Aristóteles

Sobre la retórica

 



LIBRO PRIMERO ,  LIBRO 2 , LIBRO 3
CAPITULO 1

LA RETORICA. DEFINICIÓN Y RELACIONES ENTRE ELLA Y LA DIALÉCTICA

La retórica es correlativa de la dialéctica, pues ambas versan sobre cosas que, de alguna manera, son conocidas por todos y no las delimita o incluye ninguna ciencia. Por eso todos, en algún grado, participan de ambas, ya que todos hasta cierto punto intentan inquirir y resistir a una razón, defenderse y acusar. Y de ellos unos lo hacen al azar, otros mediante el hábito que nace del ejercicio.
Pero, puesto que de ambas -maneras
(1) L. c., pig. XXVI.
(2) Ib.
(3) J. H. Freese, Aristotle, nThe Art o/ Rhetoric
», Introduction, p&g. XXII. Londres, Heinemann,
1047.
(4) Ret. II, ».
(M Ib.
1354a
es posible, es evidente que también para
ello se podría determinar un camino;
pues aquello por lo que aciertan los que
siguen un hábito y los que obran instintivamente,
permite establecer o estudiar
la causa, de modo que todos reconocerán
que ello es obra de un arte.
Ahora bien, los que han sintetizado
los tratados del bien hablar, de ningún
modo, por así decirlo, nos han transmitido
ni una parte de ella; pues los argumentos
son solo propios del arte, y
todas las demás cosas son aditamentos;
y nada dicen de los silogismos, lo cual
es el cuerpo del argumento, y en cambio
pragmatizan en torno a lo exterior
del ejercicio retórico las más de las veces;
pues la aversión, la compasión, i a
ira y otros sentimientos del alma no
afectan al asunto, sino al juez. De manera
que, si acaeciera en todos los juicios
(«) Ret. n, 24.
(T) Freese, 1. c., pág. XXIII.
1354 a/1354 b
 lo que sucede en algunas ciudades,
y más en las que gozan de buenas leyes,
nada tendrían los tratadistas que,
decir; pues todos creen conveniente defender
así las leyes, y algunos además
lo hacen efectivo y prohiben hablar al
margen del asunto, como en el Areópago,
y tienen razón en esto; pues no
se debe desviar al juez, inclinándolo a
la ira, al odio o a la compasión; pues
sería lo mismo que si uno torciera la
regla de que debe servirse.
Está además claro que solo es propio
del que pleitea mostrar si el asunto es
o no es, si sucedió o no sucedió; y si
es grande o pequeño, justo o injusto, en
cuanto puede no haberlo decidido el
legislador, lo debe conocer el mismo juez
y no ser enseñado en ello por los que
pleitean.
Sobre todo conviene que las leyes rectamente
establecidas, en cuanto sea posible,
determinen por si mismas todas
las cosas y dejen lo menos posible a los
que juzgan: primero, porque es más
fácil escoger uno o pocos prudentes y
capaces de legislar y juzgar que elegir
muchos; luego, porque las leyes se dan
después de mucho tiempo de deliberar,
y los juicios son inmediatos, de manera
que es difícil que los que juzgan apliquen
con rectitud lo que es justo y conveniente.
Y, lo que ep mas que todo esto,
que el juicio del legislador no es según
lo particular, sino sobre lo que ha cíe
ser y lo universal, y en cambio el miembro
de la asamblea y el juez juzgan ya
sbore cosas presentes y determinadas,
ante las cuales está el amar y el odiar,
y muchas veces juega el propio interés,
de manera que en ningún modo es posible
tener suficientemente en cuenta lo
verdadero, sino que el propio gusto o daño
oscurece el juicio. Así pues, respecto
a las otras cosas, como decimos, conviene
que el juez sea arbitro de las menos
cosas posibles; pero es necesario
dejar a los jueces el decidir si algo
sucedió o no sucedió, si será o no será,
si es o no es; pues no es posible que el
legislador haya previsto todas estas cosas.
Y
si estas cosas son asi, es evidente
que, cuantos determinan las demás cosas,
tratan en el arte cosas marginales
al asunto, como es qué debe contener
el proemio o la narración y cada una
de las demás partes; pues en estas cosas
no atienden a otra cosa, sino a cómo
dispondrán al juez de tal manera, pero
nada enseñan sobre los argumentos sistematizados;
es decir, de aquello de
donde uno puede venir •& ser hábil en
la argumentación.
Por esto, al ser el mismo el método
para la oratoria demagógica que para
la forense y al ser más noble y más ciudadana
la oratoria política que la sinalagmática,
nada dicen sobre aquella,
sino que todos intentan reducir a arte
la que toca lo contractual, porque es
menos provechoso en los discursos demagógicos
tratar de las cosas marginales
al asunto y es de menos malicia la demagogia
que la oratoria forense, porque
es más común. Pues en esta el juez juzga
sobre cosas propias, de manera que
no se necesita más que demostrar que
así es como dice el que aconseja; pero
en los discursos forenses no es suficiente
esto, sino que es provechoso arrastrar
al oyente; pues el juicio versa sobre
cosas ajenas, de manera que, mirando
a sus cosas y escuchando lo que le» lisonjea,
conceden a los litigantes, pero
no juzgan. Y por eso en muchos sitios,
como dije al principio, la ley prohíbe
hablar nada que esté al margen del
asunto: si los mismos jueces cuidan
esto diligentemente.
Puesto que es evidente que el método
artístico se refiere a los argumentos y
que el argumento es una cierta demostración—
pues entonces damos realmente
fe a las cosas, cuando nos convencemos
de que algo está demostrado—, la
demostración retórica es un entimema
—y este es, por así decirlo, el más fuerte
de los motivos de credibilidad—, y el
entimema es una especie de silogismo
—y sobre el silogismo de cualquier clase
es propio que trate la dialéctica, o toda
entera o alguna parte de ella—> es evidente
que el que mejor puede considerar
esto, de qué premisas procede el silogismo
y cómo se forma, este puede ser
un hábil razonador, aL comprender sobre
qué cosas versa el entimema y qué
diferencias encierra respecto de los silogismos
lógicos; pues es propio de la misma
potencia comprender lo verdadero y
lo verosímil, pues los hombres son por
118  1354 b/1355 b
igual, según su naturaleza, suficientemente
capaces de verdad y la mayoría
de alcanzar la verdad; por eso, poseer
el hábito de la comprensión penetrante
de lo verosímil es propio del que también
lo tiene frente a la verdad.
Pues, que los demás disertan bajo forma
de arte sobre cosas marginales al
asunto y por qué se vuelven preferentemente
a lo forense, está claro; pero la
retórica es válida porque por naturaleza
son más fuertes la verdad y la justicia
que sus contrarios, de manera que, si
los juicios no resultan según deben, es
necesario que sean vencidos por estos
contrarios; y esto es ciertamente digno
de reprobación. Además, ante algunos
auditorios, ni aun poseyendo la ciencia
más acrisolada, sería fácil llegar a la
persuasión hablando con esta ciencia;
pues el discurso conforme a la ciencia
es propio de la enseñanza y esto es imposible,
antes es necesario estructurar
los discursos y los motivos de credibilidad
a partir de nociones comunes, de
la manera como decíamos en los Tópicos,
acerca de la discusión cara a cara
con la mayoría del pueblo.
Además es menester ser capaz de persuadir
a los contrarios, de la misma
manera que en los silogismos, no de manera
que realicemos ambas cosas, pues
no conviene convencer a nadie de las
cosas reprobables, sino para que no nos
pase por alto cómo es y para qué, cuando
otro se sirva injustamente de estas
mismas razones, sepamos deshacerlas.
Pues, de entre todas las demás artes
ninguna va a deducir las conclusiones
contrarías, sino solas la retórica y la
dialéctica lo hacen, pues ambas tratan
semejantemente de los contrarios. .Con
todo, los asuntos contrarios que sirven
de base no son semejantes, sino que
siempre lo verdadero y lo mejor son de
trabazón lógica más fuerte por naturaleza,
y de fuerza persuasiva más convincente,
absolutamente hablando.
Además, sería algo fuera de lugar si,
siendo vergonzoso no poderse ayudar del
propio cuerpo, no lo fuera no valerse
de la razón; lo cual es más característico
del hombre que la fuerza del cuerpo.
Porque si pudiera ser grandemente
perjudicial el que utilizara injustamente
esta fuerza de los razonamientos, eso
es cosa común a todos los bienes excepto
la virtud, y más en la medida en
que las cosas fueran más útiles, como la
fuerza física, la salud, la riqueza, el talento
militar; pues con tales cosas cualquiera
podría ser de gran utilidad o
causar gran daño, usando de ellas justa
o injustamente.
Así, pues, que la retórica no es de
ningún género definido, sino que es como
la dialéctica, y que es útil, es evidente;
y que su fin no es persuadir, sino considerar
los medios persuasivos para cada
caso, como en todas las demás artes
—pues tampoco es de la medicina realizar
la salud, sino encaminar a ello hasta
allí donde sea posible; pues también
es verosímil atender bien a los que no
pueden ya alcanzar la salud—; además,
que a la misma arte le corresponde lo
creíble y lo que aparece digno de crédito,
igual que son de la dialéctica el
silogismo y la apariencia de silogismo
—pues la sofística no está en la facultad,
sino en la intención- solo que allí
el orador lo será según ciencia o según
elección, y aquí el sofista lo será por
intención y el dialéctico no por intención,
sino por facultad—; intentemos,
pues, hablar ya del método mismo, cómo
y a partir de qué cosas podremos alcanzar
lo que nos hemos propuesto. De
nuevo, pues, como desde el principio,
una vez hemos definido lo que es la retórica,
digamos lo restante.
CAPITULO 2
DEFINICIÓN DE LA RETORICA.
ARGUMENTOS QUE UTILIZA
Sea, pues, la retórica la facultad de
discernir en cada circunstancia lo admisiblemente
creíble. Pues esto no es misión
de ninguna otra arte; pues cada
una de las demás es enseñanza y persuasión de lo que es su objeto propio,
como la medicina lo es de las cosas saludables
y de las nocivas, y la geometría
de las propiedades conjuntas de las
magnitudes, y la aritmética del número,
y semejantemente las restantes
artes y ciencias; en cambio, la retórica,
por así decirlo, parece ser capaz de
considerar los medios de persuasión acerca 1355
b/1356 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 2 119
de cualquier cosa dada, por lo cual
también decimos que ella no tiene su
artificio en ningún género específico determinado.
De entre los argumentos retóricos,
unes están fuera del arte y otros en él.
Llamo extra artísticos todos los que no
son hallados por nosotros, antes preexisten,
cuales son los testigos, confesiones
bajo tortura, documentos escritos y otros
semejantes; artísticos, en cambio, cuantos
por el método y por nosotros pueden
ser dispuestos; de manera que conviene
hacer uso de aquellos e inventar
estos.
De los argumentos procurados por el
razonamiento, hay tres clases: unos que
radican en el carácter del que habla,
otros en situar al oyente en "cierto estado
de ánimo, otros, en fin, en el mismo
discurso, por lo que en realidad
significa o por lo que parece significar.
Por el carácter, pues, cuando el discurso
se pronuncia de tal manera que
hace digno de crédito al que lo declama;
porque a las personas de buenas
costumbres las creemos más y antes, en
todas las cosas simplemente y en las
que no existe absoluta seguridad, sino
doble opinión, también enteramente.
También debe esto suceder por el discurso,
pero no porque se tenga prejuzgado
qué tal sea el que habla; porque
según algunos tratadistas observan, en
el arte no hay que considerar la honestidad
del que habla como de ninguna
importancia para la persuasión, sino que
se puede decir casi que el carácter representa
la prueba más definitiva.
Per los oyentes, cuando son arrastrados
a un sentimiento por el discurso;
pues no concedemos de igual manera
nuestras opiniones estando tristes que
estando alegres, o amando y odiando;
en lo cual solamente decimos procuran
ocuparse los tratadistas de hoy. Sobre
estas cosas, pues, se tratara por menudo
cuando hablemos de las pasiones.
Por el discurso creen, cuando mostramos
lo verdadero o lo que parece tal,
según lo que en cada caso parece percuasivo.
Puesto que los motivos de credibilidad
se dan por medio de lo persuasivo, es
evidente que sabe manejar estos argumentos
el que sabe razonar lógicamente
y el que es capaz de observar los caracteres
y las virtudes, y en tercer lugar
el que puede observar lo que toca
a las pasiones, qué es cada una de ellas
y qué tal, y de qué cosas se origina y
cómo; de manera que la retórica viene
a ser como algo que ha crecido junto a
la dialéctica y al estudio de las costumbres
o caracteres, al cual es justo denominar
política. Por esto también se encubre
la retórica bajo la figura de la
política y también los que hacen valer
sus derechos sobre ella, ya por ineducación,
ya por jactancia o también por
otras causas humanas; pues es, sí, una
parte de la dialéctica y semejante a
ella, como decíamos al comenzar; pues
ninguna de las dos es ciencia cuyo objeto
sea cómo es algo determinado, sino
como ciertas facultades de procurar razones.
Así pues, sobre el significado de estas
y de como se relacionan unas con otras,
se ha dicho casi suficientemente; de
las cosas persuasivas por medio de la
demostración o de la aparente demostración,
igual que en la dialéctica se da
la inducción, el silogismo o el falso silogismo,
también aquí ocurre de modo semejante;
pues el paradigma o ejemplo
es una inducción, el entimema es un
silogismo—y el entimema aparente un
silogismo aparente—. Llamo entimema
al silogismo retórico, y paradigma a la
inducción retórica. Pues todos proponen
los argumentos para su demostración
diciendo ejemplos o entimemas y ninguna
otra cosa fuera de esto; de manera
que es totalmente necesario que
cualquier cosa sea demostrada p haciendo
silogismo o razonando por inducción—
y esto nos es evidente por ios
Analíticos—, y es necesario que cada
uno de ellos—entimema y paradigma—
corresponda a cada uno de estos—silogismo
e inducción.
Cuál sea la diferencia entre el paradigma
y el entimema, es evidente por
las Te/picos—pues allí se ha hablado primero
del silogismo y la inducción—,
porque el demostrar por muchas y semejantes
cosas que algo es así, allí es inducción;
aquí en cambio ejemplo; y, supuestas
ciertas proposiciones, concluir
de ellas otra nueva, al margen de ellas
] porcue ellas existen totalmente o en
120  1356 b/1357 b
su mayor parte, se llama allí silogismo
y aquí entimema.
También resulta claro que las dos especies
de la retórica tienen su excelencia;
pues, como se dice en la Metódica,
en ambos se da su excelencia de semejante
modo, pues unos son ejercicios retóricos
paradigmáticos y otros a base de
entimemas, y semejantemente los oradores
unos son paradigmáticos y otros
entimemáticos. Pues no son menos persuasivos
los discursos a base de paradigmas,
aunque son más aplaudidos los
fundados en entimemas. Y la causa de
estos y cómo debe ser utilizado cada
uno, lo diremos más adelante; ahora
explicaremos con más precisión estos
mismos razonamientos.
Puesto que lo persuasivo lo es para alguien,
y unas veces se impone en seguida
por sí mismo como persuasivo o
creíble, otras parece ser probado por
razonamientos; y ningún arte atiende a
lo particular, como la medicina que no
atiende a qué es saludable ¡para Sócrates
o para Callas, sino a lo que lo es
para el que es de tal género o a los que
son de tal otro modo—pues esto es lo
propio de un arte, ya que lo individual
es ilimitado y no científico—; tampoco
la retórica considerará lo individualmente
digno de crédito para Sócrates o para
Hipias, sino lo digno de crédito para
cualquiera, como la dialéctica hace. Pues
tampoco aquella hace sus silogismos de
cualquier cosa que se ofrezca al azar
—aunque así parezca a los insensatos—,
sino de las cosas que precisan de la razón,
así la retórica lo hace de las cosas
de que se acostumbra a deliberar.
Está, pues, su misión en torno a aquellas
cosas de que deliberamos y no tenemos
un arte, y en oyentes tales que
no pueden tener una visión panorámica
de muchas cosas ni pueden razonar un
asunto desde lejos. Pues deliberamos sobre
las cosas aparentes que parecen ser
admisibles de manera ambigua; ya que
sobre las cosas que es imposible sucedan,
sean o se consideren de otra manera,
nadie quiere dar una opinión;
pues nada se conseguiría.
Es admisible concluir silogísticamente
y hacer inducción de las cosas concluidas
con anterioridad, o bien de cosas
no inferidas silogísticamente, pero
que precisarían del silogismo, por no ser
admitidas. Necesariamente, de entre estos
razonamientos, uno no es fácil de
seguir por su longitud—pues se supone
que el que ha de juzgar es simple—;
y que otros no son persuasivos, por no
proceder de cosas ya admitidas o creídas;
de manera que es preciso que el
entimema y el ejemplo se apoyen en
cosas admisibles, que en su mayor parte
puedan también ser de otra manera,
es decir, que el ejemplo sea inducción
y el entimema silogismo de pocas
premisas y, con frecuencia, menores que
aquellas de que está formado el silogismo
primero; pues si alguna de estas
premisas es conocida, no es preciso decirla;
pues esta la presupone el mismo
oyente, como al decir que Dorio ha ganado
una corona en una competición,
es suficiente decir que triunfó en Olimpia;
y no es necesario añadir que los
juegos olímpicos tienen coronas por premio,
pues todos lo saben.
Puesto que hay pocas premisas de cosas
necesarias en que se funden los silogismos
retóricos-^pues la mayoría de
las cosas sobre que versan los juicios
y reflexiones admiten ser también de
otro modo; porque las cosas sobre que
se obra, se delibera o se considera, son
todas del orden de los hechos y ninguna
de ellas es, por así decirlo, necesaria—,
las proposiciones sobre lo que ocurre
con frecuencia y sobre las cosas admisibles
es preciso deducirlas de otras
tales, y las necesarias es preciso deducirlas
de las necesarias—y esto nos resulta
evidente por los Analíticos—; y es
evidente que las premisas de que se forman
los entimemas, unas serán necesarias,
la mayoría, con todo, serán de lo
que acostumbra suceder de ordinario,
pues los entimemas se fundan sobre verosimilitudes
e indicios, de manera que
es necesario que cada uno de estos se
identifique con su correspondiente.
IX) verosímil, por tanto, es lo que sucede
de ordinario, aunque no absolutamente
como definen algunos, sino que
se dice de las cosas que se admite pueden
ser de otra manera, siendo respecto
de aquello de quien es verosímil, lo que
lo universal respecto de lo particular;
pero de los indicios uno es como lo individual
respecto de lo universal, otro,
1357 b/1358 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 2 121
como lo universal respecto de lo particular.
De estos, el necesario es argumento
concluyente (1), el no necesario en
cambio no tiene denominación característica,
según la distinción. Llamo necesarias
a aquellas cosas de que nace el
silogismo; por eso es argumento concluyente
él indicio que es necesario; pues
cuando se sospecha que no es admisible
refutar la proposición, entonces se
cree disponer de un argumento concluyente,
por demostrado y llevado a término;
pues «conclusión» y «fin» son lo
mismo en la lengua antigua (2).
De los indicios, unos son como lo individual
respecto de lo universal de
esta manera: como si alguien dijera tener
un indicio de que los sabios son justos,
porque Sócrates era sabio y era justo.
Esto es ciertamente un indicio, pero
rechazable, aun cuando fuera verdad lo
dicho; pues es asilogístico. Otro género—
de indicios—es necesario, como si
uno dijera tener un indicio de que alguien
está, enfermo, porque tiene calentura,
o de que ha dado a luz porque
tiene leche. Y este es el único indicio
entre ellos que es argumento concluyente
; pues es el único que, de ser verdadero,
no se puede refutar, otro es como lo
universal respecto de lo particular, como
si alguien dijera: que es señal de que
tiene calentura, el que respire dificultosamente.
Esto es refutable, aun cuando
fuera verdad; pues también es posible
que jadee el que no tenga fiebre.
Qué es, pues, verosímil, qué indicio y
aué argumento concluyente, y en qué se
diferencian, lo he dicho ahora; pero más
explícitamente acerca de ello y por qué
causa unos son asilogísticos y otros, en
cambio, encajan bien en el silogismo,
se ha definido ya en los Analíticos.
Hemos dicho ya del ejemplo que • es
una inducción y sobre qué cosas se verifica
esta inducción; pero no es proposición
que relacione la parte con el
todo, ni el todo con el todo, sino la parte
con la parte, lo semejante con lo semejante,
pues cuando ambas proposiciones
caen bajo el mismo género y una
es más conocida que la otra, hay ejem-
U) Tomo aquí la traducción que da Tovar
—Inst. Est. Pol., Madrid, 1953—. El original
griego ya significa, de suyo, testimonio o prue&a.
(2) Se refiere a la lengua jónica.
pío: como probar que Dionisio intenta
la tiranía, al pedir una escolta; pues
ya antes Pislstrato aspirando a ella pidió
una escolta y, habiéndola obtenido,
se hizo tirano, y también Teágenes en
Megara; y así todos los conocidos juntos
dan lugar al ejemplo de Dionisio, del
cual aún no se sabe si realmente la pide
por esto. Todas estas cosas quedan
incluidas en el mismo universal: que,
el que aspira a tiranía, pide una escolta
personal.
Así pues, queda dicho de dónde provienen
los argumentos que se consideran
apodícticos. Por su parte, la más
importante diferencia de los entimemas,
y la más preterida por casi todos, es
también la de los silogismos, en el método
dialéctico; pues unos de ellos son
| conformes al método retórico y al método
dialéctico de los silogismos, otros
según otras artes o disciplinas, unas ya
existentes, otras no totalmente conocidas
todavía; por esto están ocultas a los
oyentes; y de ellas, las que más se tocan,
según su manera, pasan por alto.
Más claro resultaría lo dicho con una
explicación más amplia.
' Digo, pues, que son silogismos dialécticos
y retóricos aquellos de quienes formulamos
los tópicos; estos tópicos son
conceptos comunes sobre cuestiones de
derecho y física, sobre cuestiones de política
y de muchas ciencias que difieren
en especie, como el tópico del más
y del menos. Pues no será más concluir
de este un silogismo o formular un entimema
en cuestiones de derecho que en
cuestiones de física o de otra cualquier
ciencia; aunque estas difieran en especie;
son en cambio específicas cuantas
conclusiones deriven de las premisas en
torno a cada especie y cada género,
como ocurre que en cuestiones de física
hay premisas de quienes no deriva
ningún silogismo ni entimema referible
a la ética, y en las premisas de esta las
hay de quienes no se concluye ningún
entimema o silogismo referible a la física;
y de manera semejante ocurre en
todas las ciencias. Aquellos razonamientos
no darán a nadie una sabiduría
de tipo específico; pues no se refieren
a un objeto determinado; estas, en cambio,
en la medida en que mejor se eligieren
las premisas, dejarán formar, sin
122  1358 a/1359 a
sentirlo, otra ciencia distinta de la dialéctica
y la retórica; pues, si da con los
principios, no será la ciencia ni dialéctica
ni retórica, sino aquella de quien
son propios los principios.
La mayoría de los entimemas son formulados
a partir de estas especies particulares
y específicas, y menos de las
comunes. Pues igual que en los Tópicos,
también aquí hay que distinguir en
los entimemas las especies y los tópicos
de que hay que tomarlos. Llamo especies
a las premisas propias de cada
género, tópicos a las que son comunes
semejantemente a todos.
Primero, pues, hablemos sobre las especies;
pero antes señalemos los géneros
de la retórica, cómo se dividen y
cuántos son, y en ellos tomemos por separado
los elementos y las premisas.
CAPITULO 3
CLASIFICACIÓN DE LA ORATORIA, ATENDIENDO AL OYENTE, Y PRIMERAS CARACTERÍSTICAS DE CADA CLASE
Hay tres especies de retórica, según el
número; pues son fundamentalmente
otras tantas las clases de oyentes. Pues
el discurso está compuesto de tres cosas,
el que perora, aquello sobre que
habla y aquel a quien habla, y al fin del
discurso se refiere a este, es decir, al
oyente. Necesariamente el oyente es o
espectador o juez y, si juez, lo es o de
las cosas sucedidas o de las que van a
suceder. Hay quien juzga sobre las cosas
futuras como miembro de la asamblea,
y quien juzga sobre las cosas ya
sucedidas, como juez; y quien juzga de
la capacidad: el espectador; de manera
que necesariamente resultan tres géneros
de discursos retóricos: deliberativo,
forense y demostrativo.
De la deliberación forman parte la exhortación
y la disuasión; pues siempre,
tanto los que aconsejan en asuntos privados
como los que hablan en público
sobre asuntos comunes, hacen una de estas
dos cosas. Del pleito forman parte
la acusación y la defensa; pues es necesario
que los que pleitean hagan una
de estas dos cosas. Del género demostrativo
forman parte el elogio y la censura.
Los tiempos propios de cada uno de
estos son: para el que delibera, el tiempo
futuro—pues aconseja sobre cosas
que han de ser, exhortando o disuadiendo—;
para el que juzga, el tiempo pasado—
pues el uno acusa y el otro defiende
sobre cosas realizadas—; para el
género demostrativo, principalmente es
el presente—pues todos elogian o censuran
según cosas existentes, aunque muchas
veces acuden al pasado recordando
lo pretérito y vaticinando lo futuro.
El fin es distinto para cada uno de
estos, y siendo tres los géneros, tres son
los fines: el que delibera tiene como fin
lo provechoso y lo nocivo; pues el que
exhorta aconseja lo mejor y el que disuade,
disuade de lo peor, y las demás
cosas las añaden accesoriamente a esto,
lo justo o lo injusto, lo hermoso o lo
feo; los que juzgan tienen como fin lo
justo y lo injusto, y las demás cosas
estos las añaden a su vez accesoriamente
a esto; los que elogian o censuran
tienen como fin lo hermoso y lo feo, y
las demás cosas las añaden también ellos
a esto.
Esta es la señal de que el fin de cada
una es el dicho: que muchas veces no
se disputará sobre otras cosas, sino sobre
el mismo fin, como el que juzga sobre
que no ocurrió o no causó daño;
porque, que se comete injusticia, no lo
confesaría; pues eso no sería ninguna
especie de justicia. De manera semejante,
los que deliberan olvidan muchas veces
las demás cosas, pero jamás confesarían
que aconsejan cosas inconvenientes
o disuaden de cosas provechosas; y
así muchas veces no reflexionan sobre
que no es ilegítimo reducir a esclavitud
a los pueblos vecinos y a los que en
nada han faltado'a la justicia.
De manera semejante, los que elogian y los que censuran
no miran si aquel a quien aluden
obró algo provechoso o nocivo, sino que
muchas veces ponen en su elogio a uno
porque, habiendo preferido lo que le era
provechoso, hizo algo hermoso, y así alaban
a Aquiles porque vengó a su compañero
Patroclo, sabiendo que convenia
que él muriese, pudiendo vivir; pero
para éste tal muerte era más hermosa
y el vivir tan sólo provechoso.
1359 a/1359 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 4 123
De las cosas dichas resulta evidente
que, acerca de estas cosas, es necesario
tener primero las premisas; pues los
argumentos concluyentes, las verosimilitudes
y los indicios son premisas retóricas;
porque, en absoluto, el silogismo
nace de las premisas y el entimema es
un silogismo formado de las premisas
dichas.
Y puesto que lo imposible no puede
haberse hecho, como tampoco ha de poderse
hacer en el futuro, sino solo lo
posible, y lo que no ha existido ni va
a existir tampoco ha sido hecho ni va
a ser hecho en el futuro, le es necesario
al que delibera, al que juzga y al
que demuestra tener premisas acerca de
lo posible y lo imposible, tanto si ha
sido o no, como si ha de ser o no ha de
ser. Además, puesto que todos los que
elogian o censuran, los que exhortan o
disuaden y los que acusan y defienden
no solo procuran demostrar las cosas dichas,
sino también que lo bueno o lo
malo, lo hermoso o lo feo, lo justo o 'o
injusto es grande o pequeño, bien hablando
según las mismas cosas, bien
comparando unas cosas con otras, es evidente
que conviene disponer de premisas
sobre la grandeza y la pequeñez,
la mayoridad y la minoridad, universal
o individualmente, como por ejemplo
qué bien es mayor o menor, o qué injusticia
es mayor o menor, o qué justicia;
y lo mismo respecto de las demás
cosas.
Se ha hablado ya, pues, de las cosas
de que conviene tomar las premisas;
después de esto hay que distinguir en
particular sobre cada una de estas cosas,
como sobre qué temas se hace deliberación,
y sobre cuáles los discursos demostrativos
y, en tercer lugar, sobre qué
cosas son los juicios.
CAPITULO 4
LA ORATORIA DELIBERATIVA Y SUS TEMAS
Primero, pues, hay que comprender qué
bienes o males aconseja el que delibera,
ya que no puede hacerlo en cualquier
cosa, sino en aquellas cosas que es
admisible hayan sucedido o no. Cuantas
cosas necesariamente son o serán, es
imposible que sean o hayan sucedido,
sobre todas* ellas no existe deliberación.
Ni tampoco sobre todas las cosas posibles;
pues hay algunas cosas buenas
que lo son por naturaleza o suceden por
azar, entre las que pueden existir o no
existir, en las cuales no reporta ningún
provecho deliberar; pero es evidente
sobre qué cosas se puede deliberar. Tales
son todas cuantas cosas pueden producirse
en nosotros y cuyo principio
de existencia está en'nosotros; deliberamos,
pues, hasta el límite en que hallamos
si las cosas son posibles o imposibles
de hacer por nosotros.
Así pues, enumerar cuidadosamente
cada cosa particular y dividir según especies
aquellas cosas sobre las que solemos
deliberar y aún, en cuanto sea factible,
jerarquizarlas según la verdad, no
es preciso inquirirlo en la presente ocasión,
porque no pertenece al arte retórico,
sino a otro arte más Intelectual y
más especialmente dedicada al estudio
de la verdad y, con mucho, le han concedido
ahora a la retórica especulaciones
más amplias que las que le son características;
pues lo que hemos venido
a decir primero, de que la retórica se
compone de la ciencia analítica de una
parte y de la política en torno a las
costumbres de la otra, es verdad; y es
semejante en parte a la dialéctica y en
parte a los razonamientos sofísticos. V
cuanto más alguno intentara estructurar
la dialéctica o la retórica, no como
saberes prácticos, sino como ciencias, dejaría
desmentida su naturaleza, al disponer
cambiarla en ciencia de hechos
objetivos cualesquiera y no solo de razones.
Con todo, en cuanto es provechoso
distinguir—aueda además materia para
la ciencia política—, hablemos de ello
ahora.
Aproximadamente, aquellas cosas sobre
que todos deliberan y sobre las que
disertan los que deliberan, son principalmente
cinco: sobre los ingresos fiscales,
sobre la guerra y la paz, sobre la
defensa del país, sobre las importaciones
y exportaciones y sobre la legislación.
Así pues, convendría que el que ha
de deliberar sobre los ingresos fiscales,
conociera cuáles y cuántos son los recursos
de la ciudad, para, si alguno ha
sido preterido, añadirlo y, si alguno es
124  1359 b/1360 a
pequeño, aumentarlo; ademas debería
conocer los gastos de la misma ciudad,
para, si alguno es superfluo, eliminarlo
y, si alguno es demasiado grande, menguarlo
; pues no solo se hacen mas ricos
los que añaden a los haberes iniciales,
sino también los que disminuyen los
gastos. ESto no solo cabe comprenderlo
por la experiencia de las cosas propias,
sino que es menester haberlo indagado
en los inventos de otros en las deliberaciones
sobre estos asuntos.
En cuanto a la guerra y la paz, hay
que conocer la fueza de la ciudad, cuánta
es ya básicamente y cuánta puede
llegar a ser, y qué tal es tanto la que
ya existe como la que es posible añadir
; y además cuáles fueron las guerras
que sostuvo la ciudad y cómo las peleó.
No solo es necesario conocer estas cosas
de la propia ciudad, sino de las ciudades
vecinas también. Y con cuáles ofrece
garantías el pelear, de manera que
se mantenga la paz con las que son
más fuertes y sea el guerrear con las
que lo son menos. Y hay que atender a
las fuerzas, si son iguales o desiguales;
pues también en ello cabe el excederse
o el quedarse en menos. Y referente a
esto, es necesario haber estudiado no solo
las propias guerras, sino cómo se resolvieron
las de las otras ciudades;
pues de cosas semejantes suelen naturalmente
producirse circunstancias semejantes.
Además, en cuanto a la defensa del
país, no se debe pasar por alto cómo
está custodiado, sino que es necesario
conocer la cantidad de la guarnición, y
su especie y los puntos en que están
las defensas—y esto no es posible si
uno no tiene conocimiento personal empírico
del país—, para que si la guarnición
es deficiente, sea reforzada y, si
alguna es superflua, sea reducida y se
guarden mejor los lugares favorables.
En cuanto al aprovisionamiento, qué
gasto es suficiente para la ciudad y cuál
es el alimento que nace del mismo país
y cuál el importado, y de qué cosas conviene
hacer exportación y de cuáles importación,
para que según ello se hagan
tratados y acuerdos comerciales; según
eso, a dos clases de ciudades sin tacha
conviene guardar más, a las que son
más fuertes y a las que son más útiles
para el comercio.
Para la seguridad del país es necesario
poder examinar todas estas cosas,
pero no menos necesario es atender a
la legislación; pues en las leyes está
la salvación de la ciudad, de manera que
es necesario conocer cuántas son las formas
de gobierno, qué cosas convienen a
cada una y por qué causas se origina la
descomposición, sean estas mismas propias
del sistema mismo de gobierno,
sean externas a él. Digo que se descomponen
por causas internas porque, fuera
del absolutamente mejor de los gobiernos,
todos los demás se descomponen
por relajados o por excesivamente tensos;
así ocurre con la democracia, que
no solo se vuelve enfermiza al relajarse,
de manera que al fin viene a parar
a una oligarquía, sino que también enferma
fuertemente por demasiado tensa;
de la misma manera que la curvatura
y la forma chata no solo se relajan
en cuanto tales al acercarse al justo
medio, sino también se descomponen al
hacerse fuertemente curvas o chatas las
líneas, de manera que aquello ya de ninguna
manera parece ser nariz.
Es útil para la legislación no solo comprender
qué forma de gobierno es mejor
o conveniente, una vez estudiadas la¿
formas pretéritas, sino también conocer
las de las otras ciudades, y cuáles
se adaptan mejor a cuáles. De manera
que resulta evidente que, de cara a la
legislación, son útiles los viajes alrededor
de la tierra—pues allí se pueden conocer
las leyes de los pueblos—, y, para
las deliberaciones políticas, los escritos
de los que relatan los hechos de los
pueblos; pero todas estas cosas son objeto
de la política, no de la retórica.
Estas son las cosas más importantes
sobre las cuales debe apoyar sus premisas
el que va a deliberar; digamos de
nuevo en estas y en otras cosas, sobre
qué conviene exhortar o disuadir.
CAPITULO 5
LA FELICIDAD: ASPECTOS, DEFINICIONES
Casi para cada hombre en particular
y para todos en común existe una meta
en función de la cual se eligen o recha1360
b/1361 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 5 125
zan las cosas; y esto es, diciéndolo taxativamente,
la felicidad y sus diversos
aspectos. De manera que, en forma de
ejemplo, definamos qué es, hablando genéricamente,
la felicidad y de qué cosas
se nutren sus diversos aspectos: pues
en torno a ella y a las cosas que a ella
tienden y a las que le son contrarias,
giran las exhortaciones y las disuasiones
; porque las cosas que la preparan,
directamente a ella misma o a alguno de
sus aspectos, o la hacen mayor en lugar
de disminuirla, conviene ponerlas en
práctica. Y las cosas que la destruyen o
la dificultan o que producen lo contrario
de ella, no conviene hacerlas.
Sea, pues, la felicidad un bien obrar
virtuoso, o una independencia en los
medios de vida, o una vida más placentera
con estabilidad, o una abundancia
de cosas y personas, con la facultad de
conservarlas y usar de ellas; pues casi
todos confiesan que una o la mayoría
de estas cosas es la felicidad.
Si, pues, esto es la felicidad, es menester
sean partes o aspectos de ella la
nobleza de cuna, la amistad con muchos,
la amistad provechosa, la riqueza, la
buena y múltiple procreación de los hijos,
la buena vejez, y además las virtudes
del cuerpo, como la salud, belleza,
fuerza, estatura, habilidad para la competición
deportiva, la gloria, el honor,
la buena suerte, la virtud—o sus diferentes
clases, la prudencia, la fortaleza,
la justicia, la templanza—; pues, de
esta manera, de poseer uno los bienes
que tiene en sí y los de fuera de sí, podrá
ser absolutamente independiente;
pues no hay otros bienes fuera de estos.
Están en uno mismo los bienes del alma
y los del cuerpo, y fuera, la nobleza,
los amigos, las riquezas, el honor. Creemos
que a esto hay que añadir el poseer
facultades y buena suerte; pues así
la vida podrá, ser absolutamente segura.
Definamos ahora, de manera semejante,
qué es también cada una de estas cosas.
Nobleza es que una raza o una ciudad
sea indígena o antigua, y que los
primeros gobernantes hayan sido ilustres
y que hayan nacido de ella muchos
hombres célebres, según los que han sido
emulados; en particular, nobleza es
el buen nacimiento por ascendencia masculina
y femenina, y absolutamente legítimo
por ambas rumas y, al Igual que
en la ciudad, que los antepasados sean
conocidos por la virtud, la riqueza u
otra cualquiera de las cosas estimadas y
tener muchas personas distinguidas en
la familia, hombres y mujeres, jóvenes
y viejos.
La buena y múltiple procreación no
es cosa oscura; pues la posee la comunidad
cuando tiene una juventud numerosa
y buena, buena según la virtud del
cuerpo, como lo es la estatura, la belleza,
la fuerza, la habilidad para la competición
deportiva; y buena en las virtudes
del alma del joven, como la prudencia
y la fortaleza. En particular, la
buena y múltiple procreación consiste en
tener muchos hijos propios y excelentes,
tanto hembras como varones; en las
mujeres es virtud del cuerpo la belleza
y la estatura, del alma la templanza
y el amor al trabajo, pero sin servilismo,
semejantemente, en privado y en
público, y tanto en los hombres como
en las mujeres, hay que procurar exista
cada una de estas cualidades; pues
cuantos reciben daños de las mujeres,
conio los Lacedemonios, apenas son felices
en una mitad.
Son partes de la riqueza la abundancia
de dinero, de posesiones territoriales, la
posesión de mobiliario, esclavos y ganados
que se distingan por su abundancia,
su tamaño y su belleza; pues todas estas
cosas son seguridad, libertad y bien.
Los bienes más útiles son los fructíferos,
pero los más propios del ser libre
son los que sirven para disfrutar; llamo
fructíferos los bienes de quienes se obtienen
ingresos, y de puro goce aquellos
de que nada proviene digno de decirse,
en el orden de la utilidad. La definición
de seguridad es la posesión actual de
algo, y de manera que, según el propio
gusto, se pueda hacer uso de la capacidad
utilitaria de aquéllo que se posee;
definición de cosas propias es cuando
está en uno mismo el enajenarlas
o no; llamo enajenación a la donación
y a la venta. En general el ser rico
consiste más en el gozar que en el poseer;
pues la efectividad de estas cosas
y su uso es la riqueza.
La buena fama consiste en ser tenido
como virtuoso por todos o poseer algo
126  1361 a/1361 b
a que todos, o los más, o los buenos
o los prudentes aspiran.
La honra es signo de reputación de
buenas obras, pues son honrados justa
y principalmente los que han obrado el
bien, pero no es honrado el que sólo
puede obrar el bien; la buena acción es
la que se dirige a la salvación de la vida
o sus causas, o a la adquisición de riqueza,
o a la de cualesquiera de los demás
bienes, cuya adquisición no es fácil,
bien en general, bien aquí o en un
tiempo dado; pues muchos alcanzan
honra por cosas que parecen pequeñas,
pero las verdaderas causas son los lugares
o las ocasiones. Aspectos de la honra
son los sacrificios, las conmemoraciones
en verso y en prosa, los privilegios,
los recintos sagrados, presidencias,
sepulcros, imágenes, subsidios públicos;
y, según las costumbres bárbaras, las
postraciones y los arrobamientos; y los
dones que según las diversas gentes son
estimados. Y puesto que el don es entrega
de una posesión y signo de una honra,
por eso los avariciosos y los vanidosos
aspiran a ellos; pues para ambos
representa lo que desean: porque es propiedad,
que es a lo que tienden los avariciosos,
y representa honra, que es lo
que apetecen los codiciosos de honores.
Virtud del cuerpo es la salud y esta
consiste en poder servirse del cuerpo
sin enfermedad; pues muchos están sanos,
como se dice de Heródico, a quienes
nadie juzgaría felices por su salud,
porque carecen de todas las cosas humanas
o de la mayoría de ellas (1).
La belleza es distinta según cada edad.
Pues la belleza del joven es tener el
cuerpo dispuesto para los esfuerzos, tanto
los de la carrera como los de la fuerza,
siendo agradable verlos como espectáculo;
por esto los vencedores del pentatlos
son los más hermosos (2), porque
están naturalmente dotados para la
fuerza y para la velocidad juntamente.
La belleza del hombre maduro mira a
(1) Heródico de Selimbria fue un médico,
maestro de Hipócrates, durísimo e incómodo en
sus prescripciones regimentales y gimnásticas.
Habla también áe él Platón en la República,
III.
(2) El pentatlos era un ejercicio atlético que
comprendía cinco juegos: salto, carrera, disco,
dardo y pugilato.
Los trabajos de la guerra y tiende a
producir agrado pareciendo tener algo
de muy temible. La del anciano es poseer
la suficiente aptitud para los trabajos
indispensables y vivir sin pena por
10 tener aquello por cuya causa la vejez
se siente menospreciada.
Fuerza es la capacidad de mover a
otro según la propia voluntad; y necesariamente
ha de ser mover a otro o bien
arrastrándolo, o bien empujándolo, o levantándolo,
o agarrándolo o comprimiéndolo,
de manera que el fuerte lo es para
todas o para algunas de estas cosas.
La virtud de la grandeza está en sobresalir
entre todos en altura, grosor y anchuia,
en tal medida que los movimientos
no resulten demasiado pesados por
el exceso. La habilidad del cuerpo para
la competición deportiva consta de grandeza,
fuerza y agilidad—pues también
el ágil es fuerte^; porque el que puede
impulsar las piernas de tal manera y
moverlas rápidamente y a grandes zancadas,
es buen corredor; y el que puede
apretar y sujetar es buen luchador;
y el que puede lanzar lejos de BÍ a otro
de un golpe, es buen púgil; y el que
puede ambas cosas, buen luchador de
pancracio; y el que puede en todas,
buen pentalista.
Vejez buena es la vejez buena y sin
dolor; porque no es feliz anciano el
que envejece rápidamente, ni el que lo
hace lenta pero dolorosamente. Esto depende
de las virtudes del cuerpo y de la
suerte; pues el que no es sano ni fuerte
no estará sin dolor, y el que no tiene
penalidades y puede disfrutar larga
vida, la soportaría con paciencia, sin
la suerte. Existe, aparte de la fuerza y
la salud, otra potencia de vida larga;
porque muchos, sin las virtudes corporales,
viven larga vida; pero esta minimización
no es de ninguna utilidad para
lo que pretendemos ahora.
La amistad múltiple y provechosa no
es difícil de comprender, una vez se haya
definido qué es un amigo, porque amigo
es el que es autor de aquellas cosas
que cree son buenas para el otro, hechas
por causa de este otro. Aquel a
quien rodean muchos de estos, tiene muchos
amigos, y aquel a quien asi rodean
hombres honestos, tiene buenos amigos.
Existe la buena suerte cuando, de los
1362 a/1362 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 6 127
bienes de que es causa la fortuna, le
vienen a uno todos, la mayoría o los mayores.
La suerte es causa de algunas
I cosas de que también son causa las arí
tes, y de muchas cosas que nada tienen
} que ver con el arte, como aquellas de
| que es causa la naturaleza; es posible
I también que se den cosas al margen
de la naturaleza; pues puede ser causa
de la salud un arte, y de la belleza y
la grandeza puede ser causa la naturaleza.
En general proceden de la buena
suerte aquellos bienes de que se tiene
envidia. También la buena suerte es
causa de bienes impensados, como si,
siendo los demás hermanos feos, uno
resulta hermoso; o que los otros no
vieron el tesoro y uno lo halló; o si la
flecha hirió al más cercano y no a este;
o si un día no vino, siendo siempre el
único que venía, y los que vinieron una
vez perecieron; pues todas estas cosas
parecen ser de buena suerte.
En cuanto a la virtud, puesto que es
el tópico más apropiado para las alabanzas,
cuando tratemos de la alabanza,
entonces la definiremos.
CAPITULO 6
SOBRE LOS TÓPICOS EN TORNO AL BIEN
Y LO CONVENIENTE. DEFINICIONES DEL
BIEN, CATALOGO DE BIENES Y TÓPICOS
SOBRE BIENES DISCUTIBLES
Así pues, en qué cosas convenga fije
su atención el que exhorta, sea como
futuras, .sea como existentes, y en qué
cosas debe hacerlo el que disuade, está
claro—para estos, pues son los contrarios
de aquellas—; pero, puesto que al
que delibera se le presenta como fin lo
conveniente, pues delibera no sobre el
fin, sino sobre aquello que conduce al
fin; y estas cosas son convenientes según
las acciones, y lo conveniente es
bueno; por todo esto, debemos definir
en absoluto los elementos del bien y lo
conveniente.
Sea, pues, bueno aquello que es elegible
por sí mismo y aquello por razón
de lo cual elegimos otra cosa; y aquello
a que aspiran todas las cosas, las que
tienen sentido o razón y las que, si pudieran,
alcanzarían la razón; y cuantas
cosas la razón concedería a cada uno y
cuantas cosas la razón individual de cada
persona le concedería a cada uno,
esto es para cada uno el bien; y también
aquello con cuya presencia se siente
uno en buena disposición de ánimo
e independiente; y lo suficiente; lo que
conserva o crea tales bienes y aquello
de que se siguen tales cosas; y también
los impedimentos de las cosas contrarias
a estos bienes y lo que destruye estas
cosas contrarias.
Lo que es consecuencia de algo, se
sigue de ello de dos maneras: o bien
simultáneamente, o bien después; como
al aprender le sigue luego el saber,
y al tener salud le sigue simultáneamente
el vivir. Y las cosas que producen algo,
se pueden catalogar bajo tres aspectos
: uno, como el tener salud da lugar
a la salud; otro, como los alimentos
producen la salud; el tercero, como
el hacer gimnasia que, como cosa ordinaria,
produce salud. Supuestas estas cosas,
es necesario que las adquisiciones
de los bienes sean buenas y también lo
sean las pérdidas de los males; pues
acompaña a lo primero el que no haya
en ello simultáneamente ningún mal, y
a lo segundo el poseer un bien después.
Y también lo es la adquisición de un
bien mayor en lugar de uno menor y de
un mal menor en lugar de uno mayor;
pues en cuanto lo mayor supera a lo
menor, en tanto se sigue adquisición del
uno y pérdida del otro. También es necesario
que las virtudes sean un bien;
pues, en proporción a ellas son bien considerados
los que las poseen, y son creadoras
y hacedoras de bienes. Aparte hemos
de decir sobre cada una de ellas
qué es y cómo se manifiesta. También
el placer es un bien: porque todos los
vivientes tienden a él por su misma naturaleza.
Así pues, las cosas placenteras
y las cosas hermosas es necesario
que sean un bien; porque aquellas producen
placer, y de las cosas hermosas
unas son placenteras y otras son deseables
por si mismas.
Para enumerarlos de uno en uno, es
necesario considerar como bienes los siguientes:
la felicidad, porque es cosa
por sí misma deseable y suficiente, y
por causa de ella son deseables muchas
cesas. La justicia, la fortaleza, la tem128
 1362 b/1363 a
planza, la magnanimidad, la munificencia
y los demás hábitos tales; pues son
virtudes del alma. También la salud y
la hermosura, y las cosas semejantes;
porque son virtudes del cuerpo y creadoras
de muchos bienes, como la salud
que lo es del placer y del vivir; por lo
cual parece ser lo mejor, porque es causa
de dos cosas mucho más estimadas
por todos, a saber, del placer y del vivir.
La riqueza: porque es la virtud de
la posesión y causa de muchos bienes.
El amigo y la amistad: porque también
el amigo es estimable por sí mismo
y origen de muchos bienes, y los acompaña,
de ordinario, ei poseer aquellas cosas
por las que son honrados. La capacidad
de hablar y de obrar: pues todas
estas cosas son fuente de bienes. Además
lo son el talento, la memoria, la
facilidad para aprender, la agudeza, todas
estas cosas: porque aun las mismas
facultades son origen de bienes. Y
el vivir: pues aun cuando no viniera
con él otro bien alguno, es deseable por
sí mismo. Y lo justo: pues es algo conveniente-
a la comunidad.
Así pues, casi generalmente todas estas
cosas son consideradas como bienes;
en las cosas discutidas, los razonamientos
se pueden deducir de lo que
sigue: aquello cuyo contrario es un mal,
es un bien; también aquello cuyo contrario
conviene a los enemigos; por
ejemplo, si el ser cobarde conviene sobre
todo a los enemigos, es evidente que
el valor es sobre todo útil a los ciudadanos.
Y, en general, parece útil lo contrario
de aquello que quieren los enemigos
o de que se alegran; por eso se ha
dicho:
sería como para que se alegrara Priamo...
Esto no siempre es así, sino de ordinario;
pues nada impide que algunas
veces les convenga lo mismo a los contrarios;
de donde se dice que los males
unen a los hombres, cuando una misma
cosa es perjudicial para unos y otros.
También lo que no es exagerado es un
bien y lo que es mayor de lo que conviene
es un mal. También lo es aquello
por cuya causa se ha hecho un gran
esfuerzo o mucho gasto; pues es ya un
bien en apariencia y se toma este como
término o fin, y fin de muchos esfuerzos;
y el fin es un bien. De donde se
dijo aquello:
para que Priamo pudiera jactarse,
vergonzoso ciertamente y duradero sería esperar;
y el proverbio: «junto a la puerta, romper
la tinaja». Y aquello a que muchos
aspiran y lo que parece motivo de competición,
también lo es; porque aquello
a que todos tienden decíamos que
era un bien, y los muchos aparece o vale
aquí como todos. Y lo que es alabado:
porque nadie elogia lo que no es
bueno. Y también lo que alaban los
enemigos o los malos: porque es como
si todos lo confesaran unánimemente,
cuando también lo hacen los que sufren
el daño; pues lo confesarán como evidente,
como que son malos aquellos a
quienes censuran los amigos y aquellos
a quienes los enemigos no censuran. Por
eso los corintios se sintieron ofendidos
por Simónides (1), cuando escribió este:
A los corintios no los reprende Dión.
Y lo que alguien de entre los prudentes,
de los hombres o de las mujeres buenos,
prefiere, también es bueno, como
Ulises, favorito de Atenea, o Teseo, favorito
de Helena, y Alejandro, de los
dioses, y Aquiles, de Homero. Y, en general,
son buenas las cosas preferibles.
Porque cualquiera prefiere hacer las cosas
dichas, las malas a los enemigos, las
buenas a los amigos y las posibles también
a estos. Estas cosas posibles son de
dos clases, las que pueden ocurrir y las
que fácilmente ocurren. Son fáciles todas
las que pueden acontecer sin peña o en
breve tiempo; pues lo difícil se define
o por la penalidad que lleva o por el
exceso de tiempo que supone. También
las cosas que suceden como uno quiere
son buenas; porque uno quiere lo que
no es malo o lo que es menos malo que
el bien; y esto será asi si la pena pasa
inadvertida o es pequeña. Y las cosas
propias, y las que no posee nadie, y las
(1) Simónides de Ceo fue un poeta lírico
de los que A. Hanser llama poetas al servicio
de la nobleza, en las cortes de los tiranos, en
este caso Pislstrato de Atenas, siglo vi a. C. El
verso acusa a los corintios de traidores a su
patria.
1363 a/1363 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 7 129
cosas extraordinarias; porque así con
ellas es mayor la honra. Y las cosas convenientes
a cada uno; y tales son las
cosas adecuadas a cada uno según su
linaje o sus facultades, y aquellas cosas
de que cada uno conoce tener falta, por
pequeñas que sean; pues no se desea
menos poner esto por obra. Y las cosas
fáciles de realizar, porque son posibles
en cuanto fáciles; y son de fácil realización
las cosas de las que todos han
salido bien, o la mayoría, o los que son
iguales que uno o bien inferiores. También
aquellas cosas para las que se está
naturalmente dotado o de las que se tiene
experiencia; porque uno imagina que
será fácil salir bien de ellas. Y las cosas
que no haría ningún hombre perverso,
porque son más laudables. Y todas
aquellas cosas que ocurre desear,
porque no solo aparece agradable, sino
también mejor. Y, por encima de todo,
cada uno prefiere las cosas a que él
tiende, así los amantes del triunfo preferirán
la victoria, y para los amantes
de la honra será el honor el bien preferible,
y para los que apetecen riquezas
serán estas, y para los demás de la
misma manera.
En lo que se refiere, pues, a lo bueno y
a lo conveniente, es de aquí de donde
hay que tomar los argumentos retóricos.
CAPITULO 7
SOBRE LOS GRADOS Y CRITERIOS DEL BIEN
Y LO CONVENIENTE
Pero, puesto que muchas veces, aun
habiendo acuerdo en la conveniencia de
dos cosas, se disputa sobre cuál de las
dos es más conveniente, deberíamos tratar
a continuación del mayor bien y de
lo que más conviene. Sea lo que sobresale
sobre algo lo que es tanto como
aquello y algo más, y lo que ha sido superado
sea lo que queda como fundamento.
Lo mayor y lo más lo son siempre
en relación a un menos; lo grande
y lo pequeño, lo mucho y lo poco
lo son respecto de la medida de lo que
abunda o es corriente; y sobresale lo
grande y queda atrás lo pequeño y de
igual manera lo mucho y lo poco.
Así pues, dado que llamamos bueno lo
ARISTOTILTS.— 5
deseable en sí mismo, y por sí mismo y
no a causa de otro, y aquello a que todo
ser tiende y lo que elegiría cualquiera
que tuviera razón y prudencia, y lo que
crea y conserva el bien, o aquellas cosas
que se siguen del bien—porque aquello
por cuya causa algo es, es fin, y fin
es aquello por causa de lo cual son las
demás cosas; y para cada uno es bien
aquello que a él le hace feliz en estas
cosas—; supuesto todo esto, es necesario
que lo plural, obtenido por suma de
lo uno y lo menos, sea mayor bien que
lo uno o lo menos: porque está, por encima
y lo que estaba como base ha sido
superado.
Y si lo máximo en un orden está por
encima de lo máximo en otro orden, las
cosas aquellas están por encima de estas;
y, si todas aquellas cosas superan
a estas, también su máximo supera al
máximo de estas. Por ejemplo: si el
varón mayor es mayor que la mayor
de las mujeres, también en general los
hombres son mayores que las mujeres;
y, si los varones en general son mayores
que las mujeres, también el varón mayor
será, mayor que la mayor de las mujeres;
pues las superioridades de los
géneros son análogas, como también las
de los máximos dentro de ellas.
Y, cuando una cosa es consecuencia
de otra, pero no esta de aquella, la consecuencia
se da o bien simultáneamente
a ella, o bien consiguientemente a
ella o está en ella en potencia, porque
el uso del consiguiente queda fundamentado
en el otro término. Así, el vivir se
sigue simultáneamente del tener salud,
con posterioridad el saber se sigue del
aprender, y, en potencia, del robo sacrilego
se sigue el hurto, pues el que ha
robado algo de un templo, bien puede
también hurtar fuera de él.
Y lo que excede a lo que es mayor
que' algo, es mayor que esto mayor;
porque necesariamente está, también por
encima de lo que es mayor. Y lo que
hace que un bien sea mayor que otro,
es mayor que él; porque esto es lo que
llamábamos ser algo autor o causa de
algo mayor. Y de igual manera aquello
cuya causa es mayor es también mayor;
porque, si la salud es más preferible
que lo agradable, también es mayor
bien, y la salud es mayor bien que
130  1364 a/1364 b
el placer. Y lo que es deseable por sí
mismo es mayor que lo que no lo es
por sí; por ejemplo, la fuerza es así
mayor que la salud, porque la salud no
se desea por sí misma y aquella sí, lo
cual decíamos era el bien. También si
una cosa puede ser fin y otra no; pues
esta última es deneable a causa de otra
cosa, y aquel lo es por sí mismo, como el
hacer gimnasia, que es deseable con el
fin de que el cuerpo esté bien.
También es mayor lo que necesita menos
de otro o de otras cosas, porque
es más independiente o suficiente; y
necesita menos el que precisa de cosas
menores o más fáciles. Y cuando esto
no existe sin otra cosa o no puede venir
a ser sin ella, mientras lo otro, en
cambio, existe sin esto; porque es más
independiente lo que no necesita de otro,
de manera que con claridad parece mayor
bien.
También es mayor bien si una cosa
es principio y la otra no lo es, por la
misma razón; porque sin causa ni principio
nada puede ser ni venir a ser. Y
de dos principios, lo que procede del mayor
es mayor, y entre dos causas es
mayor lo que procede de la causa mayor.
Y al revés, entre dos principios es
mayor el principio de la mayor, y entre
dos causas es mayor la causa de lo mayor.
Es evidente, pues, por las cosas
dichas, que lo mayor puede aparecer tal
de dos maneras; porque, si una cosa
es principio y otra no, aquella parecerá
ser mayor, y también si una no lo es
y la otra sí; porque aquella puede ser
mayor fin que no principio esta; como
dijo Leodamas (1) acusando a Calístrato,
que el que induce a hacer algo
malo comete mayor injusticia que el
que lo lleva a término; porque no se
cometería el mal si no hubiera quien
indujera a cometerlo; y dice al revés,
acusando a Cabrias, que comete mayor
injusticia el que comete el mal que el
que lo sugiere; porque el mal no vendría
a existir si no existiera el autor;
pues por esto precisamente se induce,
para que se cometa.
También es mayor bien lo que es más
raro que lo frecuente, como el oro es ma-
(1) Orador, discípulo de Isócrates. Su cronología
exacta, respecto de los hechos políticos
con que parece relacionado, es problemática.
yor bien que el hierro, siendo más inútil;
pues su posesión es de categoría superior,
porque es más difícil. De otra
manera es mayor bien lo abundante que
lo raro, porque es de cuantía superior
su utilidad; porque el muchas veces es
superior al pocas veces; de donde se
dice:
lo mejor es e! agua.
Y en general es mayor bien lo más
difícil que lo más iácil; porque es más
raro. En otro sentido es mayor lo más
fácil que lo más difícil: porque se nos
da como queremos.
También es mayor bien aquello cuyo
contrario es mayor mal y también lo es
su privación. Y la virtud es mayor bien
que la carencia de ella, y el vicio us
mayor que su falta; pues aquellos son
fines y las carencias no lo son. Y aquellas
cosas cuyas obras son más hermosas
o más feas son mayores, puesto que
según las causas y los principios así
son las consecuencias, y según son las
consecuencias así son también las causas
y los principios.
Y son mayores también aquellas cosas
cuya superioridad es más deseable o más
hermosa; así, por ejemplo, el ver con
agudeza es más deseable que el oler
bien; porque la vista es más hermosa
que el olfato; y el que ama a los amigos
es más hermoso que el que ama las
riquezas, de manera que el amor a los
amigos es mayor que el amor a las riquezas.
Y recíprocamente, los excesos
de las cosas mejores son mejores, y los
excesos de las cosas más hermosas son
más bellos.
También son mayor bien aquellas cosas
cuyo deseo es niás hermoso o mejor;
pues los apetitos mayores se dirigen a
cosas mayores. Y las apetencias de las
cosas más bellas o mejores, son mejores
y más hermosas, por la misma razón.
Y aquellas cosas cuyas ciencias son
más hermosas o más importantes, también
ellas son más hermosas y más importantes;
porque, según es la ciencia,
es lo verdadero; pues cada una domina
lo que le es propio. Y análogamente, por
la misma razón, las ciencias de las cosas
más importantes y más hermosa.s son
también más importantes y más bellas.
Y lo que juzgarían o hayan podido juz1364
b/1365 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 7 131
gar los discretos, sean todos, o el vulgo,
o la mayoría, o los mejores, como
bueno o mayor, es preciso que sea así,
o simplemente o porque juzgaron según
discreción. Esto es común en la medida
de las demás cosas; pues el qué, el
cuánto y el cómo son tal como pueden
decir la ciencia y la discreción. Con todo,
ya lo hemos dicho al hablar de los
bienes; porque hemos dado como definición
que el bien era aquello que todo
el que hubiere recibido el don de la discreción
escogería para sí; así pues, es
evidente que es mayor lo que la discreción
considera que es más.
También es mayor bien lo que existe
en los mejores, sea simplemente, sea en
cuanto mejores; por ejemplo, el valor
que es mayor que la fuerza. Y aquello
que elegiría el mejor, o simplemente o
en cuanto mejor; por ejemplo, ser víctima
de una injusticia antes que cometerla;
porque esto es lo que elegiría el
más justo.
Lo más placentero es mayor que lo
menos placentero; porque todos persiguen
el placer y se mueven o afanan por
causa del gozar mismo, y en estos términos
se ha definido el bien y el fin; y
es más agradable lo que supone menos
dolor y es agradable durante más largo
tiempo. Y lo más bello es mayor bien
que lo menos bello; pues lo hermoso es
agradable o es deseable por sí mismo.
Y aquellas cosas de las que más se quiere
ser causa, bien para uno mismo bien
para los amigos, son bienes mayores, y
cuanto menos se quieren son males mayores.
Y las cosas más duraderas son mejores
que las más efímeras, y las más seguras
mejores que las más tornadizas;
pues el provecho de las unas en el
tiempo, supera al de las otras en el
deseo; pues mientras unas son deseadas,
resulta mayor la utilidad de las
otras que son seguras.
Si de las correlaciones y de las formas
de flexión semejantes se siguen
unas determinadas cosas, también se siguen
de igual modo las demás; por
ejemplo: si valerosamente es más bello
y más deseable que prudentemente, también
el valor es preferible a la prudencia
y el ser valiente al ser prudente.
También lo que todos prefieren es mejor
que lo que no prefieren todos. Y lo
que quieren los más es mejor que lo que
quieren los menos; pues definimos era
bueno aquello a que todos aspiran, de
manera que será mejor aquello a que aspiran
más. Y también lo que así consideran
los enemigos, o los contradictores,
o los que juzgan calificadamente o
aquellos a quienes estos designan, pues
lo uno es como si lo dijeran todos; lo
otro es como si lo dijeran los que son
primeras figuras en el juicio y los que
saben.
Unas veces es mejor aquello de que
todos participan: porque no participar
de ello se considera deshonra; otras veces
es mejor participar de aquello de
que nadie o pocos participan: porque
es más raro. Y son mejores las cosas
más dignas de elogio, porque son más
hermosas. Y de igua! manera son mejores
aquellos cuyos honores son mayores;
porque el honor es como cierto valor.
Y son mejores aquellas cosas cuya deficiencia
lleva consigo mayores castigos.
Y las que son mayores que las reconocidas
como grandes o que parecen serlo.
Las cosas divididas según sus partes
parecen ellas mismas mayores; porque
parecen ser más. grandes; de donde dice
el poeta que Meleagro fue movido a luchar,
diciéndole:
Cuántos males les sobrevienen a los hombres
[cuya capital es saqueada:
las gentes son muertas, el fuego aniquila la
[ciudad,
gentes extrañas se llevan a los hijos... (1).
También el sintetizarlas y el estructurarlas
engrandece las cosas, como dice
Epicarmo (2), por el mismo motivo que
lo hace el análisis: y esto es porque la
síntesis demuestra mucha superioridad;
y porque así aparece aquello como principio
y causa de grandes cosas.
Supuesto que lo más difícil y lo más
raro es mayor bien, también las circunstancias,
las edades, los lugares, los tiempos
y las posibilidades engrandecen;
pues, si eso es así, a causa de la capacidad,
de la edad y de otras cosas semejantes,
y si es así aquí o allí nacerá
(1) Ilíada, IX, 692-594.
(2) Por Plutarco se tienen noticias de un
diálogo sobre el engrandecimiento retórico, uno
de cuyos interlocutores es Epicarmo.
132  1365 a/1365 b
grandeza de lo bello, de lo bueno, de lo
justo y de sus contrarios; de donde el
epigrama al vencedor olímpico:
Antes, llevando en mis dos hombros una ruda
Icollada,
llevaba pescado desde Argos a Tegea U).
E Ifícrates se ensalzaba a sí mismo,
diciendo a partir de qué estado se había
elevado a tanto. Y lo que nace y crece
por sí es superior, a lo adquirido, porque
es más difícil. De donde dice el
poeta:
yo soy autodidacta (2).
De lo grande es mayor bien la parte
más grande; así Pericles dice en su discurso
funerario que le ha sido arrebatada
a la ciudad la juventud, como si se
le hubiera arrancado al año la primavera.
Y es mayor bien lo que es útil
en una necesidad mayor, como lo que
es útil en la ancianidad o en las enfermedades.
Y de dos cosas es mayor bien
la más cercana al fin. Y lo que lo es
para uno mismo y en absoluto. Y mejor
lo posible que lo imposible; pues lo
uno es posible para alguien, lo otro no.
Y las cosas oue miran al fin de la vida,
porque son más fin las cosas que se refieren
al fin.
También lo que es conforme a la verdad
es mejor que lo que es conforme a
la simple opinión. Porque la definición
de lo que se conforma a opinión es que
lo que es opinable, si tuviera que quedar
oculto, quizá no se elegiría. Por eso.
parecería ser más deseable recibir beneficios
que hacerlos; porque aquello,
aunque quedara oculto, se elegiría; pero,
el hacer bien a escondidas no parece
fuera a elegirse. Y son mejores todas
cuantas cosas se quiere ser o que
sean, que parecer o que parezcan; porque
son más conformes con la verdad.
Por eso dicen que la justicia es pequeño
bien, porque allí es preferible parecer
que ser; pero no ocurre así en cuanto
al estar sano.
También es mejor lo que es más útil
para muchas cosas, por ejemplo, lo que
lo es para vivir, para vivir bien y para
(1) Es de Simónides este epigrama. Véase
la nota de la pág. 126.
(2) Odisea, XXII, 347.
el placer y para realizar cosas bellas.
Por eso la riqueza y la salud parecen
ser el mayor bien; pues contienen todas
estas cosas. También lo es lo que conlleva
menos dolor y lo que se da con placer;
porque es más que un bien solo,
ya que se considera un bien el placer
y otro bien la carencia de penalidad. Y
de dos cosas es mayor bien aquello que,
añadido a sí mismo, hace mayor el todo.
Y es mejor lo que, al estar presente, no
se oculta, que lo que no se deja sentir;
porque aquellas cosas tienden a la
verdad. Por lo cual puede parecer mayor
bien el ser rico que el ser tenido
por tal. Y lo que es preferible, para unos
solo, para otros, con oirás cosas. Por eso
no es igual daño que uno ciegue a un
tuerto, a que lo haga en un ojo al que
tiene aún dos; porque al primero le priva
de un bien más amado.
Hemos, pues, hablado, casi del todo
ya, de las cosas de que conviene sacar
los argumentos para la exhortación y
para la disuasión.
CAPITULO 8
SOBRE LA IMPORTANCIA DE CONOCER LAS
FORMAS POLÍTICAS EN LA ORATORIA
DELIBERATIVA Y ALGUNAS NOCIONES
ELEMENTALES
Lo más valioso y lo más importante
de todo para poder persuadir y aconsejar
bien, es el conocer todas las formas
de gobierno y discernir las peculiaridades,
lo normativo y lo conveniente de
cada una. Porque todos se dejan persuadir
por lo conveniente y lo que conviene
es conservar la forma de gobierno. Además
es soberana la manifestación del
señor, y la soberanía se divide según las
formas de gobierno; porque cuantas son
las formas de gobierno tantas son las
de soberanía.
Las formas de gobierno son cuatro:
democracia, oligarquía, aristocracia y
monarquía; de manera que la soberanía
y la instancia suprema pueden estar
en parte de los ciudadanos o en la
totalidad.
La democracia es una forma de gobierno,
en que las cargas se reparten
por sorteo; oligarquía, aquella en que
1365 b/1366 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 9 133
se reparten según ia valia de la fortuna
de cada uno; aristocracia, aquella en
que se reparten según la educación o
formación; y llamo educación a la que
determina la ley : porque los que son fieles
a las normas, son los que mandan en
la aristacracia. Y es necesario que estos
den muestras de ser los mejores, de
donde esta forma de gobierno tomó su
nombre. Monarquía es, según dice el
nombre, aquella forma de gobierno en
que uno solo es señor de todas las cosas
; dentro de ellas, lo que guarda cierto
orden, es reino; la que es ilimitada,
es tiranía.
No conviene se olvide el fin de cada
i una de las formas de gobierno; pues
los que desempeñan sus funciones son
elegidos teniendo en cuenta el fin. El
fin de la democracia es la libertad; el
de la oligarquía, la riqueza; de la aristocracia,
las cosas que dicen reacción <u
mundo de la formación y la norma;
de la tiranía, la guardia personal. Así,
pues, es evidente que hay que distinguir,
de cara al fin de cada una, las peculiaridades,
normas v conveniencias, puesto
que los que ocupan sus magistraturas
son elegidos en función del fin.
Puesto que los argumentos cobran
fuerza no solo por discurso demostrativo,
