto nada tiene
que ver con mis males presentes, pero yo no creo que
los dioses deseen uniones que no están permitidas, y
nunca he creído ni nadie me convencerá jamás de que
han encadenado sus manos ni que uno es soberano de
otro.
1345 Pues un dios, si de verdad existe un dios,
no tiene necesidad de nada. Esto son lamentables
historias de los aedos.
Mas he estado considerando —en medio de la
desgracia como me hallo— si no se me podría acusar
de cobardía por abandonar la vida. Pues quien no
soporta la desgracia 1350 no podría aguantar a pie
firme la lanza de un hombre. Me forzaré a vivir y
marcharé a tu ciudad con un millón de gracias por tus
dones.
En verdad son miles los trabajos que he probado y
ninguno he rehuido ni he dejado caer el llanto de mis
ojos
1355 ni jamás habría pensado llegar a esto. Sin
embargo, ahora he de someterme a la fortuna, como
parece. (Se dirige a Anfitrión.) Vamos, anciano, ya
ves que salgo exiliado, ya ves que he sido el asesino
de mis propios hijos; 1360 encomienda sus cuerpos a
la tumba, dispónles honras fúnebres y hónrales con
las lágrimas —ya que a mí no me lo permite la ley—.
Apóyalos contra el pecho, ponlos sobre el regazo de
su madre en mísera unión como la que yo destruí
involuntariamente. Cuando hayas ocultado en la tierra
los cadáveres,
1365 sigue habitando en esta ciudad y,
aunque apenado, fuérzate a vivir para compartir
conmigo la desgracia.
Oh hijos, el que os dio vida, el padre que os engendró,

está acabado; de nada os han servido las
hermosas hazañas que yo preparaba con mi esfuerzo
1370 para vuestro buen nombre, la más hermosa
herencia de un padre. Y a ti, desdichada, la muerte
que te he dado no ha correspondido a la seguridad
con que tú conservabas mi matrimonio, cuando
soportabas largas estancias en casa. ¡Ay, esposa e
hijos míos, ay de mí! ¡Cuánto sufrimiento! ¡Separado
me veo de mis hijos y esposa!
1375 ¡Qué triste es el
goce de sus besos, qué triste es la compañía de estas
armas! No sé si conservarlas o abandonarlas. Cada
vez que golpeen mi costado me dirán: 1380 «Con
nosotras mataste a tus hijos y esposa; nosotras somos
las asesinas de tus hijos.» ¿Las llevaré, pues, en mis
brazos? ¿Y cómo lo justificaré? Mas de lo contrario,
¿moriré deshonrado, poniéndome a merced de mis
enemigos, si me separo de estas armas con las que
tantas hazañas realicé en la Hélade?
1385 No las
abandonaré; he de conservarlas aunque me duela.
Teseo, una cosa más te pido: acompáñame a Argos
para hacer que me entreguen la recompensa por el
maldito perro, no vaya a pasarme algo
56
, si voy solo,
por causa del dolor de mis hijos. Oh tierra de Cadmo
y pueblo todo de Tebas,
1390 mesaos los cabellos,
acompañadnos en el dolor, marchad a la tumba de
mis hijos; en una palabra, celebrad todos el duelo por
los muertos y por mí. Pues todos hemos perecido
golpeados por la suerte cruel enviada por Hera.

TESEO. — Levanta, infortunado. Ya está bien de
 

lágrimas.


1395 HERACLES. — No podría. Mis miembros
están petrificados.


TESEO. — También a los fuertes destruyen los
golpes de la fortuna.

ayuda.


HERACLES. — ¡Ay! Ojalá pudiera convertirme
en piedra y olvidar mis males.

TESEO. — Basta, da tu mano al amigo que te

HERACLES. — Mas, cuidado!, no te salpique la
sangre en tus vestidos.


1400 TESEO. — Deja que se manchen, no te
preocupes. No me niego a ello.


HERACLES. — Privado de mis hijos, por hijo
mío te tengo.

duciré.




TESEO. — Pon tu brazo en mi cuello, yo te con-

HERACLES. — Una yunta de amigos, en verdad;
mas el uno es desgraciado. Anciano, un hombre así
hay que tener por amigo.

1405 ANFITRIÓN. — La tierra que te engendró
es paridora de nobles hijos.


HERACLES. — Teseo, vuélveme otra vez para
que vea a mis hijos.


TESEO. — ¿Para qué? ¿Crees que con ese hechizo
te sentirás mejor?


HERACLES. — Los añoro. Mas, al menos, deseo
abrazar a mi padre.


ANFITRIÓN. — Aquí está mi pecho, hijo mío; te
has adelantado a mis deseos.


1410 TESEO. — ¿Hasta tal punto has olvidado ya
tus trabajos?


HERACLES. — Todo aquello que soporté es
inferior a esta desgracia.


TESEO. — Si alguien te viera conducirte con
mujer, te lo reprocharía.


HERACLES. — ¿A tus ojos vivo abatido? Me
parece que aún añadiré mayor abatimiento.

Heracles?


TESEO. — Ya basta. ¿Dónde está aquel célebre

1415 HERACLES. — ¿Y tú, qué eras bajo tierra
cuando estabas en la desgracia?


TESEO. — En lo que toca al valor, era el último
de los hombres.


HERACLES. — Entonces, ¿por qué dices que
estoy abatido por el dolor?

dicho.

mis hijos.


TESEO. — Avanza.

HERACLES. — ¡Adiós, anciano!

ANFITRIÓN. — ¡Adiós a ti, hijo mío!

HERACLES. — Entierra a mis hijos como te he dicho

ANFITRIÓN. — Y a mí, ¿quién me enterrará?



HERACLES. — Yo.

ANFITRIÓN. — ¿Cuándo vendrás?

1420 HERACLES. — Cuando hayas enterrado a mis hijos

ANFITRIÓN. — ¿Sí?



HERACLES. — Te haré venir de Tebas a Atenas.
Mas lleva a la tierra el triste cortejo de mis hijos.
Nosotros, que hemos hundido la casa en la vergüenza,
somos arrastrados por Teseo como barquillas rotas.
1425 Quien prefiere riquezas o poder a un buen
amigo, es insensato.

(Entra Anfitrión en el palacio al tiempo que el
enciclema se lleva los cadáveres. Heracles y Teseo
salen por la izquierda.)

CORO. — Nosotros marchamos entre lamentos y
lágrimas, porque hemos perdido al más grande de
nuestros amigos.

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