libro 14
I. Disertación del filósofo Favorino contra aquellos que se llaman caldeos y prometen revelar el destino de los hombres por la conjunción y movimientos de las estrellas y de los planetas.
1 En cierta ocasión oímos en Roma al filósofo Favorino1 pronunciar en griego un magnífico discurso contra esos que se autodenominan caldeos o astrólogos y que aseguran poder revelar el futuro atendiendo al movimiento y posición de las estrellas.
2 No puedo decir si lo hizo como un ejercicio intelectual o para demostrar su talento, o porque, tras seria y juiciosa reflexión, estaba con vencido de lo que decía. Al salir de la conferencia anoté a toda prisa, en la medida en que pude recordarlas, las ideas principales de los distintos temas y argumentos que empleó 2. Fueron más o menos éstos: Esa ciencia de los caldeos no es tan antigua como pretenden, ni sus primeros promotores son esos que ellos dicen, sino que este tipo de embustes y engaños fue invención de unos mendigos que trataban de ganar sustento y dinero recuniendo a patrañas.
3 Estos, viendo que algunos fenómenos terrestres que tienen lugar entre los hombres se producían por el influjo y preponderancia de los cuer pos celestes -por ejemplo, que el Océano, como si fuera compañero de la Luna, amengua y crece a la vez que ella-, se procuraron con ello un argumento para convencemos de que todas las cosas humanas, grandes o pequeñas, están como vinculadas a las estrellas y a los planetas, siendo guiadas y gobernadas por ellos. 4 Pero resulta en extremo estúpido y absurdo pensar que, porque las ma reas coincidan con el curso de la Luna, también el pleito que ca sualmente alguien tiene pendiente de juicio por una acequia de agua compartida o por una pared medianil con el vecino esté, así mismo, sujeto al cielo por una especie de rienda y resulte goberna do desde allí. 5 Pensaba Favorino que, aunque es cierto que una fuerza o mente divina puede hacerlo posible, empero, al ser tan coito y exiguo el tiempo que el hombre vive, en modo alguno aquello podría ser percibido y aprehendido por la inteligencia hu mana, por muy grande que ésta fuera, si bien es posible formular algunas conjeturas ‘nada concretas’ -pa??µe??ste??? (sin ningún fundamento), para decirlo con sus palabras textuales-, sino difusas, 1 Para Favorino, véase nota a 1,3,27. Para todo este capítulo, cf. A. BARiGAZzr, Favorino di Ardate. Opere, Florencia 1966, pp.142-148. 1 La mayoría de los argumentos pueden verse en Cicerón, Adiv. 2,87-99. 103 Libro XIV vagas y arbitrarias, como lo es la visión ocular de un objeto lejano, que se toma borroso por la distancia que lo separa. 6 Pues, si tam bién los hombres pudieran conocer de antemano lo que les depara el futuro, quedaría eliminada la mayor diferencia que existe entre los dioses y los hombres. 7 Pensaba, además, que la observación misma de los astros y de las estrellas, que aquéllos consideran el origen de su ciencia, carece por completo de un fundamento sóli do. 8 “Si los caldeos, iniciadores de este arte y que vivían en llanu ras abiertas, al fijarse en los movimientos de las estrellas, en sus caminos, en sus desplazamientos y conjunciones, observaron las consecuencias que de ello se derivaban, muy oportuno parece que esta disciplina siga adelante -dijo Favorino-, pero válida sólo para la misma latitud del cielo bajo la que estuvieron entonces los cal deos; pues no se puede aplicar el mismo sistema de observación de los caldeos cuando alguien quiera utilizarlo bajo latitudes del cielo distintas de aquéllas. Pues, ¿quién no ve -añadió Favorinocuán grande es la diversidad de las partes y círculos del cielo a causa de la divergencia y convexidad de la bóveda celeste? 9 Porque, del mismo modo que esas mismas estrellas, por cuya influencia pre tenden que suceden todas las cosas divinas y humanas, no provo can en todas partes frío o calor, sino que exprimentan cambios y variaciones, dando lugar en el mismo momento a un tiempo apaci ble en un sitio y a violentas tormentas en otro, ¿por qué, en lo que atañe al resultado de los acontecimientos y de los negocios huma nos, no determinan también que sean de una forma entre los cal deos, de otra entre los gétulos, de otra diferente entre los habitantes del Danubio y de otra distinta entre quienes habitan junto al Nilo? 10 Ahora bien, es absurdo considerar que la masa misma y la composición del aire a tan elevada altura resulten distintas bajo di ferentes curvaturas del cielo, y, en cambio, cuando se trata de asuntos humanos, se considere admisible que esas estrellas se muestren siempre idénticas desde cualquier punto de la tierra des de el que se las observe”. 11 Se extrañaba, además, de que alguien admitiera como una evidencia indiscutible que esas estrellas, que dicen haber observa do caldeos, babilonios y egipcios, y que muchos llaman ‘errantes’ {erraticae) y Nigidio [Fígulo] denomina emones3, no sean más numerosas de lo que dice la gente; 12 pues, en su opinión, podía suceder que existieran otros planetas de igual pujanza, sin los cua les no podría llevarse a cabo una observación correcta y definitiva, 3 Nigidio Fígulo, frag. 87 Swoboda. Cf. NA 3,10,2 y nota a 2,22,31. Ambos tér minos vienen a traducir lo que el griego conoce como p???e t??, planeta. 104 Libro XIV y a los que los hombres no pueden ver a causa de su brillo y altura excesivos. 