sino también por discurso ético—porque
damos fe al que habla según lo que
personalmente parece, es decir, según
parece bueno o bien intencionado o ambas
cosas—, convendría que estuviéramos
posesionados nosotros de las peculiaridades
de cada una de las formas
de gobierno; porque es forzoso que el
carácter de cada una sea lo que más
mueva en favor de ella misma. Estos
caracteres se conocerán por los mismos
medios; porque los caracteres se dan a
conocer según la intención y la intención
dice referencia al fin.
Las cosas a que conviene que mu P van
los que exhortan, como futuras o presentes,
y de cuáles conviene tomar los
argumentos referentes a lo conveniente,
y aún más, sobre los caracteres propios
de cada forma de gobierno y sobre sus
normas, de por qué medios y cómo lograrlos,
de todo ésto hemos ya hablado
en la medida en que era razonable hacerlo
en el momento presente; pues con
más detalle se ha hablado ya de ello
en la Política.
CAPITULO 9
SOBRE LA ORATORIA DEMOSTRATIVA Y SUS
CARACTERÍSTICAS
Luego de estas cosas, vamos a hablar
sobre la virtud y el vicio, lo noble y lo
vergonzoso, pues que son estos los objetos
del que alaba y del que censura;
porque sucederá que, a la vez que se
habla de estas cosas, se podrán enseñar
aquellas otras a partir de las cuales se
podrá comprender cómo son algunos por
carácter, lo cual dijimos que es un segundo
argumento retórico; ya que a
partir de esto mismo podremos hacernos
dignos de crédito a nosotros mismos
y otras cosas respecto de la virtud.
Dado que ocurre que muchas veces, sin
seriedad o con ella, alabamos no solo a
un hombre o a un dios, sino también
cosas inanimadas o a uno cualquiera de
lo.s animales, de esta misma maneja y
sobre las mismas cosas hay que tomar
las premisas: así pues, por modo de
ejemplo, hablemos también de ello.
Lo noble es aquello que, siendo preferible
por sí mismo, puede ser alabado,
o lo que siendo bueno es agradable, porque
es bueno. Si esto es lo noble, necesariamente
la virtud es noble; porque,
al ser algo bueno, es laudable. La virtud
es, según parece, la facultad de procurar
bienes y guardarlos, y la facultad
de hacer muchos v grandes bienes y de
todas clases y respecto de todo.
Aspectos o clases de la virtud son la
justicia, la fortaleza, la templanza, la
munificencia, la magnanimidad, la liberalidad,
la dulzura, la prudencia, la sabiduría.
Es necesario oue sean mayores
las virtudes que son más útiles a los
demás, puesto o.ue vútud es la facultad
de hacer el bien. Por eso se tributa mayor
honra a los justos y a los valientes;
porque en la guerra y en la paz un hombre
así es útil a las demás. Después,
la liberalidad: porque por ella se es generoso
y no se disputa sobre las riquezas,
qué es lo que más apetecen los demás.
La justicia es una virtud por la cual
134  1366 b/1367 a
cada uno posee sus propias cosas, de
acuerdo con la ley; injusticia, aquello
por lo que se posee lo ajeno, no según
la ley.
Fortaleza es la vutud por la que se
es capaz de realizar bellas acciones en
los peligros, según manda la ley y sirviendo
a la ley; cobardía es lo contrario.
Templanza es la virtud por la cual se
está dispuesto a gozar de los placeres
del cuerpo, dentro de lo que manda la
ley; desenfreno es lo contrario.
Liberalidad es la virtud de hacer beneficios
con las riquezas y tacañería es
lo contrario.
Magnanimidad es la virtud de hacer
grandes beneficios, y mezquindad de espíritu
es lo contrario.
Magnificencia es la virtud de hacer
cosas grandes y costosas y ruindad es lo
contrario.
Prudencia es la virtud de la inteligencia,
según la cual se puede deliberar rectamente
respecto de los bienes y de '.os
males, que se ha dicho se refieren a la
felicidad.
Se ha dicho ya, pues, suficientemente
en él momento actual, sobre la virtud
y el vicio en general y sobre sus clases;
respecto a lo demás no es difícil de ver:
porque es evidente que lo que produce
la virtud es noble—porque tienden a la
virtud—, y que lo que tiene su origen en
la virtud también lo es, pues esto son
los signos y las obras de la virtud. Dado
que los signos y todas las cosas que son
producto o atributo de la virtud son nobles,
es necesario que todo cuanto significa
obras de la valentía o signos de
ella o cosas realizadas valerosamente,
sean nobles; y las cosas justas y las
obras realizadas según justicia—pero no
las recibidas justamente: porque en sola
esta virtud no siempre es noble lo recibido
con justicia, pues en el ser castigado
es más vergonzoso el recibirlo justamente
que padecerlo injustamente—;
y de manera semejante pasa en las demás
virtudes.
Todas las cosas, cuyo premio es el
honor, son nobles. También aquellas en
quienes lo es más el honor que las riquezas.
Y lo es todo lo elegible que uno
realiza no por causa de sí mismo; y las
cosas simplemente buenas, como es lo
que uno hace en favor de la patria, olvidándose
de sí mismo; y las cosas buenas
por naturaleza y las que no lo son
para uno mismo; pues estas se harían
solo teniéndose por fin a sí mismo. Y
todas las cosas que uno puede hacer
a un muerto son más nobles que las que
puede hacer a uno que vive; porque las
que uno hace en favor de un vivo son
más por causa de sí mismo. Y las obras
que uno hace por causa de los demás
son también más nobles; porque son
menos en favor de uno mismo. Y todos
los éxitos que se refieren a los demás
y no a uno mismo.
Y lo que se refiere a los que han
hecho el bien: porque es justo. Y los
actos de beneficencia: porque no vuelven
a uno mismo. Y las cosas contrarias
a aquellas de que uno se avergüenza
: porque de las cosas vergonzosas se
avergüenzan los que las dicen, los que las
hacen y los que tienen intención de
hacerlas; como Safo, al decirle Alceo,
quiero decir algo, pero me impide
el pudor...
dijo:
Si tuvieras deseo vehemente de cosas buena*
[o nobles,
y la lengua no hablara cosas que están le^os de
[la belleza,
la vergüenza no dominaría tu mirada,
antes hablarías de las cosas que son según
[justicia.
También lo son aquellas cosas por las
que se siente inquietud, pero no se temen
; porque esto se padece en relación
con los bienes que se refieren a la reputación.
Las virtudes de los que por
naturaleza son mejores son también más
nobles y también lo son los actos correspondientes,
como los de los hombres
son más nobles que los de las mujeres.
Y las virtudes que son más provechosas
a les demás que a nosotros mismos también
son más nobles; por eso son nobles
lo justo y la justicia. Y también es más
noble la venganza de los enemigos y el
no reconciliarse; porque es justo corresponder
con la misma moneda y lo justo
es noble, y es de valientes no dejarse
vencer. Y la victoria y el honor están
también entre las cosas nobles; porque
son deseables, aun siendo infructuosas,
y muestran la excelencia de la virtud. Y
1367 a/1368 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 9 135
lo son también las cosas memorables y
más las más memorables. Y las cosas
que se siguen al que ya no vive son más
nobles; y aquellas cosas que van acompañadas
de honra, y las cosas extraordinarias
y las que se dan solamente en uno.
Y lo son las posesiones infructuosas: porque
son más liberales. Y también son
nobles las cosas propias de cada uno.
Y todo cuanto es signo de distinción y
alabanza en los diversos lugares, como
en Esp-arta es noble una larga cabellera,
pues es signo de hombre libre; porque
no es fácil, llevando una larga cabellera,
realizar ningún trabajo servil. Y
el no ejercitar arte vulgar alguna; porque
es más propio de un hombre libre
el no vivir para otro.
Hay que incluir también aquí, por ser
las mismas, las cosas más cercanas a
las que posee quien sirve de objeto en
un discurso, tanto para elogio como para
censura; por ejemplo, representar al
circunspecto como frío e Intrigante, y
al necio como útil, y al insensible como
tranquilo, y a cada uno según sus cualidades
afines, desviando hacia lo mejor;
por ejemplo, al que es colérico e
iracundo, representarlo como espontáneo
y sincero; al que es arrogante, como
animoso y espléndido; y a los que
están en los extremos, como si estuvieran
dentro de las virtudes; por ejemplo,
al insolente llamarle valiente y al libertino,
liberal; porque así aparecerá al
vulgo y juntamente se producirá un paralogismo
a partir de la causa; porque
si uno se ha puesto en peligro de algo
sin necesidad, puede parecer que será
capaz de arriesgarse en lo noble, y si
es despilfarrador con cualquiera, también
podrá serlo con los amigos; porque es
exceso de virtud hacer el bien a todos.
Hay que tener en cuenta también a
aquellos ante quienes se hace el elogio;
porque, como decía Sócrates, no es difícil
alabar a los atenienses ante los atenienses.
Hay que alabar como real, por
ejemplo entre los escitas, los espartanos
o los filósofos, lo que es entre ellos
más digno de elogio. Y, generalmente,
hay que considerar noble lo que lleva
estimación, porque esto parece ser análogo
de lo noble. Y también son nobles
todas las cosas que son adecudas a un
fin, como si uno es digno de sus antepasados
y de las cosas hechas con anterioridad
;" porque es origen de felicidad y es
noble la adquisición de un mayor grado
de honra. Y también si va más allá de
lo adecuado, camino de lo mejor y lo
más bello, como si uno es comedido
mientras tiene buena suerte y, cuando
la suerte le es adversa, es magnánimo
o se vuelve mayor, mejor o de espíritu
más conciliador. Eso es lo que dijo Ifícrates,
«de qué cosas salido, a qué cosas
he llegado»; y lo del vencedor olímpico :
antes. Helando en mis hombros una ruda...
y lo que escribió Simónides:
la que tenia el padre, el marido y los hermanos
[tiranos.
Puesto que la alabanza se da por las
acciones realizadas, y es propio del que
es diligente lo que es según la previsión,
hay que intentar demostrar que aquel
a quien elogiamos obra previsoriamente.
ES "útil mostrar que eso lo ha hecho ya
muchas veces. Por eso las coincidencias
y lo que proviene de la suerte, hay que
incluirlo en la previsión; porque, si uno
presenta muchas y semejantes cosas, parecerá
ser todo ello signo de virtud y
de un propósito deliberado.
El elogio es un discurso que da a conocer
la grandeza de una virtud. Conviene,
pues, en él presentar los hechos
como tales virtudes. El encomio es
siempre de acciones—y lo que las rodea
sirve de argumento, como la nobleza de
cuna y la educación; porque es verosímil
que de los buenos procedan los buenos
y que el que ha sido educado así,
sea tal—. Por eso encomiamos a los
que han hecho algo. Las obras son signos
de la manera de ser de cada uno,
ya que podríamos elogiar al que nada
ha hecho, si creyéramos con todo que
era de tal manera. La acción de bendecir
y de hacer feliz para unos es lo
mismo, pero no es lo mismo para otros,
sino que, como la felicidad comprende
en sí la virtud, también la acción de
hacer feliz a otro comprende estas cosas.
El elogio v las deliberaciones tienen
una aparencia común; porque las cosas
que se exponen en un discurso deliberativo,
cambiadas según su estilo,
resultan encomios. Así pues, ya que co136
 1368 a/1368 b
nocemos qué cosas hemos de obrar y
cómo debe ser cualquiera, conviene, al
decir estas cosas a manera de principios,
cambiar y dar la vuelta a la frase,
como que no conviene enorgullecerse de
las cosas que trae la buena suerte, sino
de las alcanzadas por uno mismo, picho
de esta manera, vale como principio;
como alabanza hay que exponerlo así:
hay que enorgullecerse, no de las cosas
obtenidas por suerte, sino de las logradas
por sí mismo. De manera que, cuando
se quiere elogiar a alguien, hay que
mirar a lo que se podría sentar como
principio, y cuando se quiere sentar un
principio, hay que mirar qué es lo que
podríamos elogiar allí. La expresión, por
necesidad, será opuesta, según se cambie
a lo prohibitivo o a lo no prohibitivo.
También hay que servirse de muchas
circunstancias de ponderación o encarecimiento,
como si lo hizo él solo, o el
primero, o con pocos, o fue el que más
parte tuvo en ello; porque todas estas
cosas llevan un tinte de nobleza. También
hay que ponderar las circunstancias
de los tiempos y ocasiones; porque
estas también superan lo presumible. Y
si muchas veces ha logrado lo mismo
con éxito; pues todo ello parecerá cosa
grande e independiente de la suerte, antes
lograda por uno mismo. Y si las cosas
que le han estimulado y le han premiado
fueron halladas y preparadas por
él mismo; y decir si es aquel a quien
se hizo el primer encomio en algún orden,
por ejemplo, Hipóloco, o bien Harmodias
y Aristogitón, que fueron los dos
primeras en tener una estatua en el
agora (1). De manera semejante ocurre
con los contrarios. Y, si no se halla
en él mismo con suficiencia lo que se
precisa, contrapóngasele a otros; como
hacía Isócrates, por su falta de costumbre
en el ejercicio de la oratoria forense.
Conviene establecer comparación con
la gente célebre; porque es ponderativo
y noble ser mejor que gente notable.
Razonablemente, la ponderación corresponde
a las alabanzas; porque consiste
en una excelencia y la excelencia es una
de las cosas nobles. Por eso, si no se
puede hacer respecto de gente célebre,
(1) De esta estatua de los tiranicidas habla
Pausanias. La escultura es del siglo v.
conviene al menos establecer comparación
con otros, ya que la excelencia parece
significar virtud.
Generalmente, de las formas comunes
a todos los discursos, la ponderación es
la más adecuada a los demostrativos;
porque estos toman las casas como generalmente
admitidas, de manera que
solo queda rodearlas de grandeza y belleza
; los ejemplos son lo más apropiado
para los discursos deliberativos: porque,
a partir de las cosas sucedidas con
anterioridad, juzgamos las cosas futuras,
vaticinándolas; y los entimemas son lo
más apropiado para los discursos forenses:
porque lo ya sucedido precisa más
fundarse en la causa y la demostración,
por ser dudoso.
Todo esto se ha encaminado a ver en
qué se fundan casi todos los elogios y
censuras, a qué cosas conviene que se
atienda al alabar y al censurar, y de
qué resultan los encomios y reproches;
adquiridas estas nociones, son evidentes
las cosas contrarias, ya que la censura
proviene simplemente de lo contrario.
CAPITULO 10
SOBRE LA ORATORIA FORENSE: BASES DE
SU RAZONAMIENTO
X
Parece conveniente tratar a continuación
sobre la acusación y la defensa y
acerca de cuántas y de cuáles premisas
hay que sacar los silogismos que ayuden
a ello. Es necesario considerar tres
cosas; una, por causa de cuáles y cuántas
cosas se comete injusticia; en segundo
lugar, qué disposición de ánimo
suponen los que la cometen; en tercer
lugar, contra quiénes cometen injusticia
y qué disposición de ánimo hay en
los que la padecen. Una vez hayamos
definido qué es cometer injusticia, digamos
lo que sigue.
Sea, por tanto, cometer injusticia el
dañar voluntariamente a alguien contra
la ley. La ley es o particular o común.
Llamo ley particular aquellas normas
escritas según las cuaíes se gobierna una
ciudad; y ley común, aquellas normas
que, sin estar escritas, parecen ser admitidas
por todos.
Obran voluntariamente cuantos lo hacen 1368
b/1369 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 10 137
 a sabiendas y sin tener necesidad
de obrar. Todas las cosas que se hacen
voluntariamente, no se hacen siempre
premeditadamente, pero cuantas se hacen
premeditadamente, todas se hacen
a conciencia. Porque nadie desconoce
aquello que premeditadamente elige.
Las causas por las que uno escoge
dañar a otros y hacer el mal en contra
de la ley, son el vicio y la intemperancia;
porque si varios tienen un vicio,
uno o varios, en aquello en que son viciosos
son también injustos; por ejemplo,
el avaricioso en el dinero, y el incontinente
en los placeres del cuerpo,
y el blando en las cosas cómodas, y el
cobarde en los peligros—porque abandona
por completo a los que se exponen
al peligro junto con él, por miedo—,
y el vanidoso en los honores, el de genio
fuerte en la ira, el amante de vencer
en la victoria, el rencoroso en la
venganza, el necio por vivir engañado
en lo que se refiere a lo que es justo
o injusto, el insolente por el desprecio de
la opinión. De manera semejante, cada
uno de los demás en cada uno de los
objetos.
Pero todo cuanto se refiere a esto está
clkro, tanto por lo que se ha dicho sobre
las virtudes, como por lo que diremos
luego respecto de las pasiones; queda,
pues, por decir por qué motivo se
comete injusticia, en qué estado de ánimo
y contra quiénes.
Distingamos primero, pues, qué cosas
nos incitan y de qué cosas huimos,
cuando nos disponemos a cometer injusticia;
porque es evidente que el acusador
debe considerar cuántas y cuáles
cosas, de aquellas a que aspiran todos
los que cometen injusticia contra el prójimo,
hay en el contrario, y el defensor
debe considerar cuáles y cuántas de
ellas no existen en el injuriado. Porque
todos en todo obran unas veces no
por causa de sí mismos, pero otras sí.
De las cosas que no se hacen por causa
de sí mismo, unas se hacen por casualidad,
otras por necesidad; y de las que
se realizan necesariamente, unas se hacen
por la violencia, otras según la naturaleza
; de manera que, de todas cuantas
cosas no se hacen por causa de uno
mismo, unas se hacen por casualidad,
otras impuestas por la naturaleza, otras
por la violencia.
Las cosas que se hacen en favor de
uno mismo y de las que uno mismo es
causante, se realizan unas por costumbre,
otras por apetito, sea por apetito
razonado, sea por apetito irracional. La
deliberación es un apetito de bien—porque
nadie quiere sino cuanto le parece
ser bueno—; apetitos irracionales son
la ira y la concupiscencia; de manera
que todo cuanto se hace necesariamente
se hace por una de estas siete causas:
por el azar, por la naturaleza, por la vio.
lencia, por la costumbre, por la razón,
por la ira o por la concupiscencia.
El ir además distinguiendo según las
edades, los hábitos u otras cosas semejantes,
las acciones, es excesiva minucia
; pues, si ocurre que los jóvenes son
iracundos o desenfrenados, no hacen
estas cosas por juventud, sino por ira
y concupiscencia. Ni tampoco ocurren
las cosas por riqueza o pobreza, sino
que accidentalmente) sucede que los pebres,
a causa de su indigencia, deseen
riquezas, y que los ricos, por sus recursos,
deseen placeres innecesarios; pero
todos estos no obran por causa de la
riqueza o la pobreza, sino a causa de
la concupiscencia. De manera semejante
los justos y los injustos y los demás que
se dice que obran por sus hábitos propios,
obran en realidad por las causas
dichas: o por razón o por pasión; los
unos por costumbres y pasiones provechosas,
los otros por las contrarias.
Sucede, con todo, que a unos modos
de ser corresponden unas cosas y a los
otros otras; porque acaso al temperante,
por ser temperante, le acompañan inmediatamente
opiniones y deseos provechosos
respecto de lo placentero, y en
cambio al vicioso le acompañan los contrarios
de estos, respecto de las mismas
cosas.
Por eso hay que renunciar a estas distinciones,
y hay que considera^ en cambio,
cuáles cosas suelen seguirse de cuá?
les otras; porque, de que uno sea blanco
o negro, grande o pequeño, no se
sigue que de ello se deriven tales o cuales
cosas; pero, que sea joven o viejo,
justo o injusto, eso ya encierra diferencia.
Y en general, hay que considerar
tedas las circunstancias que hacen di138
 1369 a/1370 a
íerenciarse los caracteres de los hombres;
por ejemplo, se diferenciarán en
algo al considerarse a sí mismos ricos I
o pobres, con buena suerte o sin ella.
De estas cosas hablaremos luego; hablemos
ahora primero de las que aún
nos quedan por decir.
Vienen de la suerte aquellos sucesos
cuya causa es indeterminada y no suceden
con algún fin, ni siempre, ni de ordinario,
ni de modo regular; lo que se
refiere a esto queda bien claro por la
definición misma de suerte.
Suceden por naturaleza aquellas cosas
cuya causa está en ellas mismas y
es regular; porque siempre o de ordinario
ocurre así. Pues de lo que ocurre
al margen de la naturaleza, no hay que
ir averiguando si sucede por alguna causa
natural o por otra causa cualquiera;
porque podría parecer que la suerte fuera
también la causa de tales cosas.
Ocurren por violencia las cosas que
se producen al margen del deseo o de
los razonamientos de sus mismos autores.
Según costumbre, las cosas que se
hacen por haberlas hecho muchas veces.
Por razonamiento, las cosas que parecen
convenir, según los bienes dichos,
o como íin, o como medio para el fin,
cuando se hace porque conviene; pues
algunas cosas convenientes también las
hacen los viciosos, pero no por el provecho,
sirio por el placer.
Por causa de la ira y la cólera se realizan
las venganzas. Se diferencian la
venganza y el castigo; porque el castigo
tiene por objeto el que lo sufre; la
venganza tiene por objeto el que la toma,
por compensarse. Sobre gué es la
cólera, se verá claro en los capítulos que
tratarán de las pasiones.
Por concupiscencia se hacen cuantas
cosas parecen agradables. También lo
acostumbrado y habitual cuenta entre
las cosas agradables; porque muchas
cosas que, por naturaleza no son agradables,
se hacen agradables cuando se
convierten en costumbre.
De manera que, sintetizando, cuantas
cosas uno hace por sí mismo, son todas
o buenas o aparentemente tales, agradables
o con apariencias de placer. Y
puesto que las cosas que son por uno
mismo se hacen con gusto, y no se
hacen de buena gana las que no son
por causa del propio querer, cuantas
cosas se hagan de buena gana son buenas
o aparentemente buenas, agradables
o en apariencia placenteras- porque incluyo
entre los bienes la liberación de
los males reales o aparentes, o la participación
en un mal menor en lugar
de otro mayor—ya que esto es de alguna
manera deseable—; y la liberación
de las cosas penosas o aparentemente
tales, y la participación en daños menores
en lugar de otros mayores, también
se cuenta entre las cosas agradables.
Hay que examinar también las COSÉIS
provechosas o agradables, cuántas y cómo
son. Puesto que de lo útil se ha
hablado ya antes, al hacerlo sobre la
oratoria deliberativa, hablemos ahora
sobre lo agradable.
Conviene tener en cuenta que las definiciones
son suficientes cuando, sobre
cada punto concreto, no son oscuras ni
minuciosas.
CAPITULO 11
EN TORNO A LO AGRADABLE Y EL PLACER
Supongamos que el placer es un movimiento
del alma y un retorno completo
y sensible a la naturaleza elemental, y
que el dolor es lo contrario. Y si él
placer es tal, es evidente que también
es conforme a la naturaleza, y más cuantimiento;
en cambio, lo que lo destruye
o lo que produce la situación contraria
es doloroso.
Es, pues, necesario que sea de ordinario
agradable el moverse hacia lo que
es conforme a la naturaleza, y más cuando
se ha recobrado según la propia naturaleza
lo que se origina de conformidad
con ella y sus hábitos; porque lo
habitual viene a ser como connatural,
ya que el hábito es semejante a la naturaleza,
porque lo que es muchas veces
está cerca de lo que siempre sucede
: y la naturaleza es esto que siempre
ocurre igual y hábito lo que con
frecuencia,
También es agradable lo que no es
forzado, porque la violencia está al
margen de la naturaleza. Por eso lo que
1370 a/1370 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 11 139
es necesario es doloroso, y se dice con
razón:
porque todo lo necesario es naturalmente obra
[fatigosa.
Los cuidados, los esfuerzos y las tensiones
son cosas dolorosas; porque si
no se han convertido en hábito, son cosas
forzadas y violentas, pues de esta
manera, la costumbre se hace agradable.
Sus contrarios, en cambio, son agradables
; por eso las distracciones, las comodidades,
las diversiones intrascendeni
tes, los juegos, el descanso y el sueño
están entre las cosas agradables, porque
ninguna de ellas es forzada. Y aquello a
que tiende la concupiscencia, todo es
placer; porque la concupiscencia es el
apetito de lo placentero.
De los apetitos, unos son racionales o
seéún la razón, otros irracionales. Llamo
irracionales a todos los que se mueven
a apetecer sin que medie la comprensión
de algo; y son tales los que
se dice son según la naturaleza, como
• los que brotan del cuerpo, como la sed
y el hambre de alimento, y el deseo de
cada especie de alimento, y los referentes
al gusto y a lo venéreo y, en general,
al tacto, y los que dicen referencia
al olfato, al oído y a la vista. Son según
razón los que se mueven a apetecer
por persuasión; porque uno apetece
contemplar y poseer muchas cosas por
haber oído hablar de ellas y haber sido
convencido respecto a ellas.
Y ya que el placer consiste en la sensación
de una cierta experiencia, la
imaginación es una sensación débil y
siempre al que recuerda o espera algo
le acompaña cierta representación imaginativa
de aquello que recuerda o espera.
Y si esto es así, es evidente que
tienen placeres los que recuerdan y esperan,
puesto que también tienen sensación.
De manera que es necesario que
todos los placeres sean o presentes para
el sentir, o pasados para el recordar, o
futuros en el esperar; porque se sienten
las cosas presentes, se recuerdan
las pasadas, se esperan las futuras. Como
recordadas, no solo causan placer
las cosas que en su presente, cuando
existían, eran agradables, sino también
algunas que no eran agradables, si posteriormente
han resultado ser algo hermoso
o bueno en sus consecuencias; de
donde se dijo esto:
pero, es agradable, una vez a salvo, recordar las
[pe-nalidatíes... (1).
y también:
pues luego, también con los dolores se alegra
[el hombre,
recordando que ha sufrido muchas cosas y que
[ha obrado muchas cosas... (2).
La razón de ello es que también es
agradable el carecer de mal. Las cosas
esperadas, cuando estén presentes, parecerán
causar gran deleite y aportar
gran utilidad, y serán útiles sin dolor.
Y en general, las cosas que estando presentes
deleitan, también deleitan de ordinario
cuando se las espera y se las recuerda.
Por eso también enojarse o irritarse
es agradable, según escribió Homero
de la cólera:
que es mucho mas dulce que miel que destila
[gota, gota,
porque nadie se enoja contra aquel a
quien parece imposible que le alcance el
castigo; y contra los que son superiores
en fuerza nadie se enoja o menos.
En la mayoría de los apetitos se sigue
cierto placer; pues tanto si uno
recuerda que obtuvo satisfacción de
ellos, como si espera alcanzarla, goza ya
de cierto placer; como los que en la
fiebre están dominados por la sed y gozan
recordando que bebieron y esperando
beber; y los enamorados gozan dialogando
y escribiendo y haciendo siempre
algo que se refiera al amado; porque
en todas estas cosas, les parece, al
recordarlas, que sienten al amado. El
principio del amor es el mismo para todos,
cuando no solo gozan del amado
presente, sino que también le aman al
recordarle ausente y les produce tristeza
que no esté presente; y en las tristezas
y llantos encuentran cierto placer; porque
la tristeza está en la no posesión,
y el placer está, en recordar y ver de algún
modo a aquel, qué cosas hacía y
(1) De Eurípides en su Andróme&a, (r., 13S N.
'(2) Odisea. XV, 400 y sgs.
140  1370 b/1371 b
cómo era; por lo cual se dijo esto y
con razón:
asi dijo, y a todos ellos de lo más intimo les
[brotaron deseos de llorar (1).
También el vengarse es agradable.
Porque aquello que es penoso no alcanzar,
resulta agradable lograrlo; y los
iracundos se entristecen enormemente
cuando no se vengan, y esperándolo se
gozan.
El vencer es también agradable, no
solo a los que viven del afán de la victoria,
sino a todos; pues nace de ello
una sensación de superioridad de la que
todos tienen apetito, ligera o intensamente.
Puesto que el vencer es agradable,
es necesario que también lo sean
los juegos, tanto los deportivos como
los de disputa racional—ya que también
en estos se da la victoria—; y los de
tabas y pelota, los de dados y damas.
Y semejantemente ocurre respecto a los
juegos que requieren esfuerzo; porque
unos se vuelven agradables, cuando uno
se acostumbra a ellos, y otros lo son inmediatamente,
como la caza con perros
y toda clase de caza; porque donde hay
competición, también hay allí victoria.
Por eso la victoria forense y el triunfo
de la controversia son agradables para
los que están habituados a ello y poseen
para ello aptitudes.
El honor y la buena reputación son
de las cosas más agradables, porque a
cada uno le causan la sensación de que
es en realidad tan estimable, y más
cuando lo dicen los que se considera que
dicen verdad. Tales son los que están
cerca, con preferencia a los más lejanos,
y los compañeros y conciudadanos
más que los extraños, y los que son algo
más que los que van a serlo, y ios discretos
más que los insensatos, y los muchos
más que los pocos; y esto porque
es mas verosímil que digan la verdad
los mencionados que no los contrarios;
puesto que de la estimación o parecer
de aquellos a quienes uno menosprecia
o considera menos, como son los niños
y las animales, nada le importa a uno,
al menos en cuanto a opinión, aunque
podamos tenerlo en cuenta por otro motivo.
(1) /fiada, XXIII, 108; Odisea, IV, 183.
También el amigo entra en las cosas
agradables; porque amar es agradable
—ya que nadie es amigo del vino, si
no le gusta el vino—, y también es agradable
ser amado; porque también aquí
se da la imaginación p sensación de
ser uno bueno en sí mismo, a lo cual
aspiran todos los que son sensibles;
porque e) ser objeto de amor es ser uno
amado por sí mismo. Y también es agradable
el ser admirado, por el hecho mismo
de ser objeto de honra. Y el ser
adulado y el adulador son también cosas
agradables; ya que el adulador es
un admirador y un amigo en apariencia.
Y el hacer muchas veces las mismas
cosas tamoién es agradable; ya que dijimos
que lo habitual era agradable. Y
al contrario, también el cambiar resulta
agradable; porque el cambiar va encaminado
a la naturaleza, ya que lo que
siempre es igual produce un exceso en
el hábito establecido; de donde se dice:
el cambio cíe todas las cosas es dulce (2).
Por eso también es agradable lo que sucede
de cuando en cuando, lo mismo personas
que cosas; porque el cambio está
fuera de lo presente y al mismo tiempo
lo que sucede solo de cuando en cuando
es faro.
El aprender y el admirar son también,
de ordinario, cosas agradables; porque
en el admirar está implícito el apetecer,
de manera que lo que es admirable es
apetecible; y en el aprender está implícito
el volver a lo que es conforme a la
naturaleza.
El obrar el bien y el recibirlo debe
también ser contado entre las cosas
agradables; porque recibir el bien es alcanzar
lo que se apetece y obrar el bien
supone poseer los medios y ser superior,
dos cosas estas a que todos aspiramos.
Porque por ser agradable la realización
del bien, también es agradable a los
hombres el enderezar a los que nos rodean
y completar lo que es deficiente.
Puesto que aprender es agradable y
también lo es el admirar, es preciso que
sean también agradables otras cosas de
este mismo orden, como lo imitativo;
así la pintura, la escultura y la poesía,
y todo lo que puede ser bien imitado es
(2) Eurípides, Or., 234.
1371 b/1372 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 12 141
agradable, aun cuando lo mismo que se
imita no sea ello por si agradable; porque
no se goza sobre ello mismo, smo
que se da allí un razonamiento de que
esto es aquello, de manera que ocurre
que se aprende algo. También son agrada^
bles los acontecimientos imprevistos y el
haberse salvado por poco de los peligros,
ya que todas estas cosas son admirables.
Y ya que las cosas conformes a la naturaleza
son agradables, y las cosas afines
son entre si conformes a la natura^
leza, todas las cosas congéneres y semejantes
son agradables de ordinario, como
el hombre lo es para el hombre, y él
caballo para el caballo, y el joven para
el joven; de donde se dicen los refranes
de que «cada uno goza con el de
su edad», y que «siempre se busca al
semejante», y que «cía fiera conoce a la
fiera», y «el cuervo, junto al cuervo», y
otros semejantes.
Puesto que lo semejante y lo que es
del mismo género le es del todo agradar
ble a uno mismo, y cada uno experimenta
esto, sobre todo de sí mismo, necesariamente
todos son, en mayor o menor
grado, amantes de sí mismos; ya que
todas estas semejanzas se fundan sobre
todo en uno mismo. Y ya que todos se
aman a sí mismos, es también necesario
oue las cosas propias les sean asimismo
agradables, como son sus obras
y sus palabras. Por eso hay gente aficionada
a los aduladores, como cosa ordinaria,
y aficionados a los honores, y
también es agradable completar las cosas
deficientes; porque con esto vienen
estas cosas a ser obra de uno.
Y dado que el mandar es casa muy
agradable, también causa placer el parecer
sabio; porque el tener prudencia
es cosa de mando y la sabiduría es conocimiento
de muchas cosas y admirables.
Además, supuesto que los hombres
son de ordinario aficionados a las honras,
es menester que también el estimular
a los que están cerca les sea agradable,
y lo es el ejercitarse a sí mismo
en aquello en que uno parece superarse
a sí mismo, como dice también el poeta:
y a esto se esfuerza uno,
dedicando la mayor parte de cada día
a lograr ser mejor que él mismo (1).
(1) Eurípides, Antíope, 183.
De manera semejante, puesto que el
juego es de las cosas agradables, como
también toda despreocupación, y también
lo es la risa, es necesario que estén
entre las cosas agradables las cosas risibles,
tanto las personas, como los dichos
o las acciones. Con todo, sobre las
cosas ridiculas se trata aparte en los
libros sobre poética.
Respecto de las cosas agradables, pues,
quede dicho todo esto; las cosas penosas
son evidentes por los contrarios.
CAPITULO 12
HABLA SOBRE LOS TÓPICOS QUE SS REFIEREN
AL ESTADO DE ANIMO DE LOS QUE
COMBTEN INJUSTICIAS Y SOBRE LOS
QUE SON VICTIMAS DE INJUSTICIAS
Asi pues, son estas las cosas por cuya
causa se comete injusticia; en qué situación
y contra quiénes se comete, digámoslo
ahora.
Se comete, pues, la injusticia cuando
se cree que la acción es posible de realizar
en sí y en relación a uno mismo,
bien porque al hacerlo quede uno oculto,
o sin quedarlo no deba someterse a
la justicia, o cuando, sometiéndose a
ella, el castigo le parece ser menor que
el provecho propio o de aquellos por
quienes uno se interesa. Qué cosas parecen
posibles y cuáles imposibles, se
dirá en lo que siga, porque estas cosas
son comunes a todos los géneros de discursos;
piensan ser capaces de hablar
bien, y los que son hábiles en el obrar
y los que están habituados a muchos
pleitos, y también si tienen muchas
amistades y son ricos. Sobre todo, si
ellos mismos pueden contarse entre los
dichos; y si no, si los apoyan a ellos
amigos de esta clase, o bien sirvientes
o cómplices que tengan estas cualidades;
porque, gracias a estas cosas pueden
obrar injustamente y quedar ocultos
y no someterse a la justicia. También
si son amigos de los que sufren la
injusticia o de los jueces se atreven a
cometer injusticia; porque los amigos
no están prevenidos contra la injusticia
y se reconcilian más fácilmente antes
de tratar de vengarse, y los jueces
favorecen a aquellos que son amigos su142
 1372 a/1372 b
yos y los liberan del todo o les imponen
un castigo menor.
Están en condiciones fáciles de poder
quedar ocultos los que son contrarios a
los capítulos de acusación; por ejemplo,
los débiles respecto de una acusación de
violencia, y el que es pobre o feo respecto
de la acusación de adulterio. También
son así las cosas hechas demasiado
manifiestamente y a la vista; pues no
se está prevenido de ningún modo contra
ellas y nadie está en disposición de
creerlas fácilmente. Tampoco las cosas
grandes y de tal naturaleza que nadie
llevaría a cabo; porque tampoco contra
estas se está prevenido, ya que todos se
guardan de las cosas sabidas o acostumbradas,
como de las enfermedades y
de las injusticias; y en cambio, de lo
que nunca uno ha enfermado, nadie se
guarda. También es ello posible en aquellos
que no tienen ningún enemigo o en
aquellos que tienen muchos; pues los
unos piensan que quedarán a cubierto,
porque no se estaba en guardia contra
ellos, los otros quedan ocultos porque
no parece verosímil fueran a atentar
contra los que estaban a, la defensiva
Lpor tener la coartada de que no se
brían atrevido. Y aquellos que tienen
facilidad para ocultarse, o en formas o
en lugares, están también en situación
oportuna. Y aquellos para los que, no
habiéndose ocultado, existe aún la huida
deji proceso, o el aplazarlo, o el corromper
a los jueces. Y los que, si les cae
el castigo o la condena, pueden evitar
el pago o diferirlo largo tiempo. O el
que, a causa de su pobreza, nada tiene
que pueda perder. También los que tienen
las ganancias seguras, muy grandes
o inmediatas, y los castigos pequeños,
inciertos o lejanos. Y los que no tienen
castigo proporcionado a la ventaja de
su injusticia, como parece ser la tiranía.
Y todos aquellos para quienes el
delito significa ganancia o lucro, y el
castigo solamente deshonra. Y los que,
por el contrario, encaminan el delito a
sacar alguna alabanza, por ejemplo si
les acontece que, al mismo tiempo, vengan
a su padre o a su madre—como le
ocurrió a Zenón—, y el castigo es en dinero,
destierro u otra cosa semejante.
Porque ambos delinquen y en ambas
disposiciones, fuera de que en sus caracteres
no son iguales, sino opuestos.
Y los que muchas veces han quedado
ocultos o no han sido castigados, y los
jue muchas veces han fracasado; pues
hay algunos, entre estos, como también
entre los soldados, que siempre vuelven
a la lucha. También entran aquí los
que consiguen el placer al instante y lo
doloroso más tarde, o bien la ganancia
en seguida y el castigo más tarde; porque
estos son intemperantes por carácter
y los intemperantes tienden a todo cuando
apetecen. Y también, por el contrario,
cabe incluir aquí aquellos a quienes ya
llegó lo doloroso o el castigo y lo agradable
y provechoso les viene luego y
más duradero; porque los que son temperantes
y más sensatos buscan tales cosas.
Y. aquellos a quienes es posible simular
que obran por azar, o por necesidad,
o llevados por la naturaleza, o
por la costumbre, y generalmente los
que han cometido ya antes alguna falta,
pero no un delito. También hay que
contar aquí los que pueden alcanzar
luego indulgencia. Y de igual manera
todos cuantos están en la indigencia.
De dos maneras se está en indigencia;
o bien de lo necesario, como los pobres,
o de lo superfluo, como en el caso de
los ricos. Y entran aún aquí los que están
muy bien considerados y los que
por el contrario gozan de muy mala fama,
pues los unos no parecerán, culpables
y los otros no pueden ya desprestigiarse
más.
Así pues, los que están así dispuestos
son los que intentan delinquir y delinquen
contra las siguientes personas y
en las cosas siguientes: contra los que
poseen lo que a ellos les falta, sea en
las cosas necesarias, sea en las cosas
superfluas, sea en el placer; y contra
los que están lejos y los que están cerca;
pues el quitarles algo a los unos es
rápido, y el castigo, si ha delinquido contra
los otros, viene con lentitud; por
ejemplo, los que roban a los cartagineses.
Y también contra los que no son
prudentes y no se guardan, sino son confiados
y crédulos; pues es mucho más
í'ácil ocultarse a todos estos. También
contra los indolentes; porque el tratar
de vengarse por algo es propio de los
diligentes. Y contra los tímidos; porque
no son combativos en su propio pro1372
b 1373 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 12 143
vecho. Y también contra los que han
sido ya victimas de las injusticias de
muchos y no han tratado de vengarse
de ellas, porque estos son, según el reirán
U), «el botín de los misios». Y contra
los que nunca han sido víctimas de
injusticia alguna y también contra los
que lo han sido muchas veces; porque
unos y otros están desprevenidos; los
unos porque nunca han sido objetas de
injusticia, los otros porque ya no esperan
volverlo a ser. Y contra los que han sido
acusados, o están expuestos a una mala
interpretación; porque estos tales ni se
deciden a llevar el asunto judicialmente,
por temor a los jueces, ni pueden
intentar convencerlos, por malquistos y
mal mirados. También a aquellos contra
quienes se tiene un pretexto en que
sus antepasados, o ellos mismos, o sus
amigos han obrado mal o tuvieron intención
de hacerlo, contra los mismos
que cometen ahora la injusticia, o contra
sus antepasados, o contra aquellos
de quienes ellos cuidan; porque, como
dice el proverbio, «el mal necesita solo
de un pretexto». También contra los
enemigos o contra los amigos; porque
contra los unos es fácil y contra los
otros es agradable. Y contra los que no
tienen amigos, y los que no son hábiles
en expresarse o hablar, o no lo son en
obrar; porque, o no se deciden a emprender
la causa, o se reconcilian, o no
llevan nada a término. Y contra aquellos
a quienes no les es provechoso perder
el tiempo esperando una sentencia
o una indemnización, cómo los extranjeros
o los que trabajan por su cuenta.
Porque estos con poco solventan el asunto
y fácilmente cejan en su proyecto.
También contra los que han cometido
muchas injusticias o tales como las que
se les infieren; porque parece se está
muy cerca de no cometer injusticia,
cuando es víctima de una tal injusticia
como la que él mismo solía cometer;
dicho, por ejemplo, como si uno maltratara
a alguien que por hábito ha
solido ultrajar a otros. También es posible
hacerlo contra los aue han obrado
el mal o lo han deliberado, o lo quie-
(1) Es un proverbio, al parecer originario del
Tile/o, de Eurípides, que se aplica a quien no
puede defenderse.
ren, o lo van a cometer; porque entonces
es ello agradable y noble, y parece
estar muy cerca de no ser tampoco injusticia.
Y es posible cometer aquellas
cosas con que se causará alegría a los
amigos o a los que admiramos, o bien
a los que amamos, o generalmente a
aquellos de cara a los cuales vivimos
y obramos. También contra aquellos de
quienes cabe alcanzar indulgencia. Y «
contra aquellos contra quienes hay agravios
pendientes y antiguas diferencias,
como por ejemplo hizo Calipo en lo referente
a Dión (2); porque también tales
cosas parecen estar cerca de no ser
injustas. Y contra los que están a punto
de recibir daño de otros, si no lo ocasionaban
estos, de manera que ya no sea
posible deliberar; como, por ejemplo, se
dice de Enesidemo que envió a Gelón los
premios del cótabo (3), por haber vendido
a unos como esclavos, pues se le
adelantó cuando también Enesidemo estaba
a punto de hacer lo mismo. Y contra
aquellos a quienes el haberles causado
daño nos permite brindarles muchas
acciones Justas como fácil reparación;
de esta manera Jasón el tesalio
pudo decir que convenía delinquir en
algunas cosas, para que se pudieran hacer
también muchas cosas justas.
Y también son fáciles de perpetrar los
delitos que todos o muchos suelen cometer
; pues parece que se habrá de alcanzar
perdón de ellos. Y las cosas que
son fáciles de ocultar; por ejemplo, las
cosas que se gastan rápidamente, como
son las cosas comestibles. O las cosas
fácilmente transformables en cuanto a
figura, color o constitución; o las que
fácilmente se ocultan en muchos sitios;
tales son las cosas fáciles de llevar encima
u ocultables en espacios reducidos.
Y sobre cosas indistintas o semejantes
a muchas que tiene el que comete la injusticia.
Y sobre cosas de que se aver-
(2) Calipo era un ateniense, amigo de Dión,
a quien acompañó a Siracusa contra el tirano
Dionisio. Al verse ante el peligro de los mercenarios,
en cuya desgracia habla caído, tramó
una conjuración contra Dión, que este no previo.
Calipo se excusó, como agraviado y enemistado
con Dión, como refiere el texto.
O) El cótabo era un juego propio de los
convites, que consistía en echar vino con una
copa hacia determinados objetivos.
144  1373 a/1374 a
güenzan de hablar aquellos que han padecido
la injusticia, como, por ejemplo,
ultrajes contra mujeres de casa, o contra
ellos mismos o sus hijos. Y en aquellas
cosas en que el que reclama podría
parecer que lo hace por afición a los
pleitos; tales son las cosas de poca monta
y que se suelen perdonar.
Asi pues, ha quedado casi totalmente
expuesto lo que se refiere a los estados
de ánimo en que se delinque, y a qué
delitos son los que se cometen, contra
quiénes y por qué motivos.
CAPITULO 13
QUE HABLA OS LA LEY COMO CRITERIO
DE JUSTICIA, SOBRE LAS CLASES DE LEYES,
SOBRE LA INJUSTICIA Y SOBRE LA EQUIDAD
Distingamos ahora todos los delitos y
los actos según justicia, partiendo de
lo que sigue. Queda definido lo que es
justo y lo que es injusto respecto de
las dos leyes y respecto a aquellos a
quienes se refiere, de dos maneras.
Llamo ley, por una parte, a la que
es particular, y por otra parte, a la que
es común; particular a la que viene determinada
por cada pueblo para sf mismo
de las cuales unas son escritas, otras
en cambio no escritas; y ley común es
la que es según la naturaleza. Porque
hay algo que todos adivinan que, comúnmente,
por naturaleza, es justo o es
injusto, aunque no haya ningún mutuo
consentimiento ni acuerdo entre unos
y otros; así, por ejemplo, aparece diciéndolo
la Antlgona de ¡Sófocles, que
es justo, aunque esté prohibido, dar sepultura
a Polinices, puesto que ello es
naturalmente justo:
pues no ahora, ni ayer, sino siempre jamás
vive esto, y nadie sabe desde cuándo pudo apatrecer.
Y como dice Empédocles respecto del
no matar lo que tiene vida, aunque ello
sea para unos ciertamente justo, para
otros en cambio injusto:
pero, lo que es legítimo para todos, se extiende
[sin limites
por el éter que reina sobre pueblos lejanos, por
[la luz inmensurable.
Y como dice Alcidamas en el Menesíaco
(1):
De dos modos se determina para quiénes
es la justicia o la injusticia: pues
lo que conviene hacer o no hacer se
determina mirando a la comunidad o
a uno de los miembros de ella. Por eso
también en lo injusto o en lo justo se
puede faltar o bien obrar adecuadamente
de dos maneras: o contra uno determinado,
o contra la comunidad; porque
el que comete adulterio o hiere a
alguno, delinque contra un miembro de
la comunidad determinado, y el que no
cumple con su. obligación militar falta
contra la comunidad.
Divididos ya todos los delitos, unos
que son contra la comunidad y otros que
son contra otra u otras personas, digamos,
en resumen, qué es padecer injusticia.
Padecer injusticia es recibir cosas
injustas de quien tiene intención de
cometerlas; ya que el delinquir ha sido
definido antes com.o algo voluntario. Y
puesto que es necesario que el que es
victima de una injusticia sea dañado
contra su voluntad, los daños, por lo antes
dicho, resultan evidentes; porque
las acciones buenas y las acciones malas
han sido diferenciadas antes en sí mismas
y también las acciones voluntarias,
que son las que se hacen con plena conciencia
; de manera que necesariamente
todas las acusaciones deben referirse o
a lo común o a lo particular, y contra
una persona inconsciente o abúlica o
contra una intencionada y consciente, y
de estas, una por libre y previa elección
y otra por pasión. Respecto de la
ira se hablará en el tratado de las pasiones;
qué cosas son las que se eligen
y en qué disposiciones de ánimo se ha
dicho ya más arriba.
Puesto que muchas veces los que reconocen
haber cometido algo, o no reconocen
el capítulo de acusación en que
ello se encuadra o alguna otra cosa acerca
de aquello a que se refiere dicho capítulo—
como si se admite haber cogido
algo, pero no haber robado; y haber
golpeado a otro primero, pero no haber
(1) Alcidamas fue un discípulo de Gorgias.
Las palabras que se le atribuyen en un escolio
al texto son: «Dios dejó a todos libres, a nadie
esclavizó la naturaleza.»
1374 a/1374 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 13 145
cometido ultraje; y haber frecuentado
una mujer, pero no haber cometido adulterio;
o haber, sí, robado, pero no sacrilegamente
(porque no era cosa que perteneciera
a algún dios); o haber trabajado
la tierra, pero no tierra pública;
o haber dialogado con los enemigos, pero
no haber cometido traición—, por todo
eso convendría definir en relación con
todas estas cosas qué es robo, qué es
ultraje y qué es adulterio, de manera
que si queremos demostrar si existe o
no existe el delito, podamos declarar lo
que es justo. La discusión, en todos estos
casos, gira en torno a si una cosa
es injusta, mala o no es Injusta; porque
la maldad y el delito están en la
intención, como por ejemplo, ultraje y
robo; ya que si golpeó a otro, no siempre
y absolutamente tuvo que ultrajarle,
sino si lo hizo por algún motivo,
como para deshonrar a aquel o para darse
gusto a sí mismo. Ni siempre y absolutamente,
si se toma algo ocultamente,
se roba, sino tan solo si se hace
en perjuicio de aquel a quien se quita
y para apropiárselo uno mismo. De manera
semejante a lo que ocurre respecto
de estas cosas, pasa en las demás.
Decíamos, pues, que había dos especies
de cosas justas y de cosas injustas
—ya que unas están escritas y otras
no—; se ha hablado de aquellas cosas
que declaran las leyes escritas; de las
que no están escritas hay dos especies:
unas lo son por exceso de virtud o de
maldad, y sobre ellas hay censuras y
elogios, deshonras y honores y dones;
por ejemplo, el dar las gracias a quien
nos hace un favor, y corresponder con
otro favor a quien nos lo ha hecho, y
servir de ayuda a los amigos, y cuantas
otras cosas surjan de este estilo; las
otras son complemento de la ley particular
y escrita.
Lo equitativo parece ser justo; pero
lo justo es equitativo más allá de la ley
escrita. Esto ocurre unas veces según
la intención de los legisladores, otras en
contra de su voluntad; en contra de
su voluntad, cuando se les ha pasado
inadvertido; conscientemente, cuando
no pueden precisar más, antes les es
necesario hablar en general, y si tanto
no, al menos de cara a lo más frecuente.
También en cuantas cosas no es fácil
precisar por su indeterminación, como
por ejemplo el herir con hierro, de
qué tamaño, de qué clase, a quién; pues
se pasaría una eternidad enumerando
los casos concretos. Así pues, si algo
es indeterminado en sus aspectos o posibilidades
y es preciso se legisle sobre
ello, es necesario hablar en general; de
manera que si uno que tiene un anillo
levanta la mano y golpea, según la ley
escrita será culpable y delinque, pero
según la verdad no comete delito, y esto
es lo equitativo.
Y si lo equitativo es lo que hemos dicho,
resulta evidente qué cosas son equitativas
y qué cosas no lo son, y cuáles
son los hombres inicuos; las cosas que
conviene que tengan perdón, son equitativas,
pero las faltas y los delitos no
deben ser juzgados en pie de igualdad,
y tampoco las desgracias; porque desgracias
son sucesos que ocurren al margen
de lo razonable y que no proceden
de negligencia; y faltas son sucesos que,
sin estar al margen de lo razonable, no
proceden de maldad; delitos, en cambio,
cuantas acciones, dentro de lo razonable,
proceden de maldad; porque las cosas
que se hacen por apetito nacen de
la perversidad.
Ser indulgente o comprensivo con las
cosas humanas es equitativo. Y también
lo es mirar no a la ley, sino al legislador;
y no al texto, sino a la mentalidad
del legislador; y no a la obra,
sino a la intención; y no a la parte,
sino al todo; ni qué tal es el acusado
ahora, sino cómo era siempre o de ordinario.
También es equitativo el acordarse
más de los bienes recibidos qus
de los males, y más de los bienes que
ha recibido uno que de aquellos que
hizo. Y es equitativo el haber soportado
la injusticia recibida. Y el preferir resolver
un litigio de palabra, que por
la obra. Y es también equitativo el querer
recurrir mejor a un arbitraje que
a un juicio; porque el arbitro atiende a
lo equitativo, el juez, en cambio, nvra
a la ley; y con este fin precisamente
se inventó el arbitro, para que domine
la equidad.
Así pues, ha quedado definido de e.sta
manera todo lo que toca a la equidad.
146  1374 b/1375 a
CAPITULO 14
CRITERIOS BÁSICOS PARA CALIBRAR LA
GRAVEDAD DEL DELITO
El delito es mayor, en cuanto puede
nacer de mayor injusticia; por eso los
menores delitos pueden resultar los mayores,
por ejemplo, euando Calístrato
acusaba a Melanopo de que había sisado
tres medios óbolos sagrados a los
constructores del templo; tratándose
de injusticia ocurre al contrario, que se
miden aquellos casos por lo que en si
potencialmente encierran; porque el que
ha robado tres medios óbolos sagrados,
es capaz también de cometer cualquier
delito.
Unas veces, pues, la gravedad se calibra
así, otras veces se calibra por el
daño. Y de ello no hay castigo adecuado,
antes todo es demasiado pequeño.
Para ello tampoco hay remedio, porque
es difícil e imposible; y tampoco aquello
de lo que no puede reclamar justicia
el perjudicado, porque ya es irremediable;
porque hay que contar con que la
sentencia y el castigo son un remedio.
Tampoco si el que ha sufrido el daño y
la injusticia se na castigado duramente
a sí mismo; porque es justo que el que
lo ha cometido sea castigado en mayor
grado; así, Sófocles, hablando en favor
de Euctemon (1), luego que se había
dado muerte a si mismo, por haber sido
ultrajado, dijo que no lo estimaría en
menos de lo que lo había estimado para
sí el que lo había padecido.
También son agravantes del delito el
haber cometido solo el crimen, o el primero
o después de pocos. Y también el
cometer muchas veces el mismo delito.
Y aquel por cuya causa se han buscado
y se han maquinado medios de perseguirlo
y de castigarlo, como en Argos,
que es castigado aquel por cuya causa
ha tenido que ser impuesta una ley y
aquellos delitos por cuya causa ha sido
construida una cárcel. Y el crimen,
cuanto más fiero o salvaje es, es mayor.
Y el que ha sido premeditado, también
es mayor. Y también lo es aquel que
(11 Este Sófocles no es el poeta, sino un
orador y político, posiblemente uno de los que
incluye Jenofonte entre los treinta tiranos.
los oyentes temen más que compadecen.
Los recursos retóricos para este caso
son los siguientes: decir que el acusado
ha omitido o transgredido muchas
cosas, como por ejemplo, juramentos,
contratos, palabras de fidelidad, derechos
de matrimonio; pues todo ^llo supone
un exceso de delitos. Y t haber
delinquido precisamente allí donde los
que cometen delito son castigados; porque
esto cometen los que dan testimonio
en falso; ya que ¿dónde podría no
delinquir, si también lo hace en el tribunal?
Y decir que lo ha hecho en aquellas
cosas en que se siente más la vergüenza,
y ver si es contra aquel de
quien se ha recibido bien; porque en
mayor grado delinq ¡e, puesto que come-
:e una acción mala y deja de hacer una
juena.
También son más graves los delitos
que violan las leyes no escritas; porque
es de más valía el ser justo no forzadamente
; ya que las leyes escritas obligan
con necesidad, y las no escritas, no.
Otro recurso retórico es el de cuando
se obra contra las leyes escritas; porque
el que delinque, cuando son de temer
los castigos, también delinquiría, y
más, cuando no existiera el castigo.
Así pues, hemos tratado en esto de la
mayor gravedad del delito.
CAPITULO 15
SOBRE LOS ARGUMENTOS
SXTRARRETORICOS
Hay que pasar ahora a tratar de los
argumentos llamados no artísticos; porue
estos son característicos de la oraoria
forense. Son cinco en número:
eyes, testigos, pactos, confesiones bajo
ormento, juramentos.
Hablemos primero, pues, sobre las lees,
cómo ha de servirse de ellas el que
ersuade y el que disuade, y cómo ha
e usarlas el que acusa y el que defiene.
Porque es evidente que, si la ley esrita
es contraria al hecho, hay que utilizar
la ley común y los. argumentos más
equitativos y más justos. Y es evidente
que la fórmula «con la mejor conciencia)
» significa no servirse siempre y simplemente
de las leyes escritas. Y tam1375
a/1376 a RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 15 147
bien es evidente que lo equitativo permanece
siempre y nunca cambia, y tampoco
la ley común—ya que es una voz
de la naturaleza—, y, en cambio, la ley
escrita evoluciona con mucha frecuencia;
de donde se dice aquello de la Antígana
de Sófocles; porque ella se defiende
diciendo que sepultó a Polinices
en contra de la ley de Creonte, pero no
en contra de la ley no escrita:
porque, ni ahora, ni ayer, sino siempre jamás...
porque esto no yo lo de'bía hacer, por miedo de
[ningún hombre...
Argüiremos que lo justo es algo verdadero
y conveniente, pero que no es así
lo que no parece justo; de manera que
no lo es la ley escrita, ya que no hace
la función de ley. Y diremos aún que
el juez es como el perito en monedas,
que juzga cuál es de mala ley y cuál
es verdadera. Y también que es propio
de un hombre de más valía aplicar y
observar las leyes no escritas, antes
que las escritas. Y que si una ley es
acaso contraria a otra ley bien considerada
o a sí misma, de la misma manera
algunas veces una manda que sea superior
lo que se disponga de común
acuerdo, y otra prohibe que se llegue a
un acuerdo universal fuera de la ley.
Y si la ley es ambivalente, nos servimos
de ella de manera que se pueda volver
e interpretar en uno de los dos sentidos
y se adapte tanto a lo que es justo como
a lo que es conveniente. Y, si las cosas
por las que se estableció la ley no tienen
ya vigencia, y sí la tiene, en cambio,
la ley misma, hay que intentar esclarecer
esto y luchar en ello contra la
ley.
Si la ley escrita es favorable al caso
que tenemos entre manos, hay que decir
entonces que aquello que hemos dicho
de «con la mejor conciencia» no
vale sólo para hacer justicia al margen
de la ley, ano también para que
no se cometa perjurio, si se desconoce
qué es lo que dice la ley. Y, además,
hay que añadir que nadie elige lo que
es absolutamente bueno o simplemente
tal, sino lo que lo es para sí mismo. Y
también hay que decir que en nada se
diferencian el no haber ley y el no servirse
de ella. Y hay que decir que en
las demás artes no sirve de nada superar
en habilidad, por ejemplo, al médico;
porque no daña tanto el error del
médico, como el estar acostumbrado a
desobedecer al que manda, Y también
que el pretender ser más sabio que las
leyes, es lo que precisamente se prohibe
en las leyes que merecieron alabanza.
Por lo que toca a las leyes hemos distinguido,
pues, de la manera dicha. Hagámoslo
ahora respecto de los testigos;
los testigos son de dos clases: unos antiguos,
otros recientes; y de esos últimos,
unos participan del riesgo del acusado,
otros están fuera de él. Llamo
antiguos a los poetas y a todos aquellos
hombres famosos cuyos juicios son
célebres; como, por ejemplo, cuando los
atenienses se sirvieron de Homero como
testigo en el asunto de Salamina, y los
de Ténedos hace poco se sirvieron de
Periandro el Corintio contra los de Ligeo.
Y Cleofonte empleó contra Critias
las elegías de Solón, diciendo que su familia
era ya de antiguo desvergonzada;
ya que, si no, nunca hubiera escrito
Solón:
dime a Critias, el pelirrojo, que obedezca a su
[padre.
Tales son los testigos, acerca de las
cosas que ya han sucedido; respecto
de las cosas futuras también son testigos
los adivinos; así, por ejemplo, lo
hace Temístocles, al interpretar que hay
que trabar un combate naval partiendo
de la cuestión de la muralla de madera.
También los proverbios, como se suele
decir, son testimonios; por ejemplo, si
alguien aconseja a otro no hacerse amigo
de un viejo, le sirve de testimonio el
refrán:
nunca hagas bien a un viejo.
Y si alguien delibera sobre el dar
muerte a los hijos, a cuyos padres ya
se ha eliminado:
necio es el que, habiendo matado al padre, deja
[e'n vida a los hijos.
Son testigos recientes todas las personas
conocidas que han dado su opinión
sobre algo; porque sus juicios son
148  1376 a/1376 b
útiles a los que discuten sobre las mismas
cosas que ellos; así, por ejemplo,
Eubulo (1), en los tribunales, utilizó
contra Cares lo que Platón (2) dijo
contra Arquibio, de que se extendió por
la ciudad el confesar que se es malo.
También son testigos válidos los qua
participarían del riesgo del acusado, si
pareciese que dicen mentira. Esos tales
son solo testigos de si algo sucedió o no,
de si es o no es; pero no lo son respecto
de la cualidad del hecho, como si es
justo o injusto, conveniente o inconveniente;
en cambio, los que son de lejos
son los testigos más fidedignos en relación
a estas cosa, como también los antiguos;
porque no son corrompibles.
Sirven de argumentos sobre testimonios,
para los que carecen de testigos,
el que conviene juzgar partiendo de lo
verosímil, es decir, «con la mejor conciencia
», y que las cosas verosímiles no
pueden ser falseadas por la plata, y además
que los argumentos de verosimilitud
no pueden ser rechazados como testigos
falsos; el que tiene testigos dirá
por su parte al que no los tiene que
las cosas verosímues son inútiles ante
el tribunal, y que para nada se necesitarían
los testigos si fuera suficiente atenerse
a las puras razones.
Los testigos que se aducen son unos
en favor de uno mismo, otros sobre la
parte contraria; unos sobre el hecho,
otros sobre el carácter o costumbre del
autor del hecho, de manera que esté
claro que de ninguna manera se puede
carecer de un testimonio bueno; porque,
si el testigo no lo es respecto del
hecho, sea que conceda algo en favor
de uno mismo, sea algo contrario a la
otra parte, al menos, por lo que se refiere
al carácter, podrá servir o bien a
favor de la honradez de uno mismo o
a favor de la maldad del contrario.
Otras cosas referentes al testigo, que sea
amigo, enemigo q indiferente, que sea
de buena reputación, mala o neutra, y
otras diferencias semejantes, hay que
deducirlas de los mismos tópicos de los
(1) Eubulo de Anaflistos, orador adversario
de Demóstenes, citado por este y Esquines.
(2) La mayoría de los comentaristas se inclinan
por Platón, el cómico y poeta del siglo
iv. No se sabe nada de este1 Arquibio.
que sacamos los entimemas al particular.
Por lo que toca a los contratos, este
es el uso que de ellos se hace en los discursos
: confirmarlos o anularlos, hacerlos
dignos de crédito o privarlos de él;
si le convienen a uno, hay que hacerlos
merecedores de crédito y válidos; si convienen
a la otra parte, hay que obrar
al revés. En el convertir, pues, los contratos
de válidos en inválidos o viceversa,
no hay ninguna diferencia respecto
de la cuestión de los testigos; porque
según sean los que han firmado con sus
nombres el contrato o según sean los
encargados de su custodia, en tanto serán
dignos de crédito los mismos contratos;
una vez admitida la importancia
de un contrato a nuestro favor, hay
que darle importancia; porque el contrato
es una ley privada y parcial, y los
contratos no hacen válida la ley, pero
sí las leyes dan validez a los contratos
legales. Y, en general, la misma ley es
una especie de contrato, de manera que
el que niega su crédito a un contrato y
lo anula, anula las leyes. Además la
mayoría de los acuerdos, precisamente
los voluntarios, se hacen mediante contratos,
de manera que cuando quedan
sin validez, se anula el trato mutuo de
unos hombres con otros. Otras cosas que
conviniera decir quizá, es sencillo irlas
viendo por lo dicho.
Si los contratos nos son desfavorables
y están, en cambio, a favor de nuestros
contrarios, caen bien aquí, en primer
lugar, aquellas cosas que uno podría
oponer a una ley que le es adversa.
Porque es absurdo que, si a las leyes
que puedan estar no rectamente establecidas
porque se equivocaron los que
las dictaron, creemos que no es necesario
obedecerlas, es absurdo decimos que sea
necesario plegarse a los contratos. Además
que el juez es arbitro de lo justo;
y con todo no hay que atender a esto,
sino a lo que es más justo. Y lo que es
justo no se puede cambiar ni por engaño
ni con la violencia—porque es según
la naturaleza—, y en cambio, nacen
contratos entre los que están engañados
y obran presionados por la necesidad.
Hay que mirar, además de esto,
si son contrarios esos contratos a alguna
de las leyes escritas o de las comu1376
b/1377 b RETORICA.—LIBRO I.—CAP. 15 149
nes, y entre las leyes escritas, si acaso
lo son a las propias o a las extranjeras,
y luego si son contrarios a otros contratos
anteriores o posteriores; porque los
posteriores pueden ser los válidos, o bien
ser los anteriores los Justos y falsos
los posteriores, según sea necesario. Hay
que atender además a lo conveniente,
y a si es ello contrario a los jueces, y
otros argumentos semejantes; ya que
son fáciles de excogitar estos de una
manera similar a lo hecho.
Las confesiones bajo tormento son
testimonios especiales que llevan consigo
el parecer dignos de fe, porque añaden
cierta necesidad. Sin embargo, tampoco
es difícil decir qué recursos son
admisibles en ellos; porque si unos son
favorables a nuestra causa, cabe aumentar
su importancia, ya que son estos
los únicos testimonios verdaderos;
y si, en cambio, nos son desfavorables,
y están a favor de la otra parte litigante,
se pueden refutar diciendo la
verdad respecto del género entero de
los tormentos; porque los que son forzados
no menos dicen mentira que verdad,
y los que resisten todo el tiempo
no dicen la verdad, y fácilmente mienten,
para acabar antes. Conviene aplicar
a estas cosas ejemplos ocurridos que
conozcan los jueces. (Conviene decir
que no son verdaderas las confesiones
bajo tormento; porque muchos son rudos
o de piel dura y capaces de resistir
noblemente con su espíritu las violencias,
pero los cobardes y los tímidos se
mantienen fuertes solo .hasta que ven
los instrumentos de tortura, de manera
que nada hay digno de crédito en las
confesiones obtenidas bajo tormento.)
En cuanto a los juramentos, hay que
distinguir en ellos cuatro especies : pues,
o .se da y se recibe, o bien ninguna de
las dos cosas, o bien una cosa si y otra
no, y entonces de estos o se da pero no
se recibe, o se recibe pero no se da. Y
aún hay otra forma, además de estas,
si se ha prestado ya el juramento o por
uno mismo o por el otro"
No se ofrece el juramento a la otra
parte apoyándose en que es fácil el
perjurio y porque el que ha jurado no
restituye y piensa que van a sentenciarle
los jueces, aun no habiendo jurado,
da manera que así le resulte preferible
el riesgo que hay en los jueces, porque
en estos confia y en la otra parte no.
Se niega alguno a hacer el juramento,
porque dice que el juramento se
hace a cambio de dinero, y que si fuera
uno desvergonzado, de sobra habría
ya jurado; porque es preferible ser desvergonzado
a algún precio que por nada;
y que, por tanto, jurando ganaría
algo, y no Jurando, no. Así pues, dice
que el no jurar es por virtud y de ninguna
manera por temor al perjurio. Pero
se puede aplicar aquí lo que dijo
Jenófanes, que este desafío no es equilibrado
o proporcionado, puesto en un
hombre impío contra un hombre que
es piadoso, sino es más bien semejante
a que un hombre fuerte desafiara
a uno débil a dar golpes o a recibirlos.
Si se acepta el juramento, se podrfa
argüir que se tiene demasiada fe en
uno mismo y no en el otro. Y, dándole
la vuelta al dicho de Jenófanes, habrá
que decir entonces que hay igualdad
en que el impío conceda el juramento y
el que es piadoso jure; y que sería terrible
entonces que uno no quisiera jurar,
en una causa en que se cree justificado
que los jueces emitan su juicio, después
de haber jurado.
Si se concede el juramento a la parte
adversa, se dirá que es piadoso querer
confiarse a los dioses y que no es
menester que el adversario utilice otros
jueces que estos; porque a él se le concede
la decisión. Y además, que sería
absurdo no querer jurar sobre cosas en
que otros incluso son movidos a jurar.
Pue.sto que está ya claro como hay
que hablar en cada caso, también lo
está cómo hay que hablar cuando se
combinan entre sí dos casos distintos;
por ejemplo, si uno quiere prestar juramento
y en cambio no concedérselo
al adversario, y si lo concede, pero el
otro no lo amere prestar, y si quiere
concederlo por una parte y también
prestarlo él a su vez, y si ni una cosa
ni la otra; porque es necesario que estos
casos cualesquiera se compongan de
los ya explicados de manera que también
los razonamientos correspondientes
se componen de los ya expuestos.
Si una parte ha hecho ya juramento
y este resulta luego contradictorio, hay
que decir que no hay perjurio; porque
150  1377 b/1378 a
el delinquir es algo voluntario, y el perjurar
ciertamente es delinquir; pero Jo
que se hace movido por la violencia o
cegado por el engaño es involuntario.
Por tanto hay que incluir también aquí
el hacer juramento en falso, que es hacerlo
con la mente, pero no con la
boca.
Pero si es el adversario el que, habiendo
ya jurado, se contradice a sí
mismo, hay que decir que todo lo deshace
el que no se atiene a lo que juró;
porque por esto también los jueces aplican
las leyes solo luego de haber jurado.
Y hay que decir así: y ¿van estos
a creer que vosotros vais a juzgar según
lo que habéis jurado, cuando ellos
no tienen en cuenta su juramento? Y
añadir cuantas cosas de este mismo estilo
se puedan decir, ponderando esto,
(Así pues, quede dicho todo esto respecto
de los argumentos no artísticos.)

