Anónimo
Las mil y una noches
¡Aquello que quiera Alah!
¡En el nombre de Alah el clemente, el misericordioso!
¡La alabanza a Alah, amo del Universo! ¡Y la plegaria y la paz para el príncipe de los enviados,
nuestro señor y soberano Mohamed!
Y, para todos los tuyos, la plegaria y la paz siempre unidas esencialmente hasta el día de la
recompensa.
¡Y después... ! que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el
hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con
atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra y se reprimirá.
Por esto ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos!
De estas lecciones han sido entresacados los cuentos que se llaman Mil noches y una noche, y todo lo
que hay en ellos de cosas extraordinarias y de máximas.
Historia del rey Schahriar y su hermano el rey Schahzaman
Cuéntase -pero Alah es más sabio, más prudente más poderoso y más benéfico- que en lo que
transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan,
en las islas de la India y de la China
[1].
Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito' numeroso. Tenía dos
hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó en los
países, gobernó con justicia entre los hombres y por eso le querían los habitantes del país y del reino.
Llamábase el rey Schahriar
[2]. Su hermano, llamado Schahzaman
[3], era el rey de Salamarcanda Ti-
Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus
ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces
ordenó a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: "Escucho y obedezco".
Partió, pues, y llegó felizmente por la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la
paz
[4], le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitar a
su hermano. El rey Schahzaman contestó: "Escucho y obedezco". Dispuso los preparativos de la partida,
mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y auxiliares.
Nombró a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero a medianoche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio apresuradamente, y
encontró a su esposa tendida en el lecho abrazada con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal
cosa, el mundo se oscureció ante sus ojos.
Y se dijo: "Si ha sobrevenido tal aventura cuando apenas acabo de dejar la ciudad, ¿cuál sería la
conducta de esta libertina si me ausentase algún tiempo para estar con mi hermano?" Desenvainó
inmediatamente su alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices del lecho. Volvió a
salir sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó de noche hasta avistar
la ciudad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se
regocijó hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a
hablarle lleno de efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la aventura de su esposa, y una nube de
tristeza le velaba la faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal
modo, el rey Schahriar creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país,
y lo dejaba estar, sin preguntarle nada. Al fin, un día, le dijo: "Hermano, tu cuerpo enflaquece y tu cara
amarillea". Y el otro respondió: "¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva!" Pero
no le reveló lo que le había ocurrido con su esposa.
El rey Schahriar le dijo: "Quisiera que me acompañes a cazar a pie y a caballo, pues así tal vez se
esparciera tu espíritu". El rey Schahzaman no quiso aceptar, y su hermano se fué solo a la cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas, el rey
Schahzaman vió cómo se abría una puerta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los
cuales avanzaba la mujer del rey Schahriar en todo el esplendor de subelleza. Llegados a un estanque, se
desnudaron, y se mezclaron todos.
Y súbitamente la mujer del rey gritó: "¡Oh, Massaud!"Y en seguida acudió hacia ella un robusto
esclavo negro, que la abrazó.
Ella se abrazó también a él, y entonces el negro la echó al suelo, boca arriba, y la gozó.
A tal señal todos los demás esclavos hicieron lo mismo con las mujeres. Y así siguieron largo tiempo,
sin acabar con sus besos, abrazos, copulaciones y cosas semejantes hasta cerca del amanecer Al ver
aquello, pensó el hermano del rey: "¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra".
Inmediatamente, dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: "¡En verdad, esto es más enorme que
cuanto me ocurrió a mí!" Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión, y ambos se desearon la paz íntimamente.
Luego el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schahzaman acababa de recobrar el buen color,
pues su semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de
haberse alimentado parcamente en los primeros días.
Se asombró de ello, y dijo: "Hermano, poco ha te veía amarillo de tez y ahora has recuperado los
colores. Cuéntame qué te pasa". El rey le dijo: "Te contaré la causa de mi anterior palidez, pero
dispénsame de referirte el motivo de haber recobrado los colores". El rey replicó: "Para entendernos,
relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad". Y se explicó de este modo: "Sabrás,
her, mano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de marcha, y
salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu palacio.
Volví, pues, y encontré a mi mujer acostada con un esclavo negro, durmiendo en los tapices de mi cama.
Los maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fué el motivo
de mi primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrado mi buen color,
dispénsame de mencionarla".
Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: "Por Alah, te conjuro a que me cuentes la causa de
haber recobrado tus colores".
Entonces el rey Schahzaman le refirió cuanto había visto. El rey Schahriar dijo: "Ante todo, es
necesario que mis ojos vean semejante cosa". Su hermano le respondió: "Finge que vas de caza, pero
escóndete en mis aposentos y serás testigo del espectáculo; tus ojos lo contemplarán".
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de marcha. Los soldados salieron
con sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes
esclavos: "¡Que nadie entre!" Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los
aposentos de su hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora,
cuando salieron las esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había
contado Schahzaman, pasando en tales juegos hasta el asr
[5].
Cuando vió estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó de su cabeza, y dijo a su hermano:
"Marchemos para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos
tener con la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no,
la muerte sería preferible a nuestra vida". Su hermano le contestó lo que era apropiado y ambos salieron
por una puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un
árbol, en medio de una solitaria pradera, junto a la mar salada. En aquella pradera había un manantial de
agua dulce. Bebieron de ella y se sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él
una negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes,
asustados, se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera
ser. Y he aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit
[6] de elevada estatura, poderoso de
hombros y robusto de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia
el árbol y se sentó debajo de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y
apareció en seguida una encantadora joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol,
como dijo el poeta:
¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan
las auroras!
¡Los soles irradian con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos!
¡Que los velos de su misterio se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan
encantados a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasión humedece
todos los párpados!
Después que el efrit hubo contemplado a la hermosa joven, le dijo: "¡Oh soberana de las sederías!
¡Oh tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco". Y el efrit colocó la cabeza
en las rodillas de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vió ocultos en las ramas a los dos
reyes. En seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas:
"Bajad, y no tengáis miedo de este efrit". Por señas, le respondieron: "¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos
de lance tan peligroso!"
Ella les dijo: "¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit, que os
dará la peor muerte". Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, que se levantó para decirles:
"Traspasadme con vuestra lanza de un golpe duro y violento; si no, avisaré al efrit".
Schahriar, movido del espanto, dijo a Schahzaman: "Hermano, sé el primero en hacer lo que ésta
manda". El otro repuso: "No lo haré sin que antes me des el ejemplo tú, que eres. mayor". Y ambos
empezaron a invitarse mutuamente, haciéndose con los ojos señas de copulación. Pero ella les dijo:
"¿Para qué tanto guiñar los ojos? Si no venís y me obedecéis, llamo inmediatamente al efrit". Entonces,
por miedo al efrit hicieron con ella lo que les había pedido. Cuando los hubo agotado, les dijo: "¡Qué
expertos sois los dos!"
Sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con
sellos, y les preguntó: "¿Sabéis lo que es esto?" Ellos contestaron: "No lo sabemos". Entonces les
explicó la joven: "Los dueños de estos anillos me han poseído todos junto a los cuernos insensibles de
este efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos". Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y
ella entonces les dijo: "Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió
la caja en el arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas.
Pero no sabía que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.
Ya lo dijo el poeta:
¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! Su buen o mal humor depende de los
caprichos de su vulva!
¡Prodigan amor falso cuando la perfidia las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las Palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que
expulsaran a Adán por causa de la Mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al
amor puro una pasión loca!
Y no digas: "¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!" ¡No lo digas! ¡Sería
verdaderamente un prodigio único ver salír a un hombre sano y salvo de la seducción de las
mujeres!
Los dos hermanos, al oír estas palabras, se maravillaron hasta más no poder, y se dijeron uno a otro:
"Si éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta
aventura debe consolarnos". Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su
ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y
esclavas. Después ordenó a su visir que cada noche le llevase una joven que fuese virgen. Y cada noche
arrebataba a una su virginidad. Y cuando la noche había transcurrido mandaba que la matasen. Así estuvo
haciendo durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que
les quedaban. En la ciudad no había ya ninguna doncella que pudiese servir para los asaltos de este
cabalgador.
En esta situación el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más
que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante
el furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura, que poseían todos los encantos, todas
las perfecciones y eran de una delicadeza exquisita.
La mayor se llamaba Schehrazada
[7], y el nombre de la menor era Doniazada
[8]:
La mayor, Schehrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las
historias de los pueblos pasados.
Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las edades remotas, a los
reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente y daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: "¿Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de
pesadumbres y aflicciones... ? Sabe, padre, que el poeta dice: "¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es
duradero, toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida".
Cuando oyó estas palabras el visir, contó a su hija cuanto había ocurrido, desde el principio al fin,
concerniente al rey. Entonces le dijo Schehrazada: "Por Alah. padre, cásame con el rey, porque si no me
mata, seré la causa del rescate de las hijas de los muslemini
[9] y podré salvarlas de entre las manos del
rey". Entonces el visir contestó: "¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro".
Pero Schehrazada repuso: "Es imprescindible que así lo haga". Entonces le dijo su padre: "Cuidado
no te ocurra lo que les ocurrió al asno y al buey con el labrador. Escucha su historia:
Fábulas del asno, el buey y el labrador
Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado.
Estaba casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dió igualmente el conocimiento de los lenguajes de los
animales y el canto de los pájaros. Habitaba este comerciante en un país fértil, a orillas de un río. En su
morada había un asno y un buey. Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vió aquel sitio
barrido y regado. En el pesebre había cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado,
descansando. Cuando el amo lo montaba, era sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el
asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante oyó que el buey decía al pollino: "Come a gusto y
que te sea sano, de provecho y 'de buena digestión. ¡Yo estoy rendido y tú descansado, después de comer
cebada . bien cribada! Si el amo te monta alguna que otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio, yo me
reviento arando y con el trabajo del molino". El asno le aconsejó: "Cuando salgas al campo y te echen el
yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si
entonces te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas, fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber
en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo".
Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo lo que hablaban. Se acercó el mayoral al buey para
darle forraje y le vió comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo al trabajo, lo encontró enfermo.
Entonces el amo dijo al mayoral: "Coge al asno y que are todo el día en lugar del buey". Y el hombre
unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.
Al anochecer, cuando el asno regresó al establo, el buey le dió las gracias por sus bondades, que le
habían proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido.
Al otro día el asno estuvo arando tambien durante toda la jornada y regresó con el pescuezo
desollado, rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dió las gracias de nuevo y lo colmó de
alabanzas. El asno le dijo: "Bien tranquilo estaba yo antes.- Ya ves cómo me ha perjudicado el hacer
beneficio a los demás". Y en seguida añadió: "Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir
al amo que te entregarán al matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo
digo para que te salves, pues sentiría que te ocurriese algo".
El buey, cuando oyó estas palabras del asno, le dió las gracias nuevamente, y le dijo: "Mañana
reanudaré mi trabajo". Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamió el recipiente con su
lengua.
Pero el amo les había oído hablar.
En cuanto amaneció fué con su esposa hacia el establo de los bueyes y las vacas, y se sentaron a la
puerta. Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vió a su amo empezó a menear la cola, a ventosear
ruidosamente y a galopar en todas direcciones como si estuviese loco. Entonces le entró tal risa al
comerciante, que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: "¿De qué te ríes?" Y él dijo: "De una cosa
que he visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida". La mujer insistió: "Pues
has de contármela, aunque te cueste morir". Y él dijo: "Me callo, porque temo a la muerte". Ella repuso:
"Entonces es que te ríes de mí".
Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran perplejidad.
Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, y así como al kadí
[10] y a unos testigos. Quiso hacer
testamento antes de revelar el secreto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era la
hija de su tío paterno
[11], madre de sus hijos y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo
llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo
ocurrido, diciendo que moriría en cuanto revelase el secreto.
Entonces toda la gente dijo a la mujer: "¡Por Alah sobre ti! No te ocupes más del asunto; pues va a
perecer tu marido, el padre de tus hijos". Pero ella replicó: "Aunque le cueste la vida no le dejaré en paz
hasta que me haya dicho su secreto". Entonces ya no le rogaron más. El comerciante se apartó de ellos y
se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y volver inmediatamente a revelar su secreto
y morir.
Pero había un gallo lleno de vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él
hallábase un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: "¿No te
avergüenza el estar tan alegre cuando va a morir nuestro amo?" Y el gallo preguntó: "¿Por qué causa va a
morir?"
Entonces el perro contó toda la historia, y el gallo repuso: "¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo.
Cincuenta esposas tengo yo y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando a unas y contentando a
otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse con ella!
El medio es bien sencillo: bastaría con cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de
su esposa y darle hasta que sucumbiera o se arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas". Así
dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su
mujer.
El visir interrumpió aquí su relato para decir a su hija Schehrazada: "Acaso el rey haga contigo lo
que el comerciante con su mujer". Y Schehrazada preguntó: "¿Pero qué hizo?" Entonces el visir prosiguió
de este modo:
Entró el comerciante llevando ocultas las varas de morera, que acababa de cortar, y llamó aparte a su
esposa: "Ven a nuestro gabinete para que te diga mi secreto". La mujer le siguió; el comerciante se
encerró con ella y empezó a sacudirla varazos hasta que ella acabó por decir: "¡Me arrepiento, me
arrepiento!" Y besaba las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces,
y la concurrencia se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy felices
hasta la muerte.
Dijo. Y cuando Schehrazada, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego:
"Padre, de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido". Entonces el visir, sin replicar nada,
mandó que preparasen el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahriar.
Mientras tanto, Schehrazada decía a su hermana Doniazada: "Te mandaré llamar cuando esté en el
palacio, y así que llegues y veas que el rey ha terminado su cosa conmigo, me dirás: "Hermana, cuenta
alguna historia maravillosa que nos haga pasar la noche". Entonces yo narraré cuentos que, si quiere
Alah, serán la causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes".
Fué a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró
muchísimo al ver a Schehrazada, y preguntó a su padre: "¿Es ésta lo que yo necesito?" Y el visir dijo
respetuosamente: "Sí, lo es".
Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: "¿Qué te pasa?"
Y ella contestó "¡Oh, rey poderoso, tengo una hermanita de la cual quisiera despedirme!" El rey mandó
buscar a la hermana, y apenas vino se abrazó a Schehrazada, y acabó por acomodarse cerca del lecho.
Entonces el rey se levantó, y cogiendo a Schehrazada, le arrebató la virginidad.Después empezaron a
conversar.
Doniazada dijo entonces a Schehrazada: "¡Hermana, por Alah sobre ti!, cuéntanos una historia que
nos haga pasar la noche".
Y Schehrazada contestó: "De buena gana, y como un debido homenaje, si es que me lo permite este
rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras
El rey, al oír estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la
narración de Schehrazada.
Y Schehrazada, aquella primera noche, empezó su relato con la historia que sigue:
Primera Noche
Historia del mercader y el efrit
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que hubo un mercader entre los mercaderes, dueño de
numerosas riquezas y de negocios comerciales en todos los países. Un día montó a caballo y salió para
ciertas comarcas a las cuales le llamaban sus negocios. Como el calor era sofocante, se sentó debajo de
un árbol, y echando mano al saco de provisiones, sacó unos dátiles, y cuando los hubo comido tiró a lo
lejos los huesos. Pero de pronto se le apareció un efrit de enorme estatura que, blandiendo una espada,
llegó hasta el mercader y le dijo: "Levántate, para que yo te mate como has matado a mi hijo". El
mercader repuso: "¿Pero cómo he matado yo a tu hijo?" Y contestó el efrit: "Al arrojar los huesos, dieron
en el pecho a mi hijo y lo mataron". Entonces dijo el mercader: "Considera ¡oh gran efrit! que no puedo
mentir, siendo, como soy, un creyente. Tengo muchas riquezas, tengo hijos y esposa, y además guardo en
mi casa depósitos que me confiaron. Permíteme volver para repartir lo de cada uno, y te vendré a buscar
en cuanto lo haga. Tienes mi promesa y mi juramento de que volveré en seguida a tu lado. Y tú entonces
harás de mí lo que quieras. Alah es fiador de mis palabras".
El efrit, teniendo confianza en él, dejó partir al mercader. Y el mercader volvió a su tierra, arregló
sus asuntos, y dió a cada cual lo que le correspondía. Después contó a su mujer y a sus hijos lo que le
había ocurrido, y se echaron todos a llorar: los parientes, las mujeres, los hijos. Después el mercader
hizo testamento y estuvo con su familia hasta el fin del año. Al llegar este término se resolvió a partir, y
tomando su sudario bajo el sobaco, dijo adiós a sus parientes y vecinos y se fue muy contra su gusto. Los
suyos se lamentaban, dando gritos de dolor.
En cuanto al mercader, siguió su camino hasta que llegó al jardín en cuestión, y el día en que llegó era
el primer día del año nuevo. Y mientras estaba sentado, llorando su desgracia, he aquí que un jeique
[12]
se dirigió hacia él, llevando una gacela encadenada. Saludó al mercader, le deseó una vida próspera, y le
dijo: "¿Por qué razón estás parado y solo en este lugar tan frecuentado por los efrits?"
Entonces le contó el mercader lo que le había ocurrido con el efrit y la causa de haberse detenido en
aquel sitio. Y el jeique dueño de la gacela se asombró grandemente, y dijo: "¡Por Alah! ¡oh hermano! tu fe
es una gran fe, y tu historia es tan prodigiosa, que si se escribiera con una aguja en el ángulo interior de
un ojo, sería motivo de reflexión para el que sabe reflexionar respetuosamente".
Después, sentándose a su lado, prosiguió: "¡Por Alah! ¡oh mi hermano! no te dejaré hasta que veamos
lo que te ocurre con el efrit". Y allí se quedó, efectivamente, conversando con él, y hasta pudo ayudarle
cuando se desmayó de terror, presa de una aflicción muy honda y de crueles pensamientos. Seguía allí el
dueño de la gacela, cuando llegó un segundo jeique, que se dirigió a ellos con dos lebreles negros. Se
acercó, les deseó la paz y les preguntó la causa de haberse parado en aquel lugar frecuentado por los
efrits.
Entonces ellos le refirieron la historia desde el principio hasta el fin. Y apenas se había sentado,
cuando un tercer jeique se dirigió hacia ellos, llevando una mula de color de estornino. Les deseó la paz
y les preguntó por qué estaban sentados en aquel sitio. Y los otros le contaron la historia desde el
principio hasta el fin. Pero no es de ninguna utilidad el repetirla.
A todo esto, se levantó un violento torbellino de polvo en el centro de aquella pradera. Descargó una
tormenta, se disipó después el polvo y apareció el efrit con un alfanje muy afilado en una mano y
brotándole chispas de los ojos.
Se acercó al grupo, y dijo cogiendo al mercader: "Ven para que yo te mate como mataste a aquel hijo
mío, que era el aliento de mi vida y el fuego de mi corazón". Entonces se echó a llorar el mercader, y los
tres jeiques empezaron también a llorar, a gemir y a suspirar.
Pero el primero de ellos, el dueño de la gacela, acabó por tomar ánimos, y besando la mano del efrit,
le dijo: "¡Oh efrit, jefe de los efrits y de su corona! Si te cuento lo que me ocurrió con esta gacela y te
maravilla mi historia, ¿me recompensarás con el tercio de la sangre de este mercader?" Y el efrit dijo:
"Verdaderamente que sí, venerable jeique. Si me cuentas la historia y yo la encuentro extraordinaria, te
concederé el tercio de esa sangre".
Cuento del primer Jeique
El primer jeique dijo:
Sabe, ¡oh gran efrit! que esta gacela era la hija de mi tío
[13] carne de mi carne y sangre de mi sangre.
Cuando esta mujer era todavía joven, nos casamos y vivimos juntos cerca de treinta años. Pero Alah no
me concedió tener de ella ningún hijo. Por esto tomé una concubina, que, gracias a Alah, me dió un hijo
varón, más hermoso que la luna cuando sale. Tenía unos ojos magníficos, sus cejas se juntaban y sus
miembros eran perfectos. Creció poco a poco, hasta llegar a los quince años. En aquella época tuve que
marchar a una población lejana, donde reclamaba mi presencia un gran negocio de comercio.
La hija de mi tío, o sea esta gacela, estaba iniciada desde su infancia en la brujería y el arte de los
encantamientos. Con la ciencia de su magia transformó a mi hijo en ternerillo, y a su madre, la esclava, en
una vaca, y los entregó al mayoral de nuestro ganado. Después de bastante tiempo, regresé del viaje;
pregunté por mi hijo y por mi esclava, y la hija de mi tío me dijo: "Tu esclava ha muerto, y tu hijo se
escapó y no sabemos de él". Entonces, durante un año estuve bajo el peso de la aflicción de mi corazón y
el llanto de mis ojos.
Llegada la fiesta anual del día de los Sacrificios, ordené al mayoral que me reservara una de las
mejores vacas, y me trajo la más gorda de todas, que era mi esclava, encantada por esta gacela.
Remangado mi brazo, levanté los faldones de la túnica, y ya me disponía al sacrificio, cuchillo en mano,
cuando de pronto la vaca prorrumpió en lamentos y derramaba lágrimas abundantes. Entonces me detuve,
y la entregué al mayoral para que la sacrificase; pero al desollarla no se le encontró ni carne ni grasa,
pues sólo tenía los huesos y el pellejo. Me arrepentí de haberla matado, pero ¿de qué servía ya el
arrepentimiento? Se la di al mayoral, y le dije: "Tráeme un becerro bien gordo". Y me trajo a mi hijo
convertido en ternero.
Cuando el ternero me vió, rompió la cuerda, se me acercó corriendo, y se revolcó a mis pies, pero
¡con qué lamentos! ¡con qué lamentos! Entonces tuve piedad de él, y le dije al mayoral: "Tráeme otra
vaca, y deja con vida a este ternero".
En este punto de su narración, vió Schehrazada que iba a amanecer, y se calló discretamente, sin
aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces
y cuán sabrosas son tus palabras llenas de delicia!" Schehrazada contestó: "Pues nada son comparadas
con lo que os podría contar la noche próxima, si vivo y el rey quiere conservarme". Y el rey dijo para sí:
"¡Por Alah! No la mataré hasta que haya oído la continuación de su historia".
Después, el rey y Schehrazada pasaron toda la noche abrazados. Luego marchó el rey a presidir su
tribunal. Y vió llegar al visir, que llevaba debajo del brazo un sudario para Schehrazada, a la cual creía
muerta. Pero nada le dijo de esto al rey, y siguió administrando justicia, designando a unos para los
empleos, destituyendo a otros, hasta que acabó el día. Y el visir se fué perplejo en el colmo del asombro,
al saber que su hija vivía.
Cuando hubo terminado el diwán
[14] el rey Schahriar volvió a su palacio.
Y cuando llegó la segunda noche
Doniazada dijo a su hermana Schehrazada: "¡Oh hermana mía! Te ruego que acabes la historia del
mercader y el efrit". Y Schehrazada respondió: "De todo corazón, y como debido homenaje, siempre que
el rey me lo permita". Y el rey ordenó: "Puedes hablar".
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado, dotado de ideas justas y rectas! que cuando el mercader vió
llorar al ternero, se enterneció su corazón, y dijo al mayoral: "Deja ese ternero con el ganado".
Y a todo esto, el efrit se asombraba prodigiosamente de esta historia asombrosa. Y el jeique dueño de
la gacela prosiguió de este modo:
¡Oh señor de los reyes de los efrits! todo esto aconteció. La hija de mi tío, esta gacela, hallábase allí
mirando, y decía: "Debemos sacrificar ese ternero tan gordo". Pero yo, por lástima, no podía decidirme,
y mandé al mayoral que de nuevo se lo llevara, obedeciéndome él.
El segundo día, estaba yo sentado, cuando se me acercó el pastor y me dijo: "¡Oh amo mío! Voy a
enterarte de algo que te alegrará. Esta buena nueva bien merece una gratificación". Y yo le contesté:
"Cuenta con ella". Y me dijo: "¡Oh mercader ilustre! Mi hija es bruja,pues aprendió la brujería de una
vieja que vivía con nosotros. Ayer, cuando me diste el ternero, entré con él en la habitación de mi hija, y
ella, apenas lo vió, cubrióse con el velo la cara, echándose a llorar, y después a reír. Luego me dijo:
"Padre, ¿tan poco valgo para ti que dejas entrar hombres en mi aposento?" Yo repuse: "Pero ¿dónde están
esos hombres? ¿Y por qué lloras y ríes así?" Y ella me dijo: "El ternero que traes contigo es hijo de
nuestro amo el mercader, pero está encantado. Y es su madrastra la que lo ha encantado, y a su madre con
él. Me he reído al verle bajo esa forma de becerro. Y si he llorado es a causa de la madre del becerro,
que fué sacrificada por el padre". Estas palabras de mi hija me sorprendieron mucho, y aguardé con
impaciencia que volviese la mañana para venir a enterarte de todo".
Cuando oí ¡oh poderoso efrit! -prosiguió el jeique- lo que me decía el mayoral, salí con él a toda
prisa, y sin haber bebido vino creíame embriagado por el inmenso júbilo y por la gran felicidad que
sentía al recobrar a mi hijo. Cuando llegué a casa del mayoral, la joven me deseó la paz y me besó la
mano, y luego se me acercó el ternero, revolcándose a mis pies. Pregunté entonces a la hija del mayoral:
"¿Es cierto lo que afirmas de este ternero?" Y ella dijo: "Cierto, sin duda alguna. Es tu hijo, la llama de tu
corazón". Y le supliqué: "¡Oh gentil y caritativa joven! si desencantas a mi hijo, te daré cuantos ganados y
fincas tengo al cuidado de tu padre". Sonrió al oír estas palabras, y me dijo: "Sólo aceptaré la riqueza
con dos condiciones: la primera, que me casaré con tu hijo, y la segunda, que me dejarás encantar y
aprisionar a quien yo desee. De lo contrario, no respondo de mi eficacia contra las perfidias de tu mujer".
Cuando yo oí, ¡oh poderoso efrit! las palabras de la hija del mayoral, le dije: "Sea, y por añadidura
tendrás las riquezas que tu padre me administra. En cuanto a la hija de mi tío, te permito que dispongas de
su sangre".
Apenas escuchó ella mis palabras, cogió una cacerola de cobre, llenándola de agua y pronunciando
sus conjuros mágicos. Después roció con el líquido al ternero, y le dijo: "Si Alah te creó ternero, sigue
ternero, sin cambiar de forma; pero si estás encantado, recobra tu figura primera con el permiso de Alah
el Altísimo".
Ella dijo: E inmediatamente el ternero empezó a agitarse, y volvió a adquirir la forma humana.
Entonces, arrojándose en sus brazos, le besó. Y luego le dije: "¡Por Alah sobre ti! Cuéntame lo que la
hija de mi tío hizo contigo y con tu madre.
Y me contó cuanto les había ocurrido. Y yo dije entonces: "¡Ah hijo mío! Alah, dueño de los destinos,
reservaba a alguien para salvarte y salvar tus derechos”.
Despues de esto, !oh buen efrit! Case a mi hijo con la hija del mayoral. Y ella, merced a su ciencia de
brujería, encantó a la hija de mi tío, transformándola en esta gacela que tú ves. Al pasar por aquí
encontréme con estas buenas gentes, les pregunté qué hacían, y por ellos supe lo ocurrido a este
mercader, y hube de sentarme para ver lo que pudiese sobrevenir. Y esta es mi historia".
Entonces exclamó el efrit: "Historia realmente muy asombrosa. Por eso te concedo como gracia el
tercio de la sangre que pides".
En este momento se acercó el segundo jeique, el de los lebreles negros, y dijo:
Cuento del segundo jeique
Sabe, ¡oh señor de los reyes de los efrits! que estos dos perros son mis hermanos mayores y yo soy el
tercero. Al morir nuestro padre nos dejó en herencia tres mil dinares
[15].
Yo, con mi parte, abrí una tienda y me puse a vender y comprar. Uno de mis hermanos, comerciante
también, se dedicó a viajar con las caravanas, y estuvo ausente un año. Cuando regresó no le quedaba
nada de su herencia. Entonces le dije: "¡Oh hermano mío! ¿no te había aconsejado que no viajaras?"
Y echándose a llorar, me contestó: "Hermano, Alah, que es grande y poderoso, lo dispuso así. No
pueden serme de provecho ya tus palabras, puesto que nada tengo ahora".
Le llevé conmigo a la tienda, lo acompañé luego al hammam
[16] y le regalé un magnífico traje de la
mejor clase. Después nos sentamos a comer, y le dije: "Hermano, voy a hacer la cuenta de lo que produce
mi tienda en un año, sin tocar al capital, y nos partiremos las ganancias". Y, efectivamente, hice la cuenta,
y hallé un beneficio anual de mil dinares. Entonces di gracias a Alah, que es poderoso y grande, y dividí
la ganancia luego entre mi hermano y yo. Y así vivimos juntos días y días.
Pero de nuevo mis hermanos desearon marcharse y pretendían que yo les acompañase. No acepté, y
les dije: "¿Qué habéis ganado con viajar, para que así pueda yo tentarme de imitaros?" Entonces
empezaron a dirigirme reconvenciones, pero sin ningún fruto, pues no les hice caso, y seguimos
comerciando en nuestras tiendas otro año. Otra vez volvieron a proponerme el viaje, oponiéndome yo
también, y así pasaron seis años más. Al fin acabaron por convencerme, y les dije: "Hermanos, contemos
el dinero que tenemos". Contamos, y dimos con un total de seis mil dinares. Entonces les dije:
"Enterremos la mitad para poder utilizar si nos ocurriese una desgracia, y tomemos mil dinares cada uno
para comerciar al por menor". Y contestaron: "¡Alah favorezca la idea!" Cogí el dinero y lo dividí en dos
partes iguales; enterré tres mil dinares y los otros tres mil los repartí juiciosamente entre nosotros tres.
Después compramos varias mercaderías, fletamos un barco, llevamos a él todos nuestros efectos, y
partimos.
Duró un mes entero el viaje, y llegamos a una ciudad, donde vendimos las mercancías con una
ganancia de diez dinares por dinar. Luego abandonamos la plaza.
Al llegar a orillas del mar encontramos a una mujer pobremente vestida, con ropas viejas y raídas. Se
me acercó, me besó la mano, y me dijo: "Señor, ¿me puedes socorrer? ¿Quieres favorecerme? Yo, en
cambio, sabré agradecer tus bondades". Y le dije: "Te socorreré; mas no te creas obligada a la gratitud".
Y ella me respondió: "Señor, entonces cásate conmigo, llévame a tu país y te consagraré mi alma.
Favoréceme, que yo soy de las que saben el valor de un beneficio. No te avergüences de mi humilde
condición". Al oír estas palabras, sentí piedad hacia ella, pues nada hay que no se haga mediante la
voluntad de Alah, que es grande y poderoso. Me la llevé, la vestí con ricos trajes, hice tender magníficas
alfombras en el barco para ella y le dispensé una hospitalaria acogida llena de cordialidad. Después
zarpamos.
Mi corazón llegó a amarla con un gran amor, y no la abandoné de día ni de noche. Y como de los tres
hermanos era yo el único que podía gozarla, estos hermanos míos sintieron celos, además de envidiarme
por mis riquezas y por la calidad de mis mercaderías. Dirigían ávidas miradas sobre cuanto poseía yo, y
se concertaron para matarme y repartirse mi dinero, porque el Cheitan
[17] sin duda les hizo ver su mala
acción con los más bellos colores.
Un día, cuando estaba yo durmiendo con mi esposa, llegaron hasta nosotros y nos cogieron,
echándonos al mar. Mi esposa se despertó en el agua, y de súbito cambió de forma, convirtiéndose en
efrita. Me tomó sobre sus hombros y me depositó sobre una isla. Después desapareció durante toda la
noche, regresando al amanecer, y me dijo: "¿No reconoces a tu esposa?" Te he salvado de la muerte con
ayuda del Altísimo. Porque has de saber que soy una efrita
[18]. Y desde el instante en que te vi, te amó
mi corazón, simplemente porque Alah lo ha querido, y yo soy una creyente en Alah y en su Profeta, al
cual Alah bendiga y preserve. Cuando yo me he acercado a ti en la pobre condición en que me hallaba, tú
te aviniste de todos modos a casarte conmigo. Y yo, en justa gratitud, he impedido que perezcas ahogado.
En cuanto a tus hermanos, siento el mayor furor contra ellos y es preciso que los mate".
Asombrado de sus palabras, le di las gracias por su acción, y le dije: "No puedo consentir la pérdida
de mis hermanos".
Luego le conté todo lo ocurrido con ellos, desde el principio hasta el fin, y me dijo entonces: "Esta
noche volaré hacia la nave que los conduce, y la haré zozobrar para que sucumban". Yo repliqué: "¡Por
Alah sobre ti! No hagas eso, recuerda que el Maestro de los Proverbios dice:"¡Oh tú, compasivo del
delincuente! Piensa que para el criminal es bastante castigo su mismo crimen", y además considera que
son mis hermanos". Pero ella insistió: "Tengo que matarlos sin remedio". Y en vano imploré su
indulgencia. Después se echó a volar llevándome en sus hombros y me dejó en la azotea de mi casa.
Abrí entonces las puertas y saqué los tres mil dinares del escondrijo. Luego abrí mi tienda, y después
de hacer las visitas necesarias y los saludos de costumbre, compré nuevos géneros.
Llegada la noche, cerré la tienda, y al entrar en mis habitaciones encontré estos dos lebreles que
estaban atados en un rincón. Al verme se levantaron, rompieron a llorar y se agarraron a mis ropas.
Entonces acudió mi mujer y me dijo: "Son tus hermanos". Y yo le dije: "¿Quién los ha puesto en esta
forma?" Y ella contestó: "Yo misma. He rogado a mi hermana, más versada que yo en artes de
encantamiento, que los pusiera en ese estado. Diez años permanecerán así".
Por eso, ¡oh efrit poderoso! me ves aquí, pues voy en busca de mi cuñada, a la que deseo suplicar los
desencante, porque van ya transcurridos los diez años. Al llegar me encontré con este buen hombre, y
cuando supe su aventura, no quise marcharme hasta averiguar lo que sobreviniese entre tú y él. Y este es
mi cuento".
El efrit dijo: "Es realmente un cuento asombroso, por lo que te concedo otro tercio de la sangre
destinada a rescatar el crimen".
Entonces se adelantó el tercer jeique, dueño de la mula, y dijo al efrit: "Te contaré una historia más
maravillosa que las de estos dos. Y tú me recompensarás con el resto de la sangre".
El efrit contestó: "Que así sea".
Y el tercer jeique dijo:
Cuento del tercer jeique
¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve
ausente todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la
encontré acostada sobre los tapices de la cama con un esclavo negro. Estaban conversando y se besaban
haciéndose zalamerías, riendo y excitándose con juegos. Al verme, ella se levantó súbitamente y se
abalanzó a mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome
el agua: "¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!" Inmediatamente me convertí en perro, y mi
esposa me echó de casa. Anduve vagando hasta llegar a una carnicería, donde me puse a roer huesos. Al
verme el carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó a su padre: "¿Te
parece bien lo que has hecho? Traes a un hombre y lo entras en mi habitación". Y repuso el padre: "¿Pero
dónde está ese hombre?" Ella contestó: "Ese perro es un hombre. Lo ha encantado una mujer; pero yo soy
capaz de desencantarlo".
Y su padre le dijo: "¡Por Alah sobre ti! Devuélvele su forma, hija mía". Ella cogió una vasija con
agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: "¡Sal de esa forma y recobra la
primitiva!" Entonces volví a mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: "Quisiera que
encantases a mi mujer como ella me encantó". Me dió entonces un frasco con agua, y me dijo: "Si
encuentras dormida a tu mujer, rocíale con esta agua y se convertirá en lo que quieras". Efectivamente, la
encontré dormida, le eché el agua, y dije: "¡Sal de esa forma y toma la de una mula!" Y al instante se
transformó en una mula, y es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits".
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: "¿Es verdad todo eso?" Y la mula movió la cabeza
como afirmando: "Sí, sí; todo es verdad".
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y de placer, hizo gracia al anciano
del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin
aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: "¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces,
cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!" Y Schehrazada contestó: "Nada es eso
comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme". Y el rey se
dijo: "¡Por Alah! no la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso".
Después el rey y Schehrazada pasaron enlazados la noche hasta por la mañana. Entonces el rey
marchó a la sala de justicia.
Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diwán de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó,
despachó sus asuntos y dió órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diwán y el rey volvió a
palacio.
Y cuando llegó la tercera noche
Doniazada dijo: "Hermana mía, suplico que termines tu relato". Y Schehrazada contestó: "Con toda la
generosidad y simpatía de mi corazón". Y prosiguió después:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el tercer jeique contó al efrit el más asombroso de
los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: "Concedo el resto de la
sangre por que había de redimirse el crimen, y dejo en libertad al mercader".
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeiques y les dió miles de gracias.
Ellos, a su vez, le felicitaron por el indulto.Y cada cual regresó a su país.
"Pero -añadió Schehrazada- es más asombrosa la historia del pescador".
Y el rey dijo a Schehrazada: "¿Qué historia del pescador es esa?" Y Schehrazada dijo:
Historia del pescador y el efrit
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había un pescador, hombre de edad avanzada, casado, con
tres hijos y muy pobre. Tenía por costumbre echar las redes sólo cuatro veces al día y nada más. Un día
entre los días a las doce de la mañana, fué a orillas del mar, dejó en el suelo la cesta, echó la red, y
estuvo esperando hasta que llegara al fondo. Entonces juntó las cuerdas y notó que la red pesaba mucho y
no podía con ella. Llevó el cabo a tierra y lo ató a un poste. Después se desnudó y entró en el mar
maniobrando en torno de la red, y no paró hasta que la hubo sacado. Vistióse entonces muy alegre, y
acercándose a la red encontró un borrico muerto. Al verlo exclamó desconsolado: "¡Todo el poder y la
fuerza están en Alah, el Altísimo y el Omnipotente!"
Luego dijo: "En verdad que este donativo de Alah es asombroso". Y recitó los siguientes versos:
¡Oh buzo, que giras ciegamente en las tinieblas de la noche y de la perdición! ¡Abandona
esos penosos trabajos; la fortuna no gusta del movimiento!
Sacó la red, exprimiéndole el agua, y cuando hubo acabado de exprimirla, la tendió de nuevo.
Después, internándose en el agua, exclamó: "¡En el nombre de Alah!" Y arrojó la red de nuevo,
aguardando que llegara al fondo. Quiso entonces sacarla, pero notó que pesaba más que antes y que
estaba más adherida, por lo cual la creyó repleta de una buena pesca, y arrojándose otra vez al agua, la
sacó al fin con gran trabajo, llevándola a la orilla, y encontró una tinaja enorme, llena de arena y de
barro.
Al verla se lamentó mucho y recitó estos versos:
¡Cesad, vicisitudes de la suerte, y apiadaos de los hombres!
¡Qué tristeza! ¡Sobre la tierra ninguna recompensa es igual al mérito ni digna del esfuerzo
realizado por alcanzarla!
¡Salgo de casa a veces para buscar candorosamente la fortuna, y me enteran de que la
fortuna hace mucho tiempo que murió!
¿Es así !Oh fortuna! como dejas a los Sabios en la sombra, para que los necios gobiernen
el mundo?
Y luego, arrojando la tinaja lejos de él, pidió perdón a A lah por su momento de rebeldía y lanzó la
red por vez tercera, y al sacarla la encontró llena de trozos de cacharros y vidrios. Al ver esto, recitó
todavía unos versos de un poeta:
¡Oh poeta! ¡Nunca soplará hacia ti el viento de la fortuna! ¿Ignoras, hombre ingenuo, que
ni tu pluma de caña ni las líneas armoniosas de la escritura han de enriquecerte jamás?
Y alzando la frente al cielo, exclamó: "¡Alah! ¡Tú sabes que yo no echo la red más que cuatro veces
por día, y ya van tres!" Después invocó nuevamente el nombre de Alah y lanzó la red, aguardando que
tocase al fondo. Esta vez, a pesar de todos sus esfuerzos, tampoco conseguía sacarla, pues a cada tirón se
enganchaba más en las rocas del fondo. Entonces dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah!" Se
desnudó, metiéndose en el agua y maniobrando alrededor de la red, hasta que la desprendió y la llevó a
tierra. Al abrirla encontró un enorme jarrón de cobre dorado, lleno e intacto. La boca estaba cerrada con
un plomo que ostentaba el sello de nuestro señor Soleimán, hijo de Daud
[19].
El pescador se puso muy alegre al verlo, y se dijo: "He aquí un objeto que venderé en el zoco
[20] de
los caldereros, porque bien vale sus diez dinares de oro". Intentó mover el jarrón, pero hallándolo muy
pesado, se dijo para sí: "Tengo que abrirlo sin remedio; meteré en el saco lo que contenga y luego lo
venderé en el zoco de los caldereros". Sacó el cuchillo y empezó a maniobrar, hasta que levantó el
plomo. Entonces sacudió el jarrón, queriendo inclinarlo para verter el contenido en el suelo. Pero nada
salió del vaso, aparte de una humareda que subió hasta lo azul del cielo y se extendió por la superficie de
la tierra. Y el pescador no volvía de su asombro. Una vez que hubo salido todo el humo, comenzó a
condensarse en torbellinos, y al fin se convirtió en un efrit cuya frente llegaba a las nubes, mientras sus
pies se hundían en el polvo. La cabeza del efrit era como una cúpula; sus manos semejaban rastrillos; sus
piernas eran mástiles; su boca una caverna; sus dientes, piedras; su nariz, una alcarraza; sus ojos, dos
antorchas,y su ,cabellera aparecía revuelta y empolvada. Al ver a este efrit, el pescador quedó mudo de
espanto, temblándole las carnes, encajados los dientes, la boca seca, y los ojos se le cegaron a la luz.
Cuando vió al pescador, el efrit dijo: "¡No' hay más Dios que Alah, y Soleimán es el profeta de
Alah!" Y dirigiéndose hacia el pescador, prosiguió de este modo: "¡Oh tú, gran Soleimán, profeta de
Alah, no me mates; te obedeceré siempre, y nunca me rebelaré contra tus mandatos!" Entonces exclamó el
pescador: "¡Oh gigante audaz y rebelde, tú te atreves a decir que Soleimán es el profeta de Alah!
Soleimán murió hace mil ochocientos años, y nosotros estamos al fin de los tiempos. ¿Pero qué historia
vienes a contarme? ¿Cuál es el motivo de que estuvieras en este jarrón?"
Entonces el efrit dijo: "No hay más Dios que Alah. Pero permite, ¡oh pescador! que te anuncie una
buena noticia". Y el pescador repuso: "¿Qué noticia es esa?"
Y contestó el efrit: "Tu muerte. Vas a morir ahora mismo, y de la manera más terrible".
Y replicó el pescador: "¡Oh jefe de los efrits! ¡mereces por esa noticia que el cielo te retire su ayuda!
¡Pueda él alejarte de nosotros! Pero ¿por qué deseas mi muerte? ¿qué hice para merecerla? Te he sacado
de esa vasija, te he salvado de una larga permanencia en el mar, y te he traído a la tierra".Entonces el
efrit dijo: "Piensa y elige la especie de muerte que prefieras; morirás del modo que gustes". Y el
pescador dijo: "¿Cuál es mi crimen para merecer tal castigo?" Y respondió el efrit: "Oye mi historia,
pescador". Y el pescador dijo: "Habla y abrevia tu relato, porque de impaciente que se halla mi alma se
me está saliendo por el pie".
Y dijo el efrit:
"Sabe que yo soy un efrit rebelde. Me rebelé contra Soleimán, hijo de Daud. Mi nombre es Sakhr El-
Genni. Y Soleimán envió haciamí a su visir Assef, hijo de Barkhia, que me cogió a pesar de mi
resistencia, y me llevó a manos de Soleimán. Y mi nariz en aquel momento se puso bien humilde.
Al verme, Soleimán hizo su conjuro a Alah y me mandó que abrazase su religión y me sometiese a su
obediencia. Pero yo me negué. Entonces mandó traer ese jarrón, me aprisionó en él y lo selló con plomo,
imprimiendo el nombre del Altísimo. Después ordenó a los efrits fieles que me llevaran en hombros y me
arrojasen en medio del mar. Permanecí cien años en el fondo del agua, y decía de todo corazón:
"Enriqueceré eternamente al que logre libertarme". Pero pasaron los cien años y nadie me libertó.
Durante los otros cien años me decía: "Descubriré y daré los tesoros de la tierra a quien me liberte".
Pero nadie me libró. Y pasaron cuatrocientos años, y me dije: "Concederé tres cosas a quien me liberte".
Y nadie me libró tampoco. Entonces, terriblemente encolerizado, dije con toda el alma: "Ahora mataré a
quien me libre, pero le dejaré antes elegir, concediéndole la clase de muerte que prefiera".Entonces tú,
¡oh pescador! viniste a librarme y por eso te permito que escojas la clase de muerte".
El pescador, al oír estas palabras del efrit, dijo: "¡Por Alah que la oportunidad es prodigiosa! ¡Y
había de ser yo quien te libertase! Indúltame, efrit, que Alah te recompensará! En cambio, si me matas,
buscará quien te haga perecer".
Entonces el efrit le dijo: "¡Pero si yo quiero matarte es precisamente porque me has libertado!"
Y el pescador le contestó: "¡Oh jeique de los efrits, así es como devuelves el mal por el bien! ¡A fe
que no miente el proverbio!" Y recitó estos versos:
¿Quieres probar la amargura e las cosas? ¡Sé bueno y servicial!
¡Los malvados desconocen la gratitud!
¡Pruébalo, si quieres y tu suerte será la de la pobre Magir, madre de Amer!
Pero el efrit le dijo: "Ya hemos hablado bastante. Sabe que sin remedio te he de matar."
Entonces pensó el pescador: "Yo no soy más que un hombre y él un efrit, pero Alah me ha dado una
razón bien despierta. Acudiré a una astucia para perderlo. Veré hasta dónde llega su malicia." Y entonces
dijo al efrit: "¿Has decidido realmente mi muerte?" Y el efrit contestó: "No lo dudes." Entonces dijo:
"Por el nombre del Altísimo, que está grabado en sello de Soleimán, te conjuro a que respondas con
verdad a mi pregunta." Cuando el efrit oyó el nombre del Altísimo, respondió muy conmovido: "Pregunta,
que yo contestaré la verdad." Entonces dijo el pescador: "¿Cómo has podido entrar por entero en este
jarrón donde apenas cabe tu pie o tu mano?" El efrit dijo: "¿Dudas acaso de ello?" El pescador
respondió: "Efectivamente, no lo creeré jamás mientras no vea con mis propios ojos que te metes en él."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la cuarta noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit que no le creería como no
lo viese con sus propios ojos, el efrit comenzó a agitarse, convirtiéndose nuevamente en humareda que
subía hasta el firmamento. Después se condensó, y empezó a entrar enel jarrón poco a poco, hasta el fin.
Entonces el pescador cogió rápidamente la tapadera de plomo, con el sello de Soleimán, y obstruyó la
boca del jarrón. Después, llamando al efrit, le dijo: "Elige y pesa la clase de muerte que más te
convenga; si no, te echaré al mar, y me haré una casa junto a la orilla, e impediré a todo el mundo que
pesque, diciendo: "Allí hay un efrit, y si lo libran quiere matar a los que le libertan".
Luego enumeró todas las variedades de muertes para facilitar la elección. Al oírle, el efrit intentó
salir, pero no pudo, y vió que estaba encarcelado y tenía encima el sello de Soleimán, convenciéndose
entonces de que el pescador le había encerrado en un calabozo contra el cual no pueden prevalecer ni los
más débiles ni los más fuertes de los efrits. Y comprendiendo que el pescador le llevaría hacia el mar,
suplicó: "No me lleves, ¡no me lleves!" Y el pescador dijo: "No hay remedio". Entonces, dulcificando su
lenguaje, exclamó el efrit: "¡Ah pescador! ¿Qué vas a hacer conmigo?" El otro dijo: "Echarte al mar, que
si has estado en él mil ochocientos años, no saldrás esta vez hasta el día del juicio. ¿No te rogué yo que
me de¡aras la vida para que Alah la conservase a ti y no me mataras para que Alah no te matase?
Obrando infamemente rechazaste mi plegaria. Por eso Alah te ha puesto en mis manos, y no me
remuerde el haberte engañado."
Entonces, dijo el efrit: "Abreme el jarrón y te colmaré de beneficios."
El pescador respondió: "Mientes, ¡oh maldito! Entre tú y yo pasa exactamente lo que ocurrió entre el
visir del rey Yunán y el médico Ruyán."
Y el efrit dijo: "¿Quiénes eran el visir del rey Yunán y el médico Ruyán?. .. ¿Qué historia es ésa?"
Historia del visir del rey Yunan y el medico Ruyan
El pescador dijo:
"Sabrás, ¡oh, efrit! , que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo en la ciudad de
Fars, en el país de los rumán
[21] un rey llamado Yunán. Era rico y poderoso, señor de ejércitos, dueño
de fuerzas considerables y de aliados de todas las especies de hombres. Pero su cuerpo padecía una
lepra que desesperaba a los médicos y los sabios. Ni drogas, ni píldoras, ni pomadas le hacían efecto
alguno, y ningún sabio pudo encontrar un eficaz remedio para la espantosa dolencia. Pero cierto día llegó
a la capital del rey Yunán un médico anciano de renombre, llamado Ruyán. Había estudiado los libros
griegos, persas, romanos, árabes y sirios, así como la medicina y la astronomía, cuyos principios y reglas
no ignoraba, así como sus buenos y malos efectos. Conocía las virtudes de las plantas grasas y secas y
también sus buenos y malos efectos. Por último, había profundizado la filosofía y todas las ciencias
médicas y otras muchas además.
Cuando este médico llegó a la ciudad y permaneció en ella algunos días, supo la historia del rey y de
la lepra que le martirizaba por la voluntad de Alah, enterándose del fracaso absoluto de todos los
médicos y sabios. Al tener de ello noticia, pasó muy preocupado la noche. Pero no bien despertó por la
mañana -al brillar la luz del día y saludar el sol al mundo, magnífica decoración del Optimo- se puso su
mejor traje y fue a ver al rey Yunán. Besó la tierra entre las manos del rey
[22] e hizo votos por la
duración eterna de su poderío y de las gracias de Alah y de todas las mejores cosas. Después le enteró de
quién era, y le dijo:
"He averiguado la enfermedad que atormenta tu cuerpo y he sabido que un gran número de médicos no
ha podido encontrar el medio de curarla. Voy, ¡oh rey! a aplicarte mi tratamiento, sin hacerte beber
medicinas ni untarte con pomadas."
Al oírlo, el rey Yunán se asombró mucho, y le dijo: "¡Por Alah! que si me curas te enriqueceré hasta
los hijos de tus hijos, te concederé todos tus deseos y serás mi compañero y mi amigo." En seguida le dió
un hermoso traje y otros presentes, y añadió :"¿Es cierto que me curarás de esta enfermedad sin
medicamentos ni pomadas?"
Y respondió el otro: "Sí, ciertamente. Te curaré sin fatiga ni pena para tu cuerpo". El rey le dijo, cada
vez más asombrado: "¡Oh gran médico! ¿Qué día y qué momento verán realizarse lo que acabas de
prometer? Apresúrate a hacerlo, hijo mío." Y el médico contestó: "Escucho y obedezco."
Entonces salió del palacio y alquiló una casa, donde instaló sus libros, sus remedios y sus plantas
aromáticas. Después hizo extractos de sus medicamentos y de sus simples, y con estos extractos construyó
un mazo corto y encorvado, cuyo mango horadó, y también hizo una pelota, todo esto lo mejor que pudo.
Terminado completamente su trabajo, al segundo día fué a palacio, entró en la cámara del rey y besó la
tierra entre sus manos. Después le prescribió que fuera a caballo al meidán
[23] y jugara con la bola y el
mazo.
Acompañaron al rey sus emires, sus chambelanes, sus visires y los jefes del reino. Apenas había
llegado al meidán, se le acercó el médico y le entregó el mazo, diciéndole: "Empúñalo de este modo y da
con toda tu fuerza en la pelota. Y haz de modo que llegues a sudar. De este modo el remedio penetrará en
la palma de la mano y circulará por todo tu cuerpo. Cuando transpires y el remedio haya tenido tiempo de
obrar, regresa a tu palacio, ve en seguida a bañarte al hammam y quedarás curado. Ahora, la paz sea
contigo."
El rey Yunán cogió el mazo que le alargaba el médico, empuñándolo con fuerza. Intrépidos jinetes
montaron a caballo y le echaron la pelota. Entonces empezó a galopar detrás de ella para alcanzarla y
golpearla, siempre con el mazo bien cogido. Y no dejó de golpear hasta que transpiró bien por la palma
de la mano y por todo el cuerpo, dando lugar a que la medicina obrase sobre el organismo. Cuando el
médico Ruyán vió que el remedio había circulado suficientemente, mandó al rey que volviera a palacio
para bañarse en el hammam. Y el rey marchó en seguida y dispuso que le prepararan el hammam.
Se lo prepararon con gran prisa, y los esclavos apresuráronse también a disponerle la ropa. Entonces
el rey entró en el hammam y tomó el baño, se vistió de nuevo y salió del hammam para montar a caballo,
volver a palacio y echarse a dormir.
Y hasta aquí lo referente al rey Yunán. En cuanto al médico Ruyán, éste regresó a su casa, se acostó, y
al despertar por la mañana fué a palacio, pidió permiso al rey para entrar, lo que éste le concedió, entró,
besó la tierra entre sus manos y empezó por declamar gravemente algunas estrofas:
¡Si la elocuencia te eligiese como padre, reflorecería! ¡Y no sabría elegir ya a otro más que
a ti!
¡Oh rostro radiante, cuya claridad borraría la llama de un tizón encendido!
¡Ojalá ese glorioso semblante siga con la luz de su frescura y alcance a ver cómo las
arrugas surcan la cara del Tiempo!
¡Me has cubierto con los beneficios de tu generosidad, como la nube bienhechora cubre la
colina!
¡Tus altas hazañas te han hecho alcanzar las cimas de la gloria y eres el amado del
Destino, que ya no puede negarte nada!
Recitados los versos, el rey se puso de pie, y cordialmente tendió sus brazos al médico. Luego le
sentó a su lado, y le regaló magníficos trajes de honor.
Porque, efectivamente, al salir del hammam el rey se había mirado el cuerpo, sin encontrar rastro de
lepra, y vió su piel tan pura como la plata virgen. Entonces se dilató con gran júbilo su pecho. Y al otro
día, al levantarse el rey por la mañana, entró en el diwán, se sentó en el trono y comparecieron los
chambelanes y grandes del reino, así como el médico Ruyán. Por esto, al verle, el rey se levantó
apresuradamente y le hizo sentar a su lado. Sirvieron a ambos manjares y bebidas durante todo el día. Y
al anochecer, el rey entregó al médico dos mil dinares, sin contar los trajes de honor y magníficos
presentes, y le hizo montar su propio corcel. Y entonces el médico se despidió y regresó a su casa.
El rey no dejaba de admirar el arte del médico ni de decir: "Me ha curado por el exterior de mi
cuerpo sin untarme con pomadas. ¡Oh Alah! ¡Qué ciencia tan sublime! Fuerza es colmar de beneficios a
este hombre y tenerle para siempre como compañero y amigo afectuoso." Y el rey Yunán se acostó, muy
alegre de verse con el cuerpo sano y libre de su enfermedad.
Cuando al otro día, se levantó el rey y se sentó en el trono, los jefes de la nación pusiéronse de pie, y
los emires y visires se sentaron a su derecha y a su izquierda. Entonces mandó llamar al médico Ruyán,
que acudió y besó la tierra entre sus manos. El rey se levantó en honor suyo, le hizo sentar a su lado,
comió en su compañía, le deseó larga vida y le dio magníficas telas y otros presentes, sin dejar de
conversar con él hasta el anochecer, y mandó le entregaran a modo de remuneración cinco trajes de honor
y mil dinares. Y así regresó el médico a su casa, haciendo votos por el rey.
Al levantarse por la mañana, salió el rey y entró en el diwán, donde le rodearon los emires, los
visires y los chambelanes. Y entre los visires uno de cara siniestra, repulsiva, terrible, sórdidamente
avaro, envidioso y saturado de celos y de odio. Cuando este visir vió que el rey colocaba a su lado al
médico Ruyán y le otorgaba tantos beneficios, le tuvo envidia y resolvió secretamente perderlo. El
proverbio lo dice:
"El envidioso ataca a todo el mundo. En el corazón del envidioso está emboscada la
persecución y la desarrolla si dispone de fuerza o la conserva latente la debilidad”.
El visir se acercó al rey Yunán, besó la tierra entre sus manos , y dijo: "¡Oh rey del siglo y del
tiempo, que envuelves a los hombres en tus beneficios! Tengo para ti un consejo de gran importancia, que
no podría ocultarte sin ser un mal hijo. Si me mandas que te lo revele, yo te lo revelaré". Turbado
entonces el rey por las palabras del visir, le dijo: "¿Qué consejo es el tuyo?" El otro respondió: "¡Oh rey
glorioso! los antiguos han dicho: "Quien no mire el fin y las consecuencias no tendrá a la Fortuna por
amiga", y justamente acabo de ver al rey obrar con poco juicio otorgando sus bondades a su enemigo, al
que desea el aniquilamiento de su reino, colmándole de favores, abrumándole con generosidades. Y yo,
por esta causa, siento grandes temores por el rey".
Al oír esto, el rey se turbó extremadamente, cambió de color, y dijo: "¿Quién es el que supones
enemigo mío y colmado por mis favores?" Y el visir respondió: "¡Oh rey! Si estás dormido, despierta,
porque aludo al médico Ruyán". El rey dijo: "Ese es buen amigo mío, y para mí el más querido de los
hombres, pues me ha curado con una cosa que yo he tenido en la mano y me ha librado de mi enfermedad,
que había desesperado a los médicos. Ciertamente que no hay otro como él en este siglo, en el mundo
entero, lo mismo en Occidente que en Oriente. ¿Cómo te atreves a hablarme así de él? Desde ahora le
voy a señalar un sueldo de mil dinares al mes. Y aunque le diera la mitad de mi reino, poco sería para lo
que merece. Creo que me dices todo eso por envidia, como se cuenta en la historia, que he sabido, del
rey Sindabad".
En aquel momento la aurora sorprendió a Schehrazada, que interrumpió su narración.
Entonces Doniazada le dijo: "¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán puras, cuán deliciosas son tus
palabras!" Y Schehrazada dijo: "¿Qué es eso comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo
todavía y el rey tiene a bien conservarme?"
Entonces el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré sin haber oído la continuación de su historia,
que es verdaderamente maravillosa". Luego pasaron ambos la noche enlazados hasta por la mañana. Y el
rey fué al diwán y juzgó, otorgó, destituyó y despachó los asuntos pendientes hasta acabarse el día.
Después se levantó el diwán y el rey entró en su palacio. Y cuando se aproximó la noche hizo su cosa
acostumbrada con Schehrazada, la hija del visir.
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Yunán dijo a su visir: "Visir, has dejado entrar en ti
la envidia contra el médico, y quieres que yo lo mate para que luego me arrepienta, como se arrepintió el
rey Sindabad después de haber matado al halcón". El visir preguntó: "¿Y cómo ocurrió eso?"
Entonces el rey Yunán contó:
El halcón del rey Sindabad
Dicen que entre los reyes de Fars hubo uno muy aficionado a diversiones, a paseos por los jardines y
a toda especie de cacerías. Tenía un halcón adiestrado por él mismo, y no lo dejaba de día ni de noche,
pues hasta por la noche lo tenía sujeto al puño. Cuando iba de caza lo llevaba consigo,y le había colgado
del cuello un vasito de oro, en el cual le daba de beber. Un día estaba el rey sentado en su palacio, y vió
de pronto venir al wekil
[24] que estaba encargado de las aves de caza, y le dijo: "¡Oh rey de los siglos!
Llegó la época de ir de caza". Entonces el rey hizo sus preparativos y se puso el halcón en el puño.
Salieron después y llegaron a un valle, donde armaron las redes de caza. Y de pronto cayó una gacela en
las redes. Entonces dijo el rey: Mataré a aquel por cuyo lado pase la gacela".
Empezaron a estrechar la red en torno de la gacela, que se aproximó al rey y se enderezó sobre las
patas como si quisiera besar la tierra delante del rey. Entonces el rey comenzó a dar palmaditas para
hacer huir a la gacela, pero ésta brincó y pasó por encima de su cabeza y se internó tierra adentro.
El rey se volvió entonces hacia los guardias, y vió que guiñaban los ojos maliciosamente. Al
presenciar tal cosa, le dijo al visir: "¿Por qué se hacen esas señas mis soldados?" Y el visir contestó:
"Dicen que has jurado matar a aquel por cuya proximidad pasase la gacela". Y el rey exclamó: "¡Por mi
vida! ¡Hay que perseguir y alcanzar a esa gacela!" Y se puso a galopar, siguiendo el rastro, y pudo
alcanzarla. El halcón le dió con el pico en los ojos de tal manera, que la cegó y la hizo sentir vértigos.
Entonces el rey empuñó su maza, golpeando con ella a la gacela hasta hacerla caer desplomada. En
seguida descabalgó, degollándola y desollándola, y colgó del arzón de la silla los despojos.
Hacía bastante calor, y aquel lugar era desierto, árido, y carecía de agua. El rey tenía sed y también el
caballo. Y el rey se volvió y vió un árbol del cual brotaba agua como manteca. El rey llevaba la mano
cubierta con un guante de piel; cogió el vasito del cuello del halcón, lo llenó de aquella agua, y lo colocó
delante del ave, pero ésta dió con la pata al vaso y lo volcó. El rey cogió el vaso por segunda vez, lo
llenó, y como seguía creyendo que el halcón tenía sed, se lo puso delante, pero el halcón le dió con la
pata por segunda vez, y lo volcó. Y el rey se encolerizó contra el halcón, y cogió por tercera vez el vaso,
pero se lo presentó al caballo, y el halcón derribó el vaso con el ala.
Entonces dijo el rey: "¡Alah te sepulte, oh la más nefasta de las aves de mal agüero! No me has
dejado beber, ni has bebido tú, ni has dejado que beba el caballo". Y dió con su espada al halcón y le
cortó las alas. Entonces el halcón, irguiendo la cabeza, le dijo por señas: "Mira lo que hay en el árbol". Y
el rey levantó los ojos y vió en el árbol una serpiente, y el líquido que corría era su veneno. Entonces el
rey se arrepintió de haberle cortado las alas al halcón. Después se levantó, montó a caballo, se fué,
llevándose la gacela, y llegó a su palacio.
Le dió la gacela al cocinero, y le dijo: "Tómala y guísala". Luego se sentó en su trono, sin soltar al
halcón. Pero el halcón, tras una especie de estertor, murió. El rey, al ver esto, prorrumpió en gritos de
dolor y de amargura por haber matado al halcón que le había salvado de la muerte.
¡Tal es la historia del rey Sindabad!"
Cuando el visir hubo oído el relato del rey Yunán, le dijo: "¡Oh gran rey lleno de dignidad! ¿qué daño
he hecho yo cuyos funestos efectos hayas tú podido ver? Obro asi por compasión hacia tu persona. Y ya
verás cómo digo la verdad. Si me haces caso podrás salvarte, y si no, perecerás como pereció un visir
astuto que engañó al hijo de un rey entre los reyes.
Historia del príncipe y la vampiro
El rey de que se trata tenía un hijo aficionadísimo a la caza con galgos, y tenía también un visir. El rey
mandó al visir que acompañara a su hijo allá donde fuese. Un día entre los días, el hijo salió a cazar con
galgos, y con él salió el visir. Y ambos vieron un animal monstruoso. Y el visir dijo al hijo del rey:
"¡Anda contra esa fiera! ¡Persíguela!" Y el príncipe se puso a perseguir a la fiera hasta que todos le
perdieron de vista. Y de pronto la fiera desapareció del desierto. Y el príncipe permanecía perplejo, sin
saber hacia dónde ir, cuando vió en lo más alto del camino una joven esclava que estaba llorando. El
príncipe le preguntó: "¿Quién eres?" Y ella respondió: "Soy la hija de un rey de reyes de la India. Iba con
la caravana por el desierto, sentí ganas de dormir,y me caí de la cabalgadura sin darme cuenta.Entonces
me encontré sola y abandonada". A estas palabras, sintió lástima el príncipe y emprendió la marcha con
la joven, llevándola a la grupa de su mismo caballo. Al pasar frente a un bosquecillo, la esclava le dijo:
"¡Oh señor, desearía evacuar una necesidad!" Entonces el príncipe la desmontó junto al bosquecillo, y
viendo que tardaba mucho, marchó detrás de ella sin que la esclava pudiera enterarse. La esclava era un
vampiro, y estaba diciendo a sus hijos: "¡Hijos míos, os traigo un joven muy robusto!" Y ellos dijeron:
"¡Tráenoslo, madre, para que lo devoremos!" Cuando lo oyó el príncipe, ya no pudo dudar de su próxima
muerte, y las carnes le temblaban de terror mientras volvía al camino. Cuando salió la vampiro de su
cubil, al ver al príncipe temblar como un cobarde, le preguntó: "¿Por qué tienes miedo?" Y él dijo: "Hay
un enemigo que me inspira temor". Y prosiguió la vampiro: "Me has dicho que eres un príncipe..." Y
respondió él: "Así es la verdad". Y ella le dijo: "Y entonces, ¿por qué no das algún dinero a tu enemigo
para satisfacerle?" El príncipe replicó: "No se satisface con dinero. Sólo se contenta con el alma. Por
eso tengo miedo, como víctima de una injusticia". Y la vampiro le dijo: "Si te persiguen como afirmas,
pide contra tu enemigo la ayuda de Alah, y El te librará de sus maleficios v de los maleficiode aquellos
de quienes tienes miedo".
Entonces el principe levantó la cabeza al cielo y dijo: "¡Oh tú, que atiendes al oprimido que te
implora, hazme triunfar de mi enemigo, y aléjale de mí, pues tienes poder para cuanto deseas!"
Cuando la vampiro oyó estas palabras, desapareció. Y el príncipe pudo regresar al lado de su padre,
y le dió cuenta del mal consejo del visir. Y el rey mandó matar al visir".
En seguida el visir del rey Yunán prosiguió de este modo:
¡Y tú, oh rey, si te fías de ese médico, cuenta que te matará con la peor de las muertes!Aunque le
hayas colmado de favores, y le hayas hecho tu amigo, está preparando tu muerte. ¿Sabes por qué te curó
de tu enfermedad por el exterior de tu cuerpo, mediante una cosa que tuviste en la mano? ¿No crees que
es sencillamente para causar tu pérdida con una segunda cosa que te mandará también coger?"
Entonces el rey Yunán dijo: "Dices la verdad. Hágase según tu opinión, ¡oh visir bien aconsejado!
Porque es muy probable que ese médico haya venido ocultamente como un espía para ser mi perdición.
Si me ha curado con una cosa que he tenido en la mano, muy bien podría perderme con otra que, por
ejemplo, me diera a oler". Y luego el rey Yunán dijo a su visir: "¡Oh visir! ¿qué debemos hacer con él?"
Y el visir respondió: "Hay que mandar inmediatamente que le traigan, y cuando se presente aquí
degollarlo, y así te librarás de sus maleficios, y quedarás desahogado y tranquilo. Hazle traición antes
que él te la haga a ti"
Y el rey Yunán dijo: "Verdad dices, ¡oh visir!" Después el rey mandó llamar al médico, que se
presentó alegre, ignorando lo que había resuelto el Clemente.
El poeta lo dice en sus versos:
¡Oh tu, que temes los embates del Destino tranquilízate! ¿No sabes que todo está en las
manos de Aquel que ha formado la tierra?
Porque lo que está escrito, escrito está y no se borra nunca! ¡Y lo que no está escrito no
hay por qué temerlo!
¡Y tu Señor! ¿Podré dejar pasar un día sin cantar tus alabanzas? ¿Para quién reservaría
sino el don maravilloso de mi estilo rimado y mi lengua de Poeta?
¡Cada nuevo don que recibo de tus manos, ¡Oh Señor! es más hermoso que el precedente y
se anticipa a mis deseos!
Por eso, ¿cómo no cantar tu gloria, toda tu gloria, y alabarte en mi alma y en público?
¡Pero he de confesar que nunca tendrán mis labios elocuencia bastante, ni mi pecho fuerza
suficiente para cantar y para llevar los beneficios de que me has colmado!
¡Oh tu que dudas, confía tus asuntos a las manos de Alah, el único Sabio! ¡Y así que lo
hagas tu corazón nada tendrá que temer por parte de los hombres!
¡Sabes también que nada se puede hacer por tu voluntad, sino por la voluntad del Sábio de
los Sabios!
¡No desesperes pues, nunca y olvida todas las tristezas y todas las zozobras! ¿No sabes que
las zozobras destruyen el corazón más firme y más fuerte?
¡Abandónaselo todo! ¡Nuestros proyectos no son más que proyectos de esclavos impotentes
ante el único Ordenador! ¡Déjate llevar! ¡Así disfrutarás de una paz duradera!
Cuando se presentó el médico Ruyán, el rey le dijo: "¿Sabes por qué te he hecho venir a mi
presencia?" Y el médico contestó: "Nadie sabe lo desconocido, más que Alah el Altísimo".
Y el rey le dijo: "Te he mandado llamar para matarte y arrancarte el alma". Y el médico Ruyán, al oír
estas palabras, se sintió asombrado, con el más prodigioso asombro, y dijo: "¡Oh rey! ¿por qué me has de
matar? ¿Qué falta he cometido?" Y el rey contestó: "Dicen que eres un espía y que viniste para matarme.
Por eso te voy a matar antes de que me mates". Después el rey llamó al porta-alfanje y le dijo: "¡Corta la
cabeza a ese traidor y líbranos de sus maleficios!" El médico le dijo: "Consérvame la vida, y Alah te la
conservará. No me mates, si no Alah te matará también".
Después reiteró la súplica, como yo lo hice dirigiéndome a ti ¡oh efrit! sin que me hicieras caso, pues,
por el contrario, persististe en desear mi muerte.
Y en seguida el rey Yunán dijo al médico: "No podré vivir confiado ni estar tranquilo como no te
mate. Porque si me has curado con una cosa que tuve en la mano, creo que me matarás con otra cosa que
me des a oler o de cualquier modo". Y dijo el médico: "¡Oh rey! ¿es ésta tu recompensa? ¿Así devuelves
mal por bien?" Pero el rey insistió: "No hay más remedio que darte la muerte sin demora". Y cuando el
médico se convenció de que el rey quería matarle sin remedio, lloró y se afligió al recordar los favores
que había hecho a quienes no los merecían. Ya lo dice el poeta:
¡La joven y loca Moimuna es verdaderamente bien pobre de espíritu! ¡Pero su padre, en
cambio, es un hombre de gran corazón y considerado entre los mejores!
¡Miradle, pues! ¡Nunca anda sin su farol en la mano, y así evita el lodo de los caminos, el
polvo de las carreteras y los resbalones peligrosos... !
En seguida se adelantó el porta-alfanje, vendó los ojos del médico, y sacando la espada, dijo al rey:
"Con tu venia". Pero el médico seguía llorando y suplicando al rey: "Consérvame la vida, y Alah te la
conservará. No me mates, o Alah te matará a ti".
Y recitó estos versos de un poeta:
¡Misconsejos no tuvieron ningún éxito, mientras que los consejos de los ignorantes
conseguían su propósito! !No recogí más que desprecios!
¡Por esto, si logro vivir, me guardaré mucho de aconsejar! ¡Y si muero, mi ejemplo servirá a
los demás para que enmudezca su lengua!
Y dijo después al rey: "¿Es ésta tu recompensa? He aquí que me tratas como hizo un cocodrilo".
Entonces preguntó el rey: "¿Qué historia es esa de un cocodrilo?" Y el médico dijo: "¡Oh señor! No es
posible contarla en este estado. ¡Por Alah sobre ti! Consérvame la vida y Alah te la conservará!"
Y después comenzó a derramar copiosas lágrimas. Entonces algunos de los favoritos del rey se
levantaron y dijeron: "¡Oh rey! Concédenos la sangre de este médico, pues nunca le hemos visto obrar en
contra tuya; al contrario, le vimos librarte de aquella enfermedad que había resistido a los médicos y a
los sabios". El rey les contestó: "Ignoráis la causa de que mate a este médico; si lo dejo con vida, mi
perdición es segura, porque si me curó de la enfermedad con una cosa que tuve en la mano, muy bien
podría matarme dándome a oler cualquier otra. Tengo mucho miedo de que me asesine para cobrar el
precio de mi muerte, pues debe ser un espía que ha venido a matarme. Su muerte es necesaria; sólo así
podré perder mis temores". Entonces el médico imploró otra vez: "Consérvame la vida para que Alah te
la conserve; y no me mates, para que no te mate Alah".
Pero ¡oh efrit! cuando el médico se convenció de que el rey lo iba a hacer matar sin remedio, dijo:
"¡Oh rey! Si mi muerte es realmente necesaria, déjame ir a casa para despachar mis asuntos, encargar a
mis parientes y vecinos que cuiden de enterrarme, y sobre todo para regalar mis libros de medicina. A fe
que tengo un libro que es verdaderamente el extracto de los extractos y la rareza de las rarezas, que
quiero legarte como un obsequio para que lo conserves cuidadosamente en tu armario".
Entonces el rey preguntó al médico: "¿Qué libro es ese?" Y contestó el médico: "Contiene cosas
inestimables; el menor de los secretos que revela es el siguiente: Cuando me corten la cabeza, abre el
libro, cuenta tres hojas y vuélvelas; lee en seguida tres renglones de la página de la izquierda; y entonces
la cabeza cortada te hablará y contestará a todas las preguntas que le dirijas".
Al oír estas palabras el rey se asombró hasta el límite del asombro, y estremeciéndose de alegría y de
emoción, dijo: "¡Oh médico! ¿Hasta cortándote la cabeza hablarás?" Y el médico respondió: "Sí, en
verdad, ¡oh rey! Es, efectivamente, una cosa prodigiosa". Entonces el rey le permitió que saliera, aunque
escoltado por guardianes, y el médico llegó a su casa, y despachó sus asuntos aquel día, y al siguiente día
también. Y el rey subió al diwán, y acudieron los emires, los visires, los chambelanes, los nawabs
[25] y
todos los jefes del reino, y el diwán parecía un jardín lleno de flores.
Entonces entró el médico en el diwán y se colocó de pie ante el rey, con un libro muy viejo y una
cajita de colirio llena de unos polvos. Después se sentó y dijo: "Que me traigan una bandeja". Le
llevaron una bandeja, y vertió los polvos, y los extendió por la superficie. Y dijo entonces: "¡Oh rey!
coge ese libro, pero no lo abras antes de cortarme la cabeza. Cuando la hayas cortado colócala en la
bandeja y manda que la aprieten bien contra los polvos para restañar la sangre. Después abrirás el libro".
Pero el rey, lleno de impaciencia no le escuchaba ya; cogió el libro y lo abrió, pero encontró las
hojas pegadas unas a otras. Entonces metiendo su dedo en la boca, lo mojó con su saliva y logró despegar
la primera hoja. Lo mismo tuvo que hacer con la segunda y la tercera hoja, y cada vez se abrían las hojas
con más dificultad. De ese modo abrió el rey seis hojas, y trató de leerlas, pero no pudo encontrar
ninguna clase de escritura. Y el rey dijo: "¡Oh médico, no hay nada escrito!"
Y el médico respondió: "Sigue volviendo más hojas del mismo modo". Y el rey siguió volviendo más
hojas. Pero apenas habían pasado algunos instantes circuló el veneno por el organismo del rey en el
momento y en la hora misma, pues el libro estaba envenenado. Y entonces sufrió el rey horribles
convulsiones, y exclamó: "¡El veneno circula!"
Y después el médico Ruyán comenzó a improvisar versos diciendo:
¡Esos jueces! ¡Han juzgado, pero excediéndose en sus derechos y contra toda justicia!
¡Y sin embargo, oh Señor, la justicia existe!
¡A su vez fueron juzgados! ¡Si hubieran sido íntegros y buenos, se les habría perdonado!
¡Pero oprimieron y la suerte los ha oprimido y les ha abrumado con las peores tribulaciones!
¡Ahora son motivo de burla y de piedad para el transeúnte! ¡Esa es la ley! ¡Esto a cambio
de aquello! ¡Y el Destino se ha cumplido con toda lógica!
Cuando Ruyán el médico acababa su recitado, cayó muerto el rey. Sabe ahora, ¡oh efritl, que si el rey
Yunán hubiera conservado al médico Ruyán, Alah a su vez le habría conservado. Pero al negarse, decidió
su propia muerte.
Y si tú, ¡oh efritl, hubieses querido conservarme, Alah te habría conservado.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente. Y su
hermana Doniazada le dijo: "¡Qué deliciosas son tus palabras!" Y Schehrazada contestó: "Nada es eso
comparado con lo que os contaré la noche próxima, si vivo todavía y el rey tiene a bien conservarme". Y
pasaron aquella noche en la dicha completa y en la felicidad hasta por la mañana. Después el rey se
dirigió al diwán. Y cuando terminó el diwán, volvió a su palacio y se reunió con los suyos.
Y cuando llegó la sexta noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el pescador dijo al efrit: "Si me hubieras
conservado, yo te habría conservado, pero no has querido más que mi muerte, y te haré morir prisionero
en este jarrón y te arrojaré a ese mar", entonces el efrit clamó y dijo:
"¡Por Alah sobre ti! ¡oh pescador, no lo hagas! y consérvame generosamente, sin reconvenirme por mi
acción, pues si yo fui criminal tú debes ser benéfico, y los proverbios conocidos dicen: "¡Oh tú, que
haces bien a quien mal hizo; perdona sin restricciones el crimen del malhechor!"
Y tú, ¡oh pescador!, no hagas conmigo lo que hizo Umama con Atika". El pescador dijo: "¿Y qué caso
fué ese?" Y respondió el efrit: "No es ocasión para contarlo estando encarcelado. Cuando tú me dejes
salir, yo te contaré ese caso". Pero el pescador dijo: "¡Oh, eso nunca! Es absolutamente necesario que yo
te eche al mar, sin que tengas medio de salir. Cuando yo supliqué y te imploraba, tú deseabas mi muerte,
sin que hubiera cometido ninguna falta contra ti, ni bajeza alguna, sino únicamente favorecerte, sacándote
de ese calabozo. He comprendido, por tu conducta conmigo, que eres de mala raza. Pero has de saber que
voy a echarte al mar, y enteraré de lo ocurrido a todos los que intenten sacarte, y así te arrojarán de
nuevo, y entonces permanecerás en ese mar hasta el fin de los tiempos para disfrutar todos los suplicios".
El efrit le contestó: "Suéltame, que ha llegado el momento de contarte la historia. Además, te prometo no
hacerte jamás ningún daño, y te seré muy útil en un asunto que te enriquecerá para siempre". Entonces el
pescador se fijó bien en esta promesa de que si libertaba al efrit, no sólo no le haría jamás daño, sino que
le favorecería en un buen negocio. Y cuando se aseguró firmemente de su fe y de su promesa, y le tomó
juramento por el nombre de Alah Todopoderoso, el pescador abrió el jarrón. Entonces el humo empezó a
subir, hasta que salió completamente, y se convirtió en un efrit, cuyo rostro era espantosamente horrible.
El efrit dió un puntapié al jarrón y lo tiró al mar. Cuando el pescador vió que el jarrón iba camino del
mar, dió por segura su propia perdición, y orinándose encima, dijo: "Verdaderamente, no es esto una
buena señal". Después intentó tranquilizarse y dijo: "¡Oh efrit! Alah Todopoderoso ha dicho: "Hay que
cumplir los juramentos, porque se os exigirá cuenta de ellos". Y tú prometiste y juraste que no me harías
traición. Y si me la hicieses, Alah te castigará, porque es celoso, es paciente y no olvida. Y yo te digo lo
que el médico Ruyán al rey Yunán: "Consérvame, y Alah te conservará".
Al oír estas palabras, el efrit rompió a reír y echando a andar delante de él, dijo: "¡Oh pescador,
sígueme!" Y el pescador echó a andar detrás de él, aunque sin mucha confianza en su salvación. Y así
salieron completamente de la ciudad, y se perdieron de vista, y subieron a una montaña, y bajaron a una
vasta llanura, en medio de la cual había un lago. Entonces el efrit se detuvo, y mandó al pescador que
echara la red y pescase. Y el pescador miró a través del agua, y vió peces blancos y peces rojos, azules y
amarillos. Al verlos se maravilló el pescador; después echó su red y cuando la hubo sacado encontró en
ella cuatro peces, cada uno de color distinto.
Y se alegró mucho, y el efrit le dijo: "Ve con esos peces al palacio del sultán, ofrécelos y te dará con
qué enriquecerte. Y, mientras tanto, ¡por Alah!, discúlpame mis rudezas, pues olvidé los buenos modales
con mi larga estancia en el fondo del mar, donde me he pasado mil ochocientos años sin ver el mundo ni
la superficie de la tierra. En cuanto a ti, vendrás todos los días a pescar a este sitio, pero nada más que
una vez. Y ahora, que Alah te guarde con su protección". Y el efrit golpeó con sus dos pies en tierra, y la
tierra se abrió y le tragó.
Entonces el pescador volvió a la ciudad, muy maravillado de lo que le había ocurrido con el efrit.
Después cogió los peces y los llevó a su casa, y en seguida, cogiendo una olla de barro, la llenó de agua
y colo có en ella los peces, que comenzaron a nadar en el agua contenida en la olla. Después se puso esta
olla en la cabeza y se encaminó al palacio del rey, según el efrit le había encargado. Cuando el pescador
se presentó al rey y le ofreció los peces, el rey se asombró hasta el límite del asombro al ver aquellos
peces que le ofrecía el pescador, porque nunca los había visto en su vida, ni de aquella especie ni de
aquella calidad, y dispuso: "Que entreguen esos peces a nuestra cocinera negra". Porque esta esclava se
la había regalado, hacía tres días solamente, el rey de los Rum, y aun no había tenido ocasión de lucirse
en su arte de la cocina. Así es que el visir le mandó que friera los peces, y le dijo: "¡Oh buena negra! Me
encarga el rey que te diga: "Si te guardo como un tesoro, ¡oh gota de mis ojos! es porque te reservo para
el día del ataque
[26].”
“De modo que demuéstranos hoy tu arte de cocinera y lo bueno de tus platos". Dicho esto, volvió el
visir después de hacer sus encargos, y el rey ordenó que diera al pescador cuatrocientos dinares.
Habiéndoselos dado el visir, los guardó el pescador en una halda de su túnica, y volvió a su casa, cerca
de su esposa, lleno de alegría y de expansión. Después compró a sus hijos todo lo que podían necesitar.
Y hasta aquí es lo que le ocurrió al pescador.
En cuanto a la negra, cogió los peces, los limpió y los puso en la sartén. Después dejó que se frieran
bien por un lado y los volvió en seguida del otro. Pero entonces, súbitamente, se abrió la pared de la
cocina, y por allí se filtró en la cocina una joven de esbelto talle, mejillas redondas y tersas, párpados
pintados con kohl negro, rostro gentil y cuerpo graciosamente inclinado. Llevaba en la cabeza un velo de
seda azul, pendientes en las orejas, brazaletes en las muñecas, y en los dedos sortijas con piedras
preciosas. Tenía en la mano una varita de bambú.
Se acercó, y metiendo la varita en la sartén, dijo: "¡Oh peces! ¿seguís sosteniendo vuestra promesa?"
Al ver aquello la esclava se desmayó y la joven repitió su pregunta por segunda y tercera vez. Entonces
todos los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "¡Oh, sí... ! ¡Oh, sí... !" Y
entonaron a coro la siguiente estrofa:
¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros
cumpliremos la nuestra! ¡Pero si quisieras escaparte, no hemos de cejar hasta que te declares
vencida!
Al oír estas palabras, la joven derribó la sartén, y salió por el mismo sitio por donde había entrado, y
el muro de la cocina se cerró de nuevo.
Cuando la esclava volvió de su desmayo, vió que se habían quemado los cuatro peces, y estaban
negros como el carbón. Y comenzó a decir: "¡Pobres pescados! ¡Pobres pescados!" Y mientras seguía la
mentándose, he aquí que se presentó el visir, asomándose por detrás de su cabeza, y le dijo: "Llévale los
pescados al sultán". Y la esclava se echó a llorar, y le contó al visir la historia de lo que había ocurrido,
y el visir se quedó muy maravillado, y dijo: "Eso es verdaderamente una historia muy rara". Y mandó
buscar al pescador, y en cuanto se presentó el pescador, le dijo: "Es absolutamente indispensable que
vuelvas con cuatro peces como los que trajiste la primera vez". Y el pescador se dirigió al estanque, echó
su red y la sacó conteniendo cuatro peces, que cogió y llevó al visir. Y el visir fué a entregárselos a la
negra, y le dijo: "¡Levántate! ¡Vas a freírlos en mi presencia, para que yo vea qué asunto es éste!" Y la
negra se levantó, preparó los peces y los puso al fuego en la sartén. Y apenas habían pasado unos
minutos, hete aquí que se hendió la pared, y apareció la joven vestida siempre con las mismas vestiduras,
y llevando siempre la varita en la mano. Metió la varita en la sartén, y dijo: "¡Oh peces! ¡oh peces!
¿seguís cumpliendo vuestra antigua promesa?". Y los peces levantaron la cabeza, y cantaron a coro esta
estrofa:
¡Si tú vuelves sobre tus pasos, nosotros te imitaremos! ¡Si tú cumples tu juramento, nosotros
cumpliremos el nuestro! Pero si tú reniegas de tus compromisos, gritaremos de tal modo que
nos resarciremos!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la séptima noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que cuando los peces empezaron a hablar, la joven volcó la
sartén con la varita, y salió por donde había entrado, cerrándose la pared de nuevo. Entonces el visir se
levantó y dijo: "Es esta una cosa que verdaderamente no podría ocultar al rey". Después se marchó en
busca del rey y le refirió lo que había pasado en su presencia. Y mandó llamar al pescador y le ordenó
que volviera con cuatro peces iguales a los primeros, para lo cual le dió tres días de plazo. Pero el
pescador marchó en seguida al estanque, y trajo inmediatamente los cuatro peces. Entonces el rey dispuso
que le dieran cuatrocientos dinares, y volviéndose hacia el visir, le dijo: "Prepara tú mismo delante de mí
esos pescados". Y el visir contestó: "Escucho y obedezco". Y entonces mandó llevar la sartén delante del
rey, y se puso a freír los peces, después de haberlos limpiado bien, y en cuanto estuvieron fritos por un
lado, los volvió del otro. Y de pronto se abrió la pared de la cocina y salió un negro semejante a un
búfalo entre los búfalos, o a un gigante de la tribu de Had, y llevaba en la mano una rama verde, y dijo
con voz clara y terrible: "¡Oh peces! ¡oh peces! ¿Seguís sosteniendo vuestra antigua promesa?".
Y los peces levantaron la cabeza desde el fondo de la sartén, y dijeron: "Cierto que sí, cierto que sí".
Y declamaron a coro estos versos:
¡Si tú vuelves hacia atrás, nosotros volveremos! ¡Si tú cumples tu promesa, nosotros
cumpliremos la nuestra! ¡Pero si te resistes, gritaremos tanto que acabarás por ceder!
Después el negro se acercó a la sartén, la volcó con la rama, y los peces se abrasaron, convirtiéndose
en carbón. El negro se fue entonces por el mismo sitio por donde había entrado. Y cuando hubo
desaparecido de la vista de todos, dijo el rey: "Es éste un asunto sobre el cual, verdaderamente, no
podríamos guardar silencio. Además, no hay duda que estos peces deben tener una historia muy extraña".
Y entonces mandó llamar al pescador, y cuando se presentó el pescador le dijo: "¿De dónde proceden
estos peces?" El pescador contestó: "De un estanque situado entre cuatro colinas, detrás de la montaña
que domina tu ciudad". Y el rey, volviéndose hacia el pescador, le dijo: "¿Cuántos días se tarda en llegar
a ese sitio?".
Y dijo el pescador: "¡Oh sultán, señor nuestro! Basta con media hora".
El sultán quedó sorprendidísimo, y mandó a sus soldados que marchasen inmediatamente con el
pescador. Y el pescador iba muy contrariado, maldiciendo en secreto al efrit. Y el rey y todos partieron y
subieron a una montaña, y bajaron hasta una vasta llanura que en su vida habían visto anteriormente. Y el
sultán y los soldados se asombraron de esta extensión desierta, situada entre cuatro montañas, y de aquel
estanque en que jugaban peces de cuatro colores: rojos, blancos, azules y amarillos. Y el rey se detuvo y
preguntó a los soldados y a cuantos estaban presentes: "¿Hay alguno de vosotros que haya visto
anteriormente ese lago en este lugar?" Y todos respondieron: "¡Oh, no!". Y el rey dijo: "¡Por Alah! No
volveré jamás a mi capital ni me sentaré en el trono de mi reino sin averiguar la verdad sobre este lago y
los peces que encierra". Y mandó a los soldados que cercaran las montañas. Y los soldados así lo
hicieron. Entonces el rey llamó a su visir. Porque este visir era hombre sabio, elocuente, versado en
todas las ciencias. Cuando se presentó ante el rey, éste le dijo: "Tengo intención de hacer una cosa y voy
a enterarte de ella. Deseo aislarme completamente esta noche y marchar yo solo a descubrir el misterio
de este lago y sus peces. Por consiguiente, te quedarás a la puerta de mi tienda, y dirás a los emires,
visires y chambelanes: "El sultán está indispuesto y me ha mandado que no deje pasar a nadie". Y a
ninguno revelarás mi intención". De este modo el visir no podía desobedecer.
Entonces el rey se disfrazó, y ciñéndose su espada, se escabulló de entre su gente sin que nadie lo
viese. Y estuvo andando toda la noche sin detenerse hasta la mañana, en que el calor, demasiado
excesivo, le obligó a descansar. Después anduvo durante todo el resto del día y durante la segunda noche
hasta la mañana siguiente. Y he aquí que vió a lo lejos una cosa negra, y se alegró de ello y dijo: "Es
probable que encuentre allí a alguien que me contará la historia del lago y sus peces". Y al acercarse a
esta cosa negra vió que aquello era un palacio enteramente construido con piedras negras, reforzado con
grandes chapas de hierro, y que una de las hojas de la puerta estaba abierta y la otra cerrada. Entonces se
alegró mucho, y parándose ante la puerta, llamó suavemente, pero como no le contestasen llamó por
segunda y por tercera vez. Después, y como seguían sin contestar, llamó por cuarta vez, pero con gran
violencia, y nadie contestó tampoco. Entonces se dijo: "No hay duda, este palacio está desierto". Y en
seguida, tomando ánimos, penetró por la puerta del palacio y llegó a un pasillo, y allí dijo en alta voz:
"¡Ah del palacio! Soy un extranjero, un caminante que pide provisiones para continuar su viaje".
Después reiteró su demanda por segunda y tercera vez, y como no le contestasen, afirmósu corazón y
fortificó su alma, y siguió por aquel corredor hasta el centro del palacio. Y no encontró a nadie. Pero vió
que todo el palacio estaba suntuosamente revestido de tapices y que en el centro de un patio interior
había un estanque coronado por cuatro leones de oro rojo, de cuyas fauces brotaba un chorro de agua que
semejaba perlas y pedrería. En torno veíanse numerosos pájaros, pero no podían volar fuera del palacio,
por impedírselo una gran red tendida por encima de todo. Y el rey se maravilló al ver aquellas cosas,
aunque afligiéndose por no encontrar a alguien que le pudiese revelar el enigma del lago, de los peces, de
las montañas y del palacio. Después se sentó entre dos puertas, y meditó profundamente. Pero de pronto
oyó una queja muy débil que parecía brotar de un corazón dolorido, y oyó una voz dulce que cantaba
quedamente estos versos:
¡Mis sufrimientos ¡ay! no he podido ocultarlos, y mi mal de amores fué revelado...! ¡Y ahora
el sueño se aparta de mis ojos para convertirse en insomnio constante!
¡Oh amor! ¡Viniste al oír mi voz pero cuánta tortura dejaste mis pensamientos
¡Ten piedad de mí! ¡Déjame gustar del reposo! ¡Y sobre todo, no vayáis a visitar a aquella
que es toda mi alma, para hacerla padecer! ¡Porque Ella es mi consuelo en las penas y
peligros!
Cuando el rey oyó estas quejas amargas se levantó y se dirigió hacia el lugar de donde procedían.
Llegó hasta una puerta cubierta por un tapiz. Levantó el tapiz, y en un gran salón vió un joven que estaba
reclinado en un gran lecho. Este joven era muy hermoso; su frente parecía una flor, sus mejillas igual que
la rosa, y en medio de una de ellas tenía un lunar como una gota de ámbar negro.
Ya lo dijo el poeta:
¡El joven es esbelto y gentil! ¡Sus cabellos de tinieblas son tan negros que forman la noche!
¡Su frente es tan blanca que ilumina la noche! ¡Nunca los ojos de los hombres presenciaron una
fiesta como el espectáculo de sus gracias!
¡Le conocerás entre todos los jóvenes por el lunar que tiene en la rosa de su mejilla,
precisamente debajo de uno de sus ojos!
Al verle, el rey, muy complacido, le dijo: "¡La paz sea contigo!". Y el joven siguió echado en la
cama, vistiendo un traje de seda bordado de oro. Con un acento de tristeza que parecía extenderse por to
da su persona, devolvió el saludo del rey y le dijo: "¡Oh señor! ¡Perdona que no me pueda levantar!".
Pero el rey contestó: "¡Oh joven! Entérame de la historia de ese lago y de sus peces de colores, así como
del misterio de este palacio y de la causa de su soledad y de tus lágrimas".
Al oírlo, el joven derramó nuevas lágrimas, que corrían a lo largo de sus mejillas, y el rey se
asombró y le dijo: "¡Oh joven! ¿qué es lo que te hace llorar?" Y el joven respondió: "¿Cómo no he de
llorar, si me veo en este estado?" Y el joven, alargando las manos hacia el borde de su túnica, la levantó.
Y entonces el rey vió que toda la mitad inferior del joven era de mármol, y la otra mitad, desde el
ombligo hasta el cabello de la cabeza, era de un hombre. Y el joven dijo al rey: "Sabe, ¡oh señor! que la
historia de los peces es una cosa tan extraordinaria, que si se escribiera con una aguja en el ángulo
interior del ojo, a fin de que todo el mundo la viera, sería una gran lección para el observador
cuidadoso".
Y el joven contó la historia que sigue:
Historia del joven encantado y de los peces
Sabe, ¡Oh señor! que mi padre era rey de esta ciudad. Se llamaba Mahmud, y era rey de las Islas
Negras y de estas cuatro montañas. Mi padre reinó setenta años, y después se extinguió en la misericordia
del Retribuidor. Después de su muerte, fui yo sultán y me casé con la hija de mi tía. Me quería con amor
tan poderoso, que si por casualidad tenía que separarme de ella, no comía ni bebía hasta mi regreso. Y
así siguió bajo mi protección durante cinco años, hasta que fue un día al hammam, después de haber
mandado al cocinero que preparase los manjares para nuestra cena. Entré en el palacio y reclinándome en
el lugar de costumbre, mandé a dos esclavas que me hicieran aire con los abanicos. Una se puso a mi
cabeza y otra a mis pies. Pero pensando en la ausencia de mi esposa, se apoderó de mí el insomnio, y no
pude conciliar el sueño, porque ¡si mis ojos se cerraban, mi alma permanecía en vela! Oí entonces a la
esclava que estaba detrás de mi cabeza hablar de este modo a la que estaba a mis pies: "¡Oh Masauda!
¡Qué desventurada juventud la de nuestro dueño! ¡Qué tristeza para él tener una esposa como nuestra ama,
tan pérfida y tan criminal!". Y la otra respondió: ¡Maldiga Alah a las mujeres adúlteras! Porque esa
infame nunca podrá tener un hombre mejor que nuestro dueño, y sin embargo, se pasa las noches en el
lecho de unos y otros". Y la primera esclava dijo: "Nuestro dueño debe de ser muy impasible cuando no
hace caso de las acciones de esa mujer". Y repuso la otra: "¿Pero qué dices? ¿Puede sospechar siquiera
nuestro amo lo que hace ella? ¿Crees que la dejaría en libertad de obrar así? Has de saber que esa
pérfida pone siempre algo en la copa en que bebe nuestro amo todas las noches antes de acostarse. Le
echa banj
[27] y le hace dormir con eso. En tal estado, no puede saber lo que ocurre, ni a dónde va ella,
ni lo qué hace. Entonces, después de darle a beber el banj, se viste y se va, dejándole solo, y no vuelve
hasta el amanecer. Cuando regresa, le quema una cosa debajo de la nariz para que la huela, y así
despierta nuestro amo de su sueño".
En el momento que oí ¡oh señor! lo que decían las esclavas, se cambió en tinieblas la luz de mis ojos.
Y deseaba ardientemente que viniera la noche para encontrarme de nuevo con la hija de mi tío. Por fin
volvió del hammam. Y entonces se puso la mesa, y estuvimos comiendo durante una hora, dándonos
mutuamente de beber, como de costumbre, después pedí el vino que solía beber todas las noches antes de
acostarme, y ella me acercó la copa. Pero yo me guardé muy bien de beber, y fingí que la llevaba a los
labios, como de costumbre, pero la derramé rápidamente por la abertura de mi túnica, y en la misma hora
y en el mismo instante me eché en la cama, haciéndome el dormido. Y ella dijo entonces: "¡Duerme! ¡Y
así no te despiertes nunca más! ¡Por Alah, te detesto! Y detesto hasta tu imagen, y mi alma está harta de tu
trato". Después se levantó, se puso su mejor vestido, se perfumó, se ciñó una espada, y abriendo la puerta
del palacio se marchó. En seguida me levanté yo también, y la fui siguiendo hasta que hubo salido del
palacio. Y atravesó todos los zocos, y llegó por fin hasta las puertas de la ciudad, que estaban cerradas.
Entonces habló a las puertas en un lenguaje que no entendí, y los cerrojos cayeron y las puertas se
abrieron, y ella salió. Y yo eché a andar detrás de ella, sin que lo notase, hasta que llegó a unas colinas
formadas por los amontonamientos de escombros, y a una torre coronada por una cúpula y construida de
ladrillos. Ella entró por la puerta, y yo me subí a lo alto de la cúpula, donde había una terraza, y desde
allí me puse a vigilarla. Y he aquí que ella entró en la habitación de un negro muy negro. Este negro era
horrible, tenía el labio superior como la tapadera de una marmita y el inferior como la marmita misma,
ambos tan colgantes, que podían escoger los guijarros entre la arena. Estaba podrido de enfermedades y
tendido sobre un montón de cañas de azúcar.
Al verle, la hija de mi tío besó la tierra entre sus manos, y él levantó la cabeza hacia ella, y le dijo:
"¡Desdichas sobre ti!" ¿Cómo has tardado tanto? He convidado a los negros, que se han bebido el vino y
se han entrelazado ya con sus queridas. Y yo no he querido beber por causa tuya". Ella contestó: "¡Oh
dueño mío, querido de mi corazón! ¿no sabes que estoy casada con el hijo de mi tío, que detesto hasta su
imagen y que me horroriza estar con él? Si no fuese por el temor de hacerte daño, hace tiempo que habría
derruído toda la ciudad, en la que sólo se oiría la voz de la corneja y el mochuelo, y además habría
transportado las ruinas al otro lado del Cáucaso".
Y contestó el negro: "¡Mientes, infame! Juro por el honor y por las cualidades viriles de los negros, y
por nuestra infinita superioridad sobre los blancos, que como vuelvas a retrasarte otra vez, a partir de
este día, repudiaré tu trato y no pondré mi cuerpo encima del tuyo. ¡Oh pérfida traidora! De seguro que te
has retrasado para saciar en otra parte tus deseos de hembra. ¡Qué basura! ¡Eres la más despreciable de
las mujeres blancas!" Después la cogió debajo de él. Y llegó entre ellos aquello que llegó.
Así narraba el príncipe dirigiéndose al rey. Y prosiguió de este modo:
"Cuando oí toda aquella conversación y vi con mis propios ojos eso que siguió entre ambos, el
mundo se convirtió en tinieblas para mí y no supe ni dónde estaba. En seguida la hija de mi tío rompió a
llorar y a lamentarse humildemente entre las manos del negro, y le decía: "¡Oh, amante mío, orgullo de mi
corazón! ¡No tengo a nadie más que a ti! ¡Si me despidieses me moriría! ¡Oh, amor mío! ¡Luz de mis
ojos". Y no cesó en su llanto ni en sus súplicas hasta que la hubo perdonado. Entonces, llena de alegría,
se levantó, se quitó todos los vestidos, incluso el calzón, y se quedó completamente desnuda. Y dijo
después: "Amo mío, ¿tienes con qué alimentar a tu esclava?". Y contestó el negro: "Levanta la tapadera
de la cacerola, allí encontrarás un guisado de huesos de ratones, que ha de satisfacerte. En este jarro que
ves ahí hay buza
[28] y la puedes beber".
Y ella comió y bebió y fué a lavarse las manos. Después se acostó sobre el montón de cañas, y
completamente desnuda se acurrucó contra el negro, cubriéndose con unos harapos infectos.
Al ver todas estas cosas que hacía la hija de mi tío, no pude contenerme más, y bajando de la cúpula y
precipitándome en la habitación, cogí la espada que llevaba la hija de mi tío, resuelto a matar a ambos.
Y comencé por herir primeramente al negro, dándole un tajo en el cuello, y creí que había perecido".
En este momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando lució la mañana, Schahriar entró en la sala de justicia, y el diwán estuvo lleno hasta el fin del
día. Después el rey volvió a palacio, y Doniazada dijo a su hermana: "Te ruego que prosigas tu relato". Y
ella respondió: "De todo corazón, y como homenaje debido".
Y cuando llegó la octava noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:
"Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había
matado, porque lanzó un estertor horrible. Y a partir de ese momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero
al día siguiente, vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto. Después me
dijo: "¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre,
que a mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de
escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos
para llorar y afligirme". Fingiendo que la creía, le dije: "Haz lo que creas conveniente, pues no he de
prohibírtelo". Y permaneció encerrada con su luto, con sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo
un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo.
Y transcurrido el año, me dijo: "Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré
aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos". Yo le dije: "Haz lo que
tengas por conveniente". Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y
conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues
sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada a la hija
de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo a todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí
no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora.
Ella iba a verlo todos los días, entrando en la cúpula, y sentía a su lado accesos de llanto y de locura,
y le daba bebidas y condimentos. Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve
paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse
la cara y decir amargamente estos versos:
¡Partiste, ¡Oh muy amado mío! y he abandonado a los hombres y vivo en la soledad, porque
mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡Oh muy amado mío!
¡Si vuelves a pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en
recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo en la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si
vuelves a pasar cerca de tu muy amada!
¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero
en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!
Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: "¡Oh traidora! sólo hablan
así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño". Y levantando el brazo, me disponía a
herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie,
pronunciando unas palabras misteriosas, y dijo: "Por la virtud de mi magia, que Alah te convierta mitad
piedra y mitad hombre". E inmediatamente, señor, quedé como me ves. Y ya no puedo valerme ni hacer un
movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo. Después de ponerme en tal estado, encantó las
cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y a mis súbditos
los transformó en peces. Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome
cien latigazos, hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin,
cubriéndola con la ropa".
El joven se echó entonces a llorar y recitó estos versos:
¡Aguardando tu sentencia y tu justicia, ¡oh mi señor! sufro pacientemente, pues tal es tu
voluntad!
¡Pero me ahogan mis desgracias! ¡Y sólo puedo recurrir a ti, ¡Oh, Señor! ¡Oh Alah,
adorado por nuestro bendito Profeta!
El rey dijo entonces al joven: "Has añadido una pena a mis penas; pero dime, ¿dónde está esa mujer?"
Y respondió el mancebo: "En la tumba, donde está el negro, debajo de la cúpula. Todos los días viene a
esta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento
para defenderme. Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos".
Entonces exclamó el rey: "¡Oh excelente joven! ¡Por Alah ! voy a hacerte un favor tan memorable, que
después de mi muerte pasará al dominio de la Historia". Y ya no añadió más, y siguió la conversación
hasta que se acercó la noche. Después se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las
brujas. Entonces se desnudó, volvió a ceñirse la espada, y se fué hacia el sitio donde se encontraba el
negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fué
derechamente al negro, le hirió, le atravesó y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó a los
hombros y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió a la cúpula, se vistó con
las ropas del negro, y se paseó durante un instante, a todo lo largo del subterráneo, tremolando en su
mano la espada completamente desnuda.
Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó a la habitación del joven. Apenas hubo entrado,
desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó a pegarle. Entonces él gritaba: "¡No me hagas sufrir
más! ¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mi". Ella respondió: "¿La tuviste de mí?
¿Respetaste a mi amante? Así, pues, ¡toma, toma!". Después le puso la túnica de crin, colocándole la otra
ropa por encima, e inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándose la copa de vino y la taza de
plantas hervidas. Y al entrar debajo de la cúpula, se puso a llorar e imploró: "¡0h, dueño mío, háblame,
hazme oír tu voz!". Y recitó dolorosamente estos versos:
¡Oh, corazón mío! ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa? ¡El amor con que
me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas!
¡Hasta cuándo seguirás huyendo de mí! ¡Si sólo querías mi dolor y mi amargura, ya serás
feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!
Después rompió en sollozos y volvió a implorar: "¡Oh dueño mío! Háblame, que yo te oiga".
Entonces el supuesto negro torció la lengua y empezó a imitar el habla de los negros: "¡No hay fuerza ni
poder sin la ayuda de Alah!" La bruja, al oír hablar al negro, después de tanto tiempo, dió un grito de
júbilo y cayó desvanecida, pero pronto volvió en sí, y dijo: "¿Es que mi dueño está curado?" Entonces el
rey, fingiendo la voz y haciéndola muy débil, dijo: "¡Oh miserable libertina! No mereces que te hable". Y
ella dijo: "¿Pero por qué?" Y él contestó: "Porque siempre estás castigando a tu marido, y él da voces, y
esto me quita el sueño toda la noche hasta la mañana. De otro modo ya habría yo recobrado las fuerzas.
Eso precisamente me impide contestarte". Y ella dijo: "Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado
en que se encuentra". Y él contestó: "Sí, líbralo y recobraremos la tranquilidad". Y dijo la bruja:
"Escucho y obedezco". Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de
agua, pronunció unas palabras mágicas, y el agua empezó a hervir, como hierve en la marmita. Entonces
echó un poco de esta agua al joven y dijo: "¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa
forma y recuperes la primitiva!" Y el joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al
verse libre: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Profeta de Alah! ¡Sean con El la bendición y
la paz de Alah!" Y ella dijo: "¡Vete, y no vuelvas por aquí porque te mataré!". Y se lo gritó en la cara.
Entonces el joven se fue de entre sus manos. Y he aquí todo lo referente a él.
En cuanto ala bruja, volvió en seguida a la cúpula, descendió al subterráneo y dijo: "¡Oh dueño mío!
levántate, que te vea yo". Y el rey contestó muy débilmente: "Aun no has hecho nada. Queda otra cosa
para que recobre la tranquilidad. No has suprimido la causa principal de mis males". Y ella dijo: "¡Oh
amado mío! ¿cuál es esa causa principal?" Y el rey contestó: Esos peces del lago, los habitantes de la
antigua ciudad y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua a medianoche, para lanzar
imprecaciones contra ti y contra mí. Y este es el motivo de que no recobre yo las fuerzas. Libértalos,
pues. Entonces podrás venir a darme la mano y ayudarme a levantar, porque seguramente habré vuelto a
la salud".
Cuando la bruja oyó estas palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: "¡Oh, dueño mío! pongo
tu voluntad sobre mi cabeza, y sobre mis ojos". E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy
dichosa, echó a correr, llegó al lago, cogió un poco de agua y...
En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la novena noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando la bruja cogió un poco de agua y pronunció unas
palabras misteriosas, los peces empezaron a agitarse, irguiendo la cabeza, y acabaron por con vertirse en
hijos de Adán, y en la hora y en el instante se desató la magia que sujetaba a los habitantes de la ciudad.
Y la ciudad se convirtió en una población floreciente, con magníficos zocos bien construídos y cada
habitante se puso a ejercer su oficio. Y las montañas volvieron a ser islas como en otro tiempo. Y hete
aquí todo lo que hubo respecto a esto. Por lo que se refiere a la bruja ésta volvió junto al rey, y como le
seguía tomando por el negro, le dijo: "¡Oh querido mio!, dame tu mano generosa para besarla". Y el rey
le respondió en voz baja: "Acércate más a mí". Y ella se aproximó. Y el rey cogió de pronto su buena
espada, y le atravesó el pecho con tal fuerza, que la punta le salió por la espalda. Después, dando un tajo,
la partió en dos mitades.
Hecho esto salió en busca del joven encantado, que le esperaba de pie. Entonces le felicitó por su
desencantamiento, y el joven le besó la mano, y le dió efusivamente las gracias. Y le dijo el rey: "¿Quie
res marchar a tu ciudad, o acompañarme a la mía?" Y el joven contestó: "¡Oh, rey de los tiempos! ¿sabes
cuánta distancia hay de aquí a tu ciudad?" Y dijo el rey: "Dos días y medio". Entonces le dijo el joven:
"¡Oh rey! si estás durmiendo, despierta. Para ir a tu capital emplearás, con la voluntad de Alah, todo un
año. Si llegaste aquí en dos días y medio, fué porque esta población estaba encantada. Y cuenta, ¡oh rey!
que no he de apartarme de ti ni siquiera el instante que dura un parpadeo". El rey se alegró al oírlo, y
dijo: "Bendigamos a Alah, que ha dispuesto te encontrase en mi camino. Desde hoy serás mi hijo, ya que
Alah no me los ha querido dar hasta ahora". Y se echaron uno en brazos del otro, y se alegraron hasta el
límite de la alegría.
Dirigiéronse entonces al palacio del rey que había estado encantado. Y el joven anunció a los
notables de su reino que iba a partir para la santa peregrinación a la Meca. Y hechos los preparativos ne
cesarios, partieron él y el rey, cuyo corazón anhelaba el regreso a su país, del que estaba ausente hacía un
año. Marcharon, pues, llevando cincuenta mamalik
[29] cargados de regalos. Y no dejaron de viajar día y
noche durante un año entero, hasta que avistaron la ciudad. El visir salió con los soldados al encuentro
del rey, muy satisfecho de su regreso, pues había llegado a temer no verle más. Y los soldados se
acercaron, y besaron la tierra entre sus manos, y le dieron la bienvenida. Y entró en el palacio y se sentó
en su trono. Después llamó al visir y le puso al corriente de cuanto le había ocurrido. Cuando el visir
supo la historia del joven, le dió la enhorabuena por su desencantamiento y su salvación.
Mientras tanto, el rey gratificó a muchas personas, y después dijo al visir: "Que venga aquel pescador
que en otro tiempo me trajo los peces". Y el visir mandó llamar al pescador que había sido causa del
desencantamiento de los habitantes de la ciudad. Y cuando se presentó le ordenó el rey que se acercase, y
le regaló trajes de honor, preguntándole acerca de su manera de vivir y si tenía hijos. Y el pescador dijo
que tenía un hijo y dos hijas. Entonces el rey se casó con una de sus hijas, y el joven se casó con la otra.
Después el rey conservó al pescador a su lado y le nombró tesorero general.
En seguida envió a su visir a la ciudad del joven, situada en las Islas Negras, y le nombró sultán de
aquellas islas, escoltándole los cincuenta mamalik con numerosos trajes de honor para todos aquellos
emires. El visir, al despedirse, besó ambas manos del sultán y salió para su destino. Y el rey y el joven
siguieron juntos, muy felices con sus esposas, las dos hijas del pescador, gozando una vida de venturosa
tranquilidad y cordial esparcimiento. En cuanto al pescador, nombrado tesorero general, se enriqueció
mucho y llegó a ser el hombre más rico de su tiempo. Y todos los días veía a sus hijas, que eran esposas
de reyes. ¡Y en tal estado, después de numerosos años completos, fué a visitarles la Separadora de los
amigos, la Inevitable, la Silenciosa, la Inexorable! ¡Y ellos murieron!
Pero no creais que esta historia-prosiguió Schehrazada- sea más maravillosa que la del mandadero.
Historia del mandadero y las tres doncellas
Había en la ciudad de Bagdad un hombre que era soltero y además mozo de cordel.
Un día entre los días, mientras estaba en el zoco, indolentemente apoyado en su espuerta, se paró
delante de él una mujer con un ancho manto de tela de Mussul, en seda sembrada de lentejuelas de oro y
forro de brocato. Levantó un poco el velillo de la cara y aparecieron por debajo dos ojos negros con
largas pestañas y ¡qué párpados! Era esbelta, sus manos y sus pies muy pequeños, y reunía, en fin, un
conjunto de perfectas cualidades. Y dijo con su voz llena de dulzura: "¡Oh mandadero! coge la espuerta y
sígueme". Y el mandadero, sorprendidísimo, no supo si había oído bien, pero cogió la espuerta y siguió a
la joven, hasta que se detuvo a la puerta de una casa. Llamó y salió un nusraní
[30], que por un dinar le
dió una medida de aceitunas, y ella las puso en la espuerta, diciendo al mozo: "Lleva eso y sígueme".
Y el mandadero exclamó: "¡Por Alah! ¡Bendito día!" Y cogió otra vez la espuerta y siguió a la joven.
Y he aquí que se paró ésta en la frutería y compró manzanas de Siria, membrillos osmani, melocotones de
Omán, jazmines de Alepo, nenúfares de Damasco, cohombros del Nilo, limones de Egipto, cidras sultaní,
bayas de mirto, flores de henné, anémonas rojas de color de sangre, violetas, flores de granado y
narcisos. Y lo metió todo en la espuerta del mandadero, y le dijo: "Llévalo". Y él lo llevó, y la siguió
hasta que llegaron a la carnicería, donde dijo la joven: "Corta diez artal de carne"
[31].
Y el carnicero cortó los diez artal, y ella los envolvió en hojas de banano, los metió en la espuerta, y
dijo: "Llévalo, ¡oh mandadero!" Y él lo llevó así, y la siguió hasta encontrar un vendedor de almendras,
al cual compró la joven toda clase de almendras, diciendo al mozo: "Llévalo y sígueme". Y cargó otra
vez con la espuerta y la siguió hasta llegar a la tienda de un confitero, y allícompró ella una bandeja y la
cubrió de cuanto había en la confitería: enrejados de azúcar con manteca, pastas aterciopeladas
perfumadas con almizcle y deliciosamente rellenas, bizcochos llamados sabun, pastelillos, tortas de
limón, confituras sabrosas, dulces llamados muchabac, bocadillos huecos llamados lucmet-el-kadí, otros
cuyo nombre es assabihzeinab, hechos con manteca, miel y leche. Después colocó todas aquellas
golosinas en la bandeja, y la bandeja encima de la espuerta.
Entonces el mandadero dijo: "Si me hubieras avisado habría alquilado una mula para cargar tanta
cosa". Y la joven sonrió al oírlo. Después se detuvo en casa de un destilador y compró diez clases de
aguas: de rosas, de azahar y otras muchas, y varias bebidas embriagadoras, como asimismo un hisopo
para aspersiones de agua de rosas almizclada, granos de incienso macho, palo de áloe, ámbar gris y
almizcle, y finalmente velas de cera de Alejandría.
Todo lo metió en la espuerta, y dijo al mozo: "Lleva la espuerta y sígueme". Y el mozo la siguió,
llevando siempre la espuerta, hasta que la joven llegó a un palacio, todo de mármol, con un gran patio
que daba al jardín de atrás. Todo era muy lujoso, y el pórtico tenía dos hojas de ébano, adornadas con
chapas de oro rojo.
La joven llamó, y las dos hojas de la puerta se abrieron. El mandadero vió entonces que había abierto
la puerta otra joven, cuyo talle, elegante y gracioso, era un verdadero modelo, especialmente por sus
pechos redondos y salientes, su gentil apostura, su belleza y todas las perfecciones de su talle y de todo
lo demás. Su frente era blanca como la primera luz de la luna nueva, sus ojos como los ojos de las
gacelas, sus cejas como la luna creciente del Ramadán, sus mejillas como anémonas, su boca como el
sello de Soleimán, su rostro como la luna llena al salir, sus dos pechos como granadas gemelas. En
cuanto a su vientre juvenil, elástico y flexible, se ocultaba bajo la ropa como una carta preciada bajo el
rollo que la envuelve.
Por eso, a su vista, notó el mozo que se le iba el juicio y que la espuerta se le venía al suelo. Y dijo
para sí: "¡Por Alah! ¡En mi vida he tenido un día tan bendito como el de hoy!"
Entonces esta joven tan admirable dijo a su hermana la proveedora y al mandadero: "¡Entrad, y que la
acogida aquí sea para vosotros tan amplia como agradable!"
Y entraron, y acabaron por llegar a una sala espaciosa que daba al patio, adornada con brocados de
seda y oro, llena de lujosos muebles con incrustaciones de oro, jarrones, asientos esculpidos, cortinas y
unos roperos cuidadosamente cerrados.
En medio de la sala había un lecho de mármol incrustado con perlas y esplendorosa pedrería,
cubierto con un dosel de raso rojo. Sobre él estaba extendido un mosquitero de fina gasa, también rojo, y
en el lecho había una joven demaravillosa hermosura, con ojos babilónicos, un talle esbelto como la letra
aleph, y un rostro tan bello, que podía envidiarlo el sol luminoso. Era una estrella brillante, una noble
hermosura de Arabia, como dijo el poeta:
¡El que mida tu talle, ¡oh joven! y lo compare por su esbeltez con la delicadeza de una
rama flexible, juzga con error a pesar de su talento! ¡Porque tu talle no tiene igual, ni tu
cuerpo un hermano!
¡Porque la rama sólo es linda en el árbol y estando desnuda! ¡Mientras que tú eres
hermosa de todos modos, y las ropas que te cubren son únicamente una delicia más!
Entonces la joven se levantó, y llegando junto a sus hermanas, les dijo: "¿Por qué permanecéis
quietas? Quitad la carga de la cabeza de ese hombre". Entonces entre las tres le aliviaron del peso.
Vaciaron la espuerta, pusieron cada cosa en su sitio, y entregando dos dinares al mandadero, le dijeron:
"¡Oh mandadero! vuelve la cara y vete inmediatamente". Pero el mozo miraba a las jóvenes, encantado de
tanta belleza y tanta perfección, y pensaba que en su vida había visto nada semejante. Sin embargo,
chocábale que no hubiese ningún hombre en la casa. En seguida se fijó en lo que allí había de bebidas,
frutas, flores olorosas y otras cosas buenas, y admirado hasta el límite de la admiración, no tenía maldita
la gana de marcharse.
Entonces la mayor de las doncellas le dijo: "¿Por qué no te vas? ¿Es que te parece poco el salario?"
Y se volvió hacia su hermana, la que había hecho las compras, y le dijo: "Dale otro dinar". Pero el
mandadero replicó: "¡Por Alah, señoras mías! Mi salario suele ser la centésima parte de un dinar, por lo
cual no me ha parecido escasa la paga. Pero mi corazón está pendiente de vosotras. Y me pregunto cuál
puede ser vuestra vida, ya que vivís en esta soledad, y no hay hombre que os haga compañía.
¿No sabéis que un minarete sólo vale algo con la condición de ser uno de los cuatro de la mezquita?
Pero ¡oh señoras mías! no sois más que tres, y os falta el cuarto. Ya sabéis que la dicha de las mujeres
nunca es perfecta si no se unen con los hombres. Y, como dice el poeta, un acorde no será jamás
armonioso como no reúnan cuatro instrumentos: el arpa, el laúd, la cítara y la flauta. Vosotras, ¡oh señoras
mías! sólo sois tres, y os falta el cuarto instrumento: la flauta. ¡Yo seré la flauta y me conduciré como
hombre prudente, lleno de sagacidad e inteligencia, artista hábil que sabe guardar un secreto!"
Y las jóvenes le dijeron: "¡Oh mandadero! ¿no sabes tú que somos vírgenes? Por eso tenemos miedo
de fiarnos de algo. Porque hemos leído lo que dicen los poetas:
"Desconfía de toda confidencia, pues un secreto revelado es secreto perdido” .
Pero el mandadero exclamó: "¡Juro por vuestra vida, ¡oh señoras mías! que yo soy un hombre
prudente, seguro y leal! He leído libros y he estudiado crónicas. Sólo cuento cosas agradables,
callándome cuidadosamente las cosas tristes. Obro en toda ocasión según dice el poeta:
¡Sólo el hombre bien dotado sabe callar el secreto! ¡Sólo los mejores entre los hombres
saben cumplir sus promesas!
¡Yo encierro los secretos en una casa de sólidos candados, donde la llave se ha perdido y la
puerta está sellada!"
Y escuchando los versos del mandadero, muchas otras estrofas que recitó y sus improvisaciones
rimadas, las tres jóvenes se tranquilizaron; pero para no ceder en seguida, le dijeron: "Sabe, ¡oh
mandadero! que en este palacio hemos gastado el dinero en enormes cantidades. ¿Llevas tú encima con
qué indemnizarnos? Sólo te podremos invitar con la condición de que gastes mucho oro. ¿Acaso no es tu
deseo permanecer con nosotras, acompañarnos a beber, y singularmente hacernos velar toda la noche,
hasta que la aurora bañe nuestros rostros?" Y la mayor de las doncellas añadió: "Amor sin dinero no
puede servir de buen contrapeso en el platillo de la balanza". Y la que había abierto la puerta dijo: "Si no
tienes nada, vete sin nada". Pero en aquel momento intervino la proveedora, y dijo: "¡Oh hermanas mías!
Dejemos eso, ¡por Alah!, pues este muchacho en nada ha de amenguarnos el día. Además, cualquier otro
hombre no habría tenido con nosotras tanto comedimiento. Y cuanto le toque pagar a él, yo lo abonaré en
su lugar".
Entonces el mandadero se regocijó en extremo, y dijo a la que le había defendido: "¡Por Alah! A ti te
debo la primera ganancia del día". Y dijeron las tres: "Quédate, ¡oh buen mandadero! y te tendremos
sobre nuestras cabezas y nuestros ojos". Y en seguida la proveedora se levantó y se ajustó el cinturón.
Luego dispuso los frascos, clasificó el vino por decantación, preparó el lugar en que habían de reunirse
cerca del estanque, y llevó allí cuanto podían necesitar. Después ofreció el vino y todo el mundo se sentó,
y el mandadero en medio de ellas, en el vértigo, pues se figuraba estar soñando.
Y he aquí que la proveedora ofreció la vasija del vino y llenaronla copa y la bebieron, y así por
segunda y por tercera vez. Después la proveedora la llenó de nuevo y la presentó a sus hermanas, y luego
al mandadero. Y el mandadero, extasiado, improvisó esta composición rimada:
¡Bebe este vino! ¡El es la causa de toda nuestra alegría! ¡El da al que lo bebe fuerzas y
salud! ¡El es el único remedio que cura todos los males!
¡Nadie bebe el vino, origen de toda alegría, sin sentir las emociones más gratas! ¡La
embriaguez es lo único que puede saturarnos de voluptuosidad!
Después besó las manos de las tres doncellas, y vació la copa. En seguida, aproximándose a la
mayor, dijo: "¡Oh señora mía! Soy tu esclavo, tu cosa y tu propiedad!" Y recitó estas estrofas. en honor
suyo:
¡A tu puerta espera de pie un esclavo de tus ojos, acaso el más humilde de tus esclavos!
¡Pero conoce a su dueña! ¡El sabe cuánta es su generosidad y sus beneficios! ¡Y sobre todo,
sabe cómo se lo ha de agradecer!
Entonces ella le dijo, ofreciéndole la copa: "Bebe, ¡oh amigo mío! y que la bebida te aproveche y la
digieras bien. Que ella te dé fuerzas para el camino de la verdadera salud".
Y el mandadero cogió la copa, besó la mano a la joven, y con una voz dulce y modulada 'cantó
quedamente estos versos:
¡Yo ofrezco a mi amiga un vino resplandeciente como sus mejillas, mejillas tan luminosas,
que sólo la caridad de una llama podría compararse con su espléndida vida!
Ella se digna aceptarlo, pero me dice muy risueña: "¿Cómo quieres que beba mis propias
mejillas?"
Y yo le digo: "Bebe, oh llama de mi corazón! ¡Este licor son mis lágrimas, su color rojo, mi
sangre, y su mezcla en la copa, es toda mi alma!”
Entonces la joven cogió la copa de manos del mandadero, se la llevó a los labios y después fue a
sentarse junto a sus hermanas. Y todos empezaron a cantar, a danzar y a jugar con las flores exquisitas. Y
mientras tanto, el mozo las abrazaba y las besaba. Y una le dirigía chanzas, otra lo atraía hacia ella, y la
otra le golpeaba con las flores. Y siguieron bebiendo, hasta que el vino se les subió a la cabeza. Cuando
el vino reinó por completo, la joven que había abierto la puerta se levantó, se quitó to a a ropa y se quedó
desnuda. Y de un salto echó su alma en el estanque y se puso a jugar con el agua, se llenó de ella la boca
y roció ruidosamente al mandadero. Esto no le estorbaba para que el agua corriese por todos sus
miembros y por entre sus muslos juveniles. Después salió del estanque, se echó sobre el pecho del
mandadero, y extendiéndose luego boca arriba, dijo señalando a la cosa situada entre sus muslos: "¡Oh mi
querido! ¿Sabes cómo se llama esto?"
Y contestó el mozo: "¡Ah ...! ¡ah ... ! ordinariamente suele llamarse la casa de la misericordia".
Pero ella exclamó: "¡Yu! ¡Yu! ¿No te da vergüenza tu ignorancia?" Y le cogió del pescuezo y empezó
a darle golpes.
Entonces dijo él: "¡Basta! ¡basta! Se llama la vulva". Y repitió ella: "Tampoco es así". Y el
mandadero dijo: "Pues tu pedazo de atrás". Y ella repitió: "Otra cosa". Y dijo él: "Es tu zángano". Pero
ella, al oírlo, golpeó al joven con tal fuerza, que le arañó la piel. Y entonces él dijo: "Pues dime cómo se
llama". Y ella contestó: "La albahaca de los puentes". Y exclamó el mozo: "¡Ya era hora! ¡Alabado sea
Alah! y él te guarde, ¡Oh mi albahaca de los puentes!"
Después volvió a circular la copa y la subcopa. En seguida la segunda joven se desnudó y se metió en
el estanque, e hizo lo mismo que su hermana. Salió después, se echó en el regazo del mozo, y señalando
con el dedo hacia sus muslos y a la cosa situada entre los muslos, preguntó: "¿Cuál es el nombre de esto,
luz de mis ojos?" Y él dijo: "Tu grieta". Pero ella exclamó: "¡Qué palabras tan abominables dice este
hombre!" Y le abofeteó con tal furia, que retembló toda la sala. Y después dijo él: "Entonces será la
albahaca de los puentes". Pero ella replicó: "No es eso, no es eso". Y volvió a darle golpes. Entonces
preguntó el mozo: "¿Pues cuál es su nombre?" Y contestó ella: "El sésamo descortezado". Y él exclamó:
"¡Para ti sean, ¡oh el más descortezado entre los sésamos! las mejores bendiciones!"
Después se levantó la tercera joven, se desnudó y se metió en el estanque, donde hizo como sus
hermanas, y luego se vistió, y fue a tenderse entre las piernas del mandadero, y le dijo, señalando hacia
sus partes delicadas: "Adivina su nombre". Entonces él le dijo: "Se llama, esto, se llama lo otro".
Y numerando con los dedos, decía: "El estornino mudo, el conejo sin orejas, el polluelo sin voz, el
padre de la blancura, la fuente de las gracias". Y por fin, en vista de sus protestas, acabó preguntando,
para que no le pegara más: "¿Pues cuál es su nombre?"
Y ella contestó: "El khan
[32] de Aby-Mansur".
Entonces el mandadero se levantó, se despojó de sus vestiduras y se metió en el agua. ¡Y su espalda
sobrenadaba majestuosa en la superficie! Se lavó todo el cuerpo como se habían lavado las doncellas, y
después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, apoyó los pies en el regazo de la otra
hermana, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: "¿Sabes, ¡oh soberana mía! cuál es su
nombre?"
Al oír estas palabras, las tres se echaron a reír tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas, y
exclamaron: "¡Tu zib!" Y él dijo: "No es eso, no es eso". Y les dió a cada una un mordisco. Entonces
dijeron: "¡Tu herramienta!" Y él contestó: "Tampoco es eso". Y a cada una les dió un pellizco en un seno.
Y ellas, asombradas, replicaron: "Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib, porque
se mueve". Y el mozo seguía negando, con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las
pellizcaba y las abrazaba, y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: "¿Cómo se llama,
pues?" Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib,
dijo: "¡Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: "Me llaman el macho poderoso y
sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se
alberga en la posada de Aby-Mansur".
Y se rieron las tres tan descompasadamente al oírle, que de nuevo doblaron sobre sus partes traseras.
Después siguieron bebiendo en la misma copa hasta que comenzó a anochecer.
Las jóvenes dijeron al mandadero: "Ahora vuelve la cara y vete, y así veremos la anchura de tus
hombros". Pero el mozo exclamó: "¡Por Alah, señoras mías! ¡Más fácil sería a mi alma salir del cuerpo,
que a mí dejar esta casa! ¡Juntemos esta noche con el día, y mañana podrá cada uno ir en busca de su
destino por el camino de Alah!"
Entonces intervino nuevamente la joven proveedora: "Hermanas, por vuestra vida, invitémosle a
pasar la noche con nosotras y nos reiremos mucho con él, porque es una mala persona sin pudor, y
además muy gracioso". Y dijeron entonces al mandadero: "Puedes pasar aquí la noche con la condición
de estar bajo nuestro dominio y no pedir ninguna explicación sobre lo que veas ni sobre cuanto ocurra".
Y él respondió: "Así sea, ¡oh señoras mías!" Y ellas añadieron: "Levántate y lee lo que está escrito
encima de las puertas". Y él se levantó, y encima de la puerta vió las siguientes palabras, escritas con
letras de oro:
No hables nunca de lo que no te importe si no oirás cosas que no te gusten.
Y el mandadero dijo: "¡Oh señoras mías! os pongo por testigo de que no he de hablar de lo que no me
importe".
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 10ª noche
Doniazada dijo:
"¡Oh hermana mía! acaba la relación".
Y Schehrazada contestó: "Con mucho agrado, y como un deber de generosidad". Y prosiguió: He
llegado a saber, ¡oh rey poderoso! que cuando el mandadero hizo su promesa a las jóvenes, se levantó la
proveedora, colocó los manjares delante de los comensales, y todos comieron muy regaladamente.
Después de esto encendieron las velas, quemaron maderas olorosas e incienso, y volvieron a beber y
comer todas las golosinas compradas en el zoco, sobre todo el mandadero, que al mismo tiempo decía
versos, cerrando los ojos mientras recitaba y moviendo la cabeza. Y de pronto se oyeron fuertes golpes
en la puerta, lo que no les perturbó en sus placeres, pero al fin la menor de las jóvenes se levantó, fué a
la puerta, y luego volvió y dijo: "Bien llena va a estar nuestra mesa esta noche, pues acabo de encontrar
junto a la puerta a tres ahjam
[33] con las barbas afeitadas y tuertos del ojo izquierdo. Es una
coincidencia asombrosa. He visto inmediatamente que eran extranjeros, y deben venir del país de los
Rum. Cada uno es diferente, pero los tres son tan ridículos de fisonomía, que hacen reír. Si los
hiciésemos entrar nos divertiríamos con ellos". Y sus hermanas aceptaron. "Diles que pueden entrar, pero
entérales de que no deben hablar de lo que no les importe, si no quieren oír cosas desagradables". Y la
joven corrió a la puerta, muy alegre, y volvió trayendo a los tres tuertos. Llevaban las mejillas afeitadas,
con unos bigotes retorcidos y tiesos, y todo indicaba que pertenecían a la cofradía de mendicantes
llamados saalik
[34].
Apenas entraron, desearon la paz a la concurrencia, y las jóvenes se quedaron de pie y los invitaron a
sentarse. Una vez sentados, los saalik miraron al mandadero, y suponiendo que pertenecía a su cofradía,
dijeron: "Es un saaluk como nosotros, y podrá hacernos amistosa compañía". Pero el mozo, que los había
oído, se levantó de súbito, los miró airadamente, y exclamó: "Dejadme en paz, que para nada necesito
vuestro afecto. Y empezad por cumplir lo que veréis encima de esa puerta". Las doncellas estallaron de
risa al oír estas palabras, y se decían: "Vamos a divertirnos con este mozo y los saalik".
Después ofrecieron manjares a los saalik, que los comieron muy gustosamente. Y la más joven les
ofreció de beber, y los saalik bebieron uno tras otro. Y cuando la copa estuvo en circulación, dijo el
mandadero: "Hermanos nuestros, ¿lleváis en el saco alguna historia o alguna maravillosa aventura con
qué divertirnos?"
Estas palabras los estimularon, y pidieron que les trajesen instrumentos. Y entonces la más joven les
trajo inmediatamente un pandero de Mussul adornado con cascabeles, un laúd de Irak y una flauta de
Persia. Y los tres saalik se pusieron de pie, y uno cogió el pandero, otro el laúd y el tercero la flauta. Y
los tres empezaron a tocar, y las doncellas los acompañaban con sus cantos. Y el mandadero se moría de
gusto, admirando la hermosa voz de aquellas mujeres.
En este momento, volvieron a llamar a la puerta. Y como de costumbre, acudió a abrir la más joven
de las tres doncellas.
Y he aquí el motivo de que hubiesen llamado:
Aquella noche, el califa Harún-Al-Raschid había salido a recorrer la ciudad, para ver y escuchar por
sí mismo cuanto ocurriese. Le acompañaba su visir Giafar-Al-Barmaki
[35] y el portaalfanje Masurur,
ejecutor de sus justicias. El califa en estos casos acostumbraba disfrazarse de mercader.
Y paseando por las calles había llegado frente a aquella casa y había oído los instrumentos y los ecos
de la fiesta. Y el califa dijo al visir Giafar: "Quiero que entremos en esta casa para saber qué son esas
voces".
Y el visir Giafar replicó: "Acaso sea un hatajo de borrachos, y convendría precavernos por si nos
hiciesen alguna mala partida". Pero el califa dijo: "Es mi voluntad entrar ahí. Quiero que busques la
forma de entrar y sorprenderlos". Al oír esta orden, el visir contestó: "Escucho y obedezco". Y Giafar
avanzó y llamó a la puerta. Y al momento fué a abrir la más joven de las tres hermanas.
Cuando la joven hubo abierto la puerta, el visir le dijo: "¡Oh señora mía! somos mercaderes de
Tabaria
[36]. Hace diez días llegamos a Bagdad con nuestros géneros, y habitamos en el khan de los
mercaderes. Uno de los comerciantes del khan nos ha convidado a su casa y nos ha dado de comer.
Después de la comida, que ha durado una hora, nos ha dejado en libertad de marcharnos. Hemos salido,
pero ya era de noche, y como somos extranjeros, hemos perdido el camino del khan y ahora nos dirigimos
fervorosamente a vuestra generosidad para que nos permitáis entrar y pasar la noche aquí. Y ¡Alah os
tendrá en cuenta esta buena obra!"
Entonces la joven los miró, le pareció que en efecto tenían maneras de mercaderes y un aspecto muy
respetable, por lo cual fué a buscar a sus dos hermanas para pedirles parecer. Y ellas le dijeron: "Déjales
entrar". Entonces fué a abrirles la puerta, y le preguntaron: "¿Podemos entrar, con vuestro permiso?" Y
ella contestó: "Entrad". Y entraron el califa, el visir y el portaalfanje, y al verlos las jóvenes se pusieron
de pie y les dijeron: "¡Sed bien venidos, y que la acogida en esta casa os sea tan amplia como amistosa!
Sentaos, ¡oh huéspedes nuestros! Sólo tenemos que imponeros una condición: "No habléis de lo que no os
importa, si no queréis oír cosas que no os gusten".
Y ellos respondieron: "Ciertamente que sí". Y se sentaron, y fueron invitados a beber y a que
circulase entre ellos la copa. Después el califa miró a los tres saalik, y se asombró mucho al ver que los
tres estaban tuertos del ojo izquierdo. Y miró en seguida a las jóvenes, y al advertir su hermosura y su
gracia, quedó aún más perplejo. Las doncellas siguieron conversando con los convidados, invitándoles a
beber con ellas, y luego presentaron un vino exquisito al califa, pero éste lo rechazó, diciendo: "Soy un
buen hadj"
[37].
Entonces la más joven se levantó y colocó delante de él una mesita con incrustaciones finas, encima
de la cual puso una taza de porcelana de China, y echó en ella agua de la fuente, que enfrió con un pedazo
de hielo, y lo mezcló todo con azúcar y agua de rosas, y después se lo presentó al califa. Y él aceptó, y le
dió las gracias, diciendo para sí: "Mañana tengo que recompensarla por su acción y por todo el bien que
hace".
Las doncellas siguieron cumpliendo sus deberes de hospitalidad y sirviendo de beber. Pero cuando el
vino produjo sus efectos, la mayor de las tres hermanas se levantó, cogió de la mano a la proveedora, y le
dijo: ¡"Oh hermana mía! levántate y cumplamos nuestro deber". Y su hermana le contestó: "Me tienes a
tus órdenes".
Entonces la más pequeña se levantó también, y dijo a los saalik que se apartaran del centro de la sala
y que fuesen a colocarse junto a las puertas. Quitó cuanto había en medio del salón y lo limpió.
Las otras dos hermanas llamaron al mandadero, y le dijeron: "¡Por Alah! ¡Cuán poco nos ayudas!
Cuenta que no eres un extraño, sino de la casa". Y entonces el mozo se levantó, se remangó la túnica, y
apretándose el cinturón, dijo: "Mandad y obedeceré". Y ellas contestaron: "Aguarda en tu sitio". Y a los
pocos momentos le dijo la proveedora: "Sígueme, que podrás ayudarme".
Y la siguió fuera de la sala, y vió dos perras de la especie de las perras negras, que llevaban cadenas
al cuello. El mandadero las cogió y las llevó al centro de la sala. Entonces la mayor de las hermanas se
remangó el brazo, cogió un látigo, y dijo al mozo: "Trae aquí una de esas perras".
Y el mandadero, tirando de la cadena del animal, le obligó a acercarse, y la perra se echó a llorar y
levantó la cabeza hacia la joven. Pero ésta, sin cuidarse de ello, la tumbó a sus pies, y empezó a darle
latigazos en la cabeza, y la perra chillaba y lloraba, y la joven no la dejó de azotar hasta que se le cansó
el brazo. Entonces tiró el látigo, cogió a la perra en brazos, la estrechó contra su pecho, le secó las
lágrimas y la besó en la cabeza, que la tenía cogida entre sus manos. Después dijo al mandadero:
"Llévatela, y tráeme la otra". Y el mandadero trajo la otra, y la joven la trató lo mismo que a la primera.
Entonces el califa sintió que sus ojos se llenaban de lástima y que el pecho se le oprimía de tristeza, y
guiñó el ojo al visir Giafar para que interrogase sobre aquello a la joven, pero el visir le respondió por
señas que lo mejor era callarse.
En seguida la mayor de las doncellas se dirigió a sus hermanas, y les dijo: "Hagamos lo que es
nuestra costumbre". Y las otras contestaron: "Obedecemos". Y entonces se subió al lecho, chapeado de
plata y de oro, y dijo a las otras dos: "Veamos ahora lo que sabéis".
sabéis". Y la más pequeña se subió al lecho, mientras que la otra se marchó a sus habitaciones y
volvió trayendo una bolsa de raso con flecos de seda verde; se detuvo delante de las jóvenes, abrió la
bolsa y extrajo de ella un laúd. Después se lo entregó a su hermana pequeña, que lo templó, y se puso a
tañerlo, cantando estas estrofas con una voz sollozante y conmovida:
¡Por piedad ¡Devolved a mis párpados el sueño que de ellos ha huído! ¡Decidme donde ha
ido a parar mi razón!
¡Guando permití que el amor penetrase en mi morada se enojó conmigo el sueño y me
abandonó!
Y me preguntaban: "¿Qué has hecho para verte así, tú que eres de los que recorren el camino recto y
seguro? ¡Dinos quién te ha extraviado de ese modo!"
Y les dije: "¡No seré yo, sino ella quien os responda! ¡Yo sólo puedo deciros que mi sangre,
toda mi sangre, le pertenece! ¡Y siempre he de preferir verterla por ella a conservarla
torpemente en mí!
"¡He elegido una mujer para poner en ella mis pensamientos, mis pensamientos que
reflejan su imagen! ¡Si expulsara esa imagen, se consumirían mis entrañas con un fuego
devorador!
"¡Si la viérais, me disculparíais! ¡Porque el mismo Alah cinceló esa joya con el licor de la
vida; y con lo que quedó de ese licor fabricó la granada y las perlas!"
Y me dicen: "¿Pero encuentras en el objeto amado otra cosa que lágrimas, penas y escasos
placeres?
"¿No sabes que al mirarte en el agua límpida sólo verás tu sombra? ¡Bebes de un
manantial cuya agua sacia antes de ser saboreada!"
Y yo contesto: "¡No creáis que bebiendo se ha apoderado de mí la embriaguez, sino sólo
mirando! ¡No fué preciso más; esto bastó para que el sueño huyera por siempre de mis ojos!
"¡Y no son las cosas pasadas las que me consumen, sino solamente el pasado de ella! ¡No
son las cosas amadas de que me separé las que me han puesto en este estado, sino solamente la
separación de ella!
"¿Podría volver mis miradas hacia otra, cuando toda mi alma está unida a su cuerpo
perfumado, a sus aromas de ámbar y almizcle?"
Cuando acabó de cantar, su hermana le dijo: "¡Ojalá te consuele Alah, hermana mía!" Pero tal
aflicción se apoderó de la joven portera, que se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada en el suelo.
Pero al caer, como una parte de su cuerpo quedó descubierta, el califa vió en él huellas de latigazos y
varazos, y se asombró hasta el límite del asombro. La proveedora roció la cara de su hermana, y luego
que recobró el sentido, le trajo un vestido nuevo y se lo puso.
Entonces el califa dijo a Giafar: "¿No te conmueven estas cosas? ¡,No has visto señales de golpes en
el cuerpo de esa mujer? Yo no puedo callarme, y no descansaré hasta descubrir la verdad de todo esto, y
sobre todo, esa aventura de las dos perras". Y el visir contestó: "¡Oh mi señor, corona de mi cabeza!,
recuerda la condición que nos impusieron: No hables de lo que no te importe, si no quieres oír cosas que
no te gusten".
Y mientras tanto, la proveedora se levantó, cogió el laúd, lo apoyó en su redondo seno, y se puso a
cantar:
¿Qué responderíamos si vinieran a darnos quejas de amor? ¿Qué haríamos si el amor nos
dañara?
¡Si confiáramos a un intérprete que respondiese en nuestro nombre, este intérprete no
sabría traducir todas las quejas de un corazón enamorado!
¡Y si sufrimos con paciencia y en silencio la ausencia del amado, pronto nos pondrá el
dolor a las puertas de la muerte!
¡Oh dolor! ¡Para nosotros sólo hay penas y duelo: las lágrimas resbalan por las mejillas!
Y tú, querido ausente, que has huído de las miradas de mis ojos cortando los lazos que te
unían a mis entrañas.
Di, ¿conservas algún recuerdo de nuestro amor pasado, una huella pequeña que dure a
pesar del tiempo?
¿O has olvidado, con la ausencia, el amor que agotó mi espíritu y me puso en tal estado de
aniquilamiento y postración?
¡Si mi sino es vivir desterrada, algún día pediré cuentas de estos sufrimientos a Alah,
nuestro Señor!
Al oír este canto tan triste, la mayor de las doncellas se desgarró las vestiduras, y cayó desmayada. Y
la proveedora se levantó y le puso un vestido nuevo, después de haber cuidado de rociarle la cara con
agua para que volviese de su desmayo. Entonces, algo repuesta, se sentó la joven en el lecho, y dijo a su
hermana: "Te ruego que cantes más para que podamos pagar nuestras deudas. ¡Aunque sólo sea una vez!"
Y la proveedora templó de nuevo el laúd y cantó las siguientes estrofas:
¿Hasta cuando durarán esta separación y este abandono tan cruel? ¿No sabes que a mis
ojos ya no les quedan lágrimas?
¡Me abandonas! ¿Pero no crees que rompes así la antigua amistad? ¡Oh! ¡Si tu objeto era
despertar mis celos, lo has logrado!
¡Si el maldito Destino siempre ayudase a los hombres amorosos, las pobres mujeres no
tendrían tiempo para dirigir reconvenciones a los amantes infieles!
¿A quién me quejaré para desahogar un poco mis desdichas, las desdichas causadas por tu
mano, asesino de mi corazón...? ¡Ay de mí! ¿Qué recurso le queda al que perdió la garantía de
su crédito? ¿Cómo cobrar la deuda?
¡Y la tristeza de mi corazón dolorido crece con la locura de mi deseo hacia ti! ¡Te busco!
¡Tengo tus promesas! Pero tú, ¿dónde estás?
¡Oh hermanos! ¡Os lego la obligación de vengarme del infiel! ¡Que sufra padecimientos
como los míos! ¡Que apenas vaya a cerrar los ojos para el sueño, se los abra en seguida el
insomnio largamente!
¡Por tu amor he sufrido las peores humillaciones! ¡Deseo, pues, que otro en mi lugar goce
las mayores satisfacciones a costa tuya!
¡Hasta hoy me ha tocado padecer por su amor! ¡Pero a él, que de mí se burla, le tocará
sufrir mañana!
Al oír esto cayó desmayada otra vez la más joven de las hermanas, y su cuerpo apareció señalado por
el látigo.
Entonces dijeron los tres saalik: "Más nos habría valido no entrar en esta casa, aunque hubiéramos
pasado la noche sobre un montón de escombros, porque este espectáculo nos apena de tal modo, que
acabará por destruirnos la espina dorsal". Entonces el califa, volviéndose hacia ellos, les dijo: "¿Y por
qué es eso?" Y contestaron: "Porque nos ha emocionado mucho lo que acaba de ocurrir". Y el califa les
preguntó: "¿De modo, que no sois de casa?" Y contestaron: "Nada de eso. El que parece serlo es ese que
está a tu lado". Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Àlah! Esta noche he entrado en esta casa por
primera vez, y mejor habría sido dormir sobre un montón de piedras".
Entonces dijeron: "Somos siete hombres, y ellas sólo son tres mujeres. Preguntemos la explicación de
lo ocurrido, y si no quieren contestarnos de grado, que lo hagan a la fuerza". Y todos se concertaron para
obrar de ese modo, menos el visir, que les dijo: "¿Creéis que vuestro propósito es justo y honrado?
Pensad que somos sus huéspedes, nos han impuesto condiciones y debemos cumplirlas. Además, he aquí
que se acaba la noche, y pronto irá cada uno a buscar su suerte por el camino de Alah". Después guiñó el
ojo al califa, y llevándole aparte, le dijo: "Sólo nos queda que permanecer aquí una hora. Te prometo que
mañana pondré entre tus manos a estas jóvenes, y entonces les podrás preguntar su historia".
Pero el califa rehusó y dijo: "No tengo paciencia para aguardar a mañana". Y siguieron hablando
todos, hasta que acabaron por preguntarse: "¿Cuál de nosotros les dirigirá la pregunta?" Y algunos
opinaran que eso le correspondía al mandadero.
A todo esto, las jóvenes les preguntaron: "¿De qué habláis, buena gente?" Entonces el mandadero se
levantó, se puso delante de la mayor de las tres hermanas, y le dijo: "¡Oh soberana mía! En nombre de
Alah te pido y te conjuro, de parte de todos los convidados, que nos cuentes la historia de esas dos perras
negras, y por qué las has castigado tanto, para llorar después y besarlas. Y dinos también, para que nos
enteremos, la causa de esas huellas de latigazos que se ven en el cuerpo de tu hermana. Tal es nuestra
petición. Y ahora, ¡que la paz sea contigo!"
Entonces la joven les preguntó a todos: "¿Es cierto lo que dice este mandadero en vuestro nombre?"
Y todos, excepto el visir, contestaron: "Cierto es". Y el visir no dijo ni una palabra.
Entonces la joven, al oír su respuesta, les dijo: "¡Por Alah, huéspedes míos! Acabáis de ofendernos
de la peor manera. Ya se os advirtió oportunamente que si alguien hablaba de lo que no le importase,
oiría lo que no le había de gustar. ¿No os ha bastado entrar en esta casa y comeros nuestras provisiones?
Pero no tenéis vosotros la culpa, sino nuestra hermana, por haberos traído".
Y dicho esto, se remangó el brazo, dió tres veces con el pie en el suelo, y gritó: "¡Hola! ¡Venid en
seguida!" E inmediatamente se abrió uno de los roperos cubiertos por cortinajes, y aparecieron siete
negros, altos y robustos, que blandían agudos alfanjes. Y la dueña les dijo: "Atad los brazos a esa gente
de lengua larga, y amarradlos unos a otros". Y ejecutada la orden, dijeron los negros: "¡Oh señora
nuestra! ¡Oh flor oculta a las miradas de los hombres! ¿nos permites que les cortemos la cabeza?" Y ella
contestó: "Aguardad una hora, que antes de degollarlos los he de interrogar para saber quiénes son".
Entonces exclamó el mandadero: "¡Por Alah, oh señora mía!, no me mates por el crimen de estos
hombres. Todos han faltado y todos han cometido un acto criminal, pero yo no. ¡Por Alah! ¡Qué noche tan
dichosa y tan agradable habríamos pasado, si no hubiésemos visto a estos malditos saalik! Porque estos
saalik de mal agüero son capaces de destruir la más floreciente de las ciudades sólo con entrar en ella".
¡Qué hermoso es el perdón del fuerte! ¡Y sobre todo, qué hermoso cuando se otorga al
indefenso!
¡Yo te conjuro por la inviolable amistad que existe entre los dos; no mates al inocente por
causa del culpable!
Cuando el mandadero acabó de recitar, la joven se echó a reír. En este momento de su narración,
Schehrazada vió aproximarse la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 11ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando la joven se echó a reír, después de haberse
indignado, se acercó a los concurrentes, y dijo: "Contadme cuanto tengáis que contar, pues sólo os queda
una hora de vida. Y si tengo tanta paciencia, es porque sois gente humilde, que si fuéseis de los notables,
o de los grandes de vuestra tribu, o si fueseis de los que gobiernan, ya os habría castigado".
Entonces el califa dijo al visir: "¡Desdichados de nosotros, oh Giafar! Revélale quiénes somos, si no,
va a matarnos". Y el visir contestó: "Bien merecido nos está". Pero el califa dijo: "No es ocasión
oportuna para bromas; el caso es muy serio, y cada cosa en su tiempo".
Entonces la joven se acercó a los saalik, y les dijo: "¿Sois hermanos?" Y contestaron ellos: "¡No, por
Alah! Somos los más pobres de los pobres, y vivimos de nuestro oficio, haciendo escarificaciones y
poniendo ventosas". Entonces fué preguntando a cada uno: "¿Naciste tuerto, tal como ahora estás?" Y el
primero de ellos contestó: "¡No, por Alah! Pero la historia de mi desgracia es tan asombrosa, que si
escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyera con
respeto". Y los otros dos contestaron lo mismo, y luego dijeron los tres: "Cada uno de nosotros es de un
país distinto, pero nuestras historias no pueden ser más maravillosas, ni nuestras aventuras más
prodigiosamente extrañas".
Entonces dijo la joven: "Que cada cual cuente su historia, y después se lleve la mano a la frente para
darnos las gracias, y se vaya en busca de su destino". El mandadero fue el primero que se adelantó, y
dijo: "¡Oh señora mía! Yo soy sencillamente un mandadero, y nada más. Vuestra hermana me hizo cargar
con muchas cosas y venir aquí. Me ha ocurrido con vosotras lo que sabéis muy bien, y no he de repetirlo
ahora, por razones que se os alcanzan. Y tal es toda mi historia. Y nada podré añadir a ella, sino que os
deseo la paz".
Entonces la joven le dijo: "¡Vaya! llévate la mano a la cabeza, para ver si está todavía en su sitio,
arréglate el pelo, y márchate". Pero replicó el mozo: "¡Oh! No; ¡por Alah! No me he de ir hasta que oiga
el relato de mis compañeros".
Entonces el primer saaluk entre los saalik, avanzó para contar su historia, y dijo:
Historia del primer saaluk
Voy a contarte, ¡Oh mi señora! el motivo de que me afeitara las barbas y de haber perdido un ojo.
Sabe, pues, que mi padre era rey. Tenía un hermano, y ese hermano era rey en otra ciudad. Y ocurrió
la coincidencia de que el mismo día que mi madre me parió nació también mi primo.
Después pasaron los años, y después de los años y los días, mi primo y yo crecimos. He de decirte
que, con intervalos de algunos años, iba a visitar a mi tío y a pasar con él algunos meses. La última vez
que le visité me dispensó mi primo una acogida de las más amplias y más generosas, y mandó degollar
varios carneros en mi honor, y clarificar numerosos vinos. Luego empezamos a beber, hasta que el vino
pudo más que nosotros. Entonces mi primo me dijo: "¡Oh primo mío! Ya sabes que te quiero
extremadamente, y te he de pedir una cosa importante. No quisiera que me la negases ni que me
impidieses hacer lo que he resuelto". Y yo le contesté: "Así sea, con toda la simpatía y generosidad de mi
corazón". Y para fiar más en mí, me hizo prestar el más sagrado de los juramentos, haciéndome jurar
sobre el Libro Noble. Y en seguida se levantó, se ausentó unos instantes, y después volvió con una mujer
ricamente vestida y perfumada, con un atavío tan fastuoso, que suponía una gran riqueza. Y volviéndose
hacia mí, con la mujer detrás de él, me dijo: "Toma esta mujer y acompáñala al sitio que voy a indicarte".
Y me señaló el sitio, explicándolo tan detalladamente que lo comprendí muy bien. Luego añadió: "Allí
encontrarás una tumba entre las otras tumbas, y en ella me aguardarás". Yo no me pude negar a ello,
porque había jurado con la mano derecha. Y cogí a la mujer, y marchamos al sitio que me había indicado,
y nos sentamos allí para esperar a mi primo, que no tardó en presentarse, llevando una vasija llena de
agua, un saco con yeso y una piqueta. Y lo dejó todo en el suelo, conservando en la mano nada más que la
piqueta, y marchó hacia la tumba, quitó una por una las piedras y las puso aparte. Después cavó con la
piqueta hasta descubrir una gran losa. La levantó, y apareció una escalera abovedada. Se volvió entonces
hacia la mujer, y le dijo: "Ahora puedes elegir". Y la mujer bajó en seguida la escalera y desapareció.
Entonces él se volvió hacia mí, y me dijo: "¡Oh primo mío! te ruego que acabes de completar este favor, y
que, cuando haya bajado, eches la losa y la cubras con tierra, como estaba. Y así completarás este favor
que me has hecho. En cuanto alyeso que hay en el saco y en cuanto al agua de la vasija, los mezclarás
bien, y después pondrás las piedras como antes, y con la mezcla llenarás las juntas de modo que nadie
pueda adivinar que es obra reciente. Porque hace un año que estoy haciendo este trabajo, y sólo Alah lo
sabe". Y luego añadió: "Y ahora ruega a Alah que no me abrume de tristeza por estar lejos de ti, primo
mío". En seguida bajó la escalera, y desapareció en la tumba. Cuando hubo desaparecido de mi vista, me
levanté, volví a poner la losa, e hice todo lo demás que me había mandado, de modo que la tumba quedó
como antes estaba.
Regresé al palacio, pero mi tío se había ido de caza, y entonces decidí acostarme aquella noche.
Después, cuando vino la mañana, comencé a reflexionar sobre todas las cosas de la noche anterior y
singularmente sobre lo que me había ocurrido con mi primo, y me arrepentí de cuanto había hecho. ¡Pero
con el arrepentimiento no remediaba nada! Entonces volví hacia las tumbas y busqué, sin poder
encontrarla, aquella en que se había encerrado mi primo. Y seguí buscando hasta cerca del anochecer, sin
hallar ningún rastro. Regresé entonces al palacio y no podía beber, ni comer, ni apartar el recuerdo de lo
que me había ocurrido con mi primo, sin poder descubrir qué era de él. Y me afligí con una aflicción tan
considerable, que toda la noche la pasé muy apenado hasta la mañana. Marché en seguida otra vez al
cementerio, y volví a buscar la tumba entre todas las demás, pero sin ningún resultado. Y continué mis
pesquisas durante siete días más, sin encontrar el verdadero camino. Por lo cual aumentaron de tal modo
mis temores, que creí volverme loco.
Decidí viajar, en busca de remedio para mi aflicción, y regresé al país de mi padre. Pero al llegar a
las puertas de la ciudad salió un grupo de hombres, se echaron sobre mí y me ataron los brazos. Entonces
me quedé completamente asombrado, puesto que yo era el hijo del sultán y aquéllos los servidores de mi
padre y también mis esclavos. Y me entró un miedo muy grande, y pensaba: "¿Quién sabe lo que le habrá
podido ocurrir a mi padre?" Y pregunté a los que me habían atado los brazos, y no quisieron contestarme.
Pero poco después, uno de ellos, esclavo mío, me dijo: "La suerte no se ha mostrado propicia con tu
padre. Los soldados le han hecho traición y el visir lo ha mandado matar. Nosotros estábamos
emboscados, aguardando que cayeses en nuestras manos".
Luego me condujeron a viva fuerza. Yo no sabía lo que me pasaba, pues la muerte de mi padre me
había llenado de dolor. Y me entregaron entre las manos del visir que había matado a mi padre. Pero
entre este visir y yo, existía un odio muy antiguo. Y la causa de este odio consistía en que yo, de joven,
fui muy aficionado al tiro de ballesta, y ocurrió la desgracia de que un día entre los días me hallaba en la
azotea del palacio de mi padre, cuando un gran pájaro descendió sobre la azotea del palacio del visir, el
cual estaba en ella. Quise matar al pájaro con la ballesta, pero la ballesta erró al pájaro, hirió en un ojo
al visir y se lo hundió, por voluntad y juicio escrito de Alah.
Ya lo dijo el poeta:
¡Deja que se cumplan los destinos; no quieras desviar el fallo de los jueces de la tierra!
¡No sientas alegría ni aflicción por ninguna cosa, pues las cosas no son eternas!
¡Se ha cumplido nuestro destino hemos seguido con toda fidelidad los renglones escritos
por la Suerte; porque aquel para quien la Suerte escribió un renglón, no tiene más remedio que
seguirlo!
Y el saaluk prosiguió de este modo:
Cuando dejé tuerto al visir, no se atrevió a reclamar en contra mía, porque mi padre era el rey del
país. Pero ésta era la causa de su odio.
Y cuando me presentaron a él, con los brazos atados, dispuso que me cortaran la cabeza. Entonces le
dije: "¿Por qué me matas si no he cometido ningún crimen?" Y contestó: "¿Qué mayor crimen que éste?"
Y señalaba su ojo tuerto. Y yo dije: "Eso lo hice contra mi voluntad". Pero él replicó: "Si lo hiciste
contra tu voluntad, yo voy a hacerlo contra la mía". Y dispuso: "¡Traedlo a mis manos!" Y me llevaron
entre sus manos.
Entonces extendió la mano, clavó su dedo en mi ojo izquierdo, y lo hundió completamente.
¡Y desde entonces estoy tuerto, como todos veis!
Hecho esto ordenó que me matasen y me metiesen en un cajón. Después llamó al verdugo, y le dijo:
"Te lo entrego. Desenvaina tu alfanje y lleva a este hombre fuera de la ciudad; lo matas y le dejas allí
para que se lo coman las fieras".
Entonces el verdugo me llevó fuera de la ciudad. Y me sacó de la caja con las manos atadas y los
pies encadenados, y me quiso vendar los ojos antes de matarme. Pero entonces rompí a llorar y recité
estas estrofas:
¡Te elegí como firme coraza para librarme de mis enemigos, y eres la lanza y el agudo
hierro con que me atraviesan! ¡Cuando disponía del poder, mi mano derecha, la que debía
castigar, se abstenía, pasando el arma a mi mano izquierda, que no la sabía esgrimir! ¡Así
obraba yo!
¡No insistáis, os lo ruego, en vuestros reproches crueles; dejad que sólo los enemigos me
arrojen las flechas dolorosas!
¡Conceded a mi pobre alma, torturada por los enemigos, el don del silencio; no la oprimáis
más con la dureza y el peso de vuestras palabras!
¡Confié en mis amigos para que me sirviesen de sólidas corazas; y así lo hicieron, pero en
manos de los enemigos y contra mí! ¡Los elegí para que me sirviesen de flechas mortales; y lo
fueron, pero contra mi corazón!
¡Cultivé sus corazones para hacerlos fieles; y fueron fieles, pero a otros amores!
¡Los cuidé fervorosamente para que fuesen constantes; y lo fueron, pero en la traición!
Cuando el verdugo oyó estos versos, recordó que había servido a mi padre y que yo le había colmado
de beneficios, y me dijo: "¿Cómo iba yo a matarte, si soy tu esclavo?" Y añadió: "Escápate. ¡Te salvo la
vida! Pero no vuelvas a esta comarca, porque perecerías y me harías perecer contigo, según dice el
poeta:
¡Anda! ¡Líbrate, amigo, y salva a tu alma de la tiranía! ¡Deja que las casas sirvan de tumba
a quienes las han construído!
¡Anda! ¡Podrás encontrar otras tierras que las tuyas, otros países distintos de tu país, pero
nunca hallarás más alma que tu alma!
¡Sin embargo, está escrito! ¡Está escrito que el hombre destinado a morir en un país no
podrá morir más que en el país de su destino! Pero, ¿sabes tú cuál es el país de tu destino...?
¡Y sobre todo, no olvides nunca que el cuello del león no llega a su desarrollo hasta que su
alma se ha desarrollado con toda libertad!
Cuando acabó de recitar estos versos, le besé las manos, y mientras no me vi lejos de aquellos
lugares no pude creer en mi salvación.
Pensando que había salvado la vida, pude consolarme de haber perdido un ojo, y seguí caminando,
hasta llegar a la ciudad de mi tío. Entré en su palacio y le referí todo lo que le había ocurrido a mi padre
y todo lo que me había ocurrido a mí. Entonces derramó muchas lágrimas, y exclamó: "¡Oh sobrino mío!
vienes a añadir una aflicción a mis aflicciones y un dolor a mis dolores. Porque has de saber que el hijo
de tu pobre tío ha desaparecido hace muchos días, y nadie sabe dónde está". Y rompió a llorar tanto, que
se desmayó. Cuando volvió en sí, me dijo: "Estaba afligidísimo por tu primo, y ahora se aumenta mi
dolor con lo ocurrido a ti y a tu padre. En cuanto a ti, ¡oh hijo mío! más vale haber perdido un ojo que la
vida".
Al oírle hablar de este modo, no pude callar por más tiempo lo que le había ocurrido a mi primo, y le
revelé toda la verdad. Mi, tío, al saberla, se alegró hasta el límite de la alegría, y me dijo: "Llévame en
seguida a esa tumba". Y contesté: ¡Por Alah! no sé dónde está esa tumba. He ido muchas veces a
buscarla, sin poder dar con ella". Entonces nos fuimos al cementerio, y al fin, después de buscar en todos
sentidos, acabé por encontrarla. Y yo y mi tío llegamos al límite de la alegría y entramos en la bóveda,
quitamos la tierra, apartamos la losa y descendimos los cincuenta peldaños que tenía la escalera. Al
llegar abajo, subió hacia nosotros una humareda que nos cegaba. Pero en seguida mi tío pronunció la
Palabra que libra de todo temor a quien la dice, y es ésta: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah, el
Altísimo, el Omnipotente!"
Después seguimos andando hasta llegar a un gran salón que estaba lleno de harina y de grano de todas
las especies, de manjares de todas clases y de otras muchas cosas. Y vimos en medio del salón un lecho
cubierto por unas cortinas. Mi tío miró hacia el interior del lecho, y vió a su hijo en brazos de aquella
mujer que le había acompañado; pero ambos estaban totalmente convertidos en carbón, como si los
hubieran echado en un horno.
Al verlos, escupió mi tío en la cara a su hijo, y exclamó: "Mereces el suplicio de este bajo mundo
que ahora sufres, pero aun te falta el del otro, que es más terrible y más duradero". Y después de haberle
escupido se descalzó una babucha, y con la suela le dió en la cara.
En este momento de su narración, vió Schehrazada aproximarse la mañana, y discretamente no quiso
abusar del permiso que se le había concedido.
Pero cuando llegó la 12ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el saaluk, mientras la concurrencia escuchaba su relato,
prosiguió diciendo a la joven: Después que mi tío dió con la babucha en la cara de su hijo, que estaba
allí tendido y hecho carbón, me quedé prodigiosamente sorprendido ante aquel golpe. Y me afligió mucho
ver a mi primo convertido en carbón; ¡tan joven como era! Y en seguida exclamé: "¡Por Alah! ¡oh tío mío!
Alivia un poco los pesares de tu corazón. Porque yo sufro mucho con lo que ha ocurrido a tu hijo. Y
sobre todo, me aflige verlo convertido en carbón, lo mismo que a esa joven, y quetú, no contento con
esto, le pegues con la suela de tu babucha".
Entonces mi tío me contó lo siguiente: "¡Oh sobrino mío! Sabe que este joven, que es mi hijo, ardió en
amores por su hermana desde la niñez. Y yo siempre le alejaba de ella, y me decía: "Debo estar
tranquilo, porque aun son muy jóvenes".
¡Pero no fué así! Apenas llegados a la pubertad, cometieron la mala acción, y aunque lo averigüé, no
podía creerlo del todo. Sin embargo, eché a mi hijo una reprimenda terrible, y le dije: "¡Cuidado con
esas indignas acciones que nadie ha cometido hasta ahora, ni nadie cometerá después! ¡Cuenta que no
habría reyes que tuvieran que arrastrar tanta vergüenza ni tanta ignominia como nosotros! ¡Y los correos
propagarían a caballo nuestro escándalo por todo el mundo! ¡Guárdate, pues, si no quieres que te maldiga
y te mate!" Después cuidé de separarla a ella y de separarle a él. Pero indudablemente esta malvada le
quería con un amor grandísimo, porque el Cheitán consolidó su obra en ellos.
Así, pues, cuando mi hijo vió que le había separado de su hermana, debió fabricar este asilo
subterráneo sin que nadie lo supiera; y como ves, trajo a él manjares y otras cosas; y se aprovechó de mi
ausencia, cuando yo estaba en la cacería, para venir aquí con su hermana.Con esto provocaron la justicia
del Altísimo y Muy Glorioso. Y el los abrasó aquí a los dos. Pero el suplicio del mundo futuro es más
terrible todavía y más duradero".
Entonces mi tío se echó a llorar, y yo lloré con él. Y después exclamó: "¡Desde ahora serás mi hijo en
vez de ese otro!"
Pero yo me puse a meditar durante una hora sobre los hechos de este mundo y en otras cosas: en la
muerte de mi padre por orden del visir, en su trono usurpado, en mi ojo hundido, ¡que todos veis! y en
todas estas cosas tan extraordinarias que le habían ocurrido a mi primo, y no pude menos de llorar otra
vez.
Luego salimos de la tumba, echamos la losa, la cubrimos con tierra, y dejándolo todo como estaba
antes, volvimos a palacio.
Apenas llegamos oímos sonar instrumentos de guerra, trompetas y tambores, y vimos que corrían los
guerreros. Y toda la ciudad se llenó de ruidos, del estrépito y del polvo que levantaban los cascos de los
caballos. Nuestro espíritu se hallaba en una gran perplejidad, no acertando la causa de todo aquello. Pero
por fin mi tío acabó por preguntar la razón de estas cosas, y le dijeron: "Tu hermano ha sido muerto por
el visir, que se ha apresurado a reunir sus tropas y a venir súbitamente al asalto de la ciudad. Y los
habitantes han visto que no podían ofrecer resistencia, y han rendido la ciudad a discreción".
Al oír todo aquello, me dije: "¡Seguramente me matará si caigo en sus manos!" Y de nuevo se
amontonaron en mi alma las penas y las zozobras, y empecé a recordar las desgracias ocurridas a mi
padre y a mi madre. Y no sabía qué hacer, pues si me veían los soldados estaba perdido. Y no hallé otro
recurso que afeitarme la barba. Así es que me afeité la barba, me disfracé como pude, y me escapé de la
ciudad. Y me dirigí hacia esta ciudad de Bagdad, donde esperaba llegar sin contratiempo y encontrar
alguien que me guiase al palacio del Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, el califa del Amo del
Universo, a quien quería contar mi historia y mis aventuras.
Llegué a Bagdad esta misma noche, y como no sabía dónde ir, me quedé muy preplejo. Pero de pronto
me encontré cara a cara con este saaluk, y le deseé la paz y le dije: "Soy extranjero". Y él me contestó:
"Yo también lo soy". Y estábamos hablando, cuando vimos acercarse a este tercer saaluk, que nos deseó
la paz y nos dijo: "Soy extranjero". Y le contestamos: "También lo somos nosotros". Y anduvimos juntos
hasta que nos sorprendieron las tinieblas. Entonces el Destino nos guió felizmente a esta casa, cerca de
vosotras, señoras mías.
Tal es la causa de que me veáis afeitado y tenga un ojo hueco.
Cuando hubo acabado de hablar, le dijo la mayor de las tres doncellas: "Está bien; acaríciate la
cabeza
[38] y vete".
Pero el primer saaluk contestó: "No me iré hasta que haya oído los relatos de los demás".
Y todos estaban maravillados de aquella historia tan prodigiosa, y el califa dijo al visir: "En mi vida
he oído aventura semejante a la de este saaluk".
Entonces el primer saaluk fué a sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas, y el otro dió un paso,
besó la tierra entre las manos de la joven, y refirió lo que sigue:
Historia del segundo saalik
La verdad es, ¡Oh señora mía! que yo no nací tuerto. Pero la historia que voy a contarte es tan
asombrosa, que si se escribiese con la aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien
fuese capaz de instruirse.
Aquí donde me ves, soy rey, hijo de un rey. También sabrás que no soy ningún ignorante. He leído el
Corán, las siete narraciones, los libros capitales, los libros esenciales de los maestros de la ciencia. Y
aprendí también la ciencia de los astros y las palabras de los poetas. Y de tal modo me entregué al
estudio de todas las ciencias, que pude superar a todos los vivientes de mi siglo.
Además, mi nombre sobresalió entre todos los escritores. Mi fama se extendió por el mundo, y todos
los reyes supieron mi valía. Fué entonces cuando oyó hablar de ella el rey de la India, y mandó un
mensaje a mi padre rogándole que me enviara a su corte, y acompañó a este mensaje espléndidos regalos,
dignos de un rey. Mi padre consintió, hizo preparar seis naves llenas de todas las cosas, y partí con mi
servidumbre.
Nuestra travesía duró todo un mes. Al llegar a tierra desembarcamos los caballos y los camellos, y
cargamos diez de éstos con los presentes destinados al rey de la India. Pero apenas nos habíamos puesto
en marcha, se levantó una nube de polvo, que cubría todas las regiones del cielo y de la tierra, y así duró
una hora. Se disipó después, y salieron de ella hasta sesenta jinetes que parecían leones enfurecidos.
Eran árabes del desierto, salteadores de caravanas, y cuando intentamos huir, corrieron a rienda suelta
detrás de nosotros y no tardaron en darnos alcance. Entonces, haciéndoles señas con las manos, les
dijimos: "No nos hagáis daño, pues somos una embajada que lleva estos presentes al poderoso rey de la
India". Y contestaron ellos: "No estamos en sus dominios ni dependemos de ese rey". Y en seguida
mataron a varios de mis servidores, mientras que huíamos los demás. Yo había recibido una herida
enorme, pero, afortunadamente, los árabes sólo se cuidaron de apoderarse de las riquezas que llevaban
los camellos.
No sabía yo dónde estaba ni qué había de hacer, pues me afligía pensar que poco antes era muy
poderoso y ahora me veía en la pobreza y en la miseria. Seguí huyendo, hasta encontrarme en la cima de
una montaña, donde había una gruta, y allí al fin pude descansar y pasar la noche.
A la mañana siguiente salí de la gruta, proseguí mi camino, y así llegué a una ciudad espléndida, de
clima tan maravilloso, que el invierno nunca la visitó y la primavera la cubría constantemente con sus
rosas. Me alegré mucho al entrar en aquella ciudad, donde encontraría, seguramente, descanso a mis
fatigas y sosiego a mis inquietudes.
No sabía a quién dirigirme, pero al pasar junto a la tienda de un sastre que estaba allí cosiendo, le
deseé la paz, y el buen hombre, después de devolverme el saludo, me abrazó, me invitó cordialmente a
sentarme, y lleno de bondad me interrogó acerca de los motivos que me habían alejado de mi país. Le
referí entonces cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, y el sastre me compadeció
mucho y me dijo: "¡Oh tierno joven! no cuentes eso a nadie: Teme al rey de esta ciudad, que es el mayor
enemigo de los tuyos, y quiere vengarse de tu padre desde hace muchos años".
Después me dió de comer y beber, y comimos y bebimos en la mejor compañía. Y pasamos parte de
la noche conversando, y luego me cedió un rincón de la tienda para que pudiese dormir, y me trajo un
colchón y una manta, y cuanto podía necesitar.
Así permanecí en su tienda tres días, y transcurridos que fueron, me preguntó: "¿Sabes algún oficio
para ganarte la vida?" Y yo contesté: "¡Ya lo creo! Soy un gran jurisconsulto, un maestro reconocido en
ciencias, y además sé leer y contar". Pero él replicó: "Hijo mío, nada de eso es oficio. Es decir, no digo
que no sea oficio (pues me vió muy afligido), pero no encontrarás parroquianos en nuestra ciudad. Aquí
nadie sabe estudiar, ni leer, ni escribir, ni contar. No saben más que ganarse la vida". Entonces me puse
muy triste y comencé a lamentarme: "¡Por Alah! Sólo sé hacer lo que acabo de decirte". Y él me dijo:
"¡Vamos, hijo mío, no hay que afligirse de ese modo! Coge una cuerda y un hacha y trabaja de leñador,
hasta que Alah te depare mejor suerte. Pero, sobre todo, oculta tu verdadera condición, pues te matarían".
Y fué a comprarme el hacha y la cuerda, y me mandó con los leñadores, después de recomendarme a
ellos.Marché entonces con los leñadores, y terminado mi trabajo, me eché al hombro una carga de leña, la
llevé a la ciudad y la vendí por medio dinar. Compré con unos pocos cuartos mi comida, guardé
cuidadosamente el resto de las monedas, y durante un año seguí trabajando de este modo. Todos los días
iba a la tienda del sastre, donde descansaba unas horas sentado en el suelo con las piernas cruzadas.
Un día, al salir al campo con mi hacha, llegué hasta un bosque muy frondoso que me ofrecía una
buena provisión de leña. Escogí un gran tronco seco, me puse a escarba: alrededor de las raíces, y de
pronto el hacha se quedó sujeta en una argolla de cobre. Vacié la tierra, y descubrí una tabla a la cual
estaba prendida la argolla, y al levantarla, apareció una escalera que me condujo hasta una puerta. Abrí
la puerta y me encontré en un salón de un palacio maravilloso. Allí estaba una joven hermosísima, perla
inestimable, cuyos encantos me hicieron olvidar mis desdichas y mis temores. Y mirándola, me incliné
ante el Creador, que la había dotado de tanta perfección y tanta hermosura.
Entonces ella me miró y me dijo: "¿Eres un ser humano o un efrit? Y contesté: "Soy un hombre". Ella
volvió a preguntar: "¿Cómo pudiste venir hasta este sitio donde estoy encerrada hace veinte años?" Y al
oír estas palabras, que me parecieron llenas de delicia y de dulzura, le dije: "¡Oh señora mía! Alah me ha
traído a tu morada para que olvide mis dolores y mis penas". Y le conté cuanto me había ocurrido, desde
el principio hasta el fin, produciéndole tal lástima, que se puso a llorar, y me dijo: "Yo también te voy a
contar mi historia:
"Sabed que soy hija del rey Aknamus, el último rey de la India, señor de la Isla de Ebano. Me casé
con el hijo de mi tío. Pero la misma noche de mi boda, antes de perder mi virginidad, me raptó un efrit,
llamado Georgirus, hijo de Rajmus y nieto del propio Eblis, y me condujo volando hasta este sitio, al que
había traído dulces, golosinas, telas preciosas, muebles, víveres y bebidas. Desde entonces viene a
verme cada diez días; se acuesta esa noche conmigo, y se va por la mañana. Si necesitase llamarlo
durante los diez días de su ausencia, no tendría más que tocar esos dos renglones escritos en la bóveda, e
inmediatamente se presentaría. Como vino hace cuatro días, no volverá pasados otros seis, de modo que
puedes estar conmigo cinco días, para irte uno antes de su llegada".
Y yo le contesté: "Desde luego he de permanecer aquí todo ese tiempo". Entonces ella, mostrando una
gran satisfacción, se levantó en seguida, me cogió de la mano, me llevó por unas galerías, y llegamos por
fin al hammam, cómodo y agradable con su atmósfera tibia. Inmediatamente me desnudé, ella se despojó
también de sus vestidos, quedando toda desnuda, y los dos entramos en el baño. Después de bañarnos,
nos sentamos en la tarima del hammam, uno al lado del otro, y me dió de beber sorbetes de almizcle y a
comer pasteles deliciosos. Y seguimos hablando cariñosamente mientras nos comíamos las golosinas del
raptor.
En seguida me dijo: "Esta noche vas a dormir y a descansar de tus fatigas para que mañana estés bien
dispuesto".
Y yo, ¡oh señora mía! me avine a dormir, después de darle mil gracias. Y olvidé realmente todos mis
pesares.
Al despertar, la encontré sentada a mi lado, frotando con un delicioso masaje mis miembros y mis
pies. Y entonces invoqué sobre ella todas las bendiciones de Alah, y estuvimos hablando durante una
hora cosas muy agradables. Y ella me dijo: "¡Por Alah! Antes de que vinieses vivía sola en este
subterráneo, y estaba muy triste, sin nadie con quien hablar, y esto durante veinte años. Por eso bendigo a
Alah, que te ha guiado junto a mí".
Después, con voz llena de dulzura, cantó esta estrofa:
¡Si de tu venida Nos hubiesen avisado anticipadamente, Habríamos tendido como alfombra
para tus pies La sangre pura de nuestros corazones y el negro terciopelo de nuestros ojos!
¡Habríamos tendido la frescura de nuestras mejillas Y la carne juvenil de nuestros muslos
sedosos Para tu lecho, ¡oh, viajero de la noche! ¡Porque tu sitio está encima de nuestros
párpados!
Al oír estos versos le di las gracias con la mano sobre el corazón, y sentí que su amor se apoderaba
de todo mi ser, haciendo que tendieran el vuelo mis dolores y mis penas. En seguida nos pusimos a beber
en la misma copa, hasta que se ausentó el día. Y aquella noche me acosté con ella, para gozar de la mayor
felicidad. ¡Y jamás en mi vida he pasado una noche semejante! Por eso cuando llegó la mañana nos
levantamos muy satisfechos uno de otro y realmente poseídos de una dicha sin límites.
Entonces, más enamorado que nunca, temiendo que se acabase nuestra felicidad, le dije: "¿Quieres
que te saque de este subterráneo y que te libre del efrit?" Pero ella se echó a reír, y me dijo: "¡Calla, y
conténtate con lo que tienes! Ese pobre efrit solo vendrá una vez cada diez días, y todos los demás serán
para ti". Pero exaltado por mi pasión, me excedí demasiado en mis deseos, pues repuse: "Voy a destruir
esas inscripciones mágicas, y en cuanto se presente el efrit, lo mataré. Para mí es un juego exterminar a
esos efrits, ya sean de encima o de debajo de la tierra".
Y la joven, queriendo calmarme, recitó estos versos:
¡Oh tú, que pides un plazo antes de la separación y que encuentras dura la ausencia! ¿No
sabes que es el edio de no encadenarse? ¿no sabes que es sencillamente el medio de amar?
¿Ignoras que el cansancio es la regla de todas las relaciones, y que la ruptura es la
conclusión de todas las amistades...?
Pero yo, sin hacer caso de estos versos que ella me recitaba, di un violento puntapié en la bóveda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 13ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el segundo saaluk prosiguió su relato de este modo:
¡Oh señora mía!, cuando di en la bóveda tan violento puntapié, la joven me dijo: "¡He ahí el efrit! ¡Ya
viene contra nosotros! ¡Por Alah! ¡Me has perdido! Tiende a tu salvación y sal por donde entraste".
Entonces me precipité hacia la escalera. Pero desgraciadamente, a causa de mi gran terror, había
olvidado las sandalias y el hacha. Por eso, como había ya subido algunos peldaños, volví un poco la
cabeza para dirigir la última mirada a las sandalias y al hacha que había sido mi felicidad; pero en el
mismo instante vi abrirse la tierra y aparecer un efrit enorme, horriblemente feo, que preguntó a la joven:
"¿A qué obedece esa llamada tan terrible con la que acabas de asustarme? ¿Qué desgracia te amenaza?".
Ella contestó: "Ninguna desgracia. Sentí una opresión en el pecho, a causa de mi soledad, y al levantarme
en busca de alguna bebida refrescante que reconfortara mi ánimo, lo hice tan bruscamente, que resbalé y
fui a dar contra la cúpula". Pero el efrit dijo: "¡Cómo sabes mentir, desvergonzada libertina!" Después
empezó a registrar el palacio por todos lados, hasta encontrar mis babuchas y el hacha. Y entonces gritó:
"¿Qué significan estas prendas? ¿Cómo han podido llegar aquí?" Y ella contestó: "Ahora las veo por
primera vez. Acaso las llevarías tú colgando a la espalda, y así las has traído". El efrit, en el colmo del
furor, dijo entonces: "Todo eso son palabras absurdas, torpes y falsas. Y no han de servirte conmigo,
mala mujer".
En seguida la desnudó completamente, la puso sobre cuatro estacas clavadas en el suelo, y empezó a
atormentarla, insistiendo en sus preguntas sobre lo que había ocurrido. Pero yo no pude resistir más
aquella escena, ni escuchar su llanto, y subí rápidamente los peldaños, trémulo de terror. Una vez en el
bosque, puse la trampa como la había encontrado, y la oculté a las miradas cubriéndola con tierra. Y me
arrepentí de mi acción hasta el límite del arrepentimiento. Y me puse a pensar en la joven, en su
hermosura y en los tormentos que le hacía sufrir aquel miserable después de poseerla veinte años. Y aun
me dolía más que la atormentase por causa mía. Y en ese momento me puse a pensar también en mi padre,
en su reino y en mi triste condición de leñador. ¡Esto fué todo!
Después seguí caminando, hasta llegar a la casa de mi amigo el sastre. Y lo encontré muy impaciente
a causa de mi ausencia, pues se hallaba sentado y parecía que lo estuviesen friendo al fuego en una
sartén. Y me dijo: "Como no viniste ayer, pasé toda la noche muy intranquilo. Y temí que te hubiese
devorado alguna fiera o te hubiera pasado algo semejante en el bosque; pero, ¡alabado sea Alah que te
guardó!" Entonces le di las gracias por su bondad, entré en la tienda, y sentado en mi rincón empecé a
pensar en mi desventura y a reconvenirme por aquel puntapié tan imprudente que había dado en la
bóveda. De pronto mi amigo el sastre entró y me dijo: "En la puerta de la tienda hay un hombre, una
especie de persa, que pregunta por ti y lleva en la mano tu hacha y tus babuchas. Las ha presentado a
todos los sastres de esta calle, y les ha dicho: "Al ir esta mañana a la oración, llamado por el muezín, me
he encontrado en el camino estas prendas y no sé a quién pertenecen. ¿Me lo podríais decir vosotros?"
Entonces los sastres reconocieron tu hacha y tus sandalias y lo han encaminado hacia aquí. Y ahí está
aguardándote en la puerta de la tienda. Sal, dale las gracias, y recoge el hacha y las sandalias". Pero al
oír todo aquello me puse muy pálido y creí desmayarme de terror. Y hallándome en este trance, se abrió
de pronto la tierra y apareció el persa. ¡Era el efrit! Había sometido a la joven al tormento, ¡y qué
tormento! Pero ella nada había declarado, y entonces él, cogiendo el hacha y las babuchas, le dijo:
"Ahora verás si no soy Georgirus, descendiente de Eblis. ¡ Vas a ver si puedo traer o no al amo de estas
cosas!"
Y había empleado en las casas de los sastres la estratagema de que he hablado.
Se me apareció, pues, bruscamente, brotando del suelo, y sin perder un instante me cogió en brazos,
se elevó conmigo por los aires, y descendió después para hundirme con él en la tierra. Yo había perdido
por completo el conocimiento. Me llevó al palacio subterráneo en que había sido tan feliz, y allí vi
desnuda a la joven, cuya sangre corría por su cuerpo. Mis ojos se habían llenado de lágrimas. Entonces el
efrit se dirigió a ella y le dijo: "Aquí tienes a tu amante". Y la joven me miró y dijo: "No sé quién puede
ser este hombre. No le he visto hasta ahora. Y replicó el efrit: "¿Cómo es eso? ¿Te presento la prueba del
delito y no confiesas?" Y ella, resueltamente, insistió: "He dicho que no le conozco". Entonces dijo el
efrit: "Si es verdad que no lo conoces, coge ese alfanje y córtale la cabeza". Y ella cogió el alfanje,
avanzó muy decidida y se detuvo delante de mí. Y yo, pálido de terror, le pedía por señas que me
perdonase, y las lágrimas corrían por mis mejillas. Y ella me hizo también una seña con los ojos,
mientras decía en alta voz: "¡Tú eres la causa de mis desgracias!" Y yo contesté a esta seña con una
contracción de mis ojos, y recité estos versos de doble sentido, que el efrit no podía entender:
¡Mis ojos saben hablarte suficientemente para que la lengua sea inútil! ¡Sólo mis ojos te
revelan los secretos ocultos de mi corazón!
¡Cuando te apareciste, corrieron por mi rostro dulces lágrimas, y me quedé mudo, pues mis
ojos te decían lo necesario!
¡Los párpados saben expresar también los sentimientos! ¡El entendido no necesita utilizar
los dedos!
¡Nuestras cejas pueden suplir a las palabras! ¡Silencio, pues! ¡Dejemos que hable el amor!
Y entonces la joven, habiendo entendido mis súplicas, soltó el alfanje. Lo recogió el efrit, y
entregándomelo, dijo señalando a la joven: "Córtale la cabeza, y quedarás en libertad; te prometo no
causarte ningún daño". Y yo contesté "¡Así sea!" Y cogí el alfanje y avancé resueltamente con el brazo
levantado. Pero ella me imploraba, haciéndome señas con los ojos, como diciendo: "¿Qué daño te hice?"
Y entonces se me llenaron los ojos de lágrimas, y arrojando el alfanje, dije al efrit: "¡Oh poderoso efrit!
¡Oh héroe robusto e invencible! Si esta mujer fuese tan mala como crees, no habría dudado en salvarse a
costa de mi vida. Y en cambio ya has visto que ha arrojado el alfanje. ¿Cómo he de cortarle yo la cabeza,
si además no conozco a esta joven? Así me dieses a beber la copa de la mala muerte, no había de
prestarme a esa villanía". Y el efrit contestó a estas palabras: "¡Basta ya! Acabo de sorprender que os
amáis. He podido comprobarlo".
Y entonces, ¡oh señora mía! cogió el alfanje y cortó una mano de la joven y después la otra mano, y
luego el pie derecho y después el izquierdo. De cuatro golpes tajó las cuatro extremidades. Y yo, al ver
aquello con mis propios ojos, creí que me moría.
En ese momento la joven, guiñándose un ojo, me hizo disimuladamente una seña. Pero ¡ay de mí! el
efrit la sorprendió, y dijo: "¡Oh hija de puta! Acabas de cometer adulterio con tu ojo". Y entonces de un
tajo le cortó la cabeza. Después, volviéndose hacia mí, exclamó: "Sabe ¡oh tú, ser humano! que nuestra
ley nos permite a los efrits matar a la esposa adúltera, y hasta lo encuentra lícito y recomendable. Sabe
que yo robé a esta joven la noche de su boda, cuando aun no tenía doce años y antes de que nadie se
acostara con ella. Y la traje aquí, y cada diez días venía a verla, y pasábamos juntos la noche, y copulaba
con ella bajo el aspecto de un persa; pero hoy, al saber que me engañaba, la he matado. Sólo me ha
engañado con un ojo, con el que te guiñó al mirarte. En cuanto a ti, como no he podido comprobar si
fornicaste con ella, no te mataré; pero de todos modos, algo he de hacerte para que no te rías a mis
espaldas y para humillar tu vanidad. Te permito elegir el mal que quieras que te cause".
Entonces, ¡oh señora mía! al verme libre de la muerte, me regocijé hasta el límite del regocijo, y
confiando en obtener toda su gracia, le dije: "Realmente, no sé cuál elegir de entre todos los males; pero
no prefiero ninguno". Y el efrit, más irritado que nunca, golpeó con el pie en el suelo, y exclamó: "¡Te
mando que elijas! A ver, ¿bajo qué forma quieres que te encante? ¿Prefieres la de un borrico? ¿La de un
mulo? ¿La de un cuervo? ¿La de un perro? ¿La de un mono? Entonces yo, con la esperanza de un indulto
completo y abusando de su buena disposición, le respondí: "¡Oh, mi señor Georgirus, descendiente del
poderoso Eblis! Si me perdonas, Alah te perdonará también, pues tendrá en cuenta tu clemencia con un
buen musulmán que nunca te hizo daño". Y seguí suplicando hasta el límite de la súplica, postrándome
humildemente entre sus manos, y le decía: "No me condenes injustamente". Pero él replicó: "No hables
más si no quieres morir. Es inútil que abuses de mi bondad, pues tengo que encantarte necesariamente".
Y dicho esto me cogió, hendió la cúpula, atravesó la tierra y voló conmigo a tal altura, que el mundo
me parecía una escudilla de agua. Descendió después hasta la cima de un monte, y allí me soltó; cogió
luego un puñado de tierra, refunfuñó como un gruñido, pronunció en seguida unas palabras misteriosas, y
arrojándome la tierra, dijo: "¡Sal de tu forma y toma la de un mono!" Y al momento, ¡oh señora mía!
quedé convertido en mono. ¡Pero qué mono! ¡Viejo, de más de cien años y de una fealdad excesiva!
Cuando me vi tan horrible, me desesperé y me puse a brincar, y brincaba, realmente. Y como aquello no
me servía de remedio, rompí a llorar a causa de mis desventuras. Y el efrit se reía de un modo que daba
miedo, hasta que por último desapareció.
Y medité entonces sobre las injusticias de la suerte, habiendo aprendido a costa mía que la suerte no
depende de la criatura. Después descendí al pie de la montaña, hasta llegar a lo más bajo de todo. Y
empecé a viajar, y por las noches me subía para dormir a la copa de los árboles. Así fui caminando
durante un mes, hasta encontrarme a orillas del mar. Y allí me detuve como una hora, y acabé por ver una
nave, en medio del mar, que era impulsada hacia la costa por un viento favorable. Entonces me escondí
detrás de unas rocas, y allí aguardé. Cuando la embarcación ancló y sus tripulantes comenzaron a
desembarcar, me tranquilicé un tanto, saltando finalmente a la nave. Y uno de aquellos hombres gritó al
verme: "¡Echad de aquí pronto a ese bicho de mal agüero!". Otro dijo: "¡Mejor sería matarlo!" Y un
tercero repuso: "Sí; matémoslo con este sable". Entonces me eché a llorar, y detuve con una mano el
arma, y mis lágrimas corrían abundantes.
Y en seguida el capitán, compadeciéndose de mí, exclamó: "¡Oh mercaderes! este mono acaba de
implorarme, y queda bajo mi protección. Y os prohibo echarle, pegarle u hostigarle". Luego hubo de
dirigirme benévolas palabras, y yo las entendía todas. Entonces acabó por tomarme en calidad de criado,
y yo hacía todas sus cosas y le servía en la nave.
Y al cabo de cincuenta días, durante los cuales nos fue el viento propicio, arribamos a una ciudad
enorme y tan llena de habitantes, que sólo Alah podría contar su número.
Cuando llegamos, acercáronse a nuestra nave los mamalik enviados por el rey de la ciudad. Y
llegaron para saludarnos y dar la bienvenida a los mercaderes, diciéndoles: "El rey nos manda que os
felicitemos por vuestra feliz llegada, y nos ha entregado este rollo de pergamino para que cada uno de
vosotros escriba en él una línea con su mejor letra".
Entonces yo, que no había perdido aún mi forma de mono, les arranqué de la mano el pergamino,
alejándome con mi presa. Y temerosos sin duda de que lo rompiese o lo tirase al mar, me llamaron a
gritos y me amenazaron; pero les hice seña de que sabía y quería escribir; y el capitán repuso: "Dejadle.
Si vemos que lo emborrona, le impediremos que continúe; pero si escribe bien de veras, le adoptaré por
hijo, pues en mi vida he visto un mono más inteligente".
Cogí entonces el cálamo, lo mojé, extendiendo bien la tinta por sus dos caras, y comencé a escribir.
Y escribí cuatro estrofas, cada una con una letra diferente, e improvisadas en distinto estilo: la
primera al modo Rikaa, la segunda al modo Rihani, la tercera al modo Sulci y la cuarta al modo Muchik:
¡El tiempo ha descrito ya los beneficios y los dones de los hombres generosos, pero
desespera de poder enumerar jamás los tuyos!
¡Después de Alah, el género humano no puede recurrir más que a ti, porque eres realmente
el padre de todos los beneficios!
Os hablaré de su pluma:
¡Es la primera, y el origen mismo de las plumas! ¡Su poderío es sorprendente! ¡Y ella es la
que le ha colocado entre los sabios más notables!
¡De esa pluma, cogida con las yemas de sus cinco dedos, han brotado y corren por el
mundo cinco ríos de elocuencia y poesía!
Os hablaré de su inmortalidad:
¡No hay escritor que no muera; pero el tiempo eterniza lo escrito por sus manos!
¡Así, pues, no dejes escribir a tu pluma más que aquello de que puedas enorgullecerte el
día de la Resurrección!
¡Si abres el tintero, utilízalo solamente para trazar renglones que beneficien a toda
criatura generosa!
¡Pero si no has de usarlo para hacer donaciones, procura, al menos, producir belleza! ¡Y
serás así uno de aquellos a quienes se cuenta entre los escritores más grandes!
Cuando acabé de escribir les entregué el rollo de pergamino. Y todos los que lo vieron se quedaron
muy admirados. Después cada cual escribió una línea con su mejor letra.
Luego de esto se fueron los esclavos para llevar el rollo al rey. Y cuando el rey hubo examinado lo
escrito por cada uno de nosotros, no quedó satisfecho más que de lo mío, que estaba hecho de cuatro
maneras diferentes, pues mi letra me había dado reputación universal cuando yo era todavía príncipe.
Y el rey dijo a sus amigos que estaban presentes y a los esclavos: "Id en seguida a ver al que ha
hecho esta hermosa letra, dadle este traje de honor para que se lo vista, y traedle en triunfo sobre mi
mejor mula al son de los instrumentos".
Al oírlo, todos empezaron a sonreír. Y el rey, al notarlo, se enojó mucho, y dijo: "¡Cómo! ¿Os doy una
orden y os reís de mí?". Y contestaron: "¡Oh rey del siglo! En verdad que nos guardaríamos de reírnos de
tus palabras; pero has de saber que el que ha hecho esa letra tan hermosa no es hijo de Adán, sino un
mono, que pertenece al capitán de la nave". Estas palabras sorprendieron mucho al rey, y luego, convulso
de alegría y estallando de risa, dijo: "Deseo comprar ese mono". Y ordenó inmediatamente a las personas
de su corte que cogiesen la mula y el traje de honor y se fuesen a la nave a buscar al mono, y les dijo:
"De todas maneras, le vestiréis con ese traje de honor y le traeréis montado en la mula".
Llegados a la nave me compraron a un precio elevado, aunque al principio el capitán se resistía a
venderme, comprendiendo, por las señas que le hice, que me era muy doloroso separarme de él. Después
los otros me vistieron con el traje de honor, montáronme en la mula y salimos al son de los instrumentos
más armoniosos que se tocaban en la ciudad. Y todos los habitantes y las criaturas humanas de la
población se quedaron asombrados, mirando con interés enorme un espectáculo tan extraordinario y
prodigioso.
Cuando me llevaron ante el rey lo vi, besé la tierra entre sus manos tres veces, permaneciendo luego
inmóvil. Entonces el monarca me invitó a sentarme, y yo me postré de hinojos. Y todos los concurrentes
se quedaron maravillados de mi buena crianza y mi admirable cortesía; pero el más profundamente
maravillado fué el rey. Y cuando me postré de hinojos, el rey dispuso que todo el mundo se fuese, y todo
el mundo se marchó. No quedamos más que el rey, el jefe de los eunucos, un joven esclavo favorito y yo,
señora mía.
Entonces ordenó el rey que trajesen algunas vituallas. Y colocaron sobre un mantel cuantos manjares
puede el alma anhelar, y cuantas excelencias son la delicia de los ojos. Y el rey me invitó luego a
servirme, y levantándome y besando la tierra entre sus manos siete veces, me senté sobre mi trasero de
mono y me puse a comer muy pulcramente, recordando en todo mi educación pasada.
Cuando levantaron el mantel, me levanté yo también para lavarme las manos. Volví después de
lavármelas, cogí el tintero, la pluma y una hoja de pergamino, y escribí lentamente estas dos estrofas
ensalzando las excelencias de la pastelería árabe:
¡Oh pasteles! ¡Dulces, finos y sublimes pasteles, enrollados con los dedos! ¡Vosotros sois la
triaca, el antídoto de cualquier veneno! Nada me gusta tanto, y constituís mi única esperanza,
toda mi pasión!
¡El corazón se me estremece al ver un mantel bien extendido, en cuyo centro se aromatiza
una kenafa
[39] nadando sobre la manteca y la miel en una gran bandeja!
¡Oh kenafa! ¡Kenafa fina y sedosa como cabellera! ¡Mi deseo por saborearte ¡Oh kenafa!
llega a la exageración! ¡Y me pondría en peligro de muerte el pasar un día sin que estuvieses
en mi mesa! ¡Oh kenafa!
¡Y tú, jarabe! ¡Adorable y delicioso jarabe! ¡Aunque lo estuviera comiendo y bebiendo día y
noche, volvería a desearlo en la vida futura!
Después de esto dejé la pluma y el tintero, y me senté respetuosamente a alguna distancia. Y no bien
leyó el rey lo que yo había escrito, se maravilló asombrosamente, y exclamó: "¿Es posible que un mono
posea tanta elocuencia, y sobre todo una letra tan magnífica? ¡Por Alah...! ¡Es el prodigio de los
prodigios!"
En aquel instante trajeron un juego de ajedrez, y el rey me preguntó por señas si sabía jugar,
contestándole yo que sí con la cabeza. Y me acerqué, coloqué las piezas, y me puse a jugar con el rey. Y
le di mate dos veces. Y el rey no supo entonces qué pensar, quedándose perplejo, y dijo: "¡Si éste fuera
un hijo de Adán, habría superado a todos los vivientes de su siglo!"
Y ordenó luego al eunuco: "Ve a las habitaciones de tu dueña, mi hija, y dile: "¡Oh mi señora! Venid
inmediatamente junto al rey", pues quiero que disfrute de este espectáculo y vea un mono tan
maravilloso".
Entonces fue el eunuco, y no tardó en volver con su dueña, la hija del rey, que en cuanto me divisó se
cubrió la cara con el velo, y dijo: "¡Padre mío! ¿Cómo me mandas llamar ante hombres extraños?" Y el
rey dijo: "Hija mía, ¿por quién te tapas la cara, si no hay aquí nadie más que nosotros?" Entonces
contestó la joven: "Sabe, ¡oh padre mío! que ese mono es hijo de un rey llamado Amarus, y dueño de un
lejano país. Este mono está encantado por el efrit Georgirus, descendiente de Eblis, después de haber
matado a su esposa, hija del rey Aknamus, señor de las Islas de Ebano. Este mono, al cual crees mono de
veras, es un hombre, pero un hombre sabio, instruido y prudente".
Sorprendido al oír estas palabras, me preguntó el rey: "¿Es verdad lo que dice de ti mi hija?" Y yo,
con la cabeza, le indiqué como era cierto, y rompí a llorar. Entonces el rey le preguntó a su hija:
"¿Por qué sabes que está encantado?" Y la princesa contestó: "¡Oh padre mío! Siendo yo pequeña, la
vieja que había en casa de mi madre era una bruja muy versada en la magia y me enseñó este arte. Más
tarde me perfeccioné en él, y aprendí más de ciento setenta artículos mágicos, de los cuales el más
insignificante me permitiría transportar tu palacio con todas sus piedras y la ciudad entera detrás del
Cáucaso, y convertir en mar esta comarca y en peces a cuantos la habitan".
Y el padre exclamó: "¡Por el verdadero nombre de Alah sobre ti ¡oh hija mía!, desencanta a ese
hombre, para que yo le nombre mi visir! Pero ¿es posible que tú poseas ese talento tan enorme y que yo
lo ignorase? Desancanta inmediatamente a ese mono, pues debe ser un joven muy inteligente y
agradable". Y la princesa respondió: "De buena gana y como homenaje debido".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 14ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el segundo saaluk dijo a la dueña de la casa:
¡Oh, mi señora! Al oír la princesa el ruego de su padre, cogió un cuchillo que tenía unas inscripciones
en lengua hebrea, trazó con él un círculo en el suelo, escribió allí varios renglones talismánicos, y
después se colocó en medio del círculo, murmuró algunas palabras mágicas, leyó en un libro antiquísimo
unas cosas que nadie entendía, y así permaneció breves instantes. Y he aquí que de pronto nos cubrieron
unas tinieblas tan espesas, que nos creíamos enterrados bajo las ruinas del mundo. Y súbitamente
apareció el efrit Georgirus bajo el aspecto más horrible, las manos como rastrillos, las piernas como
mástiles y los ojos como tizones encendidos. Entonces nos aterrorizamos todos, pero la hija del rey le
dijo: "¡Oh efrit! no puedo darte la bienvenida ni acogerte con cordialidad". Y contestó el efrit: "¿Por qué
no cumples tus promesas? ¿No juraste respetar nuestro acuerdo de no combatirnos ni mezclarte en
nuestros asuntos? Mereces el castigo que voy a imponerte. ¡Ahora verás, traidora!" E inmediatamente el
efrit se convirtió en un león espantoso, el cual, abriendo la boca en toda su extensión, se abalanzó sobre
la joven. Pero ella, rápidamente, se arrancó un cabello, se lo acercó a los labios, murmuró algunas
palabras mágicas, y en seguida el cabello se convirtió en un sable afiladísimo. Y dió con él tal tajo al
león, que lo abrió en dos mitades. Pero inmediatamente la cabeza del león se transformó en un escorpión
horrible, que se arrastraba hacia el talón de la joven para morderla, y la princesa se convirtió en seguida
en una serpiente enorme, que se precipitó sobre el maldito escorpión, imagen del efrit, y ambos trabaron
descomunal batalla. De pronto, el escorpión se convirtió en un buitre y la serpiente en un águila, que se
cernió sobre el buitre, y ya iba a alcanzarlo, después de una hora de persecución, cuando el buitre se
transformó en un enorme gato negro, y la princesa en lobo. Gato y lobo se batieron a través del palacio,
hasta que el gato, al verse vencido, se convirtió en una inmensa granada roja y se dejó caer en un
estanque que había en el patio. El lobo se echó entonces al agua, y la granada, cuando iba a cogerla, se
elevó por los aires, pero como era tan enorme cayó pesadamente sobre el mármol y se reventó. Los
granos, desprendiéndose uno a uno, cubrieron todo el suelo. El lobo se transformó entonces en gallo,
empezó a devorarlos, y ya no quedaba más que uno, pero al ir a tragárselo se le cayó del pico, pues así lo
había dispuesto la fatalidad, y fué a esconderse en un intersticio de las losas, cerca del estanque.
Entonces el gallo empezó a chillar, a sacudir las alas y a hacernos señas con el pico, pero no entendíamos
su lenguaje, y como no podíamos comprenderle, lanzó un grito tan terrible, que nos pareció que el palacio
se nos venía encima. Después empezó a dar vueltas por el patio, hasta que vió el grano y se precipitó a
cogerlo, pero el grano cayó en el agua y se convirtió en un pez. El gallo se transformó entonces en una
ballena enorme, que se hundió en el agua persiguiendo al pez, y desapareció de nuestra vista durante una
hora. Después oímos unos gritos tremendos y nos estremecimos de terror. Y en seguida apareció el efrit
en su propia y horrible figura, pero ardiendo como un ascua, pues de su boca, de sus ojos y de su nariz
salían llamas y humo; y detrás de él surgió la princesa en su propia forma, pero ardiendo también como
metal en fusión, y persiguiendo al efrit, que ya nos iba a alcanzar. Entonces, temiendo que nos abrasase,
quisimos echarnos al agua, pero el efrit nos detuvo dando un grito espantoso, y empezó a resollar fuego
contra todos. La princesa lanzaba fuego contra él, y fué el caso que nos alcanzó el fuego de los dos, y el
de ella no nos hizo daño, pero el del efrit sí que nos lo produjo, pues una chispa me dió en este ojo y me
lo saltó; otra dió al rey en la cara, y le abrasó la barbilla y la boca, arrancándole parte de la dentadura y
otra chispa prendió en el pecho del eunuco y le hizo perecer abrasado.
Mientras tanto, la princesa perseguía al efrit, lanzándole fuego encima, hasta que oímos decir: "¡Alah
es el único grande! ¡Alah es el único poderoso! ¡Aplasta al que reniega de la fe de Mohamed, señor de
los hombres!" Esta voz era de la princesa, que nos mostraba al efrit enteramente convertido en un montón
de cenizas. Después llegó hasta nosotros y dijo: "Aprisa, dadme una taza con agua". Se la trajeron,
pronunció la princesa unas palabras incomprensibles, me roció con el agua, y dijo: "¡Queda desencantado
en nombre del único Verdadero! ¡Por el poderoso nombre de Alah, vuelve a tu primitiva forma!”
Entonces volví a ser hombre, pero me quedé tuerto. Y la princesa, queriendo consolarme, me dijo:
"¡El fuego siempre es fuego, hijo mío!" Y lo mismo dijo a su padre por sus barbas chamuscadas y sus
dientes rotos. Después exclamó: "Oh padre mío! Necesariamente he de morir, pues está escrita mi muerte.
Si este efrit hubiese sido una simple criatura humana, lo habría aniquilado en seguida. Pero lo que más
me hizo sufrir fué que, al dispersarse los granos de la granada, no acerté a devorar el grano principal, el
único que contenía el alma del efrit; pues si hubiera podido tragármelo, habría perecido inmediatamente.
Pero ¡ay de mí! tardé mucho en verlo. Así lo quiso la fatalidad del Destino. Por eso he tenido que
combatir tan terriblemente contra el efrit debajo de tierra, en el aire y en el agua. Y cada vez que él abría
una puerta de salvación, le abría yo otra de perdición, y yo tuve que hacer lo mismo. Y después de
abierta la puerta del fuego, hay que morir necesariamente. Sin embargo, el Destino me permitió quemar al
efrit antes de perecer yo abrasada. Y antes de matarle, quise que abrazara nuestra fe, que es la santa
religión del Islam, pero se negó, y entonces lo quemé. Alah ocupará mi lugar cerca de vosotros, y esto
podrá serviros de consuelo".
Después de estas palabras empezó a implorar al fuego, hasta que al fin brotaron unas chispas negras
que subieron hacia su pecho. Y cuando el fuego le llegó a la cara, lloró y luego dijo: "¡Afirmo que no hay
más Dios que Alah, y que Mohamed es su profeta!" No bien había pronunciado estas palabras, la vimos
convertirse en un montón de ceniza, próximo al otro montón que formaba el efrit.
Entonces nos afligimos profundamente. Gustoso habría yo ocupado su lugar, antes de ver bajo tan
mísero aspecto a aquella joven de radiante hermosura que tanto quiso favorecerme; pero los designios de
Alah son inapelables.
Al advertir el rey la transformación sufrida por su hija, lloró por ella, mesándose las barbas que le
quedaban, abofeteándose y desgarrándose las ropas. Y lo propio hice yo. Y los dos lloramos sobre ella.
En seguida llegaron los chambelanes, y los jefes del gobierno hallaron al sultán llorando aniquilado ante
los dos montones de ceniza. Y se asombraron muchísimo, y comenzaron a dar vueltas a su alrededor, sin
atreverse a hablarle. Al cabo de una hora se repuso algo el rey, y les contó lo ocurrido entre la princesa y
el efrit. Y todos gritaron: "¡Alah! ¡Alah! ¡Qué gran desdicha! ¡Qué tremenda desventura!"
En seguida llegaron todas las damas de palacio con sus esclavas, y durante siete días se cumplieron
todas las ceremonias del duelo y de pésame.
Luego dispuso el rey la construcción de un gran sarcófago para las cenizas de su hija, y que se
encendiesen velas, faroles y linternas día y noche. En cuanto a las cenizas del efrit, fueron aventadas bajo
la maldición de Alah.
La tristeza acarreó al sultán una enfermedad que le tuvo a la muerte. Esta enfermedad le duró un mes
entero. Y cuando hubo recobrado algún vigor, me llamó a su presencia y me dijo: "¡Oh, joven!
Antes de que vinieses vivíamos aquí nuestra vida en la más perfecta dicha, libres de los sinsabores
de la suerte. Ha sido necesario que tú vinieses y que viéramos tu hermosa letra para que cayesen sobre
nosotros todas las aflicciones. ¡Ojalá no te hubiésemos visto nunca a ti, ni a tu cara de mal agüero, ni a tu
maldita escritura! Porque primeramente ocasionaste la pérdida de mi hija, la cual, sin duda, valía más
que cien hombres. Después, por causa tuya, me quemé lo que tú sabes, y he perdido la mitad de mis
dientes, y la otra mitad casi ha volado también. Y por último, ha perecido mi pobre eunuco, aquel buen
servidor que fué ayo de mi hija. Pero tú no tuviste la culpa, y mal podrías remediarlo ahora. Todo nos ha
ocurrido a nosotros y a ti por voluntad de Alah. ¡Alabado sea por permitir que mi hija te desencantara,
aunque ella pereciese! ¡Es el Destino! Ahora, hijo mío, debes abandonar este país, porque ya tenemos
bastante con lo que por tu causa nos ha pasado. ¡Alah es quien todo lo decreta! ¡Sal, pues, y vete en paz!"
Entonces, ¡oh mi señora! abandoné el palacio del rey, sin fiar mucho en mi salvación. No sabía
adónde ir. Y recordé entonces todo cuanto me había ocurrido, desde el principio hasta el fin, cómo me
habían dejado sano y salvo los árabes del desierto, mi viaje y mis fatigas de un mes, mi entrada en la
ciudad como extranjero, el encuentro con el sastre, la entrevista e intimidad tan deliciosa con la joven del
subterráneo, el modo de escaparme de las manos del efrit que me quería matar, todo, en fin, sin olvidar
mi transformación en mono al servicio después del capitán mercante, mi compra a elevado precio por el
rey a consecuencia de mi hermosa letra, mi desencanto, ¡en fin, -todo! Pero más que nada, ¡ay de mí! el
último incidente, que me hizo perder un ojo. Pero di gracias a Alah, y dije: "¡Más vale perder un ojo que
la vida!" Después de esto, fui al hammam a tomar un baño antes de salir de la ciudad. Entonces, ¡oh
señora mía! me afeité la barba para poder viajar seguro en calidad de saaluk. Desde aquella fecha no he
dejado ni un día de llorar pensando en las desgracias que sobre mí han caído, y sobre todo en la pérdida
de mi ojo izquierdo. Y cada vez que esto me viene a la memoria, el ojo derecho se me llena de lágrimas,
que no me dejan ver, aunque nunca me impedirán pensar en estos versos del poeta:
¿Conoce Alah misericordioso mi aflicción? ¡Las desdichas pesan en mí, y me he dado
cuenta de ellas demasiado tarde!
¡Pero haré acopio de paciencia frente a mis grandes desventuras, para que el mundo no
ignore que he tomado con paciencia algo que es más amargo que la misma paciencia!
¡Porque la paciencia tiene su belleza, sobre todo cuando es el hombre piadoso quien la
practica! ¡De todos modos, ha de ocurrir lo que haya decidido Alah respecto a cada criatura!
¡Mi misteriosa amada conoce los secretos de mi lecho, y ninguno, aunque sea el secreto de
los secretos puede ocultársele!
¡Al que diga que hay delicias en este mundo, contestadle que pronto conocerá días más
amargos que el jugo de la mirra!
Entonces salí de la ciudad aquella, viajé por varios países, atravesé sus capitales, y luego me dirigí a
Bagdad, la Morada de Paz, donde espero llegar a ver al Emir de los Creyentes para contarle cuanto me
ha ocurrido.
Después de muchos días de viaje, he llegado esta misma noche a Bagdad, y encontré muy perplejo al
hermano que está ahí, al primer saaluk, y le dije: "¡La paz sea contigo!" Y él me contestó: "¡Y contigo la
paz, y la misericordia de Àlah, y todas sus bendiciones!"
Entonces empecé a charlar con él, y se nos acercó el otro hermano, el tercer saaluk, quien, después de
desearnos la paz, nos dijo que era extranjero. Y nosotros le dijimos: "También somos extranjeros, y
hemos llegado hoy a esta ciudad bendita". Y echamos a andar juntos, sin que ninguno supiera la historia
de sus compañeros. Y la suerte y el Destino nos guiaron hasta esta puerta, y entramos en vuestra casa.
He aquí, ¡oh mi señora! los motivos de que me veas tuerto y con la barba afeitada".
Entonces la dueña de casa dijo al segundo saaluk: "Tu historia es realmente extraaordinaria. Ahora
alísate un poco el pelo sobre la cabeza y ve a buscar tu destino por la ruta de Alah".
Pero él respondió: "En verdad que no saldré de aquí sin haber oído el relato de mi tercer
compañero".
Entonces el tercer saaluk dió un paso y dijo:
Historia del tercer saaluk
¡Oh gloriosa señora! no crea que mi historia encierra menos maravillas que las de mis compañeros.
Porque mi historia es infinitamente más asombrosa aún.
Si sobre estos compañeros míos pesaron las desgracias, motivadas por el Destino y la fatalidad, otra
cosa fué respecto a mí. Si estoy afeitado y tuerto, yo tengo la culpa, pues me atraje la fatalidad y llené mi
corazón de penas y zozobras.
¡Helo aquí! Soy rey, hijo de rey. Mi padre se llamaba Kassib y yo era su único hijo. Cuando murió el
rey, mi padre, heredé su reino, y reiné y goberné con justicia, haciendo mucho bien entre mis súbditos.
Pero tenía gran afición a los viajes por mar. Y no me privaba de ellos, porque la capital de mi reino
estaba junto al mar, y en una gran extensión marítima pertenecíanme numerosas islas fortificadas. Una vez
quise ir a visitarlas todas, y mandé preparar diez naves grandes y llenarlas de provisiones para un mes,
dándome a la vela. Esta visita duró veinte días, al cabo de los cuales, una noche se desencadenó contra
nosotros un viento contrario, que se prolongó hasta la aurora. Entonces, calmado un poco el viento y
suavizado el mar, al salir el sol vimos una isla, en la que podíamos detenernos. Fuimos a tierra, hicimos
algo de comer, y descansamos dos días en espera de que la tempestad terminara, y luego zarpamos. El
viaje duró otros veinte días, hasta que en uno de tantos perdimos el derrotero, pues las aguas en que
navegábamos eran tan desconocidas para nosotros como para el capitán. Porque el capitán, realmente, no
conocía este mar. Entonces le dijimos al vigía: "Mira con atención el mar". Y el vigía subió al palo,
descendió después y nos dijo al capitán y a mí: "A la derecha he visto peces en la superficie del agua, y
muy lejos, en medio de las olas, una cosa que unas veces parecía blanca y otras negra".
Al oír estas palabras del vigía, el capitán sufrió un cambio muy notable de color, tiró el turbante al
suelo, se mesó la barba, y nos dijo: "¡Os anuncio nuestra total pérdida! ¡No ha de salvarse ni uno!" Luego
se echó a llorar, y con él lloramos todos. Yo le pregunté entonces: "¡Oh capitán! ¿Quieres explicarnos las
palabras del vigía?" Y contestó: "¡Oh mi señor! Sabe que desde el día que sopló el aire contrario
perdimos el derrotero y hace de ello once días, sin que haya un viento favorable que nos permita volver
al buen camino. Sabe, pues, el significado de esa cosa negra y blanca y de esos peces que sobrenadan
cerca de nosotros: mañana llegaremos a una montaña de rocas negras que se llama la Montaña del Imán, y
hacia ella han de llevarnos a la fuerza las aguas. Y nuestra nave se despedazará, porque volarán todos sus
clavos, atraídos por la montaña y adhiriéndose a sus laderas, pues Alah el Altísimo dotó a la Montaña del
Imán de una secreta virtud que le permite atraer todos los objetos de hierro. Y no puedes imaginarte la
enorme cantidad de cosas de hierro que se ha acumulado y colgado de dicha montaña desde que atrae a
los navíos. ¡Sólo Alah sabe su número! Desde el mar se ve relucir en la cima de esa montaña una cúpula
de cobre amarillo sostenida por diez columnas, y encima hay un jinete en un caballo de bronce, y el jinete
tiene en la mano una lanza de cobre, y le pende del pecho una chapa de plomo grabada con palabras
talismánicas desconocidas. Sabe ¡Oh rey!, que mientras el jinete permanezca sobre su caballo, quedarán
destrozados todos los barcos que naveguen en torno suyo, y todos los pasajeros se perderán sin remedio,
y todos los hierros de las naves se irán a pegar a la montaña. ¡No habrá salvación posible mientras no se
precipite el jinete al mar!"
Dicho esto, ¡oh señora mía!, el capitán continuó derramando abundantes lágrimas, y juzgamos segura
e irremediable nuestra pérdida, despidiéndose cada cual de sus amigos.
Y así fué; porque apenas amaneció, nos vimos próximos a la montaña de rocas negras imantadas, y las
aguas nos empujaban violentamente hacia ella. Y cuando las diez naves llegaron al pie de la montaña, los
clavos se desprendieron de pronto y comenzaron a volar por millares, lo mismo que todos los hierros, y
todos fueron a adherirse a la montaña. Y nuestros barcos se abrieron, siendo precipitados al mar todos
nosotros.
Pasamos el día entero a merced de las olas, ahogándose la mayoría y salvándonos otros, sin que los
que no perecimos pudiéramos volver a encontrarnos, pues las corrientes terribles y los vientos contrarios
nos dispersaron por todas partes.
Y Alah el Altísimo, ¡oh señora mía!, me quiso salvar para reservarme nuevas penas, grandes
padecimientos y enormes desventuras. Pude agarrarme a uno de los tablones que sobrenadaban, y las olas
y el viento me arrojaron a la costa, al pie de la Montaña del Imán.
Allí encontré un camino que subía hasta la cumbre, y estaba hecho de escalones tallados en la roca.
En seguida invoqué el nombre de Alah el Altísimo, y...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 15ª noche
Invoqué, pues, el nombre de Alah, le imploré, y me absorbí en el éxtasis de la plegaria. Y cuando el
viento cambió, por orden del Altísimo, logré subir a lo más alto de la montaña, agarrándome como pude a
las rocas y excavaciones. Y mi alegría por hallarme en salvo llegó hasta el límite de la alegría. Ya sólo
me faltaba llegar a la cúpula; lo conseguí al fin, y pude penetrar en ella. Entonces me puse de rodillas y di
gracias a Alah por haberme salvado.
Pero estaba tan rendido, que me eché en el suelo y me dormí. Y durante mi sueño oí que una voz me
decía: "¡Oh hijo de Kassib! cuando te despiertes cava a tus pies, y encontrarás un arco de cobre y tres
flechas de plomo, en las cuales hay grabados talismanes. Coge el arco y dispara contra el jinete que está
en la cúpula, y así podrás devolver la tranquilidad a los humanos, librándoles de tan terrible plaga.
Cuando hieras al jinete, este jinete caerá al mar y el arco se escapará de tus manos al suelo. Le cogerás
entonces y lo enterrarás en el mismo sitio en que haya caído. Y mientras tanto, el mar empezará a hervir,
creciendo hasta llegar a la cumbre en que te encuentras. Y verás en el mar una barca, y en la barca a una
persona distinta del jinete arrojado al abismo. Esa persona se te acercará con un remo en la mano. Puedes
entrar sin temor en la barca. Pero guárdate bien de pronunciar el santo nombre de Alah, y no olvides esto
por nada del mundo. Una vez en la barca, te guiará ese hombre, haciéndote navegar por espacio de diez
días, hasta que llegues al Mar de Salvación. Y cuando llegues a este mar encontrarás a alguien que ha de
llevarte a tu tierra. Pero no olvides que para que todo eso ocurra no debes pronunciar nunca el nombre de
Alah".
Entonces, ¡oh señora mía! desperté y me dispuse animoso a ejecutar las órdenes de aquella voz. Con
el arco y las flechas encontradas disparé contra el jinete, lo derribé, y lo vi hundirse en el mar. El arco se
me escapó de la mano, y lo enterré en el mismo sitio en que había caído. En seguida el mar se agitó,
hirvió y se desbordó, llegando hasta la cumbre en que yo me hallaba. Y a los pocos instantes vi en medio
del mar una barca que se dirigía hacia la costa. Entonces di gracias a Alah el Altísimo. Y al aproximarse
la barca advertí en ella a un hombre de bronce que llevaba en el pecho una chapa de plomo con nombres
y talismanes grabados. Y cuando la barca llegó, entré en ella, pero sin decir palabra. Y el hombre de
bronce me condujo durante un día, durante dos, durante tres, y así sucesivamente, hasta diez días.
Entonces vi unas islas a lo lejos ¡Aquello era la salvación! Y me alegré hasta el límite de la alegría, pero
tanta era la plenitud de mi emoción y de mi gratitud hacia el Altísimo, que pronuncié el nombre de Alah y
lo glorifiqué, exclamando: "¡Alahu akbar! ¡Alahu akbar!"
[40]
Pero apenas dije tan sagradas palabras, el hombre de bronce se apoderó de mí, me arrojó al mar, y
hundiéndose a lo lejos, desapareció.
Estuve nadando hasta el anochecer, en que mis brazos quedaron extenuados y rendido todo mi cuerpo.
Entonces, viendo aproximarse la muerte, dije la schehada, mi profesión de fe, y me dispuse a morir. Pero
en aquel momento una ola más enorme que las otras vino desde la lejanía como una torre gigantesca, y me
despidió con tal empuje, que me encontré junto a unas islas que había divisado en lontananza. ¡Así lo
quiso Alah!
Entonces trepé a la orilla, retorcí mi ropa, tendiéndola en el suelo para que se secase, y me eché a
dormir, sin despertar hasta por la mañana. Me puse mis vestidos secos, me levanté buscando dónde ir, y
me interné en un pequeño valle fértil, recorriéndolo en todas direcciones, y así di una vuelta entera al
lugar en que me encontraba, viendo que me rodeaba el mar por todas partes. Y me dije: "¡Qué fatalidad la
mía! ¡Siempre que me libro de una desgracia caigo en otra peor!"
Mientras me absorbían tan tristes pensamientos, divisé que venía por el mar una barca con gente.
Entonces, temeroso de que me ocurriera algo desagradable, me levanté y me encaramé a un árbol para
esperar los acontecimientos. Al arribar la barca salieron de ella diez esclavos con una pala cada uno.
Anduvieron hasta llegar al centro de la isla, y allí empezaron a cavar la tierra, dejando al descubierto una
trampa. La levantaron, y abrieron una puerta que apareció debajo. Hecho esto, volvieron a la barca,
descargando de su interior y echándose a hombros gran cantidad de efectos: pan, harina, miel, manteca,
carneros, sacos llenos y otras muchas cosas; todo, en fin, lo que pueda desear quien vive en una casa. Los
esclavos siguieron yendo y viniendo del subterráneo a la barca y de la barca a la trampa, hasta vaciar
completamente aquélla, sacando luego trajes suntuosos y magníficos, que se echaron al brazo; y entonces
vi salir de la barca, en medio de los esclavos, a un anciano venerable, tan flaco y encorvado por los años
y las vicisitudes, que apenas tenía apariencia humana. Este jeique llevaba de la mano a un joven
hermosísimo, moldeado realmente en el molde de la perfección, rama tierna y flexible, cuyo aspecto hubo
de cautivar mi corazón y conmover la pulpa de mi carne.
Llegaron hasta la puerta, la franquearon y desaparecieron ante mis ojos. Pero pasados unos instantes,
subieron todos, menos el joven; entraron otra vez en la barca y se alejaron por el mar.
Cuando los hube perdido de vista salté del árbol, corrí hacia el sitio donde estaba la trampa, que
habían cubierto otra vez de tierra, y la quité de nuevo. Entonces descubrí la trampa, que era de madera; y
del tamaño de una piedra de molino, la levanté, con ayuda de Alah, y vi que arrancaba de ella una
escalera abovedada. Descendí poseído de asombro sus peldaños de piedra, y me encontré al fin en un
espacioso salón revestido de tapices magníficos y colgaduras de seda y terciopelo. En un diván, entre
bujías encendidas, jarrones con flores y tarros llenos de frutas y de dulces, aparecía sentado el joven, que
estaba haciéndose aire con un abanico. Al verme se asustó mucho, pero yo le dije con mi más armoniosa
voz: "¡La paz sea contigo!" Y él contestó, tranquilizándose: "¡Y contigo sea la paz, la misericordia de
Alah y sus bendiciones!" Yo le dije: "¡Oh mi señor! Que tu corazón no se alarme. Aquí donde me ves, soy
rey e hijo de un rey. Alah me ha guiado hasta ti para sacarte de este subterráneo, al cual sin duda te
trajeron para que murieses. Pero yo te libertaré. Y serás mi amigo, pues me bastó verte para estar
predispuesto a tu favor".
Entonces el joven, dibujando una sonrisa en sus labios, me invitó a que me sentase junto a él en el
diván, y me dijo: "Sabe, ¡oh señor mío! que no me trajeron a este lugar para que muriese, sino para
librarme de la muerte. Sabe también que soy hijo de un gran joyero, conocido en todo el mundo por sus
riquezas y la cuantía de sus tesoros. Las caravanas que van por cuenta suya a lejanos países para vender
su pedrería a los reyes y emires de la tierra han extendido su reputación por todas partes. Al nacer yo,
siendo ya él de edad madura, le anunciaron los maestros de la adivinación que su hijo había de morir
antes que su padre y su madre; y mi padre este día, a pesar del regocijo que le había causado mi
nacimiento y la felicidad de mi madre, que me dió al mundo después del término de nueve meses, por
voluntad de Alah, experimentó un dolor muy grande, sobre todo cuando los sabios que habían leído en los
astros mi suerte le dijeron: "Matará a tu hijo un rey, hijo de otro rey, llamado Kassib, cuarenta días
después de que aquél haya arrojado al mar al jinete de bronce de la montaña magnética". Y mi padre el
joyero quedó afligidísimo. Y cuidó de mí, educándome con mucho esmero, hasta que hube cumplido los
quince años. Pero entonces supo que el jinete había sido echado al mar, y la noticia le apenó y le hizo
llorar tanto, que en poco tiempo palideció su cara, enflaqueció su cuerpo y toda su persona adquirió la
apariencia de un hombre decrépito, rendido por los años y las desventuras. Entonces me trajo a esta
morada subterránea, la cual mandó construir para substraerme a la busca del rey que había de matarme
cuando cumpliera yo los quince años, y yo y mi padre estamos seguros de que el hijo de Kassib no podrá
dar conmigo en esta isla desconocida. Tal es la causa de mi estancia en este sitio".
Entonces pensé yo: "¿Cómo podrán equivocarse así los sabios que leen en los astros? Porque, ¡por
Alah! este joven es la llama de mi corazón, y más fácil que matarlo me sería matarme". Y luego le dije:
"¡Oh hijo mío! Alah Todopoderoso no consentirá nunca que se quiebre flor tan hermosa. Estoy dispuesto
a defenderte y a seguir aquí contigo toda la vida". Y él me contestó: "Pasados cuarenta días vendrá a
buscarme mi padre, pues ya no habrá peligro". Y yo le dije: "¡Por Alah! que permaneceré en tu compañía
esos cuarenta días, y después le diré a tu padre que te deje ir a mi reino, donde serás mi amigo y heredero
del trono".
Entonces el mancebo me dió las gracias con palabras cariñosas, y comprendí que era en extremo
cortés y correspondía a la inclinación que a él me arrastraba. Y empezamos a conversar amistosamente
regalándonos con las vituallas deliciosas de sus provisiones, que podían bastar para un año a cien
comensales.
Después de haber comido, pude comprobar nuevamente cuán subyugado estaba mi corazón por sus
encantos, y después nos tendimos y dormimos juntos toda la noche.
Al acercarse el día me desperté y me lavé, llevando al joven la palangana llena de agua perfumada
para que asimismo se lavase, y preparé los alimentos y comimos juntos, hablando, jugando y riendo luego
hasta la noche. Y entonces pusimos la mesa y cenamos un carnero relleno de almendras, pasas, nuez
moscada, clavo y pimienta. Y bebimos agua dulce y fresca, y tomamos también sandía, melón, tortas y
pastelillos tan finos y leves como una cabellera, en los cuales no se había escatimado la manteca, la miel,
las almendras ni la canela. Y como la noche anterior, nos acostamos, y pude darme cuenta de cuán grande
era nuestra amistad. Y así dejamos transcurrir, tranquilos y felices, hasta el día cuadragésimo. Este último
día, como tenía que venir su padre, el joven quiso darse un buen baño, y puse a calentar agua en el
caldero, vertiéndole agua fría para hacerla más agradable. El joven entró en el baño, y lo lavé, y lo froté,
y le di masaje, perfumándole y transportándole a la cama, donde le cubrí con la colcha, y le envolví la
cabeza en un pedazo de seda bordada de plata, obsequiándole con un sorbete delicioso, y se durmió.
Al despertarse quiso comer algo, y eligiendo la sandía más hermosa y colocándola en una bandeja, y
la bandeja en un tapiz, me subí a la cama para coger el cuchillo grande, que pendía de la pared sobre la
cabeza del mancebo. Y he aquí que el joven, por divertirse, me hizo de pronto cosquillas en una pierna,
produciéndome tal efecto, que caí encima de él sin querer y le clavé el cuchillo en el corazón. Y expiró
en seguida.
Al ver aquello, ¡oh señora mía! empecé a golpearme, y a gritar, y a gemir, y me desgarré las ropas,
arrojándome desesperado al suelo. Pero mi amigo muerto estaba, cumpliéndose el Destino para que no
mintieran las predicciones de los astrólogos. Alcé los ojos y las manos hacia el Altísimo, y repuse: "¡Oh
señor del Universo! Si he cometido un crimen, dispuesto estoy a que me castigue tu justicia". En este
momento sentíame animoso ante la muerte. Pero ¡oh señora mía! nuestros anhelos nunca se satisfacen ni
para el bien ni para el mal.
Entonces, no siéndome posible soportar la estancia en aquel sitio, y además, como sabía que el
joyero no tardaría en comparecer, subí la escalera y cerré la trampa, cubriéndola de tierra, como estaba
antes.
Cuando me vi fuera, me dije: "Voy a observar ahora lo que ocurra; pero ocultándome, porque sino,
los esclavos me matarían con la peor muerte". Y entonces me subí a un árbol copudo que estaba cerca de
la trampa, y allí quedé en acecho. Una hora más tarde apareció la barca con el anciano y los esclavos.
Desembarcaron todos, llegaron apresuradamente junto al árbol, y al advertir la tierra recientemente
removida, atemorizáronse, quedando abatidísimo el viejo. Los esclavos cavaron apresuradamente, y
levantando la trampa, bajaron con el pobre padre. Este empezó a llamar a gritos a su hijo, sin que el
muchacho respondiera, y le buscaron por todas partes, hallándolo por fin tendido en el lecho con el
corazón atravesado.
Al verle, sintió el anciano que se le partía el alma, y cayó desmayado. Los esclavos, mientras tanto,
se lamentaban y afligían; después subieron en hombros al joyero. Sepultaron el cadáver del joven
envuelto en un sudario, transportaron al padre dentro de la barca, con todas las riquezas y provisiones
que quedaban aún, y desaparecieron en la lejanía sobre el mar.
Entonces, apenadísimo, bajé del árbol, medité en aquella desgracia, lloré mucho, y anduve desolado
todo el día y toda la noche. De repente noté que iba menguando el agua, quedando seco el espacio entre
la isla y la tierra firme de enfrente. Di gracias a Alah, que quería librarme de seguir en aquel paraje
maldito, y empecé a caminar por la arena invocando su santo nombre. Llegó en esto la hora de ponerse el
sol. Vi de pronto aparecer muy a lo lejos como una gran hoguera, y me dirigí hacia aquel sitio,
sospechando que estarían cociendo algún carnero; pero al acercarme advertí que lo que hube tomado por
hoguera era un vasto palacio de cobre que se diría incendiado por el sol poniente.
Llegué hasta el límite del asombro ante aquel palacio magnífico, todo de cobre. Y estaba admirando
su sólida construcción, cuando súbitamente vi salir por la puerta principal diez jóvenes de buena estatura,
y cuyas caras eran una alabanza al Creador por haberlas hecho tan hermosas. Pero aquellos diez jóvenes
eran todos tuertos del ojo izquierdo, y sólo no lo era un anciano alto y venerable, que hacía el número
once.Al verlos exclamé: "¡Por Alah, que es extraña coincidencia! ¿Cómo estarán juntos diez tuertos, y del
ojo izquierdo precisamente?" Mientras yo me absorbía en estas reflexiones, los diez jóvenes se
acercaron, y me dijeron: "¡La paz sea contigo!" Y yo les devolví el saludo de paz, y hube de referirles mi
historia, desde el principio hasta el fin, que no creo necesario repetirte, ¡oh señora mía!
Al oírla, llegaron aquellos jóvenes al colmo de la admiración, y me dijeron: "¡Oh señor! Entra en esta
morada, donde serás bien acogido". Entré con ellos, y atravesamos muchas salas revestidas con telas de
raso. En el centro de la última, que era la más hermosa y espaciosa de todas, había diez lechos
magníficos formados con alfombra, pero sin colchón, y tan rica como las demás. Y el anciano se sentó en
ésta, y cada uno de los diez jóvenes en la suya, y me dijeron: "¡Oh señor! Siéntate en el testero de la sala,
y no nos preguntes acerca de lo que aquí veas".
A los pocos momentos se levantó el viejo, salió y volvió varias veces, llevando manjares y bebidas,
de lo cual comimos y bebimos todos. Después recogió las sobras el anciano, y se sentó de nuevo. Y los
jóvenes le preguntaron: "¿Cómo te sientas sin traernos lo necesario para cumplir nuestros deberes?" Y el
anciano, sin replicar palabra, se levantó y salió diez veces, trayendo cada vez sobre la cabeza una
palangana cubierta con un paño de raso y en la mano un frol, que fué colocando delante de cada joven. Y
a mí no me dió nada, lo cual hubo de contrariarme.
Pero cuando levantaron las telas de raso, vi que las jofainas sólo contenían ceniza, polvo de carbón y
kohl. Se echaron la ceniza en la cabeza, el carbón en la cara y el kohl en el ojo derecho, y empezaron a
lamentarse y a llorar, mientras decían: "¡Sufrimos lo que merecemos por nuestras culpas y nuestra
desobediencia". Y aquella lamentación prosiguió hasta cerca del amanecer. Entonces se lavaron en
nuevas palanganas que les llevó el viejo, se pusieron otros trajes, y quedaron como antes de la extraña
ceremonia.
Por más que aquello, ¡oh señora mía! me asombrase con el más considerable asombro, no me atreví a
preguntar nada, pues así me lo habían ordenado. Y a la noche siguiente hicieron lo mismo que la primera,
y lo mismo a la tercera y a la cuarta. Entonces ya no pude callar más, y exclamé: "¡Oh mis señores! Os
ruego que me digáis por qué sois todos tuertos y a qué obedece el que os echéis por la cabeza ceniza,
carbón y kohl, pues, ¡por Alah! prefiero la muerte a la incertidumbre en que me habéis sumido". Entonces
ellos replicaron: "¿Sabes que lo que pides es tu perdición?" Y yo contesté: "Venga mi perdición antes que
la duda". Pero ellos me dijeron: "¡Cuidado con tu ojo izquierdo!" Y yo respondí: "No necesito el ojo
izquierdo si he de seguir en esta perplejidad". Y por fin exclamaron: "¡Cúmplase tu destino! Te sucederá
lo que nos sucedió; mas no te quejes, que la culpa es tuya. Y después de perdido el ojo izquierdo, no
podrás venir con nosotros, porque ya somos diez y no hay sitio para el undécimo".
Dicho esto, el anciano trajo un carnero vivo. Lo degollaron, le arrancaron la piel, y después de
limpiarla cuidadosamente, me dijeron: "Vamos a coserte dentro de esa piel, y te colocaremos en la azotea
del palacio. El enorme buitre llamado Rokh, capaz de arrebatar un elefante, te levantará hasta las nubes,
tomándote por un carnero de veras, y para devorarte te llevará a la cumbre de una montaña muy alta,
inaccesible a todos los seres humanos. Entonces con este cuchillo, de que puedes armarte, rasgarás la
piel de carnero, saldrás de ella, y el terrible Rokh, que no ataca a los hombres, desaparecerá de tu vista.
Echa después a andar hasta que encuentres un palacio diez veces mayor que el nuestro y mil veces más
suntuoso. Está revestido de chapas de oro, sus muros se cubren de pedrería, especialmente de perlas y
esmeraldas. Entra por una puerta abierta a todas horas, como nosotros entramos una vez, y ya verás lo
que vieres. Allí nos dejamos todos el ojo izquierdo. Desde entonces soportamos el castigo merecido, y
expiamos nuestra culpa haciendo todas las noches lo que viste. Esa es, en resumen, nuestra historia, que
más detallada llenaría todas las páginas de un gran libro cuadrado. Y ahora, ¡cúmplase tu destino!"
Y como persistiera en mi resolución, diéronme el cuchillo, me cosieron dentro de la piel del carnero,
me colocaron en la azotea y se marcharon. Y de pronto noté que cargaba conmigo el terrible Rokh,
remontando el vuelo, y en cuanto comprendí que me había depositado en la cumbre de la montaña, rasgué
con el cuchillo la piel que me cubría, y salí de debajo de ella dando gritos para asustar al terrible Rokh.
Y se alejó volando pesadamente, y vi que era todo blanco, tan ancho como diez elefantes y más largo que
veinte camellos.
Entonces eché a andar muy de prisa, pues me torturaba la impaciencia por llegar al palacio. Al verlo,
a pesar de la descripción hecha por los diez jóvenes, me quedé admirado hasta el límite de la
admiración. Era mucho más suntuoso de lo que me habían dicho. La puerta principal, toda 'de oro, por la
cual entré, tenía a los lados noventa y nueve puertas de maderas preciosas, de áloe y de sándalo. Las
puertas de las salas eran de ébano con incrustaciones de oro y de diamantes. Y estas puertas conducían a
los salones y a los jardines, donde se acumulaban todas las riquezas de la tierra y del mar.
No bien llegué a la primera habitación me vi rodeado de cuarenta jóvenes, de una belleza tan
asombrosa, que perdí la noción de mí mismo, y mis ojos no sabían a cuál dirigirse con preferencia a las
demás, Y me entró tal admiración, que hube de detenerme, sintiendo que me daba vueltas la cabeza.
Entonces todas se Imantaron al verme. y con voz armoniosa me dijeron: "¡Que nuestra casa sea la
tuya, ¡oh convidado nuestro! ¡Tu sitio está sobre nuestras cabezas y en nuestros ojos!" Y me ofrecieron
asiento en un estrado magnífico, sentándose ellas más abajo en las alfombras, y me dijeron: "¡Oh señor,
somos tus esclavas, tu cosa, y tú eres nuestro dueño y la corona de nuestras cabezas!"
Luego todas se pusieron a servirme: una trajo agua caliente y toallas, y me lavó los pies; otra me echó
en las manos agua perfumada, que vertía de un jarro de oro; la tercera me vistió un traje de seda con
cinturón bordado de oro y plata, y la cuarta me presentó una copa llena de exquisita bebida aromada con
:lores. Y ésta me miraba, aquélla me sonreía, la de aquí me guiñaba los ojos, la de más allá me recitaba
versos, otra abría los brazos, extendiéndolos perezosamente delante de mí, y aquella otra hacía ondular
su talle sobre sus muslos. Y la una suspiraba: "¡Ay!" y otra "¡huy!", y ésta me decía: "¡Ojos míos!", la de
más allá: "¡Oh alma mía!", la otra: "¡Entraña de mi vida!", y la otra: "¡Oh llama de mi corazón!"
Después se me acercaron todas, y comenzaron a acariciarme, y me dijeron: "¡Oh convidado nuestro,
cuéntanos tu historia, porque estamos sin ningún hombre hace tiempo, y nuestra dicha será ahora
completa!" Entonces hube de tranquilizarme, y les conté una parte de mi historia, hasta que empezó a
anochecer.
Inmediatamente encendieron numerosas bujías, y la sala quedó iluminada como por el más espléndido
sol. Luego pusieron los manteles, sirvieron los manjares más exquisitos y las bebidas más
embriagadoras, y unas tañían instrumentos melodiosos, cantando con encantadora voz, otras bailaban, y
yo seguía comiendo.
Después de estas diversiones, me dijeron: "¡Oh querido de nuestros ojos, llegó la hora de la cama y
del placer positivo! Escoge entre nosotras la que quieras, y no temas ofendernos, pues a cada una le
tocará a la vez una noche. Somos cuarenta hermanas, y cada una volverá después a jugar contigo todas las
noches en el lecho".
Yo, señora mía, no sabía cuál elegir, pues todas eran igualmente deseables. A ciegas alargué los
brazos, y cogí a una; ¡pero al abrir los ojos, los volví a cerrar, deslumbrado por su hermosura! Entonces
aquella joven me asió de la mano y me llevó a la cama. Y pasé con ella toda la noche. Le di cuarenta
asaltos de verdadero asaltador y correspondió a ellos, y cada vez me decía: "¡Ay, ojos míos! ¡Ay, alma
mía!"Y me acariciaba, y la mordía yo, y ella me pellizcaba, y así durante toda la noche.
Las siguientes, ¡oh señora mía! se deslizaron de la misma manera, cada noche con una de las
hermanas, y no se pasó ninguna noche sin que no hubiese numerosos asaltos por parte de los dos. Un año
completo duró esta felicidad. Y cada mañana se me acercaba la joven de la noche próxima, y llevándome
al hammam, me lavaba todo, me daba un enérgico masaje y perfumaba mi cuerpo con cuantos perfumes
otorgó Alah a sus servidores.
Llegó el final del año. La mañana del último día vi a todas las jóvenes al pie de mi cama, sueltas las
cabelleras, llorando amargamente, poseídas de un gran dolor, y me dijeron: "Sabe, ¡oh luz de nuestros
ojos! que hemos de abandonarte, como abandonamos a otros antes que a ti, pues te consta que no eres el
primero, y que anteriormente otros muchos nos cabalgaron y nos hicieron lo que tú. Pero tú eres
verdaderamente el cabalgador más rico en corvetas y en medida de largo y grueso. Eres, en realidad, el
más libertino y agradable de todos. Por este motivo, no podremos vivir sin ti". Y yo les dije: "¿Y por qué
habéis de abandonarme? Porque yo tampoco quiero perder la alegría de mi vida, que está en vosotras".
Ellas contestaron: "Sabe que somos todas hijas de un rey, pero de madre distinta. Desde nuestra pubertad
vivimos en este palacio, y cada año pone Alah en nuestro camino un cabalgador que nos satisface, como
nosotras a él. Pero cada año hemos de ausentarnos cuarenta días para visitar a nuestros padres y a
nuestras madres. Y hoy es el día de la marcha". Entonces dije: "Pero delicias mías, yo me quedaré en este
palacio alabando a Alah hasta vuestro regreso" Y ellas contestaron: "Cúmplase tu deseo. Aquí tienes
todas las llaves del palacio, que abren todas las puertas. El ha de servirte de morada, puesto que eres su
dueño; pero guárdate muy bien de abrir la puerta de bronce que está en el fondo del jardín, porque no
volverías a vernos y te ocurriría una gran desgracia. ¡Cuida, pues, de no abrir esa puerta!"
Dicho esto, me abrazaron y besaron todas, una tras otra, llorando y diciéndome: "¡Alah sea contigo!"
Y partieron, sin dejar de mirarme a través de sus lágrimas.
Entonces, ¡oh señora mía! salí del salón en que me hallaba, y con las llaves en la mano empecé a
recorrer aquel palacio, que aún no había tenido tiempo de ver, pues mi cuerpo y mi alma habían estado
encadenados en el lecho entre los brazos de las jóvenes. Y abrí con la primera llave la primera puerta.
Me vi entonces en un gran huerto, rebosante de árboles frutales, tan frondosos, que en mi vida los
había conocido iguales en el mundo. Canalillos llenos de agua los regaban tan a conciencia, que las frutas
eran de un tamaño y una hermosura indecibles. Comí de ellas, especialmente bananas, y también dátiles,
que eran largos como los dedos de un árabe noble, granadas, manzanas y melocotones. Cuando acabé de
comer di gracias por su magninimidad a Alah, y abrí la segunda puerta con la segunda llave.
Cuando abrí esta puerta, mis ojos y mi olfato quedaron subyugados por una inmensidad de flores que
llenaban un gran jardín regado por arroyos numerosos. Había allí cuantas flores pueden criarse en los
jardines de los emires de la tierra: jazmines, narcisos, rosas, violetas, jacintos, anémonas, claveles,
tulipanes, ranúnculos y todas las flores de todas las estaciones. Cuando hube aspirado la fragancia de
todas las flores, cogí un jazmín, guardándolo dentro de mi nariz para gozar su aroma, y di las gracias a
Alah el Altísimo por sus bondades.
Abrí en seguida la tercera puerta, y mis oídos quedaron encantados con las voces de numerosas aves
de todos los colores y de todas las especies de la tierra. Estaban en una pajarera construida con varillas
de áloe y sándalo. Los bebederos eran de jaspe fino y los comederos de oro. El suelo aparecía barrido y
regado. Y las aves bendecían al Creador. Estuve oyéndolas cantar, y cuando anocheció me retiré.
Al día siguiente me levanté temprano, y abrí la cuarta puerta con la cuarta llave. Y entonces, ¡oh
señora mía! vi cosas que ni en sueños podría ver un ser humano. En medio de un gran patio había una
cúpula de maravillosa construcción, con escaleras de pórfido que ascendían hasta cuarenta puertas de
ébano, labradas con oro y plata. Se encontraban abiertas y permitían ver aposentos espaciosos, cada uno
de los cuales contenía un tesoro diferente, y valía cada tesoro más que todo mi reino. La primera sala
estaba atestada de enormes montones de perlas, grandes y pequeñas, abundando las grandes, que tenían el
tamaño de un huevo de paloma y brillaban como la luna llena. La segunda sala superaba en riqueza a la
primera, y aparecía repleta de diamantes, rubíes azules y carbunclos. En la tercera había esmeraldas
solamente; en la cuarta, montones de oro en bruto; en la quinta, monedas de oro de todas las naciones; en
la sexta, plata virgen; en la séptima, monedas de plata de todas las naciones. Las demás salas estaban
llenas de cuantas pedrerías hay en el seno de la tierra y del mar: topacios, turquesas, jacintos, piedras del
Yemen, cornalinas de los más variados colores, jarrones de jade, collares, brazaletes, cinturones y todas
las preseas, en fin, usadas en las cortes de reyes y de emires.
Y yo, ¡Oh señora mía! levanté las manos y los ojos, y di gracias a Alah el Altísimo por sus
beneficios. Y así seguí cada día abriendo una o dos o tres puertas hasta el cuadragésimo creciendo
diariamente mi asombro, y ya no me quedaba más que la llave de la puerta de bronce. Y pensé en las
cuarenta jóvenes, y me sentí sumido en la mayor felicidad pensando en ellas, en la dulzura de sus
ademanes, en la frescura de sus carnes, en la dureza de sus muslos, en la estrechez de sus vulvas, en la
redondez y volumen de sus nalgas, y en sus gritos cuando me decían: "¡Ay, ojos míos! ¡Ah, llama mía!" Y
exclamé: "¡Por Alah! ¡Nuestra noche va ser una noche blanca y bendita!"
Pero el Maligno hacíame pensar en la llave de la puerta de bronce, tentándome continuamente, y la
tentación pudo más que yo, y abrí la puerta. Nada vieron mis ojos, mi olfato notó un olor muy fuerte y
hostil a los sentidos, y me desmayé, cayendo por la parte de fuera de la entrada y cerrándose
inmediatamente la puerta delante de mí. Cuando me repuse, persistí en la resolución inspirada por el
Cheitán, y volví a abrir, aguardando a que el olor fuese menos penetrante.
Entré por fin, y me encontré en una espaciosa sala, con el suelo cubierto de azafrán y alumbrada por
bujías perfumadas de ámbar gris e incienso y por magníficas lámparas de plata y oro llenas de aceite
aromático, que al arder exhalaba aquel olor tan fuerte. Y entre lámparas y candelabros vi un maravilloso
caballo negro con una estrella blanca en la frente, y la pata delantera derecha y trasera izquierda tenían
asimismo manchas blancas en los extremos. La silla era de brocado y la brida una cadena de oro; el
pesebre estaba lleno de sésamo y cebada bien cribada; el abrevadero contenía agua fresca, perfumada
con rosas.
Entonces, ¡Oh señora mía! como mi pasión rnayor eran los buenos caballos, y yo el jinete más ilustre
de mi reino, me agradó mucho aquel corcel, y cogiéndole de la brida le saqué al jardín y lo monté; pero
no se movió. Entonces le di en el cuello con la cadena de oro. Y de pronto, ¡oh señora mía! abrió el
caballo dos grandes alas negras, que yo no había visto, relinchó de un modo espantoso, dió tres veces con
los cascos en el suelo, y voló conmigo por los aires.
En seguida, ¡Oh señora mía! empezó todo a dar vueltas a mi alrededor; pero apreté los muslos y me
sostuve como buen jinete. Y he aquí que el caballo descendió y se detuvo en la azotea del palacio donde
había yo encontrado a los diez tuertos. Y entonces se encabritó terriblemente y logró derribarme. Luego
se acercó a mí, y metiéndome la punta de una de sus alas en el ojo izquierdo, me lo vació, sin que pudiera
yo impedirlo. Y emprendió el vuelo otra vez desapareciendo en los aires.
Me tapé con la mano el ojo huero, y anduve en todos sentidos por la azotea, lamentándome a impulsos
del dolor. Y de pronto vi delante de mí a los diez mancebos, que decían: "No quisiste atendernos! ¡Ahí
tienes el fruto de tu funesta terquedad! Y no puedes quedarte entre nosotros, porque ya somos diez. Pero
te indicaremos el camino para que marches a Bagdad, capital del Emir de los Creyentes Harún Al-
Raschid, cuya fama ha llegado a nuestros oídos, y tu destino quedará entre sus manos".
Partí, después de haberme afeitado y puesto este traje de saaluk, para no tener que soportar otras
desgracias, y viajé día y noche, no parando hasta llegar a Bagdad, morada de paz, donde encontré a estos
dos tuertos y saludándoles, les dije: "Soy extranjero", y ellos me contestaron: "También lo somos
nosotros". Y así llegamos los tres a esta bendita casa, ¡Oh señora mía!
¡Y tal es la causa de mi ojo huero y de mis barbas afeitadas! Después de oír tan extraordinaria
historia, la mayor de las tres doncellas dijo al tercer saaluk: "Te perdono. Acaríciate un poco la cabeza y
vete".
Pero el tercer saaluk contestó: "¡Por Alah! No he de irme sin oír las historias de los otros".
Entonces la joven, volviéndose hacia el califa, hacia el visir Giafar y hacia el portaalfanje, les dijo:
"Contad vuestra historia".
Y Giafar se le acercó, y repitió el relato que ya había contado a la joven portera al entrar en la casa.
Y después de haber oído a Giafar, la dueña de la morada les dijo:
"Os perdono a todos, a los unos y a los otros. ¡Pero marchaos en seguida!"
Y todos salieron a la calle. Entonces el califa dijo a los saalik: "Compañeros, ¿adónde vais?" Y éstos
contestaron: "No sabemos dónde ir". Y el califa les dijo: "Venid a pasar la noche con nosotros". Y ordenó
a Giafar: "Llévalos a tu casa y mañana me los traes, que ya veremos lo que se hace". Y Giafar ejecutó
estas órdenes.
Entonces entró en su palacio el califa, pero no pudo dormir en toda la noche. Por la mañana se sentó
en el trono, mandó entrar a los jefes de su Imperio, y cuando hubo despachado los asuntos y se hubieron
marchado, volvióse hacia Giafar, y le dijo: "Tráeme las tres jóvenes, las dos perras y los tres saalik". Y
Giafar salió en seguida, y los puso a todos entre las manos del califa. Las jóvenes se presentaron ante él
cubiertas con sus velos. Y Giafar les dijo: "No se os castigará, porque sin conocernos nos habéis
perdonado y favorecido. Pero ahora estáis en manos del quinto descendiente de Abbas, el califa Harún
Al-Raschid. De modo que tenéis que contarle la verdad".
Cuando las jóvenes oyeron las palabras de Giafar, que hablaba en nombre del Príncipe de los
Creyentes, dió un paso la mayor, y dijo:
"¡Oh Emir de los Creyentes! Mi historia es tan prodigiosa, que si se escribiese con una aguja en el
ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyese con respeto".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 16ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la mayor de las jóvenes se puso entre las manos del Emir
de los Creyentes, y contó su historia del siguiente modo:
Historia de Zobeida, la mayor de las jóvenes
¡Oh Príncipe de los Creyentes! Sabe que me llamo Zobeida; mi hermana, la que abrió la puerta, se
llama Amina, y la más joven de todas, Fahima. Las tres somos hijas del mismo padre, pero no de la
misma madre. Estas dos perras son otras dos hermanas mías, de padre y madre.
Al morir nuestro padre nos dejó cinco mil dinares, que se repartieron por igual entre nosotras.
Entonces mis hermanas Amina y Fahima se separaron de mí para irse con su madre, y yo y las otras dos
hermanas, estas dos perras que aquí ves, nos quedamos juntas. Soy la más joven de las tres; pero mayor
que Amina y Fahima, que están entre tus manos.
Al poco tiempo de morir nuestro padre, mis dos hermanas mayores se casaron y estuvieron algún
tiempo conmigo en la misma casa. Pero sus maridos no tardaron en prepararse a un viaje comercial;
cogieron los mil dinares de sus mujeres para comprar mercaderías, y se marcharon todos juntos,
dejándome completamente sola. Estuvieron ausentes cuatro años, durante los cuales se arruinaron mis
cuñados, y después de perder sus mercancías, desaparecieron, abandonando en país extranjero a sus
mujeres.
Y mis hermanas pasaron toda clase de miserias y acabaron por llegar a mi casa como unas mendigas.
Al ver aquellas dos mendigas, no pude pensar que fuesen mis hermanas, y me alejé de ellas; pero
entonces me hablaron, y reconociéndolas, les dije: "¿Qué os ha ocurrido? ¿Cómo os veo en tal estado?" Y
respondieron: "¡Oh hermana! Las palabras ya nada remediarían, pues el cálamo corrió por lo que había
mandado Alah".
[41]
Oyéndolas se conmovió de lástima mi corazón, y las llevé al hammam, poniendo a cada una un traje
nuevo, y les dije: "Hermanas mías, sois mayores que yo, y creo justo que ocupéis el lugar de mis padres.
Y como la herencia que me tocó, igual que a vosotras, ha sido bendecida por Alah y se ha acrecentado
considerablemente, comeréis sus frutos conmigo, nuestra vida será respetable y honrosa, y ya no nos
separaremos". Y las retuve en mi casa y en mi corazón.
Y he aquí que las colmé de beneficios, y estuvieron en mi casa durante un año completo, y mis bienes
eran sus bienes. Pero un día me dijeron: "Realmente, preferimos el matrimonio, y no podemos pasarnos
sin él, pues se ha agotado nuestra paciencia al vernos tan solas". Yo les contesté: "¡Oh hermanas! Nada
bueno podréis encontrar en el matrimonio, pues escasean los hombres honrados. ¿No probasteis el
matrimonio ya? ¿Olvidáis lo que os ha proporcionado?"
Pero no me hicieron caso, y se empeñaron en casarse sin mi consentimiento. Entonces les di el dinero
para las bodas y les regalé los equipos necesarios. Después se fueron con sus maridos a probar fortuna.
Pero no haría mucho que se habían ido, cuando sus esposos se burlaron de ellas, quitándoles cuanto
yo les di y abandonándolas. De nuevo regresaron ambas desnudas en mi casa, y me pidieron mil
perdones, diciéndome: "No nos regañes, hermana. Cierto que eres la de menos edad de las tres, pero nos
aventajas a todas en razón. Te prometemos no volver a pronunciar nunca la palabra casamiento".
Entonces les dije: "¡Oh hermanas mías! Que la acogida en mi casa os sea hospitalaria. A nadie quiero
como a vosotras". Y les di muchos besos, y las traté con mayor generosidad que la primera vez.
Así transcurrió otro año entero, y al terminar éste, pensé fletar una nave cargada de mercancías y
marcharme a comerciar a Bassra
[42]. Y efectivamente, dispuse un barco y lo cargué de mercancías y
géneros y de cuanto pudiera necesitarse durante la travesía, y dije a mis hermanas: "¡Oh hermanas!
¿Preferís quedaros en mi casa mientras dure el viaje hasta mi regreso, o viajar conmigo?" Y me
contestaron: "Vía¡aremos contigo, pues no podríamos soportar tu ausencia". Entonces las llevé conmigo y
partimos todas juntas.
Pero antes de zarpar había cuidado yo de dividir mi dinero en dos partes; cogí la mitad; y la otra la
escondí, diciéndome: "Es posible que nos ocurra alguna desgracia en el barco, y si logramos salvar la
vida, al regresar, si es que regresamos, encontraremos aquí algo útil". Y viajamos día y noche; pero por
desgracia, el capitán equivocó la ruta. La corriente nos llevó hasta una mar distinta por completo a la que
nos dirigíamos. Y nos impulsó un viento muy fuerte, que duró días. Entonces divisamos una ciudad en
lontananza, y le preguntamos al capitán: "¿Cuál es el nombre de esa ciudad adonde vamos?" Y contestó:
"¡Por Alah que no lo sé! Nunca la he visto, pues en mi vida había entrado en este mar. Pero, en fin, lo
importante es que estamos por fortuna fuera de peligro. Ahora sólo os queda bajar a la ciudad y exponer
vuestras mercancías. Y si podéis venderlas, os aconsejo que las vendáis".
Una hora después volvió a acercársenos, y nos dijo: "¡Apresuraos a desembarcar, para ver en esa
población las maravillas del Altísimo!"
Entonces desembarcamos, pero apenas hubimos entrado en la ciudad, nos quedamos asombradas.
Todos los habitantes estaban convertidos en estatuas de piedra negra. Y sólo ellos habían sufrido esta
petrificación, pues en los zocos y en las tiendas aparecían las mercancías en su estado normal, lo mismo
que las cosas de oro y de plata. Al ver aquello llegamos al límite de la admiración, y nos dijimos: "En
verdad que la causa de todo esto debe ser rarísima".
Y nos separamos, para recorrer cada cual a su gusto las calles de la ciudad, y recoger por su cuenta
cuanto oro, plata y telas preciosas pudiese llevar consigo.
Yo subí a la ciudadela, y vi que allí estaba el palacio del rey. Entré en el palacio por una gran puerta
de oro macizo, levanté un gran cortinaje de terciopelo, y advertí que tolos los muebles y objetos eran de
plata y oro. Y en el patio y en los aposentos, los guardias y chambelanes estaban de pie o sentados pero
petrificados en vida. Y en la última sala, llena de chambelanes, tenientes y visires, vi al rey sentado en su
trono, con un traje tan suntuoso y tan rico, que desconcertaba, y aparecía rodeado de cincuenta mamalik
con trajes de seda y en la mano los alfanjes desnudos. El trono estaba incrustado de perlas y pedrería, y
cada perla brillaba como una estrella. Os aseguro que me faltó poco para volverme loca.
Seguí andando, no obstante, y llegué a la sala del harén, que hubo de parecerme más maravillosa
todavía, pues era toda de oro, hasta las celosías de las ventanas. Las paredes estaban forradas de tapices
de seda. En las puertas y en las ventanas pendían cortinajes de raso y terciopelo. Y vi por fin, en medio
de las esclavas petrificadas, a la misma reina, con un vestido sembrado de perlas deslumbrantes,
enriquecida su corona por toda clase de piedras finas, ostentando collares y redecillas de oro
admirablemente cincelados.
Y se hallaba también convertida en una estatua de piedra negra.
Seguí andando, y encontré abierta una puerta, cuyas hojas eran de plata virgen, y más allá una
escalera de pórfido de siete peldaños, y al subir esta escalera y llegar arriba, me hallé en un salón de
mármol blanco, cubierto de alfombras tejidas de oro, y en el centro, entre grandes candelabros de oro,
una tarima también de oro salpicada de esmeraldas y turquesas, y sobre la tarima un lecho incrustado de
perlas y pedrería, cubierto con telas preciosas. Y en el fondo de la sala advertí una gran luz, pero al
acercarme me enteré de que era un brillante enorme, como un huevo de avestruz, cuyas facetas despedían
tanta claridad, que bastaba su luz para alumbrar todo el aposento.
Los candelabros ardían vergonzosamente ante el esplendor de aquella maravilla, y yo pensé: "Cuando
estos candelabros arden, alguien los ha encendido".
Continué andando, y hube de penetrar asombrada en otros aposentos, sin hallar a ningún ser viviente.
Y tanto me absorbía esto, que me olvidé de mi persona, de mi viaje, de mi nave y de mis hermanas. Y
todavía seguía maravillada, cuando la noche se echó encima. Entonces quise salir del palacio; pero no di
con la salida, y acabé por llegar a la sala donde estaba el magnífico lecho y el brillante y los candelabros
encendidos. Me senté en el lecho, cubriéndome con la colcha de raso azul bordada de plata y de perlas, y
cogí el Libro Noble, nuestro Corán, que estaba escrito en magníficos caracteres de oro y bermellón, e
iluminado con delicadas tintas, y me puse a leer algunos versículos para santificarme, y dar gracias a
Alah, y reprenderme; y cuando hube meditado en las palabras del Profeta (¡Alah le bendiga!) me tendí
para conciliar el sueño, pero no pude lograrlo. Y el insomnio me tuvo despierta hasta medianoche.
En aquel momento oí una voz dulce y simpática que recitaba el Corán. Entonces me levanté y me
dirigí hacia el sitio de donde provenía aquella voz. Y acabé por llegar a un aposento cuya puerta aparecía
abierta. Entré con mucho cuidado, poniendo a la parte de afuera la antorcha que me había alumbrado en
el camino, y vi que aquello era un oratorio. Estaba iluminado por lámparas de cristal que colgaban del
techo, y en el centro había un tapiz de oraciones extendidohacia Oriente, y allí estaba sentado un hermoso
joven que leía el Corán en alta voz, acompasadamente. Me sorprendió mucho, y no acertaba a
comprender cómo había podido librarse de la suerte de todos los otros. Entonces avancé un paso y le
dirigí mi saludo de paz, y él, volviéndose hacia mí y mirándome fijamente, correspondió a mi saludo.
Luego le dije: "¡Por la santa verdad de los versículos del Corán que recitas, te conjuro a que contestes a
mi pregunta!"
Entonces, tranquilo y sonriendo con dulzura, me contestó: "Cuando expliques quién eres, responderé a
tus preguntas". Le referí mi historia, que le interesó mucho, y luego le interrogué por las extraordinarias
circunstancias que atravesaba la ciudad. Y él me dijo: "Espera un momento". Y cerró el Libro Noble, lo
guardó en una bolsa de seda y me hizo sentar a su lado. Entonces le miré atentamente, y vi que era
hermoso como la luna llena; sus mejillas parecían de cristal; su cara tenía el color de los dátiles frescos,
y estaba adornado de perfecciones, cual si fuese aquel de quien habla el poeta en sus estrofas:
¡El que lee en los astros contemplaba la noche! ¡Y de pronto surgió ante su mirada la
esbeltez del apuesto mancebo!
Y pensó:
¡Es el mismo Zohal
[43], que dió a este astro la negra cabellera destrenzada, semejante a
un cometa!
¡En cuanto al carmesí de sus mejillas, Mirrikh
[44] fue el encargado de extenderlo! ¡Los
rayos penetrantes de sus ojos son las flechas mismas del Arquero de las siete estrellas!
¡Hutared
[45] le otorgó su maravillosa sagacidad y Abylssuha
[46] su valor de oro!
¡Y el astrólogo no supo qué pensar al verle, y se quedó perplejo! ¡Entonces, inclinándose hacia él,
sonrió el astro!
Al mirarle, experimentaba una profunda turbación de mis sentidos, lamentando no haberle conocido
antes, y en mi corazón se encendían como ascuas. Y le dije: "¡Oh dueño y soberano mío! atiende a mi
pregunta". Y él me contestó: "Escucho y obedezco". Y me contó lo siguiente:
"Sabe ¡oh mi honorable señora! que esta ciudad era de mi padre. Y la habitaban todos sus parientes y
súbditos. Mi padre es el rey que habrás visto en su trono, transformado en estatua de piedra. Y la reina,
que también habrás visto, es mi madre. Ambos profesaban la religión de los magos adoradores del
terrible Nardún. Juraban por el fuego 'y la luz, por la sombra y el calor, y por los astros que giran.
Mi padre estuvo mucho tiempo sin hijos. Yo nací a fines de su vida, cuando transpuso ya el umbral de
la vejez. Y fui criado por él con mucho esmero, y cuando fui creciendo se me eligió para la verdadera
felicidad.
Había en nuestro palacio una anciana musulmana, que creía en Alah y en su Enviado; pero ocultaba
sus creencias y aparentaba estar conforme con las de mis padres. Mi padre tenía en ella gran confianza, y
muy generoso con ella la colmaba de su generosidad, creyendo que compartía su fe y su religión. Me
confió a ella, y le dijo: "Encárgate de su cuidado; enséñale las leyes de nuestra religión del Fuego y dale
una educación excelente atendiéndole en todo".
Y la vieja se encargó de mí; pero me enseñó la religión del Islam, desde los deberes de la
purificación y de las abluciones, hasta las santas fórmulas de la plegaria. Y me enseñó y explicó el Corán
en la lengua del Profeta. Y cuando hubo terminado de instruirme, me dijo: "¡Oh hijo mío! Tienes que
ocultar estas creencias a tu padre, profesándolas en secreto, porque si no, te mataría".
Callé, en efecto; y no hacia mucho que había terminado mi instrucción, cuando falleció la santa
anciana, repitiéndome su recomendación por última vez. Y seguí en secreto siendo un creyente de Alah y
de su Profeta. Pero los habitantes de esta ciudad, obcecados por su rebelión y su ceguera, persistían en la
incredulidad.
Y un día la voz de un muezín invisible retumbó como el trueno, llegando a los oídos más distantes:
"¡Oh vosotros, los que habitáis esta ciudad! ¡Renunciad a la adoración del fuego y de Nardún, y adorad al
Rey Unico y Poderoso!"
Al oír aquello se sobrecogieron todos y acudieron al palacio del rey, exclamando: "¿Qué voz
aterradora es esa que hemos oído? ¡Su amenaza nos asusta!" Pero el rey les dijo: "No os aterréis y seguid
firmemente vuestras antiguas creencias".
Entonces sus corazones se inclinaron a las palabras de mi padre, y no dejaron de profesar la
adoración del fuego. Y siguieron en su error, hasta que llegó el aniversario del día en que habían oído la
voz por primera vez. Y la voz se hizo oír por segunda vez, y luego por tercera vez, durante tres años
seguidos. Pero a pesar de ello, no cesaron en su extravío. Y una mañana, cuando apuntaba el día, la
desdicha y la maldición cayeron del cielo y los convirtió en estatuas de piedra negra, corriendo la misma
suerte sus caballos y sus mulos, sus camellos y sus ganados. Y de todos los habitantes fui el único que se
salvó de esta desgracia. Porque era el único creyente.
Desde aquel día me consagro a la oración, al ayuno y a la lectura del Corán.
Pero he de confesarte, ¡oh mi honorable dama llena de perfecciones! que ya estoy cansado de esta
soledad en que me encuentro, y quisiera tener junto a mí a alguien que me acompañase".
Entonces le dije:
"¡Oh joven, dotado de cualidades! ¿Por qué no vienes conmigo a la ciudad de Bagdad? Allí
encontrarás sabios y venerables jeiques versados en las leyes y en la religión. En su compañía
aumentarás tu ciencia y tus Conocimientos de derecho divino, y yo, a pesar de mi rango, seré tu esclava y
tu cosa. Poseo numerosa servidumbre, y mía es la nave que hay ahora en el puerto abarrotada de
mercancías. El Destino nos arrojó a estas costas para que conociésemos la población y ocasionarnos la
presente aventura. La suerte, pues, quiso reunirnos".
Y no dejé de instarle a marchar conmigo, hasta que aceptó mi ruego.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 17ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven Zobeida no dejó de instar al mancebo, y de
inspirarle el deseo de seguirla, hasta que éste consintió.
Y ambos no cesaron de conversar, hasta que el sueño cayó sobre ellos. Y la joven Zobeida se acostó
entonces y durmió a los pies del príncipe. ¡Y sentía una alegría y una felicidad inmensas!
Después Zobeida prosiguió de este modo su relato ante el califa Harún Al-Raschid, Gaifar y los tres
saalik:
"Cuando brilló la mañana nos levantamos, y fuimos a revisar los tesoros, cogiendo los de menos
peso, que podían llevarse más fácilmente y tenían más valor. Salimos de la ciudadela y descendimos
hacia la ciudad, donde encontramos al capitán y a mis esclavos, que me buscaban desde el día antes. Y se
regocijaron mucho al verme, preguntándome el motivo de mi ausencia. Entonces les conté lo que había
visto, la historia del joven, y la causa de la metamorfosis de los habitantes de la ciudad, con todos sus
detalles. Y mi relato los sorprendió mucho.
En cuanto a mis hermanas, apenas me vieron en compañía de aquel joven tan hermoso, envidiaron mi
suerte, y llenas de celos, maquinaron secretamente la perfidia contra mí.
Regresamos al barco, y yo era muy feliz, pues mi dicha la aumentaba el cariño del príncipe.
Esperamos a que nos fuera propicio el viento, desplegamos las velas y partimos. Y mis hermanas me
dijeron un día: "¡Oh hermana! ¿qué te propones con tu amor por ese joven tan hermoso?" Y les contesté:
"Mi propósito es que nos casemos". Y acercándome a él le declaré: "¡Oh dueño mío! mi deseo es
convertirme en cosa tuya. Te ruego que no me rechaces". Y entonces me respondió: "Escucho y
obedezco". Al oírlo, me volví hacia mis hermanas y les dije: "No quiero más bienes que a este hombre.
Desde ahora todas mis riquezas pasan a ser de vuestra propiedad". Y me contestaron: "Tu voluntad es
nuestro gusto".
Pero se reservaban la traición y el daño.
Continuamos bogando con viento favorable, y salimos del mar del Terror, entrando en el de la
Seguridad. Aun navegamos por él algunos días, hasta llegar cerca de la ciudad de Bassra, cuyos edificios
se divisaban a lo lejos. Pero nos sorprendió la noche, hubimos de parar la nave y no tardamos en
dormirnos.
Durante nuestro sueño se levantaron mis hermanas, y cogiéndonos a mí y al joven, nos echaron al
agua. Y el mancebo, como no sabía nadar, se ahogó, pues estaba escrito por Alah que figuraría en el
número de los mártires. En cuanto a mí, estaba escrito que me salvaría, pues en cuanto caí al agua, Alah
me benefició con un madero, en el cual cabalgué, y con el cual me arrastró el oleaje hasta la playa de una
isla próxima. Puse a secar mis vestiduras, pasé allí la noche, y no bien amaneció, eché a andar en busca
de un camino. Y encontré un camino en el cual había huellas de pasos de seres humanos, hijos de Adán.
Este camino comenzaba en la playa y se internaba en la isla. Entonces, después de ponerme los vestidos
ya secos, lo seguí hasta llegar a la orilla opuesta, desde la que se veía en lontananza la ciudad de Bassra.
Y de pronto advertí una culebra que corría hacia mí, y en pos de ella otra serpiente gorda y grande que
quería matarla. Estaba la culebra tan rendida, que la lengua le colgaba fuera de la boca. Compadecida de
ella, tiré una piedra enorme a la cabeza de la serpiente, y la dejé sin vida. Mas de improviso, la culebra
desplegó dos alas, y volando, desapareció por los aires. Y yo llegué al límite del asombro.
Pero como estaba muy cansada, me tendí en aquel mismo sitio, y dormí aproximadamente una hora. Y
he aquí que al despertar vi sentada a mis plantas a una negra joven y hermosa, que me estaba acariciando
los pies. Entonces, llena de vergüenza, hube de apartarlos en seguida, pues ignoraba lo que la negra
pretendía de mí. Y le pregunté: ¿Quién eres y qué quieres?" Y me contestó: "Me he apresurado a venir a
tu lado, porque me has hecho un gran favor matando a mi enemigo. Soy la culebra a quien libraste de la
serpiente. Yo soy una efrita.
Aquella serpiente era un efrit enemigo mío, que deseaba violarme y matarme. Y tú me has librado de
sus manos. Por eso, en cuanto estuve libre, volé con el viento y me dirigí hacia la nave de la cual te
arrojaron tus hermanas. Las he encantado en forma de perras negras, y te las he traído". Entonces vi las
dos perras atadas a un árbol detrás de mí. Luego la efrita prosiguió: "En seguida llevé a tu casa de
Bagdad todas las riquezas que había en la nave, y después que las hube dejado, eché la nave a pique. En
cuanto al joven que se ahogó, nada puedo hacer contra la muerte. ¡Porque Alah es el único Resucitador!"
Dicho esto, me cogió en brazos, desató a mis hermanas, las cogió también, y volando nos transportó a
las tres, sanas y salvas, a la azotea de mi casa de Bagdad, o sea aquí mismo.
Y encontré perfectamente instaladas todas las riquezas y todas las cosas que había en la nave. Y nada
se había perdido ni estropeado. Después me dijo la efrita: "¡Por la inscripción santa del sello de
Soleimán, te conjuro a que todos los días pegues a cada perra trescientos latigazos! Y si un solo día se te
olvida cumplir esta orden, te convertiré también en perra".
Y yo tuve que contestarle: "Escucho y obedezco".
Y desde entonces, ¡oh Príncipe de los Creyentes! las empecé a azotar, para besarlas después llena de
dolor por tener que castigarlas. ¡Y tal es mi historia! Pero he aquí, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que mi
hermana Amina te va a contar la suya, que es aún más sorprendente que la mía".
Ante este relato, el califa Harún Al-Raschid llegó hasta el límite más extremo del asombro. Pero
quiso satisfacer del todo su curiosidad, y por eso se volvió hacia Amina, que era quien le había abierto la
puerta la noche anterior, y le dijo: "Sepamos, ¡oh lindísima joven! cuál es la causa de esos golpes con
que lastimaron tu cuerpo".
Historia de Amina, la segunda joven
Al oír estas palabras del califa la joven Amina avanzó un paso, y llena de timidez ante las miradas
impacientes, dijo así:
"¡Oh Emir de los Creyentes! No te repetiré las palabras de Zobeida acerca de nuestros padres. Sabe,
pues, que cuando nuestro padre murió, yo y Fahima, la hermana más pequeña de las cinco, nos fuimos a
vivir solas con nuestra madre, mientras mi hermana Zobeida y las otras dos marcharon con la suya.
Poco después mi madre me casó con un anciano, que era el más rico de la ciudad y de su tiempo. Al
año siguiente murió en la paz de Alah mi viejo esposo, dejándome como parte legal de herencia, según
ordena nuestro código oficial, ochenta mil dinares en oro.
Me apresuré a comprarme con ellos diez magníficos vestidos, cada uno de mil dinares. Y no hube de
carecer absolutamente de nada. Un día entre los días, hallándome cómodamente sentada, vino a visitarme
una vieja. Nunca la había visto. Esta vieja era horrible: su cara era más fea que el trasero de un viejo;
tenía la nariz aplastada, peladas las cejas, los dientes rotos, el pescuezo torcido, y le goteaba la nariz.
Bien la describió el poeta:
¡Vieja de mal agüero! ¡Si la viese Eblis le enseñaría todos los fraudes sin tener que hablar,
pues bastaría con el silencio únicamente! ¡Podría desenredar a mil mulos que se hubieran
enredado en una telaraña, y no rompería la tela!
¡Sabe echar sortilegios y cometer todos los horrores: le ha hecho cosquillas en el ano a
una niña; cohabitó con una adolescente; ha fornicado con una mujer madura, y excitó hasta lo
increíble a una anciana!
La vieja me saludó y me dijo: "¡Oh señora llena de gracias y cualidades! Tengo en mi casa a una
joven huérfana que se casa esta noche. Y vengo a rogarte -¡Alah otorgará la recompensa a tu bondad!- que
te dignes honrarnos asistiendo a la boda de esta pobre doncella tan afligida y tan humilde, que no conoce
a nadie en esta ciudad y sólo cuenta con la protección del Altísimo". Y después la vieja se echó a llorar y
comenzó a besarme los pies. Yo, que no conocía su perfidia, sentí lástima de ella, y le dije: "Escucho y
obedezco". Entonces dijo: "Ahora me ausento, con tu venia, y entretanto vístete, pues al anochecer
volveré a buscarte". Y besándome la mano, se marchó.
Fui entonces al hammam, y me perfumé; después elegí el más hermoso de mis diez trajes nuevos, me
adorné con mi hermoso collar de perlas, mis brazaletes, mis ajorcas y todas mis joyas, y me puse un gran
velo azul de seda y oro, el cinturón de brocado y el velillo para la cara, luego de prolongarme los ojos
con kohl. Y he aquí que volvió la vieja y me dijo: "¡Oh señora mía! ya está la casa llena de damas,
parientes del esposo, que son las más linajudas de la ciudad. Les avisé de tu segura llegada, se alegraron
mucho, y te esperan con impaciencia". Llevé conmigo algunas de mis esclavas, y salimos todas, andando
hasta llegar a una calle ancha y bien regada, en la que soplaba fresca brisa. Y vimos un gran pórtico de
mármol con una cúpula monumental de mármol y sostenida por arcadas. Y desde aquel pórtico vimos el
interior de un palacio tan alto, que parecía tocar las nubes. Penetramos, y llegados a la puerta, la vieja
llamó y nos abrieron. Y a la entrada encontramos un corredor revestido de tapices y colgantes. Colgaban
del artesonado lámparas de colores encendidas, y en las paredes había candelabros encendidos también y
objetos de oro y plata, joyas y armas de metales preciosos. Atravesamos este corredor, y llegamos a una
sala tan maravillosa, que sería inútil describirla.
En medio de la sala, que estaba tapizada con sedas, aparecía un lecho de mármol incrustado de perlas
y cubierto con un mosquitero de raso.
Entonces vimos salir del lecho una joven, tan bella como la luna. Y me dijo: "¡Marhaba! ¡Àhlan! ¡Ua
sahlan! ¡Oh hermana mía, nos haces el mayor honor humano! ¡Anastina!
[47]. ¡Eres nuestro dulce
consuelo, nuestro orgullo!"
Y para honrarme, recitó estos versos del poeta:
¡Si las piedras de la casa hubiesen sabido la visita del huésped tan encantador, se habrían
alegrado en extremo, inclinándose ante la huella de tus pasos para anunciarse la buena nueva!
¡Y exclamarían en su lengua: "¡Ahlan! ¡Ua sahlan! ¡Honor a las personas adornadas de
grandeza y de generosidad!"
Luego se sentó, y me dijo: "¡Oh hermana mía! He de anunciarte que tengo un hermano que te vió cierto
día en una boda. Y este joven es muy gentil y mucho más hermoso que yo. Y desde aquella noche te ama
con todos los impulsos de un corazón enamorado y ardiente.
Y él es quien ha dado dinero a la vieja para que fuese a tu casa y te trajese aquí con el pretexto que ha
inventado. Y ha hecho todo esto para encontrarte en mi casa, pues mi hermano no tiene otro deseo que
casarse contigo este año bendecido por Alah y por su Enviado. Y no debe avergonzarse de estas cosas,
porque son licitas".
Cuando oí tales palabras, y me vi conocida y estimada en aquella mansión, le dije a la joven:
"Escucho y obedezco". Entonces, mostrando una gran alegría, dió varias palmadas. Y a esta señal, se
abrió una puerta y entró un joven como la luna, según dijo el poeta:
¡Ha llegado a tal grado de hermosura, que se ha convertido en obra verdaderamente digna
del Creador! ¡Una joya que es realmente la gloria del orfebre que hubo de cincelarla!
¡Ha llegado a la misma perfección de la belleza! ¡No te asombres si enloquece de amor a
todos los humanos!
¡Su hermosura resplandece a la vista, por estar inscripta en sus facciones! ¡Juro que no
hay nadie más bello que él!
Al verle, se predispuso mi corazón en favor suyo. Entonces el joven avanzó y fué a sentarse junto a su
hermana, y en seguida entró el kadí con cuatro testigos, que saludaron y se sentaron. Después el kadí
escribió mi contrato de matrimonio con aquel joven, los testigos estamparon sus sellos y se fueron todos.
Entonces el joven se me acercó, y me dijo: "¡Sea nuestra noche bendita!" Y luego añadió: "¡Oh señora
mía! quisiera imponerte una condición". Yo le contesté: "Habla, dueño mío. ¿Qué condición es esa?"
Entonces se incorporó, trajo el Libro Sagrado, y me dijo:; "Vas a jurar por el Corán que nunca elegirás a
otro más que a mí, ni sentirás inclinación hacia otro". Y yo juré observar la condición aquella. Al oírme
mostróse muy contento, me echó al cuello los brazos, y sentí que su amor me penetraba en las entrañas y
hasta el fondo de mi corazón.
En seguida los esclavos pusieron la mesa, y comimos y bebimos hasta la saciedad. Y llegada la
noche, me cogió y se tendió conmigo en el lecho. Y pasamos entrelazados la noche, uno en brazos de otro,
hasta que fué de día.
Vivimos durante un mes en la alegría y en la felicidad. Y al concluir este mes, pedí permiso a mi
marido para ir al zoco y comprar algunas telas. Me concedió este permiso. Entonces me vestí y llevé
conmigo a la vieja, que se había quedado en la casa, y nos fuimos al zoco. Me paré a la puerta de un
joven mercader de sedas que la vieja me recomendó mucho por la buena calidad de sus géneros y a quien
conocía de muy antiguo. Y añadió: "Es un muchacho que heredó mucho dinero y riquezas al morir su
padre". Después, volviéndose hacia el mercader, le dijo: "Saca lo mejor y más caro que tengas en
tejidos, que son para esta hermosa dama". Y dijo él: "Escucho y obedezco". Y la vieja, mientras el
mercader desplegaba las telas seguía elogiándolo y haciéndome observar sus cualidades, y yo le dije:
"Nada me importan sus cualidades ni los elogios que le diriges, pues no hemos venido más que a comprar
lo que necesito, para volvernos luego a casa".
Y cuando hubimos escogido la tela, ofrecimos al mercader el dinero de su importe. Pero éste se negó
a coger el dinero y nos dijo:
"Hoy no os cobraré dinero alguno; eso es un regalo por el placer y por el honor que recibo al veros
en mi tienda". Entonces le dije a la vieja: "Si no quiere aceptar el dinero, devuélvele la tela". Y él
exclamó: "¡Por Alah! No quiero tomar nada de vosotras.
Todo eso os lo regalo.
En cambio, ¡Oh hermosa joven! concédeme un beso, sólo un beso. Porque yo doy más valor a ese
beso que a todas las mercancías de mi tienda". Y la vieja le dijo, riéndose: "¡Oh guapo mozo! Locura es
considerar un beso como cosa tan inestimable". Y a mí me dijo: "¡Oh hija mía! ¿has oído lo que dice este
joven mercader? No tengas cuidado, que nada malo ha de pasar porque te dé un beso únicamente, y en
cambio, podrás escoger y tomar lo que más te plazca de todas estas telas preciosas".
Entonces contesté: "¿No sabes que estoy ligada por un juramento?" Y la vieja replicó: "Déjale que te
bese, que con que tú no hables ni te muevas, nada tendrás que echarte en cara. Y además, recogerás el
dinero, que es tuyo, y la tela también". Y tanto siguió encareciéndolo la vieja, que tuve de consentir. Y
para ello, me tapé los ojos y extendí el velo, a fin de que no vieran nada los transeúntes. Entonces el
mercader ocultó la cabeza debajo de mi velo, acercó sus labios a mi mejilla y me besó.
Pero a la vez me mordió tan bárbaramente, que me rasgó la carne. Y me desmayé de dolor y de
emoción.
Cuando volví en mí, me encontré echada en las rodillas de la vieja, que parecía muy afligida. En
cuanto a la tienda, estaba cerrada y el joven mercader había desaparecido.
Entonces la vieja me dijo: "¡Alah sea loado, por librarnos de mayor desdicha!" Y luego añadió:
"Ahora tenemos que volver a casa. Tú fingirás estar indispuesta, y yo te traeré un remedio que te curará la
mordedura inmediatamente". Entonces me levanté, y sin poder dominar mis pensamientos y mi terror por
las consecuencias, eché a andar hacia mi casa y mi espanto iba creciendo según nos acercábamos. Al
llegar entré en mi aposento, y me fingí enferma.
A poco entró mi marido y me preguntó muy preocupado: "¡Oh dueña mía! ¿qué desgracia te ocurrió
cuando saliste?" Yo le contesté: "Nada. Estoy bien". Entonces me miró con atención, y dijo: "¿Pero qué
herida es esa que tienes en la mejilla, precisamente en el sitio más fino y suave?" Y yo le dije entonces:
"Cuando salí hoy con tu permiso a comprar esas telas, un camello, cargado de leña, ha tropezado conmigo
en una calle llena de gente, me ha roto el velo y me ha desgarrado la mejilla, según ves. ¡Oh, qué calles
tan estrechas las de Bagdad!"
Entonces se llenó de ira, y dijo: "¡Mañana mismo iré a ver al gobernador para reclamar contra los
camelleros y leñadores, y el gobernador los mandará ahorcar a todos!" Al oírle, repliqué compasi- va:
"¡Por Alah sobre ti! ¡No te cargues con pecados ajenos! Además, yo he tenido la culpa, por haber
montado en un borrico que empezó a galopar y cocear. Caí al suelo, y por desgracia había allí un pedazo
de madera que me ha desollado la cara haciéndome esta herida en la mejilla".
Entonces exclamó él: "¡Mañana iré a ver a Giafar AlBarmaki, y le contaré esta historia, para que
maten a todos los arrieros de la ciudad". Y yo le repuse: "¿Pero vas a matar a todo el mundo por causa
mía? Sabes que esto ha ocurrido sencillamente por voluntad de Alah, y por el Destino, a quien gobierna".
Al oírme, mi esposo no pudo contener su furia y gritó: "¡Oh pérfida! ¡Basta de mentiras! ¡Vas a sufrir el
castigo de tu crimen!" Y me trató con las palabras más duras, y a una llamada suya se abrió la puerta y
entraron siete negros terribles, que me sacaron de la cama y me tendieron en el centro del patio. Entonces
mi esposo mandó a uno de estos negros qúe me sujetara por los hombros y se sentara sobre mí y a otro
negro que se apoyase en mis rodillas para sujetarme las piernas. Y en seguida avanzó un tercer negro con
una espada en la mano, y dijo: "¡Oh mi señor! la asestaré un golpe que la partirá en dos mitades!" Y otro
negro afiadió: "Y cada uno de nosotros cortará un buen pedazo de carne y se lo echará a los peces del río
de la Dejla
[48] pues así debe castigarse a quien hace traición al juramento y al cariño". Y en apoyo de lo
que decía, recitó estos versos:
¡Si supiese que otro participa del cariño de la que amo, mi alma se rebelaría hasta
arrancar de ella tal amor de perdición! Y le diría a mi alma: ¡Mejor será que sucumbamos
nobles! ¡Porque no alcanzará la dicha el que ponga su amor en un pecho enemigo!
Entonces mi esposo dijo al negro que empuñaba la espada: "¡Oh valiente Saad! ¡Hiere a esa pérfida!"
Y Saad levantó el acero. Y mi esposo me dijo: "Ahora di en alta voz tu acto de fe y recuerda las cosas y
trajes y efectos que te pertenecen para que hagas testamento, porque ha llegado el fin de tu vida".
Entonces le dije: "¡Oh servidor de Alah, el Optimo!, dame nada más que el tiempo necesario para
hacer mi acto de fe y mi testamento". Después levanté al cielo la mirada, la volví a bajar y reflexioné
acerca del estado mísero e ignominioso en que me veía, arrasándome en lágrimas los ojos, y recité
llorando estas estrofas:
¡Encendiste en mis entrañas la pasión para enfriarte después! ¡Hiciste que mis ojos
velaran largas noches para dormirte luego!
¡Pero yo te reservé un sitio entre mi corazón y mis ojos! ¿Cómo te ha de olvidar mi corazón,
ni han de cesar de llorarte mis ojos? ¡Me habías jurado una constancia sin límite, y apenas
tuviste mi corazón, me dejaste!
¡Y ahora no quieres tener piedad de ese corazón ni compadecerte de mi tristeza! ¿Es que no
naciste más que para ser causa de mi desdicha y de la de toda mi juventud?
¡Oh amigos míos! Os conjuro por Alah para que cuando yo muera escribáis en la losa de mi
tumba: "¡Aquí yace un gran culpable! ¡Uno que amó!"
¡Y el afligido caminante que conozca los sufrimientos del amor dirigirá a mi tumba una
mirada compasiva!
Terminados los versos, seguía llorando, y al oírme y ver mis lágrimas, mi esposo se excitó y
enfureció más todavía, y dijo estas estrofas:
¡Si así dejé a la que mi corazón amaba, no ha sido por hastío ni cansancio! ¡Ha cometido
una falta que merece el abandono!
¡Ha querido asociar a otro a nuestra ventura, cuando ni mi corazón, ni mi razón, ni mis
sentidos pueden tolerar sociedad semejante!
Y cuando acabó sus versos yo lloraba aún, con la intención de conmoverle, y dije para mí: "Me
tornaré sumisa y humilde. Y acaso me indulte de la muerte, aunque se apodere de todas mis riquezas". Y
le dirigí mis súplicas, y recité con gentileza estas estrofas:
¡En verdad te juro que si quisieras ser justo, no mandarías que me matasen! ¡Pero es
sabido que el que ha juzgado inevitable la sepáración nunca supo ser justo!
¡Me cargaste con todo el peso de las consecuencias del amor, cuando mis hombros apenas
podían soportar el peso de la túnica más fina o algún otro todavía más ligero!
¡Y sin embargo, no es mi muerte lo que me asombra, sino que mi cuerpo, después de la
ruptura, siga deseándote!
Terminados los versos, mis sollozos continuaban. Y entonces me miró, me rechazó con ademán
violento, me llenó de injurias, y me recitó estos otros:
¡Atendiste a un cariño que no era el mío, y me has hecho sentir todo tu abandono!
¡Pero yo te abandonaré, como tú me has abandonado, desdeñando mi deseo! ¡Y tendré
contigo la misma consideración que conmigo tuviste!
¡Y me apasionaré por otra, ya que a otro te inclinaste! ¡Y de la ruptura eterna entre
nosotros, no tendré yo la culpa, sino tú solamente!
Y al concluir estos versos, dijo al negro: "¡Córtala en dos mitades! ¡Ya no es nada mío!"
Cuando el negro dió un paso hacia mí, desesperé de salvarme, y viendo segura ya mi muerte, me
confié a Alah Todopoderoso. Y en aquel momento vi entrar a la vieja, que se arrojó a los pies del joven,
se puso a besarlos, y le dijo: "¡Oh hijo mío! como nodriza tuya, te conjuro, por los cuidados que tuve
contigo, a que perdones a esa criatura, pues no cometió falta que merezca tal castigo. Además, eres joven
todavía, y temo que sus maldiciones caigan sobre ti". Y luego rompió a llorar, y continuó en sus súplicas
para convencerle, hasta que él dijo: "¡Basta! Gracias a ti no la mato; pero la he de señalar de tal modo,
que conserve las huellas todo el resto de su vida".
Entonces ordenó algo a los negros, e inmediatamente me quitaron la ropa, dejándome toda desnuda. Y
él con una rama de membrillo me fustigó toda, con preferencia el pecho, la espalda y las caderas, tan
recia y furiosamente, que hube de desmayarme, perdida ya toda esperanza de sobrevivir a tales golpes.
Entonces cesó de pegarme, y se fué, dejándome tendida en el suelo, mandando a los esclavos que me
abandonasen en aquel estado hasta la noche, para transportarme después a mi antigua casa, a favor de la
oscuridad. Y los esclavos lo hicieron así, llevándome a mi antigua casa, como les había ordenado su
amo.Al volver en mí, estuve mucho tiempo sin poder moverme; a causa de la paliza; luego me aplicaron
varios medicamentos, y poco a poco acabé por curar; pero las cicatrices de los golpes no se borraron de
mis miembros ni de mis carnes, como azotadas por correas y látigos. ¡Todos habéis visto sus huellas!
Cuando hube curado, después de cuatro meses de tratamiento, quise ver el palacio en que fui víctima
de tanta violencia; pero se hallaba completamente derruído, lo mismo que la calle donde estuvo, desde
uno hasta el otro extremo. Y en lugar de todas aquellas maravillas no había más que montones de basura
acumulados por las barreduras de la ciudad. Y a pesar de todas mis tentativas, no conseguí noticias de mi
esposo.
Entonces regresé al lado de Fahima, que seguía soltera, y ambas fuimos a visitar a Zobeida, nuestra
hermanastra, que te ha contado su historia y la de sus hermanas convertidas en perras. Y ella me contó su
historia y yo le conté la mía, después de los acostumbrados saludos. Y mi hermana Zobeida me dijo: "Oh
hermana mía! nadie está libre de las desgracias de la suerte. ¡Pero gracias a Alah, ambas vivimos aún!
¡Permanezcamos juntas desde ahora! ¡Y sobre todo, que no se pronuncie siquiera la palabra matrimonio!"
Y nuestra hermana Fahima vive con nosotras. Tiene el cargo de proveedora, y baja al zoco todos los
días para comprar cuanto necesitamos; yo tengo la misión de abrir la puerta a los que llaman y de recibir
a nuestros convidados, y Zobeida, nuestra hermana mayor, corre con el peso de la casa.
Y así hemos vivido muy a gusto, sin hombres, hasta que Fahima nos trajo el mandadero cargado con
una gran cantidad de cosas, y le invitamos a descansar en casa un momento. Y entonces entraron los tres
saalik, que nos contaron sus historias, y en seguida vosotros, vestidos de mercaderes. Ya sabes, pues, lo
que ocurrió y cómo nos han traído a tu poder, ¡oh Príncipe de los Creyentes!
¡Esta es mi historia!
Entonces el califa quedó profundamente maravillado y...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 18ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid quedó maravilladísimo al oír
las historias de las dos jóvenes Zobeida y Amina, que estaban ante él con su hermana Fahima, las dos
perras y los tres saalik, y dispuso que ambas historias, así como las de los tres saalik, fuesen escritas por
los escribas de palacio con buena y esmerada letra, para conservar los manuscritos en sus archivos.
En seguida dijo a la joven Zobeida: "Y después, ¡oh mi noble señora! ¿no has vuelto a saber nada de
la efrita que encantó a tus hermanas bajo la forma de estas dos perras?" Y Zobeida repuso: "Podría
saberlo, ¡oh Emir de los Creyentes! pues me entregó un mechón de sus cabellos, y me dijo: "Cuando me
necesites, quema un cabello de éstos y me presentaré, por muy lejos que me halle, aunque estuviese
detrás del Cáucaso". Entonces el califa le dijo: "¡Dame uno de esos cabellos!" Y Zobeida le entregó el
mechón, y el califa cogió un cabello v lo quemó.
Y apenas hubo de notarse el olor a pelo chamuscado, se estremeció todo el palacio con una violenta
sacudida, y la efrita surgió de pronto en forma de mujer ricamente vestida. Y como era musulmana, no
dejó de decir al califa: "La paz sea contigo ¡oh Vicario de Alah!" Y el califa contestó: "¡Y desciendan
sobre ti la paz, la misericordia de Alah y sus bendiciones!"
Entonces ella le dijo: "Sabe, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que esta joven, que me ha llamado por
deseo tuyo, me hizo un gran favor, y la semilla que en mí sembró siempre germinará, porque jamás he de
agradecerle bastante los beneficios que le debo. A sus hermanas las convertí en perras, y no las maté para
no ocasionarle a ella mayor sentimiento. Ahora, si tú, ¡oh Príncipe de los Creyentes! deseas que las
desencante, lo haré por consideración a ambos, pues no has de olvidar que soy musulmana". Entonces el
califa dijo: "En verdad que deseo las liberes, y luego estudiaremos el caso de la joven azotada, y si
compruebo la certeza de su narración, tomaré su defensa y la vengaré de quien la ha castigado con tanta
injusticia".
Entonces la efrita dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! dentro de un instante te indicaré quién trató así a
la joven Amina, quedándose con sus riquezas. Pero sabe que es el más cercano a ti entre los humanos".Y
la efrita cogió una vasija de agua, e hizo sobre ella sus conjuros, rociando después a las dos perras y
diciéndoles: "Recobrad inmediatamente vuestra primitiva forma humana!" Y al momento se transformaron
las dos perras en dos jóvenes tan hermosas, que honraban a quien las creó.
Luego la efrita, volviéndose hacia el califa, le dijo: "El autor de los malos tratos contra la joven
Amina es tu propio hijo El-Amín". Y le refirió la historia, en cuya veracidad creyó el califa por venir de
labios de una segunda persona, no humana, sino efrita.
Y el califa se quedó muy asombrado, pero dijo: "¡Loor a Alah porque intervine en el desencanto de
las dos perras!" Después mandó llamar a su hijo El-Amín, le pidió explicaciones, y El-Amín respondió
con la verdad. Y entonces el califa ordenó que se reuniesen los kadíes y testigos en la misma sala en
donde estaban los tres saalik, hijos de reyes, y las tres jóvenes, con sus dos hermanas desencantadas
recientemente.
Y con auxilio de kadíes y testigos, casó de nuevo a su hijo. ElAmín con la joven Amina; a Zobeida
con el primer saalik, hijo de rey; a las otras dos jóvenes con los otros dos saalik, hijos de reyes; y por
último mandó extender su propio contrato con la más joven de las cinco hermanas, la virgen Fahima, ¡la
proveedora agradable y dulce!
Y mandó edificar un palacio para cada pareja, enriqueciéndoles para que pudiesen vivir felices. Y en
cuanto anocheció fué a tenderse entre los brazos de la joven Fahima, con la cual hubo de pasar una noche
de las más gratas.
"Pero --dijo Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas, ¡oh rey afortunado! que esta
historia sea más prodigiosa que la que ahora sigue".
Historia de la mujer despedazada, de las tres manzanas y
del negro rihan
Schehrazada dijo:
Una noche entre las noches, el califa Harún Al-Raschid dijo a Giafar Al-Barmaki: "Quiero que
recorramos la ciudad para enterarnos de lo que hacen los gobernadores y walíes. Estoy resuelto a
destituir a aquellos de quienes me den quejas". Y Giafar respondió: "Escucho y obedezco".
Y el califa, y Giafar, y Massrur el portaalfanje salieron disfrazados por las calles de Bagdad; y he
aquí que en una calleja vieron a un anciano decrépito que en la cabeza llevaba una canasta y una red de
pescar, y en la mano un palo; y andaba pausadamente, canturreando estas estrofas:
Me dijeron: "¡Por tu ciencia, ¡Oh sabio! eres entre los humanos como la luna en la noche!"
Yo les contesté: "¡Os ruego que no habléis de ese modo! ¡No hay más ciencia que la del
Destino!
¡Porque yo, con toda mi ciencia, mis manuscritos, mis libros y mi tintero, no puedo desviar
la fuerza del Destino ni un solo día! ¡Y los que apostasen por mí, perderían su apuesta!
¡Nada, en efecto, hay más desolador que el pobre, el estado del pobre y el pan y la vida del
pobre!
¡En verano, se le agotan las fuerzas! ¡En invierno, no dispone de abrigo!
¡Si se para, le acosarán los perros para que se aleje! ¡Cuán mísero es! ¡Ved cómo para él
son todas las ofensas y todas las burlas! ¿Quién es más desdichado?
¡Y si no clama ante los hombres, si no pregona su miseria, ¿quién lo compadecerá?
¡Oh! Si tal es la vida del pobre, ¿no ha de preferir la tumba?
Al oír estos versos tan tristes, el califa dijo a Giafar: "Los versos y el aspecto de este pobre hombre
indican una gran miseria".
Después se aproximó al viejo y le dijo: "¡Oh jeique! ¿cuál es tu oficio?" Y él respondió: "¡Oh señor
mío! Soy pescador. ¡Y muy pobre! ¡Y con familia! Y desde el mediodía estoy fuera de casa trabajando, y
¡Alah no me concedió aún el pan que ha de alimentar a mis hijos! Estoy, pues, cansado de mi persona y de
la vida, y no anhelo más que morir". Entonces el califa le dijo: "¿Quieres venir con nosotros hasta el río,
y echar la red en mi nombre, para ver qué tal suerte tengo? Lo que saques del agua te lo compraré y te
daré por ello cien dinares". Y el viejo se regocijó al oírle, y contestó: "¡Acepto cuanto acabas de
ofrecerme y lo pongo sobre mi cabeza!"
Y el pescador volvió con ellos hacia el Tigris, y arrojando la red, quedó en acecho; después tiró de la
cuerda de la red, y la red salió. El viejo pescador encontró en la red un cajón que estaba cerrado y que
pesaba mucho. Intentó levantarlo el califa y lo encontró muy pesado. Pero se apresuró a entregar los cien
dinares al pescador, que se alejó muy contento.
Entre Giafar y Massrur cargaron con el cajón y lo llevaron al palacio. Y el califa dispuso que se
encendiesen las antorchas, y Giafar y Massrur se abalanzaron sobre el cajón y lo rompieron. Y dentro de
él hallaron una enorme banasta de hojas de palmera cosida con lana roja. Cortaron el cosido, y en la
banasta había un tapiz; apartaron el tapiz y encontraron debajo un gran velo blanco de mujer; levantaron
el velo y apareció, blanca como la plata virgen, una joven muerta y despedazada.
Ante aquel espectáculo, las lágrimas corrieron por las mejillas del califa, y después, muy enfurecido,
encarándose con Giafar, exclamó: "¡Oh perro visir! ¡Ya ves cómo, durante mi reinado, se asesina a las
gentes y se arroja a las víctimas al agua! ¡Y su sangre caerá sobre mí el día del juicio, y pesará
eternamente en mi conciencia! Pero ¡por Alah! que he de usar de represalias con el asesino, y no
descansaré hasta que lo mate. En cuanto a ti, juro por la verdad de mi descendencia directa de los califas
Bani- Abbas, que si no me presentas al matador de esta mujer, a la que quiero vengar, mandaré que te
crucifiquen a la puerta de mi palacio, en compañía de cuarenta de tus primos los Baramka
[49]!".
Y como el califa estaba lleno de cólera, y Giafar dijo: "Concédeme para ello no más que un plazo de
tres días". Y el califa respondió: "Te lo otorgo".
Entonces Giafar salió del palacio muy afligido y anduvo por la ciudad, pensando: "¿Cómo voy a
saber quién ha matado a esa joven, ni dónde he de buscarlo para presentárselo al califa? Si le llevase a
otro que pereciese en vez del asesino, esta mala acción pesaría sobre mi conciencia. Por lo tanto no sé
qué hacer". Y Giafar llegó a su casa, y allí estuvo desesperado los tres días del plazo. Y al cuarto día el
califa le mandó llamar. Y cuando se presentó entre sus manos, el califa le dijo: "¿Dónde está el asesino
de la joven?" Giafar respondió:
"No poseo la ciencia de adivinar lo invisible y lo oculto, para que pueda conocer en medio de una
gran ciudad al asesino".
Entonces el califa se enfureció mucho, y ordenó que crucificasen a Giafar a la puerta de palacio,
encargando a los pregoneros que lo anunciasen por la ciudad y sus alrededores de esta manera:
"Quién desee asistir a la crucifixión de Giafar Al-Barmaki, visir del califato, y a la,
crucifixión de cuarenta Baramka, parientes suyos, vengan a la puerta de palacio para
presenciarlo".
Y todos los habitantes de Bagdad afluían por las calles para presenciar la crucifixión de Giafar y sus
primos, sin que nadie supiese la causa; y todo el mundo se condolía y se lamentaba de aquel castigo, pues
el visir y los Baramka eran muy apreciados por su generosidad y sus buenas obras.
Cuando se hubo levantado el patíbulo, llevaron al pie de él a los sentenciados y se aguardó la venia
del califa para la ejecución. De pronto, mientras lloraba la gente, un apuesto y bien portado joven hendió
con rapidez la muchedumbre, y llegando entre las manos de Giafar, le dijo: "¡Que te liberten, ¡oh dueño y
señor de los señores más altos, asilo de los menesterosos! Yo fui quien asesinó a la joven despedazada y
la metí en la caja que pescasteis en el Tigris. ¡Mátame, pues, en cambio, y usa las represalias conmigo!"
Cuando escuchó Giafar las palabras del joven, se alegró por sí propio, pero compadecióse del
mancebo. Y hubo de pedirle explicaciones más detalladas; pero de súbito un anciano venerable separó a
la gente, se acercó muy de prisa a Giafar y al joven, les saludó, y les dijo: "¡Oh visir! no hagas caso de
las palabras de este mozo, pues yo soy el único asesino de la joven, y en mi sólo tienes que vengarla".
Pero el joven repuso: "¡Oh visir! este viejo jeique no sabe lo que dice. Te repito que soy yo quien la
mató, debiendo ser, por lo tanto, el único a quien se castigue".
Entonces el jeique exclamó: "Oh hijo mío! todavía eres joven y debes vivir; pero yo, que soy viejo y
estoy cansado del mundo, te serviré de rescate a ti, al visir y a sus primos. Repito que el asesino soy yo.
Y conmigo se debe usar de represalias". Entonces Giafar, con el consentimiento del capitán de guardias,
se llevó al joven y al anciano, y subió con ellos al aposento del califa. Y le dijo: "¡Oh Emir de los
Creyentes! aquí tienes al asesino de la joven.
Y el califa preguntó: "¿En dónde está?" Giafar dijo: "Este joven afirma que es el matador, pero este
anciano lo desmiente y asegura que el asesino es él". Entonces el califa contempló al jeique y al mozo, y
les dijo: "¿Cuál de vosotros dos ha matado a la joven?" Y el mancebo respondió: "¡Fui yo!" Y el jeique
dijo: "¡No; fui yo solo!"
El califa, sin preguntar más, dijo a Giafar entonces: "Llévate a los dos y crucifícalos". Pero Giafar
hubo de replicarle: "Si sólo uno es el criminal, castigar al otro constituye una gran injusticia". Y entonces
el joven exclamó: "¡Juro por Aquel que levantó los cielos hasta la altura que están y extendió la tierra en
la profundidad que ocupa, que soy el único que asesinó a la joven! Oid las pruebas". Y describió el
hallazgo, conocido sólo por el califa, Giafar y Massrur. Y con esto el califa se convenció de la
culpabilidad del joven, y llegando al límite del asombro, le dijo: "¿Y por qué has cometido esa muerte?
¿Por qué la confiesas antes de que te obliguen a hacerlo a palos? ¿Por qué pides de este modo el
castigo?" Entonces dijo el mancebo:
"Sabe, ¡óh Príncipe de los Creyentes! que esa joven era mi esposa, hija de este jeique, que es mi
suegro. Me casé siendo ella todavía virgen, y Alah me ha concedido tres hijos varones. Y mi mujer me
amó y me sirvió siempre, sin que tuviese yo que motejarle nada reprensible.
Pero a principios de este mes cayó gravemente enferma, y llamé en seguida a los médicos más sabios,
que no tardaron en curarla ¡con ayuda de Alah! Y como desde el comienzo de su enfermedad no me había
acostado con ella, y lo deseaba en aquel instante, quise que primero se diera un baño. Pero ella dijo:
"Antes de entrar en el hammam, desearía-satisfacer un antojo". Y le pregunté: "¿Qué antojo es ese?" Y me
contestó: "Tengo ganas de una manzana para olerla y darle un bocado".
Inmediatamente me fui a la calle a comprar la manzana, aunque me costara un dinar de oro. Y recorrí
todas las fruterías, pero en ninguna había manzanas. Y regresé a casa muy triste, sin atreverme a ver a mi
mujer y pasé toda la noche pensando en la manera de lograr una manzana. Al amanecer salí de nuevo de
mi casa y recorrí todos los huertos, uno por uno, y árbol por árbol, sin hallar nada. Y he aquí que en el
camino me encontré con un jardinero, hombre de edad, al que le consulté sobre lo de las manzanas. Y me
dijo: "¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna parte como no
sea en Bassra, en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te será fácil conseguirlas,
pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa".
Entonces volví junto a mi esposa contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió a
preparar el viaje. Y salí, y emplée quince días completos, noche y día, para ir a Bassra y regresar,
favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas compradas al jardinero del
huerto de Bassra por tres dinares. Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí a mi esposa, pero al verlas ni
dió muestras de alegría ni las probó, dejándolas, indiferente, a un lado. Observé entonces que durante mi
ausencia la calentura se había vuelto a cebar en mi mujer muy violentamente, y seguía atormentándola; y
estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero gracias a Alah,
recobró la salud, y entonces pude salir y marchar a mi tienda para comprar y vender. Pero he aquí que
una tarde estaba yo sentado a la puerta de mi tienda, cuando pasó por allí un negro, que llevaba en la
mano una manzana.
Y le dije:, "¡Eh, buen amigo! ¿de dónde has sacado esa manzana, para que yo pueda comprar otras
iguales?" Y el negro se echó a reír, y me contestó: "Me la ha regalado mi amante. He ido a su casa,
después de algún tiempo que no la había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas,
y al interrogarla, me ha dicho: "Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cornudo de mi esposo ha ido a
Bassra expresamente a comprármelas, y le han costado tres dinares de oro". Y en seguida me dió esta que
llevo en la mano".
Al oír tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se
oscurecía; cerré la tienda a toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el camino toda la
razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y, efectivamente, la tercera
manzana no estaba ya allí. Y pregunté a mi esposa: "¿En dónde está la otra manzana?" Y me contestó: "No
sé qué ha sido de ella". Esto era una comprobación de las palabras del negro. Entonces me abalancé
sobre ella, cuchillo en mano, y apoyando en su vientre mis rodillas, la cosí a cuchilladas. Después le
corté la cabeza y los miembros, lo metí todo apresuradamente en la banasta, cubriéndolocon el velo y el
tapiz, y guardándolo en el cajón, que clavé yo mismo. Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo
arrojé en el Tigris con mis propias manos.
¡Por eso, ¡oh Emir de los Creyentes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo a mi crimen, pues
me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!
La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vió, pude volver a casa. Y encontré a mi hijo
mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le pregunté: "¿Por qué
lloras?" Y él me contestó: "Porque he cogido una de las manzanas que tenía mi madre, y al bajar a jugar
con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy grande y me la quitó, diciendo: "¿De dónde has
sacado esta manzana?"
Y le contesté: "Es de mi padre, que se fué y se la trajo a mi madre con otras dos, compradas por tres
dinares en Bassra. Porque mi madre está enferma". Y a pesar de ello, no me la devolvió, sino que me dió
un golpe y se fué con ella. ¡Y ahora tengo miedo de que mi madre me pegue por lo de la manzana!
Al oír estas palabras del niño, comprendí que el negro había mentido respecto a la hija de mi suegro,
y por lo tanto, ¡que yo había matado a mi esposa injustamente!
Entonces empecé a derramar abundantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que está
aquí conmigo. Y le conté la triste historia. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y no cesamos
de llorar juntos hasta medianoche. E hicimos que duraran cinco días las ceremonias fúnebres. Y aun hoy
seguimos lamentando esa muerte.
Así, pues, te conjuro, ¡oh Emir de los Creyentes!, por la memoria sagrada de tus antepasados, a que
apresures mi suplicio y vengues en mi persona aquella muerte.
Entonces el califa, profundamente maravillado, exclamó: "¡Por Alah que no he de matar más que a
ese negro pérfido... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 19ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber ¡Oh rey afortunado! que el califa juró que no mataría más que al negro, puesto que
el joven tenía una disculpa. Después, volviéndose hacia Giafar, le dijo: "¡Trae a mi presencia al pérfido
negro que ha sido la causa de esta muerte! Y si no puedes dar con él, perecerás en su lugar".
Y Giafar salió llorando, y diciéndose: "¿Dónde lo podré hallar para traerlo a su presencia? Si es
extraordinario que no se rompa un cántaro al caer, no lo ha sido menos el que yo haya podido escapar de
la muerte. Pero ¿y ahora... ? ¡Indudablemente El, que me ha salvado la primera vez, me salvará, si quiere,
la segunda! Así, pues, me encerraré en mi casa los tres días de plazo. Porque ¿para qué voy a emprender
pesquisas inútiles? ¡Confío en la voluntad del Altísimo!"
Y en efecto, Giafar no se movió de su casa en los tres días del plazo. Y al cuarto día mandó llamar al
kadí, e hizo testamento ante él, y se despidió de sus hijos llorando. Después llegó el enviado del califa,
para decirle que el sultán seguía dispuesto a matarle si no aparecía el negro. Y Giafar lloró más todavía,
y sus hijos con él. Después quiso besar por última vez a la más pequeña de sus hijas, que era la preferida
entre todas, y la apretó contra su pecho, derramando muchas lágrimas por tener que separarse de ella.
Pero al estrecharla contra él, notó algo redondo en el bolsillo de la niña, y le preguntó:
"¿Qué llevas ahí?"
Y la niña contestó: "¡Oh, padre! una manzana. Me la ha dado nuestro negro Rihán
[50]. Hace cuatro
días que la tengo. Pero para que me la diese tuve que pagar a Rihán dos dinares".
Al oír las palabras "negro y manzana", Giafar sintió un gran júbilo, y exclamó: "¡Oh Libertador!" Y en
seguida mandó llamar al negro Rihán. Y Rihán llegó, y Giafar le dijo: "¿De dónde has sacado esta
manzana?" Y contestó el negro:
"¡Oh mi señor! hace cinco días que, andando por la ciudad, entré en una calleja, y vi jugar a unos
niños, uno de los cuales tenía esa manzana en la mano. Se la quité y le di un golpe, mientras el niño me
decía llorando: "Es dé mi madre, que está enferma. Se le antojó una manzana, y mi padre ha ido a
buscarla a Bassra, y esa y otras dos le han costado tres dinares de oro. Y yo he cogido esa para jugar". Y
siguió llorando. Pero yo, sin hacer caso de sus lágrimas, vine con la manzana a casa, y se la he dado por
dos dinares a mi ama más pequeña".
Y Giafar se asombró de este relato, viendo sobrevenir tantas peripecias y la muerte de una mujer por
culpa de su negro Rihán. Por lo tanto, dispuso que lo encerrasen en seguida en un calabozo. Y después,
muy contento por haberse librado de la muerte, recitó estas dos estrofas:
Si tu esclavo tiene la culpa de tus desdichas, ¿por qué no piensas en deshacerte de él?
¿Ignoras que abundan los esclavos, y que sólo tienes un alma, sin que puedas sustituírla?
Pero luego pensó otra cosa, y cogió al negro, y lo llevó ante el califa, a quien contó la historia.
Y el califa Harún Al-Raschid se maravilló tanto, que dispuso se escribiese tal historia en los anales
para que sirviera de lección a los humanos.
Entonces Giafar le dijo: "No tienes para qué maravillarte tanto de esa historia, ¡oh Comendador de
los Creyentes! pues no puede igualarse a la del visir Nureddin y su hermano Chamseddin".
Y el califa exclamó: "¿Y qué historia es esa, más asombrosa que la que acabamos de oír?" Y Giafar
dijo: "¡Oh príncipe de los Creyentes! no te la contaré sino a cambio de que perdones su irreflexión a mi
negro Rihán". Y el califa respondió: "¡Así sea! Te hago gracia de su sangre".
Historia del visir Nureddin, de su hermano el visir Chamseddin y de
Hassan Badreddin
Entonces, Giafar Al-Barmaki, dijo:
"Sabe, ¡oh Comendador de los Creyentes! que había en el país de Mesr
[51] un sultán justo y
benéfico. Este sultán tenía un visir sabio y prudente, versado en las ciencias y las letras. Y este visir, que
era muy viejo, tenía dos hijos, que parecían dos lunas. El mayor se llamaba Chamseddin
[52] y el menor
Nureddin
[53]; pero Nureddin, el más pequeño, era ciertamente más guapo y mejor formado que
Chamseddin, el cual, por otra parte, era perfecto. Pero nadie igualaba en todo el mundo a Nureddin.
Era tan admirable, que en ninguna comarca se ignoraba su hermosura, y muchos viajeros iban a
Egipto, desde los países más remotos, sólo por el gusto de contemplar su perfección y las facciones de su
rostro.
Pero quiso el Destino que falleciera su padre el visir. Y el sultán se condolió mucho. En seguida
mandó llamar a los dos jóvenes, hizo que se aproximaran a él, y les regaló trajes de honor, y les dijo:
"Desde ahora desempeñaréis junto a mí el cargo de vuestro padre". Entonces ellos se alegraron, y
besaron la tierra entre las manos del sultán. Después hicieron que duraran todo un mes las exequias
fúnebres de su padre, y en seguida empezaron a desempeñar su nuevo cargo de visires, y cada uno ejercía
durante una semana las funciones del visirato. Y cuando el sultán salía de viaje, sólo llevaba consigo a
uno de los dos hermanos.
Y una noche entre las noches, ocurrió que el sultán tenía que salir a la mañana siguiente, y habiéndole
tocado el cargo de visir aquella semana a Chamseddin, el mayor, los dos hermanos departían sobre
asuntos diversos para entretener la velada. En el transcurso de la conversación, el mayor dijo al menor:
"¡Oh, hermano mío! creo que debemos pensar en casarnos, y mi intención es que nos casemos la misma
noche". Y Nureddin contestó: "Hágase según tu voluntad, ¡Oh hermano mío! pues estoy de acuerdo
contigo en ésta y en todas las cosas".
Y convenido ya entre los dos este primer punto, Chamseddin dijo a Nureddin: "Cuando, gracias a
Alah, nos hayamos unido con dos jóvenes, y la misma noche nos acostemos con ellas, y hayan parido el
mismo día, y -¡si Alah lo quiere!- tu esposa dé a luz un niño y la mía una niña, tendremos que casar uno
con otro a los dos primos".
Y Nureddin repuso: "¡Oh hermano mío! y ¿qué piensas pedir entonces como dote a mi hijo para darle
a tu hija?" Y Chamseddin dijo: "Pediré a tu hijo, como precio de mi hija, tres mil dinares de oro, tres
huertos y tres de los mejores pueblos de Egipto. Y realmente esto será bien poca cosa, comparado con mi
hija. Y si tu hijo no quiere aceptar ese contrato, no habrá nada de lo dicho".
Al oírlo respondió Nureddin: "Pero ¿estás soñando? ¿Qué dote quieres pedirle a mi hijo? ¿Has
olvidado que somos dos hermanos, y hasta dos visires en uno solo? En vez de esas exigencias deberías
ofrecer como presente tu hija a mi hijo, sin pensar en pedirle ninguna dote. Además, ¿no sabes que el
varón vale siempre más que la hembra? Y he aquí que el varón es mi hijo, y ¿aun aspiras a que lleve la
dote cuando es tu hija quien debiera traerla? Obras como aquel comerciante que no quiere vender su
mercancía, y para asustar al parroquiano empieza por pedirle cuatro veces su precio". Entonces dijo
Chamseddin: "Sin duda te figuras que tu hijo es más noble que mi hija, lo cual demuestra que careces en
absoluto de razón y sentido común y sobre todo de agradecimiento. Porque al hablar del visirato, olvidas
que tan altas funciones me las debes a mí solo, y si te asocié conmigo, fué por lástima únicamente, para
que pudieses ayudarme en mi labor.
¡Pero, en fin, ya está dicho! Puedes creer lo que gustes; porque yo, desde el momento en que piensas
así, ¡ya no quiero casar a mi hija con tu hijo ni aun a peso de oro!"
Mucho le dolieron estas palabras a Nureddin, que contestó: "¡Tampoco yo quiero casar a mi hijo con
tu hija!" Y Chamseddin replicó entonces: "Pues no hay para qué hablar más del asunto. Y como mañana
tengo que marchar con el sultán, no dispongo de tiempo para que comprendas lo inconveniente de tus
palabras. Pero después, ¡ya verás! ¡Cuando regrese, si Alah lo permite, sucederá lo que ha de suceder!"
Entonces Nureddin se alejó, muy apenado por esta escena, y se fué a dormir solo, con sus tristes
pensamientos.
A la mañana siguiente salió de viaje el sultán, acompañado del visir Chamseddin, y se dirigió hacia la
ribera del Nilo, lo atravesó en barca para llegar a Guesirah, y desde allí hasta las Pirámides.
En cuanto a Nureddin, después de haber pasado aquella noche contrariadísimo por el modo de
proceder de su hermano, se levantó casi al amanecer, hizo sus abluciones, dijo la primera oración
matinal, y después se dirigió a su armario, del cual sacó una alforja, y la llenó de oro, pensando siempre
en las palabras despectivas de Chamseddin y en la humillación sufrida.
Y entonces recitó estas estrofas:
¡Marcha, amigo mío! ¡Abandónalo todo, y marcha! ¡Otros amigos encontrarás en vez de los
que dejas! ¡Marcha! ¡Deja la ciudad y arma tu tienda de campaña! ¡Y vive en ella! ¡Allí, y nada
más que allí, encontrarás las delicias de la vida!
¡En las moradas civilizadas y estables, no hay fervor ni hay amistad! ¡Créeme! ¡Huye de tu
patria! ¡Arráncate del suelo de tu patria! ¡Intérnate en países extranjeros!
¡Escucha! ¡He comprobado que el agua que se estanca se corrompe; podría librarse de su
podredumbre corriendo nuevamente! ¡Pero de otro modo es incurable!
¡He observado también la luna llena, y pude averiguar el número de sus ojos, de sus ojos
de luz! ¡Pero si no hubiese seguido sus revoluciones en el espacio, no habría podido conocer
los ojos de cada cuarto de luna, los ojos que me miraban!
¿Y el león? ¿Sería posible cazar al león si no hubiera salido del espeso bosque...?
¿Y la flecha? ¿Mataría la flecha si no escapara violentamente del arco tenso?
¿Y el oro y la plata? ¿No serían polvo vil si no hubiesen salido de sus yacimientos? ¿Y el
armonioso laúd? ¡Ya sabes! ¡Sólo sería un pedazo de leño si el obrero no lo arrancase de la
tierra para darle forma!
Cuando acabó de recitar estos versos, mandó a uno de sus esclavos que le ensillase una mula torda,
poderosa y rápida para la marcha. Y el esclavo preparó la mejor de todas las mulas, le puso una silla
guarnecida de brocado y de oro, con estribos indios y una gualdrapa de terciopelo de Hispahan.
Y lo hizo tan bien, que la mula parecía una recién casada con su traje nuevo y brillante. Después
todavía dispuso Nureddin que le echasen encima de todo un tapiz grande de seda y otro más pequeño de
raso, terminado lo cual, colocó entre los dos tapices la alforja llena de oro y de alhajas.
En seguida dijo a este esclavo y a todos los demás: "Me voy a dar una vuelta por fuera de la ciudad,
hacia la parte de Kaliubia,donde pienso pasar tres noches. Siento una opresión en el pecho, y voy a
dilatar mis pulmones respirando el aire libre. Pero prohibo a todo el mundo que me siga".
Y provisto de víveres para el camino, montó en la mula y se alejó rápidamente. No bien salió de El
Cairo, anduvo tan ligero, que al mediodía llegó a Belbeis, donde se detuvo. Bajó de la mula para
descansar y dejarla descansar, comió algo, compró en Belbeis cuanto podía necesitar para él y para la
mula, y reanudó el viaje. Dos días después, precisamente al mediodía, merced al paso de su mula, entró
en Jerusalén, la ciudad santa. Allí se apeó de la mula, descansó y la dejó reposar, extrajo del saco algo
de comida, y después de alimentarse colocó el saco en el suelo para que le sirviese de almohada, luego
de haber extendido el tapiz grande de seda, y se durmió, pensando siempre con indignación en la
conducta de su hermano.
Al otro día, al amanecer, montó de nuevo y no dejó de caminar a buen paso, hasta llegar a la ciudad
de Alepo. Allí se hospedó en uno de los khanes de la ciudad y dejó transcurrir tranquilamente tres días,
descansando y dejando descansar a la mula, y cuando hubo respirado bien el aire puro de Alepo, pensó
en continuar el viaje. Y al efecto, montó otra vez en la mula, después de haber comprado los maravillosos
dulces que se hacen en Alepo, rellenos de piñones y almendras, cubiertos de azúcar, y que le gustaban
mucho desde la niñez.
Y dejó que la mula se encaminase por donde quisiese, pues al salir de Alepo ya no sabía adónde
dirigirse. Y cabalgó día y noche, hasta que una tarde, después de puesto el sol, se encontró en la ciudad
de Bassra, pero no sabía que aquella ciudad fuese Bassra. Y no supo su nombre hasta después de llegado
al khan, donde se lo dijeron. Se apeó entonces de la mula, la descargó de los dos tapices, de las
provisiones y de la alforja, y encargó al portero del khan que la paseara un poco para que no se enfriase
por descansar en seguida. Y en cuanto a Nureddin, él mismo tendió su tapiz, y se sentó en el khan para
reposar.
El portero del khan cogió la mula de la brida, y se fué con ella. Pero ocurrió la coincidencia de que
precisamente entonces el visir de Bassra hallábase sentado a la ventana de su palacio, contemplando la
calle. Y al divisar una mula tan hermosa, con sus magníficos jaeces de gran valor, sospechó que esta mula
pertenecía indudablemente a algún visir entre los visires extranjeros o acaso a algún rey entre los reyes.
Y se puso a mirarla, sintiendo una gran perplejidad. Y después ordenó a uno de sus esclavos que le
trajesen en seguida al portero que paseaba a la mula. Y el esclavo corrió en busca del portero y lo llevó
ante el visir. Entonces el portero avanzó un paso, y besó la tierra entre las manos del visir, que era un
anciano de mucha edad y muy respetable. Y el visir dijo al portero: "¿Quién es el. amo de esta mula, y
qué posición tiene?" El portero contestó: "¡Oh mi señor! el amo de esta mula es un joven muy hermoso,
lleno de seducciones, ricamente vestido, como hijo de algún gran mercader, y todo su aspecto impone el
respeto y la admiración".
Al oírle, el visir se puso de pie, montó a caballo y marchando apresuradamente al khan, entró en el
patio. Cuando lo vió Nureddin, corrió a su encuentro y le ayudó a apearse del caballo. Entonces el visir
le dirigió el saludo acostumbrado, y Nureddin se lo devolvió y lo recibió muy cordialmente. Y el visir se
sentó a su lado, y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿de dónde vienes, y por qué estás en Bassra?" Y Nureddin
contestó: "¡Oh mi señor! vengo de El Cairo, mi ciudad natal. Mi padre era visir del sultán de Egipto, pero
murió al ser llamado a la misericordia de Alah". Después contó toda su historia, desde el principio hasta
el fin. Y luego añadió: "No he de volver a Egipto hasta después de haber recorrido el mundo, visitando
todas las ciudades y todas las comarcas".
Y el visir contestó a Nureddin: "Hijo mío, prescinde de esas ideas de continuo viaje, porque causarán
tu perdición. Sabe que el viajar por países extranjeros es la ruina y lo último de lo último. Atiende esta
advertencia, pues temo que te perjudiquen los percances de la vida y del tiempo".
Después el visir ordenó a sus esclavos que desensillaran la mula y le quitasen los tapices y las sedas
y se llevó consigo a Nureddin, alojándole en su casa, y lo dejó descansar, luego de haberle
proporcionado todo lo que necesitaba.
Nureddin permaneció algún tiempo en casa del visir, y el visir le veía diariamente y le colmaba de
consideraciones y favores. Y acabó por estimarle enormemente, hasta el punto de que un día le dijo:
"Hijo mío, ya soy muy viejo, y no tengo ningún hijo varón. Pero Alah me ha concedido una hija que te
iguala en belleza y perfecciones. Y hasta ahora se la he negado a cuantos me la pidieron en matrimonio.
Pero a ti, a quien quiero con todo el cariño de mi corazón, he de preguntarte si consientes en aceptarla
como esclava tuya. Porque yo deseo fervientemente que seas el esposo de mi hija. Y si quieres aceptar,
marcharé en busca del sultán y le diré que eres un sobrino mío, recién llegado de Egipto, y que has
venido a Bassra expresamente vara pretender a mi hiia en matrimonio. Y el sultán, por cariño a mí, te
dará el visirato, porque yo ya estoy muy viejo y necesito descansar. Y así podré encerrarme muy a gusto
en mi casa para no salir de ella".
Al oír esta proposición, bajó los ojos Nureddin, y después dijo: "Escucho y obedezco".
Entonces el visir llegó al colmo de la alegría, e inmediatamente ordenó a sus esclavos que preparasen
el festín, y adornasen e iluminasen la sala de recepción, la más espaciosa de todas, reservada
especialmente al más grande entre los emires.
Después reunió a todos sus amigos, e invitó a todos los nobles del reino y a todos los mercaderes de
Bassra, y todos acudieron a presentarse entre sus manos. Entonces el visir, para explicarles el haber
elegido a Nureddin con preferencia a todos los demás, les dijo: "Yo tenía un hermano que era visir en
Egipto, y Alah le había favorecido con dos hijos, como a mí me favoreció con una hija, según sabéis. Mi
hermano, poco antes de morir, me encargó que casara a mi hija con uno de sus hijos, y yo se lo prometí. Y
precisamente este joven a quien véis es uno de los dos hijos de mi hermano, el visir de Egipto. Ha venido
a Bassra con tal objeto. ¡Y mi mayor anhelo es que se escriba su contrato con mi hija, y que viva con ella
en mi casa!"
Entonces contestaron todos: "¡Sea como dices! ¡Ponemos sobre nuestra cabeza cuanto hagas!"
Y todos tomaron parte en el gran festín, bebieron toda clase de vinos, y comieron una cantidad
prodigiosa de pasteles y confituras. Y después, rociada la sala con agua de rosas, según costumbre, se
despidieron del visir y de Nureddin.
Entonces el visir mandó a sus esclavos que llevasen a Nureddin al hammam y le diesen un baño. Y el
visir le regaló uno de sus mejores trajes entre sus trajes, y después le envió toallas, palanganas de cobre,
pebeteros y todas las demás cosas necesarias para el baño. Y Nureddin se bañó y salió del hammam con
su traje nuevo y estaba más hermoso que la luna llena en la más bella de las noches. Después Nureddin
cabalgó en su mula torda, encaminándose hacia el palacio del visir, y al pasar por las calles le admiraban
todos, elogiando su hermosura y la obra de Alah. Y descendió de la mula, entró en casa del visir y le
besó la mano. Entonces el visir...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 20ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que entonces el visir se levantó, acogiendo con júbilo al
hermoso Nureddin y diciéndole: "Entra, ¡oh hijo mío! en la cámara de tu esposa, y sé dichoso. Mañana te
llevaré a ver al sultán. Y ahora sólo me resta implorar de Alah que te conceda todos sus favores y todos
sus bienes".
Entonces Nureddin besó otra vez la mano del visir, su suegro, y entró en el aposento de la doncella.
¡Y sucedió lo que había de suceder!
¡Y esto fué referente a Nureddin!
En cuanto a Chamseddin, su hermano... he aquí lo que ocurrió. Terminada la expedición que hizo con
el sultán de Egipto, hacia el lado de las Pirámides, regresó inmediatamente a su casa. Y se inquietó
mucho al no encontrar a su hermano Nureddin. Y preguntó por él a sus esclavos, que le respondieron:
"Núestro amo Nureddin, el mismo día que te fuiste con el sultán, montó en una mula enjaezada con gran
lujo, como en los días solemnes, y nos dijo: "Me voy hacia la parte de Kaliubia, estaré fuera unos días,
pues noto opresión en el pecho y necesito aire libre; pero que no me siga nadie.
Y desde entonces no hemos vuelto a tener noticias suyas".
Entonces Chamseddin deploró mucho la ausencia de su hermano y fué aumentando su dolor de día en
día, hasta que acabó por convertirse en una aflicción inmensa. Y pensaba: "Seguramente, el motivo de
que se haya marchado no es otro que aquellas palabras tan duras que le dije la víspera de mi viaje con el
sultán. Y esto y no otra cosa le ha obligado a huir. Pero es preciso que repare la falta cometida contra él y
que disponga que lo busquen".
Y Chamseddin fué inmediatamente a ver al sultán, y le refirió lo que ocurría. Y el sultán mandó
escribir mensajes autorizados con su sello y los envió con emisarios de a caballo en todas direcciones a
todos sus lugartenientes de todas las comarcas, y les decía en estos pliegos que Nureddin había
desaparecido y que precisaba buscarle fuese donde fuese.
Pero transcurrido algún tiempo, todos los correos regresaron sin ninguna noticia, porque ni uno solo
había ido a Bassra, donde estaba Nureddin. Entonces Chamseddin, lamentándose hasta el límite de las
lamentaciones, exclamó: "¡Mía es toda la culpa! ¡Todo esto me ocurre por mi poco tacto y mi falta de
discreción!"
Pero como todo tiene su término, Chamseddin acabó por consolarse, y un día pidió en matrimonio a
la hija de un gran comerciante de El Cairo, hizo su contrato con ella y con ella se casó. ¡Y sucedió lo que
había de suceder!
Y se dió la coincidencia de que la misma noche que penetró Chamseddin en la cámara nupcial, fué
justamente la misma en que Nureddin penetró en el aposento de la hija del visir de Bassra. Y permitió
Alah esta coincidencia del matrimonio de los dos hermanos en la misma noche, para demostrar que
manda en el destino de las criaturas.
Y todo se verificó, además, según lo habían combinado los dos hermanos antes de su querella, pues
las dos esposas quedaron preñadas la misma noche: parieron el mismo día y a la misma hora, y la de
Chamseddin, visir de Egipto, parió una niña cuya hermosura no tuvo igual en todo el país, y la de
Nureddin, de Bassra, dió a luz un niño tan hermoso que no había otro como él en todo el mundo.
Ya lo dijo el poeta:
¡El niño!... ¡Cuán delicado es!... ¡Y qué gentil! ¡Y qué gracioso!... ¡Beber su boca! ¡Beber
esta boca hace olvidar las copas llenas y los vasos desbordantes!
¡Beber en sus labios, apagar la sed en la frescura de sus mejillas y mirarse en el manantial
de sus ojos, es olvidar la púrpura de los vinos, sus aromas, su sabor y toda su embriaguez!
¡Si viniese la misma Belleza a compararse con este niño, bajaría humillada la cabeza!
Y si le preguntáseis: "¡Oh Belleza! ¿Qué te parece? ¿Viste jamás nada semejante?" Ella
contestaría:
"¡Como él, verdaderamente, ninguno!"
Al hijo de Nureddin se le llamó Hassan Badreddin
[54], a causa de su hermosura. Su nacimiento
motivó grandes regocijos públicos. Y el séptimo día se dieron fiestas y banquetes dignos de príncipes.
Terminados los festejos, el visir de Bassra fué con Nureddin a ver al sultán. Entonces Nureddin besó
la tierra entre las manos del sultán, y como estaba dotado de una gran elocuencia y era muy versado en
las bellezas literarias, le recitó estos versos del poeta:
¡Ante él se inclina y se eclipsa el mayor de los bienechores; pues ha conquistado el corazón
de todos los seres elegidos!
¡Canto sus obras, aunque no son sus obras, sino cosas tan bellas que debería formarse con
ellas un collar que adornara su cuello!
¡Y si beso la plata de tus dedos, es porque no son dedos, sino la llave de todos los
beneficios!
Tanto gustaron al sultán estos versos, que obsequió espléndidamente a Nureddin y a su suego el visir,
ignorando aún lo del matrimonio y cuanto se relacionaba con su existencia, por lo cual preguntó al visir,
después de haber felicitado a Nureddin: "¿Quién es este joven tan hermoso y tan elocuente?"
Entonces el visir contó al sultán toda la historia, desde el principio al fin, y le dijo: "Este joven es
sobrino mío". Y el sultán exclamó: "¿Y cómo no había yo oído hablar de él?"
Y el visir dijo: "¡Oh mi soberano y señor! Sabe que un hermano mío era visir de Egipto. Al morir
dejó dos hijos, el mayor de los cuales heredó el cargo, y el otro, que es éste, ha venido a buscarme, pues
prometí y juré a mi hermano que casaría a mi hija con uno de mis sobrinos. Así es que apenas llegó lo
casé con mi hija. Este sobrino mío es joven, como ves, y yo ya soy demasiado viejo y estoy sordo y no
puedo atender a los negocios del reino. Por eso vengo a pedir a mi soberano el sultán que se digne
nombrar a mi sobrino, que es también mi yerno, para el cargo de visir. Y puedo asegurarte que merece
este cargo, pues es hombre de buen consejo, pródigo en ideas excelentes y muy ducho en el modo de
despachar los asuntos.
Entonces el sultán miró con más detenimiento a Nureddin, y quedó encantado de este examen, aceptó
el consejo de su anciano visir y nombró para el cargo a Nureddin en lugar de su suegro, y le regaló un
magnífíco traje de honor, el mejor de todos los que pudo encontrar, y una mula de sus propias
caballerizas y le señaló sus guardias y sus chambelanes.
Nureddin besó entonces la mano del sultán, y salió con su suegro. y ambos regresaron a su casa en el
colmo de la alegría y besaron al recién nacido Hassan Badreddin y dijeron: "El nacimiento de esta
criatura nos trajo buena suerte".
Al día siguiente, Nureddin fué a palacio a desempeñar sus nuevas funciones, y al llegar besó la tierra
entre las manos del sultán, y recitó estas dos estrofas:
¡Para ti sean nuevas las felicidades todos los días, las prosperidades también! ¡Y que el
envidioso se consuma de despecho!
¡ Ojalá sean blancos para ti todos los días, y negros los días de todos los envidiosos!
Entonces el sultán le permitió que se sentara en el diwán del visirato, y Nureddin se sentó en el diwán
del visirato. Y empezó a desempeñar su cargo, despachando los asuntos pendientes y administrando
justicia como si llevara muchos años de visir, y lo hizo tan a conciencia ante el sultán, que se maravilló
de su inteligencia, de su comprensión para aquellos asuntos y de su admirable manera de administrar
justicia, y le distinguió más aún, entrando en gran intimidad con él.
Y Nureddin siguió desempeñando a maravilla sus elevadas funciones; pero no por eso olvidó la
educación de su hijo Hassan Badreddin, a pesar de todos los asuntos del reino. Porque Nureddin era cada
día más poderoso y más favorecido del sultán, que aumentó el número de sus chambelanes, servidores,
guardias y correos. Y llegó a ser tan rico, que pudo dedicarse al comercio en gran escala, fletando naves
mercantes que recorrían todo el mundo; construyendo molinos y ruedas elevadoras de agua y plantando
magníficos huertos y jardines. Y todo esto antes de que su hijo cumpliera los cuatro años.
Falleció entonces el anciano visir, suegro de Nureddin, y éste le hizo un entierro solemne, al cual
asistieron él y todos los grandes del reino.
Y desde entonces Nureddin se consagró exclusivamente a la educación de su hijo. Y lo confió al
sabio más versado en leves religiosas y civiles. Este sabio venerable iba todos los días a dar lecciones
de lectura al niño Hassan Badreddin, y poco a poco, con método, le inició en la interpretación del Corán,
que acabó por aprenderse de memoria, y después el sabio siguió años y años enseñando a su discípulo
todos los conocimientos útiles. Y Hassan no dejaba de crecer en hermosura, gracia y perfección, como
dice el poeta:
¡Este joven! ¡Es la luna y, como ella, resplandece de hermosura, aunque el sol tome el
esplendor de sus rayos de las anémonas de sus mejillas!
¡Es el rey de la hermosura por su distinción sin igual! ¡Y habrá que suponer que prestó su
lozanía a las flores y las praderas!
Durante todo aquel tiempo, el joven Hassan Badreddin no abandonó un instante el palacio de su padre
Nureddin, pues el sabio le exigía una gran atención a sus lecciones. Pero cuando Hassan cumplió los
quince años y ya no tuvo que aprender nada más del viejo maestro, su padre le llamó, le puso el traje más
lujoso que encontró entre los suyos, le hizo que montara en la mejor de sus mulas y se dirigió con él al
palacio del sultán, atravesando con numeroso séquito las calles de Bassra.
todos los habitantes, al ver al joven Hassan Badreddin, prorrumpían en gritos de admiración, por su
hermosura, la esbeltez de su talle, su gracia y sus modales encantadores. Y exclamaban: "¡Por Alah! ¡Es
hermoso como la luna! ¡Que Alah lo libre del mal de ojo!" Y aquello duró hasta la llegada de Badreddin
y su padre al palacio.
Cuando el sultán vió la hermosura del joven Hassan Badreddin, quedó tan sorprendido, que perdió la
respiración y se olvidó de respirar durante un buen rato. Y le mandó acercarse, y le estimó mucho, le hizo
su favorito, colmándole de regalos, y dijo a su padre Nureddin: "Visir, es absolutamente indispensable
que me lo envíes todos los días, pues comprendo que no podría pasarme sin él". Y el visir Nureddin tuvo
que contestar: "Escucho y obedezco".
Cuando Hassan Badreddin hubo llegado a ser amigo y favorito del sultán, su padre Nureddin cayó
gravemente enfermo, y sospechando que no tardaría Alah en llamarle a Su misericordia, mandó a buscar
a su hijo y le dirigió las últimas advertencias, diciéndole: "Sabe, ¡oh hijo mío! que este mundo es para
nosotros una morada pasajera, porque el mundo futuro es eterno. Por eso antes de morir quiero darte
algunas instrucciones; óyelas bien y ábreles tu corazón". Y Nureddin explicó a su hijo Hassan las mejores
normas para conducirse como es debido con sus semejantes y guiarse en la vida.
Luego se acordó Nureddin de su hermano Chamseddin, el visir de Egipto, y de su país y de sus
parientes y de todos sus amigos de El Cairo, y al recordarlos no pudo dejar de llorar por no haberlos
vuelto a ver. Pero en seguida se acordó de que tenía que aconsejarle algo más a Hassan, y le dijo: "Hijo
mío, conserva en tu memoria las palabras que voy a decirte, porque son muy importantes. Sabe que tengo
en El Cairo un hermano llamado Chamseddin, que es tío tuyo, y además visir de Egipto. Hace tiempo que
nos separamos algo disgustados, y yo estoy aquí, en Bassra, sin licencia suya. Voy, pues, a dictarte mis
últimas disposiciones sobre esto. Toma un papel y un cálamo y escribe lo que dicte”
Entonces Hassan Badreddin cogió una hoja de papel, extrajo el tintero del cinturón, sacó del estuche
el mejor cálamo, que era el que estaba mejor cortado, lo mojó en la estopa empapada en tinta sobre la
mano izquierda, y cogiendo el cálamo con la derecha, le dijo a Nureddín: "¡Oh padre mío, escucho tus
palabras!" Y Nureddín empezó a dictar: "En nombre de Àlah el Clemente, el Misericordioso..."
Y continuó dictando en seguida a su hijo toda su historia, desde el principio hasta el fin, y además le
dictó la fecha de su llegada a Bassra, y de su casamiento con la hija del viejo visir, y le dictó su
genealogía completa, sus ascendientes directos e indirectos, con sus nombres; el nombre de su padre y de
su abuelo, su origen, su grado de nobleza personal adquirida, y en fin, todo su linaje paterno y materno.
Después le dijo: "Conserva cuidadosamente ese pliego de papel. Y si por mandato del Destino te
ocurriese alguna desgracia en tu vida, regresa al país de origen de tu padre, en donde nací yo, o sea El
Cairo, la ciudad próspera; pregunta allí por tu tío el visir, que vive en nuestra casa, y salúdale de mi parte
deseándole la paz, y dile que he muerto afligido por morir en el extranjero, lejos de él, y que antes de
morir no tenía más deseo que verle. He aquí, ¡oh mi hijo Hassan! los consejos que quería darte. ¡Te
conjuro a que no los olvides!"
Entonces Hassan Badreddin dobló cuidadosamente el papel, después de echarle arenilla, secarlo y
sellarlo con el sello de su padre el visir, y luego lo colocó en el forro de su turbante, y lo cosió allí,
habiéndolo envuelto en un pedazo de hule para preservarlo de la humedad.
Hecho esto, no pensó más que en llorar, besando la mano de su padre Nureddin y afligiéndose al
comprender que se quedaba solo, siendo tan joven, y privado de la compañía de su padre. Y Nureddin no
dejó de dar consejos a su hijo Hassan Badreddin hasta que entregó el alma.
Entonces Hassan Badreddin sintió un pesar grandísimo, así como el sultán y todos los emires, y los
grandes y los humildes. Y enterraron a Nureddin según su rango.
Hassan Badreddin hizo durar dos meses las ceremonias del luto, y durante todo este tiempo no salió
un instante de su casa y hasta olvidó la visita a palacio para saludar al sultán según costumbre.
Y el sultán no comprendió que era la aflicción la que retenía al hermoso Hassan Badreddin lejos de
él, sino que pensó que Hassan lo abandonaba y lo menospreciaba. Y entonces se indignó mucho, y en vez
de nombrar a Hassan sucesor de su padre el visir Nureddin, nombró a otro para este cargo haciendo
privado suyo a un joven chambelán.No contento con esto, hizo más el sultán contra Hassan Badreddin.
Mandó sellar y confiscar todos sus bienes, todas sus casas y todas sus propiedades, y después dispuso
que prendiesen a Hassan Badreddiny se lo llevasen encadenado.
Y en seguida el nuevo visir, en compañía de varios chambelanes, se dirigió a la casa del joven
Hassan, que no podía sospechar la desgracia que le amenazaba.
Pero afortunadamente, había entre los esclavos de su palacio unjoven mameluk que quería mucho a
Hassan Badreddin. En cuanto supo lo que pasaba, echó a correr, y llegó a casa del joven Hassan, al cual
halló muy triste, con la cabeza baja y el corazón dolorido, sin dejar de pensar en la muerte de su padre. Y
el esclavo le enteró entonces lo que ocurría. Y Hassan le preguntó: "¿Pero no tendré tiempo para coger
algo con qué subsistir durante mi huída al extranjero?" Y el mameluk le dijo: "El tiempo urge. No pienses
más que en salvar tu persona".
Al oirle, el joven Hassan, vestido tal como estaba, y sin llevar nada consigo, salió apresuradamente,
después de echarse la orla de su túnica por encima de la cabeza para que no lo conociesen. Y siguió
caminando hasta que se vió fuera de la ciudad.
Al saber los habitantes de Bassra que se había intentado prender a Hassan Badreddin, hijo del difunto
visir Nureddin, y la confiscación de sus bienes y su probable sentencia de muerte, se afligieron en
extremo y exclamaron: "¡Qué lástima de hermosura y de joven tan agradable!" Y Hassan, al recorrer las
calles sin que le conociesen, oía estos lamentos y exclamaciones. Pero aun se apresuró más, y siguió
andando, hasta que la suerte y el destino hicieron que precisamente pasase por el cementerio donde
estaba la turbeh
[55] de su padre. Entonces entró en el cementerio, y caminando por entre las tumbas
llegó a la turbeh de su padre. Y se quitó la ropa que le cubría la cabeza, entró bajo la cúpula de la turbeh,
y resolvió pasar allí la noche.
Pero mientras permanecía sentado y sumido en sus pensamientos, vió que se le acercaba un judío de
Bassra, mercader conocidísimo en la ciudad. Este mercader judío regresaba de un pueblo cercano,
encaminándose a Bassra. Y al pasar cerca de la turbeh de Nureddin, miró hacia el interior, y vió al joven
Hassan Badreddin, a quien conoció en seguida. Entonces entró, se acercó a él respetuosamente y le dijo:
"¡Oh mi señor! ¡qué mal semblante tienes y qué desmejorado estás, siendo tan hermoso! ¿Te ha ocurrido
alguna nueva desgracia además del fallecimiento de tu padre el visir Nureddin, a quien respeté, y que
tanto me quería y estimaba? ¡Téngale Alah en Su misericordia!"
Pero Hassan Badreddin no quiso revelarle el verdadero motivo de su trastorno, y le contestó: "Esta
tarde, mientras estaba durmiendo, se me presentó mi difunto padre, y me ha reconvenido porque no
visitaba su turbeh. De pronto me desperté, lleno de terror y remordimiento, y me vine aquí en seguida. Y
aun estoy bajo aquella impresión tan penosa".
Entonces el judío le dijo: "¡Oh mi señor! Hace tiempo que pensaba ir en tu busca para hablarte de un
asunto, y ahora me favorece la casualidad, puesto que te encuentro. Sabes, pues, ¡oh mi joven señor! que
tu padre el visir, con quien estaba yo en relaciones mercantiles, había fletado naves que ahora vuelven
cargadas de mercancías. Estas naves vienen consignadas a él. Si quisieras cederme su carga, te ofrecería
mil dinares por cada una, y te pagaría al contado".
Y el judío sacó de su bolsillo un monedero lleno de oro, contó mil dinares, y se los ofreció en
seguida a Hassan, que no dejó de aceptar este ofrecimiento ordenado por Alah para sacarlo del apuro en
que se hallaba. Y el judío añadió: "Ahora. ¡Oh mi señor! ponme el recibo, provisto de tu sello". Y Hassan
Badreddin cogió el papel que le alargaba el judío, así como el cálamo, mojó éste en el tintero de cobre, y
escribió en el papel:
"Declaro que quien ha escrito este papel es Hassan Badreddin, hijo del difunto visir Nureddin
(¡Alah lo haya acogido en su misericordia), y que ha vendido al judío N., hijo de N., mercader de
Bassra, el cargamento de la primera nave que llegue a la ciudad de Bassra y forme parte de las
pertenecientes a mi padre Nureddin. Y vendo esto por mil dinares, y nada más".
Luego puso su sello en la parte inferior de la hoja, y se la entregó al judío, que lo saludó
respetuosamente, y se fué.
Entonces Hassan rompió a llorar, pensando en su padre, en su posición pasada y en su suerte
presente; pero como ya se había hecho de noche, le venció el sueño y se quedó dormido en la turbeh. Y
así siguió hasta que salió la luna, y como en aquel momento se le había escurrido la cabeza encima de la
piedra de la turbeh, hubo de dar una vuelta completa, echándose de espaldas, y la luna iluminó por
completo su rostro, que resplandecía con toda su belleza.
Aquel cementerio era frecuentado por efrits de la buena especie, efrits musulmanes y creyentes. Y por
casualidad, aquella noche, una encantadora efrita volaba por allí, tomando el fresco, y vió a la luz de la
luna al joven Hassan que estaba durmiendo, y observó su belleza y sus hermosas proporciones, y
quedándose maravillada, dijo: "¡Gloria a Alah! ¡Oh, qué hermoso joven! ¡Cómo me enamoran sus
hermosos ojos, que me figuro muy negros y de una blancura... !" Pero después pensó: "Mientras se
despierta, voy a seguir mi paseo por los aires". Y echó a volar, subió muy arriba buscando el fresco, y se
encontró en lo más alto con uno de sus compañeros, un efrit también musulmán. Le saludó muy
gentilmente y él le devolvió el saludo con mucha deferencia. Entonces ella le preguntó: "¿De dónde
vienes, compañero?" Y él le contestó: "De El Cairo". Y la efrita volvió a preguntar: "¿Les va bien a los
buenos creyentes de El Cairo?" Y el efrit contestó: "Gracias a Alah, les va bien". Entonces la efrita le
dijo: "Compañero, ¿quieres venir conmigo para admirar la hermosura de un joven que está durmiendo en
el cementerio de Basrra?" Y el efrit dijo: "Estoy a tus órdenes".
Entonces se cogieron de la mano, descendieron juntos al cementerio, y se pararon delante de Hassan,
dormido. Y la efrita dijo al efrit, guiñándole el ojo: "¿Eh? ¿Tenía yo razón?" Y el efrit, asombrado por la
maravillosa hermosura de Hassan Badreddin, exclamó: "¡Por Alah! ¡No he visto cosa parecida! ¡Ha sido
creado para poner en combustión todas las vulvas!" Después reflexionó un momento, y dijo: "Sin
embargo, hermana mía, he de decirte que he visto a otra persona que puede compararse con este joven tan
hermoso". Y la efrita exclamó: "¡No es posible!" Y dijo el efrit: "¡Por Alah, que la he visto. Ha sido bajo
el clima de Egipto, en El Cairo, y es la hija del visir Chamseddin". La efrita dijo: "Pues no la conozco".
Y el efrit le replicó: "Escucha. He aquí la historia de esa joven:
"Su padre, el visir Chamseddin, ha caído en desgracia por causa de ella. Habiendo oído el sultán de
Egipto hablar a sus mujeres de la belleza extraordinaria de la hija del visir, se la pidió en matrimonio a
su padre. Pero el visir Chamseddin, que había pensado otra cosa para su hija, se vió en una gran
confusión, y,dijo al sultán: "¡Oh, mi señor y soberano! Ten la bondad de permitirme que me excuse, y
perdóname por ello. Ya sabes la historia de mi pobre hermano Nureddin, que era visir conmigo. Ya sabes
que desapareció un día, sin que hayamos vuelto a saber de él. Y el motivo de su marcha no pudo ser más
leve". Y contó al sultán detalladamente este motivo. Y después añadió: "He jurado ante Alah, el día que
nació mi hija, que ocurriera lo que ocurriera, no la casaría más que con el hijo de mi hermano Nureddin.
Y han transcurrido desde entonces dieciocho años. Pero afortunadamente, he sabido hace pocos días que
mi hermano Nureddin se había casado con la hija del visir de Bassra, y que había tenido un hijo. Por lo
tanto, mi hija, nacida de mis obras con su madre, está destinada y escriturada a su primo, el hijo de mi
hermano Nureddin. En cuanto a ti, ¡oh mi señor y soberano! puedes elegir otra joven. El Egipto está lleno
de ellas. ¡Y muchas son bocado de rey!"
Pero el sultán, al oírle, se enfureció mucho, y gritó: "¡Qué has dicho, miserable visir! ¡Te quise honrar
descendiendo hasta ti para casarme con tu hija, y aun te atreves a negármela, alegando ese pretexto tan
estúpido! ¡Está muy bien! Pero juro por mi cabeza que te obligaré a casarla, a despecho de tu nariz, con
el último de mis servidores". Y el sultán tenía un palafrenero contrahecho y jorobado, con una joroba
delante y otra joroba detrás, y le mandó llamar en seguida y dispuso que se escribiese su contrato de
matrimonio con la hija del visir Chamseddin, a pesar de las súplicas del padre. Y ordenó al jorobado que
se acostara aquella misma noche con la joven. Además, mandó que la boda se celebrase lujosamente y
con música".
Así los he dejado, ¡oh hermana mía! en el momento en que los esclavos de palacio rodeaban al
jorobado y le dirigían bromas egipcias muy graciosas, llevando cada uno en la mano las velas de la boda
para acompañar al novio. Y éste tomaba el baño en el hammam, entre las risas y las burlas de los
esclavos, que decían: "¡Mejor quisiéramos tener la herramienta pelada de un borrico, que el asqueroso
zib de este jorobeta!" Y efectivamente, hermana mía, el jorobado es muy feo y repulsivo".
Y el efrit, al recordarle, escupió en el suelo con un gesto de repugnancia. Después dijo: "En cuanto a
la joven, es la criatura más bella que he visto en mi vida. Puedo asegurarte que es todavía más hermosa
que este mancebo. La llaman Sett El-Hosn
[56], y se merece el nombre. Ha quedado llorando
amargamente, alejada de su padre al cual se le ha prohibido asistir a la ceremonia. Y está sola, en medio
de los festejos, entre los músicos, danzarinas y cantadoras. Y el repugnante palafrenero no tardará en
salir del hammam, y le aguardan para empezar la fiesta.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 21ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el efrit terminó su relato con estas palabras: "Y no
esperan otra cosa sino que el jorobado salga del hammam". Y la efrita repuso: "Se me figura, ¡oh
compañero! que te equivocas al afirmar que Sett El-Hosn es más hermosa que este joven. No es posible.
Es, indudablemente, el más hermoso de su tiempo". Pero el efrit respondió: "¡Por Alah, hermana mía! te
aseguro que aquella joven es más bella todavía. No tienes más que venir conmigo para que a su vista te
convenzas. Bien fácil te ha de ser esto. Además, podríamos aprovechar la ocasión para birlar al maldito
jorobado aquella maravilla hecha carne. Porque los dos jóvenes son dignos el uno del otro, y tanto se
parecen, que diríase que son hermanos, o primos por lo menos. Y sería una lástima que el jorobado
copulase a Sett El-Hosn".
Entonces contestó la efrita: "Razón tienes, hermano mío. Llevemos en brazos a ese mancebo dormido,
y juntémoslo con la joven de quien hablas. Así haremos una buena obra, y veremos además cuál es más
hermoso de los dos". Y el efrit dijo: "¡Escucho y obedezco!
Tus palabras están llenas de rectitud y justicia. ¡Vamos, pues!"
Y entonces el efrit se echó a cuestas al joven, y comenzó a volar, seguido de cerca por la efrita, que le
ayudaba para llegar antes, y ambos, de este modo, llegaron cargados a El Cairo con toda rapidez. Allí
soltaron al hermoso Hassán, dejándole dormido sobre el banco de una calle próxima al palacio, que
rebosaba de gente. Y entonces le despertaron.
Hassan se despertó, y quedó en la más extrema perplejidad al no verse en Bassra, en la turbeh de su
padre. Y miró a la derecha. Y miró a la izquierda. Y no conocía nada de aquello. Pues aquello era una
ciudad, pero una ciudad muy distinta a la de Bassra.
Tan sorprendido quedó, que abrió la boca para gritar; pero en seguida vió delante de sí a un hombre
gigantesco y barbudo, que le guiñó el ojo para indicarle que no gritase. Y Hassan se contuvo. Y aquel
hombre, que era el efrit, le presentó una vela encendida, y le mandó que se uniera a las muchas personas
que llevaban velas encendidas para acompañar a la boda, v le dijo: "¡Sabe que soy un efrit, pero
creyente! Te transporté aquí durante tu sueño. Esta ciudad es El Cairo. Te he traído porque te quiero y
deseo favorecerte sin ningún interés, sólo por amor a Alah y por tu hermosura. Toma esta vela encendida,
intérnate entre la muchedumbre y marcha con ella hasta ese hammam que alli ves.
De él ha de salir una especie de jorobado a quien llevarán triunfalmente. ¡Síguele! Ve siempre a su
lado, pues es el novio. Entrarás en el palacio con él, y al llegar a la gran sala de recepciones te colocarás
a su derecha, como si fueses de la casa. Y cada vez que veas llegar ante vosotros un músico, una cantora
o una danzarina, métete la mano en el bolsillo, que ya cuidaré yo que siempre esté lleno de oro, y cógelo
a puñados sin vacilación alguna y arrójaselo a todos.
No temas que se te acabe, que eso es cuenta mía. Obsequia, pues, con puñados de oro a cuantos se te
acerquen. Aventúrate y no te detengas ante nada. Confía en Alah que te creó tan hermoso y en mí que te
estimo. Además, todo lo que te suceda, te sucederá por la voluntad y el poder del Altísirno". Y dichas
estas palabras, el efrit desapareció.
Entonces Hassan Badreddin de Bassra dijo para sí: "¿Qué querrá decir todo esto? ¿De que favores
me ha hablado este asombroso efrit? Pero sin perder más tiempo en estas preguntas, echó a andar,
encendió Ia vela en la de un invitado, y llegó al hammam cuando el jorobado había acabado de bañarse y
salía a caballo con un traje magnífico. Hassan Badreddin se internó entonces entre la muchedumbre,
dándose tanta maña, que llegó a la cabeza de la comitiva, junto al joro bado.
Y entonces brilló en todo su esplendor la maravillosa hermosura de Hassan. Iba vestido con el más
suntuoso de sus trajes de Bassra, llevaba un manto de seda tejido con hilo de oro, y en la cabeza un
birrete rodeado de un magnífico turbante bordado en oro y plata, puesto a la usanza de Bassra. Y todo
ello realzaba su apuesto continente y su hermosura.
Durante la marcha del cortejo, cada vez que una cantora o una danzarina se separaba del grupo de los
músicos y se acercaba a él para llegar frente al jorobado, Hassan Badreddin se echaba mano al bolsillo,
y sacándola llena de oro, lo derramaba a puñados a su alrededor, y echaba más en la pandereta de la
danzarina o de la cantora, llenándola de oro, con ademanes de sin igual donosura.
Y por eso todas estas mujeres, lo mismo que la muchedumbre, quedaron asombradas de aquella
esplendidez, admirando la belleza y los encantos de Hassan.
La comitiva acabó por llegar al palacio. Entonces los chambelanes detuvieron la multitud, y sólo
dejaron entrar detrás del jorobado a los músicos, las danzarinas y las cantoras.
Pero las cantoras y las danzarinas interpelaron unánimemente a los chambelanes, y les dijeron: "¡Por
Alah! Hacéis bien en impedir a a esos hombres que entren con nosotras en el harén para presenciar cómo
se viste la novia. Pero por nuestra parte, nos negaremos a entrar si no nos acompaña este joven que nos
ha colmado de beneficios. Y no hemos de festejar a la novia como no sea en presencia de este joven,
amigo nuestro".
Entonces las mujeres se apoderaron a la fuerza del joven Hassan y lo llevaron con ellas al harén, en
medio de la gran sala de fiestas. Y fué el único hombre que estuvo en el harén a despecho de la nariz del
jorobado, que no pudo impedirlo. Allí se halaban reunidas todas las damas de palacio, las esposas de los
emires, visires y chambelanes. Y se alineaban en dos filas, sosteniendo cada una en la mano un gran cirio;
y todas tenían la cara cubierta con el velillo de seda blanca, a causa de la presencia de aquellos dos
hombres.
Y Hassan y el jorobado pasaron por entre las dos hileras y fueron a sentarse en una tarima alta,
teniendo que atravesar las dos filas de mujeres, que se prolongaban desde la sala de festejos hasta la
cámara nupcial, de donde había de salir la novia para la boda.
Al ver a Hassan Badreddin y advertir su hermosura, sus encantos y su rostro luminoso cual la luna
creciente, las mujeres se emocionaron hasta casi quedarse sin aliento y perder la razón. Y ardía cada cual
en deseos de abrazar a aquel joven maravilloso, y traerle a su regazo, permaneciendo unidos un año, o un
mes, o siquiera una hora, solamente el tiempo preciso para que la asaltase una vez y sentirlo dentro de
ella.