13 “En efecto -decía él-, determinadas estrellas son vi sibles desde ciertas regiones y los hombres de esas regiones las conocen; en cambio, esas mismas estrellas no son visibles desde cualquier otro punto geográfico, resultando completamente desco nocidas para el resto de los hombres. 14 Y, suponiendo -añadía Favorinoque sólo hayan podido observarse esas estrellas y desde un solo punto geográfico, ¿qué objeto ha podido tener tal observa ción? ¿Qué condiciones climáticas han sido las adecuadas para verlas? ¿Qué presagiaban su conjunción, su circunvolución o su tránsito? 15 Porque, si la observación comenzó a hacerse teniendo en cuenta cuál era la forma, la figura y la posición de las estrellas en el momento del nacimiento de una persona, y, a partir de ese primer instante de la vida, es posible establecer cuál será su suerte, su carácter, su manera de ser, los avatares de sus asuntos y nego cios y, en fin, el desenlace mismo de su vida, y, a medida que se gana experiencia, se pusiera todo eso por escrito, pasado el tiempo, cuando esas mismas estrellas estuvieran en el mismo lugar y en la misma posición, podría establecerse que las mismas cosas les su cederían también a todos aquellos que hubieran nacido en ese mismo momento. 16 Si la observación empezó de esta manera y, como resultado de esa observación, se constituyó de una vez por todas una ciencia, es evidente que dicha ciencia no puede ya pro gresar en modo alguno, 17 Por tanto, que digan durante cuántos años o, mejor, durante cuántos siglos podrá llevarse a cabo este ci clo de observaciones”4. 18 Decía Favorino que entre los astrólogos existía la certeza de que esas estrellas, que llaman errantes y que parecen ser anunciadoras de todas las cosas, después de un número incontable y casi infinito de años, retornan todas de nuevo con la misma apariencia al mismo lugar de donde partieron, de tal manera que ninguna serie ininterrumpida de observaciones ni testimonio histórico-literario alguno ha podido perdurar durante un periodo temporal tan prolongado. 19 Y opinaba que debía tenerse también en consideración, fuere cual fuere su alcance, el postulado según el 4 Ei establecimiento de unas leyes definitivas basadas en el análisis de cada mo mento sólo podría completarse después de haber observado todas las circunstancias susceptibles de darse en un ciclo temporal completo, tras el cual los astros se alinearí an de nuevo como al comienzo del ciclo precedente y se inciaría otro nuevo ciclo. Ese periodo temporal, denominado magnus annus, varía según los autores: para Aristarco de Samos alcanzaba 2.484 años (algunos editores lo han corregido en 2.434); para Sexto Empírico, 9.977; para Heráclito, 10.800, sobre una base sexagesimal (602 x 3) que parece tener un origen babilónico; etc. Véase Cicerón, Adiv. 2,97, donde se burla de la creencia de que los babilonios estudiaron y aplicaron la teoría astrológica duran te 470.000 años. 105 Libro XIV cual existe un primer agrupamiento de estrellas en el instante mis mo en que el ser humano es concebido en el vientre de su madre, y otro agrupamiento distinto en el momento en que es dado a luz al cabo de los diez meses, y preguntaba qué sentido tenía efectuar dos diferentes deducciones sobre una misma persona, si, como afirman los astrólogos, cada una de las distintas posiciones y trayectorias de las estrellas predestina destinos diferentes5. 20 Más aún, decía que, en el momento de la boda, cuya finalidad es la procreación, y en el momento mismo del coito del hombre y de la mujer, era pre ciso que la disposición cierta y necesaria de las estrellas anunciase ya qué tipo de personas nacerían y cuál sería su destino; e incluso mucho antes, en el momento mismo de nacer el propio padre y la madre, el horóscopo hubiera debido ya predecir cómo habrían de ser aquellos que ellos engendrarían, y así ir remontándose progre sivamente, hasta el infinito, de tal manera que, si esa disciplina tie ne algún fundamento de verdad, ya desde hace cien siglos e inclu so más, desde el primer momento en que surgieron el cielo y el mundo, y de ahí en adelante, por los continuados pronósticos cada vez que nacían ancestros de un determinado ser humano, esas es trellas hubieran debido anunciar de antemano cuál sería el carácter y el destino de ese hombre que ha nacido hoy. 21 “¿Cómo es posi ble -decía Favorinocreer que, según la configuración y la posi ción de cada una de las estrellas, a cada hombre en particular le es té reservado un destino y una suerte absolutamente únicos y que esa configuración se recupere al cabo de muchos siglos, si esos mismos indicios reveladores de la vida y del destino de un deter minado hombre, con intervalos tan breves y a través de cada uno de los eslabones de los ancestros, en un infinito orden de sucesio nes, resultan ser tan frecuente y tan repetidamente iguales, siendo así que la configuración de las estrellas es distinta? 22 Pero, si esto es posible y se admite tal diversidad y variedad en todos los esla bones de la antigüedad en orden a revelar los comienzos de los hombres que nacerán más tarde, esta falta de coherencia perturba la observación y confunde todo el sistema de esta ciencia”. 23 Pero lo que, en su opinión, resultaba absolutamente intole rable era que se pensase que, no sólo los sucesos y acontecimientos externos, sino también las propias decisiones humanas, pensa mientos, distintos actos volitivos, apetencias, inclinaciones y re chazos casuales y repentinos de los espíritus en las cuestiones más baladíes, así como sus íntimos secretos, estén regidos y gobemas Era cuestión debatida entre los astrólogos si el horóscopo debía establecerse en el momento de la concepción o en cl del nacimiento. 