 

LIBRO SEGUNDO

CAPITULO 1

TRANSICIÓN. Y SOBRE EL CARÁCTER DEL ORADOR Y LAS PASIONES DEL OYENTE

Así pues, todo lo expuesto va dedicado
a ver de qué es conveniente partir
para convencer y disuadir, ensalzar y
censurar, acusar y defenderse, y qué
opiniones y opiniones son útiles para
los argumentos que respaldan estas cosas;
ya que en torno a esto y a partir
de esto se forman los entimemas, que
se dicen en particular sobre cada una
de las clases de discursos.
Y puesto que la retórica tiene como
fin el juzgar—porque también se juzgan
las deliberaciones y el veredicto del
tribunal es un juicio—, es necesario
atender no solo a que el discurso sea
apodíctico y fidedigno, sino también a
cómo ha de prepararse el mismo orador
y a cómo ha de predisponerse al juez;
porque importa mucho para la autoridad
del orador, sobre todo en los iiscursos
deliberativos, y también luego en
los forenses, cómo se presenta el que
habla y el que se pueda suponer que el
que habla está de alguna manera favorablemente
dispuesto en su ánimo en
relación a los que le oyen, y respecto a
estos, si se logra que también ellos estén
de alguna manera dispuestos para con
el orador.
De qué modo, pues, deba aparecer el
orador, es más útil para la oratoria deliberativa,
y que el oyente esté de alguna
manera bien dispuesto es más útil
para la oratoria forense; porque las
cosas no les parecen las mismas a los
que aman que a los que odian, ni a los
que están indignados que a los que sienten
tranquilidad, antes las cosas les parecen
totalmente otras o distintas en
grado o medida; porque al que ama al
que es sometido a juicio, cree que este
o bien no ha delinquido o que ha delinquido
poco; y al que odia le parece
todo lo contrario; y al que desea algo
con vehemencia o al que está en la firme
esperanza de algo, si lo que va. a ser
es agradable, le parece que sí va a ser
aquello, y que va a ser bueno; pero al
que nada desea y al que siente displicencia
por lo futuro, le pasa todo lo
contrario.
De que los oradores sean dignos de
crédito se señalan, pues, tres causas:
porque tres son las causas que nos
mueven a creer fuera de las demostraciones.
Son estas tres: la prudencia, la
virtud y la benevolencia; porque los
oradores sabemos recurren a la falsía
en aquellas cosas sobre que hablan o
deliberan, sea por todas estas causas
juntas, sea por algunas de ellas; ya
que, o bien por falta de prudencia no
opinan con rectitud, o bien opinando
rectamente no dicen lo que en realidad
creen por maldad, o bien, siendo
prudentes y honrados, no son benevolentes,
por lo cual es posible que no
aconsejen lo mejor a los que han de decidir
el litigio. Y fuera de estas causas
no hay otra. Es, pues, necesario que
el que parezca poseer en si todas estas
cualidades, resulte digno de crédito a
los oyentes.
1378 a/1378 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 2 151
Por qué cosas, pues, podrán parecer
prudentes y probos, hay que deducirlo
de lo que se ha dicho respecto de las virtudes;
ya que, partiendo de estas cosas,
puede uno presentar a otro y aun presentarse
a sí mismo bajo estos aspectos;
por lo que se refiere a la benevolencia y
a la amistad, hay que incluir el tema en
lo que se dice acerca de las pasiones.
Son las pasiones aquello por lo que
los hombres, cambiando íntimamente, se
diferencian ante el juicio; les sigue a
las pasiones, como consecuencia, tristeza
o placer; así son, por ejemplo, la
ira, la compasión, el temor y cuantas
otras hay semejantes a estas y sus contrarias.
Conviene distinguir en cada una
tres aspectos—y me refiero, por ejemplo,
a la ira—: Cuál es la disposición de
ánimo de los iracundos, contra quiénes
suelen irritarse y en qué ocasiones suelen
hacerlo; pues de conocer solo uno
o dos de estos aspectos, pero no todos
ellos, nos sería imposible provocar la
ira; de manera semejante ocurre con
las demás. De la misma manera, pues,
que hemos descrito las premisas sobre
las cosas ya dichas, así haremos aquí
con estas y las dividiremos del modo
dicho.
CAPITULO 2
SOBRE LA IRA Y SUS FACETAS
Sea, por consiguiente, la ira un impulso,
acompañado de tristeza, a dar
un castigo manifiesto por un manifiesto
desprecio de algo que toca a uno mismo
o a alguno de los suyos, lo cual no era
correcto despreciar. Si esto es la ira,
es necesario que el iracundo se enoje
siempre por cosas que se refieren a un
individuo particular, contra Cleón, por
ejemplo, pero no contra «el hombre»;
Lademás es necesario sea porque ha
cho o iba a hacer algo contra él o
contra alguno de los suyos; y además
de teda ira se sigue cierto placer, caumente
le son posibles, por eso se ha dicho
con razón sobre la ira:
la cual, mucho más dulce que la miel que destila,
crece en los pechos de los hombres... (Uporque
le acompaña cierto placer, por
eso y porque se pasa el tiempo vengándose
en su interior; y la imaginación
que se le produce entonces le causa
placer, como lo cauaan las de los sueños.
Puesto que el desprecio es la actualización
de una opinión sobre algo que
no parece digno de estima—porque ciertamente
estimamos que los bienes y los
males son dignos cíe un aprecio, y lo
que tiende a ellos también; pero lo que
no es nada o es pequeño, de ninguna
manera lo consideramos digno de estima—;
hay tres especies de desprecio:
el menosprecio, la calumnia y el ultraje;
porque el que menosprecia algo, lo
tiene en poco—ya que todo lo que parece
no valer nada se menosprecia, y lo
que no vale nada, se desprecia—; también
el que calumnia parece menospreciar,
porque la difamación es un obstáculo
a los designios de la voluntad,
no para lograr que una cosa sea para
uno mismo, sino para que no sea para
otro. Y puesto que no es para que algo
sea para uno mismo, lo desprecia; ya
que es evidente que este tal supone que
aquello no le va a causar a él daño alguno,
porque si lo temiera, no lo despreciaría;
ni piensa que pueda ser por
ello ayudado en algo que mereciera la
pena; porque habría pensado ya en
hacérselo amigo. También el que ultraja
desprecia; pues el ultraje es hacer
y decir algo que redunda en vergüenza
del aue lo padece, no para que a él
mismo le venga de ello otra cosa que
esto, ni porque le haya ya venido este
algo, sino simplemente por darse este
gusto; porque los oue con esto corresponden
a otra casa, no ultrajan, sino
que se vengan. Y la causa del placer
n los que ultrajan está en que piensan
que, haciendo daño a otros, ellos sobresalen
más. Por este motivo los jóvenes
sado por la .peranzade" v^rseT y y lo. r^^^^^^r^^n
puesto que es agradable pensar que se
va a conseguir aquello a que uno aspira,
y nadie, por otra parte, aspira a cosas
que le parecen imposibles para sí mismo,
el iracundo aspira a cosas que realque,
cometiendo ultrajes, sobresalen
más. La deshonra es propia del ultraje
y el que deshonra a otro, le desprecia;
(1) Ilíada, XVIII, 109 y sgs.
152  1378 b/1379 b
porque lo que no tiene ningún valor,
tampoco tiene estimación ninguna, ni de
bien ni de mal. Por eso dice Aquiles enojado:
me deshonró; porque, habiéndome quitado el
(premio, lo retiene él.
Y,
como si fuera un desterrado, a quien no se honra,
como enojado por esto. Y creen muchos
que es conveniente ser muy considerado
por los que le son a uno inferiores
en linaje, en poder, en virtud y, en general,
en aquello en que se sobresale
mucho, como por ejemplo en las riquezas,
en que el rico es superior al pobre,
y en el hablar, en que el orador es superior
al que es incapaz de expresarse,
y el que manda respecto del subdito, y
el que se cree digno de mandar respecto
del que vale para subdito. Por eso se
ha dicho:
es grande la ira de los reyes nutridos por Zeus,
y también,
pero también más tarde persiste1 el rencor (1»;
puesto que también ellos se enfurecen
por la superioridad. También se espera
ser considerado de parte de aquellos de
quienes se piensa se debe recibir bien;
y estos son aquellos a quienes uno ha
hecho o hace bien, él mismo o alguno
de los suyos, o bien piensa o ha pensado
favorecerles.
Es claro, pues, por lo dicho, cuál es
la disposición de ánimo en que se encuentran
los que se encolerizan, contra
quiénes lo hacen y por qué causas. Ya
que se enojan, cuando sienten tristeza;
porque el que siente amargura es porque
siente aspiración o tendencia a algo;
y tanto si directamente alguno se
les opone, como por ejemplo el que
impide beber al que tiene sed, como
si no lo hace directamente, de igual
manera parece suceder esto mismo; y,
si alguien les lleva la contraria, o no
colabora con ellos, o bien si se les molesta
en cualquier otra cosa, cuando están
en este estado de ánimo, se enfu-
(1) Ambos textos de la Ilíada, II, 196, y I,
182, respectivamente.
recen contra todos. Por eso los que sufren,
los pobres, los que están en guerra,
los que aman y, en general, los
que apetecen algo y no pueden satisfacerlo
son enojadizos y fácilmente irritables,
sobre todo para con los que desprecian
su presente; como por ejemplo
el que está enfermo contra los que desprecian
la enfermedad; el que es pobre,
contra los que desprecian la pobreza;
el que está en guerra, contra los
que desprecian la guerra; el que ama,
contra los que minusvaloran el amor; y
de manera semejante en todo lo demás
—y, si no, en cualquier otra cosa que
alguien pueda tener en poco—; porque
cada uno es llevado a su enojo por la
pasión que soporta. También ocurre esto,
si sucede acaso lo contrario de lo
que uno se esperaba; ya que lo inesperado
entristece mucho más como también
complace mucho más lo imprevisto,
si ocurre según se desea. Por todo eso,,
queda claro qué estaciones, tiempos, situaciones
y edades son más prontos a
la ira, y dónde y cuándo, y que cuando
más de lleno caen dentro de las cosas
dichas, más propensas son a la ira.
Los que así están predispuestos a la
ira, se enfurecen contra los que se ríen,
se burlan y se chancean; porque cometen
ultraje contra ellos. Y también se
enfurecen contra aquellos que les dañan
en aquellas cosas que son signo de oprobio.
Y necesariamente serán estas cosas
de tal categoría que no les darán nada
en cambio ni son de utilidad a los que
las hacen; ya que en esto precisamente
se manifiesta la insolencia. También
se encolerizan contra aquellos que hablan
mal y menosprecian aquello de que
ellos más se precian; como por ejemplo
los que pretenden ser considerados
en el campo de la filosofía, si alguien
se la desprecia; y los que pretenden ser
estimados por la perfección de su cuerpo,
si se la desprecian; y de modo semejante
en lo que atañe a las demás
cosas. Y eso ocurre mucho más aún, si
los que son objeto de burla imaginan
no poseer aquello, o absolutamente, o
en tanto grado, o que no se ve; puesto
que cuando uno cree sobresalir mucho
en aquello en que es objeto de burla
no se preocupa. Y se siente mayor enojo
aún contra los amigos que contra los
1379 b/1380 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 3 153
que no lo son; porque se piensa que es
más lógico recibir de ellos buen trato,
que no lo contrario. También se encolerizan
estos contra los que están acostumbrados
a rendirles honra y consideración,
si no vuelven a tratar con ellos;
porque por .estas cosas piensan ser menospreciados;
ya que, si no, harían lo
mismo qué antes solían. Y lo mismo
contra los que no corresponden bien, ni
pagan adecuadamente. Y también se encolerizan
contra los que obran cosas que
son contra uno, si son • inferiores; porque
a todos ellos parece que se les menosprecia,
a los unos como a inferiores,
a los otros como que vienen de parte de
los inferiores. Lo mismo contra los que
no son tehidos en ninguna consideración,
si dan por su parte muestras de desprecio,
se siente aún mayor enojo; ya que
se supone que la ira nace del desprecio
de los que no tienen motivo por qué despreciar,
y a los inferiores no les cuadra
hacerlo; y se siente también enojo
contra los amigos, si no hablan bien
ni hacen favores, y todavía más si obran
lo contrario, y si no se sienten necesitados;
como por ejemplo el Plexipo de
la tragedia de Antiíón (1) contra Meleagro;
porque el no conmoverse e.s señal
de desprecio; ya que aquellos por
quienes nos interesamos no nos pasan
inadvertidos. Y contra los que se alegran
de las desgracias y, en general,
contra los que no se impresionan en
sus desgracias personales; porque es señal
de enemistad y desprecio. También
se encolerizan t ntra los que no meditan
si van a producir pesar con sus acciones;
por eso también se enfurece
uno contra los que anuncian las malas
noticias. Lo mismo contra los que prestan
oídos a los errores que uno ha cometido
o los consideran: porque estos
tales son semejantes a los enemigos a
los que le desprecian a uno; ya aue los
amigos se conduelen de ello, y todos los
que ven en mal estado las cosas propias,
lo sienten. También contra los que
nos desprecian ante cinco clases de personas
: ante los que rivalizan con nosotros
en alsco: ante los que nosotros admiramos;
ante los que deseamos nos
f l ) Plexioo era uno de los dos tíos de Meleagro,
a quien este mató.
admiren; ante los que nos infunden respeto;
o ante los que nos respetan; si
alguien nos desprecia delante de estas
personas, sentimos enojo. También se
encoleriza uno contra aquellos que desprecian
aquellas cosas, en cuya defensa
sería vergonzoso que no acudiéramos
como por ejemplo nuestros padres o
los hijos, la esposa, o los .subditos. Lo
mismo contra los que no devuelven un
favor; porque el desprecio consiste en
hacer algo fuera de lo debido. También
contra los aue ironizan a los que hablan
en serio; porque la ironía es un menosprecio.
Y se encoleriza uno contra los
que favorecen a los demás, pero no a
nosotros mismos; porque es despectivo
no estimarle a uno digno de lo que a
todos los demás sí. Es también causa de
ira la falta de memoria, como por ejemplo
el olvido de los hombres, aun siendo
cosa de poca importancia; porque
también el olvido parece ser muestra de
poca estima, ya qua el olvido procede
de descuido, y la falta de cuidado es
cierta falta de aprecio.
Queda, pues, dicho, contra quiénes se
experimenta el enojo y en qué estados
de ánimo y por qué causas. Bs evidente
que convendría que el orador preparara
con su discurso a los oyentes de tal manera,
que llegaran a la situación anímica
de los que están enojados, y a los
contrarios los hiciera aparecer cargados
de culpas de tal Índole, que muevan a
ira y en tales circunstancias que exciten
el enojo de los oyentes.
CAPITULO 3
SOBRE LA SERENIDAD O ENTEREZA
Dado que lo contrario de irritarse es
el tranquilizarse, y la ira es contraria a
la serenidad, hay que tratar ahora sobre
cómo es el estado de ánimo de
los que son pacíficos, y respecto de quiénes
lo son y por qué causas.
Sea la serenidad, pues, una detención
y una pacificación de la ira.
Si se siente ira evidente contra los
que nos desprecian, y el desprecio es
voluntario, es evidente que ante los que
no hacen esto, o lo hacen involuntariamente,
o aparentan tales cosas, se es
154  1380 a/1380 b
manso. Y también se es manso frente a
los que quieren precisamente lo contrario
de lo que en realidad han hecho.
Lo mismo ante los que también se portan
consigo mismos como con nosotros,
ya que nadie parece despreciarse a sí
mismo; y lo mismo ocurre ante los que
se confiesan culpables y se arrepienten;
porque al entristecerse, como aplicándose
a sí mismos la justicia por las cosas
hechas, hacen cesar la ira. Actitud
que recuerda el castigo de los esclavos,
ya que a los que replican y niegan les
castigamos más, en cambio a los que
reconocen que son castigados justamente,
no les llega nuestra ira, ya pacificada.
La causa de ello está en que es desvergüenza
negar lo que es manifiesto,
y la desvergüenza es desprecio y falta
de consideración; al menos, ante aquellos
que despreciamos, no sentimos vergüenza.
Tampoco sentirnos ira ante los
que se humillan a sí mismos y no replican;
porque parecen reconocer que son
inferiores, y los inferiores temen, y nadie
que teme a alguien, desprecia. Que
ante los que se humillan se calma la
ira, también los perros lo dan a entender
no hiriendo a los que se echan al
suelo. Tampoco se enojan los que obran
en serio contra los que se lo toman en
serio; porque les parece que se les habla
en serio, pero no que se les menosprecia.
Tampoco se encoleriza uno contra
los que le han hecho mayores favores.
Y tampoco contra los que ruegan y suplican,
porque están más abajo. Tampoco
contra los que no ultrajan, ni son
burlones ni despectivos con nadie absolutamente,
ni con los buenos, ni con
los que son como nosotros.
En general, conviene llegar a la consideración
de lo que serena, por los contrarios
de lo que enoja. Se siente serenidad
ante aquellos a quienes se teme
y se respeta; porque mientras estamos
en esta disposición de ánimo, no damos
cabida a la ira, ya que es imposible temer
y enojarse al mismo tiempo. Tampoco
ante los que obran por ira, se
enoja uno o se enoja menos; porque
sus obras no parecen movidas por el
desprecio, ya que ningún iracundo desprecia;
pues el desprecio no lleva consigo
tristeza y la ira sí. Y tampoco se
siente la ira contra los que nos respetan.
Es evidente que loe que están en estado
de ánimo contrario al enojarse, son
mansos; como por ejemplo en la risa,
en la chanza, en la fiesta, en la buena
suerte, en la prosperidad, generalmente
en la falta de tristeza, en el placer no
insolente y en la esperanza equitativa.
Además, los que luego de algún suceso
han dejado pasar el tiempo, tampoco
están sujetos a la ira; porque el tiempo
la serena. La ira mayor contra una
persona determinada la aplaca la venganza
tomada antes contra otra persona;
por eso Pilócrates (1), al preguntársele,
estando aún el pueblo enfurecido
contra él: «¿Por qué no te defiendes?
», respondió con razón: «Aún no.»
«Pues ¿cuándo?» «Cuando vea que han
calumniado a otro.» Porque entonces se
vuelve mansa la gente, cuando ha desahogado
su ira contra otro, lo cual
ocurrió en el caso de Ergófilo (2); ya
que, estando el pueblo más enojado contra
él que contra Calistenes, lo soltaron
porque el día antes habían ya condenado
a muerte a Calistenes. También
se calma la ira si se coge al ofensor.
Y también si el adversario ha recibido
un daño mayor que el que está con él
enojado le hubiera causado; ya que de
esta manera se tiene la impresión de
haber tomado ya la venganza. Y si se
cree que se ha cometido una injusticia
y que se ha pagado justamente, también
se calma la ira—ya que contra lo justo
no se siente ira—; porque se piensa
que no sufren más de lo merecido, y eso
sí era causa de ira. Por eso es conveniente
castigar primero de palabra; porque
así se enfurecen menos los castigadas,
aun los mismos esclavos. Y no se
siente ira si se piensa que el que sufre
el castigo no sentirá que lo sufre por
causa de uno y en compensación de lo
que este sufrió, ya que la ira se ceba
en lo individual, lo cual es evidente por
la definición. Por eso dice con razón el
verso:
dile que fue Ulises, el destructor de ciudades (3),
(1) Contemporáneo y enemigo político de
Demóstenes.
(2) Ambos fueron generales en la expedición
al Quersoneso.
(3) Odisea, IX, 504.
1380 b/1381 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 4 155
porque no se sentiría Ulises vengado si
el cíclope no supiera por quién fue aquello
hecho ni en compensación de qué
cosa. De manera que no se enoja uno
contra los que no sienten ni contra los
que ya murieron, porque han sufrido ya
el término, y no tendrán más dolor ni
sentirán, que es lo que pretenden los
iracundos. Por eso dice con razón el
poeta, sobre Héctor ya cadáver, queriendo
poner fin a la ira de Aquiles:
pues tierra sordomuda ultraja furibundo (1).
Está, pues, suficientemente claro que
los que quieran aplacar a otros han de
sacar los recursos a emplear de estos tópicos,
para disponer a los oyentes de tal
manera que sientan temor de aquellos
contra quienes están enojados, p que
sientan respeto, o que los consideren
inclinados a hacer favores, o autores
involuntarios de sus actos, o bien muy
dolidos de sus acciones.
CAPITULO 4
SOBRE EL AMOR, LA ENEMISTAD Y EL
ODIO
Digamos hacia quiénes se siente amor
y odio, y por qué, luego que hayamos
definido qué es la amistad y el amor.
Sea amor el querer para alguien aquello
que se cree bueno, por causa de
aquel y no de uno mismo, y sentirse
además inclinado a realizarlo según las
propias posibilidades. Amigo es el que
ama y es, a su vez, amado. Consideran
ser amigos aquellos que se hallan así
dispuestos entre sí.
Supuestas estas cosas, es necesario
que sea amigo el que se goza juntamente
con los bienes del otro, y el que a una
con él se entristece en las penalidades,
no por otra razón que por el mismo a
quien ama. Porque, cuando a uno le van
bien todas las cosas, todos se alegran de
ello, y cuando las cosas son adversas, se
entristecen; de modo que las penas y las
alegrías son el signo manifestativo de
una voluntad que ama. son, pues, amigos
aquellos para quienes son los mis-
U) Ilíada, XXIV, 5*.
mos que para uno los males y los bienes,
y para quienes son también los mismos
los amigos y los enemigos de uno; porque
es necesario que quieran lo mismo
que aquellos de quienes son amigos; de
manera que el que quiera para otro lo
mismo que quiere para sí, este parece
ser amigo de aquel otro. Y se ama a los
que le hacen bien a uno mismo o a los
que lo hacen a aquellos por quienes uno
se interesa; ya sean los bienes grandes,
bien sean hechos con buen espíritu, bien
realizados en determinadas circunstancias
y por causa de uno mismo, o por
aquellos de quienes se piensa tienen intención
de hacer algún favor. Y se ama
a los amigos de los amigos, y a los que
aman a los que también uno ama. Y
a los que son amados por los que son
amados por uno. Y lo mismo a los que
tienen los mismos enemigos que uno y
odian a los .mismos que uno odia y a
los que son odiados por los que son odiados
por uno mismo; ya que para todos
estos parecen existir los mismos bienes
que para uno mismo, de manera que
quieren los mismos bienes que uno quiere,
lo cual decíamos es lo característico
del amigo. También a los que han trabajado
benéficamente en pro de las riquezas
y de la seguridad; por eso se
estima a los que son liberales, a los que
son valerosos y a los que son justos. Se
consideran tales los que no viven a costa
de otros; y tales son los que viven
del trabajo, y de estos los que viven de
la agricultura, y de los demás los artesanos
de una manera especial. También
se ama a los que son temperantes, porque
no cometen injusticias. Y a los que
aman la tranquilidad, por la misma razón.
Y a aquellos de quienes queremos
ser amigos, si nos parecen dispuestos a
serlo; tales son los que son buenos por
su virtud, y los que son bien considerados,
sea entre todos, sea entre los mejores
o entre los que son admirados por
nosotros o entre los que nos admiran
a nosotros. Lo mismo, además, los que
son agradables en su trato y en su convivencia;
son tales los complacientes y
los que no están siempre dispuestos a
echarle a uno en cara sus equivocaciones,
y los que no son amantes de la polémica
y* rijosos; porque todos estos son
reñidores y los reñidores parecen querer
156  1381 a/1382 a
lo contrario que uno. Y los que son hábiles
en soltar chanzas y en soportarlas;
ya que unos y otros tienden a lo
mismo y son capaces de hacer burlas
y soportarlas adecuadamente. Y también
se ama a los que alaban los bienes que
uno tiene y de entre ellos, sobre todo,
aquellos que uno teme no poseer. También
se ama a los que son limpios en .su
presentación personal, en su vestido, en
toda su vida. Y lo mismo a los que no
le echan a uno en cara sus faltas; porque
los que hacen ambas cosas solo sirven
para criticar. Y también se ama a
los que no son rencorosos ni guardan
las ofensas, sino que son fáciles a la
reconciliación, porque imaginamos serán
para con nosotros como son para
con los demás. Y lo mismo a los que no
hablan de lo que está mal y no advierten
las cosas malas de los que están cerca
de ellos ni las nuestras, sino sólo
las cosas buenas; porque obra así el que
es bueno. Y se ama a los que no ofrecen
oposición a los iracundos ni a los
que tienen prisa; ya que los que obran
así son también pendencieros. Y se ama
a los que de algún modo nos tratan con
solicitud, como mostrándonos admiración,
y considerándonos buenos y gozando
con nuestra compañía, y sobre todo
los que experimentan los mismos sentimientos
que nosotros en las cosas en
que más deseamos ser admirados o parecer
ser mejores o más agradables. Y
se ama a los semejantes y a los que se
dedican a lo mismo, a no ser que estorben
o se ganen la vida con lo mismo;
porque entonces sucede aquello de que
también el alfarero está contra el alfarero.
Y se ama a los que desean lo mismo,
con tal que sea posible que ellos participen
a su vez en ello; ya que, de
lo contrario, sucede también lo dicho.
Y se ama a aquellos ante quienes se tiene
tal disposición de ánimo que no se
siente ante ellos vergüenza en las cosas
opinables y tampoco se los desprecia.
Y se ama a aquellos con quienes se rivaliza
o por quienes se quiere ser emulado,
aunque no envidiado; a estos o
se les ama o se quiere que sean amigos.
Y lo mismo a aquellos con quienes se
puede colaborar en obrar el bien, con
tal que por ello no vayan a ocurrirle a
uno mayores males. Y también a aquellos
que de un modo semejante aman a
los ausentes y a los presentes; por eso
también amamos a todos los que son asi
para con nuestros muertos. Y se ama
también, en general, a los que aman
mucho a sus amigos y no les abandonan
en sus dificultades; porque aman
sobre todo, entre los buenos, a los que
son buenos en la amistad. Y lo mismo a
los que no le engañan a uno; y tales
son los que nos dicen nuestros defectos;
ya que se ha dicho que no nos
avergonzamos ante nuestros amigos de
las cosas que están sujetas a opinión;
porque si el vergonzoso no es amigo, sí
parece serlo, en cambio, el que no es
vergonzoso. Y se ama igualmente a los
que no son terribles, y a aquellos hacia
los que sentimos confianza; porque
nadie ama al que teme.
Especies o formas del amor son el
compañerismo, la familiaridad, el parentesco
y demás cosas semejantes.
El favor es causa eficaz del amor, y
hacerlo sin ser rogado y sin hacer ver
que se ha hecho; ya que asi parece
haber sido hecho tan solo por causa del
mismo amigo, y no por otra cosa.
Por lo que se refiere a la enemistad
y el odio, es evidente que cabe estudiarlos
a partir de los contratos de lo dicho.
Causas de la enemistad son la ira,
la vejación, la calumnia. La ira procede,
decíamos, de las cosas que le afectan a
uno mismo, la enemistad en cambio tiene
lugar sin que la cosa le afecte a uno
personalmente; ya que si podemos sospechar
que una cosa está incluida en
este género, la odiamos. Y la ira se
ceba siempre en lo individual, como en
Calías o Sócrates, el odio en cambio
comprendé también las cosas genéricas,
ya que todo el mundo odia al ladrón y
al calumniador. Y aquella admite, con
el tiempo, curación; este, en cambio,
no es curable. Y la una conlleva tendencia
a causar tristeza, mientras el
otro tiende a causar daño; porque el
que está enojado quiere sentir el daño
que causa, y al que odia nada le importa
advertirlo. Las cosas que causan tristeza
se sienten todas; con todo las peores
son las menos sensibles, la injusticia
y la insensatez; porque ninguna
1382 a/1382 b RETORICA.—LBRO II.—CAP. 5 157
tristeza causa la presencia del mal. Y
la una lleva consigo tristeza, el otro
en cambio no; porque el que está enojado
está triste, y el que odia, no. Y el
uno se movería a compasión si al otro
le ocurrieran muchas cofias, y este en
cambio no se compadecería ante ninguna
cosa; ya que el uno quiere simplemente
que aquel contra quien está
enojado, pague a su vez, mientras que
el otro no quiere que exista aquel a
quien odia.
Asi pues, por lo dicho queda bien claro
que es posible demostrar que los amigos
y los enemigos lo son y, cuando no
lo son, es posible hacerlos pasar por tales,
y si dicen que lo son, deshacer tal
afirmación; y cuando están en pleito
por ira o por enemistad, es posible encuadrarlos
en la categoría de amigo o
de enemigo, según uno haya elegido
antes.
Qué cosas son las que se temen, a
quiénes se teme y bajo qué disposición
de ánimo, quedará claro por lo que sigue.

CAPITULO 5
SOBRE EL TEMOR Y EL VALOR


Sea el temor cierta pena o turbación
que resulta de la imaginación de un
mal inminente, dañoso o triste; porque
no todas las cosas malas se temen, como
por ejemplo ser uno injusto o tardo,
sino cuantas puedan conllevar grandes
penalidades o daños, y aun esto no,
si parece lejano, sino tan solo si parece
cercano, como si fuera ya a suceder, ya
que las cosas muy lejanas no se temen,
porque todos saben que van a morir,
pero como no lo consideran inmediato,
no se preocupan de ello.
Así pues, si esto es el temor, es necesario
que sean temibles aquellas cosas
que parecen poseer una gran capacidad
de destruir o de causar daños, que tiendan
con fuerza a una gran tristeza. Por
eso son también temibles las señales de
tales cosas; porque lo temible parece
estar cercano; ya que esto es precisamente
el peligro: la proximidad de lo
temible. Y tales son entonces la enemistad
y la ira de los que tienen poder
para hacer algo; porque es evidente que
quieren ponerlo por obra, de manera
que están muy cerca de la acción. Y es
también temible la injusticia que tiene
poder; ya que por la decisión premeditada,
es injusto el injusto. Y también
es temible la virtud ultrajada que tiene
poder; porque es evidente que siempre
tiene intención de obrar, puesto que
ha sido ultrajada, y ahora además tiene
poder para hacerlo. Y es también temible
el miedo en aquellos que pueden
hacer algún mal; ya que es necesario
que quien está en tal disposición de
ánimo esté también preparado para hacerlo.
Puesto que la masa de la gente
es bastante mala y no se sabe sobreponer
al lucro, y es bastante cobarde en
los peligros, es de ordinario temible estar
a merced de otro, de manera que
los que han sido cómplices en algún hecho
malo, es peligroso que se vuelvan
temibles, o que le denuncien a uno ó
que le abandonen a uno en el apuro. Y
son también temibles para aquellos a
quienes puede hacerse injusticia, los que
tienen poderío para cometerla; porque
de ordinario, los hombres, cuando pueden,
cometen injusticia. También son
temibles los que han sido victimas de
alguna injusticia o al menos se creen
tales, porque estos acechan- siempre la
ocasión. Y los que han delinquido, cuando
tienen poder, son también temibles,
por el temor que sienten ellos a su vez
de ser víctimas de alguna venganza. Ya
que se supone que esto es temible. Y son
igualmente temibles los que están en
pugna por cosas que no es posible tengan
al mismo tiempo los unos y los
otros; porque siempre están en lucha
entre sí por ello. Y lo son los que son
temibles para quien es más fuerte que
uno; porque todavía más podrían dañarle
a uno que aquellos, si pueden hacerlo
a los que son más fuertes. Y aquellos
a quienes temen los que son más
fuertes que uno, y por la misma razón.
Y lo son también los que han eliminado
o vencido a los aue son más fuertes que
uno; y los que han agredido a los que
son más débiles que uno; porque, o
eran ya temibles antes, o lo son ahora
por haberse crecido. Y son también temibles,
de entre los que han sido víctimas
de injusticia y son enemigos o rivales,
no los de genio pronto y los que
158  1382 b/1383 a
no tienen doblez, sino los mansos, los
hipócritas y los astutos; porque si están
cerca de uno, no se reconocen, de
modo que nunca es evidente que estén
lejos.
Todas las cosas temibles son aún más
temibles, cuando, una vez cometida la
íalta, no es posible rectificar, sino que
la enmienda es totalmente imposible o
no está en uno mismo, sino en los contrarios.
Y también lo son las cosas en
que no es posible pedir auxilio o no es
íácil hacerlo. Hablando en general, son
temibles todas las cosas que, cuando les
ocurren o amenazan ocurrirles a los demás,
merecen compasión.
Así pues, las cosas temibles y las que
en realidad se temen, son casi estas las
mayores, por así decirlo; digamos ahora
en qué estado de ánimo están los
que temen. Si el temor, pues, se da con
el presentimiento de sufrir algún daño
capaz de producir la aniquilación, es
evidente que nadie teme aquellas cosas
que parece no pueden dañar en nada,
ni aquellas cosas que uno piensa no va
a padecer, ni a aouellos de quienes uno
piensa no va a padecerlo, ni cuando se
piensa que no van a ocurrir.- Es necesario,
pues, que teman los que piensan que
pueden sufrir algo, y a aquellos de quienes
les puede venir esto, y aquellas cosas
que pueden suceder y las veces que
les puedan suceder. Pues no piensan poder
padecer daño ni los que están en
gran prosperidad, ni los que creen estarlo;
por eso los insolentes, los despectivos
y los temerarios—ya que la riqueza,
la fuerza, las muchas .amistades y el
poder los hace tales—; y tampoco los
que creen que ya han sido víctimas de
todas las cosas temibles y están ya fríos
de cara al futuro, como los que ya han
sido fuertemente azotados con varas;
antes, para temer, conviene que sobreviva
alguna esperanza de salvación, respecto
de aquello por que se lucha. La
prueba está en que el miedo nos hace
considerados, y nadie delibera o considera
sobre las cosas desesperadas.
De manera que, cuando sea mejor que
los oyentes teman a alguien, es conveniente
disponerlos diciéndoles que están
en condiciones de que les ocurra algo;
porque también otros mayores que
ellos han sufrido; y mostrarles que
otros, en igualdad de circunstancias que
ellos, padecen o han padecido, y a manos
de quienes ellos no imaginaban, y
tales cosas y en tales ocasiones que ellos
no podían pensar.
Puesto que con esto queda ya claro lo
que se refiere al temor y a las cosas temibles,
y al estado de ánimo de todos y
cada uno de los que temen, también resulta
evidente de ello qué es lo valeroso,
y en qué cosas se dan a conocer los
valientes y qué disposición de ánimo suponen
los valerosos; porque el valor es
lo contrario del temor y lo que mueve
a la intrepidez es io contrario de lo temible;
de manera que valor es la esperanza
acompañada de la imaginación
de que están cerca las cosas salvadoras
y de que las cosas temibles o no
existen o están lejos.
Son cosas que infunden valor el que
las cosas temibles estén lejos y que estén
cerca las que anuncian la salvación.
Y si caben remedios o recursos,
muchos o mayores, o las dos cosas a un
tiempo, y si no se ha sido víctima '(Le
injusticia alguna ni autor de ella, y los
rivales o simplemente no existen o no
tienen poder, o si, teniendo poder, son
amigos o bienhechores o han recibido
nuestros favores. O bien, si son más numerosos
aquellos a quienes conviene lo
mismo que a uno, o son más fuertes,
o ambas cosas.
Los valerosos lo son en estas disposiciones
de ánimo: si creen que han triunfado
mucho y no han padecido, o bien
si muchas veces han llegado al borde
de las cosas temibles y las han podido
esquivar; porque de dos maneras se
vuelven insensibles los hombres: o por
no tener experiencia o por tener seguridad,
y así, en los peligros del mar, los
que no han vivido una tormenta confían
superar el futuro, y también lo esperan
los que tienen seguridad por la
experiencia pasada. Se es también valeroso,
cuando* una cosa no es temible
a los que son semejantes a uno, ni a
los que son menos que uno, ni a aquellos
de quienes uno se considera superior;
y creemos que entre estos están
aquellos a quienes hemos vencido, o personalmente
a ellos, o a los que son más
fuertes que ellos o semejantes a ellos.
También son así los que piensan po»
1383 b/1384 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 6 159
seer más y mayores cosas que aquellas
por cuya posesión vienen a ser los hombres
temibles; tales cosas son la gran
cantidad de riquezas, la fuerza corporal,
los amigos, las posesiones territoriales,
los elementos dispuestos para la guerra,
o de todas clases o de los más importantes.
Y tampoco se siente temor,
si no se ha cometido injusticia contra
nadie, o solo contra pocos, o contra aquellos
de quienes no se teme nada. Y, generalmente,
tampoco se teme si se está
en buena situación respecto de los dioses,
en otras cosas y en las que vienen
confirmadas por señales y oráculos;
porque la ira da animosidad; y el no
cometer injusticia, antes ser víctima de
ella, provoca la ira; y se supone que
la divinidad acude en ayuda de los que
sufren injusticias. Y tampoco se siente
temor cuando, al emprender algo, se
cree que nada le puede pasar a uno de
momento, ni le va a pasar luego, antes
ha de triunfar. Y así se ha hablado ya
de lo que se refiere a las cosas temibles
y a las que infunden valor.

CAPITULO 6
SOBRE LA VERGÜENZA O RESPETO


De qué cosas se siente vergüenza y
de cuáles no se siente, y ante quiénes
y en qué estados de ánimo se siente,
se verá, claro por io que sigue.
Sea la vergüenza cierta tristeza o turbación
respecto de los vicios presentes,
pasados o futuros, que parecen llevar
a una pérdida de la honra; y la
desvergüenza es cierto desprecio e indiferencia
respecto de las mismas cosas.
S
i vergüenza es lo que ha sido definido,
es necesario que se sienta vergüenza
de aquellas faltas que parecen ser
vergonzosas para uno mismo y para
aquellos por quienes uno se muestra solícito;
tales son todas las obras que proceden
de un vicio, como, por ejemplo,
arrojar el escudo y huir; porque nace
de cobardía. Y lo mismo robarle a uno
algo que recibió como fianza, o delinquir
ya que ello procede de la injusticia.
Y fornicar con quienes no se debe
hacer, o donde no conviene, o cuando no
conviene ; porque nace de la incontinencia.
Y el lucrar con cosas mezquinas o
vergonzosas, o de quienes no se pueden
defender, como, por ejemplo, de los pobres
o de los muertos; de donde viene
el refrán: «sacar hasta de un cadáver»;
poique esto nace de codicia y avaricia.
Y también es vergonzoso no prestar auxilio
con dinero, pudiéndolo hacer, o
i prestarlo menor de lo que se puede. Y
hacerse socorrer por los que tienen menos
recusos que uno: también es vergonzoso.
Y lo es también pedir dinero
prestado, cuando uno parece mendigar,
y mendigar, cuando uno parece exigir,
y exigir, cuando uno parece que mendiga,
y tributar alabanzas,, cuando uno
parece" que las pide, y hacerlo no menos,
cuando le ha sido denegada a uno una
petición; porque todo esto son señales
de tacañería. El alabar a los que están
presentes es adulación, y el excederse
al alabar lo bueno y atenuar las cosas
malas y el ser extremado en dolerse
con el que se duele en nuestra presencia,
y todo lo demás semejante a
esto; porque todo ello son señales de
adulación.
Y es vergonzoso no tolerar trabajos,
que toleran en cambio los que son más
ancianos, o llevan una vida regalada o
los que se hallan en mejor fortuna, o
! simplemente son de inferior capacidad.
Porque todo esto son señales de molicie.
Y recibir beneficios de otro, y esto muchas
veces, y criticar duramente el favor
que le hicieron; porque todo esto
son señales de mezquindad de espíritu
y de bajeza. Y lo es asimismo anunciar
a todos los vientos las cosas propias y
pregonarse a sí mismo, y afirmar que
también son propias las cosas ajenas;
porque todo ello es síntoma de fanfarronería.
Y hacer de manera semejante con
los hechos que proceden de cada uno
de los vicios del carácter, y de sus señales
y las demás cosas semejantes, porque
son cosas infames y vergonzosas.
Y no participar de los bienes de los
que todos participan, o todos los que
son de igual categoría o clase, o la mayoría
de ellos—y llamo iguales a los
de la misma nación, a los conciudadanos,
a los coetáneos, parientes y, en general,
a todos los que están en igual
condición que uno—; porque es vergon160
 1384 a/1384 b
zoso no participar, por ejemplo, hasta
cierto grado de la educación, y semejantemente
de las demás cosas. Todas
estas causas de desvergüenza lo son
más, si parecen provenir de uno mismo
; porque de esta manera parecen
ser en mayor grado consecuencia de un
vicio, si uno es la causa de lo que ha
sucedido, sucede o sucederá. Los que
padecen, han padecido o van a padecer
cuanto conduce al deshonor y al ultraje,
reciben vergüenza en estas cosas;
estas cosas son las que llevan a servidumbres
del cuerpo, o a actos vergonzosos,
entre los cuales esta el sufrir ultraje.
Y también Jo que toca a la incontinencia,
sea voluntario, sea involuntario—
lo impuesto por la violencia es
involuntario—; porque la paciencia y el
no defenderse son consecuencia de la falta
de fortaleza o de la cobardía.
Las cosas que causan vergüenza son
estas y todas las que son de este mismo
estilo; porque la vergüenza es una
representación imaginativa de lo que
se refiere a la deshonra, y por causa
de esta misma y no de sus consecuencias,
porque nadie se preocupa de la
opinión, sino de los que opinan, es necesario
que se avergüence uno ante
aquellos de quienes se tiene cuenta. Y
se tiene cuenta de los admiradores de
uno y de los que uno mismo admira, y
de aquellos por quienes uno quiere ser
admirado y de aquellos a quienes se
emula y cuya opinión no se menosprecia.
Se quiere ser admirado por aquellos
y se admira a aquellos que poseen
algún bien de los que son ordinariamente
estimados, o aquellos de quienes accidentalmente
se necesita lograr algo de
que ellos son señores, como les ocurre a
los amantes; se emula a los que son
iguales; se tiene en consideración a los
que son prudentes, porque dicen la verdad,
y son tales los de edad avanzada
y los que han recibido una educación
esmerada. También se siente vergüenza
de lo que está a la vista y es más patente;
de donde el proverbio de que
«en los ojos están las cosas que causan
vergüenza». Por eso se siente más
vergüenza de los que siempre van a estar
junto a uno y de los que nos conceden
mayor atención, porque unos y
otros están ante los ojos.
Se respeta a los que no están expuestos
a estas cosas; porque es evidente
que ellos opinan lo contrario de todo
esto. Y se respeta a los que no son indulgentes
con los que parecen pecar;
porque las cosas que uno mismo hace,
se dice que no se las reprocha uno a
los que están cerca de él, y en cuanto
no las hace, es evidente que las ha de
reprochar. Y también se respeta asimismo
a los que comunican esto a muchos;
ya que en nada se distinguen el no
juzgar y el no comunicarlo. Son propensos
a comentar las cosas los que
han padecido injusticias, porque están
siempre en acecho, y también los maldicientes;
porque si estos critican aun
a los que no han faltado, más aún a
los que sí han faltado. Y también se
respeta a los que tienen como ocupación
censurar los pecados de los qué
viven cerca de ellos, como son, por ejemplo,
los bufones y los autores cómicos;
porque estos son de alguna manera maldicientes
y pregoneros de las cosas. Y
antes aquellos a quienes en nada les han
fallado sus esperanzas; porque están
en la posición de los que son admirados.
Por eso se siente vergüenza de aquellos
a quienes por primera vez se les ha pedido
algo, ya que entre ellos, de alguna
manera, no había aún desmerecido
uno; tales son los que están comenzando
a querer ser amigos de uno—ya que
se fijan en lo mejor de uno; por eso
está bien la respuesta de Eurípides a
los siracusanos (1)—; y entre los antiguos
conocidos se cuentan como tales
los que nada conocen de uno. Se tiene
vergüenza no solo de las cosas llamadas
vergonzosas, sino también de sus
señales manifestativas, por ejemplo, no
solo de entregarse al acto del amor, sino
también de sus signos. Y no solo al
cometer acciones vergonzosas, sino también
al hablar de ellas. De semejante
modo no solo se siente vergüenza de
las personas dichas, sino también de las
(1) Un escolio a este1 pasaje dice que Eurípides—
no se sabe si el poeta trágico o un Heurippides,
político conocido por una inscripción—
fue encargado de tratar una paz con Siracusa.
Encontró mal dispuestos a los ciudadanos, por
lo que les dijo qué solo por presentarse como
admiradores, debían aceptar las condiciones de
los atenienses.
1384 b/1385 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 7 161
que se lo van a manifestar a ellas, como,
por ejemplo, los criados o sus amigos.
En general, no se tiene vergüenza
ni de los que despreciamos mucho por
su poca fidelidad a lo verdadero^-porque
nadie se avergüenza de los niños o
de los animales—, ni se siente igual vergüenza
ante los conocidos que ante los
desconocidos, sino aue ante los conocidos
se siente vergüenza de las cosas
que se juzgan vergonzosas de verdad y,
ante los más lejanos, de lo que se refiere
a las costumbres admitidas.
La vergüenza es posible sentirla en
estos estados de ánimo: primero, si ante
nosotros, con la disposición de ánimo
de los que hemos dicho sienten vergüenza,
se hallaran otros cualesquiera.
Eran estos los que son admirados por
uno, o los que le admiran a uno, o aquellos
por quienes se quiere ser admirado,
o aquellos de quienes se necesita un
favor de los que no se alcanzan si desmerece
nuestra opinión, y esto o bien
porque nos ven—como Cidias en su discurso
sobre la colonia de Samos, ya que
dijo a los atenienses que se imaginaran
que los griegos estaban a su alrededor
viendo, y no solo oyendo, lo que
iban a votar—, o bien porque estos tales
están cerca de nosotros, o porque
van a saberlo pronto, por eso no se
quiere ser visto en desgracia por los que
le emulaban a uno en otro tiempo; porque
los émulos son admiradores. Y cuando
se tienen obras y cosas que producen
vergüenza, sean propias de los antepasados
o de otros cualesquiera con quienes
le ata a uno un parentesco próximo.
Y en general, de aquellos hacia quienes
se siente vergüenza; son estos los
ya dichos y los que con uno tienen alguna
relación, o aquellos de quienes se
ha sido maestro o consejero, y si hay
otros semejantes con quienes rivalizar;
porque muchas cosas se hacen o se dejan
de hacer por respeto a ellos. Y se
es más vergonzoso con los que van a
ser vistos con frecuencia, y con los que
van a convivir en público con los que
le conocen a uno. De donde el poeta
Antifón, yendo a ser muerto a golpe de
varas por sentencia de Dionisio, viendo
a los que iban a morir con él tapándose
el rostro a medida que atravesaban
los puestos—«¿por qué os cu-
ARISIOIELES.—«
brís?—dijo—, ¿es que mañana no os
va a ver alguno de estos?».
Así pues, esto es lo que hay que decir
respecto de la vergüenza; de la desvergüenza,
con evidencia hallaremos
abundantes premisas en las cosas contrarias
a estas.
CAPITULO 7
DEL FAVOR
A quiénes se hace favor y sobre qué
cosas o en qué estado de ánimo, quedará
aclarado, una vez hayamos definido
el favor.
Sea, pues, favor el servicio según el
cual el que lo conce'de se dice que hace
favor al que lo necesita, no a cambio
de alguna cosa ni con fin alguno
en provecho del que lo hace, sino para
el otro; será grande cuando se ha
hecho a uno muy necesitado, o es de
cosas grandes y difíciles, o en tales circunstancias
determinadas, o ha sido el
único en hacerlo, o el primero o el que
más.
Son necesidades los apetitos, y de estos
sobre todo los que ocasionan tristeza
si no se llevan a satisfacción. Tales
son las pasiones; por ejemplo, el amor.
Y también lo son los que se dan en
los sufrimientos del cuerpo y en los
peligros; porque también el que zozobra
desea y lo mismo el que siente pena.
Por eso los que se encuentran en
la pobreza y el destierro, aunque sea
pequeño el servicio que les hagan, quedan
agradecidos por la magnitud de la
necesidad y por la circunstancia; como
el que prestó su estera en el Liceo. Es,
pues, necesario sobre todo prestar servicio
en cosas de esta monta, y si acaso
no, en iguales o mayores.
Por consiguiente, una vez que está
claro a quiénes y en qué cosas se presta
un favor, y en qué disposición de
ánimo, es evidente que a partir de esto
hay que preparar los argumentos, que
muestren que unos se hallan o se han
hallado en tal pena o necesidad y que
los otros han prestado en tal necesidad
tal servicio o lo están prestando. También
es evidente de dónde se puede negar
este favor y dejar en evidencia a los
162  1385 b/1386 a
desagradecidos, diciendo que se hace o
se hizo el tal servicio teniendo por fin
los mismos que lo hacen o hicieron—v
esto no es ya favor—, o que ocurrió
por casualidad o necesariamente, o que
devolvió, pero no dio, tanto si lo hizo
sabiendo, como ignorándolo; pues, de
ambas maneras fue a cambio de algo,
de modo que así no pudo ser favor.
Y hay que atender a lo que se refiere
a todas las categorías; porque el
favor lo es o porque lo es, o porque es
de tal cantidad, o del tal cualidad, o
en tal tiempo o lugar. Y prueba de que
algo no es favor es ver si uno menor
que aquel no ae hubiera prestado, y si
se ha prestado a los enemigos lo mismo,
o algo igual o mayor; porque es
evidente que tales cosas no se hicieron
por nosotros. Y también hay que
ver si fue cosa sin valor, sabiéndolo el
que lo hizo; ya que nadie reconocerá
haber necesitado algo sin valor.
CAPITULO 8
SOBRE LA COMPASIÓN
Queda dicho cuanto se reñere al favorecer
y al ser ingrato; digamos ahora
qué cosas son dignas de compasión,
y a quiénes se compadece y en qué disposición
de ánimo.
Sea la compasión cierta tristeza por
un mal que aparece grave o penoso en
quien no es merecedor de padecerlo;
el cual mal podría esperar padecerlo
uno mismo o alguno de los allegados
de uno, y esto cuando apareciese cercano;
porque es evidente que es necesario
que el que va a sentir compasión
esté en tal situación que pueda pensar
que podría padecer algún mal o él mismo
o alguno de sus allegados, y un mal
tal como se ha dicho en la definición,
o semejante o casi tan grande; por
eso no sienten compasión ni los absolutamente
perdidos—porque piensan que
ya nada hay mayor que puedan ellos
padecer, porque ya lo han padecido—,
ni los que se creen en una suprema felicidad,
los cuales más bien ultrajan
(1); ya que, si piensan poseer todos
los bienes, es evidente que también
el de no poder sufrir ningún mal; porque
ciertamente este es uno de los bienes.
Son estos tales, como para pensar
que bien pueden padecer los que ya
han padecido y se han librado del mal,
y los ancianos, por su prudencia y su
experiencia, y los débiles, y más aún
los cobardes y los instruidos; porque
son buenos calculadores. Y los que tienen
padres, hijos o esposa; porque las
personas de este género son tales como
para padecer las cosas dichas. Y los
que no están sujetos a una pasión da
valor, como, por ejemplo, la ira o la
cólera—ya que estas pasiones no tienen
en cuenta el futuro—, ni los que están
sujetos a un espíritu' insolente—porque
tampoco estos prevén el poder sufrir
algo—; pero sí los que se hallan en un
punto medio; ni tampoco los demasiado
rencorosos; ya que los abrumados por
la atención a sus propios daños, no sienten
compasión. Se siente compasión si
se cree que algunos hay que sean buenos;
porque, el que no cree tal a nadie,
pensará que todos son dignos de
daño. Y, en general, cuando uno está
en tal disposición que recuerda que cosas
semejantes le han ocurrido a él
mismo o a sus allegados, o espera que
le ocurran a él o a los suyos.
Queda, pues, dicho en qué estados de
ánimo se siente la compasión; lo que
se compadece está claro por la misma
definición; ya que todas las cosas gravemente
dañosas entre las que son penosas
y dolorosas, son todas merecedoras
de compasión; y del mismo modo
las que son mortales y aquellos males
grandes cuya causa es la mala suerte.
Son males dolorosos y graves las muertes
y ultrajes corporales, los malos tratos,
la vejez, las enfermedades y la falta
de alimento; los males causados por
la mala suerte son la carencia y escasez
de amigos—por eso es digno de compasión
el ser arrancado de los amigos y
compañeros—, la fealdad, la debilidad,
la mutilación y aquello de que, siendo
lógico venga un bien, procede un mal.
(1) La noción de insolencia o ultraje tiene
una gran importancia en la ética griega. Es
un exceso pecaminoso que siempre castigan los
dioses. Bajo el nombre de «conducta desaforada
», Toynbee—A Study of History—lo aplica
al militarismo como fenómeno histórico.
1386 a/1386 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 9 163
Y el ser esto muchas veces así. Y también
que, habiendo sufrido un mal, venga
luego un bien, como, por ejemplo,
que a Diopeites (1) le llegara el obsequio
del rey una vez muerto. Y también
el no ocurrirle a uno nada bueno
o, si le ocurre, no poder gozarlo.
Aquellas cosas, pues, de que se siente
compasión son estas y sus semejantes
; se compadece a los conocidos, si
su familiaridad no es demasiado cercana;
ya que, respecto a estos, sentimos
lo mismo que si nos ocurriera a nosotros.
Por eso Amasis (2) no lloró sobre
el hijo que era llevado a morir, según
cuentan, pero sí por el amigo que
pedía limosna; porque esto era digno
de compasión; aquello, en cambio, era
terrible; porque lo terrible es distinto
de lo que es digno de compasión, y rechaza
la compasión y muchas veces sirve
para lo contrario; porque ya no se
siente la compasión, cuando está cerca
de uno lo que es terrible. Se compadece
también a los semejantes en edad,
en carácter, en hábitos, en dignidades,
en linaje; ya que en todos éstos parece
más claro lo que también le puede
ocurrir a uno; porque conviene decir
aquí que, en general, lo que tememos
para nosotros, esto es lo que compadecemos
cuando les ocurre a los demás.
Porque las desgracias que se nos muestran
cercanas son las que merecen nuestra
compasión, y de las cosas que ocurrieron
hace diez mil años o van a ocurrir
dentro de otro tanto, como no se
esperan ni se recuerdan, generalmente
no se siente compasión, o no de manera
igual, por esto es necesario que los
que refuerzan el efecto con las actitudes
exteriores, con sus voces, con su
vestido y, en general, con lo que es
teatral, despierten más la compasión;
ya que hacen que el mal parezca más inmediato
al ponerlo ante los ojos, o como
inminente o como recién sucedido.
Y lo que ha sucedido hace poco o lo
que amenaza para en breve es más digno
de compasión; por eso son también
(1) Es el estratega de que habla Démostenos
en su discurso sobre el Quersoneso.
(2) No se conoce esta anécdota referida a
este faraón egipcio, sino referida a Psaménito
—Herodoto, III—. Quizá confundió A. el nombre.
¡así las señales manifestativas, como por
¡ejemplo los vestidos de los que han sufrido
una desgracia y otras cosas semejantes;
y las acciones, las palabras y
las demás cosas de los que padecen desgracia,
como, por ejemplo, de los que
están ya muriendo. Y, sobre todo, es
digno de compasión el que estén en tales
circunstancias personas buenas; porque
todas estas cosas, al hacerlo aparecer
cercano, hacen mayor la compasión,
ya que resulta inmerecida la desgracia
y se desarrolla ante los ojos.