Y en un momento dado, todas estas mujeres, no pudiendo resistir por más tiempo, se descubrieron el
rostro, levantando el velillo. ¡Y se mostraron sin pudor, olvidando la presencia del jorobado! Y todas se
acercaron a Hassan Badreddin para admirarle más de cerca y decirle palabras de amor, o siquiera
guiñarle un ojo para que pudiese comprender cuánto le deseaban.
Y además las danzarinas y las cantoras ponderaban la generosidad de Hassan, alentando a las damas
a que le sirviesen lo mejor posible. Y las damas decían: "¡Por Alah! ¡He aquí un hermoso joven! ¡Este sí
que puede dormir con Sett El-Hosn! ¡Nacieron el uno para el otro! ¡Confunda, pues, Alah a ese maldito
jorobado!
Y mientras las damas seguían alabando a Hassan y lanzando imprecaciones contra el jorobado, las
tañedoras de instrumentos rompieron a tocar, se abrió la puerta de la cámara nupcial y la novia Sett El-
Hosn entró en la sala de festejos rodeada de eunucos y doncellas.
Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, apareció en medio de su servidumbre, y brillaba como una
hurí. Las otras, comparadas con ella, no eran más que unos astros que formaron su cortejo, como estrellas
que rodean a la luna al salir de una nube. Se había perfumado con ámbar, almizcle y rosa, y su peinada
cabellera brillaba bajo la seda que la cubría. Sus hombros admirables marcábanse a través de su traje
suntuoso. Iba de un modo regio: entre otras galas, llevaba un vestido bordado de oro rojo, con dibujos de
pájaros y flores. Y esto era el traje exterior, pues los interiores sólo Alah sería capaz de conocerlos y
estimarlos en su verdadero mérito. En la garganta lucía un collar que suponía incalculables millares de
dinares. Y cada una de sus piedras era de tal valor, que ningún mortal, ni el rey en persona, las había
visto iguales.
En una palabra, Sett El-Hosn aparecía tan hermosa como la luna llena en la décimacuarta noche.
Y Hassan Badreddin seguía sentado entre el grupo de damas, causando la admiración de todas. Y la
novia avanzó con un gracioso movimiento, dirigiéndose hacia el estrado. Entonces el jorobado se levantó
y quiso besarla. Pero ella, horrorizada, lo rechazó y fué a colocarse rápidamente al lado del hermoso
Hassan. ¡Y pensar que era su primo, y ella no lo sabía, lo mismo que él!
Y todas las damas se echaron, a reír, principalmente cuando la novia se detuvo ante el hermoso
Hassan, por el cual se sintió al instante abrasada en deseos, y exclamó, levantando al cielo las manos:
"¡Alahumma! ¡Haz que este hermoso joven sea mi marido, y líbrame de ese palafrenero jorobado!"
Entonces Hassan Badreddin, siguiendo las instrucciones del efrit, metió la mano en su bolsillo y la
sacó llena de oro, echándoselo a puñados a las servidoras de Sett El-Hosn y a las cantoras y danzarinas,
que exclamaron: "¡Ojalá poseas a la novia!" Y Badreddin correspondió con una gentil sonrisa a este
deseo y a estas felicitaciones.
Y el jorobado se veía, durante esta escena, abandonado de todos, y hallábase solo, más feo que un
mico. Y todas las personas que por casualidad se le acercaban, al pasar junto a él apagaban la vela en
señal de burla. Y así permaneció algún tiempo, aburriéndose y poniéndose cada vez de peor humor. Y
todas las damas se reían al mirarle, y le dirigían bromas escandalosas. Una le decía: "¡Mico, ya podrás
masturbarte en seco y copular en el aire!" Otra le increpaba: "¡Mira! ¡Apenas abultas lo que el zib de
nuestro buen amo! ¡Y tus dos jorobas son la medida exacta de sus compañones!" Y decía una tercera: "Si
te diese un golpe con su zib, irías a caer de trasero en la cuadra".
Y todo el mundo se reía.
La novia dió la vuelta al salón siete veces consecutivas, vestida cada una de diferente modo, y
seguida por todas las damas, y se paraba a cada vuelta delante de Hassan Badreddin El-Bassrauí. Y cada
traje nuevo era mucho más hermoso que el anterior, y cada aderezo infinitamente superior a los otros
aderezos. Y mientras avanzaba lentamente la novia, las tañedoras hacían maravillas, y las cantoras decían
las canciones más apasionadamente amorosas y excitantes, y las danzarinas, acompañándose con las
panderetas, saltaban como pájaros. Y Hassan Badreddin El-Bassrauí no dejaba de lanzar puñados de oro,
esparciéndolo por todo el salón, y las mujeres se precipitaban a recogerlo para tocar algo que hubiera
pasado por la mano del Joven Y hasta hubo algunas que, aprovechándose de la hilaridad y la excitación
generales, del sonar de los instrumentos y de la embriaguez de las canciones, se tumbaron en tierra, una
encima de otra, para simular una copulación, contemplando a Hassan, que desde su asiento sonreía. Y el
jorobado presenciaba todo esto muy desolado. Y su desolación aumentaba cada vez que veía a una de las
mujeres volverse hacia llassan, y con la mano tendida y bajada bruscamente, ofrecerle, por señas, la
vulva; o a otra agitar el dedo del corazón, guiñando el ojo; o a otra menear las caderas retorciéndose, y
dando con la mano derecha abierta en la izquierda cerrada; o a otra, con ademán más lúbrico,golpearse
las nalgas, y decirle al jorobado: "¡Lo catarás en tiempo de los albaricoques!"
Y todo el mundo se reía.
Terminada la séptima vuelta, se acabó la boda, que había durado gran parte de la noche. Y las
tañedoras dejaron de pulsar los instrumentos, la danzarinas y las cantoras se detuvieron, pasando con
todas las damas por delante de Hassan, besándole la mano o tocándole la orla del traje. Y todo el mundo
le miraba al salir, haciéndole entender que no se moviera de aquel sitio. Y en efecto, sólo quedaron en el
salón el joven Hassan, el jorobado y la novia con su servidumbre. Entonces las doncellas se llevaron a
Sett El- Hosn a la estancia destinada a desnudarse, quitándole uno por uno los vestidos, diciendo al caer
cada prenda: "¡En nombre de Alah!" para librarla del mal de ojo. Y después se fueron, dejándola sola
con su vieja nodriza, que antes de conducirla a la cámara nupcial tenía que aguardar que entrase primero
el novio jorobado.
Y el jorobado se levantó entonces de la tarima, y advirtiendo que Hassan no se movía de su asiento,
le dijo secamente: "En verdad, señor, que nos honraste mucho con tu presencia, colmándonos de
beneficios esta noche. Peró ahora, para salir, no esperarás que te echen". Entonces el joven, que ignoraba
lo que tenía que hacer, contestó: "¡En nombre de Alah!" Y levantándose, salió. Pero apenas había
franqueado los umbrales de la sala, se le apareció el efrit, y le dijo:
"¿Adónde vas, Badreddin? Detente, y oye mis instrucciones. El jorobado acaba de marchar al retrete.
Allí se las entenderá conmigo. Tú encamínate a la cámara nupcial, y cuando veas entrar a la novia, le
dices: "Tu verdadero marido soy yo. El sultán, de acuerdo con tu padre, ha empleado esta estratagema
por temor al mal de ojo. Y en cuanto al palafrenero, que es el más miserable de los palafreneros, para
indemnizarle le están preparando en la caballeriza un buen jarro de leche cuajada para que refresque a tu
salud". Luego te acercarás a ella, y quitándole el velo, harás con su persona lo que debes hacer". Y dicho
esto, desapareció el efrit.
El jorobado había ido efectivamente al retrete para descargarse antes de entrar en la cámara dé la
novia. Y poniéndose de cuclillas sobre el mármol, comenzó su obra. Pero súbitamente el efrit tomó la
forma de una rata y salió del agujero del retrete, dando gritos de rata: "¡Sik! ¡sik!" Y el jorobado dió una
palmada para que huyese, y le chilló: "¡Hesch! ¡hesch!" Pero la rata empezó a crecer v se convirtió en un
enorme gato de ojos feroces y brillantes. que rompió a maullar muy enfurecido. Después, como el
jorobado prosiguiese en su operación, el gato fué creciendo, y se convirtió en un perro enorme, que se
puso a ladrar: "¡Guau! ¡guau!" Entonces el jorobado comenzó a asustarse, y le dijo: "¡Marcha de ahí,
monstruo!" Pero el perro, creciendo siempre, se convirtió en un borrico, que se puso a rebuznar en la
misma cara del jorobado y a ventosear con un estrépito terrible.
Y el jorobado, lleno de terror, sintió que todo su vientre se deshacía en diarrea, y apenas si pudo
gritar: "¡Socorro! ¡Socorro!" Y en seguida el borrico creció aún más y se transformó en un búfalo
monstruoso, que obstruyó por completo la puerta del retrete para que no se le escapase, y el búfalo, esta
vez, habló con voz de hombre, y dijo: "¡Caiga la desgracia sobre ti, jorobeta de mi trasero! ¡Eres el
palafrenero más inmundo!"
Al oír estas palabras, sintió el jorobado que le invadía el frío de la muerte, y resbaló a medio vestir
hasta el pavimento, y las mandíbulas se le entrechocaron, acabando el espanto por soldárselas. Entonces
el búfalo gritó: "¡Jorobado de betún! ¿No has podido buscar otra mujer más que a mi querida para
atacarla con tu innoble herramienta?" Y el palafrenero, lleno de terror, no pudo articular palabra. Y el
efrit le dijo: "¡Responde, o te haré morder tus excrementos!" Entonces el jorobado, todo tembloroso por
esta terrible amenaza, pudo decir: "¡Por Alah! ¡Yo no tengo la culpa, pues sabe que me han obligado! Y
además, ¡oh poderoso soberano de los búfalos! yo no iba a adivinar que la joven tuviese un búfalo por
amante. Pero juro que me arrepiento y que pido perdón a Alah y a ti".
Entonces el efrit le dijo: "Vas a jurar por Alar que obedecerás mis órdenes". Y el jorobado se
apresuró a jurar, y el efrit le dijo: "Pasarás aquí la noche, hasta que salga el sol, y no te marcharás hasta
esa hora. Pero sobre todo, no digas una palabra de esto, si no quieres que te rompa la cabeza en mil
pedazos. Y no vuelvas a poner los pies en esta parte del palacio, ni a acercarte al harén, porque te repito
que he de aplastarte la cabeza y hundirte en el pozo negro". Y luego añadió: "Ahora voy a ponerte en una
postura, y no te moverás hasta el amanecer". Entonces el búfalo agarró con los dientes al palafrenero y lo
metió de cabeza en el agujero del retrete, sin dejarle fuera más que los pies. Y le repitió: "¡Mucho
cuidado con hacer ni un movimiento!" Y desapareció en seguida.
Y esto es todo lo que le acaeció al jorobado.
Por su parte, Hassan Badreddin El- Bassrauí, dejando que se las entendiesen el efrit y el jorobado,
atravesó los aposentos particulares y entró en la cámara nupcial, yendo a sentarse en el testero. Y apenas
había llegado, apareció la recién casada apoyada en su nodriza, que se detuvo a la puerta, dejando entrar
sólo a Sett El-Hosn. Y sin ver bien al que estaba en el testero, y creyendo hablar con el jorobado, le dijo:
“¡Levántate, héroe valiente, coge a tu esposa y pórtate de una manera brillante! ¡Y ahora, hijos míos, Alah
sea con vosotros!" Y la vieja se retiró.
Entonces entró muy desesperada Sett El- Hosn, y se decía: "¡Es preferible la muerte, antes que este
jorobado inmundo!"
Pero apenas hubo reconocido al maravilloso Badreddin, dió un grito de felicidad, y dijo: "¡Oh
querido mío! ¡Qué amable fuiste aguardándome tanto tiempo! Pero ¿estás solo? ¡Oh, qué dicha tan grande!
Te confieso que al verte en la sala junto a ese odioso jorobado, creí que os habíais asociado los dos para
poseerme".
Y Badreddin contestó: "¡Oh mi señora! ¡qué pensaste! ¿Es posible que te toque ese maldito jorobado?
Y ¿cómo íbamos a asociarnos para tal cosa?"
Entonces Sett El-Hosn preguntó: "Pero en fin, ¿quién de los dos es mi marido: él o tú?"
Y Badreddin repuso: "¡Soy yo, querida mía! Se ha inventado esta farsa del jorobado para hacernos
reír, y también para librarnos del mal de ojo; pues todas las damas han oído hablar de tu hermosura sin
igual, y tu padre alquiló a ese palafrenero para qué conjurase el mal de ojo, gratificándole con diez
dinares. Y ahora está en la caballeriza a punto de tragarse a nuestra salud un jarro de leche fresca bien
cuajada".
Al oír a Badreddin, Sétt El-Hosn llegó al colmo de la alegría, y sonrió gentilmente, y rompió a reír
más gentilmente aún.
Y luego, sin poder contenerse más, exclamó: "¡Por Alah, querido mío! ¡Poséeme! ¡Apriétame bien!
¡Ven en seguida a mi regazo!" Y como Sett El- Hosn se había despojado de las ropas interiores y estaba
toda desnuda, sólo cubierta por una falda, cuando dijo:” ¡Ven enseguida a mi regazo”!, la levantó
rápidamente hasta la altura de la vulva, mostrando en toda su magnificencia sus muslos y sus nalgas de
jazmín. Y a la vista de los encantos de aquella carne de hurí, Badreddin sintió que el deseo recorría todo
su cuerpo y despertaba al niño dormido, y levantándose presuradamente se desnudó, despojándose del
calzón de innumerables pliegues y de la bolsa que contenía los mil dinares que le había dado el judío de
Bassra, y la colocó en el diván, junto a los calzones, y luego se quitó el hermoso turbante y lo puso en una
silla, cubriéndose con otro ligero de dormir que habían dejado allí para el jorobado y sólo se quedó con
la fina camisa de muselina de seda bordada de oro, y con el ancho calzoncillo de seda azul, sujeto a la
cintura por un cordones con borlas de oro.
Y soltando estos cordones, abrazó a Sett El-Hosn, que le ofrecía todo su cuerpo. La levantó en alto, la
tendió en la cama, y se echó sobre ella. Y agachado, abiertas las piernas, cogió los muslos de Sett El-
Hosn, los atrajo hacia él y los separó. En seguida apuntó contra la ciudadela su ariete, que estaba ya
dispuesto. Empujó este ariete pderoso, hundiéndolo en la brecha, y la brecha cedió. Y Badreddin pudo
entusiasmarse al comprobar que la perla no estaba perforada y no había penetrado en ella más ariete que
el suyo, ni la habían toca siquiera con la punta de la nariz. Y comprobó también que aquel trasero bendito
nunca había resistido el peso de un cabalgador.
Y en el colmo de la dicha, le arrebató la virginidad y se deleitó a su gusto con el sabor de aquella
juventud. Y ataque tras ataque, el ariete funcionó quince veces seguidas, entrando y saliendo sin
interrumpirse. Y todas ellas le parecieron deliciosas.
Y desde aquel instante, sin género de duda, quedó preñada Sett El-Hosn, según verás en lo que sigue,
¡Oh Emir de los Creyentes!
Y cuando Badreddin acabó de hincar los quince clavos, dijo para sí: "¡Me parece que es bastante por
ahora!" Y se tendió al lado de Sett El-Hosn, pasándole con suavidad la mano por debajo de la cabeza, y
ella le rodeó también con su brazo, enlazándose ambos estrechamente, y antes de dormirse se recitaron
estas estrofas admirables:
¡No temas nada! ¡Penetra tu lanza en el objeto de tu amor! ¡Y no hagas caso de los
consejos del envidioso, pues no será el envidioso quien sirva a tus amores!
¡Piensa que el Clemente no creó más hermoso espectáculo que el de dos amantes
entrelazados en la cama!
¡Míralos! ¡Ahí están, pegados uno a otro, cubiertos de bendiciones! ¡Sus manos y sus
brazos les sirven de almohadas!
¡Cuando el mundo ve a dos corazones unidos por ardiente pasión, trata de herirlos con el
acero frío!
¡Pero tú no hagas caso! ¡Cuando el Destino pone una beldad a tu paso, es para que la ames
y para que con ella únicamente vivas!
Y esto es todo lo que acaeció a Hassan Badreddin y a Sett El-Hosn, la hija de su tío.
El efrit, por su parte, se apresuró a ir en busca de su compañera la efrita, y uno y otra admiraron a los
dos jóvenes dormidos, asistiendo antes a sus juegos y contando los ataques del ariete. Luego el efrit dijo
a la efrita: "Habrás visto, hermana, que tenía yo razón. Ahora debes cargar con el joven y llevarlo al
mismo sitio de donde lo cogí, al cementerio de Bassra, en la turbeh de su padre Nureddin. Y hazlo
pronto, que yo te ayudaré, pues ya apunta el día y no es posible que dejemos así las cosas".
Entonces la efrita levantó al joven Hassan dormido, se lo echó a cuestas, sin más ropa que la camisa,
porque el calzoncillo se le había caído en uno de sus embates, y voló con él, seguida de cerca por el efrit.
De improviso, durante esta carrera por el aire, al efrit le asaltaron ideas lúbricas respecto a la efrita,. y
quiso violarla yendo cargada con el hermoso Hassan. Y la efrita no se hubiese opuesto en otra ocasión,
pero ahora temía por el joven. Además, intervino, afortunadamente, Alah, enviando contra el efrit a unos
ángeles, que le echaron encima una columna de fuego y lo abrasaron. Y la efrita y Hassan se vieron libres
del terrible efrit, que acaso los hubiese desplomado desde aquella altura. ¡Porque el efrit es terrible en su
copulación! Entonces la efrita descendió al suelo, hacia el mismo sitio donde había caído el efrit, con el
cual habría copulado de no llevar a Hassan, por el que temía mucho la efrita.
Pero había escrito el Destino que el lugar donde la efrita depositara a Hassan Badreddin (por no
atreverse a transportarlo ella sola más lejos) estaría muy próximo a la ciudad de Damasco, en el país de
Scham
[57].
Y entonces la efrita llevó a Hassan muy cerca de una de las puertas de la ciudad, lo dejó suavemente
en tierra y echó a volar otra vez.
Cuando llegó la aurora abriéronse las puertas de la ciudad, y los que salieron de ella se asombraron
ante aquel maravilloso joven dormido, sin más ropa que la camisa y con un gorro de dormir en la cabeza
en vez de turbante.
Y se decían unos a otros: "¡Es asombroso! ¡Mucho habrá tenido que velar para estar ahora dormido
tan profundamente!" Y otros dijeron: "¡Alah, Alah! ¡Hermoso joven! ¡Dichosa y afortunada la mujer que
con él se ha acostado! Pero ¿por qué estará completamente desnudo?"
Otros contestaron: "Probablemente, este pobre joven habrá pasado en la taberna más tiempo del
preciso, y habrá bebido más de lo que pueda resistir. Y al regresar de noche, habrá encontrado cerradas
las puertas, decidiéndose a dormir en el suelo".
Pero mientras conversaban de este modo, se levantó la brisa matinal, y acariciando al hermoso joven,
le alzó la camisa. ¡Y entonces se vió aparecer un vientre, un ombligo, unas piernas y unos muslos como
de cristal! Y un zib y unos compañones muy bien proporcionados. Y este espectáculo maravilló a las
gentes, que admiraban todo aquello.
Despertó entonces Badreddin, y hallándose tumbado cerca de aquella puerta desconocida y rodeado
por tantas personas, se sorprendió mucho, y exclamó: "¿Dónde estoy buena gente? Os ruego que lo digáis.
¿Y por qué me rodeáis así? ¿Qué es lo que ocurre?" Y le contestaron: "Nos hemos detenido por el gusto
de verte. Pero ¿no sabes que te hallas a las puertas de Damasco? ¿En dónde has pasado la noche para
estar completamente en cueros?"
Y Hassan replicó: "¡Por Alah, buena gente! ¿qué me decís? He pasado la noche en El Cairo. ¿Y me
decís que estoy en Damasco?" Entonces se echaron a reír todos, y uno de ellos dijo: "¡Ah, gran tragador
de haschich!"
Y dijeron otros: "Está loco, sin remedio. ¡Lástima que esté demente un joven tan hermoso!" Y otros
añadieron: "Pero en fin, ¿qué historia es esa con que has querido engañarnos?" Entonces Hassan
Badreddin contestó: "¡Por Alah! ¡buena gente, yo no miento nunca! Os afirmo y repito que esta noche la
he pasado en El Cairo, y la anterior en mi pueblo, que es Bassra". Al oírle, uno gritó: "¡Qué cosa más
sorprendente!" 0tro dijo: "¡Está loco!" Y algunos se desternillaban de risa, dando palmadas. Y otros
dijeron: "¿No es una verdadera lástima que un joven tan admirable haya perdido la razón? ¡Qué loco tan
singular!" Y otro, más prudente, le dijo: "Hijo mío, vuelve en ti y no digas semejantes extravagancias".
Entonces Hassan contestó: "Sé muy bien lo que digo. Además, habéis de saber que anoche, en El Cairo,
pasé una noche muy agradable como recién casado".
Entonces todos se convencieron de su locura. Y uno de ellos exclamó riéndose: "Ya veis que este
pobre joven se ha casado en sueños. ¿Y qué tal es ese matrimonio? ¿Cuántos cayeron? ¿Era una hurí o una
ramera?" Pero Badreddin empezaba a enfadarse, y les dijo: "Pues sí que era una hurí, y no he copulado
en sueños, sino quince veces entre sus muslos, y he ocupado el lugar de un asqueroso jorobado, y me he
puesto su gorro de dormir, que es éste".
Luego recapacitó un momento y dijo: “Pero ¡por Alah! buena gente, ¿en donde está mi turbante, y
miscalzoncillos, y mi ropón, y mis calzones? Y sobre todo, ¿en dónde está mi bolsillo?".
Y Hassan se levantó, y buscó su traje a su alrededor. Y entonces i-d„ empezaron a guiñarse el ojo y
hacerse señas de que el joven estaba loco de remate.
Entonces el pobre Hassan se decidió a entrar en la ciudad tal como estaba, y tuvo que atravesar las
calles y los zocos en medio de un gran cortejo de niños y de mayores, que gritaban: "¡Es un loco! ¡un
loco!" Y el pobre Hassan ya no sabía qué hacer, cuando Alah, temiendo que al hermoso joven le
ocurriese algo, le hizo pasar por junto a una pastelería que acababa de abrirse. Y Hassan se refugió en la
tienda, y como el pastelero era un hombre de puños, cuyas hazañas eran muy conocidas en la ciudad, la
gente tuvo miedo y se retiró, dejando en paz al joven.
Cuando el pastelero, que se llamaba El- Hadj Abdalá, vió al joven Hassan Badreddin y pudo
examinarle a su gusto, le maravilló su hermosura, sus encantos y sus dones naturales, y rebosante de
cariño el corazón, le dijo: "¡Oh, gentil mancebo! dime de dónde vienes. Nada temas; pero refiéreme tu
historia, pues ya te quiero más que a mi misma vida". Y Hassan contó entonces toda su historia al
pastelero Hadj Abdalá, desde el principio hasta el fin.
Y el pastelero, profundamente maravillado, dijo a Hassan: "¡Oh mi joven Badreddin! En verdad que
esa historia es muy sorprendente y muy extraordinario tu relato. Pero te aconsejo, hijo mío, que a nadie se
lo cuentes, pues es peligroso hacer confidencias. Te ofrezco mi tienda, y vivirás conmigo hasta que Alah
se digne dar término a las desgracias que te afligen. Además, yo no tengo hijos, y me darás mucho gusto
si quieres aceptarme por padre. Yo te adoptaría como hijo". Y Hassan respondió: "¡Aceptado! ¡sea según
tu deseo!"
En seguida fué al zoco el pastelero, y compró trajes magníficos con que vestir al joven, y lo llevó a
casa del kadí, y ante testigos prohijó a Hassan Badreddin.
Y Hassan permaneció en la pastelería como hijo del amo. y cobraba el dinero de los parroquianos, y
les vendía pasteles, tarros de dulce, fuentes llenas de crema y toda la confitería famosa de Damasco, y
aprendió en seguida el oficio de pastelero, que le gustaba mucho, por las lecciones recibidas de su
madre, la mujer del visir Nureddin, que preparaba pasteles y dulces delante de él cuando era niño.
Y como en toda la ciudad de Damasco fué elogiada la hermosura de Hassan, el gallardo joven de
Bassra, hijo adoptivo del pastelero, la tienda de Hadj Abdalá llegó a ser la más frecuentada de todas las
pastelerías de Damasco.
¡Y esto fué todo lo de Hassan Badreddin!
En cuanto a la recién casada Sett El-Hosn, hija del visir Chamseddin, he aquí lo que hubo de
ocurrirle:
Cuando se despertó Sett El-Hosn, la mañana siguiente a la noche de sus bodas, no encontró a su lado
al hermoso Hassan, pero figurándose que habría ido al retrete, le aguardó muy tranquila.
En aquel momento se presentó a saber de ella su padre el visir Chamseddin. Llegaba muy inquieto.
Estaba poseído de indignación por la injusticia del sultán obligándole a casar a la hermosa Sett El-Hosn
con el palafrenero jorobado. Y al entrar en las habitaciones de su hija, se dijo: "Como sepa que se ha
entregado a ese inmundo jorobado, la mato".
Golpeó en la puerta de la cámara nupcial, y llamó: "¡Sett ElHosn!" Y desde dentro ella contestó: "¡Ya
voy a abrir, padre mío!" Y levantándose en seguida, abrió la puerta. Parecía más hermosa que de
costumbre, y mostraba resplandeciente el rostro y el alma, satisfecha por haber sentido las briosas
caricias de aquel hermoso ciervo. E inclinándose ante su padre con coquetería, le besó las manos. Pero
su padre, al verla tan contenta, en lugar de encontrarla afligida por su unión con el jorobado, le dijo: "¡Ah
desvergonzada! ¿Cómo te atreves a mostrarte con esa cara de alegría, después de haber dormido con el
horrendo jorobado?" Y Sett El-Hosn, al oirlo, se echó a reir, y exclamó: "¡Por Alah, padre mío,
dejémonos de bromas! Bastante tengo con haber sido la irrisión de todos los invitados, a causa de mi
supuesto marido, ese jorobado que no vale ni la cortadura de una uña de mi verdadero esposo de esta
noche. ¡ Oh, qué noche! ¡Cuán llena de delicias junto a mi amado! Basta, pues, de bromas padre mío. No
me hables más del jorobado".
El visir temblaba de coraje escuchando a su hija, y sus ojos estaban azules de furor y dijo: "¿Qué
dices, desdichada? ¿No pasaste aquí la noche con el jorobado?" Y ella contestó: "¡Por Alah sobre ti, oh
padre mío! No me hables más del jorobado. ¡Confúndalo Alah, a él, a su padre, a su madre y a toda su
familia! Sabe de una vez que estoy enterada de la superchería que inventaste para defenderme del mal de
ojo". Y dió a su padre todos los pormenores de la boda y de cuanto le había ocurrido aquella noche,
añadiendo: "¡Qué bien lo pasé sintiendo en mi regazo a mi adorado esposo, el hermoso joven de
exquisitas maneras y espléndidos negros ojos y de arqueadas cejas!"
Oído esto, gritó el visir: "Pero hija, ¿estás loca? ¿sabes lo que dices? ¿Dónde se halla el joven a
quien llamas tu esposo? Y Sett ElHosn respondió: "Ha ido al retrete". Entonces el visir, muy alarmado, se
precipitó afuera de la habitación, y corriendo hacia el ietrete, se encontró al jorobado que seguía inmóvil,
con los pies hacia arriba y la cabeza dentro del agujero. Estupefacto hasta más no poder, exclamó el
visir: "¿Qué veo?" ¿Eres tú, jorobeta?" Y como no le contestase, repitió esta pregunta en voz más alta.
Pero el jorobado tampoco quiso contestar, porque seguía aterrado, creyendo que quien le hablaba era el
efrit ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 22ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Giafar prosiguió así la historia al califa Harún Al-
Raschid:
"El cobarde jorobeta, creyendo que le hablaba el efrit, tenía un miedo horrible, y no se atrevía a
contestar. Entonces, muy enfurecido el visir, le increpó: "¡Respóndeme, jorobado maldito, o te atravieso
con este alfanje!" Y entonces el jorobado, sin sacar del agujero la cabeza, contestó desde dentro: "¡Por
Alah! ¡Oh jefe de los efrits, tenme compasión! Te juro que te he obedecido sin moverme de aquí en toda
la noche". Al oírle, el visir ya no supo qué pensar, y exclamó: "¿Pero, qué estás diciendo?" No soy ningún
efrit, sino el padre de la novia". Y el jorobado, dando un gran suspiro, contestó entonces: "Pues márchate
de aquí, que nada tengo que ver contigo. Y vete antes de que aparezca el terrible efrit, arrebatador de
almas. Además; te odio, porque tú tienes la culpa de todas mis desdichas, al casarme con la querida de
los búfalos, los asnos y los efrits.
¡Malditos séais tú, tu hija y todos los que obran tan mal como vosotros!" Y el visir le dijo: "¿Pero
estás loco? Sal de ahí, para que escuche bien eso que acabas de contar". Entonces el jorobado replicó:
"Acaso esté loco; pero no lo estaré hasta el punto de moverme de este sitio sin permiso del terrible efrit.
Porque me ha prohibido salir del agujero antes de que amanezca. Así, pues, vete y déjame en paz. Pero
antes dime: ¿falta mucho para que salga el sol?"
El visir, cada vez más perplejo, contestó: "¿Pero qué efrit es ese del cual hablas?" Y entonces el
jorobado contó su historia, su ida al retrete para hacer sus necesidades antes de entrar en el cuarto de la
desposada, la aparición del efrit bajo las diversas formas de rata, gato, perro, asno y búfalo, y por fin la
prohibición hecha y el trato sufrido. Y terminado el relato rompió a llorar.
Entonces el visir se acercó al jorobado, y tirándole de los pies le sacó del agujero. Y el jorobado,
con la faz lastimosamente embadurnada de amarillo, gritó al visir: "¡Maldito seas tú, y maldita tu hija, la
amante de los búfalos!" Y por temor de que se le apareciese de nuevo el efrit, echó a correr con todas sus
fuerzas, dando alaridos y sin atreverse a volver la cara. Y llegó al palacio, y fué a ver al sultán, y le
explicó su aventura con el efrit.
En cuanto al visir Chamseddin, regresó como loco al aposento de su hija Sett El- Hosn y le dijo:
"Hija mía, noto que pierdo la razón. Aclárame lo sucedido". Entonces, Sett El-Hosn le dijo: "Sabe, ¡oh
padre mío! que el joven encantador que logró los honores de la boda durmió toda la noche conmigo,
gozando mis primicias; y tendré un hijo seguramente. Y en prueba de lo que hablo, ahí en la silla tienes su
turbante, sus calzones en el diván, y su calzoncillo en mi cama. Además, en sus calzones encontrarás algo
que ha escondido y que yo no pude adivinar"
A estas palabras, se dirigió el visir hacia la silla, sacó el turbante, y le dió vueltas en todos sentidos
para examinarlo bien, y luego exclamó: "¡Es un turbante como el de los visires de Bassra y de Mussul!"
Después desenrolló la tela, y encontró un pliego que allí estaba cosido, y se apresuró a guardarlo, y
examinó luego los calzones, encontrando en ellos el bolsillo con los mil dinares que el judío había dado
a Hassan Badreddin. Y en el bolsillo había un papel, donde el judío había escrito lo siguiente: "Yo,
comerciante, de Bassra, declaro haber entregado la cantidad de mil dinares al joven Hassan Badreddin,
hijo del visir Nureddin (a quien Alah haya recibido en Su misericordia), por el cargamento de la primera
nave que arribe a Bassra". Al leer el papel, el visir Chamseddin lanzó un grito y quedó desmayado.
Cuando volvió en sí, se apresuró a abrir el pliego que había encontrado en el turbante, e inmediatamente
conoció la letra de su hermano Nureddin. Y entonces empezó a llorar y a lamentarse, diciendo: "¡Pobre
hermano mío! ¡pobre hermano mío!"
Y cuando se hubo calmado un poco exclamó: "¡Alah es Todopoderoso!" Y dijo a Sett El-Hosn: "¡Oh
hija mía! ¿sabes el nombre de aquel a quien te has entregado esta noche? Pues es Hassan Badreddin, mi
sobrino, el hijo de tu tío Nureddin. Y esos mil dinares son tu dote: "¡Alah sea loado!" Después recitó
estas dos estrofas:
¡Vuelvo a encontrar sus huellas ,y al instante me domina el deseo!
¡Y al recordar la mansión de la dicha, derramo todas las lágrimas de mis ojos!
Y pregunto, y grito, sin lograr respuesta: ¿Quién me ha arrancado lejos de él? ¡Oh! ¡Tenga
piedad de mí el autor de mis desventuras, y permítame que vuelva!"
En seguida leyó cuidadosamente la Memoria de su hermano, y encontró relatada toda la vida de
Nureddin, y el nacimiento de su hijo Badreddin. Y quedó muy maravillado, sobre todo cuando contrastó
las fechas anotadas por su hermano con las de su propio casamiento en El Cairo, y del nacimiento de Sett
El-Hosn. Y vió que estas fechas concordaban perfectamente.
Y tanto hubo de asombrarse, que se apresuró a ir en busca del sultán para contarle la historia y
mostrarle aquellos papeles. Y el sultán se asombró también de tal modo, que mandó a los escribas de
palacio redactasen tan admirable historia para conservarla escrupulosamente en el archivo.
En cuanto al visir Chamseddin, marchó a su casa y esperó en compañía de su hija el regreso de su
sobrino Hassan Badreddin. Pero acabó por darse cuenta de que Hassan había desaparecido. Y no
pudiendo explicarse la causa, se dijo: "¡Por Alah! ¡Qué aventura tan extraordinaria es esta aventura! No
he conocido otra semejante..."
Al llegar a este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta interrumpió
su relato, para no cansar al sultán Schahriar, rey de las islas de la India y de la China.
Pero cuando llegó la 23ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ioh rey afortunado! que Giafar al-Barmakí, visir del rey Harún Al- Raschid,
prosiguió de este modo la historia que contaba al califa:
"Cuando el visir Chamseddin se convenció de que su sobrino Hassan Badreddin había desaparecido,
se dijo: "Puesto que el mundo está hecho de vida y de muerte, nada tan oportuno como que procure que
mi sobrino Hassan encuentre a su regreso esta vivienda igual que la ha dejado". Y el visir Chamseddin
cogió un tintero, un cálamo y un pliego de papel, y anotó uno por uno todos los muebles y enseres de la
casa, en esta forma: `Tal armario está en tal sitio; tal cortina en tal otro", y así sucesivamente. Cuando
terminó, selló el papel después de leérselo a su hija Sett El-Hosn, y lo guardó con mucho cuidado en la
caja de los papeles. Después recogió el turbante, el gorro, los calzones, el ropón y el bolsillo, e hizo con
todo ello un paquete, que guardó con el mismo esmero.
En cuanto a Sett El-Hosn, la hija del visir, quedó preñada efectivamente la primera noche de bodas, y
a los nueve meses cumplidos parió un hijo tan hermoso como la luna y que se parecía a su padre en todo,
en lo bello, lo gentil y lo perfecto. En seguida que nació lo lavaron las mujeres y le ennegrecieron los
ojos con kohl. Después le cortaron el cordón umbilical, y lo confiaron a las criadas y a la nodriza. Y por
su hermosura sorprendente se le llamó Agib
[58].
Pero cuando el admirable Agib llegó, día por día, mes por mes y año por año, a cumplir los siete de
su edad, su abuelo, el visir Chamseddin, le mandó a la escuela de un maestro muy famoso,
recomendándoselo mucho a este maestro. Y Agib, acompañado diariamente del esclavo negro Said,
eunuco de su padre, iba a la escuela para regresar a su casa al mediodía y al anochecer. Y así fué a la
escuela durante cinco años, hasta cumplir los doce. Pero a todo esto los demás niños de la escuela no
podían soportar a Agib, que les pegaba y les insultaba y les decía: "¿Cuál de vosotros puede compararse
conmigo? Mi padre es el visir de Egipto". Al fin se reunieron los niños y fueron a quejarse al maestro
contra la conducta de Agib. Y el maestro, al ver que sus exhortaciones al hijo del visir no daban
resultado, sin atreverse a despedirle, por ser quien era, dijo a los otros niños:
"Os voy a indicar una cosa que en cuanto se la digáis le impedirá volver a la escuela. Mañana a la
hora del recreo os reuniréis todos en torno a Agib y os diréis los unos a los otros: "¡Por Alah! ¡Vamos a
jugar a un juego maravilloso! Pero para jugarlo es preciso que diga en alta voz cada uno su nombre, y el
nombre de su padre y de su madre. Pues el que no pueda decir el nombre de su padre y de su madre será
considerado como hijo adulterino y no jugará con nosotros".
Y aquella mañana, cuando Agib hubo llegado a la escuela, todos los niños se reunieron a su
alrededor, y uno de ellos dijo: "¡Vamos a jugar a un juego maravilloso! Pero nadie podrá jugar sino con
la condición de decir su nombre y los de sus padres. ¡Empecemos, uno a uno!" Y les guiñó el ojo.
Entonces avanzó uno de los niños y dijo: "Me llamo Nahib, mi madre se llama Nahiba y mi padre
Izeddin". Y otro dijo: "Yo me llamo Naguib, mi madre se llama Gamila y mi padre se llama Mustafá". Y
el tercero y el cuarto y los otros se expresaron en la misma forma". Cuando le tocó el turno a Agib, dijo
orgullosamente: "Yo soy Agib, mi madre se llama Sett El-Hosn y mi padre se llama Chamseddin, visir de
Egipto".
Pero todos los niños replicaron: "¡No, por Alah! ¡El visir no es tu padre!" Y Agib gritó enfurecido:
"¡Alah os confunda! ¡El visir es mi padre!" Pero los niños comenzaron a reírse y a palmotear, y le
volvieron la espalda, gritando: "Vete, vete! ¡No sabes cómo se llama tu padre! ¡Chamseddin no es tu
padre, sino tu abuelo, el padre de tu madre! ¡No jugarás con nosotros!" Y los niños se desbandaron,
riendo a carcajadas.
Entonces Agib sintió que se le oprimía el pecho y le ahogaban los sollozos. Y en seguida se le acercó
el maestro, y le dijo: "Pero ¡cómo, Agib! ¿no sabías que el visir no es tu padre, sino tu abuelo, el padre
de tu madre Sett El-Hosn? A tu padre, ni tú, ni nosotros, ni nadie le conoce. Porque el sultán había casado
a Sett El-Hosn con un palafrenero jorobado, pero el tal no pudo acostarse con ella, y ha ido contando por
toda la ciudad que la noche de su boda los efrits le habían encerrado a él, para dormir ellos con Sett El-
Hosn. Y ha contado también historias asombrosas de búfalos, perros, borricos y otros seres semejantes.
De modo, ¡oh mi querido Agib! que nadie sabe el nombre de tu padre. Sé, pues, humilde ante Alah y con
tus compañeros, que te miran como a hijo adulterino. Considera que te hallas en la misma situación que
un niño vendido en el mercado y que ignora quién es su padre. Sabe pues, que el visir Chamseddin no es
más que tu abuelo, y que a tu padre nadie lo conoce. Y en adelante procura ser modesto".
Después de oír al maestro de escuela, Agib salió corriendo a casa de su madre Sett El- Hosn,
llorando tanto, que no pudo al principio articular palabra. Entonces su madre empezó a consolarle, y
viéndole tan conmovido, se le llenó el corazón de lástima y le dijo: "¡Hijo mío, cuéntale a tu madre la
causa de tu pena!" Y le besó y le acarició. Entonces el pequeño le dijo: "Díme, madre, ¿quién es mi
padre?" Y Sett El-Hosn, muy asombrada, dijo: "¡Pues el visir!" Y Agib le contestó, ahogado por el llanto:
"¡No; ese no es mi padre! ¡No me ocultes la verdad! ¡El visir es tu padre, pero no el mío! Si no me dices
la verdad, con este puñal me mataré ahora mismo". Y Agib le repitió a su madre las palabras del maestro
de escuela.
Entonces, al recordar a su primo y marido, la hermosa Sett El-Hosn recordó también su primera
noche de bodas y la belleza y encantos del maravilloso Hassan Badreddin El-Bassrauí, y lloró muy
emocionada, suspirando estas estrofas:
¡Encendió el deseo en mi corazón, y se ausentó muy lejos! ¡Y se ausentó hacia lo más
distante de nuestra morada!
¡Mi pobre razón no he de recobrarla hasta que él vuelva! ¡Y aguardándole, he perdido
asimismo el sueño reparador y toda la paciencia!
¡Me abandonó, y con él me abandonó la dicha, arrebatándome la tranquilidad! ¡Y desde
entonces perdí todo reposo!
¡Me dejó, y las lágrimas de mis ojos lloran su ausencia, y al correr, sus arroyos llenan los
mares;
Que no pasa un día que mi deseo me empuje hacia él y palpite mi corazón con el dolor de
su ausencia!
¡Por eso su imagen se alza frente a mí, y al mirarla, aumentan mi cariño, mi anhelo y mis
recuerdos!
¡Oh! ¡Su imagen amada es siempre lo primero que se presenta a mis ojos en la primera
hora de la mañana! ¡Y así ha de ser siempre, pues no tengo otro pensamiento ni otros amores!
Después prosiguió en sus sollozos. Y Agib, viendo llorar a su madre, se echó a llorar también. Y
mientras los dos estaban llorando, entró en la habitación el visir Chamseddin, que había oído los llantos
y las voces. Y al ver cómo lloraban, se le oprimió el corazón, y dijo muy alarmado: "Hijos míos, ¿por
qué lloráis así?" Entonces Sett El-Hosn le refirió la aventura de Agib con los chicos de la escuela. Y el
visir, al oírla, se acordó de todas las desventuras pasadas, las que le habían ocurido a él, a su hermano
Nureddin, a su sobrino Hassan Badreddin, y por último a su nieto Agib, y al reunir todos estos recuerdos
no pudo menos de llorar también. Y se fue muy desesperado en busca del emir, y le contó lo que pasaba,
diciéndole que aquella situación no podía durar, ni por su buen nombre ni por el de sus hijos; y le pidió
su venia para partir hacia los países de Levante, y llegar a la ciudad de Bassra, en donde pensaba
encontrar a su sobrino Hassan Badreddin.
Rogó asimismo que el sultán le escribiera unos decretos que le permitiesen realizar por los países las
gestiones necesarias para encontrar y traerse a su sobrino. Y como no cesaba en su amargo llanto, se
enterneció el sultán y le concedió los decretos. Y después de darle gracias mil y hacer votos por su
engrandecimiento, prosternándose ante él y besando la tierra entre sus manos, el visir se despidió.
Inmediatamente hizo los preparativos para la marcha y partió con su hija Sett El-Hosn y con Agib.
Anduvieron el primer día y el segundo y el tercero, y así sucesivamente, en dirección a Damasco, y
por fin llegaron sin dificultades a Damasco. Y se detuvieron cerca de las puertas, en el Meidán de Asba,
donde armaron sus tiendas para descansar dos días antes de seguir el camino. Y les pareció Damasco una
ciudad admirable, llena de árboles y aguas corrientes, siendo en realidad como la cantó el poeta:
¡He pasado un día y una noche en Damasco! ¡Damasco! ¡Su creador juró no hacer en
adelante nada parecido!
¡La noche cubre amorosamente a Damasco con sus alas! ¡Y cuando llega el día, tiende por
encima la sombra de sus árboles frondosos!
¡El rocío en las ramas de estos árboles no es rocío, sino perlas, perlas que caen como
copos de nieve a merced de la brisa que las empuja!
¡En sus bosques luce la Naturaleza todas sus galas: el ave da su lectura matutina; el agua
es como una página blanca abierta; la brisa responde y escribe lo que dicta el ave, y las
blancas nubes derraman gotas para la escritura!
La servidumbre del visir fué a visitar la ciudad y sus zocos para comprar lo que necesitaban y vender
las cosas traídas de Egipto. Y no dejaron de bañarse en los hammams famosos, y entraron en la mezquita
de los Bani-Ommiah
[59],situada en el centro de la población, y que no tiene igual en todo el mundo.
Agib marchó también a la ciudad para distraerse, acompañado de su fiel eunuco Said. Y el eunuco le
seguía muy próximo y llevaba en la mano un látigo capaz de matar a un camello, pues sabía la fama que
tienen los habitantes de Damasco, y con aquel látigo quería impedirles acercarse a su amo el hermoso
Agib. Y efectivamente, no se engañaba, pues apenas hubieron visto al hermoso Agib, los habitantes de
Damasco se percataron de lo encantador y gracioso que era, hallándole más suave que la brisa del Norte,
más delicioso que el agua fresca para el paladar del sediento y más grato que la salud para el
convaleciente. Y en seguida la gente de la calle, de las casas y de las tiendas siguieron a Agib, sin
dejarle, a pesar del látigo del eunuco. Y otros corrían para adelantarse y se sentaban en el suelo, a su
paso, para contemplarle más tiempo y mejor. Al fin, por voluntad del Destino, Agib y el eunuco llegaron
a una pastelería, donde se detuvieron para escapar de tan indiscreta muchedumbre.
Y precisamente aquélla pastelería era la de Hassan Badreddin, padre de Agib. Había muerto el
anciano pastelero que adoptó a Hassan, y éste había heredado la tienda. Y aquel día Hassan estaba
ocupado en preparar un plato delicioso con granos de granada y otras cosas azucaradas y sabrosas. Y
cuando vió pararse a Agib y al eunuco, quedó encantado con la hermosura de Agib, y no solamente
encantado, sino conmovido con una emoción cordial y extraordinaria, que le hizo exclamar lleno de
cariño: "¡Oh mi joven señor! Acabas de conquistar mi corazón y reinas para siempre en lo íntimo de mi
ser, sintiéndome atraído hacia ti desde el fondo de mis entrañas. ¿Quieres honrarme entrando en mi
tienda? ¿Quieres hacerme la merced de probar mis dulces, sencillamente por piedad?" Y Hassan, al decir
esto, sentía que, sin poder remediarlo, sus ojos se arrasaban en lágrimas, y lloró mucho al recordar
entonces su pasado y su situación presente.
Y cuando Agib oyó las palabras de su padre, se le enterneció también el corazón, y volviéndose hacia
el esclavo, le dijo: "¡Said! Este pastelero me ha enternecido. Se me figura que ha de tener algún hijo
ausente y que yo le recuerdo este hijo. Entremos, pues, en su tienda para complacerte, y probemos lo que
nos ofrece. Y si aliviamos con esto su pena, es probable que Alah se apiade a su vez de nosotros y haga
que logren buen éxito las pesquisas para encontrar a mi padre".
Pero Said, al oír a Agib, exclamó: "¡Oh mi señor, no hagamos eso! ¡Por Alah! ¡De ningún modo! No
es propio del hijo de un visir entrar en una pastelería del zoco, y menos todavía comer públicamente en
ella. ¡Oh! ¡No puede ser! Si lo haces por temor a estas gentes que te siguen, y por eso quieres entrar en
esa tienda, ya sabré yo espantarlas y defenderte con mi látigo. ¡Pero lo que es entrar en la pastelería, en
modo alguno!"
Y Hassan Badreddin se afectó muchísimo al oír al eunuco. Y luego, volviéndose hacia él, con los
ojos llenos de lágrimas, le dijo: "¡Oh eunuco! ¿Por qué no quieres apiadarte y darme el gusto de entrar en
mi tienda? ¡Por que tú, como la castaña, eres negro por fuera, pero por dentro blanco! Y te han elogiado
todos nuestros poetas en versos admirables, hasta el punto de que puedo revelarte el secreto de que
aparezcas tan blanco por fuera como por dentro lo eres". Entonces el buen eunuco se echó a reír a
carcajadas, y exclamó: "¿Es de verdad? ¿Puedes hacerlo así? ¡Por Alah, apresúrate a decírmelo!" En
seguida Hassan le recitó estos versos admirables en loor de los eunucos:
¡Su cortesía exquisita, la dulzura de sus modales y su noble apostura han hecho de él el
guardián respetado de las casas de los reyes!
¡Y para el harén, qué servidor tan incomparable! ¡Tal es su gentileza que los ángeles del
cielo bajan a su vez para servirle!
Estos versos, eran, efectivamente, tan maravilloso y tan oportunos, y fueron tan admirablemente
recitados por Hassan, que el eunuco se conmovió y se sintió halagadísimo, hasta el punto de que,
cogiendo de la mano a Agib, entró con él en la tienda.
Entonces Hassan Badreddin llegó al colmo de la alegría y se apresuró a hacer cuanto pudo para
honrarlos. Cogió un tazón de porcelana de los más ricos, lo llenó de granos de granada preparados con
azúcar y almendras mondadas perfumado todo deliciosamente, y muy en su punto, y lo presentó sobre la
más suntuosa de sus bandejas de cobre repujado. Y al verlos comer con manifiesta satisfacción, se sintió
muy halagado y muy complacido, y exclamó: "¡Oh, qué honor para mí! ¡Qué fortuna la mía! ¡Que os sea
tan agradable como provechoso!"
Agib, después de probar los primeros bocados, invitó a sentarse al pastelero, y le dijo: "Puedes
quedarte con nosotros y comer con nosotros. Porque Alah lo tendrá en cuenta, haciendo que encontremos
al que buscamos". Y Hassan Badreddin se apresuró a replicar: `Pero ¡cómo, hijo mío! ¿Acaso lamentas
ya, siendo tan joven, la pérdida de un ser querido?" Y Agib contestó: "¡Oh buen hombre! ¡La ausencia de
un ser querido ha destrozado ya mi corazón! ¡Y ese ser por quien lloro es nada menos que mi padre!
porque mi abuelo y yo hemos abandonado nuestro país para recorrer todas las comarcas en su busca". Y
Agib, al recordar su desgracia, rompió a llorar, mientras que Badreddin, emocionado por aquel dolor,
lloraba también. Y hasta el eunuco inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Sin embargo, hicieron los
honores al magnífico tazón de granada perfumada, dispuesta con tanto arte. Y comieron hasta la saciedad,
pues tan exquisita estaba.
Pero como apremiaba el tiempo, Hassan no pudo saber más, porque el eunuco hizo que Agib partiese
con él hacia las tiendas del visir.
Y apenas se hubo marchado Agib, Hassan sintió que su alma se iba con él, y no pudo sustraerse al
deseo de seguirle. Cerró en seguida su tienda, y sin sospechar que Agib era su hijo, marchó a buen paso,
para alcanzarles antes de que hubiesen traspuesto la puerta principal de la ciudad.
Entonces el eunuco se apercibió de que el pastelero les seguía, y volviéndose hacia él, le dijo:
"Pastelero, ¿por qué nos sigues?" Y Badreddin respondió: "Tengo que despachar un asunto fuera de la
ciudad, y he querido alcanzaros para que vayamos juntos y regresar después en seguida. Además, vuestra
partida me ha arrancado el alma del cuerpo".
Estas palabras indignaron profundamente al eunuco, que exclamó: "¡Parece que va a salirnos muy
caro el dichoso dulce! ¡Qué maldito tazón! ¡Este hombre nos lo va a amargar! y he aquí que ahora nos
seguirá a todas partes!" Entonces Agib, al volverse y ver al pastelero, se puso muy colorado, y balbuceó:
"¡Déjalo, Said, que el camino de Alah es libre para todos los musulmanes!" Y añadió después: "Si viene
hasta las tiendas, ya no habrá duda de que nos persigue, y entonces lo echaremos". Y dicho esto, Agib
bajó la cabeza y continuó andando, y el eunuco marchaba a pocos pasos detrás de él.
En cuanto a Hassan, no dejó de seguirles hasta el Meidán de Hasba, donde estaban las tiendas. Y
entonces Agib y el eunuco se volvieron, viéndole a pocos pasos detrás de ambos. Y esta vez acabó por
enfadarse Agib, temiendo que el eunuco se lo contase todo a su abuelo: ¡Que Agib había entrado en una
pastelería y que el pastelero había seguido a Agib! Y asustado de que esto ocurriese, cogió una piedra y
volvió a mirar a Hassan, que seguía inmóvil, contemplándole siempre con una extraña luz en los ojos.
Y Agib, sospechando que esta llama de los ojos del pastelero era una llama equívoca; se puso aún
más furioso y lanzó con toda su fuerza la piedra contra él, hiriéndole de gravedad en la frente. Después,
Agib y el eunuco huyeron hacia las tiendas. En cuanto a Hassan Badreddin, cayó al suelo, desmayado y
con la cara cubierta de sangre. Pero afortunadamente no tardó en volver en sí, se restañó la sangre, y con
un trozo de su turbante se vendó la herida. Después comenzó a reconvenirse de este modo:
"¡Verdaderamente toda la culpa la tengo yo! He procedido muy mal al cerrar la tienda y seguir a ese
hermoso muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospechosos". Y suspiró después: "¡Alah
karim!"
[60].
Luego regresó a la ciudad, abrió la tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos como
antes hacía, pensando siempre, lleno de dolor, en su pobre madre, que en la ciudad de Basara le había
enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte de la pastelería. Y se puso a llorar, y para
consolarse, recitó esta estrofa:
¡No pidas justicia al infortunio! ¡Sólo hallarás el desengaño! ¡Porque el infortunio jamás
te hará justicia!
En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero Hassan Badreddin, transcurridos los tres días de
descanso en Damasco, dispuso que levantasen el campamento del Meidán, y continuando su viaje a
Bassra, siguió el camino de Homs, luego el de Hama y por fin el de Alepo. Y en todas partes hacía
investigaciones. De Alepo marchó a Mardin, después a Mossul y luego a Diarbekir. Y llegó por último a
la ciudad de Bassra.
Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró a presentarse al sultán de Bassra, que le recibió con
mucha amabilidad, preguntándole el motivo de su viaje. Y Chamseddin le relató toda la historia, y le dijo
que era hermano de su antiguo visir Nureddin. Al oír el nombre de Nureddin exclamó el sultán: "Alah lo
tenga en su gracia!" Y añadió: "Efectivamente, Nureddin fué mi visir, y lo quise mucho, y murió hace
quince años. Y dejó un hijo llamado Hassan Badreddin, que era mi favorito predilecto; mas un día
desapareció, y no hemos vuelto a saber de él. Pero en Bassra está todavía su madre, la esposa de tu
hermano, e hijos de mi antiguo visir, el antecesor de Nureddin.
Esta noticia colmó de alegría a Chamseddin, que dijo: "¡Oh rey! ¡Quisiera ver a mi cuñada!" Y el rey
lo consintió.
Chamseddin corrió a casa de su difunto hermano inmediatamente después de haber averiguado las
señas. Y no tardó en llegar, pensando todo el camino en Nureddin, muerto lejos de él, con la tristeza de
no poder abrazarle. Y llorando, recitó estas dos estrofas:
¡Oh! ¡Vuelva yo a la morada de mis antiguas noches! ¡Logre yo besar sus paredes!
¡Pero no es el amor a estos muros de la casa querida el que me ha herido en mitad del
corazón, sino el amor al que en ella vivía!
Atravesó Chamseddin la puerta principal, llegando a un gran patio, en cuyo fondo se alzaba la
morada. La puerta era una maravilla de arcadas de granito, embellecida con mármoles de todos los
colores. En el umbral, sobre una magnífica losa de mármol, vió el nombre de su hermano Nureddin
grabado con letras de oro. Se inclinó para besar aquel nombre, y se afectó mucho, recitando estas
estrofas:
¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale! ¡Y todas las noches se las pido al
relámpago que brilla!
¡Cuando duermo, hasta cuando duermo, el deseo, el aguijón del deseo, el peso del deseo, la
sierra afilada del deseo trabaja en mí! ¡Y nunca calma estos dolores!
¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡Mi corazón está destrozado,
cortado en pedazos, por el dolor de este ausencia!
¡Oh! ¡Qué día, bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que al fin pudiéramos
reunirnos!
¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con el amor de otro! ¡Mi
corazón no es bastante grande para encerrar otro amor!
Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta llegar a aquel en que estaba
generalmente su cuñada, la madre de Hassan Badreddin El Bassrauí.
Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella estancia, y allí pasaba días y noches
en continuo llanto. Y había mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su
cúpula, para que figurase la tumba de su pobre hijo, al cual creía muerto desde mucho tiempo atrás. Y allí
dejaba transcurrir entre lágrimas su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza aguardando la
muerte.
Al llegar junto a la puerta, Chamseddin oyó a su cuñada, que con voz doliente recitaba estos versos:
¡Oh tumba! ¡Dime, por Alah, si han desaparecido la hermosura y los encantos de mi amigo!
¿Se desvaneció para siempre el magnífico espectáculo de su belleza?
¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el elevado cielo; pero dime,
¿cómo veo resplandecer dentro de ti la luna y florecer el ramo?
Entonces entró el visir Chamseddin, saludó a su cuñada con el mayor respeto, y la enteró de que era
el hermano de su esposo Nureddin. Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassan, su
hijo, se había acostado una noche con su hija Sett El- Hosn y había desaparecido por la mañana, y Sett
El-Hosn quedó preñada y parió a Agib. Después añadió: "Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el
hijo de tu hijo y mi hija".
La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como una mujer de riguroso luto que
renuncia a los usos sociales, al saber que vivía su hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante a su
cuñado el visir de Egipto, se levantó apresuradamente y se echó a los pies de Chamseddin, besándole, y
recitó en honor suyo estas estrofas:
¡Por Alah! ¡Colma de beneficios a aquel que acaba de anunciarme esta nueva feliz, pues
para mí es la noticia más dichosa y mejor de cuantas pueden oírse!
¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón desgarrado por las ausencias!
El visir ordenó que buscasen en seguida a Agib, y cuando éste se presentó, su abuela se abrazó a él
llorando. Y Chamseddin le dijo: "¡Oh señora! No es el momento de llorar, sino de que prepares tu viaje a
Egipto en compañía de nosotros. ¡Y quiera Alah reunirnos con tu hijo y sobrino mío Hassan!" Y la abuela
de Agib respondió: "Escucho y obedezco". Y en el mismo instante fué a disponer todas las cosas
necesarias, y los víveres, y toda su servidumbre, no tardando en hallarse dispuesta.
Entonces el visir Chamseddin fué a despedirse del sultán de Bassra. Y el sultán le entregó muchos
regalos para él y para el sultán de Egipto. Después Chamseddin, las dos damas y Agib emprendieron la
marcha acompañados de todo su séquito.
Y no se detuvieron hasta llegar nuevamente a Damasco. Hicieron alto en la plaza de Kânun, armaron
las tiendas, y el visir dijo: "Ahora nos detendremos en Damasco toda una semana, para tener tiempo de
comprar regalos como se los merece el sultán de Egipto".
Y mientras el visir recibía a los ricos mercaderes que habían acudido para ofrecerles sus géneros,
Agib dijo al eunuco: "Baba Said, tengo ganas de distraerme un rato. Vámonos al zoco para saber qué
novedades hay y qué le ocurrió a aquel pastelero cuyos dulces nos comimos, y teniendo que agradecerle
su hospitalidad le pagamos partiéndole la cabeza de una pedrada. Realmente, le volvimos mal por bien".
Y el eunuco respondió: "Escucho y obedezco".
Entonces Agib y el eunuco abandonaron el campamento, porque Agib obraba con un ciego impulso,
como movido por un cariño filial inconsciente. Llegados a la ciudad, anduvieron por todos los zocos
hasta que encontraron la pastelería. Y era la hora en que los creyentes marchaban a la mezquita de los
Baní-Ommiah para la oración del asr.
Y precisamente en dicho momento estaba Hassan Badreddin en su tienda, ocupado en confeccionar el
mismo plato delicioso de la otra vez: granos de granada con almendras, azúcar y perfumes en su punto. Y
entonces Agib pudo observar al pastelero, y ver en su frente la cicatriz de la pedrada con que le había
herido. Y se le enterneció más el corazón: "¡Oh pastelero, la paz sea contigo! El interés que me inspiras
hace venir a saber de ti. ¿No me recuerdas?" Y apenas lo vió Hassan se le conmovieron las entrañas, le
palpitó el corazón desordenadamente, abatió la cabeza hacia el suelo, y su lengua, pegada al paladar, le
impedía decir palabra. Por fin hubo de levantar la vista hacia el muchacho, y sumisa y humildemente
recitó estas estrofas:
¡Pensé reconvenir a mi amante, pero en cuanto lo vi lo olvidé todo, pude dominar mi lengua
ni mis ojos!
¡He callado y bajé los ojos ante su apostura imponente y altiva, y quise disimular lo que
sentía pero no lo pude conseguir!
¡He aquí cómo después de haber escrito pliegos y pliegos de reconvenciones, al hallarle
ante mi me fue imposible leer ni una palabra!
Luego añadió: "¡Oh mis señores! ¿,Queréis entrar sólo por condescendencia y probar este plato?
Porque, ¡por Alah! apenas te he visto, ¡oh lindo muchacho! mi corazón se ha inclinado hacia tu persona,
como la otra vez. Y me arrepiento de haber cometido la locura de seguirte". Y Agib contestó: "¡Por Alah,
que eres un amigo peligroso! Por unos dulces que nos diste, estuvo en poco que nos comprometieras.
Pero ahora no entraré, ni comeré nada en tu casa, como no jures que no saldrás detrás de nosotros como
la otra vez. Y sabe que de otra manera nunca volveremos aquí, porque vamos a pasar toda la semana en
Damasco, a fin de que mi abuelo pueda comprar regalos para el sultán". Entonces Badreddin exclamó:
"¡Lo juro ante vosotros!" Y en seguida Agib y el eunuco entraron en la tienda, y Badreddin les ofreció en
seguida una terrina de granos de granada, su deliciosa especialidad. Y Agib le dijo: "Ven, y come con
nosotros. Y así puede que Alah conceda el éxito a nuestras pesquisas". Y Hassan se sintió muy feliz al
sentarse frente a ellos. Pero no dejaba ni un instante de contemplar a Agib.
Y lo miraba de un modo tan extraño y persistente que Agib, cohibido, le dijo: "¡Por Alah! ¡Qué
enamorado tan pesado y tan molesto eres! Ya te lo dije la otra vez. No me mires de esa manera, pues
parece que quisieras devorar mi cara con tus ojos". Y a sus frases respondió Badreddin con estas
estrofas:
¡En lo más profundo de mi corazón hay para ti un secreto que no puedo revelar, un
pensamiento íntimo y oculto que nunca traduciré en palabras!
¡Oh tú, que humillas a la brillante luna, orgullosa de su belleza ¡Oh tú, rostro radiante, que
avergüenzas a la mañana y a la resplandeciente aurora!
¡Te he consagrado un culto mudo; te dediqué, ¡Oh vaso selecto! un signo mortal y unos
votos que de continuo se acrecientan y embellecen!
¡Y ahora ardo y me derrito por completo! ¡Tu rostro es mi paraíso! ¡Estoy seguro de morir
de esta sed abrasadora! ¡Y sin embargo, tus labios podrían apagarla y refrescarme con su miel!
Terminadas estas estrofas, recitó otras no menos admirables, pero en otro sentido, dirigidas al
eunuco. Y así estuvo diciendo versos durante una hora, tan pronto dedicados a Agib como al esclavo. Y
luego que sus huéspedes se hubieron saciado, Hassan se levantó a fin de traerles lo indispensable para
que se lavasen. Y al efecto les presentó un hermoso jarro de cobre muy limpio; les echó agua perfumada
en las manos y se las limpió después con una hermosa toalla de seda que le pendía de la cintura. Y en
seguida les roció con agua de rosas, sirviéndose de un aspersorio de plata que guardaba cuidadosamente
en el estante más alto de su tienda, sacándolo nada más que en las ocasiones solemnes.
No contento aún, salió un instante para volver en seguida, trayendo en la mano dos alcarrazas llenas
de sorbete de agua de rosas, y les ofreció una a cada uno, diciendo: "Aceptadlo y coronad así vuestra
condescendencia". Entonces Agib cogió una alcarraza y bebió, y luego se la entregó al eunuco, que bebió
y se la entregó otra vez a Agib, que bebió y se la volvió a entregar al esclavo, y así sucesivamente, hasta
que llenaron bien el vientre y se vieron hartos como nunca lo habían estado en su vida. Y por último,
dieron las gracias al pastelero, y se retiraron muy de prisa para llegar al campamento antes de que se
pusiese el sol.
Y llegados a las tiendas, Agib se apresuró a besar la mano de su abuela y a su madre Sett El-Hosn. Y
la abuela le dió otro beso, acordándose de su hijo Badreddin, y hubo de suspirar y llorar mucho. Y
después recitó estas dos estrofas:
,!Si no tuviese la esperanza de que los objetos separados han de reunirse algún día, nada
habría aguardado yo desde que te fuiste!
¡Pero hice el juramento de que no entraría en mi corazón más amor que el tuyo! ¡Y Alah, mi
señor, que conoce todos los secretos puede atestiguar que lo he cumplido!
Después le dijo a Agib: "Hijo mío, ¿por dónde estuviste?" Y él contestó: "Por los zocos de
Damasco". Y ella dijo: "Ya debes temer mucho apetito". Y se levantó y le trajo una terrina llena del
famoso dulce de granada, deliciosa especialidad en que era muy diestra, y cuyas primeras nociones había
dado a su hijo Badreddin siendo él muy niño. Y ordenó al eunúco: "Puedes comer con tu amo Agib". Y el
eunuco, haciendo muecas, se decía: "¡Por Alah! ¡Maldito el apetito que tengo! ¡No podré comer ni un
bocado!" Pero fué a sentarse junto a su señor.
Y Agib, que se había sentado también, se encontraba con el estómago lleno de cuanto había comido y
bebido en la pastelería. Sin embargo, tomó un poco de aquel dulce, pero no pudo tragarlo por lo harto
que estaba. Además le pareció muy poco azucarado. Y en realidad no era así ni mucho menos. Porque la
culpa era de él, pues no podía estar más ahito de lo que estaba. Así es que haciendo un gesto de
repugnancia, dijo a su abuela: "¡Oh abuela! Este dulce no está bien hecho. Y la abuela, despechada,
exclamó: "¿Cómo te atreves a decir que no están bien hechos mis dulces? ¿Ignoras que no hay en el
mundo quien me iguale en el arte de la repostería y la confitería, como no sea tu padre Hassan Badreddin,
y eso porque yo le enseñé?" Pero Agib repuso: "¡Por Alah, abuela, que a este plato le falta algo de
azúcar! No se lo digas a mi madre, ni a mi abuelo"; pero sabe que acabamos de comer en el zoco, donde
nos ha obsequiado un pastelero, ofreciéndonos este mismo plato. ¡Ah... ! ¡sólo su perfume ensanchaba el
corazón! Y su sabor delicioso habría despertado el apetito de un enfermo. Y realmente, este plato
preparado por ti no se le puede comparar ni con mucho, abuela mía".
Y la abuela enfurecida al oír estas palabras, lanzó una terrible mirada al eunuco Said y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces y agradables son
tus palabras, y cuán delicioso y encantador ese cuento!"
Y Schehrazada sonrió y dijo: "Sí, hermana mía; pero nada vale comparado con lo que os contaré la
próxima noche, si vivo aún, por merced de Alah y gusto del rey".
Y el rey dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré antes de oír la continuación de su historia, pues
realmente es una historia en extremo asombrosa y extraordinaria".
Después el rey Schahriar y Schehrazada pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que salió el sol.
Inmediatamente el rey Schahriar fue a la sala de sus justicias, y se llenó el diwán con la multitud de
visires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el rey juzgó y dispuso nombramientos y
destituciones, y gobernó, y despachó los asuntos pendientes, hasta que hubo acabado el día. Luego se
levantó el diwán, regresó el rey al palacio, y cuando llegó la noche fué a buscar a Schehrazada, la hija
del visir, y no dejó de hacer con ella su cosa acostumbrada.
La joven Doniazada, en cuanto se hubo terminado la cosa, se apresuró a levantarse del tapiz y dijo a
Schehrazada:
"¡Oh hermana mía! Te suplico que termines ese cuento tan sabroso de la historia del bello Hassan
Badreddin y de su mujer, la hija de su tío Chamseddin. Estabas precisamente en estas palabras: "La
abuela lanzó una terrible mirada al eunuco Said, y le dijo..." ¿Qué le dijo?
Y Schehrazada, sonriendo a su hermana, repuso: "La proseguiré de todo corazón y buena voluntad,
pero no sin que este rey tan bien educado me lo permita".
Y Schehrazada, sonriendo a su hermana, repuso: "La proseguiré de todo corazón y buena voluntad,
pero no sin que este rey tan bien educado me lo permita".
Entonces el rey, que aguardaba impaciente el final del relato, dijo a Schehrazada: "Puedes hablar".
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la abuela de Agib se encolerizó mucho, miró al esclavo
de una manera terrible, y le dijo: "Pero ¡desdichado! ¡Así has pervertido a este niño! ¿Cómo te atreviste a
hacerle entrar en tiendas de cocineros o pasteleros?" A estas palabras de la abuela de Agib, el eunuco,
muy asustado, se apresuró a negar, y dijo: "No hemos entrado en ninguna pastelería; no hicimos más que
pasar por delante". Pero Agib insistió tenazmente: "¡Por Alah! Hemos entrado y hemos comido muy
bien". Y maliciosamente añadió: "Y te repito, abuela, que aquel dulce estaba mucho mejor que este que
nos ofreces".
Entonces la abuela se marchó indignada en busca del visir para enterarle de aquel "terrible delito del
eunuco de alquitrán". Y de tal modo excitó al visir contra el esclavo, que Chamseddin, hombre de mal
genio, que solía desahogarse a gritos contra la servidumbre, se apresuró a marchar con su cuñada en
busca de Agib y el eunuco. Y exclamó: "¡Said! ¿Es cierto que entraste con Agib en una pastelería?" Y el
eunuco, aterrado, dijo: "No es cierto, no hemos entrado". Pero Agib, maliciosamente, repuso: "¡Sí que
hemos entrado! ¡Y además, cuánto hemos comido! ¡Ay, abuela! Tan rico estaba, que nos hartamos hasta la
nariz. Y luego hemos tomado un sorbete delicioso, con nieve, de lo más exquisito. Y el complaciente
pastelero no economizó en nada el azúcar, como la abuela". Entonces aumentó la ira del visir, y volvió a
preguntar al eunuco, pero éste seguía negando. En seguida el visir le dijo: "¡Said! Eres un embustero.Has
tenido la audacia de desmentir a este niño, que dice la verdad, y sólo podría creerte si te comieras toda
esta terrina preparada por mi cuñada. Así me demostrarías que te hallas en ayunas".
Entonces Said, aunque ahito por la comilona en casa de Badreddin, quiso someterse a la prueba. Y se
sentó frente a la terrina dispuesto a empezar; pero hubo de dejarlo al primer bocado, pues estaba hasta la
garganta. Y tuvo que arrojar el bocado que tomó, apresurándose a decir que la víspera había comido
tanto en el pabellón con los demás esclavos, que había cogido una indigestión. Pero el visir comprendió
en seguida que el eunuco había entrado realmente aquel día en la tienda del pastelero. Y ordenó que los
otros esclavos lo tendiesen en tierra, y él mismo, con toda su fuerza, le propinó una gran paliza. Y el
eunuco lleno de golpes, pedía piedad, pero seguía gritando: "¡Oh mi señor, es cierto que cogí una
indigestión!" Y como el visir ya se cansaba de pegarle, se detuvo y le dijo: "¡Vamos! ¡Confiesa la
verdad!" Entonces el eunuco se decidió y dijo: "Sí, mi señor, es verdad. Hemos entrado en una pastelería
en el zoco. Y lo que se nos dió allí de comer era tan rico, que en mi vida probé una cosa semejante. ¡No
como este plato horrible y detestable! ¡Por Alah! ¡Qué malo es!"
Entonces el visir se echó a reír de muy buena gana; pero la abuela no pudo dominar su despecho, y
dijo: "¡Calla, embustero! ¡A que no traes un plato como éste! Todo eso que has dicho no es más que una
invención tuya. Vé, si no, a buscar una terrina de ese mismo dulce. Y si la traes, podremos comparar mi
trabajo y el de ese pastelero. Mi cuñado será quien juzgue". Y el eunuco contestó: "No hay
inconvenientes". Entonces la abuela le dió medio dinar y una terrina de porcelana, vacía.
Y el eunuco salió marchando a la pastelería, donde dijo al pastelero: "He aquí que acabamos de
apostar en favor de ese plato de granada que sabes hacer, contra otro que han preparado los criados.
Aquí tienes medio dinar, pero preséntalo con toda tu pericia, pues si no, me apalearán de nuevo. Todavía
me duelen las costillas". Entonces Hassan se echó a reír y le dijo: "No tengas cuidado; sólo hay en el
mundo una persona que sepa hacer este dulce, y es mi madre. ¡Pero está en un país muy lejano!"
Después Badreddin llenó muy cuidadosamente la terrina, y aun hubo de mejorarla añadiéndole un
poco de almizcle y de agua de rosas. Y el eunuco regresó a toda prisa al campamento. Entonces la abuela
de Agib tomó la terrina y se apresuró a probar el dulce, para darse cuenta de su calidad y su sabor. Y
apenas lo llevó a sus labios, exhaló un grito y cayó de espaldas.
Y el visir y todos los demás no salían de su asombro, y se apresuraron a rociar con agua de rosas la
cara de la abuela, que al cabo de una hora pudo volver en sí. Y dijo: "¡Por Alah! ¡El autor de este plato
de granada no puede ser más que mi hijo Hassan Badreddin, y no otro alguno! ¡Estoy segura de ello! ¡Soy
la única que sabe prepararlo de esta manera, y sólo se lo enseñé a mi hijo Hassan!"
Y al oírla, el visir llegó al límite de la alegría y de la impaciencia, y exclamó: "¡Alah va a permitir
por fin que nos reunamos!" En seguida llamó a sus servidores, y después de meditar unos momentos,
concibió un plan, y les dijo: "Id veinte de vosotros inmediatamente a la pastelería de ese Hassan,
conocido en el zoco por Hassan El- Bassrauí, y haced pedazos cuanto haya en la tienda. Amarrad al
pastelero con la tela de su turbante, y traédmelo aquí, pero sin hacerle daño alguno".
Luego montó a caballo, y provisto de las cartas oficiales, se fué a la casa del gobierno para ver al
lugarteniente que representaba en Damasco a su señor el sultán de Egipto. Y mostró las cartas del sultán
al lugarteniente- gobernador, que se inclinó al leerlas, besándolas respetuosamente y poniéndoselas sobre
la cabeza con veneración. Después, volviéndose al visir, le dijo: "Estoy a tus órdenes. ¿De quién quieres
apoderarte?" Y el visir le contestó: "Solamente de un pastelero del zoco". Y el gobernador dijo: "Pues es
muy fácil". Y mandó a sus guardías que fuesen a prestar auxilio a los servidores del visir. Y después de
despedirse del gobernador, volvió el visir a sus tiendas.
Por su parte, Hassan Badreddin vió llegar gente armada con palos, piquetas y hachas, que invadieron
súbitamente la pastelería, haciéndolo pedazos todo, tirando por los suelos los dulces y pasteles, y
destruyendo, en fin, la tienda entera. Después, apoderándose del espantadísimo pastelero, le ataron con la
tela de su turbante, sin decir palabra. Y Hassan pensaba: "¡Por Alah! La causa de todo esto debe haber
sido esa maldita terrina. ¿Qué habrán encontrado en ella?"
Y acabaron por llevarle al campamento, a presencia del visir. Y Hassan Badreddin, muy asustado,
exclamó: "¡Señor! ¿Qué crimen he cometido?" Y el visir le dijo: "¿Eres tú quien ha preparado ese dulce
de granada?" Y Hassan repuso: "¡Oh señor! ¿Has encontrado en él algo por lo cual deban cortarme la
cabeza?" Y el visir replicó severamente: "¿Cortarte la cabeza? Eso sería un castigo demasiado suave.
Algo peor te ha de pasar, como irás viendo".
Porque el visir había encargado a las dos damas que le dejasen a su gusto, pues no quería darles
cuenta de sus investigaciones hasta su llegada a El Cairo. L Llamó, pues, a sus esclavos, y les dijo: "Que
se me presente uno de nuestros camelleros.
Y traed un cajón grande de madera". Y los esclavos obedecieron en seguida. Después, por orden del
visir, se apoderaron del atemorizado Hassan y le hicieron entrar en el cajón, que cerraron
cuidadosamente. En seguida lo cargaron en el camello, levantaron las tiendas, y la comitiva se puso en
marcha. Y así caminaron hasta la noche. Entonces se detuvieron para comer, y a fin de que Hassan
también comiese, le dejaron salir unos instantes, encerrándole después de nuevo. Y de este modo
prosiguieron el viaje.
De cuando en cuando se detenían, y se hacía salir a Hassan para encerrarle luego de ser sometido a
un interrogatorio del visir, que le preguntaba cada vez: "¿Eres tú el que preparó el dulce de granada?" Y
Hassan contestaba siempre: "¡Oh mi señor! Así es, en verdad". Y el visir exclamaba: "Atad a ese hombre
y encerradle en el cajón!"
Y de este modo llegaron a El Cairo. Pero antes de entrar en la ciudad, el visir hizo que sacaran a
Hassan del cajón y se lo presentasen. Y entonces dispuso: "¡Que venga en seguida un carpintero!" Y el
carpintero compareció, y el visir le dijo: "Toma las medidas de alto y de ancho para construir una picota
que le vaya bien a este hombre. y adáptala a un carretón, que arrastrará una pareja de búfalos". Y Hassan,
espantado, exclamó: "¡Señor! ¿Qué vas a hacer conmigo?" Y el visir dijo: "Clavarte en la picota y
llevarte por la ciudad para que todos te vean". Y Hassan repuso: "Pero ¿cuál es mi crimen, para que me
castigues de este modo?" Entonces el visir Chamseddin le dijo: "¡La negligencia con que preparaste el
plato de granada! Le faltaban condimento y aroma". Y al oírlo Hassan se aporreó con las manos la
cabeza, y dijo: "¡Por Alah! ¡Todo eso es mi crimen! ¿Y no es otra la causa de este suplicio del viaje, y de
que sólo me hayas dado de comer una vez al día, y piensas, por añadidura, clavarme en la picota?" Y el
visir respondió: "Ciertamente, esa es toda la causa; ¡por la falta de condimento!"
Entonces Hassan llegó al límite del asombro, y levantando los brazos al cielo se puso a reflexionar
profundamente. Y el visir le dijo: "¿En qué piensas?" Y Hassan respondió: "¡Por Alah! Pienso en que hay
muchos locos en este mundo. Porque si tú no fueses el más loco de todos los locos, no me hubieras
tratado así porque falte un poco de aroma en un plato de granada". Y el visir diijo: "He de enseñarte a
que no reincidas, y no veo otro medio". Pero Hassan exclamó: "¡Pues tu manera de proceder es un crimen
muchísimo mayor que el mío, y debías empezar por castigarte!" Entonces el visir contestó: "¡No te
preocupes! ¡La picota es lo que más te conviene!"
Y mientras tanto, el carpintero seguía preparando allí mismo el poste del suplicio, y de cuando en
cuando dirigía miradas a Hassan, como queriéndole decir: "¡Por Alah, que has de estar muy a tu gusto!"
Pero a todo esto se hizo de noche. Y se apoderaron de Hassan y nuevamente lo encerraron en el
cajón. Y su tío le dijo: "¡Mañana te crucificaremos!" Después aguardó a que Hassan se hubiese dormido
dentro de su cárcel. Entonces dispuso que cargasen la caja en un camello y dió la orden de partir, no
deteniéndose hasta llegar al palacio.
Fué entonces cuando quiso revelárselo todo a su hija y a su cuñada. Y dijo a su hija Sett El-Hosn:
"¡Loado sea Alah que nos ha permitido encontrar a tu primo Hassan Badreddin! ¡Ahí lo tienes! ¡Marcha,
hija mía, y sé feliz! Y procura colocar los muebles, los tapices y todo lo de la casa y de la cámara nupcial
exactamente lo mismo que estaban la noche de tus bodas". Y Sett El-Hosn, casi en el límite de la
emoción, dió al momento las órdenes necesarias, y sus siervas se levantaron en seguida, y pusieron
manos a la obra, encendiendo los candelabros. Y el visir les dijo: "Voy a auxiliar vuestra memoria". Y
abrió un armario, y sacó el papel con la lista de los muebles y de todos los objetos, con la indicación de
los sitios que ocupaban. Y fué leyendo muy detenidamente esta lista, cuidando que cada cosa se pusiera
en su lugar. Y tan a maravilla se hizo todo, que el observador más inteligente se habría creído aún en la
noche de boda de Sett El-Hosn con el jorobado.
En seguida el visir colocó con sus propias manos las ropas de Hassan donde éste las dejó: el turbante
en la silla, el calzoncillo en el lecho, los calzones y el ropón en el diván, con la bolsa de los mil dinares
y el contrato del judío, volviendo a coser en el turbante el pedazo de hule con los papeles que contenía.
Después recomendó a Sett el-Hosn que se vistiese como la primera noche, disponiéndose a recibir a
su primo y esposo Hassan Badreddin, y que cuando éste entrase, le dijera: "¡Oh! ¡cuánto tiempo has
estado en el retrete! ¡Por Alah! Si estás indispuesto , ¿Por qué no lo dices? ¿No soy yo tu esclava?
Y le recomendó también, aunque en rea lidad Sett El-Hosn no necesitaba esta advertencia, que se
mostrase muy cariñosa con su primo y le hiciese pasar la noche lo más agradablemente posible.
Y luego el visir apuntó la fecha de este día bendito. Y fué al aposento donde estaba Hassan encerrado
en el cajón. Lo mandó sacar mientras dormía, le desató las piernas, lo desnudó y no le dejó más que una
camisa fina y un gorro en la cabeza, lo mismo que la noche de la boda. Después se escabulló, abriendo
las puertas que conducían a la cámara nupcial para que Hassan se despertase solo.
Y Hassan no tardó en despertarse, y atónito al verse casi desnudo en aquel corredor tan
maravillosamente alumbrado, y que no se le hacía desconocido, dijo: "¡Por Alah! ¿estaré despierto o
soñando?"
Pasados los primeros instantes de sorpresa, se arriesgó a levantarse y a mirar a través de una de las
puertas que se abrían en el pasillo. Y en el acto perdió la respiración. Acababa de reconocer la sala
donde se había celebrado la fiesta en honor suyo y con tal detrimento para el jorobado. Y al mirar por la
puerta que conducía a la cámara nupcial, vió su turbante encima de una silla y en el diván su ropón y sus
calzones. Entonces, llena de sudor la frente, se dijo: "¿Estaré despierto? ¿Estaré soñando? ¿Estaré loco?"
Y quiso avanzar, pero adelantaba un paso y retrocedía otro, limpiándose a cada momento la frente,
bañada en un sudor frío. Y al fin exclamó: "¡Por Alah ! No es posible dudarlo. ¡Esto es un sueño! Pero
¿no estaba yo amarrado y metido en un cajón? ¡No; esto es un sueño!" Y así llegó hasta la entrada de la
cámara nupcial, y cautelosamente avanzó la cabeza.
Y he aquí que Sett El-Hosn, tendida en el lecho, en toda su hermosura, levantó gentilmente una de las
puntas del mosquitero de seda azul y dijo: "¡Oh dueño querido! ¡Cuánto tiempo has estado en el retrete!
¡Ven en seguida!"
Entonces el pobre Hassan se echó a reír a carcajadas, como un tragador de haschich o un fumador de
opio, y gritaba: "¡Oh, qué sueño tan asombroso! ¡Qué sueño tan embrollado!" Y avanzó con infinitas
precauciones, como si pisara serpientes, agarrando con una mano el faldón de la camisa y tentando en el
aire con la otra, como un ciego o como un borracho.
Después, sin poder resistir la emoción, se sentó en la alfombra y empezó a reflexionar
profundamente. Y es el caso que veía allí mismo, delante de él, sus calzones tal como eran, abombados y
con sus pliegues bien hechos, su turbante de Bassra, su ropón, y colgando, los cordones de la bolsa.
Nuevamente le habló Sett El-Hosn desde el interior del lecho, y le dijo: "¿Qué haces, mi querido? ¡Te
veo perplejo y tembloroso! ¡Ah! ¡No estabas así al principio!"
Entonces Badreddin, sin levantarse y apretándose la frente con las manos, empezó a abrir y a cerrar
la boca, con una risa de loco, y al fin pudo decir: "¿Qué principio? ¿Y de qué noche? ¡Por Alah! ¡Si hace
años y años que me ausenté!"
Entonces Sett El-Hosn le dijo: "¡Oh querido mío! Tranquilízate! ¡Por el nombre de Alah sobre ti y en
torno de ti! ¡Tranquilízate! Hablo de esta noche que acabas de pasar en mis brazos, ¡la noche del
poderoso ariete! Saliste un instante y has tardado cerca de una hora. Pero ya veo que no te encuentras
bien. ¡Ven, ojos míos a que te dé calor; ven, alma mía!"
Pero Badreddin siguió riendo como un loco, y dijo: "¡Puede que digas la verdad! ¡Es posible que me
haya dormido en el retrete y que haya soñado!" Después añadió: "¡Pero qué sueño tan desagradable!
Figúrate que he soñado que era algo así como cocinero o pastelero de la ciudad de Damasco, en Siria,
muy lejos de aquí, y que vivía diez años en ese oficio. He soñado también con un muchacho, seguramente
hijo de noble, al que acompañaba un eunuco. Y me ocurrió con él tal aventura..." Y el pobre Hassan,
notando que el sudor le bañaba la frente, fué a enjugarla, pero entonces tentó la huella de la piedra que le
había herido, y dió un salto y dijo: "¡Por Alah! ¡Esta es la cicatriz de la pedrada que me tiró aquel
muchacho!" Después reflexionó un instante, y añadió: "¡Es efectivamente un sueño! Este golpe es posible
que me lo hayas dado tú hace un momento, en uno de nuestros transportes".
Luego dijo: "Sigo contándote mi sueño. Llegué a Damasco, pero no sé cómo. Era una mañana, y yo
iba como ahora me ves, en camisa y con un gorro blanco: el gorro del jorobado. Y los habitantes no sé
qué querían hacer conmigo. Heredé la tienda de un pastelero, un viejecillo muy amable. ¡Pero claro; esto
no ha sido un sueño! Porque he preparado un plato de granada que no tenía bastante aroma... ¿Y después...
? ¿Pero he soñado todo esto o ha sido realidad... ?"
Entonces Sett El-Hosn exclamó: "¡Querido mío, realmente has soñado cosas muy extrañas! ¡Por favor,
prosigue hasta el final!"
Y Hassan Badreddin, interrumpiéndose de cuando de cuando para lanzar exclamaciones, refirió a Sett
El-Hosn toda la historia, real o soñada, desde el principio hasta el fin. Y luego añadió: "¡Cuando pienso
que por poco me crucifican! ¡Y me hubiesen crucificado si no se disipa oportunamente el sueño! ¡Por
Alah! ¡Todavía sudo al acordarme del cajón!"
Y Sett El-Hosn le preguntó: "¿Y por qué te querían crucificar?" Y él contestó: "Por haber aromatizado
poco el dulce de granada. ¡Oh! Me esperaba la terrible picota con un carretón arrastrado por dos búfalos
del Nilo. Pero gracias a Alah, todo ha sido un sueño ... Y a fe que la pérdida de mi pastelería, destruida
por completo, me dió mucha pena".
Entonces Sett El-Hosn, que ya no podía más, saltó de la cama, se echó en brazos de Hassan
Badreddin, y estrechándole contra su pecho empezó a besarle todo. Pero él no se movía. Y de pronto
dijo: "¡No, no! ¡Esto es un sueño! ¡Por Alah! ¿dónde estoy? ¿dónde está la verdad?"
Y el pobre Hassan, llevado suavemente al lecho en brazos de Sett El-Hosn, se tendió extenuado y
cayó en un sueño profundo, velado por su esposa, que de cuando en cuando le oía murmurar: "¡Es la
realidad! ¡No! ¡Es un sueño!"
Con la mañana volvió la calma al espíritu de Hassan Badreddin, que al despertarse se encontró en
brazos de Sett El-Hosn, viendo al pie del lecho a su tío el visir Chamseddin, que en seguida le deseó la
paz. Y Badreddin le dijo: "¡Por Alah! ¿No has sido tú quien mandó que me atasen los brazos y has
dispuesto la destrucción de mi tienda? ¡Y todo ello por estar poco aromatizado el dulce de granada!"
Entonces el visir Chamseddin, como ya no había razón para callar, le dijo:
"¡Oh hijo mío! Sabe que eres Hassan Badreddin, hijo de mi difunto hermano Nureddin, visir de
Bassra. Y si te he hecho sufrir tales tratos ha sido para tener una nueva prueba con qué identificarte y
saber que eras tú, y no otro, el que entró en la casa de mi hija la noche de la boda. Y esa prueba la he
tenido al ver que conocías (pues yo estaba escondido detrás de tí) la casa y los muebles, y después tu
turbante, tus calzones y tu bolsillo, y sobre todo, la etiqueta de esta bolsa y el pliego sellado del turbante,
que contiene las instrucciones de tu padre Nureddin. Dispénsame, pues, hijo mío; porque no tenía otro
medio de conocerte, ya que no te hube visto nunca, pues naciste en Bassra. ¡Oh hijo mío! Todo esto se
debe a una divergencia que surgió hace muchos años entre tu padre Nureddin y yo, que soy tu tío".
Y el visir le contó toda la historia, y después le dijo: "¡Oh hijo avío! En cuanto a tu madre, la he
traído de Bassra, y la vas a ver, lo mismo que a tu hijo Agib, fruto de tu primera noche de bodas con tu
prima". Y el visir corrió a llamarlos.
El primero en llegar fué Agib, que esta vez se echó en brazos de su padre, y Badreddin, lleno de
alegría, recitó estos versos:
¡Cuando te fuiste me puse a llorar, y las lágrimas se desbordaban de mis párpados!
¡Y juré que si Alah reunía alguna vez a los amantes, afligidos por su separación, mis labios
no volverían a hablar de la pasada ausencia.
¡La felicidad ha cumplido lo que ofreció y ha pagado su deuda ¡Y mi amigo ha vuelto!
¡Levántate hacia aquel que trajo la dicha, y recógete los faldones de tu ropón para servirle!
Apenas concluyó de recitar, cuando llegó sollozando la abuela de Agib, madre de Badreddin, y se
precipitó en los brazos de su hijo, casi desmayada de júbilo. Y a la vuelta de grandes expansiones y
lágrimas de alegría, se contaron mutuamente sus historias y sus penas y todos sus padecimientos.
Esta es, ¡oh rey afortunado! -dijo Schehrazada al rey Schahriar- la historia maravillosa que el visir
Giafar Al-Barmakí refirió al califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes de la ciudad de Bagdad.
Y son estas también las aventuras del visir Chamseddin, de su hermano el visir Nureddin y de Hassan
Badreddin, hijo de Nureddin.
Y el califa Harún Al-Raschid dijo: "¡Por Alah, que todo esto es verdaderamente asombroso!" Y
admirado hasta el límite de la admiración, sonrió agradecido a su visir Giafar, y ordenó a los escribas de
palacio que escribiesen con oro y con su más bella letra esta maravillosa historia y que la conservasen
cuidadosamente en el armario de los papeles para que sirviese de lección a los hijos de los hijos.
Y la discreta y sagaz Schehrazada, dirigiéndose al rey Schahriar, sultán de la India y de la China,
prosiguió de este modo: "Pero no creas, ¡Oh rey afortunado! que esta historia sea tan admirable como la
que ahora te contaré, si no estás cansado!" Y el rey Schahriar le preguntó: "¿Qué historia es esa?" Y
Schehrazada dijo: "Es mucho más admirable que todas las otras". Y Schahriar preguntó: "¿Pero cómo se
llama?" Y ella dijo:
"Es la historia del Sastre, el Jorobado, el Judío, el Nazareno y el Barbero de Bagdad".
Entonces el rey exclamó: "¡Te lo concedo! ¡Puedes contarla!"
Historia del jorobado con el sastre, el corredor nazareno, el
intendente y el médico judio; lo que resultó, y sus aventuras
sucesivamente referidas
Entonces Schehrazada dijo al rey Schahriar:
"He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades
y de los siglos, hubo en una ciudad de la China un hombre que era sastre y estaba muy satisfecho de su
condición. Amaba las distracciones apacibles y tranquilas y de cuando en cuando acostumbraba salir con
su mujer, para pasearse y recrear la vista con el espectáculo de las calles y los jardines. Pero cierto día
que ambos habían pasado fuera de casa, al regresar a ella, al anochecer, encontraron en el camino a un
jorobado de tan grotesca facha, que era antídoto de toda melancolía y haría reír al hombre más triste,
disipando todo pesar y toda aflicción. Inmediatamente se le acercaron el sastre y su mujer, divirtiéndose
tanto con sus chanzas, que le convidaron a pasar la noche en su compañía.
El jorobado hubo de responder a esta oferta como era debido, uniéndose a ellos, y llegaron juntos a
la casa. Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los comerciantes cerrasen
su tienda, pues quería comprar provisiones con qué obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan
fresco, limones, y un gran pedazo de halaua
[61] para postre.
Después volvió, puso todas estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron a comer.
Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un gran trozo de pescado, y lo
metió por broma todo entero en la boca del jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el
pedazo, y dijo: "¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio, o si no, no te suelto".
Entonces el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el pedazo entero. Pero
desgraciadamente para él, había decretado el Destino que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y
esta espina se le atravesó en la garganta, ocasionándole en el acto la muerte.
Al llegar a este punto de su relato, vió Schehrazada, hija del visir, que se acercaba la mañana, y con
su habitual discreción no quiso proseguir la historia, para no abusar del permiso concedido por el rey
Schahriar.
Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán gentiles, cuán dulces y
cuán sabrosas son tus palabras!" Y Schehrazada respondió: "¿Pues qué dirás la noche próxima, cuando
oigas la continuación, si es que vivo aún, porque así lo disponga la voluntad de este rey lleno de buenas
maneras y de cortesía?"
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré hasta no oír lo que falta de esta historia, que
es muy sorprendente".
Después el rey Schahriar cogió a Schehrazada entre sus brazos, y pasaron enlazados el resto de la
noche, hasta que llegó la mañana. Entonces el rey se levantó y se fué a la sala de justicia.
Enseguida entró el visir, y entraron asimismo los emires, los chambelanes y los guardias, y el diwán
se llenó de gente. El rey empezó a juzgar y a despachar asuntos, dando un cargo a éste, destituyendo a
aquél, sentenciando en los pleitos pendientes, y ocupando su tiempo de este modo hasta acabar el día.
Terminado el diwán, el rey volvió a sus aposentos y fué en busca de Schehrazada.
Doniazada dijo a Schehrazada: "¡Oh hermana mía! Te ruego que nos cuentes la continuación de esa
historia del jorobado con el sastre y su mujer". Y Schehrazada repuso: "¡De todo corazón y como debido
homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey". Entonces el rey se apresuró a decir: "Puedes contarla".
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vió morir de aquella manera al jorobado,
exclamó: "¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este
pobre hombre haya venido a morir precisamente entre nuestras manos!"
Pero la mujer replicó: "¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del poeta?
¡Oh alma mía! ¿Por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas
con aquello que te acarreará la pena y la zozobra?
¿No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego
se expone a abrasarse?
Entonces su marido le dijo: "No sé, en verdad, qué hacer". Y la mujer respondió: "Levántate, que
entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de aquí,
yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: "¡Es mi hijo, y ésta es su
madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?"
Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en
seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: "¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y
salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?"
Y al oírlos, decían los transeúntes: "Son un padre y una madre que llevan a un niño enfermo de viruelas".
Y se apresuraban a alejarse.
Así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que lo
llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vió a
aquel hombre que llevaba un niño en brazos, y a la madre que lo acompañaba. Y ésta le dijo: "Traemos un
niño para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado a tu amo,
rogándole que baje a ver al niño, porque está muy enfermo".
Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo
entrar a su marido, y le dijo: "Deja en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos a escape". Y el
sastre soltó el cadáver del jorobado dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se
apresuró a marcharse, seguido por su mujer.
En cuanto a la negra, entró en la casa de su amo el médico judío, y le dijo: "Ahí abajo queda un
enfermo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que
recetes algo que le alivie". Y cuando el médico judío vió el cuarto de dinar, se alegró mucho y se
apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger la luz para bajar, por eso tropezó con el
jorobado, derribándolo. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida, y al
comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Gritó entonces: "¡Oh Señor! ¡Oh Alah
justiciero! ¡Por las diez palabras santas!" Y siguió invocando a Harún
[62], a Yuschach
[63], hijo de Nun,
y a los demás. Y dijo: "He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la
escalera. Pero ¿cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?"
De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habitación, donde lo mostró a su
mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: "¡No, aquí no lo podemos tener! ¡Sácalo
de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, estamos perdidos sin remedio.
Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el
musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el intendente proveedor de la cocina del rey, y su casa está
infestada de ratas, perros y gatos que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca
y harina. Por lo tanto, esos bichos no dejarán de comerse este cadáver, y lo harán desaparecer".
Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo
hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejándolo de pie contra la pared de la
cocina. Después se alejaron, descendiendo a su casa tranquilamente.
Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba contra la pared, cuando el intendente, que
estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de
Adán de pie en un rincón, junto a la pared de la cocina. Y el intendente, sorprendidísimo, exclamó: "¿Qué
es eso? ¡Por Alah! He aquí que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino
un ser humano.
Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosamente por temor a
los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé
hacer, puesto que este individuo es el que bajaba por la azotea".
Enseguida agarró el intendente una enorme estaca, yéndose hacia el hombre, y le dió de garrotazos, y
aunque le vió caer, le siguió apaleando. Pero como el hombre no se movía, el intendente advirtió que
estaba muerto, y entonces dijo desolado: "¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el
poder!"
Después añadió: "Malditas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la
mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hombre. Y no sé qué hacer con él". Después lo
miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: "¿No te bastaba con ser jorobeta?
¿Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ¡Oh Dios protector,
ampárame con el velo de tu poder!" Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al
jorobado, salió de su casa y anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco. Paróse
entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fué.
Al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó a pasar un nazareno. Era el corredor de
comercio del sultán. Y aquella noche estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam a bañarse. Su
borrachera le incitaba a las cosas más curiosas, y se decía:
"¡Vamos, que eres casi como el Mesías!" Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por
llegar adonde estaba el jorobado. Y entonces quiso orinar. Pero de pronto vió al jorobado delante de él,
apoyado contra la pared. Y al encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era un
ladrón y que acaso fuese quien le había robado el turbante, pues el corredor nazareno iba sin nada a la
cabeza. Entonces se abalanzó contra aquel hombre, y le dió un golpe tan violento en la nuca, que lo hizo
caer al suelo. Y en seguida empezó a dar gritos llamando al guarda del zoco. Y con la excitación de su
embriaguez, siguió golpeando al jorobado y quiso estrangularlo, apretándole la garganta con ambas
manos. En este momento llegó el guarda del zoco, y vió al nazareno encima del musulmán, dándole
golpes y a punto de ahogarlo. Y el guarda dijo: "¡Deja a ese hombre, y levántate!" Y el cristiano se
levantó.
Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba tendido en el suelo, lo examinó, y
vió que estaba muerto. Y gritó entonces: "¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de tocar a
un musulmán y de matarlo?" Y el guarda se apoderó del nazareno, le ató las manos a la espalda y le llevó
a casa del walí. Y el nazareno se lamentaba y decía: "¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré podido matar
a ese hombre? ¡Y qué pronto ha muerto, sólo de un puñetazo! Se me pasó la borrachera, y ahora viene la
reflexión".
Llegados a casa del walí, el nazareno y el cadáver del jorobado quedaron encerrados toda la noche,
hasta que el walí se despertó por la mañana. Entonces el walí
[64] interrogó al nazareno, que no pudo
negar los hechos referidos por el guarda del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que condenar a
muerte a aquel nazareno que había matado a un musulmán. Y ordenó que el portaalfanje pregonara por
toda la ciudad la sentencia de muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levantasen la horca, y que
llevasen a ella al sentenciado.
Entonces se acercó el portaalfanje y preparó la cuerda, hizo el nudo corredizo, se lo pasó al nazareno
por el cuello, y ya iba a tirar de él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muche dumbre y
abriéndose camino hasta el nazareno que estaba de pie junto a la horca, dijo al portaalfanje:"¡Detente!
¡Yo soy quien ha matado a ese hombre! Entonces el walí le preguntó: "¿Y por qué le mataste?" Y el
intendente dijo: "Vas a saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se había metido en ella
descolgándose por la terraza, para robarme las provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y
en seguida le vi caer muerto. Entonces le cogí a cuestas, y le traje al zoco, dejándole de pie arrimado
contra una tienda en tal sitio y en tal esquina. ¡ Y he aquí que ahora, con mi silencio, iba a ser causa de
que matasen a este nazareno, después de haber sido yo quien mató a un musulmán! ¡A mí, pues, hay que
ahorcarme!"
Cuando el walí hubo oído las palabras del proveedor, dispuso que soltasen al nazareno, y dijo al
portaalfanje: "Ahora mismo ahorcarás a este hombre, que acaba de confesar su delito".
Entonces el portaalfanje cogió la cuerda que había pasado por el cuello del cristiano y rodeó con ella
el cuello del proveedor, lo llevó junto al patíbulo, y lo iba a levantar en el aire, cuando de pronto el
médico judío atravesó la muchedumbre, y dijo a voces al portaalfanje:
"¡Aguardad! ¡El único culpable soy yo!" Y después contó así la cosa: " Sabed todos que este hombre
me vino a buscar para consultarme, a fin de que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle,
como era de noche, tropecé con él y rodó hasta lo último de la escalera, convirtiéndose en un cuerpo sin
alma. De modo que no deben matar al proveedor, sino a mí solamente".
Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el portaalfanje quitó la cuerda del cuello del
proveedor, y la echó al cuello del médico judío, cuando se vió llegar al sastre, que atropellando a todo el
mundo, dijo:
"¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió. Salí ayer de paseo y regresaba a mi casa al
anochecer. En el camino encontré a este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues llevaba en
la mano una pandereta y se acompañaba con ella cantando de una manera chistosísima. Me detuve para
contemplarle y divertirme, y tanto me regocijó, que lo convidé a comer en mi casa. Y compré pescado
entre otras cosas, y cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo de pescado, que colocó en otro
de pan, y se lo metió todo en la boca a este hombre, y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces
lo cogimos entre mi mujer y yo y lo llevamos a casa del médico judío. Bajó a abrirnos una negra, y yo le
dije lo que le dije. Después le di un cuarto de dinar para su amo. Y mientras ella subía, agarré en seguida
al jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer nos fuimos a escape.
Entretanto, bajó el médico judío para ver al enfermo; pero tropezó con el jorobado, que cayó en tierra, y
el judío creyó que lo había matado él".
En este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo: "¿No fué así?" El médico
repuso: "¡Esa es la verdad!" Entonces el sastre, dirigiéndose al walí, exclamó: "¡Hay, pues, que soltar al
judío y ahorcarme a mí!"
El walí, prodigiosamente asombrado, dijo entonces: "En verdad que esta historia merece escribirse
en los anales y en los libros". Después mandó al portaalfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre,
que se había declarado culpable. Entonces el portaalfanje llevó al sastre junto a la horca, le echó la soga
al cuello y dijo: "¡Esta vez va de veras! ¡Ya no habrá ningún otro cambio!" Y agarró la cuerda. ¡He aquí
todo por el momento!
En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una hora podía separarse de él. Y el
jorobado, después de emborracharse aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la
noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: "¡Oh señor, el walí te dirá que el
jorobado ha muerto, y que su matador iba a ser ahorcado! Por eso el walí había mandado ahorcar al
matador, y el verdugo se preparaba a ejecutarle, pero entonces se presentó un segundo individuo, y luego
un tercero, diciendo todos: "¡Yo soy el único que ha matado al jorobado!" Y cada cual contó al walí la
causa de la muerte".
El sultán, sin querer escuchar más, llamó a un chambelán y le dijo: "Baja en seguida en busca del
walí y ordénale que traiga a toda esa gente que está junto a la horca".
Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el verdugo iba a ejecutar al
sastre. Y el chambelán gritó: "¡Detente!" Y en seguida le contó al walí que esta historia del jorobado
había llegado a oídos del rey. Y se lo llevó, y se llevó también al sastre, al médico judío, al corredor
nazareno y al proveedor, mandando transportar también el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó
en busca del sultán.
Cuando el walí se presentó entre las manos del rey, se inclinó y besó la tierra, y refirió toda la
historia del jorobado, con todos sus pormenores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.
El sultán, al oír tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más extremo de la hilaridad.
Después mandó a los escribas de palacio que escribieran esta historia con agua de oro. Y luego preguntó
a todos los presentes: "Habéis oído alguna vez historia semejante a la del jorobado?"
Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: "¡Oh rey
de los siglos y del tiempo! Sé una historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado.
La referiré, si me das tu venia, porque es mucho más sorprendente, más extraña y más deliciosa que la del
jorobado".
Y dijo el rey: "¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que lo oigamos".
Entonces el corredor nazareno dijo:
Relato del corredor nazareno
"Sabe, ¡Oh rey del tiempo! que vine a este país para un asunto comercial. Soy un extranjero a quien el
Destino encaminó a tu reino. Porque yo nací en la ciudad de El Cairo y soy copto entre los coptos. Y es
igualmente cierto que me crié en El Cairo, y en aquella ciudad fué corredor mi padre antes que yo.
Cuando murió mi padre ya había llegado yo a la edad de hombre. Y por eso fui corredor como él,
pues contaba con toda clase de cualidades para este oficio, que es la especialidad entre nosotros los
coptos.
Pero un día entre los días, estaba yo sentado a la puerta del Khan de los acreedores de granos, y vi
pasar a un joven, como la luna llena, vestido con el más suntuoso traje y montado en un borrico blanco
ensillado con una silla roja. Cuando me vió este joven me saludó, y yo me levanté por consideración
hacia él. Sacó entonces un pañuelo que contenía una muestra de sésamo, y me preguntó: "¿Cuánto vale el
ardeb
[65] de esta clase de sésamo?"
Y yo le dije: "Vale cien dracmas". Entonces me contestó: "Avisa a los medidores de granos y ve con
ellos al khan Al-Gaonali, en el barrio de Bab Al-Nassr; allí me encontrarás". Y se alejó, después de
darme el pañuelo que contenía la muestra de sésamo.
Entonces me dirigí a todos los mercaderes de granos y les enseñé la muestra que yo había
justipreciado en cien dracmas. Y los mercaderes la tasaron en ciento veinte dracmas por ardeb. Entonces
me alegré sobremanera, y haciéndome acompañar de cuatro medidores, fui en busca del joven, que,
efectivamente, me aguardaba en el khan. Y al verme, corrió a mi encuentro y me condujo a un almacén
donde estaba el grano, y los medidores llenaron sus sacos, y lo pesaron todo, que ascendió en total a
cincuenta medidas en ardebs. Y el joven me dijo: "Te corresponden por comisión diez dracmas por cada
arbed que se venda a cien dracmas. Pero has de cobrar en mi nombre todo el dinero, y lo guardarás
cuidadosamente en tu casa, hasta que lo reclame. Como su precio total es cinco mil dracmas, te quedarás
con quinientos, guardando para mí cuatro mil quinientos. En cuanto despache mis negocios, iré a buscarte
para recoger esa cantidad". Entonces yo le contesté: "Escucho y obedezco". Después le besé las manos y
me fuí.
Y efectivamente, aquel día gané mil dracmas de corretaje, quinientos del vendedor y quinientos de los
compradores, de modo que me correspondió el veinte por ciento, según la costumbre de los corredores
egipcios.
En cuanto al joven, después de un mes de ausencia, vino a verme y me dijo: "¿Dónde están los
dracmas?" Y le contesté en seguida: "A tu disposición; hételos aquí metidos en ese saco". Pero él me
dijo: "Sigue guardándolos algún tiempo, hasta que yo venga a buscarlos". Y se fué y estuvo ausente otro
mes, y regresó y me dijo "¿Dónde están los dracmas?" Entonces yo me levanté, le saludé y le dije: "Ahí
están a tu disposición. Hételos aquí". Después añadí: "¿Y ahora quieres honrar mi casa viniendo a comer
conmigo un plato o dos, o tres o cuatro?" Pero se negó y me dijo: "Sigue guardando el dinero, hasta que
venga a reclamártelo, después de haber despachado algunos negocios urgentes". Y se marchó. Y yo
guardé cuidadosamente el dinero que le pertenecía, y esperé su regreso.
Volvió al cabo de un mes, y me dijo: "Esta noche pasaré por aquí y recogeré el dinero". Y le preparé
los fondos; pero aunque le estuve aguardando toda la noche y varios días consecutivos no volvió hasta
pasado un mes, mientras yo decía para mí: "¡Qué confiado es ese joven! En toda mi vida, desde que soy
corredor en los khanes y los zocos, he visto confianza como esta". Se me acercó y le vi, como siempre, en
su borrico, con suntuoso traje; y era tan hermoso como la luna llena, y tenía el rostro brillante y fresco
como si saliese del hammam, y sonrosadas mejillas y la frente como una flor lozana, y en un extremo del
labio un lunar, como gota de ámbar negro, según dice el poeta:
¡La luna llena se encontró con el sol en lo alto de una torre, ambos en todo el esplendor de
su belleza!
¡Tales eran los dos amantes! ¡Y cuantos los veían, tenían que admirarlos y desearles
completa felicidad!
¡Y ahora son tan hermosos, que cautivan el alma!
¡Gloria, pues a Alah, que realiza tales prodigios y forma sus criaturas a sus deseos!
Y al verle, le besé las manos, e invoqué para él todas las bendiciones de Alah, y le dije: "¡Oh mi
señor! Supongo que ahora recogerás tu dinero". Y me contestó: "Ten todavía un poco de paciencia; pues
en cuanto acabe de despachar mis asuntos vendré a recogerlo". Y me volvió la espalda y se fué. Y yo
supuse que tardaría en volver, y saqué el dinero, y lo coloqué con un interés de veinte por ciento,
obteniendo de él cuantiosa ganancia. Y dije para mí: "¡Por Alah! Cuando vuelva, le rogaré que acepte mi
invitación, y le trataré con toda largueza, pues me aprovecho de sus fondos y me estoy haciendo muy
rico".
Y transcurrió un año, al cabo del cual regresó, y le vi vestido con ropas más lujosas que antes, y
siempre montado en su borrico blanco, de buena raza.
Entonces le supliqué fervorosamente que aceptase mi invitación y comiera en mi casa, a lo cual me
contestó: "No tengo inconveniente, pero con la condición de que el dinero para los gastos no lo saques de
los fondos que me pertenecen y están en tu casa". Y se echó a reír. Y yo hice lo mismo. Y le dije: "Así
sea, y de muy buena gana".
Le llevé a casa, y le rogué que se sentase, y corrí al zoco a comprar toda clase de víveres, bebidas y
cosas semejantes, y lo puse todo en el mantel entre sus manos, y le invité a empezar, diciendo:
"¡Bismilah!" Entonces se acercó a los manjares, pero alargó la mano izquierda, y se puso a comer con
esta mano izquierda. Y yo me quedé sorprendidísimo, y no supe qué pensar. Terminada la comida, se lavó
la mano izquierda sin auxilio de la derecha, y yo le alargué la toalla para que se secase, y después nos
sentamos a conversar.
Entonces le dije: "¡Oh mi generoso señor! Líbrame de un peso que me abruma y de una tristeza que
me aflige. ¿Por qué has comido con la mano izquierda? ¿Sufres alguna enfermedad en tu mano derecha? Y
al oírlo el mancebo, me miró y recitó estas estrofas:
¡No preguntes por los sufrimientos y dolores de mi alma! ¡Conocerías mi mal!
¡Y sobre todo, no preguntes si soy feliz! ¡Lo fui! ¡Pero hace tiempo! ¡Desde entonces, todo
ha cambiado! ¡Y contra lo inevitable no hay más que invocar la cordura!
Después sacó el brazo derecho de la manga del ropón, y vi que la mano estaba cortada, pues aquel
brazo terminaba en un muñón. Y me quedé asombrado profundamente. Pero él me dijo: "¡No te asom.bres
tanto! Y sobre todo, no creas que he comido con la mano izquierda por falta de consideración a tu
persona, pues ya ves que ha sido por tener cortada la derecha. Y el motivo de ello no puede ser más
sorprendente". Entonces le pregunté: "¿Y cuál fué la causa?" Y el joven suspiró, se le llenaron de
lágrimas los ojos, y dijo:
"Sabe que yo soy de Bagdad. Mi padre era uno de los principales personajes entre los personajes. Y
yo, hasta llegar a la edad de hombre, pude oír los relatos de los viajeros, peregrinos y mercaderes que en
casa de mi padre nos contaban las maravillas de los países egipcios.
Y retuve en la memoria todos esos relatos, admirándolos en secreto, hasta que falleció mi padre.
Entonces cogí cuantas riquezas pude reunir, y mucho dinero, y compré gran cantidad de mercancías en
telas de Bagdad y de Mossul, y otras muchas de alto precio y excelente clase; lo empaqueté todo y salí de
Bagdad. Y como estaba escrito por Alah que había de llegar sano y salvo al término de mi viaje, no tardé
en hallarme en esta ciudad de El Cairo, que es tu ciudad".
Pero en este momento el joven se echó a llorar y recitó estas estrofas:
¡A veces el ciego, el ciego de nacimiento, sabe sortear la zanja donde cae el que tiene
buenos ojos!
¡A veces el insensato sabe callar las palabras que pronunciadas por el sabio, son la
perdición del sabio!
¡A veces el hombre piadoso y creyente sufre desventuras, mientras que el loco, el impío,
alcanza la felicidad!
¡Así, pues, conozca el hombre su impotencia! ¡La fatalidad es la única reina del mundo!
Terminados los versos, siguió en esta forma su relación:
"Entré, pues, en El Cairo, y fui al khan Serur, deshice mis paquetes, descargué mis camellos y puse
las mercancías en un local que alquilé para almacenarlas. Después di dinero a mi criado para que
comprase comida, dormí en seguida un rato, y al despertarme salí a dar una vuelta por Bain Al-Kasrein,
regresando después al khan Serur, en donde pasé la noche.
Cuando me desperté por la mañana, dije para mí, desliando un paquete de telas: "Voy a llevar esta
tela al zoco y a enterarme de cómo van las compras". Cargué las telas en los hombros de un criado, y me
dirigí al zoco, para llegar al centro de los negocios, un gran edificio rodeado de pórticos y de tiendas de
todas clases y de fuentes. Ya sabes que allí suelen estar los corredores, y que aquel sitio se llama la
kaisariat Guergués.
Cuando llegué, todos los corredores, avisados de mi viaje, me rodearon, y yo les di las telas, y
salieron en todas direcciones a ofrecer mis géneros a los principales compradores de los zocos. Pero al
volver me dijeron que el precio ofrecido por mis mercaderías no alcanzaba al que yo había pagado por
ellas ni a los gastos desde Bagdad hasta El Cairo.
Y como no sabía qué hacer, el jeique principal de los corredores me dijo: "Yo sé el medio de que
debes valerte para que ganes algo. Es sencillamente que hagas lo que hacen todos los mercaderes. Vender
al por menor tus mercaderías a los comerciantes con tienda abierta, por tiempo determinado, ante testigos
y por escrito, que firmaréis ambos, con intervención de un cambiante. Y así, todos los lunes y todos los
jueves cobraréis el dinero que te corresponda. Y de este modo, cada dracma te producirá dos dracmas y
a veces más. Y durante este tiempo tendrás lugar de visitar El Cairo y de admirar el Nilo".
Al oír estas palabras, dije: "Es en verdad una idea excelente". Y en seguida reuní a los pregoneros y
corredores y marché con ellos al khan Serur y les di todas las mercaderías, que llevaron a la kaisariat. Y
lo vendí todo al por menor a los mercaderes, después que se escribieron las cláusulas de una y otra parte,
ante testigos, con intervención de un cambista de la kaisariat.
Despachado este asunto, volví al khan, permaneciendo allí tranquilo, sin privarme de ningún placer ni
escatimar ningún gasto. Todos los días comía magníficamente, siempre con la copa de vino encima del
mantel. Y nunca faltaba en mi mesa buena carne de carnero; dulces y confituras de todas clases. Y así
seguí hasta que llegó el mes en que debía cobrar con regularidad mis ganancias. En efecto, desde la
primera semana de aquel mes, cobré como es debido mi dinero. Y los jueves y los lunes me iba a sentar
en la tienda de alguno de los deudores míos, y el cambista y el escribano público recorrían cada una de
las tiendas, recogían el dinero y me lo entregaban.
Y fue en mí una costumbre el ir a sentarme, ya en una tienda, ya en otra. Pero un día, después de salir
del hammam, descansé un rato, almorcé un pollo, bebí algunas copas de vino, me lavé en seguida las
manos, me perfumé con esencias aromáticas y me fui al barrio de la kaisariat Guergués, para sentarme en
la tienda de un vendedor de telas llamado Badreddin Al- Bostaní. Cuando me hubo visto me recibió con
gran consideración y cordialidad, y estuvimos hablando una hora.
Pero mientras conversábamos virnos llegar una mujer con un largo velo de seda azul. Y entró en la
tienda para comprar géneros, y se sentó a mi lado en un tabure'e. Y el velo, que le cubría la cabeza y le
tapaba ligeramente el rostro, estaba echado a un lado, y exhalaba delicados aromas y perfumes. Y la
negrura de sus pupilas, bajo el velo, asesinaba las almas y arrebataba la razón. Se sentó y saludó a
Badreddin, que después de corresponder a su salutación de paz, se quedó de pie ante ella, y empezó a
hablar, mostrándole telas de varias clases y yo, al oír la voz de la dama tan llena de encanto y tan dulce,
sentí que el amor apuñalaba mi hígado.
Pero la dama, después de examinar algunas telas, que no le parecieron bastante lujosas, dijo a
Badreddin: "¿No tendrías por casualidad una pieza de seda blanca tejida con hilos de oro puro?" Y
Badreddin fué al fondo de la tienda, abrió un armario pequeño, y de un montón de varias piezas de tela
sacó una de seda blanca tejida con hilos de oro puro, y luego la desdobló delante de la joven. Y ella la
encontró muy a su gusto y a su conveniencia, y le dijo al mercader: "Como no llevo dinero encima, creo
que me la. podré llevar, como otras veces, y en cuanto llegue a casa te enviaré el importe".
Pero el mercader le dijo: "¡Oh mi señora! No es posible por esta vez, porque esa tela no es mía, sino
del comerciante que está ahí sentado, y me he comprometido a pagarle hoy mismo". Entonces sus ojos
lanzaron miradas de indignación, y dijo: "Pero desgraciado, ¿no sabes que tengo la costumbre de
comprarte las telas más caras y pagarte más de lo que me pides? ¿No sabes que nunca he dejado de
enviarte su importe inmediatamente?" Y el mercader contestó: "Ciertamente, ¡oh mi señora! Pero hoy
tengo que pagar ese dinero en seguida". Y entonces la dama cogió la pieza de tela, se la tiró a la cara al
mercader, y le dijo: "¡Todos sois lo mismo en tu maldita corporación!" Y levantándose airada, volvió la
espalda para salir.
Pero yo comprendí que mi alma se iba con ella, me levanté apresuradamente, y le dije: "¡Oh mi
señora! Concédeme la gracia de volverte un poco hacia mí, y desandar generosamente tus pasos".
Entonces ella volvió su rostro hacia donde yo estaba, sonrió discretamente, y me dijo: "Consiento en
pisar otra vez esta tienda, pero es sólo en obsequio tuyo". Y se sentó en la tienda frente a mí. Entonces
volviéndome hacia Badreddin. le dije: "¿Cuál es el precio de esta tela?"
Badreddin contestó: "Mil cien dracmas". Y yo después: "Está bien. Te pagaré además cien dracmas
de ganancia. Trae un papel para que te dé el precio por escrito".
Y cogí la pieza de seda tejida con oro, y a cambio le di el precio por escrito, y luego entregué la tela
a la dama, diciéndole: "Tómala, y puedes irte sin que te preocupe el precio, pues ya me lo pagarás
cuando gustes. Y para esto te bastará venir un día entre los días a buscarme en el zoco, donde siempre
estoy sentado en una o en otra tienda. Y si quieres honrarme aceptándola como homenaje mío, te
pertenece desde ahora".
Entonces me contestó: "¡Alah te lo premie con toda clase de favores! ¡Ojalá alcances todas las
riquezas que me pertenecen, convirtiéndote en mi dueño y en corona de mi cabeza! ¡Así oiga Alah mi
ruego!"
Yo le repliqué: "¡Oh señora mía, acepta, pues, esta pieza de seda! ¡Y que no sea esta sola! Pero te
ruego que me otorgues el favor de que admire un instante el rostro que me ocultas". Entonces se levantó
el finísimo velo que le cubría la parte inferior de la cara y no dejaba ver más que los ojos.
Vi aquel rostro de bendición, y esta sola mirada bastó para aturdirme, avivar el amor en mi alma y
arrebatarme la razón. Pero ella se apresuró a bajar el velo, cogió la tela, y me dijo: "¡Oh dueño mío, que
no dure mucho tu ausencia, o moriré desolada!" Y después se marchó. Y yo me quedé solo con el
mercader, hasta la puesta de sol. Y me hallaba como si hubiese perdido la razón y el sentido, dominado
en absoluto por la locura de aquella pasión tan repentina. Y la violencia de este sentimiento hizo que me
arriesgase a preguntar al mercader respecto a aquella dama. Y antes de levantarme para irme, le dije:
"¿Sabes quién es esa dama?" Y me contestó: "Claro que sí. Es una dama muy rica. Su padre fué un emir
ilustre, que murió dejándole muchos bienes y riquezas".
Entonces me despedí del mercader y me marché, para volver al khan Serur, donde me alojaba. Y mis
criados me sirvieron de comer; pero yo pensaba en ella, y no pude probar bocado. Me eché a dormir;
pero el sueño huía de mi persona, y pasé toda la noche en vela, hasta por la mañana.
Entonces me levanté, me puse un traje más lujoso todavía que el de la víspera, bebí una copa de vino,
me desayuné con un buen plato, y volví a la tienda del mercader, a quien hube de saludar, sentándome en
el sitio de costumbre. Y apenas había tomado asiento, vi llegar a la joven, acompañada de una esclava.
Entró, se sentó y me saludó, sin dirigir el menor saludo de paz a Badreddin. Y con su voz tan dulce y su
incomparable modo de hablar, me dijo: "Esperaba que hubieses enviado a alguien a mi casa para cobrar
los mil doscientos dracmas que importa la pieza de seda". A lo cual contesté: "¿Por qué tanta prisa, si a
mí no me corre ninguna?" Y ella me dijo: "Eres muy generoso; pero yo no quiero que por mí pierdas
nada". Y acabó por dejar en mi mano el importe de la tela no obstante mi oposición. Y empezamos a
hablar. Y de pronto me decidí a expresarle por señas la intensidad de mi sentimiento. Pero
inmediatamente se levantó, y se alejó a buen paso, despidiéndose por pura cortesía. Y sin poder
sostenerme, abandoné la tienda, y la fui siguiendo hasta que salimos del zoco. Y la perdí de vista; pero se
me acercó una muchacha, cuyo velo no me permitía adivinar quién fuese, y me dijo: "¡Oh mi señor! Ven a
ver a mi señora, que quiere hablarte". Entonces, muy sorprendido, le dije: "¡Pero si aquí nadie me
conoce!" Y la muchacha replicó: "¡Oh cuán escasa es tu memoria! ¿No recuerdas a la sierva que has visto
ahora mismo en el zoco, con su señora, en la tienda de Badreddin?"
Entonces eché a andar detrás de ella, hasta que vi a su señora en una esquina de la calle de los
Cambios.
Cuando ella me vió, se acercó a mí rápidamente, y llevándome a un rincón de la calle, me dijo: "¡Ojo
de mi vida! Sabe que con tu amor llenas todo mi pensamiento y mi alma. Y desde la hora que te vi, ni
disfruto del sueño reparador, ni como, ni bebo". Y yo le contesté: "A mí me pasa igual; pero la dicha que
ahora gozo me impide quejarme". Y ella dijo: "¡Ojo de mi vida! ¿Vas a venir a mi casa, o iré yo a la
tuya?" Yo repuse: "Soy forastero, y no dispongo de otro lugar que el khan, en donde hay demasiada gente.
Por lo tanto, si tienes bastante confianza en mi cariño para recibirme en tu casa, colmarás mi felicidad".
Y ella respondió: "Cierto que sí, pero esta noche es la noche del viernes y no puedo recibirte... Pero
mañana, después de la oración del mediodía, monta en tu borrico, y pregunta por el barrio de Habbanía, y
cuando llegues a él, averigua la casa de Barakat, el que fué gobernador, conocido por Aby- Schama. Allí
vivo yo. Y no dejes de ir, que te estaré esperando".
Yo estaba loco de alegría; después nos separamos. Volví al khan Serur, en donde habitaba, y no pude
dormir en toda la noche. Pero al amanecer me apresuré a levantarme, y me puse un traje nuevo,
perfumándome con los más suaves aromas, y me proveí de cincuenta dinares de oro, que guardé en un
pañuelo. Salí del khan Serur, y me dirigí hacia el lugar llamado Bab-Zauilat, alquilando allí un borrico, y
le dije al burrero: "Vamos al barrio de Habbanía". Y me llevó en muy escaso tiempo, llegando a una calle
llamada Darb Al-Monkari, y dije al burrero: "Pregunta en esta calle por la casa del nakib
[66] Aby-
Schama". El burrero se fué, y volvió a los pocos momentos con las señas pedidas, y me dijo: "Puedes
apearte". Entonces eché pie a tierra, y le dije: "Ve adelante para enseñarme el camino". Y me llevó a la
casa, entonces le ordené: "Mañana por la mañana volverás aquí para llevarme de nuevo al khan". Y el
hombre me contestó que así lo haría. Entonces le di un cuarto de dinar de oro, y cogiéndolo, se lo llevó a
los labios, y después a la frente, para darme las gracias, marchándose en seguida.
Llamé entonces a la puerta de la casa. Me abrieron dos jovencitas, dos vírgenes de pechos firmes y
blancos, redondos como lunas, y me dijeron: "Entra, ¡oh señor! nuestra ama te aguarda impaciente. No
duerme por las noches a causa de la pasión que le inspiras".
Entré en un patio, y vi un soberbio edificio con siete puertas; y aparecía toda la fachada llena de
ventanas, que daban a un inmenso jardín. Este jardín encerraba todas las maravillas de árboles frutales y
de flores; lo regaban arroyos y lo encantaba el gorjeo de las aves. La casa era toda de mármol blanco, tan
diáfano y pulimentado, que reflejaba la imagen de quien lo miraba, y los artesonados interiores estaban
cubiertos de oro y rodeados de inscripciones y dibujos de distintas formas. Todo su pavimento era de
mármol muy rico y de fresco mosaico. En medio de la sala hallábase una fuente incrustada de perlas y
pedrerías. Alfombras de seda cubrían los suelos, tapices admirables colgaban de los muros, y en cuanto a
los muebles, el lenguaje y la escritura más elocuentes no podrían describirlos.
A los pocos momentos de entrar y sentarme...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 26ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader prosiguió así su historia al corredor copto de
El Cairo, el cual se la contaba al sultán de aquella ciudad de la China:
"Vi que se me acercaba la joven, adornada con perlas y pedrería, luminosa la cara y asesinos los
negros ojos. Me sonrió, me cogió entre sus brazos, y me estrechó contra ella. Enseguida juntó sus labios
con los míos, y gustó de mi lengua con la suya. Y yo hice lo propio.
Y ella me dijo: "¿Es cierto que te tengo aquí o es un sueño?" Yo respondí: "¡Soy tu esclavo!" Y ella
dijo: "¡Hoy es un día de bendición! ¡Por Alah! ¡Ya no vivía, ni podía disfrutar comiendo y bebiendo!" Yo
contesté: "Y yo igualmente". Luego nos sentamos, y yo, confundido por aquel modo de recibirme, no
levantaba la cabeza.
Pero pusieron el mantel y nos presentaron platos exquisitos: carnes asadas, pollos rellenos y pasteles
de todas clases. Y ambos comimos hasta saciarnos, y ella me ponía los manjares en la boca, invitándome
cada vez con dulces palabras y miradas insinuantes. Después me presentaron el jarro y la palangana de
cobre, y me lavé las manos, y ella también, y nos perfumamos con agua de rosas y almizcle, y nos
sentamos para departir.
Entonces ella empezó a contarme sus penas, y yo hice lo mismo. Y con esto me enamoré todavía más.
Y en seguida empezamos con mimos y juegos, y nos estuvimos besando y haciéndonos mil caricias, hasta
que anocheció. Pero no sería de ninguna utilidad detallarlos. Después nos fuimos al lecho, y
permanecimos enlazados hasta la mañana. Y lo demás, con sus pormenores, pertenece al misterio.
A la mañana siguiente me levanté, puse disimuladamente debajo de la almohada el bolsillo con los
cincuenta dinares de oro, me despedí de la joven, y me dispuse a salir. Pero ella se echó a llorar, y me
dijo: "¡Oh dueño mío! ¿cuándo volveré a ver tu hermoso rostro?" Y yo le dije: "Volveré esta misma
noche".
Y al salir encontré a la puerta al borrico que me condujo la víspera, y allí estaba también el burrero
esperándome. Monté en el burro, y llegué al khan Serur, donde hube de apearme, y dando medio dinar de
oro al burrero, le dije: "Vuelve aquí al anochecer". Y me contestó: "Tus órdenes están sobre mi cabeza".
Entré entonces en el khan y almorcé. Después salí para recoger de casa de los mercaderes el importe de
mis géneros. Cobré las cantidades, regresé a casa, dispuse que preparasen un carnero asado, compré
dulces, y llamé a un mandadero, al cual di las señas de la casa de la joven, pagándole por adelantado y
ordenándole que llevara todas aquellas cosas. Y yo seguí ocupado en mis negocios hasta la noche, y
cuando vino a buscarme el burrero, cogí cincuenta dinares de oro, que guardé en un pañuelo, y salí.
Al entrar en la casa pude ver que todo lo habían limpiado, lavado el suelo, brillante la batería de
cocina, preparados los candelabros, encendidos los faroles, prontos los manjares y escanciados los vinos
y demás bebidas. Y ella, al verme, se echó en mis brazos, y acariciándome me dijo: "¡Por Alah! ¡Cuánto
te deseo!" Y después nos pusimos a comer avellanas y nueces hasta media noche. Entonces nos enlazamos
hasta por la mañana. Y me levanté, puse los cincuenta dinares de oro en el sitio de costumbre, y me fuí.
Monté en el borrico, me dirigí al khan, y allí estuve durmiendo. Al anochecer me levanté y dispuse
que el cocinero del khan preparase la comida: un plato de arroz saltado con manteca y aderezado con
nueces y almendras, y otro plato de cotufas fritas, con varias cosas más. Luego compré flores, frutas y
varias clases de almendras, y las envié a casa de mi amada. Y cogiendo cincuenta dinares de oro, los
puse en un pañuelo y salí. Y aquella noche me sucedió con la joven lo que estaba escrito que sucediese.
Y siguiendo de este modo acabé por arruinarme en absoluto, y ya no poseía un dinar, ni siquiera un
dracma. Entonces dije para mí que todo ello había sido obra del Cheitán. Y recité las siguientes estrofas:
!Si la fortuna abandonase al rico, lo vereis empobrecerse y extinguirse sin Gloria, como el
sol que amarillea al ponerse!
¡Y al desaparecer, su recuerdo se borra para siempre de todas las memorias! ¡Y si vuelve
algún día, la suerte no le sonreirá nunca!
¡Ha de darle vergüenza presentarse en las calles! ¡Y a solas consigo mismo, derramará
todas las lágrimas de sus ojos!
¡Oh Alah! ¡El hombre nada puede esperar de sus amigos, porque si cae en la miseria, hasta
sus parientes renegarán de él!
Y no sabiendo qué hacer, dominado por tristes pensamientos, salí del khan para pasear un poco, y
llegué a la plaza de Bain Al-Kasraín, cerca de la puerta de Zauilat. Allí vi un gentío enorme que llenaba
toda la plaza, por ser día de fiesta y de feria. Me confundí entre la muchedumbre, y por decreto del
Destino hallé a mi lado un jinete muy bien vestido.
Como la gente aumentaba, me apretaron contra él, y precisamente mi mano se encontró pegada a su
bolsillo, y noté que el bolsillo contenía un paquetito redondo. Entonces metí rápidamente la mano y saqué
el paquetito; pero no tuve bastante destreza para que él no lo notase. Porque el jinete comprobó por la
disminución de peso que le había vaciado el bolsillo. Volvióse iracundo, blandiendo la maza de armas, y
me asestó un golpazo en la cabeza. Caí al suelo, y me rodeó un corro de personas, algunas de las cuales
impidieron que se repitiera la agresión cogiendo al caballo de la brida y diciendo al jinete: "¿No te da
vergüenza aprovecharte de las apreturas para pegar a un hombre indefenso?" Pero él dijo: "¡Sabed todos
que ese individuo es un ladrón!"
En aquel momento volví en mí del desmayo en que me encontraba, y oí que la gente decía: "¡No
puede ser! Este joven tiene sobrada distinción para dedicarse al robo". Y todos discutían si yo habría o
no robado, y cada vez era mayor la disputa. Hube de verme al fin arrastrado por la muchedumbre, y quizá
habría podido escapar de aquel jinete, que no quería soltarme, cuando, por decreto del Destino, acertaron
a pasar por allí el walí y su guardia, que atravesando la puerta de Zauilat, se aproximaron al grupo en que
nos encontrábamos. Y el walí preguntó: "¿Qué es lo que pasa?" Y contestó el jinete: "¡Por Alah! ¡Oh
Emir! He aquí a un ladrón. Llevaba yo un bolsillo azul con veinte dinares de oro, y entre las apreturas ha
encontrado manera de quitármelo". Y el walí preguntó al jinete: "¿Tienes algún testigo?" Y el jinete
contestó: "No tengo ninguno". Entonces el walí llamó al mokadem, jefe de policía, y le dijo: "Apodérate
de ese hombre y regístralo". Y el mokadem me echó mano, porque ya no me protegía Alah, y me despojó
de toda la ropa, acabando por encontrar el bolsillo, que era efectivamente de seda azul. El walí lo cogió
y contó el dinero, resultando que contenía exactamente los veinte dinares de oro, según el jinete había
afirmado.
Entonces el walí llamó a sus guardias, y les dijo: "Traed acá a ese hombre". Y me pusieron en sus
manos, y me dijo: "Es necesario declarar la verdad. Dime si confiesas haber robado este bolsillo". Y yo,
avergonzado, bajé la cabeza y reflexioné un momento diciendo entre mí: "Si digo que no he sido yo no me
creerán, pues acaban de encontrarme el bolsillo encima, y si digo que lo he robado, me pierdo". Pero
acabé por decidirme, y contesté: "Sí, lo he robado".
Al oírme quedó sorprendido el walí, y llamó a los testigos, para que oyesen mis palabras,
mandándome que las repitiese ante ellos. Y ocurrió todo aquello en la Bab- Zauilat.
El walí mandó entonces al portaalfanje que me cortase la mano, según la ley contra los ladrones. Y el
portaalfanje me cortó inmediatamente la mano derecha. Y el jinete se compadeció de mí e intercedió con
el walí para que no me cortasen la otra mano. Y el walí le concedió esa gracia y se alejó. Y la gente me
tuvo lástima, y me dieron un vaso de vino para infundirme alientos, pues había perdido mucha sangre, y
me hallaba muy débil. En cuanto al jinete, se acercó a mí, me alargó el bolsillo y me lo puso en la mano,
diciendo: "Eres un joven bien educado, y no se hizo para ti el oficio de ladrón". Y dicho esto se alejó,
después de haberme obligado a aceptar el bolsillo. Y yo me marché también, envolviéndome el brazo con
un pañuelo y tapándolo con la manga del ropón. Y me había quedado muy pálido y muy triste a
consecuencia de lo ocurrido.
Sin darme cuenta me fui hacia la casa de mi amiga. Y al llegar, me tendí extenuado en el lecho. Pero
ella, al ver mi palidez y mi decaimiento, me dijo: "¿Qué te pasa? ¿Cómo estás tan pálido?" Y yo contesté:
"Me duele mucho la cabeza; no me encuentro bien". Entonces, muy entristecida, me dijo: "¡Oh dueño mío!
¡no me abrases el corazón! Levanta un peco la cabeza hacia mí, te lo ruego, ¡ojo de mi vida! y dime lo
que te ha ocurrido. Porque adivino en tu rostro muchas cosas". Pero yo dije: "¡Por favor! Ahórrame la
pena de contestarte".
Ella, echándose a llorar, replicó: "¡Ya veo que te cansaste de mí, pues no estás conmigo como de
costumbre!" ¡Y derramó abundantes lágrimas mezcladas con suspiros, y de cuando en cuando interrumpía
sus lamentos para dirigirme preguntas, que quedaban sin respuesta, y así estuvimos hasta la noche.
Entonces nos trajeron de comer, y nos presentaron los manjares como solían. Pero yo guardé muy bien de
aceptar, pues me habría avergonzado coger los alimentos con la mano izquierda, y temía que me
preguntase el motivo de ello. Y por lo tanto exclamé: "No tengo ningún apetito ahora". Y ella dijo: "Ya
ves como tenía razón. Entérame de lo que te ha pasado, y por qué estás tan afligido y con luto en el alma y
en el corazón".
Entonces acabé por decirle: "Te lo contaré todo, pero poco a poco, por partes. Y ella, alargándome
una copa de vino, repuso: "¡Vamos, hijo mío! Déjate de pensamientos tristes. Con esto se cura la
melancolía. Bebe este vino, y confíame la causa de tus penas". Y yo le dije: "Si te empeñas, dame tú
misma de beber con tu mano". Y ella acercó la copa a mis labios, inclinándola con suavidad, y me dió de
beber. Después la llenó de nuevo, y me la acercó otra vez. Hice un esfuerzo, tendí la mano izquierda y
cogí la copa. Pero no pude contener las lágrimas y rompí a llorar...
Y cuando ella me vió llorar, tampoco pudo contenerse, me cogió la cabeza con ambas manos, y dijo:
"¡Oh, por favor! ¡Dime el motivo de tu llanto! ¡Me estás abrasando el corazón! Dime también por qué
tomaste la copa con la mano izquierda". Y yo le contesté: "Tengo un tumor en la derecha". Y ella replicó:
"Enséñamelo; lo sanaremos, y te aliviarás". Y yo respondí: "No es el momento oportuno para tal
operación. No insistas, porque estoy resuelto a no sacar la mano". Vacié por completo la copa, y seguí
bebiendo cada vez que ella me la ofrecía, hasta que me poseyó la embriaguez, madre del olvido. Y
tendiéndome en el mismo sitio en que me hallaba, me dormí.
Al día siguiente, cuando me desperté, vi que me había preparado el almuerzo: cuatro pollos
cocinados, caldo de gallina y vino abundante. De todo me ofreció, y comí y bebí, y después quise
despedirme y marcharme. Pero ella me dijo: "¿Adónde piensas ir?" Y yo contesté: "A cualquier sitio en
que pueda distraerme y olvidar las penas que me oprimen el corazón". Y ella me dijo: "¡Oh, no te vayas!
¡Quédate un poco más!" Y yo me senté, y ella me dirigió una intensa mirada, y me dijo: "Ojo de mi vida,
¿qué locura te aqueja? Por mi amor te has arruinado. Además, adivino que tengo también la culpa de que
hayas perdido la mano derecha. Tu sueño me ha hecho descubrir tu desgracia. Pero ¡por Alah! jamás me
separaré de ti. Y quiero casarme contigo legalmente".
Y mandó llamar a los testigos, y les dijo: "Sed testigos de mi casamiento con este joven. Vais a
redactar el contrato de matrimonio, haciendo constar que me ha entregado la dote".
Los testigos redactaron nuestro contrato de matrimonio. Y ella les dijo: "Sed testigos asimismo de
que todas las riquezas que me pertenecen, y que están en esa arca que veis, así como cuanto poseo, es
desde ahora propiedad de este joven". Y los testigos lo hicieron constar, y levantaron un acta de su
declaración, así como de que yo aceptaba, y se fueron después de haber cobrado sus honorarios.
Entonces la joven me cogió de la mano, y me llevó frente a un armario, lo abrió y me enseñó un gran
cajón, que abrió también, y me dijo: "Mira lo que hay en esa caja". Y al examinarla, vi que estaba llena
de pañuelos, cada uno de los cuales formaba un paquetito. Y me dijo: "Todo esto son los bienes que
durante el transcurso del tiempo fui aceptando de ti. Cada vez que me dabas un pañuelo con cincuenta
dinares de oro, tenía yo buen cuidado de guardarlo muy oculto en esa caja. Ahora recobra lo tuyo. Alah te
lo tenía reservado y lo había escrito en tu Destino. Hoy te protege Alah, y me eligió para realizar lo que
él había escrito. Pero por causa mía perdiste la mano derecha, y no puedo corresponder como es debido
a tu amor ni a tu adhesión a mi persona, pues no bastaría aunque para ello sacrificase mi alma". Y añadió:
"Toma posesión de tus bienes". Y yo mandé fabricar una nueva caja, en la cual metí uno por uno los
paquetes que iba sacando del armario de la joven.
Me levanté entonces y la estreché en mis brazos. Y siguió diciéndome las palabras más gratas y
lamentando lo poco que podía hacer por mí en comparación de lo que yo había hecho por ella. Después,
queriendo colmar cuanto había hecho, se levantó e inscribió a mi nombre todas las alhajas y ropas de lujo
que poseía, así como sus valores, terrenos y fincas, certificándolo con su sello y ante testigos.
Y aquella noche, a pesar de los transportes de amor a que nos entregamos, se durmió muy entristecida
por la desgracia que me había ocurrido por su causa.
Y desde aquel momento no dejó de lamentarse y afligirse de tal modo, que al cabo de un mes se
apoderó de ella un decaimiento que se fué acentuando y se agravó, hasta el punto de que murió a los
cincuenta días.
Entonces dispuse todos los preparativos de los funerales, y yo mismo la deposité en la sepultura y
mandé verificar cuantas ceremonias preceden al entierro. Al regresar del cementerio entré en la casa y
examiné todos sus legados y donaciones, y vi que entre otras cosas me había dejado grandes almacenes
llenos de sésamo. Precisamente de este sésamo cuya venta te encargué, ¡oh mi señor! por lo cual te
aviniste a aceptar un escaso corretaje, muy inferior a tus méritos.
Y esos viajes que he realizado y que te asombraban eran indispensables para liquidar cuanto ella me
ha dejado, y ahora mismo acabo de cobrar todo el dinero y arreglar otras cosas.
Te ruego, pues, que no rechaces la gratificación que quiero ofrecerte, ¡ oh tú que me das hospitalidad
en tu casa y me invitas a compartir tus manjares! Me harás un favor aceptando todo el dinero que has
guardado, y que cobraste por la venta del sésamo.
Y tal es mi historia, y la causa de que coma siempre con la mano izquierda.
Entonces yo, ¡oh poderoso rey! dijo al joven: "En verdad que me colmas de favores y beneficios". Y
me contestó: "Eso no vale nada. ¿Quieres ahora, ¡oh excelente corredor! acompañarme a mi tierra, que,
como sabes, es Bagdad? Acabo de hacer importantes compras de géneros en El Cairo, y pienso venderlos
con mucha ganancia en Bagdad. ¿Quieres ser mi compañero de viaje y mi socio en las ganancias?" Y
contesté: "Pongo tus deseos sobre mis ojos". Y determinamos que partiríamos a fin de mes.
Mientras tanto, me ocupé en vender sin pérdida ninguna todo lo que poseía, y con el dinero que
aquello me produjo compré también muchos géneros. Y partí con el joven hacia Bagdad, y desde allí,
después de obtener ganancias cuantiosas y comprar otras mercancías, nos encaminamos a este país que
gobiernas, ¡Oh rey de los siglos!
Y el joven vendió aquí todos sus géneros y ha marchado de nuevo a Egipto, y me disponía a reunirme
con él, cuando me ha ocurrido esta aventura con el jorobado, debida a mi desconocimiento del país, pues
soy un extranjero que viaja para realizar sus negocios.
Tal es, ¡oh rey de los siglos! la historia, que juzgo más extraordinaria que la del jorobado".
Pero el rey contestó: "Pues a mí no me lo parece. Y voy a mandar que os ahorquen a todos, para que
paguéis el crimen cometido en la persona de mi bufón, este pobre jorobado a quien matásteis".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 27ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando el rey de la China dijo: "Voy a mandar que os
ahorquen a todos", el intendente dió un paso, prosternándose ante el rey, y dijo: "Si me lo permites, te
contaré una historia que ha ocurrido hace pocos días, y que es más sorprendente y maravillosa que la del
jorobado. Si así lo crees después de haberla oído, nos indultarás a todos". El rey de la China dijo: "¡Así
sea!" Y el intendente contó lo que sigue:
Relato del intendente del rey de la China
"Sabe, ¡oh rey de los siglos y del tiempo! que la noche última me convidaron a una comida de boda a
la cual asistían los sabios versados en el Libro de la Nobleza. Terminada la lectura del Corán, se tendió
el mantel, se colocaron los manjares y se trató todo lo necesario para el festín.
Pero entre otros comestibles, había un plato de arroz preparado con ajos, que se llama rozbaja, y que
es delicioso si está en su punto el arroz y se han dosificado bien los ajos y especias que lo sazonan.
Todos empezamos a comerlo con gran apetito, excepto uno de los convidados, que se negó rotundamente
a tocar este plato de rozbaja. Y como le instábamos a que lo probase, juró que no haría tal cosa. Entonces
repetimos nuestro ruego, pero él nos dijo: "Por favor, no me apremiéis de ese modo. Bastante lo pagué
una vez que tuve la desgracia de probarlo". Y recitó esta estrofa:
¡Si no quieres tratarte con el que fue tu amigo y deseas evitar su saludo, no pierdas el
tiempo en inventar estratagemas: huye de él!
Entonces no quisimos insistir más. Pero le preguntamos: "¡Por Alah! ¿Cuál es la causa que te impide
probar este delicioso plato de rozbaja?" Y contestó: "He jurado no comer rozbaja sin haberme lavado las
manos cuarenta veces seguidas con soda, otras cuarenta con potasa y otras cuarenta con jabón, o sea
ciento veinte veces".
Y el amo de la casa mandó a los criados que trajesen inmediatamente agua y las demás cosas que
había pedido el convidado. Y después de lavarse se sentó de nuevo el convidado, y aunque no muy a
gusto, tendió la mano hacia el plato en que todos comíamos, y trémulo y vacilante empezó a comer.
Mucho nos sorprendió aquello, pero más nos sorprendimos cuando al mirar su mano vimos que sólo tenía
cuatro dedos, pues carecía del pulgar. Y el convidado no comía más que con cuatro dedos. Entonces le
dijimos: "¡Por Alah sobre ti! Dinos por qué no tienes pulgar. ¿Es una deformidad de nacimiento, obra de
Alah, o has sido víctima de algún accidente?"
Y entonces contestó: "Hermanos, aun no lo habéis visto todo. No me falta un pulgar, sino los dos,
pues tampoco le tengo en la mano izquierda. Y además, en cada pie me falta otro dedo. Ahora lo vais a
ver". Y nos enseñó la otra mano, y descubrió ambos pies, y vimos que, efectivamente, no tenía más que
cuatro dedos en cada uno. Entonces aumentó nuestro asombro, y le dijimos: "Hemos llegado al límite de
la impaciencia, y deseamos averiguar la causa de que perdieras los dos pulgares y esos otros dos dedos
de los pies, así como el motivo de que te hayas lavado las manos ciento veinte veces seguidas". Entonces
nos refirió lo siguiente:
"Sabed, ¡oh todos vosotros! que mi padre era un mercader entre los grandes mercaderes, el principal
de los mercaderes de la ciudad de Bagdad en tiempo del califa Harún Al-Raschid. Y eran sus delicias el
vino en las copas, los perfumes de las flores, las flores en su tallo, cantoras y danzarinas, los negros ojos
y las propietarias de estos ojos. Así es que cuando murió no me dejó dinero, porque todo lo había
gastado. Pero como era mi padre, le hice un entierro según su rango, di festines fúnebres en honor suyo, y
le llevé luto días y noches. Después fui a la tienda que había sido suya, la abrí, y no hallé nada que
tuviese valor; al contrario, supe que dejaba muchas deudas. Entonces fui a buscar a los acreedores de mi
padre, rogándoles que tuviesen paciencia, y los tranquilicé lo mejor que pude. Después me puse a vender
y comprar, y a pagar las deudas, semana por semana, conforme a mis ganancias. Y no dejé de proceder
del mismo modo hasta que pagué todas las deudas y acrecenté mi capital con mis legítimas ganancias.
Pero un día que estaba yo sentado en mi tienda, vi avanzar montada en una mula torda, un milagro
entre los milagros, una joven deslumbrante de hermosura. Delante de ella iba un eunuco y otro detrás.
Paró la mula, y a la entrada del zoco se apeó, y penetró en el mercado, seguida de uno de los dos
eunucos. Y éste le dijo: "¡Oh mi señora! Por favor, no te dejes ver de los transeúntes. Vas a atraer contra
nosotros alguna calamidad. Vámonos de aquí". Y el eunuco quiso llevársela. Pero ella no hizo caso de
sus palabras, y estuvo examinando todas las tiendas del zoco, una tras otra, sin que viera ninguna más
lujosa ni mejor presentada que la mía. Entonces se dirigió hacia mí, siempre seguida por el eunuco, se
sentó en mi tienda y me deseó la paz. Y en mi vida había oído voz más suave, ni palabras más deliciosas.
Y la miré, y sólo con verla me sentí turbadísimo, con el corazón arrebatado. Y no pude apartar mis
miradas de su semblante, y recité estas dos estrofas:
¡Dí a la Hermosa del velo suave, tan suave como el ala de un palomo!
¡Dile que al pensar en lo que padezco, creo que la muerte me aliviaría!
¡Díle que sea buena un poco nada más! ¡Por ella, para acercarme a sus alas, he renunciado
a mi tranquilidad!
Cuando oyó mis versos, me correspondió con los siguientes:
¡He gastado mi corazón amándote! ¡Y este corazón rechaza otros amores!
¡Y si mis ojos viesen alguna vez otra beldad, ya no podrían alegrarse!
¡Juré no arrancar nunca tu amor de mi corazón! ¡Y sin embargo, mi corazón está triste y
sediento de tu amor!
¡He bebido en una copa en la cual encontré el amor puro! ¿Por qué no han humedecido tus
labios esa copa en que encontré el amor...?
Después me dijo: "¡Oh joven mercader! ¿tienes telas buenas que enseñarme?" A lo cual contesté: "¡Oh
mi señora! Tu esclavo es un pobre mercader, y no posee nada digno de ti. Ten, pues, paciencia, porque
como todavía es muy temprano, aun no han abierto las tiendas los demás mercaderes. Y en cuanto abran,
iré a comprarles yo mismo los géneros que buscas". Luego estuve conversando con ella, sintiéndome
cada vez más enamorado.
Pero cuando los mercaderes abrieron sus establecimientos, me levanté y salí a comprar lo que me
había encargado, y el total de las compras, que tomé por mi cuenta, ascendía a cinco mil dracmas. Y todo
se lo entregué al eunuco. Y en seguida la joven partió con él, dirigiéndose al sitio donde la esperaba el
otro esclavo con la mula. Y yo entré en mi casa embriagado de amor. Me trajeron la comida y no pude
comer, pensando siempre en la hermosa joven. Y cuando quise dormir huyó de mí el sueño.
De este modo transcurrió una semana, y los mercaderes me reclamaron el dinero, pero como no volví
a saber de la joven, les rogué que tuviesen un poco de paciencia, pidiéndoles otra semana de plazo. Y
ellos se avinieron. Y efectivamente, al cabo de la semana vi llegar a la joven, montada en su mula y
acompañada por un servidor y los dos eunucos. Y la joven me saludó y me dijo: "¡Oh mi señor!
Perdóname que hayamos tardado tanto en pagarte. Pero ahí tienes el dinero. Manda venir a un cambista,
para que vea estas monedas de oro". Mandé llamar un cambista, y en seguida uno de los eunucos le
entregó el dinero, lo examinó y lo encontró de ley. Entonces tomé el dinero, y estuve hablando con la
joven hasta que se abrió el zoco y llegaron los mercaderes a sus tiendas. Y ella me dijo: "Ahora necesito
éstas y aquellas cosas. Ve a comprarlas". Y compré por mi cuenta cuanto me había encargado,
entregándoselo todo. Y ella lo tomó como la primera vez, y se fué en seguida. Y cuando la vi alejarse,
dije para mí: "No entiendo esta amistad que me tiene. Me trae cuatrocientos dinares y se lleva géneros
que valen mil. Y se marcha sin decirme siquiera dónde vive. ¡Pero solamente Alah sabe lo que se oculta
en un corazón!"
Y así transcurrió todo un mes, cada día más atormentado mi espíritu por estas reflexiones. Y los
mercaderes vinieron a reclamarme su dinero en forma tan apremiante, que para tranquilizarlos hube de
decirles que iba a vender mi tienda con todos los géneros, y mi casa y todos mis bienes. Me hallé, pues,
próximo a la ruina, y estaba muy afligido, cuando vi a la joven que entraba en el zoco y se dirigía a mi
tienda. Y al verla se desvanecieron todas mis zozobras, y hasta olvidé la triste situación en que me había
encontrado durante su ausencia. Y ella se me acercó, y con voz llena de dulzura me dijo: "Saca la balanza
para pesar el dinero que te traigo". Y me dió, en efecto, cuanto me debía y algo más, en pago de las
compras que para ella había hecho.
En seguida se sentó a mi lado y me habló con gran afabilidad, y yo me moría de ventura. Y acabó por
decirme: "¿Eres soltero o tienes esposa?" Y yo dije: "¡Por Alah! No tengo ni mujer legítima ni
concubina". Y al decirlo, me eché a llorar. Entonces ella me preguntó: "¿Por qué lloras?" Y yo respondí:
"Por nada; es que me ha pasado una cosa por la mente". Luego me acerqué a su criado, le di algunos
dinares de oro y le rogué que sirviese de mediador, entre ella y mi persona para lo que yo deseaba. Y él
se echó a reír, y me dijo: "Sabe que mi señora está enamorada de ti. Pues ninguna necesidad tenía de
comprar telas, y sólo las ha comprado para poder hablar contigo y darte a conocer su pasión. Puedes, por
lo tanto, dirigirte a ella, seguro de que no te reñirá ni ha de contrariarte".
Y cuando ella iba a despedirse, me vió entregar el dinero al servidor que la acompañaba. Y entonces
volvió a sentarse y me sonrió. Y yo le dije: "Otorga a tu esclavo la merced que desea solicitar de ti y
perdónale anticipadamente lo que va a decirte". Después le hablé de lo que tenía en mi corazón. Y vi que
le agradaba, pues me dijo: "Este esclavo te traerá mi respuesta y te señalará mi voluntad. Haz cuanto te
diga que hagas".
Después se levantó y se fué.
Entonces fui a entregar a los mercaderes su dinero con los intereses que les correspondían. En cuanto
a mí, desde el instante que dejé de verla perdí todo mi sueño durante todas mis noches. Pero en fin,
pasados algunos días, vi llegar al esclavo y lo recibí con solicitud y generosidad, rogándole que me diese
noticias. Y él me dijo: "Ha estado enferma estos días". Y yo insistí: "Dame algunos pormenores acerca de
ella". Y él respondió: "Esta joven ha sido educada por nuestra ama Zobeida, esposa favorita de Harún
Al-Raschid, y ha entrado en su servidumbre. Y nuestra ama Zobeida la quiere como si fuese hija suya, y
no le niega nada. Pero el otro día le pidió permiso para salir, diciéndole: "Mi alma desea pasearse un
poco y volver en seguida a palacio". Y se le concedió permiso. Y desde aquel día no dejó de salir y de
volver a palacio, con tal frecuencia, que acabó por ser peritísima en compras, y se convirtió en la
proveedora de nuestra ama Zobeida. Entonces te vió, y le habló de ti a nuestra ama, rogándole que la
casase contigo. Y nuestra ama le contestó: "Nada puedo decirte sin conocer a ese joven. Si me convenzo
de que te iguala en cualidades, te uniré con él". Pero ahora vengo a decirte que nuestro propósito es que
entres en palacio. Y si logramos hacerte entrar sin que nadie se entere, puedes estar seguro de casarte,
pero si se descubre te cortarán la cabeza. ¿Qué dices a esto?" Yo respondí: "Que iré contigo". Entonces
me dijo: "Apenas llegue la noche, dirígete a la mezquita que Sett-Zobeida ha mandado edificar junto al
Tigris. Entra, haz tu oración, y aguárdame". Y yo respondí: "Obedezco, amo y honro".
Y cuando vino la noche fui a la mezquita, entré, me puse a rezar, y pasé allí toda la boche. Pero al
amanecer vi, por una de las ventanas que dan al río, que llegaban en una barca unos esclavos llevando
dos cajas vacías. Las metieron en la mezquita y se volvieron a su barca.
Pero uno de ellos, que se había quedado detrás de los otros, era el que me había servido de mediador.
Y a los pocos momentos vi llegar a la mezquita a mi amada, la dama de Sett-Zobeida. Y corrí a su
encuentro, queriendo estrecharla entre mis brazos. Pero ella huyó hacia donde estaban las cajas vacías e
hizo una seña al eunuco, que me cogió, y antes de que pudiese defenderme me encerró en una de aquellas
cajas. Y en el tiempo que se tarda en abrir un ojo y cerrar el otro, me llevaron ¡al palacio del califa. Y me
sacaron de la caja. Me entregaron trajes y efectos que valdrían lo menos cincuenta mil dracmas. Después
vi a otras veinte esclavas blancas, todas con pechos de vírgenes. Y en medio de ellas estaba Sett-
Zobeida, que no podía moverse de tantos esplendores como llevaba a partir del ombligo.
Y las damas formaban dos filas frente a la sultana.
Yo di un paso y besé la tierra entre sus manos. Entonces me hizo seña de que me sentase, y me senté
entre sus manos. En seguida me interrogó acerca de mis negocios, mi parentela y mi linaje, contestándole
yo a cuanto me preguntaba. Y pareció muy satisfecha, y dijo: "¡Alah! ¡Yo veo que no he perdido el tiempo
criando a esta joven, pues le encuentro un esposo cual éste!" Y añadió: "¡Sabe que la considero como si
fuese mi propia hija, y será para ti una esposa sumisa y dulce ante Alah y ante ti!". Y entonces me incliné,
besé la tierra y consentí en casarme.
Y Sett-Zobeida me invitó a pasar en el palacio diez días. Y allí permanecí estos diez días, pero sin
saber nada de la joven. Y eran otras jóvenes las que me traían el almuerzo y la comida y servían a la
mesa.
Transcurrido el plazo indispensable para los preparativos de la boda, Sett-Zobeida rogó al emir de
los Creyentes el permiso para la boda. Y el califa, después de dar su venia, regaló a la joven diez mil
dinares de oro. Y Sett-Zobeida mandó a buscar al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de
matrimonio. Después empezó la fiesta. Se prepararon dulces de todas clases y los manjares de
costumbre. Comimos, bebimos y se repartieron platos de comida por toda la ciudad, durando el festín
diez días completos. Después llevaron a la joven al hammam para prepararla, según es uso.
Y durante este tiempo se puso la mesa para mí y mis convidados, y se trajeron platos exquisitos, y
entre otras cosas, en medio de pollos asados, pasteles de todas clases, rellenos deliciosos y dulces
perfumados con almizcle y agua de rosas, había un plato de rozbaja capaz de volver loco al espíritu más
equilibrado.
Y yo, ¡por Alah! en cuanto me senté a la mesa, no pude menos de precipitarme sobre este plato de
rozbaja y hartarme de él. Después me sequé las manos.
Y así estuve tranquilo hasta la noche. Pero se encendieron las antorchas y llegaron las cantoras y
tañedoras de instrumentos. Después se procedió a vestir a la desposada. Y la vistieron siete veces con
trajes diferentes, en medio de los cantos y del sonar de los instrumentos. En cuanto al palacio, estaba
lleno completamente por una muchedumbre de convidados. Y yo, cuando hubo terminado la ceremonia,
entré en el aposento reservado, y me trajeron a la novia, procediendo su servidumbre a despojarla de
todos los vestidos, retirándose después.
Cuando la vi toda desnuda y estuvimos solos en nuestro lecho, la cogí entre mis brazos; y tal era mi
ventura, que me parecía mentira el poseerla. Pero en este momento notó el olor de mi mano con la cual
había comido la rozbaja, y apenas lo notó lanzó un agudo chillido. Inmediatamente acudieron por todas
partes las damas de palacio, mientras que yo, trémulo de emoción, no me daba cuenta de la causa de todo
aquello. Y le dijeron: "¡Oh hermana nuestra! ¿qué te ocurre?" Y ella contestó: "¡Por Alah sobre vosotras!
¡Libradme a escape de este estúpido, al cual creí hombre de buenas maneras!" Y yo le pregunté: "¿Y por
qué me juzgas estúpido o loco?"
Ella dijo: "¡Insensato! ¡Ya no te quiero, por tu poco juicio y tu mala acción!" y cogió un látigo que
estaba cerca de ella, y me azotó con tan fuertes golpes, que perdí el conocimiento. Entonces ella se
detuvo, y dijo a las doncellas: "Cogedlo y llevádselo al gobernador de la ciudad, para que le corten la
mano con que comió los ajos". Pero ya había yo recobrado el conocimiento, y al oír aquellas palabras,
exclamé: "¡No hay poder y fuerza más que en Alah Todopoderoso! ¿Pero por haber comido ajos me han
de cortar una mano? ¿Quién ha visto nunca semejante cosa?" Entonces las doncellas empezaron a
interceder en mi favor, y le dijeron: "¡Oh hermana, no le castigues esta vez! ¡Concédenos la gracia de
perdonarle!" Entonces ella dijo: "Os concedo lo que pedís; no le cortarán la mano, pero de todos modos
algo he de cortarle de sus extremidades". Después se fué y me dejó solo.
En cuanto a mí, estuve diez días completamente solo y sin verla. Pero pasados los diez días, vino a
buscarme y me dijo: "¡Oh tú, el de la cara ennegrecida!'
[67]
¿Tan poca cosa soy para ti, que comiste ajo la noche de la boda? Después llamó a sus siervas y les
dijo: "¡Atadle los brazos y las piernas!" Y entonces me ataron los brazos y las piernas, y ella cogió una
cuchilla de afeitar bien afilada y me cortó los dos pulgares de las manos y los dedos gordos de ambos
pies. Y por eso, ¡oh todos vosotros! me veis sin pulgares en las manos ni en los pies.
En cuanto a mí, caí desmayado. Entonces ella echó en mis heridas polvos de una raíz aromática, y así
restañó la sangre. Y yo dije, primero entre mí y luego en alta voz: "¡No volveré a comer rozbaja sin
lavarme después las manos cuarenta veces con potasa, cuarenta con soda y cuarenta con jabón!" Y al
oírme, me hizo jurar que cumpliría esta promesa, y que no comería rozbaja sin cumplir con exactitud lo
que acababa de decir.
Por eso, cuando me apremiábais todos los aquí reunidos a comer de ese plato de rozbaja que hay en
la mesa, he palidecido, y me he dicho: "He aquí la rozbaja que me costó perder los pulgares". Y al
empeñaros en que la comiera, me vi obligado por mi juramento de hacer lo que vísteis".
Entonces, ¡oh rey de los siglos! -dijo el intendente continuando la historia, mientras los demás
circunstantes estaban escuchando- pregunté al joven mercader de Bagdad: "¿Y qué te ocurrió luego con tu
esposa?" Y él me contestó:
"Cuando hice aquel juramento ante ella, se tranquilizó su corazón, y acabó por perdonarme. Entonces
la cogí y me acosté con ella. Y ¡por Alah! recuperé bien el tiempo perdido y olvidé mis pesares. Y
permanecimos unidos largo tiempo de aquel modo. Después ella me dijo: "Has de saber que nadie de la
corte del califa sabe lo que ha pasado entre nosotros. Eres el único que logró introducirse en estepalacio.
Y has entrado gracias al apoyo de El-Sayedat
[68] Zobeida".
Después me entregó diez mil dinares de oro, diciéndome: "Toma este dinero y ve a comprar una
buena casa en que podamos vivir los dos".
Entonces salí, y compré una casa magnífica. Y allí transporté las riquezas de mi esposa y cuantos
regalos le habían hecho, los objetos preciosos, telas, muebles y demás cosas bellas. Y todo lo puse en
aquella casa que había comprado. Y vivimos juntos hasta el límite de los placeres y de la expansión.
Pero al cabo de un año, por voluntad de Alah, murió mi mujer. Y no busqué otra esposa, pues quise
viajar. Salí entonces de Bagdad, después de haber vendido todos mis bienes, y cogí todo mi dinero y
emprendí el viaje hasta que llegué a esta ciudad.
Y tal es, ¡Oh rey de este tiempo! -prosiguió el intendente- la historia que me refirió el joven mercader
de Bagdad. Entonces todos los invitados seguimos comiendo, y después nos fuimos.Pero al salir me
ocurrió la aventura con el jorobado. Y entonces sucedió lo que sucedió.
Esta es la historia. Estoy convencido de que es más sorprendente que nuestra aventura con el
jorobado. ¡Uasalam!"
[69].
Pués te equivocas, no es más maravillosa que la aventura del jorobado. Porque la aventura del
jorobado es mucho más sorprendente. Y por eso van a crucificaros a todos, desde el primero hasta el
último".
Pero en este momento avanzó el médico judío, besó la tierra entre las manos del sultán, y dijo: "¡Oh
rey del tiempo! Te voy a contar una historia que es seguramente más extraordinaria que todo cuanto oíste
y que la misma aventura del jorobado".
Entonces dijo el rey de la China: "Cuéntala pronto, porque no puedo aguardar más".
Y el médico judío dijo:
Relato del médico judío
La cosa más extraordinaria que me ocurrió en mi juventud es precisamente esta que vais a oír ¡Oh mis
señores llenos de cualidades!
Estudiaba entonces medicina y ciencias en la ciudad de Damasco. Y cuando tuve bien aprendida mi
profesión, empecé a ejercerla y a ganarme la vida.
Pero un día entre los días, cierto esclavo del gobernador de Damasco vino a mi casa, y diciéndome
que le acompañase, me llevó al palacio del gobernador. Y allí, en medio de una gran sala, vi un lecho de
mármol chapeado de oro. En este lecho estaba echado y enfermo un hijo de Adán. Era un joven tan
hermoso, que no se habría encontrado otro como él entre todos los de su tiempo. Me acerqué a su
cabecera, y le deseé pronta curación y completa salud. Pero él sólo me contestó haciéndome una seña con
los ojos. Y yo le dije: "¡Oh mi señor, dame la mano!" Y él me alargó la mano izquierda, lo cual me
asombró mucho, haciéndome pensar: "¡Por Alah! ¡Qué cosa tan sorprendente! He aquí un joven de buena
apariencia y de elevada condición, y que está sin embargo muy mal educado". No por eso dejé de tomarle
el pulso, y receté un medicamento a base de agua de rosas. Y le seguí visitando, hasta que pasados diez
días, recuperó las fuerzas y pudo levantarse como de costumbre. Entonces le aconsejé que fuese al
hammam y que después volviese a descansar.
El gobernador de Damasco me demostró su gratitud regalándome un magnífico ropón de honor y
nombrándome, no sólo médico suyo, sino también del hospital de Damasco. En cuanto al joven, que
durante su enfermedad había seguido alargándome la mano izquierda, me rogó que le acompañase al
hammam que se había reservado para él solo, prohibiendo entrar a los demás clientes. Y cuando llegamos
al hammam se acercaron los criados del joven, le ayudaron a desnudarse, cogiendo su ropa y dándole
otra, limpia y nueva. Y al ver desnudo al joven, noté que carecía de mano derecha. Y me sorprendió y
apenó grandemente el descubrimiento. Y aumentó mi asombro cuando vi huellas de varazos en todo su
cuerpo. Entonces el joven se volvió hacia mí, y me dijo: "¡Oh médico del siglo! No te asombre el verme
como me ves, pues voy a contarte el motivo, y oirás una relación muy extraordinaria. Pero tenemos que
aguardar a estar fuera del hammam".
Después de salir del hammam llegamos al palacio, y nos sentamos para descansar y comer luego.
Pero el joven me dijo: "¿No prefieres que subamos a la sala alta?" Y yo le contesté que sí, y entonces
mandó a los criados que asaran un carnero y lo subieran a la sala alta, a la cual nos encaminamos. Y los
esclavos no tardaron en subir el carnero asado y toda clase de frutas. Y nos pusimos a comer, y él
siempre se servía de la mano izquierda. Entonces yo le dije: "Cuéntame ahora esa historia". Y él
contestó: "¡Oh médico del siglo! te la voy a contar. Escucha, pues.
Sabe que nací en la ciudad de Mossul, donde mi familia figuraba entre las más principales. Mi padre
era el mayor de los diez vástagos que dejó mi abuelo al morir, y cuando esto ocurrió, mi padre estaba ya
casado, como todos mis tíos. Pero él era el único que tuvo un hijo,que fui yo, pues ninguno de mis tíos los
tuvo. Por eso fui creciendo entre las simpatías de todos mis tíos, que me querían muchísimo y se
alegraban mirándome.
Un día que estaba con mi padre en la gran mezquita de Mossul para rezar la oración del viernes, vi
que después de la plegaria todo el mundo se había marchado, menos mi padre y mis tíos. Se sentaron
todos en la gran estera, y yo me senté con ellos. Y se pusieron a hablar, versando la conversación sobre
los viajes y las maravillas de los países extranjeros y de las grandes ciudades lejanas. Pero sobre todo
hablaron de Egipto y de El Cairo. Y mis tíos repitieron los relatos admirables de los viajeros que habían
estado en Egipto, y decían que no había en la tierra país más bello ni río más maravilloso que el Nilo.
Por eso los poetas han hecho muy bien en cantar ese país y su Nilo, y dice la verdad el poeta cuando
dice:
¡Por Alah! ¡Te conjuro que digas al río de mi país, al Nilo de mi país, que aquí no puedo
extinguir la sed, que el Eufrates no puede apagar la sed que me atormenta!
Mis tíos empezaron a enumerar las maravillas de Egipto y de su río, con tal elocuencia y tanto calor,
que cuando dejaron de hablar y se fué cada cual a su casa, quedé muy pensativo y preocupado, y no podía
apartarse de mi espíritu el grato recuerdo de todas aquellas cosas que acababa de oír con motivo de
aquel país tan admirable. Y cuando volví a casa, no pude pegar los ojos en toda la noche, y perdí el
apetito.
Averigüé a los pocos días que mis tíos estaban preparando un viaje a Egipto, y rogué con tanto ardor
a mi padre, y tanto laboré para que me dejase ir con ellos, que me lo permitió y hasta compró
mercaderías muy estimables. Y encargó a mis tíos que no me llevasen con ellos a Egipto, sino que me
dejasen en Damasco, donde debía yo ganar dinero con los géneros que llevaba. Me despedí de mi padre,
me junté con mis tíos, y salimos de Mossul.
Así viajamos hasta Alepo, donde nos detuvimos algunos días, y desde allí reanudamos el viaje hacia
Damasco, adonde no tardamos en llegar.
Y vimos que Damasco es una hermosa ciudad, entre jardines, arroyos, árboles, frutas y pájaros. Nos
albergamos en uno de los khanes, mis tíos se quedaron en Damasco hasta que vendieron sus mercaderías
de Mossul, comprando otras en Damasco para despacharlas en El Cairo, y vendieron también mis
géneros tan ventajosamente, que cada draema de mercadería me valió cinco dracmas de plata. Después
mis tíos me dejaron solo en Damasco y prosiguieron su viaje a Egipto.
En cuanto a mí, continué viviendo en Damasco, en donde alquilé una casa maravillosa, cuyas bellezas
no puede enumerar la lengua humana. Me costaba dos dinares de oro al mes. Pero no me contenté con
esto. Empecé a hacer grandes gastos, satisfaciendo todos mis caprichos, sin privarme de ninguna clase de
manjares ni bebidas. Y esta vida duró hasta que hube gastado el dinero con que contaba.
Y por entonces, estando sentado un día a la puerta de mi casa para tomar el fresco, vi acercarse a mí,
viniendo no sé de dónde, a una joven ricamente vestida, sobrepasando en elegancia a todo cuanto yo
había visto en mi vida. Me levanté súbitamente y la invité a que honrase mi casa con su presencia. No
hizo ningún reparo. sino que traspuso el umbral y penetró en la casa gentilmente. Cerré entonces la puerta
detrás de nosotros, y lleno de júbilo la cogí en brazos y la transporté al salón. Allí se descubrió, se quitó
el velo, y se me apareció en toda su hermosura. Y tan hechicera la encontré, que me sentí completamente
dominado por su amor.
Salí en seguida en busca del mantel, lo cubrí con manjares suculentos y frutas exquisitás y cuanto era
de mi obligación en aquellas circunstancias. Y nos pusimos a comer y a jugar, y luego a beber, y de tal
manera lo hicimos, que nos emborrachamos por completo. La poseí entonces. Y la noche que pasé con
ella hasta la mañana se contará entre las más benditas.
Al día siguiente creí que hacía bien las cosas ofreciéndole diez dinares de oro. Pero los rechazó y
dijo que nunca aceptaría nada de mí. Después me dijo: "Y ahora, ¡Oh querido mío! sabe que volveré a
verte dentro de tres días, al anochecer. Aguárdame, porque no he de faltar. Y como yo misma me convido,
no quiero ocasionarte gastos; de modo que te voy a dar dinero para que prepares otro festín como el de
hoy". Y me entregó diez dinares de oro que me obligó a aceptar, y se despidió, llevándose tras ella toda
mi alma.
Pero, como me había prometido, volvió a los tres días, más ricamente vestida que la primera vez. Por
mi parte, había preparado todo lo indispensable, y en realidad no había escatimado nada. Y comimos v
bebimos como la otra vez, y no deiamos de hacer juntos aquello que hicimos hasta que brilló la mañana.
Entonces me dijo: "¡Oh mi dueño amado! ¿de veras me encuentras hermosa?" Yo le contesté: "¡Por Alah!
Ya lo creo". Y ella me dijo: "Si es así puedo pedirte permiso para traer a una muchacha más herinosa y
más joven que yo, a fin de que se divierta con nosotros y podamos reirnos y jugar juntos, pues me ha
rogado que la saque conmigo, para regocijarnos y hacer locuras los tres". Acepté de buena gana, y
dándome entonces veinte dinares de oro, me encargó que no economizase nada para preparar lo necesario
y recibirlas dignamente en cuanto llegasen ella y la otra joven. Después se despidió y se fué.
Al cuarto día me dediqué, como de costumbre, a prepararlo todo con la largueza de siempre, y aun
más todavía, por tener que recibir a una persona extraña. Y apenas puesto el sol, vi llegar a mi amiga
acompañada por otra joven que venía envuelta en un velo muy grande. Entraron y se sentaron. Y yo, lleno
de alegría, me levanté, encendí los candelabros y me puse enteramente a su disposición. Ellas se quitaron
entonces los velos, y pude contemplar a la otra joven. ¡Alah, Alah! Parecía la luna llena. Me apresuré a
servirlas, y les presenté las bandejas repletas de manjares y bebidas, y empezaron a comer y beber. Y yo,
entretanto, besaba a la joven desconocida, y le llenaba la copa y bebía con ella. Pero esto acabó por
encender los celos de la otra, que supo disimularlos, y hasta me dijo: "¡Por Alah! ¡Cuán deliciosa es esta
joven! ¿No te parece más hermosa que yo?" Y yo respondí ingenuamente: "Es verdad; razón tienes". Y
ella dijo: "Pues cógela y ve a dormir con ella. Así me complacerás". Yo respondí: "Respeto tus órdenes y
las pongo sobre mi cabeza y mis ojos". Ella se levantó entonces, y nos preparó el lecho, invitándonos a
ocuparlo. Y después me tendí junto a mi nueva amiga, y la poseí hasta por la mañana.
Pero he aquí que al despertarme me encontré la mano llena de sangre, y vi que no era sueño, sino
realidad. Como ya era día claro, quise despertar a mi compañera, dormida aún, y le toqué ligeramente la
cabeza. Y la cabeza se separó inmediatamente del cuerpo y cayó al suelo.
En cuanto a mi primera amiga, no había de ella ni rastro ni olor. Sin saber qué hacer, estuve una hora
recapacitando, y por fin me decidí a levantarme, para abrir una huesa en aquella misma sala. Levanté las
losas de mármol, empecé a cavar, e hice una hoya lo bastante grande para que cupiese el cadáver, y lo
enterré inmediatamente. Cegué luego el agujero y puse las cosas lo mismo que antes estaban.
Hecho esto fuí a vestirme, cogí el dinero que me quedaba, salí en busca del amo de la casa, y
pagándole el importe de otro año de alquiler, le dije: "Tengo que ir a Egipto, donde mis tíos me esperan".
Y me fui, precediendo mi cabeza a mis pies.
Al llegar a El Cairo encontré a mis tíos, que se alegraron mucho al verme, y me preguntaron la causa
de aquel viaje. Y yo les dije: "Pues únicamente el deseo de volveros a ver y el temor de gastarme en
Damasco el dinero que me quedaba". Me invitaron a vivir con ellos. y acepté. Y permanecí en su
compañía todo un año, divirtiéndome, comiendo, bebiendo, visitando las cosas interesantes de la ciudad,
admirando el Nilo y distrayéndome de mil maneras. Desgraciadamente, al cabo del año, como mis tíos
habían realizado buenas ganancias vendiendo sus géneros, pensaron en volver a Mossul; pero como yo no
quería acompañarlos, desaparecí para librarme de ellos, y se marcharon solos, pensando que yo habría
ido a Damasco para prepararles alojamiento, puesto que conocía bien esta ciudad. Después seguí
gastando y permanecí allí otros tres años, y cada año mandaba el precio del alquiler al casero de
Damasco. Transcurridos los tres años, como apenas me quedaba dinero para el viaje y estaba aburrido de
la ociosidad, decidí volver a Damasco.
Y apenas llegué, me dirigí a mi casa, y fui recibido con gran alegría por mi casero, que me dio la
bienvenida, y me entregó las llaves enseñándome la cerradura, intacta y provista de mi sello. Y
efectivamente, entré y vi que todo estaba como lo había dejado.
Lo primero que hice fué lavar el entarimado, para que desapareciese toda huella de sangre de la
joven asesinada, y cuando me quedé tranquilo fui al lecho, para descansar de las fatigas del viaje. Y al
levantar la almohada para ponerla bien, encontré debajo un collar de oro con tres filas de perlas nobles.
Era precisamente el collar de mi amada, y lo había puesto allí la noche de nuestra dicha. Y ante este
recuerdo, derramé lágrimas de pesar y deploré la muerte de aquella joven. Oculté cuidadosamente el
collar en el interior de mi ropón.
Pasados tres días de descanso en mi casa, pensé ir al zoco, para buscar ocupación y ver a mis
amigos. Llegué al zoco, pero estaba escrito por acuerdo del Destino que había de tentarme el Cheitán, y
yo había de sucumbir a su tentación, porque el Destino tiene que cumplirse. Y efectivamente, me dió la
tentación de deshacerme de aquel collar de oro y de perlas. Lo saqué del interior del ropón, y se lo
presenté al corredor más hábil del zoco. Este me invitó a sentarme en su tienda, y en cuanto se animó el
mercado, cogió el collar, me rogó que le esperase, y se fué a someterlo a las ofertas de mercaderes y
parroquianos. Y al cabo de una hora volvió y me dijo: "Creí a primera vista que este collar era de oro de
ley y perlas finas, y valdría lo menos mil dinares de oro; pero me equivoqué: es falso. Está hecho según
los artificios de los francos, que saben imitar el oro, las perlas y las piedras preciosas; de modo que no
me ofrecen por él más que mil dracmas, en vez de mil dinares". Y contesté: "Verdaderamente, tienes
razón. Este collar es falso. Lo mandé construir para burlarme de una amiga, a quien se lo regalé. Y ahora
esta mujer ha muerto y le ha dejado el collar a la mía; de modo que hemos decidido venderlo por lo que
den. Tómalo, véndelo en ese precio y tráeme los mil dracmas". Y el astuto corredor se fué con el collar,
pero después de haberme mirado con el ojo izquierdo".
En este momento de su narración. Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 28ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que el médico judío continuó de este modo la historia del
joven:
"El corredor, al ver que el joven no conocía el valor del collar, y se explicaba de aquel modo,
comprendió en seguida que lo había, robado o se lo había encontrado, cosa que debía aclararse. Cogió,
pues, el collar, y se lo llevó al jefe de los corredores del zoco, que se hizo de él en seguida, y fué en
busca del walí de la ciudad, a quien dijo: "Me habían robado este collar, y ahora hemos dado con el
ladrón, que es un joven vestido como los hijos de los mercaderes, y está en tal parte, en casa de tal
corredor".
Y mientras yo aguardaba al corredor con el dinero, me vi rodeado y apresado por los guardias, que
me llevaron a la fuerza a casa del walí. Y el walí me hizo preguntas acerca del collar, y yo le conté la
misma historia que al corredor. Entonces el walí se echó a reír, y me dijo: "Ahora te enseñaré el precio
de ese collar". E hizo una seña a sus guardias, que me agarraron, me desnudaron, y me dieron tal cantidad
de palos y latigazos, que me ensangrentaron todo el cuerpo. Entonces, lleno de dolor, les dije: "¡Os diré
la verdad! ¡Ese collar lo he robado!" Me pareció que esto era preferible a declarar la terrible verdad del
asesinato de la joven, pues me habrían sentenciado a muerte, y me habrían ejecutado, para castigar el
crimen.
Y apenas me había acusado de tal robo, me asieron del brazo y me cortaron la mano derecha, como a
los ladrones, y me cocieron el brazo en aceite hirviendo para cicatrizar la herida. Y caí desmayado de
dolor. Y me dieron de beber una cosa que me hizo recobrar los sentidos. Entonces cogí mi mano cortada
y regresé a mi casa.
Pero al llegar a ella, el propietario, que se había enterado de todo, me dijo: "Desde el momento que
te has declarado culpable de robo y de hechos indignos, no puedes seguir viviendo en mi casa. Recoge,
pues, lo tuyo y ve a buscar otro alojamiento". Yo contesté: "Señor, dame dos o tres días de plazo para que
pueda buscar casa". Y él me dijo: "Me avengo a otorgarte ese plazo". Y dejándome, se fué.
En cuanto a mí, me eché al suelo, me puse a llorar, y decía: "¡Cómo he de volver a Mossul, mi país
natal; cómo he de atreverme a mirar a mi familia después de que me han cortado una mano! Nadie me
creerá cuando diga que soy inocente. No puedo hacer más que entregarme a la voluntad de Alah, que es el
único que puede procurarme un medio de salvación".
Los pesares y la tristeza me pusieron enfermo, y no pude ocuparme en buscar hospedaje. Y al tercer
día, estando en el lecho, vi invadida mi habitación por los soldados del gobernador de Damasco, que
venían con el amo de la casa y el jefe de los corredores. Y entonces el amo de la casa me dijo: "Sabe que
el walí ha comunicado al gobernador general lo del robo del collar. Y ahora resulta que el collar no es de
este jefe de corredores, sino del mismo gobernador general, o mejor dicho, de una hija suya, que
desapareció también hace tres años. Y vienen para prenderte".
Al oír esto, empezaron a temblar todos mis miembros y coyunturas, y me dije: "Ahora sí que me
condenan a muerte sin remisión. Más me vale declarárselo todo al gobernador general. El será el único
juez de mi vida o de mi muerte". Pero ya me habían cogido y atado, y me llevaban con una cadena al
cuello a presencia del gobernador general. Y nos pusieron entre sus manos a mí y al jefe de los
corredores.
El gobernador, mirándome, dijo a los suyos: "Este joven que me traéis no es un ladrón, y le han
cortado la mano injustamente. Estoy seguro de ello. En cuanto al jefe de los corredores, es un embustero
y un calumniador. ¡Apoderaos de él y metedle en un calabozo!" Después el gobernador dijo al jefe de los
corredores: "Vas a indemnizar en seguida a este joven por haberle cortado la mano; si no, mandaré que te
ahorquen y confiscaré todos tus bienes, corredor maldito". Y añadió, dirigiéndose a los guardias:
"¡Quitádmelo de delante, y salid todos!" Entonces el gobernador y yo nos quedamos solos. Pero ya me
habían libertado de la argolla del cuello, y tenía también los brazos libres.
Cuando todos se marcharon, el gobernador me miró con mucha lástima y me dijo: "¡Oh, hijo mío!
Ahora vas a hablarme con franqueza, diciéndome toda la verdad, sin ocultarme nada. Cuéntame, pues,
cómo llegó este collar a tus manos". Yo le contesté: "¡Oh, mi señor y soberano! Te diré la verdad". Y le
referí cuanto me había ocurrido con la primera joven, cómo ésta me había proporcionado y traído a la
casa a la segunda joven, y cómo, por último, llevada de los celos, había sacrificado a su compañera. Y se
lo conté con todos los pormenores. Pero no es de ninguna utilidad repetirlos.
El gobernador, en cuanto lo hubo oído, inclinó la cabeza, lleno de dolor y de amargura, y se cubrió la
cara con el pañuelo. Y así estuvo durante una hora, y su pecho se desgarraba en sollozos. Después se
acercó a mí, y me dijo:
"Sabe, ¡oh, hijo mío! que la primera joven es mi hija mayor. Fué desde su infancia muy perversa, y
por ese motivo hube de criarla muy severamente. Pero apenas llegó a la pubertad, me apresuré a casarla,
y con tal fin la envié a El Cairo, a casa de un tío suyo, para unirla con uno de mis sobrinos, y por lo tanto,
primo suyo. Se casó con él, pero su esposo murió al poco tiempo, y entonces ella volvió a mi casa. Y no
había dejado de aprovechar su estancia en Egipto para aprender todo género de libertinaje. Y tú, que
estuviste en Egipto, ya sabes cuán expertas son en esto aquellas mujeres. No les basta con los hombres, y
se aman y se mezclan unas con otras, y se embriagan y se pierden. Por eso, apenas estuvo de regreso mi
hija, te encontró y se entregó a ti, y te fué a buscar cuatro veces seguidas. Pero con esto no le bastaba.
Como ya había tenido tiempo para pervertir a su hermana, mi segunda hija, hasta el punto de
inspirarle un amor apasionado, no le costó trabajo llevarla a tu casa, después de contarle cuanto hacía
contigo. Y mi segunda hija me pidió permiso para acompañar a su hermana al zoco, y yo se lo concedí. ¡Y
sucedió lo que sucedió!
Pero cuando mi hija mayor regresó sola, le pregunté dónde estaba su hermana. Y me contestó
llorando, y acabó por decirme, sin cesar en sus lágrimas: "Se me ha perdido en el zoco, y no he podido
averiguar qué ha sido de ella". Eso fué lo que me dijo a mí. Pero no tardó en confiarse a su madre, y
acabó por decirle en secreto la muerte de su hermana, asesinada en tu lecho por sus propias manos. Y
desde entonces no cesa de llorar, y no deja de repetir día y noche: "¡Tengo que llorar hasta que me
muera!"
Tus palabras, ¡oh, hijo mío! no han hecho más que confirmar lo que yo sabía, probando que mi hija
había dicho la verdad. ¡Ya ves, hijo mío, cuán desventurado soy! De modo que he de expresarte un deseo
y pedirte un favor, que confío no has de rehusarme. Deseo ardientemente que entres en mi familia, y
quisiera darte por esposa a mi tercera hija, que es una joven buena, ingenua y virgen, y no tiene ninguno
de los vicios de sus hermanas. Y no te pediré dote para este casamiento, sino que, al contrario, te
remuneraré con largueza, y te quedarás en mi casa como un hijo".
Entonces le contesté: "Hágase tu voluntad, ¡Oh mi señor! Pero antes, como acabo de saber que mi
padre ha muerto, quisiera mandar recoger su herencia".
En seguida el gobernador envió un propio a Mossul, mi ciudad natal, para que en mi nombre
recogiese la herencia dejada por mi padre. Y efectivamente, me casé con la hija del gobernador, y desde
aquel día todos vivimos aquí la vida más próspera y dulce.
Y tú mismo, ¡Oh médico! has podido comprobar con tus propios ojos cuán amado y honrado soy en
esta casa. ¡Y no tendrás en cuenta la descortesía que he cometido contigo durante toda mi enfermedad
tendiéndote la mano izquierda, puesto que me cortaron la derecha!"
En cuanto a mí -prosiguió el médico judío, mucho me maravilló esta historia, y felicité al joven por
haber salido de aquel modo de tal aventura. Y él me colmó de presentes y me tuvo consigo tres días en
palacio, y me despidió cargado de riquezas y bienes.
Entonces me dediqué a viajar y a recorrer el mundo. para perfeccionarme en mi arte. Y he aquí que
llegué a tu Imperio, ¡oh rey espléndido y poderoso! Y entonces fué cuando la noche pasada me ocurrió la
desagradable aventura con el jorobado. ¡Tal es mi historia!" Entonces el rey de la China dijo: "Esa
historia, aunque logró interesarme, te equivocas, ¡oh médico! porque no es tan maravillosa ni
sorprendente como la aventura del jorobado; de modo que no me queda más que mandaros ahorcar a los
cuatro, y principalmente a ese maldito sastre, que es causa y principio de vuestro crimen".
Oídas tales palabras, el sastre se adelantó entre las manos del rey de la China, y dijo: "¡Oh rey lleno
de gloria! Antes de mandarnos ahorcar, permíteme hablar a mí también, y te referiré una historia que
encierra cosas más extraordinarias que todas las demás historias juntas, y es más prodigiosa que la
historia misma del jorobado".
Y el rey de la China, dijo: "Si dices la verdad, os perdonaré a todos. Pero desdichado de ti si me
cuentas una historia poco interesante y desprovista de cosas sublimes. Porque no vacilaré entonces en
empalaros a ti y a tus tres compañeros, haciendo que os atraviesen de parte a parte, desde la base hasta la
cima".
Entonces el sastre dijo:
Relato del sastre
"Sabe, pues, ¡oh rey del tiempo! que antes de mi aventura con el jorobado me habían convidado en
una casa donde se daba un festin a los principales miembros de los gremios de nuestra ciudad: sastres,
zapateros, lenceros, barberos, carpinteros y otros.
Y era muy de mañana. Por eso, desde el amanecer, estábamos todos sentados en coro para
desayunarnos, y no aguardábamos más que al amo de la casa, cuando le vimos entrar acompañado de un
joven forastero, hermoso, bien formado, gentil y vestido a la moda de Bagdad. Y era todo lo hermoso que
se podía desear, y estaba tan bien vestido como pudiera imaginarse. Pero era ostensiblemente cojo.
Luego que entró adonde estábamos, nos deseó la paz, y nos levantamos todos para devolverle su saludo.
Después íbamos a sentarnos, y él con nosotros, cuando súbitamente le vimos cambiar de color y
disponerse a salir. Entonces hicimos mil esfuerzos para detenerlo entre nosotros. Y el amo de la casa
insistió mucho y le dijo: "En verdad, no entendemos nada de esto. Te ruego que nos digas qué motivo te
impulsa a dejarnos".
Entonces el joven respondió: "¡Por Alah te suplico, ¡oh mi señor! que no insistas en retenerme!
Porque hay aquí una persona que me obliga a retirarme, y es ese barbero que está sentado en medio de
vosotros".
Estas palabras sorprendieron extraordinariamente al amo de la casa, y nos dijo: "¿Cómo es posible
que a este joven, que acaba de llegar de Bagdad, le moleste la presencia de ese barbero que está aquí?"
Entonces todos los convidados nos dirigimos al joven, y le dijimos: "Cuéntanos, por favor, el motivo
de tu repulsión hacia ese barbero".
El contestó: "Señores, ese barbero de cara de alquitrán y alma de betún fué la causa de una aventura
extraordinaria que me sucedió en Bagdad, mi ciudad, y ese maldito tiene también la culpa de que yo esté
cojo. Así es que he jurado no vivir nunca en la ciudad en que él viva ni sentarme en sitio en donde él se
sentara. Y por eso me vi obligado a salir de Bagdad, mi ciudad, para venir a este país lejano. Pero ahora
me lo encuentro aquí. Y por eso me marcho ahora mismo, y esta noche estaré lejos de esta ciudad, para
no ver ese hombre de mal agüero".
Y al oírlo, el barbero se puso pálido, bajó los ojos, y no pronunció palabra. Entonces insistimos tanto
con el joven, que se avino a contarnos de este modo su aventura con el barbero.
Historia del joven cojo con el barbero de Bagdad
(Contada por el cojo y repetida por el sastre)
"Sabed, oh, todos los aquí presentes, que mi padre era uno de los principales mercaderes de Bagdad,
y por voluntad de Alah fui su único hijo. Mi padre, aunque muy rico y estimado por toda la población,
llevaba en su casa una vida pacífica, tranquila y llena de reposo. Y en ella me educó, y cuando llegué a la
edad de hombre me dejó todas sus riquezas, puso bajo mi mando a todos sus servidores y a toda la
familia, y murió en la misericordia de Alah, a quien fué a dar cuenta de la deuda de su vida. Yo seguí,
como antes, viviendo con holgura, poniéndome los trajes más suntuosos y comiendo los manjares más
exquisitos. Pero he de deciros que Alah, Omnipotente y Gloriosísimo, había infundido en mi corazón el
horror a la mujer y a todas las mujees de tal modo, que sólo verlas me producía sufrimiento y agravio.
Vivía, pues, sin ocuparme de ellas, pero muy feliz y sin desear nada más.
Un día entre los días, iba yo por una de las calles de Bagdad, cuando vi venir hacia mí un grupo
numeroso de mujeres. En seguida, para librarme de ellas, emprendí rápidamente la fuga y me metí en una
calleja sin salida. Y en el fondo de esta calle había un banco, en el cual me senté a descansar.
Y cuando estaba sentado se abrió frente a mí una celosía, y apareció en ella una joven con una
regadera en la mano, y se puso a regar las flores de unas macetas que había en el alféizar de la ventana.
¡Oh, mis señores! He de deciros que al ver a esta joven sentí nacer en mí algo que en mi vida había
sentido. Así es que en aquel mismo instante mi corazón quedó hechizado y completamente cautivo, mi
cabeza y mis pensamientos no se ocuparon más que de aquella joven, y todo mi pasado horror a las
mujeres se transformó en un deseo abrasador. Pero ella, en cuanto hubo regado las plantas, miró
distraídamente a la izquierda, y luego a la derecha, y al verme me dirigió una larga mirada que me sacó
por completo el alma del cuerpo. Después cerró la celosía y desapareció. Y por más que la estuve
esperando hasta la puesta del sol, no volvió a aparecer. Y yo parecía un sonámbulo o un ser que ya no
pertenece a este mundo.
Mientras seguía sentado de tal suerte, he aquí que llegó y bajó de su mula, a la puerta de la casa, el
kadí de la ciudad, precedido de sus negros y seguido de sus criados. El kadí entró en la misma casa en
cuya ventana había yo visto a la joven, y comprendí que debía ser su padre.
Entonces volví a mi casa en un estado deplorable, lleno de pesar y zozobra, y me dejé caer en el
lecho. Y en seguida se me acercaron todas las mujeres de la casa, mis parientes y servidores, y se
sentaron a mi alrededor y empezaron a importunarme acerca de la causa de mi mal. Y como nada quería
decirles sobre aquel asunto, no les contesté palabra. Pero de tal modo fué aumentando mi pena de día en
día que caí gravemente enfermo y me vi muy atendido y muy visitado por mis amigos y parientes.
Y he aquí que uno de los días vi entrar en mi casa a una vieja, que en vez de gemir y compadecerse,
se sentó a la cabecera del lecho y empezó a decirme palabras cariñosas para calmarme. Después me
miró, me examinó atentamente, y pidió a mi servidumbre que me dejaran solo con ella. Entonces me dijo:
"Hijo mío, sé la causa de tu enfermedad, pero necesito que me dés pormenores". Y yo le comuniqué en
confianza todas las particularidades del asunto, y me contestó: "Efectivamente, hijo mío, esa es la hija del
kadí de Bagdad, y aquella casa es ciertamente su casa. Pero sabe que el kadí no vive en el mismo piso
que su hija, sino en el de abajo. Y de todos modos, aunque la joven vive sola, está vigiladísima y bien
guardada. Pero sabe también que yo voy mucho a esa casa, pues soy amiga de esajoven, y puedes estar
seguro de que no has de lograr lo que deseas más que por mi mediación.
¡Anímate, pues, y ten alientos!"
Estas palabras me armaron de firmeza, y en seguida me levanté y me sentí el cuerpo ágil y recuperada
la salud. Y al ver esto se alegraron todos mis parientes. Y entonces la anciana se marchó, prometiéndome
volver al día siguiente para darme cuenta de la entrevista que iba a tener con la hija del kadí de Bagdad.
Y en efecto, volvió al día siguiente. Pero apenas le vi la cara comprendí que no traía buenas noticias.
Y la vieja me dijo: Hijo mío, no me preguntes lo que acaba de suceder. Todavía estoy trastornada.
Figúrate que en cuanto le dije al oído el objeto de mi visita, se puso de pie y me replicó muy airada:
"Malhadada vieja, si no te callas en el acto y no desistes de tus vergonzosas proposiciones, te mandaré
castigar como mereces". Entonces, hijo mío, ya no dije nada, pero me propongo intentarlo por segunda
vez. No se dirá que he fracasado en estos empeños en los que soy más experta que nadie. Después me
dejó y se fué.
Pero yo volví a caer enfermo con mayor gravedad, y dejé de comer y beber.
Sin embargo, la vieja, como me había ofrecido, volvió a mi casa a los pocos días, y su cara
resplandecía, y me dijo sonriendo: "Vamos, hijo, ¡dame albricias por las buenas nuevas que te traigo!" Y
al oírla sentí tal alegría, que me volvió el alma al cuerpo, y le dije en seguida a la anciana: "Ciertamente,
buena madre, te deberé el mayor beneficio". Entonces ella me dijo: "Volví ayer a casa de la joven. Y
cuando me vió triste y abatida, y con los ojos arrasados en lágrimas, me preguntó: "¡Oh, mísera! ¿por qué
está tan oprimido tu pecho? ¿Qué te pasa?" Entonces se aumentó mi llanto, y le dije: "¡Oh, hija mía y
señora! ¿no recuerdas que vine a hablarte de un joven apasionadamente prendado de tus encantos? Pues
bien: hoy está por morirse por culpa tuya". Y ella, con el corazón lleno de lástima, y muy enternecida,
preguntó: "¿Pero quién es ese joven de quien me hablas?" Y yo le dije: "Es mi propio hijo, el fruto de mis
entrañas. Te vió hace algunos días, cuando estabas regando las flores, y pudo admirar un momento los
encantos de tu cara, y él, que hasta ese momento no quería ver a ninguna mujer y se horrorizaba de tratar
con ellas, está loco de amor por ti. Por eso, cuando le conté la mala acogida que me hiciste, recayó
gravemente en su enfermedad. Y ahora acabo de dejarle tendido en los almohadones de su lecho, a punto
de rendir el último suspiro al Creador. Y me temo que no haya esperanza de salvación para él". A estas
palabras palideció la joven, y me dijo: "¿Y todo eso por causa mía?" Yo le contesté: "¡Por Alah, que así
es! ¿Pero qué piensas hacer ahora? Soy tu sierva, y pondré tus órdenes sobre mi cabeza y sobre mis
ojos". Y la muchacha dijo: "Vé en seguida a su casa y transmítele de mi parte el saludo, y dile que me da
mucho dolor su pena. Y en seguida le dirás que mañana viernes, antes de la plegaria, le aguardo aquí.
Que venga a casa, y yo diré a mi gente que le abran la puerta, le haré subir a mi aposento, y pasaremos
juntos toda una hora. Pero tendrá que marcharse antes que mi padre vuelva de la oración".
Oídas las palabras de la anciana, sentí que recobraba las fuerzas y que se desvanecían todos mis
padecimientos y descansaba mi corazón. Y saqué del ropón una bolsa repleta de dinares y rogué a la
anciana que la aceptase. Y la vieja me dijo: "Ahora reanima tu corazón v ponte alegre". Y yo le contesté:
"En verdad que se acabó mi mal". Y en efecto, mis parientes notaron bien pronto mi curación y llegaron
al colmo de la alegría, lo mismo que mis amigos.
Aguardé, pues, de este modo hasta el viernes, y entonces vi llegar a la vieja. Y en seguida me levanté,
me puse mi mejor traje, me perfumé con esencia de rosas, e iba a correr a casa de la joven, cuando la
anciana me dijo: "Todavía queda mucho tiempo. Más vale que entretanto vayas al hammam a tomar un
buen baño y que te den masaje, que te afeiten y depilen, puesto que ahora sales de una enfermedad. Verás
qué bien te sienta".
Y yo respondí: "Verdaderamente, es una idea acertada. Pero mejor será llamar a un barbero para que
me afeite la cabeza y después iré a bañarme al hammam".
Mandé entonces a un sirviente que fuese a buscar a un barbero, y le dije: "Vé en seguida al zoco y
busca un barbero que tenga la mano ligera, pero sobre todo que sea prudente y discreto, sobrio en palabra
y nada curioso, que no me rompa la cabeza con su charla, como hacen en su mayor parte los de su
profesión". Y mi servidor salió a escape y me trajo un barbero viejo.
Y el barbero era ese maldito que veis delante de vosotros, ¡Oh, mis señores!
Cuando entró, me deseó la paz, y yo correspondí a su saludo de paz. Y me dijo: "¡Que Alah aparte de
ti toda desventura, pena, zozobra, dolor y adversidad!" Y contesté: "¡Ojalá atienda Alah tus buenos
deseos!" Y prosiguió: "He aquí que te anuncio la buena nueva, ¡ah, mi señor! y la renovación de tus
fuerzas y tu salud. ¿Y qué he de hacer ahora? ¿Afeitarte o sangrarte? Pues no ignoras que nuestro gran
Ibn-Abbas dijo: "El que se corta el pelo el día del viernes, alcanza el favor de Alah, pues aparta de él
setenta clases de calamidades". Y el mismo Ibn-Abbas ha dicho: "Pero el que se sangra en viernes o hace
que le apliquen ese mismo día ventosas escarificadas, se expone a perder la vista y corre el riesgo de
coger todas las enfermedades". Entonces le contesté: "¡Oh, jeique! basta ya de chanzas; levántate en
seguida para afeitarme la cabeza, y hazlo pronto, porque estoy débil y no puedo hablar, ni aguardar
mucho".
Entonces se levantó y cogió un paquete cubierto con un pañuelo, en que debía llevar lá bacia, las
navajas y las tijeras; lo abrió y sacó, no la navaja, sino un astrolabio de siete facetas. Lo cogió, se salió
al medio del patio de mi casa, levantó gravemente la cara hacia el sol, lo miró atentamente, examinó el
astrolabio, volvió, y me dijo: "Has de saber que este viernes es el décimo día del mes de Safar del año
763 de la Hégira de nuestro Santo Profeta; ¡vayan a él la paz y las mejores bendiciones! Y lo sé por la
ciencia de los números, la cual me dice que este viernes coincide con el preciso momento en que se
verifica la conjunción del planeta Mirrikh con el planeta Hutared, por siete grados y seis minutos. Y esto
viene a demostrar que el afeitarse hoy la cabeza es una acción fausta y de todo punto admirable. Y
claramente me indica también que tienes la intención de celebrar una entrevista con una persona cuya
suerte se me muestra como muy afortunada. Y aun podría contarte más cosas que te han de suceder, pero
son cosas que debo callarlas".
Yo contesté: "¡Por Alah! Me ahogas con tanto discurso y me arrancas el alma. Parece también que no
sabes más que vaticinar cosas desagradables. Y yo sólo te he llamado para que me afeites la cabeza.
Levántate, pues, y aféitame sin más discursos". Y el barbero replicó: ¡Por Alah! Si supieses la verdad de
las cosas, me pedirías más pormenores y más pruebas. De todos modos, sabe que, aunque soy barbero,
soy algo más que barbero. Pues además de ser el barbero más reputado de Bagdad, conozco
admirablemente, aparte del arte de la medicina, las plantas y los medicamentos, la ciencia de los astros,
las reglas de nuestro idioma, el arte de las estrofas y de los versos, la elocuencia, la ciencia de los
números, la geometría, el álgebra, la filosofía, la arquitectura, la historia y las tradiciones de todos los
pueblos de la tierra,. Por eso tengo mis motivos para aconsejarte, ¡oh, mi señor! que hagas exactamente lo
que dispone el horóscopo que acabo de obtener gracias a mi ciencia y al examen de los cálculos astrales.
Y da gracias a Alah que me ha traído a tu casa, y no me desobedezcas, porque sólo te aconsejo tu bien
por el interés que me inspiras. Ten en cuenta que no te pido más que servirte un año entero sin ningún
salario. Pero no hay que dejar de reconocer, a pesar de todo, que soy un hombre de bastante mérito y que
me merezco esta justicia".
A estas palabras le respondí: "Eres un verdadero asesino, que te has propuesto volverme loco y
matarme de impaciencia".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 29ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el joven dijo al barbero: "Vas a volverme loco y a
matarme de impaciencia", el barbero respondió:
"Sabe, sin embargo, ¡Oh mi señor!, que soy un hombre a quien todo el mundo llama el Silencioso, a
causa de mi poca locuacidad. De modo que no me haces justicia creyéndome un charlatán, sobre todo si
te tomas la molestia de compararme, siquiera sea por un momento, con mis hermanos. Porque sabe que
tengo seis hermanos que ciertamente son muy charlatanes, y para que los conozcas te voy a decir sus
nombres: el mayor se llama El-Bacbuk, o sea el que al hablar hace un ruido como un cántaro cuando se
vacía; el segundo, El-Haddar, o el que muge repetidas veces como un camello; el tercero, Bacbac, o el
Cacareador hinchado; el cuarto, El-Kuz El-Assuaní, o el Botijo irrompible de Assuan; el quinto, El-
Aschá, o la Camella preñada, o el Gran Caldero; el sexto, Schakalik, o el Tarro hendido, y el séptimo, El
Samet, o el Silencioso; y este silencioso es tu servidor".
Cuando oí este flujo de palabras, sentí que la impaciencia me reventaba la vejiga de la hiel, y
exclamé dirigiéndome a mis criados: "¡Dadle en seguida un cuarto de dinar a este hombre y que se largue
de aquí! Porque renuncio en absoluto a afeitarme". Pero el barbero, apenas oyó esta orden, dijo: "¡Oh, mi
señor! ¡qué palabras tan duras acabo de escuchar de tus labios! Porque ¡por Alah! sabe que quiero tener
el honor de servirte sin ninguna retribución, y he de servirte sin remedio, pues considero un deber el
ponerme a tus órdenes y ejecutar tu voluntad. Y me creería deshonrado para toda mi vida si aceptara lo
que quieres darme tan generosamente. Porque sabe que si tú no tienes idea alguna de mi valía, yo, en
cambio, estimo en mucho la tuya. Y estoy seguro de que eres digno hijo de tu difunto padre. ¡Alah lo haya
recibido en su misericordia! Pues tu padre era acreedor mío por todos los beneficios de que me colmaba.
Y era un hombre lleno de generosidad y de grandeza, y me tenía gran estimación, hasta el punto de que un
día me mandó llamar, y era un día bendito como éste; y cuando llegué a su casa le encontré rodeado de
muchos amigos, y a todos los dejó para venir a mi encuentro, y me dijo: "Te ruego que me sangres".
Entonces saqué el astrolabio, medí la altura del sol, examiné escrupulosamente los cálculos, y descubrí
que la hora era nefasta, y que aquel día era muy peligrosa la operación de sangrar. Y en seguida
comuniqué mis temores a tu difunto padre, y tu padre se sometió dócilmente a mis palabras, y tuvo
paciencia hasta que llegó la hora fausta y propicia para la operación. Entonces le hice una buena sangría,
y se la dejó hacer con la mayor docilidad, y me dió las gracias más expresivas, y por si no fuese bastante,
me las dieron también todos los presentes. Y para remunerarme por la sangría, me dió en el acto tu
difunto padre cien dinares de oro".
Yo, al oír estas palabras, le dije: "¡Ojalá no haya tenido Alah compasión de mi difunto padre, por lo
ciego que estuvo al recurrir a un barbero como tú!"
Y el barbero, al oírme, se echó a reír, meneando la cabeza, y exclamó: "¡No hay más Dios que Alah, y
Mahoma es el enviado de Alah! ¡Bendito sea el nombre de Aquel que se transforma y no se transforma!
Ahora bien, ¡oh, joven! yo te creía dotado de razón, pero estoy viendo que la enfermedad que tuviste te ha
perturbado por completo el juicio y te hace divagar. Por esto no me asombra, pues conozco las palabras
santas dichas por Àlah en nuestro Santo y Precioso Libro, en un versículo que empieza de este modo:
"Los que reprimen su ira y perdonan a los hombres culpables..." De modo que me avengo a olvidar tu
sinrazón para conmigo y olvidó también tus agravios, y de todo ello te disculpo. Pero, en realidad, he de
confesarte que no comprendo tu impaciencia ni me explico su causa. ¿No sabes que tu padre no
emprendía nunca nada sin consultar antes mi opinión? Y a fe que en esto seguía el proverbio que dice:
"¡El hombre que pide consejo, se resguarda". Y yo, está seguro de ello, soy un hombre de valía, y no
encontrarás nunca tan buen consejero como este tu servidor, ni persona más versada en los preceptos de
la sabiduría y en el arte de dirigir hábilmente los negocios.
Héme, pues, aquí, plantado sobre mis dos pies, aguardando tus órdenes y dispuesto por completo a
servirte. Pero dime, ¿cómo es que tú no me aburres, y en cambio te veo fastidiado y tan furioso? Verdad
es que si tengo tanta paciencia contigo, es sólo por respeto a la memoria de tu padre, a quien soy deudor
de muchos beneficios". Entonces le repliqué: "¡Por Alah! ¡Ya es demasiado! Me estás matando con tu
charla. Te repito que sólo te he mandado llamar para que me afeites la cabeza y te marches en seguida".
Y diciendo esto, me levanté furioso, y quise echarle y alejarme de allí, a pesar de tener ya mojado y
jabonado el cráneo. Entonces, sin alterarse, prosiguió: "En verdad que acabo de comprobar que te
fastidio sobremanera. Pero no por eso te tengo mala voluntad, pues comprendo que tu inteligencia no es
muy poderosa, y que, además, eres todavía demasiado joven. Pues no hace mucho tiempo que aun te
llevaba yo a caballo sobre mis espaldas, para conducirte de este modo a la escuela, a la cual no querías
ir". Y le contesté: "¡Vamos, hermano, te conjuro por Alah y por su verdad santa, que te vayas de aquí y me
dejes dedicarme a mis ocupaciones! ¡Vete por tu camino!" Y al pronunciar estas palabras, me dió tal
ataque de impaciencia, que me desgarré las vestiduras, y empecé a dar gritos inarticulados como un loco.
Y cuando el barbero me vió en aquel estado, se decidió a coger la navaja y a pasarla por la correa
que llevaba a la cintura. Pero gastó tanto tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero, que estuve a
punto de que me saliese el alma del cuerpo. Pero, al fin, acabó por acercarse a mi cabeza, y empezó a
afeitarme por un lado, y efectivamente, iban desapareciendo algunos pelos. Después se detuvo, levantó la
mano, y me dijo: "¡Oh, joven dueño mío! Los arrebatos son tentaciones del Cheitán". Y me recitó estas
estrofas:
¡Oh sabio! ¡Medita mucho tiempo tus propósitos, y no tomes nunca resoluciones
precipitadas, sobre todo cuando te elijan para ser juez en la tierra!
¡Oh juez! ¡Nunca juzgues con dureza, y encontrarás misericordia cuando te toque el turno
fatal!
¡Y no olvides jamás que no hay en la tierra mano tan poderosa que no pueda ser humillada
por la mano de Alah, que la domina!
¡Y tampoco olvides que el tirano ha de encontrar siempre otro tirano que le oprimirá!
Después me dijo: "¡Oh, mi señor! Ya veo sobradamente que no te merecen ninguna consideración mis
méritos ni mi talento. Y, sin embargo, esta misma mano que hoy te afeita es la misma mano que toca y
acaricia la cabeza de los reyes, emires, visires y gobernadores; en una palabra, la cabeza de toda la gente
ilustre y noble. Y debía referirse a mí, o a alguien que se me pareciese, el poeta que habló de este modo:
¡Considero todos los oficios como collares preciosos, pero el barbero es la perla más
hermosa del collar!
¡Supera en sabiduría y grandeza de alma a los más sabios y a los más ilustres, y su mano
domina la cabeza de los reyes!
Y replicando a tanta palabrería, le dije: "¿Quieres ocuparte en tu oficio, sí o no? Has conseguido
destrozarme el corazón y hundirme el cerebro". Y entonces exclamó: "Voy sospechando que tienes prisa
de que acabe". Y le dije: "¡Sí que la tengo! ¡Sí que la tengo! ¡Y sí que la tengo!" Y él insistió: "Que
aprenda tu alma un poco de paciencia y de moderación. Porque sabe, ¡Oh mi joven amo! que el
apresuramiento es una mala sugestión del Tentador, y sólo trae consigo el arrepentimiento y el
fracaso.Además, nuestro soberano Mohamed (¡sean con él las bendiciones y la paz!) ha dicho: "Lo más
hermoso del mundo es lo que se hace con lentitud y madurez". Pero lo que acabas de decirme excita
grandemente mi curiosidad, y te ruego que me expliques el motivo de tanta impaciencia, pues nada
perderás con decirme qué es lo que te obliga a apresurarte de este modo. Confío, en mi buen deseo hacia
ti, que será una causa agradable, pues me causaría mucho sentimiento que fuese de otra clase. Pero ahora
tengo que interrumpir por un momento mi tarea, pues como quedan pocas horas de sol, necesito
aprovecharlas". Entonces soltó la navaja, cogió el astrolabio, y salió en busca de los rayos del sol, y
estuvo mucho tiempo en el patio. Y midió la altura del sol, pero todo esto sin perderme de vista y
haciéndome preguntas. Después, volviéndose hacia mí, me dijo: "Si tu impaciencia es sólo por asistir a
la oración, puedes aguardar tranquilamente, pues sabe que en realidad aun nos quedan tres horas, ni más
ni menos. Nunca me equivoco en mis cálculos". Y yo contesté: "¡Por Alah! ¡Ahórrame estos discursos,
pues me tienes con el hígado hecho trizas!"
Entonces cogió la navaja, y volvió a suavizarla como lo había hecho antes, y reanudó la operación de
afeitarme poco a poco, pero no podía dejar de hablar, y prosiguió: "Mucho siento tu impaciencia, y si
quisieras revelarme su causa, sería bueno y provechoso para ti. Pues ya te dije que tu difunto padre me
profesaba gran estimación; y nunca emprendía nada sin oír mi parecer". Entonces hube de convencerme
que para librarme del barbero, no me quedaba otro recurso que inventar algo para justificar mi
impaciencia, pues pensé: "He aquí que se aproxima la hora de la plegaria, y si no me apresuro a marchar
a casa de la joven, se me hará tarde, pues la gente saldrá de las mezquitas, y entonces todo lo habré
perdido". Dije, pues, al barbero: "Abrevia de una vez y déjate de palabras ociosas y de curiosidades
indiscretas. Y ya que te empeñas en saberlo, te diré que tengo que ir a casa de un amigo que acaba de
enviarme una invitación urgente, convidándome a un festín".
Pero cuando oyó hablar de convite y festín, el barbero dijo: "¡Que Alah te bendiga y te llene de
prosperidades! Porque precisamente me haces recordar que he convidado a comer en mi casa a varios
amigos, y se me ha olvidado prepararles comida. Y me acuerdo ahora, cuando ya es demasiado tarde".
Entonces le dije: "No te preocupe ese retraso, que lo voy a remediar en seguida. Ya que no como en mi
casa por haberme convidado a un festín, quiero darte cuantos manjares y bebidas tenía dispuestos, pero
con la condición de que termines en seguida tu negocio y acabes a escape de afeitarme la cabeza". Y el
barbero contestó: "¡Ojalá Alah te colme de sus dones y te lo pague en bendiciones en su día! Pero ¡oh, mi
señor! ten la bondad de enumerar, aunque sea muy suscintamente, las cosas con que va a obsequiarme, tu
generoso desprendimiento, para que yo las conozca". Y le dije: "Tengo a tu disposición cinco marmitas
llenas de cosas excelentes: berenjenas y calabacines rellenos, hojas de parra sazonadas con limón,
albondiguillas con trigo partido y carne mechada, arroz con tomate y filetes de carnero, guisado con
cebolletas. Además, diez pollos asados y un carnero a la parrilla. Después, dos grandes bandejas: una de
kenafa y la otra de pasteles, quesos, dulces y miel. Y frutas de todas clases: pepinos, melones, manzanas,
limones, dátiles frescos y otras muchas más". Entonces me dijo: "Manda traer todo eso aquí para verlo".
Y yo mandé que lo trajesen, y lo fué examinando y lo probó todo, y me dijo: "¡Grande es tu generosidad;
pero faltan las bebidas!" Y yo contesté: "También las tengo". Y replicó: "Di que las traigan". Y mandé
traer seis vasijas, llenas de seis clases de bebidas, y las probó una por una, y me dijo: "¡Alah te provea
de todas sus gracias! ¡Cuán generoso es tu corazón! Pero ahora falta el incienso, y el benjuí, y los
perfumes para quemar en la sala, y el agua de rosas y la de azahar para rociar a mis huéspedes". Entonces
mandé traer un cofrecillo lleno de ámbar gris, madera de áloe, nadd, almizcle, incienso y benjuí, que
valía más de cincuenta dinares de oro, y no se me olvidaron las esencias aromáticas ni los hisopos de
plata con agua de olor. Y como el tiempo se acortaba tanto como se me oprimía el corazón, dije al
barbero: "Toma todo esto, pero acaba de afeitarme la cabeza, por la vida de Mohamed (¡sean con Él la
oración y la paz de Alah!)"
Y el barbero dijo entonces: "¡Por Alah ! No cogeré este cofrecillo sin haberlo abierto a fin de saber
su contenido". Y no hubo más remedio que llamar a un criado para que abriese el cofrecillo. Y entonces
el barbero soltó el astrolabio, se sentó en el suelo, y empezó a sacar todos los perfumes, incienso, benjuí,
almizcle, ámbar gris, áloe, y los olfateó uno tras otro con tanta lentitud y tanta parsimonia, que se me
figuró otra vez que el alma se me salía del cuerpo. Después se levantó, me dió las gracias, cogió la
navaja y volvió a reanudar la operación de afeitarme la cabeza. Pero apenas había empezado, se detuvo
de nuevo y me dijo:
"¡Por Alah! ¡Oh, hijo de mi vida! ¡No sé a cuál de los dos alabar y bendecir hoy más extremadamente,
si a ti o a tu difunto padre! Porque en realidad, el festín que voy a dar en mi casa se debe por completo a
tu iniciativa generosa y a tus magnánimos donativos. Pero, ¿te lo diré? Permíteme que te haga esta
confianza: Mis convidados son personas poco dignas de tan suntuoso festín. Son, como yo, gente de
diversos oficios, pero resultan deliciosos. Y para que te convenzas, nada mejor que los enumere: en
primer lugar, el admirable Zeitún, el que da masajes en el hammam; el alegre y bromista Salih, que vende
torrados; Haukal, vendedor de habas cocidas; Hakraschat, verdulero; Hamid, basurero, y finalmente,
Hakaresch, vendedor de leche cuajada.
Todos estos amigos a quienes he invitado, no son, ni con mucho, de esos charlatanes, curiosos e
indiscretos, sino gente muy festiva, a cuyo lado no puede haber tristeza. El que menos, vale más en mi
opinión que el rey más poderoso. Pues sabe que cada uno de ellos tiene fama en toda la ciudad por un
baile y una canción diferentes. Y por si te agradase alguna, voy a bailar y cantar cada danza y cada
canción.
Fíjate bien: he aquí la danza de mi amigo Zeitún, el del hammam. ¿Qué te ha parecido? Y en cuanto a
su canción, es ésta:
¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en dulzura! ¡La quiero
apasionadamente, y ella me ama lo mismo! ¡Y me quiere tanto, que apenas me alejo un instante,
la veo acudir y echarse en mi cama!
¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en dulzura!
Pero, ¡Oh, hijo de mi vida! -prosiguió el barbero- he aquí ahora la danza de mi amigo el basurero
Hamid. ¡Observa cuán sugestiva es, cuánta es su alegría y cuánta es su ciencia! Y escucha la canción:
¡Mi mujer es avara, y si le hiciese caso me moriría de hambre!
¡Mi mujer es fea, y si le hiciese caso estaría siempre encerrado en mi casa!
¡Mi mujer esconde el pan en la alacena! ¡Pero si no como pan y sigue siendo tan fea que
haría correr a un negro de narices aplastadas, tendré que acabar por castrarme!
Después, el barbero, sin darme tiempo ni para hacer una seña de protesta, imitó todas las danzas de
sus amigos y entonó todas sus canciones. Y luego me dijo: "Eso es lo que saben hacer mis amigos. De
modo que si quieres reírte de veras, he de aconsejarte, por interés tuyo y placer para todos, que vengas a
mi casa, para estar en nuestra compañía y dejes a esos amigos a quienes me has dicho que tenías
intención de ver. Porque observo aún en tu cara huellas de fatiga, y además de ésto, como acabas de salir
de una enfermedad, convendría que te precavieses, pues es muy posible que haya entre esos amigos
alguna persona indiscreta, de esas aficionadas a la palabrería, o cualquier charlatán sempiterno, curioso
e importuno, que te haga recaer en tu enfermedad de modo más grave que la primera vez".
Entonces dije: "Hoy no me es posible aceptar tu invitación; otro día será". Y él contestó: "Lo más
ventajoso para ti es que apresures el momento de venir a mi casa, para que disfrutes de toda la urbanidad
de mis amigos y te aproveches de sus admirables cualidades. Así, obrarás según dice el poeta:
¡Amigo, no difieras nunca el aprovecharte del goce que se te ofrece! ¡No dejes nunca para
otro día la voluptuosidad que pasa! ¡Porque la voluptuosidad no pasa todos los días, ni el goce
ofrece diariamente sus labios a tus labios! ¡Sabe que la fortuna es mujer, y como la mujer,
mudable!
Entonces, con tanta arenga y tanta habladuría, hube de echarme a reír, pero con el corazón lleno de
rabia. Y después dije al barbero: "Ahora te mando que acabes de afeitarme y me dejes ir por el camino
de Alah, bajo su santa protección, y por tu parte, ve a buscar a tus amigos, que a estas horas te estarán
aguardando". Y el barbero repuso: "Pero, ¿por qué te niegas? Realmente, no es que te pida una gran cosa.
Fíjate bien: que vengas a conocer a mis amigos, que son unos compañeros deliciosos y que nada tienen de
indiscretos ni de importunos. Y aun podría decirte que, en cuanto los veas una vez nada más, no querrás
tener trato con otros, y abandonarás para siempre a tus actuales amigos".
Y yo dije: "¡Aumente Alah la satisfacción que su amistad te causa! Algún día los convidaré a un
banquete que daré para ellos".
Entonces este maldito barbero me djio: "Ya veo que de todos modos prefieres el festín de tus amigos
y su compañía a la compañía de los míos, pero te ruego que tengas un poco de paciencia y que aguardes a
que lleve a mi casa estas provisiones que debo a tu generosidad. Las pondré en el mantel, delante de mis
convidados, y como mis amigos no cometerán la majadería de molestarme si los dejo solos para que
honren mi mesa, les diré que hoy no cuenten conmigo ni guarden mi regreso. Y en seguida vendré a
buscarte, para ir contigo adonde quieras ir". Entonces exclamé: "¡Oh! ¡Sólo hay fuerzas y recursos en
Alah Altísimo y Omnipotente! Pero tú ¡oh, ser humano! vete a buscar a tus amigos, diviértete con ellos
cuanto quieras, y déjame marchar en busca de los míos, que a esta hora precisamente esperan mi
llegada". Y el barbero dijo: "¡Eso nunca! De ningún modo consentiré en dejarte solo". Y yo, haciendo mil
esfuerzos para no insultarle, le dije: "Sabe, en fin, que al sitio donde voy no puedo ir más que solo". Y él
dijo: "¡Entonces ya comprendo! es que tienes cita con una mujer, pues si no, me llevarías contigo. Y sin
embargo, sabe que no hay en el mundo quien merezca ese honor como yo, y sabe además que podría
ayudarte mucho en cuanto quisieras hacer. Pero ahora se me ocurre que acaso esa mujer sea una forastera
embaucadora. Y si es así, ¡desdichado de ti si vas solo! ¡Allí perderás el alma, seguramente! Porque esta
ciudad de Bagdad no se presta a esa clase de citas. ¡Oh, nada de eso! Sobre todo, desde que tenemos este
nuevo gobernador, cuya severidad es tremenda para estas cosas. Y dicen que no tiene zib ni compañones,
y por odio y por envidia castiga con tal crueldad esa clase de aventuras".
Entonces, no pudiendo reprimirme, exclamé violentamente: "¡Oh tú el más maldito de los verdugos!
¿Vas a acabar de una vez con esa infame manía de hablar?" Y el barbero consintió en callar un rato, y
cogió de nuevo la navaja, y por fin acabó de afeitarme la cabeza. Y a todo esto, ya hacía rato que había
llegado la hora de la plegaria. Y para que el barbero se marchase, le dije: "Ve a casa de tus amigos a
llevarles esos manjares y bebidas, que yo te prometo aguardar tu vuelta para que puedas acompañarme a
esa cita". E insistí mucho, a fin de convencerle. Y entonces me dijo: "Ya veo que quieres engañarme para
deshacerte de mí y marcharte solo. Pero sabe que te atraerás una serie de calamidades de las que no
podrás salir ni librarte. Te conjuro, pues, por interés tuyo, a que no te vayas hasta que yo vuelva, para
acompañarte y saber en qué para tu aventura". Yo le dije: "Sí, pero ¡por Alah! no tardes mucho en
volver".
Entonces el barbero me rogó que le ayudara a echarse a cuesta todo lo que le había regalado, y a
ponerse encima de la cabeza las dos grandes bandejas de dulces, y salió cargado de este modo. Pero
apenas se vió fuera el maldito, cuando llamó a dos ganapanes, les entregó la carga, les mandó que la
llevasen a su casa, y se emboscó en una calleja, acechando mi salida.
En cuanto a mí, apenas desapareció el barbero, me lavé lo más de prisa posible, me puse la mejor
ropa, y salí de mi casa. E inmediatamente oí la voz de los muezines, que llamaban a los creyentes a la
oración aquel santo día de viernes:
¡Bismillahi'rramani'rrahim! ¡En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el
Misericordioso!
¡Loor a Alah, Señor de los hombres, Clemente y Misericordioso! ¡Supremo soberano,
Arbitro absoluto el día de la Retribución! ¡A ti adoramos, tú socorro imploramos!
¡Dirígenos por el camino recto, por el camino de aquello a quienes colmaste de beneficios,
Y no por el camino de aquellos que incurrieron en tu cólera, ni de los que se han
extraviado!
Al verme fuera de casa, me dirigí apresuradamente a la de la joven. Y cuando llegué a la puerta del
kadí, instintivamente volví la cabeza y vi al maldito barbero a la entrada del callejón. Pero como la
puerta estaba entornada, esperando que yo llegase, me precipité dentro y la cerré en seguida. Y vi en el
patio a la vieja que me guió al piso alto, donde estaba la joven.
Pero apenas había entrado, oímos gente que venía por la calle.
Era el kadí que, con su séquito, volvía de la oración. Y vi en la esquina barbero, que seguía
aguardándome. En cuanto al kadí, me tranquilizó la joven, diciéndome que la visitaba pocas veces, y que
además siempre se encontraría medio de ocultarme.
Pero, por mi desgracia, había dispuesto Alah que ocurriera un incidente, cuyas consecuencias no
pudieron serme más fatales. Se dió coincidencia de que precisamente aquel día una de las esclavas del
kadí hubiese merecido un castigo. Y el kadí, en cuanto entró, se puso apalearla, y debía pegarle muy
recio, porque la esclava empezó a dar alaridos. Y entonces uno de los negros de la casa intercedió por
ella, pero, enfurecido el kadí, le dió también de palos, y el negro empezó gritar. Y se armó tal tumulto,
que alborotó toda la calle, y el maldito barbero creyó que me habían sorprendido y que era yo quien
chillaba. Entonces comenzó a lamentarse, y se desgarró la ropa, cubrió de polvo la cabeza y pedía
socorro a los transeúntes que empezaban a reunirse a su alrededor. Y llorando decía: "¡Acaban de
asesinar a mi amo en la casa del kadí!" Después, siempre chillando, corrió a mi casa seguida de la
multitud, y avisó a mis criados, que en seguida se armaron de garrotes y corrieron hacia la casa del kadí,
vociferando y alentándose mutuamente. Y llegaron todos, con el barbero a la cabeza. Y el barbero seguía
destrozándose la ropa y gritando a voz en cuello delante de la puerta del kadí junto adonde yo estaba.
Y cuando el kadí oyó este tumulto, miró por una ventana y vió a todos aquellos energúmenos que
golpeaban su puerta con los palos. Entonces, juzgando que la cosa era bastante grave, bajó, abrió la
puerta y preguntó: "¿Qué pasa, buena gente?" Y mis criados le dijeron: "¿Eres tú quien ha matado a
nuestro amo?" Y él repuso: "¿Pero quién es vuestro amo, y qué ha hecho para que yo lo mate?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 30ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber ¡Oh rey afortunado! que el kadí, sorprendido, les dijo: "¿Qué ha hecho vuestro
amo para que yo lo mate? ¿Y por qué está entre vosotros ese barbero que chilla y se revuelve como un
asno?" Entonces el barbero exclamó: "Tú eres quien ha matado a palos a mi amo, pues yo estaba en la
calle y oí sus gritos".
Y el kadí contestó:
"¿Pero quién es tu amo? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Quién lo ha traído aquí?" Y el barbero dijo:
"Malhadado kadí, no te hagas el tonto, pues sé toda la historia, la entrada de mi amo en tu casa y todos
los demás pormenores. Sé, y ahora quiero que todo el mundo lo sepa, que tu hija está prendada de mi
amo, y mi amo la corresponde. Y le he acompañado hasta aquí. Y tú lo has sorprendido en la cama con tu
hija, y lo has matado a palos, sin ayuda de tu servidumbre. Y yo te voy a obligar ahora mismo a que
vengas conmigo al palacio de nuestro único juez, el califa, como no prefieras devolvernos
inmediatamente a nuestro amo, indemnizarle de los malos tratos que le has hecho sufrir y entregárnoslo,
sano y salvo, a mí y a sus parientes. Si no, me obligarás a entrar a viva fuerza en tu casa para libertarlo.
Apresúrate, pues, a entregárnoslo".
Al oír estas palabras, el kadí quedó cortado y lleno de confusión y de vergüenza ante toda aquella
gente que estaba escuchando. Pero de todos modos, volviéndose hacia el barbero, le dijo: "Si no eres un
embaucador, te autorizo para que entres en mi casa y busques a tu amo por donde quieras, y lo libertes".
Entonces el barbero se precipitó dentro de la casa.
Y yo, que asistía a todo esto detrás de una celosía, cuando vi que el barbero había entrado en la casa,
quise huir inmediatamente. Pero por más que buscaba escaparme, no hallé ninguna salida que no pudiese
ser vista por la gente de la casa o no la pudiese utilizar el barbero. Sin embargo, en una de las
habitaciones encontré un cofre enorme que estaba vacío, y me apresuré a esconderme en él, dejando caer
la tapa. Y allí me quedé bien quieto, conteniendo la respiración.
Pero el barbero, después de rebuscar por toda la casa, entró en aquel cuarto, y debió mirar a derecha
e izquierda y ver el cofre. Entonces, el maldito comprendió que yo estaba dentro, y sin decir nada, lo
cogió, se lo puso a la cabeza y buscó a escape la salida, mientras que yo me moría de miedo. Pero
dispuso la fatalidad que el populacho se empeñase en ver lo que había en el cofre, y de pronto levantaron
la tapa. Y yo, no pudiendo soportar aquella vergüenza, me levanté súbitamente y me tiré al suelo, pero
con tal precipitación, que me rompí una pierna, y desde entonces estoy cojo. Y luego sólo pensé en
escapar y esconderme, y como me vi entre una muchedumbre tan extraordinaria, me puse a echar puñados
de monedas, y mientras se detuvieron a recoger el oro, me escurrí y escapé lo más aprisa que pude. Y así
recorrí las calles más oscuras y más apartadas. Pero juzgad cuál sería mi temor cuando de pronto vi al
barbero detrás de mí. Y decía a gritos: "¡Oh buenas gentes! ¡Gracias a Alah que he encontrado a mi amo!"
Después, sin dejar de correr detrás de mí me dijo: "¡Oh mi señor! Ya ves ahora cuán mal hiciste en obrar
con impaciencia y sin atender a mis consejos, porque, según has podido comprobar, no eras hombre de
muchas luces, pues eres muy arrebatado y hasta algo simple. Pero señor, ¿adónde corres así?
¡Aguárdame!" Y yo, que no sabía ya cómo deshacerme de aquella calamidad a no ser por la muerte, me
paré y le dije: "¡Oh barbero! ¿No te basta con haberme puesto en el estado en que me ves? ¿Quières,
pues, mi muerte?"
Pero al acabar de hablar vi abierta delante de mí la tienda de un mercader amigo mío. Me precipité
dentro y supliqué al mercader que le impidiera entrar detrás de mí a ese maldito. Y pudo lograrlo con la
amenaza de un garrote enorme y echándole miradas terribles. Pero el barbero no se fué sin maldecir al
mercader y también al padre y al abuelo del mercader, vomitando insultos, injurias y maldiciones tanto
contra mí como contra el mercader. Y yo di gracias al Recompensador por aquella liberación que no
esperaba nunca.
El mercader me interrogó entonces, y le conté mi historia con este barbero, y le rogué que me dejara
en su tienda hasta mi curación, pues no quería volver a mi casa por miedo a que me persiguiese otra vez
ese barbero de betún.
Pero por la gracia de Alah mi pierna acabó de curarse. Entonces cogí todo el dinero que me quedaba,
mandé llamar testigos y escribí un testamento, en virtud del cual legaba a mis parientes el resto de mi
fortuna, mis bienes y mis propiedades después de mi muerte, y elegí a una persona de confianza para que
administrase todo aquello, encargándole que tratase bien a todos los míos, grandes y pequeños. Para
perder de vista definitivamente a este barbero maldito, decidí salir de Bagdad y marcharme a cualquiera
otra parte donde no corriese el riesgo de encontrarme cara a cara con mi enemigo.
Salí, pues, de Bagdad, y no dejé de viajar día y noche hasta que llegué a este país, donde creía
haberme librado de mi perseguidor. Pero ya veis que todo fué trabajo perdido, ¡oh mis señores! pues me
lo acabo de encontrar entre vosotros, en este banquete a que me habéis invitado.
Por eso os explicaréis que no pueda tener tranquilidad mientras no huya de este país, como del otro,
¡y todo por culpa de ese malvado, de esa calamidad con cara de piojo, de ese barbero asesino, a quien
Alah confunda, a él, a su familia y a toda su descendencia!"
Cuando aquel joven -prosiguió el sastre, hablando al rey de la China- acabó de pronunciar estas
palabras, se levantó con el rostro muy pálido, nos deseó la paz, y salió sin que nadie pudiera
impedírselo.
En cuanto a nosotros, una vez que oímos esta historia tan sorprendente, miramos al barbero, que
estaba callado y con los ojos bajos, y le dijimos: "¿Es verdad lo que ha contado ese joven? Y en tal caso,
¿por qué procediste de ese modo, causándole tanta desgracia?" Entonces el barbero levantó la frente, y
nos dijo: "¡Por Alah! Bien sabía yo lo que me hacía al obrar así, y lo hice para ahorrarle mayores
calamidades. Pues a no ser por mí, estaba perdido sin remedio. Y tiene que dar gracias a Alah y dármelas
a mí por no haber perdido más que una pierna en vez de perderse por completo. En cuanto a vosotros, ¡oh
mis señores! Para probaros que no soy ningún charlatán, ni un indiscreto, ni en nada semejante a ninguno
de mis seis hermanos, y para demostraros también que soy un hombre listo y de buen criterio, y sobre
todo muy callado, os voy a contar mi historia, y juzgaréis". Después de estas palabras, todos nosotros -
continuó el sastre- nos dispusimos a escuchar en silencio aquella historia, que juzgábamos había de ser
extraordinaria.
Historias del barbero de Bagdad y de sus seis hermanos
(Contadas por el barbero y repetidas por el sastre)
Historia del barbero
El barbero dijo:
"Sabed, pues, ioh mis señores! Que yo viví en Bagdad durante el el reinado del Emir de los Creyentes
El-Montasser Billah
[70] Y bajo su gobierno vivíamos, porque amaba a los pobres y a los humildes, y
gustaba de la compañía de los sabios y poetas.
Pero un día entre los días, el califa tuvo motivos de queja contra diez individuos que habitaban no
lejos de la ciudad, y mandó al gobernador-lugarteniente que trajese entre sus manos a estos diez
individuos. Y quiso el Destino que precisamente cuando les hacían atravesar el Tigris en una barca,
estuviese yo en la orilla del río. Y vi a aquellos hombres en la barca, y dije para mí: "Seguramente esos
hombres se han dado cita en esa barca para pasarse en diversiones todo el día, comiendo y bebiendo. Así
es que necesariamente me tengo quo convidar para tomar parte en el festín".
Me aproximé a la orilla, y sin decir palabra, que por algo soy el Silencioso, salté a la barca y me
mezclé con todos ellos. Pero de pronto vi llegar a los guardias del walí, que se apoderaron de todos, les
echaron a cada uno una argolla al cuello y cadenas a las manos, y acabaron por cogerme a mí también y
ponerme asimismo la argolla al cuello, y las cadenas a las manos. Y yo no dije palabra, lo cual os
demostrará ¡oh mis señores! mi firmeza de carácter y mi poca locuacidad. Me aguanté, pues, sin protestar,
y me vi llevado con los diez individuos a la presencia del Emir de los Creyentes, el califa Montasser
Billah.
Y en cuanto nos vió, el califa llamó al portaalfanje, y le dijo: "¡Corta inmediatamente la cabeza a esos
diez malvados!" Y el verdugo nos puso en fila en el patio, a la vista del califa, y empuñando el alfanje,
hirió la primera cabeza y la hizo saltar, y la segunda, y la tercera, hasta la décima. Pero cuando llegó a
mí, el número de cabezas cortadas era precisamente el de diez, y no tenía orden de cortar ni una más. Se
detuvo, por lo tanto, y dijo al califa que sus órdenes estaban ya cumplidas. Pero entonces volvió la cara
el califa, y viéndome todavía en pie, exclamó: "¡Oh mi portaalfanje! Te he mandado cortar la cabeza a los
diez malvados! ¿Cómo es que perdonaste al décimo?" Y el portaalfanje repuso: "¡Por la gracia de Alah
sobre ti y por la tuya sobre nosotros! He cortado diez cabezas". Y el califa dijo: "Vamos a ver; cuéntalas
delante de mí". Las contó, y efectivamente, resultaron diez cabezas. Y entonces el califa me miró y me
dijo: "¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces ahí entre esos bandidos, derramadores de sangre?" Entonces, ¡oh
señores! y sólo entonces, al ser interrogado por el Emir de los Creyentes, me resolví a hablar. Y dije:
"¡Oh Emir de los Creyentes! Soy el jeique a quien llaman El-Samed, a causa de mi poca locuacidad. En
punto a prudencia, tengo un buen acopio en mi persona, y en cuanto a la rectitud de mi juicio, la gravedad
de mis palabras, lo excelente de mi razón, lo agudo de mi inteligencia y mi ninguna verbosidad, nada he
de decirte, pues tales cualidades son en mí infinitas. Mi oficio es el de afeitar cabezas y barbas,
escarificar piernas y pantorrillas y aplicar ventosas y sanguijuelas. Y soy uno de los siete hijos de mi
padre, y mis seis hermanos están vivos.
Pero he aquí la aventura. Esta misma mañana me paseaba yo a lo largo del Tigris, cuando vi a esos
diez individuos que saltaban a una barca, y me junté con ellos, y con ellos me embarqué, creyendo que
estaban convidados a algún banquete en el río. Pero he aquí que, apenas llegamos a la otra orilla, adiviné
que me encontraba entre criminales, y me di cuenta de esto al ver a tus guardias que se nos echaban
encima y nos ponían la argolla al cuello. Y aunque nada tenía yo que ver con esa gente, no quise hablar ni
una palabra ni protestar de ningún modo, obligándome a ello mi excesiva firmeza de carácter y mi
ninguna locuacidad. Y mezclado con estos hombres fui conducido entre tus manos, ¡Oh Emir de los
Creyentes! Y mandaste que cortasen la cabeza a esos diez bandidos, y fui el único que quedó entre las
manos de tu portaalfanje, y a pesar de todo, no dije tan siquiera ni una palabra. Creo, pues, que esto es
una buena prueba de valor y de firmeza muy considerable. Y además, el sólo hecho de unirme con esos
diez desconocidos es por sí mismo la mayor demostración de valentía que yo sepa. Pero no te asombre
mi acción, ¡oh Emir de los Creyentes pues toda mi vida he procedido del mismo modo, queriendo
favorecer a los extraños".
Cuando el califa oyó mis palabras, y advirtió en ellas que en mí era nativo el valor y la virilidad, y
amor al silencio y a la compostura, y mi odio a la indiscreción y a la impertinencia, a pesar de lo que
diga ese joven cojo que estaba ahí hace un momento, y a quien salvé de toda clase de calamidades, el
Emir dijo: "¡Oh venerable jeique. barbero espiritual e ingenio lleno de gravedad y de sabiduría!
Dime: ¿y tus seis hermanos son como tú? ¿Te igualan en prudencia, talento y discreción? Y yo
respondí: "¡Alah me libre de ellos! ¡Cuán poco se asemejan a mí, oh Emir de los Creyentes! ¡Acabas de
afligirme con tu censura al compararme con esos seis locos que nada tienen de común conmigo, ni de
cerca ni de lejos! Pues por su verbosidad impertinente, por su indiscreción y por su cobardía, se han
buscado mil disgustos, y cada cual tiene una deformidad física, mientras que yo estoy sano y completo de
cuerpo y espíritu. Porque, efectivamente, el mayor de mis hermanos es cojo; el segundo, tuerto; el tercero,
mellado; el cuarto, ciego; el quinto, no tiene narices ni orejas, porque se las cortaron, y al sexto le han
rajado los labios.
Pero ¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que exagero con esto mis cualidades, ni aumento los
defectos de mis hermanos. Pues si te contase su historia, verías cuán diferente soy de todos ellos. Y como
su historia es infinitamente interesante y sabrosa, te la voy a contar sin más dilaciones.
Historia de Bacbuk, primer hermano del barbero
Así, ¡Oh Emir de los Creyentes! que el mayor de mis hermanos, el que quedó cojo, se llama El-
Bacbuk, porque cuando se pone a charlar parece oírse el ruido que hace un cántaro al vaciarse. Su oficio
ha sido el de sastre en Bagdad.
Ejercía su oficio de sastre en una tiendecilla cuyo propietario era un hombre cuajado de dinero y de
riquezas. Este hombre habitaba en lo alto de la misma casa en que estaba situada la tienda de mi hermano
Bacbuk. Y además, en el subterráneo de la casa había un molino donde vivían un molinero y el buey del
molinero.
Pero un día que mi hermano Bacbuk estaba cosiendo, sentado en su tienda, teniendo debajo de él al
molinero y al buey del molinero, y encima al enriquecido propietario, he aquí que mi hermano Bacbuk
levantó de pronto la cabeza, y vió asomada en una de las ventanas altas a una hermosa mujer como la luna
saliente, que se distraía mirando a los transeúntes. Y esta mujer era la esposa del propietario de la casa.
Al verla mi hermano Bacbuk sintió que su corazón se prendaba apasionadamente de ella, y le fué
imposible coser ni hacer otra cosa que mirar a la ventana. Y se pasó todo el día como aturdido y en
contemplación hasta por la noche. Y al día siguiente, en cuanto amaneció, se sentó en su sitio de
costumbre, y mientras cosía, muy poco a poco, levantaba a cada momento la cabeza para mirar a la
ventana. Y a cada puntada que daba con la aguja se pinchaba los dedos, pues tenía los ojos en la ventana
constantemente. Y así estuvo varios días, durante los cuales apenas si trabajó ni su labor valió más de un
dracma.
En cuanto a la joven, comprendió en seguida los sentimientos de mi hermano Bacbuk. Y se propuso
sacarles todo el partido posible y divertirse a su costa. Y un día que estaba mi hermano más entontecido
que de costumbre, la joven le dirigió una mirada asesina, que se clavó inmediatamente en el corazón de
Bacbuk. Y Bacbuk miró en seguida a la joven, pero de un modo tan ridículo, que ella se quitó de la
ventana para reírse a su gusto, y fué tal su explosión de risa, que se cayó de trasero sobre el piso. Pero el
infeliz de Bacbuk llegó al límite de la alegría pensando que la joven le había mirado cariñosamente.
Así es que al día siguiente no se asombró, ni con mucho, mi hermano Bacbuk, cuando vió entrar en su
tienda al propietario de la casa, que llevaba debajo del brazo una hermosa pieza de hilo envuelta en un
pañuelo de seda, y le dijo: "Te traigo esta pieza de tela para que me cortes unas camisas". Entonces
Bacbuk no dudó que aquel hombre estaba allí enviado por su mujer, y contestó: "¡Sobre mis ojos y sobre
mi cabeza! Esta misma noche estarán acabadas tus camisas". Y efectivamente, mi hermano se puso a
trabajar con tal ahínco, privándose hasta de comer, que por la noche, cuando llegó el propietario de la
casa, ya tenía las veinte camisas cortadas, cosidas y empaquetadas en el pañuelo de seda. Y el
propietario de la casa le preguntó: "¿Qué te debo?" Pero precisamente en aquel instante se presentó
furtivamente en la ventana la joven, y dirigió una mirada a Bacbuk, haciéndole una seña con los ojos,
como indicándole que no aceptase nada. Y mi hermano no quiso cobrarle nada al propietario de la casa,
por más que en aquella ocasión estuviese muy apurado y cualquier dinero habría sido para él una gran
ayuda. Pero se consideró dichoso con trabajar para el marido y favorecerle por amor a la linda cara de la
mujer.
Y al día siguiente al amanecer se presentó el propietario de la casa con otra pieza de tela debajo del
brazo, y le dijo a mi hermano Bacbuk: "He aquí que acaban de advertirme en mi casa que necesito
también calzoncillos nuevos para ponérmelos con las camisas nuevas. Y te traigo esta otra pieza de tela
para que me hagas calzoncillos. Pero que sean muy anchos. Y no escatimes para nada los pliegues ni la
tela". Mi hermano contestó: "Escucho y obedezco". Y se estuvo tres días completos cose que te cose, sin
tomar otro alimento que el estrictamente necesario, pues no quería perder tiempo, y además no tenía ni un
dracma para comprar comida.
Y cuando hubo terminado los calzoncillos, los envolvió en el pañuelo, y muy contento, fué a
llevárselos él mismo al propietario de la casa.
No es necesario decir, ¡oh Emir de los Creyentes! que la joven se había puesto de acuerdo con su
marido para burlarse del infeliz de mi hermano y hacerle las más sorprendentes jugarretas. Porque
cuando mi hermano le presentó los calzoncillos al propietario de la casa, éste hizo como que iba a
pagarle, pero inmediatamente apareció en la puerta la linda cara de la mujer, sonriéndole con los ojos y
haciéndole señas con las cejas para que no cobrase.
Y Bacbuk se negó en redondo a recibir nada del marido. Entonces el marido se ausentó un instante
para hablar con su esposa, que había desaparecido también, y volvió en seguida junto a mi hermano y le
dijo: "Para agradecer tus favores, hemos resuelto mi mujer y yo casarte con nuestra esclava blanca, que
es muy hermosa y muy gentil, y de tal suerte serás de nuestra casa". Y Bacbuk se figuró en seguida que era
una excelente astucia de la mujer para que él pudiera entrar con libertad en la casa. Y aceptó en el acto. Y
al momento mandaron llamar a la esclava, y la casaron con mi hermano Bacbuk.
Pero cuando llegó la noche, quiso acercarse Bacbuk a la esclava blanca, y ésta le dijo: "¡No, no!
¡Esta noche no!" Y por mucho que lo deseara Bacbuk, no pudo darle ni siquiera un beso.
Además, el propietario de la casa había dicho a mi hermano Bacbuk que aquella noche, en lugar de
dormir en la tienda, durmiese en el molino que había en el sótano de la casa, a fin de que estuviesen más
anchos él y su mujer. Y como la esclava, después de resistirse a la copulación, se subió a casa de su
señora, Bacbuk tuvo que acostarse solo. Y al amanecer aun dormía Bacbuk, cuando entró el molinero y
dijo en alta voz: "Ya ha descansado bastante este buey. Voy a engancharlo al molino para moler todo ese
trigo que se me está amontonando en cantidad considerable". Y se acercó entonces a mi hermano,
fingiendo confundirle con el buey, y le dijo: "¡Vaya, arriba, holgazán, que tengo que engancharte!" Y mi
hermano Bacbuk no quiso hablar, tal era su estupidez, y se dejó enganchar al molino. Y el molinero lo ató
por la cintura al cilindro del molino, y dándole un fuerte latigazo, exclamó: "¡Yallah!" Y cuando Bacbuk
recibió aquel golpe no pudo menos que mugir como un buey. Y el molinero siguió dándole fuertes
latigazos y haciéndole dar vueltas al molino durante mucho tiempo. Y mi hermano mugía absolutamente
como un buey, y resoplaba al recibir los estacazos.
Y no tardó en llegar el propietario de la casa, que, al verle en tal estado, dando vueltas y recibiendo
golpes, fué en seguida a avisar a su mujer, y ésta envió a la esclava blanca, que desató a mi hermano y le
dijo muy compasivamente: "Mi señora acaba de saber el mal trato que te han hecho sufrir, y lo siente
muchísimo. Todos lamentamos tus sufrimientos". Pero el infeliz Bacbuk había recibido tanto palo y
estaba tan molido, que no pudo contestar palabra.
Hallándose en tal estado, se presentó el jeique que había escrito su contrato de matrimonio con la
esclava blanca. Y le deseó la paz, y le dijo: "¡Concédate Alah larga vida! ¡Así sea bendito tu matrimonio!
Estoy seguro de que acabas de pasar una noche feliz y que has gozado los transportes más dulces y más
íntimos, abrazos, besos y copulaciones desde la noche hasta la mañana". Y mi hermano Bacbuk le
contestó: "¡Alah confunda a los embaucadores y a los pérfidos de tu clase, traidor a la milésima potencia!
Tú me metiste en todo esto para que diese vueltas al molino en lugar del buey del molinero, y eso hasta la
mañana". Entonces el jeique le invitó a que se lo contase todo, y mi hermano se lo contó. Y entonces el
jeique le dijo: "Todo eso está muy claro. No es otra cosa sino que tu estrella no concuerda con la estrella
de la joven". Y Bacbuk le replicó: "¡Ah, maldito! Anda a ver si puedes inventar más perfidias". Después
mi hermano se fué y volvió a meterse en su tienda, con el fin de aguardar algún trabajo que le permitiese
ganar el pan, ya que tanto había trabajado sin cobrar.
Y mientras estaba sentado, hete aquí que se presentó la esclava blanca, y le dijo: "Mi ama te quiere
muchísimo, y me encarga te diga que acaba de subir a la azotea para tener el gusto de contemplarte desde
el tragaluz". Y efectivamente, mi hermano vió aparecer en el tragaluz a la joven, deshecha en lágrimas, y
se lamentaba y decía: "¡Oh querido mío! ¿por qué me pones tan mala cara y estás tan enfadado que ni
siquiera me miras? Te juro por tu vida que cuanto te ha pasado en el molino se ha hecho a espaldas mías.
En cuanto a esa esclava loca, no quiero que la mires siquiera. En adelante, yo sola seré tuya". Y mi
hermano Bacbuk levantó entonces la cabeza y miró a la joven. Y esto le bastó para olvidar todas las
tribulaciones pasadas y para hartar sus ojos contemplando aquella hermosura. Después se puso a hablarle
por señas, y ella con él, hasta que Bacbuk se convenció de que todas sus desgracias no le habían pasado a
él, sino a otro cualquiera.
Y con la esperanza de ver a la joven, siguió cortando y cosiendo camisas, calzoncillos, ropa interior
y ropa exterior, hasta que un día fué a buscarle la esclava blanca, y le dijo: "Mi señora te saluda. Y como
mi amo y esposo suyo se marcha esta noche a un banquete que le dan sus amigos, y no volverá hasta la
mañana, te aguardará impaciente mi señora para pasar contigo esta noche entre delicias y lo que sabes".
Y el infeliz de Bacbuk estuvo a punto de volverse loco al oír tal noticia.
Porque la astuta casada había combinado un último plan, de acuerdo con su marido, para deshacerse
de mi hermano, y verse libres, ella y él, de pagarle toda la ropa que le habían encargado. Y el propietario
de la casa había dicho a su mujer: "¿Cómo haríamos para que entrase en tu aposento para sorprenderle y
llevarle a casa del walí?" Y la mujer contestó: "Déjame obrar a mi gusto, y lo engañaré con tal engaño y
lo comprometeré en tal compromiso, que toda la ciudad se ha de burlar de él".
Bacbuk no se figuraba nada de esto, pues desconocía en absoluto todas las astucias y todas las
emboscadas de que son capaces las mujeres. Así es que, llegada la noche, fué a buscarle la esclava, y lo
llevó a las habitaciones de su señora, que en seguida se levantó, le sonrió, y dijo: "¡Por Alah! ¡Dueño
mío, qué ansias tenía de verte junto a mí!" Y Bacbuk contestó: "¡Y yo también! ¡Pero démonos prisa, y
ante todo, un beso! Y en seguida..."
¡Pero aun no había acabado de hablar, cuando se abrió la puerta y entró el marido con dos esclavos
negros, que se precipitaron sobre mi hermano Bacbuk, le ataron. le arrojaron al suelo y empezaron por
acariciarle la espalda con sus látigos. Después se lo echaron a cuestas para llevarle a casa del walí. Y el
walí le condenó a que le diesen doscientos azotes, y después le montaron en un camello y le pasearon por
todas las calles de Bagdad. Y un pregonero iba gritando: "¡De esta manera se castigará a todo cabalgador
que asalte a la mujer del prójimo!"
Pero mientras así paseaban a mi hermano Bacbuk, se enfureció de pronto el camello y empezó a dar
grandes corcovos. Y Bacbuk, como no podía valerse, cayó al suelo y se rompió una pierna, quedando
cojo desde entonces. Y Bacbuk, con su pata rota, salió de la ciudad. Pero me avisaron de todo ello a
tiempo, ¡oh Príncipe de los Creyentes! y corrí detrás de él, y le traje aquí en secreto, he de confesarlo, y
me encargué de su curación, de sus gastos y de todas sus necesidades. Y así seguimos.
Y cuando hube contado esta historia de Bacbuk, ¡oh mis señores! el califa Montasser- Billah se echó
a reír a carcajadas, y dijo: "¡Qué bien la contaste! ¡Qué divertido relato!" Y yo repuse: "En verdad que no
merezco aún tanta alabanza tuya. Porque entonces, ¿qué dirás cuando hayas oído la historia de cada uno
de mis otros hermanos? Pero temo que me tomes por un charlatán indiscreto".
Y el califa contestó:
"¡Al contrario, barbero sobrenatural!
Apresúrate a contarme lo que ocurrió a tus hermanos, para adornar mis oídos con esas historias que
son pendientes de oro, y no temas entrar en pormenores.. pues juzgo que tu historia ha de tener tantas
delicias como sabor".
Y entonces dije:
Historia de El-Haddar, segundo hermano del barbero
"Sabed, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que mi segundo hermano se llama El- Haddar, porque muge
como un camello. Y además está mellado. Como oficio no tiene ninguno, pero en cambio me da muchos
disgustos. Juzgad con vuestro entendimiento al oír esta aventura.
Un día que vagaba sin rumbo por las calles de Bagdad, se le acercó una vieja y le dijo en voz baja:
"Escucha, ¡oh ser humano! Te voy a hacer una proposición, que puedes aceptar o rechazar, según te
plazca". Y mi hermano se detuvo, y dijo: "Ya te escucho". Y la vieja prosiguió: "Pero antes de ofrecerte
esa cosa, me has de asegurar que no eres un charlatán indiscreto". Y mi hermano respondió: "Puedes
decir lo que quieras". Y ella le dijo: "¿Qué te parecería un hermoso palacio con arroyos y árboles
frutales, en el cual corriese el vino en las copas nunca vacías, en donde vieras caras arrebatadoras,
besaras mejillas suaves, poseyeras cuerpos flexibles y disfrutaras de otras cosas por el estilo, gozando
desde la noche hasta la mañana? Y para disfrutar de todo eso, no necesitarás más que avenirte a una
condición". Mi hermano El-Haddar replicó a estas palabras de la vieja: "Pero ¡oh señora mía! ¿cómo es
que vienes a hacerme precisamente a mí esa proposición, excluyendo a otro cualquiera entre las criaturas
de Alah? ¿Qué has encontrado en mí para preferirme?" Y la vieja contestó: "Ya te he dicho que ahorres
palabras, que sepas callar, y conducirte en silencio. Sígueme, pues, y no hables más".
Después se alejó precipitadamente. Y mi hermano, con la esperanza de todo lo prometido, echó a
andar detrás de ella, hasta que llegaron a un palacio magnífico, en el cual entró la vieja e hizo entrar a mi
hermano Haddar. Y mi hermano vió que el interior del palacio era muy bello, pero que era más bello aún
lo que encerraba. Porque se encontró en medio de cuatro muchachas como lunas. Y estas jóvenes estaban
tendidas sobre riquísimos tapices y entonaban con una voz deliciosa canciones de amor.
Después de las zalemas acostumbradas, una de ellas se levantó, llenó la copa y la bebió. Y mi
hermano Haddar le dijo: "Que te sea sano y delicioso, y aumente tus fuerzas".
Y se aproximó a la joven, para tomar la copa vacía y ponerse a sus órdenes. Pero ella llenó
inmediatamente la copa y se la ofreció. Y Haddar, cogiendo la copa, se puso a beber. Y mientras él bebía,
la joven empezó a acariciarle la nuca; pero de pronto le golpeó con tal saña, que mi hermano acabó por
enfadarse. Y se levantó para irse, olvidando su promesa de soportarlo todo sin protestar. Y entonces se
acercó la vieja y le guiñó el ojo, como diciéndole: "¡No hagas eso! Quédate y aguarda hasta el fin". Y mi
hermano obedeció, y hubo de soportar pacientemente todos los caprichos de la joven. Y las otras tres
porfiaron en darle bromas no menos pesadas: una le tiraba de las orejas como para arrancárselas, otra le
daba papirotazos en la nariz, y la tercera le pellizcaba con las uñas. Y mi hermano lo tomaba con mucha
resignación, porque la vieja le seguía haciendo señas de que callase.
Por fin, para premiar su paciencia, se levantó la joven más hermosa y le dijo que se desnudase. Y mi
hermano obedeció sin protestar. Y entonces la joven cogió un hisopo, le roció con agua de rosas, y le
dijo: "Me gustas mucho, ¡ojo de mi vida! Pero me fastidian las barbas y los bigotes, que pinchan la piel.
De modo que, si quieres de mí lo que tú sabes, te has de afeitar la cara". Y mi hermano contestó: "Pues
eso no puede ser, porque sería la mayor vergüenza que me podría ocurrir". Y ella dijo: "Pues no podré
amarte de otro modo. No hay más remedio". Y entonces mi hermano dejó que la vieja le llevase a una
habitación contigua, donde le cortó la barba y se la afeitó, y después los bigotes y las cejas. Y luego le
embadurnó la cara con coloretes y polvos, y lo condujo a la sala donde estaban las jóvenes. Y al verle
les entró tal risa, que se doblaron sobre sus posaderas.
Después se le acercó la más hermosa de aquellas jóvenes, y le dijo: "¡Oh dueño mío! Tus encantos
acaban de conquistar mi alma. Y sólo he de pedirte un favor, y es que así, desnudo como estás y tan lindo,
ejecutes delante de nosotras una danza que sea graciosa y sugestiva". Y como El-Haddar no pareciese
muy dispuesto, prosiguió la joven: "Te conjuro por mi vida a que lo hagas. Y después lograrás de mí lo
que tú sabes". Entonces, al son de la darabuka, manejada por la vieja, mi hermano se ató a la cintura un
pañuelo de seda y se puso a bailar en medio de la sala.
Pero tales eran sus gestos y sus piruetas, que las jóvenes se desternillaban de risa, y empezaron a
tirarle cuanto vieron a mano: los almohadones, las frutas, las bebidas y hasta las botellas. Y la más bella
de todas se levantó entonces y fué adoptando toda clase de posturas, mirando a mi hermano con ojos
como entornados por el deseo, y después se fué despojando de todas sus ropas, hasta quedarse sólo con
la finísima camisa y el amplio calzón de seda.
El-Haddar, que había interrumpido el baile tan pronto como vió a la joven desnuda, llegó al límite
más extremo de la excitación.
Pero entonces se le acercó la vieja y le dijo: "Ahora te toca correr detrás de ella. Porque cuando se
excita con la bebida y con la danza, acostumbra desnudarse por completo, pero no se entrega a ningún
amante sin haber examinado su cuerpo desnudo, su zib en erección y su ligereza para correr, juzgándole
entonces digno de ella. De modo que la vas a perseguir por todas partes, de habitación en habitación,
hasta que la puedas atrapar. Y sólo entonces consentirá que la cabalgues".
Y mi hermano, al oír aquello, se quitó el cinturón de seda y se dispuso a correr. Y la joven se despojó
de la camisa y de lo demás, y apareció toda desnuda, cimbreándose como una palmera nueva. Y echó a
correr, riéndose a carcajadas y dando dos vueltas al salón. Y mi hermano la perseguía con su zib
erguido".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 31ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió su relato en esta forma:
"Mi hermano Haddar, con su zib erguido, empezó a perseguir a la joven, que, ligera, huía de él y se
reía. Y las otras jóvenes y la vieja, al ver correr a aquel hombre con su rostro pintarrajeado, sin barbas,
ni bigotes, ni cejas, y erguido su zib hasta no poder más, se morían de risa y palmoteaban y golpeaban el
suelo con los pies.
Y la joven, después de dar dos vueltas a la sala, se metió por un pasillo muy largo, y luego cruzó dos
habitaciones, una tras otra, siempre perseguida por mi hermano, completamente loco. Y ella, sin dejar de
correr, reía con toda su alma, moviendo las caderas.
Pero de pronto desapareció en un recodo, y mi hermano fué a abrir una puerta por la cual creía que
había salido la joven, y se encontró en medio de una calle. Y esta calle era la calle en que vivían los
curtidores de Bagdad. Y todos los curtidores vieron a El- Haddar afeitado de barbas, sin bigotes, las
cejas rapadas y pintado el rostro como una ramera. Y escandalizados, se pusieron a darle correazos,
hasta que perdió el conocimiento. Y después le montaron en un burro, poniéndole al revés, de cara al
rabo, y le hicieron dar la vuelta a todos los zocos, hasta que lo llevaron al walí, que les preguntó:
"¿Quién es ese hombre?"
Y ellos contestaron: "Es un desconocido que salió súbitamente de casa del gran visir. Y lo hemos
hallado en este estado". Entonces el walí mandó que le diesen cien latigazos en la planta de los pies, y lo
desterró de la ciudad. Y yo ¡Oh Emir de los Creyentes!, corrí en busca de mi hermano, me lo traje
secretamente, y le di hospedaje. Y ahora lo sostengo a mi costa. Comprenderás, que si yo no fuera un
hombre lleno de entereza y de cualidades, no habría podido soportar a semejante necio.
Pero en lo que se refiere a mi tercer hermano, ya es otra cosa, como vas a ver.
Historia de Bacbac, tercer hermano del barbero
"Bacbac el ciego, por otro nombre el Cacareador hinchado, es mi tercer hermano. Era mendigo de
oficio, y uno de los principales de la cofradía de los pordioseros de Bagdad, nuestra ciudad.
Cierto día, la voluntad de Alah y el Destino permitieron que mi hermano llegase a mendigar a la
puerta de una casa. Y mi hermano Bacbac, sin prescindir de sus acostumbradas invocaciones para pedir
limosna: "¡Oh donador, oh generoso!", dió con el palo en la puerta. Pero conviene que sepas, ¡oh
Comendador de los Creyentes! que mi hermano Bacbac, igual que los más astutos de su cofradía, no
contestaba cuando, al llamar a la puerta de una casa, le decían: "¿Quién es?"
Y se callaba para obligar a que abriesen la puerta, pues de otro modo, en lugar de abrir, se
contentaban con responder desde adentro: "¡Alah te ampare!" Que es el modo de despedir a los
mendigos.
De modo que aquel día, por más que desde la casa preguntasen "¿Quién es?", mi hermano callaba. Y
acabó por oír pasos que se acercaban, y que se abría la puerta. Y se presentó un hombre al cual Bacbac,
si no hubiera estado ciego, no habría pedido limosna seguramente.
Pero aquel era su Destino. Y cada hombre lleva su Destino atado al cuello. Y el hombre le preguntó:
"¿Qué deseas?" Y mi hermano Bacbac respondió: "Que me des una limosna, por Alah el Altísimo". El
hombre volvió a preguntar: "¿Eres ciego?" Y Bacbac dijo, "Sí, mi amo, y muy pobre". Y el otro repuso:
"En ese caso, dame la mano para que te guíe". Y le dió la mano, y el hombre lo metió en la casa, y lo hizo
subir escalones y más escalones, hasta que lo llevó a la azotea, que estaba muy alta. Y mi hermano, sin
aliento, se decía: "Seguramente, me va a dar las sobras de algún festín".
Y cuando hubieron llegado a la azotea, el hombre volvió a preguntar: "¿Qué quieres, ciego?" Y mi
hermano, bastante asombrado, respondió: "Una limosna, por Alah". Y el otro replicó: "Que Alah te abra
el día en otra parte". Entonces Bacbac le dijo: "¡Oh tú, un tal! ¿no podías haberme contestado así cuando
estábamos abajo? A lo cual replicó el otro: "¡Oh tú, que vales menos que mi trasero! ¿por qué no me
contestaste cuando yo preguntaba desde dentro: "¿Quién es? ¿Quién está a la puerta? ¡Conque lárgate de
aquí en seguida, o te haré rodar como una bola, asqueroso mendigo de mal agüero!" Y Bacbac tuvo que
bajar más que de prisa la escalera completamente solo.
Pero cuando le quedaban unos veinte escalones dió un mal paso, y fué rodando hasta la puerta. Y al
caer se hizo una gran contusión en la cabeza, y caminaba gimiendo por la calle. Entonces varios de sus
compañeros, mendigos y ciegos como él, al oírle gemir le preguntaron la causa, y Bacbac les refirió su
desventura. Y después les dijo: "Ahora tendréis que acompañarme a casa para coger dinero con qué
comprar comida para este día infructuoso y maldito. Y habrá que recurrir a nuestros ahorros, que, como
sabéis, son importantes, y cuyo depósito me habéis confiado".
Pero el hombre de la azotea había bajado detrás de él y le había seguido. Y echó a andar detrás de mi
hermano y los otros dos ciegos, sin que nadie se apercibiese, y allí llegaron todos a casa de Bacbac.
Entraron, y el hombre se deslizó rápidamente antes de que hubiesen cerrado la puerta. Y Bacbac dijo a
los dos ciegos: "Ante todo, registremos la habitación por si hay algún extraño escondido".
Y aquel hombre, que era todo un ladrón de los más hábiles entre los ladrones, vió una cuerda que
pendía del techo, se agarró de ella, y silenciosamente trepó hasta una viga, donde se sentó con la mayor
tranquilidad. Y los dos ciegos comenzaron a buscar por toda la habitación, insistiendo en sus pesquisas
varias veces, tentando los rincones con los palos. Y hecho esto, se reunieron con mi hermano, que sacó
entonces del escondite todo el dinero de que era depositario, y lo contó con sus dos compañeros,
resultando que tenían diez mil dracmas juntos.
Después, cada cual cogió dos o tres dracmas, volvieron a meter todo el dinero en los sacos, y los
guardaron en el escondite. Y uno de los tres ciegos marchó a comprar provisiones y volvió en seguida,
sacando de la alforja tres panes, tres cebollas y algunos dátiles. Y los tres compañeros se sentaron en
corro y se pusieron a comer.
Entonces el ladrón se deslizó silenciosamente a lo largo de la cuerda, se acurrucó junto a los tres
mendigos y se puso a comer con ellos. Y se había colocado al lado de Bacbac, que tenía un oído
excelente. Y Bacbac, oyendo el ruido de sus mandíbulas al comer, exclamó: "¡Hay un extraño entre
nosotros!" Y alargó rápidamente la mano hacia donde oía el ruido de las mandíbulas, y su mano cayó
precisamente sobre el brazo del ladrón. Entonces Bacbac y los dos mendigos se precipitaron encima de
él, y empezaron a gritar y a golpearle con sus palos; ciegos como estaban, y pedían auxilio a los vecinos,
chillando: "¡Oh musulmanes, acudid a socorrernos! ¡Aquí hay un ladrón! ¡Quiere robarnos el poquísimo
dinero de nuestros ahorros!" Y acudiendo los vecinos, vieron a Bacbac, que, auxiliado por los otros dos
mendigos, tenía bien sujeto al ladrón, que intentaba defenderse y escapar. Pero el ladrón, cuando llegaron
los vecinos, se fingió también ciego, y cerrando los ojos, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh musulmanes! Soy
ciego y socio de estos tres, que me niegan lo que me corresponde de los diez mil dracmas de ahorros que
poseemos en comunidad. Os lo juro por Alah el Altísimo, por el sultán, por el emir. Y os pido que me
llevéis a presencia del walí, donde se comprobará todo". Entonces llegaron los guardias del walí, se
apoderaron de los cuatro hombres y los llevaron entre las manos de walí.
Y el walí preguntó: "¿Quiénes son esos hombres?" Y el ladrón exclamó: "Escucha mis palabras, ¡oh
walí justo y perspicaz! y sabrás lo que debes saber. Y si no quisieras creerme, manda que nos den
tormento, a mí primero, para obligarnos a confesar la verdad. Y somete en seguida al mismo tormento a
estos hombres para poner en claro este asunto". Y el walí dispuso: "¡Coged a ese hombre, echadlo en el
suelo, y apaleadle hasta que confiese!" Entonces los guardias agarraron al ciego fingido, y uno le sujetaba
los pies, y los demás principiaron a darle de palos en ellos. A los diez palos, el supuesto ciego empezó a
dar gritos y abrió un ojo, pues hasta entonces los había tenido cerrados. Y después de recibir otros
cuantos palos, no muchos, abrió ostensiblemente el otro ojo.
Y el walí, enfurecido, le dijo: "¿Qué farsa es ésta, miserable embustero?" Y el ladrón contestó: "Que
suspendan la paliza y lo explicaré todo". Y el walí mandó suspender el tormento, y el ladrón dijo:
"Somos cuatro ciegos fingidos, que engañamos.a la gente para que nos dé limosna. Pero además
simulamos nuestra ceguera para poder entrar fácilmente en las casas, ver las mujeres con la cara
descubierta, seducirlas, cabalgarlas y al mismo tiempo examinar el interior de las viviendas y preparar
los robos sobre seguro. Y como hace bastante tiempo que ejercemos este oficio tan lucrativo, hemos
logrado juntar entre todos hasta diez mil dracmas. Y al reclamar mi parte a estos hombres, no sólo se
negaron a dármela, sino que me apalearon, v me habrían matado a golpes si los guardias no me hubiesen
sacado de entre sus manos. Esta es la verdad, ¡oh walí! Pero ahora, para que confiesen mis compañeros,
tendrás que recurir al látigo, como hiciste conmigo. Y así hablarán.
Pero que les den de firme, porque de lo contrario no confesarán nada. Y hasta verás cómo se obstinan
en no abrir los ojos, como yo hice".
Entonces el walí mandó a azotar a mi hermano el primero de todos. Y por más que protestó y dijo que
era ciego de nacimiento, le siguieron azotando hasta que se desmayó. Y como al volver en sí tampoco
abrió los ojos, mandó el walí que le dieran otros trescientos palos, y luego trescientos más, y lo mismo
hizo con los otros dos ciegos, que tampoco los pudieron abrir, a pesar de los golpes y a pesar de los
consejos que les dirigía el ciego fingido, su compañero improvisado.
Y en seguida el walí encargó a este ciego fingido que fuese casa de mi hermano Bacbac y trajese el
dinero. Y entonces dió a este ladrón dos mil quinientos dracmas, o sea la cuarta parte del dinero, y se
quedó con lo demás.
En cuanto a mi hermano y los otros dos ciegos, el walí les dijo: "¡Miserables hipócritas! ¿Conque
coméis el pan que os concede la gracia de Alah, y luego juráis en su nombre que sois ciegos? Salid de
aquí y que no se os vuelva a ver en Bagdad ni un solo día".
Y yo, ¡Oh Emir de los Creyentes! en cuanto supe todo esto salí en busca de mi hermano, lo encontré,
lo traje secretamente a Bagdad, lo metí en mi casa, y me encargué de darle de comer y vestirlo mientras
viva.Y tal es la historia de mi tercer hermano, Bacbac el ciego.
Y al oírla el califa Montasser Billah, dijo: "Que den una gratificación a este barbero, y que se vaya en
seguida". Pero yo, ¡oh mis señores! contesté: "¡Por Alah! ¡Oh Príncipe de los Creyentes! No puedo
aceptar nada sin referirte lo que les ocurrió a mis otros tres hermanos".
Y concedida la autorización, dije:
Historia de El-Kuz, cuarto hermano del barbero
Mi cuarto hermano, el tuerto El-Kuz, El Assuaní, o el botijo irrompible, ejercía en Bagdad el oficio
de carnicero. Sobresalía en la venta de carne y picadillo, y nadie le aventajaba en criar y engordar
carneros de larga cola. Y sabía a quién vender la carne buena y a quién despachar la mala. Así es que los
mercaderes más ricos y los principales de la ciudad sólo se abastecían en su casa y no compraban más
carne que la de sus carneros; de modo que en poco tiempo llegó a ser muy rico y propietario de grandes
rebaños y hermosas fincas.
Y seguía prosperando mi hermano El-Kuz, cuando cierto día entre los días, que estaba sentado en su
establecimiento, entró un jeique de larga barba blanca, que le dió dinero y le dijo: "¡Corta carne buena!"
Y mi hermano le dió de la mejor carne, cogió el dinero y devolvió el saludo al anciano, que se fué.
Entonces mi hermano examinó las monedas de plata que le había entregado el desconocido, y vió que
eran nuevas, de una blancura deslumbradora. Y se apresuró a guardarlas aparte en una caja especial,
pensando: "He aquí unas monedas que me van a dar buena sombra".
Y durante cinco meses seguidos el viejo jeique de larga barba blanca fué todos los días a casa de mi
hermano, entregándole monedas de plata completamente nuevas a cambio de carne fresca y de buena
calidad. Y todos los días mi hermano cuidaba de guardar aparte aquel dinero. Pero un día mi hermano El-
Kuz quiso contar la cantidad que había reunido de este modo, a fin de comprar unos hermosos carneros, y
especialmente unos cuantos moruecos para enseñarles a luchar unos con otros, ejercicio muy gustado en
Bagdad, mi ciudad. Y apenas había abierto la caja en que guardaba el dinero del jeique de la barba
blanca, vió que allí no había ninguna moneda, sino redondeles de papel blanco. Entonces empezó a darse
puñetazos en la cara y en la cabeza, y a lamentarse a gritos. Y en seguida le rodeó un gran grupo de
transeúntes, a quienes contó su desventura, sin que nadie pudiera explicarse la desaparición de aquel
dinero. Y El-Kuz seguía gritando y diciendo: "¡Haga Alah que vuelva ahora ese maldito jeique para que
le pueda arrancar las barbas y el turbante con mis propias, manos!"
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando apareció el jeique. Y el jeique -atravesó
por entre el gentío, y llegó hasta mi hermano para entregarle, como de costumbre, el dinero. En seguida
mi hermano se lanzó contra él, y sujetándole por un brazo, dijo: "¡Oh musulmanes! ¡Acudid en mi
socorro! ¡He aquí al infame ladrón!" Pero el jeique no se inmutó para nada, pues inclinándose hacia mi
hermano le dijo de modo que sólo pudiera oírle él: "¿Qué prefieres, callar o que te comprometa delante
de todos? Y te advierto que tu afrenta ha de ser más terrible que la que quieres causarme".
Pero El-Kuz contestó: "¿Qué afrenta puedes hacerme, maldito viejo de betún? ¿De qué modo me vas a
comprometer?'' Y el jeique dijo: "Demostraré que vendes carne humana en vez de carnero". Y mi
hermano repuso: "¡Mientes, oh mil veces embustero y mil veces maldito!" Y el jeique dijo: "El embustero
y el maldito es quien tiene colgando del gancho de su carnicería un cadáver en vez de un carnero".
Mi hermano protestó violentamente, y dijo: "¡Perro, hijo de perro! Si pruebas semejante cosa, te
entregaré mi sangre y mis bienes". Y entonces el jeique se volvió hacia la muchedumbre y dijo a voces:
"¡Oh vosotros todos, amigos míos! ¿veis a este carnicero? Pues hasta hoy nos ha estado engañando a
todos, infringiendo los preceptos de nuestro Libro. Porque en vez de matar carneros degüella cada día a
un hijo de Adán y nos vende su carne por carne de carnero, Y para convenceros de que digo la verdad,
entrad a registrar la tienda".
Entonces surgió un clamor, y la muchedumbre se precipitó en la tienda de mi hermano El-Kuz,
tomándola por asalto. Y a la vista de todos apareció colgado de un gancho el cadáver de un hombre,
desollado, preparado y destripado. Y en el tablón de las cabezas de carnero había tres cabezas humanas,
desolladas, limpias, y cocidas al horno, para la venta.
Al ver esto, todos los presentes se lanzaron sobre mi hermano, gritando: "¡Impío, sacrílego, asesino!"
Y la emprendieron con él a palos y latigazos. Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente
le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos. Y el viejo jeique le dió tan violento
puñetazo en un ojo, que se lo saltó sin remedio.
Después cogieron el supuesto cadáver degollado, ataron a mi hermano El-Kuz, y todo el mundo,
precedido del jeique, se presentó delante del ejecutor de la ley. Y el jeique le dijo: "¡Oh Emir! He aquí
que te traemos, para que pague sus crímenes, a este hombremque desde hace mucho tiempo degüella a sus
semejantes y vende su carne como si fuese de carnero.
No tienes más que dictar sentencia y dar cumplimiento a la justicia de Alah, pues he aquí a todos los
testigos". Y esto fué todo lo que pasó. Porque el jeique de la blanca barba era un brujo que tenía el poder
de aparentar cosas que no lo eran realmente.
En cuanto a mi hermano El-Kuz, por más que se defendió, no quiso oírle el juez, y lo sentenció a
recibir quinientos palos. Y le confiscaron todos sus bienes y propiedades, no siendo poca su suerte con
ser tan rico, pues de otro modo le habrían condenado a muerte sin remedio. Y además le condenaron a ser
desterrado.
Así, mi hermano, con un ojo menos, con la espalda llena de golpes y medio muerto, salió de Bagdad
camino adelante y sin saber adónde dirigirse, hasta que llegó a una ciudad lejana, desconocida para él, y
allí se detuvo, decidido a establecerse en aquella ciudad y ejercer el oficio de remendón, que apenas si
necesita otro capital que unas manos hábiles.
Fijó, pues, su puesto en un esquinazo de dos calles, y se puso a trabajar para ganarse la vida. Pero un
día que estaba poniendo una pieza nueva a una babucha vieja oyó relinchos de caballos y el estrépito de
una carrera de jinetes. Y preguntó el motivo de aquel tumulto, y le dijeron: "Es el rey, que sale de caza
con galgos, acompañado de toda la corte".
Entonces mi hermano El-Kuz dejó un momento la aguja y el martillo y se levantó para ver cómo
pasaba la comitiva regia. Y mientras estaba de pie, meditando sobre su pasado y su presente y sobre las
circunstancias que le habían convertido de famoso carnicero en el último de los remendones, pasó el rey
al frente de su maravilloso séquito, y dió la casualidad que la mirada del rey se fijase en el ojo hueco de
mi hermano El-Kuz.
Al verlo, el rey palideció, y dijo: "¡Guárdeme Alah de las desgracias de este día maldito y de mal
agüero!" Y dió vuelta inmediatamente a las bridas de su yegua y desanduvo el camino, acompañado de su
séquito y de sus soldados. Pero al mismo tiempo mandó a sus siervos que se apoderaran de mi hermano y
le administrasen el consabido castigo. Y los esclavos, precipitándose sobre mi hermano El-Kuz, le
dieron tan tremenda paliza, que lo dejaron por muerto en medio de la calle.
Cuando se marcharon se levantó El-Kuz y se volvió penosamente a su puesto debajo del toldo que le
resguardaba, y allí se echó completamente molido. Pero entonces pasó un individuo del séquito del rey
que venía rezagado. Y mi hermano El-Kuz le rogó que se detuviese, le contó el trato que acababa de
sufrir y le pidió que le dijera el motivo. El hombre se echó a reír a carcajadas, y le contestó: "Sabe,
hermano, que nuestro rey no puede tolerar ningún tuerto, sobre todo si el tuerto lo es del ojo derecho.
Porque cree que ha de traerle desgracia. Y siempre manda matar al tuerto sin remisión. Así es que me
sorprende mucho que todavía estés vivo".
Mi hermano no quiso oír más. Recogió sus herramientas, y aprovechando las pocas fuerzas que le
quedaban, emprendió la fuga y no se detuvo hasta salir de la ciudad. Y siguió andando hasta llegar a otra
población muy lejana que no tenía rey ni tirano.
esidió mucho tiempo en aquella ciudad, cuidando de no exhibirse, pero un día salió a respirar aire
puro y a darse un paseo. Y de pronto oyó detrás de él relinchar dé caballos, y recordando su última
desventura, escapó lo más a prisa que pudo, buscando un rincón en que esconderse, pero no lo encontró.
Y delante de él vió una puerta, y empujó la puerta y se encontró en un pasillo largo y oscuro, y allí se
escondió. Pero apenas se había ocultado aparecieron dos hombres, que se apoderaron de él, le
encadenaron, y dijeron: "¡Loor a Alah, que ha permitido que te atrapásemos, enemigo de Alah y de los
hombres! Tres días y tres noches llevamos buscándote sin descanso. Y nos has hecho pasar amarguras de
muerte". Pero mi hermano dijo: "¡Oh señores! ¿A quién os referís? ¿De qué órdenes habláis?" Y le
contestaron: "¿No te ha bastado con haber reducido a la indigencia a todos tus amigos y al amo de esta
casa? ¡Y aun nos querías asesinar! ¿Dónde está el cuchillo con que nos amenazabas ayer?"
Y se pusieron a registrarle, encontrándole el cuchillo con que cortaba el cuero para las suelas.
Entonces lo arrojaron al suelo, y le iban a degollar, cuando mi hermano exclamó: "Escuchad, buena gente:
no soy ni un ladrón ni un asesino, pero puedo contaros una historia sorprendente, y es mi propia historia.
Y ellos, sin hacerle caso, le pisotearon, le golpearon y le destrozaron la ropa. Y al desgarrarle la ropa
vieron en su espalda desnuda las cicatrices de los latigazos que había recibido en otro tiempo. Y
exclamaron: "¡Oh miserable! He aquí unas cicatrices que prueban todos tus crímenes pasados". Y en
seguida lo llevaron a presencia del walí, y mi hermano, pensando en todas sus desdichas, se decía: "¡Oh,
cuán grandes serán mis pecados, cuando así los expío siendo inocente de cuanto me achacan! Pero no
tengo más esperanza que en Alah el Altísimo".
Y cuando estuvo en presencia del walí, el walí lo miró airadísimo y le dijo: "Miserable
desvengozado; los latigazos con que marcaron tu cuerpo son una prueba sobrada de todas tus anteriores y
presentes fechorías". Y dispuso que le dieran cien palos. Y después lo subieron y ataron a un camello y le
pasearon por toda la ciudad, mientras el pregonero gritaba: "He aquí el castigo de quien se mete en casa
ajena con intenciones criminales".
Pero entonces supe todas estas desventuras de mi desgraciado hermano. Me dirigí en seguida en su
busca, y lo encontré precisamente cuando lo bajaban desmayado del camello. Y entonces, ¡Oh Emir de
los Creyentes! cumplí mi deber de traérmelo secretamente a Bagdad, y le he señalado una pensión para
que coma y beba tranquilamente hasta el fin de sus días.Tal es la historia del desdichado El-Kuz. En
cuanto a mi quinto hermano, su aventura es aún más extraordinaria, y te probará ¡oh Príncipe de los
Creyentes! que soy el más cuerdo y el más prudente de mis hermanos".
Historia de El-Archar, quinto hermano del barbero
Este hermano mío, ¡Oh Emir de los Creyentes! fué precisamente aquel a quien cortaron la nariz y las
orejas. Le llaman El-Aschar porque ostenta un vientre voluminoso como una camella preñada, y también
por su semejanza con un caldero grande. Y es muy perezoso durante el día, pero de noche desempeña
cualquier comisión, procurándose dinero por toda suerte de medios ilícitos y extraños.
Al morir nuestro padre heredamos cien dracmas de plata cada uno. El-Aschar cogió los cien dracmas
que le correspondían, pero no sabía en qué emplearlos. Y se decidió por último a comprar cristalería
para venderla al por menor, prefiriendo este oficio a cualquier otro porque no le obligaba a moverse
mucho.
Se convirtió, pues, en vendedor de cristalería, para lo cual compró un canasto grande, en el que puso
sus géneros, buscó una esquina frecuentada y se instaló tranquilamente en ella, apoyada la espalda contra
la pared y delante el canasto, pregonando su mercadería de esta suerte:
"¡Oh cristal! ¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo
endurecido de las vírgenes! ¡Oh cristal, oh cristal!"
Pero más tiempo se lo pasaba callado. Y entonces, apoyando con mayor firmeza la espalda contra la
pared, empezaba a soñar despierto. Y he aquí lo que soñaba un viernes, en el momento de la oración:
"Acabo de emplear todo mi capital, o sean cien dracmas, en la compra de cristalería. Es seguro que
lograré venderla en doscientos dracmas. Con estos doscientos dracmas compraré otra vez cristalería y la
venderé en cuatrocientos dracmas. Y seguiré vendiendo y comprando hasta que me vea dueño de un gran
capital. Entonces compraré toda clase de mercancías, drogas y perfumes, y no dejaré de vender hasta que
haya hecho grandísimas ganancias.
Así podré adquirir un gran palacio y tener esclavos, y tener caballos con sillas y gualdrapas de
brocado y de oro. Y comeré y beberé soberbiamente, y no habrá cantora en la ciudad a la que no invite a
cantar en mi casa. Y luego me concertaré con las casamenteras más expertas de Bagdad, para que me
busquen novia que sea hija de un rey o de un visir. Y no transcurrirá mucho tiempo sin que me case, ya
que no con otra; con la hija del gran visir, porque es una joven hermosísima y llena de perfecciones. De
modo que le señalaré una dote de mil dinares de oro. Y no es de esperar que su padre el gran visir vaya a
oponerse a esta boda; pero si no la consintiese, le arrebataría a su hija y me la llevaría a mi palacio. Y
compraré diez pajecillos para mi servicio particular. Y me mandaré hacer ropa regia, como la que llevan
los sultanes y los emires, y encargaré al joyero más hábil que me haga una silla de montar toda de oro,
con incrustaciones de perlas y pedrería. Y montado en el corcel más hermoso de los corceles, que
compraré a los beduínos del desierto o mandaré traer de la tribu de Anezi, me pasearé por la ciudad
precedido de numerosos esclavos y otros detrás y alrededor de mí; y de este modo llegaré al palacio del
gran visir. Y el gran visir cuando me vea se levantará en honor mío, y me cederá su sitio, quedándose de
pie algo más abajo que yo, y se tendrá por muy honrado con ser mi suegro. Y conmigo irán dos esclavos,
cada uno con una gran bolsa. Y en cada bolsa habrá mil dinares. Una de las bolsas se la daré al gran visir
como dote de su hija, y la otra se la regalaré como muestra de mi generosidad y munificencia y para que
vea también cuán por encima estoy de todo lo de este mundo. Y volveré solemnemente a mi casa, y
cuando mi novia me envíe a una persona con algún recado, llenaré de oro a esa persona y le regalaré
telas preciosas y trajes magníficos. Y si el visir llega a mandarme algún regalo de boda, no lo aceptaré, y
se lo devolveré, aunque sea un regalo de gran valor, y todo esto para demostrarle que tengo gran altura de
espíritu y soy incapaz de la menor falta de delicadeza. Y señalaré después el día de mi boda y todos los
pormenores, disponiendo que nada se escatime en cuanto al banquete ni respecto al número y calidad de
músicos, cantoras y danzarinas. Y prepararé mi palacio tendiendo alfombras por todas partes, cubriré el
suelo de flores desde la entrada hasta la sala del festín, y mandaré regar el pavimento con esencias y agua
de rosas.
La noche de bodas me pondré el traje más lujoso, me sentaré en un trono colocado en un magnífico
estrado, tapizado de seda con bordados de flores y pájaros. Y mientras mi mujer se pasee por el salón
con todas sus preseas, más resplandeciente que la luna llena del mes de Ramadán, yo permaneceré muy
serio, sin mirarla siquiera ni volver la cabeza a ningún lado, probando con todo esto la entereza de mi
carácter y mi cordura.
Y cuando me presenten a mi esposa, deliciosamente perfumada y con. toda la frescura de su belleza,
yo no me moveré tampoco. Y seguiré impasible, hasta que todas las damas se me acerquen y digan: "¡Oh
señor, corona de nuestra cabeza! aquí tienes a tu esposa, que se pone respetuosamente entre tus manos y
aguarda que la favorezcas con una mirada. Y he aquí que, habiéndose fatigado al estar de pie tanto
tiempo, sólo espera tus órdenes para sentarse". Y yo no diré tampoco ni una palabra, haciendo desear
más mi respuesta. Y entonces todas las damas y todos los invitados se presentarán y besarán la tierra
muchas veces ante mi grandeza. Y hasta entonces no consentiré en bajar la vista para dirigir una mirada a
mi mujer, pero sólo una mirada, porque volveré en seguida a levantar los ojos y recobraré mi aspecto
lleno de dignidad. Y las doncellas se llevarán a mi mujer, y yo me levantaré para cambiar de ropa y
ponerme otra mucho más rica. Y volverán a llevarme por segunda vez a la recién casada con otros trajes
y otros adornos, bajo` el hacinamiento de las alhajas, el oro y la pedrería y perfumada con nuevos
perfumes más gratos todavía. Y cuando me hayan rogado muchas veces, volveré a mírar a mi mujer, pero
en seguida levantaré los ojos para no verla más. Y guardaré esta prodigiosa compostura hasta que
terminen por completo todas las ceremonias.
Pero en este momento de su relato, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, no
quiso abusar más aquella noche del permiso otorgado.
Pero cuando llegó la 32ª noche
Siguió contando la historia al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el barbero prosiguió así la aventura de su quinto hermano
El-Aschar:
"...hasta que terminen por completo todas las ceremonias. Entonces mandaré a algunos de mis
esclavos que cojan un bolsillo con quinientos dinares en moneda menuda, y la tiren a puñados por el
salón, y repartan otro tanto entre músicos y cantoras y otro tanto, a las doncellas de mi mujer. Y luego las
doncellas llevarán a mi esposa a su aposento. Y yo me haré esperar mucho. Y cuando entre en la
habitación atravesaré por entre las dos filas de doncellas. Y al pasar cerca de mi esposa le pisaré el pie
de un modo ostensible para demostrar mi superioridad como varón. Y pediré una copa de agua
azucarada, y después de haber dado gracias a Alah, la beberé tranquilamente.
Y seguiré no haciendo caso a mi mujer, que estará en la cama dispuesta a recibirme, y a fin de
humillarla y demostrarle de nuevo mi superioridad y el poco caso que hago de ella, no le dirigiré ni una
vez la palabra, y así aprenderá cómo pienso conducirme en lo sucesivo, pues no de otro modo se logra
que las mujeres sean dóciles, dulces y tiernas. Y en efecto, no tardará en presentarse mi suegra, que me
besará la frente y las manos, y dirá: "¡Oh mi señor! dígnate mirar a mi hija, que es tu esclava y desea
ardientemente que la acompañes, y le hagas la limosna de una sola palabra tuya"
Pero yo, a pesar de las súplicas de mi suegra, que no se habrá atrevido a llamarme yerno por temor
de demostrar familiaridad, no le contestaré nada. Entonces me seguirá rogando, y estoy seguro de que
acabará por echarse a mis pies y los besará, así como la orla de mi ropón. Y me dirá entonces: "¡Oh mi
señor! ¡Te juro por Alah que mi hija es virgen! ¡Te juro por Alah que ningún hombre la vió descubierta, ni
conoce el color de sus ojos! No la afrentes ni la humilles tanto. Mira cuán sumisa la tienes. Sólo aguarda
una seña tuya para satisfacerte en cuanto quieras".
Y mi suegra se levantará para llenar una copa de un vino exquisito, dará la copa a su hija, que en
seguida vendrá a ofrecérmela, toda temblorosa. Y yo, arrellanado en los cojines de terciopelo bordados
en oro, dejaré que se me acerque, sin mirarla, y gustaré de ver de pie a la hija del gran visir delante del
ex vendedor de cristalería, que pregonaba en una esquina:
¡Oh gotas de sol! ¡Oh senos de adolescente! ¡Ojos de mi nodriza! ¡Soplo endurecido de las
vírgenes! ¡Oh cristal! ¡Ombligo de niño! ¡Cristal ¡Miel coloreada! ¡Cristal!
Y ella, al ver en mí tanta grandeza, habrá de tomarme por el hijo de algún sultán ilustre cuya gloria
llene el mundo. Y entonces insistirá para que tome la copa de vino, y la acercará gentilmente a mis
labios. Y furioso al ver esta familiaridad, le dirigiré una mirada terrible, le daré una gran bofetada y un
puntapié en el vientre, de esta manera..."
Y mi hermano hizo ademán de dar el puntapie a su soñada esposa y se lo dió de lleno al canasto que
encerraba la cristalería. Y el cesto salió rodando con su contenido. Y se hizo añicos todo lo que
constituía la fortuna de aquel loco.
Ante aquel irreparable destrozo, El-Aschar empezó a darse puñetazos en la cara y a desgarrarse la
ropa y a llorar. Y entonces, como era precisamente viernes e iba a empezar la plegaria, las personas que
salían de sus casas vieron a mi hermano, y unos se paraban movidos de lástima, y otros siguieron su
camino creyéndole loco.
Mientras estaba deplorando la pérdida de su capital y de sus intereses, he aquí que pasó por allí,
camino de la mezquita, una gran señora. Un intenso perfume de almizcle se desprendía de toda ella. Iba
montada en una mula enjaezada con terciopelo y brocado de oro, y la acompañaba considerable número
de esclavos y sirvientes.
Al ver todo aquel cristal roto y a mi hermano llorando, preguntó la causa de tal desesperación. Y le
dijeron que aquel hombre no tenía más capital que el canasto de cristalería, cuya venta le daba de comer,
y que nada le quedaba después del accidente. Entonces la dama llamó a uno de los criados y le dijo: "Da
a ese pobre hombre todo el dinero que lleves encima". Y el criado se despojó de una gran bolsa que
llevaba sujeta al cuello con un cordón, y se la entregó a mi hermano. Y El-Aschar la cogió, la abrió, y
encontró después de contarlos quinientos dinares de oro. Y estuvo a punto de morirse de emoción y de
alegría, y empezó a invocar todas las gracias y bendiciones de Alah en favor de su bienhechora.
Y enriquecido en un momento, se fué a su casa para guardar aquella fortuna. Y se disponía a salir
para alquilar una buena morada en que pudiese vivir a gusto, cuando oyó que llamaban a la puerta. Fué a
abrir, y vió a una vieja desconocida que le dijo: "¡Oh hijo mío! sabe que casi ha transcurrido la hora de
la plegaria en este santo día de viernes, y aun no he podido hacer mis abluciones. Te ruego que me
permitas entrar para hacerlas, resguardada de los importunos".
Y mi hermano dijo: "Escucho y obedezco". Y abrió la puerta de par en par y la llevó a la cocina,
donde la dejó sola.
A los pocos instantes fué a buscarle la vieja, y sobre el miserable pedazo de estera que servía de
tapiz terminó su plegaria haciendo votos en favor de mi hermano, llenos de compunción. Y mi hermano le
dió las gracias más expresivas, y sacando del cinturón dos dinares de oro se los alargó generosamente.
Pero la vieja los rechazó con dignidad, y dijo:
"¡Oh hijo mío! ¡alabado sea Alah, que te hizo tan magnánimo! No me asombra que inspires simpatías
a las personas apenas te vean. Y en cuanto a ese dinero que me ofreces, vuelva a tu cinturón, pues a
juzgar por tu aspecto debes ser un pobre saalik, y te debe hacer más falta que a mí, que no lo necesito. Y
si en realidad no te hace falta, puedes devolvérselo a la noble señora que te lo dió por habérsete roto la
cristalería".
Y mi hermano dijo: "¡Cómo! Buena madre, ¿conoces a esa dama? En ese caso, te ruego que me
indiques dónde la podré ver". Y la vieja contestó: "Hijo mío, esa hermosa joven sólo te ha demostrado su
generosidad para expresar la inclinación que le inspiran tu juventud, tu vigor y tu gallardía. Pues su
marido es impotente y nunca logrará satisfacerle, porque Alah le ha castigado con unos compañones tan
fríos, que dan lástima.
Levántate, pues, guarda en tu cinturón todo el dinero para que no te lo roben en esta casa tan poco
segura, y ven conmigo. Pues has de saber que sirvo a esa señora hace mucho tiempo y me confía todas sus
comisiones secretas. Y en cuanto estés con ella, no te encojas para nada, pues debes hacer con ella todo
aquello de que eres capaz. Y cuanto más hagas, más te querrá. Y por su parte se esforzará en
proporcionarte todos los placeres y todas las alegrías, y serás dueño absoluto de su hermosura y sus
tesoros".
Cuando mi hermano oyó estas palabras de la vieja, se levantó, hizo lo que le había dicho, y siguió a
la anciana, que había echado a andar. Y mi hermano marchó detrás de ella hasta que llegaron ambos a un
gran portal, en el que la vieja llamó a su modo. Y mi hermano se hallaba en el límite de la emoción y de
la dicha.
Ante aquel llamamiento salió a abrir una esclava griega muy bonita, que les deseó la paz y sonrió a
mi hermano de una manera muy insinuante. Y le introdujo en una magnífica sala, con grandes cortinajes de
seda y oro fino y magníficos tapices. Y mi hermano, al verse solo, se sentó en un diván, se quitó el
turbante, se lo puso en las rodillas y se secó la frente. Y apenas se hubo sentado se abrieron las cortinas y
apareció una joven incomparable, como no la vieron las miradas más maravilladas de los hombres. Y mi
hermano El-Aschar se puso de pie sobre sus dos pies.
La joven le sonrió con los ojos y se apresuró a cerrar la puerta, que se había quedado abierta. Y se
acercó a El-Aschar, le cogió la mano, y lo llevó consigo al diván de terciopelo. Y como antes de ejercer
de cabalgador quisiera hablar, la joven, con una mano en la boca, le indicó que callase, mientras que con
la otra le invitaba a que no perdiese el tiempo con más dilaciones. Y en el mismo instante mi hermano
hizo a la joven cuanto sabía hacer en punto a copulaciones, abrazos, besos, mordiscos, caricias,
contorsiones y variaciones una, dos, tres veces, y así durante algunas horas del tiempo.
Después de aquellos transportes, la joven se levantó y le dijo a mi hermano: "¡Ojo de mi vida! no te
muevas de aquí hasta que yo vuelva". Después salió rápidamente y desapareció.
Pero de pronto se abrió violentamente la puerta y apareció un negro horrible, gigantesco, que llevaba
en la mano un alfanje desnudo. Y gritó al aterrorizado El-Aschar: "¡Oh, grandísimo miserable! ¿Cómo te
atreviste a llegar hasta aquí, ¡oh tú!, producto mixto de los compañones corrompidos de todos los
criminales?" Y mi hermano no supo qué contestar a lenguaje tan violento, se le paralizó la lengua, se le
aflojaron los músculos y se puso muy pálido.
Entonces el negro le cogió, lo desnudó completamente y se puso a darle de plano con el alfanje más
de ochenta golpes, hasta que mi hermano se cayó al suelo y el negro lo creyó cadáver. Llamó entonces
con voz terrible, y acudió una negra con un plato lleno de sal. Lo puso en el suelo y empezó a llenar de
sal las heridas de mi hermano, que a pesar de padecer horriblemente, no se atrevía a gritar por temor de
que le remataran. Y la negra se marchó después que hubo cubierto completamente de sal todas las
heridas.
Entonces el negro dió otro grito tan espantoso como el primero, y se presentó la vieja, que ayudada
por el negro, después de robar todo el dinero a mi hermano, lo cogió por los pies, lo arrastró por todas
las habitaciones hasta llegar al patio, donde lo lanzó al fondo de un subterráneo, en el que acostumbraba
precipitar los cadáveres de todos aquellos a quienes con sus artificios había atraído a la casa para que
sirviesen de cabalgadores a su joven señora.
El subterráneo en cuyo fondo habían arrojado a mi hermano El-Aschar era muy grande y oscurísimo,
y en él se amontonaban los cadáveres unos sobre otros. Allí pasó El- Aschar dos días enteros,
imposibilitado de moverse por las heridas y la caída. Pero Alah (¡alabado y glorificado sea!) quiso que
mi hermano pudiese salir de entre tanto cadáver y arrastrarse a lo largo del subterráneo, guiado por una
escasa claridad que venía de lo alto. Y pudo llegar hasta el tragaluz, de donde descendía aquella
claridad, y una vez allí salir a la calle, fuera del subterráneo.
Se apresuró entonces a regresar a su casa, a la cual fui a buscarle, y le cuidé con los remedios que sé
extraer de las plantas. Y al cabo de algún tiempo, curado ya completamente mi hermano, resolvió
vengarse de la vieja y de sus cómplices por los tormentos que le habían causado. Se puso a buscar a la
vieja, siguió sus pasos, y se enteró bien del sitio a que solía acudir diariamente para atraer a los jóvenes
que habían de satisfacer a su ama y convertirse después en lo que se convertían. Y un día se disfrazó de
persa, se ciñó un cinto muy abultado, escondió un alfanje bajo su holgado ropón, y fue a esperar la
llegada de la vieja, que no tardó en aparecer.
En seguida se aproximó a ella, y fingiendo hablar mal nuestro idioma remedó el lenguaje bárbaro de
los persas. Dijo: "¡Oh, buena madre! soy forastero y quisiera saber dónde podría pesar y reconocer unos
novecientos dinares de oro que llevo en el cinturón, y que acabo de cobrar por la venta de unas
mercaderías que traje de mi tierra". Y la maldita vieja de mal agüero le respondió:
"¡Oh, no podías haber llegado más a tiempo! Mi hijo, que es un joven tan hermoso como tú, ejerce el
oficio de cambista, y te prestará el pesillo que buscas. Ven conmigo, y te llevaré a su casa". Y él
contestó: "Pues ve delante". Y ella fué delante y él detrás, hasta que llegaron a la casa consabida. Y les
abrió la misma esclava griega de agradable sonrisa, a la cual dijo la vieja en voz baja: "Esta vez le traigo
a la señora músculos sólidos y un zib bien a punto".
Y la esclava cogió a El-Aschar de la mano, y le llevó a la sala de las sedas, y estuvo con él
entreteniéndole algunos momentos; después avisó a su ama, que llegó e hizo con mi hermano lo mismo
que la primera vez. Pero sería ocioso repetirlo.
Después se retiró, y de pronto apareció el negro terrible, con el alfanje desenvainado en la mano, y
gritó a mi hermano que se levantara y lo siguiese. Y entonces mi hermano, que iba detrás del negro, sacó
de pronto el alfanje de debajo del ropón, y del primer tajo le cortó la cabeza.
Al ruido de la caída acudió la negra, que sufrió la misma suerte; después la esclava griega, que al
primer sablazo quedó también descabezada. Inmediatamente le tocó a la vieja, que llegó corriendo para
echar mano al botín. Y al ver a mi hermano con el brazo cubierto de sangre y el acero en la mano, se cayó
espantada en tierra, y El-Aschar la agarró del pelo y le dijo: "¿No me conoces, vieja zorra, podrida entre
las podridas?"
Y respondió la vieja: "¡Oh, mi señor no te conozco!"
Pero mi hermano dijo: "Pues sabe, ¡oh alcahueta! que soy aquel en cuya casa fuiste a hacer las
abluciones, trasero de mono viejo!". Y al decir esto, mi hermano partió en dos mitades a la vieja de un
solo sablazo. Después fué a buscar a la joven que había copulado con él dos veces.
No tardó en encontrarla, ocupada en componerse y perfumarse en un aposento retirado. Y cuando la
joven le vió cubierto de sangre, dió un grito de terror, y se arrojó a sus pies, rogándole que le perdonase
la vida. Y mi hermano, recordando los placeres compartidos con ella, le otorgó generosamente la vida, y
le preguntó: "¿Y cómo es que estás en esta casa, bajo el dominio de ese negro horrible a quien he matado
con mis manos?" La joven respondió: "¡Oh, dueño mío! antes de estar encerrada en esta maldita casa, era
yo propiedad de un rico mercader de la población, y esta vieja solía venir a verme y nos manifestaba
mucha amistad. Un día entre los días fui a su casa y me dijo: "Me han invitado a una gran boda, pues no
habrá en el mundo otra parecida. Y vengo a llevarte conmigo". Yo le contesté: "Escucho y obedezco". Me
puse mis mejores ropas, cogí un bolsillo con cien dinares y salí con la vieja. Llegamos a esta casa, en la
cual me introdujo con su astucia, y caí en manos de ese negro atroz, que después de arrebatarme la
virginidad, me sujetó aquí a la fuerza y me utilizó para sus criminales designios, a costa de la vida de los
jóvenes que la vieja le proporcionaba.
Así he pasado tres años entre las manos de esa vieja maldita". Entonces mi hermano dijo: "Pero
llevando aquí tanto tiempo, debes saber si esos criminales han amontonado riquezas". Y ella contestó:
"Hay tantas, que dudo mucho que tú solo pudieras llevártelas. Ven a verlo tú mismo".
Se llevó a mi hermano, y le enseñó grandes cofres llenos de monedas de todos los países y de
bolsillos de todas las formas. Y mi hermano se quedó deslumbrado y atónito. Ella entonces le dijo: "No
es así como podrás llevarte este oro. Ve a buscar unos mandaderos y tráelos para que carguen con él.
Mientras tanto, yo prepararé los fardos".
Apresuróse El-Aschar a buscar a los mozos, y al poco tiempo volvió con diez hombres que llevaban
cada uno una gran banasta vacía.
Pero al llegar a la casa vió el portal abierto de par en par. Y la joven había desaparecido con todos
los cofres. Y comprendió entonces que se había burlado de él para poderse llevar las principales
riquezas. Pero se consoló al ver las muchas cosas preciosas que quedaban en la casa y los valores
encerrados en los armarios con todo lo cual podía considerarse rico para toda su vida. Y resolvió
llevárselo al día siguiente; pero como estaba muy fatigado, se tendió en el magnífico lecho y se quedó
dormido.
Al despertar al día siguiente, llegó hasta el límite del terror al verse rodeado por veinte guardias del
walí, que le dijeron: "Levántate a escape y vente con nosotros". Y se lo llevaron, cerraron y sellaron las
puertas, y lo pusieron entre las manos del walí, que le dijo: "He averiguado tu historia, los asesinatos que
has cometido y el robo que ibas a perpetrar".
Entonces mi hermano exclamó: "¡Oh walí! Dame la señal de la seguridad, y te contaré lo ocurrido". Y
el walí entonces le dió un velo, símbolo de la seguridad, y El-Aschar le contó toda la historia desde el
principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla. Después mi hermano añadió: "Ahora, ¡oh walí de ideas
justas y rectas! consentiré, si quieres, en compartir contigo lo que queda en aquella casa".
Pero el walí replicó: "¿Cómo te atreves a hablar de reparto? ¡Por Alah! No tendrás nada, pues debo
cogerlo todo. Y date por muy contento al conservar la vida. Además, vas a salir inmediatamente de la
ciudad y no vuelvas por aquí, bajo pena del mayor castigo". Y el walí desterró a mi hermano, por temor a
que el califa se enterase de la historia de aquel robo. Y mi hermano tuvo que huir muy lejos.
Pero para que se cumpliese por completo el Destino, apenas había salido de las puertas de la ciudad
le asaltaron unos bandidos, y al no hallarle nada encima, le quitaron la ropa, dejándole en cueros, le
apalearon y le cortaron las orejas y la nariz.
Y supe entonces, ¡Oh Emir de los Creyentes! las desventuras del pobre El- Aschar. Salí en su busca, y
no descansé hasta encontrarlo. Lo traje a mi casa, donde le curé, y ahora le doy para que coma y beba
durante el resto de sus días.
¡Tal es la historia de El-Aschar!
Pero la historia de mi sexto y último hermano, ¡oh, Emir de los Creyentes! merece que la escuches
antes que me decida a descansar".
Historia de Schakalik, sexto hermano del barbero
"Se llama Schakalik o el Tarro hendido, ¡oh Comendador de los Creyentes! Y a este hermano mío le
cortaron los labios, y no sólo los labios, sino también el zib. Pero le cortaron los labios y el zib a
consecuencia de circunstancias extremadamente asombrosas.
Porque Schakalik, mi sexto hermano, era el más pobre de todos nosotros, pues era verdaderamente
pobre. Y no hablo de los cien dracmas de la herencia de nuestro padre, porque Schakalik, que nunca
había visto tanto dinero junto, se comió los cien dracmas en una noche, acompañado de la gentuza más
deplorable del barrio izquierdo de Bagdad.
No poseía, pues, ninguna de las vanidades de este mundo, y sólo vivía de las limosnas de la gente que
lo admitía en su casa por su divertida conversación y por sus chistosas ocurrencias.
Un día entre los días había salido Schakalik en busca de un poco de comida para su cuerpo extenuado
por las privaciones, y vagando por las calles se encontró ante una magnífica casa, a la cual daba acceso
un gran pórtico con varios peldaños. Y en estos peldaños y a la entrada había un número considerable de
esclavos, sirvientes, oficiales y porteros.
Mi hermano Schakalik se aproximó a los que allí estaban y les preguntó de quién era tan maravilloso
edificio. Y le contestaron: "Es propiedad de un hombre que figura entre los hijos de los reyes".
Después se acercó a los porteros, que estaban sentados en un banco en el peldaño más alto, y les
pidió limosna en el nombre de Alah. Y le respondieron: "¿Pero de dónde sales para ignorar que no tienes
más que presentarte a nuestro amo para que te colme en seguida de sus dones?" Entonces mi hermano
entró y franqueó el gran pórtico, atravesó un patio espacioso y un jardín poblado de árboles
hermosísimos y de aves cantoras.
Lo rodeaba una galería calada con pavimento de mármol, y unos toldos le daban frescura durante las
horas de calor. Mi hermano siguió andando y entró en la sala principal, cubierta de azulejos de colores
verde, azul y oro, con flores y hojas entrelazadas. En medio de la sala había una hermosa fuente de
mármol, con un surtidor de agua fresca, que caía con dulce murmullo.
Una maravillosa estera de colores alfombraba la mitad del suelo, más alta que la otra mitad, y
reclinado en unos almohadones de seda con bordados de oro se hallaba muy a gusto un hermoso jeique de
larga barba blanca y de rostro iluminado por benévola sonrisa. Mi hermano se acercó, y dijo al anciano
de la hermosa barba: "¡Sea la paz contigo!" Y el anciano, levantándose en seguida, contestó: "¡Y contigo
la paz y la misericordia de Alah con sus bendiciones! ¿Qué deseas, ¡oh, tú!"
Y mi hermano respondió: "¡Oh, mi señor! sólo pedirte una limosna, pues estoy extenuado por el
hambre y las privaciones".
Y al oír estas palabras, exclamó el viejo jeique: "¡Por Alah! ¿Es posible que estando yo en esta
ciudad se vea un ser humano en el estado de miseria en que te hallas? ¡Cosa es que realmente no puedo
tolerar con paciencia!"
Y mi hermano, levantando las dos manos al cielo, dijo: "¡Alah te otorgue su bendición! ¡Benditos
sean tus generadores!" Y el jeique repuso: "Es de todo punto necesario que te quedes en esta casa para
compartir mi comida y gustar la sal en mi mesa". Y mi hermano dijo: "Gracias te doy, ¡oh, mi señor y
dueño! Pues no podía estar más tiempo en ayunas, como no me muriese de hambre".
Entonces el viejo dió dos palmadas y ordenó a un esclavo que se presentó inmediatamente: "¡Trae en
seguida un jarro y la palangana de plata para que nos lavemos las manos!"
Y dijo a mi hermano Schakalik: "¡Oh, huésped! Acércate y lávate las manos".
Y al decir esto, el jeique se levantó, y aunque el esclavo no había vuelto, hizo ademán de echarse
agua en las manos con un jarro invisible y restregárselas como si tal agua cayese.
Al ver esto, no supo qué pensar mi hermano Schakalik; pero como el viejo insistía para que se
acercase a su vez, supuso que era una broma y como él tenía también fama de divertido, hizo ademán de
lavarse las manos lo mismo que el jeique. Entonces el anciano dijo: "¡Oh, vosotros! poned el mantel y
traed la comida, que este pobre hombre está rabiando de hambre".
En seguida acudieron numerosos servidores, que empezaron a ir y venir como si pusieran el mantel y
lo cubriesen de numerosos platos llenos hasta los bordes. Y Schakalik, aunque muy hambriento, pensó
que los pobres deben respetar los caprichos de los ricos, y se guardó mucho de demostrar impaciencia
alguna.
Entonces el jeique le dijo: "¡Oh huésped! siéntate a mi lado, y apresúrate a hacer honor a mi mesa". Y
mi hermano se sentó a su lado, junto al mantel imaginario, y el viejo empezó a fingir que tocaba a los
platos y que se llevaba bocados a la boca, y movía las mandíbulas y los labios como si realmente
masticase algo. Y le decía a mi hermano: "¡Oh, huésped! mi casa es tu casa y mi mantel es tu mantel; no
tengas cortedad y come lo que quieras, sin avergonzarte. Mira qué pan; cuán blanco y bien cocido. ¿Cómo
encuentras este pan?"
Schakalik contestó: "Este pan es blanquísimo y verdaderamente delicioso; en mi vida he probado otro
que se le parezca". El anciano dijo: "¡Ya lo creo! La negra que lo amasa es una mujer muy hábil. La
compré en quinientos dinares de oro. Pero ¡oh huésped! Prueba de esta fuente en que ves esa admirable
pasta dorada de kebeba con manteca, cocida al horno. Cree que la cocinera no ha escatimado ni la carne
bien machacada, ni el trigo mondado y partido, ni el cardamomo, ni la pimienta. Come, ¡oh pobre
hambriento! y dime qué te parecen su sabor y su perfume".
Y mi hermano respondió: "Esta kebeba es deliciosa para mi paladar, y su perfume me dilata el pecho.
Cuanto a la manera de guisarla, he de decirte que ni en los palacios de los reyes se come otra mejor". Y
hablando así, Schakalik empezó a mover las quijadas, a mascar y a tragar como si lo hiciera realmente. Y
el anciano dijo: "Así me gusta ¡oh huésped! Pero no creo que merezca tantas alabanzas, porque entonces,
¿qué dirás de ese plato que está a tu izquierda, de esos maravillosos pollos asados, rellenos de
alfónsigos, almendras, arroz, pasas, pimienta, canela y carne picada de carnero? ¿Qué te parece el
humillo?" Mi hermano exclamó: "¡Alah, Alah! ¡Cuán delicioso es su humillo, qué sabrosos están y qué
relleno tan admirable!"
Y el anciano dijo: "En verdad eres muy indulgente y muy cortés para mi cocina. Y con mis propios
dedos quiero darte a probar ese plato incomparable". Y el jeique hizo ademán de preparar un pedazo
tomado de un plato que estuviese sobre el mantel, y acercándoselo a los labios a Schakalik, le dijo: "Ten
y prueba este bocado, ¡oh huésped! y dame tu opinión acerca de este plato de berenjenas rellenas que
nadan en apetitosa salsa". Mi hermano hizo como si alargase el cuello, abriese la boca y tragara el
pedazo, y dijo cerrando los ojos de gusto: "¡Por Alah! "¡Cuán exquisito y cuán en su punto! Sólo en tu
casa he probado tan excelentes berenjenas. Todo está preparado con el arte de dedos expertos: la carne
de cordero picada, los garbanzos, los piñones, los granos de cardamomo, la nuez moscada, el clavo, el
jengibre, la pimienta y las hierbas aromáticas. Y tan bien hecho está, que se distingue el sabor de cada
aroma".
El anciano dijo: "Por eso, ¡oh mi huésped! espero de tu apetito y de tu excelente educación que te
comerás las cuarenta y cuatro berenjenas rellenas que hay en ese plato".
Schakalik contestó: "Fácil ha de serme el hacerlo, pues están más sabrosas que el pezón de mi
nodriza y acarician mi paladar más deliciosamente que dedos de vírgenes". Y mi hermano fingió coger
cada berenjena una tras otra, haciendo como si las comiese, y meneando la cabeza y dando con la lengua
grandes chasquidos. Y al pensar en estos platos se le exasperaba el hambre y se habría contentado con un
poco de pan seco, de habas o de maíz. Pero se guardó de decirlo.
Y el anciano repuso: "¡Oh huésped! tu lenguaje es el de un hombre bien educado, que sabe comer en
compañía de los reyes y de los grandes. Come, amigo, y que te sea sano y de deliciosa digestión".
Y mi hermano dijo: "Creo que ya he comido bastante de estas cosas". Entonces el viejo volvió a
palmotear y dispuso: "¡Quitad este mantel y poned el de los postres! ¡Vengan todos los dulces, la
repostería y las frutas más escogidas!" Y los esclavos empezaron otra vez a ir y venir, y a mover las
manos, y a levantar los brazos por encima de la cabeza, y a cambiar un mantel por otro. Y después, a una
seña del viejo, se retiraron.
El anciano dijo a Schakalik: "Llegó, ¡oh huésped! el momento de endulzarnos el paladar. Empecemos
por los pasteles. ¿No da gusto ver esa pasta fina, ligera, dorada y rellena de almendra, azúcar y granada,
esa pasta de katayefs sublimes que hay en ese plato? ¡Por vida mía! Prueba uno o dos para convencerte.
¿Eh? ¡Cuán en su punto está el almíbar! ¡Qué bien salpicado está de canela! Se comería uno cincuenta sin
hartarse, pero hay que dejar sitio para la excelente kenafa que hay en esa bandeja de bronce cincelado.
Mira cuán hábil es mi repostera, y cómo ha sabido trenzar las madejas de pasta. Apresúrate a comerla
antes de que se le vaya el jarabe y se desmigaje. ¡Es tan delicada! Y esa mahallabieh de agua de rosas,
salpicada con alfónsigos pulverizados; y esos tazones llenos de natillas aromatizadas con agua de azahar.
¡Come, huésped, métele mano sin cortedad! ¡Así! ¡Muy bien!" Y el viejo daba ejemplo a mi hermano,
y se llevaba la mano a la boca con glotonería, y fingía que tragaba como si fuese de veras, y mi hermano
le imitaba admirablemente, a pesar de que el hambre le hacía la boca agua.
El anciano continuó: "¡Ahora, dulces y frutas! Y respecto a los dulces, ¡oh huésped! sólo lucharás con
la dificultad de escoger. Delante de ti tienes dulces secos y otros con almíbar. Te aconsejo que te
dediques a los secos, pues yo los prefiero, aunque los otros sean también muy gratos. Mira esa
transparente y rutilante confitura seca de albaricoque tendida en anchas hojas. Y ese otro dulce seco de
cidras con azúcar cande perfumado con ámbar. Y el otro, redondo, formando bolas sonrosadas, de pétalos
de rosa y de flores de azahar. ¡Ese, sobre todo, me va a costar la vida un día! Resérvate, resérvate, que
has de probar ese dulce de dátiles rellenos de clavo y almendra. Es de El Cairo, pues en Bagdad no lo
saben hacer así. Por eso he encargado a un amigo de Egipto que me mande cien tarros llenos de esta
delicia. Pero no comas tan aprisa, pues por más que tu apetito me honre en extremo, quiero que me des tu
parecer sobre ese dulce de zanahorias con azúcar y nueces perfumado con almizcle".
Y Schakalik dijo: "¡Oh! ¡Este dulce es una cosa soñada! ¡Cómo adora sus delicias mi paladar! Pero se
me figura que tiene demasiado almizcle". El anciano replicó: "¡Oh no, oh no! Yo no pienso que sea
excesivo, pues no puedo prescindir de ese perfume, como tampoco del ámbar. Y mis cocineros y
reposteros lo echan a chorros en todos mis pasteles y dulces. El almizcle y el ámbar son los dos sostenes
de mi corazón".
Y el viejo prosiguió: "Pero no olvides estas frutas, pues supongo que habrás dejado sitio para ellas.
Ahí tienes limones, plátanos, higos, dátiles frescos, manzanas, membrillos y muchas más. También hay
nueces y almendras frescas y avellanas. Come, ¡Oh huésped! que Alah es misericordioso".
Pero mi hermano, que a fuerza de mascar en balde ya no podía mover las mandíbulas, y cuyo
estómago estaba cada vez más excitado por el incesante recuerdo de tanta cosa buena, dijo:
"¡Oh señor! He de confesar que estoy ahito, y que ni un bocado me podría entrar por la garganta". El
anciano replicó: "¡Es admirable que te hayas hartado tan pronto! Pero ahora vamos a beber, que aun no
hemos bebido".
Entonces el viejo palmoteó, y acudieron los esclavos con las mangas levantadas y los ropones
cuidadosamente recogidos, y fingieron llevárselo todo y poner después en el mantel dos copas y frascos,
alcarrazas y tarros magníficos. Y el anciano hizo como si echara vino en las copas, y cogió una copa
imaginaria y se la presentó a mi hermano, que la aceptó con gratitud, y después de llevársela a la boca
dijo: "¡Por Alah! ¡Qué vino tan delicioso! E hizo ademán de acariciarse placenteramente el estómago. Y
el anciano fingió coger un frasco grande de vino añejo y verterlo delicadamente en la copa, que mi
hermano se bebió de nuevo. Y siguieron haciendo lo mismo, hasta que mi hermano hizo como si se viera
dominado por los vapores del vino, y empezó a menear la cabeza y a decir palabras atrevidas. Y
pensaba: "Llegó la hora de que pague este viejo todos los suplicios que me ha hecho pasar".
Y como si estuviera completamente borracho, levantó el brazo derecho y descargó tan violento golpe
en el cogote del anciano, que resonó en toda la sala. Y alzó de nuevo el brazo, y le dió el segundo golpe
más recio todavía. Entonces el anciano exclamó: "¿Qué haces, ¡oh tú el más vil entre los hombres!"
Mi hermano Schakalik respondió: "¡Oh dueño mío y corona de mi cabeza! soy tu esclavo sumiso,
aquel a quien has colmado de dones, acogiéndole en tu mansión y alimentándole en tu mesa con los
manjares más exquisitos, como no los probaron ni los reyes. Soy aquel a quien has endulzado con las
confituras, compotas y pasteles más ricos, acabando por saciar su sed con los vinos más deliciosos. Pero
bebí tanto, que he perdido el seso. ¡Disculpa, pues, a tu esclavo, que levantó la mano contra su
bienhechor! ¡Disculpa, ya que tu alma es más elevada que la mía, y perdona mi locura!"
Entonces el anciano, lejos de encolerizarse, se echó a reír a carcajadas, y acabó por decir: "Mucho
tiempo he estado buscando por todo el mundo, entre las personas con más fama de bromistas y divertidas,
un hombre de tu ingenio, de tu carácter y de tu paciencia. Y nadie ha sabido sacar tanto partido como tú
de mis chanzas y juegos. Hasta ahora has sido el único que ha sabido amoldarse a mi humor y a mis
caprichos, conllevando la broma y correspondiendo con ingenio a ella. De modo que no sólo te perdono
este final, sino que quiero que me acompañes a la mesa, que está realmente cubierta de manjares, dulces y
frutas enumerados. Y en adelante, ya no me separaré jamás de ti".
Y dió orden a sus esclavos para que los sirvieran en seguida, sin escatimar nada, lo cual se ejecutó
puntualmente.
Después que comieron los manjares y se endulzaron con pasteles, confituras y frutas, el anciano invitó
a Schakalik a pasar con él al segundo comedor, reservado especialmente a las bebidas. Y al entrar fueron
recibidos al son de armoniosos instrumentos y con canciones de las esclavas blancas, deliciosas jóvenes
más hermosas que lunas. Y mientras el viejo y mi hermano bebían exquisitos vinos, no cesaron las
cantoras de entonar admirables melodías. Y algunas bailaron después como pájaros de alas rápidas. Y
este día de fiesta terminó con besos y goces más positivos que soñados.
Pero el jeique tomó tal afecto a mi hermano, que fué su amigo íntimo y su compañero inseparable,
demostrándole un inmenso cariño, y le obsequiaba cada día con mayor regalo. Y no dejaron de comer,
beber y vivir deliciosamente durante veinte años más.
Pero tenía que cumplirse lo que había escrito el Destino. Y pasados los veinte años murió el viejo, e
inmediatamente el walí mandó embargar todos sus bienes, confiscándolos en provecho propio, pues el
jeique carecía de herederos, y mi hermano no era su hijo. Entonces Schakalik, obligado a escaparse por
la persecución del walí, tuvo que buscar la salvación huyendo de Bagdad.
Y resolvió atravesar el desierto para dirigirse a la Meca y santificarse. Pero cierto día, la caravana a
la cual se había unido fué atacada por los nómadas, salteadores de caminos, malos musulmanes que no
practicaban los preceptos de nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!).
Y los viajeros fueron despojados y reducidos a esclavitud, y a Schakalik le tocó el más feroz de
aquellos bandidos beduínos, que lo llevó a su tribu y lo hizo su esclavo. Y todos los días le pegaba una
paliza y le hacía sufrir todos los suplicios, y le decía: "Debes ser muy rico en tu país, y si no me pagas un
buen rescate, acabarás por morir a mis propias manos". Y mi hermano, llorando, exclamaba: "¡Por Alah!
Nada poseo, ¡oh jefe de los árabes! pues desconozco el camino de la riqueza. Y ahora soy tu esclavo y
estoy en tu poder; puedes hacer de mí lo que quieras".
Pero el beduíno tenía por esposa a una admirable mujer entre las mujeres, de negras cejas y ojos de
noche. Y era ardiente en la copulación. Por eso, cada vez que el beduíno se alejaba de la tienda, esta
criatura del desierto iba a buscar a mi hermano para ofrecerle su cuerpo. Y Schakalik, que se diferencia
de todos nosotros en no ser gran cabalgador, no podía satisfacer plenamente a la ardorosa beduína, que se
insinuaba y ponía en juego todos sus recursos, jugando las caderas, los pechos y el ombligo.
Pero un día que estaban a punto de besarse se precipitó en la tienda el terrible beduíno, y los
sorprendió en aquella postura. Y sacó del cinturón un cuchillo tan ancho que de un solo golpe podía
rebanar la cabeza de un camello, de una a otra yugular. Y agarró a mi hermano, empezó por cortarle los
dos labios, metiéndoselos en la boca, y le dijo: "¡Miserable! ¿Cómo te atreviste a seducir a mi esposa?"
Y empuñando el zib de mi hermano se lo cortó de un golpe y luego los compañones. En seguida,
arrastrándolo por los pies, lo echó sobre un camello, lo llevó a lo alto de una montaña, lo tiró al suelo y
se marchó para seguir su camino.
Como la tal montaña está situada en el camino por donde van los peregrinos, algunos de estos
peregrinos, que eran de Bagdad, hallaron a Schakalik; y al reconocer al chistosísimo Tarro hendido, que
tanto los había hecho reír, vinieron a avisarme, después de haberle dado de comer y beber.
Y fui en su busca, ¡oh Emir de los Creyentes! me lo eché a cuestas, lo traje a Bagdad, y luego de
curarle, le he dado con qué mantenerse mientras viva.
He aquí en pocas palabras, ¡Oh Príncipe de los Creyentes! la historia de mis seis hermanos, que
habría podido contarte con más detenimiento. Pero he preferido no abusar de tu paciencia, probando de
este modo lo poco charlatán que soy, y que además de hermano de mis hermanos podría llamarme su
padre, y que el mérito de ellos desaparece al presentarme yo, apellidado el Samet.
Y el califa Montasser Billah se echó a reír a carcajadas y me dijo:
"Efectivamente, ¡oh Samet! hablas bien poco, y nadie podrá acusarte de indiscreción, ni de
curiosidad, ni de malas cualidades. Pero tengo mis motivos para exigir que inmediatamente salgas de
Bagdad y te vayas a otra parte. Y sobre todo, date prisa". Y así me desterró el califa, tan injustamente, sin
explicarme la causa de aquel castigo.
Entonces, ¡oh mis señores! empecé a viajar por todos los climas y todos los países, hasta que supe el
fallecimiento de Montaser Billah y el reinado de su sucesor el califa El- Mostasen.
Volví a Bagdad enseguida, pero me encontré con que todos mis hermanos habían muerto. Y entonces
ese joven que se acaba de marchar tan descortésmente me llamó a su casa para que le afeitase la cabeza.
Y contra todo lo que ha dicho puedo aseguraros, ¡Oh mis señores! que le hice un grandísimo favor, y a no
ser por mi ayuda, probable es que el kadí, padre de la joven, lo hubiese mandado matar. De modo que
todo lo que ha dicho es una calumnia, y cuanto ha contado sobre mi supuesta curiosidad, indiscreción,
charlatanería y falta de tacto es falso absolutamente, ¡Oh vosotros cuantos aquí estáis!"
Tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada-, la historia en siete partes que el sastre de la
China refirió al rey.
Y después añadió: "Cuando el barbero Samet hubo terminado su historia, no necesitamos oír más para
convencernos de que era realmente el charlatán más extraordinario y el rapista más indiscreto de toda la
tierra. Y quedamos persuadidos de que el joven cojo de Bagdad había sido la víctima de su insoportable
indiscreción.
Entonces, aunque sus historias nos habían hecho pasar un buen rato, acordamos castigarle. Y nos
apoderamos de él, a pesar de sus chillidos, y lo encerramos en un cuarto oscuro lleno de ratas. Y los
demás seguimos comiendo, bebiendo y disfrutando hasta que llegó la hora de la plegaria. Y entonces nos
retiramos, y yo fui en busca de mi esposa.
Pero al llegar a mi casa encontré a mi mujer de muy mal humor, y me dijo: "¿Te parece bien dejarme
sola mientras andas de diversión con tus amigos? Si no me sacas enseguida a pasear, me presentaré al
walí para entablar la demanda de divorcio".
Y como soy enemigo de disturbios conyugales, quise que hubiera paz, y a pesar del cansancio salí a
pasear con mi mujer. Y anduvimos recorriendo calles y jardines hasta la puesta del sol.
Y cuando regresábamos a casa encontramos por casualidad a ese jorobeta que se hallaba a tu
servicio, ¡oh rey poderoso y magnánimo!
Y el jorobado estaba borracho completamente, diciendo chistes a cuantos le rodeaban, y recitó estos
versos:
¡No sé si elegir la copa transparente y coloreada o el vino sutil y purpurino!
¡Porque la copa es como el vino sutil y purpurino, y el vino es como la copa coloreada y
transparente!
Y se interrumpía para embromar a los transeúntes o para danzar, golpeando la pandereta. Y yo y mi
mujer supusimos que sería para nosotros un agradable comensal, y le convidamos a comer con nosotros.
Y juntos comimos, y mi esposa se quedó con nosotros, pues no creía que la presencia de un jorobado
fuese como la de un hombre regular, pues de no pensarlo así no habría comido delante de un extraño.
Entonces fué cuando a mi esposa se le ocurrió bromear con el jorobeta y meterle en la boca la comida
que lo ahogó.
Y en seguida, ¡oh rey poderoso! cogimos el cadáver del jorobeta y lo dejamos en la casa del médico
judío que está presente. Y a su vez el médico judío lo dejó en la casa del intendente, que hizo responsable
al corredor copto.
Y tal es, ¡oh rey generoso! la más extraordinaria de las historias que te hayan referido. Y esta historia
del barbero y sus hermanos es, con seguridad, más sorprendente que la del jorobado".
Cuando el sastre hubo acabado de hablar, el rey de la China dijo: "He de confesar que es muy
interesante esa historia, y acaso más sugestiva que la del pobre jorobeta.
Pero ¿dónde está ese asombroso barbero? Quiero verle y oírle antes de adoptar mi decisión respecto
a vosotros cuatro.
Después enterraremos a nuestro jorobeta. Y le erigiremos un buen sepulcro por lo mucho que me
divirtió en vida, y aun después de muerto, pues me ha dado ocasión de oír la historia del joven cojo, la
del barbero con sus seis hermanos y las otras tres historias".
Y dicho esto, el rey mandó a sus chambelanes que se fuesen con el sastre a buscar al barbero. Y una
hora después, el sastre y los chambelanes, que habían ido a sacar al barbero del cuarto oscuro, lo
trajeron al palacio y se lo presentaron al rey.
El rey examinó al barbero, y vio que era un anciano jeique lo menos de noventa años, de cara muy
negra, barbas muy blancas, lo mismo que las cejas, orejas colgantes y agujereadas, narices de pasmosa
longitud y aspecto lleno de presunción y altanería.
Al verlo, el rey de la China se echó a reír ruidosamente y le dijo: "¡Oh silencioso! Me han dicho que
sabes contar historias admirables y llenas de maravilla.
Quisiera oírte algunas de las que sabes referir tan bien". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo! no
te han engañado al ponderarte mis cualidades, pero en primer lugar desearía saber lo que hacen aquí,
reunidos, ese corredor nazareno, ese judío, ese musulmán, y ese jorobeta muerto, tumbado en el suelo.
¿De dónde procede esta extraña reunión?"
Y el rey de la China se rió mucho y replicó: "¿Y por qué me interrogas respecto a gente que te es
desconocida?"
El barbero dijo: "Pregunto solamente para demostrar a mi rey que no soy un charlatán indiscreto, que
no me ocupo nunca en lo que no me importa, y que soy inocente de las calumnias que me dirigen, como la
de llamarme hablador y lo demás. Sabe, por lo tanto, que soy digno de ostentar el sobrenombre de
Silencioso, pues el poeta dijo:
Cuando tus ojos vean a una persona con un sobrenombre, sabe que, como indagues bien,
siempre acabará por surgir el sentido del sobrenombre.
Entonces dijo el rey: "Mucho me agrada este barbero. Voy a contarle la historia del jorobado, y luego
las relatadas por el nazareno, el judío, el intendente y el sastre". Y el rey refirió al barbero todas las
historias, sin omitir una particularidad.
Pero no es necesario repetirlas.
Cuando el barbero hubo oído las historias y supo la causa de la muerte del jorobado, empezó a
menear gravemente la cabeza, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Cosa extraordinaria es ésa y me sorprende
grandemente! A ver, levantad el velo que cubre el cadáver, que yo lo vea". Y cuando se descubrió el
cadáver, el barbero se sentó en el suelo, puso la cabeza del jorobado en sus rodillas v le miró
atentamente a la cara. Y de pronto soltó tal carcajada, que la fuerza de la risa le hizo caer de trasero. Y
exclamó: "En verdad, toda muerte tiene una causa entre las causas. Y la causa de la muerte de este
jorobado es la cosa más sorprendente de las cosas sorprendentes. Porque merece ser escrita con
hermosas letras de oro en los registros del reino, para enseñanza de los hombres futuros".
Y el rey, pasmado al oír las palabras del barbero, le dijo: "¡Oh barbero, oh Silencioso! explícanos el
sentido de tus palabras". Y el barbero replicó: "¡Oh rey! te juro por tu gracia y tus beneficios que tu
jorobeta tiene el alma en el cuerpo. Y lo vas a ver". Y en seguida sacó de su cinturón un frasquito con un
ungüento, empapó con él el pescuezo del jorobado y le vendó el cuello con un paño de lana, Después
aguardó que transcurriese una hora. Sacó entonces del mismo cinturón unas largas tenazas de hierro, las
introdujo en el garguero del jorobado, manipuló en varios sentidos y las sacó al fin, llevando en ellas el
pedazo de pescado y la espina, causa de lo ocurrido al jorobeta.
Y éste estornudó estrepitosamente, abrió los ojos, volvió en sí, se palpó la cara con las manos, dió un
brinco, se puso de pie y exclamó: "¡La ilah ile Alah! Y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡Sean con él la
plegaria y la salvación de Alah!"
Y todos los circunstantes quedaron estupefactos y llenos de admiración hacia el barbero. Y después,
al reponerse de su emoción, el rey y todos los presentes empezaron a reír a carcajadas al ver la cara del
jorobeta. Y el rey dijo: "¡Por Alah! ¡Qué aventura tan prodigiosa! ¡En mi vida he visto nada más
sorprendente y extraordinario!" Y añadió: "¡Oh vosotros aquí presentes! ¿Ha visto alguno que así se
muera un hombre para resucitar después? Si, gracias a Alah, no hubiese estado aquí este barbero, nuestro
jeique Samet, el día de hoy habría sido el último de la vida del jorobado. Y sólo por la ciencia y el
mérito de este barbero admirable y lleno de capacidad hemos podido salvar su vida". `Y todos los
presentes dijeron: "Verdad es, ¡oh rey! Pues esta aventura es el prodigio de los prodigios y el milagro de
los milagros".
Entonces el rey de la China, lleno de júbilo, mandó que inmediatamente se escribieran con letras de
oro la historia del jorobado y del barbero, y que se conservasen en los archivos del reino. Y así se
ejecutó puntualmente. En seguida regaló un magnífico traje de honor a cada uno de los acusados, al
médico judío, al corredor nazareno, al intendente y al sastre, y los agregó al servicio de su persona y del
palacio, y les mandó hacer las paces con el jorobeta. Y a éste le hizo maravillosos regalos, le colmó de
riquezas, le nombró para altos cargos y lo eligió como compañero de mesa y bebida.
Pero aun tuvo más extraordinarias atenciones con el barbero; le hizo vestir un suntuoso traje de honor,
mandó que le construyesen un astrolabio todo de oro, otros instrumentos de oro, tijeras y navajas con
perlas y pedrería; le nombró barbero y peluquero de su persona y del reino, y también le tomó por
compañero íntimo.
Y siguieron viviendo la vida más próspera y más dichosa, hasta que puso término a su felicidad la
Arrebatadora de todo goce, la Dislocadora de toda intimidad, la Separadora de los amigos, la
Sepultadora, la Invencible, la Inevitable.
Y Schehrazada dijo al rey Schariar, sultán de las islas de la India y de la China: "No creas que esta
historia sea más admirable que la de la hermosa Dulce-Amiga". Y el sultán Schahriar preguntó: "¿Qué
Dulce- Amiga?"
Entonces Schehrazada dijo:
Historia de Dulce-Amiga
He llegado a saber, !oh rey afortunado! que el trono de Bassra fué ocupado por un sultán tributario de
su soberano el califa Harún AlRaschid, que le llamaba el rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní.
Amparaba a los pobres y a los necesitados, se compadecía de sus súbditos desgraciados y repartía su
fortuna entre los que creían en nuestro Profeta Mohamed (¡con él sean la plegaria y la paz de Alah!) Era,
pues, verdaderamente digno de este elogio del poeta:
¡Transformó en su pluma la punta de la lanza, el corazón de los enemigos en una hoja
donde escribir, y en tinta su sangre!
Tenía dos visires llamados respectivamente El-Mohín ben Sauí y El-Faldl ben-Khacán. Pero hay que
saber que El-Faldl era el hombre más generoso de su tiempo, dotado de buen carácter, admirables
costumbres y excelentes cualidades, que le granjearon el cariño de todos los corazones y la estimación de
los hombres prudentes y sabios, quienes le consultaban y pedían su parecer en los asuntos más difíciles.
Y todos los habitantes del reino, sin ninguna excepción, le deseaban larga vida y muchas prosperidades,
porque hacía todo el bien posible y odiaba la injusticia.
En cuanto al otro visir, llamado El-Mohín, era muy diferente: tenía horror al bien y cultivaba el mal,
hasta tal punto, que un poeta dijo:
¡Le vi! Y en seguida me dispuse a huir ante la mancilla de su aproximación, y me levanté la
orla del ropón para evitar su torpe contacto! ¡Y confié mi salvación a la ligereza de mi corcel
para que me llevase lejos de aquel elemento tan impuro!
De modo que a cada uno de estos dos visires, tan distintos entre sí, se les puede aplicar cada uno de
estos versos de otro poeta:
Goza la deliciosa compañía del hombre noble, de alma noble, hijo de noble, pues siempre
observarás que el hombre noble ha nacido noble y de padre noble!
¡Pero aléjate del contacto del hombre vil, de alma vil, de extracción vil, porque siempre
verás que el hombre vil ha nacido de padre vil!
La gente sentía, pues, tanto odio y repulsión hacia el visir ElMohín, como amor le inspiraba el visir
El-Faldl. Así es que El-Mohín tenía una gran enemistad hacia su compañero, y no desperdiciaba ninguna
ocasión de perjudicarle ante el sultán.
Un día entre los días, Mohammad ben- Soleimán El-Zeiní, estaba sentado en el trono de su reino, en
la sala de justicia, rodeado de todos los emires y de todos los notables y grandes de su corte. Y este día
había llegado al mercado un lote de esclavas de todos los países. El rey se dirigió a su visir El-Faldl, y
le dijo: "Quiero que me busques una esclava que no tenga igual en el mundo. Que además de su
perfección y su belleza, tenga una admirable dulzura de carácter".
Al oír estas palabras del rey dirigidas a su visir El-Faldl Fadleddín, el visir El-Mohín, lleno de
envidia porque el rey depositaba toda su confianza en su rival, quiso desalentar al soberano, y exclamó:
"¡Pero si se pudiese encontrar a esa mujer, habría que pagarla lo menos en diez mil dinares de oro!"
Entonces el rey, más obstinado por tal dificultad, llamó inmediatamente a su tesorero, y le dijo: "Toma en
seguida diez mil dinares de oro y llévalos a casa de mi visir El-Faldl". Y el tesorero se apresuró a
ejecutar la orden.
El visir se dirigió en seguida al zoco de los esclavos, pero nada encontró que ni de cerca ni de lejos
se ajustase a las condiciones requeridas para la compra. Reunió entonces a todos los corredores que se
ocupaban de la compra y de la venta de esclavas blancas y negras, y les encargó que buscasen una
esclava como la quería el rey. Y les dijo: "Cuando una esclava alcance el precio de mil dinares de oro
avisadme en seguida, y ya veré si conviene".
Y desde entonces no pasaba día sin que dos o tres corredores propusiesen una linda esclava al visir,
que siempre despedía al corredor y a la esclava sin ultimar la compra. Y vió durante un mes más de mil
muchachas, a cual más hermosas y capaces de infundir virilidad a mil viejos impotentes. Pero no podía
decidirse por ninguna de ellas. Un día entre los días iba a montar a caballo para visitar al rey y rogarle
que aguardara algún tiempo, cuando se le acercó un corredor a quien conocía, y que, teniéndole el
estribo, lo saludó respetuosamente y recitó en honor suyo estas dos estancias:
¡Oh tú, que das mayor realce a la gloria del reinado y restauras el añoso edificio de los
antepasados! ¡Oh tú, siempre victorioso gran visir!
¡Das nueva vida a los míseros y a los moribundos con tu generosidad y tus beneficios! ¡Y
todas tus acciones son siempre gratas al Recompensador y las ponemos sobre nuestra frente!
Y recitados los versos, dijo el corredor al visir: "¡Oh noble ElFaldl! te anuncio que ha aparecido la
esclava que tuviste la bondad de encargarme que buscara, y está a tu disposición". Y el visir dijo:
"Tráela para que yo la vea". Y regresó a su palacio, adonde una hora después llegaba el corredor con la
esclava. Unicamente diré para discribirla que era de una esbeltez deliciosa, de pechos rectos y gloriosos,
párpados oscuros, ojos de noche, mejillas redondas, fina barbilla adornada con un hoyuelo, caderas
poderosas y sólidas, cintura de abeja y nalgas soberanas. Iba vestida de telas raras y escogidas. Pero
olvidaba decirte, ¡oh rey! que su boca era una flor, su saliva jarabe, sus labios nuez moscada y su cuerpo
fino y flexible como una tierna rama de sauce. Su voz, canto de la brisa, era más agradable que el céfiro
que se perfuma al pasar entre las flores de los jardines. Y era digna de estos versos del poeta:
¡Su piel es más suave que la seda, su voz canta como el agua, con las ondulaciones del
agua, y como ella también reposada y pura!
¡Y sus ojos! Alah dijo: “!Sed!” y fueron hechos. ¡Son la obra de un Dios! ¡y su mirada turba
a los humanos más que el vino y su fermento!
Pensando en ella en las horas nocturnas mi alma se turba y mi cuerpo arde! ¡Y al pensar en
su crencha, negra como la noche y en su frente de aurora, iluminadora de la mañana, me siento
morir!
Y a causa de sus gracias y de su dulzura, la llamaron desde la pubertad Dulce-Amiga
[71].
Por eso cuando la vió el visir quedó completamente maravillado, y preguntó al corredor: "¿Qué
precio tiene esta esclava?" Y el otro contestó: "Su amo pide diez mil dinares, y en eso hemos quedado,
porque me parece justo. Pero él jura que pierde al venderla en ese precio por una porción de cosas que
yo quisiera que oyeses de sus mismos labios".
Entonces el visir dijo: "Pues que venga en seguida".
El corredor salió en busca del amo de la esclava y lo llevó ante el visir. Y el visir vió que el amo de
la maravillosa joven era un persa viejísimo, aniquilado por la edad, que lo había reducido a huesos y
pellejo. Como dice el poeta:
¡El Tiempo y el Destino me envejecieron; mi cabeza tiembla y mi cuerpo se viene abajo!
¿Quién es capaz de resistir a la fuerza y la violencia del Tiempo?
¡Hace muchos años me tenía derecho y erguido y andaba hacia el sol! ¡Ahora, caído de
aquella altura, mi compañía es la enfermedad y la inmovilidad, mi amada!
Y el amo de la esclava deseó la paz al visir. Y el visir le dijo: "¿Estás conforme en venderme esta
esclava en diez rnil dinares? Has de saber que no es para mí, sino para el rey". El anciano contestó:
"Siendo para el rey, prefiero ofrecérsela como un presente, sin aceptar precio alguno.
Pero ¡Oh visir magnánimo! ya que me interrogas, mi deber es contestarte. Sabe que esos diez mil
dinares apenas me indemnizan del importe de los pollos con que la alimenté desde su infancia, de los
magníficos vestidos con que siempre la adorné y de los gastos que he hecho para instruirla. Porque ha
tenido varios maestros y aprendió a escribir con muy buena letra; conoce también las reglas de la lengua
árabe y de la lengua persa, la gramática y la sintaxis, los comentarios del Libro, las reglas de derecho
divino y sus orígenes, la jurisprudencia, la moral, la filosofía, la medicina, la geometría y el catastro.
Pero sobresale especialmente en el arte de versificar, en tañer los más variados instrumentos, en el
canto y en el baile; y por último, ha leído todos los libros de los poetas e historiadores. Y todo ello ha
contribuido a hacer más admirable su ingenio y su carácter, por eso la he llamado Dulce- Amiga".
El visir dijo: "Verdaderamente tienes razón, pero sólo puedo dar diez mil dinares. Además, los haré
pesar y comprobar inmediatamente".
Y en efecto, el visir mandó pesar inmediatamente los diez mil dinares de oro en presencia del anciano
persa, que los tomó. Pero antes de marcharse, el viejo mercader de esclavos se acercó al visir y le dijo:
"Quisiera, ¡Oh mi señor! que me permitieses un consejo".
Y el visir repuso: "Di lo que quieras". Y prosiguió el anciano: Aconsejo a mi señor el visir que no
lleve inmediatamente al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní a mi esclava Dulce-Amiga,
porque mi esclava ha llegado hoy de viaje, y el cambio de clima y de aguas la ha fatigado mucho. Por eso
lo mejor para ti y para ella es que la conserves en tu casa diez días, y así reposará y ganará en hermosura
y tomará un baño en el hammam y se cambiará de vestidos. Y entonces la podrás presentar al rey, y con
esto tu gestión parecerá más honrosa y meritoria a los ojos de nuestro sultán". Y el visir comprendió que
el viejo persa era buen consejero y le hizo caso. Y retuvo en su palacio a Dulce-Amiga, mandando que
preparasen un aposento reservado para que descansase.
Pero el visir El-Faldl tenía un hijo de admirable hermosura, como la luna cuando sale. Su cara era de
una blancura maravillosa, sus mejillas sonrosadas, y en una de ellas tenía un lunar como una gota de
ámbar gris, según dice el poeta:
¡Las rosas de sus mejillas! ¡Más deliciosas que los dátiles rojos en sus racimos!
¡Si su cuerpo es tierno y dulce, su corazón es duro e inexorable! ¿Por qué no poseerá su
corazón algunas de las cualidades de su cuerpo?
¡Porque si su cuerpo, tan tierno y tan dulce, influyera algo en su corazón, no sería tan
injusto ni tan duro para mi amor!
¡Y tú, amigo, que me reconvienes por el amor que me domina, cree que tengo disculpas,
pues no soy ya dueño de mí, y mi cuerpo y todas mis fuerzas se encuentran bajo el poder de esa
pasión dominadora!
¡Y sabe que el único culpable no es él ni soy yo, sino mi corazón! ¡Y no me verías
languidecer si mi joven tirano fuese más compasivo!
Pero el hijo del visir, que se llamaba Alí-Nur, nada sabía de la compra de la esclava. Y además, el
visir había empezado por encargar a Dulce-Amiga que no olvidase los consejos que tenía que darle. Y le
dijo: "Sabe ¡oh hija mía! que te he comprado por cuenta de nuestro amo el rey para que seas la preferida
entre sus favoritas. De modo que debes tener mucho cuidado en evitar todas las ocasiones de
comprometerte y comprometerme.
Así es que he de advertirte que tengo un hijo algo mala cabeza, pero guapo mozo. No hay en este
barrio ninguna doncella que no se haya entregado a él y de cuya flor no haya gozado. Por lo tanto, evita su
encuentro; que no oiga tu voz ni vea tu rostro, pues de otra suerte te perderías sin remedio".
Y Dulce-Amiga dijo: "Escucho y obedezco". Y el visir, tranquilizado sobre este punto, se alejó para
seguir su camino.
Pero por voluntad escrita de Alah, las cosas llevaron un rumbo muy diferente. Porque algunos días
después, Dulce-Amiga fué al hammam del palacio del visir, y las esclavas emplearon toda su habilidad
en darle un baño que fuera el mejor de su vida.
Después de haberle lavado los miembros y el cabello, le dieron masaje. Y la depilaron
esmeradamente, frotaron con almizcle su cabellera, le tiñeron conhenné las uñas de los pies y de las
manos, le alargaron con kohl las cejas y las pestañas, y quemaron junto a ella pebeteros de incienso
macho y ámbar gris, perfumándole de este modo toda la piel.
Después la envolvieron con una sábana embalsamada con azahar y rosas, le sujetaron la cabellera
con un paño caliente, y la sacaron del hammam para llevarla al aposento donde la aguardaba la mujer del
visir, madre del hermoso Alí-Nur.
Dulce-Amiga, al ver a la mujer del visir, corrió a su encuentro y le besó la mano, y la esposa del visir
la besó en las dos mejillas, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ¡ojalá te dé ese baño todo el bienestar y todas
las delicias! ¡Oh Dulce-Amiga, cuán hermosa estás, cuán limpia y perfumada! Iluminas nuestro palacio,
que no necesita más luz que la tuya"
Y Dulce-Amiga, muy emocionada, se llevó la mano al corazón, a los labios y a la frente, e inclinando
la cabeza, respondió: "Gracias, ¡oh madre y señora! ¡Proporciónete Alah todos los goces de la tierra y
del paraíso! En verdad ha sido delicioso este baño, y sólo me ha dolido una cosa: no compartirlo contigo.
Entonces la madre de Alí-Nur mandó que llevasen a Dulce-Amiga sorbetes y pastas, y se dispuso a
marchar al hammam para tomar su baño.
Pero no quiso dejar sola a Dulce-Amiga, por temor y por prudencia. Llamó, pues, a dos esclavas
jóvenes, y les mandó que guardasen la puerta del aposento de Dulce- Amiga, diciéndoles: "No dejéis
entrar a nadie bajo ningún pretexto, porque Dulce-Amiga está desnuda y podría enfriarse". Y las dos
esclavas contestaron respetuosamente: "Escuchamos Y obedecemos".
Y entonces la madre de Alí-Nur, rodeada de sus doncellas, se fué al hammam después de haber
besado otra vez a Dulce-Amiga, que le deseó un baño delicioso.
Pero en aquel momento entraba en la casa el joven Alí-Nur, buscó a su madre para besarle la mano,
como todos los días, y como no la encontrara en su habitación, la fué buscando por todas las demás, hasta
que llegó frente a la puerta de aquella en que estaba encerrada Dulce-Amiga. Y vió a las dos esclavas
que guardaban la puerta, y las dos esclavas le sonrieron, porque era muy gentil, y le adoraban en secreto.
Pero asombrado al ver aquella puerta tan bien guardada, les dijo: "¿Está ahí mi madre?" Y las esclavas,
intentando rechazarle, le contestaron: "¡Oh, no, amo Alí-Nur, no está ahí nuestra ama! ¡No está ahí! ¡Ha
ido al hammam! ¡Está en el hammam, amo Alí- Nur!" Y les dijo: "Pues entonces, ¿qué hacéis aquí,
corderas? Apartaos para que pueda descansar". Y ellas replicaron: "¡No entres, oh Alí-Nur, no entres
ahí! ¡Ahí sólo está nuestra ama joven Dulce-Amiga!" Alí-Nur exclamó: "¿Qué Dulce-Amiga?" Y ellas
contestaron: "La hermosa, Dulce-Amiga que tu padre y amo nuestro el visir Fadleddin ha comprado en
diez mil dinares para el sultán. Acaba de salir del hammam y está desnuda, sin más ropa que la sábana
del baño. ¡No entres, oh Alí- Nur, no entres! podría enfriarse, y nuestra ama nos pegaría. ¡No entres, oh
Alí-Nur!"
Entretanto, Dulce-Amiga oía estas palabras desde su habitación, y pensaba: "¡Por Alah! ¿Cómo será
ese joven Alí-Nur, cuyas hazañas me ha enumerado su padre el visir? ¿Cómo será ese mancebo que no ha
dejado en el barrio doncella intacta ni mujer sin ataque?
¡Por Alah, que desearía verle!"
Y no pudiendo aguantarse, se puso de pie, y perfumada aún con todos los aromas del hammam, llena
de frescura. con los poros abiertos a la vida, se acercó a la puerta, la entreabrió poco a poco y se puso a
mirar. Y vió a Alí-Nur. Y le pareció como la luna llena. Y sólo con mirarle le sacudió la emoción y se
estremeció toda su carne.
Y al mismo tiempo, Alí-Nur había tenido ocasión de mirar por la puerta. entreabierta, apreciando
toda la hermosura de Dulce- Amiga.
arrebatado por el deseo, dió tal grito y sacudió tan fuertemente e a las dos esclavas, que llorando
huyeron de entre sus manos, refugiándose en la habitación contigua, y desde allí se pusieron a mirar, pues
Alí-Nur no se había tomado el trabajo de cerrar la puerta después de haber llegado junto a Dulce-Amiga.
Y así vieron todo lo que ocurrió.
Y efectivamente, Alí-Nur avanzó hacia donce estaba Dulce-Amiga, que, aturdida, se había dejado
caer en el diván, y le aguardaba desnuda, toda temblorosa y con los ojos muy abiertos. Y Alí-Nur,
llevándose la mano al corazón, se inclinó ante Dulce-Amiga, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ¿Eres tú la
que ha comprado mi padre en diez mil dinares de oro? ¿Te pesaron acaso en el otro platillo para
contrastar bien tu verdadero valor? ¡Oh Dulce-Amiga! ¡Eres más hermosa que el oro fundido, tu cabellera
más abundante que la de una leona del desierto y tus pechos más frescos y más suaves que el musgo de
los arroyos!"
Ella contestó: "Alí-Nur, ante mis ojos asombrados apareces más poderoso que el león del desierto;
ante mi carne que te desea, más fuerte que el leopardo, y ante mis labios que palidecen, más rasgador que
el duro acero. ¡Alí-Nur, mi sultán!"
Y ebrio Alí-Nur, se precipitó sobre Dulce- Amiga. Y las dos esclavas se asombraron al ver todo esto
desde fuera. Pues aquello era para ellas muy extraño, y no lo comprendían. Porque Alí-Nur, después de
cambiar ruidosos besos con Dulce-Amiga, se apoderó de sus piernas y penetró en la casa de la
misericordia. Y Dulce-Amiga le rodeó con sus brazos, y durante algún tiempo sólo hubo besos,
contorsiones y elocuencia sin palabras.
Entonces las dos siervas quedaron sobrecogidas de terror. Y gritando, huyeron espantadas, yendo a
refugiarse en el hammam, cuando precisamente salía del baño la madre de Alí-Nur, humedecida por el
sudor que le corría por el cuerpo. Y les dijo a las esclavas: "¿Qué os pasa para chillar y correr de este
modo, hijas mías?" Y ellas clamaban: "¡Oh señora, oh señora!" Y ella insistió: "¿Pero qué ocurre,
desdichadas?"
Y ellas, llorando, dijeron: "Oh señora, he aquí que nuestro joven amo Alí-Nur ha empezado a darnos
golpes y nos ha echado! Y luego le vimos entrar en la habitación de nuestra ama Dulce-Amiga y él gustó
su lengua y ella también. Y no sabemos qué le haría después, porque ella suspiraba mucho, y él también
suspiraba encima de ella. ¡Y estamos aterradas por todo eso!
Entonces, la esposa del visir, aunque iba calzada con los altos zuecos de madera que se gastan para el
baño, echó a correr a pesar de su avanzada edad, seguida por todas sus doncellas, y llegó a la habitación
de Dulce- Amiga, precisamente cuando Alí-Nur, habiendo oído los gritos de las esclavas, había huido
más que aprisa, una vez terminada la cosa.
Y la mujer del visir, pálida de emoción, se acercó a Dulce-Amiga y le dijo: "¿Qué es lo que ha
ocurrido?" Y Dulce-Amiga repitió las palabras que Alí-Nur le había enseñado: "¡Oh mi señora! Mientras
estaba descansando del baño, echada en el diván, entró un joven a quien nunca he visto. Y era muy
hermoso, ¡Oh señora! y hasta se te parecía en los ojos y en las cejas.
Y me dijo: "¿Eres tú, Dulce-Amiga, la que ha comprado mi padre en diez mil dinares?"
Y vo le contesté: "Sí; soy Dulce-Amiga, comprada por el visir en diez mil dinares, pero estoy
destinada al sultán Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní".
Y el joven, riéndose replicó: "¡No lo creas, oh Dulce-Amiga! acaso haya tenido mi padre esa
intención, pero ha cambiado de parecer y te ha destinado toda para mí". Entonces, ¡oh señora! a fuer de
esclava sumisa desde mi nacimiento, hube de obedecer. Además, creo haber hecho bien, pues prefiero ser
esclava de tu hijo Alí-Nur, ¡Oh mi señora! que convertirme en esposa del mismo califa que reina en
Bagdad".
La madre de Alí-Nur contestó: "¡Ah, hija mía, qué desdicha para todos nosotros! Mi hijo Alí-Nur es
un gran malvado, y te engañó. Pero dime, hija mía, ¿qué ha hecho contigo?" Dulce-Amiga respondió: "Me
rendí a su voluntad, y él se apoderó de mí y nos enlazamos". Y la mujer del visir dijo: "¿Pero te ha
poseído por completo?"
Y replicó Dulce-Amiga: "Ciertamente, y hasta tres veces. ¡oh madre mía!" Al oír esto la madre de
Alí-Nur, dijo: "¡Oh hija mía! ¡Cómo te ha destrozado!" Y empezó a llorar y a abofetearse, y todas sus
esclavas lloraban lo mismo, y clamaban: "¡Qué calamidad, qué calamidad!"
Porque en el fondo lo que aterraba a la madre de Alí-Nur y a las doncellas de la madre de Alí-Nur,
era el temor que les inspiraba el padre de Alí-Nur.
En efecto, el visir, aunque bueno y generoso, no podía tolerar aquella usurpación, sobre todo
tratándose de cosa del rey, pudiendo ponerse en tela de juicio el honor y el comportamiento del visir. Y
en el arrebato de su ira era capaz de matar a su hijo Alí-Nur, al cual lloraban todas aquellas mujeres,
considerándole perdido para su amor y su afecto.
Y entonces entró el visir Fadleddin y vió a todas las mujeres llorando, llenas de desolación. Y
preguntó: "¡Pero qué os ocurre, hijas mías?" Y la madre dé Alí-Nur se secó los ojos y dijo: "¡Oh esposo
mío! Empieza por jurarme por la vida de nuestro profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) que
has de conformarte de todo punto con lo que te diga, si no, moriré antes que hablar".
Juró el visir, y. su mujer le contó el supuesto engaño de Alí-Nur y la irremediable pérdida de la
virginidad de Dulce-Amiga.
Alí-Nur había hecho pasar muy malos ratos a sus padres, pero Fadleddin, al enterarse de su reciente
fechoría, quedó aterrado, se desgarró las vestiduras, se dió de puñetazos en la cara, se mordió las manos,
se mesó las barbas y tiró por los aires el turbante.
Entonces su esposa trató de consolarle, y le dijo: "No te aflijas de ese modo, pues los diez mil
dinares te los restituiré por completo sacándolos de mi peculio y vendiendo parte de mis pedrerías". Pero
el visir Fadleddin exclamó: "¿Qué piensas?, ¡Oh mi señora! ¿Se te figura que lamento la pérdida de ese
dinero, que para nada necesito?
Lo que me aflige es la mancha que ha caído en mi honor y la probable pérdida de mi vida". Y su
esposa dijo: "En realidad, nada se ha perdido, pues el rey ignora hasta la existencia de Dulce-Amiga, y
con mayor razón la pérdida de su virginidad. Con los diez mil dinares que te daré podrás comprar otra
esclava, y nosotros nos quedaremos con Dulce-Amiga, que adora a nuestro hijo. Y es un verdadero tesoro
el haberla encontrado, porque es de todo punto perfecta".
El visir replicó: "¡Oh madre de Alí-Nur! Te olvidas del enemigo que queda detrás de nosotros, del
segundo visir, llamado El-Mohín ben-Sauí, que acabará por enterarse de todo alguna vez.