106 Libro XIV dos desde lo alto del cielo: como si, cuando decides ir a los baños y luego decides que no y nuevamente decides que sí, eso no depen diera de un movimiento anímico desigual y distinto, sino de un movimiento inevitable de retomo de las estrellas errantes a su pun to de partida, de tal manera que los hombres no parecieran en ab soluto lo que se califica de ?????? ??a (‘animales racionales’), si no unos títeres divertidos que hacen reír, puesto que no hacen nada por su propia decisión y arbitrio, sino que son las estrellas las que los guían y conducen. 24 “Y, si afirman -seguía diciendoque se pudo predecir si de la batalla resultaría vencedor el rey Pirro o Manio Curio6, ¿por qué no se atreven a pronunciarse sobre cuál de los jugadores resultará vencedor en el juego de los dados o de la morra? ¿Será que conocen los grandes acontecimientos e ignoran los pequeños, y que los menores son más difíciles de escudriñar que los mayores? 25 Ahora bien, si reivindican para sí las cosas grandes y dicen que son más inteligibles y que pueden compren derlas más fácilmente, quiero que me respondan, ante el espec táculo del mundo entero, frente a las obras tan grandes de la natu raleza, qué es lo que consideran grande de los pequeños y breves asuntos y cuestiones humanas. 26 Y quiero también que me res pondan a esto: si el instante en que el hombre recibe su destino al nacer es tan breve y fugaz que en ese mismo punto y bajo el mis mo círculo celeste no pueden nacer varios a la vez con la misma disposición respectiva de los astros, y, si en virtud de esto mismo, ni siquiera los gemelos tienen la misma suerte en la vida, puesto que no han sido alumbrados en el mismo instante temporal, ruego que me respondan cómo y de qué manera son capaces de aprehen der o de percibir ellos mismos y de asir el paso fugaz de ese míni mo instante, apenas aprehensible para el pensamiento, cuando di cen que en la sucesión tan veloz y vertiginosa de los días y las no ches los instantes más pequeños provocan mutaciones enormes”. 27 Finalmente, preguntaba qué se podía decir en contra de que personas de ambos sexos y de todas las edades, nacidas bajo mo vimientos distintos de esas estrellas y en países muy distantes de aquellos en los que fueron engendrados, sin embargo, todas ellas morían a la vez y con el mismo tipo de muerte y en el mismo ins tante temporal, cuando se derrumban las casas, cuando son con quistadas las ciudades o cuando son sepultadas por una ola en el 6 Pirro, rey del Epiro, jugó su última baza cn suelo italiano el 275 a.C., cerca de Benevento, en el Samnio, frente a las tropas romanas bajo el mando de Mario Curio Dentato, cónsul del 290 a.C., cuando puso fm a la III Guerra samnita tras su victoria sobre este pueblo. También en esta ocasión resultaría vencedor frente a Pirro. 107 Libro XIV mismo barco. 28 “Evidentemente -siguió diciendo Favorino-, esto no sucedería nunca, si cada uno de los momentos de nacer asigna do a cada individuo tuviera sus propias leyes. 29 Porque, si dicen que en la muerte y vida de las personas, nacidas incluso en tiempos distintos, pueden acaecer algunas cosas iguales o similares a causa de ciertas conjunciones iguales de las estrellas, ¿por qué no puede ser que alguna vez todas las cosas resulten iguales también, de tal manera que, en virtud de tales concurrencias y similitudes estela res, existan muchos Sócrates, muchos Antístenes y muchos Plato nes del mismo género, la misma figura, el mismo talento, la misma manera de ser, la misma vida y una muerte igual? 30 Esto es impo sible. Por eso, no pueden utilizar honradamente este argumento en contra de los nacimientos desiguales de personas y en contra de las muertes iguales”. 31 Decía, no obstante, que no tenía en cuenta ni tampoco les preguntaba qué tenían que decir de las moscas, de los gusanos, de los erizos de mar y de otros muchos seres diminutos que viven en la tierra y en el mar, si el tiempo, el modo y la causa de la vida y de la muerte de los hombres y de todas las cosas humanas residían en las estrellas; o si también estos seres nacían con las mismas leyes que los hombres, y con las mismas se extinguían también; o cómo los movimientos de las estrellas del cielo infunden a los renacuajos y a los mosquitos su destino en el momento de nacer; o cómo, si ellos no piensan en esto, no se aprecia ninguna razón por la que esa fuerza de los astros actúa sobre los hombres y no sobre lo demás. 32 Éstas son las notas áridas, desaliñadas y casi desordenadas que nosotros logramos tomar. Sin embargo, Favorino, que fue un hombre de gran talento y cuya elocuencia en griego fue, a la vez, exuberante y bella, desarrollaba estas ideas con gran amplitud, amenidad, brillantez y fluidez, y nos exhortaba con frecuencia a que estuviéramos prevenidos para que esos impostores no nos con vencieran subrepticiamente de sus creencias, ya que a veces dan la impresión de propalar y esparcir alguna que otra verdad. 