Aritófanes 

Pluto

 

PERSONAJES:

CARIÓN, esclavo de Cremilo.
CREMILO. EL Dios PLUTO. CORO DE CAMPESINOS. BLEPSIDEMO, amigo de
CREMILO. LA POBREZA. LA MUJER DE
CREMILO. UN HOMBRE DE BIEN. UN SICOFANTE. UNA VIEJA. UN JOVEN. EL Dios
HERMES. UN SACERDOTE DE ZEUS.

 

La escena representa una plaza pública, al fondo de la cual se alza la casa de CREMILO. Éste entra seguido de Carión y ambos siguen a Pluto, ciego.


CARIÓN.-¡Ah, qué penoso es, oh Zeus y grandes dioses, ser esclavo de un amo que anda mal de la cabeza! Si el esclavo da los mejores consejos y al amo se le antoja no seguirlos, no por eso deja de participar de su desgracia. Porque la fortuna no nos permite disponer de este cuerpo, que es nuestro y muy nuestro, y se lo da al que lo ha comprado. ¡Así anda el mundo! Tengo que dirigir a Apolo, al dios cuya pitonisa profetiza desde el áureo trípode, una justa acusación: que siendo médico y hábil adivino, según se asegura, haya dejado salir de su templo a mi amo atacado de locura, obstinado en seguir a un ciego y empeñado en oponerse al buen sentido, según el cual quien tiene buenos ojos debe guiar al que carece de ellos; pero a mi amo no hay modo de hacérselo comprender; y se va detrás del ciego, y por añadidura me obliga a ir a mí también, sin responder a mis preguntas. No, mi amo, yo no puedo callar si no me dices por qué seguimos a ese hombre; te atormentaré, ya que gracias a mi corona no puedes castigarme.

CREMILO.-Pero si continúas fastidiándome. te quitaré la corona y aún te escocerá más.

CARIÓN.-¡Tonterías! No pienso dejarte en paz hasta que me digas quién es ese hombre. Ten presente que te lo pregunto por tu propio interés.
CREMILO.-Pues bien; no te lo ocultaré. Reconozco que eres el más leal de todos mis domésticos y el más hábil... para robarme. Piadoso y justo, yo hacía malos negocios y era pobre.


CARIÓN.-Lo sé muy bien.
CREMILO.-En tanto que otros, sacrílegos, oradores, sicofantes y malvados, se enriquecían a manos llenas.
CARIÓN.-¡Ya lo creo!
CREMILO.-En vista de ello, me fui a consultar al oráculo, no por mí, cuya existencia ya tiene casi agotadas las flechas de su carcaj, sino por mi único hijo, y para preguntar si convendría que, cambiando de conducta, se hiciese canalla, injusto y malvado, puesto que éste parece ser el camino de la fortuna.


CARIÓN.-¿Y qué oráculo ha extraído Foibos de entre sus coronas?
CREMILO.-El dios me ha dicho claramente esto: que siguiera al primer hombre que encontrase al salir del templo y que no me separase de él hasta llevarlo a mi casa.


CARIÓN.-¿Y quién fue el primero que encontraste?
CREMILO.-Ese.
CARIÓN.-¿Pero no comprendes que el espíritu del oráculo te ordena educar a tu hijo a la usanza del país?
CREMILO.-¿Qué te hace suponerlo?
CARIÓN.-Está claro, hasta para un ciego, que hoy día lo más provechoso es huir de proceder con rectitud y honradez.

CREMILO.-El espíritu del oráculo no puede ser ese, sino otro más noble y elevado. Si ese hombre nos revelase quién es y por qué ha venido, quizá pudiéramos comprender el sentido misterioso del oráculo.
CARIÓN.-(A Pluto.) ¡Vamos, tú! Empieza por decirnos quién eres, u obraré en consecuencia. Hay que hablar pronto. PLUTO.-¿Nada de exabruptos! Eso es lo que te digo.
CARIÓN.-¿Comprendes tú quién dice ser?

CREMILO.-Déjame hacer a mí, porque tú le interpelas de un modo torpe y grosero. (Volviéndose hacia Pluto.) Amigo mío, si te agrada la conversación de los hombres honrados, respóndeme.

PLUTO.-¿Nada de lágrimas¡ Esto es lo que te digo.
CARIÓN.-¿Vaya hombre y vaya augurio!

CREMILO.-(A Pluto.) ¡Por Deméter, no te reirás! CARIÓN.-Si no respondes como es debido, vas a pasarlo mal. PLUTO.-Mis buenos amigos, dejadme en paz los dos.

CREMILO.-De ningún modo.

CARIÓN.-Mi sistema es el mejor, querido amo. Voy a darle una muerte vil a ese estafermo. Lo llevaré al borde de un abismo y lo abandonaré allí para que se precipite y se rompa la cabeza.

CREMILO.-Llévatelo cuanto antes.

PLUTO.-¡No, no!

CREMILO.-¿Hablarás al fin?

PLUTO.-Pero cuando os diga quién soy, sé muy bien que me importunaréis y que no me dejaréis marchar.

CREMILO.-Sí, por los dioses, te irás en cuanto quieras.

PLUTO.-Empezad por soltarme.

CREMILO.-Ya estás suelto. PLUTO.-Escuchad, puesto que estoy en la precisión de deciros cosas que había resuelto mantener ocultas: yo soy Pluto.
CREMILO.-¡Grandísimo tunante¡ ¿Conque eres Pluto y lo callabas?

CARIÓN.-¡Tú, Pluto, en un estado tan miserable¡
CREMILO.-¡ Oh, Apolo! í Oh, dioses! ¡Oh, espíritus! ¡Oh, Zeus! ¿Qué dices? ¿En verdad que eres tú?

PLUTO.-Sí.
CREMILO.-¿El mismo en persona?

PLUTO.-El mismo.
CREMILO.-¿Y de dónde sales tan sucio? PLUTO.-Vengo de casa de Patroclo, que no se ha lavado desde el momento exacto de nacer.
CREMILO.-Y la ceguera que padeces, ¿de dónde procede, di? PLUTO.-Me la produjo Zeus, por odio a los hombres. Cuando yo era joven, le había amenazado con no tratarme más que con gentes justas, sabias y honradas; y me dejó ciego para que no las reconociese entre las demás: ¡tanto detesta a los hombres virtuosos!
CREMILO.-Pues la verdad es que sólo los hombres justos y virtuosos le reverencian. PLUTO.-Estoy de acuerdo contigo.
CREMILO.-Pero dime: si recobrases la vista, ¿te apartarías de los malos? PLUTO.-Seguramente.
CREMILO.-¿Y sólo te tratarías con los justos? PLUTO.-Cierto; ¡hace tanto tiempo que no los he visto!
CREMILO.-No tiene nada de particular; yo tengo buenos ojos y tampoco los veo.

2 Esto es, el Dios de las riquezas. 3 Ateniense muy rico, pero tan miserable, que la frase «más avaro que Patroclo» se hizo proverbial. Para evitar gastos imitaba a los lacedemonios, comiendo muy frugalmente, dejándose crecer barba y cabellos y absteniéndose de bañarse.

 

PLUTO.-Ahora dejadme; ya sabéis cuanto a mí se refiere.
CREMILO.-No, por Zeus; ahora te retendremos con mayor motivo. PLUTO.-¿No os decía yo que no dejaríais de importunarme?
CREMILO.-Vamos, te lo suplico; déjate convencer y no me abandones. Por mucho que busques no encontrarás un hombre de costumbres más honestas que yo. No, por Zeus, no hay otro como yo. PLUTO.-Es lo que dicen todos; pero en cuanto me poseen y se hacen ricos, su perversidad no tiene límites.
CREMILO.-Así es; aunque no todos los hombres' son malos. PLUTO.-Sí, por Zeus, todos sin excepción. CARIÓN.-Eso te va a costar caro.
CREMILO.-Por lo menos debes saber las ventajas que conseguirás estando con nosotros; préstame atención. Yo espero, con ayuda de los dioses, curarte la ceguera y devolverte la vista. PLUTO.-No hagas nada; no quiero recobrarla. CARIÓN.-Este hombre ha nacido para ser un desgraciado. PLUTO.-Sé muy bien que en cuanto Zeus se enterase me pulverizaría.
CREMILO.-¿No lo hace ya, dejándote ir a tientas y expuesto a mil peligros? PLUTO.-Lo ignoro; pero le tengo un miedo pánico.
CREMILO.-¿De veras? ¡Oh, el más cobarde de todos los dioses! ¿Crees que todo el imperio de Zeus y sus rayos valdrían ni un trióbolo si recobrases la vista, aunque sólo fuese por un momento? PLUTO.-¡Oh, no digas eso, desdichado!
CREMILO.-Tranquilízate; voy a demostrarte que eres mu cho más poderoso que Zeus.

PLUTO.-¿Yo?
CREMILO.-Sí, por el cielo. Ante todo, ¿quién le da a Zeus su poder sobre los demás dioses.

CARIÓN.-Las riquezas, porque tiene muchísimas.
CREMILO.-¿Y quién le suministra esas riquezas?

CARIÓN.-Este I>(por Pluto).
CREMILO.-Y el mismo Zeus, ¿a quién debe los sacrificios que se le ofrecen? ¿No es gracias a Pluto?

CARIÓN.-Sí, por Zeus; y se le reza abiertamente para enriquecerse.
CREMILO.-Por tanto, si es Pluto la causa de esos sacrificios, ¿no puede también darles fin si a él se le antoja? PLUTO.-¿Cómo?
CREMILO.-Ningún hombre podría en adelante ofrecer en sacrificio ni un buey, ni una torta, ni nada absolutamente contra tu voluntad.

PLUTO.-¿Pero cómo?
CREMILO.-Porque nadie podría comprar nada si tú no le dabas el dinero; por consiguiente, en tu mano está destruir el poder de Zeus el día que te plazca?