Aquel día avanzará entre las manos del rey y le dirá..."
Al llegar a este momento de su narración, vió Schehrazada que iba a nacer el día, e interrumpió
discretamente su relato.
Pero cuando llegó la 33ª noche
Schehrazada prosiguió:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el visir Fadleddin dijo a su mujer: "Aquel día mi enemigo
el visir Sauí se presentará entre las manos del sultán y le dirá "¡Oh rey! He aquí que el visir a quien tanto
ponderas y de cuya adhesión pretendes estar seguro te sacó diez mil dinares para comprarte una esclava,
y efectivamente, compró una esclava sin igual en el mundo.
Y como la encontraba maravillosa, le dijo a su hijo Alí-Nur, mozalbete corrompido: "Tómala, hijo
mío; más vale que la goces tú que ese sultán viejo, que tiene no sé cuántas concubinas, cuya virginidad no
puede disfrutar". Y el joven Alí-Nur, que es una especialidad en lo de robar virginidades, se apoderó de
la hermosa esclava, y en un abrir y cerrar de ojos la perforó de parte a parte. Pero he aquí que sigue
pasando agradablemente el tiempo con ella en el palacio de su padre, y el joven perforador, disoluto y
holgazán, no sale de las habitaciones de las mujeres".
"Al oír estas palabras de mi enemigo —siguió diciendo el visir Fadleddin— el sultán, que me estima,
se negará a creerlo, y dirá: "Mientes, ¡oh Mohín ben-Sauí!"
Pero Sauí le contestará: "Permíteme cercar con soldados la casa de Fadleddin, y te traeré
inmediatamente la esclava, y con tus propios ojos comprobarás la cosa". Y el sultán, que es mudable, le
dará permiso, y Sauí vendrá aquí con los soldados, apoderándose de Dulce-Amiga, que arrebatará de
vosotras y la llevará entre las manos del sultán. Y el sultán interrogará a Dulce-Amiga, que tendrá que
confesarlo todo.
Entonces mi enemigo Sauí, afirmando su triunfo, dirá "¡Oh mi señor! ¿Ves cómo soy para ti un buen
consejero? Pero ¿qué le vamos a hacer? Está escrito que me has de despreciar, mientras que el traidor
Fadleddin será tu preferido". Y el sultán, rectificando su opinión con respecto a mí, me castigará
severamente. Y seré la irrisión de cuantos hoy me estiman, y perderé mi vida y con ella toda la casa".
Al oír esto la madre de Alí-Nur, respondió a su esposo: "Créeme; no hables a nadie de este asunto, y
nadie se enterará. Confía tu suerte a la voluntad de Alah, el muy poderoso. Sólo ocurrirá lo que haya de
ocurrir". Entonces el visir se sintió tranquilizado con estas palabras, calmándose su inquietud en cuanto a
las consecuencias futuras, pero no por ello se aplacó su cólera contra Alí-Nur.
Por lo que se refiere al joven Alí-Nur, había salido apresuradamente del aposento de Dulce-Amiga al
oír los gritos de las dos esclavas, y se pasó el día dando vueltas por aquellos alrededores. No volvió al
palacio hasta que fué de noche, y se apresuró a deslizarse junto a su madre, en el departamento de las
mujeres, para evitar la cólera del visir. Y su madre, a pesar de todo lo ocurrido, acabó por abrazarle y
perdonarle, y lo ocultó cuidadosamente, ayudada por todas sus doncellas, que envidiaban secretamente a
Dulce-Amiga por haber tenido entre sus brazos a aquel ciervo incomparable.
Además, todas estaban de acuerdo para prevenirle contra la ira del visir. De modo que Alí-Nur,
durante un mes entero, fué amparado por aquellas mujeres, que por la noche le abrían la puerta de las
habitaciones de su madre. Y allí se deslizaba Alí-Nur sigilosamente, y allí, con connivencia de su madre,
le iba a buscar en secreto Dulce- Amiga.
Por último, un día la madre de Alí-Nur, viendo al visir menos indignado que de costumbre, le
preguntó: "¿Hasta cuándo va a durar ese persistente enojo contra nuestro hijo Alí-Nur? ¡Oh mi señor!
realmente hemos perdido una esclava del rey, pero ¿quieres que perdamos también a nuestro hijo? Pues
sabe que si continúa esta situación, nuestro hijo Alí-Nur huirá para siempre de la casa paterna, y entonces
lloraremos a este hijo, único fruto de mis entrañas".
Conmovido el visir, preguntó: "¿Y qué medio emplearemos para impedirlo?" Y la mujer respondió:
"Ven a pasar esta noche con nosotros, y cuando llegue Alí-Nur yo os pondré en paz. Por lo pronto finge
quererlo castigar, pero acaba por casarlo con Dulce- Amiga. Porque Dulce-Amiga, según lo que en ella
he podido ver, es admirable en todo y quiere a Alí-Nur que está enamoradísimo de ella. Además, ya te he
dicho que te daré de mi peculio el dinero que gastaste en comprarla".
El visir se conformó con lo que proponía su esposa, y apenas entró Alí-Nur en las habitaciones de su
madre, se arrojó sobre él, lo tiró al suelo y levantó un puñal como para matarle. Pero entonces la madre
de Alí-Nur se precipitó entre el puñal y su hijo, y dirigiéndose al visir, exclamó: "¿Qué intentas hacer?"
Y el visir repuso: "Lo voy a matar para castigarle". Y la madre replicó: "¿Pero no sabes que está
arrepentido?"
Alí-Nur dijo: "¡Oh padre! ¿tendrás valor para sacrificarme de esta suerte?" Entonces el visir,
sintiendo que los ojos se le arrasaban en lágrimas, dijo: "¡Oh desventurado! ¿no tuviste tú valor para
arrebatarme la tranquilidad y acaso la vida?" Y Alí-Nur respondió: "Oye ¡Oh padre mío! lo que dice el
poeta:
Supón por un momento que haya obrado muy mal y cometido todos los delitos; ¿No sabes
que los seres nobles gozan con perdonar, concediendo un indulto completo?
¿No sabes también que al proceder así te realzas, singularmente si el enemigo está entre
tus manos, o te implora desde el fondo de una sima abierta al pie de la montaña desde cuya
cumbre tú le dominas?"
Al oír estos versos, el visir soltó a su hijo, a quien tenía sujeto con las rodillas; entró en su alma la
compasión y le perdonó. Entonces Alí-Nur se incorporó, besó la mano a sus padres, y quedó en una
actitud sumisa. Y su padre le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿por qué no me advertiste que querías de veras a
Dulce- Amiga, y que no se trataba de uno más de tus caprichos? Si yo hubiese sabido que ibas a
conducirte con ella como es debido, no habría vacilado en otorgártela".
Y Alí-Nur contestó: "Efectivamente, ¡oh padre mío! estoy dispuesto a cumplir con Dulce-Amiga como
se merece".
Y el visir dijo: "En ese caso, ¡oh mi querido hijo! el único ruego que he de hacerte, y que no debes
olvidar nunca, para que siempre te acompañe mi bendición; consiste en que me prometas no contraer
legítimas nupcias con otra mujer que no sea Dulce-Amiga, ni maltratarla jamás, ni venderla". Y Alí-Nur
contestó: "Juro por la vida de nuestro Profeta y por el Korán sagrado no tomar otra esposa legítima
mientras viva Dulce-Amiga, no maltratarla nunca y no venderla jamás!"
Después de esto toda la casa se llenó de Júbilo. Alí-Nur pudo poseer libremente a Dulce-Amiga, y
siguió viviendo con ella durante un año, siendo muy felices. En cuanto al rey, Alah quiso que olvidase
completamente los diez mil dinares que le había entregado al visir Fadleddin para la compra de la
esclava. Y por lo que se refiere al malvado Ben-Sauí, no tardó en descubrir todo lo ocurrido, pero no se
atrevió a decir todavía nada al rey, porque el padre de Alí- Nur era estimadísimo, no sólo del sultán, sino
de todo el pueblo de Bassra.
Y he aquí que un día el visir Fadleddin fué al hammam, salió apresuradamente todo sudoroso del
baño, y cogió un enfriamiento, que le obligó a meterse en la cama. Después se agravó, y ya no pudo
dormir ni de noche ni de día, y fué tal su consunción. que parecía la sombra de lo que había sido.
Entonces no quiso demorar el cumplimiento de sus últimos deberes, y mandó que compareciese su hijo
Alí-Nur, el cual se presentó en seguida con los ojos llenos de lágrimas.
Y el visir le dijo: "¡Oh hijo mío! no hay felicidad que no tenga su término; ni bien su límite, ni plazo
sin vencimiento, ni copa sin brebaje amargo. Hoy me toca a mí gustar la copa de la muerte".
Y el visir recitó estas estrofas:
¡Podrá hoy olvidarte la muerte, pero no te olvidará mañana! ¡Todos caminamos
apresuradamente al abismo de la anulación!
¡Para los ojos del muy altísimo, no hay llanos ni cumbres! ¡todas las alturas están
niveladas: no hay hombre pequeño, ni gigante!
¡Y Jamás ha habido rey, imperio ni profeta que haya podido desafiar la ley de la muerte!
Después prosiguió de este modo: "¡Oh hijo mío! No me queda ahora más que encargarte una cosa:
que cifres tu fuerza en Alah, no pierdas nunca de vista los fines primordiales del hombre, y sobre todo,
que cuides mucho de nuestra hija y esposa tuya Dulce-Amiga".
Entonces contestó Alí-Nur: "¡Oh padre mío! ¿Cómo es posible que nos dejes? Desaparecido tú de la
tierra ¿qué nos quedará? Eres famoso por tus beneficios, y los oradores sagrados citan tu nombre desde
el púlpito de nuestras mezquitas el santo día del viernes para bendecirte y desearte larga vida".
Y Fadleddin dijo: "¡Oh hijo mío! sólo ruego a Alah que me reciba y no me rechace". Después
pronunció en voz alta los dos actos de fe de nuestra religión: "¡Juro que no hay más Dios que Alah! ¡Juro
que Mahomed es el profeta de Alah!" Y luego exhaló el último suspiro, y quedó inscripto para siempre
entre los elegidos bienaventurados.
Y en seguida todo el palacio se llenó de gritos y lamentos. Llegó la noticia al sultán, y toda la ciudad
de Bassra supo el fallecimiento del visir Fadleddin ben-Khacán. Y todos los habitantes lo lloraban, sin
exceptuar a los niños de las escuelas. Por su parte, Alí-Nur, a pesar de su abatimiento, nada escatimó
para hacer unos funerales dignos de la memoria de su padre. Y a estos funerales asistieron todos los
emires y visires, incluso el malvado Ben-Sauí, que, como los demás, tuvo que ayudar a transportar el
féretro. También concurrieron los altos dignatarios, los grandes del reino, y todos los habitantes de
Bassra, sin excepción. Y al salir de la casa mortuoria, el jeique principal, que dirigía los funerales, recitó
en honor del muerto las siguientes estancias:
¡Al hombre encargado de recoger sus despojos mortales le dijo: Obedece mis órdenes, pues
sabe que en vida atendió a mis consejos!
¡Si te place, haz correr por encima de él el agua lustral; pero cuida de regar su cuerpo con
las lágrimas vertidas por los ojos de la Gloria, de la Gloria que llora!
¡Aparta de él los bálsamos mortuorios y los aromas! ¡Sírvete más bien para embalsamarle
de los perfumes de sus beneficios y del suave olor de sus buenas acciones!
¡Bajen del cielo los ángeles gloriosos para rendirle homenaje y llevar sus mortales
despojos, dejando correr el llanto!
¡Es inútil cansar con el peso de su ataúd los hombros de los portadores, pues los hombros
de todos los humanos están rendidos por el peso de sus beneficios y por la carga del bien que
les echó encima cuando vivía!
Alí-Nur, después de los funerales, guardó prolongado luto y estuvo encerrado mucho en su casa,
negándose a ver a nadie y a ser visto, y así permaneció entregado a su aflicción. Pero un día entre los
días, estando sentado, lleno de dolor, oyó llamar a la puerta, se levantó a abrir, y vió entrar a un joven de
su edad, hijo de uno de los antiguos amigos y comensales de su difunto padre.
Y este joven besó la mano a Alí-Nur, y le dijo: "¡Oh mi señor y dueño! todo humano, aunque perezca,
vive en sus descendientes, y tú tienes que ser el hijo ilustre de tu padre; por lo tanto, no debes afligirte
eternamente, ni olvidar las santas palabras del señor de los antiguos y modernos, nuestro profeta
Mohamed (¡la plegaria y la paz de Alah sean con él!), que dijo: "Cura tu alma, y no guardes más luto a la
criatura".
Nada pudo contestar Alí-Nur, y resolvió en seguida poner término a su aflicción, por lo menos
exteriormente. Se levantó, fué a la sala de reuniones y mandó que llevasen a ella todo lo necesario para
recibir dignamente a los visitantes. Y desde aquel momento abrió las puertas de su casa y empezó a
recibir a todos sus amigos, viejos y jóvenes. Pero tomó particular afecto a diez jóvenes, que eran hijos de
los principales mercaderes de Bassra. Y pasaba el tiempo en su compañía, entre diversiones y festines. Y
a todo el mundo regalaba objetos de valor, y en cuanto le visitaba alguien, daba en seguida una fiesta en
honor suyo. Pero todo lo hacía con tal prodigalidad, a pesar de las prudentes advertencias de Dulce-
Amiga, que su administrador, asustado de aquel procedimiento, se le presentó un día y le dijo: "¡Oh mi
señor y dueño! ¿no sabes que es perjudicial la excesiva generosidad, y que los regalos harto
numerososacaban con las riquezas? Recuerda que el que 'a sin contar se empobrece. Ya lo expuso el
poeta, que expresó la verdad cuando dijo:
¡Mi dinero! ¡Lo conservo cuidadosamente, y en vez de derrocharlo, lo convierto en barras
fundidas; el dinero es mi espada y es también mi escudo!
¡Dárselo a mis enemigos, a mis peores enemigos, sería una locura! ¡Entre los hombres
equivale obrar así a transformar la felicidad en infortunio!
¡Pues mis enemigos se apresurarán a comérselo y bebérselo alegremente, y no pensarán en
dar una limosna al necesitado!
¡Por eso hago bien ocultando mi dinero al perverso que no sabe compadecer los males de
sus semejantes!
¡Conservaré mi dinero! ¡Desdichado del pobre que pide una limosna, lleno de sed, como el
camello apartado del abrevadero durante cinco días! ¡Su alma llegará a ser más vil que la
misma alma del perro!
¡Oh! ¡Desgraciado del hombre sin dinero y sin recursos, aunque sea el más sabio de los
sabios y sus méritos resplandezcan más que el sol!”
Oídos estos versos, Alí-Nur miró a su administrador, y le dijo: "Tus palabras no han de influir en mí
para nada. Sabe de una vez para siempre esto que te voy a decir: Cuando hechas tus cuentas resulte que
aun me quede dinero para el desayuno, procura no molestarme con la preocupación de la cena. Porque
tiene razón el poeta cuando dice:
Si algún día me viese abandonado por la fortuna y rendido a la pobreza, ¿que haría yo?
¡Pués precisamente, privarme de mis placeres y no mover ni brazos ni piernas!
¡Desafío a todo el mundo a que me presente un avaro que haya merecido alabanzas por su
avaricia, y también lo reto a que me enseñe un pródigo que haya muerto a causa de su
prodigalidad”
Al oír estos versos, el administrador no podía hacer más que retirarse, saludando respetuosamente a
su amo, para ir a ocuparse en sus asuntos.
En cuanto a Alí-Nur, ya no supo reprimir desde aquel día su generosidad, que le incitaba a dar cuanto
poseía, regalándolo a sus amigos y hasta a los extraños. Bastaba que cualquier convidado exclamase:
"¡Qué bonita es tal cosa!", para que inmediatamente le contestara: "Tuya es".
Si otro decía: "¡Oh mi querido señor, qué hermosa es esta finca!", inmediatamente le replicaba Alí-
Nur: "Voy a mandar que la inscriban ahora mismo a tu nombre". Y mandaba traer el cálamo, el tintero de
cobre y el papel, e inscribía la casa a nombre del amigo, sellando el documento con su propio sello.
Y así durante todo un año; y por la mañana daba un banquete, a todos sus amigos, y por la tarde les
ofrecía otro, al son de los instrumentos, amenizándolo los mejores cantantes y las danzarinas más
notables.
Y ya no hacía caso de las advertencias de Dulce-Amiga, y hasta llegó a tenerla olvidada; pero ella no
se quejaba nunca y se consolaba con la lectura de los libros de los poetas.
Un día que Alí-Nur entró en su gabinete, le dijo: "¡Oh luz de mis ojos! escucha estas estrofas:
¡Cuanto más bien se hace, más firme aparece la ventura de la vida, pero hay que temer los
ciegos golpes del Destino!
¡La noche se hizo para el sueño y el descanso; la noche es la salvación del alma, pero tú
derrochas locamente esas horas reparadoras, y no ha de asombrarte que una mañana te
sorprenda súbitamente la desdicha!"
Y apenas acababa de recitar estos versos, se oyó llamar a la puerta. Y Alí-Nur, saliendo del gabinete,
fué a abrir, y se encontró con el administrador al que condujo a una habitación contigua a la sala de
reuniones, donde estaban varios amigos de Alí-Nur, que apenas se separaban de él. Y Alí-Nur preguntó a
su administrador: "¿Qué ocurre para que pongas esa cara tan triste?"
Y el otro dijo: "¡Oh mi señor! ¡Ya ha llegado lo que tanto temía!" Y Alí-Nur insistió: "¿Pero qué
pasa?" Y el administrador dijo: "Sabe que ya ha terminado mi cometido, pues ya no tengo nada tuyo que
administrar. Ya no te quedan fincas, ni nada que valga un óbolo ni menos de un óbolo. Y he aquí que
traigo las cuentas de lo que has gastado, hasta derrochar todo tu capital".
Y al oír estas palabras, Alí-Nur bajó la cabeza, y dijo: "¡Alah es el único fuerte, el único poderoso!"
Pero precisamente, uno de los amigos que estaba en la sala oyó esta conversación y se apresuró a
comunicarla a los demás. Diciendo: "¡Oh mis señores, sabed que a Alí- Nur no le queda ya ni por valor
de un óbolo".
Y en este momento entró Alí-Nur muy preocupado y muy pálido, confirmando con su gesto la
exactitud de la mala nueva.
Al verle, uno de los convidados se levantó, y le dijo: "¡Oh mi señor! con tu venia me voy a retirar,
porque mi mujer está de parto y no puedo abandonarla, de modo que he de marchar a su lado". AlíNur se
lo permitió; y entonces se levantó otro amigo y le dijo: "¡Oh mi dueño Alí-Nur! necesariamente he de ir
ahora mismo a casa de mi hermano, que celebra las ceremonias de la circuncisión de su hijo". Y Alí-Nur
se lo permitió.
Así todos los demás amigos fueron alegando pretextos para marcharse, desde el primero hasta el
último, y Alí-Nur acabó por verse solo en medio de la gran sala de reuniones. Entonces mandó llamar a
Dulce- Amiga, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! aun ignoras la desgracia que se me ha venido encima". Y le
refirió cuanto le acababa de ocurrir. Y ella contestó: "¡Oh dueño mío! ya hace tiempo que te lo anunciaba,
y tú, en vez de hacerme caso, hasta me recitaste un día estos versos:
¡Si la Fortuna pasara un día por delante de tu puerta, acógela enseguida, y disfruta de ella
a gusto, y que la gocen también todos tus amigos, pues podría escabullirse de entre tus manos!
¡Pero si se detuviese para siempre en tu casa, usa ampliamente de ella, pués la generosidad
no ha de agotarla, ni tiene porqué sujetarla la avaricia!
De modo que cuando oí estos versos me callé y no quise contrariarte". Y Alí-Nur le dijo: "¡Oh Dulce-
Amiga! Bien sabes que nada he escatimado a mis amigos, pues con ellos he derrochado todos mis bienes.
Y ahora no puedo creer que me abandonen en la desgracia".
Pero Dulce-Amiga replicó: "Te juro por Alah que para nada te han de servir!" Y Alí- Nur dijo:
"Ahora mismo voy a verlos, uno por uno; y llamaré a su puerta, y cada cual me dará generosamente
alguna cantidad, y de este modo reuniré un capital con el que me dedicaré al comercio, y me apartaré
para siempre del juego y de las diversiones".
Y efectivamente, se levantó en seguida y recorrió la calle de Bassra en que vivían sus amigos, pues
todos sus amigos vivían en aquella calle, que era la más hermosa de la ciudad. Y llamó a la primera
puerta, y le abrió una negra que le dijo: "¿Quién eres?"
El contestó: "Avisa a tu amo que ha venido hasta su puerta Alí-Nur para decirle: "Tu servidor Alí-
Nur besa tus manos, y espera una muestra de tu generosidad". Y la negra fué a avisar a su amo. Y éste
contestó: "Sal en seguida y dile que no estoy en casa".
Y la negra volvió, y le dijo a Alí-Nur: "¡Oh señor, no está mi amo!"
Alí-Nur dijo para sí: "Este es un mal nacido que se me niega, pero los demás no serán mal nacidos".
Y fué a llamar a la puerta de otro amigo, y le mandó el mismo recado que el primero, y recibió de él la
misma respuesta negativa.
Entonces Alí-Nur recitó esta estrofa:
¡Apenas llegué frente a la casa, se apresuraron a dejarla vacía, y ví huir a todos los
moradores, temerosos de que pusiese a prueba su generosidad!
Y después dijo: "¡Por Alah! que he de visitar a todos, pues espero encontrar por lo menos uno que
haga lo que estos traidores se han negado a hacer". Pero no pudo encontrar a nadie que le recibiese, ni
que le enviase un pedazo de pan.
Y entonces se consoló recitando estos versos:
¡El hombre próspero es como un árbol: le rodea la gente mientras lo cubren los frutos!
¡Pero apenas estos frutos caen, se dispersa la gente para buscar otro arbol mejor!
¡Todos los hijos de este tiempo padecen la misma enfermedad, y no he encontrado uno solo
que estuviese libre de ella!
Y después fué a buscar a Dulce-Amiga, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ni siquiera uno me ha recibido!" Y
ella contestó: "¡Oh dueño mío, yo te había advertido que no te ayudarían en nada! Ahora te aconsejo que
empieces por vender los muebles y objetos preciosos que tenemos en casa, y con eso nos podremos
sostener algún tiempo". Y Alí-Nur hizo lo que Dulce-Amiga le aconsejaba. Pero pasados los días ya no
les quedó nada que vender, y entonces Dulce-Amiga, aproximándose a Alí- Nur, que lloraba lleno de
desesperación, le dijo: "¡Oh dueño mío! ¿por qué lloras,? ¿No estoy yo todavía aquí? ¿No sigo siendo la
misma Dulce-Amiga a quien llamas la más hermosa de las mujeres? Cógeme, pues, llévame al zoco de
los esclavos y véndeme. ¿Has olvidado que tu difunto padre me compró en diez mil dinares de oro?
Espero que Alah nos ayude en esta venta, y la haga fructuosa, y hasta que te paguen por mí más que la
primera vez. Y en cuanto a nuestra separación, ya sabes que si Alah ha escrito que nos hemos de
encontrar algún día, acabaremos por reunirnos".
Alí-Nur contestó: "¡Oh Dulce-Amiga, nunca accederé a separarme de ti, ni siquiera por una hora!" Y
ella replicó: "Tampoco lo quisiera yo, ¡oh mi dueño Alí-Nur! pero la necesidad no tiene ley, como dijo el
poeta:
¡No dudes en hacer aquello a que te obligue la necesidad! ¡No retrocedas ante nada,
siempre que esté en los límites de la decencia!
¡No te preocupes sin un motivo fundado, y cree que son muy escasas las aflicciones que
tengan un verdadero motivo de constante preocupación!
Alí-Nur cogió entonces en brazos a Dulce- Amiga, le besó la cabellera. v con lágrimas en los ojos
recitó estas estrofas:
¡Detente, por favor! ¡Déjame recoger una mirada de tus ojos, una sola mirada, para que me
acompañe durante todo el camino; una mirada que sirva de remedio a mi alma, herida por esta
separación mortal!
¡Pero si hasta esto te parece exagerado, no me lo des, y déjame entregado a mi dolor y sin
más compañía que mi tristeza!
Entonces Dulce-Amiga habló con palabras tan dulces a Alí-Nur, que acabó por decidirle a que
tomase la resolución que le acababa de proponer, pues era el único medio de evitar que el hijo de
Fadleddin ben-Khacán se viese en aquella pobreza indigna de su rango. Salió, pues, con Dulce-Amiga, y
la llevó al zoco de los esclavos; se dirigió al más experto de los corredores, y le dijo: "Es necesario, ¡oh
corredor! que sepas el valor de esta joya que vas a pregonar en el mercado. No vayas a equivocarte".
Y el corredor respondió: "¡Oh mi señor Alí- Nur! Soy tuyo, conozco, además de mis deberes, las
consideraciones que te debo”. Entonces Alí-Nur entró en una habitación del khan, y levantó el velo que
cubría el rostro a Dulce-Amiga. Y al verla, exclamó el corredor: "¡Por Alah! ¡Si es la esclava que apenas
hace dos años vendí en diez mil dinares de oro al difunto visir!". Y Alí-Nur "La misma es". Entonces dijo
el corredor:
“Oh Ali-Nur! Cada criatura lleva pendiente del cuello su destino, y no se puede librar de él. Te juro
que he de poner toda mi inteligencia en vender tu esclava al precio más alto del mercado".
E inmediatariente marchó al sitio en que solían reunirse los mercaderes, y aguardó a que llegasen,
pues en aquel momento andaban dispersos, comprando esclavas de todos los países y llevándolas hacia
aquel punto del zoco en que se juntaban mujeres turcas, griegas, circasianas, georgianas,abisinias y de
otras partes. Y cuando vió el corredor que estaban allí todos y que la plaza se había llenado con la
muchedumbre de corredores y compradores, se subió a un poyo y dijo:
"¡Oh vosotros todos, mercaderes y hombres de riquezas! sabed que no todo lo redondo es nuez; no
todo lo alargado es plátano; no todo lo colorado es carne; no todo lo blanco es grasa; no todo lo tinto es
vino, ni todo lo pardo es dátil.
¡Oh mercaderes ilustres entre los de Bassra y Bagdad! he aquí que presento hoy a vuestro justiprecio
y valoración una perla noble y única que, si hubiera equidad en apreciarla, valdría más que todas las
riquezas reunidas. A vosotros corresponde señalar el precio que ha de servir como base de pujas, pero
antes venid a ver con vuestros ojos"
Y los hizo aproximarse, les mostró a Dulce-Amiga, en seguida, por unanimidad, acordaron empezar
por anunciarla en cuatro mil dinares, como base de pujas. Entonces el corredor gritó: "¡Cuatro mil
dinares la perla de las esclavas blancas!" Y en seguida un mercader pujó a cuatro mil quinientos.
Pero precisamente en aquel instante el visir Ben-Sauí pasaba a caballo por el zoco de las esclavas, y
vió a Alí-Nur de pie al lado del corredor, y a éste pregonando un precio.
Y dijo para sí: "Ese calavera de Alí-Nur está vendiendo el último de sus esclavos después de haber
vendido el último de sus muebles". Pero pronto se enteró de que lo que se pregonaba era una esclava
blanca, y pensó: "Alí-Nur debe estar vendiendo su esclava, porque ya no posee ni un óbolo. ¡Cómo se
alegraría mi corazón si esto fuese verdad!"
Llamó entonces al pregonero, que acudió en cuanto conoció al visir, y besó la tierra entre sus manos.
Y el visir le dijo: "Quiero comprar esa esclava que pregonas. Tráela en seguida para que la vea". Y el
pregonero, que no podía negarse a obedecer al visir, se apresuró a llevarle a Dulce-Amiga, y le levantó
el velo.
Al ver aquel rostro sin igual y al admirar todas las perfecciones de la joven, se maravilló el visir y
preguntó: "¿Qué precio es el que ha alcanzado?" Y el corredor respondió: "Cuatro mil quinientos dinares
a la primera puja". Y el visir dijo: "Pues bien; a ese precio me quedo con ella". Y al hablar así miró
fijamente a todos los mercaderes, que no se atrevieron a pujar, y ni uno solo tuvo valor para ofrecer
mayor precio, temiendo la venganza del visir.
Después el visir dijo al corredor: "¿Qué haces ahí parado? Ya sabes que tomo la esclava en cuatro
mil dinares de oro, y te doy quinientos de corretaje". El corredor no supo qué responder, y con la cabeza
baja se fué a buscar a Alí-Nur, que estaba algo más lejos, y le dijo: "¡Oh señor, cuánta es nuestra
desgracia! Se nos va de entre las manos Dulce-Amiga por un precio irrisorio; se la llevan por nada. Ahí
tienes al malvado visir Ben-Sauí, enemigo de tu padre, que lo ha adivinado todo y no nos ha dejado
llegar al verdadero precio. Quiere quedarse con ella por sólo el importe de la primera puja. Y si
estuviéramos seguros de que la pagase al contado, podríamos dar gracias a Alah, aunque el precio sea tan
mezquino; pero ese maldito visir es el peor pagador del mundo, y conozco todas sus astucias y maldades.
Y he aquí lo que va a hacer; te dará una letra de crédito para uno de sus agentes, al cual ordenará
secretamente que no te pague nada. Y cada vez que vayas a cobrar, el agente te dirá: "Mañana pagaré", y
ese mañana no llegará nunca. Y tanto te aburrirá esta serie de retrasos, que acabarás por hacer un arreglo
con el agente y le confiarás el papel firmado por el visir, v el agente se apresurará a hacerlo pedazos, y
de este modo perderás sin remedio el precio de la esclava".
Alí-Nur, desesperado al oír todo esto, preguntó al corredor: "¿Y qué haremos ahora?"
Y el corredor respondió: "Voy a darte un buen consejo. Me llevaré al zoco a Dulce- Amiga, y tú nos
alcanzarás, y arrancándola de entre mis manos, le hablarás de este modo: "¡Desdichada! ¿Qué te
propones? ¿No sabes que hice juramento de fingir tu venta en el zoco para humillarte y corregir tu mal
genio?" En seguida le darás unos golpes y te la llevarás.
Y entonces todo el mundo, incluso el visir, creerá que, en realidad, no trajiste la esclava más que para
cumplir tu juramento". Le pareció muy bien a Alí-Nur, y dijo: "Es realmente una buena idea". Entonces el
corredor marchó al centro del zoco, cogió de la mano a la esclava, y la llevó a presencia del visir El-
Mohín ben-Sauí, y le dijo: "Señor, el propietario de la esclava es ese hombre que está allí, a pocos pasos
de nosotros. Pero he aquí que se aproxima". Y efectivamente, Alí-Nur se acercó al grupo, se apoderó
violentamente de Dulce-Amiga, le dió un puñetazo, y le dijo: "¡Desdichada! ¿No sabes que no te he traído
al zoco más que para cumplir un juramento? Vuelve a casa y procura ser obediente. Y no creas que
necesito el precio de tu venta, pues aunque me viese muy apurado, preferiría desprenderme de todos mis
muebles y hasta lo último de cuanto me pertenece antes que pensar en traerte al zoco".
Al oírlo, gritó el visir: "¡Pobre de ti, loco mancebo! Hablas como si aun te quedase algún mueble o
cualquier cosa que vender. Pero ya sabemos todos que no tienes ni un óbolo". Y al hablar así quiso
apoderarse violentamente de Dulce-Amiga. Pero todos los mercaderes y corredores miraban con
simpatía a Alí-Nur, muy estimado por todos ellos, que se acordaban de los favores de su padre, su buen
protector. Entonces Alí-Nur les dijo: "Acabáis de oír las palabras insultantes de este hombre, y os tomo a
todos por testigos de ello".
Por su parte, el visir dijo: "¡Oh mercaderes! por consideración a todos vosotros no mato ahora mismo
a ese insolente". Pero los mercaderes se miraban unos a otros, como diciéndose con los ojos: "Ayudemos
a Alí-Nur". Y añadieron en voz alta: "Este asunto no nos incumbe. Arreglaos como podáis".
Y Alí-Nur, que era audaz y valiente, sujetó por las bridas al caballo del visir, después agarró a su
enemigo, lo sacó de la silla y lo tiró al suelo. Le puso la rodilla en el pecho, empezó a darle puñetazos en
la cabeza y en el vientre y en todas partes, le escupió en la cara y le dijo: "¡Perro, hijo de perro, mal
nacido! Maldito sea tu padre, y el padre de tu padre, y el padre de tu madre, ¡oh corrompido!" Y le dió
tan fuerte puñetazo en la quijada, que le rompió varios dientes. Y la sangre corría por las barbas del visir,
que había ido a caer en medio de un charco de lodo.
Al ver esto, los diez esclavos que acompañaban al visir desenvainaron los alfanjes y quisieron
echarse encima de Alí- Nur y despedazarle; pero el gentío se lo impidió, y les decía: "¿Qué vais a hacer?
Vuestro amo es visir; ¿pero no sabéis que el otro es hijo de visir? ¿No teméis que mañana se reconcilien
y paguéis vosotros las consecuencias?" Y los esclavos vieron que era más prudente abstenerse.
Y como Alí-Nur se había cansado de dar golpes, soltó al visir, que se levantó cubierto de sangre y de
barro, y se dirigió al palacio del sultán seguido por las miradas de la muchedumbre, que no sentía por él
ninguna compasión.
En seguida Alí-Nur cogió de la mano a Dulce-Amiga y se volvió a su casa aclamado por el gentío.
El visir llegó en un estado lamentable al palacio del rey Mohammad ben-Soleimán El- Zeiní, se
detuvo a la puerta y comenzó a gritar: "¡Oh rey! ¡Te implora un afligido!" Y el rey mandó que se lo
presentasen, y vió que era su visir El-Mohín ben-Sauí. Y en el límite del asombro, le dijo: "¿Pero quién
se ha atrevido a tratarte de esa manera?"
Y el visir se echó a llorar y recitó estos versos:
¿Es posible que existiendo tú entre los vivientes me haga su victima el Tiempo? ¿Es posible
que siendo tú mi intrépido defensor hagan de mí su presa los perros enfurecidos?
¿Es posible, ¡Oh nube benéfica que nos das la lluvia! que todo sediento pueda extinguir su
sed en tus aguas vivas, y que yo, tu protegido, me muera de sed bajo tu cielo?
Y después añadió: "¡Oh señor! ¿Permitirás que así traten a todos los servidores que te aman y te
sirven? ¿Tolerarás que se cometan con ellos semejantes infamias?" Y el rey preguntó: "¿Pero quién te ha
tratado de ese modo?" Entonces el visir dijo: "Has de saber, ¡oh rey! que he salido hoy a dar una vuelta
por el zoco para comprar una buena esclava que supiera condimentar los manjares, pues mi cocinera los
quema todos los días, y vi en el zoco una esclava joven como no vi otra en toda mi vida. Y el corredor a
quien me dirigí me contestó: "Creo que pertenece al joven Alí-Nur, hijo del difunto visir Khacán".
Ahora bien; recordarás, ¡oh mi señor y soberano! que entregaste tiempo ha diez mil dinares de oro al
visir Fadleddin para comprar una hermosa esclava que reuniese todas las perfecciones. Y en aquel
tiempo el visir no tardó en encontrar y comprar la tal esclava, pero como era verdaderamente
maravillosa y le había gustado mucho, se la regaló a su hijo Alí-Nur. Y Alí-Nur, muerto su padre, se
entregó a tales locuras que no tardó en vender todos sus bienes, sus fincas y hasta los muebles de su casa.
Y cuando ya no tuvo ni un óbolo para vivir, llevó al zoco a la esclava para venderla, y la entregó a un
corredor, el cual la subastó en seguida. Y los mercaderes empezaron a pujar de tal modo, que el precio
de la esclava llegó inmediatamente a cuatro mil dinares. Entonces la vi, y quise comprarla para mi
soberano el sultán, que ya había dado por ella una importante suma.
Llamé al corredor y le dije: Hijo mío, yo te daré los cuatro mil dinares. Pero el corredor me mostró
al propietario de la esclava, y éste apenas me vió corrió hacia mí, gritando como un energúmeno: "¡Sucia
cabeza vieja! ¡Jeique maldito y nefasto! Antes que cedértela se la vendería a un nazareno o a un judío,
aunque me llenases de oro el velo que la cubre".
Y yo dije: Pero joven, si no la quiero para mí, pues la destino a nuestro señor el sultán, que es nuestro
buen soberano, nuestro bienhechor. Y al oír estas palabras, en vez de ceder se enfureció más aún, se tiró a
la brida de mi caballo, me agarró de una pierna y me echó al suelo, y sin hacer caso de mi avanzada edad
edad ni respetar mis barbas blancas,empezó a pegarme y a insultarme de todas maneras, y acabó por
ponerme en el deplorable estado en que me ves en este momento, ¡ oh rey bueno y justo! Y todo esto me
ha pasado por querer complacer a mi sultán y comprarle una esclava que le pertenecía y que juzgué digna
del honor de compartir su lecho".
Entonces el visir se echó a las plantas del rey, y rompió nuevamente a llorar, implorando justicia. Y
al verle y oír su relato, se encolerizó de tal manera el sultán, que el sudor le brotaba por entre los ojos, y
volviéndose hacia los emires y grandes del reino, les hizo una seña. Inmediatamente se presentaron ante
él cuarenta guardias con las espadas desenvainadas. Y el sultán les dijo: "Marchad inmediatamente a la
casa del que fué mi visir El-Fadl ben-Khacán, y saqueadla y destruidla por completo. Apoderaos de Alí-
Nur y de su esclava, atadles los brazos, arrastradlos sobre el lodo y traedlos a mi presencia'".
Los cuarenta guardias contestaron: "Escuchamos y obedecemos", y se dirigieron en seguida a casa de
Alí-Nur.
Pero había en el palacio un joven chambelán llamado Sanjar, que había sido mameluco del difunto
Fadleddin, y se había criado con su amo Alí-Nur, a quien profesaba gran cariño. Y dispuso la Suerte que
presenciara la queja del visir Ben-Suaí y cómo el sultán daba sus crueles órdenes. Y salió corriendo,
tomando el camino más corto para llegar a la casa de Alí-Nur, que al oír llamar precipitadamente a la
puerta fué a abrir en persona, y al ver a su amigo el joven Sanjar quiso abrazarle; pero éste, sin
consentirlo, exclamó: "¡Oh mi querido dueño! no son a propósito estos intantes para palabras cariñosas ni
para saludos, pues oye lo que dice el poeta:
Liberta tu alma, desátala de la tiranía de las cadenas y vuela enseguida! ¡Vuela a lo lejos y
deja que las casas se derrumben sobre quienes las construyeron!
¡Oh amigo mio! ¡Encontrarás muchos países distintos del tuyo, pues la tierra de Alah es
infinita; pero otra alma que sea tu alma no la has de encontrar!
Y Alí-Nur dijo: "¡Oh amigo Sanjar! ¿qué vienes a anunciarme?"
Sanjar contestó: "Sálvate, y salva a la esclava Dulce-Amiga, porque El-Mohín ben-
Sauí os ha tendido un lazo, y como caigáis en él moriréis sin misericordia.
Sabe que el sultán, por instigación del visir, ha enviado contra vosotros a cuarenta guardias con los
alfanjes desenvainados. Debéis emprender la fuga antes de que os ocurra una desgracia". Y Sanjar alargó
su mano, que estaba llena de oro, a Ali-Nur, y le dijo: "¡Oh mi señor! he aquí cuarenta dinares que han de
serte útiles en estos momentos, y perdóname que no pueda ser más generoso. Pero no perdamos tiempo.
¡Levántate y huye!"
Entonces Alí-Nur se apresuró a avisar a Dulce-Amiga, que se cubrió inmediatamente con su velo, y
ambos salieron de la casa, y después de la ciudad, y llegaron a orillas del mar, amparados por el muy
Altísimo. Y divisaron un bajel que precisamente se disponía a desplegar las velas, acercándose vieron al
capitán que estaba de pie en medio del barco, y decía: "El que no se haya despedido que se despida
inmediatamente; el que no haya acabado de proveerse de víveres que acabe en el acto; el que haya
olvidado algo en su casa vaya ligero a buscarlo, porque he aquí que vamos a zarpar". Y todos los
viajeros contestaron: "Nada nos queda que hacer, capitán; ya estamos listos". Entonces el capitán gritó a
sus hombres: "¡Hola! ¡Desplegad las velas y soltad las amarras!" Y en aquel momento preguntó Alí- Nur:
"¿Para dónde zarpas, capitán?" Y el capitán contestó: "Para Bagdad, morada de paz".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre,
interrumpió su relato.
Pero cuando llegó la 34ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el capitán contestó a Alí-Nur: "Para Bagdad,
morada de paz", Alí-Nur suplicó: "Aguarda, que allá vamos". Y seguido de Dulce-Amiga, subió a bordo
de la nave, que en seguida tendió sus velas y zarpó volando como la enorme ave llamada Roch, según
dice el poeta:
¡Mira la nave: su aspecto seduce a quien la ve! ¡El viento quiere igualarle en rapidez, pero
no se sabe quién vence en esta gran carrera de velocidad!
¡Es como un ave que con las alas desplegadas se hubiese precipitado sobre el mar, y se
balancease en él!
Y el bajel bogaba con viento favorable, llevando a todos los viajeros. Esto en cuanto a Alí-Nur y
Dulce-Amiga.
Por lo que se refiere a los cuarenta guardias enviados por el sultán para apoderarse de Alí-Nur,
llegaron a la casa de éste, la cercaron por todos lados, echaron abajo las puertas, invadieron la morada y
comenzaron a buscar por todas partes, pero no pudieron encontrar a nadie nadie. Entonces destruyeron
totalmente la casa y marcharon a comunicar al sultán lo infructuoso de sus pesquisas. Y el sultán ordenó:
"¡Buscadlos por todas artes y registrad si es preciso toda la ciudad!" Y como en aquel momento llegase
el visir Ben- Sauí, le llamó el sultán, y para consolarle le dió un hermoso ropón de honor, y le dijo: "¡Te
prometo que sólo yo he de vengarte!" Y el visir le deseó larga vida y todas las felicidades.
Después el rey mandó que los pregoneros promulgaran por toda la ciudad el siguiente bando: "¡Si
alguno de vosotros, ¡oh habitantes! encontrase a Alí-Nur, hijo del difunto visir Ben-Khacán, se apoderará
de él y lo presentará al sultán, y en recompensa se le darán mil dinares y un traje de honor! ¡Pero si
alguien le ve y le oculta, sufrirá un ejemplar castigo!" Sin embargo, a pesar de todas las pesquisas, nadie
pudo averiguar qué había sido de Alí-Nur.
Este y Dulce-Amiga llegaron sin contratiempo a Bagdad, y el capitán les dijo: "He ahí la famosa
Bagdad, la dulce morada. Es la ciudad feliz que nunca ha sufrido las escarchas del invierno, la ciudad
que vive a la sombra de sus rosales en una eterna primavera en medio de flores y jardines, mecida por el
canto de sus aguas murmuradoras". Y Alí-Nur dió las gracias al capitán por sus bondades durante el
viaje, le pagó cinco dinares de oro por el pasaje, y saliendo del navío seguido de Dulce-Amiga, penetró
en Bagdad.
Pero quiso el Destino que Alí-Nur, en vez de tomar el camino usual, emprendiera otro, que le llevó al
centro de los jardines que rodean a la ciudad. Y se detuvieron a la puerta de un jardín con una cerca muy
grande, cuya entrada estaba bien barrida y regada, y tenía a cada lado un banco. La puerta, que era
magnífica, estaba cerrada, y la coronaban hermosas lámparas de todos colores. Contiguo a ella había un
estanque lleno de agua muy clara. Más allá de la puerta partía una avenida entre dos hileras de postes con
magníficas telas de brocado que ondeaban al viento.
Entonces Alí-Nur dijo a Dulce-Amiga: "¡Por Alah! ¡Hermoso es este lugar!"
Y ella contestó: "Descansemos una hora en estos bancos". Y después de haberse lavado la cara y las
manos con el agua fresca del estanque, se sentaron a tomar el aire en un banco, y respiraron
deliciosamente la suave brisa que corría. Y tan a gusto se encontraban allí, que no tardaron en dormirse,
después de haberse tapado con una manta.
Ahora bien; el jardín a cuya puerta estaban dormidos se llamaba el Jardín de las Delicias, y había en
medio de él un palacio llamado de las Maravillas, que era propiedad del califa Harún-Al-Raschid.
Cuando el califa sentía el cansancio de la ciudad, iba a distraerse y a olvidar sus preocupaciones en
aquel jardín y en aquel palacio. Todo el palacio formaba un inmenso salón con ochenta ventanas, y de
cada una pendía una gran lámpara y en el centro había una inmensa araña de oro macizo, resplandeciente
como el sol.
Aquel salón sólo se abría cuando llegaba el califa, y entonces se encendían las lámparas y la araña y
se abrían todas las ventanas, y el califa se sentaba en un magnífico diván forrado de seda, terciopelo y
oro, y mandaba a las cantoras que cantasen y a los músicos que tañesen sus instrumentos; pero lo que
prefería era oír al ilustre cantor Ishak, cuyos cantos e improvisaciones admiraba todo el mundo. Y en
medio de la calma de la noche y respirando aquel aire perfumado con las flores del jardín, el califa
descansaba de las fatigas de la ciudad.
Había nombrado guarda del palacio y del jardín a un buen anciano, llamado el jeique Ibrahim, que
vigilaba día y noche para que los paseantes y los curiosos no entrasen en el jardín, singularmente mujeres
y niños, que podían estropear o robar las flores y las frutas. Y aquella noche, al dar su vuelta
acostumbrada, abrió la puerta principal del jardín y vió dormidas en el banco a dos personas
desconocidas, cubiertas con una misma manta. Y se indignó, y dijo: "He aquí dos audaces que han
infringido las órdenes del califa, y como me ha autorizado para imponer cualquier castigo a todo el que
se acerque a este palacio, voy a hacerles saber lo que cuesta el apoderarse de ese banco, que está
reservado a los servidores del califa". Y el jeique Ibrahim cortó una rama de un árbol y se acercó a los
durmientes, e iba a darles de latigazos, cuando de pronto pensó: "¡Oh Ibrahim! ¿Qué vas a hacer? Vas a
golpear despiadadamente a personas que no conoces, que tal vez sean extranjeras o mendigos del camino
de Alah, a quienes haya encaminado hacia aquí el Destino. Lo mejor es verles primeramente la cara".
Y el jeique Ibrahim levantó la manta que les ocultaba el rostro, y se quedó encantado al ver aquellas
dos caras maravillosas, cuyas mejillas había juntado el sueño, y que parecían más hermosas que las
flores del jardín. Y pensó: "¿Qué iba yo a hacer? ¿Qué ibas a hacer, ciego Ibrahim? Merecerías que te
golpearan a ti, para castigarte por tu injusta cólera". Después les tapó nuevamente la cara, se sentó a sus
pies, y empezó a dar masaje a los de Alí-Nur, que le había inspirado una inmensa simpatía. Y Alí-Nur, al
sentir aquellas manos que lo acariciaban, no tardó en despertarse, y vió a un respetable anciano.
Avergonzado de que éste le diera masaje, apartó los pies en seguida, se incorporó, y cogiendo la mano
del jeique Ibrahim se la llevó a los labios y luego a la frente.
Entonces el jeique le preguntó: "¿De dónde venís, hijos míos?" Y Alí-Nur dijo: "¡Oh señor, somos
extranjeros!" Y se le arrasaron los ojos en lágrimas. Ibrahim repuso: "¡Oh hijo mío! no soy de los que
olvidan que el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!) recomendó en varios pasajes del Libro
Noble la hospitalidad para los forasteros, y que se les recibiera cordialmente y con agrado.
Venid, pues, conmigo; os enseñaré este jardín y el palacio, y así olvidaréis vuestras penas y
respiraréis a gusto".
Entonces Alí-Nur le preguntó: "¡Oh señor! ¿de quién es este jardín?" Y el jeique Ibrahim, para no
intimidar a AlíNur y algo también por jactancia, dijo: "Este palacio y este jardín me pertenecen, y los he
heredado de mi familia". Entonces se levantaron Dulce- Amiga y Alí-Nur, y franquearon la puerta del
jardín precedidos por Ibrahim.
Alí-Nur había visto en Bassra hermosos jardines, pero no había ni soñado con uno parecido a aquél.
Formaban la entrada principal magníficos arcos superpuestos, de un efecto grandioso y la cubrían unas
parras que dejaban colgar espléndidos racimos, rojos unos como rubíes, negros otros como el ébano.
Arboles frutales doblados al peso de la fruta madura sombreaban aquella avenida. Cantaban los pájaros
en las ramas sus alegres motivos: el ruiseñor modulaba melodías; la tórtola entonaba su lamento de amor;
el mirlo silbaba como un hombre; el palomo arrullaba como un embriagado con licores fuertes. Cada
frutal estaba representado por sus dos especies mejores: había albaricoques de almendra, dulce y
amarga; había sabrosos frutales del Khorasán: ciruelos cuyos frutos tenían el color de labios hermosos;
mirabeles de dulce encanto; higos rojos, blancos y verdes, de aspecto admirable. Las flores eran como
perlas y coral; las rosas aparecían más bellas que las mejillas de una mujer hermosa; las violetas
recordaban la llama del azufre. Había flores blancas de arrayán, alelíes, alhucemas y anémonas, cuyas
corolas se cubrían con una diadema de lágrimas de nubes. Las manzanillas sonreían, mostrando todos sus
dientes, y los narcisos miraban a las rosas con hondos y negros ojos. La cidra redonda parecía una copa
sin asa y sin cuello; los limones colgaban como bolas de oro. Flores de todos los colores alfombraban la
tierra: la primavera reinaba en los planteles y en los bosquecillos; los fecundos ríos crecían, rodaban los
manantiales, y cantaba la brisa como una flauta, contestándole suavemente el céfiro, y esta canción del
aire armonizaba toda aquella alegría.
Así entraron Alí-Nur y Dulce-Amiga con el jeique Ibrahim en el Jardín de las Delicias. Y entonces el
jeique Ibrahim, que no quería hacer las cosas a medias, les invitó a penetrar en el Palacio de las
Maravillas, y abriendo la puerta les hizo entrar.
Alí-Nur y Dulce-Amiga se detuvieron deslumbrados ante el esplendor de aquel salón nunca visto y
lleno de cosas extraordinarias y asombrosas. Estuvieron admirando largo tiempo aquella belleza, y
después, para descansar la vista de tanto esplendor, fueron a apoyarse en una ventana que daba al jardín.
Y Alí-Nur, contemplando el vergel y los mármoles bañados por la luz de la luna, empezó a pensar en sus
penas pasadas, y dijo a Dulce-Amiga: "¡Oh Dulce-Amiga! ¡Este lugar lleno de encanto me recuerda tantas
cosas! Y he aquí que la paz desciende sobre mi alma y extingue el fuego que me consume, apartando de
mí la tristeza!"
El jeique Ibrahim les llevó las provisiones que había ido a buscar, y comieron cuanto quisieron;
después se lavaron las manos, y se apoyaron de nuevo en la ventana, contemplando los árboles cargados
de fruta sabrosa. Al cabo de un rato, Alí-Nur preguntó al jeique Ibrahim: "¡Oh jeique Ibrahim! ¿puedes
darnos algo para beber? Juzgo muy natural beber algo después de haber comido".
Y entonces Ibrahim les llevó una vasija llena de agua dulce y fresca. Pero Alí-Nur le dijo: "¿Qué nos
traes? No es esto lo que yo quiero". Ibrahim preguntó: "¿Acaso deseas vino?"
Y Alí-Nur dijo: "¡Claro que sí!"
Y el jeique Ibrahim repuso: "¡Guárdeme Alah bajo su protección! Hace trece años que me abstengo
de esa bebida funesta, porque el Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz de Alah !) , maldijo a todo
aquel que beba cualquiera bebida fermentada, al que la exprima y al que la venda!"
Entonces le contestó Alí-Nur: "Permíteme, ¡Oh jeique! que te diga dos palabras".
El otro respondió: "Dilas". Y Alí-Nur dijo: "Si te indico el medio de que me facilites lo que te pido,
sin que seas tú el bebedor, ni el fabricante, ni el portador del vino, ¿serás culpable o maldito?"
El jeique repuso: "Creo que no". Y Alí-Nur dijo: "Pues entonces toma estos dos dinares y estos dos
dracmas, monta en el burro que está a la puerta del jardín y que nos trajo hasta aquí, ve al zoco, detente a
la puerta de cualquier mercader de aguas destiladas de rosas y flores, pues estos mercaderes siempre
tienen vino en lo más retirado de la tienda, y al primer transeúnte que halles ruégale, dándole el dinero,
que entre a comprarte la bebida por el precio de los dos dinares de oro, y le darás dos dracmas por el
recado; y él mismo colocará en el borrico los cántaros de vino, y como será el burro quien lo traiga, el
transeúnte quien lo compre, y nosotros los que lo bebamos, no intervendrás para nada en el lance, pues no
serás ni el bebedor, ni el fabricante, ni el portador.
De este modo nada tendrás que temer por haber faltado a la santa ley del Libro". El jeique, al oír a
AlíNur, se echó a reír a carcajada, y dijo: "¡Por Alah! Nunca he encontrado persona más simpática que
tú, ni con tanto ingenio y encanto". Y Alí-Nur contestó: "¡Por Alah! muy agradecidos te estamos, ¡Oh
jeique Ibrahim! y no aguardamos de ti más que ese favor, que te pedimos con insistencia". Entonces el
jeique Ibrahim, que no había querido revelar hasta aquel momento que había en el palacio toda clase de
bebidas fermentadas, dijo a Alí-Nur: "¡Oh amigo'. Toma estas llaves de mi bodega y de mi despensa, que
siempre están llenas para obsequiar al Emir de los Creyentes cuando me honra con su visita. Puedes
entrar en ellas y tomar a tu gusto lo que te plazca".
Entonces Alí-Nur entró en la bodega, y quedó estupefacto ante lo que veía. A lo largo de las paredes
estaban ordenadas sobre tablas, vasijas y más vasijas de oro macizo, de plata maciza y de cristal, con
incrustaciones de toda clase de pedrerías. Alí-Nur acabó por decidirse, eligió lo que fué de su mayor
agrado, y volvió al salón. Puso las preciosas vasijas sobre la alfombra, se sentó al lado de Dulce-Amiga,
escanció el vino en copas de cristal con cerco de oro, y Dulce-Amiga y él empezaron a beber,
maravillándose de todas las cosas encerradas en aquel palacio. No tardó Ibrahim en ofrecerles olorosas
flores, y después se apartó discretamente, como manda la buena educación, cuando se ve a un joven
sentado con su esposa. Y ambos siguieron bebiendo hasta que les dominó el vino; y entonces se les
colorearon las mejillas, les brillaron los ojos como los de las gacelas, y Dulce-Amiga acabó por desatar
sus cabellos.
Ibrahim sintió una gran envidia, y se dijo: "¿Por qué he de apartarme de ellos, cuando puedo disfrutar
de su compañía? ¿Cuándo me hallaré en otra fiesta tan encantadora como la de ver a estos dos admirables
jóvenes que parecen dos lunas?"
E Ibrahim volvió sobre sus pasos y fué a sentarse al otro extremo del salón. Entonces Alí-Nur le dijo:
"¡Oh señor! te pido por tu vida que te acerques y te sientes con nosotros". Y el jeique Ibrahim se sentó a
su lado, y Alí-Nur cogió una copa, la llenó y se la alargó, diciéndole: "¡Oh jeique, toma y bebe! Verás
qué bien sabe, y comprenderás las delicias que encierra el fondo de la copa".
Pero el jeique Ibrahim respondió: "¡Protéjame Alah! ¿No sabes, ¡oh joven! que hace trece años que
no he cometido esa falta? ¿Ignoras que he cumplido dos veces mis deberes en hadj en la gloriosa Meca?"
Y Alí :Nur, que estaba empeñadísimo en emborrachar al anciano Ibrahim viendo que por la persuasión no
lo lograría, no insistió más; se bebió la copa llena, la volvió a llenar, se la bebió otra vez, y a los pocos
momentos imitó todos los ademanes de un borracho, y acabó tendiéndose en el suelo, en donde fingió
dormir.
Entonces Dulce-Amiga dirigió una insistente mirada al viejo Ibrahim y le dijo: "¡Oh jeique lbrahiin!
¡Mira cómo se porta conmigo este hombre!" Y él contestó: "Qué desventura! ¿Pero por qué hace eso?"
Dulce- Amiga dijo: “¡Si fuera ésta la primera vez! Pero siempre hace lo mismo. Bebe y bebe. y luego se
emborracha y se duerme, y me deja sola, sin nadie que me haga compañía y beba conmigo. Y así no le
encuentro gusto a la bebida, pues nadie comparte mi copa, y ni siquiera tengo ganas de cantar, porqueno
hay quien me escuche". Entonces el jeique Ibrahim, cuyos músculos se estremecían al influjo de aquellas
miradas ardientes y de aquella voz armoniosa, le dijo: "Realmente, así no ha de serte agradable beber".
Y Dulce-Amiga llenó entonces la copa, se la alargó sonriendo, y le dijo: "Por mi vida te ruego que
tomes esa copa y la aceptes por darme gusto. Y de este modo merecerás mi gratitud".
Entonces el jeique Ibrahim tendió la mano, cogió la copa y acabó por beber. Y Dulce- Amiga se la
llenó de nuevo e hizo que la bebiese, y luego otra más, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡nada más que ésta!"
Pero él contestó: "¡Por Alah! No puedo complacerte. Bastante he bebido ya". Ella volvió a insistir muy
afable, e inclinándose hacia él, le dijo: "¡Por Alah! ¡No hay más remedio!"
Y el jeique tomó la copa y se la llevó a los labios. Pero en aquel momento Alí-Nur se echó a reír y se
incorporó bruscamente...
Al llegar a este punto de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y discreta, dejó para la
noche siguiente la prosecución de su historia.
Pero cuando llegó la 35ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Alí-Nur se echó a reír, se incorporó bruscamente, y dijo a
Ibrahim: ¿Qué estás haciendo? ¿No te rogué hace una hora que me acompañaras, y te negaste entonces, y
dijiste que llevabas trece años sin hacer semejante coca?"
Entonces el jeique Ibrahim se avergonzó mucho, pero se sobrepuso en seguida y se apresuró a decir:
"¡Por Alah! ¡Nada tienes que echarme en cara! Toda la culpa es de ella, que ha insistido hasta que ha
logrado convencerme". Entonces se echó a reír de nuevo Alí-Nur, y lo mismo hizo Dulce-Amiga, que
acabó por acercarse a su oído, y le dijo: "Déjame hacer, y ya verás cómo nos reímos a su costa". Después
echó vino en su copa y la bebió, escanció otra a Alí-Nur, sin hacer caso alguno del jeique Ibrahim.
Entonces' éste, que los miraba asombrado, acabó por decirles: "¿Qué manera es esa de convidar a los
demás a beber con vosotros? ¿Es sólo para que miren lo que hacéis?"
Y Alí-Nur y Dulce Amiga se echaron a reír y consintieron que bebiera con ellos y así estuvieron hasta
pasada la tercera harte de la noche.
En ese momento Dulce-Amiga dijo al jeique Ibrahim: "¡Oh jeique Ibrahim! ¿quieres permitirme que
encienda una de esas velas?" Y él contestó, ya medio borracho: "Sí, puedes hacerlo, pero no enciendas
más que una sola". Y ella se levantó en seguida, y no encendió una sola, sino todas las velas de los
ochenta candelabros del salón, y se volvió a su sitio.
Entonces Alí-Nur dijo a Ibrahim: "¡Oh jeique, cuánto me place estar a tu lado! Confío en que me
permitirás encender una de esas antorchas". Y el jeique Ibrahim contestó: "¡Bueno levántate y enciende
una, pero nada más que una! ¡no creas que me vas a engañar!"
Y Alí-Nur se levantó, y no encendió una, sino las ochenta antorchas de la sala y además las ochenta
arañas, sin que el jeique Ibrahim se diese la menor cuenta de ello. Entonces todo el salón, todo el palacio
y todo el jardín quedaron iluminados.
Y el jeique Ibrahim dijo: "Verdaderamente, sois más libertinos que yo". Y como ya estaba
completamente ebrio, se levantó y recorrió el salón por uno y por el otro lado, abrió las ochenta
ventanas, volvió a sentarse y a seguir bebiendo con los dos jóvenes, y llenaron el salón con la alegría de
sus risas y sus canciones.
Pero el Destino, que está en manos de Alah el Omnisciente, el Entendedor de todo, el Creador de
causas y efectos, quiso que el califa Harún-Al Raschid estuviese precisamente a aquella hora tomando el
fresco, a la claridad de la luna, sentado junto a una de las ventanas de su palacio que daba al Tigris. Y
mirando por casualidad en aquella dirección, vió toda aquella iluminación que brillaba en el aire y se
reflejaba a través del agua. Y no sabiendo qué pensar, empezó por llamar a su gran visir Giafar Al-
Barmaki. Y cuando se le presentó Giafar, le dijo a gritos: "¡Oh perro visir! ¿Eres mi servidor, y no me
das cuenta de lo que ocurre en mi ciudad de Bagdad?"
Y Giafar contestó: "No sé lo que quieres decirme con esas palabras" Y el califa volvió a gritarle:
"¡Me parece asombroso! Si a estas horas asaltasen a Bagdad nuestros enemigos, no sería menos
estupendo, ¿no ves, ¡oh maldito visir, que mi Palacio de las Maravillas está completamente iluminado?
¿Quién es el hombre lo suficientemente audaz o suficientemente poderoso que haya podido iluminarlo
encendiendo todas las arañas y abriendo todas las ventanas? ¡Desdichado de ti! Es irrisorio que me
llamen el califa y que, sin embargo, puedan ocurrir semejantes cosas sin mi permiso".
Y Giafar, todo tembloroso, contestó: "¿Pero quién ha dicho que el Palacio de las Maravillas está con
las ventanas abiertas y las luces encendidas?" Y el califa dijo: "Acércate aquí y mira". Y Giafar se
aproximó, miró hacia los jardines, y vió toda aquella iluminación, que parecía como si el palacio
estuviese incendiado, brillando más que la claridad de la luna. Entonces Giafar comprendió que aquello
debía ser una imprudencia del jeique Ibrahim, y como era hombre naturalmente bueno y compasivo, se le
ocurrió inmediatamente indagar algo para disculpar al anciano guardián del palacio, que probablemente
no habría hecho aquello más que para obtener alguna ganancia.
Dijo, pues, al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! El jeique Ibrahim vino a verme la semana pasada, y
me dijo: "¡Oh amo Giafar! mi mayor deseo es celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos
bajo tus auspicios, y durante tu vida y la vida del Emir de los Creyentes". Yo le contesté: "¿Y qué deseas
de mí, ¡Oh jeique!? Y él respondió: "Deseo nada más que por tu mediación se logre permiso del califa
para celebrar las ceremonias de la circuncisión de mis hijos en el salón del Palacio de las Maravillas". Y
yo le dije: "¡Oh jeique! ya puedes preparar lo necesario para la fiesta. En cuanto a mí, si Alah quiere,
tendré audiencia del califa v le enteraré de tus deseos.
Entonces el jeique Ibrahim se marchó. En , cuanto a mí, ¡oh Emir de los Creyentes! se me olvidó por
completo hablarte de ese asunto". Entonces el califa contestó: "¡Oh Giafar¡ en vez de una falta has
cometido dos, y he de castigarte por ambos motivos. En primer lugar, no le has concedido lo que deseaba
en realidad, pues si vino a hacerte aquella súplica fué para darte a entender que necesitaba algún dinero
para los gastos. Y he aquí que nada le diste, ni me avisaste de su deseo para que yo le pudiese dar algo".
Y Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ha sido un olvido". Y el califa transigió: "Está bien; por
esta vez te perdono. Pero ¡por la memoria de mis padres y mis antepasados! te mando que vayas a pasar
la noche en casa del jeique Ibrahim, que es un hombre de bien, muy escrupuloso y muy estimado de los
ancianos de Bagdad, que lo visitan frecuentemente.
Ya sabes cuán caritativo es para los pobres y cuán compasivo para todos los necesitados, y
seguramente en este momento tendrá en su casa a mucha gente, que albergará y alimentará por amor a
Alah. Acaso, si fuésemos allí, alguno de esos pobres haría en nuestro favor algún voto que nos sería
provechoso en este mundo y en el otro. Quizá también sea provechosa nuestra visita al buen jeique
Ibrahim, que, lo mismo que todos sus invitados se llenará de júbilo al vernos". Pero Giafar repuso: "¡Oh
Emir de los Creyentes! ha transcurrido la mayor parte de la noche, y todos los invitados de Ibrahim se
dispondrán ya a dejar el palacio".
Y el califa dijo: "Es mi voluntad que vayamos a reunirnos con ellos". Entonces tuvo que callarse,
pero se quedó muy pensativo, sin saber qué partido tomar.
El califa se levantó inmediatamente, hizo lo mismo Giafar, y seguidos de Massrur el portaalfanje, se
dirigieron hacia el Palacio de las Maravillas, no sin haber tomado la precaución de disfrazarse de
mercaderes.
Después de haber atravesado las calles de la ciudad, llegaron al Jardín de las Delicias. Y el califa se
adelantó el primero, y vió que la puerta principal estaba abierta, y se quedó muy sorprendido, y dijo a
Giafar: "He aquí que el jeique Ibrahim ha dejado la puerta abierta, cuando no es esa su costumbre".
Entraron los tres, atravesaron el jardín y llegaron al palacio.
Y el califa dijo: "¡Oh, Giafar! tengo que verlo todo sin que se enteren, pues he de saber quiénes son
los convidados del jeique Ibrahim y cuántos son los venerables ancianos que vinieron a su fiesta y qué
regalos le han hecho. Pero en este momento deben estar cada uno en su rincón, abstraídos por las
prácticas religiosas de las ceremonias, ya que no se oyen voces, ni vemos a nadie".
Y el califa, señalando un nogal cuya altura dominaba el palacio; dijo: "¡Oh, Giafar! quiero subirme a
ese árbol que extiende su ramaje cerca de las ventanas, y desde ahí podré mirar adentro. Conque
ayúdame". Y el califa subió al árbol, y no dejó de trepar de rama en rama hasta que llegó a una muy a
propósito para atisbar el salón. Entonces se sentó en ella y miró a través de una de las ventanas que
estaban abiertas.
Y he ahí que vió a un joven y a una joven, ambos hermosos como lunas (¡gloria a quien los creó!), y
vió también al jeique Ibrahim, guardián de su palacio, sentado entre los dos jóvenes con la copa en la
mano, y oyó que decía a Dulce-Amiga: "Oh, soberana de la belleza! La bebida no sabe bien si no la
acompaña la canción.
Y para que nos permitas oír el encanto de tu voz maravillosa, escucha lo que dice el poeta:
¡Ya leilí! ¡Ya einí!
[72]
¡Nunca bebas sin que cante tu amiga! ¡Obseva que el caballo no bebe sin el ritmo del
silbido!
¡Ya leilí! ¡Ya einí!
¡Después halaba a tu amiga, y acaríciala! ¡En seguida lánzate sobre ella y tiéndela! ¡Lo
tuyo es grande y lo suyo pequeño... !
Al ver al jeique Ibrahim en aquella postura, y al oír de su boca aquella canción escandalosa y nada
conveniente para su edad, el califa se encolerizó de tal modo que le brotaba el sudor de entre los ojos. Y
se apresuró a descender del árbol, y miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh, Giafar! en mi vida he presenciado un
espectáculo tan edificante como el de esos respetables jeiques de nuestra mezquita que están reunidos en
esa sala para cumplir religiosamente las piadosas ceremonias de la circuncisión. Esta noche es
verdaderamente una noche bendita.
Sube ahora tú al árbol, y apresúrate a mirar, y no desperdicies esta ocasión de santificarte, gracias a
las bendiciones de esos santos jeiques". Cuando Giafar oyó estas palabras del Emir de los Creyentes se
quedó muy perplejo, pero no pudo vacilar en obedecerle y se apresuró a trepar al árbol, llegó frente a la
ventana y miró hacia el interior del salón. Y vió el espectáculo de los tres bebedores: el anciano Ibrahim,
con la copa en la mano, cantando y moviendo la cabeza, Alí-Nur y Dulce Amiga mirándole fijamente,
oyéndole y riéndose a carcajadas.
Al verlo Giafar se creyó perdido, pero bajó del árbol y se postró ante el Emir de los Creyentes. Y el
califa dijo: "¡Oh Giafar! bendito sea Alah, que nos ha hecho seguir fervorosamente las ceremonias de la
purificación, como la de esta noche, y nos aparta del mal camino, de las tentaciones y del error, y de la
vida de los libertinos".
Y Giafar estaba tan confuso que no sabía que contestar. Y el califa, mirando a Giafar, prosiguió:
"Vamos a otra cosa. Quisiera saber quién ha guiado hasta este lugar a esos dos jóvenes, que se me figuran
forasteros. En verdad he de decirte, Giafar, que nunca han visto mis ojos belleza, perfecciones,
delicadeza ni encantos como los de ellos".
Entonces Giafar pidió permiso al califa, que se lo otorgó y dijo: "¡Oh califa! ciertamente has dicho la
verdad. Son muy hermosos". Y el califa repuso: "¡Oh, Giafar! subamos otra vez al árbol, y observémosle
desde la rama".
Y haciéndolo así, treparon hasta la rama que daba al salón y se pusieron a contemplarles.
Precisamente en aquel momento decía el jeique Ibrahim: "¡Oh, soberana mía! Este vino de los
collados me ha hecho perder la serenidad, lo que me parece una cosa ridícula. Pero para ser
completamente feliz necesito que pulses las cuerdas armoniosas".
Y Dulce-Amiga contestó: "¡Por Alah! ¡Oh jeique Ibrahim! ¿Cómo voy a pulsar las cuerdas si carezco
de instrumento?"
Apenas oyó el jeique Ibrahim estas palabras de Dulce-Amiga, salió del aposento. Y el califa dijo a
Giafar: "¿Quién sabe lo que irá a hacer ahora ese viejo libertino?" Y Giafar respondió: "¡Quién ha de
saberlo!" Entretanto, el jeique Ibrahim volvió al salón con un laúd en la mano. Y el califa se fijó en aquel
laúd y vió que era el que solía tocar su cantor favorito Ishak cuando había fiesta en el palacio o quería
distraer a su señor. Y el califa dijo: "¡Por Alah! ¡Esto ya es demasiado! Pero quiero oír a esa maravillosa
joven, y si canta mal os he de crucificar a todos, y sin canta bien perdonaré a esos tres, pero a ti, ¡oh
Giafar! te crucificaré de todos modos".
Y Giafar exclamó: "¡Alahumma! ¡Ojalá no sepa cantar!"
Asombrado el califa, preguntó: "¿Por qué prefieres el primer caso al segundo?" Y contestó Giafar:
"¡Porque crucificado en su compañía pasaré mejor las horas del suplicio, y nos consolaremos
mutuamente".
Y el califa, al oírle, rió en silencio.
Mientras tanto, Dulce-Amiga había cogido el laúd y lo templaba diestramente. Después de algunos
preludios, pulsó las cuerdas y vibraron con toda su alma, con una intensidad capaz de liquidar al hierro,
de despertar a los muertos y de conmover corazones de roca y de bronce.
Y súbitamente, acompañándose con el laúd, empezó a cantar:
¡Ya leilí!...
Cuando me vió mi enemigo, vió también que el amor se complacía en apagar mi sed en su
manantial, y dijo: “!Esa agua está turbia!”
¡Ya einí!...
¡Si mi amigo atiende a esas voces, debe huir lo más lejos posible. Pero ¿podrá olvidar que
me debe todas las delicias y todas las locuras de nuestro amor? ¡Oh, locuras y delicias de
nuestros amores!
¡Ya leilí!
Dulce-Amiga, después de haber cantado, siguió tañendo el armonioso laúd de cuerdas animadas, y el
califa tuvo que reprimirse para no contestar con un "¡Ya einí!" de admiración.
Y dijo: "¡Oh Giafar! En mi vida he oído voz tan maravillosa como la de esa esclava". Giafar,
sonriendo, dijo: "Espero que se habrá desvanecido la ira del califa contra su servidor". Y el califa dijo:
"Verdad es, ¡oh Giafar! que se ha desvanecido". Entonces bajaron del árbol, y dijo el califa: "Quiero
entrar en el salón, sentarme entre ellos, y oír a esa esclava cantar delante de mí".
Pero Giafar advirtió: "¡Oh Emir de los Creyentes! Si te presentases entre ellos les molestarías, y el
jeique Ibrahim se moriría del susto". Entonces el califa dijo: "¡Oh Giafar! tienes que indicarme un medio
de saber todo lo que se refiere a este lance, sin que ellos lo adviertan ni me conozcan".
Y el califa y Giafar, mientras pensaban cómo se las compondrían para lograr lo que deseaban, iban
avanzando hacia el estanque que estaba en medio del jardín y comunicaba con el Tigris. Contenía una
enorme cantidad de peces, que iban a refugiarse allí en busca del alimento que se les echaba. Así es que
el califa había sabido que allí acudían algunos pescadores, pues cierto día estaba asomado á una de las
ventanas del Palacio de las Maravillas y vió a los pescadores, y dió orden al jeique Ibrahim de que no
les permitiese la entrada en el jardín ni la pesca en el estanque, encargándole que castigara severamente
al que se desmandase.
Pero aquella noche, como había quedado la puerta abierta, entró un pescador, que se había dicho:
"¡He aquí una buena ocasión de hacer una pesca magnífica!" Y se llamaba Karim este pescador, y era muy
conocido entre todos los pescadores del Tigris. Echadas las redes en el estanque, se puso a esperar,
mientras recitaba estos versos:
¡Oh, tú que viajas por el agua! ¡Al viajar olvidas los peligros y la perdición! Pero ¿cuándo
dejarás de inquietarte, cuándo te convencerás que la fortuna nunca viene cuando se la busca?
¿No ves al mar enfurecido y al pescador cansado? ¡Rendido está de cansancio por las
noches, mientras las noches están llenas de estrellas, mientras las noches están serenas y
llenas de estrellas!
¡Echó su red de cuerdas, la golpean las olas, y sus ojos no miran mas que el seno de la red!
¡No hagas como el pescador, oh viajero! ¡Mira! ¡He aquí al hombre que conoce el valor de
la vida y de la tierra, que sabe gozar de los días y de las noches, de la tierra y de sus bienes!
¡Es dichoso, su espíritu está tranquilo, y él vive de todos los frutos de la tierra!
¡Mira! ¡He aquí que se despierta por la mañana, después de una noche de delicias! ¡Se
despierta por la mañana bajo la sonrisa de una joven gacela, bajo la mirada de dos ojos de
gacela que le pertenecen y le sonríen!
¡Gloria al Señor! ¡Da a unos y priva a otros! ¡Unos pescan y otros se comen el pescado!
¡Gloria al Señor!
Cuando el pescador Karim acabó de cantar avanzó hacia él el califa, y le dijo de pronto: "¡Oh
Karim!"
Y Karim se volvió sobresaltado al oír su nombre. Y a la claridad de la luna conoció al califa, v se
quedó paralizado de terror. Después se repuso un poco, y dijo: "¡Por Alah! ¡Oh Emir de los Creyentes! no
creas que hago esto por infringir tus órdenes, pues la pobreza y el tener una familia tan numerosa como la
mía me han impulsado a obrar así esta noche". Y el califa dijo: "Está bien, ¡oh Karim! Hagamos cuenta de
que no te he visto. ¿Quieres echar la red en mi nombre para ver qué tal suerte tengo?" Entonces,
contentísimo el pescador, se apresuró a echar la red invocando el nombre de Alah, y esperó a que llegara
al fondo. La sacó después, encontrándola llena de pescados de todas clases y en cantidad incalculable.
Y el califa quedó muy satisfecho, y le dijo: "Ahora, ¡oh Karim! desnúdate". Y Karim se apresuró a
despojarse de sus prendas una por una: el ropón de anchas mangas, remendado con piezas de todos
colores y lleno de chinches y de pulgas en número suficiente para cubrir la superficie de la tierra; el
turbante, que no habría desenrollado en tres años, hechos con trapos, y que encerrraba piojos grandes y
chicos, blancos y negros y de otras clases. Y luego de haberse quitado el ropón y el turbante, se quedó
desnudo delante del califa.
Entonces el califa empezó también a desnudarse, quitándose el ropón de seda, iskandarní y el de seda
baalbakí, el de terciopelo y el chaleco, y dijo al pescador: "Karim, toma esta ropa y póntela". Por su
parte, el califa cogió el ropón del pescador y su turbante, y se los puso, se enrolló la bufanda de Karim, y
le dijo: "Ya te puedes ir por tu camino".
Y el hombre dió las gracias al califa, y le recitó estas dos estrofas:
¡Me has hecho dueño de una riqueza sin límites, y no lo ha de olvidar mi gratitud! ¡Me
colmaste de todos los dones sin llevar cuenta!
¡He de honrarte, pues, mientras esté entre los vivos, y después de muerto aún te darán mis
huesos las gracias dentro del sepulcro!
Pero apenas había acabado de recitar estos versos el pescador, cuando notó el califa que le invadían
los piojos y las chinches domiciliados en aquellos andrajos, y toda aquella miseria empezó a circular
activamente a lo largo de su cuerpo. Y empezó a coger puñados de parásitos que le corrían por el cogote,
el pecho y todas partes, y los tiraba muy lejos, lleno de repugnancia.
Y tal fué su espanto, que llegó a decir al pescador: "¡Oh, desgraciado Karim! ¿Cómo hiciste para
reunir en tus mangas y en tu turbante todos estos animales dañinos?"
Y Karim respondió: "¡Oh mi señor! no los temas para nada, pues ahora sientes sus picaduras; pero si
tienes paciencia y haces lo que yo, nada sentirás dentro de una semana, y como ya no te molestará que te
piquen, no les harás pizca de caso".
El califa, a pesar de su horror, se echó a reír, y dijo: "Pero desdichado, ¿cómo voy a resistir esta
suciedad sobre mi cuerpo?" Y repuso el pescador: "¡Oh Emir de los Creyentes! quería decirte una cosa,
pero me impone la presencia de mi augusto califa". El rey dijo: "Habla en seguida". Y así habló el
pescador: "Se me ocurre, ¡oh Príncipe de los Creyentes! que para tener un oficio con qué ganarte la vida
has querido aprender a pescar. Si así fuese, ¡oh soberano Emir! he aquí que esa ropa y ese turbante han de
serte muy a propósito para eso".
Entonces el califa, riéndose de esto que le decía el pescador, se despidió de él. Y Karim se fué por su
camino, mientras que el califa cogió la banasta de palma donde estaban los peces, la cubrió con hierba
fresca y corrió en busca de Giafar y de Massrur, que le aguardaban a cierta distancia.
Y al verle creyeron que era Karim el pescador, y Giafar, temiendo que descargase sobre el pescador
la cólera del califa, le dijo: "¡Oh Karim! ¿qué vienes a hacer aquí? Huye a escape, que el califa está en el
jardín esta noche".
Y cuando el califa oyó esto que decía Giafar, le dió tal risa, que se caía de trasero. Y Giafar exclamó:
"¡Por Alah! ¡Si es nuestro amo y califa, el mismo Emir de los Creyentes!" Y dijo el califa:
"Efectivamente, ¡oh Giafar! Y si tú que tú eres mi gran visir, al llegar a tu lado no me has conocido.
¿Cómo quieres que me reconozca el jeique Ibrahim, que está completamente borracho?
Quédate aquí y espera a que yo vuelva". Y Giafar dijo: "Escucho y obedezco".
Entonces el califa llamó a la puerta del palacio. Y el jeique Ibrahim se levantó para preguntar: ¿Quién
llama? Y contestó el califa: "Soy yo, jeique Ibrahim".
Y el anciano dijo: "¿Pero quién eres tú?"
Respondióle el califa: "Soy el pescador Karim. He sabido que tenías convidados esta noche, y he
venido a traerte buen pescado, vivito y coleando".
Precisamente a Alí-Nur y a Dulce-Amiga les gustaba mucho el pescado. Y al oír al pescador se
alegraron hasta el límite de la alegría. Y Dulce-Amiga dijo: "Abre pronto, ¡oh jeique Ibrahim! y déjale
entrar con el pescado que trae". Entonces el jeique Ibrahim se decidió a abrir la puerta, y el califa,
disfrazado de pescador, pudo entrar sin ningún contratiempo y fué a saludar a los presentes.
Pero el jeique le contestó con una carcajada, y le dijo: "¡Bien venido sea entre nosotros el más ladrón
de sus compañeros! ¡Ven a enseñarnos ese pescado tan bueno que traes!" Y el pescador quitó la hierba
fresca y mostró el pescado que llevaba en la cesta, y vieron que estaba vivo aún y coleando todavía; y
Dulce-Amiga exclamó entonces: "¡Por Alah! ¡Oh señores míos, qué hermoso es ese pescado! ¡Lástima
que no esté frito!"
El anciano Ibrahim asintió en seguida: "¡Por Alah! verdad dices'". Y volviéndose hacia el califa,
exclamó: "¡Oh,pescador! ¡qué lástima que no hayas traído frito este pescado! Cógelo, ve a freírlo y
tráenoslo en seguida". Y comentó el califa: "Pongo tus órdenes sobre mi cabeza. Lo voy a freír y en
seguida lo traigo". Y todos le contestaron a un tiempo: "¡Sí, sí; fríelo pronto y tráenoslo!".
El califa se apresuró a salir, y fué a buscar a Giafar, a quien dijo: "¡Oh Giafar! ahora quieren que se
fría el pescado". Y el visir contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! dámelo y yo mismo lo freiré". Pero el
califa repuso: "Por la tumba de mis padres y de mis ascendientes, nadie más que yo ha de freír este
pescado".
Fué a la choza en que vivía el jeique Ibrahim y empezó a buscar por todas partes, hasta que encontró
los utensilios de cocina y todos los ingredientes: sal, tomillo, hojas de laurel y otras cosas semejantes. Se
acercó al hornillo y exclamó: "¡Oh, Harún recuerda que en tus mocedades te gustaba andar por la cocina
con las mujeres y te metías a guisar. Ha llegado el momento de demostrar tus habilidades. Cogió la
sartén, la puso a la lumbre, le echó la manteca y aguardó. Y cuando hirvió la manteca echó en la sartén
los peces, que ya había limpiado, escamado y untado con harina.
Bien frito el pescado por un lado, lo volvió del otro con mucho arte, y cuando estuvo a punto lo sacó
de la sartén y lo puso sobre grandes hojas de plátano. Después fué al jardín a coger limones y los puso
cortados en rajas sobre las hojas de plátano. Entonces se lo llevó a los invitados y se lo puso delante. Y
Alí-Nur, Dulce-Amiga y el jeique Ibrahim se pusieron a comer, y cuando hubieron acabado, se lavaron
las manos, y Alí-Nur dijo: "¡Por Alah! ¡oh pescador! nos has hecho un gran favor esta noche".
Y echó mano al bolsillo, sacó tres dinares de oro de los que le había dado generosamente el joven
chambelán y se los tendió al pescador, diciéndole: "Perdona ¡oh pescador! si no te doy más, porque ¡por
Alah! si te hubiese conocido antes de los últimos acontecimientos que me han ocurrido, podría haber
arrancado para siempre de tu corazon la amargura de la pobreza. Toma, pues, esos dinares, que son los
únicos que mi actual situación me permite darte".
Y obligó al califa a tomar el oro que le alargaba, y el califa lo tomó y se lo llevó a los labios, y
después a la frente, como para dar gracias a Alah y a su bienhechor por aquel donativo, y luego se metió
los dinares en la faltriquera.
Pero lo que quería ante todo el califa era oír a la esclava cantar delante de él, de modo que le dijo a
Alí-Nur: "¡Oh dueño y señor! tus beneficios y tu generosidad están sobre mi cabeza y sobre mis ojos,
pero mi más ardiente deseo se realizaría, gracias a tu bondad, si esta esclava tocase algo en ese laúd que
a su lado veo y me dejase oír su voz, que debe ser admirable. Porque me encantan las canciones
acompañadas con las melodías del laúd, y son lo que más me gusta en el mundo".
Entonces Alí-Nur dijo: "¡Oh Dulce-Amiga!" y contestó ésta: "¡Oh mi señor!" Y dijo Alí- Nur: "Por mi
vida, si la estimas en algo, te ruego que cantes para complacer a este pescador, que tanto desea oírte". Y
Dulce- Amiga, al oír estas palabras de su enamorado Alí-Nur, cogió el laúd en seguida, pulsó las
cuerdas, ejecutó un preludio que hubo de encantar a todos los presentes, y después cantó estas dos
estrofas:
¡La joven esbelta y flexible tañía el laúd con las delicadas yemas de sus dedos, y al oírla
voló mi alma!
Sonó su voz, y los sordos recobraron el oído, y los mudos rompieron a hablar de pronto,
diciendo:” !Oh, que encanto el de esa voz!”
Y Dulce-Amiga, después de haber cantado esto, siguió pulsando el laúd con arte tan maravilloso, que
enloquecía a los que allí estaban. Después sonrió y cantó estas otras dos estrofas:
¡Con tu pie, joven grácil pisaste nuestro suelo, que se estremeció de placer, al mismo
tiempo que la claridad de tus ojos disipaban las tinieblas de la noche!
¡Oh mancebo querido! !Cuando te vuelva a ver he de perfumar mi morada com almízcle,
resina de olor y agua de rosas!
Y Dulce-Amiga cantó tan admirablemente, que el califa llegó al límite del placer y se apasionó de tal
modo, que no pudo reprimir el arrebatado entusiasmo de su alma, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Por Alah!" Y
Alí-Nur le dijo: "Pescador, ¿te ha encantado la voz de mi esclava y su arte de pulsar las cuerdas
armoniosas?"
Y contestó el califa: "Sí, ¡por Alah!" Entonces Alí-Nur, no pudiendo reprimir su costumbre de dar a
los amigos todo lo que les gustaba, dijo: "¡Oh, pescador! ya que tanto te entusiasmó mi esclava, he aquí
que te la ofrezco y te la regalo, como obsequio de un corazón generoso que nunca recogió lo que dió una
vez. Toma, pues, la esclava. ¡Tuya es desde ahora!" Y Alí-Nur se levantó inmediatamente, cogió su
manto, se lo echó al hombro, y sin despedirse siquiera de Dulce-Amiga, se apercibió a abandonar el
salón y a dejar que el supuesto pescador tomase libremente posesión de la esclava.
Entonces Dulce-Amiga, dirigiéndole una mirada llena de lágrimas, le dijo: "Oh mi dueño Alí-Nur!
¿Vas a repudiarme de este modo? Detente por favor un momento, sólo para que pueda despedirme de ti.
¡Oye, Alí- Nur!" Y Dulce-Amiga recitó amargamente estas dos estrofas:
¿Vas a huir de mí ¡oh sangre pura de mi corazón! Cuando tu sítio está en este corazón
herido, entre mi pecho y mis entrañas?
¡Ah! ¡Te suplico ¡Oh tú, el Clemente sin límites Que reúnas a los que se separaron! ¡Que
repartas, oh Generoso, tus benefícios entre los hombres!
Y terminada su lamentación, Dulce-Amiga se aproximó a Alí-Nur y le dijo:
El día de la separación, al despedirse de mí, llorando lágrimas ardientes me dijo: ¿Qué
harás ahora, lejos de mí? Y yo contesté: ¡Oh! ¡Pregúntaselo mas bien a quien se queda a tu
lado!
Al oír estas palabras se impresionó mucho el califa, creyéndose causante de la separación de los dos
jóvenes. Y sorprendiéndole la facilidad con que Alí-Nur le regalaba aquella maravilla, dijo: "Explícate
¡oh joven! y no temas confesármelo todo, pues tengo tanta edad que podría ser tu padre: ¿temes ser
detenido y castigado por haber robado acaso a esa joven, o piensas cedérmela por tus deudas?" Entonces
le contestó Alí-Nur: "¡Por Alah! ¡Oh pescador! a esta esclava y a mí nos ha ocurrido una aventura tan
asombrosa, y somos víctimas de desdichas tan extraordinarias, que si se escribieran con una aguja en el
ángulo interior del ojo, servirían de lección a quien las leyera con respeto”. Y el califa dijo: "Apresúrate
a contarnos detalladamente tu historia, pues acaso esto sea para ti causa de alivio y hasta de socorro, ya
que el consuelo y el auxilio de Alah siempre están cercanos.
Entonces Alí-Nur dijo: '”iOh pescador! ¿Cómo quieres que te lo relate, en verso o en prosa?"
A lo cual respondió el califa: "La prosa es un bordado de sederías y los versos hilos de perlas".
Entonces dijo Alí-Nur: "He aquí por lo pronto el hilo de perlas". Y entornando los ojos, bajó la frente e
improvisó estas estrofas:
¡Oh amigo mío! ¡El reposo ha huido de mi lecho! Al verme tan alejado del país donde nací,
me destroza el alma la amargura.
Sabe que tuve un padre a quien armaba y que fué para mí el más cariñoso de los padres!
¡Ya no está junto a mí, pues la tumba le sirve de lecho!
Desde entonces, todas las aflicciones y todas las desventuras han caído sobre mí de tal
modo, que mis entrañas están destrozadas y mi corazón hecho trizas!
¡Mi padre eligió para mí una hermosa entre las hermosas, una joven esbelta como un tallo
nuevo, esbelta y ondulante como una rama que cimbrea al viento!
¡La amé apasionadamente, quemé por ella toda la herencia de mi padre, y hasta tal punto
la quise que hube de preferirla al más querido de mis rápidos corceles!
¡Pero un día me ví falto de todo y tuve que emprender el camino del mercado, a pesar de
temer con toda mi alma el dolor de la separación!
¡El pregonero la subastó en el zoco: y de pronto un viejo libertino pujó para apoderarse de
ella!
¡Al ver aquel viejo innoble, me enfurecí, cogí de la mano a mi esclava, y quise llevármela
del mercado!
¡Pero el viejo libertino se creía ya a punto de saciar su concupiscencia; el maldito viejo de
corazón lleno de fuego infernal!
¡Y le dí un puñetazo con la mano derecha y otro con la izquierda! ¡Y desahogué en él la ira
que me devoraba!
¡Después, por temor de que me prendiesen, y para librarme de mi enemigo, huí de casa!
¡El rey de la ciudad mandó que me prendieran; pero entonces ví acudir en mi ayuda a un
joven chambelán hermoso y leal!
¡Y para librarme de las asechanzas de mis enemigos, me aconsejó que huyera muy lejos!
¡Y cogí a mi amiga, y en alas de la noche salímos de nuestro país tomando el camino de
Bagdad!
¡Y ahora sabe que no tengo más tesoro que mi amiga, y te la regalo, ¡Oh pescador!
!Y sabe que te entrego a la amada de mi corazón, y que al quedarte con ella, te quedas con
mi propio corazón, ¡Oh pescador!
Cuando Alí-Nur acabó de desgranar la última perla, el califa dijo: "¡Oh mi señor! después de
haberme maravillado con tu sarta de perlas, ¿querrías darme algunos pormenores sobre los preciosos
bordados de esa historia tan maravillosa?" Y entonces Alí- Nur, que creía estar hablando con el pescador
Karim, le refirió todas las particularidades de la historia, desde el principio hasta el fin.
Pero cuando el califa se hubo enterado perfectamente de toda la historia, dijo: "¿Y ahora adónde
piensa ir, oh mi señor Alí-Nur?
Y Alí-Nur contestó: "¡Oh pescador! las tierras de Alah son vastas hasta lo infinito".
Entonces el califa dijo: "Escúchame, ¡oh joven! Aunque sea como soy, pobre pescador oscuro y sin
luces, voy a darte una carta para que la entregues en propia mano al sultán de Bassra, Mohammad ben-
Soleimán El-Zeiní. Y cuando la haya leído, ya verás qué resultado tan favorable tendrá para ti".
Al llegar a este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y no prolongó más el
hilo de su relato.
Pero cuando llegó la 36ª noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa dijo a Alí-Nur: "Te escribiré una carta
que entregarás al sultán de Bassra, Mohammad ben-Soleimán El- Zeiní, y ya verás sus resultados
favorables".
Alí-Nur, asombrado, repuso: "¿Cuándo se ha visto que un pescador escriba directamente a un rey? Es
una cosa que no ha ocurrido nunca". Y el califa dijo: "Tienes razón, ¡oh mi señor Alí-Nur! pero voy a
explicarte el motivo que me permite obrar de ese modo. Sabe que me enseñaron a leer y a escribir en la
misma escuela que a Mohammad El-Zeiní, pues ambos tuvimos el mismo maestro. Y yo estaba mucho
más adelantado que el actual califa, tenía mejor letra que él, y sabía de memoria las estrofas de los
poetas y los versículos de nuestro Libro Noble, pudiéndolos recitar mucho más fácilmente que él.
Eramos, pues, muy amigos; pero más adelante le favoreció la fortuna, y llegó a ser rey, mientras Alah
hizo de mí un miserable pescador. Sin embargo, como su alma nada tiene de orgullosa, mi compañero de
escuela, hoy sultán de Bassra, ha seguido en relaciones conmigo, y no hay cosa que le pida que no la haga
inmediatamente, y si cada día le hiciese mil peticiones, atendería con seguridad a todas ellas". Entonces
Alí-Nur exclamó: "Escribe, pues, esa carta, para que yo crea en tu influjo cerca del califa".
Y el califa, después de sentarse en el suelo, doblando las piernas, cogió un tintero, un cálamo y un
pliego de papel, apoyó el papel en la palma de la mano izquierda, y escribió esta carta:
"En nombre de Alah, el Clemente sin límites, el Misericordioso.
Este escrito es enviado por mí, Harún Al- Raschid ben-Mahdí El-Abbasí, a Su Señoría Mohammad
ben-Soleimán El-Zeiní.
Recuerda que mi gracia te envuelve y que a ella debes haber sido nombrado representante mío en un
reino de mis reinos.
Y ahora te anuncio que el portador de este escrito, hecho por mi propia mano, es Alí-Nur, hijo de
Fardleddin ben-Khacán, que fué tu visir y descansa ahora en la misericordia del Altísimo.
Inmediatamente después de haber leído mis palabras te levantarás del trono del reino, y colocarás en
él a Alí-Nur, que será rey en lugar tuyo. Porque he aquí que acabo de investirle de la autoridad que antes
te había confiado.
Y cuida mucho que no sufra ningún aplazamiento la ejecución de mi voluntad. La salvación sea
contigo".
Después el califa dobló la carta, la selló, y se la entregó a AlíNur, sin revelarle su contenido. Y Alí-
Nur cogió la carta, se la llevó a los labios y a la frente, la guardó en el turbante y salió en el acto para
embarcarse con dirección a Bassra, mientras la pobre Dulce-Amiga lloraba abandonada en un rincón.
Esto, por lo pronto, en cuanto se refiere a Alí-Nur. Respecto al califa, he aquí que cuando el jeique
Ibrahim, que hasta entonces nada había dicho, vió todo aquello, se volvió hacia el califa, a quien seguía
tomando por el pescador Karim, y le dijo: "¡Oh tú, el más miserable de los pescadores! Has traído unos
peces que apenas valen veinte mitades de cobre, ¿y no contento con haberte embolsado tres dinares de
oro quieres llevarte ahora esa esclava? Ahora mismo me vas a dar la mitad del oro, y en cuanto a la
esclava, la disfrutaremos también los dos, pero siendo yo el primero".
Entonces el califa, después de lanzar una terrible mirada al jeique Ibrahim, se acercó a una de las
ventanas y dió dos palmadas. Inmediatamente acudieron Giafar y Massrur, que no aguardaban más que
aquella señal, y a un ademán del califa, Massrur se echó encima del jeique Ibrahim y lo inmovilizó.
Giafar, que llevaba en la mano un ropón magnífico, que había mandado a buscar a toda prisa por uno de
sus criados, se acercó al califa, le quitó los harapos del pescador y le puso el ropón de seda y oro.
Entonces el jeique Ibrahim, todo aterrado, reconoció al califa, y empezó a morderse los dedos; pero
aun se resistía a creer en la realidad, y se decía: "¿Estoy despierto o dormido?"
Y el califa, sin disimular la voz, le dijo: "¿Te parece bien, jeique Ibrahim, el estado en que te
encuentro?" Y al oírle se le quitó de pronto la borrachera al jeique, se tiró de bruces al suelo, arrastrando
por él su larga barba, y recitó estas estrofas:
¡Perdona mi falta ¡oh tú que eres superior a todas las criaturas! ¡El señor debe
generosidad al esclavo!
¡Confieso que hice cosas impulsado por la locura! ¡A ti te corresponde ahora perdonarlas
generosamente!
Entonces el califa, dirigiéndose al jeique Ibrahim, le dijo: "Te perdono". Y volviéndose hacia la
desconsolada Dulce-Amiga, prosiguió: "¡Oh Dulce-Amiga! ahora que sabes quién soy, déjate conducir a
mi palacio". Y todos salieron del Palacio de las Maravillas.
Cuando Dulce-Amiga llegó al palacio, el califa le mandó preparar un aposento reservado, y puso a
sus órdenes doncellas y esclavas. Después se fué en su busca, y le dijo: "¡Oh Dulce-Amiga! ya sabes que
actualmente me perteneces, pues te deseo, y además me has sido generosamente cedida por Alí-Nur. Y
yo, para corresponder a su esplendidez, acabo de enviarle como sultán a Bassra. Y si quiere Alah, pronto
le enviaré un magnífico traje de honor, y serás tú la encargada de llevarle. Y serás sultana con él". Y
dicho esto cogió entre sus brazos a Dulce-Amiga, y aquella noche la pasaron enlazados. Y fué lo que les
ocurrió a uno y a otro.
En cuanto a Alí-Nur, he aquí que llegó por la gracia de Alah a la ciudad de Bassra, marchó
directamente al palacio del sultán Mohammad El-Zeiní, y una vez allí dió un gran grito.
Y al oírle el sultán mandó que llevasen a su presencia al hombre que había gritado de aquel modo. Y
Alí-Nur, al verse delante del sultán, sacó del turbante la carta del califa y se la entregó inmediatamente. Y
el sultán abrió la carta, conoció la letra del califa, y en seguida se puso de pie, leyó con mucho respeto el
contenido, y después de leerlo se llevó tres veces la carta a los labios y a la frente, y exclamó: "¡Escucho
y obedezco a Alah el Altísimo y al califa, Emir de los Creyentes!"
Y en seguida mandó llamar a los cuatro kadíes de la ciudad y a los principales emires para darles
cuenta de su resolución de obedecer inmediatamente al califa, abdicando el trono. Pero en ese momento
entró el gran visir El-Mohín ben-Sauí, enemigo de Alí-Nur y de su padre Fadleddin, y el sultán le entregó
la carta del Emir de los Creyentes, y le dijo: "¡Lee!"
El visir cogió la carta, la leyó, la releyó, y quedó consternadísimo; pero de pronto desgarró muy
diestramente la parte inferior de la carta que ostentaba el negro sello del califa, se la llevó a la boca, la
masticó y la tiró.
Y el sultán le gritó enfurecido: "¡Desdichado Sauí! ¿Qué demonios te han podido impulsar a cometer
este atentado?" Y Sauí contestó: "¡Oh rey! Has de saber que este hombre no ha visto nunca al califa, ni
siquiera a su visir Giafar. Es un bribón dominado por todos los vicios, un demonio lleno de malignidad y
de falsía. Ha debido encontrar algún papel escrito por el califa, y ha imitado la letra, escribiendo a su
gusto todo cuanto aquí acabo de leer. ¿Pero cómo has pensado, ¡oh sultán! en abdicar, cuando el califa no
ha mandado un propio, ni una orden escrita con su noble letra? Además, si el califa hubiera enviado tal
mensaje, lo habría hecho acompañar por algún chambelán o algún visir. Y he aquí que este hombre ha
llegado completamente solo".
Entonces el sultán le preguntó: "¿Y qué haremos ahora, oh Sauí?" A lo cual respondió el visir: "¡Oh
rey! confíame a ese joven, y ya sabré yo descubrir la verdad.
Lo mandaré a Bagdad acompañado por un chambelán, que se enterará de todo lo ocurrido. Si lo que
ha dicho es cierto, nos traerá una orden escrita con la noble letra del califa. Pero si ha mentido, volverá
el chambelán con este joven, y entonces sabré vengarme, para hacerle expiar lo pasado y lo presente".
Después de oír al visir, acabó el sultán por creer que Alí-Nur era un maldito embaucador, y lleno de
cólera no quiso aguardar a ninguna prueba, y gritó a los guardias: "¡Apoderáos de este joven!" Y los
guardias se apoderaron de Alí-Nur, lo tiraron al suelo y empezaron a darle de palos, hasta que lo dejaron
sin sentido. Después les mandó que lo encadenaran de pies y manos, y llamó al jefe de los carceleros, y
el jefe de los carceleros no tardó en presentarse al rey.
Este carcelero se llamaba Kutait. Cuando le vió el visir, le dijo: "Kutait, el sultán va a ordenarte que
cojas a este hombre y lo metas en un calabozo subterráneo, donde lo atormentarás día y noche con la
mayor dureza". Kutait contestó: "Escucho y obedezco". Y cogió a Alí-Nur y lo llevó en seguida a un
calabozo.
Y cuando Kutait entró en el calabozo con Alí-Nur, cerró la puerta, mandó barrer el suelo y poner un
banco detrás de la puerta, cubriéndolo con un tapiz y colocando en él un almohadón. Después,
acercándose a Alí-Nur, le quitó las ligaduras y le rogó que se sentase en el banco, diciéndole: "No he de
olvidar, ¡oh mi señor! lo mucho que me favoreció tu padre, el difunto visir; de modo que no tengas temor
alguno". Y desde entonces lo trató lo mejor que pudo, procurando que no careciese de nada; y sin
embargo enviaba diariamente recado al visir de que Alí-Nur estaba sujeto a los más tremendos castigos.
Todo ello durante cuarenta días.
Llegado el día cuarenta y uno llevaron al palacio un magnífico regalo para el rey de parte del califa.
Y el rey se maravilló de lo espléndido de aquel regalo, y como no comprendía la causa que había movido
al califa a enviárselo, mandó reunir a sus emires, y les preguntó su parecer.
Opinaron algunos que el califa destinaba el regalo a la persona enviada por él para sustituir al sultán.
Y en seguida Sauí exclamó: "¡Oh rey! ¿No te dije que lo mejor era deshacerse de ese Ali-Nur, si es que
quieres obrar con prudencia?" Y entonces el sultán dijo: "¡Por Alah! Haces que lo recuerde a tiempo. Ve
a buscarlo inmediatamente y que se le degüelle sin misericordia".
Y Sauí contestó: "Escucho y obedezco, pero convendría, ¡oh mi señor! anunciarlo por medio de los
pregoneros. Y que digan: "¡Vayan a la explanada de palacio cuantos quieran presenciar la ejecución de
Alí-Nur ben-Khacán!" Y todo el mundo vendrá a ver como lo decapitan, y así me vengaré, y se alegrará
mi corazón, y quedará saciado mi odio".
Y el sultán le dijo: "Puedes disponer lo que quieras".
Lleno de alegría, el visir corrió a casa del gobernador y le mandó pregonar la ejecución de Alí-Nur
con todos los detalles mencionados. Y así se verificó puntualmente. Pero al oír a los pregoneros se
apoderó de todos los habitantes de la ciudad una gran aflicción, y todos empezaron a llorar sin excepción
ninguna, hasta los niños en las escuelas y los mercaderes en los zocos. Y los unos se apresuraban a
ocupar un buen sitio para ver pasar a Alí-Nur y asistir al triste espectáculo de su muerte, mientras que
otros acudían en tropel a las puertas de la cárcel para acompañarle desde que saliera.
Por su parte, el visir Sauí se dirigió a la prisión, haciéndose acompañar de diez guardias, y mandó
que le abrieran la puerta. Y el carcelero Kutait, fingiendo ignorarlo todo, preguntó: "¿Qué desea mi señor
el visir?"
Y éste dijo: "Trae en seguida a mi presencia a ese miserable". A lo cual repuso el carcelero: "Se
encuentra en muy mal estado a consecuencia de los palos que le di y de los tormentos que ha sufrido, pero
de todos modos obedeceré en el acto". Y el carcelero se dirigió al calabozo de Alí-Nur, y le encontró
recitando estas estrofas:
¡Ay de mí! ¡Nadie me socorre en mi desventura! ¡Y cada vez son más intensos mis males y
más dificil su remedio!...
¡La ausencia implacable y amarga ha consumido lo más puro de mi sangre, arrebatándome
el último aliento de vida! ¡La fatalidad ha transformado a mis amigos, convirtiéndoles en los
enemigos más crueles!
Y pregunto a cuantos me ven: ¿No hay nadie entre vosotros que me compadezca, que se
duela de lo inmenso de mi desdicha y que responda a mis llamamientos?
¡Qué dulce me parece la muerte, a pesar de todos sus terrores, ahora que se ha acabado
toda esperanza engañosa de la vida!
¡Señor! ¡Tú que envías a quienes anuncian buenas eres el mar de la generosidad; tú que
guías a los portadores de consuelo!
¡A ti imploro, abiertas todas las heridas de un alma atormentada! ¡Líbrame de mis
sufrimientos y de los peligros! ¡Perdona mi torpeza! ¡Olvida mis errores y mis faltas!
Cuando Alí-Nur terminó su lamentación, se le acercó Kutait, le explicó lo que pasaba y le ayudó a
quitarse la ropa limpia que le había dado ocultamente y le vistió de harapos, llevándole en seguida a la
presencia del visir, que lo aguardaba pateando de rabia. Y apenas le vió Alí-Nur, acabó de convencerse
del odio que le tenía aquel enemigo de su padre. Pero le dijo: "Heme aquí ¡oh visir! ¿Crees que te será
siempre favorable el destino para fiar en él de ese modo? ¿Ignoras las palabras del poeta?:
¡Al tener que sentenciar lo aprovechan para extralimitarse en sus derechos y faltar a la
justicia! ¿Ignoran que su veredicto pronto dejará de serlo, y se disolverá en la nada?
Y añadió Alí-Nur: "¡Oh visir! ¡sabe que sólo Alah es poderoso, que es el Unico Realizador!"
Y el visir le dijo: "¡Oh Alí! ¿crees inimidarme con todas tus sentencias? Sabe que hoy mismo, contra
tu voluntad y contra la de todos los habitantes de Bassra, te cortaré la cabeza.
Y para imitarte, te recordaré lo que el poeta dijo:
¡Deja obrar el tiempo a su gusto, pero disfruta de la satisfacción ¡De hacerte justicia!
Y también es admirable este otro verso:
¡El que vive, aunque solo sea un día, después de haber visto morir a su enemigo, consigue
el fin deseado!"
Inmediatamente mandó a los guardias que se apoderaran de Alí-Nur y lo montasen en un mulo, pero
los guardias vacilaron al ver que la muchedumbre decía a Alí-Nur: "Mándanoslo, y ahora mismo
apedrearemos a ese hombre y lo haremos pedazos, aunque nos arriesguemos a perdernos y a perder
nuestra alma". Pero Alí-Nur repuso: "¡Oh, no! ¡No hagáis semejante cosa! Recordad estos versos del
poeta:
¡Todo hombre tiene que pasar su tiempo en la tierra, y transcurrido ese tiempo, ha de
morir!
¡Por eso, aunque los leones me arrastraran a su selva, nada tendrá que temer como no
hubiera llegado mi hora!”
Los guardias se apoderaron entonces de Alí-Nur, lo montaron en un mulo y recorrieron así toda la
ciudad, hasta llegar al palacio, frente a las ventanas del sultán. Y gritaban: "¡Este es el castigo contra
todo el que se atreva a falsificar documentos!" Después llevaron a Álí-Nur al lugar de los suplicios, allí
donde se encharcaba la sangre de los sentenciados. Y el verdugo, con el alfanje en la mano, se acercó un
momento a Alí-Nur y le dijo: "Soy tu esclavo; si necesitas que haga alguna cosa no tienes más que
decirla, y la haré inmediatamente. Si necesitas beber o comer, manda y te obedeceré en el acto. Pues has
de saber que te quedan muy pocos minutos de vida; sólo hasta que el sultán se asome a la ventana".
Entonces Alí-Nur miró a derecha e izquierda, y recitó estas estrofas:
¡Decidme por favor! ¿Hay entre vosotros um amigo compasivo que quiera ayudarme?
¡Va a terminar el tiempo de mi vida y a cumplirse mi destino! ¿Hay algún hombre caritativo
que me socorra y que merezca ser recompensado por su buena acción?
¡Que eche una mirada a mi desdicha, que descubra mi tristeza y me dé un poco de agua
para calmar los sufrimientos de mi suplicio!
Entonces todos los presentes empezaron a llorar, y el verdugo fué en seguida en busca de una
alcarraza con agua y se la presentó a Alí-Nur. Pero inmediatamente el visir Sauí acudió desde su sitio, y
dando un golpe a la alcarraza la rompió en mil pedazos. Y en seguida gritó enfurecido al verdugo: "¿Qué
aguardas para cortarle la cabeza?" Y el verdugo cogió entonces un lienzo y vendó los ojos a Alí-Nur.
Y al verlo, la multitud se encaró con el visir y empezó a injuriarle, aumentando cada vez más el
tumulto de gritos. Y no cesaba la agitación, cuando súbitamente se levantó una nube de polvo y resonaron
clamores confusos que iban aproximándose, llenando el aire y el espacio.
Y al ver la nube de polvo y oír el estrépito, el sultán miró por la ventana del palacio y dijo a quienes
le rodeaban: "Averiguad en seguida lo que es eso". Y el visir repuso: "No es eso lo más urgente. Antes
conviene degollar a ese hombre".
Pero el sultán replicó: "Calla, ¡oh Sauí! y déjanos ver lo que es eso".
Aquella nube de polvo la levantaron los caballos en que galopaban Giafar, el gran visir del califa, y
los jinetes de su séquito.
Y he aquí el motivo de su llegada. El califa, después de la noche de amor que había pasado entre los
brazos de Dulce-Amiga, había dejado transcurrir treinta días sin acordarse de ella ni de la historia de
Alí-Nur ben-Khacán. Pero una noche entre las noches, al pasar junto al gabinete en que estaba encerrada
Dulce-Amiga, oyó amargo llanto y una voz dolorida que cantaba estos versos del poeta:
¡Oh delicia mía! ¡Tu sombra, estés ausente o estés conmigo, no se aparta de mí! ¡Y mi boca,
para alegrarme, gusta de repetir tu nombre delicioso!
Y como los sollozos fuesen cada vez más desesperados, abrió el califa la puerta entró en el gabinete,
y vió a Dulce-Amiga que lloraba. Y Dulce-Amiga se echó a sus pies, y se los besó tres veces, y recitó
estas estrofas:
¡Oh tú, que eres de ilustre raza y producto de sangre famosa, de origen noble, rama fértil
doblada bajo el peso de frutos exquisitos!
¡He de recordarte la promesa que tu bondad me hizo y que me ofreció tu generosidad sin
par! ¡Ojalá no la olvides nunca!
Pero el califa, que seguía sin acordarse de Dulce-Amiga, le dijo: "¿Quién eres, oh joven?" Y ella
contestó: "Soy la que te regaló AlíNur ben-Khacán. Y ahora te ruego que cumplas la promesa de
enviarme junto a él con todos los honores debidos. Y cuenta que pronto hará treinta días que estoy aquí y
no he podido disfrutar siquiera una hora de sueño". Entonces el califa llamó apresuradamente a Giafar
Al-Barmaki, y le dijo: "Llevo treinta días sin saber nada de Alí-Nur, y temo que le haya mandado matar
el sultán de Bassra. Pero juro por mi cabeza y por la tumba de mis padres y mis abuelos, que como le
haya ocurrido una desgracia a ese joven, perecerá el que tenga la culpa, así sea la persona más querida
para mí. Quiero, pues, ¡oh Giafar! que salgas inmediatamente para Bassra y averigües lo que han hecho
con Alí-Nur". Y Giafar se puso inmediatamente en camino.
Y al llegar a Bassra se encontró Giafar con aquel tumulto, y vió la muchedumbre agitada como el
oleaje del mar, y preguntó: "¿Pero qué alboroto es ése?" Y en seguida millares de voces le refirieron
cuanto había ocurrido con Alí-Nur ben-Khacán. Y cuando Giafar ovó sus palabras, se dió más prisa para
llegar a palacio.
Y subió a las habitaciones del sultán, y le deseó la paz y le enteró del objeto de su viaje, y le dijo: "Si
le ha sucedido alguna desgracia a Alí-Nur, tengo orden de que perezca quien tuviere la culpa, y de que tú,
¡oh sultán! expíes también el crimen cometido. ¿Dónde está Alí-Nur?"
El sultán mandó entonces que trajeran en seguida a Alí-Nur, y los guardias fueron a buscarle a la
plaza. Y apenas entró Alí-Nur, se levantó Giafar y mandó a los guardias que prendieran al sultán y al
visir El-Mohín ben- Sauí. E inmediatamente nombró a Alí-Nur sultán de Bassra, y lo colocó en el trono,
en vez de Mohammad El-Zeiní, a quien mandó encerrar con el visir.
Después Giafar permaneció en Bassra, en casa del nuevo rey, los tres días reglamentarios de cortesía.
Pero al cuarto día, Alí-Nur se dirigió a Giafar y le dijo: "Tengo vivos deseos de volver a ver al Emir de
los Creyentes".
Y Giafar se avino a ello, y dijo: "Empecemos por hacer nuestra oración de la mañana, y saldremos en
seguida para Bagdad". Y el rey dijo: "Escucho y obedezco". E hicieron la oración de la mañana, y ambos,
acompañados de guardias y jinetes llevando consigo al ex rey Mohammad El-Zeiní y al visir Sauí,
emprendieron el camino de Bagdad. Y durante el viaje, el visir Sauí tuvo tiempo para reflexionar y
morderse las manos arrepentido.
Alí-Nur marchó todo el camino al lado de Giafar, hasta que llegaron a Bagdad, morada de paz. Y se
apresuraron a presentarse al califa, y Giafar le contó la historia de Alí-Nur. Entonces el califa mandó
acercarse a Alí-Nur, y le dijo: "Toma este alfanje y corta con tu propia mano la cabeza de tu enemigo, el
miserable Ben-Sauí".
Y Alí-Nur cogió el acero, y se acercó a Ben-Sauí, pero éste lo miró y le dijo: "¡Oh Alí-Nur! Yo
procedí contigo según mi temperamento, al cual no podía sustraerme.. Pero tú debes obrar a tu vez según
el tuyo".
Entonces Alí-Nur tiro el alfanje, miró al califa y, le dijo: "!Oh Emir de los Creyentes! este hombre me
ha desarmado".
Y recitó lo que dice el poeta
¡He visto a mi enemigo y no he sabido cómo vencerle, pues el hombre puro siempre es
vencido por las palabras de bondad!
Pero el califa exclamó: "¡Está bien, Alí- Nur!" Y dijo a Massrur: "¡Oh Massrur! Levántate y corta la
cabeza a ese bandido". Y Massrur se levantó, y de un solo tajo degolló al visir El-Mohín ben-Sauí.
Entonces el califa se dirigió a Alí-Nur, y le dijo: "Ahora puedes pedirme lo que quieras". Y Alí-Nur
respondió: "¡Oh señor y dueño mío! no deseo reinar, ni quiero tener ninguna intervención en el trono de
Bassra. No siento más deseo que tener la dicha de contemplar tus facciones".
Y el califa contestó: "¡Oh Alí-Nur! con todo el cariño de mi corazón, y como homenaje debido".
Después mandó llamar a DulceAmiga, y se la devolvió a Alí-Nur, y les dió grandes riquezas, y un
palacio de los más hermosos de Bagdad, y una suntuosa pensión del Tesoro. Y quiso que Alí-Nur ben-
Khacán fuera su íntimo compañero. Y acabó por perdonar al sultán Mohammad El-Zeiní, al cual repuso
en el trono, encargándole que en adelante eligiese mejor sus visires. Y todos vivieron ccn alegría y
prosperidad hasta su muerte.
Al terminar, la discretísima Schehrazada dijo al rey: "No creas ¡oh rey! que esta historia de Alí-Nur y
Dulce-Amiga, aunque muy deliciosa, sea tan notable y sorprendente como la de Ghanem ben-Ayub y su
hermana Fetnah". Y el rey Schahriar contestó: "No conozco tal historia".
Historia de Ghanem Ben-Ayub y de su hermana Fetnah
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que en la antigüedad de los tiempos, en lo pasado de los
siglos y de las edades, hubo un mercader entre los mercaderes que era riquísimo y padre de dos hijos. Se
llamaba Ayub, y su hijo varón, Ghanem ben-Ayub, fué conocido después por el sobrenombre de El-Motim
el-Masslub,
[73] y era tan hermoso como la luna llena, y estaba dotado de una elocuencia maravillosa. La
hija, hermana de Ghanem, se llamaba Fetnah,
[74] nombre muy merecido por sus encantos y su
hermosura.
Al morir Ayub les dejó grandes riquezas...
En este momento de su relato, vió Schehrazada nacer el día y se calló discretamente.
Al llegar la 37ª noche
Prosiguió en esta forma:
Al morir el mercader Ayub les dejó grandes riquezas, y entre otras cosas, cien cargas de sederías,
brocados y telas preciosas, y cien vasijas llenas de vejigas de almizcle puro. Todo cuidadosamente
empaquetado, y en cada fardo se veía escrito con grandes caracteres: Destinado a Bagdad, pues Ayub no
pensaba morirse tan pronto, y quería ir a Bagdad para vender sus preciosas mercancías.
Pero llamado a la infinita misericordia de Alah, y pasado el tiempo del luto, el joven Ghanem pensó
realizar el viaje a Bagdad que tenía proyectado su padre. Despidióse, pues, de su madre, de su hermana
Fetnah, de sus parientes y de sus vecinos, y se fue al zoco, donde alquiló los camellos necesarios, cargó
en ellos sus fardos, y aprovechó la salida de otros comerciantes para Bagdad a fin de ir en su compañía,
y así marchó, después de poner su suerte en manos de Alah el Altísimo. Y Alah lo resguardó de tal modo,
que no tardó en llegar a Bagdad sano y salvo con todas sus mercancías.
Apenas llegado a Bagdad, se apresuró a alquilar una casa hermosísima, que amuebló suntuosamente,
tendiendo por todas partes magníficas alfombras, colocando divanes y almohadones, sin olvidar los
cortinajes en puertas y ventanas.
Después mandó descargar todas las mercaderías y descansó de las fatigas del viaje, esperando
tranquilamente que todos los mercaderes y personas notables de Bagdad fuesen, unos tras otros, a
desearle la paz y darle la bienvenida.
Pero después pensó en ir al zoco para vender parte de sus mercancías, y mandó hacer empaquetar
diez piezas de telas y de sederías finas que llevaban marcado el precio en unas etiquetas. En seguida se
dirigió al zoco de los grandes mercaderes, y todos salieron a su encuentro y le desearon la paz. Después
le llevaron a presencia del jeique del zoco, quien sólo con ver las mercaderías se las compró en el acto.
Y Ghanem ben-Ayub ganó dos dinares de oro por cada dinar de mercancías. Y satisfechísimo de tal
ganancia, siguió vendiendo piezas de tela y vejigas de almizcle, ganando dos por uno durante todo un año.
Un día, a principios del otro año, fué al mercado, según su costumbre; pero encontró todas las tiendas
cerradas, lo mismo que la puerta principal del zoco. Y como no era fiesta, se asombró mucho y preguntó
la causa. Le contestaron que acababa de fallecer uno de los principales mercaderes y que los demás
habían ido a enterrarle. Y uno de los transeúntes le dijo: "Bien harías en ir también a acompañar al
entierro, pues te lo tendrán en cuenta". Y contestó Ghanem: "Me parece muy justo, pero quisiera saber
dónde son los funerales". Indicáronle el sitio; entró en una mezquita cercana, hizo sus abluciones, y se
dirigió a toda prisa al lugar indicado. Mezclóse entonces con la muchedumbre de mercaderes y los
acompañó a la gran mezquita, en donde se dijeron las oraciones de costumbre. Luego la comitiva
emprendió el camino del cementerio, que estaba situado fuera de las puertas de Bagdad. Entraron en él y
fueron atravesando tumbas, hasta llegar a aquella en que iban a depositar el cadáver.
Los parientes habían levantado una tienda, colocándola de suerte que cubriera el sepulcro, colgando
en ella lámparas, antorchas y faroles. Y todos pudieron entrar para resguardarse debajo del toldo.
Entonces se abrió la tumba, se depositó el cadáver, y se puso la losa. Luego los imanes y demás ministros
del culto y los lectores del Corán empezaron a leer sobre la tumba los versículos del Libro Noble y los
capítulos prescritos. Y los mercaderes y los parientes se sentaron en corro sobre las alfombras tendidas
debajo del toldo, y oyeron religiosamente las santas Palabras. Y Ghanem ben-Ayub, aunque tenía prisa
por volver a su casa, no quiso retirarse enseguida por consideración hacia los parientes, y se quedó con
ellos.
Las ceremonias religiosas duraron hasta el anochecer. Entonces llegaron los esclavos con bandejas
llenas de manjares y dulces, y los repartieron entre los presentes, que comieron y bebieron hasta la
hartura, según es costumbre en los entierros. Después les presentaron las jofainas y los jarros, y todos los
comensales se lavaron las manos, y en seguida fueron a sentarse en corro, silenciosamente, como suele
hacerse.
Pero pasado un largo rato, como la sesión no se iba a terminar hasta la mañana siguiente, Ghanem
empezó a alarmarse por las mercaderías que había dejado en su casa sin nadie que las guardase. Y temió
que se las robasen los ladrones, y dijo para sí: "Soy extranjero, y teniendo como tengo fama de hombre
rico, si paso una noche fuera de mi casa los ladrones la saquearán, y se llevarán mi dinero y las
mercancías que me quedan".
Y como sus temores fuesen mayores cada vez, se decidió a levantarse y se disculpó con los demás
diciendo que iba a evacuar una necesidad apremiante, y salió a toda prisa. Echó a andar a oscuras, y fué
caminando hasta que llegó a las puertas de la ciudad. Pero como ya era medianoche, encontró la puerta
cerrada, y no vió a nadie, ni oyó ninguna voz humana. Solamente oía el ladrar de los perros y los
chillidos de los chacales que sonaban a lo lejos mezclados con los aullidos de los lobos. Entonces,
asustadísimo, exclamó: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! Antes temía por mis riquezas y ahora
he de temer por mi vida".
Y empezó a buscar un albergue donde pasar la noche, y al fin encontró una turbeh junto a la cual había
una palmera. Una puerta estaba abierta y Ghanem entró por allí, y se tendió para conciliar el sueño, pero
no podía dormir, pues estaba aterrado de verse solo en medio de las tumbas. Y se puso de pie, y abrió la
puerta y miró hacia afuera. Y vió una luz que brillaba a lo lejos, cerca de las puertas de la ciudad. Se
dirigió hacia aquella luz, pero entonces vió que ésta se acercaba por el camino que conducía a la turbeh
en que él se encontraba.
Entonces Ghanem tuvo más miedo, retrocedió precipitadamente, se metió de nuevo en la turbeh, y
cuidó de cerrar la puerta, que era muy pesada. Pero no se tranquilizó hasta que se hubo subido a lo alto
de la palmera para esconderse entre el ramaje. Desde allí vió que la luz se iba acercando, hasta que
acabó por ver a tres negros, dos de los cuales llevaban un enorme cajón y el tercero una linterna y unos
azadones.
Al llegar a la turbeh se detuvo. "¿Qué ocurre, ¡oh Sauab!?" y Sauab respondió: "¿No lo veis?" Y dijo
uno de los otros: "¿Pero qué he de ver?" Y Sauab replicó: "¡Oh Kafur! ¿no ves que la puerta de la turbeh,
que habíamos dejado abierta esta tarde, está cerrada y con el cerrojo echado por dentro?" Entonces el
tercer negro, llamado Bakhita, exclamó: "¡Qué poco entendimiento tenéis! ¿Ignorais que los propietarios
de estos campos salen todos los días de la ciudad y vienen a descansar aquí después de examinar sus
plantaciones? ¿No sabéis que cuidan de cerrar la puerta en cuanto anochece por temor de que los
sorprendamos nosotros los negros, pues saben que si los cogemos los asamos vivos y nos comemos su
carne blanca?"
Entonces Kafur y Sauab dijeron al otro negro: "¡Oh Bakhita! Verdaderamente no puedes presumir de
inteligencia". Pero Bakhita replicó: "Veo que no me creeréis hasta que encontremos al que estará
escondido, y os advierto anticipadamente que si hay alguien en la turbeh, al ver acercarse nuestra luz se
habrá subido, aterrorizado, a la copa de la palmera. Y allí lo encontraremos".
Y aterrado Ghanem, pensaba: "¡Qué negro tan listo! ¡Confunda Alah a todos los sudaneses por su
perfidia y su malignidad!" Después, muerto de miedo, dijo: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el
Altísimo y el Omnipotente! ¿Quién me podrá salvar ahora de este peligro?
Y los dos negros dijeron al que llevaba el farol: "¡Oh Sauab! sube a la alto del muro, y salta dentro de
la turbeh, y ábrenos la puerta, pues estamos muy cansados del peso de este cajón encima del cuello y de
los hombros. Y si nos abres la puerta, te reservaremos al más rollizo de los individuos que cojamos ahí
dentro, y te lo coceremos muy en su punto, dorándole la piel, cuidando que no se desperdicie ni una gota
de grasa".
Pero Sauab contestó: "Como tengo tan poca inteligencia, prefiero que tiremos este cajón por encima
de la tapia, ya que nos han dado la orden de dejarlo en esta turbeh". Pero los otros dos negros
contestaron: "Si lo tiramos como dices, se hará pedazos". Y Sauab replicó: "Pero si entramos en la
turbeh, acaso nos sorprendan los bandidos que ahí suelen ocultarse para asesinar y desvalijar a los
viajeros. Ya sabéis que en este sitio se reúnen por la noche los bandoleros para repartirse el botín". Los
otros dos negros dijeron: "¿Es posible que seas tan infeliz que creas semejantes majaderías?"
Y dejando el cajón en el suelo, escalaron la pared, saltaron dentro de la turbeh y corrieron a abrir,
mientras el otro les alumbraba desde fuera. Metieron entre los tres el cajón, cerraron la puerta y se
sentaron a descansar en la turbeh. Y uno dijo: "Verdaderamente, ¡oh hermanos! que estamos rendidos de
tanto caminar y por el trabajo que hemos hecho. Y he aquí que es medianoche. Descansemos algunas
horas, y después abriremos la zanja para enterrar este cajón; cuyo contenido ignoramos. Luego del
descanso podremos trabajar mejor.
Y para pasar agradablemente estas horas de reposo, cuente cada uno cómo ha llegado a ser eunuco y
por qué se le castró, relatándolo todo desde el principio hasta el fin. De esta manera pasaremos la noche
agradablemente".
Y en este momento de su narración, Schehrazada vió clarear el día y se calló discretamente.
Al llegar la 38ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que cuando uno de los negros sudaneses propuso que cada
uno contase la historia de su castración, el negro Sauab, portador de la linterna y los azadones, tomó la
palabra, y como los otros se rieran, repuso: "¿De qué os reís? ¿De que sea el primero en contar por qué
me caparon?"
Y los otros dijeron: "Nos parece muy bien. ¡Te escuchamos!"
Entonces el eunuco Sauab dijo:
Historia del negro Sauab, primer eunuco sudanés
Sabed, ¡Oh mis hermanos! que apenas tenía cinco años de edad cuando el mercader de esclavos me
sacó de mi tierra para traerme a Bagdad, y me vendió a un guardia de palacio. Este hombre tenía una hija
que en aquel momento contaba tres años. Fui criado con ella, y era la diversión de todos cuando jugaba
con la niña, y bailaba danzas muy graciosas y le cantaba canciones. Todo el mundo quería al negrito.
Juntos crecimos de aquel modo, y yo llegué a los catorce años y ella a los diez. Y nos dejaban jugar
juntos. Pero un día entre los días, al encontrarla sola en un sitio apartado, me acerqué a ella, según
costumbre. Precisamente acababa de tomar un baño en el hammam, y estaba deliciosa y perfumada. En
cuanto a su rostro, parecía la luna en su décimacuarta noche. Al verme corrió hacia mí, y nos pusimos a
jugar y hacer mil locuras. Me mordía y yo la arañaba; me pellizcaba y yo la pellizcaba también; pero de
tal modo, que a los pocos instantes el zib se me levantó y se me hinchó. Y semejante a una llave enorme,
se me dibujaba por debajo de la ropa. Entonces se echó a reír, se me vino encima, me tiró de espaldas al
suelo y se colocó a horcajadas sobre mi vientre; y empezando a restregarse conmigo, acabó por dejar mi
zib al aire. Y al verlo erguido y poderoso, lo cogió con una mano y frotó y cosquilleó con él los labios de
su vulva por encima del calzón que llevaba puesto. Pero estos juegos vinieron a aumentar de un modo
alarmante el calor que sentía. Y la estreché entre mis brazos, mientras que ella se me colgaba del cuello
apretándome con todas sus fuerzas. Y he aquí que súbitamente mi zib, como si fuese de hierro, le atravesó
el pantalón, y penetrando triunfante le arrebató la virginidad.
Una vez terminada la cosa, la niña se echó a reír otra vez, y volvió a besarme, pero yo estaba
aterrado con lo que acababa de ocurrir, y me escapé de entre sus manos, corriendo a refugiarme en la
casa de un negro amigo mío.
La niña no tardó en volver a su casa, y la madre, al verle la ropa en desorden y el pantalón atravesado
de parte a parte, lanzó un grito. Después, examinando el lugar que se oculta entre los muslos, ¡vió lo que
vió! Y se cayó al suelo, desmayada de dolor y de ira. Pero cuando volvió en sí, como la cosa era
irreparable, tomó todas las precauciones para arreglar el asunto, y sobre todo para que su esposo no
supiera la desgracia. Y tal maña se dió, que pudo conseguirlo. Transcurrieron dos meses, y aquella mujer
acabó por encontrarme, y no dejaba de hacerme regalitos para obligarme a volver a la casa. Pero cuando
volví no se habló para nada de la cosa, y siguieron ocultándoselo al padre, que seguramente me habría
matado, y ni la madre ni nadie me deseaba mal alguno, pues todos me querían mucho.
Dos meses después la madre consiguió poner en relaciones a su hija con un joven barbero, que era el
barbero de su padre, y con tal motivo iba mucho a casa. Y la madre le dió una buena dote de su peculio
particular y le hizo un buen equipo. En seguida llamaron al barbero, que se presentó con todos los
instrumentos. Y el barbero me ató y me cortó los compañones, convirtiéndome en eunuco. Y se celebró la
ceremonia del casamiento, y yo quedé de eunuco de mi amita, y desde entonces tuve que ir precediéndola
por todas partes, cuando iba al zoco, o cuando iba de visitas o a casa de su padre. Y la madre hizo las
cosas tan discretamente, que nadie supo nada de la historia, ni el novio, ni los parientes, ni los amigos. Y
para hacer creer a los invitados en la virginidad de la novia, degolló un pichón, tiñó con sangre la camisa
de la recién casada, y según costumbre, hizo pasear esta camisa al acabar la noche por la sala de
reuniones, por delante de todas las mujeres invitadas, que lloraron de emoción.
Desde entonces viví con mi amita en casa de su marido el barbero. Y así pude deleitarme
impunemente y en la medida de mis fuerzas con la hermosura y las perfecciones de aquel cuerpo
delicioso, pues aunque había perdido otras cosas, me quedaba el zib. De modo que sin peligro, y sin
despertar sospechas pude seguir besando y abrazando a mi ama, hasta que murieron ella, su marido y sus
padres. Entonces pasaron a mí todos los bienes, y llegué a ser eunuco de palacio, igual que vosotros, ¡oh
mis hermanos negros! Tal es la causa de que me castraran. Y ahora, la paz sea con vosotros".
Dicho lo que antecede, el negro Sauab se calló, y el segundo negro, Kafur, tomó la palabra y dijo:
Historia del negro Kafur, segundo eunuco sudanés
Sabed, ¡Oh mis hermanos! que cuando sólo tenía ocho años de edad era ya tan experto en el arte de
mentir, que cada año soltaba una mentira tan gorda que a mi amo el mercader se le arrugaba el ano y se
caía de espaldas. Así es que el mercader quiso deshacerse de mí cuanto antes, y me puso en manos del
pregonero, para que anunciase mi venta en el zoco, diciendo: "¿Quién quiere comprar un negrito con todo
su vicio?" Y el pregonero me llevó por todos los zocos, diciendo lo que le habían encargado. Y un buen
hombre de entre los mercaderes del zoco no tardó en acercarse, y preguntó al pregonero: "¿Cuál es el
vicio de este negrito?" Y el otro contestó: "El de decir una sola mentira cada año". Y el mercader
insistió: "¿Y qué precio piden por ese negrito con su vicio?" A lo cual contestó el pregonero: "Sólo
seiscientos dracmas". Y dijo el mercader: "Lo tomo, y te doy veinte dracmas de corretaje".
Y en el acto se reunieron los testigos de la venta y se hizo el contrato entre el pregonero y el
mercader. Entonces el pregonero me llevó a la casa de mi nuevo amo, cobró el precio de la venta y el
corretaje, y se marchó.
Mi amo me vistió decentemente con ropa a mi medida, y permanecí en su casa el resto del año, sin
que ocurriera ningún incidente. Pero empezó otro año y se anunció como bendito en cuanto a la
recolección y la fertilidad. Los mercaderes le festejaban con banquetes en los jardines, y cada uno
pagaba a su vez los gastos del convite, hasta que le tocó a mi amo. Entonces mi amo invitó a los
mercaderes a comer en un jardín de las afueras de la ciudad, y mandó llevar allí comestibles y bebidas en
abundancia, y todos estuvieron comiendo y bebiendo desde por la mañana hasta el mediodía. Pero
entonces recordó mi amo que había dejado olvidada una cosa, y me dijo: "¡Oh mi esclavo! monta en la
mula, ve a casa para pedirle a tu ama tal cosa, y vuelve en seguida". Yo obedecí la orden y me dirigí
apresuradamente a la casa.
Y al llegar cerca de ella empecé a dar agudos chillidos y a verter abundantes lagrimones. Y me rodeó
un gran grupo de vecinos de la calle y del barrio, grandes y chicos. Y las mujeres, asomándose a las
puertas y ventanas, me miraban asustadas, y mi ama, que oyó mis gritos, bajó a abrirme, acompañada de
sus hijas.
Y todas me preguntaron qué ocurría. Y yo contesté llorando: "Mi amo estaba en el jardín con los
convidados, se ausentó para evacuar una necesidad junto a la pared, y la pared se vino abajo,
sepultándole entre los escombros. Y yo he montado en seguida en la mula, y he venido a todo correr a
enteraros de la desgracia". Cuando la mujer y las hijas oyeron mis palabras se pusieron a dar agudos
gritos, a desgarrarse los vestidos y a darse golpes en la cara y en la cabeza, y todos los vecinos
acudieron y las rodearon. Después, mi ama, en señal de luto (como suele hacerse cuando muere
inesperadamente el cabeza de familia), empezó a destrozar la casa, a destruir muebles, a tirarlos por las
ventanas, a romper todo lo rompible y arrancar las ventanas y puertas. Luego mandó pintar de azul las
paredes y echar encima de ellas paletadas de barro.
Y me dijo: "¡Miserable Kafur! ¿Qué haces ahí inmóvil? Ven a ayudarme a romper estos armarios, a
destruir estos utensilios y hacer trizas esta vajilla". Y yo, sin esperar a que me lo dijera dos veces, me
apresuré a destrozarlo todo, armarios, muebles y cristalerías; quemé alfombras, camas, cortinas y
almohadones, y después la emprendí con la casa, asolando techos y paredes. Y entretanto, no dejaba de
lamentarme y de clamar: "¡Pobre amo mío! ¡Ay mi desgraciado amo!
Después mi ama y sus hijas se quitaron los velos, y con la cara descubierta y todo el pelo suelto,
salieron a la calle. Y me dijeron: "¡Oh Kafur! Ve adelante de nosotras para enseñarnos el camino.
Llévanos al sitio en que tu amo quedó sepultado bajo los escombros. Porque hemos de colocar su
cadáver en el féretro, llevarlo a casa y celebrar los debidos funerales". Y yo eché a andar delante de
ellas, gritando: "¡Oh mi pobre amo!" Y todo el mundo nos seguía. Y las mujeres llevaban descubierto el
rostro y la cabellera desmelenada. Y todas gemían y gritaban, llenas de desesperación. Poco a poco se
aumentó la comitiva con todos los vecinos de las calles que atravesábamos, hombres, mujeres, niños,
muchachas y viejas. Y todos se golpeaban la cara y lloraban desesperadamente. Y yo me divertía
haciéndoles dar la vuelta a la ciudad y atravesar todas las calles, y los transeúntes preguntaban la causa
de todo aquello y se les contaba lo que me habían oído decir, y entonces clamaban: "¡No hay fuerza ni
poder más que en Alah, Altísimo, Omnipotente!"
Y alguien aconsejó a mi ama que fuese a casa del walí y le refiriese lo ocurrido.
Y todos marcharon a casa del walí, mientras que yo pretextaba que me iba al jardín en cuyas ruinas
estaba sepultado mi amo".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 39ª noche
Ella dijo: He llegado a saber ¡oh rey afortunado!, que el eunuco Kafur prosiguió de este modo el
relato de su historia:
Entonces corrí al jardín, mientras que las mujeres y todos los demás se dirigían a casa del walí para
contarle lo ocurrido. Y el walí se levantó y montó a caballo, llevando consigo peones que iban cargados
de herramientas, sacos y canastos, y todo el mundo emprendió el camino del jardín siguiendo las
indicaciones que yo había suministrado.
Y yo me cubrí de tierra la cabeza, empecé a golpearme la cara y llegué al jardín gritando: "¡Ay mi
pobre ama! ¡Ay mis pobres amitas! ¡Ay! ¡Desdichados de todos nosotros!" Y así me presenté entre los
comensales. Cuando mi amo me vió de aquella manera, cubierta la cabeza de tierra, aporreada la cara y
gritando: ¡Ay! ¿Quién me recogerá ahora? ¿Qué mujer será tan buena para mí como mi pobre ama?",
cambió de color, le palideció la tez, y me dijo:
"¿Qué te pasa, ¡oh Kafur!? ¿Qué ha ocurrido? Dime".
Y yo le contesté: ¡Oh amo mío! Cuando me mandaste que fuera a casa a pedirle tal cosa a mi ama,
llegué y vi que la casa se había derrumbado, sepultando entre los escombros a mi ama y a sus hijas". Y
mi amo gritó entonces: "¿Pero no se ha podido salvar tu ama?" Y yo dije: "Nadie se ha salvado, y la
primera en sucumbir ha sido mi pobre ama".
Y me volvió a preguntar: "¿Pero y la más pequeña de mis hijas tampoco se ha salvado?" Y contesté:
"Tampoco". Y me dijo: "¿Y la mula, la que yo suelo montar, tampoco se ha salvado?" Y dije: "No, ¡oh
amo mío! porque las paredes de la casa y las de las cuadras se han derrumbado encima de todo lo que
había en la casa, sin excluir a los carneros, los gansos y las gallinas. Todo se ha convertido en una masa
informe debajo de las ruinas. Nada queda ya". Y volvió a preguntarme: "¿Ni siquiera el mayor de mis
hijos?"
Y respondí: "¡Ay! ni siquiera ése. No ha quedado nadie con vida. Ya no hay casa ni habitantes. Ni
siquiera quedan ya rastros de ello. En cuanto a los carneros, los gansos y las gallinas, deben ser en este
momento pasto de los perros y los gatos".
Cuando mi amo oyó estas palabras, la luz se transformó para él en tinieblas; quedó privado de toda
voluntad; las piernas no le podían sostener; se le paralizaron los músculos y se le encorvó la espalda.
Después empezó a desgarrarse la ropa, a mesarse las barbas, a abofetearse y a quitarse el turbante. Y no
dejó de darse golpes, hasta que se le ensangrentó todo el rostro. Y gritaba: "¡Ay mi mujer! ¡Ay mis hijos!
¡Qué horror! ¡Qué desdicha! ¿Habrá otra desgracia semejante a la mía?" Y todos los mercaderes se
lamentaban y lloraban como él para expresarle su pesar, y se desgarraban las ropas.
Entonces mi amo salió del jardín seguido de todos los convidados, y no cesaba de darse golpes,
principalmente en el rostro, andando como si estuviera borracho. Pero apenas había traspuesto la puerta
del jardín, vió una gran polvareda y oyó gritos desaforados. Y no tardó en ver aparecer al walí con toda
su comitiva, seguido de las mujeres y vecinos del barrio y de cuantos transeúntes se habían unido a ellos
en el camino, movidos por la curiosidad. Y todo el gentío lloraba y se lamentaba.
La primera persona con quien se encontró mi amo fué con su esposa, y detrás de ella vió a todos sus
hijos. Y al verlos se quedó estupefacto, como si perdiera la razón, y luego se echó a reír, y su familia se
arrojó en sus brazos y se colgó a su cuello.
Y llorando decían: "¡Oh padre! ¡Alah sea bendito por haberte librado!" Y él les preguntó: "¿Y
vosotros? ¿Qué os ha ocurrido?" Su mujer le dijo: "¡Bendito sea Alah, que nos permite volver a ver tu
cara, sin ningún peligro! ¿Pero cómo lo has hecho para salvarte de entre los escombros? Nosotros ya ves
que estamos perfectamente. Y a no ser por la terrible noticia que nos anunció Kafur, tampoco habría
pasado nada en casa". Y mi amo exclamó: "¿Pero qué noticia es esa?" Y su mujer dijo: "Kafur llegó con
la cabeza descubierta y la ropa desgarrada, gritando: "¡Oh mi pobre amo! ¡Oh mi desdichado amo!" Y le
preguntamos: "¿Qué ocurre?, ¡Oh Kafur!?" Y nos dijo: "Mi amo se había acurrucado junto a una pared
para evacuar una necesidad, cuando de pronto la pared se derrumbó y le enterró vivo".
Entonces dijo mi amo: "¡Por Alah! Pero si Kafur acaba de venir ahora mismo gritando: "¡Ay mi ama!
¡Ay los pobres hijos de mi ama!" Y le he preguntado: "¿Qué ocurre, oh Kafur?" Y me ha dicho: "Mi ama,
con todos sus hijos, acaba de perecer debajo de las ruinas de la casa".
Inmediatamente mi amo se volvió hacia donde estaba yo y vió que seguía echándome polvo sobre la
cabeza, y desgarrándome la ropa, y tirando el turbante. Y dando una voz terrible, me mandó que me
acercara.
Al acercarme me dijo: "¡Ah miserable esclavo! ¡Negro de mal agüero! ¡Hijo de una zorra y mil
perros! ¡Maldito y de raza maldita! ¿Por qué has ocasionado tanto trastorno? ¡Por Alah que he de castigar
tu crimen según se merece! Te he de arrancar la piel de la carne, y la carne de los huesos".
Y yo contesté resueltamente: "¡Por Alah! que no me has de hacer ningún daño, pues me compraste con
mi vicio, y como fué ante testigos, declararán que sabías mi vicio de decir una mentira cada año, y así lo
anunció el pregonero. Pero he de advertirte que todo lo que acabo de hacer no ha sido más que media
mentira y me reservo el derecho de soltar la otra mitad que me corresponde decir antes que acabe el
año".Mi amo, al oírme, exclamó: "¡Oh tú, el más vil y maldito de todos los negros! ¿Conque lo que acabas
de hacer no es más que la mitad de una mentira? ¡Pues valiente calamidad la que tú eres! ¡Vete, oh perro,
hijo de perro, te despido! Ya estás libre de toda esclavitud". Y yo dije: "¡Por Alah! que podrás echarme,
¡oh mi amo! pero yo no me voy. De ninguna manera. He de soltar antes la otra mitad de la mentira. Y esto
será antes de que acabe el año. Entonces me podrás llevar al zoco para venderme con mi vicio. Pero
antes no me puedes abandonar, pues no tengo oficio de qué vivir. Y cuanto te digo es cosa muy legal, y
legalmente reconocida por los jueces cuando me compraste".
Y mientras tanto, los vecinos que habían venido para asistir a los funerales se preguntaban qué era lo
que pasaba. Entonces les enteraron de todo, lo mismo que al walí, a los mercaderes y a los amigos,
explicándoles la mentira que yo había inventado. Y cuando les dijeron que todo aquello no era más que la
mitad, llegaron todos al límite de la estupefacción, juzgando que aquella mitad era ya de suyo bastante
enorme. Y me maldijeron, y me brindaron toda clase de insultos, a cual peor de todos. Y yo seguía
riéndome, y ,decía: "No tenéis razón en reconvenirme, pues me compraron con mi vicio".
Y así llegamos a la calle en que vivía mi amo, y vió que su casa no era más que un montón de ruinas.
Y entonces se enteró de que yo había contribuido a destruirla, pues le dijo su mujer; "Kafur ha roto todos
los muebles, y los jarrones, y la cristalería, y ha hecho pedazos cuanto ha podido". Y llegando al límite
del furor, exclamó: "¡En mi vida he visto un hijo de zorra como este miserable negro! ¡Y aun dice que no
es más que la mitad de un embuste! ¿Pues qué sería una mentira completa? ¡Lo menos la destrucción de
una o dos ciudades!"
E inmediatamente me llevaron a casa del walí, que me mandó dar tan soberana paliza, que me
desmayé. Y encontrándome en tal estado, mandaron llamar a un barbero, que con sus instrumentos me
castró del todo y cauterizó la herida con un hierro candente. Y al despertar me enteré de lo que me faltaba
y de que me habían hecho eunuco para toda mi vida.
Entonces mi amo me dijo: "Así como tú me has abrasado el corazón queriendo arrebatarme lo que
más quería, así te lo quemo yo a ti, quitándote lo que querías más". Después me llevó consigo al zoco, y
me vendió por más precio, puesto que yo había encarecido al convertirme en eunuco.
Desde entonces he causado la discordia y el trastorno en todas las casas en que entré como eunuco, y
he ido pasando de un amo a otro, de un emir a un emir, de un notable a un notable, según la venta y la
compra, hasta ser propiedad del mismo Emir de los Creyentes. Pero he perdido mucho, y mis fuerzas
disminuyeron desde que me quedé sin lo que me falta.
º
Y tal es, ¡oh hermanos! la causa de mi castración. He aquí que se ha terminado mi historia.
¡Uassalam!"
Y los otros dos negros, oído el relato de Kafur, empezaron a reírse y a burlarse de él, diciendo: "Eres
todo un bribón, hijo de bribón. Y tu mentira fué una mentira formidable".
Después el tercer negro, llamado Bakhita, tomó la palabra, y dirigiéndose a sus compañeros dijo:
Historia del negro Bakhita, tercer eunuco sudanés
Sabed, ¡Oh hijos de mi tío! que cuanto acabamos de oír es inocente y vano. Os voy a contar la causa
de haberme quedado capón y veréis que merecí peor castigo, pues he poseído a mi ama y he fornicado
con el hijo de mi ama. Pero los detalles del fornicio son tan extraordinarios, tan prolijos en incidentes,
que ahora sería muy largo su relato, pues he aquí, ¡Oh primos míos! que se aproxima la mañana y nos va a
sorprender la luz antes de abrir el hoyo y enterrar el cajón que hemos traído, y acaso nos comprometamos
seriamente y nos expongamos a perder nuestras almas; de modo que hagamos el trabajo para el cual nos
han enviado aquí, y después comenzaré a contaros los pormenores de mi fornicio y mi castración".
Dicho esto, se levantó el negro Bakhita, y con él los otros dos, que ya habían descansado, y entre los
tres, alumbrados por la linterna, se pusieron a cavar un hoyo. Cavaban Kafur y Bakhita, mientras que
Sauab recogía la tierra en un capazo y la echaba fuera. Y así abrieron el hoyo, y luego de depositar en él
el cajón lo taparon con tierra y apisonaron el suelo. Recogieron las herramientas y el farol, salieron de la
turbeh, cerraron la puerta y se alejaron rápidamente.
Y Ghanem ben-Ayub, que lo había oído todo desde lo alto de la palmera, vió cómo desaparecían a lo
lejos. Y cuando pasó un gran rato, empezó a preocuparle lo que pudiera contener aquel cajón. Pero no se
atrevió a bajar de la palmera, y aguardó a que brillase la primera claridad del alba. Entonces descendió
de la palmera y empezó a cavar la tierra con las manos, no cesando hasta que logró sacar el cajón
después de grandes esfuerzos.
Cogió entonces una piedra y rompió el candado con que estaba cerrado el cajón. Y al levantar la tapa
vió a una joven que parecía dormida, pues la respiración movía acompasadamente su pecho. Estaba
indudablemente bajo la influencia del banj.
Era de una sin igual hermosura, con una tez delicada, suave y deliciosa. Estaba cubierta de alhajas,
llevaba al cuello un collar de oro con gemas preciosas, en las orejas, arracadas de una sola piedra
inapreciable, y en los tobillos y en las muñecas unas pulseras de oro cuajadas de brillantes. Aquello
debía valer más que todo el reino del sultán.
Cuando Ghanem reconoció bien a la hermosa joven, y se cercioró de que no había sufrido ninguna
violencia de los eunucos que hasta allí la habían llevado para enterrarla viva, se inclinó hacia ella, la
cogió en brazos y la depositó suavemente en el suelo. Y al respirar la joven el aire vivificador, adquirió
su rostro nueva vida, exhaló un gran suspiro, tosió, y con estos movimientos se le cayó de la boca un
pedazo de banj capaz de adormecer a un elefante dos noches seguidas.
Entonces entreabrió los ojos, ¡unos ojos adorables! y dominada todavía por el banj, exclamó con una
voz llena de dulzura: "¿Dónde estás, Riha? ¿No ves que tengo sed? ¡Tráeme un refresco! ¿Y tú, Zahra,
dónde estás? ¿Y Sabiha? ¿Y Schagarad Al-Dorr? ¿Y Nur Al-Hada? ¿Y Nagma? ¿Y Subhia? ¿Y tú sobre
todo, Nozha, oh dulce y gentil Nozha? ¿En donde estáis que no me respondéis?"
[75]
Y como nadie contestaba, la joven acabó por abrir completamente los ojos y miró en torno suyo. Y
aterrada, clamó de este modo:
¿Quién me habrá sacado de mi palacio para traerme entre estos sepulcros? ¿Que criatura
podrá saber jamás lo que se oculta en el fondo de los corazones?
¡Oh tu Retribuidor, que conoces los secretos más escondidos: tú sabrás distinguir a los
buenos y a los malos el día, de la Resurrección!
Y Ghanem, que seguía de pie, avanzó algunos pasos y dijo: "¡Oh soberana de la hermosura, cuyo
nombre debe ser más dulce que el jugo del dátil, y cuya cintura es más flexible que la rama de la
palmera! ¡Yo soy Ghanem ben-Ayub, y aquí no hay en realidad palacios ni tumbas, sino un esclavo tuyo,
que soy yo, y a quien el Clemente sin límites puso cerca de ti para librarte de todo mal y resguardarte de
todo dolor! Acaso así, ¡oh la más deseada! te dignes mirarme con agrado".
Y la joven, en cuanto se cercioró de la realidad de cuanto veía, dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y
Mahomed es el enviado de Alah!" Después se volvió hacia Ghanem, le miró con sus ojos
resplandecientes, y puesta la mano en el corazón dijo con su voz deliciosa: "¡Oh favorable joven! ¡Aquí
me tienes, despertando entre lo desconocido! ¿Puedes decirme quién me ha traído hasta aquí?
Y Ghanem respondió: "¡Oh señora mía! Te han traído tres negros eunucos y te traían metida en un
cajón". Y le contó toda la historia: cómo le había sorprendido la noche fuera de la ciudad, cómo había
sacado a la joven del cajón, y cómo, a no ser por él, habría perecido ahogada bajo la tierra.
Después le rogó que le contase su historia y el motivo de su aventura. Pero ella dijo: "¡Oh joven!
¡Glorificado sea Alah, que me ha puesto en manos de un hombre como tú! Pero ahora te ruego que me
ocultes en el cajón y vayas en busca de alguien que pueda llevarlo a tu casa. Allí verás cuán provechoso
es para ti, pues tendrás toda clase de delicias. Y te podré contar mi historia, y ponerte al corriente de mis
aventuras".
Y Ghanem quedó encantado al oírla, y salió inmediatamente en busca de un arriero, y como era
entrado el día y brillaba el sol en tódo su esplendor, la cosa no fué difícil. Volvió, pues, en seguida con
un arriero, y como había cuidado de meter a la joven en el cajón, le ayudó a cargarlo en el mulo, y
emprendieron a toda prisa el camino de su casa. Y durante el viaje comprendió Ghanem que el amor a la
joven había penetrado en su corazón, y se vió en el límite de la dicha al pensar que pronto sería suya
aquella hermosura que vendída en el zoco habría valido diez mil dinares de oro, y que llevaba encma
incalculables riquezas en joyas, pedrería y telas preciosas. Y estos pensamientos tan gratos hacían que
sintiera impaciencia por llegar cuanto antes. Y al fin llegó, y él mismo ayudó al arriero con el cajón y
llevarlo al interior de la casa.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana la mañana, y discretamente
interrumpió su relato.
Pero cuando llegó la 40ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado!, que Ghanem llegó sin contratiempo a su casa, abrió el cajón y
ayudó a salir a la joven. Esta examinó la casa, y vió que era muy hermosa, con alfombras de vivos y
alegres matices, tapices de mil colores que alegraban la vista, y muebles preciosos, y otras muchas cosas.
Y vió también muchos fardos de mercancías y paños de gran valor, y pilas de sedería y brocados, y
jarrones llenos de vejigas de almizcle. Entonces comprendió que Ghanem era un mercader de los
principales, dueño de numerosas riquezas. Quitóse el velillo con que había cuidado de taparse el rostro,
y miró atentamente al joven Ghanem. Y le pareció muy hermoso, y le amó y le dijo: "¡Oh Ghanem! Ya ves
que delante de ti yo me descubro. Pero tengo mucho apetito, y te ruego que me traigas algo de comer". Y
Ghanem contestó: "¡Sobre mi cabeza y mis ojos!"
Y corrió al zoco, compró un cordero asado, una bandeja de pasteles en casa del confitero Hadj
Soleimán, el más ilustre de los confiteros de Bagdad, otra bandeja de halaua y almendras, alfónsigos y
frutas de todas clases, y cántaros de vino añejo, y por último, flores de todas clases. Lo llevó a su casa,
puso la fruta en grandes copas de porcelana y las flores en preciosos jarrones, y todo lo colocó delante
de la joven. Entonces ésta le sonrió, y se arrimó mucho a él, y le echó los brazos al cuello, le besó y le
hizo mil caricias, y le dijo frases llenas de cariño. Y Ghanem sintió que el amor penetraba cada vez más
en su cuerpo y en su corazón.
Después ambos se dedicaron a comer y beber, y se amaron, por ser los dos de la misma edad y de
igual belleza. Cuando llegó la noche, se levantó Ghanem y encendió lámparas y candelabros, pero más
que la luz de las bujías iluminaba la sala el resplandor de sus rostros. Luego trajo instrumentos
musicales, y fué a sentarse al lado de la joven, y siguió bebiendo y jugando con ella juegos muy
agradables, riendo muy dichoso y cantando canciones apasionadas y versos inspirados. Y así
fueaumentando la pasión que se tenían. ¡Bendito y glorificado sea Aquel que une los corazones y junta a
los enamorados!
Y no cesaron los juegos hasta que apareció la aurora, y como el sueño había acabado por pesar sobre
sus párpados, se durmieron uno en brazos de otro, pero sin hacer aquel día nada definitivo.
Apenas se despertó, Ghanem corrió al zoco para comprar viandas, legumbres, frutas, flores y vinos, y
todo lo necesario para pasar el día. Lo llevó a casa, se sentó al lado de la joven y se pusieron a comer
muy a gusto, hasta saciarse. Después llevó Ghanem bebidas, y empezaron a beber, hasta que se
colorearon sus mejillas y sus ojos se pusieron más negros y brillantes.
Entonces el alma de Ghanem deseó besar a la joven y acostarse con ella. Y le dijo: "¡Oh soberana
mía! Permíteme que te bese en la boca, para que refresque el fuego de mis entrañas".
Y ella contestó: "¡Oh Ghanem! aguarda a que esté ebria. y entonces permitiré que me beses la boca,
pues no me daré cuenta de lo que hagan tus labios". Y como empezaba a embriagarse, se puso de pie, se
despojó de sus ropas, y sólo dejó sobre su cuerpo una camisa transparente y sobre sus cabellos un
finísimo velo de seda blanca con lentejuelas de oro.
Al verla así, creció el deseo de Ghanem, y dijo: "¡Oh dueña mía, permíteme gustar tu boca!"
Y la joven contestó: "¡Por Alah! Eso no te lo puedo permitir, a pesar de que te amo, pues me lo
impide una cosa que está escrita en la cinta de mi calzón, y que no puedo enseñarte ahora". Pero Ghanem,
por la misma dificultad con que tropezaba, sintió que los deseos se desbordaban en su corazón, y
acompañándose con el laúd, cantó estas estrofas:
¡Imploré un beso de su boca; de su boca, tormento de mi corazón; un beso que curase mi
enfermedad!
Y me dijo: ¡Oh no! ¡Eso nunca! Y yo dije:“!Pues ha de ser!”
Y ella contestó: “!Un beso! ¡Eso ha de darse voluntariamente! ¿Me darías a la fuerza un
beso en mis labios sonrientes?”
Y le dije:“!No creas que un beso dado a la fuerza carece de voluptuosidad!” Y me respondió
¡Un beso a la fuerza, no sabe bien más que en la boca de las pastoras de la montaña!
Y después que hubo cantado, sintió Ghanem que aumentaba su locura, y sus transportes, y el fuego de
sus entrañas. Y la joven nada le concedía, aunque no dejaba de expresarle que compartía su pasión.
Y así siguieron hasta que se hizo de noche: Ghanem enormemente excitado, y ella sin acceder.
Por fin, Ghanem se levantó y encendió las lámparas, alumbrando espléndidamente el salón, y fué a
echarse a los pies de la joven. Y pegó los labios a aquellos pies tan maravillosos, que le parecieron
dulces como la leche y tiernos como la manteca. Y luego subió hasta las piernas, y aun más arriba, entre
los muslos. Y parecía comerse toda aquella carne sabrosa, que olía a almizcle, a rosa y a jazmín. Y la
joven se estremecía toda, como se estremece la gallina dócil agitando las alas.
Y Ghanem gritó enloquecido: "¡Oh dueña mía! ¡Ten peidad de este esclavo tuyo, vencido por tus ojos,
muerto por tu carne! Desde que viniste he perdido la tranquilidad". Y sintió que las lágrimas bañaban sus
ojos.Entonces la joven contestó: "¡Por Alah! ¡Oh dueño mío, oh luz de mis ojos! ¡Te quiero con toda la
pulpa de mi carne! Pero sabe que nunca podré entregarme a ti, ni que me poseas del todo". Y Ghanem
exclamó: "¿Y quién te lo impide?" Y ella dijo: "Esta noche te explicaré el motivo, y entonces me
disculparás". Pero al hablar así, se dejó caer a su lado, y le echó los brazos al cuello, y le dió millares de
besos, prometiéndole mil locuras. Y estos juegos duraron hasta el amanecer, pero la joven nada dijo
respecto a la causa que le impedía entregarse.
Siguieron haciendo las mismas cosas incompletas todos los días y todas las noches, durante un mes. Y
su amor aumentaba. Pero cierta noche entre las noches, estando tendido Ghanem al lado de la joven,
ebrios de vino y de excitación, Ghanem aventuró la mano por debajo de la fina camisa, y pasándola
suavemente por el vientre de la joven, le acariciaba la piel, que se estremecía a cada contacto. Luego
deslizó la mano lentamente hasta el ombligo, que se abría como una copa de cristal, y con los dedos le
hizo cosquillas en los armoniosos pliegues. Y la joven se estremeció toda, y se incorporó bruscamente,
repuesta de su embriaguez, y llevándose la mano al calzón, vió que estaba bien sujeto con la cinta de
borlas de oro. Ya tranquilizada, se quedó otra vez medio dormida. Y Ghanem paseó de nuevo su mano a
lo largo de aquel vientre juvenil, aquella maravilla de carne, y llegó a la cinta del calzón, y tiró de ella
rápidamente para libertar de su prisión al jardín de delicias.
Pero la joven se despertó entonces, se sentó en la cama, y dijo a Ghanem: "¿Qué intentas, oh luz de
mis entrañas?" Y él respondió: "Poseerte, amor mío, tenerte por completo, ver cómo compartes mis
delicias". Y ella contestó: "Escúchame, ¡oh Ghanem! Voy a explicarte al fin mi situación, revelándote mi
secreto. Ahora comprenderás por qué me he resistido a que me atravesaras deliciosamente con tu
virilidad". Y Ghanem dijo: "Te escucho".
Y la joven, recogiéndose un poco la camisa, sacó la cinta del calzón y dijo: "¡Oh mi señor! lee lo que
ahí está escrito".
Y Ghanem cogió el extremo de la cinta, y en la trama vió bordadas unas letras de oro que decían:
"Soy tuya y tú eres mío, descendiente del tío del profeta!"
Y al leer estas palabras bordadas con letras de oro en el extremo de la cinta, retiró en seguida la
mano y dijo: "Explícate qué significa todo esto".
Y la joven dijo:
"Sabe, ¡oh mi señor! que soy la favorita del califa Harún AlRaschid. Las palabras escritas en la cinta
de mi calzón prueban que pertenezco al Emir de los Creyentes, al cual debo reservar el sabor de mis
labios y el misterio de mi carne. Me llamo Kuat Al- Kulub
[76], y desde mi infancia me criaron en el
palacio del califa. Llegué a ser tan hermosa, que el califa se fijó en mí y comprobó mis perfecciones
debidas a la generosidad del Señor. Y le impresionó tanto mi belleza, que sintió un gran amor hacia mí, y
me destinó un aposento en palacio para mí sola, poniendo a mis órdenes diez esclavas muy simpáticas y
serviciales. Y me regaló todas las alhajas y joyas con que me encontraste en el cajón. Y me prefirió a
todas las mujeres de palacio, y hasta olvidó a su esposa El Sett-Zobeida. Así es que Sett-Zobeida me
tomó un odio inmenso.
Habiéndose ausentado un día el califa para luchar con uno de sus lugartenientes que se había
rebelado, se aprovechó de ello Zobeida para combinar un plan contra mí. Sobornó a una de mis
doncellas, y llamándola un día a sus habitaciones, le dijo: "Cuando tu señora Kuat Al-Kulub esté
durmiendo, le pondrás en la boca este pedazo de banj, después de haberle echado otra dosis en la bebida.
Si lo haces te recompensaré, y te daré la libertad y muchas riquezas". Y la esclava, que antes lo había
sido de Zobeida, contestó: "Lo haré, porque la adhesión que te tengo es tan grande como mi cariño". Y
muy alegre por la recompensa que la aguardaba, vino a mi aposento y me dió una bebida compuesta con
banj. Y apenas la hube probado, caí en tierra, y me dieron convulsiones, y me sentí transportada a otro
mundo. Y al verme dormida, fué la esclava a buscar a Sett- Zobeida, que me metió en ese cajón y mandó
llamar a los tres eunucos. Y los gratificó espléndidamente, lo mismo que a los porteros del palacio. Y así
me sacaron de noche para llevarme a la turbeh, adonde Alah te había conducido. Porque a ti, ¡oh amor de
mis ojos! debo el haberme salvado de la muerte. Y también gracias a ti me encuentro en esta casa tan
generosa.
Pero lo que más me preocupa es lo que el califa haya pensado al volver y no encontrarme. Y también
me atormenta no poder entregarme a ti completamente, a pesar de sentirte palpitar en mis entrañas. Y todo
por estar sujeta por lo que dice esta cinta de oro. Tal es mi historia. Ahora sólo te pido discreción y que
nadie conozca mi secreto".
Cuando Ghanem hubo oído la historia de Kuat-Al-Kulub, y supo que era favorita y propiedad del
Emir de los Creyentes, retrocedió hasta el fondo de la sala y ya no se atrevió a levantar sus miradas hacia
la joven, pues se había convertido para él en cosa sagrada.
Y así fué a sentarse en un rincón y comenzó a reconvenirse, pensando cuán poco le había faltado para
ser un criminal y lo audaz que había sido sólo con tocar la piel de Kuat. Y comprendió lo imposible de su
amor, y cuán desgraciado era. Y acusó al Destino por los golpes tan injustos que le reservaba. Pero no
dejó de someterse a los designios de Alah, y dijo:
"¡Glorificado sea Aquel que tiene razones para herir con el dolor el corazón de los buenos y apartar
la aflicción del corazón de los viles!"Y después recitó estos versos del poeta:
¡El corazón enamorado, no disfrutará la alegría del reposo mientras lo posea el amor!
¡El enamorado no tendrá segura su razón mientras viva la belleza en la mujer!
Me han preguntado: "¿Qué es el amor?" Y yo he dicho: “!El amor es un dulce de sabroso
jugo, pero de pasta amarga!"
Entonces la joven se acercó a Ghanem, le estrechó contra su seno, le besó, y por todos los medios,
menos uno, procuró consolarle. Pero Ghanem ya no se atrevía a corresponder a las caricias de la favorita
del Emir. Se sometía a lo que ella le hiciese, pero sin devolver beso por beso ni abrazo por abrazo. Y la
favorita, que no esperaba este cambio tan rápido, al ver a Ghanem tan excitado antes y ahora tan
respetuoso y tan frío, multiplicó sus caricias. Y con la mano quiso iniciarle a que compartiese su pasión,
que se encendía más cada vez con aquel apartamiento.
Y así les sorprendió la mañana. Ghanem se apresuró a marchar al zoco, para comprar las provisiones
del día. Y permaneció allí una hora comprando mejores cosas que los demás días, por haberse enterado
del rango de su invitada. Compró todas las flores del mercado, los mejores carneros, los pasteles más
frescos, los dulces más finos, los panes más dorados, las cremas más exquisitas y las frutas más
sobrosas, y todo lo llevó a la casa y se lo presentó a Kuat Al-Kulub. Pero apenas le vió, corrió a él la
joven, y llena de deseos, restregó su cuerpo contra el suyo, le miró con ojos negros de pasión y húmedos
de ansiedad, y le sonrió insinuante, diciéndole: "¡Cuánto has tardado, querido mío, deseado de mi
corazón! ¡Por Alah! La hora de tu ausencia me ha parecido un año. Comprendo que ya no me puedo
reprimir. Mi pasión ha llegado a su límite, y me consume toda. ¡Oh Ghanem! ¡Cógeme! ¡Poséeme! ¡Me
muero!"
Pero Ghanem se resistió, y le dijo: "¡Alah me libre, mi buena señora! ¿Cómo el perro ha de usurpar el
sitio del león? ¡Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo!" Y se escapó de entre las manos de la
joven, y se acurrucó en un rincón, muy triste y preocupado. Pero ella fué a cogerle de la mano, y le llevó
a la alfombra, obligándole a sentarse a su lado y a comer y a beber con ella. Y tanto le dió de beber, que
le embriagó, y entonces ella se echó encima de él, y se pegó a su cuerpo, y ¡quién sabe lo que haría con
Ghanem sin que él se enterase!
Luego cogió el laúd, y cantó estas estrofas:
¡Mi corazón está destrozado, hecho trizas! ¡Rechazado en mi amor ¿podré vivir así mucho
tiempo?
¡Oh tú, amigo, que huyes como la gacela sin que yo sepa la causa ni haya cometido delito!
¿Ignoras que la gacela se vuelve a veces para mirar?
¡Ausencia! ¡Separación! ¡Todo se ha juntado contra mí! ¿Podrá soportar mucho tiempo mi
corazón la pesadumbre de tanto infortunio?
Al oír estas palabras, se despertó Ghanem y lloró muy conmovido, y ella también lloró, pero no
tardaron en ponerse a beber de nuevo, y estuvieron recitando poesías hasta la noche.
Y Ghanem fué a sacar los colchones de las alacenas de la pared, y se dispuso a hacer la cama. Pero
en vez de hacer una, como las demás noches, cuidó de hacer dos, distante una de otra. Y Kuat AIKulub,
muy contrariada, le dijo: "¿Para quién es ese segundo lecho?" Y él contestó: "Uno es para mí y otro para
ti; y desde esta noche hemos de dormir de esta manera, pues lo que es del amo no puede pertenecer al
esclavo, ¡oh Kuat Al-Kulub!"
Pero ella replicó:
"Amor mío, desprecia esa moral atrasada. Disfrutemos del placer que pasa junto a nosotros y que
mañana ya estará lejos. Todo lo que ha de suceder, sucederá, pués cuanto escribió el Destino, tiene que
cumplirse”.
Pero Ghanem no quiso someterse, y Kuat Al-Kulub s¡ntio que aumentaba su pasión, más ardiente. Y
dijo: "¡Por Alah! No acabará esta "noche sin que nos hayamos acostado juntos".
Pero Ghanem contestó: "¡Líbreme Alah de ello!" Y ella suplicó: "¡Ven, Ghanem; toda mi carne se
abre para ti; mi deseo te llama a gritos!
¡Ghanem de mis entrañas! ¡Toma esta boca florida, toma este cuerpo que maduraste con tu deseo!" Y
Ghanem decía: "¡Alah me libre!" Y ella gritaba: "¡Oh Ghanem! ¡Toda mi piel está bañada del deseo, y mi
desnudez se ofrece a tus caricias! ¡Oh Ganem! ¡El olor de mi piel es más dulce que el del jazmín! ¡Toca y
huele, huele y te embriagarás!"
Pero Ghanem insistía: "Lo que es del amo no puede pertenecer al esclavo".
Entonces lloró la joven, cogió el laúd y se puso a cantar:
¡Soy hermosa y esbelta! ¿Por qué huyes de mí? ¡Nada falta a mi hermosura, pués estoy
llena de maravillas! ¿Por qué me abandonas?
¡He incendiado todos los corazones y he quitado el sueño a todos los párpados! ¡Soy la flor
de fuego, y nadie me ha cogido!
¡Soy una rama y las ramas han nacido para que las cojan, las ramas flexibles y floridas!
¡Yo soy una rama florida y flexible! ¿No quieres cogerme?
¡Soy una gacela, y las gacelas nacieron para la caza, las gacelas finas y amorosas! ¡Soy la
gacela fina y amorosa, oh cazador! ¡Nací para tus redes! ¿Por qué no me coges en ellas?
Soy la flor, y las flores nacieron para ser aspiradas, las flores delicadas y olorosas! ¡Soy la
flor delicada y olorosa! ¿Por qué no quieres aspirarme?
Pero Ghanem, aunque más enamorado que nunca, no quiso faltar al respeto debido al califa, y a pesar
de los grandes deseos de la joven, todo siguió lo mismo durante un mes. Esto en cuanto Ghanem y a Kuat
Al- Kulub, favorita del Emir de los Creyentes.
Pero en cuanto a Zobeida, he aquí que cuando el califa se ausentó hizo con su rival lo que ya se ha
referido, pero después reflexionó y se dijo: "¿Qué contestaré al califa cuando al regreso me pida noticias
de Kuat Al-Kulub?"
Entonces se decidió a llamar a una vieja cuyos buenos consejos le inspiraban gran confianza desde
muy niña. Y le reveló su secreto, y le dijo: "¿Qué haremos ahora después de haberle pasado a Kuat Al-
Kulub lo que le habrá pasado?" La vieja contestó: "Me hago cargo de todo, ¡oh mi señora! pero el tiempo
apremia, porque el califa va a volver en seguida. Hay muchos medios de ocultárselo todo pero te voy a
indicar el más rápido y seguro. Encarga que te hagan un maniquí de madera que simule el cadáver. Lo
depositaremos en la tumba con gran ceremonia; se le encenderán candelabros y cirios a su alrededor, y
mandarás a todos los de palacio, a todas tus esclavas y a las esclavas de Kuat Al-Kulub, que se vistan de
luto y que pongan colgaduras negras. Y cuando venga el califa y pregunte la causa de todo esto, se le
dice: "¡Oh mi señor, tu favorita Kuat Al-Kulut ha muerto en la misericordia de Alah! ¡Ojalá vivas los
largos días que ella no ha vivido! Nuestra ama Zobeida le ha tributado todos los honores fúnebres, y la ha
mandado enterrar en el mismo palacio, debajo de una cúpula construida expresamente".
Entonces el califa, conmovido por tus bondades, te las agradecerá mucho. Y llamará a los lectores
del Corán para que velen junto a la tumba, recitando los versículos de los funerales. Y si el califa, que
sabe tu poco afecto hacia Kuat Al-Kulub, sospechase y dijera para sí: "¿Quién sabe si Zobeida, la hija de
mi tío, habrá hecho algo contra Kuat Al-Kulub?", y llevado de estas sospechas mandase abrir la tumba
para averiguar de qué murió la favorita, tampoco debes preocuparte. Porque cuando hayan abierto la
fosa, y saquen el maniquí hecho a semejanza de un hijo de Adán, y cubierto con un suntuoso sudario, si
quisiera el califa levantar el sudario, no dejarás de impedírselo, y todo el mundo se lo impedirá,
diciendo: "¡Oh, Emir de los Creyentes! no es lícito ver a una mujer muerta con todo el cuerpo desnudo".
Y el califa acabará por convencerse de la muerte de su favorita, y la mandará enterrar de nuevo, y
agradecerá tu acción. Y así, ¡cómo Alah lo quiera! te verás libre de este cuidado".
La sultana comprendió que acababa de oír un excelente consejo, y obsequió a la vieja regalándole un
magnífico vestido de honor y mucho dinero, encomendándole que se encargase personalmente de la
ejecución del plan. Y la vieja logró que un artífice fabricara el maniquí, y se lo llevó a Zobeida, y ambas
lo vistieron con las mejores ropas de Kuat Al- Kulub.
Le pusieron un sudario riquísimo, le hicieron grandes funerales, lo colocaron en la tumba,
encendieron candelabros y blandones, y tendieron alfombras para las oraciones y ceremonias
acostumbradas. Y Zobeida mandó poner colgaduras negras en todo el palacio y que las esclavas vistieran
de luto. Y la noticia de la muerte de Kuat Al-Kulub se extendió por todo el palacio, y todo el mundo, sin
excluir a Massrur y los eunucos, lo dieron por cierto.
No tardó en regresar de su viaje el califa, y al entrar en palacio se dirigió apresuradamente a las
habitaciones de Kuat Al-Kulub, que llenaba todo su pensamiento. Pero al ver a la servidumbre y a las
esclavas de la favorita vestidas de luto, comenzó a temblar. Y salió a recibirle Zobeida, también de luto.
Y cuando le dijera que aquello era porque había fallecido Kuat Al-Kulub, el califa cayó desmayado. Pero
al volver en sí preguntó dónde estaba la tumba para ir a visitarla. Y Zóbeida dijo: "Sabe, ¡oh Emir de los
Creyentes! que por consideración a Kuat Al-Kulub he querido enterrarla en este mismo palacio". Y el
califa, sin quitarse la ropa del viaje, se dirigió hacia el sepulcro de Kuat Al- Kulub. Y vió los blandones
y los cirios encendidos, y las alfombras tendidas alrededor. Y al ver todo esto, dió las gracias a Zobeida,
encomiando su buena acción, y después regresó a palacio.
Pero, como era receloso por naturaleza, empezó a dudar y a alarmarse, y para acabar con las
sospechas que le atormentaban, mandó que se abriera la tumba, y así se hizo. Pero el califa, gracias a la
estratagema de Zobeida, vió el maniquí cubierto con el sudario, y creyendo que era su favorita, lo mandó
enterrar de nuevo, y llamó a los sacerdotes y a los lectores del Corán, que recitaron los versículos de los
funerales. Y él, mientras tanto, permanecía sentado en la alfombra llorando a lágrima viva, hasta que
acabó por caer desmayado.
Y así acudieron todos durante un mes, los ministros de la religión y los lectores del Corán, mientras
que él, sentándose junto a la tumba, lloraba amargamente.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió discretamente
su relato.
Pero cuando llegó la 41ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa acudió todos los días a la tumba de su favorita
durante un mes. Y el último día duraron las oraciones y la lectura del Corán desde la aurora hasta la
aurora siguiente. Y entonces cada cual pudo regresar a su casa. Y el califa, rendido por la fatiga y el
dolor, regresó a palacio, y no quiso ver a nadie, ni siquiera a su visir Giafar, ni a su esposa Zobeida. Y
de pronto cayó en un sueño profundo, velándole dos esclavas.
Una de ellas estaba junto a la cabeza del califa y la otra a sus pies.
Pasada una hora, cuando el sueño del califa ya no fué tan profundo, oyó a la esclava que estaba junto
a su cabeza decir a la que estaba a sus pies: "¡Qué desdicha, amiga Subhia!" Subhia contestó: "¿Pero qué
ocurre, ¡oh hermana Nozha!?" Y Nozha dijo: "Nuestro amo debe ignorar todo lo ocurrido, cuando pasa
las noches junto a una tumba donde sólo hay un pedazo de madera, un maniquí fabricado por un artífice".
Y Subhia dijo: "Pues entonces, ¿qué ha sido de Kuat Al-Kulub? ¿Qué desgracia cayó sobre ella?" Nozha
respondió: "Sabe, ¡oh Subhia! que me lo ha contado todo la esclava preferida de nuestra ama Zobeida.
Por su encargo le dió banj a Kuat Al-Kulub, que se durmió inmediatamente, y entonces nuestra ama
Zobeida la metió en un cajón, y lo entregó a los eunucos Sauab, Kafur y Bakhita para que lo enterrasen en
un hoyo".
Y Subhia; llenos de lágrimas los ojos, exclamó: "¡Oh, Nozha! ¿Y nuestra dulce ama Kuat Al-Kulub
habrá muerto de manera tan horrible?" Nozha contestó: "¡Alah preserve de la muerte a su juventud! Pero
no ha muerto, pues Zobeida ha dicho a su esclava: "He averiguado que Kuat Al-Kulub ha podido
escaparse, y que está en casa de un joven mercader de Damasco, llamado Ghanem ben-Ayub, hace ya
cuatro meses.
Comprenderás ¡Oh Subhia! cuán desgraciado es nuestro señor al ignorar que vive su favorita,
mientras sigue velando todas las noches junto a una tumba en que no hay ningún cadáver". Y las dos
esclavas continuaron hablando durante algún tiempo, y el califa oía sus palabras.
Y cuando acabaron de hablar ya no le quedaba nada que saber al califa. Y se incorporó súbitamente
dando tal grito, que las esclavas huyeron aterradas. Y sentía una ira espantosa al pensar que su favorita
llevaba cuatro meses en casa del joven llamado Ghanem ben-Ayub. Y se levantó, y mandó llamar a los
emires y notables, así como a su visir Giafar Al-Barmaki, que llegó apresuradamente y besó la tierra
entre sus manos.
Y el califa le dijo: "¡Oh Giafar! averigua dónde vive un joven mercader llamado Ghanem ben-Ayub.
Asalta su casa con mis guardias y me traes a mi favorita Kuat Al- Kulub, y también a ese insolente
mancebo, para castigarle". Y Giafar contestó: "Escucho y obedezco". Y salió con una compañía de
guardias, acompañándole el walí con sus dependientes, y todos juntos no dejaron de hacer pesquisas,
hasta descubrir la casa de Ghanem ben-Ayub.
En aquel momento, Ghanem acababa de regresar del zoco, y estaba sentado junto a Kuat Al-Kulub,
teniendo delante un hermoso carnero asado y relleno de manjares. Y lo estaban comiendo con mucho
apetito. Pero al oír el ruido que armaban los de fuera, Kuat AlKulub miró por la ventana, y comprendió la
desdicha que se cernía sobre ellos, pues la casa estaba cercada por los guardias, el portaalfanje, los
mamalik y los jefes de la tropa, y vió a su cabeza al visir Giafar y al walí de la ciudad.
Y todos daban vueltas alrededor de la casa como lo negro de los ojos da vuelta alrededor de los
párpados. Y adivinó que el califa lo había averiguado todo, y que estaría celosísimo de Ghanem, que
desde hacía cuatro meses la tenía en su casa. Y al pensar estas cosas, se contrajeron sus hermosas
facciones, palideció de terror, y dijo a Ghanem: "¡Oh querido mío! Ante todo piensa en tu salvación.
Levántate y escapa". Y Ghanem contestó: "¡Alma mía! ¿Cómo voy a salir si está la casa cercada de
enemigos?" Pero ella le vistió con un ropón viejo y roto que le llegaba a las rodillas, cogió una marmita
de las de llevar carne, y se la puso en la cabeza. Colocó en la marmita pedazos de pan y unos tazones con
las sobras de la comida y dijo:
"Sal sin ningún temor, pues creerán que eres el criado del fondista, y nadie te hará daño. Y en cuanto a
mí, ya me las sabré arreglar, pues conozco el poder que ejerzo sobre el califa". Entonces Ghanem se
apresuró a salir, y atravesó las filas de guardias y mamalik, con la marmita en la cabeza. Y no le ocurrió
nada majo; porque le protegía el Unico Protector que sabe guardar a los hombres bien intencionados,
librándoles de los peligros y de la mala suerte.
Entonces el visir Giafar echó pie a tierra, entró en la casa y llegó hasta la sala, llena de fardos y de
sederías. Mientras tanto, Kuat Al- Kulub había tenido tiempo para hermosearse y vestirse la ropa más
rica con todas sus alhajas. Y se había reunido en un cajón los efectos más preciosos, las joyas y pedrerías
y todas las cosas de valor. Y apenas penetró Giafar en la habitación, se puso de pie, se inclinó, besó la
tierra entre sus manos, y dijo: "¡Oh mi señor! he aquí que la pluma ha escrito lo que había de escribirse
por orden de Alah.
En tus manos me entrego". Y Giafar contestó: "¡Oh mi señora! El califa me ha dado orden de prender
únicamente a Ghanem ben-Ayub. Dime dónde está".
Y ella dijo: "Ghanem ben-Ayub, después de empaquetar sus mejores mercancías, marchó hace
algunos días a Damasco, su ciudad natal, para ver a su madre y a su hermana Fetnah. Y no sé más, ni
puedo decirte otra cosa. Y este cajón que aquí ves es el mío, y he colocado lo mejor que poseo. Y espero
que me lo guardes bien y lo mandes transportar al palacio del Emir de los Creyentes".
Giafar contestó: "Escucho y obedezco". Y cogió el cajón, y mandó a sus hombres que lo llevasen, y
después de haber colmado de honores a Kuat Al-Kulub, le rogó que le acompañase al palacio del Emir
de los Creyentes, y todos se alejaron, no sin haber saqueado antes la casa de Ghanem, según había
ordenado el califa.
Cuando Giafar se presentó entre las manos de Harún Al-Raschid, le contó todo lo ocurrido,
enterándole de que Ghanem se había marchado a Damasco y que la favorita se hallaba en palacio. Pero el
califa estaba convencido de que Ghanem había hecho con Kuat Al-Kulub todo cuanto se puede hacer con
una mujer hermosa que pertenece a otro, y ni siquiera quiso ver a Kuat Al-Kulub, y mandó a Massrur que
la encerrase en un cuarto oscuro, vigilada por una vieja encargada de estas funciones.
Y envió jinetes para que buscasen por todo el mundo a Ghanem. También se lo encomendó al sultán
de Damasco, su vicario Mohammad ben-Soleimán El-Zeiní, para lo cual cogió el cálamo, el tintero y un
pliego de papel, y escribió la carta siguiente:
A su señoría el sultán Mohammad Ben-Soleiman El-Zeini, vicario de Damasco, de parte del Emir del
los creyentes Harun Al-Rarchid, quinto califa de la gloriosa descendencia de los Beni-Abbas.
En nombre de Alah, el clemente sin límites y misericordioso.
Después de pedir noticias de tu salud, que nos es querida, y de rogar a Alah que te conserve largos
días en la dilatación y el florecimiento.
Sabe, ¡oh nuestro vicario! que un joven mercader de tu ciudad llamado Ghanem ben-Ayub, ha venido
a Bagdad, y ha seducido y forzado a una de mis esclavas, y ha hecho con ella lo que ha hecho. Y ha huido
de mi venganza y de mis iras, y se ha refugiado en tu ciudad, donde debe estar en estos momentos con su
madre y su hermana.
Te apoderarás de él y le mandarás dar quinientos latigazos. Luego le pasearás por todas las calles
montado en un camello. Y delante irá un pregonero, gritando: "¡Este es el castigo del esclavo que roba
los bienes de su señor!" Y después me lo enviarás, para darle el tormento que se merece y hacer de él lo
que haya de hacerse.
Y saquearás su casa, destrozándola desde los cimientos, hasta la techumbre, y harás desaparecer el
rastro de su existencia.
Y te apoderarás de la madre y hermana de Ghanem, y durante tres días las expondrás desnudas a la
vista de todos los habitantes, y luego de esto las arrojarás de la ciudad.
Pon gran diligencia y celo en ejecutar estas órdenes. "¡Uassalam! ".
Un correo fué el portador de esta carta, y viajó con tal celeridad, que llegó a Damasco a los ocho
días, en vez de tardar veinte cuando menos.
Y cuando el sultán Mohammad tuvo en sus manos la carta del califa, se la llevó a los labios y a la
frente. Y luego de leerla, ejecutó sin ninguna tardanza las órdenes. Y los pregoneros anunciaron por todas
partes: "¡Los que quieran saquear la casa de Ghanem ben-Ayub, vayan a saquearla a su gusto!"
Inmediatamente el sultán se dirigió en persona a la casa de Ghanem, acompañado de los guardias.
Llamó a la puerta, y Fetnah, hermana de Ghanem, salió a abrir. Y preguntó: "¿Quién llama?" Y el sultán
respondió: "Yo soy". Entonces Fetnah abrió la puerta, y como nunca había visto al sultán Mohammad, se
tapó la cara con una punta del velo y corrió a avisar a su madre.
Y la madre de Ghanem estaba sentada bajo la cúpula del sepulcro que había mandado construir en
recuerdo de su hijo, al cual creía muerto, pues desde hacía un año que no sabía nada de él. Y no hacía
más que llorar, y apenas comía ni bebía. Y ordenó a su hija Fetnah que dejase entrar al sultán. Y el sultán
entró en la casa, llegó hasta la tumba, y vió a la madre de Ghanem que lloraba. Y lo dijo: "Vengo a buscar
a Ghanem, pues lo reclama el califa".
Y ella respondió: "¡Desdichada de mí! Mi hijo Ghanem, fruto de mis entrañas, nos abandonó hace
más de un año, y no sabemos lo que ha sido de él".
Pero el sultán Mohammad, a pesar de su generosidad, tuvo que ejecutar lo ordenado por el califa. Y
mandó que se apoderaran de las alfombras, jarrones, cristalería y demás objetos preciosos, y después
echó abajo toda la casa, y arrastraron los escombros fuera de la ciudad. Y aunque le repugnara mucho
hacerlo, mandó desnudar a la madre de Ghanem y a su hermana la hermosa Fetnah, y las expuso tres días
en la ciudad, prohibiendo que se las cubriera ni con una camisa sin mangas. Y después las expulsó de
Damasco. Así fueron tratadas la madre y la hermana de Ghanem, por el odio del califa.
En cuanto a Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub, al salir de Bagdad con el corazón hecho trizas,
fué caminando sin comer y sin beber. Y al terminarse el día estaba muerto de cansancio. Así llegó a una
aldea, y entró en la mezquita, cayendo extenuado sobre una esterilla, apoyado contra la pared. Y allí
permaneció sin sentido, palpitándole desordenadamente el corazón y sin fuerzas para hacer un
movimiento ni pedir nada.
Los vecinos del pueblo que fueron a orar a la mezquita por la mañana lo vieron tendido y exámine. Y
comprendiendo que tendría hambre y sed, le llevaron un tarro de miel y dos panes, y le obligaron a comer
y beber. Después le dieron para que vistiera una camisa sin mangas, muy remendada y llena de piojos. Y
le preguntaron: "¿Quién eres, ¡oh forastero! y de dónde vienes?" Y Ghanem abrió los ojos, pero no pudo
articular palabra, no haciendo más que llorar. Y los otros estuvieron allí algún tiempo, pero acabaron por
irse cada cual a sus quehaceres.
Las privaciones y el dolor hicieron que Ghanem cayera enfermo, y gritó echado sobre la esterilla de
la mezquita durante un mes, y se debilitó su cuerpo, y cambió de color, y le devoraban las pulgas. Al
verle reducido a tan mísero estado, los fieles de la mezquita se concertaron un día para llevarlo al
hospital de Bagdad, qúe era el más próximo. Y fueron a buscar a un camellero, y le hablaron así:
"Colocarás a este joven en tu camello, lo llevarás a Bagdad, y lo dejarás a la puerta del hospital. Y
seguramente el cambio de aires y los cuidados del hospital acabarán por curarle del todo. Y vendrás
después a que te paguemos lo que se te deba por el viaje y por el camello". Y el camellero dijo:
"Escucho y obedezco". Y ayudándole los demás, cogió a Ghanem y la esterilla en que estaba echado y lo
colocó sobre el camello, sujetándole bien para que no se cayese.
Y cuando iban a marchar, lloraba Ghanem sus desdichas, y entonces se aproximaron dos mujeres
miserablemente vestidas que estaban entre la muchedumbre. Y al ver al enfermo, exclamaron: "¡Cuánto se
parece a nuestro hijo Ghanem! Pero no es posible que sea este joven reducido a su sombra". Y aquellas
dos mujeres, que estaban cubiertas de polvo y acababan de llegar al pueblo, se pusieron a llorar
pensando en Ghanem, pues eran su madre y su hermana Fetnah, que habían huido de Damasco y seguían
ahora su camino hacia Bagdad.
En cuanto al camellero, no tardó en montar en el burro, y cogiendo al camello del ronzal, se encaminó
hacia Bagdad. Y en cuanto llegó, se fué al hospital, bajó a Ghanem del camello, y como era muy temprano
y el hospital no estaba abierto todavía, lo dejó en la escalera y se volvió al pueblo.
Y allí permaneció Ghanem hasta que los vecinos salieron de sus casas. Y al verle echado en la
esterilla y reducido al estado de sombra, empezaron a hacer mil suposiciones. Y mientras tanto pasó uno
de los jeiques entre los principales jeiques del zoco. Apartó la muchedumbre, se acercó al enfermo, y
dijo: "¡Por Alah! Si este joven entra en el hospital, lo veo perdido por falta de cuidados. Lo voy a llevar
a mi casa, y Alah me premiará en su Jardín de las Delicias".
Mandó, pues, a sus esclavos que cogieran al joven y lo llevasen a su casa, y él los acompañó. Y
apenas llegaron, le preparó una buena cama, con magníficos colchones y una almohada muy limpia. Y
luego llamó a su esposa y le dijo: "He aquí un huésped que nos envía Alah. Lo vas a asistir con mucho
cuidado". Y ella respondió: "Le pondré sobre mi cabeza y mis ojos". Y se arremangó, mandó calentar
agua en el caldero grande, le lavó los pies, las manos y todo el cuérpo. Le vistió con ropas de su esposo,
le llevó un vaso de sorbete y le roció la cara con agua de rosas.
Entonces Ghanem empezó a respirar mejor y a recuperar las fuerzas poco a poco. Y con las fuerzas le
acudió el recuerdo de su pasado y de su amiga Kuat Al-Kulub.
Esto en cuanto a Ghanem ben-Ayub El- Motim El-Masslub.
En cuanto a Kuat Al-Kulub, el califa se encolerizó tanto contra ella...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió discretamente
su relato.
Pero cuando llegó la 42ª noche
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el califa se encolerizó tanto contra Kuat Al-Kulub
y la mandó encerrar en un cuarto oscuro bajo la vigilancia de una vieja, la favorita permaneció allí
ochenta días, sin comunicarse con nadie.
Y el califa la había olvidado por completo, cuando un día entre los días, al pasar cerca de donde
estaba Kuat Al-Kulub, le oyó cantar tristemente algunos versos.
Y oyó también que decía lo siguiente:
"¡Que alma tan hermosa la tuya, ¡oh Ghanem ben-Ayub! y qué corazón tan generoso! Fuiste
noble para aquel que te oprimió. Respetaste la mujer de aquel que había de arrebatar las mujeres
de tu casa. Salvaste del oprobio a la mujer de aquel que derramó la vergüenza sobre los tuyos y
sobre ti. Pero ya llegará el día en que tú y el califa os véais ante el Unico juez, el Unico Justo, y
saldrás victorioso de tu opresor, con la ayuda de Alah y con los ángeles por testigos".
Al oír el califa estas palabras, comprendió lo que significaban estas quejas, sobre todo cuando nadie
podía oírlas. Y se convenció de cuán injusto había sido con ella y con Ghanem.
Se apresuró, pues, a volver a palacio, y encargó al jefe de los eunucos que fuese a buscar a Kuat Al-
Kulub. Y Kuat Al-Kulub se presentó entre sus manos, y permaneció con la cabeza inclinada, arrasados
los ojos en lágrimas y el corazón muy triste.
Y el califa dijo: "¡Oh Kuat Al-Kulub! He oído que te dolías de mi injusticia. Has afirmado que obré
mal con quien obró bien conmigo. ¿Quién ha respetado a mis mujeres mientras que yo perseguía a las
suyas? ¿Quién ha protegido a mis mujeres mientras que yo deshonraba a las suyas?"
Y Kuat Al-Kulub contestó: "Es Ghanem ben-Ayub El-Motim El-Masslub. Te juro, ¡oh señor! por tus
mercedes y tus beneficios, que nunca intentó forzarme Ghanem, ni cometió conmigo nada que merezca
censura. No hallarás en él ni el impudor ni la brutalidad".
Y convencido el califa, disipadas todas sus sospechas, dijo: "¡Qué desventura la de este error, oh
Kuat Al-Kulub! ¡Verdaderamente, no hay sabiduría ni poder más que en Alah el Altísimo y el
Omnisciente! Pídeme lo que quieras. y satisfaré todos sus deseos".
Y Kuat Al-Kulub dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! si me lo permites, te pediré a Ghanem ben-Ayub".
El califa, a pesar de todo el amor que aun le inspiraba su favorita, le dijo:
"Así se hará, si Alah lo quiere. Te lo prometo con toda la generosidad de un corazón que nunca se
vuelve atrás de lo que ha ofrecido. Será colmado de honores". Y Kuat Al-Kulub prosiguió: "¡Oh Emir de
los Creyentes! te pido que cuando vuelva Ghanem le hagas don de mi persona, para ser su esposa".
Y el califa dijo: "Cuando vuelva Ghanem, te concederé lo que pides, y serás su esposa y propiedad
suya"Y contestó Kuat Al-Kulub: "¡Oh Emir de los Creyentes! nadie sabe lo que ha sido de Ghanem, pues el
mismo sultán de Damasco te ha dicho que ignoraba su paradero. Concédeme que lo pueda buscar yo, con
la esperanza de que Alah me permitirá encontrarle". Y el califa dijo: "Te autorizo para que hagas lo que
te parezca".
Y Kuat Al-Kulub, con el pecho dilatado de alegría y regocijado el corazón, se apresuró a salir de
palacio, habiéndose provisto de mil dinares de oro.
Y recorrió aquel primer día toda la ciudad, visitando a los jeiques de los barrios y a los jefes de las
calles. Pero les interrogó sin conseguir ningún resultado.
El segundo día fué al zoco de los mercaderes, y recorrió las tiendas, y fué a ver al jeique, a quien
entregó una gran cantidad de dinares para que los repartiese entre los forasteros pobres.
El tercer día se proveyó de otros mil dinares, y visitó el zoco de los orífices y de los joyeros. Y se
encontró con el jeique entre los principales jeiques, a quien entregó otra cantidad de oro para que lo
repartiese entre los forasteros pobres. Y el jeique le dijo: "¡Oh mi señora! precisamente tengo recogido
en mi casa a un joven forastero y enfermo, cuyo nombre ignoro, pero debe ser hijo de algún mercader muy
rico y de noble prosapia. Porque aunque está como una sombra, es un joven de hermoso rostro, dotado de
todas las cualidades y de todas, las perfecciones. Indudablemente debe estar en tal situación por grandes
deudas o por algún amor desgraciado".
Al oírlo Kuat Al-Kulub sintió que el corazón le palpitaba violentamente y que las entrañas se le
estremecían. Y dijo al jeique: "¡Oh jeique! Ya que no puedes abandonar el zoco, haz que alguien me
acompañe a tu casa". Y el jeique dijo: "Sobre mi cabeza y sobre mis ojos". Y llamó a un niño y le dijo:
"¡Oh Felfel! lleva a esta señora a casa", y Felfel echó a andar delante de Kuat Al-Kulub, y la llevó a casa
del jeique, donde estaba el forastero enfermo.
Cuando Kuat Al-Kulub entró en la casa, saludó a la esposa del jeique. Y la esposa del jeique la
conoció, pues conocía a todas las damas nobles de Bagdad, a quienes solía visitar. Y se levantó y besó la
tierra entre sus manos. Entonces Kuat Al-Kulub, después de los saludos, le dijo: "Buena madre, ¿puedes
decirme dónde se encuentra el joven forastero que habéis recogido en vuestra casa?"
Y la esposa del jeique se echó a llorar y señaló una cama que allí había. Y dijo: "Ahí le tienes. Debe
ser un hombre de noble estirpe, según indica su aspecto". Pero Kuat Al-Kulub ya estaba junto al
forastero, y le miró con atención. Y vió un mancebo débil y enflaquecido, semejante a una sombra, y no
se le figuró ni por un instante que fuese Ghanem, pero de todos modos le inspiró una gran compasión. Y
se echó a llorar y dijo: "¡Oh! ¡Qué desgraciados son los forasteros, aunque sean emires en su tierra!" Y
entregó mil dinares de oro a la mujer del jeique, encagándole que no escatimase nada para cuidar del
enfermo. En seguida, con sus propias manos, le dió los medicamentos, y cuando hubo pasado más de una
hora a su cabecera, deseó la paz a la esposa del jeique, montó de nuevo en su mula y regresó a palacio.
Y todos los días iba a distintos zocos, en continuas investigaciones, hasta que un día la fué a buscar el
jeique, y le dijo: "¡Oh mi señora! como me has encargado que te presente todos los extranjeros de paso
por Bagdad, vengo a poner en tus manos generosas a dos mujeres, casada la una y soltera la otra. Y
ambas son de categoría, pues así lo dan a entender su cara y su continente, pero van muy mal vestidas, y
cada una lleva una alforja a cuestas, como los mendigos. Sus ojos están llenos de lágrimas. Y he aquí que
te las traigo, porque sólo tú, ¡oh soberana de los beneficios! sabrás consolarlas y fortalecerlas,
evitándoles el oprobio de las preguntas impertinentes, pues no deben ser sometidas a tales
indiscreciones. Y espero que, gracias al bien que les hagamos, Alah nos reservará un puesto en el Jardín
de las Delicias el día de la Recompensa". Kuat AlKulub contestó: "¡Por Alah! que me inspiras un
ardiente deseo de verlas. ¿Dónde están?" Entonces el jeique salió a buscarlas, y las puso en presencia de
Kuat Al-Kulub.
Al ver la hermosura de Fetnah y la nobleza que se adornaba en su madre, y ambas cubiertas de
harapos, Kuat Al-Kulub se puso a llorar, y dijo: "¡Por Alah! Son mujeres de noble cuna. Veo en su rostro
que han nacido entre honores y riqueza". Y el jeique exclamó: "Verdad dices, ¡oh mi señora! La desgracia
debe de haber caído sobre su casa. Les habrá perseguido la tiranía, arrebatándoles sus bienes.
Ayudémoslas, para merecer las gracias de Alah el Misericordioso".
Y la madre y la hija prorrumpieron en llanto, y se acordaron de Ghanem ben-Ayub. Y al verlas llorar,
Kuat Al-Kulub lloró con ellas. Y entonces la madre de Ghanem dijo: "¡Oh mi señora, llena de
generosidad! ¡Plegue a Alah que podamos encontrar a quien buscamos con el corazón dolorido! ¡El que
buscamos es el hijo de nuestras entrañas, la llama de nuestro corazón, a nuestro hijo Ghanem ben-Ayub
El-Motim El-Masslub!"
Al oír este nombre, lanzó un gran grito Kuat Al-Kulub, pues acababa de comprender que tenía delante
a la madre y a la hermana de Ghanem. Y cayó sin sentido. Cuando volvió en sí, se echó llorando en sus
brazos, y les dijo: "¡Tened esperanza en Alah y en mí, ¡oh mis hermanas! pues este día será el primero de
vuestra dicha y el último de vuestra desventuras. ¡Salid de vuestra aflicción!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 43ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después que Kuat Al.Kulub dijo a la madre y a la hermana
de Ghanem: "Salid de vuestra aflicción", se dirigió al jeique, le dió mil dinares de oro, y le dijo: "¡Oh,
jeique! Ahora irás con ellas a tu casa y dirás a tu esposa que las lleve al hammam, y les dé hermosos
trajes, y las trata con toda consideración, sin escatimar nada para su bienestar".
Al día siguiente, Kuat Al-Kulub fué a casa del jeique a cerciorarse por sí misma de que todo se había
ejecutado según sus instrucciones. Y apenas había entrado, salió a su encuentro la esposa del jeique, y le
besó las manos, y le dió las gracias por su generosidad. Después llamó a la madre y a la hermana de
Ghanem, que habían ido al hammam y habían salido de él completamente transformadas, con los rostros
radiantes de hermosura y nobleza. Y Kuat Al-Kulub estuvo hablando con ellas durante una hora, y
después pidió a la mujer del jeique noticias del enfermo. Y la esposa del jeique respondió: "Sigue en el
mismo estado". Entonces dijo Kuat Al-Kulub: "Vamos todas a verle y a tratar de animarle".
Y acompañada de las dos mujeres, que aún no lo habían visto, entró en la sala donde estaba el
enfermo. Y todas le miraron con ternura y lástima y se sentaron en torno de él. Pero durante la
conversación se pronunció el nombre de Kuat Al-Kulub. Y apenas lo oyó el joven, se le coloreó el rostro
y le pareció que recobraba el alma. Levantó la cabeza, con los ojos llenos de vida, y exclamó: "¿Dónde
estás, ¡oh Kuat Al-Kulub!?"
Y cuando Kuat oyó que la llamaban por su nombre, conoció la voz de Ghanem, e inclinándose hacia
él le dijo: "¿Eres tú, querido mío?" Y él contestó: "¡Sí! ¡Soy Ghanem!" Y al oírlo la joven cayó
desmayada. Y la madre y, la hermana de Ghanem dieron un grito y cayeron desmayadas también. Al cabo
de un rato acabaron por volver en sí, y se arrojaron en brazos de Ghanem. Y sólo se oyeron besos, llantos
y exclamaciones de alegría.
Y Kuat Al-Kulub dijo: "¡Gloria a Alah por haber permitido que nos reunamos todos!" Y les contó
cuánto le había pasado, y añadió: "El califa, además de protegerte, te regala mi persona". Estas palabras
llevaron al límite de la felicidad a Ghanem que no cesaba de besar las manos de Kuat Al-Kulub, mientras
ella le besaba los ojos. Y Kuat les dijo: "Aguardadme". Y marchó a palacio, abrió el cajón donde tenía
sus cosas, sacó de él muchos dinares, y se fué al zoco para entregárselos al jeique, encargándole que
comprase cuatro trajes completos para cada uno, y veinte pañuelos, y diez cinturones. Y volvió a la casa,
y los llevó a todos al hammam. Y les preparó pollos, carne asada y buen vino. Y durante tres días les dió
de comer y beber en su presencia. Y notaron que recuperaban la vida y les volvía el alma al cuerpo.
Los llevó otra vez al hammam, les hizo mudarse de ropa, y los dejó en casa del jeique. Entonces se
presentó al califa, se inclinó hasta el suelo, y le enteró del regreso de Ghanem, así como el de su madre y
su hermana. Y el califa llamó a Giafar y le dijo: "¡Ve en busca de Ghanem ben-Ayub!" Y Giafar marchó a
casa del jeique; pero ya le había precedido Kuat Al-Kulub, que dijo a Ghanem: "¡Oh querido mío! Va a
llegar Giafar para llevarte a presencia del califa. Ahora hay que demostrar la elocuencia de tu lenguaje,
la firmeza de tu corazón y la pureza de tus palabras". Después le vistió con el mejor de los trajes que
habían comprado en el zoco, le dió muchos dinares, y le dijo: "No dejes de tirar puñados de oro al llegar
a palacio, cuando pases por entre las filas de los eunucos y servidores".
Y cuando llegó Giafar montado en su mula, Ghanem se apresuró a salir a su encuentro, le deseó la paz
y besó la tierra entre sus manos. Y ya era otra vez el gallardo mozo de otros tiempos, de rostro glorioso y
atractivo continente. Entonces Giafar le rogó que lo acompañase, y lo presentó al califa. Y Ghanem vió al
Emir de los Creyentes rodeado de sus visires, chambelanes, vicarios y jefes de sus ejércitos. Y Ghanem
se detuvo ante el califa, miró un momento al suelo, levantó en seguida la frente, e improvisó estas
estrofas:
¡Oh rey del tiempo! ¡Una mirada bondadosa se ha dirigido a la tierra, y la ha fecundado!
¡Nosotros somos los hijos de su fecundidad feliz en tu reinado de gloria!
¡Los sultanes y los emires se te prosternan, arrastrando las barbas por el polvo, como
homenaje a tu grandeza, te ofrecen sus coronas y pedrería!
¡La tierra no es bastante vasta ni el planeta bastante ancho para la formidable masa de tus
ejércitos! ¡Oh rey del tiempo! ¡Clava tus tiendas en las tierras planetarias del espacio que
gira!
¡Y que las estrellas dóciles y los astros numerosos se sumen a tu triunfo y acompañen a tu
séquito!
¡Que el día de tu justicia ilumine al mundo! ¡Que acabe con las fechorías de los
malhechores y recompense las acciones puras de tus fieles!
El califa quedó encantado con la elocuencia y hermosura de los versos, su buen ritmo y la pureza de
su lenguaje.
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y discreta como siempre,
interrumpió su relato.
Pero cuando llegó la 44ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid, encantado por la elocuencia
de Ghanem, le hizo acercarse a su trono. Y Ghanem se acercó al trono, y el califa le dijo: "Refiéreme
toda tu historia, sin ocultarme nada de la verdad". Entonces Ghanem se sentó, y contó al califa toda su
historia, desde el principio hasta el fin, pero nada se adelantaría con repetirla. Y el califa quedó
completamente convencido de la inocencia de Ghanem y de la pureza de sus intenciones, sobre todo al
saber cómo había respetado las palabras bordadas en el calzón de la favorita, y le dijo: "Te ruego que
libres a mi conciencia de la injusticia cometida contigo". Y Ghanem le contestó: "¡Estás libre de ella, ¡oh
Emir de los Creyentes! pues cuanto pertenece al esclavo es propiedad del señor!"
Y el califa, complacidísimo, elevó a Ghanem a los más altos cargos del reino; le dió un palacio, y
muchas riquezas, y muchos esclavos. Ghanem se apresuró a instalar en su nuevo palacio a su madre, y a
su hermana Fetnah, y a su amiga Kuat Al-Kulub. Y el califa, al saber que Ghanem tenía una hermana
maravillosa y virgen todavía, se la pidió a Ghanem.
Y Ghanem contestó: "Es tu servidora, y yo soy tu esclavo". Entonces el califa le expresó su
agradecimiento, y le dió cien mil dinares de oro. Y después llamó al kadí y a los testigos para redactar su
contrato con Fetnah. Y el mismo día y a la misma, hora entraron el califa y Ghanem en los aposentos de
sus respectivas mujeres. Y Fetnah fué para el califa, y Kuat Al-Kulub para Ghanem Ben-Ayub El-Motim
El-Masslub.
El califa, al despertarse por la mañana, se halló tan satisfecho de la noche que acababa de pasar en
brazos de la virgen Fetnah, que mandó llamar a los escribas de mejor letra para que escribiesen
lahistoria de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, a fin de
que pudiera servir de lección a las, generaciones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se
dedicasen a leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche.
El califa, al despertarse por la mañana, se halló tan satisfecho de la noche que acababa de pasar en
brazos de la virgen Fetnah, que mandó llamar a los escribas de mejor letra para que escribiesen
lahistoria de Ghanem desde el principio hasta el fin, y la encerró en el armario de los papeles, a fin de
que pudiera servir de lección a las, generaciones futuras, y fuera asombro y delicia de los sabios que se
dedicasen a leerla con respeto y admirar la obra de Aquel que creó el día y la noche. "Pero no creas, oh
rey de los siglos - prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- que esta historia sea más
agradable ni más sorprendente que la historia guerrera y heroica de Omar Al-Nemán y sus hijos Scharkán
y Daul'makán". Y el rey Schahriar dijo: "Ciertamente, puedes contar esa historia que no conozco".
Historia del rey Omar Al-Neman y de sus dos hijos
Scharkan y Daul'Makan
Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo en la ciudad de Bagdad, después de reinar muchos
califas, y antes de que reinaran otros muchos, un rey que se llamaba Omar Al-Nemán
[77].
Era formidable en poderío; había vencido a todos los Cosroes posibles y subyugado a todos los
Césares imaginables. Tan ardiente era, que el fuego abrasador no le quemaba. Nadie le podía igualar en
las luchas, ni en el campo de carreras. Si se enfurecía, despedían llamas centelleantes las ventanillas de
su nariz. Había conquistado todas las comarcas y extendido su dominio por todos los pueblos y ciudades.
Con ayuda de Alah había sometido a todas las criaturas y había llevado sus ejércitos victoriosos hasta las
tierras más apartadas. Estaban bajo su soberanía el Oriente y el Occidente. Y entre otros países, la India,
el Sindh, la China, el Yemen, el Hedjaz, la Abisinia, el Sudán, la Siria la Grecia y las provincias de
Diarbekr, así como todas las islas del mar y cuantos ríos ilustres hay en la tierra, como Seihún y Djihán.
el Nilo y el Eufrates.
Había enviado correos a los límites más recónditos de la tierra, para ponerla al corriente de la
verdad y notificarle su imperio. Y todos los correos habían regresado para anunciarle que el mundo
entero le estaba sometido, y que todos los señores reconocían respetuosamente su supremacía. Y a todos
había extendido los beneficios de su generosidad, y anegándolos en las olas de su magnánimo esplendor,
había hecho reinar entre ellos la dulce concordia y la paz fecundadora, pues era magnánimo y de alma
elevada en verdad.
Así es que desde todas partes afluían hacia su trono los regalos y los presentes, así como todos los
tributos de la tierra, a lo largo y a lo ancho del mundo. Porque era justo y amado en extremo.
Ahora bien; el rey Omar Al-Nemán tenía un hijo llamado Scharkán. Y Scharkán se llamaba así porque
se revelaba como un prodigio entre los prodigios de aquel tiempo, y sobrepujaba en valor a los héroes
más animosos, derribados por él en los torneos. Manejaba maravillosamente la lanza, la espada y el
carcaj. Por eso le quería su padre con amor sin igual, y lo designaba como sucesor suyo en el trono del
reino. Y era cosa segura que, apenas llegado a la edad de hombre, aquel asombroso Scharkán, que sólo
tenía veinte años, había visto, con ayuda de Alah, inclinarse todas las cabezas ante su gloria. Tal era su
heroísmo y su temeridad, y tanto iluminaba con el esplendor de sus hazañas. Porque ya había tomado por
asalto muchas plazas fuertes y ya había reducido muchas comarcas. Y al extender su fama por toda la
superficie del universo, crecía sin cesar su poderío y su hermosa altivez.
Pero el rey Omar Al-Nemán no tenía más hijo que Scharkán. Verdad es que tenía, como lo permiten el
Libro Noble y la Sunnat
[78], cuatro mujeres legítimas, pero sólo una de ellas había sido fecunda, y las
otras tres habían resultado estériles. Y además de aquellas cuatro mujeres legítimas que habitaban en
palacio, tenía el rey Omar trescientas sesenta concubinas, tantas como los días del año copto, y cada una
de aquellas mujeres era de distinta raza. Había dado a cada una un aposento reservado e independiente, y
estos aposentos estaban agrupados en doce edificios, tantos como los meses del año, construidos todos en
el recinto del palacio. Y cada uno de estos edificios contenía treinta concubinas, cada cual en su
habitación, de modo que había trescientos sesenta aposentos reservados. Y el rey Omar, muy equitativo,
había dedicado una noche del año a cada una de sus concubinas, de modo que se acostaba una sola noche
con cada concubina, a la cual no volvía a ver hasta el año siguiente. Y no dejó de proceder de este modo
durante un gran espacio de tiempo y durante toda su vida. Por eso era famoso por su sabiduría admirable
y por su probada virilidad.
Ahora bien; un día, con permiso del Ordenador de todas las cosas, una de las concubinas del rey
Omar quedó embarazada, y su preñez fué conocida inmediatamente en todo el palacio. Llegó la noticia
hasta el rey, que se alegró hasta el límite de la alegría, y exclamó muy dichoso: "¡Plegue a Alah que toda
mi posteridad y toda mi descendencia se compongan sólo de hijos varones!" Después mandó incribir en
un registro la fecha de la preñez, y empezó a colmar a su concubina de toda clase de consideraciones y
regalos.
A todo esto, Scharkán, el hijo del rey...
En aquel momento de su narración, Schehrazada vio aproximarse la mañana, y discretamente, aplazó
su relato para el otro día.
Pero cuando llegó la 45ª noche
Ella dijo:
A todo esto, Scharkán, el hijo del rey, se enteró del embarazo de la concubina, y experimentó una gran
pena, sobre todo al pensar en que el recién llegado pudiera disputarle la sucesión al trono. Y resolvió
suprimir al hijo de la concubina, en caso de que fuera varón. Esto en cuanto a Scharkán.
Por lo que se refiere a la concubina, hay que decir que era una joven griega llamada Safía.
[79]
Había sido enviada como presente al rey Omar por el rey de los griegos de Kaissaria
[80] con gran
cantidad de regalos magníficos. Entre todas las esclavas del palacio, era ciertamente la más hermosa por
su rostro incomparable, la más esbelta de cintura y la más recia de muslos y de hombros. Además, estaba
dotada de una inteligencia muy poco común y de cualidades extraordinarias. Durante las noches, que
ahora pasaba el rey Omar con ella, sabía decirle palabras muy dulces, que le encantaban los sentidos y le
halagaban mucho; palabras penetrantes, muy dulces y muy expresivas. Y no dejó de hacerlo así, hasta que
llegó al término de su preñez. Entonces se sentó en la silla de las parturientas, y presa de dolores de
parto, empezó a implorar a Alah devotamente. Y Alah la escuchó sin duda alguna y al momento.
Por su parte, el rey Omar encargó a un eunuco que fuera a anunciarle sin demora el nacimiento de la
criatura y su sexo. Y por su parte, Scharkán tampoco dejó de hacer el mismo encargo a otro eunuco.
Apenas parió Safía, cuando las comadronas recogieron a la criatura y la examinaron, y habiendo visto
que era una niña, se apresuraron a anunciárselo a todas las concurrentes y a los eunucos, clamando: "¡Es
una niña! ¡Su rostro es más brillante que la luna!"
Y el eunuco del rey corrió presuroso a referírselo a su amo.
Y el eunuco de Scharkán corrió también a anunciar la noticia. Y Scharkán se alegró en extremo.
Pero apenas habían salido los eunucos, Safía dijo a las comadronas: "¡Aguardad! ¡Noto que mis
entrañas contienen otra cosa!" Y empezó a exhalar nuevos lamentos y a sentir nuevos dolores de parto, y
luego, con ayuda de Alah, acabó por parir un segundo hijo.
Y las comadronas se inclinaron rápidamente y examinaron a la criatura; y era un varón que se parecía
a la luna llena, con una frente que deslumbraba de blancura y unas mejillas como rosas floridas.
Así se alegraron mucho las esclavas, las doncellas y todas las que estaban allí, y en cuanto parió
Safía, todas las mujeres llenaron el palacio con sus gritos de alegría, gritos penetrantes que llegaban
hasta la nota más aguda. Y de tal manera, que todas las demás concubinas lo oyeron y lo entendieron. Y
todas adelgazaron de envidia y malestar.
En cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas hubo averiguado la noticia, dió gracias a Alah, y acudió al
aposento de Safía, se acercó a ella, le cogió la cabeza con las manos y la besó en la frente. Después se
inclinó hacia el recién nacido y lo besó, y en seguida todas las esclavas golpearon las panderetas, y las
tañedoras de instrumentos pulsaron las cuerdas armoniosas, y las cantadoras entonaron cantos propios del
caso.Hecho esto, mandó el rey que se llamase al recién nacido Daul' makán
[81] y a la niña Nozhatú-zamán
[82].Y todos se inclinaron para decir "Escucho y obedezco". En seguido eligió las nodrizas y las
sirvientas para los dos niños, así como las esclavas y doncellas. Y por último, mandó repartir entre toda
la gente de palacio, vinos, bebidas, perfumes y tantas otras cosas, que la lengua sería incapaz de
enumerarlas.
Cuando los habitantes de Bagdad se enteraron del doble nacimiento, adornaron e iluminaron la ciudad
e hicieron grandes demostraciones de regocijo.
Después llegaron los emires, los visires y los grandes del reino, y presentaron sus homenajes y
felicitaciones al rey Omar Al- Nemán por el nacimiento de su hijo Daul'makán y de su hija Nozhatúzamán.
Y el rey les dió las gracias, y les regaló trajes de honor, y les colmó de favores y mercedes, y
obsequió a todos los circunstantes con gran largueza, tanto a los notables como a la plebe. Y así siguió
hasta que transcurrieron cuatro años. Y durante todo aquel tiempo no dejó pasar ni un solo día sin tener
noticias de Safía y de los niños. Y no cesó de enviar a Safía gran cantidad de oro y plata, alhajas,
orfebrería, vestidos, sedas y otras maravillas. Y tuvo buen cuidado de confiar la educación de los niños y
su custodia a los más adictos y avisados de sus servidores. ¡Y esto fue todo!
En cuanto a Scharkán, como andaba muy lejos guerreando y combatiendo, tomando ciudades,
cubriéndose de gloria en las batallas y venciendo a los héroes más valerosos, no había sabido más que el
nacimiento de su hermana Nozhatú-zamán. Pero el nacimiento de su hermano Daul'makán, ocurrido
después de la salida del eunuco, nadie había pensado en comunicárselo.
Un día entre los días, estando sentado en su trono el rey Omar Al-Nemán, entraron los chambelanes
de palacio, besaron la tierra entre sus manos, y le dijeron: "¡Oh rey! he aquí que llegan enviados del rey
Afridonios, soberano de los rumís y de Constantinia la Grande.' Y solicitan ser recibidos por ti en
audiencia y presentarte sus homenajes. De modo que si accedes les daremos entrada, y si no, tu negativa
acallará sus réplicas". Y el rey concedió el permiso.
Cuando entraron los enviados, el rey los recibió con bondad, les mandó acercarse, les pidió noticias
de su salud, y los interrogó acerca del motivo de su visita. Entonces besaron la tierra entre sus manos y
dijeron:
"¡Oh rey grande y venerable, de alma elevada e infinitamente generosa! sabe que el que hacia ti nos
ha enviado es el rey Afridonios, señor del país de Grecia y de Jonia y de todos los ejércitos de las
comarcas cristianas, y cuya residencia es el trono de Constantinia
[83].
Nos encarga te avisemos que acaba de emprender una guerra terrible contra un tirano feroz, el rey
Hardobios, dueño de Kaissaria.
"La causa de esta guerra es la siguiente: un jefe de tribus árabes había encontrado, en un país recién
conquistado, un tesoro de las edades remotas, del tiempo de El-Iskandar el de los Dos Cuernos
[84].
Este tesoro contenía riquezas incalculables, cuya evaluación nos sería imposible; pues, entre otras
maravillas encerraba tres gemas tan gordas como huevos de avestruz, pedrerías sin tacha y sin defecto, y
que rivalizan en belleza y en valor con todas las pedrerías de la tierra y del agua. Estas tres gemas
preciosas están perforadas por el centro para enhebrarlas en un cordón y servir de collar. Tienen
inscripciones misteriosas grabadas en caracteres jónicos, pero se sabe que llevan consigo numerosas
virtudes, uno de cuyos menores efectos es preservar, a toda persona que se ponga una de ellas al cuello,
de todas las enfermedades, y especialmente de calenturas e irritaciones.
Los recién nacidos son los más sensibles a estas virtudes.
"Por lo tanto, cuando el jefe árabe se dió cuenta de estos efectos maravillosos y sospechó las demás
virtudes misteriosas, pensó que aquella era la mejor ocasión de granjearse la buena voluntad de nuestro
rey Afridonios, y se dispuso inmediatamente a enviarle como regalo las tres gemas preciosas, así como
una gran parte del tesoro. Mandó, pues, preparar dos naves, una cargada de riquezas, con las tres gemas
preciosas destinadas como regalo a nuestro rey, y otra tripulada por hombres que iban como escolta de
aquel precioso tesoro, para preservarle de los ataques de ladrones o enemigos. Sin embargo, estaba
seguro de que nadie se atrevería a atacarle, ni a él directamente ni a las cosas enviadas por él y
destinadas a nuestro poderoso rey Afridonios, pues el camino que habían de seguir los navíos era por el
mar, a cuyo extremo se encuentra Constantinia.
"Por eso, apenas estuvieron dispuestos los dos navíos, zarparon y se dieron a la vela hacia nuestro
país. Pero un día que habían fondeado en una rada, no lejos de nuestra tierra, los asaltaron súbitamente
unos soldados griegos de nuestro vasallo el rey Hardobios de Kaissaria, y les arrebataron cuanto allí se
había acumulado en riquezas, tesoros y cosas maravillosas, y entre éstas las tres gemas preciosas. Y
después mataron a todos los hombres y se apoderaron de las naves.
"Cuando tal acción llegó a conocimiento de nuestro rey, mandó inmediatamente contra el rey
Hardobios un cuerpo de ejército que fue aniquilado. En seguida mandó otro, que fue aniquilado también.
Entonces nuestro rey Afridonios se enfureció en extremo, y juró que se pondría personalmente al frente de
todos sus ejércitos reunidos y no regresaría hasta haber destruido la ciudad de Kaissaria, asolando todo
el reino de Hardobios y arruinando por completo todos los pueblos que de él dependieran.
"Y ahora, ¡Oh sultán lleno de gloria! venimos a reclamar tu auxilio y a solicitar tu eficaz y poderosa
alianza. Y al ayudarnos con tus fuerzas y soldados, indudablemente has de acrecentar tu gloria e ilustrarte
con nuevas hazañas".
"Y he aquí que nuestro rey nos ha cargado con pesados regalos de todas clases, como homenaje a tu
generosidad, y te ruega con insistencia que le otorgues el favor de verlos con buenos ojos y aceptarlos
con corazón magnánimo".
Dichas estas palabras, los enviados se callaron y se prosternaron y besaron la tierra entre las manos
del rey Omar Al-Nemán.
Y he aquí en qué consistían aquellos presentes del rey Afridonios, señor de Constantinia...
En este momento de su narración, Schehrazada vió apuntar la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 46ª noche
Ella dijo:
Y he aquí en qué consistían aquellos presentes del rey Afridonios, señor de Contantinia:
Había cincuenta muchachas vírgenes, bellas entre las más bellas de las hijas de Grecia. Había
cincuenta muchachos, los mejor formados del país de los rumís, y cada uno de aquellos maravillosos
jóvenes llevaba un ancho ropón de amplias mangas, todo de seda con dibujos de oro y figuras de colores,
y un cinturón de oro con cinceladuras de plata, al cual iba unida una doble falda de brocado y terciopelo,
y en las orejas un arete de oro con una perla redonda y blanca que valía más de mil dinares titulados de
oro. Y por su parte, las muchachas llevaban también incalculables magnificencias.
Así es que el rey Omar los aceptó muy complacido, y ordenó que se tratara a los embajadores con
todas las consideraciones debidas. Y mandó reunir a los visires para saber su opinión acerca del socorro
pedido por el rey Afridonios de Constantinia. Entonces, de entre los visires se levantó un anciano
venerable, respetado por todos y asimismo amado por todos. Era el gran visir, llamado Dandán.
Y el gran visir, llamado Dandán, dijo:
"Cierto es, ¡Oh sultán glorioso! que ese rey Afridonios, señor de Constantinia la Grande, es un
cristiano, infiel a la ley de Alah y de su Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz!), y que su pueblo es un
pueblo de descreídos. Aquel contra el cual pide socorro, es también un infiel y un descreído. Así es que
sus asuntos sólo a ellos les importan, y no pueden interesar ni conmover a los creyentes. Pero de todos
modos, te invito a otorgar tu alianza al rey Afridonios y a enviarle un ejército, a cuya cabeza pondrás a tu
hijo Sharkán, que precisamente acaba de volver de sus expediciones gloriosas. Y esta idea que te
propongo es buena por dos razones: la primera, que el rey de los rumís, al enviarte sus embajadores con
los regalos que aceptaste, te pide ayuda y protección; la segunda, que como no tenemos nada que temer de
ese reyezuelo de Kaissaria, ayudando al rey Afridonios contra su enemigo obtendrás excelentes
resultados y te considerarán como el verdadero vencedor. Y esta proeza será conocida de todos los
países, y llegará hasta Occidente. Y entonces los reyes de Occidente solicitarán tu amistad y te enviarán
portadores de numerosos regalos de todas clases y de presentes extraordinarios".
Cuando el sultán Omar Al-Nemán hubo oído las palabras de su gran visir Dandán, expresó un gran
contento, las encontró muy dignas de aprobación, y le dió un ropón de honor, diciéndole: "¡Has nacido
para ser inspirador y consejero de reyes! Por eso tu presencia es absolutamente necesaria al frente del
ejército. En cuanto a mi hijo Scharkán, no mandará más que la retaguardia".
Y el rey mandó llamar en el acto a su hijo Scharkán, le dió cuenta de todo lo que había dicho a los
enviados y había propuesto el gran visir Dandán, y le encargó que hiciera sus preparativos de marcha. Y
también le encargó que no olvidara distribuir entre los soldados, con la largueza de siempre, las
donaciones acostumbradas. Y que los eligiera uno por uno entre los mejores del ejército, formando un
cuerpo de diez mil jinetes endurecidos por la guerra y las fatigas. Y Scharkán se sometió respetuosamente
a las palabras de su padre Omar Al-Nemán.
Después se levantó y fué a elegir diez mil jinetes entre los mejores. Repartió a manos llenas oro y
riquezas, y les dijo: "¡Ahora os doy tres días completos de reposo y libertad!" Y los diez mil arrogantes
jinetes, sumisos a su voluntad, besaron la tierra entre sus manos y salieron, colmados de larguezas, a
equiparse para la marcha.
Scharkán fué entonces al salón donde estaban las arcas del Tesoro y el depósito de armas y
municiones, y eligió las armas más hermosas, las nieladas de oro, con inscripciones de marfil y ébano. Y
así escogió cuanto anhelaron su gusto y su preferencia. Marchó después a las caballerizas, donde se veían
todos los caballos más bellos de Nedjed y de Arabia, cada uno de los cuales llevaba su genealogía sujeta
al cuello en un saquito con labores de seda y oro adornado con una turquesa.
Allí escogió los caballos de las razas más famosas, y para sí eligió un bayo oscuro, de piel lustrosa,
ojos a flor de cara, anchos cascos, cola soberbiamente alta y orejas finas como las de las gacelas. Este
caballo se lo había regalado a Omar Al-Nemán el jeique de una poderosa tribu árabe, y era de raza
seglauíjedrán
[85].
Y transcurridos los tres días, se reunieron los soldados fuera de la población. Y el rey Omar Al-
Nemán salió para despedirse de su hijo Scharkán y del gran visir Dandán. Y se acercó a Scharkán, que
besó la tierra entre sus manos, y le hizo donación de siete arcas llenas de monedas, y le encargó que se
aconsejase del sabio visir Dandán. Y Scharkán lo escuchó con respeto, y así se lo prometió a su padre.
Entonces el rey se volvió hacia el visir Dandán, y le recomendó a su hijo Scharkán y a los soldados de
Scharkán. Y el visir besó la tierra entre sus manos, y respondió: "Escucho y obedezco".
Y Scharkán montó en su caballo seglauíjedrán, y mandó desfilar a los jefes de su ejército y a sus diez
mil jinetes. Después besó la mano del rey Omar Al-Nemán, y acompañado del visir Dandán, lanzó su
corcel al galope. Y todos partieron entre los redobles de los tambores de guerra, al son de los pífanos y
clarines. Por encima de ellos se desplegaban los estandartes y ondeaban al viento las banderas.
Servían de guías los embajadores. Siguieron marchando durante todo el día, y después todo el
siguiente, y otros más, y así durante veinte días. Y sólo se detenían de noche para descansar. Y llegaron a
un valle cubierto de bosques y lleno de arroyos. Y como era de noche, Scharkán dió orden de acampar e
hizo saber que el reposo duraría tres días. Y se apearon los jinetes, armaron las tiendas y se dispersaron
por todas partes. Y el visir Dandán mandó colocar su tienda en el centro del valle, y junto a ella las de
los enviados del rey Afridonios de Constantinia.
En cuanto a Scharkán, tan pronto como se dispersaron los soldados, mandó a sus guardias que lo
dejaran solo y fueran adonde estaba el visir. Y después soltó las riendas a su corcel, pues quería recorrer
el valle y poner en práctica los consejos de su padre el rey Omar, el cual le había encargado que tomase
todas las precauciones al acercarse al país de los rumís, fueran amigos o enemigos. Y no dejó de galopar
hasta que hubo transcurrido la cuarta parte de la noche. Entonces el sueño le cayó pesadamente sobre los
párpados y se vió imposibilitado de galopar. Y como tenía la costumbre de dormir encima del caballo,
dejó que el caballo anduviera al paso, y así se durmió.
El caballo siguió andando hasta media noche, llegó en medio de un bosque, se detuvo, y golpeó
violentamente el suelo con el casco. Y Scharkán se despertó en medio de la selva, que estaba iluminada
en aquel momento por la claridad de la luna. Se alarmó al encontrarse en aquel lugar desconocido y
solitario, pero dijo en alta voz las palabras que vivifican: "¡No hay poder ni fuerza más que en Alah el
Altísimo!" E inmediatamente se reconfortó su alma. Y ya no temía a las bestias feroces del bosque.
Y la luna milagrosa plateaba el claro del bosque, tan bello, que parecía arrancado del paraíso. Y
Scharkán oyó, cerca de él, una voz deliciosa. Y risas. ¡Pero qué risas! Si las hubieran oído los humanos,
habrían enloquecido por el deseo de beberlas en la misma boca y morir.
En seguida Scharkán saltó del caballo y se internó entre los árboles en busca de la voz. Y anduvo
hasta las orillas de un río blanco, de aguas transparentes y cantoras. Y al canto del agua contestaban la
voz de los pájaros, el lamento de las gacelas y el concierto hablado de todos los animales. Y juntos
formaban un canto armonioso, lleno de esplendor. Y en el suelo se extendía el bordado de flores y
plantas, como dice el poeta:
¡Sólo es bella la tierra ¡Oh locura mía! cuando se tiñe con sus flores! ¡Sólo es bella el agua
cuando se enlaza con las flores! ¡Una al lado de las otras!
¡Gloria al que creó la tierra, las flores y las aguas, y te puso en la tierra, ¡Oh locura mía!
cerca de las flores y del agua!
Y Scharkán vió en la orilla opuesta, iluminada por la luna, la fachada de un monasterio blanco con
una alta torre que rasgaba los aires. Este monasterio bañaba su planta en las aguas del río. Frente a él se
extendía una pradera en la que estaban sentadas diez esclavas blancas, rodeando a una joven. Y eran
como lunas. Iban vestidas con trajes amplios y ligeros. Eran vírgenes, y reunían las maravillas de que
habla el poeta:
¡He aquí que la pradera reluce! ¡Porque hay en ella blancas jóvenes de carne ingenua,
jóvenes ingenuas y blancas de maravilloso resplandor! ¡Y la pradera tiembla y se estremece!
¡Hermosas y sobrenaturales jóvenes! Una cintura delgada y flexible. Un andar gallardo y
melodioso. Y la pradera tiembla y se estremece.
¡Tendida la cabellera, que va desbordándose sobre el cuello como el racimo sobre la cepa!
¡Rubias o morenas, racimos rubios, racimos morenos! ¡Oh graciosas cabelleras!
¡Jóvenes atrayentes y seductoras! ¡Qué encanto el de vuestros ojos! La tentación de
vuestros ojos, las flechas de vuestros ojos, hablan de mi muerte!
Y la joven a la que rodeaban las diez esclavas blancas, era la luna llena. Sus cejas se arqueaban
espléndidamente; su frente era como la primera claridad de la mañana; sus párpados ostentaban la curva
de sus pestañas de terciopelo, y su cabellera se anillaba en las sienes con rizos deliciosos. Era tan
admirable como la pinta el poeta en estos versos:
Altiva me ha mirado, ¡pero qué miradas tan deliciosas! ¡Su cintura es recta y dura! ¡Lanzas
rectas y duras, encorvaos contusas ante ella!
¡Se adelanta! ¡Hela aquí! ¡Mirad sus mejillas, las flores sonrosadas de sus mejillas!
¡Conozco su dulzura y todo su frescor!
¡Mirad el rizo negro de su cabello sobre el candor de su frente! ¡Es el ala de la noche que
reposa en la serenidad de la mañana!
Y era aquella cuya voz había oído Scharkán. Y decía en árabe a las esclavas que estaban con ella:
"¡Por el Mesías! Sois unas desvergonzadas; lo que hicisteis es una cosa mala y horrible. Si alguna lo
vuelve a hacer, la ataré con el cinturón, y le azotaré las nalgas". Después se echó a reír, y dijo: "¡Vamos a
ver cuál de vosotras podrá vencerme en la lucha! ¡Las que quieran luchar que vengan antes de que se
ponga la luna y aparezca la mañana!"
Y una de las jóvenes se levantó y quiso luchar con su ama, pero en seguida fué derribada al suelo;
después la segunda, y la tercera, y todas las demás. Y cuando triunfó de todas las esclavas, salió
súbitamente del bosque una vieja que, dirigiéndose al grupo, dijo: "¿piensas haber alcanzado un gran
triunfo derribando a estas pobres muchachas que no tienen ninguna fuerza? Si verdaderamente sabes
luchar, atrévete a luchar conmigo. ¡Soy vieja, pero todavía puedo ser maestra tuya! ¡Ven, pues!"
Pero la joven contuvo su furor, y dijo sonriendo a la vieja: "¡Oh respetable Madre de todas las
Calamidades! ¡Por el Mesías! ¿Quieres realmente luchar conmigo, o sólo ha sido una broma?"
La vieja respondió: "¡Nada de eso! ¡Mi desafío es formal!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 47ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que la vieja, Madre de todas las Calamidades, dijo: "¡Nada
de eso; mi desafío es formal!"
Entonces la joven vencedora repuso: "¡Oh mi señora, Madre de todas las Calamidades! Si
verdaderamente te quedan fuerzas para luchar, he aquí que pronto lo sabrán mis brazos". Y avanzó hacia
la vieja, que se ahogaba de cólera, y todos los pelos de su horrible cuerpo se habían puesto de punta,
como espinas de erizo. Y dijo la vieja: "¡Por el Mesías! ¡Que no hemos de luchar sino desnudas!" Y se
despojó de todas sus ropas, se desató el pantalón, lo tiró a lo lejos, y se rodeó la cintura con un pañuelo,
atándoselo sobre el ombligo. Y así aparecía en toda su horrorosa fealdad, y semejaba una serpiente con
manchas blancas y negras. Después se volvió hacia la joven y le dijo: "¿Qué aguardas para desnudarte?"
Entonces la joven se quitó una tras una sus ropas, y por último su pantalón de seda inmaculada. Y de
debajo de él, como moldeados en mármol, aparecieron los muslos en toda su gloria, y sobre ellos un
montecillo suave y esplendoroso, como de leche y cristal, redondeado y cultivado, un vientre aromático
con sonrosados hoyuelos, que exhalaba una delicadeza de almizcle, como vergel de anémonas, y un pecho
con dos granadas gemelas, soberbiamente hinchadas, coronándolas deliciosos pezones.
Y súbitamente se enlazaron las dos luchadoras.
¡Todo eso fué! Scharkán se reía de la fealdad de la vieja, al mismo tiempo que admiraba las
perfecciones de la joven, de miembros armoniosos. Y levantó la cabeza al cielo, y pidió fervorosamente
a Alah la victoria de la joven sobre la vieja.
Y he aquí que en el primer asalto la joven luchadora se desprendió en seguida. Agarró a la vieja por
el pescuezo, sujetándola con la mano izquierda, hundió la otra mano en la ranura de los muslos, la levantó
a pulso y la tiró a sus pies en el suelo. Y la vieja cayó pesadamente de espaldas, retorciéndose. Y el
golpe le hizo levantar las piernas al aire, quedando al descubierto, con toda su risible fealdad, los
detalles peludos de su piel arrugada. Y soltó dos terribles pedos, uno de los cuales levantó una nube de
polvo, y el otro subió a modo de columna de humo hacia el cielo.
¡Y desde arriba, la luna iluminaba toda esta escena!
Mientras tanto, Scharkán se reía silenciosamente hasta el límite de la risa, de tal modo, que se cayó
de espaldas. Pero se levantó y dijo: "¡Realmente, esta vieja merece el nombre de Madre de todas las
Calamidades! Ya veo que es una cristiana, lo mismo que la joven victoriosa, y las otras diez mujeres". Y
se aproximó al lugar de la lucha, y vió a la joven luchadora que cubría con un velo de seda muy fina las
desnudeces de la vieja, y le ayudaba a ponerse la ropa. Y le decía: "¡Oh mi señora, Madre de todas las
Calamidades! Dispénsame. Si he luchado contigo, ha sido porque tú lo pediste. No tengo la culpa de lo
ocurrido, pues si caíste de ese modo, fué por haberte escurrido, de entre mis manos. Pero
afortunadamente, no te has hecho daño ninguno".
Y la vieja, llena de confusión, se alejó rápidamente, sin contestar nada, y desapareció en el
monasterio. Y sólo quedaron en la pradera las diez jóvenes rodeando a su ama.
Y Scharkán pensó: "¡Sea cual fuere el Destino, siempre es beneficioso! Estaba escrito que había de
dormirme sobre el caballo, para despertarme aquí. Y esto es por mi buena suerte. Porque esa admirable
luchadora de musculatura tan perfecta, así como sus diez compañeras no menos deseables, han de servir
de pasto al fuego de mi deseo!"
Y montó en su caballo seglauíjedrán, y avanzó hacia aquel lugar con el alfanje desenvainado. Y el
caballo corría con la rapidez del dardo lanzado por una mano poderosa. Y he aquí que Scharkán llegó a
la pradera, y exclamó: "¡Sólo Alah es grande!"
Y la joven se levantó rápida, corrió hacia la orilla del río, que tenía seis brazas de ancho, y de un
salto se puso al otro lado. Y desde allí gritó con voz enérgica, aunque deliciosa: "¿Quién eres para
atreverte a perturbar nuestro retiro? ¿Cómo te aventuras a lanzarte sobre nosotras blandiendo la espada,
cual un soldado entre los soldados? ¡Di de dónde vienes y adónde vas! Y no quieras engañarme, pues la
mentira sería tu perdición. Sabe que estás en un sitio del cual no ha de serte fácil salir en bien. Me
bastaría gritar para que acudiesen en seguida cuatro mil guerreros cristianos guiados por sus jefes. Di,
pues, lo que deseas. Si es que te has extraviado por el bosque, te indicaremos de nuevo el camino.
¡Habla!"
Y Scharkán contestó a estas palabras de la bella luchadora: "Soy un musulmán entre los musulmanes.
¡No me he extraviado, pues acerté mi camino! Vengo en busca de botín de carne joven que refresque esta
noche a la luz de la luna el fuego de mi deseo! ¡Y he aquí diez jóvenes esclavas que me convienen mucho,
y a las cuales satisfaré por completo! Y si quedan contentas, me las llevaré adonde están mis amigos".
Entonces la joven dijo: "¡Insolente soldado! ¡Sabe que ese pasto de que hablas no está dispuesto para
ir a parar a tus manos! ¡Además, no es ese tu propósito pues acabas de mentir!"
Y Scharkán contestó: "¡Oh mi señora! ¡Cuán feliz será aquel que pueda contentarse, por todo bien, con
Alah solamente, sin sentir otro deseo!"
Ella dijo: "¡Por el Mesías! ¡Debería llamar a los guerreros para que te prendiesen! Pero soy
compasiva con los extranjeros, sobre todo cuando son jóvenes y atrayentes como tú. ¿Hablas de pasto
para tus deseos? ¡Pues bien! Consiento. Pero con la condición de que bajes del caballo y jures por tu fe
que no te servirás de tus armas contra nosotras y consentirás en trabar conmigo singular combate. Si me
vences, yo v todas estas jóvenes te perteneceremos, y hasta me podrás llevar contigo en tu caballo; pero
si eres vencido, serás mi esclavo. ¡Júralo por tu fe!"
Y Scharkán pensó: "¿Esta joven ignora mi fuerza, y cuán desfavorable había de serle luchar
conmigo?"
Después dijo: "Te prometo, ¡oh joven! que no tocaré mis armas y que sólo lucharé contigo del modo
que tú quieras luchar. ¡Si quedase vencido, tengo bastante dinero para pagar mi rescate; pero si te
venciese, tendría con tu posesión un botín digno de rey! ¡Juro, pues, obrar así por los méritos del Profeta!
¡Sean para él la plegaria y la paz de Alah!" Y la joven dijo: "Jura por Aquel que ha introducido las almas
en los cuerpos y ha dado sus leyes a los humanos".
Y Scharkán prestó el juramento. Entonces la joven franqueó el río de otro salto, y volvió a la orilla,
junto a aquel joven desconocido. Y sonriéndole le dijo: "He de lamentar que te marches, ¡Oh mi señor!
pero no debes permanecer aquí, porque se acerca la mañana, van a venir los guerreros y caerías en sus
manos. Y ¿cómo podrías resistir a mis guerreros, cuando una sola de mis mujeres te vencería?" Y dicho
esto, la joven luchadora quiso alejarse hacia el monasterio, sin trabar ninguna lucha.
Y Scharkán llegó al límite del asombro; pero intentó detener a la joven, y le dijo: "¡Oh dueña mía!
Desdeña, si quieres, el luchar conmigo, pero ¡por favor! no te alejes así. ¡No abandones al extranjero
lleno de corazón!" Y ella, sonriendo, contestó: "¿Qué quieres, joven extranjero? ¡Habla, y tu deseo
quedará satisfecho!"
Y Scharkán dijo: "Después de pisar el suelo de tu país, ¡oh mi señora! y de haberme endulzado con
las mieles de tu gentileza, ¿cómo alejarme sin haber gustado el manjar de tu hospitalidad? ¡Heme aquí
convertido en un esclavo entre tus esclavos!" Y ella contestó, apoyando sus palabras con una sonrisa
incomparable: "Verdad dices, ¡oh joven extranjero! El corazón que niega la hospitalidad, es un corazón
infame. Haz, pues, el favor de aceptar la mía, y tu lugar estará sobre mi cabeza y sobre mis ojos. Monta
de nuevo en tu caballo, y sígueme por la orilla del río. ¡Eres mi huésped desde este momento!"
Entonces Scharkán, lleno de alegría, montó a caballo, y echó a andar junto a la joven, seguido de
todas las demás, hasta llegar a un puente levadizo de madera de álamo, tendido frente a la puerta
principal del monasterio, que subía y bajaba por medio de cadenas y garruchas. Entonces se apeó
Scharkán. La joven llamó a una de sus doncellas, y en lengua griega le dijo: "Toma ese caballo, llévalo a
las cuadras y cuida de que nada le falte".
Y Scharkán se lo agradeció a la joven: "¡Oh soberana de belleza! he aquí que llegas a ser para mí
cosa sagrada, y sagrada doblemente, por tu hermosura y por tu hospitalidad. ¿Quieres volver sobre tus
pasos y acompañarme a Bagdad, mi ciudad, en el país de los musulmanes, donde verás cosas
maravillosas y admirables guerreros? Entonces sabrás quién soy. ¡Ven, joven cristiana, vamos a Bagdad!"
Y la hermosa repuso: "¡Por el Mesías! Te creía más sensato, ¡oh joven! ¿Intentas raptarme? Pretendes
llevarme a Bagdad, donde caería en manos de ese terrible rey Omar Al-Nemán, que tiene trescientas
sesenta concubinas en doce palacios, precisamente según el número de los días y los meses. Y abusaría
ferozmente de mi juventud, pues serviría para satisfacer sus deseos durante una noche, y después me
abandonaría. ¡Tal es la costumbre entre vosotros los musulmanes! No hables, pues, así, ni esperes
convencerme. ¡Aunque fueras Scharkán en persona, el hijo del rey Omar, cuyos ejércitos invaden nuestro
territorio, no te haría caso!
Sabe que en este momento diez mil jinetes de Bagdad, guiados por Scharkán y el visir Dandán,
atraviesan nuestras fronteras para reunirse con el ejército del rey Afridonios de Constantinia. Y si
quisiera, iría yo sola a su campamento y mataría a Scharkán y al visir Dandán, porque son nuestros
enemigos. Pero ahora, ven conmigo, ¡oh joven extranjero!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 48ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven dijo a Scharkán, a quien estaba muy lejos de
conocer: "Ahora ven conmigo, ¡Oh joven extranjero!" Y Scharkán, al oírla, se sintió extraordinariamente
mortificado por la enemistad que tenía aquella joven hacia él, el visir Dandán y todos los suyos. Y si sólo
hubiese atendido a una mala inspiración, se habría dado a conocer y se habría apoderado de la joven;
pero se lo impidieron los deberes de hospitalidad, y sobre todo el hechizo de aquella hermosura, y recitó
esta estrofa:
¡Oh joven! ¡Aunque cometieras todos los delitos, ahí está tu belleza para borrarlos y
convertirlos en una delicia más!
Y ella atravesó lentamente el puente levadizo, y se dirigió hacia el monasterio. Y Scharkán, que
marchaba detrás de ella, veía bajar y subir sus nalgas suntuosas, que se movían como las olas del mar. Y
lamentó que el visir Dandán no estuviese también allí para maravillarse con aquel esplendor. Y pensó en
estos versos del poeta:
¡Contempla el encanto de sus caderas plateadas, y verás aparecer ante tus ojos la luna
llena!
¡Mira la redondez de sus nalgas benditas, y verás dos medias lunas unidas en el cielo!
Y llegaron a un gran pórtico con arcadas de mármol transparente. Y entraron por una larga galería que
corría a lo largo de diez arcadas con columnas de pórfido. Y en medio de cada arcada colgaba una
lámpara de cristal de roca, esplendente como el sol. Allí esperaban a su ama las jóvenes doncellas con
candelabros encendidos, que desprendían aromática fragancia. Y llevaban ceñida la frente con cintas de
seda y pedrerías de todos los colores. Abrieron la marcha, conduciendo a los dos jóvenes a la sala
principal. Y Scharkán vió unos magníficos cojines alineados junto a la pared, alrededor de toda la sala. Y
en las puertas y ventanas pendían grandes cortinajes, con una gran corona de oro.
Todo el suelo estaba tapizado con preciosos mosaicos de alegres colores. En medio de la sala se
abría el tazón de una fuente con veinticuatro surtidores de oro; y el agua caía musicalmente, con
centelleos de metal y de plata. Y en el fondo de la sala había un lecho cubierto de sedas, como sólo
existen en los palacios de los reyes.
Y la joven dijo a Scharkán: "Sube a esa cama, ¡oh mi señor! y déjate servir". Y Scharkán subió a la
cama, muy dispuesto a dejarse servir. Y la dama salió de la sala, y dejó a Scharkán con las jóvenes
esclavas, cuyas frentes estaban coronadas de pedrería.
Pero como la joven tardase en volver, preguntó Scharkán a las esclavas adónde había ido, y éstas le
contestaron: "Se ha ido a dormir. Y nosotras estamos aquí para servirte, según mandes". Y Scharkán no
supo qué pensar. Pero las muchachas le llevaron toda clase de manjares exquisitos, ofreciéndoselos en
amplias bandejas labradas, y Scharkán comió hasta saciarse. Después le presentaron el jarro y la
palangana de oro con relieves de plata, y dejó que corriera por sus manos el agua perfumada con rosas y
azahar. Pero de pronto comenzó a preocuparle la suerte de sus soldados, a quienes había dejado solos. Y
se reconvino por haber olvidado los consejos de su padre. Pero aumentaba su pena el no saber nada de la
joven, ni del lugar en que se encontraba: Y recitó entonces estas estrofas del poeta:
Si he perdido mi fuerza y mi valor, es leve mi culpa, ¡porque me han engañado y
traicionado de tantos modos!
¡Libertadme, ¡Oh amigos míos! de mi dolor, de ese dolor de amar que me ha hecho perder
las fuerzas y toda mi alegría!
¡He aquí que mi corazón, extraviado por el amor, se ha extraviado y derretido! ¡Se ha
derretido, y no sé a quién lanzar mi grito de angustia!
Cuando Scharkán acabó de recitar estas estrofas, se durmió y no se despertó hasta por la mañana. Y
vió entrar en la sala un tropel de beldades, veinte jóvenes como lunas que rodeaban a su ama. Y ésta, en
medio de las otras, parecía la luna entre las estrellas. Estaba vestida con magníficas sederías adornadas
con dibujos y figuras; su cintura parecía aún más fina y sus caderas más suntuosas debajo del cinturón que
las tenía cautivas. Este cinturón era de oro afiligranado, con pedrería. Y con tal cintura y tales caderas,
semejaba la joven una mesa de cristal diáfano en cuyo centro se plegara delicadamente una fina rama de
plata. Los pechos eran más soberbios y más salientes. Sujetaba su cabellera una redecilla de perlas con
toda clase de pedrería. Y rodeada de las veinte doncellas a derecha e izquierda, que le llevaban la cola
de su soberbio vestido, adelantaba maravillosa, contoneándose.
Y al verla, sintió Scharkán oscurecida su razón; y se olvidó de sus soldados, y del visir, y hasta de los
consejos de su padre. Y se puso de pie, imantado por aquellos encantos, y recitó estas estrofas:
¡Poderosa de caderas, inclinada y cimbreante! ¡Tus miembros son flexibles y suaves, tu
garganta resbaladiza y dorada!
¡Ocultas ¡oh hermosísima! los tesoros interiores! Yo tengo ojos agudos que atraviesan
todas las opacidades.
Entonces la joven se acercó a él, y le miró largamente, largamente. Después le dijo: "¡Eres Scharkán!
Ya no lo dudo. ¡Oh Scharkán, hijo de Omar Al-Nemán! ¡Oh héroe magnánimo! He aquí que iluminas esta
morada y la honras. Dime, ¡oh Scharkán! ¿has pasado la noche tranquilo? ¡Háblame! Y sobre todo, ¡no
finjas más, deja la mentira a los maestros de la mentira, porque la ficción y la mentira no son los atributos
de los reyes, ni sobre todo el más grande de los reyes!"
Cuando Scharkán oyó estas palabras, comprendió que de nada le serviría el negar, y respondió: "¡Oh
tú, la muy dulce! ¡Soy Scharkán Omar Al-Nemán! ¡Soy aquel que sufre porque el Destino lo arrojó sin
defensa entre tus manos! Haz de mí lo que quieran tu gusto y tu deseo, ¡oh desconocida de los ojos
negros!" Entonces la joven bajó un momento los ojos hacia el suelo, como si meditase. Después, mirando
a Scharkán, le dijo: "¡Apacigua tu alma y endulza tus miradas! ¿Olvidas que eres mi huésped? ¿Olvidas
que ha mediado entre nosotros el pan y la sal? ¿Olvidas también que sostuvimos más de una conversación
amistosa? En adelante estarás bajo mi protección y a beneficio de mi lealtad. ¡No temas, porque ¡por el
Mesías! si toda la tierra se lanzara contra ti, nadie te tocaría antes de que mi alma saliera del cuerpo en
defensa tuya!"
Dijo, y fué a sentarse gentilmente a su lado, y se puso a hablarle con la más dulce sonrisa. Después
llamó a una de sus esclavas y le habló en lengua griega, y la esclava salió, para volver acompañada de
otras que llevaban grandes bandejas con manjares de todas clases, y otras con frascos y jarrones de
bebidas.
Pero Scharkán no se atrevía a probar aquellos manjares, y la joven, al observarlo, le dijo:
"Vacilas, ¡oh Scharkán! en probar mis manjares. Sospechas alguna traición. ¿Olvidas que ayer te pude
matar?" Y se apresuró a alargar la mano y a tomar un poco de cada plato. Y Scharkán se avergonzó de sus
sospechas, y empezó a comer, y ella con él, hasta que se saciaron. Después de haberse lavado las manos,
colocaron las flores y mandaron traer bebidas, en grandes jarrones de oro, plata y cristal; y las había de
todos los colores y de las mejores clases. Y la joven llenó una copa de oro, y fué la primera en beber; y
después la llenó de nuevo y se la ofreció a Scharkán, que bebió, y ella le dijo: "¡Oh musulmán! ¿ves
como así la vida es fácil y agradable?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 49ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven desconocida dijo a Scharkán: "¡Oh musulmán!
¿ves como así la vida es fácil y agradable?" Después siguieron bebiendo de aquel modo hasta que la
fermentación produjo su efecto y el amor prendió firmemente en el corazón de Scharkán. Entonces la
joven dijo a una de sus doncellas favoritas, llamada Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! ¡apresúrate a
traer los instrumentos armoniosos!" Y Grano de Coral contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Se ausentó un instante, y volvió acompañada de unas jóvenes que traían un laúd de Damasco, una
cítara de Tartaria y una viola de Egipto. Y la joven cogió el laúd, lo templó sabiamente, y acompañada
por las otras doncellas que se habían sentado en la alfombra, pulsó un momento las cuerdas vibrantes. Y
con voz llena de delicias, más dulce que la brisa y más agradable y pura que el agua de la sierra, cantó lo
siguiente:
Las víctimas de tus ojos, ¡oh mi amada! ¿sabes su número? Las flechas que disparan tus
ojos y que derraman la sangre de los corazones, ¿sabes su número?
¡Pero afortunados los corazones que sufren por tus ojos! ¡Y mil veces afortunados tus
esclavos de amor!
Y acabado este canto, se calló la joven. Entonces una de las muchachas que acompañaba con los
instrumentos, entonó en lengua griega una canción que no comprendió Scharkán. Y su joven señora
contestaba de cuando en cuando en el mismo tono. Pero ¡cuán dulce era aquel canto alternado y
quejumbroso!
Y la joven dijo a Scharkán: "¡Oh musulmán entre los musulmanes! ¿has comprendido nuestra
canción?" Y él respondió: "¡Verdaderamente que no la he entendido, pero su armonía me ha conmovido
extraordinariamente! Y la humedad de los dientes al sonreír y la ligereza de los dedos al sonar los
instrumentos me han encantado hasta lo infinito".
Ella sonrió, y dijo: "Y ahora, Scharkán, si te dijera un canto árabe, ¿qué harías?" Y él contestó:
"¡Perder seguramente la razón que me queda!" Entonces la joven cambió el tono y la clavija del laúd, lo
pulsó un instante, y cantó estas palabras del poeta:
El sabor de la separacióna es un sabor lleno de amargura. ¿Hay algún medio para sufrirlo
con paciencia?
Tres cosas me han dado a elegir: el alejamiento, la separación y el abandono, tres cosas
llenas de espanto.
¿Cómo elegir, cuando estoy completamente vencido por el amor de una hermosura que me
ha conquistado y que me somete a tan duras pruebas?
Cuando Scharkán oyó esta canción, como había bebido considerablemente, quedó sin conocimiento,
completamente ebrio. Y al volver en sí, ya no estaba allí la joven.
Y Scharkán preguntó a las esclavas.
Y las esclavas le dijeron: "Se ha ido a su habitación para dormir, pues he aquí que es de noche". Y
Scharkán, aunque muy contrariado, dijo: "¡Qué Alah la tenga bajo su protección!" Pero al día siguiente,
Grano de Coral, la esclava preferida, le vino a buscar en cuanto se despertó, para llevarle al aposento
mismo de su señora. Y al franquear el umbral, Scharkán, fué recibido al son de los instrumentos y de los
himnos de las cantoras, que de aquel modo le daban la bienvenida. Y transpuso una puerta toda de marfil,
incrustada de perlas y pedrería. Y se halló en una gran sala, toda cubierta de sedería y de tapices de
Khorasán.
Y estaba iluminada por altos ventanales que daban a unos jardines frondosos atravesados por
arroyos. Junto a las paredes de la sala había una fila de estatuas vestidas como personas y que movían los
brazos y las piernas de un modo asombroso, y en su interior tenían un mecanismo que les hacía cantar y
hablar como verdaderos hijos de Adán.
Pero cuando la dueña de la casa vió a Scharkán, se levantó, se acercó a él, y le cogió de la mano. Y le
hizo sentarse junto a ella, y le preguntó con interés cómo había pasado la noche, y le dirigió otras
preguntas, a las cuales dió Scharkán las respuestas convenientes. Después se pusieron a conversar, y ella
le preguntó: "¿Sabes las palabras de los poetas acerca de los enamorados y de los esclavos de amor?" Y
él contestó: "Sí, ¡oh mi señora! sé algunas". Y ella dijo: "Quisiera oírlas".
Y él dijo: "He aquí lo que el elocuente y delicado Kuzair decía respecto a la perfectamente bella
Izzat, a quien amaba:
¡Oh, no! ¡Jamás descubriré los encantos de Izzat! ¡Jamás hablaré de mi amor por Izzat!
¡Me ha obligado a tantos juramentos y a tantas promesas! ¡Ah! ¡Si se supiesen todos los
encantos de Izzat!
¡Los ascetas que lloran entre el polvo y que tanto se precaven contra las penas de amor, si
oyeran el gorjeo que yo conozco, acudirían a arrodillarse delante de Izzat para adorarla! ¡Ah!
¡Si supieran cuántos son los encantos de Izzat!
Y la joven exclamó: "En verdad, la elocuencia fué un don de ese admirable Kuzair, que decía:
Si ante un juez digno de ella y de su belleza se presentara Izzat compitiendo con su rival el
dulce sol matutino, seguramente sería Izzat la preferida.
Y sin embargo, algunas mujeres maliciosas se han atrevido a criticar su hermosura. ¡Alah
las confunda, y haga de sus mejillas una alfombra para las suelas de Izzat!
Y la joven añadió: "¡Cuán amada fué Izzat! Y tú, oh príncipe Scharkán! si recordases las palabras que
el hermoso Djamil decía a la misma Izzat, ¡qué amable serías si nos las dijeses!" Y Scharkán dijo:
"Realmente, de las palabras de Djamil a Izzat no recuerdo más que esta estrofa:
¡Oh la más gentil de las engañadoras! ¡Sólo deseas mi muerte; a ella se encaminan todos
tus planes! ¡Y sin embargo, eres la única que deseo entre todas las jóvenes de la tribu!"
Y Scharkán añadió: "Porque sabe, ¡oh señora mía! que estoy en la misma situación que Djamil, pues
deseas hacerme morir ante tus ojos". Y entonces la joven sonrió, pero no dijo nada. Y siguieron bebiendo
hasta que vino la aurora. En seguida se levantó la joven, y desapareció. Y Scharkán se dispuso a pasar
otra noche solo en su lecho. Pero cuando llegó la mañana, se presentaron las esclavas al son de los
instrumentos armoniosos, y después de haber besado la tierra entre sus manos, le dijeron: "¡Haznos el
favor de venir connosostras al cuarto de nuestra ama, que te espera!”
Entonces se levantó Scharkán, y salió con las esclavas, que tañían los instrumentos. Y llegó a una
segunda sala, mucho más maravillosa que la primera, donde había estatuas y pinturas que figuraban
animales, y aves, y otras muchas cosas que superarían a toda descripción. Y quedó encantado de cuanto
veía, y sus labios cantaron estas estrofas:
¡Cogeré la estrella que se remonta entre los frutos de oro del Arquero de las Siete Estrellas!
Es la perla noble que anuncia las albas plateadas. La gota de oro de la constelación.
Es el ojo de água que se deshace en trenzas de plata. ¡La rosa de carne de sus mejillas! ¡Un
topacio incendiado!
¡Sus ojos! ¡Dan el color a la violeta, sus ojos rodeados de kohl azul!
Y la joven se levantó, fué a coger de la mano a Scharkán, le hizo sentarse a su lado, y le dijo: "¡Oh
príncipe Scharkán! seguramente conoces el juego del ajedrez". Y él dijo: "Lo conozco; pero ¡por favor!
no seas como aquella de quien se queja el poeta:
¡En vano me lamento! ¡Estoy martirizado por el amor! No puedo apagar la sed en su boca
dichosa, ni respirar la vida bebiéndola en sus labios.
No es que me desprecie, ni que me falten sus atenciones, ni que olvide el ajedrez para
distraerme; pero ¿acaso mi alma tiene sed de distracciones ni de juego?
Y además, ¿cómo podría luchar con ella, cuando me fascina el fuego de sus miradas, las
miradas de sus ojos que penetran en mi hígado?"
Y la joven se echó a reír, pero acercó el ajedrez y empezó el juego. Y Scharkán, cada vez que le
tocaba jugar, en vez de atender al juego miraba a la joven, y jugaba de cualquier modo, poniendo el
caballo en lugar del elefante y el elefante en lugar del caballo.
Y ella, riendo, le dijo: "¡Por el Mesías! ¡Cuán profundo es tu juego!" Pero él contestó: "¡Esta es la
primera partida! Ya sabes que no representa nada". Y prepararon el juego de nuevo. Pero ella lo venció
otra vez, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez. Después le dijo: "¡He aquí que en todas sales vencido!"
Y él dijo: "¡Oh mi soberana, no está mal ser vencido por una adversaria como tú!"
Entonces la joven mandó poner el mantel, y comieron y se lavaron las manos; y no dejaron de beber
de todas las bebidas. Y la joven cogió un arpa, y diestramente preludió una notas lentas y melodiosas. Y
cantó estas estrofas:
Nadie escapa a su Destino, así esté oculto o no lo esté, así tenga el rostro sereno o
amargado.
Olvídalo todo, ¡Oh amigo mío! y bebe por la belleza y por la vida. ¡Soy la hermosura, que
ningún hijo de la tierra puede mirar indiferentemente!
Calló, y sólo el arpa resonó bajo los finos dedos de marfil. Y Scharkán, arrebatado, se sentía perdido
en deseos infinitos. Entonces, tras un nuevo preludio, la joven cantó:
¡La amistad verdadera no puede soportar la amargura de la separación! ¡Hasta el sol
palidece cuando tiene que dejar a la tierra!
Pero apenas cesó este canto, oyeron un enorme tumulto y un gran vocerío. Y vieron que avanzaba un
tropel de guerreros cristianos con las espadas desnudas, y gritaban: "¡He aquí que has caído en nuestras
manos! ¡He aquí, oh Scharkán, tu día de perdición!"
Y al oír Scharkán estas palabras, pensó en seguida en una traición, encaminándose sus sospechas
contra la joven. Pero cuando se volvía hacia donde estaba, dispuesto a reconvenirla, la vió lanzarse
afuera, muy pálida.
Y la joven llegó ante los guerreros, y les dijo: "¿Qué queréis?" Entonces se adelantó el jefe de los
guerreros, y le contestó, después de haber besado la tierra entre sus manos: "¡Oh reina llena de gloria!
¡Oh mi noble señora Abriza, la perla más noble entre las perlas de las aguas! ¿Ignoras la presencia del
que está en este monasterio?"
Y la reina Abriza contestó: "¿De quién hablas?" Y él dijo: "Hablo de aquel a quien llaman maestro de
héroes, el destructor de ciudades, el terrible Scharkán ibn-Omar Al- Nemán, aquel que no ha dejado una
torre sin destruirla, ni una fortaleza sin derribarla. Ahora bien, ¡oh reina Abriza! el rey Hardobios, tu
padre y señor nuestro, ha sabido en Kaissaria, su ciudad, por los propios labios de la anciana Madre de
todas las Calamidades, que el príncipe Scharkán estaba aquí. Porque la Madre de todas las Calamidades
ha dicho al rey que había visto a Scharkán en el bosque, cuando se dirigía a este monasterio. Así, pues,
¡oh reina! tu mérito es inconmensurable, por haber cogido al león en tus redes, facilitándonos la victoria
sobre el ejército de los musulmanes".
Entonces, la joven reina Abriza, hija del rey Hardobios, señora de Kaissaria, miró indignadísima al
jefe de los guerreros, y le dijo:
"¿Cuál es tu nombre?" Y el otro contestó: "¡Tu esclavo el patricio Massura ibn-Mossora ibn-
Kacherda!"
Y ella le dijo: "¿Y cómo es que has osado, ¡oh insolente Massura! entrar en este monasterio sin
avisarme ni pedir permiso?" Y él dijo: "¡Oh mi soberana! Ninguno de los porteros me ha cerrado el
camino, pues al contrario, todos nos han guiado hasta la puerta de tu aposento. Y ahora, según las órdenes
de tu padre, esperamos que nos entregues a ese Scharkán, el guerrero más formidable entre los
musulmanes". Y la reina Abriza dijo: "¿Pero qué piensas? ¿No sabes que esa Madre de todas las
Calamidades es una embustera? ¡Por el Mesías! Aquí hay un hombre, pero no es el Scharkán de quien
hablas, sino un extranjero que ha venido a pedirnos hospitalidad, y en seguida se la hemos otorgado
generosamente. Y además, aun en el caso de que fuera Scharkán, los deberes de la hospitalidad me
mandan protegerle contra todo el mundo.
¡Nunca se dirá que Abriza hizo traición al huésped, después de haber mediado entre ellos el pan y la
sal!
De modo que lo que debes hacer, ¡oh patricio Massura! es marcharte en seguida cerca del rey, mi
padre; besarás la tierra entre sus manos, y le dirás que la vieja Madre de todas las Calamidades ha
mentido y le ha engañado".
El patricio Massura, dijo: "Reina Abriza, no puedo volver junto al rey Hardobios, tu padre, sin llevar
al prisionero, como nos ha mandado". Ella llena de cólera, dijo: "¿Quién te mete en estas cosas, ¡oh
guerrero!? Sólo te toca combatir cuando puedas, pues te pagan para combatir. Pero guárdate de meterte en
asuntos que no te incumben. Además, si te atrevieras a atacar a Scharkán, lo pagarás con tu vida y con la
vida de todos los guerreros que están contigo. ¡Y he aquí que lo voy a llamar, para que venga con su
alfanje y su escudo!"
Y el patricio Massura dijo: "¡Oh qué desgracia la mía! Porque si me libro de tu cólera, caeré en la de
tu padre, nuestro rey. Si se presentase ese Scharkán, lo mandaría detener inmediatamente por mis
soldados., y lo llevaría prisionero entre las manos de tu padre, el rey de Kaissaria".
Y Abriza exclamó: "Hablas demasiado para ser un guerrero, ¡oh patricio Massura! ¡Y tus palabras
exceden en punto a pretensión e insolencia! ¿Olvidas acaso que sois cien contra uno? Si tu patriciado no
te quitó hasta el rastro del valor, combátele de hombre a hombre. Pues si eres vencido, otro ocupará tu
puesto, y así sucesivamente, hasta que Scharkán caiga en nuestras manos. ¡Y así se decidirá quién de
todos vosotros es el héroe!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 50ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven reina Abriza exclamó: "¡Y veremos quién de
todos vosotros es el héroe!"
Y el patricio Massura repuso: "¡Por el Mesías! ¡Has hablado muy bien! ¡Yo seré el primero que se
presente a luchar!"
Ella dijo: "Pues aguarda que vaya a avisarle y a saber su respuesta. Si acepta, así se hará; si se niega,
será de todos modos el huésped protegido". Y Abriza se apresuró a ir en busca de Scharkán, y le puso al
corriente de todo, excepto de quién era ella.
Y Scharkán comprendió que había juzgado mal al dudar de la generosidad de la joven, y se reconvino
mucho, y con doble motivo por haberse equivocado al juzgar a la joven y por haberse metido
imprudentemente en medio del país de los rumís.
Y después dijo: "¡Oh mi señora! No tengo la costumbre de combatir contra un solo guerrero, sino
contra diez a un tiempo, y de esa manera pienso entablar el combate".
Dijo, y se puso en pie de un salto, y se precipitó al encuentro de los guerreros cristianos. Y llevaba en
la mano su alfanje y su escudo.
Cuando el patricio Massura vió que se acercaba Scharkán, saltó sobre él de un brinco, y le atacó
furiosamente; pero Scharkán paró el golpe que se le dirigía, y se lanzó contra su adversario como un león.
Y le dió en el hombro un tajo tan terrible, que el alfanje salió brillando por la cadera, después de haberle
atravesado el vientre y los intestinos.
Al ver esto, el valor de Scharkán creció considerablemente a los ojos de la reina, que pensó: "¡He
aquí el héroe con quien habría yo podido luchar en el bosque!"
Después se volvió hacia los soldados; y les dijo: "¿Qué esperáis para proseguir el combate? ¿No
pensáis vengar la muerte del patricio?" Entonces avanzó a grandes pasos un gigante de aspecto
formidable, y cuya cara respiraba una gran energía. Era el propio hermano del patricio Massura. Pero
Scharkán no le dió tiempo para más, pues le dió tal tajo en el hombro, que el alfanje salió brillando por
la cadera, después de haber atravesado el vientre y los intestinos. Entonces avanzaron otros guerreros,
uno a uno, pero Scharkán les hacía sufrir la misma suerte, y para su alfanje era un juego el hacer volar sus
cabezas. Y de ese modo mató a cincuenta. Cuando los otros cincuenta que quedaron vieron la suerte que
habían corrido sus compañeros, se reunieron en una sola masa, y se precipitaron todos juntos contra
Scharkán, pero esto los perdió.
Scharkán los esperaba con toda la bravura de su corazón, más duro que la roca, y los trilló como se
trillan los granos en la era, y los desparramó a ellos y a sus almas para siempre.
Entonces la reina Abriza gritó a sus doncellas: "¿Quedan más hombres en el monasterio?" Y ellas
contestaron: "No quedan más hombres que los porteros". Entonces la reina Abriza avanzó al encuentro de
Scharkán, y le estrechó entre sus brazos, y le besó con fervor. Después contó el número de muertos, y se
encontraron ochenta. En cuanto a los otros veinte combatientes, lograron escaparse, a pesar de su estado,
y habían desaparecido.
Y Scharkán pensó entonces en limpiar la hoja ensangrentada de su alfanje. Y arrastrado por Abriza,
volvió al monasterio, recitando estas estrofas bélicas:
¡Contra mí se han lanzado furiosamente para combatirme el día de mi valentía!
Y he arrojado sus altaneros caballos como pasto a los leones, a mis hermanos los leones.
¡Vamos! ¡Libradme del peso de mi ropa, si queréis!
En el día de mi valentía no he hecho más que pasar, y he aquí a todos los guerreros
tendidos en la tierra abrasadora de mi desierto.
Y como habían llegado al salón, la joven Abriza, sonriente de placer cogió la mano de Scharkán y se
la llevó a los labios. Después se levantó el vestido, y aparecieron por debajo una cota de malla y una
espada de acero fino de la India. Y Scharkán asombrado. preguntó: "¿Para qué son, ¡oh mi señora! esta
cota de malla y esta espada?" Y ella dijo: "¡Oh Scharkán! durante el combate me armé apresuradamente
por si tenía que correr en tu auxilio, pero no has necesitado de mi brazo!"
Después la reina Abriza mandó llamar a los porteros, y les dijo "¿Cómo es que sin mi permiso habéis
dejado penetrar a los hombres del rey?" Y dijeron: "No es costumbre que pidan permiso los hombres del
rey, y mucho menos su gran patricio".
Ella dijo: "¡Sospecho que habéis querido perderme y ocasionar la muerte de mi huésped!
Y rogó a Scharkán que les cortara la cabeza, y Scharkán les cortó la cabeza.
Entonces la reina dijo a sus esclavas: "¡Merecían un castigo más duro!"
Después se volvió hacia Scharkán, y exclamó: "¡He aquí, ¡oh Scharkán! que voy a revelarte lo que ha
estado oculto para ti hasta ahora!"
Y dijo así:
"Sabe, ¡oh Scharkán! que soy la hija única del rey griego Hardobios, señor de Kaissaria, y me llamo
Abriza. Y tengo por enemiga inexorable a la vieja Madre de todas las Calamidades, que ha sido la
nodriza de mi padre y es muy temida y atendida en palacio. Y la causa de esta enemistad entre ella y yo,
es una causa que me dispensarás que te cuente, pues intervienen unas jóvenes en esta historia, y ya
conocerás con el tiempo todos los pormenores. Así es que la Madre de todas las Calamidades hará
cuanto pueda para perderme, sobre todo ahora que he sido la causa de la muerte del jefe de los patricios
y de los guerreros. Y dirá a mi padre que he abrazado vuestra causa. Así es que la única resolución que
puedo tomar, mientras la Madre de todas las Calamidades me persiga, es irme lejos de mi familia y de mi
país. Y te ruego que me ayudes y obres conmigo como yo he obrado contigo, pues te corresponde parte de
culpa de cuanto acaba de pasar".
Al oír estas palabras, Scharkán sintió que la alegría le hacía perder la razón, y que su pecho se
ensanchaba, y se dilataba todo su ser, y dijo: "¡Por Alah! ¿Quién se atreverá a acercarse a ti, mientras mi
alma esté en mi cuerpo? Pero ¿podrías sobrellevar realmente el verte alejada de tu padre y de los tuyos?
Y ella contestó: "Seguramente que sí". Entonces Scharkán le hizo que lo jurase, y ella juró. Y después
ella dijo: "Ya se ha tranquilizado mi corazón.
Pero tengo que dirigirte otra súplica". Scharkán dijo: "¿Y cuál es esa súplica?" Y ella contestó: "Que
vuelvas a tu país, con todos los soldados". Pero él dijo: "¡Oh señora mía! Mi padre Omar Al-Nemán me
ha mandado a este país de los rumís para combatir y vencer a tu padre, contra el cual nos ha pedido
auxilio el rey Afridonios de Constantinia. Pues tu padre ha mandado confiscar un navío cargado de
riquezas, entre ellas tres gemas preciosas que poseen admirables virtudes". Entonces Abriza contestó:
"¡Tranquiliza tu alma y endulza tus ojos! Porque he aquí que voy a decirte la verdadera historia de nuestra
hostilidad con el rey Afridonios:
"Sabe que nosotros los griegos celebramos una fiesta anual, que es la fiesta de este monasterio. Y
cada año en igual fecha acuden aquí todos los reyes cristianos desde todas las comarcas, así como los
nobles y los grandes comerciantes. Y también vienen las mujeres y las hijas de los reyes y de los demás;
y esta fiesta dura siete días completos. Ahora bien; cierto año fui yo una de las visitantes, y aquí estaba
también la hija del rey Afridonios de Constantinia, que se llamaba Safía, y es ahora concubina de tu
padre, el rey Omar Al-Nemán, y madre de sus hijos. Pero en aquel momento era todavía doncella.
Cuando terminó la fiesta y llegó el séptimo día, que era el día de la marcha, Safía dijo: "No quiero
volver por tierra a Constantinia, sino por mar". Entonces le prepararon una nave, en la cual se embarcó
con sus compañeras, y mandó embarcar todas las cosas que le pertenecían; y se dieron a la vela, y
zarparon. Pero apenas se había alejado el navío, se levantó viento contrario, que hizo desviarse a la nave
de su ruta. Y la Providencia quiso que hubiera precisamente en tales parajes un gran navío lleno de
guerreros cristianos de la isla de Kafur, en número de quinientos afrangí
[86].
Y todos estaban armados y forrados de hierro. Y sólo aguardaban una ocasión como aquélla para
lograr botín, pues desde hacía tiempo que andaban por el mar. De modo que en cuanto vieron el navío en
que estaba Safía, lo abordaron, le echaron los garfios y se apoderaron de él. Después se dieron de nuevo
a la vela llevándolo a remolque. Pero levantó una furiosa tempestad que los arrojó a nuestras costas,
desamparados. Entonces se arrojaron sobre ellos nuestros hombres, mataron a los piratas, y se
apoderaron a su vez de las sesenta jóvenes entre las cuales se encontraba Safía.
También recogieron todas las riquezas acumuladas en los buques. Vinieron a ofrecer las sesenta
jóvenes como regalo a mi padre el rey de Kaissaria, y se guardaron las riquezas. Mi padre escogió para
sí las diez jóvenes más hermosas y distribuyó el resto entre su séquito. Después eligió cinco de las más
bellas, y se las envió como regalo a tu padre, el rey Omar Al-Nemán. Y entre esas cinco estaba
precisamente Safía, hija del rey Afridonios: pero nosotros no nos lo figurábamos, porque ni ella ni nadie
nos había revelado su condición ni su nombre, y he aquí ¡oh Scharkán ! cómo Safía llegó a ser concubina
de tu padre, el rey Omar Al- Nemán. Y además, le fué enviada con otros muchos regalos, como sederías,
paños y bordados de Grecia. Pero a principios de este año, el rey mi padre recibió una carta del rey
Afridonios, padre de Safía. Y en esta carta había cosas que no te sabría repetir. Pero decía lo siguiente:
"Hace dos años que cogiste a unos piratas sesenta jóvenes, una de las cuales era mi hija Safía. Hasta
ahora no me he enterado, ¡oh rey Hardobios! porque nada me has dicho.
Esto es la mayor ofensa y el mayor oprobio para mí y alrededor de mí. Por lo tanto, en cuanto recibas
mi carta, si no quieres ser mi enemigo, me devolverás a mi hija Safía, intacta e íntegra. Si demoras su
envío, te trataré como mereces, y mi cólera y mi resentimiento tomarán represalias terribles contra ti".
"Y en cuanto mi padre leyó esta carta, se quedó muy perplejo y muy alarmado, pues la joven Safía
había sido enviada como regalo a tu padre, el rey Omar Al-Nemán, y no había ninguna probabilidad de
que siguiese intacta e íntegra, puesto que ya la había hecho madre el rey Omar Al-Nemán.
"Comprendimos entonces que aquello era una gran calamidad. Y mi padre no tuvo otro recurso que
escribirle una carta al rey Afridonios, en que le exponía la situación, y disculpándose con la ignorancia
en que había estado respecto a la personalidad de Safía, y jurándoselo mil veces.
"Al recibir la carta de mi padre, el rey Afridonios se enfureció de una manera trágica; se levantó, se
sentó, echó espuma, y dijo: "¿Es posible que mi hija, cuya mano se disputaban todos los reyes cristianos,
haya llegado a ser una esclava entre las esclavas de un musulmán? ¿Es posible que se haya rendido a sus
deseos y compartido su lecho sin contrato legal? ¡Por el Mesías! que he de tomar de ese cabalgador
musulmán, no saciado de mujeres, una venganza que hará hablar al Oriente y al Occidente".
"Y entonces fué cuando el rey Afridonios discurrió enviar embajadores a tu padre con ricos
presentes, y hacerle creer que estaba en guerra contra nosotros, y pedirle socorro. Pero en realidad era
para hacerte caer a ti, ¡oh Scharkán! y a tus diez mil jinetes en una emboscada.
"En cuanto a las tres gemas maravillosas poseedoras de tantas virtudes, existen realmente. Eran
propiedad de Safía, y cayeron en manos de los piratas, y después en las de mi padre, que me las regaló. Y
yo las tengo, y ya te las enseñaré. Pero por ahora lo más importante es que busques a tus jinetes y
emprendas con ellos el camino de Bagdad, antes de caer en las redes del rey de Constantinia y antes de
que os incomuniquen por completo".
Al oír Scharkán estas palabras, cogió la mano de Abrizia y se la llevó a los labios. Y después dijo:
"¡Loor a Alah y a las criaturas de Alah! ¡Loor al que te ha puesto en mi camino, para que seas causa de
mi salvación y de la salvación de mis compañeros! Pero ¡oh deliciosa y caritativa reina! Yo no puedo
separarme de ti después de cuanto ha pasado, y no permitiré que te quedes aquí sola, pues no sé lo que te
puede ocurrir. ¡Ven, Abriza, vamos a Bagdad, donde estarás segura".
Pero Abriza, que había tenido tiempo para reflexionar, le dijo: "¡Oh Scharkán! date prisa a marcharte.
Apodérate de los enviados del rey Afridonios, que están en tus tiendas, oblígalos a confesar la verdad, y
de este modo comprobarás mis palabras. Yo te alcanzaré antes de que hayan pasado tres días, y
entraremos juntos en Bagdad".
Después se levantó, se acercó a él, le cogió la cabeza con ambas manos, y le besó. Y Scharkán hizo
lo mismo.
Y la reina lloraba lágrimas abundantes.
Y su llanto era capaz de derretir las piedras.
Scharkán, al ver llorar aquellos ojos, se enterneció más todavía, y llorando recitó estas dos estrofas:
¡Me despedí de ella, y mi mano derecha enjugaba mis lágrimas, mientras que mi mano
izquierda rodeaba su cuello!
Y me dijo, medrosa: "¿No temes comprometerte ante las mujeres de mi tribu?" Y le dije:
"¡No lo temo! ¿Acaso el día de la despedida no es el de la traición de los enamorados?"
Y Scharkán se separó de Abriza, y salió del monasterio. Montó de nuevo en su corcel, cuyas bridas
sujetaban dos jóvenes, y se fué. Pasó el puente de cadenas de acero, se internó entre los árboles de la
selva, y acabó por llegar al claro situado en medio del bosque. Y apenas había llegado, vió tres jinetes
frente a él, que habían detenido bruscamente el galopar de sus caballos. Y Scharkán sacó su rutilante
espada, y se cubrió con ella, dispuesto al choque. Pero súbitamente los conoció y le reconocieron, pues
los tres jinetes eran el visir Dandán y los dos emires principales de su séquito. Entonces los tres jinetes
se apearon rápidamente, y desearon respetuosamente la paz al príncipe Scharkán, y le expresaron toda la
angustia que por su ausencia había sentido el ejército. Y Scharkán les contó la historia con todos sus
detalles, desde el principio hasta el fin, y la próxima llegada de la reina Abriza, y la traición proyectada
por los embajadores de Afridonios.
Y les dijo: "Es probable que se hayan aprovechado de vuestra ausencia para escaparse y avisar a su
rey. Y ¡quién sabe si el ejército enemigo habrá destruido al nuestro! ¡Corramos, pues, junto a nuestros
soldados!"
Al galope de sus caballos llegaron al valle donde estaban las tiendas. Y allí reinaba la tranquilidad,
pero los embajadores habían desaparecido. Se levantó apresuradamente el campo, partieron para
Bagdad, y al cabo de algunos días llegaron a las fronteras, donde ya estaban seguros. Y todos los
habitantes de aquellas comarcas se apresuraron a llevarles provisiones para ellos y víveres para los
caballos. Y descansaron un poco, y luego reanudaron la marcha. Pero Scharkán confió la dirección de la
vanguardia al visir Dandán, y se quedó en la retaguardia con cien jinetes, que escogió uno por uno entre
lo más selecto de todos los jinetes. Y dejó que el ejército se le adelantara todo un día. y después se puso
en marcha con cien guerreros.
Y cuando habían recorrido ya cerca de dos parasanges
[87] acabaron por llegar a un desfiladero muy
angosto situado entre dos altísimas montañas. Y apenas habían llegado, vieron que al otro extremo del
desfiladero se levantaba una polvareda muy densa. Y esta polvareda avanzaba rápidamente, y cuando se
disipó aparecieron cien jinetes, tan intrépidos como leones, que desaparecían bajo las cotas de malla y
las viseras de acero. Y aquellos jinetes, apenas estuvieron al alcance de la voz, gritaron: "¡Apeaos, ¡oh
musulmanes! y rendíos a discreción, pues si no, ¡por Mariam y Yuhanna!
[88] vuestras almas no tardarán
en volar de vuestros cuerpos!"
Y Scharkán, al oír estas palabras, vió que el mundo se ocurecía ante su vista. Y dijo, inflamadas sus
mejillas y lanzando sus ojos relámpagos de cólera: "¡Oh perros cristianos! ¿Cómo os atrevéis a
amenazarnos después de haber tenido la audacia de atravesar nuestras fronteras y pisar nuestro suelo?
¿Pensáis que podréis escapar de entre nuestras manos y volver a vuestro país?"
Dijo, y gritó a sus guerreros: "¡Oh creyentes! ¡Sus a esos perros!"
Y Scharkán fué el primero en arrojarse sobre el enemigo. Entonces los cien jinetes de Scharkán
cayeron sobre los cien jinetes afrangí a todo el galopar de sus caballos, y ambas masas de hombres, con
corazones más duros que la roca, se mezclaron.
Y los aceros chocaron con los aceros, las espadas con las espadas, y empezaron a llover golpes. Y
crepitando los cuerpos se enlazaban con los cuerpos y los caballos se encabritaban para caer
pesadamente sobre los caballos, y no se oía otro ruido que el chasquido de las armas y el choque del
metal contra el metal. El combate duró hasta la aproximación de la noche. Y sólo entonces se separaron
ambos bandos, y pudieron contarse. Scharkán comprobó que no había entre sus hombres ningún herido
grave y exclamó:
"¡Oh compañeros! He navegado toda mi vida por el mar de las ruidosas batallas, en que chocan las
oleadas de espadas y lanzas; he combatido con muchos héroes, pero no había encontrado hombres tan
intrépidos, guerreros tan valerosos ni héroes tan esforzados como estos adversarios".
Y los soldados de Scharkán respondieron: "¡Oh príncipe Scharkán! tus palabras han dicho la verdad.
Pero sabe que el jefe de esos guerreros es el más admirable de todos y el más heroico. Y además, cada
vez que uno de nosotros caía entre sus manos, se apartaba para no matarlo, y le dejaba librarse de la
muerte".
Al oír estas palabras, se quedó muy perplejo Scharkán, pero después dijo: "Mañana nos pondremos
en fila y los atacaremos así, pues somos ciento contra ciento. ¡Y pediremos la victoria al Señor del
Cielo!" Y confiados en esta resolución, se durmieron todos aquella noche.
En cuanto a los cristianos, he aquí que rodearon a su jefe, y exclamaron: "Hoy no hemos podido dar
cuenta de esos musulmanes". Y el jefe les dijo: "Pero mañana nos pondremos en fila, y los derribaremos
uno tras otro". Y confiados en esta resolución, se durmieron todos también.
Así es que en cuanto brilló la mañana, e iluminó al mundo con su luz, y salió el sol para alumbrar
indistintamente la cara de los pacíficos y de los guerreros, y saludó a Mahomed, ornamento de todas las
cosas bellas, el príncipe Scharkán montó en su caballo, avanzó entre las dos filas de sus guerreros, y les
dijo: "He aquí que nuestros enemigos están en orden de batalla. Lancémonos, pues, sobre ellos, pero uno
contra uno. Por lo pronto, que salga de las filas uno de vosotros e invite en alta voz a uno de los
guerreros cristianos a combate singular. Después cada cual afrontará a su vez la lucha de este modo".
Y uno de los jinetes de Scharkán salió de las filas, espoleó a su caballo hacia el enemigo, y gritó:
"¡Oh todos vosotros! ¿Hay en vuestras filas algún combatiente, algún campeón bastante intrépido para
aceptar la lucha conmigo?"
Apenas había pronunciado estas palabras, salió de entre los cristianos un jinete completamente
cubierto de armas y de hierro, y de seda y de oro. Montaba un caballo alazán; su cara era sonrosada, con
mejillas vírgenes de pelo.
Llevó su caballo hasta la mitad de la liza, y con la espada levantada se precipitó contra el campeón
musulmán, y de un rápido bote de lanza le hizo perder los arzones y le obligó a rendirse al enemigo. Y se
lo llevó prisionero, entre los gritos de victoria y de júbilo que lanzaban los guerreros cristianos.
En seguida salió de las filas otro cristiano y avanzó hasta la mitad de la liza, al encuentro de otro
musulmán que ya estaba en ella y que era el hermano del prisionero. Y ambos campeones trabaron la
lucha, que no tardó en terminar con la victoria del cristiano, pues aprovechando un descuido del
musulmán, que no había sabido resguardarse, le dió otro bote de lanza, que le derribó, y se lo llevó
prisionero.
Y así siguieron midiendo sus armas, y cada vez se terminaba la lucha con la derrota de un musulmán,
vencido por el cristiano. Y así fué hasta que cayó la noche, quedando cautivos veinte guerreros
musulmanes.
Scharkán se impresionó mucho al ver este resultado, y reunió a sus compañeros. Y les dijo: "¿No es
verdaderamente extraordinario lo que nos acaba de ocurrir?" Mañana avanzaré yo solo frente al enemigo,
y provocaré al jefe de esos cristianos. Y luego de vencerle, averiguaré la razón que le ha movido a violar
nuestro territorio y a atacarnos. Y si se niega a explicarse, lo mataremos; pero si acepta nuestras
proposiciones, haremos las paces con él". Y tomada esta resolución, se durmieron todos hasta por la
mañana.
Y llegada la mañana, Scharkán montó a caballo y avanzó solo hacia las filas de los enemigos; y vió
avanzar, en medio de cincuenta guerreros que se habían apeado, a un jinete, que no era otro que el jefe de
los cristianos en persona. Llevaba pendiente de los hombros una clámide de raso azul que flotaba por
encima de la cota de malla; blandía desnuda una espada de acero y montaba un caballo negro que llevaba
en la frente una estrella blanca del tamaño de un dracma de plata. Y este jinete tenía una cara de niño, con
mejillas frescas y sonrosadas y vírgenes de bozo. Y tan hermoso era, que semejaba la luna que sale
gloriosamente por el horizonte oriental.
Y cuando estuvo en medio de la liza, este joven jinete se dirigió a Scharkán, y en lengua árabe, con el
acento más puro, le dijo: "¡Oh Scharkán, oh hijo de Omar Al- Nemán, que reina en los pueblos y en las
ciudades, en las plazas fuertes y en los castillos, prepárate a la lucha, porque será muy dura! ¡Y como
eres el jefe de los tuyos y yo el jefe de los míos, queda acordado desde ahora que el vencedor en esta
lucha se apoderará de los soldados del vencido y será su dueño!"
Pero ya Scharkán, con el corazón lleno de rabia, semejante al león enfurecido, había lanzado su
corcel contra el cristiano. Y chocaron uno contra otro con un empuje heroico, resonando los golpes. Y se
habría creído ver el choque de dos montañas, o la mezcla ruidosa de dos mares que se encontraran. Y no
cesaron de combatir desde por la mañana hasta que fué completamente de noche. Y entonces se
separaron, y cada cual volvió junto a los suyos.
Luego Scharkán dijo a sus compañeros: "¡En mi vida he encontrado un combatiente como ése! Y lo
más extraordinario es que cada vez que su adversario queda descubierto, en lugar de herirle se limita a
tocarlo ligeramente en el sitio descubierto con el regatón de la lanza. Nada comprendo de toda esta
aventura, pero ¡ojalá hubiese muchos guerreros de tal intrepidez!"
Y al día siguiente se reanudó la lucha del mismo modo y con igual resultado. Y al tercer día, en medio
del combate, el hermoso joven lanzó el caballo al galope y lo paró bruscamente, aunque tirando
torpemente de las riendas. Entonces el caballo se encabritó, y el joven se dejó derribar, y cayó al suelo,
pero como naturalmente.
Y Scharkán saltó del caballo y se precipitó sobre su enemigo con la espada levantada, dispuesto a
atravesarlo. Y el hermoso cristiano exclamó: "¿Es así como proceden los héroes? ¿Manda la galantería
tratar así a las mujeres?'' Al oír estas palabras, Scharkán miró al joven jinete, y habiéndolo examinado
bien reconoció a la reina Abriza. Pues era en realidad la reina Abriza, con la cual le había pasado en el
monasterio lo que le había pasado.
Y Scharkán arrojó su espada, y se prosternó ante la joven, y besó la tierra entre sus manos, y le dijo:
"Pero ¿por qué has obrado así, ¡oh reina!?" Y ella dijo: "He querido experimentarte en el campo de
batalla y ver cuál era tu valor. Pues sabe que todos mis guerreros que han combatido con los tuyos son
mis doncellas, y son jóvenes como yo y vírgenes. Y en cuanto a mí, si no hubiera sido por mi caballo, que
se encabritó a destiempo, otras cosas habrías visto, ¡oh Scharkán!"
Y Scharkán, sonriendo, dijo: "¡Loor a Alah, que nos ha reunido, ¡oh reina Abriza, soberana de los
tiempos!" Y la reina dió en seguida la orden de marcha, y le volvió a Scharkán los veinte prisioneros, uno
tras otro. Y todos fueron a arrodillarse delante de la reina, y besaron la tierra entre sus manos.
Y Scharkán se dirigió hacia las hermosas jóvenes, y les dijo: "¡Los reyes se honrarían si pudiesen
contar con unos héroes como vosotras!"
Después se levantaron los campamentos, y los doscientos jinetes emprendieron juntos el camino de
Bagdad, y anduvieron así seis días completos, al cabo de los cuales vieron relucir a lo lejos las
mezquitas gloriosas de la ciudad de paz.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 51ª noche
Ella dijo:
Vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz. Y Scharkán rogó a la reina
Abriza y a sus compañeras que se quitaran las armaduras y las cambiaran por sus vestidos femeninos. Y
así lo hicieron. Después mandó que se adelantaran algunos de sus soldados y anunciasen a su padre Omar
Al-Nemán su llegada y la de la reina Abriza a fin de que saliese a recibirles una digna comitiva. Cuando
anocheció echaron pie a tierra, se armaron las tiendas, y durmieron hasta por la mañana.
Y al nacer el día, el príncipe Scharkán y sus jinetes, y la reina Abriza y sus amazonas, volvieron a
montar en sus corceles, y tomaron el camino de la ciudad. Y he aquí que salió de la población, yendo a su
encuentro, el gran visir Dandán con un acompañamiento de mil jinetes; y se acercó a la joven reina y al
valeroso Scharkán, y besó la tierra entre sus manos, y después todos juntos entraron en la ciudad.
Y Scharkán fué el primero en subir al palacio. Y el rey Omar Al-Nemán se levantó para ir a su
encuentro, le abrazó y le pidió noticias. Y Scharkán le contó toda su historia con la hija del rey
Hardobios de Kaissaria, y la perfidia del rey de Constantinia, y su resentimiento por causa de la esclava
Safía, que era la misma hija del rey Afridonios, y le contó también la hospitalidad y los buenos consejos
de Abriza, y su última hazaña, con todas sus cualidades de valor y belleza.
Cuando el rey Omar Al-Nemán oyó estas últimas palabras, sintió gran deseo de ver a la joven
maravillosa, y todo su ser se encendió al oír estos detalles. Y pensó en las delicias de sentir en su cama
la solidez y la esbeltez armoniosa de un cuerpo de doncella tan aguerrida, virgen de varón, y tan amada
por sus compañeras de guerra.
Y tampoco desdeñó a estas mismas amazonas, cuyos rostros, bajo los trajes guerreros eran los de un
niño de mejillas frescas, sin asomo de pelo ni bozo. Por que el rey Omar Al-Nemán era un anciano
admirable, de músculos más ejercitados que los de los jóvenes. Y no temía las luchas de la virilidad, y
salía siempre victorioso de entre los brazos de sus mujeres más ardientes.
Pero como Scharkán no podía figurarse que su padre tuviera sus miras respecto a la joven reina, se
apresuró a ir a buscarla y se la presentó. Y el rey estaba sentado en su trono, y había despedido a sus
chambelanes y a todos sus esclavos, excepto a los eunucos. Y la joven Abriza llegó hasta él, besó la
tierra entre sus manos, y le habló con un lenguaje de una pureza y elegancia deliciosas. De modo que el
rey Omar Al- Nemán llegó al límite del asombro, le dió gracias, la glorificó por cuanto había hecho con
su hijo el príncipe Scharkán, y la invitó a sentarse. Y Abriza, entonces, se sentó, y se quitó el velillo que
le cubría la cara, y ¡aquello fué un deslumbramiento! Pero tan gran deslumbramiento, que el rey Omar Al-
Nemán estuvo a punto de perder la razón. Y en seguida mandó que preparasen para ella y sus compañeras
el más suntuoso aposento, y le señaló un tren de casa digno de su categoría. Y entonces fué cuando la
interrogó respecto a las tres gemas preciosas llenas de virtudes.
Y Abriza le dijo: "Esas tres gemas maravillosas, ¡oh rey del tiempo! las tengo yo, pues no me separo
nunca de ellas. ¡Y voy a enseñártelas!"
Mandó traer una caja, y sacó de ella un cofrecillo, y de él un estuche de oro cincelado. Y al abrirlo
aparecieron las tres gemas, radiantes, blancas y exquisitas. Y Abriza las cogió, se las llevó a los labios
una tras otra, y se las ofreció al rey Omar Al- Nemán como regalo por la hospitalidad que le concedía. Y
hecho esto, salió.
Y el rey Omar Al-Nemán comprendió que el corazón se le iba con ella. Pero como las gemas estaban
allí, brillando, mandó llamar a su hijo Scharkán y le hizo presente de una de ellas. Y Scharkán le preguntó
qué iba a hacer con las otras dos gemas, y el rey le dijo: "Se las voy a dar, una a tu hermana la niña
Nozhatú, y la segunda a tu hermanito Daul'makán".
Al oír estas palabras que le hablaban de su hermano Daul'makán, cuya existencia ignoraba por
completo, quedó Scharkán desagradablemente sorprendido, pues sólo sabía el nacimiento de Nozhatú. Y
volviéndose hacia el rey Omar Al-Nemán, le dijo: "¡Oh padre! ¿tienes otro hijo que no sea yo?" Y
contestó el rey: "Ciertamente; un hermano gemelo de Nozhatú, que tiene seis años, hijos ambos de mi
esclava Safía, hija del rey de Constantinia".
Entonces Scharkán, trastornado por aquella noticia, apretó las manos y se estrujó la ropa a causa del
despecho, pero de todos modos se detuvo. Y exclamó: "¡Ojalá estén ambos bajo la protección de Alah el
Altísimo!"
Y su padre que había notado su agitación y su despecho, le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿Por qué te pones así?
¿No sabes que la sucesión del trono te ha de corresponder a ti solo cuando yo muera? ¿No te he dado, en
primer lugar, la más bella de las tres gemas, llena de maravillas?"
Pero Scharkán no se sintió en disposición de contestarle, y no queriendo contrariar ni apenar a su
padre, salió del salón del trono con la cabeza baja. Y se dirigió hacia el aposento de Abriza; y Abriza se
levantó en seguida para recibirle, y le dió las gracias por lo que había hecho por ella, y le rogó que se
sentara a su lado. Después, al verle entristecido y con cara sombría, le dirigió tiernas preguntas. Y
Scharkán le contó el motivo de su pena, y añadió: "Pero lo que más me preocupa, ¡oh Abriza! es que he
sorprendido en mi padre intenciones nada dudosas respecto a ti, y he visto que sus ojos se encendían con
el deseo de poseerte.
¿Qué dices a eso?" Y ella contestó: "¡Puedes tranquilizar tu alma, ¡oh Scharkán! pues tu padre no me
poseerá como no sea muerta! ¿No le bastan sus trescientas sesenta mujeres y aun todas las otras, cuando
así codicia mi virginidad, que no es para sus dientes? ¡Vive tranquilo, oh Scharkán y no te preocupes!"
Después mandó traer comida y licores, y ambos comieron y bebieron. Y Scharkán, que seguía con el
alma apenada, marchó a su casa para dormir aquella noche. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas salió Scharkán, se fué en busca de su esclava Safía,
llevando en la mano las dos gemas preciosas, colgadas cada una de una cadena de oro. Y al verle entrar,
Safía se puso de pie, y no se sentó hasta que se hubo sentado el rey. Y entonces se le acercaron los dos
niños, Nozhatú y Daul'makán. Y el rey los besó, y les colgó al cuello a cada uno una de las preciosas
gemas. Y los dos niños se alegraron mucho; y su madre deseó al rey prosperidades y dichas. Entonces el
rey le dijo: "¡Oh Safía! eres la hija del rey Afridonios de Constantinia, y nunca me lo has dicho. ¿Por qué
me lo has ocultado? Así no he podido tenerte las consideraciones debidas a tu categoría y realzarte en
estimación y en honor!"
Y Safía le dijo: "¡Oh rey generoso! ¿y qué más podía anhelar después de cuanto te debo? ¡Me has
colmado de dones y de favores, me has hecho madre de dos niños hermosos como la luna!"
Entonces el rey Omar Al-Nemán quedó encantadísimo de aquella respuesta, que encontró delicada y
deliciosa, y llena de buen gusto y de cortesía. Y mandó dar a Safía un palacio mucho más bello que el
primero, y aumentó considerablemente el tren de su casa y su consignación para gastos. Después volvió a
su palacio para juzgar, y nombrar, y destituir, según costumbre.
Pero seguía con el espíritu y el corazón muy atormentados con el recuerdo de la joven reina Abriza.
Así es que pasaba las noches en su aposento hablando con ella y dirigiéndole indirectas. Pero Abriza le
daba siempre la misma contestación. "¡Oh rey del tiempo! no me inspiran deseos los hombres". Y esto
contribuía a excitar y atormentar más al rey, que acabó por ponerse enfermo. Entonces mandó llamar a su
visir Dandán, y le descubrió todo el amor que sentía su corazón por la admirable Abriza, el ningún
resultado obtenido y su desesperanza de llegar a poseerla.
Cuando el visir oyó estas palabras, le dijo al rey: "He aquí mi plan: a la caída de la noche, coge un
puñado de banj, narcótico seguro, e irás a buscar a Abriza. Y comenzarás a beber con ella, y le deslizarás
en la copa unos terrones de banj. Y en cuanto caiga en la cama, serás su dueño; y podrás hacer con ella
todo lo que te parezca a propósito para satisfacer tu deseo y calmar tus ardores. Y esta es mi idea". Y el
rey contestó: "Verdad es que tu consejo es excelente, y el único realizable".
Entonces se levantó, y fué a uno de sus armarios; y sacó un puñado de banj tan puro y tan fuerte, que
sólo el olor habría hecho dormir un año entero a un elefante. Se lo guardó en el bolsillo y esperó que
llegase la noche. Entonces fué a buscar a la reina Abriza, que se levantó para recibirle, y no se sentó
hasta que se sentó el rey y le dió permiso. Y se puso a comer con ella, y expresó el deseo de beber, y en
seguida mandó ella traer bebidas en grandes copas de oro y cristal, y todos los accesorios, como frutas,
almendras, avellanas, alfónsigos y lo demás.
Y ambos se pusieron a beber, hasta que la embriaguez empezó a perturbar la cabeza de Abriza. Al
verlo, sacó el rey los terrones de banj y se los escondió en la mano. Después llenó una copa, se bebió la
mitad, deslizó en ella el narcótico discretamente, y se la ofreció a la joven.
Y le dijo: "¡Oh regia joven! toma esta copa y bebe esta bebida de mi deseo". Y la reina Abriza,
inconsciente, se la bebió risueña, y en seguida el mundo empezó a girar delante de sus ojos; y no tuvo
tiempo más que para arrastrarse hasta su lecho, en que cayó pesadamente de espaldas, extendidos los
brazos y separadas las piernas. Y dos grandes candelabros estaban colocados uno a la cabecera y otro a
los pies de la cama.
Entonces el rey Omar Al-Nemán se aproximó a Abriza, y empezó por desatar los cordones de seda de
su ancho pantalón, y no le dejó encima de la piel más que la fina camisa. Levantó el pañal de la camisa, y
apareció debajo, entre los muslos, bien alumbrado por la luz de los candelabros, algo que le arrebató el
espíritu y la razón. Pero tuvo fuerzas para reprimirse y quitarse también el ropón y los calzones. Y
entonces pudo dejarse llevar libremente del extremado ardor que le impulsaba. Y echándose sobre aquel
cuerpo juvenil, lo cubrió completamente. Pero ¡quién sabría medir todo lo que pasó entonces!
Y he aquí cómo desapareció y cómo se borró la virginidad de la joven reina Abriza.
Y el rey Omar Al-Nemán, apenas hizo aquello, se levantó y se fué a la habitación contigua en busca
de la esclava preferida de Abriza, la fiel Grano de Coral, y le dijo: "¡Corre al aposento de tu ama, que te
necesita!" Y Grano de Coral se apresuró a entrar en el aposento de su señora, y la encontró tendida y
estropeada, con la camisa levantada, los muslos teñidos en sangre y la cara muy pálida. Y Grano de Coral
comprendió que era muy urgente cuidarla. Y en seguida cogió un pañuelo, con el cual limpió
delicadamente la cosa más honorable de su ama. Después cogió otro pañuelo, y le secó cuidadosamente
el vientre y los muslos. En seguida le lavó la cara, las manos y los pies, y la roció con agua de rosas, y le
lavó los labios y la boca con agua de azahar.
Entonces la reina Abriza abrió los ojos, y en seguida se incorporó. Y viendo a su esclava Grano de
Coral, le dijo: "¡Grano de Coral! ¿qué me ha sucedido? He aquí que me siento desfallecer." Y Grano de
Coral no pudo hacer más que contarle el estado en que la había encontrado, tendida de espaldas y
filtrándosele la sangre por entre los muslos. Y Abriza comprendió entonces que el rey Omar Al-Nemán
había satisfecho en ella sus deseos y que había consumado en ella la cosa irreparable. Y tan grande fué su
dolor, que mandó a Grano de Coral que negase a todo el mundo la entrada en su aposento. Y le encargó
que cuando el rey Omar Al-Nemán fuese a visitarle, le dijese: "Mi ama está enferma y no puede recibir a
nadie".
Y en cuanto lo supo el rey Omar Al- Nemán, empezó a enviarle todos los días esclavos cargados con
grandes bandejas llenas de manjares y bebidas, y terrinas con frutas y confitería, y también tazones de
porcelana con crema y dulces. Pero ella seguía encerrada en su aposento, hasta que un día notó que le
crecía el vientre, que se dilataba su cintura y que seguramente estaba preñada. Entonces aumentó su
desesperación y se oscureció el mundo ante sus ojos. Y no quiso escuchar a Grano de Coral, que
intentaba consolarla. Después le dijo: "¡Oh Grano de Coral! yo sola tengo la culpa de verme en este
estado, pues no obré bien al dejar a mi padre, a mi madre y a mi reino. ¡Y he aquí que ahora siento asco
de mí misma y de la vida! ¡Y se ha desvanecido mi valor y se ha acabado mi fuerza!
Con mi virginidad he perdido toda mi energía, pues mi preñez me incapacita para resistir el choque
de un niño. ¡Y ni siquiera podría llevar las riendas de mi corcel, yo que antes me sentía llena de
entusiasmo y de vigor! ¿Y qué haré ahora? Si llego a parir en palacio, seré motivo de irrisión para todas
las musulmanas, que sabrán cómo he perdido mi virginidad. Y si vuelvo a casa de mi padre, ¿con qué
cara me atreveré a mirarle? ¡Oh! ¡Cuán verdaderas son estas palabras del poeta!
¡Amigo! ¡Sabe muy bien que en la desgracia no encontrarás ya ni parientes, ni patria, ni
casa que te brinde hospitalidad!
Entonces Grano de Coral le dijo: "¡Oh dueña mía! soy tu esclava, y estoy completamente bajo tu
obediencia. ¡Mándame!" Y la reina respondió: "Entonces, ¡oh Grano de Coral! escucha bien lo que voy a
decirte. Es absolutamente necesario que yo salga de aquí sin que nadie se entere. Quiero volver, a pesar
de todo, a casa de mi padre y de mi madre, porque si el cadáver llega a oler, lo han de aguantar los suyos.
Y yo no soy más que un cuerpo sin vida.
Y después de esto sucederá lo que el Señor disponga". Y Grano de Coral contestó: "¡Oh reina! tu plan
es el mejor de todos los planes". Y desde aquel momento se dedicaron secretamente a los preparativos de
la marcha. Y hubieron de esperar ocasión favorable, que se presentó pronto, y fué la marcha del rey para
la caza y la salida de Scharkán para las fronteras del imperio, en donde tenía que inspeccionar las
fortalezas. Pero durante este retraso, se aproximaba el día del parto, y Abriza dijo a Grano de Coral: "¡Es
indispensable que partamos esta misma noche! Nada podemos hacer contra el Destino, que me ha
marcado en la frente y que ha señalado mi parto para dentro de tres o cuatro días. Vámonos, pues todo lo
prefiero a parir en este palacio. Y has de buscar un hombre que se avenga a acompañarnos en este viaje,
pues yo no tengo fuerzas ni para sostener el arma más ligera".
Y Grano de Coral contestó: "¡Oh ama mía! Sólo sé de un hombre capaz de acompañarnos y
defendernos, y es el negro Moroso, uno de los esclavos más corpulentos del rey Omar Al-Nemán. Le he
hecho muchos favores, y además me ha dicho que en otros tiempos fué bandolero y salteador de caminos.
Y como es el guardián de la puerta de palacio, iré a buscarle, le daré oro, y le diré que en cuanto
lleguemos a nuestro país le proporcionaremos una buena boda con la griega más linda de Kaissaria".
Entonces Abriza exclamó: "¡Oh Grano de Coral! tráemelo aquí, pero no le digas nada, que yo misma
le hablaré".
En seguida Grano de Coral fué en busca del negro, y le dijo: "¡Oh Moroso! he aquí que ha llegado el
día de tu suerte. Y para eso te bastará hacer todo lo que te pida mi ama. ¡Ven, pues!" Y cogiéndole de la
mano; lo guió a la habitación de la reina Abriza.
Y el negro Moroso, apenas vió a la reina, se adelantó y besó la tierra entre sus manos. Y ella notó que
lo rechazaba su corazón y que su aspecto le desagradaba grandemente. Pero dijo para sí: "¡La necesidad
hace ley!"
Y a pesar de todo el horror que sentía, le habló de este modo: "¡Oh Moroso! ¿eres capaz de
ayudarnos en las contrariedades del tiempo y de auxiliarnos en nuestros infortunios? Si te revelara mi
secreto, ¿serías bastante prudente para no divulgarlo?"
Y el negro Moroso, que al ver a Abriza había sentido inflamarse su corazón, dijo: "¡Oh mi señora!
haré todo lo que me mandes". Y Abriza dispuso: "En ese caso, te pido que nos prepares en seguida dos
caballos para nosotras y dos mulas para llevar nuestro equipaje. Y que nos hagas salir de aquí a mí y a
esta esclava, Grano de Coral. Y te prometo que en cuanto lleguemos a mi país te casaré con la griega más
hermosa que tú elijas. Y te colmaremos de oro y riquezas. Y si deseas volver a tu tierra, te mandaremos,
colmado de dones y beneficios".
Al oír el negro estas palabras, se dilató su pecho de un modo considerable, y exclamó: "¡Oh ama mía!
os serviré con mis dos ojos. ¡Voy a preparar las cabalgaduras y todo lo que haga falta!" Y salió en
seguida. Y el negro pensaba: "¡Qué suerte la mía! ¡Voy a gozar y a deleitarme con la carne de esas dos
lunas! ¡Y si alguna me rechazara, la mataré! ¡Y les robaré todas sus riquezas!" Y resuelto a obrar de este
modo, hizo todos los preparativos necesarios. Y a pesar del estado de la reina Abriza, los tres pudieron
salir sin que los vieran.
Pero la reina Abriza, que ya padecía los dolores del parto, se vió obligada a interrumpir el viaje al
cuarto día. Y como no pudiese aguantar más, dijo al negro: "¡Oh Moroso! ayúdame a apearme, porque
mis dolores me anuncian que esto ya llega al fin". Y dijo a Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! bájate
del caballo y ven a ayudarme".
Pero cuando los tres se hubieron apeado, el negro Moroso, al ver los encantos de la reina, llegó al
límite de la excitación, y su herramienta se enderezó terriblemente, y le levantaba el ropón. Entonces,
como ya no pudiese sujetarle, la sacó al aire y se acercó a la joven, que estuvo a punto de desmayarse de
indignación y de horror. Y le dijo: "¡Oh señora mía! por favor, déjame poseerte".
En este momento Schehrazada vió aparecer la mañana y, discreta como siempre, dejó la continuación
del relato para el otro día.
Pero cuando llegó la 52ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el horrible negro dijo a la reina: "¡Oh señora mía! por
favor, déjame poseerte".
Y la reina, indignada, contestó: "¡Oh negro, hijo de negro, hijo de esclavos! ¿Te atreves a exhibirte de
ese modo? ¡Qué desesperación verme sin defensa, en manos del último de los esclavos negros!
¡Miserable! ¡ Que el Señor me ayude a salir del estado en que me encuentro, y a curar mis dolencias
femeniles que me tienen impotente, y castigaré tu insolencia con mis propias manos! ¡Antes que dejarme
tocar por ti, preferiría matarme y acabar con mis padecimientos!"
Y recitó estas estrofas:
¡Oh tú, que no cesas de perseguirme! ¿Cuándo acabarás? Bastante he gustado la amargura
de las pruebas a que me ha sometido mi suerte. Confío en que el Señor me libertará de las
bestias violadoras.
¿Por qué persistes? ¿No te he dicho que siento horror hacia el libertinaje? ¡Cesa de mirar
con la avidez de esos ojos de hambriento miserable!
Y no esperes tocarme, como antes me cortes en pedazos con el filo de tu alfanje, de hoja
templada en el Yemen.
¡Y no olvides que soy una de las más puras, una de las más nobles y una de las más
sublimes de sangre! ¿Cómo te atreves, ¡oh insolente esclavo! a levantar los ojos hacia mí,
cuando estás lejos de pertenecer a una raza elevada y exquisita?
Cuando el negro Moroso hubo oído estos versos, su cara se congestionó de odio, sus facciones se
agitaron convulsivamente, sus narices se hincharon, sus gruesos labios se contrajeron, y todo su ser
trepidó de furor. Y recitó estas estrofas:
¡Oh mujer! ¡No me rechaces así, pues soy víctima de tu amor, y me han matado tus miradas
triunfantes! ¡Mi corazón está hecho pedazos esperándote! ¡Mi cuerpo está completamente
extenuado, lo mismo que la paciencia que hasta ahora tuve!
Tu voz, sólo con oírla, me cautiva. Y mientras me mata el deseo, noto que se ha eclipsado
mi razón.
Pero te advierto, ¡oh implacable! que aunque cubrieses toda la tierra de soldados y
defensores, yo sabría alcanzar el término de mis deseos. Yo sabría beber el agua de que estoy
privado, el agua que apagará mi sed.
Al oír estos versos, Abriza, que lloraba de ira, exclamó: "¡Indecente esclavo! ¡Oh perro maldito!
¿Crees que son iguales todas las mujeres? ¿Te atreves a seguir hablándome de ese modo?" Y el negro,
viendo que Abriza lo rechazaba en absoluto, ya no pudo reprimir su furor. Y precipitándose sobre ella,
con el alfanje en la mano, la cogió por el pelo, y le atravesó el cuerpo de una estocada. Y a manos de
aquel negro murió de tal manera la reina Abriza.
Entonces el negro Moroso se apresuró a apoderarse de los mulos, cargados con las riquezas y con los
bienes de Abriza, y llevándoselos por delante, huyó rápidamente hacia las montañas.
En cuanto a la reina Abriza, al expirar, había parido un hijo entre las manos de la fiel Grano de Coral,
que, en su dolor, se había cubierto de polvo la cabeza, y se desgarraba las ropas, y se golpeaba las
mejillas, hasta hacer brotar sangre. Y exclamaba: "¡Oh mi infortunada señora! ¿Cómo, tú, la guerrera, la
valerosa, has acabado de esta manera a los golpes de un miserable esclavo negro?"
Pero apenas Grano de Coral había dejado de lamentarse, vió una nube de polvo que cubría el cielo y
que se acercaba rápidamente. Y de pronto, esta nube se disipó. Y aparecieron soldados y jinetes, todos
vestidos al estilo de Kaissaria. Y era, en efecto, el ejército del rey Hardobios, padre de Abrizia. Porque
había sabido la huída de Abriza, y había reunido sus tropas. Y tomando el mando, se había puesto en
camino para Bagdad; y así llegó al lugar en que acababa de sucumbir su hija.
Y al ver el cuerpo ensangrentado, el rey se tiró del caballo, y abrazándose al cadáver se desmayó. Y
Grano de Coral empezó a llorar y a lamentarse con mayor pena.
Después, cuando el rey volvió en sí, le contó toda la historia, y le dijo: "¡El que ha matado a tu hija es
uno de los negros del rey Omar Al-Nemán, ese rey lleno de lubricidad que ha hecho lo que ha hecho con
tu hija!" Y el rey Hardobios, al oír estas palabras, vió que todo el mundo se oscurecía, y resolvió tomar
una venganza terrible. Pero se apresuró a pedir una litera, en la cual colocó el cuerpo de su hija. Y tuvo
que volver a Kaissaria, para los deberes de la inhumación y los funerales.
Cuando el rey Hardobios,llegó a Kaissaria, entró en su palacio y mandó llamar a su nodriza, la
Madre de todas las Calamidades, y le dijo: "¡He aquí lo que han hecho los musulmanes con mi hija! !El
rey le ha arrebatado la virginidad, y un esclavo negro, no pudiendo forzarla, la ha matado! Y de ella ha
nacido esa criatura que cuida Grano de Coral. ¡Pero juro por el Mesías que he de vengarla y he de lavar
el oprobio con que me han cubierto! De no ser así, preferiría matarme con mis propias manos". Y se echó
a llorar lágrimas de furor.
Entonces la Madre de todas las Calamidades le dijo: "No te preocupes, ¡oh rey! en cuanto a la
venganza; yo sola haré expiar sus crímenes a ese musulmán. Porque lo mataré a él y a sus hijos, y de una
manera que servirá de asunto durante mucho tiempo para las historias que se cuenten en lo futuro en todas
las comarcas de la tierra. Pero es necesario que escuches bien lo que voy a decirte, y lo ejecutes
fielmente.
Helo aquí: Hay que llamar a tu palacio a las cinco jóvenes más bellas de Kaissaria, las de los pechos
más hermosos y de virginidad intacta. Y hay que llamar, al mismo tiempo, a los sabios más ilustres y a
los literatos más famosos de las comarcas musulmanas que confinan con tu reino. Y darás orden a esos
sabios musulmanes de que eduquen a las jóvenes según su método. Y les enseñarán también la ley
musulmana, la historia de los árabes, los anales de los califas y todos los hechos de los reyes
musulmanes. Además, les enseñarán la cortesía, la manera de hablar y el arte de comportarse con los
reyes, el modo de hacerles compañía sirviéndoles de beber, y aprenderán también los versos más
hermosos, el modo más agradable de recitarlos, la manera de componer los poemas y los discursos, así
como el arte de las canciones. Y es necesario que esta educación sea completa, aunque tenga que durar
diez años; porque hemos de tener paciencia, como la tienen los árabes del desierto, que dicen:
"La venganza se puede realizar, aunque hayan transcurrido cuarenta años".
Por que la venganza que yo preparo no es realizable más que por medio de la educación completa de
esas jóvenes; y para convencerte, te diré que la gran afición de ese rey musulmán es la de copular con sus
esclavas, de las cuales tiene ya trescientas sesenta, además de las cien amazonas que allí ha dejado
nuestra reina Abriza, y de los regalos de mujeres que le llevan como tributo de todas las costas. De modo
que lo haré perecer por su incorregible afición.
Al oír estas palabras, se alegró el rey Hardobios hasta el límite de la alegría, y besó la cabeza de la
Madre de todas las Calamidades, y mandó que se llamase inmediatamente a los sabios musulmanes y a
las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 53ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Hardobios mandó llamar inmediatamente a los
sabios musulmanes y a las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad. Y colmó a los sabios de
consideraciones y regalos, y los recibió con gran generosidad. Después les confió las hermosas jóvenes,
elegidas una por una, y le encargó que les diesen la educación musulmana más completa. Y los sabios y
los poetas obedecieron, e hicieron exactamente lo que el rey les había mandado. Eso en cuanto al rey
Hardobios.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas regresó de la caza y, al entrar en palacio, supo la fuga
de Abriza y su desaparición, se afectó mucho, y exclamó: "¿Cómo es que una mujer puede salir de mi
palacio sin que nadie se entere? ¡Si el reino está tan bien guardado como mi palacio, es segura nuestra
perdición! ¡Otra vez que vaya de caza, me cuidaré de que se guarden bien mis puertas!".
Y mientras hablaba de tal modo, he aquí que Scharkán volvió de su expedición, y se presentó ante su
padre, que le enteró de la desaparición de Abriza. Y Scharkán, desde aquel día, no pudo soportar la
estancia en el palacio de su padre, tanto más cuanto que los niños Nozhatú y Daul'makán eran objeto de
los cuidados más asiduos del rey.
Y se entristeció más cada día, y de tal manera, que el rey le dijo: "¿Qué tienes, ¡oh hijo mío!? ¿por
qué tu cara amarillea y tu cuerpo enflaquece?" Y Scharkán le dijo: "¡Oh padre mío! he aquí que por
varias razones me es intolerable permanecer en este palacio. ¡Te pediré, pues, como favor, que me
nombres gobernador de cualquier plaza fuerte entre las plazas fuertes, y allí me iré a enterrar para el
resto de mis días!" Después recitó estas estrofas del maestro de los proverbios:
El alejamiento es para mí más dulce que la estancia. ¡Mis ojos no verán ni mis orejas oirán
las cosas que me recuerdan la dulce amiga perdida!
Y el rey Omar Al-Nemán, comprendiendo las causas del dolor de su hijo Scharkán, quiso consolarle,
y le dijo: "¡Oh hijo mío!, ¡que se cumpla tu anhelo! ¡Y como el punto más importante de mi imperio es la
ciudad de Damasco, he aquí que te nombro gobernador de Damasco, a contar desde este momento!" E
inmediatamente mandó llamar a los escribas de palacio y a todos los grandes del reino, y en presencia
suya nombró a Scharkán gobernador de la provincia de Damasco. Y el decreto de su nombramiento fue
escrito y promulgado en el acto; y en seguida se preparó todo lo necesario para la partida. Y Scharkán se
despidió de su padre, y de su madre, y del visir Dandán, al cual hizo sus, últimos encargos. Y después de
haber aceptado los homenajes de los emires, visires y notables del reino, se puso a la cabeza de sus
guardias, y no dejó de viajar hasta que llegó a Damasco. Y los habitantes lo recibieron al son de pífanos
y címbalos, trompetas y clarines. Y adornaron en su honor la ciudad y la iluminaron. Y fueron todos a su
encuentro formando gran comitiva, en dos filas bien alineadas, llevando unos la derecha y otros llevando
la izquierda. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, poco tiempo después de la partida de Scharkán para el
gobierno de Damasco, recibió la visita de los sabios a quienes había encomendado la educación de sus
dos hijos, Nozhatú y Daul'makán.
Y los sabios dijeron al rey: "¡Oh señor nuestro! venimos a anunciarte que tus hijos han terminado sus
estudios, y saben perfectamente los preceptos de la sapiencia y de la cortesía, las bellas letras y la
manera de portarse". Y al oírlo, el rey Omar Al-Nemán sintió que la satisfacción y la alegría dilataban su
pecho, e hizo magníficos presentes a los sabios. Y vió efectivamente que sobre todo su hijo Daul'makán,
ya de edad de catorce años, se hacía más agraciado y más hermoso cada vez, y que se complacía en las
prácticas religiosas y en las obras de piedad, y quería a los pobres así como la compañía de hombres
versados en la jurisprudencia y el Corán. Y todos los habitantes de Bagdad, hombres y mujeres, le quería
en extremo y deseaban para él las bendiciones de Alah.
Pero llegó un día, que era el del paso por Bagdad de los peregrinos del Irak, que se dirigen a la Meca
para cumplir los deberes del hadj anual, y marchar después a Medina para visitar la tumba del Profeta
(¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!).
Y cuando Daul'makán vió la santa comitiva, se encendió su devoción, y corrió en busca del rey, su
padre, y le dijo: "Vengo en tu busca, ¡oh padre mío! para que me dejes marchar con la peregrinación
santa". Pero el rey Omar Al-Nemán quiso disuadirle de ello, y le dijo: "Todavía eres demasiado joven,
¡oh hijo mío! ¡Pero el año que viene, si Alah quiere, iré en persona al hadj, y te llevaré conmigo!"
Pero a Daul'makán le pareció excesivo aquel aplazamiento, y corrió en busca de su hermana Nozhatú,
que en aquel instante se disponía a rezar su oración. Dejó que terminara, y después le dijo: "¡Oh Nozhatú!
me mata el deseo de ir al hadj para visitar la tumba del profeta (¡sean con él la oración y la paz!), y he
pedido permiso a nuestro padre, pero me lo ha negado. Y mi objeto ahora es proveerme de algún dinero y
marcharme secretamente con la peregrinación, sobre todo sin avisar a nuestro padre". Entonces, Nozhatú,
entusiasmada, exclamó: "¡Por Alah sobre ti! Te ruego, ¡oh hermano mío! que me lleves también y no me
prives de visitar la tumba del Profeta (¡sean con él la oración y la paz!)" Y él dijo: "¡Así sea! Ven a
buscarme cuando caiga la noche. ¡Y sobre todo, cuida de no hablar de ello a nadie!"
Y a media noche se levantó Nozhatú, se vistió de hombre, disfrazándose con la ropa que le había
dado su hermano, que era de su misma estatura y de su misma edad, cogió algún dinero y se dirigió hacia
la puerta del palacio. Allí le esperaba su hermano Daul'makán con dos camellos. Y ayudó a su hermana a
montar en uno de ellos, obligando al animal a agacharse, y después subió él en el segundo camello. Y
luego se levantaron los animales y echaron a andar, y los dos hermanos pudieron unirse con los
peregrinos y mezclarse con ellos, sin que nadie se enterase de su llegada. Y toda la caravana del Irak
salió de Bagdad, emprendiendo el camino de la Meca.
Y Alah había escrito su buena suerte, de modo que no tardaron en llegar sin ningún contratiempo a la
Meca Santa.
Y Daul'makán y Nozhatú llegaron al límite de la alegría al verse en el monte Arafat, y cumplir las
obligaciones rituales. ¡Y cuál no fue su dicha al dar la vuelta a la Kaaba!
Pero no pudieron contentarse con esta visita a la Meca, y llevaron su devoción hasta el punto de
marchar a Medina para venenar la tumba del Profeta (¡sean con él la plegaria y la paz!).
Y cuando se disponía el regreso de la peregrinación a su tierra Daul'makán dijo a Nozhatú: "¡Oh
hermana mía! deseo visitar la santa ciudad de Abraham, amigo de Alah, la que los judíos y los cristianos
llaman Jerusalén". Y Nozhatú dijo: "Y yo también lo quisiera, ¡oh hermano mío!" Entonces, después de
ponerse de acuerdo sobre este punto, aprovecharon la salida de una pequeña caravana para dirigirse
hacia la santa ciudad de Abraham.
Y tras un viaje muy penoso, acabaron por llegar a Jerusalén; pero en el camino sufrieron accesos de
calenturas. Y la joven Nozhatú acabó por curarse a los pocos días, pero Daul'makán siguió enfermo, y su
estado se fue agravando, de modo que en Jerusalén tuvieron que alquilar una habitación en el khan. Y
Daul'makán se tendió en un rincón, vencido por la enfermedad, y la enfermedad empeoró de manera tan
grave, que Daul'makán acabó por perder del todo el conocimiento y entró en un período de delirio. Y la
buena Nozhatú no le dejaba un instante, y estaba muy preocupada al verse sola en un país extranjero, sin
nadie que la ayudara.
Y como la enfermedad proseguía, y duraba bastante tiempo, Nozhatú acabó por agotar sus últimos
recursos y no le quedó un dracma en sus manos. Entonces mandó al zoco a uno de los criados del khan,
para que le vendiese uno de sus vestidos y le trajese algún dinero. Y el criado así lo hizo. Y Nozhatú
siguió vendiendo todos los días algunos de sus efectos para cuidar a su hermano, y de este modo agotó
por completo cuanto tenía. Y los únicos bienes que le quedaban era la ropa vieja con que estaba vestida y
la estera vieja que les servía de cama a ella y a su hermano. Y al verse en tal indigencia, la pobre
Nozhatú lloró en silencio.
Pero aquella misma noche Daul'makán recobró el conocimiento, por voluntad de Alah, y se sintió
algo mejor; y volviéndose hacia su hermana, le dijo: "¡Nozhatú! he aquí que he recuperado las fuerzas, y
quisiera comerme unos pedacitos de carnero asado". Y Nozhatú dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cómo haremos
para comprar carne? Porque no me atrevo a pedir limosna. Pero no te apures, que mañana me pondré a
servir en casa de algún rico y ganaré lo necesario. Lo único que siento es que te tendré que dejar solo
todo el día; pero ¿qué le vamos a hacer? ¡No hay fuerza y poder más que en Alah el Altísimo! ¡Y Él sólo
puede hacernos volver a nuestro país!" Y dichas estas palabras, Nozhatú prorrumpió en sollozos.
Y al día siguiente se levantó al amanecer, y se cubrió la cabeza con un viejo manto de piel de camello
que les había dado un camellero, vecino suyo en el khan. Y besó a su hermano, le echó los brazos al
cuello, y llorando salió hecha un mar de lágrimas, sin saber exactamente adónde dirigirse.
Daul'makán aguardó todo el día el regreso de su hermana. Pero llegó la noche, y Nozhatú no había
vuelto. Y la aguardó toda la noche sin pegar un ojo, y Nozhatú no volvió. Y al otro día, y a la noche
siguiente, ocurrió la mismo.
Entonces Daul'makán se vió presa de un temor muy grande al pensar en su hermana, y su corazón
empezó a temblar. Y como llevaba dos días sin tomar ningún alimento, se arrastró penosamente hasta la
puerta de la habitación, y se puso a llamar al criado del khan, que acabó por oírle. Y Daul'makán le rogó
que le ayudase a llegar hasta el zoco. Y el criado se lo echó a hombros, se lo llevó al zoco, y lo dejó
junto a una tienda medio derruída, y se fué.
Y todos los transeúntes y mercaderes del zoco se agruparon en derredor de él, y al ver su estado de
debilidad, empezaron a lamentarse y a compadecerle. Y Daul'makán, que no tenía ya fuerzas para hablar,
les indicó por señas que estaba hambriento. Entonces hicieron una cuestación en su favor, pasando una
bandeja entre los mercaderes del zoco, y le compraron comida. Y como la cuestación había producido
treinta dracmas, se deliberó sobre lo que sería más conveniente en interés del enfermo. Y un buen anciano
del zoco dijo: "Lo mejor es alquilar un camello para transportar a Damasco a este pobre joven, y llevarlo
al hospital consagrado a los enfermos por la caridad del califa. Porque aquí se morirá seguramente si se
queda abandonado en la calle". Y a todo el mundo le pareció muy bien; pero como era ya de noche, se
aplazó la cosa para el día siguiente. Y dejaron junto a Daul'makán, al alcance de su mano un cántaro de
agua y víveres. Y al cerrarse las puertas del zoco, todos se volvieron a sus casas, lamentando la suerte
del pobre enfermo. Daul'makán pasó toda la noche sin poder pegar los ojos, preocupado por la suerte de
su hermana Nozhatú. Y como estaba tan débil, apenas si pudo comer ni beber.
Al otro día las buenas gentes del zoco alquilaron un camello, y le dijeron al conductor: "¡Oh
camellero! vas a llevar en tu camello a este enfermo, y lo transportarás hasta el hospital de Damasco, en
donde podrá curarse". Y el camellero respondió: "Sobre mi cabeza y sobre mis ojos, ¡oh señores!" Pero
el malvado camellero pensó: "¿Para qué he de transportar desde Jerusalén a Damasco a un hombre que
está próximo a morir?"
Después hizo agacharse a su camello y colocó en él al enfermo. Y cubierto de bendiciones por la
gente del zoco, habló a su camello, tiró del ronzal, y el camello se levantó y se puso en camino. Pero
apenas había atravesado algunas calles, el camellero se detuvo; y como había llegado frente a la puerta
de un hammam, cogió al pobre enfermo, que se había desvanecido, lo dejó sobre un montón de leña que
servía para calentar el baño y se fué a toda prisa.
Así es que al amanecer, cuando llegó el encargado del hamman para calentar el baño, se encontró con
aquel cuerpo que estaba tendido y como exánime. Y dijo para sí "¿Quién habrá podido dejar aquí este
cadáver en vez de enterrarlo?" Y se disponía a empujar el cadáver lejos de la puerta, cuando Daul'makán
hizo un movimiento. Y el encargado exclamó: "¡No es un muerto, sino algún aficionado al haschich, que
se ha caído esta noche sobre el montón de leña! ¡Oh consumidor de haschich! márchate". Y al inclinarse
para gritárselo en la cara, vió que era un jovencillo, sin asomo de bozo en las mejillas, y de una gran
distinción y gran belleza, a pesar de su delgadez y de los estragos de la enfermedad. Y sintiendo una gran
piedad hacia él, exclamó: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! ¡He aquí que acabo de juzgar
temerariamente a un pobre joven, extranjero y enfermo, cuando nuestro Profeta (¡sean con él la plegaria y
la paz de Alah!) nos ha encargado que evitemos los juicios temerarios y que seamos caritativos y
hospitalarios con los extranjeros, singularmente con los extranjeros enfermos!"
Y sin vacilar un momento, se echó a cuestas al joven, volvió a su casa, entró en el aposento de su
esposa, y le dejó entre sus manos, encargándole que lo cuidase. Entonces aquella mujer tendió una
alfombra en el suelo, puso encima de la alfombra una almohada limpia, y acostó cuidadosamente al
huésped enfermo. Y fué a la cocina a encender lumbre, y calentó agua para lavarle las manos, los pies y
la cara. Por su parte, el encargado del hamman fué al zoco para comprar perfumes y azúcar, y roció con
agua de rosas la cara del joven, y le hizo beber sorbete con azúcar y jarabe de rosas. Después sacó del
arca una camisa muy limpia, perfumada con flores de jazmín, y se la puso.
Y con estos cuidados, notó Daul'makán que penetraba en él un gran alivio y que le vivificaba como
brisa deliciosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 54ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡Oh rey afortunado! que Daul'makán notó que penetraba en él un gran alivio y que
le vivificaba como brisa deliciosa. Y pudo levantar algo la cabeza y apoyarse en los almohadones. Al
verlo, se sintió feliz el encargado del hammam, y exclamó: "¡Loor a Alah por la vuelta de la salud! ¡Oh
Señor! pido a tu infinita misericordia que concedas la curación a este joven por mediación mía!"
Y durante tres días, aquel hombre estuvo haciendo votos por su curación, y le daba a beber tisanas
refrescantes y agua de rosas, prodigándole grandes cuidados. Y las fuerzas empezaron a circular poco a
poco por el cuerpo del enfermo. Y al fin pudo abrir los ojos a la luz y respirar sin ningún agobio.
Precisamente en el instante en que se sentía mejor, entró el encargado del hamman, y lo encontró sentado
en la cama, muy animado, y le dijo: "¿Qué tal estás, hijo mío?" Y Daul'makán le contestó: "Me siento con
fuerzas y con buena salud". Y el encargado del hammam dió gracias a Alah, corrió al zoco, compró diez
pollos, los mejores del zoco, y se los llevó a su mujer, y le dijo: "¡Oh hija de mi tío! he aquí diez pollos
que te traigo. Hay que matar dos cada día, uno por la mañana y otro por la noche, para servírselos a
nuestro enfermo".
Y en seguida la mujer del encargado del hamman mató un pollo; lo puso a cocer, y se lo llevó al
joven, haciendo que bebiese el caldo. Y cuando hubo acabado, le presentó agua caliente para lavarse las
manos. Después descansó tranquilamente reclinado en los almohadones, habiéndole tapado bien para que
no se enfriara. Y así se durmió hasta la mitad de la tarde.
Entonces la mujer del encargado del hammam se puso a cocer el segundo pollo, se lo llevó después
de haberlo trinchado, y le dijo: "¡Come, hijo mío! ¡Y que te haga buen provecho y te devuelva la salud!"
Y mientras comía, entró el encargado del hammam, y vió cuán perfectamente seguía su mujer sus
instrucciones. Y se sentó a la cabecera de la cama, y dijo al joven: "¿Cómo te encuentras, hijo mío?" Y él
contestó: "¡Gracias a Alah, me siento con fuerzas y con buena salud! Y ¡ojalá te recompense Alah por tus
beneficios!" Y el encargado del hammam, al oír estas palabras, sintió una gran alegría. Y se fue al zoco, y
trajo jarabe de violetas y agua de rosas, y se los hizo beber.
Ahora bien; aquel hombre sólo ganaba cinco dracmas diarios en el hammam. Y de esos cinco
dracmas dedicaba dos a Daul'makán para comprar pollos, azúcar, agua de rosas y jarabe de violetas. Y
así siguió, gastando de esta manera, durante un mes entero, al cabo del cual Daul'makán recuperó
completamente las fuerzas, habiendo desaparecido todo rastro de enfermedad.
Entonces el encargado y su esposa se alegraron mucho. Y el encargado dijo a Daulmakán: "¡Hijo mío!
¿quieres venir conmigo al hammam para tomar un baño, que te sentará muy bien después de tanto
tiempo?" Y Daul'makán dijo: "Ciertamente que sí". Y el encargado fue al zoco, y volvió con un burrero y
un asno; hizo montar a Daul'makán en el borrico, y durante todo el camino hasta el hammam fue a su lado,
sosteniéndole con mucho cuidado. Y lo hizo entrar en el hammam, y mientras Daul'makán se desnudaba,
el encargado fue al zoco para comprar todas las cosas necesarias para el baño, y cuando volvió dijo:
"¡En el nombre de Àlah!"
Y empezó a frotarle el cuerpo a Daul'makán, empezando por los pies. Y entonces entró el amasador
del hammam, y quedó confuso al verle desempeñar sus funciones, y se disculpó por el retraso con que
había llegado.
Pero el encargado le dijo: "¡Oh compañero! tengo mucho gusto en hacerte un favor y en servir a este
joven, que es mi huésped!" Entonces el amasador mandó llamar al barbero y al depilador, y se pusieron a
afeitar y a depilar a Daul'makán; y después le lavaron, sin escatimar el agua. Y el encargado le hizo subir
a una tarima, le puso una buena camisa, un ropón de los suyos, un turbante muy lindo, y le ajustó la cintura
con un cinturón muy hermoso, de lana de colores. Y así lo volvió a llevar a su casa en el borrico.
Precisamente su mujer lo había preparado todo para recibirle, y la casa estaba lavada por completo,
las esteras bien limpias, lo mismo que la alfombra y los almohadones. Y el encargado hizo que se
acostase Daul'makán, y le dio un sorbete con azúcar y agua de rosas; y luego le presentó uno de los pollos
consabidos, habiéndole trinchado los mejores pedazos.
Y Daul'makán dio las gracias a Alah por el restablecimiento de su salud y le dijo al encargado:
"¡Cuán grande es mi agradecimiento por tus buenas acciones y cuidados!" Pero el encargado repuso:
"¡Déjate de eso, hijo mío! Lo único que te ruego es que me digas cuál es tu nombre, pues al ver tus
modales se adivina que eres persona de distinción". Y Daul'makán le dijo: "Dime primeramente cómo y
dónde me has encontrado, para que luego te cuente mi aventura".
Entonces el encargado del hammam dijo a Daul'makán: "Sabe que te encontré abandonado sobre un
montón de leña delante de la puerta del hammam, una mañana que iba a mi obligación. Y no he sabido
quién te había dejado allí, y te recogí en mi casa. Eso es todo".
Al oír estas palabras, Daul'makán exclamó: "¡Loor a Aquel que devuelve la vida a las osamentas sin
vida! Y tú padre, padre mío, sabe ahora que no has favorecido a un ingrato, y espero que en breve tendrás
la prueba de ello. Pero te ruego que me digas en qué país estoy". Y el encargado dijo: "Estás en la ciudad
santa de Jerusalén". Y Daul'makán hubo de lamentar amargamente lo lejos que se encontraba, y sobre
todo, al verse separado de su hermana Nozhatú. Y no pudo dejar de llorar. Después contó su aventura al
encargado, pero sin revelarle lo noble de su nacimiento. Y recitó estas estrofas:
Me han echado sobre los hombros una carga que no puedo llevar, y su peso me agobia y me
ahoga.
Y digo a la amiga, causa de mi dolor, a aquella que es toda mi alma: "¡Oh mi señora! ¿No
podrías tener un poco de paciencia para demorar la separación irremediable? Y ella me dice:
"¿Qué hablas ahí de paciencia? ¡La paciencia no entra en mis costumbres!"
Entonces el encargado le dijo: "No llores más, hijo mío, y da gracias a Alah por tu curación".
Y Daul'makán preguntó: "¿Qué distancia nos separa de Damasco?" Y cuando le hubieron dicho que
seis días de viaje, mostró sus grandes deseos de marchar. Pero el encargado le dijo: "¡Oh joven! ¿Cómo
he de dejar que vayas solo a Damasco teniendo tan poca edad? Sí persistes te acompañaré, y veremos si
también nos acompaña mi mujer. Y de ese modo viviremos todos en Damasco, el país de Scham, cuyas
aguas y frutas ponderan tanto los viajeros".
Por lo que, dirigiéndose a su esposa, le dijo: "¡Oh hija de mi tío! ¿Quieres acompañarme a esa
deliciosa ciudad de Damasco, el país de Scham, o prefieres quedarte aquí y aguardar mi regreso? Porque
necesito acompañar a nuestro huésped, ya que me duele mucho separarme de él, y siendo tan joven como
es, no puedo dejar que vaya solo, y por caminos que desconoce, a una ciudad muy aficionada, según se
dice, a la corrupción y a los excesos".
Y la mujer del encargado dijo: "Os acompañaré muy gustosa". Y el encargado se alegró mucho, y
dijo: "¡Loado sea Alah, que nos pone de acuerdo, ¡oh hija de mi tio!" Y reunió los efectos y muebles de la
casa, como esterillas, almohadas, cacerolas, calderos, morteros, bandejas y colchones, y lo llevó al zoco
de los pregoneros, y los subastó. Y de todo sacó cincuenta dracmas, que empezó a gastar alquilando un
borrico para el viaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 55ª noche
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el encargado del hammam alquiló un asno en el cual hizo
subir a Daul'makán. Y él y su esposa caminaron detrás del borrico, hasta que divisaron la ciudad de
Damasco. Y entraron en ella al caer la noche, yendo a alojarse en el khan. Y el encargado se apresuró a
marchar al zoco a comprar de comer y beber para los tres. Y así siguieron las cosas, viviendo todos en el
zoco, hasta que al quinto día aquella mujer se sintió enferma, extenuada por el cansancio del viaje, y
cogió unas calenturas, de resultas de las cuales murió en pocos días. Y falleció en la gracia y
misericordia de Alah.
Daul'makán se afectó mucho, pues se había acostumbrado a aquella caritativa mujer, que le había
servido con tanta abnegación. Y le llevó luto en el alma, y se volvió hacia el pobre encargado, que
lloraba su pesar, y le dijo: "No te aflijas, ¡oh padre! pues todos hemos de seguir ese camino, y atravesar
la misma puerta". Y el encargado se volvió hacia Daul'makán, y le dijo: "Que Alah recompense tu
compasión, ¡oh hijo mío! ¡Y ojalá un día convierta en alegrías nuestras penas y aparte de nosotros la
amargura!
De todos modos, ¿para qué afligirnos tanto tiempo, cuando todo está escrito? ¡Levantémonos, pues,
recorramos esta ciudad de Damasco, que aún no hemos visto, pues quiero que se dilate tu pecho y se
alegre tu espíritu!"
Y Daul'makán dijo: "¡Tu pensamiento es para mí una orden!"
Entonces el encargado cogió de la mano a Daul'makán, y salió con él. Y se pusieron a recorrer los
zocos y las calles de Damasco. Y acabaron por llegar frente a un edificio, donde estaban las cuadras del
walí. Y a la puerta vieron gran número de caballos y mulos, y muchos camellos arrodillados que los
camelleros cargaban de almohadones, colchones, fardos, cajones y toda clase de carga. Y había una
muchedumbre de esclavos y servidores jóvenes y viejos. Y toda aquella gente gritaba, y hablaba, y
armaba un gran tumulto. Y Daul'makán pensó: "¿A quién pertenecerán todos estos esclavos, todos estos
caballos y todas estas cajas?"
Y se lo preguntó a uno de los servidores, que le dijo: "Es un regalo del walí de Damasco para el rey
Omar Al-Nemán. Y todo eso otro es el tributo anual de la ciudad al mismo rey Omar".
Y Daul'makán sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y recitó en voz baja estas estrofas:
Si los amigos que están lejos me acusan por mi silencio y lo interpretan mal, ¿cómo podré
contestarles?
Si mi ausencia ha matado en ellos la antigua amistad, ¿qué podré hacer?
Y si sobrellevo mis penas con paciencia, cuando todo lo he perdido, ¿podré seguir
respondiendo de la paciencia que me queda?
Después acudieron a su memoria estos otros versos:
Levantó su tienda y se fué muy lejos, huyendo de mis ojos, que lo adoraban.
Huyó de mis ojos, que lo adoraban, cuando todas mis entrañas se estremecían al verle.
Se ha ido muy lejos el hermoso. ¡Oh mi vida! ¡Pero mi deseo está aquí y no se ha marchado!
¡Ay de mí! ¿Te volveré a ver? Y entonces, ¿qué de reproches tendré que hacerte?
Y Daul'makán, recordando estas estrofas, lloró mucho. Y el encargado le dijo: "¡Oh, hijo mío, sé
razonable! ¡Ya sabes cuánto ha costado que recuperaras la salud, y ahora vas a recaer con todas esas
lágrimas que viertes! ¡Cálmate y no llores más, pues mi pena es grande!" Pero Daul'makán no podía
reprimirse, y recordando a su hermana Nozhatú y a su padre, recitó estos versos:
Goza de la tierra y de la vida, pues si la tierra se queda, la vida se marcha.
Ama la vida y goza de la vida, y para eso piensa que la muerte es inevitable.
¡Goza, pues, de la vida! ¡La dicha no tiene más que su tiempo marcado! ¡Apresúrate a
gozarla! Y piensa que todo lo demás nada vale.
Porque todo lo demás nada vale. ¡Y fuera del amor a la vida nada recogerás en la tierra!
Porque el mundo debe ser como la habitación del jinete viajero. ¡Amigo, sé el jinete viajero
de la tierra!
Cuando acabó de recitar estos versos, que el encargado del hammam había oído extático, y que trató
de aprenderlos repitiéndolos varias veces, Daul'makán se quedó muy pensativo. Entonces el encargado,
aunque no le quería importunar, acabó por decirle: "¡Oh mi joven señor! creo que todavía piensas en tu
país y en tu familia!" Y Daul'makán exclamó: "Sí, ¡oh padre mío! Y como no puedo permanecer aquí un
instante más, voy a despedirme de ti, para marcharme con esta caravana, y llegar a cortas jornadas, sin
cansarme mucho, a Bagdad, mi ciudad".
Entonces el encargado del hammam dijo: "¡Y yo iré contigo! Porque no puedo dejarte solo, y como ya
he empezado a ser tu guardián, no quiero abandonarte en la mitad del camino". Y Daul'makan exclamó:
"¡Alah pague tu abnegación con toda clase de dones!" Y se alegró muchísimo de aquella buena suerte.
Entonces el encargado rogó a Daul'makán que montara en el borrico. Y dijo: "Irás montado todo el
tiempo que quieras, y cuando estés cansado de esa postura, podrás, si quieres, bajar y andar un poco". Y
Daul'makán le dió las gracias, y le dijo: "¡Verdaderamente, lo que haces por mí no lo hace el hermano por
su hermano!" .Y después aguardaron que se pusiese el sol y viniese la frescura de la noche, para ponerse
en camino con la caravana y salir de Damasco con rumbo a Bagdad.
Y esto es lo que pasó en cuanto a Daul'makán y el encargado del hammam.
Pero en cuanto a la joven Nozhatú, hermana gemela de Daul-makán, he aquí que había salido del khan
de Jerusalén en busca de una colocación para servir en casa de algún notable, y ganar algún dinero con
que cuidar a su hermano, y comprarle los trozos de carnero asado que deseaba. Y se había cubierto la
cabeza con el viejo manto de pelo de camello, y había comenzado a recorrer las calles, sin saber adónde
dirigirse. Pero su espíritu y su corazón estaban muy preocupados por la enfermedad de su hermano y por
lo lejos que estaban de su familia y de su tierra. Y elevaba su pensamiento a Alah Misericordioso,
recordando estos versos:
Las tinieblas se condensan para envolver completamente mi alma. La llama inexorable me
consume. El deseo grita en mí dolorosamente y hace que se dibujen en mi cara los sufrimientos
interiores.
El dolor de la separación vive despiadadamente en mis entrañas y me mortifica Es una
pasión que no encuentra ninguna esperanza.
El insomnio es mi compañero y el deseo mi alimento. ¿Cómo podré callar el secreto de mi
alma?
No conozco el arte ni los medios de ocultar todo el dolor que hay en mi corazón. En este
corazón consumido por las llamas del amor, cuyo torrente me anega.
¡Oh noche! Ve a decir como mensajera al que conoce lo intenso de mi sufrimiento, que en la
calma de tus horas no me viste nunca cerrar los ojos en tus brazos.
Y mientras la joven Nozhatú se dirigía a través de las calles, he aquí que se le acercó un jefe beduíno,
a quien acompañaban cuatro hombres. Y este jefe la miró largo rato, y sintió un violento deseo de poseer
a la hermosa joven, cuya cabeza cubría un pedazo de manto viejo y cuyos encantos realzaban bajo aquella
tela tosca y destrozada. Aguardó que llegase a una calleja solitaria y muy angosta, se detuvo ante ella, y
le dijo: "¡Oh joven! ¿Eres libre o esclava?"
Y la joven Nozhatú contestó: "¡Oh transeúnte! no me dirijas preguntas que aumenten mi dolor y mi
desgracia". Y el beduíno repuso: "¡Oh joven! si te dirijo esta pregunta es porque tenía seis hijas, y he
perdido ya cinco de ellas y no me queda más que la sexta, que vive completamente sola en mi casa. Y
quisiera encontrar una joven que le hiciese compañía a mi hija y la ayudase a pasar el tiempo
agradablemente. Y desearía que estuvieras libre para pedirte que aceptaras la hospitalidad de mi casa, y
fueras de mi familia, como la hija adoptiva, para hacer olvidar a mi hijita el luto que lleva desde la
muerte de sus hermanas".
Cuando Nozhatú oyó estas palabras, se quedó muy confusa, y dijo: "¡Oh jeique! soy una doncella
extranjera, y tengo un hermano enfermo, con el cual he venido al país del Hedjaz. Y acepto el ir a tu casa
para acompañar a tu hija, pero con la condición de quedar en libertad para volver por las noches adonde
está mi hermano". Y el beduíno dijo: "Aceptado, ¡oh joven! Harás compañía a mi hija durante el día. Y
por la noche cuidarás de tu hermano. Y si quieres, lo transportaremos a mi casa, para que no esté nunca
solo". Y tanto habló el beduíno, que decidió a la joven a acompañarle. Pero el malvado sólo pensaba en
seducirla, pues no tenía hijos, ni albergue, ni casa. Y no tardó en llegar con Nozhatú y los otros cuatro
beduínos a las afueras de la ciudad, donde estaban los camellos ya cargados y los odres llenos de agua. Y
el jefe de los beduínos subió en su camello, hizo que Nozhatú montase a la grupa detrás de él, y dió la
señal de marcha. Y se alejaron velozmente.
Entonces la pobre Nozhatú comprendió que el beduíno la había engañado completamente. Y empezó a
lamentarse y a llorar por ella y por su hermano abandonado y sin socorro. Pero el beduíno sin
conmoverse por sus súplicas, caminó toda la noche sin detenerse hasta el amanecer, y acabó por llegar a
un lugar seguro, alejado de toda vivienda, en pleno desierto. Entonces el beduíno detuvo a su cuadrilla, y
bajó del camello. Y como Nozhatú siguiera llorando, se acercó a ella muy furioso, y le dijo: "¡Oh
maldita, de corazón de liebre! ¿Quieres acabar de llorar, o prefieres que te mate a latigazos?" Y al oír
estas palabras brutales, la pobre Nozhatú deseó la muerte para acabar de una vez, y exclamó: "¡Malvado
jefe de bandidos del desierto, tizón del infierno! ¿Cómo te atreves a hacer traición a tu fe y renegar de tus
promesas?"
Entonces el beduíno se acercó a ella con el látigo levantado, y gritó: "¡ya veo que quieres sentir los
latigazos en tu trasero! ¡Si no cesa tu llanto y sigues con tus insolencias, te arrancaré la lengua y te la
hundiré en esa cosa que tienes entre los muslos! ¡Y esto te lo juro por mi gorro!"
Y ante amenaza tan horrible, la pobre joven, no acostumbrada a estas brutalidades, se echó a temblar
y se tapó la cara con el velo, suspirando estas estrofas:
¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr
que llegasen mis lágrimas a su destinatario?
¡Ay de mí! ¿Podré soportar más tiempo mi desgracia en esta vida llena de amargura y de
dolor?
¡Ay de mí! ¡Haber vivido tanto tiempo feliz y mimada, para caer ahora en este estado de
miseria lastimosa!
¡Oh! ¡Quién pudiera volver a la morada querida en que yo habitaba! ¿Cómo podría lograr
que llegasen mis lágrimas a su destinatario?
Al oír estos versos, admirablemente rimados, el beduíno, que adoraba instintivamente la poesía, se
sintió conmovido de piedad hacia la bella desventurada, y se acercó a ella, le limpió las lágrimas, le dio
a comer una galleta de cebada, y le dijo: "Otra vez no me contestes cuando esté encolerizado, porque mi
genio no sabe soportar eso. Y para que te enteres de lo que pienso hacer contigo, sabe que quería hacerte
mi concubina, pero ahora quiero venderte a algún rico mercader, que te tratará con dulzura y te dará una
vida feliz, como lo habría hecho yo. Y para venderte, te llevaré a Damasco".
Y Nozhatú dijo: "Hágase tu voluntad". Y en seguida volvieron a montar en los camellos, y reanudaron
la marcha, dirigiéndose a Damasco. Y Nozhatú iba montada a la grupa detrás del beduíno. Pero como el
hambre la apremiaba, se comió un pedazo de aquella galleta que le había dado su raptor.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 56ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Nozhatú se comió un pedazo de aquella galleta que le
había dado su raptor. Y llegaron a Damasco, y fueron a albergarse en el khan Sultaní, situado cerca de
Bab El- Malek. Y como Nozhatú estaba muy triste y seguía llorando, el beduíno le dijo muy furioso:
"Como no ceses de llorar, vas a perder tu hermosura, y ya no podré venderte más que a algún judío
asqueroso.
Piensa en esto, ¡oh desventurada!" Después la encerró en una de las habitaciones del khan, y se
apresuró a ir al mercado en busca de los mercaderes de esclavos; y les propuso la compra de la hermosa
joven, diciéndoles: "Puedo ofreceros una hermosa joven que he traído de Jerusalén. Tiene un hermano
enfermo, pero lo he dejado en casa de unos parientes míos para que lo cuiden bien. De modo que el que
quiera comprarla tendrá que decirle, para tranquilizarla, que su hermano enfermo está muy bien cuidado
en Jerusalén. Y sólo con esta condición me prestaré a cederla en un precio muy prudente".
Entonces se levantó uno de los mercaderes, y dijo: "¿Qué edad tiene esa esclava?" Y contestó el
beduíno: "Es muy joven, pues es virgen todavía, pero ya núbil. Y es bella, inteligente, cortés y llena de
perfecciones. Pero como ha enflaquecido desde la enfermedad de su hermano, ha perdido algo de la
plenitud de sus formas. Sin embargo, todo esto es fácil de recuperar con un poco de cuidado".
Entonces dijo el mercader: "Iré a ver esa esclava, y si es como dices, me quedaré con ella, pero te la
pagaré cuando la haya revendido, porque la destino al rey Omar Al- Nemán, cuyo hijo, el príncipe
Scharkán, es gobernador de Damasco, nuestra ciudad. Y este príncipe me dará una carta de presentación
para el rey Omar Al-Nemán, el cual tiene una gran pasión por las esclavas vírgenes, y me la comprará
muy bien. Y entonces te pagaré el precio que convengamos". Y el beduíno contestó: "Acepto esas
condiciones".
Y se dirigieron hacia el khan donde se hallaba encerrada Nozhatú, y el beduíno llamó en alta voz a la
joven, que estaba detrás del tabique. Y le dijo: `¡Oh Nahia ! ¡oh Nahia ! ", porque éste era el nombre que
daba a su esclava. Y al oírlo Nozhatú, se echó a llorar y no contestó.
Entonces el beduíno invitó al mercader a que entrase. Y el mercader entró, y adelantándose hacia la
joven, le dijo: "¡La paz sea contigo!" Y Nozhatú respondió con voz dulce como el azúcar: "¡Y contigo la
paz y las bendiciones de Alah!"
El mercader quedó encantadísimo, y pensó: "¡Qué pureza de lenguaje!" Y ella miró al mercader, y se
dijo: "Este venerable anciano tiene un aspecto muy simpático. ¡Haga Alah que me tome por esclava, y así
podré librarme de ese feroz beduíno! Le hablaré cortésmente, para que resalten mis modales".
Y el mercader preguntó: "¿Cómo te encuentras, ¡oh joven!?" Y ella respondió con dulzura:
"¡Oh venerable jeique! me preguntas por mi estado, y mi estado no es para desearlo al peor de los
enemigos. Pero toda persona lleva su destino colgado al cuello, como dice nuestro profeta Mohamed
(¡sean con él la plegaria y la paz de Alah!)".
Y al oír estas palabras, el mercader se asombró hasta el límite del asombro, y dijo para sí: "Estoy
seguro de que sus facciones deben ser arrebatadoras, como su talento. Es una gran adquisición para el rey
Omar Al- Nemán". Y volviéndose hacia el beduíno, exclamó: "¡Esta esclava es admirable! ¿Cuánto pides
por ella?" Y el beduíno se enfureció, y dijo: "¿Cómo te atreves a llamarla admirable, cuando es la más
vil de las criaturas? ¿No comprendes que se figurará que es realmente admirable y ya no tendré ninguna
autoridad sobre ella?
Márchate, que ya no la vendo". Y comprendiendo el mercader que el beduino era un bruto rematado,
emprendió otro camino, y dijo: "La acepto, ¡oh jeique! aunque sea la más vil de las criaturas, y te la
compro a pesar de sus tachas". Y el beduíno, algo calmado, preguntó: "¿Y cuánto me ofreces?" Y contestó
el mercader: "El proverbio dice que el padre es quien da nombre a su hijo. Pide lo que te parezca".
Pero el beduino insistió: "Tú eres quien ha de ofrecer". Y entonces el mercader, pensando que un
bruto como aquel beduino no sabría apreciar el mérito de aquella joven, ofreció doscientos dinares,
además de las arras y de los derechos de venta que correspondían al Tesoro. Pero el beduino lo rechazó:
"¡No daría por doscientos dinares ni el pedazo de arpillera con que se cubre! ¡No quiero venderla ya; me
la llevaré al desierto, para que apaciente mis camellos y muela el grano!"
Y gritó a la joven: "¡Ven acá, podrida, que vamos a marcharnos!" Y como no se moviese el mercader,
se volvió hacia él, y exclamó: "¡Por mi gorro! He dicho que ya no vendo nada! ¡Vuelve la espalda y
márchate, o si no, oirás cosas que no han de agradarte!"
Y el mercader dijo para sí: "¡Este beduíno que jura por su gorro es un bruto extraordinario! Pero le
haré soltar su presa". Y sujetándole de la capa, exclamó: "¡Oh jeique! no te impacientes de ese modo. Ya
veo que no tienes costumbre de vender. Se necesita mucha paciencia y mucha habilidad en estos asuntos.
Te daré lo que tú quieras; pero como se acostumbra en estos negocios, necesito ver el rostro y las
facciones de la esclava".
Y el beduino dijo: "¡Mírala todo lo que quieras, y ponla, si quieres, completamente desnuda, pálpala
y tócala por todas partes tanto como te dé la gana!" Pero el mercader levantó las manos al cielo, y
exclamó: "¡Que Alah me libre de ponerla desnuda, como a las esclavas! No quiero más que verle el
rostro".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 57ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader dijo: "No quiero más que verle la cara". Y se
adelantó hacia Nozhatú, pidiéndole que le dispensase, y lleno de confusión se sentó a su lado, y le
preguntó dulcemente: "¡Oh señora mía! ¿cuál es tu nombre?" Y ella, suspirando, dijo: "¿Me preguntas el
nombre que llevo ahora, o mi nombre de los tiempos pasados?"
Y él, asombrado, exclamó: "¿Tienes un nombre nuevo y un nombre antiguo?" Y ella dijo: "Sí, ¡oh
anciano! ¡Mi nombre antiguo es Delicias del Tiempo, y el nuevo es Opresión del Tiempo!" Al oír estas
palabras llenas de amargura, el mercader notó que las lágrimas le bañaban los ojos.
Y la joven Nozhatú tampoco pudo contener sus lágrimas, y recitó estas estrofas:
Mi corazón te guarda, ¡oh viajero! ¿Hacia qué tierras desconocidas has partido, en qué
pueblos, en qué moradas habitas?
¿En qué manantial bebes, ¡oh viajero!? Yo que te lloro, me alimento con las rosas de mi
recuerdo y apago la sed en la abundante fuente de mis ojos.
Nada tan duro para mi pensamiento como tu ausencia, porque todo lo demais, comparado
con esto, es cosa para mí risueña.
Pero al beduino le pareció que aquella conversación duraba mucho, y se acercó a Nozhatú con el
látigo levantado, y le dijo: "¿Para qué charlar tanto? ¡Levántate el velo de la cara, y acabemos!" Y
Nozhatú, desolada, suplicó al mercader: "¡Oh venerable jeique! líbrame de las manos de este bandido,
porque si no, esta misma noche me mataré".
Y el mercader habló de este modo al beduíno: "Esta joven es un estorbo para ti. ¡Véndemela al precio
que quieras!" Pero el heduíno insistió: "Has de ofrecer tú, o si no, la llevaré al desierto para que haga
pastar a los camellos y recoja los excrementos del ganado".
Y el mercader dijo: "Para acabar de una vez, te ofrezco cincuenta mil dinares de oro". Pero aquel
bruto testarudo lo rechazó: "!Alah nos asista! ¡Eso no me tiene cuenta!" Y el mercader dijo: "¡Sesenta mil
dinares!" Pero el beduíno insistió: "¡Alah nos asista! ¡Eso no cubre ni siquiera el capital que gasté en
alimentarla y en comprarle galletas de cebada! Porque sabe, ¡oh mercader! que me he gastado en ella,
sólo en galletas de cebada, noventa mil dinares de oro".
Entonces el mercader, atolondrado por las locuras de aquel bruto, le dijo: "¡Ni tú, ni tu familia, ni
todos los de vuestra tribu, habéis comido en toda vuestra vida por valor de cien dinares! Pero voy a
hacerte la última oferta, y si la rechazas, iré a ver al príncipe Scharkán y le daré cuenta de los malos
tratos sufridos por esta joven, que seguramente has robado, ¡oh miserable saqueador!
Te ofrezco pues, cien mil dinares". Entonces el beduíno dijo: "Te cedo la esclava a ese precio, pero
es porque tengo necesidad de ir al zoco para comprar un poco de sal". Y el mercader no pudo dejar de
reírse. Y todos marcharon a casa del mercader, que abonó al beduíno la cantidad convenida, después de
haber hecho pesar moneda por moneda. Y el beduíno montó en su camello y emprendió el camino de
Jerusalén, diciendo: "Si la hermana me ha producido cien mil dinares, el hermano me ha de producir otro
tanto, por lo menos. Voy, pues, en busca suya".
