Personajes:
LA FUERZA.
HEFESTO.
PROMETEO.
CORO DE NINFAS OCEÁNIDES.
OCÉANO.
ÍO.
HERMES.
Al remoto confín hemos
venido
De la tierra, a los yermos inaccesos
De la Escitia. Tú,
Hefesto, los mandatos
Del Padre cumplirás, y a Prometeo
Maléfico
atarás a la alta roca,
De adamantinos lazos con cadena,
Pues la
llama, flor tuya, y de todo arte
Fácil materia, arrebató a los
cielos,
Y a los hombres la dio. Por tal delito
Justo es que pague
merecida pena,
Para que aprenda a respetar de Zeus
La alta deidad,
y a no endiosar al hombre.
Fuerza y Poder, vosotros
ya cumplisteis
La voz de Zeus; pero no me atrevo
A encadenar en
proceloso risco
A un dios de mi linaje. Dura fuerza
Es la
necesidad; cumplirse debe
La voluntad del Padre. ¡Excelso hijo
De
la divina Temis consejera!
A mi pesar, con lazo indisoluble,
Te
sujeto a esta peña, nunca hollada
De humanas plantas, do ni forma
veas
Ni voz escuches de mortal alguno,
Mas la llama del sol lenta
te abrase
Y mude tu color. Cuando estrellada
La noche oculte el
esplendor del día,
O el sol disipe el oriental rocío,
Siempre tu
mal te aquejará presente.
Aún no nació quien libertarte pueda.
¡Tal premio por tu amor a los mortales!
¡Tú, siendo dios, las iras de
los dioses,
Por honrar a los hombres, te atrajiste!
Injusto fue tu
afán. Y por castigo
Este peñasco sostendrás enorme,
Estando en
pie, sin que tus ojos cierre
El sueño, sin que doble tus rodillas
Larga fatiga, con lamento mucho
E inútil llanto; que de Zeus la
cólera
Es dura de aplacar, y siempre recia
Es de nuevo señor la
tiranía.
¿Por qué le compadeces y
te paras?
¿No le aborreces cual los otros dioses,
Ya que entregó
tu don a los mortales?
La sangre y la amistad son fuertes nudos.
LA FUERZA¿Despreciarás las órdenes
del Padre?
¿No temes esto más?
Siempre eres cruda
Y
por extremo audaz.
Vano remedio
Es
llorarle; lo inútil abandona.
¡Malditas sean mis manos y su oficio!
LA FUERZANo las detestes; que de
tantos males
No es la causa tu arte.
¡Oh si este arte
Algún
otro supiera!
Nadie es libre,
Fuera
de Zeus; los dioses alcanzaron
Todo, menos imperio.
No lo ignoro.
LA FUERZANo tardes, pues, en
circundar de lazos
A Prometeo. No te mire el Padre
Temer y
vacilar.
¿Dó están los hierros?
LA FUERZATómalos, y en las manos el
martillo
Alza y sacude, y clávale a la piedra.
Ya diligente voy.
LA FUERZAHiere más fuerte.
Remáchale, que es diestro, y hallaría
Manera de escapar...
Ya de este brazo
No se
desclavará.
Pues clava el otro;
Y
entenderá que es inferior a Zeus
En industria y saber. Su pecho pase
Adamantina cuña...
¡Ay, Prometeo!
Gimo al
ver tu dolor.
¿Tornas ahora
A
detenerte con gemidos vanos?
No te pese quizá.
¿No ves presente
Espectáculo atroz?
Miro la pena
Al delito
seguir. En las axilas
Clávale pronto.
Ya sé que he de hacerlo;
No me lo mandes más.
Quiero apremiarte,
Y tu
ardor excitar. Traba sus piernas
Con ferrados anillos...
Ya acabamos.
LA FUERZAY con grillos sus pies ora
entrelaza,
Pues en obras de hierro es eminente.
Son fieras tus palabras cual tu rostro.
LA FUERZASé dulce en hora buena;
mas no taches
Mi firme condición y áspero genio.
Encadenado está; quédese solo.
La fuerza: vv. 82 - 87 LA FUERZATorna ¡oh Titán! a tu
insolencia antigua;
Divinos dones para el hombre roba.
¡Que los
hombres te quiten esos lazos!
En vano te llamaron el prudente;
Hoy
otro Prometeo necesitas,
Que de tal artificio te desate.
Éter divino, voladores
vientos,
Fuentes y ríos; de marinas ondas
Risa perpetua;
omniparente tierra,
Yo os invoco.
¡Sol que en tu lumbre lo
penetras todo:
Mira a los dioses afligir a un dios!
Mira que debo
innumerables años
Aquí lidiar con el suplicio atroz.
Tales cadenas
contra mí ha forjado
El nuevo rey de la mansión feliz.
¡Ay! ¡ay!
Lamento mi dolor presente.
¿Cuándo el futuro llegará a su fin?
Pero ¿qué digo? adivinelo todo,
Y ninguna desdicha inopinada
Puede
llegar a mí. Conviene ahora
Esta suerte fatal sufrir constante,
Ya
que la ley del hado es invencible;
Duro es callar, y es el hablar más
duro,
En tan negra fortuna, que padezco
Por haber conducido a los
mortales,
De leve caña en el recinto hueco,
Una centella de
furtiva llama
Con que las artes y los bienes crecen.
Por tal
delito suspendido quedo
Con clavos a este monte. ¡Ay me cuitado!
¿Qué ruido de alas? ¿Qué perfume siento?