PLUTO.-¿Qué dices? ¿Que le ofrecen los sacrificios gracias a mí?
CCREMILO.-Y lo repito; cuanto hay de brillante, de grandioso y de bello entre los hombres, se te debe a ti, pues todo depende de la riqueza.

CARIÓN.-Yo, por ejemplo, soy esclavo por un poco de dinero; de haberlo tenido, sería libre.
CREMILO.-¿Y no sabes lo que se cuenta de las cortesanas de Corinto? Cuando se les acerca un pobre, ni siquiera le miran; pero como sea un rico, le presentan inmediatamente el trasero.

CARIÓN.-Lo mismo hacen los muchachos; el interés por el dinero, y no el amor, es lo que les guía.
CREMILO.-No los honrados, sino los que se prostituyen a cualquiera; los primeros no piden dinero.
CREMILO.-Uno, un buen caballo; otros, perros de caza.

CARIÓN.-Les da vergüenza exigir dinero, y truecan el nombre de su infamia.
CREMILO.-A ti se debe el nacimiento de todas las artes y de las invenciones más ingeniosas de los hombres. Por ti, y sólo por ti, uno corta cueros sentado en su taller; otro forja el bronce; otro trabaja la madera; otro refina el oro que de ti ha recibido; otro roba en las calles; otro horada paredes; otro es batanero; otro lava pieles; otro las curte; otro vende cebollas; otro sorprendido en adulterio, sufre, por ti también, la depilación.

PLUTO.-¡Triste de mí! ¡Cuánto tiempo estuve sin saberlo!

CARIÓN.-¿No es él quien ensoberbece al gran rey? ¿No es él quien convoca a la Asamblea a los ciudadanos? ¿No es él quién equipa los trirremes? ¿No es él quien hará desesperar a Pánfilo, y con Pánfilo al comerciante de agujas? ¿No es él quien da tantos humos a Agirrio? ¿No es él quien incita a Filepsio a recitar sus fábulas? ¿No es él quien envía auxiliares al Egipto? ¿No es por él por quien Lais ama a Filónides? ¿No es él por quien la torre de Timoteo... ?

CREMILO (a Carión).-Que ojalá te aplaste. (A Pluto.) En una palabra, por ti se hace todo. Tú eres la causa de todos nuestros males y de todos nuestros bienes; tenlo en- tendido.

CARIÓN.-En la guerra, la victoria se inclina siempre del lado donde tú pesas.

PLUTO.-¿Cómo es posible que yo sólo pueda hacer tantas cosas?
CREMILO.-Y muchas más, ¡por Zeus! Así es que nadie se cansa de ti. Todas las demás cosas llegan a saciar, el amor ...

CARIÓN.-El pan.
CREMILO.-La música.

CARIÓN.-Las golosinas.
CREMILO.-Los honores.

CARIÓN.-Los pasteles.
CREMILO.-La virtud.

CARIÓN.-Los higos.
CREMILO.-La ambición.

CARIÓN.-Las lentejas.
CREMILO.-Pero de ti nunca se ha saciado nadie. Si se tienen trece talentos, se desea con mayor afán reunir dieciséis. ¿Se consiguen los dieciséis?, pues se apetecen cuarenta, y se dice que no hay con qué vivir.

PLUTO.-Me parece muy bien todo lo que decís; sólo me inquieta una cosa.
CREMILO.-¿Cuál?

PLUTO.-Me pregunto cómo conseguiré hacerme dueño de ese poder que me atribuís. Para cobrar el trióbolo.

CREMILO.-¡Sí, por Zeus! ¡Con qué razón dice todo el mundo que nada hay tan cobarde como Pluto!

PLUTO.-Nada de eso. El que me ha calumniado habrá sido un salteador que, habiendo entrado en mi casa sin poder llevarse nada por encontrarlo todo cerrado, llamó cobardía a mi previsión.
CREMILO.-No te apenes por eso; si estás dispuesto a secundar mi empresa, te devolveré una vista más penetrante que la de Linceo.

PLUTO.-¿Cómo podrás hacer eso siendo un simple mortal?
CREMILO.-Tengo buenas esperanzas por lo que me dijo el mismo Foibos agitando el laurel pítico.

PLUTO.-¿También está él en el secreto?
CREMILO.-Seguro que sí.

PLUTO.-¡Lleva cuidado!
CREMILO.-Nada temas, querido Pluto; y ten bien presente, que estoy resuelto a conseguir mi propósito, aunque arriesgue la muerte.

CARIÓN.-Y, si quieres, yo también.
CREMILO.-Además nos ayudarán en nuestra empresa todos los hombres de bien que carecen hasta de un bocado de pan.

PLUTO.-¿Malos auxiliares son esos!
CREMILO.-No lo serán cuando se hagan ricos. (A Carión.) Corre a todo correr...

CARIÓN.-¿Adónde, dí?
CREMILO.-Llama a nuestros compañeros los campesinos. Estoy seguro de que los hallarás en el campo, entregados a su penosa faena. Diles que vengan a participar con nosotros de los dones de Pluto.

CARIÓN.-Voy; pero que alguien se encargue de llevar a casa este tasajo de carne .
CREMILO.-Yo me encargo de eso; corre. Y tú, Pluto, el más poderoso de los dioses, entra conmigo en mi morada. Esta es la casa que hoy has de colmar de riquezas bien o mal adquiridas. PLUTO.-Pongo por testigos a los dioses de que nunca he entrado a gusto en ninguna casa extraña, porque jamás me ha sucedido nada bueno en ninguna de ellas. Si por casualidad me alojo en la habitación de un avaro, en seguida me mete debajo de tierra, y cuando algún honrado amigo le viene a pedir prestado algún dinero, dice que jamás me ha visto. Si, al contrario, es la de un pródigo insensato, me entrega al punto a los juegos de azar y a las cortesanas, y en pocos momentos me veo en la puerta de la calle completamente desnudo.
CREMILO.-Es que nunca has tropezado con un hombre moderado como yo lo soy en todas mis acciones. A mí me gusta como a nadie la economía, aunque también gasto cuando es necesario. Pero entremos pues quiero que veas a mi mujer y a mi único hijo, lo que más amo después de tí.

PLUTO.-Te creo.
CREMILO.-¿Por qué no había de decirte la verdad? (Entran en la casa de
CREMILO.)

CARIÓN.-(Que llega con el Coro de Campesinos y dirigiéndose a éstos.) Amigos y paisanos, laboriosos campesinos que tantas veces habéis comido ajos con mi señor, venid, apresuraos, corred, no hay que perder un instante, acudid en nuestro auxilio.

EL CORIFEO.-¿No ves que ya nos apresuramos cuanto les es posible a unos hombres debilitados por la edad? ¿Crees tú que debo de correr antes de haberme dicho por qué nos llama tu amo?

CARIÓN.-¿No te lo he dicho ya hace rato? Sin duda te has vuelto sordo. Mi amo quiere, anunciaros que, en adelante, nadaréis todos en la abundancia y os veréis libres de la vida ruda y miserable que ahora lleváis. EL CORIFEO.-¿Pero de qué se trata? ¿De dónde procede eso que nos dices?

CARIÓN.-Ha llegado aquí con un viejo sucio, encorvado, miserable, calvo, lleno de arrugas, sin dientes, y, por Zeus, creo que hasta circunciso.

EL CORIFEO.-¡Oh tú, que nos traes una noticia de oro, como dices! Explícate un poco, porque nos has dado claramente a entender que ese hombre llega con un montón de oro.

CARIÓN.-Con un montón de achaques seniles, querrás decir.

EL CORIFEO. ¿Crees que si nos engañas te vas a ir indemne, teniendo yo un garrote en la mano?

CARIÓN.-¿Por tan desvergonzado me tenéis que me juzgáis incapaz de hablaros seriamente?

EL CORIFEO.-¿Qué descarado es el bellaco! ya tus piernas están gritando: ¡iu! ¡iu! y reclaman los cepos y las cuñas.

CARIÓN.-Puesto que la letra que te ha tocado en suerte te designa para juzgar al... ataúd; por qué no vas? Caronte te dará el pasaporte.

EL CORIFEO.-¿No reventarás? ¡Qué malintencionado y fastidioso empeño en burlarnos y en no acabar de decimos para qué nos llama tu amo! Habla, ya ves que, aunque rendidos de fatiga y escasos de tiempo, hemos acudido a toda prisa, pasando a través de innumerables ajos.

CARIÓN.-No os lo ocultaré más tiempo: mi amo, buena gente, ha venido con Pluto, que va a enriquecernos. EL CORIFEO.-¿De veras? ¿Es bien de veras que nos haremos todos ricos?

CARIÓN.-Sí, por los dioses; y también seréis Midas si os salín orejas de asno.

EL CORIFEO.-¡Ah qué alegría! ¡Qué placer! Voy a bailar de gusto, si es verdad lo que dices.

CARIÓN.-Yo también; trettanelo, quiero dirigiros, imitando al Cíclope y golpeando el suelo con los pies. Ea, gritad, hijos míos; dad balidos melodiosos, como las ovejas o las cabras de penetrante olor, y seguidme como chivos enardecidos por la lujuria.

EL CORIFEO.-Y nosotros también; trettanelo, queremos, cuando balando encontremos al Cíclope, es decir, a tí mismo, lleno de basura, con una alforja atestada de verdolagas cubiertas de rocío, apacentando borracho tus ovejas, y dormido en el primer lugar donde el sueño te rinda, coger un inmenso y encendido tizón y dejarte ciego.

CARIÓN.-Y yo he de imitar en todo a la hechicera Circe, cuyos mágicos brebajes hicieron en Corinto que los compañeros de Filónides se atracasen como cerdos de excrementos por ella preparados. Vosotros, gruñendo de alegría, seguid a vuestra madre, pequeños... marranos.