Y efectivamente, al llegar a Jerusalén se puso a buscar a Daul'makán en todos los khanes, pero como
ya se había marchado con el encargado del hammam., no pudo dar con él. Esto en cuanto al beduíno. Por
lo que se refiere a la joven Nozhatú...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 58ª noche
Ella dijo:
Por lo que se refiere a la joven Nozhatú, he aquí que el buen mercader la llevó a su casa, le dió
vestidos muy ricos, los más Hermosos que había, y después fué con ella al zoco de los orífices y joyeros,
para que escogiese las alhajas y joyas que le agradasen, y las metió en una bolsa de seda, las llevó a su
casa y se las entregó.
Después dijo: "Ahora te ruego que cuando te lleve a palacio no dejes de decir al príncipe Scharkán el
precio en que te he comprado, para que no se olvide mencionarlo en la carta de recomendación que deseo
pedirle para el rey Omar Al-Nemán. Y además, quisiera que el príncipe me diese un salvoconducto, para
que las mercancías que en lo sucesivo lleve a Bagdad no paguen derechos de entrada".
Y al oírlo, suspiró Nozhatú y los ojos se le llenaron de lágrimas. Entonces el mercader le dijo: "¡Oh
hija mía! ¿por qué cada vez que pronuncio el nombre de Bagdad te veo suspirar y acuden las lágrimas a
tus ojos? ¿Tienes allí algún ser amado, un pariente, o conoces a algún mercader?
No temas decirlo, pues conozco a todos los mercaderes de Bagdad y a todos los otros". Entonces
Nozhatú dijo: "¡Por Alah! ¡No conozco a nadie más que al rey Omar Al- Nemán en persona, señor de
Bagdad!"
Cuando el mercader de Damasco oyó aquella cosa tan extraordinaria, no pudo reprimir un suspiro de
satisfacción, y dijo para sí: "Ya tengo lo que buscaba". Y preguntó a la joven: "¿Le fuiste propuesta antes
de ahora por algún mercader de esclavos?"
Ella respondió: "No es eso, sino que me he criado en palacio, con su hija. Y me quería mucho. Así,
pues, si pretendes alcanzar de él algún favor, no tienes más que traerme una pluma, un tintero y una hoja
de papel, y te escribiré una carta, que entregarás en propia mano al rey Omar AlNemán, y le dirás: "Tu
humilde esclava Nozhatú ha sufrido las vicisitudes de la suerte y del tiempo y los padecimientos de las
noches y los días. Y ha sido vendida y revendida, ha cambiado de amos y de casas, y se encuentra ahora
en la morada de tu representante en Damasco. Y te trasmite su saludo de paz".
Al oír estas palabras, el mercader llegó al límite de la alegría y del asombro, y su afecto hacia
Nozhatú aumentó considerablemente; y lleno de respeto, le preguntó: "Indudablemente, ¡oh joven
maravillosa! has debido ser robada de tu palacio y vendida, pues debes estar versada en las letras y en la
lectura del Corán".
Y Nozhatú dijo: "En efecto, ¡oh venerable jeique! conozco el Corán, los preceptos de la sabiduría, las
ciencias médicas, la Introducción a los arcanos, los comentarios de las obras de Hipócrates y de Galeno,
los libros de filosofía y lógica, las virtudes de los cuerpos simples y las explicaciones de Ibn- Bitar; he
discutido con los sabios el Kanun de Ibn-Sina; he dado con la explicación de las alegorías, y he
estudiado la geometría y la arquitectura, la higiene y los libros Chafiat, la sintaxis, la gramática y las
tradiciones del idioma, y he frecuentado la sociedad de los sabios y eruditos en todos los ramos. Soy
autora de varios libros sobre la elocuencia, la retórica, la aritmética y el silogismo puro; conozco las
ciencias espirituales y divinas, ¡ y me acuerdo de todo lo que he aprendido! Y ahora dame pluma y papel
para que escriba la carta en versos bien rimados y puedas leerla durante el camino, ahorrándote de llevar
libros de viaje, pues será para ti una dulzura en la soledad y un amigo discreto en los ratos de ocio".
Y el pobre mercader, completamente atolondrado, exclamó: "¡Ya Alah! ¡Ya Alah! ¡Dichosa la morada
que te sirva de albergue! ¡Cuán dichoso el que la habite contigo!" Y le llevó respetuosamente la
escribanía con los accesorios. Y Nozhatú cogió la pluma, la mojó en la almohadilla empapada de tinta, la
probó en la uña, y escribió estos versos:
Esta carta es la de la propia mano de aquella cuyos pensamientos igualan al tumulto de las
olas.
Aquella cuyos párpados ha quemado el insomnio y cuya belleza han gastado las vigilias.
Aquella que en su dolor ya no distingue el día de la noche y se retuerce en el lecho
solitario.
Y que no tiene por confidentes más que a los astros silenciosos en la soledad de las noches.
He aquí mi queja, tejida en versos cadenciosos y de buena rima, en memoria de tus ojos.
No he sentido vibrar en mi alma ninguna cuerda de las delicias de la vida.
Mi juventud no ha gozado ninguna alegría, ni mis labios han sonreído dichosos en un día
de felicidad.
Porque tu ausencia ha enseñado a mis ojos las vigilias y me ha arrebatado para siempre el
sueño.
Por más que he confiado a la brisa mis suspiros, nunca los llevó hacia aquel a quien los
dirigiera.
Así es que estoy desesperada y no me atrevo a insistir. Pero quiero firmar esta queja con mi
nombre.
Yo la dolorosa, la apartada de su familia y de su país, la torturada de corazón y de espíritu.
Nozhatu´zaman.
Cuando acabó de escribir, echó arenilla, dobló con mucho cuidado la hoja, y la entregó al mercader,
que la cogió muy respetuoso y se la llevó a los labios y después a la frente. La guardó en una bolsa de
raso, y exclamó: "¡Gloria al que te ha modelado, ¡oh maravillosa criatura!"
En estos momentos de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 59ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el mercader exclamó: "Gloria al que te ha modelado, ¡oh
maravillosa criatura!" Y le rindió todos los honores y le prodigó todas las manifestaciones de respeto y
admiración. Y después la acompañó hasta el hammam, yendo delante de ella, llevando en una bolsa de
terciopelo la ropa con que había de vestirse después del baño. Y mandó llamar a la mejor amasadora del
hammam, y le dijo: "En cuanto haya terminado, vendrás a llamarme". Y mientras Nozhatú tomaba el baño,
el anciano mercader fué a comprar toda clase de frutas y sorbetes, y los depositó en la tarima a la cual
había de ir Nozhatú a vestirse.
Y cuando se terminó el baño, la amasadora acompañó a Nozhatú hasta la tarima, la envolvió en paños
y toallas perfumadas, y se comieron las frutas y bebieron sorbetes, dando lo que sobró a la guardesa del
hammam.
En este momento llegó el mercader con un cofrecillo de sándalo, lo abrió invocando el nombre de
Alah, y ayudado por la amasadora procedió a vestir a Nozhatú, para llevarla al palacio del príncipe
Sharkán.
Y empezó por entregar a Nozhatú una banda de oro para cubrir la cabeza, y esta banda costaba mil
dinares. Después una falda a la moda turca, bordada de hilos de oro, y unas botas rojas perfumadas con
almizcle, cubiertas de lentejuelas de oro con bordados de flores que llevaban incrustadas perlas y
pedrerías. Le puso en las orejas unos pendientes de perlas finas, que costaba cada uno mil dinares, y al
cuello un collar de oro afiligranado, y le rodeó los pechos con redes de pedrería. Luego le ajustó el talle
por encima del ombligo con un cinturón de diez hileras de bolas de ámbar y medias lunas de oro, y en
cada bola de ámbar iba inscrustado un rubí, y en cada media luna nueve perlas y diez diamantes. De
suerte que la joven Nozhatú llevaba encima más de cien mil dinares en alhajas y joyas.
El mercader le rogó que le siguiera, y salió con ella del hammam, y marchaba delante de ella con
andar grave y ceremonioso, apartando a los transeúntes. Y todos los transeúntes se asombraban de
aquella belleza, y exclamaban: "¡Gloria a Alah en sus criaturas! ¡Cuán dichoso el hombre que la posea!"
Y el mercader seguía andando, y ella detrás de él, hasta que llegaron al palacio del príncipe Sharkán.
Y el mercader se adelantó para entrar en las habitaciones de Scharkán, besó la tierra entre sus manos,
y dijo: "¡He aquí que te traigo un presente incomparable, la cosa más bella y más extraordinaria de estos
tiempos, el resumen de todos los encantos y todos los dones, la suma de todas las cualidades y de todas
las delicias!" Y el príncipe Scharkán dijo: "¡Apresúrate a enseñármelo!" Y el mercader salió en seguida y
trajo de la mano a Nozhatú, presentándola al príncipe. Y el príncipe Scharkán no podía reconocer en
aquella maravilla a su hermana Nozhatú, a la cual nunca había visto, a causa de los recelos que sintió
cuando su nacimiento y el de su hermano Daul-makán. Y llegó hasta el límite del entusiasmo al ver aquel
talle y aquellas formas exquisitas. Y el mercader dijo: "Esta es la maravilla incomparable, única en el
siglo. Además de la hermosura, don natural suyo, posee todas las virtudes y está versada en todas las
ciencias religiosas, civiles, políticas y matemáticas. ¡Y está dispuesta a contestar a todas las preguntas de
los sabios más ilustres de Damasco y del imperio!"
Entonces el príncipe Scharkán se apresuró a decir al mercader: "¡Déjala aquí, busca al tesorero para
que te pague su precio y vé en paz!"
Y al oírlo, dijo el mercader: "¡Oh príncipe valeroso! he aquí que la había destinado al rey Omar Al-
Nemán, tu padre, y venía a rogarte que me dieras una carta de recomendación para él; pero puesto que te
agrada, que se quede aquí. ¡Y tu deseo está sobre mi cabeza y sobre mis ojos! Pero en cambio, te rogaré
únicamente que me otorgues en adelante el derecho de franquicia para todas mis mercancías y el
privilegio de no volver a pagar impuestos de ninguna clase". El príncipe contestó: "Te lo otorgo. Y ahora
dime lo que te ha costado esta joven, para que te reintegre su precio". Y el mercader repuso: "Me ha
costado cien mil dinares de oro, pero lo que lleva encima vale otros cien mil dinares". Entonces el
príncipe mandó llamar a su tesorero, y le dijo: "Paga en seguida a este venerable jeique doscientos mil
dinares de oro, y además, otros ciento veinte mil. Y por añadidura, dale el mejor ropón de honor de mis
armarios. Y que se sepa en adelante que es mi protegido y que no se le deberá reclamar ningún impuesto".
Después el príncipe Scharkán mandó llamar a los cuatro grandes kadíes de Damasco, y les dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 60ª noche
Ella dijo:
"Sed testigos de que desde este momento emancipo a esta joven esclava que acabo de comprar y que
me caso con ella". Entonces los cuatro kadíes se apresuraron a escribir el certificado de emancipación, y
en seguida escribieron el contrato de casamiento y lo sellaron con su sello. Y el príncipe Scharkán no
dejó de repartir generosamente entre los presentes una gran cantidad de oro para festejar su alegría, y tiró
puñados de oro, que recogieron los servidores y los esclavos.
Después despidió a todos los presentes, excepto a los cuatro kadíes y el mercader. Y volviéndose
hacia los kadíes, les dijo: "Ahora quiero que escuchéis las palabras que va deciros esta joven, para
darnos una prueba de su elocuencia y su saber, y para que comprobéis las afirmaciones de este jeique". Y
los kadíes contestaron: "Escuchamos y obedecemos". Y el príncipe Scharkán mandó tender un tapiz en el
centro de la sala y colocó detrás de él a la joven, para que no estuviese cohibida y pudiera hablar sin que
la viesen extraños.
Y en cuanto se tendió el tapiz, acudieron a rodear a su nueva señora las damas de servicio, y la
ayudaron a colocarse más cómodamente y a aligerarse de parte de sus vestidos; y se maravillaban de sus
perfecciones, y en su alegría le besaban los pies y las manos. Y por su parte, las esposas de los emires y
visires se apresuraron a rendirle homenaje, dispuestas a oír lo que iba a decir al príncipe Scharkán y a
los grandes kadíes de Damasco. Y antes de ir junto a ella, pidieron licencia a sus maridos.
Cuando Nozhatú vió entrar a las esposas de los emires y visires, se levantó para recibirlas, las besó
cordialmente, las hizo sentarse a su lado, y les dirigía palabras cariñosas para corresponder a su
homenaje, y tan amable estuvo, que todas se maravillaron de su cortesía, de su hermosura y de su
inteligencia, y se decían: "Nos han dicho que era una esclava, pero seguramente es una reina, hija de un
rey".Y exclamaron: "¡Oh, señora! has iluminado la ciudad con tu presencia, y has colmado de honor a este
país y a este reino. Y este reino es tu reino, y este palacio tu palacio, ¡y todas nosotras somos tus
esclavas". Y ella les dió las gracias de la manera más dulce y agradable.
Pero en este momento Scharkán la interpeló desde el otro lado del tapiz, y le dijo: "¡Oh hermosísima
joven, joya de estos tiempos! esperamos ansiosamente tus palabras elocuentes, pues dicen que estás
versada en todas las ciencias, y hasta en las reglas más difíciles de nuestra sintaxis".
Y la joven Nozhatú, con voz más dulce que el azúcar respondió: "¡Tu deseo está sobre mi cabeza y
sobre mis ojos! Y para satisfacerlo, hablaré sobre las Tres puertas de la vida".
Palabras sobre las tres puertas
Y Nozhatú dijo:
"Te hablaré, en primer lugar, ¡oh príncipe valeroso! de la Primera puerta: el Arte de saber
conducirse.
"Sabed, pues, que la vida tiene un objeto, y que el objeto de la vida es desarrollar el fervor.
"Ahora bien; el principal fervor tiene su forma en la pasión, que es bella por su fe.
"Nadie alcanzará el fervor más que por una vida activa, animada por la pasión. Y esta vida puede
vivirse en cualquiera de los cuatro grandes caminos de la humanidad: El Gobierno, el Comercio, la
Agricultura y los Oficios.
"En lo que concierne al gobierno, es necesario que aquellos escasos hombres que están llamados a
gobernar el mundo posean la ciencia política, una sutileza exquisita y una habilidad perfecta. Y en ningún
caso deben dejarse guiar por su capricho, sino por un alto ideal, cuyo fin es Alah, el que todo lo puede. Y
si regulan su conducta hacia este fin, la justicia reinará entre los humanos y cesarán las discordias en la
superficie de la tierra. Pero lo más frecuente es que sigan sus inclinaciones, y acaben por resbalar en
errores irremediables. Por que un jefe no es útil a su país sino cuando puede ser equitativo e imparcial y
cuando impide que los fuertes opriman a los débiles y a los pequeños.
"El gran Ardechir, tercer rey de los persas, y uno de los descendientes de Sassán, dijo: "La autoridad
y la fe son dos hermanas gemelas: la fe es un tesoro y la autoridad su guardián".
"Y nuestro profeta Mahomed (¡sean con él la paz y la plegaria!) ha dicho: "Dos cosas rigen el mundo:
la Autoridad y la Ciencia; si son rectas y puras, el mundo camina por la vía derecha; si son nefandas y
malas, el mundo cae en la corrupción".
"Y el Sabio ha dicho: "El rey debe ser el guardián de la fe, de cuanto es sagrado y de los derechos de
sus súbditos. Pero ante todo debe velar por que estén de acuerdo los que manejan la pluma y los que
manejan la espada, ¡porque quien falte al hombre que maneja la pluma resbalará y se levantará
jorobado!"
"Y el rey Ardechir, que fué un gran conquistador, dividió su imperio en cuatro distritos, y se mandó
fabricar cuatro sellos en cuatro anillos. El primer sello era el anillo del Distrito marítimo, Y así
sucesivamente los otros tres. Y lo hizo para asegurar el orden en su reino. Y así se siguió hasta la era
islámica.
"Y el rey Kesra, el gran rey de los persas, escribió a su hijo, al que había confiado el ejército de sus
ejércitos: "¡Oh, hijo mío!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó a la 61ª noche
Ella dijo:
"El rey Kesra, el gran rey de los persas, escribió a su hijo, al que había confiado el ejército de sus
ejércitos: "¡Oh hijo mío! desconfía de la tibieza, pues enajenaría tu autoridad; pero no obres tampoco con
dureza excesiva, porque hará fermentar la rebelión entre tus soldados". "Y también se nos ha enseñado
que un árabe fué a buscar al califa Abu-Giafar-Abdalah, y le dijo: "Ten hambriento a tu perro, si quieres
que te siga". Y el califa se irritó contra el árabe. Y el árabe añadió: "Pero cuídate también de que un
transeúnte no alargue un pan a tu perro, porque el perro te abandonará para seguir al transeúnte". Y Al-
Mansur comprendió entonces, y se aprovechó del aviso, y despidió al árabe después de haberle
obsequiado.
"Se cuenta también que el califa Abd El- Malek ben-Meruán escribió a su hermano Abd El-Aziz ben-
Meruán, a quien había mandado a Egipto al frente de un ejército: "Puedes prescindir de tus consejeros y
tus escribas, porque sólo te enterarán de lo que ya conoces; pero no descuides nunca a tu enemigo, que es
el único capaz de hacerte saber la fuerza de tus soldados".
"Hablan también las crónicas de que el admirable califa Omar ibn-Al-Kattam no tomaba ningún
servidor sin imponerle estas cuatro condiciones: no montar nunca en una bestia de carga; no apropiarse
jamás el botín ganado al enemigo; no vestirse con trajes suntuosos, y no retrasarse nunca durante la hora
de la plegaria. Y he aquí las palabras que le gustaba repetir: "No hay riqueza que valga lo que vale la
sabiduría; no hay mejor piedra de toque que la cultura del espíritu y no hay gloria mayor que el estudio y
la ciencia".
"El mismo Omar (¡téngalo Alah en su gracia!) fué quien dijo: "Las mujeres son de tres clases: la
buena musulmana, que no se preocupa más que de su marido y sólo tiene ojos para él; la musulmana que
sólo quiere casarse para tener hijos, y la prostituta, que sirve de collar al cuello de todo el mundo. Y los
hombres también son de tres clases: el hombre cuerdo, que reflexiona y obra después de reflexionar, el
que solicita el juicio de los hombres ilustrados y sólo obra con la más extremada prudencia, y el
mentecato, que no tiene juicio alguno y no pide nunca consejo a los sabios".
"Y el sublime Alí-Abú-Taleb (¡Alah lo tenga en su gracia!) dijo: "Precaveos contra las perfidias de
las mujeres, no les pidáis su parecer; pero no las oprimáis, si no queréis que aumenten sus astucias y sus
traiciones. Porque el que no conoce la moderación, va hacia la locura. Y en todas las cosas debéis
ateneros a la justicia, singularmente en lo que atañe a vuestros esclavos".
Y cuando Nozhatú iba a seguir desarrollando este capítulo, oyó a los kadíes que decían detrás del
tapiz: "¡Maschalah! ¡Nunca hemos oído palabras tan elocuentes, pero quisiéramos oír algo sobre las otras
puertas!"
Y Nozhatú, con una transición muy hábil, dijo:
"Otro día hablaré del fervor en los otros tres caminos de la humanidad; pues ya es tiempo de que os
diga algo de la Segunda puerta.
"Esta segunda puerta es la de los buenos modales y de la cultura del espíritu.
"Y tal puerta, ¡oh príncipe del tiempo! es la más ancha de todas, porque es la de las perfecciones.
Sólo pueden recorrerla en toda su extensión aquellos que tienen sobre la cabeza una befidición nativa.
"No os citaré más que algunos rasgos principales".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó a la 62ª noche
Ella dijo:
"No os citaré más que algunos rasgos principales.
"Cierto día, uno de los chambelanes del califa Moawiah fué a anunciarle que un graciosísimo
cojitranco llamado Aba-Bahr ben-Kais estaba esperando a la puerta. Y el califa dijo: "llacedle pasar". Y
el cojitranco entró, y el califa Moawiah le dijo: "Acércate para que me deleite con tus palabras". Y le
preguntó: "¡Oh Aba-Bahr! ¿cuál es tu opinión acerca de mí?" Y respondió el cojitranco:
"¿La mía? Sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que mi oficio es afeitar cabezas, cortar bigotes, cuidar las
uñas, depilar sobacos, afeitar ingles, limpiar los dientes, y en caso de necesidad, sangrar las encías; pero
nunca haré ninguna de esas cosas en día de viernes, porque sería un sacrilegio".
Entonces el califa le dijo: "¿Y cuál es tu opinión acerca de ti mismo?" Y el cojitranco respondió:
"Pongo un pie delante del otro y lo hago adelantar lentamente, siguiéndolo siempre con la vista".
El califa preguntó entonces: "¿Cuál es tu opinión acerca de tus jefes?" Y el otro contestó: "Al entrar
los saludo con toda ceremonia, y aguardo que me devuelvan el saludo".
Entonces preguntó el califa: `¿Y cuál es tu opinión acerca de tu mujer?" Y exclamó el cojitranco:
"Dispénsame de contestar a eso, ¡oh Emir de los Creyentes!" Pero el califa insistió: "Te conjuro a que me
contestes, ¡oh Aba-Bahr!
Y entonces el cojitranco dijo: "Mi esposa, como todas las mujeres, fué creada de la última costilla,
que es una costilla de mala calidad y toda torcida". Y el califa dijo: "¿Pero qué haces cuando quieres
acostarte con ella?" Y el cojitranco respondió: "Le hablo con agrado para prepararla bien, después le
doy dos besos en todas partes, para excitarla como es debido, y apenas está en la disposición que tú
comprendes, la tumbo de espaldas y la cabalgo. Y entonces, cuando la gota de nácar se ha inscrustado en
su cimiento, exclamo: "¡Oh Señor!, haz que esta simiente se cubra de bendiciones, y no le asignes una
forma mala; modélala según la belleza!" Después me levanto para hacer mis abluciones; cojo agua con
las dos manos, la hago correr por mi cuerpo, finalmente glorio a Alah por sus beneficios".
Entonces el califa exclamó: "En verdad, has contestado deliciosamente. Así es que quiero que me
pidas algo". Y Aba-Bahr el cojitranco dijo: "¡Unicamente que la justicia sea igual para todos!" Y se fué.
Y el califa exclamó: "¡Aunque en todo el reino del Irak no hubiera más que este sabio, bastaría con esto!"
"Reinando el califa Omar ibn-Al-Khattab, era su tesorero el anciano Moaikab..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó a la 63ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven Nozhatú prosiguió de este modo:
"Reinando el califa Omar ibn-Al-Khattab, era su tesorero el anciano Moaikab, y como fuese a
visitarle el hijo menor de Omar, acompañado de su nodriza, Moaikab le dió al niño un dracma de plata.
Pero al poco tiempo el califa le mandó llamar, y le dijo: "¿Qué has hecho, ¡oh Moaikab!? Ese dracma de
plata que has dado a mi hijo es un robo contra toda nuestra nación de musulmanes". Y Moaikab, que era
un hombre íntegro, comprendió que había faltado, y no cesó de exclamar: "¿Dónde habrá en la tierra un
hombre tan admirable como nuestro emir?"
"Cuentan también que el califa Omar salió a pasearse de noche acompañado del venerable Aslam
Abu-Zeid. Viendo a lo lejos una hoguera, se acercó hacia allí, y vio a una pobre mujer que encendía unas
ramas debajo de una cacerola y tenía a su lado a dos niños muy enclenques que gemían de un modo
lamentable. Y Omar dijo: "La paz sea contigo, ¡oh buena mujer! ¿Qué haces ahí, sola, de noche y con este
frío?" Ella respondió: "Estoy calentando un poco de agua para dársela a beber a mis niños, que se mueren
de hambre y frío; ¡pero algún día pedirá Alah cuenta al califa Omar de la miseria en que nos vemos!"
Y el califa que estaba disfrazado, se conmovió profundamente y dijo: "¿Pero crees, ¡oh mujer! que
Omar conoce tu miseria y no la alivia?"
Y ella contestó: "Entonces, ¿para qué es Omar califa, si ignora la miseria de su pueblo y de cada uno
de sus súbditos?"
El califa calló, y ordenó al venerable Aslam Abu-Zeid que le siguiese. Y anduvo muy aprisa, hasta
que llegó a la mayordomía de su casa; y entró en el almacén de la mayordomía y sacó un saco de harina
de entre los sacos de harina y una vasija llena de grasa de carnero, y pidió a Abu-Zeid que le ayudase a
echárselo a cuestas. Y Abu-Zeid se asombró hasta el límite del asombro, y dijo: "¡Déjame que lo lleve yo
a hombros, ¡oh Emir de los Creyentes!" Pero el califa repuso: "¿Acaso podrás llevar también la carga de
mis pecados el día de la Resurrección?"
Y obligó a Abu-Zeid a que le echase encima el saco de harina y la vasija de grasa de carnero. Y el
califa anduvo apresuradamente, cargado de aquel modo, hasta que llegó junto a la pobre mujer. Y cogió
harina, y cogió grasa, y lo echó todo en la cacerola, y con sus propias manos preparó aquel alimento. Y
se inclinó hacia el fuego para soplarlo, y como tenía unas barbas muy largas, el humo de la leña se abría
camino por entre las espesuras de aquellas barbas. Y apenas estuvo preparado aquel alimento, Omar se
lo ofreció a la mujer y a las criaturas, que comieron hasta saciarse, a medida que Omar lo iba enfriando
con sus soplos. Entonces Omar les dejó la harina y la vasija de grasa, y se fué, diciendo a Abu- Zeid:
"¡Oh Abu-Zeid! la luz de ese fuego me ha alumbrado".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó a la 64ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven Nozhatú prosiguió de este modo:
Y este mismo califa Omar se encontró un día con un esclavo que llevaba a pacer el ganado de su amo,
y le propuso comprarle una cabra; pero el pastor dijo: "No puedo venderla porque no me pertenece".
Entonces el califa dijo: "Eres un esclavo ejemplar, y voy a comprarte para que seas libre".
Y compró el pastor a su amo, y lo emancipó en seguida. Porque Omar pensaba:
¡No todos los días se encuentra un hombre que sea verdaderamente íntegro!"
Otro día, Hafsa, pariente de Omar, fué a buscarle, y le dijo: “!Oh Emir de los Creyentes! he sabido
que en una expedición que Ibas de realizar has ganado mucho dinero. Así es que vengo, como pariente a
pedirte un poco".
Y Omar dijo: "¡Oh Hafsa! Alah me ha nombrado guardián de los bienes de los musulmanes, y todo
ese dinero es para el bien de los musulmanes. No lo tocaré ni por mi parentesco con tu padre, pues de
otro modo perjudicaría a los intereses de mi pueblo ".
Y Nozhatú volvió a oír las exclamaciones de asombro con que nifestaban la admiración sus oyentes
invisibles, pero cesó de hablar momento, y después dijo:
"Hablaré ahora de la Tercera puerta, que es la Puerta de las virtudes.
Y será con ejemplos sacados de la vida de aquellos hombres justos entre los musulmanes,
compañeros del Profeta (¡sean con él la paz y la plegaria!)
Nos cuentan que dijo Hassán Al-Bassrí: "No hay nadie que antes de entregar el alma no eche de
menos tres cosas: no haber podido gozar por completo lo que había ganado durante su vida, no haber
podido alcanzar lo que había esperado con constancia, y no haber podido realizar un proyecto largamente
pensado".
Y alguien preguntó un día a Safián: "¿Puede ser virtuoso un hombre rico?" Y Safián respondió:
"Puede serlo, y lo es cuando tiene paciencia con las vicisitudes de la vida y cuando da gracias al hombre
con quien fué generoso, diciéndole: "¡Oh hermano mío! te debo haber hecho ante Alah una acción
perfumada".
Y cuando Abdalah ben Scheddad vió acercarse la muerte, mandó llamar a su presencia a su hijo
Mohammed, y le dijo: "He aquí, ¡oh Mohammed! mis últimos encargos: cultiva la devoción hacia Alah en
privado y en público, sé siempre sincero en tus discursos, y glorifica siempre a Alah por sus dones y
agradéceselos, porque el agradecimiento llama a otros beneficios. Y sabe muy bien, ¡oh hijo mío! que la
dicha no reside en las riquezas acumuladas, sino en la piedad, ¡porque Alah te dispensará todas las
cosas!"
Nos cuentan también que cuando el piadoso Omar ben-Abd El-Aiz llegó a ser el octavo califa
ommiada, reunió a todos los miembros de la familia de los ommiadas, que eran muy ricos, y les obligó a
entregarle todas sus riquezas en el Tesoro Público. Entonces todos fueron a buscar a Fátima, hija de
Meruán, tía del califa, a la cual Omar respetaba mucho, y le rogaron que los librara de aquella desgracia.
Fátima fué a ver una noche al califa, y se sentó en la alfombra sin pronunciar una sola palabra. Y el califa
le dijo: "¡Oh tía mía! puedes hablar lo que gustes". Pero Fátima respondió: "¡Oh Emir de los Creyentes!
puesto que tú eres el amo, no he de ser la primera en hablar. Y además, nada se te oculta, ni siquiera el
motivo de mi visita". Entonces Omar ben-Ad El-Aziz dijo: "Alah el Altísimo envió a su profeta
Mahommed (¡sean con él la plegaria y la paz!) a fin de que fuere un bálsamo para las criaturas y un
consuelo para todas las generaciones venideras. Entonces Mohammed (¡sean con él la paz y la plegaria!)
reunió cuanto le pareció necesario, pero dejó a los hombres un río en que apagar su sed hasta el fin de los
siglos. ¡Y a mí, que soy el califa, me ha tocado el cuidar de que ese río no se desvíe ni se pierda en el
desierto!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó a la 65ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven Nozhatú, mientras la escuchaban detrás del tapiz
el príncipe Scharkán, los cuatro kadíes y el mercader, prosiguió de esta manera:
"¡Y a mí, que soy el califa, me ha tocado el cuidado de que ese río no se desvíe ni se pierda en el
desierto!"
Entonces su tía Fátima le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! he comprendido tus palabras, y las mías
serán ya inútiles". Y se fué a buscar a los Beni-Ommiah, que la aguardaban, y les dijo: "¡Oh
descendientes de Ommiah! ¡No sabéis cuán grande es vuestra suerte con tener por califa a Omar Ibn- Abd
El-Aziz!"
"Y el mismo califa Omar ibn-Abd El-Aziz, hombre probadamente íntegro, fué quien, al sentir cercana
la muerte, reunió a todos sus hijos, y les dijo: "El perfume de la pobreza es agradable al Señor".
Entonces Mosslim ibn-Abd El-Malek, uno de los presentes, repuso: "¡Oh Emir de los Creyentes!
¿cómo puedes dejar a tus hijos en la pobreza, cuando eres su padre y el pastor del pueblo, y podrías
enriquecerlos a expensas del Tesoro? ¿No valdría más eso que dejar todas tus riquezas a tu sucesor?"
Entonces el califa, moribundo en el lecho, se indignó, y dijo: "¡Oh Mosslim! ¿cómo había de darles ese
ejemplo de corrupción, después de haberlos llevado toda mi vida por el buen camino? Asistí a los
funerales de uno de mis antecesores, uno de los hijos de Meruán, y mis ojos vieron ciertas cosas, y juré
no obrar así si algún día llegaba a ser califa".
"Y el mismo Mosslim ben-Abd El-Malek nos contó lo que sigue: "Cierto día, cuando acababa de
dormirme al regreso del entierro de un jeique, tuve un sueño en que se me apareció aquel venerable
anciano, vestido con ropas más blancas que el jazmín; y se paseaba por un paraje delicioso, regado por
arroyos y refrescado por una brisa que se había perfumado en los limoneros floridos. Y me dijo: "¡Oh
Mosslim! ¿qué no haría uno durante su vida para alcanzar este premio que yo tengo ahora?"
"Y he llegado a saber que en el reinado de Omar ibn-Abd El-Aziz un ordeñador de ovejas fué a
visitar a un pastor amigo suyo, y le sorprendió ver en medio del rebaño dos perros salvajes. Y asustado
de su aspecto, exclamó: "¿Qué hacen ahí esos perros tan terribles?" Y el pastor dijo: "No son perros, sino
lobos domesticados. Y no le hacen daño al rebaño, porque soy la cabeza que dirige. Y cuando la cabeza
está sana, el cuerpo está sano".
"Y un día el mismo califa Omar dirigió a su pueblo, desde lo alto de un púlpito de barro, un sermón
que se reducía a tres palabras. Y acabó así: "Ha muerto Abd El-Malek, y también sus antecesores y
sucesores. Y yo también me moriré, como todos ellos".
Entonces Mosslim dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes!, ese púlpito no es digno del califa, pues ni
siquiera tiene barandilla! ¡Déjanos ponerle al menos una cadena como barandilla" Pero el califa
contestó: "¡Oh Mosslim! ¿querrías que Omar llevase al cuello el día del Juicio un pedazo de esa
cadena?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó a la 66ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven Nozhatú prosiguió de este modo:
El mismo califa dijo un día: "¡No deseo que Alah me libre de morir, pues es el último beneficio
concedido al verdadero creyente".
Y Khaled ben-Safuán fué un día a ver al califa Hescham que estaba en la tienda de campaña rodeado
de sus escribas y de sus servidores, y cuando llegó a su presencia, le dijo: "¡Que Alah te colme de sus
mercedes, ¡oh Emir de los Creyentes! y que no ponga en tu felicidad ninguna gota de amargura. ¡Y he aquí
que tengo que decirte unas palabras que no son nuevas, pero que están dotadas del valor de las cosas
antiguas!"
Y el califa Hescham contestó: "Di lo que tengas que decir, ¡oh ibn-Safuán!" Y éste dijo: "Hubo, ¡oh
Emir de los Creyentes! un rey entre los reyes que te han precedido, un año de entre los años pasados por
la tierra. Y este rey habló de este modo a los que estaban sentados en torno suyo: "¡Oh todos vosotros!
¿hay alguno que haya conocido a un rey que me igualara en prosperidad, ni que fuese tan generoso como
yo?"
Pero entre los presentes había un hombre santificado por la peregrinación y dotado de la verdadera
sabiduría. Y este hombre dijo: "¡Oh rey! nos has dirigido una pregunta muy importante, y me. atrevería a
pedirte permiso para contestarla". El rey dijo: "Puedes hacerlo como gustes".
Y aquel hombre dijo: "¿Tu gloria y tu prosperidad son eternas o son fugaces como todas las cosas?" Y
el rey respondió: "Son fugaces". Y el hombre dijo: "Entonces, ¿cómo puedes dirigir una pregunta tan
grave acerca de una cosa tan pasajera, y de la cual habrás de ser llamado a dar cuenta algún día?"
El rey contestó: "Dices verdad, ¡oh muy venerable jeique! ¿Y qué me toca hacer ahora?" El hombre
dijo: "Santificarte". Entonces el rey dejó su corona, vistió el hábito de peregrino y partió para la Ciudad
Santa. "Y tú, ¡oh califa de Alah! -prosiguió ibn-Safuán- ¿qué piensas hacer?" Y el califa Hescham se
emocionó hasta el límite de la emoción, y lloró tan extraordinariamente, que se mojó toda la barba. Y
volvió a su palacio y se encerró en él para entregarse a la meditación".
Entonces los kadíes y el mercader, que estaban detrás del tapiz, volvieron a exclamar: "¡Qué
admirable es todo esto!"
Y Nozhatú se detuvo, y dijo: "Esta Puerta de la moral contiene tal número de ejemplos, que es
imposible narrarlos en una sola sesión, ¡oh señores míos! ¡Pero Alah nos concederá largos días para
relatarlos todos!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparacer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 67ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después de aquellas palabras se calló Nozhatú.
Entonces exclamaron los cuatro kadíes: "¡Oh príncipe del tiempo! Realmente, esta joven es la
maravilla del siglo y de todos los siglos. ¡Nunca hemos visto a nadie que se le pueda comparar, ni
sabemos que haya tenido igual en cualquier época de entre las épocas!"
Y después de hablar así, se levantaron todos, besaron la tierra entre las manos del príncipe, y se
fueron por su camino.
Entonces Scharkán llamó a sus servidores, y les dijo: "Apresurad los preparativos de la boda, y
disponed toda clase de manjares y dulces para el festín". Y los servidores prepararon inmediatamente
cuanto les había mandado. Scharkán convidó a las esposas de los emires y visires, invitándolas a formar
la comitiva de la recién casada.
Así es que apenas llegado el asr, empezó el festín, se pusieron los manteles y se sirvieron todas las
cosas que podían satisfacer los sentidos y alegrar la vista. Y los convidados comieron y bebieron hasta la
saciedad. Entonces Scharkán llamó a las cantarinas más ilustres y a todas las almeas de palacio. Y la
boda hizo resonar la sala del festín, y la alegría llenó todos los pechos. Y el palacio, al llegar la noche,
se iluminó desde la ciudadela hasta las puertas de entrada, así como todas las alamedas, a la. derecha y a
la izquierda del jardín. Y apenas el príncipe salió del hammam, acudieron los emires y los visires para
ofrecerles su homenaje y hacer votos por su felicidad.
En seguida fué a sentarse el príncipe en el estrado de los desposorios, y entraron las damas,
lentamente, formando dos filas, precediendo a Nozhatú que avanzaba entre sus dos madrinas. Y después
del ceremonial de presentarla con los distintos vestidos, la llevaron a la cámara nupcial, donde la
desnudaron. Y quisieron proceder a su tocado; pero desistieron al ver que era inútil para aquel espejo
inmaculado y aquella carne de incienso. Y las madrinas, deseándole todas las felicidades, le hicieron las
recomendaciones que hacen las madrinas la noche de bodas. Y habiéndole puesto sólo una camisa fina, la
dejaron en la cama.
Entonces el príncipe entró en la cámara nupcial. Y estaba muy lejos de sospechar que aquella
maravillosa joven fuese su hermana Nozhatú; y ésta ignoraba también que el príncipe de Damasco era su
propio hermano Scharkán.
Así es que aquella noche Scharkán entró en posesión de la joven Nozhatú; y las delicias de ambos
fueron muy grandes; e hicieron tan bien las cosas, que Nozhatú quedó preñada la primera noche. Y no
dejfó de revelárselo a Scharkán.
Entonces Scharkán se alegró en extremo, y cuando llegó la mañana, ordenó a los médicos que tomaran
nota de aquel día feliz del embarazo. Y subió a sentarse en el trono para recibir las felicitaciones de sus
emires, de sus visires y de los grandes del reino.
Después llamó a su secretario, y le dictó una carta para su padre el rey Omar Al- Nemán, enterándole
de que se había casado con una esclava llena de perfecciones y sabiduría, y que la había emancipado
para convertirla en su legítima esposa; que la primera noche había quedado preñada de él, y que tenía
intención de enviarla a Bagdad para que visitase a su padre el rey Omar Al- Nemán; a su hermana
Nozhatú y a su hermano Daul'makán. Y escrita esta carta, la selló Scharkán y la entregó a un correo, que
salió en seguida para Bagdad, y regresó al cabo de veinte días con la contestación del rey Omar
AlNemán. Y la respuesta, después de la invocación de Alah, estaba concebida en los siguientes
términos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 68ª noche
Ella dijo:
Y la respuesta, después de la invocación de Alah, estaba concebida en los siguientes términos:
"Esta es de parte del muy afligido y del profundamente abrumado por el dolor y la tristeza, del que ha
perdido el tesoro de su alma, del desventurado rey Omar Al-Nemán a su muy amado hijo Scharkán.
"Sabe, ¡oh hijo mío! cuántas son mis desgracias. Desde que te marchaste sentí que el palacio se
desplomaba sobre mi corazón; y no resistiendo esta pena me fui de caza, buscando aliviar mi sufrimiento.
"Y estuve de caza durante un mes, y cuando regresé a palacio supe que tu hermano Daul'makán y su
hermana Nozhatú se habían ido al Hedjaz con los peregrinos de la Santa Meca. Y se habían aprovechado
de mi ausencia para escaparse, pues yo no había querido permitírselo a Daul-makán a causa de su corta
edad, habiéndole prometido que iría con él al año siguiente. Y no quiso tener paciencia, y se escapó de
ese modo con su hermana, después de haber cogido apenas lo necesario para atender los gastos del viaje.
Y no he vuelto a tener noticias suyas, porque los peregrinos han regresado solos, y nadie ha podido
decirme lo que ha sido de ellos. Y he aquí que les llevo luto, y estoy anegado en mis lágrimas y en mi
dolor.
"Y no tardes, ¡oh hijo mío! en darme noticias tuyas. Te envío mi saludo de paz, para ti y para cuantos
están contigo".
A los pocos meses de recibir esta carta, Scharkán se decidió a contar la desdicha de su padre a su
esposa, a la cual no había querido alarmar hasta entonces, con motivo de su preñez. Pero como ya había
parido una niñita, fué a su aposento Scharkán, y empezó por besar a su hija.
Y su esposa le dijo: "La niña acaba de cumplir siete días; de modo que hoy tienes que darle un
nombre, según se acostumbra". Scharkán cogió a la niña en brazos, y al mirarla, le vió al cuello,
pendiente de una cadena de oro, una de las tres maravillosas gemas de Abriza, la infortunada princesa de
Kaissaria.
Y al verla, sintió Scharkán tal emoción, que gritó: "Esclava, ¿de dónde has sacado esta gema?"
Y Nozhatú se indignó al oír que la llamaba esclava, y dijo:
"¡Soy tu señora y señora de cuantos habitan en este palacio! ¿Cómo te atreves a llamarme esclava,
cuando soy tu reina? ¡No puedo guardar más tiempo mi secreto! ¡Soy tu reina, soy hija de rey! ¡Soy
Nozhatú- zamán, hija del rey Omar Al-Nemán!"
Cuando Scharkán oyó estas palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 69ª noche
Ella dijo:
Cuando Scharkán oyó estas palabras, se apoderó de él un temblor muy grande, bajó aterrado la
cabeza y empezó a palidecer, hasta que cayó desmayado.
Y cuando volvió en sí, no podía creer que aquello fuese cierto, y preguntó a Nozhatú: "¡Oh señora
mía! ¿eres realmente hija del rey Omar Al-Nemán?"
Ella respondió: "Soy su hija". Y Scharkán insistió: "La gema es una señal de que dices verdad, pero
dame otras pruebas". Entonces Nozhatú contó toda su historia. Pero es inútil repetirla.
Y Scharkán, completamente convencido, pensaba: ¿Qué he hecho yo, y cómo he podido casarme con
mi propia hermana Nozhatú? No hay más remedio que buscarle en seguida otro marido. La casaré con uno
de mis chambelanes, y si la cosa llegara a saberse, diría que me he divorciado antes de acostarme con
ella". Entonces, volviéndose hacia su hermana, le dijo: "¡Oh Nozhatú! sabe que eres mi hermana, porque
soy Scharkán, del cual indudablemente nunca habrás oído hablar en el palacio de nuestro padre. ¡Y que
Alah nos perdone!"
Cuando Nozhatú oyó estas palabras, exhaló un gran grito y cayó desmayada. Después, al volver en sí,
empezó a lamentarse y a llorar. Y dijo: "¡Hemos cometido una falta terrible! ¿Qué haremos ahora? ¿Qué
contestaré a mi padre y a mi madre cuando me pregunten: "¿De dónde has sacado esa niñita?"
Y Scharkán dijo: "La mejor manera de arreglarlo todo es casarte con mi gran chambelán, pues de ese
modo podrás criar tranquilamente nuestra hija como si fuese suya, y nadie podrá sospechar lo ocurrido.
Tal es el mejor medio de salir de esta situación. Voy a llamar a mi gran chambelán, antes de que se
divulgue nuestro secreto". Y ella dijo: "Me avengo a todo,!Oh Scharkán! Pero dime: ¿qué nombre' eliges
para nuestra hija?" Y Scharkán contestó: "¡La llamaré Fuerza del Destino!"
En seguida se apresuró a llamar a su gran chambelán, y lo casó con Nozhatú, colmándole de regalos.
Y éste se llevó a Nozhatú y a su hija a su casa, la trató con todas las consideraciones, y confió la niña a
los cuidados de nodrizas y servidoras. ¡Y todo esto ocurrió!
En cuanto a Daul-makán y el encargado del hammam, se preparaban a partir para Bagdad con la
caravana de Damasco.
Y mientras tanto, llegó un segundo correo del rey Omar Al-Neman portador de una segunda carta para
el príncipe Scharkán. Y he aquí lo que decía después de la invocación:
"Esta es para que sepas ¡oh mi muy amado hijo! Que sigo presa del dolor y bajo la amargura de
verme separado de mis pobres hijos. "Y en cuanto recibas mi carta, procura remitirme el tributo de la
provincia de Scham, y aprovecharás la misma caravana para que venga tu joven esposa, a la cual deseo
conocer, y cuya ciencia y cultura quiero poner a prueba. Pues debo decirte que acaba de llegar a mi
palacio, procedente del país de los rumís, una venerable anciana acompañada de cinco muchachas de
pechos redondos y de virginidad intacta. Y estas cinco jóvenes saben cuanto un hombre puede aprender
en punto a ciencias y conocimientos humanos. Y el lenguaje no podría describir las perfecciones de esas
jóvenes ni la sabiduría de la anciana, pues son admirables. Así es que les he tomado verdadero afecto, y
he querido tenerlas al alcance de mi mano, pues ningún rey de la tierra puede ostentar semejante
ornamento en su palacio. He preguntado su precio, y me ha dicho la anciana: "No puedo venderlas más
que por el tributo anual que te corresponde de la provincia de Scham y Damasco".
Y a mí ¡por Alah! no me ha parecido caro el precio, y hasta lo he encontrado indigno de ellas, pues
cada una de las cinco jóvenes vale por sí sola mucho más que eso. Por consiguiente, he aceptado, y
habitan en mi palacio, mientras llega el tributo anual, cuyo envío aguardo lo antes posible de tu solicitud,
¡oh hijo mío! Porque la anciana se impacienta aquí y tiene prisa por volverse a su tierra.
"Y sobre todo, ¡hijo mío! no se te olvide mandarme al mismo tiempo a tu joven esposa, cuya ciencia
nos será útil para juzgar los conocimientos de las cinco jóvenes. Y te prometo, si tu joven esposa llega a
vencerlas en ciencia y en ingenio, enviarte las jóvenes como presentes para ti, y además regalarte el
tributo anual de la ciudad de Bagdad. ¡Y que la paz sea contigo y con todos los de tu casa, ¡oh hijo mío!"
Cuando Scharkán leyó esta carta de su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 70ª noche
Ella dijo:
Cuando Scharkán leyó esta carta de su padre, mandó llamar inmediatamente a su cuñado el
chambelán, y le dijo: "Envía a buscar en seguida a la joven esclava con quien te he casado". Y cuando
llegó Nozhatú, Scharkán le dijo:
"¡Oh hermana mía! lee esta carta de nuestro padre, y dime lo que te parece". Y Nozhatú, después de
leer la carta, contesto: "Lo que tú pienses está siempre bien pensado, y tu proyecto es siempre el mejor
proyecto. Pero si quieres saber cuál es mi deseo más ardiente, te diré que no es otro que ver a mi familia
y mi país, y que me dejes marchar en compañía de mi marido el gran chambelán, para que pueda contar
mi historia a nuestro padre, y decirle todo lo que sucedió con el beduíno, y cómo el beduíno me vendió al
mercader, y cómo el mercader me vendió a ti, y como tú me diste en matrimonio al primer chambelán
después de haberte divorciado de mí sin acostarnos".
Y Scharkán le contestó: "Así se hará".
Y Scharkán llamó al primer chambelán, que no podía sospechar su parentesco con el príncipe, y le
dijo: "Vas a partir para Bagdad al frente de la caravana con que envío a mi padre el tributo de Damasco y
te acompañará tu esposa, la esclava que te he dado".
Entonces el primer chambelán respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y Scharkán mandó preparar para el
chambelán una buena litera sobre un hermoso camello y otra litera para Nozhatú.
Entregó una carta al chambelán para el rey Omar Al-Nemán, y se despidió de ellos, quedándose él
con la niña Fuerza del Destino, habiéndose cerciorado de que llevaba al cuello, pendiente de una cadena
de oro, una de las tres gemas de la desdichada Abriza. Y Nozhatú confió la niña a las nodrizas y
sirvientas de palacio; y cuando se convenció de que a su hijita no le faltaba nada, se decidió a acompañar
a su esposo. Y ambos fueron a ponerse a la cabeza de la caravana.
Precisamente el encargado del hammam había salido con Daul'makán a dar un paseo hasta el palacio
del gobernador de Damasco. Y al ver todos los preparativos de la caravana quiso saber adónde se dirigía
y le dijeron: "Va a conducir el tributo de la ciudad de Damasco al rey Omar Al-Nemán".
Entonces Daul'makán preguntó: "¿Quién es el jefe de la caravana?" Y le dijeron: "El gran chambelán,
esposo de la joven esclava que conoce las ciencias y la sabiduría". Y Daul'makán se echó a llorar
pensando en Nozhatú, y dijo a su acompañante: "¡Oh hermano mío! quiero marchar con la caravana".
Y el encargado dijo: "¡No te dejaré solo después de haberte acompañado desde Jerusalén hasta
Damasco!" Y preparó las vituallas, puso la albarda al burro, y una alforja en ella y provisiones en la
alforja. Después se levantó los faldones del ropón y se los sujeto al cinturón, e hizo montar a Daul'makán
en el borrico. Y Daul'makán dijo: "Monta detrás de mí". Pero el encargado lo rechazó: "Me guardaré muy
bien de hacerlo, pues quiero estar por completo a tu servicio". Y Daul'makán insistió: "Por lo menos,
montarás para descansar una hora". Entonces exclamó Daul'makán: "¡Oh hermano mío! nada puedo
decirte ahora, pero cuando esté junto a mis padres, verás cómo sé agradecerte tus buenos servicios y tu
abnegación".
Y como la caravana se ponía en marcha aprovechando la frescura de la noche, la siguieron,
marchando a pie el encargado y Daul'makán montado en el borrico, mientras que el gran chambelán y su
esposa Nozhatú, rodeados de su numeroso séquito, iban a la cabeza, montados cada uno en su
dromedario.
Y anduvieron toda la noche hasta la salida del sol. Y cuando comenzó a apretar el calor, el chambelán
mandó hacer alto a la sombra de un bosquecillo de palmeras. Y echaron pie a tierra, y dieron de deber a
los camellos y a las bestias de carga. Y descansaron. Después se reanudó la marcha y anduvieron otras
cinco noches, hasta que llegaron a una ciudad donde descansaron tres días. Luego prosiguió el viaje, y al
fin se encontraron en las inmediaciones de Bagdad, según anunciaba la brisa perfumada que no podía
proceder más que de allí...
En este momento de su narración, Scherazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 71ª noche
Ella dijo:
Cuando Daul'makán respiró aquella brisa deliciosa, pensó inmediatamente en la ausencia de su
hermana y en el dolor de sus padres al verle volver solo, y se puso a llorar mientras recitaba estas
estrofas:
¡Objeto a quien amo! ¿No podré jamás acercarme a ti? ¡Objeto a quien amo! ¿Este silencio
reinará siempre entre nosotros?
¡Cuán cortas son las horas de la unión! ¡Cuán largos son los días de la ausencia!
¡Ven; cógeme de la mano! ¡He aquí que mi cuerpo se ha derretido en todo el ardor de mi
deseo!
¡Ven y no digas que te olvide! No digas que me consuele. ¡Mi único consuelo sería sentirte
entre mis brazos!
Entonces el encargado dijo: "Hijo mío, cesa en tus lamentos. Piensa que estamos cerca de la tienda
del chambelán y de su esposa". Pero Daul'makán contestó: "No me impidas recitar estos poemas, que
pueden amortiguar la llama de mi corazón". Y sin atender al encargado, volvió la cara hacia Bagdad, en
medio de la claridad de la luna. En aquel momento, Nozhatú, tendida en la tienda, no podía dormir
pensando en los ausentes, y oyó una voz que cantaba apasionadamente estos versos:
Ha brillado un instante el relámpago de la felicidad. Pero después de este relámpago, la
noche es más noche todavía. Así se transformó en amarga la dulce copa en que el amigo me
hizo beber sus delicias.
Cuando asomó su rostro el Destino, se alejó la paz de mi corazón. Mi alma ha muerto antes
de la unión esperada con el muy amado.
Y apenas acabó de cantar, Daul'makán se desplomó sin conocimiento.
En cuanto a la joven Nozhatú, esposa del chambelán, en seguida que oyó aquel canto que se elevaba
entre la noche, se irguió ansiosa, y llamó al eunuco que dormía a la puerta de la tienda, y le dijo: "Ve en
busca del hombre que acaba de cantar esos versos y tráemelo aquí". Y el eunuco exclamó: "¡Oh señora
mía! no he oído nada, porque estaba dormido. Y ahora no podré encontrarlo en medio de la noche, como
no despierte a toda nuestra gente".
Pero ella dijo: "Es necesario que lo busques. El que encuentres despierto será seguramente aquel
cuyos versos acabo de oír". Y el eunuco no se atrevió a insistir más, y salió en busca del hombre de los
versos.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 72ª noche
Ella dijo:
Entonces el eunuco no se atrevió a insistir más, y salió en busca del hombre de los versos. Pero
aunque miró por todas partes y anduvo en todas direcciones, sólo encontró despierto al encargado del
hammam, porque Daul'makán yacía desmayado. El encargado, al ver al eunuco, a la luz de la luna, con
una cara de muy mal humor, temió que Daul'makán hubiera turbado el sueño de la esposa del chambelán,
y no se atrevió a moverse.
Pero ya el eunuco le había visto, y le dijo: "¿Eres tú el que acaba de cantar esos versos que ha oído
mi señora?" Y el encargado, completamente convencido de que habían molestado a la esposa del
chambelán, exclamó: "¡Oh! no he sido yo".
Y el eunuco dijo: "Pues entonces, ¿quién ha sido? Seguramente has debido verle, puesto que no
dormías". Y el encargado, alarmadísimo, exclamó: "No he oído nada".
Pero el eunuco le increpó: "¡Mientes como un desvergonzado! ¡No me harás creer que estando
despierto no hayas oído nada!
Entonces el encargado repuso: “!Voy a decirte la verdad! El que cantaba era un nómada que acaba de
pasar por ahí montado en un camello. Y me ha despertado con sus malditas canciones. ¡Alah lo
confunda!".
Entonces el eunuco, aunque poco convencido de que aquello fuese verdad, marchó a decir a su
señora: "¡Ha sido un nómada que pasó por ahí con su camello!"
Y Nozhatú, desolada con aquella contrariedad, miró silenciosamente al eunuco. Mientras tanto,
Daul'makán había vuelto de su desmayo, y al ver la luna en lo alto del cielo, sintió en su espíritu la brisa
encantadora de evocaciones lejanas; y cantó en su corazón la voz de innumerables aves, y modularon las
flautas invisibles de los recuerdos. Quiso entonces expresar su emoción, y así lo expuso al encargado.
Pero éste le dijo: "¿Qué vas a hacer, hijo mío?" Y el otro repuso: "¡Voy a recitar algunos versos que
calmarán mi corazón!" Pero el encargado repuso: "Sabe que ha estado aquí el eunuco, y a fuerza de
habilidad he podido salvarte". Y Daul'makán preguntó: "¿De qué eunuco me hablas?" Y el encargado
dijo: "¡Oh dueño mío! el eunuco de la esposa del chambelán ha venido aquí mientras estabas desmayado,
y blandía un enorme garrote; y como yo era el único que estaba despierto, me preguntó si era el que había
cantado. Y yo le contesté: "Ha sido un nómada que iba por el camino". Y el eunuco no pareció muy
satisfecho, y me dijo: "Si oyes de nuevo la voz apodérate de ese hombre hasta que yo me presente y
pueda llevarlo adonde está mi ama. ¡Y te hago responsable de él" Ya ves, amo mío, que me ha costado
mucho engañar a ese negro receloso".
Entonces Daul'makán se indignó profundamente, y dijo: "¿Quién me impedirá cantar lo que me
agrade? Quiero entonar los versos que me consuelan. Nada hay que temer, pues ahora estamos muy cerca
de nuestro país". Pero el pobre encargado dijo: "¡Ya veo que quieres perderte sin remedio!" Y Daulmakán
insistió: "Cantaré sin temor a nadie". Entonces el encargado dijo: "¡No me obligues a separarme
de ti! ¡Prefiero marcharme, a presenciar que te martiricen! ¿Olvidas, hijo mío, que va a hacer año y
medio que estamos juntos? ¿Por qué quieres que nos separen? Piensa que todo el mundo está rendido de
cansancio y durmiendo tranquilamente. ¡Por piedad! no perturbes su descanso con tus versos, aunque sean
todo lo hermosos que son". Pero Daul'makán no pudo contenerse más, y mientras la brisa cantaba en las
palmeras frondosas, clamó con toda su voz:
¡Oh tiempos! ¿En dónde están los días en que nos favoreció el Destino, aquellos días en
que estábamos reunidos en la morada querida, en la inolvidable patria?
¡Oh tiempos felices...! ¡Cuán lejos están! ¡Cuán lejos aquellos días y aquellas noches llenos
de sonrisas!
¿Dónde están los días en que se expansionaba el corazón de Daul'makán al lado de una
flor llamada Nozhatú'zamán?
Y terminado este canto, cayó desmayado de nuevo. Entonces el encargado se apresuró a cubrirlo con
su manto.
Apenas oyó Nozhatú aquellos versos que citaban su nombre y el de su hermano y se aludía a sus
desgracias, se sintió ahogada por los sollozos y se apresuró a llamar al eunuco, y le dijo:
"¡Desventurado! El hombre que cantó antes acaba de cantar ahora muy cerca de aquí. Si no me lo traes en
seguida, iré a buscar a mi esposo, y te dará de palos. Toma esos cien dinares y dáselos a ese cantor, y
decídele a las buenas para que te siga. Y si se negase, dale este otro bolsillo, que contiene mil dinares. Y
si a pesar de todo no quisiese venir, no insistas más, pero entérate dónde se alberga, y de lo que hace, y
de qué tierra es, viniendo a ponerme al corriente de ello. ¡Y sobre todo, no tardes!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 73ª noche
Ella dijo:
"¡Y sobre todo, no tardes!"
Entonces el eunuco salió de la tienda, y empezó a andar por entre la gente dormida, examinándolos
uno por uno, pero no encontró a nadie despierto. Y se acercó al encargado, le cogió del brazo y le dijo:
"¡Tú eres el único que ha podido cantar!" Pero el encargado exclamó: "No he sido yo, ¡oh jefe de los
eunucos!" Y el eunuco dijo: "No me iré hasta que me digas quién es el que ha cantado esos versos, pues
sin averiguarlo no puedo presentarme ante mi ama". Y el encargado, al oír todo esto, sintió mucho más
temor respecto a Daul'makán, y empezó a lamentarse, y dijo: "¡Te repito, ¡por Alah! que el que ha cantado
es un caminante! Y no me atormentes más, pues, tendrás que dar cuenta de ello en el juicio de Alah.
¡Piensa que soy un pobre hombre que viene de la ciudad de Abraham, amigo de Alah!"
Y el eunuco dijo: "¡Entonces ven a contárselo a mi ama, porque no me cree!" Y el encargado dijo:
"¡Oh grande y admirable eunuco! vuelve tranquilo a tu tienda; y si de nuevo se oye la voz, me haces
responsable de ello, pues yo solo seré el culpable". Y para calmar al eunuco y decidirle a marcharse, le
dijo palabras muy gratas, y le elogió muchas veces, y le besó la cabeza.
Entonces el eunuco se dejó convencer, pero en lugar de volver a donde estaba su ama, a la cual no se
atrevía a presentarse, dió media vuelta y se escondió cerca del sitio en que estaba el encargado del
hammam.
Mientras tanto, Daul'makán había vuelto en sí, y el encargado le dijo: "¡Levántate, que te voy a contar
todo lo que ha ocurrido con motivo de tus versos!" Y le contó la cosa. Pero Daul'makán, que no le
prestaba atención, le interrumpió: "¡Oh! no quiero saber nada, no puedo reprimir mis emociones, sobre
todo ahora que estarnos cerca de mi tierra".
Y el encargado, lleno de terror, le dijo: "¡Oh hijo mío! no te rindas a las malas sugestiones. ¿Cómo
puedes estar tan confiado, cuando yo estoy lleno de miedo por ti y por mí? ¡Por Alah! te ruego que no
cantes más versos hasta que lleguemos completamente a tu tierra. ¡Nunca te habría creído tan testarudo,
hijo mío! ¡Piensa que la esposa del chambelán quiere castigarte porque no la dejas dormir, y ya ha
mandado dos veces al eunuco en busca tuya!
Pero Daul'makán, sin hacer caso de las palabras del encargado, levantó la voz por tercera vez, y
cantó estas estrofas con toda su alma:
¡Lejos de mi! ¡Lejos de mi esas censuras que traen la perturbación a mi alma y el insomnio
a mis ojos!
Me han dicho: "¡Qué desmejorado estás!" Y yo les he contestado: "Aun no lo sabéis bien".
Y ellos me han dicho: "¡Eso es el amor!" Y yo les he preguntado: "¿El amor puede aniquilar de
este modo?"
Y ellos han insistido: "¡Es el amor!" Y yo he dicho: "No quiero amor, ni la copa del amor, ni
las tristezas del amor"
¡Ah! ¡Sólo quiero cosas sutiles que calmen, que sirvan de bálsamo a mi corazón
atormentado!
Pero apenas Daul'makán acababa de cantar estos versos, apareció súbitamente el eunuco delante de
él. Y el pobre encargado del hammam se aterró de tal modo, que huyó a escape, y se puso a mirar desde
lejos.
Entonces el eunuco se acercó respetuosamente a Daul'makán y le dijo: "¡La paz sobre ti!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 74ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el eunuco dijo: "¡La paz sobre ti!" Y Daul'makán
respondió: "¡Y sobre ti la paz, la misericordia de Alah y sus bendiciones!" Y el esclavo dijo: "¡Oh mi
señor! he aquí que mi ama me envía a buscarte por tercera vez, porque desea verte".
Pero Daul'makán contestó: "¡Tu ama! ¿Y quién es esa perra que tiene la audacia de mandarme a
buscar? ¡Alah la confunda y la maldiga, y también a su marido!" Y no contento con esto, se puso a injuriar
al eunuco durante un buen rato. Y el eunuco no quiso contestar nada, porque su señora le había encargado
que no maltratase al cantor. Así es que hizo todo lo posible para convencerle con palabras cariñosas y
calmar su arrebato, y le dijo: "Hijo mío, este paso que doy cerca de ti no es para ofenderte, sino
sencillamente para suplicarte que te dignes dirigir generosamente tus pasos hacia donde está mi ama, que
desea ardientemente verte. ¡Y sabrá agradecer tu bondad para con ella!"
Y Daul'makán se conmovió, y consintió en acompañar al eunuco hasta la tienda, mientras el pobre
encargado, temblando por Daul'makán se decidió a seguirle de lejos, diciendo para sí: "¡Qué desgracia la
suya! ¡Seguramente le ahorcarán mañana al salir el sol!" Y de pronto le espantó un pensamiento terrible, y
se dijo: "¡Quién sabe si Daul'makán, para disculparse, me echará la culpa y dirá que he sido yo el que ha
cantado los versos! ¡Cuán infame sería esta acción!"
Daul'makán y el eunuco seguían avanzando difícilmente entre la gente dormida y por entre los
animales que estaban echados, pero acabaron por llegar a la tienda de Nozhatú. Y el eunuco rogó a
Daul'makán que le aguardase, y entró a avisar a su señora, diciéndole: "He aquí que te traigo al hombre
que buscabas. Es un jovencillo de muy buena figura, y cuyo rostro indica un alto y muy noble origen".
Nozhatú, al oír todo esto, sintió que aumentaban los latidos de su corazón, y dijo apenadamente al
eunuco: "Hazle sentar junto a la tienda, y ruégale que cante otros versos, para que los oiga yo de cerca. Y
luego entérate de su nombre y de su país".
Entonces salió el eunuco, y dijo a Daul'makán: "Mi señora te ruega que le cantes algunos versos, pues
te escucha desde la tienda. Y desea también saber tu nombre, tu país y tu estado". Y Daul'makán contestó:
"¡Con toda la generosidad y como debido homenaje!
En cuanto a mi nombre, hace tiempo que se borró, como se consumió mi corazón y se estropeó mi
cuerpo. Y mi historia es digna de escribirse con una aguja en el rincón interior del ojo. ¡Y estoy como el
que abusó tanto del vino, que ha perdido la salud para toda la vida! ¡Y como el sonámbulo! ¡Y como el
ahogado por la locura!"
Cuando Nozhatú se enteró de todo esto que fué a comunicarle el eunuco, empezó a sollozar, y dijo:
"¡Pregúntale si ha perdido algún ser querido: una madre, un padre o un hermano!"
Y el eunuco interrogó a Daul'makán como se lo había mandado su ama. Y Daul'makán contestó: "¡Ay
de mí! ¡He perdido todo eso, y además una hermana que me quería, y de la cual no he vuelto a saber,
porque el Destino nos ha separado!" Y Nozhatú, al oír estas palabras, que le repitió el eunuco, exclamó:
"¡Haga Alah que ese joven pueda encontrar alivio en sus desdichas y consiga reunirse con los que ama!"
Después encargó al eunuco...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 75ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que Nozhatú, la esposa del chambelán, encargó al eunuco: "Ve
a rogarle que cante algunos versos sobre la amargura de la separación". Y el eunuco fué a dirigirle el
ruego que le había ordenado su ama. Entonces Daul'makán, sentado no lejos de la tienda, apoyó la mejilla
en la mano, y mientras la luna iluminaba a la gente dormida, su voz se elevó entre el silencio:
En mis versos, de rimas melodiosas, he cantado suficientemente la amargura de la ausencia
y el triunfo de aquella cruel con cuyo alejamiento he sufrido tanto.
Ahora he engarzado en un hilo de oro mis versos, admirablemente labrados, y quiero
solamente cantar las cosas de alegría y la expansión del alma.
Los jardines perfumados de rosas, las gacelas de ojos negros, las cabelleras de las gacelas.
La cruel fué al jardín de mis delicias, sus mejillas las rosas del jardín, sus pechos las peras
y las granadas, y su carne la miel y el rocío.
Pero en adelante, quiero pasar tranquilamente la vida con tiernas vírgenes, flexibles como
las ramas nuevas, y entre beldades intactas como perlas que no se han perforado.
Al son de los laúdes melodiosos, bebiendo la copa en las manos del escanciador, en las
praderas de rosas y narcisos.
Y aspiraré todos los perfumes de la carne, y sorberé la delicada saliva de los labios,
prefiriendo los gruesos y de rojo obscuro.
Y mis miradas reposarán en sus miradas. ¡Y nos sentaremos cerca del agua cantora de mis
jardines!
Cuando Daul'makán acabó de cantar este poema, Nozhatú que lo había oído extasiada, no pudo
contenerse más, y levantando la cortina, sacó la cabeza fuera y miró al cantor a la claridad de la luna. Y
exhaló un gran grito al reconocer a su hermano. Y corrió hacia él con los brazos tendidos, gritando: "¡Oh
hermano mío! ¡Oh Daul'makán!"
Y Daul'makán miró a la joven, y reconoció en seguida a su hermana Nozhatú. Y se echaron uno en
brazos de otro, se besaron, y después cayeron desmayados los dos.
El eunuco, al ver todo esto, llegó al límite del asombro, quedándose completamente estupefacto. Pero
se apresuró a coger una colcha, y la echó respetuosamente encima de los dos, para resguardarlos de
miradas indiscretas. Y aguardó a que volvieran de su desmayo.
Pronto volvió en sí Nozhatú, y después Daul'makán. Y Nozhatú en aquel momento olvidó todas sus
penas pasadas, y en el límite de la felicidad, recitó estas estrofas:
Habías jurado ¡oh Destino! que mis penas no acabarían nunca. Y he aquí que te he
obligado a violar tu juramento.
Porque ahora mi dicha es completa, pues el amigo está a mi lado. Y tú, Destino, serás el
esclavo que nos servirás, levantando los faldones de tu ropón...
Al oír esto, Daul'makán estrechó a su hermana contra su corazón, y entre lágrimas de alegría que
humedecían sus párados, recitó estas estrofas:
La dicha ha penetrado en mí tan intensamente, que el llanto brota de mis ojos.
¡Ojos míos, os habéis acostumbrado a las lágrimas; ayer llorábais de pena, y hoy lloráis de
felicidad!
Entonces Nozhatú invitó a su hermano a entrar en la tienda, y le dijo: "¡Oh hermano mío! cuéntame
todo lo que te ha ocurrido, para que a mi vez te refiera mi historia". Pero Daul'makán dijo: "¡Cuéntame
primero tu historia!" Entonces Nozhatú refirió a su hermano todo cuanto le había sucedido sin omitir
ningún detalle. Y no es útil repetirlo.
Después añadió: "En cuanto a mi esposo el chambelán, lo conocerás dentro de un momento; y te
tratará muy bien, porque es muy buen hombre. Pero ahora apresúrate a contarme todo lo que te ha
sucedido desde que te dejé enfermo en el khan de la ciudad santa". Y Daul'makán se apresuró a contarle
su historia, y terminó de este modo: "Y no me cansaré de decirte lo bueno que ha sido para mí ese buen
hombre, el encargado del hammam, pues se ha gastado conmigo todo el dinero que tenía ahorrado, me ha
servido noche y día, y se ha portado como un padre, un hermano o un amigo muy adicto. Y ha llevado su
desinterés hasta privarse de su alimento para dármelo, y me ha cedido su borrico para que yo lo montase,
mientras que él lo guiaba y me sostenía.
Y realmente, si vivo, a él se lo debo". Entonces Nozhatú dijo: "¡Si Alah quiere, sabremos
recompensar sus buenos servicios todo cuanto podamos!"
En seguida llamó al eunuco, que acudió al momento, y besó la mano de Daul'makán y se quedó en pie
delante de él. Y Nozhatú le dijo: "Ya que has sido el primero en anunciarme la buena nueva, te vas a
quedar con la bolsa de los mil dinares. Ve ahora a avisar a tu amo".
Entonces el eunuco, muy contento con todo aquello, se apresuró a llamar a su amo, que no tardó en
presentarse en la tienda de su esposa. Y llegó al límite de la sorpresa viendo allí a un joven desconocido,
y a mayor abundancia, a media noche. Pero Nozhatú se apresuró a contarle su historia, desde el principio
hasta el fin, y añadió: "Así es, oh chambelán, mi esposo! que en vez de casarte con una esclava, como
creías, te has casado con la propia hija del rey Omar Al-Nemán, Nozhatú'zamán. ¡Y he aquí a mi hermano
Daul'makán!"
Cuando el gran chambelán oyó esta historia extraordinaria, cuya veracidad no puso en duda un
momento, llegó al límite de la satisfacción al verse convertido en el propio yerno del rey Omar Al-
Nemán, y dijo para sí:
"Con esto me nombrarán lo menos gobernador de una provincia de entre las provincias". Después se
acercó respetuosamente a Daul'makán, y le colmó de enhorabuenas y felicitaciones por la terminación de
todos sus males y por haber encontrado a su hermana. Y quiso que levantaran una tienda para el nuevo
huésped, pero Nozhatú le dijo: "Es inútil, puesto que estamos a tan poca distancia de nuestro país, y
además, como hace tanto tiempo que mi hermano y yo no nos hemos visto, queremos vivir en la misma
tienda, viéndonos a todas horas".
Y el chambelán respondió: "¡Que se haga según tu deseo.” Después salió para dejarlos en libertad, y
les envió candelabros, jarabes, frutas y toda clase de dulces con que habían cargado dos mulos y un
camello antes de salir de Damasco, para repartirlos entre los personajes de Bagdad. Y mandó a
Daul'makán tres trajes de los más suntuosos, y que le preparasen un magnífico dromedario enjaezado con
gualdrapas multicolores. Y se puso a pasear de arriba abajo y por delante de su tienda, dilatado el pecho
por la alegría, pensando en el honor que le había concedido Alah y cuánta era su importancia presente y
su grandeza futura.
Y llegada la mañana, se apresuró a ir a la tienda de su mujer a saludar a su cuñado. Y Nozhatú le dijo:
"¡Oh esposo mío! No olvidemos al encargado del hammam; ordena al eunuco que le prepare una buena
cabalgadura, y que cuide de servirle el almuerzo y la comida. ¡Y sobre todo, que no se aparte de
nosotros!" Y el chambelán así se lo hizo saber al eunuco, que contestó: "¡Escucho y obedezco!"
En seguida el eunuco, acompañándose de otros servidores del chambelán, corrió en busca del
encargado. Y al fin lo halló en lo último de la caravana, temblando de miedo y ensillando el borrico para
huir. Así es que apenas vió al eunuco y a los esclavos que corrían hacia él, se sintió morir, se puso muy
pálido, y sus rodillas chocaban una con otra, y todos sus músculos se estremecieron de terror. Y supuso
que Daul'makán lo había acusado para disculparse, porque el eunuco le gritó: "¡Oh grandísimo
embustero...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 76ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el eunuco gritó: "¡Oh grandísimo embustero! ¿Por qué
dijiste que no sabías quién había cantado los versos? Ya sabemos que el cantor era tu compañero. Sabe,
pues, que hasta que, lleguemos a Bagdad no me separaré de ti ni un instante, y cuando lleguemos correrás
la misma suerte que el cantor!"
Al oír todo esto, aumentó el pánico de aquel hombre, que pensaba: "He aquí que me ha caído encima
el más injusto de los castigos". Y el eunuco ordenaba mientras tanto a los esclavos: "Dadle este caballo y
quitadle ese borrico". Y a pesar de las lágrimas del encargado, le cogieron el borrico y le obligaron a
montar en un magnífico caballo entre los caballos del chambelán.
Y el eunuco llamó aparte a los esclavos y les dijo: "¡Vais a servir a este hombre durante todo el viaje,
y cada cabello que pierda su cabeza será la pérdida de uno de vosotros! ¡Tened pues, con él todas las
consideraciones y atended a sus menores necesidades!"
Pero el pobre encargado, al verse rodeado de aquel modo por todos aquellos esclavos, dió por
segura su muerte. Y dijo al eunuco: "¡Oh generoso capitán! te juro que ese joven no es pariente mío, pues
estoy solo en el mundo. Y soy un pobre encargado entre los encargados del hammam, ¡pero encontré a ese
joven medio muerto a la puerta del hammam y lo recogí por Alah!
¡Y no he hecho nada que merezca castigo!"
Y se echó a llorar, y así siguió muy asustado, mientras la caravana avanzaba y el eunuco, que iba a su
lado, se divertía a su costa, repitiéndole sin cesar: "¡Habéis turbado el sueño de mi señora con vuestros
malvados versos!"
Sin embargo, en cada parada le invitaba a comer con él en el mismo plato, y a beber con él en la
misma alcarraza, después de haber bebido él primero. Pero a pesar de todo, las lágrimas no se secaban
en los ojos del encargado, que más perplejo que nunca, no sabía nada de Daul'makán, pues el eunuco se
guardaba de hablarle de él.
Nozhatú, Daul'makán y el chambelán siguieron a la cabeza de la caravana. Y la última mañana,
cuando sólo les quedaba una jornada de marcha, vieron levantarse delante de ellos una densa polvareda,
que oscureció el cielo y creó la noche a su alrededor. Y el chambelán encargó a los suyos que no se
moviesen, y él avanzó con cincuenta mamalik. Y al poco tiempo se disipó la polvareda y apareció un
ejército formidable, que marchaba en orden de batalla al son de los tambores, con las banderas y las
señeras al viento. Y en seguida se destacó del ejército un grupo de jinetes, que adelantó al galope; y cada
mameluco del chambelán fué cercado por cinco jinetes.
Al ver esto, muy sorprendido, el chambelán preguntó: "¿Quiénes sois para proceder así con
nosotros?" Y le contestaron: "¿Y vosotros quienes sois, de dónde venís y adónde vais?" El chambelán
dijo: "Soy el gran chambelán del príncipe Scharkán, emir de Damasco, hijo del rey Omar Al-Nemán,
señor de Bagdad y del país de Haurán. Y me envía el príncipe Scharkán para llevar a su padre el tributo
de Damasco".
Al oír esto, todos los jinetes sacaron súbitamente los pañuelos, se los llevaron a los ojos y se echaron
a llorar. Y el chambelán se quedó extremadamente sorprendido.
Y cuando hubieron acabado de llorar, su jefe se adelantó hacia el chambelán, y le dijo: "¡Contempla
nuestra desesperación! ¡El rey Omar Al-Nemán ha muerto! ¡Y ha muerto envenenado!"
Después añadió: "Pero en cuanto a ti, ¡oh chambelán venerable! ven con nosotros y te llevaremos ante
el gran visir Dandán, que está ahí en el centro del ejército, y te dará todos los pormenores de nuestra
desdicha".
Entonces el chambelán no pudo menos de llorar también, y exclamó: "¡Oh qué viaje tan desgraciado
acabamos de hacer!" Y todos marcharon en busca del gran visir Dandán. Y el chambelán le enteró de la
misión que traía, y le enumeró los regalos de que era portador para el rey Omar Al-Nemán.
Pero el gran visir, al oír estas palabras que le recordaban a su señor, rompió en amargo llanto, y dijo
al chambelán: "Sabe que el rey Omar Al-Nemán ha muerto envenenado, y ya te contaré los pormenores.
Porque ahora he de enterarte de lo ocurrido. Y es lo siguiente:
"Cuando nuestro rey murió en la misericordia de Alah y en su clemencia sin límites, el pueblo se
dividió al elegir el sucesor al trono; y los partidarios de uno y otro bando habrían llegado a las manos si
los grandes y los notables no lo hubieran impedido. Y acabaron por someterse al parecer de los cuatro
grandes kadíes de Bagdad, que designaron como sucesor al príncipe Scharkán, gobernador de Damasco.
Y reuní al ejército para ir a Damasco y anunciar al príncipe la muerte de su padre y su elección para el
trono.
"Pero debo decirte que en Bagdad hay un partido favorable a la elección del joven Daul'makán,
aunque nadie sabe qué ha sido de él ni de su hermana Nozhatú'zamán, pues pronto hará cinco años que
salieron para el Hdejaz, y no se han tenido noticias suyas".
Entonces el chambelán, aunque muy apesarado por la muerte del rey Omar Al- Nemán, se alegró hasta
el límite de la alegría pensando en la probabilidad de que Daul'makán llegase a ser rey de Bagdad y del
Khorasán. Así es que, dirigiéndose hacia el gran visir Dandán, le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 77ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el chambelán, dirigién dose hacia el gran visir Dandán, le
dijo: "Realmente, la historia que me acabas de contar es tan extraña como asombrosa. Y para corres -
ponder a tu confianza, he de anunciarte una nueva que alegrará tu corazón y acabará con todas tus
preocupaciones. ¡Sabe, pues, ¡oh gran visir! que Alah acaba de allanarnos el camino devolviéndonos al
prín cipe Daul'makán y a su hermana Nozhatú!"
Y al oírlo, el visir Dandán experimentó un gran júbilo, y exclamó "¡Oh venerable chambelán!
apresúrate a contarme los pormenores de esta noticia inesperada que me transporta al colmo de la
felicidad!" Entonces el chambelán le contó toda la historia de los dos hermanos, y que se había casado
con Nozhatú.
En seguida el visir se inclinó ante él, y le rindió todos los homenajes, ofreciéndole su lealtad.
Después hizo que se reunieran los emires, los jefes del ejército y los grandes del reino que allí estaban
presentes, y los enteró de todo. Y unos y otros fueron en seguida a besar la tierra entre las manos del
chambelán, rindiéndole homenaje. Y le felicitaron, celebrando en extremo aquel nuevo orden de cosas,
obra del Destino; que combinaba tales maravillas.
Después el chambelán y el gran visir ocuparon unos asientos sobre una tarima, y reuniendo a los
notables, a los emires y a los visires, ce lebraron consejo acerca de la situación. Y el consejo duró una
hora, decidiéndose por unanimidad nombrar sucesor a Daul'makán, en vez de ir a Damasco en busca del
príncipe Scharkán. Y el visir se levanté en seguida de su asiento para demostrar su homenaje al
chambelán, que pasaba a ser el personaje principal del reino. Y le ofreció magníficos presentes,
deseándole prosperidades, así como hicieron todos los demás, Y en nombre de todos, dijo: "¡Oh
chambelán venerable! esperamos que gracias a tu magnanimidad conservará cada uno de nosotros sus
fun ciones en el nuevo reinado. Y vamos a regresar a Bagdad para prece derte y recibir como es debido a
nuestro joven sultán, mientras tú vas a anunciarle su elección".
Y el chambelán les ofreció con su protección el que conservarían sus cargos, y pidió al visir antes de
que regresase con el ejército a Bagdad que le enviase hombres y camellos con tiendas suntuosas, trajes
regios, tapices y adornos.
Y al encaminarse hacia la tienda de los dos hermanos, notaba el chambelán que aumentaba su respeto
hacia su esposa Nozhatú, y decía para sí: "¡Qué viaje tan bendito y de tan buen agüero!" Y al llegar a la
tienda no quiso entrar sin pedir autorización a su esposa, que le fué concedida inmediatamente.
Entonces entró en la tienda, y después de los acostumbrados salu dos, les enteró de la muerte del rey
Omar y de la elección de Daul'makán, y dijo: "¡Ahora, ¡oh rey generoso! no te queda más remedio que
acep tar el trono, pues tu negativa podría traerte alguna desgracia por mano del que fuese elegido en tu
lugar!"
Y Daul'makán, llorando con Nozhatú la muerte de su padre el rey Omar, exclamó: "Acepto la orden
del Destino, ya que no me puedo librar de ella. Y tus palabras, ¡oh chambelán! las juzgo como dictadas
por el buen sentido y la cordura". Y añadió: "Pero ¡oh mi venerable cuñado! ¿cuál ha de ser mi actitud
para con mi hermano Scharkán? ¿Qué debo hacer por él?" Y el chambelán dijo: "La única solución
equitativa es repartir el imperio entre los dos, y que tú seas sultán de Bagdad y tu hermano sultán de
Damasco. Atente a este resolución, que de ella no ha de resultar más que la paz y la concordia". Y
Daul'makán aceptó el consejo de su cuñado.
En seguida el chambelán cogió el traje regio que le había dado el visir y revistió con él a
Daul'makán. Y le entregó el gran sable de oro de la realeza, besando la tierra entre sus manos. Y fué
inmediata mente a elegir un sitio, en que hizo levantar la tienda regia, que era muy amplia, coronada por
una magnífica cúpula, toda forrada de seda de colores con dibujos de flores y pájaros. Y mandó que se
tendieran gran des alfombras, después de haber regado la tierra del alrededor. En seguida fué a rogar al
rey que se instalase en la tienda. Y allí durmió el rey aquella noche.
Apenas apareció el alba, se oyó a lo lejos el clamor de los tambo res de guerra y el tañido de los
instrumentos musicales. Y bien pronto se vió salir de entre una nube de polvo el ejército de Bagdad, a
cuya cabeza iba el gran visir, que acudía en busca de su rey, después de ha berlo preparado todo en
Bagdad.
Entonces el rey Daul'makán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 78ª noche
Ella dijo:
Entonces el rey Daul'makán, vestido con su traje regio, fué a sen tarse en el trono levantado en medio
de la tienda, debajo de la alta cúpula. Y colocó entre sus rodillas el gran sable de mando, apoyó las
manos en él, y aguardó inmóvil. Los mamalik de Damasco y los anti guos guardias del chambelán fueron a
colocarse a su alrededor con el alfanje desnudo. Y el chambelán, respetuosamente, se puso de pie a la
derecha del trono.
Inmediatamente, cumpliendo las órdenes del chambelán, empezó el homenaje. Entraron los jefes del
ejército de diez en diez, empezando por los grados inferiores, y prestaron juramento de fidelidad en
manos del rey y besaron silenciosamente la tierra. Y así hicieron todos. Y ya no faltaban más que los
cuatro grandes kadíes y el gran visir Dandán. Y los cuatro grandes kadíes entraron y prestaron juramento
de fideli dad y besaron la tierra entre las manos del rey.
Pero cuando entró el gran visir, el rey se levantó del trono en honor suyo, avanzó a su en cuentro, y
exclamó: "¡Bienvenido sea el padre de todos nosotros, el muy venerable y muy digno gran visir, aquel
cuyos actos están perfu mados por la alta sabiduría, aquel cuyas acciones hablan de unas sabias y
prudentes manos!"
Entonces el gran visir prestó juramento sobre el Libro Noble y besó la tierra entre las manos del rey.
Y mientras el chambelán salía para preparar el festín, disponiendo los manteles, los manjares y el
servicio de coperos, el rey dijo al gran visir:
"Ante todo, para festejar mi advenimiento, quiero obsequiar con largueza a los soldados y a sus jefes;
y para esto, manda repartir entre ellos todo el tributo que traemos de la ciudad de Damasco, sin economi -
zar nada. Y hay que darles de comer y beber hasta la saciedad. Y hasta entonces, ¡oh gran visir! no vengas
a contarme los pormenores de la muerte de mi padre y la causa de su muerte".
Y el visir Dandán se aco modó a las órdenes del rey, y dió tres días de libertad a los soldados para
que pudieran divertirse, y avisó a sus jefes que el rey no quería recibir a nadie durante aquellos tres días.
Entonces todo el ejército hizo votos por la vida del rey y por la prosperidad de su reinado. Y el visir
volvió a la tienda del rey. Pero el rey ya había ido a buscar a su her mana Nozhatú, y le había dicho:
"¡Oh hermana! hemos sabido la muer te de nuestro padre el rey Omar, pero desconocemos todavía la
causa de su muerte. Ven conmigo, para oírla contar de labios del gran visir". Y la llevó a la tienda, y la
ocultó tras una gran cortina de seda colocada a espaldas del trono.
Entonces el rey dijo al visir Dandán: "¡Ahora, ¡oh visir! cuénta nos los detalles de la muerte del más
sublime de los reyes!" Y el visir dijo: "¡Escucho y obedezco!" Y relató lo siguiente:
Historia de la muerte del rey Omar Al-Neman y las palabras
admirables que la precedieron
Un día entre los días, el rey Omar Al-Nemán, sintiéndose agobiado por el dolor de vuestra ausencia,
nos había llamado a todos para que tratáramos de distraerle, pero de pronto vimos llegar a una anciana
de rostro venerable que acompañada de cinco jóvenes de pechos redondos, virginidad intacta y bellas
como lunas, tan admirablemente bellas, que ningún lenguaje podría expresar sus perfecciones. Y a su
belleza unían su cultura, pues sabían asombrosamente el Corán, los libros de la cien cia y las palabras de
todos los sabios de entre los musulmanes.
La venerable anciana adelantó entre las manos del rey, besó respetuosa mente la tierra y dijo: "¡Oh
rey! te traigo cinco joyas, como no las posee ningún soberano del mundo. Te ruego que examines su
hermo sura y las sometas a prueba; porque la belleza sólo se aparece al que la busca con amor".
El rey Omar se quedó encantado en extremo al oír estas palabras, le inspiró un gran respeto el
aspecto de la anciana, y contempló a las cinco jóvenes, que le agradaban infinito. Y dijo a las doncellas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 79ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el rey Omar dijo a las doncellas: "¡Oh gentiles jóvenes! si
es cierto que estáis versadas en el saber de las cosas que pasaron, que se adelante cada una de vosotras y
me diga lo que mejor entienda de mi agrado".
Entonces la primera joven, cuya mirada era muy dulce, se adelan tó, besó la tierra entre las manos del
rey, y dijo:
Palabras de la primera joven
"Sabed, ¡oh rey del tiempo! que la vida no existiría sin el instinto de ella. Y este instinto de la vida ha
sido colocado en el hombre para que pueda, con ayuda de Alah, ser el dueño de sí mismo y acercarse a
Alah el Creador. Y la vida ha sido dada al hombre para que desarrolle la belleza, poniéndose por encima
de los errores. Y los reyes, que son los primeros entre los hombres deben ser los primeros en el camino
de las virtudes y en la senda del desinterés. Y el hombre cuerdo, de espíritu cultivado, debe siempre
proceder con dulzura y juzgar con equidad. Y debe guardarse prudentemente de sus enemigos y escoger
cuidadosamente sus amigos, y cuando los haya escogido, ya no debe intervenir entre ellos para nada el
juez, sino arreglarlo todo por medio de la bondad. Porque, o ha elegido a sus amigos entre los que viven
apartados del mundo y dedicados a la santidad, y entonces debe oírlos respetuosamente y atenerse a su
juicio, o los ha elegido entre los afìcionados a los bienes de la tierra, y entonces debe velar por no
herirlos en sus intereses, ni contrariar sus costumbres, ni contradecir sus palabras. La contradicción
enajena hasta el afecto del padre y la madre ¡Y un amigo es una cosa tan preciosa! Porque el amigo no es
como la mu jer, de la cual se puede uno divorciar para sustituirla con otra.La herida hecha a un amigo no
se cicatriza nunca, como dice el poeta:
"Piensa que el corazón del amigo es cosa muy frágil, y que se le debe cuidar como toda
cosa frágil.
"El corazón del amigo, una vez herido, es como el cristal que una vez roto, ya no se puede
componer!.”
"Permite ahora que te recuerde algunas palabras de los sabios.
Sabe, ¡oh rey! que un kadí para dar una sentencia justa, debe mandar que se hagan las pruebas de una
manera evidente, y tratar a ambas partes por igual, sin demostrar más respeto al acusado rico que al
acusado pobre, aunque debe tender ante todo a la reconciliación, para que reine siempre la concordia
entre los musulmanes. Y en la duda, debe reflexio nar largamente, y volver varias veces sobre sus
raciocinios, y abstenerse si prosigue la duda. La justicia es el primero de los deberes, y volver hacia la
justícia, si se ha sido injusto, es mucho más noble que haber sido justo siempre, y mucho más meritorio
ante el Altísimo. Y no hay que olvidar que Alah el Altísimo ha puesto a los jueces en la tierra solo para
juzgar las cosas aparentes, pues se ha reservado para El el juicio de las cosas secretas. Y es un deber del
kadí no intentar nunca arrancar confesiones a un acusado sometiéndole al tormento ni al ham bre, pues es
indigno de los musulmanes.
Al-Zahrí ha dicho: "Tres cosas denigran a un kadí: manifestar condescendencia hacia un culpa ble de
alta categoría, amar la alabanza y temer perder su cargo".
Habiendo destituído un día el califa Omar a un kadí, éste le preguntó: "¿Por qué me has destituido?"
Y el califa respondió: "¡Porque tus palabras sobrepasaban a tus acciones!"
Y el gran Al-Iskandar
[89], el de los Dos Cuernos, reunió un día a su kadí, a su cocinero y a su
escriba, y dijo a su kadí: "Te he confiado la más alta y pesada de mis prerroga tivas regias. ¡Ten, pues,
alma regia!" Y al cocinero le dijo: "Te he confiado el cuidado de mi cuerpo, que depende de tu cocina.
¡Has de saber tratarlo con arte y con prudencia!" Y dijo a su escriba: "En cuan to a ti, ¡oh hermano de la
pluma! te he confiado las manifestaciones de mi inteligencia. ¡Te conjuro a que me transmitas íntegro a
las ge neraciones por medio de tu escritura!"
Y la joven, dichas estas palabras, se volvió a echar el velo por encima de la cara, y retrocedió hacia
sus compañeras. Entonces se ade lantó la segunda joven, que tenía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 80ª noche
Ella dijo:
El gran visir Dandán prosiguió de este modo:
Entonces se adelantó la segunda joven, que tenía una mirada muy brillante y una cara muy fina,
animada por una eterna sonrisa. Besó siete veces la tierra entre las manos de tu difunto padre el rey Omar
Al-Nemán, y dijo:
Palabras de la segunda joven
Sabe ¡oh rey afortunado! que el sabio Locmán habló así a su hijo: '`¡Oh hijo mío! Hay tres cosas que
solo pueden comprobarse en tres circunstancias: no se puede saber si un hombre es verdaderamente
bueno, más que en sus iras, si un hombre es valeroso, más que en el combate, y si un hombre es affable,
más que en la necesidad”.
El tirano sufrirá tormentos y expiará sus injusticias, a pesar de las lisonjas de sus cortesanos,
mientras que el oprimido, a pesar de las injusticias se salvará de todo tormento. No trates a la gente por
lo que diga, sino por lo que haga. Las acciones no valen más que por la intención que las inspira, y cada
hombre sera juzgado por sus intenciones y no por sus actos.
Sabe tambien, ¡oh rey Omar! que la cosa más admirable de nosotros es nuestro corazón. Y
preguntándole un día a un sabio cuál es el peor de los hombres, contestó: "Aquel que deja que los malos
deseos se apoderen de su corazón, porque pierde toda su entereza". Y el poeta lo dijo muy bien:
“La única riqueza es la que encierran los pechos. !Pero cuán dificil es encontrar su
camino!.”
"Nuestro Profeta (¡sean con él la paz y la plegaria!) dijo: "El verdadero sabio es el que prefiere las
cosas inmortales a las perecede ras".
Se cuenta que el asceta Sabet lloró tanto, que se le enfermaron los ojos. Entonces llamaron a un
médico, y le dijo: "No puedo curarte, como no me prometas una cosa". Y el asceta preguntó: "¿Qué cosa
he de prometerte?" Y_ dijo el médico: "¡Que dejarás de llorar!" Pero el asceta repuso: "¿Y para qué me
servirían los ojos si ya no llorara?
"Y sabe también que la acción más hermosa es la desinteresada. Porque se cuenta que en Israel había
dos hermanos; y uno de ellos dijo al otro: "¿Cuál es la acción más espantosa que has cometido?" Y el
otro contestó: "Es ésta: pasando un día cerca de un gallinero, alar gué el brazo, cogí una gallina, y después
de estrangularla, la volví a echar al gallinero. Esta es la cosa más espantosa de mi vida. Y tú, her mano
mío, ¿qué es lo más espantoso que has hecho?" Y el otro hermano contestó: "Haber rezado a Alah para
pedirle una merced, porque la plegaria solo es hermosa cuando encamina el alma hacia las Alturas.” Y
por otra parte. . ."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 81ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la segunda joven pro siguió de este modo:
"Y por otra parte, ya lo expuso acertadamente el poeta en estos versos:
“Hay dos cosas que debes evitar siempre: la idolatría hacia Alah, y el mal hacia tu
prójimo.”
Y dichas estas palabras, la segunda joven retrocedió hacia sus com pañeras. Entonces la tercera joven,
que reunía en sí las perfecciones de las otras dos, se adelantó hacia el rey Omar Al-Nemán, y dijo:
Palabras de la tercera joven
"En cuanto a mí, ¡oh rey afortunado! te diré pocas palabras en este día, porque estoy algo indispuesta,
y además recomiendan los sa bios la brevedad en el discurso.
Sabe, pues, que Safián ha dicho: "¡Si el alma habitase en el co razón del hombre, el hombre tendría
alas y volaría hacia los paraísos!" "Y ese mismo Safián ha dicho: "¡Sabed que el simple hecho de mirar
la cara de una persona fea constituye el pecado más grande contra el espíritu!"
Y habiendo dicho estas frases, la joven retrocedió hacia sus com pañeras. Entonces se adelantó la
cuarta joven, que ostentaba unas cade ras sublimes. Y habló así:
Palabras de la cuarta joven
"Y yo, ¡oh rey afortunado! heme aquí dispuesta a decirte las pa labras que he llegado a saber de la
historia de los hombres justos.
Se cuenta que Baschra el Descalzo dijo: "¡Guardaos de la cosa más abomi nable!" Y los que le
escuchaban preguntaron ¿Cuál es la cosa más abominable!" Y el sabio contestó: “El hecho de permanecer
mucho tiempo de rodillas, para alardear del rezo, la ostentación de la piedad.”
Entonces le suplicó uno de los presentes: “!Oh padre mío! Enséñame a conocer las verdades ocultas y
el secreto de las cosas”. Pero el Descal zo dijo: ¡Oh hijo mío! esas cosas no se hicieron para el rebaño. Y
nosotros no podemos ponerlas al alcance del rebaño. Porque apenas de cada cien justos hay cinco que
sean puros como la plata virgen”.
"Y cuenta el jeique Ibrahim: "Un día vi a un hombre muy nece sitado que acababa de perder una
monedilla de cobre. Me acerqué a él y le alargué un dracma de plata, pero el hombre lo rechazó. Y me
dijo: "¿De qué me serviría toda la plata de la tierra, si sólo aspiro a las dichas inmortales?"
"Se cuenta también que la hermana del Descalzo fué un día..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 82ª noche
Ella dijo:
"Se cuenta también que la hermana del Descalzo fué un día a buscar al iman Ahmad ben-Hanbal, y le
dijo: "¡Oh santo iman! vengo a ilustrarme. ¡Ilústrame! Por la noche acostumbro velar en la azotea, hilando
a la claridad de las luces que pasan, pues no tenemos luz. Y de día hago mis labores y preparo los
alimentos. Dime si obro bien usando una luz que no me pertenece".
Entonces preguntó el iman: "¿Quién eres tú?"
Y ella dijo: "Soy la hermana de Baschra el Descal zo".
Y el santo iman se levantó, besó la tierra entre las manos de la joven, y dijo: "¡Oh hermana del más
perfumado entre los santos! ¿Por qué no podré yo aspirar a toda la pureza de tu corazón?"
"Se cuenta también que un santo entre los santos ha dicho estas palabras:
“Cuando Alah quiere bien a alguno de sus servidores, abre ante él la puerta de la
inspiración”.
"También se sabe que cuando Malek ben-Dinar pasaba por los zocos y veía algún objeto que le
gustaba, se reconvenía de este modo: !Oh Alma mia! es inútil que me tientes porque no te hare caso”.
Y afirmaba: El único medio de salvar el alma, es obedecerla; y el medio segurode perderla, es
hacerle caso”.
"Y Mansur ben-Omar nos cuenta el caso siguiente: "Fui de pere grinación a la Meca, y pasé por la
ciudad de Kufa. Y era una noche llena de tinieblas. Y en el seno de la noche oí cerca de mí, sin distinguir
de dónde salía, una voz que decía esta oración: "¡Oh Señor, lleno de grandeza! no soy de los que se
rebelan contra tus leyes, ni de los que ignoran tus benefícios. Y sin embargo, en tiempos pasados he
pecado, acaso gravemente, y vengo a implorar tu perdón y la remisión de mis errores. ¡Porque mis
intenciones no eran malas y mis actos me hicieron traición!”.
"Y terminada esta oración, oí que un cuerpo caía pesadamente al suelo. Y no sabía lo que podía ser
aquella voz, ni comprendía lo que significaba aquella oración en medio del silencio, porque mis ojos no
podían distinguir la boca que la decía, ni podía adivinar qué era aquel cuerpo que caía al suelo
pesadamente. Entonces grité: "¡Soy Mansur ben-Omar, peregrino de la Meca! ¿Quién necesita que le
socorra?" Y nadie me contestó. Y me fui. Pero al día siguiente vi pasar un entierro, y me uní a la gente
que formaba la comitiva, y delante de mí iba una vieja extenuada por el dolor. Y le pregunté: "¿Quién es
ese muerto?" Ella respondió: "Ayer mi hijo, después de decir la oración, recitó los versículos del Libro
Noble que empiezan con estas palabras: "¡Oh vosotros que creéis en la Palabra, fortaleced vuestras
almas ... ! Y cuando mi hijo hubo acabado los versículos, ese hombre que está ahora en ese féretro, sintió
que le estallaba el hígado, y cayó muerto. Y eso es todo lo que puedo decir".
Y la cuarta joven, después de estas palabras, retrocedió hacia sus compañeras. Entonces se adelantó
la quinta joven, que era la corona sobre la cabeza de todas las jóvenes, y dijo:
Palabras de la quinta joven
"Yo, ¡oh rey afortunado! te diré cuanto he llegado a saber de las cosas espirituales de pasados
tiempos.
"El sabio Moslima ben-Dinar ha dicho: "Todo placer que no impulse tu alma hacia Alah, es una
torpeza”.
"Se cuenta que cuando Muza (¡la paz sea con él!) estaba en la fuente de Modain, llegaron dos pastoras
con el rebaño de su padre Schoaib. Y Muza (¡la paz sea con él!) dió de beber a las dos mucha chas y al
rebaño en el abrevadero de troncos de palmera. Y las dos jóvenes, de regreso a su casa, se lo contaron a
su padre Schoaib, que dijo entonces a una de ellas: "Vuelve junto al joven y dile que venga a nuestra
casa". Y la muchacha volvió a la fuente; y cuando estuvo cerca de Muza, se cubrió la cara con el velo, y
le dijo: "Mi padre te ruega que me acompañes para compartir nuestra comida, en recompensa de lo que
has hecho por nosotras".
Pero Muza, muy emo cionado, no quiso seguirla al principio, aunque después acabó por de cidirse. Y
se fué detrás de ella. Ahora bien; la pastorcilla tenía un trasero muy gordo..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 83ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la joven prosiguió en esta forma:
"La pastorcilla tenía un trasero muy gordo, y el viento de cuando en cuando adhería a sus redondeces
el ligerísimo vestido, y otras veces levantaba la falda y dejaba completamente desnudo el trasero de la
pastora. Pero Muza, cada vez que se le aparecía el trasero desnudo, cerraba los ojos para no verlo. Y
como temía que la tentación llegara a ser demasiado fuerte, dijo a la muchacha: "Déjame ir delante de ti".
Y la joven, bastante sorprendida, echó a andar detrás de Muza. Y aca baron los dos por llegar a casa de
Schoaib.
Y cuando Schoaib vió en trar a Muza, se levantó en honor suyo, y como la comida estaba dis puesta, le
dijo: "¡Oh Muza! que la hospitalidad en esta casa te sea amplia y cordial por lo que has hecho por mis
hijas".
Pero Muza con testó: "¡Oh padre mío! No vendo ni por oro ni por plata los actos que ejecuto pensando
en el juício”.
Y Schoaib replicó: "¡Oh joven!, eres mi huésped, y acostumbro ser hospitalario y generoso con mis
huéspe des; pues tal fué la costumbre de todos mis antepasados. Quédate, pues, aquí, y come con
nosotros". Y Muza se quedó y comió con ellos. Y al acabar la comida, Schoaib dijo a Muza: "¡Oh mi
joven huésped! vi virás con nosotros y llevarás a pacer el rebaño. Y a los ocho años; como precio a tus
servicios, te casaré con aquella de mis hijas que ha ido a buscarte a la fuente".
Y Muza esta vez aceptó, y dijo para sí: "¡Ahora que la cosa será lícita con la joven, podré usar sin
reticencias su trasero bendito!"
"Se cuenta que Ibn-Bitar hubo de encontrarse con uno de sus ami gos, que le preguntó: "¿En dónde has
estado tanto tiempo que no te he visto?" Ibn-Bitar repuso: "He estado con mi amigo Ibn-Scheab. ¿Lo
conoces?" Y el otro contestó: "¡Ya lo creo que lo conozco! Es vecino mío desde hace más de treinta años,
pero nunca le he dirigido la pala bra". Entonces Ibn-Bitar dijo: "¡Oh desventurado! ¿no sabes que al que
no quiere a sus vecinos no le quiere Alah? ¿Y no sabes que debe mos tantas consideraciones a nuestro
vecino como a nuestro pariente?"
"Un día, Ibn-Adham dijo a uno de sus amigos que volvía con él de la Meca: "¿Cuál es tu vida?" Y el
otro contestó: "Cuando tengo para comer, como, y cuando tengo hambre y no tengo dinero, lo tomo con
paciencia". E Ibn-Adham contestó: "¡En realidad, haces lo mismo que los perros del país de Balkh!
Encuanto a nosotros, cuando Alah nos da pan, lo glorificamos, y cuando no tenemos que comer,
le damos las gracias de todas maneras”.
Entonces el hombre exclamó: "¡Oh maestro mío!" Y no dijo más.
"Cuentan que Mohammed ben-Omar preguntó un día a un hombre muy austero: "¿Qué piensas de la
esperanza que se debe tener en Alah?" Y el hombre dijo: "Pongo mi esperanza en Alah, por dos cosas:
porque el pan que yo como nunca se lo come otro, y porque si he venido al mundo ha sido por voluntad
de Alah".
Y dichas estas palabras, la quienta jóven retrocedió junto a sus compañeras. Entonces se adelantó
pausadamente la venerable anciana. Besó nueve veces la tierra entre las manos de tu difunto padre el rey
Omar Al-Neman y dijo:
Palabras de la anciana
"¡Oh rey Omar! acabas de oír las palabras edificantes de estas jóvenes acerca del desprecio hacia las
cosas de aquí abajo, en la me dida en que estas cosas deben ser despreciadas. Ahora voy a hablarte de
cuanto sé respecto a los hechos y a los dichos de los más grandes entre nuestros antiguos.
"Se cuenta que el gran iman Al-Schafí (¡que Alah le tenga en su gracia!) dividía la noche en tres
partes: la primera para el estudio, la segunda para el sueño, y la tercera para la oración. Y hacia el fin de
su vida, velaba toda la noche, sin reservar nada para el sueño.
"El mismo iman Al-Schafí (¡Alah le tenga en su gracia!) ha di cho: "Durante diez años de mi vida, no
he querido comer todo el pan de cebada que apetecía. Porque comer demasiado es perjudicial de todas
maneras. Se embota el cerebro, se endurece el corazón, se aniqui la la inteligencia, se acrecientan la
pereza y el sueño, y desaparece hasta la última energía".
"El joven lbn-Fuad nos cuenta: "Me hallaba un día en Bagdad, cuando habitaba allí el iman Al-
Schafí. Y habiendo marchado a la orilla del río para hacer mis abluciones, pasó junto a mí un hombre
seguido de una muchedumbre que caminaba silenciosamente detrás de él y me dijo: "¡Oh joven paseante!
cuida de tus abluciones, y Alah cuidará de ti". Y al ver a aquel hombre que tenía unas barbas muy largas y
un rostro señalado por la bendición, me apresuré a terminar mis abluciones, y le fuí siguiendo. Entonces
se volvió hacia mí, y me dijo: "¿Necesitas pedirme alguna cosa?"
Yo repuse: “¡Oh venerable padre! ¡Deseo que me enseñes lo que seguramente has aprendido de Alah
el Altísimo!" Y me dijo: "aprende a conocerte! ¡Y no obres hasta entonces! ¡Y obra entonces según tus
deseos, pero cuidando de no perjudicar al vecino!" Y siguio su camino sin decir más. Entonces pregunté a
los que le seguían: "¿Pues quién es ése?" Y me contesta ron: "¡Es el iman Mohammed ben-Edris Al-
Schafí!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 84ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la venerable anciana prosiguió de esta manera:
"Se cuenta que el califa Abu-Giafar Al-Mansur quiso nombrar kadí a Abí-Hanifa y señalarle diez mil
dracmas al año. Pero cuando Abí-Hanifa se enteró de la intención del califa, rezó la oración ma tutina, se
envolvió en su ropón blanco y se sentó sin decir una pala bra. Entonces entró el enviado del califa, para
entregarle por anticipa do los diez mil dracmas y anunciarle su nombramiento. Pero Abí- Hanifa no
contestó palabra a todo el discurso del enviado. Entonces el enviado dijo: "Puedes estar seguro de que
todo este dinero que te traigo es cosa lícita y admitida por el Libro Noble". Pero Abí-Hanifa replicó:
"Verdaderamente, es cosa lícita, ¡pero Abí-Hanifa no será jamás servidor de los tiranos!"
Y dichas estas palabras, la anciana añadió: "Habría querido, ¡oh rey! recordarte más rasgos
admirables de la vida de nuestros sabios antiguos. Pero he aquí que la noche se acerca; además, ¡los días
de Alah son numerosos para sus servidores!" Y la santa anciana se vol vió a echar el velo sobre los
hombros, y retrocedió hacia el grupo for mado por las cinco doncellas.
El visir Dandán, al llegar a este punto, cesó de hablar un mo mento, pero a los pocos instantes añadió:
Cuando el rey Ornar Al-Nemán hubo oído estas palabras edifi cantes, comprendió que aquellas
mujeres eran las más perfectas de su siglo, al mismo tiempo que las más bellas y las de espíritu y cuerpo
más cultivados. Y no supo qué consideraciones guardarles que fueran dignas de ellas, y quedó
completamente encantado con su hermosura, y las deseó ardientemente, al mismo tiempo que se llenaba
de respeto hacia la santa anciana que las guiaba. Y por lo pronto les dió para vivienda los aposentos
reservados que habían pertenecido en otro tiempo a la reina Abriza, reina de Kaissaria. Y durante diez
días se guidos fué personalmente a saber de ellas y a ver por sí mismo si les faltaba algo, y cada vez que
iba encontraba a la vieja rezando, pues pasaba los días entregada al ayuno y las noches a la meditación.
Y tanto le edificó su santidad, que un día me dijo: "¡Oh mi visir! ¡qué bendición es tener en palacio una
santa tan admirable! Mi respeto hacia ella es tan grande como mi amor hacia esas jóvenes. Puesto que
han transcurrido los diez días de nuestra hospitalidad y podemos ha blar de negocios, ven conmigo para
pedir a la anciana que fije el pre cio de esas jóvenes, de esas cinco vírgenes de pechos redondos".
Fui mos, pues, en seguida, y tu padre se lo preguntó a la anciana, que le dijo: "¡Oh rey! sabe que el
precio de esas jóvenes está fuera de las condiciones ordinarias, porque su precio no se paga en oro, ni en
pla ta, ni en pedrerías".
Al oír estas palabras, el rey Omar se quedó extraordinariamente asombrado, y le preguntó: "¡Oh
venerable señora! ¿en qué consiste el precio de estas jóvenes?" Y ella contestó: "No puedo vendértelas
más que con una sola condición: un ayuno de todo un mes, durante el cual te dedicarás a la meditación y a
la plegaria. Y al cabo de este mes de ayuno completo, con el cual tu cuerpo se purificará y se hará digno
de comulgar con el cuerpo de esas jóvenes, podrás disfrutar to talmente de sus dulzuras'".
Entonces el rey Omar quedó asombrado hasta el límite del asom bro, y su respeto a la anciana ya no
conoció límites. Y se apresuró a aceptar sus condiciones. Pero la anciana le dijo: "Por mi parte te ayu -
daré con mis oraciones y con mis votos a soportar el ayuno. Ahora tráeme una colodra de cobre". Y el
rey le entregó una colodra de co bre, que ella llenó de agua pura, y empezó a decir oraciones en una
lengua desconocida y a murmurar durante una hora frases que ningu no de nosotros entendimos. Después
cubrió la colodra con una tela transparente, la precintó con su sello, y la entregó a tu padre, dicién dole:
"Al cabo de los diez días, cortarás el ayuno bebiendo esta agua santa, que te fortalecerá y te lavará de
todas las mancillas pasadas. Y ahora me voy a buscar a la Gente de lo Invisible, que son mis hermanos,
pues hace mucho tiempo que no los he visto. Volveré en la mañana del undécimo día". Y dichas estas
palabras, deseó la paz a tu padre, y se fué.
Entonces el rey eligió una celda completamente aislada del pala cio, en la cual no puso más muebles
que la colodra de cobre, y se ence rró allí para entregarse a la meditación y al ayuno y hacerse merecedor
de los cuerpos de aquellas jóvenes. Cerró la puerta por dentro, se me tió la llave en el bolsillo y. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 85ª noche
Ella dijo:
Cerró la puerta por dentro, se metió la llave en el bolsillo, y em pezó inmediatamente el ayuno.
Y al llegar al undécimo día, desprecintó la colodra, se la llevó a los labios y la bebió de un trago.
Inmediatamente experimentó un bienestar general y una gran dulzura en sus entrañas. Y apenas había
bebido, llamaron a la puerta de la celda. Y al abrirla, entró la anciana con un paquete de hojas frescas
de plátano.
Y el rey se levantó y le dijo: "¡Bienvenida seas, mi venerable madre!" y ella contestó: "¡Oh rey!
he aquí que la Gente de lo Invisi ble me envía para transmitirte su saludo, pues le he hablado de ti, y
todos se han alegrado mucho al saber nuestra amistad. Y te envían este paquete, que encierra bajo las
hojas de plátano unas delicadas confi turas que han preparado con sus dedos las vírgenes de negros ojos
del paraíso. Así es que cuando llegue la mañana del vigésimo día, cortarás el ayuno comiendo las
confituras". El rey Omar se alegró en extremo al oír estas palabras, y dijo: "¡Loor a Alah, que me ha
permitido tener hermanos entre la Gente de lo Invisible!" Después dió muchas gracias a la anciana, le
besó las manos, y la acompañó con muchas consideraciones hasta la puerta de la celda.
Y como había prometido, volvió la anciana al vigésimo día, y dijo al rey: "¡Oh rey! sabe que he
comunicado a mis hermanos de lo In visible mi intención de regalarte las jóvenes, y se han alegrado
mucho a causa de la amistad que te tienen. Así es que antes de dejarlas entre tus manos, las voy a llevar a
la morada de la Gente de lo Invisible, para que les infundan su aliento y las perfumen con un aroma tan
agrada ble que te ha de encantar. Y volverán a ti llevando un magnífico tesoro extraído del seno de la
tierra por mis hermanos de lo Invisible!"
Y el rey le dió las gracias por todos sus favores, y le dijo: "¡En realidad, eso es demasiado! Y en
cuanto al tesoro del fondo de la tierra, me parece verdaderamente excesivo y temo abusar". Pero ella
respondió a esto como correspondía, y tu padre le preguntó: "¿Y cuán do me las traerás?" Ella dijo:
"La mañana del trigésimo día, cuando hayas terminado el ayuno y te hayas purificado. Y esas jóvenes,
cada una de las cuales vale más que todo tu imperio, tendrán entonces una pureza de jazmín, y te
pertenecerán por completo". El contestó: "¡Oh qué verdad es ésa!" Ella dijo: "Ahora, si quisieras
confiarme la mujer que prefieras entre tus mujeres, la llevaría con esas jóvenes, para que las gracias y
purificaciones de mis hermanos, la Gente de lo Invisible, recayeran también en ella".
Entonces el rey tu padre dijo: "¡Cuántos beneficios he de agradecerte! En efecto, tengo una griega
llamada Sa lía, hija del rey Afridonios de Constantinia, y Alah me ha dado de ella dos hijos a quienes, ¡ay
de mí! he perdido hace años. Llévala contigo, ¡oh venerable anciana! para que recaiga en ella la gracia de
la Gente de lo Invisible, y ojalá, por su intercesión, pueda recobrar mis hijos". Entonces la anciana dijo:
"Seguramente, así será. ¡Manda que llamen a la reina Safía!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 86ª noche
Ella dijo:
Entonces la anciana dijo: "¡Manda que llamen a la reina Safía!" Y el rey mandó inmediatamente
llamar a tu madre la reina Safía, y la confió a la anciana, que la llevó en seguida adonde estaban las
jóvenes. Después fué a sus habitaciones, y volvió con una copa sellada, le dió la copa al rey Omar, y le
dijo: "En la mañana del trigésimo día, terminado tu ayuno, irás a tomar un baño. Después regresarás a tu
celda, y beberás esta copa, que completará tu purificación y te hará digno de estrechar contra tu seno a
mis cinco jóvenes. Y ahora, ¡con tigo sean la paz, la misericordia de Àlah y todas sus bendiciones, ¡oh
hijo mío!"
Y la anciana se fué acompañada de las cinco jóvenes y de tu ma dre la reina Safía.
Y el rey siguió su ayuno hasta el trigésimo día. Y al llegar la ma ñana del trigésimo día, el rey se
levantó, se fué al hammam, tomó el baño y después regresó a su celda, prohibiendo que nadie le llamase.
Cerró por dentro con llave, cogió la copa, le quitó el sello, se la bebió, y después se tendió a descansar.
Y como sabíamos que era el último día del ayuno, aguardamos hasta el anochecer. Y después
seguimos esperando toda la noche y has ta la mitad del día siguiente. Y pensábamos: "¡Debe estar
descansando!" Pero como persistía en no abrir, nos acercamos a la puerta y dimos voces. Y nadie
contestó.
Entonces, alarmados por aquel silencio, echamos la puerta abajo y entramos.
Pero el rey ya no estaba allí. Encontramos sus carnes destrozadas y sus huesos ennegrecidos. Y todos
caímos desmayados.
Y cuando volvimos en nuestro conocimiento, cogimos la copa, la examinamos, y debajo de la tapa
hallamos un papel que decía:
"¡A ningún malvado debe echársele de menos! Toda persona que, lea este papel, sepa que tal
es el castigo de quien seduce a las hijas de los reyes y las corrompe. ¡Tal es el caso de este
hombre! ¡Envió a su Dijo Scharkán para que arrebatase a la hija de nuestro rey, a la des venturada
Abriza! ¡Y la cogió, y virgen como era, hizo de ella lo que hizo! ¡Y después se la dió a un esclavo
negro, que la hizo sufrir los peores ultrajes y la mató! Y por ese acto, indigno de un rey, ha
peresido el rey Omar Al-Nemán. Y yo, que lo he matado, sabed que soy la animosa y la
vengadora, cuyo nombre es Madre de todas las Calamidades. Y no sólo, ¡oh vosotros infieles que
me leéis! he matado a vuestro soberano, sino que me he apoderado de la reina Safía, hija del rey
Afridonios de Constantinia, y se la voy a devolver a su padre.Después todos volveremos
armados, para destruir vuestras casas y ex terminaros hasta el ultimo
¡Y no quedaremos en la tierra más que nosotros los cristianos, que adoramos la Cruz!"
"Al leer este papel comprendimos toda nuestra desgracia, y nos gol peamos el rostro, y lloramos
mucho tiempo. Pero ¿de qué nos servían muestras lágrimas, cuando ya se había realizado lo irreparable?
"Y fué entonces cuando anduvimos discordes para la elección del sucesor el ejército y el pueblo. Y
este desacuerdo duró todo un mes, al cabo del cual, como nada se sabía de tu existencia, se resolvió
elegir a tu hermano. ¡Pero Alah te puso en nuestro camino, y sucedió lo que sucedió!
"Y tal es la causa de la muerte de tu padre el rey Omar Al-Nemán". Cuando el gran visir terminó su
relato, sacó el pañuelo, se lo llevó a los ojos, y empezó a llorar. Y el rey Daul'makán y la reina Nozhatú,
que seguía detrás de la cortina de seda, se echaron a llorar también, lo mismo que el gran chambelán y
cuantos estaban presentes.
Pero el chambelán fué el primero en decir: "¡Oh rey! estas lá grimas ya no sirven para nada. Ahora te
corresponde dar firmeza al corazón para velar por los intereses de tu reino. ¡Porque tu difunto padre
sigue viviendo en ti, pues los padres viven en los hijos dignos de ellos!"
Entonces Daul'makán dejó de llorar y se preparó para la primera sesión de su reinado.
Se sentó en el trono, el chambelán se quedó de pie a su lado, el visir Dandán delante de él, y los
grandes del reino se colocaron según su categoría.
Entonces, dirigiéndose al visir Dandán, le dijo: "Sepamos el con tenido de los armarios de mi padre".
Y el visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y fué enumerando todo el contenido: dinero, riquezas y
joyas; y le entregó una lista detallada. Y entonces el rey dijo: "¡Oh visir de mi padre! seguirás siendo el
gran visir de mi reinado". Y el visir Dandán besó la tierra entre las manos del rey, y le deseó larga vida.
Y el rey dispuso: "En cuanto a las riquezas que hemos traído con nosotros de Damasco, hay que
repartirlas entre el ejército".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 87ª noche
Ella dijo:
Entonces el chambelán abrió las cajas que contenían las riquezas traídas de Damasco, y no se quedó
con nada absolutamente, pues todo lo repartió entre los soldados, dando las cosas mejores a los jefes del
ejército. Y todos los jefes besaron la tierra entre sus manos, hicieron votos por la vida del rey, y se
dijeron unos a otros: "¡Jamás hemos visto generosidad semejante!"
Y entonces Daul'makán dió la señal de marcha; se levantó el cam po, y el rey, a la cabeza del ejército,
hizo su entrada en Bagdad.
Y todo Bagdad estaba adornado y los habitantes hacinados en las azoteas. Y las mujeres daban gritos
de júbilo cuando pasaba el rey. Y el rey, apenas llegó a palacio, llamó al jefe de los escribas y le dictó
una carta para su hermano Scharkán, relatándole todo lo ocu rrido desde el principio hasta el fin,
terminando de este modo:
"Y te rogamos que al recibo de la presente movilices tu ejército y vengas a unir tus fuerzas a las
nuestras, para que vayamos a pelear con los infieles y venguemos la muerte de nuestro padre, lavando la
mancha que debe lavarse".
Después dobló la carta, la precintó con su sello, llamó al visir Dandán y se la entregó, diciéndole:
"Sólo tú, ¡oh gran visir! puedes desempeñar una misión tan delicada cerca de mi hermano. Y dile que
estoy dispuesto a cederle el trono de Bagdad y pasar a ser gobernador de Damasco".
Entonces el visir dispuso el viaje, y aquella misma noche salió para Damasco.
Durante su ausencia ocurrieron dos cosas importantes: la primera fué que Daul'makán mandó llamar a
su amigo el encargado del ham mam, le colmó de honores y le dió un palacio que mandó engalanar con las
alfombras más hermosas de Persia. Pero ya se hablará exten samente, en el curso de esta historia, de este
buen encargado del hammam.
Y la segunda cosa fué la siguiente: "el rey Daul'makán recibió de uno de sus vasallos diez esclavas
blancas. Y una de estas jóvenes, cuya belleza era imponderable, agradó tanto al rey, que en seguida se
acostó con ella y la dejó preñada al momento. Pero ya volveremos so bre esto en el curso de esta historia.
En cuanto al visir, no tardó en regresar, anunciando que el prín cipe Scharkán, acogiendo
favorablemente la petición, se había puesto en camino a la cabeza de su ejército. Y salieron a esperarle, y
apenas habían andado una jornada vieron venir al príncipe Scharkán con su ejército, precedido por los
batidores.
Y Daul'makán quiso apearse, pero Scharkán, desde lejos, le rogó que no lo hiciera, y fué el primero
en descabalgar para precipitarse en brazos de Daul'makán, que de todas maneras se había apeado. Y se
dieron un largo abrazo, llorando; y después de dirigirse palabras de consuelo por la muerte de su padre,
volvieron juntos a Bagdad.
Y en seguida se convocó a toda la gente de armas del imperio, que acudió presurosa a causa de la
recompensa y del botín que se les ofre ció. Y durante un mes no dejaron de afluir guerreros. Y Scharkán
contó a Daul'makán toda su historia; y Daul'makán también contó la suya, pero insistiendo mucho en los
servicios del encargado del ham mam. Así es que Scharkán dijo: "Seguramente habrás recompensado la
virtuosa abnegación de ese hombre". Y Daul'makán, contestó:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 88ª noche
Ella dijo:
Y Daul'makán contestó: "No le he recompensado aún en la me dida que se merece. ¡Pero si quiere
Alah, lo haré al regresar de la guerra!" Y entonces Scharkán pudo comprobar la veracidad de las
palabras de Nozhatú, y rogó al gran chambelán que la saludase de su parte. Y el gran chambelán,
cumplido el encargo, transmitió a Schar kán el saludo de Nozhatú, que pidió noticias de su hija Fuerza del
Destino. Y al saber por Scharkán que estaba perfectamente, dió gra cias a Alah por ello.
Cuando todas las tropas estuvieron reunidas, los dos hermanos se pusieron al frente de ellas. Y
Daul'makán se despidió de su joven es clava, después de haberla instalado como se merecía.
Formaban la vanguardia del ejército los guerreros turcos, cuyo jefe se llamaba Bahramán, y la
retaguardia los guerreros del Deilam
[90] cuyo jefe se llamaba Rustem. El centro iba a las órdenes de
Daul'ma kán, el ala derecha la manda el príncipe Scharkán, el ala izquierda el gran chambelán, y el gran
visir fué nombrado segundo jefe general del ejército.
No cesaron de viajar durante un mes entero, descansando tres días a cada semana, hasta que llegaron
al país de los rumís. Y los ha bitantes huyeron aterrados, refugiándose en Constantinia y comunican do al
rey Afridonios la invasión de los musulmanes.
El rey Afridonios mandó llamar a la Madre de todas las Calami dades, que acababa de llegar con su
hija Safía, y había decidido al rey Hardobios a que se uniese con él para vengar la muerte de su hija
Abriza.
Y el rey Afridonios, apenas se presentó la Madre de todas las Calamidades, le preguntó pormenores
de la muerte del rey Omar Al- Nemán, y ella se apresuró a relatárselos, y entonces el rey le dijo: "Y ahora
que el enemigo se acerca, ¿qué debemos hacer, ¡oh Madre de todas las Calamidades!?" Y ésta dijo: "¡Oh
gran rey, representante de Cristo en la tierra! voy a indicarte el plan que has de seguir para triunfar, y ni
el mismo Cheitán, con todas sus malicias, podrá desenre dar los hilos en que voy a coger a nuestros
enemigos".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 89ª noche
Ella dijo:
"Y ni el mismo Cheitán, con todas sus malicias, podrá desenredar los hilos en que voy a coger a
nuestros enemigos. Y he aquí el plan que hay que seguir para aniquilarlos:
"Envía por mar cincuenta mil guerreros, que desembarquen al pie de la Montaña Humeante, donde
acampan los musulmanes. Y envía por tierra a todo el resto del ejército, y de este modo se verán
cercados por todas partes, y ninguno de ellos podrá escapar".
Y el rey Afridonios dijo: "Verdaderamente, tu idea es una gran idea, ¡oh reina de las ancianas e
inspiradora de las más sapientes!" Y aceptó el plan, y lo puso en ejecución en seguida.
Y los navíos se dieron a la vela, y desembarcaron al pie de la Montaña Humeante los guerreros, que
se apostaron silenciosamente de trás de las altas rocas. Y por tierra avanzó él resto del ejército, que no
tardó en llegar frente al enemigo.
Las fuerzas combatientes eran éstas: el ejército musulmán de Bagdad y el Khorassán comprendía
ciento veinte mil jinetes manda dos por Scharkán. Y el ejército de los impíos cristianos se elevaba a
seiscientos mil combatientes. Así es que cuando cayó la noche sobre las montañas y las llanuras, la tierra
parecía una hoguera, con todos los fuegos que la alumbraban.
En aquel momento, el rey Afridonios y el rey Hardobios reunie ron a sus emires y a sus jefes de
ejército, y resolvieron dar la batalla al día siguiente: pero la Madre de todas las Calamidades, que los
es cuchaba, se levantó y dijo:
"Las batallas sólo pueden tener resultados funestos cuando las almas no están santificadas. ¡Oh
guerreros cristianos! antes de luchar tenéis que aproximaros al Cristo y purificaron con el supremo
incienso de las defecaciones patriarcales".
Y todos contestaron: "Benditas sean tus palabras, ¡oh venerable madre!"
Pero he aquí en qué consistía este supremo incienso de las defe caciones patriarcales:
Cuando el gran patriarca de Constantinia hacía sus defecaciones, los sacerdotes las recogían
cuidadosamente en toallas de seda y las secaban al sol. Después las mezclaban con almizcle, ámbar y
benjuí, pulverizaban la pasta, completamente seca, la metían en cajitas de oro, y la mandaban a todas las
iglesias y a todos los reyes cristianos. Y este polvo de las defecaciones patriarcales servía de incienso
supremo para santificar a los cristianos en todas las ocasiones solemnes, espe cialmente para bendecir a
los recién casados, para fumigar a los recién nacidos y bendecir a los nuevos sacerdotes.Pero como las
defecaciones del gran patriarca apenas bastaban por sí solas para diez provincias, y no podían sevir para
tantos usos en todos los países cristianos, los sacerdotes tenían que falsificar aquel polvo mezclándolo
con otras ma terias fecales menos santas, como por ejemplo, las de los otros patriar cas menores y las de
los vicarios.
Hay que tener en cuenta que era muy difícil distinguirlas. Por consiguiente, aquel polvo era muy
estimado a causa de sus virtudes, pues aquellos sucios griegos, además de las fumigaciones, lo
empleaban en colirios para las enfermedades de los ojos y en estomáquicos para los intestinos. Y éste era
el tratamiento a que se sometían los reyes y las reinas más grandes. Todo esto contri buía a que su precio
fuese tan elevado, que el peso de un dracma se vendiera en mil dinares de oro. Y he aquí lo relativo al
incienso de las defecaciones patriarcales...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 90ª noche
Ella dijo:
He aquí lo relativo al incienso de las defecaciones patriarcales. Pero en cuanto al rey Afridonios y a
los cristianos, véase lo que ocurrió: Al llegar la mañana, el rey Afridonios, siguiendo el consejo de la
Madre de todas las Calamidades, reunió a los jefes principales de su ejército y a todos sus tenientes, les
hizo besar una gran cruz de ma dera, y los fumigó con el incienso supremo ya descrito y que estaba
fabricado con defecaciones auténticas del gran patriarca, sin falsifi cación alguna. Así es que su olor era
tan fuerte, que habríase matado a un elefante de los ejércitos musulmanes, pero aquellos puercos grie gos
ya estaban acostumbrados a él.
Entonces la Madre de las Calamidades se levantó y dijo: "¡Oh rey! antes de dar la batalla a esos
descreídos, es necesario, para ase gurar nuestra victoria, que nos deshagamos del príncipe Scharkán, que
es el Cheitán hecho hombre y manda todo el ejército. El es quien guía a los soldados y el que les da
valor. Muerto él, caerá fácilmente en nuestras manos el ejército musulmán. Enviémosle, pues, el guerrero
más valeroso de nuestros guerreros, para que lo desafíe a combate singular y lo mate".
Cuando el rey Afridonios oyó estas palabras, mandó llamar en seguida al famoso guerrero Lucas, hijo
de Camlutos, y con su propia mano lo fumigó con el incienso fecal. Después cogió un poco de aquella
fenta, la humedeció con saliva, y le untó las encías, la nariz y las dos mejillas, le hizo aspirar un poco, y
con el resto le frotó las cejas y los bigotes. ¡Y la maldición caiga sobre él!
Porque aquel maldito Lucas era el guerrero más espantoso de to dos los países de los rumís, y ningún
cristiano entre los cristianos sabía lanzar como él la azagaya, ni herir con la espada, ni atravesar con la
lanza.
Pero su aspecto era tan repulsivo como grande era su valor. Su cara era extraordinariamente
horrorosa, pues semejaba la de un burro de mala condición; pero mirado atentamente, se parecía a un
mico, y observado con más cuidado, era como un espantoso sapo o como una serpiente entre las peores
serpientes, y acercarse a él era más insoportable que separarse del amigo, pues había robado a las
letrinas la fetidez de su aliento. Y por todas estas razones le llamaban Espada de Cristo.
Cuando este maldito Lucas quedó fumigado y ungido fecalmente por el rey Afridonios, besó los pies
al rey y se quedó esperando. En tonces el rey Afridonios le dijo: "¡Quiero que retes a combate singular a
ese bandido llamado Scharkán y nos libres de sus calamidades!" Y Lucas respondió: "¡Escucho y
obedezco!"
Y habiéndole el rey hecho besar la cruz, Lucas se fué y cabalgó en un magnífico caballo alazán
cubierto de una suntuosa gualdrapa roja, con una silla de brocado in crustada de pedrería. Y se armó con
una larga azagaya de tres puntas, y de aquel modo se le habría tomado por el mismo Cheitán. Después,
precedido de heraldos de armas y un pregonero, se dirigió hacia el campamento de los creyentes.
Y el pregonero, precediendo al maldito Lucas, gritó con toda su voz en lengua árabe: "¡Oh vosotros
los musulmanes! he aquí al heroi co campeón que ha puesto en fuga a muchos ejércitos de entre los
ejércitos turcos, kurdos y deilamitas. ¡Es Lucas, el ilustre hijo de Cam lutos! ¡Que salga de entre vuestras
filas vuestro campeón Scharkán, señor de Damasco, y si se atreve, que venga a afrontar a nuestro
gigante!"
Apenas se pronunciaron estas palabras, se oyó un gran temblor en el aire, un galopar que hizo
estremecer el suelo, llevando el espanto hasta el corazón del maldito descreído, y haciendo que se
volvieran las cabezas. Y apareció Scharkán, hijo del rey Omar Al-Nemán, que lle gaba derechamente
contra aquellos impíos, semejante a un león enfu recido, montado en un caballo más ligero que las más
ligeras de las gacelas. Y llevaba arrogante la lanza en la mano, y declamaba estos versos:
¡El alazán más ligero que la nube que surca el aire, es mi alazán! !Y me sirve a mí!
La lanza de punta cortante, es mi lanza.!La blando, y sus relámpagos ondean como las
olas!
Pero el embrutecido Lucas, que era un bárbaro sin cultura proce dente de los países más oscuros, no
entendía una palabra de árabe, y no podía gustar la belleza de aquellos versos ni el ordenamiento de las
rimas. Así es que se contentó con tocarse la frente, que estaba marcada con una cruz, y llevarse en
seguida la mano a los labios, por respeto a aquel signo.
Y súbitamente, más asqueroso que un cerdo, llevó el caballo hacia Scharkán. Detuvo bruscamente el
galope y arrojó al aire muy alto el arma que llevaba en la mano, tan alto que desapareció a las miradas.
Pero bien pronto volvió a caer. Y antes de que hubiese llegado al sue lo, el maldito Lucas la cogió al
vuelo como un brujo. Y entonces con toda su fuerza, arrojó la azagaya de tres puntas contra Scharkán. Y
la azagaya partió rápida como el rayo. ¡Y ya estaba perdido Scharkán!
Pero Scharkán, en el mismo momento en que la azagaya pasaba silbando y le iba a atravesar, extendió
el brazo y la cogió al vuelo. ¡Gloria a Scharkán! Y cogió la azagaya con mano firme, y la tiró al aire, tan
alto que desapareció a las miradas. Y la volvió a coger con la mano izquierda en un abrir y cerrar de
ojos. Y gritó: "¡Por Aquel que creó los siete pisos del cielo! ¡Voy a dar a ese maldito una lección eterna!"
Y lanzó la azagaya.
Entonces el embrutecido gigante Lucas quiso repetir la hazaña realizada por Scharkán, y tendió la
mano para coger el arma vola dora. Pero Scharkán, aprovechando el momento en que el cristiano se
descubrió, le tiró otra segunda azagaya, que le dió en la frente, en el mismo sitio en que tenía tatuada una
cruz. Y el alma descreída de aquel cristiano se le salió por el trasero, y fué a hundirse en el fuego del
infierno...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llego la 91ª noche
Ella dijo:
Y el alma descreída de aquel cristiano se le salió por el trasero, y fué a hundirse en el fuego del
infierno.
Cuando los solados del ejército cristiano supieron de labios de los compañeros de Lucas la muerte de
su campeón, se lamentaron y se golpearon rabiosamente, y se precipitaron sobre las armas, dando gri tos
de venganza. Y a la señal dada por los dos reyes, se colocaron en orden de batalla, precipitándose en
masa sobre el ejército de los musulmanes. Y la pelea se trabó. Y los guerreros se enlazaron con los
guerreros. Y la sangre inundó las mieses.
A los gritos sucedieron los gritos, los cuerpos quedaron aplastados bajo los cascos de los caballos.
Los hom bres, embriagados, no de vino, sino de sangre, se tambaleaban como borrachos. Los muertos se
hacinaron sobre los muertos, y los heridos sobre los heridos. Así prosiguió la batalla, hasta que cayó la
noche y separó a los combatientes.
Entonces Daul'makán, después de felicitar a su hermano por aque lla hazaña, que había de ilustrar su
nombre durante siglos enteros, dijo al visir Dandán y al gran chambelán: "Tomad veinte mil guerreros, y
marchad hacia el mar, al pie de la Montaña Humeante, y cuando os dé la señal izando nuestro pabellón
verde, os levantaréis para dar la batalla decisiva. Nosotros fingiremos que emprendemos la fuga, nos
perseguirán los infieles y vosotros caeréis sobre ellos. Nosotros, vol viendo grupas, los atacaremos, y así
se verán cercados por todas par tes; y ni uno de ellos se librará de nuestro alfanje cuando gritemos: ¡Alah
akbar!
El visir y el gran chambelán pusieron inmediatamente en ejecu ción el plan que se les había ordenado.
Y fueron a tomar posiciones en el valle de la Montaña Humeante, donde al principio se habían
emboscado los guerreros cristianos procedentes del mar, que luego se habían juntado con el resto del
ejército, lo cual había de ocasionar su pérdida, pues el plan de la Madre de todas las Calamidades era el
mejor.
Y por la mañana, los guerreros de uno y otro bando estaban de pie y sobre las armas. Y por encima de
las tiendas de ambos campa mentos flotaban los pabellones y brillaban las cruces. Y los guerreros
empezaron por rezar sus oraciones.
Los creyentes oyeron la lectura del primer capítulo del Corán, el capítulo de la Vaca; y los descreídos
invocaron al Mesías, hijo de Mariam, y se purificaron con las defeca ciones del patriarca, aunque
seguramente falsificadas, dada la gran cantidad de soldados fumigados. ¡Pero tal fumigación no los había
de salvar del alfanje!
En efecto, dada la señal, la lucha volvió a empezar más terrible. Las cabezas volaban como pelotas;
los miembros alfombraron el suelo, y la sangre corrió a torrentes, de tal modo que llegaba hasta el pecho
de los caballos.
Pero súbitamente, como a consecuencia de un pánico considera ble, los musulmanes, que hasta
entonces habían combatido como héroes, volvieron la espalda y huyeron todos, desde el primero hasta el
último.
Al ver huir al ejército musulmán, el rey Afridonios de Cons tantinia despachó un correo al
rey Hardobios, cuyas tropas no habían tomado hasta entonces parte de batalla. Y le decía: "He
aquí que huye el enemigo porque nos ha hecho invencibles el incienso supremo de las
defecaciones patriarcales con el cual nos habíamos fumigado, un tándonos las barbas y los
bigotes. Ahora, ¡a vosotros corresponde com pletar la victoria, emprendiendo la persecución de
esos musulmanes y exterminándolos hasta el último! Y así vengaremos la muerte de nuestro
campeón Lucas..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 92ª noche
Ella dijo:
"¡Y así vengaremos la muerte de nuestro campeón Lucas!" Entonces el rey Hardobios, que no
aguardaba más que la ocasión de vengar la muerte de su hija, gritó a los soldados: "¡Sus a esos mu -
sulmanes que huyen como mujeres!" Pero no sabía que aquello era una estrategia del príncipe Scharkán,
el valiente entre los valientes, y de su hermano Daul'makán.
Efectivamente, cuando los cristianos mandados por el rey Har dobios llegaron hasta los musulmanes,
éstos se detuvieron, y Daul'ma kán les gritó:
"¡Oh musulmanes! ¡he aquí el día de la religión! ¡He aquí el día en que ganaréis el paraíso! ¡Porque el
paraíso no se gana más que a la sombra de los alfanjes!" Entonces se precipitaron como leones, y aquel
día no fué para los cristianos el día de la vejez, pues fueron se gados sin haber tenido tiempo para verse
encanecer el pelo.
Pero las hazañas realizadas por Scharkán en aquella batalla supe raban a toda expresión. Y mientras
destrozaba todo lo que se le ponía por delante. Daul'makán mandó izar el pabellón verde, y quiso
lanzarse también a la pelea. Pero Scharkán se acercó velozmente a él, y le dijo: "¡Oh hermano mío! no
debes exponerte a los azares de la lucha, pues eres necesario para el gobierno de tu imperio. Así es que
desde ahora no me separaré de ti, y me batiré a tu lado defendiéndote contra todos los ataques".
Y los guerreros musulmanes mandados por el visir y el gran cham belán se desplegaron en semicírculo
al ver la señal convenida, y cor taron al ejército cristiano toda probabilidad de salvarse embarcándose en
sus naves. De modo que la lucha trabada en tales condiciones no podía ser dudosa. Y los cristianos
fueron terriblemente exterminados por los musulmanes, kurdos, persos, turcos y árabes. Y fueron
poquísimos los que pudieron escapar. Pues ciento veinte mil de aquellos cerdos encontraron la muerte, y
los otros lograron escapar en dirección a Constantinia. Esto en cuanto a los griegos del rey Hardobios.
Pero en lo que se refiere a los del rey Afridonios, que se habían retirado a las alturas seguros del
exterminio de los musulmanes, ¡cuál no sería su dolor al ver la fuga de sus compañeros!
Aquel día, además de la victoria, los creyentes ganaron una enor me cantidad de botín. Se apoderaron
de todos los navíos, excepto veinte que pudieron volver a Constantinia para anunciar el desastre. Además
cogieron todas las riquezas y todos los objetos de valor acu mulados en aquellas naves; cincuenta mil
caballos con sus jaeces; las tiendas, víveres, armas y una cantidad incalculable de cosas que no podría
expresarse en guarismos. Así es que su alegría fué inmensa, y dieron las gracias a Alah por aquella
victoria y por aquel botín. ¡Esto en cuanto a los musulmanes!
En cuanto a los fugitivos, acabaron por llegar a Constantinia con el alma atormentada por el cuervo
de los desastres. Y la ciudad quedó sumida en la aflicción, y en todos los edificios y en las iglesias se
pusieron colgaduras de luto. La población se sublevó, formando gru pos y lanzando gritos sediciosos.
Aumentó aquella desesperación al ver que sólo regresaban veinte naves y veinte mil hombre de todo el
ejército. Entonces la población acusó de traidores a sus reyes. Y la confusión del rey Afridonios fué tan
grande, y tal su terror, que la nariz se le alargó hasta los pies, y el saco del estómago se le volvió . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 93ª noche
Ella dijo:
La nariz se le alargó hasta los pies, y el saco del estómago se le volvió del revés, y el intestino se le
aflojó, y el contenido se le salió. Entonces mandó llamar a la Madre de todas las Calamidades para
pedirle consejo acerca de lo que le quedaba que hacer. Y la vieja llegó en seguida.
Y la Madre de todas las Calamidades, causa real de todas estas desdichas, era una vieja horrorosa,
astuta, hecha de maldiciones; su boca era un basurero; sus ojos legañosos; su cara negra como la noche;
sarnoso su cuerpo, su cabellera una suciedad; su espalda encor vada y su piel todo arrugas. Una plaga
entre las peores plagas, y una víbora entre las víboras más venenosas.
Y esta vieja horrible pasaba la mayor parte del tiempo en el palacio del rey Hardobios, a causa del
gran número de esclavos jóvenes que allí había, tanto varones como hembras. Obligaba a los esclavos a
cabalgarla; y le gustaba también cabalgar a las esclavas; pues prefería a todo lo del mundo el cosqui lleo
de aquellas vírgenes y el roce de su cuerpo juvenil con el suyo.
Era extraordinariamente experta en este arte del cosquilleo. Sabía chuparles como un vampiro las
partes delicadas, y titilarles agrada blemente los pezones. Y para hacerlas llegar al último espasmo, les
estrujaba la vulva con azafrán preparado, lo cual las arrojaba en sus brazos muertas de voluptuosidad.
Así es que había enseñado su arte a todas las esclavas del palacio, y en otros tiempos a las doncellas de
Abriza, pero no había logrado conquistar a la esbelta Grano de Coral, y también habían fracasado todos
sus artificios con la arrogante Abri za, que la odiaba por la fetidez de su aliento, por el olor a orines fer -
mentados que brotaba de sus sobacos y de sus ingles, por el pútrido desprendimiento de sus numerosos
pedos, más hediondos que el ajo podrido, y por la rugosidad de su piel, peluda cual la del erizo, y más
dura que las fibras de la palmera. Pues bien se le podían aplicar estas palabras del poeta:
¡Nunca la esencia de rosas con que se humedece la piel, apagará la pestilencia de sus
pedos silenciosos!
Pero hay que decir que la Madre de todas las Calamidades era generosísima con todas las esclavas
que se dejaban conquistar por ella, así como era muy rencorosa con las que se le resistían. Y por haberla
rechazado odiaba tanto a Abriza aquella vieja.
Cuando la Madre de todas las Calamidades entró en el aposento del rey Afridonios, éste se levantó
en honor suyo, y lo mismo hizo el rey Hardobios. Y dijo la vieja:
"¡Oh rey! ahora tenemos que dar de lado a todo ese incienso fecal y a todas las bendiciones
patriarcales, que no han hecho más que atraer la desgracia sobre nuestras cabezas. Y pensemos más bien
en obrar a la luz de la verdadera sabiduría. He aquí cómo ha de ser esto: los musulmanes se encaminan a
marchas forzadas para sitiar nuestra ciudad, y hay que enviar heraldos por todo el imperio invi tando a los
habitantes a que se reúnan en Constantinia y nos ayuden a rechazar el asalto de los sitiadores. ¡Y que lo
soldados de todas las guarniciones se apresuren a venir a encerrarse en estos muros, ya que el peligro es
apremiante!
"En cuanto a mí, ¡oh rey! déjame obrar, y pronto la fama hará llegar hasta ti el resultado de mis
artificios y el éxito de mis fechorías contra los musulmanes. En este momento me voy de Constantinia. ¡Y
que el Cristo, hijo de Mariam, te tenga en su guarda!"
El rey Afridonios se apresuró a seguir los consejos de la Madre de todas las Calamidades, que, como
había dicho, salió de Cons tantinia.
Ahora bien; he aquí la estratagema imaginada por aquella vieja tan astuta: salió de la ciudad con
cincuenta de los mejores guerreros, que conocían la lengua árabe, y su primera diligencia fué disfrazarlos
de mercaderes musulmanes. Llevó consigo cien mulos cargados de telas preciosas, sedas de Antioquía y
Damasco, rasos de reflejos metálicos, brocados preciosos, y muchas otras cosas regias. Y había cuidado
de obtener del rey Afridonios una carta a manera de salvoconducto, que decía lo siguiente:
"Los mercaderes tal y cual son comerciantes musulmanes de Da masco, extraños a nuestro país y a
nuestra religión cristiana, pero como han comerciado en nuestro país, y el comercio constituye la
prosperidad de una nación y su riqueza, y como no son hombres de guerra, sino hombres pacíficos, les
damos este salvoconducto para que nadie los perjudique en su persona ni en sus intereses, y no se les re -
clame diezmo alguno, ni derecho de entrada ni salida por sus mer cancías".
Y cuando los cincuenta guerreros se hubieron vestido de merca deres, la pérfida vieja se disfrazó de
asceta musulmán, poniéndose un gran ropón de lana blanca; se frotó la frente con un ungüento prepa rado
por ella, que le daba un brillo y una radiación de santidad, y después hizo que le ataran los pies de modo
que las cuerdas le entra ran en la carne hasta hacerle sangre, y dejasen huellas indelebles. Entonces dijo a
sus soldados:
"Ahora tenéis que darme de latigazos, de modo que me queden cicatrices imborrables en mi cuerpo.
Y no tengáis ningún escrúpulo, pues la necesidad tiene sus leyes. Y me pondréis en un cajón semejante a
esos cajones de mercancías, y lo colocaréis sobre un mulo. Inme diatamente os pondréis en marcha, hasta
que lleguemos al campamento de los musulmanes, cuyo jefe es Scharkán. A cuantos quieran cerraros el
camino, les mostraréis la carta del rey Afridonios, que os presenta como mercaderes de Damasco, y
solicitaréis ver al príncipe Scharkán.
Cuando os veáis en su presencia y os interrogue acerca de vuesiro oficio y de las ganancias
realizadas en el país de los rumís, le diréis:
"¡Oh rey afortunado! la ganancia más saneada y meritoria de nuestro viaje al país de esos cristianos
descreídos ha sido el rescate de un santo asceta que hemos arrancado de entre las manos de sus
perseguidores, los cuales le torturaban en un subterráneo desde hacía quince años, queriendo que
abjurase la santa religión de nuestro pro feta Mahomed (¡sean con él la paz y la plegaria!) Y he aquí cómo
ha ocurrido la cosa:
"Hacía algún tiempo que estábamos en Constantinia vendiendo y comprando, cuando una noche,
mientras calculábamos las ganancias del día, vimos aparecerse en la pared de la sala la imagen de un
hom bre, cuyos ojos estaban llenos de lágrimas, que corrían a lo largo de sus venerables barbas blancas.
Y los labios de aquel anciano se mo vieron lentamente, y pronunciaron estas palabras: "¡Oh musulmanes!
Si hay entre vosotros alguno que teman a Alah y cumplan los precep tos de nuestro Profeta (¡sean con él la
paz y la plegaria!) que salgan de este país de los descreídos y vayan en busca del príncipe Scharkán,
cuyo ejército, según está escrito, ha de tomar algún día a los rumís la ciudad de Constantinia. Y en
vuestro camino, al cabo de tres jor nadas de marcha, encontraréis un monasterio. Y en este monasterio, en
tal lugar, de tal sitio, hay un subterráneo en el cual hace quince años está encerrado un santo asceta
llamado Abdalah, cuyas virtudes son agradables a Alah el Altísimo. Y ha caído en manos de los mon jes
cristianos, que lo han encerrado alllí y lo atormentan horrible mente, por odio a su religión. Así es que el
rescate de ese santo sería para vosotros la acción más meritoria ante el Muy Poderoso. ¡Y por sí misma
es una hermosa acción! No os diré más. ¡Que la paz sea con vosotros!"
"Y dicho esto, la figura del anciano se borró ante nuestros ojos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 94ª noche
Ella dijo:
"Y dicho esto, la figura del anciano se borró ante nuestros ojos. "Entonces empaquetamos todas
las mercaderías que nos quedaban y cuanto habíamos comprado en el país de los rumís, y salimos de
Constantinia. Al cabo de tres jornadas de marcha, encontramos el monasterio en medio de un villorrio.
Para no llamar la atención sobre nuestros proyectos, desembalamos parte de las mercaderías en la plaza
pública, según es costumbre entre los mercaderes, y nos pusimos a vender hasta que cayó la noche. Y a
favor de las tinieblas, nos desli zamos en el monasterio, amordazamos al monje portero y penetramos en
el subterráneo. Y como había dicho la aparición, encontramos al santo asceta Abdalah, que está ahora en
uno de nuestros cajones, que vamos a poner en tus manos".
Y después de repetir estas palabras a sus soldados para que las aprendiesen bien, la Madre de todas
las Calamidades, disfrazada de asceta, añadió: "¡Entonces yo me encargaré del exterminio de todos esos
musulmanes!" Inmediatamente le dieron de latigazos hasta hacer le sangrar, y la encerraron en un cajón,
que colocaron sobre un mulo, y emprendieron el camino para poner en ejecución el plan de aquella
maldita vieja.
En cuanto al ejército de los creyentes, se repartió el botín después de la derrota de los cristianos, y
glorificó a Alah por sus beneficios, Daul'makán y Scharkán se estrecharon las manos para felicitarse, y
Scharkán, lleno de alegría dijo: "¡Oh hermano Daul'makán! deseo que Alah te conceda un hijo varón, para
que se case con mi hija Fuerza del Destino". Y celebraron la victoria, hasta que el visir Dan dán les dijo:
"¡Oh reyes! es muy prudente que sin perder tiempo persigamos a los vencidos, antes de que puedan
rehacerse, y vayamos a sitiarlos a Constantinia y a exterminarlos totalmente de la superficie de la tierra.
Pues como el poeta dijo:
¡La delicia de las delicias es matar con la propia mano a los enemigos, y sentirse
arrebatado por un corcel fogoso!
¡La delicia más pura es la que os trae un mensajero que os envía la muy amada, para
anunciaros su llegada próxima!
¡Pero aún es más deliciosa la llegada de la muy amada, antes de que os la anuncie ningún
mensajero!
¡Qué delicia matar con la propia mano a los enemigos! ¡Qué delicia sentirse arrebatado
por un corcel fogoso!
Cuando el visir Dandán hubo recitado estos versos, los dos reyes aceptaron su parecer, y dieron la
señal de la partida. Y todo el ejército se puso en marcha, con sus jefes a la cabeza.
Y anduvieron sin descanso, atravesaron grandes llanuras abrasa das por el sol, en las cuales sólo
crecía una hierba amarillenta, única vegetación de aquellas soledades habitadas por la presencia de Alah.
Y al cabo de seis días de una marcha fatigosa por aquellos desiertos sin agua, acabaron por llegar a un
país bendecido por el Creador. Delante de ellos se extendían unas praderas llenas de frescura, rega das
por arroyos numerosos, y donde florecían árboles frutales. Esta comarca, por donde corrían las gacelas y
en donde cantaban las aves, semejaba un paraíso con sus grandes árboles ebrios de rocío, y cuyas ramas
estaban cuajadas de flores que sonreían, a la brisa, como dice el poeta:
¡Escucha, niño mío! El musgo del jardín se tiende dichoso bajo la caricia de las flores
dormidas. Es una gran alfombra de esmeraldas, con reflejos adorables.
¡Cierra los ojos, niño mío! ¡Oye como canta el agua al pie de las cañas! ¡Ah! ¡Cierra los
ojos!
¡Jardines! ¡Vergeles! ¡Arroyos! ¡Yo os adoro! ¡Oh arroyo querido! Bajo las sombras de los
sauces inclinados, brillas al sol como una mejilla.
¡Agua del arroyo que te ciñes a los tallos de las flores, tus burbujas forman cascabeles de
plata! ¡Y vosotras, flores exquisitas, coronad a mi amado...!
Y extasiado con aquellas delicias, Daul'makán dijo a Scharkán: "¡Oh hermano mío! no creo que hayas
visto en Damasco jardines tan hermosos. Descansemos aquí dos o tres días, para que nuestros solda dos
respiren aire puro y beban esa agua tan dulce, a fin de que puedan luchar mejor con los descreídos". Y a
Scharkán le pareció que la idea era excelente.
Y a los dos días, cuando iban a levantar las tiendas, oyeron voces a lo lejos. Y les dijeron que era una
caravana de mercaderes de Da masco que regresaba a su tierra, y a quienes los soldados querían cas tigar
por haber comerciado con los infieles.
Precisamente en aquel momento llegaban los mercaderes, rodea dos por los soldados. Y se echaron a
los pies de Daul'makán, y le di jeron: "¡Venimos del país de los infieles, que nos han respetado no
perjudicándonos en nuestras personas ni en nuestros bienes, y he aquí que ahora nuestros hermanos nos
saquean y nos maltratan en país musulmán!"
Y sacaron el salvoconducto del rey de Constantinia, y se lo alargaron a Daul'makán, que lo leyó, lo
mismo que Scharkán. Y Scharkán dijo: "Lo que os hayan quitado se os devolverá en el acto. Pero ¿por
qué habéis ido a comerciar con los infieles?" Entonces los falsos mercaderes contestaron: "¡Oh señor
nuestro! ¡Alah nos ha llevado al país de los cristianos para obtener una victoria más importante que las
de tus ejércitos y que cuantas has ganado!" Y Scharkán pre guntó: "¿Cuál es esa victoria, ¡oh musulmanes!
?" Y ellos replicaron: "No podemos hablar de ella más que en un sitio seguro, libres de todo oído
indiscreto; pues si llegara a extenderse esta nueva, ningún musulmán podría, ni en tiempo de paz, poner
los pies en el país de los cristianos".
Al oír estas palabras, Daul'makán y Scharkán llevaron a los mer caderes a una tienda aislada.
Entonces los mercaderes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 95ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que entonces los merca deres contaron a los dos hermanos la
historia inventada por la Madre de todas las Calamidades. Y los dos hermanos se conmovieron pro -
fundamente al saber los suplicios del santo asceta y cómo pudieron salvarle del subterráneo. Pero
preguntaron a los mercaderes: "¿Dónde está ese santo asceta? ¿Lo habéis dejado en el monasterio?" Y
ellos contestaron: "Cuando matamos al monje guardián del monasterio, nos apresuramos a encerrar al
santo en un cajón, lo cargamos en uno de nuestros mulos, y huímos en seguida. Y ahora lo vamos a poner
en vuestras manos. Y antes de huir del monasterio, pudimos comprobar que encerraba quintales y
quintales de oro, y de plata, y de pedrerías, y joyas de todas clases. Pero de todo esto os podrá hablar
mejor que nosotros el santo asceta dentro de unos instantes".
Entonces los mercaderes se apresuraron a descargar el mulo, abrie ron el cajón, y presentaron al santo
asceta ante los dos hermanos. Y apareció tan negro como una cañafístula, por lo mucho que había
enflaquecido y se había arrugado, y llevaba en la piel las cicatrices de los latigazos, que parecían huellas
de cadenas hundidas en la carne. Al verlo (¡en realidad era la vieja Madre de todas las Calamida des!),
los dos hermanos se convencieron de que tenían delante al más santo de los ascetas, sobre todo cuando
vieron que su frente brillaba como el sol, gracias al ungüento misterioso con que se había untado la piel.
Y adelantaron hacia la vieja maldita, y le besaron fervorosamente las manos y los pies, pidiéndole su
bendición, y hasta se pusieron a sollozar, por lo mucho que les conmovían los padecimientos sufridos por
la que creían que era un santo asceta. Entonces la Madre de to das las Calamidades les hizo seña de que
se levantaran, y les dijo: "¡Cesad de llorar, y oíd mis palabras!" Los dos hermanos obedecieron en
seguida, y ella dijo:
“Sabed que en lo que se refiere a mi persona, me someto a la voluntad del Señor, puesto que los
males que me envía no son más que pruebas a que someto mi paciencia y mi humildad. ¡Sea bendito y
glorificado! Porque el que no sabe soportar las pruebas del Muy Bueno, no llegará nunca a gustar las
delicias del Paraíso. Y si ahora me alegro de verme libre, no es porque se hayan acabado mis
sufrimientos, sino por verme junto a mis hermanos los musulmanes y por que confío en morir entre los
guerreros que luchan por la causa del Islam. ¡Y los creyentes que sucumben en la guerra santa no mueren,
pues su alma es inmortal!"
Entonces los dos hermanos volvieron a besarle las manos fervoro samente, y quisieron ordenar que le
dieran de comer, pero ella se negó. Y les dijo: "Estoy ayunando desde hace quince años. Ahora que Alah
me ha otorgado tantas mercedes, no he de ser tan impío que corte mi ayuno y mi abstinencia, pero acaso
al ponerse el sol tome un bocado".
Al oír esto ya no insistieron más, pero al anochecer man daron preparar manjares y se los llevaron
personalmente, pero la mal dita se negó otra vez, diciendo: "¡No es hora de comer, sino de rezar al Muy
Poderoso!" Y en seguida hizo como que rezaba en medio del mihrab. Y así estuvo orando toda la noche, y
lo mismo las dos siguien tes. Entonces los dos hermanos sintieron hacia ella una gran venera ción, y
seguían creyéndola un hombre, tomándola por un santo asceta. Y le dieron una tienda magnífica para ella
sola, con servidores espe ciales y cocineros. Y al tercer día, como insistiera en no probar ali mento,
fueron personalmente los dos hermanos a servirla, y mandaron traer cuantas cosas agradables podían
desear la vista y el alma. Pero la vieja maldita no quiso tocar nada, y sólo comió un pedazo de pan y un
poco de sal. Así es que el respeto de los dos hermanos se acre centó hasta el límite del respeto, y
Scharkán dijo a Daul'makán: "¡Este hombre ha renunciado a todos los goces del mundo! ¡Si la guerra no
me obligase a combatir a los descreídos, me consagraría por completo a su devoción y le seguiría toda
mi vida para atraerme sus bendi ciones! Pero vamos a rogarle que nos diga algo, pues mañana tenemos
que marchar contra Constantinia, y será una buena acción para apro vecharnos de sus palabras". Entonces
el gran visir Dandán dijo: "Tam bién quisiera oír a ese santo asceta y rogarle que rece por mí, a fin de que
pueda encontrar la muerte en la guerra santa y presentarme al Señor, pues estoy ya cansado de esta vida.
Y los tres se dirigieron hacia la tienda en que estaba la Madre de todas las Calamidades. Y la
hallaron sumida en el éxtasis de la oración. Entonces esperaron a que terminase. Pero como después de
tres horas de espera, y a pesar de las lágrimas y de los sollozos que les arrancaba su admiración, ella
seguía arrodillada y no les hacía el menor caso, se adelantaron humildemente y besaron el suelo.
Entonces ella se levantó, les deseó la paz, y les dijo: "¿Qué venís a hacer aquí a esta hora?" Y ellos
contestaron: "¡Oh santo asceta entre los ascetas! hace ya va rias horas que estamos aquí. ¿Es posible que
no hayas oído nuestro llanto?" Ella repuso: "¡El que se encuentra en presencia de Alah, no puede oír ni
puede ver lo que pasa en este mundo miserable!"
Y ellos dijeron: "Venimos, ¡oh santo asceta! a pedirte tu bendición antes del gran combate, y
quisiéramos oír de tus labios el relato de tu cautiverio entre los descreídos, a los cuales exterminaremos
completamente maña na con la ayuda de Alah". Entonces la maldita vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Si no
fuerais los jefes de los creyentes, nunca os contaría lo que voy a contaros! Porque las consecuencias de
ello con la ayuda de Alah, serán muy ventajosas para vosotros. ¡Escuchad, pues!"
Historia del Monasterio
"Sabed que he permanecido mucho tiempo en los Santos Lugares, en compañía de hombres piadosos e
ilustres, y vivía muy modesta mente, sometiéndome a ellos, pues Alah el Altísimo me ha concedido el don
de la humildad y la renunciación. Y hasta pensaba pasar el resto de mis días de la misma manera entre la
tranquilidad y el cumpli miento de los deberes piadosos y la paz de una vida sin incidentes. Pero no
contaba con el Destino.
"Una noche llegué a orillas del mar, que hasta entonces no había visto nunca, y sentí una fuerza
irresistible que me impulsaba a andar por encima del agua. Me lancé a ello resueltamente, y con gran
asom bro mío me sostenía sobre el agua, sin hundirme y sin mojarme si quiera los pies desnudos. Y así
estuve paseando por el mar, durante largo rato, después de lo cual me volví a la orilla. Entonces, maravi -
llado de aquel don sobrenatural que poseía sin saberlo, me enorgulle cí, y pensé: "¿Quién como yo puede
andar por encima del agua? Apenas había formulado este pensamiento, Alah me castigó por mi orgullo,
poniendo en mi corazón la afición a viajar. Y dejé los Santos Lugares. Y desde entonces vagué de aquí
para allá, por toda la super ficie de la tierra.
"Y hete aquí que un día en que viajaba por el país de los rumís, cumpliendo rigurosamente los
deberes de nuestra santa religión, llegué a una alta montaña, en cuya cumbre hay un monasterio cristiano,
que estaba bajo la guardia de un monje. Había yo conocido a este monje en los Santos Lugares, y se
llamaba Matruna. Así es que apenas me hubo visto, acudió respetuosamente a mi encuentro, y me invitó a
descansar. Pero el miserable maquinaba mi perdición, pues cuando entré en el monasterio me hizo seguir
una larga galería, al final de la cual se abría una puerta en la oscuridad. Y de pronto me empujó al fondo
de aquella oscuridad, tiró de la puerta y me encerró. Y me dejó allí cuarenta días sin darme de comer ni
beber, queriendo ma tarme de hambre, por odio a mi religión.
"Mientras tanto llegó al monasterio de visita extraordinaria el general de los monjes que, según
costumbre, iba acompañado de un séquito de diez monjes muy jóvenes y muy lindos, y de una muchacha
tan hermosa como los diez monjes. Y esta muchacha iba vestida con un hábito de monje que le apretaba la
cintura y hacía resaltar sus ca deras y sus pechos. Sólo Alah sabe los horrores que perpetraba aquel jefe
de monjes con aquella muchacha, que se llamaba Tamacil, y con sus compañeros los monjes jóvenes.
"El monje Matruna contó a su jefe mi encarcelamiento y mi tor tura de cuarenta días de hambre. Y el
jefe de los monjes, que se llama Dequianos, le mandó que abriera la puerta y que sacara mis huesos para
tirarlos. Y decía: "¡Ese musulmán debe estar hecho a estas horas un esqueleto tan descarnado, que ni
siquiera las aves de rapiña se querrán acercar a él!"
Entonces Matruna y los demás monjes abrieron la puerta, y me encontraron de rodillas, en actitud de
rezar. Y al ver me, el fraile Matruna exclamó: "¡Ah, qué maldito brujo! ¡Rompámosle los huesos!" Y todos
se me echaron encima a palos y latigazos, de tal manera, que creí perecer. Y entonces comprendí que
Alah me hacía sufrir aquellas pruebas para castigarme por mi vanidad pasada, pues me había hinchado de
orgullo al ver que andaba sobre el agua, cuando no era más que un instrumento en manos del Altísimo.
"El caso es que cuando el monje Matruna y los otros jóvenes, hijos de perra, me hubieron puesto en
aquel estado, me encadenaron y me volvieron a arrojar al subterráneo oscuro. Y allí habría muerto de
hambre, si Alah no hubiera querido tocar en el corazón a la joven Tamacil, que vino secretamente a
darme un pan de cebada y un cánta ro de agua durante todo el tiempo que el general de los monjes estuvo
en el monasterio. Y estuvo mucho tiempo allí, porque se encontraba tan a gusto que acabó por escogerlo
como residencia habitual, y cuan do se veía obligado a abandonarlo, dejaba en el monasterio a la joven
Tamacil, guardada por el monje Matruna.
"De esta suerte permanecí encerrado allí durante cinco años. La joven Tamacil adquirió todo el
esplendor de su hermosura y superaba a las muchachas más bellas de su tiempo. Y os puedo asegurar que
ni en nuestro país ni en el país de los rumís hay otra igual. Pero no es ésta la única joya que encierra
aquel monasterio: se han hacinado en él tesoros innumerables en oro, plata, alhajas y riquezas de todas
cla ses, que superan a cualquier cálculo. Así es que debíais asaltar el mo nasterio y apoderaros de la joven
y de los tesoros. Yo os serviré de guía para abriros los escondrijos y los armarios, especialmente el gran
armario del general de los monjes, que es el que encierra las más her mosas vasijas de oro cincelado. Y
os entregaré además esa maravilla digna de los reyes llamada Tamacil, que, además de su belleza, posee
el don del canto,y conoce todas las canciones de las ciudades y de los beduínos. Y os hará pasar días
luminosos, y noches de azúcar y de bendición.
"En cuanto a mi salvación del subterráneo, ya os han contado esos mercaderes cómo expusieron su
vida para sacarme de entre las manos de aquellos cristianos, ¡maldígalos Alah, a ellos y a su poste ridad
hasta el día del Juicio!"
Los dos hermanos, al oír esta historia, se alegraron hasta el lími te de la alegría, pensando en todo
aquello de que iban a apoderarse, singularmente en la joven Tamacil, de la cual decía la anciana que a
pesar de su juventud era maestra en el arte de los placeres. Pero el visir Dandán había escuchado esta
historia con mucha desconfianza, y si no se había levantado y se había ido, fué por respeto a los dos
reyes, pues las palabras de aquel asceta extraño estaban muy lejos de convencerle. Pero de todos modos
se calló, y no quiso decir nada por temor de engañarse.
Daul'makán quería salir inmediatamente a la cabeza de su ejér cito, pero la Madre de todas las
Calamidades le disuadió, diciéndole: "Temo que Dequianos, el general de los frailes, se asuste al ver
tanto soldado, y se escape del monasterio llevándose a la joven". Entonces Daul'makán mandó llamar al
gran chambelán, al emir Rustem y al emir Bahramán, y les dijo: "Mañana, apenas amanezca, marcharéis
contra Constantinia, donde no tardaremos en unirnos con vosotros. Tú, ¡oh gran chambelán! te encargarás
del mando del ejército en lu gar mío; tú, Rustem, sustituirás a mi hermano Scharkán; y tú, Bahra mán,
reemplazarás al gran visir. Y sobre todo, cuidad de que el ejér cito no sepa que estamos ausentes, pues
nuestra ausencia no durará más que tres días".
Entonces Daul'makán, Scharkán y el visir eligieron cien guerreros entre los más valerosos y cien
mulos cargados de ca jones vacíos destinados a encerrar los tesoros del monasterio. Y lle vando al frente
a la Madre de todas las Calamidades, la maldita vieja a quien seguían tomando por un asceta amado de
Alah, emprendieron el camino del monasterio.
En cuanto al gran chambelán y las tropas musulmanas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, e interrumpió discretamente
su relato.
Y cuando llegó la 96ª noche
Ella dijo:
En cuanto al gran chambelán y las tropas musulmanas, apenas amaneció levantaron las tiendas y
emprendieron el camino de Cons tantinia.
Mientras tanto, la Madre de todas las Calamidades no perdía el tiempo. Apenas partió el ejército,
sacó un par de palomas mensajeras, y ató al cuello de cada paloma una carta dirigida al rey Afridonios,
enterándole de cuanto acababa de hacer, y le decía: "Por lo tanto, hay que enviar en seguida al monasterio
diez mil guerreros entre los más valientes. Y cuando hayan llegado al pie de la montaña que me esperen
allí, pues les entregaré a los dos reyes, al visir y a los cien guerreros musulmanes. Pero debo advertirte
que mi ardid no puede realizarse sin que perezca el monje Matruna, guardián del monaste rio; de modo
que lo sacrificaré al bien común de los ejércitos cris tianos, pues la vida de un fraile no es nada
comparada con la salvación de la cristiandad.
"¡Y alabado sea Cristo nuestro Señor, al principio y al fin!"
Las palomas mensajeras llegaron a la torre más alta de Constanti nia, y el domesticador cogió las
cartas que llevaban colgadas del cuello, y fué a entregárselas al rey Afridonios. Y apenas las leyó el rey
dispuso que se reunieran los diez mil soldados, les dió a cada uno un camello de carrera y un mulo para
llevar el botín que habían de ganar al enemigo, y les mandó dirigirse apresuradamente hacia el
monasterio.
En cuanto al rey Daul'makán, Scharkán, el visir y los cien guerre ros, al llegar al pie de la montaña
tuvieron que subir solos al monaste rio, pues la Madre de todas las Calamidades les dijo: "Subid primero
vosotros, y cuando os apoderéis del monasterio, subiré yo para ente raros dónde están los tesoros
ocultos".
Y llegaron al monasterio, escalaron los muros y saltaron al jardín. Al oír ruido acudió el monje
Matruna, y todo acabó para él, pues Scharkán gritó a sus guerreros: "¡Sus a ese perro maldito!" Y en
seguida lo atravesaron cien golpes. Y su alma descreída se exhaló por el trasero, y fué a sumergirse en el
fuego del infierno. En seguida los musulmanes empezaron a saquear el monasterio. Asaltaron primera -
mente el recinto sagrado donde depositan los cristianos sus ofrendas, y encontraron allí, colgada de los
muros, una cantidad enorme de jo yas y objetos valiosos, muchos más de los que había dicho el anciano
asceta. Y llenaron cajones y sacos, y los cargaron en los mulos y ca mellos.
Pero no hallaron ni rastro de la joven Tamacil, ni de los diez jó venes tan hermosos como ella, ni del
lamentable Dequianos, general de los monjes. Pensaron, pues, que la joven habría salido a pasearse o
que estaría oculta en alguna habitación, y registraron todo el monasterio. Y como no la encontraran,
estuvieron aguardándola dos días; pero la joven no apareció. Entonces, impaciente, Scharkán acabó por
decir: "¡Oh hermano mío! ¡mi corazón y mi pensamiento están con los gue rreros del Islam que hemos
enviado a Constantinia, y de los cuales nada sabemos!"
Y Daul'makán dijo: "Creo que debemos renunciar a la joven Tamacil y a sus compañeros, pues hemos
aguardado bastante. Y ya que hemos cargado nuestros mulos y nuestros camellos, contentémonos con lo
que Alah ha querido darnos. i Y vamos a reunirnos con nuestras tropas, para aplastar a los infieles con
auxilio de Alah y to marles Constantinia!"
Entonces fueron a buscar al asceta al pie de la montaña y em prendieron el camino para reunirse con
el ejército. Pero apenas habían entrado en el valle, aparecieron en las alturas los guerreros cristianos,
que lanzando su grito de guerra, empezaron a bajar hacia ellos para envolverlos. Al ver esto, exclamó
Daul'makán: "¿Quién habrá podido avisar a los cristianos nuestra presencia en el monasterio?"
Pero Schar kán le dijo: "¡Oh hermano mío! no podemos perder el tiempo en con jeturas;
desenvainemos, y aguardemos a pie firme a esos perros maldi tos, y hagamos en ellos tal matanza, que ni
uno pueda escaparse".
Y Daul'makán exclamó: "¡De haberlo previsto, habríamos traído mayor número de soldados!"
Entonces dijo el visir Dandán: "Aunque tuviéra mos diez mil hombres, no nos servirían en esta angosta
garganta. Pero Alah nos sacará de este mal paso. Porque cuando peleamos por aquí a las órdenes del
difunto rey Omar Al-Nemán, aprendimos todas las sa lidas de este valle. ¡Seguidme, pues, antes de que
esos malditos nos cierren todas las salidas!"
Y cuando iban a salvarse, apareció ante ellos el asceta, y les gritó: "¿Por qué huís ante el enemigo?
¿No sabéis que vuestra vida está en manos de Alah, el único que os la puede arrebatar y os la puede
quitar? Aquí me tenéis a mí: me encerraron en un subterráneo, y he sobrevivido porque El lo quiso.
¡Adelante, pues, musulmanes! ¡Y si la muerte está ahí, el Paraíso os aguarda!"
Al oír estas palabras, sintieron renacer su valor, y aguardaron a pie firme al enemigo, que se
precipitaba sobre ellos. Sólo eran ciento tres los musulmanes; pero, ¿no vale un creyente por mil
infieles? Y efectivamente, apenas estuvieron los cristianos al alcance de sus lanzas y de sus espadas,
comenzó el vuelo de cabezas.
Y Daul'makán y Schar kán a cada tajo lanzaban por el aire cinco cabezas cortadas. Los infieles se
arrojaron sobre ellos de diez en diez, y saltaron entonces diez cabezas a cada golpe. Hicieron, pues, una
gran carnicería, hasta que la noche separó a los combatientes.
Entonces los creyentes y sus tres jefes se retiraron a una caverna, para resguardarse aquella noche. Y
buscaron inútilmente al asceta; y después de haberse contado, vieron que sólo eran cuarenta y cinco los
supervivientes. Y Daul'makán dijo: "Acaso el asceta haya muerto en el combate".
Pero el visir exclamó: "¡Oh rey! He visto a ese asceta du rante la batalla, y creo que excitaba contra
nosotros a los infieles. ¡Y parecía un efrit negro de la clase más espantosa!"
Pero entonces se presentó el asceta en la entrada de la gruta, asiendo de los pelos una cabeza cortada,
cuyos ojos se movían convulsos. Y era la cabeza del general en jefe del ejército cristiano, guerrero muy
terrible.
Los dos hermanos se pusieron de pie, y gritaron: "¡Gloria a Alah, que te ha salvado, ¡ oh santo asceta!
y te ha devuelto a nuestra vene ración!" Entonces aquella maldita repuso: "¡Oh mis queridos hijos! quise
morir en la pelea, y me arrojé entre los combatientes; pero los infieles me respetaban y apartaban sus
aceros de mi pecho. Entonces aproveché esta confianza para acercarme a su jefe, y de un solo sablazo,
con auxilio de Alah, le corté la cabeza. ¡Y esa cabeza os la traigo aquí, para alentaros contra ese ejército
sin jefe! En cuanto a mí..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 97ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que la vieja Madre de todas las Calamidades prosiguió de
este modo: "En cuanto a mí, me marcho corriendo hasta los muros de Constantinia, y os enviaré refuer zos
que os saquen de entre las manos de esos descreídos. ¡Fortaleced, pues, vuestra alma, y mientras llegan
vuestros hermanos, calentad vuestros alfanjes con la sangre de los infieles, para ser grato al Supremo Se -
ñor de los ejércitos!" Y los dos hermanos besaron las manos del asceta, le dieron las gracias por su
abnegación, y le dijeron: "¿Y cómo vas a salir de aquí, cuando nos cercan completamente los cristianos?"
Pero la maldita vieja contestó: "¡Alah me ocultará a sus miradas! ¡Y aunque lograran verme, no me harán
ningún daño, porque estaré entre las manos de Alah, que protege a sus verdaderos fieles y persigue a los
impíos que le niegan!"
Entonces Scharkán dijo: "¡Tus palabras están llenas de verdad, santo asceta! Te he visto luchar
heroicamente en medio del combate, y ninguno de esos perros se atrevía a acercarse a ti, ni siquiera a
mirarte. Ahora sólo te falta salvarnos de entre sus manos, y cuanto antes marches para buscar auxilio,
mejor será. He aquí la noche. ¡Parte a favor de sus tinieblas, bajo la égida de Alah el Altísimo!"
Entonces la maldita vieja trató de llevarse consigo a Daul'makán, para entregárselo a los enemigos.
Pero el visir Dandán que descon fiaba de los manejos de aquel asceta, dijo a Daul'makán lo necesario
para impedirlo. Y la maldita vieja tuvo que irse sola, echando miradas de odio al visir.
Respecto a la cabeza cortada del general cristiano, la vieja había mentido, pues no había hecho más
que cortarle la cabeza después de muerto. El general cristiano había perecido en medio del combate, a
manos de uno de los guerreros musulmanes. Y este guerrero musul mán había pagado su hazaña con la
vida, pues apenas el jefe cristiano había entregado su alma a los demonios del infierno, los cristianos al
ver muerto a su jefe por la lanza del musulmán, se precipitaron sobre él, lo acribillaron a estocadas y lo
destrozaron. Y el alma de aquel cre yente fué en seguida al Paraíso, entre las manos del Remunerador.
En cuanto a los dos reyes, el visir y los cuarenta y cinco guerre ros, que habían pasado la noche en la
gruta, se despertaron al ama necer, y cumplieron sus deberes religiosos matutinos, una vez hechas las
abluciones prescritas. Después se sintieron reanimados para la lucha, y a la voz de Daul'makán se
precipitaron como leones sobre una piara de cerdos. E hicieron una carnicería en sus numerosos
enemigos; las espadas chocaban con las espadas, las lanzas con las lanzas, y las azagayas rasgaban las
armaduras, pues los guerreros se arroja ron al combate como lobos sedientos de sangre. Y Scharkán y
Daul'ma kán hicieron correr tantas olas de sangre, que el río se desbordó, y hasta desapareció el valle
bajo los montones de cadáveres. De modo que a la caída de la noche...
En este momento de su narración, Schehrazada, vió aparacer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 98ª noche
Ella dijo:
De modo que a la caída de la noche los combatientes tuvieron que separarse; y cada partido regresó a
su campamento; y el cam pamento de los musulmanes seguía siendo aquel escondrijo de la caver na. Y una
vez vueltos a la caverna, comprobaron que treinta y cinco de los suyos habían quedado en el campo de
batalla, lo cual reducía su número a diez guerreros, además de los dos reyes y el visir, y los dejaba sin
más defensa que sus excelentes aceros y el auxilio del Altísimo.
Y Scharkán no pudo menos que exhalar un gran suspiro, y excla mó: "¿Cómo lo haremos ahora?" Pero
todos los creyentes le respon dieron: "¡Sólo ocurrirá lo que Alah disponga!" Y Scharkán se pasó toda la
noche sin dormir.
Pero al amanecer despertó a sus compañeros, y les dijo: "Com pañeros, ya no somos más que trece,
contando a mi hermano y a nuestro visir. Pienso que sería funesta una salida contra el enemigo, porque
a pesar de nuestro valor, no podríamos resistir mucho tiempo a la jauría innumerable de nuestros
enemigos, y ninguno de nosotros vol vería con su alma. Por lo tanto, nos situaremos espada en mano a la
entrada de la gruta, y retaremos al enemigo, y los podremos destrozar cuando entren, puesto que somos
más fuertes que ellos. Y así los iremos diezmando, hasta que vengan los refuerzos que nos traerá el
asceta.
Y todos contestaron: "Tu idea es excelente y vamos a desarrollar la". Y cinco de los guerreros
salieron de la gruta, y desafiaron a gritos a los cristianos. En seguida, al ver que un destacamento de ellos
avan zaba hacia aquel lugar, se metieron en la gruta y se apostaron a la entrada, en dos filas.
Y las cosas ocurrieron según había previsto Scharkán: cada vez que los cristianos querían franquear
la entrada de la gruta, caían des trozados, y ninguno podía salir ya para avisar a los demás aquel peligro.
De modo que este día la matanza de cristianos fué todavía mayor que los otros días, y no se interrumpió
hasta que llegaron las tinieblas de la noche. Y así fué como Alah cegó a los impíos, para reconfortar el
corazón de sus servidores.
Pero al día siguiente los cristianos celebraron consejo, y dijeron: "Esta lucha no acabará mientras no
exterminemos hasta el último de los musulmanes. En vez de tomar esa gruta al asalto, cerquémosla bien
con nuestros soldados, rodeémosla de leña y prendámosle fuego para quemarlos vivos. Y si al verse en
este peligro se rindieran a discreción, los cogeremos cautivos y los arrastraremos hasta nuestro rey
Afridonios de Constantinia. De otro modo los dejaremos convertirse en carbón, para alimentar el fuego
del infierno, ¡Y ojalá Cristo los ahume y los maldiga a ellos, a sus ascendientes y a su posteridad, y los
convierta en alfombra para los pies de los cristianos!"
Y dicho esto, se apresuraron a hacinar leños alrededor de la gruta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y discretamente aplazó su
relato para el otro día.
Y cuando llegó la 99ª noche
Ella dijo:
Se apresuraron a hacinar leños alrededor de la gruta hasta una altura enorme, y les prendieron fuego.
Los musulmanes acabaron por no poder resistir aquel calor, que aumentando cada vez más, terminó
por echarlos, y formando una sola masa se precipitaron afuera. todos, y rápidamente abrieron una brecha
a través de las llamas. Pero ¡ay! al otro lado, cuando todavía les cegaba el fuego y el humo, los arrojó el
Destino en manos de los enemigos, que quisieron darles muerte en seguida. Pero lo impidió el jefe de los
cristianos, y les dijo: "¡Por Cristo! aguardemos a que estén en Cons tantinia, en presencia del rey
Afridonios, que tendrá una gran alegría al verlos prisioneros. ¡Echémosles al cuello las cadenas, y
arrastrémos los detrás de nuestros caballos!"
Los amarraron fuertemente y los dejaron bajo la guardia de algu nos guerreros. Después, para festejar
aquella captura, el ejército cristiano se puso a comer y beber, y tanto bebieron, que hacia medianoche
todos cayeron de espaldas como muertos.
Entonces Scharkán miró a su alrededor, vió aquellos cuerpos tendi dos, y dijo a su hermano
Daul'makán: "¿Encontraremos algún medio para salir de este mal paso?"
Y Daul'makán contestó: "¡Oh hermano mío! realmente no lo sé, porque henos aquí como pájaros en
una jaula".
Y tal rabia le dió a Scharkán, y lanzó tan grande y desesperado suspiro, que aquel esfuerzo
considerable hizo crugir y estallar las cuerdas que le ataban. Y al verse libre se puso en pie de un salto y
corrió a desatar a su hermano y al visir. En seguida se acercó al jefe de la guardia cris tiana, y le quitó las
llaves de las cadenas con que estaban sujetos los diez soldados musulmanes, y los libertó también. Y sin
perder tiempo, se armaron con las armas de los cristianos borrachos, se apoderaron de sus caballos, y se
alejaron silenciosamente, dando gracias a Alah por su salvación.
Y galoparon hasta llegar a lo alto de la montaña, donde Scharkán mandó detenerse un momento, y
dijo: "Ahora que con ayuda de Alah estamos seguros, os voy a comunicar una idea". Y todos preguntaron:
"¿Cuál es esa idea?" Y dijo Scharkán: "Nos vamos a dispersar por la cumbre de esta montaña, y a gritar
con todas nuestras fuerzas: "¡Alahú akbar!" Entonces resonarán las montañas, el valle y las rocas, y los
impíos creerán que todo el ejército de los musulmanes se les viene en cima, y aturdidos, se matarán unos a
otros en medio de las sombras de la noche, y harán en sí mismos una gran carnicería hasta por la
mañana".
Y todos obraron así, como había aconsejado Scharkán. Al oír aque llas voces que caían de las
montañas, repercutidas mil veces en las tinie blas, los descreídos se levantaron asustados y se pusieron
apresurada mente sus armaduras, gritando: "¡Por Cristo! ¡Todo el ejército musul mán está ahí!" Y
enloquecidos se arrojaron unos sobre otros, e hicieron en sí mismos una gran carnicería, no cesando hasta
por la mañana, cuando los musulmanes se alejaron rápidamente hacia Constantinia.
Y mientras Daul'makán, Scharkán, el visir y los guerreros seguían galopando, vieron levantarse ante
ellos una polvareda muy densa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 100ª noche
Ella dijo:
Vieron levantarse ante ellos una polvareda muy densa, y oyeron gritar: "¡Alahú akbar! ¡Alahú akbar!"
Y a los pocos instantes vieron al ejército musulmán, con los estandartes desplegados, que avanzaba
rápidamente hacia ellos. Y bajo los grandes estandartes en que estaban escritas las palabras de la fe:
"¡No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el profeta de Alah!", aparecieron a caballo, al frente de sus
guerreros, los emires Rustem y Bahramán. Y detrás, como olas infinitas, avan zaban los guerreros
musulmanes.
En cuanto los emires Rustem y Bahramán vieron al rey Daul'ma kán, echaron pie a tierra y fueron a
prestarle homenaje. Y Daul'makán preguntó: "¿Qué hacen nuestros hermanos los musulmanes?" Y le con -
testaron: "Están perfectamente frente a los muros de Constantinia. Y nos envía el gran chambelán con
20.000 soldados para socorreros".
Entonces Daul'makán preguntó: "¿Y cómo habéis sabido el peligro que corríamos?" Y ellos dijeron:
"Nos lo ha anunciado el venerable asceta, después de andar día y noche, para apremiarnos a fin de que
viniésemos en seguida. Y ahora está junto al gran chambelán, y alienta a los cre yentes a la lucha contra
los infieles encerrados en Constantinia".
Los dos hermanos se alegraron muchísimo al saber estas noticias, dieron gracias a Alah porque el
santo asceta había llegado sin contra tiempo a Constantinia, y luego enteraron a los dos emires de cuanto
había pasado desde su llegada al monasterio. Y les dijeron: "Ahora los infieles, después de haberse
diezmado esta noche, estarán espanta dos al ver su error. Y sin darles tiempo para rehacerse, vamos a
echar nos sobre ellos y a exterminarlos, y nos apoderaremos de todo el botín, con las riquezas que
sacamos del monasterio".
Y todos los musulmanes, a las órdenes de Daul-makán y Scharkán, se precipitaron como un rayo
desde la cumbre de la montaña, y cayeron sobre el campamento de los infieles, esgrimiendo la lanza y el
alfanje. Y al fin de la jornada, no quedó ni un solo hombre entre los infieles que pudiese ir a contar el
desastre a los que estaban encerrados tras de los muros de Constantinia.
Exterminados los cristianos, se apoderaron los musulmanes de todo el botín y de todas las riquezas, y
descansaron aquella noche, celebran do el triunfo y dando gracias a Alah por sus beneficios.
Y al llegar al mañana, Daul'makán dijo a los jefes del ejército: "Marchemos inmediatamente a
Constantinia para unirnos al gran cham belán, que sitia la ciudad con un número muy reducido de fuerzas.
Pues si los sitiados supieran que estamos aquí, harían una salida, con vencidos de cuán inferiores son a
ellos en número los musulmanes, y esta salida sería muy funesta para nuestros hermanos.
Y levantaron el campo, marchando apresuradamente hacia Cons tantinia, mientras Daul'makán, para
animar a sus guerreros, impro visó las siguientes estrofas:
¡Oh Señor! No te ofrezco mi alabanza, puesto que eres la gloria y la alabanza, y no has
dejado de llevarme de la mano por el camino difícil.
Me diste la riqueza y los bienes, me concediste con tu gracia un trono, y has armado mi
brazo con la poderosa espada de las victorias.
Me entregaste un imperio cuya sombra es considerable, y me has colmado con el exceso de
tu generosidad.
Me sostuviste siendo extranjero, en los países extranjeros, y fuiste mi fiador cuando estaba
tan oscurecido entre los desconocidos.
¡Gloria a Ti! Has adornado mi frente com tu triunfo, hemos aplastado com tu ayuda a los
rumís, que niegan tu poder, y los hemos perse guido como a rebaño en dispersión.
¡Gloria a ti! Pronunciaste contra las filas de los impíos la palabra de tu ira, y helos aquí,
para siempre ebrios, no con la fermentación generosa de los vinos, sino con la copa de la
muerte.
¡Y si algunos de los creyentes cayeron en la batalla, han logrado la inmortalidad y están
sentados bajo las frondas felices del Paráíso, a orillas del río de miel perfumada!
Cuando Daul'makán acabó de recitar estos versos, durante la mar cha de las tropas, se vió a lo lejos
una polvareda negra, que al apro ximarse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 101ª noche
Ella dijo:
Se vió a lo lejos una polvareda negra, que al aproximarse dejó aparecer a la Madre de todas las
Calamidades, siempre bajo el aspecto de un asceta. Y todos se apresuraron a besarle las manos. Y ella
lloran do les dijo:
"¡Sabed la desdicha, oh pueblo de los creyentes! ¡Y sobre todo, apresurad la marcha! ¡Vuestros
hermanos han sido atacados de im proviso en sus tiendas por fuerzas considerables de los sitiados, y están
en completa derrota. ¡Corred, pues, en su ayuda, pues de otro modo no encontraréis ni rastro del
chambelán y sus guerreros!"
Daul'makán y Scharkán sintieron que el corazón se les desgarraba a fuerza de palpitaciones, y en el
colmo de la consternación se arrodi llaron delante del santo asceta, y le besaron los pies. Y todos los gue -
rreros lanzaron amargas exclamaciones de dolor.
Pero no obró de este modo el gran visir Dandán, pues fué el único que no bajó del caballo, ni besó
los pies ni las manos del asceta. Y en alta voz, y delante de todos los jefes, dijo: "¡Por Alah! ¡Oh
musulma nes! mi corazón siente una invencible aversión hacia ese extraño asceta. y pienso que es uno de
los réprobos que están desterrados de la puerta de la misericordia divina! ¡Rechazad a ese brujo maldito!
¡Creed al anciano compañero del difunto rey Omar Al-Nemán! ¡Despreciad a ese réprobo y
apresurémonos a ir a Constantinia!"
Pero Scharkán dijo al visir: "Aleja de tu espíritu esas sospechas equivocadas. Bien se conoce que no
viste, como yo lo he visto, a ese santo asceta excitar el valor de los musulmanes durante la pelea y afron -
tar sin temor las espadas y las lanzas. Procura pues, no calumniar a este santo, porque ya sabes cuán
censurable es la maledicencia y el ataque dirigido contra todo hombre de bien. Y advierte que si n o l e
ayudase Alah, no tendría esa fuerza ni esa resistencia, ni lo habría sal vado de los tormentos del
subterráneo".
Y dichas estas palabras mandó Scharkán que diesen al asceta una hermosa mula suntuosamente
enjaezada. Y le dijo: "Monta en esa mula, ¡oh padre! el más santo de los ascetas". Pero la vieja maldita
exclamó:
"¿Cómo no he de ir a pie cuando los cadáveres de nuestros hermanos yacen insepultos al pie de las
murallas de Constantinia?" Y no quiso montar en la mula, y se metió entre los soldados, pasando por
entre infantes y jinetes como el zorro que busca una presa. Y no dejaba de recitar en alta voz los
versículos del Corán ni de rezar al Clemente, hasta que por fin se vió venir a los restos del ejército que
mandaba el chambelán.
Daul'makán quiso conocer aquel desastre, y el gran chambelán, con el alma atormentada, le contó
cuanto había ocurrido.
Todo lo había combinado la maldita Madre de todas las Calami dades. Cuando los emires Rustem y
Bahramán marcharon a socorrer a Daul'makán y a Scharkán, quedó muy reducido el ejército que
acampaba al pie de los muros de Constantinia. Y el chambelán se guardó muy bien de hablar de ello a sus
soldados, temiendo que hubiera un traidor entre éstos. Pero la vieja, que sólo aguardaba aquella ocasión,
corrió en seguida hacia los sitiados, llamó a uno de los jefes que estaban en las murallas, y le dijo que le
alargase una cuerda, a la que ató una carta escrita por su mano. Y decía así:
"Esta carta de la astuta y terrible Madre de todas las Calami dades, la plaga más espantosa de
Oriente y Occidente, va dirigida al rey Afridonios, al cual Cristo tenga en su gracia".
Y en seguida:
"Sabe, ¡oh rey! que la tranquilidad va a reinar en adelante en tu corazón, pues he combinado una
estratagema que es la pérdida defini tiva de los musulmanes. Al rey Daul'makán, su hermano Scharkán y el
visir Dandán los tengo prisioneros después de haber destruido la tropa con que saquearon el monasterio
del monje Matruna. Y ahora he logrado debilitar a los sitiadores haciendo que envíen los dos tercios de
su ejército en socorro de los otros, y estos refuerzos serán destruídos seguramente por el ejército
victorioso de los soldados de Cristo.
"Por lo tanto, sólo te falta hacer una salida en masa contra los sitiadores, atacarlos en su campamento,
quemar sus tiendas, y hacerlos pedazos hasta el último, lo cual te será fácil con la ayuda de Cristo
Nuestro Señor y su madre la Virgen. ¡Y ojalá me remuneren algún día por el bien que hago a toda la
cristiandad!"
Al leer esta carta el rey Afridonios experimentó una gran alegría, e inmediatamente mandó llamar al
rey Hardobios, que había ido a encerrarse en Constantinia con el contingente de sus tropas de Kaissaria,
y le leyó la carta de la Madre de todas las Calamidades...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 102ª noche
Y le leyó la carta de la Madre de todas las Calamidades. Entonces el rey Hardobios llegó al límite
más extremo del entusiasmo, y exclamó: "¡Admira, ¡oh rey! los ardides maravillosos de mi nodriza la
Madre de todas las Calamidades! ¡Nos ha sido más útil que las armas de nuestros guerreros! ¡Su mirada,
lanzada ahora contra nuestros enemi gos, produce más terror que todos los demonios del infierno en el
terri ble día del Juicio!" Y el rey Afridonios respondió: "¡Ojalá nunca nos prive Cristo de esa mujer
inestimable! ¡Y ojalá centuplique sus ardides y sus estratagemas!"
Después mandó a los jefes que avisaran a los soldados la hora del ataque. Y los guerreros afluyeron
de todos sitios, afilaron las espadas e invocaron la cruz, juraron, blasfemaron, se movieron y aullaron. Y
por último, salieron por la puerta principal de Constantinia.
Al verlos avanzar en orden de batalla y con la espada desnuda, comprendió el chambelán el gran
peligro que les amenazaba, y reunió en seguida a sus soldados, y les dijo: "¡Oh musulmanes! poned vues -
tra confianza en vuestra fe. Si retrocedéis, estáis perdidos; pero si re sistís firmemente, triunfaréis.
¡El valor, no es más que la paciencia de un momento!
¡No hay cosa, por angosta que sea, que no pueda ensan charla Alah! ¡Pido al Altísimo que nos bendiga
y os mire con ojos clementes! "
Cuando los musulmanes oyeron estas palabras, su valor ya no cono ció límites, y gritaron todos: "¡No
hay más Dios que Alah!" Y por su parte los cristianos, a la voz de sus sacerdotes y sus monjes, invoca ron
a Cristo, la cruz y el cíngulo. Y entremezclándose estos gritos, vi nieron los ejércitos a las manos, la
sangre corrió a oleadas, y las cabe zas volaron de los cuerpos. Entonces los ángeles buenos se pusieron
del lado de los creyentes, y los ángeles malos abrazaron la causa de los descreídos; y se vió dónde
estaban los cobardes y dónde estaban los intrépidos.
Los héroes brincaban en medio de la lucha. Y unos mataban, y otros caían derribados de las sillas. Y
la batalla se hizo sangrienta, alfombrando el suelo los cadáveres, hacinándose hasta la altura de los
caballos. ¿Pero qué podía el heroísmo de los creyentes contra el insu perable número de los malditos
rumís? Así es que al caer la noche fueron rechazados los musulmanes, y saqueadas sus tiendas, cayendo
su campamento en poder de la gente de Constantinia.
Entonces, en plena derrota, encontraron al ejército victorioso del rey Daul'makán, que volvía del
valle después de haber destrozado a los cristianos del monasterio.
Y Scharkán llamó al chambelán, y ante todos los jefes reunidos le felicitó por su firmeza en la
resistencia, por su prudencia en la reti rada y por su paciencia en la derrota. Y todos los guerreros
musulina nes, reunidos ahora en una sola masa, clamaban venganza, y avanza ron contra Constantinia con
los estandartes desplegados.
Cuando los cristianos vieron aproximarse aquel ejército formidable sobre el cual ondeaban las
banderas con las palabras de la fe, se la mentaron e invocaron a Cristo, a Mariam, a Hanna y a la cruz, y
roga ron a sus patriarcas y a sus malos sacerdotes que intercedieran por ellos cerca de sus santos.
Mientras tanto, el ejército musulmán había llegado al pie de los muros de Constantinia y se preparaba
para el combate.
Y Scharkán adelantó hacia su hermano, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! puesto que los cristianos no
rehusarán la lucha, que es lo que deseo con toda mi alma, quisiera exponerte mi plan". Y el rey dijo: "¿Y
cuál es ese plan que deseas expresar, ¡oh tú que posees las ideas admirables!?" Y Schar kán dijo: "La
mejor disposición para la batalla es colocarme en el cen tro, precisamente ante el frente del enemigo; el
gran visir mandará el centro derecho, el emir Torkash el centro izquierdo, el emir Rustem el ala derecha
y el emir Bahramán el ala izquierda. Y tú quedarás bajo la protección del gran estandarte para vigilar los
movimientos, pues eres nuestra columna y nuestra única esperanza después de Alah. ¡Y todos nosotros te
serviremos de muralla!"
Daul'makán dió las gracias a su hermano por su abnegación, y dispuso que se ejecutara su plan.
Pero he aquí que de entre las filas de los rumís se destacó un jinete, que avanzó rápidamente hacia los
musulmanes. Y cuando estuvo cerca se le vió cabalgar sobre una ligera mula, cuya silla era de seda
blanca cubierta con un tapiz de Cachemira. El jinete era un arrogante anciano de barbas blancas y de
aspecto venerable, envuelto en un man to de lana blanca. Se acercó al sitio en que estaba Daul'makán, y
dijo: "Vengo hacia vosotros para traeros un mensaje. Como soy un embaja dor, y el embajador debe estar
amparado por la neutralidad, otorgadme el derecho a hablar sin que me molesten, y os comunicaré mi
misión".
Entonces Scharkán le dijo: "Estás bajo nuestra salvaguardia". El mensajero se apeó, se quitó la cruz
que pendía de su cuello, se la entre gó al rey, y dijo: "Vengo hacia vosotros de parte del rey Afridonios,
que ha atendido mis consejos para terminar esta guerra desastrosa que aniquila tanta criatura hecha a
imagen de Dios. Vengo a proponeros que se ponga término a esta guerra con un combate singular entre el
rey Afridonios y el príncipe Scharkán, jefe de los guerreros musul manes".
Oídas estas palabras, Scharkán dijo: "¡Oh anciano! vuelve junto al rey de los rumís, y dile que
Scharkán, campeón de los musulmanes, acepta la lucha. Y mañana por la mañana, en cuanto hayamos
descan sado de esta larga marcha, chocarán nuestras armas. Y si soy vencido, nuestros guerreros tendrán
que buscar su salvación en la fuga".
Entonces el anciano regresó junto al rey de Constantinia y le tras mitió la respuesta. Y el rey estuvo a
punto de volar de alegría al ente rarse, pues estaba seguro de matar a Scharkán, y había tomado todas sus
disposiciones para ello. Y pasó aquella noche comiendo, y bebiendo, y rezando, y diciendo oraciones.
Cuando llegó la mañana, avanzó a caballo de un alto corcel de batalla. Vestía una cota de malla de
oro, en el centro de la cual brillaba un espejo enriquecido con pedrería; llevaba en la mano un sable
grande y corvo, y se había echado al hom bro un arco fabricado al estilo occidental: Y cuando estuvo muy
cerca de las filas musulmanas, se levantó la visera, y gritó:
"¡Heme aquí! ¡El que sabe quién soy, debe saber a qué atenerse; y el que ignora quién soy, me
conocerá muy pronto! ¡Oh vosotros todos! ¡soy el rey Afridonios, cuya cabeza está cubierta de
bendiciones!"
Pero no había acabado de hablar, cuando apareció frente a él el príncipe Scharkán, montando un
hermoso caballo que valía más de mil monedas de oro rojo, y cuya silla era de brocado, bordada con
perlas y pedrerías. Llevaba en la mano una espada india nielada de oro, cuya hoja era capaz de cortar el
acero y de nivelar todas las cosas.
Llevó su caballo hasta muy cerca del de Afridonios, y gritó:
"¡Guárdate, miserable! ¿Me tomas por uno de esos jovencillos de piel de doncella, cuyo sitio está
más bien en el lecho de las prostitutas que en el campo de batalla? ¡He aquí mi nombre, maldito rumí!"
Y haciendo girar la espada, asestó un tremendo golpe a su adversario, que sólo se pudo resguardar
haciendo dar una vuelta a su caballo. Después se lan zaron el uno contra el otro, semejando dos montañas
que chocaran o dos mares que se desplomasen. Y se alejaban y se acercaban para sepa rarse y volver a
acercarse otra vez. Y no dejaban de darse golpes y pararlos. Todo esto a la vista de los dos ejércitos, que
tan pronto vocea ban la victoria para Scharkán como para el rey de los rumís. Y así siguieron hasta la
puesta del sol, sin ningún resultado.
Pero cuando el astro iba a desaparecer, el rey Afridonios gritó súbitamente a Scharkán:
"¡Por Cristo! ¡Mira hacia atrás, campeón de la derrota, héroe de la fuga! ¡He aquí que te traen un
caballo de re fresco para que luches ventajosamente contra mí, que conservo el mío! ¡Esa es costumbre de
esclavos y no de guerreros! ¡Por Cristo! ¡Vales menos que un esclavo!"
Al oír estas palabras, Scharkán, en el colmo de la rabia, se volvió para ver qué caballo era aquel de
que le hablaba el cristiano; y no vió ninguno. Aquello era un ardid del maldito cristiano, que
aprovechándose de aquel movimiento, que dejaba a Scharkán a merced suya, blandió la azagaya y se la
tiró a la espalda.
Entonces Scharkán exhaló un grito terrible, un solo grito, y cayó sobre el arzón de la silla. Y el
maldito Afridonios, dejándole por muer to, lanzó su grito de victoria, grito de traición, y galopó hacia las
filas de los cristianos.
Pero en cuanto los musulmanes vieron caer a Scharkán con la cara contra el arzón de la silla,
acudieron a socorrerle, y los primeros que llegaron hasta él fueron...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como de costumbre,
interrumpió su relato.
Y cuando llegó 103ª noche
Ella dijo:
Los primeros que llegaron hasta él fueron el visir Dandán y los emires Rustem y Bahramán. Lo
levantaron en brazos, y se apresuraron a llevarle a la tienda de su hermano, que había llegado al límite
más extremo del dolor y de la indignación, clamando por vengarse. En seguida llamaron a los médicos, y
se les confió a Scharkán. Y todos los presentes rompieron en sollozos, y pasaron la noche alrededor de la
cama en que estaba tendido el héroe, que seguía desmayado.
Por la mañana llegó el santo asceta, entró donde estaba el herido, leyó sobre su cabeza algunos
versículos del Corán y le impuso las ma nos. Entonces Scharkán exhaló un prolongado suspiro y abrió los
ojos.Sus primeras palabras fueron para dar gracias al Clemente, que le permitía vivir. Después se volvió
hacia su hermano Daul'makán, y le dijo: "El maldito me ha herido a traición. Pero gracias a Alah, la he -
rida no es mortal. ¿En dónde está el santo asceta?"
Y Daul'makán dijo: "Helo ahí, a tu cabecera". Entonces Scharkán cogió las manos del asceta y las
besó. Y el asceta hizo votos' por su curación, y le dijo: "¡Hijo mío, sufre con paciencia tus males y serás
recompensado por el Remunerador! "
Daul'makán, que había salido un momento, volvió a la tienda, besó a su hermano Scharkán y las
manos del santo, y dijo: "¡Oh her mano mío! ¡que Alah te proteja! ¡He aquí que voy a vengarte, pues voy a
matar a ese traidor, a ese perro hijo de perro, rey de los rumís".
Y Scharkán quiso detenerle, pero fué en vano. El visir, los dos emires y el chambelán se ofrecieron a
ir a matar al traidor, pero ya Daul'makán había saltado sobre su caballo, y gritaba: "¡Por el pozo de Zám -
zam! ¡Yo solo he de castigar a ese perro!" Y sacó su caballo a mitad del meidán, y al verle se le habría
tomado por el mismo Antar en medio de la pelea, cabalgando en su caballo negro, más veloz que el
viento y los relámpagos.
Por su parte, el traidor Afridonios había lanzado su caballo al meidán. Y los dos campeones
chocaron, buscando uno y otro darse el golpe decisivo, pues la lucha no podía terminar esta vez más que
con la muerte. Y la muerte acabó por herir al maldito traidor, pues Daul' makán, cuyas fuerzas
centuplicaba el deseo de venganza, después de algunos ataques infructuosos, acabó por alcanzar a su
enemigo, y de un solo tajo le hendió la visera, la piel del cuello y la columna verte bral, e hizo volar su
cabeza lejos del cuerpo.
Y al verlo los musulmanes se precipitaron como el rayo sobre las filas de los cristianos, e hicieron
una matanza, pues hasta la caída de la noche sucumbieron cincuenta mil rumís. Pero los descreídos pudie -
ron volver a favor de las tinieblas a Constantinia, y cerraron las puer tas, para que los musulmanes
victoriosos no pudiesen penetrar en la ciudad. Y así fué como Alah otorgó la victoria a los guerreros de
la fe.Los musulmanes volvieron entonces a sus tiendas cargados con los despojos de los rumís, y los jefes
felicitaron al rey Daul'makán, que dió las gracias al Altísimo por la victoria. Después marchó el rey junto
al lecho de su hermano, y le anunció la buena nueva. Y Scharkán sintió que su corazón se desbordaba de
alegría, y dijo a su hermano: "Sabe, ¡oh hermano! que la victoria no se debe más que a las oraciones de
este santo asceta, que durante la batalla no ha cesado de invocar al cielo y de pedir sus bendiciones para
los guerreros creyentes".
Pero la maldita vieja, al saber la muerte del rey Afridonios y la derrota de su ejército, cambió de
color; su tez amarilla se puso verde, y el llanto la ahogaba. Sin embargo, consiguió dominarse, y dió a
entender que aquellas lágrimas eran causadas por la alegría que le producía la victoria de los
musulmanes. Y maquinó la peor de las ma quinaciones para abrasar de dolor el corazón de Daul'makán.
Aquel día aplicó, como de costumbre, las pomadas y los ungüentos a las heri das de Scharkán, le curó con
el mayor cuidado, y pidió que saliera todo el mundo, para dejarlo dormir tranquilamente. Entonces todos
salieron, y dejaron a Scharkán con el miserable asceta.
Cuando Scharkán estuvo completamente sumido en el sueño...
En este momento de su narración, Scherazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, se
calló hasta el otro día.
Pero cuando llegó la 104ª noche
Ella dijo:
Cuando Scharkán estuvo completamente sumido en el sueño, la horrible vieja, que le acechaba como
una loba feroz, o como una víbora de las peores, se puso de pie, se deslizó traidoramente hasta cerca de
la cabecera, y sacó de entre las ropas un puñal emponzoñado con un veneno tan terrible, que sólo con
ponerlo sobre el granito lo habría derretido. Y levantó el puñal con su mano calamitosa, y descargándolo
bruscamente contra el cuello de Scharkán, le separó la cabeza del tron co. Y así murió, por la fuerza de la
fatalidad y por las maquinaciones de Eblis, encarnado en aquella maldita vieja, el que fué el campeón de
los musulmanes, el incomparable héroe Scharkán, hijo de Omar Al Nemán.
Y satisfecha su venganza, la vieja dejó junto a la cabeza cortada una carta que decía:
"Esta carta es de la noble Schauahi, la cual, a causa de sus hazañas, es conocida con el nombre de
Madre de todas las Cala midades, y va dirigida a los musulmanes que se hallan ahora en el país de los
cristianos.
"Sabed, ¡oh todos vosotros! que yo y nadie más que yo tuvo la alegría de suprimir en otro tiempo a
vuestro rey Omar Al-Nemán, en medio de su palacio. Y yo soy la que ha causado vuestra derrota y
vuestro exterminio en el valle del monasterio. Yo soy la que con su propia mano ha cortado la cabeza a
vuestro jefe Scharkán. ¡Y espero que, con la ayuda del cielo, cortaré también la cabeza a vuestro rey y a
su visir Dandán!
"Reflexionad ahora vosotros si os conviene permanecer más en nuestro país o regresar al vuestro.
¡Sabed que no lograréis jamás vues tros fines, pues por mi brazo y mis estratagemas, y gracias a Cristo,
nuestro Señor, pereceréis hasta el último, al pie de los muros de Cons tantinia !"
Y habiendo dejado esta carta, se deslizó fuera de la tienda y mar chó a Constantinia para enterar a los
cristianos relatándoles sus fe chorías. Después fué a la iglesia, y se puso a rezar y llorar por la muerte del
rey Afridonios, y dió las gracias al diablo por la muerte del prín cipe Scharkán.
Pero he aquí que a la misma hora en que se cometía el asesinato del príncipe, el visir Dandán, no
pudiendo dormir y sintiéndose in quieto, como si todo el mundo se desplomase sobre él, se decidió a
levantarse de la cama y a salir de su tienda. Y mientras se paseaba, vió al asceta que se alejaba
rápidamente del campamento. Y entonces pen só: "El príncipe estará solo; voy a velar junto a él si
duerme, o a hablar con él si está despierto".
Y cuando llegó a la tienda, lo primero que vió fué un gran charco de sangre en el suelo, y después, en
el lecho, el cuerpo y la cabeza de Scharkán asesinado.
Y lanzó un grito tan terrible, que despertó a todos, y puso en pie a todo el campamento, y a todo el
ejército, y también al rey Daul'makán, que acudió inmediatamente a la tienda. Y al ver al visir Dandán
que lloraba junto al cuerpo sin vida de su hermano, exclamó: "¡Ya Alah!" Y cayó sin conocimiento...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 105ª noche
Ella dijo:
Y cayó sin conocimiento. Entonces acudieron el visir y los emires, y le hicieron aire con los ropones.
Y Daul'makán acabó por volver en sí, y exclamó: "¡Oh mi hermano Scharkán! ¡Oh el más grande de los
héroes! ¿Qué maldito demonio te ha puesto en este irremediable esta do?" Y se echó a llorar, y con él
lloraban también el visir, los emires y el gran chambelán.
De pronto, el visir Dandán vió la carta, se apoderó de ella, y la leyó al rey delante de todos los
presentes. Y dijo: "¡Oh rey! ¡He aquí explicada la repulsión que sentía ante ese asceta maldito!"
Y entonces el rey, sin dejar de llorar, exclamó: "¡Por Alah! que he de coger a esa vieja, y con mis
propias manos le anegaré la vagina con plomo derretido, y he de clavarle en el trasero un poste afilado.
¡Después la arrastraré por los pelos y la clavaré viva en la puerta principal de Constantinia!"
En seguida dispuso unos grandes funerales en memoria de su her mano Scharkán. Y la comitiva le
siguió llorando con todas las lágrimas de sus ojos, y fueron a sepultarlo al pie de una colina, bajo una
gran cúpula de mármol y de oro.
Después, durante largos días, siguió llorando, y tanto lloró, que llegó a ser la sombra de sí mismo. Y
el visir Dandán, reprimiendo su propio dolor, fué a buscarle, y le dijo: "¡Oh rey! procúrate un bálsa mo
para tu dolor y sécate los ojos. ¿No sabes que tu hermano está entre las manos del Justo Remunerador? Y
además, ¿de qué sirve todo ese duelo por lo que es irreparable, y cuando toda cosa está escrita para
suceder a su tiempo? Levántate, ¡oh rey! y coge de nuevo tus armas; y pensemos en apresurar el sitio de
esta ciudad de infieles. ¡Será el mejor medio de vengarnos!"
Y mientras el visir animaba de este modo al rey, llegó un correo de Bagdad portador de una carta de
Nozhatú a su hermano Daul'makán. Y esta carta decía en concreto lo siguiente:
"Te anuncio, ¡oh hermano mío! la buena nueva.
"Tu esposa, la joven esclava que dejaste preñada, acaba de parir con salud un niño varón, tan
luminoso como la luna en el mes de Ramadán. Y me ha parecido muy bien llamarme Kanmakán
[91].
"Ahora bien; los sabios y los astrónomos predicen que este niño realizará cosas memorables, por los
muchos prodigios y maravillas que han acompañado a su nacimiento."Con este motivo no he dejado de
rezar y hacer votos en todas las mezquitas por ti, por el niño y por tu triunfo contra los enemigos. "Te
anuncio asimismo que gozamos de completa salud, especial mente tu amigo el encargado del hammam,
que está en el límite de la satisfacción y la paz, y desea ardientemente, como nosotros, tener no ticias
tuyas.
"Aquí este año las lluvias han sido abundantes, y las cosechas se anuncian como excelentes.
"¡Y que la paz y la seguridad sean contigo y a tu alrededor!"
Cuando Daul'makán hubo leído esta carta, respiró ampliamente, y exclamó: "Ahora, ¡oh visir! que
Alah me ha favorecido- con mi hijo Kanmakán, mi duelo se atenúa y mi corazón vuelve a empezar a vivir.
Así es que tenemos que pensar en celebrar dignamente el término de este luto, según nuestras
costumbres". Y el visir dijo: "La idea es muy justa". Y mandó levantar tiendas alrededor de la tumba de
Scharkán, y en ellas se colocaron los lectores del Corán y los imanes. Se inmoló un gran número de
carneros y de camellos, y su carne se repartió entre los soldados. Y se pasaron aquella noche rezando y
recitando el Corán. Pero por la mañana, Daul'makán avanzó hacia la tumba del prín cipe Scharkán,
tapizada con telas preciosas de Persia y Cachemira, y ante todo el ejército...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente se calló hasta
el otro día.
Pero cuando llegó la 106ª noche
Ella dijo:
Daul'makán avanzó hacia la tumba del príncipe Scharkán, tapizada con telas preciosas de Persia y
Cachemira, y delante de todo el ejército vertió abundantes lágrimas, e improvisó estas estrofas en
memoria del difunto:
¡Oh Scharkán! ¡oh hermano mío! he aquí que las lágrimas han escrito en mis mejillas, para
todas las miradas que los lean, renglones más dolorosos y más elocuentes que los versos más
sentidos, ¡oh her mano!
Detrás de tu féretro, ¡oh Scharkán! marcharon llorando todos los guerreros. Y lanzaban
gritos de dolor tan desgarrados como el grito de Muza en el Jabal-Tor.
Y llegamos todos en tu tumba, cuya fosa es más honda en el co razón de tus soldados que en
la tierra en que reposas, ¡oh hermano mío!
¡Ay de mí, oh Scharkán! ¿Cómo podía suponer que había de verte bajo el sudario en las
parihuelas, y a hombros de los portadores?
¿En dónde estás, astro de Scharkán? ¿En dónde estás, astro que rido, cuya claridad
deslumbraba a todas las estrellas de los cielos?
¡El abismo infinito de tu tumba,!oh joya preciada! Está iluminado por la claridad que le
prestas en el seno de nuestra última madre, hermano mío!
¡Y hasta el sudario que te cubre, los pliegues de tu sudario, to maron vida al contacto tuyo y
se extendieron como alas para cobijarte!
Y recitadas estas estrofas, rompió en llanto el rey, y con él todo el ejército. Entonces avanzó el visir
Dandán, se arrojó sobre la tum ba, la besó, y con voz ahogada por las lágrimas, recitó estos versos:
Acabas de cambiar sabiamente las cosas perecederas por las in mortales. Seguiste el
ejemplo de tus antecesores en la muerte.
Has emprendido el vuelo hacia las alturas, allí donde las rosas forman alfombras
perfumadas bajo los pies de las huríes. ¡Ojalá te deleites allí con todas las cosas nuevas!
¡Quiera el Dueño del Trono iluminado reservarte el mejor sitio de su paraíso, y poner al
alcance de tus labios los goces reservados a los justos de la tierra!
Y así fué como terminó el luto por Scharkán.
Pero Daul'makán seguía muy triste al verse separado de su her mano, mucho más cuanto que el sitio de
Constantinia amenazaba pro longarse. Y un día se confió a su visir, y le dijo: "¿Qué haría, ¡oh visir! para
olvidar estos pesares que me atormentan, y librarme del aburrimiento que pesa sobre mi alma?"
El visir contestó: "¡Oh rey! no conozco más que un remedio para tus males, y es contarte una historia
de los tiempos pasados; una his toria de los reyes famosos de que hablan las crónicas.
Y la cosa ha de serme muy fácil, pues reinando tu difunto padre el rey Omar Al Nemán, le distraía por
las noches, narrándole cuentos y recitándole versos de nuestros poetas e improvisados por mí. De suerte
que esta noche, cuando esté dormido el campamento, te contaré, si Alah lo quie ro, una historia que te
maravillará, y te hará encontrar extremadamente corto el tiempo del sitio. Puedo anticiparte que se llama
la Historia de los dos amantes Aziz y Aziza".
Al oír estas palabras, el rey Daul-makán sintió que su corazón latía impaciente, y no tuvo otra
preocupación que llegara la noche para poder oír el cuento prometido, cuyo solo título le hacía
estremecerse de gusto.
Así es que apenas empezó a anochecer, mandó que se encendiesen todas las luces de su tienda, y que
trajesen grandes bandejas cargadas de cosas de comer y beber, y pebeteros cargados de incienso, ámbar
y aromas. Y reunió allí a los emires Bahramán, Rustem y Turkash y al gran chambelán, esposo de
Nozhatú. Y después mandó llamar al visir Dandán, y le dijo: "¡Oh mi visir! he aquí que la noche tiende
sobre nosotros su amplio ropaje y su cabellera, y sólo aguardamos para nues tro deleite la historia entre
las historias que nos ha prometido".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su
relato para el otro día.
Pero cuando llegó la 107ª noche
Ella dijo:
El rey Daul'makán dijo, pues, al visir Dandán: "¡Oh mi visir! he aquí que la noche tiende sobre
nosotros su amplio ropaje y su cabellera, y sólo aguardamos para nuestro deleite la historia entre las
historias que nos has prometido". Y el visir Dandán contestó: "¡De todo cora zón, y como homenaje
debido! Pues sabe, ¡oh rey afortunado! que la historia que voy a contarte sobre Aziz y Àziza, y sobre
todas las cosas que les sucedieron, es una historia hecha para disipar todos los pesares del corazón, y
para consolar de un luto, aunque fuera más grande que el de Yacub. Hela aquí:
Historia de Aziz y Aziza y del hermoso príncipe Diadema
"Había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades y del momento una ciudad entre las
ciudades de Persia, detrás de las montañas de Ispahán. Y el nombre de esta ciudad era la Ciudad Verde.
El rey de esta ciudad se llamaba Soleimán-Schah. Estaba dotado de grandes cualidades de justicia, de
generosidad, de prudencia y de sa ber. Así es que desde todas las comarcas afluían viajeros a su ciudad,
pues su fama se había extendido mucho e inspiraba confianza a las caravanas y los mercaderes.
Y el rey Soleimán-Schah siguió gobernando de este modo, rodeado de prosperidades y del afecto de
todo su pueblo. Pero sólo faltaba a su dicha una mujer que le diera hijos, pues era soltero.
Y el rey Soleimán-Schah tenía un visir que se le parecía mucho, por su liberalidad y por la bondad de
su corazón. Y un día en que su soledad se le hacía más pesada que de costumbre, mandó llamar el rey a
su visir, y le dijo: "¡Oh mi visir, he aquí que se agota mi paciencia, y mis fuerzas disminuyen, y como siga
así, no me quedará más que el pellejo sobre los huesos. Porque veo ahora que el celibato no es un estado
natural, sobre todo para los reyes que han de transmitir un trono a sus descendientes. Además, nuestro
bendito Profeta, ¡sean con él la plegaria y la paz! ha dicho: "¡Copulad y multiplicad vuestros descen -
dientes, porque vuestro número ha de glorificarme ante todas las razas el día de la Resurrección!
Aconséjame, pues, ¡oh mi visir! y dime tu parecer".
Entonces el visir dijo: "Verdaderamente, ¡oh rey!, ésta es una cuestión muy difícil, y de una
delicadeza extraordinaria. Trataré de sa tisfacerte, sin salirme de la vía prescrita. Sabe, pues, ¡oh rey! que
no sería de mi gusto que una esclava desconocida llegase a ser tu esposa, porque ¿cómo podrías conocer
su origen, la nobleza de sus ascendien tes, la pureza de su sangre y los principios de su raza? ¿Y cómo po -
drías conservar intacta la unidad de sangre de sus propios antecesores? ¿No sabes que el hijo que nazca
de tal unión sería un bastardo lleno de vicios, embustero, sanguinario y maldito por Alah, a causa de sus
abominaciones futuras? Sería como la planta que crece en terreno pan tanoso, y que cae podrida antes de
llegar a su total crecimiento. Así es que no esperes de tu visir el servicio de comprarte una esclava, aun -
que fuese la joven más hermosa de la tierra; pues no quiero ser origen de desgracia, ni soportar el peso
de los pecados, cuyo instigador sería este servidor tuyo. Pero si quieres hacer caso a mis barbas, sabe
que mi opinión es que escojas, entre las hijas de los reyes, una esposa cuya genealogía sea conocida y
cuya belleza se presente como modelo ante todas las mujeres".
Entonces el rey Soleiman-Schah exclamó: "¡Oh mi visir! si logras encontrar semejante mujer, estoy
dispuesto a tomarla por esposa legí tima, a fin de atraer sobre mi raza las bendiciones del Altísimo!" Al
oírlo dijo el visir: "El asunto está ya arreglado, gracias a Alah". Y el rey exclamó: "¿Cómo es eso?" Y
prosiguió el visir: "Sabe, ¡oh rey! que mi esposa me ha dicho que el rey Zhar-Schah, señor de la Ciudad
Blanca, tiene una hija de belleza tan ejemplar, que supera a todas las palabras, pues mi lengua se haría
peluda antes de poderte dar la menor idea de ella".
Y el rey exclamó: "¡Ya Alah!" Y prosiguió el visir: "Porque ¿cómo podría hablarte dignamente de sus
ojos, de sus pár pados oscuros, de su cabellera, de su talle y de su cintura, tan fina que casi no se ve?
¿Cómo describirte el desarrollo de sus caderas y de lo que las sostiene y redondea? ¡Por Alah! ¡Nadie
puede acercársele sin quedarse inmóvil, como nadie puede mirarla sin morir! Y de ella ha dicho el poeta:
¡Oh virgen de vientre de armonía! ¡Tu cintura desafía a la ramas de sauce y a la misma
esbeltez de los álamos del paraíso!
¡Tu saliva es miel silvestre! ¡Moja en ella la copa, endulza el vino, y dámelo después.Oh
hurí! ¡Pero sobre todo te ruego que abras klos labios y regocijes mis ojos con sus perlas!
Oídos estos versos, el rey se estremeció de gusto, y gritó desde el fondo de su garganta: "¡Ya Alah!"
Pero el visir prosiguió: "Y así ¡oh rey! opino que envíes lo antes posible al rey Zahr-Schah uno de tus
emires que sea hombre de tu confianza, dotado de tacto y delicadeza, que conozca el sabor de las
palabras antes de pronunciarlas, y cuya experiencia te sea conocida. Y le encargarás que emplee toda su
per suasión en lograr que el padre te dé la joven. Y te casarás con ella, para seguir las palabras de nuestro
Profeta bendito, ¡sean con él la paz y la plegaria! que dijo: "¡Los hombres que se llamen castos deben ser
desterrados del Islam! ¡Son unos corruptores! ¡Nada de celibato en el Islam!" ¡Y en verdad, esta princesa
es el único partido para ti, porque es la pedrería más hermosa de toda la tierra, aquende y allende!"
Al oír estas palabras, sintió el rey Soleimán-Schah que se le en sanchaba el corazón, y dijo al visir:
"¿Qué hombre sabrá realizar me jor que tú esa misión tan delicada? Tú serás quien vaya a arreglar eso, tú
solo, que estás lleno de sabiduría y cortesía. Levántate, pues, y corre a despedirte de los de tu casa,
despacha en seguida los asuntos pendientes, y ve a la Ciudad Blanca a pedir para mí la mano de la hija
de Zahr-Schah, pues he aquí que mi corazón y mi juicio están muy atormentados con eso y se preocupan
mucho". El visir contestó: "¡Es cucho y obedezco!"
Y se apresuró a despachar lo que tenía que despachar, y a abrazar a aquellos a quienes tenía que
abrazar, y se puso a hacer todos los preparativos de la marcha. Llevó toda clase de regalos que pudiesen
satisfacer a los reyes: joyas, orfebrería, alfombras de seda, telas pre ciosas, perfumes, esencia de rosas
completamente pura, y todas las cosas ligeras de peso, pero pesadas en cuanto a precio y valor. Llevó
también diez hermosos caballos de las razas más puras de Arabia; y muy ricas armas nieladas de oro, con
empuñaduras incrustadas de rubíes; y tam bién armaduras ligeras de acero y cotas de malla doradas. Todo
esto sin contar unos grandes cajones cargados de cosas suntuosas y también de cosas agradables al
paladar, como conservas de rosas, albaricoques laminados en hojas, dulces secos perfumados, pastas de
almendras aro madas con benjuí de las islas cálidas, y mil golosinas capaces de dis poner favorablemente
a las jóvenes. Mandó cargar todos estos cajones en mulos y camellos, y llevó cien mamalik, cien negros
jóvenes y cien muchachas, que al regreso formarían el séquito de la novia. Y cuando el visir se puso a la
cabeza de la caravana, y se desplegaron las ban deras para dar la señal de marcha, se presentó el rey
Soleimán para decirle: "Cuida de no volver sin la joven, y ven cuanto antes, porque me abraso".
Y el visir respondió: "Escucho y obedezco". Y partió con toda su caravana, y caminó de día y de
noche, atravesando montañas, valles, ríos y torrentes, llanuras desiertas y llanuras fértiles, hasta que
estuvo a una jornada de la Ciudad Blanca.
Entonces se detuvo a descansar a orillas de un arroyo, y envió a un correo para que anunciase su
llegada al rey Zahr-Schah.
Ahora bien; en el momento en que el correo llegó a las puertas de la ciudad, y cuando iba a penetrar
en ella, le vió el rey Zahr-Schah, que tomaba el fresco en uno de sus jardines, le mandó llamar y le
preguntó quién era. Y el correo dijo: "¡Soy el enviado del visir tal, acampado a orillas de tal río, que
viene a visitarte de parte de nuestro rey Soleimán, señor de la Ciudad-Verde. y de las montañas de Ispa -
hán!"Al enterarse de esta noticia, el rey Zahr-Schah quedó en extremo encantado, y mandó ofrecer
refrescos al correo del visir, y dió a sus emires la orden de ir al encuentro del gran enviado del rey
Soleimán -Schah, cuya soberanía era respetada hasta en los países más remotos, y en el mismo territorio
de la Ciudad Blanca. Y el correo besó la tierra entre las manos del rey Zahr-Schah, diciéndole: "Mañana
llegará el visir. Y ahora, ¡que Alah te siga otorgando sus altos favores, y tenga a tus difuntos padres en su
gracia y misericordia!" Eso en cuanto a éstos.
Pero en cuanto al visir del rey Soleimán, estuvo descansando a orillas del río hasta medianoche.
Después se volvió a poner en marcha, y al salir el sol estaba a las puertas de la ciudad.
En ese momento se detuvo un instante para satisfacer una apre miante necesidad. Y cuando hubo
terminado, vió venir a su encuentro al gran visir del rey Zahr-Schah con los chambelanes y grandes del
reino, y los emires, y los notables. Entonces se apresuró a entregar a uno de sus esclavos el jarro que
acababa de usar para hacer sus ablu ciones, y volvió a subir apresuradamente a caballo. Y habiéndose di -
rigido unos a otros los saludos acostumbrados, entraron en la Ciu dad Blanca. Al llegar frente al palacio
del rey, se apeó el visir, y guiado por el gran chambelán penetró en el salón del trono.
En este salón vió un alto y blanco trono de mármol transparente, incrustado de perlas y pedrería, y
sostenido por cuatro pies muy ele vados, formados cada uno por un colmillo completo de elefante. En cima
del trono había un ancho almohadón de raso verde, bordado con lentejuelas doradas y adornado con
flecos y borlas de oro. Y encima de este trono había un dosel, que centelleaba con sus incrustaciones de
oro, piedras preciosas y marfil. Y en tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y discreta según su costumbre,
se calló.
Pero cuando llegó 108ª noche
Ella dijo:
Y sobre el tal trono estaba sentado el rey Zahr-Schah, rodeado de los principales personajes del reino
y de los guardias que inmóviles aguardaban sus mandatos.
El visir sintió entonces que la inspiración iluminaba su espíritu y que la elocuencia le desataba la
lengua en palabras sabrosas. Y con un donoso ademán, se volvió hacia el rey e improvisó estas estrofas
en honor suyo:
Al verte, me ha abandonado mi corazón para volar hacia ti, !y hasta el sueño ha huído de
mis ojos, dejándome entregado a mis torturas!
¡Oh corazón mío, ya que estás con él, quédate donde estás! ¡Te abandono a él aunque seas
lo que más quiero y lo que más necesito!
¡Ningún descanso más agradable a mis oídos que la voz de aquellos que saben cantar las
alabanzas de Zahr-Schah, rey de todos los corazones!
Y después de haberle mirado, auque sea una vez, con eso sería rico para siempre.
¡Oh todos vosotros los que rodeáis a este rey tan magnífico! Sabed que si alguno dijera que
conocía a un rey superior a Zarh-Schah, mentiría y no sería un verdadero creyente.
Y habiendo acabado de recitar este poema, el visir se calló, sin decir nada más. Entonces el rey Zahr-
Schah le mandó acercarse al trono, y le hizo sentar a su lado, y le sonrió cariñoso, y conversó con
él afablemente durante un buen rato, demostrándole su amistad v su simpatía. Después mandó poner la
mesa en honor del visir, y todo el mundo se sentó a comer y beber hasta saciarse. Entonces quiso el rey
quedarse solo con el visir, y todos salieron, excepto los principales chambelanes y el gran visir del reino.
Y el visir del rey Soleimán se puso de pie, se inclinó ceremonio samente, y dijo: "¡Oh gran rey, lleno
de munificencia! ¡Vengo hacia ti para un asunto cuyo resultado para todos nosotros estará lleno de
bendiciones, de frutos dichosos y de prosperidad! El objeto de mi misión es pedirte en matrimonio tu
hija, llena de estimación y gracia, de nobleza y modestia, para mi señor y corona sobre mi cabeza, el rey
Soleimán-Schah, sultán glorioso de la Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. Y a este efecto, vengo
hacia ti trayendo ricos regalos y co sas suntuosas, para demostrarte el entusiasmo con que desea mi señor
poder llamarte su suegro. Quisiera saber de tu boca si compartes igual mente ese deseo, y si le quieres
otorgar el objeto de sus ansiedades".
Cuando el rey Zahr-Schah oyó este discurso del visir, se levantó y se inclinó hasta el suelo. Y los
chambelanes y los emires llegaron hasta el límite del asombro al ver al rey manifestar tanto respeto a un
simple visir. Pero el rey siguió de pie delante del visir, y le dijo: "¡Oh visir, dotado de tacto, de
sabiduría, de elocuencia y de grandeza! es cucha lo que voy a decirte:
¡Me considero como un simple súbdito del rey Soleimán-Schah, y me parece el mayor honor poderme
contar entre los miembros de su familia! ¡De modo que mi hija ya no es en ade lante más que una esclava
entre sus esclavas, y desde este mismo ins tante es su cosa y su propiedad! ¡Y tal es mi respuesta a la
demanda del rey Soleimán-Schah, soberano de todos nosotros, señor de la Ciu dad Verde y de las
montañas de Ispahán!".
E inmediatamente mandó llamar a los kadíes y a los testigos, que redactaron el contrato de
casamiento de la hija del rey Zahr-Schah con el rey Soleimán-Schah. Y el rey, muy dichoso, se llevó el
contrato a los labios, y recibió las felicitaciones y los votos de los kadíes y los testi gos, colmando a
todos de sus favores. Dió grandes fiestas para honrar al visir, y grandes diversiones públicas que
dilataron el corazón y la vista de todos los habitantes. Y repartió víveres y regalos, lo mismo a los
pobres que a los ricos. Después dispuso los preparativos para la marcha, y escogió las esclavas de su
hija: griegas, turcas, negras,y blancas. Y mandó construir para ella un gran palanquín de oro macizo con
incrustaciones de perlas y de pedrería, y lo mandó colocar a lomo de diez mulos bien alineados.Después
se puso en marcha toda la co mitiva. Y el palanquín parecía, a la claridad de la mañana, un gran palacio
entre los palacios de los genios, y la joven, cubierta con sus velos, semejaba una hurí entre las más bellas
huríes del Paraíso.
Y el rey Zahr-Schah acompañó a la comitiva durante tres para sanges. Después se despidió de su hija,
del visir y de los que le acom pañaban, y se volvió a su ciudad en el colmo de la alegría, lleno de
confianza en lo futuro.
En cuanto al visir y a la comitiva ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparacer la mañana, y discretamente, aplazó su
relato para el otro día.
Y cuando llegó la 109ª noche
Ella dijo:
En cuanto al visir y a la comitiva, viajaron sin ningún contra tiempo, y llegados a tres jornadas de la
Ciudad Verde, enviaron un correo para que los anunciara al rey Soleimán-Schah.
Cuando el rey supo la llegada de su esposa, se estremeció de pla cer, y dió un hermoso traie de honor
al correo anunciante. Y mandó a todo su ejército que fuera al encuentro de la reina con los estandar tes
desplegados, y los pregoneros públicos invitaron a toda la ciudad a formar parte de la comitiva, de modo
que no quedasen en las casas ni una sola mujer, ni una sola doncella, ni siquiera una sola anciana, aun que
estuviese caduca o imposibilitada por la edad.
Y nadie dejó de sa lir al encuentro de la novia. Y cuando toda la gente llegó alrededor del palanquín,
se acordó que la entrada en la ciudad se verificaría por la noche con gran pompa.
Así, pues, en cuanto llegó la noche, los notables de la ciudad man daron iluminar por su cuenta todas
las calles y el camino que llevaba hasta el palacio del rey. Y formaron en dos hileras a lo largo del cami -
no, y los soldados cubrieron la carrera, formados a derecha e izquierda, y en todo el trayecto
resplandecieron en el aire límpido las ilumina ciones, los tambores hicieron sonar sus redobles más
profundos, las trompetas cantaron en voz alta, las banderas ondearon por encima de las cabezas, los
perfumes ardieron en los pebeteros por calles y plazas, y los jinetes justaron con lanzas y azagayas. Y por
en medio de todos, precedida de negros y mamalik y seguida por sus esclavas, pasó la recién casada, con
el magnífico vestido que le había dado su padre, y así llegó al palacio de su esposo el rey Soleimán.
Entonces las esclavas desataron a los mulos, y entre los gritos de alegría que lanzaban el pueblo y el
ejército, cogieron en hombros el palanquín y lo transportaron hasta la puerta reservada.
En seguida las doncellas y la servidumbre ocuparon el lugar de las esclavas, e hicieron entrar a la
novia en su aposento. Y en el acto se iluminó el aposento con la claridad de sus ojos, y palidecieron las
luces ante la hermosura de su rostro. Y en medio de todas aquellas mujeres, parecía la luna entre las
estrellas o la perla solitaria en medio del collar.
Después las doncellas y las sirvientas salieron de la habitación y se formaron en dos filas, desde la
puerta hasta el fin del corredor, luego de haber acos tado a la joven en la gran cama de marfil enriquecida
con perlas y pedrería. Y el rey Soleimán, atravesando la doble hilera formada por estas estrellas vivas,
penetró en la habitación y llegó hasta la cama de marfil donde se tendía la joven, toda adornada y
perfumada. Y Alah incitó en aquel momento una gran pasión en el corazón del rey y le dió el amor de
aquella virgen. Y el rey la poseyó, y se deleitó en la felicidad, olvidando en aquel lecho,entre muslos y
brazos, todos los pesares de su impaciencia y su ansia de amor.
El rey permaneció durante todo un mes en el aposento de su esposa, sin dejarla un solo instante, por
lo muy íntima y adecuada con su temperamento que era aquella unión. Y la dejó preñada desde la primera
noche. Después de lo cual fué a sentarse en el trono de su justicia, y se ocupó en los asuntos del reino
para el bien de sus súbditos, y llegada la noche, no dejaba de visitar el aposento de su esposa, y así hasta
el noveno mes.
Y en la última noche de este noveno mes sintió la reina los dolores de parto, se sentó en la silla
parturienta, y al amanecer, Alah le facilitó el parto, y la reina dió a luz un varón marcado con la señal de
la suerte y la fortuna.
En cuanto supo el rey la noticia de este nacimiento, se dilató su pecho hasta el límite de la dilatación,
y se alegró con una gran ale gría, e hizo regalos de gran riqueza al anunciador. Después corrió hacia el
lecho de su esposa, y cogiendo en brazos al niño le besó entré los dos ojos, se maravilló de su
hermosura, y vió cuán perfectamente le cuadraban estos versos del poeta:
¡Desde que nació, le otorgó Alah la gloria y el límite de las altu ras, y le hizo levantarse
como un astro nuevo!
¡Oh nodrizas de hechos espléndidos y delicados, no le acostumbréis a la curva de vuestra
cintura! ¡Porque su única cabalgadura será el lomo firme de los leones y de los caballos
encabritados!
¡Oh nodrizas de leche muy dulce y muy blanca, apresuraos a destetarle! ¡Porque la sangre
de sus enemigos será para él la bebida más deliciosa!
Entonces las criadas y nodrizas cuidaron del recién nacido, y las comadres le cortaron el cordón, y le
alargaron los ojos con kohl ne gro. Y como había nacido de un hijo de reyes y de una reina hija de reinas,
y era tan hermoso y tan magnífico, le llamaron Diadema.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 110ª noche
Ella dijo:
Le llamaron Diadema. Y se crió entre besos y en el seno de las más bellas. Y transcurrieron los días,
y transcurrieron los años, y el niño llegó a los siete años de edad.
Entonces su padre, el rey Soleimán-Schah, mandó llamar a los maestros más sabios y les ordenó que
le enseñaran la caligrafía, las bellas letras y el arte de portarse, así como las reglas de la sintaxis y de la
jurisprudencia. Y a leer el Libro Sublime.
Y aquellos maestros de la ciencia permanecieron con el niño hasta que llegó a los catorce años.
Entonces, como había aprendido todo cuanto su padre deseaba que aprendiese, fué juzgado digno de un
traje de honor. Y el rey lo sacó de las manos de los sabios y lo confió a un maestro de equitación, que le
enseñó a montar a caballo, y a justar con la lanza y la azagaya, y a cazar el gamo con el gavilán Y el prín -
cipe Diadema llegó a ser en poco tiempo el caballero más cumplido, y era tan perfectamente hermoso,
que cuando salía a pie o a caballo hacía condenarse a cuantos le miraban.
Cuando cumplió los quince años eran tales sus encantos, que los poetas le dedicaron las odas más
apasionadas, y los más castos y más puros de los labios sintieron que el corazón se les deshacía y el
hígado se les destrozaba por el encanto mágico que había en él. Y he aquí uno de los poemas que un poeta
enamorado había compuesto por amor a sus ojos:
;Besarlo es embriagarse con el almizcle de que está perfumada toda su piel! ¡Abrazarlo es
sentir doblarse su cuerpo, como se dobla una rama bañada de brisa y de rocío!
¡Besarlo es embriagarse sin probar ningún vino! ¡Bien lo sé yo, en quien fermenta por las
noches el vino almizclado de su saliva!
¡La misma Belleza, al despertarse por la mañana, se mira al espejo y se reconoce vasalla
suya! ¡Oh locura mía! ¿cómo podrán los corazones librarse de su belleza?
¡Por Alah! ¡Si logro vivir de este modo viviré con su quemadura en mi corazón! ¡Pero si
llegase a morir por su amor,será mi última dicha!
¡Y todo esto cuando sólo tenía quince años de edad! ¡Pero cuando llegó a los diez y ocho, ya fué otra
cosa! Entonces un bozo juvenil ater ciopeló el grano rosado de sus mejillas; el ámbar negro puso un lunar
en la blancura de su barbilla, y perturbó todos los juicios, y arrebató todos los ojos, como dice el poeta:
¡Su mirada! ¡Acercarse al fuego sin quemarse no es cosa tan asombrosa como su mirada!
¿Cómo estoy todavía vivo, ¡oh encantado r! cuando paso mi vida ante tus ojos?
¡Sus mejillas! ¡Si sus transparentes mejillas están aterciopeladas, no es de bozo como todas
las demás, sino de seda exquisita y dorada!
¡Su boca! ¡Hay algunos que vienen a preguntarme ingenuamente donde está el elixir de la
vida, y por qué tierra corre el elixir de vida y su manantial!
Y yo les digo: ¡Conozco el elixir de la vida y su manantial! ¡Es la boca de un joven esbelto
y dulce, un gamo joven con el cuello tierno e inclinado, un adolescente de cintura flexible!
¡Es el labio húmedo de mi amigo, delgado y vivo, joven de dulces labios de un rojo oscuro!
Pero todo esto cuando tenía diez y ocho años, pues cuando alcanzó la edad de hombre, el príncipe
Diadema llegó a ser tan admirable mente hermoso, que fué un ejemplo citado en todos los países
musulmanes, a lo largo y a lo ancho. Y así, el número de sus amigos y de sus íntimos fué tan considerable;
y cuantos le rodeaban querían verle reinar en el país como reinaba en los corazones.
En esta época, el príncipe Diadema se apasionó por la cacería y por las expediciones por bosques y
selvas, a pesar del terror que sus constantes ausencias inspiraban a su padre y a su madre. Y un día
mandó a sus esclavos que prepararan provisiones para diez días, y par tió con ellos para una cacería a pie
y con galgos. Y anduvieron duran te cuatro días, hasta que llegaron por fin a una comarca abundante en
caza, cubierta de bosques habitados por toda clase de animales silvestres y regada por una multitud de
fuentes y arroyos.
Y el príncipe Diadema dió la señal para que comenzase la caza. Se tendió la amplia red de cuerda
alrededor de un gran espacio, y los ojeadores irradiaron de la circunsferencia al centro, llevándose por
de lante a todos los animales enloquecidos, empujándolos de este modo hacia el centro. Y en persecución
de los animales difíciles de ojear, se soltaron las panteras, los perros y los halcones. Y la cacería con
gal gos dió un gran número de gacelas, y de toda clase de caza. Y fué una gran fiesta para las panteras de
caza, los perros y halcones.
Una vez terminada la caza, el príncipe Diadema se sentó a orillas de un río para descansar un rato.
Después repartió la caza entre sus amigos, re servando la mejor parte a su padre el rey Soleimán. Y
enseguida se acostó en aquel sitio hasta por la mañana.
Al despertar, se encontraron con que había acampado allí una gran caravana llegada por la noche, y
vieron salir de las tiendas y bajar hacia el río para hacer sus abluciones a un gran número de gente,
esclavos negros y mercaderes. Entonces el príncipe Diadema envió a uno de sus hombres para que se
enterase de quiénes eran y de su país y condición.
Y el correo volvió, y transmitió al príncipe Diadema lo que le había dicho aquella gente: "Somos
mercaderes que hemos acampado aquí, atraídos por el verdor de este bosque y por esos arroyos delicio -
sos. Sabemos que nada tenemos que temer, porque estamos en las tie rras seguras del rey Soleimán, cuya
sabiduría de gobierno es conocida en todas las comarcas y tranquiliza a todos los viajeros. ¡Y le traemos
como regalo gran número de cosas bellas y de mucho valor, sobre todo para su hijo, el admirable
príncipe Diadema!".
Y el príncipe Diadema exclamó: "¡Por Alah! Si esos mercaderes me traen tan hermosas cosas, ¿por
qué no vamos a buscarlas? Así pasaremos alegremente la mañana". Y el príncipe, seguido de sus ami gos
los cazadores, se dirigió hacia las tiendas de la caravana.
Cuando los mercaderes vieron llegar al príncipe y adivinaron quién era, acudieron a su encuentro, le
invitaron a entrar en sus tiendas, y le levantaron en su honor una magnífica tienda de raso rojo con figuras
multicolores, representando flores y pájaros, alfombrada de sedas de la India y brocados de Cachemira.
Y colocaron un precioso almohadón sobre una maravillosa alfombra de seda, cuyo borde estaba
enriqueci do con varias filas de esmeraldas. Y el príncipe se sentó en esta alfom bra, se apoyó en el
almohadón, y pidió a los comerciantes que le ense ñaran sus mercaderías. Y habiéndole enseñado los
comerciantes todas sus mercaderías, eligió lo que más le agradaba, y a pesar de que se resistían, les
obligó a aceptar su precio, pagándoles con largueza.
Después mandó a los esclavos que recogiesen las compras, y se disponía a montar para proseguir la
caza, cuando de pronto vió delante de él, entre los mercaderes, a un joven . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y con su acostumbrada
discreción, aplazó el relato para el día siguiente.
Y cuando llegó la 111ª noche
Ella dijo:
Cuando de pronto el príncipe Diadema vió delante de él, entre los mercaderes, a un joven de una
sorprendente hermosura, de una intensa palidez, vestido con un magnífico traje y muy bien portado. Aquel
rostro, tan pálido y tan bello, hablaba de una gran tristeza, la ausencia de un padre, de una madre o de un
amigo muy querido.
Y el príncipe Diadema no quiso marcharse sin saber quién era aquel hermoso joven hacia el cual se
sentía atraído. Y se aproximó a él, le deseó la paz, y le preguntó quién era y por qué estaba tan triste. Y el
hermoso joven, al oír esta pregunta, sólo pudo decir estas palabras: "¡Soy Aziz!" Y rompió en sollozos de
tal manera, que cayó desmayado.
Cuando volvió en sí, el príncipe Diadema le dijo: "¡Oh Aziz! sabe que soy tu amigo. Dime, pues, el
motivo de tus penas". Pero el joven Aziz, por toda respuesta, apoyó los codos en el suelo, y cantó estos
versos:
¡Evitad la mirada mágica de sus ojos, pues nadie se escapa de su órbita!
¡Los ojos negros son terribles cuando miran lánguidamente porque atraviesan los
corazones como los atraviesa el acero de las espadas más afiladas!
¡Y sobre todo, no escucheis la dulzura de su voz, pues como si fuera un vino hecho de fuego,
trastorna el juicio a los más razonables!
¡Si la conocieseis! ¡Son tan dulces sus miradas! ¡Si su cuerpo de seda tocara el terciopelo,
lo eternizaría de dulzura!
¡Cuán noble es la distancia entre su tobillo apretado por la pulsera de oro y sus ojos
cercados de kohl negro!
¡Ah! ¿En dónde está el aroma delicado de sus vestidos perfumados, de su aliento que sabe a
esencia de rosas?
Cuando el príncipe Diadema oyó esta canción, no quiso insistir más por el momento, y dijo: "¡Oh
Aziz! ¿por qué no me has ense ñado tus mercancías como los demás mercaderes?" El otro contestó: "¡Oh
mi señor! mis mercancías no merecen que las compre el hijo de un rey".
Pero el hermoso Diadema dijo al hermoso Aziz: "¡Por Alah! ¡De todos modos quiero que me las
enseñes!" Y obligó al joven Aziz a sentarse en la alfombra de seda, a su lado, y a presentarle, pieza por
pieza, todas sus mercancías. Y el príncipe Diadema, sin exa minar las bellas telas, se las compró todas, y
le dijo: "Ahora, ¡oh Aziz! si me contases el motivo de tus penas... Te veo con los ojos llenos de lágrimas
y con el alma llena de aflicción. Ahora bien; si alguien te persigue sabré castigar a tus opresores; y si
tienes deudas, pagaré de todo corazón tus deudas. Porque he aquí que me siento atraído hacia ti, y mis
entrañas arden por causa tuya".
Pero el joven Aziz, al oír estas palabras, se sintió de nuevo ahoga do por los sollozos, v no pudo
hacer más, que cantar estas estrofas:
¡La presunción de tus ojos negros alargados con kohl azul
¡La esbeltez de tu cintura recta sobre tus caderas ondulantes!
¡El vino de tus labios y la miel de tu boca! ¡La curva de tus pechos y la brosa que los
florece!
¡Esperarte es más dulce para mi corazón que lo es para el condenado la esperanza del
indulto! ¡Oh noche!
Y el príncipe Diadema, después de esta canción, quiso distraer al joven y se puso a examinar una por
una las hermosas telas y las se derías. Pero de pronto cayó de entre las telas un trozo de seda brocada, que
el joven Aziz se apresuró a recoger y lo dobló temblando, ponién doselo bajo la rodilla. Y exclamó
¡Oh Aziza, mi muy amada! ¡Más fáciles que tú son de alcanzar las estrellas de las Pléyades!
¿Adonde iré sin ti? ¿Cómo he de soportar tu ausencia, que me abruma, cuando apenas
puedo con el peso de mi traje?
Y el príncipe, al ver aquel movimiento del bello Aziz y al oír sus últimos versos, se quedó
extremadamente sorprendido, llegando al lí mite de la expectación. Y exclamó ...
En este momento de su narración, Schehrazada, la hija del visir, vió acercarse la mañana, y
discretamente, no quiso abusar del permiso otorgado.
Entonces su hermana, la joven Doniazada, que había oído toda aquella historia conteniendo la
respiración, exclamó desde el sitio en que estaba acurrucada: "¡Oh hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán gen -
tiles y cuán deliciosas al paladar y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Y cuán encantador es ese
cuento, y cuán admirables sus versos!"
Y Schehrazada le sonrió, y le dijo: "¡Sí, hermana mía! ¿Pero qué es eso comparado con lo que os
contaré la noche próxima, si aun estoy viva por merced de Alah y voluntad del rey?"
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! No la mataré sin ha ber oído la continuación de su
historia, que es una historia maravillosa y sorprendente, por todo extremo".
Después cogió a Schehrazada en brazos. Y pasaron el resto de la noche entrelazados hasta el día.
Luego de lo cual marchó el rey Schahriar a la sala de su justicia; y el diwán se llenó de la multitud y
de los visires, emires, chambelanes, guardias y servidores de palacio. Y el gran visir llegó también,
llevando debajo del brazo el sudario para su hija Schehrazada, a la cual creía ya muerta. Pero el rey nada
le dijo sobre esto, y siguió juzgando, concediendo empleos, destituyendo, gobernando y despachando los
asuntos pendientes, y así hasta el fin del día. Después se levantó el diwán, y el rey entró en su palacio. Y
el visir se quedó muy perplejo llegando al límite más extremo del asombro.
Pero cuando llegó la noche, el rey Schahriar fué a buscar a Schehra zada, y no dejó de hacer con ella
su cosa acostumbrada.
Pero cuando llegó la 112ª noche
Y en cuanto se terminó la cosa, la joven Doniazada se levantó de la alfombra, y dijo a Schehrazada:
"¡Oh hermana mía! te ruego que sigas esa bella historia del her moso príncipe Diadema y Aziz y
Aziza, que al pie de los muros de Constantinia contaba el visir al rey Daul'makán".
Y Schehrazada sonriendo a su hermana Doniazada, le dijo: "¡La contaré de todo corazón y como
homenaje debido! ¡Pero no sin que me lo permita este rey bien educado y dotado de buenos modales!"
Entonces el rey Schahriar, que no podía dormir por la impaciencia con que aguardaba el relato,
contestó: "¡Puedes hablar!"
Y Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el príncipe Diadema exclamó: "¡Oh Aziz! ¿Por qué
ocultas esa tela?"
Y Aziz respondió: "¡Oh señor! precisamente por esto no quería mostrarte mis mercancías. ¿Qué haré
ahora?" Y lanzó un suspiro con toda su alma. Pero tanto insistió el príncipe Diadema, y tan afables eran
sus palabras, que el joven Aziz acabó por decir:
"Sabe, ¡oh mi señor! que la historia de este doble pedazo de tela es bien extraña, y está llena de
recuerdos muy dulces para mí. Pues los encantos de aquellas que entregaron estas dos telas nunca se
borrarán de mis ojos. La que me dió la primera tela se llamaba Aziza. ¡En cuanto a la otra, su nombre me
es muy amargo de pronunciar en este momento! Porque fué ella con su propia mano la que me hizo lo que
soy. Pero como ya he empezado a hablarte de estas cosas, voy a contarte los pormenores. Seguramente te
encantarán, y servirán de lec ción a quienes los oigan con respeto".
Después el joven Aziz sacó el doble pedazo de tela que había ocul tado bajo de la rodilla, y lo
desdobló sobre la alfombra en donde estaban sentados. Y el príncipe Diadema vio que los dos pedazos
eran distintos: en uno estaba bordado, con hilos de oro rojo e hilos de seda de todos colores, una gacela;
y en el otro pedazo había también una gacela, pero bordada con hilo de plata, y llevaba al cuello un co -
llar de oro rojo, del cual colgaban tres piedras de crisolito oriental.
Al ver estas gacelas, tan maravillosamente bordadas, exclamó el príncipe: "¡Gloria a Aquel que pone
tanto arte en el alma de sus criaturas!" Y después, dirigiéndose al hermoso joven, prosiguió:
"¡Oh Aziz! te ruego que me cuentes tu historia con Aziza y con la dueña de esta segunda gacela".
Y el hermoso Aziz dijo al príncipe:
"Sabe, ¡oh príncipe Diadema! que mi padre era uno entre los grandes mercaderes, y no tenía más
hijos que yo. Pero yo tenía una prima que se había criado conmigo en casa de mi padre, porque el suyo
había fallecido.
Pero antes de morir, mi tío había hecho prometer a mi padre y a mi madre que nos casarían cuando
llegáramos a la edad conveniente. Así es que nos dejaban juntos; y de este modo llegamos a aficionarnos
el uno al otro. Y de noche nos hacían dormir en la misma cama, sin separarnos un momento. Claro es que
nosotros no caímos entonces en los inconvenientes que pudiera tener todo aquello, aunque de todos
modos, mi prima era más advertida que yo en tales asuntos, y más instruída y hasta más experta, pues lo
conocí más adelante, al pensar en su manera de enlazarme con sus brazos y de apretar los muslos al
dormirse junto a mí.
A todo eso, como acabábamos de cumplir la edad requerida, mi padre dijo a mi madre: "Este año
tenemos que casar a nuestro hijo Aziz con su prima Aziza". Y se puso de acuerdo con ella acerca del día
en que se redactaría el contrato, y enseguida se puso a hacer los preparativos para la ceremonia; y fué a
invitar a los parientes y ami gos, diciéndoles: "El viernes próximo después de la oración, vamos a
redactar el contrato de matrimonio de Aziz con Aziza". Y mi madre fué a avisar por su cuenta a todas las
mujeres que conocía y a sus parientes. Y para recibir a los convidados como es debido, mi madre y las
criadas de la casa lavaron cuidadosamente el salón, hicieron brillar los mármoles de su pavimento, y
tendieron las alfombras, y adornaron las paredes con hermosas telas y con tapices labrados con oro, que
guardaban encerrados en los arcones. En cuanto a mi padre, fué a encargar los pasteles y dulces, y
dispuso con todo esmero las grandes bandejas para las bebidas. Y antes de la hora señalada para recibir
a los convidados, me envió mi madre al hammam para que me bañase, y vino un esclavo detrás de mí con
un traje nuevo, el me jor de entre los trajes nuevos que había de ponerme después de bañarme.
Fui, pues, al hammam, y terminado el baño, me puse el suntuoso traje consabido, que estaba tan
poderosamente perfumado, que los transeúntes se detenían para saborear su aroma en el aire.
Y me dirigí hacia la mezquita para asistir a la plegaria que aquel día de viernes había de preceder a
la ceremonia, pero por el camino me acordé de un amigo al cual se me había olvidado invitar. Y empecé
a andar muy de prisa para no retrasarme, pero con la precipitación acabé por extraviarme por una
callejuela que no conocía. Y como estaba humedecido de sudor por el baño caliente y por el traje nuevo,
cuya tela era muy rígida, aproveché la frescura de la calleja para descansar en un banco empotrado en la
pared. Antes de sentarme sa qué del bolsillo un pañuelo bordado de oro, y lo extendí debajo de mí. Y el
sudor seguía cayéndome de la frente, por lo muy intenso del calor; y como no tenía nada con que
limpiármelo, pues el pañuelo estaba debajo de mí, lo sentí mucho, y este tormento activaba más todavía
la transpiración. Y me disponía a levantar el faldón de mi traje nuevo para secarme los goterones que me
surcaban las mejillas, cuando vi caer, ligero como la brisa, un pañuelo blanco de seda, cuyo perfume
habría curado a un enfermo. Sólo con su vista se refrescó mi alma. Me apresuré a recogerlo, miré hacia
arriba para ver de dón de habría caído, y mis ojos se encontraron con los ojos de una joven, la misma que
había de darme esta primera gacela bordada. La ví...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 113ª noche
Ella dijo:
La ví, sonriente, asomada en una ventana abierta en el piso alto. No intentaré pintarte su hermosura,
porque mi lengua es demasiado torpe para ello. Sabe únicamente que apenas me hubo visto se puso el
dedo ín dice entre los labios. Bajó después el dedo del corazón, lo unió al índice izquierdo, y se puso los
dos entre los pechos. En seguida se metió dentro, cerró la ventana y desapareció.
Y completamente sorprendido, e inflamadlo por el deseo, por mu cho que miré esperando ver de
nuevo aquella aparición que me había arrebatado el alma, permaneció cerrada la ventana obstinadamente.
Y no desesperé hasta que, después de haber estado aguardando en el banco hasta la puesta del sol,
olvidando el contrato de casamiento y la novia, me cercioré de que decididamente era en vano aguardar.
Entonces me levanté con el corazón muy apenado, y me dirigí hacia mi casa. Por el camino desdoblé
aquel adorable pañuelo, cuyo perfume me había deleitado tan intensamente, y me creí en el Paraíso. Y
cuando lo hube desdoblado del todo, vi que en una de las esquinas llevaba escritos estos versos, con una
hermosa letra entrelazada:
¡He querido quejarme por medio de esta letra fina y complicada para que conozca la
pasión de mi alma! ¡Porque toda letra es la huella del alma que la imagina!
Pero el amigo me dijo: "¿Por qué es tu letra tan fina y tan atormentada, que casi
desaparece a mi vista?"
Y contesté: "¡Así estoy yo de atormentada! ¿Tan ingénuo eres que no has adivinado en ella
un indicio de amor?"'
Y en la otra esquina del pañuelo estaban escritos estos versos, en caracteres grandes y regulares:
¡Las perlas, el ámbar y el encendido rubor de las manzanas bajo las hojas celosas, a pe nas
podrían decirte la claridad de sus mejillas debajo del bozo!
¡Y si buscaras la muerte, la encontrarías en las intensas miradas de sus ojos, cuyas
víctimas son innumerables! ¡Pero si es la embria guez lo que deseas, deja los vinos del copero!
¿No tienes las rojas mejillas del copero?
Entonces yo, ¡oh mi señor! me sentí enloquecido, y llegué a mi casa al caer la noche. Y encontré a la
hija de mi tía, que estaba llo rando; pero al verme se limpió rápidamente los ojos, se acercó a mí, y me
ayudó a desnudarme. Y me interrogó dulcemente sobre el moti vo de mi retraso, y me dijo que todos los
convidados, los emires, los grandes mercaderes y los demás, lo mismo que el kadí y los testigos, me
habían aguardado largo rato, pero que al no verme venir habían comido y bebido hasta la saciedad, y se
habían ido todos, cada cual por su camino. Después añadió: "¡En cuanto a tu padre, se ha puesto muy
furioso, y ha jurado que nuestro casamiento se aplazará hasta el año que viene! Pero ¡oh hijo de mi tío!
¿por qué has procedido de esa manera?"
Entonces le dije: "Ha ocurrido tal y cual cosa". Y le conté la aventura con pormenores. Enseguida
cogió el pañuelo que le alarga ba, y después de haber leído lo que en él estaba escrito, derramó abun -
dantes lágrimas. Y dijo después: "¿Pero ella no te ha hablado?"
Yo contesté: "Sólo por señas, de las cuales nada he entendido, y cuya explicación quisiera que me
dieses". Ella dijo: "¡Oh mi muy amado primo! si me pidieras hasta los ojos, no vacilaría en sacármelos
para ti. Sabe, pues, que para devolver la tranquilidad a tu espíritu estoy dispuesta a servirte con toda
abnegación, y a facilitarte un encuentro con esa mujer que tanto te preocupa, y que seguramente está
enamo rada de ti. Porque esas señas, cuyo misterio lo conocemos nosotras las mujeres, significan que te
ama apasionadamente y que te cita para dentro de dos días. Los dedos colocados entre los dos pechos
determi nan el número dos, mientras que el dedo entre los labios indica que eres para ella lo mismo que
su alma, que le da vida al cuerpo. Está, pues, seguro de que mi amor hacia ti ha de obligarme a todos los
fa vores que pueda hacerte, y os pondré a ambos bajo mis alas, para que os protejan".
Le di las gracias por su abnegación y por sus buenos ofrecimientos, y me estuve dos días en casa
aguardando la hora de la cita. Y estaba muy triste, y descansaba la cabeza en las rodillas de mi prima,
que no dejaba de animarme y alentar mi corazón. Así es que, cuando se acercó la hora de la cita, mi
prima se apresuró a ponerme el traje, y me perfumó con sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 114ª noche
Ella dijo:
El hermoso Aziz prosiguió de este modo su historia:
Y me perfumó con sus manos, quemó benjuí para que aromase mi ropa, y me abrazó tiernamente,
diciendo: "¡Oh mi muy amado primo! he aquí la hora. Ten ánimo, y vuelve a mí tranquilo y satis fecho.
Pues yo deseo la paz de tu alma, y sólo seré dichosa con tu dicha. Vuelve pronto, pues, para contarme la
aventura. ¡Y cuenta que habrá hermosos días para nosotros, y hermosas noches benditas!" Entonces,
calmando los latidos de mi corazón y reprimiendo mis emo ciones, me despedí de mi prima y salí.Llegado
a la callejuela som bría, fuí a sentarme en el banco, sintiendo que se había apoderado de mí una
excitación inmensa.
Y apenas estuve allí, vi que se entreabría la ventana; y enseguida me pasó un vértigo por delante de
los ojos, pero me rehice, miré hacia la ventana, y vi a la joven. Y al ver aquel rostro adorado, me
tambaleé y caí temblando en el banco.
La joven seguía en la ventana, mirándome con toda la luz de sus ojos. Y tenía en la mano un espejo y
un pañuelo rojo. Y sin decir palabra, se levan tó las mangas y se descubrió los brazos hasta los hombros.
Después abrió la mano, y extendiendo los dedos, se tocó los pechos. Luego alar gó el brazo fuera de la
ventana, empuñando el espejo y el pañuelo rojo; agitó el pañuelo tres veces, levantándolo y volviéndolo a
bajar. Hizo ademán de retorcer el pañuelo y doblarlo; inclinó la cabeza hacia mí largo rato; después,
retirándose rápidamente, cerró la ventana y desapareció. ¡Y esto fué todo! Y sin pronunciar ni una sola
palabra.
Me dejó así, en una perplejidad extrema; y no sabía si quedarme o irme; y en la duda, estuve mirando
a la ventana horas y más horas, hasta medianoche. Entonces, sintiéndome enfermo a fuerza de tanto
pensar, me volví a casa y encontré a mi pobre prima esperando, con los ojos enrojecidos por las lágrimas
y la cara llena de tristeza y resignación. Y falto de fuerzas, me dejé caer al suelo en un estado lamentable.
Y mi prima, que se había apresurado a correr hacia mí, me recibió en sus brazos, y me besó en los ojos, y
me los secó con una punta de la manga, y para calmar mi espíritu, me dió un vaso de jarabe perfumado
con agua de flores; y acabó por interrogarme dul cemente sobre aquel retraso y sobre mi desesperación.
Entonces, aunque quebrantado por el cansancio, la puse al co rriente de todo, refiriéndole los
ademanes de la hermosa desconocida. Y mi prima dijo: "¡Oh Aziz de mi corazón! el significado que para
mí tienen esas cosas, sobre todo lo de los cinco dedos y el espejo, es que la joven te enviará un mensaje
dentro de cinco días a casa del tintorero de la calleja".
Entonces exclamé: "¡Oh hija de mi corazón! ¡ojalá sean verdaderas tus palabras! Pues he visto que en
la esquina de la calleja existe efectivamente la tienda de un tintorero judío". Y después, sin poder resistir
la ola de mis recuerdos, me puse a sollozar en el seno de mi prima, que para consolarme me colmó de
palabras dulces y caricias encantadoras.
Y decía: "Piensa, ¡oh mi querido Aziz! que los enamorados sufren años y más años esperando, y
tienen que resignarse, armándose de firmeza, y tú apenas si hace una semana que conoces los tormentos
del corazón. Anímate, ¡oh hijo de mi tío! y prueba estos manjares, y bebe este vino que te ofrezco".
Pero yo, ¡oh mi joven señor! no pude tragar ni un bocado, ni un sorbo, y hasta perdí el sueño. La cara
se me puso amarilla, y se desmejoraron mis facciones. Porque era la primera vez que sentía la pasión, y
gozaba un amor amargo y misterioso.
Así es que durante los cinco días que estuve aguardando, enfla quecí hasta el extremo, y mi prima,
muy afligida al verme de aquel modo, no me dejó ni un solo instante, y pasaba los días y las noches
sentada a mi cabecera contándome historias de enamorados, y en vez de dormir, velaba a mi lado; y
algunas veces la sorprendí secándose las lágrimas, que quería disimular.
Por fin, pasados los cinco días, me obligó a levantarme, y me calentó agua, y me hizo entrar en el
ham mam. Y después me vistió, y me dijo: "¡Ve a escape a la cita! ¡Y Alah te haga lograr lo que deseas, y
con sus bálsamos te cure el alma!"
Me apresuré a salir, y corrí a casa del tintorero judío.
Pero aquel día era sábado, y el judío no había abierto la tienda. Me senté, a pesar de todo, delante de
la puerta de la tienda, y estuve esperando hasta la oración y hasta que el sol se puso. Y como la noche
avanzaba sin ningún resultado, me sobrecogió el temor y me decidí a volver a casa. Llegué como
borracho, sin saber lo que hacía ni lo que decía. Y encontré a mi prima de pie, vuelta la cara hacia la
pared, con un brazo apoyado en un mueble y una mano sobre el corazón. Y suspiraba unos versos muy
tristes acerca del amor desgraciado.
Pero apenas se enteró de mi presencia, se secó los ojos y corrió a mi encuentro, procurando sonreír
para ocultarme su dolor. Y me dijo: "¡Oh primo muy amado! ¡que Alah haga duradera tu felicidad! ¿Pero
por qué en lugar de volver tan solo por las calles desiertas no has pasado toda la noche en casa de tu
amante?"
Al oírla no pude contenerme; creí que mi prima se quería burlar de mí, y la rechacé con tal
brusquedad, que fué a caer todo lo larga que era contra el ángulo de un diván, y se hizo en la frente una
ancha herida, de donde empezó a correr la sangre a oleadas. Entonces mi pobre prima, lejos de irritarse
por mi brutalidad, no pronunció ni una palabra de indignación, se levantó muy resignada, y fué a quemar
un pedazo de yesca, aplicándosela sobre la herida. Y cuando se hubo vendado la frente con un pañuelo,
limpió la sangre que manchaba el mármol, y como si nada hubiese pasado, se volvió hacia mí, sonriendo
tranquila, y me dijo con la mayor dulzura...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como de
costumbre, interrumpió su relato hasta el otro día.
Pero cuando llegó la 115ª noche
Ella dijo:
Y como si nada hubiese pasado, se volvió hacia mí, sonriendo tranquila, y me dijo con la mayor
dulzura: "¡Oh hijo de mi tío! estoy en el límite de la desolación por haberte apenado con palabras
impertinentes. ¡Perdóname, y cuenta por favor lo que te haya pasado, para que yo vea si puedo poner
remedio!"
Entonces le conté el contratiempo que había sufrido y que no sabía nada de la desconocida. Y Aziza
dijo: "¡Oh Aziz de mis ojos! puedo anunciarte que conseguirás tu objeto, pues esto es una prueba a que te
somete la joven para ver la fuerza de tu amor y tu constancia para con ella. ¡Así es que mañana irás a sen -
tarte en el banco, y seguramente encontrarás una solución a gusto de tu deseo!"
Y dicho esto, me trajo mi prima una bandeja con manjares, pero yo la rechacé bruscamente, y la
vajilla saltó por el aire y rodó por toda la alfombra. Fué mi modo de expresar que no quería comer ni
beber. Mi pobre prima recogió cuidadosa y silenciosamente los cacha rros que cubrían el suelo, limpió la
alfombra, y volvió a sentarse al pie del diván en que yo estaba echado. Y durante toda la noche me estu vo
abanicando, diciéndome palabras cariñosas con dulzura infinita. Y yo pensaba: "¡Qué locura es estar
enamorado como lo estoy!" Por fin apareció la mañana, me levanté a toda prisa, y me fui a la calleja,
deba jo de la ventana de la joven.
Y apenas me había sentado en el banco, la ventana se abrió, y apareció ante mis ojos deslumbrados la
cabeza deliciosa que era toda mi alma. Y me sonreía con todos sus dientes y con una sonrisa defini -
tivamente sabrosa. Desapareció un momento, y volvió con un saco en la mano, un espejo, una maceta de
flores y una linterna. Y primeramente metió el espejo en el saco, ató el saco, y lo tiró todo dentro de la
habi tación. Después, con un ademán incomparable, se soltó la cabellera, que cayó pesadamente sobre sus
hombros, y se cubrió con ella un momento la cara. Enseguida colocó la linterna en el tiesto, en medio de
las flo res, lo volvió a coger todo y desapareció. La ventana se cerró del todo, y mi corazón voló con la
joven. Y mi estado ya no era un estado.
Entonces, sabiendo de sobra lo inútil que era aguardar, me enca miné desolado hacia mi casa, donde
encontré a mi pobre prima llorando y con la cabeza toda entrapajada, pues llevaba una venda en la frente
para resguardarse la herida y otra alrededor de los ojos, enfermos por tantas lágrimas como había
derramado durante mi ausencia y durante aquellos días de amargura. Y tenía la cabeza apoyada en una
mano, y murmuraba muy despacio la armonía de estos versos:
Pienso siempre en ti, ¡oh Aziz! ¿A qué morada lejana has huído? Responde, ¡oh Aziz!
¿Dónde has encontrado morada, ¡oh viajero adorado!?
¡Piensa en mí a tu vez! ¡Sabe que, te impulse donde te impulse el Destino, celoso de mi
dicha, no podrás encontrar el calor que te guarda este pobre corazón de Aziza!
¡Pero no me escuchas, Aziz, y te alejas! ¡Y he aquí que mis ojos te echan de menos,
vertiendo lágrimas inagotables!
¡Apaga tu sed en la limpidez de un agua pura, pero deja que mi dolor beba la sal de estas
tristes lágrimas, ocultas en mis órbitas profundas!
¡Llora, corazón mío, la ausencia del muy amado ... ! Pienso siempre en ti, ¡oh Aziz! ¿A qué
morada lejana has huído? Responde, ¡Oh Asís!¿Dónde has encontrado morada, ¡oh viajero
adorado!?
Terminados estos versos se volvió, y al verme quiso enseguida ocultar sus lágrimas, y vino hacia mí,
y se estuvo de pie, sin poder hablar. Por fin dijo: "¡Oh primo mío! cuéntame qué ha ocurrido esta vez". Y
le expliqué minuciosamente los misteriosos ademanes de la joven. Y Aziza dijo: "¡Regocíjate, ¡oh primo
mío! pues verás logrados tus anhelos! Sabe que el espejo metido en el saco representa el sol que
desaparece. Esta seña te invita a dirigirte mañana por la noche a su casa. La cabellera negra suelta y
tapando la cara significa la noche cubriendo el mundo con sus tinieblas. Esta seña es una confirmación de
la anterior. La maceta de flores significa que tienes que entrar en el jardín de la casa, situado detrás de la
calleja, y en cuanto a la linterna encima de la maceta, indica claramente que cuando estés en el jardín
debes dirigirte hacia donde veas una linterna encendida, y aguardar allí la llegada de tu amante".Pero yo,
en el colmo de la decepción, excla mé: "¡Ya me has dado esperanzas demasiadas veces, que luego no se
han cumplido! ¡Alah! ¡Alah! ¡Cuán desgraciado soy!"
Y mi prima, más cariñosa que de costumbre, no escaseó las palabras dulces y consoladoras. Pero no
se atrevió a moverse ni a darme de comer ni de beber, por temor a mis accesos de impaciencia
demasiado expresivos.
Sin embargo, al anochecer del día siguiente me decidí a intentar la aventura, animado por Aziza, que
me daba tantas pruebas de su desin terés y del sacrificio absoluto de su persona, mientras que en secreto
lloraba todas sus lágrimas.
Me levanté, tomé un baño, y siempre ayudado por Aziza me puse mi traje más hermoso. Pero antes de
dejarme salir, Aziza me echó una mirada de desolación, y con voz llorosa me dijo: "¡Oh hijo de mi tío!
toma este grano de almizcle y perfúmate los labios. Y cuando hayas visto a tu amante, y hayas logrado tu
deseo, prométeme que le recitarás los versos que voy a decirte". Y me echó los brazos al cuello y sollozó
un gran rato. Entonces le juré recitarlos. Y Aziza, tranquilizada, me recitó los versos, y me obligó a
repetirlos antes de marcharme, aunque yo no comprendía su intención ni su alcance futuro:
¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! ¿si el amor habitara siempre en el
corazón de su víctima, dónde estaría su reden ción...?
Después me alejé rápidamente, y llegué al jardín, cuya puerta en contré abierta, y en el fondo había
una linterna encendida, hacia la cual me dirigí a través de las sombras.
Y al llegar al sitio en que estaba la luz, me aguardaba una gran sorpresa, pues encontré un
maravilloso salón con un cúpula de marfil y de ébano, iluminada por inmensos candelabros de oro y
grandes lámparas de cristal colgadas del techo con cadenas doradas. En medio de la sala había una fuente
con incrustaciones y dibujos admirables, y la música del agua al caer daba una nota de frescura. Al lado
del tazón de la fuente, sobre un grande escabel de nácar, había una bandeja de plata cubierta con un
pañuelo de seda, y sobre la alfombra estaba una vasija barnizada, cuyo esbelto cuello sostenía una copa
de oro y de cristal.
Entonces, ¡oh mi joven señor! lo primero que hice fué levantar el pañuelo de seda que tapaba la
bandeja de plata. ¡Y qué cosas tan deliciosas había allí! ¡Aun las están viendo mis ojos! Efectivamente,
había allí...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, e interrumpió su relato hasta
el otro día.
Y cuando llegó la 116ª noche
Ella dijo:
Efectivamente, había allí cuatro pollos asados, dorados y olorosos, sazonados con especias finas;
había cuatro grandes tazones, que contenían: el primero mahallabia
[92] perfumada con naranja y con
alfónsigos partidos y canela; el segundo, pasas maceradas, perfumadas discreta mente con rosas; el
tercero, ¡oh el tercero! Baklawa
[93] hojaldrada y dividida en rombos de una sugestión infinita; el cuarto,
katayefs
[94] de jarabe espeso, prontos a estallar por lo generosamente rellenos.
En la otra mitad de la bandeja veíanse mis frutas predilectas: higos arru gados por la madurez, cidras,
limones, uvas frescas y plátanos. Y entre una y otra cosa destacábanse las flores: rosas, jazmines,
tulipanes, lirios y narcisos.
Me animé al ver todo esto hasta el límite de la animación, y alejé mis pesares para dar sólo morada a
la alegría. Pero me preocupaba el no ver rastro de criatura viviente entre las criaturas de Alah. Y como
no veía ni criada ni esclava que viniera a servirme no me atrevía a probar nada, y aguardé pacientemente
a que viniera la amada de mi corazón; pero pasó la primera hora, y ¡nada! después la segunda y la
tercera, y ¡nada tampoco! Entonces empecé a sentir violentamente la tortura del hambre, pues llevaba
mucho tiempo sin comer, a causa de los pasados desencantos; pero ahora que me cercioraba del éxito, me
volvió el apetito, por la gracia de Alah, y se lo agradecí a mi pobre Aziza, que me lo había predicho,
explicándome con exactitud el miste rio de aquellas señas.
Así, pues, no pudiendo resistir más el hambre, me arrojé sobre los adorables katayefs, que prefería a
todo, y quién sabe cuántos deslicé en mi garganta, pues parecían amasados con perfumes del Paraíso por
los dedos diáfanos de las huríes. Después arremetí contra los rombos crujientes de la jugosa baklawa, y
me comí todos los que me deparó mi buena suerte; luego me tragué toda la copa de la blanca mahallabia
sal picada de alfónsigos partidos, y no pudo ser más fresca para mi corazón; me decidí en seguida por los
pollos, y me comí uno, o dos, o tres, o cuatro, pues estaba muy sabiamente hecho el relleno oculto en su
cavi dad, sazonado con granos ácidos de granada, después de lo cual me dirigí hacia las frutas para
endulzarme, y acaricié mi paladar seleccio nando ampliamente entre todas ellas.
Acabé la comida gustando una, dos, tres o cuatro cucharadas de granos dulces de granada, y
glorifiqué a Alah por sus beneficios.
Puse fin a todo extinguiendo la sed en la vasija barnizada, sin utilizar la copa, que estaba de sobra.
¿Qué pasó durante aquella noche...? Sólo sé que por la mañana, al despertarme los rayos de sol,
estaba tendido, no en las alfombras magníficas, sino sobre el mármol desnudo, y tenía sobre el vientre un
poco de sal y un puñado de polvo de carbón. Me levanté enseguida, me sacudí, miré a derecha e
izquierda, pero no vi rastro de criatura vivien te alrededor. Así es que mi perplejidad fué tan grande como
mi emo ción. Y me enfurecí contra mí mismo, arrepintiéndome de lo débil de mi carne y de mi escasa
resistencia contra la fatiga. Y me encaminé tristemente hacia casa, donde encontré a mi pobre Aziza, que
se lamen taba humildemente y recitaba llorando estos versos:
¡La brisa danzarina se levanta y viene hacia mí a través de la pradera! ¡Antes de que su
caricia se pose en mis cabellos, me lo anuncia su perfurne!
¡Oh brisa suave, ven a mí! ¡Las aves cantan! ¡Toda pasión seguirá su destino!
¡Si yo pudiera, ¡oh amor! cogerte en mis brazos, como el amante aprisiona contar su pecho
la cabeza de su amada...!
¡Endulza con tu aliento la amargura de esta alma, que se sumerge en el dolor!
Después de partir tú, ¡oh Aziz! ¿qué alegrías me quedarán en este mundo, y qué gusto le
encontraré en adelante a la vida?
¿Quién me dirá si el corazón de mi amado está como mi corazón, abrasado por la llama del
amor?
Al verme Aziza se levantó rápidamente, se secó las lágrimas, y me dirigió palabras muy dulces,
ayudándome a quitarme la ropa. Y des pués de olfatearla, me dijo: "¡Por Àlah! ¡Oh hijo de mi tío! no son
éstos los perfumes que deja en la ropa el contacto de una mujer adora da. ¡Cuéntame lo que haya
ocurrido!"
Y me apresuré a satisfacerla.
Entonces, muy preocupada, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh Aziz! ya no estoy tranquila; temo que esa
desconocida te haga pasar grandes dis gustos. Sabe que la sal echada en tu piel significa que te encuentra
muy soso, por haberte dejado dominar por el sueño. Y el carbón significa que Alah ennegrezca tu cara,
porque es mentira tu amor.
Así, ¡oh ama do Aziz! esa mujer, en vez de ser amable contigo y despertarte, ha tratado con desprecio
a su huésped, haciéndole saber que sólo servía para comer y para dormir. ¡Líbrete Alah del amor de esa
mujer sin misericordia y sin corazón!"
Y al oír estas palabras me golpeé el pecho, y exclamé: "¡Yo soy el único culpable! porque ¡por Alah!
tiene razón esa mujer, pues los verdaderos enamorados no duermen. ¿Y qué podré hacer ahora, ¡oh hija
de mi tío!? ¡Dímelo!"
Y como mi pobre prima Aziza me quería de veras, llegó al límite del enternecimiento al verme tan
apesadumbrado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente, aplazó su
relato hasta el otro día.
Y cuando llegó la 117ª noche
Ella dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el visir Dandán pro siguió de este modo la historia del
hermoso Aziz:
Y como mi pobre prima Aziza me amaba de veras, llegó al límite del enternecimiento al verme tan
apesadumbrado. Y contestó: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos! Pero ¡oh Aziz! ¡cuánto mejor sería que
yo te ayudase! pero no puedo salir, porque estando próxima a casar me tengo que permanecer en casa. Sin
embargo, desde el momento que no puedo ser un lazo de unión entre ambos, te aconsejaré con mis pa -
labras. Vuelve esta noche al mismo sitio, ¡y resiste a la tentación del sueño! Y para lograrlo evita el
comer, pues el alimento entumece los sentidos y los afloja.
Cuida de no dormirte, y verás llegar a tu amada al promediar la noche. ¡Alah te tenga bajo su
protección y te defienda de las perfidias!"
Deseé con toda mi alma que viniese la noche cuanto antes, y cuando me disponía a salir me detuvo
Áziza un momento para decir me: "Te encargo que cuando la joven te haya concedido lo que deseas, no
olvides recitarle la estrofa que te he enseñado". Y yo con testé: "Escucho y obedezco".
Y salí de la casa.
Llegué al jardín, y encontré el salón magníficamente iluminado, con las bandejas cargadas de
manjares, pasteles, frutas y flores. Y apenas el perfume de las flores, y de los manjares, y de todas
aquellas delicias me llegó a la nariz, no se pudo contener mi alma, y comí de todo hasta hartarme, y bebí
hasta la dilatación completa de mi vientre. Me sentí muy alegre, empecé a parpadear, y queriendo vencer
el sueño traté de abrirme los ojos con los dedos, pero fué en vano.
Entonces me dije: "Voy a echarme un poco, el tiempo preciso para descansar la ca beza en el
almohadón, y nada más. ;Pero no dormiré!" Y enseguida cogí un almohadón, y apoyé en él la cabeza. Pero
he aquí que me des perté al día siguiente cuando amanecía, y me vi tendido, no en la sala espléndida, sino
en una miserable habitación que probablemente servi ría para los palafreneros. Y sobre mi vientre tenía
un hueso de pata de carnero, una pelota, huesos de dátiles y granos de algarrobas; y junto a esto, a mi
lado, dos dracmas y un cuchillo. Entonces me levanté lleno de confusión, sacudí aquella basura, y
enfurecido con lo que me suce día, sólo recogí el cuchillo. Inmediatamente me dirigí a mi casa, donde
encontré a la pobre Aziza, que recitaba estas estrofas:
¡Lágimas de mis ojos! ¡Habeis destrozado mi corazón y aniquilado mi cuerpo!
¡Y mi amigo es cada vez más cruel! ¿Pero no es dulce sufrir por el amigo cuando es tan
hermoso!
¡Oh amado Aziz! ¡Has llenado de pasión mi alma, y has abierto en ella abismos de dolor!
Entonces, lleno de despecho, le llamé bruscamente la atención, di rigiéndole dos o tres injurias. Pero
lo soportó con paciencia, se secó los ojos, vino hacia mí, me echó los brazos al cuello, y me estrechó con
toda su fuerza contra su corazón, mientras que yo trataba de rechazarla, y me dijo: "¡Oh mi pobre Aziz! ya
veo que también te has dormido esta noche".
Y como no podía más, me dejé caer sobre la alfombra lleno de rabia, y tiré a lo lejos el cuchillo.
Aziza cogió entonces un abanico, se sentó a mi lado, y comenzó a abanicarme, diciéndome que todo se
arreglaría. Y a instancias suyas, le enumeré todo lo que había encontrado sobre mi cuerpo al despertarme.
Y le dije: "¡Por Alah! ex plícame qué significa todo eso". Y ella contestó: "¡Ah Aziz mío! ¿No te había
encargado que para evitar el sueño resistieras a la tentación de comer?"
Pero yo le interrumpí: "Explícame el significado de esas co sas". Y ella dijo: "Sabe que la pelota
representa..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y aplazó su relato
discretamente.
Pero cuando llegó la 118ª noche
Ella dijo:
"Sabe que la pelota representa que tu corazón, a pesar de hallarte en casa de tu amada, vaga por el
aire, por tu poco fervor; los huesos de dátiles quieren decir que estás desprovisto de sabor como éstos,
pues la pasión, que es la pulpa del corazón, falta por completo a tus amores; los granos de algarrobo,
que, es el árbol de Ayub
[95], padre de la pacien cia, sirven para recordarte esa virtud, tan preciosa para
los enamora dos; en cuanto al hueso de pata de carnero, verdaderamente no tiene explicación".
Pero yo volví a interrumpir: "¡Oh Aziza! olvidas el cu chillo y los dos dracmas". Y Aziza, temblando,
me dijo: "¡Oh Aziz! tengo miedo por tu suerte. Los dos dracmás simbolizan sus dos ojos. Y con eso
quiere decirte: "¡Juro por mis dos ojos que si volvieses aquí y te durmieras, te degollaría con un
cuchillo!" ¡Oh hijo de mi tío! ¡cuán to miedo me causa todo esto, y no tengo otro consuelo que mis sollo -
zos!" Entonces mi corazón se compadeció de su dolor, y le dije: "¡Por mi vida sobre ti, o hija de mi tío!
¿cómo podríamos remediar este mal? ¡Ayúdame a salir de esta desventura!"
Y ella contestó: "¡Es preciso que te conformes con mis palabras y que las obedezcas, porque si no,
nada haremos". Y yo dije: "¡Escucho y obedezco! ¡Lo juro por la cabeza de mi padre!"
Entonces Aziza, confiada en mi promesa, me abrazó, y me dijo: "Pues bien; he aquí mi plan. Tienes
que dormir aquí todo el día, y de ese modo no te tentará el sueño esta noche. Y cuando despiertes, te daré
de comer y beber. Y así no tendrás que temer nada". Y en efecto, Aziza me obligó a acostarme, y se puso
a darme masaje, y bajo la in fluencia de aquel masaje tan delicioso, no tardé en dormirme; y al despertar
cuando ya anochecía, la encontré sentada a mi lado, hacién dome aire con el abanico. Y adiviné que había
estado llorando, pues su ropa estaba empapada de lágrimas. Entonces Aziza se apresuró a darme de
comer, y ella misma me ponía los pedazos en la boca, y yo no tenía más que tragarlos, y así hizo hasta que
me quedé completamen te harto.
Después me dió una taza de azufaifas con agua de rosas y azúcar, un refresco excelente. Enseguida me
lavó las manos, me las limpió con una servilleta perfumada con almizcle, y me roció con agua de rosas.
Enseguida me trajo un magnífico ropón, me lo puso, y me dijo: "¡Si Alah quiere, esta noche será para ti la
noche de tus delicias!" Y al acompañarme hasta la puerta, añadió: "Y sobre todo, no olvides mi encargo".
Yo pregunté: "¿Qué encargo es ése" Y ella dijo: "¡Oh Aziz! la estrofa que te he enseñado".
Llegué al jardín, entré en la sala, y me senté sobre las riquísimas alfombras. Y como estaba harto,
miré indiferente las bandejas, y me puse a velar hasta la medianoche. Y no veía a nadie, ni oía ningún
ruido. Y me pareció entonces que aquella noche era la más larga del año. Pero tuve paciencia, y aguardé
un poco más. Y cuando habían transcurrido las tres cuartas partes de la noche, y empezaban a cantar los
gallos, comenzó el hambre a torturarme, y poco a poco se hizo tan fuerte, que no podía resistir la
tentación de la bandeja, y de pronto me puse de pie, quité el paño, comí hasta la saciedad, y bebí un vaso,
y después dos, y hasta diez.
Me sentí dominado por un gran sopor, pero me defendí enérgicamente, me enderecé, y moví la cabeza
en todos sen tidos. Y he aquí que cuando iba a rendirme el sueño oí un rumor de risas y sedas. Y apenas
había tenido tiempo de incorporarme y lavarme las manos y la boca, vi que el gran cortinaje del fondo se
levantaba. Y entró ella, sonriente y rodeada de diez esclavas jóvenes, hermosas como estrellas. Y era la
propia luna. Estaba vestida con una falda de raso verde, bordada de oro rojo. Y sólo para darte una idea
de ella, ¡oh mi joven señor! te diré los versos del poeta:
¡Hela aquí! ¡La joven magnífica de mirada arrogante! ¡A través del vestido verde, sin
botones, se tienden alegres los pechos espléndidos! ¡Su cabellera está destrenzada!
Y si deslumbrado le pregunto su nombre, m e dice: ¡soy la que abrasa los corazones en un
fuego inmortal!"
Y si le hablo de los tormentos de amor, me contesta:” ! Soy la roca sorda y el azur sin eco!
¡Oh joven candoroso! ¿Se queja alguien de la sordera de la roca y de la sordera del azur?”
Y entonces le digo: "¡Oh mujer! ¡Si tu corazón es la roca, sabe que mis dedos, como en otro
tiempo los de Moisés, harán brotar do roca la limpidez de un manantial!"
Cuando le recité estos versos, sonrió y me dijo: "¡Está muy bien! Pero ¿cómo has logrado vencer el
sueño?" Y contesté: "¡La brisa que te ha traído ha vivificado mi alma!"
Entonces se volvió hacia sus esclavas, les guiñó el ojo, y se aleja ron en seguida, dejándonos
completamente solos en la sala. Y ella vino a sentarse muy cerca de mí, me alargó su pecho, y me echó
los brazos al cuello muy efusivamente. Yo me precipité entonces sobre su boca, y le chupé el labio
superior, y ella me chupó el inferior. La cogí después por la cintura, y ambos rodamos juntos por la
alfombra. Me deslicé entonces entre la delicada abertura de sus piernas, y le desabroché toda la ropa. Y
empezamos a retozar, cambiando besos y caricias, pellizcos y mordiscos, alzamientos de muslos y de
piernas y brincos locos por toda la sala. De tal modo, que acabó por caer extenuada en mis brazos, muer -
ta de deseo.
Y aquella noche fue una noche muy dulce para mi corazón, y una gran fiesta para mis sentidos, según
dice el poeta:
¡Alegre fué para mí la noche, la más deliciosa entre todas las no ches de mi destino! ¡La
copa no dejó un instante de verse llena!
Aquella noche dije al sueño: "¡Vete, ¡oh sueño! que mis párpados no te desean!" Y dije a las
piernas y a los muslos de plata: "¡Acercaos!"
Al llegar la mañana, cuando quise despedirme de mi amor, me detuvo y me dijo: "Aguarda un
momento. Tengo que revelarte una cosa".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 119ª noche
Ella dijo:
Áziz continuó de este modo su historia:
Me detuvo y me dijo: "Aguarda un momento. Tengo que revelarte una cosa". Entonces, un poco
sorprendido, me senté de nuevo a su lado; y ella desdobló un pañuelo, sacó de él esta tela cuadrada en
que está bordada esa primera gacela que ves delante de ti, ¡oh mi joven señor! y me la entregó,
diciéndome: "Guarda esto con el mayor cuidado. Lo ha bordado una joven, muy amiga mía, y que es
princesa de las Islas del Alcanfor y del Cristal. Este bordado ha de ser para ti de gran importancia. ¡Y te
recordará siempre a la que te ha hecho este obse quio!" Y en el límite del asombro, le di expresivamente
las gracias y me despedí de ella; pero estupefacto con lo que me sucedía, olvidé re citarle la estrofa que
me había enseñado Aziza.
Al llegar a casa, encontré a mi pobre prima tendida en el lecho, como que estaba enferma, pero al
verme hizo un esfuerzo para levan tarse, y con los ojos arrasados en lágrimas, se arrastró hasta mí, me
besó en el pecho, y me apretó largo rato contra su corazón. Y me dijo: "¿Le has recitado la estrofa?"
Y yo, muy confuso, hube de contestarle: "La he olvidado por causa de esta gacela que ves aquí
bordada". Y des doblé la tela. Entonces Aziza no pudo contenerse más, y rompió en sollozos, recitando
entre lágrimas estos versos:
¡Ah mi pobre corazón! ¡Te han enseñado que el cansancio acornpaña a la pasión, y que la
ruptura es el término de toda amistad!
Y añadió: "¡Oh mi adorado Aziz! el mayor favor que te pido es que no olvides recitarle esta estrofa".
Y yo dije: "Repítemela, porque casi la he olvidado". Y la repitió, y yo la recordé muy bien entonces. Y
llegada la noche, me dijo: "¡He aquí la hora! ¡Guíete Alah con su ayuda!"
Al llegar al jardín entré en la sala, y encontré a mi amante que me estaba esperando. Y en seguida me
cogió, me besó, me hizo tenderme en su regazo, y después de haber comido y bebido muy bien, nos poseí -
mos plenamente. Y es inútil detallar nuestros transportes, que duraron hasta por la mañana.Entonces no
olvidé recitarle la estrofa de Aziza:
¡Oh vosotros los enamorados! Decidme, ¡por Alah! ¿si el amor habitara siempre en el
corazón de su víctima, dónde estaría su redención...?
No podría expresarte, ¡oh mi señor! la emoción que estos versos causaron a mi amiga; tan grande fué,
que su corazón, que ella decía ser tan duro, se derritió en su pecho, y lloró abundantemente, mientras
improvisaba esta estrofa:
¡Honor a la rival de alma magnánima! ¡Sabe todos los secretos,y los guarda
silenciosamente! ¡Sale perjudicada en el reparto, y se calla sin murmurar! ¡Conoce el
admirable valor de la paciencia!
Entonces aprendí cuidadosamente esta estrofa para reptírsela a Aziza. Y cuando de vuelta a mi casa
encontré a mi prima tendida sobre los colchones, y junto a ella a mi madre, me apresuré a sentarme a su
lado. Y la pobre Aziza tenía en el rostro una gran palidez; y parecía desmayada. Levantó dolorosamente
los ojos hacia mí, y no pudo hacer ningún movimiento.
Entonces mi madre, muy severamente, me dijo: "¿No te da vergüenza, ¡oh Aziz! ? ¿Está bien
abandonar así a la prometida?" Y Aziza cogió entonces las manos de mi madre, y se las besó. Después
hizo un gran esfuerzo, y acabó por preguntarme: "¡Oh hijo de mi tío! ¿olvidaste mi encargo?" Y yo dije:
"¡Tranquilízate, Aziza! Le he re citado la estrofa, y la ha conmovido hasta el límite de la emoción, de tal
manera, que me ha recitado esta otra". Y le repetí los versos consa bidos. Y Aziza, al oírlos, lloró en
silencio, y murmuró estas palabras del poeta:
¡Quien no sabe guardar el secreto, ni practicar la paciencia, no tiene que hacer más que
desear la muerte!
¡He pasado la vida entera en la renunciación! ¡Y moriré privada de las palabras del amigo!
¡Cuando muera, trasmitid mi saludo a la que fue la desgracia de mi vida!
Después añadió: "¡Oh hijo de mi tío! te ruego que cuando vuelvas a ver a tu enamorada, le repitas
estas estrofas. ¡Y séate la vida dulce y fácil, ¡oh mi amado Aziz!"
Al llegar la noche, volví al jardín, según costumbre, y encontré a mi amiga, que me estaba esperando
en la sala; y nos sentamos uno al lado del otro, nos pusimos a comer y a beber, y nos solazamos de
diversos modos. Después nos acostamos enseguida y permanecimos entre lazados hasta la mañana.
Entonces, recordando la promesa, le recité a mi amiga las dos estrofas.
Y apenas las hubo oído, lanzó un gran grito, y retrocediendo asus tada, exclamó: "¡Por Alah! ¡La
persona que ha dicho esos versos, debe de haber muerto seguramente a estas horas!" Y añadió: "Deseo,
por consideración a ti, que esa persona no sea pariente tuya, ni hermana, ni prima. Porque te repito que
seguramente pertenece ya al mundo de los muertos".
Y yo exclamé: "¡Es mi prometida, la propia hija de mi tío!" Y ella repuso: "¿Por qué mientes de este
modo? ¡Eso no puede ser verdad! ¡Si fuese tu prometida, la querrías como es debido!" Yo repetí: "¡Es mi
prometida, la propia hija de mi tío!"
Y ella contestó: "¿Y por qué me lo ocultaste? ¡Por Alah! ¡Nunca le habría arrebatado su novio, si me
hubiera enterado de estos lazos! ¡Qué desgracia tan grande! Pero dime: ¿ha sabido nuestros encuentros de
amor?" Y contesté: "¡Los ha sabido! ¡Y ha sido ella quien me explicaba las señas que me hacías! ¡Y a no
ser por ella, nunca habría podido llegar hasta ti! ¡Y gracias a sus buenos consejos y a su buena dirección,
he podido lograr lo que tanto deseaba!"
Entonces exclamó: "Pues bien; ¡tú eres la causa de su muerte! ¡Plegue a Alah que no maltrate tu
juventud, como tú has maltratado la de tu pobre prometida! ¡Ve pronto a ver lo que ha pasado!"
Entonces me apresuré a salir, muy alarmado con aquella mala nue va. Y al llegar a la esquina de la
calleja donde está nuestra casa, oí unos gritos muy amargos de mujeres que se lamentaban. Y al preguntar
a las que entraban y salían, una de ellas me dijo: "¡Han encontrado muerta a Aziza detrás de la puerta de
su cuarto!"
Me precipité dentro de casa, y la primera persona que encontré fué mi madre, que exclamó: "¡Eres el
causante de su muerte ante Alah! ¡El peso de su sangre pesará sobre tu cuello! ¡Ah hijo mío! ¡qué
prometido tan fatal has sido para la pobre Aziza!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 120ª noche
Ella dijo:
"¡Ah hijo mío! ¡qué prometido tan fatal has sido para la pobre Aziza!" Y cuando iba a seguir
agobiándome con sus reconvenciones, entró mi padre; y se calló delante de él.
Mi padre empezó entonces a hacer los preparativos para los funerales. Y cuando todos los amigos y
los parientes estuvieron reunidos, celebramos los funerales e hicimos las ceremonias acostumbradas en
los grandes entierros. Y permanecimos tres días en unas tiendas de campaña que se levantaron junto a la
tumba para recitar allí el Libro Sublime.
Entonces volví a la casa, junto a mi madre, y sentía mi corazón lleno de piedad hacia la infortunada
muerta. Y mi madre se me acercó, y me dijo: "¡Hijo mío! confíame qué cosas has hecho contra la pobre
Àziza para hacerle estallar el corazón. Porque ¡oh hijo mío! por más que le pregunté la causa de su
enfermedad, nunca quiso revelarme nada. Y sobre todo, jamás pronunció una queja contra ti, pues hasta el
últi mo momento no hizo más que bendecirte. Conque ¡por Alah sobre ti! cuéntame lo que le hiciste a esa
desventurada para hacerla morir de ese modo".
Y yo contesté; "¡No le he hecho nada absolutamente!"
Pero mi madre insistió: "Cuando Aziza estaba a punto de expirar, abrió un instante los ojos, y me
dijo: "¡Oh mujer de mi tío! ¡yo suplico al Señor que a nadie pida cuentas del precio de mi sangre, y
perdone a los que han torturado mi corazón! ¡He aquí que dejo un mundo perecedero por otro inmortal!"
Y le dije: "¡Oh hija mía! no hables de la muerte. ¡Que Alah te restablezca pronto!" Pero ella
sonriendo tristemente, me dijo: “¡0h mujer de mi tío! te ruego que transmitas a tu hijo Aziz mi último
encargo, suplicándole que no lo olvide. Cuando vaya donde tiene cos tumbre de ir, que diga:
"¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!"
Y añadió: "¡De esta manera le quedaré agradecida, y velaré por él después de muerta, como velé por
él en vida!" Y levantó la almoha da, y sacó de debajo de ella un objeto para ti, pero me hizo jurar que no
te lo entregaría hasta que te viese llorar su muerte. Guardo, pues, ese objeto, y no te lo daré hasta que te
vea cumplir la condición impuesta". Y dije a mi madre: "Bien podías enseñarme ese objeto". Pero mi
madre se negó resueltamente, y se retiró.
Bien puedes adivinar, ¡oh mi señor! cuánto me dominarían los placeres y cuán poco sentado tenía el
juicio, cuando no quería oír la voz de mi corazón. En vez de llorar a la pobre Aziza, y llevarle luto en el
alma, sólo pensaba en distraerme y divertirme. Y nada era más deli cioso para mí que visitar la casa de
mi amante. Así es que apenas llegó la noche, me apresuré a dirigirme a su casa; y la encontré tan
impaciente como si hubiese estado sentada sobre unas parrillas.
Y apenas había entrado, corrió hacia mí, se me colgó del cuello y me pidió noticias de mi prima; y
cuando le hube contado los detalles de su muerte y de los funerales, se sintió llena de compasión, y me
dijo: "¿Por qué no habré sabido antes de su muerte los muchos favores que te había hecho y su
abnegación admirable? ¡Cómo le habría dado las gracias y cómo la habría recompensado!"
Y yo añadí:
"Y ha recomendado a mi madre que me dijese, para que yo te las repitiese a ti, sus últimas palabras:
¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!
Cuando mi amante oyó estas palabras, exclamó: "¡Que Alah la tenga en su misericordia! ¡He aquí que
te protege hasta después de muerta! ¡Pues con esas palabras te salva de lo que había maquinado contra ti,
y de la emboscada en que había resuelto perderte!"
Entonces llegué al límite del asombro, y dije: "¿Qué palabras son ésas? ¿Cómo uniéndonos el cariño
maquinabas mi perdición? ¿En qué emboscada pensabas hacerme caer?"
Ella contestó: "¡Oh niño ingenuo! Veo que no conoces las perfidias de que somos capaces las
mujeres. Pero no he de insistir. Sabe única mente que debes a tu prima el haberte librado de mis manos.
Desisto de mis planes contra ti, pero con la condición de que no hablarás ni mirarás a otra mujer, sea
joven o vieja. De lo contrario, ¡desgraciado de ti! porque ya no habrá quien pueda librarte de mis manos,
pues la que te podía ayudar con sus consejos ha muerto. ¡Guárdate, pues, de olvidar esa condición! Y
ahora tengo que pedirte una cosa..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como.siempre
interrumpió su relato.
Y cuando llegó la 121ª noche
Ella dijo:
"Y ahora tengo que pedirte una cosa: que me lleves a la tumba de la pobre Aziza para escribir en la
losa que la cubre algunas palabras". Yo contesté: "¡Mañana será, si Alah quiere!" Después me acosté
para pasar la noche con ella, pero a cada hora me dirigía preguntas acerca de Aziza, y exclamaba: "¡Ah!
¿Por qué no me advertiste que era la hija de tu tío?"
Y yo a mi vez, le dije: "Explícame el significado de estas palabras: "¡Qué dulce es la muerte, y cuán
preferible a la trai ción!" Pero no quiso decirme nada sobre esto.
Por la mañana se levantó a primera hora, cogió una gran bolsa lle na de dinares, y dijo: "¡Levántate y
llévame a su tumba! ¡Quiero cons truirle una cúpula!" Y yo dije: "¡Escucho y obedezco!" Y salimos, y ella
me seguía repartiendo dinero a los pobres por todo el camino. Y decía cada vez: "¡Esta limosna es por el
descanso del alma de Aziza!" Y así llegamos a la tumba. Se echó sobre el mármol, derramó abundan tes
lágrimas, y después sacó de una bolsa de seda un cincel de acero y un martillo de oro. Y grabó
admirablemente en el mármol estos versos:
¡Una vez me detuve ante una tumba oculta en el follaje! ¡Siete anémonas lloraban sobre ella con la
cabeza inclinada!
Y dije: "¿A quién pertenecerá esa tumba?" Y la voz de la tierra me contestó: "¡Inclina la
frente con respeto! ¡En esta paz duerme una enamorada."
Entonces exclamé: "¡Oh tú a quien ha matado el amor! ¡Oh tú, enamorada que duermes en
el silencio! ¡Que el Señor te haga olvidar los pesares, y te coloque en la cumbre más alta del
Paraíso!"
¡Infelices enamorados, se os abandona hasta después de muertos, pues nadie viene a
limpiar el polvo de vuestras tumbas!
¡Yo plantaré aquí rosas y flores, y para hacerlas florecer mejor las regaré con mis
lágrimas!
Enseguida se levantó, echó una mirada de despedida a la tumba, y volvimos a emprender el camino
de su palacio. Y se mostraba muy tierna. Y me dijo repetidas veces: "¡Por Alah! no me abandones". Y yo
me apresuré a contestar: "¡Escucho y obedezco!" Seguí yendo a su casa todas las noches. Y siempre me
recibía con mucho entusiasmo y con mucha expansión. Y nada escatimaba para darme gusto. Yo seguí
comiendo, bebiendo, besando y copulando; vistiendo cada día los trajes más hermosos unos que otros, y
las camisas más finas unas que otras, hasta que me puse muy gordo y llegué al límite de la gordura. No
sen tía ni penas ni preocupaciones, y hasta se me olvidó, completamente el recuerdo de la pobre hija de
mi tío. En tal estado, verdaderamente delicioso, permanecí todo un año.
Pero he aquí que un día, a principios del año nuevo, había ido al hammam, y me había puesto el traje
mejor entre los mejores trajes. Y al salir del hammam me había tomado un sorbete y había aspirado
voluptuosamente los finos aromas que se desprendían de mi ropón im pregnado de perfumes. Me sentía
más contento que de costumbre, y todo lo veía blanco a mi alrededor. El sabor de la vida era para mí
verdaderamente delicioso, y me sentía en tal estado de embriaguez, que me aligeraba de mi peso,
haciéndome correr como un hombre ebrio de vino. Y en tal estado me acudió el deseo de ir a derramar el
alma de mi alma en el seno de mi amiga.
Me dirigía, pues, su casa, cuando al atravesar una calleja llamada el Callejón de la Flauta, vi avanzar
hacia mí a una vieja que llevaba en la mano un farol para alumbrar el camino, y una carta en un rollo. Me
detuve, y la anciana, después de haberme deseado la paz, me dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y no quiso abusar de las
palabras permitidas.
Pero cuando llegó la 122ª noche
Ella dijo:
Y la anciana, después de haberme deseado la paz, me dijo: "Hijo mío, ¿sabes leer?" Y yo contesté:
"Sí, mi buena tía". Ella me dijo: "Entonces te ruego que cojas esta carta y me leas su contenido". Y me
alargó la carta. Yo la cogí, la abrí y leí el contenido. Decía que el fir mante de ella estaba bien de salud, y
mandaba recuerdos y un saludo a su hermana y a sus parientes. Al oírlo levantó la vieja los brazos al
cielo, e hizo votos por mi prosperidad, pues le anunciaba tan buena nue va.
Y exclamó: "¡Plegue a Alah que te alivie de todas tus penas, como has tranquilizado tú las mías!"
Después cogió la carta y siguió su ca mino. Entonces sentí una necesidad apremiante, y me arrimé a una
pared y satisfice mi necesidad.
Me levanté después, habiéndome sacu dido bien, y me arreglé la ropa, dispuesto a proseguir mi
camino. Pero entonces vi venir a la vieja, que me cogió la mano, se la llevó a los labios, y me dijo:
"Dispénsame, ¡oh mi señor! pero tengo que pedirte una merced, y si me la concedes será para mí el colmo
de los beneficios, y seguramente te remunerará el Retribuidor. Te ruego que me acom pañes cerca de aquí,
para que leas esta carta a las mujeres de mi casa, pues seguramente no querrán fiarse de mí, sobre todo
mi hija, que tiene mucho afecto al firmante de esta carta, un hermano suyo que nos dejó hace diez años, y
cuya primera noticia es ésta, desde que le llora mos por muerto.
¡No me niegues este favor! No tendrás que tomarte ni siquiera el trabajo de entrar, pues podrás leer
esta carta desde fuera. Ya sabes las palabras del Profeta ¡sean con él la plegaria y la paz! respecto a los
que ayudan a sus semejantes: "Al que saca a un musulmán de una pena de entre las penas de este mundo,
se lo tiene en cuen ta Alah borrándole setenta y dos penas de las penas del otro mundo".
Accedí, pues, a su petición, y le dije: "¡Anda delante de mí, para alum brar y enseñarme el camino!" Y
la vieja me precedió, y a los pocos pasos llegamos a la puerta de un palacio magnífico.
Era una puerta monumental, chapada toda de bronce y de oro rojo labrado. Me detuve, y la vieja
llamó en lengua persa. Enseguida, sin que tuviese tiempo de darme cuenta, por lo rápido que fué el movi -
miento, se entreabrió la puerta y vi a una joven regordeta que me son reía. Llevaba los pies descalzos
sobre el mármol recién lavado, se suje taba con las manos, por miedo de mojarlos, los pliegues de su
calzón, levantándolo hasta medio muslo. Y las mangas las llevaba también levantadas hasta más arriba de
los sobacos, que se veían en la sombra de los brazos blancos. Y no sabía qué admirar más, si sus muslos
como columnas de mármol o sus brazos de cristal.
Sus finos tobillos estaban ceñidos con cascabeles de oro y pedrería; sus flexibles muñecas ostentaban
dos pares de pesados y magníficos brazaletes; llevaba en las ore jas maravillosas arracadas de perlas, al
cuello triple cadena de joyas insuperables, y a la cabeza un pañuelo, de finísimo tejido, constelado de
diamantes. Y debía estar entregada a algún ejercicio muy agradable, porque la camisa se le salía del
calzón, cuyos cordones estaban des atados.
Su hermosura, y sobre todo sus muslos admirables, me dieron enormemente qué pensar, y recordé
estas palabras del poeta:
¡Virgen deseada, para que yo adivine tus tesoros ocultos, procura levantarte la ropa hasta
el nacimiento de tus muslos, ¡oh alegría de mis sentidos! ¡Después, tiéndeme la copa fértil del
placer!
Cuando la joven me vió, quedó muy sorprendida, y con su inge nuo aspecto, sus ojos muy abiertos y su
voz gentil, más deliciosa que todas las que había oído en mi vida, preguntó: "¡Oh madre mía! ¿es éste el
joven que nos va a leer la carta?" Y como la anciana contestase afirmativamente, la joven me alargó la
carta que acababa de entregarle su madre. Pero cuando me inclinaba hacia ella para recibir la carta, me
sentí violentamente empujado hacia adentro por un cabezazo en la espalda que me acababa de asestar la
vieja. Me empujó hacia el inte rior del vestíbulo, mientras que ella, más veloz que el relámpago, se
apresuraba a entrar detrás de mí, y cerró apresuradamente la puerta de la calle. Y así me vi preso entre
aquellas dos mujeres, sin saber lo que querían hacer de mí. Pero no tardé en enterarme de todo. Efectiva -
mente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente hasta
el otro día.
Pero cuando llegó la 123ª noche
Ella dijo:
Efectivamente, cuando estaba en medio del corredor, la joven me tiró al suelo muy diestramente,
dándome una zancadilla, y en seguida se tendió a lo largo encima de mí, apretándome entre sus brazos
hasta ahogarme. Y yo creí que me quería matar y que así me impedía que gritase.
¡Pero no había nada de eso!
La joven, después de varios mo vimientos, se sentó sobre mi vientre, y empezó a frotarme
furiosamente con la mano. Y tanto friccionó, y tanto tiempo, y de manera tan extra ordinaria, que perdí el
sentido y cerré los ojos como un idiota. Entonces la joven se puso de pie, me ayudó a levantarme, me
cogió de la mano, y seguida de su madre me hizo atravesar siete corredores y siete gale rías, llevándome a
su aposento. Y yo la seguía como un hombre borracho, a consecuencia del efecto que me habían
producido sus dedos terriblemente expertos.
Entonces me mandó sentar, y me dijo: "¡Abre los ojos!" Y yo abrí los ojos, y me vi en una sala
inmensa alumbrada por cuatro grandes arcadas con cristales, y tan amplia era, que habría podido servir
de palenque para justas de jinetes. Estaba toda pavimen tada de mármol, y las paredes aparecían cubiertas
de chapas de colo res muy vivos formando dibujos finísimos. Sus muebles eran de una forma muy
agradable y realzados con brocado y terciopelo, lo mismo que los divanes y cojines. En el testero había
una amplia alcoba, con una gran cama toda de oro, incrustada de perlas y pedrería, verdaderamente digna
de un rey como tú, príncipe Diadema.
Entonces la joven me llamó por mi nombre, con gran asombro mío, y me dijo: "¡Oh Aziz! ¿Qué
prefieres, la muerte o la vida?" Y dije: "¡La vida!" Y ella repuso: "Desde el momento que es así, debes
tomarme por esposa".
Yo exclamé: "¡No, por Alah! ¡Antes que casar me con una libertina de tu índole prefiero la muerte!" Y
ella dijo: "¡Oh Aziz, créeme! ¡Cásate conmigo, y así te desharás de la hija de Dalila la Taimada!" Y yo
pregunté: "¿Pero quién es esa hija de Dalila la Taimada? No conozco a nadie que se llame así". Entonces
ella se echó a reír, y me dijo: "¿No conoces a la hija de Dalila la Taimada, y hace un año y cuatro meses
que es tu amante? ¡Pobre Aziz! ¡Teme las perfidias de esa miserable, a quien confunda Alah! ¡No hay en
la tierra alma más corrompida que la suya! ¡No sabes cuántas víctimas han muerto por su propia mano.
Cuántos crímenes ha cometido contra sus numerosos amantes! ¡Estoy asombrada de que estés aún sano y
salvo, conociéndola tanto tiempo!''
Al oír estas palabras llegué al límite de la estupefacción, y dije: "¡Oh señora mía! ¿Podrías
explicarme cómo has conocido a esa per sona, y todos esos detalles que yo ignoro?"
Ella contestó: "¡La conozco como el Destino conoce sus decisiones y las calamidades que encierra!
Pero antes de explicarme, deseo saber de tus labios el relato de tu aven tura con ella. Porque te repito que
aun estoy asombrada de que hayas salido vivo de entre sus manos".
Entonces le conté a la joven todo lo que me había ocurrido con mi enamorada del jardín y con la
pobre Àziza, hija de mi tío; y ella, al oír el nombre de Aziza, se compadeció de mi prima, hasta llorar a
lágrima viva, y me dijo: "¡Alah te conceda sus beneficios, ¡oh Aziz! ¡Veo claramente que debes tu
salvación de entre las manos de esa mu jer a la intervención de la pobre Aziza! Ahora que estás libre de
ella, guárdate bien de las asechanzas de esa miserable. Pero no puedo reve larte nada más, pues el,
secreto nos ata".
Y exclamé: "Pues todo eso es lo que me ha ocurrido con Aziza, y sabe que antes de morir me encargó
que diga a mi amada, a la cual llamas la hija de Dalila, estas palabras: "¡Qué dulce es la muerte, y cuán
preferible a la traición!" Apenas acabé de pronunciar estas palabras, exclamó la joven: "¡Oh Aziz! he
aquí lo que te ha salvado de una perdición segura. ¡No en contrarás otra mujer como Aziza! ¡Viva o
muerta, sigue velando por ti!
Pero dejemos a los muertos, que están en la paz de Alah, y atenda mos a lo presente. Sabe que el
deseo de que fueras mío me ha obsesio nado todas las noches y todos los días, y hasta hoy no he podido
echarte mano. ¡Y ya ves que he logrado mi deseo! ¡Pero eres muy joven, y no conoces los recursos de que
es capaz una vieja como mi madre! Resígnate, pues, a tu destino, y déjame obrar a mí.No tendrás más que
alabanzas para tu esposa, porque quiero unirme contigo por con trato legítimo ante Alah y su Profeta,
¡sean con él la plegaria y la paz! Y todos tus deseos se verán extremadamente satisfechos entonces:
riquezas, buenos tejidos para tu ropa, turbantes inmaculados, todo lo tendrás sin gastar nada; y no te
permitiré abrir el bolsillo, porque en mi casa el pan siempre está fresco y la copa siempre está llena. En
cambio, sólo te pediré una cosa, ¡oh Aziz!"
Y yo dije: "¿Qué cosa?" Y contestó: "¡Que hagas conmigo lo que hace el gallo!" Y yo, más
asombrado, pregunté: "¿Pero qué hace el gallo?"
Al oír mi pregunta, soltó una sonora carcajada, tan fuerte, que se cayó de trasero; y se puso a trepidar
de alegría, palmoteando. Des pués dijo: "¿Es posible que no conozcas el oficio del gallo?" Y yo contesté:
"¡No, por Alah! ¡No conozco ese oficio! ¿cuál es?" Y ella dijo: "¡El oficio del gallo, ¡oh Aziz! es comer,
beber y copular!" .
Entonces, verdaderamente confuso al oírla hablar así, dije: "¡Por Alah! no sabía que hubiese tal
oficio".
Y ella contestó: "Es el mejor de todos los oficios. ¡Conque ánimo ¡oh Aziz ! ¡Cíñete el cinturón,
fortalécete los riñones, y ojalá lo hagas dura y secamente, mucho tiem po!"
Y gritó a su madre: "¡Oh madre! ven en seguída".
Y vi entrar a la madre con cuatro testigos, cada uno de ellos con un candelabro encendido.
Avanzaron, y después de las zalemas acos tumbradas, se sentaron en corro.
Entonces la joven se echó el velo por la cara, según se acostum bra, y se envolvió en el izar
[96]. Y
los testigos redactaron el contrato.
Y ella quiso declarar generosamente que había recibido de mí una dote de diez mil dinares por todas
las cuentas atrasadas o futuras, y se reconoció mi deudora, sobre su conciencia y ante Alah, de tal
cantidad.
Luego dió la acostumbrada gratificación a los testigos, que hacien do zalemas, se fueron por donde
habían venido.
Y la madre se eclipsó también.
Y nos quedamos los dos solos, en la gran sala de las cuatro arca das de cristales.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. y se calló discretamente hasta
el otro día.
Cuando llegó la 124ª noche
Ella dijo:
Y nos quedamos los dos solos en la gran sala de las cuatro arcadas de cristales.
Y entonces la joven se desnudó, y vino hacia mí sólo con la fina camisa sobre la piel. ¡Y qué camisa!
¡Y qué bordados! Llevaba to davía el calzón, pero se apresuró a hacerlo resbalar. Enseguida me cogió de
la mano, me llevó hacia el fondo de la amplia alcoba, y se echó conmigo en la gran cama de oro. Y
jadeante, exclamó: "Ya nos está permitido todo esto, pues no es vergonzoso lo que es lícito".
Y se tendió ágilmente, y me atrajo junto a ella. Después exhaló un largo suspiro, seguido de un
estremecimiento y de algunas monadas llenas de coquetería, acabando por levantarse la camisa hasta más
arriba de los riñones.
Entonces ya no pude refrenar por más tiempo mis deseos, y después de haberle chupado los labios,
mientras que desfallecía, se estiraba y cerraba los ojos, penetré en ella de parte a parte. Y así comprobé
la exactitud encantadora de estos versos del poeta:
¡Cuando la joven se levantó el vestido, mi vista se pudo extender sin ninguna dificultad por
la terraza de su vientre! ¡oh que jardines!
Y descubrí su entrada que era tan estrecha y tan difícil como mi paciencia y mi vida!
¡Pero de todos modos pude penetrar en ella a la fuerza, aunque sólo a medias! Entonces
ella exhaló un gran suspiro. Y yo dije:
“Por qué suspiras” y ella contestó : ”!Por la segunda mitad, ¡Oh luz de mis ojos!”.
En efecto, una vez que hicimos primeramente eso, me dijo: "¡Obra como quieras! ¡Soy tu esclava
sumisa! ¡Anda! ¡Ven! ¡Tómalo! ¡Por mi vida sobre ti! ¡Dámelo mejor, para que con mi mano lo haga
penetrar en mí, y me calme las entrañas!" Y no cesó en sus suspiros ni en sus gemidos, entre besos,
transportes, movimientos y copulaciones, hasta que nuestros gritos se extendieron por toda la casa y
alborotaron toda la calle. Después de lo cual nos dormimos hasta por la mañana.
Entonces, cuando me disponía a marcharme, se acercó a mí mali ciosamente, y me dijo: "¿Adónde
vas?" ¿Crees que la puerta de salida está abierta como la puerta de entrada? ¡Desengáñate, Aziz! ¡Y sobre
todo, no me confundas con la hija de Dalila la Taimada! ¡Apresúrate a alejar ese injurioso pensamiento!
¡Recuerda que estás unido legíti mamente conmigo mediante un contrato, confirmado por la Sunna!
¡Ah mi querido Aziz ! ¡Si estás borracho, despabílate y vuelve a tu razón! Sabe que la puerta de esta
casa no se abre más que una vez al año, y sólo por un día. ¡Levántate si no, y ve a comprobar mis
palabras!"
Entonces me levanté asustado, me dirigí hacia la puerta principal, y después de haberla examinado
bien, me cercioré de que estaba ba rrada, clavada y condenada, sin lugar a dudas. Y volví hacia la joven,
y le dije que efectivamente la cosa era exacta. Ella me sonrió entonces muy feliz, y me dijo: "¡Oh mi
querido Aziz! sabe que aquí tenemos en abundancia harina, grano, frutas frescas y secas, granadas
deseca das, manteca, azúcar, dulces, carneros, pollos y otras cosas semejantes, en cantidad suficiente para
un buen número de años. Estoy tan segura de que permanecerás aquí durante un año, como de que no ha de
fal tarnos nada de eso. ¡Resígnate, pues, y deja ese aspecto tan triste y esa cara tan ceñuda!"
Entonces suspiré:”! No hay fuerza ni poder más que en Alah!" Y ella dijo: "¿Pero de qué te quejas,
¡oh grandísimo tonto!? ¿A qué viene el suspirar de esa manera cuando me has dado unas pruebas tan
brillantes de tu suficiencia para el oficio de gallo de que hablamos ayer?" Y se echó a reír. Y yo también
me eché a reír. Y entonces tuve que obedecerla y amoldarme a sus deseos.
Permanecí, pues, en aquella morada ejerciendo mi oficio de gallo; comiendo, bebiendo y haciendo el
amor dura y secamente, durante un año entero de doce meses. Así es que al cabo del año la joven estaba
bien fecundada, y parió un niño. Y entonces, por primera vez, oí el rumor de la puerta, cuyos goznes
chirriaban. Y mi alma exhaló un hondo "¡Ya Alah!" de redención.
Abierta la puerta, vi entrar un gran número de proveedores que venían cargados de alimentos para
todo el año: un cargamento de pas teles, harina, azúcar, y otras provisiones por el estilo. Y de un salto
quise ganar la calle y la libertad. Pero ella me sujetó por el faldón, y me dijo: "¡Oh ingrato Aziz ! aguarda
siquiera a que se haga de noche, y que sea la misma hora en que entraste aquí hace un año". Y me resigné
a aguardar un poco más. Pero apenas anocheció, me dirigí hacia la puerta, y la joven me acompañó hasta
el umbral, no dejándome salir hasta que le hube jurado que volvería antes de que se cerrase la puerta por
la mañana. Y no tenía más remedio que cumplirlo, pues le juré por la Espada del Profeta, ¡sean con él la
plegaria y la paz! y por el Libro Noble, y por el Divorcio.
Salí por fin, y me dirigí apresuradamente a casa de mis padres, pero pasando por el jardín de mi
amiga, aquella a la que mi esposa llamaba la hija de Dalila la Taimada. Y con gran sorpresa, vi que el
jardín estaba abierto como de costumbre, con la linterna encendida en el fondo de los bosquecillos.
Entonces me entristecí profundamente, y lleno de furor dije para mí...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según su
costumbre, se calló hasta el otro día.
Pero cuando llegó la 125ª noche
Ella dijo:
Entonces me entristecí profundamente, y lleno de furor dije para mí: "Hace un año que me ausenté de
estos lugares, ahora llego de improviso, y lo encuentro todo como en tiempos pasados. ¡Pues bien, Aziz !
antes de ver a tu madre, que debe llorarte por muerto, conviene que sepas lo que ha sido de tu antigua
enamorada. ¡Quién sabe lo que habrá ocurrido en tanto tiempo!" Y avancé apresuradamente hacia la sala
de la cúpula de ébano y de marfil, y al penetrar en ella encontré a mi amiga sentada, con la cabeza baja y
acodada sobre las rodillas. ¡Pero cuán desmejorada me pareció! ¡Sus ojos hallábanse bañados de
lágrimas, y su rostro no podía estar más triste! Y al verme delante de ella, se sobresaltó mucho, intentó
enseguida levantarse, pero la emo ción la hizo caer de nuevo.
Al fin pudo hablar, y exclamó muy dichosa "Loor a Alah por tu llegada, ¡oh Aziz !"
Y yo me quedé extremadamente confuso, y bajé la cabeza ante aquella alegría inconsciente de mis
infidelidades, pero no tardé en avanzar hacia mi amiga, y después de besarla, le dije: "¿Cómo has podido
adivinar que vendría esta noche?" Y ella dijo: "¡Por Alah! Ignoraba tu venida. Pero hace un año que te
aguardo aquí todas las noches, y lloro en esta soledad y me consumo. ¡Mira cuán desmejorada estoy por
las vigilias y el insomnio. Aqui te he estado aguardando desde el día que te di el ropón de seda nueva y te
hice prometer que volverías! ¡Pero dime, por favor, la causa que te ha retenido tanto tiempo lejos de mí!"
Entonces, ¡oh príncipe Diadema! le conté candorosamente toda mi aventura, y mi matrimonio con la
joven de hermosos muslos. Des pués añadí: "Y he de advertirte que no puedo pasar contigo más que esta
noche, pues antes de que amanezca he de estar en casa de mi esposa, que me lo ha hecho jurar por tres
cosas santas".
La joven, apenas se enteró de que me había casado, palideció in tensamente y se quedó muda de
indignación. Y por fin dijo: "¡Eres un miserable! ¡Soy la primera a quien conociste, y no me dedicas
aunque sea toda una noche, ni tampoco se la concedes a tu madre! ¿Crees que tengo tanta paciencia como
la pobre Aziza, que Alah con serve en su misericordia? ¿Crees que voy a dejarme morir de pena por tus
infidelidades? ¡Ah pérfido Aziz! Ahora nadie te librará de mis manos. No tengo ninguna razón para
perdonarte, pues ya no me sirves para nada, porque los hombres casados me horrorizan, y sólo me delei -
tan los solteros! ¡Y ya que no eres mío, no quiero que pertenezcas a nadie! ¡Aguarda, pues, un poco!"
Y dichas estas palabras con un acen to terrible y estallándole los ojos, me acometió el temor de lo que
iba a sobrevenir. Y súbitamente, sin darme tiempo para nada, se precipi taron sobre mí diez esclavas
jóvenes, más robustas que negros, y me echaron en tierra y me inmovilizaron. Entonces ella se levantó,
cogió un espantoso machete, y dijo: "¡Vamos a degollarte como se degüella a los machos cabríos cuando
son demasiado rijosos! ¡Y al vengarme, vengaré también a la pobre Aziza, cuyo hígado hiciste estallar de
pena!
¡Vas a morir, miserable traidor! ¡Di tu acto de fe!" Y al pronunciar estas palabras apoyaba la rodilla
en mi frente, mientras que sus escla vas no me permitían ni respirar siquiera. Así es que no dudé de mi
muerte, sobre todo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 126ª noche
Ella dijo:
Asi es que no dudé de mi muerte, sobre todo cuando vi lo que hacían las esclavas. Dos de ellas se
sentaron sobre mi vientre, otras dos me sujetaron los pies, y otras dos se me sentaron en las rodillas.
Enseguida se levantó la joven, y auxiliada por otras dos esclavas, em pezó a darme palos en la planta de
los pies, hasta que caí desmayado de dolor. Entonces cesarían de golpearme. Después volví de mi des -
mayo, y dije: "¡Prefiero la muerte mil veces a estos tormentos!"
Y ella, dispuesta a complacerme, cogió otra vez el espantable ma chete, lo afiló en su babucha, y
ordenó a las esclavas: "¡Tendedle la piel del cuello!"
En este mismo instante, Alah me hizo recordar las últimas pala bras de la pobre Aziza. Y exclamé:
"¡Qué dulce es la muerte, y cuán preferible a la traición!"
Al oír estas palabras, dió un gran grito de espanto, y clamó des pués: "¡Tenga Alah piedad de tu alma,
¡oh Aziza! ¡Acabas de salvar de una muerte segura al hijo de tu tío!"
Enseguida me miró fijamente, y dijo: "En cuanto a ti, aunque debas tu salvación a esas palabras de
Aziza, no te creas completamente libre, pues necesito vengarme de ti y de esa bribona desvergonzada que
te ha retenido lejos de mi compañía. ¡Y he aquí que voy a emplear el único medio, el verdadero medio!"
Y dirigiéndose a sus esclavas, ex clamó: "¡Apretad bien, e impedidle que se mueva; amarradle los pies!"
Y esto fué ejecutado enseguida.
Entonces se levantó la joven, y puso a la lumbre una sartén de cobre rojo, y echó en ella aceite y
queso blando. Aguardó a que el queso se derritiera en el aceite, y luego volvió hacia mí, que seguía
tendido en tierra, sujeto por las esclavas. Se inclinó y me desató el calzón, y a este contacto sentí grandes
oleadas de terror y vergüenza. Adivinaba lo que iba a ocurrir. Y la joven, habiéndome dejado el vientre
desnudo, me cogió los compañones, me los ató por la misma raíz con una cuerda encerada, y dió a las
esclavas los dos extremos de la cuerda, ordenándoles que tirasen todo lo que pudiesen. Y ella, mientras
tanto, con una navaja muy afilada, segó fieramente mi zib, de un solo golpe, causando mi infortunio.
Figúrate, ¡oh príncipe Diadema! si el dolor y la desesperación no me harían desmayarme.
Todo lo que sé después de eso, es que cuando volví de mi desmayo me hallé con el vientre tan liso
como el de una mujer. Y las esclavas aplicaban a mi herida el aceite hervido con el queso blando, lo cual
no tardó en restañarme la sangre. Hecho esto, se me acercó la joven, me dió un vaso de jarabe para
apagar mi sed, y me dijo despreciativamente:
"¡Vuelve al sitio de donde viniste! ¡Mi deseo está saciado! ¡Ya no eres nada para mí, ni puedes servir
a na die, pues me he apoderado de la única cosa que necesitaba!" Y me re chazó con el pie, y me echó de
casa, diciéndome como despedida: "¡Ten te por dichoso cuando aún sientes la cabeza sobre los hombros!"
Entonces me arrastré dolorosamente hasta la morada de mi joven esposa, y llegado a la puerta, que
encontré abierta todavía, entré silen ciosamente y fui a caer consternado sobre los almohadones del salón.
Enseguida acudió mi esposa, que al verme tan pálido me examinó aten tamente, haciendo que le contase
mi desventura y que le mostrase mi individualidad mutilada. Pero no pude soportar el verme así, y volví
a caer desvanecido.
Al volver de mi desmayo, me vi tendido en la calle, al pie de la puerta, pues mi esposa, al
encontrarme como una mujer, me había ex pulsado de su morada.
Y en aquel miserable estado me encaminé a mi casa, y fui a echar. me en brazos de mi madre, que me
lloraba desde hacía muchísimo tiempo, creyéndome perdido por algún extremo de la tierra. Me recibió
sollozando, y al verme en aquella extrema palidez y debilidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 127ª noche
Ella dijo:
Y al verme en aquella extrema palidez y debilidad, lloró más to davía. Entonces me asaltó el recuerdo
de mi pobre y dulce Aziza, muerta de pena por mi culpa, y la eché de menos por primera vez, vertiendo
por ella lágrimas de desesperación y arrepentimiento. Y cuando me hube calmado un momento, me dijo
mi madre con los ojos lle nos de llanto: "¡Oh, pobre hijo mío! las desdichas habitan nuestra ca sa, porque
has de saber lo peor que podías saber: ¡tu padre ha muer to!" Al oírlo, se me atravesaron los sollozos en
la garganta, quéde in móvil, y caí después al suelo, y así estuve durante toda la noche.
Por la mañana me obligó a levantarme mi madre, y se sentó a mi lado. Pero yo estaba como clavado
en mi sitio, mirando el rincón don de acostumbraba sentarse mi pobre Aziza, y las lágrimas me corrían
silenciosas por las mejillas. Y mi madre me dijo: "¡Ah hijo mío! ya hace diez días que estoy sola en esta
casa vacía y sin dueño; diez días hace que tu padre murió en la misericordia de Alah".
Y yo dije: "¡Oh madre! en estos momentos estoy dominado completamente por el re cuerdo de mi
pobre Aziza, y no podría consagrar mi dolor a otra me moria que la suya. ¡Pobre Aziza! ¡Tan abandonada
por mí, tú que me querías de veras! ¡Perdona a este miserable que te atormentó, y que está excesivamente
castigado por sus culpas y traiciones!"
Ahora bien; mi madre notaba lo profundo y verdadero de mi do lor, pero seguía callando. Por lo
pronto, se apresuró a curarme las heridas y a traerme con qué recuperar las fuerzas. Después de estos
cuidados, siguió prodigándome sus ternuras y velaba a mi lado, dicién dome: "¡Bendito sea Alah, ¡oh hijo
mío! porque no te han sobrevenido peores calamidades, y has salvado la vida!" Y así hasta que estuve
completamente restablecido, aunque seguía enfermo del alma y ator mentado por los recuerdos.
Un día, después de comer, mi madre vino a sentarse a mi lado, y me dijo: "¡Oh hijo mío! creo que ha
llegado la ocasión de entregarte el recuerdo que me confió la pobre Aziza antes de morir, pues me
encargó que no te lo diese hasta que te condolieses por ella y hubieras aban donado definitivamente los
malos lazos que te sujetaban". En seguida abrió un cofrecillo y sacó de un paquete esa tela preciosa en
que está bordada la segunda gacela que tienes delante de los ojos, ¡oh príncipe Diadema! Y mira los
versos que se entrelazan en las orillas:
¡Llenaste mi corazón de tu deseo para sentarte encima y triturarlo; acostumbraste mis ojos
a velar, y en cambio tú dormías!
¡Ante mi vista y ante los latidos de mi corazón, tuviste sueños extraños a mi amor, cuando
mi corazón y mis ojos se derretían de deseo por ti!
¡Por Alah! hermanas mías, cuando me haya muerto, escribid en el mármol de mi tumba:
"¡Oh tú que marchas por el camino de Alah! ¡he aquí la tierra en que descansa por fin una
esclava de amor!"
Al leer estas estrofas, lloré abundantes lágrimas, y me golpée las mejillas. Y al desenrollar la tela,
cayó un papel, en el cual aparecían estas líneas, escritas por la propia mano de Aziza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 128ª noche
Ella dijo:
Y al desenrollar la tela, cayó un papel, en el cual aparecían estas líneas, escritas por la propia mano
de Àziza:
"¡Oh mi primo muy amado!, sabe que fuiste para mí más que rido y más preciado que mi propia sangre
y mi vida. Así es que después de mi muerte seguiré suplicando a Alah que te haga feliz y puedas vencer a
todas las que elijas. ¡Conozco las muchas desgracias que ha de acarrearte la hija de Dalila la Taimada!
Sírvante de lección, ¡y ojalá puedas alejar para siempre el amor nefasto de las mujeres infames! ¡Ojalá
aprendas a librarte de ellas! ¡Bendito sea Alah, que se me lleva antes que a ti, para no obligarme al dolor
de presenciar todos tus sufrimientos!
"Te ruego, por Alah, que conserves como recuerdo de mi despedida esa tela en que aparece bordada
una gacela. Me ha acompañado du rante tus ausencias. Me la envió la hija de un rey, la princesa de las
Islas del Alcanfor y el Cristal, llamada Sett-Donia.
"Cuando te veas agobiado por las desgracias, acude en busca de la princesa Donia, en el reino de su
padre, en las Islas del Alcanfor y el Cristal. Pero sabe, ¡oh Aziz! que no están destinados a ti la hermo -
sura ni los encantos incomparables de esa princesa. No vayas a in flamarte de amor por ella, porque no ha
de ser para ti más que la causa que te saque de tus aflicciones y ponga fin a las tribulaciones de tu alma.
"¡Uassalam, ¡oh Aziz!"
Al leer esta carta de Aziza, ¡oh príncipe Diadema! me conmovió más hondamente la ternura, y lloré
todas las lágrimas de mis ojos. Mi madre lloró conmigo, y aquello duró hasta que cayó la noche. Per -
manecí un año entero sumido en esta tristeza, sin encontrar alivio.
Entonces pensé en la partida, dispuesto a buscar a la princesa Do nia en las Islas del Alcanfor y el
Cristal. Y mi madre me alentó mu cho, diciéndome: "Ese viaje te distraerá, y hará que se alivien tus pesa -
res. Y he aquí que va a salir de nuestra ciudad una caravana de mercaderes que se está preparando para
la marcha. Unete, pues, a ella, compra mercaderías, y vete. Pasados tres años, podrás regresar con esta
misma caravana. ¡Y habrás olvidado toda la amargura que pesa sobre tu co razón! Y entonces, al ver
desahogado tu corazón, me consideraré fe liz".
Hice, pues, lo que me había indicado mi madre, y después de com prar excelentes mercancías, me uní
a la caravana, y viajé con ella por todas partes, pero sin tener ánimos para exhibir mis géneros. ¡Al con -
trario! Todos los días me sentaba aparte, y cogía la tela, recuerdo de Aziza, la extendía delante de mí, y
la miraba durante mucho tiempo, llorando. Y así siguieron las cosas, hasta que después de un año lle -
gamos a las fronteras en que reinaba el padre de la princesa Donia. Eran las Siete Islas del Alcanfor y el
Cristal.
Ahora bien, el rey de ese país, ¡oh príncipe Diadema! se llama el rey Schahramán.
Y es, efectivamente, el padre de la princesa Donia, que sabe bordar con tanto arte esas gacelas que
envía a sus amigas.
Pero al llegar a este reino, pensé: "¡Oh Aziz! ¿de qué pueden servirte, ¡oh pobre lisiado! todas las
princesas y todas las jóvenes del mundo! ¿De qué han de servirte cuando te han dejado el vientre tan liso
como el de una mujer?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según su
costumbre, se calló hasta el otro día.
Y cuando llegó la 129ª noche
Ella dijo:
"...¿de qué pueden servirte, ¡oh pobre lisiado! todas las prince sas y todas las jóvenes del mundo? ¿De
qué han de servirte cuando te han dejado el vientre tan liso como el de una mujer?"
Pero recordando las palabras de Aziza, me decidí a emprender las investigaciones necesarias, y a
recoger los datos que me pudieran servir para ver a la princesa. Todos mis trabajos resultaron baldíos;
nadie me supo indicar el medio que yo buscaba, y ya empezaba a sentirme completamente desesperado,
cuando un día, paseándome por los jardines que rodean la ciudad, queriendo olvidar mis pesares con el
espectáculo de aquel delicioso verdor, llegué a la puerta de un es pléndido jardín de árboles magníficos,
con cuya sola contemplación ha llaba descanso el alma dolorida. Y en la tarima de entrada estaba sen tado
el guarda del jardín, un venerable jeique de simpático aspecto, en cuyo rostro se adivinaba la bendición.
Entonces me adelanté hacia él, y después de las zalemas acostumbradas, le dije: "¡Oh jeique! ¿de quién
es este jardín?"
Y él contestó: "De Sett-Donia, la hija del rey. Puedes, ¡oh hermoso joven! entrar y pasearte un
momento, y respirar el per fume de las flores y las plantas". Y yo dije: "¡Cuánto te lo agradezco! Pero ¿no
podrías permitirme, ¡oh venerable jeique! que aguardase, oculto detrás de un macizo de flores, la llegada
de la princesa, y así alegraría mi vista con una sola mirada que le dirigiesen mis párpa dos?"
El dijo: "¡Por Alah! ¡Eso no!" Entonces lancé un gran suspiro. Y el jeique me miró con ternura, me
cogió de la mano, y entró con migo en el jardín.
Así anduvimos juntos hasta un sitio encantador al que daban som bra unos hermosos árboles. Cogió
frutas de las más maduras y de las más deliciosas, y me las ofreció de este modo: "¡Refréscate! Y te ad -
vierto que sólo la princesa Donia conoce su sabor!" Después dijo: "¡Siéntate, que ahora vuelvo!" Y me
dejó un instante para volver car gado con un cordero asado, y me convidó a comerlo con él, y cortaba
para mí los pedazos más sabrosos, y me los ofrecía con la mejor vo luntad. Y yo estaba confundido con
tantas bondades, y no sabía cómo darle las gracias.
Ahora bien; mientras estábamos comiendo y charlando amistosa mente, oímos que se abría la puerta
del jardín. Y el jeique se apresuró a decirme, muy alarmado: "¡Levántate enseguida y escóndete en ese
macizo! ¡Y sobre todo, no te muevas!" Y yo me apresuré a obedecerle. Apenas estaba en mi escondrijo,
vi que asomaba por la puerta la cabeza de un eunuco negro. Y preguntó en alta voz: "¡Oh jeique! ¿hay
alguien por ahí? ¡Porque llega la princesa Donia!" El jeique contestó: "¡Oh mi buen eunuco! ¡No hay
nadie en el jardín!" Y se apresuró a abrir las dos hojas de la puerta.
Entonces vi llegar a la princesa Donia, y creí que era la misma luna que bajaba a la tierra. Tal era su
hermosura, que me quedé cla vado en el sitio, aturdido, sin movimiento, muerto. La seguía con la mi rada,
sin poder respirar, a pesar del afán que sentía por hablarle. Y permanecí inmóvil durante todo el paseo de
la princesa, lo mismo que el sediento del desierto que cae sin fuerzas a orillas del lago y no puede
arrastrarse hasta la onda líquida.
Comprendí entonces, ¡oh mi señor! que ni la princesa Donia ni ninguna otra mujer correrían peligro
junto a mí.
Aguardé, pues, que se alejase la princesa, me despedí del jeique, y marché en busca de los
mercaderes de la caravana, diciendo para mí: "¡Oh Aziz! ¿Qué han hecho de ti, Aziz? ¡Un vientre liso que
ya no puede domar a las enamoradas! ¡Vuelve junto a tu pobre madre, y allí podrás morir en paz, en la
casa vacía y sin dueño! ¡Porque la vida ya no tiene ningún objeto para ti!" Y a pesar de los trabajos que
había pasado para llegar a aquel reino, fue tal mi desesperación que no quise poner en práctica las
palabras de Aziza, aunque me había asegurado formalmente que la princesa Donia sería la causa de mi
fe licidad.
Salí, pues, con la caravana, encaminándome a mi tierra. Y así he llegado a este país, que está bajo el
poder de tu padre, ¡oh príncipe Diadema!
¡Y tal es mi historia!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 130ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el gran visir Dandán, luego de contar esta historia al rey
Daul'makán durante el sitio de Constantinia, comenzó a relatarle su continuación, en la que Aziz está ín -
timamente mezclado con todas las cosas maravillosas y sorprendentes que vamos a ver.
Historia de la princesa Donia con el príncipe Diadema
"Cuando el príncipe Diadema hubo oído esta admirable historia, y se enteró de cuán deseable y cuán
interesante era la princesa Donia, y de cuán bellas cualidades poseía, así como su sapiencia en el arte del
bordado, sintió dominado su corazón por un amor desbordante, y resolvió hacer todo lo posible para
llegar junto a la princesa.
Y llevó con él al joven Aziz, del cual ya no quería separarse. Mon tó otra vez a caballo, y emprendió
nuevamente el camino de la ciudad de su padre el rey Soleimán-Schah, señor de la Ciudad Verde y de las
montañas de Ispahán.
Lo primero que hizo fué poner a disposición de su amigo Áziz una hermosa casa que de nada carecía.
Y cuando se cercioró de que Aziz tenía cuanto pudiera convenirle, marchó al palacio, se encerró en su
habitación, negándose a recibir a nadie, y lloró amargamente. Por que las cosas que se oyen impresionan
tanto como las que se ven o sienten.
Cuando su padre el rey Soleimán-Schah le vió tan pálido y tan acongojado, comprendió que Diadema
tenía el alma llena de pesares y zozobras. Y le preguntó: "¿Qué tienes, ¡oh hijo mío! para cambiar así de
color y estar tan afligido?"
Y el príncipe Diadema le contó que estaba enamorado de la prin cesa Donia, profundamente
enamorado, aunque no la había visto ja más, pues para su pasión bastaba el relato de Aziz al describirle
su an dar gracioso, sus perfecciones, sus ojos y su maravilloso arte de bordar animales y flores.
Al recibir esta noticia, el rey Soleimán-Schah llegó al límite de la inquietud, y dijo al príncipe:
"¡Hijo mío! esas Islas del Alcanfor y el Cristal son un país muy lejano del nuestro, y aunque sea tan
maravillosa esa princesa Donia, advierte que en nuestra ciudad y en el palacio de tu madre encontrarás
jóvenes hermosísimas y esclavas atrayentes, originarias de todas las comarcas del mundo. Llégate, pues,
al aposento de las mujeres, y entre las quinientas esclavas que allí verás, más hermosas que lunas, elige
las que más te agraden. Y si a pesar de todo ninguna de esas mujeres llegase a gustarte, pediré para ti
como esposa a una hija entre las hijas de los reyes de los países vecinos. ¡Y te prometo que será mucho
más bella y mucho más instruída que la misma prin cesa Donia!"
Pero el príncipe insistió: "¡Oh padre mío! sólo deseo por esposa a la princesa Donia, la que sabe
dibujar y bordar gacelas tan admirablemente sobre el brocado. Mi amor no tiene remedio, y si no la
consigo, huiré de mi país, de mis amigos y de mi casa, y me suici daré por causa de ella".
Entonces su padre, viendo que era muchísimo peor contrariarle, le dijo: "En ese caso, ¡oh hijo mío!
ten un poco de paciencia, y dame tiempo para que pueda enviar al rey de las Islas del Alcanfor y el Cris -
tal una diputación que vaya a pedirle la mano de su hija, según el ceremonial que desde antiguamente se
acostumbra, y que se empleó para mí cuando me casé con tu madre. Y si se negase, abriré la tierra por
debajo de él, y haré que caiga sobre su cabeza todo su reino en ruinas, invadiendo y devastando sus
comarcas con un ejército tan numeroso, que al desplegarse llegaría su vanguardia a las Islas del Alcanfor,
cuando la retaguardia estuviera todavía detrás de las monta ñas de Ispahán, frontera de mi imperio".
Después de esto, el rey mandó llamar al joven mercader Aziz, amigo de Diadema. y le dijo:
"¿Conoces el camino de las Islas del Alcanfor y el Cristal?" El otro contestó: "Lo conozco", y el rey dijo:
"Me alegraría muchísimo que acompañases a mi gran visir, al cual envío de embajador cerca del rey de
aquella comarca". Y Aziz con testó: "¡Oh rey del tiempo! ¡escucho y obedezco!"
Entonces el rey Soleimán llamó al gran visir, y le dijo: "Arregla este asunto como te parezca mejor,
pero es indispensable que vayas a las Islas del Alcanfor y el Cristal para pedir a la princesa Donia por
es posa de Diadema". Y el visir respondió oyendo y obedeciendo. Y mien tras tanto, el príncipe se retiró a
su morada, recitando estos versos del poeta sobre los pesares de amor:
¡Interrogad a la noche! ¡Os dirá mi dolor y os cantará la elegía llena de lágrimas que
modula en mi corazón la tristeza!
¡Interrogad a la noche! ¡Os dirá que soy el pastor cuyos ojos cuentan las estrellas,
mientras que por sus mejillas cae el granizo del llanto!
¡Aunque mi corazón se desborde en deseos, me veo solo en el mundo, como la mujer de
caderas fecundas que no halla la simiente de gloria!
Y el príncipe pasó muy pensativo toda la noche, negándose a to mar alimento y no pudiendo dormir.
En cuanto apareció el día, se apresuró el rey a ir en su busca, y al ver cuán desmejorado estaba,
mandó apresurar los preparativos de la marcha, colmando a Aziz y al visir de ricos presentes para el rey
de las Islas del Alcanfor y el Cristal, y para todos los de su séquito. Y en seguida se pusieron en camino.
Y viajaron días y noches, hasta que llegaron a la vista de las Islas del Alcanfor y el Cristal.
Entonces armaron las tiendas a orillas de un río, y el visir despachó un correo para anunciar al rey su
llegada.
Y aun no había acabado el día, cuando vieron venir a los chambelanes y emires del rey, que después
de las zalemas y saludos de bienvenida, los acompañaron hasta el palacio.
Y el visir y Aziz entraron en palacio, y se presentaron al rey ha ciéndole entrega de los regalos de su
señor Soleimán, y el rey los apre ció mucho, diciéndoles: "¡Los agradezco con todo el corazón de amigo,
y sobre mi cabeza y mis ojos!" Y enseguida, según costumbre, se retiraron Aziz y el visir, y pasaron
cinco días en palacio descansando de las fatigas del viaje.
A la mañana del quinto día, el visir se vistió su traje de honor, y se presentó ante el trono del rey, y le
sometió la petición de su señor rey Soleimán, aguardando respetuosamente la respuesta.
Al oír las palabras del visir, el rey quedó muy pensativo, bajó la cabeza muy inquieto y meditabundo,
y permaneció largo tiempo sin saber qué contestar al enviado del poderoso rey de la Ciudad Verde y de
las montañas de Ispahán.Pues sabía por experiencia que su hija odiaba el matrimonio, y que la petición
iba a ser rechazada, como ya lo habían sido otras que le habían dirigido los principales príncipes de los
reinos vecinos y de todas las tierras de los alrededores.
Por fin el rey acabó por levantar la cabeza, hizo una seña al jefe de los eunucos para que se acercase,
y le dijo: "Ve a buscar a tu señora la princesa Donia, preséntale los respetos del visir y los regalos que
nos trae, y repítele lo que acabas de oír de su boca". Y el eunuco besó la tierra entre las manos del rey, y
desapareció.
Al cabo de una hora volvió con una nariz tan larga que le llegaba a los pies, y dijo: "¡Oh rey de los
siglos y del tiempo! me he presen tado ante mi ama la princesa Donia, y apenas formulé la petición, se le
llenaron de ira los ojos, se incorporó, cogió una maza y corrió hacia mí para romperme la cabeza. Y me
apresuré a huir a toda prisa, pero me persiguió a través de los corredores, gritando: "¡Si mi padre quiere
obligarme al matrimonio, sepa que mi marido no tendrá tiempo para verme la cara, pues le mataré antes
con mis propias manos, y enseguida me mataré yo!"
Al oír estas palabras del jefe de los eunucos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discretamente aplazó el
relato hasta el otro día.
Y cuando llegó la 131ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que después de estas pa labras del jefe de los eunucos, el rey
dijo al visir: "Acabas de oír con tus propios oídos lo que ha pasado. Transmite, pues, mis zalemas al rey
Soleimán-Schah, y repítele lo ocurrido, diciéndole que a mi hija la horroriza el matrimonio. ¡Y Alah haga
que llegues a tu país con toda seguridad!"
Entonces el visir y Aziz se apresuraron a regresar a la Ciudad Verde, y a repetir al rey Soleimán-
Schah lo que había ocurrido.
Esta noticia encolerizó al rey, que quiso llamar a los emires y a los lugartenientes para reunir las
tropas e invadir inmediatamente las comarcas de las Islas del Alcanfor y el Cristal.
Pero el visir pidió permiso para hablar, y dijo: "¡Oh soberano! no debes proceder de ese modo, pues
en realidad la culpa no la tiene el padre, sino la hija, y el impedimento procede de ella sola. Y su mis mo
padre está tan contrariado como todos nosotros. Ya te he repetido las terribles palabras que la princesa
Donia dijo al espantado jefe de los eunucos".
Cuando el rey Soleimán-Schah hubo oído al visir, acabó por darle la razón y se asustó al pensar en
las amenazas de la princesa. Y se dijo: "Aunque invadiese su país y la redujese a ella a la esclavitud, de
nada nos serviría, puesto que ha jurado matarse".
Entonces mandó llamar al príncipe Diadema, y muy afligido por el disgusto que iba a darle, le puso al
corriente de todo. Pero el prín cipe Diadema, lejos de desesperarse, dijo firmemente: "¡Oh padre mío! no
creas que voy a dejar esto en tal estado. ¡Lo juro por Alah! ¡Sett- Donia será mi esposa! Llegaré hasta
ella, aunque haya de arriesgar la vida". Y el rey dijo: "¿Pero de qué manera?"
Y respondió el príncipe: "Iré en calidad de mercader".
Y dijo el rey: "En ese caso lleva con tigo al visir y a Aziz". Y en seguida mandó comprar mercaderías
por valor de cien mil dinares, y que vaciasen en los sacos los tesoros en cerrados en sus propios
armarios. Y le dió cien mil dinares en oro, caballos, camellos, mulos y tiendas suntuosas forradas de
seda y de co lores admirables.
Entonces el príncipe Diadema besó las manos a su padre, se puso su ropa de viaje, fué en busca de su
madre, y le besó igualmente las manos. Y su madre le dió cien mil dinares, y lloró mucho, e invocó sobre
él la bendición de Alah, e hizo votos por la satisfacción de su alma y por su buen regreso entre los suyos.
Y las quinientas damas de palacio, que rodeaban a la madre de Diadema, se echaron también a llorar,
mirándole en silencio, con respeto y ternura.
Y el príncipe Diadema salió de la habitación de su madre, llamó a su amigo Aziz y al anciano visir, y
dió la orden de marcha. Y como Aziz se echase a llorar, le preguntó el príncipe: "¿Por qué lloras,
hermano Aziz?" Y éste dijo: "¡Oh hermano mío! ya sé que no puedo se pararme de ti, pero ¡hace tanto
tiempo que dejé a mi pobre madre! Y ahora, cuando llegue la caravana sin mí, ¿qué pensará mi madre al
no verme entre los mercaderes?" El príncipe dijo: "¡Tranquilízate, hermano Aziz! Volverás a tu tierra en
cuanto quiera Alah, después de habernos facilitado los medios de conseguir nuestro objeto". Y se pu -
sieron en camino.
Y viajaron en compañía del sabio y prudente visir que, para dis traerlos y para que Diadema lo
sobrellevase todo con paciencia, les contaba historias admirables. Y también Aziz recitaba a Diadema
ins pirados poemas, e improvisaba versos llenos de encanto, hablando del amor y de los amantes. Como
éstos, entre otros mil:
¡Vengo a contaros mi locura, y cómo el amor ha podido hacerme niño, rejuveneciendo mi
vida!
¡Tú a quien lloro! ¡La noche aviva en mi alma tu recuerdo! ¡La mañana brota sobre mi
frente, que no ha conocido el sueño! ¡Oh! ¿Cuándo vendrá el regreso después de la ausencia?
Al cabo de un mes de viaje llegaron a la capital de las Islas del Alcanfor y el Cristal, y al entrar en el
gran zoco de los mercaderes, notó el príncipe Diadema que disminuían sus preocupaciones, animándose
su corazón con alegres latidos. Hicieron alto por consejo de Aziz en el gran khan, y alquilaron para ellos
todos los almacenes de abajo y todas las habitaciones de arriba, mientras el visir iba a buscarles una
casa de la ciudad. Colocaron los fardos en los almacenes, y después de haber descansado cuatro días,
fueron a visitar a los mercaderes del gran zoco de la seda.
Y por el camino dijo el visir: "Se me ocurre una cosa para que podamos alcanzar el fin deseado". Y
el príncipe contestó: "Habla como gustes, pues los ancianos tienen inspiraciones, y sobre todo cuando
po seen como tú la experiencia de los negocios".
Y el visir dijo: "Mi idea es que, en vez de dejar las mercaderías encerradas en el khan, donde los
parroquianos no pueden verlas abramos para ti, ¡oh príncipe! una gran tienda en el zoco de la sedería. Y
tú, en calidad de mercader, te sentarás a la entrada de la tienda para vender y mostrar los géneros,
mientras que Aziz estará en el fondo para darte todas las telas y des enrollarlas. Y de esta suerte, como
eres tan hermoso, y como Aziz no lo es menos que tú, he aquí que la tienda llegará a ser inmediatamente
la más concurrida del zoco". Y Diadema contestó: "¡La idea es admirable!" Y vestido con un magnífico
traje de gran mercader, entró en el zoco de la seda, seguido de Aziz, del visir y de sus servidores.
Cuando le vieron pasar los mercaderes, quedaron completamente deslumbrados por su belleza. Y
todos dejaron de atender a los parro quianos en aquel momento. Los que estaban cortando telas se
quedaron con las tijeras en el aire. Los que compraban abandonaron sus compras. Y todos se decían a un
tiempo: "¿Será que el portero Raduán, aquel que tiene las llaves de los jardines del cielo, se habrá
olvidado de ce rrar las puertas, y así ha podido bajar a la tierra este joven celestial?"
Y otros exclamaban al verle: "¡Ya Alah! ¡Nos envías un ángel de entre tus ángeles para que veamos
cuán hermosos son!"
Llegados al centro del zoco, preguntaron dónde estaba el gran jeique de los mercaderes, y se
dirigieron hacia su tienda. Y cuando entraron en ella, se levantaron en honor suyo cuantos estaban
sentados allí. Y pensaban: "¡Este venerable anciano es el padre de esos dos jó venes tan hermosos!" El
visir, después de hacer sus zalemas, preguntó: "¡Oh mercaderes! ¿Cuál de vosotros es el jefe del zoco?"Y
le con testaron: "Helo aquí". El visir miró al mercader que le señalaban, y vió que era un anciano muy
alto, de barba blanca y de aspecto respe table, que se apresuró a hacerles los honores de su tienda, con un
cordial saludo de bienvenida, e invitándoles a sentarse en la alfombra a su lado. Y exclamó: "¡Estoy
dispuesto a todos los servicios que de seéis".
Entonces el visir dijo: "¡Oh jeique el más amable de todos! Hace años que viajo con estos dos
jóvenes por ciudades y comarcas para completar su instrucción, mostrándoles los diversos pueblos, para
que aprendan a vender y comprar, sacando al mismo tiempo provecho de los diversos usos y costumbres.
Y con este propósito venimos a establecernos en esta ciudad durante algún tiempo, pues deseo que mis
hijos regocijen su vista en todas las cosas hermosas que contiene, y apren dan de los que viven en ella los
buenos modales y la cortesía. Te ro gamos, pues, que nos alquilen una buena tienda, bien situada, para que
expongamos las mercaderías de nuestro país".
Y el jeique respondió: "Tendré mucho gusto en satisfaceros". Enseguida, volviéndose hacia los
jóvenes para examinarlos mejor, sintió un pasmo sin límites, sólo con aquella ojeada, pues tanto le
asombró su hermosura. Porque aquel jeique adoraba hasta la locura y sin ningún reparo los bellos ojos de
los jóvenes, y su predilección se encaminaba al amor de los muchachos anteponiéndolo al de las
doncellas, y prefi riendo con mucho el ácido sabor de los pequeños.
Dijo, pues, para sí: "¡Gloria y loor al que ha creado y modelado a estos dos jóvenes, formando
semejante belleza de una materia sin vida!"
Y se levantó, les sirvió mejor que un esclavo a sus amos, y se puso por completo a sus órdenes,
apresurándose a mostrarles las tien das disponibles, y acabando por elegir para ellos una que estaba pre -
cisamente en el centro del zoco. Aquella tienda era la más hermosa de todas, la más clara, la más amplia,
la de mejor exposición, y estaba construída con mucho arte, adornándola escaparates de madera labra da
y anaquelerías de marfil, ébano y cristal. La calle estaba bien re gada y barrida en su alrededor, y de
noche se colocaba en su puerta el guarda del zoco. Por lo tanto, el jeique, en cuanto se ajustó el precio,
entregó las llaves de la tienda al visir, y le dijo: "¡Haga Alah de esta tienda en manos de tus hijos un
comercio próspero y abundante, bajo los auspicios de este día bendito!"
Entonces el visir mandó colocar en la tienda las mercaderías de valor, las hermosas telas, los
brocados, todos los tesoros inestimables que habían guardado los armarios del rey Soleimán. Y
terminado este trabajo, se llevó a los dos jóvenes a tomar un baño al hammam, muy próximo a la puerta
del zoco, y que tenía fama por su limpieza y por sus mármoles relucientes. Entrábase en él subiendo tres
peldaños, don de se colocaban ordenadamente los zuecos de madera.
Y los dos amigos, terminado el baño, no quisieron aguardar al visir, pues tenían mucha prisa por
ocupar su sitio en la tienda. Salie ron, pues, muy alegres, y la primera persona con quien se encontraron
fué el jeique del zoco, que los aguardaba, lleno de pasión, en los pel daños del hammam. Y el baño había
dado más esplendor a la belleza de los jóvenes, y más frescura a su tez, y...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 132ª noche
Ella dijo:
Y el baño había dado mayor esplendor a la belleza de los jóvenes y más frescura a su tez, y el
anciano los comparó, dentro de su alma, con dos cervatillos esbeltos y gentiles. Y vió cuán sonrosadas
tenían ahora las mejillas, cuánto se habían obscurecido sus ojos, y cómo se habían iluminado sus
semblantes. Y al contemplarlos tan tiernos como dos ramas a las que dan color sus frutos, o cual dos
lunas blancas y delicadas como la leche, pensó en estos versos del poeta:
¡Sólo con tocar su mano me estremezco, y todos mis sentidos se excitan! ¿qué me pasaría si
viese su cuerpo, donde se unen la limpieza del agua y el oro de la luz?
Corrió, pues, a su encuentro, y les dijo: "¡Oh mis hijos! ¡ojalá os haya deleitado el baño! ¡Nunca os
prive de él Alah, y os lo re nueve eternamente!" Y el príncipe, con un ademán encantador y una voz muy
afable, contestó: "¡Habríamos deseado compartir contigo ese placer!" Y ambos le atendieron
respetuosamente, y por deferencia a su edad y a su categoría, fueron delante de él, abriéndole camino y
dirigiéndole hacia la tienda.
Ahora bien, como iban delante los dos jóvenes, el jeique pudo observar cuán graciosamente
caminaban, y cómo oscilaban sus caderas por debajo de la ropa, estremeciéndose al compás de los
pasos. En tonces, no pudiendo reprimir sus arranques, le centellearon los ojos, resolló, sopló y recitó
estas estrofas de complicado sentido:
¡No es asombroso que al contemplar las formas que encantan a nuestro corazón, las
veamos estremecerse aunque sean macizas!
¡Todas las esferas del cielo vibran al girar, y todos los globos se estremecen con el
movimiento!
Pero los dos jóvenes, aunque oyeron estos versos, no podían acer tar su sentido ni sospechar la lujuria
del jeique. ¡Al contrario! Cre yeron ver en ellos una delicada alabanza hacia sus personas, y se lo
agradecieron mucho, y a la fuerza quisieron llevarle con ellos al ham mam, por ser aquélla la mayor
muestra de amistad. Y el viejo, después de oponer por pura fórmula algunos obstáculos, aceptó, echando
chispas de deseo dentro de su alma, y emprendió con ellos nuevamente el camino del hammam.
Cuando hubieron entrado, los vió el visir, que se estaba secando en una de las salas, y corrió hacia el
estanque, en el cual se habían parado, e invitó al jeique a entrar en el cuarto de él. Pero el jeique dijo que
no quería abusar de tanta bondad, tanto más cuanto que Dia dema y Aziz le tenían sujeto cada uno por una
mano, y le arrastraban hacia la sala que habían reservado para ellos. Entonces el visir no insistió más, y
se volvió a su cuarto para secarse.