CAPITULO 9
SOBRE LA INDIGNACIÓN


Se contrapone sobre todo al compadecerse
lo que se llama indignación;
porque es en cierto grado opuesto al entristecerse
por las desgracias inmerecidas
y procede del mismo rasgo de carácter
el entristecerse por los sucesos
favorables inmerecidos. Y ambas pasiones
son propias de un carácter noble;
porque es equitativo apenarse y sentir
compasión hacia los que padecen desgracias
inmerecidamente y sentir indignación
contra los que inmerecidamente
gozan de ventura; ya que es injusto lo
que sucede contra lo que cada uno merece,
por lo cual atribuimos también a
los dioses el indignarse.
También podría parecer que la envidia
se contraponía de la misma manera
a la compasión, como si se acercara
mucho y fuera del mismo género que
la indignación, pero es cosa distinta;
ya que la envidia es una tristeza con
turbación y se siente por el bien ajeno,
pero no del inmerecido, sino del igual
y del semejante. Y no porqué a uno le
vaya a ocurrir algo nuevo con ello, sino
por el mismo prójimo, conviene que
se dé en todos de modo semejante; porque
no será ya una cosa envidia y otra
turbación, sino temor, si el placer y
la turbación provienen de que a uno le
va a venir algún mal de la suerte de
aquel.
Y es evidente que a estos les seguirán
las pasiones contrarias; porque el
que se entristece por los que padecen
daños sin merecerlo, se alegrará o es164
 1386 b/1387 b
tara sin pena, cuando los sufren de
modo contrario; por ejemplo, cuando
a los parricidas y asesinos les llegue la
hora del castigo, ningún hombre decente
se entristecerá; ya que es preciso
alegrarse de tales casos, como ocurre
con los que gozan del bien merecidamente;
porque ambas cosas son justas y
causan alegría en el hombre equitativo;
pues es necesario esperar que le
ocurra también a uno lo que ya le ocurre
a quien es nuestro semejante. Y todas
estas cosas son propias del mismo
rasgo de carácter, y las cosas opuestas
son propias del contrario, ya que es
la misma pers9na la que se goza en el
mal y es envidiosa; porque es preciso
que aquello de lo cual uno se entristece,
cuando le sucede a otro o lo posee
otro, sea lo mismo de que uno se
alegra, cuando es destruido o se priva
a otro de ello. Por eso todos estos sentimientos
son estorbos de la. compasión,
porque se diferencian "de ella por las causas
dichas; de manera que, para hacer
una cosa que no sea digna de compasión,
todos son igualmente útiles.
Digamos, en primer lugar, algo sobre
la indignación, contra quiénes se indigna
uno, y por qué razones y en qué
estado de ánimo; luego, después de estas
cosas, sobre todo lo demás. Por lo
expuesto resulta esto evidente; porque,
si indignarse es entristecerse por el que
parece gozar inmerecidamente del bien,
es primeramente claro que no es posible
indignarse contra todos los bienes;
ya que no se indignará uno si el
otro es justo o valeroso, o si alcanza
una virtud—pues tampoco mueven a
compasión las cosas opuestas a esto—,
sino de la riqueza, el poder y las cosas
de este estilo, de las que generalmente
hablando son merecedores los buenos y
los que por naturaleza poseen bienes,
como nobleza de cuna, belleza y otros
semejantes. Y puesto que lo antiguo
parece algo cercano a lo que es por naturaleza,
es necesario que, contra los que
poseen un mismo bien, si sucede que
casualmente lo poseen desde hace poco
y por ello gozan de ventura, se sienta
mayor indignación; porque más pesar
causan los que son ricos nuevos que
los que lo son de antiguo y por linaje;
del mismo modo también los que
tienen mando y los que tienen poder,
y muchas amistades, y buenos hijos y
cualesquiera de estas cosas. Y, si por
causa de estas cosas, algún bien se les
produce a ellos, lo mismo; porque más
pesar causan los nuevos ricos que mandan
por ser ricos, que no los ricos antiguos.
Y de manera semejante ocurre
en las demás cosas. La causa es que
los unos parecen poseer lo suyo propio
y los otros no; porque lo que siempre
aparece del mismo modo parece ser verdad,
de manera que los demás es como
si poseyeran lo que no es suyo. Y, puesto
que cada uno de los bienes no es
digno del primero que caiga, sino que
hay cierta analogía y adecuación, por
ejemplo, la belleza de las armas no corresponde
al justo, sino al valeroso, y
los matrimonios distinguidos no cuadran
a los nuevos ricos, sino a los nobles,
es indignante que uno, siendo bueno,
no alcance lo que le toca. Y también
lo es que un inferior se oponga a
un superior, y precisamente en aquello
mismo en que se da su superioridad;
de donde se dice también esto:
pero evitó el combate contra Ayax Telamoaiada;
porque Zeus se indignaba con él, cada vez que
[combatía con un héroe más virtuoso... (1).
Y, si no, también si se enfrenta el
que es de alguna manera inferior al
que es de alguna manera superior, como,
por ejemplo, un músico a un justo;
porque es mejor la justicia que la
música.
Contra quiénes, pues, se siente indignación
y por qué, queda claro por lo
que se ha dicho; ya que son las cosas
expuestas y las semejantes a ellas. Es
uno propenso a la indignación, aunque
sea uno digno de los mayores bienes y
los posea; porque no es justo que lo
que corresponde" a los de una clase, lo
posean los que no son iguales a ellos.
En .segundo lugar, si sucede que uno es
bueno y honrado, ya que juzga bien y
odia las cosas injustas. También si es
uno ambicioso y está deseoso de algunas
cosas, y precisamente aquello que
se ambiciona lo obtienen los otros sin
ser dignos de ello. Y, en general, los
que se sienten dignos de lo que otros
(1) Ilíada, XI, 542. s.
1387 b/1388 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 10 165
no merecen, son propensos a la indignación
contra estos y por estas causas.
Por eso las personas de espíritu servil,
las que son mezquinas y las que no ambicionan
gloria, no son fáciles a la indignación;
porque no existe nada de
que ellos piensen ser dignos.
Por eso resulta evidente quiénes deben
serle a uno causa de alegría y de
no sentir pena, cuando tengan mala
suerte, o padezcan algún daño o carezcan
de algo; ya que de lo dicho se deduce
con claridad lo opuesto; de manera
que si el discurso prepara debidamente
a los jueces, y demuestra que los que
son dignos de que se los compadezca y
en aquellas cosas en que merecerían que
se les compadezca, que son inmerecedores
de alcanzarla y dignos de no alcanzarla,
es imposible que se sienta la compasión.
CAPITULO 10
SOBRE LA ENVIDIA
También es cosa clara sobre qué materias
se siente envidia y contra quiénes,
y en qué estado de ánimo, si la
envidia es cierta tristeza por la abundancia
manifiesta de los bienes dichos,
t sentida contra los iguales, no con el
* pretexto o deseo de que algo sea para
uno, sino por ellos mismos; sentirán envidia,
por consiguiente, estos tales de
aquellos que son iguales a ellos o lo parecen.
Llamo iguales a los que lo son en
linaje, o en parentela, en edad, en hábitos,
en fama, en bienes de fortuna.
También son envidiosos aquellos a quienes
les falta poco para tenerlo todo-^por
eso los que realizan grandes cosas y
son felices, son envidiosos—; porque
i piensan que otros se llevan lo que "es
suyo en propiedad. Y los que son honrados
sobre manera en algo especial,
; y mayormente si es por la sabiduría o
i la felicidad. Y los que ambicionan ho- ; ñores son más envidiosos que los que
no les ambicionan. Y los que se creen
sabios; porque ambicionan los honores
que corresponden a la sabiduría. Y, en
i general, los que ambicionan la gloria
en algún campo determinado, son envidiosos
en lo que H ello se refiere. Y
también los de espíritu pequeño; porque
a ellos todo les parece ser grande.
Respecto de las cosas en que se siente
la envidia, hemos ya enumerado los
bienes; ya que la envidia llega a todas
aquellas cosas y obras en que se
siente el amor a la gloria y la ambicien
de honores, y se excita la tendencia
a la fama, y a todo lo que cae
bajo la denominación de buena suerte,
i y sobre todo a aquello a lo que uno
tiende esforzadamente o que cree debería
poseer, o con cuya posesión se supera
uno un poco o se queda uno un
poco menos atrás.
También es evidente quiénes son aquellos
a quienes se envidia; porque se ha
dicho a la vez que lo anterior; ya que
se envidia a los que están cerca en el
tiempo, el lugar, la edad, la fama o el
linaje. De donde se dice:
también :a familia sabe envidiar (1).
También es cosa clara quiénes son
aquellos a quienes se emula; pues se
emula a los ya mencionados, mientras
que nadie compite con los que vivieron
nace diez mil años, ni con los que han
de existir, ni con los muertos, ni con
los que están donde las columnas de
Hércules. Ni tampoco se emula a los
que se estima, por juicio propio y de
otros, que le dejan a uno muy atrás;
y tampoco a los que uno supera con
mucho. De la misma manera, se emula
a los que tienden a estas mismas
cosas; ya que se emula a los competidores
en juegos, a los rivales en el amor,
y, en general, a los que aspiran a lo
mismo que uno; aunque es preciso que
a estos sobre todo se les envidie; por
eso se dijo:
también el alfarero al alfarero...
De igual manera se envidia a los que
poseyendo o alcanzando algo, son ocasión
para uno de deshonra; ya que
estos .son los que viven cerca de uno o
los que son iguales que uno. Porque
está claro que, en comparación con estos,
no ha alcanzado uno el bien, y
así esto hace penosa la envidia. Y también
a los que tienen o han poseído
aquello que le corresponde a uno o que
(1) El dicho es de Esquilo.
166  1388 a/1388 b
alguna vez alcanzó; por eso los de edad
avanzada tienen envidia de los jóvenes,
y los que han gastado mucho en
una cosa envidian a los que han gastado
poco en la misma. Y a los que han
conseguido algo rápidamente les envidian
los que o aún no lo han alcanzado
o pasaron ya la oportunidad de alcanzarlo.
Queda, pues, claro en qué se gozan los
envidiosos, y en quiénes y con qué disposición
de ánimo se da la envidia;
porque según el estado en que sientan
pesar, estando en este estado de ánimo
se alegrarán de las cosas contrarias, de
manera que, si los oradores son capaces
de provocar tal estado de ánimo en
los oyentes, y los que piensan que han
de ser compadecidos o son dignos de
alcanzar algún bien son como los que
hemos dicho, es digno que no van a
alcanzar compasión de los que han de
arbitrar la situación.
CAPITULO 11
SOBRE LA EMULACIÓN
En qué disposiciones de espíritu se
siente la emulación, y sobre qué cosas
y en quiénes, se verá, con claridad por
lo que sigue; porque, si emulación es
un pesar por la presencia manifiesta de
bienes estimables y alcanzables por uno
mismo—pesar respecto de ios que son
iguales en naturaleza—, y no porque
pertenecen a otro, sino porque no pertenecen
también a uno mismo—por eso
la emulación es honrosa y digna de gente
de honor; el envidiar es, en cambio,
vil y de espíritus mezquinos; ya que,
mientras unos se disponen por medio
de la emulación a alcanzar los bienes,
los otros se proponen por la envidia que
el prójimo no los posea—, es necesario
que sean propensos a la emulación los
que se estiman a si mismos merecedores
de bienes que no poseen; porque
nadie se cree digno de lo que parece imposible.
Por eso son fáciles a la emulación
los jóvenes y los de espíritu magnánimo.
Y lo mismo los que poseen bienes
tales que son dignos de hombres cargados
de honores; son estos bienes la
riqueza, los muchos amigos, los cargos
en el gobierno de la ciudad y otros semejantes
; porque, como a ellos mismos
les es adecuado ser buenos—ya que ello
es conforme a los que tienen una buena
disposición de espíritu—, sienten
emulación por tales bienes. Y se emula
a aquellos a quienes los demás estiman
dignos de ser emulados. Y aquellos
cuyos antepasados, parientes, familiares,
nación o ciudad están cargados
de honores, sienten fácilmente emulación
por estas cosas; porque piensan que
estas cosas les son familiares y que ellos
son dignos de ellas. Si despiertan emulación
los bienes estimables, es preciso
que las virtudes sean de esta índole,
y lo mismo cuantas cosas son a los
demás útiles y beneficiosas; ya que
se honra a los que obran el bien y son
buenos. Y también provocan la emulación
aquellos de cuyos bienes dimana
el goce a los que están cerca de ellos,
como son, por ejemplo, las riquezas, y
la belleza más que la salud.
Queda claro también así quiénes son
los que son dignos de ser emulados; ya
que son los que poseen estas cosas y los
que son semejantes a ellas. Son estas
las mencionadas, como, por ejemplo, el
valor, la sabiduría, la autoridad; porque
los que mandan pueden hacer bien
a muchos, como son los generales, los
oradores y cuantos pueden -realizar tales
cosas. Y también aquellos a quienes
muchos quieren semejarse, o de
quienes muchos quieren ser conocidos,
o de quienes muchos quieren ser amigos.
Y también aquellos a quienes muchos
admiran, o a quienes nosotros mismos
admiramos. Y también aquellos de
quienes se dicen alabanzas y encomios,
bien por los poetas, bien por los prosistas.
Se desprecia, en cambio, a los contrarios;
porque el menosprecio es opuesto
a la emulación, y el emular lo es al
menospreciar. Es necesario que los que
están en un estado de ánimo apto para
emular a alguno o para ser emulados,
menosprecien, y por estos motivos, o
aquellos que poseen los males contrarios
a los" bienes que estimulan la emulación.
Por eso muchas veces se desprecia
a los que gozan de buena suer1388
b/1389 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 12 167
te, cuando la tienen sin los bienes que
en realidad merecen estimación.
De los motivos, pues, por los que las
pasiones nacen y desaparecen, y de las
cuales se originan los argumentos retóricos,
hemos hablado ya.
CAPITULO 12
SOBRE LOS CARACTERES Y SU RELACIÓN
CON LA EDAD. CARÁCTER TÍPICO DEL JOVEN
Examinemos ahora, después de esto,
cómo es cada uno por carácter, según
los hábitos, las pasiones, las edades y
las circunstancias de la fortuna. Llamo
pasiones a la ira, la concupiscencia
y otras semejantes, de las que hemos
hablado antes, y hábitos a las virtudes
y vicios; también de estos he hablado
antes y de cuáles prefiere cada uno y
cuáles practica. Las edades son la juventud,
la madurez, la ancianidad. Llamo
fortuna a la nobleza de sangre, &
la riqueza, a las capacidades de cada
uno, y también a sus contrarios, y, en
general, a la buena y a la mala suerte.
Los jóvenes son por carácter concupiscentes,
y decididos a hacer cuanto
puedan apetecer. Y en cuanto a los apetitos
corporales son, sobre todo, seguidores
de los placeres del amor e incontinentes
en ellos. También son fácilmente
variables y en seguida se cansan
de sus placeres, y ios apetecen con violencia,
pero también se calman rápidamente;
sus caprichos son violentos,
pero no grandes, como por ejemplo
el hambre y la sed en los que están
enfermos. También son los jóvenes apasionados
y de genio vivo y capaces de
dejarse llevar por sus impulsos, Y son
dominados por la ira; ya que por punto
de honra no aguantan ser despreciados,
antes se enojan si se creen objeto
de injusticia. Y aman el prestigio, pero
más aún el vencer; porque la juventud
tiene apetito de excelencia, y la.
victoria es una superación de algo. Y
son más estas cosas que no codiciosos;
y son menos avariciosos porque aún no
han experimentado la indigencia, como
reza la sentencia de Pitaco sobre Anfiarao.
Y no son mal intencionados, sino ingenuos,
porque todavía no han sido testigos
de muchas maldades. Y son crédulos,
porque todavía no han sido engañados
en muchas cosas. Y están llenos
de esperanza; porque, de manera semejante
a los alcohólicos, los jóvenes están
calientes por la naturaleza y, al
mismo tiempo, porque aún no han sufrido
desengaños en muchas cosas. Y así
viven la mayoría de las cosas con la esperanza;
porque la esperanza mira a
lo que es futuro, mientras que el recuerdo
mira al pasado, y para los jóvenes
lo futuro es mucho y lo pretérito,
breve; ya que el primer día de
nada pueden acordarse y en cambio pueden
esperarlo todo. Y son fáciles de
engañar, por lo dicho; porque esperan
fácilmente. Y son bastante animosos;
porque están llenos de decisión y de
esperanza, de lo cual lo uno los hace
no temer y lo otro les hace ser audaces;
porque ninguno teme cuando está
enojado y el esperar algún bien es
algo que inspira resolución. También son
vergonzosos; porque aún no sospechan
la existencia de otros bienes, antes han
sido educados solamente por la ley de
lo convencional (1). Y son magnánimos;
porque aún :io han sido humillados
por la vida, antes son inexpertos en
las cosas necesarias, y la magnanimidad
consiste en estimarse a sí mismo digno
de cosas grandes; y eso es propio
del que tiene esperanza.
Y prefieren realizar las cosas que son
hermosas que las que son convenientes;
porque viven más según su manera de
ser que según la razón; y la razón
calculadora se nutre de lo conveniente,
la virtud en cambio de lo bello. Y
son más amantes de los amigos y compañeros
que los de otras edades, porque
gozan con la convivencia y porque
todavía no juzgan nada de cara a
la utilidad y el lucro, y así tampoco a
los amigos.
Y en todas estas cosas pecan por exceso
y por la violencia, contra el dicho
'!) Tovar traduce >«los usos» con esta aclaración
: usa esta palabra «tal como la ha acuñado
para la sociología Ortega y Gasset. Se
trata de lo que es convencional entre los hombres,
pero que no se puede transgredir». Por
esto nuestra traducción.
168  1389 b/1390 a
de Quilón (1), ya que todo lo hacen
en exceso: aman demasiado y odian
demasiado, y todo lo demás de semejante
manera. Y cometen las injusticias
por insolencia, pero no por maldad.
Y son compasivos, por suponer a todos
virtuosos y mejores; ya que miden
a los que están cerca de ellos según
su propia falta de maldad, de manera
que suponen que estos padecen cosas
inmerecidas. También son amantes
de la risa, y por eso también son propensos
a la burla; porque la mofa es
una insolencia educada.
CAPITULO 13
SOBRE EL CARÁCTER DEL ANCIANO
Así pues, tal es el carácter de los jóvenes;
los de edad avanzada, en cambio,
y los que ya han envejecido tienen
sus rasgos de carácter deducibles, en su
mayoría, de los contrarios a estos; porque,
por haber vivido muchos años y haber
sido engañados mucho más y por
haber cometido errores, y porque son
malas la mayoría de las cosas, no aseguran
nada con firmeza, y dicen en todo
mucho menos de lo que conviene. Y
dan en las cosas su opinión, pero confiesaín
no saber nada; y, cuando discuten,
añaden siempre el probablemente
y el quizá, y todo lo dicen así, pero
nada . con firmeza. Y son maliciosos;
porque la malicia consiste en interpretar
todas las cosas según lo peor. Además
son suspicaces, debido a su desconfianza,
y son desconfiados por su experiencia.
Y ni aman violentamente, ni
tampoco odian con violencia, por la
misma razón, sino que, según el precepto
de Bías (2), aman como quien luego
ha de odiar, y odian como quien
luego ha de amar. Y son de espíritu
mezquino, porque han sido humillados
por la vida; ya que no apetecen nada
grande ni extraordinario, sino solo lo
necesario para vivir. Y no son generosos
; porque los bienes de fortuna son
(1) La máxima de Quilón, uno de los siete
fiattios de Grecia, es la célebre u.roív Gr('G(v,
ne quid nimis {nada en exceso).
(2) Bias de Pirene es otro de los siete sabios
de Grecia.
una de las cosas necesarias y, al mismo
tiempo, saben por la experiencia
cuán difícil es llegar a poseerla y cuán
fácil es perderla. Y son cobardes y todo
lo temen por adelantado; porque
están en contraria disposición de ánimo
que los jóvenes; pues se han enfriado
en su naturaleza, mientras que
los jóvenes son calientes, de manera que
la ancianidad parece preparar el camino
a la cobardía; ya que el temor es
un enfriamiento. Y son amantes de la
vida, y más hacia su último día, porque
el deseo tiene por objeto lo que no
está o no se tiene, y aquello de que
se carece se apetece más. Y son más
egoístas de lo que se debe; porque también
esto es cierta pequeñez de espíritu.
Y viven de cara a lo útil y conveniente,
pero no de cara a lo hermoso,
y eso también más de lo que conviene,
por ser egoístas; ya que lo útil
es bueno para uno mismo, lo hermoso,
en cambio, es simplemente bueno. Y son
más desvergonzados que vergonzosos;
porque, por no preocuparse igual de lo
bello o lo bueno que de lo útil, desprecian
la buena opinión. Y están desesperanzados,
por la experiencia; porque la
mayoría de las cosas que ocurren son
malas; ya que la mayoría de las cosas
tienden a lo peor; y además por
causa de su cobardía. Y viven más del
recuerdo que de la esperanza; porque
es poco lo que les resta de vida y lo pasado,
en cambio, es mucho, y la esperanza
mira a lo futuro, la memoria a
las cosas pretéritas. Y eso mismo les
es causa de charlatanería; pues se pasan
las horas contando las cosas pasadas,
porque gozan recordando. Y sus
enojos so'n agudos, pero débiles; y de
sus pasiones, las más los han abandonado
y las otras son débiles, de modo
que no son apasionados, ni obran al
ritmo de sus pasiones, sirio tan solo de
cara a la utilidad. Por eso parecen temperantes
los que están en esta edad,
porque sus pasiones han retrocedido y
ellos viven solo para el provecho. Y viven
más según la razón calculadora que
según una manera espontánea de ser;
porque la razón calculadora mira más a
lo útil, y lo temperamental mira más
a la virtud. Y las injusticias las cometen
por maldad, no por insolencia, TamRETORICA.—
LIBRO II.—CAPS. 14 y 15 169
bien los ancianos son compasivos, pero
no por los mismos motivos que los jóvenes;
ya que estos lo son por humanitarismo,
aquellos lo son por debilidad
; porque piensan que todo está a
punto de ocurrirle.s, y esto, decíamos,
era propio de la compasión. Por eso son
llorones, y no alegres ni amigos de la
risa, porque el quejarse siempre es contrario
del amar la risa.
Tales son los rasgos de carácter propios
de los jóvenes y de los ancianos;
de manera que, puesto que todos aceptan
con gusto los discursos dirigidos a
su propia, manera de ser y a los caracteres
semejantes, está claro cómo deben
procurar presentarse así cuantos
se sirvan de los discursos, y esto tanto
ellos personalmente como sus propios
discursos.
CAPmiLO 14
SOBRE EL CARÁCTER DEL HOMBRE MADURO
Es evidente que ¡os aue están en la
madurez, estarán según" su carácter en
medio de estos dos, quitando de unos
y otros lo extremoso, sin ser ni demasiado
confiado—ya que esto es temeridad—,
ni temiendo demasiado, sino teniendo
un ánimo ecuánime para ambas
cosas; no confiando de todos ni tampoco
desconfiando de todos, sino con preferencia
juzgando según lo verdadero; no
viviendo solamente para lo bello, ni solo
tampoco para lo útil, sino para ambas
cosas; no viviendo ni para el ahorro
solo, ni para el derroche, sino para lo
equilibrado. De manera semejante en lo
que mira a la ira y a la concupiscencia.
Y son temperantes con fortaleza, y
fuertes con templanza, porque estas cualidades
se dividen entre los jóvenes y
los viejos, ya que los jóvenes son valerosos
e intemperantes, y los ancianos
temperantes, pero cobardes. Por decirlo
en general, cuanto de bueno se reparte
entre la juventud y la ancianidad, todas
las cosas que poseen unos y otros, todas
las tiene también el hombre maduro, y
de las cosas que a unos les sobran y a
los otros les faltan, posee lo que es moderado
y adecuado.
El cuerpo está en la madurez desde
los treinta años hasta los treinta y cinco,
y el alma hasta alrededor de los
cuarenta y nueve.
Quede, pues, dicho todo esto sobre cómo
es el carácter propio de cada edad,
de la juventud, de la ancianidad y de
la madurez.
CAPITULO 15
SOBRE LOS RASGOS DE CARÁCTER EN QUE
INFLUYE LA FORTUNA. I í NOBLEZA
Hablemos a continuación de los bienes
que proceden de la fortuna, y por
cuántos de ellos y cuáles son ellos, los
rasgos de carácter que en consecuencia
se dan en los hombres.
Carácter propio de la nobleza de sangre,
pues, es que el que la posea sea un
tanto ambicioso; porque todos, cuando
poseen algo, tienden a aumentarlo, y la
nobleza es un mérito de los antepasa'
dos. Y tienden a ser despectivos, aun
con sus semejantes o semejantes a sus
antepasados, porque de lejos las mismas
cosas son más valiosas y más fáciles como
objeto de fanfarronería que de cerca.
Se es noble según la virtud del linaje,
y genuino por no salirse del orden natural
; lo cual de ordinario no sucede
a los nobles, antes son la mayoría vulgares
: porque hay una especie de cosecha
en los linajes de los hombres, lo mismo
que en lo que nace de la tierra, y algunas
veces, si el linaje es bueno, nacen
durante algún tiempo hombres extraordinarios,
y después de nuevo decaen.
Las estirpes llenas de vitalidad derivan
hacia caracteres un tanto desquiciados,
como los descendientes de Alcibíades
y los de Dionisio el antiguo;
y !a.s estirpes más tranquilas derivan
hacia la simpleza y la indolencia, como
los descendientes de Cimón, de Pericles
y de Sócrates (1).
(11 El hijo de Alcibíades les sirvió a los oradores
como un modelo típico de desorden. De
las violencias de Dionisio eí joven fue una de
las víctimas el propio Platón. Poco se sabe de
los hijos de Cimón. De los de Pericles fue
proverbial su insignificancia. Algo parecido cabe
decir de la indolencia de los hijos de Sócrates.
170 ARISTÓTELES.—OBR AS 1391 a/1391 b
CAPITULO 16
SOBRE LA RIQUEZA
Los rasgos de carácter que consecuentemente
siguen a la riqueza están bien
a la vista de todos; porque los ricos son
insolentes y orgullosos, afectados por la
posesión de la riqueza, ya que están
como si poseyeran todos los bienes; y
la riqueza es como la medida del valor
de las cosas, con lo cual parece como si
todas las cosas se pudieran comprar con
ella. Y son los ricos afeminados y fastuosos;
afeminados por la molicie y el
exhibicionismo de su felicidad, fastuosos
y caprichosos porque suelen pasarse
el tiempo en lo que es amado y admirado
por ellos, y por pensar que los demás
desean lo que ellos. Y a] mismo tiempo
sufren esto con razón; porque muchos
necesitan lo que ellos poseen. De donde
se cuenta el dicho de Simónides sobre
los sabios y los ricos, a la mujer de Hierón,
quien le había preguntado antes
qué era mejor, si ser sabio o ser rico;
y respondió que rico: —«Porque a los
sabios los veréis pasando el tiempo ante
los palacios de los ricos.» También es
propio de ellos el creerse dignos de mandar;
porque creen poseer aquello poi
causa de lo cual se es digno de mandar.
Y para resumir, el carácter del rico es
el de un tonto feliz.
Difieren los caracteres de los nuevos
ricos y los de los que lo son de antiguo,
en que los nuevos ricos tienen todas estas
cosas y más, y las mas malas de las
malas cualidades; porque ser nuevo rico
es como carecer de educación sobre ia
riqueza.
Los ricos cometen las Injusticias no
por malicia, sino unos por insolencia y
otros por incontinencia, como los ultrajes
y el adulterio.
CAPITULO 17
SOBRE EL PODER Y LA BUENA SUERTE
De manera semejante son evidentes
casi todos los rasgos de carácter que se
refieren al poder; porque, de una parte,
tiene el poder las mismas cosas que
lia riqueza; por otra, tiene cosas mejores,
ya que los poderosos son por carácter
más ambiciosos de honra y más baroniles
que los ricos, por aspirar a cosas
que pueden ellos poner por obra
gracias a su poder. Y son más diligentes,
por estar en vigilancia, obligados a
mirar por lo que ¿e refiere a su cargo.
Y son más serios o graves; porque su
dignidad les hace más dignos de respeto,
y por eso se moderan; ya que la
dignidad es una gravedad fácil y decorosa.
Y si cometen injusticia, no cometen
una nadería, sino un gran delito.
La buena suerte produce rasgos de carácter
análogos por partes a los de los
bienes dichos antes; porque las venturas
consideradas de mayor valía tienden
a estas cosas, como también a tener
una buena descendencia; y la buena
suerte predispone a tener en abundancia
los bienes del cuerpo, por causa de
la buena suerte son los hombres más
arrogantes y más irrazonables, pero en
cambio, un buen rasgo de carácter acompaña
a la buena suerte, y es que los favorecidos
por ella son amantes de los
dioses y están frente a ellos en buena
disposición de ánimo, llenos de fe por
los bienes que les ha deparado la buena
suerte.
Hemos, pues, tratado de los bienes de
carácter causados por la edad y la fortuna;
los rasgos contrarios a estos se
evidencian por los conceptos contrarios,
como son por ejemplo los rasgos de carácter
de la pobreza, de la desgracia y
de la carencia de poder.
CAPITULO 18
SOBRE LOS TÓPICOS COMUNES A LAS TRES
CLASES DE DISCURSOS
Puesto que el uso de los discursos persuasivos
va encaminado al juicio—porque
sobre las cosas que ya conocemos y
que ya hemos juzgado, no es necesario
el discurso—, se usan también estos si
uno quiere persuadir a disuadir a uno,
como hacen, por ejemplo, los que reprenden
a uno o intentan convencerle
—ya que nadie es menos juez por serlo
solo: y aquel a quien conviene persuadir
es, por decirlo absolutamente,
1391 b/1392 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 19 171
juez—; de igual manera si habla uno
contra la parte litigante que si habla
contra una proposición; porque es necesario
servirse del discurso y destruir
los argumentos contrarios, contra los
cuales se habla, como contra una parte
litigante, y de esa misma manera incluso
en los discursos demostrativos;
porque el discurso se dirige al oyente
como a un juez. Con todo, generalmente
el único juez es, en absoluto, en los
debates políticos, el que resuelve lo que
está pendiente de solución; y se inquiere
cómo son las cosas que están en litigio
y sobre qué cosas se delibera; se
habló ya antes, al tratar de los discursos
deliberativos, de los caracteres de
cada una de las formas de gobierno de
una ciudad, de manera que pudo quedar
ya determinado cómo y por qué medios
hay que dar a los discursos su carácter
apropiado.
Dado que decíamos que para cada clase
de discursos era distinto el fin, ya
respecto de todo ello hemos traído las
opiniones y las premisas de las cuales
habían de inferir los argumentas de
credibilidad los oradores deliberativos,
los demostrativos y los forenses; hemos
tratado además de aquellos puntos a
partir de los cuales es posible hacer los
discursos adecuados a los. caracteres;
nos queda ahora por tratar lo que toca
a las cosas comunes a todos: porque a
todos les es necesario servirse en los discursos
de lo que se refiere a lo posible
y a lo imposible, y les será necesario a
los más o intentar demostrar que algo
será así, o bien que algo sucedió de tal
manera. También es propio de todos los
discursos el tópico común de la magnitud;
porque todos hacen uso del recurso
de aumentar o atenuar algo, los que
deliberan, los que alaban o censuran, los
que acusan o defienden. Una vez definidas
estas cosas, intentemos tratar en común
de los entimemas, en cuanto podamos,
y de los ejemplos, de manera
que añadiendo lo que se ha dejado, demos
fin al plan previsto desde el comienzo.
De entre los lugares comunes, el engrandecer
o atenuar es el más propio del
género demostrativo, como se ha dicho;
el tópico de lo ya sucedido es el mas propio
del género forense—porque el juicio
trata sobre cosas de estas—; y el tópico
de lo posible y lo futuro, del género
deliberativo.
¡ CAPITULO 19
SOBRE EL TÓPICO DE LO POSIBLE Y LO
IMPOSIBLE, SOBRE EL TÓPICO DE HECHO,
Y SOBRE LOS DE ENGRANDECIMIENTO Y
ATENUACIÓN
Hablemos primero, pues, sobre lo posible
y lo imposible. Si, pues, un contrario
a algo es posible que sea o que
haya sido, también aquello de que es
contrario parecerá ser posible: por
ejemplo, si es posible que un hombre
haya sanado, también lo es que enfermara;
porque la potencialidad de los
contrarios es la misma, en cuanto contrarios;
y si lo semejante es posible,
también lo es aquello de quien es semejante.
Y si es posible lo más difícil,
también lo es io más fácil. Y si es
posible que una cosa sea buena y hermosa,
también es posible que simplemente
sea o exista; pues es más difícil
que una cosa sea hermosa, que no
que exista ella simplemente. Y de aquello
cuyo principio puede haber existido,
también puede existir el fin; porque nada
que sea imposible se hace ni comienza
a hacerse; por ejemplo: que la diagonal
sea de la misma medida que el
lado, ni podría comenzar a ser ni es. Y
de aquello cuyo fin es posible, también
lo es el comienzo; porque todas las cosas
proceden de un principio. Y si es
posible que exista lo posterior, bien por
su esencia bien por generación, también
es posible que exista lo anterior; como
por ejemplo, si es posible que exista un
varón, también es posible que exista un
niño—pues este existe antes—; y si es
posible el niño, también es posible el
varón—porque también es posible su
principio—. Y son posibles aquellas cosas
de las que, por naturaleza, hay amor
o concupiscencia; porque, de ordinario,
nadie ama ni apetece lo imposible. Y
aquellas cosas sobre las que existen ciencias
y «rtes, son también posibles y existen.
También son posibles aquellas cosas,
cuyo principio de realización está
en determinadas personas, a quienes
172  1392 a/1393 a
nosotros podemos obligar o persuadir;
y estas personas son aquellas de quienes
somos superiores, señores o amigos.
Y aquello cuyas partes son posibles,
también es posible como todo, y aqueuas
partes cuyo todo es posible son también
posibles de ordinario; porque si
pueden existir corte anterior, puntera
y pala, también puede existir el calzado,
y si es posible el calzado, también
corte anterior y puntera (1); y si el
género entero está entre lo posible, tam-
Dién lo estará la especie; y si la espec.
e, también el género; como, por ejemplo,
si es posible que exista la nave,
también es posible la trirreme y, si lo
es la trirreme, también lo será la nave.
Y si es posible uno cualquiera de dos términos,
naturalmente recíprocos, también
será posible el otro; por ejemplo, si es
posible el doble, también será posible la
mitad y, si lo es la mitad, también será
posible el doble. Y Si algo puede venir a
ser sin arte ni preparación, con más rarón
será posible poniendo por medio arte
y cuidado; de donde se dijo por boca
de Agatón (2>:
por cierto que unas cosas las hacemos por arte,
[otras, en cambio,
vienen a nosotros por la necesidad y el azar.
Y si algo es posible a los que son
peores, interiores o menos dotados, más
aún lo será para sus contrarios; como
dijo también Isócrates (3) que seria terrible
que, si Eutino llegó a saberlo, no pudiera
descubrirlo él mismo. Respecto de
lo imposible, claramente se puede concluir
lo que corresponde, partiendo de
los conceptos opuestos a los dichos.
Si algo sucedió, hay que considerarlo
por lo que sigue. Porque, en primer lugar,
si algo ha sucedido siendo naturalmente
menos que lo que hay que demostrar,
también es posible que haya
sucedido lo más. Y si lo que suele acontecer
más tarde ha sucedido ya, tam-
(l> De estos términos de zapatería apenas
se sabe en lexicografía. Los más claros parecen
el primero, por el sentido, y el último, por etimología.
Tomamos los nombres de Tovar, i. c.,
pág. 136 y -nota W, I, II.
(2) Este poeta es interlocutor de Platón en el
Banquete.
(3>> No se conserva este fragmento del discurso
mencionado de Isócrates.
I bien habrá ocurrido lo anterior; por
ejemplo, si algo se ha olvidado, es que
alguna vez se aprendió. Y si se podía
y se quería se hizo; porque todos, cuan-
,do pueden lo que quieren, lo hacen; ya
! que nada se lo impide. También si se
quería y ninguna cosa externa lo impeí
oía, y si era posible y se estaba enojado,
y si era posible y se apetecía; porque,
de ordinario, las cosas que se apetecen,
si se puede, se hacen: los débiles las
hacen por incontinencia, los buenos porque
apetecen lo decente. Y si estaba
a punto de suceder y hacerse, porque
es verosímil que el que estaba a punto
de hacer algo, lo haya hecho. Y si ha
sucedido lo que naturalmente ocurre
antes de aquello o por causa de aquello,
también; por ejemplo, si relampagueó
también tronó, y si tentó también se-
(dujo. Y si ocurrió lo que por naturale-
I za se da luego a aquello por causa de lo
cual sucede, y si sucede lo que suele
suceder antes y lo que suele suceder a
causa de aquello; por ejemplo, si tronó
también relampagueó, y si corrompió
también tentó. Porque de todas estas
cosas, unas se dan por necesidad, las
otras porque de ordinaio se está en esta
disposición de ánimo. En cuanto al demostrar
que algo no ha sucedido, resulta
evidente a partir de los conceptos
contrarios a lo dicho.
Por las mismas razones, resulta claro
lo que se refiere al futuro; porque lo
que existe en potencia y en la voluntad,
existirá, y también lo que existe, con la
facultad de ponerlo por obra, en la con-
! cupiscencia, en la ira y en el cálculo; y
todas las cosas que están en el impulso
de la acción o bien estarán en intención
de ser hechas, existirán; porque de ordinario
ocurren más las cosas que estaban
a punto de ser hechas que las
que no lo estaban. Y si suceden antes
las cosas que naturalmente suceden antes;
como, por ejemplo, si hay nubes
es verosímil que llueva. Y si ocurrió
aquello por causa de lo cual suele algo
ocurrir, también es verosímil que ocurra
esto; como, por ejemplo, si existen los
cimientos, también existirá la casa.
Respecto de la grandeza y la pequeñez
de las cosas, y de lo que es mayor
o menor que algo y, en general, de lo
grande y lo pequeño, sabemos con evi1393
a/1393 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 20 173
ciencia a qué atenernos, por lo que hemos
dicho antes. Porque al tratar de
los discursos deliberativos, se ha hablado
ya de la grandeza de los bienes y,
en general, acerca del bien mayor y del
bien menor; de manera que, supuesto
que ei fin predeterminado, según cada género
de discursos, es bueno, como es lo
conveniente, lo hermoso y lo justo, es
evidente que mediante ellos han de realizar
todos los oradores sus amplificaciones.
Ademas, buscar algo sobre la grandeza
es absoluto y sobre la excelencia,
í'uera de esto, es divagar; porque para
la práctica son mas importantes los aspectos
individuales de las cosas, que no
los universales.
Quede, pues, esto dicho sobre lo posible
y lo imposible, sobre si algo sucedió
con anterioridad o no sucedió, sobre si
será o no será en el futuro, y también
sobre la grandeza o pequeñez de las
cosas.
CAPITULO 20
SOBRR LOS ARGUMENTOS RETÓRICOS,
COMUNES A LOS TRES GÉNEROS DE
ORATORIA. EL EJEMPLO Y SUS CLASES
Queda ahora hablar sobre los argumentos
retóricos comunes a todas las
clases de oratoria, una vez que se ha
hablado ya de los especiales. Los argumentos
retóricos comunes son de dos
géneros: el ejemplo y el entimema; ya
que el adagio o sentencia es solo un aspecto
o clase de entimema.
Oigamos primero algo del ejemplo;
porque el ejemplo es semejante a la
inducción, y la inducción es principio.
Hay dos especies de ejemplos, ya que
una especie de ejemplo es contar cosas
que han sucedido; y la otra es inventarlas
uno mismo. De esta última clase,
una especie es la parábola y la otra
las fábulas, como, por ejemplo, las esópicas
y las líbicas. Narrar cosas sucedidas
es algo de este tipo; como, por ejemplo,
si alguien dijera que hay que preparar
la guerra con el rey y no dejar
que pueda someter el Egipto; porque
también antaño Darío no pasó el mar
—contra Grecia—antes de haber tomado
Egipto; y una vez lo hubo conquistado,
pasó el mar; y, a su vez Jerjes no atacó
a Grecia antes de tomar Egipto, y,
una vez lo hubo conquistado, pasó el
mar contra Grecia; de manera que también
este, ai puede conquistar Egipto, pasará
el mar; por eso no hay que consentir
que lo someta (1).
Son parábolas las socráticas, como,
por ejemplo, si uno dijera que no conviene
que los magistrados sean elegidos
por suerte; porque es igual que si
uno eligiera por suerte a los atletas, no
solo los que saben luchar, sino simplemente
todos cuantos la suerte señalase,
o que entre los marineros se sorteara
quién debía pilotar la nave, como si no
debiera ser piloto el que sabe, sino aquel
a quien la suerte señalase.
Fábula es lo que la de Estesícoro sobre
Fálaris y la de Esopo sobre el demagogo.
Ya que Estesícoro (2), al haber
elegido los de Himera a Fálaris general
con plenos poderes, y estando a punto
de concederle una guardia personal, razonando
con ellos estas cosas, les dijo;
un caballo poseía él solo un prado y, habiendo
ido por allí un. ciervo y habiéndole
estropeado el pasto, queriendo vengarse
del ciervo, suplicó a un hombre si
podría con él castigar al ciervo; díjole
el hombre que sí, si aceptaba un
freno y permitía que él se le montara
encima, llevando unos dardos; al acceder
el caballo y montar sobre sí al hombre,
a cambio de vengarse, se convirtió
en esclavo del hombre. «Así mirad también
vosotros—dijo—, no sea que por
querer vengaros de vuestros enemigos,
os ocurra lo mismo que al caballo; porque
el freno lo tenéis ya, por haberos
elegido un general con plenos poderes;
y si ahora le dais Una guardia personal
y le dejáis que se os monte encima, os
habréis convertido ya en esclavos de Fálaris.
»
Esopo, defendiendo en Samos a un
demagogo, a quien se había sentenciado
a muerte, dijo que (3) «cuna zorra, que
(1) Podría quizá referirse esta alusión histórica
a la conquista de Egipto por Artajerjes
Okhos sobre el año 35O aproximadamente.
(21 Es problemática la cronología del poeta
Estesicoro y, por tanto, su relación con la aplicación
de su fábula a Fálaris.
(3) No está esta fábula en la colección ac174
 1393 b/1394 b
vadeaba un río, fue arrastrada hacia un
barranco y, como no podía salir, estuvo
mucho tiempo en apuros y muchas
garrapatas se habían adherido a ella;
un erizo que pasaba por allí, al verla, le
preguntó compadecido si quería que le
arrancase las garrapatas y ella contestó
que no; y preguntándole el erizo que por
qué no quería, dijo ella: «porque estas
están ya saciadas de mí y me chupan ya
poca sangre, pero si me quitan estas,
vendrán otras hambrientas y me chuparán
la sangre que me queda». Así, pues,
a vosotros—dijo—, ¡oh samios!, este ya
no es dañoso, porque es ya rico; pero,
si matáis a este, vendrán otros aún pobres,
que os robarán lo que os queda y
se lo gastarán».
Las fábulas son muy apropiadas para
los discursos dirigidos al pueblo, y tienen
esta ventaja: que es difícil hallar hechos
históricos semejantes a lo que uno
trata y, en cambio, hallar fábulas es fácil,
porque es preciso crearlas, de igual
manera que las parábolas, si uno es capaz
de comprender las relaciones de semejanza,
lo cual es fácil por la filosofía.
Así pues, es ciertamente cosa fácil
imaginar los asuntos a tratar por medio
de fábulas, aunque para el género deliberativo
es más útil la argumentación a
partir de los hechos; porque, de ordinario,
las cosas que van a suceder en
el futuro son semejantes a las que ya
han acaecido.
Conviene, cuando no se tienen entimemas
a mano, servirse de ejemplos como
demostraciones—ya que por ellos se
da un motivo de credibilidad—, y si se
tienen entimemas, hay que servirse de
los ejemplos como de testigos, utilizando
como epílogos los entimemas; porque
puestos delante se semejan a la inducción,
y en la retórica no entra con propiedad
la inducción, excepto en pocos
casos; en cambio, dichos al final, se semejan
a los testimonios, y el testigo en
todo caso es digno de fe. Por eso el que
pone al principio los entimemas es necesario
que diga muchos, y el que los
pone al fin, con uno solo puede tener
suficiente. Porque un testigo bueno también
solo basta.
tual de fábulas de Esopo; pero si la transmite
Plutarco.
Se ha dicho, pues, cuántas son las especies
de ejemplos y cómo y cuándo hay
aquello por causa de lo cual suele algo
que servirse de ellos.
CAPITULO 21
SOBRE LAS SENTENCIAS O ADAGIOS
Por lo que se refiere a los adagios:
una vez hayamos dicho qué es adagio,
resultará más evidente en qué temas,
cuándo y a quiénes corresponde usar
de ellos en los discursos.
Adagio o sentencia es una aseveración,
pero no sobre cosas particulares—por
ejemplo, cómo es Ifícrates—, sino sobre
lo universal; y no sobre todo lo universal—
como que lo recto es contrario
de lo curvo—, sino sobre aquello a que
se refieren las acciones, y lo que puede
elegirse o evitarse al obrar, de manera
que, puesto que los entimemas sobre tales
cosas son silogismos, las sentencias
son aproximadamente las conclusiones
y los principios de los entimemas, una
vez quitado el silogismo; por ejemplo:
Jamás debe un hombre naturalmente razonable,
educar a sus hijos en demasiada sabiduría (1).
Esto es, pues, un adagio; si se le añade
la causa y el porqué, el todo se convierte
en un entimema; por ejemplo:
porque, aparte de la inacción que se les echa
[en cara,
se ganan de los ciudadanos una envidia hostil (2).
Y aquello de:
no hay hombre que sea venturoso en todo (2),
y también:
no hay entre los hombres quien sea libre (3),
es una sentencia; pero, añadido lo que
sigue, es un entimema:
porque o es esclavo de la riqueza o de la suer-
[te (3).
Por consiguiente, si el adagio es lo
que hemos dicho, es preciso haya cuatro
especies de adagios; ya que o bien se-
(1) Eurípides, Medea, 394 y sgs., 28» y sgs.
(2) Id., Estenobea. fr. «61 N.
(3) Id., Hécuba, 863 y 864.
1394 b/1395 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 21 175
rán con conclusión o explicación epilogal
o bien serán sin ella. Requieren,
pues, demostración los que dicen algo
sorprendente o que está en litigio; en
cambio, los que no afirman nada sorprendente,
van sin explicación epiloga!.
De estos es aún necesario que unos, por
ser conocidos de antemano, no requieran
ninguna explicación epiloga!, como,
por ejemplo:
Lo más excelente para el hombre es gozar de
[salud, según nos parece... (1)
—porque a la mayoría les parece en realidad
asi—; otros, porque en cuanto han
sido enunciados, resultan evidentes a los
que reflexionen sobre ellos, como, por
ejemplo:
No hay ningún amante que no ame siempre (2).
De los que llevan explicación epilogal,
unos son parte de un entimema,
como, por ejemplo, el citado antes de
jamás debe el que es razonable...;
otros son entimemáticos, no parte de un
entimema; y estos son especialmente
estimados. Estos son aquellos en que
aparece la causa de lo que se dice, como
en lo que sigue:
No guardes rencor inmortal, sietodo mortal (3),
porque decir «no hay que guardar rencor
» es una sentencia; y lo añadido
«siendo mortal» es el porqué. De manera
semejante también lo es:
Es necesario que el mortal proyecte cosas mor-
[tales, no inmortales (4).
Queda claro, pues, por lo dicho, cuántas
son las especies de adagio, y a qué
cosa se acomoda cada una; ya que en
las cosas disputadas o extraordinarias
no hay que utilizar el adagio sin la explicación
epilogal; pero, si se antepone
la explicación, entonces hay que servirse
de la conclusión como de adagio, como
si alguien dijera: «Yo, pues, dado que
no conviene ser envidiado ni estar inactivo,
digo que no es necesario recibir
educación alguna», o bien, después de
afimar esto por delante, añadir lo anterior
respecto de las cosas que no son
extraordinarias, pero que sí son oscuras,
si se les añade el porqué, resultan
más redondeadas. Son adecuados a
estos casos los dichos lacónicos y los
enigmáticos, como si alguien dijera lo