EL CORIFEO.-Y nosotros, imitando en nuestro júbilo al hijo de Laertes, nos apoderaremos de Circe , la de los mágicos brebajes y mal olientes pomadas, y te colgaremos de donde más te duela; te untaremos las narices de estiércol como a un  chivo, y al relamerte, cual otro Arístilo, los entreabiertos labios, exclamarás: «Seguid a vuestra madre, pequeños marranos.»

CARIÒN.-¡Ea, basta de bromas! Cambiad de táctica. Yo voy a entrar en casa y a coger, a escondidas de mi amo, un poco de pan y carne; en cuanto lo coma volveré al trabajo. (Danza del Coro.)
CREMILO.-(Saliendo de su casa.) El deciros salud, conciudadanos míos, es una fórmula vieja y muy gastada; prefiero, pues, abrazaros cordialmente por la prontitud y buena voluntad con que habéis acudido. Procurad ayudarme con igual eficacia en todo lo demás, y lograremos entre todos salvar al dios.

EL CORIFEO.-Pierde cuidado. Verás brillar en mis ojos la mirada de Ares. Sería absurdo, en efecto, que los que por tres óbolos nos estrujamos diariamente en la Asamblea nos dejáramos arrebatar a Pluto en persona.
CREMILO.-Pero veo a Blepsidemo que se acerca. Su andar precipitado me demuestra que ya sabe algo de lo que ocurre.

BLEPSIDEMO.-(Que entra muy presuroso.) ¿Qué sucede? ¿Cómo y cuándo se ha enriquecido Cremilo tan de súbito? No puedo creerlo y, sin embargo, por Heracles, la gente de las barberías no habla de otra cosa que de su repentina fortuna. Pero aún me admira más el que, a pesar de su próspera fortuna mande llamar a los amigos; esto es apartarse de todos los usos y costumbres.
CREMILO.-Por los dioses, todo lo diré sin ocultar nada. Sí, Blepsidemo, mi situación actual es mejor que la de ayer, quiero que participes de mi suerte, puesto que eres un buen amigo.

BLEPSIDEMO.-¿De veras que te has vuelto rico, como dicen?
CREMILO.-Dí, más bien, que lo seré muy pronto; porque he de aclararte que el asunto aún presenta ciertas dificultades.

BLEPSIDEMO.-¿Cuáles?
CREMILO.-Por ejemplo...

BLEPSIDEMO.-Dí pronto lo que quieras decir.
CREMILO.-Si logramos nuestro objeto será la fortuna para siempre; pero si fracasamos, la ruina será total. BLEPSIDEMO.-Me parece que te has metido en un mal negocio; la cosa me da mala espina. Enriquecerse súbitamente y andarse después con temores, demuestra que no has obrado bien.
CREMILO.-¿Cómo que no he Obrado bien?

BLEPSIDEMO.-Quizás hayas robado plata u oro allá en el templo del dios y ahora te arrepientes.
CREMILO.-¡Oh, Apolo protector! ¡No, por Zeus, yo no!

BLEPSIDEMO.-Déjate de rodeos, amigo mío; está claro como la luz.
CREMILO.-¿Cómo puedes sospechar de mí semejante cosa?

BLEPSIDEMO.-¡Bah! No hay un solo hombre íntegramente honrado. Todos se dejan seducir por el brillo del dinero.
CREMILO.-iPues no por Deméter! ¿Estás perdiendo el juicio?

BLEPSIDEMO.-¡Cómo se ha despojado de sus inveteradas costumbres!
CREMILO.-Pero, amigo mío, tú estás loco.

BLEPSIDEMO.-Su semblante, agitado e intranquilo, de muestra que ha perpetrado alguna mala acción.
CREMILO.-Ya sé por qué croas así; te imaginas que he robado algo para que te dé una parte.

BLEPSIDEMO.-¿Una parte? ¿Y de qué?
CREMILO.-Pero no hay tal, en absoluto; el asunto es muy diferente.

BLEPSIDEMO.-¿Se tratará de un atraco en lugar de un robo?
CREMILO.-Decididamente estás atacado de demencia.

BLEPSIDEMO.-Entonces, ¿no has despojado a nadie?
CREMILO.-Cierto que no.

BLEPSIDEMO.-¡Oh, Heracles! ¿Cómo penetrar tanto misterio? Está visto que no quieres confesar la verdad.
CREMILO.-¿Y cómo empiezas por acusarme sin haberte enterado de la cuestión?

BLEPSIDEMO.-Amigo mío, antes de que el asunto se divulgue, yo lo arreglaré a poca costa, tapándoles la boca a los oradores con algún dinerillo.
CREMILO.-Tienes toda la traza, querido amigo, de querer gastar tres minas en el negocio y presentarme una cuenta de doce.


BLEPSIDEMO.-Se me figura ver a alguien sentado al pie del tribunal con su mujer y sus hijos y el ramo de olivo de los suplicantes en la mano, enteramente parecido a los Heráclidas de Pánfilo.
CREMILO.-No, desgraciado; a partir de ahora sólo enriqueceré a los hombres justos y modestos.

BLEPSIDEMO.-¿Qué dices? ¿Tanto has robado?
CREMILO.-¡Oh, me abrumas con tus injurias!

BLEPSIDEMO.-Tú mismo corres a tu pérdida, por lo que veo.
CREMILO.-En absoluto, imbécil, puesto que a quien tengo en mi casa es a Pluto.

BLEPSIDEMO.-¿Tú, a Pluto? ¿Pero cuál?
CREMILO.-El mismo dios.

BLEPSIDEMO.-¿Y dónde está?
CREMILO.-Ahí dentro.

BLEPSIDEMO.-¿Dónde?
CREMILO.-En mi casa.

BLEPSIDEMO.-¿En tu casa?
CREMILO.-Perfectamente.

BLEPSIDEMO.-¡Vete a los cuervos! ¿Pluto en tu casa?
CREMILO.-Sí, por los dioses.

BLEPSIDEMO.-Pero ¿es verdad?
CREMILO.-Sí. BLEPSTDEMO.-¿Por Hestia?
CREMILO.-Sí, y por Poseidón.

BLEPSIDEMO.-¿Por el dios del mar, quieres decir?
CREMILO.-Y si existe otro, por ese otro.

BLEPSIDEMO.-¿Y no lo invitas a casa de tus buenos amigos?
CREMILO.-Aún no estamos en ese caso.

BLEPSIDEMO.-¿Que aún no es el momento de participar?
CREMILO.-No, por Zeus, porque antes será preciso...

BLEPSIDEMO.-¿Qué?
CREMILO.-Que entre los dos le devolvamos la vista.

BLEPSIDEMO.-¿La vista? ¿A quién? Explícate.
CREMILO.-A Pluto; y tal como la tenía antes, por el medio que sea.

BLEPSIDBLEPSIDEMO.-¿Pero está ciego de veras?


CREMILO.-SÍ, por el cielo.

BLEPSIDEMO.-Ahora me explico que jamás haya venido a mi casa.
CREMILO.-Ahora ya irá, si les place a los dioses.

BLEPSIDEMO.-¿No nos convendría llamar a algún médico?
CREMILO.-¿Qué médico hay ahora en nuestra ciudad? Donde no hay recompensa no hay talento. BLEPSIDEMO.-Veamos... (Mirando los dos hacia el anfiteatro.)
CREMILO.-No hay ninguno
.

BLEPSIDEMO.-Eso mismo creo.
CREMILO.-¡No, por Zeus!; lo mejor será, como ya lo tenía yo pensado, llevarle a acostar al templo de Asclepios 24 . BLEPSIDEMO.-Así, sí, por los dioses; ese será, sin duda, el remedio más eficaz. Cuanto antes, mejor.
CREMILO.-Pues voy enseguida.

BLEPSIDEMo.-Apúrate.
CREMILO.-Eso es lo que hago. (Entra la Pobreza.)

LA POBREZA.-¡Oh, vosotros que osáis cometer una acción tan insensata, sacrílega e impía! ¿Qué intentáis, débiles y temerosos mortales? ¿Adónde huís? Deteneos.

BLEPSIDEMO.-¡Oh, Heracles!

LA PoBREZA.-Yo os daré vuestro merecido, perversos. Osáis llevar a cabo un proyecto intolerable, un proyecto como nunca lo han intentado los hombres ni los dioses; estáis los dos bien perdidos.
CREMILO.-¿Y tú, quién eres? Muy pálida te veo...

BLEPSIDEMO.-Es quizá una Erinnia de tragedia; hay en su mirada algo trágico y feroz.
CREMILO.-Aunque sin antorchas.

BLEPSIDEMO.-Pues cuidado con ella.

LA POBREZA.-¿Quién pensáis que soy?
CREMILO.-Una posadera o una vendedora ambulante. De otro modo no te hubieras lanzado con tan destempladas voces sobre nosotros, que en nada te hemos ofendido.

LA POBREZA.-¿De veras? ¿Os parece pequeña ofensa intentar expulsarme de todo el país?
CREMILO.-Aún te quedaría el Báratro. Pero tendrías que habernos dicho inmediatamente quién eres.

LA POBREZA.-Soy la que os castigará hoy mismo por haber pretendido expulsarme de aquí.

BLEPSIDEMO.-¡Si será una tabernera vecina mía que siempre me engaña en la medida!

LA POBREZA.-Yo soy la Pobreza, que vivo con vosotros hace muchos años.

BLEPSIDEMO.-¡ Soberano Apolo! ¡Dioses inmortales! ¿Adónde escapar?
CREMILO.-¿Adónde vas, cobarde? Quieto y quédate aquí a mi lado.

BLEPSIDEMMO.-Por nada del mundo.
CREMILO.-¿Que no te quedas? ¿Y dos hombres hemos de huir de una sola mujer?