33 “Por que -tales fueron sus palabrasno dicen cosas definidas, claras e inteligibles, sino que se apoyan en conjeturas infundadas y ambi guas, y caminan a tientas entre mentiras y verdades, como rodea dos de tinieblas, y, a lo mejor, tras probar muchas cosas, se topan de repente y sin saberlo con una verdad, o, gracias a la gran credu lidad de quienes los consultan, consiguen astutamente llegar a co sas verdaderas, dando por ello la impresión de remedar con más facilidad la verdad con respecto al pasado que con respecto al futu ro. No obstante, todas esas cosas verdaderas, que dicen de modo 108 Libro XIV fortuito o gracias a su astucia, no son ni una milésima parte en comparación con el resto de mentiras”. 34 Aparte de esto que le oímos decir a Favorino, recuerdo mu chos testimonios de poetas antiguos, con los que refutan tales am bigüedades y falacias. Uno de esos testimonios es aquello de Pa cuvio7: “Porque, si son capaces de prever el futuro, que se procla men iguales a Júpiter”. Y también aquello de Accio8: “No me fío de los augures que llenan de palabras los oídos ajenos y abarrotan de oro sus casas”. 35 El mismo Favorino, en un intento de alejar y apartar a los jóvenes de esos astrólogos y de otras gentes de la misma calaña, que con sus prodigiosos saberes prometen revelar todo lo que va a suceder, concluía con los siguientes argumentos, a tenor de los cuales en modo alguno había que acudir a ellos, ni consultarlos: 36 “O dicen que va a suceder algo bueno o algo malo. Si anuncian al go bueno y se equivocan, serás desgraciado esperándolo en vano; si anuncian algo malo y se equivocan, serás desgraciado temiéndo lo en vano; si su respuesta resulta verídica y no anuncian cosas buenas, serás desgraciado por saberlo, antes de serlo por el destino; si prometen cosas felices que han de cumplirse, habrá dos claros inconvenientes: la espera te fatigará, al mantenerte pendiente de la esperanza, y, por otro lado, la esperanza te habrá marchitado el fru to de la alegría. Por lo tanto, en modo alguno hay que recurrir a esa calaña de personas que anuncian lo que va a pasar”. ?. Disertación de Favorino respondiendo a una pregunta mía sobre la función de juez9. 1 Desde el primer momento en que fui elegido por los pretores como uno de los jueces que se hacen cargo de los llamados juicios privados, busqué libros escritos en ambas lenguas sobre la función de juez, para, como joven que era, sacado de las narraciones poéti cas y de los discursos retóricos y llamado a juzgar pleitos, poder conocer la jurisprudencia por medio de estos maestros que llaman mudos, puesto que carecían de una voz, digamos, viva. Así, fuimos instruidos y aleccionados en aplazamientos y dilaciones y en algu nas otras cuestiones legales por la propia Ley Julia10 y por los Co 7 Pacuvio, jr ag. 407, vol. V, Ribbeck. 8 Accio, /i-ag. 169, vol. V, Ribbeck. 9 Un análisis de este capítulo puede verse en C.S. T om u l e s c u , “An aristocratic Roman interpretation at Aulus Gellius”, RIDA 17, 1970,313-317. 10 Se trata de la Lex lulia iudiciorum privatorum que, posterior a la Lex Aebutia (Cf. Hist. Nat. 16,10,8), introdujo correcciones en lo que atañía al procedimiento ju109 Libro XIV mentarlos de Masurio Sabino11 y de algunos otros jurisperitos. 2 Sin embargo, estos libros ninguna ayuda me prestaron en las am bigüedades habituales de los procesos ni en las situaciones dudosas donde concurrían razones diversas. 3 Porque, aunque los jueces han de tomar decisiones según el estado de las causas que tienen delante12, existen, sin embargo, ciertos consejos y preceptos de ca rácter general, con los que el juez debe armarse y prepararse antes del juicio frente a incidentes imprevisibles y futuras complicacio nes, como la que en aquella ocasión me surgió a mí, relativa a una ambigüedad incomprensible para encontrar una sentencia13. 4 Ante mí se presentaba una reclamación de dinero que, según decían, había sido entregado y pagado; pero quien reclamaba decía que tal cosa no se demostraba ni con tablillas ni testigos, y se apo yaba en argumentos poco sólidos. 5 Sin embargo, había constancia de que él era un hombre muy honorable, de probada y conocida honradez y de vida intachable, y se traían a colación muchos y no tables ejemplos de su nobleza y sinceridad; 6 en cambio, se demos traba que aquel a quien se reclamaba era un hombre de consi derable fortuna, pero de vida indecente y sórdida, convicto de mentiras entre la gente, sumamente insidioso y fraudulento. 7 Éste, no obstante, a una con sus numerosos abogados, gritaba que debía ser probado ante mi que el dinero había sido entregado, siguiendo los trámites habituales: desembolso del dinero, cuentas bancarias, presentación del recibo14, firma de las tablillas, comparecencia de testigos; 8 que si ninguno de todos estos extremos era probado con nada, era preciso dejarlo en libertad y condenar a su oponente por calumnia; que todo cuanto se decía de la vida y hechos de cada uno resultaba inútil, puesto que se trataba de una reclamación de dinero ante un juez privado, no de una cuestión moral ante los cen sores. dicial. _ 11 Para Masurio Sabino, cf. nota a 3,16,23 e Índice onomástico. 12 Este ‘estado de la causa’ (causae status vel constitutio) era definido por Quinti liano (Inst. Orat. 3,6,42) así: quae appellatio dicitur dicta vel ex eo quod ibi sit primus causae congressus vel quod in hoc causa consistat. 13 P. d e F ranctsci, “La prova giudiziale. (A proposito di Gellio NA XIV 2)”, Helikon 1,1961,591-604. 