Diadema y Aziz, en cuanto estuvieron solos, desnudaron al ve nerable jeique, y ellos se desnudaron
también, y empezaron por darle un enérgico masaje, mientras que el viejo les dirigía furtivas miradas.
Después juró Diadema que a él le correspondería el honor de enjabo narle, y Aziz dijo que a él le
correspondería echarle agua con la jarrita de cobre. Y el anciano jeique, entre ambos, se creía
transportado al paraíso.
Y no cesaron de friccionarlo, enjabonarlo y echarle agua hasta que el visir volvió junto a ellos, con
gran desolación del jeique. En tonces le secaron con las grandes toallas calientes y perfumadas, le
vistieron y le sentaron en la tarima, donde le ofrecieron sorbetes de amizcle y agua de rosas.
Y el jeique fingía seguir con gran interés la conversación del visir, pero en realidad toda su atención
y todas sus miradas no eran más que para los dos jóvenes, que iban y venían muy solícitos por servirle. Y
cuando el visir le dirigió el saludo de costumbre después del baño, el jeique contestó: "¡Qué bendición
ha entrado con vosotros en nuestra ciudad! ¡Qué dicha tan grande nos ha producido vuestra llegada!" Y
recitó esta estrofa:
¡Al venir ellos, han reverdecido nuestras colinas! ¡Nuestro suelo se ha estremecido y ha
dado nuevas flores! Y la tierra y los habitantes de la tierra, han exclamado: "¡Dulce bienestar
y dulce amistad para nuestros encantadores huéspedes!"
Y los tres le dieron gracias por sus bondades. Y el jeique replicó: "¡Que Alah os asegure a todos la
vida más agradable! ¡Y que preserve del mal de ojo, ¡oh mercader ilustre! a tus hermosos hijos!" El visir
dijo: "¡Y que el baño sea para ti, por gracia de Alah, un aumento de fuerza y de salud! Porque ¡oh
venerable jeique! ¿no es cierto que el agua es el bien verdadero de la vida en este mundo, y el hammam
una morada de delicias?" El jeique contestó: "¡Sí, por Alah! ¡Y cuántos poemas admirables ha inspirado
el hammam a los grandes poetas! ¿No recordáis alguno de ellos?"
Y Diadema se apresuró a contestar: "Sí los recuerdo; oíd éstos:
¡Vida del hammam, es maravillosa tu dulzura! ¡Oh hammam, cuán breve es tu duración!
¿Por qué no podrá pasar toda mi vida en tu seno? ¡Hammam admirable, hammam de mis
sentidos!
¡Cuando se te tiene, haces odioso hasta al mismo Paraíso! ¡Si fue ras el infierno, con qué
dicha me precipitaría en él!"
Cuando el príncipe hubo recitado este poema, exclamó Aziz: "¡Yo también sé versos acerca del
hammam!" Y el jeique dijo: "Déjanos saborearlos". Y Aziz recitó los siguientes:
¡Es una morada que robó sus bordados a las rocas floridas! ¡Su calor te haría creerte en
una boca del infierno, si no experimentases enseguida sus delicias, y no vieras en su centro
tantas lunas y soles!
Cuando Aziz hubo acabado esta estrofa, se sentó al lado de Dia dema. Entonces el j eique,
maravillado completamente, exclamó: "¡Por Alah! ¡Habéis sabido unir la elocuencia con la belleza!
Dejadme aho ra deciros a mi vez algunos versos exquisitos. 0 más bien, os lo voy a cantar, pues sólo el
canto puede expresar las bellezas de estos ritmos".
Y el jeique apoyó la mejilla en la mano, entornó los ojos, movió la cabeza, y cantó
acompasadamente:
¡Oh fuego del hammam, tu calor es nuestra vida! ¡Oh fuego del hammam, devuelves la vida
a nuestros cuerpos, y aligeras nuestras al mas, que se confortan gracias a ti!
¡Oh hammam! ¡oh amigo! ¡Tibieza del aire, frescura de la pila, rumor del agua, luz de lo
alto, mármoles puros, salas umbrosas, olores de incienso y de cuerpos perfumados, os adoro!
¡Ardes con una llama que nunca se extingue, y permaneces frío en la superficie, y lleno de
suaves tinieblas! ¡Eres umbrío, hammam, a pesar del fuego, como mis deseos y como mi alma!
¡Oh Hammam!
Después miró a los jóvenes, dejó que su alma vagara un instante por el jardín de su belleza, e
inspirándose en ella les dedicó estas dos estrofas:
¡Fuí a su morada, y desde la puerta me recibieron con afable semblante y ojos llenos de
sonrisas!
¡Gusté todas las delicias de su hospitalidad, y sentí la dulzura! ¿Cómo no he de ser esclavo
de sus encantos?
Al oír estos versos y la anterior canción, quedaron maravillados del arte del jeique. Le dieron las
gracias, y como ya anochecía, le acompañaron hasta la puerta del hammam, y aunque insistió mucho para
que fuesen a cenar a su casa, se excusaron, y se alejaron después de despedirse, mientras el jeique
permanecía inmóvil mirándolos to davía.
Llegados a la casa, comieron y se acostaron con perfecta felicidad hasta el día siguiente. Entonces se
levantaron, hicieron sus abluciones, cumplieron los deberes de la oración, y en cuanto se abrió el zoco,
marcharon a su tienda y la abrieron por primera vez.
Ahora bien: los servidores la habían arreglado perfectamente, de mostrando su buen gusto. La habían
tapizado con telas de seda, colo cando en el mejor lugar dos regios tapices que bien valdrían cada uno
cien dinares. Y en las anaquelerías de marfil, ébano y cristal, aparecían muy bien puestas las mercaderías
de valor y los tesoros inestimables. Entonces Diadema se sentó en una de las alfombras, Aziz en otra y el
visir entre ambos, en el mismo centro de la tienda. Y los servi dores los rodearon, dispuestos a cumplir
sus órdenes.
Así es que pronto se hizo famosa aquella tienda, y los parroquia nos afluyeron desde todas partes. Y
todos porfiaban por recibir sus compras de manos de aquel joven llamado Diadema, cuya hermosura
hacía enloquecer todas las cabezas y perder todas las razones. Y el vi sir, habiendo comprobado que los
negocios marchaban maravillosamen te, encargó de nuevo a Diadema y a Aziz una gran discreción, y
volvió a su casa a descansar tranquilamente.
Y esta situación se prolongó cierto tiempo, terminado el cual, Dia dema, al no ver aparecer a nadie
que conociese a la princesa Donia, empezó a impacientarse y hasta a perder el sueño. Pero un día, mien -
tras hablaba de sus penas con su amigo Aziz a la puerta de su tienda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 133ª noche
Ella dijo:
Un día, mientras hablaba de sus penas con su amigo Aziz a la puerta de su tienda, acertó a pasar por
el zoco una anciana, que iba envuelta muy dignamente en un gran manto de raso negro. Y no tardó en
llamarle la atención la tienda maravillosa, así como la belleza del joven mercader sentado en la
alfombra. Y tanta fué su emoción, que se le mojaron los calzones. Después dirigió sus miradas al joven, y
pensó: "¡Ese no es un hombre, sino un ángel o algún rey de un país de ensueño!" Entonces se acercó a la
tienda y saludó al joven, que le devolvió el saludo, y Aziz la saludó también desde el fondo de la tienda.
Por su parte, el príncipe se levantó, le sonrió con su más agra dable sonrisa, la invitó a sentarse en la
alfombra a su lado, y se puso a abanicarla hasta que hubo descansado.
Entonces la vieja dijo a Diadema: "¡Oh, hijo mío, que reúnes to das las perfecciones y todas las
gracias! ¿eres de este país?" Y Diade ma, con su palabra gentil y atrayente, contestó: "¡Por Alah! ¡oh mi
señora! Hasta el presente no había puesto los pies en estas comarcas, a las cuales he venido sin más
objeto que distraerme visitándolas. Y para ocupar parte del tiempo, vendo y compro".
La vieja dijo: "¡Bien venido sea el gracioso huésped de nuestra ciudad! ¿Y qué mercaderías de los
países lejanos traes contigo? ¡Enséñame lo más hermoso, porque lo bello trae belleza!"
Diadema sonrió para darle las gracias, y dijo: "Sólo tengo cosas que pueden servirte y agradarte,
pues son dignas de princesas y de personas como tú". Y la vieja dijo: "Precisamente de searía comprar
una buena tela para la princesa Donia, hija de nuestro rey Schahramán".
Al oír el nombre de aquella a quien tanto amaba, ya no pudo vencer su emoción Diadema, y gritó:
"¡Aziz, tráeme lo más bello y lo más rico que haya entre nuestras mercaderías!" Y Aziz abrió un armario
en el cual sólo había un paquete, ¡pero qué paquete! La envol tura exterior era de terciopelo de Damasco,
con flecos de borlas de oro y bordados de colores representando flores y pájaros, con un elefante
borracho que bailaba en medio.
Y de aquel paquete salía un perfume que exhalaba el alma. Aziz se lo entregó a Diadema, que lo
desató y sacó de él la única tela que encerraba, hecha para un vestido de alguna hurí o de alguna princesa
maravillosa. Enumerar las pedrerías con que la habían enriquecido, y los bordados bajo los cuales
desaparecía la tra ma, sólo podrían hacerlo los poetas inspirados por Alah. Lo menos que podría valer,
sin la envoltura, serían cien mil dinares de oro.
Y el príncipe desenrolló lentamente la tela ante el asombro de la vieja, que no sabía qué mirar
preferentemente, si la magnificencia de aquel tejido o la cara adorable y los negros ojos del joven. Y he
aquí que al mirar los juveniles encantos del mercader, notaba que su vieja carne trepidaba, y que sus
muslos se juntaban febriles, sintiendo gran deseo de rascarse lo que le picaba.
Y en cuanto pudo hablar, dijo a Diadema, mirándole con ojos hu medecidos por la pasión: "La tela me
conviene. ¿Cuánto he de darte por ella?" Y él, inclinándose, contestó: "Estoy pagado de sobra con la
dicha de haberte conocido". Entonces la vieja exclamó: "¡Oh joven adorable! ¡Dichosa la mujer que
pueda tenderse en tu regazo y enlazar con sus brazos tu cintura! ¿Pero en dónde están las mujeres que tú
mereces? ¡Por mi parte no conozco más que una!
Dime joven cervati llo, ¿cuál es tu nombre?" Y él contestó: "Me llamo Diadema". Entonces la vieja
dijo: "¡Pero si ese nombre sólo se da a los hijos de los reyes! ¿Cómo es posible que un mercader se
llame Corona de los Reyes?"
Entonces Aziz, que no había hablado ni una sola palabra se apre suró a intervenir para sacar a su
amigo del apuro. Y explicó a la vieja: "Es hijo único, y sus padres lo quieren tanto, que le han dado un
nom bre como se les da a los hijos de reyes".
Ella dijo: "¡Verdaderamente, si la Belleza hubiera de elegir un rey, escogería a Diadema! Y sabe, ¡oh
Diadema! que desde este instante esta vieja es tu esclava. ¡Y Alah es fiador de mi devoción hacia tu
persona! Pronto sabrás lo que voy a hacer por ti. ¡Que Alah te proteja y te guarde de la mala suerte y de
los ojos malditos!" Después cogió el precioso paquete, y se fué.
Y llegó conmovida a casa de la princesa Donia, a la que había ama mantado y a la cual servía de
madre. Y al entrar llevaba el envoltorio debajo del brazo, muy solemnemente. Entonces Donia le
preguntó: "¡Oh mi nodriza! ¿qué otra cosa me traes? ¡Enséñamela!" La vieja dijo: "¡Oh mi amada Donia!
¡Toma y admírate!" Y desenrolló rápi damente la tela. Entonces Donia, brillándole los ojos de alegría,
excla mó: "¡Oh mi buena Dudú! ¡oh qué vestido tan admirable! ¡Esta tela no es de nuestro país!" Y la vieja
dijo: "¡En verdad es muy hermosa! ¿Pero qué dirías si vieras al joven mercader que me la ha dado para
ti? ¡Cuánta es su hermosura! ¡El portero Raduán se olvidó de cerrar las puertas del Edén para dejarle
salir a fin de que alegre el hígado de las criaturas! ¡Oh mi señora! ¡cuánto desearía ver a ese joven
radiante dormirse en tus pechos y..."
Pero Donia exclamó: "¡Basta! ¿Cómo te atreves a hablarme de un hombre? ¿Qué humareda obscurece
tu razón? ¡Cállate, por Alah! Y dame ese vestido para examinarlo de cerca". Y cogiendo la tela, se puso a
acariciarla y a plegarla sobre su cintura. Y entonces la nodriza le dijo: "¡Oh mi señora! ¡cuán hermosa
estás así! ¡Pero cuán preferible es una bella pareja a la unidad! ¡Oh gentil Diadema!" Pero la princesa
exclamó: "¡Endemoniada Dudú! ¡Pérfida Dudú! ¡No me hables más de eso! Pero marcha en busca de ese
mercader, y dile que si desea algo que lo pida, que mi padre se lo satisfará".
La vieja se echó a reír entonces, y dijo guiñando el ojo: "¡Un deseo! ¡Por Alah! ¿Quién no desea
algo?" Y se levantó a toda prisa, y corrió a la tienda del príncipe.
Al verla llegar, sintió el príncipe que su corazón estallaba de ale gría, y le cogió la mano, la hizo
sentar junto a él, y le sirvió sorbetes y dulces. Entonces la vieja le dijo: "¡Vengo a anunciarte una buena
nueva! Mi señora, la princesa Donia, te saluda y te dice: "Has honrado la ciudad con tu venida y la has
iluminado. Y si tienes algún deseo que manifestar, exprésalo".
Al oír estas palabras, sintió el príncipe que su corazón volaba de alegría, y se dilató su pecho, y
pensó para su alma: "El asunto va muy bien". Y dijo a la vieja: "Sólo tengo un anhelo: ¡que hagas llegar a
manos de la princesa Donia una carta que voy a escribirle, y que me traigas la contestación!"
Y ella dijo: "Escucho y obedezco". Entonces Diadema dijo a su amigo Aziz: "¡Tráeme la escribanía
de cobre, el papel y el cálamo!"
Y habiéndoselo llevado Aziz, escribió estos versos:
Este papel te lleva ¡Oh Altísima! Las mil cosas, las cosas diversas que he hallado en un
corazón enfermo por el mal de aguardar!
"En el primer renglón, van las señales del fuego que me quema interiormente; en el
segundo todo mi deseo y todo mi amor;
En el tercer renglón mi vida y mi paciencia; en el cuarto, mi ardor entero; en el quinto el
extremado anhelo de mis ojos, su ansia de tu alegría;
¡Y en el sexto renglón, la petición de una cita!”
Después, en la parte de abajo, puso a manera de firma lo siguiente:
"Esta carta en versos a tu belleza es de mano del esclavo de sus grandes deseos, del
prisionero en la cárcel de su dolor, del enfermo por sus tormentos, del postulante de tus miradas,
"El mercader Diadema".
Releyó la carta, le echó arenilla, la dobló, la cerró y se la entregó a la vieja, deslizándole en la mano
un bolsillo con mil dinares como pago a sus buenos servicios. Y la vieja, deseándole un buen éxito, vol -
vió enseguida junto a su señora. Y la princesa le preguntó: "¡Oh mi buena Dudú! Cuéntame qué desea ese
mercader, para pedirle a mi pa dre que lo satisfaga".
Y la vieja dijo: "¡Oh señora! no sé ciertamente lo que pide, pues he aquí una carta cuyo contenido
ignoro". Y le entregó la carta.
Cuando la princesa la hubo leído, exclamó: "¡Cuán desvergonzado es ese mercader! ¿Cómo se atreve
el audaz a levantar los ojos hasta mí?" Y rabiosa, se golpeó la cara, y dijo: "¡Debería mandar que lo
ahorcasen a la puerta de su tienda!"
Y la vieja, ingenuamente, pregun tó: "¿Qué contiene de espantoso esa carta? ¿Es que reclama algún
precio exorbitante por su tela?" Y la princesa dijo: "No se trata para nada de eso, sino únicamente de
amor".
Y la vieja hizo como que se asombraba, exclamando: "¡Deberías contestar a su insolencia,
amenazándole para que no persista!" Y la princesa dijo: "¡Tengo miedo de que esto contribuya a
alentarlo!" Y la vieja repuso: "¡Lo que hará es que recobre la razón!"
Entonces ordenó la princesa: "Dame mi escriba nía y mi pluma". Y escribió estos versos:
“¡Ciego de tus ilusiones, solicitas llegar al astro como si algún mortal hubiera podido
alcanzar al astro de la noche!
Para abrirte los ojos, juro por la verdad de Aquél que te formó de un gusano de la tierra, y
que creó desde el infinito la virginidad de los astros inmaculados,
Que si te atreves a repetir tu desvergüenza, te crucificarán en un tablón cortado del tronco
de algún árbol maldito! ¡Y servirás de ejemplo a los insolentes!"
Después de haber cerrado la carta, se la entregó a la vieja. Y la vieja corrió a llevársela al príncipe,
que ardía de impaciencia. El prín cipe se apresuró a abrir la carta, y en cuanto la hubo leído, se sintió
morir de pesar, y dijo amargamente a la vieja: "Me amenaza con la muerte, pero nada me importa la vida
cuando es tan penosa. ¡Y aun arriesgándome a morir, quiero escribirle!"
Y la vieja exclamó: "¡Por tu vida, que es para mí tan preciada! ¡Sabe que quiero ayudarte con todo mi
poder, y compartir contigo los peligros! ¡Escribe, pues, tu car ta, y dámela!" Entonces Diadema gritó a
Aziz: "¡Da a nuestra buena madre mil dinares! ¡Y confiemos en Alah Todopoderoso!"
Y escribió en un papel las siguientes estrofas:
“!He aquí que por anhelar la noche, me amenaza Ella con el luto y la muerte, ignorando
que la muerte es el reposo y que las cosas no ceden más que al señalarlo el Destino!
¡Por Alah! ¡ Su mano piadosa debería dirigirse hacia aquellos que consagran su amor a las
muy altas y muy puras, a las que no se atreven a mirar los ojos de los humanos!
¡Oh mis deseos! ¡Mis vanos deseos! ¡No deseéis más, y dejad que mi alma se sepulte en la
pasión sin esperanza!
¡Pero tu, mujer de duro corazón, no creas que ha de dominarme la tiranía! ¡Antes que sufrir
una vida sin objeto y toda doliente, dejaré que mi alma vuele con mis esperanzas!"
Y con lágrimas en los ojos, entregó la carta a la vieja, diciéndole: "Te molesto inútilmente, ¡ay de mí!
¡Comprendo de sobra que sólo me resta morir!" Y la vieja dijo: "Abandona esos tristes presentimien. tos,
y contémplate, ¡oh hermoso joven! ¿No eres el mismo sol? ¿Y no es ella la luna? ¿Cómo dudas que yo,
que me he pasado toda la vida en intrigas de amor, no sepa unir vuestras hermosuras? ¡Tranquiliza tu
alma, y calma las zozobras que te desconsuelan! ¡Pronto te traeré buenas noticias!"
Y dichas estas palabras, se alejó...
En este momento de su narración, Schehrazada vïó aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 134ª noche
Ella dijo:
Y dichas estas palabras, se alejó; y después de haber escondido la carta entre sus cabellos, fué a
buscar a su ama. Entró en su aposento, le besó la mano, y se sentó sin decir palabra. Pero pasados unos
ins tantes, dijo: "¡Hija mía muy amada! se me ha enredado el pelo, y ya no tengo fuerzas para trenzarlo. Te
ruego que mandes a una de tus esclavas que venga a peinarme".
Pero la princesa exclamó: "¡Oh mi buena Dudú! yo misma te peinaré, ya que lo has hecho tantas veces
conmigo". Y la princesa deshizo las blancas trenzas de su nodriza, y se dispuso a peinarlas. Pero
entonces cayó la carta sobre la alfombra.
Y la princesa, sorprendida, se apresuró a cogerla, pero la vieja exclamó: "¡Oh hija mía! dame ese
papel. ¡Ha debido enredárseme entre el pelo en casa de ese mercader maldito! ¡Voy a devolvérselo
inmedia tamente!"
La princesa no le hizo caso, y se puso a leer su contenido. Después, frunciendo el ceño, exclamó:
"¡Ah malvada Dudú! éste es uno de tus ardides. ¿Pero quién habrá enviado a ese desvergonzado
mercader? ¿De qué tierra se atreverá a venir hasta mí? ¿Cómo podría mirar a ese hombre que no es de mi
raza ni de mi sangre? ¡Ah Dudú! ¿No te había dicho que ese insolente cobraría más alientos con mi
carta?"
Y la vieja dijo: "¡Es verdaderamente el Cheitán! ¡Su audacia es una audacia del infierno! Pero ¡oh
hija y señora mía! escríbele por última vez, y salgo fiadora de que ha de someterse a tu voluntad. ¡Y si no,
que sea sacrificado, y yo con él!" Entonces la princesa Donia cogió la pluma, y rítmicamente escribió
estas palabras:
“¡Insensato que duermes confiadamente, cuando la desventura y el peligro se ciernen en el
aire que respiras!
¿Ignoras que hay ríos cuya corriente no se puede remontar y que hay soledades que nunca
pisará ningún pie humano?
Piensas tocar las estrellas de lo infinito, cuando todos los hombres unidos no podrían
llegar a los primeros astros de la noche.
¿Te atreverías, aún en tus sueños a acariciar entre tus brazos la cintura de las huríes?
¡No te forjes ilusiones, oh ingenuo! ¡Cree y obedece a tu reina! ¡O si no, los cuervos del
negro espanto graznarán la muerte sobre tu cabeza, y batiendo sus alas, más oscuras que la
noche, girarán en torno de tu tumba!”.
Después de doblar y sellar el papel, se lo entregó a la vieja, que a la mañana siguiente se apresuró a
entregárselo al príncipe.
Y al leer aquellas palabras tan duras, Diadema comprendió que la esperanza moría en su corazón, y
volviéndose hacia Aziz, le dijo: "¡Oh hermano Aziz! ¿qué haremos ahora? ¡Me falta inspiración para
escri birle una respuesta decisiva!" Y Aziz dijo: "¡Voy a tratar de hacerlo en tu lugar y en tu nombre!"
Y cogió un papel, y dispuso en él estas estrofas
"¡Señor Dios! ¡por los Cinco Justos! Socórreme en este exceso de mis pesares, y alivia mi
corazón ensombrecido por las zozobras!
¡Conoces el secreto cuya llama me abrasa; conoces también la tiranía de la joven cruel que
me niega su misericordia!
¡Inclino la cabeza y cierro los ojos pensando en la adversidad en que estoy sumido, sin
esperanza alguna de redención!
¡Mi paciencia y mis energías se han acabado ya! ¡Las ha consumido el desncanto de un
amor que me rechaza!
¡Oh implacable, la de la cabellera como la noche! ¡Cuán segura estás contra los golpes del
Destino y contra los caprichos de la suerte, cuando así te gozas en torturar al desdichado que
te llama!
¡Contempla a un desdichado que por tu belleza acaba de abandonar a su padre, su casa, su
patria y los ojos de sus favoritas!”
Y Aziz tendió a Diadema el papel en que acababa de trazar esta composición rimada, y habiéndola
recitado para apreciar la tonalidad de los versos, se declaró satisfechísimo, y dijo a Asís: “Es excelente
tu carta!oh hermano mío!”. Y la entregó a la anciana, que corrió a llevarla a la princesa.
Apenas la hubo leído la princesa, sintió estallar su ira, y exclamó: "¡Maldita Dudú de todas las
calamidades! tú eres la única causante de estas humillaciones! ¡Sal pronto de aquí, si no quieres que te
destro cen a latigazos mis esclavas! ¡Márchate, o te rompo los huesos con mis talones!"
Y la vieja salió corriendo, al ver que Donia se disponía efec tivamente a llamar a las esclavas. Y se
apresuró a ir en busca de los dos amigos, para contarles lo que había pasado.
Diadema se afectó entonces mucho, y dijo a la vieja, acariciándole la barbilla: "¡Oh buena madre!
¡Ahora se aumentan mis amarguras al ver lo que te ocurre por mi causa!"
Pero ella respondió: "Tranquilí zate, ¡oh hijo mío! no desconfío, ni mucho menos, de la victoria.
Porque nunca se dirá que una vez en mi vida no he podido unir a los enamorados. ¡Y esta dificultad anima
mi astucia para hacerte lograr tus deseos!" Entonces Diadema preguntó: "Pero ¿cuál es la causa que
impulsa a la princesa a sentir ese horror hacia todos los hombres?" Y contestó la vieja: "Es un sueño que
tuvo". Diadema exclamó: "¿Un sueño? ¿Nada más que eso?"
Y prosiguió la vieja: "Sencillamente eso, y hételo aquí:
"Una noche, durmiendo la princesa Donia, vio en sueños a un pajarero que tendía las redes en el
campo, y que después de haber echado granos de trigo alrededor, se quedaba en acecho esperando su
suerte.
"Y en seguida, de todos los puntos del bosque acudieron las aves y se precipitaron sobre las redes.
Entre aquellas aves que picoteaban los granos de trigo había dos palomas, macho y hembra. Y el macho
mien tras picoteaba, hacía la rueda alrededor de su hembra, sin advertir los lazos que le acechaban. Y en
uno de sus movimientos, se le enredó una pata entre las mallas, que se apretaron y le hicieron prisionero:
Y las aves, asustadas de sus aletazos, volaron ruidosamente.
"Entonces la hembra, abandonándolo todo, no tuvo otra preocupa ción que la de libertarle. Y tanto
trabajó y tan bien, que desgarró la red con el pico, y acabó por libertar al palomo, antes que el pajarero
tu viera tiempo para atraparlo. Y ella se remontó con él, y volaron juntos para volver luego a picotear los
granos extendidos en torno de los lazos.
"El macho empezó nuevamente a dar vueltas alrededor de la hembra, que al retroceder para evitar sus
incansables escarceos, se aproximó inadvertidamente a las mallas, en las cuales quedó presa a su vez. Y
el macho, lejos de preocuparse por la suerte de su compañera, voló veloz con las demás aves, dejando
que el pajarero se apoderase de la cautiva y que la degollara.
"Este sueño sobrecogió de tal modo a la princesa, que se despertó llorando a mares, y me llamó para
referirme, toda temblorosa, su amarga visión". Y me dijo: "Todos los machos se parecen, ¡oh mi Dudú! y
los hombres deben ser peores que los animales; por lo cual nada bueno puede esperar de su egoísmo la
mujer. ¡Por eso juro ante Alah que evi taré con toda mi alma el horror de que se me acerquen!"
Entonces el príncipe Diadema dijo: "Pero ¡oh buena madre! ¿no le advertiste que todos los hombres
no son como aquel palomo infame, y que tampoco son todas las mujeres como su fiel y desventurada
com pañera?"
La vieja contestó: "Nada de eso ha podido convencerla des pués. Vive solitaria, adorando únicamente
su hermosura. Y el príncipe dijo: "¡Oh mi buena madre! te ruego de todos modos que me la dejes ver,
aunque me exponga a morir. Verla aunque sólo sea una vez, y que penetre en mi alma una sola de sus
miradas. ¡Oh buena señora haz eso por mí, discurriendo el medio que te dicte tu fértil sabiduría".
Y la vieja dijo: "Sabe, ¡oh luz de mis ojos! que junto al palacio en que vive la princesa Donia hay un
jardín reservado únicamente para ella. Va allí una vez al mes, acompañada de sus esclavas, y entra por
una puerta secreta para evitar las miradas de los transeúntes. Precisa mente dentro de una semana bajará
al jardín, y entonces vendré a ser virte de guía y a ponerte en presencia del ser amado. Creo que a pesar
de todas sus prevenciones, sólo con que te vea la vencerá tu hermosura. Porque el amor es un don de
Alah, y viene cuando a El le place".
Entonces Diadema respiró más a gusto, y dió gracias a la vieja, y la invitó, puesto que ya no podía
presentarse a su señora, a aceptar la hospitalidad de su casa. Y en seguida cerró la tienda y marcharon los
tres hacia la morada del príncipe.
Y por el camino, Diadema se volvió hacia Aziz, y le dijo: "¡Oh hermano Aziz! como no tendré tiempo
de ir a la tienda, te la cedo completamente. ¡Y harás de ella lo que te parezca mejor!" Y contestó Aziz:
"Escucho y obedezco".
Y llegaron a la casa, y refirieron al visir toda la historia, como tam bién lo del sueño de la princesa y
lo del jardín en que debían encontrar se. Y le pidieron su parecer sobre el asunto.
Entonces el visir reflexionó un buen rato, y después levantó la cabeza, y dijo: "¡Ya he encontrado la
solución! ¡Vamos ahora al jardín para examinar bien el terreno!" Y dejó a la vieja en la casa, y se dirigió
acompañado de Diadema y Aziz al jardín de la princesa. Cuando lle garon a él vieron sentado a la puerta
al viejo guarda, a quien saludaron. El guarda les devolvió el saludo, y entonces el visir empezó por
deslizar cien dinares en la mano del viejo, y le dijo: "¡Oh mi buen jeique! desearíamos refrescarnos el
alma en ese hermoso jardín y tomar un bocado entre las flores y los arroyos. Somos forasteros que
buscamos para nuestro regocijo los sirios agradables".
Entonces el jeique contestó: "Entrad, pues, huéspedes míos, y acomodaos mientras yo voy a comprar
lo necesario para comer". Y los hizo penetrar en el jardín, y marchó al zoco,no tardando en volver con un
carnero asado y pasteles. Y se sentaron en corro a la orilla de un riachuelo, y comieron a satisfacción.
Entonces el visir dijo al guarda: "¡Oh jeique! ese palacio que se ve desde aquí se halla en muy mal
estado. ¿Por qué no lo mandan arreglar?" Y el guarda exclamó: "¡Por Alah! Es el palacio de la princesa
Donia, que lo dejaría caerse a pedazos antes de ocuparse de él. Vive demasiado retirada para atender a
tales cosas".
Y el visir dijo: "¡Qué lástima, mi buen jeique! Siquiera el piso bajo deberían arreglarlo un poco, pues
es lo que se ve más. Si quieres, yo pagaré todos los gastos". Y el guarda dijo: "¡Que Alah te oiga!" Y
contestó el visir: "Toma entonces esos cien dinares por tu trabajo, y ve a buscar albañiles, y un pintor que
sepa bien el manejo de los colores".
Y el guarda se apresuró a ir en busca de los albañiles y del pintor, a quienes el visir dió las
instrucciones necesarias. Y cuando el salón del piso bajo estuvo reparado y bien blanqueado, el pintor se
puso a trabajar, siguiendo las órdenes del visir. Y pintó una selva con unas redes en las cuales estaba
presa una paloma que daba aletazos.
Y cuan do acabó, le dijo el visir: "Pinta ahora en el otro lado la misma cosa, pero figurando un
palomo que va a libertar a su compañera, y que en tonces es cogido por el pajarero y muere, víctima de su
abnegación".
Y el pintor ejecutó fielmente el dibujo, y después se fué, generosamente retribuido. Entonces el visir,
los dos jóvenes y el guarda, se sentaron un momento para juzgar bien el efecto y la perspectiva. Y el
príncipe Dia dema seguía muy triste, y miraba todo aquello muy pensativo. Y después dijo a Aziz: "¡Oh
hermano mío! dime algunos versos que aparten las torturas que me matan". Y Aziz dijo:
Ibn-Sina, en sus escritos sobre medicina, indica lo siguiente como remedio supremo:
"¡Él mal de amores no tiene otro remedio que el canto melodioso y la copa bien servida en
los jardines!"
¡He seguido las prescripciones de Ibn-Sina, y no he obtenido resultado, ¡ay de mí!
¡Entonces corrí a otros amores, y vi que el Destino me sonreía y me otorgaba la curación!
Te equivocaste, pues, Ibn-Sina! ¡La única medicina del amor, es el amor!”
Entonces Diadema dijo: "Puede que el poeta tenga razón. Pero ¡cuán difícil es ese remedio cuando se
ha perdido la voluntad!”
Y después de esto se levantaron, saludaron al viejo guarda, y volvieron a la casa, donde se reunieron
con la anciana nodriza.
Como había transcurrido la semana, la princesa quiso, según cos tumbre, dar su paseo por el jardín, y
comprendió entonces la falta que hacía su anciana nodriza. Y desolada por esto, recapacitó y se dió
cuenta que había obrado muy mal con aquella que le había servido de madre. Enseguida envió un esclavo
al zoco, y otro esclavo a todas las casas donde pudiera estar Dudú. Y precisamente la nodriza, que
acababa de repetir a Diadema las recomendaciones necesarias para el encuentro en el jardín, se dirigía
sola hacia palacio.
Entonces la vió uno de los esclavos, y se le acercó para rogarle respetuosamente, en nombre de su
ama, que fuese a reconciliarse con ella. Verificada la reconciliación, después de algunas dificultades de
pura fórmula, la prin cesa la besó en las mejillas, y Dudú le besó las manos, y seguidas de las esclavas,
franquearon la puerta secreta y entraron en el jardín.
Por su parte, el príncipe se atuvo por completo a las instrucciones de su protectora. Entonces el visir
y Aziz le vistieron un traje magnífi co, que seguramente valdría cinco mil dinares, le abrocharon un
cinturón de oro afiligranado, incrustado de pedrería, con una hebilla de esmeraldas, y le pusieron un
turbante de seda blanca con finos dibujos de oro y un airón de brillantes. Después invocaron sobre él las
bendi ciones de Alah, y habiéndole acompañado hasta el jardín, se volvieron, para dejarle penetrar solo.
El príncipe, al llegar a la puerta, encontró sentado al viejo guarda, que al verle se levantó en honor
suyo, y le devolvió su zalema con res peto y cordialidad. Y como ignoraba que la princesa Donia hubiese
entrado en el jardín por la puerta secreta, dijo a Diadema: "¡El jardín es tu jardín y yo soy tu esclavo!" Y
abrió la puerta enseguida, rogán dole que la franqueara. La cerró después, y volvió a sentarse en el lugar
acostumbrado, alabando a Alah, que se miraba en tales criaturas.
Y Diadema hizo cuanto la vieja le había indicado, ocultándose en un bosquecillo por donde tenía que
pasar la princesa. Esto en cuan to a él.
Pero en cuanto a la princesa Donia, he aquí lo que pasó. La vieja, mientras se paseaban, le dijo: "¡Oh
señora mía! Tengo que decirte algo que contribuirá a hacerte más deliciosa la contemplación de estos
her mosos árboles, estas frutas y estas flores".
Y Donia dijo: "Estoy dispues ta a escucharte, mi buena Dudú". Y la anciana dijo: "Deberías mandar
que se retirasen todas estas esclavas, para que te dejen gozar libremente de esta encantadora frescura.
Son realmente una molestia para ti". Donia dijo: "Tienes razón, nodriza". Y despidió con una seña a sus
esclavas. Y así, sola con su nodriza, avanzó la princesa Donia hacia el bosquecillo en que estaba oculto
el príncipe Diadema.
Y el príncipe, al verla, quedó tan sobrecogido de su hermosura, que se desmayó en el acto. Y Donia
prosiguió su camino, y llegó a la sala en que había mandado pintar el visir la escena del pajarero. A
petición de Dudú penetró en ella por primera vez en su vida, pues antes jamás había tenido la
curiosidad de visitar aquel local, reservado a la servidumbre de palacio.
Al ver aquella pintura, la princesa Donia llegó al límite de la perplejidad, y dijo: "¡Mira, mi buena
Dudú! ¡Es mi sueño de tiempo atrás, pero todo al revés! ¡Qué conmovida está mi alma!" Y apretándose el
corazón, se sentó en la alfombra, y dijo: "¡Oh Dudú! ¿me habré engañado? ¿El maldito Eblis se habrá
reído de mi credulidad en los sueños?"
Y la nodriza dijo: "¡Pobre hija mía! mi experiencia ya te había avisado de tu error. Pero vámonos a
pasear, ahora que desciende el sol y la frescura es más suave". Y salieron al jardín.
Y ya Diadema, vuelto en sí, se había puesto a pasear lentamente, según le había encargado Dudú,
como si sólo atendiese a la belleza del paisaje.
Y al desembocar en una alameda, la princesa le vió, y entonces dijo: "¡Oh nodriza! ¡Mira qué
hermoso es ese joven, qué alto, y qué gallar do! ¿Le conoces por casualidad?"
Y la vieja repuso: "No lo conozco, pero a juzgar por su apostura debe de ser hijo de algún rey. ¡Ah mi
señora! ¡cuán maravilloso es en efecto!"
Y Sett-Donia repuso: "¡Es extremadamente hermoso!" Y la vieja asintió: "¡Extremadamente! ¡Cuán
dichosa será su amada!" Y a hurtadillas hizo señas al príncipe para que saliera del jardín y regresara a su
casa.Y el príncipe así lo hizo, mien tras que la princesa le seguía con la mirada, y decía a su nodriza: "¿Ad -
viertes, ¡oh Dudú! el cambio que se ha verificado en mí? ¿Es posible que yo pueda sufrir tal turbación al
ver a un hombre? ¡Comprendo que estoy enamorada, y que ahora me toca a mí solicitar el favor de tu ayu -
da!"
Y la vieja dijo: "¡Confunda Alah al Tentador maldito! ¡Hete aquí, ¡oh señora! cogida en sus redes!
¡Pero realmente es muy hermoso el varón que va a liberarte de ellas!" Y Donia dijo: "¡Oh Dudú, mi buena
Dudú! no tienes más remedio que traerme a ese hermoso joven. ¡No lo quiero recibir más que de tus
manos, mi querida nodriza! ¡Por favor, ve a buscarle! Y he aquí para ti mil dinares y un vestido de mil
dinares. ¡Y si te niegas, me moriré!"
La vieja contestó: "Vuelve enton ces a palacio, y déjame obrar a mi gusto, y te prometo que realizaré
esa unión tan admirable".
E inmediatamente dejó a la princesa, y salió en busca del príncipe, que la recibió lleno de alegría y
empezó por darle mil dinares de oro. Y la vieja le dijo: "Ha pasado tal y cual cosa". Y le contó la
emoción sufrida por Donia y todo su diálogo.
Y Diadema dijo: "Pero ¿cuándo nos uniremos?" Y la vieja respondió: "¡Mañana sin falta!" Entonces
Diadema le dió otro vestido y regalos por valor de mil dinares de oro, que aceptó la vieja diciéndole:
"Yo misma vendré a buscarte a la hora propicia".
Y fué corriendo en busca de la princesa Donia, que la aguardaba muy impaciente, y le preguntó:
"¿Qué noticias me traes, ¡oh Dudú!?" Ella dijo: "He logrado encontrar su rastro y hablarle. Mañana te lo
traeré de la mano". Entonces la princesa llegó al colmo de la felicidad, y dió a su nodriza mil dinares de
oro y regalos por valor de otros mil dinares. Y aquella noche durmieron los tres con el alma llena de
alegría y de dulces esperanzas.
Apenas llegó la mañana, la vieja fué a casa del príncipe, que la estaba esperando. Desató un paquete
que había traído, sacó de él unas ropas de mujer, y vistió con ellas al príncipe, acabando por envolverle
con el gran izar, cubriéndole la cara con un velillo tupido. Entonces dijo: "Ahora imita los movimientos
de las mujeres, al andar balancea las caderas a derecha e izquierda, y camina a pasos cortos, como las
jóvenes. Y sobre todo, déjame responder a mí sola a todas las pregun tas de la gente, y que bajo ningún
pretexto se oiga tu voz, ¡oh merca der!" Diadema contestó entonces: "Escucho y obedezco".
Salieron los dos y echaron a andar hasta la puerta del palacio, cuyo guarda era precisamente el jefe
de los eunucos en persona. Y al ver a aquella desconocida, el jefe de los eunucos preguntó a la vieja:
"¿Quién es esta joven que nunca he visto? Has que se acerque, para que la pueda examinar, pues las
órdenes son terminantes. La he de palpar en todos sentidos, y la he de desnudar, si es preciso, porque
están bajo mi res ponsabilidad estas esclavas nuevas. Y como a ésta no la conozco, ¡dé jame que la palpe
con mis manos y que la mire con mis ojos!" Pero la vieja se escandalizó, y dijo: "¿Qué dices, ¡oh jefe de
los eunucos!? ¿No sabes ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según costumbre,
no prolongó más su relato aquel día.
Y cuando llegó la 135ª noche
Ella dijo:
"¿Qué dices, ¡oh jefe de los eunucos!? ¿No sabes que esta esclava ha sido llamada por la princesa
para utilizar su arte de bordadora? : No sabes que es una de las bordadoras de esos admirables dibujos
de la princesa?
"Pero el eunuco refunfuñó: "¡No hay bordados que valgan! ¡He de palpar a la recién venida, y
examinarla por todos lados, por de lante, por detrás, por arriba y por abajo!"
Al oír estas palabras, la vieja desató su furor, se plantó delante del eunuco, y dijo: "¡Y yo que te
había tenido siempre por modelo de cortesía y de buenos modales! ¿Qué te ha dado de repente? ¿Quieres
que te expulsen del palacio?"
Y volviéndose hacia Diadema, le gritó: "¡Hija mía, perdona a este jefe! ¡Son bromas suyas! ¡Pasa,
pues, sin temor!"
Entonces Diadema franqueó la puerta moviendo las caderas y dirigiendo una sonrisa por debajo del
velillo al jefe de los eunucos, que quedó asombrado ante la belleza que dejaba entrever la leve gasa. Y
guiado por la vieja, atravesó un corredor, después una galería, inmediatamente otros corredores y otras
galerías, y así hasta llegar a una sala que daba a un gran patio y que tenía seis puertas, cuyos amplios
cortinajes estaban echados. Y la vieja dijo: "Cuenta esas puertas una tras otra, y entra por la séptima. ¡Y
encontrarás, ¡oh joven mercader! lo que es superior a todas las riquezas de la tierra, la flor virgen; la
carne juvenil, la dulzura que se llama Sett-Donia!"
Entonces el príncipe contó las puertas una tras otra, y entró por la séptima. Y al dejar caer de nuevo
la cortina, se levantó el velillo que le tapaba la cara. La princesa, en aquel momento, estaba durmiendo
sobre un magnífico diván. Y su único vestido era la transparencia de su piel de jazmín. De toda ella se
desprendía como un impaciente llamamiento a las caricias desconocidas. Entonces el príncipe se
desemba razó rápidamente de las ropas que le estorbaban, y brincó hacia el diván, cogiendo en brazos a
la princesa dormida. Y el grito de espanto de la joven, despertada de improviso, quedó ahogado por unos
labios que la devoraban. Así se verificó el primer encuentro del hermoso príncipe Diadema y la princesa
Donia, en medio de los muslos que se entrela zaban y de las piernas trepidantes.
Y aquello duró del mismo modo durante todo un mes, sin que uno ni otro interrumpieran el estallido
de los besos, ni el gorjeo de las risas, que bendecía el Ordenador de todas las cosas bellas. Esto en
cuanto a ellos.
Pero respecto al visir y a Aziz, he aquí que estuvieron aguardando hasta la noche el regreso de
Diadema. Y cuando vieron que no llegaba, empezaron a alarmarse seriamente. Y cuando apareció la
mañana, sin que hubiesen tenido noticias del imprudente príncipe, ya no dudaron de su perdición y
quedaron completamente desconcertados. Y en su dolor y perplejidad, no supieron qué hacer. Y Aziz
dijo, con voz ahogada: "¡Las puertas del palacio ya no volverán a abrirse para nuestro amo! ¿Qué
haremos ahora?" El visir dijo: "¡Aguardar aquí, sin movernos!" Y así permanecieron durante todo el mes,
sin comer ni dormir, lamen tando aquella desgracia irremediable. Y como al cabo de un mes seguían sin
saber nada del príncipe, el visir dijo: "¡Oh hijo mío ¡qué situa ción tan difícil! Creo que lo mejor es
volver a nuestra tierra y enterar al rey de esta desgracia, porque si no, nos echaría en cara el haber
dejado de avisarle". Hicieron, pues, los preparativos del viaje, y partie ron para la Ciudad Verde, que era
la capital del rey Soleimán-Schach.
Y apenas habían llegado, se apresuraron a enterar al rey, relatán dole toda la historia y el fin
desdichado de la aventura. Y al terminar rompieron en sollozos.
Al oír aquella noticia tan terrible, el rey Soleimán creyó que el mundo entero se desplomaba sobre él,
y cayó sin conocimiento. ¿Pero de qué servían ya las lágrimas? Así es que el rey, reprimiendo aquel
dolor que lo roía el hígado y le ennegrecía el alma y toda la tierra ante su vista, juró que iba a vengar la
pérdida de su hijo con una ven ganza sin precedentes. Y enseguida se dispuso que los pregoneros llamaran
a todos los hombres capaces de esgrimir la lanza y la espada, y a todo el ejército con sus jefes. Y mandó
sacar todos los ingenios de guerra, las tiendas de campaña y los elefantes, y seguido de todo su pueblo,
que lo quería extraordinariamente por su justicia y su generosi dad, se puso en camino hacia las Islas del
Alcanfor y el Cristal.
Mientras tanto, en el palacio iluminado por la dicha, los dos aman tes se adoraban cada vez más y
sólo se levantaban de las alfombras para beber y cantar juntos. Esto duró por espacio de seis meses. Pero
un día en que el amor le arrebató hasta el último límite, Diadema dijo: "¡Oh adorada de mis entrañas!
¡Aún nos falta una cosa para que nuestro amor sea completo!" Ella, asombrada, repuso: "¡Oh Diadema,
luz de mis ojos! ¿Qué puedes desear más? ¿No posees mis labios y mis pe chos, mis muslos y toda mi
carne, y mis brazos que enlazan y mi alma que te desea? Si anhelas todavía otras cosas de amor que yo no
conoz ca, ¿por qué tardas en hablarme de ellas? ¡Verás inmediatamente si tardo en ejecutarlas!"
Diadema dijo: "¡Oh alma mía!, no se trata de eso. Déjame revelarte quién soy. Sabe, ¡oh princesa!
que soy un hijo de rey y no un mercader del zoco. Y el nombre de mi padre es Solei mán, soberano de la
Ciudad Verde y de las montañas de Ispahán. ¡Y él fué quien en otro tiempo envió su visir para pedir tu
mano para mí! ¿No recuerdas que entonces rechazaste esta unión y amenazaste al jefe de los eunucos que
te hablaba de ella? Pues bien: realicemos hoy lo que nos negó el pasado y marchemos juntos hacia la
verde Ispahán!"
La princesa Donia, al oír estas palabras, se enlazó más alegre al cuello del hermoso Diadema, y
efusivamente le contestó: "Escucho y obedezco". Y ambos, aquella noche, dejaron que el sueño les
venciese por primera vez, pues durante los diez meses transcurridos, el albor de la mañana los
sorprendía entre abrazos, besos y otras cosas semejantes.
Y mientras dormían los dos amantes, cuando ya había salido el sol, todo el palacio estaba en
movimiento, y el rey Schahramán, sentado en los almohadones de su trono y rodeado por los emires y
grandes del reino, recibía al gremio de joyeros con su jefe a la cabeza. Y el jefe de los joyeros ofreció
como homenaje al rey un estuche maravilloso que contenía diamantes, rubíes y esmeraldas por valor de
más cien mil dinares. Y el rey Schahramán, habiendo quedado muy satisfecho del homenaje, llamó al jefe
de los eunucos, y le dijo: "¡Toma, Kafur, ve a llevar esto a tu ama la princesa Sett-Donia! Y vuelve a
decirme si este regalo es de su gusto".
Y enseguida el eunuco Kafur se dirigió hacia el pabellón reservado en que vivía completamente sola
la princesa.
Pero al llegar, el eunuco vió tendida sobre una alfombra, guardando la puerta, a la nodriza Dudú, y las
puertas del pabellón estaban todas cerradas y los cortinajes echados. Y el eunuco pensó: "¿Cómo es
posible que esté durmiendo a esta hora tan avanzada, cuando no es ésa su costumbre?"
Después, como no se atrevía a presentarse ante el rey sin haber cumplido su orden, saltó por encima
de la vieja, empujó la puerta, y entró en la sala. ¡Y cuál no sería su espanto al ver a Sett Donia desnuda,
dormida entre los brazos del joven, con una porción de se ñales de una fornicación extraordinaria!
Al ver esto, el eunuco recordó los malos tratos con que le había amenazado Sett-Donia, y pensó para
su alma de eunuco: "¿Así es cómo abomina el sexo masculino? ¡Ahora, si Alah quiere, me toca vengarme
de la humillación!"
Y salió sigilosamente, cerró la puerta, y se presentó al rey Schahramán. Y el rey le preguntó: "¿Qué
ha dicho tu ama?" Y contestó el eunuco: "He aquí la caja intacta".
Y el rey, pasmado, exclamó: "¿Es que mi hija desdeña las pedrerías como desdeña a los
hombres?"Pero el negro dijo: "¡Perdona, ¡oh rey! que no te conteste de lante de toda esta asamblea!"
Entonces el rey mandó desalojar la sala del trono, quedándose solo con el visir, y el eunuco dijo: "¡Mi
ama Donia está en tal y cual postura! Pero en realidad, ¡el joven es muy hermoso!"
Al oír estas palabras, el rey dió un salto, abrió desmesuradamente los ojos, y exclamó: "¡Eso es
enorme!" Y añadió: "¿Los has visto tú, ¡oh Kafur! ? " Y respondió el eunuco: "¡Con este ojo y con este
otro!"
Entonces el rey dijo: "¡Es verdaderamente enorme!" Y mandó al eunuco que llevara ante el trono a los
dos culpables. Y el eunu co lo cumplió inmediatamente.
Cuando los dos amantes estuvieron en presencia del rey, éste, muy sofocado, exclamó: "¡De modo que
es cierto!" Y no pudo decir más, pues agarró con las dos manos la espada, y quiso arrojarse sobre
Diadema. Pero Sett-Donia rodeó a su amante con sus brazos, unió sus labios a los de él, y gritó a su
padre: "¡Ya que es así, mátanos a los dos!"
Entonces el rey volvió a su trono, mandó al eunuco que llevase a la prin cesa hasta su habitación, y
después dijo a Diadema: "¿Quién eres, corruptor maldito? ¿Y quién es tu padre? ¿Y cómo te has atrevido
a llegar hasta mi hija?"
Entonces Diadema contestó: "¡Sabe, ¡oh rey! que si es mi muerte lo que deseas, le seguirá la tuya, y tu
reino quedará aniquilado!" Y el rey, fuera de sí, exclamó: "¿Y cómo es eso?" El otro repuso:"¡Soy hijo
del rey Soleimán-Schach! ¡Y he tomado, según estaba escrito, lo que se me había negado!
¡Abre, pues, los ojos, ¡oh rey! antes de decretar mi muerte!"
Al oír estas palabras, el rey quedó perplejo, y consultó a su visir sobre lo que debía hacer. Pero el
visir dijo: "No creas, ¡oh rey! las palabras de este impostor. ¡Sólo la muerte puede castigar la fechoría de
semejante hijo de zorra! ¡Confúndalo y maldígalo Alah!" Entonces el rey ordenó al verdugo: "¡Córtale la
cabeza!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mafiana, y según su costumbre, se
calló discretamente.
Y cuando llegó la 136ª noche
Ella dijo:
Entonces el rey ordenó al verdugo: "¡Córtale la cabeza!" Y ya estaba perdido el príncipe, si en el
momento en que el verdugo se dis ponía a ejecutar la orden no hubieran anunciado al rey la llegada de dos
enviados del rey Soleimán que solicitaban su venia.
Precisamente estos dos enviados precedían al rey y a todo el ejército. Y eran el visir y el joven Aziz.
De modo que cuando les fué otorgada la entrada y conocieron al príncipe Diadema, hijo de su rey, les
faltó poco para desmayarse de júbilo, y se echaron a sus pies y se los besaron. Y Dia dema les obligó a
levantarse, y les abrazó, y en pocas palabras les expu so la situación; y ellos también le enteraron de lo
que había ocurrido, y anunciaron al rey Schahramán la próxima llegada del rey Soleimán y de sus fuerzas.
Cuando el rey Schahramán comprendió el peligro que había corri do al ordenar la muerte del joven
Diadema, cuya identidad era ya evi dente, levantó los brazos y bendijo a Alah, que había detenido la
mano del verdugo. Después dijo a Diadema: "¡Hijo mío! perdona a un an ciano como yo, que no sabía lo
que iba a hacer. Pero la culpa la tiene mi malvado visir, al cual voy a mandar empalar ahora mismo".
Enton ces el príncipe Diadema le besó la mano, y le dijo: "Tú eres, ¡oh rey! como mi padre, y yo soy más
bien el que debe pedirte perdón por las emociones que te he causado".
El rey dijo: "¡La culpa la tiene ese maldito eunuco, al cual voy a crucificar en un tablón podrido que
no valga dos dracmas!" Entonces Diadema dijo: "¡En cuanto al eunuco, bien merece que lo castigues,
pero al visir perdónalo para que otra vez no juzgue tan de ligero!"
Entonces Aziz y el visir intercedieron para alcanzar el perdón del eunuco, al cual el terror le había
hecho orinarse encima. Y el rey, por consideración al visir, perdonó al eunuco.
Entonces advirtió Diadema: "¡Lo más importante es tranquilizar a la princesa Donia, que es toda mi
alma!" Y el rey dijo: "Ahora mismo voy a verla". Pero antes mandó a sus visires, emires y chambelanes,
que escoltaran al príncipe Diadema hasta el hammam, y le hicieron tomar un baño que le refrigerase
agradablemente. Después corrió al pabellón de la princesa, y la halló a punto de clavarse en el corazón
la punta de una espada cuyo puño apoyaba en el suelo. Al ver esto, sintió el rey que se le escapaba la
razón, y gritó a su hija: "¡Se ha salvado tu prínci pe! ¡Ten piedad de mí, hija mía!"
Al oír estas palabra, la princesa Donia, arrojó la espada, besó la mano de su padre, y entonces el rey
la enteró de todo. Y ella dijo: "¡No estaré tranquila hasta que vea a mi prometido!"
Y el rey, apenas salió Diadema del hammam, se apre suró a llevarle al aposento de la princesa, que se
arrojó a su cuello. Y mientras los dos amantes se besaban, el rey se alejó, después de cerrar
discretamente la puerta. Y marchó a su palacio, ocupándose en dar las órdenes necesarias para la
recepción del rey Soleimán, a quien se apre suró a enviar al visir y a Aziz, a fin de que le anunciasen el
feliz arreglo de todas las cosas, y le envió como regalo cien caballos magní ficos, cien dromedarios de
carrera, cien jóvenes, cien doncellas, cien negros y cien negras.
Y entonces fué cuando el rey Schahrarrián, ya terminados estos preliminares, salió en persona al
encuentro del rey Soleimán-Schah, cuidando de que le acompañase el príncipe Diadema y una numerosa
comitiva. Al verlos acercarse, el rey Soleimán salió a su encuentro, y exclamó: "¡Loor a Alah, que ha
hecho lograr a mi hijo sus propósitos!" Después se abrazaron afectuosamente los dos reyes, y Diadema se
echó al cuello de su padre llorando de alegría, y su padre hizo lo mismo. Y enseguida mandaron llamar a
los kadíes y testigos, y en el acto se escri bió el contrato de matrimonio de Diadema y Set-Donia. Y con
tal motivo se obsequió largamente a los soldados y al pueblo, y durante cuarenta días y cuarenta noches
se adornó e iluminó la ciudad. Y en medio de toda la alegría y de todas las fiestas, Diadema y Donia
pudieron amarse a su gusto hasta el último límite del amor.
Pero Diadema se guardó muy bien de olvidar los buenos servicios de su amigo Aziz, y después de
enviarle con una comitiva en busca de su madre, que le lloraba desde hacía mucho tiempo, ya no quiso
sepa rarse de él. Y al morir el rey Soleimán, heredó Diadema su reino de la ciudad Verde y las montañas
de Ispahán, y nombró a Áziz gran visir, al viejo guarda, intendente general del reino, y al jeique del zoco,
jefe general de todos los gremios. ¡Y todos vivieron muy felices hasta la muerte, única calamidad
irremediable".
Cuando acabó de contar esta historia de Aziz y Àziza y la de Dia dema y Donia, el visir Dandán pidió
al rey Daul'makán permiso para beber un vaso de jarabe de rosas. Y el rey Daul'makán exclamó: "¡Oh mi
visir! ¿Hay alguien en el mundo tan digno como tú de hacer com pañía a los príncipes y a los reyes?
¡Verdaderamente, esta historia me ha encantado en extremo, por lo deliciosa y por lo agradable!" Y en -
tregó al visir el mejor ropón de honor del tesoro real.
En cuanto al sitio de Constantinia ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 137ª noche
Ella dijo:
En cuanto al sitio de Constantinia, ya hacía cuatro años que se prolongaba sin ningún resultado
decisivo. Los soldados y los jefes em pezaban a sufrir mucho al verse tan lejos de sus familias y de sus
ami gos, y la rebelión era inminente.
De modo que el rey Daul'makán, dispuesto a tomar una resolución inmediata, llamó a los tres grandes
jefes, Bahramán, Rustem y Turkash, en presencia del visir Dandán, y les dijo: "Bien sabéis lo que ocurre:
os consta que la fatiga pesa sobre todos nosotros a consecuencia de este malhadado sitio. Conocéis las
plagas que la Madre de todas las Calamidades ha hecho caer sobre nuestras cabezas, incluso la muerte de
mi hermano, el heroico Scharkán. Reflexionad, pues, sobre lo que nos queda que hacer y contestadme
como debéis contestar".
Entonces los tres jefes del ejército bajaron la cabeza, recapacitaron largamente, y dijeron después:
"¡Oh rey! el visir Dandán es más experto que todos nosotros, pues ha encanecido en la sabiduría!" Y el
rey Daul'makán se volvió hacia el visir, y le dijo: "¡Aquí estamos todos aguardando tus palabras!"
Entonces el visir Dandán avanzó hasta el rey, y exclamó: "¡Sabe, ¡oh rey del tiempo!, que
efectivamente es perjudicial que permanezca mos por ahora al pie de los muros de Constantinia! En
primer lugar, tú mismo estarás deseando ver a tu hijo Kanmakán y a tu sobrina Fuerza del Destino, hija de
nuestro difunto príncipe Scharkán, la cual está en Damasco, en el palacio, al cuidado de las esclavas. Y
todos sufrimos, como tú, el gran dolor de vernos alejados de nuestro país y de nuestras casas.
Mi opinión es que regresemos a Bagdad, para volver aquí más adelante, y destruir entonces esta
ciudad descreída, y que sólo puedan anidar en ella los cuervos y los buitres".
Y el rey dijo: "¡Verdadera mente, mi visir, has contestado de acuerdo con mi parecer!" Y enseguida
mandó anunciar a todo el campamento, por medio de los pre goneros, que dentro de tres días se
verificaría la partida.
Y en efecto, al tercer día se levantó el campo, y el ejército tomó el camino de Bagdad con las
banderas desplegadas y haciendo sonar las trompetas. Y pásados días y noches llegó a la Ciudad de Paz,
donde le recibieron con grandes transportes de alegría todos los habitantes.
En cuanto al rey Daul'makán, lo primero que hizo fué abrazar a su hijo Kanmakán, que ya tenía siete
años, y lo segundo llamar a su antiguo amigo, el viejo encargado del hammam. Y cuando lo vió, se
levantó del trono en honor suyo, le abrazó, le hizo sentar a su lado, y lo elogió mucho delante de todos
sus emires y de todos los presentes.
Y durante todo aquel tiempo el encargado del hammam se había puesto desconocido a fuerza
de reposo y de comer y beber, y había engrosado hasta el límite de la gordura. Su cuello parecía el de
un elefante, su vientre 'el de una ballena, y su cara estaba tan reluciente como un pan recién salido del
horno.
Empezó por excusarse de aceptar la invitación del rey, que le orde naba sentarse a su lado, y le dijo:
"¡Oh mi señor! ¡que Alah me libre de cometer semejante abuso! ¡Ya hace mucho tiempo que pasaron los
días en que me estaba permitido sentarme en tu presencia!"
Pero el rey Daul'makán le dijo: "Esos tiempos tienen que volver de nuevo para ti, ¡oh padre mío!
¡Pues fuiste quien me salvó la vida!" Y obligó al encargado a sentarse en los grandes almohadones del
trono.
Entonces el rey dijo: "¡Quiero que me pidas un favor, pues estoy dispuesto a otorgarte cuanto desees,
aunque fuera el compartir contigo mi reino! ¡Habla, pues, y Alah te oirá!"
Entonces el anciano dijo: "¡Quisiera pedirte una cosa que deseo desde muchos años, pero temo
parecerte indiscreto!" Y el rey se apresuró a contestar: "¡Tienes que hablar sin ningún temor!"
Y el anciano dijo: "¡Tus órdenes están sobre mi cabeza! He aquí lo que deseo: que me nombres
presidente de los encargados de los hammanes de la Ciudad Santa, que es mi ciudad!"
Al oír estas palabras, el rey y todos los presentes se rieron en extremo; y el encargado, creyendo que
su petición era exorbitante, se vió en el límite de la desolación.
Pero el rey dijo: "¡Por Alah! ¡Pídeme otra cosa!" Y el visir Dandán se acercó sigilosamente al
encargado, le pelliz có en una pierna, le guiñó el ojo, como diciéndole: "¡Pide otra cosa sin ningún
reparo!"
Y el anciano dijo: "¡Entonces, ¡oh rey del tiempo! desearía que me nombrases jeique principal de la
corporación de basu reros de la Ciudad Santa, que es mi ciudad!" Al oír estas palabras, el rey y los
presentes se vieron acometidos de una risa loca, que les hizo levantar las piernas al aire.
Después el rey exclamó: "¡Vamos, hermano mío! es forzoso que me pidas algo que sea digno de ti, y
que verdadera mente valga la pena". Y el anciano dijo: "¡Temo que no me la puedas otorgar!"
Y el rey contestó: "¡Nada hay imposible para Alah!" Y dijo el anciano: "¡Nómbrame, entonces, sultán
de Damasco, en lugar del difunto príncipe Scharkán!" E inmediatamente mandó escribir el decre to,
dándole, como nuevo rey, el nombre de Zablakán El-Mujahed.
Des pués ordenó al visir Dandán que acompañase al nuevo soberano con una magnífica comitiva, y
que al regreso trajese a la hija del difunto prín cipe Scharkán, Fuerza del Destino. Y antes de la partida, se
despidió del encargado del hammam, y le recomendó que fuese bueno y fuese justo con sus súbditos.
Después dijo a los presentes: "¡Cuantos me ten gan afecto, manifiesten su alegría al sultán Zablakán con
regalos!" Y enseguida afluyeron los presentes al nuevo rey, que fué revestido por el mismo Daul'makán
con el traje regio; v cuando terminaron todos los preparativos, le dió para su guardia cinco mil jóvenes
mamalik, y le entregó además un palanquín regio que era rojo y dorado. Y así fué como el encargado del
hammam, convertido en sultán Zablakán El Mujahed, y seguido de toda su guardia, del visir Dandán, de
los emires Rustem, Tuskash y Bahramán, salió de Bagdad y llegó a Damasco, su reino.
Y la primera diligencia del nuevo rey fué disponer enseguida una comitiva espléndida que
acompañase hasta Bagdad a la joven princesa de ocho años Fuerza del Destino, hija del difunto príncipe
Scharkán. Y puso a su servicio diez doncellas y diez negros, y les entregó muchos regalos, especialmente
esencia pura de rosas, dulce de albaricoque en cajas bien resguardadas contra la humedad, sin olvidar
los deliciosos pastelillos, tan frágiles, que probablemente no llegarían enteros a Bag dad. Y también les
dió veinte tarros llenos de dátiles cristalizados con jarabe perfumado de clavo, veinte cajas de pasteles
de hojaldre, veinte cajas de dulces, encargados especialmente en las mejores dulcerías de Bagdad. Y
todo se cargó en cuarenta camellos, sin contar los grandes fardos de sedas y telas de oro tejidas por los
tejedores más hábiles del país de Scham, y armas preciosas, vasijas de cobre y de oro repujado, y
bordados.
Terminados estos preparativos, el sultán Zablakán quiso hacer un espléndido regalo en dinero al
visir, pero éste le dijo: "¡Oh rey! toda vía eres nuevo en este reino, y necesitarás hacer mejor uso de ese
dinero que el de dármelo". Después se puso en marcha la comitiva, y al cabo de un mes, porque Alah lo
quiso, llegaron todos a Bagdad con buena salud.
Entonces el rey Daul'makán recibió con grandes transportes de alegría a la niña Fuerza del Destino, y
la entregó a su madre Nozhatú y a su esposo el gran chambelán. Y le dió los mismos maestros que a
Kanmakán; y ambos niños llegaron a ser inseparables, y experimentaron el uno por el otro un afecto que
fue creciendo con la edad. Y tal estado de cosas duró diez años, durante los cuales el rey no perdía de
vista los armamentos y preparativos para la guerra contra los descreídos rumís.
Pero a consecuencia de todas las fatigas y todas las penas de su malograda juventud, la fuerza y la
salud del rey Daul'makán declinaban diariamente. Y como su estado empeoraba de una manera alarmante,
mandó llamar al visir Dandán, y le dijo: "¡Oh mi visir! voy a someter te un proyecto que deseo realizar.
¡Respóndeme con toda tu rectitud!"
El visir dijo: "¿Qué hay, ¡oh rey del tiempo!?" y dijo el rey: "¡He resuelto abdicar en favor de mi hijo
Kanmakán! ¡Me alegraría verlo reinar antes de mi muerte! ¿Cuál es tu opinión, ¡oh visir lleno de sa -
biduría! ?"
El visir Dandán besó la tierra entre las manos del rey, y con voz muy conmovida dijo: "El proyecto
que me sometes, ¡oh rey afortunado y dotado de prudencia y equidad! no es realizable ni oportuno por dos
motivos: el primero, porque tu hijo el príncipe Kanmakán es todavía muy joven, y el segundo, porque es
cosa cierta que el rey que hace reinar a su hijo en vida suya tiene desde entonces contados sus días en el
libro del ángel!"
Pero el rey insistió: "¡En cuanto a mi vida, comprendo verdaderamente que ha terminado; pero
respecto a mi hijo Kanmakán, puesto que todavía es tan joven, nombraré tutor suyo para el reinado al
gran chambelán, esposo de mi hermana Nozhatú!"
Y en seguida mandó reunir a sus emires, visires y grandes del reino, y nombró al gran chambelán tutor
de su hijo Kanmakán, encar gándole muy encarecidamente que lo casase con Fuerza del Destino cuando
llegasen a la mayor edad. Y el gran chambelán contestó: "¡Es toy abrumado por tus beneficios, y sumido
en la inmensidad de tus bondades!"
Entonces el rey se volvió hacia su hijo Kanmakán, y con los ojos arrasados en lágrimas, le dijo: "¡Oh
hijo mío! sabe que des pués de mi muerte el gran chambelán será tu tutor y consejero, pero el visir Dandán
será tu padre, ocupando mi lugar cerca de ti. Porque he aquí que adivino que me voy de este mundo
perecedero hacia la mora da eterna. Y quiero decirte que me queda un solo deseo en la tierra: vengarnos
de aquella que fué la causante de la muerte de tu abuelo el rey Omar Al-Nemán y de tu tío el príncipe
Scharkán, la malhadada y maldita vieja, Madre de todas las Calamidades".
Y el joven Kanmakán contestó: "Tranquilizad tu alma, ¡oh padre mío! pues Alah os vengará a todos
por mi mediación!" Entonces el rey sintió que una gran tran quilidad le refrescaba el alma, y se tendió
lleno de quietud en el lecho, del cual ya no había de levantarse.
Efectivamente, al poco, tiempo, como toda criatura sometida a la mano que la creó, volvió a ser lo
que había sido en el más allá inson dable, y fué como si nunca hubiese sido. ¡Porque el tiempo lo siega
todo y nada recuerda!
En este momento de su narración, Sehehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre, se
calló hasta el otro día.
Pero cuando llegó la 138ª noche
Ella dijo:
...y fué como si nunca hubiese sido. ¡Porque el tiempo lo siega todo y nada recuerda! ¡Y aquel que
quiera saber el destino de su nom bre en lo futuro, aprenda a mirar el destino de quienes le precedieron en
el morir!
Tal es la historia del rey Daul'makán, hijo del rey Omar Al-Nemán y hermano del príncipe Scharkán.
¡Téngalos Alah en su misericordia infinita!
Pero a contar de aquel día, y para no desmentir el proverbio que dice: "¡Quien deja posteridad no
muere!", empezaron las aventuras del joven Kanmakán, hijo de Daul'makán.
Aventuras del joven Kanmakán, hijo de Daul'Makan
En efecto, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- en cuan to al joven Kanmakán y su prima
Fuerza del Destino, ¡cuán hermosos se habían hecho! La armonía de sus facciones llegó a ser más
exquisi ta, sus perfecciones germinaron en su plenitud; y realmente, sólo se les podía comparar con dos
ramas llenas de frutos, y con dos lunas esplen dorosas.
Y para hablar particularmente de cada uno de ellos, hay que decir que Fuerza del Destino reunía todo
lo necesario para volver loco a cualquiera, pues en su regia soledad, y aislada de todas las miradas, la
blancura de su tez se había hecho sublime, su cintura se había adelga zado lo precisamente necesario, y
aparecía derecha como la letra aleph; sus caderas eran absolutamente adorables en su maciza pompa, y
en cuanto al sabor de su saliva, ¡oh leche, oh vinos, oh dulces! ¿qué sois?
Y para decir algo respecto a sus labios, que eran del color de las gra nadas, ¡hablad vosotras, delicias
de las frutas maduras! Y en cuanto a sus mejillas, ¡sus mejillas! hasta las mismas rosas habrían
reconocido su superioridad. Así son verdaderas estas palabras del poeta en honor suyo:
¡Embriágate, corazón mío! ¡Bailad de júbilo en vuestras órbitas, ojos míos! ¡Hela aquí!
¡Constituye las delicias del mismo que la creó!
¡Sus párpados desafían al kohl a que los haga más oscuros! ¡Siento que sus miradas
atraviesan mi corazón, como si fueran la espada del Emir de los Creyentes!
¡En cuanto a sus labios! ¡Oh jugo que brotas de las uvas maduras antes de pisarlas!
¡Jarabe que filtras bajo la prensa de las perlas!
¡Y vosotras, ¡oh palmeras que sacudís vuestros a la brisa los racimos de vuestros cabellos!
he aquí su cabellera!
Así era la princesa Fuerza del Destino, hija de Nozhatú. Pero en cuanto a su primo el príncipe
Kanmakán, era otra cosa. Los ejercicios y la caza, la equitación y los torneos con lanza y azagaya, el tiro
al arco y las carreras de caballos, habían dado flexibilidad a su cuerpo, y ha bían aguerrido su alma, y se
había convertido en el jinete más hermoso de los países musulmanes, y en el más valeroso entre los
guerreros de las ciudades y las tribus. Y con todo eso, su tez había seguido tan fresca como la de una
virgen, y, su cara era más bella a la vista que las rosas y los narcisos, como dice el poeta hablando de él:
¡Apenas circuncidado, la seda adornó amorosamente la dulzura de su barbilla, para luego
con la edad sombrear sus mejillas con un ter ciopelo negro de tejido muy apretado!
¡Ante los ojos encantados de quienes le miraban, parecía el cervatillo que ensaya una
danza tras los pasos de su madre!
¡Para las almas atentas que le seguían, sus mejillas, dispensadoras de la embriaguez,
ofrecían el rojo color de una sangre tan delicada como la miel de su saliva!
¡Pero a mí, que consagro mi vida a la adoración de sus encantos, lo que me arrebata el
alma es el color verde de su calzón!
Hay que saber que hacía algún tiempo que el gran chambelán, tu tor de Kanmakán, a pesar de las
amonestaciones de su esposa Nozbatú, y de los beneficios que debía al padre de Kanmakán, se había
apoderado completamente del poder, y hasta se había hecho proclamar sucesor de Kanmakán por cierta
parte del pueblo y del ejército.
En cuanto a la otra parte del pueblo y del ejército, había permanecido fiel al nombre y al
descendiente de Omar Al-Nemán, y cumplía sus deberes bajo la direc ción del anciano visir Dandán.Pero
el visir Dandán, ante las amenazas del gran chambelán, había acabado por alejarse de Bagdad, y se había
retirado a una ciudad vecina, aguardando que el Destino ayudase al huérfano a quien se quería desposeer
de sus derechos.
Así es que el gran chambelán, no teniendo nada que temer, había obligado a Kanmakán y a su madre a
que se encerraran en sus habita ciones, y hasta había prohibido a Fuerza del Destino que tuviese rela ción
alguna con el hijo de Daul'makán; de suerte que la madre y el hijo vivían muy retirados, aguardando que
Alah se dignara devolver sus derechos a aquel a quien correspondían.
Pero de todos modos, a pesar de la vigilancia del gran chambelán, Kanmakán podía ver en ocasiones
a su prima, y hasta hablarle, pero sólo furtivamente. Y un día que no pudo verla, y que su amor le tortu -
raba el corazón, cogió un pliego de papel y le escribió estos versos apasionados:
¡Andabas, ¡oh amada mía! entre tus esclavas, bañada en toda tu belleza! ¡Al pasar tú, las
rosas se secaban de envidia en sus tallos, al compararse con tus mejillas!
¡Los lírios guiñaban el ojo ante tu blancura; las manzanillas floridas, sonreían ante la
sonrisa de tus dientes!
¿Cuándo acabará mi destierro; cuándo se curará mi corazón de los dolores de las
ausencia; cuándo mis labios dichosos se acercarán por fin a los de mi amada?
¿Podré saber por fin si es posible nuestra unión aunque sólo fuese por una noche, para ver
si compartes las sensaciones que en mí se desbordan?
¡Concédame Alah paciencia en mis males, como el enfermo que soporta el cautiverio,
pensando en la curación!
Cerrada la carta, se la entregó al eunuco, cuya primera diligencia fué ponerla en manos del gran
chambelán. Así es que al leer esta decla ración, el gran chambelán juró que iba a castigar al joven
insolente. Pero pensó después que valía más no propalar la cosa, y hablar sola mente de ella con Nozhatú.
Fué, pues, en su busca, y después de haber despedido a la joven Fuerza del Destino, indicándole que
bajase a res pirar el aire del jardín, dijo a su esposa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 139ª noche
Ella dijo:
El gran chambelán dijo a su esposa Nozhatú: "Has de saber que el joven Kanmakán ha llegado a la
pubertad hace tiempo, y siente in clinación hacia tu hija Fuerza del Destino. Por consiguiente, hay que
separarlos desde ahora, porque es muy peligroso acercar la leña al fuego. Así, pues, tu hija no saldrá de
las habitaciones de las mujeres, ni se descubrirá la cara, porque ya no está en la edad en que las
muchachas pueden salir descubiertas. ¡Y sobre todo, cuida de que no se vean, pues en cuanto haya el
menor motivo, impediré para siempre a ese joven que se deje llevar de los instintos de su perversidad!"
Nozhatú, en cuanto su marido se marchó, se puso a llorar, buscó a su sobrino Kanmakán, y le enteró
de todo. Después dijo: "¡Sabe,!oh sobrino mío! que sin embargo te facilitaré que puedas hablar con
Fuerza del Destino, pero con una puerta por medio! ¡Por lo tanto, ten paciencia hasta que Alah se
compadezca de ti!"
Pero Kanmakán sintió que toda su alma se trastornaba al oír aquella noticia. Y exclamó: "¡No viviré
ni un momento más en un palacio en el cual debería ser yo el único que mandase! ¡Y tampoco sufriré por
más tiempo que las piedras de esta casa presencien mis humillaciones!" Enseguida se despojó de su traje,
se cubrió la cabeza con un gorro de saalik, se echó sobre los hombros un viejo manto de nómada, y sin
tomarse tiempo para despedirse de su madre ni de su tía, se dirigió apresuradamente hacia las puertas de
la ciudad. Y como provisiones para el camino, sólo llevaba en el saco un pan de tres días. Apenas se
abrieron las puertas de la ciudad, fué el primero que las franqueó y se alejó a muy buen paso, recitando
estas estrofas a manera de despedida:
¡Ya no te temo, corazón mío; puedes latir hasta romperte dentro de mi pecho! ¡Mis ojos ya
no pueden enternecerse, ni en mi alma puede tener asiento la piedad!
¡Corazón agobiado por el amor, mi voluntad, a pesar tuyo, no ha de doblegarse ni ha de
aceptar más humillaciones, aunque viese que se derretía por completo mi cuerpo!
¡Perdóname! Si me apiadara de ti, corazón mío, ¿qué sería de mi energía? ¡El que se deja
vencer por los ojos de fuego, no podrá quejarse de caer herido de muerte!
¡Quiero brincar libremente por la tierra sin límites, la buena tierra amplia y maternal,
para salvar mi alma de todo cuanto pudiera apagar su vigor!
¡Combatiré con los héroes y con las tribus,me enriqueceré con el botín tomado a los
vencidos, y poderoso con mi gloriá y mi fuerza, volveré triunfal y todas las puertas se me
abrirán solas!
¡Porque sábelo bien, corazón inocente: para tener los preciados cuernos del animal, hay
que empezar por domar al animal o matarlo!
Mientras el joven Kanmakán huía de la ciudad, su madre, no habiéndole visto en todo el día, le buscó
por todas partes sin encontrarle. Entonces se echó a llorar y esperó impaciente su regreso, muy alarma da.
Pero pasaron el primer día, el segundo, el tercero y el cuarto, y nadie tuvo noticias de Kanmakán.
Entonces su madre se encerró para llorar en su aposento, y decía desde lo más profundo de su dolor:
"¡Oh hijo mío! ¿Hacia dónde dirigiré mis llamamientos? ¿Hacia qué país correré a buscarte? ¿Qué
pueden estas lágrimas que derramo por ti? ¿En dónde estás, hijo mío?"
Y la pobre madre no quiso beber ni comer, y su dolor fué conocido por toda la ciudad y compartido
por todos los habitantes, que querían mucho al joven Kanmakán y al rey, su di funto padre. Y todos
clamaban: "¿Dónde estás, ¡oh pobre Daul'makán! rey bueno y justo? ¡Se ha perdido tu hijo, y ninguno de
los que col maste de beneficios sabe encontrar su rastro! ¡Pobre descendencia de Ornar Al-Nemán! ¿Qué
ha sido de ti?"
Y en cuanto a Kanmakán, he aquí que caminó durante todo el día, y no descansó hasta que cerró la
noche. Al otro día y los siguientes caminó también, alimentándose de las plantas que cogía y bebiendo en
los manantiales y en los arroyos. Al cabo de cuatro días llegó a un valle cubierto de bosques, por donde
corrían las aguas y cantaban las aves y las palomas. Y allí se detuvo, hizo sus abluciones y después su
plegaria, y habiendo cumplido de tal suerte sus deberes, como llegaba la noche se tendió bajo un árbol y
se durmió. Permaneció dormido hasta medianoche. Entonces en medio del silencio del valle surgió una
voz de entre las rocas y lo despertó.
Y la voz cantaba:
¡Vida del hombre! ¿Qué valdrías si no relampaguease la sonrisa en los lábios de la amada,
si no tuvieses el bálsamo de su rostro?
¡Oh muerte! ¡Serías deseable si mis días hubiesen de transcurrir siempre lejos de mi amiga,
aquella que ni las amenazas ni el destierro me harían olvidar!
Oh alegría de los amigos que se reúnen en la pradera para beber los vinos exquisitos de
manos del copero! ¡Oh qué alegría la suya; cómo los abrasa la pasión cuando toman la copa
de manos del copero!
¡Primavera! ¡Tus flores, al abrirse al lado de la muy amada, curan en mi alma las durezas
pasadas, los dolores de la suerte ciega! ¡Oh primavera, tus flores en la pradera!...
¡Y tú, amigo, que bebes el licor rojo y perfumado, mira! ¡Debajo de tu mano se extiende la
tierra, alegre con sus aguas, sus colores y su fecundidad!
Después de este canto admirable, que se elevaba entre la noche, se levantó Kanmakán, y quiso
descubrir entre las tinieblas el sitio de donde salía la voz; pero sólo pudo distinguir vagamente los
troncos de los árboles que se recortaban sobre el río. Descendió hasta la misma orilla del río, y la voz se
hizo más distinta, cantando este poema en medio de la noche:
¡Entre ella y yo hay juramento de amor! ¡Y por eso he podido dejarla en la tribu!
¡Mi tribu es la más rica en caballos veloces y en muchachas de ojos negros! ¡Es la tribu de
Taim!
¡Brisa! ¡Su soplo llega hasta mí viniendo de entre los Beni-Taim! ¡pacifica mi hígado y me
embriaga!
Dime, esclavo Sabab: ¿aquella cuyo tobillo se ciñe con el cascabel sonoro, se acuerda
alguna vez de mis juramentos de amor? ¿Y qué dice?
¡Ah pulpa de mi corazón, un escorpión me ha picado! ¡Ven, amiga! ¡Me curaré con el
antídoto de tus labios, aspirando tu saliva y su frescura!
Cuando Kanmakán hubo oído por segunda vez este canto miste rioso, quiso de nuevo ver en las
tinieblas; pero como no lo pudo lograr, se subió a la cima de un peñasco, y con toda su voz, clamó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 140ª noche
Ella dijo:
...se subió a la cima de un peñasco, y con toda su voz clamó: "¡Oh, caminante entre las tinieblas de la
noche! ¡Por favor! ¡Acércate aquí! ¡Oiga yo tu historia, que debe parecerse a la mía! ¡Y nos consoláremos
mutuamente!"
Después se calló.
Pasados algunos momentos, la voz que había cantado dijo: "¡Oh tú que me llamas! ¿Quién eres?
¿Hombre de la tierra o genio sub terráneo? ¡Si eres genio, sigue tu camino, pero si eres hombre, aguar da
la aparición de la luz, porque la noche está llena de emboscadas y traiciones!"
Oídas estas palabras, Kanmakán dijo para sí: "¡Por mi alma, el que ha hablado es un hombre cuya
aventura se parece extraordinariamente a la mía!" Y permaneció allí sin moverse hasta la aparición de la
mañana.
Entonces vió avanzar hacia él, a través de los árboles del bosque, un hombre vestido como los
beduínos del desierto, alto y armado de un alfanje y un escudo. Se levantó y le saludó; y el beduíno le
devol vió el saludo, y después de las fórmulas acostumbradas, le preguntó el beduíno, pasmado de su
juventud: "¡Oh joven a quien no conozco! ¿Quién eres? ¿A qué tribu perteneces? ¿Cuáles son tus parientes
en tre los árabes? Verdaderamente, a tu edad no se acostumbra viajar solo por la noche y por estas
comarcas en que sólo se ven grupos armados. Cuéntame, pues, tu historia".
Y Kanmakán dijo: "Mi abuelo era el rey Omar Al-Nemán; mi padre el rey Daul'makán, y yo soy
Kanmakán, que se abrasa en amor por su prima la princesa Fuerza del Destino".
Entonces el beduíno dijo: "Pero ¿cómo es que siendo rey, ¡hijo de rey! vas vestido como un saalik y
viajas sin una escolta digna de tu categoría?" El otro respondió: "Porque he de crearme esa escolta yo
mismo, y empiezo por rogarte que seas el primero que formes parte de ella".
Oídas estas palabras, el beduíno se echó a reír y le dijo: "Hablas, muchacho, como si fueras un
guerrero invencible o un héroe famoso por cien combates. Y para demostrarte tu inferiori dad, ahora
mismo voy a apoderarme de ti para que me sirvas de es clavo! ¡Y entonces, si verdaderamente tus padres
son reyes, tendrán con qué pagar tu rescate!"
Kanmakán sintió entonces que el furor le brotaba de los ojos, y dijo al beduíno: "¡Por Alah! ¡Nadie
pagará mi rescate más que yo mismo! ¡Guárdate, pues, beduíno! ¡Tus versos me habían hecho creer que
tenías otros modales!
Y Kanmakán se lanzó contra el beduíno, el cual, pensando que vencerle era cosa de juego, le
aguardaba sonriente. ¡Pero cuán equivo cado estaba! Efectivamente, Kanmakán se había erguido, bien
afir mado sobre sus piernas, más sólidas que montañas y más aplomadas que alminares. Y con sus brazos
poderosos apretó contra sí al beduíno, ¡hasta hacerle crujir la osamenta y vaciarle las entrañas.
Y súbita mente, lo levantó a pulso, y llevándolo de este modo corrió hacia el río. Y el beduíno,
espantado al ver semejante fuerza en un niño, ex clamó: "¿Pero qué vas a hacer?" Kanmakán contestó:
"¡Voy a preci pitarte en ese río, que te llevará hasta el Tigris; el Tigris te llevará hasta el Nahr-Issa; el
Nahr-Issa hasta el Eufrates, y el Eufrates hasta tu tribu, para que pueda juzgar tu valentía y tu heroísmo!"Y
el he duíno, en el momento en que Kanmakán lo levantaba más aún en el aire para echarlo al río, exclamó:
"¡Oh joven heroico! ¡Por los ojos de tu amada Fuerza del Destino te ruego que me perdones la vida! ¡Si
lo haces así, seré el más sumiso de tus esclavos!"
Entonces Kanma kán lo dejó en tierra, y le dijo: "¡Me has desarmado con ese juramento!" Y se
sentaron ambos a la orilla del río. Entonces el beduíno sacó de su alforja un pan de cebada, lo partió, dió
la mitad a Kan makán con un poco de sal, y su amistad se consolidó para siempre.
Enseguida Kanmakán le preguntó: "Compañero: ahora que sabes quién soy, ¿quieres decirme tu
nombre y el de tus padres?" Y el beduino dijo: "Soy Sabah ben-Remah ben-Hemam, de la tribu de Taim,
en el desierto de Scham. Y he aquí mi historia en pocas palabras:
"Era yo de muy corta edad cuando murió mi padre. Y fuí recogi do por mi tío y criado en su casa, al
mismo tiempo que su hija Nejma. Y me enamoré de mi prima Nejma, y Nejma se enamoró de mí. Y
cuando tuve edad para casarme, la quise por esposa; pero su padre al verme pobre y sin recursos, no
consintió nuestra boda. Pero ante las amonestaciones de los principales jefes de la tribu, mi tío se allanó
a prometerme a Nejma por esposa con la condición de ofrecerle una dote compuesta de cincuenta
caballos, cincuenta camellos, diez esclavos, cincuenta cargas de trigo y cincuenta de cebada, y más bien
más que menos. Entonces comprendí que la única manera de constituir la dote de Nejma era salir de mi
tribu e irme lejos para atacar a los mercaderes y saquear las caravanas. Y tal es la causa de que anoche
es tuviese en el sitio donde me oíste cantar. Pero ¡oh, compañero! ¿qué vale esa canción si se la compara
con la belleza de mi prima Nejma? Porque el que ve a Nejma, aunque solo sea una vez, se siente con el
alma llena de bendición para toda la vida".
Y dichas estas palabras, calló el beduino.
Entonces le dijo Kanmakán: "¡Ya sabía yo, ¡oh compañero! que tu historia debía parecerse a la mía!
¡Así es que en adelante vamos a combatir juntos y a conquistar a nuestras amantes con el fruto de nuestras
hazañas!"
Y al acabar de decir estas palabras, se alzó a lo lejos una polva reda que se acercó rápidamente; y ya
disipada, apareció ante ellos un jinete cuya cara estaba amarilla como la de un moribundo, y cuyo traje
estaba manchado de sangre. Y el jinete exclamó: "¡Oh musulmanes! un poco de agua para lavar mi herida.
¡Sostenedme, porque voy a ex halar el alma! ¡Auxiliadme, y si muero, será para vosotros mi caballo!"
Y efectivamente, el caballo no tenía igual entre todos los caballos de las tribus, y su perfección
dejaba asombrados a cuantos lo miraban, pues reunía las cualidades de un caballo del desierto. Y el
beduino, que como todos los de su raza entendía de caballos, exclamó: "Verdade ramente, tu caballo es
uno de esos que ya no se ven en nuestro tiempo!"
Y Kanmakán dijo: "¡Oh jinete, alárgame el brazo para que te ayude a bajar". Y cogiéndolo lo colocó
suavemente en el césped, y después le preguntó: "¿Pero qué tienes y qué herida es ésa?" Y el jinete se
des pojó el traje y mostró la espalda, que era toda ella una herida enorme, de la cual se escapaban
oleadas de sangre.
Entonces Kanmakán se inclinó junto a él, y le lavó solícitamente las heridas, cubriéndolas con hierba
fresca. Después le dió de beber, y le dijo: "¿Pero quién te ha puesto así, ¡oh hermano en infortunio!?"
Y el hombre dijo: "Sabe, ¡oh tú el de la mano caritativa! que ese hermoso caballo que ahí ves es la
causa de que me halle en este estado. Ese caballo era propiedad del rey Afridonios, señor de
Constantinia; y su reputación había llegado a todos nosotros los árabes del desierto.
Pero un caballo de esta clase no debía permanecer en las cuadras de un rey descreído, y fuí
designado por los de mi tribu para apoderarme de él en medio de los guardias que lo cuidaban, velando
noche y día. Partí enseguida y llegué de noche a la tienda donde guardaban el caballo. Me hice amigo de
los guardias, y aproveché que me preguntaran mi opinión acerca de él, y que rogaran que lo probase, para
montarlo de un brinco y hacerlo salir al galope dándole latigazos.
Pasada su sorpresa, me persiguieron los guardias a caballo, lanzándome flechas, varias de las cuales
me hirieron en la espalda. Pero mi caballo seguía galopando, más rápido que las estrellas errantes, y
acabó por ponerme completamente fuera del alcance de mis perseguidores.
Hace tres días que estoy mon tado en él; ¡pero he perdido la sangre, se han agotado para siempre mis
fuerzas, y siento que la muerte me cierra los párpados! Y puesto que me has socorrido, el caballo te
corresponde a ti en cuanto yo muera. Se llama El-Katul El-Majnún, y es el ejemplar más bello de la raza
de El-Ajuz.
"Pero antes, ¡oh joven cuyo traje es tan pobre como noble tu cara! hazme el favor de subirme a la
grupa y llevarme hasta mi tribu, para que muera en la tienda en que naci".
Al oír estas palabras, dijo Kanmakán: "¡Oh hermano del desierto! pertenezco a un linaje en que la
nobleza y la bondad son una costum bre. ¡Y aunque el caballo no fuera para mí, te haría el favor que me
pides!"
Se acercó enseguida al árabe para levantarlo, pero exhaló un largo suspiro, y dijo: "Aguardad por
favor: temo que el alma se me desangra, y voy a decir mi acto de fe". Y cerró a medias los ojos, ex tendió
la mano con la palma hacia el cielo, y dijo:
"¡Afirmo que no hay más Dios que Alah! ¡Y afirmo que nuestro señor Mahomed es el enviado de
Alah!"
Y después de haberse preparado a la muerte, entonó este canto, que fueron sus últimas palabras:
!He recorrido el mundo al galope de mi caballo, sembrando por el camino la sangre y la
carnicería! ¡He franqueado torrentes y mon tañas para el robo, el homicidio y el libertinajje!
¡Muero como vivi, errante a lo largo de los caminos, herido por aquellos a quienes acabo
de vencer! ¡Abandono el fruto de mis trabajos a orillas de un torrente, muy lejano de mi suelo
natal!
¡Y sabe, ¡oh extranjero que heredas el único tesoro del beduíno! que mi alma se
tranquilizará si supiese que mi corcel Katul ha de tener en ti un jinete digno de su belleza!
Apenas el árabe hubo acabado este canto, abrió convulsivamente la boca, exhaló un estertor
profundo, y cerró los ojos para siempre. Y Kanmakán y su compañero abrieron una huesa y enterraron al
muerto. Después de rezar las oraciones de costumbre, partieron jun tos en busca de su destino por el
camino de Alah.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y aplazó para el otro día la
continuación de su relato.
Pero cuando llegó la 141ª noche
Ella dijo:
...en busca de su destino por el camino de Alah. Y Kanmakán había montado en el caballo Katul, y el
beduíno Sabah se había con tentado con seguirle a pie, por haberle jurado amistad y sumisión,
reconociéndole como amo para siempre, y habiéndolo jurado por el santo templo de la Kaaba, mansión
de Alah.
Entonces empezó para ellos una vida llena de hazañas y aventu ras, cacerías, viajes, luchas contra las
fieras, combates con los bando leros, noches pasadas al acecho de bestias salvajes, días dedicados a
pelear contra las tribus y amontonar botín. Y a costa de muchos peligros, reunieron así una incalculable
cantidad de rebaños, caballos, esclavos y tiendas.
Y Kanmakán había encargado a su compañero Sabah de la vigilancia de todo. Y cuando se sentaban
ambos para descansar, se contaban mutuamente sus penas y sus esperanzas, ha blando uno de su prima
Fuerza del Destino y el otro de su prima Nejma. Y esta vida duró por espacio de dos años.
Y he aquí, entre otras mil, una de las hazañas del joven Kanmakán:
Un día, montado en su caballo Katul, iba a la ventura, precedido por su fiel Sabah, que abría la
marcha con la espada desnuda en la mano, lanzando gritos terribles, abriendo unos ojos como cavernas, y
rugiendo, aunque la soledad del desierto fuera absoluta: "¡Abrid camino! ¡A la derecha! ¡A la
izquierda!"Y he aquí que habían ter minado de almorzar, habiéndose comido entre los dos una gacela asa -
da, y bebido agua de un fresco manantial que estaba próximo.
Pasado un rato, llegaron a una montaña a cuyos pies se extendía un valle cu bierto de camellos,
camellas, carneros, vacas y caballos; y más allá, en una tienda, estaban unos esclavos que iban armados.
Al verlos, Kanmakán dijo a Sabah: "¡Quédate ahí! Voy a apoderarme yo solo de todo el rebaño y de
esos esclavos". Y dichas estas palabras, puso al galope su corcel, como el rayo súbito de una nube que
revienta y se arrojó sobre ellos, entonando este himno guerrero:
¡Somos de la raza de Omar Al-Nemán, de los hombres de grandes designios, de los héroes!
¡Somos señores que herimos en el corazón a las tribus hostiles cuando brilla el día del
combate!
¡Protegemos a los débiles contra los poderosos! ¡Las cabezas de los vencidos nos sirven
para adornar nuestras lanzas!
¡Guardad vuestras cabezas! ¡He aquí a los héroes, los de los grandes designios, los de la
raza de Omar Al-Nemán!
Los esclavos, al verle, empezaron a dar grandes gritos, pidiendo socorro, creyendo que todos los
árabes del desierto los atacaban de im proviso. Entonces salieron de las tiendas tres guerreros, que eran
los dueños de los rebaños; saltaron sobre sus caballos, y se precipitaron al encuentro de Kanmakán,
gritando: "Es el ladrón del caballo Katul! ¡Ya es nuestro! ¡Sus al ladrón!"
Oídas estas palabras, Kanmakán les gritó: "¡Efectivamerite, éste es el propio Katul, pero los ladrones
sois vosotros, ¡oh hijos de zorra!"
Y se bajó hacia las orejas de Katul, ha blándole para darle ánimos; y Katul brincó como un ogro sobre
su presa. Y para Kanmakán la victoria fué un juego, pues al primer bote hundió la punta de su lanza en el
vientre del primero que se presen tó, y la hizo salir por el otro lado, con un riñón en el extremo. Des pués
hizo sufrir la misma suerte a los otros dos jinetes. Y al otro lado de sus espaldas, un riñón adornaba la
lanza perforadora.
Después se volvió hacia los esclavos. Pero cuando éstos vieron la suerte sufrida por sus amos, se
precipitaron de bruces al suelo, pidiendo que los de jaran con vida. Y Kanmakán les dijo "¡Id, y sin
perder tiempo, llevad por delante de mí ese rebaño, y conducidlo a tal sitio, en donde están mi tienda y
mis esclavos!"
Y llevando por delante animales y escla vos, emprendió su camino, alcanzándolo prontamente Sabah,
que, se gún la orden recibida, no se había movido durante el combate.
Y mientras caminaban de tal modo, llevando por delante esclavos y rebaño, vieron elevarse de pronto
una polvareda, que al disiparse dejó aparecer a cien jinetes armados a la manera de los rumís de
Constantinia.
Entonces Kanmakán dijo a Sabah: "¡Cuida de los rebaños y de los esclavos, y déjame habérmela
contra esos descreídos!" Y el beduíno se retiró enseguida, detrás de una colina, sin ocuparse de otra cosa
que de vigilar lo que le había encargado. Y Kanmakán se lanzó él solo al encuentro de los jinetes rumís,
que le rodearon enseguida por todas partes.
Entonces su jefe, avanzando hacia él, dijo: "¿Quién eres tú, ¡oh encantadora joven! que sabes regir tan
diestra mente un corcel de batalla, siendo tus ojos tan tiernos y tus mejillas tan lisas y floridas? ¡Acércate,
que te bese los labios, y luego veremos! ¡Ven! ¡Te haré reina de todas las tierras por donde se pasean las
tribus!"
Al oír estas palabras, Kanmakán sintió que una gran vergüenza se le subía a la cara, y exclamó: "¿Con
quién crees que estás hablando, ¡oh perro, hijo de perra!? Si mis mejillas no tienen pelo, mi brazo, que
vas a experimentar, te probará tu error, ¡oh ciego rumí que no sabes distinguir los guerreros de las
muchachas!"
Entonces el jefe de los rumís se acercó a Kanmakán, y se cercioró de que en efecto, a pe sar de la
suavidad y blancura de su tez, y de lo aterciopelado de sus mejillas, vírgenes de vello, era, a juzgar por
lo relampagueante de sus ojos, un guerrero difícil de dominar.
Y el jefe le preguntó a Kanmakán: "¿A quién pertenece ese re baño? ¿Adónde vas tú tan lleno de
insolencia y fanfarronería? ¡Rín dete a discreción, o eres muerto!" Y ordenó a uno de sus mejores ji netes
que se acercase al joven y le hiciese prisionero. Pero apenas había llegado el jinete cerca de Kanmakán,
cuando de un solo tajo de su al fanje le cortó en dos mitades el turbante, la cabeza y el cuerpo, así como la
silla y el vientre del caballo. Después sufrieron igual suerte el segundo jinete que avanzó, y el tercero y
el cuarto.
Al ver esto el jefe de los rumís ordenó a sus jinetes que se re tirasen, y avanzando hacia Kanmakán, le
dijo: "¡Tu juventud es muy bella, ¡oh guerrero! y tu valentía la iguala! Pues bien; yo soy Kahru dash, cuyo
heroísmo es famoso en todo el país de los rumís, y te voy a otorgar la vida, precisamente por tu valor!
¡Retírate, pues, en paz, porque te perdono la muerte de mis hombres por tu belleza!" Pero Kanmakán le
gritó: "¡Poco me importa que seas Kahrudash! ¡Lo que me importa es que ceses en tu palabrería y vengas
a probar la punta de mi lanza! ¡Y sabe también que ya que te llamas Kahrudash, yo soy Kanmakán ben-
Daul-makán ben-Omar Al-Nemán!"
Entonces el rumí dijo: "¡Oh hijo de Daul'makán! ¡He conocido en las batallas la valentía de tu padre!
¡Y tú has sabido unir la fuerza de tu padre a una elegancia perfecta! ¡Retírate, pues, llevándote todo el
botín! ¡Así lo quiero!" Pero Kanmakán le gritó: "¡No es mi costumbre, ¡oh ru mí! hacer volver las riendas
a mi caballo! ¡Guárdate!" dijo, y acari ció a su caballo Katul, que comprendió el deseo de su amo, y se
preci pitó, bajando las orejas y levantando la cola. Y entonces lucharon los dos guerreros, y los caballos
chocaron como dos carneros que se cor nean o dos toros que se despanzurran. Y varios ataques terribles
fueron infructuosos. Después, súbitamente, Kahrudash con toda su fuerza diri gió la lanza contra el pecho
de Kanmakán, pero éste, con una vuelta rápida de su caballo, supo evitarla a tiempo, y girando
bruscamente, extendió el brazo, lanza en ristre. Y con aquel bote perforó el vientre del cristiano,
haciendo que le saliera por la espalda el hierro chorrean do. Y Kahrudash dejó para siempre de figurar
entre el número de los guerreros descreídos.
Al ver esto, los jinetes de Kahrudash se confiaron a la rapidez de sus caballos, y desaparecieron en
lontananza entre una nube de polvo que acabó por cubrirlos.
Entonces Kanmakán, limpiando su lanza, si guió su camino, haciendo seña a Sabah de que siguiera
hacia adelante con el rebaño y los esclavos.
Y después de esta hazaña, Kanmakán encontró a una negra muy vieja, errante del desierto, que
contaba de tribu en tribu historias y cuentos a la luz de las estrellas. Y Kanmakán, que había oído hablar
de ella, le rogó que se detuviese para descansar en su tienda y le contara algo que le hiciera pasar el
tiempo y le alegrase el espíritu ensanchán dole el corazón. Y la vieja vagabunda contestó: "¡Con mucha
amistad y con mucho respeto!" Después se sentó a su lado en la estera, y le refirió esta Historia del
aficionado al haschisch:
"Sabe que la cosa más deliciosa que ha alegrado mis oídos, ¡oh mi joven señor! es esta historia que
he llegado a saber de un haschash entre los haschaschín.
"Había un hombre que adoraba la carne de las vírgenes..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente
Pero cuando llegó la 142ª noche
Ella dijo:
"Había un hombre que adoraba la carne de las vírgenes y que no pensaba en otra cosa. De modo que
como esa carne es de precio tan elevado, singularmente cuando es escogida y de encargo, y como no hay
fortuna que pueda resistir indefinidamente unas aficiones tan costo sas, el hombre consabido, que nunca se
cansaba de ellas y se dejaba llevar de la intemperancia de sus deseos -porque solo el exceso es
reprensible-, acabó por arruinarse completamente.
"Un día en que vestido con un traje todo destrozado y descalzo iba por el zoco mendigando el pan
para alimentarse, le entró un clavo en la planta del pie, y lo hizo sangrar abundantemente. Entonces se
sentó en el suelo, trató de restañar la sangre, y acabó por vendarse el pie con un pedazo de trapo. Pero
como la sangre seguía corriendo, se dijo: "¡Vamos al hammam a lavarnos el pie y a sumergirlo en el agua,
que le sentará admirablemente"
Y fué al hammam, y entró en la, sala común a la cual van los pobres, y que ostentaba una limpieza
exqui sita, reluciendo de manera encantadora. Y se acurrucó en el estanque central, y se puso a lavarse el
pie.
"A su lado estaba un hombre que acababa de bañarse y. mascaba algo con los dientes. Y el herido se
sintió muy excitado por la mastica ción del otro, y se apoderó de él un ansia ardiente de mascar también
aquello. Entonces preguntó al otro: "¿Qué mascas, vecino?"
El otro contestó en voz baja, para que nadie le oyera: "¡Cállate! ¡Es haschisch! ¡Si quieres, te daré un
pedazo!" El herido dijo: "¡Verdad es que qui siera probarlo, pues hace tiempo que lo deseo!" Entonces el
hombre que mascaba se sacó un trozo de la boca y se lo dió al herido, di ciéndole: "¡Ojalá te libre de
todas tus preocupaciones!" Y nuestro hombre cogió el pedazo, y lo mascó, y se lo tragó entero. Y como
no estaba acostumbrado al haschisch, en cuanto se produjo el efecto en su cerebro por la circulación de
la droga, empezó por sentir una hilaridad extraordinaria, y esparció enormes carcajadas por toda la
sala.Pasado un momento, se desplomó sobre el mármol y fue presa de diversas alu cinaciones, de las
cuales te contaré una de las más deliciosas:
"Primeramente creyó verse desnudo del todo y bajo el dominio de un terrible amasador y dos negros
vigorosos que se habían apoderado por completo de su persona, siendo como un juguete entre sus manos.
Le daban vueltas y lo manipulaban en todos sentidos, clavándole en las carnes sus dedos nudosos e
infinitamente expertos. Y gemía bajo el peso de sus rodillas cuando se las apoyaban en el vientre para
darle masaje con toda su destreza. Después le lavaron, a fuerza de lanzarle jofainas de cobre, y le
frotaron con fibras vegetales. Luego el amasador mayor quiso lavarle personalmente ciertas partes
delicadas, pero como le hacía muchas cosquillas, hubo de decirle: "¡Yo mismo le haré!" Terminado el
baño, el amasador le rodeó la cabeza, los hombros y los riñones con tres paños más blancos que el
jazmín, y le dijo: "¡Oh mi señor, ha llegado el momento de entrar en la habitación de tu esposa, que te
aguarda!"
Pero él exclamó: "¿Qué esposa es esa? ¡Yo soy soltero! ¿Te habrá mareado el haschisch para
disparartar de ese modo?" Pero el amasador dijo: "¡Basta de bromas! ¡Vamos a ver a tu esposa, que está
impaciente!" Y le echó por los hombros un gran velo de seda blanca, y abrió la marcha, mientras los dos
negros le sostenían por los hombros, haciéndole de cuando en cuando cos quillas en el trasero, sólo por
broma. Y él se reía en extremo.
"Así llegaron a una sala medio oscura y perfumada con incienso, y en el centro había una gran
bandeja con frutas, pasteles, sorbetes y ja rrones llenos de flores. Y después de haberlo hecho sentar en un
es cabel de ébano, el amasador y los dos negros le pidieron la venia para retirarse, y desaparecieron.
"Entonces entró un muchacho, que se quedó de pie aguardando sus órdenes, y le dijo: "¡Oh rey del
tiempo, soy tu esclavo!" Pero él, sin hacer caso de la gentileza del muchacho, soltó una carcajada que
hizo retemblar toda la sala, y exclamó: "¡Por Alah! ¡Todos éstos son aficionados al haschisch! ¡He aquí
que ahora me llaman rey!" Y dijo después al muchachito: "Ven aquí, y córtame la mitad de una sandía
bien colorada y bien tierna. Es lo que más me gusta. No hay nada como la sandía para refrescarme el
corazón".
Y el muchacho le llevó la sandía admirablemente cortada en rajas. Entonces le dijo: "¡Már chate, que
no me sirves! Ve a traerme lo que además de la sandía me gusta más, o sea carne virgen de primera". Y el
muchacho des apareció.
"Y de pronto entró en la sala una muchacha muy joven, que avanzó hacia él moviendo las caderas, que
apenas se dibujaban por lo muy infantiles que eran todavía. Y él, al verla, se puso a resollar con alegría,
y cogió a la chiquilla en brazos, se la puso entre los mus los, y la besó con ardor. Y la hizo deslizarse
debajo de él; sacó el zib y se lo puso en la mano. Y quién sabe lo qué iría a hacer, cuando bajo la
sensación de un frío intensísimo despertó de su sueño.
"En este momento, y después de reflexionar que todo aquello no era más que el efecto del haschisch
en el cerebro, se vió rodeado por todos los bañistas, que le miraban burlonamente, riéndose con toda su
alma, y abriendo unas bocas como hornos. Y le señalaban con el dedo su zib desnudo, que se erguía en el
aire hasta el límite de la erección, y parecía tan enorme como el de un borrico o el de un elefante. Y le
echaban encima grandes cubos de agua fría, dirigiéndole chanzas como las que suelen darse en el
hammam.
"Y el hombre se quedó muy confuso, se echó una toalla sobre las piernas, y dijo amargamente a los
que se reían: "¡Oh buena gente! ¿Por qué me habéis quitado la chiquilla, cuando iba o poner las cosas en
su lugar?" Y los otros al oír estas palabras, palmotearon de alegría y comenzaron a gritar: "¿No te da
vergüenza decir semejantes cosas, ¡oh borracho de haschisch! después de gozar todo lo que has gozado?"
Y Kanmakán, al oír estas palabras de la negra, no pudo contenerse más y se echó a reír de tal modo,
que se convulsionó de alegría. Después dijo a la negra: "¡Qué historia tan deliciosa! Apresúrate por favor
a decirme la continuación, que debe de ser admirable para el oído y ex quisita para el espíritu!"Y la negra
dijo: "¡Verdaderamente, mi señor, la continuación es tan maravillosa que olvidarás cuanto acabas de oír;
y es tan pura, tan sabrosa y tan extraña, que hasta los sordos se estremecerán de placer!"Y Kanmakán
dijo: "¡Ah! ¡Prosigue entonces! ¡Estoy encantadísimo!"
Pero cuando la negra se aprestaba a narrar la continuación de su, historia, Kanmakán vió llegar
delante de su tienda un correo a caballo que, habiendo echado pie a tierra, le deseó la paz. Y Kanmakán
le de volvió la zalema. Entonces el correo dijo: "¡Oh señor! soy uno de los cien correos que el gran visir
Dandán ha enviado en todas direcciones para encontrar el rastro del príncipe Kanmakán, que hace tres
años se marchó de Bagdad. Porque el gran visir Dandán ha logrado sublevar a todo el ejército y todo el
pueblo contra el usurpador del trono de Ornar Al-Nemán, y ha hecho prisionero al usurpador; y lo ha
encerrado bajo tierra en el calabozo más hondo, de suerte que a estas horas el hambre, la sed y la
vergüenza han debido arrancarle el alma. ¿Querrías decirme, ¡oh señor! si por acaso no te encontraste
algún día con el príncipe Kanmakán, a quien corresponde el trono de su padre?"
Cuando el príncipe Kanmakán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 143ª noche
Ella dijo:
Cuando el príncipe Kanmakán hubo oído esta noticia tan inespe rada, se volvió hacia su fiel Sabah, y
con voz muy tranquila, le dijo: "Ya ves, ¡oh Sabah! que todo ocurre cuando llega su hora. ¡Levántate y
vamos a Bagdad!"
Al oír estas palabras el correo comprendió que se encontraba en presencia de su nuevo rey, y en
seguida se prosternó y besó la tierra entre sus manos, lo mismo que Sabah y la negra. Y Kanmakán dijo a
la negra: "¡Vendrás también conmigo a Bagdad, donde acabarás de contarme esa historia del desierto!"
Y Sabah dijo: "¡Permitidme enton ces, ¡oh rey! que vaya delante para anunciar tu llegada al visir
Dandán y al pueblo de Bagdad!" Y Kanmakán se lo permitió. Después, para recompensar al correo por la
buena nueva, le cedió, como regalo, todas las tiendas, todo el ganado y todos los esclavos que había
conquistado en sus aventuras de tres años. Y precedido por el beduíno Sabah, y se guido por la negra,
montada en un camello, salió para Bagdad al galope de su caballo Katul.
Y como el príncipe Kanmakán había cuidado de que se le adelan tasen una jornada su fiel Sabah, éste
alborotó en pocas horas toda la ciudad de Bagdad. Y todos los habitantes y todo el ejército, con el visir
Dandán y los tres jefes Rustem, Turkash y Bahramán a la cabeza, habían salido fuera de las puertas para
aguardar la llegada de aquel Kanmakán a quien tanto querían y a quien habían temido no volver a ver. Y
hacían votos por la prosperidad y la gloria de la raza de Omar Al-Nemán.
De modo que en cuanto apareció el príncipe Kanmakán a todo ga lope de su caballo Katul, los gritos
de alegría surcaron el espacio, lan zados por millares de hombres y mujeres que le aclamaban por rey. Y
el visir Dandán, a pesar de su avanzada edad, se apeó enseguida, y fué a dar la bienvenida y a jurar
fidelidad al descendiente de tantos reyes.
Después entraron en Bagdad, mientras la negra, subida en el ca mello y rodeada de una muchedumbre
considerable, contaba una histo ria de entre sus historias.
Y lo primero que hizo Kanmakán al llegar a palacio, fué abrazar al gran visir Dandán, el más fiel a la
memoria de sus reyes, y luego a los jefes Rustem, Turkash y Bahramán. Y lo segundo que hizo Kanmakán
fué ir a besar las manos de su madre, que sollozaba de alegría. Y la tercera cosa fué decir a su madre:
"¡Oh madre mía! ¡Dime por favor cómo está mi amada prima Fuerza del Destino!"
Y su madre contestó: "¡Oh hijo mío! no puedo contestarte, porque desde que te perdí no he pen sado
más que en el dolor de tu ausencia". Y Kanmakán dijo: "¡Te su plico, ¡oh madre mía! que vayas a saber
noticias suyas y de mi tía Nozhatú". Entonces la madre salió y fué a las habitaciones de Nozhatú y su hija
Fuerza del Destino, y volvió con ellas al gran salón en que las aguardaba Kanmakán.
Y entonces fué el desbordamiento de la ale gría, y se dijeron los versos más bellos, entre más de mil
los siguientes:
¡Oh sonrisa de las perlas en los lábios de la amada, sonrisa bebida en las perlas mismas!
¡Mejillas de los amantes! ¡Cuántos besos conociteis, cuántas caricias sobre vuestra seda!
¡Carícias de la cabellera dehecha por la mañana, carícias de los dedos que hormiguean
numerosos!
¡Y tú espada que brillas como el acero fuera de la vaina, espada sin reposo, espada de la
noche...!
Y como con auxilio de Alah su felicidad llegó al límite, nada hay que decir de ella. Desde entonces
las desdichas se alejaron de la morada en que vivía la descendencia de Omar Al-Nemán, y fueron a caer
sobre los que habían sido enemigos suyos.
Efectivamente, el rey Kanmakán, después de pasar largos meses de dicha en brazos de la joven
Fuerza del Destino, convertida en su espo sa, reunió un día en presencia del gran visir Dandán, a todos
sus emires y jefes de tropa y a los principales de su imperio, y les dijo: ¡La sangre de mi padre no está
aún vengada, y ya han llegado los tiempos!.
He aquí que he sabido que han muerto Afridonios y Hardobios de Kaissaria, pero la vieja Madre de
todas las Calamidades vive aún, y según dicen nuestros correos, ella es quien rige y gobierna los países
de los rumís. Y el nuevo rey de Kaissaria se llama Rumzán, y no se le conoce padre ni madre.
"Conque ¡oh vosotros todos, guerreros míos! desde mañana reanu daremos la guerra contra los
descreídos. ¡Y juro por la vida de Maho med ¡sean con él la paz y la plegaria! que no volveré a nuestra
ciudad de Bagdad hasta no haber arrancado la vida a la malhadada vieja, y vengado a todos nuestros
hermanos muertos en los combates!" Y todos los presentes mostraron su conformidad. Y al día siguiente
el ejército estaba en marcha para Kaissaria.
Llegados ya al pie de las murallas enemigas y dispuestos al asalto, para llevarlo todo a sangre y
fuego en aquella ciudad descreída, vieron avanzar hacia la tienda del rey a un joven tan bello que no
podía ser más que hijo de un rey, y detrás de él a una mujer de aspecto respeta ble y con el rostro
destapado. En aquel momento estaban en la tienda del rey el visir Dandán y la princesa Nozhatú, tía de
Kanmakán, que había querido acompañar al ejército de los creyentes como acostum brada a las fatigas de
los viajes.
Y aquel joven y aquella mujer pidieron audiencia, que les fué otorgada enseguida. Pero apenas habían
entrado, cuando Nozhatú dió un gran grito y cayó desmayada, y la mujer también dió otro grito y ca yó
desvanecida. Y en cuanto volvieron en sí, se echaron una en brazos de otra, besándose, pues la mujer no
era otra que la antigua esclava de la princesa Abriza, la fiel Grano de Coral.
Enseguida Grano de Coral se volvió hacia el rey Kanmakán, y le dijo: "¡Oh rey! ya veo que llevas al
cuello una gema preciosa, blanca y redonda. Y la princesa Nozhatú lleva otra también. Recordarás que la
reina Abriza tenía la tercera. Pues esa tercera hela aquí".
Y la fielGrano de Coral, volviéndose hacia el joven que había entrado con ella, mostró, atada a
su cuello, la tercera gema; y después, con los ojos bri llantes de júbilo, exclamó: "¡Oh rey, y tú mi ama
Nozhatú! este joven es el hijo de mi pobre señora Abriza. Y yo le he criado desde que nació. Y es él, ¡oh
todos vosotros! quien a la hora actual reina en Kaissaria. Pues es Rumzán, hijo de Omar Al-Nemán. Por
lo tanto, es tu hermano, ¡oh mi señora Nozhatú! y tu tío, ¡oh rey Kanmakán!"
Al oír estas palabras de Grano de Coral, el rey Kanmakán y Nozha tú se levantaron y abrazaron al
joven rey Rumzán, llorando de alegría. Y el visir Dandán también abrazó al hijo de su señor el rey Omar
Al -Nemán, ¡téngalo Alah en su misericordia infinita!
Después el rey Kan makán preguntó al rey Rumzán, señor de Kaissaria: "Dime, ¡oh herma no de mi
padre! ¿Eres rey de un país cristiano y vives entre los cristia nos? ¿Eres también nusraní?" Pero el rey
Rumzán alargó la mano, y levantando el índice, exclamó: "¡La ilah ill Alah, ua Mahomed rassul Alah!
[97]
Entonces la alegría de Kanmakán, Nozhatú y el visir Dandán llegó al límite más extremo, y
exclamaron: "!Loor a Aláh, que escoge a los suyos y los reúne".
Después Nozhatú preguntó: "¿Pero cómo has po dido guiarte por el camino recto, ¡oh hermano mío! en
medio de todos esos descreídos que niegan a Alah y no conocen a su enviado?" Rum zán contestó: "¡La
buena Grano de Coral fué quien me inculcó los principios sencillos y admirables de nuestra fe! Ella se
había convertido en una buena musulmana, al mismo tiempo que mi madre Abriza, du rante los días que
estuvieron en Bagdad, en el palacio de mi padre Omar Al-Nemán.
¡Así es que Grano de Coral ha sido para mí, no sólo la que me recogió al nacer y me educó,
sustituyendo en todo a mi madre, sino también quien me ha convertido en un verdadero creyente, cuyo
destino está en manos de Alah, Señor de reyes!"
Oídas estas palabras, Nozhatú mandó sentar a Grano de Coral a su lado en la alfombra, y la quiso
mirar desde entonces como a hermana. En cuanto a Kanmakán, dijo a su tío Rumzán: "Tío, a ti te corres -
ponde, por derecho de primogenitura, el trono del imperio de los mu sulmanes. ¡Y desde este momento me
considero fiel súbdito tuyo!"
Pero el rey de Kaissaria dijo: "¡Oh sobrino mío! lo que Alah ha hecho, bien hecho está. ¿Cómo me
atrevería yo a perturbar el orden establecido por el Ordenador?" En este momento intervino el visir
Dandán, que dijo: "¡Oh reyes! lo más acertado es que reinéis alternativamente un día cada uno, siendo
reyes ambos".
Y ellos contestaron: "Tu idea es admirable, ¡oh venerable visir de nuestro padre!"
En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 144ª noche
Ella dijo:
Y ellos contestaron: "Tu idea es admirable, ¡oh venerable visir de nuestro padre!" Y convinieron
cómo había de ser la cosa. Entonces para festejar aquel día tan feliz, volvió sobre sus pasos el rey
Rumzán y regresó a la ciudad, cuyas puertas mandó abrir al ejército musulmán. Después dispuso que los
pregoneros publicasen que desde entonces el Islam sería la religión oficial de aquel pueblo, pero que a
todos los cris tianos se les permitiría perseverar en su error. Pero ninguno de los ha bitantes quiso seguir
siendo descreído, y en un día solo, el acto de fe se pronunció por mil y mil nuevos creyentes.
¡Glorificado sea para siempre Aquel que envió a su Profeta para ser símbolo de paz entre todas las
criaturas de Oriente y Occidente!
Ambos reyes dieron grandes fiestas y banquetes con tal motivo, rei nando alternativamente un día cada
uno. Y así permanecieron durante algún tiempo en Kaissaria, en el límite de la alegría y de la
satisfacción.
Después pensaron en vengarse de la vieja Madre de todas las Cala midades. A ese efecto, el rey
Rumzán, con anuencia del rey Kanmakán, se presuró a enviar un correo a Constantinia, con una carta para
la Madre de todas las Calamidades, que ignoraba aquel nuevo estado de cosas y seguía creyendo que el
rey de Kaissaria era cristiano como su abuelo materno, el difunto rey Hardobios, padre de Abriza. Y esta
carta decía lo siguiente:
"A la gloriosa y venerable dama Schauahi Omm El-Dauhai, la formidable, la terrible, el azote pesado
de calamidades sobre las cabezas enemigas, el ojo que vela sobre la ciudad cristiana, la perfumada de
virtudes y sabiduría, la olorosa del santo incienso supremo y verídico del gran patriarca, la columna de
Cristo en medio de Constantinia.
"De parte del señor de Kaissaria, Rumzán, de la posteridad de Hardobios el Grande, de fama
extendida por el Universo.
"He aquí, ¡oh madre de todos nosotros! que el Señor del cielo y la tierra ha hecho triunfar nuestras
armas contra las de los musulma nes, y hemos aniquilado su ejército, haciendo prisionero a su rey en
Kaissaria, y reduciendo igualmente a cautiverio al visir Dandán y a la princesa Nozhatú, hija de Omar
Al-Nemán y de la reina Safía, hijo del difunto rey Afridonios de Constantinia.
"Aguardamos, pues, tu venida entre nosotros para festejar juntos nuestra victoria, y mandar cortar,
delante de ti, la cabeza al rey Kan makán, al visir Dandán y a todos los jefes musulmanes.
"Y puedes venir a Kaissaria sin escolta numerosa, pues desde hoy todos los caminos están seguros, y
todas las provincias pacificadas des de el Irak hasta el Sudán y desde Mossul y Damasco hasta los límites
extremos de Oriente y Occidente.
"Y no dejes de traer contigo de Constantinia a la reina Safía madre de Nozhatú, para darle la alegría
de volver a ver a su hija, a quien se honra, como mujer, en nuestro palacio.
"¡Y que el Cristo, hijo de Mariam, te guarde y conserve como una esencia pura preciadamente
contenida en oro inalterable!"
Después firmó la carta, le puso su sello regio, y la entregó a un correo, que salió enseguida para
Constantinia.
Y hasta el momento de llegar la malhadada vieja, pasaron algunos días, durante los cuales los dos
reyes tuvieron el gusto de saldar cuentas atrasadas. He aquí, en efecto, lo que ocurrió:
Un día que los dos reyes, el visir Dandán y la dulce Nozhatú, que nunca se tapaba la cara en
presencia del visir Dandán, al cual consi deraba como un padre, estaban sentados hablando de la próxima
llega da de la vieja calamitosa y de la suerte que se le reservaba, entró uno de los chambelanes para
anunciar a los reyes que estaba allí fuera un anciano mercader a quien habían asaltado unos bandoleros,
los cuales habían sido encadenados después de su fechoría.
Y el chambelán dijo: ¡Oh reyes! este mercader solicita audiencia de vuestra magnanimidad, pues tiene
dos cartas que entregaros". Y contestaron los dos reyes: "¡Dejadle entrar!"
Entonces entró un anciano, cuya cara ofrecía las huellas de la ben dición. Besó la tierra entre las
manos de los reyes, y dijo: "¡Oh reyes del tiempo! ¿Es posible que un musulmán no sea respetado y lo
despo jen en un país en que reina la concordia y la justicia?"
Y los reyes preguntaron: "¿Pero qué te ha sucedido, ¡oh respetable mercader!?" Y él contestó: "¡Oh
señores! Sabed que tengo dos cartas que siempre me han atraído el respeto y la consideración en todos
los países musulmanes, pues me sirven de salvoconducto y me eximen de pagar los diezmos y derechos
de entrada sobre mis mercancías. Y una de estas cartas, ¡oh señores míos! además de esa virtud preciosa,
me sirve también de con suelo en la soledad, pues está escrita en versos tan admirables, que pre feriría
perder el alma a separarme de ella".
Entonces los dos reyes ex clamaron: "¡Oh mercader! ¿quieres permitirnos ver esa carta o leernos
siquiera su contenido?" Y el anciano mercader, muy tembloroso, alargó las dos cartas a los reyes, que se
las entregaron a Nozhatú, diciéndole: "¡Tú que sabes leer las letras más complicadas y dar a los versos
entona ción más propia, apresúrate por favor a deleitarnos con esta lectura!"
Pero apenas hubo Nozhatú desatado la cinta que sujetaba el rollo y echado una mirada a las dos
cartas, exhaló un gran grito, se puso más amarilla que el azafrán, y cayó desmayada.
Entonces se apresura ron a rociarla con agua de rosas, y cuando volvió en sí, se levantó
inmediatamente, y arrasados sus ojos en lágrimas, corrió hacia el merca der, y cogiéndole la mano, se la
besó. Entonces todos los presente! llegaron al límite de la estupefacción ante aquel acto tan contrario a
las costumbres de los reyes y de los musulmanes.
Y el anciano mercader, emocionadísimo, vaciló y estuvo a punto de caer de espaldas. La reina
Nozhatú se apresuró a sostenerle, y llevándole de la mano, le hizo sentar en la misma alfombra en que
ella estaba sentada, y le dijo: "¿Ya no me conoces, padre mío? ¿Tan vieja soy?"
Al oír estas palabras el mercader creyó soñar, y exclamó: "¡Conozco la voz! Pero ¡oh mi señora! mis
ojos tienen muchos años, y ya no pueden distinguir nada".
Y la reina dijo: "¡Oh padre mío! soy la misma que te escribió la carta en verso, soy Nozhatú-zamán".
Y el anciano mercader se desmayó entonces por completo. Y mientras el visir Dandán echaba agua de
rosas en la cara del anciano mercader, Nozhatú, volviéndose hacia su hermano Rumzán y su sobrino
Kanmakán, les dijo: "¡Este es el buen mercader que me arrancó de las manos de aquel bárbaro beduíno
que me robó en las calles de la Ciudad Santa!"
Y cuando el mercader volvió en sí, los dos reyes se levantaron en honor suyo, y lo abrazaron; y a su
vez, él besó las manos de la reina Nozhatú y al visir Dandán; y todos se felicitaron mutuamente por aquel
suceso, y dieron gracias a Alah que los había reunido. Y el mercader levantó los brazos, y exclamó:
"¡Bendito y glorificado sea Aquel que modela los corazones que no olvidan, y los perfuma con el
admirable incienso de la gratitud!"
Después de lo cual los dos reyes nombraron al anciano mercader jeique de todos los khanes y zocos
de Kaissaria y Bagdad, y le dieron entrada libre en palacio de noche y de día.
Después le dijeron: "¿Pero quiénes te han atacado?" Y el mercader contestó: "Unos bandidos del
desierto, de los que despojan a los mercaderes sin armas, me asaltaron súbitamente. ¡Eran más de ciento!
Pero sus jefes son tres. ¡Uno es un negro horrible; otro un kurdo espantoso, y el tercero un beduído muy
forzudo! Me habían atado a un camello y me arrastraban, cuando quiso Alah que les atacasen vuestros
soldados y los capturaran, y a mí con ellos".
Oídas estas palabras, los dos reyes dijeron a uno de los chambe lanes: "¡Que entre primero el negro!"
Y el negro entró. Era más feo que el trasero de un mono viejo, y sus ojos más feroces que los del tigre.
Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Pero antes de que el
negro tuviese tiempo de contestar, Grano de Coral, la antigua doncella de la reina Abriza, entró entonces
para llamar a su ama Nozhatú, y sus ojos se encontraron con los del negro; y enseguida lanzó un grito
horrible, y se precipitó como una leona sobre el negro, le hundió los dedos en los ojos, se los sacó de un
tirón, y dijo: "¡Este es el bandido que mató a mi pobre señora Abri za!" Después, arrojando al suelo los
dos ojos ensangrentados que acaba ba de hacer saltar de las órbitas del negro como si fuesen huesos de
fruta, añadió: "¡Loado sea el Justo y el Altísimo, que me permiten por fin vengar a mi ama con mis
manos!"
Entonces el rey Rumzán dirigió una seña, y en seguida avanzó el verdugo, y de un solo tajo hizo dos
negros de uno. Enseguida los eunucos arrastraron el cuerpo por los pies y lo fueron a arrojar a los perros,
sobre los montones de basura fuera de la ciudad.
Después los reyes dijeron: "¡Que entre el kurdo!" Y el kurdo en tró. Era más amarillo que un limón, y
estaba más sarnoso que un burro de molino, y seguramente más piojoso que un búfalo que se pasa un
año sin sumergirse en el agua. Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres
bandolero?" Y el otro respondió: "Yo era camellero de oficio en la Ciudad Santa. Y un día me encargaron
que transportase al hospital de Damasco a un joven enfermo .. ."
Al oír estas palabras, el rey Kanmakán, y Nozhatú, y el visir Dandán, sin darle tiempo para seguir,
exclamaron: "¡Este el camellero traidor que abandonó al rey Daul'makán sobre el montón de estiércol a
la puerta del hammam!" Y de pronto el rey Kanmakán se levantó, y dijo: "¡Se debe devolver mal por mal,
y duplicado! ¡Si no, aumentaría el número de los impíos y de los malhechores que infringen las leyes! ¡Y
para los malos, no debe haber piedad en la venganza, pues la piedad como la entienden los cristianos es
virtud de eunucos, enfermos e impotentes!"
Y el rey Kanmakán, con su propia mano, de un solo tajo hizo de un camellero dos. Pero luego mandó
a los esclavos que enterraran el cuerpo según los ritos religiosos.
Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!"
En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 145ª noche
Ella dijo:
Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!" Y fué introducido el
beduíno. Pero apenas apareció por la abertura de la puerta su cabeza de bandido, cuando la reina
Nozhatú exclamó: "¡Ese es el beduíno que me vendió a este buen mercader!"
Al oír estas palabras, el beduíno dijo: "¡Soy Hamad! ¡Y no te conozco!" Entonces Nozhatú se echó a
reír, y exclamó: "¡Verdaderamente es él, pues nunca se verá un loco semejante a éste! Mírame, pues, ¡oh
beduído Hamad! ¡Soy aquella a quien robaste en las calles de la Ciudad Santa, y a quien maltrataste
tanto!"
Cuando el beduíno oyó estas palabras, exclamó: "¡Por Alah! ¡Es la misma! ¡Mi cabeza va a
desaparecer ahora mismo de encima de mi cuello!" Y Nozhatú se volvió hacia el mercader, que estaba
sentado, y le preguntó: "¿Le conoces ahora, mi buen padre?
El mercader dijo: "¡Es el mismo! ¡Y está más loco que todos los locos de la tierra!" Entonces dijo
Nozhatú: "Pero este beduino, a pesar de todas sus bru talidades, tenía una buena cualidad: le gustaban los
bellos versos y las hermosas historias". Enseguida el beduído exclamó: "¡Oh mi señora! Así es, ¡por
Alah! Y sé una buena historia, sobremanera extraña, que me ha ocurrido a mí.
Ahora bien; si la cuento y agrada a todos los cir cunstantes, me perdonarás, y me concederás el indulto
de mi sangre". Y la dulce Nozhatú sonrió, y dijo: "¡Sea! Cuéntanos tu historia, ¡oh beduíno!"
Entonces el beduído Hamad dijo:
"¡Verdaderamente, soy un gran bandido, la corona de la cabeza de todos los bandidos! Pero la cosa
más sorprendente de mi vida en las ciudades y en el desierto es la que vais a oír:
"Una noche que estaba echado sobre la arena junto a mi caballo, sentí oprimida mi alma por el peso
de los maléficos hechizos de mis enemigas las brujas. Fué para mí una noche terrible entre todas las
noches, pues tan pronto ladraba como un chacal, o rugía como un león, o me quejaba sordamente, echando
baba como un camello. ¡Qué noche! ¡Y con qué impaciencia aguardaba yo su fin y la aparición de la
mañana! Al fin se aclaró el cielo y se calmó mi inquietud. Y enton ces, para librarme de los últimos
vestigios de aquellos sueños malditos, me levanté enseguida, me ceñí el alfanje, cogí mi lanza, salté
sobre mi corcel y lo lancé al galope, más rápido que la gacela.
"Y mientras galopaba de tal suerte, vi delante de mí un avestruz que me miraba. Estaba plantado muy
tranquilo frente a mi caballo, y me disponía a llegar sobre él; pero cuando iba a darle con la lanza, se
volvió rápidamente, abrió sus grandes alas, y salió como una saeta a través del desierto. Le perseguí de
aquella manera, y me arrastró hasta una soledad toda desolada y llena de espanto, pues allí no había más
presencia que la de Alah.
Sólo se veían las piedras peladas.
No se oía más que el silbido de las víboras, los gritos de los genios del aire y de la tierra, y los
aullidos de los vampiros que buscan una presa. ¡Y el avestruz desapareció como por un agujero invisible
o por algún sitio que yo no podía ver! ¡Y se estremeció toda mi carne!¡ Mi caballo se enca britó
enseguida, y retrocedió resollando!
"Entonces sentí una inquietud y un terror muy grandes, y quise volver riendas para retroceder. ¿Pero
adonde podría ir cuando el sudor brotaba de los flancos de mi caballo, y el calor de mediodía era
insoportable? Una sed atormentadora me abrasaba la garganta y hacía jadear al caballo, cuyo vientre
subía y bajaba como un fuelle de fragua. Y pensé: "¡Oh Hamad! aquí morirás. ¡Y tu carne servirá de
alimento a los cachorros de los vampiros y a las fieras del espanto! Aquí está la muerte, ¡oh beduíno!"
Pero cuando me disponía a decir mi acto de fe y a morir, vi dibujarse a lo lejos una línea de frescura,
poblada de palmeras: ¡Y mi caballo relinchó, sacudió la cabeza y se lanzó hacia adelante! Y en un galope
me vi fuera del horror de aquel pelado y ardoroso desierto de piedra. Y delante de mí, cerca de un
manantial que corría al pie de las palmeras, se levantaba una tienda magnífica, junto a la cual dos yeguas
soberbias pacían la hierba húmeda y gloriosa.
"Me apresuré a apearme y a abrevar mi caballo, cuyo hocico echaba fuego, y a beber también aquella
agua límpida y dulce hasta hacer morir. Después saqué de mi alforja una cuerda muy larga, y até mi
caballo para que pudiese refrescarse libremente en aquella pradera. Y hecho esto, me incitó la curiosidad
hacia la tienda para ver lo que era aquello.
Y he aquí lo que vi : "Sobre una estera muy blanca estaba sentado un joven de imberbes
mejillas, tan hermoso como la luna en cuarto creciente; y a su derecha se hallaba en todo el esplendor
de su hermosura una joven deliciosa, de cintura tan fina y flexible como la rama tierna del sauce.
"En aquel mismo momento me enamoré hasta el límitte más extremo de la pasión, pero no sé
exactamente si de la joven o del imberbe muchacho. Porque ¡por Alah! ¿qué es más hermoso: la luna o el
cuarto creciente?
"Y les dije: "¡La paz con vosotros!" En seguida la muchacha se cubrió el rostro, y el joven se volvió
hacia mí, se levantó, y dijo: "¡Y por ti la paz!" Entonces proseguí: "¡Soy Hamad ben-El-Fezarí, de la tribu
principal del Eufrates! ¡El guerrero famoso, el jinete formidable, aquel cuya valentía y temeridad vale
por quinientos jinetes! ¡He dado caza a un avestruz, y la suerte me ha traído hasta aquí, por lo que vengo a
pedirte un sorbo de agua!"
Entonces el joven se volvió hacia la mu chacha, y le dijo: "¡Tráele de beber y comer!" ¡Y la joven se
levantó! ¡Y anduvo! ¡Y el ruido armonioso de los cascabeles de oro de sus to billos marcaba cada paso
suyo! ¡Y detrás de ella, su cabellera suelta la cubría por completo, y se balanceaba pesadamente hasta el
punto de hacerla tropezar!
Y yo, a pesar de las miradas del joven, contemplé con toda mi alma a aquella hurí, para no separar ya
de ella mis ojos. Y volvió llevando en su mano derecha una vasija llena de agua fresca, y en la izquierda
una bandeja con dátiles, tazas de leche y platos de carne de gacela.
"Pero la pasión me poseía de tal modo, que no pude alargar la mano ni tocar ninguna de aquellas
cosas. No supe sino mirar a la joven y recitar estos versos:
"¡La nieve de tu piel, oh joven incomparable! ¡La negra tintura de henne está todavía
fresca en tus dedos y en la palma de tus manos!
"¡Creo ver, delante de mis ojos maravillados, que en la blancura de tus manos se dibuja la
figura de algún ave brillante de negro plumaje!”
"Cuando el joven oyó estos versos y notó el fuego de mis miradas, se echó a reír de tal modo, que le
faltó poco para desplomarse. Después me dijo: "¡Veo verdaderamente que eres un guerrero sin par y un
ca ballero extraordinario!" Y yo contesté: "Por tal me tengo. Pero tú, ¿quién eres?" Y alcé la voz para
asustarle y hacerme respetar.
Y el joven dijo: "Soy Ebad ben-Tamim ben-Thalaba, de la tribu de los Bani -Thalaba, y esta joven es
hermana mía". Entonces exclamé: "¡Apresúrate a darme tu hermana por esposa, porque la amo con todo
mi amor y soy de noble estirpe!" Pero él contestó: "Sabe que ni mi hermana ni yo nos casaremos jamás.
Hemos elegido este oasis en medio del desier to para vivir en él tranquilamente nuestra vida, lejos de
todo cuidado". Dije: "¡Necesito a tu hermana por esposa, o de lo contrario, gracias al filo de mi espada,
cuéntate con los muertos!"
"Oídas estas palabras, el joven saltó hacia el fondo de su tienda, y me dijo: "¡Guárdate, miserable,
que desconoces la hospitalidad! Luchemos, pero a condición de que el vencido quedará a merced del
vence dor". Y descolgó su alfanje y su escudo, mientras que yo corría en busca de mi caballo, saltaba a la
silla y me ponía en guardia. Y el joven montó en su caballo, y se disponía a emplearlo cuando su hermana
apareció con los ojos arrasados en lágrimas, y se abrazó a sus rodillas, recitando estos versos:
¡Oh hermano mío! ¡He aquí que por defender a tu hermana te ex pones al peligro de la
lucha y a los golpes de un enemigo que des conoces!
¿Qué puedo hacer sino pedir al Ordenador de las victorias que triunfes y me guarde intacta
de toda mancha, conservando para ti sólo la sangre de mi corazón?
¡Pero si el feroz Destino te arrebata, no creas que ningún país me verá viva, aunque sea el
más bello de todos los países y se acumulen en él los productos de toda la tierra!
¡Y no creas que te sobreviva un instante! ¡La tumba encerrará nuestros cuerpos, unidos en
la muerte como en la vida!
"Cuando el joven oyó estos versos de su hermana, se le llenaron de lágrimas los ojos, se inclinó
hacia la doncella, levantó un momento el velo que le cubría la cara, y la besó entre los ojos. Entonces
pude ver las facciones de la joven, tan bellas como el sol que aparece surgiendo de una nube. Después el
joven contuvo un instante su caballo, y recitó estos versos:
¡Tranquilízate, ¡oh hermana mía! y mira los prodigios que va a realizar mi brazo!
Si no combato por ti, ¡oh hermana mía! ¿para qué quiero armas y caballo?
Y si no lucho para defenderte, ¿para qué quiero la vida?
Si retrocedo cuando está en peligro tu hermosura, ¿no será señal para que las aves de
rapiña se lancen sobre un cuerpo desde ahora sin alma?
¡En cuanto a ese que se dice formidable, y nos pondera la fir meza de su ánimo, le voy a dar
delante de ti un golpe que le perforará desde el corazón hasta los talones!
"Después se volvió hacia mí, y me dijo:
¡Y tú, que deseas mi muerte, verás cómo a tu costa realizo una hazaña que llenará los
anales del porvenir!
¡Porque después de componer estos versos, voy a arrancarte él alma antes de que puedas
advertirlo!
"Y precipitando su caballo contra el mío, del primer golpe lanzó mi espada a lo lejos, y sin darme
tiempo para espolear mi caballo y huir al desierto, me levantó de la silla como quien levanta un saco
vacío, me lanzó cual una pelota por el aire, y me recogió al vuelo con la otra mano. Y así me sostuvo con
el brazo tendido, como quien sostiene en un dedo un pájaro domesticado. Yo no sabía ya si todo aquello
era un sueño, o si aquel joven de mejillas sonrosadas era un genio que vivía en aquella tienda con una
hurí. Y lo que después pasó me hizo suponer que debería ser eso.
"Efectivamente, cuando la joven vió el triunfo de su hermano, se precipitó hacia él, le besó en la
frente, y se colgó muy dichosa del cuello de su caballo, al cual guió hacia la tienda. Y una vez allí,
descabalgó el joven, llevándome debajo del brazo como quien lleva un paquete. Y me dejó en el suelo,
me mandó poner de pie, y cogiéndome de la mano me hizo entrar en la tienda. Pero en vez de aplastarme
la cabeza con el pie, le dijo a su hermana:
"Desde ahora es el huésped que está bajo nuestra protección. Tratémosle con dulzura". Y me hizo
sentar en la esterilla, y la joven me puso detrás un cojín, para que descansara mejor; y fué a colgar en su
sitio las armas de su hermano, y a traerle agua perfumada para lavarle la cara y las manos. Después lo
vistió con un ropón blanco, y le dijo: "¡Que Alah, ¡oh hermano mío! haga llegar tu honor al límite más
alto, y te ponga como un lunar en la faz gloriosa de nuestras tribus!"
Y el joven contestó:
¡Oh hermana mía, de la raza de los Bani-Thalaba! ¡Me has visto combatir por tus ojos!
"Y ella dijo:
¡Los relámpagos de tu cabellera esparcida por tu frente, te coro naban con su claridad
como una aureola, ¡oh hermano mío!
"Y replicó él:
¡He aquí los leones de las soledades infinitas! ¡Oh hermana mía! ¡Aconséjales que
desanden lo andado! ¡No quisiera que la vergüenza los sepulte en el polvo que morderán sus
dientes!
"Ella contestó:
¡Oh todos vosotros! ¡Este es mi hermano Ebad! ¡Todos los del desierto le conocen por sus
hazañas, por su valentía y por la nobleza de tus antepasados! ¡Retroceded ante él!
¡Y tú, beduído Hamad, has querido luchar contra un héroe que te ha hecho ver la muerte
arrastrándose hacia ti como una serpiente pronta a lanzarse sobre su presa!
"Y yo, viendo todo aquello y oyendo tales versos, me sentí muy confuso, y advertí mi insignificancia y
cuánta era mi fealdad comparada con la belleza de aquellos dos jóvenes. Y vi que la hermosa joven traía
una bandeja cubierta de manjares y frutas, y se la presentó a su her mano sin dirigirme una sola mirada, ni
siquiera una mirada desprecia tiva, pues me consideraba como un perro, cuya presencia debía pasar
inadvertida. Y a pesar de todo, yo seguía encantado, admirando su belleza incomparable, sobre todo
cuando servía la comida a su herma no, sin cuidarse de ella para que a él no le faltase nada. Entonces el
joven, volviéndose hacia mí, me invitó a compartir la comida, y respiré tranquilamente, porque ya estaba
seguro de salvar la vida. Me alargó un tazón de leche y un plato de un cocimiento de dátiles y agua aro -
matizada. Comí y bebí con la cabeza baja, y le hice mil y quinientos juramentos de que sería el más fiel
de sus esclavos y el más devoto entre ellos.
Y me sonrió e hizo una seña a su hermana, que fué a abrir un cajón muy grande y sacó de él uno tras
uno diez ropones admirables, tan hermosos los unos como los otros. Metió nueve de ellos en un paquete,
y me obligó a aceptarlos. Y después me obligó a ponerme el décimo; ¡y ese décimo ropón, tan suntuoso y
admirable, es el que en este momento me veis todos vosotros!
"En seguida el joven hizo otra seña, y la hermana salió para vol ver muy pronto; y ambos me
ofrecieron una camella cargada de toda clase de víveres y de regalos, que he conservado cuidadosamente
hasta hoy. Y habiéndome colmado de toda clase de consideraciones y presentes, sin haber hecho nada
para merecerlos, ¡al contrario!, me invitaron a usar de su hospitalidad todo el tiempo que quisiera. Pero
yo, no queriendo abusar, me despedí de ellos besando siete veces la tierra entre sus manos. Después,
montando en mi corcel, cogí la camella del ramal y me apresuré a emprender el camino del desierto, por
donde había venido.
"Y entonces, habiendo llegado a ser el más rico de mi tribu, me erigí en jefe de una gavilla de
bandoleros salteadores de caminos. ¡Y sucedió lo que sucedió!
"¡Tal es la historia que os había prometido, y que merece la remi sión de todos mis crímenes, aunque
no son, en verdad, muy leves!"
Cuando el beduíno Hamad acabó su historia, Nozhatú dijo a los dos reyes y al visir Dandán: "Hay
que respetar a los locos, aunque imposibilitándolos de hacer daño. Ahora bien; este beduído tiene
irremediablemente perdida la cabeza, pero hay que perdonarle sus fechorías en atención a su entusiasmo
por los bellos versos y a su memoria asom brosa". Al oír estas palabras, el beduído se sintió tan
profundamente emocionado, que se desplomó sobre la alfombra. Y llegaron los eunucos y lo cogieron.
Y apenas acababan de retirar el beduído, cuando entró un correo, y besando la tierra entre las manos
de los reyes, exclamó: "¡La Madre de todas las Calamidades está a las puertas de la ciudad, pues no dista
de ellas más que un parasange!"
Al oír esta noticia, aguardada tanto tiempo, los dos reyes y el visir se estremecieron de alegría, y
pidieron pormenores al correo. Y éste les dijo: "La Madre de todas las Calamidades, al abrir la carta de
nuestro rey y ver su firma al final del pliego, se alegró extraordinariamente; y al momento hizo sus
preparativos de marcha, e invitó a la reina Safia para que viniese con ella, lo mismo que cien de los
mejores guerreros de los rumís de Constantinia. Y después me ordenó que me adelantara para anunciaros
su llegada".
Entonces el visir Dandán se levantó, y dijo a los dos reyes: "Es más prudente, para burlar las
perfidias y las asechanzas que aun pudiera utilizar esa vieja descreída, que vayamos a su encuentro
disfrazados de cristianos, llevando con nosotros mil guerreros vestidos también a la antigua moda de
Kaissaria". Y ambos reyes hicieron lo que les aconsejaba el gran visir. Y Nozhatú, cuando los vió con
tales atavíos, les dijo: "¡Verdaderamente, que si no os conociera os creería rumís!" Y salieron al
encuentro de la Madre de todas las Calamidades.
Y ésta apareció bien pronto. Entonces Rumzán y Kanmakán di jeron al visir Dandán que desplegara a
los guerreros en un gran círculo, y los hiciera avanzar lentamente, de modo que no pudiera escapar nin -
guno de los guerreros de Constantinia. Después el rey Rumzán dijo a Kanmakán: "¿Déjame que avance al
encuentro de esa vieja maldita, pues me conoce y no desconfiará!"
Y espoleó su caballo. Y a los pocos momentos estuvo al lado de la Madre de todas las Calamidades.
Entonces Rumzán se apeó inmediatamente, y la vieja, al verle, se apeó también y le echó los brazos al
cuello. Y el rey Rumzán, apretán dola entre sus brazos, la miró con los ojos en los ojos, y la estrechó tan
recio y por tanto tiempo, que la vieja despidió un cuesco formidable mente sonoro, pues hizo encabritarse
a todos los caballos y saltar guija rros del camino a la cabeza de los jinetes.
Y en este momento los mil guerreros estrecharon a todo galope su círculo, y gritaron a los cien
cristianos que rindieran las armas; y en un abrir y cerrar de ojos los capturaron hasta el último. Mientras
tanto el visir Dandán se acercaba a la reina Safía, y besando la tierra entre sus manos, la enteró de todo
lo ocurrido. La vieja Madre de todas las Calamidades, amarrada fuertemente, comprendió por fin su
perdición, y comenzó a orinarse de firme en los vestidos.
Después todos volvieron a Kaissaria, y desde allí marcharon in mediatamente a Bagdad sin ningún
contratiempo.
Los reyes mandaron iluminar la ciudad e invitaron a los habitan tes, por medio de los pregoneros, a
reunirse delante del palacio. Y cuando toda la plaza y todas las calles estuvieron invadidas por la
muchedumbre, mujeres y niños, salió de la puerta principal un asno sarnoso, y sobre él y mirando al rabo
iba amarrada la Madre de todas las Calamidades, con la cabeza cubierta por una tiara roja y coronada de
estiércol. Y delante de ella marchaba un pregonero, que enumeraba en alta voz las fechorías de aquella
maldita vieja, causa de tantas cala midades sobre Oriente y Occidente.
Y cuando todas las mujeres y todos los niños le hubieron escupido a la cara, la ahorcaron por los pies
en la puerta principal de Bagdad. Y así pereció, devolviendo a Eblis su alma fétida por el ano, la pedorra
calamitosa, la vieja de fabulosos cuescos, la taimada y perversa descreída Schauahi Omm El-Dauahi. La
suerte la traicionó como ella había traicionado. Y esto fué para que su muerte pudiera servir de presagio
de la toma de Constantinia por los creyentes y del definitivo y futuro triunfo en Oriente del Islam sobre la
tierra de Alah, a lo largo y a lo ancho.
En cuanto a los cien guerreros cristianos, no quisieron volver a su país y prefirieron abrazar la fe de
los musulmanes.
Y los reyes y el visir Dandán mandaron a los escribas más hábiles que apuntaran esmeradamente en
los anales todos estos pormenores y acontecimientos, a fin de que pudieran servir de ejemplo saludable a
las generaciones futuras.
"Y tal fué, ¡oh rey afortunado! -siguió diciendo Schehrazada diigiéndose al rey Schahriar la
espléndida historia del rey Omar Al l-Nemán, la de sus maravillosos hijos Scharkán y Daul'makán, las de
las reinas Abriza, Fuerza del Destino y Nozhatú; y las del gran visir Dan dán, y los reyes Rumzán y
Kanmakán".
Después se calló Schehrazada.
Entonces el rey Schahriar la miró por primera vez con ternura, y le dijo:
"¡Oh Schehrazada, la muy discreta! ¡Cuánta razón tiene tu herma na, esa pequeña que te está
escuchando, cuando dice que tus palabras son deliciosas por su interés y sabrosas por su frescura!
Empiezas a hacerme lamentar la matanza de tanta joven, y acaso hagas que olvide , el juramento que hice
de matarte como a todas las otras".
Y la pequeña Doniazada se levantó del tapiz en que había estado escuchando, y exclamó: "¡Oh
hermana mía! ¡Cuán admirable es esa historia! ¡Y cómo me han encantado Nozhatú y sus palabras, y las
pa labras de las jóvenes! ¡Y qué contenta estoy con la muerte de la Madre de todas las Calamidades!
¡Cuán maravilloso es todo eso!"
Entonces Schehrazada miró amorosamente a su hermana, sonrió, y le dijo: "¿Qué dirías entonces si
oyeras las palabras de los animales y las aves?"
Y Doniazada exclamó: "¡Ah hermana mía! ¡Dinos algunas palabras de los animales y las aves!
¡Porque deben ser exquisitas, sobre todo repetidas por tu boca!"
Y Schehrazada dijo: "¡Con toda la volun tad de mi corazón! ¡Pero no sin que antes me lo permita
nuestro señor el rey!"
Y el rey Schahriar quedó extraordinariamente asombrado, y preguntó: "¿Pero qué podrán decir los
animales y las aves? ¿En qué lengua hablan?" Y Schehrazada dijo: "Hablan en prosa y en verso,
expresándose en árabe puro". Entonces el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! Nada quiero decidir
todavía acerca de tu suerte, sin que me hayas contado esas cosas que desconozco. Porque hasta ahora no
he oído más que palabras de los humanos, y me alegraría muchísimo saber lo que piensan esos seres a
quienes no entienden la mayoría de los hombres".
Y como iba transcurriendo la noche, Schehrazada rogó al rey que aguardase hasta el día siguiente. El
rey Schahriar, a pesar de la impa ciencia que sentía, se avino a darle su consentimiento. Y cogiendo en
brazos a la bella Schehrazada, se enlazaron hasta que brilló la mañana del otro día.
Historia encantadora de los animales y de las aves
Y cuando llegó la 146ª noche
Cuento de la oca, el pavo real y la pava real
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que había en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la
edad y el momento, un pavo real muy aficionado a recorrer en compañía de su esposa las orillas del mar
y a pasearse por una selva que allí había toda llena de arroyos y poblada por el canto de las aves.
Durante el día, el pavo y la pava buscaban tranquilamente su alimento, y al llegar la noche se
encaramaban a lo alto del árbol más frondoso, para no tentar los deseos de algún vecino que fuese poco
escrupuloso en su admiración hacia la hermosura de la pava. Y eran felices de este modo, bendiciendo al
Bienhechor, que les dejaba vivir en la paz y la dulzura.
Pero un día el pavo real invitó a su esposa para que le acompañase a una isla que se veía desde la
playa, y de este modo podrían cambiar de aires y de perspectivas. La pava le contestó oyendo y
obedeciendo, echaron a volar los dos, y llegaron a la isla.
Aquella isla estaba cubierta de árboles cargados de frutas y rega da por multitud de arroyos. El pavo y
su esposa quedaron extraordina riamente encantados de su paseo por aquella frescura, y permanecieron
allí algún tiempo para probar todas las frutas y beber aquella agua tan dulce y tan fina.
Cuando se disponían a regresar a su casa, vieron venir hacia ellos una oca, que batía las alas llena de
espanto. Y temblándole todas sus plumas, fué a pedirles ayuda y protección. El pavo real y su esposa la
recibieron muy cordialmente, y la pava, hablándole con toda su afabi lidad, le dijo: "¡Sé bien venida entre
nosotros! ¡Aquí encontraréis el calor de la familia y cuanto necesites!"
Entonces la oca empezó a tran quilizarse, y el pavo, muy convencido de que la historia de la oca sería
una historia verdaderamente asombrosa, le preguntó: "¿Qué te ha ocu rrido y cuál es la causa de tu
espanto?" Y respondió la oca: "Aun estoy enferma de lo que acaba de sucederme y del terror horrible que
me inspira Ibn-Adán. ¡Alah nos guarde y nos libre de Ibn-Adán!"
Y el pavo, muy afligido, dijo: "¡Cálmate, mi buena oca, cálmate!" Y preguntó la pava: "¿Cómo es
posible que ese Ibn-Adán logre llegar hasta esta isla? Desde la playa no puede saltar. Y no hay medio de
atravesar de otro modo tanto espacio de agua". Entonces exclamó la oca: "¡Bendito sea el que os ha
puesto en mi camino para calmar mis terrores y devol ver la paz a mi corazón!" Y la pava dijo: "¡Oh
hermana mía! cuéntame ahora el motivo de ese terror que te inspira Ibn-Adán, y no calles nada de tu
historia, que ha de ser muy interesante". Y la oca contó lo que sigue:
"Sabe, ¡oh pavo real lleno de gloria, y tú, dulce pava, la más hospitalaria entre todas las pavas! que
habito en esta isla desde mi niñez, y he vivido siempre en ella sin ningún contratiempo y sin que
nada agobiase mi alma ni molestara mi vista. Pero anoche, cuando estaba durmiendo con la cabeza
debajo del ala, vi que se me aparecía en sueños ese Ibn-Adán, que quiso entablar conversación conmigo.
Iba á contestarle, pero oí una voz que me gritaba: "¡Cuidado, ten mucho cuidado! ¡Desconfía de Ibn-Adán
y de la dulzura de sus palabras, pues ocultan sus perfidias! ¡Y no olvides lo que dijo el poeta:
¡Te da a gustar la dulzura que hay en la punta de su lengua, para sorprenderte de
improviso como el zorro!
"Porque sabe, pobre oca, que Ibn-Adán posee tal grado de astucia, que logra atraer a los habitantes
del seno de las aguas y a los monstruos más feroces del mar, y puede derribar como una masa desde lo
alto de los aires las águilas que se ciernen tranquilas, sólo con tirarles un puñado de barro. En fin, es tan
pérfido, que siendo tan débil, sabe vencer al elefante y utilizarlo como siervo suyo y arrancarle los
colmillos para hacer con ellos sus armas. ¡Ah, pobre oca, huye enseguida!"
"Entonces me desperté llena de espanto, y huí sin mirar atrás, alargando el cuello y desplegando las
alas. Seguí corriendo hasta que las fuerzas me abandonaron. Luego, como había llegado al pie de una
montaña, me oculté detrás de una roca. Y mi corazón latía de miedo y de cansancio, presa del temor que
me inspiraba Ibn-Adán. ¡Y como no había comido ni bebido, me atormentaban el hambre y la sed! Pero
no sabía qué hacer ni me atrevía a moverme, cuando divisé enfrente de mí, a la entrada de una caverna,
un león rojo, de mirada dulce, qué inspiraba confianza y simpatía.
Y aquel león, que era muy joven, deno tó una gran satisfacción al verme, encantado de mi timidez,
pues mi aspecto le había seducido. Así es que me llamó de este modo: "¡Oh chi quita gentil, acércate y
ven a conversar conmigo un rato!" Y yo, muy agradecida a su invitación, me aproximé a él humildemente.
Y él me dijo: "¿Cómo te llamas y de qué raza eres?" Y le contesté: "¡Me lla man oca y soy de la raza de
las aves!" Y me dijo: "¿Por qué estás tan temblorosa?"
Entonces le conté cuanto había visto y cuanto había oído en sueños. Y se asombró muchísimo, y
exclamó: "¡Yo también he tenido un sueño análogo, y al contárselo a mi padre me ha puesto sobre aviso
contra Ibn-Adán, diciéndome que desconfiara de sus ardides y perfi dias! Pero hasta ahora no me he
encontrado con ese Ibn-Adán".
"Al oír estas palabras, aumentó mi espanto, y dije apresuradamen te al león: "No vacilemos en hacer
lo que más nos conviene. Ha llegado el momento de acabar con esa plaga, y a ti, ¡oh hijo del sultán de los
animales! te corresponde la gloria de matar a Ibn-Adán, pues hacién dolo así se acrecentará tu fama a los
ojos de todas las criaturas del cielo, del agua y de la tierra". Y seguí lisonjeando al león, hasta que le
decidí a ponerse en busca de nuestro enemigo.
"Salió entonces de la caverna, y me dijo que le siguiese. Y yo iba detrás de él. Y el león avanzaba
arrogante, yo detrás de él y sin poder apenas seguirle, hasta que vimos a lo lejos una gran polvareda, y al
disiparse apareció un burro en pelo, sin albarda ni ronzal, que brin caba, coceaba, se echaba al suelo y se
revolcaba en el polvo, con las cuatro patas al aire.
"Al ver esto, mi amigo el león se quedó muy asombrado, pues sus pádres casi no le habían permitido
hasta entonces salir de la caverna. Y el león llamó al burro: "¡Eh! ¡Tú! ¡Ven por aquí!" Y el otro se
apresuró a obedecerle. Y el león le dijo: "¿Por qué obras así, animal loco? ¿De qué especie de animales
eres?" Y contestó el otro: "¡Oh mi señor! soy el borrico tu esclavo, de la especie de los borricos". Y el
león preguntó: "¿Por qué corrías hacia aquí?" Y el burro respondió: "¡Oh hijo del sultán de los animales!
venía huyendo de Ibn-Adán.
En tonces el joven león se echó a reír, y dijo: "¿Cómo con esa alzada tan respetable y esas anchuras
temes a Ibn-Adán?" Y el borrico, meneando la cola, denotando penetración dijo: "¡Oh hijo del sultán! ya
veo que no conoces a ese maldito. Si le temo no es porque desee mi muerte, pues sus intenciones son
peores. Mi terror proviene del mal trato que me haría sufrir.
Sabe que hace que le sirva de cabalgadura, y para ello me pone en el lomo una cosa que llama la
albarda; después me aprieta la barriga con otra cosa que llama la cincha, y debajo del rabo me pone un
anillo cuyo nombre he olvidado, pero que hiere cruelmente mis partes delicadas. Por último, me mete en
la boca un pedazo dei hierro que me ensangrienta la lengua y el paladar, y que llama bo cado. Entonces me
monta, y para hacerme andar más aprisa, me pica en el cuello y en el trasero con un aguijón. Y si el
cansancio me hace retrasar la marcha, lanza contra mí las más espantosas maldiciones y las más horribles
palabras, que me hacen estremecer, a pesar de ser un borrico, pues me llama delante de todo el mundo:
"¡Alcahuete! ¡hijo de zorra! ¡hijo de bardaje! ¡ el culo de tu hermana!" ¡ y qué sé yo qué otras cosas
más! Y si por desgracia me peo, para desahogarme algo del pecho, entonces su furor ya no conoce
límites, y vale más, por consideración a ti, i oh hijo de mi sultán! que no repita todo lo que me hace y me
dice en semejantes circunstancias. ¡Así es que no me entrego a tales desahogos más que cuando sé que
está muy lejos y tengo la seguridad de hallarme solo!
¡Pero hay más! Cuando yo lle gue a viejo, me venderá a cualquier aguador, que poniéndome sobre el
lomo un baste de madera, me cargará de pesados pellejos y enor mes cántaros de agua hasta que, no
pudiendo más con los malos tratos y privaciones, reviente míseramente. ¡Y entonces echará mi esqueleto
a los perros que vagan por los vertederos! Y tal es la suerte que me reserva Ibn-Adán.
¿Habrá entre todas las criaturas quien sea más, desgraciado que yo? Responde, ¡oh buena y tierna
oca!"
"Entonces, ¡oh señores míos! sentí un estremecimiento de horror y de piedad, y en el límite de la
emoción, del espanto y del temblor, exclamé: "¡Oh mi señor león! verdaderamente el burro es muy
desgraciado. ¡Porque yo, sólo con oírle, me muero de lástima!" Y el joven león, viendo al borrico
dispuesto a largarse, le dijo: "¡Pero no tengas prisa, compañero! ¡Quédate otro poco, porque realmente
me interesas! ¡Y me gustaría que me sirvieses de guía para llegar hasta Ibn-Adán!"
El burro contestó: "¡Lo ciento, señor mío! Pero prefiero poner entre ambos la distancia de una buena
jornada de camino, pues le he dejado ayer cuando se dirigía hacia este lugar. Y ahora busco un sitio
seguro para resguardarme de sus perfidias y de su astucia. Además, con licencia tuya, ahora que estoy
convencido de que no me oye, quiero desahogarme a gusto y gozar de la vida".
Y dichas estas palabras, el burro lanzó un prolongado rebuzno, al que siguieron trescientos pedos
magníficos, que disparó coceando. Se re volcó después por la hierba durante un buen rato, y al fin se le -
vantó. Entonces, como viese una polvareda que se levantaba a lo le jos, enderezó una oreja, luego la otra,
miró fijamente, y volviendo la grupa echó a correr y desapareció.
"Una vez disipada la polvareda, apareció un caballo negro, con la frente marcada por una mancha
blanca como un dracma de plata, hermoso, altivo, reluciente, y con las patas adornadas de una corona de
pelos blancos. Venía hacia nosotros relinchando de un modo muy arrogante. Y cuando vió a mi amigo el
joven león, se detuvo en honor suyo, y quiso retirarse discretamente. Pero el león, encantado de su
elegancia y seducido por su aspecto, le dijo: "¿Quién eres, hermoso animal? ¿Por qué corres de ese
modo, como si algo te inquietase en esta inmensa soledad?"
El otro contestó: "¡Oh rey de los anima les! ¡Soy un caballo entre los caballos! ¡Y huyo para evitar la
proxi midad de Ibn-Adán!"
"El león, al oír estas palabras, llegó al límite del asombro, y dijo al caballo: "No hables de ese
modo, ¡oh caballo! pues en realidad es vergonzoso que sientas miedo hacia Ibn-Adán, siendo fuerte como
eres, y estando dotado de esa robustez y esas alturas, y pudiendo con una sola coz hacerle pasar de la
vida a la muerte. ¡Mírame! No, soy tan grande como tú, y sin embargo, he prometido a esta oca gentil
librarla para siempre de sus terrores, matando a Ibn-Adán y devorándolo por completo. Entonces podré
tener el gusto de llevar nuevamente a esta pobre oca a su casa y al seno de su familia".
"Cuando el caballo oyó estas palabras de mi amigo, le miró con sonrisa triste, y le dijo: "Arroja lejos
de ti esos pensamientos, ¡oh hijo del sultán de los animales! y no te hagas ilusiones acerca de mi fuerza, y
mi alzada, y mi velocidad, pues todo eso es insignificante para la astucia de Ibn-Adán. Y sabe que cuando
estoy en sus manos, logra domarme a su gusto, pues me pone en las patas trabones de cáñamo y de crin, y
me ata por la cabeza a un poste en lo más alto, de una pared, y de este modo no puedo moverme ni
echarme.
¡Pero hay más! Cuando quiere montarme, me coloca sobre el lomo una cosa que llama silla, me
oprime el vientre con dos cinchas muy duras que me mortifican, y me mete en la boca un pedazo de acero,
del cual tira mediante unas correas con las que me dirige por donde le place. Y montado en mí, me pincha
y me perfora los costados con, las puntas de unas espuelas, y me ensangrienta todo el cuerpo. ¡Pero no
acaba ahí! Cuando soy viejo, y mi lomo ya no es bastante flexi ble y resistente, ni mis músculos pueden
llevarle todo lo aprisa qué él quisiera, me vende a algún molinero que me hace rodar día y no che la
piedra del molino, hasta que sobreviene mi completa decrepi tud.
¡Entonces me entrega al desollador, que me degüella, y me des pelleja, y vende mi piel a los
curtidores y mi crin a los fabricantes de crines, tamices y cedazos! ¡Y tal es la suerte que me espera con
ese Ibn-Adán!"
"Entonces el joven león, muy emocionado con lo que acababa de oír, dijo al caballo: "Veo que es
preciso desembarazar a la crea ción de ese malhadado ser a quien todos llaman Ibn-Adán. Di, amigo mío:
¿cuándo y dónde has visto a Ibn-Adán?" El caballo dijo: "Huí de él hacia el mediodía. ¡Y ahora me
persigue corriendo tras de mí!" "Y apenas acababa de decir estas palabras, se alzó una gran polvareda
que le inspiró un terror inmenso, y sin darle tiempo para disculparse huyó a todo galope. Y vimos en
medio de la polvareda aparecer y venir hacia nosotros, a paso largo, un camello muy asustado que
llegaba alargando el cuello y mugiendo desesperadamente.
"Al ver a este animal tan grande y tan desmesuradamente colosal, el león se figuró que debía ser Ibn-
Adán y nadie más que él y sin consultarme, se arrojó contra el camello, e iba a dar un salto y a
estrangularlo, cuando le grité con toda mi voz: "¡Oh hijo del sultán, detente! ¡No es Ibn-Adán, sino un
pobre camello, el más inofensivo de los animales! ¡Y seguramente huye también de lbn- Adán!"
Entonces el joven león se detuvo muy pasmado, y preguntó al camello: "¿Pero de veras temes también
a ese ser llamado Ibn- Adán, ¡oh animal prodigioso!? ¿Para qué te sirven tus pies enormes si no puedes
aplastarle con ellos?" Y el camello levantó lentamente la cabeza, y con la mirada extraviada como en una
pesadilla, repuso tristemente: "¡Oh hijo del sultán! mira las ventanas de mi nariz. ¡Todavía están
agujereadas y hendidas por el anillo de crin que me puso Ibn-Adán para domarme y dirigirme, y a este
anillo que aquí ves estaba sujeta una cuerda que Ibn-Adán confiaba al más pequeño de sus hijos, el cual,
montado en un borriquillo, podía guiarme a su gusto, a mí y a todo un tropel de camellos colocados en
fila! ¡Mira mi lomo! ¡Todavía conserva las heridas causadas por los fardos con que me carga desde hace
siglos! ¡Mira mis patas! ¡Están callosas y molidas por las largas carreras y los forzados viajes a través
de la arena y de las piedras! ¡Pero hay más! ¡Sabe que cuando me hago viejo, después de tantas noches
sin dormir y tantos días sin descanso, explota mi pobre piel y mis huesos viejos, vendiéndome a un
carnicero que revende mi carne a los pobres, y mi cuero en las tenerías, y mi pelo a los que hilan y tejen!
¡Y he aquí el trato que me hace sufrir Ibn-Adán!"
"Oídas estas palabras del camello, el joven león sintió un furor sin límites, y rugió, arañó el suelo con
las garras, y después dijo al camello: "¡Apresúrate a decirme en dónde has dejado a Ibn-Adán!" Y el
camello respondió: "Viene buscándome, y no tardará en presen tarse. Así, pues, ¡oh hijo del sultán!
déjame huir a otros países, lo más lejos a que pueda escaparme. ¡Pues ni las soledades del desierto ni las
tierras más remotas servirán para librarme de su persecución!"
Entonces el león le dijo: "¡Oh buen camello! aguarda un poco, y verás cómo derribo a Ibn-Adán, y
trituro sus huesos, y me bebo su sangre!" Pero el camello, estremecido por el espanto, contestó:
"Dispénsame, ¡oh hijo del sultán! Prefiero huir, porque ya lo dijo el poeta:
Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega a habitar un rostro
desagradable,
Sólo una determinación has de tomar: ¡déjale tu tienda y tu país y apresúrate a
marcharte!"
"Y después de recitar esta estrofa tan acertada, el buen camello besó la tierra entre las manos del
león, se levantó, y le vimos huir, tambaleándose en lontananza.
"Apenas había desaparecido, se presentó un vejete, de aspecto muy débil y de piel arrugada, llevando
a cuestas un canasto con he rramientas de carpintero, y sobre la cabeza ocho tablas grandes.
"Al verle, ¡oh señores míos! no tuve fuerzas ni para avisar a mi joven amigo, y caí como muerta al
suelo. En cambio el joven león, muy divertido con el aspecto de aquel vejete tan raro, se le acercó para
examinarlo más de cerca.
Y el carpintero se postró entonces delante de él, y le dijo sonriendo con acento muy humilde: "¡Oh
po deroso rey, lleno de gloria, que ocupas el primer puesto en la crea ción! ¡Te deseo horas muy felices, y
ruego a Alah que te ensalce más todavía en el respeto del universo, acrecentando tus fuerzas y virtu des!
¡Yo soy un desgraciado que viene a pedirte ayuda y protección en las desdichas que le persiguen por
parte de un gran enemigo!" Y se puso a llorar, a gemir y a lamentarse.
"Entonces el joven león, muy conmovido con las lágrimas y el aspecto tan desdichado de aquel
hombre, suavizó la voz y le dijo: "¿Quién te persigue de esa manera? ¿Y quién eres tú, el más elo cuente
de los animales que conozco, y el más cortés, aunque seas el más feo de todos?"
El otro respondió: "¡Oh señor de los animales! pertenezco a la especie de los carpinteros, y mi
opresor es Ibn-Adán. ¡Ah, señor león! ¡Alah te guarde de las perfidias de Ibn-Adán! ¡Todos los días,
desde que amanece, me hace trabajar para su pro vecho y nunca me paga; así es que, muriéndome de
hambre, he re nunciado a trabajar para él, y he huido de las ciudades que habita!"
"Al oír estas palabras, el león sintió un furor enorme; rugió, brincó, resolló, echó espuma y sus ojos
lanzaron chispas; y exclamó: "Pero ¿dónde está ese Ibn-Adán? Quiero triturarlo con mis dientes, y vengar
a todas sus víctimas". El hombre respondió: "No tardará en presentarse, pues me viene persiguiendo,
enfurecido por no tener quien le haga la casa".
El león dijo: "Pero tú, ¡oh animal carpintero! que andas a pasos tan cortos y que vas tan inseguro
sobre dos patas, ¿hacia dónde te diriges?" Y Contestó el carpintero: "Voy a buscar al visir de tu padre, al
señor leopardo, que me ha llamado por medio de un emisario suyo para que le construya una cabaña
sólida en que pueda albergarse y defenderse contra los ataques de Ibn-Adán, pues quiere prevenirse,
desde que se ha esparcido el rumor de la próxima llegada de Ibn-Adán a estos parajes. ¡Y por eso me ves
cargado con estas tablas y estas herramientas!"
"Cuando el joven león oyó estas palabras, tuvo envidia al leo pardo, y dijo al carpintero: "¡Por vida
mía! ¡Extremada audacia sería por parte del visir de mi padre pretender que se ejecuten sus encargos
antes que los nuestros! ¡Vas a detenerte aquí, levantando para mi defensa esa cabaña! ¡En cuanto al señor
visir, que se aguarde!"
Pero el carpintero, haciendo como que se marchaba, contestó: "¡Oh hijo del sultán! te prometo volver
en cuanto acabe la cabaña del leopardo, porque temo mucho sus iras. ¡Y entonces te construiré, no una
cabaña, sino un palacio!" Pero el león no quiso hacerle caso, y hasta se enfureció, y se arrojó sobre el
carpintero para asustarle, y a manera de chanza le apoyó una pata en el pecho. Y sólo con aquella caricia,
el hombrecillo perdió el equilibrio, y fué al suelo con sus tablas y herramientas. Y el león se echó a reír
al ver el terror y la facha aturdida de aquel hombre. Y éste, aunque muy mortifi cado por dentro, no lo dió
a entender y hasta comenzó a sonreír, y humilde y cobardemente empezó su trabajo.
"Tomó, pues, las medidas del león en todas direcciones y en pocos instantes construyó un cajón
sólidamente armado, al cual sólo dejó una abertura angosta; y clavó en el interior grandes clavos cuyas
puntas estaban vueltas hacia dentro, de adelante hacia atrás; y dejó a trechos unos agujeros no muy
grandes. Hecho esto, invitó res petuosamente al león a tomar pesesión de su propiedad. Pero el león
vaciló al principio, y dijo al hombre: "¡La verdad es que eso me parece muy estrecho, y no sé cómo.
podré penetrar ahí!" Y el vejete repuso: "¡Bájate y entra arrastrándote, pues una vez dentro te encontrarás
muy a gusto!" Entonces el león se agachó, y su cuerpo flexible se deslizó en lo interior, sin dejar fuera
más que la cola. Pero el vejete se apresuró a enrollar aquella cola, y meterla rápida mente con lo demás, y
en un abrir y cerrar de ojos tapó la abertura y la clavó con solidez.
"Entonces el león intentó moverse y retroceder, pero las puntas aceradas de los clavos le penetraron
en la carne, y le pincharon por todos lados. Y se puso a rugir de dolor, y exclamó: "¡Oh car pintero! ¿Qué
viene a ser esta casa tan angosta que has construido, y estas puntas que me hieren cruelmente?"
"Oídas estas palabras, el hombre lanzó un grito de triunfo, y empezó a saltar y a reír, y dijo al león:
"¡Son las puntas de Ibn- Adán! ¡Oh perro del desierto! así aprenderás a tu costa que yo, Ibn-Adán, a pesar
de mi fealdad, de mi cobardía y mi debilidad, puedo triunfar de la fuerza y de la belleza".
"Y dichas estas espantosas palabras, el miserable encendió una antorcha, hacinó leña en torno del
cajón, y le prendió fuego. Y yo, más paralizada que nunca de terror, vi a mi pobre amigo arder vi vo,
muriendo con la muerte más cruel. Y el maldito Ibn-Adán, sin haberme visto, porque estaba tendida en el
suelo, se alejó triunfante. "Entonces, pasado bastante tiempo, me pude levantar, y me alejé con el alma
llena de espanto. Y así pude llegar hasta aquí, donde el Destino hizo que os encontrara, ¡oh señores míos,
de alma com pasiva!"
Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 147ª noche
Ella dijo:
Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca, se conmovieron hasta el límite de la
emoción, y la pava dijo a la oca: "¡Hermana, aquí estamos seguros, permanece con nosotros todo el
tiempo que quieras, hasta que Alah te devuelva la paz del corazón, único bien estimable después de la
salud! .¡Quédate, pues, y com partirás nuestra suerte, buena o mala!"
Pero la oca dijo: "¡Tengo mucho miedo, mucho miedo!" La pava repuso: "¡Pues no debes tenerlo!
¡Queriendo librarte de la suerte que está escrita, tientas al Destino! ¡Este es el más fuerte! ¡Y lo que en
nuestra frente está escrito tiene que suceder! ¡No hay deuda que no se pague! ¡De modo que si se nos ha
fijado un fin, no hay fuerza que pueda anu larlo! ¡Pero lo que más ha de consolarte es la convicción de que
ninguna alma puede morir sin haber agotado los bienes que le debe el Justo Retribuidor!"
Y mientras departían de esta suerte, crujieron las ramas a su alrededor, y se oyó un ruido de pasos
que turbó de tal modo a la pobre oca, que tendió frenéticamente las alas, y se tiró al mar, gri tando: ¡Tened
cuidado, tened cuidado! ¡Aunque todo destino haya de cumplirse!"
Pero aquello era una falsa alarma, pues entre las ramas apareció la cabeza de un lindo corzo de ojos
húmedos. Y la pava real gritó a la oca: "¡Hermana mía, no te asustes así! ¡Vuelve enseguida! ¡Tenemos un
nuevo huésped! ¡Es un lindo corzo, de la raza de los animales, así como tú eres de la de las aves! ¡Y no
come carne sangrienta, sino hierbas y plantas! ¡Ven, y ahuyenta tu inquietud, pues nada extenúa el cuerpo y
agota el alma como el temor y la zozobra!"
Entonces volvió la oca meneando las alas, y el corzo, después de las zalemas de costumbre, les dijo:
"¡Esta es la primera vez que vengo por aquí, y no he visto tierra más fértil, ni plantas y hierbas más
frescas y tentadoras! ¡Permitidme, pues, que os acompañe y que disfrute con vosotros de los beneficios
del Creador!" Y los tres le contestaron: "¡Sobre nuestras cabezas y nuestros ojos, ¡oh corzo lleno de
cortesía! ¡Aquí encontrarás bienestar, amor de familia y todo género de facilidades!"
Y todos se pusieron a comer, a beber y a gozar de aquel clima tan suave durante largo espacio de
tiempo. Pero nunca dejaron de rezar sus oraciones por la mañana y por la tarde, excepto la oca, que
segura ya de la paz, olvidaba sus deberes para con el Distribuidor de la tranquilidad constante.
¡No tardó en pagar con la vida aquella ingratitud hacia Alah! Una mañana, un barco desarbolado fué
arrojado a la costa; sus tripulantes abordaron a la isla, y al ver el grupo formado por el pavo real, su
esposa, la oca y el corzo, se acercaron rápidamente. Entonces los dos pavos reales volaron a lo lejos
ocultándose en las copas de los árboles más frondosos, el corzo saltó, y en unos cuantos brincos se puso
fuera de alcance. Sólo la oca se quedó allí, pues aunque intentó correr la cercaron en seguida y la
cogieron, comién dosela en la primera comida que hicieron en la isla.
En cuanto al pavo y la pava real, antes de dejar la isla para regresar a su bosque, fueron ocultamente
a enterarse de la suerte de la oca, y la vieron en el momento que la degollaban. Entonces bus caron por
todas partes a su amigo el corzo, y después de mutuas za lemas y felicitaciones por haber escapado del
peligro, enteraron al corzo del infortunio de la pobre oca. Y los tres lloraron mucho en recuerdo suyo, y
la pava dijo: "¡Era muy dulce, y modesta, y gen til!" Y el corzo exclamó: "¡Verdad es! ¡Pero a última hora
descui daba sus deberes para con Alah, y olvidaba darle las gracias por sus beneficios!" Entonces dijo el
pavo real: "¡Oh hija de mi tío, y tú, corzo piadoso, oremos !" Y los tres besaron la tierra entre las manos
de Alah, y exclamaron:
¡Bendito sea el Justo, el Retribuidor, el Dueño Soberano del Poder, el Omnisciente, el Altísimo!
¡Gloria al Creador de todos los seres, al Vigilante de cada uno de los seres, al Retribuidor de cada
cuál según sus méritos y capacidades!
Alabado sea Aquel que ha desplegado los cielos, y los ha re dondeado, y los ha iluminado; aquel que
ha tendido la tierra a cada lado de los mares, y la ha vestido y adornado con toda su belleza!
Entonces después de haber contado esta história, Schehrazada se calló un momento. Y el rey Schariar
exclamó: "¡Qué admirable es esa oración, y qué bien dotados están esos animales! Pero, ¡oh
Schehrazada! ¿No sabes algo más respecto a ellos?" Y Schehrazada dijo: "¡Oh rey lleno de generosidad!
eso no es nada comparado con lo que podría contarte".
Y el rey preguntó: "¿Pues qué esperas para seguir?" Schehrazada dijo: "Antes de continuar la historia
de los animales, quiero contarte, ¡oh rey! otra historia que confirmará las conclusiones de ésta, es decir,
lo agradable que es la oración para el Señor". Y el rey Schahriar dijo: "¡Ciertamente, puedes contarla!"
El pastor y la joven
Cuentan que en una montaña de entre las montañas del país musulmán había un pastor dotado de una
gran cordura y de una fe constante. Este pastor llevaba una vida pacífica y retirada, conten tándose con su
suerte, y viviendo con la leche y la lana, productos de su rebaño. Y este pastor tenía tanta dulzura, y
reunía tantas ben diciones, que las bestias feroces nunca atacaban a su rebaño, pues tanto lo respetaban,
que al verle de lejos le saludaban con sus gri tos y aullidos. Este pastor siguió viviendo así largo tiempo,
sin in teresarle, para su mayor dicha y tranquilidad, nada de lo que pasaba en las ciudades del universo.
Pero un día Alah el Altísimo quiso probar el grado de su cor dura y el valor real de sus virtudes, y no
encontró tentación más fuerte que enviarle la beldad de la mujer. Encargó, pues, a uno de sus ángeles que
se disfrazase de mujer, y no escatimara ninguno de los artificios femeniles para hacer pecar al santo
pastor.
Y un día en que el pastor, hallándose enfermo, estaba tendido en su gruta, y glorificaba en su alma al
Creador, vió entrar de pronto en su albergue, risueña y gentil, a una joven de ojos negros, a quien se
podía tomar también por un muchacho. Y al entrar se per fumó su gruta, y el pastor sintió que se
estremecía su carne de viejo. Pero frunció el ceño, y se hizo un ovillo en un rincón, y dijo a la intrusa:
"¿Qué vienes a hacer aquí, ¡oh mujer desconocida!? ¡Ni te he llamado, ni me haces ninguna falta!"
La joven se acercó enton ces, se sentó junto al viejo, y le dijo: "¡Mírame! ¡Todavía no soy mujer, sino
virgen, y vengo a ofrecerme a ti, sencillamente por gusto, y por lo que he sabido de tu virtud!"
Pero el anciano exclamó: "¡Oh tentadora del infierno, aléjate! ¡Déjame entregarme a la adoración de
Aquel que no muere!"
Entonces la joven movió len tamente las flexibilidades de su cintura, miró al viejo, que trataba de
retroceder, y suspiró:
"¡Díme!, ¿Por qué no me quieres? ¡Te traigo un alma sumisa y un cuerpo a punto de derretirse de
deseo! ¡ Mira si mi pecho no es más blanco que la leche de tus ovejas. Y si mi desnudez no es más fresca
que el agua de la sierra! Toca mi cabellera, ¡oh pastor! ¡Es más sedosa que el bello del cordero al salir
del vientre de su madre! ¡Mis caderas son finas y resbaladizas, y apenas se dibujan en mi primera
eflorescencia! ¡Y mis senos, que comienzan a hincharse, se estremecerían sólo con que los rozara
ligeramente tu mano! ¡Ven! ¡Mis labios, que siento vibrar se derretirán en tu boca! ¡Mis dientes tienen
mordiscos que infunden vida a los viejos moribundos! ¡Ven, que mi miel está pronta a caer gota a gota de
todos los poros de mi cuerpo! ¡Ven!"
Pero el viejo, aunque le temblaban todos los pelos de la barba, exclamó: "¡Huye, ¡oh demonio! o te
echaré de aquí con este ga rrote!"
Entonces la joven celestial le echó frenéticamente los brazos al cuello. y le murmuró al oído: "¡Soy
un fruto exquisito; cómelo y curarás! ¿Conoces el perfume del jazmín... ? ¡Te parecería muy basto, si
olieras mi virginidad!"
Pero el anciano exclamó: "¡El perfume de la plegaria es el único que perdura! ¡Fuera de aquí
miserable seductora!" Y la rechazó con ambos brazos.
Entonces la joven se levantó, se quitó rápidamente la ropa y se quedó erguida, toda desnuda, blanca,
sólo bañada en las oleadas de sus cabellos.
Y su mudo llamamiento, en la soledad de aquella gruta, era más terrible que todos los gritos del
delirio.
Y el viejo no pudo dejar de gemir, y para no ver ya aquella azucena viviente se cubrió la cabeza con
su manto, y exclamó:
"¡Vete, vete, ¡oh mujer de ojos traicioneros! ¡Desde el principio del mundo eres la causa de nues tras
calamidades! ¡Perdiste a los hombres de las edades primeras y siembras la discordia entre los hijos del
mundo! ¡El que te escucha renuncia para siempre a los goces infinitos, que sólo podrán disfrutar aquellos
que te expulsan de su vida!"
Y el viejo ocultó más la cabeza entre los pliegues del manto.
Pero la joven repuso: "¿Qué dices de los antiguos? ¡Los más sabios entre ellos me adoraron, y me
cantaron los más severos! ¡Y mi belleza no les hizo desviarse del camino derecho, sino que iluminó
suspasos y constituyó la delicia de su vida! ¡La verdadera cordura, ¡oh pastor! es olvidarlo todo en mi
seno ! ¡Vuelve a la sabiduría! ¡Estoy dispuesta a abrirme a ti y a llenarte de la verdadera sabidu ría!"
Entonces el viejo se volvió del todo hacia la pared, y exclamó: "¡Atrás, engendro de malicia! ¡Te
abomino y te rechazo! ¡A cuántos hombres buenos has hecho traición, y a cuántos malvados has
protegido! ¡Tu hermosura es falsa! ¡En cambio, al que sabe orar se le aparece una belleza que nunca
podrán ver los que te miran! ¡Atrás!"
Oídas estas palabras, la joven exclamó: "¡Oh pastor santo! ¡Be be la leche de tus ovejas, y vístete con
su lana, y reza al Señor en la soledad y en la paz de tu corazón!"
Y la visión desapareció.
Entonces, desde todos los puntos de la montaña, acudieron ha cia el pastor las alimañas silvestres, que
besaron la tierra entre sus manos para pedirle su bendición.
En ese momento de su narración, Schehrazada se detuvo, y el rey Schahriar, entristecido, le dijo: "¡Oh
Schehrazada! el ejemplo del pastor me da verdaderamente qué pensar. ¡Y no sé si lo mejor para mí sería
retirarme a una gruta, y huir por siempre de las preocu paciones de mi reino, y no tener más ocupación que
apacentar ove jas! ¡Pero antes quiero oír cómo continúa la Historia de los Animales y las Aves!"
Y cuando llegó 148ª noche
Schehrazada dijo:
Cuento de la tortuga y el martín - pescador
Se cuenta en uno de mis libros antiguos, ¡oh rey afortunado! que un martín-pescador estaba un día a
orillas de un río y obser vaba atentamente alargando el pescuezo, la corriente del agua. Pues tal era el
oficio que le permitía ganarse la vida y alimentar a sus hijos, y lo ejercía sin pereza, desempeñando
honradamente su profesión.
Y mientras vigilaba de tal modo el menor remolino y la ondu lación más leve, vió deslizarse por
delante de él, y detenerse contra la peña en que estaba observando, un cuerpo muerto de la raza humana.
Entonces lo examinó, y viendo que tenía heridas de importan cia en todos sus miembros y rastros de
lanzazos y sablazos, pensó para sí: "¡Debe de ser algún bandido al cual han hecho expiar sus fechorías!"
Después levantó las alas y saludó al Retribuidor, dicien do: "Bendito sea Aquel que hace servir a los
malos después de muertos para el bienestar de sus buenos servidores!" Y se dispuso a precipitarse sobre
el cuerpo para arrancarle algunos pedazos, y llevárselos a sus crías, y comérselos con ellas. Pero
enseguida vió que el cielo se oscurecía por encima de él con una nube de grandes aves de rapi ña, como
buitres y gavilanes, que empezaron a dar vueltas en gran des círculos, acercándose cada vez más.
Al ver aquello, el martín-pescador se sintió sobrecogido del te mor de que lo devorasen aquellos
lobos del aire, y se apresuró a largarse a todo vuelo lejos de allí. Y pasadas muchas horas se detuvo en la
copa de un árbol que se hallaba en medio del río, hacia su desem bocadura, y aguardó allí a que la
corriente arrastrara hasta aquel sitio el cuerpo flotante. Y muy entristecido se puso a pensar en las
vicisitu des y en la inconstancia de la suerte.
Y se decía: "He aquí que me veo obligado a alejarme de mi país y de la orilla que me vió nacer, y en
la cual están mis hijos y mi esposa. ¡Ah, cuán vano es el mundo! ¡Y cuánto más vano todavía el que se
deja engañar por sus exterio ridades, y confiando en la buena suerte vive al día, sin ocuparse del mañana!
¡Si yo hubiese sido más prudente habría hacinado provisiones para los días de necesidad como el de hoy,
y los lobos del aire no me habrían asustado al haber venido a disputarme mis ganancias! ¡Pero el sabio
nos aconseja la paciencia en tales trances! ¡Tengá mosla, pues!"
Y mientras recapacitaba de esta manera, vió a una tortuga que, saliendo del agua y nadando
lentamente, avanzaba hacia el árbol en que él se encontraba. Y la tortuga levantó la cabeza, le vió en el
árbol, y enseguida le deseó la paz, y le dijo: "¿Cómo es, ¡oh pesca dor! que has desertado del ribazo en
que generalmente te hallabas?"
El pájaro respondió:
“Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega a habitar un rostro desagradable,
sólo una determinación has de tomar: déjale tu tienda y tu país y apresúrate a marcharte!
“Y yo, !Oh buena tortuga! He visto mi ribazo dispuesto a ser invadido por los lobos del aire, y para
que no me impresionaran de mala manera sus caras desagradables, he preferido dejarlo todo y
marcharme hasta que Alah quiera compadecerse de mi suerte”.
Cuando la tortuga oyó estas palabras, dijo al martín-pescador:
“Desde el momento en que es así, aquí me tienes entre tus manos, dispuesta a servirte con toda mi
abnegación y a hacerte compañía en tu abandono e indigencia, pues ya sé lo desdichado que es el
extranjero lejos de su país y de los suyos, y cuán dulce es para él hallar afecto y solicitud entre los
desconocidos. Y yo, aunque sólo te conozco de vista, seré para ti una compañera atenta y cordial”.
Entonces, el martín-pescador dijo:
“!Oh tortuga de buen corazón, que eres dura por fuera y tierna por dentro! ¡Comprendo que voy a
llorar de emoción ante la sinceridad de tu oferta! ¡Cuántas gracias te doy! ¡y cuán razonables son tus
palabras acerca de la hospitalidad que se ha de conceder a los extranjeros, y la amistad que se ha de
otorgar a las personas en el infortunio! Porque verdaderamente, ¿qué sería la vida sin amigos y sin las
conversaciones con los amigos, y sin las risas y las canciones con los amigos?
¡El sabio es el que sabe encontrar amigos conforme a su temperamento, pues no se puede considerar
amigos s los seres con los que hay que tratar en razón del oficio, como yo trataba con los martínpescadores
de mi especie, que me envidiaban por mis pescas y mis hallazgos! Asi es qe ahora deben
estar muy contentos con mi ausencia esos tristes compañeros, que sólo saben mostrar sus mezquinos
intereses, ¡pero nunca piensan en elevar su alma hacia el Dador! Siempre están con el pico vuelto hacia
la tierra. ! Y tienen alas, pero no las utilizan! ¡Por eso la mayoría de ellos no podría volar aunque
quisiera! ¡Sólo se sumergen y a veces se quedan en el fondo del agua!
Al oír estas palabras, la tortuga, que escuchaba silenciosa, exclamó: “!Oh martín-pescador, baja para
que te abrace!” Y él bajó del arbol, y la tortuga le besó entre los ojos, y le dijo:
“!Verdaderamente,!Oh hermano mío! No hás nacido para vivir em comunidad com lãs aves de tu raza,
que etán completamente desprovistas de sutileza, y no poseen modales exquisitos! ¡Quédate conmigo, y
nuestravida será agradable em este rincón de la tierra, perdido en medio del agua, a la sombra de
esteárbol y entre el rumor de las olas!”
Pero el martín pescador le dijo: “!Te doy las gracias hermana tortuga, pero: ¿y los niños? ¿Y mi
esposa?”
La tortuga respondió:
"¡Alah es grande y misericordioso! ¡Nos ayudará a transportarlos hasta aquí, y pasaremos días
tranquilos y libres de toda zozobra! " Al oírla, el martín-pescador dijo: "¡Oh tortuga! demos juntos
gracias al Optimo, que ha permitido que nos reuniéramos!" Y exclamó:
¡Loor a Nuestro Señor! Da riquezas a unos y pobreza a otros. Sus designios son sabios y
bien calculados.
¡Loor a Nuestro Señor! ¡Cuántos pobres son ricos en sonrisas! ¡Cuántos ricos son pobres
de alegría!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Entonces el rey Schahriar dijo: "¡Oh Schehrazada! tus palabras alejan de mí los feroces pensamientos.
¡Quisiera saber si conoces historias de lobos, por ejemplo, o de animales montaraces!"
Y contestó Schehrazada: "¡Precisamente son las histo rias que mejor conozco!"
Entonces el rey Schahriar dijo: "¡Apresúrate, pues, a contarlas!"
Y Schehrazada prometió contarlas en la no che venidera.
Y cuando llegó la 149ª noche
Cuento del lobo y el zorro
Schehrazada dijo:
Sabe, ¡oh rey afortunado! que el zorro, cansado de las continuas iras de su señor el lobo, y de su
constante ferocidad, y de sus intrusiones en los últimos derechos que al zorro le quedaban, se sentó un día
en el tronco de un árbol, y se puso a reflexionar. Después dió un brinco lleno de alegría, porque se le
había ocurrido una idea que le parecía la solución. Y enseguida corrió en busca del lobo, hallándole al
fin con el pelo todo erizado, el hocico contraído y de muy mal hu mor. Desde lo más lejos que pudo
divisarle, besó la tierra, llegó hu mildemente ante él, y aguardó con los ojos bajos que le interrogase.
El lobo gritó: "¿Qué te pasa, hijo de perro?" Y el zorro dijo: Per dona, ¡oh señor! mi osadía, pero
tengo una idea que exponerte y un ruego que dirigirte, si tienes a bien otorgarme una audencia".
El lobo gritó: "¡Ahorra palabras, y en cuanto acabes, márchate en seguida, o te romperé los huesos!"
Entonces el zorro dijo: "He notado, ¡oh señor! que desde hace algún tiempo Ibn-Adán nos hace una
guerra incesante. ¡Por todo el bosque no se ven más que trampas y lazos de todas clases! Como sigamos
así, llegará a ser inhabitable el bosque. ¿Qué te parecería de una alianza entre todos los lobos y todos los
zorros para oponerse en masa a los ataques de Ibn-Adán y prohibirle que se acerque a nuestro territorio?"
Al oír estas palabras, el lobo exclamó: "¡Digo que eres muy osado pretendiendo mi alianza y mi
amistad, falso, enclenque y miserable zorro! ¡Ahí tienes, por tu insolencia!" Y le sacudió una patada que
lo tumbó en el suelo, medio muerto.
El zorro se levantó renqueando, pero se guardó muy bien de mos trar ningún resentimiento; al
contrario, revistió el aspecto más sonrien te y contrito, y dijo al lobo: "¡Señor, perdona a tu esclavo su
falta de tacto y su escaso trato social! ¡Reconozco mis faltas, que son muy grandes! ¡Si no las hubiese
advertido, ese golpe tan terrible como merecido que me acabas de dirigir, y que bastaría por sí solo para
matar a un elefante, me las habría mostrado sobradamente! "
El lobo, algo calmado por la actitud del zorro, le dijo: "¡Así aprenderás para otra vez a no meterte en
lo que no te importa!"
El zorro contestó: "¡Cuánta razón tienes! Ya lo dijo el sabio: "¡No hables ni cuentes nada hasta que te
lo pidan, y no contestes antes que te pregunten! Y no te olvides de atender solamente lo que pueda
interesarte. Pero sobre todo, guárdate bien de prodigar consejos a quienes no hayan de com prenderlos, y
no los des tampoco a los malos, que te tomarían ojeriza por el bien que quisieras hacerles".
Tales eran las palabras que el zorro decía al lobo, pero por den tro pensaba: "¡Ya me tocará la vez, y
este lobo me pagará la deuda hasta lo último porque la arrogancia, la provocación, la insolencia y el
orgullo necio tienen al fin y al cabo su castigo! ¡Humillémonos pues, hasta que seamos poderosos!"
Después el zorro dijo: "¡Oh mi señor lobo! ya sabes que la equidad es la virtud de los poderosos, y la
bondad y la dulzura de modales los dones y el ornamento de los fuer tes. El mismo Alah perdona al
culpable arrepentido. Ahora bien; mi crimen es enorme, ya lo sé, pero mi arrepentimiento no es menor,
pues ese golpe doloroso que has tenido la bondad de darme, me ha estropeado el cuerpo pero me ha
remediado el alma y esto es para mí un gran motivo de júbiilo. Ya lo dijo el sabio:
"El castigo que te impone la mano de tu maestro, tendrá al principio cierta amargura pero
después te sabrá más dulce que la miel clarificada".
Entonces el lobo dijo al zorro: "¡Acepto tus disculpas y perdono tu mal paso y la molestia que me has
ocasionado obligándome a asestarte ese golpe, pero tienes que ponerte de rodillas, con la cabeza en el
polvo!"
Y el zorro, sin vacilar, se arrodilló y adoró al lobo, diciéndo. le: "¡Alah te haga triunfar y consolide
tu dominio!" Entonces el lobo dijo: "Bueno está. Ahora marcha delante de mí y sírveme de batidor. Y si
ves algo de caza, ven a advertírmelo enseguida". El zorro respondió oyendo y obedeciendo, y se apresuró
a marchar delante.
Pero al llegar a un terreno plantado de viñas, no tardó en observar algo que le pareció sospechoso,
pues tenía todo el aspecto de una trampa, y para evitarlo dió una gran vuelta, diciendo para sí:
"¡El que anda sin mirar los agujeros que hay a su paso, está destinado a caer en ellos! Además, mi
experiencia de las asechanzas de Ibn-Adán ha de ponerme siempre en guardia. Por ejemplo, si viera una
figura de zorro en una viña, en vez de acercarme echaría a correr, ¡pues sería seguramente un cebo puesto
allí por la perfidia de Ibn-Adán! ¡Y ahora me sorprende en este viñedo algo que no me parece de buena
ley! ¡Veamos lo qué es, pero con prudencia, porque la pruden cia es la mitad de la valentía!"
Y después de razonar así, el zorro empezó a avanzar poco a poco, retrocediendo de cuando en cuando
y olfateando a cada paso. Se arrastraba y aguzaba las orejas, avanzaba y retrocedía cautelosamente, y así
acabó por llegar hasta el mismo límite de aquel lugar tan sospechoso. Y bien hizo, pues pudo ver que era
un hoyo hondo, cubierto de débiles ramajes disimulados con tierra. Al verlo, exclamó: "¡Loor a Alah, que
me ha dotado de la admirable virtud de la prudencia y de estos buenos ojos que me permiten ver tan
claramente!"
Después, pensando que el lobo caería allí de cabeza, se puso a bailar de alegría, como si se hubiera
emborrachado con todas las uvas de la viña. Y entonó este canto:
¡Lobo! ¡Lobo feroz! ¡Tu fosa está abierta, y la tierra dispuesta a cegarla!
¡Lobo maldito! ¡Rondador de mozas, tragón de muchachos: adelante te comerás los
excrementos que mi culo hará llover dentro del hoyo, encima de tus hocicos!
Y enseguida desanduvo lo andado, y fué a buscar al lobo, al cual dijo: "¡Te anuncio una buena nueva!
¡Tu fortuna es grande, y las dichas llueven sobre ti, sin que se cansen! ¡Sea continua la alegría en tu casa,
y también los goces!"
El lobo exclamó: "¿Qué me anun cias? ¿Y a qué vienen esas exageraciones?" El zorro dijo: "La viña
está hermosa hoy. ¡Todo es júbilo, pues el amo del viñedo ha falle cido, y está tendido en medio del
campo, debajo de unas ramas que lo cubren!" El lobo gritó: "¿A qué aguardas entonces, alcahuete vil,
para llevarme allí? ¡Anda!"
Y el zorro se apresuró a guiarle hasta el centro del viñedo, y mostrándole el sitio consabido, le dijo:
"¡Allí es!" Entonces el lobo lanzó un aullido, y de un brinco saltó hacia las ramas, que cedieron a su
peso. Y el lobo rodó hasta el fondo del hoyo. Cuando el zorro vio caer a su enemigo, se sintió tan alegre,
que antes de correr al hoyo para deleitarse con su triunfo, se puso a brincar, y en el límite de la alegría,
recitó para sí estas estrofas:
¡Alégrate, alma mía! ¡Todos mis deseos se han cuplido; el Des tino me sonríe!
¡La arrogancia, la supremacía y toda la gloria de la autoridad, serán mías en el bosque!
Y dando brincos llegó al borde del hoyo, palpitante el corazón ¡Y cuál no sería su júbilo al ver al
lobo llorando por su caída y lamen tándose de su perdición irremediable! Entonces el zorro se puso tam -
bién a llorar y gemir, y el lobo levantó la cabeza y le vió llorar, y le dijo: "¡Oh compañero zorro, qué
bueno eres al llorar así conmigo! IYa sé que algunas veces fui injusto contigo! Pero por favor, déjate
ahora de lágrimas, y corre a avisar a mi esposa y a mis hijos enterán doles del peligro en que estoy y de la
muerte que me amenaza".
Enton ces el zorro le dijo: "¡Ah, malvado! ¿Eres tan estúpido que supones que derramo estas lágrimas
por ti? ¡Desengáñate, miserable! ¡Si lloro, es porque hasta ahora pudieras vivir sin contratiempo, y si me
lamen to tan amargamente es porque esta calamidad no te haya ocurrido an tes! ¡Muere, pues, maldito! ¡Te
prometo mearme en tu tumba, y bailar con todos los zorros sobre la tierra que te cubra!"
Oídas estas palabras, el lobo pensó: "¡No es ésta ocasión de ame nazas, pues es el único que me
puede sacar de aquí!" Y le dijo: "¡Oh compañero! hace un instante me jurabas fidelidad y me dabas
pruebas de mayor sumisión. ¿A qué viene este cambio? Reconozco que te he tratado algo bruscamente;
pero no me guardes rencor, y recuerda lo que dijo el poeta:
¡Siembra generosamente los granos de tu bondad, hasta en los terrenos que te parezcan
estériles? ¡Tarde o temprano, el sembrador ogerá los frutos de su grano, superando a sus
esperanzas!"
Pero el zorro le dijo bruscamente: "¡Oh el más insensato de todos los lobos y de todas las alimañas!
¿Has olvidado lo odioso de tu con ducta? ¿Por qué no practicaste este consejo tan sabio del poeta?:
¡No oprimas, porque toda opresión produce la venganza, y toda injusticia la represalia!
¡Porque si duermes después de la injusticia, el oprimido no duerme más que con un ojo, y
con el otro te acecha sin cesar! ¡Y el ojo de Alah no se cierra nunca!
"¡Y tú me has oprimido bastante tiempo para que ahora tenga derecho a regocijarme con
tus desgracias, y me deleite con tu humillación!"
Entonces el lobo dijo: "¡Oh zorro prudente de ideas fértiles y de ingenio inventivo! Eres superior a
tus palabras, y seguramente no las piensas, pues las dices en broma. ¡Y en verdad, el caso no es para
ello! ¡Te ruego que cojas una soga cualquiera y trates de atar una punta a un árbol para alargarme la otra
punta, y yo treparé por ese medio, y saldré de este hoyo!"
Pero el zorro se echó a reír, y le dijo: "¡Poco a poco, ¡oh lobo! poco a poco! ¡Primero saldrá tu alma
y después tu cuerpo! ¡Y las piedras y guijarros con que van a apedrearte realizarán perfectamente esa
separación! ¡Oh animal grosero, de ideas premiosas y de escaso ingenio! comparo tu suerte con la del
Halcón y la perdiz".
Al oír estas palabras, el lobo exclamó: "¡No entiendo muy bien lo que quieres decirme con eso!"
Entonces el zorro dijo al lobo:
"Sabe, ¡oh lobo! que un día fui a comer algunos granos de uva a una viña. Mientras estaba allí, a la
sombra del follaje, vi precipitarse desde lo alto de los aires un gran halcón sobre una perdiz. Pero la
perdiz logró librarse de las garras del halcón, y corrió rápidamente a meterse en su escondrijo. Entonces
el halcón, que la había perseguido sin poder alcanzarla, se detuvo delante del agujero que servía de
entra da al albergue, y gritó a la perdiz: "¡Loquita que huyes de mí! ¿Igno ras lo mucho que te quiero? El
único motivo que me impulsó a cogerte fué el saber que estás hambrienta, y quería darte el grano que he
juntado para ti: ¡Ven, pues, perdicita gentil, sal de tu albergue sin temor y ven a comer el grano! ¡Y ojalá
te sea muy gustoso, y se alivie tu corazón, perdiz de mis ojos y de mi alma".
Cuando la perdiz oyó este lenguaje, salió confiada de su escondite, pero en seguida el halcón se lanzó
sobre ella, le clavó las terribles garras en las carnes, y de un picotazo la despanzurró. Y la perdiz, antes
de morir, dijo: "¡Oh maldito traidor! ¡Permita Alah que mi carne se convierta en veneno dentro de tu
vientre!"
Y murió. En cuanto al halcón, la devoró en un abrir y cerrar de ojos, pero enseguida le vino el castigo
por la voluntad de Alah; pues apenas llegó la perdiz al vientre del traidor, cuando éste vió que se le caían
todas las plumas, como por efecto de una llama interior, y cayó inanimado al suelo".
"Y tú, ¡oh lobo -prosiguió el zorro- has caído en ese hoyo por haberme dado muy mala vida y haber
humillado mi alma hasta el límite de la humillación!"
Entonces el lobo dijo al zorro: "¡Oh compañero, ayúdame! Da de lado todos esos ejemplos que me
citas, y olvidemos lo pasado. ¡Bien castigado estoy, pues heme aquí en un hoyo, en el cual he caído a
ries go de romperme una pata o estropearme los ojos! ¡Tratemos de salir de este mal paso, pues no
ignoras que la amistad más firme es la que nace después de una desgracia, y que el amigo verdadero está
más cerca del corazón que un hermano! ¡Ayúdame a salir de aquí, y seré para ti el mejor de los amigos y
el más cuerdo de los consejeros!"
Pero el zorro se echó a reír con más ganas, y dijo al lobo: "¡Veo que ignoras las PALABRAS DE LOS
SABIOS!" Y el lobo, pasmado, le pre guntó: "¿Qué palabras y a qué sabios te refieres?" Y el zorro dijo:
"Los sabios, ¡oh lobo maldito! nos enseñan que la gente como tú, la gente que tiene la máscara de la
fealdad, el aspecto grosero y el cuer po mal formado, tiene también el alma tosca y desprovista de
sutileza! ¡Y cuán verdadero es esto en lo que te concierne! Lo que me has dicho acerca de la amistad es
muy exacto; pero ¡cómo te equivocas al que rerlo aplicar a tu alma de traidor! Porque ¡oh estúpido lobo!
si real mente fueses tan fértil en juiciosos consejos, ¿cómo no darías con el medio de salir de ahí?
Y si eres de veras tan poderoso como dices, ¡trata de salvar tu alma de una muerte segura!
¿No recuerdas la...
Historia del médico
"Pero ¿qué médico es ese", gritó el lobo.
Y el zorro dijo:
"Había un aldeano que padecía un gran tumor en la mano dere cha. Y aquello le impedía trabajar. Y
cansado ya de intentar curacio nes, mandó llamar a un hombre al cual se creía versado en las ciencias
médicas. El sabio fué a casa del enfermo, con una venda en un ojo. Y el enfermo le preguntó: "¿Qué
tienes en ese ojo, ¡oh médico!?" Este contestó: "Un tumor que no me deja ver". Entonces el enfermo
exclamó: "¿Tienes ese tumor y no lo curas? ¿Y ahora vienes para curar el mío? ¡Vuelve la espalda, y
enséñame la anchura de tus hombros!"
"Y tú, ¡oh lobo de maldición! ¡antes de pensar en darme consejos y enseñarme ardides, sé lo bastante
listo para librarte de ese hoyo y guardarte de lo que te va a llover encima! Y si no, ¡quédate para siem pre
en donde estás!"
Entonces el lobo se echó a llorar, y antes de desesperarse por com pleto, dijo al zorro: "¡Oh
compañero! te ruego que me saques de aquí, acercándote por ejemplo al borde del hoyo y alargándome la
punta del rabo! ¡Y me agarraré a ella y saldré del agujero! ¡Y entonces, prometo ante Alah arrepentirme
de todas mis ferocidades pasadas, y me limaré las garras, y me romperé los dientes, para no sentir la
tentación de atacar a mis vecinos! Después me pondré la ropa tosca de los ascetas y me retiraré a la
soledad para hacer penitencia, sin comer más que hierba ni beber más que agua".
Pero el zorro, lejos de enternecerse, dijo al lobo: "¿Y desde cuándo se puede cambiar tan fácilmente
de naturaleza? Lobo eres, y lobo seguirás siendo, y no he de ser yo quien crea! en tu arrepentimiento. ¡Y
además, muy candoroso tendría yo que ser para confiarte mi cola! ¡Quiero verte morir, porque los sabios
han dicho: "¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica la tierra...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 150ª noche
Ella dijo:
"¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica 'la tierra!"
Al oír estas palabras, el lobo, lleno de rabia y desesperación, se mordió una pata, pero dulcificando
más la voz, dijo: "¡Oh zorro! la raza a que perteneces es famosa entre todos los animales de la tierra, por
sus exquisitos modales, su elocuencia, su sutileza y la dulzura de su temperamento. ¡Termina, pues, este
juego, y recuerda las tradiciones de tu familia!"
Pero el zorro, al oír estas palabras, se echó a reír con tanta gana, que se desmayó. No tardó en volver
en sí, y dijo al lobo: "Ya veo, ¡oh maravilloso bruto! que tu educación está completamente por hacer.
Pero no tengo tiempo para dedicarme a semejante tarea, y me contentaré, antes de que revientes, con
hacer entrar en tus oídos algunas palabras de los sabios. ¡Sabe, pues, que todo tiene remedio, menos la
muerte; que todo puede corromperse, menos el diamante; y por último, que se puede uno librar de todo,
menos del Destino!
"En cuanto a ti, me has hablado hace un momento, según creo, de recompensarme al salir del hoyo y
de otorgarme tu amistad. Sospecho que te pareces a aquella serpiente cuya historia no debes conocer,
dada tu ignorancia". Y como el lobo confesare que la desconocía, el zorro dijo:
"Sabe, ¡oh lobo! que hubo una vez una serpiente que había logra do escaparse de manos de un
titiritero. Y esta serpiente, no acostumbra da a caminar por haber estado tanto tiempo enrollada en un
saco, se arrastraba penosamente por el suelo, y seguramente habría sido aplastada, si un transeúnte
caritativo no la hubiera visto, y creyéndola en ferma, movido de piedad, la cogió y le dió calor. Y lo
primero que hizo la serpiente al recobrar la vida fué buscar el sitio más delicado del cuerpo de su
salvador y clavar en él su diente cargado de veneno. Y el hombre cayó muerto inmediatamente. Ya lo dijo
el poeta:
¡Desconfía y procura huir cuando la víbora se enrosque mimosa mente! ¡Va a estirarse, y su
veneno entrará en tu carne con la muerte!
"Y también, ¡oh lobo! hay estos versos admirables que vienen muy bien al caso:
¡Cuando un niño haya sido cariñoso contigo y tú le trates mal, no te asombre que te guarde
rencor en el fondo del hígado, ni de que se vengue algún día, cuando tenga pelos en el brazo!
"Y yo, maldito lobo, para dar comienzo a tu castigo y hacerte pro bar anticipadamente las delicias que
te aguardan en el fondo de ese hoyo, mientras llega la ocasión de regar tu tumba como te he dicho, he aquí
lo que te ofrezco: ¡levanta la cabeza, amigo!"
Y el zorro, volviéndose de espaldas, se apoyó con las patas de atrás en el borde del hoyo, e hizo
llover sobre el hocico del lobo lo su ficiente para ungirle y perfumarle hasta sus últimos momentos.
Y hecho esto, se subió a lo más alto de la escarpa, y empezó a chillar llamando a los amos y a los
guardas, que no tardaron en acudir. Y cuando se acercaron, se ocultó el zorro, pero lo bastante cerca para
ver las piedras enormes que aquéllos tiraban al hoyo y oír los aullidos de agonía de su enemigo el lobo.
Al llegar a este punto, Schehrazada se detuvo un momento para beber un vaso de sorbete que le
alargaba la pequeña Doniazada. El rey Schahriar exclamó: "¡Ardía en impaciencia por saber la muerte
del lobo! ¡Ahora que ya ocurrió, quisiera oírte contar algo sobre la inge nua e irreflexiva confianza y sus
consecuencias!"
Y Schehrazada dijo: "¡Escucho y obedezco!"
Cuento del ratón y la comadreja
Había una mujer cuyo oficio no era otro que descortezar sésamo. Y un día le llevaron una medida de
sésamo de primera calidad, dicién dole: "¡El médico ha mandado a un enfermo que se alimento
exclusivamente con sésamo! Y te lo traemos para que lo limpies y mondes con cuidado".
La mujer lo cogió, puso en seguida manos a la obra, y al acabar el día lo había limpiado y mondado
completamente. ¡Y daba gusto ver aquel sésamo tan blanco! Así es que una comadreja que andaba por allí
se vió tentadísima, y llegada la noche, se dedicó a transportarlo desde la bandeja en que estaba a su
madriguera. Y tan bien lo hizo, que por la mañana no quedaba en la bandeja más que una cantidad muy
pequeña de sésamo.
Y oculta la comadreja, pudo juzgar el asombro y la ira de la mon dadora al ver aquella bandeja casi
limpia del contenido. Y la oyó ex clamar: "¡Ah, si pudiera dar con el ladrón! No pueden ser más que esos
malditos ratones que infectan la casa desde que se murió el gato! ¡Como pillase a uno, le haría pagar las
culpas de todos los otros!"
Cuando la comadreja oyó estas palabras, se dijo: "Es necesario, para resguardarme de la venganza de
esta mujer, tener que confirmar sus sospechas, en cuanto atañe a los ratones. ¡Si no, puede que la to mara
conmigo y me rompiera los huesos!"
Y enseguida fué a buscar al ratón, y le dijo: "¡Oh hermano! ¡Todo vecino se debe a su vecino! ¡No hay
nada tan antipático como un vecino egoísta que no guarda atención alguna a los que viven a su lado y no
les envía nada de los platos exquisitos que las hembras de la casa han guisado, ni de los dulces y pasteles
preparados en las grandes festividades!"
Y el ratón contestó: "¡Cuán verdad es todo eso, buena amiga! ¡Por eso, aunque haga pocos días que
estés aquí, me congratulo tanto de las buenas intenciones que manifiestas! ¡Plegue a Alah que todos los
vecinos sean tan buenos y tan simpáticos como tú! Pero ¿qué tienes que anunciarme?" La co madreja dijo:
"La buena mujer que vive en esta casa ha recibido una medida de sésamo fresco muy apetitoso. Se lo han
comido hasta hartarse entre ella y sus hijos, y sólo han dejado un puñado. Por eso vengo a avisártelo;
prefiero mil veces que lo aproveches tú, a que se los coman los glotones de sus parientes".
Oídas estas palabras, el ratón se alegró tanto, que empezó a dar brincos y a mover la cola. Y sin
tomarse tiempo para reflexionar, ni advertir el aspecto hipócrita de la comadreja, ni fijarse en la mujer
que acechaba, ni preguntarse siquiera qué móvil podía impulsar a la comadreja a semejante acto de
generosidad, corrió locamente y se precipitó en medio de la bandeja, en donde brillaba el sésamo
esplendente y mondado.
Y se llenó glotonamente la boca. ¡Pero en aquel instate salió la mujer de detrás de la puerta, y de un
palo hendió la cabeza del ratón!
¡Y así el pobre ratón, por su imprudente confianza, pagó con la vida las culpas ajenas!
Al oír estas palabras, el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehraza da! ¡Qué lección de prudencia hay en
ese cuento! ¡Si lo hubiera sabido antes, me habría guardado muy bien de poner una confianza sin límites
en mi esposa, aquella libertina a quien maté con mis propias manos, y no hubiese creído en los
miserables eunucos negros que ayudaron a la traidora.
¿Sabes por ventura alguna historia referente a la fiel amistad?" Y Schehrazada dijo:
Cuento del cuervo y el gato de Algalia
He llegado a saber que un cuervo y un gato de Algalia habían trabado una firme amistad y se pasaban
las horas retozando y jugando a varios juegos. Y un día que hablaban de cosas realmente interesantes,
pues no hacían caso de lo que pasaba a su alrededor, fueron devueltos a la réalidad por el rugido
espantoso de un tigre, que resonaba en el bosque.
Inmediatamente, el cuervo, que estaba en el tronco de un árbol al lado de su amigo, se apresuró a
ganar las ramas altas. En cuanto al gato, de espantado no sabía dónde ocultarse, pues ignoraba el sitio de
donde acababa de salir el rugido del tigre.
En tal perplejidad, dijo al cuervo: "¿Qué haré, amigo mío? Dime si puedes indicarme algún medio o
si puedes prestarme algún socorro eficaz". El cuervo respondió: "¿Qué no haría yo por ti, buen amigo?
Estoy dispuesto a afrontarlo todo para sacarte de apuros; pero antes de acudir en tu socorro, déjame
recor darte lo que dijo el poeta:
¡La verdadera amistad es la que nos impulsó a arrojarnos al peligro para salvar al objeto
amado, arriesgándonos a sucumbir!
¡Es la que nos hace abandonar bienes, padres y família, para ayudar al hermano de nuestra
amistad!"
Enseguida el cuervo se apresuró a volar hacia un rebaño que pasaba por allí, guardado por enormes
perros, más imponentes que leones. Y se fué derecho a uno de los perros, se precipitó sobre su cabeza y
le dió un fuerte picotazo. Después se lanzó sobre otro perro e hizo lo mismo; y habiendo excitado así a
todos los perros, echó a volar a una altura suficiente para que le fueran persiguiendo, pero sin que le
alcanzaran sus dientes. Y graznaba a toda voz, como para mofarse de ellos. De modo que los perros le
fueron siguiendo cada vez más furiosos, hasta que los atrajo hacia el centro del bosque. Y cuando los
ladridos hubieron resonado en todo el bosque, el cuervo supuso que el tigre, es pantado, había debido
huir; entonces el cuervo se remontó cuanto pudo, y habiéndolo perdido de vista los perros, regresaron al
rebaño. El cuervo fué a buscar a su amigo el gato, al cual había salvado de aquel peligro, y vivió con él
en paz y felicidad.
Y ahora deseo contarte, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Scheh razada- la historia del cuervo y el zorro.
Cuento del cuervo y el zorro
Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas fechorías, se había retirado
al fondo de un monte abundante en caza, llevándose consigo a su esposa. Y siguió haciendo tanto des trozo
que acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de hambre, empezó por comerse a
sus propios hijos y por es trangular una noche traidoramente a su esposa, a la cual devoró en un momento.
Y hecho esto no le quedó nada a qué hincar el diente.
Era demasiado viejo para cambiar de residencia y no era bastante ágil para cazar liebres y coger al
vuelo las perdices. Mientras estaba absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del
hocico, vió posarse en la copa de un árbol a un cuervo que parecía muy can sado.
Y enseguida pensó: "¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi felicidad! ¡Tiene buenas alas
que le permiten hacer lo que no pueden mis patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me
haría compañía en esta soledad que empieza a serme tan pesada!" Y pensado y hecho, avanzó hasta el pie
del árbol en que estaba posado el cuervo, y después de las zalemas acostumbradas, le dijo: "¡Oh mi
vecino! ¡No ignoras que todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino! ¡El de ser musulmán y el
de ser su vecino! ¡Reconozco en t i esos dos méritos, y me siento conmovido por la atracción invencible
le tu gentileza y por las buenas disposiciones de amistad fraternal que te supongo!
Y tú, ¡oh buen cuervo! ¿qué sientes hacia mí?"
Al oír estas palabras, el cuervo se echó a reír de tan buena gana que le faltó poco para caerse del
árbol. Después dijo: "¡No puedo ocul tarte que es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa
amistad insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo estuvo en la punta de tu
lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de
los animales y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan elocuente, ¿sabrías
decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de ser de los que comen y los de mi raza los comidos?
¿Te asombras? ¡Pues ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro! ¡viejo malicioso, vuelve a guardar todas
esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una amistad respecto a la cual no me has dado
pruebas!"
Entonces el zorro exclamó: "¡Oh cuervo juicioso, cuán perfecta mente razonas! Pero sabe que nada es
imposible para Aquel que formó los corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso
sentimiento hacia ti.
¡Y para demostrarte que individuos de distinta raza pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas
que con tanta razón me reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he llegado a saber,
la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres escucharla!"
El cuervo repuso: "Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy a oír esa historia de la pulga y el
ratón, que desconozco".
Y el zorro la narró de este modo:
"¡Oh amigo, lleno de gentileza! los sabios versados en los libros antiguos y modernos nos cuentan que
una pulga y un ratón fueron a vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué más de su
agrado.
"Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre agria del gato de la casa, saltó a la
cama donde estaba tendida la esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por debajo de la
camisa para llegar a los muslos, y desde allí brincó hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio
más delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy suave, muy blanco y liso a pedir
de boca: No tenía ni arrugas ni pelos indiscretos. ¡Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario! Y fué el
caso que la pulga se encastilló en aquel paraje y se puso a chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta
llegar a la hartura. Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer se despertó al sentir
la picadura, y llevó la mano velozmente al sitio picado, y habría aplastado a la pulga si ésta no se
hubiese escurrido diestramente por el calzón, corriendo a través de los innu merables pliegues de esa
prenda especial de la mujer, y saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero que
encontró. ¡Esto en cuanto a la pulga!
"En cuanto a la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo acudir a todas las esclavas,
advertidas éstas de la causa del sufrir de su señora, se apresuraron a remangarse los brazos y a buscar la
pul ga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las faldas, otra de la camisa, y otras dos del amplio
calzón, cuyos pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la mujer se hallaba
completamente en cueros, y a la luz de los candelabros se registraba la parte delantera mientras que la
esclava favorita le inspeccionaba minuciosa mente la trasera. ¡Pero ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que
no encontraron nada! ¡Y esto es todo en cuanto a la mujer!"
El cuervo exclamó: "Pero a todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que me hablabas?" El zorro
repuso: "¡Precisamente vamos a ello!"
Y prosiguió de esta manera:
"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 151ª noche
Ella dijo:
"He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la madriguera del ratón; de modo que
cuando el ratón vió entrar a la pulga en su casa se indignó extraordinariamente, y le dijo: "¿Qué vienes a
hacer aquí, ¡oh pulga! ya que no eres de mi especie ni de mi esencia? ¿Qué buscas aquí, ¡oh parásito! del
cual sólo se puede esperar algo desagradable?"
Y la pulga contestó: "¡Oh ratón hospitalario entre los ratones! sabe que si he invadido tan
indiscretamente tu domi cilio, ha sido contra mi voluntad, pues lo he hecho para librarme de la muerte con
que me amenazaba la dueña de esta casa. ¡Y todo por un poco de sangre que le he chupado! ¡Verdad es
que era de primera calidad, suave, tibia y de maravillosa digestión!
Vengo, pues, a ti, con fiada en tu bondad, para rogarte que me tengas en tu casa hasta que haya pasado
el peligro. Lejos de atormentarte y obligarte a huir de tu domiclio, te demostraré una gratitud tan
señalada, que darás las gra cias a Alah por haberme admitido en tu compañía". Entonces, conven cido el
ratón por el acento sincero de la pulga; dijo: "Si realmente es así, ¡oh pulga! puedes compartir mi
albergue y vivir aquí tranquila. ¡Serás mi compañera en la próspera y adversa fortuna! ¡Y en cuanto a la
sangre bebida en el muslo de la mujer, no te apures! ¡Digiérela gozosamente en la paz de tu corazón y con
delicia! ¡Cada cual encuen tra su alimento donde puede, y nada hay en ello de reprensible; y si Alah nos
ha dado la vida, no ha sido para que nos dejemos morir de hambre ni de sed! Y a este propósito, he aquí
los versos que oí recitar un día por las calles a un santón:
¡Nada tengo en la tierra que me sujete: ni muebles, ni esposa que me gruña, ni casa! ¡Oh
corazón mío, cuán libre estás!
¡Un pedazo de pan, un sorbo de agua y un poco de sal bastan para mi alimento, pues estoy
completamente solo! ¡Un raído ropón me sirve de traje, y aún me sobra!
¡Tomo el pan donde lo encuentro, y acato el destino conforme viene! ¡Nada me pueden
quitar! ¡Lo que cojo a los demás para vivir es lo que les sobra! ¡Corazón mío, cuán libre estás!
"Cuando la pulga oyó este discurso del ratón, se sintió muy con movida; y le dijo: "¡Oh ratón, hermano
mío, qué vida tan deliciosa vamos a pasar juntos! ¡Alah apresure el momento en que pueda agra decer tus
bondades!"
"Y el tal momento no tardó en llegar. Efectivamente, la misma noche, el ratón, que había ido a dar una
vuelta por la casa del mer cader, oyó un rumor metálico, y sorprendió al mercader que contaba uno por
uno los numerosos dinares guardados en un saquito, y cuando hubo echado la cuenta, los escondió bajo la
almohada, se tumbó en la cama, y se durmió.
Entonces el ratón fué a buscar a la pulga, le contó lo que acababa de ver, y le dijo: "Ha llegado la
ocasión de que me ayudes a transportar esos dinares de oro desde la cama del mercader hasta mi
albergue".
Al oír estas palabras, la pulga estuvo a punto de desmayarse de emoción, por lo exorbitante que le
pareció todo aquello, y exclamó con tristeza: "No debes pensar en eso, ¡oh ratón! ¿Cómo he de llevar yo
a cuestas un dinar, cuando mil pulgas juntas no podrían ni siquiera moverlo? En cambio puedo ayudarte
de otro modo, pues tan pulga como me ves, me encargo de sacar al mercader de su habitación
ahuyentándole de la casa; y entonces serás el amo del terreno, y sin apresurarte y a tu gusto podrás
transportar los dinares a tu madriguera".
El ratón exclamó: "¡Eres en verdad una pulga excelente, y no había caído en ello hasta ahora! ¡Mi
madriguera es lo suficientemente grande para encerrar todo el oro, y he abierto setenta puertas para poder
salir en el caso de que quisieran emparedarme en ella! ¡Date prisa a ejecutar lo que has ofre cido!"
"Entonces la pulga, dando brincos, saltó a la cama en que dormía el mercader, fué rectamente hacia
las posaderas, y en ellas le picó como nunca había picado pulga alguna en trasero humano. El mercader,
al sentir la picadura y el agudísimo dolor que le produjo, se levantó rápidamente, llevándose la mano al
honroso sitio, del cual ya se había apresurado a alejarse la pulga. Y el mercader empezó a lanzar mil
maldiciones, que resonaban en el vacío de la casa silenciosa. Después de dar mil vueltas, trató de
volverse a dormir. ¡Pero no contaba con su enemigo! En vista de que el mercader se empeñaba en seguir
acostado, la pulga volvió a la carga más enfurecida que antes, y esta vez le picó con todas sus fuerzas en
el sensible lugar que se llama perineo.
"Entonces el mercader, sobresaltado y rugiendo, rechazó las mantas y las ropas, y bajó corriendo al
lugar donde estaba el pozo, y allí se remojó insistentemente con agua fría, a fin de calmar el escozor. Y ya
no quiso volver a su alcoba, sino que se echó en un banco del patio para pasar el resto de la noche.
"De esta suerte el ratón pudo transportar a su madriguera sin nin guna dificultad todo el oro del
comerciante, y cuando amaneció ya no quedaba un dinar en el saco.
"¡Y de este modo, supo agradecer la pulga la hospitalidad del ra tón, recompensándole con creces!
"Y tú, amigo cuervo -prosiguió el zorro-, espero que pronto ve rás mi abnegación en cambio del pacto
de amistad que sellemos".
Pero el cuervo dijo: Verdaderamente, ¡oh mi señor zorro! tu his toria no me ha convencido ni mucho
menos. Al cabo y al fin cada cual puede libremente hacer o dejar de hacer el bien, sobre todo cuando este
bien amenaza convertirse en causa de varias calamidades. Y éste es el caso presente. Hace mucho tiempo
que eres famoso por tus perfidias y por el incumplimiento de la palabra empeñada. ¿Cómo ha de inspi -
rarme ninguna confianza un ser como tú, de mala fe, y que ha sabido úl timamente traicionar y hacer
perecer a su primo el lobo? Porque ¡oh traidor entre los traidores! estoy bien enterado de esa fechoría
tuya cuyo relato es sabido a toda la gente animal.
¡De modo que si te prestaste a sa crificar a uno que si no era de tu especie era de tu raza, si lo has
traicio nado después de tratarle como amigo tanto tiempo y de adularle de mil maneras, es seguro que
para ti será un juego la perdición de cualquier otro animal que sea de raza diferente de la tuya!
Esto me recuerda una historia muy aplicable al caso".
El zorro preguntó: "¿Qué historia?"
Y el cuervo dijo: "¡La del buitre!" Entonces exclamó el zorro: "No co nozco nada de esa historia del
buitre. ¡Cuéntamela!"
Y el cuervo habló de este modo:
"Había un buitre cuya tiranía sobrepasaba todos los límites cono cidos. No se sabía de ave alguna, ni
chica ni grande, que estuviese libre de sus vejaciones. Había sembrado el terror entre todos los lobos del
aire y de la tierra, y de tal modo se le temía, que las alimañas más feroces, al verle llegar, soltaban lo que
tuvieran y huían espantadas de su pico formidable y de sus plumas erizadas. Pero llegó un tiempo en que
los años, acumulados sobre su cabeza, se la desplumaron del todo, le gastaron las garras y le hicieron
caer a pedazos las quijadas amena zadoras. La intemperie ayudó también a dejarle el cuerpo baldado y las
alas sin virtud. Entonces se convirtió en tal objeto de lástima, que sus antiguos enemigos no quisieron
devolverle sus tiranías y sólo lo trataron con desprecio. ¡Y para comer tenía que contentarse con las
sobras que dejaban las aves y los animales!
"Y he aquí, ¡oh zorro! que tú has perdido ahora tus fuerzas, pero te queda aún la alevosía.
Quieres, viejo e imposibilitado como estás, aliarte conmigo que, gracias a la bondad del Hacedor,
conservo intacto el empuje de mis alas, lo agudo de mi vista y lo acerado de mi pico: ¡No quieras hacer
conmigo lo que hizo el gorrión!"
Pero el zorro, lleno de asombro, preguntó: "¿De qué gorrión hablas?"
Y el cuervo dijo:
"He llegado a saber que un gorrión habitaba un prado en el cual pacía un rebaño de corderos. Rayaba
la tierra con el pico, siguiendo a los carneros, cuando de pronto vió que un águila enorme se precipita ba
sobre un corderillo, se lo llevaba en las garras y desaparecía con él a lo lejos.
El gorrión sintiéndose acometido de una extrema arrogancia, extendió las alas poseído de vanidad, y
dijo para sí: "También yo sé volar, y por lo tanto podré arrebatar un carnero de los más grandes".
inmediatamente eligió el carnero más gordo que pudo hallar entre to dos: tenía una lana abundante y añeja,
y por debajo del vientre, empa pada con los orines de por la noche, no era más que una masa pegajosa y
putrefacta.
El gorrión se lanzó sobre el lomo del carnero, y quiso llevárselo. Pero al primer impulso, las patas se
le quedaron enredadas en las vedijas de lana, y entonces él fué el que quedó prisionero.
Acudió el pastor, se apoderó de él, le arrancó las plumas de las alas, y atándole una pata con un
bramante, se lo dió a sus hijos para que jugasen con él, y les dijo: "¡Mirad bien este pájaro! Ha querido,
por desgracia suya, ha bérselas con quien es más fuerte que él, ¡ y por eso ha sido castigado con la
esclavitud!"
"Y tú, ¡oh zorro inválido! quieres compararte conmigo, pues tienes la audacia de proponerme tu
alianza. ¡Vamos, viejo taimado, vuelve las espaldas enseguida!"
Comprendió el zorro entonces que era inútil querer engañar a un individuo tan listo como el cuervo. Y
dominado por la rabia, empezó a rechinar tan de recio las mandíbulas, que se rompió un diente. Y el
cuervo, burlonamente, dijo: "¡Siento de veras que te hayas roto un diente por mi negativa!"
Pero el zorro le miró con un respeto sin límites, y le dijo: "No es por tu negativa por lo que se me ha
roto el diente, sino por la vergüenza de haber dado con uno más listo que yo!"
Y dichas estas palabras, el zorro se apresuró a largarse para ir a esconderse.
Y tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la historia del zorro y el cuervo. Acaso haya
sido un poco larga; pero ahora me propongo, si Alah me otorga vida hasta mañana, y tienes gusto en ello,
contarte la historia de la bella Schamsennahar con el príncipe Alí ben-Bekar.
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! no creas que me hayan aburrido las historias de los
animales y las aves, ni que me hayan parecido largas, pues me han encantado. ¡Y si supieras otras, me
agra daría oírlas, aunque sólo fuese por lo que me podrían aprovechar!
¡Y ya que me anuncias una historia, que por el título me parece completamente admirable, estoy
dispuesto a oírla!"
En aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y rogó al rey que aguardara hasta el día
siguiente.
Historia de Ali Ben-Bekar y la bella Schamsennahar
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! Que había en Bagdad, durante el reinado que transcurrió del
califa Harún Al-Raschid, un joven mercader muy bien formado y muy rico que se llamaba Abalhassan
ben-Taher. Era seguramente el más hermoso y afable y el más rica mente vestido de todos los mercaderes
del Gran Zoco. Así es que había sido elegido por el jefe de los eunucos de palacio para proveer a las fa -
voritas de todas las cosas, telas o pedrerías que pudieran necesitar. Y tales damas se atenían ciegamente
a su buen gusto y sobre todo a su discreción, muchas veces puesta a prueba en los encargos que le hacían.
Nunca dejaba de servir toda clase de refrescos a los eunucos que iban a hacerle los encargos, ni olvidaba
obsequiarles con un regalo adecua do al puesto que ocupaban cerca de sus dueñas.
Así es que el joven Abalhassan era adorado de todas las mujeres y de todos los esclavos del palacio,
y de tal modo le apreciaban, que el mismo califa acabó por notarlo. Y apenas le vió, le apreció también
por sus buenos modales y la hermosura agradable y sencilla. Le dió libre entrada en el palacio a todas
horas del día o de la noche; y como el joven Abalhassan unía a sus cualidades el don del canto y la
poesía, el califa, que no encon traba quien superase la hermosa voz y bella dicción de este poeta, le
mandaba con frecuencia acompañarle a comer a fin de que improvisase versos de perfecto ritmo.
De suerte que la tienda de Abalhassan era la más conocida de cuantos jóvenes había en Bagdad, hijos
de emires o notables, y asimismo la conocían las mujeres de nobles dignatarios y chambelanes.
Uno de los más asiduos concurrentes a la tienda era un joven que se había hecho muy amigo de
Abalhassan, por lo hermoso y atrayente que era. Se llamaba Alí Ben-Bekar, y descendía de los antiguos
reyes de Persia. Su apostura encantaba, sus mejillas estaban sonrosadas y fres cas, las cejas perfectamente
trazadas, la dentadura sonriente y el habla deliciosa.
Un día que el príncipe Alí ben-Bekar estaba sentado en la tienda al lado de su amigo Abalhassan ben-
Taher y ambos conversaban y reían, vieron llegar a diez muchachas, hermosas como lunas, y escoltando a
una joven montada en una mula que llevaba jaeces de brocado y estribos de oro.
Esta joven iba tapada con un izar de seda de color de rosa, sujeto a la cintura con un cinturón bordado
de oro de cinco dedos de ancho, incrustrado de grandes perlas y pedrería. Su rostro lo cubría un velillo
transparente, ¡y sus ojos irradiaban espléndidos a través del ve lillo! La piel de sus manos era tan suave
como la misma seda, y sus dedos cargados de diamantes, parecían así más bien formados. Su talle y sus
formas podían adivinarse como maravillosos, a pesar de lo poco que de ellos se podía ver.
Cuando la comitiva llegó a la puerta de la tienda descabalgó la jo ven, apoyándose en los hombros de
las esclavas. Entró en la tienda, deseó la paz a Abalhassan, que le devolvió el saludo con el más pro -
fundo respeto, y se apresuró a arreglar los almohadones y el diván para invitarla a sentarse. Después se
retiró unos pocos pasos para esperar sus órdenes. Y la joven se puso a elegir pausadamente unas telas de
fondo de oro, algunos objetos de orfebrería y varios frascos de esencia de rosas. Y como no temía que la
molestasen en casa de Abalhassan, se levantó un momento el velillo de la cara, y brilló sin ningún
obstáculo toda su belleza.
Apenas el joven príncipe Alí ben-Bekar vió aquel semblante tan hermoso, quedó pasmado de
admiración, y una pasión inmensa se en cendió en el fondo de su hígado. Después, discretamente, hizo
ademán de alejarse, y entonces la hermosa joven, que se había fijado en él y también se había sentido
conmovida, dijo a Abalhassan con una voz admirable: "No quiero ser causante de que se vayan tus
parroquianos. ¡Invita a ese joven a quedarse!" Y sonrió admirablemente.
Al oír estas palabras, el príncipe Alí ben-Bekar llegó al límite de la alegría, y no queriendo ser
menos galante, dijo a la joven: "¡Por Alah! ¡Oh señora mía! si me alejaba no era sólo por temor de ser
importuno, sino porque al verte pensé en estos versos del poeta:
"¡Oh tú, que miras al sol! ¿No ves que habita en alturas que ninguna mirada humana podrá
medir?
¿Piensas poder alcanzarlo sin alas o crees ¡oh candoroso! Que va a bajar hasta ti? "
Cuando la joven oyó esta estrofa, recitada con amargo tono, que dó impresionada por el sentimiento
que en ella había, y le sedujo el aspecto de su enamorado. 'Le dirigió sonriente una larga mirada, hizo una
seña al mercader para que se acercase, y le preguntó a media voz: "Abalhassan, ¿quién es ese joven, y de
dónde viene?"
El otro contestó: "Es el príncipe Alí ben-Bekar, descendiente de los reyes de Persia. Tan noble como
hermoso. Y es mi mejor amigo".
"Verdaderamente gentil -repuso la joven-. Y no te asombre, j oh Abalhassan! que poco des pués de
marcharme veas llegar a una de mis esclavas, para invitaros a los dos a venir a verme. Porque quisiera
demostrarle que hay en Bagdad palacios más hermosos, mujeres más bellas y almas más expertas que en
la corte de los reyes de Persia".
Y Abalhassan, que necesitaba poco para entender las cosas, se inclinó y dijo: "¡Sobre mi cabeza y
sobre mis ojos!"
Entonces la joven se echó de nuevo el velillo a la cara y salió, dejando en pos de sí el sutil perfume
de la ropa guardada entre jazmín y sándalo.
Y Alí ben-Bekar, después de salir la joven, permaneció un buen rato sin saber lo que decía, hasta el
punto de que Abalhassan tuvo que advertirle que los parroquianos notaban su agitación y empezaban a
extrañarla.
Y Àlí ben-Bekar respondió: "¡Oh Ben-taher! ¿Cómo no he de estar agitado, si el alma quiere
escapárseme del cuerpo para unirse a esa luna que ha rendido mi corazón y lo ha hecho entregarse sin
con sultar a la razón?"
Después añadió: "¡Oh Ben-Taher! ¡Por favor! ¿Quién es esa joven a quien pareces conocer?
¡Apresúrate a decírme lo!"
Y Abalhassan respondió: "¡Es la favorita predilecta del Emir de los Creyentes! ¡Se llama
Schamsennahar
[98]!
El califa la trata con con sideraciones que apenas se otorgan a la misma Sett Zobeida, su legítima
esposa. Tiene un palacio propio, en el que manda como dueña abso luta, sin que la vigilen los eunucos,
pues el califa tiene en ella una con fianza ilimitada. Y lleva razón al obrar de este modo, pues siendo la
más hermosa de todas las mujeres del palacio, es la que da menos que hablar con guiños de ojos a los
esclavos y eunucos".
Apenas acababa Abalhassan de dar estas explicaciones a su ami go Alí ben-Bekar, cuando entró una
esclava jovencita que, aproximán dose a Abalhassan, le dijo al oído: "¡Mi señora Schamsennahar os lla -
ma a ti y a tu amigo!" Y enseguida Abalhassan se levantó, hizo seña a Alí ben-Bekar, y después de cerrar
la puerta de la tienda siguieron a la esclava, que los guió al palacio de Harún Al-Raschid.
Y entonces el príncipe Alí se creyó transportado a la misma morada de los genios, donde todas las
cosas son tan bellas que la lengua del hombre criaría pelos antes de poder describirlas. Pero la esclava.
sin darles tiempo a expresar su encanto, dió unas palmadas y apareció una negra, cargada con una gran
bandeja cubierta de man jares y frutas, y la colocó en un taburete. Sólo el perfume que exhala ban era ya un
admirable bálsamo para la nariz y el corazón.
La esclava se puso a servirlos con extremada consideración, y cuando estuvieron ahitos, les presentó
una jofaina y una vasija de oro llena de agua per fumada para que se lavasen las manos; luego les presentó
un jarro maravilloso incrustado de rubíes y diamantes y lleno de agua de rosas, les echó en una y en otra
mano para la barba y el rostro, y después les llevó perfume de áloe en una cazoleta de oro, y les perfumó
el traje, según costumbre. Y hecho esto, abrió una puerta y les rogó que la siguieran. Y los introdujo en un
salón de una arquitectura deslum brante.
Hallábase coronado por una cúpula sostenida por ochenta colum nas del mármol más transparente y
más puro; las bases y capiteles estaban esculpidos con arte exquisito y adornados con aves de oro y ani -
males de cuatro pies. Y la cúpula tenía pintados sobre fondo de oro unos dibujos coloreados y como
vivientes, que representaban los mismos adornos que los de la gran alfombra que cubría la sala. En los
espacios que quedaban entre las columnas, había grandes jarrones con flores, o sencillamente unas
grandes ánforas, hermosas con su propia belleza y su carne de jaspe, ágata o cristal. Y aquella sala daba
a un jardín, cuya entrada reproducía, con guijarros de colores, los mismos dibujos de la alfombra; de
modo que la cúpula, el salón y el jardín se continuaban bajo el cielo tranquilo y azul.
Y mientras el príncipe Alí ben-Bekar y Abalhassan admiraban esta delicada combinación, vieron
sentadas en corro, con los pechos turgentes, los ojos negros y las mejillas sonrosadas, diez muchachas
que te nían cada una en la mano un instrumento de cuerda.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 153ª noche
Ella dijo:
Y a una señal de la esclava favorita, aquellas jóvenes tocaron a un tiempo un preludio dulcísimo. Y el
príncipe Alí, cuyo corazón esta ba lleno del recuerdo de Schamsennahar, sintió que los ojos se le llenaban
de lágrimas.
Y dijo a su amigo Abalhassan: "¡Ah, hermano mío, cuán conmovida siento mi alma! ¡Estos acordes
me hablan en un lenguaje que la hace llorar, sin saber a punto fijo por qué!"
Abalhassan dijo: "¡Mi joven señor, tranquiliza tu alma y presta toda tu atención a este concierto, que
promete sea admirable, gracias a la hermosa Scham sennahar, que seguramente llegará pronto!"
Y, en efecto, apenas Abalhassan había pronunciado estas palabras, cuando las diez mujeres se
levantaron a la vez, y unas pulsando las cuerdas, y agitando otras rítmicamente sus panderetillas,
entonaron este canto:
¡Azul, nos miras con sonrisa de felicidad! ¡Y he aquí que la luna le vanta sus lienzos de
nube, para velarse confusa! ¡Y el sol, vencedor, huye también y no brilla!
Y el coro se detuvo aguardando la respuesta, que cantó una de las diez jóvenes:
¡He aquí nuestra luna que avanza! ¡Y viene porque el sol nos ha visitado, un sol juvenil y
principesco, que ha venido a rendir tributo a Schamsennahar!
Entonces el príncipe Alí, que representaba aquel sol, miró a la parte opuesta, y vió acercarse doce
negras jóvenes, que llevaban en hombros un trono de plata maciza, cubierto con un dosel de terciopelo,
y en el cual estaba sentada una joven tapada con un gran velo de seda que flotaba por delante del
trono. Y aquellas negras llevaban el pecho desnudo y las piernas desnudas; y una faja de seda y oro,
ajustada a la cintura, hacía resaltar las opulentas nalgas de las cargadoras. Y cuan do llegaron adonde
estaban las cantarinas, dejaron suavemente en el suelo el trono de plata, y retrocedieron hasta debajo de
los árboles.
Entonces una mano apartó el velo de seda, y brillaron unos ojos en un rostro de luna: era
Schamsennahar.
Llevaba un gran manto azul en fondo de oro, constelado de perlas, diamantes y rubíes, todo ello dee
una calidad y un precio incalculables. Apartadas las cortinas del trono, Schamennahar se despojó
completamente del velo de seda, y miró son riendo al príncipe Alí, e inclinó levemente la cabeza. Y el
príncipe Alí, suspirando, la miró, y con el lenguaje mudo de los ojos se dijeron en pocos instantes más
cosas de las que hubieran podido decirse en mu cho tiempo.
Schamsennahar pudo por fin separar sus miradas de los ojos de Alí ben-Bekar, para mandar a sus
doncellas que cantaran.
Entonces una de ellas se apresuró a templar el laúd, y cantó:
¡Oh Destino! Cuando dos amantes, atraídos entre sí, se encuen tran dignos el uno del otro y
se unen en un beso, ¿quién tiene la culpa más que tú?
Y la amante dice: ¡Oh corazón mío, dame otro beso! ¡Te lo volveré con el mismo calor que
tenga el tuyo! ¡Y si quisieras que tuviera más calor, cuán fácil me sería complacerte!
Entonces Schamsennahar y Alí ben-Bekar suspiraron; y otra joven cantó, obedeciendo a una seña de
la hermosa favorita:
¡Oh muy amado! ¡Luz que iluminas el espácio en que están las flores, como los ojos del muy
amado!
¡Oh carne que filtras la bebida de mis labios,oh carne tan dulce para mis labios!
¡Oh muy amada! Cuando te encontré la Belleza me detuvo para decirme entusiasmada:
¡Helo aquí! ¡Ha sido modelado por dedos divinos! ¡Es una carícia, es como un bordado
magnífico!
Al oír estos versos, el príncipe Alí ben-Bekar y la hermosa Scham sennahar se miraron largo rato,
pero ya una tercera cantarina decía:
¡Las horas dichosas, ¡oh jóvenes! corren como el agua, rápidas como el agua! ¡Creedme,
enamorados, no aguardéis más!
¡Aprovechad la dicha! ¡Sus promesas son fugaces! I Aprovechad la belleza de vuestros años
y el momento que os une!
Cuando la cantarina hubo acabado su estrofa, el príncipe Alí ex haló un prolongado suspiro, y sin
poder reprimir por más tiempo su emoción, rompió en sollozos. Schamsennahar, que no estaba menos
conmovida, se echó a llorar también, y no pudiendo sobreponerse a su pasión, se levantó del trono y se
dirigió hacia la puerta de la sala.
In mediatamente Alí ben-Bekar corrió en la misma dirección, y al llegar detrás del cortinaje que
cubría la puerta se encontró con su amada. Fué tan grande su emoción al besarse y tan intenso su delirio,
que se desmayaron uno en brazos de otro; y seguramente se habrían caído al suelo si no los hubiesen
sostenido las doncellas que habían seguido a cierta distancia a su ama.
Las esclavas se apresuraron a llevarlos a un diván, donde les hicieron volver en sí a fuerza de
rociarlos con agua y flores y con perfumes vivificantes.
Y Schamsennahar, al volver en sí, sonrió dichosa al ver a su amigo Alí ben-Bekar; pero como no
viese a Abalhassan ben-Taher, preguntó ansiosamente por él.
Y Abalhassan, por discreción, se había retirado de allí temiendo las consecuencias desagradables
que pudiese tener aquella aventura si llegaba a divulgarse por el palacio. Pero en cuanto se enteró de que
la favorita preguntaba por él, avanzó respetuosamente y se inclinó ante ella.
Y Schamsennahar dijo: "¡Oh Abalhassan! ¿cómo podré agradecerte tus buenos oficios? ¡Gracias a ti
he conocido lo más digno de ser amado que hay entre las criaturas, y he gozado unos instantes
incomparables en que el alma se llena de felicidad! ¡Sabe, oh Ben-Taher, que Schamsennahar no será
ingrata!"
Y Abalhassan se inclinó profundamente ante la favorita, pidiendo a Alah que le conce diese todos los
deseos que pudiera sentir su alma.
Entonces Schamsennahar se volvió hacia su amigo Alí ben-Bekar, y le dijo: "¡Oh mi señor! ya no
dudo de tu cariño, aunque el mío supere a todo lo que puedas sentir hacia mí! Pero ¡ay! ¡El Destino es
muy cruel al tenerme sujeta a este palacio, y no serme posible dar entera satisfacción a mi ternura!"
Alí ben-Bekar contestó: "¡Oh mi señora! ¡tu amor ha penetrado en mí de tal suerte, que forma parte de
mi alma, hasta el punto que después de mi muerte seguirá unido a ella! ¡Cuán desdichados somos al no
podernos amar libremente!"
Y dicho esto, las lágrimas inundaron como una lluvia las mejillas del príncipe Alí y las de
Schamsennahar. Pero Abalhassan se acercó a ellos discretamente, y les dijo: "¡Por Alah! No entiendo
nada de ese llanto, ahora que estáis juntos! ¿Qué sería si estuvierais separados? ¡El momento no es para
estar tristes, sino para alegraros y pasar el tiempo agradablemente!"
Y la bella Schamsennahar, al oír estas palabras de Abalhassan, cuyos consejos estimaba en mucho, se
secó las lágrimas e hizo señas a una de sus esclavas, que salió en seguida, volviendo después con varias
criadas que llevaban grandes bandejas de plata con toda clase de viandas de aspecto tentador. Y
colocadas las bandejas en la alfom bra entre Alí ben-Bekar y Schamsennahar, se alejaron las criadas y
permanecieron inmóviles junto a la puerta.
Entonces Schamsennahar invitó a Abalhassan a sentarse con ellos frente a los platos de oro
cincelado, donde aparecían las frutas redon das y maduras y los sabrosos pasteles. Y con sus propias
manos, la favorita se puso a servirles de cada plato, y colocaba los bocados en los labios de su amigo
Alí ben-Bekar.
Cuando hubieron comido, apre suráronse los criados a llevarse las fuentes de oro, y les presentaron un
jarro de oro fino en una palangana de plata cincelada, y se lavaron las manos con el agua perfumada que
les echaron. Después se sentaron de nuevo, y las esclavas negras les ofrecieron copas de ágata de varios
colores llenas de un vino exquisito, que alegraba los ojos y ensancha ba el alma. Lo bebieron lentamente
mirándose largo rato, y vacías ya las copas, Schamsennahar despidió a todas las esclavas, quedando
sola mente las cantarinas y tañedoras de instrumentos.
Entonces, teniendo deseos de cantar, la favorita mandó a una de las esclavas que preludiase el tono, y
la esclava templó su laúd, y cantó dulcemente:
¡Alma mía, cómo te agotas! ¡Las manos del amor te agitaron en todos los sentidos,
arrojando a todos los vientos tu misterio!
¡Alma mía! ¡Te guardaba delicadamente en mi pecho, y te escapas para correr hacia el que
te hace sufrir!
¡Corred, lágrimas mías! Os escapáis de mis párpados, para correr hacia el cruel!
ILágrimas mías, vosotras estáis enamoradas de mi muy amado!
Entonces Schamsennahar alargó el brazo, llenó una copa, bebió de ella, y luego se la ofreció al
príncipe Alí que bebió también, poniendo los labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su
amiga...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aproximarse la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 154ª noche
Ella dijo:
...y bebió, poniendo los labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su amiga, mientras
las cuerdas de los instrumentos se estremecían amorosamente bajo los dedos de las tañedoras. Y Scham -
sennahar hizo otra seña a una de las cantarinas para que cantase algo. Y la esclava cantó:
¡Mis mejillas están regadas incesantemente por el licor de mis ojos!
¡Las copas en que pongo mis labios se llena con mis lágrimas, más que con el vino del
copero!
¡Por Alah! ¡oh corazón mío, bebe de este licor! ¡Te infundirá mi alma, que se escapa de mis
ojos!
En este momento Schamsennahar se sintió dominada completamente por las notas conmovedoras de
las canciones, y cogiendo un laúd de manos de una de las esclavas entornó los ojos, y con toda el alma
cantó estas estrofas admirables:
¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh hermosura de la gacela joven! ¡Si te alejas, me muero, si te
acercas me embriago! ¡Vivo ardiendo, y gozando me extingo!
¡La olorosa brisa nació del soplo de tu aliento, de tu aliento que embalsama las noches del
desierto y las tíbias noches bajo las palmeras admirables!
¡Oh brisa que estás enamorada de su contacto amado! ¡Tengo celos de ese beso que robas
en el lunar de su barbilla y en el hoyuelo de sus mejillas! ¡Porque tu carícia es tan intensa que
toda su carne se estremese!
¡Jazmines de su vientre bajo el ligerísimo vestido, jazmines de su piel suave y blanca como
una piedra de luna!
¡Saliva de su boca que amo, capullo de sus labios sonrosados! ¡Ah! ¡Las mejillas húmedas y
los ojos cerrados después de los abrazos de amor!
¡Oh corazón mío! ¡Te extravías en los deliciosos repliegues de una carne de pedrería! ¡Ten
cuidado! ¡El amor te acecha, y sus flechas están preparadas
Cuando Alí ben-Bekar y Abalhassân ben-Taher oyeron este canto de Schamsennahar, se sintieron
transportados por el éxtasis; después se estremecieron de placer, y exclamaron: "¡Oh Alah, oh Alah!" Y
rieron y lloraron al mismo tiempo. El príncipe Alí, en el límite de la emoción, cogió un laúd y se lo dió a
Abalhassan, rogándole que le acompañase, pues iba a cantar. Y cerró los ojos, y con la cabeza incli nada
y apoyada en la mano, cantó a media voz al estilo de su país:
¡Escucha, oh copero!
¡Es tan hermoso mi amor, que si yo fuese el amo de todas las ciudades, se las daría en
seguida, por tocar una sola vez con mis labios el lunar de su mejilla ingrata!
¡Su rostro es tan bello, que hasta el lunar le sobra! ¡Porque tiene tal belleza propia, que ni
las rosas ni el terciopelo de un vello juvenil le añadirían nuevo encanto!
Y lo dijo el príncipe Alí ben-Bekar con una voz admirable. Y cuando se extinguía aquel canto, la
esclava favorita acudió trémula y cautelosa y dijo a Schamsennahar: "¡Oh mi señora! Massrur, Afif y
otros eunucos están a la puerta y solicitan hablar contigo".
Al oír estas palabras se alarmaron el príncipe Alí, Abalhassan y todas las esclavas, y hasta temblaron
por su vida. Pero Schamsennahar, la única que conservaba la calma, sonrió tranquilamente y dijo a todos:
"¡No temáis! ¡Y dejadme a mí!" Después ordenó a su confidente: "¡Procura entretener a Massrur, a Afif y
a los demás, diciéndoles que nos den tiempo para recibirlos con arreglo a su categoría!" Y mandó a las
esclavas que cerraran todas las puertas y corrieran cuidadosa mente las cortinas. Hecho esto, invitó al
príncipe y a Abalhassan a que no se moviesen de allí y que nada temieran.
Después salió con sus esclavas por la puerta que daba al jardín, mandándola cerrar detrás de ella, y
fué a sentarse en el trono que había dispuesto que pusieran bajo la sombra de los árboles. Ordenó a una
de las esclavas jóvenes que le diera masaje y a las otras que se apartaran más lejos, mientras enviaba a
una esclava negra para que abriese la puerta y diese entrada a Massrur y a los otros que habían llegado
con él.
Entonces Massrur, Afif y veinte eunucos avanzaron desde lejos encorvados hasta la tierra, con la
espada desnuda en la mano y el talle ceñido por el ancho cinturón, y saludaron a la favorita con las
mayores muestras de respeto.
Y Schamsennahar dijo: "¡Oh Massrur! ¡Alah haga que seas portador de buenas nuevas!"
Y Massrur contestó: "¡Inschala! ¡oh mi señora!" Y acercándose al trono de la favorita, prosiguió: "¡El
Emir de los Creyentes te envía su saludo de paz, y te d¡ce que desea ardientemente verte! ¡Y te hace saber
que este día se le ha anunciado como lleno de alegría y bendito entre todos; y quiere acabarlo junto a ti,
para que sea admirable del todo! ¡Pero antes quisiera saber si prefieres ir a su palacio o recibirle en tu
casa, aquí mismo”.
Oídas estas palabras incorporóse Schamsenmahar, se prosternó y besó la tierra, en señal de que
consideraba como una orden el deseo del califa, y contestó: "¡Soy la esclava sumisa y dichosa del Emir
de los Creyentes! ¡Te ruego, pues, oh Massrur, que digas a nuestro amo lo feliz que soy al recibirle, y que
su venida iluminará este palacio!"
Entonces el jefe de los eunucos y su séquito se apresuraron a retirarse, y Schamsennahar corrió
enseguida al salón en que se hallaba su enamorado, y con lágrimas en los ojos le estrechó contra su pecho
y le besó tiernamente, lo mismo que él a ella; y luego le expresó su pena por despedirse de él antes de lo
que esperaba. Y ambos se echaron a llorar uno en brazos de otro. Y el príncipe Alí pudo por fin decir a
su amada: "¡Oh mi señora! ¡por favor, déjame estrecharte y sentirte junto a mí y gozar de tu contacto
adorable, ya que está próximo el momento de la separación fatal! ¡Conservaré en mi carne este contacto
amado y en mi alma su recuerdo! ¡Será un consuelo en la ausencia y endulzará mi tristeza!" Ella contestó:
"¡Oh Àlí! ¡Por Alah! ¡A mí sola me alcanza la tristeza, pues que me quedo sola en este palacio sin más
que tu recuerdo! ¡Tú tendrás los zocos para distraerte y las jóve nes de la calle! ¡Sus gracias y sus ojos
alargados te harán olvidar a esta desconsolada Schamsennahar, tu enamorada! ¡El tintineo de los
brazaletes de cristal de esas jóvenes disipará hasta las huellas de mi imagen ante tus ojos! ¡Oh amado
mío! ¿Cómo podré resistir los esta llidos de mi dolor, ni reprimir los gritos de mi garganta reemplazán -
dolos con las canciones que me pida el Emir de los Creyentes? ¿Cómo podrá articular mi lengua las
palabras armoniosas? ¿Con qué sonrisa le podré recibir, cuando eres tú sólo el que puede aliviar mi
alma? ¿Qué miradas tan ansiosas no he de fijar en el sitio que ocupaste junto a-mí, ¡oh Alí!? Y sobre
todo, ¿cómo podré, sin que me cueste la vida, llevar a mis labios la copa que me ofrezca el Emir de los
Creyentes? ¡Estoy segura de que, al beberla, una ponzoña implacable correrá por mis venas! Y entonces
¡cuán ligera me será la muerte, oh amado mío!"
En este momento, cuando Abalhassan ben-Taher se disponía a con solarlos, apareció la esclava
confidente para avisar a su ama que se acercaba el califa. Y Schamsennahar, arrasados los ojos en
lágrimas, no tuvo tiempo más que para dar el último beso a su amado, y dijo a la confidente: "¡Llévalos a
la galería que da al Tigris, y cuando la noche esté bien oscura, hazlos salir diestramente por la parte del
río!" Y dichas estas palabras, Schamsennahar reprimió los sollozos que la ahogaban, para correr al
encuentro del califa, que avanzaba por el lado opuesto.
Por su parte, la esclava guió al príncipe Alí y a Abalhassan hacia la galería consabida, y se retiró
después de haber cerrado cuidadosa mente la puerta. Y los dos jóvenes se hallaron en la mayor oscuridad;
pero a los pocos momentos, a través de las ventanas caladas, entró una gran claridad y pudieron
distinguir una comitiva formada por cien jóvenes eunucos que llevaban en las manos antorchas
encendidas; y tras de estos cien eunucos seguían otros cien eunucos viejos que lleva ban en la mano un
alfanje desnudo; y por último, a veinte pasos de ellos avanzaba magnífico, precedido del jefe de los
eunucos y rodeado por veinte esclavas jóvenes, blancas como la luna, el califa Harún Al Raschid.
El califa iba precedido por Massrur; llevaba a la derecha a Afif, segundo jefe de los eunucos, y a la
izquierda al otro segundo jefe, Wassif.
¡Y era, en verdad, arrogante y hermoso por sí mismo y por todo el resplandor que hacia
él proyectaban las antorchas de los escla vos y las pedrerías de las damas! Y así llegó hasta
Schamsennahar, que se había prosternado a sus pies. El Emir se apresuró a ayudarla a levantarse,
tendiéndole una mano, que ella se llevó a los labios.
Después, contentísimo por volverla a ver, le dijo: "¡Oh Schamsennahar, las atenciones de mi reino me
impedían tiempo a descansar mi vista en tu rostro! ¡Pero Alah me ha otorgado esta noche bendita para
regocijar completamente mis ojos con tus encantos!"
Después fué a sentarse en el trono de plata, mientras la favorita se sentaba frente a él, y las otras
veinte mujeres formaban un círculo alrededor de ellos en asientos colocados a igual distancia unos de
otros. Las tañedoras de instrumentos y las cantarinas formaron otro grupo cercano a la favorita, mientras
los eunucos, jóvenes y viejos, se alejaban, según costumbre, hasta llegar junto a los árboles, teniendo
siempre las antorchas encendidas, alumbrando desde lejos, a fin de que el califa pudiera deleitarse
cómodamente con el fresco de la noche.
El emir hizo una seña a las cantarinas, e inmediatamente una de ellas, acompañada por las demás,
entonó estas estrofas, que el califa prefería entre todas las que cantaba, por la belleza de su ritmo y la
rica melodía de los finales:
¡Oh niño! ¡el rocío enamorado de la mañana humedece las flores entreabiertas, y una brisa
del Edén balancea sus tallos! ¡Pero tus ojos...!
¡Tus ojos son el límpido manantial que ha de apagarlargamente la sed que siente el cáliz de
mis lábios! ¡Y tu boca...!
¡Tu boca, oh joven amigo, es la colmena de perlas donde fluyee una miel envidiada por las
abejas!
Y cantadas estas maravillosas estrofas con voz apasionada, la cantarina se calló. Y Schamsennahar
hizo seña a su favorita, que sabía el amor que le había inspirado el príncipe Àlí; y la esclava cantó estos
versos, que se aplicaban perfectamente a los sentimientos de su señora:
¡Cuando la joven beduína encuentra en su camino a un hermoso jinete, sus mejillas se
ponen tan rojas como la flor del laurel que crece en Arabia!
¡Oh joven aventurera! ¡Apaga ese fuego que enciende tus colores! ¡Preserva a tu alma de
una pasión que la consumiría! ¡sigue tranquila en tu desierto, pues el hacer sufrir de amor es
don de los jinetes hermosos!
Cuando la bella Schamsennahar oyó estos versos, sintió una emoción tan viva, que se echó hacia
atrás, y cayó desvanecida entre los brazos de las mujeres que habían acudido en su auxilio.
Y al verlo el príncipe Alí, que miraba la escena tras la ventana, se sintió sobrecogido de un dolor tan
intenso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 155ª noche
Ella dijo:
...Se sintió sobrecogido de un dolor tan intenso, que cayó también desmayado en brazos de su amigo
Abalhassan ben-Taher. Entonces Abalhassan se alarmó mucho por causa del lugar en que se hallaban, y
cuando buscaba un poco de agua entre aquella oscuridad para ro ciarle la cara a su amigo, vió abrirse una
de las puertas de la galería, y apareció la esclava confidente de Schamsennahar, que dijo con voz llena de
susto: "¡Voy a haceros alir, pues se ha armado un alboroto y me temo que haya llegado nuestro día fatal!
¡Seguidme, o démonos por muertos!"
Pero Abalhassan repuso: "¡Oh caritativa joven! Ad vierte el estado en que se halla mi amigo.
¡Acércate y mira!"
Cuando la esclava vió al príncipe Alí desmayado sobre la alfom bra, corrió a una mesa en que se
hallaban varios frascos, cogió uno que contenía agua de flores, y refrescó el rostro del joven, que no
tardó en recobrar el sentido. Entonces Abalhassan lo cogió por los hombros, y la joven por los pies, y
entre los dos lo transportaron fuera de la galería, hasta el pie del palacio, a la orilla del Tigris.
Lo dejaron en un banco, dió unas palmadas la joven, y enseguida apareció por el río una barca con un
solo remero, que se apresuró a atracar. Y sin pronunciar palabra alguna, a una seña de la esclava cogió en
brazos al príncipe Alí y lo llevó a la embarcación, donde se apresuró a saltar Abalhassan. En cuanto a la
esclava, se excusó por no poder acompañar los más lejos, y con voz muy triste les deseó la paz,
regresando en segui da al palacio.
Cuando la barca llegó a la otra orilla, Alí ben-Bekar, ya comple tamente repuesto merced a la frescura
del agua y de la brisa, pudo desembarcar, sostenido por su amigo. Pero pronto tuvo que sentarse en una
piedra, porque sentía que se le iba el alma. Y Abalhassan, no sabiendo ya cómo salir del apuro, le dijo:
"¡Oh amigo mío! cobra ánimos y tranquiliza tu alma, porque realmente este sitio nada tiene de seguro, y
estas orillas están infestadas de bandidos y malhechores. ¡Un poco de aliento nada más, y estaremos
seguros, cerca de aquí, en casa de uno de mis amigos que vive junto a esa luz que ves! “.
Después le dijo: "¡En nombre de Alah!" Y ayudó a su amigo a levantarse, y emprendió con él
lentamente el camino de la casa consabida, a cuya puerta no tardó en llegar. Entonces, a pesar de lo
intempestivo de la hora, llamó a aquella puerta, y enseguida alguien fué a abrir; y apenas se dio a conocer
Abalhassan, fué recibido inmediatamente con gran cordialidad, lo mismo que su amigo. Y pretextó un
motivo cualquiera para explicar su llegada a hora tan irregular. Y en aquella casa, donde la hospitalidad
se practicó según sus más admirables preceptos, pasaron el resto de la noche, sin que se les importunara
con preguntas indiscretas. Y ambos, por su parte, sufrían: Abalhassan porque no estaba acos tumbrado a
dormir fuera de casa y le preocupaban las inquietudes de su familia, y el príncipe Alí porque tenía
delante de los ojos la imagen de Schamsennahar, pálida y desmayada de dolor en brazos de sus
doncellas, a los pies del califa.
De modo que en cuanto amaneció se despidieron de su huésped y marcharon a la ciudad, y no
obstante la dificultad con que andaba Alí ben-Bekar, no tardaron en llegar a la calle en que estaban sus
casas. Pero como la primera a que llegaron era la de Abalhassan, éste invitó a su amigo a descansar en su
casa, no queriendo dejarle solo en estado tan lamentable. Y dijo a su servidumbre que le preparara la
mejor habitación y tendieran en el suelo los magníficos colchones que se conservaban bien enrollados en
las alacenas para aquellos casos. Y el príncipe Alí, tan cansado como si hubiera andado días enteros,
sólo tuvo fuerza para dejarse caer en los colchones, y pudo por fin dormir algunas horas.
Al despertar hizo sus abluciones, cumplió sus deberes del rezo y se vistió, dispuesto a salir; pero
Abalhassan le de tuvo: "¡Oh mi dueño! ¡es preferible que pases el día y la noche en esta casa, y así podré
acompañarte y distraer tus penas!" Y le obligó a quedarse. Llegada la noche, Abalhassan, después de
haber pasado el día departiendo con su amigo, mandó llamar a las cantarinas más afamadas de Bagdad,
pero nada pudo distraer a Alí ben-Bekar de sus tris tes pensamientos; pues al contrario, las cantarinas
sólo consiguieron exas perar su mal y su dolor. Y pasó una noche más mala que las otras; y por la mañana
había empeorado de tal modo, que su amigo Abalhassan ya no no le quiso detener más. Decidiáse, pues, a
acompañarle hasta su casa, después de haberle ayudado a montar en una mula que los esclavos del
príncipe habían traído de la cuadra. Y cuando lo hubo entregado a su servidumbre y estuvo seguro de que
por lo pronto ya no necesitaba de su presencia, se despidió de él con palabras consoladoras, prometién -
dole volver lo antes posible. Después salió de casa y se dirigió al zoco, donde volvió a abrir la tienda,
que había estado cerrada todo aquel tiempo.
Y apenas había acabado de arreglar la tienda y se había sentado para aguardar a los parroquianos,
vió llegar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 156ª noche
Ella dijo:
...y se había sentado para aguardar a los parroquianos, vió lle gar a la joven esclava confidente de
Schamsennahar. Esta le deseó la paz, y Ábalhassam le devolvió el saludo, y notó que su aspecto era muy
triste y preocupado, y que el corazón le debía de latir más de prisa que de costumbre.
Y le dijo: "¡Cuánto celebro que hayas venido ¡oh caritativa joven! ¡Te ruego que me enteres del
estado de tu se ñora!"
Ella contestó: "¡Te suplico que empieces por darme noticias del príncipe Alí, al cual tuve que dejar
de aquella manera!" Y Abal hassam le refirió todo lo que había visto del dolor de su amigo. Y cuando
hubo acabado, la confidente se puso todavía más triste de lo que estaba, y lanzó grandes suspiros, y con
voz conmovida dijo a Abal hassam: "¡Cuán grande es nuestra desdicha! ¡Sabe, ¡oh Ben-Taher! que el
estado de mi pobre señora es más lamentable todavía! Pero voy a contarte lo que ocurrió desde que
saliste con tu amigo, cuando mi señora cayó desmayada a los pies del califa, que, muy afligido, no supo a
qué atribuir tan súbito accidente. ¡He aquí!
"Cuando os dejé bajo la custodia del barquero, volví muy inquieta junto a Schamsennahar, a la cual
encontré todavía desmayada y muy pálida, cayéndole las lágrimas gota a gota por entre su cabellera suel -
ta. El Emir de los Creyentes, en el límite de la aflicción, estaba senta do junto a ella, y a pesar de los
cuidados que le prodigaba, no conse guía que recobrase el sentido. Y todas nosotras sentíamos una
desola ción inmensa; y a las ansiosas preguntas que el califa nos dirigía para saber la causa de aquel mal
tan súbito, no contestábamos más que con lágrimas y echándonos al suelo para besar la tierra entre sus
manos, pero sin revelarle el secreto. Y esta angustia inexpresable se prolongó hasta medianoche.
Entonces, a fuerza de refrescarle las sienes con agua de rosas y agua de flores y de hacerle aire con los
abanicos, tu vimos por fin la alegría de verla volver de su desmayo poco a poco. Pero enseguida rompió
en un torrente de lágrimas, con inmenso asom bro del califa, que acabó por llorar lo mismo que ella. ¡Y
todo aquello era muy triste y muy extraordinario!
"Y cuando el califa vió que podía dirigir la palabra a su favorita, le dijo: "¡Schamsennahar, luz de
mis ojos, dime la causa de tu mal para que pueda consolarte! ¡Mira cómo tu estado me hace sufrir!"
Entonces Schamsennahar hizo un esfuerzo para besar los pies del califa, que no se lo permitió, pues
le cogió las manos y siguió interrogándola con dulzura. Entonces ella le dijo: ¡"Oh Emir de los
Creyentes! ¡ el mal que padezco es pasajero! ¡Lo causan ciertas cosas que he comido durante el día y que
me han sentado mal!"
Y el califa preguntó: "¿Pero qué has comido, joh Schamsennahar!?" Ella dijo: "¡Dos limones ácidos,
seis manzanas agrias, un gran trozo de kenafa; y además, como tenía mucho hambre, un plato de
alfónsigos salados, granos de calabacín y garbanzos confitados con azúcar y recién salidos del
horno!"Entonces el califa exclamó: "¡Oh imprudente Schamsennahar! ¡Me asombras de veras! ¡No dudo
que esas cosas son infinitamente apeteci bles y deliciosas, pero de todos modos, debes moderarte un
poco, e impedir que tu alma se precipite desconsideradamente sobre lo que le gusta!"
Y el califa, que generalmente es tan escaso de palabras y ca ricias para las demás mujeres, siguió
hablando a su favorita con mu chos miramientos, y la veló hasta la mañana. Pero al ver que su estado no
mejoraba mucho, mandó llamar a todos los médicos del palacio y de la ciudad, que, como era natural,
estuvieron muy lejos de adivinar la verdadera enfermedad que padecía mi ama, y cuya agravación era
debi da a lo cohibida que estaba en presencia del emir.
Y los tales sabios prescribieron una receta tan complicada, que a pesar de mi buena voluntad, ¡oh
Ben-Taher! no puedo repetirte una palabra de ella.
"Finalmente, el califa, seguido de los médicos y de todos los demás, acabó por retirarse, y entonces
pude acercarme a mi ama, y le cubrí de besos las manos, y le dije tales palabras de consuelo,
asegurándole que corría de mi cuenta hacerle ver de nuevo al príncipe Alí ben-Bekar, que acabó por
dejar que la cuidara. Le di a beber un 'vaso de agua fresca con agua de flores, que le sentó muy bien. Y
olvidán dose de sí misma, me mandó que corriese a tu casa para saber de su amado, cuyo gran dolor le
referí minuciosamente.
Oídas estas palabras, Abalhassam ben-Taher exclamó: "¡Oh, joven! ¡ahora que ya nada me queda que
decirte acerca del estado de nuestro amigo, apresúrate a volver junto a tu ama, transmítele mis saludos de
paz, y dile que he experimentado mucha pena al saber lo que le ha ocurrido, y dile también que no dejo
de reconocer que ha sido una prueba muy dura, pero que la exhorto a la paciencia, y sobre todo a la más
estricta reserva en palabras, por temor de que las cosas acaben por llegar a oídos del califa! ¡Y mañana
volverás a mi tienda; y si Alah quiere, las noticias que nos transmitiremos serán más consola doras!"
Entonces la joven le dió expresivas gracias por sus palabras y por todas sus atenciones, y le dejó. Y
Abalhassan se pasó el resto del día en la tienda, pero la cerró más temprano que de costumbre para
correr a casa de su amigo Ben-Bekar.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 157ª noche
Ella dijo:
...para correr a casa de su amigo Ben-Bekar. Y llamó a la puer ta, que el portero vino a abrir, y al
entrar encontró a su amigo rodeado de un gran círculo de médicos de todas clases, y de parientes y
amigos.
Y unos le tomaban el pulso, otros le prescribían cada cual un remedio completamente distinto, y las
viejas porfiaban echando a los médicos miradas de reojo, de tal modo que el joven sentía que se le
oprimía el alma de impaciencia; y sin fuerzas ya, para no ver ni oír nada, metió la cabeza debajo de las
mantas, tapándose las orejas con ambas manos.
Pero en aquel momento, Abalhassan avanzó hacia su cabecera, y le dijo sonriendo: "¡La paz sea
contigo!" El joven contestó: "¡Y con tigo la paz y los beneficios de Alah con sus bendiciones! ¡Plegue a
Alah que seas portador de noticias tan blancas como tu cara, ¡oh ami go mío!"
Entonces Abalhassan, que no quería hablar delante de todos aquellos visitantes, se contentó con
guiñar un ojo; y cuando se marchó toda la gente abrazó a su amigo y le contó todo lo que le había dicho la
esclava. Y añadió: "¡Puedes estar seguro, ¡oh hermano mío! de que mi alma entera te pertenece! ¡Y no
descansaré hasta haberte de vuelto la tranquilidad del corazón! "
Y tanto le conmovió el proceder de su amigo, que lloró con toda su alma, y dijo: "¡Te ruego que com -
pletes tus bondades pasando conmigo esta noche, para que yo pueda conversar contigo y distraer los
pensamientos que me atormentan!"
Y Abalhassan accedió a su deseo, y se quedó con él recitándole poe mas de amor. Versos dedicados al
amigo, y versos referentes a la muy amada. Y he aquí, entre otros mil, los versos en honor de la amada:
¡Atravesó con el acero de su mirada la visera de mi casco, y ató para siempre mi alma a la
flexibilidad de su cintura!
¡Completamente blanca se aparece a mis ojos con el grano de almizcle que adorna el
alcanfor de su barba!
¡Si tiembla, súbitamente asustada, el coral de sus mejillas, toma la palidez de las perlas o
el mate del azúcar cande!
¡Si suspira apesarada apoyando la mano en el pecho desnudo, oh ojos míos, contad el
espectáculo que véis!
¡Vemos -dicen mis ojos- un hermoso lago del cual braotan cinco cañas cuya punta está
adornada con coral de rosa
¡Oh guerrero! ¡ no creas que tu alfanje bien templado , pueda guardarte de sus hermosos
párpados!
¡No tiene lanza para atravesarte, pero has de temer a su cintura recta! ¡Haría de ti, en un
momento, el más humilde de sus esclavos! “.
Y estos otros:
¡Su cuerpo es un ramo de oro; sus pechos dos copas redondas y transparentes que reposan,
boca abajo! ¡Sus labios de granada están perfumados con su aliento!
Pero entonces Abalhassan, al ver a su amigo excesivamente impresionado con estos versos, dijo:
"¡Oh Alí! ¡ voy a cantarte aquellas estrofas que tanto gustabas de recitar a mi lado en el zoco! ¡Ojalá
deposite un bálsamo en tu herida!
Escucha, pues, amigo mío, estas palabras maravillosas del poeta:
¡El oro de la copa es admirable bajo el rubí de ese vino, oh copero!
¡Dispersa todas las penas del pasado sin pensar en el mañana, toma esa copa en que se
bebe el olvido y embriágame completamente!
¡Tú solo has nacido para comprenderme! ¡Ven¡ ¡te revelaré los secretos de un corazón que
se oculta receloso!
¡Pero apresúrate! ¡Escánciame ese origen de alegría, ese licor de olvido! ¡Sírvemelo, niño
de mejillas más suaves que el beso de las vírgenes!"
Al oír este canto, el príncipe Alí se sintió en tal estado de pesa dumbre por los recuerdos que le
acudían a la memoria, que se echó a llorar. Y Abalhassan no supo qué decirle para calmarle, y se pasó
tam bién toda aquella noche a su cabecera velándole, sin pegar los ojos ni un momento.
Por la mañana se decidió a marcharse, para abrir la tien da, que tanto había descuidado en aquel
tiempo. Y estuvo allí hasta la noche. Pero cuando se disponía a irse y acababa de encerrar las telas, vió
llegar, toda cubierta con un velo, a la joven esclava de Scham sennahar, que después de las zalemas de
costumbre, le dijo: "¡Mi ama os envía a ti y a Ben-Bekar sus saludos de paz, y me encarga que ven ga a
saber de su salud!"
El otro contestó: "¡Oh joven esclava! ¡No me preguntes por su salud, pues mi respuesta sería muy
triste! ¡No duerme, ni come, ni bebe! ¡Los versos son lo único que le consuelan! ¡Si vieras lo pálido de su
rostro!"
La esclava dijo: "¡Qué desgracia tan grande ha caído sobre nosotros! Mi ama también está muy
enferma, y me ha entregado para él esta carta que llevo oculta en el pelo. Y me ha encargado que no
vuelva sin la repuesta. ¿Quieres acompa ñarme a casa de tu amigo, pues yo no sé dónde vive?"Abalhassan
dijo: "¡Escucho y obedezco!" Y se apresuró a cerrar la tienda y echó a andar, marchando diez pasos
delante de la confidente, que le seguía.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 158ª noche
Ella dijo:
...diez pasos delante de la confidente, que le seguía. Y cuando llegaron a la casa de Ben-Bekar, dijo a
la joven, invitándola a sentarse en la alfombra de la entrada: "¡Aguárdame aquí unos momentos! ¡Voy a
enterarme de si hay gente extraña!"
Y entró en casa de Ben-Bekar y le guiñó el ojo. Ben-Bekar entendió la seña y dijo a los que le
rodeaban: "¡Con vuestro permiso! ¡Me duele el vientre!"
Y compren diendo lo que quería decir, se retiraron después de las zalemas, de jándolo solo con
Abalhassan.
Y en cuanto se fueron, Abalhassan co rrió a buscar a la esclava, y la presentó a su amigo. Y éste, sólo
con ver a la que le recordaba a Schamsennahar, se sintió mucho más ani mado, y dijo: "¡Oh deliciosa
emisaria! ¡Bendita seas!"
La joven se inclinó dándole las gracias y le entregó la carta de Schamsennahar. Ben-Bekar la cogió,
se la llevó a los labios y a la frente, y como estaba demasiado débil para poder leer, se la alargó a
Abalhassan, que en contró en ella, escritos por la mano de la favorita, unos versos en que se narraban, en
los términos más conmovedores, todas sus penas de amor. Y como Abalhassan supuso que tal lectura
agravaría el estado de su amigo, se limitó a resumir la carta en algunas frases, y añadió:
"¡Voy ahora a encargarme de la respuesta, y tú la firmarás!"
Y así lo hizo. Ben-Bekar quiso que el sentido de la respuesta expresara lo siguiente: "¡Si el amor no
conociese para nada el dolor, los amantes no experimentarían tanta delicia al escribirse!"
Y antes de despedirse, encargó a la esclava que contase a su señora el dolor en que le había
encontrado. Después le entregó la respuesta, regándola con lágrimas, y la confidente se conmovió tanto
que también se echó a llorar, y por fin se retiró deseándole la paz del corazón. Y Abalhassan salió
también para acompañar a la esclava, y no la dejó hasta llegar a la tienda, en donde se despidió de la
confidente, y se volvió a su casa.
Y al llegar a ella, se puso a reflexionar por primera vez acerca de la situación, y sentándose en el
diván, se habló de este modo: "¡Oh Abalhassan! ¡ ya ves que la cosa empieza a ponerse muy grave! ¿Qué
sucedería si el califa llegara a enterarse de este asunto? ¿Qué sucedería? ¡Realmente quiero tanto a Ben-
Bekar, que estoy dispuesto a sacarme un ojo para dárselo! ¡Pero piensa, Abalhassan, que tienes familia,
madre, hermanas y hermanos! ¡Cuánto infortunio puedes originarles con tu imprudencia! ¡Esto no puede
durar así! ¡Mañana mismo iré a buscar a Ben-Bekar y trataré de disuadirle de un amor que puede tener
consecuencias tan deplorables! ¡Y si no me hace caso, Alah me inspirará la conducta que haya de seguir!"
Y al otro día, Abalhassan, con el pecho oprimido por sus pensamientos, fué en busca de su amigo
Ben-Bekar, le deseó la paz y le dijo: "¿Cómo te encuen tras, Alí?"
Y él respondió: "¡Peor que nunca!" Y Abalhassan le dijo: "¡En mi vida he oído hablar de una aventura
parecida a la tuya, ni conocido un enamorado más raro que tú! ¡Sabes que Schamsennahar te quiere tanto
como tú a ella, y a pesar de esta seguridad, tu estado se agrava cada día! ¿Qué pasaría si tu amada no
compartiera tu afecto y fuera como la mayor parte de las mujeres, que aman sobre todas las cosas el
engaño y la intriga?
¡Pero sobre todo, ¡oh Alí! piensa en las desgracias que caerían sobre nuestras cabezas si de esta
intriga se enterase el califa! ¡Y nada tiene de improbable que así ocurra, pues las idas y venidas de la
confidente despertarán la atención de los eunucos y la curiosidad de las esclavas; y entonces sólo Alah
podrá saber el límite de nuestras calamidades! ¡Créeme, Alí: con persistir en este amor sin salida, te
expones a perderte a ti mismo, y además a Scham sennahar! ¡Y no hablo de mí, que en un abrir y cerrar de
ojos que daría borrado de entre los vivos, lo mismo que toda mi familia!"
Pero Ben-Bekar, dando las gracias a su amigo por el consejo, le declaró que su voluntad no le
pertenecía, a pesar de todas las desdichas que pudieran sobrevenirle.
Entonces Abalhassan, viendo que todas las palabras serían bal días, se despidió de su amigo, y presa
de grandes preocupaciones sobre el porvenir, emprendió el camino de su casa.
Entre los amigos que visitaban a Abalhassan figuraba un joven joyero muy amable, llamado Amín,
cuya discreción había podido apre ciar en muchas ocasiones. Y justamente fué a visitarle el joyero cuando
Abalhassan, apoyado en unos almohadones, estaba lleno de perplejidad. Y después de las zalemas de
costumbre, se sentó a su lado en el diván, y como era el único que estaba algo al corriente de aquella
intriga amorosa, le preguntó: "¡Oh Abalhassan! ¿cómo van los amores de Alí ben-Belcar y
Schamsennahar?" Abalhassan contestó: "¡Oh Amín! ¡tén ganos Alah en su misericordia! ¡Temo que nada
bueno me presagien!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mangana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 159ª noche
Ella dijo:
...¡Temo que nada bueno me presagien! Y como sé que eres hombre de fiar y un buen amigo, quiero
revelarte el proyecto que tengo pensado, para librar a mi familia y a mí mismo de este trance peligro so".
Y el joven joyero dijo: "¡Puedes hablar con toda confianza. ¡oh Abalhassan! ¡Encontrarás en mí un
hermano dispuesto a toda abne gación para servirte!"
Y Abalhassan dijo: "¡Tengo pensado, ¡oh Amín! cobrar lo que me deben, pagar mis deudas, vender
con rebaja mis mercancías, realizar todo cuanto pueda, y marcharme muy lejos, por ejemplo a Bassra,
donde aguardaré los acontecimientos! Porque ¡oh Amín! esta situación se va haciendo intolerable, y no
puedo vivir des de que me asedia el temor de que me denuncien como cómplice de toda esta intriga
amorosa. ¡Es muy probable que acabe por saberlo todo el califa!"
Al oír estas palabras, contestó el joven joyero: "Verdaderamente, ¡oh Abalhassan! tu resolución es
muy cuerda, y la única que un hom bre avisado puede concebir a poco que reflexione. ¡Alah te muestre el
mejor camino para salir de este mal paso! ¡Y si mi auxilio puede decidirte a partir, heme aquí pronto a
ocupar tu puesto y a servir a tu amigo Ben-Bekar con mis ojos!" Abalhassan dijo: "Pero ¿cómo te las vas
a componer si no conoces a Alí ben-Bekar, ni estás en relaciones con el palacio ni con Schamsennahar?"
Amín respondió: "En cuanto al palacio, ya he tenido ocasión de vender allí alhajas, precisamente por
mediación de la joven confidente de Schamsennahar. Y respecto a Alí ben-Bekar, nada me será tan fácil
como conocerle e inspirarle confianza. Tranquilízate, pues, y si quieres marcharte no te preocupes de lo
demás, ¡que Alah, como dueño de todas las puertas, sabe abrir cuando le place todas las entradas!" Y
dichas estas palabras, el joyero Amín se despidió de Abalhassan, y se fué por su camino.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 160ª noche
Ella dijo:
...se despidió de Abalhassan, y se fue por su camino.
Y he aquí que a los tres días se dispuso a visitarle, pero encontró, la casa completamente vacía.
Entonces preguntó a los vecinos, y le contestaron: "Se ha ido a Bassra, pero nos ha dicho que su ausencia
será corta, pues apenas cobre el dinero que le deben unos parroquianos volverá a Bagdad". Comprendió
entonces que Abalhassan había acabado por ceder a sus terrores, y había creído más prudente
desaparecer por si la aventura amorosa llegaba a oídos del califa. Y he aquí que al principio no supo
Amín qué era lo más conveniente, hasta que al fin se dirigió hacia la casa de Ben-Bekar. Allí rogó a uno
de los esclavos que le llevase a presencia de su señor, y el esclavo le hizo entrar en el salón en donde
estaba Ben-Bekar tendido en unos almohadones y muy pálido.
Le deseó la paz, y Ben-Bekar le devolvió el saludo. Entonces le dijo: "¡Oh mi señor! aunque mis ojos
no hayan tenido el gusto de conocerte hasta ahora, vengo en primer lugar a pedirte perdón por no haber
venido antes a saber de tu salud. ¡Y después he de enterarte de una cosa que te será desagradable, pero
también traigo el remedio que te lo hará olvidar todo!"
Y Ben-Bekar, trémulo de emoción, le preguntó: "¡Por Alah! ¿Qué cosas más desagradables pueden
sorpren derme ahora?" Y el joven joyero dijo: "Sabe, oh mi señor! que he sido el confidente de tu amigo
Abalhassan, y que nunca me ocultaba cuanto le ocurría. Y he aquí que hace tres días, Abalhassan, quien
ge neralmente venía a verme todas las noches, ha desaparecido. ¡Y como sé que eres amigo suyo, vengo a
preguntarte si sabes dónde está y por qué se ha marchado sin decir nada a sus amigos!"
Al oír estas palabras, el pobre Ben-Bekar llegó al límite más extremo de la palidez, de tal modo, que
por poco pierde el conocimiento.
Al fin pudo decir: "¡Pues también para mí es nueva la noticia! ¡Igno raba que se hubiera marchado
Ben-Taher! ¡Pero si enviase a uno de mis esclavos a preguntar por él, acaso supiéramos la verdad!"
Enton ces ordenó a un esclavo: "Ve a casa de Abalhassan ben-Taher, y pre gunta si está de viaje. Y en este
caso que te digan adónde se marchó".
El esclavo salió en busca de noticias, y volvió al cabo de un rato, y dijo a su amo: "Los vecinos me
han contado que Abalhassan se ha marchado a Bassra. En aquella calle he encontrado a una joven que
también preguntaba por Abalhassan, y que me ha dicho: "¿Eres de la servidumbre del príncipe Ben-
Bekar?" y al contestarle afirmativamen te, me ha dicho que tenía que comunicarte una cosa, y me ha
acompa nado hasta aquí". Entonces Ben-Bekar exclamó: "¡Que entre en se guida!"
Y a los pocos momentos entró la joven, y Ben-Bekar conoció a la confidente de Schamsennahar. La
esclava se acercó, y después de las acostumbradas zalemas, le dijo al oído algunas palabras que le ilumi -
naron y le ensombrecieron el semblante sucesivamente.
Entonces el joven joyero creyó oportuno pronunciar algunas pala bras, y dijo: "¡Oh mi señor, y tú,
joven esclava! sabed que Abalhassan, antes de partir, me ha revelado cuanto sabía, y me ha expresado
todo su terror al pensar que el asunto pudiese llegar a descubrirlo el ca lifa. Pero yo, que no tengo mujer,
ni hijos, ni familia, estoy dispuesto con toda el alma a reemplazarle junto a vosotros, pues me han
conmovido profundamente los pormenores que me ha referido acerca de vuestros amores desgraciados.
Si aceptáis mis servicios, os juro por nuestro Santo Padre (¡sean con él la plegaria y la paz!) que os seré
tan fiel como mi amigo Ben-Taher, pero más firme y constante. Y aunque no aceptarais mi ofrecimiento,
no temáis que no sepa callar el secreto que se me ha confiado.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 161ª noche
Ella dijo:
"...el secreto que se me ha confiado. Al contrario, si mis pala bras han podido convenceros, no hay
sacrificio al cual no esté dispues to para seros grato, pues emplearé todos los medios que pueda para
proporcionaros la satisfacción que deseáis, y hasta os ofrezco mi casa para que recibáis en ella, ¡oh mi
señor! a la hermosa Schamsennahar".
Cuando el joven joyero hubo dicho estas palabras, el príncipe Alí sintió tal alegría que notó que las
fuerzas le reanimaban el alma, e incorporándose besó al joyero, y le dijo: "¡Alah te ha enviado, ¡oh
Amín! ¡Por eso me confío a ti enteramente y sólo espero mi salvación de tus manos!" Volvió a repetirle
las gracias, y se despidió de él llorando de alegría.
Entonces el joyero se retiró con la joven. La condujo a su casa, y le dijo que en lo sucesivo allí
tendrían sus entrevistas los dos, lo mismo que la que proyectaba entre el príncipe Alí y Schamsennahar. Y
la joven, después de haber aprendido el camino de la casa, no quiso diferir por más tiempo el enterar a
su ama de lo ocurrido. Prometió, pues, al joyero volver al día siguiente con la contestación de
Schamsennahar.
Y efectivamente, al otro día llegó a casa de Amín, y le dijo: "¡Oh Amín! mi señora ha llegado al
límite de la alegría al saber lo bien dispuesto que estás en nuestro favor! ¡Y me encarga que venga en tu
busca para llevarte a sus aposentos de palacio, donde quiere darte personalmente las gracias por tu
espontánea generosidad, y por tu interés hacia unas personas cuyos designios nada te obligaba a
proteger!"
El joyero, al oír estas palabras, en vez de demostrar prisa por sa tisfacer el deseo de la favorita se
sintió sobrecogido de un gran tem blor, se puso muy pálido, y acabó por decir a la joven: "¡Oh hermana
mía! ya veo que ni Schamsennahar ni tú habéis pensado bien el paso que me pedís. Olvidáis que soy un
hombre del vulgo, y que carezco de la amistad que poseía Abalhassan con los eunucos de palacio.
Yo no conozco para nada las costumbres de esas gentes. ¿Cómo he de atre verme a marchar a palacio,
cuando me asombraba el oír los relatos de las visitas de Abalhassan? ¡Me falta valor para desafiar ese
peligro! ¡Pero puedes decirle a tu ama que mi casa es el sitio más a propósito para las entrevistas; y que
si se digna venir, podremos conversar a gusto, sin riesgo alguno!"
Pero como la joven instase para que la si guiera, y hasta le había decidido a levantarse, le sobrecogió
de pronto tal temblor que se le doblaban las piernas. Y entonces la esclava tuvo que ayudarle para que se
sentase de nuevo, y le dió a beber un vaso de agua fresca a fin de que se tranquilizase.
Y cuando vió que era imprudente insistir, la esclava dijo: "¡Tie nes razón! Mucho mejor es, en interés
de todos, decidir a Schamsen nahar a que venga aquí. Voy a intentarlo, y seguramente la traeré.
¡Aguárdanos sin moverte para nada!"
Y como lo había previsto, en cuanto la confidente manifestó a la favorita la imposibilidad en que se
encontraba el joyero de ir a palacio, Schamsennahar se levantó, y envolviéndose en su gran velo de seda,
siguió a su esclava, olvidando la debilidad que hasta entonces la había paralizado en los almohadones.
La confidente fué la primera que en tró en la casa para enterarse de si su señora se expondría a que la
viesen los esclavos o gente extraña, y preguntó a Amín: "¿Habrás echado fuera a los criados?"
Y él contestó: "Vivo solo aquí, con una negra vieja que me arregla la casa". Ella dijo: "¡De todos
modos, hay que evitar que entre aquí ahora!" Y ella misma fué cerrando todas las puertas, y corrió
después a buscar a la favorita.
Schamsennahar entró, y a su paso las salas y corredores se llena ban milagrosamente con el perfume
de sus vestidos. Y sin decir pa labra ni mirar en derredor, fué a sentarse en el diván, y se apoyó en los
cojines que el joven joyero se apresuraba a colocar detrás de ella. Y así permaneció inmóvil, durante un
buen rato, muy débil y sin poder apenas respirar. Por fin, cuando hubo descansado de aquella larga ca -
minata, pudo levantarse el velillo y despojarse del manto. Y el joven joyero, deslumbrado, creyó que el
mismo sol había entrado en su casa. Schamsennahar le miró un instante y le preguntó al oído a la esclava:
"¿Este es el joven de quién me has hablado?" Y cuando la esclava le contestó afirmativamente, la favorita
dirigió un expresivo saludo al joyero.
Y éste contestó: "¡Loado sea Alah! ¡Plegue a Alah guardarte y conservarte como el perfume en el
oro!"Ella le preguntó: "¿Eres casado o soltero?" El contestó: "¡Por Alah! ¡Soltero, o mi señora! Y no tengo
padre, ni madre, ni pariente alguno. De modo que no tendré más ocupación que consagrarme a servirte; y
tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 162ª noche
Ella dijo:
...y tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos. Sabe, además, que pongo por
completo a tu disposición, para tus entrevistas con Ben-Bekar, una casa que me pertenece, en donde nadie
habita, y que está situada enfrente de esta en que vivo. ¡Voy a amue blarla enseguida, para que os reciba
dignamente y no os falte nada!"
Entonces Schamsennahar le dió expresivas gracias, y le dijo:
"¡Por Alah! mi destino es muy dichoso por haber tenido la suerte de en contrar un amigo tan adicto
como tú! ¡Ahora me explico lo que vale la ayuda de un amigo desinteresado, y cuán delicioso es
encontrar el oasis del reposo después del desierto de la tristeza! Cree que sabré demostrarte un día que
conozco el precio de la amistad. ¡Mira a mi confidente, oh Amín! ¡Es joven, dulce y expresiva; pues te
aseguro que a pesar de cuanto he de sentir separarme de ella, te la regalaré para que te haga pasar noches
de luz y días de frescura!"
Y Amin miró a la joven, y le pareció que era muy agradable, en efecto, y que, además de ojos
perfectamente hemosos, tenia unas nalgas absolutamente maravillosas.
Schamsennahar prosiguió: "¡Tengo en ella una seguridad ilimitada! ¡No temas confiarle cuanto te diga
el príncipe Alí! ¡Y quiérela, porque tiene cualidades que refrescan el corazón!"
Y Schamsennahar, dichas estas cosas al joyero, se retiró seguida de su confidente, que se despidió de
su nuevo amigo con una sonrisa.
Cuando se hubieron alejado, el joyero Amín corrió a su tienda y sacó todos los jarrones, todas las
copas cinceladas y todas las tazas de plata, y las llevó a la casa donde habían de verse los amantes.
Des pués visitó a sus conocidos, y a unos les pidió prestadas alfombras, a otros almohadones de seda y a
otros vajillas y bandejas. Y de esta suerte acabó por amueblar magníficamente la casa.
Después de ordenarlo todo, y cuando se hubo sentado un momento para contemplarlo, vió entrar a su
amiga la joven confidente de Schamsennahar. Esta se le acercó meneando gentilmente las caderas, y le
dijo después de las zalemas: "¡Oh Amín! mi ama te envía su saludo de paz, y te repite las gracias, y te
dice que ya está consolada del todo. Me encarga además que avises a su amante de que el califa ha
marchado del palacio y que ella podrá venir aquí esta noche. Avisa, pues, al príncipe Alí, y estoy segura
de que esta noticia acabará de restablecerle y le devolverá las fuerzas y la salud".
Dichas estas palabras, la joven se sacó del seno una bolsa llena de dinares y se la alargó a Amín,
diciéndole: "Mi ama te ruega que gastes todo lo que sea, sin escatimar nada". Pero Amín rechazó la
bolsa, diciendo: "¿Valgo tan poco a los ojos de tu dueña, ¡oh joven esclava! que quiera recom pensarme
con ese oro? Dile que Amín está pagado de sobra con el oro de sus palabras y la mirada de sus ojos".
Entonces la joven se guardó la bolsa, muy satisfecha por el desinterés demostrado por Amín, y corrió a
contárselo a Schamsennahar, y a avisarle que todo estaba preparado. Después la ayudó a bañarse,
peinarse, perfumarse y ves tirse con sus mejores ropas.
Por su parte, el joyero Amín fué a avisar al príncipe Alí Ben. Bekar, después de haber colocado
flores frescas en los jarrones y llenado las bandejas con manjares de todas clases, pasteles, dulces y
bebidas, y colocado ordenadamente junto a la pared los laúdes, guitarras y demás instrumentos.
Entró en casa del príncipe Alí, a quien encon tró más animado con la esperanza que había infundido en
su corazón. Y la alegría del joven fué muy grande al saber que dentro de poco iba a ver a la amada,
causante de sus lágrimas y de su dicha. Y des aparecieron todas sus penas y pesares, y su rostro se
iluminó en se guida, adquiriendo mayor gentileza y más simpática dulzura.
Y por su parte, Amín le ayudó a vestirse el traje más magnífico, y después, sintiéndose tan fuerte
como si nunca hubiera estado a las puertas de la tumba, emprendió con el joyero el camino de la casa.
Cuando entraron en ella, Amín se apresuró a invitar al príncipe a sen tarse, y le colocó detrás de la
espalda unos almohadones muy blandos, y a su lado, a derecha e izquierda, unas hermosas vasijas de
cristal lle nas de flores, y le puso entre los dedos una rosa. Y ambos, departiendo tranquilamente,
aguardaron la llegada de la favorita.
Apenas habían transcurrido unos instantes, llamaron a la puerta y Amín corrió a abrir, y volvió en el
acto seguido de dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda
negra.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 163ª noche
Ella dijo:
...dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda negra. Y era la
hora del llamamiento a la ora ción, en los alminares, al ponerse el sol. Y cuando afuera la voz ex tática de
los muezines invocaba las bendiciones de Alah sobre la tierra, Schamsennahar se levantó el velo ante los
ojos de Ben-Bekar.
Y al verse ambos amantes, cayeron desvanecidos, y tardaron como una hora en reponerse. Cuando
por fin abrieron los ojos, se miraron silenciosa y largamente, sin llegar a poder expresar de otro modo su
pasión. Y cuando tuvieron bastante dominio de sí mismos para poder hablar, se dijeron palabras tan
dulces, que la esclava y el joven Amín no pudieron menos de llorar en su rincón.
Pero no tardó el joyero en suponer que era hora de servir a sus huéspedes, y ayudado por la esclava
se apresuró a llevarles en primer lugar los perfumes agradables, que los prepararon para probar las vian -
das, las frutas y las bebidas, que eran abundantes y de primera calidad. Después Amín les echó agua en
las manos, y les alargó las toallas de flecos de seda. Y entonces, completamente repuestos de su emoción,
pudieron empezar a disfrutar realmente de la dicha de verse reunidos. Y Schamsennahar dijo a la
esclava: "¡Dame ese laúd, para que cante la pasión inmensa que grita dentro de mi alma!" Y la confidente
le presentó el laúd, que Schamsennahar se puso en las rodillas, y después de haberle templado
rápidamente, preludió una melodía. Y el instrumento, manejado por sus dedos, sollozaba y reía, como si
hablase su alma, extasiando a todos. Y con la mirada perdida en los ojos de su amigo, Schamsennahar
cantó:
¡Oh cuerpo mío de enamorada, te has hecho diáfano al esperar al muy amado! ¡Pero ya
está aquí! ¡El ardor de mis mejillas, bajo las lágrimas se endulza con la brisa de su llegada! j
¡Oh noche bendita al lado de mi amigo, das a mi corazón más dulzura que todas las noches
de mi destino!
¡Oh noche que aguardaba! ¡Mi muy amado me enlaza con su brazo derecho y yo con el
izquierdo le envuelvo alegre!
¡Le envuelvo, y con mis labios aspiro el vino de su boca, mientras sus labios me vacían por
completo! ¡Así me apodero de la colmena y de toda la miel!
Cuando oyeron este canto, sintieron los tres un goce tan grande, que gritaron desde el fondo de su
pecho: "¡Ya leil! ¡Ya salam! ¡Estas son las palabras deliciosas!"
Después el joyero Amín, suponiendo que su presencia ya no era necesaria, y en el colmo del placer al
ver a los dos amantes uno en bra zos del otro, se decidió a dejarlos solos en la casa para no exponerse a
molestarlos, y se retiró discretamente. Emprendió el camino de su casa, y con el ánimo completamente
tranquilo se acostó pensando en la felicidad de sus amigos y durmió hasta por la mañana.
Pero al despertarse vió delante de él a su esclava negra, con la cara trastornada por el espanto. Y
cuando abría la boca para preguntarle lo que le había pasado, la negra le señaló con silencioso ademán a
un vecino que estaba a la puerta aguardando que despertase.
El vecino se acercó a una señal de Amín, y después de saludarle le dijo: "¡Oh mi vecino, vengo a
consolarte por la espantosa desgracia que ha caído esta noche sobre tu casa!" El joyero exclamó: "¡Por
Alah! ¿De qué desgracia hablas?" Y el hombre dijo: "Puesto que no te has enterado todavía, sabe que esta
noche, apenas habías vuelto a tu casa, unos ladrones cuya primera hazaña no debe de ser ésta, y que
probablemente te habrían visto la víspera trasladar a tu segunda casa cosas preciosas, han aguardado que
salieras para precipitarse dentro de la casa, donde no pensaban encontrar a nadie; pero vieron a unos
hués pedes que había alojado allí esta noche, y probablemente los habrán matado y hecho desaparecer,
pues no se ha podido dar con sus huellas. En cuanto a la casa, los ladrones la han saqueado por completo,
sin dejar ni una estera ni un almohadón. ¡Y está ahora más limpia y vacía que nunca!"
Al oír esto, el joven Amín levantó los brazos lleno de amargura: "¡Qué desgracia tan grande! ¡Mis
bienes y todos los objetos que me habían prestado los amigos se han perdido sin remisión, pero esto no
vale nada comparado con la pérdida de mis huéspedes!"
Y enloquecido, descalzo y en camisa, corrió a su segunda casa, seguido de cerca por el vecino, que
trataba de consolarle. ¡Y vió, efectivamente, que las ha bitaciones resonaban como cosa vacía! Entonces
se desplomó llorando, prorrumpiendo en suspiros, y luego exclamó: "¿Y qué haré ahora, vecino?"
El vecino contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta como
siempre.
Pero cuando llegó la 164ª noche
Ella dijo:
El vecino contestó: "Creo, Amín, que el mejor partido es tomar la desgracia con paciencia y aguardar
la captura de los ladrones, que tarde o temprano serán habidos, pues los guardias del gobernador an dan
buscándolos, no sólo por este robo, sino por otras fechorías que han perpetrado hace poco tiempo. Y el
pobre joyero exclamó: "¡Oh, Abalhassan Ben-Taher, prudente varón! ¡Qué buena idea tuviste al retirarte
tranquilamente a Bassra! ¡Pero lo que está escrito ha de ocurrir!" Y Amín volvió a emprender tristemente
el camino de su casa, en medio del gentío que había averiguado toda la historia, y se compadecía de él al
verle pasar.
Y al llegar a la puerta de su casa, el joyero Amín vió en el ves tíbulo a un hombre que no conocía, y le
aguardaba. Y el hombre, al verle, se levantó y le deseó la paz, y Amín le devolvió el saludo.
En tonces el hombre dijo: "¡Tengo que decirte algunas palabras secretas, que sólo debemos oír los
dos!" Y Amín quiso llevarle a su aposento pero el hombre le dijo: "¡Vale más que estemos completamente
solos, conque vámonos a tu segunda casa!"
Y Amín, pasmado, le preguntó: "Pero ¿cómo es que no te conozco, y tú me conoces a mí, y sabes que
tengo dos casas?" El desconocido se sonrió y dijo: "Ya te lo explicaré todo. ¡Y si Alah quiere,
contribuiré a consolarte!" Entonces Amín salió con el desconocido, y llegó a la segunda casa, pero allí su
acompañante hizo observar a Amín que los ladrones habían echado la puerta abajo, y por consiguiente, no
se podía estar allí libre de indiscretos.
Después dijo: "¡Sígueme y te llevaré a un sitio que conozco!"
Entonces el hombre echó a andar, y Amín fué detrás de él, siguiéndole de una calle a otra calle, de un
zoco a otro zoco, de una puerta a otra puerta, hasta el anochecer. Entonces, como hubieran llegado hasta
el Tigris, el hombre desconocido dijo: "¡Indudablemente estaremos más seguros en la otra orilla!"
Y en seguida se les acercó un barquero, salido no se sabe de dónde, y antes de que Amín pudiera
enterarse, estaba ya con el otro en la barca, y en unos vigorosos golpes de remo se vieron en la orilla
opuesta. El desconocido ayudó a Amín a saltar a tierra, cogiéndole de la mano, lo guió a través de unas
calles angostas, y el joyero, muy intranquilo, pensaba: "¡En mi vida he puesto aquí los pies! ¿Qué
aventura será esta aventura?"
Llegaron ante una puerta toda de hierro, y el desconocido, sacando del cinturón una enorme llave
enmohecida, la metió en la cerra dura, que rechinó terriblemente, y la puerta se abrió. El desconocido
entró con el joyero, y después cerró la puerta. Y se hundieron por un corredor, que había que recorrer
andando a gatas; y al final del corredor encontraron una sala que estaba alumbrada por una sola lámpara
colgada en el centro. Y alrededor de aquella lámpara vió Amín sentados e inmóviles a diez hombres
vestidos de igual manera, y de caras tan parecidas e idénticas, que creíase ver un solo rostro repetido
diez veces en espejos.
Al verlos, Amín, que estaba ya rendido por lo que había andado desde por la mañana, se sintió
completamente desvanecido, y cayó al suelo. Entonces el hombre que lo había traído le roció con un poco
de agua, y de tal modo lo reanimó. Después, como ya estaba puesta la mesa, los diez hombres iguales se
dispusieron a comer, no sin haber invitado a Amín a compartir su cena, todos con la misma voz. Y Amín,
viendo que los diez comían de los mismos platos, dijo para sí: "¡Si esto estuviera envenenado no lo
comerían!"
Y a pesar de su terror, se acercó y comió hasta saciarse, como hambriento que estaba desde por la
mañana.
Terminada la comida, la misma voz una y décuple le preguntó: "¿Nos conoces?"
El contestó: "¡No, por Alah!" Los diez dijeron: "Somos los ladrones que esta noche pasada hemos
saqueado tu casa y raptado a tus huéspedes, al joven y a la muchacha que cantaba. ¡Pero
desgraciadamente, la criada logró salvarse huyendo por la azotea!"
Entonces Amín exclamó: "¡Por Alah sobre todos vosotros! ¡Señores míos, por favor, indicadme el
lugar en que se encuentran mis dos hués pedes! ¡Y confortad mi alma atormentada, hombres generosos que
ha béis saciado mi hambre! ¡Y Alah os deje gozar en paz de cuanto me habéis quitado! ¡Dejadme ver a
mis amigos!"
Entonces los ladrones alargaron el brazo, todos al mismo tiempo hacia una puerta cerrada y dijeron:
"¡No temas ya por su suerte! ¡Más seguros están con nosotros que en casa del gobernador, y tú, por
supuesto, lo mismo! ¡Sabe, efec tivamente, que no te hemos traído aquí más que para que nos digas la
verdad acerca de estos dos jóvenes, cuyo hermoso aspecto y noble actitud nos han pasmado tanto que no
nos hemos atrevido a interro garlos apenas hemos adivinado con quién teníamos que habérnoslas!"
Entonces el joyero Amín se tranquilizó mucho, y no pensó más que en granjearse todas las
simpatías de los ladrones, y les dijo: "¡Oh señores míos, bien claro veo ahora que si la compasión y
la urbanidad llegaran a desaparecer de la tierra, se encontrarían intactas en vuestra casa. ¡Y no menos
claro veo asimismo que cuando se trata con perso nas tan de fiar y tan generosas como vosotros, el mejor
medio y el más seguro para captarse su confianza es no ocultarles nada de la ver dad! ¡Escuchad, pues, mi
historia y la suya, pues es asombrosa hasta el último límite de todos los asombros!"
Y el joyero Amín contó a los ladrones toda la historia de Sham sennahar y Alí ben-Bekar, y sus
relaciones con ellos, sin olvidar un detalle, desde el principio hasta el fin. ¡Pero no es necesario
repetirla!
Cuando los ladrones hubieron oído la extraña historia, quedaron en efecto extremadamente
asombrados, y exclamaron: "¡Verdadera mente es un gran honor para nuestra casa albergar en este
momento a la bella Schamsennahar y al príncipe Alí ben-Bekar! Pero, ¡oh jo yero! ¿de veras no te burlas
de nosotros? ¿Son realmente ellos?" Y Amín exclamó: "¡Por Alah, ¡oh señores míos! ellos son,
absolutamente, con sus propios ojos!" Entonces los ladrones se levantaron como un solo hombre, y
abrieron la puerta consabida, e hicieron salir al príncipe Alí y Schamsennahar, disculpándose mil veces,
y diciéndoles: "¡Os su plicamos que nos perdonéis lo inconveniente de nuestra conducta, pues en realidad
lao podíamos suponer que íbamos a capturar personas de vuestra categoría en casa del joyero!"
Después se volvieron hacia Amín y le dijeron: "¡Y a ti te devolveremos enseguida los objetos
preciosos que te hemos arrebatado, y sentimos muchos no poder devolverte tam bién los muebles, porque
los hemos dispersado, haciendo que lo vendan en varios sitios y en pública subasta!"
"Y la verdad es que se apresuraron a devolverme los objetos preciosos envueltos en un paquete
grande; y yo, olvidándolo todo, no dejé de darles mil gracias por su generosidad
[99].
Entonces nos dijeron a los tres: "Ahora ya no queremos teneros más aquí, como no deseéis honrarnos
con vuestra presencia entre nosotros". Y enseguida se pusieron a nuestra disposición, haciéndonos
prometer únicamente no delatarlos y olvidar los desagradables ratos pasados.
"Nos llevaron, pues, a la orilla del río, y todavía no pensábamos en comunicarnos nuestras
inquietudes, pues el temor aún nos tenía sin aliento, y nos inclinábamos a creer que todos aquellos
sucesos ocurrían en sueños. Después, con grandes señales de respeto, los diez nos ayudaron a meternos
en su barca, y se pusieron todos a remar con tal vigor, que en un abrir y cerrar de ojos llegamos a la otra
orilla. Pero apenas habíamos desembarcado, ¡cuál no sería nuestro terror al ver nos cercado de pronto por
los guardias del gobernador, y capturados inmediatamente! Los ladrones, como se habían quedado en la
barca, tuvieron tiempo de ponerse fuera de alcance a fuerza de remos.
"Entonces el jefe de los guardias se nos acercó, y nos preguntó con voz amenazadora: "¿Quiénes sois
y de dónde venís?"
Sobrecogidos de miedo, nos quedamos mudos, lo cual acrecentó aún más la descon fianza del jefe de
los guardias, que nos dijo: "Me vais a contestar categóricamente, o en el acto os mando atar de pies y
manos, y se os llevarán mis hombres! ¡Decidme, pues, en dónde vivís, en qué calle y en qué
barrio!"Entonces, queriendo salvar a toda costa la situación, comprendí que debía hablar, y respondí:
"¡Oh señor! somos músicos, y esta mujer es cantora de oficio. Esta noche estábamos en una fiesta que
reclamaba nuestro concurso en la casa de esas personas que nos han traído hasta aquí. ¡Pero no podemos
deciros le nombre de esas personas, pues en nuestro oficio no solemos enterarnos de tales pormenores, y
nos basta sólo con que nos paguen bien!"
Pero el jefe de los guardias me miró severamente, y me dijo: "¡No tenéis mucha traza de cantantes, y
me parecéis muy aterrados e inquietos para ser personas que acaban de salir de una fiesta! Y vuestra
compañera, con tan buenas alhajas, tampoco tiene trazas de almea. ¡Hola! ¡Guardias, coged a esta gente y
llevadla enseguida a la cárcel!"
Al oír estas palabras Schamsennahar se decidió a intervenir per sonalmente, y acercándose al jefe de
los guardias, le llamó aparte y le dijo al oído algunas palabras, que le hicieron tal efecto, que retrocedió
unos pasos y se inclinó hasta el suelo, balbuciendo fórmulas res petuosísimas de homenaje. Y en seguida
dió orden a su gente de que acercara dos embarcaciones, y ayudó a Schamsennahar a entrar en una
mientras me introducía en otra con el príncipe Ben-Bekar. Después mandó a los barqueros que nos
llevaran adonde les mandáramos ir. Y enseguida cada barca siguió diferente dirección: Schamsennahar
hacia su palacio, y nosotros hacia nuestro barrio.
"En cuanto a nosotros, apenas habíamos llegado a casa del prín cipe, cuando le vi, sin fuerzas ya y
extenuado por tan continuas emo ciones, desplomarse sin conocimiento en brazos de sus servidores y de
las mujeres de la casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 165ª noche
Ella dijo:
...sin conocimiento en brazos de sus servidores y de las mu jeres de la casa. Porque, según me dió a
entender por el camino, des pués de lo que había pasado, perdía toda esperanza de tener otra entre vista
con su amiga Schamsennahar.
"Entonces, mientras las mujeres y los servidores se ocupaban en hacer volver al príncipe de su
desmayo, su familia se figuró que yo debía de ser el causante de todas aquellas desgracias que no enten -
dían, y quiso obligarme a darle toda clase de pormenores.
Pero yo me guardé muy bien de explicarles nada. Y les dije: "¡Buena gente, lo que le ocurre al
príncipe es tan extraordinario, que él es el único que os lo puede contar!"
Y afortunadamente para mí, el príncipe recobró el conocimiento en aquel instante, y sus parientes ya
no se atrevieron a insistir en el interrogatorio delante de él. Y yo, temiendo nuevas preguntas, y ya algo
tranquilo respecto al estado de Ben-Bekar, cogí mi paquete y me fui a toda prisa hacia mi casa.
"Al llegar encontré a la negra que daba gritos agudísimos y deses perados y se abofeteaba, y todos los
vecinos la rodeaban para conso larla de mi perdición, que se creía segura. Así es que al verme, la esclava
se echó corriendo a mis pies, y quiso también someterme a un nuevo interrogatorio. Pero yo puse término
a todo esto diciéndole que por lo pronto no tenía más que ganas de dormir; y me dejé caer, extenua do, en
los colchones, y poniendo la cara en la almohada dormí hasta el otro día.
"Entonces la negra se me acercó y me hizo preguntas, y yo le dije: "Dame un buen tazón lleno". Me lo
trajo, me lo bebí de un sorbo, y como la negra insistía, le dije: "¡Ha sucedido lo que ha sucedido! ".
Entonces se fué. ¡ Y yo me volví a dormir, y aquella vez no me desperté hasta pasados dos días y dos
noches!
"Y cuando pude incorporarme, me dije: "¡La verdad es que tengo que ir a tomar un baño al hammam!"
Y fui enseguida, aunque seguía muy preocupado con la situación de Ben-Bekar y Schamsennahar, de
quienes nadie me había traído noticias. Fui pues, al hammam, en donde tomé mi baño, y me dirigí en
seguida hacia mi tienda; y cuando sacaba la llave del bolsillo para abrir la puerta, una mano me tocó en
el hombro, y una voz me dijo: "¡Ya Amín!" Entonces me volví, y conocí a mi joven amiga, la confidente
de Schamsennahar.
"Pero en vez de alegrarme al verla, sentí un miedo atroz de que me vieran los vecinos en
conversación con ella, pues todos sabían que era la confidente de la favorita. Me apresuré a meterme la
llave en el bolsillo, y sin volver la cara eché a correr, completamente enloquecido, sin hacer caso de las
voces de la joven, que corría detrás de mí, rogándome que me parara. Y así llegué hasta la puerta de una
mezquita solitaria, me precipité dentro, después de haber dejado a la puerta las babuchas, me dirigí hacia
el rincón más oscuro, y adopté enseguida la actitud de la oración. Entonces, más que nunca, pensé en lo
grande que había sido la cordura de mi antiguo amigo Abalhassan benTaher, que había huido de todas
aquellas complicaciones, retirándose tranquilamente a Bassra. Y pensé para mis adentros: "¡Como Alah
me saque sano y salvo, hago voto de no volverme a meter en semejantes trances, ni a hacer tales
papeles!".
"Apenas estaba en aquel rincón oscuro cuando se me unió...
En este momento de su narración, Schehrazada, vió aparecer la mañana v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 166ª noche
"Apenas estaba en aquel rincón oscuro, cuando se me unió la confidente, y ya entonces me decidí a
hablar con ella, puesto que no teníamos testigos. Empezó por preguntarme: "¿Cómo estás, amigo Amín?"
Le contesté: "Perfectamente de salud. ¡Pero prefiero la muerte a esta constante inquietud en que
vivimos!"
"Ella prosiguió: "¿Qué dirías si conocieras el estado en que se halla mi pobre señora?" ¡Ah! ¡Ya
rabbi! ¡Me desmayo sólo con recordar el momento en que la vi regresar a palacio! ¡Yo pude llegar
antes, huyendo de azotea en azotea, y tirándome al suelo desde la última casa! ¡Si la hubieras visto
llegar! ¿Quién habría podido creer que aque lla cara tan pálida como la de un cadáver desenterrado era la
de Scham sennahar, la luminosa? Así es que al verla rompí en sollozos, echán dome a sus pies y
besándoselos. Ella me mandó entregar al barquero mil dinares de oro por su trabajo, y después le
abandonaron las fuerzas y cayó desmayada en nuestros brazos. La llevamos a la cama, y empecé a
rociarle el rostro con agua de flores; le sequé los ojos, le lavé pies y manos, y la mudé de ropa. Entonces
tuve la alegría de verla volver en sí, y le di enseguida un sorbete de rosa, le hice oler jazmines, y le dije:
"¡Oh mi señora, por Alah sobre ti! ¿Adónde iremos a parar si seguimos así?"
Ella contestó: "¡Oh mi fiel confidente! ¡Ya no hay en la tierra nada que me invite a la vida! Pero antes
de morir quiero te ner noticias de mi amado. ¡Ve, pues, a buscar al joyero Amín, y llé vale estas bolsas
llenas de oro, y ruégale que las acepte en compensa ción de los daños y perjuicios que le ha causado
nuestra aventura!"
"Y la confidente me alarg5 un paquete muy pesado que llevaba y que debía contener más de 5.000
dinares de oro, de lo cual, efectiva mente, pude cerciorarme más adelante.
Después prosiguió: "¡Schamen nahar me ha encargado después que te pida, como última súplica, que
nos des noticias, sean buenas o malas, del príncipe Alí!"
No pude negarle lo que me pedía como un favor, y a pesar de mi firme resolución de no meterme más
en aquella aventura peligrosa, dije que aquella noche en mi casa le facilitaría noticias sobre el príncipe.
Y después de rogar a la joven que fuese a mi tienda para dejar el paquete, salí de la mezquita y me dirigí
a casa del príncipe Alí ben Bekar.
Y allí me enteré de que todos, mujeres y servidores, me estaban aguardando hacía tres días, y no
sabían cómo hacer para tranquilizar al príncipe Alí, que me reclamaba sin cesar, exhalando hondos suspi -
ros. Y le encontré con los ojos casi apagados, y con más aspecto de muerto que de vivo. Entonces me
acerqué a él con lágrimas en los ojos, y le estreché contra mi pecho...
En este momento de 'su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 167ª noche
Ella dijo:
"...y le estreché contra mi pecho y le dije muchas cosas para consolarlo un poco, pero no lo pude
conseguir, y me dijo: "¡Oh Amín, como sé que mi alma va a escaparse, deseo antes de morir dejarte una
muestra de gratitud!" Y ordenó a sus esclavos: "¡Traed tal y cuál cosa!". Y enseguida los esclavos se
apresuraron a traer toda clase de objetos preciosos, vasijas de oro y plata, alhajas de mucho valor. Y me
dijo: "¡Te ruego que aceptes esto en sustitución de lo que te han robado!"
Y mandó a los esclavos que transportaran todo a mi casa. Enseguida dijo: "¡Sabe, amigo mío, que en
este mundo todas las cosas tienen un fin! ¡Desdichado de quien no alcanza su fin en el amor, pues no le
queda más que la muerte! ¡Y si no fuera por mi respeto a la ley del Profeta (¡sea con él la paz!), ya habría
yo apresu rado el momento de esa muerte, que comprendo que se aproxima! ¡Si supieras los sufrimientos
que se ocultan bajo de mis costillas! ¡No creo que haya hombre que haya sufrido tantos dolores como los
que llenan mi corazón!"
"Entonces le dije que la confidente me aguardaba en casa para saber noticias suyas, enviada con tal
objeto por Schamsennahar. Y fui en busca de la joven para contarle la desesperación del príncipe, y que
presentía su fin, y dejaría la tierra sin más pesar que el de verse se parado de su amada.
"A los pocos momentos de llegar a mi casa vi entrar a la confi dente llena de emoción y de trastorno, y
de sus ojos brotaban abundan tes lágrimas.
Y yo, cada vez más alarmado, le pregunté: "¡Por Alah! ¿Qué pasa ahora? ¿Puede haber algo peor que
lo que nos ha ocurri do?"
Ella me contestó temblando: "¡Ya nos ha caído encima lo que tanto temíamos! ¡Estamos perdidos sin
remedio, desde el primero hasta el último! El califa se ha enterado de todo y he aquí lo ocurrido. A
consecuencia de la indiscreción de una de sus esclavas, el jefe de los eunucos entró en sospechas, y
empezó a interrogar una por una a todas las doncellas de Schamsennahar. Y a pesar de sus negativas, dió
con la pista y lo descubrió todo. Enteró inmediatamente al califa, que mandó llamar a la favorita,
ordenando que la acompañaran, contra su costumbre, veinte eunucos de palacio. ¡De modo que todas
estamos en el límite del espanto! ¡Y yo he podido zafarme un momento para avisarte del peligro que nos
amenaza! ¡Ve, pues, a prevenir al príncipe que tome las precauciones necesarias!"
Y dicho esto, la joven regresó corriendo a palacio.
Entonces el mundo se ennegreció ante mis ojos, y exclamé: "¡No hay poder ni hay fuerza más que en
Alah el Altísimo y Omnipotente!" ¿Qué otra cosa podía decir frente al Destino? Resolví volver a la casa
del príncipe, aunque hacía pocos momentos que lo había dejado; y sin darle tiempo a pedirme ninguna
explicación, le grité: "¡Oh Alí, no tienes más remedio que seguirme, o te espera la muerte más ignomi -
niosa! ¡El califa lo sabe todo, y a estas horas habrá ordenado prenderte! ¡Alejémonos, sin perder un
momento, y traspongamos las fron teras de nuestro país, fuera del alcance de quienes te buscan!"
Y enseguida, en nombre del príncipe, mandé a los esclavos que cargaran tres camellos con los
objetos más valiosos y con víveres suficientes para el camino. Ayudé al príncipe a montar en otro
camello, en el cual también monté yo detrás de él. Y en cuanto el príncipe se despidió de su madre nos
pusimos en camino, tomando el del desierto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta, como
siempre.
Y cuando llegó la 168ª noche
Ella dijo:
"...nos pusimos en camino, tomando el del desierto.
"Pero toda cosa que está escrita debe ocurrir, ¡los destinos, bajo un cielo u otro, han de cumplirse! ¡Y
efectivamente, nuestras desdichas habían de continuarse, porque huyendo de un peligro, nos arrojába mos
a otro mayor todavía!
"He aquí que al anochecer, mientras íbamos por el desierto y encaminándonos hacia un oasis, cuyo
alminar sobresalía entre las pal meras, vimos surgir de pronto a nuestra izquierda, una cuadrilla de
bandoleros, que en un momento nos cercaron. Y como sabíamos muy bien que el único medio para salvar
la vida era no intentar resisten cia alguna, nos dejamos desarmar y despojar. ¡Los bandidos nos qui taron
las bestias con toda la carga, y hasta nos arrebataron la ropa que llevábamos encima, sin dejarnos más
que la camisa! Hecho lo cual se alejaron, sin ocuparse más de nuestra suerte.
Mi pobre amigo el príncipe no era más que una cosa entre mis manos, pues lo habían aniquilado por
completo tantas emociones repe tidas. De todos modos, le pude ayudar a arrastrarse poco a poco hasta la
mezquita que había en el oasis, y entramos allí para pasar la noche. El príncipe se arrojó al suelo y me
dijo: "¡Aquí voy a morir, ya que Schamsennahar no debe de estar viva a estas horas!"
En la mezquita estaba rezando un hombre que, al acabar sus devociones, nos miró un instante, se nos
acercó, y nos dijo con bondad: "¡Oh jóvenes! ¿sin duda sois forasteros y venís a pasar la noche aquí?" Le
contesté: "¡Oh, jeique, somos unos forasteros a quienes los bandidos del desierto acaban de despojar por
completo, sin dejarnos más bienes que la camisa que llevamos encima!"
"Al oír estas palabras, el anciano nos manifestó mucha compasión, y nos dijo: "¡Oh jóvenes, aguardad
unos momentos y seré con vos otros, ¡ " Salió para volver en seguida, acompañándole un muchacho que
llevaba un paquete. El jeique sacó de allí unos trajes, y nos rogó que nos los pusiéramos, y después dijo:
"¡Venid a mi casa, donde estaréis mejor que en esta mezquita, pues debéis de tener hambre y sed!" ¡Y nos
obligó a acompañarle a su casa, a la cual no llegó el príncipe más que para tenderle sin aliento en una
alfombra! Y entonces, a lo lejos, como si viniera con la brisa que soplaba por el oasis a través de las
palmeras, se dejó oír la voz de alguna pobre que cantaba plañidera mente estos versos tristes:
¡Lloraba yo al ver aproximarse el fin de mi juventud! ¡Pero sequé pronto aquellas lágrimas,
para no llorar más que la separación de mi amigo!
¡Si el momento de la muerte le parece amarga a mi alma, no es porque sea duro dejar una
vida de amarguras, sino por irse lejos de los ojos del amigo!
¡Ah! ¡Si yo hubiera sabido que el momento de la despedida estaba tan próximo, y que me
vería privada para siempre de mi amigo, me habría llevado, como provisión para el camino,
algo del contacto de sus ojos adorados!
"Apenas Alí ben-Bekar había empezado a oír aquel canto, levantó la cabeza y se puso a escuchar
como fuera de sí. Y cuando la voz se extinguió le vimos volver a caer de pronto exhalando un hondo
suspi ro. Había expirado.
En este momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 169ª noche
Ella dijo:
"...le vimos volver a caer de pronto exhalando un hondo suspiro. Había expirado.
Al ver aquello, el anciano y yo rompimos a llorar, y nos pasamos así toda la noche; y le conté entre
lágrimas esta triste historia. Y al llegar la mañana le confié el cadáver hasta que la familia, avisada por
mí, fuera a buscarlo. Me despedí de aquel hombre tan bueno, y me dirigí rápidamente a Bagdad,
aprovechando la salida de una cáravana que allá se dirigía. Y en cuanto llegué, corrí a casa del príncipe,
sin mudarme siquiera de ropa, y me presenté a su madre.
"Cuando la madre de ben-Bekar me vió llegar solo, sin su hijo, y observó mi tristeza, empezó a
temblar, y yo le dije: "¡Oh venerable madre de Alí, Alah es el que manda, y la criatura tiene que
someterse! ¡ Cuando se dirige a un alma el escrito de llamada, el alma tiene que presentarse sin demora
delante de su amo!"
"Al oír esto la madre de Alí exhaló un gran grito, y cayendo de bruces al suelo, exclamó: "¡Qué
horror! ¿Habrá muerto mi hijo?"
Yo bajé los ojos sin poder pronunciar una palabra. Y vi cómo la pobre madre, ahogada por los
sollozos, se desmayaba. Y me puse a llorar todas las lágrimas de mi corazón, mientras las mujeres
llenaban la casa con sus lamentos.
Cuando por fin pudo oírme la madre de Alí, le conté los pormenores de la muerte, y le dije:
"¡Reconozca Alah lo grande de tus méritos, ¡oh madre de Alí! y te remunere con sus benificios y su mise -
ricordia!"
Entonces ella me preguntó: "¿Pero no ha dejado ningún encargo para que me lo transmitieras?" Yo
contesté: "¡Me dijo que si moría era su mayor deseo que lo transportaran a Bagdad!" La madre del
príncipe volvió a romper en llanto, desgarrándose los vestidos, y dijo que inmediatamente iría con una
caravana para recoger el cadáver de su hijo.
"Y dejándola entregada a sus preparativos de marcha, regresé a mi domicilio, pensando: "¡Oh,
príncipe Alí, desventurado amante! ¡Qué lástima que tu juventud haya sido segada en su más hermosa flo -
ración!"
"Y al llegar a mi casa, cuando eché mano al bolsillo para sacar la llave, me tocaron en el brazo; me
volví, y vi a la confidente de Schamsennahar vestida de luto, y con cara muy triste. Quise escaparme,
pero la joven me obligó a entrar en casa con ella. Y sin hablarnos rom pimos a llorar uno y otro. Después
le dije: "¿Ya sabrás la desgracia?" Ella respondió: "¿A cuál te refieres, Amín?" Yo le dije: "¡La muerte
del príncipe Alí!" Y al verla llorar de nuevo comprendí que nada sabía, y la enteré en medio de grandes
sollozos.
"Después ella me preguntó: "¿Y tú conoces mi desgracia?" Yo exclamé: "¿Habrá perecido
Schamsennahar por orden del califa?" Ella contestó: "Schamsennahar ha muerto, pero no como supones.
¡Oh des venturada señora mía!" Y rompió a llorar, hasta que por fin me dijo: "¡Escúchame, Amín!"
"Cuando Schamsennahar llegó acompañada por los veinte eunu cos a presencia del califa, éste
despidió a todo el mundo, se acercó a ella, la mandó sentar junto a él, y con voz llena de bondad le dijo:
"¡Oh Schamsennahar! ¡ tienes enemigos en palacio, y estos enemigos han querido calumniarte deformando
tus actos y presentándomelos bajo un aspecto indigno de ti y de mí! ¡Sabe que te quiero más que nunca, y
para probarlo ante todo el palacio he dado órdenes de que se au mente tu tren de casa, y el número de tus
esclavos, y los gastos tuyos! ¡Te ruego, por lo tanto, que abandones esa aflicción que me aflige tam bién a
mí! iY para dïstraèrte, voy a llamar a las cantarinas de pala cio, y disponer que traigan bandejas cargadas
de frutas y bebidas!"
Inmediatamente entraron las tañedoras de instrumentos y las can tarinas. Los esclavos vinieron
cargados con grandes bandejas repletas de apetitoso contenido. Y cuando todo estuvo dispuesto, el califa,
sen tado al lado de Schamsennahar, que a pesar de tanta bondad se sentía cada vez más débil, mandó a las
cantarinas que empezaran. Y una de ellas, al son de los laúdes, pulsados por los dedos de sus
compañeras, prorrumpió en este canto:
¡Oh lágrimas, hacéis traición a los secretos de mi alma, no dejando que guarde para mí
sola un dolor cultivado en silencio! ¡He perdido al amigo amado por mi corazón!
Al oír esto, Schamsennahar, exhaló un gran suspiro, y cayó de espaldas. El califa, afectadísimo, se
inclinó hacia ella rápidamente, creyéndola desmayada, ¡pero la levantó muerta!
"Entonces tiró la copa que tenía en la mano, derribó las bandejas, y mientras dábamos gritos
espantosos nos mandó salir a todas ordenando que rompiéramos las guitarras y los laúdes de la fiesta.Yo
fui la única a quien permitió que permaneciera en el salón. El emir se colocó a Schamsennahar en las
rodillas, y así estuvo llorando toda la noche, mandándome que no dejase entrar a nadie.
"A la mañana siguiente confió el cuerpo a las plañideras y lavadoras, y mandó que se le hicieran
funerales de mujer legítima, y to davía más grandiosos. Después se encerró en sus habitaciones, y desde
entonces no se le ha vuelto a ver en el salón de justicia".
"Por mi parte lloré con la joven la muerte de Schamsennahar, y ambos nos pusimos de acuerdo para
que Alí ben-Bekar fuera enterrado al lado de Schamsennahar. Y aguardamos el regreso de la madre, y
cuando regresó, tributamos al cadáver del príncipe unos fastuosos fu nerales, y logramos que se le
sepultara al lado de la tumba de Schamsennahar.
"Y desde entonces yo y la joven confidente, que llegó a ser mi esposa, visitamos las dos tumbas, para
llorar por los amantes, de quienes habíamos sido tan amigos".
Y tal es, ¡oh rey afortunado! -prosiguió Schehrazada- la his toria conmovedora de Schamsennahar,
favorita del califa Harún Al- Raschid.
En esto la pequeña Doniazada, no pudiendo reprimirse por más tiempo prorrumpió en sollozos,
hundiendo la cabeza en la alfombra. Y el rey Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¡Esa historia me ha
entristecido mucho!"
Entonces Schehrazada dijo: "¡Oh rey! ¡Si te he contado esa historia, tan diferente de las otras, ha sido
más que nada por los versos admirables que contiene, y sobre todo, para disponerte mejor a la alegría
que ha de causarte la que me propongo contar ahora, si tienes a bien permitirlo!"
Y el rey Schahriar contestó: "¡Oh Schehrazada! ¡Haz me olvidar esa tristeza y hazme saber el título de
esa historia que meprometes”! y Scherazada dijo: "Es la Historia mágica de la princesa Budur la luna
más bella entre todas las lunas".
Y la pequeña Doniazada, levantando la cabeza, exclamó: "¡Oh mi hermana Schehrazada! ¡Cuánta sería
tu bondad si la empezaras en el acto!"
Pero Schehrazada dijo: "De todo corazón, y como homenaje de bido a este rey bien portado y de
buenos modales. ¡Pero no será hasta la noche próxima!" Y como veía aparecer la mañana, Schehrazada,
discretamente, se calló.
Historia de Kamaralzaman y la princesa Budur, la luna más
bella entre todas las lunas
La pequeña Doniazada, que ya no podía resistir más su impacien cia, se levantó de la alfombra en que
estaba acurrucada, y dijo a Scheh razada: "¡Oh hermana mía, te ruego que nos cuentes la historia pro -
metida cuyo título sólo ya me estremece de placer y emoción!".
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y dijo: "¡Aguardo para em pezar, la venia del rey!".
Entonces el rey Schahriar, que aquella noche se había dado prisa a hacer su cosa con Schehrazada,
por el mucho ardor con que deseaba tal historia, dijo:
"¡Oh Schehrazada, cuando quieras puedes empezar la historia má gica que, según tu promesa, me ha de
gustar tanto!"
Y al punto Schehrazada contó la siguiente historia:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo durante la antigüedad del tiempo, en el país de
Khaledán, un rey llamado Schah ramán, dueño de poderosos ejércitos y de riquezas considerables. Pero
este rey, aunque era extremadamente dichoso y tenía setenta favoritas, sin contar sus cuatro mujeres
legítimas, sufría en el alma por su este rilidad en cuanto a descendencia, pues había llegado a avanzada
edad, y sus huesos y su médula empezaban a adelgazar, y Alah no le dotaba de un hijo que pudiera
sucederle en el trono del reino.
Un día se decidió a poner al gran visir al corriente de sus penas ocultas, y habiéndole mandado
llamar, le dijo: "¡Oh mi visir, ya no sé a qué atribuir esta esterilidad que me hace padecer enormemente!"
Y el gran visir reflexionó durante una hora, al cabo de la cual levantó la cabeza, y dijo al rey: "¡Oh rey,
verdaderamente es ésta una cuestión muy delicada, y sólo la puede resolver Alah Todopoderoso! Créeme
que, después de haber reflexionado bien, no doy más que con una so lución". Y el rey le preguntó: "¿Y
cuál es?" El visir contestó: "¡Hela aquí! Esta noche, antes de entrar en el harem, cuida de cumplir
escrupulosamente los deberes ordenados por el rito; haz tus abluciones con fervor y somete por medio de
la oración tu voluntad a la de Alah el Bienhechor. ¡Y de esa manera, tu unión con una esposa escogida
será fertilizada por la bendición!".
Al oír estas palabras de su visir, el rey exclamó: "¡Oh visir de prudente palabra, acabas de indicarme
un remedio admirable!" Y dió expresivas gracias al visir por el consejo, y le regaló un ropón de honor.
Llegada ya la noche, entró en el departamento de las mujeres, no sin haber cumplido minuciosamente los
deberes del rito, y elegió a la más joven de sus mujeres, a la que tenía las caderas más suntuosas, que era
una virgen de raza, y se introdujo en ella aquella noche. Y la fecundó en el mismo instante y hora. Y al
cabo de nueve meses, día por día, parió la joven un varón, en medio de festejos, y al son de flautas,
pífanos y címbalos.
Y el niño que acababa de nacer resultó tan hermoso, y tan semejante era a una luna, que su padre,
maravillado, le puso por nombre Kamaralzamán
[100]"
¡Y en verdad que aquel niño era la más bella de las cosas creadas!"
Hubo de comprobarse especialmente cuando llegó a la adolescencia, y la belleza esparció sobre
sus quince años todas las flores que encantan la vista de los humanos. Con la edad, sus perfecciones
habían llegado a su límite; sus ojos se habían hecho más mágicos que los de los ángeles Harut y Marut;
sus miradas más seductoras que las de Taghut, y sus mejillas más agradables que las anémonas. En cuanto
a su cintura, se había hecho más flexible que la caña de bambú y más fina que una hebra de seda. Pero en
cuanto a sus nalgas, eran tan pesadas que podían tomarse por una montaña de arena en movimiento, y los
ruiseñores se ponían a cantar al verlas.
Así, nada tenía de extraño que su cintura delicadísima se quejara a veces del peso enorme que la
seguía, y que a veces, cansada del peso, se enojase con las nálgas.
A todo esto, conservaba tanta frescura como las rosas, y era tan delicioso como la brisa de la tarde. Y
precisamente los poetas de su época trataron de expresar de un modo cadencioso la belleza que les
pasmaba, y le cantaron en versos numerosos como los siguientes entre otros mil:
Cuando los humanos le ven, exclaman: ¡Mis ojos pueden leer estas palabras que la belleza
ha trazado sobre su frente! "¡Afirmo que es el único hermoso!"
¡Cornalinas son sus labios al sonreír; su saliva es miel derretida; sus dientes un collar de
perlas; sus cabellos se enroscan junto a sus sienes en rizos negros, como los escorpiones que
muerden el corazón de los enamorados!
¡De una recortadura de sus uñas se hizo el cuarto de la luna! ¡Pero su grupa fastuosa que
tiembla, los hoyuelos de sus nalgas y la flexibilidad de su cintura, superan ya a toda expresión!
Mucho quería el rey Schahramán a su hijo, hasta tal punto, que no podía separarse de él un momento.
Y como tenía que disipar con ex cesos sus cualidades y su hermosura, deseaba en extremo no morirse sin
verle casado, y disfrutar así de su posteridad. Y un día que le preo cupaba más que de costumbre tal idea,
se la manifestó a su gran visir, que le dijo: "¡La idea es excelente! Porque el matrimonio suaviza el
humor".
Entonces el rey Schahramán dijo al jefe de los eunucos: "¡Ve pronto a decir a mi hijo Kamaralzamán
que venga a hablar conmigo!"
Y en cuanto el eunuco le transmitió la orden, Kamaralzamán se pre sentó a su padre, y después de
haberle deseado la paz respetuosamente, besó la tierra entre sus manos, con los ojos bajos y en modesta
acti tud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre...
En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta se calló.
Pero cuando llegó la 171ª noche
Ella dijo:
...con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra a un hijo sumiso para su padre.
Entonces el rey Schahramán le dijo: "¡Oh hijo mío Kamaralza mán: mucho desearía no morirme sin
verte casado, para alegrarme con tigo y ensancharme el corazón con tu boda!"
Al oír estas palabras de su padre, Kamaralzamán cambió de co lor, y contestó con voz alterada:
"¡Sabe ¡oh padre! que en realidad no siento inclinación alguna al matrimonio, y mi alma no tiene afecto a
las mujeres! ¡Pues además de la aversión instintiva que les tengo, he leído en los libros de los sabios
tantos ejemplos de sus maldades y per fidias, que llegué a preferir la muerte a su proximidad! Y por otra
parte, ¡oh padre mío! escucha lo que a tal respecto dicen nuestros más estimados poetas:
¡Desdichado aquel a quien el destino dota de una mujer! ¡Está perdido, aunque para
encerrarse edifique mil fortalezas de piedras unidas con garfios de acero! ¡Como cañas las
sacudirían los ardides de esas criaturas!
¡Ah! ¡Desgraciado de ese hombre! ¡La perfidia posee ojos hermosos, alargados con kohl
negro, y bellas trenzas abundantes, pero le hará pasar por la garganta tantos pesares, que le
cortarán la respiración!
Otro dice:
¡Me interrogáis acerca de esas criaturas que llamáis mujeres! i sabéis que estoy versado en
el conocimiento de sus fechorias, y gastado por toda la experiencia que he adquirido!
¿Qué os diré, ¡oh jóvenes!...? ¡Huid de ellas! ¡Ya veis que mi cabeza ha encanecido! ¡Ya
podéis adivinar cuáles fueron los resultados de su amor!
Y ha dicho otro:
¡Hasta la virgen que se llama nueva, no es más que un cadaver que ni los buitres querrían!
De noche crees poseerla, porque ha cuchicheado junto a ti mimosamente secretos que no lo
son! ¡Qué error! ¡Mañana pertenecerán otro sus muslos y sus partes mejor guardadas.
¡Créeme, ¡oh amigo mío! que es una posada abierta para todo el que llega! ¡Penetra en ella
si quieres; pero al día siguiente sal y vete sin volver la cabeza! ¡Deja para otros el sitio que a
su vez habrán de abandonar, si conocen la cordura!
"¡De modo, ¡oh padre! que aunque haya de apenarte mucho, no vacilaré en suicidarme si me quieres
obligar a que me case!"
Cuando el rey Schahramán oyó estas palabras de su hijo, quedó en extremo confuso y afligido, y la luz
se convirtió en tinieblas ante sus ojos. Pero como quería excesivamente a su hijo, y deseaba no
ocasionarle penas, se contentó con decirle: "Kamaralzamán, no he de insistir sobre un asunto que, por lo
que veo, no te agrada. ¡Pero todavía eres joven, tienes tiempo para reflexionar, así como para pensar en
la alegría que me produciría verte casado y con hijos!"
Y aquel día no volvió a hablarle del asunto, sino que le mimó y le hizo buenos regalos, y procedió del
mismo modo con él durante un año.
Pero pasado el año, le mandó llamar como la primera vez, y le dijo: "¿Recuerdas, Kamaralzamán, mi
ruego, y has reflexionado sobre lo que te pedí, sobre la felicidad que me causaría que te casaras?"
Entonces Kamaralzamán se prosternó delante del rey, su padre, y le dijo: "¡Oh, padre mío! ¿Cómo
olvidar tus consejos, ni dejar de obe decerte, cuando el mismo Alah me ordena el respeto y la sumisión?
Pero por lo que afecta al matrimonio, he reflexionado todo este tiem po, y estoy más resuelto que nunca a
no contraerlo, y más que nunca los libros de antiguos y modernos me enseñan a evitar las mujeres a toda
costa, ¡pues son taimadas, necias y repugnantes! ¡Líbreme Alah de ellas, aunque sea preciso que me
mate!"
Oídas estas palabras, el rey Schahramán comprendió que sería contraproducente todavía insistir más
u obligar a la obediencia a aquel hijo querido. Pero su pesar fué tan grande, que se levantó desolado y
mandó llamar aparte al gran visir, a quien dijo: "¡Oh mi visir! ¡Qué locos son los padres que desean tener
hijos! ¡Sólo dan penas y decep ciones! ¡He aquí que Kamaralzamán está más resuelto aún que el año
pasado a huir de las muchachas y del matrimonio! ¡Qué desdicha la mía, oh mi visir! ¿Y cómo la
remediaremos?
Entonces el visir inclinó la frente y recapacitó largo rato. Y luego levantó la cabeza, y dijo al rey:
"¡Oh rey del siglo! he aquí el remedio que vamos a emplear: ten paciencia un año más, y entonces, en vez
de hablarle de eso en secreto, reúne a todos los emires, visires y gran des de la corte, así como a
todos los oficiales de palacio, y delante de todos ellos declárale tu resolución de casarle sin demora.
Y entonces no se atreverá a desobedecerte ante la respetable asamblea, y te contestará oyendo y
sometiéndose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 172ª noche
Ella dijo:
"...y te contestará oyendo y sometiéndose".
Tanto satisfizo al rey este discurso del visir, que exclamó: "¡Por Alah! ¡Es una idea realizable!"
Y demostró su alegría ofreciendo al visir uno de los más bellos ropones de honor. Después de lo cual
tuvo paciencia el tiempo indicado, y mandó reunir entonces la asamblea, ordenando que asistiese a ella
su hijo Kamaralzamán. Y el joven entró en la sala, iluminándola con su presencia.
¡Y qué lunar en su barbi lla! ¡Y qué perfume, ¡ya Alah! cuando pasaba! Y cuando se vió delante de su
padre, besó tres veces la tierra entre sus manos, y se quedó de pie aguardando que su padre le dirigiera la
palabra.
El rey le dijo: "¡Oh hijo mío! ¡Sabe que te mandé asistir a esta asamblea sólo para expresarte mi
resolución de casarte con una princesa digna de tu çategoría, y alegrarme así con mi posteridad antes de
fallecer!"
Cuando Kamaralzamán oyó estas palabras de su padre, sintiáse de improviso atacado por una especie
de locura, que le dictó cierta respuesta tan poco respetuosa, que todos los circunstantes bajaron los ojos,
cohibidos, y el rey quedó mortificado hasta el límite extremo de la mortificación; y como estaba obligado
a poner coto a tamaña insolencia en público, gritó a su hijo con voz terrible: "¡Ahora verás lo que cuesta
a los hijos desobedecer a sus padres y no guardarles la consideración debida!" E inmediatamente mandó
a los guardias que ataran a Kamaralzamán los brazos a la espalda y le encerraran en la torre vieja de la
ruinosa ciudadela contigua al palacio. Lo cual se ejecutó inmediatamente. Y uno de los guardias se quedó
a la puerta para vigilar al príncipe, y acudir a su llamamiento en caso de necesidad.
Cuando Kamaralzamán se vió encerrado de aquel modo, se entristeció mucho, y dijo para sí: "Acaso
más me habría valido obedecer a mi padre y casarme contra mi gusto para complacerle. ¡Siquiera así
habría evitado darle tal pena, y que me encerraran en esta especie de calabozo, en lo más alto de esta
torre vieja! ¡Ah, malditas mujeres, hasta de mi infortunio sois la principal causa!"
Esto en cuanto a Kamaralzamán.
Pero con respecto a Schahramán, se retiró a sus aposentos, y al pensar que su hijo, al cual quería
tanto, estaba en aquel momento solo, triste y encerrado, y quizá desesperado, empezó a lamentarse y a
llorar. Porque su cariño al hijo era grandísimo, y le hacía olvidar la insolencia de que en público habíase
hecho reo.
Y se enfureció mucho contra el visir, que fué quien le instigó a reunir la asamblea, por lo que le
mandó llamar y le dijo: "¡Tú eres el mayor culpable! ¡A no ser por tu malhadado consejo, no me habría
visto obligado a ser ri guroso con mi hijo! ¡Vamos, habla! ¿Qué tienes que contestarme? Y dime cómo nos
conduciremos en lo sucesivo. ¡Porque yo no puedo acostumbrarme a la idea del castigo que a estas horas
está sufriendo todavía mi hijo, la llama de mi corazón!"
Entonces el visir le dijo: "¡0h rey, ten paciencia, dejándole solo quince días encerrado, y verás cómo
se apresura a someterse a tu deseo!" El rey dijo: "¿Estás bien seguro?"
El visir dijo: "¡Ciertamente!" Entonces el rey exhaló varios suspiros, y fué a tenderse en la cama, y
pasó una noche de insomnio, por lo mucho que penaba su corazón a causa de aquel único hijo que era su
mayor alegría. Y durmió menos, porque estaba acostumbrado a que su hijo durmiera a su lado, en la
misma cama, y a ponerle su propio brazo por almohada, velándole así personalmente el sueño. De modo
que aquella noche, por más vueltas y revueltas que dió en todos sentidos, no pudo cerrar los ojos. Eso en
cuanto al rey Schahramán.
Y volvamos al príncipe Kamaralzamán.
Al caer la noche, el escla so encargado de guardar la puerta entró con un candelabro encendido que
dejó a los pies del lecho, pues había cuidado de arreglar en aquella habitación una cama bien
acondicionada para el hijo del rey; y ve rificado esto, se retiró.
Entonces Kamaralzamán se levantó, hizo sus abluciones, recitó algunos capítulos del Korán, y pensó
en desnudarse para pasar la noche. Se quitó, pues, toda la ropa, sin dejar puesta más que la camisa
encima del cuerpo, y se puso a la cabeza un pañuelo de seda azul. Y más que nunca parecía así tan
hermoso como la luna de la noche 14. Se tendió entonces en la cama y aunque desconsolado con la idea
de haber enojado a su padre, no tardó en dormirse profun damente.
Pero no sabía, ni podía figurárselo, lo que iba a ocurrir aquella noche, en aquella torre vieja,
frecuentada por los genios del aire y de la tierra.
En efecto...
En este punto de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Cuando llegó la 176ª noche
[101]
Ella dijo:
En efecto, la torre en que se había encerrado a Kamaralzamán estaba abandonada de muchos años
atrás, y databa del tiempo de los antiguos romanos; y al pie de la torre había un pozo, también
antiquísimo y de construcción romana. Y aquel pozo era precisamente el que servía de habitación a una
efrita joven, llamada Maimuna.
La efrita Maimuna, de la posteridad de Eblis, era hija del poderoso efrit Domriatt, jefe principal de
los genios subterráneos. Maimuna era una efrita muy agradable, creyente, sumisa, ilustre entre todas las
hijas de los genios por sus propias virtudes y las de su ascendencia, famosa en las regiones de lo
desconocido.
Sobre las doce de aquella noche, la efrita Maimuna salió del pozo, según solía, a tomar el fresco, y
voló ligera hacia los estados del cielo, para dirigirse desde allí al lugar hacia el cual se sintiera atraída.
Y al pasar por cerca de la techumbre de la torre, se asombró de ver luz en un sitio en que desde hacía
largos años nunca había visto nada.
Dijo, pues, para sí: "¡Seguramente que esa luz está ahí por algo! ¡He de entrar dentro a ver lo que es!"
Entonces dió un rodeo y penetró en la torre, y vió al esclavo echado a la puerta; pero sin pararse,
pasó por encima y entró en la habitación. ¡Y cual no fué su encantadora sorpresa al ver al joven que
estaba echado medio desnudo en la cama! Empezó por pararse de puntillas, y para verle mejor, se acercó
sigilosamente, después de haberse bajado las alas, que la molestaban un tanto en aquella habitación tan
angosta. Y levantó por completo la colcha que tapaba la cara del joven, y la dejó estupefacta su
hermosura.
Así estuvo sin respirar una hora, por temor a despertarle antes de haber podido admirar a su gusto
todas las delicadezas que le forma ban, el color delicado de sus mejillas, la tibieza de sus párpados de
pestañas llenas de sombra pálida y larguísima, la curva adorable de sus cejas, todo ello, incluso el olor
embriagador de su piel y los refle jos dulces de su cuerpo, hubieron de emocionar a la gentil Maimuna,
que en toda su vida de excursiones a través de la tierra habitable ,nunca había visto semejante belleza.
Ciertamente, bien se le podían aplicar estos versos del poeta:
¡Al contacto de mis labios vi que se ennegrecían sus pupilas, que son mi locura, y se
sonrojaban sus mejillas, que son toda mi alma!
Y exclamé: ¡Oh corazón mío! Di a los que se atraven a motejar tu pasión: ¡Oh sensores,
enseñadme un objeto tan hermoso como mi bien amado!
Y cuando la efrita Maimuna, hija del efrit Domriatt, sació bien sus ojos con aquel espectáculo
maravilloso, alabó a Alah exclamando: ¡Bendito sea el Creador que modela la perfección!"
Después pensó: "¿Y cómo los padres de este adolescente pueden separarse de él para encerrarle solo
en esta torre derruída? ¿No temerán los maleficios de los genios malos de mi raza que habitan en los
escombros y en los lugares desiertos?
Pero, ¡por Alah! ya que ellos no hacen caso de su hijo, ¡juro otorgarle mi protección y defenderle
contra todo efrit que, atraído por sus encantos, quiera abusar de él!"
Después se inclinó sobre Kamaralzamán, y le besó en los labios con gran delicadeza, y en los
párpados, y en ambas mejillas, volviendo a taparle con la colcha, sin despertarle, y abrió las alas,
volando por la alta ventana hacia el cielo.
Pero al llegar a la región media para tomar el fresco, y cuando se cernía tranquilamente, pensando en
el joven dormido, de pronto, y nada lejos, oyó un ruido de precipitado batir de alas que la hizo volverse
hacia aquella parte. Y vió que el autor del ruido era el efrit Dahnasch, genio de mala especie, uno de los
rebeldes que no acatan ni reconocen la supremacía de Soleimán ben-Daúd.
Y este Dahnasch era hijo de Schamhurasch, el más rápido de los genios en las carreras aéreas.
Cuando Maimuna vió al mal Dahnasch, temió que el bribón vis lumbrase la claridad de la torre y
perpetrase allí cualquier fechoría, por lo que se arrojó sobre él con un ímpetu semejante al del gavilán,
e iba a alcanzarle y agredirle, cuando Dahnasch le hizo seña de que se rendía a discreción, y le dijo
temblando de miedo: "¡Oh poderosa Maimuna, hija del rey de los genios! ¡te conjuro por el Nombre
Augusto y por el talismán sagrado del sello de Soleimán, a que no uses de tu poder para hacerme daño!
¡Y por mi parte te prometo no ha cer nada reprensible!"
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch, hijo de Schamhurasch: "¡Así sea! Me avengo a perdonarte. ¡Pero
apresúrate a decirme de dónde vienes a estas horas, qué haces ahí y adónde piensas ir! ¡Y sobre todo, sé
verídico en tus palabras, ¡oh Dahnasch! pues si no, estoy dispuesta a arrancarte las plumas de las alas con
mis manos, a desollarte y a romperte los huesos, para precipitarte después como una masa! ¡No creas
poder librarte con una mentira, ¡oh Dalmasch!"
Entonces el efrit dijo: "¡Oh mi dueña Maimuna! ¡sabe que en este momento me has encontrado muy a
propósito para oír cualquier cosa completamente extraordinaria! ¡Pero prométeme siquiera dejarme ir en
paz si satisfago tu deseo y darme un salvoconducto que en adelante me resguarde de la mala voluntad de
todos los genios, mis enemigos del aire, el mar y la tierra, ya que eres la hija del rey de todos nosotros,
Domriatt el formidable!" Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Entonces Maimuna, hija de Domriatt, dijo: "¡Te lo prometo por la gema grabada con el sello de
Soleimán ben-Daúd (¡sobre entrambos la oración y la paz!). Pero habla, por fin, pues presiento que tu
aventura es muy extraña". Entonces el efrit Dahnasch acortó la carrera, giró sobre sí mismo, y fue a
colocarse al lado de Maimuna.
Después contó del modo siguiente su aventura:
"Sabe, ¡oh gloriosa Maimuna! que vengo en este momento del fondo de un interior lejano, de los
extremos de la China, país en que reina el Gran Ghayur, señor de El-Budur y de El-Kussur, en donde se
yerguen en derredor numerosas torres y se encuentran su corte, sus mujeres con sus adornos y sus
guardias en las encrucijadas y en todo el contorno. ¡Y allí han visto mis ojos la cosa más hermosa de
todos mis viajes y mis jiras, su hija única, El-Sett Budur!
"Y como le es imposible a mi lengua, aun exponiéndose a criar pelo, el pintarte la belleza de esa
princesa, me contentaré con enumerarte sencillamente sus cualidades de un modo aproximado. Escucha,
pues, ¡oh Maimuna! "¡Te hablaré de su cabellera! ¡Luego te describiré su rostro! ¡Luego sus mejillas,
luego sus labios, su saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su vientre, sus caderas, sus nalgas, su
centro, sus mus los, y por fin sus pies, oh Maimuna!
"¡Bismilah!
"¡Oh su cabellera, señora mía! ¡Es tan oscura, que resulta más negra que la separación de los amigos!
¡Y cuando se reparte en tres trenzas, que descienden hasta sus pies, creo ver tres noches y a un tiempo!
"¡Y su rostro! ¡Es tan blanco como el día en que se encuentran los amigos! ¡Si lo miro en el momento
de brillar la luna llena, veo dos lunas a la vez!
"¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corolas; sus pómulos parecen la
misma púrpura de los vinos, y su nariz es más recta y más fina que una hoja de acero escogido!
"¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua -cuando la mueve- segrega la elocuencia; y su
saliva es más deseable que el zumo de las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Tal es su boca!
"¡Pero su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una seducción vi viente! ¡ Sostiene dos pechos gemelos
del marfil más puro, redondos, y que caben en los cinco dedos de la mano!
"¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra y colocados con tanta armonía como los caracteres
árabes en el sello de un escriba copto de Egipto! ¡Y este vientre da nacimiento a. una cintura elástica ¡ya
Alah! y formada...! Pero ¡y sus nalgas!
"¡Sus nalgas! ¡ oh, oh! ¡ me estremezco! ¡Son una masa tan pe sada, que obligan a su ama a sentarse
cuando se levanta y a levantarse cuando se acuesta. Verdaderamente, ¡oh dueña mía! no puedo darte idea
de ellas más que recurriendo a estos versos del poeta!
¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que necesitaría una cintura menos frágil que aquella
de que está suspendido!
¡Es, para ella y para mí, origen de torturas incesantes y de alboroto, pues
A ella la obliga a sentarse cuando se levanta, y a mí, cuando pienso en él, me pone el zib
siempre erguido!
"¡Tal es su trasero! Y de él se desprenden dos muslos gloriosos, de mármol blanco, sólidos, unidos en
lo alto por una corona. Después vienen las piernas y los pies gentiles, y tan pequeños, que me asombra
cómo pueden sostener tantos pesos superpuestos.
"En cuanto a su centro, ¡oh Maimuna! a decir verdad, ¡desespero de poder hablarte de él como
corresponde, pues es definitivo y abso luto! ¡Por ahora sólo esto mi lengua puede revelarte, ni siquiera
por ademanes me sería posible hacerte apreciar todas sus suntuosidades! "¡Y así es, poco más o menos,
¡oh Maimuna! la adolescente prin cesa El-Sett Budur, hija del rey Ghayur!
En este punto de su relato, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, aplazó la
continuación para el siguiente día.
Y cuando llegó la 179ª noche
Ella dijo:
"Y así es, poco más o menos, la adolescente princesa Budur, hija del rey Ghayur.
"Pero también he de decirte, ¡oh Maimuna! que el rey Ghayúr amaba en extremo a su hija El-Sett
Budur, cuyas perfecciones acabo de enumerarte sencillamente, y la quería con afecto tan vivo, que su
placer era ingeniarse para darle cada día una distracción nueva. Pero como pasado cierto tiempo ya se
les agotaron toda clase de diversiones, pensó en darle goces diferentes, construyendo para ella palacios
maravillosos. Empezó la serie por la edificación de siete, cada cual de estilo distinto y de diversa
materia preciosa. Así, mandó construir el primero todo de cristal, el segundo de alabastro diáfano, el
tercero de porcelana, el cuarto de mosaicos de pedrería, el quinto de plata, el sexto de oro y el séptimo
sólo de perlas y diamantes. Y el rey Ghayur no dejó de mandar que cada palacio se adornase de la
manera más adecuada al estilo de su construcción: reunió en ellos todos los atrac tivos que pudieran hacer
su uso todavía más encantador, cuidando, por ejemplo, y sobre todo, de la belleza de sus estanques y
jardines.
"Y para distraer a su hija Budur la hizo habitar en estos palacios, pero sólo un año en cada uno, a fin
de que no tuviera tiempo de cansarse y el placer sucediera sin fatiga al placer.
"¡Es natural que en medio de tantas cosas bellas, la belleza de la joven se afinara, y llegara por
últirno al estado supremo que hubo de encantarme!