¿Es mortal o divino? ¿Quién
se acerca
A la remota cima a contemplarme?
¿Venís a ver a un dios
aborrecido
De Jove y de los otros inmortales
Que sus atrios
frecuentan, porque he amado
Mucho a los hombres? ¡Ay! Más cerca
siento
El batir de las plumas; se estremece
El éter sacudido por
las alas.
Cuanto se acerca a mí, terror me infunde.
Nada receles; con ligero
vuelo
Alegres ninfas a esta roca llegan,
No sin vencer la voluntad
de nuestro
Padre Oceano.
Nos condujeron las veloces auras,
Cuando el estruendo del herido bronce
De nuestros antros penetró el
recinto,
Ronco gimiendo.
Luego vencimos virginal vergüenza,
Y
por el éter, en alado carro,
Los pies descalzos, acudimos todas.
A
consolarte.
¡Ay! ¡ay! de Tetis
Fecunda, prole,
Y del ingente
Padre Océano
Que en giro eterno
Circunda el orbe:
Vedme en las peñas
Encadenado,
Como custodio
Del alto monte.
Nube de llanto
Vino a
los ojos,
Desde que vimos
Pender tu cuerpo
De agudas piedras,
Con fiera llaga;
Nuevos señores
Tiene el Olimpo;
Con ley
despótica
Cronios impera.
La ley antigua
Él abolió.
¡Oh si en el Orco,
Bajo
la tierra,
En el profundo
Tártaro inmenso,
Yaciera atado,
Sin que a los dioses
Ni a los mortales
Contento diera
Con mis
dolores!
Ora ludibrio
Soy de los vientos;
Mis enemigos
Mofan
de mí.
¿Quién de los dioses
Se
alegraría?
¿Quién de tus males
No se indignara,
Fuera de Zeus,
Siempre iracundo,
El que inflexible
La estirpe célica
Hoy
tiraniza,
Y no desiste
De su venganza
Hasta que logra
Saciar
sus iras,
Sin que perdone
Dolo ni afán?
Aunque mis plantas
Con
ignominia
Sujete el hierro,
Vendrá algún día
En que el monarca
De los felices
Saber pretenda
Lo que yo oculto:
Quién de su
trono
honores sacros
Le arrojará.
Ni me persuadan
Melosas
voces,
Ni la amenaza
Logre aterrarme,
Porque el secreto
Yo
le revele,
Hasta que rompa
Mis duros lazos,
Y el crimen pague
Que cometió.
Ni la desdicha
Rinde tu
audacia;
Libre y altivo
Hablas aún;
En nuestras almas
Penetra el miedo;
Por tu fortuna
Tememos todas.
¿Cuál de estos
males
El fin será?
Que inexorable
Es del Saturnio
La
voluntad.
Ya sé que Zeus,
Áspero
y duro,
Bajo su arbitrio
Pone la ley;
Mas cuando sienta
Cerca el peligro,
La ira venciendo,
Hará conmigo
Fiel amistad;
Yo la deseo,
Querrála él.
Cuéntanos, pues, por qué
delito Jove,
Con tal afrenta y crueldad te hiere,
Si no te ofende
el recordar tus males.
Acerbo es el contarlos;
más acerbo
Es aún el callar; todo me aflige.
La vez primera que
encendió la ira
Los pechos inmortales, anhelando
Unos lanzar a
Cronos de su sede,
Porque reinase Zeus; no queriendo otros
Que a
las deidades imperase Jove;
Yo intenté persuadir a los Titanes,
Hijos del cielo y de la tierra; en vano.
Violentos despreciaron mis
razones,
Ganosos de reinar a viva fuerza.
¡Cuántas veces mi sacra
madre Temis
El futuro suceso me anunciara!
¡Cuántas veces la
Tierra, única forma
De nombres mil, me dio a entender bien claro
Que quien prevaleciese a los Titanes,
No por la fuerza, mas por arte
y dolo,
Su victoria final conseguiría!
Enojosa les era mi
presencia,
Cuando hablé de esa suerte a mis hermanos:
Yo juzgaba
prudente en tal conflicto,
Dar nuestra ayuda y la de nuestra madre
A Zeus vencedor. Por mi consejo,
En el profundo Tártaro sumiose
Cronos antiguo con la gente suya.
Por tales beneficios, el tirano
Este premio me dio; que a los amigos
Nunca guardó su fe la tiranía.
¿Queréis saber la causa de su enojo?
Cuando asentado en la paterna
sede,
Distribuyó los dones y el imperio
Entre los inmortales, con
los hombres
Ninguna cuenta tuvo; exterminarlos
Quiso más bien, y
procrear de nuevo
El linaje mortal; nadie se opuso.
Yo solo
intercedí por los humanos
Para que no del Orco descendieran
A la
negra mansión. Tal es mi crimen,
Con horrendo suplicio castigado;
Indulgencia logré para los hombres,
No para mí; la crueldad de Zeus
Me puso en espectáculo afrentoso.
Quien no se compadezca,
¡oh Prometeo!
De tu infando dolor, tendrá de piedra
O hierro el
corazón. Nunca quisiéramos
Tal desdicha haber visto; al contemplarla,
El dolor nuestras almas ha afligido.
Digno de compasión y
miserable
Es mi aspecto.
¿Qué más narrarnos puedes?
PROMETEOQuité a los hombres el temor del hado.
EL CORO¿Qué medicina hallaste a tal dolencia?
PROMETEOSembré en su mente ciegas esperanzas.
EL COROGran beneficio diste a los mortales.