que Estesícoro dijo ante los habitantes
de Locria, «que no conviene ser insolentes,
no sea que las cigarras tengan que
cantar desde el suelo» (5).
Corresponde, teniendo en cuenta la
edad, el uso de sentencias a los viejos y
sobre temas- en que se tiene experiencia;
de manera que el usar sentencias, no
siendo de esta edad, es inoportuno, lo
mismo que el contar historias; y en lo
que no se sabe por experiencia, es tonto
y de falta de educación. Señal suficiente
de ello es que los agricultores
son muy sentenciosos y con facilidad
se expresan universalmente. Decir en
general lo que no tiene valor de universalidad,
cuadra sobre todo en las lamentaciones
y en la exageración; y en
tales casos, o bien al comienzo, o cuando
se ha acabado ia demostración. Conviene
también servirse de las sentencias
comunes o que corren de boca en boca,
si son útiles; porque por ser comunes,
como si todos concordaran en ellas, se
considera que hablan rectamente; por
ejemplo, la que se dirige al que invita
a exponerse a un peligro, sin haber antes
ofrecido sacrificios:
Uno solo es el mejor augurio, defender las cosas
[que se refieren a la patria (6),
y después de haber sido vencidos:
imparcial es Marte... (TI;
y, sobre el matar a los hijos de los enemigos,
aunque no nos hayan dañado en
nada, la frase citada:
necio es el que, habiendo dado al padre la
[muerte, deja con vida a los hijos.
(U De una canción de banquete—skolion—
atribuida a Simónides.
12) Eurípides, Troyanos, 1051.
Cit Esta frase es de un trágico desconocido.
(4) Este' verso se atribuye a Epicarmo.
(5) Se dice porque las cigarras cantan desde
el suelo solamente donde no hay arbolado, como
sería el caso de una tierra arrasada por el enemigo.
(«) ¡liada, Xa, 243.
(7) Ibid., XVIII, 309.
176  1395 a/1396 a
También algunos de los refranes son
sentencias, como el refrán de «vecino
ático» (1). Conviene también decir las
sentencias en contra de los dichos populares—
llamo populares, por ejemplo, el
«conócete a ti mismo» y «nada en demasía
»—, o bien cuando el carácter del
orador vaya a adquirir más relieve o
cuando el dicho haya sido pronunciado
apasionadamente. Es con apasionamiento,
por ejemplo, si alguien dijera con
ira que es mentira que convenga conocerse
a sí mismo; porque si ese se hubiera
conocido a sí mismo, Jamás hubiera
pretendido ser general. Argüirá un carácter
de mejor calidad decir que no
conviene, como se suele decir, amar como
si se hubiera de odiar, Sino más bien
odiar como si se hubiera de amar. Es
preciso con las palabras manifestar el
propósito, y si no, explicar luego la causa;
por ejemplo, diciendo así; «conviene
amar no como se dice, sino como si
se hubiera de amar siempre; porque lo
otro es propio de un traidor»; o así:
«no me gusta a mí lo que se dice; porque
al verdadero amigo hay que amarle
como si se le hubiera de amar siempre».
Y «tampoco me agrada el nada en demasía;
porque a los malos conviene
odiarlos con exceso».
Los adagios son de una gran ayuda
para los discursos; primero, por causa
de la rudeza de los oyentes; porque se
alegran si alguien, hablando en general,
toca las opiniones que tienen ellos en lo
particular. Lo que digo quedará claro
asi, y a la vez quedará claro cómo hay
que cazar las sentencias. Ya que la sentencia,
como se ha dicho, es una aseveración
universal, pero los oyentes se gozan
cuando se les dice en general lo que
ellos habían hallado en sus anteriores
reflexiones sobre lo particular; por ejemplo,
si ocurriese que alguno tiene vecinos
o hijos malos y oyera al que habla
que dice «nada hay más desagradable
que la vecindad», o bien que «nada
hay más insensato que tener hijos»;
de manera que conviene conjeturar cómo
están y qué prejuicios tienen los
oyentes, y después hablar de estas cosas
asi en general. Esta es una de las vendí
Un antiguo proverbio griego dice1: «Vecino
ático, vecino incansable.»
tajas del uso de los adagios en los discursos.
Pero hay aún otra mejor: que
dan carácter ético a los discursos. Los
discursos tienen carácter cuando está
clara en ellos la intención del orador. Y
la sentencias cumplen todas este cometido,
por manifestar de una manera general
al que dice la sentencia respecto
de sus intenciones, de manera que si
son buenas las sentencias, hace aparecer
al que las dice como de buenas costumbres.
Así pues, quede esto dicho respecto
del adagio o la sentencia, sobre qué es,
sobre cuántas son sus clases, sobre cómo
hay que servirse de ellos y cuáles
son sus utilidades.
CAPITULO 22
SOBRE EL ENT1ME1ÍA
Hablemos ahora de los entimemas en
general, de qué manera hay que buscarlos,
y después sobre sus tópicos, porque
la especie de cada una de estas cosas es
distinta.
Que el entimema es una variedad del
silogismo se ha dicho ya antes; de qué
manera es silogismo y en qué se diferencia
de los silogismos dialécticos, también;
pues dijimos ya que no conviene
concluir desde lejos ni tomando a la
vez todas las cosas; porque lo uno resulta
oscuro por la magnitud, lo otro resulta
inútil charlatanería, por decir lo
que ya es evidente. Esto es también causa
de que tengan más capacidad de persuasión
ante la muchedumbre los que
carecen de formación que los que la tienen,
pues dicen los poetas que los que
carecen de formación, cuando están ante
la turba, hablan con más arte; porque
los que tienen educación hablan de 1»
común y lo general; estos, en cambio, de
lo que saben y de lo que está más inmediato
a los oyentes. De modo que hay
que hablar, np partiendo de todo lo que
es opinable, sino de cosas determinadas,
como, por ejemplo, de las que ellos juzgan
o de las que ellos comprenden. Y
esto porque así parece que resulta claro
o para todos los oyentes o para la
mayoría, y no solo el sacar conclusiones
de las cosas necesarias, sino tam1396
a/1396 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 22 177
bien de las que suceden de ordinario.
Primero, pues, conviene comprender
que aquello respecto de lo cual conviene
hablar y razonar, bien con silogismo político,
bien con cualquier otro (1), es
necesario conforme a esto, disponer los
fundamentos o premisas, sean todos,
sean solo algunos; porque no teniendo
ninguno, de nada se podría concluir.
Digo, por ejemplo, cómo podríamos aconsejar
a los atenienses si hay que hacer
guerra o no, no sabiendo cuál es su
fuerza, sea naval, sea de infantería o de
una y otra cosa; y cuánta es, y cuáles
son los recursos, los amigos y los enemigos,
y además qué guerras han tenido
y con qué resultado, y otras cosas
semejantes; o cómo podría uno ensalzarla
si no tuviéramos la batalla naval
de Salamina, o la terrestre de Maratón,
o los hechos llevados a cabo en favor
de los heraclidas o alguna otra cosa
de estas. Porque todos son capaces de
hacer elogios sobre las cosas bellas que
han sucedido o parecen haber sucedido.
De la misma manera se censura a
partir de las cosas contrarias, considerando
qué hay de vituperable en ello,
o qué parece haber; por ejemplo, que
han esclavizado a los griegos, y que a
los eginetas y potidenses, que se habían
distinguido luchando junto a ellos contra
los barbaros, los habían vendido como
esclavos, y cuantas cosas haya semejantes
a estas, y también si alguna otra
falta se Íes puede atribuir. De manera
que asi, tanto los que acusan como los
que defienden, considerando lo que ha
sucedido, hagan su acusación o fundamenten
su defensa.
El hacer esto sobre los lacedemonios
o los atenienses, sobre un hombre o una
divinidad, no supone ninguna diferencia;
porque lo mismo al aconsejar a
Aquiles, que al ensalzarle o censurarle,
al acusarle o al defenderle, hay que partir
de lo que él posee o parece poseer;
de modo que, partiendo de ello, digamos
su elogio o su censura, si posee algo
hermoso o algo vergpnzoso, y se le acuse
o se le defienda, si posee algo justo o
algo injusto, o se le aconseje, si se
( l l Para entender este «político» téngase en
cuenta que, de un modo amplio, Aristóteles
llama política a la ética y a la retórica.
trata de algo conveniente o pernicioso.
Y de semejante manera en estas cosas
que en cualquier otro asunto; por ejemplo,
respecto de la justicia, si algo es
bueno o no lo es, partiendo de las cosas
que corresponden a la justicia y al bien.
De esta manera, pues, parecen dar todos
sus argumentos los oradores, ya razonen
con más rigor, ya más blandamente—
ya que no toman sus argumentos
de todas las casas, sino de lo que
corresponde a cada asunto—; y es evidente
que, por medio del discurso, es
imposible demostrar de otra manera;
y es evidente que es necesario, como en
los tópicos, tener en primer lugar tópicos
desarrollados acerca de cada asunto,
sobre las cosas posibles y las más
oportunas; y acerca de lo que se plantea
de improviso es necesario buscar del
mismo modo, mirando no a lo indefinido,
sino a lo que corresponde al asunto
que trata el discurso; y abarcando las
más cosas posibles y las más inmediatas
al asunto; porque cuanto mayor número
tenga de cosas pertinentes al asunto,
tanto más fácilmente podrá, demostrar,
y cuanto más cercanas sean al
asunto, tanto más apropiadas serán y
menos comunes. Llamo cosas comunes
o vagas al alabar a Aquiles porque es
hombre y porque es uno de los semidioses
y porque peleó contra Ilion; ya
que todo esto les corresponde también
a otros muchos, de manera que el que
esto hace no alaba más a Aquiles que
a Diomedes. Características son las cosas
que a ningún otro acontecieron sino
a Aquiles, como haber matado a Héctor,
el mejor de los troyanos, y a Cieno,
el que, por ser invulnerable, impedía
a todos desembarcar, y porque siendo
aún muy joven y no estando obligado
por el juramento de los pretendientes
de Helena, fue a la guerra, y otras
cosas por el estilo.
Un método, pues, de selección de entimemas
y el primero en este de los tópicos
; digamos ahora algo sobre los elementos
de los entimemas; llamo elementos
y lugar o tópico del entimema a lo
mismo. Y hablemos primero de aquello
de que es preciso se hable primero.
Hay, pues, dos especies de entimemas:
los unos son demostrativos de que algo
existe o no existe; otros refutativos, y
178 ARISTÓTELES.- -OBRAS 1396 b/1397 b
se diferencian entre sí como en la dialéctica
la refutación y el silogismo. Es
entimema demostrativo el concluir partiendo
de algo en que todos están de
acuerdo. Entimema refutativo es concluir
algo sobre lo que no habia opinión
unánime.
Asi pues, los tópicos los podemos deducir
nosotros, casi para cada uno de los
géneros de las cosas útiles y necesarias;
porque han sido ya desarrolladas las
premisas referentes a cada género; de
manera que, de qué tópicos hay que deducir
los entimemas sobre el bien y el
mal, lo hermoso y lo feo, lo justo y lo
injusto, los caracteres, las pasiones y los
hábitos, ya hemos antes, según esto, explicado
los tópicos. Pero busquémoslos
aún de otra manera, en absoluto, respecto
de todas las cosas, y expongamos,
como anotados al margen, los tópicos
demostrativos, los refutativos y los de
los entimemas aparentes—que no son
entimemas, puesto que no son silogismos—.
Y, una vez hayamos expuesto estas
cosas, definamos lo que respecta a
las refutaciones y a las objeciones, desde
donde conviene volverlas contra los
entimemas.
CAPITULO 23
SOBRE LOS TÓPICOS DE QUE SS SACAN
ENTIMEMAS DEMOSTRATIVOS
I. Existe un tópico de entimema demostrativo
a partir de los contrarios;
se llama así porque hay que mirar si
para un término contrario existe un
predicado contrario, negando si no existe,
y afirmando si existe; por ejemplo,
que ser temperante es bueno; porque
el ser intemperante es pernicioso. O, como
se dice en el discurso sobre Mésenla
: «porque si la guerra es causa de
los males presentes, conviene que, con
la paz, se corrijan estos».
Puesto que, ni contra los que han obrado mal
involuntariamente, es justo caer en la ira.
tampoco, si otro hiciere a otro un favor por la
[fuerza,
es adecuada sentir hacia él agradecimiento (1).
(1> De un trágico desconocido. Se habla de
Agatón o Teodectes.
Pero, puesto que, entre los mortales, decir menttiras
es acreedor a la fe, también es preciso creer lo
[contrario,
q:ie muchas verdades resultan difíciles de creer
[a los mortales (2).
II. Otro tópico es o partir de las cosas
homologas; porque de manera semejante
es necesario que tengan o no
tengan los mismos predicador; por
ejemplo, que lo justo no todo es bueno
; porque también sería bueno el «justamente
» ; y por ahora, no es deseable
morir «justamente».
III. Otro tópico es el que procede de
las relaciones reciprocas; porque si a
uno de los dos términos recíprocos le
conviene obrar bien o justamente, al
otro le convendrá recibirlo; y si a uno
le corresponde mandarlo, también al
otro cumplirlo. Por ejemplo, como dijo
el alcabalero Diomedonte (3), hablando
de los impuestos: «porque si a vosotros
no os es vergonzoso vender, tampoco
lo será para nosotros comprar».
Y si al que lo soporta y recibe le corresponde
el calificativo de bien y justamente,
también al que lo hace. Pero en
este caso se puede razonar con un paralogismo;
porque si alguno sufrió algo
justamente, acaso con todo, no fue aquello
impuesto por ti con igual justicia.
Por eso hay que mirar por separado si
el que padece es digno de padecer y el
que lo hace se comporta dignamente al
obrar, y luego hacer las aplicaciones de
la manera adecuada a cada parte; ya
que algunas veces hay desacuerdo entre
una y otra cosa, y nada impide preguntar,
como en el Alcmeón, de Teodectes
(4):
¿a tu madre, ninguno de los mortales le tenia
[horror?
y, respondiendo, dice:
pero, es necesario considerarlo distinguiendo.
Y al preguntar Alfesibea por qué, responde
:
(2) Eurípides, Tieates, fr. 396.
O) Es desconocido este personaje.
<*> Teodectes de Fáselis, discípulo de Isócrates
y del propio Aristóteles luego. Alcmeón, en
su tragedia, mata a su madre por vengar a
Anflarao, su padre, entregado a la muerte por
eila.
1397 b/1398 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 23 179
A ella la condenaron a morir, pero no a mi a
[matarla.
Y el Juicio sobre Demóstenes y los
que dieron muerte a Nicanor (1); pues
luego que se juzgó que le habían dado
muerte justamente, se estimó que también
había muerto justamente. Y respecto
del muerto en Tebas, sobre el cual
se manda juzgar si era justo que hubiera
muerto, porque no se considera injusto
matar al que muere justamente.
IV. Otro tópico es el del más y del
menos; por ejemplo, si ni los dioses tan
siquiera lo saben todo, desde luego menos
los hombres; esto es, si aquel a
quien más conviene el predicado, no lo
posee, es evidente que tampoco lo poseerá
aquel a quien menos conviene. El
argumento de que golpea a los que tiene
cerca el que golpea a su padre, nace
de que si le conviene lo menos, también
le conviene lo más; porque se suele
golpear menos al padre que a los
que están cerca. Ya que, si es así, o si
aquel a filien más conviene no lo posee,
o si lo posee aquel a quien menos le conviene,
se deducirá, rectamente, según
cuál de las dos cosas convenga demostrar,
sea que lo posee, sea que no. Y
también si no es cosa de más y de menos
; de donde se dice:
Tu padre es ciertamente digno de lástima por
[haber perdido a sus hijos;
pero, ¿no lo será aún más Oineo, que ha perdifdo
un hijo ilustre?
y que, si Teseo no delinquió—raptando
a Helena—, tampoco Alejandro; y si no
lo hicieron los Tindáridas, tampoco Alejandro;
y si Héctor pudo matar justamente
a Patroclo, también a Aquiles
Alejandro (2). Y si los otros cultivadores
de las artes no son malos en cuanto
tales, tampoco los filósofos. Y si no
son malos los generales, porque mueran
muchas veces, tampoco los sofistas.
Y que, si conviene que un hombre privado
se cuide de vuestra gloria, también
vosotros debéis cuidar de la de los griegos.
(1) No parece firme el pasaje ni se conoce
el hecho. Tampoco Nicanor.
(2) De un discurso en defensa de Alejandro
París, de autor desconocido.
V. Otro tópico es partir de la consideración
del tiempo o la oportunidad;
por ejemplo, Ifícrates, en su debate contra
Harmodio, dijo: «Si antes de hacerlo
hubiera pedido que, si lo llevaba
a cabo, me concedierais la estatua, me
la habríais concedido; ahora que lo he
hecho, ¿no me la vais a conceder? No
prometáis, pues, cuando estéis esperando,
y cuando hayáis conseguido el bien
que queríais, quitéis lo prometido.» Y
otra vez, para que los tebanos dejaran
pasar a Filipo, que marchaba contra el
Ática: «Si os lo hubiera pedido antes
de prestaros su ayuda contra los focidios,
se los hubierais prometido; es, pues,
absurdo que, porque le pasó por alto esto
y creyó que se le concedería, no se lo
permitáis ahora.»
VI. Otro tópico es argüir contra el
que lo dice, partiendo de las mismas cosas
que él dice contra uno; este método
tiene muchas ventajas, como, por
ejemplo, en el Teucro (3); de este tópico
hizo uso Ifícrates contra Aristpfón
(4), al preguntarle si entregaría
por dinero las naves; y, al responder
Aristofón que no, le dijo: «¿Tú, entonces,
porque eres Aristofón no las entregarías,
y yo sí, porque soy Ifícrates?»
Es preciso para ello que el adversario
parezca más capaz de cometer injusticia
que no la otra parte; porque si no, parecería
ridículo que, acusando a Arístides
(5), dijera alguien tal cosa que resultara
en descrédito del mismo que
acusa; porque, en general, se quiere que
el que acusa sea mejor que el acusado;
y esto conviene demostrarlo. Es absolutamente
absurdo el argumento,
cuando echa en cara a los demás lo que
el mismo orador hace o haría, o exhorta
a hacer lo que él mismo no hace o no
haría.
VII. Otro tópico es a partir de la definición;
como, por ejemplo, que ¿qué
es lo sobrenatural? ¿No es un dios o la
obra de un dios? Por tanto, el que cree
(3) Hay una tragedia de Sófocles y otra de
Ion con el mismo título.
(4) Luego del fracaso de Embala, Aristofón
acusó a los generales de' traición. Uno de ellos
era Ifícrates.
(5) Arístides el Justo.
180 ARISTÓTELES.—OBR AS 1398 a/1398 b
que es obra de un dios, ese necesariamente
cree que existen los dioses. Y
como Ificrates, de que el más noble es
el mejor; porque tampoco Harmodio y
Aristogitón tenían nada noble al comienzo,
antes de realizar nada noble.
Y que él era más pariente de ellos;
«porque mis obras están más emparentadas
con las de Harmodio y Aristogitón
que las tuyas». Y como en el discurso
sobre Alejandro, que todos estallan
de acuerdo en que los que no son
continentes no gustan del amor de una
sola persona. Y aquello por lo que Sócrates
dijo que no iría a la corte de Arquelao;
porque dijo que sería tan vergonzoso,
no corresponder igualmente el
que recibe favores, como el no vengarse
al que es maltratado. Todos estos,
una vez dada la definición y tomando
lo que es cada cosa, razonan sobre aquello
de que hablan.
VIII. Otro tópico parte del de cuántas
maneras se dice una palabra, como
hemos hecho en los Tópicos con la locución
«bien está».
IX. Otro tópico es a partir de la división;
por ejemplo, si todos delinquen
por tres razones—o por esto, o por esto
o por lo otro—, y es imposible que sea
por dos de ellas, ni hay" que decir que
es por la tercera de ellas.
X. Otro tópico es por inducción; como
el caso de la mujer de Pepareto
(1); porque, refiriéndose a los hijos,
las mujeres siempre definen la verdad;
porque, en Atebas, así lo demostró la
madre contra el orador Mantias, que
atacaba a su hijo; y en Tebas, disputando
Ismenias y Estilbón, la Dodónide
declaró que el hijo era de Ismenias, y
por eso se creyó que Tesalisco era hijo
de Ismenias (2). Y también en la Ley
de Teodectes (3): si a los que cuidan
mal de los caballos ajenos, no se les confían
los propios, y tampoco a los que
han hecho naufragar las naves ajenas;
si lo mismo hay oue hacer en todas las
cosas, tampoco a los que han guardado
(1) Parece era este un discurso célebre del
que nada se sabe.
(2) El conocido político, amigo de Pelopidas.
('3) Parece ser un discurso fingido.
n.al la ajena hay que confiarles la guarda
de la propia salvación. Y, como dice
Alcidamas (4;, que todos rinden honores
a los sabios; los de Paros honraron
a Arquíloco, a pesar de ser maldiciente;
los de Quíos a Homero, sin ser ciudadano;
los de Mitilene a Safo, aun siendo
mujer: los lacedemonios hicieron a
Quilón del colegio de los gerentes, aun
con no ser aficionados a las letras; los
de Italia a Pitágoras y los de Lampsaco
dieron .sepultura a Anaxágoras, aun siendo
extranjero, y le honran aún hoy
día...; que los atenienses, sirviéndose
de las leyes de Solón, fueron felices, y
los lacedemonios con las de Licurgo, y
en Tebas cuando los magistrados se
hicieron filósofos, también fue feliz la
ciudad (5).
XI. Otro tópico parte de un juicio
sobre lo mismo, lo semejante o lo contrario;
sobre todo si todos lo han Juzgado
siempre así, y si no, al menos la
mayoría, o los sabios, o todos ellos o la
mayoría, o los buenos; y si opinan así
los mismos que juzgan, o aquellos a
quienes reconocen autoridad los que juzgan,
o aquellos a quienes es imposible
contradecir en el juicio, como los que
tienen el poder supremo, o aquellos a
quienes no está bien oponer un juicio
contrario, como los dioses o el propio
padre o los maestros; como, por ejemplo,
lo que dijo Autocles a Miximénides
(6): si a los dioses augustos les
pareció bien asistir a juicio en el Areópago,
¿a Miximénides no? O como dijo
Safo, que morir es un mal, ya que los
dioses lo han juzgado así; porque de lo
contrario morirían ellos. O como Aristipo
contra Platón, que decía algo excesivamente
presuntuoso, según creyó
él: «pero, ciertamente, nuestro compañero
no hablaría así», dijo refiriéndose
a Sócrates. Y Hegesípolis (7), en Del-
(4) Sobre Alcidamas, véase nota de la página
146.
(5) Hay aquí una laguna cuyas dimensiones
no se conocen. En cuanto a lo referente a
Tebas, recuérdese que en Tebas Epaminondas
pasaba por filósofo y que allí mismo existía
una especie de partido político de matices claramente
platónicos.
(6) Autocles fue dos veces estratega, sobre
333 y 362. El adversario es desconocido.
(7) Bey de Esparta desde 394.
1399 a/1399 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 23 181
ios, preguntó al dios, habiéndolo hecho
antes en Olimpia, si le parecía lo mismo
que a su padre, ya que era vergonzoso
opinara lo contrario. Y sobre Helena,
cuando Isócrates escribió que era
buena, puesto que Teseo la juzgó así;
y respecto de Alejandro, a quien prefirieron
las diosas, y de Evágoras, que era
bueno, como dice Isócrates: «Conón,
pues, una vez derrotado, pasando por
alto a todos los demás, acudió a Evágoras.
»
XII. Otro tópico es a partir de las
•partes; como en los Tópicos,, preguntando
qué clase de movimientos es el alma;
porque es este o este. Y un ejemplo del
Sócrates de Teodectes (1): «¿Contra
qué santuario cometió impiedad? ¿A qué
dioses, de entre aquellos en quienes cree
la ciudad, no tributo honores?»
XIII. Otro tópico, puesto que en la
mayoría de los casos ocurre que se le
siga a lo mismo un bien y un mal, es
el de, o partir de las consecuencias;
exhortar o disuadir partiendo de estas,
acusar o defender, ensalzar o censurar;
como, por ejemplo, a la educación le sigue
el mal de ser envidiado, pero el ser
sabio es un bien; por consiguiente, no
hay que recibir instrucción, ya que no
conviene ser objeto de envidia; o bien
es preciso, pues, recibir instrucción, porque
conviene ser sabio. Este tópico es
el Arte de Calipo (2), añadiendo el tipico
de lo posible y lo demás, tal como
se ha dicho.
XIV. Otro tópico se da cuando es
preciso exhortar o disuadir respecto de
dos cosas opuestas, servirse en una y
otra del tópico explicado antes. Se diferencia,
con todo, este de aquel, en que
allí se contraponen cualesquiera términos
al azar; aquí, en cambio, términos
contrarios. Por "ejemplo, una sacerdotisa
no permitía a su hijo hablar en público
: «Porque—decía—, si hablas con
justicia, te odiarán los hombres y, si
hablas injustamente, te odiarán los dioses.
» Conviene, con todo, hablar en público;
porque si hablas cosas justas, te
amarán los dioses, v si hablas cosas injustas,
te amarán los hombres. Esto es
lo mismo que aquello del refrán: compra
el pantano y la sal. Y esto es divaricación
(3), cuando a dos contrarios
les siguen, a cada uno, un bien y un
mal, contraponer uno de ellos como contrario
al otro.
XV. Otro tópico: puesto que no son
las mismas las cosas que se alaban cuando
se hace en público que cuando se
hace en secreto, sino que en público se
alaban las cosas justas y hermosas, y
en particular, en cambio, se prefieren
las que son útiles, o partir de esto procurar
concluir lo contrario; porque de
las cosas que van contra la opinión común
este es el tópico más importante.
XVI. Otro tópico es a partir de que
las cosas sucedan según proporción; por
ejemplo: Ifícrates, como quisieran obligar
a un hijo suyo, demasiado joven de
edad, a desempeñar un cargo público,
porque era grande de estatura dijo que,
si consideraban hombres a los muchachos
de gran estatura, decidieran por votación
que los hombres de reducida estatura
eran niños. Y Teodectes en su Ley
dijo: «hacéis ciudadanos a mercenarios
como Strábax y Caridemo, por su honradez;
y ¿no vais a exiliar a los que,
?ntre los mercenarios, han cometido crímenes
irreparables?».
XVII. Otro tópico proviene de que la
consecuencia es la misma, porque también
es lo mismo aquello de que deriva.
Por ejemplo: Jenófanes decía que de
igual manera cometen impiedad los que
dicen que los dioses han nacido, que
los que dicen que los dioses mueren;
porque de ambas maneras se deduce
•jue en algún momento no existen los
dioses. Y en general, tomar lo que se
sigue de cada término; como si siempre
fuera lo mismo: «vais a juzgar no
sobre Isócrates, sino sobre su ocupación,
de si es necesario cultivar la sabiduría».
Y que dar la tierra y el agua es ser
(1) Parece ser una apología, que se habrá
perdido. I (») La palabra griega quiere decir «zambo».
(21 Discípulo de Isócrates. Se sabe muy poco Tovar adopta el neologismo de Roberts. El sig-
<io él. nificado queda claro en el texto.
182  1399 b/1400 a
esclavo (1), y participar de la paz general
es hacer lo que está mandado.
Hay que tomar de entre dos términos
opuestos el que pueda ser útil.
XVIII. Otro tópico proviene de no
tomar siempre lo mismo después o antes,
sino en orden contrario. Por ejemplo,
este entimema: «si en el destierro
luchábamos para volver, ahora que hemos
vuelto, nos desterramos para no
luchar» (2). Porque una vez se prefirió
permanecer a costa de luchar, y en otra
no luchar a costa de no permanecer en
la ciudad.
XIX. Otro tópico es decir yue aquello
por cuya causa pudo ser u ocurrir
algo, por eso es por lo que ello sucede.
Por ejemplo: si uno diera una cosa a
otro, para que al quitársela se entristeciera
: de donde se dice esto:
a muchos la divinidad, excitándoles sin ninguna
[benevolencia,
les concede grandes venturas, pero para
que reciban desgracias más visibles (3).
Y aquello del Meleagro de Antif ón:
No para que diera muerte a la fiera, sino para
[que testigos
fueran de la virtud de Meleagro ante Grecia.
Y aquello del Ayax de Teodectes, de que
Diomedes eligió a Ulises no por honrarle,
sino para que su acompañante fuera
inferior; porque es admisible que lo
hiciera por este motivo.
XX. Hay otro tópico, común tanto a
los que actúan en un pleito como a los
que practican la oratoria deliberativa,
que es considerar lo que exhorta y lo
que disuade y por qué causas se hacen
o se evitan las acciones; porque estas
causas son tales que, si existen, conviene
obrar—y si no existen, no obrar—;
por ejemplo: si algo es posible, fácil y
útil para uno mismo o para los amigos,
o si es perjudicial para los enemigos;
y si es perjudicial, si es menor el perdí
Según Herodoto, esto era lo que pedía
el rey de Persia a los griegos como prenda de
sujeción.
(2) De Lisias.
(3) Trágico desconocido.
juicio que la casa. Y la gente se deja
persuadir por estas cosas, y se deja disuadir
de los contrarios. Y a partir de
estos mismos contrarios, se formulan
asimismo las acusaciones y las defensas.
Se defienden... Este tópico forma todo
el Arte de Panfilo y el de Oalipo.
XXI. Otro tópico es a partir de las
cosas que se considera existen, pero que
resultan difíciles de creer; ya que no
se creerían si no existieran realmente
o si no estuvieran cerca de ser reales.
Y aún más: porque lo que existe o lo
que es verosímil se suele admitir; pero,
si algo es difícil de creer e inverosímil,
puede que sea verdad; porque no se considera
así por ser verosímil y persuasivo.
Como dijo Androcles el Piteo, cuando
en su alegato contra la ley levantaron
contra él, mientras hablaba, un
gran griterío: «necesitan las leyes una
ley que las corrija; ya que también necesitan
sal los peces aunque no sea verosímil
ni creíble que, habiéndose criado
en agua salada, necesiten aún sal; y
las tortas de olivo, aceite, aunque resulte
increíble que aquello de que procede
el aceite, ello mismo necesite
aceite».
XXII. Otro tópico, apto para refutaciones,
es examinar las cosas discordantes;
ver si hay algo entre todo lo referente
a tiempos, hechos y palabras, que
no concuerde; y se hace o bien dirigiéndose
solamente a la parte contraria;
por ejemplo: «y dice que os ama, perose
conjuró con los Treinta»; o bien
dirigiéndose sólo a uno mismo: «y dice
que yo soy amigo de pleitear, pero no
puede demostrar que yo haya provocado
ningún pleito»; o bien refiriéndose
a sí mismo y al contrario: «y este ciertamente
no prestó nunca nada, yo en
cambio he rescatado a muchos dé vosotros
».
XXIV. Otro tópico proviene de la
causa, porque, si esta existe, se dice
que también su efecto existe, y si no
existe ella, que tampoco existe el efecto;
porque se dan juntos la causa y
aquello de que ella es causa y, sin causa
nada existe; por ejemplo lo que decía
Leodamas defendiéndose, cuando ie
1400 a/1400 b RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 23 183
acusaba Trasíbulo (1), de que su nombre
había estado en una inscripción infamante
en la Acrópolis, pero que lo
había borrado cuando los Treinta. «No
es posible—dijo—, porque los Treinta 'e
hubieran considerado más digno de confianza
a él mismo, estando escrita en la
piedra su enemistad con el pueblo.»
XXV. Otro tópico es considerar si
de otro modo seria o es posible algo
mejor que aquello que se aconseja, se
hace o se ha hecho; porque es evidente
que, si no es así, no lo hizo; porque
nadie voluntaria y conscientemente escoge
lo malo. Pero, esto es engañoso;
porque muchas veces resulta claro luego
cómo habría de haberse actuado, pero
antes de actuar resulta oscuro.
XXVI. Otro tópico es cuando se va
a hacer algo contrario a lo que se ha
hecho, considerarlo juntamente lo uno
y lo otro; como, por ejemplo, Jenófanes
que, al preguntarle los eleatas si
harían o no sacrificios a Leucotea y lamentaciones,
les aconsejó que, si la consideraban
diosa, no la lloraran, y que
si la consideraban humana, no le ofrecieran
sacrificios.
XXVII. Otro tópico es acusar o defenderse
a partir de los errores del contrario;
así en la Medea de Karkinos (2),
unos la acusan de que ha dado muerte
a sus hijos, por lo menos de que
estos no se encuentran; porque Medea
faltó en enviar lejos a sus hijos; pero
ella se defiende diciendo que no era
a sus hijos a quienes hubiera dado
muerte, sino a Jason; ya que en esto
sí que hubiera cometido falta, de no
haberlo hecho, si es verdad que una de
las dos cosas tenía que hacer. Este tópico
del entimema y esta especie constituye
todo el arte anterior a Teodoro.
(1) La cronología política de este Leodamas,
no concuerda con la del que hemos citado en
la nota il> de la pág. 130. Se intenta acomodar
haciendo del Trasibulo contra quien habla no
el de Steiria, sino el de Oollytos.
(2) No se sabe si es el poeta cómico ridiculizado
por Aristófanes o más bien un descendiente
de él.
XXVIII. Otro tópico parte del hombre,
como lo que dice Sófocles:
sabiamente llevando el nombre del hierro (31.
Y tal como se suele decir en los elogios
de los dioses, y como Conón llamaba
a Trasíbulo eí de audaces resoluciones
(4), y Heródico, le decía a Trasímaco:
«Siempre eres un luchador atrevido
», y a Polo: «Siempre eres un
potro» (5), y a Dracón el legislador,
que sus leyes no eran de hombre, sino
de dragón; porque eran muy duras. Y
como la Hécuba de Eurípides decía a
Afrodita:
con razón también el nombre de la insensatez
[comienza el de la diosa (6).
Y como Queremón:
Penteo, llamado con el nombre de su futura
[desgracia (7).
Entre los entimemas son mejor considerados
los refutativos que los demostrativos,
por ser el entimema refutativo
una reunión de contrarios en breve espacio,
y las cosas que se presentan unas
junto a otras le son más evidentes al
oyente. Y de todos los razonamientos
lefutativos y demostrativos son mejor
acogidos los que, sin ser superficiales,
se prevén una vez iniciados—porque los
oyentes se alegran en sí mismos de haberlos
presentido—, y aquellos que sólo
tardan en ser comprendidos, lo que dura
su enunciación.
(3) De la tragedia Tyró. Alude el verso a
la madrastra de la protagonista, Sideró. heroína
de la obra.
'*) El vencedor de Cnido y restaurador de
la democracia. El juego de palabras viene de
frpaaúí, insolente, audaz, y fiouXrj, resolución.
(5) Trasímaco se compone de frpaoói;, audaz,
y (17^'}, combate, batalla. Y Polo es lo mismo
que TcwXoí, potro.
(6) Los Troyanos'Atppoo'ÍTrj y 'cr-ppoaúvrj tienen
las dos silabas primeras iguales.
(7) Poeta trágico del siglo iv. Otros autores
dan la misma etimología.
184  1400 b/1401 a
CAPITULO 24
SOBRE LOS TÓPICOS DE LOS ENTIMEMAS
APARENTES
Puesto que es posible un silogismo que
lo sea y un silogismo que no lo sea,
sino tan solo lo parezca, es necesario
también que haya un entimema que lo
sea y un entimema que no lo sea, sino
tan solo lo parezca, dado que el entimema
es una especie de silogismo.
Son tópicos de los entimemas aparentes
los que siguen:
I. uno es el procede de la expresión,
y de este
1. Una parte es, como en la dialéctica,
decir al final en forma de conclusión
lo que no se ha. formulado como
slloffismo; no es, pues, esto y lo otro,
luego necesariamente será aquello y lo
de más allá; porque en los entimemas
(1) el hablar con densidad y antitéticamente
produce la impresión de un
entimema; ya que esta forma de expresarse
es campo abonado para los entimemas.
Y parace que tal cosa procede
de la íorma de la expresión. Es útil, para
hablar silogísticamente con la expresión,
reunir los puntos capitales de
muchos silogismos: «que a los unos los
salvó, que vengó a los otros, que dio la
libertad a los griegos». Cada uno de
estos términos había sido demostrado a
partir de otros, y al estar juntos, parece
que de ellos resulte realmente algo.
2. Otro entimema aparente es el que
procede del equívoco; por ejemplo, decir
que el ratón es noble, ya que de él
proviene la mas venerable de las iniciaciones,
porque los misterios son la iniciación
más venerable de todas (2). O ti
alguno, elogiando al perro, incluye en su
alabanza también al can del cielo o a
Pan, porque Píndaro dijo:
(1) Sinécdoque, por toda la retórica en general,
en oposición a lógica, mundo del silogismo.
(2) Juego de palabras entre (luí, ratón, y jiu
UTTJptov iniciación o misterio. De suyo nada
tienen que ver entre si etimológicamente.
Oh dichoso aquel, a quien de la gran
diosa perro multiforme
llaman los olímpicos.
O que no tener perro en casa es cosa
deshonrosa, de modo que es evidente
que el perro es una cosa honrosa. Y
decir que Hermes es el más comunicativo
de los dioses; porque Hermes es el
único que se llama común (3). Y decir
que lo más excelente de todo es la palabra,
porque los hombres buenos no son
dignos de dinero, sino de palabras elogiosas
; porque el ser digno de mención
no se dice unívocamente.
II. Otro tópico es decir lo dividido
en síntesis, o lo sintético analíticamente;
porque muchas veces parece que es
lo mismo lo que no lo es; la que de las
dos cosas sea más útil en, cada caso,
esta conviene hacer. Este es el razonamiento
de Eutidemo: por ejemplo, saber
que hay una trirreme en el Píreo,
dado que se conoce cada uno de estos
términos, la trirreme y el Píreo. Y que
se conocen las letras, porque se conoce
la palabra; ya que la palabra es lo mismo
que las letras. Y decir que, puesto
que lo doble es en esa proporción nocivo,
tampoco lo uno será sano; porque
es absurdo que dos bienes juntos sumen
un mal. De esta manera, pues, el entimema
es refutativo; y del modo que sigue
es demostrativo: porque un bien no
es dos males. Todo este tópico es paralogístico.
También el dicho de Polícrates
sobre Trasíbulo, de que eliminó a treinta
tiranos; ya que lo dice por acumulación
(4). O lo que se dice en el Orestes
de Teodectes, que consiste en una división:
Es Justo que la que mate a su esposo
muera también ella, y lo es que el hijo
vengue a su padre». Esto es, pues, lo
que se ha hecho; pero uniendo las dos
cosas quizá no resulte igualmente justo.
(3í Hermes es el dios de las cosas encontradas
casualmente. Cuando el compañero de uno
hallaba algo, se decia «Hermes es común», reclamando
el otro la mitad del hallazgo. Cfr. Teofrasto.
(*) Trasibulo derrocó el régimen de los
Treinta tiranos, y Policrates pedia para él
treinta recompensas.
1401 b/1402 a RETORICA.—LIBRO II.—CAP. 24 185
También puede ser paralogística esta
forma por omisión, ya que se evita decir
por obra de quién se deba hacer esto.
III. Otro tópico es establecer o refutar
una cosa por exageración o enojo.
Esto sucede cuando, sin probar que se
hizo, se pondera aumentativamente la
acción; porque esto hace parecer o que
no lo hizo, cuando el que exagera es el
que sostiene la causa, o que lo hizo,
cuando el que acusa se mofa. No es,
pues, un entimema; porque el oyente
cae en paralogismo al juzgar que el acusado
lo hizo o que no lo hizo, sin haberse
demostrado.
IV. Otro tópico parte del indicio;
porque esto también es asilogístico. Por
ejemplo: si alguien dijera: «a las ciudades
les convienen los enamorados; ya
que el amor de Harmpdio y Aristogitón
provocó la calda del tirano Hiparco». O,
si alguien dijera que Dionisio es ladrón,
porque es malo; pues esto es asilogístico;
ya que no todo hombre malvado es
ladrón, aunque sí todo ladrón sea malvado.
V. Otro tópico se desarrolla por lo
accidental. Por ejemplo: dice Polícrates,
refiriéndose a los ratones, que prestaron
un servicio royendo las cuerdas
del arco. O si alguien dijera que el ser
invitado a un banquete es lo más honroso
que existe; ya que, por no haber
sido invitado, se enojó Aquiles contra
los aqueos en Ténedos; se irritó entonces
por haber sido desestimado, y esto
fue consecuencia de no haber sido invitado.
VI. Otro tópico se da según la consecuencia;
por ejemplo: en el Alejandro
se dice que este es magnánimo; poroue
despreciando el trato social con muchos,
pasaba la vida solo en el Ida; ya
que por ser así los magnánimos, también
él lo podría parecer. Y el argumento
de que, puesto que pasea de noche y
elegantemente vestido, es un libertino;
porque los libertinos son así. Semejante
es el de que, porque en los santuarios
los mendigos cantan y bailan y porque
a los desterrados les es posible habitar
donde quisieran, ya que parece que los
que pueden hacer esto son felices, también
lo parecerían cuantos pudiesen hacer
lo mismo. Pero la diferencia está en
el cómo, por lo cual este sofisma incurre
en el caso de omisión.
VII. Otro tópico consiste en presentar
lo que no es causa, como causa. Por
ejemplo: cuando suceden varias cosas
juntamente o unas Juego de otras; porque
lo que sucede después de algo puede
interpretarse como si fuera a causa
de este algo; y lo usan sobre todo los
que andan metidos en asuntos de política,
como por ejemplo Demades hacía
al gobierno de Demóstenes causante de
todos los males, porque después de aquel
sobrevino la guerra.
VIII. Otro tópico se apoya en la omisión
del cuándo y el cómo; por ejemplo,
que Alejandro raptó a Helena justamente;
ya que a ella le había sido
dada por su padre la facultad de elegir
esposo. Pero este permiso no se mantenía
siempre igual, sino que se refería a
la primera vez, ya que el padre tiene
autoridad solo hasta este momento. O
si alguien dijera que el golpear a un
hombre libre es insolencia; ya que no
lo es absolutamente, sino cuando uno es
el primero en poner injustamente las
manos en otro.
IX. También como en las discusiones
erísticas o de controversia, resulta un
silogismo aparente de tomar algo absolutamente
y no absolutamente, sino en
relación a algo; por ejemplo, decir en
dialéctica que el no^ser es ser, porque el
no-ser es ño ser; y decir que se puede
conocer lo desconocido, ya que se puede
saber que lo desconocido es desconocido.
De la misma manera en la retórica
hay un entimema aparente de lo no
absolutamente probable, sino probable
en relación a algo. Esta probabilidad no
es universal, como también dice Agatón:
Bien podría alguien decir que lo probable es
q le a los mortales les ocurran muchas cosas no
[probables.
Porque también viene a ser real lo que
está al margen de la probabilidad, de
manera que también es probable lo que
186  1402 a/1402 b
está fuera de la probabilidad. Y si esto
es asi, será, lo no-probable probable, pero
no simplemente, sino que, de la misma
manera que en las discusiones erísticos
el que no se indique el según qué, en
relación a qué y el cómo hace capcioso
el argumento, también aquí, en la retórica,
lo improbable no lo es absolutamente,
sino en relación a algo. El Arte
de Córax está constituido precisamente
por este tópico; ya que puede uno no
dar pie a una determinada ocasión, como
el que, por ser bébil, evade una acusación
de violencia, porque esta no es probable.
Pero sí puede dar pie a ella; por
ejemplo, por ser fuerte, se dirá que no
es probable, precisamente porque la cosa
iba a parecer probable. De manera
semejante en los demás casos; porque
necesariamente uno dará pie a la acusación
o no lo dará; parecen, pues, probables
ambas cosas, pero una parecerá
probable y la otra no absolutamente probable,
sino como se ha dicho. Y en esto
consiste aquello de hacer más fuerte el
argumento menor. Y de aquí que los
hombres soportaran de mala gana la declaración
de Protágoras; porque es un
fraude, y no es verdadera sino aparentemente
probable, y no se da en ningún
otro arte, sino en la retórica y en la
erística.
CAPITULO 25
SOBRE LA REFUTACIÓN Y SUS TÓPICOS
Hemos hablado de los entimemas, tanto
de los que lo son, como de los que
aparentan serlo; a continuación nos toca
tratar de la refutación.
Se puede refutar o bien haciendo un
silogismo en contra de lo dicho, o bien
aduciendo una objeción. El oponer a su
vez un silogismo, es evidente que es posible
hacerlo a partir de los mismos tópicos;
ya que los silogismos se hacen a
partir de cosas opinables, y muchas cosas
opinables son contrarias entre sí.
Las objeciones se aducen, como en los
Tópicos, de cuatro maneras: o bien partiendo
de lo mismo, o de lo semejante,
o de lo contrario, o bien partiendo de
cosas ya juzgadas.
I. Digo o partir de lo mismo, por
ejemplo, si se presentara un entimema
sobre el amor, manteniendo que es bueno,
la objeción sería de dos maneras:
o bien diciendo en general que toda indigencia
es un mal, o bien en particular
que no se hablaría de un amor cáunico
(1), si no hubiera también amores
perniciosos.
II. A partir de lo contrario se aduce
una objeción; por ejemplo, si el entimema
decía que el hombre bueno hace bien
a todos los amigos, diciendo que tampoco
el hombre malo les hace mal a
todos.
III. A partir de lo semejante; por
ejemplo, si el entimema decía que los
que han padecido malos tratos odian
siempre, decir que tampoco los que han
recibido un favor aman siempre.
IV. Aplicar los juicios que proceden
de hombres famosos; por ejemplo, si
un entimema dijo que hay que tener
indulgencia con los que se embriagan,
porque faltan sin conocimiento, objetar
que entonces no merecería alabanza alguna
pitaco; porque no decretó mayores
castigos si alguno delinquía estando ebrio.
Puesto que los entimemas se formulan a partir de cuatro tópicos, y estos cuatro tópicos son la probabilidad, el ejemplo, el argumento concluyente y el indicio, hay entimemas deducidos de las cosas probables que, de ordinario, son o parecen ser; los hay deducidos por inducción, mediante la semejanza de uno o más, cuando tomando lo universal, se llega luego por razonamiento a lo
particular, por medio del ejemplo; los hay deducidos por lo necesario y lo que siempre es, por medio de -un argumento concluyente; finalmente, los hay deducidos por lo universal o por lo que es en parte, tanto si es como si no, por medio de los indicios.
Lo verosímil es no lo que siempre se da, sino lo que se da de ordinario, y es evidente que estos entimemas siempre se pueden refutar aduciendo una objeción; pero la refutación es aparente y
1402 b/1403
no siempre verdadera, porque el que pone la objeción no refuta que aquello sea probable, sino que aquello no es necesario.
Por eso siempre tiene más ventaja el que defiende que el que acusa, a causa de este paralogismo; porque el que acusa, por su parte, prueba por medio de cosas probables, y no es lo mismo refutar que no es verosímil que refutar que no es necesario; porque siempre cabe la objeción de lo que es de ordinario; ya que no sería así de ordinario y probable, sino en cuanto también es necesario; y el juez, por su parte, piensa, si se refuta así o que aquello no es verosímil o que no le toca a él juzgarlo, con lo cual cae en paralogismo, como decíamos; porque no conviene juzgar tan sólo a partir de lo que es necesario, sino también a partir de
lo que es probable; ya que esto es juzgar con la mejor conciencia; por consiguiente, no es suficiente refutar demostrando que no es necesario, sino que lo que hay que demostrar además es que
no es probable. Y esto sucederá, si la objeción se apoya de preferencia en lo
que sucede de ordinario. Y es admisible que esto sea así de dos maneras: o por
el tiempo o por los hechos; y más fuerte
será si es por las dos cosas a la vez;
porque si son más así y ocurre más veces
así, resulta ello más verosímil.
Se pueden refutar los indicios y los
entimemas basados en ellos, aunque sean
hechos reales, como se dijo en el libro
primero; porque, que todo indicio es
asilogistico, lo conocemos .con evidencia
por los Analíticos.
Contra los entimemas paradigmáticos
existe la misma refutación qué contra
las cosas probables; porque aunque dispongamos
de un solo caso que sea así,
queda refutado el entimema; ya que
no es ello necesario, si en mayor número
de casos y con más frecuencia
aquello ocurre de otra manera; y aunque
en el mayor número de casos y con
mayor frecuencia sea así, hay que combatir,
diciendo o bien que el caso presente
no es semejante, o que no se dio
de manera semejante, o que lleva consigo
alguna diferencia.
Los argumentos concluyentes y los entimemas
basados en ellos, en cuanto son
asilogísticos, no se podrán refutar—cosa
esta también que nos resulta evidente
por los Analíticos—; quede, con todo,
como objeción, decir que no es posible
demostrar el caso presentado. Pero
si es evidente que el hecho existe, y que
el argumento es argumento concluyente,
el entimema se vuelve irrefutable;
ya que todo se convierte en una demostración
totalmente evidente.