BLEPSIDEMO.-¿Pero no has oído que es la Pobreza, desgraciado? No hay en parte alguna animal más funesto.
CREMILO.-Quédate, por favor, quédate.

BLEPSIDEMO.-No y no, por Zeus.
CREMILO.-Pero, hombre, comprende que cometeremos el más vil de los crímenes si dejamos solo al dios y huimos por temor a ésta y sin luchar paso a paso.

BLEPSIDEMO.-¿Con qué armas y con qué potencias? ¿Hay coraza o escudo que no haya llevado a empeñar esa maldita?
CREMILO.-Tranquilízate porque el dios se bastará por sí solo a lograr la victoria sobre los manejos de esta mujer. LA POBREZA.-¿Aún os atrevéis a murmurar, miserables, después de haberos sorprendido a punto de cometer esas iniquidades?
CREMILO.-Y tú, criatura de desgracia, ¿por qué vienes a injuriarnos sin que te hayamos causado el menor daño? LA POBREZA.-¿Creeis, pues, por los dioses, que no me perjudicáis tratando de devolverle la vista a Pluto?
CREMILO.-¿Qué daño podemos causarte con ello? Lo que intentamos es procurarles el bienestar a todos los hombres.

LA POBREZA.-¿Y qué bienestar podríais encontrar vosotros?
CREMILO.-Por de pronto expulsarte de la Hélade.

LA POBREZA.-¿Expulsarme? ¿Pudierais hacer un mal mayor a los hombres?
CREMILO.-¿Un mal mayor? Sí, olvidarnos de hacer lo que te decimos.

LA POBREZA.-Pues bien; consiento en explicaros las razones que sobre el particular me asisten; os demostraré que soy la causa única de todos vuestros bienes y el único sostén de vuestra vida; si no consigo probároslo, podréis hacer lo que os plazca.
CREMILO.-¿Cómo te atreves a hablar así, maldita?

LA POBREZA.-Deja que me explique. Pienso probarte muy fácilmente que te equivocas totalmente cuando tratas de enriquecer a los hombres justos.
CREMILO.-¿Para cuando se guardarán las vergas y los garrotes?

LA POBREZA.-No chilles Pi te indignes antes de escucharme?
CREMILO.-¿Quién puede callar al decir semejantes desatinos?

LA POBREZA.-Todo el que esté en su sano juicio.
CREMILO.-¿Qué canción podré requerir contra tí en el acta de acusación si pierdes el proceso?

LA POBREZA.-La que tú quieras.
CREMILO.-Está bien.

LA POBREZA.-En cambio, vosotros, si sois los vencidos, quedaréis sujetos a las mismas condiciones.

BLEPSIDEMO.-¿Crees que bastarán veinte muertes?
CREMILO.-Para ella, sí; para nosotros bastará con dos.

LA POBREZA.-Vuestra perdición es inevitable porque no podréis oponerme ningún argumento válido.

EL CORIFEO.-¡Vamos! Ya va siendo hora de que deis algún razonamiento hábil que os haga ganar la partida contra esta mujer, en vuestros discursos contradictorios; y no andéis descuidados.
CREMILO.-Es para mi claro y justo que todos los hombres de bien deben vivir prósperamente y que los impíos y malvados sufran la suerte contraria. Anhelando ver cumplido nuestro propósito, hemos hallado, por fin, un bello, generoso y utilísimo modo de realizarlo. En efecto, si Pluto recobra la vista y deja de caminar a tientas, se dirigirá a las personas honradas para no abandonarlas nunca, huyendo siempre de los impíos y malvados. Ahora bien, ¿qué se conseguirá con esto? Se conseguirá que todos los hombres sean buenos, ricos y piadosos. ¿Creéis que pueda encontrar se nada mejor?

BLEPSIDEMO.-Nada; aquí estoy yo para atestiguarlo; no se lo preguntes a ésta.
CREMILO.-Estando arreglada de esta suerte la humana vida, ¿quién no creerá que todo es locura, o más bien frenesí? Los más de los hombres, que son los perversos, nadan en las riquezas injustamente acumuladas, mientras muchos otros de intachable honradez arrastran una vida llena de privaciones y miserias, sin tener en todo el decurso de su existencia más compañera que tú. Por tanto, si Pluto recobra la vista y abandona este camino, ¿quién duda que podrá seguir otro infinitamente mejor para los hombres?

LA POBREZA.-¡Oh, ancianos! Veo que os dejáis alucinar como nadie en el mundo y deliráis y extravagáis al unísono con pasmosa unanimidad. Pero yo os aseguro que, si vuestros deseos se realizan, ningún provecho sacaréis. Porque si Pluto recobra la vista y distribuye sus favores con equidad, nadie querrá dedicarse a las artes ni a las ciencias. Y una vez suprimidas estas dos condiciones de existencia ¿habrá quien quiera forjar el hierro, construir naves, coser vestidos, hacer ruedas, cortar cueros, fabricar ladrillos, lavar; curtir, arar los campos, cosechar los dones de Deméter, pudiendo todos vivir en la holganza y desdeñar el trabajo?
CREMILO.-¡Necedades! Todos esos oficios los realizarán los esclavos.

LA POBREZA.-¿Y cómo tendrás esclavos? ¿Dónde irás entonces a buscar esos esclavos?
CREMILO.-Los compraremos con dinero, es evidente.

LA POBREZA.-¿Y quiénes serán los que los vendan si todos tienen dinero?
CREMILO.-Cualquier comerciante codicioso a su vuelta de Tesalia, país de insaciables mercaderes de esclavos. LA POBREZA.-Es que, según tu propio sistema, no habrá ningún mercader de esclavos. ¿Qué hombre arriesgará su vida en semejante tráfico? Por consiguiente, viéndote obligado a cavar la tierra y a otros trabajos igualmente rudos, llevarás una vida mucho más penosa.
CREMILO.-¡Que esas predicciones recaigan sobre tu cabeza!

LA POBREZA.-No podrás dormir sobre una cama, porque no las habrá; ni sobre tapices, porque ¿quién querrá tejerlos si le sobra el dinero? Cuando te cases con una hermosa joven, no tendrás ni esencias para perfumarla, ni trajes ricos en colores y bordados con que vestirla. ¿De qué servirá, pues, la riqueza, careciendo de todas estas cosas? Por el contrario, gracias a mí, tenéis a mano cuanto os hace falta. Yo soy una adusta señora que con el temor de la indigencia y del hambre obligo al obrero a ganarse la vida.
CREMILO.-Qué cosa buena puedes darnos tú, como no sean quemaduras en los baños , y turbas de chiquillos y viejecitas hambrientas, y nubes infinitas de pulgas y piojos, que pululando sobre nuestra cabeza, nos despiertan gritando: «Tendrás hambre, pero levántate.» Y además, por vestidos unos jirones; por lecho, un jergón de junco plagado de chinches, enemigas del sueño; por colcha, una estera podrida; por almohada, una piedra grande; por pan, raíces de malvas; por pasteles, hojas de rábanos secos; por escabel, la tapa de una tinaja rota; por artesa, las costillas de una cuba, y aún rajada. ¿No quedan perfectamente enumerados los bienes que proporcionas a los hombres?

LA POBREZA.-Lo que acabas de describir no es mi vida, sino la de los mendigos.
CREMILO.-¿No se dice, según creo, que la pobreza y la mendicidad son hermanas carnales?

LA POBREZA.-Para vosotros, que tenéis por iguales a Dionisio y Trasíbulo; pero mi vida no es ni será nunca así. La vida del mendigo que acabas de pintar consiste en vivir sin poseer nada; la del pobre, en vivir con economía, en trabajar, en no tener nada superfluo ni carecer de lo necesario.
CREMILO.-¿Bienaventurada vida, por Deméter, esa de que nos hablas! ¡Economizar y trabajar sin descanso para no dejar a nuestra muerte ni con qué pagar el entierro¡

LA POBREZA.-Te ríes y te burlas en lugar de hablar formalmente, sin comprender que yo perfecciono el espíritu y el cuerpo de los hombres mucho más que Pluto. Con él son gotosos, ventrudos, pesados, insolentemente adiposos; conmigo, delgados, esbeltos como avispas, terror de sus enemigos.
CREMILO.-¿Es quizá a fuerza de hambre como les das esa esbeltez?

LA POBREZA.-Pero os hablaré también de la templanza, y os demostraré que la honestidad vive conmigo, mientras que con Pluto vive la insolencia.
CREMILO.-Debe ser, pues, muy honesto hurtar y horadar paredes.

BLEPSIDEMO.-Sí, por Zeus, porque esas cosas se hacen a escondidas. ¡Qué mayor honestidad!

LA POBREZA.-Fíjate en lo que ocurre con los oradores; mientras son pobres, son justos con la ciudad y el pueblo; pero en cuanto se enriquecen a costa del Estado, se vuelven injustos, venden a la multitud y conspiran contra el Gobierno democrático.
CREMILO.-Aunque de naturaleza maldiciente, lo que ahora dices es cierto; pero no te ensoberbezcas por eso, que te has de arrepentir del temerario arrojo con que pretendes persuadirnos de que la pobreza es mejor que la riqueza.

LA POBREZA.,-Como no puedes refutar mis argumentos te alborotas y dices necedades.
CREMILO.-¿Por qué, pues, huye de tí todo el mundo?

LA POBREZA.-Porque mejoro sus costumbres. Más claramente vemos lo mismo en los muchachos: huyen de sus padres que sólo anhelan su dicha. ¡Tan difícil es distinguir lo que es justo!
CREMILO.-Dirás también que Zeus no sabe distinguir lo que es bueno, porque tiene riquezas.

BLEPSIDEMO.-Y es a ésta a la que nos envía.