PROMETEODiles también el fuego.
EL CORO¿Con que el fuego
Esos
seres efímeros poseen?
Con él a muchas artes se aplicaron.
EL CORO¿Por tal pecado te
atormenta Zeus,
Sin dar intermisión a tus dolores?
¿Y término les
puso?...
No, ninguno,
Sino
cuando le plazca...
¿Y ya qué esperas?
¿No
ves que le ofendiste? De qué modo,
Ni decirlo queremos, ni te place.
Esto olvidando, a tu aflicción busquemos
Algún remedio.
No es difícil cosa
En
quien tiene su pie libre de males,
A otros amonestar y dar consejo.
Nada de eso ignoraba, cuando quise
Gustoso delinquir, y por los
hombres
Ofrecerme cual víctima. Mas ¿cómo
Pensar que en esta roca
solitaria,
En la desierta cumbre de este monte,
Habría de yacer y
consumirme?
No mi calamidad lloréis presente;
A tierra descended,
y oídlo todo
Hasta el fin. Persuadidme, consoladme
En mi nuevo
dolor. ¡Cómo los males
Unos con otros, ciegos, se eslabonan!
¡Oh, Prometeo!
Ya te
escuchamos;
Con pies ligeros,
Dejando el carro,
Y el aire puro,
Senda del pájaro,
A este fragoso
Suelo bajamos;
Cuenta tus
nuevos
Duros trabajos.
A término llegué del largo
viaje,
Gobernando sin freno, a mi albedrío,
Este alado corcel.
¡Oh, Prometeo!
Me mueven a dolerme de tus males
Nuestra sangre
común, y mi cariño.
Dime en qué puedo socorrerte, y presto
Verás
que no son vanas mis palabras,
Y que amigo más firme que el Océano
No le tendrás jamás.
¿Y tú viniste
También a
contemplar mi dura pena?
¿Cómo dejando el mar que te da nombre,
Y
tus nativos peñascosos antros,
Has venido a la tierra ferri-madre?
¿Apiádaste de mí? ¿Y a verme vienes?
¡Mira cuál trata Zeus a su
amigo,
A quien con él fundó la tiranía!
Lo miro, ¡oh Prometeo! y
yo quisiera
Aconsejarte bien. Eres prudente;
Conócete a ti mismo,
y tus costumbres
Amolda al tiempo, pues monarca nuevo
A los dioses
impera. No pronuncies
Esas palabras duras y punzantes,
Porque Zeus
te oirá desde la altura,
Y su ira de hoy parecerate juego,
Si de
nuevo se indigna. Esa altiveza
Destierra de tu mente, y a los males
Algún remedio busca. Mis consejos
Quizá parezcan viles y abatidos;
Mas ya ves, Prometeo, qué mercedes
A la soberbia lengua galardonan.
No eres humilde, y a tus penas quieres
Otras nuevas juntar. Si tú me
oyeras,
No contra el aguijón te moverías,
Pues sabes que el tirano
es inclemente,
Ni se rinde a razones. Quizá pueda
Yo persuadirle a
que tus lazos rompa,
Si cesas en tus voces insolentes.
Eres muy
sabio. ¿Por ventura ignoras
Que marca el hierro a temeraria lengua?
¡Dichoso tú que habiendo
sido parte
Y cómplice de todas mis empresas,
Impune estás! Mas no
vayas a Jove;
Mira por ti; desiste de ayudarme;
Ni le supliques
nada; no se ablanda.
No te pase algún mal en el camino.
Según son tus palabras,
mejor sabes
A otros aconsejar que aconsejarte.
No me detengas más;
tengo esperanza
Que Zeus, a mis ruegos accediendo,
Del suplicio te
libre...
Te agradezco
Tan buena
voluntad, y agradecido
Siempre estaré; pero no intentes nada;
Será
fatiga inútil, aunque quieras
Algo intentar. Descansa, y del peligro
Guárdate bien. No quiero que mis daños,
Ya que soy infeliz, a otros
alcancen.
A otros alcanzan, sí;
también me aflige
La suerte de Atlas, el hermano nuestro,
En las
hesperias playas sustentando
¡Enorme peso! con robustos hombros
Las columnas del cielo y de la tierra.
Y miré con dolor al de los
antros
De Cilicia, terrígena habitante,
Guerrero monstruo de
cabezas ciento,
Contra todos los dioses rebelado;
Impetuoso Tifón,
que el exterminio
Por las horrendas fauces eructaba,
Y gorgóneo
fulgor daban sus ojos
Amenazando destronar a Jove.
Pero cayó sobre
él el vigilante
Rayo de Zeus, que llamas espiraba,
Grandisonando
al descender del nimbo,
Y le hirió en las entrañas, y abrasado
Por
el rayo, oprimido por el trueno,
Perdió las fuerzas, y cual cuerpo
inútil
En la tierra cayó, junto al estrecho
Del siciliano mar, so
las raíces
Del Etna. Y en su cumbre más erguida
Hefesto forja las
candentes masas,
Que un tiempo bajarán en ígneo río
A devorar con
ásperas mandíbulas
Las opulentas sicilianas mieses.
Entonces
lanzará Tifón ignívomo,
Aun calcinado por celeste llama,
De
hirvientes dardos, recio torbellino.
Eres prudente, ni de mi
consejo
Necesitas. Defiéndete, si puedes,
De la común desgracia.
Yo, constante,
Padeceré la mía, hasta que Jove
Su ira deponga.
¿Piensas, Prometeo,
Como yo, que de un ánimo irritado
El médico mejor son las palabras
Del amigo?