14 El término empleado es chirographum. En realidad, se trataba de la presenta ción del asentamiento en un libro de cuentas llevado por un ‘contable’ oficial, si bien la etimología del término hace referencia a un documento salido de la propia mano del interesado. Cf. Cicerón, Verr. 2,1,91, Filípicas 2,8, Bruto 277, Epíst. Fam. 2,13,3, Quintiliano, Inst. Orat. 6,3,100, Séneca, Controv. 6,1. Contra las posibles falsifica ciones de esa contabilidad puede verse Suetonio, Nerón 17. 110 Libro XIV 9 Entonces unos amigos míos presentes allí, a quienes había pedido asesoramiento, hombres experimentados y famosos por sus actuaciones como abogados, forjados en las lides forenses y siem pre interesados en las causas complejas, decían que había que dar por cerrado el juicio, porque no había duda alguna de que debía ser absuelto aquel que era acusado de haber recibido dinero sin poder probarlo con argumento alguno fehaciente. 10 Sin embargo, yo, al detener mi mirada sobre aquellos hombres, el uno honrado, el otro un sinvergüenza de vida sórdida y pésima reputación, no pude en modo alguno tomar la decisión de absolverlo. 11 Así pues, ordené aplazar la fecha y desde la sala del tribunal me encamino a ver al filósofo Favorino, a quien en aquella época yo acompañaba mucho en Roma, y le cuento tal como era todo lo que se había dicho de la causa y de aquellos hombres, y le pido que me instruya sobre aquella cuestión que me tenía paralizado y sobre todas las demás normas que debía observar yo en mis funciones de juez, para ser más clarividente en este tipo de cosas. 12 Entonces, al constatar Favorino nuestros escrúpulos, dijo: “Ciertamente, esto, sobre lo que ahora estás deliberando, puede considerarse un asunto de poca monta. Pero si pretendes que en todas tus actuaciones como juez vaya abriéndote yo el camino, no es éste el momento ni el lugar adecuado; 13 porque se trata de la discusión de una cuestión muy compleja e intrincada, que precisa gran solicitud y atención y mucho tiento. 14 En efecto, limitándo me ahora a enunciarte los puntos principales, la primera cuestión que se plantea sobre la función de juez es ésta: si, por casualidad, el juez conoce el problema sobre el que se litiga en su presencia y si, antes de comenzar el proceso y de ser planteado en juicio, sólo él ha tenido conocimiento e información de ese problema a raíz de algún otro asunto o por alguna circunstancia, y si tal cosa no se considera buena para el desarrollo de la causa, ¿debe el juez juzgar en función de lo que sabe con anterioridad al juicio o según lo que en él se diga? 15 También suele plantearse si en una causa previa mente conocida procede y conviene que el juez, siempre que haya posibilidad de arreglo, posponga sus funciones de juez durante un corto período de tiempo y asuma el papel de amigo común y como de pacificador. 16 Sé también que se plantean serias dudas sobre si el juez, durante el conocimiento de la causa, debe decir y preguntar lo que es preciso decir y preguntar, aunque aquel, a quien interesa que tales preguntas sean dichas y hechas, no las diga ni lo pida. Porque dicen que tal cosa es defender, no juzgar”. 111 Libro XIV 17 “Además de lo dicho, se discute también si es deber y obli gación del juez referirse y aludir en sus intervenciones al asunto que juzga, de tal manera que, con motivo de las cosas que de modo confuso y desordenado se van diciendo en su presencia, según se ve afectado en cada momento del juicio, deje entrever su actitud y opinión antes de pronunciar sentencia. 18 En efecto, los jueces que se consideran perspicaces y agudos piensan que la única forma de investigar y desentrañar un asunto en trámite es que, quien lo trae entre manos, descubra sus sentimientos y soiprenda los de las par tes encausadas, sirviéndose para ello de frecuentes interrogatorios y de las entrevistas que sean necesarias. 19 En cambio, los jueces considerados más tranquilos y sosegados afirman que, mientras se dilime el pleito, antes de pronunciar sentencia, el juez no debe ma nifestar su sentir cuantas veces se siente conmovido por la propo sición de un argumento; pues lo que sucedería -dicenes que, a causa de la variedad de proposiciones y de argumentos, el juez se vería precisado a soportar reacciones muy diferentes, y daría la im presión de que sus opiniones y sus intervenciones resultan ser muy distintas a lo largo de una misma causa y de unas mismas circuns tancias”. 20 “Pero de éstas y de otras cuestiones similares relativas a la función judicial intentaremos expresar nuestra opinión más adelan te, cuando haya ocasión y examinemos los normas a las que, según Elio Tuberón15, debe atenerse la función de un juez, y que hemos leído muy recientemente”. 21 “En cuanto al dinero que, según dijiste, es reclamado ante el juez, te aconsejo ¡por Hércules! que sigas el criterio de Marco [Porcio] Catón, hombre muy sabio, quien en el discurso que pro nunció contra Gneo Gelio16, en su Defensa de L. Turio, dijo que, según la tradición observada por los antepasados, si una transac ción entre dos personas no podía demostrarse con tablillas ni testi gos, entonces que se preguntara ante el juez que conocía la causa quién de ellos era mejor persona y, si ambos eran igualmente bue nos o malos, que se diera crédito a quien era objeto de la reclama ción y que se emitiera veredicto favorable a éste. 22 Ahora bien, en esta causa sobre la que tú vacilas, el mejor es el que reclama, el peor el reclamado, y la transacción se llevó a cabo entre ellos so los, sin testigos. 