"De tal modo, que no te pasmarás, ¡oh Maimuna! si te digo que todos los reyes vecinos a los Estados
del rey Ghayur deseaban ardientemente casarse con la joven de fastuoso trasero. Pero he de apresurarme,
no obstante, a tranquilizarte respecto a su virginidad, pues hasta ahora rechazó con horror las
proposiciones que su padre le transmitiera, y contentóse con responderle cada vez: "¡Soy mi propia reina
y mi única dueña! ¿Cómo he de soportar que un hombre roce un cuerpo que tolera apenas el contacto de la
seda?"
"Y el rey Ghayur, que habría preferido la muerte a contrariar a Budur, no encontraba nada que
replicar, y se veía forzado a no aten der a las peticiones de los reyes vecinos suyos y de los príncipes que
con tal fin iban a su reino desde lo países más remotos. Y un día que un rey joven, más bello y poderoso
que los demás, se presentó después de haber enviado muchos regalos preparatorios, el rey Ghayur habló
de él a Budur, que, indignada esta vez, estalló en reconvencio nes, y exclamó: "¡Ya veo que no me queda
más que un medio de acabar con este tormento continuo! ¡Voy a coger ese alfanje que veo ahí, y
clavármelo de punta en el corazón para que me salga por la espalda! ¡Por Alah! ¡No tengo otro recurso!"
Y como se disponía de veras a emplear tal violencia consigo misma, el rey Ghayur se asustó de tal modo,
que sacó la lengua, y sacudió la mano, y puso los ojos en blanco; y después se apresuró a confiar a Budur
a diez viejas muy listas y llenas de experiencia, una de las cuales fue la propia nodriza de Budur.Y desde
entonces las diez viejas no la dejan un momento y vigilan sucesivamente a la puerta de su habitación".
Y he aquí, ¡oh mi señora Maimuna! el estado actual de las cosas. Y yo no ceso, ciertamente, de ir
todas las noches a contemplar la belleza de la princesa y a ensancharme los sentidos viendo sus esplen -
dores. Y puedes creer que no me faltan tentaciones de cabalgarla y deleitarme con su trasero; pero pienso
que sería una lástima atentar, a disgusto de la propietaria, contra una suntuosidad tan bien guardada. Sin
embargo, ¡oh Maimuna! disfruto algo de ella durante su sueño; la beso, por ejemplo, entre los dos ojos,
suavemente, aunque me dan ganas muy grandes de hacerlo con fuerza; pero desconfío de mí mismo,
sabiendo que no podré contentarme si empiezo, y prefiero abstenerme del todo por temor de estropear a
la joven.
"Te conjuro, pues, ¡oh Maimuna! a que vengas conmigo a ver a mi amiga Budur, cuya belleza te
encantará, sin duda alguna, y cuyas perfecciones te garantizo que han de entusiasmarte. ¡Vamos, ¡oh Mai -
muna! al país del rey Ghayur para admirar a El-Sett Budur!"
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 180ª noche
Ella dijo:
Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.
Cuando la joven efrita Maimuna hubo oído esta historia, en vez de contestar, se rió burlonamente, dió
un aletazo en el vientre al efrit, y escupiéndole en la cara, le dijo: "¡Qué estúpido estás con tu muchacha
meona! ¡Y verdaderamente me pregunto cómo te has atrevido a hablarme de ella, cuando debes saber que
no podría soportar por un momento la comparación con el hermoso adolescente a quien amo!"
Y el efrit exclamó, limpiándose la cara: "¡Pero ¡oh mi señora! ignoro en absoluto la existencia de tu
joven amigo, y con perdón tuyo, no deseo más que verlo, aunque me cuesta mucho trabajo creer que
pueda igualar a la hermosura de mi princesa!"
Entonces Maimuna le gritó: "¿Quieres callar, maldito? ¡Te repito que mi amigo es tan hermoso, que si
le vieras, aunque fuese en sueños, te daría un ataque de epilepsia y babearías como un camello!"
Y Dahnasch preguntó: "Pero ¿donde está y quién puede ser?" Maimuna dijo: "¡Oh bribón! sabe que
está en el mismo caso que tu princesa, y le han encerrádo en la torre vieja a cuyo pie tengo mi morada
subterránea. Pero no te forjes la ilusión de que vas a verle sin mí, pues ya conozco tus torpezas, y no te
confiaría ni siquiera la custodia del culo de un santón. ¡No obstante, me avengo a consentir en
enseñártelo, para saber tu parecer, advirtiéndote que como tengas la audacia de mentir, hablando contra la
realidad de lo que vas a ver, te arranco los ojos y te convierto en el más mísero de los genios! ¡Además,
me pagarás una buena apuesta si mi amigo resulta más bello que tu princesa; y para ser justa, me
comprometo a pagar yo en el caso contrario!"
Y Dahnasch exclamó: "¡Acep to la condición! ¡Ven, pues, conmigo a ver a El-Sett Budur al país de su
padre el rey Ghayur!" Pero Maimuna dijo: "¡Acabaremos más pronto yendo a la torre, que está ahí a
nuestros pies, para empezar por juzgar la hermosura de mi amigo, y luego compararemos!"
Entonces Dahnasch respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y ambos bajaron en lí nea recta desde lo alto
de los aires hasta la techumbre de la torre, y penetraron por la ventana en el aposento de Kamaralzamán.
Entonces Maimuna dijo al efrit Dahnasch: "¡No te muevas! ¡Y sobre todo, sé correcto!" Después se
acercó al joven dormido, y levantó la sábana que en aquel momento le cubría. Y se volvió hacia
Dahnasch y le dijo: "Mira, ¡oh maldito! ¡Y ten cuidado con no caerte todo lo largo que eres!"
Y Dahnasch alargó la cabeza, y retrocedió estupefacto; luego estiró de nuevo el cuello, e inspeccionó
largo rato la cara y el cuerpo del hermoso joven, al cabo de lo cual movió la cabeza y dijo: "¡Oh mi
señora Maimuna! ¡ya veo que tienes mucha disculpa al pensar que tu amigo es de belleza incomparable,
pues en verdad que nunca he visto tantas perfecciones en un cuerpo de adolescente, y eso que sabes que
conozco a los más bellos de los hijos de los hombres; pero, ¡oh Maimuna! el molde que le fabricó no se
ha roto sin producir antes una muestra femenil, que es precisamente la princesa Budur!"
Al oír estas palabras, Maimuna se lanzó sobre Dahnasch y le dió un aletazo en la cabeza, que le
rompió un cuerno, y le gritó: "¡Oh tú, el más vil de los genios! Vé inmediatamente al palacio de Sett
Budur, en ese país del rey Ghayur, y trae a la princesa desde allá hasta aquí, pues no quiero molestarme
en acompañarte a casa de esa chi quilla; en cuanto la hayas traído, la acostaremos al lado de mi joven
amigo, y compararemos con nuestros propios ojos. ¡Y vuelve pronto, Dahnasch, o te despedazo el cuerpo
y te echo como pasto a las hienas y a los cuervos!" Entonces el efrit Dahnasch recogió el cuerno del suelo
y se marchó con aire lamentable, rascándose el trasero. Después atra vesó el espacio como una saeta, y no
tardó en volver, pasada una hora, con su carga a cuestas.
Y la princesa, dormida en hombros de Dahnasch, no tenía puesta más que la camisa, y su cuerpo
palpitaba en su blancura. Y en las amplias mangas de la camisa estaban bordados estos versos que se
entrelazaban agradablemente:
¡Tres cosas le irnpiden otorgar a los humanos una mirada que diga "Sí": el temor a lo
desconocido, el horror a lo conocido, y su hermosura!
Entonces Maimuna dijo a Dahnasch: "¡Me parece que debiste entretenerte por el camino con esta
joven, pues te has retrasado, y a un, buen efrit no le hace falta gastar una hora en ir del país de Khaledán a
lo último de la China y volver por el camino más derecho! ¡Bueno! ¡Apresúrate a tender a esa muchacha
al lado de mi amigo para que hagamos nuestro examen!"
Y el efrit Dahnasch, con infini tas precauciones, colocó suavemente en la cama a la princesa, y le
quitó la camisa.
Verdaderamente, la princesa era muy bella y tal como la había descrito el efrit Dahnasch. Y Maimuna
pudo observar que el parecido entre los dos jóvenes era tan perfecto, que se los hubiera tomado por dos
gemelos, y solamente diferían en el centro; pero tenían la misma cara de luna, la misma cintura delicada y
las mismas nalgas redondas y llenas de opulencia; y también pudo darse cuenta de que si la joven carecía
en el centro de lo que adornaba al adolescente, lo sustituía ventajosamente con dos breves pechos
maravillosos que denotaban su sexo suculento.
Dijo, pues, a Dahnasch: "Veo que se puede vacilar un momento acerca de la preferencia debido a una
u otra de nuestros amigos. ¡Pero hay que ser ciego o insensato como tú, para no reconocer que entre dos
jóvenes de igual belleza, siendo uno varón y otra hembra, el varón es superior a la hembra! ¿Qué dices a
eso, maldito?" Pero Dahnasch contestó: "¡Por mi parte, sé lo que sé, y veo lo que veo, y el tiempo no me
haría creer lo contrario de lo que mis ojos han visto! Pero ¡oh mi señora! ¡ si tuvieras empeño en que
mintiese, mentiría para darte gusto!"
Cuando la efrita Maimuna oyó estas palabras, se echó a reír, y comprendiendo que no podría nunca
ponerse de acuerdo con el testarudo Dahnasch sólo por medio de un examen, le dijo: "¡Acaso haya un
medio de averiguar cuál de nosotros dos tiene razón, y es recurrir a nuestra inspiración! ¡El que diga los
mejores versos en loor de su preferido, será quien esté en lo cierto! ¿Estás conforme? ¿0 no eres capaz de
esa habilidad, propia sólo de los seres delicados?"
Pero el efrit Dahnasch exclamó: "¡Eso es precisamente, señora mía, lo que quería proponerte! Pues
mi padre Schamburasch me enseñó las reglas de la construcción poética y el arte de los versos ligeros de
ritmo per fecto. Pero sea tuya la prioridad, ¡oh encantadora Maimuna!"
Entonces Maimuna se acercó a Kamaralzamán dormido, e inclinándose hacia sus labios, se los besó
suavemente; después le acarició la frente, y con la mano en su cabellera, dijo, mirándole:
¡Oh cuerpo claro, al que las ramas han dado su flexibilidad y los jazmines su fragancia!
¿Qué cuerpo de virgen vale lo que tu olor?
Ojos en que el diamante puso su luz y la noche sus estrellas, ¿qué,ojos de mujer alcanzarán
tu fuego?
Beso de tu boca, más dulce que la miel aromática, ¿ que beso femenil lograría tu frescura?
¡Oh! ¡Acariciar tu cabellera y estremecerme con toda mi carne sobre tu carne, y luego ver
salir las estrellas en tus ojos!
Cuando el efrit Dahnasch oyó estos versos de Maimuna, se extasió hasta el límite del éxtasis, y
después se convulsionó hasta el límite de la convulsión, tanto por rendir homenaje al talento de la efrita
como para expresar la emoción que le habían causado ritmos tan afinados; pero no tardó en acercarse a
su vez a su amiga Budur, para inclinarse hacia sus pechos desnudos y depositar en ellos una caricia; e
inspirado por sus encantos, dijo mirándola:
¡Los arrayanes de Damasco, ¡Oh joven! Me exaltan el alma cuando sonríen, pero tu
belleza...!
¡Las rosas de Bagdad, alimentadas con claror de luna y rocío, me embriagan el alma
cuando sonríen; pero tus labios desnudos ... !
¡Cuando sonríen tus labios desnudos y tu belleza florida, ¡Oh amada mía! me vuelven loco!
i Y desaparece todo lo demás!
No bien Maimuna oyó oda tan deliciosa, sorprendióse en gran ma nera al encontrar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 182ª noche
Ella dijo:
...sorprendióse en gran manera al encontrar en Dahnasch tanto talento unido a tanta fealdad; como,
aunque mujer, estaba dotada de cierta dosis de buen juicio, no dejó de felicitar a Dahnasch, que se
ensanchó en extremo. Y le dijo: "¡Verdaderamente, ¡oh Dahnasch! tienes un alma bastante delicada dentro
de esa armazón que habitas; pero no creas que vences en el arte de los versos, ni Sett Budur vence tam -
poco en hermosura a Kamaralzamán!"
Y Dahnasch, sofocado, exclamó: "¿Lo crees así de veras?"
Ella dijo: "¡Seguramente!"
El dijo: "¡No lo creo!"
Ella dijo: "¡Toma!" Y de un aletazo le hinchó un ojo.
El dijo: "¡Eso no prueba nada!"
Ella dijo: "¡Bueno! ¡Mírame el trasero!"
El dijo: "¡Está bastante flaco!"
Al oír estas palabras, Maimuna, doblemente irritada, quiso pre cipitarse sobre Dahnasch y estropearle
alguna parte de su individuo; pero Dahnasch, que lo había previsto, de pronto se convirtió en pulga y se
refugió sigilosamente en la cama debajo de los dos jóvenes; y como Maimuna temía despertarlos, se vió
obligada, para resolver aquel caso, a jurar a Dahnasch que ya no le haría más daño; y Dahnasch, oído el
juramento, recobró su forma, pero se mantuvo en guardia.
En tonces Maimuna le dijo: "¡Oye, Dahnasch: no encuentro más medio para terminar esta disputa que
recurrir al arbitraje de un tercero!" El dijo: "¡Me avengo a ello!"
Entonces Maimuna dió con el pie en el suelo, que se entreabrió y dió salida a un efrit espantoso,
inmensamente horrible. En la cabeza tenía seis cuernos, cada uno de 4.430 codos de longitud; ostentaba
tres rabos ahorquillados no menos extensos.
Uno de sus brazos tenía 5.555 codos de largo, y el otro medio codo nada más; era cojo y jorobado, y
sus ojos estaban colocados en el centro de la cara y en sentido longitudinal; las manos, más anchas que
calderos, acababan en garras de león; las piernas, rematadas con cascos, le hacían renguear; y su zib,
cuarenta veces más gordo que el de un elefante, daba la vuelta por la espalda y surgía triunfador.
Se llamaba Kaschkasch ben-Fakhrasch ben -Atraseh, de la posteridad de Eblis Abú-Hanfasch.
Y cuando la tierra se volvió a cerrar, el efrit Kaschkasch distinguió a Maimuna, y en seguida besó la
tierra entre sus manos, quedándose delante de ella humildemente con los brazos cruzados, y le preguntó:
"¡Oh mi dueña Maimuna, hija de nuestro rey Domriatt! soy el esclavo que aguarda tus órdenes".
Ella dijo: "¡Quiero, Kaschkasch, que seas juez en la disputa que ha surgido entre ese maldito
Dahnasch y yo! Ocurre tal y cual cosa. Te corresponde ser imparcial, y después de echar una mirada a
ese lecho, decirnos quién te parece más hermoso, si mi amigo o esa joven".
Entonces Kaschkasch se volvió hacia la cama en que ambos jóvenes dormían tranquilos y desnudos, y
al verlos, fué tal su emoción, que se agarró con la mano izquierda la herramienta que se le erguía por
encima de la cabeza, y se puso a bailar, cogido con la mano derecha al triple rabo ahorquillado.
Después de lo cual dijo a Maimuna y a Dahnasch: "¡Por Alah! Bien mirado, me parecen iguales en
belleza y diferentes sólo en el sexo. ¡Pero de todos modos, sé de un medio, único que puede dirimir la
contienda!"
Ellos dijeron: "¡Date prisa a comunicárnoslo!" El contestó: "Dejadme primero cantar algo en honor a
esa joven, que me alborota en extremo!"
Maimuna dijo: "¡Poco tiempo hay para eso! ¡Como no quieras decirnos versos acerca de ese hermoso
adolescente!"
Y Kaschkasch dijo: "¡Acaso resulte algo extraordinario!"
Ella contestó: "¡Canta de todas maneras, siempre que los versos sean bien medidos y
breves!"Entonces Kaschkasch cantó estos versos oscuros y complicados:
¡Adolescente, me recuerdas que al consagrarte a un amor único, el cuidado y la zozobra
ahogarían el fervor! ¡Sé prudente, corazón mío!
¡Gusta el azúcar de los besos en el labio virginal; pero para que el porvenir sea propicio,
no dejes que se enmohezca la puerta de salida! ¡El sabor a sal es delicioso en los labios menos
fáciles!
Entonces Maimuna dijo: "No quiero tratar de entender. ¡Pero di nos pronto el medio para saber quién
acierta!" Y el efrit Kaschkasch dijo: "Mi opinión es que el único medio que se ha de emplear consiste en
despertarlos sucesivamente, mientras nosotros tres permanecemos in visibles. ¡Y acordemos que aquel de
los dos que manifieste amor más ardiente hacia el otro y demuestre más pasión en sus ademanes y acti tud,
será ciertamente el menos hermoso, pues se reconocerá subyugado por los encantos de su compañero!"
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 183ª noche
Ella dijo:
Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó: "¡Admirable idea!" Y Dahnasch
también exclamó: "¡Me parece muy bien!" E inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez
para picar en el cuello al hermoso Kamaralzamán.
Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con sobresalto y se llevó la
mano rápidamente al sitio picado: pero nada pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había
vengado algo en la piel del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en silencio, pronto
recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de lo que iba a suceder.
En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no había podido cazar la pulga,
y la mano fué precisamente a tocar el muslo desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los
ojos, e inmediatamente los volvió a cerrar, deslumbrado y conmovido. Y sintió junto a él aquel cuerpo
más tierno que la manteca y aquel aliento más grato que el perfume del almizcle. De modo que su
sorpresa fué extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la cabeza y contemplar la
incomparable belleza de la desconocida que dormía a su lado.
Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un mo mento de la aversión que experimentó
por el otro sexo hasta entonces, empezó a detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven.
Primero la comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula, después con una
perla, luego con una rosa, ya que de primera intención no podía establecer comparaciones muy exactas,
porque siempre se había negado a mirar a las mujeres, y era ignorante en cuanto a sus formas y sus
gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era la más precisa y la más cierta la
penúltima; y en cuanto a la primera, pronto lo hizo sonreír.
De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vio que el perfume de su carne era tan
delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie. Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: "¡Voy a
tocarla para enterarme!"
Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y comprobó que aquel contacto le abrasaba el
cuerpo, y pro vocaba movimientos y latidos en diversas partes de su individuo; de tal modo, que
experimentó violento deseo de dar libre carrera a aquel instinto natural tan espontáneo.
Y exclamó: "¡Todo sucede mediante la voluntad de Alah!" Y se dipuso a la copulación.Cogió, pues, a
la joven, pensando: "¡Cuánto me asombra que esté sin calzón!" Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó,
y después dijo maravillado: "¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!" Luego le acarició el vientre, y dijo: "¡Es
una maravilla de ternura!" Después le tentó los pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal
estremecimiento voluptuoso, que exclamó: "¡Por Alah!" ¡No tengo más remedio que despertarla para
hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha despertado en el tiempo que llevo tocándola?"
Y lo que impedía despertarse a la joven era la voluntad del efrit Dahnasch, que la había sumido en
aquel sueño tan pesado para facilitar la acción de Kamaralzamán.
Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa, y le dió un prolongado beso; y como no se
despertara, le dió el segundo, y el tercero, sin que ella manifestara percatarse.
Entonces empezó a hablar le, diciendo: "¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío! ¡Despiér tate!
¡Soy Kamaralzamán!" Pero la joven no hizo el menor movimiento. Entonces Kamaralzamán, al ver lo
inútil de sus llamamientos, dijo para sí: "¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa a
entrar en ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!" Y se tendió encima de la joven.
A todo eso, Maimuna, y Dahnasch y Kaschkasch miraban. Y Mai muna empezaba a alarmarse y se
apresuraba ya, en caso de consumarse el acto, a decir que aquello no valía.
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba...
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y como era discreta, se
calló.
Y cuando llegó la 184ª noche
Ella dijo:
Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca arriba, sin otra vestidura que su
cabellera suelta, y la enlazó con sus brazos; e iba a practicar el primer ensayo de lo que pensaba hacer,
cuando de pronto se estremeció, desenlazóse, y pensó meneando la cabe za: "Seguramente es el rey, mi
padre, quien ha mandado traer a esta joven a mi cama para experimentar conmigo el efecto del contacto
de las mujeres; y ahora debe de estar detrás de esa pared con los ojos aplicados a algún agujero para ver
si esto sale bien. Y mañana entrará aquí y me dirá: "¡Kamaralzamán, decías que te inspiraban horror el
matrimonio y las mujeres! Pues ¿qué has hecho esta noche con una joven? ¡Ah, Kamaralzamán! ¡ quieres
fornicar secretamente, pero te niegas a casarte, aunque sepas lo feliz que me haría ver mi descenden cia
asegurada y mi trono transmitido a mis hijos!" Y entonces me con siderarán falso y embustero. Más vale
que me abstenga esta noche de fornicar, a pesar de la mucha gana que tengo, y aguardar a mañana; y
entonces pediré a mi padre que me case con esta bella adolescente. ¡Y así él se pondrá contento, y yo
podré usar a gusto ese cuerpo bendito!"
Y en el acto, con gran alegría de Maimuna, que había empezado a sentir terribles inquietudes, y con
gran disgusto de Dahnasch, que en cambio había pensado que el príncipe copularía y se puso a bailar de
gusto, Kamaralzamán se inclinó otra vez hacia Sett Budur, y después de haberla besado en la boca, le
quitó del dedo meñique una sortija adornada con un hermoso diamante, y se la puso en su propio dedo
meñique, para denotar que desde aquel momento disputaba a la joven por esposa; y luego de haber puesto
en el dedo de la joven su propia sortija, le volvió la espalda, aunque con gran pesar, y no tardó en tornar
a dormirse.
Maimuna, al ver aquello, se entusiasmó, y Dahnasch quedó muy confuso; pero no tardó en decir a
Maimuna: "¡Esto no es más que la mitad de la prueba; ahora te toca a ti!"
Entonces Maimuna se convirtió en seguida en pulga, y saltó al muslo de Sett Budur; y de allí subió al
ombligo, retrocediendo después como unos cuatro dedos, y se paró precisamente en la cumbre del
montecillo que domina el valle de las rosas; y allí, con una sola picadura, en la cual puso todos sus celos
y su venganza, hizo saltar de dolor a la joven, que abrió los ojos y se incorporó a escape, llevándose las
dos manos a la delantera. Pero enseguida lanzó un grito de terror y asom bro al ver junto a ella al joven
tendido de costado. Pero a la primera mirada que le dirigió, no tardó en pasar del espanto a la
admiración, y de la admiración al placer, y del placer a un desahogo de alegría que pronto hubo de llegar
al delirio.
Efectivamente; al primer susto, dijo para sí: "¡Desventurada Bu dur, hete aquí comprometida para
siempre! ¡En tu cama hay un ex traño a quien no viste nunca! ¡Qué audacia la suya! ¡Ah! ¡Voy a llamar a
los eunucos, para que acudan y le arrojen por la ventana al río! Y sin embargo, ¡oh Budur! ¿quién sabe si
éste será el marido que tu padre escogió para ti? ¡Mírale, oh Budur, antes de acudir a la violencia! "
Y entonces fué cuando Budur dirigió al joven una mirada, y con aquel rápido examen quedó
deslumbrada por su gentileza, y exclamó: "¡Oh corazón mío! ¡Qué hermoso es!" Y desde aquel mismo
instante quedó tan por completo cautivada, que se inclinó hacia aquella boca que sonreía en sueños, y le
dió un beso en los labios, exclamando: "¡Qué dulce es! ¡Por Alah! ¡A éste sí que le quiero como esposo!
¿Por qué ha tardado tanto mi padre en traérmelo?"
Después cogió temblando la mano del joven y la conservó entre las suyas, y le habló afablemente
para despertarle, diciendo: "¡Gentil amigo! ¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh alma mía! ¡Levántate, levántate! ¡Ven
a besarme, que rido mío, ven, ven! ¡Por mi vida sobre ti! ¡ despierta !"
Pero como Kamaralzamán, a causa del encanto a que le había sometido la vengativa Maimuna, no
hacía un movimiento indicador de que se despertara, la hermosa Budur supuso que era por culpa de ella,
que no le llamaba con bastante ardor. Y sin preocuparse de que la miraran o no, entreabrió la camisa de
seda que al principio se había apresurado a echarse encima, y se deslizó lo más cerca posible del jo ven,
y le rodeó con sus brazos, y juntó los muslos con los suyos, y le dijo frenéticamente al oído: "¡Toma!
¡Poséeme toda! ¡Verás cuán obe diente y amable soy! ¡He aquí los narcisos de mis pechos y el vergel de
mi vientre, que es muy suave, mira! ¡He aquí mi ombligo, que gusta , de la caricia delicada; ven a
disfrutar de él! ¡Después saborearás las primicias de la fruta que poseo! ¡La noche no será bastante larga
para nuestros juegos! ¡Y gozaremos hasta que sea de día... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, hubo de
callar.
Pero cuando llegó la 185ª noche
Ella dijo:
"¡Y gozaremos hasta que sea de día!"
Pero como Kamaralzamán, cada vez más sumido en el sueño, seguía sin contestar, la hermosa Budur
creyó por un momento que era una ficción de aquél para' sorprenderla más, y medio riéndose, le dijo:
"¡Vamos; vamos, gentil amigo, no seas tan falso! ¿Es que mi padre te ha dado esas lecciones de malicia
para vencer mi orgullo? ¡Inútil tra bajo, en verdad! ¡Pues tu belleza, por sí sola, oh joven gamo, esbelto y
encantador, me ha convertido en la más sumisa de las esclavas de amor!"
Pero como Kamaralzamán seguía inmóvil, Sett Budur, cada vez más subyugada, añadió: "¡Oh señor de
la belleza, mira! ¡Yo también paso por hermosa; a mi alrededor todo vive admirando mis encantos fríos y
serenos! ¡Tú fuiste el único que ha logrado encender el deseo en la mirada tranquila de Budur! ¿Por qué
no te despiertas, adorable joven? ¿Por qué no te despiertas, di? ¡Heme aquí! ¡Me siento morir!"
Y la joven escondió la cabeza debajo del brazo del príncipe, y le mordió mimosamente en el cuello y
en una oreja, pero sin resultado. Entonces, como ya no podía resistir a la llama encendida en ella por vez
primera, empezó a rebuscar con la mano por entre las piernas y los muslos del joven, y los encontró tan
lisos y redondos, que no pudo evitar que la mano resbalase por su superficie. Entonces, como por
casualidad, encontró por el camino y entre ellos un objeto tan nuevo para ella, que lo miró con los ojos
muy abiertos, y vió que entre sus manos cambiaba de forma a cada momento. Al principio se asustó
mucho; pero rápidamente comprendió su uso particular; pues así como el deseo es mucho más intenso en
las mujeres que en los hombres, su inteligencia es también más veloz para apreciar las relaciones entre
los órganos encantadores. ¡Lo cogió, pues, a mano llena, y mientras besaba los labios del joven con
ardor, sucedió lo que sucedió!
Tras de lo cual, Sett Budur cubrió de besos a su amigo dormido, sin dejar un sitio en que no pusiera
los labios. Después, algo calmada, le cogió las manos y se las besó una tras otra en la palma; después le
levantó y se lo puso en el regazo, y le rodeó el cuello con los brazos, y así enlazados, cuerpo contra
cuerpo, mezclando sus alientos, se durmió sonriendo.
¡Esto fué todo! ¡Y en tanto los tres genios seguían invisibles, sin perder un ademán! Consumada la
cosa tan pronto, Maimuna traspuso el límite del júbilo, Dahnasch reconoció sin dificultad que Budur
había llegado mucho más allá en las manifestaciones de su ardor y le había hecho perder la apuesta
Pero Maimuna, segura ya de la victoria, fué magnánima, y dijo a Dahnasch: "¡En cuanto a la apuesta
que me debes, te la perdono, oh maldito! Y hasta voy a darte un salvoconducto, que en adelante te
asegurará la tranquilidad. ¡Pero cuida de no abusar de él, ni vuelvas a faltar a la corrección!"
Después de lo cual la joven efrita se volvió hacia Kaschkasch, y le dijo afablemente: "¡Kaschkasch,
te doy mil gracias por tu consejo! ¡Y te nombro jefe de mis emisarios, y de mi cuenta corre que mi padre
Domriatt apruebe mi decisión!"
Luego añadió: "¡Ahora, avanzad ambos y coged a esa joven, y transportadla pronto al palacio de su
padre Ghayur, señor de El-Budur y El-Kussur! ¡Vistos los rápidos progresos que acababa de hacer
delante de mis ojos, le otorgo mi amistad, y ten go ya completa confianza en su porvenir! ¡Ya veréis cómo
realiza grandes cosas!"
Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" y después...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 186ª noche
Ella dijo:
Y los dos genios respondieron: "¡Inschalah!" Y después se acer caron al lecho, cogieron a la joven,
que se echaron a cuestas, y volaron con ella hasta el palacio del rey Ghayur, al cual no tardaron en llegar
y la depositaron con delicadeza en su cama para irse en seguida cada cual por un lado.
En cuanto a Maimuna, se volvió a su pozo, después de haber depo sitado un beso en los ojos de su
amigo.
Eso en cuanto a los tres.
Pero en cuanto a Kamaralzamán, por la mañana despertó del sueño con el cerebro todavía turbado por
su aventura nocturna. Y se volvió hacia la derecha y hacia la izquierda; pero, como era natural, sin en -
contrar a la joven.
Entonces dijo para sí: "¡Bien adiviné que era mí padre el que había preparado todo esto para
probarme, e impulsarme al matrimonio! De modo que he hecho bien en aguardar para pedirle el
consentimiento, como buen hijo".
Después llamó al esclavo echado a la puerta, gritándole: "¡Eh, tumbón, levántate!" Y el esclavo se
levantó sobresaltado, y medio dormido aún se apresuró a llevar a su amo el jarro y la palangana. Y
Kamaralzamán cogió la jofaina y el jarro, y se fué al retrete a hacer sus necesidades, verificando luego
sus ablu ciones con cuidado, y volvió para cumplir su rezo por la mañana, y comió un bocado, y leyó un
versículo del Korán. Después, tranquila mente, y como de pasada, preguntó al esclavo: "Sauab, ¿adónde
llevaste a la muchacha de esta noche?"
El esclavo, estupefacto, exclamó: "¿Qué muchacha, ¡oh amo Kamaralzamán!?"
Este dijo levantando la voz: "¡Te ordeno, bribón, que me respondas sin rodeos! ¿Dónde está la ioven
que ha pasado la noche conmigo en la cama?" El esclavo contestó: "¡Por Alah! ¡Oh señor, no he visto ni
muchacha ni muchacho! ¡Y ade más, nadie ha podido entrar aquí, estando yo echado delante de la puerta!"
Kamaralzamán gritó: "¡Eunuco malhadado, también tú te atreves a contrariarme y a disgustarme! ¡Ah
maldito, te han enseñado ardides y mentiras! ¡Por última vez te intimo a que me digas la ver dad!"Entonces
el esclavo levantó los brazos al cielo, y exclamó: "¡Alah es el único grande! ¡Oh amo Kamaralzamán, no
entiendo una palabra de lo que me preguntas!"
Entonces Kamaralzamán le gritó: "¡Acércate, maldito!" Y habién dose acercado el eunuco, le agarró
del cuello y lo tiró al suelo, y le pateó con tanta furia, que el eunuco soltó un pedo. Entonces
Kamaralzamán siguió dándole patadas y puñetazos hasta que le dejó medio muerto. Y como el eunuco por
toda explicación lanzaba gritos inar ticulados, Kamaralzamán le dijo: "¡Aguarda un poco!" Y corrió a
buscar la soga de cáñamo que servía para sacar el agua del pozo, se la pasó al esclavo por debajo de los
sobacos, la ató fuertemente, y le arrastró hasta el orificio del pozo, descolgándole hasta que le sumergió
del todo en el agua.
Y como era en invierno, y el agua estaba muy desagradable y corría un viento muy frío, el eunuco
empezó a estornudar y pedir per dón. Pero Kamaralzamán le zambulló varias veces, gritando cada vez:
"¡No saldrás hasta que confieses la verdad! ¡Si no, te ahogo!"
Enton ces el eunuco pensó: "¡Seguramente lo hará como lo dice!" Y después gritó: "¡Amo
Kamaralzamán, sácame de aquí y te diré la verdad! Entonces el príncipe lo sacó, y le vió que temblaba
como caña al vien to, y castañeteaba los dientes de frío y miedo, y presentaba un aspecto asqueroso,
chorreando agua y sangrando por la nariz.
El eunuco, al sentirse momentáneamente fuera de peligro, no per dió un instante, y dijo al príncipe:
"¡Permíteme que vaya primero a mudarme de ropa y a limpiarme las narices!"
Y Kamaralzamán le dijo: "¡Vete, pero no pierdas tiempo! ¡Y vuelve pronto a darme noticias!" Y el
eunuco salió corriendo, y se fué a palacio a buscar al padre de Kamaralzamán.
Y en aquel momento el rey Schahramán conversaba con su gran visir, diciendo: "¡Oh visir mío! ¡he
pasado muy mala noche por lo inquieto que está mi corazón respecto a mi hijo Kamaralzamán! ¡Y temo
mucho que le haya ocurrido alguna desgracia en esa torre vieja, tan mal acondicionada para un joven tan
delicado como mi hijo!"
Pero el visir le contestó: "¡Tranquilízate! ¡Por Alah! ¡Nada ha de sucederle allí! ¡Así se domará su
arrogancia y se reducirá su orgullo!
Y en el acto se presentó el eunuco en el estado en que le habían puesto, y cayó a los pies del rey, y
exclamó: "¡Oh señor nuestro y sultán! ¡La desventura ha entrado en tu casa! ¡Mi amo Kamaralzamán acaba
de despertarse completamente loco! ¡Y para darte una prueba de su locura, sabe que me dijo tal y cual
cosa, y me hizo tal v cual otra! ¡Y yo, por Alah, no he visto entrar en el aposento del prircipe muchacha ni
muchacho!"
Oídas tales palabras, el rey Schahramán ya no tuvo duda de sus presentimientos, y gritó a su visir:
"¡Maldición! ¡Tuya es la culpa, oh visir de perros! ¡Tú me sugeriste la idea calamitosa de encerrar a mi
hijo, a la llama de mi corazón! ¡Ah, hijo de perro! ¡nlevántate y corre pronto a ver lo que pasa, y vuelve
aquí a darme cuenta de ello inmediatamente!
Enseguida salió el gran visir, acompañado del eunuco, y se dirigió a la torre, pidiendo pormenores,
que el esclavo le dió, y bien alarmantes. Así es que el visir no entró en la habitación sin precaucio nes
infinitas, metiendo poco a poco primero la cabeza y después el cuerpo. ¡Y cuál no fué su sorpresa al ver a
Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 187ª noche
Ella dijo:
... Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención el Korán ! Se acercó a él,
y después de la zalema más respetuosa, se sentó en el suelo cerca del lecho, y le dijo: "¡Cómo nos ha
alarmado este eunuco de betún! ¡Figúrate que este hijo de zorra se presentó trastornado y con facha de
perro sarnoso a asustarnos, con tándonos cosas que sería indecente repetir delante de ti! ¡Turbó nues tra
quietud de tal manera, que estoy alborotado todavía!"
Y Kamaral zamán dijo: "¡Verdaderamente, no os habrá molestado más de lo que me ha molestado a mí
hace poco! ¡Pero, oh visir de mi padre, me alegraría mucho saber lo que os pudo contar!" El visir
contestó: "¡Alah preserve a tu juventud! ¡Alah robustezca tu entendimiento! ¡Aleje de ti las acciones no
mesuradas y libre a tu lengua de las pala bras sin sal! ¡Este hijo de bardaje afirma que te has vuelto loco
de repente, y le has hablado de una joven que pasó la noche contigo, y que luego te acaloraste con otras
insensateces semejantes, y que has acabado por molerle a golpes y echarle al pozo!
¡Oh Kamaralzamán! ¿No es verdad que todo se reduce a una osadía de ese negro podrido?"
Oídas tales palabras, Kamaralzamán sonrió con aire de supe rioridad, y dijo al visir: "¡Por Alah!
¿Has acabado con las chanzas, viejo sucio, o quieres también enterarte de si el agua del pozo sirve para
el hammam? ¡Te advierto que si ahora mismo no me dices lo que mi padre y tú habéis hecho con mi
amante, la joven de hermosos ojos negros y mejillas frescas y sonrosadas, me pagarás tus astucias más
caras que el eunuco!" Entonces, sobrecogido otra vez el visir por una inquietud sin límites, se levantó
andando hacia atrás, y dijo: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Ya Kamaralzamán! ¿por qué
hablas de esa manera? ¡Si es que has soñado eso a consecuencia de una mala digestión, apresúrate por
favor a disipar el sueño! ¡Ya, Kamaralzamán, esta conversación no es razonable!"
Al oír tales palabras, el joven exclamó: "¡Para demostrarte, oh jeique de maldición, que no he visto a
la joven con las orejas, sino con este ojo y este otro, y que no he palpado y olido las rosas de su cuerpo
con los ojos, sino con estos dedos y esta nariz, toma!"
Y le dió un cabezazo en el vientre que lo tiró al suelo, y después le agarró las barbas que llevaba muv
largas v se las enrolló alrededor de la muñeca y seguro de que no podía escaparse, empezó a darle recios
golpes todo el tiempo que se lo permitieron sus fuerzas.
El desdichado gran visir, viendo que perdía las barbas pelo a pelo, y que también el alma estaba a
punto de despedirse, se dijo para sí: "¡Ahora tengo que mentir! ¡Es el único medio de librarme de las
manos de este loco!"
Por lo tanto, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Te ruego que me perdones por haberte engañado! La culpa es de
tu padre, que me encargó mucho, so pena de horca inmediata, que no te revelara todavía el sitio en que se
ha depositado a la joven consabida. Pero si quieres soltarme, voy a escape a suplicar al rey tu padre que
te saque de esta torre, y le daré cuenta de tu deseo de casarte con la joven. ¡Lo cual le alegrará hasta el
límite de la alegría!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán le soltó y le dijo: "¡En tal caso, vé pronto a avisar a mi padre, y
vuelve a traerme inmediatamente la contestación!"
En cuanto el visir se vió libre, se precipitó fuera del aposento, cuidando de cerrar la puerta con doble
vuelta de llave, y corrió, fuera de sí y con la ropa hecha pedazos, a la sala del trono.
Al ver el rey Schahramán a su visir en aquel estado lamentable, le dijo: "¡Te hallo muy abatido y sin
turbante! ¡Y pareces muy mortificado! ¡Bien se ve que ha debido de ocurrirte algo desagradable que ha
trastornado tus sentidos!" "¡Es por lo que le sucede a tu hijo; oh rey!"
Este preguntó: "Pues entonces, ¿qué es?" El visir dijo: "¡No cabe duda de que está completamente
loco!"
A estas palabras, el rey vió que la luz se convertía en tinieblas delante de sus ojos, y dijo: "¡Alah me
asista ! ¡Dime pronto los carac teres de la locura que ataca a mi hijo!" Y el visir contestó: "¡Escucho y
obedezco!" Y refirió al rey todos lbs pormenores de la escena, sin olvidar cómo escapó de manos de
Kamaralzamán.
Entonces el rey se encolerizó en extremo, y gritó: "¡Oh el más calamitoso de los visires! ¡Esta noticia
que me anuncias vale tu cabeza! ¡Por Alah! ¡Si es realmente ése el estado de mi hijo, te mandaré
crucificar encima del minarete más alto, para enseñarte a no darme consejos tan detestables como los que
fueron la primera causa de esta desdicha!" Y se precipitó hacia la torre, y seguido del visir penetró en la
habitación de Kamaralzamán.
Cuando Kamaralzamán vió entrar a su padre, se levantó rápidamente en honor suyo, y saltó de la
cama, y se quedó respetuosamente a fuer de buen hijo. Y el rey, contentísimo al ver a su hijo tan pacífico,
delante de él, cruzado de brazos, después de haberle besado la mano, le echó los brazos con ternura
alrededor del cuello, y le besó entre los dos ojos, llorando de alegría.
Tras de lo cual le hizo sentarse junto a él, encima de la cama, y se volvió indignado hacia el visir, y
le dijo: "¡Ya ves cómo eres el último de los últimos entre los visires! ¿Cómo osaste venir a contarme que
mi hijo estaba de esta o la otra manera, llenando de espanto mi corazón y haciéndome añicos el hígado?"
Luego añadió: "¡Además, vas a oír con tus propios oídos las respuestas llenas de sentido común que me
dará mi amado hijo!"
Miró entonces paternalmente al joven, y le preguntó: "Kamaralzamán, ¿sabes qué día es hoy?" El otro
respondió: "¡Seguramente! ¡Es sábado!" El rey dirigió una mirada llena de ira y triunfo al visir aterrarlo,
y le dijo: "Lo oyes, ¿verdad?"
Después prosiguió: "Y mañana, Kamaralzamán, ¿qué día será? ¿Lo sabes?" El prín cipe contestó: "¡Sí,
por cierto... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 188ª noche
Ella dijo:
"¡Sí, por cierto! ¡Será domingo, y después lunes, luego martes, miércoles, jueves, y finalmente
viernes, día santo!" Y el rey, en el colmo de la dicha, exclamó: "¡Oh hijo mío! ¡oh Kamaralzamán! ¡ lejos
de ti todo mal agüero! Pero dime también cómo se llama en árabe el mes en que estamos". El príncipe
respondió: "Se llama en árabe mes de Zul-Kiidat. Después viene el mes de Zul-Hidjat, luego vendrá
Moha rram, seguido de Safar, de Rabialaual, de Rabialthaní, de Gamadial- luala, de Gamadialthania, de
Ragb, de Schaaban, de Ramadán, y por fin, de Schaual'.
Entonces el rey llegó al límite extremo de la alegría, y tranqui lizado ya acerca del estado de su hijo,
se volvió hacia el visir y le es cupió en la cara, diciéndole: "¡Aquí no hay más loco que tú, viejo visir
malhadado!" Y el visir meneó la cabeza y quiso contestar; pero se ca lló, y dijo: "¡Aguardemos al final"
Y el rey dijo enseguida a su hijo: "¡Hijo mío, figúrate que este jeique y ese eunuco de betún han ido a
contarme tales y cuales palabras que les habías dicho respecto a una supuesta joven que había pasado la
noche contigo! ¡Diles en la cara que han mentido!"
Al oír estas palabras Kamaralzamán se sonrió amargamente, y dijo al rey: "¡Oh padre mío! ¡ sabe que
en verdad ya no tengo ni ganas ni paciencia para soportar más tiempo esa broma que me parece ha durado
bastante! Por fávor, ahórrame tal mortificación, y no digas más palabras de ello, pues noto que se me han
secado mucho los humores con todo lo que me has hecho pasar! Sin embargo, ¡oh padre mío! sabe que
ahora estoy bien resuelto a no desobedecerte más, y consiento en casarme con la hermosa joven que has
tenido a bien mandarme esta noche para que me acompañara en la cama. La he encontra do perfectamente
deseable, y sólo con verla se me ha puesto toda la sangre en movimiento".
Al oír estas palabras de su hijo, el rey exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y ¡oh
hijo mío! ¡El te guarde de los maleficios y la locura! ¡Ah, hijo mío! ¿Qué pesadilla has tenido para usar
semejante lenguaje? ¿Qué manjares pesados comiste anoche para que la digestión ejerciera un influjo tan
funesto en tu cerebro? ¡Por favor, hijo mío, tranquilízate! ¡No volveré en mi vida a contrariarte! ¡Y
malditos sean el casamiento, y la hora del casamiento, y cuantos me vuelvan a hablar de casamiento!"
Entonces Kamaralzamán dijo a su padre: "Tus palabras sobre mi cabeza, ¡oh padre mío! ¡Pero júrame
antes con el gran juramento que no te has enterado de mi aventura de esta noche con la hermosa joven,
que como te probaré, dejó en mí más de una huella de la acción com partida!"
Y el rey Schahramán exclamó: "¡Te lo juro por la verdad del santo nombre de Alah, dios de Muza y
de Ibrahim, que envió a Mohammed entre las criaturas como prenda de paz y salvación! ¡Amín!" Y
Kamaralzamán repitió: "¡Amín!"
Pero le dijo a su padre: "¿Qué dirías ahora si te diera pruebas de que la joven ha pasado por mis
brazos?" Y el rey dijo: "¡Te escucho!"
Y Kamaralzamán prosiguió: "Si alguien, ¡oh padre mío! te dijera: "La noche pasada me des perté
sobresaltado y vi delante de mí a uno dispuesto a luchar conmigo de un modo sangriento. Entonces yo,
aunque sin querer atravesarle, hice inconscientemente un movimiento que impulsó a mi espada hacia su
vientre desnudo. ¡Y por la mañana me desperté y vi que mi espada estaba, en efecto, teñida de sangre y
espuma! ¿Qué dirías, ¡oh padre mío! al que después de hablarte así, te enseñara la espada
ensangrentada?" El rey dijo: "Le diría que la sangre sola, sin el cuerpo del ad versario, no era más que
media prueba".
Entonces Kamaralzamán dijo: "¡Oh padre mío! yo también, esta mañana, al despertarme, me encontré
el bajo vientre cubierto de sangre; la palangana, que está todavía en el retrete, te lo demostrará. ¡Pero
como prueba más convincente todavía, he aquí la sortija de la adolescente! ¡En cuanto a mi sortija, ha
desaparecido, como ves!"
Al oír aquello, el rey corrió al retrete y vió que efectivamente la palangana consabida contenía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 191° noche
Ella dijo:
...el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana consabida contenía una cantidad
enorme de sangre, y dijo para sí: "¡Este es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa y
una expansión leal y franca!" Y pensó también: "¡Advierto con certeza en todo esto la mano del visir!"
Después volvió apresuradamente junto a Kamaralzamán, exclamando: "¡Veamos ahora la sortija! Y la
cogió, y le dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió a Kama ralzamán, diciendo: "Es una prueba
que me confunde por completo". Y permaneció una hora sin decir palabra. Después se lanzó pronto sobre
el visir, y le gritó: "¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!"
Pero el visir cayó a los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por la Fe, que no se había metido en
nada de aquello. Y el eunuco hizo el mismo juramento.
Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo a su hijo: "¡Sólo Alah puede aclarar este
misterio!" Pero Kamaralzamán muy conmovido, replicó: "¡Oh padre mío! ¡te suplico que hagas pesquisas
y gestiones para devolverme a la deliciosa joven cuyo recuerdo me al borota el alma, y te conjuro a que
tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, o moriré!"
El rey se echó a llorar, y dijo a su hijo: "¡Ya Kamaralzamán! ¡Sólo Alah es grande, y sólo él conoce
lo des conocido! ¡A nosotros no nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por
tu propia aflicción y por mi impotencia pa ra remediarla!"
Enseguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano a su hijo y se lo llevó desde la torre hasta el
palacio, en donde se encerró con él. Y se negó a ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse
llorando con Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por amar a una joven
desconocida, que después de tan señaladas pruebas de amor, había desaparecido.
Después, el rey, para verse más libre aun de las cosas y gente de palacio, y no preocuparse más que
en cuidar a su hijo, a quien tanto quería, mandó edificar en medio del mar un palacio, unido sólo a la
tierra por una escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y el de su hijo. Y
ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las preocupaciones, para no pensar más que en su
desgracia. Y a fin de consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontra ba nada como la lectura de buenos
libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas inspirados, como los siguientes entre otros mil :
¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada de los trofeos que
adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus
flores se inclina par abesar tus pies infantiles!
¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire encantado, se aromatiza al
tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!
¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta desnuda se queja de no ser tu
cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles, cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir
de envidia a las pulseras de tus muñecas!
Todo eso en cuanto a Kamaralzamán y a su padre el rey Schah ramán.
Vamos ahora con la princesa Budur.
Cuando los dos genios la dejaron en su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había
transcurrido la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó. Sonreía todavía a su
amado y se desperezaba de gusto, en ese momento delicioso de semisueño al lado del amante, a quien
creía junto a ella. Y al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir los ojos, no
cogió más que el vacío. Entonces se des pertó del todo y ya no vió al hermoso adolescente, al cual había
amado aquella noche, y le tembló el corazón hasta casi perder el juicio, y exhaló un grito agudo que hizo
acudir a las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre ellas a su nodriza.
Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi
señora!?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 193ª noche
Ella dijo:
...con acento asustado: "¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?"
Budur exclamó: "¡Me lo preguntas como si no lo supieras, mujer llena de as tucia!" ¡Dime ya lo que ha
sido del joven adorable que esta noche ha dormido en mis brazos y al cual amo con todas mis fuerzas!"
La nodriza, escandalizada hasta el límite extremo, alargó el pescuezo para entender mejor, y dijo:
"¡Oh princesa, líbrete Alah de todas las cosas inconvenientes! ¡Esas palabras no son de las que tú
acostumbras a decir! ¡Por favor, explícate más, y si es broma que gastas con nos otras, date prisa a
decírnoslo!"
Budur se incorporó a medias en la cama, y le gritó amenazadora: "¡Malhadada nodriza, te mando que
me digas en seguida dónde está el hermoso joven a quien he entregado esta noche por voluntad propia mi
cuerpo, mi corazón y mi virgi nidad!"
Al oír estas palabras, a la nodriza le pareció que el mundo entero se achicaba ante sus ojos; dióse de
golpes y se tiró al suelo, lo mismo que las otras diez viejas; y todas empezaron a gritar desaforadamente:
"¡Qué negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!"
Pero la nodriza, sin dejar de lamentarse, preguntó: "¡Ya Sett Budur! ¡Por Alah! ¡Recobra la razón y no
digas más cosas tan poco dignas de tu nobleza!"
Pero Budur le gritó: "¿Quieres callar, vieja maldita, y decirme de una vez lo que habéis hecho entre
todas de mi amante, el de los ojos negros, cejas arqueadas y levantadas en los extremos, el que pasó toda
la noche conmigo hasta por la mañana, v que tenía debajo del ombligo una cosa que no tengo yo?"
Cuando la nodriza y las otras diez mujeres oyeron semejantes palabras, levantaron los brazos al cielo
y exclamaron: "¡Oh confusión! ¡Oh señora nuestra, libre te veas de la locura, y de las asechanzas ma -
lignas, y del mal de ojo! ¡Verdaderamente, traspasas esta mañana los límites de la chanza!"
Y la nodriza, golpeándose el pecho, dijo: "¡Oh mi dueña Budur ¿qué lenguaje es ése?
¡Si semejantes bromas llegaran a oídos del rey, nos dejaría sin alma al momento! ¡Y ningún poder nos
libraría de su coraje!"
Pero Sett Budur, con los labios trémulos, gritó: "¡Por última vez te pregunto si quieres o no decirme
dónde se encuentra el hermoso joven cuyas huellas tengo todavía en el cuerpo!" Y Budur hizo ademán de
entreabrirse la camisa.
Al ver aquello, todas las mujeres se tiraron al suelo de bruces, y exclamaron: "¡Qué lástima de joven,
que se ha vuelto loca!"
Pero estas palabras enfurecieron de tal manera a Budur, que descolgó de la pared una espada y se
precipitó sobre las mujeres para atravesarlas. Enloquecidas entonces, se echaron fuera, atropellándose y
aullando, y llegaron en desorden y demudados los semblantes al aposento del rey. Y la nodriza, con
lágrimas en los ojos, le enteró de lo que acababa de: decir Sett- Budur, y añadió: "¡A todas nos habría
matado o herido si no huyéramos!"
Y el rey exclamó: "¡Qué enormidad! Pero ¿viste si realmente ha perdido lo que ha perdido?" La
nodriza se tapó la cara con las manos, y dijo llorando: "¡Lo he visto! ¡Había mucha sangre!" Entonces el
rey dijo: "¡Eso es una completa enormidad!" Y aunque en aquel momento estuviera descalzo y con
turbante de noche en la cabeza, se precipitó en la habitación de Budur.
El rey miró a su hija con aspecto muy severo, y le dijo: "¿Es verdad, Budur, que esta noche has
dormido con uno, y llevas encima todavía las huellas de su paso? ¿Y has perdido lo que has perdido?"
Ella respondió: "¡Sí, por cierto, ¡oh padre mío! pues tú fuiste quien tal quiso, y a fe que escogiste
perfectamente al joven; tan hermoso era, que ardo en deseos de saber por qué luego me lo quitaste!
¡Además, he aquí su sortija, que me ha dado después de coger la mía!"
Entonces el rey, padre de Budur, que ya había creído a su hija medio loca, dijo para sí: "¡Ha llegado
al límite de la locura!" Y le dijo: "Budur, ¿quieres decirme de una vez qué significa esa conducta extraña
y tan poco digna de tu posición?" Entonces Budur ya no pudo contenerse, y se rasgó la camisa de abajo
arriba, y se puso a sollozar, dándose de bofetadas.
Al ver aquello el rey ordenó a los eunucos y a las viejas que le sujetaran las manos para que no se
hiciera daño, y en caso de reinci dencia, que la encadenaran, y le pusieran al cuello una argolla de hierro,
y la ataran a la ventana de su habitación.
Luego el rey Ghayur, desesperado, se retiró a sus aposentos, pen sando en los medios que utilizaría
para obtener la curación de aquella locura que suponía en su hija. Pues, a pesar de todo, seguía
queriéndola con tanto cariño como antes y no podía acostumbrarse a la idea de que se hubiese vuelto loca
para siempre.
Reunió, pues, en su palacio a todos los sabios de su reino, médicos, astrólogos, magos, hombres
versados en libros antiguos, y dro gueros, y les dijo a todos: "Mi hija El-Sett-Budur está en tal y cuál
estado. Se la daré por esposa a aquel de vosotros que la cure, y le nom braré heredero de mi trono cuando
yo me muera. Pero al que haya entrado en el aposento de mi hija y no haya logrado curarla, se le cortará
la cabeza".
Después mandó pregonar lo mismo por toda la ciudad, y envió co rreos a todos sus Estados para
promulgarlo.
Y se presentaron muchos médicos, sabios, astrólogos, magos y drogueros; pero una hora más tarde se
veían encima de la puerta del palacio sus cabezas cortadas. Y en poco tiempo se juntaron cuarenta
cabezas a lo largo de la fachada del palacio. Entonces los otros pensa ron: "¡Mala señal! ¡La enfermedad
debe ser incurable!" Y nadie se atrevía a presentarse, para no exponerse a que le cortaran la cabeza.
¡Esto en cuanto a los médicos y al castigo que se les aplicó en tal caso!"
Pero en cuanto a Budur, tenía un hermano de leche, hijo de su nodriza, llamado Marzauán. Y
Marzauán, aunque musulmán ortodoxo y buen creyente, había estudiado la magia y la brujería, los libros
de los indios y los egipcios, los caracteres talismánicos y la ciencia de las estrellas; y después, como ya
no tenía nada que aprender en libros, se había dedicado a viajar, y había recorrido las comarcas más
remotas, consultando a los hombres más duchos en las ciencias secretas, y de este modo se había
empapado en todos los conocimientos huma nos. Y entonces púsose en camino para regresar a su país, al
que ha bía llegado con buena salud.
Y lo primero que vió Marzauán al entrar en la ciudad fueron las cuarenta cabezas cortadas de los
médicos, colgadas encima de la puerta del palacio. Y al preguntar a los transeúntes, le explicaron toda la
historia y la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y callose discretamente.
Pero cuando llegó la 194ª noche
Ella dijo:
... la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados.
Entonces Marzauán entró en casa de su madre, y después de las efusiones del regreso, le pidió
pormenores sobre la cuestión; y su madre le confió lo que había sabido, que entristeció mucho a Mar -
zauán, porque se había criado con Budur y la quería con un cariño mayor del que suelen experimentar los
hermanos por las hermanas. Reflexionó durante un hora, y después levantó la cabeza y le dijo a su madre:
"¿Podrías hacerme entrar en su aposento secretamente para que trate de ver si conozco el origen de su
mal y si tiene remedio o no?" Y su madre le dijo: "Difícil es, ¡oh Marzauán! De todos modos, ya que lo
deseas, apresúrate a vestirte de mujer y a seguirme". Y Marzauán se preparó inmediatamente, y
disfrazado de mujer, siguió a su madre al palacio.
Cuando llegaron a la puerta del aposento, el eunuco de guardia quiso prohibir la entrada a la mujer
que no conocía, pero la vieja, le deslizó en la mano un buen regalo, y le dijo: "¡Oh jefe del palacio! ¡la
princesa Budur, que está tan enferma, me ha expresado el deseo de ver a ésta mi hija, que es su hermana
de leche! ¡Dejadnos pasar, pues, ¡oh padre de la cortesía!" Y el eunuco, tan lisonjeado por estas palabras
como satisfecho por el regalo, respondió: "¡Entrad pronto, pero no os entretengáis!" Y entraron ambos.
Cuando Marzauán llegó a presencia de la princesa, se levantó el velo que le cubría el rostro, se sentó
en el suelo, y sacó de debajo de la ropa un astrolabio, libros de hechicería y una vela; y se disponía a
sacar el horóscopo de Budur antes de interrogarla, cuando de pronto la joven se arrojó a su cuello y le
besó con ternura, pues le había reconocido en seguida. Luego le dijo: "¿Cómo, hermano Marzauán, crees
también en mi locura, como todos los demás? ¡Ah! ¡Desengáñate, Marzauán! ¿No sabes lo que dijo el
poeta? Oye estas palabras, y reflexiona después sobre su alcance:
Han dicho: "¡Está loca! ¡Oh juventud perdida!"
Yo les digo: "¡Dichosos los locos! ¡Gozan más de la vida, y en eso se diferencian de la
muchedumbre vulgar, que se ríe de sus acciones!"
Y les digo también: "¡Mi locura no tiene más que un remedio, y es el regreso de mi amigo!"
Cuando Marzauán oyó estos versos, comprendió en seguida que Budur estaba sencillamente
enamorada, y que esta era toda su enfer medad. Y le dijo: "El hombre sagaz sólo necesita una seña para
ente rarse. ¡Apresúrate a contarme tu historia, y si Alah quiere, seré para ti causa de consuelo y el
mediador para tu salvación!"
Entonces Budur le refirió minuciosamente toda la aventura, que no ganaría nada con que la
repitiéramos. Y prorrumpió en llanto, diciendo: "¡He aquí mi triste suerte, ¡oh Marzauán! y ya no vivo
más que llorando noche y día, y apenas los versos de amor que recito consiguen refrescar un poco la
quemadura de mi hígado!"
Oídas estas palabras, Marzauán bajó la cabeza para reflexionar, y durante una hora se sumió en sus
pensamientos. Después levantó la cabeza, y dijo a la desolada Budur: "¡Por Alah! Veo claro que tu his -
toria es exacta de todo punto; pero en verdad que resulta difícil de entender. Sin embargo, tengo
esperanzas de curar tu corazón dándote la satisfacción que deseas. Pero ¡por Alah! procura aguantar con
pa ciencia hasta mi regreso. ¡Y estate bien segura de que el día en que de nuevo me veas junto a ti, será
aquel en que te habré traído de la mano a tu amante!"
Y dicho esto, Marzauán se retiró bruscamente de la habitación de la princesa, su hermana de leche, y
el mismo día se fué de la ciudad del rey Ghayur.
Fuera ya de las murallas, Marzauán viajó durante un mes entero de ciudad en ciudad y de isla en isla,
y por todas partes no oía a la gente hablar en todas sus conversaciones más que de la historia extraña de
Sett-Budur.
Pero al cabo del mes de viaje, Marzauán llegó a una gran ciudad, situada a orillas del mar, y que se
llamaba Tarab, y dejó de oír a la gente hablar de Sett-Budur; pero en cambio no se ocupaban más que de
la historia sorprendente de un príncipe, hijo del rey de aquella comarca, que se llamaba Kamaralzamán.
Y Marzauán hizo que le contaran los pormenores de aquella aventura, y los encontró tan semejantes en
todos sus puntos a los que ya sabía de Sett-Budur, que se enteró con exactitud del lugar en que se
encontraba aquel hijo del rey. Se le dijo que tal sitio estaba muy lejos, y que a él llevaban dos cami nos:
uno por tierra y otro por mar; por tierra se tardaba seis meses en llegar al país de Khaledán, en el cual
encontrábase Kamaralzamán; por mar, no se tardaba más que un mes. Entonces Marzauán, sin vacilar,
escogió la vía marítima, embarcándose en un buque que salía precisa mente para las islas del reino de
Khaledán.
La nave en que se había embarcado Marzauán tuvo viento favora ble durante toda la travesía; pero el
mismo día que llegó a la vista de la capital del reino, una tempestad formidable levantó las olas del mar
y proyectó al aire la nave, que giró sobre sí misma y zozobró sin re medio en un peñasco tajado. Pero
Marzauán, entre otras cualidades, tenía la de saber nadar a la perfección, y de todos los pasajeros fué el
único que pudo salvarse agarrándose al palo mayor que había caído al mar. Y la fuerza de la corriente le
arrastró precisamente hacia la lengua de tierra en que estaba edificado el palacio que habitaba Ka -
maralzamán con su padre.
Y quiso el Destino que en aquel momento el gran visir, que había ido a dar cuenta al rey del estado
del reino, estuviera mirando por la ventana que daba al mar, y al ver a aquel joven que arribaba de tal
manera, mandó a los esclavos que fuesen a socorrerle, y se lo trajeran, no sin haberle proporcionado
ropa para mudarse y darle de beber un vaso de sorbete para calmar su espíritu.
A los pocos momentos, Marzauán entró en la sala en que estaba el visir. Y como era bien formado y
de aspecto gentil, agradó en seguida al gran visir, que se puso a interrogarle, y pronto se dió cuenta de lo
extenso de sus conocimientos y de su cordura. Y dijo para sí: "¡Seguramente debe de estar versado en la
medicina!" Y le dijo: "¡Alah te ha guiado aquí para curar a un enfermo a quien quiere mucho su padre...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 196ª noche
Ella dijo:
...a un enfermo a quien quiere mucho su padre, y que para todos nosotros es causa de aflicción
continua!" Y Marzauán le preguntó: "¿A qué enfermo te refieres?" El otro contestó: "Al príncipe
Kamaralzamán, hijo de nuestro rey Schahramán, que habita aquí mismo".
Oídas estas palabras, Marzauán dijo para sí: "¡El Destino me favorece más de lo que yo deseaba!"
Después preguntó al visir: "¿Y cuál es la enfermedad que padece el hijo del rey?" El visir dijo: "Yo creo
sencillamente que está loco. ¡Pero su padre afirma que le han hecho mal de ojo o algo parecido, y se
halla a punto de creer una his toria extraña que su hijo le ha contado!" Y el visir contó a Marzauán la
historia entera desde su origen.
Cuando Marzauán oyó el relato, llegó al límite de la alegría, pues ya no dudó de que el príncipe
Kamaralzamán fuera el joven que había pasado la famosa noche con Sett-Budur, dejando a su amada un
re cuerdo tan vivo. Pero se guardó muy bien de explicárselo al gran visir, y sólo le dijo: "¡Estoy seguro de
que viendo al joven daré antes con el tratamiento indicado, y gracias al cual le curaré, si Alah quiere!"Y
el visir le llevó sin tardanza al aposento de Kamaralzamán.
Y lo primero que llamó la atención de Marzauán al mirar al príncipe fué su parecido extraordinario
con Sett-Budur.
Y tan estupefacto se quedó, que no pudo por menos de exclamar: "¡Ya Alah! ¡Bendito sea Aquel que
crea bellezas tan semejantes dándoles los mismos atri butos e iguales perfecciones!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán, que hallábase tendido lán guidamente en el lecho y con los ojos
medio cerrados, los abrió por completo y aguzó el oído. Pero Marzauán, aprovechando aquella aten ción
del príncipe, improvisaba ya los siguientes versos, para darle a entender de una manera embozada lo que
ni el rey Schahramán ni el gran visir podían comprender:
Trataré de cantar los méritos de una beldad, causante de mis pa decimientos, para hacer
revivir el recuerdo de sus antiguos encantos.
Me dicen: "¡Oh tú, el herido por la flecha de amor, levántate! ¡He aquí la copa llena, y la
guitarra para alegrarte!"
Yo les digo: "¿Cómo podré alegrarme si amo? ¿Hay mayor ale gría que la del amor y la de
padecer por amor?
"¡Amo tanto a mi amiga, que me encela hasta la camisa que toca sus caderas cuando la
camisa se ciñe demasiado a sus caderas hermo sas, benditas y suaves!
"¡Amo tanto a mi amiga, que tengo celos de la copa que toca sus labios gentiles cuando la
copa roza durante mucho tiempo sus labios, creados para el beso!
"¡No me censuréis por amarla tan apasionadamente; bastante pa dezco con mi propio amor!
"¡Ah! ¡Si supieras sus méritos! ¡Tan seductora es como José en casa de Faraón, tan
melodiosa como David delante de Saúl, tan mo desta como María, madre de Cristo!
"¡Y yo me veo tan triste como Jacob apartado de su hijo, tan desdichado como Jonás en la
ballena, tan probado como Job entre la paja, tan decaído como Adán perseguido por el
ángel...!
"¡Ay! ¡Nada me curará, a no ser el regreso de la amiga!".
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos, notó como si penetrase en él una gran frescura que le
apaciguara el alma, e hizo seña a su padre para que invitara al joven a sentarse cerca de él y los dejaran
solos. Y encantado el rey al ver que su hijo interesábase por algo, se apresuró a invitar a Marzauán a
sentarse cerca de Kamaralzamán, y salió de la sala después de haber guiñado el ojo al visir para
indicarle que le siguiera.
Entonces Marzauán se inclinó al oído del príncipe, y le dijo: "Alah me ha guiado hasta aquí para
servir de mediador entre tú y la que amas. Y a fin de convencerte, escucha". Y dió a Kamaralzamán ta les
pormenores de la noche pasada con la joven, que no era posible la duda.
Y añadió: " esa joven se llama Budur, y es hija del rey Gha yur, señor de El-Budur y El-Kussur. Y es
mi hermana de leche".
Al oír estas palabras, Kamaralzamán se sintió tan aliviado de su languidez, que notó cómo las fuerzas
daban a su alma nueva vida; y se levantó de la cama, y cogió del brazo a Marzauán, y le dijo: "¡Voy a
irme en seguida contigo al país del rey Ghayur!"
Pero Marzauán le dijo: "¡Está algo lejos, y primero has de recobrar las fuerzas por com pleto!
¡Después iremos juntos allá, y tú solo curarás a Sett-Budur!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 199ª noche
Ella dijo:
"...y tú solo curarás a Sett-Budur!".
A todo esto, el rey, impulsado por la curiosidad, volvió a la sala y vió el rostro radiante de su hijo.
Entonces, con la alegría, se le atascó en la garganta el aliento; y la alegría llegó al delirio cuando oyó que
su hijo le decía: "¡Voy a vestime al momento para ir al ham mam!"
Enseguida el rey se echó al cuello de Marzauán y le besó, sin pensar siquiera en preguntarle de qué
receta o remedio se había ser vido para obtener en tan poco tiempo tan buen resultado. Y luego de colmar
a Marzauán de regalos y honores, mandó iluminar toda la ciu dad en señal de alegría, distribuyó
prodigiosa cantidad de ropones de honor y obsequios a sus dignatarios y a toda la servidumbre de
palacio, y mandó abrir todas las cárceles y poner en libertad a los pre sos. Y de aquella manera toda la
ciudad y todo el reino se llenaron de contento y dicha.
Cuando a Marzauán le pareció que la salud del príncipe estaba completamente restablecida, le llamó
aparte y le dijo: "¡Llegó el mo mento de partir, ya que no puedes aguantar más! ¡Haz, pues, tus
preparativos, y vámonos!"
El príncipe respondió: "¡Pero mi padre no me dejará marchar, porque me quiere tanto, que nunca se
decidirá a separarse de mí! ¡Y Alah! ¡Cuál será entonces mi desolación! Se guramente tendré una grave
recaída!" Pero Marzauán contestó: "Ya he previsto esa dificultad, y me las arreglaré de modo que no haya
retraso; verás qué ardid he discurrido para lograrlo. Dirás al rey que tienes ganas de respirar el aire libre
en un cacería de algunos días con migo, porque te notas oprimido el pecho desde que no sales de casa. ¡Y
seguramente el rey no te negará el permiso!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán se alegró en extremo, y fué en el acto a pedir la venia a su
padre, quien, efectivamente para no afligirle no se atrevió a negarse. Pero le dijo: "¡Sólo por una noche!
¡Pues una ausencia muy prolongada me mataría de pena!" Después el rey mandó preparar para su hijo y
Marzauán dos magníficos caba llos y otros seis de repuesto, y un dromedario para los bagajes; y un
camello cargado de víveres, y odres con agua.
Tras de lo cual, el rey abrazó a su hijo Kamaralzamán y a Mar zauán; llorando les encargó recíproco
cuidado, y después de la des pedida más conmovedora, les dejó alejarse de la ciudad con todo su séquito.
Fuera ya de las murallas, los dos camaradas fingieron cazar todo el día para engañar a los
palafreneros y conductores, y al oscurecer ar maron las tiendas y comieron, bebieron y durmieron hasta
medianoche, Entonces Marzauán despertó sigilosamente a Kamaralzamán, y le dijo: "¡Tenemos que
aprovechar el sueño de esta gente para marcharnos!" Cada cual montó en uno de los caballos de refresco,
y se pusieron en camino sin llamar la atención.
Así anduvieron a buen paso hasta el nacimiento del alba. En aquel momento Marzauán paró el caballo
y dijo al príncipe: "¡Párate también, y apéate!" Y cuando se apeó, dijo: "¡Quítate pronto la ca misa y los
calzones!" Y Kamaralzamán, sin replicar, se despojó de los calzones y la camisa. Y Marzauán le dijo:
"¡Ahora dámelos y aguarda un poco!" Y cogió las dos prendas y se fué hasta un sitio en que el camino
formaba una encrucijada. Entonces cogió un caballo que ha bía tenido la precaución de llevarse detrás, y
lo metió en el centro de un bosque que se extendía hasta allí, y lo degolló, y tiñó con sangre la camisa y
los calzones. Después de lo cual volvió al sitio en que el camino se dividía y tiró las prendas entre el
polvo del camino. Luego volvió hacia Kamaralzamán, que lo aguardaba sin moverse, y que le preguntó:
"Quisiera saber tus proyectos". El otro contestó: "Empecemos por tomar un bocado".
Comieron y bebieron, y Marzauán dijo entonces al príncipe: "¡Verás! Cuando el rey advierta que
transcurren dos días y no regresas, y cuando los conductores le digan que hemos partido a medianoche,
mandará enseguida en nuestra busca a gente que no dejará de ver en la encrucijada tu camisa y tus
calzones ensangrentados, y dentro de los cuales he tenido, además, la precaución de meter algunos
pedazos de carne de caballo y los huesos rotos. Y así nadie dudará que una fiera te ha devorado y que yo
he huido lleno de terror". Luego añadió: "Indudablemente esa noticia será un golpe terrible para tu padre;
pero en cambio, ¡cuál no será después su júbilo cuando sepa que vives y estás casado con Sett-Budur!"
Kamaralzamán nada tuvo que replicar a esto, y dijo: "¡Oh Marzauán, tu ocurrencia es excelente y tu
estratagema ingeniosa! Pero ¿cómo nos arreglaremos para los gastos?" Marzauán respondió: "¡No te
preocupe eso! He traído conmigo las más hermosas pedrerías, de las cuales la peor vale más de 200.000
dinares".
Y así siguieron viajando durante bastante tiempo, hasta que por fin avistaron la ciudad del rey
Ghayur. Echaron entonces a todo galope los caballos, y franquearon los muros, y entraron por la puerta
principal de las caravanas.
Kamaralzamán quiso ir en seguida a palacio; pero Marzauán le dijo que tuviera otro poco de
paciencia, y le llevó al khan, en donde paraban los ricos extranjeros, y allí estuvieron tres días completos
para descansar bien de las fatigas del viaje. Y Marzauán aprovechó el tiem po en mandar fabricar pára
uso del príncipe un artilugio completo de astrólogo, todo de oro y materias preciosas; y luego le llevó al
ham mam, y después del baño le vistió con un traje de astrólogo, y habiendo comunicado las instrucciones
necesarias, le guió hasta el pie del palacio del rey, y le dejó para ir a avisar a su madre, la nodriza, a fin
de que ésta advirtiera a la princesa Budur.
En cuanto a Kamaralzamán, llegó hasta el pórtico del palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 200ª noche
Ella dijo:
"...Llegó hasta el pórtico del palacio, y ante la muchedumbre hacinada en la plaza y los guardias y
porteros, clamó en alta voz:
¡Soy el astrólogo ilustre, el mágico digno de memoria!
¡Soy la cuerda que levanta los velos más espesos y la llave que abre armarios y cajones!
¡Soy la pluma que traza caracteres en los amuletos y en los li bros de hechicería!
¡Soy la mano que extiende la arena adivinatoria y extrae la curación del fondo de los tinteros!
¡Soy el que da sus virtudes a los talismanes y por medio de la palabra alcanza todas las victorias!
¡Desvío hacia los emuntorios todas las enfermedades; no utilizo inflamatorios, ni vomitivos, ni
estornutatorios, ni infusorios, ni veji gatorios!
¡No uso oraciones, jaculatorias, ni palabras evocadoras, ni fór mulas propiciatorias, y así obtengo
curas rápidas y meritísimas!
¡Soy el mágico notorio, digno de recordación; acudid a mí todos! ¡No pido propina, ni óbolo
remunerador, pues todo lo hago por la gloria!
Cuando los habitantes de la ciudad, los guardias y los porteros oyeron la proclama, se quedaron
estupefactos; pues desde la ejecución sumarísima de los cuarenta médicos, creían que tal raza se había
ex tinguido, tanto más cuanto que no habían vuelto a ver médicos ni magos.
Así es que todos rodearon al joven astrólogo, y al ver su hermo sura, y su tez fresquísima, y sus demás
perfecciones, quedaron encan tados y desconsolados al mismo tiempo, porque temieron que sufriera igual
suerte que sus antecesores. Y los que estaban más cerca del carro cubierto de terciopelo, en el cual se le
veía de pie, le suplicaron que se alejase del palacio, y dijeron: "Señor mago, ¡por Alah! ¿No sabes lo que
te espera si recorres mucho estos lugares? El rey te mandará para que pruebes tu ciencia con su hija.
¡Desdichado! ¡Sufrirás en tonces la suerte de todos esos cuyas cabezas cortadas cuelgan precisa mente
encima de ti!"
Pero a tales conjuros, respondía Kamaralzamán gritando más alto:
¡Soy el mago ilustre, digno de recordación! ¡No uso jeringas ni fumigaciones! ¡Oh, vosotros
todos, venid a verme!
Entonces todos los circunstantes, aunque convencidos de la ciencia del astrólogo, seguían temiendo
que fracasara contra aquella enfermedad sin remedio.
De modo que se pusieron muy tristes, diciéndose unos a otros: “!Qué lástima de juventud!”
A todo esto, el rey, al oír el tumulto en la plaza y al ver el gentío que rodeaba al astrólogo, dijo al
visir: "¡Vé pronto a buscar a ese hombre!"
Y el visir ejecutó inmediatamente la orden.
Cuando Kamaralzamán llegó a la sala del trono, besó la tierra en tre lasmanos del rey, y empezó por
dirigirle este ditirambo:
En ti están reunidas las ocho cualidades que obligan a inclinar la cabeza al más sabio.
La ciencia, la fuerza, el poderío, la generosidad, la elocuencia, la sagacidad, la fortuna y
la victoria.
Encantado quedó el rey Ghayur cuando hubo oído tales alabanzas y miró atentamente al astrólogo. Y
era tal la hermosura de éste, que el rey cerró los ojos un momento, luego los volvió a abrir, y le di jo:
"¡Siéntate a mi lado!"
Después le dijo: "¡Mira, hijo mío, mejor estarías sin ese traje de médico! ¡Y mucho me alegraría de
casarte con mi hija si consiguieras curarla! ¡Pero dudo que lo logres! ¡Y como he jurado que nadie
conservaría la vida después de haber visto la cara de la princesa, a no ser que la alcanzara por esposa,
me vería obligado, muy contra mi gusto, a hacerte sufrir la misma suerte que a los cuarenta que te han
precedido! ¡Contesta, pues! ¿Te allanas a las condiciones impuestas?"
Oídas esta palabras, Kamaralzamán dijo:
"¡Oh rey afortunado! ¡ vengo desde muy lejos a este país próspero para ejercer mi arte y no para
callar! ¡Sé lo que arriesgo, pero no retrocederé!" Entonces el rey dijo al jefe de los eunucos: "¡Ya que
insiste, guíale a la habitación de la prisionera!"
Entonces ambos fueron al aposento de la princesa, y el eunuco, al ver que el joven apresuraba el
paso, dijo: "¡Infeliz! ¿Crees de veras que llegarás a ser yerno del rey?" Kamaralzamán dijo: "¡Así lo
espero! Y además, estoy tan seguro de ganar, que sin moverme de aquí puedo curar a la princesa,
demostrando a toda la tierra mi habilidad y mi sabiduría". "¡Cómo! ¿Puedes curarla sin verla? ¡Gran
mérito el tuyo si así es!"
Kamaralzamán dijo: "Aunque el deseo de ver a la princesa, que ha de ser mi esposa, me mueva a
penetrar inmediatamente en su aposento, prefiero obtener su curación quedándome detrás del cortinaje de
su cuarto". El eunuco dijo: "¡Más sorprendente será la cosa!"
Entonces Kamaralzamán se sentó en el suelo, detrás del cortinaje del cuarto del Sett-Budur, sacó del
cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 204ª noche
Ella dijo:
...sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó la siguiente carta:
"Estos renglones son de mano de Kamaralzamán, hijo del sultán Schahramán, rey de las tierras y de
los océanos en los países musul manes de las islas de Khaledán.
"A Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de El-Budur y El-Kus sur, para expresarle sus penas de
amor".
"Si hubiera de decirte, ¡oh princesa! todo lo abrasado que está este corazón que heriste, no habría en
la tierra cañas bastante duras para trazar sobre el papel afirmación tan osada. ¡ Pero sabe ¡ oh adorable!
que si se agotara la tinta, mi sangre no se agotaría, y con su color hubiera de expresarte mi interna llama,
esta llama que me consu me desde la noche mágica en que me apareciste en sueños y me cauti vaste para
siempre!
"Dentro de este pliego va la sortija que te pertenecía. Te la mando como prueba cierta de que
soy el quemado por tus ojos; el amarillo como azafrán, el hirviente como volcán, el sacudido por las
desventuras y el huracán, que grita hacia ti Amán, firmando con su nombre, Kamaralzamán.
"Habito en la ciudad en el gran khan".
Escrita ya la carta, Kamaralzamán la dobló, metiendo en ella dies tramente la sortija; la cerró, y luego
entregósela al eunuco, que fué imediatamente a dársela a Sett Budur, diciéndole: "¡Ahí detrás de la
cortina, ¡oh mi señora! hay un joven astrólogo tan temerario, que pretende curar a la gente sin verla! ¡He
aquí, por cierto, lo que para ti me entregó!"
Pero apenas abrió la carta la princesa Budur, cuando conoció la sortija, y dió un grito agudo; y
después, enloquecida, atropelló al eunuco y corrió a levantar la cortina, y a la primera ojeada reconoció
también en el joven astrólogo al hermoso adolescente a quien se había entregado toda durante su sueño. Y
tal fué su alegría, que entonces sí que le faltó poco para volverse loca de veras. Echóse al cuello de su
amante, y ambos se besaron como dos palomas separados durante mucho tiempo.
Al ver aquello, el eunuco fué a escape a avisar al rey lo que acababa de ocurrir, diciéndole: "Ese
astrólogo joven es el más sabio de todos los astrólogos. ¡Acaba de curar a tu hija sin verla siquiera,
quedándose detrás del cortinaje!" Y el rey exclamó: "¿Es verdad eso que cuentas?" El eunuco dijo: "¡Oh
señor mío, puedes ir a comprobarlo con tus propios ojos!"
Entonces el rey se dirigió inmediatamente al cuarto de su hija, y vió que, en efecto, era una realidad
lo dicho. Y se regocijó tanto, que besó a su hija entre los dos ojos, porque la quería mucho, y besó
también a Kamaralzamán, y después le preguntó de qué tierra era. Ka maralzamán le contestó: "¡De las
islas de Khaledán, y soy el propio hijo del rey Schahramán!" Y refirió al rey Ghayur toda su historia con
Sett Budur.
Cuando la oyó, exclamó el rey: "¡Por Alah! ¡Esta historia es tan pasmosa y maravillosa, que si se
escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, sería motivo de asombro para quienes la leyeran con
atención!" E inmediatamente la mandó escribir en los anales por los escribas más hábiles del palacio,
para que se transmitiera de siglo en siglo a todas las generaciones futuras.
En el acto mandó llamar al kadí y a los testigos, para que se ex tendiera sin demora el contrato de
matrimonio de Sett Budur con Ka maralzamán. Y mandó adornar e iluminar la ciudad siete noches y siete
días; y se comió, y se bebió y se disfrutó; y Kamaralzamán y Sett- Budur llegaron al colmo de sus
anhelos, y se amaron recíprocamente durante mucho tiempo entre fiestas, bendiciendo a Alah el
Bienhechor.
Pero una noche, después de cierto festín al cual habían sido invitados los principales personajes de
las islas exteriores e interiores, y cuando Kamaralzamán había disfrutado de manera todavía más grata
que la acostumbrada de las suntuosidades de su esposa, tuvo, dormido ya, un sueño en el cual vió a su
padre, el rey Schahramán, que se le aparecía con la cara bañada en llanto, y le decía tristemente:
"¿Cómo me abandonas así ya, Kamaralzamán? ¡Mira! ¡Voy a morirme de dolor!"
Entonces Kamaralzamán se despertó sobresaltado, y despertó tam bién a su esposa, y empezó a
exhalar hondos suspiros.
Y Sett Budur, ansiosa, le preguntó: "¿Qué te pasa, ojos míos? Si te duele el vientre, te haré enseguida
un cocimiento de anís e hinojo. Y si te duele la cabeza, te pondré en la frente paños de vinagre. Y si has
comido demasiado por la noche, te colocaré encima del estómago un panecillo caliente envuelto en una
servilleta, y te daré a beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 206ª noche
Ella dijo:
"...y -te daré de beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de otras flores".
Kamaralzamán contestó: "Tenemos que marchar nos mañana, ¡oh Budur!, a mi país, cuyo rey, mi padre
está enfermo. ¡Acaba de aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando!"
Bu dur contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y aunque todavía era de noche, se levantó enseguida y fué en
busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el harem, y a quien con el eunuco mandó recado de que
tenía que hablarle.
El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco a aquellas horas, se quedó estupefacto, y le dijo:
"¿Qué desastre vienes a anun ciarme, ¡oh cara de alquitrán!?"
El eunuco contestó: "¡La princesa Budur desea hablar contigo!" El contestó: "Aguarda que me ponga
el turbante". Después de lo cual salió, y dijo a Budur: "Hija mía, ¿qué clase de pimienta has tragado para
estar en movimiento a estas horas?"
Ella contestó: "¡Oh padre mío! ¡ vengo a pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país de
Khaledán, reino del padre de mi esposo Ka maralzamán!" El rey dijo: "¡No me opongo, con tal de que
vuelvas pasado un año!" Ella dijo: "¡Sí, por cierto!" Y dió las gracias a su padre por el permiso
besándole la mano, y llamó a Kamaralzamán, que también le dió las gracias.
Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos, enjaezados los caballos y cargados
los dromedarios y camellos. Entonces el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho
a su esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes y los acompañó durante algún tiempo.
Tras de lo cual regresó a la ciudad, no sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les
dejó seguir su camino.
Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida, no pensaron más que en la
alegría de ver al rey Schahra mán. Y viajaron el primer día, y el segundo y el tercero, y así sucesivamente
hasta el día trigésimo. Llegaron entonces a un prado muy agradable, que les gustó hasta el punto de que
mandaron armar el campamento allí para descansar un día o dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada
junto a una palmera la tienda de Sett Budur, cansada ésta entró en seguida en ella, tomó un bocado y no
tardó en dormirse.
Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras tiendas mucho más lejos,
para que él y Budur pudieran dis frutar del silencio y la soledad, penetró a su vez en la tienda, y vió
dormida a su joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada con ella en la
torre.
Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfom bra de la tienda, colocada la cabeza
en un almohadón de seda escarlata. No tenía encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el
ancho calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta el ombligo la ligera
camisa; y todo el hermoso vientre surgía blanco como la nieve, ostentando en los sitios delicados
hoyuelos y lo bastante anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.
Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos ver sos deliciosos del poeta:
¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora, y tus ojos como los
cielos marinos!
¡Cuando tu cuerpo vestido de narcisos y rosas se yergue o se alarga flexíble, no lo
igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae maciza o se despliega leve,
no hay seda que valga lo que su tejido natural!
Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarlo al límite del éxtasis:
¡Durmiente! ¡magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben la claridad! ¡Mediodía
sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te
muevas!
¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos la gasa diáfana; y los
rayos del sol, vencedores de las palmas, te pe netran, ¡oh diamante! al atravesarte te ilumina!
¡Ah! ¡No te muevas!
¡No te muevas! ¡Deja respirar así a tus senos, que se alzan y des cienden como las olas del
mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah!
¡Deja respirar a tus senos!
¡Deja respirar a tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas; el zángano interrumpe su
zumbido en la flor; y mi mirada quema las dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja
que mis ojos ardan!
¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo las palmas afortunadas,
con tu cuerpo macerado en las rosas y el sánda lo, con todo el beneficio de la soledad y la
frescura del silencio!
Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ar diente deseo de su esposa dormida,
de la cual no podía cansarse, así como el sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar
del sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que le sujetaba el calzón; y
alargaba ya la mano hacia la sombra cá lida de los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba
por entre los dedos. Lo cogió y vió que era una cornalina atada a una hebra de seda precisamente encima
del valle de las rosas. Y Kamaral zamán quedó muy asombrado, y dijo para sí: "¡Si esta cornalina no
tuviera virtudes extraordinarias, y no fuera un objeto muy querido para Budur, no lo habría conservado
con tanto esmero, ni lo habría ocul tado precisamente en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no
separarse de él! ¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para preservarla del mal de
ojo y los abortos!"
Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal tentación de examinar mejor la
piedra, que desató la seda que la sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla a la luz. Y vió que la
cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres talismánicos y figuras desconocidas. Y
al colocársela a la altura de los ojos, para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de
pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el relám pago, se la arrancó de la mano...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 207ª noche
Ella dijo:
...y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano. Después fué a posarse, algo más
lejos, en la copa de un árbol alto, y lo miró, inmóvil y burlona, sujetando con el pico el talismán.
Ante aquel desastroso accidente, la estupefacción de Kamaralzamán fué tan honda, que abrió la boca
y estuvo algún rato sin poder mover se, pues a su vista pasó todo el dolor con que presentía afligida a
Budur al saber la pérdida de una cosa que indudablemente debía estimar mu cho. Así es que
Kamaralzamán, repuesto de su sorpresa, no vaciló un instante. Cogió una piedra y corrió hacia el árbol en
que se había po sado el ave. Llegó a la distancia necesaria para tirarle la piedra al la drón, y ya levantaba
la mano apuntándole, cuando el ave saltó del árbol y fué a posarse en otro algo más lejano. Entonces
Kamaralzamán la persiguió, y el ave voló y fué al tercer árbol.
Y Kamaralzamán dijo para sí: "¡Ha debido ver que llevo una piedra en la mano! Voy a tirarla para
que comprenda que no quiero hacerle daño" Y tiró la pie dra a lo lejos.
Cuando el ave vió que Kamaralzamán tiraba la piedra, saltó al suelo, pero manteniéndose de todos
modos a cierta distancia. Y Kamaralzamán pensó: "¡Ahí me está esperando!" Y se acercó a ella con
rapidez, pero al ir a tocarla con la mano, el ave saltó algo más lejos. Y Kamaralzamán saltó detrás de
ella. Y el ave saltó y Kamaralzamán saltó y el ave saltó. Y Kamaralzamán salto, y así sucesivamente,
horas y horas, de valle en valle y de collado en collado, hasta que anocheció. Entonces Kamaralzamán
exclamó: "¡No hay más recurso que Alah Todopoderoso!" Y se paró, sin aliento. Y el ave también se
paró, pero algo más lejos, en la cima de un montecillo.
En aquel momento, Kamaralzamán notó humedad en la frente, más de desesperación que de
cansancio, y pensó que tal vez haría mejor en regresar al campamento. Pero dijo para sí: "Mi amada
Budur sería capaz de morirse de pena si le anunciase la pérdida irremediable de este talismán, de
virtudes desconocidas para mí, pero que para ella deben ser esenciales. Y además, si me volviera ahora
que la tiniebla es tan espesa, me expondría a extraviarme, o a que me atacasen las alimañas nocturnas".
Sumido entonces en pensamientos tan desconsoladores, no sabía qué resolución tomar, y se tendió en el
suelo, llegando al límite del aniquilamiento.
Sin embargo, no dejó de observar al ave, cuyos ojos brillaban de una manera extraña entre la sombra;
y cada vez que hacía un ademán o se levantaba pensando sorprenderla, el ave sacudía las alas y daba un
chillido como para avisarle que le veía. De modo que Kamaralzamán, vencido por la fatiga y la emoción,
se dejó dominar del sueño hasta por la mañana.
En cuanto despertó, decidió pillar a todo trance al ave ladrona, y empezó a perseguirla: y se repitió la
misma carrera, con igual resultado que en la víspera. Y Kamaralzamán, cuando anocheció, empezó a gol -
pearse, exclamando: "¡La perseguiré mientras me quede un hálito de vida!" Y recogió algunas plantas y
hierbas, conformándose con ali mentarse de ellas. Y se durmió, acechando al ave, y acechado también por
los ojos que brillaban entre la sombra.
Y al día siguiente se reprolujo la misma persecución, y así conti nuaron hasta el décimo día, desde por
la mañana hasta por la noche; pero al amanecer el undécimo día, atraído sin cesar por el vuelo del ave,
Kamaralzamán llegó a las puertas de una ciudad situada junto al mar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se sintió presa de una ira tal, que se tiró al suelo de bruces, y lloró
durante largo tiempo, sacudido por los sollozos.
Pasadas algunas horas en tal estado de angustia, se decidió a le vantarse, y fué hasta el arroyo que
corría cerca de allí para lavarse las manos y la cara y hacer sus abluciones; después se encaminó a la
ciu dad, pensando en el dolor de su amada Budur y en todas las suposicio nes que estaría haciendo sobre
su desaparición y la del talismán. Y se recitaba poemas acerca de la separación y las penas de amor,
como el siguiente, entre otros mil:
Para no escuchar a los envidiosos que me censuraban y me decían: ¡Sufres porque amas a
un ser demasiado hermoso! ¡Quien es tan hermoso como ese ser, se antepone a todo amor!
Para no escucharlos, me he tapado todas las aberturas de los oídos, y les he dicho: ¡La he
escogido entre mil, es verdad! ¡Cuando el Destino nos tiene en su poder, perdemos la vista y
hacemos la elección entre tinieblas!
Después Kamaralzamán traspuso las puertas y entró en la ciudad. Empezó a andar por las calles sin
que ninguno de los numerosos habi tantes con quienes se cruzaba le mirara con afabilidad, como
ascostum bran a hacer los musulmanes con los extranjeros. Siguió, pues, su camino, y llegó de tal modo a
la puerta opuesta de la ciudad, por la cual se salía para ir a los jardines.
Como encontró abierta la puerta de un jardín más grande que los demás, entró en él, y vió que se le
acercaba el jardinero, que fué el primero que le saludó, según la fórmula de los musulmanes. Y
Kamaralzamán correspondió a sus deseos de paz, y respiró a gusto oyendo hablar en árabe. Y después
del cambio de zalemas, Kamaralzamán preguntó al viejo: "Pero ¿por qué tienen unas caras tan hurañas y
unas maneras tan frías, tan heladas y tan poco hospitalarias todos esos ha bitantes?"
El buen anciano contestó: "¡Bendito sea Alah, hijo mío, por haberte sacado sin detrimento de sus
manos! Los que habitan en esta ciudad son invasores procedentes de los países negros de Occidente;
llegaron un día por mar desembarcando de improviso, y mataron a to dos los musulmanes, que vivían en
nuestra ciudad. Adoran cosas extra ordinarias e incomprensibles; hablan en un lenguaje oscuro y bárbaro,
y comen cosas podridas que huelen mal, como el queso corrompido y la caza pasada; y no se lavan nunca,
porque al nacer, unos hombres muy feos y vestidos de negro les riegan el cráneo con agua, y esta
ablución, acompañada por ademanes extraños, les dispensa de cualquiera otra ablución durante el resto
de sus días. De modo que esta gente, para no sentir nunca la tentación de lavarse, empezaron por destruir
todo harnmam y toda fuente pública, y en el lugar que ocupaban edificaron tiendas servidas por zorras,
que venden como bebida un líquido amari llo con espuma, que debe ser orines fermentados, o cosa peor
todavía. ¡En cuanto a sus mujeres, ¡oh hijo mío! son la calamidad más abominable! Tampoco se lavan, lo
mismo que los hombres; pero en cambio se blanquean las caras con cal apagada, y cascarones de huevo
pulverizados; además, tampoco llevan paño ni pantalón que las libre por abajo del polvo del camino; así
es que resulta pestilente acercarse a ellas, y todo el fuego del infierno no bastaría a limpiarlas. He aquí,
hijo mío entre qué gente acabo una existencia que me costó gran trabajo salvar del desastre: ¡Pues aquí
donde me ves, soy el único musulmán que queda vivo!
¡Pero demos gracias al Altísimo, que nos hizo nacer con creencias tan puras como el cielo del cual
proceden!"
Dichas estas palabras, el jardinero se figuró, por el aspecto can sado del joven, que debía tener
hambre; le llevó a su modesta casa, al fondo del jardín, y con sus propias manos le dió de comer y beber.
Después de lo cual le interrogó discretamente por la causa de su lle gada ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 208ª noche
Ella dijo:
...por la causa de su llegada.
Kamaralzamán, lleno de agradecimiento a la bondad del jardinero, no le ocultó nada de su historia, y
acabó su relato prorrumpiendo en llanto.
El viejo hizo cuanto pudo por consolarle, y le dijo:
"Hijo mío, la princesa Budur te habrá precedido seguramente en el reino de tu padre, el país de
Khaledán. Aquí en mi casa encontrarás buena acogida, asilo y reposo, hasta que algún día Alah envíe una
nave que pueda transportarte a la isla más cercana de aquí, que se llama la isla de Ebano. Y entonces,
como de la isla de Ebano hasta el país de Khaledán la distancia no es muy grande, encontrarás muchos
barcos para llegar a él. De modo que desde hoy iré diariamente al puerto hasta que encuentre un
mercader que consienta en hacer contigo el viaje a la isla de Ebano, pues para encontrar uno que quisiera
ir al país de Kha ledán, habría que aguardar años y años.
Y el jardinero no dejó de hacerlo como había dicho; pero pasa ron días y meses sin que pudiese
encontrar un barco que saliera para la isla de Ebano.
¡Esto en cuanto a Kamaralzamán!
Pero respecto a Sett Budur, le ocurrieron cosas tan maravillosas y sorprendentes, ¡oh rey afortunado!
que me apresuro a hablarte de ella. ¡Verás!
Efectivamente, en cuanto Sett Budur se despertó, su primer movi miento fué abrir los brazos para
estrechar entre ellos a Kamaralzamán. Y su asombro fué muy grande al no encontrarle a su lado, y
extraordi naria su sorpresa al enterarse de que el calzón se le había desatado y el cordón de seda había
desaparecido con la cornalina talismánica. Pero creyó que Kamaralzamán, que todavía no la había visto,
la habría sacado afuera para mirarla mejor. Y aguardó pacientemente.
Cuando, pasado buen rato, vio que Kamaralzamán no volvía, em pezó a alarmarse mucho, y pronto
apoderóse de ella una aflicción incon cebible. Y cuando llegó la noche sin que hubiera regresado
Kamaral zamán, ya no supo qué pensar de aquella desaparición, pero dijo para sí: "¡Ya Alah! ¿Qué cosa
tan extraordinaria habrá podido obligar a Kamaralzamán a alejarse, cuando no puede pasar una hora
apartado de mí? ¿Pero por qué se habrá llevado el talismán? ¡Maldito talismán! ¡tú eres la causa de
nuestra desdicha! ¡Y a ti, maldito Marzauán, con fúndate Alah por haberme regalado cosa tan funesta!"
Pero cuando Sett Budur vió que pasados dos días no regresaba su esposo, en vez de aturdirse, como
lo habría hecho cualquier mujer en tales circunstancias, encontró dentro de la desgracia una firmeza de la
cual no suelen estar provistas las personas de su sexo.
Nada quiso decir a nadie respecto a tal desaparición, por temor de que sus esclavas le traicionasen o
la sirvieran mal; ocultó su dolor dentro del alma, y prohibió a la doncella que la acompañaba que dijera
palabra de ello. Después, como sabía que se parecía a Kamaralzamán, abandonó su traje de mujer, cogió
de un cajón la ropa de Kamaralzamán, y empezó a vestírsela.
Lo primero que se puso fué un hermoso ropón rayado, bien ajus tado a la cintura, y que dejaba el
cuello al aire; se ciñó un cinturón de filigrana de oro, en el cual colocó un puñal con mango de jade„
incrustado de rubíes; envolvióse la cabeza con un pañuelo de seda del muchos colores, que se apretó a la
frente con una triple cuerda de pelo sedoso de camello joven, y hechos tales preparativos cogió un látigo,
cim breó la cintura, y mandó a su esclava que se vistiera con la ropa que Budur acababa de quitarse, y que
anduviera detrás de ella. De tal modo, todo el mundo, al ver a la doncella, podía decir: "¡Es Sett-
Budur!"
Salió entonces de la tienda, y dió la señal de marcha.
Sett -Budur, disfrazada de Kamaralzamán, se puso a viajar, seguida por su escolta, durante días y
noches, hasta que llegó a una ciudad situada a orillas del mar. Entonces mandó armar las tiendas a las
puertas de la plaza y preguntó: "¿Cuál es esta ciudad?" Y le contestaron: "Es la capital de la isla de
Ebano".
Preguntó otra vez: "¿Cuál es su rey?" Y le contestaron: "Se llama el rey Armanos". Volvió a
preguntar: "¿Tiene hijos?" Y le contestaron: "Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su
nombre es Hayat-Alnefus...
[102]
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 209ª noche
Ella dijo:
"Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa del reino, y su nom bre es Hayat-Alnefus".
Entonces Sett Budur envió un correo con una carta al rey Armanos, para anunciarle su llegada; y esta
carta la firmaba como príncipe Kama ralzamán, hijo del rey Schahramán, señor del país de Khaledán.
Cuando el rey Armanos supo esta noticia, como siempre había man tenido excelentes relaciones con el
poderoso rey Schahramán, se alegró mucho de poder hacer los honores de su ciudad al príncipe Kamara -
zalmán. Inmediatamente, seguido de una comitiva compuesta de los principales de su corte, fué hacia las
tiendas al encuentro de Sett Budur, y la recibió con todos los miramientos y honores que creía ofrec er al
hijo de un rey amigo. Y a pesar de las vacilaciones de Budur, que trató de no aceptar el alojamiento que
graciosamente le ofrecían en palacio, el rey Armanos la decidió a acompañarle. E hicieron juntos su
entrada solemne en la población. Y durante tres días obsequiaron a la corte toda con magníficos festines
de suntuosidad extraordinaria.
Y después el rey Armanos se reunió con Sett Budur para hablarle de su viaje y preguntarle qué
pensaba hacer. Y aquel día, Sett Budur, siempre disfrazada de Kamaralzamán, había ido al hammam del
pala cio, en el cual no quiso aceptar los servicios de ningún masajista. Y había salido de él tan
milagrosamente bella y brillante, y sus encantos tenían bajo aquel aspecto de hombre un atractivo tan
sobrenatural, que todo el mundo se detenía a su paso sin respirar y bendecía al Creador.
El rey Armanos, pues, se sentó al lado de Sett Budur, y habló con ella largo rato. Y tanto le
subyugaron sus encantos y elocuencia, que le dijo: "¡Oh hijo mío, verdaderamente fué Alah quien te envió
a mi reino para que seas el consuelo de mi ancianidad y ocupes el lugar de un hijo a quien pueda dejar mi
trono! ¿Quieres, hijo mío, darme esa sa tisfacción, aceptando un casamiento con mi única hija Hayat-
Alnefus? No hay en el mundo nadie tan digno como tú de sus destinos y belleza. Acaba de llegar a la
nubilidad, pues durante el mes pasado entró en los quince años. ¡Es una flor exquisita, y yo quisiera que
la aspiraras! ¡Acéptala, hijo mío, y en el acto abdicaré en ti el trono, cuya pesada carga es ya
insoportable para mi mucha edad!"
Semejante proposición, tan generosa y espontánea, puso en molesto apuro a la princesa Budur. Al
principio no supo qué hacer para no delatar la turbación que la agitaba: bajó los ojos y reflexionó un
buen rato, mientras un sudor frío le helaba la frente. Y pensó: "Si contesto que como Kamaralzamán,
estoy ya casado con la princesa Sett Budur, responderá que el Libro permite hasta cuatro mujeres
legítimas; si le digo la verdad acerca de mi sexo, es capaz de obligarme a casarme con él; y todo el
mundo se enteraría de ello, y me daría mucha vergüenza; si rechazo esa oferta paternal, su afecto hacia mí
se convertiría en odio feroz, y en cuando haya abandonado yo su palacio, es capaz de prepararme una
emboscada para quitarme la vida. ¡De modo que vale más aceptar la proposición y dejar que se cumpla
el Destino! ¿Y quién sabe lo que me oculta lo insondable? Verdaderamente, al ocupar el trono, habré
adquirido un reino muy hermoso para cedérselo a Kamaralzamán cuando regrese. Y en cuanto a consumar
el matrimonio con mi esposa la joven Hayat-Alnefus, quizá se encuentre remedio. Ya lo pensaré".
Levantó, pues, la cabeza, y con el rostro coloreado por un sonrojo que el rey atribuyó a modestia y
cortedad, naturales en un adolescente tan candoroso, contestó: "¡Soy el hijo sumiso que responde oyendo
y obedeciendo a los menores deseos de su rey!"
Estas palabras transportaron al rey Armanos al límite de la satisfacción, y quiso que la ceremonia del
casamiento se verificase el mismo día. Empezó por abdicar el trono en favor de Kamaralzamán delante
de todos sus emires, personajes, oficiales y chambelanes; mandó que se anunciara este suceso a toda la
ciudad por medio de los pregoneros, y despachó correos a todo su Imperio para que se enteraran de ello
las poblaciones.
Entonces organizó en un momento una fiesta sin precedentes en la ciudad y en palacio, y entre gritos
de júbilo y al son de pífanos y címbalos, se extendió el contrato de casamiento del nuevo rey con Hayat- -
Alnefus.
Cuando llegó la noche, la reina madre, rodeada de sus doncellas, que lanzaban "lu-lu-lúes" de
alegría, llevó a la recién casada Hayat -Alnefus a la habitación de Sett Budur, a quien seguían tomando
por Kamaralzamán. Sett Budur, en su aspecto de rey adolescente, avanzó con gentileza hacia su esposa, y
por primera vez le levantó el velillo del rostro.
Entonces, todos los circunstantes, al ver pareja tan hermosa, que daron tan cautivados, que
palidecieron de placer y emoción. Terminada la ceremonia, la madre de Hayat-Alnefus y todas las
doncellas, después de haber expresado millares de deseos de felicidad y haber encendido todos los
candelabros, se retiraron prudentemente, y dejaron solos en la cámara nupcial a los recién casados.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y cuando llegó la 210ª noche
Ella dijo:
...solos en la cámara nupcial a los recién casados.
Sett Budur quedó encantada del aspecto lleno de frescura da la joven Hayat-Alnefus, y con rápida
ojeada la juzgó verdaderamente de seable, por sus grandes ojos negros asustados, su tez límpida, sus
senos que se dibujadan infantiles debajo de la gasa. Y Hayat-Alnefus sonrió tímidamente por haber
agradado a su esposo, aunque temblaba de emo ción reprimida y bajaba los ojos, sin atreverse apenas a
moverse bajo sus velos y pedrerías. Y también había podido notar la hermosura sobe rana de aquel joven
de mejillas vírgenes de pelo, que le parecía más perfecto que todas las jóvenes más hermosas de palacio.
De modo que se conmovió todo su ser cuando le vió acercarse muy despacio y sen tarse a su lado en el
gran colchón tendido encima de la alfombra. Sett Budur cogió con las suyas las manos de la joven, y se
inclinó lentamente, y la besó en la boca. Y Hayat-Alnefus no se atrevió a devolverle aquel beso tan
delicioso; pero cerró los ojos por completo y exhaló un suspiro de honda felicidad. Y Sett Budur le puso
la cabeza en la curva de sus brazos, se la apoyó contra el pecho, y a media voz le cantó versos de un
ritmo tan propio para mecer, que la joven durmióse a poco con una sonrisa de dicha en los labios.
En cuanto despertó Sett Budur, que se había acostado casi comple tamente vestida, y hasta con el
turbante puesto, se apresuró a hacer rápidamente abluciones someras, puesto que además tomaba
numerosos baños en secreto para no descubrirse; se adornó con sus atributos regios, y fué a la sala del
trono a recibir los homenajes de toda la corte, despa char los negocios, suprimir abusos, nombrar y
destituir.
Entre otras supresiones que le parecieron urgentes, abolió los consumos, las aduanas y las cárceles, y
repartió grandes liberalidades a los soldados, al pueblo y a las mezquitas. Por eso le quisieron mucho sus
nuevos súbditos, e hicieron votos por su prosperidad y larga vida.
En cuanto al rey Armanos y a su esposa, se apresuraron a ir a saber de su hija Hayat-Alnefus, y le
preguntaron si su esposo había estado cariñoso, y si ella estaba muy cansada, pues no querían empezar
por interrogarla acerca del asunto más importante. Hayat-Alnefus con. testó: "¡Mi esposo estuvo
delicioso! ¡Me ha besado en la boca y me he dormido en sus brazos al ritmo de sus canciones! ¡Ah, qué
amable es!" Entonces Armanos dijo: "¿Y no ha pasado nada más hija mía?" Ella contestó: "¡Nada más!"
Y la madre preguntó: "Entonces, ¿ni siquiera te has desnudado del todo?" Ella respondió: "¡Claro que
no!" Entonces el padre y la madre se miraron; pero no dijeron nada y se fueron. Eso en cuanto a ellos.
En cuanto a Sett Budur, ya despachados los asuntos, volvió a su habitación a buscar a Hayat-Alnefus,
y le preguntó: "¿Qué te han dicho, ¡oh mi muy querida! tu padre y tu madre?" Ella contestó: "¡Me han
preguntado por qué no me había desnudado!" Budur contestó: "¡No hay que apurarse por eso! ¡ Ya te
ayudaré!" Y prenda por prenda le quitó la ropa, hasta la última camisa, y la cogió desnuda en brazos, y se
tendió con ella en el colchón.
Entonces Budur depositó un beso suavísimo en los hermosos ojos de la joven, y le preguntó: "Hayat-
Alnefus, cordera mía, ¿te gustan mucho los hombres?" La otra respondió: "No los he visto nunca, como
no sean los eunucos de palacio, como es natural. ¡Pero me han dicho, que sólo son hombres a medias!
¿Qué les falta para estar completos?" Budur contestó: "Precisamente lo mismo que te falta a ti, ojos
míos". Hayat-Alnefus, sorprendida, contestó: "¿A mí? ¿Y qué me falta a mí, ¡por Alah!?" Budur contestó:
"¡Un dedo!"
Al oír tales palabras, Hayat-Alnefus, asustada, lanzó un grito ahogado, y sacó las manos de debajo de
la colcha y extendió los diez dedos, mirándolos con ojos dilatados por el terror. Pero Budur la estrechó
contra su pecho, y la besó en el pelo, y le dijo: "¡Por Alah! ¡Ya Hayat-Alnefus, todo era broma!" Y siguió
cubriéndola de besos, hasta que la calmó completamente. Entonces le dijo: "¡Oh mi muy querida,
bésame!" Y Hayat-Alnefus acercó sus frescos labios a los labios de Budur, y ambas, así enlazadas, se
durmieron hasta por la mañana ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Y cuando llegó la 211ª noche
Ella dijo:
...Y ambas, así enlazadas, se durmieron hasta por la mañana. Entonces Budur salió a despachar los
asuntos del reino; y el padre y la madre de Hayat-Alnefus entraron a saber noticias de su hija.
El rey Armanos fué el primero en preguntar: "Bueno, hija mía, ¡bendito sea Alah! ¡Todavía estás en la
cama! ¿No estás muy rendi da?" Ella contestó: "¡Nada de eso! ¡He descansado muy bien en bra zos de mi
hermoso esposo, que esta vez me dejó completamente desnuda, y me besó todo el cuerpo con besos muy
delicados! ¡Ya Alah! ¡Qué delicioso era aquello! ¡Por todas partes sentí hormigueos numerosos y
estremecimientos! ¡Sin embargo una vez me asustó diciéndome que me faltaba un dedo! ¡Pero fué en
broma! ¡Y sus caricias me dieron luego tanto gusto, y sus manos se me antojaban tan suaves a mi piel, y
tan cálidos se unían sus labios a mis labios, que me ha parecido so ñar hasta por la mañana, creyéndome
en el paraíso!"
Entonces la madre›-preguntó: "¿Pero en dónde están las toallas? ¿Has perdido mucha sangre, hija
mía?" Y la joven, asombrada, con testó: "¡No he perdido ninguna!"
Al oír estas palabras, el padre y la madre, en el colmo de la deses peración, se abofetearon, gritando:
"¡Oh vergüenza y desgracia para nosotros! ¿Por qué nos desprecia tanto tu esposo y te desdeña hasta tal
punto?"
Después el rey enfurecióse paulatinamente, y se retiró gritando a su esposa con voz bastante fuerte
para que le oyera la joven: "¡Si esta noche no cumple Kamaralzamán su deber quitando la virginidad a
nuestra hija y salvando así el honor de todos nosotros, sabré castigar su indignidad! ¡Le expulsaré de
palacio, después de hacerle bajar del trono que le he dado, y no sé si le someteré a castigo más terrible
toda vía!" Y dichas estas palabras, el rey Armanos salió del aposento de su consternada hija, seguido de
su esposa, cuya nariz se le había alargado hasta los pies.
Y cuando llegó la noche y Sett- Budur entró en la habitación de Hayat-Alnefus, la encontró muy triste,
con la cabeza metida entre las almohadas, y sacudida por los sollozos. Se acercó a ella, besándole en la
frente, secándole las lágrimas, y al preguntarle el motivo de su pesar, Hayat-Alnefus
le dijo con voz conmovida: "¡Oh mi amado señor! ¡mi padre quiere desposeerte del reino que te ha
dado, y despedirte de palacio, y no sé qué más pretenden hacer contigo! Y todo porque no quieres
quitarme la virginidad, salvando así el honor de su nombre y de su raza! ¡Se ha empeñado en que eso se
haga esta noche misma! ¡Y yo, i oh dueño amado! te lo digo, no para impulsarte a tomar lo que debes
tomar, sino para librarte del peligro que te amenaza! ¡Pues todo el día mi padre premedita contra ti! ¡Ah!
¡Por favor, date prisa a qui tarme la virginidad, y haz de modo que, como dice mi madre, las toallas
blancas se pongan todas rojas! ¡Yo me confío por completo a tu saber, y pongo todo mi cuerpo y mi alma
en tus manos! ¡Pero tú has de decidir lo que tengo que hacer para eso!"
Al oír estas palabras, Sett Budur dijo para sí: "¡Llegó el momento! ¡Ya veo que no hay medio de
aplazar las cosas! ¡Pondré mi fe en Alah!" Y dijo a la joven: "Ojos míos, ¿me quieres mucho?" La otra
contestó: "¡Tanto como el cielo!" Budur la besó en la boca, y preguntó: "¿Y como a qué más?" La joven
respondió, estremecida ya por el beso: "¡No lo sé, pero mucho!" Budur le preguntó otra vez: "Ya que me
quieres tanto, ¿habrías sido feliz si en vez de ser tu esposo hubiese sido sólo tu hermano?" La joven
palmoteó, y contestó: "¡Me habría muerto de dicha!" Budur dijo: "Y si yo, mi muy querida, no hubiera
sido tu hermano, sino tu hermana; si hubiera sido una muchacha como tú, en lugar de ser hombre, ¿me
habrías querido lo mismo?" Hayat Alnefus dijo: "¡Todavía más, porque habría estado siempre contigo,
habría jugado siempre contigo, y dormido en la misma cama, sin separarnos nunca!" Entonces Budur
atrajo hacia sí a la joven, le cubrió de besos los ojos, y le dijo: "Vamos, Hayat-Alnefus, ¿serías capaz de
guardar para ti sola un secreto, dándome así una prueba de tu amor?" La joven exclamó: "¡Queriéndote
tanto, todo me es fácil!"
Entonces Budur la cogió en brazos y aplicó los labios a los suyos, hasta perder las dos el aliento, y
después se levantó del todo, y dijo: "¡Mírame, Hayat-Alnefus, y sé, pues, mi hermana!"
Y al mismo tiempo, con ademán rápido, se entreabrió la ropa desde el cuello hasta la cintura e hizo
salir dos pechos deslumbradores coro nados por sus rosas; después dijo: "¡Ya ves que soy una mujer
como tú, mi muy querida! iY si me he disfrazado de hombre, ha sido a consecuencia de una aventura
extrañísima que te voy a contar sin demora!"
Entonces se sentó de nuevo, se puso a la joven en las rodillas, y le refirió toda su historia, desde el
principio hasta el fin. Pero sería inútil repetirla.
Cuando Hayat-Alnefus oyó la historia, llegó al límite del asombro, y como seguía sentada en el
regazo de Sett Budur, le cogió la barbilla con la mano, y le dijo: "¡Oh hermana mía, que vida tan
deliciosa vamos a pasar juntas aguardando el regreso de tu amado Kamaralzamán! ¡Alah apresure su
llegada, para que nuestra dicha sea completa!" Y Budur le dijo: "¡Atienda Alah tus deseos, mi muy
querida, y te entre garé a él como segunda esposa! ¡Y así disfrutaremos los tres la felici dad más perfecta!"
Después se dieron largos besos, y jugaron a mil juegos, y Hayat-Alnefus se maravillaba de todos los
pormenores de belleza que encontraba en Sett Budur. Y le cogía los pechos, y decía: "¡Oh hermana mía,
qué hermosos son tus pechos! ¡Mira! ¡Son mucho mayores que los míos! ¡Mira los míos cuán pequeños
son! ¿Te parece que crecerán?" Y la registraba por todas partes, y la interrogaba acerca de los
descubrimientos que hacía. Y Budur, enrte mil besos, le contes taba, instruyéndola con perfecta claridad, y
Hayat-Alnefus exclamaba: ¡Ya Alah! ¡Ahora lo entiendo! ¡Figúrate que cuando preguntaba yo a las
esclavas: "¿Para qué sirve esto? ¿Para qué sirve aquello? gui ñaban el ojo, pero no respondían. Otras
veces, con mucha ira por mi parte, chasqueaban la lengua pero no contestaban. Y yo, llena de cólera, me
arañaba las mejillas, y gritaba cada vez más fuerte: "¿Para qué sirve eso?" Entonces acudía mi madre a
los gritos, y preguntaba, y todas las esclavas le decían: "¡Grita porque quiere obligarnos a explicarle
para qué sirve eso!" Entonces la reina, mi madre, en el límite de la indignación, a pesar de mis protestas
de arrepentimiento, me ponía el trasero al aire y me daba una azotaina furiosa, gritando: "¡Para esto sirve
eso!" Y yo acabé por convencerme de que eso no servía más que para proporcionar una azotaina; y así
con todo lo demás".
Después siguieron ambas diciendo y haciendo mil locuras, de tal modo, que por la mañana a Hayat-
Alnefus no le quedaba nada que aprender, y se había enterado de la misión encantadora que en adelante
había de corresponder a todos sus órganos delicados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 212ª noche
Ella dijo:
...se había enterado de la misión encantadora que en adelante había de corresponder a todos sus
órganos delicados.
Entonces, como se acercaba la hora en que los padres iban a en trar, Hayat-Alnefus dijo a Budur:
"Hermana mía, ¿qué hay que decirle a mi madre, que me pedirá que le enseñe la sangre de mi
virginidad?" Budur sonrió, y dijo: "¡La cosa es fácil!" Y fué a hurtadillas a coger un pollo y lo mató, y
embadurnó con su sangre los muslos de la joven y las toallas, y le dijo: "¡No tienes más que enseñarles
eso! Tal es la costumbre, que no permite investigaciones más hondas". La joven le preguntó: "Pero
hermana mía, ¿por qué no quieres quitármelo tú mis ma, por ejemplo, con el dedo?" Budur contestó:
"¡Ojos míos, porque, según te dije ya, te reservo para Kamaralzamán!"
Entonces entraron a ver a su hija el rey y la reina, pronto a esta llar de furor contra ella y su esposo si
no se hubiera consumado todo. Pero al ver la sangre, y los muslos enrojecidos, se alegraron ambos, y se
esponjaron, y abrieron de par en par las puertas del aposento. Enton ces entraron todas las mujeres, y
resonaron gritos de júbilo, y el "Iu- lu-lú" de triunfo, y la madre, en el colmo del orgullo, colocó en un
almohadón las toallas rojas, y seguida de toda la comitiva, dió así la vuelta al harem. Y todo el mundo se
enteró así del fausto aconteci miento; y el rey dió una gran fiesta, y mandó sacrificar para los pobres un
número considerable de carneros y camellos pequeños.
En cuanto a la reina y a las invitadas, volvieron a la habitación de Hayat-Alnefus, a la cual besaron
todas entre los ojos, llorando y se estuvieron con ella hasta la noche, después de haberla llevado al
hammam, envuelta en sedas, para que no pasara frío. ''
Y Sett Budur siguió sentándose todos los días en el trono de la isla de Ebano, haciéndose querer por
sus súbditos, que la creían hombre, y le deseaban larga vida. Pero al llegar la noche iba a buscar con
mucho gusto a su joven amiga Hayat-Alnefus, la cogía en brazos, y se tendía con ella en el colchón. Y
ambas, enlazadas hasta por la mañana, como esposo y esposa, se consolaban con toda clase de juegos y
retozos delicados, aguardando la vuelta de su amado Kamaralzamán. ¡Eso en cuanto a ellas!
Y vamos ahora con Kamaralzamán. Se había quedado en la casa del buen jardinero musulmán, situada
a extramuros de la ciudad habi tada por los invasores inhospitalarios y sucios procedentes de los países
de Occidente. Y su padre, el rey Schahramán, en las islas de Khadelán, al ver en el bosque los despojos
ensangrentados, ya no dudó de la pérdi da de su amado Kamaralzamán; y se puso de luto, lo mismo que
todo el reino; y mandó edificar un monumento funerario, en el cual se en cerró, para llorar en silencio la
muerte de su hijo.
Y por su parte, Kamaralzamán, a pesar de la compañía del anciano, jardinero, que hacía cuanto podía
por distraerle hasta la llegada de un barco que le llevase a la isla de Ebano, vivía triste, y recordaba con
dolor los hermosos tiempos pretéritos.
Pero un día que el jardinero había ido, según costumbre, a dar una vuelta por el puerto con objeto de
encontrar un barco que quisiera llevarse a su huésped, Kamaralzamán estaba sentado muy triste en el
jardín, y se recitaba versos viendo jugar a las aves, cuando de pronto llamaron su atención los gritos
roncos de dos aves grandes. Levantó la cabeza hacia el árbol del cual procedía el ruido, y vió una riña
en carnizada a picotazos, arañazos y aletazos. Pero pronto cayó sin vida, precisamente delante de él, una
de las aves, mientras la vencedora em prendía el vuelo.
Y he aquí que en el mismo instante dos aves mucho mayores, que habían visto el combate posadas en
un árbol vecino, fueron a colocarse a los lados de la muerta; una se puso a la cabeza y otra a los pies, y
después ambas abatieron tristemente el cuello, y echáronse a llorar.
Al ver aquello, Kamaralzamán se conmovió en extremo, y pensó en su esposa Sett Budur, y luego, por
simpatía hacia las aves, se echó a llorar también.
Pasado un rato, Kamaralzamán vió a las dos aves abrir con las uñas y los picos una huesa, y enterrar
a la muerta. Luego echaron a volar, y a los pocos momentos volvieron adonde estaba el hoyo, pero
llevando agarrado, una por una pata y otra por una ala, el ave matado ra, que hacía grandes esfuerzos para
huir y daba gritos espantosos. La colocaron sin soltarla en la tumba de la difunta, y con pocos y rápidos
picotazos la despanzurraron para vengar su crimen, le arrancaron las entrañas, y tendieron el vuelo,
dejándola en tierra palpitante y agó nica...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y cuando llegó la 216ª noche
Ella dijo:
...y tendieron el vuelo, dejándola en tierra palpitante y agónica. ¡Eso fué todo! Y Kamaralzamán había
permanecido inmóvil de sorpresa ante un espectáculo tan extraordinario. Después, cuando las aves se
fueron, impulsado por la curiosidad, acercóse al sitio en que yacía el ave criminal sacrificada, y al mirar
el cadáver, vió en el estó mago desgarrado una cosa colorada que le llamó mucho la atención. Se inclinó,
y habiéndola recogido, cayó desmayado de emoción. ¡Aca baba de encontrar la cornalina talismánica de
Sett Budur!
Cuando volvió de su desmayo, estrechó contra su corazón el precioso talismán, causa de tanto
suspiro, zozobra, pena y dolor, y exclamó: "¡Plegue a Alah que sea éste un presagio de dicha y la señal de
que también encontraré a mi muy amada Budur!" Después besó el talismán y se lo llevó a la frente, y
enseguida lo envolvió con esmero en un pedazo de tela, y se lo ató alrededor del brazo, para evitar que
se le perdiera otra vez. Y empezó a brincar de alegría.
Cuando se tranquilizó, recordó que el buen jardinero le había encargado que desarraigase un
algarrobo añoso que ya no daba hojas ni fruto. Se ajustó, pues, un cinturón de cáñamo, se levantó las
mangas, cogió una azada y un canasto, y puso inmediatamente manos a la obra, dando grandes golpes a
las raíces del añoso árbol a ras de tierra. Pero de pronto notó que el hierro del instrumento chocaba con
un cuerpo metálico y resistente, y oyó como un ruido sordo que se propagaba por debajo del suelo.
Separó entonces velozmente la tierra y los guijarros, dejando al descubierto una gran chapa de bronce,
que se apresuró a quitar. Entonces columbró una escalera de diez peldaños bastante altos abierta en la
roca; y tras de haber pronunciado las palabras propicia torias la ilah il'Alah, se dió prisa en bajar, y vió
una ancha cueva cuadrada, de construcción muy antigua, de los tiempos remotos de Thammud y Aad; y en
aquella cueva abovedada encontró veinte tinajas enormes, colocadas en orden a ambos lados. Levantó la
tapa de la primera, y comprobó que estaba completamente llena de barras de oro rojo; levantó entonces
la segunda tapa, y advirtió que la segunda tinaja estaba repleta de polvo de oro. Y abrió las otras
dieciocho, y las encontró llenas alternativamente de barras y polvo de oro. `
Repuesto de su sorpresa, Kamaralzamán salió entonces de la cueva, volvió a poner la chapa, acabó el
trabajo, regó los árboles, según costumbre adquirida de ayudar al jardinero, y no acabó hasta por la
noche, cuando volvió su anciano amigo.
Las primeras palabras que el jardinero dijo a Kamaralzamán fueron para darle una buena noticia.
Díjole así: "¡Oh hijo mío! tengo la alegría de anunciarte tu próximo regreso al país de los musulmanes.
He encontrado, en efecto, un barco fletado por mercaderes ricos que se dará a la vela dentro de tres días.
He hablado con el capitán, que está con forme en darte pasaje hasta la isla de Ebano". Al oír estas
palabras, Kamaralzamán se alegró mucho, y besó la mano al jardinero, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¡puesto
que acabas de darme una buena nueva, yo te he de dar también, a mi vez, otra noticia que creo ha de
contentarte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 219ª noche
Ella dijo:
"...otra noticia que creo ha de contentarte, aunque ignores la avidez de los hombres del siglo, y tu
corazón esté puro de toda ambi ción! ¡Tómate el trabajo de venir conmigo al jardín, y te enseñaré, ¡oh
padre mío! la fortuna que te envía la suerte misericordiosa!"
Llevó entonces al jardinero al sitio en que se erguía el algarrobo desarraigado, levantó la chapa, y sin
reparar en la sorpresa y espanto de su amigo, le hizo bajar a la cueva, y destapó delante de él las veinte
tinajas llenas de oro en barras y en polvo. Y el buen jardinero, como atontado, levantaba las manos y
abría extremadamente los ojos ante cada tinaja, diciendo: "¡Ya Alah!" Después Kamaralzamán le dijo:
"¡He aquí ahora tu hospitalidad recompensada por el Dador! ¡La pro pia mano que el extranjero te
alargaba para que le socorrieras en la adversidad, con el mismo ademán hace correr por tu morada el
oro! ¡Así lo quieren los destinos propicios a las raras acciones animadas por la belleza pura y por la
bondad de los corazones espontáneos!"
Al oír estas frases, el anciano jardinero, que no podía articular pa labra, se echó a llorar, y las
lágrimas resbalaban silenciosas por su larga barba y hasta por su pecho. Logró, por fin, hablar y dijo:
"Hijo mío, ¿qué quieres que haga un viejo como yo con este oro y estas riquezas? ¡Verdad es que soy
pobre; pero con mi dicha me basta, y será comple ta si quieres darme sólo un dracma o dos para comprar
un sudario, que al morir en mi soledad dejaré a mi lado, a fin de que el caminante ca ritativo envuelva en
él mis despojos para el día de juicio!"
Y esta vez le tocó llorar a Kamaralzamán. Luego dijo al viejo: "¡Oh padre de la sabiduría! ¡oh jeique
de manos perfumadas! ¡la santa so ledad en que pasas tus años pacíficos borra ante tus ojos las leyes que
dictó el rebaño adánico acerca de lo justo y de lo injusto, de lo falso y lo verdadero! ¡Pero yo he de
volver a vivir entre los humanos fero ces, y no puedo olvidar tales leyes, so pena de ser devorado! ¡Así,
pues, si quieres, repartámonoslo! ¡Tomaré la mitad y tú la otra mitad. ¡Si no, no tocaré absolutamente
nada!"
Entonces el anciano jardinero contestó: "Hijo mío, mi madre me parió aquí mismo hace noventa años,
y después murió; mi padre mu rió también. Y el ojo de Alah ha seguido mis pasos, y he crecido a la
sombra de este jardín y escuchado el rumor del arroyuelo natal. Tengo cariño a este jardín y a este
arroyo, ¡oh hijo mío! y al murmurador follaje, y a este sol, y a esta tierra materna en que mi sombra se
alarga en libertad y se conoce a sí misma, y a la luna, que de noche me sonríe por encima de los árboles
hasta la mañana. ¡Todo esto habla conmigo, ¡oh hijo mío! Te lo digo para que sepas la razón que me
sujeta aquí y me impide partir en tu compañía hacia los países musulmanes. Soy el único musulmán de
este país en que vivieron mis antepasados. ¡Blan queen, pues, en él mis huesos, y que el último musulmán
muera con la cara vuelta hacia el sol que ilumina una tierra inmunda ahora, mancillada por los hijos
bárbaros del oscuro Occidente!"
Así habló el anciano de las manos temblorosas. Después añadió: "En cuanto a esas tinajas preciosas
que te preocupan, toma, si lo deseas las diez primeras, y deja las otras diez en la cueva. Serán el premio
de aquel que entierre el sudario en que yo duerma.
"Pero hay más. Lo difícil no es eso, sino embarcar las vasijas en el navío sin llamar la atención y
excitar la codicia de los hombres de alma negra que habitan en la ciudad. Ahora bien; en mi jardín hay
olivos cargados de fruto y en el sitio adonde vas, en la isla de Ebano, las aceitunas son cosa rara y muy
estimada. De modo que ahora mismo voy a comprar veinte tarros grandes, que llenaremos a medias de
barras y polvo de oro, acabándolas de llenar con las aceitunas de mi jardín. Y entonces será cuando
podamos llevarlos sin temor al barco que va a salir."
Este consejo fué seguido inmediatamente por Kamaralzamán, que se pasó el día preparando los tarros
comprados. Y cuando no le quedaba por llenar más que uno, dijo para sí: "Este talismán milagroso, no
está bastante seguro arrollado a mi brazo; pueden robármelo mientras duermo o perderse de otra manera.
Lo mejor es, seguramente, colocarlo en el fondo de este tarro; después'lo cubriré con las barras y el
polvo de oro, y encima colocaré las aceitunas!" Y enseguida ejecutó su proyecto; y terminado que fué
aquello, tapó el último tarro con su tapa de madera blanca, y para distinguirlo de los otros en caso
necesa rio, le hizo una muesca en la base, y después, enardecido por aquel tra bajo, grabó con una navaja
todo su nombre, Kamaralzamán, en hermo sos caracteres enlazados. Concluída tal tarea, rogó a su anciano
amigo que avisase a los hombres de la nave para que al día siguiente fueran a recoger los tarros. Y el
viejo desempeñó enseguida el encargo, y re gresó a casa un tanto fatigado, y se acostó con un poco de
calentura y algunos escalofríos.
A la mañana siguiente, el anciano jardinero, que en su vida había estado enfermo, notó que se
acrecentaba el mal de la víspera, pero no quiso decírselo a Kamaralzamán, para no amargarle la salida.
Se quedó en el colchón, presa de una gran debilidad, y comprendió que iba a llegar su último momento.
Durante el día, los hombres de la nave fueron al jardín a recoger los tarros, y dijeron a
Kamaralzamán, que les había abierto la puerta, que les indicase lo que tenían que recoger.
El joven les llevó junto a la verja y les enseñó los veinte tarros, bien colocados, diciéndoles: "¡Es tán
llenos de aceitunas de primera calidad! ¡Os ruego, pues, que tengáis cuidado para no estropearlas!"
Luego, el capitán que había acompa do a sus hombres, dijo a Kamaralzamán: "¡Sobre todo, señor, no dejes
de ser puntual; porque mañana el viento soplará de tierra y nos dare mos a la vela enseguida!"
Y cogieron los tarros y se fueron...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y como discreta, se calló.
Y cuando llegó la 222ª noche
Ella dijo:
...Y cogieron los tarros y se fueron.
Entonces Kamaralzamán entró en la habitación del jardinero y le encontró la cara palidísima, aunque
llena de gran serenidad. Le pre guntó cómo estaba, y entonces se enteró de que hallábase enfermo, y a
pesar de las palabras que el otro le decía para tranquilizarle, no dejó de alarmarse mucho. Le hizo tomar
varios cocimientos de hierbas verdes, pero sin gran resultado. Después le acompañó todo el día, y le
veló por la noche, y pudo ver qué el mal se agravaba. Y por la mañana, el buen jardinero, que apenas
tenía fuerzas para llamarle hacia su cabe cera, le cogió de la mano y le dijo: "iKamaralzamán, hijo mío,
escucha! ¡No hay más Dios que Alah! ¡Y nuestro señor Mohammed es el enviado de Alah!" Y expiró.
Entonces Kamaralzamán rompió en llanto, y estuvo mucho tiempo llorando a su lado. Se levantó
después, le cerró los ojos, le rindió el último tributo, le hizo un sudario blanco, abrió la huesa y enterró
al último musulmán de aquel país caído en el descreimiento. Y entonces pensó en embarcarse.
Compró ciertas provisiones, cerró la puerta del jardín, se llevó la llave consigo, y corrió a escape al
puerto, cuando el sol estaba ya muy alto; pero fué para ver que el barco, a toda vela, iba ya obedeciendo
al viento favorable hacia alta mar.
Extremado fué el dolor de Kamaralzamán al ver aquello pero no lo exteriorizó, para que no se riera a
costa suya la gentuza del puerto. Y volvió a emprender tristemente el camino del jardín, del cual era ya
único heredero y propietario por fallecimiento del anciano. Y en cuanto llegó a la casita, se desplomó en
un colchón, y lloró por sí mismo, y por su amada Budur, y por el talismán que acababa de perder por
segunda vez.
La aflicción de Kamaralzamán no tuvo límites cuandc se vió obligado por el destino feroz a quedarse
hasta fecha desconocida en aquel país inhospitalario; y el pensamiento de haber perdido para siempre el
talismán de Sett Budur le desesperaba más, y decía para sí: "¡Mis desdichas empezaron con la pérdida
del talismán y volvió la buena suerte cuando lo recobré; y ahora que lo he vuelto a perder, quién sabe las
calamidades que me caerán encima!"
Sin embargo, acabó por exclamar: "¡No hay más recurso que Alah el Altísimo!" Después se levantó, y
para no exponerse a perder las otras diez tinajas que constituían el tesoro subterráneo, fué a comprar
otros veinte tarros; puso en ellos las barras y el polvo, y los acabó de llenar con aceitunas hasta arriba,
diciendo para sí: "¡Así estarán preparados el día que Alah quiera que me embarque!" Y volvió a regar
las legumbres y los árboles frutales, recitando versos muy tristes relativos a su amor hacia Budur. Eso en
cuanto a Kamaralzamán.
En cuanto al buque, tuvo vientos favorables, y no tardó en llegar a la isla de Ebano, y fué a fondear
precisamente debajo del malecón en que se elevaba el palacio habitado por la princesa Budur con el
nombre de Kamaralzamán.
Al ver aquella nave que entraba a toda vela y ondeando el pabe llón, Sett Budur sintió vivos deseos
de ir a verla, tanto más cuanto que siempre tenía la esperanza de que había de encontrar algún día a su
esposo Kamaralzamán embarcado en alguno de los navios que venían de lejos. Mandó a algunos de sus
chambelanes que la acompañaran, y fué a bordo del buque, del cual le dijeron, por otra parte, que venía
cargado de ricas mercaderías.
Al llegar a bordo, mandó llamar al capitán, y le dijo que quería ver la nave. Después, cerciorada de
que Kamaralzamán no se encontraba entre los pasajeros, preguntó por curiosidad al capitán: "¿De qué -:
viene cargado el barco, capitán?" Este contestó: "¡Oh señor! Además de los mercaderes pasajeros,
llevamos en el sollado ricas telas, sederías de todos los países, bordados en terciopelo y brocados, telas
pintadas, antiguas y modernas, de muy buen gusto, y otras mercancías de valor; llevamos medicamentos
chinos e indios, drogas en polvo y en rama, díctamos, pomadas, colirios, ungüentos y bálsamos
preciosos; llevamos pedrería, perlas, ámbar amarillo y coral, tenemos también perfumes de todas clases
y especies selectas; almizcle, ámbar gris e incienso, almá ciga en lágrimas transparentes, benjuí gurí y
esencias de todas las flo res; tenemos asimismo alcanfor, culanto, cardamomo, clavo, canela de Serendib,
tamarindo y jengibre: finalmente, hemos embarcado en el último puerto aceitunas superiores, de las
llamadas "de pájaro", que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, de color del aceite rubio...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y cuando llegó la 225ª noche
Ella dijo:
"...que tienen una piel muy fina y una pulpa dulce, jugosa, del color del aceite rubio".
Cuando la princesa Budur oyó nombrar las aceitunas, que le gus taban con delirio, interrumpió al
capitán, y le preguntó brillándole los ojos de deseo: "¡Ah! ¿Y cuánta cantidad tienes de esas aceitunas "de
pájaro?" Contestó: "Tenemos veinte tarros grandes". Ella dijo: "¿Son muy grandes? ¡Dímelo! ¿Y tienen
también aceitunas de las que se llaman rellenas, es decir, de las que les han quitado los huesos para
sustituirlos con alcaparras ácidas, y que mi alma prefiere con mucho a las que tienen hueso?" El capitán
abrió los ojos, y dijo: "Supongo que también las habrá en esos tarros". Al oírle, la princesa Budur notó
que se le hacía la boca agua con el deseo no satisfecho, y dijo: "Quiero comprar uno de esos tarros". Y el
capitán contestó: "Aunque al propietario se le escapó el barco en el momento de zarpar y no puedo
disponer libremente de ellos, nuestro señor el rey tiene derecho a coger lo que quiera".
Y gritó: "¡Hola! ¡Traiga uno de vosotros del sollado uno de los veinte tarros de aceitu nas!" Y
enseguida los marineros sacaron del sollado y trajeron uno de éstos.
Sett Budur mandó levantar la tapa, y le maravilló tanto el aspecto admirable de aquellas aceitunas "de
pájaro", que exclamó: "Quisiera comprar los veinte tarros. ¿Cuánto costarán, según el precio corriente
del zoco?" El capitán contestó: "Según el precio del zoco de la isla de Ebano, creo que cada tarro de
aceitunas valdrá cien dracmas".
Sett-Budur dijo a sus chambelanes: "¡Pagad al capitán mil dracmas por: cada tarro!" Y añadió:
"Cuando vuelvas al país del mercader, le pagaras eso por las aceitunas". Y se fué, seguida de los que
cargaron con los tarros de aceitunas.
La primera diligencia de Sett Budur al llegar a palacio fué entrar en el aposento de su amiga Hayat-
Alnefus para avisarle de la llegada de las aceitunas. Y cuando los tarros fueron llevados al interior del
harem, según las órdenes dadas, Budur y Hayat-Alnefus, en el colmo de la impaciencia, mandaron traer la
fuente mayor de las de dulce, y ordenaron a las esclavas que levantaran con cuidado el primer tarro y
vaciaran en ella el contenido todo, formando un montón bien acondicionado, en el que se pudieran
distinguir las aceitunas con hueso de las deshuesadas.
¡Y cuál no sería el maravillado pasmo de Budur y su amiga al ver mezclados con las aceitunas barras
y polvo de oro! Y esta sorpresa tenía algo de decepción, por pensar que tal mezcla podía haber echado a
perder las aceitunas; de modo que Budur mandó traer otras fuentes y vaciar los demás tarros, uno tras
otro, hasta el vigésimo. Pero cuando las esclavas hubieron volcado el último, y apareció el nombre de
Kama ralzamán en la base, y brilló el talismán en medio de las aceitunas, Budur lanzó un grito, se puso
palidísima, y cayó desmayada en brazos de Hayat-Alnefus. ¡Acababa de reconocer la cornalina que llevó
en otro tiempo sujeta al nudo de seda del calzón!
Al volver en sí, merced a los cuidados de Hayat-Alnefus, Sett Budur cogió la cornalina talismánica y
se la llevó a los labios, exhalando un suspiro de felicidad: después, para que las esclavas no se enteraran
de su disfraz, las despidió a todas, y dijo a su amiga: "¡He aquí, ¡oh amada mía querida! el talismán
causante de que estemos separados mi esposo adorado y yo! ¡Pero así como hé dado con él, pienso
volver a encontrar a aquel cuya venida nos llenará de felicidad a ambas!"
Inmediatamente mandó llamar al capitán de la nave, que se le pre sentó, y besó la tierra entre sus
manos, y aguardó que le preguntaran. Entonces Budur le dijo: "¿Puedes decirme, ¡oh capitán! lo que hace
en su tierra el amo de los tarros de aceitunas?" El capitán respondió: "Es ayudante de jardinero, y había
de embarcarse con sus aceitunas para venir a venderlas aquí, pero no llegó a tiempo al barco". Budur le
dijo: "Pues bien; sabe, ¡oh capitán! que al probar las aceitunas, de las cuales las mejores están,
efectivamente, rellenas, he descubierto que el que las ha preparado no puede ser más que uno que fué
cocinero mío, pues era el único que sabía dar al relleno de alcaparras ese sabor picante y suave a la vez
que me gusta infinito. Y ese maldito cocinero se escapó, temiendo que le castigaran por haber
perjudicado a un pinche al tratar de acariciarlo de una manera harto dura y poco proporcionada. Por
consiguiente, es menester que te des a la vela y me traigas lo antes posible a ese ayudante de jardinero,
porque sospecho mucho que sea mi cocinero, autor del desgarrón de su delicado pinche. Y te
recompensaré con liberalidad si cumples mis órdenes con gran diligencia; de lo contrario, no te permitiré
volver más a mi reino; y como volvieras, te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 228ª noche
Ella dijo:
"...te mandaría matar, lo mismo que a los de tu tripulación".
Al oír estas palabras, el capitán no pudo contestar más que oyendo y obedeciendo, y a pesar del
perjuicio que salida tan forzada pudiera ocasionar a sus mercaderías, supuso que a la vuelta le
indemnizaría el rey, y se dió a la vela. Y le permitió Alah una navegación tan feliz, que llegó en pocos
días a la ciudad descreída, y desembarcó de noche con los marineros más robustos de su tripulación.
En aquel momento, Kamaralzamán, que había acabado su labor del día, estaba sentado muy triste, y
con lágrimas en los ojos recitaba ver sos sobre la ausencia. Pero al oír llamar a la puerta, se levantó y fué
a preguntar: "¿Quién va? El capitán, fingiendo voz cascada, dijo: "¡Un '' pobre de Alah!" Al oír esta
súplica, dicha en árabe, Kamaralzamán, cuyo corazón latió de piedad, abrió. Pero inmediatamente fué
cogido y aga rrotado, y los marineros invadieron el jardín, y al ver los veinte tarros colocados como la
primera vez, se apresuraron a cogerlos. Después vol vieron todos al barco, y se dieron inmediatamente a
la vela.
Entonces el capitán, rodeado por sus hombres, se acercó a Ka maralzamán y le dijo: "¡Ah! ¿Conque
eres tú el aficionado a mucha chos, que desgarraste al niño en la cocina del rey? ¡Cuando llegue el barco,
encontrarás el palo dispuesto a hacerte lo propio, como no pre fieras que ahora mismo te ensarten estos
mozos continentes!" Y le se ñaló a los marineros, que se guiñaban el ojo al mirarlo, pues les parecía muy
bien disfrutar de aquella ganga.
Al oír tales palabras, Kamaralzamán que aunque libertado de las ataduras desde que llegó a la nave
no había dicho palabra, dejándose llevar por el Destino, no pudo soportar tamaña imputación, y exclamó:
"¡Me refugio en Alah! ¿No te da vergüenza hablar de ese modo. ¡oh capitán!? ¡Reza por el profeta!" El
capitán contestó: "Sean con El y con todos los suyos la bendición de Alah y la plegaria! ¡Pero tú fuiste el
que ensartó al chico!"
Al oír estas palabras, Kamaralzamán exclamó otra vez; "¡Me refugio en Alah!" El capitán replicó:
"¡Tenga Alah misericordia de nosotros! ¡Nos ponemos bajo su custodia!"
Y Kamaralzamán repuso: "¡Os juro a todos vosotros por la vida del Profeta (¡sean con Él la plegaria
y la paz!), que no entiendo nada de semejante acusación, y que nunca he puesto los pies en esa isla de
Ebano a la cual me lleváis, ni en el palacio de su rey! ¡Rezad por el Profeta, oh buena gente!" Entonces
todos replicaron, como se acostumbra: "¡Sea con Él la bendición ! "
Pero el capitán replicó: "¿De modo que nunca has sido cocinero ni has ensartado a ningún niño en tu
vida?" Kamaralzamán, en el límite de la indignación, escupió al suelo, y gritó: "¡Me refugio en Alah!
¡Haced de mí lo que queráis, pues, por Alah, mi lengua no se volverá a mover para contestar a tales
cosas!" Y ya no quiso decir palabra. Entonces el capitán dijo: "Yo cumplo mi deber con entre garte al rey.
¡Si eres inocente, ya te arreglarás como puedas!"
A todo esto, el barco llegó a la isla de Ebano con felicidad. Y el capitán llevó enseguida a
Kamaralzamán a palacio, y solicitó ver al rey. Y como le aguardaban, se le introdujo en la sala del trono.
Y Sett Budur, para no delatarse, por interés tanto suyo como de Kamaralzamán, había combinado un
plan muy acertado, sobre todo para ser discurrido por una mujer.
Y cuando miró al que el capitán traía, a la primera ojeada cono ció a su adorado Kamaralzamán, y se
quedó muy pálida y amarilla como el azafrán. Y todos atribuyeron su cambio de color a la ira por el
recuerdo a la ensartadura del niño. Ella le miró mucho tiempo sin poder hablar, mientras Kamaralzamán,
con su traje viejo de jardinero, había llegado al límite de la confusión y el temblor. Y estaba muy distante
de figurarse que se encontraba en presencia de aquella por quien había vertido tantas lágrimas y
experimentado tantas penas, zo zobras y malos tratos.
Por fin pudo dominarse Sett Budur, y se volvió hacia el capitán, y le dijo: "¡Como premio por tu
fidelidad, te quedarás con el dinero que te di por las aceitunas!" El capitán besó la tierra, y dijo: "¿Y los
otros veinte tarros de esta última vez que están todavía en el Bolla do?" Budur dijo: "Si has traído otros
veinte tarros, apresúrate a man dármelos. ¡Y te pagaré mil dinares de oro!" Y le despidió.
Después se volvió hacia Kamaralzamán, que estaba con los ojos bajos, y dijo a los chambelanes:
"¡Coged a ese joven y llevadle al ham mam...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 230ª noche
Ella dijo:
"¡Coged a ese, joven y llevadle al hammam! ¡Después le vestiréis suntuosamente, y me lo volveréis a
presentar mañana por la mañana, a la primera hora del diwán!" Y lo mandado se ejecutó al momento.
Sett Budur fué a buscar a su amiga Hayat-Alnefus, y le dijo: "¡Amiga mía, nuestro adorado está de
vuelta! ¡Por Alah! he combi nado un plan admirable para que nuestro encuentro no sea un golpe funesto
para el que de jardinero se ve convertido en rey sin transición. Y es un plan que si se escribiera con una
aguja en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a los aficionados a instruirse. Y Hayat-Al nefus se
puso tan contenta, que se echó en brazos de Sett Budur, y ambas aquella noche fueron muy formales, para
prepararse a recibir con toda frescura al amado de su corazón.
Y por la mañana llevaron al diwán a Kamaralzamán, suntuosa mente vestido. Y el hammam había
devuelto a su rostro todo su res plandor, y el traje ligero y bien ceñido realzaba su cintura fina y sus
nalgas montañosas. Y todos los emires, personajes y chambelanes no se sorprendieron al oír al rey decir
al gran visir: "¡Darás a este joven cien esclavos para que le sirvan, y le proporcionarás por cuenta del
Tesoro emolumentos que sean dignos del cargo que le voy a conferir ahora mismo". Y le nombró visir
entre los visires, y le dió tren de casa y caballos, y mulos y camellos, sin contar arcas llenas y armarios.
Des pués se retiró.
Al día siguiente, Sett Budur -siempre bajo la apariencia de rey de la isla de Ebano- mandó
comparecer al nuevo visir, y destituyó de su empleo al gran visir, y después nombró a Kamaralzamán
gran visir en su lugar; y Kamaralzamán entró enseguida en el Consejo, y la asamblea fué dirigida por su
autoridad.
Sin embargo, cuando se levantó la sesión del diwán, Kamaralza mán empezó a reflexionar
profundamente, y dijo para sí: "¡Los hono res que me otorga este joven monarca y la amistad con que me
honra deben tener seguramente algún origen! Pero ¿cuál será? Los marine ros me cogieron y trajeron aquí
acusado de haber ensartado a un niño cuando suponían que fuese yo un ex cocinero del rey. Y éste, en vez
de castigarme, me envía al hammam, y me da un alto cargo y todo lo demás. ¡Oh Kamaralzamán! ¿Cuál
puede ser la causa de suceso tan extraño ?"
Reflexionó otro rato, y después exclamó: "¡Por Alah! ¡He dado con la causa; pero sea confundido
Eblis! Seguramente este rey, que es muy joven y hermoso, debe de creerme aficionado a muchachos, y
sólo me demuestra tanta amabilidad por esto. Pero ¡por Alah! no puedo aceptar semejante función. Y es
necesario poner en claro sus proyec tos; y si efectivamente pretendiera eso de mí, le devolvería en el acto
cuanto me ha dado, y abdicaría mi empleo de gran visir, y me volvería a mi jardín".
Y Kamaralzamán fué inmediatamente a ver al rey, y le dijo: "¡Oh rey afortunado! en verdad que
colmaste a tu esclavo de honores y consideraciones que no suelen otorgarse más que a venerables
ancianos encanecidos en la sabiduría; y yo no soy más que un joven entre los más jóvenes. ¡De modo que
si todo esto no tuviera una causa desconocida, sería el prodigio más inmenso entre los prodigios!"
Oídas estas palabras, Sett Budur sonrió y miró a Kamaralzamán con ojos lánguidos, y le dijo:
"Efectivamente, mi hermoso visir, todo eso tiene su causa, y es el cariño que tu belleza ha encendido
súbitamente en mi hígado. Pues en verdad que me ha cautivado en extremo tu tez tan delicada y tranquila".
Pero Kamaralzamán dijo: "¡Prolongue Alah los días del rey! Pero tu esclavo tiene una esposa a quien
ama, y por la cual llora todas las noches desde una aventura extraña que le alejó de ella. ¡Por eso, oh rey,
tu esclavo te pide permiso para irse a viajar después de haber dejado en tus manos los cargos con que
has tenido a bien honrarle!"
Pero Sett Budur cogió la mano al joven, y le dijo: "¡Oh mi her moso visir, siéntate! ¿Por qué vienes a
hablarme de viaje y partida? Quédate aquí, junto al que arde por tus ojos y está dispuesto, si quie res
compartir su pasión, a hacerte reinar con él en este trono. Porque has de saber que yo también fui
nombrado rey a consecuencia del afecto que el rey viejo me manifestó, y de lo amable que para él he
sido. Ponte ya al corriente, ¡oh joven gentilísimo ! de las costumbres de este siglo, en el cual la prioridad
corresponde de derecho a los seres bellos, y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más
exquisitos poetas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 232ª noche
Ella dijo:
"...y no olvides las acertadas frases de uno de nuestros más ex quisitos poetas:
¡Nuestro siglo recuerda aquellos tiempos delicados en que vivía el venerable Lot, pariente
de Abraham, el amigo de Alah!
¡El anciano Lot tenía una barba cual la sal, que servía de marco a un rostro juvenil, en el
cual respiraban las rosas!
¡En su ciudad ardiente, visitada por ángeles, hospedaba a los ángeles, y en cambio daba
sus hijas a la muchedumbre!
¡El cielo mismo le libró de su antipática mujer, inmovilizándola al cuajarla en sal fría y sin
vida!
¡En verdad os digo que este siglo encantador pertenece a los jóvenes!
Cuando Kamaralzamán oyó estos versos y comprendió su signifi cado, quedóse turbadísimo y se
sonrojaron como una ascua sus me jillas; después dijo: "¡Oh rey! tu esclavo te confiesa su falta de afi ción
a esas cosas a las cuales no pudo acostumbrarse. ¡Además, soy harto joven para soportar pesos y
medidas que no podría tolerar la espalda de un ganapán viejo!”.
Al oír estas palabras, Sett Budur se echó a reír a carcajadas, y luego dijo a Kamaralzamán:
"¡Verdaderamente, oh joven delicioso, no sé por qué te asustas! Oye lo que tengo que decirte respecto al
par ticular: o eres un adolescente o una persona mayor. Si eres lo primero, o no has llegado a la edad de
la responsabilidad, nada te podrán echar en cara; pues no deben censurarse ni considerarse con mirada
dura y violenta los actos sin importancia de los menores; si tienes una edad responsable, y así me lo
parece al oírte discutir con tanto raciocinio, ¿por qué has de vacilar o asustarte ya que eres dueño de tu
cuerpo y puedes dedicarlo al uso que prefieras, y lo que está escrito sucede?
Sobre todo, piensa que yo soy el que debería asustarse, puesto que soy más pequeño que tú; pero yo
me aplico estos versos tan perfectos del poeta:
Estando mirándome el niño, mi zib se movió. Entonces exclamó él: "¡Es enorme!" Y yo le
dije: "¡Así es fama!"
El replicó: "¡Apresúrate a demostrarme su heroísmo y resistencia!" Pero yo le dije: "¡Eso
no es lícito!" El me replicó: "¡Para mi es muy lícito! ¡Apresúrate a manejarlo!" ¡Entonces lo
hice pero sólo por obediencia y cortesía!
Cuando Kamaralzamán oyó tales palabras y versos, vió que la luz se convertía en tinieblas delante de
sus ojos, y bajó la cabeza, y dijo a Sett Budur: "¡Oh rey lleno de gloria! ¡ tienes en tu palacio muchas
jóvenes y esclavas, y vírgenes muy bellas y tales como ningún rey de este tiempo las posee ¡ ¿Por qué has
de abandonar todo eso sólo por mí? ¿No sabes que te es lícito hacer con las mujeres cuanto pueda atraer
tus deseos o alentar tu curiosidad y provocar tus ensayos?”
Pero Sett Budur sonrió, cerrando a medias los párpados y mirándole de reojo, y después contestó:
"¡Nada más cierto que lo que dices, oh mi prudente visir tan hermoso! Pero ¿qué hacer, cuando nuestra
afición varía de deseo, cuando nuestros sentidos se afinan o transforman, y cuando cambia la naturaleza
de nuestro humor? Pero dejémonos de una discusión que no conduce a nada, y oigamos lo que dicen
respecto a eso nuestros poetas más estimados. Escucha algunos de sus versos:
"Uno ha dicho:
¡He aquí los puestos apetitosos en el zoco de los fruteros! ¡Encuentras a un lado, en la
bandeja de palma, los higos gordos, de trasero oscuro y simpático! ¡Oh! ¡Pero mira la bandeja
grande en el sitio de preferencia! ¡He aquí los frutos del sicomoro, los frutos pequeños, de
trasero sonrosado, del sicomoro!
"El segundo ha dicho:
¡Pregunta a la joven por qué, cuando los pechos se le endurecen y el fruto le madura,
prefiere el sabor ácido de los limones a las sandías dulces y a las granadas!
"Otro ha dicho:
¡Oh mi única beldad! ¡oh muchachito! ¡tu amor es mi fe! ¡Es para mí la religión preferida
entre todas las creencias!
¡Por ti he dejado a las mujeres, hasta el punto de que mis amigos han observado esta
abstinencia, y han supuesto ¡ignorantes! que me había hecho monje y religioso!
"Otro ha dicho:
¡Oh Zeinab, de pechos morenos, y tú, Hind, de trenzas teñidas con arte! ¿no sabéis por qué
hace tanto tiempo que desaparecí?
He encontrado las rosas -las que suelen verse en las mejillas de las jóvenes-, he
encontrado esas rosas, no en las mejillas de una joven, ¡oh Zeinab! sino en las posaderas
fundamentales y aterciopeladas de mi amigo. ¡He aquí por qué, ¡oh Hind! ya no podrá
atraerme nunca tu cabellera teñida, ni tampoco, oh Zeinab, tu jardín arrasado, al cual le falta
el vello, ni siquiera tus posaderas, demasiado lisas, que carecen de granulación!
"Otro ha dicho:
Cuida de no hablar mal de ese gamo joven, comparándole senci llamente, porque es
imberbe, con una mujer. Es preciso ser un malvado para decir o pensar semejante cosa. ¡Hay
diferencia!
En efecto, cuando te acercas a una mujer, es por delante; y por eso te besa en la cara. Pero
el gamo joven, cuando te acercas a él, tiene que encorvarse, y de esa manera ¡figúrate! besa la
tierra: ¡Hay diferencia!
"Otro ha dicho:
¡Oh hermoso niño, eras mi esclavo, y te liberté para utilizarte en ataques infecundos!
Porque tú, siquiera, no puedes criar huevos en tu seno.
En efecto, ¡qué espantoso sería para mi aproximarme a una mujer virtuosa de anchas
caderas! ¡En cuanto la cabalgase, me daría tantos hijos, que no podría contenerlos toda la
comarca!
"Otro ha dicho:
Mi esposa me dirigió tantas miradas picarescas y se puso a mover las caderas con tanta
elasticidad, que me dejé arrastrar a nuestro lecho; largo tiempo evitado. ¡Pero no pudo lograr
que se despertase el querido niño a quien solicitaba!
Entonces me gritó, furiosa: "¡Si no le obligas inmediatamente a endurecerse para cumplir
sus deberes y penetrar, no te asombres si mañana, al despertarte, eres cornudo!"
"Otro ha dicho
Generalmente se piden a Alah, mercedes y benefícios levantando los brazos. ¡Pero las
mujeres son de otro mode! ¡ Para solicitar los favores de su amante levantan las piernas y los
muslos! El ademán es seguramente más meritorio, pues se dirige a sus profundidades!
Por último, otro ha dicho:
¡Que ingénuas son a veces las mujeres! Como tienen trasero se figuran que nos lo pueden
ofrecer en caso necesario, por analogía! ¡He demostrado a una de ellas, cuánto se equivocaba!
Esta joven había venido a buscarme con una vulva en verdad lo más excelente posible. Pero
yo le dije: “!No hago esas cosas de tal manera!”
Ella me contestó: “ ! Si, ya lo sé, este siglo abandona la moda antígua! ¡Pero no importa!
¡Estoy al corriente!” ¡Y se volvió y presentó a mis miradas un orificio tan vasto como el
abismo del mar!
Pero yo dije: “!Te doy las gracias de veras señora mía, te doy mil gracias! ¡Veo que tu
hospitalidad es muy amplia! ¡Y temo perderme en un camino cuya brecha resulta mayor que la
de una ciudad tomada por asalto!”
Cuando Kamaralzamán oyó todos aquellos versos, comprendió que no había medio de equivocarse
acerca de las intenciones de Sett Budur, a quien seguía tomando por el rey, y vió que no le serviría de
nada resistirse más; y por otra parte, también sentía curiosidad de saber a qué atenerse sobre la moda
nueva de que hablaba el poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 234ª noche
Ella dijo:
...a qué atenerse sobre la moda nueva de que hablaba el poeta. De modo que repuso: "¡Oh rey del
siglo! ¡ya que tienes tanto empeño, prométeme que no haremos eso juntos más que una vez! ¡Y si
consiento, sabe que es para tratar de demostrarte en seguida que es prefe rible volver a la moda antigua!
De todos modos, por mi parte, deseo que me prometas formalmente que nunca me pedirás la repetición de
este acto, cuyo perdón pido por anticipado a Alah el Clemente sin li mites".
Y Sett Budur exclamó: "¡Te lo prometo formalmente! ¡Y yo también quiero pedir remisión a Alah
misericordioso, cuya bondad carece de límites, para que nos haga salir de las tinieblas del error a la luz
de la verdadera sabiduría!"
Después añadió:
"¡Pero en verdad, hay que hacerlo sin remedio, aunque no sea más que una vez, para dar la
razón al poeta que dice:
¡La gente, oh amigo mío, nos acusa de cosas que nos son desconocidas, y dice de nosotros
todo lo malo que piensa!
¡Ven amigo! ¡ Seamos lo bastante generosos para dar la razón a nuestros enemigos, y ya
que sospechan una cosa, hagamosla siquiera uan vez! ¡ Después nos arrepentiremos, si te
parece! ¡Ven amigo dócil, a trabajar conmigo para dejar en paz la conciencia de nuestros
acusadores!
Y Sett Budur se levantó velozmente, y lo arrastró hacia los anchos colchones tendidos en la alfombra,
mientras él trataba de defenderse algo y meneaba la cabeza con aspecto resignado, suspirando: "¡No hay
recurso más que en Alah! ¡Todo ocurre por orden suya!" Y como Sett Budur le hostigaba impacientemente
para que se diera prisa, se quitó los anchos calzones bombachas, después el calzón de hilo; y se vió
derribado de pronto encima de los colchones por el rey, que se tendió junto a él y le cogió en brazos!"
Y le echó las dos piernas alrededor de los muslos, y le dijo: "¡Oh, dame la mano, pónmela entre los
mus los para despertar a este niño y obligarlo a levantarse, porque lleva mucho tiempo dormido!" Y
Kamaralzamán, algo cortado, le dijo: "¡No me atrevo!" El rey le dijo: "¡Voy a ayudarte!" Y le cogió la
mano y se la paseó por entre los muslos.
Entonces Kamaralzamán notó que el contacto con los muslos del rey era muy delicioso, y más dulce
que el tocar manteca, y más suave que el tocar seda. Y aquello le agradó mucho, y le incitó a explorar
solo lo de arriba y lo de abajo, hasta que su mano llegó a una cúpula que encontró muy movediza y
verdaderamente llena de bendición. Pero por más que buscó por todas partes, no pudo encontrar el
alminar. Y dijo para sí: "¡Oh Alah, qué misteriosas son tus obras! ¿Cómo podrá haber una cúpula sin
alminar? Después pensó: "Es probable que este rey encantador no sea hombre ni mujer, sino un eunuco
blanco. ¡Eso resultaría mucho menos interesante!" Y le dijo al rey: "¡Oh, rey, no sé, pero no encuentro al
niño!"
Al oír estas palabras, a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer mañana, y discreta como siempre, se
calló.
Pero cuando llegó la 235ª noche
Ella dijo:
... a Sett Budur le dió tal acceso de risa, que le faltó poco para desmayarse. Después se puso seria de
repente, y recobró su antigua voz, dulce y tan cantora, y dijo a Kamaralzamán: "¡Oh esposo amadísimo
qué pronto has olvidado nuestras hermosas noches pasadas!" y se levantó rápidamente, y tirando a lo
lejos el traje y el turbante con que estaba disfrazada, apareció completamente desnuda, suelta la cabellera
lo largo de la espalda.
Al ver aquello, Kamaralzamán conoció a su esposa Budur, hija rey Ghayur, señor de El-Budur y de
El-Kussur. Y la besó, y ella le besó, y la estrechó, y ella le estrechó, y después, ambos llorando de
alegría, se confundieron en besos encima del diván.
Y ella, entre otros mil, le recitó estos versos:
¡He aquí a mi amado! ¡Es el bailarín de cuerpo armonioso! ¡miradle cuando avanza con pie
flexible y ligero!
¡Hele aquí! ¡No creáis que sus piernas se quejen del peso enorme que las precede, y que
constituiría una buena carga para un camello!
¡He aquí a mi amdo! ¡ Como alfombra tendí por su camino las flores de mis mejillas, ¡oh
dicha mía! ¡Y el polvo de sus suelas fue un bálsamo bienhechor para mis ojos!
¡En el rostro de mi amado, ¡oh hijas de Arabia! vi bailar a la aurora! ¿Cómo olvidar sus
encantos y su dulzura... ?
Después de lo cual, la reina Budur contó a Kamaralzamán cuanto le había ocurrido desde el principio
hasta el fin. Lo mismo hizo él, y después la reconvino, y le dijo: "¡Es realmente una enormidad lo que has
hecho conmigo esta noche!" Ella contestó: "¡Por Alah! ¡No era más que una broma!" Enseguida siguieron
sus retozos entre muslos y brazos hasta que amaneció.
Entonces la reina Budur se juntó con el rey Armanos, padre de Hayat-Alnefus, le contó la verdad de
su historia, y le reveló que su hija, la joven Hayat-Alnefus, era todavía tan completamente virgen como
antes.
Cuando el rey Armanos, dueño de la isla de Ebano, oyó estas pala bras de Sett Budur, hija del rey
Ghayur, se maravilló hasta el límite del asombro, y mandó que historia tan prodigiosa se escribiera con
letras de oro sobre pergaminos ilustres. Después se volvió hacia Kama ralzamán y le preguntó: "¡Oh hijo
del rey Scrahramán! ¿quieres entrar en mi parentela aceptando como segunda esposa a mi hija Hayat-Al -
nefus, que está aún intacta de toda sacudida?"
Kamaralzamán con testó: "Antes tengo que consultar con mi esposa Sett Budur, a quien debo respeto y
amor". Y se volvió hacia la reina Budur, y le preguntó: "¿Puedo contar con tu consentimiento para tomar a
Hayat-Alnefus como segunda esposa?" Budur contestó: "¡Sí, por cierto; pues yo misma te la he reservado
para festejar tu regreso! ¡Y me contentaré con ocupar el segundo puesto, pues debo mucha gratitud a
Hayat -Alnefus por sus amabilidades y su hospitalidad!"
Entonces Kamaralzamán se volvió hacia el rey Armanos, y le dijo: "Mi esposa Sett Budur me ha
contestado aceptando lo propuesto, y diciéndome que en caso necesario se daría por muy contenta con ser
esclava de Hayat-Alnefus!"
Al oír estas palabras, el rey Armanos se regocijó hasta el límite del regocijo, y fué a sentarse para
aquel caso en el trono de justicia, y mandó reunir a todos los emires, visires, chambelanes y notables del
reino, y les contó la historia de Kamaralzamán y de su esposa Sett Budur, desde el principio hasta el
fin.Luego les comunicó su proyecto de dar a Hayat-Alnefus por segunda esposa a Kamaralzamán, y
nombrarle al mismo tiempo rey de la isla de Ebano en lugar de su esposa la reina Budur. Y todos besaron
la tierra entre sus manos, y respon dieron: "¡Desde el momento en que Kamaralzamán es el esposo de
Sett Budur, que ha reinado antes en este trono le aceptamos con júbilo por nuestro rey, y nos
consideramos dichosos con ser sus esclavos fieles!"
Después de estas palabras, el rey Armanos se entusiasmó hasta el límite más extremo del entusiasmo,
e inmediatamente mandó llamar a los kadíes, testigos y jefes principales, y extender el contrato de boda
de Kamaralzamán con Hayat-Alnefus. Y se sacrificaron millares de reses para los pobres y desgraciados,
hubo liberalidad para todo el pueblo y todo el ejército. Y no quedó nadie en el reino que no deseara larga
vida y felicidad para el rey Kamaralzamán y sus dos esposas Sett Budur y Hayat-Alnefus.
Y Kamaralzamán, a su vez, alardeó de tanta justicia al gobernar su reino como al contentar a sus dos
esposas, pues pasaba una noche con cada una, alternativamente.
En cuanto a Sett Budur y a Hayat-Alnefus, vivieron siempre en perfecta armonía, dando las noches a
su esposo, pero disfrutando juntas durante las horas del día.
Tras de lo cual, Kamaralzamán despachó correos a su padre, el rey Schahramán, para comunicarle
todos aquellos felices sucesos y decirle que pensaba ir a verle en cuanto hubiera reconquistado una
ciudad a orillas del mar que los infieles habían arrebatado a los musulmanes. Mientras tanto, la reina
Budur y la reina Hayat-Alnefus, fecundadas por Kamaralzamán, dieron cada una a su esposo un hijo
varón, hermoso como la luna. ¡Y todos vivieron con perfecta felicidad hasta el fin de sus días! Y tal es la
historia maravillosa de Kamaralzamán y la princesa Budur.
Y Schehrazada, sonriendo, se calló.
Pero la pequeña Doniazada, la de las mejillas siempre blancas, se había puesto muy colorada, sobre
todo al acabarse la historia, y los ojos se le habían agrandado de placer, de curiosidad y también de
confusión, y había acabado por taparse la cara con las dos manos, pero mirando al través.
Y mientras Schehrazada, para rehacerse la voz, se mojaba los labios en una copa de cocimiento
helado de pasas, Doniazada, palmoteando, exclamó: "¡Oh hermana, qué lástima que una historia tan
maravillosa se acabe tan pronto! ¡Es la primera de ese género que oigo de tus labios! ¡Y no sé por qué me
pongo tan colorada!"
Y Schehrazada, después de beber un sorbo, sonrió a su hermana con el rabillo del ojo, y le dijo:
"Pues ¿qué será cuando hayas oído la Historia de Grano-de-Belleza... ? Pero primero te he de contar la
agradable Historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella".
Oídas estas palabras, Doniazada saltó de alegría y emoción, y exclamó: "¡Oh hermana, por favor!
¡Antes de empezar la historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella, cuyos nombres ya me complacen infinito,
dime quién es Grano-de-Belleza!"
Y Schehrazada respondió: "¡Querida mía, Grano-de-Belleza es un joven!"
Entonces el rey Schahriar, cuya tristeza había desaparecido a las primeras palabras de la historia de
Sett Budur, que oyó entera con gran atención, dijo: "¡Oh Schehrazada! he de confesarte que la his toria de
Budur me ha encantado y regocijado, y además me ha inci tado a enterarme mejor de esa moda nueva de la
cual hablaba Sett Budur en prosa y verso. De modo que si en las historias que nos pro metes se explica
esa moda con otros pormenores desconocidos para mí, puedes empezar enseguida.
Pero en este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta como siempre,
se calló.
Y el rey Schahriar dijo para sí: "¡Por Alah! ¡ no la mataré hasta que haya oído otros detalles sobre la
moda nueva, que hasta ahora en cuentro llena de oscuridad y complicaciones!"
Doniazada dijo: "¡Oh Schehrazada, hermana mía, te ruego que empieces!"
Y Schehrazada sonrió a su hermana, y después volviéndose hacia el rey Schahriar, le dijo
Historia de Feliz-Bello y Feliz-Bella
Se dice (pero Alah es más sabio) que había en la ciudad de Kufa un hombre al que se contaba entre
sus vecinos más ricos y con siderados, y se llamaba Primavera.
Al primer año de su matrimonio, el mercader Primavera sintió caer sobre su casa la bendición del
Altísimo con el nacimiento de un hijo muy hermoso, que vino al mundo sonriendo. Y por eso se llamó al
niño Feliz-Bello.
Al séptimo día de nacer su hijo, el mercader Primavera fué al zoco de los esclavos a comprar una
criada para su mujer. Llegado a mitad de la plaza central, echó una ojeada circular a las mujeres y a
los muchachos que se habían puesto a la venta, y vió, en medio de uno de los grupos, a una esclava de
aspecto dulce que llevaba a la espalda, sujeta con un ancho cinturón, a su hija dormida.
El mercader Primavera pensó entonces: "¡Alah es generoso!" Y se acercó al corredor y le preguntó:
"¿Cuánto cuesta esta esclava con su hija?" El corredor contestó: "¡Cincuenta dinares, ni más ni menos!"
Primavera dijo: "¡La compro! Escribe el contrato, y toma el dine ro". Después de llenar esta formalidad,
el mercader Primavera dijo con dulzura a la mujer: "Sígame, sierva mía". Y se la llevó a su casa. Cuando
la hija de su tío vió llegar a Primavera con la esclava, le preguntó: "¡Oh hijo de mi tío! ¿por qué has
hecho ese gasto tan inútil? ¡Yo, en cuanto me reponga del parto, podré atender a la casa como antes!" El
mercader Primavera contestó con agrado: "¡Oh hija de mi tío! he comprado esta esclava por la niña que
lleva a cuestas, y a la cual criaremos con nuestro hijo Feliz-Bello. ¡Y sabe que, si he de juzgar por lo que
de sus facciones he visto, cuando crezca esta niña no tendrá igual en belleza en todos los países de Irak,
Persia y Arabia!"
Entonces la esposa de Primavera se volvió hacia la sierva, y le preguntó bondadosamente: "¿Cómo te
llamas?" Ella contestó: "¡Me llaman Prosperidad, ¡oh mi señora!" A la esposa del mercader le gus tó
mucho aquel nombre, y le dijo: "¡Te sienta bien, ¡por Alah! Y tu hija, ¿cómo se llama?" La esclava
contestó: "¡Fortuna!" Entonces la esposa de Primavera, en el límite de la alegría, dijo: "¡Ojalá aciertes!
¡Y Alah, con tu venida, haga que duren la fortuna y la prosperidad en casa de quienes te han comprado,
¡oh cara blanca!"
Después de lo cual se volvió hacia su esposo Primavera, y le pre guntó: "Ya que es costumbre que los
amos den nombre a los esclavos que compran, ¿cómo piensas llamar a la niña?" Primavera respondió:
"¡Como tú prefieras!" Y su esposa contestó: "¡Llamémosla Feliz-Be lla!" Y Primavera dijo: "Así se
llamará. No veo ningún inconve niente".
Y así fué cómo se llamó la niña Feliz-Bella, y se la crió con Feliz -Bello, exactamente en las mismas
condiciones. Y ambos crecieron, juntos, aumentándose cada día su hermosura; y Feliz-Bello llamaba a la
hija de la esclava "mi hermana", y ella le llamaba a él "mi hermano".
Cuando Feliz-Bello llegó a los cinco años, se pensó en celebrar su circuncisión. Se aguardó para ello
la fiesta del natalicio del Profeta (¡con él la plegaria y la salvación!), para dar a tal rito preciado toda la
manifestación de belleza que encierra. Por lo tanto, se hizo solem nemente la circuncisión de Feliz-Bello,
que en vez de llorar, pareció encontrar aquello casi de su agrado, y sonrió gentilmente, cosa que, por otra
parte, solía hacer siempre. Se formó una comitiva imponente y numerosa, compuesta de todos los
parientes, amigos y conocidos de Primavera y de la hija de su tío; después, precedidos de banderas,
desfiló por todas las calles de Kufa. Y Feliz-Bello iba encaramado en un palanquín rojo, sobre una mula
ricamente enjaezada de brocado, y a su lado estaba sentada la pequeña Feliz-Bella, que le abanicaba con
un pañuelo de seda. Detrás del palanquín seguían las amigas, las veci nas y los niños, que llenaban el aire
con sus lu-lu-lúes" de alegría,' mientras el buen Primavera, contentísimo, llevaba de la brida la mula,
arrogante y dócil.
Cuando regresaron a casa, los invitados fueron uno tras otro a felicitar al mercader Primavera,
diciendo antes de retirarse: "¡Para ti sean la bendición y la alegría! ¡Disfruta durante larga vida la
abundancia de los goces del alma...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la l mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 238ª noche
Ella dijo:
"...¡disfruta durante larga vida la abundancia de los goces del alma! "
Después transcurrieron tiempos felices, y los dos niños llegaron a cumplir los doce años de edad.
Entonces Primavera fué a buscar a su hijo Feliz-Bello, que ju gaba a matrimonios con Feliz-Bella, y le
llamó aparte, y le dijo: "¡He aquí, ¡oh hijo mío! que acabas de cumplir doce años, gracias a la bendición
de Alah! De modo que desde hoy ya no has de llamar a Feliz-Bella hermana tuya, pues ahora he de
decirte que Feliz-Bella es hija de nuestra esclava Prosperidad, aunque la hayamos criado con tigo en la
misma cuna y la tratemos como a hija nuestra. Además, des de ahora es menester que se cubra la cara con
el velo, pues tu madre me ha dicho que Feliz-Bella ha llegado la semana pasada a la época de la
nubilidad. Así es que tu madre le va a buscar un esposo, que será para nosotros un esclavo adicto".
Al oír estas palabras, Feliz-Bello dijo a su padre: "Pues ya que Feliz-Bella no es hermana mía,
quiero casarme con ella". Primavera contestó: "¡Hay que pedirle permiso a tu madre!"
Entonces Feliz-Bello fué a buscar a su madre, y le besó la mano, que se llevó a la frente; después le
dijo: "Deseo casarme en secreto con Feliz-Bella, hija de nuestra esclava Prosperidad". Y la madre de
Feliz-Bello contestó: "¡Feliz-Bella te pertenece, hijo mío! Tu padre la había comprado en nombre tuyo".
Inmediatamente Feliz-Bello corrió a buscar a Feliz-Bella, y la co gió de la mano, y la amó, y ella le
amó a él, y la misma noche dur mieron juntos, como esposos dichosos.
Después, y sin cesar tal estado de cosas, vivieron ambos en el colmo de la felicidad durante cinco
años benditos. Y en toda la ciudad de Kufa no había joven más bella, ni más dulce, ni más deliciosa que
la mujer del hijo de Primavera. Ni la había tan instruida ni tan sabia. En efecto, Feliz-Bella había
consagrado sus ratos de ocio a aprender el Korán, las ciencias, la hermosa escritura cúfica y la corriente,
las bellas letras y la poesía, y el manejo de los instrumentos musicales. Y había llegado a adquirir tal
habilidad en el arte del canto, que sabía cantar de más de quince modos distintos, y basándose en una
sola palabra del primer verso de una canción, podía prolongar durante varias horas, y hasta una noche
entera, variaciones infinitas que arrebataban con sus ritmos y sus trémolos.
Así es que Feliz-Bello y su esclava Feliz-Bella, muchas veces, a las horas de calor, se sentaban en su
jardín sobre el mármol desnudo que rodeaba el estanque, en donde la frescura del agua y de la piedra
llenábanles de delicias. Allí comían sandías exquisitas, de pulpa fusible y ligera, y almendras y
avellanas, y grano tostado y salado, y otras mil cosas admirables. Y dejaban de comer para respirar rosas
y jaz mines, o para recitarse poemas encantadores. Y entonces Feliz-Bello rogaba a su esclava que
preludiase, y Feliz-Bella cogía la guitarra de cuerdas dobles, de la cual sabía extraer sonidos sin par. Y
ambos cantaban canciones como éstas, entre otras mil maravillosas:
¡Oh joven, llueven flores y aves! ¡Vamos con el viento hacia la cálida Bagdad de
sonrosadas cúpulas!
¡No emir mío! ¡Quedémonos todavía en el jardín, junto al llamear de las palmas de oro, y
,oh delicia, con las manos en la nuca soñemos!
¡Ven, oh joven! ¡Llueven diamantes en las hojas azules, y sobre el azul, es bella la curva de
las ramas. ¡Levántate, oh ligera, y sacude las gotas furtivas que lloran en tus cabellos!
¡No emir mío, siéntate aquí y reclina la cabeza en mis rodillas! ¡Embriágate entre mi ropa
con todo el perfume de mis pechos floridos... y luego oye la suave brisa que canta al Hacedor!
Otras veces, ambos jóvenes modulaban versos como los siguientes, acompañándose con el
daff: .
¡Soy feliz y ligera como una ágil danzarina!
¡Oh lábios, haced más lentos vuestros trinos sobre las flautas! ¡Guitarras, paráos bajo los
dedos para escuchar la canción de las palmeras!
¡Las palmeras están de pie! ¡Como las jóvenes, murmuran en sordina en la noche clara, y
el remolino de sus cabelleras melodiosas responde a la brisa musical!
¡Ah! ¡Soy feliz y ligera como una ágil danzarina!
¡Esposa encantadora y perfumada! ¡Al oir las notas de tu voz, las piedras se levantan
bailando, y vienen ordenadamente a construir un edificio armonioso!
¡Que aquel que creó la belleza del amor nos otorgue la ventura, esposa encantadora y
perfumada!
¡Oh negrura de mis ojos! ¡ Por ti voy a dar azulado a mis párpados con la varita de cristal,
y a macerar mis manos en la pasta de alheña!
¡Así te parecerán mis dedos frutos del azufaifo, o si lo prefieres, dátiles finos!
¡Después me perfumaré los pechos, el vientre y todo el cuerpo con incienso delicado, para
que mi piel se derrita en tu boca con suavidad, oh negrura de mis ojos!
Y de tal modo, el hijo de Primavera y la hija de Prosperidad pa saban las noches y las mañanas en una
vida deliciosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 239ª noche
Ella dijo:
...en una vida deliciosa.
Pero ¡ah! lo que está escrito en la frente del hombre por los dedos de Alah, no puede borrarlo la
mano del hombre; y aunque la criatura poseyera alas, no le sería posible huir del Destino.
Tal fué la causa de que Feliz-Bello y Feliz-Bella tuvieran que ex perimentar durante cierto tiempo las
vicisitudes de la suerte. Pero de todos modos, la nativa bendición que habían traído consigo a la tierra
había de librarles de las desdichas irremediables.
Efectivamente, el gobernador de la ciudad de Kufa había oído al califa hablar de la hermosura de
Feliz-Bella, esposa del hijo del mer cader Primavera. Y dijo para sí: "¡Sin remedio he de encontrar la
manera de apoderarme de esta Feliz-Bella, cuyas perfecciones y arte para cantar me ponderan tanto!
¡Será un magnífico regalo para mi amo el Emir de los Creyentes Abd El-Malek ben-Meruán!"
Por consiguiente, el gobernador de Kufa resolvió un día ejecutar su proyecto, y con tal fin mandó
llamar a una vieja muy astuta, que de ordinario estaba encargada de adquirir e instruir especialmente a
las esclavas jóvenes. Y le dijo: "¡Te ruego que vayas a casa del mer cader Primavera y hagas
conocimiento con la esclava de su hijo, la joven Feliz-Bella, de la cual se dice que está muy versada en
el arte del canto, y que es muy hermosa! Y de cualquier manera has de traérmela aquí, porque quiero
enviarla como regalo al califa Abd El-Malek".
La vieja respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y se fué inmediatamente a hacer los preparativos
necesarios.
A primera hora de la mañana se vistió de estameña, y se echó al cuello un enorme rosario de millares
de cuentas, se ató una calabaza a la cintura, cogió una muleta, y se dirigió con lento paso a casa de
Primavera, parándose a cada momento para suspirar muy devota: "¡Alabado sea Alah! ¡No hay más Dios
que Alah! ¡Sólo a Alah es preciso recurrir! ¡Alah es el más grande!" Y no dejó de proceder del mismo
modo durante todo el camino, con gran admiración de los transeúntes, hasta que llegó a la puerta de la
casa en que vivía Primavera.
Llamó, y dijo: "¡Alah es generoso! ¡Oh Donador! ¡Oh Bienhechor!"
Entonces fué a abrirle el portero, que era un anciano respetable, antiguo servidor de Primavera. Vió a
la vieja devota, y después de examinarla no le pareció su aspecto muy tranquilizador, sino muy al
contrario. Y por su parte él también desagradó mucho a la vieja, que le dirigió una mirada atravesada. Y
el portero sintió instintivamente la mirada, y también instintivamente, y para conjurar el mal de ojo,
formuló con el pensamiento: "¡Mis cinco dedos en tu ojo izquierdo!" Después, y en alta voz, le preguntó:
"¿Qué quieres, mi anciana tía?" Ella respondió: "Soy una pobre vieja que no piensa más que en rezar. Y
como veo que se acerca la hora de la oración, quisiera entrar en esta morada para hacer mis devociones
este día santo".
El buen portero se indignó, y le dijo con brusquedad: "¡Vete! Esta casa no es mezquita ni oratorio,
sino el hogar del mercader Primavera y su hijo Feliz-Bello!" La vieja respondió: "¡Ya lo sé! Pero ¿hay
mezquita ni oratorio más digno de la oración que la morada bendita de Primavera y su hijo Feliz-Bello?
Sabe también, ¡oh portero de cara seca!, que soy mujer conocida en Damasco, en el palacio del Emir de
los Creyentes. Y he salido de allí para visitar los santos lugares y rezar en todos los sitios dignos de
veneración".
Pero el portero contestó: "Bueno es que seas una devota; pero ésa no es razón para que entres aquí.
Sigue tu ca mino". Pero la vieja se resistió e insistió tanto tiempo, que el rumor de su voz hubo de llegar a
oídos de Feliz-Bello que salió para enterarse de la causa del altercado, y oyó a la vieja que decía al
portero: "¿Có mo se puede impedir a una mujer de mi categoría entrar en la casa de Feliz-Bello, hijo de
Primavera, cuando las puertas más cerradas de los emires y los grandes siempre se me abren de par en
par?"Al oír estas palabras, Feliz-Bello sonrió, según su costumbre, y rogó a la vieja que entrara. Entonces
la vieja le siguió, y llegó con él a la habitación de Feliz-Bella. Y le deseó la paz de la manera más
sentida, y a la primera ojeada quedó estupefacta de su belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar a la santa vieja, se apresuró a le vantarse en honor suyo, y le devolvió
su zalema con respeto, y le dijo: "¡Sea de buen agüero para nosotros tu venida, buena madre! ¡Dígnate
descansar!" Pero ella contestó: "Acaban de anunciar la hora de la oración, hija mía. ¡Déjame rezar!" Y
volvióse enseguida en dirección a la Meca, y se arrodilló en actitud de orar. Y así estuvo hasta la noche
sin moverse, y nadie se atrevía a interrumpir su función augusta. Y además parecía tan sumida en el
éxtasis, que no hacía caso alguno de lo que ocurría a su alrededor.
Por fin, Feliz-Bella se atrevió, y acercóse tímidamente a la santa, y le dijo con voz dulce y
respetuosa: "¡Madre mía, da descanso a las rodillas, aunque no sea más que una hora!" La vieja contestó:
"¡El que no cansa el cuerpo en este mundo no puede aspirar al reposo re servado a los puros y elegido en
lo futuro!" Feliz-Bella, extremadamente deificada, repuso: "¡Por favor, oh madre nuestra! honra nuestra
mesa con tu presencia y consiente en compartir con nosotros el pan y la sal!" La vieja respondió: "No me
hagas caso, y ve a reunirte con tu esposo. Vosotros, que sois jóvenes y hermosos, ¡comed, bebed y sed
felices... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 240ª noche
Ella dijo:
"...vosotros, que sois jóvenes y hermosos, ¡comed, bebed y sed felices!"
Entonces Feliz-Bella fué a buscar a su amo y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡Te ruego que vayas a suplicar a
esa santa que en adelante se aposente en nuestra casa, pues su rostro, macerado en la piedad, iluminará
nuestra morada!" Feliz-Bello contestó: "Tranquilízate. Ya he mandado que le preparen una habitación con
su lecho, y una esterilla nueva, y su jarro, y su palangana. Y nadie la molestará".
En cuanto a la vieja, se pasó toda la noche rezando y leyendo en alta voz el Korán. Después, al
amanecer, se lavó y fué a buscar a Feliz-Bello y a su amiga, y les dijo: "¡Vengo a despedirme de
vosotros! ¡Alah os tenga en su guarda!" Pero Feliz-Bello le dijo: "¡Oh madre nuestra! ¿Cómo nos vas a
dejar con tan poco sentimiento, cuando nosotros nos estábamos ya alegrando de ver nuestra casa
bendecida para siempre por tu presencia y te habíamos preparado la mejor habitación para que hagas tus
devociones sin que te molesten?"
Y la vieja contestó: "¡Alah os conserve a los dos y haga durar sus bendiciones y sus gracias para
vosotros! Ya que la caridad musulmana ocupa un sitio de honor en vuestro corazón, me alegro mucho de
que me albergue vuestra hospitalidad. ¡Pero os pido únicamente que advirtáis a vuestro portero, que tiene
una cara tan seca, que no se oponga más a dejarme entrar aquí cuando pueda venir! Ahora mismo voy a
visitar los santos lugares de Kufa, en los cuales haré votos a Alah para que os retribuya según vuestros
méritos. ¡Luego volveré a endulzarme con vuestra, hospitalidad!" Después los dejó, mientras ambos le
cogían las manos y se las llevaban a los labios y a la frente.
¡Oh pobre Feliz-Bella! ¡Si supieras el motivo de que aquella vieja de betún entrara en tu casa y los
negros destinos que urdía contra tu dicha y tranquilidad! Pero ¿cuál es la criatura que puede adivinar lo
oculto y arrancar el velo al porvenir?
La maldita vieja salió, y se dirigió al palacio del gobernador, y se le presentó enseguida. Entonces
éste le preguntó: "¿Qué has hecho, ¡oh desenredadora de telas de arañas!? ¡Oh taimada sublime y sutil!"
La vieja dijo: "Haga lo que haga, ¡oh mi señor! no soy más que tu discípula y la protegida de tus miradas.
Escucha. He visto a la joven Feliz-Bella, esclava del hijo de Primavera. ¡jamás el vientre de la
fecundidad modeló belleza semejante!" El gobernador exclamó. "¡Ya Alah!" Y prosiguió la vieja: "Está
amasada con delicias. ¡Es un fluir continuo de dulzuras y de encantos ingenuos!" El gobernador exclamó:
"¡Oh, ojo mío! ¡Latido de mi corazón!" La vieja añadió: "¿Qué dirías si oyeras el timbre de su voz, más
fresca que el rumor del agua debajo de una bóveda sonora? ¿Qué harías si vieras sus ojos de antílope y
sus miradas modestas?"
El gobernador exclamó: "¡No podría hacer más que admirarla con toda mi admiración, pues repito
que la destino a nuestro amo el califa! ¡Apresúrate, pues, a triunfar!" La vieja dijo: "¡Te pido para ello un
mes entero!" Y el gobernador res pondió: "¡Dispón de ese tiempo, siempre que dé resultado! Y en mí
encontrarás una generosidad que te dejará satisfecha. Para empezar, toma mil dinares como señal de mi
buena voluntad".
Y la vieja guardó los mil dinares en el cinturón, y desde aquel día empezó a visitar con regularidad a
Feliz-Bello y Feliz-Bella en su casa, y ellos, por su parte, le demostraban cada día más miramientos y
consideraciones.
Y así las cosas, la vieja llegó a ser la consejera inseparable de aquella casa. Y un día le dijo a Feliz-
Bella: "Hija mía, la fecundidad no ha visitado aún tus caderas juveniles. ¿Quieres venir conmigo a pedir
la bendición a los santos ascetas, a los jeiques amados de Alah, a los santones y walíes que están en
comunicación con el Altísimo? Conozco a esos walíes, hija mía, y sé el poder inmenso que tienen para
hacer milagros y realizar las cosas más prodigiosas en nombre de Alah. Curan a los ciegos y a los
inválidos, resucitan a los muertos, vuelan por el aire, nadan por el agua. En cuanto a la fecundación de
las mu jeres, ¡es el privilegio más fácil que les otorgó Alah! ¡Y alcanzarás ese resultado sin más que tocar
la orla de su ropón o besar las cuentas de su rosario!"
Al oír estas palabras de la vieja, Feliz-Bella sintió agitarse en su alma el deseo de la fecundidad, y
dijo a la anciana: "Tengo que pedir a mi amo Feliz-Bello permiso para salir. Aguardemos que regrese".
Pe ro la vieja respondió: "Te basta con avisar a su madre". Entonces la joven fué enseguida a buscar a la
madre de Feliz-Bello, y le dijo: "Te suplico, por Alah, ¡oh mi señora! que me concedas permiso para ir
con esta santa vieja a visitar a los walíes amigos de Alah, y pedirles la bendición en su santa morada! Y
te prometo estar aquí de vuelta antes que llegue mi amo Feliz-Bello". Entonces la esposa de Primavera
contestó: "¡Hija mía, piensa en el disgusto que tendría tu amo si volviese y no te encontrase! Me diría: ¿Y
cómo ha podido salir Feliz- Bella sin permiso mío? ¡Es la primera vez que tal ocurre!".
En este momento intervino la vieja, y dijo a la madre de Feliz Bello: "¡Por Alah! ¡Haremos una rápida
vuelta por los lugares santos, no la dejaré siquiera que se siente para descansar, y la traeré sin demora!"
Entonces la madre de Feliz-Bello dió el consentimiento, pe ro suspirando a pesar suyo.
La vieja se llevó, pues, a Feliz-Bella y la guió directamente a un pabellón aislado del jardín de
palacio; allí la dejó sola un momento, y corrió a comunicar su llegada al gobernador, que fué enseguida al
pabellón...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 241ª noche
Ella dijo:
...al gobernador, que fué en seguida al pabellón, y en el umbral quedóse como deslumbrado por tal
belleza.
Cuando Feliz-Bella vió entrar a aquel hombre desconocido, se apresuró a velarse la cara, rompió en
sollozos, y buscó con la mirada un sitio por donde pudiera huir; pero fué en vano.
Entonces, como la vieja no aparecía, Feliz-Bella ya no dudó de la traición de la maldita, y se acordó
de ciertas palabras que su fiel portero le había dicho respecto a los ojos llenos de artificios de aquella
mujer.
En cuanto al gobernador, seguro de que Feliz-Bella era la misma que tenía delante, volvió a salir,
cerrando la puerta, y fué a dar rápidamente algunas órdenes: escribió una carta al califa Abd El-Malek
ben Meruán, y confió la carta y la joven al jefe de sus guardias, mandándole que emprendiera en seguida
el camino de Damasco.
Entonces el jefe de los guardias se llevó por la fuerza a Feliz. Bella, la colocó encima de un ágil
dromedario, se puso delante de ella, y partió a toda prisa hacia Damasco, seguido por algunos esclavos.
En cuanto a Feliz-Bella, durante todo el camino se tapó la cara con el velo, y sollozó en silencio,
indiferente a las paradas, a las sacudidas, a los descansos y a las marchas. Y el jefe de los guardias no le
pudo sacar una palabra ni una seña, y así siguió hasta la llegada a Damasco. El jefe se dirigió sin demora
al palacio del Emir de los Creyentes, entregó la esclava y la carta al jefe de los chambelanes, recibió la
respuesta que le dieron, y se volvió a Kufa del mismo modo que había venido.
Al día siguiente, el califa entró en el harem y manifestó a su esposa y a su hermana la llegada de la
esclava nueva, diciéndole: "El gobernador de Kufa acaba de enviarme como regalo una esclava joven; y
me escribe para decirme que esa esclava, comprada por él, es hija de un rey, apresada en su país por
mercaderes de esclavos". Y su esposa le respondió: "¡Alah acreciente tus goces y sus beneficios!" Y la
hermana del califa preguntó: "¿Cómo se llama? ¿Es morena o blanca?" El califa contestó: "¡Aun no la he
visto!"
Entonces la hermana del califa, llamada Sett Zahia, que era de tierno corazón, sintió lástima, y se
acercó a la joven, y le preguntó: "¿Por qué lloras, hermana mía?" ¿No sabes que desde ahora estás
segura, y que tu vida transcurrirá ligera y sin preocupaciones? ¿Adón de podías ir a parar mejor que al
palacio del Emir de los Creyentes?" Al oír estas palabras, la hija de Prosperidad levantó los ojos
sorprendida, y preguntó: "Pero ¡oh mi señora! ¿en qué ciudad estoy, para que sea éste el palacio del Emir
de los Creyentes?" Sett Zahia contestó "¡En la ciudad de Damasco! ¿Pero tú no lo sabías? ¿Y el mercader
que te vendió no te ha advertido que lo hacía por cuenta del califa Abd El-Malek ben-Meruán? Ya lo
sabes, hermana, eres propiedad del Emir de los Creyentes, que es mi hermano. Sécate, pues, las lágrimas
y dime tu nombre".
Al oír semejantes palabras, la joven ya no pudo reprimir los sollozos que la ahogaban, y murmuró:
"¡Oh mi señora, en mi tierra me llaman Feliz-Bella!"
A la sazón entró el califa. Avanzó hacia Feliz-Bella sonriendo bon dadosamente, se sentó a su lado, y
le dijo: "¡Quítate el velo de la cara, ¡oh joven!" Pero Feliz-Bella, en vez de descubrirse la cara, se aterró
sólo de pensarlo, y se tapó completamente con la tela hasta por debajo de la barbilla, con mano
temblorosa. Y el califa no quiso enojarse por una acción tan extraordinaria, y dijo a Sett Zahia: "Te
confío a esta joven, y espero qué dentro de pocos días la hayas acostumbrado a ti, y la animes, y consigas
que sea menos tímida". Después dirigió otra mirada a Feliz-Bella y nada pudo ver, fuera de las finas
muñecas. Pero con aquello le bastó para que la amara en extremo; muñecas tan ad mirablemente
modeladas no podían pertenecer más que a una perfecta beldad. Y se retiró.
Entonces Sett Zahia se llevó a Feliz-Bella, y la condujo al hammam del palacio, y después del baño
la vistió con un traje muy hermoso, y le colocó en el peinado varias sartas de perlas y pedrerías, y
después le acompañó el resto del día, tratando de acostumbrarla a ella. Pero Feliz-Bella, aunque muy
confusa con los miramientos que le prodigaba la hermana del califa, no podía dejar de llorar, ni quería
tampoco revelar la causa de sus penas, porque pensaba que con ello no variaría su destino. Guardó, pues,
para sí aquel agudo dolor, y siguió consu miéndose día y noche, de tal modo, que al poco tiempo cayó
grave mente enferma; y desesperaron de salvarla después de haber experimen tado en ella la ciencia de los
médicos más famosos de Damasco.
En cuanto a Feliz-Bello, hijo de Primavera, al anochecer regresó a su casa, y según costumbre, se
echó en el diván, y llamó: "¡Oh Feliz-Bella!"
Pero, por primera vez, nadie contestó. Entonces se levantó súbito y llamó de nuevo: "¡Oh Feliz-
Bella!" Pero nadie contestó. Por que todas las esclavas se habían escondido, y ninguna de ellas se atrevía
a moverse. Entonces Feliz-Bello se dirigió al aposento de su madre, entró precipitadamente, y encontró a
su madre sentada, muy triste, con la mano en la mejilla y absorta en sus pensamientos. Al verla, creció su
inquietud, y preguntó, todo lleno de espanto: "¿Dónde está Feliz Bella?"
Pero la esposa de Primavera no contestó más que con lágrimas, y después suspiró: "¡Alah nos
proteja, ¡oh hijo mío! Feliz-Bella, en ausencia tuya, ha venido a pedirme permiso para salir con la vieja e
ir, según me dijo, a visitar a un santo walí que realiza milagros. ¡Ah i hijo mío! mi corazón no estuvo
tranquilo nunca desde que esa vieja entró en nuestra casa. ¡Tampoco la ha mirado jamás con buenos ojos,
nuestro portero, el servidor anciano y fiel que nos crió a todos! ¡Siempre he tenido el presentimiento de
que esa vieja nos había de traer mala suerte con sus oraciones harto prolongadas y sus miradas tan
astutas!" Pero Feliz-Bello interrumpió a su madre para preguntar: "¿A qué hora exactamente ha salido
Feliz-Bella?" La madre contestó: "Esta mañana temprano, después de haberte ido al zoco". Y Feliz-Bello
exclamó: "Ya ves, madre mía, para lo que nos sirve variar nuestras costumbres y otorgar a nuestras
mujeres libertades de las cuales no saben qué hacer, y que tienen que serles funestas! ¡Ah, madre mía!
¿Por qué permitiste salir a Feliz-Bella? ¿Quién sabe por dónde se pudo extraviar, o si se ha caído al
agua, o si la sepultó un alminar que se haya derrumbado? ¡Pero voy a escape a ver al gobernador para
obligarle a hacer investigaciones inmediatamente!"
Y Feliz-Bello, fuera de sí, corrió al palacio, y el gobernador la recibió sin hacerle esperar, por
consideración hacia su padre Primavera, que era una de las personas más notables de la ciudad. Y Feliz-
Bello, sin atender siquiera a las fórmulas obligatorias de la zalema dijo al gobernador: "Mi esclava ha
desaparecido de nuestra casa esta mañana en compañía de una vieja a la cual habíamos dado albergue
Vengo a rogarte que me ayudes a buscarla". El gobernador, adoptando un tono lleno de interés, contestó:
"¡En seguida, hijo mío! Estoy dispuesto a todo por consideración a tu digno padre. Ve a buscar de mi
parte al jefe de la guardia, y cuéntale el caso. Es hombre muy avisado y lleno de recursos, y sin duda
alguna encontrará a la esclava dentro de pocos días".
Entonces Feliz-Bello corrió a ver al jefe de la guardia, y le dijo "Vengo a verte de parte del
gobernador para encontrar a mi esclava que ha desaparecido de mi hogar".
El jefe de la guardia, que estaba sentado en la alfombra, con las piernas cruzadas, resolló dos o tres
veces, y al fin preguntó: "¿Con quién se ha marchado?" Feliz-Bello respondió: "Con una vieja cuyas
señas son éstas y aquéllas. Y la vieja va vestida de estameña, y lleva al cuello un rosario con millares de
cuentas". Y el jefe de la guardia dijo: "¡Por Alah! ¡Dime en dónde está la vieja, y enseguida iré a buscar a
la esclava!"
A estas preguntas, Feliz-Bello contestó: "Pero ¿y qué sé yo dónde está la vieja? ¿Vendría aquí si
supiera dónde está?" El jefe de la guardia mudó la postura, colocando las piernas en sentido inverso, y
dijo: "¡Hijo mío, únicamente Alah el Omnisciente es capaz de descu brir las cosas invisibles!" Entonces,
Feliz-Bello, irritado hasta el lími te, exclamó: "¡Por el Profeta! ¡A ti solo te haré responsable de esto! Y
en caso necesario iré a ver al gobernador, y hasta al Emir de los Creyentes, para que sepan quién eres!"
El otro contestó: "¡Puedes ir adonde te parezca! ¡No he estudiado hechicería, para adivinar las cosas
ocultas!"
Enseguida Feliz-Bello volvió a casa del gobernador, y le dijo: ¡He ido a ver al jefe de la guardia y ha
pasado tal y cuál cosa!" Y el gobernador dijo: "¡No es posible! ¡Hola, guardias, id a buscar a ese hijo de
perro!" Y cuando llegó el jefe, el gobernador dijo: "¡Te mando que hagas las pesquisas más minuciosas
para encontrar a la esclava de Feliz-Bello, hijo de Primavera! Envía a tus jinetes en to das direcciones.
Corre tú también, y busca por todas partes. ¡Pero tie nes que encontrarla!" Y al mismo tiempo le guiñó el
ojo para que no hiciera nada. Después se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: "¡En cuanto a ti, hijo mío,
no quiero que tengas que reclamar en adelante esa es clava más que a mí! ¡Y si por acaso -pues todo
puede suceder- no se encontrara a la esclava, yo mismo te daré en su lugar diez vírgenes de la edad de
las huríes, de pechos turgentes y nalgas duras y firmes como cubos de granito! ¡Y obligaré también al jefe
de la guardia a darte de su harem diez esclavas jóvenes tan intactas como mis ojos! Pero tranquiliza tu
alma, pues sabe que el Destino te otorgará siempre lo que te esté reservado, y por otra parte, nunca
lograrás lo que no te haya destinado la suerte ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 242ª noche
Ella dijo:
"...nunca lograrás lo que no te haya destinado la suerte". Entonces Feliz-Bello se despidió del
gobernador, y volvió desesperado a su casa, después de haber vagado toda la noche en busca de Feliz-
Bella. Y a la jornada siguiente tuvo que guardar cama, presa de una extensa debilidad y de una calentura
que creció de día en día, según perdía la esperanza que le quedaba respecto a las pesquisas ordenadas
por el gobernador. Y los médicos consultados contestaron: "¡Su enfermedad no tiene otro remedio que el
regreso de su esposa!'
A todo esto, llegó a la ciudad de Kufa un persa muy versado en medicina, arte de drogas, ciencia de
las estrellas y arena adivinatoria. Y el mercader Primavera se apresuró a llamarle a casa de su hijo.
Entonces, el sabio persa, después de haber sido tratado por Primavera con los mayores miramientos, se
acercó a Feliz-Bello y le dijo: "¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, le tomó el pulso un buen rato, le
miró con atención la cara, después sonrió, y se volvió hacia el mercader Primavera, diciéndole: "¡La
enfermedad de tu hijo reside en su corazón!" Y Primavera respondió: "¡Por Alah! ¡Verdad dices, ¡oh
médico!" El sabio prosiguió: "Y la causa de esa enfermedad es la desaparición de una persona querida.
¡Pues bien! ¡Os voy a decir, con ayuda de los poderes misteriosos, el sitio en que se encuentra esa
persona!"
Y dichas tales palabras, el persa se acurrucó, sacó de un talego un paquete de arena, que desató y
extendió delante de él; luego puso en medio de la arena cinco guijarros blancos y tres guijarros negros,
dos varitas y una uña de tigre; los colocó en un plano, después en dos planos, y luego en tres planos; los
miró, pronunciando algunas frases en lengua persa, y dijo: "¡Oh vosotros que me oís! ¡sabed que la
persona se encuentra en este momento en Bassra!" Después reflexionó y dijo: "¡No! Los tres ríos que ahí
veo me han engañado. ¡La persona se encuentra en este momento en Damasco, dentro de un gran palacio,
y en el mismo estado de languidez que tu hijo, ¡oh ilustre mercader!"
Al oír estas palabras, Primavera exclamó: "¿Y qué hemos de hacer, ¡oh venerable médico!? Por
favor, ilumínanos, y no habrás de quejarte de la avaricia de Primavera. Pues ¡por Alah! te daré con qué
vivir en la opulencia durante el espacio de tres vidas humanas!" Y el persa contestó: "¡Tranquilizad
ambos vuestras almas, y que se refres quen vuestros párpados cubriendo vuestros ojos sin inquietud!
¡Pues yo me encargo de reunir a los dos jóvenes, y eso es más fácil que hacer de lo que tú te figuras!"
Después añadió, dirigiéndose a Primavera: "¡Saca del bolsillo cuatro mil dinares!" Y Primavera se
desató inme diatamente el cinturón, y colocó delante del persa cuatro mil dinares y otros mil.
Y el persa dijo: "¡Ahora que tengo con qué cubrir gastos, voy a ponerme al momento en camino para
Damasco, llevando conmigo a tu hijo! ¡Y si Alah quiere, regresaremos con su amada!" Después se volvió
hacia el joven tendido en la cama, y le preguntó: "¡Oh hijo del distinguido Primavera! ¿Cómo te llamas?"
El otro respondió: "¡Feliz Bello!" El persa dijo: "¡Pues bien, Feliz-Bello, levántate y que tu alma se vea
en adelante libre de toda inquietud, pues desde este momento puedes dar por seguro que has recobrado a
tu esclava!"
Y Feliz-Bello, súbitamente movido por el buen influjo del médico, se levantó y se sen tó. Y el médico
prosiguió: "Afirma tus ánimos y tu valor. No te preo cupes por nada. ¡Come, bebe y duerme! Y dentro de
una semana, en cuanto recuperes las fuerzas, volveré a buscarte para hacer el viaje contigo". Y se
despidió de Primavera y Feliz-Bello, y se fué a hacer también sus preparativos para el viaje.
Entonces Primavera dió a su hijo otros cinco mil dinares, y le compró camellos que mandó cargar de
ricas mercaderías y de aquellas sedas de Kufa de colores tan hermosos, y le dió caballos para él y para
su acompañamiento. Y al cabo de la semana, como Feliz-Bello había seguido las prescripciones del
sabio y se había repuesto admirablemen te, Primavera supuso que su hijo podía emprender sin
inconveniente el viaje a Damasco. De modo que Feliz-Bello se despidió de su padre, de su madre, de
Prosperidad y del portero, y acompañado de todos los buenos deseos que los brazos de los suyos
invocaban sobre su cabeza, salió de Kufa con el sabio persa.
Y Feliz-Bello había llegado en aquellos instantes a la perfección de la juventud, y sus diez y siete
años habían dado un sedoso vello a sus mejillas levemente sonrosadas, lo cual hacía más seductores to -
davía sus encantos, de modo que nadie le podía mirar sin pararse ex tático. Y el sabio persa no tardó en
experimentar el efecto delicioso de los hechizos del joven, y le quiso con toda su alma, muy de veras, y
se privó durante todo el viaje de todas las comodidades a fin de que él las aprovechara. Y cuando le veía
contento, se alegraba hasta el limite de la alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 243ª noche
Ella dijo:
...se alegraba hasta el límite de la alegría.
En estas condiciones, el viaje fué agradable y nada fatigoso, y así llegaron a Damasco.
Inmediatamente el sabio persa fué al zoco con Feliz-Bello, y alqui ló en el acto una gran tienda, que
restauró por completo. Después man dó hacer anaquelerías tapizadas de terciopelo, y en ellas colocó por
orden sus frascos de valor, sus dictamos, sus bálsamos, sus polvos, sus jarabes exquisitos, sus triscas
finas conservadas en oro puro, sus ta rros de porcelana con reflejos metálicos, en donde maduraban las
añe jas pomadas compuestas con los jugos de trescientas hierbas raras, y entre los frascos grandes, los
alambiques y las retortas, colocó el astrolabio de oro.
Tras de lo cual se puso su traje de médico y el gran turbante de siete vueltas, y preparó también a
Feliz-Bello, que había de ser su ayudante, despachando las recetas, machacando en el mortero, haciendo
los saquillos y escribiendo los remedios que él le dictara. Para ello le vistió con una camisa de seda azul
y un chaleco de casimir, y le pasó alrededor de las caderas un mandil de seda de color de rosa con
franjas de oro. Después le dijo: "¡Oh Feliz-Bello! ¡desde este momento tienes que llamarme padre, y yo
te llamaré hijo, pues si no, los habi tantes de Damasco creerían que hay entre los dos lo que tú compren -
des!" Y Feliz-Bello dijo: "¡Escucho y obedezco!".
Y apenas se abrió la tienda que el persa destinaba a consulta, acu dieron de todas partes en tropel los
vecinos, unos para exponer lo que les pasaba, otros nada más que para admirar la belleza del joven, y
todos para quedar estupefactos y encantados a un tiempo al oír a Feliz-Bello conversar con el médico en
lengua persa, que ellos no cono cían, y les parecía deliciosa en labios del joven ayudante. Pero lo que
llevó hasta el límite extremo el asombro de los habitantes fué el modo de adivinar las enfermedades el
médico persa.
Efectivamente, el médico miraba a lo blanco de los ojos durante unos minutos al enfermo que recurría
a él, y luego le presentaba una gran vasija de cristal, y le decía: "¡Mea!" Y el enfermo meaba en la vasija,
y el persa elevaba la vasija hasta la altura de sus ojos y la examinaba, y después decía: “!te pasa tal y
cual cosa!” Y el enfermo exclamaba siempre: "¡Por Alah! ¡Verdad es!" Con lo cual todo el mundo
levantaba los brazos, diciendo: "¡Ya Alah! ¡Qué prodigioso sa bio! ¡Nunca hemos oído cosa parecida!
¿Cómo podrá conocer por la orina la enfermedad?"
No es, pues, de extrañar que el médico persa adquiriera fama en pocos días por su ciencia
extraordinaria entre todas las personas nota bles y acomodadas, y que el eco de todos sus prodigios
llegase a los mismos oídos del califa y de su hermana El-Sett Zahia.
Y un día que el médico estaba sentado en medio de la tienda y dictaba una receta a Feliz-Bello, que
se hallaba a su lado con el cálamo en la mano, una respetable dama, montada en un borrico con silla de
brocado rojo y adornos de pedrería, se paró a la puerta, ató la rien da del burro a la argolla de cobre que
coronaba el armazón de la silla, y después hizo seña al sabio para que la ayudase a bajar. El persa se
levantó en seguida solícito, corrió a darle la mano, y le rogó que se sen tase, al mismo tiempo que Feliz-
Bello, sonriendo discretamente, le pre sentaba un almohadón.
Entonces la dama sacó de debajo de su vestido un frasco lleno de orines, y preguntó al persa: "¿Eres
realmente tú, ¡oh venerable jeique! el médico procedente del Irak-Ajami, que hace esas curas admirables
en Damasco?" El contestó: "Soy el mismo, y tu esclavo".
Ella dijo: "¡Nadie es esclavo más que de Alah! Sabe, pues, ¡oh maestro sublime de la ciencia! que
este frasco contiene lo que comprenderás, y su pro pietaria, aunque virgen todavía, es la favorita de
nuestro soberano el Emir de los Creyentes. Los médicos de este país no han podido acertar la causa de la
enfermedad que la tiene en cama desde el día de su lle gada a palacio. Y por eso Sett Zahia, hermana de
nuestro señor, me ha enviado a traerte este frasco, para que descubras esa causa desconocida".
Oídas estas palabras, dijo el médico: "¡Oh mi señora! ¡has de decirme el nombre de la enferma, para
que yo pueda hacer mis cálculos y saber precisamente la hora más favorable para hacerle tomar las
medicinas!" La dama respondió: "Se llama Feliz-Bella".
Entonces el médico se puso a trazar en un pedazo de papel que tenía en la mano numerosísimos
cálculos, unos con tinta roja y otros con tinta verde. Después sumó los guarismos verdes y los guarismo
rojos, y dijo: "¡Oh mi señora!" ¡he descubierto la enfermedad! Es una afección conocida con el nombre
de "temblar de los abanicos del co razón". A tales palabras, la dama contestó: "¡Por Alah! ¡Es verdad!
¡Pues los abanicos de su corazón tiemblan tanto, que los oímos!" El médico prosiguió: "Pero antes de
prescribir los remedios he de saber de qué país es ella. Y esto es muy importante, porque así averiguaré,
en cuanto haga mis cálculos, el influjo de la ligereza o de la pesadez del aire en los abanicos de su
corazón. Además, para juzgar el estado en que se conservan esos abanicos delicados, tengo que saber
asimismo el tiempo que hace que está en Damasco y su edad exacta". La dama contestó: "Se ha criado,
según parece, en Kufa, ciudad del Irak; y tiene diez y seis años, pues nació, según nos ha dicho, el año del
incendio del zoco de Kufa. En cuanto a su residencia en Damasco, es cosa de pocas semanas nada más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 244ª noche
Ella dijo:
"...pocas semanas nada más".
Al oír estas palabras, el sabio persa dijo a Feliz-Bello, cuyo corazón se agitaba como un molino:
"¡Hijo mío, prepara los remedios tal y cual, según la fórmula de Ibn -Sina artículo séptimo".
Entonces la dama se volvio hacia el adolescente, al cual empezó a mirar con mayor atención, para
decirle a los pocos momentos: "¡Por Alah! ¡la enferma se te parece mucho, y su rostro es tan hermoso y
dulce como el tuyo!" Después le dijo al sabio: "Dime, ¡oh noble persa! este joven ¿es hijo o esclavo
tuyo?" El otro contestó: "Es mi hijo, ¡oh respetable! y tu esclavo". Y la anciana dama, muy halagada con
tanta consideración, respondió: "¡Verdaderamente, no sé qué admirar más aquí, si tu ciencia, ¡oh médico
sublime!' o tu descendencia!" Y siguió conversando con el sabio, mientras Feliz-Bello acababa de
arreglar los paquetitos de los remedios y los colocaba en una caja, en el cual deslizó una esquela para
enterar a Feliz-Bella de su llegada a Damasco con el médico persa. Después de lo cual selló la caja y
escribió en la tapadera su nombre y las señas de su casa en caracteres cúficos, ilegibles para los
habitantes de Damasco, pero descifrables para Feliz-Bella, que conocía muy bien las escrituras cúficas,
lo mismo que la árabe corriente. Y la dama cogió la caja, dejó diez dinares de oro en el mostrador del
médico, se despidió de los dos, y salió para irse directamente a palacio y apresurarse a subir a la
habitación de la enferma.
La encontró con los ojos medio cerrados y bañados en llanto, como siempre estaban. Se acercó a ella,
y le dijo: "¡Ah hija mía! ¡ojalá estos remedios te alivien tanto como he gozado al ver al que los ha hecho!
¡Es un joven tan hermoso como un ángel, y la tienda en que se encuentra es un lugar delicioso! He aquí la
caja que me ha dado para ti". Entonces Feliz-Bella, por no rechazar la oferta, cogió la caja, y con una
mirada indiferente examinó la tapadera, pero de pronto se le mudó el color al ver en la tapa estas
palabras escritas en cúfico: "Soy Feliz-Bello, hijo de Primavera, de Kufa". Sin embargo tuvo bastante
dominio de sí misma para no desmayarse ni descubrirse. Y sonriendo, preguntó a la anciana: "¿De modo,
que se trata de un hermoso joven? ¿Y cómo es?" La dama contestó: "¡Es un conjunto de delicias, que me
resulta imposible describirlo! ¡Tiene unos ojos! ¡Y unas cejas! ¡Ya Alah! ¡Pero lo que arrebata el alma es
un lunar que tiene en la comisura izquierda de los labios, y un hoyuelo que al sonreír se le forma en la
mejilla derecha!"
Cuando oyó estas palabras, Feliz-Bella ya no tuvo duda de que era aquél su dueño querido, y dijo a la
anciana dama: "¡Ya que es así, ojalá sea de buen agüero ese rostro! Dame los remedios". Y los cogió, y
sonriendo se los tomó de una vez. Y en aquel momento vió la esquela, que abrió y leyó. Entonces saltó de
la cama, y exclamó: "¡Mi buena madre, comprendo que estoy curada! Estos remedios son milagrosos. ¡Oh
qué bendito día!" Y la dama exclamó: "¡Sí, por Alah! ¡Esto es una bendición del Altísimo! Y Feliz-Bella
añadió: "¡Por fa vor, tráeme de comer y beber, pues me siento morir de hambre, ya que hace cerca de un
mes que no puedo tragar la comida!"
Entonces la anciana, después de haber mandado a los esclavos que sirviesep a Feliz-Bella fuentes
cargadas de toda clase de asados, frutas y bebidas, se apresuró a visitar al califa, para anunciarle la
curación de su esclava por la ciencia inaudita del médico persa. Y el califa dijo: "¡Ve pronto a llevarle
mil dinares de mi parte!" Y la anciana se apresuró a ejecutar la orden, no sin haber pasado por el
aposento de Feliz-Bella que le entregó otro regalo para Feliz-Bello en una caja precintada.
Cuando la dama llegó a la tienda, entregó los mil dinares al médico de parte del califa y la caja a
Feliz-Bello, que la abrió y leyó su con tenido. Pero entonces fué tal su emoción, que rompió en sollozos y
cayó desmayado, pues Feliz-Bella en su esquela le relataba toda su aventura, y su rapto por orden del
gobernador, y su envío como regalo al califa Abd El-Malek, de Damasco.
Al ver aquello, la buena anciana dijo al médico: "¿Por qué se ha desmayado de pronto su hijo
después de romper en llanto?" El médico contestó: "¿Cómo no va a ser así, ¡oh venerable! cuando la
esclava Feliz-Bella, a quien he curado, es propiedad de éste al que crees mi hijo, y que no es otro que el
hijo del ilustre mercader Primavera, de Kufa? ¡Y nuestra venida a Damasco no ha tenido más objeto que
buscar a la joven Feliz-Bella, que había desaparecido un día arrebatada por una maldita vieja de ojos
traidores! ¡Así es, ¡oh madre nuestra! que desde ahora ciframos en tu benevolencia nuestra esperanza más
querida, y no dudamos de que nos ayudarás a recobrar el más sagrado de los bienes!" Después añadió:
"Y en prenda de nuestro agradecimien to, he aquí, para empezar, los mil dinares del califa. ¡Tuyos son! ¡Y
el porvenir te demostrará que la gratitud por tus beneficios ocupa en nuestro corazón un sitio de honor...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 245ª noche
Ella dijo:
"...la gratitud por tus beneficios ocupa en nuestro corazón un sitio de honor!" Entonces la buena
señora empezó por apresurarse a ayudar al médico para que Feliz-Bello, desmayado, recobrara el
conocimiento, y después dijo: "Podéis contar con el favor de mi buena voluntad y mi abnegación". Y les
dejó para ir enseguida junto a Feliz -Bella, a la cual encontró con el rostro radiante de júbilo y salud! Y se
acercó a ella sonriente, y le dijo: "Hija mía, ¿por qué no has tenido desde el principio confianza en tu
madre? De todos modos, ¡cuánta razón te asistía para llorar todas las lágrimas de tu alma al verte
separada de tu dueño, el hermoso y dulce Feliz-Bello, hijo de Primavera, de Kufa!" Y ál ver la sorpresa
de la joven, se dió prisa a añadir: "Puedes contar, hija mía, con toda mi discreción y mi voluntad
maternal para contigo. ¡Te juro que te reuniré con tu amado, aunque me costara la vida! ¡Tranquiliza,
pues, tu alma, y deja que la anciana trabaje para tu bien, según su saber!"
Abandonó entonces a Feliz-Bella, que le besaba las manos llorando de alegría, y fué a hacer un
paquete en el cual puso ropas de mujer, alhajas y todos los accesorios necesarios para un completo
disfraz, y volvió a la tienda del médico, e hizo seña a Feliz-Bello para hablar apar te con él. Entonces
Feliz-Bello la llevó a la trastienda, detrás de una cortina, y se enteró por ella de sus proyectos, que le
parecieron perfec tamente combinados, y se dejó guiar por el plan que ella le sometió.
Con lo cual la buena dama vistió a Feliz-Bello con ropas de mujer que había llevado, y le alargó los
ojos con kohl, y agrandó y ennegreció el lunar de la mejilla, y después le puso brazaletes en las muñecas,
y le colocó alhajas en la cabellera cubierta con un velo de Mosul, y hecho aquello echó la última ojeada
a su tocado, y le pareció que estaba en cantador así y mucho más hermoso que todas las mujeres juntas del
palacio del sultán. Entonces le dijo: "¡Bendito sea Alah en sus obras! Ahora, hijo mío, tienes que andar
como las jóvenes todavía vírgenes, yendo a pasito corto, moviendo la cadera derecha y enarcando hacia
atrás la izquierda, sin dejar de dar ligeras sacudidas a tus nalgas sabia mente. ¡Haz un corto ensayo de
esas maniobras antes de salir!"
Entonces Feliz-Bello se puso a ensayar en la tienda los ademanes consabidos, y lo hizo tan bien, que
la buena dama exclamó: "¡Mas chalah! ¡Ya pueden dejar de alabarse las mujeres! ¡Qué maravillosos
movimientos de nalgas y qué meneo de riñones tan espléndido! Sin embargo, para que la cosa resulte
completamente admirable, es menester que des a tu cara una expresión más lánguida, inclinando el cuello
un poco más y mirando con el rabillo del ojo. ¡Así! ¡Perfectamente! Ya puedes seguirme". Y se fué con él
a palacio.
Cuando llegaron a la puerta de entrada del pabellón reservado al harem, avanzó el jefe de los
eunucos y dijo: "Ninguna persona extraña puede entrar sin orden especial del Emir de los Creyentes.
¡Atrás, pues, con esa joven, o si quieres, entra tú sola!" Pero la dama anciana dijo: ¿Qué has hecho de tu
cordura, ¡oh corona de los guardianes!? ¡Tú, que generalmente eres la misma delicia y la urbanidad,
adoptas ahora un tono que le sienta muy mal a tu aspecto exquisito! ¿No sabes, ¡oh dotado de nobles
modales! que esta esclava es propiedad de Sett Zahia, hermana de nuestro amo el califa, y que Sett Zahia,
en cuanto sepa tu falta de consideración respecto a su esclava preferida, no dejará de hacer que te
destituyan y hasta de mandar decapitarte? ¡Y tú mismo habrás sido de esta manera el causante de tu
infortunio!" Después la dama se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: "¡Ven, esclava, olvida por completo
esa falta de miramiento de nuestro jefe, y sobre todo no le digas nada a tu señora! ¡Anda, vamos ya!" Y le
cogió de la mano y le hizo entrar; mientras Feliz-Bello inclinaba mimosamente la cabeza a derecha e
izquierda, sonriendo con los ojos al jefe de los eunucos, que meneaba la cabeza.
Ya en el patio del harem, la dama dijo a Feliz-Bello: "Hijo mío, te hemos hecho reservar una
habitación en el interior del harem, y allá vas a irte en seguida tú sólo. Para dar con el aposento, entras
por esta puerta, tomas la galería que encuentres delante, vuelves a la izquier da, y después a la derecha, y
otra vez a la derecha; cuentas en seguida cinco puertas, y abres la sexta, que es la de la habitación que se
te ha reservado, y a la cual irá a buscarte Feliz-Bella, a quien voy a avisar.
Y yo me encargaré de que salgáis los dos de palacio sin llamar la aten ción de guardias ni de
enuncos".
Entonces Feliz-Bello entró en la galería, y en su turbación, se equivocó de camino; volvió a la
derecha, y después a la izquierda por un pasillo paralelo al otro, y penetró en la sexta habitación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 246ª noche
Ella dijo:
...en la sexta habitación
Así llegó a una sala alta, coronada por una hermosa cúpula, y cuyas paredes estaban adornadas con
versículos en caracteres de oro que corrían por todas partes, enlazados en mil líneas perfectas; las
paredes estaban tapizadas con seda de color de rosa; las ventanas tapizadas con finas cortinas de gasa, y
el suelo cubierto con inmensas alfombras de Khorassan y Cachemira; en los taburetes aparecían
colocadas copas con frutas, y encima de las alfombras se extendían fuentes cubiertas con un paño
protector, que dejaba adivinar, por sus formas y sus perfumes admirables, esa famosa pastelería, delicia
de las gargantas más descontentadizas, y que sólo Damasco, entre todas las ciudades de Oriente y del
universo entero, sabía dotar de sus cualidades tan exquisitas.
Y Feliz-Bello estaba muy lejos de figurarse lo que le reservaban en aquella sala los poderes
desconocidos.
En medio de la estancia había un trono cubierto de terciopelo; único visible; y Feliz-Bello, sin
atreverse a retroceder, por temor a que le encontraran vagando por los corredores, fué a sentarse en el
trono, y aguardó su destino.
Apenas llevaba allí algunos momentos, cuando llegó a sus oídos un rumor de seda repercutido por la
bóveda, y vió entrar por una de las puertas laterales a una joven de aspecto regio, sin más ropa que la
interior, sin velo en la cara ni pañuelo en la cabellera, y la seguía una esclava muy bella, con los pies
descalzos, que llevaba flores en la ca beza y en la mano un laúd de madera de sicomoro. Y aquella dama
no era otra que Sett Zahia, hermana del Emir de los Creyentes.
Cuando Sett Zahia vió aquella persona velada que habíase sentad en la sala se acercó a ella
afablemente v le preguntó: ¿Quién eres, ¡oh extranjera! a quien no conozco? ¿Por qué llevas echado el
velo en el harem, donde nadie puede verte?" Pero Feliz-Bello, que se había apre surado a ponerse en pie,
no se atrevió a pronunciar palabra y tomó la determinación de fingirse mudo. Y Sett Zahia le preguntó:
"¡Oh joven de ojos hermosos! ¿por qué no me contestas? Si por casualidad eres al guna esclava despedida
de palacio por mi hermano el Emir de los Cre yentes, date prisa a decírmelo, e iré a interceder por ti,
pues nunca me niega nada". Pero Feliz-Bello no se atrevió a contestar. Y Sett Zahia se figuró que aquel
silencio de la joven obedecía a la presencia de la escla vita que estaba allí con los ojos muy abiertos,
mirando con asombro a aquella persona velada y tan tímida. Sett Zahia le dijo entonces: "Vé, querida, y
quédate detrás de la puerta para impedir que entre nadie en la sala". Y cuando salió la esclava, se acercó
más a Feliz-Bello, que tuvo deseos de apretarse más el velo y le dijo: "¡Oh joven! dime ahora quién eres
y tu nombre y el motivo de tu venida a esta sala, en la cual sólo entramos el Emir de los Creyentes y yo.
Puedes hablarme con el corazón en la mano, pues te encuentro encantadora y tus ojos me gustan mucho.
¡Verdaderamente, te encuentro deliciosa, hija mía!" Y Sett Zahia, que gusta en extremo de las vírgenes
blancas y delicadas, antes de que le contestara cogió a la joven por la cintura, atrayéndola hacia si, y le
llevó la mano a los pechos para acariciárselos, mientras le desabrochaba el vestido con la otra mano.
¡Pero se quedó estupe facta al observar que el pecho de la joven era tan liso como el de un muchacho! Y
primero retrocedió, pero después se acercó y le quiso levantar la falda para aclarar tal asunto.
Cuando Feliz-Bello adivinó aquella intención, juzgó más prudente hablar, y cogió la mano a Sett
Zahia, y llevándosela a los labios, dijo: "¡Oh mi señora, me entrego enteramente a tu bondad y me coloco
bajo tus alas pidiéndote protección!" Sett Zahia dijo: "Te la otorgo por com pleto. Habla". Y él dijo: "¡Oh
mi señora! Yo no soy una mujer: Me llamo Feliz-Bello, y soy hijo de Primavera, de Kufa. Y si he llegado
hasta aquí arriesgando mi vida, ha sido para volver a ver a mi esposa Feliz-Bella, la esclava que el
gobernador de Kufa me robó para enviarla como regalo al Emir de los Creyentes. ¡Por la vida de nuestro
Profeta! ¡oh señora mía! ¡apiádate de tu esclavo y de su esposa!" Y Feliz-Bello se echó a llorar.
Sett Zahia se apresuró a llamar a la esclava y le dijo: "¡Corre enseguida a la habitación de Feliz-
Bella, y dile: Mi ama Zahia te llama!" Después se volvió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 247ª noche
Ella dijo:
...Después se volvió hacia Feliz-Bello, y le dijo: "Calma tu espíritu, ¡oh joven! ¡No te pasarán más
que cosas felices!"
Y mientras tanto, la buena anciana había ido a buscar a Feliz-Bella y le había dicho: "Sígueme aprisa,
hija mía. ¡Tu esposo querido está, en la habitación que le he reservado!" Y la guió, pálida de emoción, al
aposento en donde creía encontrar a Feliz-Bello. Y su dolor fué muy grande, y no menor su terror, al no
verle allí; y la vieja dijo: "¡Seguramente se habrá extraviado por los pasillos! ¡Vuelve, hija mía; a tu
habitación mientras yo voy en busca suya!"
Y entonces fué cuando la esclava entró en el aposento de Feliz-Bella, a la cual encontró toda trémula
y muy pálida, y le dijo: "¡Oh Feliz-Bella! ¡mi ama Sett Zahia te llama!" Entonces Feliz-Bella ya no tuvo
duda de su perdición y de la de su amado, y tambaleándose siguió a la gentil esclava que le indicaba el
camino.
Pero apenas había entrado en la sala, cuando la hermana del califa se acercó a ella con la sonrisa en
los labios, la cogió de la mano y la llevó junto a Feliz-Bello, que seguía con el velo puesto, diciéndoles a
ambos: "¡He aquí la dicha!" Y los dos jóvenes se conocieron al momento, y cayeron desmayados uno en
brazos de otro.
Entonces la hermana del califa, ayudada por la esclava, les roció con agua de rosas, les hizo recobrar
el conocimiento y les dejó solos. Volvió al cabo de una hora, y los encontró sentados, abrazándose
estrechamente y con los ojos llenos de lágrimas de ventura y gratitud por su bondad.Entonces les dijo:
"¡Ahora tenemos que festejar vuestra unión bebiendo juntos por la eterna duración de vuestra felicidad!"
Y enseguida, a una seña suya, la risueña esclava llenó de vino exquisito las copas, y se las presentó. Y
bebieron, y Sett Zahia les dijo: "¡Cuánto os amáis, oh hijos míos! Debéis de saber versos admirables
sobre el amor y canciones muy bellas acerca de los amantes. ¡Me gus taría que cantáseis algo! ¡Tomad ese
laúd y haced resonar con vues tro arte el alma de su madera melodiosa!"
Entonces Feliz-Bello y Feliz-Bella besaron las manos de la hermana del califa, y templando el laúd,
cantaron alternativamente estas maravillosas estrofas:
¡Te traigo hermosas flores bajo mi velo de Kufa, y frutas todavía empolvadas con el oro del
sol!
¡Todo el oro del Sudán está en tu piel, amada mía! ¡Los rayos del sol están en tus cabellos,
y el terciopelo de Damasco, en tus ojos!
¡Heme aquí ¡Vengo a buscarte durante la hora en que las noches tibias son propícias...! ¡El
aire es leve, la noche se hace sedosa y transparente, y hacia nossotros llega el murmullo de las
hojas y el agua!
¡Aquí me tienes, oh mi gacela de las noches! Tus ojos han deslumbrado a todas las
tinieblas. ¡Quiero sumergirme en tus ojos, como el ave que se embriaga sobre el mar!
¡Acércate más y toma en mis labios sus rosas! ¡Déjame después salir lentamente de mi cáliz
y acabar de desnudarme para ti desde los hombros hasta los tobillos!
¡Oh mi muy amada!
¡Heme aquí! El secreto de mi carne de luna tiene la forma del dátil maduro. ¡Ven...! ¡Se te
aparecerá todo el mar, el mar lleno de olas en que las aves se embriagan!
Apenas habían expirado las últimas notas de aquel canto en los labios de Feliz-Bella, desfallecida de
felicidad, cuando súbitamente se descorrieron las cortinas y el califa en persona entró en la sala.
Al verle, se levantaron los tres apresuradamente, y besaron la tierra entre sus manos. Y el califa les
sonrió a todos, y fue a sentarse en medio de ellos en la alfombra, y mandó a la esclava que trajera vino y
llenara las copas. Después dijo: "¡Vamos a beber para festejar la vuelta de Feliz-Bella a la salud!" Y
bebió lentamente. Dejó entonces la copa, y notando la presencia de aquella esclava, a quien no conocía,
preguntó a su hermana: "¿Quién es esa joven que está ahí y cuyas facciones me parecen tan bellas bajo el
velo ligero?" Sett Zahia con testó: "¡Es una compañera sin la cual no puede vivir Feliz-Bella, pues no
puede comer ni beber a gusto si no la tiene cerca!"
Entonces el califa levantó el velo de la supuesta esclava y se quedó pasmado de su belleza. En efecto,
Feliz-Bello todavía no tenía pelo en las mejillas, sino tan sólo un leve bozo que daba una sombra ado -
rable a su blancura, sin contar con el lunar de almizcle que sonreía bellamente en su barbilla.
Y el califa, en extremo encantado, exclamó: "¡Por Alah! ¡Oh Zahia! ¡desde esta noche quiero también
tomar por concubina a esta nueva adolescente, y le reservaré, como a Feliz-Bella, una habitación digna
de su hermosura y un tren de casa como a mi esposa legítima!'
Y Sett Zahia respondió: "¡Por cierto, oh hermano mío, que esta joven es un bocado digno de ti!"
Después añadió: "Ahora precisamente recuerdo una interesante historia que he leído en un libro escrito
por uno de nuestros sabios. Y el califa preguntó: "¿Y cuál es esa historia?'
Sett Zahia dijo: "Sabe, ¡oh Emir de los Creyentes! que hubo en la ciudad d Kufa un joven llamado
Feliz-Bello, hijo de Primavera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 248ª noche
Ella dijo:
"...un joven llamado Feliz-Bello, hijo de Primavera. Era dueño de una esclava muy hermosa, a la cual
amaba, y que le amaba también, pues a ambos les habían criado juntos en la misma cuna, y se habían
poseído desde los primeros tiempos de la pubertad. Y fueron dichosos años enteros, hasta que un día el
tiempo se volvió contra ellos, arrebatándoles el uno al otro. Una vieja fué la que sirvió de instru mento de
desgracia al destino feroz. Raptó a la esclava y se la entregó al gobernador de la ciudad, que se apresuró
a enviársela como regalo al rey de aquel tiempo.
"Mas el hijo de Primavera, al saber la desaparición de la que amaba, no descansó hasta que la
encontró en el propio palacio del rey, en medio del harem. Pero en el momento en que ambos se
congratulaban de verse reunidos y derramaban lágrimas de alegría, el rey entró en la sala en que se
encontraban, y les sorprendió juntos. Su furor llegó al colmo, y sin tratar de poner en claro el asunto, les
mandó cortar la cabeza.
"Ahora bien -prosiguió Zahia como el sabio que escribió esta historia no da su parecer sobre el
procedimiento, quisiera preguntarte, ¡oh Emir de los Creyentes! tu opinión acerca del acto del rey, y
saber lo que habrías hecho en su lugar y en las mismas condiciones" .
El Emir de los Creyentes, Abd El-Malek ben-Meruán, respondió sin vacilar: "Este rey debió haberse
guardado de obrar con tanta precipitación, y mejor habría sido que perdonase a los dos jóvenes, por tres
razones: la primera, porque ambos se querían de veras y desde mucho antes: la segunda, porque eran en
aquel momento los huéspe des del rey, puesto que estaban en su palacio; y la tercera, porque un rey no
debe proceder sino con prudencia y mesura. ¡Deduzco de todo esto que cometió un acto indigno de un
buen rey!"
Al oír estas palabras, Sett Zahia se echó a los pies de su herma no, y exclamó: "¡Oh Príncipe de los
Creyentes! ¡sin saberlo, acabas de juzgarte a ti mismo en el acto que vas a realizar! ¡Te conjuro, por la
sagrada memoria de nuestros antepasados y de nuestro augusto padre, el íntegro, a que seas equitativo en
el caso que voy a some terte!"
Y el califa, sorprendidísimo, dijo a su hermana: "¡Puedes ha blar con toda confianza! ¡Pero levántate!"
Y la hermana del califa se levantó, y se volvió hacia los dos jóvenes, y les dijo: "¡Poneos de pie!" Y se
pusieron de pie. Y Sett Zahia dijo a su hermano: "¡Oh Emir de los Creyentes! esta esclava tan dulce y tan
bella, que está cubierta con el velo, no es sino el joven Feliz-Bello, hijo de Primavera. ¡Y Feliz-Bella es
la que se crió con él, y más adelante llegó a ser su esposa! Y su raptor no es otro que el gobernador de
Kufa, llamado Ben-Yussef El-Thekafi. Ha mentido al decirte en su carta que había comprado la esclava
por diez mil dinares. Te pido que le castigues, y perdones a estos dos jóvenes tan disculpables.
¡Otórgame su indulto, pensando en que son tus huéspedes y les resguarda tu sombra!"
A estas palabras de su hermana, el califa respondió: "¡Cierto que sí! ¡No tengo costumbre de
desdecirme!"
Después se volvió hacia Feliz-Bella y le preguntó: "¡Oh Feliz Bella! ¿Declaras que ése es tu esposo
Feliz-Bello?" Ella contestó: "¡Tú lo has dicho, oh príncipe de los Creyentes!" Y el califa dijo: "¡Os
devuelvo el uno al otro!" Tras lo cual miró a Feliz-Bello, y le pre guntó: "¿Puedes decirme siquiera cómo
has podido penetrar aquí y enterarte de la estancia de Feliz-Bella en mi palacio?"
Feliz-Bello con testó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡concede a tu esclavo algunos mo mentos de
atención, y te contará toda su historia!" Y en seguida puso al cafifa al corriente de toda la aventura, sin
omitir ni un detalle, desde el principio hasta el fin.
El califa quedó en extremo asombrado, y quiso ver al médico de Persia que había ejercido una
intervención tan prodigiosa, y le nom bró médico de palacio en Damasco, y le colmó de honores y
conside raciones. Después albergó a Feliz-Bello y Feliz-Bella en su alcázar durante siete días y siete
noches, y dió en honor suyo grandes fiestas, y los mandó a Kufa cargados de regalos y honores. Y
destituyó al gobernador y nombró en su lugar a Primavera, padre de Feliz-Bello. Y así todos vivieron en
el colmo de la felicidad durante una larga y deli ciosa vida.
Cuando Schehrazada acabó de hablar, el rey Schahriar excla mó: "¡Oh Schehrazada! ¡me encantó esa
historia, y sobre todo, los versos me han exaltado hasta el último límite! ¡Pero me sorprende mucho no
encontrar en ella los pormenores sobre aquella clase de amor que me hiciste prever!"
Y Schehrazada sonrió levemente, y dijo: "¡Oh rey afortunado, precisamente esos pormenores están en
la Historia de Grano-de-Belle za, que me reservo contarte si es que lo autorizas!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¿Qué dices, ¡oh Schehrazada ! ¡Por Alah! Tengo un grandísimo interés
por oír la HISTORIA DE GRANO- DE-BELLEZA. ¡Apresúrate, pues, a contarla!"
Pero en aquel momento Schehrazada vió aparecer la mañana, y dejó la historia para el otro día.
Historia del Gano-del-Belleza
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que hubo en El Cairo un venerable jeique, que era el síndico
de los mercaderes de la ciudad. Todo el zoco le respetaba por su honradez, por su lenguaje mesurado,
por su riqueza y por el número de sus esclavos y servidores. Se llamaba Schamseddin.
Un viernes, antes de la plegaria, fué al hammam, y entró después en la barbería, donde, según las
prescripciones sagradas, mandó que le cortaran los bigotes precisamente al ras del labio superior y que
le afei taran con esmero la cabeza. Tras de lo cual cogió el espejo que le brin daba el barbero y se miró,
no sin haber recitado el acto de fe, para para preservarse de una complacencia demasiado señalada por
sus facciones. Y comprobó con tristeza infinita que lcs pelos blancos de su barba eran mucho más
numerosos que los negros, y que se necesitaba fijar mucho la atención para distinguir los negros
diseminados entre los mechones blancos. Y pensó: “Las barbas canosas son un indício de la vejez, y la
vejez es una advertencia de la muerte. ¡Pobre Schamseddin! ¡Hete ya pró ximo a las puertas de la tumba, y
todavía no tienes sucesión! ¡Te ex tinguirás como si nunca hubieras existido!" Después, completamente
preocupado con tan desoladores pensamientos, se dirigió a la mezquita para orar, y desde allí regresó a
su casa en donde su esposa que sabía las horas acostumbradas de su llegada, se había preparado a
recibirle, bañándose y perfumándose y cepillándose con mucho cuidado. Y le recibió con cara sonriente,
y le dió la buena acogida, diciéndole: " ¡Que sea una noche feliz para ti!"
Pero el síndico, sin devolver el saludo a su esposa, le dijo en tono agrio: "¿De qué felicidad me
hablas? ¿Puede haber felicidad para mí?" Su esposa, asombrada, le dijo: "¡El nombre de Alah sobre ti y
a tu alrededor! ¿Por qué esas suposiciones nefastas? ¿Qué te falta para ser feliz? ¿Y cuál es la causa de tu
pesar?" El contestó: "¡Tú sola eres tal causa! ¡Escúchame, oh mujer! ¡Piensa en la pena y amargura que
experimento siempre que voy al zoco! Veo en las tiendas a los mercaderes sentados y teniendo al lado sus
hijos, que crecen ante su vista, sean dos, sean cuatro. Y están aquéllos orgullosos de su posteridad. ¡Y yo
sólo me veo privado de esa dicha! i Y a veces deseo la muerte, para librarme de esta vida desconsolada!
¡Y ruego a Alah, que llamó a mis padres a su seno, que escriba también un fin que ponga término a mis
tormentos!"
A estas palabras, contestó la esposa del síndico: "No te preocupen tan aflictivos pensamientos, y ven
a honrar el mantel que he puesto para ti".
Pero el mercader gritó: "¡Jamás! ¡No quiero comer ni beber, y sobre todo, no quiero aceptar desde
ahora nada de tus manos! ¡Tú sola eres la causante de nuestra esterilidad! ¡Ya han pasado cuarenta años
desde que nos casamos, y sin ningún provecho! ¡Y siempre me has impedido tomar otras esposas, y como
eres una mujer interesada te aprovechaste de la flaqueza de mi carne en la primera noche de nuestras
bodas, para hacerme jurar que no traería otra mujer a esta casa en tu presencia, y que ni siquiera me
acostaría más que contigo!
Y yo te lo prometí candorosamente. Y lo peor es que he cumplido mi promesa, y que tú, al ver que
eres estéril, no has tenido la generosidad de relevarme de mi juramento.
Pero ¡por Alah! Ahora te juro que prefiero cortarme el zib a dártelo en adelante; ni siquiera he de
acariciarte con él pues ya veo que es tiempo perdido trabajar contigo. ¡Lo mismo sacaré hundiendo mi
herramienta en el agujero de una peña que tra tando de fecundar una tierra tan seca como la tuya! ¡Por
Alah! ¡Han sido copulaciones perdidas todas las que tan generosamente he desperdiciado en tu abismo
sin fondo!
Cuando la mujer del síndico oyó tan agresivas palabras, vió la luz convertirse ante sus ojos en
tinieblas, Y con el acento más agrio que le pudo dar la ira, gritó a su esposo el síndico: "¡Ah viejo
helado! ¡Per fúmate la boca para hablar conmigo! ¡El nombre de Alah sobre mí y a mi alrededor!
¡Guárdeme de toda fealdad y falsa imputación! ¿Crees que de los dos soy yo la culpable? ¡Desengáñate,
infeliz viejo! ¡Echate la culpa a ti y a tus fríos compañones! ¡Por Alah! ¡Tus compañones están fríos y
segregan un líquido demasiado claro y sin vigor! ¡Vé a ¡ comprar algo con que espesar y calentar su jugo!
¡Y entonces verás si mi fruta está llena de buena semilla o es estéril!"
Estas palabras de su esposa irritada quebrantaron bastante las con vicciones del síndico, y con acento
vacilante preguntó: "Y si es cierto, como tú afirmas, que mis compañones estén fríos y transparentes, y su
jugo sea claro y falto de vigor, ¿podrías indicarme el sitio en que se vende la droga capaz de espesar lo
que no está espeso?"
Su esposa le contestó: "¡Encontrarás en casa de cualquier droguero la mixtura que espesa los
compañones de los hombres y les da aptitud para fecundar a la mujer...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 251ª noche
Ella dijo:
"...la mixtura que espesa los compañones de los hombres y les da aptitud para fecundar a la mujer!"
Al oír estas palabras, el síndico pensó: "¡Por Alah! ¡Mañana mis mo voy a la droguería a comprar un
poco de esa mixtura para espesar los compañones!"
Y a la mañana siguiente, apenas se abrió el zoco, el síndico cogió un tazón vacío, y fué a una
droguería y le dijo al droguero: "¡La paz sea contigo!" Y el droguero le devolvió la zalema y le dijo:
"¡Oh ma ñana bendita que te trae como primer parroquiano! ¡Manda!" El sín dico dijo: "¡Vengo a pedirte
que me vendas una onza de la mixtura que espesa los compañones del hombre!" Y le alargó el tazón de
porcelana.
Cuando oyó estas palabras, el droguero no supo qué pensar, y se dijo: "Nuestro síndico, generalmente
tan formal, tiene ganas de bro ma; le contestaré, pues, en el mismo tono". Y le dijo: "¡Por Alab! Ayer sí
que me quedaba; pero se vende tanta mixtura de ésa, que se me agotó la provisión. Vé a pedírsela a mi
vecino".
Entonces el síndico fué a casa del segundo droguero, y después a casa del tercero, y luego a todas las
droguerías del zoco, y todos le despedían con las mismas palabras, riéndose para sí de tan extraordinaria
petición.
Cuando el síndico vió que sus gestiones no le daban resultado, volvió a su tienda, y se sentó, muy
meditabundo y asqueado de la vida. Y mientras pasaba tan mal rato, vió que parábase a su puerta el
jeique de los corredores, el mayor tragador de haschich, borracho, fumador de opio, modelo de los
perdidos y de la canalla del zoco, el cual se llamaba Sésamo.
El corredor Sésamo respetaba mucho al síndico Schamseddin, y nunca pasaba por delante de su
tienda sin saludarle, inclinándose hasta el suelo y usando las más corteses fórmulas. Y aquella mañana no
dejó de tributar las acostumbradas consideraciones al buen síndico, pero no pudo dejar de corresponder
a su zalema en tono de mal humor. Y Sésamo, que lo notó, le preguntó: "¿Qué gran desastre te ha ocurrido
para perturbar así tu alma, ¡oh venerable síndico nuestro!?" Este contestó: "Mira, Sésamo, ven a sentarte
aquí y oye mis palabras. Y verás si tengo motivo para afligirme. Considera, Sésamo, que hace cuarenta
años que me casé y todavía no he tenido ni sombra de un niño. ¡Y han acabado por decirme que la culpa
es sólo mía, porque, al parecer, mis compañones son transparentes y mi jugo harto claro y sin vigor!
Y me han aconsejado que busque en las droguerías la mixtura que espesa los compañones. Pero
ningún droguero la tiene en su tienda. ¡Y aquí me ves desesperado, por no poder encontrar algo con que
dar la consistencia necesaria al jugo más preciado de mi individuo!"
Cuando el corredor Sésamo oyó las palabras del síndico, en vez de asombrarse o reírse, como los
drogueros, alargó la mano con la palma hacia arriba, y dijo: "Pon un dinar en esta mano y dame un tazón
de porcelana. Tengo lo que necesitas". Y el síndico le preguntó: "¡Por Alah! ¿Es posible? ¡Oh Sésamo!
¡sabe que si me ayudas en este trance está hecha tu fortuna! ¡Te lo juro por la vida del Profeta! ¡Y para
empezar, toma dos dinares en lugar de uno!" Y le puso las dos mo nedas de oro en la mano y le entregó el
tazón.
Entonces, Sésamo, el borracho fabuloso, se mostró en aquella oca sión bastante superior en ciencia a
todos los drogueros del zoco. Efec tivamente, volvió a su casa, después de haber comprado en el zoco
cuanto le hacía falta, y enseguida se puso a preparar la siguiente mix tura:
Tomó dos onzas de zumo de copaiba china, una onza de extracto graso de cáñamo jónico, una de
cariofilina fresca, una de cinamono rojo de Serendib, diez dracmas de cardamomo blando de Malabar,
cinco de jengibre indio, cinco de pimienta blanca, cinco de pimentón de las islas, una onza de boyas
estrelladas de badián de la india y media onza de tomillo de las montañas. Mezclólo todo diestramente,
después de machacarlo y pasarlo por el tamiz, le echó miel pura, y así formó una pasta muy compacta, a
la cual añadió cinco gramos de almizcle y una onza de huevos de pescado machacadas. Le añadió
también un poco de julepe ligero de agua de rosa, y lo puso todo en el tazón de porcelana.
Apresuráse entonces a llevar el tazón al síndico Schamseddin, diciéndole: "¡He aquí la mixtura
soberana que endurece los compañones del hombre y espesa los jugos demasiado flúidos...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 252ª noche
Ella dijo:
"He aquí la mixtura soberana que endurece los compañones del hombre y espesa los jugos demasiado
flúidos!" Después añadió: "Es preciso tomar esta pasta dos horas antes de la conjunción sexual. Pero los
tres días anteriores hay que limitarse a comer únicamente pichones asados muy sazonados con especias,
pescados machos con sus lechecillas, y por último criadillas de carnero ligeramente asadas. Y si con
todo eso no llegas hasta atravesar las paredes y fecundar un peñasco pelado, consiento en afeitarme la
barba y los bigotes y te permito que me es cupas en la cara".
Y dichas estas palabras, entregó al síndico el tazón de porcelana y se fué.
Entonces el síndico pensó: "¡Este Sésamo, que se pasa la vida en el libertinaje, seguramente debe
entender de drogas endurecedoras! ¡Voy a poner mi fe en Alah y en él!" Y volvió a su casa y se reconcilió
con su esposa, a la cual, por otra parte, amaba, y ella le amaba a él, y ambos se dieron mutuas
explicaciones por su arrebato pasajero, y se hicieron presente cuánta pena les había causado estar
reñidos toda una noche por palabras sin importancia.
Después de lo cual, Schamseddin siguió escrupulosamente durante tres días el régimen prescripto por
Sésamo, y acabó por comerse la consabida pasta, que le pareció excelente.
Entonces notó que la sangre se le calentaba en extremo, como en los tiempos de su infancia, cuando
apostaba con chiquillos de su edad. Y se aproximó a su esposa y la cabalgó; y ella le correspondió; y a
ambos les maravilló el resultado en cuanto a duración, repetición, calor, chorro, intensidad y
consistencia.
Y aquella noche la esposa del síndico quedó indiscutiblemente fe cundada, de lo cual tuvo la certeza
completa cuando comprobó que se le pasaron así tres meses.
La preñez siguió su curso normal, y a los nueve meses día por día, la mujer parió con felicidad, pero
con muchas dificultades, por que el niño que nació era tan grande como si tuviera un año. Y la comadrona
declaró, tras las invocaciones acostumbradas, que en su vida había visto niño tan fuerte ni hermoso. Lo
cual no es de asombrar si se recuerda la pasta maravillosa de Sésamo.
La comadrona recogió al niño y lo lavó invocando el nombre de Alah, de Mohammad y de Alí, y le
recitó al oído el acto de fe musul mán. Le envolvió y se lo dió a la madre, que le amamantó hasta que
quedó saciado y dormido. Y la comadrona pasó otros tres días junto a la madre, y no se fué hasta no estar
segura de que todo iba bien y después de haberse repartido entre las vecinas las golosinas preparadas
con tal motivo.
Al séptimo día echaron sal en la habitación, y entpnces entró el síndico a felicitar a su esposa. Luego
le preguntó: "¿En dónde está el don de Alah?" Enseguida ella le mostró el recién nacido. Y el síndico
Schamseddin quedó maravillado de la hermosura de aquel niño de siete días, que parecía tener un año, y
cuya cara era más brillante que la luna llena al salir. Y preguntó a su esposa: "¿Cómo le vas a llamar?"
Ella contestó: "Si fuera una niña ya le habría puesto nombre. ¡Pero como es un niño, a ti te corresponde!"
Y en aquel momento una de las esclavas que envolvían al niño lloró de emoción y placer al advertir
en la nalga izquierda del chico una linda mancha oscura como un grano de almizcle, que resaltaba por su
forma y color encima de la blancura de lo demás. Y en cada una de las dos mejillas del niño también
había un bonito lunar negro y aterciopelado. Y el digno síndico, inspirado por aquel descubrimiento,
exclamó: "¡Le llamaremos Alaeddin Grano-de-Belleza!"
Llamóse, pues, al niño Alaeddin Grano-de-Belleza; pero como tal nombre resultaba muy largo, nunca
le llamaban más que Grano-de.Be lleza. Y a Grano-de-Belleza le amamantaron durante cuatro años dos
nodrizas distintas y su madre; así es que llegó a ser fuerte como un leoncillo, y blanco como el jazmín, y
sonrosado como las rosas. Y era tan hermoso, que todas las niñas de parientes y vecinos le querían con
locura, y él aceptaba sus homenajes, pero nunca consentía que le besaran, y las arañaba cruelmente
cuando se le acercaban demasiado; así es que las niñas y hasta las jóvenes se aprovechaban de su sueño
para ir a cubrirle de besos impunemente y a maravillarse de su hermosura y lozanía.
Cuando el padre y la madre de Grano-de-Belleza vieron cuán ad mirado y mimado era su hijo,
temieron al mal de ojo, y resolvieron sustraerle a tan maligno influjo. Y con tal fin, en vez de hacer como
otros padres, que dejan que las moscas y la suciedad cubran la cara de sus hijos, para que parezcan
menos guapos y no atraigan al mal de ojo, los padres de Grano-de-Belleza encerraron al niño en un subte -
rráneo situado debajo de la casa y le criaron allí lejos de todas las miradas. Y Grano-de-Belleza crióse
de aquel modo ignorado de todos, pero rodeado de los cuidados incesantes de esclavos y eunucos. Y
cuando fué mayor le dieron maestros instruidísimos, que le enseñaron el Korán, las ciencias y a escribir
bien. Y llegó a ser tan sabio como her moso y bien formado. Y sus padres resolvieron no sacarle del
subte rráneo hasta que las barbas le crecieran tanto que le arrastraran.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 253ª noche
Ella dijo:
...hasta que las barbas le crecieran tanto que le arrastraran.
Y cierto día, un esclavo que llevaba a Grano-de-Belleza unas fuen tes con manjares no se acordó de
cerrar al salir la puerta del subterrá neo; y Grano-de-Belleza, al ver abierta aquella puerta, en la cual
nunca se fijó dado lo amplio que eran el subterráneo aquél, lleno de tapices y cortinajes, se apresuró a
salir y a subir al piso en que se encontraba su madre rodeada por diversas damas aristocráticas que
habían ido a visitarla.
A la razón, Grano-de-Belleza habíase convertido en un maravilloso y arrogante joven de catorce
años, hermoso como un ángel, con las mejillas aterciopeladas como un fruto, y sus lunares a ambos lados
de los labios, sin contar el que no se le veía.
De modo que cuando las damas vieron entrar de pronto a aquel hermoso joven, a quien no conocían,
apresuráronse muy asustadas a taparse el rostro con los velos, y dijeron a la esposa de Schamseddin:
"¡Por Alah! ¿No te avergüenzas de traer junto a nosotras a un extra ño? ¿No sabes que el pudor es uno de
los dogmas esenciales de la fe?"
Pero la madre de Grano-de-Belleza contestó: "¡Invocad el nombre de Alah, ¡oh invitadas mías! pues
el que veis no es otro que mi hijo amado, fruto de mis entrañas, el hijo del síndico de los mercaderes de
El Cairo, el que ha sido criado por los pechos de nodrizas generosas y en brazos de hermosas esclavas, y
en hombros de vírgenes escogidas, y en el pecho de las más puras y nobles! ¡Es el ojo de su madre y el
orgullo de su padre! ¡Es Grano-de-Belleza! ¡Invocad el nombre de Alah ¡oh mis convidadas!"
Y las esposas de los emires y de los mercaderes ricos contestaron: "¡El nombre de Alah sobre ti y a
tu alrededor! Pero ¡oh madre de Grano-de-Belleza! ¿cómo es que nunca hasta hoy nos enseñaste a tu
hijo?"
Entonces, la esposa de Schamseddin empezó por levantarse, y besó a su hijo en los ojos, y le
despidió para que no estorbase más a las invitadas, y después les dijo: "Su padre mandó criarle en el
subterrá neo de nuestra casa para librarle del mal de ojo. Y ha resuelto no enseñarle hasta que le haya
crecido la barba, por lo mucho que teme llamar sobre él peligros y malos influjos. Y si ha salido ahora,
debe ser por culpa de algún eunuco que se habrá olvidado de cerrar la puerta".
Oídas estas palabras, las convidadas felicitaron mucho a la esposa del síndico por tener un hijo tan
hermoso, y le desearon las bendiciones del Altísimo, y luego se fueron.
Entonces Grano-de-Belleza volvió junto a su madre, y al ver que los esclavos enjaezaban una mula,
preguntó: "¿Para quién es esa mu la?" Ella contestó: "Para ir a buscar a tu padre al zoco". El preguntó:
"¿Y cuál es el oficio de mi padre?" Ella dijo: "Tu padre, ¡ojos míos! es un gran comerciante y síndico de
todos los mercaderes de El Cairo y proveedor del sultán de los árabes y de todos los reyes musulmanes.
Y para que te formes idea de la importancia de tu padre, sabe que los compradores no se dirigen a él más
que para grandes negocios, cuyo importe pase de mil dinares; pero si el negocio es menos, aunque se
trate de 999 dinares, se ocupan de ello los empleados de tu padre, sin molestarle. Y no hay mercancía ni
cargamento que pueda entrar en El Cairo ni salir sin que antes se entere tu padre y le pidan parecer. Alah
ha otorgado a tu padre, ¡oh hijo mío! riquezas incalculables. ¡Démosle gracias!"
Grano-de-Belleza contestó: "¡Sí! ¡Loor a Alah, que me ha hecho nacer hijo del síndico de los
mercaderes! ¡Por eso ya no quiero pasar la vida encerrado lejos de todas las miradas, y desde mañana
tengo que ir al zoco con mi padre!" Y la madre contestó: "¡Alah te oiga, hijo mío! ¡En cuanto vuelva tu
padre se lo diré!"
Y en cuanto Schamseddin volvió, su esposa le refirió lo que aca baba de ocurrir, y le dijo: "Ya es
tiempo de que nuestro hijo vaya al zoco contigo". El síndico respondió: "¡Oh madre de Grano-de-
Belleza! ¿Ignoras que el mal de ojo es una realidad de las más amargas y la mentables y que no se pueden
gastar bromas con cosas tan serias? ¿Olvidaste la suerte del hijo de nuestro vecino y la de otros muchos,
víctimas del mal de ojo? ¡Te prevengo que la mitad de los muertos que están enterrados han perecido del
mal de ojo!"
La mujer del síndico contestó: "¡Oh padre de Grano-de-Belleza! ¡Realmente el destino del hombre
está sujeto a su cuello! ¿Cómo ha de poder librarse de él? Y la cosa escrita no puede borrarse, y el hijo
seguirá el mismo camino que su padre en vida y en muerte. ¡Y lo que existe hoy ya no existirá mañana! ¡Y
piensa en las consecuencias fu nestas de que nuestro hijo sea víctima algún día por culpa tuya! iEfec -
tivamente, cuando después de una vida que te deseo larga y siempre bendita, te hayas muerto, nadie
querrá reconocer a nuestro hijo por heredero legítimo de tus riquezas y propiedades, puesto que hasta hoy
todo el mundo ignora su existencia! Y de tal suerte, el Tesoro del Estado se apoderará de todos tus bienes
y desposeerá a tu hijo sin remedio. ¡Y por mucho que yo invoque el testimonio de los ancianos, los
ancianos tendrán que decir: "Nunca nos hemos enterado de que el síndico Scham seddin tuviera ningún
hijo ni hija!" Palabras tan sensatas hicieron re flexionar al síndico, que contestó al cabo de un rato: "¡Por
Alah! ¡Tienes razón, ¡oh mujer! Mañana mismo llevaré conmigo a Grano-de Belleza, y le enseñaré a
vender y comprar, y las negociaciones, y todos los elementos del oficio".
Después se volvió hacia Grano-de-Belleza, transportado de alegría por aquella noticia, y le dijo: "Ya
sé que te encanta ir conmigo. ¡ Peró sabe, hijo mío, que en el zoco hay que ser muy formal y tener los ojos
bajos con modestia! ¡Espero, pues, que pongas en práctica las sabias lecciones de tus maestros y los
buenos principios en que te has criado!"
Al día siguiente, el síndico Schamseddin, antes de llevar a su hijo al zoco, le hizo entrar en el
hammam...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 254ª noche
Ella dijo:
...le hizo entrar en el hammam, y después del baño lo vistió con un traje de raso blanco, el mejor que
tenía en el almacén, y le ciñó la frente con un turbante ligero de tela con rayas finas de seda dorada.
Después de lo cual, ambos tomaron un bocado y bebieron un vaso de sorbete, y ya refrescados, salieron
del hammam. El síndico cabalgó en la mula blanca que sujetaban los esclavos, y puso a la grupa a su hijo
Grano-de-Belleza, cuya frescura de tez se había hecho todavía más no table y cuyos brillantes ojos
habrían seducido a los mismos ángeles. Después, montados ambos en la mula y seguidos por los
esclavos, que llevaban ropón nuevo, emprendieron el camino del zoco.
Al verles, todos los mercaderes del zoco y todos los compradores y vendedores quedaron
maravillados, y se decían unos a otros: "¡Ya Alah! ¡Mirad al muchacho!" "Es como la luna en la noche
décimo cuarta". Y otros decían: "¿Quién será ese niño delicioso que está de trás del síndico
Schamseddin? ¡Nunca le habíamos visto!"
Mientras surgían tales exclamaciones al paso de la mula montada por el síndico y Grano-de-Belleza,
acertó a pasar el corredor Sésamo por el zoco, y vió asimismo al muchacho. Y Sésamo, a fuerza de
libertinaje y de excesos de opio y haschich, había acabado por perder completamente la memoria, y ni
siquiera se acordaba de la curación que había logrado en otro tiempo por medio de la milagrosa mixtura
a base de almizcle, copaiba y tantas cosas excelentes.
Y al ver al síndico en compañía de aquel hermoso joven, empezó a sonreírse con socarronería y a
gastar bromas picantes acerca de ellos, diciendo a los mercaderes que le oían: "¡Mirad al viejo de
barbas blancas! ¡Es lo mismo que el perro! ¡Blanco por fuera y verde por dentro!" E iba de un mercader a
otro repitiendo a todos sus chanzas y chistes, hasta que no quedó uno en el zoco que no tuviera la certeza
de que el síndico Schamseddin tenía en su tienda a un joven mameluco para su placer.
Cuando estos rumores llegaron a oídos de los notables y de los principales mercaderes, se celebró
una reunión de los de más edad y más respetados entre ellos, para juzgar el caso de su síndico. Y en
medio de la asamblea peroraba Sésamo y hacía grandes ademanes de indignación, y decía: "¡Ya no
queremos tener en adelante a nuestra cabeza, como síndico del zoco, a esa barba viciosa que se roza en
secreto con los muchachos! Y desde hoy vamos a abstenernos de ir a recitar antes de abrir las tiendas,
según solíamos hacer por las mañanas, los siete versículos sagrados de la Fatiha en presencia del
síndico. ¡Y no terminará el día sin que elijamos otro síndico que sea un poco menos aficionado a los
muchachos que ese viejo!"
En cuanto al buen Schamseddin, cuando vió que pasaba la hora sin que los mercaderes y corredores
fuesen a recitar delante de él los versículos rituales de la Fatiha, no supo a qué atribuir aquel descuido
tan grave y tan contrario a la tradición. Y como viese al famoso Sésamo, que le miraba con el rabillo del
ojo, le hizo seña de que se acercara para decirle dos palabras. Y Sésamo, que sólo aguardaba aquella
seña, se acercó, pero lentamente y tomándose tiempo, arrastran do los pies, y no sin dirigir a derecha e
izquierda sonrisas de inteligencia a los tenderos, que no le quitaban ojo, pues la curiosidad les tenía
suspensos y hacíales desear la solución de aquel asunto que para ellos era muy capital.
Y Sésamo, al ver que en él convergían todas las miradas y la atención general, llegó contoneándose
hasta apoyarse en el mostrador de la tienda; y Schamseddin le preguntó: "Dime, Sésamo, ¿cómo es que
los mercaderes, con el jeique a la cabeza, no han venido a recitar delante de mí los versículos del primer
capítulo del Korán?" Sésamo contestó: "¡Así de pronto, no lo sé! ¡Hay rumores que corren por el zoco,
rumores... ¿Cómo te lo explicaría yo... ? rumores... ! ¡De to dos modos, lo que sé muy bien es que se ha
formado un partido com puesto por los principales jeiques, que ha resuelto destituirte y dar a otro el cargo
de síndico!"
Al oír estas palabras, el buen Schamseddin mudó de color, y en tono mesurado y grave, preguntó: "¿Y
puedes decirme siquiera en qué se fundamenta esta decisión?" Sésamo le guiñó el ojo, movió las ca deras,
y contestó: "¡Oh mi anciano jeique, no bromees! ¡Mejor lo sabes tú que nadie! ¡Ese hermoso joven que
tienes en la tienda no es tará allí para espantar las moscas! De cualquier modo, sabe que yo, a pesar de
todo, he sido el único que te defendió en la asamblea, y dije que no eras aficionado a muchachos, cosa
que habría sido yo el primero en saber, pues tengo relaciones amistosas con todos los que se dedican con
preferencia a ese sexo ácido. Y, además, he añadido que este joven debería ser algún pariente de tu
esposa o el hijo de alguno de tus amigos de Tantah, Mansurah o Bagdad, que habría venido a tu casa para
negocios. Pero la asamblea entera se ha vuelto contra mí y ha votado tu destitución. ¡Alah es el más
grande, oh jei que! Para consolarte te queda ese joven, por el cual, aquí para entre nosotros, te felicito.
¡Verdaderamente es muy hermoso... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 255ª noche
Ella dijo:
"...ese joven, por el cual, aquí para entre nosotros, te felicito. ¡Verdaderamente, es muy hermoso!"
Al oír estas palabras de Sésamo, el síndico Schamseddin ya no pudo reprimir su indignación y
exclamó: "¡Oh, tú, el más corrompido de los libertinos! ¿No sabes que es mi hijo? ¿Dónde está tu
memoria, comedor de haschich?" Pero Sésamo respondió: "¡A mí no me la das! ¿Es que va haber salido
del vientre de su madre ahora y tal como está este muchacho de catorce años?" Schamseddin replicó:
"Pero ¡oh Sésamo! ¿ya no te acuerdas de que tú mismo, hace catorce años, me trajiste aquella milagrosa
mixtura que espesa los compañones y concentra el jugo? ¡Por Alah! ¡Gracias a ella pude conocer la
fecundidad y Alah me ha dotado de un hijo! Y tú nunca volviste a pedirme noti cias de aquella curación.
En cuanto a mí, por temor al mal de ojo, he criado a este niño en el subterráneo de nuestra casa, y ésta es
la primera vez que sale conmigo. Pues aunque mi primera intención era que no saliera hasta que se
hubiera podido coger las barbas con las manos, su madre me ha decidido a traerle conmigo para
enseñarle el oficio y ponerle al corriente de los negocios en previsión del porvenir".Después añadió:
"¡En cuanto a ti, Sésamo, me alegro de encontrarte al fin y al cabo, para saldar mi deuda! ¡Toma mil
dinares por el favor que me hiciste gracias a tu droga admirable!"
Cuando Sésamo oyó estas palabras, ya no dudó de la verdad, y corrió a desengañar a todos los
mercaderes, que en seguida se apresuraron a acudir, primero para felicitar a su síndico, y después para
disculparse del retraso en la oración de apertura, que inmediatamente recitaron entre sus manos.
Tras de lo cual Sésamo tomó la palabra en nombre de todos, y dijo: "¡Oh nuestro venerable síndico!
¡Conserve Alah para nuestro afecto el tronco y las ramas! ¡Y florezcan las ramas a su vez, y den fruto
oloroso y dorado! Pero, ¡oh nuestro síndico! generalmente, hasta los mismos pobres, cuando les nace un
hijo, mandan hacer dulces y los reparten entre amigos y vecinos: ¡y nosotros no nos hemos endulzado el
paladar con la pasta amasada con manteca y miel, que es tan grato saborear, haciendo votos por la
felicidad del recién nacido! ¿Cuán do nos darás un caldero de esa excelente assida?"
El síndico Schamseddin contestó: "¡De todo corazón, pues no deseo otra cosa! ¡No os ofreceré sólo
un caldero de assida, sino un gran festín en mi casa de campo a las puertas de El Cairo, en medio de los
jardines! Os invito a todos, amigos míos, a ir mañana a mi jardín, que ya conocéis! ¡Y allí, si Alah lo
quiere, ganaremos el tiempo perdido!" En cuanto volvió a su casa, el buen síndico dispuso grandes
preparativos para la fiesta del día siguiente, y mandó al horno, para que los asaran, carneros cebados
durante seis meses con hojas verdes, y carneros enteros con manteca abundante, y bandejas innumerables
de pasteles y otras cosas semejantes. Al efecto, utilizó a todas las esclavas de la casa expertas en el arte
de la dulcería, y a todos los pasteleros y confiteros de la calle Zeini. Y la verdad es que el banquete,
después de tanto trabajo, nada dejaba que desear.
Al día siguiente, muy temprano, Schamseddin se dirigió al jardín con su hijo Grano-de-Belleza y
mandó que los esclavos pusieran dos manteles inmensos en dos sitios separados y distante uno de otro.
Luego llamó a Grano-de-Belleza, y le dijo: "Hijo mío, he mandado poner, como ves, dos manteles
diferentes; uno está reservado a los hombres y el otro para los muchachos de tu edad que vengan con sus
padres. Yo recibiré a los hombres con barbas y tú te encargarás de recibir a los jóvenes imberbes". Pero
Grano-de-Belleza, sorprendido, preguntó a su padre: "¿Por qué semejante separación y dos servicios
diferentes? Eso no suele hacerse más que entre hombres y mujeres. ¿Qué tienen que temer los jóvenes
como yo de los hombres barbudos?" El síndico res pondió: "Hijo mío, los jóvenes imberbes se
encontrarán más libres solos y se divertirán entre sí mejor que encontrándose en presencia de sus
padres". Y Grano-de-Belleza, que no era malicioso, se contentó con tal respuesta.
Al llegar los invitados, Schamseddin se dedicó a recibir a las personas mayores, y Grano-de-Belleza
a los niños y a los jóvenes. Y se comió y bebió, y se cantó, y hubo la mayor diversión posible; y la
alegría y el júbilo brillaron en todas las caras, y se quemaron en los pebeteros incienso y perfumes.
Después, terminado el festín, los escla vos repartieron entre los convidados copas llenas de sorbete a la
nieve. Y aquel fué para los hombres el momento de departir agradablemente, mientras los muchachos, al
otro lado, se entregaban a mil amenos juegos.
Y entre los convidados había cierto mercader que era uno de los mejores parroquianos del síndico;
pero también era un famoso pede rasta, que no había dejado indemne de sus hazañas a ningún hermoso
joven del barrio. Se llamaba Mahmud, pero no se le conocía más que por el sobrenombre de "el-
Bilateral".
Cuando Mahmud-el-Bilateral oyó los gritos que daban los mucha chos al otro lado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mariana e interrumpió el relato
autorizado por el rey Schahriar.
Y cuando llegó la 256ª noche
Ella dijo:
Cuando Mahmud-el-Bilateral oyó los gritos que daban los mucha chos al otro lado, se alborotó en
extremo, y pensó: "¡Seguramente hay algo bueno por allá!" Y aprovechándose del descuido general para
le vantarse y fingir que iba a satisfacer una necesidad urgente, se deslizó silenciosamente por entre los
árboles hasta donde estaban los mucha chos, y se quedó en acecho de sus movimientos graciosos y lindas
ca ras. No tardó mucho en notar que el más hermoso indiscutiblemente entre los más hermosos era Granode-
Belleza. Y empezó a hacer mil proyectos para poderle hablar y llevarle aparte, y pensó: "¡Ya Alah!
¡Con tal de que se separe un poco de sus compañeros!" Y el Destino satisfizo sus deseos sobradamente.
Efectivamente, en un momento dado, excitado Grano-de-Belleza por el juego y coloradas las mejillas
por el movimiento, experimentó la necesidad de orinar. Y a fuer de muchacho bien educado, no quiso
acurrucarse delante de todo el mundo y se fué hacia los árboles. Enseguida dijo para sí el Bilateral: "Si
me acercara a él ahora, seguramente le asustaría. ¡Voy a probar de otro modo!" Y salió de detrás del
árbol que le ocultaba y se presentó en el corro de los muchachos, que le conocían, y empezaron a silbarle
corriendo por entre sus pier nas. Y él, muy contento, les dejaba hacer aquello sonriendo, y después acabó
por decirles: "¡Oídme, hijos míos! ¡Prometo daros mañana a cada uno un traje nuevo y dinero para
satisfacer todos vuestros capri chos, si lográis despertar en Grano-de-Belleza la afición a los viajes y el
deseo de alejarse de El Cairo!" Y los chicos le contestaron: "¡Oh Bilateral, eso es muy fácil!" Entonces
los dejó y volvió a sentarse entre los hombres barbudos.
Cuando Grano-de-Belleza acabó de orinar y volvió a su sitio, sus compañeros se guiñaron el ojo
mutuamente, y el más elocuente del grupo se dirigió a Grano-de-Belleza y le dijo: "¡Durante tu ausencia
hemos estado hablando de las maravillas de los viajes y de los magnificos países lejanos, y de Damasco,
y Alepo, y Bagdad! Tú ¡oh Grano de-Belleza! siendo tu padre tan rico, le habrás acompañado muchas
veces en sus viajes con las caravanas. ¡Cuéntanos algo de lo mucho maravilloso que hayas visto!"
Pero Grano-de-Belleza contestó: "¿Yo? Pero ¿no sabéis que me han criado en un subterráneo y que
hasta ayer no he salido de él? ¿Cómo había de viajar en semejantes condiciones? ¡ Y ahora, todo lo más
que mi padre me permite es acompañarle desde casa hasta la tienda!"
Entonces el mismo muchacho replicó: "¡Pobre Grano-de-Belleza, te han privado de las alegrías más
deliciosas y de los placeres más puros! ¡Si supieras, ¡oh amigo mío! lo maravillosamente que saben los
viajes, ya no querrías pasar un momento más en casa de tu padre! ¡Todos los poetas han cantado a porfía
las delicias del viajar; oye una muestra o dos de los versos que sobre el particular nos han transmitido:
Viajar, ¿quién dirá tus maravillas? ¡Oh amigos míos, todas las cosas bellas gustan de
viajar! ¡Hasta las mismas perlas salen del fondo oscuro del mar y atraviesan las inmensidades
para colocarse en la diadema de los reyes y en el cuello de las princesas!
Al oír esta estrofa, Grano-de-Belleza, dijo: "¡Así será! ¡Pero el reposo en casa de uno también tiene
sus encantos!" Entonces uno de los muchachos se echó a reír y dijo a sus compañeros: "¡Mirad con lo que
sale Grano-de-Belleza! ¡Es como los pescados, que se mueren en cuanto los sacan del agua!" Y otro, más
exagerado, dijo: "¡Es que temerá probablemente marchitar las rosas de sus mejillas!" Y un ter cero
añadió: "¿No véis que es como las mujeres? ¡No pueden dar un paso solas en cuanto salen a la calle!" Y
otro, por último, exclamó: "¡Oh, Grano-de-Belleza! ¿no te avergüenzas de no ser hombre?"
Al oír todos aquellos apóstrofes, Grano-de-Belleza quedó tan mor tificado que abandonó
inmediatamente a sus invitados, y cabalgando en la mula emprendió el camino de la ciudad, y lleno de
rabia el co razón y de lágrimas los ojos, llegó junto a su madre, que se asustó al verle en tal estado. Y
Grano-de-Belleza le repitió las burlas de que había sido víctima por parte de sus compañeros, y le
declaró que quería marcharse al momento a cualquier parte, con tal de partir. Y añadió: "¿Ves este
cuchillo? ¡Pues me lo clavaré en el pecho si no me quieres dejar viajar!"
Ante aquella resolución tan inesperada, la pobre mujer no pudo hacer más que devorar sus lágrimas y
consentir en aquel proyecto, por lo cual dijo a Grano-de-Belleza: "¡Hijo mío, prometo ayudarte con todas
mis fuerzas! Pero como estoy segura anticipadamente de la negativa de tu padre, voy a prepararte un
cargamento de mercaderías a mi cos ta". Y Grano-de-Belleza dijo: "¡Pero hay que hacerlo enseguida,
antes de que llegue mi padre!"
Inmediatamente la esposa de Schamseddin mandó a un esclavo abrir uno de los depósitos de
mercaderías reservadas, y que los embaladores hicieran los fardos suficientes para cargar diez camellos.
En cuanto al síndico Schamseddin, así que se fueron los convi dados buscó en balde por el jardín a su
hijo, y acabó por saber que se había anticipado en ir a su casa. Y el síndico, aterrado al pensar que le
podía sobrevenir a su hijo una desgracia en el camino, puso la mula a todo galope y llegó sin aliento al
patio, en donde se calmó su emoción al enterarse por el portero de la llegada sin novedad de Grano de-
Belleza. Pero fué mayor su sorpresa al ver en el patio fardos y far dos dispuestos a ser cargados y con
etiquetas que indicaban en letras gordas sus diferentes destinos: Alepo, Damasco y Bagdad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 257ª noche
Ella dijo:
...en letras gordas sus diferentes destinos: Alepo, Damasco y Bagdad.
Apresuróse entonces a subir a las habitaciones de su esposa, que le enteró de cuanto acababa de
suceder y del grave inconveniente que ha bía en contrariar a Grano-de-Belleza. Y el síndico dijo: "De
todos mo dos, voy a tratar de disuadirle". Y llamó a Grano-de-Belleza y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¡Alah te
ilumine y te aparte de proyecto tan funesto! ¿No sabes lo que ha dicho nuestro Profeta? (¡sean con Él la
oración y la paz!) : "¡Dichoso el hombre que se alimenta con los frutos de su tierra y halla en su mismo
país las satisfacciones de su vida!" Y di jeron los antiguos: "¡No emprendáis jamás un viaje aunque sea de
una milla!" Por consiguiente, hijo mío, te pido que me digas si después de estas palabras persistes en tu
resolución".
Grano-de-Belleza contestó: "Sabe, ¡oh padre mío! que no quiero desobedecerte; pero si te opones a
mi viaje negándome lo necesario, me quitaré este traje, me pondré el de los pobres derviches y recorreré
a pie todos los países y todas las tierras".
Cuando vió el síndico que su hijo estaba dispuesto a partir a todo trance, renunció a contrariar su
proyecto, y le dijo: "Entonces, ¡oh hijo mío! he aquí cuarenta cargas más; y así, con las otras diez que te
ha dado tu madre, tendrás para cargar cincuenta camellos. En ellas encontrarás las mercancías adecuadas
a las necesidades de cada una de las ciudades en que entres; pues no hay que tratar de vender en Alepo,
por ejemplo, los géneros que prefieren los habitantes de Damasco; sería una mala especulación. ¡Parte,
pues, hijo mío! y ¡Alah te proteja y te allane el camino! Y adopta precauciones, sobre todo al atravesar
por el desierto del León, un sitio que se llama el valle de los Perros, guarida de bandidos salteadores,
cuyo jefe es un beduído apellidado el "Rápido" por lo súbito de sus ataques e incursiones".
Y Grano-de-Belleza contestó: "¡Los sucesos buenos o malos vienen de mano de Alah! ¡Y haga yo lo
que haga, no me pasará más que lo que se me tenga deparado!"
Como no se podía replicar a tales palabras, el síndico no dijo más; pero su esposa no descansó hasta
hacer mil votos, y prometer cien car neros a los santones, y poner a su hijo bajo la santa protección de El-
Sayed Abd El-Kader El-Guilani, abogado de los viajeros.
Después de lo cual, sl síndico, acompañado de su hijo, a quien costó gran trabajo escaparse de los
brazos de su pobre madre, que vertía sobre él todas las lágrimas de su corazón, fué a buscar a la
caravana dispuesta ya. Y llamó aparte al anciano mokaddem de los camelleros y muleros, el jeique
Kamal, y le dijo: "¡Oh venerable mo kaddem, te confío este niño, pupila de mis ojos, y lo pongo bajo el
ala de Alah y bajo tu custodia! Y tú, hijo mío -dijo a Grano-de-Belleza-, mira al que ha de hacer las
veces de padre en ausencia mía. ¡Obedécele y nunca hagas nada sin consultarle!" Después dió mil dinares
de oro a Grano-de-Belleza, y como último encargo le dijo: "¡Te doy estos mil dinares, hijo mío, para que
puedas utilizarlos y aguardar con pa ciencia el momento más ventajoso para la venta de tus mercaderías,
pues te guardarás muy bien de venderlas cuando estén en baja; has de aprovechar la ocasión en que los
paños y otros géneros estén más en alza para colocarlos en las mejores condiciones!" Después de las
despedidas, la caravana se puso en marcha y no tardó en estar fuera de las puertas de El Cairo.
Y ahora vamos con Mahmud-el-Bilateral. Al enterarse de la mar cha de Grano-de-Belleza, se preparó
también rápidamente, y en pocas horas tuvo a mulos y camellos cargados y ensillados. Y sin perder
tiempo se puso en camino y alcanzó a la caravana a pocas millas de El Cairo. Y decía para sí: "¡Ahora,
en el desierto, ¡oh Mahmud! nadie irá a denunciarte ni tampoco vendrá a vigilarte nadie! ¡Y sin temor a
que te molesten, podrás deleitarte con ese muchacho!"
De modo que, desde la primera etapa, el Bilateral mandó armar sus tiendas al lado de las de Granode-
Belleza y encargó al cocinero de éste que no se tomara el trabajo de encender lumbre, puesto que él
había invitado a Grano-de-Belleza a compartir la comida en su tienda.
Y efectivamente, Grano-de-Belleza fué a la tienda del Bilateral, pero acompañado por el jeique
Kamal, mokaddem de los camelleros. Y aquella noche el Bilateral nada sacó en limpio. Y al día
siguiente, en la segunda parada, ocurrió lo mismo, y así todos los días, hasta la lle gada a Damasco,
porque Grano-de-Belleza aceptaba todas las invitacio nes, pero iba siempre a la tienda del Bilateral
acompañado del mokad dem de los camelleros.
Pero cuando llegaron a Damasco, en donde el Bilateral tenía, lo mismo que en El Cairo, Alepo y
Bagdad, casa propia para recibir a los amigos...
En este momento de su narración, Schehrazada, la hija del visir, vió aparecer la mañana, e
interrumpió el relato.
Pero cuando llegó la 258ª noche
Ella dijo:
...a Damasco, en donde el Bilateral tenía, lo mismo que en El Cairo, Alepo y Bagdad, casa propia
para recibir a los amigos, envió un esclavo a Grano-de-Belleza, que se había quedado en la tienda a la
entrada de la ciudad, para invitarle, pero a él solo, a que le honrase con su presencia. Y Grano-de-
Belleza contestó: "¡Espera que le pregun te, su parecer al jeique Kamal!" Pero el mokaddem de los
camelleros frunció el ceño al oír la proposición, y contestó: "¡No, hijo mío, hay que rechazarla!" Y
Grano-de-Belleza declinó la invitación.
La estancia en Damasco fué de corta duración, y pronto se pusie ron en camino para Alepo; y a la
llegada, el Bilateral volvió a invitar a Grano-de-Belleza; pero el jeique Kamal aconsejó la abstención,
como en Damasco, y Grano-de-Belleza, sin saber por qué era tan severo el mokaddem, no quiso
contrariarle. Y aquella vez también perdió el via je y el trabajo el Bilateral.
Pero después de salir de Alepo, el Bilateral juró que en la pri mera ocasión las cosas no pasarían lo
mismo. Y a la primera parada en dirección a Bagdad, mandó hacer los preparativos de un banquete sin
precedentes, y fué personalmente a invitar a Grano-de-Belleza. Y aquella vez Grano-de-Belleza se vió
obligado a aceptar, por no tener motivo fundado para negarse, y empezó por ir a la tienda a vestirse con
traje a propósito.
Entonces fué a buscarle el jeique Kamal, y le dijo: "¡Qué imprudente eres! ¡oh Grano-de-Belleza!
¿Por qué has aceptado la invitación de Mahmud? ¿No conoces sus intenciones? ¿No sabes el motivo de
que le llamen el Bilateral? De todos modos, debiste preguntar su pa recer a un anciano como yo, y del
cual han dicho los poetas:
Pregunté al viejo: "¿Por qué andas encorvado?" Me contestó: "¡Perdí mi juventud en la
tierra húmeda! Y me he encorvado para buscarla. ¡Y ahora la experiencia que pesa sobre mí es
tan amarga, que me impide enderezar la espalda!"
Pero Grano-de-Belleza contestó: "¡Oh venerable mokaddem! ¡Es taría muy mal rechazar la invitación
de nuestro amigo Mahmud, al cual no sé por qué llaman el Bilateral! Y además, ignoro lo que pueda
perder con acompañarle. ¡No me comerá!" Y el mokaddem replicó con viveza: "¡Pues, sí, por Alah!
¡Te comerá! ¡Ya se ha comido a otros muchos!"
Al oír aquello, Grano-de-Belleza soltó la carcajada y se apresuró a ir a casa de Bilateral, que le
aguardaba con impaciencia. Y ambos fue ron a la tienda en que estaba preparado el festín.
Y en realidad, el Bilateral no había escatimado nada para recibir como merecía al maravilloso joven,
y todo aparecía dispuesto para encantar las miradas y halagar los sentidos. De modo que la comida fué
alegre y estuvo llena de animación; y ambos comieron con gran apetito, y bebieron en la misma copa
hasta saciarse. Y cuando el vino fermentó en las cabezas y los esclavos se retiraron discretamente, el
Bilateral, ebrio de vino y de pasión, se inclinó hacia Grano-de-Belleza, y cogiéndole las mejillas con las
dos manos quiso besarlas. Pero Grano de-Belleza, muy turbado, levantó instintivamente la mano, y el beso
del Bilateral no encontró más que la palma del adolescente.
Entonces Mahmud le echó un brazo alrededor del cuello y con el otro le rodeó la cintura, y como
Grano-de-Belleza le preguntara: "Pero ¿qué quieres hacer conmigo?" Le contestó: "Sencillamente, tratar
de explicarte es tos versos del poeta para ponerlos en práctica:
¡Oh mis estremecimientos cuando las miradas de sus ojos me sa cuden el alma! ¡Oh delicias
del primer deseo que hincha sus compa ñones infantiles!
Mira, ¡oh ojos míos! ¡Toma lo que puedas tomar, levanta lo que puedas levantar, coge un
puñado, o dos, o tres, y hazlo entrar un palmo o más! ¡Pero sin que te haga daño! ¡Hay que
obrar con prudencia!
Después de haber dicho a su modo estos versos, Mahmud se dis puso a explicárselos prácticamente.
Pero el joven Grano-de-Belleza, sin darse cuenta exacta de la situación, se sentía molesto con aquellos
ade manes y movimientos, y quiso marcharse. Y el Bilateral le sujetó y acabó por hacerle entender de qué
se trataba.
Cuando Grano-de-Belleza se enteró bien de las intenciones del Bi lateral y comprendió su petición...
En este momento de su narración, Schehrazada, vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 259ª noche
Ella dijo:
...Cuando Grano-de-Belleza se enteró bien de las intenciones del Bilateral y comprendió su petición,
levantóse inmediatamente y le dijo: `¡No, por Alah! ¡No vendo esa mercancía! ¡De todos modos, para que
te consueles, te diré que si a los demás se la vendiese por dinero, a ti te la daría de balde!"
Y a pesar de las súplicas del Bilateral, Grano de-Belleza no quiso permanecer un momento más en la
tienda; salió de ella bruscamente, y volvió en seguida al campamento, donde, harto inquieto, aguardaba su
regreso el mokaddem.
Y cuando Kamal vió entrar a Grano-de-Belleza con aquel aspecto extraño, le preguntó: "¡Por Alah!
¿qué ha pasado?" El otro respondió: "¡Pues absolutamente nada! ¡Pero tenemos que levantar el
campamento en seguida e irnos a Bagdad, porque en lo sucesivo no quiero viajar con el Bilateral!; tiene
pretensiones exageradas y muy molestas!"
El jeique de los camelleros dijo: "¿No te lo había dicho ya, hijo mío? Pero he de advertirte que sería
muy peligroso viajar solos. Más vale seguir en una sola caravana, como estamos ahora, para poder
resistir los ataques de los bandoleros beduínos que infestan estas tierras". Pero Grano-de-Belleza no
quiso hacer caso, y dió la orden de marcha.
Por consiguiente, la pequeña caravana se puso en camino sola y no dejó de viajar del mismo modo,
hasta que un día, a la puesta del sol, llegó a pocas millas de las puertas de Bagdad.
El mokaddem de los camelleros fué a buscar entonces a Grano-de. Belleza y le dijo: "Mejor será hijo
mío, seguir hasta Bagdad esta misma noche, sin detenernos a acampar aquí. ¡Porque el lugar en que
estamos es el más peligroso de todo el viaje! ¡Es el valle de los Perros! ¡Hay gran riesgo de que nos
ataquen si permanecemos aquí durante la noche! ¡Apresurémonos, pues, a llegar a Bagdad antes de que
cierren las puertas! ¡Porque has de saber, hijo mío, que el califa manda cerrar todas las noches las
puertas de la ciudad con el fin de impedir que las hordas fanáticas entren a escondidas y se apoderen de
los libros de la ciencia y de los manuscritos literarios encerrados en las salas de las escuelas,
arrojándolos luego al Tigris!".
Grano-de-Belleza, a quien no complacía la proposición, contestó: "¡No, por Alah! ¡No quiero entrar
de noche en la ciudad, porque de seo gozar del espectáculo de Bagdad al salir el sol! ¡Pasemos, pues, la
noche aquí, ya que no tengo prisa ni viajo para negociar, sino por recreo, y para ver lo que no conozco!"
Y el anciano mokaddem tuvo que inclinarse, aunque deplorando la peligrosa terquedad del hijo de
Schamseddin.
En cuanto a Grano-de-Belleza, tomó un bocado, y después, cuando los esclavos fueron a acostarse,
salió de la tienda, apartóse un poco por el valle, y fué a sentarse junto a un árbol a la luz de la luna. Y se
acordó de las lecturas de sus maestros en el subterráneo, e inspirado por lugar tan propicio a la
meditación empezó este canto del poeta:
¡Reina del Irak, deliciosamente bella! ¡Oh Bagdad, ciudad de los califas y poetas! ¡Cuánto
tiempo, ¡oh maravilla! soñé contigo!
Pero súbitamente, antes de terminar la primera estrofa, oyó a su izquierda un clamor espantable, y
galopar de caballos, y exclamaciones de cien bocas a un tiempo, y al volverse vió invadido el
campamento por un numeroso tropel de beduínos que surgían por todas partes como si salieran de debajo
de la tierra.
Aquel espectáculo tan nuevo para él le dejó clavado en el suelo, y así pudo ver la matanza general de
la caravana, que había querido defenderse, y el saqueo de todo el campamento. Y cuando los beduínos
comprobaron que nadie quedaba en pie, se apoderaron de camellos y mulos, y en un momento
desaparecieron por donde habían venido. Al disiparse un tanto la estupefacción que le había dominado,
Grano-de-Belleza bajó hacia el sitio en que se encontraba su campa mento y pudo ver asesinada a toda su
gente. Y ni el jeique Kamal, mo kaddem de los camelleros, a pesar de su edad respetable, había sido
tratado mejor que los demás, y yacía muerto, atravesado el pecho por numerosas lanzadas. Así es que
Grano-de-Belleza no supo soportar la vista de espectáculo tan aterrador, y emprendió la fuga, sin
atreverse a mirar hacia atrás.
De tal modo corriendo toda la noche, y para no excitar la codicia de algún otro bandido, se despojó
completamente de su rico traje, que arrojó a lo lejos y no se quedó más que con la camisa. Y así, medio
desnudo, entró en Bagdad al amanecer.Entonces, rendido de cansancio y sin poder tenerse en pie, se paró
delante de la primera fuente pública que se le presentó a la entrada de la población. Se lavó las manos, la
cara y los pies; subió a la plataforma que coronaba la fuente, se tendió en ella a lo largo, y no tardó en
dormirse.
En cuanto a Mahmud-el-Bilateral, también se había puesto en ca mino, pero había tomado un atajo por
otra parte, y pudo evitar el en cuentro con los bandidos; y además, llegó a las puertas de Bagdad
precisamente cuando Grano-de-Belleza las atravesaba y se dormía en la fuente.
Al pasar por cerca de aquella fuente, el Bilateral se acercó al abrevadero de piedra lleno de agua
para los animales, y quiso que bebiera en él su caballo sediento. Pero el animal vió la sombra que
proyectaba el adolescente dormido, y retrocedió resollando. Entonces el Bilateral levantó los ojos hacia
la plataforma, y le faltó poco para caerse del caballo al reconocer a Grano-de-Belleza en aquel joven
medio desnudo que en la piedra dormía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como discreta, se calló.
Y cuando llegó la 260ª noche
Ella dijo:
...al reconocer a Grano-de-Belleza en aquel joven medio desnudo lue en la piedra dormía.
Enseguida se apeó del caballo, se encaramó a la plataforma, y quedó inmóvil de admiración ante
Grano-de-Belleza tendido, cuya cabeza reposaba sobre un brazo, en la languidez del sueño. Y por
primera vez le fué dable al fin contemplar sin velos las perfecciones de aquel cuerpo juvenil y cristalino,
en que los lunares oscuros resaltaban de tan hermosa manera sobre la blancura de lo demás. Y no se le
alcanzaba por qué casualidad encontraba en su camino, y dormido en aque lla fuente, a aquel ángel, por
amor al cual había él emprendido su viaje. Y no llegaba a separar sus miradas del lunarcillo, redondo
como un grano de almizcle, que adornaba la nalga izquierda del muchacho, descubierta en aquel
momento. Y sin saber qué resolución tomar, decía para sí: "¿Qué será mejor? ¿Despertarle? ¿Llevármelo
en mi caballo como está y huir con él al desierto? ¿Aguardar que se despierte, hab larle, enternecerle y
decirle que me acompañe a mi casa de Bagdad?"
Acabó por tomar esta última determinación, y sentándose a los pies del joven en el reborde de la
fuente, aguardó a que se despertase, bañándose los ojos en toda la limpidez sonrosada que el sol ponía en
aquel cuerpo infantil.
Harto ya de dormir, Grano-de-Belleza, estiró las piernas y abrió os ojos, y en el mismo instante
Mahmud le cogió la mano, y con voz muy suave le dijo: "¡No tengas miedo niño; estás bien seguro a mi
lado! ¡ Pero apresúrate, por favor, a explicarme la causa de todo esto!"
Entonces Grano-de-Belleza se incorporó, y aunque un tanto mo lesto por la presencia de su admirador,
le contó la aventura con todos sus pormenores. Y Mahmud le dijo: "¡Loor a Alah, mi joven amigo, que te
ha arrebatado la fortuna, pero te ha conservado la vida! Por que dice el poeta:
¡Cuando la cabeza se salva, la fortuna perdida sólo es una recor tadura de uña sacada sin
hacer daño!
"Además, ni siquiera la fortuna se ha perdido, pues cuanto poseo te pertenece. Ven conmigo a casa a
bañarte y vestirte, y desde este momento puedes considerar todos los bienes de Mahmud como tuyos
propios, y la vida de Mahmud está a tu disposición!" Y siguió hablando tan paternalmente a Grano-de-
Belleza, que le decidió a acompañarle. Bajó primeramente, y le ayudó enseguida a ponerse detrás de él
en el caballo, y encaminóse hacia su casa estremeciéndose de placer al contacto del cuerpo caliente y
desnudo del muchacho que se cogía a Mahmud para sujetarse.
Su primera diligencia fué llevar a Grano-de-Belleza al hammam y bañarlo así, sin auxilio de
masajistas ni ningún otro criado, y después de haberlo vestido con un traje de gran valor lo llevó a la sala
en que solía recibir a sus amigos.
Era un salón de frescura y sombra deliciosa, alumbrado únicamente por los hermosos reflejos de
esmaltes y porcelanas y por el centelleo que desde arriba caía de las estrellas. Un olor a incienso
arrebataba y transportaba el alma hacia soñados jardines de alcanfor y cinamomo.
En el centro cantaba el surtidor de una fuente. Perfecto y seguro era allí el reposo, y podía llegarse
hasta el éxtasis.
Sentáronse ambos en la alfombra, y Mahmud brindó a Grano-de Belleza un almohadón para apoyar los
brazos. Comieron los manjares que en bandejas se les sirvieron, y bebieron los vinos selectos que en -
cerraban los frascos. En aquel momento, el Bilateral, que hasta enton ces no se había mostrado muy
atrevido, no pudo contenerse más, y esta lló recitando esta estrofa del poeta:
¡Deseo! ¡Ni las caricias delicadas de los ojos ni el beso de los labios puros pueden
apaciguarte! ¡Oh deseo mío! ¡Sientes gravitar so bre ti el peso de una pasión que no ha de
calmarse hasta que brote!
Pero Grano-de-Belleza, que acostumbrado ya a los versos del Bila teral advertía con facilidad su
sentido, a veces oscuro, se levantó inme diatamente y dijo a su huésped: "En verdad que no comprendo tu
insistencia sobre lo mismo. No puedo hacer más que repetirte lo que ya te dije. El día en que venda a
otros esa mercancía por dinero, a ti te la daré de balde". Y sin querer atender a otras explicaciones del
Bilateral, le dejó bruscamente y se fué.
Al verse fuera, empezó a vagar por la ciudad. Pero ya había oscurecido, y como siendo forastero en
Bagdad no sabía adónde dirigirse, resolvió pasar la noche en una mezquita que vió en el camino. Entró,
pues, en el patio, y al ir a quitarse las sandalias para penetrar en el interior de la mezquita, vió que se le
acercaban dos hombres precedidos por sus esclavos, que iban con linternas encendidas. Se apartó para
dejarles pasar; pero el más viejo de los dos se paró delante de él, y después de mirarle con mucha
atención, le dijo: "¡La paz contigo!" Y Grano-de-Belleza le devolvió el saludo.
El otro añadió: "¿Eres foras tero, hijo mío?" El joven contestó: "Soy de El Cairo. Mi padre es
Schamseddin, síndico de los mercaderes".
Al oír estas palabras, el anciano se volvió hacia su compañero y le dijo: "iAlah nos favorece más de
lo que deseábamos! ¡No esperábamos encontrar tan pronto al forastero que buscábamos y ha de sacarnos
del apuro...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 261ª noche
Ella dijo:
"...al forastero que buscábamos y ha de sacarnos del apuro!" Luego llamó aparte a Grano-de-Belleza,
y le dijo: "¡Bendito sea Alah, que te ha colocado en nuestro camino! Vamos a pedirte un favor que
retribuiremos liberalmente dándote cinco mil dinares, efectos por valor de mil dinares y un caballo de
mil dinares. ¡Verás!
"No ignoras, hijo mío, que, según nuestra ley, cuando un musulmán ha repudiado por primera vez a su
esposa, puede recobrarla sin formalidades a los tres meses y diez días; y si se divorcia por segunda vez,
también puede recuperarla después del plazo legal; pero si la re pudia por tercera vez, o si, aun no
habiéndola repudiado nunca le dice sencillamente: "¡Quedas repudiada por tres veces!" o "¡Ya no eres
nada para mí, lo juro por el tercer divorcio!", en ese caso, si el esposo quiere volver otra vez con su
esposa, la ley determina que otro empiece por casarse legalmente con la mujer repudiada, y a su vez la
repudie después de haberse acostado con ella aunque sólo sea una noche. Y entonces es cuando el primer
esposo la puede recobrar como mujer legítima.
"Pues ése es el caso del joven que está conmigo. El otro día se dejó llevar de un acceso de mal humor
y le gritó a su esposa, que es hija mía: "¡Sal de mi casa! ¡Ya no te conozco! ¡Te repudio por tres veces!"
Y enseguida mi hija, que es su esposa, se echó el velo por la cara delante de su esposo, que era ya un
extraño para ella, recogió su dote y volvió el mismo día a mi casa. Pero ahora su marido, que es éste,
desea ardientemente recobrarla Ha venido a besarme las manos y a rogarme que le reconciliara con su
esposa. Y yo he accedido a ella. Y enseguida hemos salido en busca del hombre que le ha de servir de
sucesor momentáneo una noche. Y a la sazón te hemos encon trado, hijo mío. Como eres forastero, las
cosas se harán en secreto, sólo en presencia del kadí, y no trascenderá nada al exterior".
El estado de indigencia en que se encontraba Grano-de.Belleza le hizo aceptar de buena gana la
proposición, y dijo para sí: "Voy a cobrar cinco mil dinares, y tomar efectos por valor de mil dinares, y
un caballo de mil dinares, y además voy a fornicar toda la noche. ¡Por Alah! ¡Acepto!" Y dijo a los dos
hombres, que aguardaban con ansie dad la respuesta: "¡Por Alah! ¡Acepto el cargo de Desligador!"
Entonces el esposo de la repudiada, que todavía no había hablado, se volvió hacia Grano-de-Belleza
y le dijo: "¡Nos sacas de un gran apuro, porque he de manifestarte que amo a mi esposa extremadamente.
Pero temo que mañana por la mañana sea muy de tu gusto mi esposa, no quieras repudiarla y te niegues a
devolvérmela. La ley, en ese caso, te favorece. Por lo tanto, ahora, delante del kadí, te comprometerás a
entregarme diez mil dinares de indemnización si por desgracia no qui sieras consentir en divorciarte al
día siguiente!" Y Grano-de-Belleza aceptó la condición, por estar resuelto a no dormir más que una noche
con la mujer consabida.
Fueron pues, los tres a casa del kadí, y ante él formalizaron el contrato en las condiciones legales. Y
el kadí se entusiasmó al ver a Grano-de-Belleza y le amó mucho. Y ya volveremos a encontrarle en el
curso de esta historia.
Y hecho el contrato salieron de la oficina del kadí, y el padre de la divorciada se llevó a Grano-de-
Belleza y le hizo entrar en su casa. Le rogó que esperara en el vestíbulo, y enseguida fué a avisar a su
hija, diciéndole: "Querida hija, he encontrado un muchacho muy bien formado, y que, a mi parecer, te ha
de gustar. Te lo recomiendo con todo el encarecimiento de la recomendación. Pasa con él una noche
encantadora y no te prives de nada. ¡No todas las noches se puede tener en brazos un mozo tan
maravilloso!" Y habiendo aconsejado a su hija de tal modo, el buen padre se fué muy contento a buscar a
Grano-de-Belleza para decirle lo mismo. Y le rogó que aguardara un poco a que su nueva esposa se
preparase a recibirle.
En cuanto al primer esposo, fué a buscar inmediatamente a una vieja muy taimada que le había criado,
y le dijo: "Te ruego, buena madre, que imagines algún recurso para evitar que el Desligador que hemos
encontrado se acerque esta noche a mi mujer divorciada". Y la vieja contestó: "¡Por tu vida! ¡Nada hay
más fácil!" Y se envolvió en su velo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 262ª noche
Ella dijo:
...Y se envolvió en su velo y fué a casa de la divorciada, en donde vio a Grano-de-Belleza en el
vestíbulo. Le saludó, y le dijo: "Vengo a buscar a la joven divorciada, para untarle el cuerpo con
pomadas, Si como hago todos los días, a fin de curarle la lepra que la ha atacado. ¡Pobre mujer!"
Y Grano-de-Belleza exclamó: "¡Alah me libre! ¡Cómo, buena mujer! ¿Esa joven está enferma de
lepra? ¡Y yo que tenía que acostarme con ella esta noche! Porque soy el Desligador elegido por su
anterior esposo". Y la vieja contestó: "¡Oh hijo mío, preserve Alah tu hermosa juventud! ¡Créeme! ¡Harás
bien en abstenerte de copular!" Y le dejó confuso, y entró a ver a la divorciada, a la cual convenció de lo
mismo respecto al joven que había de servir de Desligador. Y le aconsejó la abstinencia para evitar el
contagio. Y después se marchó.
En cuanto a Grano-de-Belleza, siguió esperando una seña de la joven para entrar en su aposento. Pero
aguardó mucho tiempo sin que se presentase más que un esclavo con una fuente de comida. Comió y
bebió, y luego, para matar el tiempo, recitó una sura del Korán, y des pués empezó a tararear algunas
estrofas con voz más suave que la del joven David en presencia de Saúl.
Cuando la joven oyó desde dentro aquella voz, pensó: "¿Cómo ha brá mentido esa malhadada vieja?
¿Puede un leproso tener voz tan hermosa? ¡Por Alah! Voy a llamarle y a enterarme por mí misma si la
vieja ha mentido. Pero antes voy a contestarle". Y cogió un laúd indio, que templó sabiamente, y con voz
capaz de parar el vuelo de las aves en el fondo del cielo, cantó:
¡Amo a un gamo joven de dulces ojos lánguidos! ¡Es tan esbelta su cintura, que las ramas
flexibles aprenden a ondular viéndole balancearce!
Cuando Grano-de-Belleza oyó las primeras notas de aquel canto, dejó de tararear y escuchó con
entusiástica atención. Y dijo para sí: "¿Qué me decía la vieja vendedora de pomadas? ¡Por Alah! ¡Ha
debido mentir! ¡Tan bella voz no puede ser de una leprosa!" Y enseguida, tomando el tono de las últimas
notas que acababa de oír cantó con voz capaz de hacer bailar a los peñascos:
¡Mi saludo va hacia la fina gacela que se oculta del cazador, y lleva mi tributo a las rosas
dispersas por el vergel de sus mejillas!
Y dijo aquello con tal acento, que la joven, seducida por la emo ción, corrió a descorrer las cortinas
que la separaban del mancebo, y se ofreció a su vista como la luna que súbitamente se desprende de una
nube; le hizo seña de que entrara en seguida, y le precedió moviendo las caderas de tal modo, que habría
puesto en pie a un anciano impedi do. Y Grano-de-Belleza se asombró de su hermosura, de su lozanía y de
su juventud. Pero no se atrevía a acercarse a ella, asediado por el temor del posible contagio.
Mas de pronto la joven, sin decir palabra, en un momento se quitó la camisa y el calzón, que tiró a lo
lejos, y se le apareció completamen te desnuda, tan limpia como la plata virgen, y tan firme y esbelta
como el tronco de una palmera tierna.
A su vista, Grano-de-Belleza notó que se le movía la herencia de su venerable padre, el niño
encantador que llevaba entre los muslos. Y como percibía distintamente su apremiante llamamiento, quiso
entre garlo, para que se tranquilizase, a la joven, que debía de saber en dónde colocarlo. Pero ella le dijo:
"¡No te acerques! ¡Temo que me pegues la lepra que tienes en el cuerpo!"
Al oír estas palabras, Grano-de-Belleza, sin contestar, se quitó toda la ropa, y después la
camisa y los calzones, que tiró lejos, y apareció en perfecta desnudez, tan límpido como el agua de
sierra y tan intacto como el ojo de un niño.
Entonces la joven ya no dudó de que la vieja alcahueta había em pleado una estratagema, a instigación
de su primer esposo, y deslum brada por los hechizos del joven, corrió a él, le envolvió en su brazos, y le
arrastró a la cama, en la cual cayeron juntos. Y jadeante de deseo, le dijo: "¡Prueba tus fuerzas, ¡oh jeique
Zacarías! padre potente de nervios gordos!"
Ante aquel llamamiento tan formal, Grano-de-Belleza cogió por las caderas a la joven, y asestó el
robusto y dulce nervio en dirección a la puerta de los triunfos y empujándolo hacia el corredor de cristal,
lo hizo llegar rápidamente a la puerta de las victorias. Después lo desvió del cami no real, y lo impulsó
con brío por el atajo hacia la puerta del montador; pero como el nervio vacilaba ante lo angosto de
aquella puerta amurallada, forzó el paso desfondando la tapa del tarro, y se encontró entonces en su casa,
como si el arquitecto hubiera tomado las medidas por ambos lados a la vez. Luego siguió su excursión,
visitando lentamente el zoco del lunes, el mercado del martes, el bazar del miércoles, y los puestos del
jueves. Y habiendo desatado así todo que tenía que desatar, descansó, como buen musulmán, a la entrada
del viernes.
Y tal fué el viaje de prueba de Grano-de-Belleza y de su niño por el jardín de la muchacha...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 263ª noche
Ella dijo:
...Y tal fué el viaje de prueba de Grano-de-Belleza y de su niño por el jardín de la muchacha.
Tras de lo cual, Grano-de-Belleza, con su niño aletargado de feli cidad, se enlazó tiernamente a la
joven de los arriates devastados, y los tres se durmieron hasta por la mañana.
Despertado ya, Grano-de-Belleza preguntó a su esposa transitoria: "¿Cómo te llamas, corazón mío?"
Ella contestó: "Zobeida". Y él le dijo: "¡Pues bien, Zobeida, me duele mucho el verme obligado a
dejarte!" Y ella le preguntó, conmovida: "¿Y por qué me has de dejar?" Le contestó: "¡Ya sabes que no
soy más que Desligador!" Ella exclamó: "¡No por Alah! ¡Se me había olvidado! ¡Y en mi dicha me
figuraba que eras un regalo maravilloso que me hacía mi buen padre para reemplazar al otro!" Y él le
dijo: "¡Pues sí, encantadora Zobeida, soy un Desligador elegido por tu padre y tu primer esposo! Y
previendo una mala voluntad por mi parte, ambos han cuidado de hacerme firmar un contrato ante el kadí,
que me obliga a pagarles diez mil dinares si esta mañana no te repudio. ¡Y no sé cómo voy a pagarles esa
cantidad fa bulosa, no teniendo ni un dracma en el bolsillo! Mejor será, pues, que me marche si no quiero
ir a la cárcel, puesto que soy insolvente".
Al oír tales palabras, la joven Zobeida reflexionó un instante, y después, besando los ojos al joven, le
preguntó: "¿Cómo te llamas, ojos míos?" El contestó: "Grano-de-Belleza".
Ella exclamó: "¡Ya Alah! ¡Nunca ha habido nombre mejor puesto! Pues bien, querido mío, ¡oh Granode-
Belleza! como prefiero a todo el azúcar cande ese delicioso nervio blanco y sabroso con que has
endulzado mi jardín durante toda la noche, te juro que encontraremos un recurso para no separarnos
jamás, pues prefiero morir a pertenecer a otro después de haberte pro bado". El le preguntó: "¿Y cómo
haremos?" Ella dijo: "Es muy sen cillo. Verás. Pronto vendrá mi padre a buscarte y te llevará a casa del
kadí para cumplir las estipulaciones del contrato. Entonces te aproxima rás gentilmente al kadí y,le dirás:
"¡no quiero divorciarme!" Y te pre guntará "¡Cómo! ¿Rechazas los cinco mil dinares que van a darte, y los
efectos por valor de mil dinares y el caballo de mil dinares, por seguir con una mujer?" Tú contestarás:
"¡Entiendo que cada cabello de esa mujer vale diez mil dinares! Por eso conservo a la propietaria de ten
preciada cabellera". Entonces el kadí te dirá: "¡Estás en tu dere cho! Pero vas a pagar al primer esposo,
en compensación, la cantidad de diez mil dinares".
"¡Ahora, querido mío, escucha bien lo que voy a decirte!"
"El anciano kadí, por lo demás hombre excelente, gusta con delirio de los muchachos. ¡Y estoy segura
de que le has causado ya una gran impresión!"
Grano-de-Belleza exclamó: "¿De modo que crees que también el kadí es bilateral?" Zobeida se echó
a reír y dijo: "¡Cierto que sí! ¿Por qué te asombra tanto eso?"
Y él dijo: "Está escrito que toda su vida Grano-de-Belleza ha de ir de un bilateral a otro. ¡Pero, ¡oh
sutil Zo beida! te ruego que sigas desarrollando tu plan! Decías que el anciano kadí, por lo demás hombre
excelente, gusta con delirio de los mucha chos. ¡No me irás a aconsejar que le venda mi mercancía!" Ella
dijo: "¡No! Ya verás".
Y prosiguió: "Cuando el kadí te haya dicho: "¡Hay que pagar los diez mil dinares!", le mirarás así, de
cierta manera, y moverás las caderas gentilmente, no de un modo excesivo, pero sí de manera que le
liquides de emoción en la alfombra. Y sin duda te dará un plazo para saldar la deuda. ¡Y de aquí a
entonces, Alah proveerá!"
Oídas estas palabras, Grano-de-Belleza reflexionó un instante, y dijo: "¡Lo intentaré!"
En aquel mismo momento una esclava, desde detrás del tapiz, alzó la voz y dijo: "¡Ama Zobeida, ahí
está tu padre aguardando a mi amo!
Entonces Grano-de.Belleza se levantó, se vistió a escape y fué a buscar al padre de Zobeida. Y
ambos, después de habérseles unido en la calle el primer marido, fueron a la oficina del kadí.
Y las previsiones de Zobeida se realizaron al pie de la letra. Pero también hay que decir que Granode-
Belleza cuidó de seguir escrupulosamente las preciosas indicaciones que ella le había dado.
Y el kadí, absolutamente aniquilado por las miradas al soslayo que le dirigía Grano-de-Belleza, no
sólo concedió el aplazamiento de tres días que reclamaba modestamente el joven, sino que terminó su
sentencia en esta forma: "Nuestras leyes religiosas y nuestra jurisprudencia no pueden hacer obligatorio
el divorcio. Y nuestros cuatro ritos ortodoxos están completamente de acuerdo en este punto. Por otra
parte, el Desligador, convertido en marido de derecho, se aprovecha de un aplazamiento, dada su
condición de forastero. Le otorgamos, pues, diez días para saldar la deuda".
Entonces Grano-de-Belleza besó respetuosamente la mano del kadí, que decía para sí: "¡Por Alah!
¡Este hermoso adolescente bien vale diez mil dinares! ¡Yo mismo se los anticiparía de buena
gana!"Después Grano-de-Belleza se despidió afablemente y corrió a buscar a su esposa, la sagaz
Zobeida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 264ª noche
Ella dijo:
...afablemente y corrió a buscar a su esposa, la sagaz Zobeida. Y Zobeida, iluminado el rostro por el
júbilo, recibió a Grano-de Belleza felicitándole por el resultado obtenido, y le dió cien dinares para que
preparase para ambos un banquete que durase toda la noche. Y Grano-de-Belleza, con el dinero de su
mujer, mandó preparar enseguida el festín consabido. Y ambos se pusieron a comer y beber hasta saciar -
se. Y entonces, alegres hasta el límite de la alegría, copularon de una manera prolongada. Y después,
para descansar, fueron a la sala de recepciones, encendieron las luces y organizaron entre los dos un
concierto capaz de hacer bailar a las rocas y suspender el vuelo de los pájaros en el fondo del cielo.
No es de extrañar, por lo tanto, que de improviso se oyeran golpes dados en la puerta exterior de la
casa. Y Zobeida, que fué la primera en oírlos, dijo a Grano-de-Belleza: "Ve a ver quién llama a la
puerta". Y Grano-de-Belleza fué enseguida a abrir.
Ahora bien; aquella noche, el califa Harún Al-Raschid, sintiendo oprimido el pecho, había dicho a su
visir Giafar, a su portaalfanje Massrur y a su poeta favorito el delicioso Abu-Nowas: "Me siento con el
pecho algo oprimido. ¡Vamos a pasearnos un poco por las calles de Bagdad, a ver si se nos dilatan los
humores!" Y los cuatro se habían disfrazado de derviches persas y se habían puesto a recorrer las calles
de Bagdad, esperando dar con alguna entretenida aventura. Y así habían llegado delante de la casa de
Zobeida, y al oír cantar y tañer instru mentos, habían llamado a la puerta, según costumbre de los
derviches.
Cuando les vió Granó-de-Belleza, como no ignoraba los deberes de la hospitalidad, y además estaba
en excelentes disposiciones, les recibió cordialmente, les introdujo en el vestíbulo y les dió de comer.
Pero ellos rechazaron el alimento, diciendo: "¡Por Alah! ¡Los espíritus delicados no necesitan mucho
alimento para regocijar los sentidos! Se contentan con la armonía. Y precisamente estamos viendo que
los acordes que oíamos desde fuera se han callado al entrar nosotros. ¿Será una canto ra de profesión la
que cantaba tan maravillosamente?"
Grano-de-Belleza contestó: "¡No, señores, era mi propia mujer!" Y les contó su historia, desde el
principio hasta el fin, sin omitir un detalle.
Entonces, el jefe de los derviches, que era el mismo califa, dijo a Grano-de-Belleza, que le parecía
todo lo delicioso posible y por el cual sintió súbito afecto: "Hijo mío, puedes tranquilizarte respecto a
los diez mil dinares que debes al ex marido de tu esposa. Soy el jefe de la tekké de los derviches de
Bagdad, que cuenta con cuarenta miembros, y gracias a Alah estamos acomodados; diez mil dinares no
constituyen para nosotros ningún sacrificio. Te prometo que los tendrás antes de diez días. Pero ve a
rogar a tu esposa que cante algo desde detrás del tapiz para exaltarnos el alma. Porque la música, hijo
mío, le sirve a unos de comida, a otros de remedio y a otros de abanico; pero para nosotros es las tres
cosas a un tiempo".
Grano-de-Belleza no se hizo rogar más, y su esposa Zobeida se avino a cantar para los derviches; de
modo que el júbilo de éstos fué extre mado, y pasaron una noche deliciosa, ya escuchando el canto y
contes tando: "¡Ah! ¡Ah!" con toda su alma, ya conversando agradablemente, ya oyendo las chistosas
improvisaciones del poeta Abu-Nowas, a quien la belleza del muchacho hacía delirar hasta el límite del
delirio.
Al amanecer se levantaron los falsos derviches, y el califa, antes de irse, colocó debajo del
almohadón en que estaba apoyado un bolsillo con cien dinares de oro, para empezar, y que eran los
únicos que en aquel momento llevaba encima. Después se despidieron del joven hués ped, dándole las
gracias por boca de Abu-Nowas, que le improvisó versos exquisitos y se prometió por dentro no
perderle de vista.
Hacia el mediodía, Grano-de-Belleza, a quien Zobeida había entregado los cien dinares de oro
encontrados debajo del almohadón, quiso salir para ir al zoco a hacer unas compras, cuando al abrir la
puerta vió parados delante de la casa cincuenta mulos pesadamente cargados de fardos de telas, y en una
mula ricamente enjaezada, a un joven es clavo abisinio, de facciones encantadoras y cuerpo moreno, que
llevaba en la mano una misiva enrollada.
Al ver a Grano-de-Belleza, el gentil esclavillo se apeó rápidamente, besó la tierra delante del joven,
y entregándole la misiva, le dijo: "¡Oh mi señor Grano-de-Belleza! Acabo de llegar ahora mismo de El
Cairo, enviado a ti por tu padre, mi amo Schamseddin, síndico de los mercade res de la ciudad. Te traigo
cincuenta mil dinares en mercaderías de valor y un paquete que encierra un regalo de tu padre dedicado a
tu esposa Sett Zobeida, y compuesto de una jarra de oro enriquecida con pedrería y una jofaina de oro
cincelado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 265ª noche
Ella dijo:
"...y compuesto de una jarra de oro enriquecida con pedrería y una jofaina de oro cincelado".
Grano-de-Belleza quedó tan sorprendido y contento a la vez con aquel suceso milagroso, que no
pensó en un principio más que en enterarse del contenido de la carta. La abrió, y leyó lo que sigue:
"Después de los deseos más completos de dicha y salud de parte de Schamseddin a su hijo Alaeddin
Grano-de-Belleza:
"Sabe, ¡oh hijo amado! que el rumor del desastre sufrido por tu caravana y la pérdida de tus bienes ha
llegado hasta mi. Enseguida te he mandado preparar una nueva caravana de cincuenta mulos cargados de
mercaderías por valor de cincuenta mil dinares de oro. Además, tu madre te envía un traje precioso que
ha bordado ella misma, y como regalo para tu esposa un jarro y una jofaina, que nos atrevemos a esperar
que le gusten.
"Efectivamente, supimos con cierto asombro que has servido de Desligador en un divorcio ligado
por la fórmula de la Repudiación por Tres. Pero ya que la mujer resulta a gusto tuyo después de la
prueba, has hecho bien en conservarla. Y así, las mercancías que te enviamos bajo la custodia del
pequeño abisinio Salim servirán muy holgadamente para pagar los diez mil dinares que debes como
indemnización al primer marido.
"Tu madre y todos los nuestros están contentos y sanos, esperando tu próxima vuelta, y te envían sus
zalemas afectuosas y la mayor expre sión de ternura.”
"¡Vive dichoso largo tiempo!"
Esta carta y la llegada inesperada de aquellas riquezas alborotaron de tal modo a Grano-de-Belleza,
que no pensó ni por un instante en lo inverosímil del suceso. Subió a las habitaciones de su esposa y la
enteró de lo ocurrido.
Aun no había terminado sus explicaciones, cuando llamaron a la puerta, y el padre de Zobeida y el
primer marido entraron en el vestí bulo. Iban a tratar de convencer a Grano-de-Belleza de que se
divorciara amistosamente.
Y el padre de Zobeida dijo a Grano-de-Belleza: "¡Hijo mío, ten piedad de mi primer yerno, que
quiere mucho a su ex esposa! Alah te ha enviado riquezas que te permitirán comprar las esclavas más
bellas del mercado, y casarte también, en legítimas nupcias, con la hija del más importante de los
emires. ¡Devuelve, pues, a ese pobre hombre su ex esposa, y él consentirá en ser tu esclavo".
Pero Grano-de Belleza contestó: "Precisamente me ha enviado Alah todas esas rique zas para
remunerar con liberalidad a mi antecesor. Dispuesto estov a darle los cincuenta mulos con sus
mercancías y hasta el lindo esclavo abisinio Salim, y a no conservar de todo ello más que el regalo
destina do a mi esposa, o sea el jarrón y la jofaina". Y añadió: "Y si tu hija Zobeida consiente en volver
con su anterior esposo, estoy conforme con desligarla".
Entonces el padre entró en el aposento de Zobeida y le preguntó: "¿Qué? ¿Consientes en volver con tu
anterior marido?" Y ella respon dió, haciendo grandes gestos: "¡Ya Alah! ¡Ya Alah! Si nunca supo el valor
de los arriates de mi jardín y siempre se paró a mitad del ca mino! ¡No, por Alah! ¡Me quedo con el joven
que me ha explorado en todos sentidos!"
Cuando el primer esposo se cercioró de que había de perder toda esperanza, le entró tal pena, que le
estalló el hígado en el acto, y murió. En cuanto a Grano-de-Belleza, siguió gozando con la encantadora y
sagaz Zobeida; y todas las noches, después del banquete y de múltiples copulaciones y cosas semejantes,
organizaba con ella un concierto capaz de hacer bailar a los peñascos y de suspender en el fondo del
cielo el vuelo de las aves.
A los diez días de casado, recordó de pronto la promesa que le había hecho el jefe de los derviches
de enviarle los diez mil dinares, y dijo a su esposa: "¡Mira qué jefe de embusteros! ¡Si hubiera yo tenido
que esperar la realización de su promesa, me habría muerto de hambre en la cárcel! ¡Por Alah! ¡Como le
encuentre otra vez, le diré lo que pienso de su mala fe!"
Y después, como iba anocheciendo, mandó encender las luces de la sala de recepciones, y se
disponía a organizar el concierto, como to das las noches, cuando llamaron a la puerta. Quiso ir a abrir él
mismo, y no se sorprendió poco al ver a los cuatro derviches de la primera noche. Se echó a reír en su
cara, y les dijo: "¡Bienvenidos sean estos embusteros, hombres de mala fe! Pero, de todos modos, os
invito a entrar, pues Alah me ha librado de tener en adelante necesidad de vuestros favores. ¡Y además,
aunque embusteros e hipócritas, sois muy agradables y bien educados!" Y les introdujo en el salón de
recepcio nes, y rogó a Zobeida que les cantara algo desde detrás del tapiz. Y ella lo hizo de manera capaz
de arrebatar la razón, de hacer bailar a las piedras y de suspender en el fondo del cielo el vuelo de las
aves.En un momento dado, el jefe de los derviches se levantó y se ausen tó para evacuar una
necesidad.Entonces, uno de los falsos derviches, que era el poeta Abu-Nowas, se inclinó hacia el oído de
Grano-de-Belleza, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discertamente.
Y cuando llegó la 266ª noche
Ella dijo:
...el poeta Abu-Nowas, se inclinó hacia el oído de Grano-de-Belleza, y le dijo: "¡Oh encantador
huésped nuestro! permíteme que te dirija una pregunta. ¿Cómo has podido creer un momento que tu padre
Schamseddin te enviara los cincuenta mulos cargados de riquezas? ¡Vamos a ver! ¿Cuántos días se
necesitan para ir a El Cairo desde Bagdad?"
El otro contestó: "Cuarenta y cinco". Abu-Nowas preguntó: "¿Y para volver?" El otro contestó:
"Otros cuarenta y cinco lo menos". Abu-Nowas se echó a reír y dijo: "¿Y cómo quieres que en menos de
diez días tu padre haya averiguado la pérdida de la caravana y haya podido mandarte la segunda?"
Grano-de-Belleza exclamó: "¡Por Alah! ¡Mi alegría fué tan grande; que no me dió tiempo de pensar
todo eso! Pero dime, entonces, ¡oh derviche! ¿Quién ha escrito la carta? ¿De dónde procede el envío?"
Abu-Nowas contestó: "¡Ah Grano-de-Belleza! ¡Si fueras tan perspicaz como hermoso, hace tiempo que
habrías adivi nado que nuestro jefe, con su traje de derviche, es nuestro amo el califa, el Emir de los
Creyentes, Harún Al-Raschid, y el segundo dervi che, el sabio visir Giafar el Barmecida, y el tercero, el
portaalfanje Massrur, y yo mismo, tu esclavo y admirador, Abu-Nowas, sencillamente poeta!"
Oídas estas palabras, Grano-de-Belleza llegó al límite de la sorpre sa y de la confusión, y preguntó
tímidamente: "Pero, ¡oh gran poeta Abu-Nowas! ¿cuál es el mérito que me ha traído tantos beneficios del
califa?" Abu-Nowas sonrió, y dijo: "¡Tu hermosura!" Y añadió: "A sus ojos, el mérito mayor es ser
joven, simpático y hermoso. Y se le figura que nunca es caro comprar el espectáculo de un ser bello y el
ver un rostro lindo"
A todo esto el califa volvió a ocupar su sitio en la alfombra, y entonces Grano-de-Belleza fué a
inclinarse entre sus manos, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡Alah te conserve a nuestro respeto y a
nuestro amor, y nunca nos prive de los beneficios de tu generosidad!" Y el califa le sonrió y le acarició
levemente la mejilla, y le dijo: "Mañana te aguardo en palacio". Después levantó la sesión, y seguido de
Giafar, Massrur y Abu-Nowas, que encargó a Grano-de-Belleza que no olvidase lo ofrecido, se marchó.
Al día siguiente, Grano-de-Belleza, a quien su esposa había acon sejado repetidamente que fuera a
palacio, eligió las cosas más preciosas de las que le había llevado el pequeño abisinio Salim, las encerró
en un lindísimo cofrecillo, y colocó éste en la cabeza del hermoso esclavo; y después que le vistió y le
arregló con esmero su esposa Zobeida, se dirigió hacia el diwán, acompañado del esclavo con su carga.
Y subió al diwán, y poniendo el cofrecillo a los piez del califa, le dirigió un cumplimiento en versos bien
rimados, y le dijo: "¡Oh Emir de los Cre yentes! Nuestro bendito profeta (¡sean con él la plegaria y la
paz!) aceptaba los regalos para no causar pena a quienes se los ofrecían. ¡Tu esclavo sería también muy
feliz si quisieras recibir este cofrecillo como señal de mi gratitud!"
Encantado el califa de la atención del joven, le dijo: "¡Demasiado regalo es, ¡oh Grano-de-Belleza!
pues tu persona supone ya un precia do presente! Sé bienvenido en mi palacio; hoy mismo te conferiré un
buen empleo". E inmediatamente destituyó de su cargo al síndico de los mercaderes de Bagdad, y nombró
para tal puesto a Grano-de-Belleza. Después, para que todo el mundo se enterara del nombramiento, el
califa escribió un firmán con el decreto correspondiente, y lo mandó entregar al walí, el cual se lo dió a
un pregonero, que lo promulgó por todos los zocos y calles de Bagdad.
En cuanto a Grano-de-Belleza, desde aquel día empezó a ver con regularidad al califa, que ya no
podía pasarse sin él. Y como no tenía tiempo para vender personalmente sus mercancías, mandó abrir una
hermosa tienda, a cuyo frente puso al esclavillo moreno, que desempeñó a maravilla tan delicado oficio.
Apenas habían transcurrido dos o tres días, cuando fueron a anunciar al califa la súbita defunción de
su gran copero. Y el califa nombró inmediatamente a Grano-de-Belleza gran copero, y le regaló un ropón
de honor, apropiado para tan alto cargo, y le asignó suntuosos emolumentos. Y de esta manera ya no se
separaba de él.
A los dos días, y estando Grano-de-Belleza al lado del califa, entró el gran chambelán, besó la tierra
delante del trono, y dijo: "¡Conserve Alah los días del Emir de los Creyentes, y los aumente en otros
tantos como la muerte acaba de arrebatar al gobernador de palacio!" Y añadió: "¡Oh Emir de los
Creyentes, el gobernador de palacio acaba de fallecer!" El Emir de los Creyentes dijo: "¡Téngale Alah en
su misericordia!" Y en el acto nombró a Grano-de-Belleza gobernador de palacio en vez del difunto, y le
asignó emolumentos más suntuosos todavía. Y de esta manera Grano-de-Belleza tenía que estar
continuamente al lado del califa. Hecho este nombramiento y comunicado a todo el palacio, el califa
levantó la sesión, agitando el pañuelo como de costumbre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 267ª noche
Ella dijo:
...el califa levantó la sesión, agitando el pañuelo como de cos tumbre, y se quedó solo con Grano-de-
Belleza.
Y desde entonces Grano-de-Belleza pasó todos los días en palacio, y no volvía a su casa hasta bien
entrada la noche, y se acostaba feliz con su esposa, a quien contaba todos los sucesos del día.
El afecto del califa a Grano-de-Belleza fué acrecentándose diaria mente, hasta el punto de que lo
habría sacrificado todo antes que dejar sin satisfacer el menor deseo del joven, como lo demuestra el
hecho siguiente:
El califa daba un concierto, al cual asistían sus íntimos amigos de siempre: Giafar, el poeta Abu-
Nowas, Massrur y Grano-de-Belleza. De trás del tapiz cantaba la propia favorita del califa, la más bella y
per fecta de sus concubinas. Pero de pronto el califa miró fijamente a Grano de-Belleza, y le dijo:
"Amigo, estoy leyendo en tus ojos que te gusta mi favorita". Y Grano-de-Belleza contestó: "¡Lo que gusta
al amo debe gustar al esclavo!" Pero el califa exclamó: "¡Por mi cabeza y por la tumba de mis
antepasados! ¡Grano-de-Belleza, te pertenece mi favorita desde este momento!" Y llamó enseguida al jefe
de los eunucos, y le dijo: "¡Transporta a casa del gobernador de palacio todo el ajuar y las cuarenta
esclavas de mi favorita Delicia-de-los-Corazones, y después llévala también a su casa en una silla de
manos!" Pero Grano-de-Belleza dijo: "¡Por tu vida, ¡oh Príncipe de los Creyentes! dispensa a tu indig no
esclavo de tomar lo que le pertenece al amo!" Entonces el califa comprendió la idea de Grano-de-
Belleza, y le dijo: "¡Razón tienes! ¡Es probable que tu esposa tenga celos de mi ex favorita! ¡Quédese
ésta, pues, en palacio!" Después se volvió hacia su visir Giafar, y le dijo: ¡Oh Giafar! tienes que ir
inmediatamente al zoco de los esclavos, pues hoy es día de mercado, y comprar en diez mil dinares la
esclava más bella de todo el zoco. ¡Y la mandarás llevar enseguida a casa de Grano-de-Belleza!"
Giafar se levantó en el acto, fué al zoco de los esclavos, y rogó a Grano-de-Belleza que le
acompañara para indicarle la que prefiriese. Y el walí de la ciudad, emir Khaled, había ido también al
zoco aquel día a comprar una esclava para su hijo, que acababa de llegar a la edad de la pubertad.
Porque el walí de la ciudad tenía un hijo. Pero este hijo era un muchacho tan feo, que haría abortar a
una parturienta; contra hecho, hediondo, de aliento fétido, de ojos atravesados y de boca tan ancha como
la vulva de una vaca vieja. Por eso le llamaban Gordo Hinchado.
Precisamente la víspera por la noche había cumplido Gordo-Hin chado los catorce años, y su madre
estaba alarmada hacía algún tiempo por no observar en él ningún síntoma de virilidad real. Pero no tardó
en tranquilizarse al notar, la mañana de aquel día, que su hijo Gordo. Hinchado había copulado en sueños
en la cama, dejando en ella huellas evidentes.
Tal observación había entusiasmado en extremo a la madre de Gordo-Hinchado, y la había hecho ir
corriendo a ver a su esposo, al cual había comunicado la feliz nueva, obligándole a marchar
inmediatamente al zoco, acompañado de su hijo, para comprarle una hermosa esclava que le conviniera.
Y el Destino, que está en manos de Alah, quiso que aquel día se encontrara en el zoco Giafar y
Grano-de-Belleza con el emir Khaled y y su hijo Gordo-Hinchado.
Después de las zalemas acostumbradas, se reunieron en un grupo y ordenaron que desfilaran por
delante de ellos los corredores, cada cual con las esclavas blancas, morenas o negras de que dispusiese.
Así vieron cantidad innumerable de muchachas griegas, abisinias, chinas y persas, y ya se iban a
retirar sin haber elegido ninguna, cuando el mismo jefe de los corredores pasó el último, llevando de la
mano a una joven con la cara destapada, más hermosa que la luna llena del mes de Ramadán.
Al verla, Gordo-Hinchado empezó a resollar con fuerza para expresar su deseo, y le dijo a su padre,
el emir Khaled: "¡Esa es la que necesito!" Y por su parte, Giafar preguntó a Grano-de-Belleza: "¿Te
conviene esa?" Y el otro respondió: "Es la que elijo".
Entonces Giafar preguntó a la joven: "¿Cómo te llamas, ¡oh esclava gentil?" Ella contestó: "¡Oh mi
señor! Yazmina". Entonces el visir preguntó al corredor: "¿En cuánto está tasada Yazmina?" El corredor
dijo: "En cinco mil dinares, ¡oh mi amo!" Entonces Gordo-Hinchado gritó: "¡Ofrezco seis mil!''
En aquel •nomento se adelantó Grano-de-Belleza, y dijo: "¡Ofrezco ocho mil!" Entonces Gordo-
Hinchado resolló con rabia, y exclamó: "¡Ocho mil un dinares!" Giafar dijo: "¡Nueve mil uno!" Pero
Grano de-Belleza dijo: "¡Diez mil Dinares!`
Y el corredor, temiendo que se arrepintiera alguno, dijo: "¡Adju dicada en diez mil dinares la esclava
Yazmina!"
Y se la entregó a Grano de-Belleza.
Al ver aquello, Gordo-Hinchado se cayó, azotando el aire con pies y manos, y desconsolando a su
padre el emir Khaled, que no le había llevado al zoco más que por complacer a su esposa, pues le
detestaba por idiota y feo.
En cuanto a Grano-de-Belleza, tras de dar las gracias al visir Gia far, se llevó a Yazmina, y la amó, y
ella le amó también. Y después de haberla presentado a su esposa Zobeida, que la encontró simpática y le
felicitó por su elección, se unió con ella legítimamente, tomándola como segunda esposa. Y durmió con
ella aquella noche, y la fecundó, como se demostrará más adelante.
Y vamos ahora con Gordo-Hinchado.
Cuando a fuerza de promesas y mimos lograron llevarle a su casa, se tiró sobre el diván, y nó quiso
levantarse para comer ni beber, y por otra parte, casi había perdido la razón.
Mientras todas las mujeres de la casa, consternadas, rodeaban a la madre de Gordo-Hinchado, que
había llegado a los límites de la perple jidad, entró una vieja, que era la madre de un ladrón famoso,
sentencia do entonces a prisión perpetua, y conocido de todo Bagdad con el sobrenombre de Ahmed-la-
Tiña.Este Ahmed-la-Tiña era tan diestro en el arte de robar, que para él constituía cosa de juego
apoderarse de una puerta en las narices del portero y hacerla desaparecer en un momento como si se la
tragase: perforar las paredes delante de un casero fingiendo orinar, arrancarle las pestañas a un individuo
sin que lo notara, y limpiar de kohl los ojos de una mujer sin que se enterase ella.
La madre de Ahmed-la-Tiña entró en el aposento de la de Gordo- Hinchado, y después de las zalemas,
le preguntó: "¿Cuál es la causa de tu aflicción, ¡oh mi señora!? ¿Y qué mal padece mi joven amo, tu hijo,
a quien Alah conserve?" Entonces la madre de Gordo-Hinchado contó a aquella vieja, que hacía tiempo
la proveía de criadas, la contra riedad que les ponía a todos en tal estado. Y la madre de Ahmed-la-Tiña
exclamó: "¡Oh mi señora! Unicamente mi hijo os puede sacar del paso; ¡lo juro por tu vida! Trata de
lograr que le suelten, y ya sabrá inventar un medio de traer a la bella Yazmina a los brazos de nuestro
joven amo, tu hijo. Porque ya sabes que mi pobre hijo se halla encade nado y tiene en los pies una argolla
de hierro, en la cual están grabadas estas palabras: "Cadena perpetua". ¡Y todo por haber fabricado
moneda falsa!" Y la madre de Gordo-Hinchado prometió protegerle.
Efectivamente, aquella misma noche, cuando su esposo el walí, de regreso en su casa, fué a buscarla
después de cenar, se había ella arreglado y perfumado, adoptando un aspecto amable. Y el emir Khaled,
que era un hombre muy bueno, no pudo resistir el deseo que provocaba en él la contemplación de su
mujer, y quiso poseerla; pero ella se resistió, diciendo: "¡Júrame por el divorcio que me concederás lo
que te pida!" Y se lo juró. Entonces ella le enterneció hablándole de la desgra cia de la anciana madre del
ladrón, y logró de él la promesa de que le soltarían. Y entonces dejó que la montara el esposo.
Y a la mañana siguiente, el emir Khaled, después de las abluciones y la oración, se fué a la cárcel en
que estaba encerrado Ahmed-la-Tiña, y le preguntó: "¿Y qué, bandido, te arrepientes de tus pasadas
fechorías?" Y el otro contestó: "Me arrepiento, y lo proclamo con la palabra como lo pienso con el
corazón". Entonces el walí le sacó de la cárcel y le llevó ante el califa, que se quedó asombrado al verle
vivo todavía, y le preguntó: "¿Y cómo no te has muerto aún, bandido?" El otro contestó: "¡Por Alah, oh
Emir de los Creyentes! la vida de los malos es muy dura de pelar!" Entonces el califa se echó a reír a
carcajadas, y dijo: "¡Manden venir al herrero para que le quite la argolla!" Y luego dijo: "Como estoy
enterado de tus hazañas, voy a ayudarte ahora a persistir en tu arrepentimiento, y como eres el que más
conoce a los ladrones, te nombro jefe de vigilancia de Bagdad". Y enseguida el califa mandó promulgar
un edicto nombrando a Ahmed-la-Tiña jefe de vigilancia. Entonces Ahmed besó la mano al califa y
enseguida empezó a ejercer sus funciones.
Y para festejar alegremente su libertad y su nuevo cargo, principió por ir a la taberna regida por el
judío Abraham, testigo de sus pasadas hazañas, vaciando dos o tres frascos de su bebida favorita, vino
jónico excelente. Y cuando su madre fué a buscarle para hablarle de la gratitud que debía manifestar
siempre a la esposa del emir Khaled y madre de Gordo-Hinchado, que había sido la causante de su
libertad, le encontró medio borracho y tirándole de las barbas al judío, que no se atrevía a protestar por
respeto al cargo temible del antiguo Ahmed-la-Tiña, actual jefe de vigilancia.
De todos modos, la vieja logró sacarle de allí, y hablándole reser vadamente, le contó cuantas
incidencias motivaron su libertad, y le dijo que había que discurrir inmediatamente algo para quitar la
esclava a Grano-de-Belleza, gobernador de palacio.
Oídas estas palabras, Ahmed-la-Tiña dijo a su madre: "Se hará esta misma noche, pues es
facilísimo". Y la dejó para ir a preparar el golpe...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 268ª noche
Ella dijo:
...Y la dejó para ir a preparar el golpe.
Y hay que advertir que aquella noche el califa había entrado en el aposento de su esposa porque era
el primer día del mes, y reservaba con regularidad aquel día para hablar con ella de los asuntos
corrientes y preguntarle su opinión sobre todas las cuestiones generales y particu lares del Imperio.
Efectivamente, cifraba en ella una confianza ilimitada, y la quería por su cordura y su belleza
inextinguible. Pero también hay que advertir que antes de entrar en la habitación de su esposa el califa
tenía costumbre dejar en el vestíbulo, encima de un velador especial, un rosario de cuentas alternadas de
ámbar y turquesas, su alfanje recto, con empuñadura de jade incrustada de rubíes gordos como huevos de
paloma, su sello regio y una lamparita de oro adornada con pedrería, que le alumbraba cuando por las
noches inspeccionaba secretamente el palacio.
Ahmed-la-Tiña conocía todos estos pormenores, que le sirvieron para realizar su proyecto. Aguardó
las tinieblas de la noche y el sueño de los esclavos para colgar una escala de cuerda a lo largo del muro
del pabellón que servía de aposento a la esposa del califa, trepar por ella y penetrar silencioso como una
sombra en el vestíbulo. Llegado allí, se apoderó en un momento de los cuatro objetos preciosos, y se
apresuró a bajar por donde había subido.
Desde allá corrió a casa de Grano-de-Belleza, y por el mismo medio penetró en el patio, y sin hacer
el menor ruido quitó uno de los baldosines de mármol del pavimento, abrió rápidamente un hoyo y allí
metió los objetos robados. Y después de haberlo dejado todo en orden, des apareció para seguir bebiendo
en la taberna del judío Abraham.
Sin embargo, Ahmed-la-Tiña, a fuer de perfecto ladrón, no había podido resistir al deseo de
apropiarse de uno de los objetos preciosos. Por lo tanto, había separado la lamparita de oro, y en vez de
enterrarla con lo demás en el hoyo, se la había metido en el bolsillo, diciendo para sí: "¡No acostumbro
dejar de cobrar la comisión! ¡Me pagaré a mí mismo! "
Volviendo al califa, grande fué su sorpresa cuando por la mañana ya no encontró en el velador los
cuatro objetos preciosos. Y cuando; interrogados los eunucos se tiraron de bruces al suelo protestando de
su ignorancia, le entró al califa una cólera sin límites, de tal modo, que se puso inmediatamente el terrible
ropón del furor. El tal ropón era todo de seda roja; y cuando el califa se lo ponía era señal de seguro
desastre y de calamidades espantosas sobre la cabeza de cuantos le rodeaban.
Revestido el califa con el ropón rojo, entró en el diván y se sentó en el trono, solo en el salón. Y
todos los chambelanes y visires entraron uno por uno y se prosternaron con la cara contra el suelo, y
permanecieron en tal postura, menos Giafar, que aunque muy pálido, estaba erguido, con los ojos fijos en
los pies del califa.
Pasada una hora de espantable silencio, el califa miró a Giafar impasible, y le dijo con voz sorda:
"¡La copa hierve!" Giafar contestó: "¡Alah evite todo mal!"
Pero en aquel momento entró el walí acompañado de Ahmed-la-Tiña. Y el califa le dijo: "¡Acércate,
emir Khaled! ¡Dime cómo está la tranquilidad pública en Bagdad".
El walí, padre de Gordo-Hinchado, "contestó: "La tranquilidad es perfecta en Bagdad, ¡oh Emir de
los Creyentes!" El califa exclamó: "¡Mientes!" Y como el walí, trastornado, aun no sabía el origen de
aquella ira, Giafar, que estaba a su lado; le deslizó al oído en dos palabras motivo, acabando de
consternarle.
Después le dijo el califa: "¡Si antes de esta noche no has podido dar con los objetos preciosos que
me son más queridos que mi reina, colgaremos tu cabeza a la puerta de palacio!"
Oídas estas palabras, el walí besó la tierra entre las manos del califa, y exclamó: "¡Oh Emir de los
Creyentes! el ladrón debe ser alguien de palacio, porque el vino que se agría lleva en sí su propio
fermento. Y además, permite decir a tu esclavo que el unico responsable ha de ser el comandante
especial encargado de esta vigilancia, y que además conoce uno por uno a todos los ladrones de Bagdad
y del Imperio. Su muerte habría de preceder por lo tanto a la mía, si no, aparecieran los objetos
perdidos".
Entonces se adelantó Ahmed-la-Tiña, comandante de vigilancia, y, después de los homenajes debidos,
dijo al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡ descubriremos al ladrón! Pero ruego al califa me facilite un
firmán que me permita hacer pesquisas en casa de todos los habitantes de palacio y en las de todos los
que entran aquí, sin excluir la del kadí, ni la del gran visir Giafar, ni la de Grano-de-Belleza, gobernador
de palacio". Y el califa mandó que se le facilitara en el acto el firmán pedido, y dijo: "De todos modos he
de cortar la cabeza a alguien, o a ti o al ladrón. ¡Escoge! ¡Y juro por mi vida y por la tumba de mis
antepasados, que aunque el ladrón fuera mi hijo, el heredero de mi trono, mi decisión será la misma: la
muerte por horca en la plaza pú blica!"
Oídas estas palabras, Ahmed-la-Tiña, con el firmán en la mano, se retiró y fué a buscar a dos
guardias del kadí y a otros dos del walí, y empezó inmediatamente sus pesquisas visitando la casa de
Giafar y la del kadí y la del walí, y llegó después a la de Grano-de-Belleza, que todavía ignoraba cuanto
acababa de ocurrir.
Ahmed-la-Tiña, con el firmán en una mano y una pesada vara de cobre en la otra, entró en el vestíbulo
y enteró de la situación a Grano de-Belleza, y le dijo: "Yo me guardaría muy bien, señor, de llevar a cabo
pesquisas en la casa del fiel confidente del califa. ¡Permíteme, pues, que me retire como si la hubiera
hecho!"
Grano-de-Belleza dijo: "¡Alah me libre de todo ello!, ¡oh jefe de vigilancia! ¡Tienes que cum plir tu
deber hasta el fin!" Entonces Ahmed-la-Tiña dijo: "Voy a hacerlo sólo por fórmula". Y con aspecto
negligente salió al patio y empezó a darle la vuelta, golpeando en cada baldosín de mármol con la pesada
vara de cobre, hasta que llegó al baldosín consabido, que al recibir el golpe, sonó a hueco.
Al oír este sonido, Ahmed-la-Tiña exclamó: "¡Oh señor, por Alah! ¡Se me figura que aquí debajo
debe haber algún subterráneo que en cierra un tesoro de pasados tiempos!" Y Grano-de-Belleza dijo a los
cuatro guardias: "Tratad, pues, de quitar el baldosín, para que veamos lo que hay debajo". Y enseguida
los guardias hicieron penetrar sus instrumentos en las junturas del baldosín de mármol y lo levantaron. ¡Y
a la vista de todos aparecieron tres de los objetos robados: el alfanje, el sello y el rosario!
Al verlos, gritó Grano-de-Belleza: "¡En nombre de Alah!", y cayó desmayado.
Entonces Ahmed-la-Tiña mandó llamar al kadí, y al walí, y a los testigos, que levantaron
inmediatamente acta del descubrimiento; y todos pusieron su sello en el documento, y el kadí en persona
fué a en tregárselo al califa, mientras los guardias se apoderaban de Grano-de Belleza.
Cuando el califa tuvo entre las manos los tres objetos robados, menos la lámpara, y se enteró de que
se habían encontrado en la casa de aquel a quien consideraba su más fiel confidente e íntimo amigo, a
quien había colmado de mercedes, depositando en él ilimitada confian za, permaneció durante una hora
sin decir palabra, y después se volvió hacia el jefe de los guardias y dijo: "¡Que le ahorquen!"
Inmediatamente salió el jefe de los guardias y mandó pregonar la sentencia por todas las calles de
Bagdad, y fué a la casa de Grano-de Belleza, al cual prendió, y cuyos bienes y mujeres confiscó en el
acto. Los bienes ingresaron en el Tesoro Público y las mujeres iban a ser subastadas en el mercado como
esclavas; pero entonces el walí, padre de Gordo-Hinchado, declaró que se llevaba una, que era la
esclava comprada por Giafar, y el jefe de los guardias hizo llevar a su propia casa a la otra, que era
Zobeida, la de la voz hermosa.
Y este jefe de guardias era precisamente el mejor amigo de Grano de-Belleza, y le había consagrado
un afecto paternal que nunca habíase desmentido. Y aunque ejecutaba en público las terribles medidas de
rigor dictadas contra Grano-de-Belleza por la ira del califa, se propuso salvar la cabeza de su hijo
adoptivo, y empezó por poner en seguridad dentro de su casa a una de sus esposas, a la bella Zobeida,
aniquilada por la desventura.
Aquella misma noche había de ser ahorcado Grano-de-Belleza, en cadenado por lo pronto en la
cárcel. Pero el jefe de los guardias velaba por él. Fué a buscar al carcelero mayor, y le dijo: "¿Cuántos
presos hay condenados a que les ahorquen esta semana sin remedio?" El otro con testó: "Unos cuarenta,
poco más o menos". El jefe de los guardias dijo: "Quiero verlos a todos". Y les pasó revista uno tras otro
repetidas veces y acabó por escoger uno que se parecía de un modo asombroso a Grano-de-Belleza, y
dijo al carcelero: "¡Este me va a servir, como en otro tiempo la bestia sacrificada por el Patriarca padre
de Ismael en lugar de su hijo!"
Se llevó, pues, al preso, y a la hora señalada para el suplicio fué a entregárselo al verdugo, que
inmediatamente, y ante la muchedumbre inmensa congregada en la plaza, y después de las formalidades
piadosas acostumbradas, echó la cuerda al cuello del supuesto Grano-de-Belleza, y de un empujón lo
lanzó, ahorcado, al espacio.
Hecho esto, el jefe de los guardias aguardó que oscureciera para ir a sacar de la cárcel a Grano-de-
Belleza y llevárselo ocultamente a su casa. Y entonces le reveló lo que acababa de hacer por él, y le dijo:
"Pero, ¡por Alah! ¿cómo te dejaste tentar por esos objetos preciosos, hijo mío, habiendo puesto el califa
en ti toda su confianza?"
Al oír estas palabras, Grano-de-Belleza cayó desmayado de emo ción, y cuando recobró el sentido a
fuerza de cuidados, exclamó: "¡Por el Nombre augusto y por el Profeta, ¡oh padre mío! soy
completamente ajeno a ese robo y desconozco su causa y su autor!" Y el jefe de los guardias no vaciló en
creerlo, y le dijo: "¡Tarde o temprano, hijo mío, se descubrirá al culpable! ¡Pero tú no puedes seguir un
momento en Bagdad, pues no en vano se tiene a un rey por enemigo. Por lo tanto, me voy a marchar
contigo, dejando en casa cerca de mi mujer a tu esposa Zobeida, hasta que Alah, con su sabiduría, varíe
tal estado de cosas!"
Después, sin dar tiempo siquiera a Grano-de-Belleza para despe dirse de su esposa Zobeida, se lo
llevó, diciéndole: "Ahora mismo nos vamos al puerto de Ayas, en el mar salado, para embarcarnos hacia
Iskandaria, en donde aguardarás los sucesos, viviendo tranquilamente, pues esa ciudad de Iskandaria, i oh
hijo mío! es muy agradable de habi tar y sus alrededores son verdes y benditos!"
Enseguida ambos se pusieron en camino, de noche, y pronto se vieron fuera de Bagdad. Pero no
tenían cabalgaduras, y ya no sabían cómo proporcionárselas, cuando vieron a dos judíos cambistas de
Bag dad, hombres muy ricos y conocidos del califa. Entonces el jefe de los guardias temió que fueran a
contar al califa que le habían visto con Grano-de-Belleza vivo. Se adelantó hacia ellos y les dijo:
"¡Bajad de las mulas!" Y los dos judíos se apearon, temblando, y el jefe de los guardias les cortó la
cabeza, les cogió el dinero y montó en una mula, dándole la otra a Grano-de-Belleza; y ambos siguieron
su camino hacia el mar.
Llegados a Ayas, cuidaron de confiar sus mulas al propietario del khan en que pasaron para
descansar, encargándole que las cuidase mu cho, y al día siguiente buscaron juntos un barco que saliera
para Iskan daria. Acabaron por encontrar uno que estaba a punto de darse a la vela. Entonces, el jefe de
los guardias, después de dar a Grano-de-Belleza todo el oro arrebatado a los judíos, le aconsejó
vehementemente que aguardara en Iskandaria con toda serenidad las noticias que no dejaría de enviarle
desde Bagdad, y hasta que esperase su llegada a Iskandaria, desde donde le volvería a llevar a Bagdad,
cuando se descubriera al culpable. Luego le abrazó, llorando, y le dejó cuando ya el navío henchía las
velas. Y se volvió a Bagdad.
Y véase lo que averiguó:
Al día siguiente de ahorcar al supuesto Grano-de-Belleza, el califa, muy trastornado todavía, llamó a
Giafar y le dijo: "¿Has visto, ¡oh mi visir! cómo ha agradecido ese Grano-de-Belleza mis bondades y el
abuso de confianza que ha cometido conmigo? ¿Cómo un ser tan her moso podría tener un alma tan fea?"
El visisr Giafar, hombre de admirable cordura, que no podía apreciar los motivos de una conducta tan
ilógica, se contentó con responder: “!Oh emir de los Creyentes! Las acciones más raras sólo son raras
porque no comprendemos sus causas. De todod modos todo lo que podemos juzgar son los efectos del
acto. !Y ese efecto ha sido bien lastimoso para el autor, puesto que le llevó a la horca! ¡No obstante, ¡oh
Príncipe de los Creyentes! el egipcio Grano-de-Belleza tenía en los ojos tal reflejo de bondad espiritual,
que mi enten dimiento se niega a creer en el hecho comprobado por mis sentidos visuales!"
Oídas estas palabras, el califa estuvo una hora reflexionando, y después dijo a Giafar: "¡De todas
maneras, quiero ir a ver el cuerpo del culpable balanceándose en la horca!" Y se disfrazó y salió con
Giafar, y llegó al sitio en que el falso Grano-de-Belleza colgaba entre el cielo y la tierra.
El cuerpo estaba envuelto en un sudario que lo tapaba por com pleto. Y Giagar le quitó el sudario, y el
califa miró, pero retrocedió enseguida, estupefacto, exclamando: "¡Oh Giafar! ¡ése no es Grano-de -
Belleza!" Giafar examinó el cuerpo, y conoció que, efectivamente, no era Grano-de-Belleza, pero no lo
dió a entender, y preguntó con calma: "¿Pues en qué conoces, ¡oh Emir de los Creyentes! que no es
Grano de-Belleza?" El califa contestó: "En que era más bien bajo de estatura, y éste es alto".
Giafar contestó: "Esa no es prueba. Los ahorcados se alargan". El califa dijo: "¡El gobernador de
palacio tenía dos lunares en las mejillas, y éste no los tiene!" Giafar explicó: "¡La muerte transforma y
varía la fisonomía!" Pero el califa dijo: "Pero fíjate bien, ¡oh Giafar! y observa las plantas de los pies de
este ahorcado: llevan ta tuadas, según costumbre de los herejes sectarios de Alí, el nombre de los grandes
jeiques. ¡Y bien sabes que Grano-de-Belleza no era chiita, sino sunnita!"
Ante tal comprobación, Giafar dijo: "¡ Sólo Alah conoce el misterio de las cosas!” Después
regresaron ambos a palacio y el califa mandó que se enterrara aquel cuerpo. Y desde aquel día desterró
de su memoria hasta el recuerdo de Grano-de-Belleza.
En cuanto a la esclava, segunda esposa de Grano-de-Belleza, fué llevada por el emir Khaled a su hijo
Gordo-Hinchado. Y éste, que no se había movido de la cama desde el día de la venta, se levantó
resollando y quiso acercarse a ella y cogerla en brazos. Pero la bella esclava, irritada y asqueada por el
aspecto horrible del idiota, sacó inmediatamente un puñal del cinturón, y exclamó levantando el brazo:
"¡Apártate o te mato con este puñal y enseguida me lo clavo en el pecho!" Entonces la madre de Gordo-
Hinchado se adelantó, alargando los brazos, y gritó: "¿Cómo te atreves a resistir a los deseos de mi hijo,
¡oh esclava insolente!?" Pero la joven dijo: "¡Oh traidora! ¿qué ley permite a una mujer pertenecer a dos
hombres a un tiempo? Y dime, ¿desde cuándo pueden vivir los perros en la morada de los leones?"
Al oír estas palabras, la madre de Gordo-Hinchado dijo: "¡Bueno! ¡Si así es, ya verás qué vida te
daremos aquí!" Y la joven replicó: "¡Prefiero morir a renunciar al cariño de mi amo, vivo o muerto!"
Entonces la esposa del walí la mandó desnudar, y le quitó los buenos trajes de seda y las alhajas, y le
puso encima del cuerpo una mala y vieja falda de pelo de cabra, y la mandó a la cocina: diciendo: "¡En
adelante, tus funciones de esclava en esta casa consistirán en pelar cebollas, poner las cazuelas a la
lumbre, exprimir el jugo de los tomates y hacer la masa para el pan!"
Y la joven dijo: "¡Prefiero ese oficio de esclava a verle la cara a tu hijo!"
Y desde aquel día trabajó en la cocina; pero no tardó en granjearse las simpatías de las demás
esclavas, que no la dejaban ocuparse en nada y le hacían todo el trabajo.
En cuanto a Gordo-Hinchado, al ver que no podía conseguir a la hermosa esclava Yazmina, se metió
otra vez en el lecho y no se volvió a levantar.
Hay que recordar que Yazmina, la primera noche de bodas, quedó fecundada por Grano-de-Belleza.
Y a los pocos meses de su llegada a la casa del walí, dió a luz un niño varón, tan bello como la luna, al
cual llamó Aslán, llorando a lágrima viva, tanto ella como las otras escla vas, porque no estaba allí el
padre para dar nombre a su hijo.
Su madre amamantó dos años a Aslán, que llegó a ser robusto y muy fuerte. Y cuando ya sabía andar
solo, quiso su destino que un día, mientras su madre estaba ocupada, subiera los peldaños de la escalera
de la cocina y llegase a la sala, en donde se hallaba rezando su rosario de ámbar el emir Khaled, padre
de Gordo-Hinchado.
Al ver al pequeño Aslán, cuya semejanza con su padre Grano-de Belleza era absoluta, el emir Khaled
sintió que se le arrasaban los ojos en lágrimas, y llamó al niño, y se lo puso en las rodillas, y empezó a
acariciarlo enternecido, y dijo para sí: "¡Bendito sea Aquel que crea objetos tan hermosos y les da alma y
vida!"
Entretanto, la esclava Yazmina se enteró de la ausencia de su hijo; buscóle por todas partes
enloquecida, y a pesar de las costumbres, se decidió a entrar, con la mirada extraviada, en la sala en que
se encon traba el emir Khaled. Y vió al niño Aslán en las rodillas del walí, entreteniéndose en meter los
deditos por entre las barbas venerables del emir. Pero al percibir a su madre, el chiquitín se echó hacia
ade lante tendiendo los brazos, y el emir Khaled le sujetó, y dijo a Yazmina con bondad: "¡Acércate!, ¡oh
esclava! ¿Es hijo tuyo este niño?" Ella respondió: "¡Sí, mi amo, es el fruto de mi corazón!" Y él preguntó:
"¿Y quién es su padre? ¿Es alguno de mis servidores?" Y la esclava dijo, entre un torrente de lágrimas:
"Su padre es mi esposo, Grano-de- Belleza. ¡Pero ahora, ¡oh mi amo! es hijo tuyo!"
Y el walí, muy con movido, dijo a la esclava: "¡Por Alah! ¡Tú lo has dicho! ¡Desde ahora es hijo
mío!" E inmediatamente le adoptó, y dijo a su madre: "¡Desde hoy tienes que considerar a tu hijo como
mío, y cuando esté en edad de comprender, dadle a entender que nunca tuvo otro padre que yo!" Y
Yazmina contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces el emir Khaled se encargó, como verdadero padre, del hijo de Grano-de-Belleza, y le dió
una educación esmeradísima, y lo puso en manos de un maestro muy sabio, que era un calígrafo de primer
orden, y le enseñó a escribir muy bien, el Korán, la geometría y la poesía. Y cuando el joven Aslán fué
mayor, su padre adoptivo, el emir Khaled, le enseñó personalmente a montar a caballo, a manejar las
armas, a justar con la lanza y a luchar en los torneos. Y de tal modo, al cumplir los catorce años era un
caballero consumado, y fué elevado por el califa al título de emir, como su padre el walí.
Y el Destino dispuso un día que se encontraran el joven Aslán y Ahmed-la-Tiña a la puerta de la
tienda del judío Abraham. Y Ahmed la-Tiña convidó al hijo del emir a tomar un refresco.
Cuando se hubieron sentado, Ahmed-la-Tiña empezó a beber, co mo de costumbre, hasta
emborracharse. Entonces se sacó del bolsillo la lamparita de oro adornada con pedrería que había
robado en otro tiempo, y la encendió, porque había oscurecido. En eso, Aslán le dijo: "¡Ya Ahmed! esa
lámpara es muy hermosa. ¡Dámela!" El jefe de vigilancia replicó: "¡Alah me libre! ¿Cómo voy a darte un
objeto que ha perdido ya tantas almas? Sabe, en efecto, que esta lámpara ha sido causa de la muerte de un
gobernador de palacio, de cierto egipcio llamado Grano-de-Belleza". Y Aslán, muy interesado, exclamó:
"¡Cuéntame eso!"
Entonces Ahmed-la-Tiña le contó toda la historia desde el princi pio hasta el fin, jactándose en medio
de su borrachera de haber sido el autor de la proeza.
Cuando el joven Aslán volvió a su casa, contó a su madre Yaz mina la historia que había oído referir a
Ahmed-la-Tiña, y le dijo que la lámpara estaba todavía en poder de aquel malvado.
Al oír aquello, Yazmina exhaló un grito agudo y cayó desma yada...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 269ª noche
Ella dijo:
Al oír aquello, Yazmina exhaló un agudo grito y cayó desma yada. Y cuando volvió en sí, prorrumpió
en sollozos y se echó al cuello de su hijo Aslán, y le dijo entre lágrimas: "¡Oh hijo mío, Alah acaba de
hacer brillar la verdad! ¡No puedo callar ya mi secreto! Sabe, ¡oh mi Aslán! que el emir Khaled no es
más que tu padre adoptivo; tu padre por la sangre es mi amado esposo Grano-de-Belleza, que fué cas -
tigado, según ves, en lugar del culpable. Por consiguiente, hijo mío, tienes que ir a buscar enseguida a un
antiguo amigo íntimo de tu pa dre, el venerable jefe de la guardia del califa, y contarle lo que acabas de
descubrir. Y después le dirás: "¡Te ruego por Alah que me vengues del matador de mi padre Grano-de-
Belleza!"
Inmediatamente el joven Aslán fué a buscar al jefe de los guar dias de palacio, al mismo que había
salvado la vida de Grano-de-Be lleza, y le dijo lo que Yazmina le había encargado que le dijera.
Entonces el jefe de los guardias, en el colmo de la sorpresa y de la alegría, dijo a Aslán: "¡Bendito
sea Alah, que desgarra los velos y hace brotar la claridad entre las tinieblas!" Y añadió: "¡Mañana mis -
mo, ¡oh hijo mío! Alah te vengará!"