Sí; cuando oportunas
No
oprimen con violencia, por curarle,
El pecho do la cólera rebosa.
¿Y encuentras algún mal en intentarlo?
PROMETEOVana molestia, y necedad insigne.
OCÉANODéjame adolecer de tal
achaque,
Ya que siempre es fructuoso para el sabio
Su saber
ocultar.
Que yo me humillo
A
suplicar dirán.
Vuélvome a casa,
Sin
nada conseguir.
Tal vez funesta
Te será
tu piedad para conmigo...
¿En el odio de Zeus
omnipotente
He de incurrir?
Pues no le ofendas nunca.
OCÉANOAprenderé en tu daño, ¡oh Prometeo!
PROMETEOVéte, y conserva tu presente calma.
OCÉANOBien has dicho; ya hiere
con sus plumas
Este alado cuadrúpedo la vía
Inmensa de los aires;
¡con qué gusto
Doblará la rodilla en mis establos!
¡Oh Prometeo! Tu exicial
fortuna
Todas lloramos; de los ojos brota
húmeda fuente de copioso
llanto
A las mejillas.
Cronios dispone tan acerbos males,
Con
propias leyes oprimiendo el mundo,
Y la funesta a los antiguos dioses
Lanza, sacude.
Lúgubre gime la anchurosa tierra,
Y tu grandeza y
la de tus hermanos
Lloran caída, los que habitan l'Asia
De templos
rica;
Las amazonas en batalla fuertes,
Y los de Colcos, y el
inmenso pueblo
De los escitas, cabe el lago Meotis,
Término al
orbe;
De Marte flor, los árabes ligeros,
Y los que moran la
Caucasia roca,
Rugiente, belicosa muchedumbre,
De agudas flechas.
Sólo a otro dios en tal desdicha vimos,
A Atlas tu hermano, que el
enorme peso
De la tierra y del cielo, en sus espaldas
Firme
sostiene.
En él se estrellan las marinas ondas,
Treme el abismo, y
so la tierra gime
El Orco negro. Su miseria lloran
Las sacras
fuentes.
No atribuyáis a hastío ni
a soberbia
Este silencio mío. Los pesares,
La ingrata afrenta, el
corazón me muerden.
¿No me deben su imperio y su grandeza
Esas
nuevas deidades? Pero callo,
Pues que ya lo sabéis. Deciros quiero
Cómo al hombre ignorante he conducido
A prudencia y razón. Ojos
tenían,
Pero sin ver; oyendo, no escuchaban;
A las sombras, de un
sueño semejantes,
Siempre al acaso obraban. Ni en el suelo
Con
ladrillo o con piedra construían
Sus fábricas; moraban so la tierra,
Escondidos en antros tenebrosos,
Cual ágiles hormigas. Del invierno,
Primavera florida, o del estío
Frugífero, las señas no alcanzaban.
Todo les era igual. Mas yo enseñeles
A distinguir el orto y el ocaso
De las estrellas; inventé los números,
Arte divina; les mostré las
letras,
Y la memoria, madre de las musas,
Su mente iluminó. Sujeté
al yugo
Las bestias, que el trabajo de los hombres
Mucho
aliviaron; antepuse al carro
Frenígeros corceles, de pomposo
Ornamento arreados. Lancé al ponto
Las velívolas naves con remeros.
¡Yo, que inventé las artes para el hombre,
No encuentro hoy arte
alguna que me salve!
Cual trastornada por dolor
insano
Vaga tu mente. Médico imperito,
Tu mal acreces, ni remedio
encuentras
Que te consuele.
Si oyéndome seguís, han de
admiraros
Mis artes, invenciones, beneficios.
Antes de mí, no la
dolencia hallaba
Medicina; mas yo enseñé a los hombres
De muchas
plantas la virtud salubre.
De la adivinación diles la ciencia,
Interpreté los sueños el primero,
Y las voces obscuras; del camino,
Los fatales encuentros; de las aves
De aduncas uñas el volar
siniestro,
O a la diestra volar, y sus costumbres,
Odios y amores.
Y de sus entrañas,
La forma y el color, y cómo aceptos
Son a los
dioses hígados y hieles,
Y lomos y grosura. Los presagios
Del
cielo declaré, velados antes.
¿Quién primero que yo, bajo la tierra,
Descubrió el bronce, hierro, plata y oro,
Riqueza que ignoraban los
mortales?
Oídlo en suma: cuantas artes tienen,
Al solo Prometeo
las debieron.
Demasiado te cuidas de los
hombres,
Y te olvidas de ti. Quizá algún día,
De Zeus a pesar,
rompas el lazo
Que hoy te encadena.
Mas la Parca quiere
Que
sólo tras innúmeras miserias
Esta lazada quiebre, y contra el Hado
No hay arte valedera.
¿Quién le rige?
PROMETEOLa memoriosa Erinnys y las
Parcas
Triformes.
¿Es más débil que ellas Zeus?
PROMETEODe la fatalidad ni aun él se libra.
EL CORO¿Qué otro destino que
perpetuo imperio
Pudo tocar a Zeus?
No preguntes;
Que no lo
has de saber.
Algún sagrado
Misterio
ocultas.
Y ocultarle quiero,
Ni
es tiempo de decirle. Si le escondo,
Me salvaré de males y cadenas.
¡Ojalá nunca Zeus,
Universal monarca,
Su potestad oponga a mi querer!
Sacrificados
bueyes
Conduciré a sus aras;
Ni en acción ni en palabra pecaré.