23 Vete, pues, y otorga tu confianza a quien re clama y condena al reclamado, puesto que, por lo que dices, no son iguales, sino que quien reclama es mejor persona”. 15 Para Q. Elio Tuberón, cf. nota a 1,22,7. 16 Vcase nota a 13,23,13. 112 Libro XIV 24 Esto es lo que me aconsejó entonces Favorino, como conve nía a un filósofo. 25 No obstante, yo consideré que el asunto exce día mi edad y mi escasa sabiduría y que daba la impresión de haber juzgado y condenado por una cuestión moral, no por pruebas de un hecho cometido; a pesar de lo cual, no pude convencerme de que debía dictar sentencia absolutoria, por lo que juré que yo no tenía claros los criterios al respecto y fui liberado de aquella función de juez. 26 Las palabras del discurso de Marco [Porcio] Catón aludido por Favorino son éstas17: “Recuerdo haber sabido por los antepasa dos lo siguiente: si, entre dos personas, una reclamara algo al otra, siendo ambas igualmente buenas o malas, y las dos llevaron a cabo el asunto de tal manera que no intervinieron testigos, hay que creer preferentemente a quien es objeto de reclamación. Ahora bien, si Gelio hubiera hecho una promesa solemne'8 a Turio, salvo que Ge lio fuera mejor persona que Turio, nadie, en mi opinión, estaría tan loco como para juzgar que Gelio es mejor que Turio; pues, si Gelio no es mejor que Turio, es preciso, más bien, creer a quien es objeto de reclamación”. III. ¿Fueron Jenofonte y Platón rivales y enemigos entre sí? 1 Quienes escribieron obras primorosas sobre la vida y costum bres y otros muchos aspectos de la vida de Jenofonte y de Platón opinaron que hubo entre ellos algunas manifestaciones tácitas y ocultas de rivalidad y enemistad mutua19 y extrajeron de los escri tos de ambos algunas supuestas pruebas de ello. 2 Son las siguien tes: En sus libros tan numerosos Platón jamás nombra a Jenofonte, y, a su vez, Jenofonte tampoco nombra en los suyos a Platón, por más que ambos, especialmente Platón, mencionan en sus diálogos a muchos seguidores de Sócrates. 3 Creyeron también que era un indicio de su escaso afecto y amistad el que Jenofonte, tras leer apenas los dos primeros libros publicados de aquella célebre obra de Platón sobre el estado ideal y el gobierno de la ciudad20, la criti có y escribió una obra sobre las diferentes maneras de administrar 17 Catón, frag. 206 Malcovati. 18 El término técnico latino era sponsio, convenio verbal entre dos partes, una de las cuales se comprometía formalmente a abonar una detenninada cantidad de dinero. 19 Sobre la supuesta rivalidad entre Jenofonte y Platon, véase J. Ge f fc ke n, “Antiplatonika”, Hermes 64, 1939, 98ss. Diógenes Laercio ( Vida de Platón 3,34) apunta que ambos pensadores abordaron idénticos temas sin mencionarse mutuamente, como si entre ellos existiera una oculta enemistad. De hecho, Platón no alude jamás a Jeno fonte, y éste cita una sola vez, de manera pasajera, a Platón, en Memorab. 3,6,1. 20 Esto es, el De re publica. 113 Libro XIV un reino, que llevó por título Ciropedia. 4 Dicen que este hecho y esta obra de Jenofonte disgustó tanto a Platón que, al hacer en un libro mención del rey Ciro21, para rebajar y desacreditar esa obra, dijo que Ciro había sido realmente un hombre valiente y decidido, pero que “su educación no había sido en absoluto la correcta”. Ta les son las palabras de Platón sobre Ciro. 5 Piensan, por otro lado, que a lo apuntado se añade el que en los libros que compuso con ‘comentarios a los dichos y hechos de Sócrates’ Jenofonte afirma que Sócrates jamás disertó sobre cues tiones relacionadas con el cielo y la naturaleza y que ni siquiera to có aquellas otras ciencias que los griegos llaman µa??µata (‘cien cias matemáticas’)22, que no buscan el vivir feliz y honradamente; por lo cual afirma que mienten torpemente quienes atribuyen a Só crates disertaciones de este tipo. 6 “Cuando Jenofonte escribió esto -dicen-, alude claramente a Platón, en cuyos libros Sócrates diserta sobre cuestiones de música, naturaleza y geometría”. 7 Yo pienso, no obstante, que, si hay que creer o sospechar esto de unos hombres tan nobles y responsables, la causa de ello no es ciertamente la maledicencia, ni la envidia, ni la competencia por alcanzar mayor renombre; porque este tipo de cosas son ajenas a las costumbres de la filosofía, en las que ambos sobresalieron, se gún la opinión general. 8 ¿Cómo se llegó entonces a formaiesta opinión? Sin duda así: con frecuencia la propia equiparación e igualdad de virtudes semejantes, aunque no exista voluntad y de seo de confrontación, crea, sin embargo, una rivalidad aparente. 9 En efecto, cuando dos o más personas de gran talento han adquiri do celebridad en un mismo campo del saber o tienen igual o pare cido renombre, surge entre los seguidores de cada uno de ellos cierta competencia por ensalzar y elogiar su talento. 10 Y, con el tiempo, también llega hasta ellos mismos el olor contagioso de la rivalidad ajena; y la carrera en que ellos van pisándole los talones a la virtud, cuando es pareja y ambigua, suele derivar hacia sospe chas de rivalidad, no por culpa suya, sino por el fervor de los se guidores. 11 Por eso, se pensó que Jenofonte y Platón, dos estrellas de la habilidad socrática, competían y rivalizaban entre sí, porque a propósito de ellos otros discutían cuál era superior y porque, cuando dos eminencias se ponen juntas, se elevan hasta el cielo, dando la impresión de competencia y rivalidad.