LA POBREZA.-¿Qué telarañas tenéis en los ojos, carcamales del siglo de Cronos! Zeus también es pobre, y voy a probároslo. Si fuese rico, ¿cómo en los juegos Olímpicos por él establecidos, al reunir cada cinco años a toda la Hélade había de contentarse con dar a los vencedores una sencilla corona de olivo? Si fuese rico se las daría de oro.
CREMILO.-Lo que prueba es la grande estimación en que tiene las riquezas. Por economía, por evitar gastos, regala a los vencedores coronas de ningún valor, y se guarda las riquezas.

LA POBREZA.-Mil veces más vergonzosa que la pobreza es esa avaricia sórdida e insaciable que le supones.
CREMILO.-¡Que Zeus te confunda, después de coronarte con esa corona de olivo silvestre!

LA POBREZA.-¡Atreverse a discutirme que todos vuestros bienes no son obra de la pobreza!
CREMILO.-Preguntemos a Hécate qué es mejor: ser rico o indigente. Por orden suya,

 

todos los que viven con desahogo ofrecen mensualmente una comida, y los pobres se la arrebatan antes de haberla servido. Así, vete al infierno y cierra la boca, porque no me convencerás, aunque me hayas convencido. LA POBREZA.-«¿Oís lo que dice, habitantes de Argos?».
CREMILO.-Invoca a Pauson, tu comensal .

LA POBREZA.-¿Qué va a ocurrirme, desgraciada de mí?
CREMILO.-Vete cuanto antes a los cuervos, y lo más lejos posible de nosotros.

LA POBREZA.-¿A qué punto de la tierra me iré?
CREMILO.-A la horca; pero rápida y pronto.

LA POBREZA.-Algún día me llamaréis.
CREMILO.-Entonces volverás; ahora márchate. Prefiero ser rico, aunque te estés gimiendo largamente y golpeándote la cabeza.

BLEPSIDEMO.-Sí, por Zeus, lo que yo quiero es ser rico, comer espléndidamente con mi mujer y mis hijos, salir del baño limpio y reluciente, y reírme en las barbas de los trabajadores y de la Pobreza.

(Se va la pobreza.)


CREMILO.-Por fin se fue esa condenada. Tú y yo conduzcamos pronto al dios al templo de Asclepios para que se acueste en él.

BLEPSIDEMO.-Sin perder un instante, no venga algún otro a impedimos hacer todo lo necesario.
CREMILO.-¡Eh! Carión, trae las colchas y conduce a Pluto como el ritual prescribe; no se te olvide nada de lo que hay preparado . (Danza del Coro.)

CARIÓN.-¡Oh ancianos que en las fiestas de Teseo habéis comido con frecuencia la sopa, reducidos a un mísero yantar, cuán grande es ahora vuestra felicidad y el de todas las gentes honradas!

EL CORIFEO.-¿Que ocurre amigo? Pareces portador de una noticia agradable.

CARIÓN.-Mi amo está en el colmo de la fortuna y Pluto todavía más, pues de ciego que era ha recobrado ahora la mirada viva y brillante, gracias a los buenos cuidados de Asclepios.

EL CORIFEO.-¡ Oh gratísima nueva! ¡Oh colmo de ventura!

CARIÓN.-Hay que regocijarse, lo queráis o no lo queráis!

EL CORIFEO.-Gritaré muy altas las alabanzas al padre de buenos hijos, a Asclepios, la gran luminaria de los mortales.

LA MUJER DE CREMILO.-(Saliendo de su casa.) ¿Qué significan esos gritos? ¿Hay alguna buena noticia? Te esperaba ahí dentro, llena de impaciencia.

CARIÓN.-Pronto, pronto, trae vino, señora mía; también tú beberás; ya sabemos que te gusta. Te traigo todos los bienes en montón.
LA MUJER.-¿Dónde están?

CARIÓN.-En mis palabras, y pronto lo has de ver.
LA MUJER.-Acaba de decir lo que quieres decirme.

CARIÓN.-Escucha, pues; te expondré todos los hechos de los pies a la cabeza.
LA MUJER.-¿A la cabeza? No, cuidado con ella.

CARIÓN.-¿Luego no aceptas las buenas cosas que acaban de ocurrir?
LA MUJER.-Lo que no quiero son más enredos.

CARIÓN.-En cuanto llegamos al templo del dios con ese ser, entonces tan miserable y ahora dichoso y feliz como ninguno, nuestro primer cuidado fue llevarle a una fuente de agua salada, donde le bañamos.
LA MUJER.-¡Vaya una felicidad, por Zeus! ¡Chapuzar a un anciano dentro del agua salada y fría!

CARIÓN.-Luego volvimos al santuario de Asclepios y colocamos sobre el altar tortas y otras ofrendas, entregamos harina de flor a la devoradora llama de Hefesto, acosta- mos a Pluto con las solemnidades de costumbre y después cada cual se arregló un lecho de hojas.
LA MUJER.-¿Había más gente implorando al dios?

CARIÓN.-Un tal Neóclides , ciego, pero que en robar aventaja a los de mejor vista, y otros muchos atacados de toda clase de enfermedades. Después el sacerdote apagó las lámparas y nos mandó dormir, encargándonos el silencio aunque oyésemos cualquier ruido. Todos nos acostamos tranquilamente. Pero yo no podía conciliar el sueño: un caldero de gachas, colocado a la cabecera de una vieja, me tentaba el apetito, y deseaba darle un asalto. En esto, levantando los ojos, veo que el sacerdote despojaba

32 Juego de palabras, alusivo a una especie de maldición.

33 Orador concusionario y delator.

 

de tortas e higos secos la sagrada mesa. Después giró una visita de inspección a todos los altares, y cuantos panes habían quedado en ellos se los guardó santamente en un saquito. Convencido de lo religioso de la ceremonia, depuse ya todo escrúpulo y avancé hacia el caldero.
LA MUJER.-¡Oh, el más audaz de los hombres! ¿No temías al dios?

CARIÓN.-Sí; temía que con sus coronas llegase a la olla antes que yo; su sacerdote me había abierto los ojos. La viejecita, al oír un ruido, extendía ya la mano para apartar la olla; entonces yo, imitando a la serpiente Parcas, dí un silbido y la mordí. La vieja retiró vivamente la mano, se acurrucó en su lecho, se tapó con la colcha y lanzó de miedo un flato más pestilente que el de una comadreja. Entonces yo me atraqué de gachas y volví repleto a mi cama.
LA MUJER.-Y el dios, ¿no se acercaba a vosotros?

CARIÓN.-Aún no. Luego hice otra de las mías: al acercarse el mismo Asclepios solté una estrepitosa descarga, pues tenía el vientre lleno de gases.
LA MUJER.-Supongo que te tomaría inmediatamente en horror.

CIRIÓN.-No; Laso, que le seguía, fue la que se ruborizó un poco mientras que Panacea se apartaba tapándose las narices, porque, la verdad, yo no huelo a incienso.
LA MUJER.-¿Y el dios?

CARIÓN.-Por Zeus, no hizo el menor caso.
LA MUJER.-Quieres decir que el dios es un patán...

CARIÓN.-No, por Zeus; le creo sencillamente un merdófago.
LA MUJER.-¡Ah, miserable!

CARIÓN.-Después me tapé en la cama lleno de temor; el dios hizo su visita, examinando con orden e interés a todos los enfermos, y luego un esclavo le trajo un matraz de piedra, con su mano correspondiente, y una cajita.
LA MUJER.-¿De piedra?

CARIÓN.-No, por Zeus, la caja, no.
LA MUJER.-¿Y cómo podías verlo, maldito bribón, si acabas de decirme que estabas tapado en la cama?

CARIÓN.-Por los agujeros del manto, que no son pocos, por Zeus. Lo primero que preparó fué un ungüento para Neóclides; puso en el matraz tres cabezas de ajos de Tenos y las majó mezclándolas con goma y cebollas albarranas; humedeció la masa con vinagre de Esfetoy se la aplicó al paciente sobre los ojos, habiéndole vuelto antes los párpados para que fuese el dolor más vivo. Neóclides grita, aúlla, salta del techo y quiere huir; pero el dios le dice sonriendo: «Quédate ahí con tu ungüento; así no podrás presentarte en la Asamblea y hacerla cómplice de tus perjurios.»
LA MUJER.-¡Cómo ama a nuestra ciudad y qué discreto es ese dios!

CARIÓN.-Despues se sentó junto al lecho de Pluto: le tocó primero la cabeza; luego le limpió los párpados con un lienzo muy fino; Panacea le cubrió el cráneo y toda la cara con un velo de púrpura; por último Asclepios silbó, y dos inmensas serpientes se lanzaron del fondo del santuario.
LA MUJER.-¡ Soberanos dioses!

CARIÓN.-Deslizáronse bajo el velo de púrpura, y, a lo que me pareció, le lamieron los párpados, y en menos tiempo que el que tu necesitas para beberte diez cótilas de vino, Pluto, señora mía, se levantó con vista ya. Loco de júbilo, palmoteé y desperté a mí dueño: el dios y las serpientes se escondieron al punto en el interior del santuario. Pero los que tenían sus lechos junto al de Pluto le abrazaron con indescriptible cariño, y estuvieron despiertos toda la noche hasta que amaneció. Yo daba al dios las gracias más expresivas por haber sanado tan pronto a Pluto y aumentado la ceguera de Neóclides.
LA MUJER.-¡Qué poder el tuyo, oh Dueño y Señor! Pero dime, ¿dónde está Pluto?