¡Cuán grato es larga vida
Pasar entre esperanzas
Que al alma
prestan luz e hilaridad!
¡Cuán tristes, Prometeo,
Tus infinitos
males;
En vez de Zeus, honrastes al mortal!
¿Qué ayuda puede darte
Ese linaje efímero
A quien la ley constriñe del morir?
Que pasa
como sombra,
Y nunca lograría
De Jove los decretos destruir.
Mas un cantar lejano
Penetra mis oídos,
Como aquél que en tus
nupcias resonó,
Junto a tu baño y lecho,
Cuando llevaste al
tálamo,
Con muchos dones, a mi hermana Hesión.
¿Qué tierra? ¿Dónde
estoy?... ¿Quién es este hombre
Clavado en la alta peña?
Algún
delito espía... ¿Entre qué gentes
Mi fortuna me lleva?
Punza de
nuevo el tábano mi rostro,
Y el Argos terrígena,
Aquel pastor de
innumerables ojos,
Mirándome me aterra.
Clava en mí siempre su
dolosa vista,
Que ni aun la muerte vela,
Y torna del infierno, y
me persigue
Como sombra funesta.
Y mientras huyo por desiertos
montes,
Por la abrasada arena,
Suena incesante su encerada caña
Canciones soñolientas.
¡Ay! ¡ay! ¿Cuándo terminas mis dolores?
¿Por qué así me atormentas,
Hijo de Cronos, y en delirio insano
Se
agita mi cabeza?
Abráseme tu llama, o en su centro
Sepúlteme la
tierra;
Oye mis ruegos, dame como pasto
A las marinas bestias.
Harto he vagado; ni reposo encuentro,
Ni se alivia mi pena.
Oye,
Saturnio; tu clemencia invoca
La virgen que astas lleva.
Ésta es la hija de Inaco,
por quién Zeus
Ardió en amor; la que persigue Juno;
La que el
tábano hiere peregrina.
¿Tú el nombre de mi padre
pronunciaste?
¿Quién eres, infeliz? ¿Tú me conoces?
¿Sabes que un
monstruo sin cesar me punza?
De su ardiente aguijón y de sus saltos
Huyendo voy; la cólera me sigue
De la implacable Juno. ¿Quién padece
Lo que padezco yo? Dime, si sabes,
Cuándo este mal acabará prolijo;
La virgen vagabunda te lo ruega.
Yo te diré cuanto saber
ansías,
No por enigmas, mas en frase clara,
Como siempre al amigo
hablarse debe.
Soy Prometeo, robador del fuego.
¡Oh! Tú que tanto bien al
hombre diste,
¿Por qué causa padeces?
No sin llanto
Acabo de
narrar mis infortunios.
¿Y a mí no los dirás?
¿Quién a esa roca
Aguda te clavó?
Del Padre Zeus
La
voluntad; el arte de Vulcano.
¿Y qué delito espías?
PROMETEOHarto sabes.
ÍO¿Y mi errante correr, cuándo termina?
PROMETEOMás te vale ignorarlo que saberlo.
ÍOLo que he de padecer, no me lo ocultes.
PROMETEONo te lo ocultaré. Mas no te envidio.
ÍODímelo todo pronto.
PROMETEOPero temo
Tu ánimo
perturbar...
Nada receles;
Me es
grato oírte.
Pues decirlo es fuerza
Y lo quieres, escucha.
Mas nosotras
La causa
de su mal saber queremos;
Ella debe contar sus desventuras;
Tú
anunciarás más tarde su destino.
Cumple su voluntad,
sagrada Ío;
Son de tu padre hermanas. Y es muy dulce
Contar
nuestras desdichas do podemos
Lágrimas arrancar de quien escucha.
Nada puedo
A vosotras
negar. Y claramente
Contaros he por qué suceso triste
Mi mente se
turbó, troqué mi forma;
De nocturnas visiones agitada,
Siempre en
mi lecho resonar oía
Estas voces de amor: «Virgen dichosa,
¿Por
qué tu doncellez guardas avara,
Si tálamo celeste te convida?
A
Jove hirió la flecha del deseo;
Quiere gozar de ti. Sal a los valles
Hondos de Lerna, a los establos ricos
De tu padre, y recibe la mirada
Amorosa del Dios.» Tales ensueños
Mis noches ocupaban. A mi padre
Osé narrar lo que en el sueño oyera.
Él de Pitho y Dodona a los
oráculos
Mensajeros envió, que preguntasen
Cómo a los dioses
aplacar podría.
Con ambigua respuesta se tornaron;
Mas al fin
manifiesto vaticinio
A Inaco ordenó que me arrojara
De su casa y
familia, y que vagase
Yo desterrada hasta el confín del orbe,
Y
que, no obedeciendo, Zeus el rayo
Contra nuestra progenie vibraría.
A la voz del oráculo sumisos,
Triste mi padre y triste yo, su casa
Abandoné. Mi ánimo y mi forma
Mudáronse a la vez. Yo deliraba.
De
cuernos erizose mi cabeza;
El tábano voraz en mí sus dientes
Clavaba, y yo con salto furibundo
Por la mansa corriente del Cencrea
Y el collado de Lerna discurría,
Siempre tras mí con infinitos ojos,
Argos, pastor de bueyes, mis pisadas
Iba siguiendo. Inopinado caso
Le privó de la vida. Arrebatada
Yo de furor; por el sagrado azote
Perseguida, vagué de tierra en tierra.