(1) Se refiere a los amores legendarios entre Byblis y su hermano Caunio.

CAPITULO 26

ESCOLIO SOBRE LA AMPLIFICACIÓN Y LA ATENUACIÓN RETORICAS

El amplificar y el atenuar no caben
como elemento del entimema; ya que
llamo a lo mismo elemento y tópico;
porque es elemento y es tópico aquello
a que se reducen muchos entimemas.
El amplificar y el atenuar son entimemas
dirigidos a mostrar que una cosa
es grande o es pequeña, como también
que es buena, que es mala, que es justa
o es injusta, o que posee cualquier otra
cualidad. Estas son todas las cosas sobre
que son posibles los silogismos y los
entimemas; de manera que, si ninguna
de ellas en particular es tópico de entimemas,
tampoco lo será el amplificar
o el atenuar.
Tampoco las refutaciones de entimemas
son una especie de ellos; porque
es evidente que refuta, o bien el que demuestra
algo en contra o el que aporta
una objeción; y prueban así lo antitético;
por ejemplo, si uno probó que algo
sucedió, el otro demostrará que no
ocurrió; y si el uno prueba que no sucedió,
el otro probará que sí. De manera
que esta no sería una diferencia; porque
unos y otros se sirven de estos mismos
argumentos; ya que aducen sus entimemas
para probar que algo es o no
es; y la objeción no es un entimema,
sino aue, como decíamos en los Tópicos,
es enunciar una opinión por la que
quedará en evidencia que el adversario
no ha razonado silogísticamente, o que
ha admitido en su argumentación algo
íalso.
Puesto que tres son las cosas de que
había que tratar, por su referencia al
discurso, los ejemplos, las sentencias y
los entimemas, y, en general, todo lo
188  1403 a/1404 a
que se refería a la inteligencia de dónde
había que sacar estas cosas, cómo
se habían de refutar, y de todo esto hemos
ya hablado, nos queda ahora tan
solo por tratar lo que toca a la dicción
y a la composición del discurso.


LIBRO TERCERO

CAPITULO 1

SOBRE LA ELOCUCIÓN Y LA ACCIÓN

Puesto que son tres los asuntos a tratar con relación al discurso: la primera,
de dónde se sacarán los motivos de
credibilidad a favor del orador; la segunda,
la elocución; la tercera, cómo es
necesario estructurar las partes del discurso
; y hemos ya hablado, por una parte,
de los motivos de credibilidad y de
dónde proceden estos—que vienen de
tres fuentes—, y cuáles son estas y por
qué son solo estas—ya que todos persuaden
o bien afectando de cierta manera
a los mismos que juzgan, o bien haciendo
adoptar a los que hablan una cierta
manera de ser, o bien demostrando—;
y se ha hablado también de los entimemas
y de dónde se deben encontrar sus
fundamentos—ya que de una parte están
las especies de entimemas, y de
otra sus tópicos.
Corresponde tratar a continuación de lo referente a la elocución; porque no basta saber lo que hay que decir, antes también es necesario decirlo como conviene, ya que importa mucho que el discurso adopte cierta modalidad apropiada.
Así pues, primero se buscó, naturalmente, lo que es por naturaleza primero: los mismos hechos, a partir
de los cuales se obtienen los motivos de convicción; en segundo lugar está el colocar estos hechos según una norma de elocución; y en tercer lugar, algo que con tener una importancia grandísima, aún no ha sido tratado:
lo referente a la acción oratoria. Porque, en la misma tragedia y en la recitación poética se ha desarrollado tarde, ya que, al principio representaban la tragedia los mismos poetas. Es, pues, evidente que esto está también en vigencia tratándose de la retórica, como también en la poética, lo cual algunos ya han tratado y en especial Glaucón
de Teo (1). Consiste esto en el estudio
de la voz, en cómo conviene usar de
ella en cada estado pasional; por ejemplo,
cuándo debe ser intensa, cuándo
débil, cuándo mediana; y como hay
que servirse de los tonos; por ejemplo,
del agudo, del grave, del intermedio;
y de qué ritmos para cada caso. Porque
tres son las partes que se consideran,
a saber: la intensidad de la voz,
la entonación adecuada y el ritmo. Así,
los oradores obtienen premios casi como
en los concursos, y así como allí tienen
ahora más preponderancia los actores
que los poetas, también ocurre así en
las. competiciones políticas, por la insalubridad
moral de las constituciones políticas.
Todavía no se ha compuesto un arte sobre este particular, ya que también se desarrolló tarde lo que se refería a la dicción; y parece que, considerado con miras elevadas, es un asunto un tanto burdo. Pero al estar toda la práctica del arte retórica orientada a la apariencia, hemos de acometer su estudio, no como justificado, sino como necesario, ya que lo que buscamos a lo largo del discurso es lo justo y nada más, mejor que no entristecer o hacer gozar a los oyentes; porque lo justo sería disputar con los mismos hechos, de manera que todas las demás cosas sean, fuera de demostrar, algo superfluo; pero sin embargo, tiene esto gran poder, como hemos dicho, por causa de la imperfección del oyente. Con todo, pues, lo que pertenece a la dicción, es un tanto necesario en toda enseñanza; porque, para demostrar algo, es muy distinto hablar de una u otra manera; no es tan grande, con todo, sino que todo
(1) Quizá sea el que cita Platón en el Ion, como rapsoda.
1404 a/1404 b
es imaginación y aparato de cara al oyente; por eso nadie enseña así la geometría.
La acción, cuando se pone en práctica, produce el mismo efecto que el arte teatral; han intentado hablar un poco sobre este arte algunos autores, como Trasímaco en sus Modos de mover a
compasión; el tener habilidad teatral,
por otra parte, es cosa de naturaleza y
bastante al margen del arte, aunque sí
está dentro del arte, en cuanto a elocución.
Por eso también a los que son
hábiles en eso se les otorgan premios,
como también a los oradores por el aspecto
de su teatralidad; ya que los discursos
escritos valen más por su elocución
que por su pensamiento.
Comenzaron primero a accionar, como es natural, los poetas; porque los nombres son imitaciones; y la voz nos resulta el más imitativo de todos los órganos; por eso se formaron las artes, la recitación poética, el arte teatral y otros.
Dado que los poetas, aun diciendo simplezas, parecían con su dicción conseguir la gloria, por eso la primera dicción resultó ser la poética, como la de Gorgias. Aun ahora, la mayoría de los que no han recibido instrucción alguna, piensa que los que usan este estilo son los que mejor hablan, lo cual no es así, antes es distinta la dicción de discurso y la de la poesía. Y lo demuestra lo ocurrido; porque ni los autores de tragedias utilizan ya el mismo estilo, sino que, a medida que pasaron del tetrámero al yambo—por ser este entre todos los metros el más semejante a la prosa—, también omitieron todas las palabras que estaban en uso fuera de lo conversacional, con las que los primeros embellecían su lenguaje; y aún ahora las omiten también los que hacen hexámetros. Por eso es ridículo imitar a estos, cuando ya ni ellos mismos utilizan aquel estilo, de manera que resulta evidente que todo cuanto hay que decir sobre la dicción, no debe ser examinado minuciosamente por nosotros, sino solo cuanto se refiere a aquella dicción de que hablamos. De aquella que se ha hablado ya en los libros sobre la Poética.