IV. Con el ritmo y colorido de las palabras Crisipo pintó una imagen
de la Justicia de una manera muy acertada y gráfica.
1 En el libro I de su obra titulada La belleza y el placer Crisipo pintó y, ¡por Hércules!, que lo hizo con toda propiedad y belleza la boca de la Justicia, sus ojos y su rostro con los colores severos y sublimes de las palabras.
2 En efecto, dibuja una imagen de la Justicia y dice que los pintores y oradores antiguos solían perfilarla más o menos así: “Figura y rasgos de una joven, mirada dura y temible, brillo muy vivo en sus ojos, ni sumisa ni amenazante, pero con la dignidad de cierta tristeza venerable”.
3 Por el significado de esta imagen quiso dar a entender que el juez, que es sacerdote de la Justicia, ha de ser serio, íntegro, severo, incorrupto, insobornable, inmisericorde con los malvados y culpables, inexorable, rígido, firme, con autoridad, terrible por la fuerza y majestad de la equidad y la verdad.
4 He aquí las palabras textuales que escribió Crisipo sobre la justicia: “Se dice que es virgen, para simbolizar que es insobornable y que en modo alguno transige ante los malvados, ni presta oídos a palabras indulgentes, ni a súplicas, ni a ruegos, ni a adulaciones, ni a nada que a ello se parezca. Acorde con esto, se la representa también con aspecto sombrío, mostrando el rostro ceñudo y mirando de manera tensa y penetrante, de modo que suscite temor a los inicuos, pero inspire confianza a los justos, siendo su semblate amable para éstos, y hostil, en cambio, para aquellos otros”.
5 En mi opinión, estas palabras de Crisipo han de ser consi
deradas como adecuadas para reflexionar y pensar, precisamente
porque, cuando nosotros las leíamos, unos expertos en ciencias di
fíciles nos dijeron que ésta era la imagen de la Crueldad, no de la
Justicia.
V. Relato de la reñida contienda de unos gramáticos célebres en
Roma sobre el caso vocativo de la palabra egregius.
1 En cierta ocasión, estando yo cansado por la prolongada me
ditación, paseaba por los jardines de Agripa25 para relajarme y des
23 S. RiCCOBONO, “Humanitas. L’idea di humanitas come fonte di progresso del
diretto”, en Studi Biondi, Milán 1865, pp.542-614 del vol. II.
24 Crisipo, Memorables 1,1,11. Sobre Crisipo, vcase nota a 1,2,10.
25 Se trataba de una paraje aledaño al Campo de Marte, entre la vía Lata y las co
linas, propiedad de la familia de Agripa, cuya hermana Polia lo había hecho ajardinar
para uso público. Cf. las siguientes obras: F.W. SHIPLEY, Agrippa 's building activities
in Rome, Washington Univ. Stud. I V , St. Louis 1933, pp.73-77. L. R i c h a r d s o n , A
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Libro XIV
cansar. Y, al ver casualmente allí a dos gramáticos de gran fama en
Roma, asistí a un enconado debate entre ellos, cuando uno preten
día que en caso vocativo había que decir vir egregi y, el otro, que
vir egregie (hombre egregio)26.
2 La razón que esgrimía quien opinaba que debía decirse egregi
fue ésta: “Cualesquiera términos o palabras, cuyo nominativo sin
gular termina en us y en cuya última sílaba hay una /, todos ellos
hacen el vocativo en i fínal, como Caelius (Celio) hace Caeli, mo
dius (modio) modi, tertius (tercero) terti, Accius (Accio) Acci, Ti
tius (Ticio) Titi, y así todos los que terminan de modo semejante.
Por tanto, egregius, puesto que su nominativo termina en us y esa
sílaba va precedida de una /, deberá tener una i fínal en vocativo;
por lo que será más correcto decir egregi que egregie. En efecto,
divus (divino), rivus (río) y clivus (colina) no terminan en la sílaba
us, sino en una sílaba que debe escribirse con doble u, y para ex
presar el sonido de esa palabra fue descubierta una letra nueva que
se llamó digamma”27.