CARIÓN.-Ya viene. Pero le rodeaba una inmensa multitud. Los hombres de bien, reducidos hasta ahora a una existencia mezquina, le abrazaban y le saludaban en la efusión m del más completo regocijo; los antes ricos y poseedores de una gran fortuna mal adquirida, fruncían el ceño y dejaban traslucir su temor en la inquietud de sus miradas. Los primeros le seguían ceñidos de guirnaldas, risueños y decidores, y la tierra resonaba bajo el acompasado andar de los ancianos. Ea, ordenad el baile, saltad, formad los coros, pues ya nunca volveréis a oír, al entrar en vuestra casa, la terrible frase de que «no hay harina en el saco.»
LA MUJER.-!Sí, por Hécate! Y en albricias de tu buena nueva voy a ponerte una corona de pastelillos.

CARIÓN.-No tardes, porque ya se acercan a la puerta.
LA MUJER.-Voy adentro a disponer las ofrendas de costumbre para celebrar la entrada de esos ojos recientemente adquiridos para la luz. CARIÓN.-Y yo también me voy para salirles al encuentro.

(Danza del Coro. Llega Pluto.)

PLUTO.-Ante todo, saludo y adoro al Sol; después del ilustre Sol, a la venerable Palas y a todo el país de Cecrops que me recibe. Me avergüenzo de mis infortunios y de haber ignorado con qué clase de hombres habitaba, de haber rechazado a los que eran dignos de mí frecuentación, sin duda alguna. ¡Ay, triste¡ ¡Cuán errados eran mis caminos¡ Pero cambiaré de conducta y demostraré a todos los hombres que al entregarme a los perversos lo hice contra mí voluntad.
CREMILO.-¡Idos a los cuervos! ¡Qué fastidiosos son todos esos amigos que le asedian a uno en cuanto mejora de fortuna! ¡Cómo me codean y me martirizan las piernas a fuerza de querer demostrarme su cariño! ¿Quién ha dejado de saludarme? ¡Qué muchedumbre de ancianos me rodeó en la plaza!

LA MUJER DE CREMILO.-(A Cremilo y luego a Pluto.) ¡Salud al más querido de los hombres! ¡Salud también a vosotros! ¡Oh Pluto, permíteme, como es costumbre, ofrecerte estos presentes de bienvenida!

PLUTO.-No. Esta es la primera casa que visito después de mí curación, y de ella nada debo llevarme; al contrarío, debo traerles mis propios presentes.
LA MUJER.-¿No aceptarás, pues, mis ofrendas de bienvenida?

PLUTO.-Los aceptaré dentro, junto al hogar, como es costumbre. Así evitaremos además una escena ridícula. No está bien que el poeta haga reír a los espectadores arrojándoles golosinas e higos secos.
LA MUJER.-Tienes razón. Mira, ya se había levantado Dexíníco para atrapar los higos en el aíre.

(Entran en la casa. Danza del Coro.)

CARIÓN.-¡Qué agradable es, ¡oh amigos, la felicidad, sobre todo cuanto nada cuesta¡ ¡Un montón de bienes se nos ha metido de súbito en nuestra casa, sin que hayamos tenido necesidad de cometer ninguna injusticia! ¡Así es como resulta agradable volverse rico¡ La artesa está llena de blanca harina, y las tinajas de rojo y perfumado vino; el oro y la plata, ¡parece increíble!, no caben en los cofres; la cisterna se halla atestada de aceite; los frascos, de perfumes, y el frutero, de higos. Las vinagreras, las escudillas y las ollas son todas de bronce; de plata, las viejas fuentes en que antes servíamos el pescado medio podrido; en fin, hasta la linterna se ha hecho de marfil, repentinamente. Los esclavos jugamos a pares o nones con monedas de oro, y, ¡oh refinamientos de sensualidad! usamos para limpiamos tallos de ajo, en vez de guijarros. En este instante, mi amo, con su correspondiente corona, está sacrificando un cerdo, un carnero y un chivo; el humo me ha obligado a salir; no podía parar dentro de casa. ¡Tanto me picaban los ojos!

(Llega un hombre de bien, seguido de un muchacho.)

EL HOMBRE DE BIEN.-Sígueme, niño; vamos en busca del dios.
CREMILO.-¡Hola! ¿Quién va?
EL HOMBRE DE BIEN.-Un hombre, hace poco infeliz y ahora afortunado.
CREMILO.-Tú eres, a lo que me parece, un hombre de bien.
EL HOMBRE DE BIEN.-Precisamente.
CREMILO.-¿Y qué necesitas?
EL HOMBRE.-Dar las gracias al dios por sus inmensos beneficios. Habiendo heredado de mi padre una fortuna bastante regular, me dediqué a aliviar las necesidades de mis amigos, creyendo que esto es lo mejor que puede hacerse en la vida.
CREMILO.-¿Y te arruinaste muy pronto, si no me equivoco?
EL HOMBRE.-Por completo, puedes decirlo.
CREMILO.-¿Y quedaste en la miseria?
EL HOMBRE.-En la miseria más completa. Yo pensaba que los amigos necesitados a quienes había socorrido continuarían amigos míos en la adversidad pero, ¡ay!, se apartaban de mí y fingían no verme.
CREMILO.-Y hasta se burlarían solapadamente de tí; estoy seguro.
EL HOMBRE.-Así era. La indigencia de mi ajuar es lo que me perdió.
CREMILO.-Pero ya no es así.
EL HOMBRE.-Justamente, lo que me hace venir es para dar las gracias al dios.
CREMILO.-¿Y qué significa, en nombre del dios, ese manto agujereado que lleva el muchacho que te sigue? Cuenta.
EL HOMBRE.-Lo traigo con intención de dedicárselo al dios.
CREMILO.-¿Era acaso el que llevabas cuando te iniciaste en los grandes misterios? .
EL HOMBRE.-No; pero he tiritado con él durante trece años.
CREMILO.-¿Y esos zapatos?
EL HOMBRE.-También sufrieron conmigo los rigores del invierno.
CREMILO.-¿Los traes para consagrárselos igualmente al dios?
EL HOMBRE.-Sí, por Zeus.
CREMILO.-¡Pues vaya ofrendas que vienes a consagrarle! (Entra un sicofante o delator) con un testigo.
EL SICOFANTE.-¡Infeliz de mí! ¡Estoy arruinado, perdido! !Oh, suerte tres y cuatro y cinco y doce y diezmil veces infortunada! ¡Ay! ¡Me agobian desdichas sin número!
CREMILO.-!Oh Apolo preservador! ¡Oh dioses tutelares! ¿Qué desgracia le habrá sucedido a ese hombre?
EL SICOFANTE.-¿No es insoportable lo que me sucede? ¡Todo lo he perdido! Ese dios me ha despojado de todos mis bienes. ¡Oh, ya volverá a quedarse ciego, si hay justicia en el mundo!
EL HOMBRE.-Empiezo a comprender; es sin duda un hombre arruinado y fuera de lo corriente.
CREMILO.-Tienes razón; pero su ruina es justa.
EL SICOFANTE.-¿Dónde está, dónde, el dios que había prometido enriquecernos a todos en cuanto recobrase la vista? Lo que ha hecho ha sido arruinar a algunos.
CREMILO.-¿A quién ha maltratado de ese modo?
EL SICOFANTE.-A mí mismo.
CREMILO.-¿Eras, por tanto, un malhechor, un ladrón?
EL SICOFANTE.-No, por Zeus. Dí más bien que sois vosotros los truhanes, los que de seguro os habéis quedado con mi dinero. CARIÓN.-¡Qué insolente sicofante, oh Deméter, se ha introducido aquí! Debe estar muerto de hambre.
EL SICOFANTE.-¿No te apresurarás tú, a irte a la plaza pública para que te sometan  al tormento de la rueda y confieses tus crímenes?

CARIÓN.-Ten cuidado con lo que dices: van a llover palos.
EL HOMBRE.-Sí, por Zeus Salvador. ¡Bien meritorio es a los ojos de todos los helenos ese dios que extermina a los miserables sicofantes!
EL SICOFANTE.-¡Oh rabia¡ ¿También tú te burlas? ¡Tú eres, sin duda, cómplice de su robo¡ Y si no, contesta: ¿de dónde has sacado ese vestido nuevo? Ayer te ví hecho un andrajo.
EL HOMBRE.-No te temo, gracias a este anillo que le compré a Eudemo por un dracma.
CREMILO.-No hay anillo que valga contra la mordedura de un sicofante.
EL SICOFANTE.-¿Puede haber mayor ultraje? Os burláis, pero aún no habéis dicho lo que hacéis aquí. Nada bueno, seguramente.
CREMILO.-No, por Zeus, al menos para tí, tenlo presente.
EL SICOFANTE.-Váis a comer a mis expensas, por Zeus.
CREMILO.-¡lmpostor! ¡Ojalá revientes tú y tu testigo sin haberos desayunado¡
EL SICOFANTE.-¿Podéis negarlo, bribones? (En actitud de olfatear.) Hasta aquí llega el olor de los peces y de los asados. ¡Hu! ¡Hu! ¡Hu! ¡Hu!
CREMILO.-¿Hueles algo canalla?
EL HOMBRE.-Es el frío, sin duda. ¡Como lleva tan raído el manto!
EL SICOFANTE.-¿Puede tolerarse, oh Zeus, oh dioses, que me ultrajen así estos individuos? ¡Cómo me aflige verme tan maltratado, yo un hombre honrado y todo abnegación por la patria!
CREMILO.-¿Tú, un hombre honrado y un patriota?
EL SICOFANTE.-Como ninguno.
CREMILO.-¡Pues bien! Responde a mis preguntas.
EL SICOFANTE.-¿Cuáles?
CREMILO.-¿Eres labrador?
EL SICOFANTE.-¿Por tan loco me tienes?
CREMILO.-¿Comerciante?
EL SICOFANTE.-Paso por tal, cuando me conviene.
CREMILO.-Por último, ¿has aprendido algún oficio?
EL SICOFANTE.-¡Oh no, por Zeus!
CREMILO.-¿Pues de qué vivías, si no hacías nada?
EL SICOFANTE.-Yo vigilo los asuntos de la ciudad y los de todos los particulares.
CREMILO.-¿Tú? ¿Y por qué?
EL SICOFANTE.-Porque quiero.
CREMILO.-¿Cómo has de ser un hombre honrado, grandísimo ladrón, si te haces odioso a todo el mundo por meterte en lo que no te importa?
EL SICOFANTE.-¿No ha de importarme, imbécil, el servir a mi patria en la medida de todos mis medios?
CREMILO.-Pues qué, ¿el ser intrigante es servir a la patria?
EL SICOFANTE.-SÍ, y el mantener las leyes establecidas y no permitir que nadie las vulnere.
CREMILO.-¿No tiene para eso la República sus tribunales?
EL SICOFANTE.-¿Y quién acusa?
CREMILO.-El que quiere
EL SICOFANTE.-Pues bien, ése soy yo; de suerte que es a mí a quien incumbe velar por los asuntos públicos.
CREMILO.-Sí, por Zeus; ¡buen defensor les ha salido! ¿Y no preferirías, vivir tranquilamente y sin hacer nada?
EL SICOFANTE.-No ocuparse de nada es vivir como un borrego.
CREMILO.-¿No quisieras aprender otras especialidades?
EL SICOFANTE.-No, aún cuando me des a Pluto en persona y al silfio de Bato.
CREMILO.-Quítate el vestido.