En efecto, aquel día el califa daba un gran torneo en que debían justar todos los emires y los mejores
jinetes de Bagdad, y se había de organizar una partida de pelota a caballo. Y el joven Aslán estaba en tre
los jugadores de pelota. Y se había puesto su cota de malla y ca balgaba el mejor caballo de las cuadras
de su padre adoptivo el emir Khaled. Y realmente estaba espléndido, y hasta el califa se prendó en
extremo de su continente y de su viva juventud. Y quiso que fuera su compañero.
Y empezó el juego. Y por una y otra parte los jugadores desplegaron gran arte en sus movimientos y
maravillosa destreza para despedir la pelota con el mazo a todo galope de los caballos. Pero de pronto,
uno de los jugadores del bando opuesto al que dirigía el califa en persona lanzó la pelota derechamente
contra la cara del califa, con golpe tan diestro y vigoroso, que infaliblemente el califa habría perdido un
ojo y acaso la vida, si el joven Aslán con admira ble maestría, no hubiera parado la pelota al vuelo con su
mazo. Y la devolvió tan terriblemente en dirección contraria, que alcanzó en la espalda al jinete que la
había lanzado, y le hizo perder los estribos y le rompió el espinazo.
Vista tan brillante acción, el califa miró al joven, y le dijo: "¡Vi van los valientes!, ¡oh hijo del emir
Khaled!"
Y el califa se apeó enseguida, después de dar fin al torneo, y reunió a los emires y a todos los jinetes
que habían tomado parte en el juego, y llamó al joven Aslán, y ante todos los circunstantes le dijo:
"¡Oh valeroso hijo del walí de Bagdad, quiero oírte a ti mismo calcular la recompensa que merece
una hazaña como la tuya! ¡Estoy dispuesto a acceder a todas tus peti ciones! ¡Habla!"
Entonces el joven Aslán besó la tierra entre las manos del califa, y le dijo: "¡Pido la venganza al
Emir de los Creyentes! ¡La sangre de mi padre aun no ha sido rescatada y vive el matador!"
Al oír tales palabras, el califa llegó al límite del asombro, y ex clamó: "¿Qué dices, ¡oh Aslán! de
vengar a tu padre? ¡Pero si tu padre, el emir Khaled, está a mi lado, bien vivo gracias a Alah!" Pero
Aslán contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡el emir Khaled ha sido para mí el mejor de los padres
adoptivos! ¡Sabe, en efecto, que no soy su hijo por la sangre, pues mi padre fué Grano-de-Belleza, el
gobernador de palacio".
Cuando el califa oyó aquellas palabras vió que la luz se conver tía en tinieblas delante de sus ojos, y
dijo con voz alterada: "Hijo mío, ¿no sabes que tu padre fué traidor al Príncipe de los Creyentes?" Pero
Aslán exclamó: "¡Preserve Alah a mi padre de haber sido el autor de la traición! ¡El traidor está a tu
izquierda, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Es el jefe de vigilancia, Ahmed-la-Tiña! ¡Manda que lo re gistren,
y en su bolsillo se encontrarán las pruebas de su traición!"
Al oír aquello, el califa mudó de color y se puso amarillo como el azafrán, y con voz espantable
llamó al jefe de la guardia y le dijo: Registra delante de mí al jefe de vigilancia!" Entonces el jefe de los
guardias, el íntimo amigo de Grano-de-Belleza, se acercó a Ahmed la-Tiña y le registró los bolsillos en
un momento, y sacó de pronto la lámpara de oro robada al califa.
Entonces éste, sin poder apenas reprimirse, dijo a Ahmed-la-Tiña: "¡Ven acá! ¿De dónde te ha venido
esa lámpara?" El otro contestó: “!La compré!, ¡oh Príncipe de los Creyentes!" Y el califa dijo a los
guardias: "¡Dadle ahora mismo de palos hasta que confiese!" Y enseguida Ahmed-la-Tiña fué apresado
por los guardias, desnudado, y apa leado, y acribillado a golpes, hasta que confesó y contó toda la historia
desde el principio hasta el fin.
El califa se volvió entonces hacia el joven Aslán, y le dijo: "¡Aho ra te toca a ti! ¡Lo vas a ahorcar con
tus propias manos!" Y enseguida los guardias echaron la cuerda al cuello de Ahmed-la-Tiña, y Aslán la
cogió con ambas manos, y ayudado por el jefe de los guardias izó al bandido hasta lo más alto de la
horca, levantada en medio del campo de carreras.
Cuando se hubo hecho justicia, el califa dijo a Aslán: "¡Hijo mío, todavía no me has pedido una
merced por tu hazaña!" Y Aslán res pondió: "¡Oh Príncipe de los Creyentes! ¡ya que me permites una
petición, te ruego que me devuelvas a mi padre!"
Al oír aquello, el califa se echó a llorar, conmovidísimo, y después murmuró: "Pero ¿no sabes, hijo
mío, que tu padre murió ahorcado en virtud de una sentencia injusta? O más bien es probable que
muriera, pero no seguro. ¡Por esto, te juro por el valor de mis antepasados otorgar el mayor favor a quien
me anuncie que tu padre Grano-de -Belleza no ha muerto!"
Entonces el jefe de los guardias se adelantó hasta la presencia del califa y dijo: "Dame tu palabra de
seguridad". Y el califa respondió: "¡La seguridad está cóntigo! ¡Habla!" Y el jefe de los guardias dijo:
"Te anuncio la buena nueva, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Tu antiguo y fiel servidor Grano-de-Belleza está
vivo!"
El califa exclamó: "¿Es cierto lo que dices?" El jefe de los guar dias contestó: "¡Por la vida de tu
cabeza, te juro que es la verdad! i Yo fuí el que salvé a Grano-de-Belleza, mandando ahorcar en lugar
suyo a un sentenciado que se le parecía como un hermano se parece a un hermano! ¡Y ahora él está seguro
en Iskandaria, en donde supongo que será tendero del zoco!
Al oír aquello, el califa se puso contentísimo, y dijo al jefe de los guardias: "¡Hay que ir a buscarle y
traérmelo en brevísimo plazo!" Y el jefe de los guardias contestó: "¡Escucho y obedezco!" Entonces el
califa mandó que le entregaran diez mil dinares para gastos de viaje, y el jefe de los guardias se puso en
camino para Iskandaria, donde le encontraremos, si Alah quiere.
Y ahora verás lo que pasó a Grano-de-Belleza.
El buque en que había tomado pasaje llegó a Iskandaria después de una excelente travesía que le
había destinado Alah (¡bendito sea!), Granode-Belleza desembarcó rápidamente y quedó encantado del
aspecto de Iskandaria, que nunca había visto, a pesar de ser natural de El Cairo. Y fué enseguida al zoco,
en donde alquiló una tienda ya pre parada y que se ponía a la venta en aquel estado, según anunciaba el
pregonero. Era una tienda cuyo amo acababa de morirse de repente. Estaba amueblada con divanes, cual
es costumbre, y sus mercancías consistían en objetos para la gente de mar, como velas, cuerdas, corde les,
arcas sólidas, sacas para pacotillas, armas de todas formas y precios, y sobre todo una cantidad enorme
de hierro y antigüedades muy estimables por los capitanes de marina, que las compraban allí para ven -
derlas a la gente de Occidente, pues los de este país estiman en mucho las cosas antiguas, y cambian sus
mujeres e hijas por un pedazo de madera podrida, por ejemplo, o por una piedra talismánica, o por un
sable viejo y enmohecido.
No es, pues, de asombrar que Grano-de-Belleza, durante los largos años de su destierro de Bagdad,
tuviera muy buena suerte en su co mercio y ganara diez por uno, ya que no hay nada más productivo que la
venta de antigüedades, que se compran, por ejemplo, por un dracma y se revenden por diez dinares.
Cuando Grano-de-Belleza hubo vendido todo lo que encerraba la tienda y se disponía a revenderla
vacía, vió de pronto en uno de los estantes que sabía estaban desguarnecidos, un objeto rojo y brillante.
Lo cogió y comprobó, en el límite del asombro, que era una gran gema talismánica, tallada en seis
facetas y colgada de cadenilla de oro viejo. Y en las facetas estaban grabados nombres con caracteres
desconocidos, que se parecían mucho a hormigas o a insectos del mismo tamaño. Y la miraba con
extraordinaria atención, calculando lo que podría valer, cuando advirtió delante de su tienda a un capitán
mercante que se había parado para ver desde más cerca aquel objeto que distinguió desde la calle.
El capitán, después de saludar, dijo a Grano-de-Belleza: "¡Oh mi dueño! ¿puedes cederme esa gema,
si es que está a la venta?" El otro contestó: "Todo está a la venta, hasta la tienda". El capitán preguntó:
"Entonces, ¿consientes en venderme esa gema por ochenta y cuatro mil dinares de oro?"
Grano-de-Belleza, al oír aquello, pensó: "¡Por Alah! ¡Esta gema debe ser fabulosamente preciosa!
¡Me voy a hacer el descontentadizo!" Y contestó: "¡Tú tienes ganas de bromas!, ¡oh capitán! ¡Pues ¡por
Alah! a mí me cuesta cien mil dinares!" El otro dijo: "Entonces, ¿quieres dármela en cien mil?" Grano-de
Belleza dijo: ¡Bueno! ¡Pero es por ser para ti!" Y el capitán le dió las gracias y le dijo: "No tengo encima
tanto dinero. Pero vendrás conmigo a bordo, y cobrarás el precio, y además te haré un regalo de dos
piezas de paño, dos de terciopelo y dos de raso".
Entonces Grano-de-Belleza se levantó, cerró con llave la puerta de la tienda y siguió al capitán. Y
éste le rogó que le esperara sobre la cubierta, y se marchó para buscar el dinero. Pero no volvió a
aparecer, y de pronto las velas se desplegaron por completo y la nave hendió el mar como un pájaro.
Cuando Grano-de-Belleza se vió prisionero en el agua, fué muy grande su estupefacción. Pero a nadie
podía recurrir, tanto menos cuanto que no veía a ningún marinero a quien pedir explicaciones, y el barco
volaba por el mar como si lo impulsara una fuerza invisible.
Mientras se hallaba perplejo y asustado, vió por fin llegar al ca pitán, que se acariciaba las barbas y
le miraba con aspecto burlón, y acabó por decirle: "¿Eres realmente musulmán, Grano-de-Belleza, hijo
de Schamseddin de El Cairo, que has estado en Bagdad en el pala cio del califa?" El otro contestó: "Yo
soy el hijo de Schamseddin". Y el capitán dijo: "¡Pues bien! ¡Dentro de pocos días llegaremos a Genoa, a
nuestro país cristiano! ¡Y ya verás, musulmán, la vida que allí te es pera!" Y se fué.
Y efectivamente, después de una feliz navegación, el barco llegó al puerto de Genoa, ciudad de los
cristianos de Occidente. Y enseguida una vieja, acompañada por dos hombres, fué a bordo a buscar a
Grano- de-Belleza, que no sabía ya qué pensar de aquellos sucesos. No obstante, fiándose del Destino
bueno o malo que le dirigía, siguió a la vieja, la cual atravesando la ciudad, le guió a una iglesia que
pertenecía a un convento de monjes.
Llegados a la puerta de la iglesia, la vieja se volvió hacia Grano -de-Belleza, y le dijo: "En adelante
debes considerarte como criado de esta iglesia y de este convento. Tu servicio consistirá en despertarte
todos los días al amanecer, para empezar por ir al bosque a buscar leña y volver lo antes posible para
lavar el piso de la iglesia y el convento, sacudir las esteras y barrerlo todo; después cribarás el trigo, lo
molerás, harás la masa del pan, la cocerás en el horno, cogerás una medida de lentejas, las molerás, las
guisarás, y llenarás con ellas luego trescientas setenta escudillas, que habrás de entregar una por una a los
trescientos setenta monjes del convento; más tarde vaciarás los orinales que están en las celdas de los
monjes; por último, acabarás la obra regando el jardín y llenando los cuatro estanques y los toneles
colocados a lo largo de la pared. Y este trabajo tiene que estar acabado siempre antes de mediodía, pues
has de consagrar todas las tardes a obligar a los transeúntes a ir de buena o mala gana a la iglesia a oír el
sermón, y si se niegan, ahí tienes una maza coronada por una cruz de hierro, con la cual les matarás por
orden del rey. Así no quedarán en la ciudad más que los cristianos fervientes que vendrán aquí a que los
monjes los bendigan, ¡ahora, empieza el trabajo y cuida de no olvidar mis encargos!"
Y dichas estas palabras, la vieja le miró guiñándole el ojo, y se fué. Entonces Grano-de-Belleza dijo
para sí: "¡Por Alah! ¡Eso es im posible!" Y no sabiendo qué decidir, entró en la iglesia, completamente
desierta en aquel momento, y se sentó en un banco para tratar de reflexionar acerca de sucesos tan
extraños como los que alternativamente iban sucediéndole.
Allí llevaba una hora, cuando oyó llegar a él, por debajo de los pilares, una voz tan dulce de mujer,
que la escuchó en éxtasis, olvidando sus tribulaciones. Y tanto le conmovió aquella voz, que todas las
aves de su alma se pusieron a cantar inmediatamente a un tiempo, y notó que bajaba sobre él la frescura
bendita que la melodía solitaria da al es píritu. Y ya se levantaba para buscar la voz, cuando ésta se calló.
Pero de pronto, por entre las columnas apareció muy tapada una figura de mujer que adelantóse hacia
él, y le dijo con voz trémula: "¡Ah Grano-de-Belleza! ¡Cuánto tiempo hacía que pensaba en ti! ¡Bendito
sea Alah, que ha permitido por fin que nos juntemos! ¡Enseguida vamos a casarnos!"
Al oír semejantes palabras, Grano-de-Belleza exclamó: "No hay más Dios que Alah! ¡Seguramente
todo cuanto me ocurre es un sueño! ¡Y en cuanto el sueño se disipe, me encontraré de nuevo en mi tienda
de Iskandaria". Pero la joven dijo: "¡No, ¡oh Grano-de-Belleza! es una realidad! Estás en la ciudad de
Genoa, a la cual te he hecho trans portar, a pesar tuyo, por mediación del capitán de marina que está a las
órdenes de mi padre, el rey de Genoa. Sabe que, efectivamente, soy la princesa Hosn-Mariam, hija del
rey de esta ciudad. La hechicería, que aprendí de niña, me ha revelado tu existencia y tu hermosura, y me
he enamorado tanto de ti que envié al capitán a buscarte a Iskandaria. Y aquí en mi cuello está la gema
talismánica que encontraste en tu tienda, y que había sido puesta en un estante por el mismo capitán para
atraerte a bordo de su nave. Y dentro de pocos momentos verás claro el poder maravilloso que me da
esta gema. Pero ante todo has de casarte con inigo. Y entonces quedarán satisfechos todos tus deseos".
Grano-de-Belleza le dijo: "¡Oh princesa! ¿me prometes siquiera volver a llevarme a Iskandaria?" Ella
dijo: "Es lo más fácil". Y entonces consintió en casarse con ella.
Enseguida la princesa Mariam le dijo: "¿De modo que quieres volver inmediatamente a Iskandaria?"
El contestó: "¡Sí, por Alah!"
Ella dijo: "¡Vamos allá!" Y cogió la cornalina y volvió hacia el cielo una de sus caras, en que estaba
grabada la imagen de una cama, y frotó rápidamente aquella cara con el pulgar, diciendo: "¡Oh cornalina,
en nombre de Soleimán te ordeno que me proporciones una cama de viaje!"
Apenas pronunciadas tales palabras, se colocó delante de ellos un lecho de viaje, con sus sábanas v
almohadones. Lo ocuparon los dos y se tendieron cómodamente. Entonces la princesa Mariam cogió entre
los dedos la cornalina, volvió hacia el cielo una de sus caras, en que estaba grabado un pájaro, y dijo:
¡Cornalina, ¡oh cornalina! te ordeno, por el nombre de Soleimán, que nos transportes sanos y salvos a
Iskandaria por la vía más directa!
Apenas había dado la orden, cuando la cama se levantó sola por el aire, sin sacudidas, subió hasta la
cúpula, salió por el mayor ventanal, y más rápida que el ave más rápida, hendió el espacio con
maravillosa re gularidad, y en menos tiempo que el necesario para orinar los depositó en Iskandaria.
Y en el instante mismo en que se apeaban, vieron llegar con di rección a ellos a un hombre vestido a
la moda de Bagdad, a quien co noció en seguida Grano-de-Belleza: era el jefe de los guardias. Acababa
de desembarcar en aquel momento para ponerse en busca del senten ciado. Se echaron uno en brazos de
otro, y el jefe de los guardias anun ció a Grano-de-Belleza la noticia del descubrimiento del culpable y de
su ejecución, le contó todos los sucesos que habían pasado en Bagdad durante catorce años, y también le
comunicó el nacimiento de su hijo Aslán, que había llegado a ser el caballero más hermoso de Bagdad.
Y Grano-de-Belleza, por su parte, refirió al jefe de los guardias todas sus aventuras desde el
principio hasta el fin. Y aquello asombró en ex tremo al jefe de la guardia, que, cuando se le calmó algo la
emoción, le dijo: "¡El Emir de los Creyentes desea verte cuanto antes!"
El otro contestó: "¡Cierto que sí! Pero permíteme antes ir a El Cairo a besar la mano de mi padre
Schamseddin y a mi madre, y a decidirlos a que ven gan con nosotros a Bagdad".
Entonces el jefe de los guardias subió con ellos a la cama que en un momento les transportó a El
Cairo, precisamente a la calle Amarilla, en donde estaba la casa de Schamseddin. Y llamaron a la puerta.
Y la madre bajó a ver quién llamaba así, y preguntó: "¿Quién llama?" Y él contestó: "¡Soy yo, tu hijo
Grano-de-Belleza!"
El júbilo de la madre fué inmenso, pues desde hacía muchos años se había puesto de luto, y cayó
desmayada en brazos de su hijo. Y al venerable Schamseddin le pasó lo propio.
Cuando hubieron descansado tres días en la casa, subieron todos juntos a la cama, que por orden de
la princesa Hosn-Mariam les trans portó sanos y salvos a Bagdad, en donde el califa recibió a Grano-de -
Belleza abrazándole cual a un hijo, y le colmó de empleos y honores, así como a su padre Schamseddin y
a su hijo Aslán.
Después de lo cual, Grano-de-Belleza se acordó de que en resumen el primer promotor de su fortuna
era Mahmud-el-Bilateral, que al prin cipio le había obligado con tanto ingenio a viajar, y más tarde le
había recogido desprovisto de todo en la plataforma de la fuente pública. Y mandó buscarle por
todas partes, y acabó por encontrarlo sentado en un jardín en medio de muchachos, con los cuales
cantaba y bebía. Y le rogó que fuera a palacio y le hizo nombrar, por muy bilateral que fuera, jefe de
vigilancia de Bagdad, en lugar de Ahmed-la-Tiña.
Cumplido este deber, Grano-de-Belleza, dichoso al encontrar un hijo tan hermoso y valiente como el
joven Aslán, dió gracias a Alah por sus favores. Y vivió años y años en Bagdad en el colmo de la ventura
entre sus tres esposas, Zobeida, Yazmina y Hosn-Mariam, hasta que fué visitado por la Destructora de
delicias y Separadora de amigos. ¡Alabado sea el Inmutable, en el Cual convergen todas las cosas
creadas!"
Y Schehrazada, al concluir de contar esta historia, se sintió algo cansada, y se calló.
Entonces el rey Schahriar, que había permanecido inmóvil de atención todo aquel tiempo, exclamó:
"Esa historia de Grano-de-Belleza. ¡oh Schehrazada! es realmente extraordinaria, y la de Mahmud-el-
Bilateral y la de Sésamo el corredor con su receta para calentar los campañones fríos, me han gustado en
extremo. Pero he de expresarte mi asombro al ver tan pocos poemas en esta historia, pues ya estaba
acostumbrado a los versos espléndidos. ¡Y además, he de decirte que las cosas del Bilateral todavía son
para mí algo oscuras, y me encantaría que me dieras una ex plicación más clara de ellas, si es que
puedes!"
Al oír lo dicho por el rey Schahriar, Schehrazada sonrió ligeramente y miró a su hermana Doniazada,
a la cual encontró muy divertida; y después dijo al rey: "Ahora que esta niña lo puede oír todo, ¡oh rey
afortunado! quiero contarte una o dos de las Aventuras del poeta Abu-Nowas, el más delicioso y
encantador e ingenioso de todos los poetas del Irán y de Arabia.
Y la pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a arrojarse en
los brazos de su hermana, a quien abrazó tiernamente, y le dijo: "¡Oh, por favor, Schehrazada, empieza en
seguida! ¡Serías tan amable si así lo hicieses, ¡oh hermana mía!" Y dijo Schehrazada: "Con mucho gusto,
y como debido homenaje a este rey dotado de tan buenos modales!"
Pero como viese aparecer la mañana, Schehrazada, siempre dis creta, dejó el relato para el siguiente
día.
Pero cuando llegó la 270ª noche
Ella dijo:
La pequeña Doniazada esperó a que Schehrazada hubiese termi nado su cosa con el rey Schahriar, y
levantando la cabeza, exclamó: "¡Oh hermana mía! ¿qué aguardas para contarnos esas anécdotas del
delicioso poeta Abu-Nowas, amigo del califa y el más encantador entre todos los poetas del Irán y de
Arabia?" Y Schehrazada sonrió a su hermana, y le dijo: "¡Sólo espero el permiso del rey para narrar
algunas aventuras de Abu-Nowas, que, efectivamente, era un exquisito poeta, pero un grandísimo
libertino!"
Entonces la pequeña Doniazada se levantó de un salto y corrió a abrazar a su hermana, diciéndole:
"¡Te ruego que nos enteres de lo que hizo! ¡Cuéntanoslo enseguida!"
Pero el rey Schahriar, volviéndose hacia Schehrazada, le dijo: "Ver daderamente, Schehrazada, me
agradaría oír una o dos de esas aventu ras, que preveo son deliciosas. Pero he de hacerte observar que
esta noche me atraen más elevados pensamientos y me hallo predispuesto a oír de tu boca algunas
palabras de sabiduría. ¡Así, pues, si te acuerdas de cualquier historia que pueda adiestrarme en el
conocimiento de los preceptos buenos y haga que mi espíritu se aproveche de la experiencia de los
prudentes y los sabios, no creas que dejaría de interesarme! ¡Al contrario!
Luego, si no se acaba mi paciencia, podrás, Schehrazada, entretenerme con esas aventuras de Abu-
Nowas".
Al oír tales palabras del rey Schahriar, Schehrazada apresuróse a responder: "Precisamente, ¡oh rey
afortunado! durante todo el pasado día medité sobre la historia de una joven admirable de belleza y a
quien llamaban Simpatía. ¡Y estoy pronta a comunicarte cuanto sé de su con ducta y de sus maravillosos
conocimientos!"
Y exclamó el rey Schahriar: "¡Por Alah! ¡no tardes más en po nerme al corriente de lo que me
anuncias! Porque nada me es tan grato como escuchar doctas palabras dichas por jóvenes hermosas. Y
anhelo mucho que la historia prometida me satisfaga por completo, y a la vez me sea provechosa y me
sirva cual ejemplo de la instrucción que debe poseer todo buen musulmán".
Entonces Schehrazada reflexionó un instante, y después de levan tar un dedo, dijo:
Historia de la docta Simpatía
Se cuenta -pero Alah está mejor instruído en todas las cosas- que había en Bagdad un comerciante
muy rico, cuya casa sostenía un tráfico inmenso. Gozaba de honores, de consideración, de prerrogativas y
privilegios de todas clases; pero no era dichoso porque Alah no ex tendía sobre él su bendición hasta el
punto de concederle un descen diente, aunque fuera del sexo femenino. A causa de ello había llegado a
viejo sumido en la tristeza, y veía cómo poco a poco sus huesos se volvían transparentes y curvábase su
espalda, sin poder obtener de algu na de sus numerosas esposas un resultado consolador. Pero un día en
que había distribuído muchas limosnas, y visitado a los santones, y ayu nado y rezado fervorosamente, se
acostó con la más joven de sus espo sas, y merced al Altísimo, aquella vez la dejó fecundada en tal hora y
tal instante.
Al llegar el noveno mes, día tras día, la esposa del comerciante parió felizmente un niño varón, tan
bello, que se diría era un trozo de luna.
En su gratitud hacia el Donador, no se olvidó a la sazón el comer ciante de cumplir las promesas que
hizo, y durante siete días enteros socorrió con largueza a pobres, viudas y huérfanos; después, en la ma -
ñana del séptimo día, pensó dar un nombre a su hijo, y le llamó Abul- Hassán.
El niño se crió en brazos de nodrizas y en brazos de bellas escla vas, y como a cosa preciosa le
cuidaron mujeres y criados hasta que estuvo en edad de estudiar. Entonces se le confió a los maestros
más sabios, que le enseñaran a leer las palabras sublimes del Korán y le adiestraron en la escritura
hermosa, en la poesía, en el cálculo, y sobre tedo en el arte de disparar el arco. Por lo tanto, su
instrucción superó a la que en su generación y su siglo era corriente; ¡pero no fué esto todo! Porque a sus
diversos conocimientos añadía un encanto mágico y era perfectamente bello.
He aquí en qué términos los poetas de su tiempo describieron sus gracias juveniles, la frescura de sus
mejillas, las flores de sus labios y el naciente bozo que los adornaba:
¿Ves en el jardín de sus mejillas esos botones de rosa que intentan entreabrirse, aunque la
primavera pasó ya por los rosales?
¿No te asombra ver todavía florecer la rosa y apuntar el bozo en el hoyo sombrío de sus
labios, como las violetas bajo las hojas?
El joven Abul-Hassán fué, pues, la alegría de su padre y la delicia de sus pupilas durante el tiempo
que el Destino le marcó de antemano. Pero cuando el anciano sintió acercarse el término que le estaba
fijado, hizo sentarse a su hijo entre sus manos un día entre los días, y le dijo: "Hijo mío, se aproxima mi
fin, y ya sólo me resta prepararme a com parecer ante el Dueño Soberano. Te lego grandes bienes, muchas
riquezas y. propiedades, poblados enteros y fértiles tierras y abundosos huer tos, que os bastarán para
vivir, no sólo a ti, sino también a los hijos de tus hijos. ¡Únicamente te recomiendo que sepas
aprovecharte de ello sin abusar y dando gracias al Retribuidor y con el respeto que le es debido!" Luego
murió de su enfermedad el viejo comerciante, y Abul Hassán se afligió en extremo, y cuando terminaron
las exequias estuvo de duelo y se encerró con su dolor.
Pero no tardaron sus camaradas en distraerle y alejarle de sus pe nas, obligándole a entrar en el
hammam para que se refrescara y a cambiar de trajes luego; y le dijeron, a fin de consolarle por
completo: "¡Quien se reproduce en hijos como tú, no muere! ¡Aleja la tristeza, pues, y piensa en
aprovecharte de tu juventud y de tus bienes!"
De modo que Abul-Hassán olvidó poco a poco los consejos de su padre, y acabó por persuadirse de
que eran inagotables la dicha y la fortuna. Así, pues, no dejó de satisfacer todos sus caprichos,
entregándose a todos los placeres, visitando a las cantarinas y tañedoras de instrumentos, comiendo todos
los días una cantidad enorme de pollos, porque le gustaban los pollos, complaciéndose en destapar las
botellas añejas de licores enervantes y de oír el tintineo de las copas que se entrechocan, deteriorando lo
que pudo deteriorar, arruinando lo que pudo arruinar y trastornando lo que pudo trastornar, ¡hasta tal
punto que a la postre se despertó un día sin nada entre las manos, a no ser su persona! Y de cuantos
servidores y mujeres le hubo legado su difunto padre, no le quedaba más que una sola esclava entre las
numerosas esclavas.
Pero aun tuvo que admirar la continuidad dichosa de la suerte, que quiso fuese precisamente la propia
maravilla de todas las esclavas de las comarcas de Oriente y de Occidente la que habitaba en la casa, ya
sin lustre, del pródigo Abul-Hassán, hijo del difunto comerciante.
Efectivamente, esta esclava se llamaba Simpatía, y en verdad que jamás nombre alguno cuadró mejor
a las cualidades de la que lo llevaba. La esclava Simpatía era una adolescente tan derecha como la letra
aleph, de estatura proporcionada, y tan esbelta y delicada que podía desafiar al sol a que prolongase en
el suelo su sombra; maravillosas eran la belleza y la lozanía de su rostro; todas sus facciones ostentaban
con cla ridad la huella de la bendición y el buen augurio; su boca parecía sellada con el sello de
Soleimán, como para guardar precisamente el tesoro de perlas que encerraba; eran sus dientes collares
dobles e iguales; las dos granadas de su seno aparecían separadas por el intervalo más encanta dor, y su
ombligo era lo suficiente ancho y profundo para contener una onza de manteca moscada. En cuanto a su
grupa monumental, remon taba dignamente la finura de su talle, y dejaba profundamente impreso en
divanes y colchones el hueco creado por la importancia de su peso. Y a ella se refería esta canción del
poeta:
¡Es solar, es lunar, es vegetal como el tallo del rosal; está tan lejos del color de la tristeza,
cual lo están el sol, la luna y el tallo del rosal!
¡Cuando aparece, conmueve profundamente los corazones su presencia, y cuando se aleja
los corazones quedan aniquilados!
¡El cielo está en su rostro, sobre su túnica se extienden las grandezas del Edén, entre las
cuales corre el arroyo de la vida, y la luna brilla bajo su manto!
¡En su cuerpo encantador se armonizan todos los colores: el encarnado de las rosas, la
blancura resplandeciente de la plata, el negro de la baya madura y el color del sándalo! ¡Y es
tan grande su belleza que hasta el deseo la defiende!
¡Bendito sea quien desplegó sobre ella la hermosura! ¡Feliz el amante que pueda saborear
las delícias de sus palabras!
Tal era la esclava Simpatía, único tesoro que poseía aún el pródigo Abul-Hassán.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 272ª noche
Ella dijo:
...Tal era la esclava Simpatía, único tesoro que poseía aún el pródigo Abul-Hassán.
Y he aquí que, al percatarse de que su patrimonio habíase disipado irremediablemente, Abul-Hassán
quedó sumido en un estado de desola ción tan grande, que le robó el sueño y el apetito; y permaneció tres
días y tres noches sin comer, ni beber, ni dormir, alarmando a la esclava Simpatía, que creyó verle morir,
y resolvió salvarle a toda costa.
Se atavió con sus trajes más dignos de exhibirse y con las joyas y adornos que le quedaban, y se
presentó a su amo, diciéndole, mientras mostraba en sus labios una sonrisa de buen augurio: "Por mi
causa va a hacer cesar Alah tus tribulaciones. Para ello bastará que me conduz cas ante nuestro señor el
Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid, quin to descendiente de Abbas, y me vendas a él, pidiéndole
como precio diez mil dinares. Si encontrara este precio demasiado caro, dile: "¡Oh Emir de los
Creyentes! esta adolescente vale más todavía, como podrás advertir mejor tomándola a prueba. ¡Entonces
se realzará a tus ojos, y verás que no tiene par ni rival y que verdaderamente es digna de servir a nuestro
señor el califa!" Después, la esclava, insistiendo mucho, le re comendó que se guardase de rebajar el
precio.
Abul-Hassán, que hasta aquel momento, por negligencia, no se había preocupado de observar las
cualidades y talentos de su hermosa escla va, no estaba en situación para apreciar por sí mismo los
méritos que pudiese ella poseer. Solamente le pareció que la idea no era mala y que tenía probabilidades
de éxito.
Se levantó, pues, en seguida, y llevando a Simpatía tras sí la condujo ante el califa, a quien repitió las
palabras que ella le había recomendado que dijese.
Entonces el califa volvióse hacia ella y le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Ella dijo: "Me llamo
Simpatía".
El le dijo: "¡Oh Simpatía! ¿estás versada en ciertos conocimientos y puedes enumerarme las diversas
ramas del saber que has cultivado?"
Ella le contestó: "¡Oh señor! estudié la sintaxis, la poesía, el derecho civil y el derecho general; la
música, la astronomía, la geometría, la aritmética, la jurisprudencia desde el punto de vista de las
sucesiones, y el arte de descifrar las es crituras mágicas y las inscripciones antiguas. Me sé de memoria el
Libro Sublime y puedo leerle de siete maneras distintas; conozco exactamente el número de sus capítulos,
de sus versículos, de sus divisiones, de sus diferentes partes y sus combinaciones, y cuantas líneas,
palabras, letras consonantes y vocales encierra: recuerdo con precisión qué capítulos se inspiraron y
escribieron en la Meca y cuáles otros se dictaron en Me dina; no ignoro las leyes y los dogmas, sé
distinguirlos con las tradi ciones y diferenciar su grado de autenticidad; no soy una profana en lógica, ni
en arquitectura, ni en filosofía, como tampoco en lo que afecta a la elocuencia, al lenguaje escogido, a la
retórica y a las reglas de los versos, los cuales sé ordenar y medir sin omitir ninguna dificultad en su
construcción; sé hacerlos sencillos y flúidos, como también compli cados y enrevesados para deleitar
sólo a las gentes delicadas; y si a veces pongo en ellos oscuridad, es para fijar más la atención y halagar
al espíritu, que despliega por último su trama sutil y frágil; en una pala bra, aprendí muchas cosas y retuve
cuanto aprendí.
Además, sé cantar perfectamente y bailar cual un pájaro, y tocar el laúd y la flauta, mane jando
asimismo todos los instrumentos de cuerda, y lo hago de cincuen ta modos diferentes. ¡Por lo tanto,
cuando canto y bailo se condenan quienes me ven y me oyen; si camino balanceándome, ataviada y perfu -
mada, les mato; si meneo mi grupa, les derribo; si guiño un ojo, les traspaso; si agito mis brazaletes, les
ciego; si toco, doy la vida, y si me alejo, hago morir!
¡Estoy versada en todas las artes, y he llevado mi saber a tal límite, que únicamente podrían llegar a
distinguir su hori zonte los escasos seres cuyos años hubieran transcurrido en el estudio de la sabiduría!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo oído estas palabras, se asombró y entusiasmó de encontrar
tal elocuencia unida a belleza tal, tanto saber y juventud en la que frente a él se mantenía con los ojos
respetuosamente bajos. Se volvió hacia Abul-Hassán y le dijo: "Quiero dar orden al instante para que
vengan todos los maestros de la ciencia a fin de poner a prueba a tu esclava, y asegurarme por medio de
un examen público y decisivo de si realmente es tan instruída como bella. ¡En caso de que saliese
victoriosa de la prueba, no sólo te daría diez mil dinares, sino que te colmaría de honores por haberme
traído semejante mara villa! ¡De no ser así, no hay nada de lo dicho, y seguirá pertenecién dote!”
Luego, acto continuo, el califa hizo llegar al sabio mayor de aque lla época, Imraim ben-Sayar, que
había profundizado en todos los cono cimientos humanos; mandó que acudiesen también todos los poetas,
los gramáticos, los lectores del Korán, los médicos, los astrónomos, los filósofos, los jurisconsultos y los
doctores en teología. Y apresuraronse a ir a palacio todos, y se reunieron en la sala de recepción, sin
saber por qué motivo se les convocaba.
Cuando lo ordenó el califa, todos se sentaron en corro sobre la alfombra, en medio de la cual la
adolescente Simpatía permanecía en una silla de oro, donde el califa hízola colocarse, con el rostro
cubierto por un velo ligero, y a través de él brillaban sus ojos y se veían con su sonrisa los dientes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 274ª noche
Ella dijo:
...se veían con su sonrisa los dientes.
Cuando en aquella asamblea se estableció un silencio tan completo que se hubiera podido oír el ruido
de una aguja que cayese al suelo, Simpatía hizo a todos una zalema llena de gracia y dignidad, y con un
modo de hablar verdaderamente exquisito, dijo al califa:
"¡Oh Emir de los Creyentes, manda! Aquí estoy pronta a cuantas preguntas quieran dirigirme los
doctos y venerables sabios, lectores del Korán, jurisconsultos, médicos, arquitectos, astrónomos,
geómetras, gra máticos, filósofos y poetas!"
Entonces el califa Harún Al-Raschid se encaró con todos ellos y les dijo desde el trono en que estaba
sentado: "¡Hice que os mandaran venir aquí para que examinéis a esta adolescente en lo que afecta a la
variedad y profundidad de sus conocimientos, y no perdonéis nada que contribuya a que resalte a la vez
vuestra erudición y su saber!" Y todos los sabios respondieron, inclinándose hasta tierra y llevando las
manos a sus ojos y a su frente: "¡El oído y la obediencia a ti y a Alah, ¡oh Emir de los Creyentes!"
A estas palabras, la adolescente Simpatía se mantuvo algunos ins tantes con la cabeza baja
reflexionando; después alzó la frente y dijo: "¡Oh vosotros todos, maestros míos! ¿cuál es primeramente
el más versado entre vosotros en el Korán y en las tradiciones del Profeta? (¡con él la paz y la oración!)"
Entonces se levantó uno de los doctores, designado por todos los dedos, y dijo: "¡Yo soy ese
hombre!"Ella le dijo: "¡Interrógame, pues, a tu sabor sobre tal punto!"
Y demandó el sabio lector del Korán:
"¡Oh joven, desde el momento en que estudiaste a fondo el santo Libro de Alah, debes conocer el
número de capítulos, palabras y letras que encierra y los preceptos de nuestra fe! Dime, pues, para
empezar, ¿quién es tu Señor, quién es tu Profeta, quién es tu Imán, cuál es tu orientación, cuál es tu norma
de vida, cuál es tu guía en los caminos y quiénes son tus hermanos?"
Ella contestó: "¡Mi Señor es Alah; mi Profeta es Mohamed (¡con él la oración y la paz!) ; mi ley, y
por lo tanto mi Imán, es el Korán; mi orientación es la Kaaba, la casa de Alah, levantada por Abraham en
la Meca; mi norma de vida es el ejemplo de nuestro santo Profeta; mi guía en los caminos es la Sunna,
recopilación de tradiciones, y mis her manos son todos los creyentes!"
Mientras comenzaba el califa a maravillarse de la claridad y pre cisión de estas respuestas en boca de
una joven tan gentil, añadió el sabio: "¡Dime! ¿Cómo sabes que hay un Dios?"
Ella contestó: "¡Por la razón!" El preguntó: "¿Qué es la razón?"
Ella dijo: "La razón es un don doble: innato y adquirido. La ra zón innata es la que puso Alah en el
corazón de sus servidores escogidos, para hacerles que caminen por la senda de la verdad. Y la razón
adqui rida es en el hombre bien dotado fruto de la educación y de una labor constante".
El añadió: "¡Muy bien! Pero ¿dónde reside la razón?"
Ella contestó: "¡En nuestro corazón! Y desde él se elevan sus ins piraciones hacia nuestro cerebro,
para establecer allí su domicilio".
El dijo: "¡Perfectamente! Pero ¿puedes decirme cómo aprendiste a conocer al Profeta? (¡con él la
plegaria y la paz!)"
Ella contestó: "¡Por la lectura del Libro de Alah, por las senten cias que contiene, por las pruebas y
los testimonios de tal misión di vina!"
Dijo él: "¡Muy bien! Pero ¿puedes decirme cuáles son los deberes indispensables de nuestra
religión?"
Ella contestó: "En nuestra religión hay cinco deberes indispensa bles: la profesión de fe "¡No hay más
Dios que Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!", la oración, la limosna, el ayuno del mes de Ramadán
y la peregrinación a la Meca cuando puede hacerse".
El preguntó: "¿Qué acciones pías son las más meritorias?" Contestó ella: "Son seis: la plegaria, la
limosna, el ayuno, la pere grinación, la lucha contra malos instintos y cosas ilícitas, ¡y por último,
la guerra santa!"
El dijo: "¡Bien contestado! Pero ¿qué objeto persigues con la plegaria ?"
Ella replicó: "¡Sencillamente el de ofrecer al Señor el homenaje de mi adoración, alabarle y levantar
mi espíritu hacia las regiones serenas!"
El exclamó: "¡Ya Alah! ¡Excelente es esta respuesta! Pero ¿no requiere antes la oración preparativos
indispensables?"
Ella contestó: "¡Ciertamente! ¡Es necesario purificarse por completo el cuerpo con las abluciones
rituales, vestir trajes sin mácula, esco ger un lugar limpio y claro, preservar la parte del cuerpo
comprendida entre el ombligo y las rodillas, abrigar intenciones puras y volverse hacia la Kaaba, en
dirección a la Meca santa!"
"¿Qué valor tiene la plegaria?"
"¡Es el sostén de la fe, en la que se basa!"
"¿Cuáles son los frutos de la oración? ¿Cuál es su utilidad?"
“La plegaria verdaderamente hermosa no tiene utilidad terrena. !Es sólo el lazo espiritual entre la
criatura y su Señor! ¡Puede producir diez frutos inmateriales y mucho más hermosos que los tangibles;
aclara el corazón, ilumina el semblante, complace al Clementísimo, excita el furor del maligno, atrae la
misericordia, aleja los malefícios, preserva del mal, resguarda contra los atentados de los enemigos,
fortalece al espíritu vacilante y acerca el esclavo a su dueño!”
"¿Cuál es fa llave de la plegaria? ¿Y cuál es la llave de esta llave?" "La llave de la plegaria es la
ablución, y la llave de la ablución es la fórmula inicial: "¡En el nombre de Alah el Clemente sin límite, el
Misericordioso!"
"¿Qué prescripciones han de seguirse para la ablución?"
"Según el rito ortodoxo del imán El-Schafly ben-ldris, seis: la intención de purificarse sin otra mira
que la de ser agradable al Creador; la ablución del rostro primeramente; la ablución de las manos hasta
el codo; el frotamiento de parte de la cabeza; la ablución de los pies, in cluso los talones, hasta los
tobillos, y un orden estricto en el cumpli miento de estos diversos actos. Y tal orden implica la
observación de doce condiciones bien precisas, a saber:
"Primero pronunciar la fórmula inicial: "¡En el nombre de Alah!", lavarse las palmas de las manos
antes de sumergirlas en la jofaina; enjuagarse la boca; lavarse las narices, tomando agua en el hueco de la
mano y sorbiendo; frotarse toda la cabeza y frotarse las orejas al exterior y al interior con otra agua;
peinarse la barba con los dedos; torcerse los dedos de pies y manos, haciendo que rechinen; utilizar el
pie derecho antes que el pie izquierdo: repetir cada ablución tres veces; pronunciar el acto de fe después
de cada ablución, y por último, una vez terminadas las abluciones, recitar además esta fórmula piadosa:
"¡Oh Dios mío! ¡Cuéntame en el número de los arrepentidos, de los puros y fieles servidores! ¡Loor a mi
Dios! ¡Confieso que no hay más Dios que Tú! ¡Tú eres mi refugio; de Ti imploro el perdón de mis cul pas
lleno de arrepentimiento! ¡Amén!"
"Esta fórmula, en efecto, es la que el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) nos ha recomendado que
recitemos, cuando dijo: "¡A quien la recite le abriré de par en par las ocho puertas del Edén y podrá
entrar por la puerta que le plazca!"
El sabio dijo: "¡En verdad que contestaste de un modo excelente! Pero, ¿qué hacen los ángeles y los
demonios junto a aquel que prac tica sus abluciones?"
Simpatía respondió: "Cuando el hombre se prepara a verificar sus abluciones, los ángeles se colocan
a su derecha y los diablos a su izquierda; pero no bien pronuncia la fórmula inicial: "¡En el nombre de
Alah!", los diablos se ponen en fuga, y los ángeles se aproximan a él, desplegando sobre su cabeza un
dosel luminoso de forma cuadrada que sostienen por las cuatro puntas, y cantan alabanzas a Alah e im -
ploran el perdón de los pecados de aquel hombre. ¡Pero en cuanto se olvida él de invocar el nombre de
Alah o deja de pronunciarlo, los diablos vuelven...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 275ª noche
Ella dijo:
"...los diablos vuelven tumultuosos, y trabajan todo lo posible por turbarle el alma, sugerirle la duda
y enfriarle el espíritu y el fervor!
"¡Cuando el hombre hace sus abluciones, es obligatorio que corra el agua por todo su cuerpo, por
todos sus pelos visibles o secretos y por sus miembros sexuales, debiendo también frotarse por todas
par tes y no lavarse los pies hasta lo último!"
El sabio dijo: "¡Bien contestado! ¿Puedes ahora decirme cómo hay que proceder en la ablución
llamada tayamuin?"
Ella contestó: "La ablución llamada tayamum es la purificación con arena y polvo. Se verifica esta
ablución en los siete casos, estable cidos según usos conforme a la práctica del Profeta. Y se efectúa
siguiendo las cuatro indicaciones previstas por la enseñanza directa del Libro.
"Los siete casos que permiten esta ablución, son: la carencia de agua; el miedo a agotar la provisión
de agua; la necesidad de esta agua para beber; el temor de perder una parte de ella al transportarla; las
enfermedades que producen aversión al agua; las fracturas que pre cisan reposo para soldarse; las heridas
que no se deben tocar.
"En cuanto a las otras cuatro condiciones necesarias para cumplir esta ablución con arena y polvo,
son: primeramente obrar de buena fe; luego tomar arena o polvo con las manos y hacer ademán de
frotarse con ello el rostro; después hacer ademán de frotarse también los brazos hasta los codos y secarse
las manos.
Hay dos prácticas igualmente recomendables por ser conformes a la Sunna: empezar la ablución con
la fórmula invocadora: "¡En el nombre de Alah ! ", y efectuar la ablución de todo el lado derecho del
cuerpo antes que la del lado izquierdo".
El sabio dijo: "¡Muy bien! Pero, volviendo a la plegaria, ¿puedes decirme cómo debe verificarse y en
qué acciones se basa?"
Ella replicó: "Los actos requeridos para hacer la plegaria cons tituyen otras tantas columnas que la
sostienen. Estas columnas de la plegaria son: primera, la buena intención; segunda, la fórmula del Takbir,
que consiste en pronunciar estas palabras: "¡Alah es el más grande!"; tercera, recitar la Fatiha, que es el
capítulo que abre el Ko rán; cuarta, prosternarse con la cara en tierra; quinta, levantarse; sexta, hacer la
profesión de la fe; séptima, sentarse sobre los talones; octava, hacer votos por el Profeta, diciendo: "¡Con
él sean la plegaria y la paz de Alah!"; novena, mantenerse siempre en la misma intención pura.
"Hay otras condiciones de una buena plegaria, tomadas solamente de la Sunna, a saber: levantar
ambos brazos, con las palmas vueltas hacia arriba, en dirección a la Meca; recitar una vez más la Fatiha;
recitar otro capítulo del Korán, por ejemplo, la Surata de la Vaca; pronunciar otras diversas fórmulas
piadosas, y terminar con votos por nuestro Profeta. (¡Con él la plegaria y la paz!)"
El sabio dijo: "¡En verdad que respondiste perfectamente! ¿Pue des ahora decirme cómo debe pagarse
el diezmo de la limosna?"
Ella contestó: "Se puede pagar el diezmo de la limosna de catorce maneras: en oro, en plata, en
camellos, en vacas, en carneros, en trigo, en cebada, en mijo, en maíz, en habas, en garbanzos, en arroz,
en pasas y en dátiles.
"Por lo que se refiere al oro si sólo se posee una suma inferior a veinte dracmas de oro de la Meca,
no hay que pagar ningún diezmo; pasando de esa suma, se da el tres por ciento. Lo mismo ocurre con la
plata en la proporción correspondiente.
"Por lo que se refiere al ganado, quien posee cinco camellos paga un carnero; quien posee veinticinco
camellos da uno como diezmo, y así sucesivamente en la misma proporción.”
"Por lo que se refiere a carneros y borregos, de cada cuarenta se da uno. Y así sucesivamente con
todo lo demás".
El sabio dijo: "¡Perfectamente! ¡Háblame ahora del ayuno!" Simpatía contestó: "El ayuno consiste en
abstenerse de comer, de beber y de goces sexuales durante el día y hasta la puesta del sol, en el
transcurso del mes de Ramadán, desde que sale la luna nueva. Es recomendable abstenerse igualmente,
durante la comida, de todo dis curso vano y de cualquier lectura que no sea la del Korán".
El sabio preguntó: "Pero ¿no hay ciertas cosas que a primera vista parece que hacen ineficaz el
ayuno, aunque, según enseña el Libro, no aminoran en nada su valor?"
Ella contestó: "En efecto, hay cosas que no hacen ineficaz el ayu no. Son las pomadas, los bálsamos y
los ungüentos; el kohl para los ojos y los colirios; el polvo del camino; la acción de tragar saliva; las
eyaculaciones nocturnas o diurnas de licor viril cuando son involunta rias; las miradas dirigidas a una
extranjera que no sea musulmana; la sangre o las ventosas simples o escarificadas. Tales son todas las
cosas que no quitan ninguna eficacia al ayuno."
Dijo el sabio: "¡Está muy bien! ¿Y qué piensas del retiro es piritual?"
Dijo ella: "El retiro espiritual es una estancia de larga duración en una mezquita, sin salir nunca más
que para satisfacer una necesidad, y renunciando al comercio con las mujeres y al uso de la palabra. La
recomienda la Sunna; pero no es una obligación dogmática".
Dijo el sabio: "Admirable! ¡Deseo ahora oírte hablar de la pere grinación!"
Ella contestó: "La peregrinación a la Meca o hadj es un deber que todo buen musulmán ha de cumplir,
por lo menos una vez en su vida, cuando llega a la edad de la razón. Para cumplirlo, hay que observar
diversas condiciones. Debe uno revestirse con la capa de peregrino o ihram, guardarse de tener comercio
con mujeres, afeitarse el pelo, cor tarse las uñas y taparse la cabeza y el rostro. La Sunna hace también
otras prescripciones".
El sabio dijo: "¡Perfectamente! ¡Pero pasemos a la guerra santa!"
Ella contestó: “La guerra santa es la que se lleva a cabo contra los infieles cuando el Islam está en
peligro. No se debe hacer más que para defenderse y jamás debe tomarse la ofensiva. ¡Cuando el
creyente se ha puesto ya sobre las armas, debe ir contra el infiel sin volver sobre sus pasos nunca!”
El sabio preguntó: "¿Puedes darme algunos detalles sobre la com pra y la venta?"
Simpatía contestó: "La compra y la venta deben hacerse con li bertad por ambas partes, y en los casos
importantes, patentizando el consentimiento y la aceptación.
"Pero hay algunas cosas prohibidas por la Sunna en la compra y en la venta. Así, por ejemplo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 277ª noche
Ella dijo:
"...Así, por ejemplo, está expresamente prohibido cambiar dátiles secos por dátiles frescos, higos
secos por higos frescos, carne curada y salada por carne fresca, manteca salada por manteca fresca, y en
general, todas las provisiones frescas por otras añejas y secas de la misma especie".
Cuando el sabio comentador del Libro hubo oído estas repuestas de Simpatía, no pudo menos de
pensar que sabía ella tanto como él y no quiso declararse impotente para cogerla en falta. Resolvió, pues,
hacerle preguntas más sutiles, y le interrogó:
"¿Qué significa lingüísticamente la palabra ablución?"
Ella contestó: "Eliminar por medio del lavatorio todas las im purezas internas o externas".
Preguntó él: "¿Qué significa la palabra ayunar?" Ella dijo: "Abstenerse".
Preguntó él: "¿Qué significa la palabra dar?" Ella dijo: "Enriquecerse".
Preguntó él: "¿Y el ir de peregrinación?" Ella contestó: "Alcanzar la meta". Preguntó él: "¿Y hacer la
guerra?"
Ella dijo: "Defenderse".
A estas palabras, irguióse sobre sus pies el sabio y exclamó: "¡En verdad que para ella son
insignificantes mis preguntas y argumentos! Asombra el saber y la clarividencia de esta esclava. ¡Oh
Emir de los Creyentes!"
Pero Simpatía sonrió ligeramente y le interrumpió: "A mi vez -le dijo- quisiera hacerte una pregunta.
¿Puedes decirme, ¡oh sabio lector! cuáles son las bases del Islam?"
Reflexionó él un instante y dijo: "Son cuatro: la fe iluminada por la razón sana; la rectitud; el
conocimiento de los deberes y dere chos estrictos y la discreción y el cumplimiento de los compromisos".
Ella añadió: "¡Permíteme que te haga otra pregunta todavía! Si no pudieses resolverla, tendré el
derecho de arrebatarte el manto que te sirve como distintivo de sabio lector del Libro!"
Dijo él: "¡Acepto! ¡Venga la pregunta, ¡oh esclava!" Ella preguntó: "¿Cuáles son las ramas del
Islam?"
El sabio permaneció algún tiempo recapacitando, y finalmente no supo qué responder.
Entonces habló el propio califa y dijo a Simpatía: "¡Responde tú misma a la pregunta, y te
pertenecerá el manto de este sabio!"
Simpatía se inclinó y repuso: "¡Los ramajes del Islam son veinte: la observancia estricta de lo que
enseña el Libro; conformarse con las tradiciones y la enseñanza oral de nuestro santo Profeta; no cometer
nunca injusticias; comer los alimentos permitidos; no comer jamás alimentos prohibidos; castigar a los
malhechores, a fin de que no au mente la malicia de los malos por causa de la indulgencia de los bue nos;
arrepentirse de las propias faltas; profundizar en el estudio de la religión; hacer bien a los enemigos;
llevar vida modesta; socorrer a los servidores de Alah; huir de toda innovación y todo cambio; desplegar
valor en la adversidad y fortaleza en las pruebas a que se nos someta; perdonar cuando se es fuerte y
poderoso; ser paciente en la desgracia; conocer a Alah el Altísimo; conocer al Profeta (¡con él la
plegaria y la paz!) ; resistir a las sugestiones del Maligno; resistir a nuestras pa siones y a los malos
instintos de nuestra alma; proclamarse en absoluto al servicio de Alah con toda confianza y toda
sumisión!"
Cuando el califa Harúm Al-Raschid hubo oído esta respuesta, or denó que inmediatamente despojaran
de su manto al sabio y se lo dieran a Simpatía, lo cual se ejecutó en seguida, ante la confusión del sabio,
que salió de la sala cabizbajo.
Entonces se levantó un segundo sabio, reputado por su sagacidad en los conocimientos teológicos, y a
quien todos los ojos designaban para que tuviera el honor de interrogar a la joven. Se encaró con
Simpatía y le dijo:
"Sólo voy a hacerte breves y pocas preguntas, ¡oh esclava! Ante todo, ¿puedes decirme qué deberes
han de observarse durante la co mida?"
Ella contestó: "Lo primero es lavarse las manos, invocando el nom bre de Alah en acción de gracias.
Luego se sienta uno con la nalga iz quierda; no se sirve para comer de más dedos que del pulgar y de los
dos primeros; no se toman más que bocados pequeños.; no se mastica bien la comida, y no debe mirarse
al vecino; para no azorarle o cor tarle el apetito".
El sabio preguntó: "¿Puedes decirme ahora, ¡oh esclava! a qué se llama cualquier cosa, la mitad de
cualquier cosa y menos que cual quier cosa?"
Ella contestó sin vacilar: "¡El creyente es cualquier cosa, el hipó crita es la mitad de cualquier cosa y
el infiel es menos que cualquier cosa!" -
El añadió: "¡Así es! ¡Dime! ¿Dónde está la fe?"
Ella contestó: "La fe habita en cuatro lugares: en el corazón, en la cabeza, en la lengua y en los
miembros. ¡Por eso la fuerza del cora zón consiste en la alegría, la fuerza de la cabeza en el conocimiento
de la verdad, la fuerza de la lengua en la sinceridad, y la fuerza de los demás miembros en la sumisión!"
El preguntó: "¿Cuántas clases de corazones hay?"
"Hay varias: el corazón del creyente, que es un corazón puro y sano; el corazón del infiel, que es
completamente opuesto al prime ro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 278ª noche
Ella dijo:
"... el corazón del infiel, que es completamente opuesto al prime ro; el corazón tocado de las cosas
terrenas y el corazón tocado de las cosas espirituales; hay corazón dominado por las pasiones, o por el
odio, o por la avaricia; hay corazón cobarde, corazón abrasado de amor, corazón henchido de orgullo;
también existe el corazón iluminado, como el de los compañeros de nuestro santo Profeta, y por último,
existe el propio corazón de nuestro santo Profeta, ¡el corazón del Elegido!"
Cuando oyó tal respuesta el sabio teólogo, exclamó: "¡Mereces mi aprobación, ¡oh esclava!"
Entonces la hermosa Simpatía miró al califa y dijo: "¡Oh Comen dador de los Creyentes, permíteme
que a mi vez haga una sola pregunta a mi examinador, y me apodere de su manto si no puede contestarme!
Y cuando se le acordó el consentimiento preguntó al sabio:
"¿Puedes decirme, ¡oh venerable jeique! qué deber ha de cum plirse con preferencia a todos los
deberes, aunque no sea el de más im portancia?"
A esta pregunta no supo qué decir el sabio, y la joven se apresuró a quitarle el manto y se dió a sí
misma la siguiente respuesta:
"¡Es el deber de la ablución, porque está formalmente prescripto que hemos de purificarnos antes de
cumplir el menor deber religioso y antes de cualquier acto previsto por el Libro y la Sunna!"
Tras de lo cual, Simpatía se volvió hacia la asamblea y la inte rrogó con una mirada en redondo, a la
que respondió cierto sabio, que era uno de los hombres más célebres del siglo y que no tenía igual en el
conocimiento del Korán. Se levantó y dijo a Simpatía:
"¡Oh joven llena de espiritualidad y de aromas encantadores! Puesto que conoces el Libro de Alah
¿podrías darnos una prueba de la exactitud de tu sabiduría?"
Ella contestó: "El Korán se compone de ciento catorce suratas o capítulos, de los cuales setenta se
dictaron en la Meca y cuarenta y cuatro en Medina.
“ Se divide en seiscientos veintiuna divisiones llamadas “aschar”, y en seis mil doscientos treinta y
seis versículos.”
"Comprende setenta y nueve mil cuatrocientas treinta y nueve pa labras y trescientas veintitrés mil
seiscientas setenta letras, cada una de las cuales tiene diez virtudes especiales.
“ En él se sita el nombre de veinticinco profetas: Adán, Nouh
[103], Ibra him, Ismail, Isaac, Yacub,
Yussef, El-Yosh, Yunés, Loth, Saleh, Hud, Schoaib, Daud
[104], Soleimán
[105], Zul-Kefel, Edris, Elías,
Yahia, Zacharia, Ayub, Mussa, Harún, Issa
[106] y Mohamed. (Con todos la plegaria y la paz).
"También se hallan en él los nombres de nueve pájaros o anima les alados: el músico, la abeja, la
mosca, la abubilla, el cuervo, el saltamontes, la hormiga, el pájaro ababil y el pájaro de Issa (¡con él la
plegaria y la paz!), que no es otro que el murciélago".
El jeique dijo: "Maravilla tu exactitud. Desearía también saber por ti cuál es el versículo en que
nuestro santo Profeta juzga a los infieles".
Ella contestó: "Es el versículo donde se encuentran estas palabras: Los judíos dicen que están
errados los cristianos, y los cristianos afirman que los judíos ignoran la verdad. ¡Por lo demás tienen
razón unos y otros!”
Cuando oyó el jeique estas palabras, declaróse satisfechísimo; pero quiso interrogarla todavía. Así,
pues, le preguntó:
"¿Cómo vino el Korán desde el cielo a la tierra? ¿Bajó íntegro, copiado de las tablas que se guardan
en el cielo, o bajó en varias veces?"
Ella contestó: "Por orden del Señor del universo, se lo dió el ángel Gabriel a nuestro profeta
Mohamed, príncipe de los enviados de Alah, y lo hizo por versículos según las circunstancias, en el
interregno de veinte años.”
Èl preguntó: "¿Cuántos compañeros del Profeta se cuidaron de ordenar todos los versículos dispersos
del Korán?"
Ella dijo: "Cuatro: Abi ben-Kaab, Zeid ben-Tabet, Abu-Obeida ben-Al-Djerrar y Othmán ben-Affán.
(¡Alah tenga en su gracia a los cuatro!) "
El preguntó: "¿Cuántos son los que nos transmitieron y enseñaron la verdadera manera de leer el
Korán?"
Ella contestó: "Cuatro: Abdalah ben-Massud, Alei ben-Kaab, Moaz ben-Djabal y Salem ben-
Abdalah".
Preguntó él: "¿En qué ocasión descendió del cielo el siguiente versículo: “!Oh Creyentes, no os
privéis de los goces terrenos en toda su plenitud!”
Ella contestó: “Cuando algunos, queriendo llevar más lejos de lo preciso la espiritualidad,
resolvieron disciplinarse y gastar cilicios de crin.”
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 279ª noche
Ella dijo:
"...resolvieron disciplinarse y gastar cilicios de crin".
Cuando oyó el sabio estas respuestas de Simpatía, no pudo menos de exclamar: "¡Certifico ¡oh Emir
de los Creyentes! que esta joven posee una sabiduría innegable!"
Entonces Simpatía pidió permiso para hacer una pregunta al jeique, y le dijo:
"¿Puedes decirme qué versículo del Korán comprende veintitrés veces la letra kaf, cuál comprende
diez y seis veces la letra mim y cuál comprende ciento cuarenta veces la letra ain?"
Estupefacto quedó el sabio, sin poder hacer la menor referencia sobre ello; y después de quitarle el
manto, Simpatía se apresuró a in dicar por sí misma, entre la general estupefacción de los concurrentes,
los versículos pedidos.
Entonces se irguió en medio de la asamblea un médico reputado por lo vasto de sus conocimientos y
que había producido libros muy estimados. Encaráse con Simpatía y le dijo:
"Hablaste de un modo excelente acerca de lo espiritual; pero ya es hora de ocuparse del cuerpo del
hombre, sus nervios, sus huesos y sus vértebras, y por qué se le llamó Adán!"
Ella contestó: “El nombre de Adán, viene de la palabra árabe adim, que significa la piel, la
superficie de la tierra, y se llamó así aÌ primer hombre porque fué creado con un amasijo de tierra de
diversas partes del mundo. En efecto, la cabeza de Adán se formó con tierra de Oriente, su pecho con
tierra de la Kaaba, y sus pies con tierra de Occidente.
"En el cuerpo dispuso Alah siete puertas de entrada y dos de salida: los dos ojos, las dos orejas, las
dos narices y la boca, y por otra parte, una delantera y un ano.
"Luego, para dar un temperamento a Adán, el Creador reunió en él los cuatro elementos: agua, tierra,
fuego y aire. He aquí por qué el temperamento bilioso tiene la naturaleza del fuego, que es cálido y seco;
el temperamento nervioso tiene la naturaleza de la tierra, que es seca; el linfático tiene la naturaleza del
agua, que es fría y húmeda; y el sanguíneo la naturaleza del aire, que es cálido y seco.
"Después de lo anterior, acabó Alah de constituir el cuerpo huma no. Puso en él trescientos setenta
conductos y doscientos cuarenta hue sos. Le dió tres instintos: el instinto de la vida, el instinto de la
reproducción y el instinto del apetito. Luego le puso un corazón, un bazo, pulmones, seis tripas, un
hígado, dos riñones, un cerebro, dos compa ñones, un nervio y una piel.
Le dotó de cinco sentidos guiados por siete espíritus vitales. En cuanto al orden de los órganos, Alah
puso el co razón en el lado izquierdo del pecho, y debajo de él extendió el estó mago; puso también los
pulmones para que sirviesen de abanicos al corazón; el hígado a la derecha para que fuese como la
guarda del corazón, y por último el entrelazamiento de los intestinos y la articula ción de las costillas.
"Respecto a la cabeza, se compone de cuarenta y ocho huesos; en cuanto al pecho, contiene
veinticuatro costillas en el hombre y veinti cinco en la mujer: esta costilla suplementaria se halla a la
derecha y sirve para guardar al niño en el vientre de su madre, rodeándole y sos teniéndole".
El sabio médico no pudo disimular su sorpresa; luego añadió: "¿Puedes ahora hablarnos de los
síntomas de las enfermedades?" Ella contestó: "Los síntomas de las enfermedades son externos e
internos, y sirven para indicar la clase de dolencia y su grado de gravedad.
"Efectivamente, el hombre hábil en su arte sabe adivinar el mal nada más que con tomar el pulso al
enfermo; de este modo averigua el grado de sequedad, de calor, de dureza, de frío y de humedad; sabe
asimismo que si a un hombre le amarillean los ojos, es porque debe tener malo el hígado, y que si a otro
se le encorva la espalda, es porque debe tener gravemente atacados de inflamación los pulmones.
"En cuanto a los síntomas internos que guían la observación del médico, son: los vómitos, los
dolores, los edemas, los excrementos y la orina".
El preguntó: "¿A qué obedece el dolor de cabeza?"
Ella contestó: "El dolor de cabeza se debe principalmente a la nu trición, cuando se carga de nuevo el
estómago antes que los primeros alimentos se hayan digerido; igualmente se debe a comidas hechas sin
tener gana. La gula es causa de todas las enfermedades que asolan la tierra. Quien quiera prolongar su
vida debe, pues, practicar la so briedad, y además, levantarse temprano, evitar las vigilias, no hacer
excesos con la mujer, no abusar de la sangría ni de las escarificacio nes, y por último vigilar su vientre. A
tal fin conviene que divida su vientre en tres partes, de las cuales llenará con alimentos una, con agua la
otra y con nada la tercera, dejándola libre para la respiración y para que pueda el alma aposentarse allí.
Lo mismo podría decirse del intestino, cuya longitud es de diez y ocho palmos".
El preguntó: "¿Cuáles son los síntomas de la ictericia?"
Ella contestó: "La ictericia o amarillez febril se caracteriza por el tinte amarillo que adquiere la piel,
por el amargor de boca, los vértigos, la frecuencia del pulso, los vómitos y la aversión a las mujeres. El
ata cado por esta dolencia, se halla expuesto a graves accidentes, como las úlceras intestinales, la
pleuresía, la hidropesía y los edemas, así como la melancolía de carácter grave, que, al debilitar el
cuerpo, puede provocar el cáncer y la lepra".
El dijo: "¡Perfectamente! Pero ¿en cuántas partes se divide la me dicina?"
Ella contestó: "Se divide en dos partes: estudio de las enferme dades y estudio de los remedios".
El dijo: "Veo que nada deja de desear tu ciencia. Pero ¿puedes decirme qué agua es la mejor?"
Ella contestó: "El agua pura y fresca contenida en un recipiente poroso frotado con cualquier perfume
excelente o simplemente perfu mado con vapores de incienso. No debe beberse más que después de la
comida. Así se evitará toda clase de enfermedades y se pondrá en práctica la frase del Profeta (¡con él la
plegaria y la paz!), que dijo: "El estómago es el receptáculo de todas las enfermedades, el estreñi miento
la causa de todas las enfermedades, y la higiene el principio de todos los remedios".
El preguntó: "¿Qué comida es excelente entre todas?"
Ella contestó: "La preparada por mano de mujer, sin que haya costado demasiados preparativos, y
cuando se come con corazón alegre. El plato llamado tharid es ciertamente el más delicioso de todos los
pla tos, porque el Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) ha dicho: "¡El tharid es con mucho el mejor de los
platos, como Aischa es la más virtuosa de las mujeres!"
El preguntó: "¿Qüé opinas de las frutas?"
Ella dijo: "Con la carne de carnero, son el alimento más sano. Pero no hay que comer demasiado
cuando está avanzada la estación". El preguntó: "¿Y el vino?"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 280ª noche
Ella dijo:
Simpatía contestó a la pregunta del médico: "¿Cómo puedes in terrogarme acerca del vino cuando el
Libro es tan explícito sobre este particular? No obstante sus numerosas virtudes, está prohibido por que
turba la razón y enardece los humores. ¡El vino y el juego de azar son dos cosas que debe evitar el
creyente, bajo pena de las mayores calamidades!"
El dijo: "Prudente es tu respuesta. ¿Puedes ahora hablarnos de la sangría?"
Ella contestó: "La sangría es necesaria a cuantas personas tienen de masiada sangre. Debe practicarse
en ayunas, un día de primavera sin nubes, ni viento, ni lluvia. Cuando ese día cae en martes, la sangría
produce sus mejores efectos, sobre todo si tal día es el décimo séptimo del mes. Verdaderamente, nada
hay tan bueno para la cabeza, los ojos y la sangre como la sangría. Pero nada peor que ella si se practica
durante los grandes calores o los grandes fríos, o siendo sábado".
El sabio meditó un instante, y dijo: "Hasta ahora respondiste perfectamente; pero quiero hacerte
todavía una pregunta capital, que nos demostrará si tu saber se extiende a todas las cosas esenciales en la
vida. ¿Puedes hablarnos con claridad acerca de la copulación?"
Cuando oyó la joven tal pregunta, enrojeció y bajó la cabeza, lo cual hizo al califa creerla incapaz de
responder. Pero no tardó en alzar la cabeza, y encarándose con el califa, le dijo: "¡Por Alah, oh Emir de
los Creyentes! no atribuyas mi silencio a ignorancia sobre esta pregunta, cuya respuesta tengo en la punta
de la lengua, y no quiero que salga de mis labios por respeto a nuestro señor el califa!" Pero él le dijo:
"Tendría un placer extremado en oír de tu boca tal respuesta. ¡Desecha el temor, pues, y habla con
claridad!"
Entonces dijo la docta Simpatía:
"La copulación es el acto que une sexualmente al hombre y la mujer. Se trata de una cosa excelente, y
son numerosos sus beneficios y virtudes. La copulación aligera el cuerpo y alivia el espíritu, aleja la
melancolía, atempera el calor de la pasión, atrae al amor, alegra el corazón, consuela de la ausencia y
hace recobrar el sueño perdido. Desde luego que nos estamos ocupando de la copulación de un hombre
con una mujer joven; pero si la mujer es vieja, sucede todo lo contrario, porque entonces no hay fechoría
que este acto no pueda engendrar. Copular con una vieja es exponerse a males sin cuento, entre otros, las
afecciones de la vista, el dolor de riñones, el dolor de piernas y el dolor de espalda. ¡En una palabra, es
peligroso! Conviene, pues, huir de ello como de un veneno sin remedio. ¡Para este acto debe escogerse
una mujer experta, que comprenda al primer golpe de vista, que hable con pies y manos y que dispense a
su propietario de tener un jardín y parterres floridos!
"A toda copulación completa sigue la humedad. Esta humedad se pro duce en la mujer a causa de la
emoción que sienten sus partes honorables, y en el hombre por el jugo que segregan sus dos companones.
Este jugo va por un camino muy complicado. Porque el hombre posee una gruesa vena de la que nacen
todas las demás venas. La sangre que riega todas estas venas, cuyo número es de trescientas sesenta,
acaba por canali zarse en un tubo que termina en el compañón izquierdo. En este com pañón izquierdo, la
sangre, a causa de agitarse, acaba por clarificarse y transformarse en un líquido blanco, que se espesa
merced al calor del compañón y cuyo olor recuerda el de la leche de palmera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 282ª noche
Ella dijo:
"...un líquido blanco, que se espesa merced al calor del compa ñón y cuyo olor recuerda al de la leche
de palmera".
El sabio exclamó: "¡Con qué sagacidad has respondido! Pero todavía tengo que hacerte dos últimas
preguntas. ¿Puedes decirme qué ser viviente no vive más que aprisionado y muere en cuanto respira el
aire libre? ¿Y qué frutas son las mejores?"
Ella contestó: "¡El primero es el pez, y las segundas son la to ronja y la granada!"
Cuando oyó el médico todas estas respuestas de la bella Simpatía, no pudo por menos de declararse
incapaz de cogerla en un error cientí fico, y se dispuso a ocupar de nuevo su sitio.
Pero se lo impidió con un gesto Simpatía, y le dijo: "Es preciso que a mi vez yo te haga una pregunta:
"¿Puedes decirme, ¡oh sabio! qué cosa hay redonda como la tie rra y que se aloja en un ojo,
ausentándose de este ojo unas veces y pe netrando otras en él, que copula sin órgano masculino, que se
separa de su compañero durante la noche para enlazarse a él durante el día y que elige su domicilio
habitual en las extremidades?"
A esta pregunta el sabio se atormentó en vano el espíritu, porque no supo responder, y después de
quitarle su manto a instancia del ca lifa, Simpatía contestó por sí misma: "¡Es el botón con el ojal!"
Tras de lo anterior, irguióse entre los venerables jeiques un astró nomo, que era el más famoso entre
los astrónomos del reino, y a quien miró sonriendo la bella Simpatía, de antemano segura de que él le
encontraría los ojos más enigmáticos que todas las estrellas de los cielos.
El astrónomo fué a sentarse ante la adolescente, y luego del acos tumbrado preámbulo, le preguntó:
"¿De dónde sale el sol y adónde va cuando desaparece?"
Ella contestó: "Sabe que el sol sale de los manantiales de Oriente, y desaparece en los manantiales de
Occidente. Ciento ochenta son estos manantiales. El sol es el sultán del día, como la luna es la sultana de
las noches. Y dijo Alah en el Libro: "Soy yo quien otorgó su luz al sol y su resplandor a la luna y quien
les asignó lugares matemáticos que permitiesen conocer el cálculo de los días y los años. ¡Yo soy quien
fijó un límite a la carrera de los astros y prohibió a la luna que jamás esperase al sol, así como a la noche
que se adelantase al día! ¡Por eso el día y la noche, las tinieblas y la luz, sin mezclar su esencia nunca, se
identifican continuamente!"
El sabio astrónomo exclamó: "¡Qué respuesta tan maravillosa de precisión! Pero, ¡adolescente!
¿puedes hablarnos de los demás astros y decirnos sus influencias buenas y malas?
Ella contestó: "Si tuviera que hablar de todos los astros necesi taría consagrar a ello más de una
sesión. Sólo diré, pues, pocas palabras. Además del sol y la luna, existen otros cinco planetas, que son:
Ultared
[107], El-Zohrat
[108], El-Merrihk
[109], El-Musch tari
[110] y Zohal
[111].
"La luna, fría y húmeda, de influencia buena, está en Cáncer, su apogeo es Tauro, tiene por inclinación
a Escorpión y por perigeo a Ca pricornio.
"El planeta Saturno, frío y seco, de influencia maligna, está en Capricornio y Acuario, su apogeo es
Libra, su inclinación Aries y su perigeo Capricornio y Leo.
"Júpiter, de influencia benigna, está en Tauro, tiene por apogeo a Piscis, por inclinación a Libra y por
perigeo a Aries y a Escorpión. "Mercurio, de influencia unas veces benigna y maligna otras, está en
Géminis, tiene por apogeo a Virgo, por inclinación a Piscis y por perigeo a Tauro.
"Y por último, Marte, cálido y húmedo, de influencia maligna, está en Aries, tiene por apogeo a
Capricornio, por inclinación a Cán cer y por perigeo a Libra".
Cuando el astrónomo hubo oído esta respuesta, admiró mucho la profundidad de los conocimientos de
la joven Simpatía. Sin embargo, intentó turbarla con alguna pregunta más difícil, y la interrogó:
"¡Oh joven! ¿crees que este mes tendremos lluvias?"
Al escuchar semejante pregunta, la docta Simpatía bajó la cabeza y reflexionó bastante tiempo, lo
cual hizo al califa suponer que se re conocía incapaz de contestar. Pero no tardó ella en alzar la cabeza, y
dijo al califa: "¡No hablaré, ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des permiso para desarrollar mi
pensamiento por completo!" Asom brado, dijo el califa: "¡Ya tienes permiso!" Ella dijo: "¡Entonces, ¡oh
Emir de los Creyentes! déjame tu alfanje un instante para que corte la cabeza a este astrónomo, que no es
más que un impío y un descreído!"
A estas palabras no pudieron por menos de reír el califa y todos los sabios de la asamblea. Pero
Simpatía continuó: "¡Has de saber, ¡oh astrónomo! que hay cinco cosas que conoce sólo Alah: la hora de
la muerte, cuándo va a llover, el sexo del niño en el seno de su madre, los sucesos futuros y el sitio donde
morirá cada uno!"
El astrónomo sonrió y le dijo: "No te hice esa pregunta más que como prueba. ¿Puedes decirnos, y
con ello no nos alejaremos del asun to, la influencia ejercida por los astros sobre los días de la semana?"
Ella contestó: "El domingo es el día consagrado al Sol. Cuando comienza el año en domingo, es señal
de que los pueblos tendrán que sufrir muchas tiranías y vejaciones de sus sultanes, de sus reyes y de sus
gobernantes; habrá sequía, no prosperarán las lentejas, se agriarán las uvas y se librarán combates
feroces entre los reyes. ¡Pero acerca de esto Alah es todavía más sabio!
"El lunes es el día consagrado a la luna. Cuando comienza el año en lunes, es un buen augurio. Habrá
abundantes lluvias, muchas uvas y cereales, pero estallará la peste, y luego no prosperará el lino, y será
malo el algodón; y además la mitad del ganado morirá de epidemia. ¡Pero Alah es más sabio!
"Puede comenzar el año en martes, día consagrado a Marte. Caerán heridos de muerte los grandes y
los poderosos, subirá el precio de los cereales, lloverá poco, habrá escasez de pescado, la miel estará
muy barata, las lentejas se venderán por nada, los granos de lino esta rán caros, habrá una cosecha
excelente de cebada. Pero se verterá mucha sangre, y una epidemia diezmará los asnos, cuyo precio
subirá muchísimo. ;Pero Alah es más sabio!
"El miércoles es el día de Mercurio. Cuando comienza el año en miércoles, es señal de grandes
catástrofes marítimas, de muchos días de tempestad y relámpagos, de carestía de cereales y de que los
reponches y las cebollas subirán mucho de precio, sin contar una epidemdia que se cebará en los niños.
¡Pero Alah es más sabio!
"El jueves es el día consagrado a Júpiter. Si abre el año, es indicio de concordia entre los pueblos, de
justicia en gobernantes y visires, de integridad en los kadíes y de grandes beneficios para la humanidad,
entre otros, abundancia de lluvias, de frutas, de grano, de algodón, de lino, de miel, de uva y de pescado.
¡Pero Alah es más sabio!
"El viernes es el día consagrado a Venus. Si abre el año, es señal de que el rocío será abundante y la
primavera muy hermosa; nacerá una enorme multitud de niños de ambos sexos, y habrá muchos
cohombros, sandías, calabazas, berenjenas y tomates, y también cotufas. ¡Pero Alah es más sabio!
"El sábado, por último, es el día de Saturno. ¡Malhaya el año que comienza en tal día! ¡Malhaya tal
año! ¡Habrá una avaricia ge neral del cielo y de la tierra, el hambre sucederá a la guerra, las
enfermedades al hambre, y los habitantes de Egipto y de Siria se lamentarán bajo la opresión que han de
sufrir y bajo la tiranía de los gobernantes! ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando el astrónomo hubo oído tal respuesta, exclamó: "¡Cuán admirablemente respondiste a todo!
Pero ¿puedes aún decirnos de qué punto o piso del cielo están suspendidos los siete planetas?"
Simpatía contestó: "¡Desde luego! ¡El planeta Saturno está colgado del séptimo cielo exactamente;
Júpiter está colgado del sexto cie lo; Marte, del quinto; el Sol del cuarto; Venus, del tercero; Mercurio,
del segundo, y la Luna del primer cielo!"
Luego añadió Simpatía: "¡Voy a interrogarte a mi vez ahora...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 284ª noche
Ella dijo:
"¡... Voy a interrogarte a mi vez ahora! ¿Cuáles son las tres clases de estrellas?"
En vano meditó el sabio levantando los ojos al cielo, porque no pudo salir del compromiso.
Entonces, y tras de quitarle el manto, res pondió Simpatía por sí misma a su propia pregunta:
"Las estrellas se dividen en tres clases, según la misión a que se Ias destina: unas cuelgan de la
bóveda celeste como antorchas, y sir ven para alumbrar la tierra; otras están suspendidas de manera
invisible en el aire, y sirven para alumbrar los mares; y las estrellas de la tercera categoría, se mueven a
voluntad entre los dedos de Alah; se las ve desfilar en la noche, y entonces sirven para lapidar y castigar
a los demonios que osan infringir las órdenes del Altísimo".
A estas palabras, el astrónomo se declaró muy inferior a la bella adolescente en conocimientos, y
retiróse de la sala. Entonces, por man dato del califa, le sucedió un filósofo, que fué a apostarse ante Sim -
patía, y le preguntó:
"¿Puedes hablarnos de la infidelidad y decirnos si es innata en el hombre?"
Ella contestó: "Quiero responderte acerca de esto con las propias palabras del Profeta (¡con él la
plegaria y la paz!), que ha dicho:
"La infidelidad circula entre los hijos de Adán como circula la sangre por las venas, no bien se dejen
arrastrar por la blasfemia contra la tierra, y los frutos de la tierra, y las horas de la tierra. ¡ El crimen
mayor es blasfemar del tiempo y del mundo; porque el tiempo es Dios mismo, y el mundo es hechura de
Dios!”
El filósofo exclamo: ¡ Sublimes y definitivas son esas palabras! Dime ahora quiénes son las cinco
criaturas de Alah que bebieron y comieron sin expulsar de su cuerpo nada por delante ni por detrás".
Ella contestó: "¡Esas cinco criaturas son: Adán, Simeón, el dro medario de Saleh, el carnero de
Ismael y el pájaro que vió el santo Abubekr en la caverna!"
El le dijo: "¡Perfectamente! ¡Dime todavía qué cinco criaturas del Paraíso no son hombres, ni genios,
ni ángeles!"
Ella contestó: "El lobo de Jacob, el perro de los siete durmientes, el asno de El-Aizr, el dromedario
de Saleh y la mula de Daldal de nuestro santo Profeta. (¡Con él la plegaria y la paz!)"
El preguntó: "¿Puedes decirme cuál es el hombre que, al ponerse en oración, no oraba ni en el cielo
ni en la tierra?"
Ella contestó: "Soleimán, que se ponía en oración sobre una al fombra suspendida en el aire entre el
cielo y la tierra!"
El dijo: "¡Vas a explicarme el siguiente caso: un hombre mira por la mañana a una esclava, y comete
con ello un acto ilícito; mira a esta misma esclava a mediodía, y el hecho es lícito entonces; la mira
durante la siesta, y de nuevo resulta el hecho ilícito; a la puesta del sol le está permitido mirarla; se le
prohibe hacerlo de noche, y a la mañana del otro día puede perfectamente acercarse a ella con toda
libertad! ¿Sabrás explicarme qué distintas circunstancias logran suce derse con tanta rapidez en el espacio
de un día y una noche?"
Ella contestó: "¡Es muy sencilla la explicación! Por la mañana, un hombre posa sus miradas en una
esclava que no es suya, lo cual es ilícito, según el Libro. Pero la compra a mediodía, y entonces puede
mirarla y gozarla cuando quiera; a la hora de la siesta, por cualquier causa, le devuelve la libertad, y en
vista de ello ya no tiene derecho para dirigir a ella sus ojos. ¡Pero al ponerse el sol se casa con ella, y
todo para él se torna lícito; por la noche, cree oportuno divorciarse y no puede ya acercarse a ella; pero a
la mañana, de nuevo la toma por esposa, tras las ceremonias de costumbre, y entonces puede reanu dar sus
relaciones con aquella mujer!"
Dijo el filósofo: "¡Así es! ¿Puedes decirme cuál es la tumba que hubo de moverse con la persona que
encerraba?"
Ella contestó: "¡La ballena que devoró al profeta Jonás!"
El preguntó: "¿Qué valle alumbró el sol una vez únicamente y jamás volverá a alumbrar hasta el día
de la Resurrección?"
Ella contestó: "¡El valle formado por la vara de Moisés al hen dir el mar para hacer paso a su pueblo
fugitivo!"
El preguntó: "¿Qué cola arrastró primero por el suelo?"
Ella contestó: "¡La cola del vestido de Agar, madre de Ismael, cuando barrió la tierra ante Sara!"
El preguntó: "¿Qué cosa respira sin estar animada?"
Ella contestó: "¡La mañana! Porque dice el Libro: "Cuando la mañana respira..."
El dijo: "Dime cuanto puedas acerca de este problema: una ban dada de pajarillos se abate sobre la
copa de un árbol; unos se posan en las ramas superiores y otros en las bajas. Los pajarillos que se ha llan
en lo alto del árbol dicen a los de abajo: "Si se juntase a nosotros uno de vosotros, nuestro grupo sería
doble que el vuestro; pero si ba jara uno de nosotros hacia vosotros, nos igualarías en número. ¿Cuán tos
pajarillos había?"
Ella contestó: "Había en total doce pajarillos. En efecto, estaban siete en lo alto del árbol y cinco en
las ramas bajas. Si uno de lose pajarillos de abajo se reuniese con los de arriba, el número de estos
últimos ascendería a ocho, que es el doble de cuatro; pero si uno de los de arriba descendiese hasta
juntarse con los de abajo, serían seis en cada sitio. ¡Pero Alah es más sabio!"
Al oír el filósofo las diversas respuestas, temió que le interrogara la adolescente, y para conservar su
manto, se puso en fuga a toda prisa y desapareció.
Entonces fué cuando se levantó el hombre más sabio del siglo, el prudente Ibrahim ben-Sayar, que fué
a ocupar el sitio del filósofo, y dijo a la bella Simpatía: "¡Quiero creer que con anterioridad a mis
preguntas te declararás vencida, siendo, portanto, ocioso interrogarte!"
Ella contestó: "¡Oh venerable sabio, mi consejo es que envíes a buscar otro traje que el que llevas,
pues no tardaré en quitártelo!" El sabio dijo: "¡Vamos a verlo! ¿Qué cinco cosas creó el Altísi mo antes
que Adán?"
Ella contestó: "¡El agua, la tierra, la luz, las tinieblas y el fuego!
El preguntó: "¿Qué obras son las formadas por las propias manos del Todopoderoso y no por el
simple efecto de su voluntad, como fueron creadas todas las demás cosas?
Ella contestó: "¡El Trono, el árbol del Paraíso, el Edén y Adán! ¡Sí, por las propias manos de Alah se
crearon estas cuatro cosas mien tras que para crear todas las demás cosas, dijo: "¡sean!" y fueron!"
El preguntó: "¿Quién es tu padre en el Islam y quién es el padre de tu padre?"
Ella contestó: "¡Mi padre en el Islam es Mohamed (¡con él la plegaria y la paz!), y el padre de mi
padre es Abraham, el amigo de Alah !"
"¿En qué consiste la fe del Islam?"
"En la simple profesión de fe: "¡La ilah ill'Alah, Mohamed rassul Alah !"
"¿Qué cosa empezó siendo de madera y terminó gozando vida propia?"
"La vara que tiró Moisés para que se convirtiese en serpiente. Se gún las circunstancias, esta misma
vara, clavada en el suelo, podía transformarse en árbol frutal, en un frondoso árbol muy grande para
resguardar del ardor del sol a Moisés, o en un perro enorme que guar dara el rebaño durante la noche".
"¿Puedes decirme qué mujer fué engendrada por un hombre sin que una madre la llevase en el seno, y
qué hombre fué engendrado por una mujer sin el concurso de un padre?"
"¡Eva, que nació de Adán, y Jesús, que nació de María!" El sabio continuó ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 286ª noche
Ella dijo:
... El sabio continuó: "¡Háblame de las diversas clases de fuego!"
Ella contestó: "¡Hay un fuego que come y no bebe: el fuego del mundo; un fuego que come y bebe: el
fuego del infierno; un fuego que bebe y no come: el fuego del sol; por último, un fuego que no come ni
bebe: el fuego de la luna!"
"¿Cuál es la clave de este enigma? "Cuando bebo mana de mis la bios la elocuencia, y camino y hablo
sin hacer ruido. ¡Y sin embargo, a pesar de estas cualidades, no tengo honores en mi vida, y después de
mi muerte no me llora nadie!"
Ella contestó: "¡La pluma!"
"¿Y la clave de este otro enigma? "Soy pájaro, pero no tengo carne, ni sangre, ni plumas, ni plumón;
me comen asado, o cocido o al natural, y es muy difícil saber si estoy vivo o muerto; en cuanto a mi
color, es de plata y oro".
Ella contestó: "En verdad que tienes ganas de emplear palabras ex cesivas para hacerme saber que se
trata del huevo. ¡Procura preguntar me algo más difícil!"
El preguntó: "¿Cuántas palabras dijo en total Alah a Moisés?" Ella contestó: "¡Alah dijo a Moisés,
exactamente, mil quinientas palabras!"
El preguntó: "¿Cuál es el origen de la Creación?"
Ella dijo: "Alah hizo a Adán con barro seco; el barro se formó con espuma; la espuma se sacó del
mar; el mar de las tinieblas; las tinieblas de la luz; la luz de un monstruo marino; el monstruo marino de
un rubí; el rubí de una roca; la roca del agua; y el agua fué creada por la palabra omnipotente: "¡Sea!"
"¿Y la clave de este otro enigma? "Como sin tener boca ni vientre, y me nutro de árboles y animales.
¡Los alimentos solos prolongan mi vida, en tanto que cualquier bebida me mata!"
"¡El fuego!"
"¿Y la clave de este enigma? "Son dos amigos que jamás goza ron, aunque pasan todas sus noches uno
en brazos de otro. ¡Son los guardianes de la casa, y sólo se separan al llegar la mañana!"
"¡Las dos hojas de una puerta!" -
"¿Qué significa lo que voy a decirte? "¡Arrastro largas colas tras de mí, tengo una oreja para no oír
nada y hago trajes para no llevarlos nunca!"
"¡La aguja!"
" ¿Cuáles son la longitud y la anchura del puente Sirat?"
"La longitud del puente Sirat, por el cual deben pasar todos los hombres el día de la Resurrección, es
de tres mil años de camino, mil para subir a él, mil para atravesar su parte plana y mil para bajar de él.
¡Es más escarpado que un corte de sierra y más estrecho que un cabello".
Preguntó él: "¿Puedes decirme ahora cuántas veces tiene derecho a interceder por cada creyente el
Profeta? (¡Con él la plegaria y la paz!) "
Ella contestó: "¡Ni más ni menos de tres veces!" "¿Quién abrazó primero la fe del Islam?""¡Abubekr!"
"Entonces, ¿no crees que fué musulmán Alí antes que Abubekr?"
"Alí, por gracia del Altísimo, no fué jamás idólatra, porque desde la edad de siete años Alah le hizo
seguir el camino más recto, iluminan do su corazón y dotándolo de la fe de Mohamed. (¡Con él la plegaria
y la paz!)"
"¡Sí! Pero yo quisiera saber cuál de los dos, entre Alí y Abbas, reúne mayores méritos a tus ojos".
Ante esta pregunta, con exceso insidiosa, advirtió Simpatía que el sabio trataba de arrancarle una
respuesta comprometedora; porque si daba la preeminencia a Alí, yerno del Profeta, disgustaría al califa,
que era descendiente de Abbas, tío de Mohamed. (¡Con él la plegaria y la paz!). Primero enrojeció, luego
palideció, y tras un instante de reflexión, repuso:
"¡Sabe, ¡oh Ibrahim! que no hay ninguna preeminencia entre dos cuando cada cual de ellos tiene un
mérito excelente!"
No bien el califa hubo oído esta respuesta, llegó al límite del entu siasmo, e irguiéndose sobre ambos
pies, exclamó: "¡Por el Señor de la Kaaba! ¡Es admirable tal respuesta, oh Simpatía!"
Pero el sabio continuó: "¿Puedes decirme de que trata este enig ma? "¡Es esbelta y tierna y de sabor
delicioso; es derecha como la lanza, pero no tiene hierro agudo; es útil por su dulzura, y se come con
gusto por la noche en el mes de Ramadán!"
Ella contestó: "¡De la caña de azúcar!"
Dijo él: "Todavía tengo que dirigirte algunas preguntas, y voy a hacerlo rápidamente. Puedes decirme
en pocas palabras: ¿Qué hay más dulce que la miel? ¿Qué hay más cortante que el hacha? ¿Qué hay más
rápido que el veneno en sus efectos? ¿Cuál es el goce de un ins tante? ¿Cuál es la felicidad que dura tres
días? ¿Cuál es el día más dichoso? ¿Cuál es el regocijo de una semana? ¿Cuál es el suplicio que nos
persigue hasta la tumba? ¿Cuál es la alegría del corazón? ¿Cuál es el sufrimiento del espíritu? ¿Cuál es la
desolación de la vida? ¿Cuál es el mal que no tiene remedio? ¿Cuál es la vergüenza que no puede
borrarse? ¿Cuál es el animal que vive en los lugares desiertos y habita lejos de las ciudades, huyendo del
hambre, y reúne la naturaleza de otros siete animales?"
Ella contestó: "¡Antes de hablar, deseo que me entregues tu manto! "
Entonces el califa Harún Al-Raschid dijo a Simpatía: "Sin duda tienes razón. Pero ¿no convendría
más que, por consideración a su edad, contestases primero a sus preguntas?"
Y dijo ella: "¡El amor de los niños es más dulce que la miel! ¡La lengua es más cortante que el hacha!
¡El mal de ojo es más rápido que el veneno! ¡El goce del amor sólo dura un instante! ¡La felicidad que
dura tres días es la que experimenta el marido en las épocas mens truales de su esposa, porque entonces él
descansa! ¡El día más dichoso es el de ganancia de un negocio! ¡El regocijo que dura una semana es el de
la boda! ¡La deuda que ha de pagar toda persona es la muerte! ¡La mala conducta de los hijos es la pena
que nos persigue hasta la tumba! ¡La alegría del corazón es la mujer sumisa para con el esposo! ¡El
sufrimiento del espíritu es un sirviente malo! ¡La pobreza es la desolación de la vida! ¡El mal carácter es
el mal sin remedio! ¡La vergüenza imborrable es el deshonor de una hija! ¡En cuanto al animal que vive
en los lugares desiertos y detesta al hombre, es el saltamontes, que reúne la naturaleza de otros siete
animales: tiene, efectivamente, cabeza de caballo, cuello de toro, alas de águila, pies de camello, cola de
serpiente, vientre de escorpión y cuernos de gacela!"
Ante tanta sagacidad y saber, el califa Harún Al-Raschid se sintió en extremo deificado, y ordenó al
sabio Ibrahim ben-Sayar que diera su manto a la adolescente. Después de haberla entregado su manto,
levantó la mano derecha el sabio, y manifestó en público que la joven habíale superado en conocimientos
y que era la maravilla entre las maravillas del siglo.
Entonces preguntó el califa a Simpatía: "¿Sabes tocar instrumentos armónicos y cantar
acompañándote?" Ella contestó: "¡Sí, por cierto!" Inmediatamente hizo traer un laúd en un estuche de raso
rojo, rema tado con una borla de seda amarilla y cerrado con un broche de oro. Simpatía sacó del estuche
el laúd, y leyó en él estos versos grabados como orla con caracteres enlazados y floridos:
¡Era yo todavía una rama verde, y ya enseñábanme canciones las aves enamoradas!
¡En las rodillas de las jóvenes, ahora resueno bajo los dedos y canto cual las aves!
Entonces la apoyó ella contra sí, inclinóse como una madre sobre su hijo, sacó del instrumento
acordes de doce maneras distintas, y en medio del entusiasmo general cantó con una voz que hubo de
repercu tir en todos los corazones y arrancar lágrimas de emoción en los ojos todos.
Cuando acabó ella, irguióse sobre ambos pies el califa, y exclamó: "¡Aumente en ti sus dones Alah,
¡oh Simpatía! y tenga en su misericor dia a quienes fueron tus maestros y a los autores de tus días!" Y acto
seguido hizo contar diez mil dinares de oro en cien sacos para Abul- Hassán, y dijo a Simpatía: "Dime,
¡oh maravillosa adolescente! ¿prefieres entrar en mi harem y tener un palacio y tren de casa para ti sola, o
bien prefieres volver con este joven, tu antiguo amo?"
A estas palabras, Simpatía besó la tierra entre las manos del ca lifa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 287ª noche
...Simpatía besó la tierra entre las manos del califa y contestó: "¡Extienda Alah sus gracias sobre
nuestro dueño el califa! ¡Pero su esclava desea volver a la casa de su antiguo amo!"
Lejos de mostrarse ofendido por esta preferencia, el califa accedió inmediatamente a su demanda,
haciendo que como regalo le entregaran cinco mil dinares más, y le dijo: "¡Podrás acaso ser tan experta
en amor como lo eres en conocimientos espirituales!" Luego quiso aún poner remate a su magnificencia,
designando a Abul-Hassán para des empeñar un alto cargo en palacio, y le admitió en el número de sus
favoritos más íntimos. Después levantó la sesión.
Entonces, agobiada bajo mantos de sabios Simpatía y cargado con sacos repletos de dinares de oro
Abul-Hassán, salieron de la sala ambos, seguidos por todos los asistentes a la asamblea, que alzaban los
brazos y exclamaban, maravillándose de cuanto acababan de ver y oír: "¿Dón de habrá en el mundo una
generosidad semejante a la de los descen dientes de Abbas?"
"Tales son, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada-, las pa labras que la docta Simpatía dijo en
medio de la asamblea de sabios, las cuales, transmitidas por los anales del reino, sirven para instruir a
toda mujer musulmana",
Luego, al ver Schehrazada que el rey Schahriar fruncía ya las cejas y meditaba de un modo
inquietante, apresuróse a abordar las Aventuras del poeta Abu-Nowas, y comenzó el relato en seguida,
mientras Doniazada, medio dormida hasta entonces, despertábase sobresaltada de repente, al oír
pronunciar el nombre de Abu-Nowas, y toda oídos dis poníase a escuchar.
Ella dijo:
Aventuras del poeta Abu-Nowas
Se cuenta -Pero Alah es más sabio- que una noche entre las noches, poseído de insomnio y con el
espíritu preocupadísimo, el califa Harún Al-Raschid salió para distraer su hastío. De este modo llegó
ante un pabellón cuya puerta permanecía abierta, pero en su umbral se atra vesaba el cuerpo de un eunuco
negro dormido. El califa saltó sobre el cuerpo del esclavo, penetrando en la única sala de que se
componía el pabellón, y lo primero que se presentó a su vista fué un lecho con cortinas corridas e
iluminado a derecha e izquierda por dos grandes antorchas. Había junto al lecho una mesita sosteniendo
una bandeja con un cántaro de vino, al que servía de tapa un vaso puesto boca abajo.
Asombróse el califa de encontrar en aquel pabellón aquellas cosas de las que no tenía noticia, y
avanzando hacia el lecho levantó las cor tinas, y se quedó maravillado de la belleza que ofrecíase a su
mirada. Era una joven esclava, tan hermosa cual la luna llena, y cuyo único velo consistía en su cabellera
suelta.
A su vista, el califa, en extremo encantado, cogió el vaso que coro naba el gollete del cántaro, lo llenó
de vino y formuló en su alma: "¡Por las rosas de tus mejillas, ¡oh joven!", y lo bebió con lentitud. Luego
inclinóse sobre el hermoso rostro y dejó un beso en un lunar negro que sonreía desde la comisura
izquierda de los labios.
Pero aunque fué levísimo, aquel beso despertó a la joven, quien, al reconocer al Emir de los
Creyentes, se incorporó en el lecho viva mente aterrada. Pero el califa la calmó y le dijo: ;`Cerca de ti
hay un laúd, ¡oh joven esclava! y sin duda debes saber extraer de él deli ciosos acordes. ¡Como a pesar de
que no te conozco tengo determinado pasarme esta noche contigo, no me disgustaría verte manejarlo
mientras te acompañas con la voz!"
Entonces tomó el laúd la joven, y tras de templarlo, sacó de él sonidos admirables, haciéndolo de
veintiún modos diferentes, y con tanta maestría que el califa se exaltó hasta el límite de la exaltación;
advertido lo cual por la joven, no dejó de aprovecharse de ello. Así, pues, le dijo ella: "¡Sufro rigores
del Destino., ¡oh Comendador de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y por qué?" Ella dijo: "Tu hijo El-
Amín, ¡oh Comendador de los Creyentes! me compró hace algunos días por diez mil dinares, a fin de
hacerte el regalo de mi persona. ¡Pero al tener conocimiento de tal proyecto, tu Sett Zobeida reintegró a
tu hijo el dinero que había invertido en comprarme, y me puso en manos de un eunuco negro para que me
encerrase en este pabellón solitario!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras, se sintió sumamente enfurecido y prometió a la joven darle
desde el día siguiente un palacio para ella sola, con tren de casa digno de su belleza. Luego, tras de una
toma de posesión, salió a toda prisa, despertando al eunuco dormido y ordenándole que inmediatamente
fuese a prevenir al poeta Abu-Nowas para que se presentase enseguida en palacio.
Era costumbre del califa, en efecto, enviar que buscasen al poeta cuantas veces le asaltaban
preocupaciones, con objeto de distrarse oyén dole improvisar poemas o poner en verso cualquier
aventura que le contara.
El eunuco se personó en la casa de Abu-Nowas, y como no le encontró allí, salió en su busca por
todos los lugares públicos de Bagdad, y le encontró al fin en cierta mal afamada taberna, a lo último del
barrio de la Puerta Verde. Se acercó a él y le dijo: "¡Oh Abu-Nowas, por ti pregunta nuestro amo el
califa!"
Abu-Nowas se echó a reír, y contestó: "¿Cómo quieres, ¡oh padre de blancuras! que me mueva de
aquí, si me retiene como rehén un jovencito amigo mío?" El eunuco preguntó: "¿Dónde está y quién es?"
Y le contestó el otro: "Es menu do, imberbe y lindo. ¡Le prometí un regalo de mil dracmas, pero como no
tengo encima esa cantidad, no me parece decente irme antes de sa tisfacer mi deuda!"
A estas palabras exclamó el eunuco: "¡Por Alah! ¡Abu-Nowas, enséñame a ese joven, y si
verdaderamente es tan gentil como me estás dando a entender, quedarás relevado de todo lo demás!"
En tanto hablaban ellos de este modo, el pequeño asomó su linda cabeza por la puerta entreabierta, y
Abu-Nowas, señalándole, exclamó: "Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los
pájaros que en ella anidan...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 288ª noche
Ella dijo:
"...Si la rama se balancea, ¡qué armonioso no será el canto de los pájaros que en ella anidan!"
Entonces acabó de entrar el joven en la sala. Realmente, era lo más bello posible, e iba vestido con
tres túnicas superpuestas y de dis tintos colores: la primera, completamente blanca; la segunda, roja, la
tercera, negra.
Cuando Abu-Nowas le vió vestido de blanco, sintió crepitar en su espíritu el fuego de la inspiración,
e improvisó estos versos en honor suyo:
¡Se mostró vestido con un lino de blancura lechosa, y sus ojos languidecían bajo sus
párpados azules, y las rosas tiernas de sus mejillas bendecían a Quien hubo de crearlas!
Y le dije: "¿Por qué pasas sin mirarme, cuando consientes que cai ga en tus manos como la
víctima bajo el arma del sacrificador?"
Me contestó: "Déjate de discursos y mira en silencio la obra del Creador: blanco es mi
cuerpo y blanca mi túnica; blanco es mi rostro y blanco mi destino; ¡es blanco sobre blanco, y
blanco sobre blanco!"
Al oír el joven estos versos, sonrió y se despojó de su túnica blan ca para aparecer todo de rojo. A su
vista, sintió Abu-Nowas poseerle por completo la emoción poética, y acto seguido improvisó estos otros
versos:
¡Se mostró vestido con una túnica roja como su proceder cruel!
Y exclamé, sorprendido: "¿Cómo, siendo de una blancura lunar, puedes aparecer con esas
dos mejillas que se dirían enrojecidas por la sangre de nuestros corazones, y vestido con una
túnica robada a las anémonas?"
Me contestó: "La aurora me había prestado antes su vestidura; pero ahora es el mismo sol
quien me hizo el regalo de sus llamas: de llama son mis ojos y rojo mi traje; de llama son mis
labios y rojo el vino que los colorea; ¡es rojo sobre rojo, y rojo sobre rojo!"
Al oír estos versos, el pequeño arrojó con un gesto su túnica roja y apareció vestido con la túnica
negra que llevaba directamente sobre la piel, y acusaba con precisión el talle ceñido por un cinturón de
seda. Y Abu-Nowas, al verlo, llegó al límite de la exaltación, e improvisó estos otros versos en honor
suyo:
¡Se mostró vestido con una túnica negra como la noche, y no se dignó siquiera dirigirme
una mirada! Y le dije: "¿No ves que mis enemigos y quienes me envidian, se alegran del
abandono en que me tienes?
"¡Ah! Ya lo comprendo: negras son tus vestiduras y negra tu ca bellera; negros tus ojos y
negro mi destino; ¡es negro sobre negro y negro sobre negro!”
Cuando el enviado del cafila vió al joven y escuchó estos versos, disculpó de todo corazón a Abu-
Nowas, y volvió al instante a palacio, donde puso al califa en autos acerca de la aventura acaecida a
Abu Nowas, y le explicó que el poeta habíase constituído en rehén en la taberna por no poder pagar la
suma prometida al hermoso mancebo. Entonces, el califa, divertido a la vez que irritado, entregó al
eunuco la suma necesaria para el rescate del rehén, y le ordenó que fuese a sacarle de allí en seguida,
para llevarle, de grado o por fuerza, a su presencia.
Se apresuró el eunuco a ejecutar la orden, y no tardó en volver sos teniendo con difilcultad al poeta,
que se tambaleaba por haber bebido demasiado. Y el califa le apostrofó con una voz que trató de hacer
fu riosa; luego, al ver que Abu-Nowas se echaba a reir, se acercó a él, le cogió de la mano, y en su
compañía se encaminó hacia el pabellón donde se encontraba la esclava.
Cuando Abu-Nowas vió sentada en la cama y vestida toda de raso azul, y con el rostro cubierto por
un ligero velo de seda azul, a aquella joven de grandes ojos negros que le sonreían en la faz, le pasó la
em briaguez, pero en cambio sintióse inflamado de entusiasmo, y de pronto improvisó esta estrofa en
honor suyo:
¡Di a la bella del velo azul que le suplico se compadezca de alguien que arde en deseo de
su hermosura! Dile: "¡Te conjuro por la blancura de tu linda tez, que no igualan ni la tierna
rosa ni el jazmín, te conjuro por tu sonrisa, que hace palidecer las perlas y los rubíes a que me
dirijas una mirada en la cual no pueda yo leer la huella de las calumnias que acerca de mí
inventaron quienes me envidian!”
Cuando hubo concluido su improvisación Abu-Nowas, la esclava presentó una bandeja con bebidas
al califa, quien, para divertirse, invi tó al poeta a que se bebiese él solo todo el vino de la copa. Abu-
Nowas accedió a ello gustoso, y no tardó en sentir de nuevo en su corazón los efectos del licor enervante.
En aquel momento se le ocurrió al califa levantarse de súbito, a fin de asustar a Abu-Nowas, y espada en
mano precipitóse sobre él como para cortarle la cabeza.
Al ver aquello, Abu-Nowas, aterrado, echó a correr por la sala dando grandes gritos; y el califa le
perseguía por todos los rincones, pinchándole con la punta de la espada. Por último le dijo: "¡Ahora
vuelve a tu sitio a beber otro trago todavía!" Y al mismo tiempo hizo una seña a la joven para que
escondiese la copa, lo cual cumplió inme diatamente ella ocultándola con su vestido. Pero, a pesar de su
em briaguez, lo advirtió Abu-Nowas, e improvisó esta estrofa:
¡Cuán extraña aventura es mi aventura! ¡Una cándida joven se transforma en ladrona y me
arrebata la copa para esconderla bajo su traje, en cierto sitio donde querría verme escondido
yo! ¡Se trata de un lugar que no nombro por respeto al califa!
Al oír estos versos, se echó a reír el califa, y dijo a Abu-Nowas en broma: "¡Por Alah! Desde ahora
quiero designarte para un alto empleo. ¡En lo sucesivo serás titulado jefe de los alcahuetes de Bagdad!"
chanceándose, respondió al instante Abu-Nowas: "¡En ese caso, ¡oh Comendador de los Creyentes! me
pongo a tus órdenes, rogándote me digas en seguida si necesitas de mis alcahueterías!"
A estas palabras, montó el califa en una cólera terrible, y gritó al eunuco que llamase inmediatamente
a Massrur el portaalfanje, ejecutor de su justicia. Y algunos instantes después llegó Massrur, y el califa le
ordenó que despojase de su ropa a Abu-Nowas. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 290ª noche
Ella dijo:
...y el califa le ordenó que despojase de su ropa a Abu-Nowas y le pusiese una albarda a la espalda,
atándole un ronzal y hundiéndole una espuela en las posaderas, y de tal guisa que le llevase por todos los
pabellones de favoritas y demás esclavos, para que sirviese de irrisión a los habitantes todos de palacio,
conduciéndole luego a la puerta de la ciudad, y ante el pueblo de Bagdad en masa le cortase la cabeza,
sirviéndosela en una bandeja. Y contestó Massrur: "¡Escucho y obedez co!" Y al momento se dispuso a
ejecutar las órdenes del califa.
Arrastró a Abu-Nowas, que juzgaba completamente inútil intentar eludir el furor del califa, y después
de ponerle como queda dicho, co menzó a pasearle lentamente por delante de los diversos pabellones,
cuyo número era igual al de los días del año.
Y hete aquí que Abu-Nowas, cuya reputación de chistoso era uni versal en palacio, no dejó de
atraerse la simpatía de todas las mujeres, las cuales, para hacer más ostensible su piedad, empezaron a
cubrirle de oro y joyas, y acabaron por agruparse y seguirle prodigándole pa labras de consuelo; y
entonces el visir Giafar Al-Barmaki, que pasaba por frente al grupo para personarse en palacio,
reclamado por un asun to urgente, al ver al poeta llorando y lamentándose, se acercó a él y le dijo: "¿Pero
eres tú, Abu-Nowas? ¿Qué crimen cometiste para ser castigado de tal modo?"
El otro respondió: "¡Por Alah, no cometí ni la sombra de un crimen! ¡No hice otra cosa que recitar
algunos de mis más hermosos versos ante el califa, quien me ha regalado en agradeci miento sus mejores
trajes!"
Como en aquel mismo instante se encontraba muy cerca de ellos el califa, oculto tras los tapices de un
pabellón, no pudo por menos de echarse a reír al escuchar la respuesta de Abu-Nowas. Le perdonó, re -
galándole un ropón de honor y una fuerte suma de dinero, y continuó, como antes, haciendo de él su
compañero inseparable en los momentos de mal humor.
Cuando Schehrazada acabó de. contar esta aventura del poeta Abu Nowas, la pequeña Doniazada,
presa de un ataque de risa que en vano pretendía sofocar contra la alfombra en que se hallaba sentada,
corrió a su hermana, y le dijo: "¡Por Alah, hermana Schehrazada, cuán divertida fué la historia, y qué
gracioso debía estar Abu-Nowas vestido de borrico! ¡Si nos contases alguna otra aventura de ese
individuo serías muy amable!"
Pero exclamó el rey Schahriar: "¡Me resulta muy antipático el tal Abu-Nowas, y si no deseas que te
corten inmediatamente la cabeza, no tienes más que continuar con el relato de sus aventuras! En otro caso,
puedes contarme alguna historia de viajes para amenizarme el resto de la noche; porque me he aficionado
a todo lo referente a viajes instructivos desde el día en que emprendí una excursión a lejanos países con
mi hermano Schahzamán, rey de Samarcanda Al-Ajam, después de lo ocurrido con mi maldita mujer, a la
que hice cortar la cabeza. Así, pues, si conoces un cuento verdaderamente delicioso para quien lo escu -
che, no dejes de contarlo desde luego, ya que esta noche es más tenaz que nunca mi insomnio".
Al oír del rey Schahriar tales palabras, se apresuró a decir la dis creta Schehrazada: "Justamente, las
más asombrosas y gratas entre to das las que conozco son las historias de viajes. En seguida vas a juzgar,
¡oh rey afortunado! porque, en verdad, no hay en los libros historia comparable a la del viajero llamado
Sindbad
[112] el marino.
¡Y con esta historia es precisamente con la que te voy a entretener, ¡oh rey afortu nado! desde el
momento en que tienes a bien el permitírmelo!"
Historia de Sindbad el marino
[113]
Y acto seguido comenzó a narrar Schehrazada:
He llegado a saber que, en tiempo del califa Harún Al-Raschid, vivía en la ciudad de Bagdad un
hombre llamado Sindbad el Cargador. Era de condición pobre, y para ganarse la vida acostumbraba
trans portar bultos en su cabeza. Un día entre los días hubo de llevar cierta carga muy pesada; y aquel día
precisamente sentíase un calor tan exce sivo, que sudaba el cargador, abrumado por el peso que llevaba
encima. Intolerable se había hecho ya la temperatura, cuando el cargador pasó por delante de la puerta de
una casa que debía pertenecer a algún mercader rico, a juzgar por el suelo bien barrido y regado
alrededor con agua de rosas. Soplaba allí una brisa gratísima, y cerca de la puer ta aparecía un ancho
banco para sentarse. Al verlo, el cargador Sindbad soltó su carga sobre el banco en cuestión, con objeto
de descansar y respirar aquel aire agradable, sintiendo a poco que desde la puerta llegaba a él un aura
pura y mezclada con delicioso aroma; y tanto le deleitó, que fué a sentarse en un extremo del banco.
Entonces advirtió un concierto de laúdes e instrumentos diversos, acompañados por mag níficas voces que
cantaban canciones en un lenguaje escogido; y advir tió también píos de aves canoras que glorificaban de
modo encantador a Alah el Altísimo; distinguió, entre otros, acentos de tórtolas, de ruiseñores, de mirlos,
de bulbuls, de palomas de collar y de perdices do mésticas. Maravillóse mucho, e impulsado por el
placer enorme que todo aquello le causaba, asomó la cabeza por la rendija abierta de la puerta y vió en
el fondo un jardín inmenso, donde se apiñaban servidores jóve nes, y esclavos, y criados, y gente de todas
calidades, y había allí cosas que no se encontraría más que en alcázares de reyes y sultanes.
Tras esto llegó hasta él una tufarada de manjares realmente admi rables y deliciosos, a la cual se
mezclaba todo género de fragancias exquisitas procedentes de diversas vituallas y bebidas de buena
calidad. Entonces no pudo por menos de suspirar, y alzó al cielo los ojos y exclamó:
"¡Gloria a Ti, Señor Creador, ¡oh Donador! ¡Sin calcular, repartes cuantos dones te placen,
¡oh Dios mío! ¡Pero no creas que clamo a ti para pedirte cuentas de tus actos o para preguntarte
acerca de tu justicia y de tu voluntad, porque a la criatura le está vedado interrogar a su dueño
omnipotente! Me limito a observar. ¡Gloria a ti! ¡Enriqueces o empobreces, elevas o humillas,
conforme a tus deseos, y siempre obras con lógica, aunque a veces no podamos comprenderla!
¡He ahí al amo de esta casa ... ¡Es dichoso hasta los límites extremos de la felicidad! ¡Disfruta las
delicias de esos aromas encantadores, de esas fragancias agradables, de esos manjares sabrosos,
de esas bebidas superiormente deliciosas! ¡Vive feliz, tranquilo y contentísimo, mien tras otros,
como yo, por ejemplo, nos hallamos en el último confín de la fatiga y la miseria!"
Luego apoyó el cargador su mano en la mejilla, y a toda voz cantó los siguientes versos que iba
improvisando:
¡Suele ocurrir que un desgraciado sin albergue se despierte de pronto a la sombra de un
palacio creado por su destino! ¡Pero ay, yo cada mañana me despierto más miserable que la
víspera!
¡Por instantes aumenta mi infortunio, como la carga que a mi espalda pesa fatigosa, en
tanto que otros viven dichosos y contentos en el seno de los bienes que la suerte les prodiga!
¿Cargó nunca el Destino la espalda de un hombre con carga parecida a la aguantada por
mi espalda...? ¡Sin embargo, no dejan de ser mis semejantes otros que están ahítos de honores
y reposo!
¡Y aunque no dejan de ser mis semejantes, entre ellos y yo, puso la suerte alguna
diferencia, pareciéndome yo a ellos como el vinagre amargo y rancio se parece al vino!
¡Pero no pienses que te acuso en lo más mínimo, oh mi Señor, porque nunca haya gozado yo
de tu largueza! ¡Eres grande, magnánimo y justo, y bien sé que juzgas con sabiduría!
Al concluir de cantar tales versos, Sindbad el Cargador se levantó y quiso poner de nuevo la carga en
su cabeza, continuando su camino, cuando se destacó en la puerta del palacio y avanzó hacia él un
esclavito de semblante gentil, de formas delicadas y vestiduras muy hermosas, que, cogiéndole de la
mano, le dijo:
"Entra a hablar con mi amo, que desea verte".
Muy intimidado, el cargador intentó encontrar cualquier excusa que le dispensase de seguir al joven
esclavo, mas en vano. Dejó, pues, su cargamento en el vestíbulo, y penetró con el niño en el interior de la
morada.
Vió una casa espléndida, llena de personas graves y respetuosas, y en el centro de la cual se abría una
gran sala, donde le introdujeron. Se encontró allí ante una asamblea numerosa compuesta de personajes
que parecían honorables, y debían ser convidados de importancia. Tam bién encontró allí flores de toda
especie, perfumes de todas clases, con fituras secas de todas calidades, golosinas, pastas de almendras,
frutas maravillosas y una cantidad prodigiosa de bandejas cargadas con cor deros asados y manjares
suntuosos, y más bandejas cargadas con bebidas extraídas del zumo de las uvas. Encontró asimismo
instrumentos ar mónicos que sostenían en sus rodillas unas esclavas muy hermosas, sentadas
ordenadamente en el sitio asignado a cada una.
En medio de la sala, entre los demás convidados, vislumbró el cargador a un hombre de rostro
imponente y digno, cuya barba blan queaba a causa de los años, cuyas facciones eran correctas y agrada -
bles a la vista, y cuya fisonomía toda denotaba gravedad, bondad, nobleza y grandeza.
Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 291ª noche
Ella dijo:
...Al mirar todo aquello, el cargador Sindbad quedó sobrecogido, y se dijo: "¡Por Alah! ¡Esta morada
debe ser un palacio del país de los genios poderosos, o la residencia de un rey muy ilustre o de un
sultán!" Luego se apresuró a tomar la actitud que requerían la corte sía y la mundanidad, deseó la paz a
todos los asistentes, hizo votos por ellos, besó la tierra entre sus manos, y acabó manteniéndose de pie,
con la cabeza baja, demostrando respeto y modestia.
Entonces el dueño de la casa le dijo que se aproximara, y le invitó a sentarse a su lado después de
desearle la bienvenida con acento muy amable; le sirvió de comer, ofreciéndole lo más delicado, y lo
más delicioso, y lo más hábilmente condimentado entre todos los manjares que cubrían las bandejas. Y no
dejó Sindbad el Cargador de hacer honor a la invitación luego de pronunciar la fórmula invoca dora. Así
es que comió hasta hartarse; después dió las gracias a Alah, diciendo: "¡Loores a El siempre!" Tras de lo
cual, se lavó las manos y agradeció a todos los convidades su amabilidad.
Solamente entonces dijo el dueño de la casa al cargador, siguiendo la costumbre que no permite hacer
preguntas al huésped más que cuando se le ha servido de comer y beber: "¡Sé bienvenido, y obra con toda
libertad! ¡Bendiga Alah tus días! Pero ¿puedes decirme tu nom bre y profesión, oh huésped mío?"
Y contestó el otro: "¡Oh señor! me llamo Sindbad el Cargador, y mi profesión consiste en transportar
bultos sobre mi cabeza mediante un salario". Sonrió el dueño de la casa, y le dijo: "¡Sabe, ¡oh cargador!
que tu nombre es igual que mi nombre, pues me llamo Sindbad el Marino!"
Luego continuó: "¡Sabe también, ¡oh cargador! que si te rogué que vinieras aquí fué para oírte repetir
las hermosas estrofas que can tabas cuando estabas sentado en el banco ahí fuera!"
A estas palabras sonrojóse el cargador, y dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡No me guardes rencor a causa de
tan desconsiderada acción, ya que las penas, las fatigas y las miserias, que nada dejan en la mano, hacen
descortés, necio e insolente al hombre!"
Pero Sindbad el Mari no dijo a Sindbad el Cargador: "No te avergüences de lo que cantaste, ni te
turbes, porque en adelante serás mi hermano. ¡Sólo te ruego que te des prisa a cantar esas estrofas que
escuché y me maravillaron mucho!" Entonces cantó el cargador las estrofas en cuestión, que gustaron en
extremo a Sindbad el Marino.
Concluídas que fueron las estrofas, Sindbad el Marino se encaró con Sindbad el Cargador, y le dijo:
"¡Oh cargador! sabe que yo tam bién tengo una historia asombrosa, y que me reservo el derecho de
contarte a mi vez.
Te explicaré, pues, todas las aventuras que me suce dieron y todas las pruebas que sufrí antes de
llegar a esta felicidad y de habitar este palacio. Y verás entonces a costa de cuán terribles y extraños
trabajos, a costa de cuántas calamidades, de cuántos males y de cuántas desgracias iniciales adquirí estas
riquezas en medio de las que me ves vivir en mi vejez.
Sin duda ignoras los siete viajes extraordinarios que he realizado, y cómo cada cual de estos viajes
constituye por sí sólo una cosa tan prodigiosa, que únicamente con pensar en ella queda uno sobrecogido
y en el límite de todos los estupores. ¡Pero cuanto voy a contarte a ti y a todos mis honorables invitados
no me sucedió, en suma, más que porque el Destino lo había dispuesto de antemano y porque toda cosa
escrita debe acaecer, sin que sea posible rehuirla o evitarla!"
La primera historia de las historias de Sindbad el marino, que trata
del primer viaje
"Sabed todos vosotros, ¡oh señores ilustrísimos, y tú, honrado cargador, que te llamas como yo,
Sindbad! que mi padre era un mer cader de rango entre los mercaderes. Había en su casa numerosas
riquezas, de las cuales hacía uso sin cesar para distribuir a los pobres dádivas con largueza, si bien con
prudencia, ya que a su muerte me dejó muchos bienes, tierras y poblados enteros, siendo yo muy peque ño
todavía.
Cuando llegué a la edad de hombre, tomé posesión de todo aquello, y me dediqué a comer manjares
extraordinarios y a beber bebidas ex traordinarias, alternando con la gente joven, y presumiendo de trajes
excesivamente caros, y cultivando el trato de amigos y camaradas.
Es taba convencido de que aquello había de durar siempre, para mayor ventaja mía. Continué
viviendo mucho tiempo así, hasta que un día, curado de, mis errores y vuelto a mi razón, hube de notar
que mis riquezas habíanse disipado, mi condición había cambiado y mis bienes habían huído. Entonces
desperté completamente de mi inacción, sin tiéndome poseído por el temor y el espanto de llegar a la
vejez un día sin tener qué ponerme.
También entonces me vinieron a la memoria estas palabras que mi difunto padre se complacía en
repetir, palabras de nuestro Señor Soleimán ben-Daud (¡con ambos la plegaria y la paz!):
Hay tres cosas preferibles a otras tres: el día en que se muere es menos penoso que el día en
que se nace, un perro vivo vale más que un león muerto, y la tumba es mejor que la pobreza.
Tan pronto como me asaltaron estos pensamientos, me levanté, reuní lo que me restaba de muebles y
vestidos, y sin pérdida de mo mento lo vendí en la moneda pública con los residuos de mis bienes,
propiedades y tierras. De ese modo me hice con la suma de tres mil dracmas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 292ª noche
Ella dijo:
...me hice con la suma de tres mil dracmas, y enseguida se me antojó viajar por las comarcas y países
de los hombres, porque me acordé de las palabras del poeta, que ha dicho:
¡Las penas hacen más hermosa aún la gloria que se adquiere! ¡La gloria de los humanos es
la hija inmortal de muchas noches pasadas sin dormir!
¡Quien desea encontrar el tesoro sin igual de las perlas del mar, blancas, grises o rosadas,
tiene que hacerse buzo antes de conseguirlas!
¡A la muerte llegaría en su esperanza vana, quien quisiera alcanzar la gloria sin esfuerzo!
Así, pues, sin tardanza corrí al zoco, donde tuve cuidado de com prar mercancías diversas y pacotillas
de todas clases. Lo transporté inmediatamente todo a bordo de un navío, en el que se encontraban ya
dispuestos a partir otros mercaderes, y con el alma deseosa de ma rinas andanzas, vi cómo se alejaba de
Bagdad el navío y descendía por el río hasta Bassra, yendo a parar al mar.
En Bassra el navío dirigió la vela hacia alta mar, ¡y entonces navegamos durante días y noches,
tocando en islas y en islas, y en trando en un mar después de otro mar, y llegando a una tierra después de
otra tierra! Y en cada sitio en que desembarcábamos vendíamos unas mercancías para comprar otras, y
hacíamos trueques y cambios muy ventajosos.
Un día en que navegábamos sin ver tierra desde hacía varios días, vimos surgir del mar una isla que
por su vegetación nos pareció algún jardín maravilloso entre los jardines del Edén. Al advertirla, el
capitán del navío quiso tomar allí tierra, dejándonos desembarcar una vez que anclamos.
Descendimos todos los comerciantes, llevando con nosotros cuantos víveres y utensilios de cocina
nos eran necesarios. Encargáronse algunos de encender lumbre, y preparar la comida, y lavar la ropa, en
tanto que otros se contentaron con pasearse, divertirse y descansar de las fatigas marítimas. Yo fui de los
que prefirieron pasearse y gozar las bellezas de la vegetación que cubría aquellas costas, sin olvidarme
de comer y beber.
Mientras de tal manera reposábamos, sentimos de repente que temblaba la isla toda con tan ruda
sacudida que fuimos despedidos a algunos pies de altura sobre el suelo.
Y en aquel momento vimos apa recer en la proa del navío al capitán, que nos gritaba con una voz
terrible y gestos alarmantes: "¡Salvaos pronto!, ¡oh pasajeros! ¡Subid enseguida a bordo! ¡Dejadlo todo!
¡Abandonad en tierra vuestros efectos y salvad vuestras almas! ¡Huid del abismo que os espera! ¡Porque
la isla donde os encontráis no es una isla, sino una ballena gigantesca que eligió en medio de este mar su
domicilio desde anti guos tiempos, y merced a la arena marina crecieron árboles en su lomo! ¡La
despertasteis ahora de su sueño, turbasteis su reposo, exci tasteis sus sensaciones encendiendo lumbre
sobre su lomo, y hela aquí que se despereza! ¡Salvaos, o si no, nos sumergirá en el mar, que ha de
tragaros sin remedio! ¡Salvaos! ¡Dejadlo todo, que he de partir!"
Al oír estas palabras del capitán, los pasajeros, aterrados, dejaron todos sus efectos, vestidos,
utensilios y hornillas, y echaron a correr hacia el navío, que a la sazón levaba ancla. Pudieron alcanzarlo
a tiempo algunos; otros no pudieron. Porque la ballena se había ya puesto en movimiento, y tras unos
cuantos saltos espantosos se sumer gía en el mar con cuanto tenía encima del lomo, y las olas, que cho -
caban y se entrechocaban, cerráronse para siempre sobre ella y sobre ellos.
¡Yo fuí de los que se quedaron abandonados encima de la ha llena y habían de ahogarse!
Pero Aláh el Altísimo veló por mí y me libró de ahogarme, poniéndome al alcance de la mano una
especie de cubeta grande de madera, llevada allí por los pasajeros para lavar su ropa.
Me aferré primero a aquel objeto, y luego pude ponerme a horcajadas sobre él, gracias a los
esfuerzos extraordinarios de que me hacían capaz el peligro y el cariño que tenía yo a mi alma, que me
era preciosísima. Entonces me puse a batir el agua con mis pies a manera de remos, mientras las olas
jugueteaban conmigo haciéndome zozobrar a derecha y a iz quierda.
En cuanto al capitán, se dió prisa a alejarse a toda vela con los que se pudieron salvar, sin ocuparse
de los que sobrenadaban todavía. No tardaron en perecer éstos, mientras yo ponía a contribución todas
mis fuerzas para servirme de mis pies a fin de alcanzar al navío, al cual hube de seguir con los ojos hasta
que desapareció de mi vista, y la noche cayó sobre el mar, dándome la certeza de mi perdición y mi
abandono.
Durante una noche y un día enteros estuve en lucha contra el abismo. El viento y las corrientes me
arrastraron a las orillas de una isla escarpada, cubierta de plantas trepadoras que descendían a lo largo
de los acantilados hundiéndose en el mar. Me así a estos ramajes, y ayudándome con pies y manos
conseguí trepar hasta lo alto del acantilado. Habiéndome escapado de tal modo de una perdición segura,
pensé entonces en examinar mi cuerpo, y vi que estaba lleno de contusiones y tenía los pies hinchados y
con huellas de mordeduras de peces, que habíanse llenado el vientre a costa de mis extremidades. Sin
embargo, no sentía dolor ninguno, de tan insensibilizado como estaba por la fatiga y el peligro que corrí.
Me eché de bruces, como un cadáver, en el suelo de la isla, y me desvanecí, sumergido en un
aniquilamiento total.
Permanecí dos días en aquel estado, y me desperté cuando caía sobre mí a plomo el sol. Quise
levantarme; pero mis pies hinchados y doloridos se negaron a socorrerme, y volví a caer en tierra. Muy
apesa dumbrado entonces por el estado a que me hallaba reducido, hube de arrastrarme, a gatas unas
veces y de rodillas otras, en busca de algo para comer. Llegué, por fin, a una llanura cubierta de árboles
frutales y regada por manantiales de agua pura y excelente. Y allí reposé du rante varios días, comiendo
frutas y bebiendo en las fuentes.
Así que no tardó mi alma en revivir, reanimándose mi cuerpo entorpecido; que lo gró ya moverse con
facilidad y recobrar el uso de sus miembros, aunque no del todo, porque vime todavía precisado a
confeccionarme, para andar, un par de muletas que me sostuvieran. De esta suerte pude pasearme
lentamente entre los árboles, comiendo frutas, y pasaba largos ratos ad mirando aquel país y extasiándome
ante la obra del Todopoderoso.
Un día que me paseaba por la ribera, vi aparecer en lontananza una cosa que me pareció un animal
salvaje o algún monstruo entre los monstruos del mar. Tanto hubo de intrigarme aquella cosa, que, a pesar
de los sentimientos diversos que en mí se agitaban, me acerqué a ella, ora avanzando, ora retrocediendo.
Y acabé por ver que era una yegua maravillosa atada a un poste. Tan bella, era, que intentó apro ximarme
más, para verla todo lo cerca posible, cuando de pronto me aterró un grito espantoso, dejándome clavado
en el suelo, por más que mi deseo fuera huir cuanto antes; y en el mismo instante surgió de debajo de la
tierra un hombre, que avanzó a grandes pasos hacia donde yo estaba, y exclamó: "¿Quién eres? ¿Y de
dónde vienes? ¿Y qué motivo te impulsó a aventurarte hasta aquí?"
Yo contesté: "¡Oh señor! Sabe que soy un extranjero que iba a bordo de un navío y naufragué con
otros varios pasajeros. ¡Pero Alah me facilitó una cubeta de madera, a la que me así, y que me sostuvo
hasta que fui despedido a esta costa por las olas!"
Cuando oyó mis palabras, cogióme de la mano y me dijo: "¡Sígueme!" Y le seguí. Entonces me hizo
bajar a una caverna subterránea y me obligó a entrar en un salón, en cuyo sitio de honor me invitó a
sentarme, y me llevó algo de comer, porque yo tenía hambre. Comí hasta hartarme y apaciguar mi ánimo.
Entonces me interrogó acerca de mi aventura, y se la conté desde el principio al fin; y se asombró
prodigiosamente. Luego añadí: "¡Por Alah sobre ti, oh dueño mío! no te enfades demasiado por lo que
voy a preguntarte! ¡Acabo de contarte la verdad de mi aventura, y ahora anhelaría saber el motivo de tu
estancia en esta sala subterránea y la causa por que atas sola a esa ye gua en la orilla del mar!"
El me dijo: "Sabe que somos varios los que estamos en esta isla, situados en diferentes lugares...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 293ª noche
Ella dijo:
"... Sabe que somos varios los que estamos en esta isla, situados en diferentes lugares, para guardar
los caballos del rey Mihraján. Todos los meses, al salir la luna nueva, cada uno de nosotros trae aquí una
yegua de pura raza, virgen todavía, la ata en la ribera y enseguida se oculta en la gruta subterránea.
Atraído entonces por el olor a hem bra, sale del agua un caballo entre los caballos marinos, que mira a
derecha y a izquierda, y al no ver a nadie salta sobre la yegua y la cubre. Luego, cuando ha acabado su
cosa con ella, desciende sus ancas e intenta llevarla consigo. Pero ella no puede seguirle, porque está
atada al poste; entonces relincha muy fuerte él y le da cabezazos y coces, y relincha cada vez más fuerte.
Le oímos nosotros y comprende mos que ha acabado de cubrirla; inmediatamente salimos por todos lados,
y corremos hacia él lanzando grandes gritos, que le asustan y le obligan a entrar en el mar de nuevo. En
cuanto a la yegua, queda pre ñada y pare un potro o una potra que vale un tesoro, y que no puede tener
igual en toda la faz de la tierra. Y precisamente hoy ha de venir el caballo marino. Y te prometo que, una
vez terminada la cosa, te llevaré conmigo para presentarte a nuestro rey Mihraján y darte a conocer nues -
tro país. ¡Bendice, pues, a Alah, que te hizo encontrarme, porque sin mí morirías de tristeza en esta
soledad, sin volver a ver nunca a los tuyos y a tu país y sin que nunca supiese de ti nadie!"
Al oír tales palabras, di muchas gracias al guardián de la yegua, y continué departiendo con él, en
tanto que el caballo marino salía del agua, saltando sobre la yegua y la cubría. Y cuando hubo terminado
lo que tenía que terminar, descendió de sobre ella y quiso llevárse la; mas ella no podía desatarse del
poste, y se encabritaba y relinchaba. Pero el guardián de la yegua se precipitó de la caverna, llamó con
grandes voces a sus compañeros, y provistos todos de hachas, lanzas y escudos, se abalanzaron al caballo
marino, que lleno de terror soltó su presa, y como un búfalo, fué a tirarse al mar y desapareció bajo las
aguas.
Entonces, todos los guardianes, cada uno con su yegua, se agrupa ron a mi alrededor y me prodigaron
mil amabilidades, y después de fa cilitarme aún más comida y de comer conmigo, me ofrecieron una bue -
na montura, y en vista de la invitación que me hizo el primer guardián, me propusieron que les
acompañara a ver al rey su señor. Acepté, desde luego, y partimos todos juntos.
Cuando llegamos a la ciudad, se adelantaron mis compañeros para poner a su señor al corriente de lo
que me había acaecido. Tras de lo cual volvieron a buscarme y me llevaron al palacio; y en uso del per -
miso que se me concedió, entré en la sala del trono y fui a ponerme entre las manos del rey Mihraján, al
cual le deseé la paz. Correspondiendo a mis deseos de paz, el rey me dió la bienvenida, y quiso oír de mi
boca el relato de mi aventura. Obedecí enseguida, y le conté cuanto me había sucedido, sin omitir un
detalle.
Al escuchar semejante historia, el rey Mihraján se maravilló, y me dijo: "¡Por Alah, hijo mío, que si
tu suerte no fuera tener una vida larga, sin duda a estas horas habrías sucumbido a tantas pruebas y
sinsabores! ¡Pero da gracias a Alah por tu liberación!" Todavía me prodigó muchas más frases
benévolas, quiso admitirme en su intimidad para lo sucesivo, y a fin de darme un testimonio de sus
buenos propósitos con respecto a mí, y de lo mucho que estimaba mis conocimientos marítimos, me
nombró desde entonces director de los puertos y radas de su isla, e interventor de las llegadas y salidas
de todos los navíos.
No me impidieron mis nuevas funciones personarme en palacio to dos los días para cumplimentar al
rey, quien de tal modo se habituó a mí, que me prefirió a todos sus íntimos, probándomelo diariamente
con grandes obsequios. Con lo cual tuve tanta influencia sobre él, que todas las peticiones y todos los
asuntos del reino eran intervenidos por mí, para bien general de los habitantes.
Pero estos cuidados no me hacían olvidar mi país ni perder la esperanza de volver a él. Así que
jamás dejaba yo de interrogar a cuan tos viajeros y a cuantos marinos llegaban a la isla, diciéndoles si
cono cían Bagdad, y hacia qué lado estaba situada. Pero ninguno podía res ponderme, y todos me
aseguraban que jamás oyeron hablar de tal ciu dad, ni tenían noticia del paraje en que se encontrase. Y
aumentaba mi pena paulatinamente al verme condenado a vivir en tierra extranjera, y llegaba a sus límites
mi perplejidad ante estas gentes que, no sólo ig noraban en absoluto el camino que conducía a mi ciudad,
sino que ni siquiera sabían de su existencia.
Durante mi estancia en aquella isla, tuve ocasión de ver cosas asom brosas, y he aquí algunas de ellas
entre mil.
Un día que fui a visitar al rey Mihraján, como era mi costumbre, trabé conocimiento con unos
personajes indios que, tras mutuas zale mas, se prestaron gustosos a satisfacer mi curiosidad, y me
enseñaron que en la India hay gran número de castas, entre las cuales son las dos principales la casta de
los kchatryas, compuesta de hombres no bles y justos que nunca cometen exacciones o actos reprensibles,
y la casta de los bracmanes, hombres puros que jamás beben vino y son amigos de la alegría, de la
dulzura en los modales, de los caballos, del fasto y de la belleza. Aquellos sabios indios me enseñaron
también que las castas principales se dividen en otras setenta y dos castas que no tienen entre sí relación
ninguna. Lo cual hubo de asombrarme hasta el límite del asombro.
En aquella isla tuve asimismo ocasión de visitar una tierra pertene ciente al rey Mihraján y que se
llamaba Cabil. Todas las noches se oían en ella resonar timbales y tambores. Y pude observar que sus
habi tantes estaban muy fuertes en materia de silogismos y eran fértiles en hermosos pensamientos. De ahí
que se hallasen muy reputados entre via jeros y mercaderes.
En aquellos mares lejanos vi cierto día un pez de cien codos de longitud, y otros peces cuyo rostro se
parecía al rostro de los buhos. En verdad, ¿oh amigos! que aun vi cosas más extraordinarias y
prodigiosas, cuyo relato me apartaría demasiado de la cuestión. Me li mitaré a añadir que viví todavía en
aquella isla el tiempo necesario para aprender muchas cosas, y enriquecerme con diversos cambios, ven -
tas y compras.
Un día, según mi costumbre, estaba yo de pie a la orilla del mar, en el ejercicio de mis funciones, y
permanecía apoyado en mi muleta, como siempre, cuando vi entrar en la rada un navío enorme lleno de
mercaderes. Esperé a que el navío hubiese anclado sólidamente y sol tado su escala, para subir a bordo y
buscar al capitán a fin de inscri bir su cargamento. Los marineros iban desembarcando todas las
mercancías, que al propio tiempo yo anotaba, y cuando terminaron su tra bajo, pregunté al capitán:
"¿Queda aún alguna cosa en tu navío?"
Me contestó: "Aun quedan, ¡oh mi señor! algunas mercancías en el fondo del navío; pero están en
depósito únicamente, porque se ahogó hace mucho tiempo su propietario, que viajaba con nosotros. ¡Y
quisiéra mos vender esas mercancías para entregar su importe a los parientes del difunto en Bagdad,
morada de paz!"
Emocionado entonces hasta el último límite de la emoción, excla. mí: "¿Y cómo se llamaba ese
mercader, ¡oh capitán!?" Me contestó: "¡Sindbad el Marino!"
A estas palabras miré con más detenimiento al capitán, y reconocí en él al dueño del navío que se vió
precisado a abandonarnos encima de la ballena. Y grité con toda mi voz: "¡Yo soy Sindbad el Marino!"
Luego añadí: "Cuando se puso en movimiento la ballena a causa del fuego que encendieron en su
lomo, yo fui de los que no pudieron ganar tu navío y cayeron al agua. Pero me salvé gracias a la cubeta de
madera que habían transportado los mercaderes para lavar allí su ropa. Efectivamente, me puse a
horcajadas sobre aquella cubeta y agité los pies a manera de remos. ¡Y sucedió lo que sucedió con la
venia del Ordenador!"
Y conté al capitán cómo pude salvarme y a través de cuántas vicisi tudes había llegado a ejercer las
altas funciones de escriba marítimo al lado del rey Mihraján.
Al escucharme, el capitán exclamó: "¡No hay recursos y poder más que en Alah el Altísimo, el
Omnipotente... !"
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 294ª noche
Ella dijo:
"¡... No hay recursos y poder más que en Alah el Altísimo, el Omnipotente! ¡Ya no queda conciencia
ni honradez en ninguna cria tura de este mundo! ¿Cómo osas afirmar que eres Sindbad el Marino, ¡oh
escriba astuto! cuando todos nosotros le vimos por nuestros propios ojos ahogarse con los demás
mercaderes? ¡Vergüenza sobre ti por mentir con impudicia tanta!"
Entonces le contesté: "¡Cierto, ¡oh capitán! que la mentira es la renta de los bellacos! ¡Pero
escúchame, porque voy a probarte que soy Sindbad el ahogado!" Y conté al capitán diversos incidentes
que sólo conocíamos él y yo, y que sobrevinieron durante aquella maldita tra vesía. El capitán entonces no
dudó ya de mi identidad y llamó a los que iban en el barco, y todos me felicitaron por mi salvamento y
me dijeron: "¡Por Alah, no podemos creer que lograras librarte de perecer ahogado! ¡Alah te concedió
una segunda vida!"
Tras de lo cual apresuróse el capitán a devolverme mis mercancías, que yo hice transportar al zoco
en el mismo momento., después de asegurarme de que no faltaba nada y de que todavía aparecían en los
fardos mi nombre y mi sello.
Una vez en el zoco, abrí mis fardos y vendí mis mercancías con un beneficio de ciento por uno; pero
tuve cuidado de reservarme algunos objetos de valor, que me apresuré a ofrecer como presente al rey
Mihraján.
Le relaté la llegada del capitán del navío, y el rey asombróse en extremo de este acontecimiento
inesperado, y como me quería mucho, no quiso ser menos amable que yo, y a su vez me hizo regalos
inesti mables que contribuyeron no poco a enriquecerme completamente. Por que yo me di prisa a vender
todo aquello, realizando así una fortuna considerable qué transporté a bordo del mismo navío donde
había emprendido antes mi viaje.
Efectuado esto, fuí a palacio para despedirme del rey Mihraján y darle gracias por todas sus
generosidades y por su protección. Me despidió con frases muy conmovedoras, y no me dejó partir sin
haberme ofrecido aún más presentes suntuosos y objetos de valor, que ya no me decidí a vender, y que,
por cierto, estáis viendo ahora en esta sala, ¡oh mis honorables invitados! Tuve igualmente cuidado de
llevar conmigo por todo equipaje los perfumes que estáis aspirando aquí: madera de áloe, alcanfor,
incienso y sándalo, productos de aquella isla lejana.
Subí en seguida a bordo y a poco dióse a la vela el navío con la autorización de Alah. Porque nos
favoreció la Fortuna y nos ayudó el Destino en aquella travesía, que duró días y noches, y por último, una
mañana llegamos con salud a la vista de Bassra, donde no nos detuvimos más que muy escaso tiempo,
para ascender por el río y entrar al fin, con el alma regocijada, en la ciudad de paz, Bagdad, mi tierra.
Cargado de riquezas y con la mano pronta para las dádivas, llegué a mi calle así, y entré en mi casa,
donde volví a ver con buena salud a mi familia y a mis amigos. Y al punto compré gran cantidad de
esclavos de uno y otro sexo, mamalik, mujeres hermosas, negros, tierras, casas y propiedades, como no
tuve nunca, ni aun cuando murió mi padre. Con esta nueva vida olvidé las vicisitudes pasadas, las penas y
los peligros sufridos, la tristeza del destierro, los sinsabores y fatigas del viaje. Tuve amigos numerosos
y deliciosos, y durante largo tiempo viví una vida llena de agrado y de placeres y exenta de
preocupaciones y molestias, disfrutando con toda mi alma de cuanto me gustaba y co miendo manjares
admirables y bebiendo bebidas deliciosas.
¡Y tal es el primero de mis viajes!
Pero mañana, si Alah quiere, os contaré, ¡oh invitados míos! el segundo de los siete viajes que
emprendí, y que es bastante más extra ordinario que el primero".
Y Sindbad el Marino se encaró con Sindbad el Cargador y le rogó que cenase con él. Luego, tras de
haberle tratado con mucho miramiento y afabilidad, hizo que le entregaran mil monedas de oro, y antes de
despedirle le invitó a volver al día siguiente, diciéndole: "¡Para mí, tu urbanidad será siempre un placer
y tus buenos modales una delicia!"
Y contestó Sindbad el Cargador: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Obedezco con respeto! ¡Y
sea continua en tu casa la alegría!, ¡oh señor mío!"
Salió entonces de allí, después de dar las gracias y llevarse consigo el regalo que acababa de recibir,
y retornó a su hogar, maravillándose hasta el límite de la maravilla, y pensó toda la noche en lo que
acababa de escuchar y de experimentar.
Así es que en cuanto amaneció apresuróse a volver a casa de Sind bad el Marino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 295ª noche
Ella dijo:
... apresuróse a volver a casa de Sindbad el Marino, que le recibió con aire afable, y le dijo: "¡Séate
cosa fácil la amistad aquí! ¡Y la confianza sea contigo!" Y el cargador quiso besarle la mano, y al ver que
Sindbad no consentía en ello, le dijo: "¡Dilate Alah tus días y con solide sobre ti sus beneficios!"
Y como ya habían llegado los demás invitados, comenzaron por sentarse en torno del mantel
extendido en que vertían su grasa los corderos asados y se doraban los pollos rellenos deliciosamente
con pastas de alfónsigos, de nueces y de uvas. Y comie ron, y bebieron, y se divirtieron, y se regalaron el
espíritu y el oído escuchando cantar a los instrumentos bajo los dedos expertos de sus tañedores.
Cuando acabaron, habló Sindbad en estos términos, en medio del silencio de los convidados:
La segunda historia de las historias de Sindbad el marino, que trata
del segundo viaje
Verdaderamente disfrutaba de la más sabrosa vida, cuando un día entre los días me asaltó la idea de
los viajes por las comarcas de los hombres; y de nuevo sintió mi alma con ímpetu el anhelo de correr y
gozar con la vista el espectáculo de tierras e islas, y mirar con curio sidad cosas desconocidas, sin
descuidar jamás la compra y venta por diversos países.
Hice hincapié en este proyecto, y me dispuse a ejecutarlo en se guida. Fui al zoco, donde, mediante
una importante suma de dinero, compré mercancías apropiadas al tráfico que pretendía explotar; las
acondicioné en fardos sólidos y las transporté a la orilla del agua, no tardando en descubrir un navío
hermoso y nuevo, provisto de velas de buena calidad y lleno de marineros, y de un conjunto imponente de
maquinarias de todas formas. Su aspecto me inspiró confianza, y trans porté a él mis fardos
inmediatamente, siguiendo el ejemplo de otros varios mercaderes conocidos míos, y con los que no me
disgustaba hacer el viaje.
Partimos aquel mismo día, y tuvimos una navegación excelente. Viajamos de isla en isla y de mar en
mar durante días y noches, y a cada escala íbamos en busca de los mercaderes de la localidad, y de los
notables, y de los vendedores, y de los compradores, y vendíamos y comprábamos, y verificábamos
cambios ventajosos. Y de tal suerte con tinuábamos navegando, y nuestro destino nos guió a una isla muy
her mosa, cubierta de frondosos árboles, abundante en frutas, rica en flo res, habitada por el canto de los
pájaros, regada por aguas puras, pero absolutamente virgen de toda vivienda y de todo ser humano.
El capitán accedió a nuestro deseo de detenernos unas horas allí, y echó el ancla junto a tierra.
Desembarcamos en seguida, y fuimos a respirar el aire grato en las praderas sombreadas por árboles
Donde holgábanse las aves. Llevando algunas provisiones de boca fui a sen tarme a orillas de un
arroyo de agua límpida, resguardado del sol por ramajes frondosos, y tuve un placer extremado en comer
un bocado y beber de aquella agua deliciosa. Por si eso fuera poco, una brisa suave modulaba dulces
acordes e invitaba al reposo absoluto. Así es que me tendí en el césped, y dejé que se apoderara de mí el
sueño en medio de la frescura y los aromas del ambiente.
Cuando desperté no vi ya a ninguno de los pasajeros, y el navío había partido sin que nadie se
enterase de mi ausencia. En vano hube de mirar a derecha y a izquierda, adelante y atrás, pues no
distinguí en toda la isla a otra persona que a mí mismo. A lo lejos se alejaba por el mar una vela que muy
pronto perdí de vista.
Entonces quedé sumido en un estupor sin igual e insuperable, y sentí que mi vejiga biliar estaba a
punto de estallar de tanto dolor y tanta pena. Porque ¿qué podía ser de mí en aquella isla, habiendo
dejado en el navío todos mis efectos y todos mis bienes? ¿Qué desastre iba a ocurrirme en esta soledad
desconocida? Ante tan desconsoladores pensamientos, exclamé: "¡Pierde toda esperanza, Sindbad el
Marino! ¡Si la primera vez saliste del apuro merced a circustancias suscitadas por el Destino propicio,
no creas que ocurrirá la mismo siempre, pues, como dice el proverbio, se rompe el jarro cuando se cae
dos veces!"
En tal punto me eché a llorar, gimiendo, lanzando luego gritos espantosos, hasta que la desesperación
se apoderó por completo de mi corazón. Me golpeé entonces la cabeza con las dos manos, y exclamé
todavía: "¿Qué necesidad tenías de viajar ¡oh miserable! cuando en Bagdad vivías entre delicias? ¿No
poseías manjares excelentes, líquidos excelentes y trajes excelentes? ¿Qué te faltaba para ser dichoso?
¿No fué próspero tu primer viaje?" Entonces me arrojé al suelo de bruces, llorando ya la propia muerte, y
diciendo: "¡Pertenecemos a Alah y hemos de tornar a él!" Y aquel día creí volverme loco.
Pero como por último comprendí que eran inútiles todos mis la mentos y mi arrepentimiento
demasiado tardío, hube de conformarme con mi destino. Me erguí sobre mis piernas, y tras de haber
andado algún tiempo sin rumbo, tuve miedo de un encuentro desagradable con cualquier animal salvaje o
con un enemigo desconocido, y trepé a la copa de un árbol, desde donde me puse a observar con más
atención a de recha y a izquierda; pero no puede distinguir otra cosa que el cielo, la tierra, el mar, los
árboles, los pájaros, la arena y las rocas. Sin embargo, al fijarme más atentamente en un punto del
horizonte, me pareció distinguir un fantasma blanco y gigantesco.
Entonces me bajé del árbol, atraído por la curiosidad, pero, paralizado de miedo, fui avanzando muy,
lentamente y con mucha cautela hacia aquel sitio. Cuando me en contré más cerca de la masa blanca,
advertí que era una inmensa cúpula, de blancura resplandeciente, ancha de base y altísima. Me aproximé
a ella más aún y la di por completo la vuelta; pero no descubrí la puerta de entrada que buscaba.
Entonces quise encaramarme a lo alto, pero era tan lisa y tan escurridiza, que no tuve destreza, ni
agilidad, ni po sibilidad de ascender. Hube de contentarme, pues, con medirla; puse una señal sobre la
huella de mi primer paso en la arena y de nuevo la di vuelta contando mis pasos. Por este procedimiento
supe que su cir cunferencia exacta era de cincuenta pasos, más bien más que menos.
Mientras reflexionaba sobre el medio de que me valdría para dar con alguna puerta de entrada o
salida de la tal cúpula, advertí que de pronto desaparecía el sol y que el día se tornaba en una noche
negra. Primero lo creí debido a cualquier nube inmensa que pasase por de lante del sol, aunque la cosa
fuera imposible en pleno verano. Alcé, pues, la cabeza para mirar la nube que tanto me asombraba, y vi
un pájaro enorme, de alas formidables, que volaba por delante de los ojos del sol, esparciendo la
oscuridad sobre la isla.
Mi asombro llegó entonces a sus límites extremos, y me acordé de lo que en mi juventud me habían
contado viajeros y marineros acerca de un pájaro de tamaño extraordinario, llamado "rokh", que se
encon traba en una isla muy remota y que podía levantar un elefante. Saqué entonces como conclusión que
el pájaro que yo veía debía ser el rokh, y la cúpula blanca a cuyo pie me hallaba debía ser un huevo entre
los huevos de aquel rokh. Pero no bien me asaltó esta idea, el pájaro des cendió sobre el huevo y se posó
encima como para empollarlo. ¡En efecto, extendió sobre el huevo sus alas inmensas, dejó descansando a
ambos lados en tierra sus dos patas, y se durmió encima! (¡Bendito El que no duerme en toda la
eternidad!)
Entonces, yo, que me había echado de bruces en el suelo, y preci samente me encontraba debajo de
una de las patas, la cual me pareció más gruesa que el tronco de un árbol añoso, me levanté con viveza,
desenrollé la tela de mi turbante...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 296ª noche
Ella dijo:
... me levanté enseguida, desenrollé la tela de mi turbante, y luego de doblarla, la retorcí para
servirme de ella como de una soga. La até sólidamente a mi cintura y sujeté ambos cabos con un nudo
resistente a un dedo del pájaro. Porque me dije para mí: "Este pájaro enorme acabará por remontar el
vuelo, con lo que me sacará de esta so ledad y me transportará a cualquier punto donde pueda ver seres
humanos. ¡De cualquier modo, el lugar en que caiga será preferible a esta isla desierta, de la que soy
único habitante!"
¡Esto fué todo! ¡Y a pesar de mis movimientos, el pájaro no se cuidó de mi presencia más que si se
tratara de alguna mosca sin im portancia o alguna humilde hormiga que por allí se pasease!
Así permanecí todá la noche, sin poder pegar los ojos por temor de que el pájaro echase a volar y me
llevase durante mi sueño. Pero no se movió hasta que fué de día. Sólo entonces se quitó de encima de su
huevo, lanzó un grito espantoso y remontó el vuelo, llevándome con sigo. Subió y subió tan alto, que creí
tocar la bóveda del cielo; pero de pronto descendió con tanta rapidez, que ya no sentía yo mi propio
peso, y abatióse conmigo en tierra firme. Se posó en un sitio escarpado, y yo, enseguida, sin esperar más
me apresuré a desatar el turbante, con un gran terror de ser izado otra vez antes de que tuviese tiempo de
librarme de mis ligaduras. Pero conseguí desasirme sin dificultad, y después de estirar mis miembros y
arreglarme el traje, me alejé apre suradamente hasta hallarme fuera del alcance del pájaro, a quien de
nuevo vi elevarse por los aires. Llevaba entonces en sus garras un enor me objeto negro, que no era otra
cosa que una serpiente de inmensa longitud y de forma detestable. No tardó en desaparecer, dirigiendo
hacia el mar su vuelo.
Conmovido en extremo por cuanto acababa de ocurrirme, lancé una mirada en torno de mí y quedé
inmóvil de espanto. Porque me encontraba en un valle ancho y profundo, rodeado por todas partes de
montañas tan altas, que para medirlas con la vista tuve que alzar de tal modo la cabeza, que rodó por mi
espalda mi turbante al suelo. ¡Además, eran tan escarpadas aquellas montañas, que se hacía imposible
subir por ellas, y juzgué inútil toda tentativa en tal sentido!
Al darme cuenta de ello no tuvieron límite mi desolación y mi deses peración, y me dije: "¡Ah, cuánto
más hubiérame valido no abandonar la isla desierta en que me hallaba y que era mil veces preferible a
esta soledad desolada y árida, donde no hay nada que comer ni beber! ¡Allí, al menos, había frutas que
llenaban los árboles y arroyos de agua deli ciosa; pero aquí sólo rocas hostiles y desnudas, para morir de
hambre y de sed! ¡Qué calamidad! ¡No hay recurso y poder más que Alah el Omnipotente! ¡Cada vez que
escapo de una catástrofe, es para caer en otra peor y definitiva!"
Enseguida me levanté del sitio en que me encontraba y recorrí aquel valle para explorarle un poco,
observando que estaba enteramente creado con rocas de diamante. Por todas partes a mi alrededor apa -
recía sembrado el suelo de diamantitos desprendidos de la montaña y que en ciertos sitios formaban
montones de la altura de un hombre. Comenzaba yo a mirarlos ya con algún interés, cuando me inmo vilizó
de terror un espectáculo más espantoso que todos los horrores experimentados hasta entonces. Entre las
rocas de diamantes vi circular a sus guardianes, que eran innumerables serpientes negras, más gruesas y
mayores que palmeras, y cada una de las cuales muy bien podía de vorar a un elefante grande.
En aquel momento comenzaban a meterse en sus antros porque durante el día se ocultaban para que no
las cogiese su enemigo el pájaro rokh, y únicamente salían de noche.
Entonces intenté con precauciones íntimas alejarme de allí, mirando bien dónde ponía los pies y
pensando desde el fondo de mi alma: "¡He aquí lo que ganaste a trueque de haber querido abusar de la
clemencia del Destino, ¡oh Sindbad! hombre de ojos insaciables y siempre vacíos!"
Y presa de un cúmulo de terrores, continué en mi caminar sin rumbo por el valle de diamantes,
descansando de vez en cuando en los parajes que me parecían más resguardados, y así estuve hasta que
llegó la noche.
Durante todo aquel tiempo me había olvidado por completo de comer y beber, y no pensaba más que
en salir del mal paso y en salvar de las serpientes mi alma. Y he aquí que acabé por descubrir, junto al
lugar en que me dejé caer, una gruta cuya entrada era muy angosta, aunque suficiente para que yo pudiese
franquearla. Avancé, pues, y penetré en la gruta, cuidando de obstruir la entrada con un peñasco que
conseguí arrastrar hasta allí. Seguro ya, me aventuré por su interior, en busca del lugar más cómodo para
dormir, esperando el día, y pensé: "¡Mañana al amanecer saldré para enterarme de lo que me reserva él
Destino!"
Iba ya a acostarme, cuando advertí que lo que a primera vista tomé por una enorme roca negra era una
espantosa serpiente enros cada sobre sus huevos para incubarlos. Sintió entonces mi carne todo el horror
de semejante espectáculo, y la piel se me encogió como una hoja seca y tembló en toda su superficie; y
caí al suelo sin conocimien to, y permanecí en tal estado hasta la mañana.
Entonces, al convencerme de que no había sido devorado todavía, tuve alientos para deslizarme hasta
la entrada, separar la roca y lan zarme fuera, como ebrio, y sin que mis piernas pudieran sostenerme de
tan agotado como me encontraba por la falta de sueño y de comida, y por aquel terror sin tregua.
Miré a mi alrededor, y de repente vi caer a algunos pasos de mi nariz un gran trozo de carne, que
chocó contra el suelo con gran estré pito. Aturdido al pronto, alcé los ojos luego para ver quién querría
aporrearme con aquélla, pero no vi a nadie.
Entonces me acordé de cierta historia oída antaño en boca de los mercaderes, viajeros y exploradores
de la montaña de diamantes, de la que se contaba que, como los bus cadores de diamantes no podían bajar
a este valle inaccesible, recurrían a un medio curioso para procurarse esas piedras preciosas. Mataban
unos carneros, los partían en cuartos y los arrojaban al fondo del valle, donde iban a caer sobre las
puntas de diamantes, que se incrustaban en ellos profundamente.
Entonces se abalanzaban sobre aquella presa los rokh y las águilas gigantescas, sacándola del valle
para llevársela a sus nidos en lo alto de las rocas y que sirviera de sustento a sus crías. Los buscadores
de diamantes se precipitaban entonces sobre el ave, hacien do muchos gestos y lanzando grandes gritos
para obligarla a soltar su presa y a emprender de nuevo el vuelo. Registraban entonces el cuarto de carne
y cogían los diamantes que tenía adheridos.
Asaltóme a la sazón la idea de que podía tratar aún de salvar mi vida y salir de aquel valle que se me
antojó había de ser mi tumba. Me incorporé, pues, y comencé a amontonar una gran cantidad de diaman -
tes, escogiendo los más gordos y los más hermosos. Me los guardé en todas partes, abarroté con ellos mis
bolsillos, me los introduje entre el traje y la camisa, llené mi turbante y mi calzón, y hasta metí algunos
entre los pliegues de mi ropa. Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 297ª noche
Ella dijo:
...Tras de lo cual, desenrollé la tela de mi turbante, como la primera vez, y me la rodeé a la cintura,
yendo a situarme debajo del cuarto de carne, que até sólidamente a mi pecho con las dos puntas del
turbante.
Permanecí ya algún tiempo en esta posición, cuando súbitamente me sentí llevado por los aires, como
una pluma, entre las garras formi dables de un rokh y en compañía del cuarto de carne. Y en un abrir y
cerrar los ojos me encontré fuera del valle, sobre la cúspide de una montaña, en el nido del rokh, que se
dispuso enseguida a despedazar la carne aquella y mi propia carne para sustentar a sus rokhecillos. Pero
de pronto se alzó hacia nosotros un estrépito de gritos que asustaron al ave y la obligaron a emprender de
nuevo el vuelo, abandonándome. Entonces desaté mis ligaduras y me erguí sobre ambos pies, con huellas
de sangre en mis vestidos y en mi rostro.
Vi a la sazón aproximarse al sitio en que yo estaba a un merca der, que se mostró muy contrariado y
asombrado al percibirme. Pero advirtiendo que yo no le quería mal y que ni aun me movía, se inclinó
sobre el cuarto de carne y lo escudriñó, sin encontrar en él los diaman tes que buscaba. Entonces alzó al
cielo sus largos brazos y se lamentó, diciendo: "¡Qué desilusión! ¡Estoy perdido! ¡No hay recurso más
que en Alah! ¡Me refugio en Alah contra el Maldito, el Malhechor!" Y se golpeó una con otra las palmas
de las manos, como señal de una des esperación inmensa.
Al advertir aquello, me acerqué a él y le deseé la paz. Pero él, sin corresponder a mi zalema, me
arañó furioso y exclamó: "¿Quién eres? ¿Y de dónde viniste para robarme mi fortuna?" Le respondí: "No
te mas nada, ¡oh digno mercader! porque no soy ningún ladrón, y tu fortuna en nada ha disminuido. Soy un
ser humano y no un genio malhechor, como creías, por lo visto. Soy incluso un hombre honrado entre la
gente honrada, y antiguamente, antes de correr aventuras tan extrañas, yo tenía también el oficio de
mercader.
En cuanto al motivo de mi venida a este paraje, es una historia asombrosa, que te contaré al punto.
¡Pero de antemano, quiero probarte mis buenas intenciones gratificándote con algunos diamantes
recogidos por mí mismo en el fondo de esa cima, que jamás fue sondeada por la vista humana!"
Saqué enseguida de mi cinturón algunos hermosos ejemplares de diamantes, y se los entregué,
diciéndole: "¡He aquí una ganancia que no habrías osado esperar en tu vida!"
Entonces el propietario del cuar to de carnero manifestó una alegría inconcebible y me dio muchas
gra cias, y tras de mil zalemas, me dijo: "¡La bendición está contigo, oh mi señor! ¡Uno solo de estos
diamantes bastaría para enriquecerme hasta la más dilatada vejez! ¡Porque en mi vida hube de verlos
seme jantes ni en la corte de los reyes y sultanes!" Y me dio gracias otra vez, y finalmente llamó a otros
mercaderes que allí se hallaban y que se agruparon en torno mío, deseándome la paz y la bienvenida. Y
les conté mi rara aventura desde el principio hasta el fin. Pero no sería útil repetirla.
Entonces, vueltos de su asombro los mercaderes, me felicitaron mu cho por mi liberación,
diciéndome: "¡Por Alah! ¡Tu destino te ha sa cado de un abismo del que nadie regresó nunca!" Después, al
verme extenuado por la fatiga, el hambre y la sed se apresuraron a darme de comer y beber con
abundancia, y me condujeron a una tienda, donde velaron mi sueño, que duró un día entero y una noche.
A la mañana, los mercaderes me llevaron con ellos, en tanto que comenzaba yo a regocijarme de
modo intenso por haber escapado a aquellos peligros sin precedentes. Al cabo de un viaje bastante corto,
llegamos a una isla muy agradable, donde crecían magníficos árboles de copa tan espesa y amplia, que
con facilidad podrían dar sombra a cien hombres. De estos árboles es precisamente de los que se extrae
la sustancia blanca, de olor cálido y grato, que se llama alcanfor. A tal fin, se hace una incisión en lo alto
del árbol, recogiendo en una cubeta que se pone al pie el jugo que destila, y que al principio parece como
gotas de goma, y no es otra cosa que la miel del árbol.
También en aquella isla vi al espantable animal que se llama "kar kadann"
[114] y pace exactamente
como pacen las vacas y los búfalos en nuestras praderas. El cuerpo de esa fiera es mayor que el cuerpo
del camello; al extremo del morro tiene un cuerno de diez codos de largo y en el cual se halla labrada una
cara humana. Es tan sólido este cuerno, que le sirve al karkadann para pelear y vencer al elefante,
enganchándole y teniéndole en vilo hasta que muere. Entonces la grasa del ele fante muerto va a parar a
los ojos del karkadann, cegándole y hacién dole caer. Y desde lo alto de los aires se abate sobre ellos el
terrible rokh y los transporta a su nido para alimentar a sus crías.
Vi asimismo en aquella isla diversas clases de búfalos.
Vivimos algún tiempo allí, respirando el aire embalsamado; tuve con ello ocasión de cambiar mis
diamantes por más oro y plata de lo que podría contener la cola de un navío. ¡Después nos marchamos de
allí; y de isla en isla, y de tierra en tierra, y de ciudad en ciudad, admirando a cada paso la obra del
Creador, y haciendo acá y allá algu nas ventas, compras y cambios, acabamos por bordear Bassra, país de
bendición, para ascender hasta Bagdad, morada de paz!
Me faltó el tiempo entonces para correr a mi calle y entrar en mi casa, enriquecido con sumas
considerables, dinares de oro y hermosos diamantes que no tuve alma para vender. Y he aquí que, tras las
efu siones propias del retorno entre mis parientes y amigos; no dejé de comportarme generosamente,
repartiendo dádivas a mi alrededor, sin olvidar a nadie.
Luego disfruté alegremente de la vida, comiendo manjares exqui sitos, bebiendo licores delicados,
vistiéndome con ricos trajes y sin privarme de la sociedad de las personas deliciosas. Así es que todos
los días tenía numerosos visitantes notables que, al oír hablar de mis aven turas, me honraban con su
presencia para pedirme que les narrara mis viajes y les pusiera al corriente de lo que sucedía en las
tierras lejanas. Y yo experimentaba una verdadera satisfacción instruyéndoles acerca de tantas cosas, lo
que inducía a todos a felicitarme por haber escapado de tan terribles peligros, maravillándose con mi
relato hasta el límite de la maravilla. Y así es como acaba mi segundo viaje.
¡Pero mañana, oh, mis amigos ! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 298ª noche
Ella dijo:
"Pero mañana, ¡oh mis amigos! os contaré las peripecias de mi tercer viaje, el cual, sin duda, es
mucho más interesante y estupefacien te que los dos primeros!"
Luego calló Sindbad. Entonces los esclavos sirvieron de comer y de beber a todos los invitados, que
se hallaban prodigiosamente asombra dos de cuanto acababan de oír. Después Sindbad el Marino hizo que
dieran cien monedas de oro a Sindbad el Cargador, que las admitió, dando muchas gracias, y se marchó
invocando sobre la cabeza de su huésped las bendiciones de Alah, y llegó a su casa maravillándose de
cuanto acababa de ver y de escuchar.
Por la mañana se levantó el cargador Sindbad, hizo la plegaria ma tinal y volvió a casa del rico
Sindbad, como le indicó éste. Y fui reci bido cordialmente y tratado con muchos miramientos, e invitado a
tomar parte en el festín del día y en los placeres, que duraron toda la jornada. Tras de lo cual, en medio
de sus convidados, atentos y graves, Sindbad el Marino empezó su relato de la manera siguiente:
La tercera historia de las historias de Sindbad el marino, que trata
del tercer viaje
Sabed, ¡oh mis amigos! -¡pero Alah sabe las cosas mejor que la criatura!- que con la deliciosa vida
de que yo disfrutaba desde el regreso de mi segundo viaje, acabé por perder completamente, entre las
riquezas y el descanso, el recuerdo de los sinsabores sufridos y de los peligros que corrí, aburriéndome a
la postre de la inacción monó tona de mi existencia en Bagdad. Así es que mi alma deseó con ardor la
mudanza y el espectáculo de las cosas de viaje. Y la misma afición al comercio, con su ganancia y su
provecho, me tentó otra vez.
En el fondo, siempre la ambición es causa de nuestras desdichas. En breve debía yo comprobarlo del
modo más espantoso.
Puse en ejecución inmediatamente mi proyecto, y después de pro veerme de ricas mercancías del país,
partí de Bagdad para Bassra.
Allí me esperaba un gran navío lleno ya de pasajeros y mercaderes, todos gente de bien, honrada, con
buen corazón, hombres de conciencia y capaces de servirle a uno, por lo que se podría vivir con ellos en
buenas relaciones. Así es que no dudé en embarcarme en su compañía dentro de aquel navío; y no bien
me encontré a bordo, nos hicimos a la vela con la bendición de Alah para nosotros y para nuestra
travesía.
Bajo felices auspicios comenzó, en efecto, nuestra navegación. En todos los, lugares que
abordábamos hacíamos negocios excelentes, a la vez que nos paseábamos e instruíamos con todas las
cosas nuevas que veíamos sin cesar.
Y nada, verdaderamente, faltaba a nuestra dicha, y nos hallábamos en el límite del desahogo y la
opulencia.
Un día entre los días, estábamos en alta mar, muy lejos de los países musulmanes, cuando de pronto
vimos que el capitán del navío se golpeaba con fuerza el rostro, se mesaba los pelos de la barba, des -
garraba sus vestiduras y tiraba al suelo su turbante, después de exami nar durante largo tiempo el
horizonte.
Luego empezó a lamentarse, a gemir y a lanzar gritos de desesperación.
Al verlo, rodeamos todos al capitán, y le dijimos: "¿Qué pasa, ¡oh capitán!?" Contestó: "Sabed, ¡oh
pasajeros de paz! que estamos a merced del viento contrario, y habiéndonos desviado de nuestra ruta, nos
hemos lanzado a este mar siniestro. Y para colmar nuestra mala suerte, el Destino hace que toquemos en
esa isla que veis delante de vosotros, y de la cual jamás pudo salir con vida nadie que arribara a ella.
¡Esa isla es la Isla de los Monos! ¡Me da el corazón que estamos perdidos sin remedio!"
Todavía no había acabado de explicarse el capitán, cuando vimos que rodeaba al navío una multitud
de seres velludos cual monos, y más innumerable que una nube de langostas, en tanto que desde la playa
de la isla otros monos, en cantidad incalculable, lanzaban chillidos que nos helaron de estupor. Y no
osamos maltratar, atacar, ni siquiera espantar a ninguno de ellos, por miedo a que se abalanzasen todos
sobre nosotros y nos matasen hasta el último, vista su superioridad numérica; porque no cabe duda de que
la certidumbre de esta superioridad numé rica aumenta el valor de quienes la poseen. No quisimos, pues,
hacer ningún movimiento, aunque por todos lados nos invadían aquellos mo nos, que empezaban a
apoderarse ya de cuanto nos pertenecía.
Eran muy feos. Eran; incluso, más feos que las cosas más feas que he visto hasta este día de mi vida.
¡Eran peludos y velludos, con ojos amarillos en sus caras negras; tenían poquísima estatura, apenas
cuatro palmos, y sus muecas y sus gritos resultaban más horribles que cuanto a tal respecto pudiera
imaginarse!
Por lo que afecta a su lenguaje, en vano nos hablaban y nos insultaban chocando las mandíbulas, ya
que no lográbamos comprenderles, a pesar de la atención que a tal fin ponía mos. No tardamos, por
desgracia, en verles ejecutar el más funesto de los proyectos. Treparon por los palos, desplegaron las
velas, cortaron con los dientes todas las amarras y acabaron por apoderarse del timón. Entonces,
impulsado por el viento, marchó el navío contra la costa, don de encalló. Y los monos apoderáronse de
todos nosotros, nos hicieron desembarcar sucesivamente, nos dejaron en la playa, y sin ocuparse más de
nosotros para nada embarcaron de nuevo en el navío, al cual consiguieron poner a flote, y desaparecieron
todos en él a lo lejos del mar.
Entonces, en el límite de la perplejidad, juzgamos inútil permane cer de tal modo en la playa
contemplando el mar, y avanzamos por la isla, donde al fin descubrimos algunos árboles frutales y agua
corrien te, lo que nos permitió reponer un tanto nuestras fuerzas a fin de re tardar lo más posible una
muerte que todos creíamos segura.
Mientras seguíamos en aquel estado, nos pareció ver entre los árboles un edificio muy grande que se
diría abandonado. Sentimos la tentación de acercarnos a él, y cuando llegamos a alcanzarle, adverti mos
que era un palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana; v se calló discretamente
Pero cuando llegó la 299ª noche
Ella dijo:
...advertimos que era un palacio de mucha altura, cuadrado, ro deado por sólidas murallas y que tenía
una gran puerta de ébano de dos hojas. Como esta puerta estaba abierta y ningún portero la guardaba, la
franqueamos y penetramos enseguida en una inmensa sala tan grande como un patio. Tenía por todo
mobiliario la tal sala enormes utensilios de cocina y asadores de una longitud desmesurada; el suelo por
toda alfombra, montones de huesos, ya calcinados unos, otros sin quemar aún. Dentro reinaba un olor que
perturbó en extremo nuestro olfato. Pero como estábamos extenuados de fatiga y de miedo, nos dejamos
caer cuan largos éramos y nos dormimos profundamente.
Ya se había puesto el sol, cuando nos sobresaltó un ruido estruen doso, despertándonos de repente; y
vimos descender ante nosotros des de el techo a un ser negro con rostro humano, tan alto como una pal -
mera, y cuyo aspecto era más horrible que el de todos los monos reuni dos. Tenía los ojos rojos como dos
tizones inflamados, los dientes lar gos y salientes como los colmillos de un cerdo, una boca enorme, tan
grande como el brocal de un pozo, labios que le colgaban sobre el pecho, orejas movibles como las del
elefante y que le cubrían los Hom bros, y uñas ganchudas cual las garras del león.
A su vista, nos llenamos de terror, y después nos quedamos rígi dos como muertos. Pero él fué a
sentarse en un banco alto adosado a la pared, y desde allí comenzó a examinarnos en silencio y con toda
atención uno a uno. Tras de lo cual se adelantó hacia nosotros, fue derecho a mí, prefiriéndome a los
demás mercaderes, tendió la mano y me cogió de la nuca, cual podía cogerse un lío de trapos. Me dio
vueltas y vueltas en todas direcciones, palpándome como palparía un carnicero cualquier cabeza de
carnero. Pero sin duda no debió en contrarme de su gusto, liquidado por el terror como yo estaba y con la
grasa de mi piel disuelta por las fatigas del viaje y la pena. Entonces me dejó, echándome a rodar por el
suelo, y se apoderó de mi vecino más próximo y lo manoseó, como me había manoseado a mí, para
rechazarle y luego apoderarse del siguiente. De este modo fue cogiendo uno tras de otro a todos los
mercaderes, y le tocó ser el último en el turno al capitán del navío.
Aconteció que el capitán era un hombre gordo y lleno de carne, y naturalmente, era el más robusto y
sólido de todos los hombres del na vío. Así es que el espantoso gigante no dudó en fijarse en él al elegir;
le cogió entre sus manos cual un carnicero cogería un cordero, le de rribó en tierra le puso un pie en el
cuello y le desnucó con un solo golpe. Empuñó entonces uno de los inmensos asadores en cuestión y se lo
introdujo por la boca, haciéndolo salir por el ano. Entonces encendió mucha leña en el hogar que había en
la sala, puso entre las llamas al capitán ensartado, y comenzó a darle vueltas lentamente hasta que es tuvo
en sazón. Le retiró del fuego entonces y empezó a trincharle en pedazos, como si se tratara de un pollo,
sirviéndose para el caso de sus uñas. Hecho aquello, le devoró en un abrir y cerrar de ojos. Tras de lo
cual chupó los huesos, vaciándolos de la medula, y los arrojó en medio del montón que se alzaba en la
sala.Concluida esta comida, el espantoso gigante fue a tenderse en el banco para digerir, y no tardó en
dormirse, roncando exactamente igual que un búfalo a quien se degollara o como un asno a quien se
incitara a rebuznar. Y así permaneció dormido hasta por la mañana. Le vimos entonces levantarse y
alejarse como había llegado, mientras permane cíamos inmóviles de espanto.
Cuando tuvimos la certeza de que había desaparecido, salimos del silencio que guardamos toda la
noche, y nos comunicamos mutuamente nuestras reflexiones y empezamos a sollozar y gemir pensando en
la suerte que nos esperaba. .
Y con tristeza nos decíamos: "Mejor hubiera sido perecer en el mar ahogados o comidos por los
monos que ser asados en las brasas. ¡Por Alah, que se trata de una muerte detestable! Pero ¿qué hacer?
¡Ha de ocurrir lo que Alah disponga! ¡No hay recurso más que en Alah el Todopoderoso!"
Abandonamos entonces aquella casa y vagamos por toda la isla en busca de algún escondrijo donde
resguardarnos; pero fue en vano, porque la isla era llana y no había en ella cavernas ni nada que nos
permitiese sustraernos a la persecución. Así es que, como caía la tarde, nos pareció más prudente volver
al palacio.
Pero apenas llegamos, hizo su aparición en medio del ruido atro nador el horrible hombre negro, y
después del palpamiento y el mano seo, se apoderó de uno de mis compañeros mercaderes, ensartándole
enseguida, asándole y haciéndole pasar a su vientre, para tenderse luego en el banco y roncar hasta la
mañana como un bruto degollado. Despertóse entonces y se desperezó, gruñendo ferozmente, y se marchó
sin ocuparse de nosotros y cual si no nos viera.
Cuando partió, como habíamos tenido tiempo de reflexionar sobre nuestra triste situación,
exclamamos todos a la vez: "Vamos a tirarnos al mar para morir ahogados, mejor que perecer asados y
devorados. ¡Porque debe ser una muerte terrible!"
Al ir a ejecutar este proyecto, se levantó uno de nosotros y dijo: "¡Escuchadme, compañeros! ¡No
creéis que vale quizás más matar al hombre negro antes de que nos extermine?" Entonces levanté a mi vez
yo el dedo y dije: "¡Escuchad me, compañeros! ¡Caso de que verdaderamente hayáis resuelto matar al
hombre negro, sería preciso antes comenzar por utilizar los trozos de madera de que está cubierta la
playa, con objeto de construirnos una balsa en la cual podamos huir de esta isla maldita después de librar
a la Creación de tan bárbaro comedor de musulmanes! ¡Bordeamos en tonces en cualquier isla donde
esperaremos la clemencia del Destino, que nos enviará algún navío para regresar a nuestro país! De
todos modos, aunque naufrague la balsa y nos ahoguemos, habremos evitado que nos asen y no habremos
cometido la mala acción de matarnos vo luntariamente. ¡Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en
cuenta el día de la Retribución!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 300ª noche
Ella dijo:
¡...Nuestra muerte será un martirio que se tendrá en cuenta el día de la Retribución!" Entonces
exclamaron los mercaderes: "¡Por Alah! ¡Es una idea excelente y una acción razonable!"
Al momento nos dirigimos a la playa y construimos la balsa en cuestión, en la cual tuvimos cuidado
de poner algunas provisiones, tales como frutas y hierbas comestibles; luego volvimos al palacio para
espe rar, temblando, la llegada del hombre negro.
Llegó precedido de un ruido atronador, y creímos ver entrar a un enorme perro rabioso. Todavía
tuvimos necesidad de presenciar sin un murmullo cómo ensartaba y asaba a uno de nuestros compañeros,
a quien escogió por su grasa y buen aspecto, tras del palpamiento y ma noseo. Pero cuando el espantoso
bruto se durmió y comenzó a roncar de un modo estrepitoso, pensamos en aprovecharnos de su sueño con
objeto de hacerle inofensivo para siempre.
Cogimos a tal fin dos de los inmensos asadores de hierro, y los ca lentamos al fuego hasta que
estuvieron al rojo blanco; luego los em puñamos fuertemente por el extremo frío, y como eran muy
pesados, llevamos entre varios cada uno. Nos acercamos a él quedamente, y entre todos hundimos a la
vez ambos asadores en ambos ojos del horrible hombre negro que dormía, y apretamos con todas nuestras
fuerzas pa ra que cegase en absoluto.
Debió sentir seguramente un dolor extremado, porque el grito que lanzó fue tan espantoso, que al
oírlo rodamos por el suelo a una dis tancia respetable. Y saltó él a ciegas, y aullando y corriendo en todos
sentidos, intentó coger a alguno de nosotros. Pero habíamos tenido tiempo de evitarlo y echarnos al suelo
de bruces a su derecha y a su izquierda, de manera que a cada vez sólo se encontraba con el vacío. Así es
que, viendo que no podía realizar su propósito acabó por dirigirse a tientas a la puerta y salió dando
gritos espantosos.
Entonces, convencidos de que el gigante ciego moriría por fin en su suplicio, comenzamos a
tranquilizarnos, y nos dirigimos al mar con paso lento. Arreglamos un poco mejor la balsa, nos
embarcamos en ella, la desamarramos de la orilla, y ya íbamos a remar para alejarnos, cuando vimos al
horrible gigante ciego que llegaba corriendo, guiado por una hembra gigante, todavía más horrible y
antipática que él.
Llegados que fueron a la playa, lanzaron gritos amedrentadores al ver que nos alejábamos; después
cada uno de ellos comenzó a apedrearnos, arrojando a la balsa trozos de peñasco. Por aquel
procedimiento con siguieron alcanzarnos con sus proyectiles y ahogar a todos mis compa ñeros, excepto
dos. En cuanto a los tres que salimos con vida, pudimos al fin alejarnos y ponernos fuera del alcance de
los peñascos que lan zaban.
Pronto llegamos a alta mar, donde nos vimos a merced del viento y empujados hacia una isla que
distaba dos días de aquella en que creímos perecer ensartados y asados. Pudimos encontrar allí frutas,
con lo que nos libramos de morir de hambre; luego, como la noche era ya avanzada, trepamos a un gran
árbol para dormir en él.
Por la mañana, cuando nos despertamos, lo primero que se pre sentó ante nuestros ojos asustados fue
una terrible serpiente tan gruesa como el árbol en que nos hallábamos, y que clavaba en nosotros sus ojos
llameantes y abría una boca tan ancha como un horno. Y de pronto se irguió, y su cabeza nos alcanzó en la
copa del árbol. Cogió con sus fauces a uno de mis dos compañeros y lo engulló hasta los hombros, para
devorarle por completo casi inmediatamente. Y al punto oímos los huesos del infortunado crujir en el
vientre de la serpiente, que bajó del árbol y nos dejó aniquilados de espanto y de dolor.
Y pensamos: "¡Por Alah, este nuevo género de muerte es más detestable que el an terior! La alegría de
haber escapado del asador del hombre negro, se convierte en un presentimiento peor aún que cuanto
hubiéramos de ex perimentar! ¡No hay recurso más que en Alah!"
Tuvimos enseguida alientos para bajar del árbol y recoger al gunas frutas, que comimos, satisfaciendo
nuestra sed con el agua de los arroyos. Tras de lo cual, vagamos por la isla en busca de cualquier abrigo
más seguro que el de la precedente noche, y acabamos por en contrar un árbol de una altura prodigiosa.
Trepamos a él al hacerse de noche, y ya instalados lo mejor posible, empezábamos a dormirnos, cuando
nos despertó un silbido seguido de un rumor de ramas tron chadas, y antes de que tuviésemos tiempo de
hacer un movimiento para escapar, la serpiente cogió a mi compañero, que se había encaramado por
debajo de mí, y de un solo golpe le devoró hasta las tres cuartas partes. La vi luego enroscarse al árbol,
haciendo rechinar los huesos de mi último compañero hasta que terminó de devorarle. Después se re tiró,
dejándome muerto de miedo.
Continué en el árbol sin moverme hasta por la mañana, y única mente entonces me decidí a bajar. Mi
primer movimiento fue para tirarme al mar con objeto de concluir una vida miserable y llena de alarmas
cada vez más terribles; en el camino me paré, porque mi alma, don precioso, no se avenía a tal
resolución; y me sugirió una idea a la cual debo el haberme salvado.
Empecé a buscar leña, y encontrándola en seguida, me tendí en tierra y cogí una tabla grande que
sujeté a las plantas de mis pies en toda su extensión; cogí luego una segunda tabla que até a mi costado
izquierdo, otra a mi costado derecho, la cuarta me la puse en el vientre, y la quinta, más ancha y más
larga que las anteriores, la sujeté a mi cabeza. De este modo me encontraba rodeado por una muralla de
ta blas que oponían en todos sentidos un obstáculo a las fauces de la serpiente. Realizado aquello,
permanecí tendido en el suelo, y esperé lo que me reservaba el Destino.
Al hacerse de noche, no dejó de ir la serpiente. En cuanto me vio, arrojose sobre mí dispuesta a
sepultarme en su vientre; pero se lo impidieron las tablas. Se puso entonces a dar vueltas a mi alrededor,
intentando cogerme por algún lado más accesible; pero no pudo lograr su propósito, a pesar de todos sus
esfuerzos, y aunque tiraba de mí en todas direcciones. Así pasó toda la noche haciéndome sufrir, y yo me
creía ya muerto y sentía en mi rostro su aliento nauseabundo. Al amanecer me dejó por fin, y se alejó muy
furiosa, en el límite de la cólera y de la rabia.
Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 301ª noche
Ella dijo:
...Cuando estuve seguro de que se había alejado del todo, saqué la mano y me desembaracé de las
ligaduras que me ataban a las tablas. Pero había estado en una postura tan incómoda, que en un principio
no logré moverme, y durante varias horas creí no poder recobrar el uso de mis miembros. Pero al fin
conseguí ponerme en pie, y poco a poco pude andar y pasearme por la isla. Me encaminé hacia el mar, y
apenas llegué descubrí en lontananza un navío que bordeaba la isla velozmen te a toda vela.
Al verlo me puse a agitar los brazos y gritar como un loco; luego desplegué la tela de mi turbante, y
atándola a una rama de árbol, la levanté por encima de mi cabeza y me esforcé en hacer señales para que
me advirtiesen desde el navío.
El destino quiso que mis esfuerzos no resultasen inútiles. No tar dé, efectivamente, en ver que el navío
viraba y se dirigía a tierra; y poco después fui recogido por el capitán y sus hombres.
Una vez a bordo del navío, empezaron por proporcionarme vesti dos y ocultar mi desnudez, ya que
desde hacía tiempo había yo destro zado mi ropa; luego me ofrecieron manjares para que comiera, lo cual
hice con mucho apetito, a causa de mis pasadas privaciones; pero lo que me llegó especialmente al alma
fue cierta agua fresca en su punto y deliciosa en verdad, de la que bebí hasta saciarme. Entonces se calmó
mi corazón y se tranquilizó mi espíritu, y sentí que el reposo y el bien estar descendían por fin a mi cuerpo
extenuado.
Comencé, pues, a vivir de nuevo tras de ver a dos pasos de mí , la muerte, y bendije a Alah por su
misericordia, y le di gracias por haber interrumpido mis tribulaciones. Así es que no tardé en reponerme
completamente de mis emociones y fatigas, hasta el punto de casi llegar a creer que todas aquellas
calamidades habían sido un sueño. Nuestra navegación resultó excelente, y con la venia de Alah el viento
nos fue favorable todo el tiempo, y nos hizo tocar felizmente en una isla llamada Salahata, donde
debíamos hacer escala, y en cuya rada ordenó anclar el capitán, para permitir a los mercaderes desem -
barcar y despachar sus asuntos. -
Cuando estuvieron en tierra los pasajeros, como era el único a bordo que carecía de mercancías para
vender o cambiar, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¡Escucha lo que voy a decirte! Eres un hombre
pobre y extranjero, y por ti sabemos cuántas pruebas has sufrido en tu vida. ¡Así, pues, quiero serte de
alguna utilidad ahora y ayudarte a regresar a tu país, con el fin de que cuando pienses en mí lo hagas
gustoso e invoques para mi persona todas las bendiciones!"
Yo le con testé: "Ciertamente, ¡oh capitán! que no dejaré de hacer votos en tu favor". Y él dijo: "Sabe
que hace algunos años vino con nosotros un viajero que se perdió en una isla en que hicimos escala. Y
desde en tonces no hemos vuelto a tener noticias suyas, ni sabemos si ha muerto o si vive todavía. Como
están en el navío depositadas las mercancías que dejó aquel viajero, abrigo la idea de confiártelas para
que, me diante un corretaje provisional sobre la ganancia, las vendas en esta isla y me des su importe, a
fin de que a mi regreso a Bagdad pueda yo entregarlo a sus parientes o dárselo a él mismo, si consiguió
volver a su ciudad".
Y contesté yo: "¡Te soy deudor del bienestar y la obe diencia!, ¡oh señor! ¡Y verdaderamente eres
acreedor a mi mucha gra titud, ya que quieres proporcionarme una honrada ganancia!"
Entonces el capitán ordenó a los marineros que sacasen de la cala las mercancías y las llevaran a la
orilla, para que yo me hiciera cargo de ellas. Después llamó al escriba del navío y le dijo que las contase
y las anotase fardo por fardo. Y contestó el escriba: "¿A quién perte necen estos fardos y a nombre de
quién debo inscribirlos?" El capitán respondió: "El propietario de estos fardos se llamaba Sindbad el
Marino, Ahora inscríbelos a nombre de ese pobre pasajero y pregúntale cómo se llama".
Al oír aquellas palabras del capitán, me asombré prodigiosamente, y exclamé: "¡Pero si Sindbad el
Marino soy yo!" Y mirando aten tamente al capitán, reconocí en él al que al comienzo de mi segundo viaje
me abandonó en la isla donde me quedé dormido.
Ante descubrimiento tan inesperado, mi emoción llegó a sus últi mos límites, y añadí: "¡Oh capitán!
¿No me reconoces? ¡Soy el pobre Sindbad el Marino, oriundo de Bagdad! ¡Escucha mi historia! Acuér -
date, ¡oh capitán! de que fui yo quien desembarcó en la isla hace tantos años sin que hubiera vuelto. En
efecto, me dormí a la orilla de un arroyo delicioso, después de haber comido, y cuando desperté ya había
zarpado el barco. ¡Por cierto que me vieron muchos mercaderes de la montaña de diamantes, y podrían
atestiguar que soy yo el propio Sindbad el Marino!"
Aun no había acabado de explicarme, cuando uno de los merca deres que habían subido por
mercaderías a bordo se acercó a mí, me miró atentamente, y en cuanto terminé de hablar, palmoteó
sorpren dido, y exclamó:
"¡Por Alah! Ninguno me creyó cuando hace tiempo relaté la extraña aventura que me acaeció un día
en la montaña de diamantes, donde, según dije, vi a un hombre atado a un cuarto de carnero y
transportado desde el valle a la montaña por un pájaro lla mado rokh. ¡Pues bien; he aquí aquel hombre!
¡Este mismo es Sind bad el Marino, el hombre generoso que me regaló tan hermosos dia mantes!" Y tras de
hablar así, el mercader corrió a abrazarme como un hermano ausente que se encuentra de pronto a su
hermano.
Entonces me contempló un instante el capitán del navío y en segui da me reconoció también por
Sindbad el Marino. Y me tomó en sus brazos como lo hubiera hecho con su hijo, me felicitó por estar con
vida todavía, y me dijo: "Por Alah, ¡oh señor! que es asombrosa tu historia y prodigiosa tu aventura!
¡Pero bendito sea Alah, que permi tió nos reuniéramos, e hizo que encontraras tus mercancías y tu
fortuna!"
Luego dio orden de que llevaran mis mercancías a tierra para que yo las vendiese, aprovechándome
de ellas por completo aquella vez. Y, efectivamente, fue enorme la ganancia que me proporcionaron,
indemnizándome con mucho de todo el tiempo que había perdido hasta entonces.
Después de lo cual, dejamos la isla Salahata y llegamos al país de Sínd, donde vendimos y
compramos igualmente.
En aquellos mares lejanos vi cosas asombrosas y prodigios innu merables, cuyo relato no puedo
detallar. Pero, entre otras cosas, vi un pez que tenía el aspecto de una vaca y otro que parecía un asno. Vi
también un pájaro que nacía del nácar marino y cuyas crías vivían en la superficie de las aguas, sin volar
nunca sobre tierra.
Más tarde continuamos nuestra navegación, con la venia de Alah, y a la postre llegamos a Bassra,
donde nos detuvimos pocos días, para entrar por último en Bagdad.
Entonces me dirigí a mi calle, penetré en mi casa, saludé a mis pa rientes, a mis amigos y a mis
antiguos compañeros, e hice muchas dá divas a viudas y a huérfanos. Porque había regresado más rico que
nunca, a causa de los últimos negocios hechos al vender mis mercan cías.
Pero mañana, si Alah quiere, ¡oh amigos míos! os contaré la historia de mi cuarto viaje, que supera en
interés a las tres que acabáis de oír".
Luego Sindbad el Marino, como los anteriores días, hizo que die ran cien monedas de oro a Sindbad
el Cargador, invitándole a volver al día siguiente.
No dejó de obedecer el cargador, y volvió al otro día para escuchar lo que había de contar Sindbad
el Marino cuando terminase la comida...
En este momento de su narración, Scherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente
Y cuando llegó la 302ª noche
Ella dijo:
...para escuchar lo que había de contar Sindabad el Marino cuando terminase la comida.
La cuarta historia de las historias de Sindbad el marino, que trata del
cuarto viaje
Y dijo Sindbad el Marino:
"Ni las delicias ni los placeres de la vida de Bagdad, ¡ oh amigos míos! me hicieron olvidar los
viajes. Al contrario, casi no me acordaba de las fatigas sufridas y los peligros corridos. Y el alma
pérfida que vivía en mí no dejó de mostrarme lo ventajoso que sería recorrer de nuevo las comarcas de
los hombres. Así es que no pude resistirme a sus tentaciones, y abandonando un día la casa y las riquezas,
llevé conmigo una gran cantidad de mercaderías de precio, bastante más que las que había llevado en mis
últimos viajes, y de Bagdad partí para Bassra, don de me embarqué en un gran navío en compañía de
varios notables mer caderes prestigiosamente conocidos.
Al principio fue excelente nuestro viaje por el mar, gracias a la bendición. Fuimos de isla en isla y de
tierra en tierra, vendiendo y com prando y realizando beneficios muy apreciables, hasta que un día, en alta
mar, hizo anclar el capitán, diciéndonos: "¡Estamos perdidos sin remedio!" Y de improviso un golpe de
viento terrible hinchó todo el mar, que se precipitó sobre el navío; haciéndole crujir por todas par tes y
arrebató a los pasajeros, incluso al capitán, los marineros y yo mismo. Y se hundió todo el mundo, y yo
igual que los demás.
Pero, merced a la misericordia, pude encontrar sobre el abismo una tabla del navío, a la que me
agarré con manos y pies, y encima de la cual navegamos durante medio día yo y algunos otros mercaderes
que lograron asirse conmigo a ella.
Entonces, a fuerza de bregar con pies y manos, ayudados por el viento y la corriente, caímos en la
costa de una isla, cual si fuésemos un montón de algas, medio muertos ya de frío y de miedo.
Toda una noche permanecimos sin movernos, aniquilados, en la costa de aquella isla. Pero al día
siguiente pudimos levantarnos e internarnos por ella, vislumbrando una casa, hacia la cual nos
encaminamos.
Cuando llegamos a ella, vimos que por la puerta de la vivienda salía un grupo de individuos
completamente desnudos y negros, quienes se apoderaron de nosotros sin decirnos palabra y nos hicieron
penetrar en una vasta sala, donde aparecía un rey sentado en alto trono.
El rey nos ordenó que nos sentáramos, y nos sentamos. Entonces pusieron a nuestro alcance platos
llenos de manjares como no los había mos visto en toda nuestra vida. Sin embargo, su aspecto no excitó
mi apetito, al revés de lo que ocurría a mis compañeros, que comieron glo tonamente para aplacar el
hambre que les torturaba desde que naufraga mos. En cuanto a mí, por abstenerme conservo la existencia
hasta hoy.
Efectivamente, desde que tomaron los primeros bocados, apoderose de mis compañeros una gula
enorme, y estuvieron durante horas y ho ras devorando cuanto les presentaban, mientras hacían gestos de
locos y lanzaban extraordinarios gruñidos de satisfacción.
En tanto que caían en aquel estado mis amigos, los hombres des nudos llevaron un tazón lleno de
cierta pomada con la que untaron todo el cuerpo a mis compañeros, resultando asombroso el efecto que
hubo de producirles en el vientre. Porque vi que se les dilataba poco a poco en todos sentidos hasta
quedar más gordos que un pellejo inflado. Y su apetito aumentó proporcionalmente, y continuaron
comiendo sin tregua, mientras yo les miraba asustado al ver que no se llenaba su vientre nunca.
Por lo que a mí respecta, persistí en no tocar aquellos manjares, y me negué a que me untaran con la
pomada al ver el efecto que produjo en mis compañeros. Y en verdad que mi sobriedad fue provechosa,
porque averigüé que aquellos hombres desnudos comían carne huma na, y empleaban diversos medios
para cebar a los hombres que caían entre sus manos y hacer de tal suerte más tierna y más jugosa su
carne. En cuanto al rey de estos antropófagos, descubrí que era ogro. Todos los días le servían asado un
hombre cebado por aquel método; a los demás no les gustaba el asado y comían la carne humana al
natural, sin ningún aderezo.
Ante tan triste descubrimiento, mi ansiedad sobre mi suerte y la de mis compañeros no conoció
límites cuando advertí enseguida una disminución notable de la inteligencia de mis camaradas, a medida
que se hinchaba su vientre y engordaba su individuo. Acabaron por embru tecerse del todo a fuerza de
comer, y cuando tuvieron el aspecto de unas bestias buenas para el matadero, se les confió a la vigilancia
de un pastor, que a diario les llevaba a pacer en el prado.
En cuanto a mí, por una parte el hambre, y el miedo por otra, hi cieron de mi persona la sombra de mí
mismo y la carne se me secó encinta del hueso. Así es que, cuando los indígenas de la isla me vieron tan
delgado y seco, no se ocuparon ya de mí y me olvidaron enteramente, juzgándome sin duda indigno de
servirme asado ni siquiera a la parrilla ante su rey.
Tal falta de vigilancia por parte de aquellos insulares negros y desnudos me permitió un día alejarme
de su vivienda y marchar en dirección opuesta a ella. En el camino me encontré al pastor que llevaba a
pacer a mis desgraciados compañeros, embrutecidos por culpa de su vientre. Me di prisa a esconderme
entre las hierbas altas, andando y corriendo para perderlos de vista, pues su aspecto me producía torturas
y tristeza.
Ya se había puesto el sol, y yo no dejaba de andar. Continué ca mino adelante toda la noche, sin sentir
necesidad de dormir, porque me despabilaba el miedo de caer en manos de los negros comedores de
carne humana. Y anduve aún durante todo el otro día, y también los seis siguientes, sin perder más que el
tiempo necesario para hacer una comida diaria que me permitiese seguir mi carrera en pos de lo des -
conocido. Y por todo alimento cogía hierbas y me comía las indispen sables para no sucumbir de hambre.
Al amanecer el octavo día...
En este momento de su narración. Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 303ª noche
Ella dijo:
...Al amanecer del octavo día llegué a la orilla opuesta de la isla y me encontré con hombres como
yo, blancos y vestidos con trajes, que se ocupaban en quitar granos de pimienta de los árboles de que
estaba cubierta aquella región. Cuando me advirtieron, se agruparon en torno mío y me hablaron en mi
lengua, el árabe, que no escuchaba yo desde hacía tiempo.
Me preguntaron quién era y de dónde venía. Contesté: "¡Oh buenas gentes, soy un pobre extranjero!"
Y les enu meré cuantas desgracias y peligros había experimentado. Mi relato les asombró
maravillosamente, y me felicitaron por haber podido escapar de los devoradores de carne humana; me
ofrecieron de comer y de beber, me dejaron reposar una hora, y después me llevaron a su barca para
presentarme a su rey, cuya residencia se hallaba en otra isla vecina.
La isla en que reinaba este rey tenía por capital una ciudad muy poblada, abundante en todas las cosas
de la vida, rica en zocos y en mercaderes cuyas tiendas aparecían provistas de objetos preciosos, cru -
zadas por calles en que circulaban numerosos jinetes en caballos es pléndidos, aunque sin sillas ni
estribos. Así es que cuando me presen taron al rey, tras de las zalemas hube de participarle mi asombro
por ver cómo los hombres montaban a pelo en los caballos. Y le dije: "¿Por qué motivo, ¡oh mi señor y
soberano! no se usa aquí la silla de montar? ¡Es un objeto tan cómodo para ir a caballo! ¡Y, además,
aumenta el dominio del jinete!"
Sorprendiose mucho de mis palabras el rey, y me preguntó: "¿Pe ro en qué consiste una silla de
montar? ¡Se trata de una cosa que nunca en nuestra vida vimos!" Yo le dije: "¿Quieres, entonces, que te
con feccione una silla, para que puedas comprobar su comodidad y experi mentar sus ventajas?" Me
contestó: "¡Sin duda!"
Dije que pusiera a mis órdenes un carpintero hábil, y le hice tra bajar a mi vista la madera de una silla
conforme exactamente a mis indicaciones. Y permanecí junto a él hasta que la terminó. Entonces yo
mismo forré la madera de la silla con lana y cuero y acabé guar neciéndola con bordados de oro y borlas
de diversos colores. Hice que viniese a mi presencia luego un herrero, al cual le enseñé el arte de
confeccionar un bocado y estribos; y ejecutó perfectamente estas cosas, porque no le perdí de vista un
instante.
Cuando estuvo todo en condiciones, escogí el caballo más hermoso de las cuadras del rey, y le ensillé
y embridé, y le enjaecé espléndida mente, sin olvidarme de ponerle diversos accesorios de adorno, como
largas gualdrapas, borlas de seda y oro, penacho y collera azul. Y fui en seguida a presentárselo al rey,
que lo esperaba con mucha impa ciencia desde hacía algunos días.
Inmediatamente lo montó el rey, y se sintió tan a gusto y le sa tisfizo tanto la invención, que me probó
su contento con regalos sun tuosos y grandes prodigalidades.
Cuando el gran visir vio aquella silla y comprobó su superioridad, me rogó que le hiciera una
parecida. Y yo accedí gustoso. Entonces todos los notables del reino y los altos dignatarios quisieron
asimismo tener una silla, y me hicieron la oportuna demanda. Y tanto me ob sequiaron, que en poco
tiempo hube de convertirme en el hombre más rico y considerado de la ciudad.
Me había hecho amigo del rey, y un día que fui a verle, según era mi costumbre, se encaró conmigo, y
me dijo: "¡Ya sabes, Sindbad, que te quiero mucho! En mi palacio llegaste a ser como de mi familia, y no
puedo pasarme sin ti ni soportar la idea de que venga un día en que nos dejes. ¡Deseo, pues, pedirte una
cosa sin que me la rehuses!".
Contesté: "¡Ordena, oh rey! ¡Tu poder sobre mí lo consolidaron tus beneficios y la gratitud que te
debo por todo el bien que de tí recibí desde mi llagada a este reino!" Contestó él: "Deseo casarte entre
nos otros con una mujer bella, bonita, perfecta, rica en oro y en cualidades, con el fin de que ella te decida
a permanecer siempre en nuestra ciu dad y en mi palacio. ¡Espero, pues, de ti que no rechaces mi ofreci -
miento y mis palabras!"
Al oír aquel discurso quedé confundido, bajé la cabeza y no pude responder de tanta timidez como me
embargaba. De manera que el rey me preguntó: "¿Por qué no me contestas, hijo mío?"
Yo repliqué: "¡Oh rey del tiempo, tus deseos son los míos y en mí tienes un esclavo!" Al punto envió
él a buscar al kadí y a los testigos, y acto seguido diome por esposa a una mujer noble, de alto rango,
poderosamente rica, due ña de propiedades edificadas y de tierras, y dotada de gran belleza. Al propio
tiempo, me hizo el regalo de un palacio completamente amue blado, con sus esclavos de ambos sexos y un
tren de casa verdadera mente regio.
Desde entonces viví en medio de una tranquilidad perfecta y llegué al límite del desahogo y el
bienestar. Y de antemano me regocijaba la idea de poder un día escaparme de aquella ciudad y volver a
Bagdad con mi esposa; porque la amaba mucho, y ella también me amaba, y nos llevábamos muy bien.
Pero cuando el Destino dispone algo, ningún poder humano logra torcer su curso. ¿Y qué criatura puede
conocer el porvenir? Aun había yo de comprobar una vez más ¡ay! que todos nuestros proyectos son
juegos infantiles ante los designios del Destino.
Un día, por orden de Alah, murió la esposa de mi vecino. Como el tal vecino era amigo mío, fui a
verle y traté de consolarle, diciéndole: "¡No te aflijas más de lo permitido, oh vecino! ¡Pronto te
indemnizará Alah dándote una esposa más bendita todavía! ¡Prolongue Alah tus días!" Pero mi vecino,
asombrado de mis palabras, levantó la ca beza y me dijo: "¿Cómo puedes desearme larga vida, cuando
bien sa bes que sólo me queda ya una hora de vivir?"
Entonces me asombré a mi vez y le dije: "¿Por qué hablas así, vecino, y a qué vienen seme jantes
presentimientos? ¡Gracias a Alah, eres robusto y nada te amenaza! ¿Pretendes, pues, matarte por tu propia
mano?" Contestó: "¡Ah! Bien veo ahora tu ignorancia acerca de los usos de nuestro país. Sabe, pues, que
la costumbre quiere que todo marido vivo sea enterrado vivo con su mujer cuando ella muera, y que toda
mujer viva sea enterrada viva con su marido cuando muere él. ¡Es cosa inviolable! ¡Y enseguida debo ser
enterrado vivo yo con mi mujer muerta! ¡Aquí ha de cumplir tal ley, establecida por los antepasados, todo
el mundo, incluso el rey!"
Al escuchar aquellas palabras, exclamé: "¡Por Alah, qué costum bre tan detestable! ¡Jamás podré
conformarme con ella!"
Mientras hablábamos en estos términos, entraron los parientes y amigos de mi vecino y se dedicaron,
en efecto, a consolarle por su pro pia muerte y la de su mujer. Tras de lo cual se procedió a los funerales.
Pusieron en un ataúd descubierto el cuerpo de la mujer, después de re vestirla con los trajes más
hermosos, y adornarla con las más preciosas joyas. Luego se formó el acompañamiento; el marido iba a
la cabeza, detrás del ataúd, y todo el mundo, incluso yo, se dirigió al sitio del entierro
Salimos de la ciudad, llegando a una montaña que daba sobre el mar. En cierto paraje vi una especie
de pozo inmenso, cuya tapa de piedra levantaron enseguida. Bajaron por allí el ataúd donde yacía la
mujer muerta adornada con sus alhajas; luego se apoderaron de mi vecino, que no opuso ninguna
resistencia; por medio de una cuerda le bajaron hasta el fondo del pozo, proveyéndole de un cántaro con
agua y siete panes. Hecho lo cual taparon el brocal del pozo con las piedras grandes que lo cubrían, y nos
volvimos por donde habíamos ido.
Asistí a todo esto en un estado de alarma inconcebible, pensando: "¡La cosa es aún peor que todas
cuantas he visto!" Y no bien regresé a palacio, corrí en busca del rey y le dije: "¡Oh señor mío! ¡muchos
países recorrí hasta hoy; pero en ninguna parte vi una costumbre tan bárbara como esa de enterrar al
marido vivo con su mujer muerta! Por lo tanto, desearía saber, ¡oh rey del tiempo! si el extranjero ha de
cumplir también esta ley al morir su esposa".
El rey contestó: "¡Sin duda que se le enterrará con ella!"
Cuando hube oído aquellas palabras, sentí que en el hígado me estallaba la vejiga de la hiel a causa
de la pena, salí de allí loco de terror y marché a mi casa, temiendo ya que hubiese muerto mi esposa
durante mi ausencia y que se me obligase a sufrir el horroroso suplicio que acababa de presenciar. En
vano intenté consolarme diciendo: "¡Tranquilízate, Sindbad! ¡Seguramente morirás tú primero! ¡Por
consiguiente, no tendrás que ser enterrado vivo!" Tal consuelo de nada había de servirme, porque poco
tiempo después mi mujer cayó enfer ma, guardó cama algunos días y murió, a pesar de todos los cuidados
con que no cesé de rodearla día y noche.
Entonces mi dolor no tuvo límites; porque si realmente resultaba deplorable el hecho de ser devorado
por los comedores de carne hu mana, no lo resultaba menos el de ser enterrado vivo. Cuando vi que el rey
iba personalmente a mi casa para darme el pésame por mi entierro, no dudé ya de mi suerte. El soberano
quiso hacerme el honor de asis tir, acompañado por todos los personajes de la corte, a mi entierro, yendo
al lado mío a la cabeza del acompañamiento, detrás del ataúd en que yacía muerta mi esposa, cubierta
con sus joyas y adornada con todos sus atavíos.
Cuando estuvimos al pie de la montaña que daba sobre el mar, se abrió el pozo en cuestión, haciendo
bajar al fondo del agujero el cuer po de mi esposa; tras de lo cual, todos los concurrentes se acercaron a
mí y me dieron el pésame, despidiéndose. Entonces yo quise intentar que el rey y los concurrentes me
dispensaran de aquella prueba, y ex clamé llorando: "¡Soy extranjero, y no parece justo que me someta a
vuestra ley! ¡Además, en mi país tengo una esposa que vive e hijos que necesitan de mí!"
Pero en vano hube de gritar y sollozar, porque cogieronme sin escucharme, me echaron cuerdas por
debajo de los brazos, sujetaron a mi cuerpo un cántaro de agua y siete panes, como era costumbre, y me
descolgaron hasta el fondo del pozo. Cuando llegué abajo, me di jeron: "¡Desátate, para que nos llevemos
las cuerdas!" Pero no quise desligarme y continué con ellas, por si se decidían a subirme de nuevo.
Entonces abandonaron las cuerdas, que cayeron sobre mí, taparon otra vez con las grandes piedras el
brocal del pozo y se fueron por su ca mino, sin escuchar mis gritos que movían a piedad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 304ª noche
Ella dijo:
...sin escuchar mis gritos que movían a piedad.
A poco me obligó a taparme las narices la hediondez de aquel sub terráneo. Pero no me impidió
inspeccionar, merced a la escasa luz que descendía de lo alto, aquella gruta mortuoria llena de cadáveres
anti guos y recientes. Era muy espaciosa, y se dilataba hasta una distancia que mis ojos no podían sondear.
Entonces me tiré al suelo llorando, y exclamé: "¡Bien merecida tienes tu suerte, Sindbad de alma insacia -
ble! Y luego, ¿qué necesidad tenías de casarte en esta ciudad? ¡Ah! ¿Por qué no pereciste en el valle de
los diamantes, o por qué no te devoraron los comedores de hombres? ¡Era preferible que te hubiese
tragado el mar en uno de tus naufragios y no tendrías que sucumbir ahora a tan espantosa muerte!"
Y al punto comencé a golpearme con fuerza en la cabeza, en el estómago y en todo mi cuerpo. Sin
embargo, acosado por el hambre y la sed, no me decidí a dejarme morir de inani ción, y desaté de la
cuerda los panes y el cántaro de agua, y comí y bebí aunque con prudencia, en previsión de los siguientes
días.De este modo viví durante algunos días, habituándome paulati namente al olor insoportable de aquella
gruta y para dormir me acos taba en un lugar que tuve buen cuidado de limpiar de los huesos que en él
aparecían. Pero no podía retrasar más el momento en que se me acabaran el pan y el agua. Y llegó ese
momento. Entonces, poseído por la más absoluta desesperación, hice mi acto de fe, y ya iba a cerrar los
ojos para aguardar la muerte, cuando vi abrirse por encima de mi ca beza, el agujero del pozo y descender
en un ataúd a un hombre muerto, y tras de él su esposa con los siete panes y el cántaro de agua.
Entonces esperé a que los hombres de arriba tapasen de nuevo el brocal, y sin hacer el menor ruido,
muy sigilosamente, cogí un gran hueso de muerto y me arrojé de un salto sobre la mujer, rematándola de
un golpe en la cabeza; y para cerciorarme de su muerte todavía la propiné un segundo y un tercer golpe
con toda mi fuerza. Me apoderé entonces de los siete panes y del agua, con lo que tuve provisiones para
algunos días.
Al cabo de ese tiempo, abriose de nuevo el orificio, y esta vez descendieron una mujer muerta y un
hombre. Con el objeto de seguir viviendo -¡porque el alma es preciosa!- no dejé de rematar al hom bre,
robándole sus panes y su agua. Y así continué viviendo durante algún tiempo, matando en cada
oportunidad a la persona a quien se enterraba viva y robándole sus provisiones.
Un día entre los días, dormía yo en mi sitio de costumbre, cuando me desperté sobresaltado al oír un
ruido insólito. Era cual un resuello humano y un rumor de pasos. Me levanté y cogí el hueso que me
servía para rematar a los individuos enterrados vivos, dirigiéndome al lado de donde parecía venir el
ruido. Después de dar unos pasos, creí entre ver algo que huía resollando con fuerza. Entonces, siempre
armado con mi hueso, perseguí mucho tiempo a aquella especie de sombra fugitiva, y continué corriendo
en la oscuridad tras ella, y tropezando a cada paso con los huesos de los muertos; pero de pronto creí ver
en el fondo de la gruta como una estrella luminosa que tan pronto brillaba como se extinguía. Proseguí
avanzando en la misma dirección, y conforme avan zaba veía aumentar y ensancharse la luz. Sin embargo,
no me atreví a creer que fuese aquello una salida por donde pudiese escaparme, y me dije:
"¡Indudablemente debe ser un segundo agujero de este pozo por el que bajan ahora algún cadáver!"
Así que, cuál no sería mi emo ción al ver que la sombra fugitiva, que no era otra cosa que un ani mal,
saltaba con ímpetu por aquel agujero. Entonces comprendí que se trataba de una brecha abierta por las
fieras para ir a comerse en la gruta los cadáveres. Y salté detrás del animal y me hallé al aire libre bajo
el cielo.
Al darme cuenta de la realidad caí de rodillas, y con todo mi co razón di gracias al Altísimo por
haberme libertado, y calmé y tranqui licé mi alma.
Miré entonces al cielo, y vi que me encontraba al pie de una mon taña junto al mar; y observé que la
tal montaña no debía comunicarse de ninguna manera con la ciudad, por lo escarpada e impracticable que
era. Efectivamente, intenté ascender por ella, pero en vano. Entonces, para no morirme de hambre, entré
en la gruta por la brecha en cuestión y cogí pan y agua; y volví a alimentarme bajo el cielo, verificándolo
con bastante mejor apetito que mientras duró mi estancia entre los muertos.
Todos los días continué yendo a la gruta para quitarles los panes y el agua, matando a los que se
enterraba vivos. Luego tuve la idea de recoger todas las joyas de los muertos, diamantes, brazaletes,
collares, perlas, rubíes, metales cincelados, telas preciosas y cuantos objetos de oro y plata había por
allí. Y poco a poco iba transportando mi botín a la orilla del mar, esperando que llegara día en que
pudiese salvarme con tales riquezas. Y para que todo estuviese preparado, hice fardos bien envueltos en
los trajes de los hombres y mujeres de la gruta.
Estaba yo sentado un día a la orilla del mar, pensando en mis aventuras y en mi actual estado, cuando
vi que pasaba un navío por cerca de la montaña. Me levanté en seguida, desarrollé la tela de mi turbante
y me puse a agitarla con bruscos ademanes y dando muchos gritos mientras corría por la costa. Gracias a
Alah, la gente del navío advirtió mis señales, y destacaron una barca para que fuese a recoger me y
transportarme a bordo. Me llevaron con ellos y también se encar garon gustosos de mis fardos.
Cuando estuvimos a bordo, el capitán se acercó a mí y me dijo: "¿Qué eres y cómo te encontrabas en
esa montaña donde nunca vi más que animales salvajes y aves de rapiña, pero no un ser humano, desde
que navego por estos parajes? Contesté: "¡Oh, señor mío, soy un pobre mercader extranjero en estas
comarcas! Embarqué en un navío enor me que naufragó junto a esta costa; y gracias a mi valor y a mi
resis tencia, yo solo entre mis compañeros pude salvarme de perecer ahoga do y salvé conmigo mis fardos
de mercancías, poniéndolos en una tabla grande que me proporcioné cuando el navío viose a merced de
las olas. El Destino y mi suerte me arrojaron a esta orilla, y Alah ha querido que no muriese yo de
hambre y de sed". Y esto fue lo que dije al capitán, guardándome mucho de decirle la verdad sobre mi
matrimonio y mi enterramiento, no fuera que a bordo hubiese alguien de la ciudad donde reinaba la
espantosa costumbre de que estuve a punto de ser víctima.
Al acabar mi discurso al capitán, saqué de uno de mis paquetes un hermoso objeto de precio y se lo
ofrecí como presente, para que me tuviese consideración durante el viaje. Pero con gran sorpresa por mi
parte, dio prueba de un raro desinterés, sin querer aceptar mi obse quio, y me dijo con acento benévolo:
"No acostumbro hacerme pagar las buenas acciones. No eres el primero a quien hemos recogido en el
mar. A otros náufragos socorrimos, transportándoles a su país, ¡por Alah! y no sólo nos negamos a que
nos pagaran, sino que, como care cían de todo, les dimos de comer y de beber y les vestimos, y siempre
¡por Alah! hubimos de proporcionarle lo preciso para subvenir a sus gastos de viaje. ¡Porque el hombre
se debe a sus semejantes, por Alah!"
Al escuchar tales palabras, di gracias al capitán e hice votos en su favor, deseándole larga vida, en
tanto que él ordenaba desplegar las velas y ponía en marcha al navío.
Durante días y días navegamos en excelentes condiciones, de isla en isla y de mar en mar, mientras yo
me pasaba las horas muertas de liciosamente tendido, pensando en mis extrañas aventuras y
preguntándome si en realidad había yo experimentado todos aquellos sinsa bores o si no eran un sueño.Y
al recordar algunas veces mi estancia en la gruta subterránea con mi esposa muerta, creía volverme loco
de espanto.
Pero al fin, por obra y gracia de Alah, llegamos con buena salud a Bassra, donde no nos detuvimos
más que algunos días, entrando lue go en Bagdad.
Entonces, cargado con riquezas infinitas, tomé el camino de mi ca lle y de mi casa, adonde entré y
encontré a mis parientes y a mis ami gos; festejaron mi regreso y se regocijaron en extremo, felicitándome
por mi salvación. Yo, entonces, guardé con cuidado en los armarios mis tesoros, sin olvidarme de
distribuir muchas limosnas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, así como valiosas dádivas entre
mis amigos y conocimientos. Y desde entonces no cesé de entregarme a todas las diversiones y a todos
los placeres en compañía de personas agradables.
¡Pero cuanto os conté hasta aquí no es nada, verdaderamente, en comparación de lo que me reservo
para contároslo mañana, si Alah quiere!"
¡Así habló aquel día Sindbad! Y no dejó de mandar que dieran cien monedas de oro al cargador,
invitándole a cenar con él, en compa ñía asimismo de los notables que se hallaban presentes. Y todo el
mundo maravillose de aquello.
En cuanto a Sindbad el Cargador ...
En este momento de su narración, Scherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 306ª noche
Ella dijo:
...En cuanto a Sindbad el Cargador, llegó a su casa, donde soñó toda la noche con el relato
asombroso. Y cuando al día siguiente estuvo de vuelta en casa de Sindbad el Marino, todavía se hallaba
emociona do a causa del enterramiento de su huésped. Pero como ya habían ex tendido el mantel, se hizo
sitio entre los demás, y comió, y bebió, y bendijo al Bienhechor. Tras de lo cual, en medio del general
silencio, escuchó lo que contaba Sindbad el Marino.
La quinta historia de las historias de Sindbad el marino, que trata del
quinto viaje
Dijo Sindbad:
"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del cuarto viaje me dediqué a hacer una vida de alegría, de
placeres y de diversiones, y con ello olvidé en seguida mis pasados sufrimientos, y sólo me acordé de las
ganancias admirables que me proporcionaron mis aventuras extraordi narias. Así es que no os
asombraréis si os digo que no dejé de atender a mi alma, la cual inducíame a nuevos viajes por los países
de los hombres.
Me apresté, pues, a seguir aquel impulso, y compré las mercade rías que a mi experiencia parecieron
de más fácil salida y de ganancia segura y fructífera; hice que las encajonasen, y partí con ellas para
Bassra.
Allí fui a pasearme por el puerto, y vi un navío grande, nuevo completamente, que me gustó mucho y
que acto seguido compré para mí solo. Contraté a mi servicio a un buen capitán experimentado y a los
necesarios marineros. Después mandé que cargaran las mercaderías mis esclavos, a los cuales mantuve a
bordo para que me sirvieran. También acepté en calidad de pasajeros a algunos mercaderes de buen
aspecto, que me pagaron honradamente el precio del pasaje. De esta manera, convertido entonces en
dueño de un navío, podía ayudar al capitán con mis consejos, merced a la experiencia que adquirí en
asun tos marítimos.
Abandonamos Bassra con el corazón confiado y alegre, deseándonos mutuamente todo género de
bendiciones. Y nuestra navegación fue muy feliz, favorecida de continuo por un viento propicio y un mar
clemente. Y después de haber hecho diversas escalas con objeto de vender y com prar, arribamos un día a
una isla completamente deshabitada y desierta, y en la cual se veía como única vivienda una cúpula
blanca. Pero al examinar más de cerca aquella cúpula blanca, adiviné que se trataba de un huevo de rokh.
Me olvidé de advertirlo a los pasajeros, los cua les, una vez que desembarcaron, no encontraron para
entretenerse nada mejor que tirar gruesas piedras a la superficie del huevo; y algunos instantes más tarde
sacó del huevo una de sus patas el rokhecillo.
Al verlo, continuaron rompiendo el huevo los mercaderes; luego mataron a la cría del rokh,
cortándola en pedazos grandes, y fueron a bordo para contarme la aventura.
Entonces llegué al límite del terror, y exclamé: "¡Estamos perdi dos! ¡Enseguida vendrán el padre y la
madre del rokh para atacarnos y hacernos perecer! ¡Hay que alejarse, pues, de esta isla lo más de prisa
posible!" Y al punto desplegamos las velas y nos pusimos en mar cha, ayudados por el viento.
En tanto, los mercaderes ocupábanse en asar los cuartos del rokh; pero no habían empezado a
saborearlos, cuando vimos sobre los ojos del sol dos gruesas nubes que lo tapaban completamente. Al
hallarse más cerca de nosotros estas nubes, advertimos no eran otra cosa que dos gigantescos rokhs, el
padre y la madre del muerto. Y les oímos batir las alas y lanzar graznidos más terribles que el trueno. Y
en seguida nos dimos cuenta de que estaban precisamente encima de nuestras ca bezas, aunque a una gran
altura, sosteniendo cada cual en sus garras una roca enorme, mayor que nuestro navío.
Al verlo no dudamos ya de que la venganza de los rokhs nos per dería. Y de repente uno de los rokhs
dejó caer desde lo alto la roca en dirección al navío. Pero el capitán tenía mucha experiencia; maniobró
con la barra tan rápidamente, que el navío viró a un lado, y la roca, pasando junto a nosotros, fue a dar en
el mar, el cual abrióse de tal modo, que vimos su fondo, y el navío se alzó y bajó y volvió a alzarse
espantablemente. Pero quiso nuestro destino que en aquel mismo ins tante soltase el segundo rokh su
piedra, que, sin que pudiésemos evi tarlo, fue a caer en la popa, rompiendo el timón en veinte pedazos y
hundiendo la mitad del navío. Al golpe, mercaderes y marineros quedaron aplastados o sumergidos. Yo
fui de los que se sumergieron.
Pero tanto luché con la muerte, impulsado por el instinto de con servar mi alma preciosa, que pude
salir a la superficie del agua. Y por fortuna, logré agarrarme a una tabla de mi destrozado navío.
Al fin conseguí ponerme a horcajadas encima de la tabla, y remando con los pies y ayudado por el
viento y la corriente, pude lle gar a una isla en el preciso instante en que iba a entregar mi último aliento,
pues estaba extenuado de fatiga, hambre y sed. Empecé por tenderme en la playa, donde permanecí
aniquilado una hora, hasta que descansaron y se tranquilizaron mi alma y mi corazón. Me levanté
entonces y me interné en la isla, con objeto de reconocerla.
No tuve necesidad de caminar mucho para advertir que aquella vez el Destino me había transportado
a un jardín tan hermoso, que podría compararse con los jardines del paraíso. Ante mis ojos extáticos
aparecían por todas partes árboles de dorados frutos, arroyos cristali nos, pájaros de mil plumajes
diferentes y flores arrebatadoras. Por consiguiente, no quise privarme de comer de aquellas frutas, beber
de aquella agua y aspirar aquellas flores; y todo lo encontré lo más ex celente posible...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 307ª noche
Ella dijo:
...y todo lo encontré lo más excelente posible. Así es que no me moví del sitio en que me hallaba, y
continué reposando de mis fatigas hasta que acabó el día.
Pero cuando llegó la noche y me vi en aquella isla, solo entre los árboles, no pude por menos de tener
un miedo atroz, a pesar de la belleza y la paz que me rodeaban; no logré dormirme más que a medias, y
durante el sueño me asaltaron pesadillas terribles en medio de aquel silencio y aquella soledad.
Al amanecer me levanté más tranquilo y avancé en mi explora ción. De esta suerte pude llegar junto a
un estanque donde iba a dar el agua de un manantial, y a la orilla del estanque hallábase sentado, inmóvil,
un venerable anciano cubierto con amplio manto hecho de hojas de árbol. Y pensé para mí: "¡También
este anciano debe de ser algún náufrago que se refugiara antes que yo en esta isla!".
Me acerqué, pues, a él y le deseé la paz. Me devolvió el saludo, pero solamente por señas y sin
pronunciar palabra. Y le pregunté: "¡Oh venerable jeique! ¿a qué se debe tu estancia en este sitio?"
Tampoco me contestó; pero movió con aire triste la cabeza, y con la mano me hizo señas que
significaban: "¡Te suplico que me cargues a tu espalda y atravieses el arroyo conmigo, porque quisiera
coger frutas en la otra orilla!"
Entonces pensé: "¡Ciertamente, Sindbad, que verificarás una bue na acción sirviendo así a este
anciano!" Me incliné, pues, y me lo cargué sobre los hombros, atrayendo a mi pecho sus piernas, y con
sus muslos él me rodeaba el cuello y la cabeza con sus brazos. Y le transporté a la otra orilla del arroyo
hasta el lugar que hubo de de signarme; luego me incliné nuevamente y le dije: "¡Baja con cuidado, oh
venerable jeique!" ¡Pero no se movió! Por el contrario, cada vez apretaba más sus muslos en torno de mi
cuello, y se afianzaba a mis hombros con todas sus fuerzas.
Al darme cuenta de ello llegué al límite del asombro y miré con atención sus piernas. Me parecieron
negras y velludas, y ásperas como la piel de un búfalo, y me dieron miedo. Así es que, haciendo un
esfuerzo inmenso, quise desenlazarme de su abrazo y dejarlo en tierra; pero entonces me apretó él la
garganta tan fuertemente, que casi me estran guló y ante mí se oscureció el mundo. Todavía hice un último
esfuer zo; pero perdí el conocimiento, casi ya sin respiración, y caí al suelo desvanecido.
Al cabo de algún tiempo volví en mí, observando que, a pesar de mi desvanecimiento, el anciano se
mantenía siempre agarrado a mis hombros; sólo había aflojado sus piernas ligeramente para permitir que
el aire penetrara en mi garganta.
Cuando me vio respirar, dióme dos puntapiés en el estómago para obligarme a que me incorporara de
nuevo. El dolor me hizo obedecer, y me erguí sobre mis piernas, mientras él se afianzaba a mi cuello más
que nunca. Con la mano me indicó que anduviera por debajo de los árboles y se puso a coger frutas y a
comerlas. Y cada vez que me paraba yo contra su voluntad o andaba demasiado de prisa, me daba punta -
piés tan violentos que veíame obligado a obedecerle.
Todo aquel día estuvo sobre mis hombros, haciéndome caminar co mo un animal de carga; y llegada la
noche, me obligó a tenderme con él para dormir sujeto siempre a mi cuello. Y a la mañana me despertó
de un puntapié en el vientre; obrando como la víspera.
Así permaneció afianzado a mis hombros día y noche sin tregua. Encima de mí hacía todas sus
necesidades líquidas y sólidas, y sin piedad me obligaba a marchar, dándome puntapiés y puñetazos.
Jamás había yo sufrido en mi alma tantas humillaciones y en mi cuerpo tan malos tratos como al
servicio forzoso de este anciano, más robusto que joven y más despiadado que un arriero. Y ya no sabía
yo de qué medio valerme para desembarazarme de él, y deploraba el ca ritativo impulso que me hizo
compadecerle y subirle a mis hombros. Y desde aquel momento me deseé la muerte desde lo más
profundo de mi corazón.
Hacía ya mucho tiempo que me veía reducido a tan deplorable estado, cuando un día aquel hombre
me obligó a caminar bajo unos árboles de los que colgaban gruesas calabazas, y se me ocurrió la idea de
aprovechar aquellas frutas secas para hacer con ellas recipientes. Recogí una gran calabaza seca que
había caído del árbol tiempo atrás, la vacié por completo, la limpié, y fui a una vid para cortar racimos
de uvas, que exprimí dentro de la calabaza hasta llenarla. La tapé luego cuidadosamente y la puse al sol,
dejándola allí varios días, hasta que el zumo de uvas convirtióse en vino puro. Entonces cogí la calabaza
y bebí de su contenido la cantidad suficiente para reponer fuerzas y ayudarme a soportar las fatigas de la
carga, pero no lo bastante para embriagarme. Al momento me sentí reanimado y alegre hasta tal pun to,
que por primera vez me puse a hacer piruetas en todos sentidos con mi carga, sin notarla ya, y a bailar
cantando por entre los árboles. In cluso hube de dar palmadas para acompañar mi baile, riendo a car -
cajadas.
Cuando el anciano me vio en aquel estado inusitado y advirtió que mis fuerzas se multiplicaban hasta
el extremo de conducirle sin fa tiga, me ordenó por señas que le diese la calabaza. Me contrarió bas tante
la petición, pero le tenía tanto miedo, que no me atreví a negarme; me apresuré, pues, a darle la calabaza
de muy mala gana. La tomó en sus manos, la llevó a sus labios, saboreó primero el líquido, para sa ber a
qué atenerse, y como lo encontró agradable, se lo bebió, vaciando la calabaza hasta la última gota y
arrojándola después lejos de sí.
Enseguida se hizo sentir en su cerebro el efecto del vino; y como había bebido lo suficiente para
embriagarse, no tardó en bailar a su manera en un principio, zarandeándose sobre mis hombros, para
aplo marse luego con todos los músculos relajados, venciéndose a derecha e izquierda y sosteniéndose
sólo lo preciso para no caerse.
Entonces yo, al sentir que no me oprimía como de costumbre, des anudé de mi cuello sus piernas con
un movimiento rápido, y por me dio de una contracción de hombros le despedí a alguna distancia,
haciéndole rodar por el suelo, en donde quedó sin movimiento. Salté sobre él entonces, y cogiendo de
entre los árboles una piedra enorme, le sacu dí con ella en la cabeza diversos golpes tan certeros, que le
destrocé el cráneo y mezclé su sangre a su carne. ¡Murió! ¡Ojalá no haya te nido Alah nunca compasión de
su alma!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 308ª noche
Ella dijo:
...¡Ojalá no haya tenido Alah nunca compasión de su alma!
A la vista de su cadáver, me sentí el alma todavía más aligerada que el cuerpo, y me puse a correr de
alegría, y así llegué a la playa, al mismo sitio donde me arrojó el mar cuando el naufragio de mi navío.
Quiso el Destino que precisamente en aquel momento se encontrasen allí unos marineros que
desembarcaron de un navío anclado para buscar agua y frutas. Al verme, llegaron al límite del asombro, y
me rodearon y me interrogaron después de mutuas zalemas. Y les conté lo que acababa de ocurrirme,
cómo había naufragado y cómo estuve reducido al estado de perpetuo animal de carga para el jeique a
quien hube de matar.
Estupefactos quedaron los marineros con el relato de mi historia, y exclamaron: "¡Es prodigioso que
pudieras librarte de ese jeique, conocido por todos los navegantes con el nombre de Anciano del mar! Tú
eres el primero a quien no estranguló, porque siempre ha ahogado entre sus muslos a cuantos tuvo a su
servicio. ¡Bendito sea Alah, que te libró de él!"
Después de lo cual, me llevaron a su navío, donde su capitán me recibió cordialmente, y me dió
vestidos con qué cubrir mi desnudez; y luego que le hube contado mi aventura, me felicitó por mi
salvación, y nos hicimos a la vela.
Tras varios días y varias noches de navegación, entramos en el puer to de una ciudad que tenía casas
muy bien construidas junto al mar. Esta ciudad llamábase la Ciudad de los Monos, a causa de la cantidad
prodigiosa de monos que habitaban en los árboles de las inmediaciones. Bajé a tierra acompañado por
uno de los mercaderes del navío, con el objeto de visitar la ciudad y procurar hacer algún negocio. El
mercader con quien entablé amistad me dio un saco de algodón, y me dijo: "Toma este saco, llénale de
guijarros y agrégate a los habitantes de la ciudad que salen ahora de sus muros. Imita exactamente lo que
les veas hacer. Y así ganarás muy bien tu vida".
Entonces hice lo que él me aconsejaba; llené de guijarros mi saco, y cuando terminé aquel trabajo, vi
salir de la ciudad a un tropel de personas, igualmente cargada cada cual con un saco parecido al mío. Mi
amigo el mercader me recomendó a ellas cariñosamente, dicién doles: "Es un hombre pobre y extranjero.
¡Llevadle con vosotros para enseñarle a ganarse aquí la vida! ¡Si le hacéis tal servicio, seréis re -
compensados pródigamente por el Retribuidor!" Ellos contestaron que escuchaban y obedecían, y me
llevaron consigo.
Después de andar durante algún tiempo, llegamos a un valle cu bierto de árboles tan altos, que
resultaba imposible subir a ellos; y estos árboles estaban poblados por los monos, y sus ramas aparecían
cargadas de frutos de corteza dura llamados cocos de Indias.
Nos detuvimos al pie de aquellos árboles, y mis compañeros deja ron en tierra los sacos y pusiéronse
a apedrear a los monos, tirándoles piedras. Y yo hice lo que ellos. Entonces, furiosos, los monos nos
respondieron tirándonos desde lo alto de los árboles una cantidad enorme de cocos. Y nosotros,
procurando resguardarnos, recogíamos aquellos frutos y llenábamos nuestros sacos con ellos.
Una vez llenos los sacos, nos los cargamos de nuevo a hombros, y volvimos a emprender el camino
de la ciudad, en la cual un mercader me compró el saco, pagándome en dinero. Y de este modo continué
acompañando todos los días a los recolectores de cocos y vendiendo en la ciudad aquellos frutos, y así
estuve hasta que poco a poco, a fuerza de acumular lo que ganaba, adquirí una fortuna que engrosó por sí
sola después de diversos cambios y compras, y me permitió embarcarme en un navío que salía para el
Mar de las Perlas.
Como tuve cuidado de llevar conmigo una cantidad prodigiosa de cocos, no dejé de cambiarlos por
mostaza y canela a mi llegada a diversas islas; y después vendí la mostaza y la canela, y con el dinero
que gané me fui al Mar de las Perlas, donde contraté buzos por mi cuenta. Fue muy grande mi suerte en la
pesca de perlas, pues me per mitió realizar en poco tiempo una gran fortuna. Así es que no quise retrasar
más el regreso, y después de comprar, para mi uso personal, madera de áloe de la mejor calidad a los
indígenas de aquel país des creído, me embarqué en un buque que se hacía a la vela para Bassra, adonde
arribé felizmente después de una excelente navegación. Desde allí salí enseguida para Bagdad, y corrí a
mi calle y a mi casa, donde me recibieron con grandes manifestaciones de alegría mis parientes y mis
amigos.
Como volvía más rico que jamás lo había estado, no dejé de re partir en torno mío el bienestar,
haciendo muchas dádivas a los ne cesitados. Y viví en un reposo perfecto desde el seno de la alegría y los
placeres.
Luego, terminada esta historia, Sindbad el Marino, según su cos tumbre, hizo que entregaran las cien
monedas de oro al cargador, que con los demás comensales retiróse maravillado, después de cenar. Y al
día siguiente, después de un festín tan suntuoso como el de la víspera, Sindbad el Marino habló en los
siguientes términos ante la misma asis tencia:
La sexta historia de las historias de Sindbad el marino, que trata del
sexto viaje
"Sabed, ¡oh todos vosotros mis amigos, mis compañeros y mis que ridos huéspedes! que al regreso de
mi quinto viaje estaba yo un día sentado delante de mi puerta tomando el fresco, y he aquí que llegué al
límite del asombro cuando vi pasar por la calle unos mercaderes que al parecer volvían de viaje. Al
verlos recordé con satisfacción los días de mis retornos, la alegría que experimentaba al encontrar a mis
pa rientes, amigos y antiguos compañeros, la alegría, mayor aún, de vol ver a ver mi país natal; y este
recuerdo incitó a mi alma al viaje y al comercio. Resolví, pues, viajar; compré ricas y valiosas
mercaderías a propósito para el comercio por mar, mandé cargar los fardos y partí de la ciudad de
Bagdad con dirección a la de Bassra. Allí encontré una gran nave llena de mercaderías y de notables, que
llevaban consigo mer cancías suntuosas. Hice embarcar mis fardos con los suyos a bordo de aquel navío,
y abandonamos en paz la ciudad de Bassra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 309ª noche
Ella dijo:
...y abandonamos en paz la ciudad de Bassra.
No dejamos de navegar de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, vendiendo, comprando y
alegrando la vista con el espectáculo de los países de los hombres, viéndonos favorecidos
constantemente por una feliz navegación, que aprovechábamos para gozar de la vida. Pero un día entre
los días, cuando nos creíamos en completa seguridad, oí mos gritos de desesperación. Era nuestro capitán
quien los lanzaba. Al mismo tiempo le vimos tirar al suelo el turbante, golpearse el rostro, mesarse las
barbas y dejarse caer en mitad del buque, presa de un pesar inconcebible.
Entonces todos los mercaderes y pasajeros le rodeamos, y le pre guntamos: "¡Oh, capitán! ¿qué
sucede?". El capitán respondió: "Sa bed, buena gente, aquí reunida, que nos hemos extraviado con nuestro
navío, y hemos salido del mar en que estábamos para entrar en otro mar cuya derrota no conocemos. Y si
Alah no nos depara algo que nos salve de este mar, quedaremos aniquilados cuantos estamos aquí. ¡Por lo
tanto, hay que suplicar a Alah el Altísimo que nos saque de este trance!"
Dicho esto, el capitán se levantó y subió al palo mayor, y quiso arreglar las velas; pero de pronto
sopló con violencia el viento y echó al navío hacia atrás tan bruscamente, que se rompió el timón cuando
estábamos cerca de una alta montaña. Entonces el capitán bajó del palo, y exclamó: "¡No hay fuerza ni
recurso más que en Alah el Altísimo y Todopoderoso! ¡Nadie puede detener el Destino! ¡Por Alah!
¡Hemos caído en una perdición espantosa, sin ninguna probabilidad de salvarnos!".
Al oír tales palabras, todos los pasajeros se echaron a llorar por propio impulso, y despidiéndose
unos de otros antes de que se acabase la existencia y se perdiera toda esperanza. De pronto el navío se
incli nó hacia la montaña, y se estrelló y se dispersó en tablas por todas partes. Y cuantos estaban dentro
se sumergieron. Y los mercaderes cayeron al mar. Y unos se ahogaron y otros se agarraron a la montaña
consabida y pudieron salvarse. Yo fui de los que pudieron agarrarse a la montaña.
Estaba la tal montaña situada en una isla muy grande, cuyas cos tas aparecían cubiertas por restos de
buques naufragados y de toda clase de residuos. En el sitio en que tomamos tierra, vimos a nuestro
alrededor una cantidad prodigiosa de fardos y mercaderías, y objetos valiosos de todas clases arrojados
por el mar.
Y yo empecé a andar por en medio de aquellas cosas dispersas y a los pocos pasos llegué a un
riachuelo de agua dulce que, al revés de todos los demás ríos, que van a desaguar en el mar, salía de la
montaña y se alejaba del mar, para internarse más adelante en una gruta situada al pie de aquella montaña
y desaparecer por ella.
Pero había más. Observé que las orillas de aquel río estaban sem bradas de piedras, de rubíes, de
gemas de todos los colores, de pedre ría de todas formas y de metales preciosos. Y todas aquellas piedras
preciosas abundaban tanto como los guijarros en el cauce de un río. Así es que todo aquel terreno
brillaba y centelleaba con mil reflejos y luces, de manera que los ojos no podían soportar su resplandor.
Noté también que aquella isla contenía la mejor calidad de ma dera de áloe chino y de áloe comarí.
También había en aquella isla una fuente de ámbar bruto líquido, del color del betún, que manaba
como cera derretida por el suelo bajo la acción del sol y salían del mar grandes peces para devorarlo. Y
se lo calentaban dentro y lo vomitaban al poco tiempo en la superficie del agua, y entonces se endurecía y
cambiaba de naturaleza y de color. Y las olas lo llevaban a la orilla, embalsamándola. En cuanto al
ámbar que no tragaban los peces, se derretía bajo la acción de los rayos del sol, y esparcía por toda la
isla un olor semejante al del almizcle.
He de deciros asimismo que todas aquellas riquezas no le servían a nadie, puesto que nadie pudo
llegar a aquella isla y salir de ella vivo ni muerto. En efecto, todo navío que se acercaba a sus costas
estrellábase contra la montaña; y nadie podía subir a la montaña, por que era inaccesible.
De modo que los pasajeros que lograron salvarse del naufragio de nuestra nave, y yo entre ellos,
quedamos muy perplejos, y estuvimos en la orilla, asombrados con todas las riquezas que teníamos a la
vista, y con la mísera suerte que nos aguardaba en medio de tanta suntuo sidad.
Así estuvimos durante bastante rato en la orilla, sin saber qué hacer, y después, como habíamos
encontrado algunas provisiones, nos las repartimos con toda equidad. Y mis compañeros, que no estaban
acostumbrados a las aventuras, se comieron su parte de una vez o en dos; y no tardaron al cabo de cierto
tiempo, variable según la resis tencia de cada cual, en sucumbir uno tras otro por falta de alimento. Pero
yo supe economizar con prudencia mis víveres y no comí más que una vez al día, aparte de que había
encontrado otras provisiones, de las cuales no dije palabra a mis compañeros.
Los primeros que murieron fueron enterrados por los demás des pués de lavarles y meterles en
sudarios confeccionados con las telas recogidas en la orilla. Con las privaciones vino a complicarse una
epi demia de dolores de vientre, originada por el clima húmedo del mar. Así es que mis compañeros no
tardaron en morir hasta el último, y yo abrí con mis manos la huesa del postrer camarada.
En aquel momento ya me quedaban muy pocas provisiones, a pe sar de mi economía y prudencia, y
como veía acercarse el momento de la muerte, empecé a llorar por mí, pensando: "¿Por qué no sucumbí
antes que mis compañeros, que me hubieran rendido el último tributo, lavándome y sepultándome? ¡No
hay recurso ni fuerza más que en Alah el Omnipotente!" Y enseguida empecé a morderme las manos de
desesperación...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 310ª noche
Ella dijo:
...empecé a morderme las manos con desesperación.
Me decidí entonces a levantarme, y empecé a abrir una fosa pro funda, diciendo para mí: "Cuando
sienta llegar mi último momento, me arrastraré hasta aquí y me meteré en la fosa, donde moriré. ¡El
viento se encargará de acumular poco a poco la arena encima de mi cabeza y llenará el hoyo!" Y mientras
verificaba aquel trabajo, me echaba en cara mi falta de inteligencia y mi salida de mi país, después de
todo lo que me había ocurrido en mis diferentes viajes, y de lo que había experi mentado la primera, y la
segunda, y la tercera, y la cuarta, y la quinta vez, siendo cada prueba peor que la anterior.
Y decía para mí: "¡Cuántas veces te arrepentiste para volver a empezar! ¿Qué necesidad tenías de
viajar nuevamente? ¿No poseías en Bagdad riquezas bastantes para gastar sin cuenta y sin temor a que se
te acabaran nunca los fondos suficientes para dos existencias como la tuya?"
A estos pensamientos sucedió pronto otra reflexión, sugerida por la vista del río. En efecto, pensé:
¡Por Alah! Ese río indudablemente ha de tener un principio y un fin. Desde aquí veo el principio, pero el
fin es invisible. No obstante, ese río que se interna así por debajo de la montaña, sin remedio ha de salir
al otro lado por algún sitio. De modo que la única idea práctica para escaparme de aquí es cons truir una
embarcación cualquiera, meterme en ella y dejarme llevar por la corriente del agua que entra en la gruta.
¡Si es mi destino. ya encontraré de ese modo el medio de salvarme; si no, moriré ahí den tro, y será menos
espantoso que perecer de hambre en esta playa!
Me levanté, pues, algo animado por esta idea, y enseguida me puse a ejecutar mi proyecto. Junté
grandes haces de madera de áloe comarí y chino; los até sólidamente con cuerdas; coloqué encima
grandes ta blones recogidos de la orilla y procedentes de los barcos náufragos, y con todo confeccioné
una balsa tan ancha como el río, o mejor dicho algo menos ancha, pero poco. Terminado este trabajo,
cargué la balsa con algunos sacos llenos de rubíes, perlas y toda clase de pedrerías, esco giendo las más
gordas, que eran como guijarros, y cogí también al gunos fardos de ámbar gris, que elegí muy bueno y
libre de impure zas; y no dejé tampoco de llevarme las provisiones que me quedaban. Lo puse todo bien
acondicionado sobre la balsa, que cuidé de proveer de dos tablas a guisa de remos, y acabé por
embarcarme en ella, con fiando en la voluntad de Alah y recordando estos versos del poeta:
¡Amigo, apártate de los lugares en que reine la opresión, y deja que resuene la morada con
los gritos de duelo de quienes la construyeron!
¡Encontrarás tierra distinta de tu tierra; pero tu alma es una sola y no encontrarás otra!
¡Y no te aflijas ante los accidentes de las noches, pues por muy grandes que sean las
desgracias, siempre tienen un término!
¡Y sabe que aquel cuya muerte fue decretada de antemano en una tierra, no podrá morir en
otra!
¡Y en tu desgracia no envíes mensajes a ningún consejero; ningún consejero es mejor que el
alma propia!
La balsa fue pues, arrastrada por la corriente bajo la bóveda de la gruta, donde empezó a rozar con
aspereza contra las paredes, y tam ben mi cabeza recibió varios choques, mientras que yo, espantado por
la oscuridad completa en que me vi de pronto, quería ya volver a la playa. Pero no podía retroceder; la
fuerte corriente me arrastraba cada vez más adentro y el cauce del río tan pronto se estrechaba como se
ensanchaba, en tanto que iban haciéndose más densas las tinieblas a mi alrededor, cansándome
muchísimo. Entonces, soltando los remos, que por cierto no me servían para gran cosa, me tumbé boca
abajo en la balsa con objeto de no romperme el cráneo contra la bóveda, y no sé cómo, fui
insensibilizándome en un profundo sueño.
Debió éste durar un año o más, a juzgar por la pena que lo originó. El caso es que al despertarme me
encontré en plena claridad. Abrí los ojos y me encontré tendido en la hierba de una vasta campiña, y mi
balsa estaba amarrada junto a un río; y alrededor de mí había indios y abisinios.
Cuando me vieron ya despierto aquellos hombres, se pusieron a hablarme, pero no entendí nada de su
idioma y no les pude contestar. Empezaba a creer que era un sueño todo aquello cuando advertí que hacia
mí avanzaba un hombre, que me dijo en árabe: "¡La paz con tigo!, ¡oh hermano nuestro! ¿Quién eres, de
dónde vienes y qué motivo te trajo a este país? Nosotros somos labradores que venimos aquí a regar
nuestros campos y plantaciones. Vimos la balsa en que te dormiste y la hemos sujetado y amarrado a la
orilla. Después nos aguardamos a que despertaras tú solo, para no asustarte. ¡Cuéntanos ahora qué
aventura te condujo a este lugar!"
Pero yo contesté: "¡Por Alah! sobre ti, oh señor ¡dame primeramente de comer, porque tengo hambre,
y pre gúntame luego cuanto gustes!".
Al oír estas palabras, el hombre se apresuró a traerme alimento, y comí hasta que me encontré harto,
y tranquilo, y reanimado. Enton ces comprendí que recobraba el alma, y di gracias a Alah por lo ocu rrido,
y me felicité de haberme librado de aquel río subterráneo. Tras de lo cual conté a quienes me rodeaban
todo lo que me aconteció, desde el principio hasta el fin.
Cuando hubieron oído mi relato, quedaron maravillosamente asom brados, y conversaron entre sí, y el
que hablaba árabe me explicaba lo que se decían, como también les había hecho comprender mis pala -
bras. Tan admirados estaban, que querían llevarme junto a su rey para que oyera mis aventuras.
Yo consentí inmediatamente, y me llevaron. Y no dejaron tampoco de transportar la balsa como
estaba, con sus fardos de ámbar y sus sacos llenos de pedrería.
El rey, al cual le contaron quién era yo, me recibió con mucha cordialidad, y después de recíprocas
zalemas me pidió que yo mismo le contase mis aventuras.
Al punto obedecí, y le narré cuanto me ha bía ocurrido, sin omitir nada. Pero no es necesario
repetirlo.
Oído mi relato, el rey de aquella isla, que era la de Serendib, llegó al límite del asombro y me
felicitó mucho por haber salvado la vida a pesar de tanto peligro corrido. Enseguida quise demostrarle
que los viajes me sirvieron de algo, y me apresuré a abrir en su presencia mis sacos y mis fardos.
Entonces el rey, que era muy inteligente en pedrería, admiró mu cho mi colección, y yo, por deferencia
a él, escogí un ejemplar muy hermoso de cada especie de piedra, como asimismo perlas grandes y
pedazos enteros de oro y plata, y se los ofrecí de regalo.
Avínose a aceptarlos, y en cambio me colmó de consideraciones y honores, y me rogó que habitara en
su propio palacio. Así lo hice, y desde aquel día llegué a ser amigo del rey y uno de los personajes
principales de la isla. Y todos me hacían preguntas acerca de mi país, y yo les contes taba y les
interrogaba acerca del suyo, y me respondían.
Así supe que la isla de Serendib tenía ochenta parasangas de longitud y ochenta de anchura; que
poseía una montaña que era la más alta del mundo, en cuya cima había vivido nuestro padre Adán cierto
tiempo; que ence rraba muchas perlas y piedras preciosas, menos bellas, en realidad, que las de mis
fardos, y muchos cocoteros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 311ª noche
Ella dijo:
...y muchos cocoteros.
Un día, el rey de Serendib me interrogó acerca de los asuntos públicos de Bagdad y del modo que
tenía de gobernar el califa Ha rún Al-Raschid. Y yo le conté cuán equitativo y magnánimo era el ca lifa y
le hablé extensamente de sus méritos y buenas cualidades. Y el rey de Serendib se maravilló v me dijo:
"¡Por Alah! ¡Veo que el califa conoce verdaderamente la cordura y el arte de gobernar su Imperio, y
acabas de hacer que le tome gran afecto! ¡De modo que desearía prepararle algún regalo digno de él, y
enviárselo contigo!" Yo contesté enseguida: "¡Escucho y obedezco, oh señor! ¡Ten la seguridad de que
entregaré fielmente tu regalo al califa, que llegará al límite del encanto! ¡Y al mismo tiempo le diré cuán
excelente amigo suyo eres y que puede contar con tu alianza!"
Oídas estas palabras, el rey de Serendib dio algunas órdenes a sus chambelanes que se apresuraron a
obedecer. Y he aquí en qué con sistía el regalo que me dieron para el califa Harún Al-Raschid.
Pri meramente había una gran vasija tallada en un solo rubí de color ad mirable, que tenía medio pie
de altura y un dedo de espesor. Esta vasija, en forma de copa, estaba completamente llena de perlas
redon das y blancas, como una avellana cada una. Además, había una al fombra hecha con una enorme piel
de serpiente, con escamas grandes como un dinar de oro, que tenía la virtud de curar todas las enferme -
dades a quienes se acostaban en ella. En tercer lugar había doscientos granos de un alcanfor exquisito,
cada cual del tamaño de un alfónsigo. En cuarto lugar había dos colmillos de elefante, de doce codos de
largo cada uno y dos de ancho en la base. Y por último había una her mosa joven de Serendib, cubierta de
pedrerías.
Al mismo tiempo el rey me entregó una carta para el Emir de los Creyentes, diciéndome:
"Discúlpame con el califa de lo poco que vale mi regalo. ¡Y has de decirle lo mucho que le quiero!" Y yo
contesté: "¡Escucho y obedezco!" Y le besé la mano.
Entonces me dijo: "De to dos modos, Sindbad, si prefieres quedarte en mi reino, te tendré sobre mi
cabeza y mis ojos; y en ese caso enviaré a otro en tu lugar junto al califa de Bagdad". Entonces exclamé:
"¡Por Alah! Tu esplendidez es gran esplendidez, y me has colmado de beneficios. ¡Pero precisamente hay
un barco que va a salir para Bassra y mucho desearía embarcarme en él para volver a ver a mis
parientes, a mis hijos y mi tierra!".
Oído esto, el rey no quiso insistir en que me quedase, y mandó llamar inmediatamente al capitán del
barco, así como a los mercaderes que iban a ir conmigo, y me recomendó mucho a ellos, encargándoles
que me guardaran toda clase de consideraciones. Pagó el precio de mi pasaje y me regaló muchas
preciosidades que conservo todavía, pues no pude decidirme a vender lo que me recuerda al excelente
rey de Se rendib.
Después de despedirme del rey y de todos los amigos que me hice durante mi estancia en aquella isla
tan encantadora, me embarqué en la nave, que en seguida se dio a la vela. Partimos con viento favorable
y navegamos de isla en isla y de mar en mar, hasta que, gracias a Alah, llegamos con toda seguridad a
Bassra, desde donde me dirigí a Bagdad con mis riquezas y el presente destinado al califa.
De modo que lo primero que hice fué encaminarme al palacio del Emir de los Creyentes; me
introdujeron en el salón de recepciones, y besé la tierra entre las manos del califa, entregándole la carta y
los presentes, y contándole mi aventura con todos sus detalles.
Cuando el califa acabó de leer la carta del rey de Serendib y exa minó los presentes, me preguntó si
aquel rey era tan rico y poderoso como lo indicaban su carta y sus regalos. Yo contesté: "¡Oh Emir de los
Creyentes! Puedo asegurar que el rey de Serendib no exagera.Además, a su poderío y su riqueza añade un
gran sentimiento de justicia, y gobierna sabiamente a su pueblo. Es el único kadí de su reino cuyos
habitantes son, por cierto, tan pacíficos que nunca suelen tener litigios. ¡Verdaderamente, el rey es digno
de tu amistad, ¡oh Emir de los Cre yentes!"
El califa quedó satisfecho de mis palabras, y me dijo: "La carta que acabo de leer y tu discurso me
demuestran que el rey de Serendib es un hombre excelente que no ignora los preceptos de la sabiduría y
sabe vivir. ¡Dichoso el pueblo gobernado por él!"
Después el califa me regaló un ropón de honor y ricos presentes, y me colmó de preeminencias y
prerrogativas, y quiso que escribieran mi historia los escribas más hábiles para conservarla en los
archivos del reino.
Y me retiré entonces, y corrí a mi calle y a mi casa, y viví en el seno de las riquezas y los honores,
entre mis parientes y amigos, olvidan do las pasadas tribulaciones y sin pensar más que en extraer de la
existencia cuantos bienes pudiera proporcionarme.
Y tal es mi historia durante el sexto viaje. Pero mañana, ¡oh hués pedes míos! os contaré la historia de
mi séptimo viaje, que es más maravilloso y más admirable, y más abundante en prodigios que los otros
seis juntos".
Y Sindbad el Marino mandó poner el mantel para el festín y dio de comer a sus huéspedes, incluso a
Sindbad el Cargador, a quien man dó entregaran, antes de que se fuera, cien monedas de oro, como los
demás días.
Y el cargador se retiró a su casa, maravillado de cuanto acababa de oír. Y al día siguiente hizo su
oración de la mañana y volvió al palacio de Sindbad el Marino.
Cuando estuvieron reunidos todos los invitados y comieron, y be bieron, y conversaron, y rieron y
oyeron los cantos y la música, se colo caron en corro, graves y silenciosos.
Y habló así Sindbad el Marino:
La séptima historia de las historias de Sindbad el marino, que trata
de la séptima y última historia
"Sabed, ¡oh amigos míos! que al regresar del sexto viaje di resuel tamente de lado a toda idea de
emprender en lo sucesivo otros, pues aparte de que mi edad me impedía hacer excursiones lejanas, ya no
tenía yo deseos de acometer nuevas aventuras, tras de tanto peligro corrido y tanto mal experimentado.
Además, había llegado a ser el hombre más rico de Bagdad, y el califa me mandaba llamar con fre -
cuencia para oír de mis labios el relato de las cosas extraordinarias que en mis viajes vi.
Un día que el califa ordenó que me llamaran, según costumbre, me disponía a contarle una, o dos, o
tres de mis aventuras, cuando me dijo: "Sindbad, hay que ir a ver al rey de Serendib para llevarle mi
contes tación y los regalos que le destino.
¡Nadie conoce como tú el camino de esa tierra, cuyo rey se alegrará mucho de volver a verte.
¡Prepárate, pues, a salir hoy mismo, porque no me estaría bien quedar en deuda con el rey de aquella isla,
ni sería digno retrasar más la respuesta y el envío!
Ante mi vista se ennegreció el mundo, y llegué al límite de la per plejidad y la sorpresa al oír estas
palabras del califa.
Pero logré domi narme, para no caer en su desagrado. Y aunque había hecho voto de no volver a salir
de Bagdad, besé la tierra entre las manos del califa y contesté oyendo y obedeciendo. Entonces ordenó
que me dieran mil dinares de oro para mis gastos de viaje, y me entregó una carta de su puño y letra y los
regalos destinados al rey de Serendib.
Y he aquí en qué consistían los regalos: en primer lugar una mag nífica, cama, completa, de terciopelo
carmesí, que valía una cantidad enorme de dinares de oro; además había otra cama de otro color, y otra
de otro; había también cien trajes de tela fina y bordada de Kufa y Alejandría, y cincuenta de Bagdad.
Había una vasija de cornalina blanca, procedente de tiempos muy remotos, en cuyo fondo figuraba un
guerrero armado con su arco tirante contra un león. Y había otras muchas cosas que sería prolijo
enumerar, y un tronco de caballos de la más pura raza árabe...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 312ª noche
Ella dijo:
...un tronco de caballos de la más pura raza árabe.
Entonces me vi obligado a partir, contra mi gusto aquella vez, y me embarqué en una nave que salía
de Bassra.
Tanto nos favoreció el destino, que a los dos meses, día tras día, llegamos a Serendib con toda
seguridad. Y me apresuré a llevar al rey la carta y los obsequios del Emir de los Creyentes.
Al verme, se alegró y satisfizo el rey, quedando muy complacido de la cortesía del califa. Quiso
entonces retenerme a su lado una larga temporada, pero yo no accedí a quedarme más que el tiempo
preciso para descansar. Después de lo cual me despedí de él, y colmado de consideraciones y regalos,
me apresuré a embarcarme de nuevo para tomar el camino de Bassra, por donde había ido.
Al principio nos fue favorable el viento, y el primer sitio a que arribamos fue una isla llamada la isla
de Sin. Y realmente, hasta enton ces habíamos estado contentísimos, y durante toda la travesía hablábamos
unos con otros, conversando tranquila y agradablemente acerca de mil cosas.
Pero un día, a la semana después de haber dejado la isla, en la cual los mercaderes habían hecho
varios cambios y compras, mientras estábamos tendidos tranquilos, como de costumbre, estalló de pronto
sobre nuestras cabezas una tormenta terrible y nos inundó una lluvia torrencial.Entonces nos apresuramos
a tender tela de cáñamo encima de nuestros fardos y mercancías, para evitar que el agua los estropease, y
empezamos a suplicar a Alah que alejase el peligro de nuestro camino.
En tanto permanecíamos en aquella situación, el capitán del buque se levantó, apretóse el cinturón a
la cintura, se remangó las mangas y la ropa, y después subió al palo mayor, desde el cual estuvo mirando
bastante tiempo a derecha e izquierda. Luego bajó con la cara muy ama rilla, nos miró con aspecto
completamente desesperado, y en silencio empezó a golpearse el rostro y a mesarse las barbas. Entonces
corrimos hacia él muy asustados, y le preguntamos: "¿Qué ocurre?" y él con testó: "¡Pedidle a Alah que
nos saque del abismo en que hemos caído!
¡O más bien, llorad por todos y despedíos unos de otros! ¡Sabed que la corriente nos ha desviado de
nuestro camino, arrojándonos a los con fines de los mares del mundo!"
Y después de haber hablado así, el capitán abrió un cajón, y sacó de él un saco de algodón, del cual
extrajo polvo que parecía ceniza. Mojó el polvo con un poco de agua, esperó algunos momentos, v se
puso luego a aspirar aquel producto.
Después sacó del cajón un libro pequeño, leyó entre dientes algunas páginas, y acabó por decirnos:
"Sa bed ¡oh pasajeros! que el libro prodigioso acaba de confirmar mis su posiciones. La tierra que se
dibuja ante nosotros en lontananza es la tierra conocida con el nombre de Clima de los Reyes. Ahí se
encuentra la tumba de nuestro señor Soleimán ben-Daúd
[115]. ¡Con ambos la plegaria y la paz!
Ahí se crían monstruos y serpientes de espantable catadura. ¡Además, el mar en que nos encontramos
está habitado por monstruos marinos que se pueden tragar de un bocado los navíos mayores con
cargamento y pasajeros! ¡Ya estáis avisados! ¡Adiós!"
Cuando oímos estas palabras del capitán, quedamos de todo punto estupefactos, y nos preguntábamos
qué espantosa catástrofe iría a pasar, cuando de pronto nos sentimos levantados con barco y todo, y
después hundidos bruscamente, mientras se alzaba del mar un grito más terrible que el trueno.
Tan espantados quedamos, que dijimos nuestra última oración, y permanecimos inertes como muertos.
Y de improviso vimos que sobre el agua revuelta y delante de nosotros avanzaba hacia el barco un
monstruo tan alto y tan grande como una montaña, y después otro monstruo mayor, y detrás otro tan
enorme como los dos juntos. Este último brincó de pronto por el mar, que se abría como una sima, mostró
una boca más profunda que un abismo, y se tragó las tres cuartas partes del barco con cuanto contenía.
Yo tuve el tiempo justo para retroceder hacia lo alto del buque y saltar al mar, mientras el monstruo
acababa de tragarse la otra cuarta parte, y desaparecía en las profundidades con sus dos compañeros.
Logré agarrarme a uno de los tablones que habían saltado del barco al darle la dentellada el monstruo
marino, y después de mil difi cultades pude llegar a una isla que, afortunadamente, estaba cubierta de
árboles frutales y regada por un río de agua excelente. Pero noté que la corriente del río era rápida hasta
el punto de que el ruido que hacía oíase muy a lo lejos.
Entonces, al recordar cómo me salvé de la muerte en la isla de las pedrerías, concebí la idea de
construir una balsa igual a la anterior y dejarme llevar por la corriente. En efecto, a pesar de lo agradable
de aquella isla nueva, yo pretendía volver a mi país. Y pensaba: "Si logro salvarme, todo irá bien, y haré
voto de no pronun ciar siquiera la palabra "viaje", y de pensar en tal cosa durante el resto de mi vida.
¡En cambio, si perezco en la tentativa, todo irá bien asi mismo, porque acabaré definitivamente con
peligros y tribulaciones".
Me levanté, pues, inmediatamente, y después de haber comido algu na fruta, recogí muchas ramas
grandes, cuya especie ignoraba entonces, aunque luego supe eran de sándalo, de la calidad más estimada
por los mercaderes, a causa de su rareza. Después empecé a buscar cuerdas y cordeles, y al principio no
los encontré; pero vi en los árboles unas plantas trepadoras y flexibles, muy fuertes, que podían servirme.
Corté las que me hicieron falta, y las utilicé para atar entre sí las ramas grandes de sándalo. Preparé de
este modo una enorme balsa, en la cual coloqué fruta en abundancia, y me embarqué, diciendo:
"¡Si me salvo, lo habrá querido Alah!"
Apenas subí a la balsa y me hube separado de la orilla, me vi arrastrado con una rapidez espantosa
por la corriente, y sentí vértigos, y caí desmayado encima del montón de fruta, exactamente igual que un
pollo borracho.
Al recobrar el conocimiento, miré a mi alrededor, y quedé más inmóvil de espanto que nunca, y
ensordecido por un ruido como el del trueno. El río no era más que un torrente de espuma hirviente, y
más veloz que el viento, que, chocando con estrépito contra las rocas, se lanzaba hacia un precipicio que
adivinaba yo más que veía. ¡Indu dablemente iba a hacerme pedazos en él, despeñándome sabe quién
desde qué altura!
Ante esta idea aterradora, me agarré con todas mis fuerzas a las ramas de la balsa, y cerré los ojos
instintivamente para no verme aplastado y destrozado, e invoqué el nombre de Alah antes de morir. Y de
pronto, en vez de rodar hasta el abismo, comprendí que la balsa se paraba bruscamente encima del agua,
y abrí los ojos un minuto para saber a qué distancia estaba de la muerte, y no fue para verme estrella do
contra los peñascos, sino cogido con mi balsa en una inmensa red que unos hombres echaron sobre mí
desde la ribera.
De esta suerte me hallé cogido y llevado a tierra, y allí me sacaron medio vivo y medio muerto de
entre las mallas de la red, en tanto transportaban a la orilla mi balsa.
Mientras yo permanecía tendido, inerte y tiritando, se adelantó hacia mí un venerable jeique de
barbas blancas, que empezó por desear me la bienvenida y por cubrirme con ropa caliente, que me sentó
muy bien ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 313ª noche
Ella dijo:
...que me sentó muy bien.
Reanimado ya por las fricciones y el masaje que tuvo la bondad de darme el anciano, pude sentarme,
pero sin recobrar todavía el uso de la palabra.
Entonces el anciano me cogió del brazo y me llevó suavemente al hammam, en donde me hizo tomar
un baño excelente, que acabó de resistirme el alma; después me hizo aspirar perfumes exquisitos y me los
echó por todo el cuerpo, y me llevó a su casa.
Cuando entré en la morada de aquel anciano, toda su familia se alegró mucho de mi llegada, y me
recibió con gran cordialidad y de mostraciones amistosas. El mismo anciano me hizo sentar en medio del
diván de la sala de recepción, y me dio a comer cosas de primer orden, y a beber un agua agradable
perfumada con flores. Después quemaron incienso a mi alrededor, y los esclavos me trajeron agua
caliente y aromatizada para lavarme las manos, y me presentaron servilletas ribeteadas de seda, para
secarme los dedos, las barbas y la boca. Tras de lo cual, el anciano me llevó a una habitación muy bien
amueblada, en donde quedé solo, porque se retiró con mucha discreción. Pero dejó a mis órdenes varios
esclavos, que de cuando en cuando iban a verme por si necesitaba sus servicios.
Del propio modo me trataron durante tres días, sin que nadie me interrogase ni me dirigiera ninguna
pregunta, y no dejaban que carecie se de nada, cuidándome con mucho esmero, hasta que recobré
completa mente las fuerzas, y mi alma y mi corazón se calmaron y refrescaron. Entonces, o sea la mañana
del cuarto día, el anciano se sentó a mi lado, y después de las zalemas, me dijo:
"¡Oh huésped, cuánto placer y sa tisfacción hubo de proporcionarnos tu presencia! ¡Bendito sea Alah,
que nos puso en tu camino para salvarte del abismo! ¿Quién eres y de dónde vienes?"
Entonces di muchas gracias al anciano por el favor enorme que me había hecho salvándome la vida y
luego dándome de comer excelentemente, y de beber excelentemente, y perfumándome excelentemente, y
le dije: "¡Me llamo Sindbad el Marino! ¡Tengo este sobrenombre a consecuencia de mis grandes viajes
por mar y de las cosas extraordinarias que me ocurrieron, y que si se escribieran con agujas en el ángulo
de un ojo, servirían de lección a los lectores aten tos!" Y le conté al anciano mi historia desde el principio
hasta el fin, sin omitir detalle.
Quedó prodigiosamente asombrado entonces el jeique, y estuvo una hora sin poder hablar, conmovido
por lo que acababa de oír. Luego levantó la cabeza, me reiteró la expresión de su alegría por haberme
socorrido, y me dijo:
"¡Ahora, ¡oh huésped mío! si quisieras oír mi consejo, venderías aquí tus mercancías, que valen
mucho dinero por su rareza y calidad!"
Al oír las palabras del viejo, llegué al límite del asombro, y no sabiendo lo que quería decir ni de
qué mercancías hablaba, pues yo estaba desprovisto de todo, empecé por callarme un rato, y como de
ninguna manera quería dejar escapar una ocasión extraordinaria que se presentaba inesperadamente, me
hice el enterado, y contesté: "¡Puede que sí!" Entonces el anciano me dijo: "No te preocupes, hijo mío,
res pecto a tus mercaderías. No tienes más que levantarte y acompañarme al zoco. Yo me encargo de todo
lo demás. Si la mercancía, subastada, produce un precio que nos convenga, lo aceptaremos, si no, te haré
el favor de conservarla en mi almacén hasta que suba en el mercado. ¡Y en tiempo oportuno podremos
sacar un precio más ventajoso!"
Entonces quedé interiormente cada vez más perplejo; pero no lo di a entender, sino que pensé: "¡Ten
paciencia, Sindbad, y ya sabrás de qué se trata!" Y dije al anciano: "¡Oh mi venerable tío, escucho y
obedezco! ¡Todo lo que tú dispongas me parecerá lleno de bendición! ¡Por mi parte, después de cuanto
por mí hiciste, me conformaré con tu voluntad!"
Y me levanté inmediatamente y le acompañé al zoco.
Cuando llegamos al centro del zoco en que se hacía la subasta pública, ¡cuál no sería mi asombro al
ver mi balsa transportada allí y rodeada de una multitud de corredores y mercaderes que la miraban con
respeto y moviendo la cabeza. Y por todas partes oía exclamaciones de admiración:
"¡Ya Alah! ¡Qué maravillosa calidad de sándalo! ¡En ninguna parte del mundo la hay mejor!"Entonces
comprendí cuál era la mercancía consabida, y creí conveniente para la venta tomar un aspecto digno y
reservado.
Pero he aquí que enseguida el anciano protector mío, aproximán dose al jefe de los corredores, le
dijo: "¡Empiece la subasta!"
Y se empezó con el precio de mil dinares por la balsa. Y el jefe corredor exclamó: "¡A mil dinares la
balsa de sándalo, ¡oh compradores!" En tonces gritó el anciano: "¡La compro en dos mil!" Y otro gritó:
"¡En tres mil!" Y los mercaderes siguieron subiendo el precio hasta diez mil dinares. Entonces se encaró
conmigo el jefe de los corredores y me dijo: "¡Son diez mil; ya no puja nadie!" Y yo dije: "¡No la vendo a
ese precio!"
Entonces mi protector se me acercó y me dijo: "¡Hijo mío, el zoco, en estos tiempos, no anda muy
próspero, y la mercancía ha perdí do algo de su valor! Vale más que aceptes el precio que te ofrecen.
Pero yo, si te parece, voy a pujar otros cien dinares más. ¿Quieres dejármelo en diez mil cien
dinares?"
Yo contesté: "¡Por Alah! mi buen tío sólo por ti lo hago para agradecer tus beneficios. ¡Consiento en
dejártelo por esa cantidad!"
Oídas estas palabras, el anciano mandó a sus esclavos que transportaran todo el sándalo a sus
almacenes de reserva, y me llevó a su casa, en la cual me contó inmediatamente los diez mil cien dinares,
y los encerró en una caja sólida cuya llave me entregó, dándome encima las gracias por lo que había
hecho en su favor.
Mandó enseguida poner el mantel, y comimos, y bebimos, y char lamos alegremente. Después nos
lavamos las manos y la boca, y por fin me dijo: "¡Hijo mío, quiero dirigirte una petición, que deseo
mucho aceptes!"
Yo le contesté: "¡Mi buen tío, todo te lo concederé a gusto!" El me dijo: "Ya ves, hijo mío, que he
llegado a una edad muy avanzada sin tener hijo varón que pueda heredar un día mis bienes. Pero he de
decirte que tengo una hija, muy joven aún, llena de encanto y belleza, que será muy rica cuando yo me
muera. Deseo dártela en matrimonio, siempre que consientas en habitar en nuestro país y vivir nuestra
vida. Así serás el amo de cuanto poseo y de cuanto dirige mi mano. ¡Y me substituirás en mi autoridad y
en la posesión de mis bienes!"
Cuando oí estas palabras del anciano, bajé la cabeza en silencio y permanecí sin decir palabra.
Entonces añadió: "¡Créeme, oh hijo mío! que si me otorgas lo que te pido te atraerá la bendición!
¡Añadiré, Para tranquilizar tu alma, que después de mi muerte podrás regresar a tu tierra, llevándote a tu
esposa e hija mía! ¡No te exijo sino que perma nezcas aquí el tiempo que me quede de vida!"
Entonces contesté: "¡Por Alah, mi tío el jeique, eres como un padre para mí y ante ti no puedo tener
opinión ni tomar otra resolución que la que te convenga! Por cada vez que en mi vida quise ejecutar un
proyecto, no hube de sacar más que desgracias y decepciones. ¡Estoy, pues, dispuesto a conformar me con
tu voluntad!"
Enseguida el anciano, extremadamente contento con mi respuesta, mandó a sus esclavos que fueran a
buscar al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 314ª noche
Ella dijo:
...al kadí y a los testigos, que no tardaron en llegar. Y el anciano me casó con su hija, y nos dio un
festín enorme, y celebró una boda espléndida. Después me llamó y me llevó junto a su hija, a la cual aún
no había visto. Y la encontré perfecta en hermosura y gentileza, en esbeltez de cintura y en proporciones.
Además, la vi adornada con sun tuosas alhajas, sedas y brocados, joyas y pedrerías, y lo que llevaba
encima valía millares y millares de monedas de oro, cuyo importe exacto nadie habría podido calcular.
Y cuando la tuve cerca, me gustó. Y nos enamoramos uno de otro. Y vivimos mucho tiempo juntos, en
el colmo de las caricias y la felicidad.
El anciano padre de mi esposa falleció al poco tiempo en la paz y misericordia del Altísimo. Le
hicimos unos grandes funerales y lo enterramos. Y yo tomé posesión de todos sus bienes, y sus esclavos y
servidores fueron mis esclavos y servidores, bajo mi única autoridad. Además, los mercaderes de la
ciudad me nombraron su jefe, en lugar del difunto, y pude estudiar las costumbres de los habitantes de
aquella población y su manera de vivir.
En efecto, un día noté con estupefacción que la gente de aquella ciudad experimentaba un cambio
anual en primavera; de un día a otro mudaban de forma y aspecto: les brotaban alas de los hombros, y se
convertían en volátiles. Podían volar entonces hasta lo más alto de la bóveda aérea, y se aprovechaban
de su nuevo estado para volar todos fuera de la ciudad, dejando en ésta a los niños y mujeres, a quienes
nunca brotaban alas.
Este descubrimiento me asombró al principio, pero acabé por acos tumbrarme a tales cambios
periódicos. Sin embargo, llegó un día en que empecé a avergonzarme de ser el único hombre sin alas,
viéndome obligado a guardar yo solo la ciudad con las mujeres y niños. Y por mucho que pregunté a los
habitantes sobre el medio de que habría de valerme para que me saliesen alas en los hombros, nadie pudo
ni quiso contestarme. Y me mortificó bastante no ser más que Sindbad el Mari no y no poder añadir a mi
sobrenombre la condición de aéreo.
Un día, desesperando de conseguir nunca que me revelaran el se creto del crecimiento de las alas, me
dirigí a uno, a quien había hecho muchos favores, y cogiéndole del brazo, le dije: "¡Por Alah sobre ti!
Hazme siquiera el favor, por los que te he hecho yo a ti, de dejarme que me cuelgue de tu persona, y vuele
contigo a través del aire. ¡Es un viaje que me tienta mucho, y quiero añadir a los que realicé por mar!"
Al principio no quiso prestarme atención; pero a fuerza de sú plicas acabé por moverle a que
accediera. Tanto me encantó aquello, que ni siquiera me cuidé de avisar a mi mujer ni a mi servidumbre;
me colgué de él abrazándole por la cintura, y me llevó por el aire, vo lando con las alas muy desplegadas.
Nuestra carrera por el aire empezó ascendiendo en línea recta du rante un tiempo considerable. Y
acabamos por llegar tan arriba en la bóveda celeste, que pude oír distintamente cantar a los ángeles y sus
melodías debajo de la cúpula del cielo.
Al oír cantos tan maravillosos, llegué al límite de la emoción religiosa, y exclamé: "¡Loor a Alah en
lo profundo del cielo! ¡Bendito y glorificado sea por todas las criaturas!"
Apenas formulé estas palabras, cuando mi portador lanzó un jura mento tremendo, y bruscamente,
entre el estrépito de un trueno prece dido de terrible relámpago, bajó con tal rapidez que me faltaba el
aire, y por poco me desmayo, soltándome de él con peligro de caer al abismo insondable. Y en un
instante llegamos a la cima de una montaña, en la cual me abandonó mi portador dirigiéndome una mirada
infernal, y desapareció, tendiendo el vuelo por lo invisible.
Y quedé completamente solo en aquella montaña desierta, y no sabía dónde estaba, ni por dónde ir
para reunirme con mi mujer, y exclamé en el colmo de la perplejidad: "¡No hay recurso ni fuerza más que
Alah el Altísimo y Omnipotente! ¡Siempre que me libro de una calamidad caigo en otra peor! ¡En
realidad merezco todo lo que me sucede!"
Me senté entonces en un peñasco para reflexionar sobre el medio de librarme del mal presente,
cuando de pronto vi adelantar hacia mí a dos muchachos de una belleza maravillosa, que parecían dos
lunas.
Cada uno llevaba en la mano un bastón de oro rojo, en el cual se apo yaba al andar. Entonces me
levanté rápidamente, fui a su encuentro y les deseé la paz.
Correspondieron con gentileza a mi saludo, lo cual me alentó a dirigirles la palabra, y les dije: "¡Por
Alah sobre vosotros!, ¡oh maravillosos jóvenes! ¡decidme quiénes sois y qué hacéis!" Y me con testaron:
"¡Somos adoradores del Dios verdadero!" Y uno de ellos, sin decir más, me hizo seña con la mano en
cierta dirección, como invitán dome a dirigir mis pasos por aquella parte, me entregó el bastón de oro, y
cogiendo de la mano a su hermoso compañero, desapareció de mi vista.
Empuñé entonces el bastón de oro, y no vacilé en seguir el camino que se me había indicado,
maravillándome al recordar a aquellos mu chachos tan hermosos. Llevaba algún tiempo andando, cuando
vi salir súbitamente de detrás de un peñasco una serpiente gigantesca que llevaba en la boca a un hombre,
cuyas tres cuartas partes se había ya tragado, y del cual no se veían más que la cabeza y los brazos. Estos
se agitaban desesperadamente y la cabeza gritaba:
"¡Oh caminante! ¡Sál vame del furor de esta serpiente y no te arrepentirás de tal acción!" Corrí
entonces detrás de la serpiente, y le di con el bastón de oro rojo un golpe tan afortunado, que quedó
exánime en aquel momento. Y alargué la mano al hombre trabado y le ayudé a salir del vientre de la
serpiente.
Cuando miré mejor la cara del hombre, llegué al límite de la sor presa al conocer que era el volátil
que me había llevado en su viaje aéreo y había acabado por precipitarse conmigo, a riesgo de matarme,
desde lo alto de la bóveda del cielo hasta la cumbre de la montaña en la cual me había abandonado,
exponiéndome a morir de hambre y sed.
Pero ni siquiera quise demostrar rencor por su mala acción, y me con formé con decirle dulcemente:
"¿Es así como obran los amigos con los amigos?"
El me contestó: "En primer lugar he de darte las gracias por lo que acabas de hacer en mi favor. Pero
ignoras que fuiste tú, con tus invocaciones inoportunas pronunciando el Nombre, quien me precipi taste de
lo alto contra mi voluntad. ¡El Nombre produce ese efecto en todos nosotros! ¡Por eso no lo
pronunciamos jamás!"
Entonces, yo, para que me sacara de aquella montaña, le dije: "¡Perdona y no me riñas; pues, en
verdad, yo no podía adivinar las consecuencias funestas de mi homenaje al Nombre! ¡Te prometo no
volverlo a pronunciar durante el trayecto, si quieres transportarme ahora a mi casa!"
Entonces el volátil se bajó, me cogió a cuestas, y en un abrir y cerrar de ojos me dejó en la azotea de
mi casa y se fue a la suya. Cuando mi mujer me vio bajar de la azotea y entrar en la casa después de tan
larga ausencia, comprendió cuanto acababa de ocurrir, y bendijo a Alah que me había salvado una vez
más de la perdición. Y tras las efusiones del regreso, me dijo: "Ya no debemos tratarnos con la gente de
esta ciudad. ¡Son hermanos de los demonios!"
Y yo le dije: "¿Y cómo vivía tu padre entre ellos?" Ella me contestó: "Mi padre no pertenecía a su
casta, ni hacía nada como ellos, ni vivía su vida. De todos modos, si quieres seguir mi consejo, lo mejor
que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 315ª noche
Ella dijo:
"...lo mejor que podemos hacer ahora que mi padre ha muerto es abandonar esta ciudad impía, no sin
haber vendido nuestros bienes, casa y posesiones. Realiza eso lo mejor que puedas, compra buenas
mercancías con parte de la cantidad que cobres, y vámonos juntos a Bagdad, tu patria, a ver a tus
parientes y amigos, viviendo en paz y seguros, con el respeto debido a Alah el Altísimo".
Entonces contesté oyendo y obedeciendo.
Enseguida empecé a vender lo mejor que pude, pieza por pieza y cada cosa en su tiempo, todos los
bienes de mi tío el jeique, padre de mi esposa, ¡difundo a quien Alah haya recibido en su paz y mise -
ricordia! Y así realicé en monedas de oro cuanto nos pertenecía, como muebles y propiedades, y gané un
ciento por uno.
Después de lo cual me llevé a mi esposa y las mercancías que había cuidado de comprar, fleté por mi
cuenta un barco, que con la voluntad de Alah tuvo navegación feliz y fructuosa, de modo que de isla en
isla, y de mar en mar, acabamos por llegar con seguridad a Bassra, en donde paramos poco tiempo.
Subimos el río y entramos en Bagdad, ciudad de paz.
Me dirigí entonces con mi esposa y mis riquezas hacia mi calle y mi casa, en donde mis parientes nos
recibieron con grandes transportes de alegría, y quisieron mucho a mi esposa, la hija del jeique.
Yo me apresuré a poner en orden definitivo mis asuntos, almacené mis magníficas mercaderías,
encerré mis riquezas, y pude por fin recibir en paz las felicitaciones de mis parientes y amigos, que
calculando el tiempo que estuve ausente, vieron que este séptimo y último viaje mío había durado
exactamente veintisiete años desde el principio hasta el fin.
Y les conté con pormenores mis aventuras durante esta larga ausen cia, e hice el voto, que cumplo
escrupulosamente, como veis, de no emprender en toda mi vida ningún otro viaje ni por mar ni por tierra.
Y no dejé de dar gracias al Altísimo que tantas veces, a pesar de mis reincidencias, me libró de tantos
peligros y me reintegró entre mi fa milia y mis amigos".
Cuando Sindbad el Marino terminó de esta suerte su relato entre los convidados silenciosos y
maravillados, se volvió hacia Sindbad el Cargador y le dijo:
"Ahora, Sindbad terrestre, considera los trabajos que pasé y las dificultades que vencí,
gracias a Alah, y dime si tu suerte de cargador no ha sido mucho más favorable para una vida tran -
quila que la que me impuso el Destino.
Verdad es que sigues pobre y yo adquirí riquezas incalculables; pero ¿no es verdad también que a
cada uno de nosotros se le retribuyó según su esfuerzo?"
Al oír estas palabras, Sindbad el Cargador fue a besar la mano de Sindbad el Ma rino, y le dijo: "¡Por
Alah sobre ti!, ¡oh mi amo! perdona lo incon veniente de mi canción!"
Entonces Sindbad el Marino mandó poner el mantel para sus con vidados, y les dio un festín que duró
treinta noches. Y después quiso tener a su lado, como mayordomo de su casa, a Sindbad el Cargador. Y
ambos vivieron en amistad perfecta y en el límite de la satisfacción, hasta que fue a visitarlos aquella que
hace desvanecerse las delicias, rompe las amistades, destruye los palacios y levanta las tumbas, la amar -
ga muerte. ¡Gloria al Eterno, que no muere jamás!
Cuando Schehrazada, la hija del visir, acabó de contar la historia de Sindbad el Marino, sintióse un
tanto fatigada, y como veía acercarse la mañana y no quería, por su discreción habitual, abusar del
permiso concedido, se calló sonriendo.
Entonces la pequeña Doniazada, que maravillada y con los ojos muy abiertos había oído la historia
pasmosa, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a abrazar a su hermana,
diciéndole: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán suaves, y puras, y gratas, y deliciosas para el paladar,
y cuán sabrosas en su frescura, son tus pa labras! ¡Y qué terrible, y prodigioso, y temerario era Sindbad el
Ma rino!"
Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sí, hermana mía; pero eso no es nada comparado con lo que os
contaré a los dos la próxima noche, si vivo todavía por la gracia de Alah y la voluntad del rey!"
Y el rey Schahriar, que había encontrado los viajes de Sindbad mucho más largos que el que él había
hecho con su hermano Schahza mán por la pradera al borde del mar, cuando se les apareció el genni
cargado con el cajón, se volvió hacia Schehrazada y le dijo:
"¡Verda deramente, Schehrazada, no sé qué más historias me podrás contar! ¡De todos modos, quiero
una que esté repleta de poemas! ¡Ya me la habías prometido, y parece que olvidas que, si difieres más el
cumpli miento de tu promesa, tu cabeza irá a juntarse con las cabezas de tus antecesoras!"
Y Schehrazada dijo: "¡Sobre mis ojos! Precisamente la que te reservo, ¡oh rey afortunado! te satisfará
por completo, y en verdad que es mucho más agradable que las que has oído. Puedes juzgar por el título,
que es: Historia de la bella Zumurrud
[116] y Alischar, hijo de Gloria.
Entonces el rey Schahriar dijo para sí: "¡No la mataré hasta des pués!" Y la cogió en brazos y pasó
con ella el resto de la noche.
Por la mañana salió y se fue a la sala de justicia. Y el diwán se llenó con la muchedumbre de visires,
emires, chambelanes, guardias y gente de palacio. Y el último que entró fue el gran visir, padre de
Schehrazada, que llevaba debajo del brazo el sudario destinado a su hija, a la cual creía aquella vez
muerta de veras; pero el rey no le dijo nada de tal asunto, y siguió juzgando y nombrando para los
empleos, y destituyendo, y gobernando, y despachando los asuntos pendientes hasta terminar el día. Luego
se levantó el diwán, y el rey volvió a palacio, mientras el gran visir seguía perplejo y en el límite
extremo del asombro.
Y cuando fue de noche, el rey penetró en la habitación de Scheh razada e hicieron juntos lo que solían.
Pero cuando llegó la 316ª noche
Concluída la cosa entre el rey y Schehrazada, la pequeña Doniazada exclamó desde el lugar en que
estaba acurrucada:
"¡Te ruego, hermana, me digas a qué esperar para empezar la historia prometida de la bella Zumurrud
y Alischar, hijo de gloria!"
Y contestó Schehrazada sonriendo: "¡No espero más que la venia de este rey bien educado y dotado
de buenos modales!" Entonces contestó el rey Schahriar: "¡Concedida!
Y dijo Schehrazada:
Historia de la bella Zumurrud y Alischar, hijo de Gloria
Se cuenta que en la antigüedad del tiempo, en lo pasado de la edad y del momento, había en el país
del Khorasán un mercader muy rico que se llamaba Gloria, y tenía un hijo llamado Alischar, hermoso
como la luna llena.
Y un día el rico mercader Gloria, ya de muy avanzada edad, se sintió atacado de mortal dolencia. Y
llamó a su hijo junto a sí y le dijo: "¡Oh hijo mío! Como está muy próximo el término de mi destino,
deseo hacerte un encargo". Muy apesadumbrado, dijo Alischar: "¿Y cuál es, ¡oh padre mío!?"
El mercader Gloria le dijo: "He de encar garte que no te crees nunca relaciones ni frecuentes la
sociedad, porque el mundo se puede comparar a un herrero: si no te quema con el fuego de la fragua, o no
te saca un ojo o los dos con las chispas del yunque, seguramente te ahogará con el humo. Y además, ha
dicho el poeta:
¡Ilusión! ¡No creas que, cuando el Destino te traicione, encontrarás amigos de corazón fiel
en tu camino negro!
¡Oh soledad! ¡Cara soledad bendita, al que te cultiva enseñas la fuerza del que no se
desvía y el arte de no fiarse más que de sí mismo!
"Otro dijo:
¡Si lo examina tu atención, verás que el mundo es nefasto por sus dos caras: una la
constituye la hipocresía, y la otra la traición!
"Otro dijo:
¡En futilidades, tonterías y frases absurdas suele consistir el do minio del mundo! ¡Pero si
el Destino coloca en tu camino un ser excepcional, trátale con frecuencia sólo para mejorarte!
Cuando el joven Alischar oyó estas palabras de su padre moribun do, contestó: "¡Oh padre mío, te
escucho para obedecerte! ¿Qué más me aconsejas?"
Y dijo Gloria el mercader: "Haz bien, si puedes. Y no esperes que te recompensen con la gratitud o
un bien parecido. ¡Oh hijo mío! ¡Desgraciadamente, no todos los días hay ocasión de hacer el bien!" Y
Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco! ¿Son esos todos tus encargos?" Gloria el mercader dijo: "No
derroches las riquezas que te dejo; sólo te considerarán con arreglo al poder que tengas en la mano. Y ha
dicho el poeta:
¡Cuando yo era pobre, no tenía amigos; y ahora pululan a mi puerta y me quitan el apetito!
¡Oh! ¡ A cuántos feroces enemigos les domó mi riqueza, y cuántos enemigos tendría si mi
riqueza disminuyese!”
Después prosiguió el anciano: "No descuides los consejos de la gente de experiencia, ni creas inútil
pedir consejo a quien pueda dár telo, pues el poeta ha dicho:
¡Junta tu idea con la idea del consejero, para asegurar mejor el resultado! ¡ Cuando
quieras mirarte el rostro, te bastará con un espejo, pero si quieres mirar tu oscuro trasero, no
podrás verlo sino con la combinación de dos espejos!
"Además, hijo mío, ¡tengo que darte un último consejo: ¡huye del vino! Es causa de todos los males.
Te expones a perder la razón y a ser objeto de befa y de desdén.
"Tales son mis encargos en el umbral de la muerte. ¡Oh hijo mío, acuérdate de mis palabras! Sé un
hijo excelente, y acompáñete mi ben dición toda la vida".
Y tras de hablar así, el anciano mercader Gloria cerró un momen to los ojos y se recogió. Luego
levantó el índice hasta la altura de los ojos y pronunció su acto de fe. Después de lo cual falleció en la
mise ricordia del Altísimo.
Fue llorado por su hijo y por toda su familia, y le hicieron fune rales, a los cuales asistieron los más
altos y los más bajos, los más ricos y los más pobres. Y cuando se le enterró, inscribieron estos versos en
la losa de su tumba:
¡Nací del polvo, al polvo vuelvo y polvo soy! ¡Nadie sabrá nada de mis sentimientos ni
experiencias! ¡Es como si no hubiera vivido nunca!
Hasta aquí en cuanto al mercader Gloria. Ocupémonos ahora de Alischar, hijo de Gloria.
Muerto su padre, siguió Alischar comerciando en la tienda princi pal del zoco, y cumplió a conciencia
los encargos paternales, especial mente en lo que se refería a sus relaciones con los demás. Pero al cabo
de un año y un día, que transcurrieron con exactitud hora tras hora, se dejó tentar por jóvenes pérfidos,
hijos de zorra, adulterinos sin vergüenza. Y alternó hasta el frenesí con ellos, y conoció a sus astutas
madres y hermanas, hijas de perro. Y se sumergió hasta el cuello en el libertinaje, y nadó en el vino y en
el despilfarro, caminando por vía bien opuesta al camino recto. Porque como no estaba a la sazón sano
de espíritu, se hacía este menguado razonamiento: "Ya que mi padre me ha dejado todas sus riquezas, me
conviene utilizarlas para que no las hereden otros. Y quiero aprovechar el momento y el placer que
pasan, pues no he de vivir dos veces".
Y le pareció tan bien este razonamiento, y siguió Alischar juntan do con tanta regularidad la noche y el
día por sus extremos, sin escati mar ningún exceso, que pronto vióse reducido a vender la tienda, la casa,
los muebles y hasta la ropa, y no le quedó más que lo que llevaba encima.
Entonces pudo ver claro y evidente cómo había procedido, y cer ciorarse de la excelencia de los
consejos de su padre Gloria. Todos los amigos a quienes trató con fastuosidad antes y a cuya puerta fue a
llamar sucesivamente, encontraron algún motivo para despedirle. Así es que, reducido al límite extremo
de la miseria, se vio obligado, un día en que no había comido nada desde la víspera, a salir del miserable
khan en que se alojaba, y a mendigar de puerta en puerta por las calles.
De este modo llegó a la plaza del mercado, en la cual vió una gran muchedumbre formando corro.
Quiso acercarse para averiguar lo que ocurría, y en medio del círculo formado por mercaderes,
corredores y compradores, vio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 317ª noche
Ella dijo:
... en medio del círculo formado por mercaderes, corredores y compradores, vio a una joven esclava
blanca, de elegante y delicioso aspecto, con una estatura de cinco palmos, con rosas por mejillas, pechos
bien sentados, ¡qué trasero! Sin temor a engañarse, se le podrían aplicar estos versos del poeta:
¡Ha salido sin defecto del molde de la Belleza! ¡Sus proporciones son admirables: ni muy
alta ni muy baja; ni muy gruesa ni muy flaca; y redondeces por todas partes!
¡Así es que la misma Belleza se enamoró de su imagen, realzada por el ligero velo que
sombreaba sus facciones modestas y altivas a la vez!
¡La luna es su rostro; la rama flexible que ondula, su cintura; y su aliento, el suave
perfume del almizcle!
¡Parece formada de perlas líquidas; porque sus miembros son tan lisos, que reflejan la luna
de su rostro, y también parecen formados por lunas!
Pero ¿dónde está la lengua que pudiera describir el milagro de claridad que constituye su
trasero brillante...?
Cuando Alischar dirigió sus miradas a la hermosa joven, quedó extremadamente maravillado, y ya
fuese que permaneciera inmóvil de admiración, ya que quisiera olvidar por un momento su miseria con el
espectáculo de la belleza, el caso fue que se metió entre la muchedum bre reunida que preparábase a la
venta. Y los mercaderes y corredores que por allí se hallaban, e ignoraban aún la ruina del joven,
supusieron que había ido a comprar la esclava, pues sabían que era muy rico por la herencia de su padre,
el síndico Gloria.
Pero pronto se puso al lado de la esclava el jefe de los corredores, y por encima de las cabezas
agrupadas, exclamó: "¡Oh mercaderes, dueños de riquezas, ciudadanos o habitantes libres del desierto, el
que abra la puerta de la subasta no ha de incurrir en censura! ¡He aquí ante vosotros la soberana de todas
las lunas, la perla de las perlas, la virgen llena de pudor, la noble Zumurrud, incitadora de todos los
deseos y jardín de todas las flores! ¡Abrid la subasta!, ¡oh circunstantes! ¡Na die censurará a quien abra la
subasta! ¡He aquí ante vosotros a la so berana de todas las lunas, a la pudorosa virgen Zumurrud, jardín de
todas las flores!"
En seguida uno de los mercaderes gritó: "¡Abro la subasta con quinientos dinares!" Otro dijo: "¡Diez
más!" Entonces gritó un viejo deforme y asqueroso, de ojos azules y bizcos, que se llamaba Rachi deddín:
"¡Cien más!" Pero dijo una voz: "¡Cien más todavía!" En aquel momento, el viejo de ojos azules y feos,
pujó mucho de pronto, gritando: "¡Mil dinares!"
Entonces los demás compradores encarcelaron su lengua y guar daron silencio. Y el pregonero se
volvió hacia el dueño de la esclava joven y le preguntó si le convenía el precio ofrecido por el viejo y si
había que cerrar el trato. Y el dueño de la esclava respondió: "¡Con forme! Pero antes tiene que consentir
mi esclava también, pues le he jurado no cederla más que al comprador que le guste. Por consiguiente,
has de pedirle el consentimiento, ¡oh corredor!" Y el corredor se acercó a la hermosa Zumurrud, y le
dijo: "¡Oh soberana de las lunas! ¿quie res pertenecer a ese venerable anciano, el jeique Rachideddín?"
Al oír estas palabras, la hermosa Zumurrud dirigió una mirada al individuo que le indicaba el
corredor, y le encontró tal como acabamos de describirle. Y apartóse con un ademán de repugnancia y
exclamó: "¿No conoces, ¡oh jefe corredor! lo que decía un poeta viejo, aunque no tan repulsivo como
éste? Pues escucha:
Le pedí un beso. Ella me miró. ¡Y su mirada no fue de odio ni de desdén, sino de
indiferencia!
¡Sin embargo, sabía que yo era rico y considerado! Pasó y cayeron de un pliegue de su
boca estas palabras:
“!No me agradan las canas; no me gusta poner algodón mojado entre mis labios”!
Al oír estos versos, dijo el corredor a Zumurrud:
"¡Por Alah! ¡Ra zón tienes para rechazarle! ¡Además, mil dinares no son bastante pre cio! ¡En mi
opinión, vales diez mil!"
Volvióse luego hacia la multi tud de compradores y preguntó si no deseaba otro a la esclava por el
precio ya ofrecido. Entonces se acercó un mercader y dijo: "¡Yo!" Y la hermosa Zumurrud le miró, y vio
que no era asqueroso como el viejo Rachideddín, y que sus ojos no eran azules ni bizcos; pero notó que
se teñía de colorado la barba, a fin de parecer más joven de lo que era. Entonces exclamó: "¡Qué
vergüenza enrojecer y ennegrecer así la faz de la ancianidad!" E inmediatamente improvisó estos versos:
¡Oh tú que estas enamorado de mi cintura y de mi rostro, no lograrás atraer mis miradas
por mucho que te disfraces con colores ajenos!
¡Tiñes de oprobio tus canas, sin lograr ocultar tus defectos!
¡Cambias de barbas como cambias de cara, y te conviertes en tal espantajo, que si te
mirase una mujer preñada, abortaría!
Oídos estos versos por el jefe de los corredores, le dijo a Zumurrud: "¡Por Alah! ¡La verdad está
contigo!" Pero como no fue aceptada la segunda proposición, se adelantó un tercer mercader y dijo al
corredor: "Ofrezco el mismo precio. ¡Pregúntale si me acepta!" Y el corredor interrogó a la hermosa
joven, que miró entonces al hombre consabido.
Y vio que era tuerto, y se echó a reír, diciendo: "¿No sabes, ¡oh co rredor! las frases del poeta acerca
del tuerto? Pues óyelas:
Créeme, amigo: no seas nunca compañero de un tuerto, y desconfía de sus embustes y de su
falsedad!
¡Tan poco se ganará tratándole, que Alah se cuidó de sacarle un ojo para que inspirara
desconfianza!
Entonces el corredor le indicó un cuarto comprador, y le pregun tó: "¿Quieres a éste?"
Zumurrud lo examinó, y vio que era un hom brecillo chico, con una barba que le llegaba al ombligo, y
dijo en segui da: "¡En cuanto a ese barbudillo, mira cómo lo describe el poeta:
¡Tienes una barba prodigiosa, que es planta inútil y molesta, triste como una noche de
invierno, larga, fría y oscura!"
Cuando el corredor vio que no aceptaba a ninguno de los que espontáneamente brindábanse a
comprarla, dijo a Zumurrud: "¡Oh mi señora! mira a todos esos mercaderes y nobles compradores, y dime
cuál tiene la suerte de gustarte, para que te ofrezca a él en venta".
Entonces la hermosa joven miró uno por uno con la mayor aten ción a todos los circunstantes, y acabó
por fijar su mirada en Alischar, hijo de Gloria. Y el aspecto del joven la inflamó súbitamente con el amor
más violento, porque Alischar, hijo de Gloria, era en verdad de una belleza extraordinaria, y nadie le
podía ver sin sentirse inclinado hacia él con ardor. Así es que la joven Zumurrud se apresuró a seña -
lárselo al corredor, y dijo:
"¡Oh corredor! quiero a ese joven de rostro gentil y cintura ondulante, pues lo encuentro delicioso y
de sangre sim pática, más ligera que la brisa del Norte; y de él dijo el poeta:
¡Oh jovencillo! ¿Cómo te olvidarán los que hayan visto tu be lleza?
¡Dejen de mirarte quienes deploran los tormentos con que llenas el corazón!
¡Los que quieran preservarse de tus encantos prodigiosos, cubran con un velo tu hechicera
cara!
"Y también de él dijo otro poeta:
¡Oh señor mío, compréndelo! ¿Cómo no amarte? ¿No es esbelta tu cintura y combados tus
riñones?
¡Compréndelo!, ¡oh señor mío! ¿No es patrimonio de sabios, de gente exquisita y de
espíritus delicados el amor a cosas tales?
"Un tercer poeta ha dicho:
¡Sus mejillas están llenas y lisas; su saliva leche dulce al beberla, es un remedio para las
enfermedades; su mirada hace soñar a los pro sistas y a los poetas, y sus proporciones dejan
perplejos a los arqui tectos!
"Otro ha dicho:
¡El licor de sus labios es un vino enervante; su aliento tiene el per fume del ámbar y sus
dientes son granos de alcanfor!
¡Por eso Raduán, guardián del Paraíso, le rogó que se fuera, te meroso de que sedujese a
las huríes!
¡La gente tosca y de entendimiento torpe deplora sus gestos y su conducta! ¡ Como si la
luna no fuera bella en todos sus cuartos, como si su marcha no fuera armoniosa en todas las
partes del cielo!
"Otro poeta ha dicho también:
¡Por fin consintió en conceder una cita ese cervatillo de cabellera rizada, y de mejillas
llenas de rosas y mirada encantadora! ¡Y aquí estoy, puntual, con el corazón alborotado y el
mirar anhelante!
¡Me prometió esta cita, cerrando los ojos para decirme que sí! Pero si sus párpados están
cerrados, ¿cómo podrán cumplir su promesa?
"Dijo de él otro, por último:
Tengo amigos poco sagaces, que me han preguntado: "¿Cómo pue des querer
apasionadamente a un joven cuyas mejillas sombrea ya un bozo tan fuerte?"
Yo les dije: "¡Cuán grande es vuestra ignorancia! ¡Los frutos del jardín del Edén se
cogieron en sus hermosas mejillas! ¿Cómo hubieran podido dar esas mejillas tan hermosos
frutos si no fueran ya frondo sas?"
Maravilladísimo quedó el corredor al advertir tanto talento en es clava tan joven, expresó su asombro
al propietario, que le dijo: "Com prendo que te pasmen tanta belleza y tan agudo ingenio. Pero sabe que
esta milagrosa adolescente, que avergüenza a los astros y al sol, no se contenta con conocer los poetas
más delicados y complicados, ni con ser una constructora de estrofas, sino que además sabe escribir con
siete plumas los siete caracteres diferentes, y sus manos son más preciosas que todo un tesoro. Conoce,
en efecto, el arte del bordado y de tejer la seda, y toda alfombra o cortinajes que sale de sus manos se
tasa en el zoco a cincuenta dinares. Observa también que en ocho días tiene tiempo sobrado para terminar
la alfombra más hermosa o el más suntuoso cor tinaje. ¡De modo que, sin duda alguna, quien la compre
habrá recupe rado a los pocos meses su dinero!"
Oídas estas palabras, el corredor levantó los brazos admirado, y exclamó: "¡Oh, dichoso aquel que
tenga esta perla en su morada, y la conserve como el tesoro más oculto!"
Y se acercó a Alischar, hijo de Gloria, señalado por la joven, se inclinó ante él hasta el suelo, le
cogió la mano y se la besó, y luego dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 319ª noche
Ella dijo:
...se inclinó ante él hasta el suelo, le cogió la mano y se la besó, y luego le dijo: "¡En verdad, oh, mi
señor! que es mucha tu suerte al poder comprar este tesoro por la centésima parte de su valor, y el
Donador no te ha escatimado sus dones! ¡Tráigate, pues, esta joven la felicidad!"
Al oír estas palabras, Alischar bajó la cabeza, y no pudo dejar de reírse interiormente de la ironía del
Destino, y dijo para sí: "¡Por Alah! ¡No tengo con qué comprar un pedazo de pan, y me creen bastante
rico para adquirir esta esclava! ¡De todos modos no diré ni que sí ni que no, para no cubrirme de
vergüenza delante de todos los mercaderes!"
Y bajó la vista y no dijo palabra.
Como no se movía, Zumurrud le miró para alentarle a la compra; pero él seguía con los ojos bajos sin
verla. Entonces ella dijo al corre dor: "Cógeme de la mano y llévame junto a él, que quiero hablarle
personalmente y determinarle a que me compre, pues he resuelto per tenecer a él sólo, y no a otro". Y el
corredor la cogió de la mano y la llevó junto a Alischar, hijo de Gloria.
La joven se quedó de pie, alardeando de su belleza, delante del mozo, y le dijo: "¡Oh amado dueño
mío! ¡oh joven que haces arder mis entrañas! ¿Por qué no ofreces el precio de compra? ¿O por qué no
calculas tú el valor que te parezca más equitativo? ¡Quiero ser tu esclava a cualquier precio!
Alischar levantó la cabeza, meneándola con tristeza, y dijo: "La venta y la compra nunca son
obligatorias".
Zumu rrud exclamó: "¡Ya veo, oh dueño muy amado! que encuentras muy alto el precio de mil dinares!
¡No ofrezcas más que novecientos, y te pertenezco!" Bajó Alischar la cabeza y nada contestó. Ella dijo:
"¡Cómprame entonces por ochocientos!" El bajó la cabeza. Ella añadió: "¡Por setecientos!" Y él bajó otra
vez la cabeza. Zumurrud siguió rebajando hasta que le dijo: "¡Sólo por cien dinares!"
Entonces le dijo: "¡Ni si quiera tengo los cien dinares completos!" Ella se echó a reír, y le dijo:
"¿Cuánto te falta para reunir la cantidad de cien dinares? Pues si hoy no los tienes todo, ya pagarás otro
día lo que falte". El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡sabe, por fin, que no tengo ni cien dinares ni uno! ¡Por
Alah! No poseo ni una moneda blanca, ni una roja, ni un dinar de oro, ni un dracma de plata. De modo
que no pierdas más tiempo conmigo y busca otro comprador". -
Cuando Zumurrud comprendió que el joven carecía de dinero, le dijo: "¡De todos modos, cierra el
trato! ¡Dame la mano, envuélveme en tu manto y pasa un brazo alrededor de mi cintura, que es como
sabes, la señal de aceptación!" Alischar, que ya no tenía motivos para negarse, se apresuró entonces a
hacer lo que le mandó Zumurrud, y ésta sacó al momento de su faltriquera un bolsillo que le entregó y le
dijo: "¡Ahí dentro hay mil dinares; tienes que ofrecer novecientos a mi amo, y con servar los otros cien
para nuestras necesidades más apremiantes!" Y enseguida Alischar entregó al mercader los novecientos
dinares, y se apre suró a coger a la esclava de la mano y llevársela a su casa.
Cuando llegaron a la casa, Zumurrud se sorprendió al ver que la habitación se reducía a un miserable
cuarto, cuyo único moblaje con sistía en una mala estera vieja y rota por varias partes. Se apresuró a dar a
Alischar otro bolsillo con mil dinares más, y le dijo: "Corre pronto al zoco, para comprar todos los
muebles y alfombras que hagan falta, y comida y bebida. ¡Y escoge lo mejor que haya en el zoco!
Además, tráeme una gran pieza de seda de Damasco de la mejor clase, de color de granate, y carretes de
hilo de oro, y carretes de hilo de plata, y carretes de hilo de seda, de siete colores diferentes. Y no
olvides comprar agujas grandes, y también un dedal de oro".
Y Alischar ejecutó en seguida sus órdenes, y llevó todo aquello a Zumurrud. Entonces ella tendió por
el suelo las alfombras, arregló los colchones y divanes, lo co locó todo en orden, y puso el mantel,
después de haber encendido los candelabros.
Se sentaron entonces ambos, y comieron y bebieron, y se pusieron muy contentos. Tras de lo cual se
tendieron en su cama nueva y se satisficieron mutuamente. Y pasaron toda la noche estrechamente enla -
zados, entre las puras delicias y los más alegres retozos, hasta por la ma ñana. Y su amor se consolidó con
pruebas indudables y se grabó en su corazón de manera indeleble.
Sin perder tiempo, la diligente Zumurrud se puso enseguida a la labor.
Cogió la pieza de seda de Damasco color de granate, y en pocos días hizo con ella un cortinaje, en
cuyo contorno representó con arte infinito figuras de aves y animales, y no hubo un animal en el mundo,
pequeño ni grande, que no quedara representado en aquella tela. Y la ejecución era tan asombrosa de
parecido y de vida, que se diría movían se los animales de cuatro pies y se creía oír cantar a las aves. En
medio de la cortina estaban bordados grandes árboles cargados de fruta y de sombra tan hermosa que con
verla se sentía una gran frescura. ¡Y todo aquello fue ejecutado en ocho días, ni más ni menos! ¡Gloria al
que da tanta habilidad a los dedos de sus criaturas!
Terminada la cortina, Zumurrud le dio brillo, la planchó, la dobló y se la entregó a Alischar,
diciéndole: "Ve a llevarla al zoco y véndesela a cualquier mercader con tienda abierta, y no por menos de
cincuenta di nares. Pero guárdate muy bien de cedérsela a cualquier mercader de paso que no sea
conocido en el zoco, pues eso sería causa de una cruel sepa ración entre nosotros. Porque tenemos
enemigos que nos acechan. ¡Des confía de los caminantes!"
Y Alischar respondió: "¡Escucho y obedezco!" Y fue al zoco y vendió por cincuenta dinares a un
mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 320ª noche
Ella dijo:
... y vendió por cincuenta dinares a un mercader con tienda abierta la consabida cortina maravillosa.
Después compró otra vez seda e hilo de oro y plata, en cantidad suficiente para una nueva cortina o
alfom bra de gusto, y se lo llevó todo a Zumurrud, que volvió a poner manos a la obra, y en otros ocho
días ejecutó una cortina más hermosa aún que la anterior, y que también produjo la cantidad de cincuenta
dinares. Y durante el espacio de un año vivieron de tal suerte, comiendo, bebiendo y sin carecer de nada
ni dejar de satisfacer su mutuo amor, más ardiente cada día.
Un día salió Alischar de la casa, llevando, según su costumbre, un paquete que contenía un tapiz
ejecutado por Zumurrud, y emprendió el camino del zoco para presentárselo a los mercaderes por
mediación del pregonero, como siempre. Llegado al zoco, se lo entregó al pregonero, que empezó a
pregonarlo delante de las tiendas de los mercaderes, cuando acertó a pasar un cristiano, uno de esos
individuos que pululan a la entrada de los zocos, asediando a los parroquianos con sus ofrecimientos.
Este cristiano se aproximó al pregonero y a Alischar y les ofreció sesenta dinares por el tapiz, en vez
de los cincuenta por que se prego naba. Pero Alischar, que sentía aversión y desconfianza hacia aquella
clase de individuos, y recordaba, además, el encargo de Zumurrud, no quiso vendérselo. Entonces el
cristiano aumentó su oferta y acabó por proponer cien dinares, y el pregonero le dijo al oído a Alischar:
"¡Ver daderamente, no desaproveches esta excelente ocasión!" Porque el pre gonero ya había sido
sobornado secretamente por el cristiano con diez dinares. Y maniobró tan bien sobre el espíritu de
Alischar, que le decidió a entregar el tapiz al cristiano, mediante la cantidad convenida. Y lo hizo no sin
gran aprensión, cobrando los cien dinares, y volvió a emprender el camino de su casa.
Conforme iba andando, al volver una esquina notó que le seguía el cristiano. Se paró y le preguntó:
"¿Cristiano, qué tienes que hacer en este barrio en donde no entra la gente de tu clase?"Este dijo:
"Perdona ¡oh señor! pero tengo un encargo que hacer al final de esta calleja. ¡Alah te conserve!"
Alischar siguió su camino y llegó a la puerta de su casa. Y allí notó que el cristiano, después de haber
dado un rodeo había vuelto por el otro extremo de la calle y llegaba a su puerta al mismo tiempo que él.
Y le gritó, lleno de ira: "¡Maldito cristiano! ¿A qué me sigues de esa manera por donde voy?" El otro
contestó: "¡Oh, señor mío! ¡créeme que me encontraste aquí por casualidad! ¡Pero te ruego que me des un
trago de agua, y Alah te recompensará, porque la sed me quema interiormente!" Y Alischar pensó: "¡Por
Alah! ¡No se dirá que un musulmán se ha negado a dar de beber a un perro sediento! ¡Voy a darle un poco
de agua!" Y entró en su casa, cogió un cántaro de agua, e iba a salir para dársela al cristiano, cuando
Zumurrud le oyó levantar el pestillo y salió a su encuentro, conmovida por su ausencia prolongada. Y le
dijo, besándole: "¿Cómo tardaste tanto en volver hoy? ¿Vendiste al fin el tapiz, y ha sido a un mercader
con tienda o a un transeúnte?"
El respondió, visiblemente turbado: "He tardado un poco porque el zoco estaba lleno, pero de todos
modos acabé por vendérsela a un mercader". Ella dijo con cierta duda en la voz: "¡Por Alah! Mi corazón
no está tranquilo. Pero ¿adónde vas con ese cántaro?" El dijo: "Voy a dar de beber al pregonero del zoco,
que me ha acompañado hasta aquí". Pero no la satisfizo esta respuesta, y mientras salía Alischar, recitó
muy ansiosa, estos versos del poeta:
¡Oh corazón mío que piensas en el amado; pobre corazón lleno de esperanzas y que crees
eterno el beso! ¿no ves que a tu cabecera vela, con los brazos tendidos, la Separadora, y que
en la sombra te acecha pérfido el Destino?
Cuando Alischar se dirigía hacia afuera, encontróse con el cris tiano, que ya había entrado en el
zaguán por la puerta abierta. Al verlo el mundo se ennegreció delante de sus ojos, y exclamó: "¿Qué
haces ahí, perro, hijo de perro? ¿Y cómo osaste penetrar en mi casa sin mi per miso?" El otro contestó:
"¡Por favor, oh mi señor, perdóname! Can sado de haber andado todo el día y sin poderme tener ya en pie,
me vi obligado a pasar el umbral, pues al cabo no hay tanta diferencia entre la puerta y el zaguán.
¡Además, no pido más que el tiempo suficiente para tomar aliento y me voy! ¡No me rechaces, y Alah no
te rechazará!"
Y cogió el cántaro que sostenía Alischar muy perplejo, bebió lo nece sario y se lo devolvió. Y
Alischar se quedó de pie enfrente, esperando que se fuera. Pero pasó una hora, y el cristiano no se movía.
Entonces, Alis char, sofocado, le gritó: "¿Quieres marcharte ahora mismo y seguir tu camino?" Pero el
cristiano le contestó: "¡Oh señor mío! No serás de aquellos que hacen un beneficio a alguien para
obligarle a estar la mentándolo toda la vida, ni de aquellos de quienes dijo el poeta:
¡Se desvaneció la raza generosa de los que, sin contar, llenaban la mano del pobre antes de
que se les tendiese!
¡Ahora hay una raza vil de usureros que calculan el interés de un poco de agua prestada al
pobre del camino!
"Yo, mi señor, ya he apagado la sed con el agua de tu casa; pero ahora me atormenta de tal manera el
hambre, que me contentaría con lo que te haya quedado de la comida, aunque fuera un pedazo de pan seco
y una cebolla, nada más". Alischar, cada vez más enfurecido, le gritó: "¡Vaya, vaya! ¡Fuera de aquí!
¡Basta de citas poéticas! ¡No queda nada en la casa!" El otro contestó, sin moverse del sitio: "¡Señor,
perdóname! Pero si no hay nada en tu casa, tienes encima los cien dinares que te ha producido el tapiz. Te
ruego, pues, por Alah, que vayas al zoco más cercano a comprarme una torta de trigo, para que no se diga
que abandoné tu casa sin que se haya partido entre nosotros el pan y la sal".
Cuando Alischar oyó estas palabras, dijo para sí: "No hay duda posible. Este maldito cristiano es un
loco y un extravagante. Y lo voy a echar a la calle y a azuzar contra él a los perros vagabundos". Y
cuando se preparaba a empujarle afuera, el cristiano, inmóvil, le dijo: "¡Oh mi señor! ¡es un solo pedazo
de pan el que deseo, y una sola cebo lla para poder matar el hambre! ¡De modo que no hagas mucho gasto
por mí, que sería demasiado! Porque el prudente se contenta con poco; y ¡Un pan seco basta para apagar
el hambre que tortura al sabio, cuando el mundo no bastaría para saciar el falso apetito del tragón!
Cuando Alischar vió que no le quedaba más remedio que ceder, dijo al cristiano: "¡Voy al zoco a
buscar de comer! ¡Espérame aquí sin moverte!" Y salió de la casa después de haber cerrado la puerta, y
sacó la llave de la cerradura para metérsela en el bolsillo. Fue apre suradamente al zoco, compró queso
asado con miel, pepinos, plátanos, hojaldre y pan recién salido del horno, y se lo trajo todo al cristiano,
diciéndole: "¡Come!"
Pero éste se negó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¡qué generosidad la tuya! ¡Lo que traes basta para
alimentar a diez personas! ¡Es demasiado, a menos que quieras honrarme comiendo conmigo!" Alis char
respondió: "Yo estoy harto. ¡Come solo!" El otro exclamó: "¡Oh mi señor, la sabiduría de las naciones
nos enseña que el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino...!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 321ª noche
Ella dijo:
"... el que se niega a comer con su huésped es indudablemente un bastardo adulterino!" Estas palabras
no tenían réplica posible. Alischar no se atrevió a negarse, y se sentó al lado del cristiano, y se puso a
comer con él distraídamente. Y el cristiano se aprovechó de la distracción de su huésped para mondar un
plátano, partirlo, y deslizar en él con des treza banj puro mezclado con extracto de opio, en dosis
suficiente para derribar a un elefante y dormirlo durante un año. Mojó el plátano en la miel blanca, en la
cual nadaba el excelente queso asado, y se lo ofreció a Alischar, diciéndole: "¡Oh mi señor! ¡Por la
verdad de la fe, acepta de mi mano este suculento plátano que mondé para ti!" Alischar que tenía prisa
por acabar, cogió el plátano y se lo tragó.
Apenas había llegado el plátano a su estómago, cayó Alischar al suelo privado de sentido.Entonces el
cristiano brincó como un lobo pelado y se precipitó afuera, pues en la calleja de enfrente permanecían en
acecho varios hombres con un mulo, y a su cabeza estaba el viejo Rachideddín, el miserable de los ojos
azules al cual no había querido pertenecer Zumurrud, y que había jurado poseerla a la fuerza a todo
trance. Este Rachideddín no era más que un innoble cristiano, que pro fesaba exteriormente el islamismo
para gozar sus privilegios cerca de los mercaderes, y era el propio hermano del cristiano que acababa de
traicionar a Alischar, y que se llamaba Barssum.
Este Barssum corrió, pues, a avisar a su miserable hermano del resultado de su ardid, y los dos,
seguidos por sus hombres, penetra ron en la casa de Alischar, se precipitaron en la inmediata habitación,
alquilada por Alischar para harem de Zumurrud, lanzáronse sobre la hermosa joven, a la cual
amordazaron y agarraron para transportarla en un momento a lomos del mulo, que pusieron al galope, a
fin de llegar en pocos instantes, sin que nadie les molestara en el camino, a casa del viejo Rachideddin.
El viejo miserable de ojos azules y bizcos mandó entonces llevar a Zumurrud a la estancia más
apartada de la casa, y se sentó cerca de ella, después de haberle quitado la mordaza, y le dijo: "Hete aquí
ya en mi poder, bella Zumurrud, y no será el bribón de Alischar quien venga ahora a sacarte de mis
manos. Empieza, pues, antes de acostarte en mis brazos y de experimentar mi valentía en el combate, por
abjurar de tu descreída fe y consentir en ser cristiana, como yo soy cristiano. ¡Por el Mesías y la Virgen!
¡Si no te rindes inmediatamente a mi doble deseo, te someteré a los peores tormentos y te haré más
desdichada que una perra!"
Al oír estas palabras del miserable cristiano, los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, que
rodaron por sus mejillas, y sus labios se estremecieron y exclamó:
"¡Oh malvado de barbas blancas! ¡por Alah! ¡podrás hacer que me corten en pedazos, pero no
conseguirás que ab jure de mi fe; podrás apoderarte de mi cuerpo por la violencia, como el cabrón en
celo con la cabra joven, pero no someterás mi espíritu a la impureza compartida!
¡Y Alah sabrá pedirte cuenta de tus ignominias tarde o temprano!"
Cuando el anciano vió que no podía convencerla con palabras, llamó a sus esclavos y les dijo:
"¡Echadla al suelo, y sujetadla boca abajo fuertemente!" Y los esclavos la echaron al suelo boca abajo.
En tonces aquel miserable cristiano agarró un látigo y empezó a azotarla con crueldad en sus hermosas
partes redondeadas, de modo que cada golpe dejaba una larga raya roja en la blancura de las nalgas. Y
Zu murrud, a cada golpe que recibía, en vez de debilitarse en la fe exclamaba: "¡No hay más Dios que
Alah, y Mohamed es el enviado de Alah!" Y el otro no dejó de azotarla hasta que no pudo ya levantar el
brazo. Entonces mandó a sus esclavos que la llevasen a la cocina con las criadas y que no le dieran de
comer ni de beber.
¡Esto en cuanto a ellos dos!
En cuanto a Alischar, quedó tendido sin sentido en el zaguán de su casa hasta el día siguiente.
Entonces volvió en sí y abrió los ojos, disipada ya la embriaguez del banj y desaparecidos de su
cabeza los vapores del opio. Se sentó entonces en el suelo, y con todas sus fuerzas llamó: "¡Ya
Zumurrud!" Pero no le contestó nadie.
Levantóse anhe lante y entró en la habitación, que encontró vacía y silenciosa. Se acor dó del cristiano
importuno, y como también éste había desaparecido, ya no dudó del rapto de su amada Zumurrud.
Entonces se tiró al suelo, dándose golpes en la cabeza y sollozando; después se desgarró los ves tidos,
y lloró todas las lágrimas de la desolación; y en el límite de la desesperanza, se lanzó fuera de su casa,
recogió dos piedras grandes, una con cada mano, y empezó a recorrer enloquecido todas las calles,
golpeándose el pecho con las piedras y gritando: "¡Ya Zumurrud, Zu murrud!"
Y los chiquillos le rodearon, corriendo como él y gritando: "¡Un loco, un loco!" Y los conocidos que
le encontraban le miraban con lástima y lamentaban la pérdida de su razón, diciendo: "¡Es el hijo de
Gloria! ¡Pobre Alischar!"
Y siguió vagando de aquel modo y haciéndose sonar el pecho a guijarrazos, cuando le encontró una
buena vieja, que le dijo: "Hijo mío, ¡así goces de la seguridad y la razón! ¿Desde cuándo estás loco?"
Y Alischar le contestó con estos versos:
¡La ausencia de una mujer me hizo perder la razón! ¡Oh vosotras que creéis en mi locura,
traedme a la que hubo de causarla, y daréis a mi espíritu la frescura de un díctamo!
Al oír tales versos y al mirar más atentamente a Alischar, la buena anciana comprendió que debía ser
un enamorado infeliz, y le dijo: "¡Hi jo mío, no temas contarme tus penas y tu infortunio! ¡Acaso me haya
puesto Alah en tu senda para ayudarte!" Entonces Alischar le contó su aventura con Barssum el cristiano.
Enterada la buena vieja, estuvo reflexionando una hora, y luego levantó la cabeza y le dijo a Alischar:
"¡Levántate, hijo mío, y vé pronto a comprarme un cesto de buhonero, en el cual colocarás, después
de adquirirlos en el zoco, pulseras de cristal de colores, anillos de cobre plateado, pendientes, dijes y
otras varias cosas como las que venden las piadosas por las casas a las mujeres. Y yo me pondré el cesto
en la cabeza, y recorreré las casas de la ciudad, vendiendo esas cosas a las mujeres. Y así podré hacer
averiguaciones que nos orientarán, y si Alah quiere, contribuirán a que encontremos a tu amada Sett
Zumurrud! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discretamente.
Y cuando llegó la 322ª noche
Ella dijo:
"...encontraremos a tu amada Sett Zumurrud". Y Alischar se puso a llorar de alegría. Y después de
haber besado la mano a la cena vieja, se apresuró a comprar y entregarle lo que le había indi cado.
Entonces la vieja fue a vestirse a su casa. Se tapó la cara con un velo de miel oscuro, se cubrió la
cabeza con un pañuelo de cachem ira, se envolvió en un velo grande de seda negra, se puso en la cabeza
consabida cesta, y cogiendo un bastón para sostener su respetable vejez, empezó a recorrer lentamente
los harenes de personajes y merca deres por los distintos barrios, y no tardó en llegar a la casa del viejo
achideddín, el miserable cristiano que pasaba por musulmán, el maldi to a quien Alah confunda y abrase
en el fuego del infierno y atorm ente hasta la extinción del tiempo. ¡Amin!
Y llegó precisamente en el momento en que la desventurada joven, arrojada entre las esclavas y
criadas de la cocina y dolorida aún de los golpes que había recibido, yacía medio muerta en una mala
estera.
Llamó a la puerta la vieja, y una esclava abrió y la saludó amisto samente. Y la vieja le dijo: "Hija
mía, tengo cosas bonitas que ven der ¿Hay en casa quién las compre?" La criada dijo: "¡Ya lo creo!" la
llevó a la cocina, en donde la vieja se sentó con gran compostura, rodeándola en seguida las esclavas.
Fue muy benévola en la venta, y les cedió, por precios muy módicos, pulseras, sortijas y pendientes, de
modo que se granjeó su confianza y ganó sus simpatías por su lenguaje virtuoso y la dulzura de sus
modales.
Pero al volver la cabeza vio a Zumurrud tendida, e interrogó a las esclavas, que le dijeron cuanto
sabían. E inmediatamente compren dió que estaba en presencia de la que buscaba. Se acercó a la joven y
dijo: "¡Hija mía! ¡aléjese de ti todo mal! ¡Alah me envía para socorrerte! ¡Eres Zumurrud, la esclava
amada de Alischar, hijo de Gloria!" Y la enteró del objeto de su venida, disfrazada de vendedora, le dijo:
"Mañana por la noche estate dispuesta a dejarte raptar; asómate a la ventana de la cocina que da a la
calle, y cuando veas que alguien, entre la oscuridad, se pone a silbar, ésa será la seña. Responde silbando
también, y salta sin temor a la calle. ¡Alischar en persona estará allí y te salvará!" Y Zumurrud besó las
manos a la vieja, que se apresuró a salir y enterar a Alischar de lo que acababa de suceder, añadiendo:
"Irás allá, al pie de la ventana de la cocina de ese maldito, harás tal y cual cosa".
Entonces Alischar dio mil gracias a la vieja por sus favores, quiso hacerle un regalo; pero no lo
aceptó ella y se fue deseándole buen éxito y felicidades, y le dejó recitando versos sobre la amargura de
la separación.
A la noche siguiente, Alischar se encaminó a la casa descrita por la buena vieja y acabó por
encontrarla. Se sentó al pie de la pared y aguardó a que llegara la hora de silbar. Pero cuando llevaba allí
un rato, como había pasado dos noches de insomnio, le venció de pronto el cansancio y se durmió.
¡Glorificado sea el Unico, que nunca duerme!
Mientras Alischar permanecía aletargado al pie de la pared, el Des tino envió hacia allí, en busca de
alguna ganga, a un ladrón entre los ladrones audaces, que, después de dar vuelta a la casa sin encontrar
salida, llegó al sitio en que dormía Alischar. Y se inclinó hacia éste, y tentado por la riqueza de su traje,
le robó hábilmente el hermoso tur bante y el albornoz, y se los puso enseguida. En el mismo momento vio
que se abría la ventana y oyó silbar a alguien. Miró, y vio una for ma de mujer que le hacía señas y
silbaba. Era Zumurrud, que le tomaba por Alischar.
Al ver aquello, el ladrón, aunque sin saber lo que significaba, pensó: "¡Me convendrá contestar!" Y
silbó. Enseguida salió Zumurrud por la ventana y saltó a la calle con la ayuda de una cuerda. Y el ladrón
que era un mozo robusto, la cogió a cuestas y se alejó con la rapidez de un relámpago...
Cuando Zumurrud vió que su acompañante tenía tanta fuerza, se asombró mucho, y le dijo: "Amado
Alischar, la vieja me había dicho que apenas podías moverte por lo que te habían debilitado la pena y el
temor. ¡Pero veo que estás más fuerte que un caballo!" Pero como el ladrón no contestaba y corría con
mayor celeridad, Zumurrud le pasó la mano por la cara y se la encontró erizada de pelos más duros que
la escoba del hammam, de tal modo que parecía un cerdo que se hubiera tragado una gallina, cuyas
plumas se le salieran por la boca.
Al encon trarse con aquello, la joven sintió un terror espantoso, y empezó a darle golpes en la cara,
gritando: "¿Quién eres y qué eres?" Y como en aquel momento estaban ya lejos de las casas, en campo
raso inva dido por la noche y la soledad, el ladrón se detuvo un momento, dejó en el suelo a la joven, y
gritó: "¡Soy Djiwán el kurdo, el compañero más terrible de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf!”
“¡Somos cuarenta mozos que llevamos mucho tiempo privados de carne fresca! ¡La noche próxima
será la más bendita de tus noches, pues todos te cabalgaremos sucesivamente, y te pisaremos el vientre, y
nos revolcaremos entre tus muslos, y le haremos dar vueltas a tu capullo hasta por la mañana!”
Cuando Zumurrud oyó semejantes palabras de su raptor comprendió todo lo horrible de su situación,
y se echó a llorar, golpeándose el ros tro y deplorando el error que la había entregado a aquel bandido
per petrador de violencias y a sus cuarenta compañeros. Y después, viendo que su destino aciago la
perseguía y que no podía luchar contra él, se dejó llevar de nuevo por su raptor sin oponer resistencia y
se con tentó con suspirar: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Me refugio en El! ¡Cada cual lleva su Destino
atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 323ª noche
Ella dijo:
"...Cada cual lleva su Destino atado al cuello, y haga lo que quiera, no puede alejarse de él!”
El terrible kurdo Djiwán se echó de nuevo a cuestas a la joven, y siguió corriendo hasta una caverna
oculta entre rocas, donde habían establecido su domicilio la gavilla de los cuarenta y su jefe. Arreglaba
allí la casa de los ladrones y les preparaba la comida una vieja, que era precisamente la madre del raptor
de Zumurrud. Ella fue la que al oír la seña convenida salió a la entrada de la caverna a recibir a su hijo
con la capturada. Djiwán entregó la persona de Zumurrud a su madre, y le dijo: "Cuida bien de esta
gacela hasta mi regreso, pues voy a buscar a mis compañeros para que la cabalguen conmigo. Pero como
no hemos de volver hasta mañana a mediodía, porque tenemos que realizar algunas proezas, te ruego que
la alimentes bien, para que pueda soportar nuestras cargas y nuestros asaltos". Y se fue.
Entonces la vieja se acercó a Zumurrud y le dió de beber, v le dijo: "hija mía, ¡qué dichosa serás
cuando penetren pronto en tu cen tro cuarenta mozos robustos, sin contar al jefe, que él solo es tan fuerte
como todos los demás juntos! ¡Por Alah! ¡qué suerte tienes con ser joven y deseable!" Zumurrud no pudo
contestar, y envolviéndose la ca beza con el velo, se tendió en el suelo y así permaneció hasta por la
mañana.
La noche la había hecho reflexionar, cobró ánimos y dijo para sí: "¿En qué indiferencia condenable
caigo al presente? ¿Voy a aguardar sin moverme la llegada de esos cuarenta bandoleros perforadores, que
me estropearán al taladrarme y me llenarán como el agua llena un buque hasta hundirlo en el fondo del
mar? ¡No, por Alah! ¡Salvaré mi alma y no les entregaré mi cuerpo!"
Y como ya era día claro, se acercó a la vieja, y besándole la mano, le dijo: "Esta noche he
descansado bien, mi buena madre, y me siento con muchos ánimos y dispuesta a honrar a mis huéspedes.
¿Qué haremos ahora para pasar el tiempo hasta que lleguen? ¿Quieres, por ejemplo, venir conmigo al sol,
y dejar que te despioje y te peine el pelo, buena madre?"
La vieja contestó: "¡Por Alah! ¡Excelente ocurrencia, hija mía, pues desde que estoy en esta caverna
no me he podido lavar la cabeza, y sirve ahora de habitación a todas las clases de piojos que se alojan en
la cabellera de las personas y en los pelos de los animales! Y cuando anochece, salen de mi cabeza y
circulan en tropel por todo mi cuerpo. Y los tengo blancos y negros, grandes y chicos. Hay algunos, hija
mía, que tienen un rabo muy largo, y se pasean hacia atrás, y otros de olor más fétido que los follones y
los cuescos más hediondos.
Si consigues librarme de esos animales ma léficos, tu vida conmigo será muy dichosa". Y salió con
Zumurrud fuera de la caverna, y se acurrucó al sol, quitándose el pañuelo que llevaba a la cabeza. Y
entonces pudo ver Zumurrud que había allí todas las variedades de piojos conocidas y otras más. Sin
perder valor, empezó a quitarlos a puñados y a peinar los cabellos por la raíz con espinas gordas; y
cuando no quedó más que una cantidad normal de aquellos piojos, se puso a buscarlos con dedos ágiles y
numerosos y a aplas tarlos entre dos uñas, según se acostumbraba. Y alisó la cabellera con suavidad, con
tanta suavidad, que la vieja se sintió invadida de un modo delicioso por la tranquilidad de su propia piel
limpia, y acabó por dormirse profundamente.
Sin perder tiempo, Zumurrud se levantó y corrió a la caverna, en la cual cogió y se puso ropa de
hombre; y se rodeó la cabeza con un turbante hermoso, que procedía de un robo hecho por los cuarenta, y
salió por allí a escape para dirigirse a un caballo robado también, que por allí pacía con los pies
trabados; le puso silla y riendas, saltó encima a horcajadas y salió a galope en línea recta, invocando al
Dueño de la salvación.
Galopó sin descanso hasta que anocheció; y al amanecer siguiente reanudó la carrera, sin parar más
que alguna que otra vez para des cansar, comer alguna raíz y dejar pacer al caballo. Y así prosiguió
durante diez días y diez noches.
Por la mañana del undécimo día salió al cabo del desierto que acababa de atravesar y llegó a una
verde pradera por donde corrían hermosas aguas y alegraba la vista el espectáculo de frondosos árboles,
de umbrías y de rosas y flores que un clima primaveral hacía brotar a millares; allí jugueteaban también
aves de la creación y pastaban re baños de gacelas v de animales muv lindos.
Zumurrud descansó una hora en aquel sitio delicioso, y luego mon tó de nuevo a caballo, y siguió un
camino muy hermoso que corría por entre masas de verdor y llevaba a una gran ciudad cuyos alminares
brillaban al sol en lontananza.
Cuando estuvo cerca de los muros y de la puerta de la ciudad vio una muchedumbre inmensa, que al
distinguirla empezó a lanzar gritos delirantes de alegría y triunfo, y en seguida salieron de la puerta y
fueron a su encuentro emires a caballo y personajes y jefes de solda dos, que se prosternaron y besaron la
tierra con muestras de sumisión de súbditos a su rey, mientras por todas partes brotaba este clamor
inmenso de la multitud delirante: "¡Dé Alah la victoria a nuestro sul tán! ¡Traiga tu feliz venida la
bendición al pueblo de los musulmanes, oh rey del universo! ¡Consolide Alah tu reinado, oh rey nuestro!"
Y al mismo tiempo millares de guerreros a caballo se formaron en dos filas para separar y contener a las
masas en el límite del entusiasmo, y un pregonero público, encaramado en un camello ricamente
enjaezado, anunciaba al pueblo a toda voz la feliz llegada de su rey.
Pero Zumurrud, disfrazada de caballero, no entendía lo que podía significar todo aquello, y acabó por
preguntar a los grandes dignata rios, que habían cogido por cada lado las riendas del caballo: "¿Qué pasa,
distinguidos señores, en vuestra ciudad? ¿Y qué me queréis?" Entonces, de entre todos ellos se adelantó
un gran chambelán, que, tras de inclinarse hasta el suelo, dijo a Zumurrud:
"El Donador, ¡oh dueño nuestro! ¡no contó sus gracias al otorgárselas! ¡Loor se le dé! ¡Te trae de la
mano hasta nosotros para colocarte como nuestro rey sobre el trono de este reino! ¡Loor a El, que nos da
un rey tan joven y tan bello, de la noble raza de los hijos de los turcos de rostro brillante! ¡Gloria a El!
Porque si nos hubiera enviado algún mendigo o cualquier otra persona de poco más o menos, nos
habríamos visto obligados tam bién a aceptarlo por nuestro rey y a rendirle pleitesía y homenaje. Sabe, en
efecto ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 324ª noche
Ella dijo:
"...Sabe, en efecto, que la costumbre de los habitantes de esta ciudad, cuando muere nuestro rey sin
dejar hijo varón, es dirigirnos a esta carretera y aguardar la llegada del primer caminante que nos envía
el Destino para elegirle como rey y saludarle como a tal. ¡Y hoy hemos tenido la dicha de encontrarte a ti,
el más hermoso de los reyes de la tierra y el único de tu siglo y de todos los siglos!"
Y Zumurrud, que era una mujer de seso y de excelentes ideas, no se desconcertó con noticia tan
extraordinaria, y dijo al gran chambelán y a los demás dignatarios: "¡Oh vosotros todos, fieles súbditos
míos desde ahora, no creáis de todos modos que yo soy algún turco de os curo nacimiento o hijo de algún
plebeyo! ¡Al contrario! ¡Tenéis delante de vosotros a un turco de elevada estirpe que ha huido de su país
y de su casa después de haber reñido con su familia, y ha resuelto recorrer el mundo buscando aventuras!
¡Y como precisamente el Destino me hace dar con una ocasión bastante propicia para ver algo nuevo,
con siento en ser vuestro rey!"
Y enseguida se puso a la cabeza de la comitiva, y entre las acla maciones y gritos de júbilo de todo el
pueblo, hizo su entrada triunfal en la ciudad.
Al llegar a la puerta principal de palacio, los emires y chambelanes se apearon, y la sostuvieron por
debajo de los brazos, y la ayudaron a bajar del caballo, y la llevaron en brazos al gran salón de
recepciones; y después de revestirla con los atributos regios, la hicieron sentar en el trono de oro de los
antiguos reyes. Y todos juntos se prosternaron y besaron el suelo entre sus manos, pronunciando el
juramento de su misión.
Entonces Zumurrud inauguró su reinado mandando abrir los teso ros regios acumulados durante siglos,
y mandó sacar cantidades con siderables, que repartió entre los soldados, los pobres y los indigentes. Así
es que el pueblo la amó e hizo votos por la duración de su reinado. Y además Zumurrud tampoco se
olvidó de regalar gran cantidad de ropas de honor a los dignatarios de palacio, y otorgar mercedes a los
emires y chambelanes, así como a sus esposas y a todas las mujeres del harem. Además abolió el cobro
de impuestos, los consumos y las contribuciones, y mandó libertar a los presos, y corrigió todos los
males. Y de tal modo ganó el afecto de grandes y chicos, que todos la tenían por hombre, y se
maravillaron de su continencia y castidad cuando supieron que nunca entraba en el harem ni se acostaba
jamás con sus mujeres. En efecto, no quiso tener de noche más servicio particular que el de sus lindos
eunucos, que dormían atravesados delante de su puerta.
Lejos de ser dichosa, Zumurrud no hacía más que pensar en su amado Alischar, de quien no tuvo
noticias, no obstante todas las inves tigaciones que mandó hacer secretamente. Y no cesaba de llorar
cuando estaba sola, ni de rezar y ayunar para atraer la bendición de Alah sobre Alischar y lograr volverle
a ver sano y salvo después de la ausencia. Y así pasó un año y todas las mujeres del palacio levantaban
los brazos, desesperadas, y exclamaban: "¡Qué desgracia para nosotras que el rey sea tan devoto y
casto!"
Al cabo del año, Zumurrud tuvo una idea y quiso ejecutarla inme diatamente. Mandó llamar a visires y
chambelanes, y les ordenó que los arquitectos e ingenieros abrieran un vasto meidán, de una para sanga de
ancho y largo, y que construyeran en medio de un magnífico pabellón con cúpula, que había de tapizarse
ricamente para colocar un trono, y tantos asientos como dignatarios había en palacio.
Se ejecutaron en muy poco tiempo las órdenes de Zumurrud. Y trazado el meidán, y levantado el
pabellón, y dispuestos el trono y los asientos en el orden jerárquico, Zumurrud convocó a todos los
grandes de la ciudad y del palacio, y les ofreció un banquete tal, que ningún anciano recordaba de otro
parecido. Y al final del festín, Zumurrud se volvió hacia los invitados y les dijo: "¡En adelante, durante
todo mi reinado, os convocaré en este pabellón a principios de cada mes, y os sentaréis en vuestros
sitios, y convocaré asimismo a todo el pueblo, para que tome parte en el banquete, y coma y beba, y dé
gracias al Donador por sus dones!" Y todos le contestaron oyendo y obedeciendo. Y entonces añadió:
"¡Los pregoneros públicos llamarán a mi pueblo al festín y les advertirán que será ahorcado quien se
niegue a venir!"
Y al principio del mes los pregoneros públicos recorrieron las ca lles, gritando: "¡Oh vosotros todos,
mercaderes y compradores, ricos y pobres, hambrientos y hartos, por orden de nuestro señor el rey,
acudid al pabellón del meidán! ¡Comeréis y beberéis y bendeciréis al Bien hechor! ¡Y será ahorcado
quien no vaya! ¡Cerrad las tiendas y dejad de vender y comprar! ¡El que se niegue será ahorcado!"
A esta invitación, la muchedumbré acudió y se hacinó en el pabe llón, estrujándose en medio del salón
unos a otros, mientras el rey permanecía sentado en el trono, y a su alrededor, en los sitios respecti vos,
aparecían colocados jerárquicamente los grandes y dignatarios. Y todos empezaron a comer toda clase de
cosas excelentes, como carneros asados, arroz con manteca, y sobre todo el excelente manjar llamado
"kisek", preparado con trigo pulverizado y leche fermentada. Y mien tras comían, el rey los examinaba
atentamente uno tras otro, y durante tanto tiempo, que cada cual decía a su vecino: "¡Por Alah! ¡No sé por
qué me mira el rey con esa obstinación!" Y entretanto, los grandes y dignatarios no dejaban de alentar a
toda aquella gente, diciéndole: "¡Comed sin cortedad y hartaos! ¡El mayor gusto que le podéis dar al rey
es demostrarle vuestro apetito!" Y ellos decían: "¡Por Alah! ¡En toda la vida no hemos visto un rey que
quisiera tan bien a su pueblo! "
Y entre los glotones que comían con más ardiente voracidad ha ciendo desaparecer en su garganta
fuentes enteras, estaba el miserable cristiano Barssum que durmió a Alischar y raptó a Zumurrud,
ayudado por su hermano el viejo Rachideddín. Cuando Barssum acabó de comer la carne y los manjares
con manteca o grasa, vio una fuente colocada fuera de su alcance, llena de un admirable arroz con leche
cubierto de azúcar fino y canela; atropelló a todos los vecinos y agarró la fuente, que atrajo a sí y colocó
debajo de su mano, y cogió un enorme pedazo, que se metió en la boca. Escandalizado entonces uno de
sus vecinos, le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 325ª noche
Ella dijo:
..Escandalizado entonces uno de sus vecinos, le dijo: "¿No te da vergüenza tender la mano hacia lo
que está lejos de tu alcance y apoderarte de una fuente tan grande para ti solo? ¿Ignoras que la educación
nos enseña a no comer más que lo que tenemos delante?" Y otro añadió: "¡Ojalá que ese manjar te pese en
la barriga y te tras torne las tripas!" Y otro muy chistoso, gran aficionado al haschich, le dijo: "¡Eh, por
Alah! ¡Repartamos! ¡Acerca eso, que tome yo un bo cado, o dos o tres!"
Pero Barssum le dirigió una mirada despreciativa, y le gritó con violencia: "¡Ah maldito devorador
de haschich! ¡Este noble manjar no se ha hecho para tus mandíbulas! ¡Está destinado al paladar de los
emires y gente delicada!"
Y se preparaba a meter otra vez los dedos en la deliciosa pasta, cuando Zumurrud, que lo observa ba
hacía un rato, lo conoció, y mandó hacia él a cuatro guardias di ciéndoles: "¡Id en seguida a apoderaros de
ese individuo que come arroz con leche, y traédmelo!" Y los cuatro guardias se precipitaron sobre
Barssum, le arrancaron de entre los dedos el bocado que iba a tragar, le echaron de cara contra el suelo y
le arrastraron por las piernas hasta delante del rey, entre los espectadores asombrados, que enseguida de -
jaron de comer, cuchicheando unos junto a otros: "¡Eso es lo que se saca por ser glotón y apoderarse de
la comida de los demás!". Y el comedor de haschich dijo a los que le rodeaban: "¡Por Alah! ¡qué bien he
hecho en no comer con él ese excelente arroz con leche! ¡Quién sabe el castigo que le darán!" Y todos
empezaron a mirar atentamente lo que iba a ocurrir.
Zumurrud, con los ojos encendidos por dentro, preguntó al hombre: "Dime, hombre de malos ojos
azules, ¿cómo te llamas y cuál es el motivo de tu venida a este país?" El miserable cristiano, que se había
puesto turbante blanco, privilegio de los musulmanes, dijo: "¡Oh nues tro señor el rey, me llamo Alí y
tengo el oficio de pasamanero. He ve nido a este país a ejercer mi oficio y a ganarme la vida con el
trabajo de mis manos!".
Entonces Zumurrud dijo a uno de sus eunucos: "¡Ve pronto a buscar en mi mesa la arena adivinatoria y
la pluma de cobre que me sirve para trazar las líneas geománticas!" Y en cuanto se ejecutó su orden,
Zumurrud extendió cuidadosamente la arena adivinatoria en la superficie plana de la mesa, y con la
pluma de cobre trazó la figura de un mono y algunos renglones de caracteres desconocidos. Después de
lo cual recapacitó profundamente un rato, levantó de pronto la cabeza y con voz terrible que fue oída por
toda la muchedumbre le gritó al miserable: "¡Oh perro! ¿cómo te atreves a mentir a los reyes? ¿No eres
cristiano y no te llamas Barssum? ¿Y no has venido a este país para buscar una esclava raptada por ti en
otro tiempo? ¡Ah perro! ¡Ah maldito! ¡Ahora mismo vas a confesar la verdad que me acaba de revelar tan
claramente la arena adivinatoria!"
Aterrado el cristiano al oír estas palabras cayóse al suelo juntan do las manos, y dijo: "¡Perdón, oh
rey del tiempo! ¡no te engañas! ¡En efecto (preservado seas de todo mal), soy un innoble cristiano y vine
aquí con la intención de apoderarme de una musulmana a quien rapté y que huyó de nuestra casa!".
Entonces Zumurrud en medio de los murmullos de admiración de todo el pueblo, que decía: "¡Ualah!
¡no hay en el mundo un geomán tico lector de arena comparable con nuestro rey!"; llamó al verdugo y a
sus ayudantes y les dijo: "Llevaos a ese miserable perro fuera de la ciudad, desolladle vivo, rellenadle
con hierba de la peor calidad y volved y clavad la piel en la puerta del meidán !
En cuanto al cadáver, hay que quemarlo con excrementos secos y enterrar en el albañal lo que sobre".
Y contestaron oyendo y obedeciendo, y se llevaron al cris tiano, y lo ejecutaron según la sentencia, que al
pueblo le pareció llena de justicia y cordura.
Los vecinos que habían visto al miserable comer el arroz con leche no pudieron dejar de comunicarse
mutuamente sus impresiones. Uno dijo: "¡Ualah! ¡En mi vida volveré a dejarme tentar por ese plato,
aunque me gusta en extremo! ¡Trae mala sombra!" Y el comedor de haschich exclamó, agarrándose el
vientre porque tenía cólico de terror: "¡ Ualah ! ¡Mi buen destino me ha librado de tocar a ese maldito
arroz con canela!" ¡Y todos juraron no volver a pronunciar ni el nombre del arroz con leche!
A todo esto, entró un hombre de aspecto repulsivo, que se ade lantó rápidamente, atropellando a todo
el que hallaba a su paso, y viendo todos los sitios ocupados menos alrededor de la fuente del arroz con
leche, se acurrucó delante de ella y en medio del espanto general se dispuso a tender la mano para
comerlo.
Y Zumurrud enseguida conoció que aquel hombre era su raptor, el terrible Djiwán el kurdo, uno de
los cuarenta de la gavilla de Ahmad Ed-Danaf. El motivo que lo llevaba a la ciudad no era otro que
buscar a la joven, cuya fuga le había inspirado un furor espantoso cuando estaba ya preparado a
cabalgarla con sus compañeros. Y se había mordido la mano de desesperación y había jurado que la
encontraría, aunque estuviera escondida detrás del monte Cáucaso, u oculta como el alfónsigo en la
cáscara. Y había salido a buscarla, y había acabado de llegar a la ciudad consabida, y por entrar con los
demás en el pa bellón para que no le ahorcaran...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 326ª noche
Ella dijo:
...y entrar con los demás en el pabellón para que no le ahorcaran. Sentóse, pues, ante la fuente de
arroz con leche y metió toda la mano en medio. Y entonces por todas partes le gritaron: "¡Eh! ¿Qué vas a
hacer? ¡Ten cuidado! ¡Te van a desollar vivo! ¡No toques a esa fuente, que es de mala sombra!" Pero el
hombre les dirigió miradas terribles y les gritó: "¡Callaos vosotros! ¡Quiero comer de este plato y
llenarme la barriga! ¡Me gusta el arroz con leche!" Y le dijeron otra vez: "¡Que te ahorcarán y te
desollarán!" Y por toda contestación se acercó más a la fuente, en la cual ya había metido la mano, y se
inclinó hacia ella. Al verlo el comedor de haschich, que era el que te nía más cerca, se escapó asustado y
libre ya de los vapores de haschich, para sentarse más lejos, protestando de que no tenía nada que ver
con lo que ocurriera.
Y Djiwán el kurdo, después de haber metido en la fuente la mano negra como la pata del cuervo, la
sacó enorme y pesada como el pie de un camello. Redondeó en la palma el prodigioso pedazo que había
sacado, hizo con él una bola tan gorda como una cidra, y con un mo vimiento giratorio se la arrojó al
fondo de la garganta, en donde se hundió con el estruendo de un trueno o con el ruido de una cascada en
una caverna sonora, hasta el punto de que la cúpula del pabellón resonó con un eco sonoro que hubo de
repetir saltando y rebotando. ¡Y fue tal la huella dejada en la masa de donde se sacó el pedazo, que se vio
el fondo de la enorme fuente!
Al percibir aquello, el comedor de haschich levantó los brazos y exclamó: "¡Alah nos proteja! ¡Se ha
tragado la fuente de un solo bo cado! ¡Gracias a Alah que no me creó arroz con leche o canela u otra cosa
semejante entre sus manos!" Y añadió: "¡Dejémosle comer a su gusto, pues ya veo que se le dibuja en la
frente la imagen del desollado y ahorcado que ha de ser!".
Y se puso más lejos del alcance de la mano del kurdo, gritándole: "¡Así se te pare la digestión y te
ahogue, espantoso abismo!'' Pero el kurdo, sin hacer caso de lo que decían a su alrededor, metió otra vez
los dedos, gordos como estacas, en la masa tierna, que entreabrió con un crujido sordo, y los sacó con
una bola como una calabaza en las puntas, y le estaba dando vueltas en la palma antes de tragarla cuando
Zumurrud dijo a los guardias: "¡Traed me pronto al del arroz, antes de que se trague el bocado!". Y los
guar dias saltaron sobre el kurdo, que no los veía por tener la mitad del cuerpo encorvado encima de la
fuente. Y le derribaron con agilidad, le ataron las manos a la espalda y le llevaron a presencia del rey,
mien tras decían los circunstantes: "El se empeñó en perderse. ¡Ya le había mos aconsejado que se
abstuviera de tocar a ese nefasto arroz con leche!"
Cuando le tuvo delante, Zumurrud, le preguntó: "¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu oficio? ¿Y qué causa
te ha impulsado a venir a esta ciudad?" El otro contestó: "Me llamo Othman, y soy jardinero. Respecto al
motivo de mi venida, busco un jardín en donde trabajar para comer".Zumurrud exclamó: "¡Que me traigan
la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y cuando tuvo ambos objetos, trazó caracteres y figuras con la
pluma en la arena extendida, reflexionó y calculó una hora, después levantó la cabeza y dijo: "¡Desdicha
sobre ti, miserable embustero! ¡Mis cálculos sobre la mesa de arena me enteran que en realidad te llamas
Djiwán el kurdo, y que tu oficio es el de bando lero, ladrón y asesino! ¡Ah cerdo, hijo de perro y de mil
zorras! ¡Con fiesa enseguida la verdad o lo harás a golpes!"
Al oír estas palabras del rey -del cual no podía sospechar que fuese la joven robada poco antes por
él-, palideció, le temblaron las mandíbulas y los labios se le contrajeron, dejando al descubierto unos
dientes que parecían de lobo o de otra alimaña silvestre. Después in tentó salvar la cabeza declarando la
verdad, y dijo: "¡Cierto es cuanto dices, oh rey! ¡Pero me arrepiento ante ti ahora mismo, y en adelante
seguiré el buen camino!" Mas Zumurrud le dijo: "¡Me es imposible dejar vivir en el camino de los
musulmanes a una fiera dañina!"
Des pués ordenó: "¡Que se lo lleven y le desuellen vivo y le rellenen de paja para clavarle a la puerta
del pabellón, y sufra su cadáver la misma suerte que el cristiano!"
Cuando el comedor de haschich vio que los guardias se llevaban a aquel hombre, se levantó y se
volvió de espaldas a la fuente de arroz, y dijo: "¡Oh arroz con leche, salpicado con azúcar y canela, te
vuelvo la espalda, porque no te juzgo, malhadado manjar, digno de mis mi radas, ni casi de mi trasero! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 327ª noche
Ella dijo:
"...porque no te juzgo malhadado manjar, digno de mis miradas, ni casi de mi trasero! ¡Te escupo
encima y abomino de ti!"
Y nada más por lo que a él respecta.
Veamos en cuanto al tercer festín. Como en las dos circunstancias anteriores, los pregoneros vocearon
el mismo anuncio, y se hicieron iguales preparativos; y el pueblo se congregó en el pabellón, los guar dias
se colocaron ordenadamente, y el rey se sentó en el trono. Y todo el mundo se puso a comer, a beber y a
regocijarse, y la multitud se amontonaba por todas partes, menos delante de la fuente de arroz con leche,
que permanecía intacta en medio del salón, mientras todos los comensales le volvían la espalda. Y de
pronto entró un hombre de barbas blancas, se dirigió hacia aquel lado y se sentó para comer, a fin de que
no lo ahorcaran. Y Zumurrud le miró, y vio que era el viejo Rachideddín, el miserable cristiano que la
había hecho raptar por su hermano Barssum.
Efectivamente; como Rachideddín vió que pasaba un mes sin que volviera su hermano, al cual había
enviado en busca de la joven des aparecida, resolvió partir en persona para tratar de dar con ella y el
Destino le llevó a aquella ciudad hasta aquel pabellón, delante de la fuente de arroz con leche.
Al reconocer al maldito cristiano, Zumurrud dijo para sí: "¡ Por Alah! ¡Este arroz con leche es un
manjar bendito, pues me hace encontrar a todos los seres maléficos! Tengo que mandarlo pregonar algún
día por toda la ciudad como manjar obligatorio para todos los ciudadanos. ¡Y mandaré ahorcar a quienes
no les guste!.
Entretanto ,voy a emprenderla con ese viejo criminal!" Y dijo a los guardias: "¡Traedme al del arroz!"
Y los guardias, acostumbrados ya, vieron al hombre, en seguida se precipitaron sobre él y le arrastraron
por las barbas a presencia del rey, que le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y por qué
has venido aquí?" El contestó: "¡Oh rey afortunado, me llamo Rustem, pero no tengo más profesión que la
de pobre, la de derviche!" Zumurrud gritó: "¡Tráiganme la arena y la pluma!" Y se las llevaron. Y
después de haber extendido ella la arena y haber trazado figuras y caracteres, estuvo reflexionando una
hora, al cabo de la cual levantó la cabeza y dijo: "¡Mientes delante del rey, maldito! ¡Te llamas
Rachideddín, y tu profesión consiste en mandar raptar traidoramente a las mujeres de los musulmanes
para encerrarlas en tu casa; en apariencia profesas la fe del Islam, pero en el fondo del corazón eres un
miserable cristiano corrompido por los vicios! ¡Con fiesa la verdad, o tu cabeza saltará ahora mismo a tus
pies!" Y el mi serable, aterrado, creyó salvar la cabeza confesando sus crímenes y actos vergonzosos.
Entonces Zumurrud dijo a los guardias: "¡Echadle al suelo y dadle mil palos en cada planta de los pies!"
Y así se hizo inmediatamente. Entonces dijo Zumurrud: "¡Ahora lleváoslo, desolladle, rellenadle con
hierba podrida y clavadle con los otros dos a la entrada del pabellón. ¡Y sufra su cadáver la misma suerte
que la de los otros dos pe rros!" Y en el acto se ejecutó todo.
Después, todo el mundo reanudó la comida, haciéndose lenguas de la sabiduría y ciencia adivinatoria
del rey y ponderando su justicia y equidad.
Terminado el festín, el pueblo se fue y la reina Zumurrud volvió a palacio. Pero no era feliz en su
intimidad, y decía para sí: "¡Gracias a Alah, que me ha apaciguado el corazón ayudándome a vengarme
de quienes me hicieron daño! ¡Pero todo ello no me devuelve a mi amado Alischar! ¡Sin embargo, el
Altísimo es al mismo tiempo el Todopode roso, y puede hacer cuanto quiera en beneficio de quienes le
adoran y lo reconocen como único Dios!" Y conmovida al recordar a su amado, derramó abundantes
lágrimas toda la noche, y después se encerró con su dolor hasta principios del mes siguiente.
Entonces el pueblo se reunió otra vez para el banquete acostum brado, y el rey y los dignatarios
tomaron asiento, como solían, bajo la cúpula. Y había empezado ya el banquete, y Zumurrud había
perdido la esperanza de volver a ver a su amado, y rezaba interiormente esta oración: "¡Oh tú que
devolviste a lussuf a su anciano padre Jacob, que curaste las llagas incurables del santo Ayub, abrígame
en tu bon dad, que vuelva a ver también a mi amado Alischar! ¡Eres el Omni potente, oh señor del
universo! ¡Tú que llevas al buen camino a quienes se descarrían, tú que escuchas todas las voces, y
atiendes a todos los votos, y haces que el día suceda a la noche, devuélveme a tu esclavo Alischar!"
Apenas formuló interiormente aquella invocación, entró un joven por la puerta del meidán, y su
cintura flexible se plegaba como se ba lancea la rama del sauce a impulso de la brisa. Era hermoso cual la
luz es hermosa, pero parecía delicado y algo fatigado y pálido. Buscó por doquiera un sitio para sentarse
y no encontró libre más que el cercano a la fuente del consabido arroz con leche. Y allí se sentó, y le
seguían las miradas espantadas de quienes le creían perdido, y ya lo veían desollado y ahorcado.
Y a la primera mirada conoció Zumurrud a Alischar. Y el corazón le empezó a palpitar
apresuradamente y le faltó poco para exhalar un grito de júbilo. Pero logró vencer aquel movimiento
irreflexivo para no traicionarse a sí misma delante del pueblo. Sin embargo, era presa de intensa
emoción, y las entrañas se le agitaban y el corazón le latía cada vez con más fuerza.
Y quiso tranquilizarse por completo antes de llamar a Alischar.
He aquí lo ocurrido a éste. Cuando se despertó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 328ª noche
Ella dijo:
...Cuando se despertó ya era de día, y los mercaderes empezaban a abrir el zoco. Asombrado
Alischar al verse tendido en aquella calle, se llevó la mano a la frente, y vio que había desaparecido el
turbante, lo mismo que el albornoz. Entonces empezó a comprender la realidad, y corrió muy alborotado
a contar su desventura a la buena vieja, a quien rogó que fuera a averiguar noticias. Ella consintió de
grado y salió para volver al cabo de una hora con la cara y la cabellera trastor nada, a enterarle de la
desaparición de Zumurrud y decirle: "Creo, hijo mío, que ya puedes renunciar a volver a ver a tu amada.
¡En las calamidades, no hay fuerza ni recurso más que en Alah Omnipotente! ¡Todo lo que te ocurre es
por culpa tuya!"
Al oír esto, Alischar vio que la luz se convertía en tinieblas en sus ojos, y desesperó de la vida y
deseó morir, y se echó a llorar y sollozar en brazos de la buena vieja, hasta que se desmayó. Después, a
fuerza de cuidados, recobró el sentido; pero fue para meterse en la cama, presa de una grave enfermedad
que le hizo padecer insomnios, y sin duda le habría llevado directamente a la tumba, si la buena anciana
no le hu biera querido, cuidado y alentado. Muy enfermo estuvo un año entero, sin que la vieja le dejara
un momento; le daba las medicinas y le cocía el alimento, y le hacía respirar los perfumes vivificadores.
Y en un estado de debilidad extrema, se dejaba cuidar, y recitaba versos muy tristes sobre la separación,
como estos entre otros mil:
¡Acumúlanse las zozobras, se aparta el amor, corren las lágrimas y el corazón arde!
¡El peso del dolor cae sobre una espalda que no puede soportarlo, sobre un corazón
extenuado por el deseo de amar, por la pasión sin rumbo y por las continuadas vigilias!
¡Señor! ¿queda algún medio de ayudarme? ¡Apresúrate a soco rrerme, antes de que el
último aliento de vida se exhale de un cuerpo agotado!