Ya mi historia sabéis; si
puedes algo
De mi futura suerte revelarme,
No me halagues con
voces engañosas;
Nada más torpe que razón fingida.
¡Ay, ay! Nunca pensé que
tales nuevas
Insólitas sonaran en mi oído,
Y que tan triste y
lúgubre espectáculo
Mi ánimo vacilante aterraría.
¡Ay, ay! Suerte
fatal, fortuna de Io,
Horror causa tu vista.
¿Ora te espantas
Y
llenas de temor? Pues aún espera
Lo que falta sufrir.
Dílo, que es grato
Al
que padece conocer primero
El término fatal de sus dolores.
Ya la oísteis narrar sus
propias cuitas.
Ora sabed qué males le reserva
La indignación de
Juno. ¡Hija de Inaco,
Fija bien en tu mente mis palabras!
Caminarás primero hacia el Oriente,
Por campos que aún no ha roto el
corvo arado,
Verás a los escíticos pastores
Que lanzan diestros
voladoras flechas,
Y conducen en carros sus moradas;
No te
acerques a ellos; por la orilla
Del mar camina, mas las rocas huye.
La gente inhospital de los Calybes,
Forjando el hierro, a la
siniestra habitan;
Guárdate de ellos. Llegarás a un río
Que no sin
causa llaman el Soberbio,
No le pases; su tránsito es difícil;
Mas
por otro camino te endereza
A la cima del Cáucaso, eminente
Sobre
todos los montes; de su cumbre
Desciende de agua poderosa vena,
Y
a los cielos su frente se avecina.
Llegarás por la vía meridiana
Al pueblo que aborrece a los varones:
Las Amazonas. Morarán un día
En Temiscyra, cabe el Termodonte,
En las fauces del Ponto, en
Salmydesia,
Escollo a naos, madrastra a navegantes.
Ellas te
mostrarán por qué camino
Puedes llegar a las estrechas bocas
De la
laguna, al Bósforo Cimmerio,
Que así han de apellidarle los mortales,
Cuando con pecho audaz e ingente gloria
Las Meóticas fauces
atravieses.
Dejando entonces de la Europa el suelo,
Del Asia
tocarás el continente.
¿No os parece que el tirano Jove
Es en todo
violento? Porque quiso
De esta mortal gozar, a tal carrera
Luego
la expuso. Ingrato amante, Io,
La suerte te otorgó. Lo que he narrado
Es tan sólo el proemio de tus males.
¡Ay, ay de mí!
Prometeo: vv. 743 y 744 PROMETEO¿Y lloras y suspiras
Otra vez? ¿Qué será cuando conozcas
Lo que te resta aún?
¿Y aún resta algo?
Prometeo e Ío: vv. 746 - 781 PROMETEOUn tempestuoso piélago de horrores.
ÍO¿Para qué he de vivir?
¿Por qué del risco
No me despeño súbito? Acabaran
Entonces en la
tierra mis trabajos;
Más vale morir presto, que la vida
Pasar
lidiando con fortuna adversa.
Mas yo soy inmortal; ni
ese refugio
Me queda, y durarán mis aflicciones
Hasta que Jove de
su solio caiga.
¿Y alguna vez caerá?
PROMETEO¿Te alegrarías
Si
destronado vieras al tirano?
¿Cómo no, cuando tanto me ha afligido?
PROMETEOSabe que ha de cumplirse; es ley del Hado.
ÍO¿Y quién del regio cetro ha de privarle?
PROMETEOSus mismas imprudentes voluntades.
ÍO¿De qué modo?
PROMETEOÉl hará tal matrimonio,
Que le pese después.
¿Divino? ¿Humano?
PROMETEONo es lícito decirlo.
ÍO¿Por la esposa
El reino
ha de acabar?
Parirá un hijo
Más
fuerte que su padre.
¿A tal fortuna
Ningún
remedio encontrará?
Ninguno,
Hasta que
libre yo de estas cadenas....
Contra el querer de Zeus,
¿quién librarte
Podrá?
Quieren los hados que tu
estirpe
Produzca al vengador.
¿Un hijo mío
Te
librará?
Generaciones trece
Antes han de pasar.
¡Presagio obscuro!
PROMETEONo me preguntes más de tu destino.
ÍOAntes me lo ofreciste; ora lo niegas.
PROMETEOLa narración es doble; elegir puedes.
ÍO¿Qué narraciones son?
PROMETEODe tus trabajos
Te diré
el fin, o quién estas cadenas
Ha de romper.
Refiere lo primero,
En
gracia a Io, y a nosotras habla
De tu libertador. Lo deseamos.
No lo quiero negar; graba,
¡oh Io!
De tu memoria en las tablillas esto:
Cuando el río
atravieses que separa
Entrambos continentes, hacia el orto
Y la
cuna del sol tu paso guía,
A los campos gorgóneos de Cisthene
Llegarás, de las Fórcides ancianas,
Tres, cygniformes, con un ojo
solo
Y un solo diente, habitan, ni reciben
La luz del sol, ni de
la tibia luna,
No lejos, las alígeras hermanas
Con sierpes por
cabellos; las Gorgonas
Enemigas del hombre, que no puede
Su vista
resistir, sin que se apague
El aliento vital. De tales sitios
Huye
veloz; más monstruos aún te esperan.
Verás los grifos, los de agudas
garras
Mudos perros de Jove, y los jinetes
Arimaspos, monóculos,
que habitan
Del aurifluo Plutón en las riberas.
Guárdate, no te
acerques. Aún más lejos
Verás el negro pueblo que las fuentes
Del
sol conoce y del etíope río.