CARIÓN.-¡Eh, hombre! A tí te dicen.
CREMILO.-¡Y pronto! Descálzate.

CARIÓN.-Todo eso va contigo.
EL SICOFANTE.-A ver quien se atreve a acercárseme...

CARIÓN.-Yo me acerco.
EL SICOFANTE.-¡Pobre de mí, que me desnudan en pleno día¡

CARIÓN.-Consecuencias de meterse en negocios ajenos para comer a costa del prójimo.
EL SICOFANTE.-(A su testigo.) ¿Ves lo que me hacen? Te tomo por testigo.

CARIÓN.-Tu testigo ha tomado la fuga.
EL SICOFANTE.-¡Ay! ¡Estoy solo y cogido!

CARIÓN.-¿Ahora gritas?
EL SICOFANTE.-¡Sí! ¡Ay de mí, ay de mí!

CARIÓN.-(Al hombre de bien.) Alárgame ese manto harapiento y se lo pondré a este delator.
EL HOMBRE.-No, no; está hace tiempo consagrado a Pluto.

CARIÓN.-¿Dónde podrá estar mejor que sobre los hombros de este infame bandido? A Pluto es necesario dedicar. le vestidos mejores.
EL HOMBRE.-Y ¿qué hacemos con los zapatos?

CARIÓN.-Voy a clavárselos en la frente, como si fuese un acebuche sagrado
EL SICOFANTE.-Me marcho, porque comprendo que podéis más que yo; pero como encuentre un auxiliar, siquiera sea tan débil como una tabla de higuera, me he de vengar de ese dios tan poderoso que, por su sola autoridad, sin consultar previamente a los ciudadanos ni a la Asamblea echa por tierra la democracia.
EL HOMBRE. Ahora que vas cubierto con mi armadura, corre a los baños, y para calentarte apodérate del primer puesto, que yo durante tanto tiempo he ocupado.
CREMILO.-Pero el bañero, agarrándole por donde más le duela le pondrá bonitamente en la calle; pues a la primera ojeada comprenderá que es un bribón. Entremos nosotros para que adores al dios.

(Danza del Coro.)

UNA VIEJA.-Buenos ancianos, ¿he llegado a la casa don. de habita el nuevo dios, o he equivocado el camino? EL CORIFEO.-Estás a su puerta, hermosa niña, sabes preguntar con mucha gentileza.


LA VIEJA.-Voy a llamar, pues, a alguno de la casa.
CREMILO.-No es necesario; aquí me tienes; ¿qué es lo que te trae? Habla.
LA VIEJA.-Soy víctima, amigo mío, de la acción más inicua e infame desde que ese dios ha empezado a verme; mi existencia es insoportable.
CREMILO.-¿Cómo? ¿Serás acaso un sicofante entre las mujeres?

LA VIEJA.-No, por Zeus, no.
CREMILO.-¿Te habrá correspondido mala letra en el sorteo para beber?
LA VIEJA.-No te rías así de una infeliz que muere devorada por una pasión.
CREMILO.-Vamos, acaba de decir cuál es esa pasión que te devora.
LA VIEJA.-Escucha: yo amaba a un joven pobre; ¡pero tan hermoso, tan bien formado, tan bueno¡ Todo cuanto le pedía me lo daba con la mayor solicitud y cariño; yo, a mi vez, no le negaba nada.
CREMILO.-¿Y qué solía pedirte?
LA VIEJA.-Poca cosa; era conmigo de lo más tímido. Unas veces, veinte dracmas para comprarse un traje; otras, ocho para unos zapatos; otras veces me decía que regalase túnicas a sus hermanas y un vestidillo a su madre; otras, necesitaba cuatro medimnas de trigo.
CREMILO.-No es mucho, en verdad; su discreción es admirable.
LA VIEJA. -Y aun eso, según solía decirme, no me lo pedía por vil interés, sino por pura amistad. Por ejemplo, un vestido regalado por mí era para él un constante re- cuerdo.
CREMILO.-Ese hombre te quería extraordinariamente.
LA VIEJA.-Pero ahora no es así. ¡Cómo ha cambiado el pérfido! Hoy le había enviado un pastel con otras golosinas que ves en este plato, indicándole que a la noche yo iría a verle.
CREMILO.-¿Y qué ha hecho?
LA VIEJA.-Me ha devuelto mis regalos, y además este otro pastel, con la condición de que no pusiese los pies en su casa, añadiendo este insulto: «Eran en otro tiempo los milesios varones esforzados...»
CREMILO.-Pues no es tan malo el muchacho; ahora que es rico no le gustan las lentejas; antes la necesidad le obligaba a comer de todo.
LA VIEJA.-Por las dos diosas te lo juro: antes estaba continuamente a la puerta de mi casa.
CREMILO.-¿Para acompañar tu entierro?
LA VIEJA.-No, por Zeus, sino por el placer de escuchar mi voz.
CREMILO.-Ya sería por ver si le dabas algo.
LA VIEJA.-Cuando estaba triste me llamaba con ternura «gatito mío, palomita mía.»
CREMILO.-Y después te pediría dinero para unos zapatos.
LA VIEJA.-Un día que iba yo en mi carro a la celebración de los grandes misterios, porque me miró por casualidad no sé quien, lo tomó tan a pecho, que me estuvo pegando todo el día. ¡Tan celoso era el pobre!
CREMILO.-Sin duda deseaba comer solo.
LA VIEJA.-Solía decirme que mis manos eran hermosísimas.
CREMILO.-Sí; cuando le alargaban veinte dracmas.
LA VIEJA.-Que mi cutis exhalaba un olor suavísimo.
CREMILO.-Cuando le servías vino de Tasos.
LA VIEJA.-Alababa la brillantez de mis ojos.
CREMILO.-No era torpe el muchacho. ¡Y bien que sabía explotar a una impúdica vieja!
LA VIEJA.-Creo, por lo tanto, querido mío, que Pluto obra muy mal al conducirse así, después de haber prometido su constante ayuda a las víctimas de cualquiera injusticia.
CREMILO.-¿Qué quieres que haga? Dilo y cumplirá tu deseo.
LA VIEJA.-ES muy justo, por Zeus, obligar al que de mí ha recibido tantos favores que él me los haga a su vez; de otro modo, no es digno de disfrutar del más pequeño bien.
CREMILO.-¿No te manifestaba su gratitud todas las noches?
LA VIEJA.-Sí; pero me prometía, además, no abandonarme, mientras viviera.
CREMILO.-Muy bien; creerá que ya no existes.
LA VIEJA.-¡Ay, queridísimo, estoy consumida por la pena!
CREMILO.-Más aún: creo que has entrado ya en putrefacción.
LA VIEJA.-Podría pasar por un anillo.
CREMILO.-Con tal que ese anillo fuese el aro de una criba.
LA VIEJA.-(Viendo llegar a un joven.) ¿Pero qué veo? Ahí viene el joven de quien me estaba quejando; tiene traza de dirigirse a una orgía.
CREMILO.-Creo que sí, pues lleva una corona y una antorcha.


EL JOVEN.-¡Salud!
LA VIEJA.-¿Qué dice?
EL JOVEN.-Mi vieja amiga, ¡qué pronto has encanecido! ¡Es asombroso!
LA VIEJA.-¡Triste de mí! ¡Cuántos insultos he de soportarle!
CREMILO.-Sin duda, hace mucho tiempo que no te ha visto.
LA VIEJA.-¿Mucho tiempo? Ayer mismo estuvo conmigo.
CREMILO.-Por lo visto, le ocurre lo contrario que a otros muchos; el vino le aclara la vista.
LA VIEJA.-No; siempre es un desvergonzado.


EL JOVEN.-¡Oh, Poseidón, rey de los mares¡ ¡Oh, vetustas divinidades, cuántas arrugas tiene en la cara!
LA VIEJA.-¡Eh!, ¡eh!, aparta de mí la antorcha.
CREMILO.-Tiene razón; si le salta una sola chispa, arderá como una rama de olivo seco.


EL JOVEN.-¿Quieres jugar un momento conmigo?
LA VIEJA.-¿En dónde, pérfido?