CAPITULO 2

SOBRE LA CLARIDAD DE DICCIÓN, SELECCIÓN DE VOCABULARIO, METÁFORA Y EPÍTETOS


Demos, pues, por meditadas aquellas cuestiones, y definamos que la virtud de la dicción es que sea ciara; la prueba está en que el discurso, si no enseña algo, no producirá su propio efecto; y no debe ser la elocución ni rastrera ni por encima de lo que es decoroso, sino conveniente; porque el estilo poético
ciertamente no es vulgar, pero no
es adecuado al discurso. Los nombres y
palabras especificas hacen el estilo claro,
y lea otros vocablos de que se ha hablado
en los libros sobre poética, lo hacen
no rastrero, sino distinguido; porque
la variación de vocabulario hace
aparecer la elocución más digna; porque,
igual que les ocurre a los hombres
respecto de los extranjeros y los conciudadanos,
eso les ocurre también respecto
del estilo. Por eso es conveniente
hacer algo extraño el lenguaje; porque
se admira lo lejano, y lo que causa admiración
es agradable. En la poesía esto
lo consiguen muchos medios y allí resultan
adecuados, ya que, en los asuntos
y las personas de que se trata, se
sale uno más de lo cotidiano; pero,
en la prosa sencilla conviene usarlas
menos; ya que el asunto es de menor
cuantía, y porque aun en poesía resultaría
un tanto inoportuno que un esclavo
hablara remilgadamente, o que lo
hiciera una persona demasiado joven,
o que lo hiciera un cualquiera tratando
de cosas muy banales; con todo, también
en los discursos se halla la expresión
adecuada en la concisión y en la
amplificación; por eso conviene que al
hacerlo; quede oculto a la gente, y que
no parezca que se habla con mucho remilgo,
sino con naturalidad, porque esto
es conveniente y aquello todo lo contrario;
ya que, del orador que así maquina,
se desconfía como de los vinos
mezclados; así por ejemplo le ocurría
a la voz de Teodoro, comparada con la
de los otros actores; porque aquella parecía
en realidad ser la de la persona
190  1404 b/1405 a
que hablaba, y las otras parecían ajenas.
Se disimula bien el artificio, si uno
compone seleccionando los vocablos en
el lenguaje corriente; esto es lo que
hace Eurípides y además fue. el primero
en enseñarlo.
Por ser los nombres y los verbos aquello
de que se compone el discurso, y por
tener los nombres tantas especies como
hemos considerado en los libros sobre la
Poética, de entre ellos los idiomáticos,
los compuestos y los neologismos, hay
que usarlos pocas veces y en pocos lugares—
dónde, lo diremos luego; por qué
ya se ha dicho: porque desvían de lo
adecuado a lo excesivamente elevado—,
y, en cambio, el nombre específico, el
comente y la metáfora, son las únicas
cosas útiles para el estilo de la prosa
sencilla. La prueba de ello está en que
todos se sirven únicamente de estos medios;
ya que todos hablan con metáforas,
con nombres específicos y corrientes,
de manera que resulta evidente que,
si uno hace bien su discurso, será este
algo extraño y puede al mismo tiempo
que pase inadvertido el artificio y que
el estilo sea claro. Esta era, dijimos, la
virtud característica del discurso retórico.
De los nombres, los homónimos o
equívocos son útiles al soñsta—ya que
en ellos basa sus artimañas—; al poeta
le son útiles los sinónimos; y llamo palabras
específicas y sinónimas, por ejemplo,
a caminar y marchar, porque son
ambas palabras específicas y equivalentes
entre si.
Qué es, pues, cada una de ellas y
cuántas son las especies de metáforas,
y que todo esto tiene mucha importancia
en la poesía y en la oratoria, ha sido
tratado, como decíamos, en los libros
sobre Poética; y tanto más hay que esforzarse
interesadamente en prosa en lo
que respecta a estos medios, cuanto que
la prosa es inferior al verso en recursos.
Y la metáfora posee, como ninguna
otra cosa, la claridad, lo agradable y el
giro extraño; y esta no es posible aprenderla
de otra persona (1). Es preciso
decir epítetos y metáforas adecuados,
cosa que es posible partiendo de la anací)
Quiere decir, según parece, que el poder
de crear metáforas es algo ingénito y connatural
a uno:
logia; y si no, parecerá todo ello inadecuado,
porque los contrarios, puestos
unos juntos a otros, resaltan más. Con
todo, hay que considerar que si un vestido
de púrpura le cae bien a un joven,
no así a un viejo, porque no dice con
unos y otros un mismo vestido, si se
quiere enaltecer o hermosear una cosa,
hay que traer la metáfora de lo mejor,
dentro de lo que incluye un mismo género;
y si hay que censurar o rebajar, de
las cosas peores; pongo, por ejemplo,
una vez que los contrarios están dentro
del mismo género, decir que el que pordiosea
implora, y que el que implora
pordiosea, ya que ambas cosas son peticiones,
esto es hacer lo dicho; y que
Ifícrates llamara a Calías sacerdote
mendicante de Cibeles; el cual respondió
que aquel era un no iniciado (2);
porque, si no, no le llamaría a él sacerdote
mendicante, sino porta-antorcha;
ya que ambas cosas, sí, se refieren a la
diosa, pero una cosa es honrosa y la
otra no. Y los que algunos llaman bufones
de Dionisio, se llaman a sí mismos
artistas; y ambas cosas son metáforas,
la una acuñada por los que pretenden
deshonrarlos, y la otra al contrario.
También ahora los piratas se llaman a
sí mismos proveedores; por eso se puede
decir que el que comete un delito falta,
y que el que falta comete un delito,
y que el que roba ha cogido y destruido.
Es lo que dice Télefo de Eurípides,
que
reinando en la barquichuela y desembarcado
[en Misia.
lo cual es inadecuado, porque reinar es
superior a la circunstancia; no pasa,
por tanto, inadvertido.
También en las sílabas hay falta, si
no son representación de una voz agradable,
como Dionisio Chalcus llama a
la poesía en sus elegías, chillido de Calíope,
porque ambas cosas son voces;
pero la me'táfora es mala porque chillar
equivale a dar voces ininteligibles. Además
no hay que traer las metáforas de
lejos, sino de cosas del mismo género y
(2) Los sacerdotes mendicantes eran extranjeros
que predicaban entre el pueblo el degradante
culto de la Cibeles Irigia. Calias era descendiente
de una opulenta y conocida familia.
1405 a/1406 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 3 191
semejantes, al dar nombre a lo que 110
lo tiene, y es evidente lo dicho de que
corresponda al mismo género, como en
el famoso enigma:
vi a un hombre que, con fuego, soldaba bronce
[a otro hombre ;
ya que la operación no tiene nombre,
pero ambas cosas son una cierta aplicación
o adhesión de algo; y así dijo
soldar, para la aplicación de la ventosa.
En general, de enigmas bien concebidos
es posible sacar metáforas adecuadas;
porque las metáforas aluden implícitamente
a un enigma, de manera que
resulta evidente que están bien transportadas.
La metáfora debe partir de cosas hermosas;
la belleza del nombre está, como
dice Licimnio (1), o bien en la sonoridad,
o bien en el significado, y lo mismo
la fealdad. Además, en tercer lugar, en
que el nombre no sea equívoco, lo cual
destruye el razonamiento sofístico; porque
no es verdad, como dijo Brisen (2),
que nadie diga palabras feas, si supone
lo mismo decir una en lugar de otra;
porque esto es falso; ya que una palabra
es más propia que otra, y más representativa
y más adecuada para poner
una cosa ante los ojos. Además que,
no siendo semejantes, significan esto y
aquello, de manera que también así hay
que considerar que una es más hermosa
o es más fea que otra; porque es cierto
que ambas significan lo hermoso o lo
feo, pero no -en cuanto el objeto sea
hermoso o sea feo; y si dicen lo mismo,
lo dicen en mayor o menor grado.
Las metáforas, pues, habrá que sacarlas
de ahí: de cosas hermosas o bien
por el sonido, o por su fuerza expresiva,
o según la vista o cualquier otro sentido.
Ya que hay diferencia en decir, por
ejemplo, aurora de dedos rosados mejor
que dedos de púrpura; y aún sería peor
la de dedos rojos.
En los epítetos cabe se haga la calificación
a partir de lo malo p lo vergonzoso,
por ejemplo, el matricida; y tam-
(1) Licimnio de Quíos, de la escuela de Gorgias.
Parece era un poeta de vocabulario excesivamente
remilgado y a veces pretencioso.
(2>) Eristico, quizá discípulo de Sócrates y
maestro de Pirrón.
bien cabe hacerlo a partir de algo excelente,
por ejemplo, el vengador de su
padre; y así Simónides, cuando le daba
una recompensa pequeña uno cualquiera
que hubiera ganado un triunfo en muías.
no quería hacerle un poema, como dándose
de menos de escribir versos dedicados
a semiasnos; pero una vez que
le dieron bastante dinero, escribió:
yo os saludo, hijas de1 corceles de cascos veloces
Icomo el huracán,
aunque no eran en aquel caso menos
hijas de asnos. También es lo mismo calificar
con diminutivos; porque el diminutivo
es una forma que atenúa tanto
lo malo como lo bueno, y así Aristófanes,
en los Babilonios, dice en son de
burla platita en lugar de plata, y mantito
en lugar de manto, insultito en lugar
de insulto, v penita. Pero conviene
hacerlo con cuidado y guardar en una
y otra cosa la medida.
CAPITULO 3
SOBRE LA FRIGIDEZ EN EL ESTILO
La frialdad procede, en el estilo, de
cuatro causas: de los nombres compuestos;
por ejemplo, Licofrón (3) dice el
cielo «polirrostro» de la tierra «cumbrigrande
», y la abrupta orilla «pasiangosta
»—de paso angosto—; y Gorgias dijo
«musimendigos aduladores, perjuros y benejuros
». Y también como Alcidamas dijo
del alma llena de ira, que se había
puesto «pirocroma» de aspecto, y que
creía que debía ser «finconducente» la
buena disposición de ellos, y aue la persuasión
de los discursos resultó «finconducente
», y llamó «cianocroma» a la llanura
del mar (4); ya que todas estas
cosas resultan poéticas por la composición.
Esta es una causa, pues; otra causa
es hacer uso de palabras inusitadas; por
ejemplo, Licofrón, cuando llama a Jerjes
hombre «giganteo», y a Escirón, varón
«dañino»; y Alcidamas habla de ju-
(31 El sofista, no el poeta.
(4) Hemos conservado, en lo posible, las
raíces griegas en la traducción castellana de
estas palabras rimbombantes.
192  1406 a/1406 b
guetes en poesía y de la «presunción» de
la naturaleza, y dice de un hombre que
está «aguzado» por la ira de su corazón,
«no mezclada con agua».
La tercera causa está en los epítetos,
en usarlos largos, inoportunos p frecuentes
en demasía; pues en poesía está
bien decir blanca leche, pero en la prosa
unos son inadecuados; otros, si se
abusa de ellos, dan a entender y manifiestan
que se trata de poesía; a veces,
no obstante, conviene hacer uso de ellos,
porque cambian lo cotidiano y hacen el
estilo extraño, pero es necesario guardar
la medida, pues de lo contrario se
causa un daño mayor que hablando al
buen tuntún, ya que esto no tiene belleza,
pero lo otro es feo. Por eso los
epítetos de Alcidamas parecen fríos;
porque se sirve de los epítetos no como
de aliño, sino como de manjar, así son
de frecuentes, exagerados y obvios; por
ejemplo, no dice sudor, sino húmedo sudor,
ni ir a los juegos ístmicos, sino a
la solemne concentración de los juegos
ístmicos, ni tampoco dice leyes, sino las
leyes reinas de la ciudad, ni tampoco
dice a la carrera, sino con el impulso del
alma a correr, ni escuela de las musas,
sino escuela de las musas que ha heredado
de la naturaleza; y llama sombría
a la preocupación del alma y no dice
artífice de la gracia, sino artífice de la
gracia pública y administrador del placer
de los oyentes, y no dice cubrir con
ramos, sino con ramos de la selva, y no
dice envolvió el cuerpo, sino el pudor
del cuerpo; y dice la pasión contraimitadora
del alma—lo cual es a la vez palabra
compuesta y epíteto, de modo que
resulta poético—, y así extraño exceso
de maldad. Por eso los que hablan poéticamente
con esta inadecuación, prestan
a sus obras ridiculez y frialdad, y oscuridad
a causa de su palabrería; porque
cuando se le sobrecarga de palabras
al que atiende, la claridad se le diluye
con lo enrevesado; los hombres usan
palabras compuestas cuando una cosa
no tiene nombre o la palabra resulta
bien, como, por ejemplo; pierde tiempo;
pero si se abusa de ello, el lenguaje
resulta completamente poético. Por
eso la palabra compuesta es útil sobre
todo a los poetas ditirámbicos que son
retumbantes; y las inusitadas a los poetas
épicos, ya que este género es serio
y arrogante; y la metáfora a los poetas
yámbicos; porque son los que se sirven
de ellas ahora, como hemos dicho.
Hay aún una cuarta causa de frialdad
en las metáforas; ya que también
hay metáforas inadecuadas, unas por
su ridiculez—pues también los poetas
cómicos se sirven de metáforas—, las
otras por su excesiva seriedad y tragicidad;
y son oscuras si se sacan de muy
lejos. Por ejemplo, Gorgias, hablando de
asuntos verde pálidos y sangrientos; y
tú sembraste estas cosas vergonzosamente,
y las has cosechado desgraciadamente;
lo cual resulta excesivamente
poético. O como dice Alcidamas, que la
filosofía es muralla de la ley, y que
la Odisea es un bello espejo de la vida
humana, y no aplicando ningún juguete
semejante a la poesía; ya que todas
estas cosas son poco convincentes, por
lo dicho.
Lo que dijo Gorgias a la golondrina
cuando, volando sobre él, dejó caer su
excremento, es de lo más apropiado a
un estilo trágico, pues dijo: —«Ciertamente
es vergonzoso, Filomela.» Porque,
para un pajaro, si lo hubiera hecho,
no sería vergonzoso, pero para una doncella,
sí. El reproche, pues, estaba bien,
dirigiéndose a lo que ella había sido,
no a lo que era ahora actualmente.
CAPITULO 4
SOBRE LA IMAGEN
La imagen también es metáfora, ya
que difiere poco de ella; pues cuando se
dice que Aquiles
saltó como un león... (1),
es una imagen; pero cuando se dice
«saltó el león», es una metáfora; porque,
por ser ambos valientes, llamó
traslaticiamente león a Aquiles. La imagen
es útil cuando en la prosa, aunque
pocas veces, porque es poética, hay
que aplicarla como las metáforas; ya
que son metáforas que difieren en lo que
hemos dicho.
(U Ilíada, XX, 114.
1406 b/1407 b RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 5 193
Son imágenes, por ejemplo, lo que
hizo Androtión contra Idrieo, al decirle
que era igual que los perritos que se
sueltan de sus cadenas; ya que estos
muerden al que pasa, e Idrieo, fuera
de la prisión, era agresivo. Y como Teodamas
comparaba a Arquídamo con Euxeno,
diciendo que era como un Euxeno
que no supiera geometría, y análogamente
al contrario; ya que Euxeno
sería un Arquídamo geómetra. Y lo que
se dice en la República de Platón, que
los que despojan a los enemigos muertos
se parecen a los perritos que muerden
las piedras, pero no tocan al que se las
tira. Y la imagen contra el pueblo, que
dice que es semejante a un piloto, poderoso,
pero un tanto sordo.
Y la que se dirige contra la versificación de los poetas, que se parece a los jóvenes sin
hermosura; porque los unos cuando se
marchitan por la edad y la otra cuando
pierde el ritmo, no parecen lo mismo
que antes. Y la de Pericles contra los
samios, que dice que se parecen a los
niños pequeños, que toman la papilla,
pero llorando. Y con los beocios, que
son semejantes a los tejos, porque los
tejos se descuartizan a sí mismos, y también
los beocios luchando unos contra
otros. Y lo que dice Demóstenes del pueblo
(1), que es semejante a los que
se marean en las naves. Y como Demócrates
(2) comparó a los oradores con
las nodrizas, las cuales, habiéndose comido
ellas las papillas, untan a los niños
los labios con saliva. Y como Antístenes
comparaba al flaco Cefisódoto
con el incienso, que al consumirse perfuma.
Todas estas se pueden decir como imágenes
y como metáforas, de manera que
las que son celebradas, dichas como metáforas,
es evidente que también serán
imágenes, y que las imágenes son metáforas
que carecen de una palabra. Es
siempre necesario que la metáfora que
parte de la analogía pueda convertirse
a uno y otro de los términos del mismo
género, por ejemplo, que si la copa es
el escudo de Dionisio, también sea con-
(1) No se sabe si es el famoso orador o el
político del siglo v, muerto en Siracusa.
(2) Es difícil de identificar este personaje.
ARISTÓTELES.—7
forme decir que el escudo es la copa de
Ares.
CAPITULO 5
SOBRE LA PURBZA DE LENGUAJE
El discurso, si, se compone de todos
estos elementos; pero el principio clave
del estilo es helenizar el lenguaje;
y esto se apoya en cinco cosas: primero,
en las conjunciones, si se contraponen,
como es natural, delante o detrás unas
de otras, según algunos lo exigen, como
el (ilv y el |f <« uiv exigen el 8é y el ó Sé.
Conviene, pues, que se correspondan entre
sí, mientras dure el recuerdo; y que
no haya entre ellas demasiada separación,
antes que otra conjunción necesaria
; ya que la falta de correlación pocas
veces resulta adecuada. «Yo, después
que me habló él—pues deón vino a
mí necesitado y suplicante—, marché
habiéndolos tomado conmigo.» En estas
frases hay muchas conjuciones antes
de la conjunción correlativa; y si
hay muchas palabras antes de «marché
», resulta oscuro.
Una condición es, pues, el adecuado
uso en las conjunciones; la segunda,
hablar con palabras propias y no con
términos abstractos. La tercera, no servirse
de palabras ambivalentes, a no ser
que se busque lo contrario a la claridad,
cosa que se hace cuando no se tiene
qué decir, pero se finge decir algo; porque
los que así hacen, dicen estas cosas
en estilo poético, como, por ejemplo,
Empédocles, ya que el circunloquio, al
ser abundante, deslumhra, y a los oyentes
les ocurre lo que a la gente respecto
de los adivinos, que cuando dicen cosas
ambiguas, les dicen que sí con la
cabeza.
Creso, luego de cruzar el Halys, destruirá un
[gran reino.
Y por ser .en general un error menor,
los adivinos hablan mediante los
géneros de las cosas; ya que cualquiera
puede acertar más fácilmente en el
juego de pares y nones, si dice pares
o nones que cuánto es el número exactamente,
y lo mismo pasa entre decir
que será o cuándo aera; por eso los adivinos
no precisan el cuándo. Todas es194
ARISTÓTELES. OBRAS 1407 b/1408 a
tas ambigüedades son similares, de manera
que si no es por causa de algo especial,
deben evitarse.
La cuarta es atenerse al modo como
Protágoras distingue los géneros de los
nombres, en masculinos, femeninos y
objetos; ya que también esto conviene
aplicarlo bien: «y ella, una vez entrada
y quedar bien explicada, se marchó
». En quinto lugar, expresar con
exactitud lo múltiple, lo poco y lo uno:
«y cuando ellos llegaron, me golpearon».
En general, conviene que lo escrito
sea fácilmente legible y bien fácil de
frasear, lo cual es una misma cosa.
Y esto consiguen las conjunciones
abundantes y no las escasas, ni lo que
no se puede puntuar fácilmente, como
los escritos de Heráclito (1); porque
es trabajar lo que hay que hacer para
penetrar los escritos de Heráclito, por
la oscuridad de a qué corresponde cada
palabra, si a lo de después o a lo anterior
; por ejemplo, en el comienzo de su
obra escrita, donde dice: «existiendo esta
doctrina de siempre los hombres resultan
faltos de capacidad para entenderla
»; ya que resulta oscuro con cuál
de las dos partes hay que puntuar el
«de siempre». Además hace cometer solecismo
en estas cosas, el no poner lo
que corresponde a uno y otro término,
si no se unen, por ejemplo, el sonido
y el color; porque el ver no es
común, el sentir, en cambio, sí. Es oscuro
el estilo, si al ir a intercalar muchas
cosas en medio, no se acaba de decir
lo ya comenzado; por ejemplo:
«porque estaba a punto, una vez dichas
a aquel tales y tales cosas y de tal manera,
de marchar»; pero no es oscuro
decir: «porque estaba a punto, una vez
hubiera hablado, de marchar»; y después
decir que sucedió tal y tal cosa y
de qué manera.
CAPITULO 6
SOBRE EL ESTILO HINCHADO
Contribuye a la fastuosidad del estilo
servirse de una definición en lugar
(1) A Heráclito se le llamaba el «oscuro».
La cita es el comienzo de su obra.
de un nombre; por ejemplo, no decir
círculo, sino plano regular desde un
centro.
A la brevedad contribuye lo contrario,
decir en lugar de una definición
un nombre. En el caso de algo feo o inconveniente,
si lo feo está en la definición,
hay que decir el nombre, y si lo
feo está en el nombre, conviene decir
la definición. Y conviene exponer las
cosas con metáforas y con epítetos, pero
guardándose de lo poético. Y es útil hacer
de lo singular plural, como hacen
los poetas; ya que, siendo uno solo el
puerto, dicen sin embargo:
hacia )os puertos aqueos,
y también:
de la carta estos numerosos pliegues.
Y no unir palabras bajo la misma, sino
ponerla a cada una la suya, también
contribuye al estilo hinchado: «de
la mujer, de la nuestra»; pero si es
estilo conciso, lo contrario: «de nuestra
mujer». Y hablar con conjunciones;
pero si es conciso, sin conjunciones,
pero no sin ligar, por ejemplo:
«después de caminar y hablar», «después
de caminar, hablé».
Y servirse del útil método de Antímaco
(2), de hablar de lo que la cosa
no posee, lo cual hace aquí a propósito
del Teumeso:
hay una cima ventosa y menuda;
porque así se puede amplificar hasta el
infinito. Se aplica a cosas buenas y malas
decir que no existen, de cualquiera
de los dos modos según sea útil, de
donde también sacan los poetas palabras
como melodía sin-cuerda y sin-lira,
derivando los epítetos a partir de la privación;
y esto es muy estimado en las
metáforas basadas en la analogía, como
decir, por ejemplo, que el toque de
trompeta es una melodía sin-lira.
( 2 ) Poeta cíclico tardío, de palabrería proverbial.