Seguirás por su orilla, hasta que
llegues
A los biblinos montes, de do el Nilo
Su veneranda y
fecundante linfa
Manda a la triangular tierra egipcíaca.
Allí es
donde los hados te conceden
Fundar colonia. Imperarán tus hijos
En
remotas edades. Si algo obscuro
El vaticinio fuere, a declararlo
Estoy pronto; pregunta; que más ocio
Del que quisiera tengo.
Decir puedes
Lo que te
reste; mas si ya expusiste
Su peregrinación, cuéntanos hora
Lo
prometido.
De sus viajes todos
Ya
sabe el fin. Y para que comprenda
Que mi adivinación no es ciencia
vana,
Brevemente diré lo que ha pasado
Antes de aquí llegar.
Fuiste primero
A los molosios campos y a la excelsa
Dodona, en que
el oráculo y la sede
De Zeus Tesfroto está; do las encinas
Fatídicas esposa te llamaron
De Jove, si algún día la fortuna
Propicia se mostrare. Arrebatada
De súbito furor, por la marina
Al
seno ingente de la madre Rea
Viniste; mas de nuevo te llevaron
Tus
pasos hacia atrás. El mar de Jonia
Tu nombre llevará, cual monumento
Que denuncie tu paso a los mortales.
Ya ves que lo pasado yo conozco
Como lo porvenir, en vista clara.
Ora escuchadme todas; en Egipto
Canopo está como ciudad extrema,
En las bocas del Nilo; fuerte dique
A las marinas ondas. Allí Jove
Tu mente calmará, con suave diestra
Halagándote. Y luego al negro Epafo
Parirás. Cuanto riega el Nilo
undoso,
Suyo será. Mas vírgenes cincuenta
De su quinta progenie,
al suelo de Argos
Bien a disgusto tornarán, huyendo
Las nupcias de
sus primos. Como sigue
El gavilán a tímida paloma,
Tal ellos
correrán por alcanzarlas;
Pero sin fruto. La pelasga tierra
Recibirá sus cuerpos, cuando caigan
Bajo el hierro cruel de sus
esposas,
En una misma noche atravesados.
¡Para mis enemigos, tales
bodas!
Moveráse a piedad una tan sólo,
Y a su consorte salvará,
queriendo
Antes tímida ser que sanguinaria.
De ella procederá la
estirpe de Argos,
Y de esa estirpe el fuerte saetero
Que estos
lazos me quite. Tal oráculo
Me dio mi madre, la titania Temis.
¡Ay! ¡ay! convulsión
súbita
De nuevo me arrebata;
Mi mente se enloquece
Furiosa e
inflamada;
El tábano me punza,
Se agitan mis entrañas;
Los ojos
ya sin rumbo
Se retuercen y vagan;
Me lanzo a la carrera,
Frenética de rabia.
La lengua no obedece;
Mis confusas palabras
Estréllanse en las ondas
De mi horrenda desgracia.
Por cierto que fue sabio
El que afirmó primero
Que desigual amor no convenía.
Ni amante de
riquezas,
Ni de linaje excelso,
Quien vive por sus manos ser
debía.
Nunca, nunca las Parcas
Nos miren ser esposas
De Jove, o
de los otros celestiales.
¡Mirad la pena de Io,
Por Juno
perseguida!
¡Ay de la virgen que odia a los mortales!
¡Que
nunca su mirada
De amor inevitable,
Ninguno de los dioses en mí
fije!
En esta cruda guerra,
De resistir no hay modo
A Zeus
soberbio que los cielos rige.
Ya será humilde Zeus,
cuando quiera
Tal matrimonio hacer, que del imperio
Y del trono le
prive. Cumplirase
La maldición de Cronos aquel día
Contra su hijo
usurpador del solio.
Y nadie, sino yo, indicarle puede
Su
salvación entre peligros tales.
Yo lo sé, y aunque ocupe el alto
Olimpo,
Y lance el rayo, entre el mugir del trueno,
Nada le
ayudará para librarse
De ignominiosa ruina. Que hoy educa
Contra
sí un luchador, monstruo indomable,
Que una llama tendrá que venza al
rayo,
Y un rugido mayor que el de los truenos;
Monstruo marino que
herirá la tierra
Y romperá el tridente de Poseidón.
Entonces el
monarca destronado
Verá cuál distan reino y servidumbre.
Cuanto te place contra Jove dices.
PROMETEOAnuncio lo futuro y lo que anhelo.
EL CORO¿Y ha de esperarse que
domine a Zeus
Otro dios?
También él caerá vencido
Con mayores miserias.
¿Y no temes
Decir tales
palabras?
Si no puedo
Morir, ¿qué
he de temer?
Mayor trabajo.
PROMETEOÉl me le imponga; ya lo espero todo.
EL COROQuien venera a Adrasteia
inevitable,
Es sabio.
Veneradle, obedecedle
Mientras reinare. Impere, tiranice
En este breve plazo; de sus iras
Nada me cuido; pasará bien pronto
Ese poder. He aquí su mensajero.
Alguna nueva trae.
A ti, sofista
Insolente
y acerbo, de los dioses
Enemigo, que diste a los mortales
Efímeros, su honor; ladrón del fuego,
Te manda el padre que reveles
pronto
De qué nupcias hablabas, quién del solio
Ha de arrojarle. Y
dílo sin enigmas
Ni ambajes, Prometeo. No me obligues
A repetir el
viaje. Tus palabras
Para calmar a Jove no aprovechan.