EL JOVEN.-Aquí mismo, con nueces.
LA VIEJA.-¿A qué juego?
EL JOVEN.-A adivinar... cuantos dientes conservas.
CREMILO.-Yo adivinaré también; le quedan tres o cuatro.
EL JOVEN.-Has perdido: no tiene más que una muela.
LA VIEJA.-¡Oh, el más infame de los hombres! ¿Has perdido el juicio para comportarte así conmigo y sacarme los trapos sucios delante de tanta gente.
EL JOVEN.-Es que creo que no te vendrá mal una buena jabonadura.
CREMILO.-Te equivocas; ahora está perfectamente pintada, y si la lavases se le quitaría el albayalde y aparecerían las arrugas en todo su esplendor.
LA VIEJA.-Para ser tan viejo, me pareces muy liviano.
EL JOVEN.-¡Ah, te hace carantoñas y te enlaza por la cintura, creyendo que nadie la ve.
LA VIEJA.-¡No, por Afrodita! ¡No a mí, infame!
CREMILO.-No, por Hécate, no por cierto. ¡Que la diosa me libre de semejante desatino! Pero, mi joven amigo, yo no puedo consentir que aborrezcas a esta muchacha.
EL JOVEN.-¡Pero si yo la idolatro!
CREMILO.-Sin embargo, ella te acusa...
EL JOVEN.-¿De qué me acusa?
CREMILO.-De que eres un insolente y de que le has dicho: «Eran en otro tiempo los milesios Varones esforzados...»
EL JOVEN.-Bueno, bueno: no quiero disputártela.
CREMILO.-¿Por qué?
EL JOVEN.-Por supuesto a tu edad; a otro nunca se lo hubiera consentido. Vete en paz con tu «uchacha».
CREMILO.-Ya entiendo, ya entiendo. Lo que te pasa es que ya no tienes gusto en tener comercio con ella.
LA VIEJA.-¿Y quién lo consentirá?
EL JOVEN.-Yo no puedo tener relaciones con una vieja extenuada por trece mil años de amoríos.
CREMILO.-Sin embargo, puesto que no desdeñaste beber el vino, justo es que bebas también las heces.
EL JOVEN.-Pero éstas, tan viejas, ya están putrefactas.
CREMILO.-Pásatelas por la manga para purificarlas.
EL JOVEN.-Será mejor que entremos ahí; yo te sigo para ofrecer al dios estas coronas.
LA VIEJA.-Yo entraré, también, porque tengo que de cirle una cosa.
EL JOVEN.-Entonces, no entro yo.
CREMILO.-Tranquilízate; no te violará.
EL JOVEN.-Tienes razón; ya hace tiempo la manejo como quiero.
LA VIEJA.-Entra tú, yo te sigo.
CREMILO.-¡Soberano Zeus; y cómo se le pega al mozo la viejita, fuerte como una lapa!

(Entran todos.)

CARIÓN.-¿Quién llama? ¿Quién es? No distingo nada; sin duda la puerta ha rechinado sin que nadie la toque.


HERMES.-¿Hola!, Carión; aguarda; soy yo, Hermes.

CARIÓN.-¿Eras tú el que tan estrepitosamente golpeaba la puerta?


HERMES.-No; pero me disponía a llamar cuando has abierto. Ea, corre y advierte a tu amo que, sin perder instante, se me presente con su mujer, sus hijos sus, criados, su perro, tú y su marrano.

CARIÓN.-¿Pues qué ocurre?


HERMES.-Que Zeus, gran bribón, quiere aderezaros a todos en la misma cazuela y arrojaros al Báratro.

CARIÓN.-¡Cuidado con la lengua, pregonero de desgracias! ¿Y por qué piensa tratarnos de ese modo?


HERMES.-Porque habéis cometido el crimen más horrendo. ¿Desde que Pluto ha recobrado la vista nadie nos ofrece a los dioses incienso, ni laureles, ni tortas, ni víctimas, ni nada, en fin.

CARIÓN.-Ni se os ofrecerán nunca, por lo mal que cuidabais de nosotros.


HERMES.-De los otros dioses poco me importa; pero yo me siento desfallecer y morir.

CARIóN.-Eres un sabio.


HERMES.-Antes, desde el amanecer ya me ofrecían en los figones toda clase de deliciosos manjares: sopa en vino, miel, higos secos, y en fin, cuanto es digno de mi paladar, pero ahora, muerto de inanición, me paso el día tumbado y con los pies en el aire.

CARIÓN.-Y te está muy bien empleado; ¿por qué dejabas que multasen a los que te trataban tan generosamente? .


HERMES.-¡Ay, triste de mí! ¡Ay, torta querida que me amasaban el cuatro de cada mes!

CARIÓN.-«Tu amor está ausente; inútilmente le llamas.»
HERMES.-¡Ay sabrosa pierna que yo devoraba! CARIÓN.-Pues bien; salta sobre un pie en ese odre para distraerte.
HERMES.-¡Ay, tripas calentitas que yo saboreaba! CARIÓN.-Las tuyas están atormentadas, Sin duda, por un cólico.

HERMES.-¡Ay, deliciosa copa, de porciones iguales!

CARIÓN.-(Soltando una ventosidad ruidosa.) Bébete eso y lárgate volando.
HERMES.-¿Querrás hacerme un favor, amigo mío?

CARIÓN.-Si puedo, con mucho gusto.
HERMES.-¿No podrías darme un pan bien cocido y una buena tajada de las víctimas que estáis sacrificando en casa? CARIÓN.-No dejan sacarlo.
HERMES.-Ya sabes que cuando le robabas alguna cosa a tu amo, yo siempre procuraba que no se enterase. CARIÓN.-Sí; a condición de partir los provechos, gran ladrón, porque casi siempre recibías una exquisita torta.
HERMES.-Que te comías tú solo.
CARIÓN.-¿Acaso participabas tú de los palos que me daban, cuando yo era sorprendido?
HERMES.-Olvida los pasados males, ya que has tomado a File. En nombre de los dioses, recibidme en vuestra casa.
CARIÓN.-¿Y dejarás a los dioses por vivir con nosotros?
HERMES.-Vuestra vida es mucho mejor.
CARIÓN.-¿Cómo? ¿Crees honrosa semejante deserción?
HERMES.-«La Patria es todo lugar donde se vive bien».
CARIÓN.-¿Y en qué podrías sernos útil si te quedaras aquí?
HERMES.-Podría ser vuestro portero .
CARIÓN.-¿Portero? No nos hace ninguna falta la chismografía porteril.
HERMES.-Entonces, comerciante.
CARIÓN.-Si somos ricos, ¿para qué hemos de mantener un Hermes dedicado a la reventa?
HERMES.-Pues, agente de intrigas.
CARIÓN.-¿Intrigas? Nada de eso. Sencillez de costumbres es lo que hace falta.
HERMES.-Guía.

CARIÓN.-El dios ve perfectamente, y ya no los necesita.
HERMES.-Pues bien; seré presidente de los juegos. ¿Qué dirás ahora? Pluto debe instituir certámenes escénicos y gímnicos .
CARIÓN.-¡ Qué bueno es tener muchos apodos¡ Así ha encontrado el medio de ganarse la vida. Así me explico que todos los jueces se afanen por ser inscritos en varios tribunales .
HERMES.-¿De modo que me admitiréis para ese empleo?
CARIÓN.-Sí; y vete al pozo a lavar estas entrañas de las víctimas para que prácticamente nos demuestres que puedes servir para algo.

UN SACERDOTE DE ZEUS.-¿Quién podrá decirme con exactitud dónde está Cremilo?
CREMILO.-(Saliendo de su casa.) ¿Qué ocurre, buen hombre?

EL SACERDOTE.-Nada bueno. Desde que Pluto ha recobrado la vista me muero de hambre; yo, todo un Sacerdote de Zeus Salvador, no tengo qué comer.
CREMILO.-¿Y cuál es la causa de ello, en nombre de los dioses?

EL SACERDOTE.-Nadie se considera obligado a ofrecer el menor sacrificio.
CREMILO.-¿Por qué?

EL SACERDOTE.-Porque todos son ricos. Antes, cuando nada tenían, el mercader que regresaba sano a su casa y el reo que conseguía la absolución, nunca dejaban de ofrecer alguna víctima. Cuando alguna ofrecía un sacrificio favorable, era de rigor que el sacerdote asistiese al festín; pero ahora nadie sacrifica, nadie entra en el templo, como no sea para mancillarlo con sus excrementos.
CREMILO.-¿No tomas también tu parte de esas ofrendas?

EL SACERDOTE.-De modo que espontáneamente me he despedido de Zeus Salvador para quedarme aquí.
CREMILO.-Ten confianza; con la ayuda del dios todo irá bien pues Zeus Salvador se encuentra aquí, donde también ha venido espontáneamente.

EL SACERDOTE.-¡Oh, qué buena noticia!
CREMILO.-Aguarda un poco; vamos a colocar a Pluto en el lugar que antes ocupaba, como guardián perpetuo del tesoro de Atenea. ¡Eh!, vengan las antorchas encendidas.  

(Volviéndose al sacerdote.) Tú las llevarás delante del dios.

EL SACERDOTE.-Todo está muy bien dispuesto.
CREMILO.-Llamad a Pluto, y que salga.
LA VIEJA.-Y yo, ¿qué debo hacer?
CREMILO.-Ponte sobre la cabeza esas ollas consagradas al dios y llévalas con majestad y decoro; precisamente tienes un vestido de colores muy apropiados.
LA VIEJA.-¿Y en qué queda el asunto que me ha traído aquí?
CREMILO.-Todo se arreglará. El joven irá a tu casa esta noche.
LA VIEJA.-Si me respondes, por Zeus, de que vendrá, llevaré las ollas.
CREMILO.-Sucede con estas ollas lo contrario que en las demás. Ordinariamente la tez arrugada se forma encima; pero esta vez caen debajo.

EL CORIFEO.-Tampoco nosotros debemos permanecer aquí por más tiempo; lo mejor será que nos retiremos y nos vayamos cantando en pos de la procesión.