CAPITULO 7
SOBRE LA PROPIEDAD DEL ESTILO, SU PATETISMO Y SU CARÁCTER
El estilo será adecuado si expresa las
pasiones y caracteres y guarda analogía
con los asuntos de que trata.
Esta proporcionalidad o analogía existe,
si no se habla improvisadamente de
asuntos de importancia, ni con gravedad
de cosas banales, y si a una palabra
vulgar no se le ponen adornos;
pues de lo contrario parece ello comedia,
como hace Cleofón (1); ya que
algunas cosas las expresa como si hubiera
dicho «augusta higuera».
El estilo será patético cuando se hable
enojado, si hay ultraje; y si ha
habido cosas impías o vergonzosas, se
habla con indignación y reticencia; y
si se habla con admiración, cuando ha
habido cosas dignas de encomio; y con
humildad, si se habla sobre cosas lamentables;
y de modo semejante en
todo lo demás. El estilo propio, pues,
hace verosímil el asunto; ya que el
alma del oyente parece deducir paralogísticamente
cómo parece ser verdaderamente
el alma del que habla, porque
en estas cosas los hombres reaccionan
así, de manera que creen, aunque el
orador no se halle en este estado de
ánimo, que las cosas son asi y el oyente
siente siempre al unísono con el que
habla patéticamente, aunque diga una
nadería. Por eso muchos impresionan a
los oyentes haciendo ruido.
Y esta demostración a partir de los
signos externos connota carácter, porque
se acompaña del estilo adecuado a
cada género y a cada hábito. Llamo
género a lo que dice referencia a la
edad, como el ser niño, varón o anciano,
y al ser mujer o varón, de Laconia
o de Tesalia; y llamo hábito a aquello
según lo cual uno es de determinada
manera en la vida; porque las vidas
no son todas de una cualidad determinada
según toda disposición. Si se dicen,
pues, las palabras apropiadas a
cada hábito de vida, se representará el
(1) Poeta trágico, de cuyo realismo habla
Aristóteles en la Poética
carácter; ya que no diría lo mismo ni
del mismo modo el rústico que el que
tiene instrucción. Les impresionan algo
a los oyentes lo que usan los logógrafos
(2) hasta el exceso: «¿Quién
no lo sabe? Todos lo saben»; porque
el oyente asiente a ello avergonzado,
para participar también él en lo que
todos los demás creen.
El servirse de estos medios con oportunidad
o sin ella, es propio de todas
las clases de oratoria. Un remedio contra
toda exageración es el repetidísimo:
ya que conviene que uno se critique de
antemano a sí mismo; porque parece
que es auténtico su hablar, cuando el
mismo que habla es bien consciente de
aquello que hace. Además no hay que
usar a la vez todo aquello que se dice
por analogía, porque el oyente es engañado
de esta manera. Digo, por ejemplo,
que si las palabras son duras, no
lo sean también por la voz, por la expresión
del rostro o por lo que les corresponde;
si no, resulta evidente qué
es cada cosa. Pero si unas cosas las
cambia y otras no, haciendo lo mismo,
quedará inadvertido. Si, pues, dijere las
cosas suaves duramente y suavemente
las cosa duras, resultará poco convincente.
Las palabras compuestas y la abundancia
de epítetos y las palabras extrañas
sobre todo, son adecuadas al que
habla patéticamente; porque se le perdona
al que está enojado que diga «un
mal grande como el cielo» o «gigantesco
». Y cuando tenga ya en la mano
a los oyentes y los entusiasme con alabanzas
o censuras, con ira o con amor;
como por ejemplo hace Isócrates en
el Panegírico, hacia el final: «la fama
y el recuerdo» y «quienesquiera soportaron
» : porque tales cosas se dicen al
calor del entusiasmo, de manera que evidentemente
los oyentes las admiten,
porque están en semejante disposición
de ánimo. Por eso convienen a la poesía;
porque la poesía es cosa inspirada.
Conviene, por consiguiente, hacerlo,
sea de esta manera, sea con ironía,
(2) Se refiere aquí a los oradores que componían discursos para otros, a cambio de unos honorarios.
196
como hacía Gorgias y como se hace en
el Fedro, según los ejemplos que hallamos
allí.
CAPITULO 8
SOBRE EL RITMO EN LA PROSA
La forma del estilo en prosa conviene
que no sea en verso ni carezca de
ritmo; ya que lo uno no es convincente
porque parece ser artiñcioso y a
la vez también distrae; porque hace
que el oyente atienda a la cadencia, a
ver cuándo vuelve de nuevo. Igual que
pasa con los niños que se adelantan
a los heraldos, cuando dicen aquello de
«¿a quién escoge como patrono el liberto?
», y todos a coro: «A Cleón.» Lo
que carece de ritmo es ilimitado, y por
eso es preciso que el discurso tenga medidas,
pero no en verso; porque lo indeterminado
es desagradable e ininteligible.
Todas las cosas se miran con el
número; y el número de la forma estilística
es el ritmo, cuyos metros son
divisibles; por eso es preciso que el
discurso tenga ritmo, pero no metro,
ya que resultaría un poema. Su ritmo
no debe ser exacto; y será tal si es
rítmico hasta cierto punto.
De los ritmos uno es el solemne, heroico,
pero falto de la armonía propia
del simple conversar; el otro es el yambo,
que es el modo de hablar de la mayoría
de la gente; por eso, al hablar
se suelen decir yambos con más frecuencia
que otros metros. Conviene que el
discurso posea majestad y conmueva. El
troqueo es el más cercano a la danza
córaos (1); y lo muestran los tetrámetros,
que son un ritmo de carrera.
Queda el pean, del que hacían uso los
oradores a partir de Trasímaco, pero
no tenían con qué palabra nombrarlo.
El pean es un ritmo tercero, contiguo
a los mencionados; porque está en
relación de tres por dos, y de aquellos
el uno es de uno por uno, y el otro
de dos por uno. Es afín a estas proporciones
el que está en razón de vez y
medida, y este es el pean. Por tanto,
(1) Parece ser esta la danza típica de los
orígenes de la comedia, aunque ya en Aristófanes
parece ser evitada como burda y grosera
los demás ritmos hay que dejarlos por
lo dicho y porque son propios del verso
; en cambio hay que utilizar el pean;
pues de solo él no hay un metro típico
entre los dichos, de manera que pasa
más inadvertido. Ahora se sirven
también de un pean al comenzar, pero
es preciso que el fin difiera del comienzo.
Hay dos especies de pean contrapuestas
entre sí, de los cuales uno es
apropiado para el comienzo, según se
usa también ahora; y este es el que
comienza una sílaba larga y concluyen
tres breves:
' -iaKo 7óvei; site Aoxiav"
Hijo de Délos, si a Licia...
y también:
"XpuaEoxou,a "Exais z«f AIOÍ"
Hécate de áureos cabellos, hija de Zeus.
El otro es lo contrario, pues le dan comienzo
tres breves y lo concluye una
larga:
('u.£T<¿ os ~¡av üSatá T'WXEOVOV /¡'.pavus vyí",
Después de la tierra, la noche ocultó las aguas
[y el Océano.
Este hace bien la cláusula; porque la
sílaba breve, por ser incompleta, la deja
truncada. Conviene concluir siempre
con sílaba larga y que la cláusula sea
evidente, no por el copista ni por el
signo del párrafo (2), sino por el ritmo.
Así pues, que es preciso que el estilo
sea eurítmico y no arrítmico, y cuáles
son los ritmos que le dan esa euritmia
y cómo, es lo que hemos dicho.
CAPITULO 9
SOBRE EL ESTILO CONTINUO Y EL
PERIÓDICO
Es preciso que el estilo sea o continuo
y ligado por la conjunción, como
(2) Alusión a una señal gráfica con que los
antiguos señalaban el fin de párrafo.
1409 a/1410 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 9 197
los preludios en los ditirambos, o periódico
y semejante a las estrofas simétricas
de los poetas antiguos. Así pues,
el estilo continuo es el antiguo: «De
Herodoto de Turio esta es la exposición
de la historia»; de este todos hacían
uso antes, ahora no muchos. Llamo
estilo continuo al que no tiene fin por
sí mismo, si no se acaba el tema expuesto.
Es poco agradable por ser ilimitado,
porque todos quieren caer en
la cuenta del fin. Por eso es en los
límites de la pista donde los corredores
quedan agotados y sucumben, porque,
mientras ven por delante un término,
no sienten la fatiga.
Este es, pues, el estilo continuo; el
periódico es el que consta de períodos;
llamo período a un fragmento del escrito
que tiene principio y fin él mismo
y según él mismo, y una magnitud
fácilmente abarcable con la mirada. Tal
fragmento es agradable y fácil de comprender;
agradable, por ser opuesto a
lo ilimitado, y porque siempre el oyente
cree que tiene algo y algo definido
para él; y es desagradable el no prever
ni rematar nada; y es fácil de comprender,
porque se recuerda bien. Y esto
es porque el estilo periódico tiene número,
que es entre todo lo más fácil
de recordar. Por eso, todos recuedan
con más facilidad los versos que lo que
está en prosa; porque tienen un número
con que se miden. Conviene que
el período se acabe a la vez que el pensamiento
y que no lo trunque, como los
yambos de Sófocles:
Esta es la tierra de Calidón, del suelo de Pé-
(lope...
Porque es posible entender lo contrario
de lo que indica la división, como 3n
el caso citado entender que Calidón es
del Peloponeso (1).
El período consta de miembros o es
simple. El estilo periódico en miembros
es un estilo acabado, bien dividido y
fácil de enunciar de un solo aliento de
voz, no en la división, como el período,
sino en el todo. Miembro es una
de las partes de este estilo. Llamo sim-
(1) Por los escolios, el verso parece seT de
Eurípides, del Meleaaro.
pie al período de un solo miembro. Conviene
que los miembros y los períodos
no sean ni demasiado pequeños, ni demasiado
largos. Porque el demasiado
breve hace tropezar muchas veces al
oyente; ya que es necesario, cuando el
oyente va ya lanzado hacia adelante y
según el metro, del cual tiene en sí mismo
la regla, es necesario se le tire en
sentido contrario, al detenese el orador,
como si se originara un tropiezo
a causa de un obstáculo. Los que
son demasiado largos hacen que el oyente
se quede atrás, como los que dan
la vuelta muy fuera del poste; ya que
estos se quedan atrás de los que pasean
con ellos. De modo semejante, los períodos
que son demasiado largos, resultan
un discurso semejante al preludio
de un ditirambo, de manera que concurre
lo que ridiculizaba Demócrito de
Quíos (2) contra IVJelanípides, que había
escrito preludios en lugar de estrofas
correlativas o antistrofas:
Este homtyre se causa males a sí mismo, cuanído
se los trama a otros,
porque el largo preludio es el peor para el poeta;
ya que este dicho también va bien aplicarlo
a los oradores que componen
miembros largos. Los de miembros excesivamente
breves, en cambio, no resultan
períodos, porque llevan al oyente
de cabeza.
Del estilo en miembros, hay una variedad
en divisiones y otra en contraposiciones;
en divisiones, por ejemplo:
«muchas veces he admirado a los que
han convocado grandes concentraciones
¡festivas y a los que han instituido las
¡grandes competiciones gimnásticas»; en
contraposiciones es aquel en que, en cada
uno de los miembros, o bien a un
contrario le corresponde un contrario, o
bien el mismo se opone a. los contrarios;
por ejemplo: «a unos y a otros
les fueron provechosos; a los que &e
quedaron y a los que les acompañaron;
porque a los unos les procuraron más
j de lo que tenían en su patria, a los
¡ otros les dejaron en la patria hacien-
(2) Demócrito de Quios es un músico contcirporáneo
del filósofo de Abdera y Melanípi-
| dos un poeta ditirámbico, cuyas obras se han
! oerdido
198  1410 a/1410 b
da suficiente»: son contrarios quedarse
y acompañar, suficiente y más.
«De manera que a los que necesitan
riquezas y a las que quieren disfrutar...
»: disfrute se contrapone a posesión.
Y otros ejemplos: «Ocurre muchas
veces en tales ocasiones que los prudentes
fracasan y los necios triunfan.»
«En seguida se hicieron dignos del
premio de la valentía y no mucho después
obtuvieron el imperio del mar.»
«Navegó a través de la tierra firme y
caminó a pie a través del mar, uniendo
con un puente las orillas del Helesponto
y excavando un canal en el
Athos.»
«Ya los que eran ciudadanos por naturaleza,
privarles de la ciudadanía
por ley.»
«Ya que unos de ellos perecieron miserablemente,
los otros se salvaron con
vergüenza.»
Y «en privado servirse de los bárbaros
como esclavos, en público atender a
que muchos de los aliados están reducidos
a servidumbre».
«O poseerlos vivos, o luego de muertos
abandonarlos» (1).
Y lo que dijo alguien contra Peitolao
y Licofrón, ante el tribunal: «Estos,
cuando estaban en su casa, os vendían
a vosotros; luego que han venido donde
vosotros, os han comprado» (2).
Todos estos pasajes cumplen con lo
dicho. Tal estilo es agradable, porque
los contrarios son muy inteligibles, y
más inteligibles aún, puestos unos junto
a otros; y además porque se parece
a un silogismo; ya que la refutación
es la yuxtaposición de los contrapuestos.
Esto es, pues, la antítesis; la pon'sosis
se da si los miembros son iguales,
y la paromóiosis si cada uno de los
miembros tiene un extremo semejante.
Conviene necesariamente que esté al comienzo
o al fin. El comienzo lo tienen
siempre semejante los nombres; el final
posee semejantes las últimas sílabas,
o los casos del nombre, o el nom-
(1) Las citas que preceden son todas del
Panegírico de Isócrates.
(2) De Aristófanes.
bre mismo. Son, por ejemplo, semejantes
en el comienzo (3):
" dffj'jt "f/p IXa^3v
"CtpfÓV T*1fj' KUToD":
porque recibió un campo inculto de él.
"SuipYjiot t' Ir:á).ovTo iMtpáppY¡Toí T.' izássiv",
resultaban manejables con regalos, exorables
[con palabras.
En el fin:
" wrftrpa.v aoiov ratStov TSIOX=VCÍI,
ciXX ' au-oü áít'.ov fs-fovávaí",
creían que lo había engendrado como hijo,- al
[menos había sido la causa de su nacimiento.
" IvxXsíatctií Sé (ppovitai x<zi Iv iXayt'arai; IXra'aiv'
en mayores preocupaciones y en menores espe-
[ranzas.
Distintos o iguales casos de un mismo
nombre:
¿Digno de tener una estatua de bronce, no va-
[liendo una moneda de bronce1?
La misma palabra:
U, cuando él vivía, haMa
[ha
Semejanza en una sílaba :
"Tí <zv Ircifrec Sstváu, sí cfvop ' sifieí ópfóv";
¿Qué cosa extraña hubieras sentido si hubieras
visto a un hombre perezoso? (4).
Es posible que todo esto vaya junto,
y que el mismo período sea antítesis,
parisosis y paromóiosis. Las virtudes
propias de los períodos se enumeran casi
todas en los libros Teodecteos (5).
Ora estaba yo en casa de ellos, ora junto a
[ellos estaba yo.
(3) Citamos aquí el texto griego, ante la
imposibilidad de hacer comprender en castellano
lo que ejemplifica Aristóteles.
(4) Este ejemplo y los cuatro que' siguen, se
dan como de autor desconocido.
(5) No se sabe a ciencia cierta qué son estos
«Libros Teodecteos».
Tú, hablabas mal y, ahora que
[ha muerto, escribes mal.
RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 10 199
Existen también antítesis falsas, como
escribe Epicarmo:
CAPITULO 10
SOBRE LOS DICHOS INGENIOSOS Y LA
ANALOOIA
Dadas ya las definiciones sobre estas
cosas, hay que decir de dónde se sacan
los dichos elegantes y los que merecen
estimación. Puede hacerlos el que
tiene buena disposición natural o el
que se ha ejercitado en ello; enseñar
la manera de hacerlos entra en nuestro
método. Digamos, pues, y enumeremos;
sil-vanos de comienzo esto: aprender
con facilidad, por naturaleza, es agradable
a todos; los nombres significan
algo, de manera que aquellos nombres
que nos aportan una enseñanza, son
los más agradables. Las palabras musitadas
nos son desconocidas y conocemos,
en cambio, las especificas; es la
metáfora la que principalmente logra
esto, porque, cuando llama a la ancianidad
paja de trigo, nos da una enseñanza
y un conocimiento a través del
género:' ya que una y otra cosa han
perdido sus flores. Consiguen también el
mismo efecto las imágenes de los poetas;
por lo que, si se aplican bien, resulta
elegante el estilo.
Porque la imagen es, como se ha dicho antes, una
metáfora diferenciada por la adición de
una palabra; por eso es menos agradable,
porque es una expresión más larga;
y no dice que esto es aquello, y,
por consiguiente, tampoco el espíritu
le pide esto.
Es necesario, pues, que el estilo y los
mismos entimemas sean elegantes, estos
en cuanto nos ocasionan una enseñanza
rápida. Por eso no están bien considerados
ni los entimemas superficiales
u obvios—llamamos obvios a los que
son evidentes para todos y a los que
no hay que preguntar nada—, ni los
que, una vez dichos, siguen incomprendidos,
sino aquellos de quienes nace un
conocimiento, o bien a la vez que son
expuestos—aunque no se conocieran antes—,
o bien su inteligencia se retarda
poco; se produce, pues, como una enseñanza,
mientras que de aquella manera
no ocurre ni una cosa ni otra. Según,
pues, la inteligencia de lo que se dice.
estos son los entimemas más estimados;
según el estilo, por su forma, son,
más estimados si se dicen por contraposición,
por ejemplo: «y la paz común
para los demás, la consideran guerra
para sus intereses particulares», donde
se contrapone la guerra a la paz. En
cuanto a las palabras, son estimadas si
contienen alguna metáfora, y si esta no
es impropia, ya que entonces es difícil
de comprender, ni es obvia, porque entonces
no impresiona. También se estiman
si ponen el objeto ante los ojos;
porque conviene ver más bien los hechos
que las cosas futuras. Es preciso,
pues, apuntar a estas tres cosas: la
metáfora, la antítesis y la eficacia.
De las metáforas, que son de cuatro
clases, son sobre todo estimadas las que
se basan en la analogía; como, por
ejemplo, dijo Pericles que la juventud
muerta en la guerra había desaparecido
de la ciudad, como si alguien hubiera
quitado del año la primavera. Y Leptines,
respecto de los Lacedemonios,
que no se debía permitir con indiferencia
que la Hélade se quedara tuerta. Y
Cefisódoto, al esforzarse Cares a rendir
cuentas sobre la guerra de Olinto, se
indignaba, diciendo que apretaba al pueblo
hasta el ahogo," al intentar rendir
las cuentas (1). Y exhortando cierta
vez a los atenienses a que pasaran a
Eubea, decía que era conveniente que
llevaran como provisiones el decreto de
Milciades (2). E Ifícrates, habiendo firmado
los atenienses una tregua con
Epidauro y aquel país costero, se irritaba
diciendo "que ellos mismos se habían
despojado de los recursos para la
guerra. Y Peitolao llamaba a la nave
sagrada de Atenas garrote del pueblo,
y a Sestos arcaz del Píreo (3). Y Pe-
(1) Parece que la imagen era popular. Ceílaódoto
es un orador del siglo iv. Cares, due
tomó parte en la guerra de Olinto con sus mercenarios,
contaba aún con ellos al ir a rendir
cuentas.
(2) Resolución proverbial: Milciades salló a
luchar contra Jerjes, sin reunir previamente el
consejo.
(3) Peito'.ao parece ser el mismo que, con
Licofrón, asesinó a su cuñado, el tirano Alejandro
de Fe'ras. La nave sagrada era un bar200
 1411 a/1411 b
rieles mandó que desapareciera Egina,
légaña del Pirco (1). Y Moirocles de-1
cía—nombrando a uno de los hombres '
decentes de la ciudad—que él no era i
peor que este; ya que este hacía el I
canalla al interés del tercio por uno, y
él al del diezmo (2). Y el verso yámbico i
de Anaxándrides, sobre las muchachas
que tardaban en casarse:
Prescritas ya para las bodas las doncellas.
Y lo que dijo Polieucto contra cierto
Espeusipo apoplético, que no podía descansar,
por obra de la suerte atado a
la enfermedad, en un cepo de cinco
agujeros (3). Y Ceflsodoto llamaba a
las trirremes muelas de molino pintad
de colores; y el Cínico decía que
las tabernas eran los banquetes espartanos
de. Atenas (4). Esión decía «que
había derramado la ciudad sobre Sicilia
», lo cual es metáfora y poner el objeto
ante los ojos. Y «hasta que Grecia
gritó», que también es hasta cierto punto
metáfora y poner la cosa ante los
ojos (5). También como Ceflsodoto mandaba
que se tuviera cuidado de que
no se hicieran muchas manifestaciones
tumultuarias. Isócrates decía lo mismo
contra los que acudían presurosos a las
asambleas festivas. Y, en el Epitafio,
que era justo que, sobre el sepulcro de
los que murieron en Salamina, la Hélade
se cortara el cabello en señal de
duelo, porque con la virtud de aquellos
había sido sepultada la libertad;
si hubiera dicho que era justo llorar
porque la virtud había sido consepultada
con ellos, resultaba una metáfora y
poner la cosa ante los ojos, pero lo
de «la libertad con la virtud» encierra
cierta antítesis. Y como dijo Ifícrates:
«porque el camino de mis palabras, pasa
a través de las acciones de -Cares»;
la metáfora es aquí por analogía, y lo
co ligero para misiones políticas o religiosas.
EM como un palo en manos de los atenienses.
í l t También se atribuye esto a Demades.
Í2| Era de Salamina; intervino en la poütlcí
ateniense en tiempos de Demóstenes.
(3) Orador ático de la época de Demóstenes.
(4! Diógenes el Cínico. Contrapone las austeros
comidas de Esparta a la licencia de1 las
tabernas atenienses.
(51 Orador de quizá finales del siglo v.
No hay más referencias de él.
de «a través de» pone el asunto ante
los ojos. Y el decir «llamar a los peligros
que han de ayudar en los peligros
», es una metáfora que además sensibiliza
el objeto. Y licpleón, defendiendo
a Cabrias (6): «ni siquiera respetaron
a su suplicante, su estatua de
bronce» (7); ya que es una metáfora
en el presente, pero no siempre, aunque
sensibiliza el objeto, ya que, &' ndo
él está en peligro, suplica su estatua;
aquí lo inanimado se hace animado
: el monumento conmemorativo de
sus hazañas en favor de la ciudad, intercede
por él. Y «de todas formas se
esfuerzan en pensar mezquinamente»;
ya que el esforzarse es cierta amplificación.
Y aue Dios ha encendido la luz
de la razón en el -alma, ya, que ambas
cosas Dignifican algo. «Porque no solventamos
las guerras, sino las diferimos»;
ya que ambas cosas están por suceder,
la dilación y la paz definitiva. Y decir
que los tratados de paz son trofeos mucho
más hermosos que los míe se erigen
en las guerras; ya que los trofeos
se erigen por motivos pequeños y por
un solo triunfo, y los tratados lo son
por la guerra en conjunto; ya que unos
y otros son signos de victoria. «Porque
también las ciudades rinden cuentas severas
por la reprobación de los hombres
», porque el rendir cuentas es una
especie de pena o castigo de la justicia.
CAPITULO 11
SOBRE LA METÁFORA, LA IMAGEN Y SUS
REQUISITOS
Queda dicho ya que las elegancias de
estilo provienen de la metáfora de analogía
y del sensibilizar los objetos; queda
por decir oué es sensibilizar los objetos
o ponerlos ante los ojos, y qué
se debe hacer para conseguir esto. Llamo
sensibilizar las cosas o ponerlas ante
los ojos, a significar las cosas en
acción; por ejemplo, decir que el hombre
bueno es un cuadrado, es una metáfora,
ya que ambos son perfectos, pe-
(6) Cabrias fue acusado de la pérdida de
Oropo. El orador, desconocido, interpreta la actitud
suplicante de la estatua, en su favor.
(7) Se ha dicho ya el sentido de la frase.
1411 b/1412 b RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 11 201
ro no significa una acción; en cambio,
decir que posee un vigor floreciente, es
una acción; y, «a ti como libre» (1)
es una acción, y
desde allí, pues, los griegos, lanzándose con sus
Ipies,
donde «lanzándose» es acción y metáfora,
ya que indica rapidez. Y como hace
en muchos pasajes Homero, que hace
obrar a lo inanimado por medio de
la metáfora. En todos ellos se estima
haber logrado una acción dinámica, como
en esos:
de nuevo hacia la llanada rodaba la piedra in-
Isolente;
y también:
y,
vo!6 la flecha,
deseosa de volar
en la tierra se clavaban, deseando vivamente
{saciarse de carne,
y, la punta penetró furiosa en el pecho.
En todos estos pasajes, por la referencia
a seres animados, parece que las
cosas están en acción, pues el carecer
de vergüenza, y el estar furioso, y todo
lo demás son acciones dinámicas.
Todo ello lo aplicó el poeta por medio
de la metáfora de analogía; porque lo
que la piedra es para Sísifo, es el insolente
para el injuriado. Los mismos
efectos consigue en las celebradas imágenes
sobre cosas inanimadas:
encorvadas, con su cimera de espuma, unas
[delante, luego otras detrás,
pues hace que todas las cosas se muevan
y vivan, y la acción es movimiento.
Es preciso, como se ha dicho, deducir
la metáfora de cosas propias y no evidentes;
como en filosofía contemplar
la semejanza aun en lo que difiere mucho
es cosa propia de un espíritu sagaz;
como decía Arquitas, que es lo
mismo un arbitro que un altar por-
(1) Metáfora que dice relación a las victimas
que, sin trabajo, estaban libres en terreno
sagrado. De Isócrates.
que en ambos se refugia el que ha delinquido.
O, si alguien dijera que áncora
y gancho para colgar son lo mismo,
porque ambas cosas vienen a ser
algo así, pero difieren en que una sostiene
su objeto desde arriba, la otra
desde abajo. Y el igualar las ciudades
es hacer lo mismo en cosas muy distintas,
ya que lo igual se aplica a la superficie
y al poder.
La mayoría de las elegancias de estilo
se. logran por medio de la metáfora
y a consecuencia de un engaño;
porque resulta más claro que se aprendió
aquello sin saber que era. lo contrario,
y el espíritu parece decir «cuán
verdaderamente era así y, con todo, yo
me equivocaba». Y de los apotegmas,
los elegantes lo son porque expresan
lo que no dicen, como el de Estesícoro
de que las cigarras les cantarán desde
el suelo. Y los enigmas bien formulados
son agradables por lo mismo; porque
son una enseñanza y se dicen a manera
de metáfora. Y lo que Teodoro llama
decir novedades. Sucede esto, cuando
ocurre algo inesperado y, como él
dice, no según la opinión que se tenia
antes de ello, sino como les que hacen
parodias en las piezas cómicas, lo cual
consiguen también los juegos de palabras,
porque engañan. También en los
versos; ya que no es la cosa como esperaba
el oyente:
caminaba llevando en los pies sabañones;
mientras el oyente pensaba que diría
sandalias. El juego de palabras'hace decir
no lo que dice, sino lo que el nombre
cambia, como el de Teodoro contra
Nicón el citaredo, «la tracia cantó»,
porque parece que quiere decir «te confunde
» y engaña, porque dice otra cosa.
Por eso es agradable para el que
lo sabe, pero, si uno no sospecha que
Nicón era tracio, no le parecerá gracioso
(2). Y lo de «quieres destruirlo
» (3). Conviene que los dos sentidos
queden expresados convenientemente. Y
así ocurre también con los dichos ingeniosos,
como decir que para los ate-
(2) Et habla de una comedia de Nicón, El
citaredo. Nicón era tracio.
Í3) Juego de palabras entre el nombre de los
persas y el verbo r.épfyw.
202  1412 b/1413 a
nienses el principado del mar no era
el principio de sus males, porque sacan
provecho de él. O, como decía Isócrates,
o.ue el principado era para la
ciudad él principio de sus males (1).
Porque, de ambos modos, lo que nadie
pensaría que se está diciendo, esto es
¡o que se dice, y se reconoce gue es
verdad; porque decir que el principado
es e! principado, no es de sabios;
pero no es esto lo que se dice, sino otra
cosa, y la palabra usada no significa
luego 'lo que primero, sino otra cosa.
En todos estos casos, si se lleva de modo
adecuado el nombre al equívoco o a
la metáfora, entonces resulta bien. Por
ejemplo: "Avezólos oóx ávao-^sTOí"—Tolerable
no es tolerable—, muestra equívoco,
pero será de modo adecuado, si
esta persona — Tolerable — es realmente
desagradable. Y también:
nunca seas e'xtraño más de lo que te conviene
[ser huésped (2),
no más de lo que te conviene es lo
mismo que no es preciso que el extraño
sea siempre extraño, porque también
esto tiene distinto sentido. Lo mismo es
aquel celebrado dicho de Anaxándrides,
bello es morir antes de haber hecho nada que
[merezca la muerte,
pues es lo mismo que decir que es digno
de morir sin ser digno de morir, o
digno de morir sin merecer la muerte,
o sin haber hecho cosas que merezcan
la muerte. La forma de dicción es la
misma en todas estas frases, pero cuanto
con menos palabras y más contrapuestas
se diga, tanto es más estimado.
La causa está en que la enseñanza por
medio de la contraposición es mayor, y
se logra más rápidamente por darse en
poco espacio. Conviene atender siempre
o a aquel a quien se dice o a decirlo
bien, si lo qué se dice es verdadero y
no vulgar; porque estas cosas pueden
darse por separado, como «es necesario
morir sin haber cometido falta», pero
esto no es elegante. O bien, «conviene
que una mujer digna se case con un
U) Pertenece al menos a tres discursos del
autor mencionado.
(2) Extraño y huésped se dicen en griego
con una misma palabra.
hombre digno», lo cual tampoco es elegante.
Pero sí lo es, si se dan juntamente
ambas cosas: «es digno de morir
el que no ha merecido morir». Cuantas
más cualidades de estas contenga
el estilo, tanto más elegante parece;
por ejemplo, sí también los nombres
fueran metáforas, y la metáfora fuera
metáfora, antítesis y parísosis a un
tiempo, y contuviera una acción dinámica.
Son también las imágenes, como Fe
ha dicho en lo que se ha tratado más
arriba, de alguna manera, metáforas
siempre estimadas; porque siempre se
dicen partiendo de dos términos, como
la metáfora por analogía; por ejemplo,
decimos que el escudo es copa de Ares,
y el arco lira sin cuerdas. De esta manera,
pues, se dice algo que no es simple,
pero sí lo es el llamar al arco lira
y al escudo copa. Y la imagen se hace
así, por ejemplo, comparando a un flautista
con un mono, o un miope con
un candil sobre el que cae una gotera;
porque ambas cosas hacen guiños.
La imagen está bien, cuando es metáfora,
porque se puede asimilar escudo
con copa de Ares y ruina con andrajo
de casa, y se puede decir que Nicérato
es un Piloctetes mordido por Pratys,
como comparó Trasímaco al ver
que Nicérato, desde que fue vencido en
recitación épica por pratys, andaba aún
sucio 'y con la cabellera larga. En estas
coras tropiezan sobre todo los poetas,
cuando no aciertan, aunque por otra
parte sean estimados como tales. Digo,
cuando escriben:
como perejil lleva torcidas las piernas,
como Filamón, luchando con el balón.
Todas estas cosas son imágenes. Y
que las imágenes son metáforas se ha
dicho muchas veces.
También los refranes son metáforas
que van de especie a especie; por ejemplo,
si alguien lleva a otro a su casa
para lograr un bien y luego recibe daño,
se dice «como el de Cárpatos a la liebre
»; porque a ambos les ocurrió lo
mismo (3).
(3) Se ha explicado así este proverbio: uno
de Cárpatos llevó liebres a su isla para criarlas,
pero devastaron la isla.
1413 a/1414 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 12 203
De dónde, pues, se sacan los dichos
ingeniosos y por qué, se ha dicho más
o menos, y también la causa de ello;
también las hipérboles son metáforas
estimadas, por ejemplo, refiriéndose a
alguien que está lleno de cardenales:
«creeríais que era un canastillo de moras
», porque el cardenal o la moradura
es de color rojizo, pero la cantidad es
demasiada. El decir «como esto y lo
otro» es una hipérbole que se distingue
por la manera de expresar.
Como Filamón luchando con el balón,
se creería que es el mismo Mamón el
que lucha con el balón: esto'es hipérbole.
Como perejil lleva las piernas torcidas;
creeríais que este no tiene piernas, sino
perejil, así las tiene de torcidas: lo
mismo. Las hipérboles son juveniles,
porque arguyen vehemencia. Por esta
razón las dicen sobre todo los que están
enojados:
Ni aun cuando me diera tantas cosas como gra-
Inos hay de arena y de polvo,
no me caso con la hija de Agamenón el Atrida,
ni aunque rivalice en belleza con la áurea
y en obras con Atenea. [Afrodita,
—Se sirven especialmente de esto los
oradores áticos—. Por eso resulta inadecuado
que las diga un hombre entrado
en años (1).
CAPITULO 12
SOBRE CADA GENERO Y SU ESTILO, Y LAS
CUALIDADES QUE DEBE TENfM ESTE
Conviene que no se olvide que a cada
género le conviene un estilo distinto;
ya que no es el mismo el estilo
de la prosa escrita que el del debate,
ni el de la oratoria demótica que el
de la forense. Dos cosas es necesario saber
: una, saber expresarse en griego;
la otra, no verse obligado a callar, si
se quiere comunicar algo a los demás,
y eso les pasa a los que no saben escribir.
El estilo escrito es el más exacto,
el de debate el más teatral—de este
hay dos especies: una expresa el carácter,
la otra lo pasional—; por eso
los actores buscan los dramas de este
último estilo, y los poetas a las personas
que también son asi. Son muy
cotizados los poetas aptos para la lectura,
como Queremón—que es exacto
como un prosista—, y Licimnio, entre
los ditirámbicos. Comparándolos, los que
son escritores aparecen encogidos en
los debates, y los oradores que hablan
bien, parecen vulgares puestos en la
mano. La causa está en que esos oradores
son adecuados al debate; por eso
también los discursos teatrales, si se
les quita la máscara de acción dramática,
parecen necios, al no producir su
propio efecto; por ejemplo, la falta de
conjunciones y el decir muchas veces
lo mismo, con razón desmerece en la
redacción, pero no en los debates mismos,
y los oradores los usan porque son
cosas teatrales. Es necesario que los que
hablan den variedad a lo mismo, lo
cual es como si preparara el camino a
la acción: «este es el que os ha robado,
este es el que os ha engañado; este
es el que ha intentado traicionaras
hasta el fin». Como hacía el actor Filemón
en la Locura del Viejo, de Anaxándrides,
cuando decía «Radamanto v
Palamedes», y en el prólogo de Los piadosos,
el «yo»; porque si uno no representa
tales cosas, resulta el que lleva
la viga (2). Y de modo semejante
lo que no lleva conjunciones: «llegué,
recurrí a él, suplicaba»; porque es
necesario ponerlo en acción y no decirlo
con el mismo carácter y tono, como
si dijera una sola cosa. Además la
falta de conjunciones tiene una propiedad
: que en igual tono, parece que
se dicen muchas cosas; ya que la conjunción
convierte muchas cosas en una,
de manera que, si se quita es evidente
que, por el contrario, se convierte
el uno en muchos. Contiene, pues,
una amplificación: «llegué, hablé, supliqué
», ya que parece haber despreciado
las muchas cosas que dije. Esto quiere
también conseguir Homero en aquello:
(1) La frase entre guiones parece estar fue- (2) Es un refrán popular, cuyo sentido es
ra de1 sitio. ¡obvio en el texto.
204  1414 a/1414 b
Nireo. pues, de Sime...
Nireo, hijo de Aglaia....
Nireo, el más hermoso...
Porque aquel sobre quien mucho se dice,
es necesario que sea también nombrado
muchas veces; y también si se
le nombra muchas veces, parece se dicen
de él muchas cosas; de esta manera
se engrandeció por este paralogismo,
con solo haberle mencionado
una vez y dejó memoria de él, sin haber
hecho alusión a él en ningún otro
lugar, más adelante.
El estilo de la oratoria deliberativa
se parece enteramente a la pintura de
luces y sombras o de apariencias; porque
cuanto mayor sea la multitud, la
visión es más lejana, y por eso los pormenores
parecen superfluos y dicen mal
en una y otra; la forense, empero, es
más exacta. Y más aún, cuando el juez
es único; porque dirigiéndose a uno
solo, cabe el mínimo de retórica; porque
es más fácil de ver lo que es apropiado
a la causa y lo que le es ajeno,
y falta todo debate, con lo que el juicio
es puro. Por eso no son los mismos
los oradores que son estimados en cada
uno de estos géneros, sino que donde
hay más de acción teatral, allí es
menor la exactitud. Asi, donde hay voz
y más donde hay voz fuerte. El estilo
epidictico es el más literario; porque
su objeto es la lectura; en segundo
lugar está el estilo de la oratoria forense.
Seguir analizando el estilo y decir que
conviene aue sea agradable y magnífico,
es superfluo; porque ¿qué más puede
valer esto que la sobriedad, la liberalidad
y cualquier otra virtud moral
que pueda haber en él? Que el estilo
sea agradable lo logrará, evidentemente,
lo que se ha dicho ya, si se ha definido
bien la virtud del estilo; ¿que
por qué motivo conviene que sea claro
y que no sea rastrero sino digno? Porque,
si se habla con prolijidad no será
claro, ni tampoco si se habla con demasiada
concisión. Mas es evidente que es
conveniente un término medio. Y lo que
se diga resultará de estilo agradable si
se mezclan bien lo cotidiano y lo extraño,
y si hay ritmo, y si lo convincente
nace de la conveniencia.
Hemos tratado, pues, del estilo, en
general para todos los géneros y en
particular para cada uno. Nos queda
ahora hablar de la estructuración o composición
del discurso.
CAPITULO 13
SOBRE LA EXPOSICIÓN, LA DEMOSTRACIÓN
V OTRAS PARTES DEL DISCURSO
El discurso tiene dos partes, ya que
es necesario exponer el asunto de que
.se trata y después demostrarlo. Por eso
es imposible exponer sin demostrar o
¡ demostrar sin antes haber expuesto el
asunto; porque el que demuestra, demuestra
algo, y el que enuncia algo lo
hace con el fin de demostrarlo. De estas
partes una es la exposición, la otra
la prueba, como también podría alguien
dividir diciendo que una es la cuestión
o problema y la otra la demostración.
Ahora se hacen divisiones ridiculas;
porque la narración es propia solo del
discurso forense, ¿cómo cabe, pues, que
en el discurso demostrativo o deliberativo
haya narración como dicen, o la
refutación de la parte contraria, o el
epílogo en los discursos demostrativos?
El exordio, el cotejo de razones, la recapitulación,
se dan a veces en los discursos
deliberativos, cuando hay disputa.
Y, en cuanto son acusación y defensa,
muchas veces, pero no en cuanto
discurso deliberativo; y el epílogo ni
aun de todo discurso forense es propio;
por ejemplo, si el discurso es de
reducidas dimensiones o el asunto es
fácil de recordar; ya que así se puede
abreviar la longitud.
Las partes necesarias son, pues, la
exposición y la argumentación. Estas
son las propias, y a lo más, exordio, exposición,
argumentación y epílogo; porque
la refutación de la parte contraria
forma parte de la argumentación, y el
comparar las razones es ampliación de
las razones propias, como una parte de
los argumentos; porque demuestra algo
el que hace esto; pero no es este el fin
del exordio y del epílogo, sino refrescar
la memoria. Resultaría, pues, si alguien
distinguiera estas partes, lo que hacían
los discípulos de Teodoro, que separaban
1414 b/1415 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 14 205
por una parte la narración y por otra
la posnarración y la prenarración, y a
refutación y la sobrerrefutación. Al decir
una especie o señalar una diferencia
es conveniente poner un nombre; si no,
se vuelve el tratado ligero y necio, como
hace Licimnio en su Arte (1), dando 'os
nombres de «proflación» (2), «divagación
» y «ramas».
CAPITULO 14
SOBRE EL EXORDIO, EN LOS DIVERSOS
GÉNEROS ORATORIOS
El exordio es, pues, el comienzo del
discurso, lo que el prólogo en la poesía
y el preludio en la música de flauta;
porque todo esto son preámbulos, y
como la preparación del camino para
lo que sigue. El preludio de la flauta
es semejante al exordio de los discursos
demostrativos; porque los concertistas
de flauta, lo que saben modular bien con
su instrumento, al preludiarlo, lo enlazan
con la entonación de la pieza, y en
los discursos demostrativos conviene escribir
así el exordio; porque, una vez
se haya dicho lo que se quiere, conviene
hallar en seguida la tónica y establecer
el enlace; que es lo que hacen todos.
Sirva de ejemplo el exordio de la Helena
de Isócrates, ya que nada de común
existe entre los erísticos y Helena. Y,
al mismo tiempo, queda bien, si se aparta
del tema y el discurso no resulta todo
de la misma especie.
Los exordios en el género demostrativo
proceden de la alabanza o de la censura;
por ejemplo, Gorgias en el discurso
Olímpico.- «sois dignos de ser admirados
por muchos, ¡oh varones griegos!»;
porque el discurso ensalza a los que organizaron
las asambleas festivas; Isócrates,
en cambio, los censura, porque
honraron con dones las virtudes del
cuerpo, pero para los que tenían talento
no instituyeron ningún premio. También
puede el exordio tomar pie de un
consejo, como, por ejemplo, que es ne-
(1) Hemos tocado este aspecto vacuo de Licimnio
en la nota (1> de la pág. 101.
(2) La palabra griega significa «navegación
coa viento favorable». Tomo el neologismo de
Tovar, 1. c. III, 13 y nota.
cesarlo honrar a los buenos, por lo cual
el mismo discurso enaltece a Arístides;
o bien, que conviene honrar a los que
ni son estimados ni son malos, sino que
son buenos en el anonimato, como Alejandro,
hijo de Priamo; ya que el que
así hace, aconseja. También se puede
partir de exordios forenses; eso es, de
los dirigidos al oyente, si el discurso es
sobre algo extraño, o sobre algo difícil,
o sobre algo del dominio público, de manera
que se necesite indulgencia; por
ejemplo, Querilo (3):
ahora, cuando todo ha sido repartido...
Los exordios, pues, de los discursos
demostrativos, parten de esto: de la
alabanza, de la censura, la persuasión p
la disuasión, de consideraciones dirigidas
al oyente; es preciso que las cosas
que den el tono al discurso sean o bien
extrañas o bien familiares.
En cuanto a los exordios del género
forense, conviene partir de la idea de
que significan lo mismo que los prólogos
de los dramas y los proemios de los
poemas épicos; los de los ditirambos,
en cambio, se parecen a los de los discursos
demostrativos:
por ti misma y luego por tus dones, Escila... (4).
En los discursos y en los poemas épicos
el exordio es un prenuncio del asunto,
para que se vea de antemano sobre
qué versa el discurso y no quede en suspenso
la atención mental, porque lo indefinido
induce a error; asi pues, el que
hace como que pone en la mano el comienzo,
hace que a continuación se siga
bien el discurso. Por eso:
Canta la ira, oh diosa...
Habíame, musa, del 'Varón...
Llévame a otro relato, cómo de la tierra de Asia
vino a Europa una gran guerra... (5).
También los trágicos dan a entender algo
sobre el drama, aunque no sea en
seguida, como hace Eurípides; pero sí,
(3) Querilo de Samos : Perseida.
(4) Del ditirambo Eicüa, de Timoteo.
(5i Comienzos de la Ilíada, la Odisea, y
probablemente la Perseida. de Querilo.
206  1415 a/1415 b
al menos, en el prólogo, como hace Sófocles
:
MI padre era Pólibo (1).
Y de manera semejante hace la comedia.
La función, pues, mas relevante del
exordio y la propia de él es dar a entender
cuál es el fin a que se dirige el
discurso; por eso, si es evidente y de
poca monta el asunto, no es necesario
el exordio.
Las otras especies de exordios que se
usan son precauciones—remedios—oratorias
y comunes a todos los géneros.
EStas especies derivan del que habla,
del oyente, del asunto o de lo contrario
a él. Todas las cosas que se refieren al
mismo orador o a su adversario son recursos
para refutar la acusación o para
reforzarla. Pero no se hace en ambos
casos de igual manera; porque, al que
se defiende le corresponde atender a la
odiosidad de la acusación en el exordio,
y al que acusa le corresponde hacerlo
en el epilogo. Kl porqué de ello no es
oscuro; ya que el que se defiende, cuando
va a presentarse a sí mismo, es necesario
que remueva los obstáculos, de
manera que lo primero que tiene que
hacer es desvirtuar lo odioso que tiene
la acusación; al que acusa le es necesario
agudizar la odiosidad en el epílogo,
para que se recuerde con más fuerza.
Los recursos que se refieren al oyente
deben partir del intento de hacerle benévolo
o provocarle a la ira, y a veces
volverle atento a lo contrario; ya que
no siempre es conducente atarle la atención,
por eso muchos procuran moverle
a la risa. Si uno quiere, todas las cosas
llevan a una disposición favorable,
y el aparecer persona decente también;
porque a esta clase de personas se les
hace más caso. S presta atención a las
cosas grandes, a as propias, a las que
son admirables, a las que son agradables;
por eso'es preciso dar a entender
que el discurso versa sobre cosas de estas.
Y, si no se quiere que los oyentes
estén atentos, hay que decir que el discurso
trata de cosas de poca monta, que
nada tienen que ver con ellos, que es
desagradable. Con todo, no conviene pací)
Del Edipo Rey, verso TI*. No parece,
pues, del prólogo...
sar por alto que todas estas cosas están,
fuera del discurso; porque van dirigidas
a un oyente vulgar y que escucha
las cosas marginales al asunto; puesto
que, si no es así, para nada es necesario
el exordio, sino basta exponer en resumen
el asunto, para que el discurso,
como un cuerpo, tenga su cabeza. Además,
el atraer la atención de los oyentes
es algo común a todas las partes del
discurso, si es conveniente hacerlo; porque
en cualquier lugar de él se aburren
más las gentes que al comienzo. Por eso
es ridículo imponer atención al comienzo,
cuando precisamente todos oyen con.
más atención. De manera que, donde sea
oportuno, hay que decir «y prestadme
atención, porque esto no es más mí»
que vuestro», y
porque os voy a decir algo grave como nunca
habéis oído», ni tan sorprendente. Esto
es, como decía Pródico, intercalar, cuando
se le adormilaban los oyentes, la
oración de las cincuenta dracmas. Está
claro que esto va encaminado al oyente,
aunque no en cuanto es oyente; ya que
todos, en los exordios, o exacerban la
odiosidad o disipan temores.
Rey, hablaré no como si por prisa...
¿A qué viene este exordio? (2).
Y así lo hacen también los que tienen
mal su asunto o así lo creen; porque es
mejor gastar el tiempo en cualquier parte
antes que en el asunto. Por eso los
siervos no dicen lo que se les ha preguntado
sino con rodeos, y hacen preámbulos.
Quede, pues, esto dicho sobre de
dónde hay que sacar recursos para hacer
benévolo el auditorio, y se ha hablado
ya de cada una de las demás cosas
de este estilo. Ya que bien dicho
está:
Concédeme llegar a los Feacios amado y digno
[de compasión (3),
ya que conviene tender a estos dos sentimientos.
En los discursos demostrativos
conviene hacer creer al oyente que
(2) Sófocles, Antígona, 223, y Eurípides, Ifigenia
en T&uriae, 1102.
(3) Odisea, VI, 327.
1415 b, 1416 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 15 207
es ensalzado con todos, o bien él personalmente
o su linaje o su profesión o de
otro modo cualquiera; porque es verdad
lo que dice Sócrates en el Epitafio:
que no es difícil ensalzar a los atenienses
ante los atenienses, sino ante los
lacedemonios.
Los exordios del género deliberativo
se hacen a partir de los del forense, aunque
por naturaleza son poco adecuados;
porque ya se sabe de qué se va a tratar
y el asunto para nada necesita de
exordio, salvo si es sobre el mismo orador
o sus adversarios, o si los oyentes
no toman el asunto con la gravedad que
el orador quiere, sino con más o con
menos; por eso es necesario exacerbar
la odiosidad o disiparla, y amplificar o
atenuar la cuestión. Por estas causas se
necesita el exordio; o para darle ornato,
no fuera a parecer improvisado todo,
de no tenerlo. Porque tal es el caso del
encomio de Gorgias a los eleos; pues,
sin ningún braceo previo o ademán alguno
de preparación, comienza de repente
: «Elis, ciudad venturosa.»
CAPITULO 15
SOBRE COAÍO REBATIR LA ACUSACIÓN DEL
CONTRARIO
Respecto de la acusación, lo primero
es ver a partir de qué cosas podría uno
desvirtuar la enojosa sospecha; porque
nada, importa que se haga hablando o
no, con tal de que ello se logre en absoluto.
Otra manera de salir al encuentro
de los puntos que están en litigio es decir
o bien que el hecho imputado no
existe, o que no fue dañoso, o bien que
no fue tal para el adversario, o que no
lo es tanto como dice, o que no es injusto
o al menos no mucho, o que no es
vergonzoso, q que no tiene importancia;
porque la discusión se centra en estas
cosas; asi lo hizo Ifícrates contra Nausícrates:
porque afirmó haber hecho lo
que decía y haber causado daño, pero no
haber cometido injusticia. También se
puede decir que se ha cometido la injusticia
en compensación; que, si la acción
ha ocasionado daño, ha sido con
todo honrosa; que, si ha motivado tristezas,
también ha sido provechosa; o
algo por el estilo. Otro modo consiste
en decir que ha sido un error, una desgracia
o una necesidad imperiosa; como
Sófocles dijo que temblaba no por parecer
viejo, como decía' el acusador, sino
por necesidad; porque tenía ya ochenta
años y no por propia voluntad. Y contradecir
al adversario en aquello por
cuya causa dice él haberse obrado, diciendo
que no pretendía uno ocasionar
un daño sino tal cosa, y que no hizo
aquello de que se le acusa, y que fue
por casualidad que causara aquel daño;
«sería justo que se me odiara, si hubiera
obrado para que esto sucediera». Otra
forma es, si ha estado complicado en
ello el que acusa, sea en la actualidad,
sea antes, él mismo o alguno de los suyos.
Otro mod0, si estuvieran complicados
otros en el asunto, otros que la
gente conoce .que no son objeto de la
acusación, como, por ejemplo, que si porque
uno es pulcro es adúltero, también
lo tendría que ser fulano. Otro medio,
si el contrario acusó a otros, o los acusó
un tercero, o si sin acusación se sospechaba
de ellos como ahora del acusado,
y que luego resultó evidente que
no eran culpables. Otro es el de acusar
al que acusa; porque sería absurdo que,
si él mismo no merecía crédito, fueran
dignas de fe sus razones. Otro medio,
si se dio ya la sentencia; como, por
ejemplo, hace Eurípides contra Higisinon
(1), que le acusaba en un proceso
de antidpsis (2) de que era impío,
porque había escrito incitando al perjurio
:
la lengua Juró, pero la mente no juró.
Pues Eurípides dijo que su acusador cometía
injusticia trayendo a los tribunales
los juicios del certamen dionisíaco;
porque allí era donde él había dado
cuenta de sí, o la daría, si le quería
acusar. Otro medio es acusar partiendo
de una calumnia—¡poderoso medio!—,
y esto porque hace dar media vuelta a
(1) Personaje desconocido, asi como la anécdota.
(2) Consistía este pleito en procurar hurtar
una carga pública, denunciando a otro con mayores
bienes que uno y, por tanto, con mayor
obligación. Como prueba se ofrecía la antídosis,
el cambio de bienes.
208  1416 b/1417 a
los juicios y porque no se da fe al asunto.
Común a ambas partes es el tópico
de decir los indicios; por ejemplo, en
el Teucro, cuando Ulises pretende que
Teucro es pariente de Príamo; porque
Hesíone era hermana de este; Teucro,
en cambio, dice que su padre, Telamón,
era enemigo de Príamo y que no había
denunciado a los espías (1). Otro medio
es propio para el acusador y es ensalzar
un poco prolijamente y luego censurar
mucho y concisamente, o bien, presentando
por d e l a n t e muchas cosas
buenas, lo único que atañe al asunto,
censurarlo. Estos son los medios más hábiles
y más injustos; porque intentan
hacer daño con lo bueno, mezclándolo
con lo malo.
Un modo hay aún, que sirve en común
al que acusa y al que refuta; puesto que
una misma cosa cabe hacerla por muchos
motivos, al que acusa le es posible
tomarlo a mala parte, inclinándolo
a lo peor, y al que se defiende le es
posible echarlo a buena parte, inclinándose
a lo mejor; por ejemplo, que Diomedes
eligió de antemano a Ulises: el
uno puede decir que recibió a Ulises por
sus notables dotes; el otro puede decir
que no las tenía, pero que le recibió
tan sólo porque, como cobarde que era,
no era rival suyo.
CAPITULO 16
SOBRE LA NARRACIÓN, LOS CARACTERES
Y EL PATETISMO
Quede esto dicho en torno a la acusación:
la narración, en los discursos
demostrativos, no es seguida, sino por
partes; pues es preciso recorrer los hechos
y acciones de que consta el discurso;
ya que el discurso consta por una
parte de algo sin arte, pues el que
habla no es en manera alguna causante
de los hechos y por otra parte de algo
sujeto al arte; es decir, o bien porque
hay que demostrar, si algo resulta increíble,
o porque hay que probar cómo
es, o de qué importancia, o todo ello junto.
Por estos motivos algunas veces no
(1) Referencia a una tragedia perdida de
Sótocles.
¡conviene narrarlo todo seguido, porque
es difícil de recordar una demostración
así. Y se dirá: según estos hechos se
mostró valeroso, según estos otros, sabio
o justo. Y este discurso es más sencillo,
aquel en cambio variado y no sencillo.
Conviene refrescar la memoria de
los hechos conocidos; por eso la mayoría
no necesitan de narración, por ejemplo,
si quieren ensalzar a Aquiles; porque
todos conocen los hechos, pero es
preciso servirse de ellos; pero, si quieres
alabar a Critias, sí conviene hacerlo,
porque muchos no los conocen. Ahora
ridiculamente dicen que conviene que
la narracción sea rápida. Sin embargo
es, como cuando al panadero, que preguntó
si había de hacer la masa dura
o blanda, se le respondió: —«Pues,
¿qué? ¿Es imposible hacerla en su punto?
» De modo semejante aquí; porque
es necesario no narrar prolijamente, como
tampoco hacer grandes exordios ni
largas argumentaciones; porque aquí el
punto no está en lo rápido ni en lo conciso,
sino en lo proporcionado; eso es,
decir lo que pueda esclarecer el asunto,
o lo que haga sospechar que sucedió, o
que se cometió daño o injusticia, o aquellas
cosas que le dan la importancia que
conviene; y, para el adversario, lo contrario.
Hay que añadir a la narración todo
lo que haga resaltar la propia virtud,
por ejemplo: «yo le advertí siempre, diciéndole
lo que era justo, que no debía
abandonar a sus hijos»; o bien lo que
haga resaltar la maldad del contrario:
«y él me respondió que dondequiera estuviese
tendría otros hijos»; lo cual dice
Herodoto, respondieron los egipcios
desertores. O bien también lo que haga
resaltar las cosas que resultan agradables
a los jueces.
Al que se defiende le corresponde una
narración más breve; las cuestiones en
litigio son o bien que no se dio tal
hecho, o que no fue nocivo, o que no
fue injusto, o que no fue de tanta monta,
de manera que no conviene perder
el tiempo en aquello en que todos están
de acuerdo, a no ser que alguien
discuta aquello, por ejemplo, sobre si
algo se ha hecho, pero no fue injusto.
También conviene dar las cosas como
1 hechas, a no ser que al narrarlas en los
1417 a/1417 b RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 17 209
detalles de su realización produzcan lástima
o terror. Un ejemplo de ello es el
relato de Alcino, porque Ulises se lo
cuenta todo a Penélope en sesenta versos
(1); y como Phayllos hace los poemas
cíclicos y el prólogo en el Oineo.
Es necesario que la narración posea carácter
propio. Esto se logrará, si sabemos
qué es lo que confiere carácter. Un
medio es manifestar el propósito que
guía la narración, ya que el carácter es
lo que es la. intención, y la intención
es lo que es el fin que la rige. Precisamente
por esto no tienen carácter los
razonamientos matemáticos, porque no
tienen propósito alguno, ya que no tienen
finalidad. Pero lo tienen, en cambio,
los diálogos socráticos; porque tratan
de cosas del tipo de las indicadas.
Otros rasgos que dan a conocer el carácter
son los que acompañan a cada
uno de los caracteres, por ejemplo, decir
de uno que, al mismo tiempo que hablaba,
caminaba; porque muestra violencia
y rudeza de carácter. Y no hablar como
partiendo de un plan preconcebido, como
se hace ahora, sino como partiendo
de un fin que lograr: «yo quería esto,
pues me lo proponía, aunque no me favorecía,
como lo mejor»; ya que una
cosa es propia de un hombre prudente,
la otra de uno bueno; ya que la prudencia
está en perseguir lo que conviene,
la bondad en buscar lo bueno. Si
algo es increíble, entonces hay que añadir
su causa, como hacía Sófocles; por
ejemplo, aquello de la Antígana, de que
ella se cuidaba mas de su hermano que
del marido o de los hijos; porque, si se
perdían estos, podían aún engendrarse.
pero, una vez bajados al Hades la madre y el
[padre,
no es ya posible que alguna vez nazca un her-
[mano.
Si no se tienen razones que dar, antes
no se desconoce que es realmente increíble
lo que se dice, se dirá, con todo,
que uno es así por naturaleza; porque
se desconfía que se haga de buena gana
otra cosa que la conveniencia.
Parte también en el discurso de algo
(1) Alusión a la narración de la Odisea,
XXIII, resumen de los cantos IX a XII de la
misma.
patético, narrando lo que se sigue de las
pasiones, y las cosas que ya se saben,
y las cosas particulares oue distinguen
al mismo orador o al adversario; «el se
marchó, luego de haberme mirado de
reojo». Y como dice Esquines sobre Cratilo,
que silbaba y batía palmas; porque
no son cosas creíbles, ya que estas
cosas que se saben son señales de aquellas
que no se saben. La mayoría de
estas se pueden tomar de Homero:
Así habló, y la anciana se cubrió con las manos
[la cara;
lo cual dijo, porque los que se echan a
llorar se ponen las manos ante los ojos.
Y, en seguida, preséntate tú a ti mismo
de alguna manera, para que así te consideren
tal, y haz lo mismo con la parte
contraria; pero esto hazlo de modo que
pase inadvertido. Que es fácil, se puede
ver por los que nos traen una noticia;
ya que sobre aquello de que nada sabemos,
adquirimos, sin embargo, al verlos
una cierta prevención. Conviene narrar
en varios lugares, y a veces no al comienzo.
En los discursos políticos es donde menos
cabida tiene la narración, porque
nadie hace una narración de las cosas
futuras; pero, si hubiera algún relato,1
será de las cosas pasadas, para que, recordando
aquellas, mejor deliberen sobre
el futuro. Y lo mismo si es acusando
o si es alabando. Pero entonces no se
hace el papel de consejero.
Si lo que se va a relatar es increíble,
hay que prometer en seguida decir también
la causa y disponerla con los pormenores
que los oyentes quisieren; por
ejemplo, la locasta del Edipo de Karkinos
siempre promete esto, a medida
que la va interrogando el que busca a
su hijo; y también el Hermón de Sófocles.
CAPITULO 17
SOBRE LA DEMOSTRACIÓN Y SUS CASOS Y
PARTICULARIDADES
Los argumentos retóricos deben ser demostrativos
; y, puesto que la disputa se
puede centrar sobre cuatro cosas, es necesario
demostrar, dirigiendo la demos210
 1417 b/1418 a
tración a lo que es el punto de litigio;
por ejemplo, si la disputa es sobre que
el hecho no ocurrió, es preciso, en el
juicio, dirigir la demostración precisamente
a esto; si le dicen que no causó
daño, a esto; y si arguyen que el daño
no fue tan grande o bien que fue justo,
de la misma manera que si la disputa
se cendrara sobre si el hecho sucedió.
No debe pasarse por alto que, solo en
esta disputa de si el hecho sucedió, es
necesario que sea mala una de las partes
; ya que no se puede dar como causa
la ignorancia, como si se disputara sobre
si la acción fuera justa; de modo
que hay que demorarse en esta cuestión
y no en las otras.
En los discursos demostrativos, de ordinario,
la amplificación será decir que
los hechos son buenos y provechosos;
ya que conviene que los hechos mismos
se crean; puesto que pocas veces se
aducen pruebas de ellos, como en el caso
de que fueran poco dignos de fe o que
otro tuviera motivo de censura contra
ellos. En los discursos deliberativos se
podría discutir o bien que una cosa no
va a ser o que sucederá lo que se aconseja,
pero que no es justo, o que no es
útil, o que no tiene la importancia que
se le atribuye.
Conviene también mirar si se aduce
algo falso en 1(5 que es ajeno al asunto;
porque se tomaría como argumento irrebatible
de que también en lo demás se
miente.
Los ejemplos constituyen lo más propio
de la oratoria deliberativa, y los entimemas
de la forense; porque una se
refiere al futuro, de manera que es necesario
presentar ejemplos de las cosas
que han sucedido; la otra trata de lo
o_ue es o no es, de lo cual es más propia
la demostración y la necesidad; porque
lo sucedido tiene la dimensión de lo
necesario. No conviene enunciar unos
detrás de otros los entimemas, si no se
han de ir mezclando; porque, si no, se
estorban mutuamente. Pues también hay
un límite en la cantidad.
Olí amigo, puesto que dijiste tantas cosas cuan-
[tas podría decir un varón prudente....
Dice tantas, pero no tales. Y no hay
que buscar entimemas sobre todas las
cosas; porque, si no, harás lo que algún
filósofo que otro, que prueba con silogismos
cosas más conocidas y más dignas
de crédito que las premisas de que
parte en su demostración. Y, cuando
excites una pasión, no digas un entimema;
porque, o bien estorbarás la pasión,
o habrá sido inútil que se dijera el entimema;
porque chocan entre sí movimientos
opuestos y se anulan o e debilitan.
Cuando el discurso sea de matiz
caracterológico, tampoco conviene buscar
entimemas, porque la demostración
no admite ni carácter ni preferencia.
Hay que hacer uso de sentencias tanto
en la narración como en la argumentación
; porque son cosas de carácter:
«también yo se lo di, aun sabiendo que
no hay que confiar en él»; y, si es de
tonalidad patética: «y no me arrepiento,
aunque haya padecido yo la injusticia;
porque a él le ha tocado el fruto,
a mí la justicia».
Hablar al pueblo es más difícil que
hacerlo en un juicio, naturalmente, porque
hay que hablar sobre el futuro; en
cambio, allí hay que hablar de lo ocurrido,
cosa sabida ya hasta por los adivinos,
como decía Epiménides de Creta,
ya que este no vaticinaba sobre el futuro,
sino sobre las cosas sucedidas, pero
ocultas. La ley es el objeto propio de
la oratoria forense; y teniendo un principio,
es fácil hallar una demostración.
Tampoco admite muchas digresiones,
como por ejemplo hablar contra la parte
contraria, o sobre uno mismo, o hacerlo
patéticamente, sino menos que ningún
genero, si es que no se quiere distraer
al oyente. Es, pues, necesario hacer esto
sólo cuando se .está, en un apuro, como
hacen los oradores atenienses e Isócrates;
ya que este hasta deliberando acusa,
por ejemplo, a los lacedemonios en
el Panegírico, y a Cares en el discurso
sobre los aliados. En los discursos demostrativos,
conviene intercalar en el
desarrollo del discurso elogios episódicos,
como hace Isócrates', que siempre mete
alguno. Y lo que decía Gorgias de que
nunca le faltaba materia para el discurso,
es precisamente esto; porque si habla
de Aquiles, alaba a peleo, luego a
acó, luego al dios; y de modo semejante
si habla del valor, que si realiza
tales y tales cosas, o bien que si es tan
grande.
1418 b/1419 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 18 211
Una vez que se tienen argumentos,
hay que hablar con carácter y apodícticamente;
pero, si no pe tienen entimemas,
al menos hay que hacerlo con carácter;
porque, al que es bueno, le conviene
más parecer bueno ante los oyentes,
que de oratoria muy atildada.
De los entimemas son más estimados
los refutativos que los demostrativos,
porque los que refutan, con.más claridad
dan a entender que están construidos silogísticamente
; ya que las cosas contrarias,
puestas unas junto a otras, se conocen
mejor.
Lo que se dice a la parte contraria no
es de una especie diversa, sino de la
misma que los argumentos que refutan
con una objeción o con un silogismo.
Es necesario, tanto en la deliberación
como en el juicio, al comenzar, decir
primero los argumentos propios, y luego
salir al encuentro de las razones contrarias,
refutándolas y deshaciéndolas.
Si la réplica fuera copiosa, hay que decir
primero las razones contrarias, como
hizo Calistrato en la asamblea de
Mesenia; ya que, una vez hubo respondido
a lo que dijeron, entonces habló él.
Cuando se hable después, primero hay
que hacerlo contra el discurso adversario,
refutándolo y razonando a su vez en
contra, y de una manera especial si ha
sido considerado favorablemente; porque,
igual que el espíritu no admite a
un hombre que ha sido antes sospechoso,
tampoco admite un discurso, ti
el contrario parece haber hablado bien.
Conviene, pues, preparar en el oyente un
lugar para el discurso que va a venir;
y esto sucederá, si se destruyen primero
sus razones. Por eso, luego de combatir
todos los argumentos, o los más
principales, o los que más favorablemente
han impresionado, o los más vulnerables,
han de probarse de la misma manera
las propias razones.
En primer lugar vendré a ser un aliado para
los dioses; porque yo a Hera... (1):
en estos versos se tocó primero el punto
más inseguro.
Sobre los argumentos, eso era lo que
había que decir. Respecto del carácter,
(1) Eurípides, Troyanas, 969, 971.
dado que decir algo sobre uno mismo
o bien puede parecer reprochable, o bien
palabrería, o contradicción, y decirlo sobre
otro puede parecer injuria o grosería,
es conveniente hacer ver que habla
otro, cosa esta que hace Isócrates
en el Filipo y en la Antidosis, y así es
como censura Arquíloco, que presenta al
padre hablando sobre su hija, en los
yambos:
de las cosas no hay ninguna inesperada, ni que
[se pueda jurar imposible;
y presenta al carpintero Carón, en el
yambo que comienza:
Las de Giges no me...;
y de igual manera, Sófocles hace que Hemón
interceda por Antígona ante su padre,
como si hablaran otros.
También conviene variar los entimemas
y convertirlos a veces en sentencias
; por ejemplo: «es necesario que
los que tengan sentido común, hagan
las paces con el enemigo, cuando estén
en buena posición; porque así podrán
obtener más ventajas». En forma de entimema
sería: «porque, si conviene firmar
la paz, cuando pueda ella ser más
útil y más ventajosa, es preciso firmarla,
cuando se tiene la suerte a su favor».
CAPITULO 18
DE LA INTERROGACIÓN ORATORIA Y SUS
RESPUESTAS, Y EL EMPLEO DEL RIDICULO
Sobre la interrogación: es sobre todo
oportuno hacerla, cuando se haya
dicho ya uno de los dos términos de la
alternativa, de manera que, haciendo
una pregunta más, se caiga en el absurdo
; por ejemplo: Pericles interrogaba
a Lampón (2) sobre la iniciación de
los misterios de Deméter Soteira y, al
responder que no eran como para que
los oyera un no iniciado, le preguntó si
lo conocía él y, al afirmarlo, dijo Pericles:
«y, ¿cómo, no siendo tú iniciado?».
En segundo lugar, cuando uno de los
términos es evidente, y sabe con toda
claridad el que interroga que el otro se
ÍZ) Adivino al que alude alguna vez Aristófanes.
212  1419 a/1419 b
lo concederá; porque, una vez haya preguntado
una premisa, no es necesario
seguir preguntando lo evidente, sino
enunciar la conclusión. Por ejemplo:
Sócrates, al afirmar Meleto que él no
creía en los dioses, pero había dicho que
podría admitir algún daimon, le preguntó
si los dáimones no eran acaso hijos
de los dioses o algo divino y, al contestar
Meleto afirmativamente—«ciertamente
lo son», le dijo Sócrates—. «¿Es
que hay quien crea que existen los hijos
de los dioses, pero los dioses no?».
También cabe la interrogación, cuando
se va a demostrar que el adversario
se contradice o dice algo inaudito. En
cuarto lugar, cuando no se puede resolver
la dificultad, sino respondiendo so^
físticamente; porque, si se responde así,
que es y que no es, que unas cosas sí y
otras no, o que en parte sí y en parte
no, se alborotan los oyentes al verlo en
un callejón sin salida. En otro caso, no
hay que exponerse a hacer la pregunta.
Porque, si el adversario objeta algo, parece
haberse impuesto él; ya que no
es posible preguntar muchas cosas, por
la incapacidad del oyente. Por eso también
conviene concentrar lo más posible
los entimemas.
Conviene responder a las preguntas
ambiguas, distinguiendo mediante una
explicación y no concisamente, aportando
en seguida en la respuesta la solución
a lo que parece contrario, antes de
que se nos pregunta lo que sigue, o se
someta todo a razonamiento; porque no
es difícil prever dónde están las razones.
Consideramos aclarado por los Tópicos
tanto esto como las refutaciones.
Y al concluir, si el adversario formula
su conclusión en forma de pregunta, hay
que decir la causa. Por ejemplo: Sófocles,
al ser preguntado por Pisandro (1)
si le parecía, como a los demás consejeros,
que subieran al poder los cuatrocientos,
dijo que sí. «¿Cómo?—dijo
Pisandro—, ¿no te parece a ti que esto
está mal?». Respondió que sí. «Por consiguiente,
¿has obrado tú mal?». «Ciertamente—
dijo Sófocles—, pero no se podía
hacer nada mejor.» Y como el la-
<1> Sófocles es el político. Pisandro era un
aristócrata ateniense, de los que puso fin a la
democracia.
cedemonio al rendir cuentas de su eforado
(2), habiéndosele preguntado si
creía que los demás habían sido muertos
justamente, respondió que si. Y el
otro: «¿Acaso tú no hiciste lo mismo
que ellos?» Respondió que si. «¿Y no
seria también justo que fueras también
tú ejecutado?» «No, por cierto—respondió—,
porque aquellos obraron estas cosas
habiendo recibido riquezas, pero yo
no, sino por convicción.» Ptor eso no
conviene interrogar más allá de la conclusión,
ni presentar en forma de pregunta
la conclusión, si no nos sobra mucho
de verdad.
Sobre las cosas risibles, ya que parecen
tener su utilidad en los debates, y
decía Gorgias, hablando con sobrada razón,
que conviene estropear la seriedad
de los adversarios con la risa y la risa
con la seriedad: se ha dicho ya cuántas
especies había de cosas risibles, en
los libros sobre Poética, especies de las
cuales unas son adecuadas a un hombre
libre, otras no. De esta manera se tomará
lo que a cada uno le convenga.
La ironía es más propia del hombre libre
que la bufonada; porque el irónico
hace el chiste para sí mismo, el chocarrero
para divertir a otro.
CAPITULO 19
SOBRE EL EPILOGO
El epüogo consta de cuatro elementos:
disponer favorablemente al oyente
respecto del mismo orador y desfavorablemente
respecto del contrario; enaltecer
y humillar; disponer al oyente para
lo pasional o patético; y refrescar la
memoria.
Porque es natural que, luego de demostrar
que uno dice verdad y que el
contrario dice mentira, se elogie una
cosa, se censure otra y se remache el
efecto. A una de dos cosas conviene tender,
o bien a demostrar que se es bueno
para los oyentes, o que se es bueno absolutamente,
o bien a demostrar que el
contrario es malo para los oyentes o absolutamente.
De qué medios puede uno
usar para conseguir esto, queda dicho
<2i Los éforos o magistrados atenienses eran
con frecuencia acusados de venalidad.
1419 b/1420 a RETORICA.—LIBRO III.—CAP. 19 213
en los tópicos, en que se puede presentar
a las personas como buenas o como
malas.
Lo que viene después de esto, una
vez hecha ya la demostración, es, naturalmente,
enaltecer o desvirtuar; porque
conviene estar de acuerdo con los
hechos sucedidos, si se va a enaltecer
su importancia; ya que también el crecimiento
de los cuerpos proviene de lo
que ya existía antes en ellos. Los tópicos
de que conviene partir para enaltecer
o desvirtuar una cosa, han quedado
expuestos ya antes.
Después de esto, cuando las cosas ya
están claras, y cómo son y de qué importancia,
hay que arrastrar al oyente
a las pasiones. Son estas: compasión,
terror, ira, odio, envidia, emulación y
afán de disputa. También sus tópicos
se han dicho antes, de manera que lo
que queda por tratar es el refrescar la
memoria de lo que se ha dicho antes
en el discurso.
Esto es conveniente hacerlo de la manera
que indican algunos al referirse
a los exordios, y no llevan razón en ello.
Porque, para que el discurso sea más
fácil de ser retenido, ordenan repetir
lo mismo muchas veces. En el exordio,
ciertamente, conviene exponer el asunto,
para que no pase inadvertido de
qué trata el discurso o el juicio; pero
aquí, en el epílogo, hay que decir sumariamente
lo que ha servido para la demostración.
El principio será decir que
ha cumplido lo oue prometió, de manera
que hay que decir de qué se trata y el
porqué. Se habla por contraposición al
adversario. Se pueden cotejar o bien las
razones que sobre lo mismo han expuesto
ambos, o bien sin enfrentarlas unas
a otras. «Este ha dicho tales cosas sobre
esto, yo cuáles y por tales razones.» O
se puede hablar con ironía: «Porque este
ha dicho tales cosas, yo en cambio cuáles,
y ¿qué hubiera pasado, si este hubiera
demostrado tales cosas y no tales
otras?» O bien por interrogación:
«¿Qué no ha sido demostrado?», o:
«¿Qué es lo que este ha demostrado?»
O bien con una comparación, o según
el orden natural en que refutó, o al contrario,
si quiere, tratando por separado
lo del discurso contrario. Como final es
adecuado el estilo sin conjunciones, para
que sea realmente epílogo y no nueva
oración: «He dicho, habéis oído, estáis
enterados, decidid» (1).
(1) De Lisias, Contra Erastóstenes.
FIN DE LA
« R E T O R I C A »

 
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