Soberbio, altisonante es
tu discurso,
Cual de ministro de los dioses. Nuevos
En el imperio
sois, e inexpugnables
Os juzgáis. Pero yo desde esa altura,
¿No he
visto descender a dos tiranos?
El tercero caerá con ignominia,
Y
muy pronto. ¿Imaginas que yo temo
De esos dioses de ayer la fiera
saña?
Libre de miedo estoy. Vuélvete, Hermes,
Por do viniste. Ni
preguntes nada,
Que nada he de decir.
Tu tesón loco
Te trajo
a estas miserias.
Yo no cambio
Mis males
por tu oficio, y antes quiero
Padecer a esta roca encadenado
Que
de Jove ser nuncio. Con injuria
A la injuria respondo.
Que te alegras
De tus
presentes daños imagino.
¿Yo alegrarme? ¡Ojalá que
mis contrarios,
Y entre ellos tú, tal gozo conocieran!
¿También a mí me achacas tu infortunio?
PROMETEOYo aborrezco a los dioses,
cuantos fueron
Al beneficio ingratos...
Tú deliras.
PROMETEOSi es un delirio odiar al
enemigo,
Yo delirante soy.
¿Quién te sufriera
En
la prosperidad?
¡Ay de mí, infeliz!
HERMESNunca conoce tal palabra Zeus.
PROMETEOLa aprenderá, que el tiempo enseña todo.
HERMESMas tú nunca aprendiste a ser prudente.
PROMETEOVerdad; que si lo fuera, a
ti, su esclavo,
No te hablaría.
¿Nada me respondes
De
lo que el Padre quiere?
¡Complacerle
Debo
sumiso!
¡Tú de mí te burlas,
Como de un niño!
Y aún más simple eres
Que niño alguno, si saber esperas
Algo de mí. Ni Zeus con tormentos
Logrará, o artificio, que yo hable,
Si no suelta mis lazos. Aunque
arroje
Candente llama contra mí y en blanco
Torbellino de nieve, o
subterráneo
Terremoto, confunda el orbe entero,
No me doblegará.
No he de decirle
Quién será el sucesor.
No te conviene
Tal
terquedad... repara...
Todo visto
Y decretado
está de largo tiempo.
Aprende alguna vez, ¡oh
temerario!
En tus presentes males la prudencia.
Molesto estás. Yo sordo
cual las olas;
Nunca imagines que podré, aterrado
Por el rayo de
Zeus, como débil
Mujer, tender mis manos suplicantes
Al que
aborrezco más, porque me libre
De estos dolores. Nunca en tal afrenta
He de caer.
Ni yo tornaré a hablarte;
Vano será, pues como indócil potro
El freno tascas, y violento luchas
Contra la rienda. Nada te persuade
Ni te aplaca. Es tu cólera
impotente,
No la rige prudencia. Pero escucha,
Si no me
obedecieres, qué tormenta
Caerá de males sobre ti. Primero
Estas
ásperas rocas se harán trozos
Con el rugir del trueno, y con la llama
Del rayo, y en su centro pedregoso
Tu cuerpo ocultarán. Tras largos
días
Volverás a la luz, y el perro alado
De Júpiter, el águila
sangrienta,
Encontrará en tus carnes alimento,
Y vendrá cuotidiano
convidado
En tu hígado negro a apacentarse.
Ni esperes ver el fin
de tu suplicio,
Hasta que un dios por ti quiera ofrecerse,
Y al
Orco descender caliginoso,
Y al Tártaro profundo. Delibera
Que no
son éstas vanas amenazas,
Sino anuncio seguro. No la boca
De Zeus
es falsa nunca; cuanto dice
Luego se cumple. Piensa, reflexiona;
Mejor que pertinacia es la prudencia.
No son intempestivas las
palabras
De Hermes; él te aconseja que depongas
Tu obstinación y
rindas tu soberbia.
Obedécele; al sabio es vergonzoso
De lo recto
apartarse.
Nada ha dicho
Que yo
ignorase; ni es extraña cosa
Que el enemigo al enemigo oprima.
Suelte, pues, contra mí la cabellera
Roja del rayo; se conmueva el
éter
Con trueno y lucha de encontrados vientos;
La tierra en sus
columnas sacudida
Arranque de raíz el torbellino,
Y las olas del
mar suban mugiendo
El curso a interrumpir de las estrellas,
Y la
fatalidad mi cuerpo lance
Al Tártaro profundo. Nada puede
Hacer
que muera yo.
Son de un demente
Tal
pertinacia y voces. ¿Qué le falta,
Para ser manifiesta, a tu locura?
Vosotras, de sus penas compañeras,
Alejaos de aquí; no os aterre
El horrendo mugido de los truenos.
No nos des tal consejo, ni
nos mandes
Crueles ser; pues compartir queremos
Cuanto padezca él.
Son los traidores
La más odiosa peste.
Pues mi aviso
Nunca
olvidéis, ni atribuyáis a Zeus
Ni a la Fortuna, la improvisa suerte,
Ya que vosotras mismas, a sabiendas,
De la calamidad os envolvisteis
En las inmensas redes.
Ya se mueve
La tierra;
ya del trueno el fragor ronco
Resuena; ya de polvo torbellinos
Remolinados vienen; ya los vientos
Unos con otros lidian, y sacuden
El éter y la tierra. Amedrentarme
Quiere sin duda Zeus con tal
estruendo.
¡Oh santo numen de la madre mía!
¡Éter que das la luz a
los mortales!
¡Ya veis cuánto padezco injustamente!