3 Cuando el otro oyó esto, replicó: “Oh, egregie gramático o, si
prefieres, egregissime (muy egregio); dime, por favor, cómo es el
vocativo de inscius (ignorante), impius (impío), sobrius (sobrio),
ebrius (ebrio), proprius (propio), propitius (propicio), anxius (an
gustiado) y contrarius (contrario), que terminan en la sílaba us y
tienen una i delante de la última sílaba; porque el pudor y la ver
güenza me impiden pronunciarlos según tu definición”. 4 El otro,
contrariado por la oposición de tales palabras, permaneció callado
un momento, pero enseguida se repuso y mantuvo y defendió la
misma regla que había expuesto y dijo que proprius, propitius,
anxius y contrarius debían hacer el vocativo lo mismo que adver
sarius y extrarius, y que también inscius, impius, ebrius y sobrius
eran un poco irregulares, pero que era más correcto formar su vo
cativo con i que con e.
Y como esta disputa entre ellos llevaba trazas de alargarse mu
cho, consideré que no merecía la pena continuar escuchando tales
cosas y los dejé enzarzados a gritos en el debate28.
new topographical dictionary o f ancient Rome, Baltimorc-Londres (The Johns Hop
kins Univ. Pr.) 3 992, p. 19 6 . E.M. St e i n b y , Lexicon topographicum Urbis Romae,
Roma (Quasar) 1993, pp.2I7 del vol. I.
26 Sobre ia forma del vocativo de las palabras en -ius, véase M. L e u m a n n , Lat.
Laiitimd Formenlehere, Munich (Beck) 1977, p p . 127-139.
27 El problema radica en la diferencia entre la u (como simple vocal) y la u (como
semicononante (wau o digamma). Cf. M. Le u m a n n , Lat. Lantund Formenlehere,
Munich (Beck) 1977, p. 138.
28 G, B e r n a r d i Per i n î , “Emendazione Gciliane”, R C C M 18, 1976, 143-159, aquí
p.148.
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VI. De qué tipo son algunas enseñanzas que tienen apariencia de
erudición, pero que no resultan ni agradables ni útiles; así mismo, cam
bios de nombres de algunas ciudades.
1 Un conocido nuestro29, de cierto prestigio en el cultivo de las
letras, que había dedicado gran parte de su vida a los libros, dijo:
“Quiero colaborar en el embellecimiento de tus
Noches”. Y, al de
cirlo, me entrega un libro muy voluminoso que rebosaba, como él
mismo decía, todo tipo de conocimientos y que había sido elabo
rado por él a partir, según dijo, de muchas y variadas lecturas des
conocidas, para que yo tomara de él cuantas cosas dignas de re
cuerdo me pluguiera. 2 Lo recibo con gusto y avidez, como si hu
biera conseguido el Cuerno de la Abundancia, y me encierro a
leerlo sin testigos.
3 Mas lo que allí había escrito ¡Júpiter poderoso! eran puras
maravillas: quién fue el primero que recibió el calificativo de gra
mático30, cuántos fueron los Pitágoras célebres31 y cuántos los
Hipócrates32, cómo dice Homero que fue el corredor (?a???) de la
casa de Ulises33 y por qué motivo Telémaco, cuando estaba acos
tado, no tocó con la mano a Pisistrato, que estaba acostado junto a
él, sino que lo despertó con una patada34; cómo Euriclia dejó ence
rrado a Telémaco35 y por qué motivo el mismo poeta desconoció la
rosa y conoció el aceite de rosas36. Y también estaban allí escritos
los nombres de los compañeros de Ulises raptados y despedazados
por la Escila37, y si Ulises anduvo perdido en el mar interior (?s?),
según Aristarco, o en el mar exterior (???), según Crates38. 4 Esta
ban, así mismo, registrados cuáles son en Homero los versos isop29 Para este capítulo, véase A. B a r i g a zzi , Favorino di Arelate. Opere, Florencia
1966, p.216.
30 Según Clemente de Alejandría (Stromata 1,16, p.5i), tal prerrogativa se la dis
putaban Apolodoro de Cumas y Eratóstenes de Cirene.
31 Se mencionan hasta cuatro Pitágoras de renombre. Cf. Plinio, Hist. Nat. 34,8,59
y Diógenes Laercio 8,25,46.
32 Pueden contabilizarse hasta veintitrés personajes de este nombre.
33 Homero,
Od. 22,128 y 137. Cf. J.B. W a r d P erktns, “Notes on the Homeric
House”, J H S 1 1, 1951,209.
34 Homero, Od. 15,44.
35 Homero, Od. 1,441.
36 Homero, Od. 23, 186.
37 Homero, Od. 12,245.
38 Disquisición propia de los Zetémata, aún rastreable en Séneca, Epi.it. Mor.
88,7. Por ‘mar exterior’ se entendía el Atiántico. En cuanto al enfrentamiento entre
Aristarco de Samos y Crates de Malos, véase nota a 2,25,4.
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sefos39, cuáles son los nombres pa?ast????(acrósticos) que allí
aparecen e incluso en qué verso aumenta el número de sílabas a
medida que se suceden las palabras40; y también por qué motivo
dijo que cada oveja paría tres veces cada año41, y si, de las cinco
capas con que se reforzó el escudo de Aquiles42, la que estaba he cha de oro era la superior o la del medio; y, además, qué nombres
de ciudades o regiones han cambiado: en efecto, Beocia antes se
llamó Aonia, Egipto Aeria y Creta recibió también el nombre de
Aeria, Ática se llamó Acte, Corinto Ephyre, Macedonia ?µa??a,
Tesalia ??µ???a, Tiro Sarra, Tracia se llamó antes Sithon