En tal estado permaneció Alischar sin esperanza de restablecerse, lo mismo que sin esperanza de
volver a ver a Zumurrud, y la buena vieja no sabía cómo sacarle de aquel letargo, hasta que un día le
dijo: "¡Hijo mío, el modo de volver a encontrar a tu amiga no es seguir lamentándote sin salir de casa! Si
quieres hacerme caso, levántate y repón tus fuerzas, y sal a buscarla por las ciudades y comarcas. ¡Nadie
sabe por qué camino puede venir la salvación! ' Y no dejó de alentarle de tal manera ni de darle
esperanza, hasta que le obligó a levantarse y a entrar en el hammam, en el cual ella misma le bañó, y le
hizo tomar sorbetes y comerse un pollo. Y le estuvo cuidando de la misma manera un mes, hasta que le
dejó en situación de poder viajar. Entonces Alis char se despidió de la anciana y se puso en camino para
buscar a Zumurrud.
Y así fue como acabó por llegar a la ciudad en donde Zu murrud era rey, y por entrar en el pabellón
del festín, y sentarse de lante de la fuente de arroz con leche salpicado de azúcar y canela.
Como tenía mucha hambre, se levantó las mangas hasta los codos, dijo la fórmula "Bismilah", y se
dispuso a comer. Entonces, sus veci nos, compadecidos al ver el peligro a que se exponía, le advirtieron
que seguramente le ocurriría alguna desgracia si tenía la mala suerte de tocar aquel manjar. Y como se
empeñaba en ello, el comedor de has chich le dijo: "¡Mira que te desollarán y ahorcarán!"
Y Alischar con testó: "¡Bendita sea la muerte que me libre de una vida llena de in fortunios! ¡Pero
antes probaré este arroz con leche!" Y alargó la mano y empezó a comer con gran apetito.
Eso fue todo.
Y Zumurrud, que lo observaba muy conmovida. dijo para sí: "¡Quiero empezar por dejarlo saciar el
hambre antes de llamarle!" Y cuando vió que había acabado de comer y que había pronunciado la fórmula
¡Gracias a Alah!", dijo a los guardias: "Id a buscar afablemente a ese joven que está sentado delante de la
fuente de arroz con leche, y rogadle con muy buenos modales que venga a hablar conmigo, diciéndole:
"¡El rey te llama para hacerte una pre gunta y una respuesta, nada más!"
Y los guardias fueron y se inclina ron ante Alischar, y le dijeron: "¡Señor, nuestro rey te llama para
hacerte una pregunta y una respuesta, nada más!" Alischar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó
y les acompañó junto al rey.
En tanto, la gente del pueblo hacía entre sí mil conjeturas. Unos decían: "¡Qué desgracia para su
juventud! ¡Dios sabe lo que le ocurri rá!" Pero otros contestaban: "Si fueran a hacerle algo malo, el rey no
le habría dejado comer hasta hartarse. ¡Le hubiera mandado prender al primer bocado!" Y otros decían:
"¡Los guardias no le llevaron arras trándole por los pies ni por la ropa! ¡Le acompañaron siguiéndole res -
petuosamente a distancia!"
Entretanto, Alischar se presentaba delante del rey. Allí se inclinó y besó la tierra entre las manos del
rey, que le preguntó con voz tem blorosa y muy dulce: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso joven!? ¿Cuál es tu
oficio? ¿Y qué motivo te ha obligado a dejar tu país por estas comarcas lejanas?"
El contestó: "¡Oh rey afortunado! me llamo Alis char, hijo de Gloria, y soy vástago de un
mercader en el país de Kho rasán. Mi profesión era la de mi padre; pero hace tiempo que las
calamidades me hicieron renunciar a ella. En cuanto al motivo de mi venida a este país...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 329ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto al motivo de mi venida a este país ha sido la bus ca de una persona amada a quien he
perdido, y a quien quería más que a mi vida, a mis oídos y a mi alma. ¡Y tal es mi lamentable his toria!" Y
Alischar, al terminar estas palabras, prorrumpió en llanto, y se puso tan malo, que se desmayó.
Entonces, Zumurrud, en el límite del enternecimiento, mandó a sus dos eunucos que le rociaran la cara
con agua de rosas. Y los dos escla vos ejecutaron enseguida la orden, y Alischar volvió en sí al oler el
agua de rosas. Entonces Zumurrud dijo: "¡Ahora, que me traigan la mesa de arena y la pluma de cobre!" Y
cogió la mesa y la pluma, y después de haber trazado renglones y caracteres, reflexionó durante una hora,
y dijo con dulzura, pero de modo que todo el pueblo oyera: "¡Oh, Alischar, hijo de Gloria! la arena
adivinatoria confirma tus pa labras. Dices la verdad. Por eso puedo predecirte que Alah te hará en contrar
pronto a tu amada! ¡Apacígüese tu alma y refrésquese tu co razón!" Después levantó la sesión y mandó a
los esclavos que con dujeran a Alischar al hammam, y después del baño le pusieron un traje del armario
regio, y montándole en un caballo de las caballerizas rea les se lo volvieran a presentar al anochecer. Y
los dos eunucos con testaron oyendo y obedeciendo, y se apresuraron a ejecutar las órde nes del rey.
En cuanto a la gente del pueblo, que había presenciado toda aque lla escena y oído las órdenes dadas,
se preguntaban unos a otros: "¿Qué oculta causa habrá movido al rey a tratar a ese hermoso joven con
tanta consideración y dulzura?" Y otros contestaron: "¡Por Alah! El motivo está bien claro: ¡el muchacho
es muy hermoso!" Y otros dije ron: "Hemos previsto lo que iba a pasar sólo con ver al rey dejarle sa ciar
el hambre en aquella fuente de arroz con leche, ¡Ualah! ¡Nunca habíamos oído decir que el arroz con
leche pudiera producir semejantes prodigios!"
Y se marcharon, diciendo cada cual lo que le parecía o insinuando una frase picaresca.
Volviendo a Zumurrud, aguardó con una impaciencia indecible que llegase la noche para poder al fin
aislarse con el amado de su corazón. De modo que apenas desapareció el sol y los almuédanos llamaron
a los creyentes a la oración, Zumurrud se desnudó y se tendió en la cama, sin más ropa que su camisa de
seda. Y bajó las cortinas para quedar a oscuras, y mandó a los dos eunucos que hicieran entrar a
Alischar, el cual aguardaba en el vestíbulo.
Por lo que respecta a los chambelanes y dignatarios de palacio, ya no dudaron de las intenciones del
rey al verle tratar de aquel modo desacostumbrado al hermoso Alischar. Y se dijeron: "Bien claro está
que el rey se prendó de ese joven. ¡Y seguramente, después de pasar la noche con él, mañana le nombrará
chambelán o general del ejército!"
Eso en cuanto a ellos.
He aquí, por lo que se refiere a Alischar. Cuando estuvo en pre sencia del rey, besó la tierra entre sus
manos, ofreciéndole sus home najes y votos, y aguardó que le interrogaran. Entonces Zumurrud dijo para
sí: "No puedo revelarle de pronto quién soy, pues si me cono ciera de improviso, se moriría de emoción".
Por consiguiente, se vol vió hacia él, y le dijo: "¡Oh gentil joven! ¡Ven más cerca de mí! Dime: ¿has
estado en el hammam?" El contestó: "¡Sí, oh señor mío!" Ella preguntó: "¿Te has lavado, y refrescado, y
perfumado por todas partes?"
El contestó: "¡Sí, oh señor mío!"
Ella preguntó: "¡Seguramente el baño te habrá excitado el apetito, oh Alischar! Al alcance de tu mano,
en ese taburete, hay una bandeja llena de pollos y pasteles. ¡Empieza por aplacar el hambre!" Entonces
Alischar respondió oyen do y obedeciendo, y comió lo que le hacía falta, y se puso contento. Y Zumurrud
le dijo: "¡Ahora debes de tener sed! Ahí en otro segundo taburete, está la bandeja de las bebidas. Bebe
cuanto desees y luego acércate a mí".
Y Alischar bebió una taza de cada frasco, y muy tímidamente se acercó a la cama del rey.
Entonces el rey le cogió de la mano, y le dijo: "¡Me gustas mucho, oh joven! ¡Tienes la cara muy
linda, y a mí me gustan las caras her mosas! Agáchate y empieza por darme masaje en los pies".
Al cabo de un rato, el rey le dijo: "¡Ahora dame masaje en las piernas y en los muslos!". Y Alischar,
hijo de Gloria, empezó a dar masajes en las piernas y en los muslos del rey. Y se asombró y maravilló a
la vez de encontrarlas suaves y flexibles, y blancas hasta el extremo. Y decía para sí: "¡Ualah! ¡Los
muslos de los reyes son muy blancos! iY además no tienen pelos!"
En este momento Zumurrud le dijo: "¡Oh lindo joven de manos tan expertas para el masaje, prolonga
los movimientos hasta el ombli go, pasando por el centro!" Pero Alischar se paró de pronto en su ma saje,
y muy intimidado, dijo: "Dispénsame, señor, pero no sé hacer masaje del cuerpo más que hasta los
muslos. Ya he hecho cuanto sabía...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 330ª noche
Ella dijo:
"...más que hasta los muslos. Ya he hecho cuanto sabía".
Al oír estas palabras, Zumurrud exclamó con acento muy duro: "¡Cómo! ¿Te atreves a
desobedecerme? ¡Por Alah! ¡Como vaciles otra vez, la noche será bien nefasta para tu cabeza!
¡Apresúrate, pues, a inclinarte y a satisfacer mi deseo! ¡Y yo, en cambio, te convertiré en mi amante
titular, y te nombraré emir entre los emires, y jefe del ejér cito entre mis jefes de ejército!" Alischar
preguntó: "No comprendo exactamente lo qué quieres ¡oh rey! ¿Qué he de hacer para obedecer te?"
Ella contestó: "¡Desátate el calzón y tiéndete boca abajo!" Alis char exclamó: "¡Se trata de una cosa
que no he hecho en mi vida, y si me quieres obligar a cometerla, te pediré cuenta de ello el día de la
Resurrección!”. ¡Por lo tanto, déjame salir de aquí y marcharme a mi tierra!"
Pero Zumurrud replicó con tono más furioso: "¡Te ordeno que te quites el calzón y te tiendas boca
abajo, si no, inmediatamente man daré que te corten la cabeza! ¡Ven enseguida, oh joven! y acuéstate
conmigo! ¡No te arrepentirás de ello!"
Entonces, desesperado Alischar, no tuvo más remedio que obede cer.
Y se desató el calzón y se echó boca abajo. Enseguida Zumurrud le cogió entre sus brazos, y
subiéndose encima de él, se tendió a lo largo sobre la espalda de Alischar.
Cuando Alischar sintió que el rey le pesaba con aquella impetuosidad sobre su espalda, dijo para sí:
"¡Va a estropearme sin remedio!" Pero pronto notó encima de él ligeramente algo suave que le acariciaba
como seda o terciopelo, algo a la vez tierno y redondo, blando y firme al tacto a la vez, y dijo para sí:
"¡Ualah! Este rey tiene una piel prefe rible a la de todas las mujeres".
Y aguardó el momento temible. Pero al cabo de una hora de estar en aquella postura sin sentir nada
espan toso ni perforador, vio que el rey se separaba de pronto de él y se echa ba de espaldas a su lado.
Y pensó: "¡Bendito y glorificado sea Alah, que no ha permitido que el zib se enarbolase! ¡Qué habría
sido de mí en otro caso!"
Y empezaba a respirar más a gusto, cuando el rey le dijo: "¡Sabe, oh Alischar! que mi zib no
acostumbra a encabritarse como no lo acaricien con los dedos! ¡Por lo tanto, tienes que acari ciarlo, o
eres hombre muerto! ¡Vamos, venga la mano!"
Y tendida de espaldas, Zumurrud le cogió la mano a Alischar, hijo de Gloria, y se la colocó
suavemente sobre la redondez de su historia.
Y Alischar, al tocar aquello notó una exuberancia alta como un trono, y gruesa como un pichón, y más
caliente que la garganta de un palomo, y más abrasa dora que un corazón quemado por la pasión; y aquella
exuberancia era lisa y blanca, y suave y amplia.
Y de pronto sintió que al contacto de sus dedos se encabritaba aquello como un mulo pinchado en los
hocicos, o como un asno aguijado en mitad del lomo.
Al comprobarlo, Alischar dijo para sí en el límite del asombro: "¡Este rey tiene hendidura! ¡Es la
cosa más prodigiosa de todos los prodigios!"
Y alentado por este hallazgo, que le quitaba los últimos escrúpulos, empezó a notar que el zib se le
sublevaba hasta el extremo límite de la erección.
¡Y Zumurrud no aguardaba más que aquel momento! Y de pron to se echó a reír de tal modo, que se
habría caído de espaldas si no estuviera ya echada. Después le dijo a Alischar: "¿Cómo es que no
conoces a tu servidora? ¡oh mi dueño amado!"
Pero Alischar todavía no lo entendía, y preguntó: "¿Qué servidora ni qué dueño ¡oh rey del tiempo!?"
Ella contestó: "¡Oh, Alischar, soy Zumurrud tu esclava! ¿No me conoces en todas estas señas?"
Al oír tales palabras, Alischar miró más atentamente al rey, y conoció a su amada Zumurrud. Y la
cogió en brazos y la besó con los mayores transportes de alegría.
Y Zumurrud le preguntó: "¿Opondrás todavía resistencia?"
Y Alischar, por toda respuesta, se echó encima de ella como el león sobre la oveja, y reconociendo el
camino; metió el palo del pastor en el saco de provisisones, y echó adelante sin impor tarle lo estrecho
del sendero. Y llegado al término del camino, perma neció largo tiempo tieso y rígido, como portero de
aquella puerta e imán de aquel mirab.
Y ella, por su parte, no se separaba ni un dedo de él, y con él se alzaba, y se arrodillaba, y rodaba, y
se erguía, y ja deaba, siguiendo el movimiento.
Y al amor respondía el amor, y a un arrebato un segundo arrebato, y diversas caricias y distintos
juegos.
Y se contestaban con tales suspiros y gritos, que los dos pequeños eu nucos, atraídos por el ruido,
levantaron el tapiz para ver si el rey ne cesitaba sus servicios.
Y ante sus ojos espantados apareció el espectáculo de su rey tendido de espaldas, con el joven
cubriéndole íntimamente, en diversas posturas, contestando a ronquidos con ronquidos, a los asaltos con
lanzazos, a las incrustaciones con golpes de cincel, y a los movi mientos con sacudidas.
Al ver aquello, los dos eunucos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 331ª noche
Ella dijo:
...Al ver aquello, los dos eunucos se apresuraron a alejarse si lenciosamente, diciendo: "¡La verdad es
que esta manera de obrar del rey no es propia de un hombre, sino de una mujer delirante!"
Por la mañana, Zumurrud se puso su traje regio, y mandó reunir en el patio principal de palacio a sus
visires, chambelanes, consejeros, emires, jefes de ejército y personajes notables de la ciudad, y les dijo:
"Os permito a vosotros todos, mis súbditos fieles, que vayáis hoy mismo a la carretera en que me habéis
encontrado y busquéis a alguien a quien nombrar rey en mi lugar. ¡Pues he resuelto abdicar la realeza e
irme a vivir al país de ese joven, al cual he elegido por amigo para toda la vida, pues quiero consagrarle
todas mis horas, como le he consagra do mi afecto! ¡Uasalam!"
A estas palabras, los circunstantes contestaron oyendo y obede ciendo, y los esclavos se apresuraron
rivalizando en celo, a hacer los preparativos de marcha, y llenaron para el camino cajones y cajones de
provisiones, de riquezas, de alhajas, de ropas, de cosas suntuosas, de oro y de plata, y las cargaron en
mulos y camellos. Y en cuanto estuvo todo dispuesto, Zumurrud y Alischar subieron a un palanquín de
ter ciopelo y brocado colocado en un dromedario, y sin más séquito que los dos eunucos volvieron a
Khorasán, la ciudad en que se encontra ban su casa y sus parientes. Y llegaron con toda felicidad. Y
Alischar, hijo de Gloria, no dejó de repartir grandes limosnas a los pobres, las viudas y los huérfanos, ni
de entregar regalos extraordinarios a sus amigos, conocidos y vecinos. Y ambos vivieron muchos años,
con mu chos hijos que les otorgó el Donador. ¡Y llegaron al límite de las ale grías y felicidades, hasta que
los visitó la Destructora de placeres y la Separadora de los amantes! ¡Gloria a Aquel que permanece en
su eter nidad! ¡Y bendito sea Alah en todas ocasiones!
Pero -prosiguió Schehrazada dirigiéndose al rey Schahriar- no creas ni un momento que esta historia
sea más deliciosa que la Historia de las seis jóvenes de distintos colores. ¡Y si sus versos no son mucho
más admirables que los que ya has oído, mándame cortar la cabeza sin demora!
Y dijo Schehrazada:
Historia de las seis jóvenes de distintos colores
Cuentan que un día entre los días el Emir de los Creyentes El- Mamún tomó asiento en el trono que
había en la sala de su palacio, e hizo que se congregaran entre sus manos, además de sus visires, a sus
emires y a los principales jefes de su imperio, a todos los poetas y a cuantas gentes de ingenio delicioso
se contaban entre sus íntimos. Por cierto que el más íntimo entre los más íntimos reunidos allí era Mo -
hammad El Bassri. Y el califa El-Mamún se encaró con él y le dijo: "¡Oh, Mohammad, tengo deseos de
oírte contar alguna historia nunca oída!" El aludido contestó: "¡Fácil es complacerte, oh Emir de los
Creyentes! Pero ¿quieres de mí una historia oída con mis orejas, o prefieres el relato de un hecho que yo
presenciara y observara con mis ojos?" Y dijo El-Mamún: "¡Me da lo mismo, oh Mohammad! ¡Pero
quiero que sea de lo más maravilloso!" Entonces dijo Mohammad El -Bassri
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que en estos últimos tiempos conocí a un hombre de fortuna
considerable, nacido en el Yamán, que dejó su país para venir a habitar en Bagdad, nuestra ciudad, con
ob jeto de llevar en ella una vida agradable y tranquila. Se llamaba Alí El-Yamaní. Y como al cabo de
cierto tiempo encontró las costumbres de Bagdad absolutamente de su gusto,hizo venir del Yamán todos
sus efectos, así como su harem, compuesto de seis jóvenes esclavas, hermo sas cual otras tantas lunas.
La primera de estas jóvenes era blanca, la segunda morena, la tercera gruesa, la cuarta delgada, la
quinta rubia y la sexta negra. Y en verdad que las seis alcanzaban el límite de las perfecciones, avalo -
rando su espíritu con el conocimiento de las bellas letras y sobresa liendo en el arte de la danza y de los
instrumentos armónicos.
La joven blanca se llamaba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 332ª noche
Ella dijo:
La joven blanca se llamaba Cara-de-Luna; la morena se llamaba Llama-de-Hoguera; la gruesa, Luna-
Llena; la delgada, Hurí-del-Paraíso; la rubia, Sol-del-Día; la negra, Pupila-del-Ojo.
Un día feliz, Alí El-Yamaní, con la quietud disfrutada por él en la deleitosa Bagdad, y sintiéndose en
una disposición de espíritu mejor aún que de ordinario, invitó a sus seis esclavas a un tiempo a ir a la
sala de reunión para acompañarle, y a pasar el rato bebiendo, depar tiendo y cantando con él. Y las seis se
le presentaron enseguida, y con toda clase de juegos y diversiones se deleitaron juntos infinitamente.
Cuando la alegría más completa reinó entre ellos, Alí El-Yamaní cogió una copa, la llenó de vino, y
volviéndose hacia Cara-de-Luna, le dijo: "¡Oh blanca y amable esclava! ¡Oh Cara-de-Luna! ¡Déjanos oír
algunos acordes delicados de tu voz encantadora!" Y la esclava blanca, Cara-de-Luna, cogió un laúd,
templó sus sonidos y ejecutó al gunos preludios en sordina que hicieron bailar a las piedras y levan tarse
los brazos. Y después se acompañó el canto con estos versos que hubo de improvisar:
Esté lejos o cerca, el amigo que tengo ha impreso para siempre su imagen en mis ojos, y
para siempre ha grabado su nombre en mis miembros fieles!
¡Para acariciar su recuerdo, me convierto, por completo en un corazón, y para
contemplarle, me convierto completamente en un ojo!
El censor que me reconviene de continuo me ha dicho: "¿Olvidarás por fin ese amor
inflamado?" Y yo le digo: "¡Oh censor severo, déjame y vete! ¿No ves que te alucinas
pidiéndome lo imposible?"
Al oír estos versos, el dueño de Cara-de-Luna se conmovió de gusto, y después de haber mojado los
labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él por segunda vez, y con ella en la
mano se volvió hacia la esclava morena, y le dijo: "¡Oh Llama-de- Hoguera, remedio de las almas!
¡Procura, sin besarme, hacerme oír los acentos de tu voz, cantando los versos que te plazcan!" Y Llama -
de-Hoguera cogió el laúd y lo templó en otro tono; y preludió con unos tañidos que hacían bailar a las
piedras y a los corazones y enseguida cantó:
¡Lo juro por esa cara querida! ¡Te quiero, y a nadie más que a ti querré hasta morir! ¡Y
nunca haré traición a tu amor!
¡Oh rostro brillante que la belleza envuelve con sus velos, a los más bellos seres enseñas lo
que puede ser una cosa bella!
¡Con tu gentileza has conquistado todos los corazones, pues eres la obra pura salida de
manos del Creador!
Al oír estos versos, el dueño de Llama-de-Hoguera se conmovió de gusto, y después de haber mojado
los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. La llenó él entonces otra vez, y con ella en
la mano se volvió hacia la esclava gruesa, y le dijo: "¡Oh Luna-Lle na, pesada en la superficie, pero de
sangre tan simpática y ligera! ¿Quieres cantarnos una canción de hermosos versos claros como tu carne?"
Y la joven gruesa cogió el laúd y lo templó, y preludió de tal modo, que hacía vibrar las almas y las
duras rocas, y tras de al gunos gratos murmullos, cantó con voz pura:
¡Si yo pudiera lograr agradarte, objeto de mi deseo, desafiaría a todo el universo y a su
ira, sin aspirar a otro premio que tu sonrisa!
¡Si hacia mi alma que suspira avanzaras con tu altivo paso cim breante, todos los reyes de
la tierra desaparecerían sin que yo me en terase!
¡Si aceptaras mi humilde amor, mi dicha sería pasar a tus pies toda mi vida, oh tú hacia
quien convergen los atributos y adornos de la belleza!
Al oír estos versos, el dueño de la gruesa Luna-Llena se conmo vió de gusto, y después de haber
mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Entonces la llenó él otra vez, y con
ella en la mano se volvió hacia la esclava delgada, y le dijo: "¡Oh es belta Hurí-del-Paraíso! ¡Ahora te
toca a ti proporcionarnos el éxtasis con hermosos cantos!" Y la esbelta joven se inclinó hacia el laúd,
como una madre hacia su hijo, y cantó los siguientes versos:
¡Extremado es mi ardor por ti, y lo iguala tu indiferencia! ¿dónde rige la ley que aconseja
sentimientos tan opuestos?
¿En casos de amor, hay un Juez supremo para recurrir a él? ¡De jaría a ambas partes
iguales, dando el exceso de mi ardor al amado, y dándome a mí el exceso de su indiferencia!
Al oír estos versos, el dueño de la delgada y esbelta Hurí-del-Pa raíso se conmovió de gusto, y
después de haber mojado los labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Después de lo
cual la llenó él otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente.
Y cuando llegó la 333ª noche
Ella dijo:
...se volvió hacia la esclava rubia, y le dijo: "¡Oh Sol-del-Día, cuerpo de ámbar y oro! ¿quieres
bordarnos más versos sobre un de licado motivo de amor?" Y la rubia joven inclinó su cabeza de oro
hacia el sonoro instrumento, cerró a medias sus ojos claros como la aurora, preludió con algunos acordes
melodiosos, que hicieron vibrar sin esfuerzo las almas y los cuerpos por dentro como por fuera, y tras de
haber iniciado los transportes con un principio no muy fuerte, dio a su voz, tesoro de los tesoros, su
mayor arranque y cantó:
¡Cuando me presento ante él, el amigo que tengo
Me contempla y asesta a mi corazón
La cortante espada de sus miradas
Y yo le digo a mi pobre corazón atravesado:
¿Por qué no quieres curar tus heridas?
¿Por qué no te guardas de él?
¡Pero mi corazón no me contesta, y cede siempre a la inclinación que le arrastra hacia
debajo de los pies del amado!
Al oír estos versos, el dueño de la esclava rubia Sol-del-Día se conmovió de gusto, y después de
haber mojado sus labios en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió. Tras de lo cual la llenó él
otra vez, y con ella en la mano se volvió hacia la esclava negra, y le dijo: "¡Oh Pupila-del-Ojo, tan negra
en la superficie y tan blanca por den tro! ¡tú, cuyo cuerpo lleva el color de luto y cuyo rostro cordial causa
la dicha de nuestros umbrales, di algunos versos que sean maravillas tan rojas como el sol!"
Entonces la negra Pupila-del-Ojo cogió el laúd y tocó variantes de veinte maneras diferentes.
Después de lo cual volvió a la primera música y entonó esta canción que cantaba a menudo, y que había
com puesto al modo impar:
¡Ojos míos, dejad correr abundantemente las lágrimas, pues ha sido asesinado mi corazón
por el fuego de mi amor!
¡Todo este fuego que me abrasa, toda esta pasión que me consume, se los debo al amigo
cruel que me hace languidecer, al cruel que cons tituye la alegría de mis rivales!
¡Mis censores me reconvienen y me animan a renunciar a las rosas de sus mejillas floridas!
Pero ¿qué voy a hacer si tengo el corazón sensible a las flores y a las rosas?
¡Ahora, he aquí la copa de vino que circula allá lejos!
¡Y los sonidos de la guitarra invitan al placer a nuestras simas, y a la voluptuosidad a
nuestros cuerpos!...
Pero a mí no me gusta más que su aliento!
¡Mis mejillas ¡ay de mí! están marchitas por el fuego de mis de seos! Pero ¡qué me importa!
¡He aquí las rosas del paraíso: sus mejillas!
¡Qué me importa, puesto que le adoro! ¡A no ser que mi crimen resulte demasiado grande
por querer a la criatura!
Al oír estos versos, el dueño de Pupila-del-Ojo se conmovió de gus to, y después de mojar los labios
en la copa, se la ofreció a la joven, que se la bebió.
Tras de lo cual, las seis se levantaron a un tiempo, y besaron la tierra entre las manos de su amo, y le
rogaron que les dijera cuál le había encantado más y qué voz y versos le habían sido más gratos. Y Alí
El-Yamaní se vio en el límite de la perplejidad, y estuvo contem plándolas mucho rato, admirando sus
hechizos y sus méritos con miradas indecisas, y pensaba en su interior que sus formas y colores eran
igual mente admirables.
Y acabó por decidirse a hablar, y dijo:
"¡Loor a Alah, el Distribuidor de gracias y belleza, que me ha dado en vosotras seis mujeres
maravillosas, dotadas de todas las perfeccio nes! Pues bien; declaro que os prefiero a todas por igual, y
que no puedo faltar a mi conciencia otorgando a una de vosotras la suprema cía! ¡Venid, pues, corderas
mías, a besarme todas a un tiempo!"
Al oír estas palabras de su amo, las seis jóvenes se echaron en sus brazos, y durante una hora le
hicieron mil caricias, a las que corres pondió él.
Y luego las formó en corro ante sí, y les dijo: "¡No he querido cometer la injusticia de determinar mi
elección de una de vosotras, con cediéndole la preferencia entre sus compañeras. Pero lo que no he hecho
yo, podéis hacerlo vosotras. Todas estáis versadas igualmente en la lectura del Korán y en la literatura;
habéis leído los anales de los anti guos y la historia de nuestros padres musulmanes; por último, estáis
dotadas de elocuencia y dicción maravillosas. Quiero, pues, que cada cual se prodigue las alabanzas que
crea merecer; que realce sus artes y cualidades y rebaje los hechizos de su rival. De modo que la lucha
ha de trabarse, por ejemplo, entre dos rivales de colores o formas dife rentes, entre la blanca y la negra,
la gruesa y la delgada, la rubia y la morena; pero en esa lucha no se han de usar más armas que las
máximas hermosas, las citas de sabios, la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 334ª noche
Ella dijo:
“...la autoridad de los poetas y el auxilio del Korán”. Y las seis jóvenes contestaron oyendo y
obedeciendo, y se aprestaron a la lucha encantadora.
La primera que se levantó fue la esclava Cara-de-Luna, que hizo seña a la negra Pupila-del-Ojo para
que se pusiera delante de ella, y enseguida dijo:
“!Oh, negra! En los libros de los sabios, se dice que habló así la Blancura: ¡Soy una luz
esplendorosa! ¡Soy una luna que se alza en el horizonte! ¡Mi color es claro y evidente! Mi frente brilla
con el resplandor de la plata. Y mi belleza inspiró al poeta que ha dicho:
¡La blanca de mejillas finas, suaves y pulidas, es una bellísima perla esmeradamente
guardada!
¡Es derecha como la letra aleph; la letra mim es su boca; sus cejas son dos nuns al revés y
sus miradas son flechas que dispara el arco formidable de sus cejas!
¡Pero si quieres conocer sus mejillas y su cintura, he de decirte: Sus mejillas, pétalos de
rosas, flores de arrayán y narcisos. Su cintura, una tierna rama flexible que se balancea con
gracia en el jardín, y por la cual se daría todo el jardín y sus vergeles!
"Pero prosigo, ¡oh negra!
"Mi color es el color del día; también es el color de la flor de azahar y de la estrella de la mañana.
"Sabe que Alah el Altísimo, en el Libro venerado, dijo a Musa (¡con él la plegaria y, la paz!), quien
tenía la mano cubierta de lepra: "¡Métete la mano en el bolsillo, y cuando la saques la encontrarás blanca,
o sea pura e intacta!"
"También está escrito en el Libro de nuestra fe: "¡Los que hayan sabido conservar la cara blanca, es
decir, indemne de toda mancha, serán los elegidos por la misericordia de Alah!"
"Por lo tanto, mi color es el rey de los colores, y mi belleza es mi perfección, y mi perfección es mi
belleza.
"Los trajes ricos y las hermosas preseas sientan bien siempre a mi color y hacen resaltar más mi
esplendor, que subyuga almas y corazones.
"¿No sabes que siempre es blanca la nieve que cae del cielo? "¿Ignoras que los creyentes han
preferido la muselina blanca para la tela de sus turbantes?
"¡Cuántas más cosas admirables podría decirte acerca de mi co lor! Pero no quiero extenderme más
hablando de mis méritos, pues la verdad es evidente por sí misma, como la luz que hiere la mirada. ¡Y
además, quiero empezar a criticarlo ahora mismo, ¡oh negra, color de tinta y de estiércol, limadura de
hierro, cara de cuervo, la más nefasta de las aves!
"Empieza por recordar los versos del poeta que hablan de la blanca y la negra:
¿No sabes que el valor de una perla depende de su blancura, y que un saco de carbón
apenas cuesta un dracma?
¿No sabes que las cosas blancas son de buen agüero y ostentan la señal del paraíso,
mientras las caras negras no son más que pez y al quitrán, destinados a alimentar el fuego del
infierno?
"Sabe también que según los anales de los hombres justos, el santo Nuh
[117] se durmió un día,
estando a su lado sus dos hijos Sam
[118] y Ham
[119]. Y de pronto se levantó una brisa que le
arremangó la ropa y le dejó las interioridades al descubierto. Al ver aquello, Ham se echó a reír, y como
le divertía el espectáculo -pues Nuh, segundo padre de los hom bres, era muy rico en rigideces suntuosas-,
no quiso cubrir la desnudez de su padre. Entonces Sam se levantó gravemente, y se apresuró a taparlo
todo bajando la ropa. A la sazón despertóse el venerable Nuh, y al ver reírse a Ham, le maldijo, y al ver
el aspecto serio de Sam, le bendijo.
Y al momento se le puso blanca la cara a Sam, y a Ham se le puso negra. Y desde entonces, Sam
[120] fué el tronco del cual nacieron los profetas, los pastores de los pueblos, los sabios y los reyes, y
Ham que había huído de la presencia de su padre, fue el tronco del cual nacieron los negros, los
sudaneses.
.!Y ya sabes,oh negra! que todos los sabios, y los hombres en general, sustentan la opinión de que no
puede haber un sabio en la especie negra ni en los países negros!"
Oídas estas palabras de la esclava blanca, su amo le dijo: "¡Ya puedes callar! ¡Ahora le toca a la
negra!"
Entonces, Pupila-del-Ojo, que había permanecido inmóvil, se encaró con Cara-de-Luna, y le dijo:
"¿No conoces, ¡oh blanca ignorante! el pasaje del Korán en que Alah el Altísimo juró por la noche
tenebrosa y el día resplandeciente? Pues Alah el Altísimo, en aquel juramento, empezó por mentar la
noche y luego el día, lo cual no habría hecho si no prefiriese la noche al día. Y además, el color negro de
los cabellos y pelos, ¿no es signo y ornato de juventud, así como el blanco es indicio de vejez y del fin de
los goces de la vida? Y si el color negro no fuera el más estimable los colores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 335ª noche
Ella dijo:
"...Y si el color negro no fuera el más estimable de los colores, Alah no lo habría hecho tan querido
al núcleo de los ojos y del cora zón. Por eso son tan verdaderas estas palabras del poeta:
¡Si me gusta tanto su cuerpo de ébano, es porque es joven y en cierra un corazón cálido y
pupilas de fuego!
¡En cuanto a lo blanco, me horroriza en extremo! ¡Escasas son las veces que me veo
obligado a tragar una clara de huevo, o a conso larme, a falta de otra cosa, con carne color de
clara de huevo!
¡Pues nunca me veréis experimentar amor extremado por un suda rio blanco, o gustar de
una cabellera del mismo color!
"Y dijo otro poeta:
¡Si me vuelve loco el exceso de mi amor a esa mujer negra de cuerpo brillante, no lo
extrañéis, oh amigos míos!
¡Pues a toda locura, según dicen los médicos, preceden ideas negras!
"Dijo asimismo otro:
¡No me gustan esas mujeres blancas, cuya piel parece cubierta de harina tamizada!
¡La amiga a quien amo es una negra cuyo color es el de la noche y cuya cara es la de la
luna! ¡color y rostro inseparables, pues si no existiese la noche, no habría claridad de luna!
"Y además, ¿cuándo se celebran las reuniones íntimas de los ami gos más que de noche? ¿Y cuánta
gratitud no deben los enamorados a las tinieblas de la noche, que favorecen sus retozos, les preservan de
los indiscretos y les evitan censuras? Y en cambio; ¿qué sentimiento de repulsión no les inspira el día
indiscreto, que los molesta y compro mete? ¡Sólo esta diferencia debería bastarte, oh blanca! Pero oye lo
que dice el poeta:
¡No me gusta ese muchacho pesado, cuyo color blanco se debe a la grasa que le hincha; me
gusta ese joven negro, esbelto y delgado, cuyas carnes son firmes!
¡Pues por naturaleza he preferido siempre como cabalgadura para el torneo de lanza, un
garañón nuevo, de finos corvejones, y he dejado a los demás montar en elefantes!
"Y otro dijo:
¡El amigo ha venido a verme esta noche, y nos acostamos juntos deliciosamente! ¡La
mañana nos encontró abrazados todavía!
¡Si he de pedir algo al Señor, es que convierta todos mis días en noches, para no separarme
nunca del amigo!
"De modo ¡oh blanca! que si hubiera de seguir enumerando los méritos y alabanzas del color negro,
faltaría a la sentencia siguiente: "¡Palabras claras y cortas valen más que un discurso largo!"
Pero todavía he de añadir que tus méritos valen bien poco comparados con los míos. ¡Eres blanca,
efectivamente, como la lepra es blanca, y fétida, y sofocante! Y si te comparas con la nieve, ¿olvidas que
en el infierno no sólo hay fuego, sino que en ciertos sitios la nieve produce un frío terrible que tortura a
los réprobos más que la quemadura de la llama? Y al compararme con la tinta, ¿olvidas que con tinta
negra se ha escrito el Libro de Alah, y que es negro el almizcle preciado que los reyes se ofrecen entre
sí? Por último, y por tu bien, te aconsejo que recuerdes estos versos del poeta:
¿No has notado que el almizcle no sería almizcle si no fuera tan negro, y que el yeso no es
despreciable más que por ser blanco?
¡Y en qué estimación se tiene la parte negra del ojo mientras se hace poco caso de la
blanca!
Cuando llegaba a este punto Pupila-del-Ojo, su amo Alí El-Yamaní, le dijo: "Verdaderamente, ¡oh
negra! y tú, esclava blanca, habéis ha blado ambas de un modo excelente. ¡Ahora les toca a otras dos!"
Entonces se levantaron la gruesa y la delgada, mientras la blanca y la negra volvían a su sitio. Y
aquéllas quedaron de pie una frente a otra, y la gruesa Luna-Llena se dispuso a hablar la primera.
Pero empezó por desnudarse, dejando descubiertas las muñecas, los tobillos, lo brazos y los muslos,
y acabó por quedarse casi completamente desnuda, de modo que realzaba las opulencias de su vientre
con magní ficos pliegues superpuestos, y la redondez de su ombligo umbroso, y la riqueza de sus nalgas
considerables. Y no se quedó más que con la camisa fina, cuyo tejido leve y transparente, sin ocultar sus
formas redondas, las velaba de manera agradable. Y entonces, después de algu nos estremecimientos, se
volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-Paraí so,y le dijo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 336ª noche
Ella dijo:
...Y entonces, después de algunos estremecimientos, se volvió hacia su rival, la delgada Hurí-del-
Paraíso, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado gruesa, que ha puesto cojines en todas mis esquinas, que ha cuidado
de rellenarme la piel con grasa que huele a benjuí de cerca y de lejos, y que, sin embargo, no dejó de
darme como añadidura bastantes músculos para que en caso necesario pueda aplicar a mi enemigo un
puñetazo que lo convierta en mermelada de membrillo.
"Ahora bien, ¡oh flaca! sabe que los sabios han dicho: "La alegría de la vida y la voluptuosidad
consisten en tres cosas: ¡comer carne, montar carne y meter carne en carne!"
"¿Quién podría contemplar mis formas opulentas sin estremecerse de placer? Alah mismo, en el
Libro, hace el elogio de la grasa cuando manda inmolar en los sacrificios carneros gordos, o corderos
gordos, o terneras gordas.
"Mi cuerpo es un huerto cuyas frutas son: las granadas, mis pe chos; los melocotones, mis mejillas; las
sandías, mis nalgas.
"¿Cuál fue el pájaro que más echaron de menos en el desierto los Beni-lsrail
[121], al huir de Egipto?
¿No era indudablemente la codorniz, de carne jugosa y gorda?
"¿Se ha visto nunca a nadie pararse en casa del carnicero para pedir la carne tísica? ¿Y no da el
carnicero a sus mejores parroquianos los pedazos más carnosos?
"Oye, además, ¡oh flaca! lo que dijo el poeta respecto a la mujer gruesa como yo:
¡Mírala andar cuando mueve hacia los dos lados dos odres balanceados, pesados y
temibles en su lascivia!
¡Mírala, cuando se sienta, deja impresas, en el sitio que abandona, sus nalgas, como
recuerdo de su paso!
¡Mírala bailar cuando con movimientos de caderas hace estremecerse a nuestras almas y
caer nuestros corazones a sus pies!
"En cuanto a ti, ¡oh flaca! ¿a qué puedes parecerte, como no sea a un gorrión desplumado? ¿Y no son
tus piernas lo mismo que patas de cuervo? ¿Y no se parecen tus muslos al palo del horno? ¿Y no es tu
cuerpo seco y duro como el poste de un ahorcado?
"De ti, mujer descarnada, se trata en estos versos del poeta:
¡Líbreme Alah de verme obligado nunca a abrazar a esa mujer fla ca ni de servir de
frotadero a su pasaje obstruido por guijarros!
¡En cada miembro tiene un asta que choca y se bate con mis hue sos, hasta el punto de que
me despierto con la piel amoratada y resquebrajada!"
Cuando Alí El-Yamaní oyó estas palabras de la gruesa Luna-Llena, le dijo: "¡Ya te puedes callar!
¡Ahora le toca a Hurí-del-Paraíso!" Entonces la delgada y esbelta joven miró a la gruesa Luna-Llena,
sonriendo, y le dijo:
"¡Loor a Alah, que me ha creado dándome la forma de la frágil rama del álamo, la flexibilidad del
tallo del ciprés y el balanceo de la azucena!
"Cuando me levanto, soy ligera: cuando me siento, soy gentil; cuando bromeo, soy encantadora; mi
aliento es suave y perfumado, por que mi alma es sencilla y pura de todo contacto que manche.
"Nunca he oído ¡oh gorda! que un amante alabe a su amada di ciendo: "¡Es enorme como un elefante;
es carnosa como alta es una montaña!"
"En cambio, siempre he oído decir al amante para describir a su amada: "Su cintura es delgada,
flexible y elegante. ¡Su andar es tan ligero, que sus pasos apenas dejan huellas! Sus juegos y caricias son
discretas, y sus besos están llenos de voluptuosidad. Con poca cosa se la alimenta, y le apagan la sed
pocas gotas de agua. ¡Es más ágil que el gorrión y más viva que el estornino! ¡Es flexible como el tallo
del bambú! Su sonrisa es graciosa y graciosos son sus modales. Para atraer la hacia mí no necesito hacer
esfuerzos. Y cuando hacia mí se inclina, inclínase delicadamente; y si se me sienta en las rodillas, no se
deja caer con pesadez, sino que se posa como una pluma de ave".
"Sabe, pues, ¡oh gorda! que yo soy la esbelta, la fina, por la cual arden los corazones todos. ¡Soy la
que inspiro las pasiones más violentas y vuelvo locos a los hombres más sensatos!
"En fin, yo soy la que comparan con la parra que trepa por la palmera y que se enlaza al tronco con
tanta indolencia. Soy la gacela esbelta, de hermosos ojos húmedos y lánguidos. ¡Y tengo bien ganado mi
nombre de Hurí!
"En cuanto a ti, ¡oh gorda! déjame decirte las verdades ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 337ª noche
Ella dijo:
...En cuanto a ti ¡oh gorda!, déjame que te diga las verdades.
"Cuando andas ¡oh montón de grasa y carne! lo haces como el pato; cuando comes, como el elefante:
insaciable eres en la copulación, y en el reposo, intratable.
"Además, ¿cuál será el hombre de zib bastante largo para llegar a tu cavidad oculta por las montañas
de tu vientre y tus muslos?
"Y si tal hombre se encuentra y puede penetrar en ti, enseguida lo rechaza un envite de tu vientre
hinchado.
"Parece que no te das cuenta de que, tan gorda como eres, no vales más que para que te vendan en la
carnicería.
"Tu alma es tan tosca como tu cuerpo. Tus chanzas son tan pesadas que sofocan. Tus juegos son tan
tremendos, que matan. Y tu risa es tan espantosa, que rompe los huesos de la oreja.
"Si tu amante suspira en tus brazos, apenas puedes respirar; si te besa, te encuentra húmeda y
pegajosa de sudor.
"Cuando duermes, roncas; cuando velas, resuellas como un búfalo; apenas puedes cambiar de sitio; y
cuando descansas, eres un peso para ti misma; pasas la vida moviendo las quijadas como una vaca y re -
goldando como un camello.
"Cuando orinas, te mojas la ropa; cuando gozas, inundas los diva nes; cuando vas al retrete, te metes
hasta el cuello; cuando vas a ba ñarte, no puedes alcanzarte la vulva, que se queda macerada en su jugo y
revuelta en su cabellera nunca depilada.
"Si te miran por la parte delantera, pareces un elefante; si te mi ran de perfil, pareces un camello; si te
miran por detrás, pareces un pellejo hinchado.
"En fin, seguramente fue de ti de quien dijo el poeta:
¡Es pesada como la vejiga llena de orines; sus muslos son dos estribaciones de montaña, y
al andar se mueve el suelo como un terremoto!
¡Si en Occidente suelta un cuesco, resuena en el Oriente todo!"
A estas palabras de Hurí-del-Paraíso, Alí El-Yamaní, su amo, le dijo: "¡En verdad ¡oh Hurí! que tu
elocuencia es notoria! ¡Y tu len guaje ¡oh Luna-Llena! es admirable! Pero ya es hora de que volváis a
vuestros sitios, para dejar hablar a la rubia y a la morena".
Entonces Sol-del-Día y Llama-de-Hoguera se levantaron, y se colo caron una enfrente de otra.
Y la joven rubia fue la primera que dijo a su rival:
"¡Soy la rubia descrita largamente en el Korán! ¡Soy la que califi có Alah cuando dijo: "¡El amarillo
es el color que alegra las miradas!" De modo que soy el más bello de los colores.
"Mi color es una maravilla, mi belleza es un límite, y mi encanto es un fin. Porque mi color da su
valor al oro y su belleza a los astros y al sol.
"Este color embellece las manzanas y los melocotones, y presta su matiz al azafrán. Doy sus tonos a
las piedras preciosas y su madurez al trigo.
"Los otoños me deben el oro de su adorno, y la causa de que la tierra esté tan bella con su alfombra
de hojas, es el matiz que fijan sobre ella los rayos del sol.
"Pero en cambio, ¡oh morena! cuando tu color se encuentra en un objeto, sirve para despreciarlo.
¡Nada tan vulgar ni tan feo! ¡Mira a los búfalos, los burros, los lobos y los perros: todos son morenos!
"¡Cítame un solo manjar en que se vea con gusto tu color! Ni las flores ni las pedrerías han sido nunca
morenas.
"Ni eres blanca, ni eres negra. De modo que no se te pueden apli car ninguno de los méritos de ambos
colores, ni las frases con que se los alaba".
Oídas estas palabras de la rubia, su amo le dijo: "¡Deja ahora ha blar a Llama-de-Hoquera!"
Entonces la joven morena hizo brillar en una sonrisa el doble collar de sus dientes -¡perlas!-, y como
además de su color de miel tenía formas graciosas, cintura maravillosa, proporciones armoniosas,
modales elegantes y cabellera de carbón que bajaba en pesadas trenzas hasta sus nalgas admirables,
empezó por realzar sus encantos en un momento de silencio, y después dijo a su rival la rubia:
"¡Loor a Alah, que no me ha hecho ni gorda deforme, ni flaca enfermiza, ni blanca como el yeso, ni
negra como el polvo de carbón, ni amarilla como el cólico, sino que ha reunido en mí con arte admirable
los colores más delicados y las formas más atractivas.
"Además, todos los poetas han cantado a porfía mis loores en todos los idiomas, y soy la preferida de
todos los siglos y de todos los sabios. "Pero sin hacer mi elogio, que harto hecho está, he aquí sólo algu -
nos de los poemas escritos en honor mío:
"Ha dicho un poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 338ª noche
Ella dijo:
"...Ha dicho un poeta:
¡Las morenas tienen en sí un sentido oculto! ¡Si lo adivinas, tus ojos no se dignarán mirar
nunca a las demás mujeres!
¡Las encantadoras saben del arte sutil con todos sus rodeos, y se lo enseñarían hasta al
ángel Harut!
Otro ha dicho:
¡Amo a una morena encantadora, cuyo color me hechiza, y cuya cintura es recta como una
lanza!
¡Cuántas veces me arrebató la sedosa manchita negra, tan acariciada y tan besada, que
adorna su cuello!
¡Por el color de su piel lisa, por el perfume delicioso que exhala, se parece al tallo oloroso
del áloe!
Y cuando la noche tiende el velo de las sombras, la morena viene a verme. Y la sujeto junto
a mí, hasta que las mismas sombras sean del color de nuestros sueños!
"Pero tú ¡oh amarilla! estás marchita como las hojas de la mu lukhia
[122] de mala calidad que se
coge en Bab El-Luk y que es fibrosa y dura.
"Tienes el color de la marmita de barro cocido que utiliza el ven dedor de cabezas de carnero.
"Tienes el color del ocre y el de la grama.
"Tienes una cara de cobre amarillo, parecido a la fruta del árbol Zakum, que en el infierno da como
frutos cráneos diabólicos.
"Y de ti ha dicho el poeta:
¡La suerte me ha dado una mujer de color amarillo tan chillón, que me da dolor de cabeza,
y mi corazón y mis ojos se estremecen de malestar!
¡Si mi alma no quiere renunciar a verla por siempre, para castigar me me daré tan grandes
golpes en la cara que me arrancaré las muelas!"
Cuando Ali El-Yamaní oyó estas palabras, se estremeció de placer, y se echó a reír de tal modo, que
se cayó de espaldas, después de lo cual dijo a las dos jóvenes que se sentaran en sus sitios; y para
demos trarles a todas el gusto que le había dado oírlas, les hizo regalos iguales de hermosos vestidos y
pedrerías terrestres y marítimas.
Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! prosiguió Mohammad El-Bassri, dirigiéndose al califa El-
Mamún, la historia de las seis jóvenes, que ahora siguen viviendo muy a gusto unas con otras en la
morada de su amo Alí El-Yamaní en Bagdad, nuestra ciudad".
Extremadamente encantado quedó el califa con esta historia, y pre guntó: "Pero ¡oh Mohammad!
¿sabes siquiera en dónde está la casa del amo de esas jóvenes, y podrías ir a preguntarle si quiere
vendér melas? ¡Si accede, cómpramelas y tráemelas!"
Mohammad contestó: "Puedo decir ¡oh Emir de los Creyentes! que estoy seguro que el amo de estas
esclavas no querrá separarse de ellas, porque le tienen enamorado hasta el extremo". Y El-Mamún dijo:
"Lleva contigo como precio de cada una diez mil dinares, o sea sesenta mil en total. Los en tregarás de mi
parte a ese Alí-El-Yamaní y le dirás que deseo sus seis esclavas".
Oídas estas palabras del califa, Mohammad El-Bassri se apresuró a coger la cantidad consabida y fué
a buscar al amo de las esclavas, al cual manifestó el deseo del Emir de los Creyentes. Alí El-Yamaní, en
el primer impulso, no se atrevió a negarse a la petición del califa, y habiendo cobrado los sesenta mil
dinares, entregó las seis esclavas a Mohammad El-Bassri, que las condujo enseguida a presencia de El -
Mamún.
El califa al verlas, llegó al límite del encanto, tanto por lo vario de sus colores como por sus maneras
elegantes, su ingenio cultivado y sus diversos atractivos. Y le dio a cada una en su harem, un sitio
escogido, y durante varios días pudo gozar de sus perfecciones y de su hermosura.
A todo esto, el primer amo de las seis, Alí El-Yamaní, sintió pesar sobre sí la soledad, y empezó a
lamentar el impulso que le había hecho ceder al deseo del califa. Y un día falto ya de paciencia, envió al
califa una carta llena de desesperación, en la cual, entre otras cosas tristes, había los versos siguientes:
¡Llegue mi desesperado saludo a las hermosas de quienes está se parada mi alma! ¡Ellas
son mis ojos, mis orejas, mi alimento, mi bebida, mi jardín y mi vida!
¡Desde que estoy lejos de ellas, nada distrae mi dolor, y hasta el sueño ha huído de mis
párpados!
¿Por qué no las tengo, más celoso que antes, encerradas las seis en mis ojos, y por qué no
he bajado mis párpados como tapices encima de ellas?
¡Oh dolor, oh dolor! ¡Preferiría no haber nacido, a caer herido por las flechas -¡sus
miradas mortales!- y sacadas de la herida!
Cuando el califa El-Mamún recorrió esta carta, como tenía el alma magnánima, mandó llamar en
seguida a las seis jóvenes, les dió a cada una diez mil dinares y vestidos maravillosos y otros regalos
admirables, y las mandó devolver a su antiguo amo.
No bien Alí El-Yamaní las vio llegar, más bellas que antes y más ricas y más felices, alcanzó el
límite de la alegría, y siguió viviendo con ellas entre delicias y placeres, hasta el día de la última
separación.
Pero -prosiguió Schehrazada no creas, i oh rey afortunado! que todas las historias que has oído hasta
ahora puedan valer de cerca ni de lejos lo que la Historia prodigiosa de la Ciudad de Bronce, que me
reservo contarte la noche próxima, si quieres.
Y la pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh, qué amable sería, Scheh razada, si entretanto nos dijeras
siquiera las primeras palabras!"
Entonces Schehrazada sonrió y dijo:
"Cuentan que había un rey (¡Alah sólo es rey!) en la ciudad de. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Historia prodigiosa de la ciudad de bronce
Dijo Schehrazada:
Cuentan que en el trono de los califas Omníadas, en Damasco, se sentó un rey (¡sólo Alah es rey!) que
se llamaba Abdalmalek ben- Merwán. Le gustaba departir a menudo con los sabios de su reino acerca de
nuestro señor Soleimán ben-Daúd (¡con él la plegaria y la paz!), de sus virtudes, de su influencia y de su
poder ilimitado sobre las fieras de las soledades, los efrits que pueblan el aire y los genios maríti mos y
subterráneos.
Un día en que el califa, oyendo hablar de ciertos vasos de cobre antiguo, cuyo contenido era una
extraña humareda negra de formas diabólicas, asombrose en extremo y parecía poner en duda la realidad
de hechos tan verídicos, hubo de levantarse entre los circunstantes el famoso viajero Taleb ben-Sehl,
quien confirmó el relato que acababan de escuchar, y añadió: "En efecto, ¡oh Emir de los Creyentes! esos
va sos de cobre no son otros que aquellos donde se encerraron, en tiempos antiguos, a los genios que se
rebelaron ante las órdenes de Soleimán, vasos arrojados al fondo del mar mugiente, en los confines del
Moghreb, en el Africa occidental, tras de sellarlos con el sello temible. Y el humo que se escapa de ellos
es simplemente el alma condensada de los efrits, los cuales no por eso dejan de tomar su aspecto
formidable si llegan a salir al aire libre".
Al oír tales palabras, aumentaron considerablemente la curiosidad y el asombro del califa
Abdalmalek, que dijo al Taleb ben-Sehl: "¡Oh Taleb, tengo muchas ganas de ver uno de esos vasos de
cobre que encie rran efrits convertidos en humo! ¿Crees realizable mi deseo? Si es así, pronto estoy a
hacer por mí propio las investigaciones necesarias. Ha bla". El otro contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes!
Aquí mismo pue des poseer uno de esos objetos, sin que sea preciso que te muevas y sin fatigas para tu
persona venerada. No tienes más que enviar una carta al emir Muza, tu lugarteniente en el país del
Moghreb. Porque la montaña a cuyo pie se encuentra el mar que guarda esos vasos está unida al Moghreb
por una lengua de tierra que puede atravesarse a pie enjuto. ¡Al recibir una carta semejante, el emir Muza
no dejará de ejecutar las órdenes de nuestro amo el califa!"
Estas palabras tuvieron el don de convencer a Abdalmalek, que dijo a 'Taleb en el instante: "¿Y quién
mejor que tú ¡oh Taleb! será capaz de ir con celeridad al país del Moghreb, con el fin de llevar esa carta
a mi lugarteniente el emir Muza? Te otorgo plenos poderes para que tomes de mi tesoro lo que juzgues
necesario para gastos de viaje, y para que lleves cuantos hombres te hagan falta en calidad de escolta.
Pero date prisa, ¡oh Taleb!" Y al punto escribió el califa una carta de su puño y letra para el emir Muza,
la selló y se la dio a Taleb, que besó la tierra entre las manos del rey, y no bien hizo los preparativos
oportunos, partió con toda diligencia hacia el Moghreb, adonde llegó sin contratiempos.
El emir Muza le recibió con júbilo y le guardó todas las con sideraciones debidas a un enviado del
Emir de los Creyentes; y cuando Taleb le entregó la carta, la cogió, y después de leerla y comprender su
sentido, se la llevó a sus labios, luego a su frente y dijo: "¡Escucho y obedezco!" Y enseguida mandó que
fuera a su presencia el jeique Abdossamad, hombre que había recorrido todas las regiones habitables de
la tierra, y que a la sazón pasaba los días de su vejez anotando cuidadosamente, por fechas, los
conocimientos que adquirió en una vida de viajes no interrumpidos. Y cuando presentóse el jeique; el
emir Muza le saludó con respeto y le dijo: "¡Oh jeique Abdossamad! He aquí que el Emir de los
Creyentes me transmite sus órdenes para que vaya en busca de los vasos de cobre antiguos, donde fueron
encerrados por nuestro Soleimán ben-Daúd los genios rebeldes. Parece ser que yacen en el fondo de un
mar situado al pie de una montaña que debe hallarse en los confines extremos del Moghreb. Por más que
desde hace mucho tiempo conozco todo el país, nunca oí hablar de ese mar ni del camino que a él
conduce; pero tú, ¡oh jeique Abdossamad! que re corriste el mundo entero, no ignorarás sin duda la
existencia de esa montaña y de ese mar!
Reflexionó el jeique una hora de tiempo, y contestó: "¡Oh emir Muza ben-Nossair! No son
desconocidos para mi memoria esa montaña y ese mar; pero, a pesar de desearlo, hasta ahora no puedo ir
donde se hallan; el camino que allá conduce se hace muy penoso a causa de la falta de agua en las
cisternas, y para llegar se necesitan dos años y algunos meses, y más aún para volver, ¡suponiendo que
sea posible volver de una comarca cuyos habitantes no dieron nunca la menor señal de su existencia, y
viven en una ciudad situada, según dicen; en la propia cima de la montaña consabida, una ciudad en la
que no logró penetrar nadie y que se llama la Ciudad de Bronce!"
Y dichas tales palabras, se calló el jeique, reflexionando un mo mento todavía; y añadió: "Por lo
demás, ¡oh emir Muza! no debo ocultarte que ese camino está sembrado de peligros y de cosas espanto -
sas, y que para seguirle hay que cruzar un desierto poblado por efrits y genios, guardianes de aquellas
tierras vírgenes de la planta humana desde la antigüedad. Efectivamente, sabe ¡oh Ben-Nossair! que esas
co marcas del extremo Occidente africano están vedadas a los hijos de los hombres. Sólo dos de ellos
pudieron atravesarlas: Soleimán ben-Daúd, uno, y El-Iskandar de Dos-Cuernos, el otro. ¡Y desde
aquellas épocas remotas, nada turba el silencio que reina en tan vastos desiertos! Pero si deseas cumplir
las órdenes del califa e intentar, sin otro guía que tu servidor, ese viaje por un país que carece de rutas
ciertas, desdeñando obstáculos misteriosos y peligros, manda cargar mil camellos con odres repletos de
agua y otros mil camellos con víveres y provisiones; lleva la menos escolta posible, porque ningún poder
humano nos preservaría de la cólera de las potencias tenebrosas cuyos dominios vamos a vio lar, y no
conviene que nos indispongamos con ellas alardeando de ar mas amenazadoras e inútiles. ¡Y cuando esté
preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 340ª noche
Ella dijo:
"...Y cuando esté preparado todo, haz tu testamento, emir Muza, y partamos!"
Al oír tales palabras, el emir Muza, gobernador de Moghreb, invo cando el nombre de Alah, no quiso
tener un momento de vacilación; congregó a los jefes de sus soldados y a los notables del reino, testó ante
ellos y nombró como sustituto a su hijo Harún. Tras de lo cual, mandó hacer los preparativos consabidos,
no se llevó consigo más que algunos hombres seleccionados de antemano, y en compañía del jeique
Abdossamad y de Taleb el enviado del califa, tomó el camino del de sierto, seguido por mil camellos
cargados con agua y por otros mil cargados con víveres y provisiones.
Durante días y meses marchó la caravana por las llanuras solita rias, sin encontrar por su camino un
ser viviente en aquellas inmensidades monótonas cual el mar encalmado. Y de esta suerte continuó el
viaje en medio del silencio infinito, hasta que un día advirtieron en lontananza como una nube brillante a
ras del horizonte, hacia la que se dirigieron. Y observaron que era un edificio con altas murallas de acero
chino, sostenido por cuatro filas de columnas de oro que tenían cuatro mil pasos de circunferencia. La
cúpula de aquel palacio era de oro y servía de albergue a millares y millares de cuervos, únicos
habitantes que bajo el cielo se veían allá. En la gran muralla donde abríase la puerta principal, de ébano
macizo incrustado de oro, aparecía una pla ca inmensa de metal rojo, la cual dejaba leer estas palabras
trazadas en caracteres jónicos, que descifró el jeique Abdossamad y se las tra dujo al emir Muza y a sus
acompañantes:
¡Entra aquí para saber la historia de los dominadores!
¡Todos pasaron ya! ¡Y apenas tuvieron tiempo para descansar a la sombra de mis torres!
¡Los dispersó la muerte como si fueran sombras! ¡Los disipó la muerte como a la paja el viento!
Con exceso se emocionó el emir Muza al oír las palabras que tra ducía el venerable Abdossamad, y
murmuró: "¡No hay más Dios que Alah!" Luego dijo: "¡Entremos!" Y seguido por sus acompañantes,
franqueó los umbrales de la puerta principal y penetró en el palacio.
Entre el vuelo mudo de los pajarracos negros, surgió ante ellos la alta desnudez granítica de una torre
cuyo final perdíase de vista, y al pie de la cual se alineaban en redondo cuatro filas de cien sepulcros
cada una, rodeando un monumental sarcófago de cristal pulimentado, en torno del cual se leía esta
inscripción, grabada en caracteres jónicos realzados por pedrerías:
¡Pasó cual el delirio de las fiebres la embriaguez del triunfo!
¿De cuántos acontecimientos no hube de ser testigo?
¿De qué brillante fama no gocé en mis días de gloria?
¿Cuántas capitales no retemblaron bajo el casco sonoro de mi caballo?
¿Cuántas ciudades no saqueé, entrando en ellas como el simún destructor? ¿Cuántos imperios no
destruí, impetuoso como el trueno?
¿Qué de potentados no arrastré a la zaga de mi carro?
¿Qué de leyes no dicté en el universo? ¡Y ya lo veis!
¡La embriaguez de mi triunfo pasó cual el delirio de la fiebre, sin dejar más huella que la que en la
arena pueda dejar la espuma!
¡Me sorprendió la muerte, sin que mi poderío la rechazase, ni lograran mis cortesanos defenderme de
ella!
Por tanto, viajero, escucha las palabras que jamás mis labios pronunciaron mientras estuve vivo:
¡Conserva tu alma! ¡Goza en paz la calma de la vida, la belleza, que es calma de la vida! ¡Mañana se
apoderará de ti la muerte!
Mañana responderá la tierra a quien te llame: "¡Ha muerto!"! ¡Y nunca mi celoso seno devolvió a los
que guarda para la eternidad!
Al oír estas palabras que traducía el jeique Abdossamad, el emir Muza y sus acompañantes no
pudieron por menos de llorar. Y perma necieron largo rato en pie ante el sarcófago y los sepulcros,
repitién dose las palabras fúnebres. Luego se encaminaron a la torre, que se cerraba con una puerta de dos
hojas de ébano, sobre la cual se leía esta inscripción, también grabada en caracteres jónicos realzados
por pedrerías:
¡En el nombre del Eterno, del Inmutable!
¡En el nombre del Dueño de la furia y del poder!
¡Aprende, viajero que pasas por aquí, a no enorgullecerte de las apariencias, porque su resplandor es
engañoso!
¡Aprende con mi ejemplo a no dejarte deslumbrar por ilusiones que te precipitarían en el abismo!
¡ Voy a hablarte de mi poderío!
¡En mis cuadras, cuidadas por los reyes que mis armas cautiva ron, tenía yo diez mil caballos
generosos!
¡En mis estancias reservadas tenía yo como concubinas mil vír genes escogidas entre aquellas cuyos
senos son gloriosos y cuya belleza hace palidecer el brillo de la luna!
¡Diéronme mis esposas una posteridad de mil príncipes reales, va lientes cual leones!
¡Poseía inmensos tesoros: y bajo mi dominio se abatían los pue blos y los reyes, desde el Oriente
hasta los límites extremos de Occi dente, sojuzgados por mis ejércitos invencibles!
¡Y creí eterno mi poderío y afirmada por los siglos de los siglos la duración de mi vida, cuando de
pronto se hizo oír la voz que me anunciaba los irrevocables decretos del que no muere!
¡Entonces reflexioné acerca de mi destino!
¡Congregué a mis jinetes y a mis hombres de a pie, que eran mi llares, armados con sus lanzas y con
sus espadas!
Y a presencia de todos ellos hice llevar mis arquillas y los cofres de mis tesoros, y les dije a todos:
"¡Os doy estas riquezas, estos quintales de oro y plata si prolongáis por un día mi vida sobre la
tierra!"
¡Pero se mantuvieron con los ojos bajos, y guardaron silencio!
¡Hube de morir a la sazón! ¡Y mi palacio se tornó en asilo de la muerte!
¡Si deseas conocer mi nombre, sabe que me llamé Kusch ben -scheddad ben-Aad el Grande!
Al oír tan sublimes verdades, el emir Muza y sus acompañantes prorrumpieron en sollozos y lloraron
largamente. Tras de lo cual pe netraron en la torre, y hubieron de recorrer inmensas salas habitadas por el
vacío y el silencio. Y acabaron por llegar a una estancia mayor que las otras, con bóveda redondeada en
forma de cúpula, y que era única de la torre que tenía algún mueble. El mueble consistía en una colosal
mesa de madera de sándalo, tallada maravillosamente, y sobre la cual se destacaba, en hermosos
caracteres análogos a los anteriores, esta inscripción:
¡Otrora se sentaron a esta mesa mil reyes tuertos y mil reyes que conservaron bien sus ojos!
¡Ahora son ciegos todos en la tumba!
El asombro del emir Muza hubo de aumentar frente a aquel miste rio, y como no pudo dar con la
solución, transcribió tales palabras en sus pergaminos; luego, conmovido en extremo, abandonó el
palacio y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 341ª noche
Ella dijo:
...y emprendió de nuevo con sus acompañantes el camino de la Ciudad de Bronce.
Anduvieron uno, dos y tres días, hasta la tarde del tercero. Enton ces vieron destacarse a los rayos del
rojo sol poniente, erguida sobre un alto pedestal, la silueta de un jinete inmóvil que blandía una lan za de
larga punta, semejante a una llama incandescente del mismo color que el astro que ardía en el horizonte.
Cuando estuvieron muy cerca de aquella aparición, advirtieron que el jinete, y su caballo, y el
pedestal eran de bronce, y que en el palo de la lanza, por el sitio que iluminaban aún los postreros rayos
del astro, aparecían grabadas en caracteres de fuego estas palabras:
¡Audaces viajeros que pudisteis llegar, hasta las tierras vedadas, ya no sabréis volver sobre vuestros
pasos!
¡Si os es desconocido el camino de la ciudad, movedme sobre mi pedestal con la fuerza de vuestros
brazos, y dirigíos hacia donde yo vuelva el rostro cuando quede otra vez quieto!
Entonces el emir Muza se acercó al jinete y le empujó con la mano. Y súbito, con la rapidez del
relámpago, el jinete giró sobre sí mismo y se paró volviendo el rostro en dirección completamente
opues ta a la que habían seguido los viajeros. Y el jeique Abdossamad hubo de reconocer que,
efectivamente, habíase equivocado y que la nueva ruta era la verdadera.
Al punto volvió sobre sus pasos la caravana, emprendiendo el nuevo camino, y de esta suerte
prosiguió el viaje durante días y días, hasta que una noche llegó ante una columna de piedra negra, a la
cual estaba encadenado un ser extraño del que no se veía más que medio cuerpo, pues el otro medio
aparecía enterrado en el suelo. Aquel busto que surgía de la tierra, diríase un engendro monstruoso
arrojado allí por la fuerza de las potencias infernales. Era negro y corpulento como el tronco de una
palmera vieja, seca y desprovista de sus palmas. Te nía dos enormes alas negras, y cuatro manos, dos de
las cuales seme jaban garras de leones. En su cráneo espantoso se agitaba de un modo salvaje una
cabellera erizada de crines ásperas, como la cola de un asno silvestre. En las cuencas de sus ojos
llameaban dos pupilas rojas, y en la frente, que tenía dobles cuernos de buey, aparecía el agujero de un
solo ojo que abríase inmóvil y fijo, lanzando iguales resplandores verdes que la mirada de tigres y
panteras.
Al ver a los viajeros, el busto agitó los brazos dando gritos espan tosos y haciendo movimientos
desesperados como para romper las ca denas que le sujetaban a la columna negra. Y asaltada por un terror
extremado, la caravana se detuvo allí sin alientos para avanzar ni re troceder.
Entonces se encaró el emir Muza con el jeique Abdossamad y le preguntó: "¿Puedes ¡oh venerable!
decirnos qué significa esto?" El jeique contestó: "¡Por Alah, ¡oh emir! que esto supera a mi entendi -
miento!" Y dijo el emir Muza: "¡Aproxímate, pues, más a él, e inte rrógale! ¡Acaso él mismo nos lo
aclare!"
Y el jeique Abdossamad no quiso mostrar la menor vacilación, y se acercó al monstruo, gritándole:
"¡En nombre del Dueño que tiene en su mano los imperios de lo Visible y de lo Invisible, te conjuro a que
me respondas! ¡Dime quién eres, desde cuándo estás ahí y por qué sufres un castigo tan extraño!"
Entonces ladró el busto. Y he aquí las palabras que entendieron luego el emir Muza, el jeique
Abdossamad y sus acompañantes. "Soy un efrit de la posteridad de Eblis, padre de los genios. Me llamo
Daesch ben-Alaemasch, y estoy encadenado aquí por la Fuerza Invisible hasta la consumación de los
siglos.
"Antaño, en este país, gobernado por el rey del mar, existía en calidad de protector de la Ciudad de
Bronce un ídolo de ágata roja, del cual yo era guardián y habitante al propio tiempo, porque me apo senté
dentro de él; y de todos los países venían muchedumbres a con sultar por conducto mío la suerte y a
escuchar los oráculos y las pre dicciones augurales que hacía yo.
"El rey del Mar, de quien yo mismo era vasallo, tenía bajo su mando supremo al ejército de los
genios que se habían rebelado contra Soleimán ben-Daúd; y me había nombrado jefe de ese ejército para
el caso de que estallara una guerra entre aquél y el señor formidable de los genios. Y, en efecto, no tardó
en estallar tal guerra.
"Tenía el rey del Mar una hija tan hermosa, que la fama de su belleza llegó a oídos de Soleimán,
quien deseoso de contarla entre sus esposas, envió un emisario al rey del Mar para pedírsela en
matrimonio, a la vez que le instaba a romper la estatua de ágata y a reconocer que no hay más Dios que
Alah, y que Soleimán es el profeta de Alah. Y le amenazaba con su enojo y su venganza si no se sometía
inmediata mente a sus deseos.
"Entonces congregó el rey del Mar a sus visires y a los jefes de los genios, y les dijo: "Sabed que
Soleimán me amenaza con todo gé nero de calamidades para obligarme a que le dé mi hija y rompa la
estatua que sirve de vivienda a vuestro jefe Daesch ben-Alaemaseh. ¿Qué opináis acerca de tales
amenazas? ¿Debo inclinarme o resistir? "
Los visires contestaron: "¿Y qué tienes que temer del poder de Soleimán, ¡oh rey nuestro!? ¡Nuestras
fuerzas son tan formidables como las suyas por lo menos, y sabremos aniquilarlas!" Luego encaráronse
conmigo y me pidieron mi opinión. Dije entonces: "¡Nuestra única respuesta para Soleimán será dar una
paliza a su emisario!" Lo cual ejecutose al punto. Y dijimos al emisario: "¡Vuelve ahora para dar cuenta
de la aventura a tu amo!"
"Cuando enterose Soleimán del trato inflinido a su emisario, llegó al límite de la indignación, y
reunió en seguida todas sus fuerzas dis ponibles, consistentes en genios, hombres, pájaros y animales.
Confió a Assaf ben-Barkhia el mando de los guerreros humanos, y a Domriat, rey de los efrits, el mando
de todo el ejército de genios, que ascendía a sesenta millones, y el de los animales y aves de rapiña
recolectados en todos los puntos del universo y en las islas y mares de la tierra. Hecho lo cual, yendo a la
cabeza de tan formidable ejército, Soleimán se dispuso a invadir el país de mi soberano el rey del Mar. Y
no bien llegó, alineó su ejército en orden de batalla.
"Empezó por formar en dos alas a los animales, colocándolos en líneas de a cuatro, y en los aires
apostó a las grandes aves de rapiña, destinadas a servir de centinelas que descubriesen nuestros
movimien tos, y a arrojarse de pronto sobre los guerreros para herirles y sacarles los ojos. Compuso la
vanguardia con el ejército de hombres, y la reta guardia con el ejército de genios; y mantuvo a su diestra a
su visir Assaf ben-Barkhia y a su izquierda a Domriat, rey de los efrits del aire. El permaneció en medio,
sentado en su trono de pórfido y de oro, que arrastraban cuatro elefantes. Y dió entonces la señal de la
batalla.
"De repente hízose oír un clamor que aumentaba con el ruido de carreras al galope y el estrépito
tumultuoso de los genios, hombres, aves de rapiña y fieras guerreras; resonaba la corteza terrestre bajo el
azote formidable de tantas pisadas, en tanto que retemblaba el aire con el batir de millones de alas, y con
las exclamaciones, los gritos y los rugidos.
"Por lo que a mí respecta, se me concedió el mando de la vanguardia del ejército de genios sometidos
al rey del Mar. Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me precipité sobre el tropel de genios
enemigos que mandaba el rey Domriat...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 342ª noche
Ella dijo:
"...Hice una seña a mis tropas, y a la cabeza de ellas me precipité sobre el tropel de genios enemigos
que mandaba el rey Domriat. E intentaba atacar yo mismo al jefe de los adversarios, cuando le vi
convertirse de improviso en una montaña inflamada que empezó a vomitar fuego a torrentes, esforzándose
por aniquilarme y ahogarme con los despojos que caían hacia nuestra parte en olas abrasadoras. Pero me
defendí y ataqué con encarnizamiento, animando a los míos, y sólo cuando me convencí de que el número
de mis enemigos me aplastaría a la postre, di la señal de retirada y me puse en fuga por los aires a fuerza
de alas. Pero nos persiguieron por orden de Soleimán, viéndonos por todas partes rodeados de
adversarios, genios, hombres, animales y pájaros; y de los nuestros quedaron extenuados unos, aplas tados
otros por las patas de los cuadrúpedos, y precipitados otros desde lo alto de los aires, después que les
sacaron los ojos y les despedazaron la piel. También a mí alcanzáronme en mi fuga, que duró tres meses.
Preso y amarrado ya, me condenaron a estar sujeto a esta columna negra hasta la extinción de las edades,
mientras que aprisionaron a todos los genios que yo tuve a mis órdenes, los transformaron en humaredas y
los encerraron en vasos de cobre, sellados con el sello de Soleimán, que arrojaron al fondo del mar que
baña las murallas de la Ciudad de Bronce.
"En cuanto a los hombres que habitan este país, no sé exactamen te qué fué de ellos, pues me hallo
encadenado desde que se acabó nues tro poderío. ¡Pero si váis a la Ciudad de Bronce, quizás os tropecéis
con huellas suyas y lleguéis a saber su historia!"
Cuando acabó de hablar el busto, comenzó a agitarse de un modo frenético para desligarse de la
columna. Y temerosos de que lograra libertarse y les obligara a secundar sus esfuerzos, el emir Muza y
sus acompañantes no quisieron permanecer más tiempo allí, y se dieron prisa a proseguir su camino hacia
la ciudad, cuyas torres y murallas veían ya destacarse en lontananza.
Cuando sólo estuvieron a una ligera distancia de la ciudad, como caía la noche y las cosas tomaban a
su alrededor un aspecto hostil, prefirieron esperar al amanecer para acercarse a las puertas; y monta ron
tiendas donde pasar la noche, porque estaban rendidos de las fa tigas del viaje.
Apenas comenzó el alba por Oriente a aclarar las cimas de las montañas, el emir Muza despertó a sus
acompañantes, y se puso con ellos en camino para alcanzar una de las puertas de entrada. Entonces vieron
erguirse formidables ante ellos, en medio de la claridad matinal, las murallas de bronce, tan lisas, que
diríase acababan de salir del molde en que las fundieron. Era tanta su altura, que parecían como una pri -
mera cadena de los montes gigantescos que las rodeaban, y en cuyos flancos incrustábanse, cual nacidas
allí mismo, con el metal de que se hicieron.
Cuando pudieron salir de la inmovilidad que les produjo aquel es pectáculo sorprendente, buscaron
con la vista alguna puerta por donde entrar bordeando las murallas, siempre en espera de encontrar la en -
trada. Pero no vieron entrada ninguna. Y siguieron andando todavía horas y horas, sin ver puerta ni
brecha alguna, ni nadie que se dirigiese a la ciudad o saliese de ella. Y a pesar de estar ya muy avanzado
el día, no oyeron dentro ni fuera de las murallas el menor rumor, ni tampoco notaron el menor movimiento
arriba ni al pie de los muros.
Pero el emir Muza no perdió la esperanza, animando a sus acompa ñantes para que anduviesen más
aún; y caminaron así hasta la noche, y siempre veían desplegarse ante ellos la línea inflexible de murallas
de bronce que seguían la carrera del sol por valles y costas, y parecían surgir del propio seno de la
tierra.
Entonces el emir Muza ordenó a sus acompañantes que hicieran alto para descansar y comer. Y se
sentó con ellos durante algún tiempo, reflexionando acerca de la situación.
Cuando hubo descansado, dijo a sus compañeros que se quedaran allí vigilando el campamento hasta
su regreso, y seguido del jeique Abdossamad y de Taleb ben-Sehl, trepó con ellos a una alta montaña con
el propósito de inspeccionar los alrededores y reconocer aquella ciudad que no quería dejarse violar por
las tentativas humanas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 343ª noche
Ella dijo:
...aquella ciudad que no quería dejarse violar por las tentativas humanas.
Al principio no pudieron distinguir nada en las tinieblas, porque ya la noche había espesado sus
sombras sobre la llanura; pero de pronto hízose un vivo resplandor por Oriente, y en la cima de la mon -
taña apareció la luna, iluminando cielo y tierra con un parpadeo de sus ojos. Y a sus plantas desplegóse
un espectáculo que les contuvo la respiración.
Estaban viendo una ciudad de ensueño.
Bajo el blanco cendal que caía de la altura, en toda la extensión que podía abarcar la mirada fija en
los horizontes hundidos en la noche, aparecían dentro del recinto de bronce cúpulas de palacios, te rrazas
de casas, apacibles jardines, y a la sombra de los macizos bri llaban los canales, que iban a morir en un
mar de metal, cuyo seno frío reflejaban las luces del cielo. Y el bronce de las murallas, las pe drerías
encendidas de las cúpulas, las terrazas cándidas, los canales y el mar entero, así como las sombras
proyectadas por Occidente amal gamábanse bajo la brisa nocturna v la luna mágica.
Sin embargo, aquella inmensidad estaba sepultada, como en una tumba, en el universal silencio. Allá
dentro no había ni un vestigio de vida humana. Pero he aquí que con un mismo gesto, quieto, destacá banse
sobre monumentales zócalos altas figuras de bronce, enormes jinetes tallados en mármol, animales alados
que se inmovilizaban en un vuelo estéril; y los únicos seres dotados de movimiento en aquella quietud
eran millares de inmensos vampiros que daban vueltas a ras de los edificios bajo el cielo, mientras buhos
invisibles turbaban el estático silencio con sus lamentos y sus voces fúnebres en los palacios muertos y
las terrazas solitarias.
Cuando saciaron la mirada con aquel espectáculo extraño, el emir Muza y sus compañeros bajaron de
la montaña, asombrándose en ex tremo por no haber advertido en aquella ciudad inmensa la huella de un
ser humano vivo. Y ya al pie de los muros de bronce, llegaron a un lugar donde vieron cuatro
inscripciones grabadas en caracteres jóni cos, y que enseguida descifró y tradujo al emir Muza el jeique
Abdos samad.
Decía la primera inscripción:
¡Oh hijo de los hombres, qué vanos son tus cálculos! ¡La muerte está cercana; no hagas cuentas para
el porvenir; se trata de un Señor del Universo que dispersa las naciones y los ejércitos, y desde su
palacios de vastas magnificencias precipita a los reyes en la estrecha morada de la tumba; y al despertar
su alma en la igualdad de la tierra, han de verse reducidos a un montón de ceniza y polvo!
Cuando oyó estas palabras, exclamó el emir Muza: "¡oh sublimes verdades! ¡Oh sueños del alma en la
igualdad de la tierra! ¡Qué con movedor es todo esto!" Y copió al punto en sus pergaminos aquellas
frases. Pero ya traducía el jeique la segunda inscripción, que decía:
¡Oh hijo de los hombres! ¿Por qué te ciegas con tus propia manos? ¡Cómo puedes confiar en este vano
mundo? ¿No sabes que es un albergue pasajero, una morada transitoria? ¡Di! ¿Dónde están los reyes que
cimentaron los imperios? ¿Dónde están los conquista dores, los dueños del Irak, de Ispahán y del
Khorassán? ¡Pasaron cual si nunca hubieran existido!
Igualmente copió esta inscripción el emir Muza, y escuchó muy emocionado al jeique, que traducía la
tercera:
¡Oh hijo de los hombres! ¡Anegas tu alma en los placeres, y no ves que la muerte se te monta
en los hombros espiando tus movimientos! ¡El mundo es como una tela de araña, detrás de cuya
fragilidad está acechándote la nada! ¿Adónde fueron a parar los hombres llenos de esperanzas y
sus proyectos efímeros? ¡Cambiaron por la tumba los palacios donde habitan búhos ahora!
No pudo el emir Muza contener su emoción y se estuvo largo tiem po llorando con las manos en las
sienes, y decía: "¡Oh el misterio del nacimiento y de la muerte! ¿Por qué nacer, si hay que morir? ¿Por
qué vivir, si la muerte da el olvido de la vida? ¡Pero sólo Alah conoce los destinos, y nuestro deber es
inclinarnos ante El con obedien cia muda!"
Hechas estas reflexiones, se encaminó de nuevo al campa mento con sus compañeros, y ordenó a sus
hombres que al punto pu sieran manos a la obra para construir con madera y ramajes una escala larga y
sólida, que les permitiese subir a lo alto del muro, con objeto de intentar luego bajar a aquella ciudad sin
puertas.
Enseguida dedicáronse a buscar madera y gruesas ramas secas; las mondaron lo mejor que pudieron
con sus sables y sus cuchillos; las ataron unas a otras con sus turbantes, sus cinturones, las cuerdas de los
camellos, las cinchas y las guarniciones, logrando construir una escala lo suficiente larga para llegar a lo
alto de las murallas. Y enton ces la tendieron en el sitio más a propósito, sosteniéndola por todos lados
con piedras gruesas; e invocando el nombre de Alah, comenzaron a trepar por ella lentamente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 344ª noche
Ella dijo:
...Comenzaron a trepar por ella lentamente, con el emir Muza a la cabeza. Pero quedáronse algunos en
la parte baja de los muros para vigilar el campamento y los alrededores.
El emir Muza y sus acompañantes anduvieron durante algún tiempo por lo alto de los muros, y
llegaron al fin ante dos torres unidas entre sí por una puerta de bronce, cuyas dos hojas encajaban tan
perfecta mente, que no se hubiera podido introducir por su intersticio la punta de una aguja. Sobre aquella
puerta aparecía grabada en relieve la imagen de un jinete de oro que tenía un brazo extendido y la mano
abierta, y en la palma de esta mano había trazado unos caracteres jónicos, que descifró enseguida el
jeique Abdossamad y los tradujo del siguiente modo: "Frota la puerta doce veces con el clavo que hay en
mi ombligo".
Aunque muy sorprendido de tales palabras, el emir Muza se acercó al jinete y notó que,
efectivamente, tenía metido en medio del ombligo un clavo de oro. Echó mano e introdujo y sacó el clavo
doce veces. Y a las doce veces que lo hizo, se abrieron las dos hojas de la puerta, dejando ver una
escalera de granito rojo que descendía caracoleando. Entonces el emir Muza y sus acompañantes bajaron
por los peldaños de esta escalera, la cual les condujo al centro de una sala que daba a ras de una calle en
la que se estacionaban guardias armados con arcos y espadas. Y dijo el emir Muza: "¡Vamos a hablarles,
antes de que se inquieten con nuestra presencia!"
Acercáronse, pues a estos guardias, unos de los cuales estaban de pie, con el escudo al brazo y el
sable desnudo, mientras otros perma necían sentados o tendidos. Y encarándose con el que parecía el jefe,
el emir Muza le deseó la paz con afabilidad; pero no se movió el hom bre ni le devolvió la zalema; y los
demás guardias permanecieron inmó viles igualmente y con los ojos fijos, sin prestar ninguna atención a
los que acababan de llegar y como si no les vieran.
Entonces, por si aquellos guardias no entendían el árabe, el emir Muza dijo al jeique Abdossamad:
"¡Oh jeique, dirígeles la palabra en cuantas lenguas conozcas!" Y el jeique hubo de hablarles primero en
lengua griega; luego, al advertir la inutilidad de su tentativa, les habló en indio, en hebreo, en persa, en
etíope y en sudanés; pero ninguno de ellos comprendió una palabra de tales idiomas ni hizo el menor
gesto de inteligencia. Entonces dijo el emir Muza: "¡Oh jeique!" Acaso estén ofendidos estos guardias
porque no les saludaste al estilo de su país. Conviene, pues, que les hagas zalemas al uso de cuantos paí -
ses conozcas. Y el venerable Abdossamad hizo al instante todos los ademanes acostumbrados en las
zalemas conocidas en los pueblos de cuantas comarcas había recorrido. Pero no se movió ninguno de los
guardias, y cada cual permaneció en la misma actitud que al prin cipio.
Al ver aquello, llegó al límite del asombro el emir Muza, y sin querer insistir más dijo a sus
acompañantes que le siguieran, y conti nuó su camino, no sabiendo a qué causa atribuir semejante
mutismo. Y se decía el jeique Abdossamad: "¡Por Alah, que nunca vi cosa tan extraordinaria en mis
viajes!"
Prosiguieron andando así hasta llegar a la entrada del zoco.
Como encontráronse con las puertas abiertas, penetraron en el interior. El zoco estaba lleno de gentes
que vendían y compraban; y por delante de las tiendas se amontonaban maravillosas mercancías. Pero el
emir Muza y sus acompañantes notaron que todos los compradores y vendedores, como también cuantos
se hallaban en el zoco, habíanse deteni do, cual puestos de común acuerdo, en la postura en que se les sor -
prendieron; y se diría que no esperaban para reanudar sus ocupaciones habituales más que a que se
ausentasen los extranjeros. Sin embargo, no parecían prestar la menor atención a la presencia de éstos, y
con tentábanse con expresar por medio del desprecio y la indiferencia el disgusto que semejante intrusión
les producía. Y para hacer aún más significativa tan desdeñosa actitud, reinaba un silencio general al
paso de los extraños hasta el punto de que en el inmenso zoco abovedado se oían resonar sus pisadas de
caminantes solitarios entre la quietud de su alrededor. Y de esta guisa recorrieron el zoco de los joyeros,
el zoco de las sederías, el zoco de los guarnicioneros, el zoco de los pa ñeros, el de los zapateros
remendones y el zoco de los mercaderes de especias y sahumerios, sin encontrar por parte alguna el
menor gesto benévolo u hostil, ni la menor sonrisa de bienvenida o burla.
Cuando cruzaron el zoco de los sahumerios, desembocaron en una plaza inmensa, donde deslumbraba
la claridad del sol después de acos tumbrarse la vista a la dulzura de la luz tamizada de los zocos. Y al
fondo, entre columnas de bronce de una altura prodigiosa, que servían de pedestales a enormes pájaros
de oro con las alas desplegadas, er guíase un palacio de mármol, flanqueado con torreones de bronce y
guardado por una cadena de guardias, cuyas lanzas y espadas despe dían de continuo vivos resplandores.
Daba acceso a aquel palacio una puerta de oro, por la que entró el emir Muza seguido de sus acom -
pañantes.
Primeramente vieron abrirse a lo largo del edificio una galería sostenida por columnas de pórfido, y
que limitaba un patio con pilas de mármoles de colores; y utilizábase como armería esta galería, pues
veíanse allí, por doquier, colgadas de las columnas, de las paredes y del techo, armas admirables,
maravillas enriquecidas con incrustacio nes preciosas, y que procedían de todos los países de la tierra.
En torno a la galería se adosaban bancos de ébano de un labrado maravilloso, repujados de plata y oro, y
en los que aparecían, sentados o ten didos, guerreros en traje de gala, quienes, por cierto, no hicieron mo -
vimiento alguno para impedir el paso a los visitantes, ni para animar les a seguir en su asombrada
exploración...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 345ª noche
...para impedir el paso a los visitantes ni para animarles a seguir en su asombrada exploración.
Continuaron, pues, por esta galería, cuya parte superior estaba decorada con una cornisa bellísima, y
vieron, grabada en letras de oro sobre fondo azul, una inscripción en lengua jónica que contenía pre -
ceptos sublimes, y cuya traducción fiel hizo el jeique Abdossamad en esta forma:
¡En el nombre del Inmutable, Soberano de los Destinos! ¡Oh hijo de los hombres, vuelve la cabeza y
verás que la muerte se dispone a caer sobre tu alma! ¿Dónde está Adán, padre de los humanos? ¿Dón de
está Nuh y su descendencia? ;Dónde está Nemrod el formidable? ¿Dónde están los reyes, los
conquistadores, los Khosroes, los Césares, los Faraones, los emperadores de la India y del Irak, los
dueños de Persia y de Arabia e Iscandar el Bicornio? ¿Dónde están los sobera nos de la tierra Hamán y
Karún, y Scheddad, hijo de Aad, y todos los pertenecientes a la posteridad de Canaán? ¡Por orden del
Eterno, aban donaron la tierra para ir a dar cuenta de sus actos el día de la Re tribución!.”
Oh hijo de los hombres, no te entregues al mundo y a sus pla ceres! ¡Teme al Señor, y sírvele con
corazón devoto! ¡Teme a la muer te! ¡La devoción por el Señor y el temor a la muerte son el principio de
toda sabiduría! ¡Así cosecharás buenas acciones, con las que te perfumarás el día terrible del Juicio!
Cuando escribieron en sus pergaminos esta inscripción, que les conmovió mucho, franquearon una
gran puerta que se abría en medio de la galería, y entraron en una sala, en el centro de la cual había una
hermosa pila de mármol transparente, de donde se escapaba un surti dor de agua. Sobre la pila, a manera
de techo agradablemente coloca do, se alzaba un pabellón cubierto con colgaduras de seda y oro en
matices diferentes, combinados con un arte perfecto. Para llegar a aquella pila, el agua se encauzaba por
cuatro canalillos trazados en el suelo de la sala con sinuosidades encantadoras, y cada canalillo tenía un
lecho de color especial: el primero tenía un lecho de pórfido rosa; el segundo, de topacios; el tercero, de
esmeraldas, y el cuarto, de tur quesas; de tal modo, que el agua de cada uno se teñía del color de su lecho,
y herida por la luz atenuada que filtraban las sedas en la altura, proyectaba sobre los objetos de su
alrededor y las paredes de mármol una dulzura de paisaje marino.
Allí franquearon una segunda puerta, y entraron en la segunda sala. La encontraron llena de monedas
antiguas de oro y plata, de co llares, de alhajas, de perlas, de rubíes y de toda clase de pedrerías. Y tan
amontonado estaba todo, que apenas se podía cruzar la sala y cir cular por ella para penetrar en la tercera.
Aparecía ésta llena de armaduras de metales preciosos, de escudos de oro enriquecidos con
pedrerías, de cascos antiguos, de sables de la India, de lanzas, de venablos y de corazas del tiempo de
Daúd y de Soleimán; y todas aquellas armas estaban en tan buen estado de conservación, que creeríase
habían salido la víspera de entre las manos que las fabricaron.
Entraron luego en la cuarta sala, enteramente ocupada por arma rios y estantes de maderas preciosas,
donde se alineaban ordenadamen te ricos trajes, ropones suntuosos, telas de valor y brocados labrados de
un modo admirable. Desde allí se dirigieron a una puerta abierta que les facilitó el acceso a la quinta
sala. La cual no contenía entre el suelo y el techo más que vasos y ense res para bebidas, para manjares y
para abluciones: tazones de oro y plata, jofainas de cristal de roca, copas de piedras preciosas, bandejas
de jade y de ágata de diversos colores.
Cuando hubieron admirado todo aquello, pensaron en volver sobre sus pasos, y he aquí que sintieron
la tentación de llevarse un tapiz inmenso de seda y oro que cubría una de las paredes de la sala. Y detrás
del tapiz vieron una gran puerta labrada con finas marqueterías de marfil y ébano, y que estaba cerrada
con cerrojos macizos, sin la menor huella de cerradura donde meter una llave. Pero el jeique Ab -
dossarnad se puso a estudiar el mecanismo de aquellos cerrojos, y acabó por dar con un resorte oculto,
que hubo de ceder a sus esfuerzos. Entonces la puerta giró sobre sí misma y dio a los viajeros libre
acceso a una sala milagrosa, abovedada en forma de cúpula y construida con un mármol tan pulido, que
parecía un espejo de acero. Por las venta nas de aquella sala, a través de las celosías de esmeraldas y
diamantes, filtrábase una claridad que inundaba los objetos con un resplandor imprevisto. En el centro,
sostenido por pilastras de oro, sobre cada una de las cuales había un pájaro con plumaje de esmeraldas y
pico de rubíes, erguíase una especie de oratorio adornado con colgaduras de seda y oro, y al que unas
gradas de marfil unían al suelo, donde una magnífica alfombra, diestramente fabricada con lana de
colores gloriosos, abría sus flores sin aroma en medio de su césped sin savia, y vivía toda la vida
artificial de sus florestas pobladas de pájaros y animales copiados de manera exacta, con su belleza
natural y sus contornos verdaderos.
El emir Muza y sus acompañantes subieron por las gradas del oratorio, y al llegar a la plataforma se
detuvieron mudos de sorpresa. Bajo un dosel de terciopelo salpicado de gemas y diamantes, en amplio
lecho construido con tapices de seda superpuestos, reposaba una joven de tez brillante, de párpados
entornados por el sueño tras unas largas pestañas combadas, y cuya belleza realzábase con la calma
admirable de sus facciones, con la corona de oro que ceñía su cabellera, con la diadema de pedrerías que
constelaba su frente y con el húmedo collar de perlas que acariciaban su dorada piel. A derecha y a
izquierda del lecho se hallaban dos esclavos, blanco uno y negro otro, armado cada cual con un alfanje
desnudo y una pica de acero. A los pies del lecho había una mesa de mármol, en la que aparecían
grabadas las siguientes frases:
¡Soy la virgen Tadnaar, hija del rey de los amalecitas, y esta ciu dad es mi ciudad! ¡Puedes
llevarte cuanto te plazca a tu deseo, viajero que lograste penetrar hasta aquí! ¡Pero ten cuidado
con poner sobre mí una mano violadora, atraído por mis encantos y por la volup tuosidad!
Cuando el emir Muza se repuso de la emoción que hubo de cau sarle la presencia de la joven dormida,
dijo a sus acompañantes: "Ya es hora de que nos alejemos de estos lugares después de ver cosas tan
asombrosas, y nos encaminemos hacia el mar en busca de los vasos de cobre. ¡Podéis, no obstante, coger
de este palacio todo lo que os parezca; pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar
sus vestidos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 346ª noche
Ella dijo:
"...pero guardaos de poner la mano sobre la hija del rey o de tocar sus vestidos".
Entonces dijo Taleb ben-Sebl: "¡Oh emir nuestro, nada en este palacio puede compararse a la belleza
de una joven! Sería una lástima dejarla ahí en vez de llevárnosla a Damasco para ofrecérsela al califa.
¡Valdría más semejante regalo que todas las ánforas con efrits del mar!"
Y contestó el emir Muza: "No podemos tocar a la princesa, por que sería ofenderla, y nos atraeríamos
calamidades". Pero exclamó Taleb: "¡Oh emir nuestro! las princesas, vivas o dormidas, no se ofen den
nunca por violencias tales". Y tras de haber dicho estas palabras, se acercó a la joven y quiso levantarla
en brazos. Pero cayó muerto de repente, atravesado por los alfanjes y las picas de los esclavos, que le
acertaron al mismo tiempo en la cabeza y en el corazón.
Al ver aquello, el emir Muza no quiso permanecer ni un momento más en el palacio, y ordenó a sus
acompañantes que salieran de prisa para emprender el camino del mar.
Cuando llegaron a la playa, encontraron allí a unos cuantos hom bres negros ocupados en sacar sus
redes de pescar, y que correspon dieron a la zalemas en árabe y conforme a la fórmula musulmana. Y dijo
el emir Muza al de más edad entre ellos, y que parecía ser el jefe: "¡Oh venerable jeique! venimos de
parte de nuestro dueño el califa Abdalmalek ben-Merwán, para buscar en este mar vasos con efrits de
tiempos del profeta Soleimán. ¿Puedes ayudarnos en nuestras investigaciones y explicarnos el misterio de
esta ciudad donde están privados de movimiento todos los seres?"
Y contestó el anciano: "Ante todo, hijo mío, has de saber que cuantos pescadores nos hallamos en
esta playa creemos en la palabra de Alah y en la de su Enviado (¡con él la plegaria y la paz!) ; pero
cuantos se encuentran en esa Ciudad de Bronce están encantados desde la antigüedad, y permanecerán así
hasta el día del Juicio. Respecto a los vasos que contienen efrits, nada más fácil que procurároslos,
puesto que poseemos una porción de ellos, que una vez destapados, nos sirven para cocer pescado y
alimentos. Os daremos todos los que queráis. ¡Solamente es necesario, antes de des taparlos, hacerlos
resonar golpeándolos con las manos, y obtener de quienes los habitan el juramento de que reconocerán la
verdad de la misión de nuestro profeta Mohammed, expiando su primera falta y su rebelión contra la
supremacía de Soleimán ben-Daúd!" Luego añadió: "Además, también deseamos daros, como testimonio
de nuestra fideli dad al Emir de los Creyentes, amo de todos nosotros, dos hijas del mar que hemos
pescado hoy mismo, y que son más bellas que todas las hijas de los hombres".
Y cuando hubo dicho estas palabras, el anciano entregó al emir Muza doce vasos de cobre, sellados
en plomo con el sello de Solei mán, y las dos hijas del mar, que eran dos maravillosas criaturas de largos
cabellos ondulados como las olas, de cara de luna y de senos admirables y redondos y duros cual
guijarros marinos; pero desde el ombligo carecían de las suntuosidades carnales que generalmente son
patrimonio de las hijas de los hombres, y las sustituían con un cuerpo de pez que se movía a derecha y a
izquierda, de la propia manera que las mujeres cuando advierten que a su paso llaman la atención. Tenían
la voz muy dulce, y su sonrisa resultaba encantadora; pero no com prendían ni hablaban ninguno de los
idiomas conocidos, y contentábanse con responder únicamente con la sonrisa de sus ojos a todas las
preguntas que se les dirigían.
No dejaron de dar las gracias al anciano por su generosa bondad el emir Muza y sus acompañantes, e
invitáronles, a él y a todos los pescadores que estaban con él, a seguirles al país de los musulmanes, a
Damasco, la ciudad de las flores y de las frutas y de las aguas dulces. Aceptaron la oferta el anciano y
los pescadores, y todos juntos volvie ron primero a la Ciudad de Bronce para coger cuanto pudieron
llevarse de cosas preciosas, joyas, oro, y todo lo ligero de peso y pesado de valor. Cargados de este
modo, se descolgaron otra vez por las murallas de bronce, llenaron sus sacos y cajas de provisiones con
tan inespera do botín, y emprendieron de nuevo el camino de Damasco, adonde llegaron felizmente al
cabo de un largo viaje sin incidentes.
El califa Abdalmalek quedó encantado y maravillado al mismo tiempo del relato que de la aventura
le hizo el emir Muza, y exclamó: "Siento en extremo no haber ido con vosotros a esa Ciudad de Bronce.
¡Pero iré, con la venia de Alah, a admirar por mí mismo esas maravi llas y a tratar de aclarar el misterio
de ese encantamiento!"
Luego quiso abrir por su propia mano los doce vasos de cobre, y los abrió uno tras de otro. Y cada
vez salía una humareda muy densa que con vertíase en un efrit espantable, el cual se arrojaba a los pies
del califa y exclamaba: "¡Pido perdón por mi rebelión a Alah y a ti, oh señor nuestro Soleimán!" Y
desaparecía a través del techo ante la sorpresa de todos los circunstantes.No se maravilló menos el califa
de la belleza de las dos hijas del mar. Su sonrisa, y su voz, y su idioma desconocido le conmovieron y le
emocionaron. E hizo que las pusieran en un gran baño, donde vivieron algún tiempo, para morir de
consunción y de calor por último.
En cuanto al emir Muza, obtuvo del califa permiso para retirarse a Jerusalén la Santa, con el
propósito de pasar el resto de su vida allí, sumido en la meditación de las palabras antiguas que tuvo
cuidado de copiar en sus pergaminos. ¡Y murió en aquella ciudad después de ser objeto de la veneración
de todos los creyentes que todavía van visitar la kubba donde reposa en la paz y la bendición del
Altísimo!
¡Y esto es, oh rey afortunado! - prosiguió Schehrazada- la historia de la Ciudad de Bronce.
Entonces dijo el rey Schahriar: "¡Verdaderamente, Schehrazada, que el relato es prodigioso!"
Y dijo ella: "Sí, ¡oh rey! Pero no quiere que transcurra esta noche sin contarte una historia de lo más
deliciosa, que le acaeció a Ibn Al-Mansur". Y sorprendido, dijo el rey Schariar: "¿Quién es Ibn Al-
Mansur? No le conozco”.
Entonces dijo Scherazada sonriendo: “!Escucha!”
Historia de Ibn Al-Mansur y los dos jóvenes
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid sufría con frecuencia
insomnios producidos por las preocupa ciones que le causaba su reino. Una noche, en vano daba vueltas
de un lado a otro en su lecho, porque no lograba amodorrarse, y al fin se cansó de la inutilidad de sus
tentativas. Rechazó entonces violentamente con un pie las ropas de su cama, y dando una palmada llamó a
Mas srur, su porta alfanje, que vigilaba la puerta siempre, y le dijo: "¡Massrur, búscame una distracción,
porque no logro dormir!"
El otro contestó: "¡No hay nada como los paseos nocturnos, mi señor, para calmar el alma y
adormecer los sentidos! Ahí fuera, en el jardín está hermosa la noche. Bajaremos y nos pasearemos entre
los árboles, entre las flores; y contemplaremos las estrellas y sus incrustaciones magníficas, y
admiraremos la belleza de la luna que avanza lentamente en medio de ellas y desciende hasta el río para
bañarse en el agua". El califa dijo: "¡Massrur, esta noche no desea mi alma ver semejantes cosas!" El otro
añadió: "¡Señor, en tu palacio tienes trescientas mu jeres secretas, y cada una disfruta de un pabellón para
ella sola! Iré a prevenirlas para que todas estén preparadas; y entonces te pondrás tú detrás de los tapices
de cada pabellón, y admirarás en su sencilla des nudez a cada una de ellas, sin hacerte traición con tu
presencia".
El califa dijo: "¡Massrur, este palacio es mi palacio, y esas jóvenes me pertenecen; pero no es nada
de eso lo que anhela mi alma esta noche!" El otro contestó: "¡Ordena mi señor, y haré que entre tus manos
se congreguen los sabios, los consejeros y los poetas de Bagdad! Los consejeros pronunciarán ante ti
hermosas sentencias; los sabios te pon drán al corriente de los descubrimientos que hayan hecho en los
anales, y los poetas encantarán tu espíritu con sus versos rítmicos".
El califa contestó: "¡Massrur, no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!" El otro contestó:
"En tu palacio, mi señor, hay coperos encantadores y deliciosos jóvenes de aspecto agradable. ¡Si lo
ordenas, les haré venir rara que te hagan compañía!" El califa contestó:
"¡Massrur, no es nada de eso lo que anhela mi alma esta noche!"
Massrur dijo: "¡Córtame, entonces, la cabeza, mi señor! ¡Quizá sea lo único que disipe tu hastío!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 347ª noche
Ella dijo:
"¡...Córtame, entonces, la cabeza, mi señor! ¡Quizá sea lo único que disipe tu hastío!"
Al oír estas palabras. Al-Raschid se echó a reír a carcajadas; luego dijo: "¡Mira, Massrur, puede que
lo haga algún día! ¡Pero ahora ve a ver si todavía hay en el vestíbulo alguien que verdaderamente sea
agradable de aspecto y de conversación!" Entonces salió a ejecutar la orden Massrur, y volvió enseguida
para decir al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes! no encontré ahí fuera más que a este viejo de mala
índole, que se llama Ibn Al-Mansur!"
Y preguntó Al-Raschid: "¿Qué Ibn Al-Mansur? ¿Es acaso Ibn Al- Mansur el de Damasco?" El jefe de
los eunucos dijo: "¡Ese mismo viejo malicioso!" Al-Raschid dijo: "¡Hazle entrar cuanto antes!" Y
Massrur introdujo a Ibn Al-Mansur, que dijo: "¡Sea contigo la zale ma, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El califa le devolvió la zalema y dijo: "¡Ya Ibn Al-Mansur! ¡Ponme al corriente de una de tus
aventuras!" El otro contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿Debo entretenerte con la narración de algo que
yo haya visto, o solamente con el relato de algo que haya oído?" El califa contestó: "¡Si viste alguna cosa
asom brosa, date prisa a contármela, porque las cosas que se vieron son siem pre preferibles a las que se
oyeron contar!"
El otro dijo: "¡Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! presta oído y otórgame una atención simpática!"
El califa contestó: "¡Ya Ibn Al-Mansur! ¡Heme aquí dispuesto a escucharte con mis oídos, a verte con mis
ojos y a otorgarte de todo corazón una atención simpática!"
Entonces dijo Ibn Al-Mansur: "Has de saber, ¡oh Emir de los Creyentes! que todos los años iba yo a
Bassra para pasar algunos días junto al emir Mohammad Al-Haschami, lugarteniente tuyo en aquella
ciudad. Un año en que fui a Bassra como de costumbre, al llegar a palacio vi al emir que se disponía a
montar a caballo para ir de caza. Cuando me vio, no dejó, tras las zalemas de bienvenida, de invitarme a
que le acompañara; pero yo le dije: "Dispénsame, señor, pues la sola vista de un caballo me para la
digestión, y a duras penas puedo tenerme en un burro. ¡No voy a ir de caza en burro!" El emir Mohammad
me excusó, puso a mi disposición todo el palacio, y encargó a sus oficiales que me sirvieran con todo
miramiento y no dejasen que careciera yo de nada mientras durase mi estancia. Y así lo hicieron.
Cuando se marchó, me dije: "¡Por Alah! Ya ibn Al-Mansur, he aquí que hace años y años que vienes
regularmente desde Bagdad a Bassra, y hasta hoy te contentaste con ir del palacio al jardín y del jardín al
palacio como único paseo por la ciudad. No basta eso para que te instruyas. Ahora puedes distraerte,
trata, pues, de ver por las calles de Bassra alguna cosa interesante. ¡Por cierto que nada ayuda a la
digestión tanto como andar; y tu digestión es muy pesada; y en gordas y te hinchas como una ostra!"
Entonces obedecí a la voz de mi alma ofuscada por mi gordura, y me levanté al punto, me puse mi
traje más hermoso, y salí del palacio con objeto de andar un poco a la ventura, de aquí para allá.
Por lo demás, ya sabes, ¡oh Emir de los Creyentes! que en Bassra hay setenta calles, y que cada calle
tiene una longitud de setenta para sangas del Irak. Así es que, al cabo de cierto tiempo, me vi de pronto
perdido en medio de tantas calles, y en mi perplejidad hube de andar más de prisa, sin atreverme a
preguntar el camino por miedo de quedar en ridículo. Aquello me hizo sudar mucho; y también sentí
bastante sed; y creí que el sol terrible iba sin duda a liquidar la grasa sensible de mi piel.
Entonces me apresuré a tomar la primera bocacalle para buscar algo de sombra, y de este modo
llegué a un callejón sin salida, por donde se entraba a una casa grande de muy buena apariencia. La en -
trada medio oculta por un tapiz de seda roja, daba a un gran jardín que había delante de la casa. A ambos
lados aparecían bancos de már mol sombreados por una parra, lo que me incitó a sentarme para tomar
aliento.
Mientras me secaba la frente, resoplando de calor, oí que del jardín llegaba una voz de mujer, que
cantaba con aire lastimero estas palabras:
¡Desde el día en que me abandonó mi gamo joven, se ha tornado mi corazón en asilo de
dolor!
¿Acaso, como él cree, es un pecado tan grande dejarse amar por las muchachas?
Era tan hermosa la voz que cantaba y tanto me intrigaron las palabras aquellas, que dije para mí: "¡Si
la poseedora de esta voz es tan bella como este canto hace suponer, es una criatura maravillosa!"
Entonces me levanté y me acerqué a la entrada, cuyo tapiz levanté con cuidado, y miré poco a poco para
no despertar sospechas. Y advertí en medio del jardín a dos jóvenes, de las cuales parecía ser el ama una
y la esclava la otra. Y ambas eran de una belleza extraordinaria. Pero la más bella era precisamente
quien cantaba; y la esclava la acom pañaba con un laúd. Y yo creí ver a la misma luna que hubiese descen -
dido al jardín en su décimocuarto día, y me acordé entonces de estos versos del poeta:
¡Babilonia la voluptuosa brilla en sus ojos que matan con sus pestañas, más curvadas
seguramente que los alfanjes y que el hierro templado de las lanzas!
¡Cuando caen sus cabellos negros sobre su cuello de jazmín, me pregunto si viene a
saludarla la noche!
¿Son dos breves esferas de marfil lo que hay en su pecho, o son dos granadas, o son sus
senos? ¿Y qué es lo que de tal modo ondula bajo su camisa? ¿Es su talle, o es arena movible?
Y también me hizo pensar en estos versos del poeta:
¡Sus párpados son dos pétalos de narciso; su sonrisa es como la aurora, su boca está
sellada por los dos rubíes de sus labios deliciosos y bajo su túnica se mecen todos los jardines
del paraíso.'
Entonces, ¡oh Emir de los Creyentes! no pude por menos de excamar: "¡Ya Alah! ¡ya Alah!" Y
permanecí allí inmóvil, comiendo bebiendo con los ojos encantos tan milagrosos. Así es que, al volver
cabeza hacia donde yo estaba, me vio la joven, y bajó vivamente el velillo de su rostro; luego, dando
muestras de gran indignación, me mandó a la esclava tañedora de laúd, que se me acercó, y después de
arañarme, me dijo: "¡Oh jeique! ¿no te da vergüenza mirar así en su cara a las mujeres? ¿Y no te
aconsejan tu barba blanca y tu vejez el respeto para las cosas honorables!" Yo contesté en alta voz para
que me oyera la joven sentada: "Tienes razón, ¡oh mi dueña! y mi vejez es notoria, pero con lo que
respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 348ª noche
Ella dijo:
...pero en lo que respecta a mi vergüenza, ya es otra cosa".
Cuando la joven hubo oído estas palabras, se levantó y fue a re unirse con su esclava, para decirme,
irritada en extremo: "¿Es que hay mayor vergüenza para tus cabellos blancos ¡oh jeique! que la ac ción de
pararte con tal osadía a la puerta de un harem que no es tu harem, y de una morada que no es tu morada?"
Yo me incliné y con testé: "¡Por Alah, ¡oh mi dueña! que la vergüenza para mi barba no es tan
considerable, y lo juro por tu vida! ¡Mi presencia aquí tiene una excusa!" Ella preguntó: "¿Y cuál es tu
excusa?" Contesté: "¡Soy un extranjero que padece una sed de la que voy a morir!" Ella contestó:
"¡Aceptamos esa excusa, pues, ¡por Alah!, que es atendible!" Y enseguida se volvió hacia su joven
esclava y le dijo: "¡Gentil, corre pronto a darle de beber!"
Desapareció la pequeña para volver al cabo de un momento con un tazón de oro en una bandeja y una
servilleta de seda verde. Y me ofreció el tazón, que estaba lleno de agua fresca, perfumada agrada -
blemente con almizcle puro. Lo tomé y me puse a beber muy lentamente y a largos sorbos, dirigiendo de
soslayo miradas de admiración a la joven principal y miradas de notorio agradecimiento a ambas.
Cuando me hube servido de este juego durante cierto tiempo, devolví el tazón a la joven, la cual me
ofreció entonces la servilleta de seda invitándome a limpiarme la boca. Me limpié la boca, le devolví la
servilleta, que es taba deliciosamente perfumada con sándalo, y no me moví de aquel sitio.
Cuando la hermosa joven vio que mi inmovilidad pasaba de los límites correctos, me dijo con acento
adusto: "¡Oh jeique! ¿a qué es peras aún para reanudar tu marcha por el camino de Alah?" Yo contes té con
aire pensativo: "¡Oh mi dueña! me preocupan extremadamente ciertos pensamientos, y me veo sumido en
reflexiones que no puedo llegar a resolver por mí solo!"
Ella me preguntó: "¿Y cuáles son esas reflexiones?" Yo dije: "¡Oh mi dueña! reflexiono acerca del
reverso de las cosas y acerca del curso de los acontecimientos que produce el tiempo!" Ella me contestó:
"¡Cierto que son graves esos pensamientos, y todos tenemos que deplorar alguna fechoría del tiempo!
Pero ¿qué ha podido inspirarte a la puerta de nuestra casa ¡oh jeique! semejantes reflexiones?" Yo dije:
"¡Precisamente ¡oh mi dueña! pensaba yo en el dueño de esta casa! ¡Le recuerdo muy bien ahora! Antaño
me pro puso vivir en este callejón compuesto por una sola casa con jardín. ¡Sí, por Alah! el propietario
de esta casa era mi mejor amigo!"
Ella me preguntó: "¿Te acordarás, entonces, del nombre de tu amigo?" Yo dije: "¡Ciertamente, oh mi
dueña! ¡Se llamaba Alí ben-Mohammad, y era el síndico respetado por todos los joyeros de Bassra! ¡Ya
hace años que le perdí de vista, y supongo que estará en la misericordia de Alah ahora! Permíteme, pues,
¡oh mi dueña! que te pregunte si dejó posteridad".
Al oír estas palabras, los ojos de la joven se humedecieron de lágrimas, y dijo: "¡Sean con el síndico
Alí ben-Mohammad la paz y los dones de Alah! Ya que fuiste su amigo, has de saber ¡oh jeique! que el
difunto síndico dejó por única descendencia una hija llamada Badr. ¡Y ella sola es la heredera de sus
bienes y de sus inmensas rique zas!" Yo exclamé: "¡Por Alah, que no puede ser más que tú misma ¡oh mi
dueña! la hija bendita de mi amigo!" Ella sonrió y contestó: "¡Por Alah, que lo adivinaste!" Yo dije:
"¡Acumule sobre ti Alah sus ben diciones, ¡oh hija de Alí ben-Mohammad! Pero, a juzgar por lo que
puedo ver a través de la seda que cubre tu rostro, ¡ oh luna! me pa rece que contrae tus facciones una gran
tristeza. ¡No temas revelarme su causa, porque quizá me envía Alah para que trate de poner remedio a ese
dolor que altera tu hermosura!" Ella contestó: "¿Cómo quieres que te hable de cosas tan íntimas, si ni
siquiera me dijiste aún tu nom bre ni tu calidad?" Yo me incliné y contesté: "¡Soy tu esclavo lbn Al -
Mansur, oriundo de Damasco, una de las personas a quienes nuestro dueño el califa Harún Al-Raschid
honra con su amistad y ha escogido para compañeros íntimos!"
Apenas hube pronunciado estas palabras, ¡oh Emir de los Cre yentes! me dijo Sett Badr: "¡Bien
venido seas a mi casa, donde pue des encontrar hospitalidad larga y amistosa!, ¡oh jeique Ibn Al-Man sur!"
Y me invitó a que la acompañara y a que entrara a sentarme en la sala de recepción.
Entonces entramos los tres en la sala de recepción, y cuando es tuvimos sentados, y después de los
refrescos usuales, que fueron exqui sitos, Sett Badr me dijo: "¡Ya que quieres saber la causa de una pena
que adivinaste en mis facciones, ¡oh jeique Ibn Al-Mansur! prométeme el secreto y la fidelidad!"
Yo contesté: "¡Oh mi dueña! en mi corazón está el secreto como en un cofre de acero cuya llave se
hubiese per dido!" Y me dijo ella entonces: "¡Escucha, pues, mi historia, oh jei que!" Y después de
ofrecerme aquella joven esclava tan gentil una cucharada de confitura de rosas, dijo Sett Badr:
"Has de saber, ¡oh Ibn Al-Mansur! que estoy enamorada, y que el objeto de mi amor se halla lejos de
mí. ¡He aquí toda mi historia!" Y tras esas palabras, Sett Badr dejó escapar un gran suspiro y se calló.
Y yo le dije: "¡Oh mi dueña! estás dotada de belleza perfec ta, y el que amas debe ser perfectamente
bello! ¿Cómo se llama?" Ella me dijo: "Sí, Ibn Al-Mansur, el objeto de mi amor es perfectamente bello,
como has dicho. Es el emir Jobair, jefe de la tribu de los Bani Schaibán. ¡Sin ningún género de duda es el
joven más admirable de Bassra y del Irak!"
Yo dije: "No podía ser de otro modo, ¡oh mi dueña! Pero, ¿consistió en palabras solamente vuestro
mutuo amor, o llegasteis a daros pruebas íntimas de él en diversos encuentros y de agradables
consecuencias?" Ella dijo: "¡Ciertamente, hubieran sido de muy agradables consecuencias nuestros
encuentros, si su larga dura ción bastara a enlazar los corazones! ¡Pero el emir Jobair me ha ofen dido con
una simple suposición!"
Al oír estas palabras, ¡oh Emir de los Creyentes! exclamé: "¿Có mo? ¿Es posible suponer que el lirio
ame al barro porque la brisa le incline hacia el suelo? ¡Y aunque sean fundadas las suposiciones del emir
Jobair, tu belleza es una disculpa viva, ¡oh mi dueña!" Ella sonrió y me dijo: "¡Si al menos ¡oh jeique! se
tratase de un hombre! ¡Pero el emir Jobair me acusa de amar a una joven, a esta misma que tienes delante
de tus ojos, a la gentil, a la dulce que nos está sirvien do!" Yo exclamé: "Pido a Alah perdón para el emir
¡oh mi dueña! ¡Sea confundido el Maligno! ¿Y cómo pueden amarse entre sí las mujeres? ¿Quieres
decirme, por lo menos, en qué ha fundado sus suposiciones el emir?"
Ella contestó: "Un día, después de haber tomado mi baño en el hammam de mi casa, me eché en mi
cama y me puse en manos de mi esclava favorita, esta joven que aquí ves, para que me vistiera y peinara
mis cabellos. Era sofocante el calor, y con objeto de que me refrescara algo, mi esclava me despojó de
las toallas que abrigaban mis hombros y cubrían mis senos, y se puso a arreglar las trenzas de mi
cabellera. Cuando hubo concluido, me miró y al encon trarme hermosa de aquel modo, me rodeó el cuello
con sus brazos y me besó en la mejilla, diciéndome: "¡Oh mi señora, quisiera ser hom bre para amarte aún
más de lo que te amo!" Y trataba, gentil, de divertirme con mil retozos amables. Y he aquí que en aquel
momento precisamente entró el emir; nos lanzó una mirada singular a ambas y salió bruscamente, para
enviarme algunos instantes después una esque la, en la que aparecían trazadas estas palabras: "El amor no
puede hacernos dichosos más que cuando nos pertenece en absoluto". ¡Y desde aquel día no volví a
verle; y jamás quiso darme noticias suyas, ya lbn Al-Mansur!"
Entonces le pregunté: "¿Pero os unió algún contrato de matrimo nio?" Ella contestó: "¿Y para qué
hacer un contrato? Nos habíamos unido por nuestra voluntad, sin intervención del kadí y de los testigos".
Yo dije: "Entonces, ¡oh mi dueña! si me lo permites, quiero ser el lazo de unión entre vosotros dos,
simplemente por el gusto de ver re unidos a dos seres selectos". Ella exclamó: "¡Bendito sea Alah, que
nos puso en tu camino, ¡oh jeique de rostro blanco! ¡No creas que vas a dar con una persona ingrata que
ignora el valor de los beneficios! Voy ahora mismo a escribir de mi puño y letra una carta para el emir
Jobair, y tú se la entregarás, procurando hacerle entrar en razón". Y dijo a su favorita: "Anda, gentil,
tráeme un tintero y una hoja de papel". Se los trajo la otra, y Sett Badr escribió:
"¿Por qué dura tanto la separación, mi bien amado? ¿No sabes que el dolor ahuyenta de mis ojos el
sueño, y que cuando pienso en tu imagen se me aparece tan cambiada que ya no la reconozco?
“!Te conjuro a que me digas por qué dejaste la puerta abierta a mis calumniadores!” ¡Levántate,
sacude el polvo de los malos pensamientos y vuelve a mí sin tardanza! ¡Qué día de fiesta va a ser para
ambos el que alumbre nuestra reconciliación!"
Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 350ª noche
Ella dijo:
...Cuando acabó de escribir esta carta, la dobló, la selló y me la entregó, y al mismo tiempo deslizó
en mi bolsillo, sin dar lugar a que yo lo impidiese, una bolsa que contenía mil dinares de oro, y que me
decidí a guardar como recuerdo de los buenos servicios que presté antaño a su difunto padre, el digno
síndico, y en previsión del por venir. Me despedí entonces de Sett Badr y me dirigí a la morada de Jobair,
emir de los Bani-Schaibán, a cuyo padre, muerto hacia mu chos años, conocí asimismo.
Cuando llegué al palacio del emir Jobair, me dijeron que también estaba de caza, y esperé su regreso.
No tardó en llegar, y en cuanto supo mi nombre y mis títulos, me rogó aceptase su hospitalidad y conside -
rase su casa como propia. Y enseguida fue a hacerme honores él en persona.
Por lo que a mí respecta. ¡oh Emir de los Creyentes! al advertir la cumplida belleza del joven me
quedé sorprendido, y sentí que mi razón me abandonaba definitivamente. Y al ver él que yo no me movía,
creyó que era la timidez lo que me retenía, y fue hacia mí sonriéndose, y me abrazó, según costumbre, y
creí abrazar en aquel momento al sol, a la luna y al universo entero con todo su contenido. Y como había
llegado la hora de reponer fuerzas, el emir Jobair me cogió de un brazo y me hizo sentarme a su lado en
un cojín. Y enseguida pusieron la mesa los esclavos ante nosotros.
Era una mesa llena de vajilla del Khorassán, de oro y de plata, y que ostentaba cuantos manjares
fritos y asados pudiesen desear el paladar, la nariz y los ojos. Entre otras cosas admirables, había allí
aves rellenas de alfónsigos y de uvas, y pescados servidos en buñuelos de galleta, y especialmente una
ensalada de verdolaga, a cuyo solo as pecto se me hacía agua la boca. No hablaré de las demás cosas, por
ejemplo, de un maravilloso arroz con crema de búfalo, en el que de buena gana hubiera hundido mi mano
hasta el codo, ni de la confitura de zanahorias con nueces, que tanto me gusta -¡oh! estoy seguro de que
algún día me hará morir-, ni de las frutas, ni de las bebidas.
¡Sin embargo, ¡oh Emir de los Creyentes! te juro por la nobleza de mis antecesores que reprimí los
impulsos de mi alma y no probé bocado! Por el contrario, esperé a que mi huésped me instase con mucho
ahínco a servirme de aquello, y le dije: "¡Por Alah! hice voto de no tocar ninguno de los manjares de tu
hospitalidad, emir Jobair, mientras no accedas a una súplica que es el móvil de mi visita a tu casa!" El
me preguntó: "¿Puedo al menos ¡oh mi huésped! saber, an tes de comprometerme a una cosa tan grave y
que me amenaza con que renuncies a mi hospitalidad, cuál es el objeto de esta visita?" Por toda
respuesta, saqué yo de mi pecho la carta y se la di.
La cogió, la abrió y la leyó. Pero al punto la rompió, arrojó a tierra los pedazos, los pisoteó, y me
dijo: "¡Ya lbn Al-Mansur! pide cuanto quieras y te será concedido al instante. ¡Pero no me hables del
contenido de esta carta, a la que no tengo nada que contestar!"
Entonces me levanté y quise marcharme enseguida, pero me re tuvo asiéndome de la ropa, y me
suplicó que me quedase, diciéndome: "¡Oh mi huésped! ¡si supieras el motivo de mi repulsa, no
insistirías ni por un instante! ¡Tampoco creas que eres el primero a quien se ha confiado semejante
misión! ¡Y si lo deseas, te diré exactamente las palabras que te encargó ella me dijeses!" Y me repitió al
punto las palabras consabidas, con tanta precisión como si hubiese estado en presencia nuestra en el
momento en que se pronunciaron.
Luego aña dió: "¡Créeme que no debes ocuparte de ese asunto! ¡Y quédate en mi casa para descansar
todo el tiempo que tu alma anhele!"
Estas palabras me decidieron a quedarme. Y pasé el resto del día y toda la noche comiendo, bebiendo
y disfrutando con el emir Jobair. No obstante, como no oía cantos ni música, me asombré al advertir tal
excepción de las prácticas establecidas en los festines; y por último hube de decidirme a manifestar al
joven emir mi sorpresa. Enseguida vi ensombrecerse su rostro y noté en él un gran malestar; luego me
dijo: "Hace ya mucho tiempo que suprimí los cantos y la música en mis festines. ¡Sin embargo, en vista
de tu deseo, voy a satisfacerlo!"
Y al instante hizo llamar a una de sus esclavas, que se presentó con un laúd indio, guardado en un
estuche de raso, y se sentó delante de nos otros, preludiando inmediatamente en veintiún tonos distintos.
Reanu dó después el primer tono y cantó:
Con los cabellos despeinados, lloran y gimen en el dolor las hijas del Destino, oh alma
mía!
¡La mesa, empero, está cargada con los manjares más exquisitos, son aromáticas las rosas,
nos sonríen los narcisos y ríe en la jofaina el agua!
¡Oh alma mía, alma triste, ármate de valor! ¡De nuevo lucirá en los ojos la esperanza un
día, y beberás en la copa de la dicha!
Pasó después a un tono más triste, y cantó:
¡Quien no saboreó las delicias del amor ni gustó su amargura, no sabe lo que pierde al
perder a un amigo!
¡Quien no llegó a sufrir las heridas del amor, no puede saber los tormentos deleitosos que
proporcionan!
¿Dónde están las noches dichosas pasadas junto a mi amigo, nuestros retozos amables,
nuestros labios unidos, la Miel de su saliva? ¡Oh dulzura! ¡oh dulzura!
¡Nuestras noches hasta el amanecer, nuestros días hasta la puesta del sol! ¿Qué hacer ¡oh
corazón roto! contra los decretos de un destino cruel?
Apenas la cantora dejó expirar estas últimas quejas, cuando vi que mi joven huésped caía
desvanecido lanzando un grito doloroso. Y me dijo la esclava: "¡Tú tienes la culpa, ¡oh jeique! Porque
hace largo tiempo que evitamos cantar delante de él, a causa del estado de emoción en que se pone y de
la agitación que le produce todo poema amoroso". Y lamenté mucho haber sido causante de un accidente
de mi huésped, e invitado por la esclava, me retiré a mi estancia para no importunarle más con mi
presencia.
Al día siguiente, en el momento en que me disponía a partir y ro gaba a uno de los servidores que
transmitiese a su amo mi agradecimiento por aquella hospitalidad, se presentó un esclavo, que me entregó
una bolsa con mil dinares, rogándome que la aceptara como compensación por el anterior trastorno, y
diciéndome que estaba encargado de recibir mis adioses. Entonces, sin haber conseguido nada, abandoné
la casa de Jobair y regresé a la de aquella que me había enviado.
Al llegar al jardín, encontré a Sett Badr, que me esperaba a la puerta, y sin darme tiempo de abrir la
boca, me dijo: "¡Ya lbn Al-Man sur, sé que no tuviste éxito en tu misión!" Y me relató punto por punto
todo lo acaecido entre el emir Jobair y yo, haciéndolo con tanta exactitud que sospeché pagaba espías
que la tuviesen al corriente de lo que pu diera interesarla.
Y le pregunté: "¿Cómo te hallas tan bien informada, ¡oh mi dueña! ? ¿Acaso estuviste allí sin ser
vista?" Ella me dijo: "¡Ya lbn Al-Mansur! has de saber que los corazones de los amantes tienen ojos que
ven lo que ni suponer podrían los demás! ¡Pero yo sé que tú no tienes la culpa de la repulsa! ¡Es mi
destino!" Luego añadió, le vantando los ojos al cielo: "¡Oh Señor, dueño de los corazones, sobe rano de
las almas, haz que en adelante me amen sin que yo ame nunca! ¡Haz que lo que resta de amor por Jobair
en este corazón se desvíe hacia el corazón de Jobair, para tormento suyo! ¡Haz que vuelva a suplicarme
que le escuche, y dame valor para hacerlo sufrir!"
Tras de lo cual me dio las gracias por lo que me presté a hacer en su favor, y se despidió de mí. Y
volví al palacio del emir Mohammad, y desde allí regresé a Bagdad.
Pero al año siguiente hube de ir nuevamente a Bassra, según mi costumbre, para ventilar mis asuntos,
porque debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que el emir Mohammad era deudor mío, y no disponía yo
de otro medio que aquellos viajes regulares para hacerle pagar el di nero que me adeudaba. Y he aquí que
al día siguiente de mi llegada me dije: "¡Por Alah! tengo que saber en qué paró la aventura de los dos
amantes!"
Encontré cerrada la puerta del jardín, conmoviéndome con la tris teza que emanaba el silencio
reinante en torno mío. Miré entonces por la rejilla de la puerta, y vi en medio de la avenida, bajo un
sauce de ramas lagrimeantes, una tumba de mármol completamente nueva todavía, y cuya inscripción
funeral no pude leer a causa de la distancia. Y me dije: "¡Ya no está ella aquí! ¡Segaron su juventud! ¡Qué
lástima que una belleza semejante se haya perdido para siempre! ¡La debió desbordar la pena,
anegándola el corazón...!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 351ª noche
Ella dijo:
"¡...Qué lástima que una belleza semejante se haya perdido para siempre! ¡La debió desbordar la
pena, anegándola el corazón!" Con el pecho oprimido por la angustia, me decidí entonces a per sonarme
en el palacio del emir Jobair. Allá me esperaba un espectáculo más entristecedor aún. Todo estaba
desierto; los muros derrumbábanse ruinosos; habíase secado el jardín, sin la menor huella de que le cui -
dase nadie. Ningún esclavo guardaba la puerta del palacio, y no había ningún ser vivo que pudiera darme
noticia de quienes habitaron en el interior. Ante aquel espectáculo, me dije desde lo profundo de mi alma:
¡También ha debido morir él!"
Muy triste, muy apenado, me senté luego a la puerta, e improvisé esta elegía:
¡Oh moradal ¡En tus umbrales me detengo para llorar con tus piedras al recuerdo del
amigo que ya no existe!
¿Dónde está el huésped generoso, cuya hospitalidad se hacía extensiva pródigamente a los
viajeros?
¿Dónde están los amigos pletóricos de alegría que te habitaron en la época de tu esplendor,
palacio?
¡Sigue su ejemplo, tú que pasas; pero no olvides, por lo menos, los beneficios de que
todavía hay señales, a pesar de las ruinas del tiempo!
Mientras yo me dejaba llevar de la tristeza que me poseía, expre sándola de aquel modo, apareció un
criado, que avanzó hacia mí, dicién dome con acento violento: "¡Cállate, viejo jeique! ¡Te va en ello la
vida! ¿Por qué dices cosas fúnebres a nuestra puerta?" Yo contesté: "¡Me limitaba a improvisar versos a
la memoria de un amigo entre mis ami gos, que habitaba esta casa y se llamaba Jobair, de la tribu de los
Bani- Schaibán". El esclavo replicó: "¡El nombre de Alah sea con él y en torno de él! Ruega por el
Profeta, ¡oh jeique! Pero ¿por qué dices que ha muerto el emir Jobair? ¡Glorificado sea Alah! ¡Nuestro
amo está con vida, siempre en el seno de los honores y de las riquezas!" Pero yo exclamé: "¿A qué
obedece, entonces, ese ambiente de tristeza espar cido por la casa y el jardín?" El contestó: "¡Al amor! El
emir Jobair está con vida; pero es lo mismo que si se contara en el número de los muertos. Tendido yace
en su lecho sin moverse; y cuando tiene hambre, nunca dice: "¡Dadme de comer!", y cuando tiene sed, no
dice nunca: "¡Dadme de beber!"
Al oír estas palabras del negro, dije: "¡Por Alah sobre ti, oh rostro blanco! ve en seguida a
participarle mi deseo de verle! Dile: "¡Es Ibn Al-Mansur quien espera a tu puerta!" Se fué el negro, y al
cabo de algunos instantes, volvió para avisarme que su amo podía recibirme. Y me hizo entrar,
diciéndome: "Te advierto que no se enterará de nada de lo que le digas, a no ser que sepas conmoverle
con ciertas palabras".
Efectivamente, encontré al emir Jobair tendido en su lecho, con la mirada perdida en el vacío, muy
pálido y adelgazado el rostro y des conocido en verdad. Le saludé al punto, pero no me devolvió la
zalema. Le hablé; pero no me contestó: Entonces me dijo al oído el esclavo: "No comprende más
lenguaje que el de los versos". ¡Por Alah, que no encontré nada mejor para entrar en conversación con él!
Me abstraje un instante; luego improvisé estos versos con voz clara:
¿Anida todavía en tu alma el amor de Sett Badr, o hallaste el re poso tras las zozobras de la
pasión?
¿Pasas siempre en vigilia tus noches, o al fin conocen tus párpados el sueño?
¡Si aún corren tus lágrimas, si aún alimentas con la desolación a tu alma, sabe que
llegarás al colmo de la locura!
Cuando oyó él estos versos, abrió los ojos y me dijo: "¡Bien venido seas, Ibn Al-Mansur! ¡Las cosas
tomaron para mí un carácter grave!" Yo contesté enseguida: "¿Puedo, al menos, señor, serte de alguna uti -
lidad?" El dijo: "¡Eres el único que puede salvarme todavía! ¡Tengo el propósito de mandar a Sett Badr
una carta por mediación tuya, pues tú eres capaz de convencerla para que me responda!" Yo contesté:
"¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!"
Reanimado entonces, se incorporó, desenrolló una hoja de papel en la palma de la mano, cogió un
cálamo y escribió:
"¡Oh dura bienamada! He perdido la razón y me debato en la desesperanza. Antes de este día
creí que el amor era una cosa fútil, una cosa fácil, una cosa leve. Pero, al naufragar en sus olas, vi
¡ay! que para quien en él se aventura es un mar terrible y confuso. A ti vuelvo con el corazón
herido, implorando el perdón para lo pasado. ¡Ten piedad de mí y acuérdate de nuestro amor! Si
deseas mi muerte, olvida la gene rosidad".
Selló entonces la carta y me la entregó. Aunque yo ignoraba la suerte de Sett Badr, no dudé: cogí la
carta y regresé al jardín. Crucé el patio, y sin previa advertencia entré en la sala de recepción.
Pero cuál no sería mi asombro al advertir sentadas en las alfom bras a diez jóvenes esclavas blancas
en medio de las cuales se encontraba llena de vida y de salud, pero en traje de luto, Sett Badr, que se
apareció como un sol puro a mis miradas asombradas.
Me apresuré a in clinarme deseándole la paz; y no bien me vio ella entrar, me sonrió devolviéndome
mi zalema, y me dijo: "¡Bien venido seas, lbn Al-Mansur! ¡Siéntate! ¡Tuya es la casa!" Entonces le dije:
"¡Aléjense de aquí todos los males, oh mi dueña! Pero ¿por qué te veo en traje de luto?" Ella contestó:
"¡Oh, no me interrogues, lbn Al-Mansur! ¡Ha muerto la gentil! En el jardín pudiste ver la tumba donde
duerme". Y vertió un mar de lágrimas, mientras intentaban consolarla todas sus compañeras.
Ante todo, creí un deber por mi parte guardar silencio; luego dije: "¡Alah la tenga en su misericordia!
¡Y caigan, en cambio, sobre ti, todas las bienandanzas que la vida reservaba aún a esa joven y dulce
favorita tuya por quien lloras! ¡Parece mentira que haya muerto!" Ella dijo: "¡Pues murió la pobre!"
Aprovechándome entonces del estado de postración en que se ha llaba, la entregué la carta, que hube
de sacar de mi cinturón. Y añadí: "¡De tu respuesta ¡oh mi dueña! depende su vida o su muerte! Porque, en
verdad, la única cosa que le ata a la tierra todavía es la espera de esta respuesta".
Cogió ella la carta, la abrió, la leyó, sonrió, y dijo: "¿Ha llegado ahora a semejante estado de pasión
él, que no quería leer mis cartas otras veces? ¡Fue preciso que guardara yo silencio desde entonces y
desdeñara verle, para que volviese a mí más inflamado que nunca!"
Yo contesté: "Tienes razón, y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 352ª noche
Ella dijo:
"...y hasta te cabe el derecho de hablar aún con más amargura. Pero el perdón de las faltas es
patrimonio de las almas generosas. Y además, ¿qué harías en este palacio sola con tu dolor, después de
haber muerto la gentil amiga que te consolaba con su dulzura?" Al oír estas palabras, se llenaron de
lágrimas sus ojos, y permaneció pensativa du rante una hora. Tras lo cual me dijo: "Creo que dijiste
verdad, lbn Al -Mansur. ¡Voy a contestarle!"
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! cogió papel y escribió una carta, cuya elocuencia emocionante
no sabrían igualar los mejores es cribas de tu palacio. No me acuerdo de los términos exactos de aque lla
carta pero en substancia decía así:
"A pesar del deseo, ¡oh mi amante! jamás he comprendido el mo tivo de nuestra separación.
Reflexionando bien, es posible que en el pasado errara yo. Pero el pasado ya no existe, y los celos,
cualesquiera sean, deben morir con la víctima de la Separadora.
"Déjame que te tenga ahora al alcance de mi vista, para que des cansen mis ojos como no lo harían
con el sueño.
"Juntos entonces, beberemos nuevamente los tragos refrigeran tes; y si nos embriagamos, no podrá
censurarnos nadie".
Selló luego la carta y me la entregó; y le dije: "¡Por Alah! ¡he aquí lo que apacigua la sed del sediento
y cura las dolencias del en fermo!" Y me disponía a despedirme para llevar la buena nueva al que la
esperaba, cuando me detuvo ella aún para decirme: "¡Ya Ibn Al- Mansur, puedes añadir también que esta
noche será para nosotros dos una noche de bendición!"
Y lleno de alegría corrí a casa del emir Jobair, a quien encontré con la mirada fija en la puerta por
donde debía yo entrar.
Cuando hubo leído la carta y comprendió su alcance, lanzó un gran grito de alegría y cayó
desvanecido. No tardó en volver en sí, y preguntóme, todavía anhelante: "Dime, ¿fue ella misma quien
redactó esta carta? ¿Y la escribió con su mano?" Yo le contesté: "¡Por Alah que no supe hasta ahora que
se pudiese escribir con los pies!"
Por lo demás, ¡oh Emir de los Creyentes! apenas había yo pronun ciado estas palabras, cuando oímos
detrás de la puerta un tintinear de brazaletes y un ruido de cascabeles y seda, viendo aparecer, un ins tante
más tarde, a la joven en persona.
Como no puede describirse con la palabra dignamente la alegría, no trataré de hacerlo en vano. Sólo
he de decirte ¡oh Emir de los Cre yentes! que ambos amantes corrieron a echarse en brazos uno de otro,
entusiasmados y con las bocas juntas.
Cuando salieron de su éxtasis, Sett Badr permaneció de pie, rehu sando sentarse a pesar de las
instancias de su amigo. Me extrañó aquello mucho, y hube de preguntarle a qué obedecía. Ella me dijo:
"¡No me sentaré hasta que se formalice nuestro pacto!" Dije yo: "¿Qué pacto, ¡oh mi dueña!?" Ella dijo:
"Es un pacto que sólo incumbe a los ena morados".
Y se inclinó al oído de su amigo y le habló en voz baja. El contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y llamó
a uno de sus esclavos, dán dole una orden; y el esclavo desapareció.
Algunos instantes después, vi entrar al kadí y a los testigos, que extendieron el contrato de
matrimonio de ambos amantes, y se fueron luego, llevando un regalo de mil dinares que les dio Sett Badr.
Quise igualmente retirarme; pero no lo consintió el emir, que hubo de de cirme: "¡No se dirá que tuviste
únicamente parte en nuestras tristezas, sin participar de nuestra alegría!" Y me invitaron a un festín que
duró hasta la aurora. Entonces me dejaron retirarme a la estancia que habían me reservado.
Al despertarme por la mañana, entró en mi estancia un esclavo que llevaba una jofaina y un jarro, e
hice mis abluciones, y recé mi ple garia matinal. Tras de lo cual fui a sentarme en la sala de recepción
donde vi llegar a poco a los dos esposos, que salían del hammam, fres cos aún, después de dedicarse a
sus amores. Les deseé una mañana di chosa y les cumplimenté, felicitándoles e invocando bienandanzas
sobre ellos; luego añadí: "Soy feliz por haber contribuido en algo a vuestra unión. Pero ¡por Alah! emir
Jobair, si quieres darme una prueba de tu estimación para conmigo, explícame qué fue lo que pudo en
otro tiempo irritarte hasta el punto de hacer que, para tu desgracia, te sepa raras de tu enamorada Sett
Badr. Ella misma me describió la escena de la pequeña esclava, besándola y mimándola después de
haberle peinado y trenzado los cabellos. ¡Pero me parece inadmisible, emir Jobair, que sólo aquello
pudiera ocasionar tu resentimiento y no tuvieras otra causa de enojo u otras pruebas y sospechas!"
A estas palabras, el emir Jobair sonrió y me dijo: "Ibn Al-Mansur, tu sagacidad es exclusivamente
maravillosa. Ahora que la favorita de Sett Badr ha muerto, se extinguió mi rencor. Puedo, pues, revelarte
sin misterio el origen de nuestra desavenencia. Proviene sencillamente de una broma que me gastó, como
si ambas fuesen las culpables de ella, un barquero que las llevó en su barca cierto día en que fueron a
pasear por el agua.
Me dijo: "Señor, ¿cómo miras siquiera a una mujer que se burla de ti con una favorita a la que ama?
Porque has de saber que en mi barca estaban apoyadas con indolencia una contra otra, y can taban cosas
muy inquietantes acerca del amor de los hombres. Y ter minaron sus cánticos con estos versos:
¡Menos ardiente que mis entrañas es el fuego; pero en cuanto me acerco a mi amo, el
incendio se apaga, y el hielo es menos frío que mi corazón ante sus deseos!
¡Pero no le ocurre así a mi amo! ¡En él, lo que debe estar duro, es blando, y lo que debe
tener tierno es duro; pues duro es su corazón como la roca, y su otra cosa es blanda como el
agua!
Entonces yo, al oír del barquero semejante relato, sentí oscure cerse el mundo ante mis ojos, y corrí a
casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 353ª noche
Ella dijo:
"...corrí a casa de Sett Badr, donde vi lo que vi. Y bastó aquello para confirmar mis sospechas. Pero
gracias a Alah se ha olvidado todo ahora!"
Me rogó entonces que, como prueba de su gratitud por mis buenos oficios, aceptase la suma de tres
mil dinares; y le reiteré yo mis cum plimientos..."
Ibn Al-Mansur interrumpió de pronto su relato porque acababa de oír un ronquido que le cortó la
palabra. Era el califa que dormía profundamente, dominado al fin por el sueño que hubo de producirle
esta historia. Así es que, temiendo despertarle, lbn Al-Mansur se evadió dulcemente por la puerta que
más dulcemente aún le abrió el jefe de los eunucos.
Y acabando de hablar, Schehrazada se calló un instante, miró al rey Schahriar, y le dijo: "¡En verdad,
oh rey afortunado, que me asombra que con esta historia no te haya también rendido el sueño!" El rey
Schahriar dijo: "¡Nada de eso! ¡Te equivocas, Schehrazada! No siento ganas de dormir esta noche; ¡y ten
cuidado, no vaya a ser que, si no me cuentas enseguida una historia instructiva, ponga en práctica la
amenaza de Al-Raschid a su portaalfanje!
Por ejemplo, ¿no sabrías decirme algunas palabras acerca del remedio que hay contra las mu jeres que
atormentan a sus esposos con un deseo de carne nunca satis fecho, y les abren así la puerta de la tumba?"
Al oír estas palabras, Schehrazada reflexionó un instante, y dijo: "¡Precisamente, oh rey afortunado,
de ninguna historia me acuerdo tan bien como de una referente a ese asunto, y que en seguida voy a
contarte!"
Y dijo Schehrazada:
Historia de Wardan, el carnicero, y de la hija del visir
Se cuenta, entre diversos cuentos, que había en El Cairo un hombre llamado Wardán, que tenía el
oficio de carnicero, expendedor de car ne de carnero. Todos los días veía entrar en su tienda a una joven
espléndida de cuerpo y de rostro, pero con los ojos muy fatigados, y las facciones muy ajadas, y la tez
palidísima. Y siempre llegaba seguida de un mandadero cargado con su canasta, escogía el trozo más
tierno de carne y también las criadillas de un carnero, pagaba todo con una mo neda de oro que pesaba
dos dinares o más, metía su compra en una canasta del mandadero, y continuaba su marcha por el zoco,
parándose en todas las tiendas y comprando algo a cada mercader. Y continuó con duciéndose así durante
un largo espacio de tiempo, hasta que un día el carnicero Wardán, intrigado al límite de la intriga por el
aspecto y el silencio y las maneras de su joven clienta, resolvió aclarar la cosa para librarse de los
pensamientos que acerca de ello le asaltaban.
Por cierto que encontró precisamente la ocasión que buscaba, una mañana en que vio pasar solo por
delante de la tienda al mandadero de la joven. Le detuvo, le puso en la mano una cabeza de carnero lo
más excelente posible, y le dijo: "¡Oh mandadero, recomienda bien al dueño del horno que no ase
demasiado la cabeza, para que no pierda sabor!" Luego añadió: "¡Oh mandadero, estoy muy perplejo con
motivo de esa joven que todos los días te toma a su servicio! ¿Quién es y de dónde viene? ¿Qué hace con
esas criadillas de carnero? Y sobre todo, ¿por qué tiene tan fatigados los ojos y las facciones?" El otro
contestó: "¡Por Alah! que estoy tan perplejo como tú por lo que a ella respecta! Enseguida voy a decirte
cuanto sé, ya que tu mano es generosa con los pobres como yo. ¡Escucha! Una vez terminadas todas sus
compras, ad quiere aún en casa del mercader nazareno de la esquina, un dinar o más de cierto precioso
vino añejo, y me lleva cargado así hasta la entrada de los jardines del gran visir. Allí me venda los ojos
con su velo, me coge de la mano y me conduce hasta una escalera, por cuyos escalones baja conmigo,
para luego descargarme mi banasta, darme medio dinar por mi trabajo y una banasta vacía en lugar de la
mía, y conducirme de nuevo, con los ojos vendados siempre, hasta la puerta de los jardi nes, donde me
despide hasta el día siguiente. ¡Y no pude saber nunca lo que hace con esa carne, con esos frutos, con
esas almendras, con esas velas, y con todas las cosas que me hace llevar hasta esa escalera sub terránea!"
El carnicero Wardán contestó: "¡No haces más que aumentar mi perplejidad, oh mandadero!" Y como
llegaban otros clientes, dejó al mandadero y se puso a despacharles.
Al día siguiente, después de pasarse la noche pensando en aquel estado de cosas que le preocupaba
en extremo, vio llegar a la misma hora a la joven seguida del mandadero. Y se dijo: "¡Por Alah, que esta
vez, cueste lo que cueste, he de saber lo que quiero saber!" Y luego que la joven se alejó con sus diversas
compras, el carnicero encargó a su depen diente que tuviese cuidado de la tienda en lo que afectaba a
venta y compra, y se puso a seguirla de lejos, procurando no ser advertido. De esta suerte caminó detrás
de ella hasta la entrada de los jardines del visir, y se escondió detrás de los árboles para esperar el
regreso del manda dero, a quien vio, en efecto, con los ojos vendados y conducido de la mano por las
avenidas. Después de una ausencia de algunos instantes, la vio volver a la entrada quitarle el velo de los
ojos del mandadero, despedirle, y aguardar a que hubiese desaparecido el tal mandadero para entrar de
nuevo al jardín.
Entonces salió él de su escondite y la siguió con los pies descalzos, ocultándose tras los árboles. De
esta suerte la vio llegar ante un peñasco, tocarlo de cierta manera, haciéndolo girar sobre sí mismo, y
desaparecer bajo tierra. Esperó entonces algunos instantes, y se acercó al peñasco, con el que manipuló
del propio modo, consiguiendo hacerlo girar. Se hundió entonces bajo tierra, colocando otra vez el
peñasco en su sitio, y he aquí contado por él mismo lo que vio.
Dijo:
"Al principio no distinguí nada en la oscuridad subterránea; luego acabé por vislumbrar un pasillo, en
el fondo del cual se filtraba la luz; le recorrí, siempre descalzo y conteniendo la respiración, y llegué a
una puerta tras de la que percibí risas y gruñidos. Apliqué un ojo a una ranura por la que pasaba un rayo
de luz, y vi enlazados sobre un diván a la joven y un mono enorme, de rostro completamente humano,
hacien do contorsiones y movimientos. Al cabo de algunos instantes se desenla zó de él la joven, se puso
en pie y se despojó de toda su ropa para ten derse de nuevo en el diván, pero enteramente desnuda. Y
enseguida saltó sobre ella el mono, y la cubrió, cogiéndola en sus brazos.
Y cuando acabó su cosa con ella, se levantó, descansó un instante, y luego la poseyó otra vez,
cubriéndola. Se levantó después, y descansó otra vez, pero para caer de nuevo sobre ella y poseerla, y
así lo hizo diez veces seguidas de la misma manera, mientras ella, por su parte, le otorgaba cuanto de más
fino y delicado otorga la mujer al hombre. Tras de lo cual, cayeron ambos desvanecidos en un
aniquilamiento. Y ya no se movieron.
Yo quedé estupefacto...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 354ª noche
Ella dijo:
...Yo quedé estupefacto. Y dije desde el fondo de mi alma: "¡Aho ra o nunca es la ocasión!" Y
empujando con un hombro, derribé la puerta y me precipité en la sala blandiendo mi cuchillo de
carnicero, tan afilado, que cortaba el hueso mejor que la carne.
Me abalancé resueltamente sobre el enorme mono, del que no se movió ni un solo músculo de tanto
como sus ejercicios le habían exte nuado; le apoyé con brusquedad mi cuchillo en la nuca, y de un golpe
le separé del tronco la cabeza. Entonces la fuerza vital que residía en él salió de su cuerpo con gran
estrépito, estertores y convulsiones, hasta el punto de que la joven abrió de repente los ojos y me vio con
el cuchillo lleno de sangre en la mano. Lanzó entonces tal grito de terror, que por un momento creí verla
expirar sin remedio. No obstante, al ver que yo no la quería mal, pudo recobrar su ánimo poco a poco y
reconocerme. En tonces me dijo: "¿Es así ¡oh Wardán! como tratas a un cliente fiel?" Yo le dije: "¡Oh
enemiga de ti misma! ¿Acaso no hay hombres, para que recurras a semejante procedimiento?" Ella me
contestó: "¡Oh War dán, escucha primeramente la causa de todo eso, y tal vez me disculpes!
"Sabrás, en efecto, que soy la hija única del gran visir. Hasta la edad de quince años he vivido
tranquila en el palacio de mi padre; pero un día me enseñó un negro lo que tenía yo que aprender, y me
tomó lo que de mí podía tomarse. Por lo demás, debes saber que no hay nada como un negro para
inflamarnos nuestro interior a las mujeres, sobre todo cuando el terreno ha sentido ese abono negro la
primera vez. Así es que no te extrañe saber que mi terreno se quedó tan excitado desde entonces, que se
hacía necesario lo regase el negro a todas horas sin interrupción.
"Al cabo de cierto tiempo, murió el negro en la tarea, y yo conté mi pena a una vieja del palacio, que
me había conocido desde la infancia. La vieja bajó la cabeza y me dijo: "Lo único que en adelante puede
reemplazar junto a ti a un negro, hija mía, es el mono. Porque nadie más fecundo en asaltos que un mono".
"Me dejé persuadir por la vieja, y un día, al ver pasar bajo las ventanas del palacio a un domador de
monos que hacía ejecutar cabriolas a sus animales me descubrí el rostro de repente a la vista del más
cor pulento de entre ellos, que estaba mirándome. En seguida rompió él su cadena, y sin que pudiese
detenerle su amo, huyó por las calles, dio un gran rodeo, entró en el palacio por los jardines, y corrió
directamente a mi estancia, donde al punto me cogió en sus brazos, e hizo lo que hizo diez veces seguidas
sin interrumpirse.
"Pero he aquí que mi padre acabó por enterarse de mis relaciones con el mono, y creí que aquel día
me mataba. Entonces, como no podía prescindir de mi mono en lo sucesivo, hice que labraran para mí en
secreto este subterráneo, donde le encerré. Y yo misma le traía de comer y de beber, hasta hoy en que la
fatalidad te hizo descubrir mi escon drijo y te impulsó a matarle. ¡Ay! ¿Qué será de mí ahora?"
Entonces traté de consolarla, y le dije para calmarla: "Ten la segu ridad ¡oh mi señora! que puedo
reemplazar junto a ti al mono. ¡Ya lo verás cuando probemos, porque estoy reputado como cabalgador!"
Y por cierto que aquel día y los siguientes hube de demostrarla que mi brío superaba al del difunto mono
y al del difunto negro.
Aquello, sin embargo, no pudo prolongarse del mismo modo mucho tiempo; porque, al cabo de
algunas semanas, yo me perdía allí dentro como en un abismo sin fondo. Y la joven, por el contrario, veía
de día en día aumentar sus deseos y progresar su fuego interno.
En tan embarazosa situación, hube de recurrir a la ciencia de una vieja a quien yo conocía como
incomparable en el arte de preparar fil tros y confeccionar remedios para las enfermedades más rebeldes.
Le conté la historia desde el principio hasta el fin, y le dije: "Ahora, mi buena tía, quiero pedirte que me
prepares algo capaz de aplacar los de seos de esta mujer y de calmar su temperamento". Ella me contestó:
"¡Nada más fácil!"
Dije: "¡Me confío enteramente a tu ciencia y a tu sabiduría!"
Entonces cogió ella una marmita, en la que echó once granos de altramuz de Egipto, una onza de
vinagre virgen, dos onzas de lúpulo y algunas hojas de digital. Hizo hervir todo durante dos horas, escu -
rrió cuidadosamente el líquido, y me dijo: "Ya está el remedio". En tonces le rogué que me acompañara al
subterráneo; y allí me dijo: "¡Conviene que la cabalgues hasta que caiga extenuada!"
Y se retiró al pasillo cara esperar a que se ejecutase su orden.
Hice lo que me pedía, y con tanto acierto, que la joven perdió el conocimiento. Entonces entró la
vieja en la sala, y después de recalen tar el líquido consabido, lo echó en una vasija de cobre y lo colocó
entre los muslos de la hija del visir. Le dio fumigaciones que le pene traron muy adentro en las partes
fundamentales, y debieron producir un efecto radical, porque de pronto vi caer entre los muslos
separados dos objetos que empezaron a agitarse. Los examiné de cerca, y vi que eran dos anguilas, una
amarilla y otra negra.
Al ver las dos anguilas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 355ª noche
Ella dijo:
...Al ver las dos anguilas, la vieja llegó al límite del júbilo, y exclamó: "¡Da las gracias a Alah, hijo
mío! ¡El remedio produjo efecto! Porque has de saber que estas dos anguilas eran la causa del deseo
insaciable de que fuiste a quejarte a mí. Una de las anguilas ha nacido de las cópulas con el negro, y la
otra de las cópulas con el mono. ¡Ahora que han sido desalojadas, la joven gozará de un tem peramento
moderado y no volverá a mostrarse fatigosa y desordenada en sus deseos!"
Y efectivamente, noté que desde que volvió en sí la joven, no pedía que satisfacieran sus sentidos.
Y la encontré tan tranquila, que no dudé en pedirla en matrimonio. Consintió porque se había
acostum brado a mí. Y desde entonces vivimos juntos la vida más dulce entre las delicias más perfectas,
después de recoger en nuestra casa a la vieja que había realizado curación tan asombrosa, enseñándonos
el reme dio contra los deseos inmoderados.
¡Glorificado sea el Viviente que no muere nunca y tiene en su mano los imperios y los reinados!"
Y continuó Schehrazada: "Tal es ¡oh rey afortunado! todo cuanto sé acerca del remedio que ha de
aplicarse a las mujeres de tempera mento demasiado molesto". Y dijo el rey Schahriar: "¡Hubiera que rido
conocer esa receta el año último, para hacer fumigar a la maldita a quien sorprendí en el jardín con el
esclavo negro! ¡Pero ahora, Schehrazada, vas a dejar las historias científicas, y a contarme esta noche, si
puedes, una historia más asombrosa que todas las ya oídas, porque me siento el pecho más oprimido que
de costumbre!"
Y con testó Schehrazada: "¡Sí, puedo!" y al punto dijo:
Historia de la reina Yamlika, princesa subterránea
Se cuenta que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las eda des y de los siglos, había un sabio
entre los sabios de Grecia que se llamaba Danial. Tenía muchos discípulos respetuosos, que escuchaban
su enseñanza y se aprovechaban de su ciencia; pero le faltaba el consuelo de un hijo que pudiese
heredarle sus libros y sus manuscritos. Como ya no sabía qué hacer para obtener este resultado, concibió
la idea de rogar al Dueño del cielo que le concediese semejante favor. Y el Altísimo que no tiene portero
en la puerta de su generosidad, escuchó el ruego, y en aquella hora y aquel instante hizo que quedase
encinta la esposa del sabio.
Durante los meses que duró el embarazo de su esposa, se dijo el sabio Danial, que ya se veía muy
viejo: "¡La muerte está cercana, y no sé si el hijo que voy a tener podrá encontrar un día intactos, mis
libros y mis manuscritos!" Y desde entonces consagró todo su tiempo a resumir en algunas hojas cuanta
ciencia contenían sus diversos escri tos. Llenó así con una letra muy menuda cinco hojas, que encerraban
la quintaesencia de todo su saber y de los cinco mil manuscritos que poseía. Luego las releyó, reflexionó,
y le pareció que hasta en aquellas cinco hojas había cosas que podían quintaesenciarse aún más. Entonces
consagró todavía un año a la reflexión, y acabó por resumir las cinco hojas en una sola, cinco veces más
pequeña que las primeras. Y cuando terminó aquel trabajo, sintió que estaba próximo su fin.
Entonces, para que sus libros y sus manuscritos no llegasen a ser propiedad de otro, el viejo sabio los
tiró hasta el último al mar, y no conservó más que la consabida hojita de papel. Llamó a su espo sa
encinta, y le dijo: "Acabó mi tiempo, ¡oh mujer! y no me es dable educar por mí mismo al hijo que nos
concede el cielo y a quien no he de ver. Pero le dejo por herencia esta hojita de papel, que solamente le
darás el día en que te pida la parte que le corresponde de los bienes de su padre. Y si llega a descifrarla
y a comprender su sentido, será el hombre más sabio del siglo. ¡Deseo que se llame Hassib!" Y tras de
haber dicho estas palabras, el sabio Danial expiró en la paz de Alah.
Se le hicieron funerales, a los que asistieron todos sus discípulos y todos los habitantes de la ciudad.
Y todos le lloraron mucho y toma ron parte en el duelo por su muerte.
He aquí que algunos días después la esposa de Danial echó al mundo un niño varón, muy
proporcionado, a quien se le llamó Hassib, cumpliendo la recomendación del difunto. Al mismo tiempo
mandó convocar la madre a los astrólogos, quienes, una vez hechos sus cálculos y terminada su
observación de los astros, sacaron el horóscopo del niño, y dijeron: "¡Oh mujer! tu hijo vivirá largos
años si escapa a un peli gro que está suspendido sobre su juventud. Si evita este peligro, alcan zará un
grado sumo de ciencia y de riqueza". Y se fueron por su ca mino.
Cuando tuvo el niño la edad de cinco años, su madre le llevó a la escuela para que aprendiese algo
allí; pero no aprendió nada absoluta mente. Le sacó ella entonces de la escuela, y quiso que abrazara una
profesión; pero pasaron muchos años sin que el muchacho hiciese nada, y llegó a la edad de quince sin
aprender nada tampoco, y sin lograr un medio de vida con qué contribuir a los gastos de su madre. Se
echó a llorar entonces ella, y las vecinas le dijeron: "Sólo el matrimonio podría darle aptitud para el
trabajo; porque entonces verá que cuando se tiene una mujer hay que trabajar para sostenerla".
Estas palabras decidieron a la madre a ponerse en movimiento y a buscar entre sus conocimientos una
joven; y habiendo encontrado una que era de su conveniencia, se la dio en matrimonio. Y el joven Hassib
fue perfecto para con su esposa, y no la desdeñó, sino todo lo contrario. Pero con tinuó sin hacer nada y
sin aficionarse a trabajo alguno.
Y he aquí que en la vecindad había leñadores, que dijeron a la madre un día: "Compra a tu hijo un
asno, cuerdas y un hacha, y déjale ir a cortar leña a la montaña con nosotros. Luego venderemos la leña y
repartiremos el provecho con él. De esta manera podrá ayu darte en tus gastos y sostener mejor a su
esposa.
Al oír tales palabras, la madre de Hassib, llena de alegría, le compró en seguida un asno, cuerdas y
un hacha, y se lo confió a los leñadores, recomendándoselo mucho; y los leñadores, le contestaron: "No te
preocupes por eso. ¡Es hijo de nuestro amo Danial, y sabremos protegerle y velar por él". Y le llevaron
consigo a la montaña, donde le enseñaron a cortar leña y a cargarla a lomos del asno para venderla luego
en el mercado. Y Hassib se aficionó en extremo a este oficio, que le permitía pasearse a la vez que
ayudar a su madre y a su esposa.
Y un día entre los días, cuando cortaban leña en la montaña, les sorprendió una tempestad,
acompañada de lluvia y de truenos, que hubo de obligarles a correr para refugiarse en una caverna
situada no lejos de allí, y en la cual encendieron lumbre para calentarse. Y al mismo tiempo encargaron
al joven Hassib, hijo de Danial, que hiciese leños para alimentar el fuego.
Mientras Hassib, retirado en el fondo de la caverna, se ocupaba en partir madera, oyó de pronto
resonar su hacha sobre el suelo con un ruido sonoro, como si en aquel sitio hubiese un espacio hueco
bajo tierra. Empezó entonces a escarbar con los pies, y puso a la vista una losa de mármol antiguo con
una anilla de cobre...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 356ª noche
Ella dijo:
...Una losa de mármol antiguo con una anilla de cobre. Al ver aquello, llamó la atención a sus
compañeros, que acudieron v consi guieron levantar la losa de mármol. Y dejaron entonces al descu bierto
una cueva muy ancha y muy profunda, en la que se alineaba una cantidad innumerable de ollas que
parecían viejas, y cuyo cuello estaba sellado cuidadosamente. Bajaron entonces por medio de cuer das a
Hassib al fondo de la cueva, para que viese el contenido de las ollas y las atase a las cuerdas con objeto
de que las izaran a la ca verna.
Cuando bajó a la cueva el joven Hassib, empezó por romper con su hacha el cuello de una de las
ollas de barro, y al punto vio salir de ella una miel amarilla de calidad excelente. Participó su descu -
brimiento a los leñadores, quienes, aunque un poco desencantados por encontrar miel donde esperaban
dar con un tesoro de tiempos antiguos, se alegraron bastante al pensar en la ganancia que había de
procurarles la venta de las innumerables ollas con su contenido. Izaron, una tras otra, todas las ollas,
conforme las ataba el joven Hassib, cargándolas en sus asnos en vez de la leña, y sin querer sacar del
subterráneo a su compañero, marcharon a la ciudad todos, diciéndose: "Si le sacáramos de la cueva, nos
veríamos obligados a partir con él el provecho de la venta. ¡Además, es un bribón, cuya muerte será para
nosotros preferible a su vida!"
Y se encaminaron, pues, al mercado con sus asnos, y comi sionaron a uno de los leñadores para que
fuese a decir a la madre de Hassib: "Estando en la montaña, cuando estalló la tempestad sobre nosotros,
el asno de tu hijo se dio a la fuga y obligó a tu hijo a co rrer detrás de él mientras los demás nos
refugiábamos en una ca verna. Quiso la mala suerte que de repente saliera de la selva un lobo y matara a
tu hijo, devorándole con el asno. ¡Y no hemos en contrado otras huellas que un poco de sangre y algunos
huesos!"
Al saber semejante noticia, la desgraciada madre y la pobre mu jer de Hassib se abofetearon el rostro
y cubriéronse con polvo la ca beza, llorando todas las lágrimas de su desesperación. ¡Y esto por lo que a
ellas se refiere!
En cuanto a los leñadores, vendieron las ollas de miel a un precio muy ventajoso, y realizaron una
ganancia tan considerable, que cada uno de ellos pudo abrir una tienda para vender y comprar. Y no se
privaron de ningún placer, comiendo y bebiendo a diario las cosas más excelentes. ¡Y esto por lo que a
ellos se refiere!
¡Pero he aquí lo que al joven Hassib le acaeció! Cuando vio que no le sacaban de la cueva, se puso a
gritar y a suplicar, pero en va no, porque ya se habían marchado los leñadores, y tenían resuelto dejarle
morir sin socorrerle. Trató entonces de abrir en las paredes agujeros donde enganchar manos y pies; pero
comprobó que las pa redes eran de granito y resistían al acero del hacha. Entonces no tuvo límites su
desesperación, e iba a lanzarse al fondo de la cueva para dejarse morir allí, cuando de pronto vio salir
de un intersticio de la pared de granito a un escorpión, que avanzó hacia él para pi carle. Aplastóle de un
hachazo, y examinó el intersticio consabido, por el que vio se escapaba un rayo de luz. Se le ocurrió
entonces la idea de meter por aquel intersticio la hoja del hacha, apalancando fuertemente. Y con gran
sorpresa por su parte, pudo de tal modo descubrir una puerta, que se alzó poco a poco, mostrando una
abertura lo bastante amplia para dar paso a un cuerpo de hombre.
Al ver aquello, no dudó un instante Hassib, penetrando por la abertura, y se encontró en una larga
galería subterránea, de cuya extremidad venía la luz. Durante una hora estuvo recorriendo la tal galería, y
llegó ante una puerta considerable de acero negro, con cerradura de plata y llave de oro. Abrió aquella
puerta, y de repente hallóse al aire libre, en la orilla de un lago, al pie de una colina de esmeralda. En el
borde del lago vio un trono de oro resplande ciente de pedrerías, y a su alrededor, reflejándose en el
agua, sillones de oro, de plata, de esmeralda, de cristal, de acero, de madera de ébano y de sándalo
blanco. Contó estos sillones, y supo que su nú mero era de doce mil, ni más ni menos. Cuando hubo
acabado de contarlos, y de admirar su belleza, y el paisaje, y el agua que los reflejaba, fue a sentarse en
el trono de en medio para gozar mejor del espectáculo maravilloso que ofrecían el lago y la montaña.
Apenas habíase sentado en el trono de oro el joven Hassib, cuando oyó un son de címbalos y de
gongs, y de pronto vio avanzar por la falda de la colina de esmeralda una fila de personas que se des -
plegaba hacia el lago, deslizándose más que caminando; y no pudo distinguirlas a causa de la distancia.
Cuando estuvieron más cerca, vio que eran mujeres de belleza admirable, pero cuya extremidad inferior
terminaba como el cuerpo alargado y reptador de las serpientes. Su voz era muy agradable, y cantaban en
griego loas a una reina que él no veía. Pero enseguida apareció detrás de la colina un cuadro formado por
cuatro mujeres serpentinas, que llevaban en sus bra zos, alzados por encima de su cabeza, un gran azafate
lleno de oro, en el que se mostraba la reina sonriente y llena de gracia. Avanza ron las cuatro mujeres
hasta el trono de oro, del que Hassib se apre suró a alejarse, y colocaron allí a su reina, arreglándola los
pliegues de sus velos, y se mantuvieron detrás de ella, en tanto que cada una de las demás mujeres
serpentinas habíase deslizado hacia uno de los sillones preciosos dispuestos alrededor del lago.
Entonces con una voz de timbre encantador, dijo la reina algunas palabras en griego a las que la
rodeaban; y al punto dieron una señal los címbalos, y todas las mujeres serpentinas entonaron un himno
griego en honor de la reina y se sentaron en los sillones.
Cuando acabaron su canto, la reina, que había notado la pre sencia de Hassib, volvió la cabeza
gentilmente hacia él y le hizo una seña para animarle a que se aproximara. Y aunque muy emocionado, se
aproximó Hassib, y la reina le invitó a sentarse, y le dijo: "¡Bien venido seas a mi reino subterráneo, ¡oh
joven a quien el destino propicio condujo hasta aquí! Ahuyente de ti todo temor, y dime tu nombre,
porque soy la reina Yamlika, princesa subterránea. Y todas estas mujeres serpentinas son súbditas mías.
Habla, pues, y dime quién eres, y cómo pudiste llegar hasta este lago, que es mi residencia de invierno y
el sitio donde vengo a pasar algunos meses cada año, de jando mi residencia veraniega del monte
Cáucaso".
Al oír estas palabras, el joven Hassib, tras de besar la tierra entre las manos de la reina Yamlika, se
sentó a su diestra en un sillón de esmeralda, y dijo: "Me llamo Hassib, y soy hijo del difunto Danial, el
sabio. Mi oficio es el de leñador, aunque hubiese podido llegar a ser mercader entre los hijos de los
hombres, o hasta un gran sabio. ¡Pero preferí respirar el aire de las selvas y montañas, pensando que
habría siempre tiempo para encerrarse, después de la muerte, entre las cuatro paredes de la tumba!"
Luego contó con detalles lo que le había ocurrido con los leñadores, y cómo, por efecto del azar,
pudo pene trar en aquel reino subterráneo.
El discurso del joven Hassib complació mucho a la reina Yamli ka, que le dijo: "¡Dado el tiempo que
estuviste abandonado en la fo sa, debes tener bastante hambre y bastante sed, Hassib!" E hizo cierta seña a
una de sus damas, la cual se deslizó hasta el joven llevando en su cabeza una bandeja de oro llena de
uvas, granadas, manzanas, alfónsigos, avellanas, nueces, higos frescos y plátanos. Luego, cuando hubo él
comido y aplacado su hambre, bebió un sorbete delicioso contenido en una copa tallada en un rubí.
Entonces se alejó con la bande ja la que le había servido, y dirigiéndose a Hassib le dijo la reina
Yamlika: "¡Ahora, Hassib, puedes estar seguro de que mientras dure tu estancia en mi reino no te
sucederá nada desagradable. Si tienes, pues, intención de quedarte con nosotras a orillas de este lago y a
la sombra de estas montañas una semana o dos, para hacerte pasar mejor el tiempo te contaré una historia
que servirá para instruirte cuando estés de regreso en el país de los hombres!"
Y entre la atención de las doce mil mujeres serpentinas sentadas en los sillones de esmeralda y de
oro, la reina Yamlika, princesa sub terránea, contó en lengua griega lo siguiente al joven Hassib, hijo de
Danial, el sabio:
Historia de Belukia
"Has de saber ¡oh Hassib! que en el reino de Bani-Israil había un rey muy prudente que en su lecho de
muerte llamó a su hijo, heredero de su trono, y le dijo: "¡Oh hijo Belukia, te recomiendo que cuando
tomes posesión del poder hagas por ti mismo inventario de cuantas cosas hay en este palacio, sin que
dejes de examinar nada con la ma yor atención!"
Entonces, el primer cuidado del joven Belukia al convertirse en rey fué pasar revista a los efectos y
tesoros de su padre, y recorrer las diferentes salas que servían de almacén a todas las cosas preciosas
acu muladas en el palacio. De este modo llegó a una sala retirada, en la que halló una arquilla de madera
de ébano colocada encima de una columnata de mármol blanco que se elevaba en medio de la habitación.
Belukia apresuróse a abrir la arquilla de ébano, y encontró dentro de ella un cofrecillo de oro. Abrió el
cofrecillo de oro, y vio un rollo de pergamino, que desplegó al punto.
Y decía en lengua griega: Quien desee llegar a ser dueño y soberano de los hombres, de los genios,
de las aves y de los animales, no tendrá más que encontrar el anillo que el profeta Soleimán lleva al dedo
en la Isla de los Siete Mares que le sirve de sepultura. Ese anillo mágico es el que Adán, padre del hom -
bre, llevaba al dedo en el paraíso antes de su pecado, y que se lo quitó el ángel Gobrail, donándoselo al
prudente Soleimán más tarde. Pero ningún navío podría intentar surcar los piélagos y llegar a esa isla
situada allende los Siete Mares. Sólo llevará a cabo esta empresa quien encuentre el vegetal con cuyo
jugo basta frotar la planta de los pies para poder caminar por la superficie del mar. Ese vegetal se
encuentra en el reino subterráneo de la reina Yamlika. Y únicamente esta prin cesa sabe el lugar dónde
crece tal planta; porque conoce el lenguaje de las plantas y las flores todas, y no ignora ninguna de sus
virtudes. Quien quiera dar con este anillo, vaya primero al reino subterráneo de la reina Yamlika.
iY si es tan dichoso que triunfa y se apodera del anillo, no solamente podrá entonces dominar a todos
los seres creados, sino que también penetrará en la Comarca de las Tinieblas para beber en la Fuente de
Vida, que da belleza, juventud, ciencia, prudencia e inmortalidad!
Cuando hubo leído este pergamino el príncipe Belukia, convocó seguida a los sacerdotes, magos y
sabios de Bani-lsrail...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 358ª noche
Ella dijo:
...convocó enseguida a los sacerdotes, magos y sabios de Bani -israil, y les preguntó si entre ellos
había alguno capaz de enseñarle el camino que conducía al reino subterráneo de la princesa Yamlika.
Todos los circunstantes le indicaron entonces con el dedo al sabio Offán, que se encontraba en medio de
ellos. Y el sabio Offán era un venerable anciano que había profundizado en todas las ciencias cono cidas,
y poseía los misterios de la magia, las llaves de la astronomía y de la geometría, y todos los arcanos de
la alquimia y de la hechi cería. Avanzó, pues, entre las manos del joven rey Belukia, que le preguntó:
"¿Puedes, verdaderamente, ¡oh sabio Offán! conducirme al reino de la princesa subterránea?"
Y contestó el otro: "¡Puedo!"
Entonces el joven rey Belukia nombró a su visir para que le sus tituyera en la dirección de los asuntos
del reino mientras durase su au sencia, se despojó de sus atributos reales, vistióse con la capa del pe -
regrino, y se puso un calzado de viaje. Tras de lo cual, seguido por el sabio Offán, salió de su palacio y
de su ciudad y se adentró en el de sierto.
Sólo entonces le dijo el sabio Offán: "¡Aquí es el lugar propicio para hacer los conjuros que deben
enseñarnos el camino!" Se detu vieron, pues, y Offán trazó sobre la arena, en torno suyo, el círculo
mágico, hizo los conjuros rituales, y no dejó de descubrir por aquel lado el sitio en que se hallaba la
entrada a mi reino subterráneo. Hizo entonces todavía algunos otros conjuros, y se entreabrió la tierra, y
les dio paso a ambos hasta el lago que tienes delante de los ojos, ¡oh Hassib!
Yo les acogí con todas las consideraciones que guardo para quien viene a visitar mi reino. Entonces
me expusieron ellos el objeto de su visita y al punto me hice llevar en mi azafate de oro sobre la cabeza
de las que me transportan, y les conduje a la cumbre de esa colina de esmeralda, donde a mi paso plantas
y flores rompen a hablar cada cual en su lenguaje, unas por la derecha, otras por la izquierda, pre gonando
en voz alta o en voz baja sus virtudes particulares. Y en me dio de aquel concierto que ascendía así hasta
nosotros, musical y perfumado por jugos esenciales, llegamos ante las mazorcas de una plan ta, que con
todas las corolas rojas de sus flores cantaban bajo la brisa que la inclinaba: "¡Yo soy la maravillosa que
otorga a quien se frota los pies con mi jugo la facultad de caminar sin mojarse por la super ficie de todos
los mares que creó Alah el Altísimo!"
Dije a mis dos visitantes entonces: "¡He aquí delante de vosotros la planta que buscáis!" Y al punto
cortó Offán cuantas plantas de esas quiso, maceró los brotes y recogió el jugo en un frasco grande que le
di.
Pensé entonces en interrogar a Offán, y le dije: "¡Oh, sabio Of fán!, ¿puedes decirme el motivo que a
ambos os impulsa a surcar los mares?"
Me contestó: "¡Oh reina, es para ir a la Isla de los Siete Mares a buscar el anillo mágico de
Soleimán, señor de los genn, de los hom bres, de los animales y de las aves!"
Yo le dije: "¿Cómo no sabes ¡oh sabio! que nadie que no sea Soleimán, haga lo que haga, podrá
apropiarse de ese anillo? ¡Créeme Ofán, y tú también, oh joven rey Belukia! ¡Escúchame! Abandonad ese
proyecto temerario, ese proyecto insensato de recorrer los mares de la creación para ir en busca de ese
anillo que no poseerá nadie. ¡Mejor es que cojáis aquí la planta que otorga una juventud eterna a quienes
comen de ella!" Pero no qui sieron escucharme, y despidiéndose de mí, desaparecieron por donde habían
venido".
Aquí dejó de hablar la reina Yamlika, mondó un plátano, que ofre ció al joven Hassib, comióse un
higo ella, y dijo: "Antes de continuar ¡oh Hassib! con la historia de Belukia y de contarte su viaje por los
Siete Mares y las demás aventuras que le acontecieron, ¿no querrías saber con exactitud la situación de
mi reino al pie del monte Cáu caso, que rodea la tierra como un cinturón y conocer su extensión, sus
alrededores, sus plantas animadas y parlantes, sus genn y sus mu jeres serpentinas, súbditas nuestras, cuyo
número sólo conoce Alah? ¿Quieres que te diga cómo reposa todo el monte Cáucaso sobre una roca
maravillosa de esmeralda. El Sakhart, cuyo reflejo da a los cie los su color azulado? Podría hablarte
también del paraje exacto del Cáucaso en que se halla el Gennistán, capital de los genn sometidos al rey
Jan ben-Jan, y revelarte el sitio donde mora en el Valle de los Diamantes el pájaro rokh; de paso te
enseñaría los campos de batalla que se estremecen con las hazañas de los héroes famosos".
Pero contestó el joven Hassib: "¡Prefiero mucho más, oh reina Yamlika! conocer la continuación de
las aventuras del rey Belukia!"
Entonces prosiguió así la reina subterránea:
"Cuando el joven Belukia y el sabio Offán me dejaron para ir a la isla situada allende los Siete
Mares, donde se encuentra el cuerpo de Soleimán, llegaron a la orilla del Primer Mar, y se sentaron allí
en tierra, y empezaron por frotarse enérgicamente la planta de los pies y los tobillos con el jugo que
habían recogido en el frasco. Luego se levantaron, y con mucha precaución al principio, se aventuraron
por mar. Pero cuando comprobaron que podían marchar por el agua sin temor a ahogarse, y aún mejor que
en tierra firme, se animaron, y se pusieron en camino muy de prisa para no perder tiempo.
De ese modo anduvieron por aquel mar durante tres días y tres noches, y a la mañana del cuarto día
arribaron a una isla que les pareció el paraí so de tanto como hubo de maravillarles su hermosura...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 359ª noche
Ella dijo:
...una isla que les pareció el paraíso, de tanto como hubo de maravillarles su hermosura. La tierra que
hollaban era de azafrán dorado; las piedras eran de jade y de rubíes; extendíanse las prade ras en cuadros
de flores exquisitas con corolas ondulantes bajo la brisa que embalsamaban, casándose las sonrisas de
las rosas con las tiernas miradas de los narcisos, conviviendo los lirios con los claveles, las violetas, la
manzanilla y las anémonas, y triscando ligeras entre las líneas blancas de jazmines las gacelas saltarinas;
las frondas de los áloes y de otros árboles de grandes flores refulgentes susurraban con todas sus ramas,
desde las que arrullaban las tórtolas en respuesta al mur mullo de los arroyos, y con voz conmovida
cantaban los ruiseñores a las rosas su martirio amoroso, mientras las rosas escuchábanles aten tamente;
aquí los manantiales melodiosos se ocultaban bajo cañave rales de azúcar, únicas cañas que en el paraje
había; allá, la tierra natural mostraba sin esfuerzo sus riquezas jóvenes y respiraba en medio de su
primavera.
Así es que el rey Belukia y Offán se pasearon hasta la noche muy satisfechos en la sombra de los
bosquecillos, contemplando aquellas maravillas que les llenaban de delicias el alma. Luego, cuando cayó
la noche, se subieron a un árbol para dormir en él; y ya iban a cerrar los ojos, cuando de pronto retembló
la isla con un formidable bra mido que la conmovió hasta sus cimientos, y vieron salir de las olas del mar
a un animal monstruoso que tenía en sus fauces una piedra brillante como una antorcha, e inmediatamente
detrás de él, una mul titud de monstruos marinos, cada cual con una piedra luminosa en sus fauces. Así es
que la isla quedó enseguida tan clara como en pleno día con todas aquellas piedras.
En el mismo momento, y de todos la dos a la vez, llegaron leones, tigres y leopardos en tal cantidad,
que sólo Alah habría podido contarlos. Y los animales de la tierra encon tráronse en la playa con los
animales marinos, y se pusieron a charlar y a conversar entre sí hasta la mañana. Entonces volvieron al
mar los monstruos marinos, y las fieras se dispersaron por la selva. Y Be lukia y Offán, que no habían
podido cerrar los ojos en toda la noche a causa del miedo, se dieron prisa a bajar del árbol y correr a la
playa, donde se frotaron los pies con el jugo de la planta para prose guir al punto su viaje marítimo.
De tal suerte viajaron por el Segundo Mar durante días y noches, hasta que arribaron al pie de una
cadena de montañas, en medio de las cuales se abría un valle maravilloso, en el que todos los guijarros y
todos los peñascos eran de piedra imán y no había allá huellas de fieras ni de otros animales feroces. Así
es que se pasearon a la ventu ra durante todo el día, alimentándose con pescado seco, y al caer la tarde se
sentaron a la orilla del mar para ver la puesta del sol, cuando de repente oyeron un maullido espantoso, y
a algunos pasos detrás de sí vieron a un tigre que se disponía a saltar sobre ellos. Tuvieron el tiempo
preciso para frotarse los pies con el jugo de la planta y poner se fuera del alcance de la fiera huyendo por
el mar.
Y se encontraron en el Tercer Mar.
Y fue aquella una noche muy negra, y a impulsos de un viento que soplaba con violencia, el mar se
agitó mucho, lo cual hizo la marcha en extremo fatigosa, máxime para viajeros extenuados ya por la falta
de sueño. Felizmente, al rayar el alba llegaron a una isla, donde lo primero que hicieron fue echarse para
descansar. Tras de lo cual se levantaron con propósito de reco rrer la isla, y la hallaron cubierta de
árboles frutales. Pero aquellos árboles tenían la facultad maravillosa de que sus frutos crecían confi tados
en las ramas. Así es que disfrutaron extraordinariamente en aque lla isla ambos viajeros, en especial
Belukia, a quien gustaban muchísimo las frutas confitadas y todas las cosas almibaradas en general, y se
pasó todo el día dedicado a su realo. Incluso obligó al sabio Of fán a detenerse allí diez días enteros, para
tener tiempo de saciarse con aquellas frutas deliciosas.
Pero he aquí que al terminar el décimo día había abusado de su dulzor de tal manera, que se le puso
malo el vientre, y disgustado, se apresuró a frotarse las plantas de los pies y los tobillos con el jugo del
vegetal, haciendo Offán lo propio, y se pusieron en camino por el Cuarto Mar.
Viajaron cuatro días y cuatro noches por este Cuarto Mar, y to maron tierra en una isla que no era más
que un banco de arena muy fina, de color blanco, donde anidaban reptiles de todas formas, cuyos huevos
se incubaban al sol. Como no advirtieron en aquella isla nin gún árbol ni una sola brizna de hierba, no
quisieron pararse allá más que el tiempo preciso para descansar y frotarse los pies con el jugo que
contenía el frasco.
Por el Quinto Mar sólo viajaron un día y una noche, porque al amanecer vieron una islita cuyas
montañas eran de cristal con anchas venas de oro, y estaban cubiertas de árboles asombrosos que tenían
flores de un amarillo brillante. Al caer la noche estas flores refulgían como astros, y su resplandor,
reflejado por las rocas de cristal, iluminó la isla y la dejó más brillante que en pleno día. Y dijo Offán a
Belu kia: "Delante de los ojos tienes la Isla de las Flores de Oro. Se trata de unas flores que, después de
caer de los árboles y cuando se secan, se reducen a polvo, y su fusión acaba por formar las venas de
donde se saca el oro. Esta Isla de las Flores de Oro no es más que una partícula del sol separado del
astro, y caída antaño aquí mismo".
Pasaron, pues, en aquella isla una noche magnífica, y al día siguiente se frotaron los pies con el
líquido precioso y penetraron en la sexta región ma rítima.
Viajaron por el Sexto Mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 360ª noche
Ella dijo:
...Viajaron por el Sexto Mar el tiempo suficiente para experi mentar un placer grande al llegar a una
isla cubierta de hermosísima vegetación, en la cual pudieron disfrutar de algún reposo sentados en la
playa. Se levantaron luego y comenzaron a pasearse por la isla. ¡Pero cuál no sería su espanto al ver que
los árboles ostentaban, a manera de frutos, cabezas humanas sostenidas por los cabellos! No tenían la
misma expresión todas aquellas frutas en forma de cabeza humana: sonreían unas, lloraban o reían otras,
mientras que las que habían caído de los árboles rodaban por el polvo y acababan por transformarse en
globos de fuego que alumbraban la selva y hacían palidecer la luz del sol.
Y no pudieron por menos de pensar ambos viajeros: "¡Qué selva más singular!" Pero no se atrevieron
a acercarse a aquellas frutas extrañas, y prefirieron volver a la playa. Y he aquí que a la caída de la tarde
se sentaron detrás de una roca, y vieron de repente salir del mar y avanzar por la playa doce hijas del
mar, de una belleza sin par, y con el cuello ceñido por un collar de perlas, quienes se pusieron a bailar en
corro, saltando y dedicándose a jugar entre ellas con mil juegos locos durante una hora. Tras de lo cual se
pusieron a cantar a la luz de la luna, y se alejaron a nado por el agua. Y por más que les encantaran
mucho la belleza, los bailes y los cánticos de las hijas del mar, Belukia y Offán no quisieron prolongar
más su estancia en la isla a causa de las espantosas frutas en forma de cabeza humana. Se frotaron, pues,
la planta de los pies y los tobillos con el jugo encerrado en el frasco, y entraron en el Séptimo Mar.
Su viaje por este Séptimo Mar fue de muy larga duración, por que estuvieron andando dos meses de
día y de noche, sin encontrar en su camino tierra alguna. Y para no morirse de hambre se vieron
obligados a coger rápidamente los peces que de cuando en cuando salían a la superficie del agua,
comiéndoselos crudos, tal y como es taban. Y empezaron a comprender a la sazón cuán prudentes eran los
consejos que les di y a lamentarse por no haberlos seguido. Acabaron, empero, por llegar a una isla que
supusieron era la Isla de los Siete Mares, donde debía encontrarse el cuerpo de Soleimán con el anillo
mágico en uno de sus dedos.
Halláronse con que la Isla de los Siete Mares estaba cubierta de hermosísimos árboles frutales y
regada por numerosos caudales de agua. Y como tenían bastante gana y la garganta seca a causa del
tiempo que se vieron reducidos a no tomar por todo alimento más que peces crudos, se acercaron con
extremado gusto a un gran man zano de ramas llenas de racimos de manzanas maduras. Y Belukia tendió la
mano, y quiso coger de aquellos frutos; pero en seguida se hizo oír dentro del árbol una voz terrible que
les gritó a ambos: "¡Co mo toquéis a estas frutas seréis partidos en dos!" Y en el mismo ins tante apareció
enfrente de ellos un enorme gigante de una altura de cuarenta brazos, según medida de aquel tiempo. Y le
dijo Belukia en el límite del terror: "¡Oh jefe de los gigantes! vamos a morir de ham bre y no sabemos por
qué nos prohibes tocar estas manzanas!" El gigante contestó: "¿Cómo pretendes ignorar el motivo de esta
prohi bición? ¿Olvidasteis ¡oh hijo de los hombres! que Adán, padre de vuestra raza, desobedeció las
órdenes de Alah comiendo de estas frutas prohibidas? ¡Y desde aquel mismo tiempo estoy encargado de
custo diar este árbol y de matar a cuantos echen mano a sus frutas! ¡Ale jaos, pues, y buscad otras cosas
con qué alimentaros!"
A estas palabras. Belukia y Offán se apresuraron a abandonar aquel paraje, y avanzaron hacia el
interior de la isla. Buscaron otras frutas y se las comieron; luego se pusieron en busca del lugar donde
pudiera encontrarse el cuerpo de Soleimán.
Después de caminar sin rumbo por la isla durante un día y una noche, llegaron a una colina cuyas
rocas eran de ámbar amarillo y de almizcle, y en cuyas laderas se abría una gruta magnífica con bó veda y
paredes de diamantes. Como estaba tan bien alumbrada, cual a pleno sol, se aventuraron bastante en sus
profundidades, y a medida que avanzaban, veían aumentar la claridad y ensancharse la bóveda. Así
anduvieron maravillándose de aquello, y empezaban a preguntarse si tendría fin la gruta, cuando de
repente llegaron a una sala inmen sa, tallada de diamante, y que ostentaba en medio un gran lecho de oro
macizo, en el cual aparecía tendido Soleimán ben-Daúd, a quien podía reconocerse por su manto verde
adornado de perlas y pedrerías, y por el anillo mágico que ceñía un dedo de su mano derecha, lanzando
resplandores ante los que palidecía el brillo de la sala de diamantes. La mano que tenía el anillo en el
dedo meñique, descan saba sobre su pecho, y la otra mano, extendida, sostenía el cetro áureo de ojos de
esmeralda.
Al ver aquello, Belukia y Offán se sintieron poseídos por un gran respeto y no osaron avanzar. Pero
enseguida dijo Offán a Belukia: "Ya que afrontamos tantos peligros y experimentamos tantas fatigas, no
vamos a retroceder ahora que hemos alcanzado lo que perseguía mos. Yo me adelantaré solo hacia ese
trono donde duerme el Profeta, y por tu parte pronunciarás tú las fórmulas conjuratorias que te ense ñé, y
que son necesarias para hacer escurrir el anillo por el dedo rí gido".
Entonces comenzó Belukia a pronunciar las fórmulas conjuratorias, y Offán se acercó al trono y
tendió la mano para llevarse el anillo. Pero, en su emoción, Belukia había pronunciado al revés las
palabras mágicas, y tal error resultó fatal para Offán, porque enseguida le cayó desde el techo una gota de
diamante líquido, que le inflamó por entero y en unos instantes le dejó reducido a un montoncillo de
cenizas al pie del trono de Soleimán.
Cuando Belukia vió el castigo infligido a Offán por su tentativa sacrílega, se dio prisa a ponerse en
salvo, cruzando la gruta y llegando a la salida para correr directamente al mar. Allí quiso fro tarse los
pies y marcharse de la isla; pero vio que ya no podía Hacerlo porque...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 361ª noche
Ella dijo:
...pero vió que ya no podía hacerlo porque se había abrasado Offán, y con él se consumió el frasco
milagroso.
Muy entristecido entonces, comprendió por fin toda la exactitud y realidad de las palabras que les
dije anunciándoles las desgracias que en tal empresa les esperaban, y echó a andar sin rumbo por la isla,
ignorando lo que sería de él entonces, que se hallaba completa mente solo, sin que pudiese servirle nadie
de guía.
Mientras andaba de este modo vio una gran polvareda de la que salía un estrépito que se hizo
ensordecedor como el trueno, y oyó chocar lanzas y espadas detrás de ella, y un tumulto producido por
galopes y gritos que nada tenían de humano; y de repente vislum bró que de entre el polvo disipado salía
un ejército entero de efrits, de genn, de mareds, de ghuls, de khotrobs, de saals, de baharis, en una
palabra, de todas las especies de espíritus del aire, del mar, de la tierra, de los bosques, de las aguas y
del desierto.
Tanto terror hubo de producirle este espectáculo, que ni siquiera pretendió moverse, y esperó allí
hasta que el jefe de aquel ejército se adelantó hacia él, y le preguntó: "¿Quién eres? ¿Y cómo te ingenias -
te para poder llegar a esta isla, donde venimos todos los años a fin de vigilar la gruta en que duerme el
dueño de todos nosotros, Solei mán ben-Daúd?"
Belukia contestó: "¡Oh jefe de los bravos! Yo soy Belukia, rey de los Bani-Israil. Me he perdido en el
mar, y tal es la razón de que me encuentre aquí. Pero permíteme que a mi vez te pregunte quién eres y
quiénes son todos esos guerreros". El otro con testó: "Somos los genn, de la descendencia de Jan ben-Jan.
¡Ahora mismo veníamos del país donde reside nuestro rey, el poderoso Sakhr, señor de la Tierra-Blanca
en que antaño reinó Scheddad, hijo de Aad!"
Belukia preguntó: "¿Pero dónde está enclavada esa Tierra-Blanca en que reina el poderoso Sakhr?"
El otro contestó: "Detrás del monte Cáucaso, que se halla a una distancia de setenta y cinco meses de
aquí, según medida humana. Pero nosotros podemos ir allá en un abrir y cerrar de ojos. ¡Si quieres,
podemos llevarte con nosotros y presen tarte a nuestro señor, ya que eres hijo de rey!"
No dejó de aceptar Belukia, y al punto fue transportado por los genn a la residencia de su rey, el rey
Sakhr.
Vio una llanura magnífica surcada por canales con lecho de oro y plata; esta llanura, cuyo suelo
aparecía cubierto de almizcle y deazafrán, estaba sombreada por árboles artificiales con ramas de es -
meralda y frutos de rubíes, y llena de tiendas soberbias de seda verde sostenidas por columnas de oro
incrustadas de pedrerías. En medio de esta llanura se alzaba un pabellón más alto que los demás de seda
roja y azul, soportado por columnas de esmeraldas y rubíes, y en el cual se encontraba el rey Sakhr,
sentado en un trono de oro macizo, teniendo a su diestra a otros reyes con sus vasallos, y a su izquierda a
sus visires y a sus lugartenientes, a sus notables y a sus chambelanes.
Cuando estuvo en presencia del rey, Belukia comenzó por besar la tierra entre sus manos, y le
cumplimentó. Entonces, el rey Sakhr, con mucha benevolencia, le invitó a sentarse al lado suyo en un
sillón de oro. Luego le pidió que le dijese su nombre y le contara su historia y Belukia le dijo quién era, y
le contó toda su historia desde el prin cipio hasta el fin, sin omitir ningún detalle.
Al oír tal relato, el rey Sakhr y cuantos le rodeaban llegaron al límite del asombro. Luego, a una seña
del rey, se extendió el mantel para el festín, y los genn de la servidumbre llevaron las bandejas y
porcelanas. Las bandejas de oro contenían cincuenta camellos tiernos cocidos y otros cincuenta asados,
mientras que las bandejas de plata contenían cincuenta cabezas de carnero, y las frutas, maravillosas de
tamaño y calidad, aparecían dispuestas en fila y bien alineadas en las porcelanas. Y cuando estuvo todo
listo, comieron y bebieron en abundancia; y terminada la comida, no quedaba en las banjeras ni en las
porcelanas la menor señal de los manjares ni de las cosas exquisitas con que se llenaron.
Sólo entonces dijo el rey Sakhr a Belukia: "Sin duda, ¡oh Be lukia! ignoras nuestra historia y nuestro
origen. Pues, voy a decirte sobre ello algunas palabras, para que a tu regreso entre los hijos de los
hombres puedas transmitir a las edades la verdad sobre tales cues tiones, todavía para ellos muy oscuras.
"Has de saber, pues, ¡oh Belukia! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 362ª noche
Ella dijo:
"...Has de saber, pues, ¡oh Belukia! que en el principio de tiempos, Alah el Altísimo creó el fuego, y
lo guardó en el Globo en siete regiones diferentes, situadas una debajo de otra, cada cual a una distancia
de mil años, según medida humana.
"A la primera región del fuego la llamó Gehannam, y su espíritu la destinó a las criaturas rebeldes
que no se arrepienten. A la segunda región la llamó Lazy, porque la construyó en forma de sima, y la
destinó a todos aquellos que después de la venida futura del profeta Mohamed (¡con él la plegaria y la
paz!) persistiesen en sus errores y sus tinieblas y rehusaran hacerse creyentes. Construyó luego la tercera
región, y tras de darle la forma de una caldera hirviente, la llamó El-Jahim, y encerró en ella a los
demonios Goy y Magoy. Después de lo cual formó la cuarta región, la llamó Sair, e hizo de ella la
vivienda de Eblis, jefe de los ángeles rebeldes, que se había negado a reconocer a Adán y saludarle,
desobedeciendo así órdenes formales del Altísimo. Luego limitó la quinta región, le dió el nombre de
Sakhar, y la reservó, para los impíos, para los embusteros y para los orgullosos. Hecho lo cual, abrió una
caverna inmensa, la llenó de aire abrasado y pestilente, la llamó Hitmat, y la destinó para las torturas de
judíos y cristianos.
En cuanto a la séptima, llamada Hawya, la reservó para meter allí a los judíos y cristianos que no
cupiesen en la anterior, y a los que fueran creyentes más que en apariencia. Estas dos últimas regiones
son las más espantosas, mientras que la primera resulta muy soportable. Su estructura es bastante
parecida. En Gehannam, la primera, por ejemplo, no se cuentan menos de setenta mil montañas de fuego,
cada una de las cuales encierra setenta mil valles; cada valle comprende setenta mil ciudades; cada
ciudad, setenta mil torres, cada torre, setenta mil casas, y cada casa, setenta mil bancos. Además, cada
uno de bancos, cuyo número puede sacarse multiplicando todas estas cifras contiene setenta mil torturas y
suplicios diversos, de los que sólo Alah conoce la variedad, la intensidad y la duración. Y como esta
región es la menos ardiente de las siete, puedes formarte una idea ¡oh Belu kia! de los tormentos
guardados en las otras seis regiones.
"Si te facilito este dato y estas explicaciones acerca del fuego, ¡oh Belukia! se debe a que los genn
somos hijos del fuego.
"Porque los dos primeros seres que del fuego creó Alah eran dos genn, de los cuales hizo El su
guardia particular, y a quienes llamó Khallet y Mallit; y a uno le dio la forma de un león, y a otro la forma
de un lobo. Y al león le dio órganos masculinos y al lobo órganos femeninos.
El miembro del león Khallit tenía una longitud igual a una distancia en cuyo recorrido se tardasen
veinte años, y la vulva de Mallit, la loba, tenía la forma de una tortuga, y su tamaño guarda proporción
con la longitud del miembro de Khallit. Uno era de color jaspeado con blanco y negro; y la otra era
rosada y blanca. Y Alah unió sexualmente a Khallit y a Mallit, y de su cópula hizo nacer dra gones,
serpientes, escorpiones y animales inmundos, con los que pobló las Siete Regiones para suplicio de los
condenados. Luego ordenó Alah a Khallit y a Mallit que copularan por segunda vez, e hizo nacer de este
segundo enlazamiento siete machos y siete hembras, que crecieron en la obediencia. Cuando fueron
mayores, uno de ellos que hacía concebir las mejores esperanzas en vista de su conducta ejemplar, fue
especialmente distinguido por el Altísimo, quien hizo de él el jefe de sus co hortes constituidas por la
reproducción incesante del león y la loba.
Su nombre era precisamente Eblis Pero emancipado más tarde de su obediencia a las órdenes de
Alah, que le mandaba prosternarse ante Adán, hubo de precipitársele en la cuarta región con todos los
que se unieron a él. Y Eblis y su descendencia poblaron de demonios machos y hembras el infierno. En
cuanto a los otros seis varones y las otras mujeres, siguieron sumisos, uniéndose entre sí, y tuvieron por
hijos a los genn, entre los cuales nos contamos, ¡oh Belukia! Y tal es, en pocas palabras, nuestra
genealogía.
No te asombres, pues, al vernos, comer de esta manera, porque nuestro origen está en un león, y en
una loba. Para darte una idea de la capacidad de nuestro vientre, te diré que cada uno de nosotros devora
en el día diez camellos, veinte carneros, y se bebe cuarenta cucharadas de caldo, advirtiéndote que cada
cucharada contiene tanto como un caldero.
"¡Ahora, oh Belukia! para que sea perfecta tu instrucción a tu regreso entre los hijos de los hombres,
has de saber que a la tierra que habitamos la están refrescando siempre las nieves del monte Cáucaso,
que la rodea cual un cinturón. De no ser así, no podría habitarse nues tra tierra por causa del fuego
subterráneo. También está la tal cons tituída por siete pisos que gravitan sobre los hombros de un genni
dotado de una fuerza maravillosa. Este genni está de pie encima de una roca que descansa a lomos de un
toro; al toro lo sostiene un pez enorme, y el pez nada en la superficie del Mar de la Eternidad.
"El Mar de la Eternidad tiene por lecho el piso superior del in fierno, el cual, con sus siete regiones,
está cogido entre las fauces de una serpiente monstruosa que permanecerá quieta hasta el día del Juicio.
"Entonces vomitarán sus fauces el infierno y su contenido en pre sencia del Altísimo, que dictará
sentencia de un modo definitivo. "He aquí ¡oh Belukia!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 363ª noche
Ella dijo:
"...He aquí ¡oh Belukia! nuestra historia, nuestro origen y la for mación del globo, rápidamente
resumidos.
"También debo decirte, para acabar tu instrucción a este respec to, que nuestra edad siempre es la
misma; mientras sobre la tierra, a nuestro alrededor, la Naturaleza y los hombres, y los seres creados, to -
dos se encaminan invariablemente hacia la decrepitud, nosotros no envejecemos nunca. Esta virtud se la
debemos a la fuente de vida don de bebemos, y de la que es guardián Khizr en la región de las tinie blas.
Ese venerable Khizr es quien normaliza las estaciones, engalana con sus coronas verdes a los árboles,
hace correr las aguas fugitivas, extiende el tapiz verdeante de las praderas, y revestido por las tardes con
su manto verde, funde los tintes ligeros con que se coloran los cielos en el crepúsculo.
"Y ahora, ¡oh Belukia! por haberme escuchado con tanta atención, te recompensaré haciendo que te
saquen de aquí y te dejen a la en trada de tu país, siempre que lo desees".
Al oír tales palabras, Belukia dio las gracias con efusión al rey Sakhr, jefe de los genn, por su
hospitalidad, por sus lecciones y por su ofrecimiento, que aceptó en seguida. Se despidió, pues, del rey,
de sus visires y de los demás genn, y se montó en los hombros de un efrit muy robusto, que en un abrir y
cerrar de ojos le hizo atravesar el espacio, y le depositó dulcemente en tierra conocida, cerca de las fron -
teras del país del joven.
Cuando Belukia se disponía a emprender el camino de su ciudad, una vez conocida la dirección que
tenía que seguir, vio sentado entre dos tumbas y llorando con amargura a un joven de belleza perfecta,
pero de tez pálida y aspecto muy triste. Se acercó a él, le saludó amistosamente, y le dijo: "¡Oh hermoso
joven! ¿Por qué te veo llorando sentado entre estas dos tumbas? ¡Dime a qué obedece ese aire afli gido,
para que trate de consolarte!"
El joven alzó hacia Belukia su mirada triste, y le dijo con lágrimas en los ojos: "¿Para qué te detienes
en tu camino, ¡oh viajero!? ¡Deja correr mis lágrimas en la so ledad sobre estas piedras de mi dolor!"
Pero Belukia le dijo: "¡Oh hermano de infortunio, sabe que poseo un corazón compasivo dispuesto a
escucharte! ¡Puedes, pues, revelarme sin temor la causa de tu tris teza!" Y se sentó junto a él en el mármol,
le cogió las manos con las suyas, y para animarle a hablar le contó su propia historia desde el principio
hasta el fin.
Luego, le dijo: "¿Y cuál es tu historia, ¡oh, hermano mío!? ¡Te ruego que me la cuentes cuanto antes,
porque presiento que debe ser infinitamente atractiva!"
Historia del hermoso joven triste
El joven de semblante dulce y triste que lloraba entre las dos tum bas dijo entonces al joven rey
Belukia:
"Has de saber ¡oh hermano mío! que también soy yo un hijo de rey, y es mi historia tan extraña y tan
extraordinaria, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección saludable
a quien la leyera con simpatía. ¡No quiero, pues, dejar pasar más tiempo sin contártela!"
Calló por algunos instantes, secó sus lágrimas, y con la frente apo yada en la mano, comenzó así esta
maravillosa historia:
"Nací, ¡oh hermano mío! en el país de Kabul, donde reina mi padre, el rey Tigmos, jefe de los Bani-
Schalán y del Afghanistán. Mi padre, que es un rey muy grande y muy justiciero, tiene bajo su sobe ranía a
siete reyes tributarios, de los cuales cada uno es señor de cien ciudades y de cien fortalezas. Manda,
además, mi padre, en cien mil jinetes valerosos y en cien mil bravos guerreros. En cuanto a mi ma dre, es
la hija del rey Bahrawán, soberano del Khorassán. Mi nombre es Janschah.
Desde mi infancia hizo mi padre que se me instruyera en las ciencias, en las artes y en los ejercicios
corporales, de modo que a la edad de quince años me contaba yo entre los mejores jinetes del reino, y
dirigía las cacerías y las carreras montado en mi caballo, más veloz que el antílope.
Un día entre los días, durante una cacería en la que se encontraban mi padre el rey y todos sus
oficiales, después de estar tres días en las selvas y de matar muchas liebres, a la caída de la tarde vi
aparecer, a algunos pasos del lugar en que me hallaba con siete de mis mamalik, una gacela de elegancia
extremada. Al advertirnos, ella se asustó, y huyó saltando con toda su ligereza. Entonces yo, seguido por
mis ma malik, la perseguí durante varias horas; de tal suerte llegamos a un río muy ancho y muy profundo,
donde creímos que podríamos cercar la y apoderarnos de ella. Pero tras una corta vacilación, se tiró al
agua y empezó a nadar para alcanzar la otra orilla. Y nosotros nos apeamos vivamente de nuestros
caballos, los confiamos a uno de los nuestros, nos abalanzamos a una barca de pesca que estaba amarrada
allí, y maniobramos con rapidez para dar alcance a la gacela. Pero cuando llegamos a la mitad del río, no
pudimos dominar ya nuestra embar cación, que arrastraron a la deriva el viento y la poderosa corriente,
en medio de la oscuridad que aumentaba, sin que nuestros esfuerzos pudiesen llevarnos por buen camino.
Y de aquel modo fuimos arrastra dos durante toda la noche con una rapidez asombrosa, creyendo
estrellarnos a cada instante contra alguna roca o flor de agua o cual quier otro obstáculo que se alzase en
nuestra ruta forzosa. Y aquella carrera aún duró todo el día y toda la noche siguientes. Y sólo al otro día
por la mañana pudimos desembarcar al fin en una tierra a la que nos arrojó la corriente.
Mientras tanto, mi padre, el rey Tigmos, se enteró de nuestra des aparición al preguntar al mameluco
que guardaba nuestros caballos. Y cuando recibió semejante noticia, llegó a tal estado de desesperación,
rompió en sollozos, tiró al suelo su corona, se mordió de dolor las manos, y envió en seguida por todas
partes en busca nuestra emisarios conocedores de aquellas comarcas inexploradas. En cuanto a mi madre,
al saber mi desaparición, se abofeteó el rostro, desgarró sus vestidos, se mesó los cabellos y se puso
trajes de luto.
Volviendo a nosotros, cuando arribamos a aquella tierra dimos con un hermoso manantial que corría
bajo los árboles, y nos encon tramos con un hombre que se refrescaba los pies en el agua, sentado
tranquilamente. Le saludamos con cortesía y le preguntamos dónde estábamos. Pero sin devolvernos el
saludo, nos respondió el hombre con una voz de falsete semejante al graznido de un cuervo o de cual quier
otra ave de rapiña...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 364ª noche
Ella dijo:
...nos respondió el hombre con una voz de falsete semejante al graznido de un cuervo o de cualquier
otra ave de rapiña. Luego se levantó de un salto, se partió en dos partes al hacer un movimiento, cor -
tándose por la mitad, y corrió a nosotros con el tronco solamente, mientras su parte inferior corría en
dirección distinta. Y en el mismo momento surgieron de todos los puntos de la selva otros hombres se -
mejantes a aquél, los cuales corrieron a la fuente, se partieron en dos partes con un movimiento de
retroceso y se avalanzaron a nosotros con su tronco solamente. Arrojáronse entonces sobre los tres de
mis mamalik más próximos a ellos, y se pusieron al punto a devorarlos vi vos, mientras que yo y mis otros
mamalik nos lanzamos a nuestra barca, y prefiriendo mil veces ser devorados por el agua que devorados
por aquellos monstruos, nos dimos prisa a alejarnos de la orilla, de jándonos de nuevo llevar por la
corriente.
Y entonces, mientras los troncos devoraban a mis tres desgraciados mamalik, vimos correr por la
ribera todas las piernas y nalgas con un galope furioso y desorde nado, que nos aterró en nuestra barca,
fuera ya de su alcance. Y también nos asombramos mucho del terrible apetito de aquellos tron cos
cortados por el vientre, y nos preguntamos cómo era posible seme jante cosa, deplorando siempre la
suerte de nuestros desgraciados com pañeros.
Nos impulsó la corriente hasta el siguiente día, y llegamos en tonces a una tierra cubierta de árboles
frutales y grandes jardines de flores encantadoras. Pero cuando amarramos nuestra barca, no quise echar
pie a tierra, y encargué a mis tres mamalik que fuesen primero a inspeccionar el terreno. Así lo hicieron,
y después de estar ausentes medio día, volvieron a contarme que habían recorrido una distancia grande,
caminando de un lado a otro, sin encontrar nada sospechoso; más tarde habían visto un palacio de mármol
blanco, cuyos pabellones eran de cristal puro, y en medio del cual aparecía un jardín magnífico con un
lago soberbio; entraron en el palacio y vieron una sala in mensa, donde se alineaban sillones de marfil
alrededor de un trono de oro enriquecido con diamantes y rubíes; pero no encontraron a nadie ni en los
jardines ni en el palacio.
En vista de un relato tan tranquilizador, me decidí a salir de la barca, y emprendí con ellos el camino
del palacio. Empezamos por satisfacer nuestra hambre comiendo las frutas deliciosas de los árbo les del
jardín, y luego entramos a descansar en el palacio. Yo me senté en el trono de oro y mis mamalik en los
sillones de marfil; y aquel espectáculo hubo de recordarnos a mi padre el rey, a mi madre y al trono que
perdí, y me eché a llorar; y mis mamalik también lloraron de emoción.
Cuando nos sumíamos en tan tristes recuerdos, oímos un gran ruido semejante al del mar, y enseguida
vimos entrar en la sala donde nos hallábamos un cortejo formado por visires, emires, chambelanes y
notables; pero pertenecientes todos a la especie de los monos. Los ha bía entre ellos grandes y pequeños.
Y creíamos que había llegado nuestro fin. Pero el gran visir de los monos, que pertenecía a la varie dad
más corpulenta, fue a inclinarse ante nosotros con las más evi dentes muestras de respeto, y en lenguaje
humano me dijo que él y todo el pueblo me reconocían como a su rey y nombraban jefes de su ejército a
mis tres mamalik. Luego, tras de haber hecho que nos sir vieran de comer gacelas asadas, me invitó a
pasar revista al ejército de mis súbditos, los monos, antes del combate que debíamos librar con sus
antiguos enemigos los ghuls, que habitaban la comarca vecina.
Entonces, yo, como estaba muy fatigado, despedí al gran visir y a los demás, conservando en mi
compañía sólo a mis tres mamalik. Después de discutir durante una hora acerca de nuestra nueva situa -
ción, resolvimos huir de aquel palacio y de aquella tierra cuanto an tes, y nos dirigimos a nuestra
embarcación; pero al llegar al río notamos que había desaparecido la barca, y nos vimos obligados a
regresar al palacio, donde estuvimos durmiendo hasta la mañana.
Cuando nos despertamos, fue a saludarnos el gran visir de mis nuevos súbditos, y me dijo que todo
estaba dispuesto para el combate contra los ghuls. Y al mismo tiempo los demás visires llevaron a la
puerta del palacio cuatro perros enormes que debían servirnos de ca balgadura a mí y a mis mamalik, y
estaban embridados con cadenas de acero. Y nos vimos obligados yo y mis mamalik a montar en aquellos
perros y tomar la delantera, en tanto que a nuestras espaldas, lanzan do aullidos y gritos espantosos, nos
seguía todo el ejército innumera ble de mis súbditos monos capitaneados por mi gran visir.
Al cabo de un día y una noche de marcha, llegamos frente a una alta montaña negra, en la que se
encontraban las guardias de los ghuls, los cuales no tardaron en mostrarse. Los había de diferentes
formas, a cual más espantables. Unos ostentaban cabeza de buey sobre un cuerpo de camellos, otros
parecían hienas, mientras otros tenían un aspecto indescriptible por lo horroroso, y no se asemejaban a
nada conocido que permitiera establecer una comparación.
Cuando los ghuls nos vislumbraron, bajaron de la montaña, y parándose a cierta distancia nos
abrumaron con una lluvia de pie dras. Mis súbditos respondieron del propio modo, y la refriega se hi zo
terrible por una y otra parte. Armados con nuestros arcos, yo y mis mamalik disparamos a los ghuls una
cantidad de flechas, que mataron a un gran número, para júbilo de mis súbditos, a quienes aquel
espectáculo llenó de ardor. Así es que acabamos por lograr la victoria, y nos pusimos a perseguir ghuls.
Entonces, yo y mis mamalik determinamos aprovecharnos del des orden de aquella retirada, y
montados en nuestros perros, escapar de mis súbditos los monos, poniéndonos en fuga por el lado
opuesto, sin que se diesen ellos cuenta; y a galope tendido desaparecimos de su vista.
Después de correr mucho, nos detuvimos para dar un respiro a nuestras cabalgaduras, y vimos
enfrente de nosotros una roca grande, tallada en forma de tabla, y en la que aparecía grabada en lengua
he braica una inscripción que decía así:
¡Oh tú, cautivo, a quien arrojó el Destino a esta región para hacer de ti el rey de los monos! Si
quieres renunciar a tu realeza por medio de la fuga, dos caminos se abren a tu liberación: uno de
estos caminos se halla a tu derecha, y es el que antes te conducirá a orillas del Océano que rodea
al mundo; pero cruza por desiertos terribles lle nos de monstruos y de genios malhechores. El otro,
el de la izquierda, se tarda cuatro meses en recorrerle, y atraviesa un gran valle, que es el Valle
de las Hormigas. Si tomas ese camino, resguardándote de las hormigas, irás a parar a una montaña
de fuego, al pie de la cual se encuentra la Ciudad de los Judíos. ¡Yo, Soleimán ben-Daúd, escribí
esto para tu salvación!
Cuando leímos tal inscripción, llegamos al límite del asombro, y nos apresuramos a emprender el
camino de la izquierda, que debía con ducirnos a la Ciudad de los Judíos, pasando por el Valle de las
Hor migas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 365ª noche
Ella dijo:
...el camino de la izquierda, que debía conducirnos a la Ciudad de los Judíos, pasando por el Valle de
las Hormigas. Pero aún no llevábamos una jornada de marcha, cuando sentimos temblar el suelo bajo
nuestros pies, y al punto vimos aparecer detrás de nosotros a mis súbditos los monos, que llegaban a toda
velocidad con el gran visir a la cabeza. Cuando nos dieron alcance, nos rodearon por todos lados,
lanzando aullidos de alegría por habernos encontrado, y el gran visir se hizo intérprete de todos
pronunciando una arenga para cumpli mentarnos por haber salido con bien.
Aquel encuentro nos contrarió mucho, aunque tuvimos cuidado de ocultarlo e íbamos a emprender de
nuevo con mis súbditos el camino de palacio, cuando del valle que en aquel momento atravesábamos vi -
mos salir un ejército de hormigas, cada una de las cuales tenía la corpulencia de un perro. Y en un abrir y
cerrar de ojos comenzó una pelea espantable entre mis súbditos y, las hormigas monstruosas, co giendo
con sus patas a los monos y partiéndolos en dos de un golpe, y abalanzándose de diez en diez los monos
contra cada hormiga para poder matarla.
En cuanto a nosotros, quisimos aprovecharnos del combate para huir a lomos de nuestros perros; pero
desgraciadamente fui yo el único que pude escaparme, porque las hormigas advirtieron a mis tres ma -
malik y se apoderaron de ellos, partiéndolos en dos con sus garras formidables. Y me salvé, deplorando
la pérdida de mis últimos compa ñeros, y llegué a un río, que atravesé a nado, abandonando mi cabal -
gadura, y llegué sano y salvo a la otra orilla, donde lo primero que hice fue secar mi ropa; y luego me
quedé dormido hasta la mañana, seguro ya de que no me perseguían, pues el río me separaba de las
hormigas y de mis súbditos los monos.
Cuando me desperté, eché a andar durante días y días, comiendo plantas y raíces, hasta llegar a la
montaña consabida, al pie de la cual vi, efectivamente, una gran ciudad, que era la Ciudad de los Judíos,
tal como me lo había indicado la inscripción. Pero me asombró mu cho en esta ciudad un detalle del que
no hablaba la inscripción, y que noté más tarde; en efecto, hube de comprobar que el río que atravesé a
pie enjuto aquel día para llegar a la ciudad estaba lleno de agua todo el resto de la semana; y también
supe que aquel río, caudaloso los demás días no llevaba agua el sábado, que es el día de fiesta de los
judíos.
Y he aquí que entré en la ciudad aquel día y no vi por las calles a nadie. Me encaminé entonces a la
primera casa que encontré en mi camino, abrí la puerta y penetré en ella. Me hallé entonces en una sala
donde estaban sentados en corro muchos personajes de aspecto venerable. Entonces, animado por la
bondad de sus rostros, me acer qué a ellos respetuosamente, y después del saludo, les dije: "Soy Jans -
chah, hijo del rey Tigmos, señor de Kabul y jefe de los Bani-Schalán. Os ruego ¡oh mis señores! que me
digáis a qué distancia estoy de mi país y qué camino debo tomar para llegar a él. ¡Además, tengo
hambre!" Entonces me miraron sin contestarme cuantos estaban sen tados allí, y el que parecía ser su
jeique me dijo por señas solamente y sin pronunciar una palabra: "¡Come y bebe, pero no hables!" Y me
mostró una bandeja de manjares asombrosos, que por cierto jamás había yo visto, y que estaban guisados
con aceite, a juzgar por el olor. Entonces comí, bebí y guardé silencio.
Cuando hube acabado, se acercó a mí el jeique de los judíos, y me preguntó igualmente por señas:
"¿Quién? ¿De dónde? ¿Adón de?" Entonces le pregunté por señas si podía contestar, y tras una se ñal
afirmativa suya seguida de otra que quería decir: ¡No pronuncies más de tres palabras! pregunté:
"¿Caravana Kabul, cuándo?"
Me contestó: "¡No lo sé!", siempre sin pronunciar una palabra, y me hizo seña de que me marchara,
porque ya había terminado mi comida. Entonces le saludé, como también a todos los circunstantes, y salí,
asombrándome en extremo de sus maneras extrañas. Ya en la calle in tentaba orientarme, cuando por fin oí
a un pregonero público que decía a voces: "¡Quién quiera ganarse mil monedas de oro y poseer una
esclava joven de belleza sin igual, que venga conmigo, para efec tuar un trabajo de una hora!"
Como yo estaba en la penuria, me acer qué al pregonero, y le dije: "¡Acepto el trabajo, y al mismo
tiempo los mil dinares y la esclava joven!" Entonces me cogió de la mano y me llevó a una casa
amueblada muy ricamente, en la que estaba sentado en un sillón de ébano un judío viejo, ante el cual se
inclinó el prego nero, presentándome, y dijo: "¡He aquí, al fin, a un joven extranjero, que ha sido el único
que respondió a mi llamamiento en los tres meses que hace que pregono la cosa!"
Al oír estas palabras, el viejo judío, dueño de la casa. me hizo sentar a su lado, estuvo conmigo muy
amable, ordenando que me sir vieran de comer y de beber sin parsimonia, y terminada la comida me dio
una bolsa con mil monedas de oro que no eran falsas, a la vez que mandaba a sus esclavas que me
pusieran un ropón de seda y me llevaran junto a la joven esclava que me daba anticipadamente por el
trabajo en proyecto que yo aún no conocía...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 366ª noche
Ella dijo:
...la joven esclava que me daba anticipadamente por el trabajo en proyecto que yo aún no conocía.
Entonces, después de haberme puesto el ropón de seda consabido, los esclavos me llevaron a la
estancia donde me esperaba la joven, que debía ser virgen, según afirmación del viejo judío. Y me encon -
tré, en efecto, con una joven muy bella, en cuya compañía me dejaron solo para pasar la noche. Y al punto
me acosté con ella y la encontré perfecta en verdad.
Tres días y tres noches pasé con ella, comiendo y bebiendo y haciendo lo que tenía que hacer, y a la
mañana del cuarto día el anciano hizo que me llamaran, y me dijo: "¿Estás ahora dispuesto a ejecutar el
trabajo que te he pagado y que de antemano aceptaste?”
Declaré que estaba dispuesto a prestarme a aquel trabajo, sin saber de qué se trataba.
Entonces el viejo judío ordenó a sus esclavos que enjaezaran y llevaran dos mulas; y los esclavos
llevaron dos mulas enjaezadas. Montó en una él y yo en otra, y me dijo que le siguiera. Ibamos a buen
paso, y de tal suerte caminamos hasta mediodía, hora en la que llegamos al pie de una alta montaña
cortada a pico, y en cuyas laderas no se veía ningún sendero por donde pudiese aventurarse un hombre o
una ca balgadura cualquiera. Echamos pie a tierra, y el viejo judío me tendió un cuchillo, diciéndome:
"¡Clávalo en el vientre de tu mula! ¡Ha llegado el momento de empezar a trabajar!" Yo obedecí y clavé el
cuchillo en el vientre de la mula, que no tardó en sucumbir; luego, por orden del judío, desollé al animal
y limpié la piel. Entonces mi interlocutor me dijo: "Tienes que echarte ahora encima de esa piel, para que
yo la cosa contigo dentro como si estuvieras en un saco". Y obedecí asimismo, y me eché encima de la
piel, la cual cosió el anciano cuidadosamente conmigo dentro; luego me dijo: "¡Escucha bien mis
palabras! De un instante a otro se arrojará sobre ti un pájaro enorme y te cogerá para llevarte a su nido,
que está situado en la cima de esta montaña escarpada. Ten mucho cuidado de no moverte cuando te
sientas transportado por los aires, porque te soltaría el pájaro y te es trellarías al caer al suelo; pero
cuando te haya dejado en la montaña, corta la piel con el cuchillo que te di y sal del saco. El pájaro se
asus tará y no te hará nada. Entonces has de recoger las piedras preciosas de que está cubierta la cima de
esta montaña y me las arrojas. Hecho lo cual, bajarás a reunirte conmigo".
Y he aquí que apenas había acabado de hablar el viejo judío, me sentí transportado por los aires, y al
cabo de algunos instantes me dejaron en el suelo. Entonces corté con mi cuchillo el saco y asomé por la
abertura mi cabeza. Aquello asustó al pájaro monstruoso, que huyó volando a toda prisa. Yo me puse
entonces a recoger rubíes, es meraldas y demás piedras preciosas que cubrían el suelo, y se las arrojé al
viejo judío. Pero cuando quise bajar advertí que no había ni un sendero donde poner el pie, y vi que el
viejo judío montaba en su mula después de recoger las piedras, y se alejaba rápidamente hasta
desaparecer de mi vista.
Entonces, en el límite de la desesperación, lloré mi destino y pensando hacia qué lado me convendría
más encaminarme, eché a andar todo derecho delante de mí y a la ventura, errando de tal suerte dos
meses hasta llegar al final de la cadena de montañas, a la entrada de un valle magnífico, en el que los
arroyos, los árboles y las flores glorificaban al Creador entre gorjeos de pájaros.
Allí vi un inmenso palacio que se elevaba a gran altura por los aires y hacia el cual me encaminé.
Llegué a la puerta, donde hallé sentado en el banco del zaguán a un anciano cuyo rostro brillaba de luz.
Tenía en la mano un cetro de rubíes y llevaba en la cabeza una corona de diamantes. Le saludé y me
devolvió el saludo con amabilidad, y me dijo: "¿Siéntate junto a mí, hijo mío!" Y cuando me senté, me
preguntó: "¿De dónde vienes a esta tierra que nunca holló la planta de un adamita?" ¿Y adónde te
propones ir?"
Por toda respuesta estallé en sollozos, y se diría que me iba a ahogar el llanto. Entonces me dijo el
anciano: "Cesa de llorar así, hijo mío, porque me encoges el corazón. Ten valor y empieza por reanimarte
comiendo y bebiendo". Y me introdujo en una vasta sala, dándome de comer y de beber. Y cuando me vio
en mejor estado de ánimo, me rogó que le contase mi historia, y satisfice su deseo, y a mi vez le rogué
que me dijese quién era y a quién per tenecía aquel palacio. Me contestó: "Sabe, hijo mío, que este
palacio fue construido antaño por nuestro señor Soleimán, de quien soy re presentante para gobernar a las
aves. Cada año vienen aquí a rendirme pleitesía todas las aves de la tierra. Si deseas regresar a tu país,
te re comendaré a ellas la primera vez que vengan a recibir órdenes mías, y te transportarán a tu país. En
tanto, para matar el tiempo hasta que lleguen, puedes circular por todo este inmenso palacio, y puedes en -
trar en todas las salas, con excepción de una sola, la que se abre con la llave de oro que ves entre todas
estas llaves que te doy".
Y el an ciano gobernador de las aves me entregó las llaves y me dejó en com pleta libertad.
Empecé por visitar las salas que daban al patio principal del pa lacio; luego penetré en las otras
estancias, que estaban todas arregla das para que sirvieran de jaulas a las aves, y de tal suerte llegué ante
la puerta que se abría con la llave de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 367ª noche
Ella dijo:
...de tal suerte llegué ante la puerta que se abría con la llave de oro, y permanecí largo tiempo
mirándola, sin osar ni siquiera to carla con la mano en vista de la prohibición que me hizo el anciano;
pero al cabo no pude resistir a la tentación que colmaba mi alma, metí la llave de oro en la cerradura,
abrí la puerta y presa del temor penetré en el lugar prohibido.
Pero, lejos de tener ante los ojos un espectáculo asombroso, vi, primeramente, en medio de un
pabellón con el piso incrustado de pe drerías de todos colores, un estanque de plata rodeado de pájaros
de oro que echaban agua por el pico, con un ruido tan maravilloso, que creí oír los trinos de cada uno de
ellos resonar melodiosamente contra las paredes de plata. Había en torno al estanque, divididos por
clases, cuadros de flores de suaves perfumes que casaban sus colores con los de las frutas de que estaban
cargados los árboles que esparcían sobre el agua su frescura asombrosa. La arena que yo hallaba era
polvo de esmeralda y diamante, y se extendía hasta las gradas de un trono que se alzaba enfrente del
estanque maravilloso. Estaba hecho aquel trono con un solo rubí, cuyas facetas reflejaban en el jardín el
rojo de sus rayos fríos, que iluminaban el agua con un brillo de pedrerías.
Me detuve extático ante cosas tan sencillas nacidas de la unión pura de los elementos; luego fui a
sentarme en el trono de rubí, que aparecía coronado por un dosel de seda roja, y cerré los ojos un instante
para que penetrara mejor aquella fresca visión en mi alma entusiasmada.
Cuando abrí los ojos vi que se adelantaban hacia el estanque, sa cudiendo sus plumas blancas, tres
elegantes palomas que iban a darse un baño. Saltaron con gracia el ancho borde del estanque de plata, y
después de abrazarse y hacerse mil caricias encantadoras, ¡oh mis ojos maravillados! las vi arrojar lejos
de sí su virginal manto de plu mas y aparecer en una desnudez de jazmín, con el aspecto de tres jóvenes
bellas como lunas. Y al punto se sumergieron en el estanque para entregarse a mil juegos y mil locuras,
ora desapareciendo, ora reapareciendo entre remolinos brillantes, para volver a desaparecer riendo a
carcajadas, mientras sólo sus cabelleras flotaban sobre el agua, sueltas en un vuelo de llama.
Ante tal espectáculo, ¡oh hermano Belukia! sentí que mi corazón nadaba en mi cerebro y trataba de
abandonarlo. Y como no podía con tener mi emoción, corrí enloquecido hacia el estanque y grité: "¡Oh,
jóvenes; oh, lunas, oh, soberanas!"
Cuando me vislumbraron las jóvenes lanzaron un grito de terror, y saliendo del agua con ligereza,
corrieron a coger sus mantos de plu mas, que echaron sobre su desnudez, y volaron al árbol más alto entre
los que daban sombra a la pila, y se echaron a reír mirándome.
Entonces me acerqué al árbol, levanté hacia ellas los ojos, y les dije: "¡Oh, soberanas, os ruego que
me digáis quiénes sois! ¡Yo soy Janschah, hijo del rey Tigmos, soberano de Kabul y jefe de los Bani -
Schalán!" Entonces la más joven de las tres, precisamente aquella cuyos encantos habíanme impresionado
más, me dijo: "Somos las hijas del rey Nassr, que habita en el palacio de los diamantes. Veni mos aquí
para dar un paseo y con el sólo fin de distraernos".
Dije: "En ese caso, ¡oh mi señora! ten compasión de mí y baja a completar el juego conmigo". Ella
me dijo: "¿Y desde cuándo pueden las jó venes jugar con los jóvenes, ¡oh Janschah!? ¡Pero si deseas
absolu tamente conocerme mejor, no tienes más que seguirme al palacio de mi padre!" Y habiendo dicho
estas palabras, me lanzó una mirada que me penetró el hígado, y emprendió el vuelo en compañía de sus
dos hermanas hasta que la perdí de vista.
Al ver aquello, en el límite ya de la desesperación, di un grito agudo y caí desmayado bajo el árbol.
No sé cuánto tiempo permanecí echado de aquel modo; pero cuando volví en mí, el anciano
gobernador de las aves estaba a mi lado y me rociaba el rostro con agua de flores. Cuando me vio abrir
los ojos, me dijo: "¡Ya ves, hijo mío, lo que te ha costado desobedecerme! ¿No te prohibí que abrieras la
puerta de este pabellón?"
Yo, por toda respuesta, me limité a prorrumpir en sollozos, y luego improvisé estos versos:
¡Ha arrebatado mi corazón una esbelta joven de cuerpo armonioso!
¡Arrebatador es su talle entre todos los talles! ¡Cuando sonríe, sus labios excitan los celos
de las rosas y los rubíes!
¡Su cabellera oscila por encima de su hermosa grupa redonda!
¡Las flechas que disparan los arcos de sus pestañas dan en el blanco, aun desde lejos, y
hacen heridas incurables!
¡Oh belleza suya! ¡no tienes rival y borras las bellezas todas de la India!
Cuando acabé de recitar estos versos, me dijo el anciano: "Com prendo lo que te ha sucedido. Viste a
las jóvenes vestidas de palomas, que algunas veces vienen a darse un baño aquí". Yo exclamé: "Las vi,
padre mío, y te ruego que me digas dónde se halla el palacio de los diamantes, en que habitan con su
padre el rey Nassr".
Contestó: "No hay para qué pensar en ir allí, hijo mío, pues el rey Nassr es uno de los jefes más
poderosos de la genn, y dudo mucho que te diera en matrimonio a una de sus hijas. Ocúpate, pues, de
preparar tu regreso a tu país. Yo mismo te facilitaré la tarea recomendándote a las aves que enseguida
van a venir a presentarme sus respetos, y que te ser virán de guías". Contesté: "¡Te doy las gracias, padre
mío; pero re nuncio a regresar al lado de mis padres, si no debo volver ya a ver a la joven que me habló!"
Y al decir estas palabras me arrojé a los pies del anciano llorando, y le supliqué que me indicara el
medio de volver a ver a las jóvenes vestidas de palomas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 368ª noche
Ella dijo:
...el medio de volver a ver a las jóvenes vestidas de palomas. En tonces el anciano me tendió la mano,
me levantó y me dijo: "Veo que tu corazón está consumido de pasión por la joven, y voy a indicarte el
medio de volver a verla. Vas a ocultarte detrás de los árboles y a esperar pacientemente la vuelta de las
palomas. Las dejarás desnudarse y meterse en el estanque, y entonces te precipitarás de repente sobre sus
mantas de plumas y te apoderarás de ellas. Entonces verás cómo dulcifican contigo su lenguaje; se
acercarán a ti, te harán mil caricias y te suplicarán, con palabras extremadamente gentiles, que les
devuel vas sus plumas. Pero guárdate bien de dejarte conmover, porque en tonces acabarían por siempre
para ti las jóvenes. Por el contrario, re husa enérgicamente devolvérselas, y diles: "¡Os daré de buen
grado vuestros mantos, pero no sin que venga el jeique!" Y efectivamente, es perarás mi regreso
entreteniéndolas con galanterías; ¡y yo encontraré el medio de que las cosas se tornen favorables para ti!"
Al oír estas palabras, dí muchas gracias al venerable gobernador de las aves, y enseguida corrí a
ocultarme detrás de los árboles, en tanto que se retiraba él a su pabellón para recibir a sus súbditos.
Permanecí bastante tiempo esperando la llegada de las tres pa lomas. Al fin oí un batir de alas y risas
aéreas, y vi que las tres palo mas se posaban en el borde del estanque y miraban a derecha y a izquierda
para enterarse de si no las observaba nadie. Luego, la que me había hablado se encaró con las otras dos,
y les dijo: "¿No creéis, hermanas mías, que puede estar escondido alguien en el jardín? ¿Qué habrá sido
del joven a quien vimos?"
Pero cuando llegó la 369ª noche
Ella dijo:
...Tras de lo cual, nos acostamos juntos, en brazos uno del otro y en el límite del júbilo.
Por la mañana fué Schamsa quien se puso primero en pie. Vistió se con su manto de plumas, me
despertó, me besó entre los dos ojos, y me dijo: "Ya es hora de que vayamos al palacio de los diamantes
a ver a mi padre el rey Nassr. ¡Vístete, pues, cuanto antes!" Obedecí en segui da, y cuando estuve
dispuesto, fuimos a besar las manos del jeique gobernador de las aves y le dimos muchas gracias.
Entonces me dijo Schamsa: "¡Ahora súbete en mis hombros y sostente bien, porque el viaje será un poco
largo, aunque me propongo hacerlo a toda veloci dad!" Y me tomó en sus hombros, y después de tributar a
nuestro protector las últimas despedidas, me transportó por los aires con la rapidez del rayo, y al poco
tiempo me dejó en tierra a alguna distancia de la entrada al palacio de los diamantes. Y desde allí nos
encaminamos tranquilamente hacia el palacio, mientras corrían a anunciar nuestra llegada los genn
servidores que había instalado el rey por aquellos sitios.
El rey Nassr, padre de Schamsa y señor de los genn, experimentó una inmensa alegría al verme; me
cogió en brazos y me oprimió con tra su pecho. Luego ordenó que me vistieran con un magnífico ropón de
honor, me puso en la cabeza una corona tallada en un solo dia mante, me condujo después a la presencia
de la reina, madre de mi esposa, la cual reina me manifestó su júbilo y felicitó a su hija por la elección
que de mi persona hizo. Y regaló más tarde a su hija una cantidad enorme de pedrerías, pues el palacio
estaba lleno de ellas; y ordenó que a ambos nos llevaran al hammam, en donde nos lavaron y perfumaron
con agua de rosas, almizcle, ámbar y aceites aromáticos, que nos refrescaron maravillosamente. Tras de
lo cual se dieron en honor nues tro festines que duraron treinta días y treinta noches consecutivas.
Entonces manifesté mis deseos de presentar a mi vez mi esposa a mis padres en mi país. Y aunque
muy apenados por tener que sepa rarse de su hija, el rey y la reina aprobaron mi proyecto, pero me
hicieron prometer que todos los años iríamos a pasar con ellos una temporada. Después hizo el rey
construir un trono de tal magnificen cia y tal tamaño, que en sus peldaños podía contener doscientos
genios varones y doscientos genios hembras. Subimos al trono los dos, y los cuatrocientos genios de
ambos sexos, que se hallaban allí para servir nos, se pusieron de pie en las gradas, mientras actuaban de
portadores todo un ejército compuesto por otros genios. Cuando nos despedimos por última vez los
portadores se elevaron por los aires con el trono, y empezaron a recorrer el espacio con tanta rapidez,
que en dos días hiceron un trayecto de dos años de marcha. Y llegamos sin incidentes al palacio de mi
padre en Kabul.
Cuando mi padre y mi madre me vieron llegar después de una ausencia que les había hecho perder
toda esperanza de encontrarme, y cuando contemplaron a mi esposa y supieron quién era y en qué cir -
cunstancias me case con ella, llegaron al límite de la alegría y lloraron mucho besándome y besando a mi
muy amada Schamsa. Y tanto se conmovió mi pobre madre, que cayó desvanecida y no volvió en sí más
que gracias al agua de rosas que llevaba en un frasco grande mi esposa Schamsa.
Después de todos los festines y todos los regocijos que se organi zaron con motivo de nuestra llegada
y del nuestros esponsales, mi padre preguntó a Schamsa: "¿Qué quieres que haga para agradarte, hija
mía?”
Y Schamsa, que tenía gustos muy modestos, contestó: "¡Oh rey afortunado! Solamente
anhelo tener para nosotros dos un pabellón en medio de un jardín regado por arroyos". Y al punto dió
mi padre el rey las órdenes necesarias, y al cabo de un corto espacio de tiempo tuvimos nuestro pabellón
y nuestro jardín, donde vivimos en el límite de la felicidad.
Pasado de tal suerte un año en un mar de delicias, mi esposa Schamsa quiso volver al palacio de los
diamantes para ver de nuevo a su padre y a su madre, y me recordó la promesa que les hice de ir todos
los años a pasar con ellos una temporada. No quise contriarla, porque la amaba mucho; pero ¡ay! la
desgracia debía abatirse sobre nosotros por causa de aquel maldito viaje.
Nos colocamos, pues, en el trono llevado por nuestros genios ser vidores, y viajamos a gran
velocidad, recorriendo cada día una distan cia de un mes de camino, y deteniéndonos por las tardes para
descan sar cerca de algún manantial o a la sombra de los árboles. Y he aquí que un día hicimos alto
precisamente en este sitio para pasar la noche, y mi esposa Schamsa quiso ir a bañarse en el agua de ese
río que corre ante nosotros. Me esforcé cuanto pude por disuadirla, hablándole del fresco excesivo de la
tarde y de los perjuicios que la podría ocasionar; no quiso escucharme, y se llevó en su compañía a
algunas de sus es clavas para que se bañaran con ella. Se desnudaron en la ribera y se metieron en el agua,
donde Schamsa parecía la luna al salir en medio de un cortejo de estrellas. Estaban retozando y jugando
entre sí, cuan do de repente Schamsa lanzó un grito de dolor y cayó en brazos de sus esclavas, que se
apresuraron a sacarla del agua y llevarla a la ori lla. Pero cuando quise hablarle y cuidarla, ya estaba
muerta. Y las esclavas me enseñaron en el talón de mi esposa una mordedura de serpiente acuática.
Ante aquel espectáculo, caí desmayado, y permanecí en tal estado tanto tiempo que me creyeron
muerto también. Pero ¡ay! hube de so brevivir a Schamsa para llorar por ella y erigirle esta tumba que
ves. En cuanto a la otra tumba, es la mía propia, que hice construir junto a la de mi pobre bienamada. ¡Y
dejo transcurrir mi vida ahora entre lárimas y recuerdos crueles, esperando el momento de dormir al lado
dé mi esposa Schamsa, lejos de mi reino, al que renuncié, lejos del mundo, que es para mí un desierto
horrible, en este asilo solitario de la muerte!"
Cuando el hermoso joven triste acabó de contar su historia a Belukia, escondió el rostro entre sus
manos y se echó a llorar. Entonces le dijo Belukia: "¡Por Alah, oh hermano mío! tu historia es tan
asombrosa y tan extraordinaria, que olvidé mis propias aventuras, aunque las creía prodigiosas entre
todas las aventuras! ¡Alah te sostenga en tu dolor ¡oh hermano mío! y enriquezca con el olvido tu alma!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y discreta, según su
costumbre, se calló.
Pero cuando llegó la 370ª noche
Ella dijo:
"¡...Alah te sostenga en tu dolor ¡oh hermano mío! y enriquezca con el olvido tu alma!"
Estuvo con él una hora todavía, tratando de decidirle a que le acom pañara a su reino para cambiar de
aires y horizontes; pero fue en vano. Entonces vióse obligado a abandonarle para no importunarle, y
después que le abrazó y le dijo aún algunas palabras de consuelo, emprendió de nuevo el camino de su
ciudad, a la que llegó sin inciden tes tras una ausencia de cinco años.
¡Y desde entonces no he vuelto a tener noticias suyas!
Y como ahora te hallas aquí tú, ¡oh Hassib! olvidaré completamente a aquel joven rey Belulcia, a
quien esperaba volver a ver por acá un día u otro. ¡Tú, al menos, no me abandonarás tan pronto, porque
pienso retener te en mi compañía largos años, sin dejarte carecer de nada para per suadirte a que accedas!
¡Por cierto que todavía he de contarte tantas historias asombrosas, que la del rey Belukia y del hermoso
joven triste parecerán simples aventuras corrientes! ¡Y para darte desde ahora una prueba de que te
quiero bien por haberme escuchado todo este tiempo con tanta atención, he aquí que mis mujeres van a
servirnos de comer y beber, y van a cantar para deleitarnos, y nos van a aligerar el espíritu hasta que
llegue la mañana!"
Cuando la reina Yamlika, princesa subterránea, hubo acabado de contar al joven Hassib, hijo del
sabio Danial, la historia de Belukia y la del hermoso joven triste, y cuando el festín, y los cantos, y las
danzas de las mujeres serpientes llegaron a su término, se levantó la sesión y se formó el cortejo para
volver a la otra residencia. Pero el joven Hassib, que amaba en extremo a su madre y a su esposa, dijo:
"¡Oh reina Yamlika! ¡no soy más que un pobre leñador, y me ofreces aquí una vida llena de delicias; pero
en mi casa me esperan una madre y una esposa! Y no puedo ¡por Alah! dejar que me esperen más tiem po
sumidas en la desesperación que las producirá mi ausencia. Permí teme, pues, que regrese junto a ellas,
porque si no morirían de dolor. ¡Y créeme que en verdad sentiré toda mi vida no haber podido escuchar
las demás historias con que tenías la intención de deleitarme du rante mi estancia en tu reino!"
Al oír estas palabras, la reina Yamlika comprendió que estaba jus tificado el motivo de la partida de
Hassib, y le dijo: "Consiento ¡oh Hassib! en dejarte regresar junto a tu madre y esposa, aunque me cuesta
mucho trabajo separarme de un auditor tan atento como tú. Solamente exijo de ti un juramento, sin el cual
me será imposible de jarte partir. Esas a prometerme no ir nunca en lo sucesivo a tomar un baño en el
hammam durante toda tu vida. De lo contrario, llegará tu perdición. ¡Por el momento no puedo ser más
explícita!"
El joven Hassib, a quien tal petición asombraba en extremo, no quiso contrariar a la reina Yamlika, y
prestó el juramento consabido, en el cual prometía no ir en toda su vida a tomar un baño en el ham mam.
Entonces, después de las despedidas, la reina Yamlika hizo que una de sus mujeres serpientes le
acompañara hasta los confines del reino, del que se salía por una abertura escondida en una casa ruinosa
que estaba enclavada en el lado opuesto al paraje donde se hallaba el agujero por el cual pudo penetrar
Hassib en la residencia subterránea.
Amarilleaba el sol cuando Hassib llegó a su calle y llamó a la puerta de su casa, fué a abrir su madre,
y al conocerle lanzó un grito agudo y se arrojó en sus brazos llorando de alegría. Y su esposa, por su
parte, al oír el grito y los sollozos de la madre, corrió a la puerta, le reconoció también y le saludó
respetuosamente besándole las manos. Después de lo cual entraron en la casa y se entregaron con libertad
a los más vivos transportes de júbilo.
Cuando estuvieron un poco calmados, Hassib les pidió noticias de sus antiguos camaradas los
leñadores que le habían abandonado en la cueva de la miel. Su madre le contó que fueron a darle la mala
nueva de su muerte entre los dientes de un lobo, y que se habían hecho ricos mercaderes y propietarios de
muchos bienes y de hermosas tiendas, viendo a diario dilátarse cada vez más el mundo ante sus ojos.
Entonces Hassib reflexionó un instante, y dijo a su madre: "¡Ma ñana irás a buscarles al zoco, y
cuando estén reunidos, les anunciarás mi regreso, diciéndoles que tendré mucho gusto en verles!" Así es
que al día siguiente la madre de Hassib no dejó de hacer el encargo, y al saber la noticia, los leñadores
cambiaron de color y contestaron es cuchando y obedeciendo en lo concerniente a la visita de bienvenida.
Luego se concertaron entre sí y resolvieron arreglar el asunto lo mejor posible. Empezaron por regalar a
la madre de Hassib sedas hermosas y hermosas telas, y la acompañaron a la casa, aviniéndose a entregar
a Hassib cada uno la mitad de las riquezas, esclavas y propiedades que tenían en su poder.
Al llegar a la presencia de Hassib, le saludaron y le besaron las manos, ofreciéndole todo aquello y
rogándole que lo, aceptara y olvidara sus yerros para con él. Y Hassib no quiso guardarles rencor, aceptó
sus ofrecimientos, y les dijo: "¡Lo pasado, pasado. Y ninguna preocupación puede impedir que suceda lo
que ha de suce der!" Entonces se despidieron de él, asegurándole su gratitud, y Hassib se convirtió desde
aquel día en un hombre rico, y se estableció como mercader en el zoco, abriendo una tienda que llegó a
ser la más hermo sa entre todas las tiendas.
Un día que iba a su tienda, como de costumbre, pasó por delante del hammam, situado a la entrada del
zoco. Y he aquí que el propietario del hammam estaba precisamente tomando el aire a la puerta, y al
reconocer a Hassib, le saludó y le dijo: "Hazme el honor de entrar en mi establecimiento. Nunca te he
tenido ni una sola vez como cliente. ¡Pero hoy quiero que vengas solamente para complacerme, y los ma -
sajistas te frotarán con un guante nuevo de crin y te enjabonarán con filamentos de lifa, que no ha usado
nadie!" Pero contestó Hassib, que se acordaba de su juramento: "No, ¡por Alah! no puedo aceptar tu
ofrecimiento ¡oh jeique! ¡porque hice voto de no entrar nunca en el hammam! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 371ª noche
Ella dijo:
"...porque hice voto de no entrar nunca en el hammam". Al oír tales palabras, el dueño del hammam,
que no podía creer en semejante juramento, ya que ningún hombre puede, a trueque de morir, dejar de
tomar baños cuantas veces se acerca sexualmente a su esposa, exclamó: "¿Por qué rehusas, ¡oh mi
señor!?" ¡Pues, ¡por Alah! te juro a mi vez que si persistes en tu resolución iré inmediatamente a
divorciarme de mis tres esposas! ¡Lo juro tres veces por el divorcio!" Pero como a pesar del juramento
tan grave que acababa de oír, Hassib se obsti naba en no aceptar, el propietario del hammam se echó a sus
pies; su plicándole que no le obligara a cumplir su juramento; y le besó los pies llorando, y le dijo:
"¡Pongo sobre mi cabeza la responsabilidad de tu acto y todas sus consecuencias!"
Y al enterarse de qué se trataba al oír el juramento del divorcio, los transeúntes que habíanse agru -
pado en torno suyo se pusieron asimismo a suplicar a Hassib que no ocasionara sin más ni más la
desdicha de un hombre que le ofrecía un baño gratuito. Luego como vieran la inutilidad de sus palabras,
se decidieron todos a emplear la fuerza, apoderándose de Hassib y lle vándole, a pesar de sus gritos
terribles, al interior del hammam, donde le despojaron de su ropa, le echaron todos a la vez sobre el
cuerpo el agua de veinte o treinta jofainas, le friccionaron, le dieron masaje, le enjabonaron, le secaron y
le envolvieron el cuerpo en toallas calientes y le pusieron en la cabeza un pañuelo grande festoneado y
bordado. Luego el dueño del hammam, en el límite de la alegría por verse desligado de su juramento,
llevó a Hassib una taza de sorbete perfumado con ámbar, y le dijo: "¡Séate leve y bendito el baño! ¡Que
te refresque esta bebi da como me has refrescado tú!"Pero Hassib, a quien todo aquello aterraba cada vez
más, no sabía si rehusar o aceptar esta última invita ción, e iba a responder, cuando de pronto invadieron
el hammam los guardias del rey, que se precipitaron sobre el joven, apoderándose de él tal y como estaba
con su atavío de baño, y a pesar de sus protestas y su resistencia lo llevaron al palacio del rey, y lo
pusieron entre las manos del gran visir, que los esperaba a la puerta con la mayor im paciencia.
Al ver a Hassib, el gran visir tuvo una alegría extremada, le reci bió con las señales más notorias de
respeto, y le rogó que le acompañase a la presencia del rey. Y resuelto ya a dejar correr su destino,
Hassib siguió al gran visir, que le introdujo, para presentarle al rey, en una sala donde se alineaban por
orden jerárquico dos mil gobernadores de provincia, dos mil jefes militares y dos mil portaalfanjes, que
no espe raban más que un signo para hacer volar las cabezas. En cuanto al rey, estaba acostado en amplio
lecho de oro y parecía dormir, con la cabeza y el rostro cubiertos por un pañuelo de seda.
Al ver todo aquello, el aterrado Hassib se sintió morir y cayó al pie del lecho, protestando
públicamente de su inocencia. Pero el gran visir se apresuró a levantarle con toda clase de respetos, y le
dijo: "¡Oh hijo de Danial, esperamos de ti que salves a nuestro rey Karaz dan! ¡Una lepra, que hasta ahora
no tuvo remedio, le cubre el rostro y el cuerpo! ¡Y hemos pensado en ti para que le cures, ya que eres hijo
del sabio Danial!" Y todos los circunstantes, gobernadores, chambelanes y portaalfanjes, gritaron a la
vez: "¡Sólo de ti esperamos la curación del rey Karazdán!"
Al oír estas palabras, se dijo el asustado Hassib: "¡Por Alah! ¡me toman por un sabio!" Luego dijo al
gran visir: "En verdad que soy el hijo de Danial! ¡Pero no soy más que un ignorante! Me llevaron a la
escuela y no aprendí en ella nada; quisieron enseñarme la medicina, pero al cabo de un mes renunciaron a
ello al ver la mala calidad de mi entendimiento. Y como último recurso, mi madre me compró un asno y
cuerdas, e hizo de mí un leñador: ¡Y eso es todo lo que sé!"
Pero el visir le dijo: "Es inútil, ¡oh hijo de Danial! que sigas ocultando tus conocimientos.
¡Demasiado sabemos que aunque recorriéramos el Oriente y el Occidente, no encontraríamos quien te
igualase como médico!" Aterrado, dijo Hassib: "Pero ¡oh visir lleno de sabiduría! ¿cómo podré curarle
si no conozco las enfermedades ni los remedios?" El visir añadió: "Vamos, joven, es inútil negar más.
¡Todos sabemos que la curación del rey está en tus manos!" Hassib alzó al cielo las manos y preguntó:
"¿Cómo es eso?" El visir dijo: "¡Muy sencillo! ¡Puedes obtener esa curación porque conoces a la
princesa subterránea, la reina Yamlika, cuya leche virginal, tomada en ayunas o empleada como díctamo,
cura las enfermedades más incurables ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 372ª noche
Ella dijo:
"...la reina Yamlika, cuya leche virginal, tomada en ayunas o empleada como díctamo, cura las
enfermedades más incurables!"
Al oír tales palabras, comprendió Hassib que aquellos informes pro venían de su entrada en el
hammam, y trató de negar. Exclamó, pues: ¡Jamás he visto esa leche, ¡oh señor! y no se quién es la
princesa Yamlika! ¡Es la primera vez que oigo semejante nombre!" El visir son rió y dijo: "¡Puesto que te
niegas aún, voy a demostrarte que no te servirá de nada! ¡Te digo que has estado en los dominios de la
reina Yamlika! Además, cuantos fueron allá en los tiempos antiguos, volvieron con la piel del vientre
negra. Así lo dice este libro que tengo a la vista. Pero la piel del vientre no se le pone negra al visitante
de la reina Yam lika más que después de su entrada en el hammam, ¡oh hijo de Danial! Y he aquí que los
espías que yo tenía apostados en el hammam para que examinaran el vientre a todos los bañistas, han
venido hace un rato a decirme que se te había puesto de pronto negro el vientre mientras te bañaban. ¡Es
inútil, pues, que continúes negando!"
Al oír estas palabras; exclamó Hassib: "¡No, por Alah! ¡Nunca estuve en los dominios de la princesa
subterránea!" Entonces se acercó a él el gran visir, le quitó las toallas que le envolvían y le dejó el vien -
tre al descubierto. Estaba negro como el vientre de un búfalo.
Al ver aquello, Hassib estuvo a punto de caerse desmayado de es panto; luego tuvo una idea, y dijo al
visir: "Debo declararte ¡oh mi señor! que nací con el vientre completamente negro". El visir sonrió y
dijo: "Pues no lo estaba cuando entraste en el hammam. ¡Así me lo dijeron los espías!" Pero Hassib, que
de ninguna manera quería hacer traición a la princesa subterránea revelando su residencia, siguió ne -
gando haber tenido relaciones con ella ni haberla visto nunca. Entonces el visir hizo una seña a dos
verdugos, que se acercaron al joven, le echaron en el suelo, desnudo como estaba, y empezaron a
administrarle en las plantas de los pies palos tan crueles y tan repetidos, que habría muerto si no se
decidiera a pedir gracia confesando la verdad.
En seguida hizo el visir que levantaran al joven, y ordenó que le pusiesen un magnífico ropón de
honor en lugar de las toallas con que a su llegada se envolvía. Tras de lo cual lo condujo por sí mismo al
patio del palacio, donde le hizo montar en el caballo más hermoso de las caballerizas reales, montando él
a caballo también, y acompañados am bos por un séquito numeroso, tomaron el camino de la casa ruinosa
por donde salió Hassib de los dominios de la reina Yamlika.
El visir, que había aprendido en los libros la ciencia de los conju ros, se puso a quemar allá perfumes
y a pronunciar las fórmulas má gicas que abren las puertas, mientras Hassib, por su parte, siguiendo
órdenes del visir, emplazaba a la reina para que se mostrase a él. Y de pronto se produjo un temblor de
tierra que tiró al suelo a la mayoría de los circunstantes, y se abrió un agujero por el que surgió, sentada
en un azafate de oro transportado por cuatro serpientes con cabeza hu mana que vomitaban llamas, la reina
Yamlika, cuyo rostro tenía áureos resplandores. Y miró a Hassib con ojos preñados de reproches, y le
dijo: "¿Es así, ¡oh Hassib! como cumples el juramento que me hiciste?" Y exclamó Hassib: "¡Por Alah!
¡Oh reina! La culpa es del visir, que por poco me mata a golpes!" Ella dijo: "¡Ya lo sé! Y por eso no
quiero castigarte; te han hecho venir aquí, y hasta a mí misma me obligan a salir de mi morada para curar
al rey. Y vienes a pedirme leche para realizar esa curación. ¡De buen grado te la concedo como recuerdo
de la hospitalidad que te di y de la atención con que me escuchaste! He aquí dos frascos con leche mía.
Para operar la curación del rey, conviene que te enseñe el modo de emplearla. ¡Acércate más a mí!"
Hassib se acercó a la reina, la cual le dijo en voz baja para que no la oyese nadie más que él: "Uno de
los frascos, el que está marcado con una raya roja, debe servir para curar al rey. Pero el otro lo destino al
visir que mandó que te apalearan. En efecto, cuando el visir vea la curación del rey, que rrá beber de mi
leche para preservarse de las enfermedades, y tú le darás a beber del otro frasco.
Luego, la reina Yamlika entregó a Hassib los dos frascos de leche, y desapareció enseguida, mientras
la tierra volvía a cerrarse sobre ella y las que la transportaban.
Cuando llegó Hassib al palacio, hizo exactamente lo que le había indicado la reina. Se acercó, pues,
al rey, y le dió a beber del primer frasco. Y no bien el rey hubo bebido aquella leche, se puso a sudar por
todo su cuerpo, y al cabo de algunos instantes comenzó a caérsele a pedazos la piel atacada de lepra, a la
vez que le nacía otra piel dulce y blanca como la plata. Y quedó curado en el momento. En cuan to al
visir, quiso beber también de aquella leche, cogió el segundo frasco y lo vació de un trago. Y al punto
empezó a hincharse poco a poco, y después de ponerse gordo como un elefante, estalló de pronto y murió
inmediatamente. Y le retiraron de allí enseguida para enterrarle.
Cuando el rey se vio curado de aquel modo, hizo sentarse a Hassib al lado suyo, le dio muchas
gracias y le nombró gran visir en lugar del que había muerto en su presencia. Y luego hizo que le pusieran
un ropón de honor avalorado con pedrerías, y mandó que proclamaran por todo el palacio su
nombramiento, después de regalarle trescientos mamalik y trescientas jóvenes para concubinas, además
de tres prince sas de sangre real que, con la mujer de Hassib, hicieron cuatro esposas legítimas; y le dió
también trescientos mil dinares de oro, trescientas mulas, trescientos camellos y muchos rebaños de
búfalos, bueyes y carneros.
Tras de lo cual, todos los oficiales, chambelanes y notables, por orden del rey, que les dijo: "¡Quien
me honre que le honre!" se acer caron a Hassib y le besaron la mano por orden de categorías, demos -
trándole su sumisión y patentizándole su respeto. Luego tomó Hassib posesión del palacio del antiguo
visir, y habitó en él con su madre, sus esposas y sus favoritas. Y vivió así rodeado de honores y de
riquezas durante largos años, en los cuales tuvo tiempo de aprender a leer y a escribir.
Cuando aprendió Hassib a leer y a escribir, se acordó de que su padre Danial había sido un gran
sabio, y tuvo la curiosidad de pregun tar a su madre si no le había dejado como herencia sus libros y sus
manuscritos. Y la madre de Hassib contestó: "Hijo mío, tu padre des truyó antes de morir todos sus
papeles y todos sus manuscritos, y no te dejó como herencia más que una hojita de papel, que me encargó
te entregase cuando me expresaras tal deseo". Y dijo Hassib: "¡Anhelo mucho poseerla, porque ahora
deseo instruirme para dirigir mejor los asuntos del reino!”
Entonces la madre de Hassib...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 373ª noche
Ella dijo:
...Entonces la madre de Hassib corrió a sacar de la maleta, don de la había guardado con sus alhajas,
la hojita de papel, único legado del sabio Danial, y fué a entregársela a Hassib, que la cogió y la des -
enrolló.
Y leyó en ella estas sencillas palabras: "Toda ciencia es vana, porque llegaron los tiempos en que el
Elegido de Alah indicará a los hombres las fuentes de la sabiduría. ¡Se llamará Mohammed! ¡Con él y
con sus compañeros y con sus creyentes sean la paz y la bendición hasta la extinción de las edades!"
Y tal es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la historia de Hassib, hijo de Danial, y de la reina
Yamlika, princesa subterránea. ¡Pero Alah es más sabio!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia extra ordinaria, el rey Schahriar exclamó de
repente:
"Siento que me invade el alma un gran fastidio, Schehrazada. ¡Y ten cuidado, porque como esto
continúe, me parece que mañana por la mañana estará por un lado tu cabeza y tu cuerpo por el otro!"
Al oír estas palabras, la pe queña Doniazada, compungida, se acurrucó más aún en la alfombra, y
Schehrazada contestó sin inmutarse: "En ese caso ¡oh rey afortunado! voy a contarte una o dos historias
cortas, lo preciso para pasar el resto de la noche. ¡Al fin y al cabo, Alah es el Omnisciente!"
Y preguntó el rey Schahriar: "¿Pero cómo vas a arreglarte para encontrar una histo ria que sea breve y
divertida a la vez?" Schehrazada sonrió, y dijo: "Precisamente ¡oh rey afortunado! esas historias son las
que mejor conozco. Voy, pues, a contarte al instante una o dos anécdotas entre sacadas del Parterre
florido del ingenio y del jardín de la galantería. ¡Y después quiero que me cortes la cabeza!"
Y dijo en seguida:
El parterre florido del ingenio y el jardín de la galantería
Al-Raschid y el cuesco
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un día en que el califa Harún Al-Raschid se sentía presa
del fastidio y se hallaba en el mismo estado de espíritu en que se halla en este momento Tu Sere nidad,
salió a pasear por el camino que va de Bagdad a Bassra, llevando en su compañía a su visir Giafar Al-
Barmaki, a su copero favorito Abu-Ishak y al poeta Abu-Nowas.
Mientras se paseaban y el califa seguía con la mirada torva y los labios apretados, pasó por el
camino un jeique montado en un burro. Entonces el califa se encaró con su visir Giafar, y le dijo:
"¡Interroga a ese jeique por el lugar adonde se dirige!" Y Giafar, que desde hacía un momento no sabía
qué inventar para distraer al califa, resolvió al punto divertirle a costa del jeique, que iba tranquilamente
por su camino, dejando el ronzal suelto sobre el cuello del asno que le condu cía. Se acercó, pues, al
jeique, y le preguntó: "¿Adónde se va, ¡oh venerable!?"
El jeique contestó: "¡A Bagdad, de vuelta de Bassra, que es mi país!" Giafar preguntó: "¿Y a qué
obedece un viaje tan largo?" El otro contestó: "¡Por Alah! ; voy en busca de un médico bueno que me
recete un colirio para mi ojo!" Giafar dijo: "¡La suerte y la cu ración están entre las manos de Alah, ¡oh
jeique! Pero ¿qué me darás si para evitarte pesquisas y gastos te receto yo mismo aquí un colirio que te
cure el ojo en una noche?"
El otro contestó: "¡Sólo Alah podría remunerarte con arreglo a tus méritos!" Entonces Giafar se
volvió ha cia el califa y hacia Abu-Novas, y les guiñó el ojo; luego dijo al jeique: "Así es, mi buen tío, y
no olvides la receta que voy a darte, porque es sencillísima.
Hela aquí: toma tres onzas de soplo de viento, tres onzas de rayos de sol y tres onzas de luz de
linterna; lo mezclas todo cuidadosamente en un mortero sin fondo, y durante tres meses lo dejas expuesto
al aire libre. Entonces tendrás que machacarlo durante dos o tres meses y verterlo en una escudilla
agujereada, que expondrás al viento y al sol durante otros tres meses todavía. Después de hacer esto
estará a punto el colirio, no tendrás más que espolvorearte con él el ojo trescientas veces la primera
noche, cogiendo para ello tres dedadas grandes cada vez, y te dormirás. ¡Al día siguiente te despertarás
curado, si Alah quiere!"
Al oír estas palabras, en prueba de gratitud y de respeto el jeique se puso de bruces encima de su
burro delante de Giafar y de repente soltó un detestable cuesco seguido de dos largos follones, y dijo a
Giafar:
"Corre ¡oh médico! para recogerlos antes de que se desparra men. Por el momento es la única
respuesta que da mi gratitud a tu remedio ventoso; pero ten la seguridad de que apenas me halle de re -
greso en mi tierra, si Alah quiere, te enviaré como regalo una esclava de trasero tan arrugado como un
higo seco, la cual ha de proporcio narte tanto placer que expirará tu alma; y entonces sentirá tu esclava
tanto dolor y tanta emoción al llorar sobre tu cadáver ¡que no podrá menos de mearse en tu rostro frío y
regar tu barba seca!"
Y el jeique acarició tranquilamente a su asno y siguió su camino, en tanto que el califa se dejaba caer
de trasero en el límite de la conv ulsión y reventaba de risa al ver la cara de su visir, inmóvil y mudo de
sorpresa, y Abu-Nowas, que con un gesto paternal fingía felicitarle.
Al oír esta anécdota, se serenó de pronto el rey Schahriar y dijo a Schehrazada: "¡Date prisa,
Schehrazada, a contarme aún esta noche una anécdota que sea tan divertida como la anterior, por lo
menos!"
Y exclamó la pequeña Doniazada: "¡Oh Schehrazada; hermana mía, cuán dulces y sabrosas son tus
palabras!" Entonces, tras una pausa corta, Schehrazada dijo:
El jovenzuelo y su maestro
Cuentan que el visir Badreddin, gobernador del Yamán, tenía un hermano que era un joven dotado de
una belleza tan incomparable, que a su paso volvían la cabeza hombres y mujeres para admirarle y
hartarse los ojos de sus encantos. Así es que temeroso de que le sobrevi niera alguna aventura
considerable, el visir Badr le tenía cuidadosa mente alejado de las miradas de los hombres y le impedía
que se tra tara con los jóvenes de su edad. Como no quería llevarle a la escuela por no poder vigilarle allí
lo suficiente, hizo ir a la casa en calidad de maestro a un jeique venerable y piadoso, de costumbres
notoriamente castas, y le puso entre sus manos. Y el jeique iba todos los días a ver a su discípulo, con el
cual se encerraba algunas horas en una estancia que les había reservado el visir para dar las lecciones.
Al cabo de cierto tiempo, la belleza y los encantos del joven no dejaron de surtir su efecto habitual en
el jeique, que acabó por quedar locamente prendado de su discípulo, y al verle sentía cantar a todos los
pájaros de su alma que despertaban con sus cánticos cuanto estaba dormido en él.
Así es que sin saber qué hacer para calmar su emoción, decidióse un día a participar al joven la
turbación de su alma y le declaró que no podía ya pasarse sin su presencia. Entonces, muy conmovido por
la emoción de su maestro, le dijo el joven: "¡Ay! bien sabes que tengo las manos atadas y que mi hermano
vigila todos mis movimientos". El jeique suspiró, y dijo: "¡Quisiera pasar solo contigo una velada!" El
joven contestó: "¡Quién piensa en eso!" Si durante el día me vigilan, ¡qué no será por las noches!" El
jeique añadió: "Ya lo sé; pero la terraza de mi casa está contigua y al mismo nivel que la terraza de esta
casa en que nos hallamos, y te será fácil, cuando tu hermano se dur miera esta noche, subir sigilosamente
allá, donde yo te esperaré y te llevaré conmigo, sin más que saltar la tapia divisoria, a mi terraza, en la
que no vendrá nadie a vigilarnos".
El joven aceptó la proposición, diciendo: "Escucho y obedez co!"...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y el rey Schahriar se dijo: "¡En verdad que no la mataré antes de saber lo que pasó entre ese
jovenzuelo y su maestro!”
Y cuando llegó la 375ª noche
Dijo Schehrazada:
...El joven aceptó la proposición, y llegada la noche, fingió dor mir, y cuando el visir se retiró a su
estancia, subió él a la terraza, donde ya le esperaba el jeique, que en seguida le cogió de la mano y se dio
prisa a conducirle a su terraza, en la que ya estaban dispuestas las copas llenas y las frutas. Se sentaron,
pues, a la luz de la luna en la esterilla blanca, y con la inspiración propicia en la serenidad de la hermosa
noche, se pusieron a cantar y a beber, en tanto que los dulces rayos del astro les iluminaban hasta el
éxtasis.
Mientras dejaban transcurrir así el tiempo ellos, el visir Badr pen só, antes de acostarse, ir a ver a su
hermano pequeño, y se sorprendió mucho al no encontrarle. Dedicóse a buscarle por toda la casa, y
acabó por subir a la terraza y acercarse a la tapia divisoria; vió entonces a su hermano y al jeique con la
copa en la mano, cantando sentados uno junto a otro. Pero el jeique también había tenido tiempo de verle
avanzar desde lejos, y con un aplomo admirable interrumpió la canción que estaba diciendo, para
improvisar estos versos que cantó con el mismo motivo y sin cambiar de tono:
¡Me hace beber un vino mezclado con la saliva de su boca; y el rubí de la copa brilla en
sus mejillas, que se coloran a la vez con la púrpura del pudor!
¿Qué nombre le daré? Su hermano se llama ya la Luna Llena de la Religión, y en verdad
que nos alumbra como la luna en este mo mento. ¡Le llamaré, pues, la Luna Llena de la Belleza!
Cuando el visir Badreddin hubo oído estos versos, que contenían la alusión tan delicada con respecto
a él, como era discreto y muy galante, y como tampoco veía que ocurriera nada inconveniente, se retiró,
diciendo: "¡Por Alah! ¡No seré yo quien turbe su coloquio!" Y los otros dos llegaron a sentir una
felicidad perfecta.
Y después de contar esta anécdota, Schehrazada se detuvo un instante, y dijo luego:
El saco prodigioso
Cuentan que el califa Harún Al-Raschid, atormentado una noche por uno de sus frecuentes insomnios,
llamó a Giafar, su visir, y le dijo: "¡Oh Giafar! esta noche tengo extremadamente oprimido el pe cho por el
insomnio, y anhelo mucho ver cómo te arreglas para dila tármelo!"
Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! tengo un ami go llamado Alí el Persa, que posee en su
alforja una porción de his torias deliciosas a propósito para borrar las penas más tenaces y calmar los
humores irritados!"
Al-Raschid contestó: "¡Venga, pues, a mi pre sencia al instante tu amigo!" Y Giafar le puso enseguida
entre las manos del califa, que le hizo sentarse y le dijo: "¡Escucha, Alí! Me han dicho que sabes
historias capaces de disipar la pena y el fastidio, y hasta de procurar el sueño a quien sufre insomnio.
¡Deseo de ti una de esas historias!" Alí el Persa contestó: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los
Creyentes! ¡Pero no sé si debo contarte algo que haya oído con mis oídos o algo que haya visto con mis
ojos!" Al-Raschid dijo: "¡Prefiero una historia en que tú mismo intervengas!"
Entonces dijo Alí el Persa:
"Un día estaba yo sentado en mi tienda vendiendo y comprando, cuando llegó un kurdo para ajustar
conmigo algunos objetos; pero de pronto se apoderó de un saquito que había delante de mí, y sin to marse
el trabajo de ocultarlo quiso llevárselo, como si le perteneciese absolutamente desde que nació. Entonces
me planté en la calle de un salto, le agarré por el faldón de su traje y le insté a que me devolviera mi
saco; pero se encogió de hombros, y me dijo: "¡Pero si este saco me pertenece con todo lo que tiene!"
Entonces grité en el límite de la sofocación: "¡Oh musulmanes, salvad de las manos de ese descreído
lo que es mío!" Al oír mis gritos, todo el zoco se agrupó a nuestro alrededor, y los mercaderes me
aconsejaron que fuese a quejarme al kadí en el instante. Acepté y me ayudaron a arrastrar a casa del kadí
al kurdo que me robó mi saco.
Cuando estuvimos en presencia del kadí, nos mantuvimos de pie respetuosamente entre sus manos, y
empezó por preguntarnos él: "¿Quién de vosotros es el querellante y de quién se querella?"
Entonces el kurdo, sin darme tiempo para abrir la boca, se adelantó algunos pasos y contestó: "¡Dé
Alah su apoyo a nuestro amo el kadí! Este saco que tengo es mi saco, y me pertenece todo lo que
contiene. ¡Lo había perdido y acabo de encontrarlo delante de este hombre!"
El kadí le preguntó: "¿Cuándo lo perdiste?" El otro contestó: "¡Durante el día de ayer, y su pérdida
me impidió dormir toda la noche!" El kadí le dijo: "¡En ese caso, enumérame los objetos que contiene!"
Entonces, sin dudar un instante, contestó el kurdo: "En mi saco ¡oh nuestro amo el kadí! hay dos
frascos de cristal llenos de kohl, dos varillas de plata para extender el kohl, un pañuelo, dos vasos de
limonada con el borde dorado, dos antorchas, ojos, cucharas, un almohadón, dos tapetes para mesa de
juego, dos pucheros con agua, dos azafates, una bandeja, una marmita, un depósito de agua de barro
cocido; un cazo de cocina, una aguja de hacer calceta, dos sacos con provisiones, una gata preñada, dos
perras, una escudilla con arroz, dos burros, dos literas para mujer, un traje de paño, dos pellizas, una
vaca, dos becerros, una oveja con dos corderos, una camella y dos camellitos, dos dromedarios de
carrera con sus hembras, un búfalo y dos bueyes, una leona y dos leones, una osa, dos zorros, un diván,
dos camas, un palacio con dos salones de recepción, dos tiendas de campaña de tela verde, dos doseles,
una cocina con dos puertas, y una asamblea de kurdos de mi especie dispuestos a dar fe de que este saco
es mi saco".
Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 376ª noche
Ella dijo:
...Entonces se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Y qué tienes tú que contestar?"
Yo ¡oh Emir de los Creyentes! estaba estupefacto con todo aque llo.
Sin embargo, avancé un poco y contesté: "¡Eleve y honre Alah a nuestro amo el kadí! ¡Yo bien sé que
en mi saco solamente hay un pabellón en ruinas, una casa sin cocina, un albergue para perros, una escuela
de adultos, unos jóvenes que juegan a los dados, una guarida de salteadores, un ejército con sus jefes, la
ciudad de Bassra y la ciudad de Bagdad, el palacio antiguo del emir Scheddad ben-Aad, un horno de
herrero, una caña de pescar, una cayada de pastor, cinco buenos mozos, doce jóvenes intactas, y mil
conductores de caravanas dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!"
Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz
entrecortada por las lágrimas: "¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y
reconocido, y todo el mundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades fortificadas y
diez torres, dos alambiques de al quimista, cuatro jugadores de ajedrez, una yegua y dos potros, un se -
mental y dos jacas, dos lanzas largas, dos liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos
clarividentes, un cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un sacerdote
cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un kadí y dos testigos dispuestos a dar fe
de que este saco es mi saco!"
Al oír estas palábras se encaró conmigo el kadí y me preguntó: "¿Qué tienes que contestar a todo
eso?"Yo ¡oh Emir de los Creyentes! me sentía cargado de rabia hasta las narices. Me adelanté, no obstante,
algunos pasos y contesté con toda la calma de que era capaz: "¡Alah esclarezca y consolide el juicio de
nuestro amo el kadí! ¡Debo añadir que en este saco hay, además, medicamentos contra el dolor de cabeza,
filtros y hechizos, cotas de malla y armarios llenos de armas, mil carneros destinados a luchar a
cornadas, un parque con ganados, hombres dados a las mujeres, aficionados a los muchachos, jardines
llenos de árboles y de flores, viñas cargadas de uvas, manzanas e higos, sombras y fantasmas, frascos y
copas, recién casados con todo el séquito de su boda, gritos y chistes, doce cuescos vergonzosos, y otros
tantos follones sin olor, amigos sentados en una pra dera, banderas y pendones, una casada saliendo del
hammam, veinte cantarinas, cinco hermosas esclavas abisinias, tres indias, cuatro griegas, cincuenta
turcas, setenta persas, cuarenta cachemirenses, ochenta kurdas, otras tantas chinas, noventa georginas,
todo el país del Irak, el Paraíso terrenal, dos establos, una mezquita, varios hammams, cien mercaderes,
una tabla de madera, un clavo, un negro que toca el clarinete, mil dina res, veinte cajones llenos de tela,
veinte danzarinas, cincuenta almacenes, la ciudad de Kufa, la ciudad de Gasa, Damieta, Assuán, el
palacio de Khoshú-Anuschriván y el de Soleimán; todas las comarcas situadas entre Balkh e Ispahán, las
Indias y el Sudán, Bagdad y el Khorassán; con tiene, además -¡Alah persevere los días de nuestro amo el
kadí! - una mortaja, un ataúd y una navaja de afeitar para la barba del kadí, si el kadí no quisiera
reconocer mis derechos y sentencias que este saco es mi saco!"
Cuando el kadí hubo oído todo aquello, nos miró y me dijo: "¡Por Alah, o sois dos bribones que os
burláis de la ley y de su representante, o este saco debe ser un abismo sin fondo o el propio Valle del Día
del Juicio!"
Y para comprobar mis palabras hizo al punto el kadí que se abrie ra el saco ante testigos. ¡Contenía
unas cáscaras de naranjas y unos hue sos de aceitunas!
Entonces, pasmado hasta el límite del pasmo, declaré al kadí que aquel saco pertenecía al kurdo, pero
que el mío había desaparecido, y me marché”.
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo escuchado esta historia, le tiró de espalda la fuerza
explosiva de su risa, e hizo un magnífico regalo a Alí el Persa. ¡Y aquella noche durmió con un profundo
sueño hasta por la mañana!
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que es menos deliciosa esta anécdota
que aquella otra en que Al-Raschid se encuentra en un apurado caso de amor". Y preguntó el rey
Schahriar: "¿Qué anécdota es esa que no conozco?"
Entonces Schehrazada dijo:
Al-Raschid, justiciero de amor
Cuentan que una noche en que Harún Al-Raschid estaba acostado entre dos hermosas jóvenes que le
gustaban por igual, y de las cuales una era de Medina y otra de Kufa, no quería expresar con la termina -
ción final su preferencia por una en detrimento de la otra. Debía, pues, alcanzar tal premio la que hiciera
más méritos para ello. Así es que la esclava de Medina empezó por cogerle de las manos y se puso a
acari ciarle dulcemente, en tanto que la de Kufa, echada un poco más abajo, le frotaba los pies,
aprovechándose de la ocasión para deslizar su mano hasta la mercancía de más arriba y sopesarla de
cuando en cuando.
Bajo la influencia de este tanteo delicado, la mercancía empezó de pronto a aumentar de peso
considerablemente. Entonces se apresuró a apoderarse de ella la esclava de Kufa, y trayéndola toda hacia
sí, la ocultó entre sus manos; pero la esclava de Medina, le dijo: "¡Ya veo que guardas el capital para ti
sola y no piensas dejarme siquiera los intereses!"
Y con un ademán rápido rechazó a su rival y se apoderó del capital a su vez, oprimiéndole
cuidadosamente con las manos.
Entonces la esclava defrau dada, que estaba muy versada en el conocimiento de las tradiciones del
Profeta, dijo a la esclava de Medina: "Yo soy quien debe tener derecho al capital, en virtud de estas
palabras del Profeta (¡con él la plegaria y la paz!): "¡Quien hace revivir una tierra muerta, se convierte en
su único propietario!"
Pero la esclava de Medina, que no cedía la mercan cía, no estaba menos versada en la Suma que su
rival de Kufa, y le contestó al punto: "El capital me pertenece en virtud de estas palabras del Profeta
(¡con él la plegaria y la paz!) que nos fueron conservadas y transmitidas por Sofián: "¡La casa pertenece,
no a quien la levanta, sino a quien le da alcance!"
Cuando oyó estas citas el califa, le parecieron tan justas, que sa tisfizo por igual a ambas jóvenes
aquella noche.
Luego añadió Schehrazada: "Pero ninguna de estas anécdotas ¡oh rey afortunado! vale tanto como
aquella en que dos mujeres discuten para saber si en amor conviene dar la preferencia al joven o al
hombre maduro.
¿Para quién la preferencia?
¿Para el joven o para el hombre maduro?
La anécdota siguiente nos la relata Abul-Afina. Dice.
"Un día había yo subido a mi terraza para tomar el aire, cuando oí una conversación de mujeres en la
terraza contigua. Las que así charlaban eran dos esposas de mi vecino, cada una de las cuales tenía un
amante que la contentaba como no lo hacía el esposo viejo e im potente. Pero el amante de una era un
hermoso joven de lo más tier no aún y con las mejillas sonrosadas e imberbes, y el amante de la otra era
un hombre maduro y peludo; de barba compacta y espesa. Y he aquí que sin saber que las escuchaban,
mis dos vecinas discutían pre cisamente acerca de los méritos respectivos de sus enamorados. Decía
una...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 377ª noche
Ella dijo:
...Decía una: "¡Oh hermana mía! ¿cómo puedes soportar la rudeza de la barba de tu amante cuando, al
besarte, te frota con ella los senos y las espinas de su bigote rozan las mejillas y los labios? ¿Qué haces
para que no te lastime y desgarre la piel cruelmente cada vez? Créeme, hermana mía; cambia de
enamorado y haz lo que yo; búscate a un joven con un ligero vello en las mejillas deseables cual una
fruta, con una carne delicada que se derrita en tu boca durante el beso. ¡Por Alah, que ya sabrá él
compensar a tu lado su falta de bar ba con muchas otras cosas llenas de sabor!"
Al oír estas palabras, le contestó su compañera: "¡Qué tonta eres, hermana mía, y cómo careces de
finura y buen sentido! ¿Acaso no sabes que el árbol sólo resulta hermoso cuando está lleno de hojas, y el
cohombro sólo resulta sabroso con su pelusa y con todas sus aspe rezas? Hay en el mundo algo más feo
que un hombre imberbe y calvo como una cotufa? Has de saber que la barba y el bigote son para el
hombre lo que para las mujeres son las trenzas de pelo. ¡Y tan notorio es, que Alah el Altísimo
(¡glorificado sea!) creó en el cielo especial mente a un ángel que no tiene otra ocupación que la de cantar
alaban zas al Creador por haber dado barba a los hombres y dotado de cabe llos largos a las mujeres! ¿A
qué me hablas, pues, de elegir como ena morado a un joven imberbe? ¿Crees que consentiría yo en
tenderme debajo de quien apenas se pone encima piensa en quitarse, apenas está en tensión piensa en
aflojarse, apenas se une piensa en desatar el nudo, apenas se halla en su sitio piensa en abandonarlo,
apenas ad quiere consistencia piensa en derretirse, apenas erigido piensa en de rruirse, apenas enlazado
piensa en desligarse, apenas pegado piensa en despegarse, y apenas en funciones piensa en ceder?
¡Desengáñate, po bre hermana mía! ¡Nunca abandonaré al hombre que no se separa de la que enlaza, que
cuando entra permanece en su sitio, cuando se vacía se llena otra vez, cuando acaba recomienza, cuando
se mueve es exce lente, cuando funciona es superior, cuando da es generoso y cuando em puja perfora!"
Al oír tal explicación, exclamó la mujer que tenía el amante im berbe: "¡Por el Dueño de la Kaaba
santa, ¡oh hermana mía! que me hiciste entrar en ganas de probar al hombre barbudo!
Luego, tras una corta pausa, dijo seguidamente Schehrazada:
El precio de los cohombros
Un día en que el emir Moinben-Zaida iba de caza, se encontró con un árabe que volvía del desierto
montado en su borrico. Se puso de lante de él, y después de las zalemas consiguientes, le preguntó:
"¿Adón de vas, hermano árabe, y qué llevas envuelto tan cuidadosamente en ese saquito?" El árabe
contestó: "Voy en busca del emir Moinben para llevarle estos cohombros tempranos que ha dado la
primera recolec ción de mis tierras. Como se trata del hombre más generoso que se conoce, estoy seguro
que me pagará mis cohombros a un precio digno de su esplendidez". El emir Moinben, a quien el árabe
no había visto hasta entonces, le preguntó: "¿Y cuánto esperas que te dé por esos co hombros el emir
Moinben?" El árabe contestó: "¡Mil dinares de oro, por lo menos!" El emir preguntó: "¿Y si te dice que
eso es mucho?" El otro contestó: "¡No le pediré más que quinientos!" - "¿Y si te di ce que es mucho?" -
"¡Cincuenta!" - "Y si te dice que es mucho?" - "¡Treinta! - "Y si te dice todavía que es mucho?" - "¡Oh!
¡En tonces meteré mi borrico en su harem y me daré a la fuga con las manos vacías!"
Al oír estas palabras, Moinben se echó a reír y espoleó a su caba llo para reunirse con su séquito y
entrar enseguida en su palacio, don de dió orden a sus esclavos y a su chambelán para que dejaran entrar
al árabe con sus cohombros.
Así es que cuando una hora más tarde llegó el árabe al palacio, el chambelán se apresuró a
conducirle a la sala de recepción, donde le esperaba el emir Moinben sentado majestuosamente en medio
de la pompa de la corte y rodeado por sus guardias, que ostentaban la espada desnuda en la mano. Y he
aquí que el árabe estuvo muy lejos de reco nocer en él al jinete que había encontrado en el camino y con
el saco de cohombros en las manos esperó, después de las zalemas, a que el emir le interrogara.
El emir le preguntó: "¿Qué me traes en ese saco, hermano árabe?" El otro contestó: "¡Confiando en la
esplendidez de nuestro dueño el emir, le traigo los primeros cohombros tempranos que nacieron en mi
campo!" - "¡Qué inspiración tan buena! ¿Y en cuánto estimas mi esplendidez?" - "¡En mil dinares!" - "¡Es
mucho!" - "¡En tres cientos!" "¡Es mucho!" - "¡En ciento!" - "¡Es mucho!" - "¡En cincuenta!" - "¡Es mucho!"
- "¡En treinta, entonces!" - ¡También es mucho!"Entonces exclamó el árabe: "¡Por Alah, que fué de real
augurio el encuentro que tuve antes cuando vi en el desierto aquel ros tro de brea! ¡No, por Alah, ¡oh
emir! no puedo dar mis cohombros en menos de treinta dinares!'"
Al oír estas palabras, sonrió sin contestar el emir Moinben. Enton ces le miró el árabe, y al darse
cuenta de que el hombre con quien se encontró en el desierto, no era otro que el propio emir Moinben
dijo:"¡Por Alah, oh mi amo! haz que traigan los treinta dinares, porque tengo el borrico atado ahí a la
puerta!" A estas palabras, el emir Moin ben rompió a reír de tal manera, que se cayó de trasero; e hizo
llamar a su intendente y le dijo: "¡Es preciso contar inmediatamente mil dina res primero, luego
quinientos, luego trescientos, luego ciento, luego cin cuenta, y por último, treinta, para dárselos a este
hermano árabe con objeto de que se decida a dejar atado donde está a su borrico!" Y el árabe llegó al
límite de la estupefacción al recibir mil novecientos ochen ta dinares por un saco de cohombros. ¡Tanta
era la esplendidez del emir Moinben! ¡Sea por siempre con todos ellos la misericordia de Alah!
Después dijo Schehrazada:
Cabellos blancos
Cuenta Aba-Suwaid:
"Un día entré en un huerto para comprar fruta, y he aquí que desde lejos vi sentada a la sombra de un
albaricoquero a una mujer peinándo se. Cuando me acerqué a ella, noté que era vieja y que estaban
blancos sus cabellos; pero su rostro resultaba perfectamente gentil y su tez fresca y deliciosa. Al ver que
me acercaba a ella no hizo ningún movimiento para taparse el rostro ni ningún ademán para cubrirse la
cabeza, y con tinuó, sonriendo, en su tarea de alisarse los cabellos con su peine, que era de marfil. Me
paré enfrente de ella, y después de las zalemas, le dije: "¡Oh vieja de edad, pero joven de rostro! ¿Por
qué no te tiñes los cabellos y parecerías entonces una joven de verdad? ¿A qué obedece el que no lo
hagas? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 378ª noche
Ella dijo:
"¿...A qué obedece el que no lo hagas?"
Levantó entonces ella la cabeza, me miró con los ojos muy abiertos, y me contestó con los ver sos
siguientes:
¡Teñidos estuvieron antaño, pero desapareció su color y les queda el tiempo!
Para qué teñirlos ahora, si cuando quiero puedo balancear mi grupa fastuosamente, y
hacérmelo meter a capricho por delante o por detrás?
Y dijo luego Schehrazada:
La cuestión zanjada
Cuentan que el visir Giafar recibió en su casa una noche al califa Harún Al-Raschid y no escatimó
nada para divertirle agradablemente. De pronto dijo el califa: "Giafar, he sabido que compraste para ti
una esclava muy bella, en la que había puesto los ojos yo y que quise com prar para mí mismo. ¡Deseo,
pues, que me la cedas por el precio que te convenga!" Giafar contestó: "No tengo la menor intención de
ven derla, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Entonces, ofréce mela como regalo!" Giafar
contestó: "Tampoco tengo esa intención, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Entonces frunció las cejas Al-Raschid y ex clamó: "¡Juro por los tres juramentos que al instante me
divorciaré de mi esposa Sett Zobeida, si no quieres consentir en venderme la esclava o en cedérmela!"
Giafar contestó: "¡Juro por los tres juramentos que al instante me divorciaré de mi esposa, madre de mis
hijos, si con siento en venderte la esclava o en cedértela!"
[123]
Cuando hubieron hecho tal juramento ambos, comprendieron de pronto que habían ido demasiado
lejos, cegados por los vapores del vino, y de común acuerdo se preguntaron qué medio emplearían para
salir del apuro. Después de algunos instantes de perplejidad y reflexión, dijo Al-Raschid: "¡Para salir de
este trance tan apurado, no tenemos más remedio que recurrir a las luces del kadí Abi-Yussuf, que tan
versado está en la jurispruden cia del divorcio!" Enviaron a buscarle en seguida, y Abi-Yussuf pensó:
"Cuando el califa envía a buscarme a media noche, es porque en el Islam ocurre algún acontecimiento
muy grave!" Luego salió de su casa a toda prisa, aparejó su mula, y dijo a su esclavo, que iba detrás de la
mula: "¡Llévate el saco de forraje del animal, que no ha termi nado su ración todavía, y no te olvides de
colgárselo de la cabeza a nuestra llegada, para que siga comiendo!"
Cuando entró en la sala donde le esperaban el califa y Giafar, el califa se levantó en honor suyo y le
hizo sentarse a su lado, privilegio que no concedía nunca más que a Abi-Yussuf. Luego le dijo: "¡Te he
llamado para un asunto de la mayor gravedad!" Y le explicó el caso. Entonces dijo Abi-Yussuf: "¡Pero si
la solución es la cosa más senci lla del mundo!" Se encaró entonces con Giafar, y le dijo: "¡No tienes más
que vender al califa media esclava y regalarle la otra media!"
Esta solución entusiasmó en extremo al califa, que admiró toda su sutileza, porque a ambos los
desligaba de su juramento, haciéndole beneficiarse con la esclava que anhelaba. Llamaron, pues, a la
esclava, y dijo el califa: "No puedo esperar a que pase el tiempo reglamentario para la liberación
definitiva que me permite tomar la esclava a su primer amo. Es preciso, pues, ¡oh Abi-Yussuf ! que des
también con el medio de lograr inmediatamente esa liberación". Abi-Yussuf contestó: "¡La cosa es
todavía más fácil! ¡Que hagan venir a un mameluco joven!" Al punto hicieron ir al mameluco en cuestión,
y dijo Abi-Yussuf: "Para que sea lícita esta liberación inmediata, es necesario que la esclava esté casada
legítimamente. ¡Voy, pues a dársela en matrimonio a este ma meluco, quien mediante una retribución se
divorciará de ella antes de tocarla! Y solamente ¡oh Emir de los Creyentes! podrá pertenecerte como
concubina la esclava". Y se encaró con el mameluco y le dijo: "¿Aceptas como esposa legítima esta
esclava?" El otro contestó:, "¡La acepto!" Entonces le dijo el kadí: "¡Ya estás casado! ¡He aquí ahora mil
dinares para ti! ¡Divórciate de ella!" El mameluco contestó: "Ya que me casé legítimamente, quiero
permanecer casado, porque me gusta la esclava! "
Al oír esta respuesta del mameluco, el califa frunció las cejas con cólera, y dijo al kadí: "¡Por el
honor de mis antepasados, que la solu ción que buscaste va a llevarte a la horca!" Pero Abi-Yussuf dijo
son riendo: "¡No se preocupe nuestro dueño el califa de la respuesta de este mameluco, y convénzase de
que es más fácil que nunca la solución ahora!"
Luego añadió: "Solamente has de permitirme ¡oh Emir de los Creyen tes! que me conduzca con este
mameluco como si fuera un esclavo mío". El califa le dijo: "¡Te lo permito! ¡Es tu esclavo y tu
propiedad!" Entonces Abi-Yussuf se encaró con la joven y le dijo: "¡Te regalo este mameluco y te lo doy
como esclavo comprado! ¿Le aceptas así?" Ella contestó: "¡Le acepto!" Abi-Yussuf exclamó: "En ese
caso, queda anu lado el matrimonio que acaba de contraer contigo. ¡Y ya estás desligada de él! ¡Así lo
ordena la ley del matrimonio! ¡He sentenciado!"
Al oír esta sentencia, Al-Raschid se irguió sobre ambos pies y ex clamó en el límite de la admiración:
"¡Oh Abi-Yussuf, no tienes par en el Islam!" E hizo que le entregaran una gran bandeja llena de oro y le
rogó que la aceptase. El kadí dió las gracias al califa; pero no supo como llevar consigo todo aquel oro.
De pronto se acordó del saco de la mula, en el que cabía un celemín, y tras de mandar por él vació todo
el oro de la bandeja y se marchó.
Esta anécdota nos demuestra que el estudio de la jurisprudencia hace ricos a los hombres. ¡Sea, pues,
con todos ellos la misericordia de Alah!"
Luego dijo Schehrazada:
Abú-Nowas y el baño de Sett Zobeida
Cuentan que el califa Harún Al-Kaschid, que amaba con un amor extremado a su esposa y prima Sett
Zobeida, había hecho construir, en un jardín reservado para ella sola, un estanque de agua rodeado por un
bosquecillo de árboles frondosos, donde podía bañarse sin exponerse nunca a las miradas de los hombres
y a los rayos del sol, pues el follaje era impenetrable.
Y he aquí que un día en que hacía mucho calor, Sett Zobeida fue al bosquecillo completamente sola,
se desnudó del todo al borde del estanque y se metió en el agua. Pero no sumergió más que sus piernas
hasta las rodillas, porque la daba miedo el escalofrío que produce el agua al sumergirse de una vez y,
además, porque no sabía nadar. Pero con un jarro que había traído se vertía en los hombros agua poco a
poco, estremeciéndose con la caricia húmeda de su frescura.
El califa, que la había visto encaminarse al estanque, la siguió si gilosamente, y amortiguando sus
pisadas, llegó cuando ella estaba ya desnuda. A través de las hojas, se puso él a observar y admirar la
des nudez de su esposa, blanca sobre el agua. Como tenía la mano apoyada en una rama, la rama rechinó
de pronto, y Sett Zobeida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la
Y cuando llegó la 379ª noche
Ella dijo:
...la rama rechinó de pronto y Sett Zobeida se volvió asustada, llevándose las dos manos a su historia,
para sustraerla a las miradas, con un gesto instintivo. Por cierto, que la historia de Sett Zobeida era cosa
tan considerable, que podían ocultarla más que a medias las dos manos; y era aquélla historia tan gruesa
y tan escurridiza, que Sett Zobeida no logró retenerla, y se le escapó por entre los dedos y apareció en
toda su gloria a la vista del califa.
Al-Raschid, que hasta entonces nunca tuvo ocasión de observar al aire libre y al natural la historia de
su prima, quedó maravillado y a la vez estupefacto de su enormidad y de su fastuosidad, y se apresuró a
alejarse furtivamente como había venido. Pero aquel espectáculo despertó la ins piración en él, que se
sintió dispuesto a improvisar. Siguiendo un ritmo ligero, empezó por componer el verso siguiente:
¡En el baño vi la plata cándida!...
Pero en vano siguió torturándose el espíritu para construir otros ritmos, porque no sólo no consiguió
acabar el poema, sino que ni si quiera hizo otro verso que rimase; y se puso muy triste, y sudaba re -
pitiendo ¡En el baño vi la plata cándida!... y no salía del apuro. En tonces se decidió a llamar al poeta
Abu-Nowas, y le dijo: "Vamos a ver si compones un poema corto cuyo primer verso sea: ¡En el baño vi
la plata cándida!..." Entonces Abu-Nowas, que también había merodeado por los alrededores del
estanque y observado toda la escena consabida, contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y ante la estupefacción
del califa, im provisó enseguida los siguientes versos:
¡En el baño vi la plata cándida, y mis ojos se embriagaron de leche!
¡Una gacela cautivó mi alma a la sombra de sus caderas mientras su historia se escurría
entre sus dedos juntos!
¡Oh! ¿Por qué no pude convertirme en onda para acariciar aquella delicada historia
escurridiza, o convertirme en pez durante una hora o dos?
El califa no intentó averiguar cómo se había arreglado Abu-Nowas para dar a sus versos una
significación tan exacta, y le recompensó es pléndidamente para demostrarle su satisfacción.
Luego añadió Schehrazada: "Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta sutileza de ingenio de Abu-
Nowas era menos admirable que su encantadora improvisación en la anécdota que vas a oír:
Abu-Nowas improvisa
Presa de un insomnio tenaz, el califa Harún Al-Raschid se paseaba una noche por las galerías de su
palacio, cuando se encontró con una de sus esclavas, a la cual amaba en extremo, que se dirigía al
pabellón reservado para ella. La siguió y penetró en el pabellón detrás de la joven. La cogió entonces en
brazos y se puso a acariciarla y a juguetear con ella de tal modo, que cayó el velo que la envolvía y la
túnica tam bién se escurrió de sus hombros.
Al ver aquello, se encendió el deseo en el alma del califa, que al instante quiso poseer a su bella
esclava; pero se excusó ella diciendo: "Por favor, ¡oh Emir de los Creyentes! dejemos la cosa para
mañana, porque no esperaba el honor de tu visita y no estoy preparada. ¡Pero mañana, si Alah quiere, me
encontrarás toda perfumada, y embalsama rán la cama mis jazmines!" Entonces no insistió Al-Raschid y
volvió a pasearse.
Al día siguiente, a la misma hora, envió a Massrur, jefe de sus eunucos, para que previniera a la
joven de su visita proyectada. Pero precisamente la joven había tenido durante el día un principio de
fatiga, y como se sentía floja y peor dispuesta que nunca, se limitó a citar por toda respuesta a Massrur,
que la recordaba su promesa de la vís pera, este proverbio: "¡El día borra las palabras de la noche!"
En el momento en que Massrur transmitía al califa las palabras de la joven, entraron los poetas Abu-
Nowas, El-Rakaschi y Abu-Mossab. Y el califa se encaró con ellos y les dijo: "Improvisadme al instante
cada uno de vosotros algunos ritmos donde se pongan en juego estas frases:
Entonces dijo primeramente El-Rakaschi:
¡Guárdate, corazón mío, de una hermosa niña inflexible que no gusta de hacer ni recibir
visitas, que promete una cita sin acudir a ella, y se excusa diciendo: "¡El día borra las
palabras de la noche!"
Luego se adelantó Abu-Mossab, y dijo:
¡A toda velocidad vuela mi corazón, y ella se burla de su ardor! ¡Mis ojos lloran, y se
abrasan de deseo por ella mis entrañas; pero ella se limita a sonreír! Y si la recuerdo su
promesa, me responde: "¡El día borra las palabras de la noche!"
Abu-Nowas se adelantó el último, y dijo
¡Oh, cuán linda estaba en su turbación aquella noche, y qué en canto tenía su resistencia!
¡El viento embriagado de la noche balanceaba lentamente la ra ma de su talle y su pesada
grupa ondulante, y también plegábase su busto, en el que apuntaban las dos leves granadas de
sus senos!
¡Con jugueteos amables, con caricias enardecidas, hice escurrir se el velo que ostentaba, y
de sus hombros ¡oh redondez de perlas! se escurrió la túnica también!
¡Y apareció medio desnuda entonces, surgiendo de la ropa que la rodeaba cual surge de su
cáliz una flor!
¡Como la noche corría ante nosotros su cortina de sombras, quise ser más audaz a la
sazón; y le dije: ¡Coronemos el acto!"
Pero ella contestó: "¡Mañana seguiremos!"
Fuí a ella al día siguiente, y le dije: "¡Cumple tu promesa!" Se echó a reír y me contestó:
"¡El día borra las palabras de la noche!"
Al oír tan diversas improvisaciones, Al-Raschid hizo que dieran una gruesa suma de plata a cada uno
de los poetas, exceptuando a Abu-Nowas, a quien ordenó que condenaran a muerte al instante, exclaman -
do: "¡Por Alah, tú estás de acuerdo con esa joven! De no ser así, ¿cómo pudiste hacer una descripción tan
exacta de una escena que presencié yo solo?"
Abu-Nowas se echó a reír y contestó: "¡Nuestro dueño el califa olvida que el verdadero poeta sabe
adivinar en lo que se le dice aquello que se le oculta! Y por cierto que nos pintó excelentemente el
Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) cuando dijo ha blando de nosotros:
"Los poetas van como insensatos por todos los ca minos. ¡Sólo les guían su inspiración y el demonio!
¡Cuentan y dicen cosas que no hacen!"
Ante tales palabras, no quiso Al-Raschid profundizar más en este misterio y después de perdonar a
Abu-Nowas, le dió una suma doble de la recibida por los otros poetas.
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta anécdota, exclamó: "¡No, por Alah! no sería yo quien
perdonase a ese Abu-Nowas, y habría profundizado en aquel misterio y hubiera hecho que cortaran la
cabeza a ese pillo! ¡No quiero, Schehrazada, que me hables más de ese canalla que no respetaba a califas
ni a leyes! ¿Lo oyes bien?"
Y dijo Rchehrazada: "Entonces ¡oh rey afortunado! voy a contarle la anécdota del asno.
El asno
Un día, un buen hombre entre esos hombres que parecen llamados a que se burlen de ellos los demás,
iba por el zoco llevando detrás de él a su asno atado con una sencilla cuerda que servía de cabestro al
animal. Le divisó un ladrón muy experimentado, y resolvió robarle el asno. Participó su proyecto a uno
de sus compañeros, que hubo de preguntarle: "¿Pero cómo te vas a arreglar para no llamar la atención del
hombre?" El otro contestó: "¡Sígueme y ya verás!..."
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 380ª noche
Ella dijo:
"...¡Sígueme y ya verás!" Se acercó entonces por detrás al hom bre, y con mucho cuidado quitó el
cabestro al asno, se lo puso él mismo, sin que el hombre notase el cambio, y echó a andar como una
acémila, mientras su compañero se alejaba con el asno que habían libertado.
Cuando estuvo seguro el ladrón de que el burro iba ya lejos, detuvo su marcha bruscamente, y sin
volverse, intentó el hombre obli garle a marchar, tirando de él. Pero al sentir aquella resistencia, se
volvió para regañar al borrico, y vió sujeto con el cabestro al ladrón en lugar del animal y mirándole con
aspecto humilde y ojos imploran tes. Se quedó tan estupefacto, que permaneció inmóvil frente al ladrón; y
al cabo de un momento, pudo por fin articular algunas sílabas y preguntar: "¿Quién eres?" El ladrón
exclamó con voz lacrimosa: "¡Soy tu asno, oh amo mío! ¡Pero mi historia es asombrosa! Porque has de
saber que en mi juventud era yo un bribón dado a toda clase de vicios vergonzosos. Un día entré
completamente borracho y repugnante en casa de mi madre, la cual, al verme, sin poder dominar su ira,
me colmó de reproches y quiso echarme de la casa. Pero yo la rechacé y hasta la pegué, influido por mi
borrachera. Entonces, indignada ante mi con ducta para con ella, mi madre me maldijo, y el efecto de su
maldión fué variar repentinamente mi forma y convertirme en borrico. A la sazón ¡oh amo mío! me
compraste por cinco dinares en el zoco de los burros, y me has tenido todo este tiempo, y te he servido
como animal carga, y me pinchabas en la grupa cuando, rendido ya, me negaba a andar, y lanzabas contra
mí mil juramentos que no me atreveré repetir nunca. ¡Eso es todo! ¡Y no podía yo quejarme porque me
faltaba el don de la palabra, y lo más que hacía a veces, aunque rara mente, era recurrir al cuesco para
reemplazar así el lenguaje que ca recía. Por último, sin duda ha debido recordarme con agrado hoy mi
madre, y debió entrar la piedad en su corazón e incitarla a implorar para mí la misericordia del Altísimo.
¡Porque indudablemente obedece esta misericordia el que ahora haya yo vuelto a mi primitiva forma
humana, oh amo mío!"
Al oír estas palabras, exclamó el pobre hombre: "¡Oh semejante mío, perdóname mis yerros para
contigo, ¡por Alah sobre ti! y olvida los malos tratos que te hice sufrir sin darme cuenta! ¡No hay recurso
más que en Alah!" Y se apresuró a quitar el ronzal que sujetaba al ladrón, y se fue muy arrepentido a su
casa, donde pasó la noche sin poder pegar los ojos de tantos remordimientos y pena como sentía.
Algunos días después, fué el pobre hombre al zoco de los burros para comprarse otro asno; ¡y cuál no
sería su sorpresa al encontrar en el mercado a su primer borrico con el aspecto que tenía antes de
transformación! Y pensó: "¡Sin duda debió el bribón cometer ya algún otro delito!" Y se acercó al asno,
que se había puesto a rebuz nar al reconocerle, se inclinó a su oreja y le dijo con todas sus fuer zas: "¡Oh
bribón incorregible! has debido ultrajar y pegar otra vez tu madre para transformarte de nuevo en
borrico! ¡Pero ¡por Alah! No seré yo quien vuelva a comprarte!" Y le escupió furioso en la cara, y se fue
a comprar otro asno notoriamente conocido como hijo de padre y madre pertenecientes a la especie de
los asnos.
Y Schehrazada dijo todavía aquella noche:
El flagrante delito de Sett Zobeida
Cuentan que el Comendador de los Creyentes, Harún Al-Raschid, entró un día a dormir la siesta en
las habitaciones de su espesa Sett Zobeida, y ya iba a echarse cuando notó precisamente en mitad del
lecho una extensa mancha, fresca todavía, de cuyo origen no podía dudarse. Al ver aquello, se ennegreció
el mundo ante el califa, que llegó al límite de la indignación. Hizo llamar al punto a Sett Zobeida, y con
los ojos inflamados de cólera y temblándole la barba, le dijo: "¿De qué es esa mancha que hay en nuestro
lecho?" Sett Zobeida acercó la cabeza a la mancha consabida, la olió y dijo: "Es de licor de hombre, ¡oh
Emir de los Creyentes!" Conteniendo a duras penas el estallido de su cólera, exclamó él: "¿Y puedes
explicarme la pre sencia de ese líquido aún tibio en un lecho donde no me he acostado contigo desde hace
más de una semana?" Ella exclamó muy conmo vida: "¡La fidelidad sobre mí y alrededor de mí ¡oh Emir
de los Cre yentes! ¿Acaso me acusas de fornicación?"
Al-Raschid dijo: "Tan to te acuso, que ahora mismo voy a hacer venir al kadí Abi-Yussuf para que
examine la cosa y me dé su parecer acerca de ella. ¡Y te juro por el honor de mis antecesores ¡oh hija de
mi tío! que no retroce deré ante nada si el kadí te declara culpable!"
Cuando llegó el kadí, Al-Raschid le dijo: "¡Oh Abi-Yussuf, dime qué puede ser esa mancha!"
El kadí se acercó al lecho, puso el dedo en la mancha, se lo llevó luego a la altura de los ojos y de la
nariz, y dijo: "¡Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 381ª noche
Ella dijo:
"¡... Es licor de hombre, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa preguntó: "¿Y cuál puede ser su origen
inmediato?"
Muy perplejo y sin querer afirmar una cosa que le hubiera atraído la enemistad de Sett Zobeida, el
kadí se puso a mirar al techo como si reflexionase, y divisó en una grieta el ala de un murciélago que se
había metido allí.
Y le iluminó el entendimiento una idea salvadora, y dijo: "¡Dame una lanza, oh Emir de los
Creyentes!" El califa le entregó una lanza, y Abi-Yussuf pinchó con ella al murciélago, que hubo de caer
pesadamente. Entonces dijo el kadí: "¡Oh Emir de los Cre yentes! ¡Los libros de medicina nos enseñan
que el murciélago tiene un licor que se parece de un modo asombroso al del hombre. Sin duda que el
delito lo cometió él mirando a Sett Zobeida dormida! ¡Ya ves que acabo de castigarle con la muerte!"
Aquella explicación satisfizo completamente al califa, que sin du dar ya de la inocencia de su esposa,
colmó de presentes al kadí en prueba de gratitud. Y por su parte, Sett Zobeida, en el límite del júbilo, le
hizo suntuosos regalos y le invitó a quedarse con ella y el califa para co merse algunos frutos y primicias
que les habían llevado. El kadí se sentó en la alfombra entre el califa y Sett Zobeida, y Sett Zobeida mon -
dó un plátano y le dijo, ofreciéndoselo: "En mi jardín tengo otras frutas raras en esta época del año; ¿las
prefieres a los plátanos?"
El kadí contestó: "Tengo por norma ¡oh mi señora! no sentenciar nunca acerca de lo que no conozco.
¡Es preciso, pues, que vea esas primicias para compararlas con estas primicias y dar luego mi opinión
sobre sus respectivas excelencias!" Sett Zobeida hizo que cogieran las pri micias de su jardín y se las
trajeran enseguida, y cuando las probó el kadí, le preguntó: "¿Qué frutas prefieres ahora?" El kadí sonrió
con suficiencia, miró al califa, después a Sett Zobeida, y les dijo: "¡Por Alah, que es muy difícil la
respuesta! ¡Porque si prefiero una de estas frutas, condenaré la otra, y me expongo así a la indigestión que
el rencor de esta última me ocasionaría!"
¡Y al oír semejante respuesta, Al-Raschid y Sett Zobeida se echa ron a reír de tal modo, que se
cayeron de espaldas!
Y como Schehrazada notó por ciertos indicios que el rey Schah riar parecía condenar sin misericordia
a Sett Zobeida; culpándola a ella sola del delito, se apresuró a contarle, para distraerle, la siguiente
anécdota:
¿Macho o hembra?
Entre diversas anécdotas del gran Khosrú, rey de Persia, cuentan que este rey era muy aficionado al
pescado. Un día en que estaba sentado en su terraza, con su esposa la bella Schirín, llegó un pescador que
le llevaba como presente un pez de tamaño y hermosura extraor dinarios. Maravillado quedó el rey con
aquel presente, y ordenó que dieran al pescador cuatro mil dracmas. Pero la bella Schirín, que ja más
aprobaba la generosa prodigalidad del rey, esperó a que el pescador se fuera, y dijo: "No conviene ser
pródigo hasta el punto de dar a un pescador cuatro mil dracmas por un solo pez. Deberías hacer que te
devolviera esa suma, porque si no, en lo sucesivo, cuantos te trai gan un presente regularán sus
pretensiones tomando como punto de partida ese precio; ¡y no podrás entonces complacerles!"
El rey Khosrú contestó: "¡Pero sería indigno de un rey admitir de nuevo lo que dio! ¡Olvidemos, pues,
lo pasado!" Pero Schirín contestó: "No, no es po sible dejar así la cosa! Hay un medio de recuperar la
suma sin que el pescador ni nadie tenga nada que decir. No tienes más que hacer venir otra vez al
pescador y preguntarle: "¿Es macho o hembra el pez que me has traído?" Si te contesta es macho, se lo
devuelves, diciendo: "¡Lo que yo quiero es una hembra!"; y si te dice que es hembra, se lo devuelves
también, diciendo: "¡Lo que yo quiero es un macho!"
El rey Khosrú, que amaba con un amor extremado a la bella Schirín, no quiso contrariarla, y aunque a
disgusto; se apresuró a ha cer lo que le aconsejaba ella. Pero el pescador era un hombre dotado
precisamente de un ingenio muy fino, y cuando Khosrú, después de llamarle, le preguntó: "¿Es macho o
hembra el pez?", besó la tierra y contestó: "¡Ese pez ¡oh rey! es hermafrodita!"
Al oír estas palabras, Khosrú se sintió satisfecho y se echó a reír: luego ordenó a su intendente que
diera al pescador ocho mil dracmas en lugar de cuatro mil. El pescador se fue con el intendente, que le
contó los ocho mil dracmas, y los puso en el saco que le había servido para llevar el pez, y salió.
Cuando pasaba por el patio del palacio, dejó caer del saco, inadvertidamente, un dracma de plata.
Enseguida se apresuró a poner su saco en el suelo, buscando aquel dracma y recogiéndolo con verdadera
satisfacción.
Y he aquí que Khosrú y Schirín le observaban desde la terraza y vieron lo que acababa de ocurrir.
Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, exclamó Schirín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 382ª noche
Ella dijo:
...Entonces, aprovechando la ocasión que se le presentaba, ex clamó Schirín: "¡Mira el pescador! ¡Qué
ignominia la suya! ¡Se le cae un dracma, y en vez de dejarlo para que se lo lleve algún pobre, es tan vil
que lo recoge a despecho del menesteroso!"
Estas palabras impresionaron mucho a Khosrú, que hizo llamar de nuevo al pescador y le dijo: "¡Oh
ser abyecto! ¡Parece mentira que seas un hombre con alma tan pequeña! ¡Te pierde esa avaricia que te
impulsa a dejar un saco lleno de oro por recoger un solo dracma que ha caído para suerte del
menesteroso!"
Entonces el pescador besó la tierra y contestó: "¡Alah prolongue la vida del rey! Si recogí ese
dracma, no es porque me seduzca su im porte, sino porque tiene otro gran valor a mis ojos! ¿No lleva, en
efecto, sobre una de sus caras la imagen del rey y su nombre sobre la otra? No he querido dejarlo
expuesto a que, por inadvertencia, lo pisaran los pies de alguno. ¡Y me apresuré a recogerlo, siguiendo
así el ejem plo del rey que me sacó del polvo, aunque apenas valgo lo que un dracma!"
Tanto gustó esta respuesta al rey Khosrú, que hizo que dieran cuatro mil dracmas más al pescador, y
ordenó a los pregoneros públicos que gritaran por todo el Imperio: "No hay que dejarse guiar nunca por
el consejo de las mujeres. ¡Porque quien las escucha comete dos faltas cuando quiere evitar la mitad de
una!"
Al oír esta anécdota, dijo el rey Schahriar: "Apruebo completa mente la conducta de Khosrú y su
desconfianza con respecto a las mujeres. ¡Ellas son la causa de muchas calamidades!"
Pero ya decía Schehrazada. sonriendo:
El reparto
Una noche, el califa Harún Al-Raschid se quejaba de insomnios ante su visir Giafar y su portaalfanje
Massrur, cuando de pronto soltó Massrur una carcajada. El califa le miró fruciendo las cejas, y le dijo:
"¿De qué te ríes así? ¿Es que estás loco, es que te burlas?" Massrur contestó: "¡No, por Alah ¡oh Emir de
los Creyentes! te juro por el parentesco que te une al Profeta que mi risa no obedece a ninguna de esas
causas, sino sencillamente a que me he acordado de las buenas ocurrencias de un tal Ibn Al-Karabí,
alrededor del cual hacían corro ayer en el Tigris para escucharle".
El califa dijo: "En tal caso, ve enseguida a buscar a ese Ibn Al-Karabí. ¡Acaso consiga dilatarme un
poco el pecho!"
Al punto corrió Massrur en busca del chistoso Ibn Al-Karabí, y habiéndole encontrado, le dijo: "Le
hablé de ti al califa, y me ha en viado a buscarte para que le hagas reír".
El otro contestó: "Escucho y obedezco". Massrur añadió entonces: "¡Sí, te conduzco muy gustoso a
presencia del califa; pero ha de ser con la condición de que desde luego me darás las tres cuartas partes
de lo que el califa te regale como remuneración!" lbn Al-Karabí dijo: "¡Eso es demasiado! Te daré dos
terceras partes por tu corretaje. ¡Creo que es bastante!"
Des pués de algunas dificultades respecto al pago, Massrur acabó por acep tar el convenio, y condujo
al hombre a presencia del califa.
Al verle entrar, le dijo Al-Raschid: "Parece ser que tienes ocurrencias muy divertidas. ¡A ver cómo
las hilvanas! ¡Pero has de sa ber que si no consigues hacerme reír te espera una paliza!"
El resultado de esta amenaza fué helar completamente el ingenio de Ibn Al-Karabí, que no supo
encontrar entonces más que banalidades de efecto desastroso; porque, en vez de reír, Al-Raschid sentía
aumen tar su irritación, y exclamó por último:
"¡Que le administren cien bastonazos en las plantas de los pies, para desviar la sangre que le obstruye
el cerebro!"
Al punto acostaron al hombre y le fueron ad ministrando por cuenta bastonazos en las plantas de los
pies. De re pente, cuando pasaron del número treinta, exclamó el hombre: "¡Que remuneren ahora a
Massrur con las dos terceras partes que quedan de bastonazos, porque así lo hemos convenido entre
nosotros!"
Enton ces, a una señal del califa, se apoderaron de Massrur los guardias, le acostaron y comenzaron a
hacerle sentir en las plantas de los pies el compás del bastón. Pero, a los primeros golpes, exclamó
Massrur: "¡Por Alah, que me contento muy gustoso con la tercera parte, y aun con la cuarta, y le cedo todo
lo demás!"
Al oír estas palabras, el califa se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero, e hizo que a cada
uno de los dos pacientes le die ran mil dinares.
Luego no quiso Schehrazada dejar transcurrir la noche sin contar la siguiente anécdota:
El maestro de escuela
Una vez, un hombre cuyo oficio consistía en vagabundear y vivir a costa de los demás, tuvo la idea de
hacerse maestro de escuela aunque no sabía leer ni escribir, porque aquel era el único oficio capaz de
permitirle ganar dinero sin tener que hacer nada porque es notorio que se puede ser maestro de escuela, e
ignorar completamente las reglas y rudimentos de la lengua; basta con ser un taimado que haga creer a los
demás que es un gran gramático; y ya se sabe que el gramático sabio es, por lo general, un pobre hombre
de ingenio corto, mezquino, humillante, incompleto e impotente. Así, pues, nuestro vagabundo se erigió
en maestro de escuela sin necesitar más que aumentar el número de vueltas y el volumen de su turbante, y
de esta guisa abrió al final de una callejuela una sala que decoró con muestras de escritura y otras cosas
semejantes, y esperó allá a que llegasen los clientes.
Y he aquí que al ver un turbante tan imponente, los vecinos del barrio no dudaron por un instante de la
ciencia de su convecino, y se apresuraron a enviarle sus hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 383ª noche
Ella dijo:
...y se apresuraron a enviarle sus hijos.
Pero como no sabía leer ni escribir, se valió él de un medio muy ingenioso para salir del
compromiso; consistía este medio en hacer que los chicos que sabían leer y escribir un poco dieran la
lección a los que no sabían nada absolutamente, en tanto que él hacía como que vigilaba, aprobando y
desaprobando. De este modo prosperó la es cuela, y los negocios del maestro iban viento en popa.
Un día que estaba con su varita en la mano y lanzaba miradas terribles a los pobres niños, cohibidos
por el espanto, entró en la sala una mujer llevando en la mano una carta, y se dirigió al maestro para
rogarle que se la leyese, lo cual es muy corriente en las mujeres que no saben leer.Al verla, el maestro de
escuela no supo qué hacer para evitar semejante prueba, y de pronto se levantó muy presuroso para salir.
Pero la mujer le detuvo, suplicándole que antes de salir le leyera la carta.
El contestó: "¡No puedo esperar más, porque el muecín acaba de anunciar la plegaria del mediodía y
tengo que ir a la mezquita!" Pero la mujer no le dejó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti! ¡Acaba de llegarme
esta carta de mi esposo, que está ausente hace cinco años, y sólo tú en el barrio puedes leérmela!" Y le
obligó a coger la carta.
El maestro de escuela se vió obligado entonces a coger la carta; pero la había puesto invertida, y en
vista del apuro en que se en contraba, empezó a fruncir las cejas, mirando la escritura, y a gol pearse la
frente y a quitarse el turbante, sudando de angustia.
Al ver aquello, pensó la pobre mujer: "¡No cabe duda! ¡cuando el maestro de escuela se pone tan
agitado, debe estar leyendo malas noticias! ¡Qué calamidad! ¡Tal vez haya muerto mi esposo!"Luego,
llena de ansiedad, preguntó al maestro de escuela: "¡Por favor, no me ocultes nada! ¿Ha muerto?" Por
toda respuesta, levantó la cabeza con un gesto vago y guardó silencio. Ella exclamó entonces: "¡Qué
calamidad ha caído sobre mi cabeza! ¿Debo desgarrarme los vestidos?"
El contestó: "¡Desgárratelos!" Ella preguntó, en el límite de la an siedad: "¿Debo abofetearme y
arañarme las mejillas?" El contestó: "¡Abofetéate y aráñate!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer, enloquecida salió de la es cuela y corrió a su casa, llenándola
con sus gritos de dolor. Entonces acudieron a ella todos los vecinos, y se pusieron a consolarla; mas en
vano. En aquel momento entró uno de los parientes de la desdichada, vió la carta, y cuando la leyó, dijo a
la mujer: "¿Pero quién ha po dido anunciarte la muerte de tu esposo? En la carta no se habla de semejante
cosa. Mira lo que dice: "Después de las zalemas y los vo tos, ¡oh hija de mi tío! continúo gozando de una
salud excelente, y espero estar de vuelta a tu lado dentro de quince días. Pero antes, para probarte mi
solicitud, te enviaré una tela de lino envuelta en una man ta. ¡Uassalam!"
La mujer cogió entonces la carta y volvió a la escuela para re prochar al maestro que la hubiese
engañado de aquel modo. Le encon tró sentado a la puerta, y le dijo: "¿No es para ti una vergüenza en -
gañar de esta manera a una pobre mujer anunciándola la muerte de su esposo, cuando en la carta se dice
que mi esposo ha de volver muy pronto y que me envía de antemano una tela y una manta?"
Al oír estas palabras, contestó el maestro de escuela: "Ciertamente ¡oh pobre mujer! Que tienes razón
para reprocharme. Pero perdóname, pues en el momento en que yo tenía tu carta entre las manos estaba
muy preo cupado, ¡y al leer un poco de prisa y de cualquier modo, creí que la tela y la manta eran un
recuerdo que te enviaban por haber pertenecido a tu esposo muerto!"
Luego dijo Schehrazada:
La inscripción de una camisa
Cuentan que habiendo ido un día El-Amín, hermano del califa El-Mamúm, de visita a casa de su tío
El-Mahdí, vió a una esclava muy bella que tocaba el laúd, y quedó enamorado de ella al punto. Como El-
Mahdí no tardó en notar la impresión que la esclava había pro ducido en su sobrino, con objeto de darle
una sorpresa agradable esperó a que se marchase para enviarle la esclava con alhajas y ricos trajes. Pero
a El-Amín le pareció que ya su tío habría gustado las primicias de la joven y se la daba desflorada,
porque sabía que su tío era excesivamente aficionado a la fruta verde aún. No quiso, pues, aceptar la
esclava, y se la devolvió con una carta en que le decía que una manzana mordida por el jardinero antes
de madurar, no en dulzará nunca la boca del comprador.
Entonces El-Mahdí hizo desnudarse por completo a la joven, la puso en la mano un laúd, y se la envió
de nuevo a El-Amín vestida solamente con una camisa de seda, en la cual aparecía esta inscripción con
letras de oro:
¡El botín oculto en la sombra de mis pliegues está virgen de todo tocamiento!
¡Sólo lo ha examinado la mirada para admirar sus perfecciones!
Al ver los encantos de la esclava vestida con aquella camisa tan gentil, y al leer la inscripción, El-
Amín no tuvo ya motivo para rehusar, y aceptó el regalo, honrándolo particularmente.
Aquella noche todavía dijo Schehrazada:
La inscripción de una copa
El califa El-Motawakkel cayó un día enfermo, y su médico Yahia le recetó remedios tan excelentes,
que se disipó la enfermedad y sobre vino la convalecencia. Entonces afluyeron a él de todas partes
regalos de felicitación. Y he aquí que, entre otros obsequios, el califa recibió de Ibn-Khatán, como
presente, una joven intacta, cuyos senos desa fiaban por su hermosa forma a los senos de todas las
mujeres de su época.
Al propio tiempo que su belleza, la joven llevaba para el califa, al presentarse a él, una botella de
cristal llena de un vino selecto. Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la
cual aparecía grabada en rubíes esta inscripción...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 384ª noche
Ella dijo:
...Tenía en una mano la botella y en la otra mano una copa de oro, sobre la cual aparecía grabada en
rubíes esta inscripción:
¿Qué filtro o qué tríaca, qué bálsamo o qué díctamo vale lo que este licor purpúreo, de sabor
exquisito, remedio universal para los males del cuerpo y para el fastidio?
Y he aquí que el sabio médico Yahia encontrábase en aquel mo mento junto al califa, y al leer esta
inscripción se echó a reír, y dijo al califa: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! esta joven y la me -
dicina que te trae te harán recuperar las fuerzas mejor que todos los remedios antiguos y modernos!"
Luego, sin interrumpirse, comenzó inmediatamente Schehrazada la siguiente anécdota:
El califa en el cesto
Esta historia nos la transmitió el famoso cantor Ishak de Mossul.
Dice:
"Una noche había yo salido tarde de un festín en el palacio del califa El-Mamúm, y como estaba muy
molesto a causa de una reten ción de orina que padecía, me metí por una callejuela en la que no se veía
luz, me acerqué a una tapia, aunque no me puse tan cerca de ella como para que me salpicaran mis
propios orines, me agaché comodamente y sentí un gran alivio meando cuanto pude. Apenas acabé y me
sacudí, noté que en medio de la oscuridad me caía una cosa encima de la cabeza. Salté sobre mis piernas,
muy sorprendido en ver dad; atrapé el objeto, y después de palparlo por todos lados, observé con
verdadero asombro que era un cesto grande atado por sus cuatro asas con una cuerda que pendía de la
casa ante la cual me hallaba yo. Lo palpé más aún, y encontré que por dentro estaba forrado de seda y
tenía dos cojines que olían bien.
Como había yo bebido un poco más que de costumbre, mi es píritu enervado me impulsó a sentarme en
aquel cesto que me invi taba al reposo. No pude resistir a la tentación, y me senté en el cesto, y antes de
que tuviera tiempo de echar pie a tierra, me vi ele vado rápidamente hasta la terraza, donde me cogieron
sin decir una palabra cuatro jóvenes, que me llevaron a la casa y me invitaron a seguirlas. Una de ellas
echó a andar delante de mí con una antorcha en la mano, y las otras tres se mantuvieron detrás de mí, e
hiciéronme bajar por una escalera de mármol y entrar en una sala de magnificencia comparable a la del
palacio del califa. Y pensé para mi ánima: "¡Me deben tomar por otro a quien hayan dado cita esta noche!
¡Alah arre glará la situación!"
Estando yo aún en aquella perplejidad, se alzó un cortinaje de seda que ocultaba una parte de la sala,
y vi a diez jóvenes arrebatado ras, y de talle frágil y andares exquisitos, llevando antorchas unas y las
otras pebeteros de oro, donde ardían nardo y áloe de la mejor ca lidad. En medio de ellas avanzaba como
una luna otra joven que hu biera dado celos a las estrellas todas. Se balanceaba al andar y mira ba
graciosamente de soslayo, levantando las almas más pesadas. Y he aquí que al verla salté sobre ambos
pies y me incliné hasta el suelo ante ella. Y me miró sonriendo, y me dijo: "¡Bien venido sea el visi tante!"
Luego se sentó y añadió con una voz encantadora: "¡Descansa, señor!"
Me senté, disipada ya la borrachera de vino, pero presa de otra embriaguez más fuerte. Entonces me
dijo ella: "¿Y cómo se te ha ocurrido venir a nuestra casa y sentarte en el cesto?" Contesté: "¡Oh mi
señora! es la molestia que me ocasionaba mi mal de orina la que solamente me ha impulsado a venir a
esta calle; luego el vino me hizo sentarme en el cesto, y ahora es tu generosidad quien me introduce en
esta sala, donde tus encantos reemplazaron en mi cerebro la borrachera con otra clase de embriaguez".
Al oír estas palabras, la joven pareció muy satisfecha, y me pre guntó: "¿Qué oficio tienes?"
Me guardé bien de decirle que era can tor y músico del califa, y le contesté: "¡Soy tejedor del zoco de
los tejedores de Bagdad!" Ella me dijo: "Pues tus maneras son exqui sitas y honran al zoco de los
tejedores. ¡Si a ellas unes el conocimiento de la poesía, no tendremos que arrepentirnos de haberte
recibido entre nosotras! ¿Sabes versos?" Contesté: "¡Uno que otro!" Dijo ella: "¡Recítanos algunos,
entonces!" Contesté: "¡Oh mi señora! siempre está el visitante un poco sobrecogido por el recibimiento
que se le hace. ¡Aliéntame, pues, empezando tú la primera por recitarnos algunas poesías de tu agrado!"
Ella me contestó: "¡Con mucho gusto!" Y al punto me recitó admirables poemas escogidos de los
poetas más anti guos, como Amri'lkais, Zohair, Antara, Nabigha, Amrú ben-Kalthum, Tharafa y Chanfara,
y de los poetas más modernos, como Abu-Nowas, El-Rakaschí, Abu-Mossab y los demás. Y estaba yo
tan maravillado de su dicción como deslumbrado por su hermosura. Luego me dijo: "¡Creo que ya se te
habrá pasado la emoción!"
Dije: "¡Sí, por Alah!" Y a mi vez escogí entre los versos que conocía los más delicados, y se los
recité con mucho sentimiento. Cuando terminé, me dijo ella: "¡Por Alah, que no sabía que hubiese
individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 385ª noche
Ella dijo:
"...individuos tan exquisitos en el zoco de los tejedores!"
Tras de lo cual sirvieron un festín, en el que no escatimaron las frutas ni las flores; y ella misma me
ofrecía los mejores bocados.
Luego, cuando levantaron el mantel, trajeron las bebidas y las copas, y ella misma me echó de beber,
y me dijo: "He aquí el momento mejor de la conversación. ¿Sabes historias bonitas?" Me incliné y
enseguida le conté una porción de detalles divertidos acerca de los reyes, de su corte y de sus maneras,
hasta el punto de que me interrumpió de pronto ella para decirme: "¡En verdad que estoy sorprendida
prodigiosa mente de ver a un tejedor tan al corriente de las costumbres de los reyes!" Contesté: "¡Pues no
tiene nada de particular, porque un vecino mío, que es un hombre delicioso, tiene entrada en el palacio
del cali fa, y en sus momentos de ocio se complace en afinarme el ingenio con sus propios
conocimientos!"
Ella me dijo: "¡En ese caso, no admiro menos la firmeza de tu memoria, que con tanta exactitud
retiene de talles tan preciosos!"
¡Eso fué todo! Y aspirando los perfumes de nardo y áloe que aromaban la sala, y contemplando
aquella belleza y escuchando cómo me hablaba con los ojos y los labios, me sentía yo en el límite del
entu siasmo, y pensaba para mi ánima: "¿Qué haría el califa si estuviese aquí en mi caso? ¡Seguramente
que no sería ya dueño de sí y estalla ría de amor!"
La joven me dijo después: "En verdad, eres un hombre exce sivamente distinguido; adornan tu espíritu
conocimientos muy inte resantes y tus maneras son en extremo refinadas. ¡ Ya no me queda más que una
cosa que pedirte!"
Contesté: "¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!" Ella dijo: "¡Deseo oírte cantar algunos versos
acompañándote con el laúd!" Pero a mí, como músico de profesión, no me agradaba cantar yo mismo; así
es que contesté: "En otro tiempo cultivé el arte del canto, pero, como no llegué a obtener un resultado
apetecible, preferí abandonarlo. Bien quisiera ejecutar algo; pero me sirve de excusa mi ignorancia. En
cuanto a ti, ¡oh señora mía! todo me indica que debes tener una voz perfectamente hermosa. ¿Por qué no
nos can tas algo, para hacernos la noche más deliciosa aún?"
Hizo ella entonces que le llevaran un laúd, y cantó. Y en mi vida hube de oír timbre de voz más lleno,
más grave y más perfecto, unido a una ciencia de los efectos tan consumada. Vió ella mi delectación, y
me preguntó: "¿Sabes de quién son los versos y de quién la música?" Aunque lo había notado, contesté:
"Lo ignoro por completo, ¡oh mi señora!" Ella exclamó: "¿Pero es posible que pueda ignorar este aire
alguien en el mundo? ¡Sabe, pues, que los versos son de Abu-No was, y la música, que es admirable, es
del gran músico Ishak de Mos sul!"
Yo contesté, sin descubrirme: "¡Por Alah! ¡Ishak no supone ya nada a tu lado!" Ella exclamó: "¡Bakh!
¡bakh! ¡en que error estás! ¿Hay en el mundo alguien que pueda igualarse a Ishak? ¡Bien se ve que no le
oíste nunca!" Luego siguió cantando más todavía e interrumpíase para ver si no carecía yo de nada; y
continuamos disfrutando de tal suerte hasta la aparición de la aurora.
Entonces, una vieja, que debía ser la nodriza de la joven, fue a prevenirla de que había llegado la
hora de separarnos; y antes de retirarse, me dijo la joven: "¿Tendré que recomendarte discreción, ¡oh mi
huésped!? ¡Las reuniones íntimas son como la prenda que se deja a la puerta antes de marchar!" Yo
contesté, inclinándome: "¡No soy de quienes necesitan semejantes recomendaciones!" Y una vez que me
despedí de ella, me metieron en el cesto y me bajaron a la calle.
Llegué a mi casa y recé la plegaria de la mañana, metiéndome luego en la cama donde estuve
durmiendo hasta la tarde. Cuando me desperté, me vestí de prisa y me presenté en el palacio, pero los
chambelanes me dijeron que el califa había salido y dejó para mí recado de que esperara su regreso,
porque tenía por la noche un festín y le era necesaria mi presencia para que cantase. Le esperé un buen
rato; pero como el califa tardaba en volver, me dije que sería una locura faltar a una velada como la de la
víspera y corrí a la callejuela, donde encontré el cesto colgante. Me metí dentro, y ya arriba, me presenté
a la dama.
Al verme, me dijo ella riendo: "¡Por Alah! ¡me parece que tie nes intención de aposentarte entre
nosotras!"
Me incliné y contesté: "¿Y quién no lo anhelaría? Pero ya sabes ¡oh mi señora! que los derechos de
hospitalidad duran tres días, y no estamos más que en el segundo. ¡Si vuelvo después de pasado el
tercero, podrás tomar mi sangre!"
Pasamos aquella noche muy agradablemente, charlando, contán donos historias, recitando versos y
cantando, como la víspera. Pero en el momento de bajar dentro del cesto, pensé en la cólera del califa, y
me dije: "No admitirá excusa ninguna, a no ser que le cuente la aventura. ¡Y no creerá la aventura, a no
ser que la compruebe por sí mismo!" Me encaré entonces con la joven, y le dije: "¡Oh mi señora! ¡veo
que te gustan el canto y las buenas voces! ¡Y he aquí que tengo un primo mucho más guapo de cara que yo,
mucho más distinguido de modales, con mucho más talento que yo y que conoce mejor que nadie en el
mundo los aires de Ishak de Mossul! ¿Quieres, pues, per mitirme que le traiga conmigo mañana, que es el
tercero y último día de tu hospitalidad encantadora?...
En este momento de su narración. Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 386ª noche
Ella dijo:
"...el tercero y último día de tu hospitalidad encantadora?" Ella me contestó: "Ya empiezas a ser
indiscreto. ¡Pero, puesto que tan agradable es tu primo, puedes traérmele!" Le di las gracias y me fuí por
el mismo camino que la víspera.
Al llegar a mi casa, encontré allí a los guardias del califa, que me abrumaron con injurias, se
apoderaron de mí y me arrastraron a la presencia de El-Mamúm. Le vi sentado en el trono como en sus
peores días de cólera, con los ojos llameantes y terribles. Y apenas me divisó, exclamó: "¡Ah hijo de
perro, osaste desobedecerme!" Yo le di je: "¡No, por Alah! ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Puedo justificar -
me!" Dijo él: "¿Y cómo?" Yo contesté: "¡No te lo puedo decir más que en secreto!" Ordenó al punto a
todos los circunstantes que se re tiraran, y me dijo: "¡Habla!" Entonces le conté la aventura con todos sus
detalles y añadí: "¡Y ahora la joven nos espera a los dos para esta noche, porque así se lo he prometido!"
Cuando oyó El-Mamúm estas palabras, se serenó y me dijo: "¡Cierto que es excelente la razón que
alegas! ¡Y estuviste muy inspi rado al pensar en mí para esta noche!" Y desde aquel instante ya no supo
qué hacer para esperar con paciencia la llegada de la noche. Y le recomendé mucho que tuviese cuidado
de no descubrirse y descu brirme llamándome por mi nombre delante de la joven. Me lo prome tió
formalmente, y en cuanto llegó el momento oportuno se disfrazó de mercader y me acompañó a la
callejuela.
Encontramos en el sitio de costumbre dos cestos en lugar de uno, y cada cual nos colocamos en uno
de ellos. Subimos así, y ya en la terraza, bajamos a la magnífica sala consabida, donde fue a reunirse con
nosotros la joven, más bella que nunca aquella noche.
Al verla, noté que el califa quedaba locamente prendado de ella. Pero cuando se puso a cantar, llegó
él al delirio, tanto más cuanto que los vinos que nos servía la joven graciosamente nos habían ya turba do
la razón. En su alegría y su entusiasmo, el califa olvidó de pronto la resolución tomada, y me dijo:
"Bueno, Ishak, ¿a qué esperas para responderle con algún cántico basado en un aire nuevo de tu inven -
ción?"
Entonces, muy azorado, me vi en la obligación de contestar: "¡Escucho y obedezco, oh Emir de los
Creyentes!"
No bien hubo oído estas palabras la joven, nos contempló un instante y se levantó a toda prisa para
cubrirse el rostro y desaparecer, como cumple a cualquier mujer que se halle en presencia del Emir de
los Cre yentes. Entonces, El-Mamúm, un poco contrariado por la marcha de la joven a causa del olvido
que tuvo él, me dijo: "¡Infórmate al ins tante quién es el dueño de esta casa!" Entonces hice llamar a la
vieja nodriza y se lo pregunté de parte del califa. Me contestó ella: "¡Qué calamidad cae sobre nosotros!
¡Qué oprobio se cierne sobre nuestra cabeza! ¡Esa joven es la hija del visir Hassán ben-Sehl!" Enseguida
dijo El-Mamúm: "¡A mí el visir!" La vieja desapareció temblando, y algunos momentos después hacía su
entrada entre las manos del califa el visir Hassán ben-Sehl en el límite de la estupefacción.
Al verle, se echó a reír El-Mamúm, y le dijo: "¿Tienes una hi ja?" El otro contestó: "¡Sí! ¡Oh Emir de
los Creyentes!" el califa preguntó: "¿Cómo se llama?" El visir contestó: "¡Khadiga!" El califa preguntó:
"¿Está casada o es virgen?" El visir contestó: "Es virgen, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo:
"¡Quiero que me la des por esposa legítima!"
El visir exclamó: "¡Mi hija y yo somos los es clavos del Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Le
asigno cien mil dinares de dote, que tú mismo cobrarás del tesoro en palacio ma ñana por la mañana! ¡Y al
propio tiempo harás conducir a tu hija a palacio, con toda la magnificencia adecuada a la ceremonia del
ma trimonio, y sortearás entre todas las personas del cortejo de la recién casada mil poblados y mil
tierras de mis propiedades particulares, co mo regalo de mi parte!"
Tras de lo cual se levantó el califa, y le seguí. Salimos por la puerta principal aquella vez, y me dijo
él: "Guárdate bien, Ishak, de hablar de la aventura a nadie. ¡Tu cabeza me responderá de tu dis creción!"
Y guardé el secreto hasta la muerte del califa y de Sett Khadiga, que sin duda era la mujer más bella
que han visto mis ojos entre las hijas de los hombres. ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando Schehrazada acabó de contar esta anécdota, la pequeña Doniazada exclamó desde el sitio en
que permanecía acurrucada: "¡Oh hermana mía, cuán dulces y sabrosas, y gentiles son tus palabras!"
Y Schehrazada sonrió, y dijo: "¿Pues qué será cuando oigas la anécdo ta del Mondonguero?" Y dijo
en seguida:
El mondonguero
Cuentan que un día, en la Meca, en la época de la peregrinación anual, cuando la multitud compacta
de los hadjs daba las siete vueltas alrededor de la Kaaba, se destacó del grupo un hombre, que se acercó
a la pared de la Kaaba, y cogiendo con las dos manos el velo sagrado que cubría todo el edificio, se puso
en actitud de orar, y exclamó con acento que le salía del fondo del corazón: "¡Haga Alah que de nuevo se
enfade con su marido esa mujer, para que pueda yo acostarme con ella!"
Cuando los hadjs oyeron formular tan extraña plegaria en aquel lugar santo, se escandalizaron de tal
manera, que se precipitaron sobre el hombre, lo arrojaron a tierra y lo molieron a golpes. Tras de lo cual
lo arrastraron a presencia del emir el-hadj, que tenía amplios poderes para ejercer su autoridad sobre
todos los peregrinos, y le dijeron: "Hemos oído a este hombre, ¡oh emir! proferir palabras impías mien -
tras tenía cogido el velo de la Kaaba". Y le repitieron las palabras pronunciadas.
Entonces dijo el emir el-hadj: "¡Que le cuelguen! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 387ª noche
Ella dijo:
...Entonces dijo el emir el-hadj: “!Que le cuelguen!” Pero el hombre se hechó a los pies del emir y le
dijo: “!Oh emir! Por los méritos del Enviado de Alah (¡con él la plegaria y la paz!) te conjuro que
escuches mi historia, y luego harás de mí lo que juzgues equi tativo hacer!" Accedió el emir con un signo
de cabeza, y el condenado la horca dijo:
"Has de saber ¡oh emir nuestro! que tengo por oficio recoger las inmundicias de las calles, y además
limpio tripas de carnero, para venderlas y ganarme la vida. Pero he aquí que un día iba yo tran quilamente
detrás de mi borrico, cargado con tripas sin vaciar aún, que acababa de sacar del matadero, cuando me
encontré con una mu hedumbre de personas asustadas que huían por todas partes o se ocultaban detrás de
las puertas; y un poco más lejos vi unos esclavos armados con largas varas, para dispersar a su paso a
todos los tran seúntes. Me informé de lo que podría ser aquello, y me contestaron que iba a pasar el harén
de un gran personaje, y era preciso que no subiese por la calle ningún transeúnte. Entonces, como sabía
que me exponía a un verdadero peligro si me obstinaba en continuar mi ca nino, paré mi borrico y me metí
con él en el rincón de una muralla procurando que no me advirtieran y volviendo la cara al muro para no
sentir la tentación de mirar a las mujeres de aquel gran personaje. No tardé en oír que pasaba el harén, al
cual no me atrevía a mirar, y ya pensaba en volverme y continuar mi camino, cuando me sentí cogido
bruscamente por dos brazos de negro, y vi mi asno entre las manos de otro negro que se alejó con él. Y
aterrado volví la cabeza, y vi en la calle, mirándome todas, treinta jóvenes, en medio de las cuales se
hallaba otra, comparable por sus miradas lánguidas a una gacela a quien la sed hiciese menos huraña, y
por su talle frágil y elegante a la rama flexible del bambú. Y con las manos atadas a la espalda por el
negro, me arrastraron a la fuerza los otros eunucos, a pesar de mis protestas y a pesar de los gritos y
testimonios de todos los transeúntes que me vieron adosado al muro y que decían a mis raptores: "¡Pero
si no ha hecho nada! ¡Es un pobre hombre que barre basuras y limpia tripas! ¡Es ilícito ante Alah detener
y maniatar a un inocente!" Pero sin querer escuchar nada, continuaron arrastrándome en pos del harén.
"En tanto, yo pensaba para mí: «¿Qué delito he podido comet er? Sin duda todo se debe al olor
bastante desagradable de las tripas que ha herido el olfato de esa dama, la cual acaso esté encinta y haya
sentido entonces algún trastorno interno. Creo que tal será el motivo, quizá también mi aspecto un tanto
repugnante y mi traje roto, que deja ver las vergüenzas de mi persona. ¡No hay recurso más que en Alah!
"Siguieron, pues, arrastrándome los eunucos, entre las protes tas de los transeúntes apiadados de mí,
hasta que llegamos todos a la puerta de una casa grande, y me hicieron entrar en una antesala cuya
magnificencia no sabría yo describir nunca.
Y pensé en mi ánima «He aquí el sitio que se reserva para mi suplicio. ¡Me matarán, y nadie de mi
familia sabrá la causa de mi desaparición!» Y en aquellos ins tantes también pensé en mi pobre borrico,
que era tan servicial y que jamás coceaba ni derribaba las tripas o las banastas de basura.
Pero pronto me sacó de mis aflictivos pensamientos la llegada de un guapo esclavito, que fué a
rogarme dulcemente que le siguiera, y me con dujo a un hammam, donde me recibieron tres hermosas
esclavas, que me dijeron: «¡Date prisa a quitarte esos andrajos!» Así lo hice, y al punto me introdujeron
ellas en la sala caldeada, en la cual me baña ron con sus propias manos, encargándose una de mi cabeza,
otra de mis piernas, otra de mi vientre: me dieron masaje, me friccionaron, me perfumaron y me secaron.
Tras de lo cual lleváronme ropas mag níficas y me rogaron que me las pusiese. Pero yo estaba muy
perplejo y no sabía por dónde cogerlas ni cómo ponérmelas, porque nunca en mi vida las había visto
iguales; y dije a las jóvenes: «¡Por Alah, oh mis señoras! ¡creo que voy a seguir desnudo, pues jamás
conseguiré yo solo vestirme con estas ropas tan extraordinarias!»
Entonces se acercaron ellas a mí riendo, y me ayudaron a vestirme, haciéndome al mismo tiempo
cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mer cancía, que encontraron enorme y de buena
calidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y sé calló discretamente.
Pero cuando llegó la 388ª noche
Ella dijo:
"...haciéndome al mismo tiempo cosquillas, y pellizcándome, y tomando a peso mi mercancía, que
encontraron enorme y de buena calidad. Y en medio de ellas no sabía yo lo que iba a ser de mí, cuando,
después de vestirme y rociarme con agua de rosas, me cogieron del brazo, e igual que se conduce a un
recién casado, me guiaron a una sala amueblada con una elegancia que nunca sabrá describir mi lengua, y
adornada de pinturas con líneas entrelazadas y coloreadas de un modo muy agradable. Y apenas entré
allí, vi tendida perezosamente en un lecho de bambú y marfil, y vestida con un traje ligero de tela de
Mossul, a la propia dama consabida, que estaba rodeada por algunas de sus esclavas.
Al verme me llamó, haciéndome señas para que me acercara. Me acerqué, y me dijo que me sentase;
me senté. Ordenó a las esclavas entonces que nos sirvieran la comida; y nos sirvieron manjares
asombrosos, cuyo nombre no podré citar nunca, pues nunca en mi vida los vi semejantes. Comí de
algunos para satisfacer mi ham bre, y después me lavé las manos para comer frutas. Entonces trajeron las
copas de bebidas y los pebeteros llenos de perfumes; y cuando nos perfumaron con vapores de incienso y
benjuí, la dama me sirvió de beber con sus propias manos, y bebió conmigo en la misma copa, has ta que
nos pusimos ebrios ambos.
Entonces hizo una seña a sus escla vas, que desaparecieron todas y nos dejaron solos en la sala. Al
punto ella me atrajo hacia sí y me cogió en sus brazos. Y la serví la con fitura para que se endulzase,
dándola los pedazos de fruta a la vez que el escarchado. Y cuando la oprimía contra mí, me sentía
embriagado por el perfume de almizcle y ámbar de su cuerpo, y creía soñar o tener en mis brazos alguna
hurí del paraíso.
"Así estuvimos enlazados hasta por la mañana; luego me dijo ella que había llegado el momento de
que me retirara, pero no sin pre guntarme dónde vivía; y cuando le di las indicaciones necesarias acerca
del particular, me dijo que mandaría que me avisaran en el momento favorable, y me entregó un pañuelo
bordado de oro y plata, en el cual había algo atado con varios nudos, diciéndome: `¡Para que compres un
pienso a tu burro!" Y salí de su casa absolutamente en el mismo estado que si saliera del paraíso.
"Cuando llegué a la mondonguería donde tenía yo mi vivienda, desaté el pañuelo, diciéndome:
«¡Tendrá cinco monedas de cobre, con las que al fin y al cabo habrá para comprar el almuerzo! » Pero
¡cuál no sería mi sorpresa al encontrar cincuenta mitkales de oro!
Me apre suré a hacer un agujero, enterrándolos allí, en previsión de días peores, y por dos monedas
de cobre me compré un pan y una cebolla, con lo cual hice mi comida, sentado a la puerta de mi tripería y
soñando con la aventura que me acaeció.
"A la caída de la tarde fué un esclavito a buscarme de parte de la que me amaba; y le seguí. Cuando
llegué a la sala en que me esperaba ella, besé la tierra entre sus manos; pero me levantó ella enseguida y
se echó conmigo en el lecho de bambú y de marfil, y me hizo pasar una noche tan bendita como la
anterior. Y por la mañana me dió otro pañuelo de oro. Y seguí viviendo de tal suerte durante ocho días
en teros, disfrutando cada vez un festín de confitura seca por una parte y otro de confitura húmeda por
otra, y cincuenta mitkales de oro para mí.
"Y he aquí que una noche me había presentado en su casa, y esta ba ya en el lecho dispuesto a
desempaquetar mi mercancía, como de costumbre, cuando de pronto entró una esclava, dijo algunas
palabras al oído de su ama, y me arrastró vivamente fuera de la sala para lle varme al piso de encima,
donde me encerró con llave, y se fué. Y al propio tiempo oí en la calle patear de caballos, y por la
ventana que daba al patio vi entrar en la casa a un joven como la luna, acompañado por un séquito
numeroso de guardias y de esclavos.
Entró en la sala donde se hallaba la joven, y pasó con ella toda la noche, entre holgo rios, asaltos y
demás cosas parecidas. Y yo oía sus movimientos y podía contar con los dedos el número de clavos que
sepultaban por el ruido asombroso que cada vez hacían.
Y pensaba en mi ánima: ¡Por Alah! ¡han instalado en la cama una herrería, y debe estar muy caliente
la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!...»
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 389ª noche
Ella dijo:
«...debe estar muy caliente la barra de hierro para que suene de esa manera el yunque!
"Por fin cesó el ruido a la mañana, y vi al joven del martillo retumbante salir por la puerta grande y
marcharse seguido de su es colta. Apenas desapareció, cuando fué a buscarme la joven, y me dijo: «¿Viste
al joven que acaba de partir?» Contesté: «¡Sí, por cierto!» Ella me dijo: «¡Es mi marido! ¡Pero voy a
contarte enseguida lo que ha pasado entre nosotros y a explicarte el porqué hube de escogerte por amante!
Has de saber que un día estaba yo sentada junto a él en el jardín, cuando me dejó de repente para
desaparecer hacia la cocina. Primeramente creí que iba a satisfacer una necesidad apremiante; pero al
cabo de una hora, como no le veía volver, fui en busca suya adonde pensaba encontrarle, mas no estaba
allí. Volví sobre mis pasos enton ces, y me dirigí a la cocina, para preguntar por él a los criados. Y al
entrar le vi acostado en la estera con la servidora más ordinaria, la que fregaba los platos. Al ver
aquello, me retiré a toda prisa e hice juramento de no recibirle en mi lecho mientras no me hubiese
vengado de él entregándome a mi vez a un hombre de la condición más baja y del más repulsivo aspecto.
Y al punto empecé a recorrer la ciudad en busca de aquel hombre.
Y he aquí que hacía ya cuatro días que recorría las calles con tal propósito, cuando te encontré, y tu
aspecto sucio y tu olor infecto me decidieron a escogerte como el hombre más repug nante entre todos los
que había visto. Ahora ha pasado lo que ha pasa do, y yo cumplí mi juramento al no reconciliarme con mi
marido más que después de haberme entregado a ti.
¡Ya puedes retirarte, por tanto, y ten la seguridad de que si mi marido volviera a acostarse con alguna
de sus esclavas, no dejaría yo de hacer que te llamasen, para darle su merecido!»
Y me despidió, regalándome cuatrocientos mitka les más como gratificación. ¡Me marché entonces, y
vine aquí a im plorar de Alah que incitara al marido a volver al lado de la sirvienta, para que la mujer me
llamase a su lado! Y tal es mi historia, ¡oh señor emir el-hadj!"
Y al oír estas frases, el emir el-hadj se encaró con los circunstan tes, y les dijo: "Hay que perdonar
sus palabras condenables a este hombre, porque la excusa su historia!"
Luego dijo Schehrazada:
La joven Frescura-de-los-ojos
Amrú ben-Mosseda nos cuenta la anécdota siguiente:
"Un día, Abú-Issa, hijo de Harún Al-Raschid, vio en casa de su pariente Alí, hijo de Hescham, una
esclava joven, llamada Frescura -de-los-Ojos, de la cual quedó violentamente prendado. Con el mayor
cuidado probó Abú-Issa ocultar el secreto de su amor y no participar a nadie los sentimientos que
experimentaba; pero hizo cuanto pudo pa ra decidir indirectamente a Alí a que le vendiera su esclava.
Al cabo de un largo transcurso de tiempo, comprendió que eran inútiles todos los trabajos
encaminados a tal fin, y resolvió cambiar de plan. Fué en busca de su hermano el califa Al-Mamúm, hijo
de Al -Raschid, y le rogó que le acompañara al palacio de Alí, con objeto de darle una sorpresa con su
visita. El califa aprobó la idea; hicieron preparar los caballos y se presentaron en el palacio de Alí, hijo
de Hescham.
Cuando Alí les vió entrar, besó la tierra entre las manos del califa, e hizo abrir la sala de los festines
en la cual les introdujo. Se encon traron en una sala hermosísima, cuyos pilares y muros eran de már moles
de diferentes colores, con incrustaciones de estilo griego, que tra zaban dibujos muy agradables a la vista;
y el piso de la sala estaba cu bierto por una estera de Indias, sobre la que se extendía una alfombra de
Bassra, de una pieza, que ocupaba toda la superficie de la sala a lo largo y a lo ancho.
Al-Mamúm se detuvo primero un instante para admirar el techo, las paredes y el suelo, y luego dijo:
"Bueno Alí, ¿a qué esperas para darnos de comer?" Al momento dió Alí una pal mada, y entraron unos
esclavos cargados con mil variedades de pollos, pichones y asados de todas clases, calientes y fríos;
había también todo género de manjares líquidos y manjares sólidos, y especialmente mucha caza rellena
con pasas y almendras, porque a Al-Mamúm le gustaba de una manera extraordinaria la caza,
principalmente rellena con pasas y almendras. Acabada la comida, llevaron un vino asombroso extraído
de unas uvas escogidas grano a grano y cocido con frutas perfumadas y nueces aromáticas comestibles; y
en copas de oro, de plata y de cristal lo sirvieron unos jóvenes como lunas, que iban vestidos con ligeras
telas ondulantes de Alejandría adornadas con delicados bor dados de plata y oro; al mismo tiempo que
presentaban las copas a los comensales, aquellos jóvenes les rociaban con agua de rosas almiz clada,
valiéndose de hisopos enriquecidos con pedrerías.
Tan encantado de todo aquello quedó el califa, que abrazó a su huésped, y le dijo: "¡Por Alah, oh Alí!
¡En adelante ya no te llamaré Alí, sino el Padre-de-la-Belleza!" Y Alí, hijo de Hescham, a quien des de
entonces llamaron, efectivamente, Abul-tamal, besó la mano del ca lifa, y luego hizo una seña a su
chambelán. Enseguida se descorrió al fondo de la sala un cortinaje, y aparecieron diez jóvenes cantoras,
ves tidas de seda negra y hermosas como un pensil de flores. Se adelantaron y fueron a sentarse en unos
sillones de oro que habían puesto en co rro en la sala diez esclavos negros. Y preludiaron algo en
instrumentos de cuerda, con una ciencia perfecta, cantando luego a coro una oda de amor.
Entonces Al-Mamúm miró a la que más le había emocionado de las diez, y le preguntó: "¿Cómo te
llamas?" Ella contestó: "Me llamo Armonía, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "¡Sabes llevar muy bien
el nombre, Armonía! ¡Deseo oírte cantar cualquier cosa!"
Entonces Ar monía templó su laúd y cantó:
¡Mi dulzura
tiene miedo de las miradas,
y mi corazón sensible
teme
a los ojos de los enemigos!
¡Pero cuando se acerca el amigo
el placer
me hace estremecerme
y toda derretida
me entrego a él!
¡Pero si se aleja,
tiemblo de emoción,
como la gacela
que pierde a su cría!
Al-Mamúm le dijo encantado: "Triunfaste, ¡oh joven! ¿Y quién compuso esos versos?" Ella contestó:
"Amrú Al-Zobaidí; y la música es de Mobed". El califa vació la copa que tenía en la mano, y su hermano
Abú-lssa y Abul-tamal hicieron lo propio. Cuando ya deja ban las copas, entraron otras diez cantoras,
vestidas de seda azul y ce ñidas con cendales del Yamán bordados de oro; se acomodaron en los sitios de
las diez primeras, que se marcharon entonces, y templando sus laúdes preludiaron un coro con notable
maestría.
A la sazón fijó sus miradas el califa en una de ellas, que era un cristal de roca, y le preguntó: "¿Cuál
es tu nombre, ¡oh joven!?" Ella contestó: "Corza, ¡oh Emir de los Creyentes!"
El dijo: "¡Pues bien, Corza, cántanos cualquier cosa!" Entonces, la que se llamaba Corza templó su
laúd y cantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 390ª noche
Ella dijo:
...Entonces la que se llamaba Corza, templó su laúd y cantó:
¡Libres huríes y vírgenes,
nos reímos de las sospechas!
¡Somos las gacelas de la Meca,
a las que está prohibido espantar!
¡La gente soez
nos acusa de vicios
porque tenemos los ojos lánguidos
y porque es encantador nuestro lenguaje!
¡Hacemos ademanes indecentes
que obligan a desviarse
a los musulmanes piadosos!
A Al-Mamúm le pareció deliciosa esta canción, y preguntó a la joven: "¿De quién es?" Ella contestó:
"Los versos son de Jarir, y la música es de lbn-Soraij". Entonces, el califa y los otros dos vaciaron sus
copas, mientras se retiraban las esclavas para ser reemplazadas al punto por otras diez cantoras, vestidas
de seda escarlata, ceñidas con cenda les escarlata, y mostrando suelto el cabello, que les caía
pesadamente por la espalda. Ataviadas con aquel color rojo, semejábanse a un rubí de múltiples reflejos.
Se sentaron en los sillones de oro y cantaron a coro, acompañándose cada cual con su laúd.
Y Al-Mamúm se encaró con la que brillaba más en medio de sus compañeras, y le preguntó: "¿Cómo
te llamas?" Ella contestó: "Seducción, ¡oh Emir de los Cre yentes!" El dijo: "Entonces, ¡oh Seducción!
date prisa a hacernos oír tu voz sola".
Y acompañándose con el laúd, Seducción cantó:
Los diamantes y los rubíes,
los brocados y las sedas,
importan poco a las bellas!
Sus ojos son de diamantes,
sus labios son de rubíes,
Y de seda es lo demás!
Extremadamente encantado, preguntó el califa a la cantora: "¿De quién es ese poema, ¡oh
Seducción!?" Ella contestó: "Es de Alí ben -Zeid; en cuanto a la música, es muy antigua, y se desconoce al
autor".
Al-Mamúm, su hermano Abú-Issa y Alí ben-Hescham vaciaron sus co pas, y diez nuevas cantoras,
vestidas de tisú de oro y con el talle opri mido por cinturones de oro resplandecientes de pedrerías,
fueron a sen tarse en los sillones y cantaron como las anteriores. Y el califa pre guntó a la de cintura fina:
"¿Tu nombre?"
Ella dijo: "Gota-de-Rocío, ¡oh Emir de los Creyentes!" Dijo él: "¡Pues bien, Gota-de-Rocío, espe -
ramos de ti unos versos!" Y al punto cantó ella:
¡He bebido vino en su mejilla,
y se me huyó la razón!
¡Y vestida solamente
con mi camisa per fumada
de nardo y de aromas;
saldré a la calle
para dar fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Al oir estos versos, exclamó Al-Mamúm: "¡Ya Alah! ¡Triunfaste, oh Gota-de-Rocío! ¡Repíteme los
últimos versos!" Y pulsando las cuer das de su laúd, Gota-de-Rocío los repitió en un tono más sentido:
¡Saldré a la calle
para darte fe de nuestros amores,
con mi camisa perfumada
de nardo y de aromas!
Y el califa le preguntó: " ¿De quién son esos versos, ¡oh Gota-de - Rocío? Ella dijo: "De Abu-Nowas,
¡oh Emir de los Creyentes! y la música es de Ishak".
Cuando acabaron de tocar las diez esclavas, el califa quiso dar por terminada la fiesta y levantarse.
Pero se adelantó Alí ben-Hescham, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! todavía tengo una esclava que
he comprado por diez mil dinares y que deseo mostrar al califa; dígnese, pues, permanecer aún algunos
momentos.
Si le gusta, podrá guardarla como suya; si no le gusta, no habré dejado de someterla a su opinión".
Al-Mamúm dijo: "¡Venga a mí, pues, esa esclava!" En el mismo mo mento apareció una joven de
incomparable belleza, flexible y delgada co mo una rama de bambú, con ojos babilónicos llenos de
hechizos, con cejas de arco riguroso y con tez robada a los jazmines; ceñia a su frente una diadema
enriquecida con perlas y pedrerías, sobre la cual corría este verso en letras de diamantes:
¡Encantadora y educada por los genios, sabe punzar los corazones con las flechas de un
arco sin cuerda!
La joven continuó avanzando lentamente, y fué a sentarse sonrien do en el sillón de oro que estaba
reservado para ella. Pero apenas la vió entrar Abú-Issa, el hermano del califa, cambió de color de
manera tan inquietante, que Al-Mamúm se dio cuenta de ello, y le preguntó: "¿Qué te pasa, ¡oh, hermano
mío! para cambiar de color así?"
El interpelado contestó: "¡Oh, Emir de los Creyentes! ¡sólo es una molestia en el hí gado, que ya me ha
dado otras veces!" Pero Al-Mamúm insistió y le dijo: "¿Acaso conoces a esa joven y la viste antes de
hoy?" Abú -Issa no quiso negarlo, y dijo: "¿Habrá ¡oh Emir de los Creyentes! quien ignore la existencia de
la luna?"
El califa se encaró entonces con la joven, y le preguntó: "¿Cómo te llamas, joven?" Ella contestó:
"Frescura-de-los-Ojos, ¡oh Emir de los Creyentes!"
Él dijo: "¡Pues bien, Frescura-de-los-Ojos, cántanos cualquier cosa!" Y cantó ella:
¿Sabe amar quien no lleva el amor más que en su lengua, y aloja la diferencia en su
corazón?
¿Sabe amar aquel cuyo corazón es una roca, mientras finge pasión su rostro?
¡Me han dicho que la ausencia cura las torturas del amor! Pero ¡ay! ¡no nos curó la
ausencia!
¡Nos dicen que volvamos junto al ser amado, pero el remedio no surte efecto, porque el ser
amado desconoce nuestro amor!
Maravillado de su voz, le preguntó el califa: "¿Y de quién es esa canción, ¡oh Frescura-de-los-
Ojos!?" Ella dijo: "Los versos son de El -Kherzaí y la música es de Zarzur". Pero Abú-Issa, a quien
sofocaba la emoción, dijo a su hermano: "¡Permíteme responderle, oh Emir de los Creyentes!"
Dio el califa su aprobación, y Abú-Issa cantó:
¡En mis ropas hay un cuerpo adelgazado, y un corazón torturado dentro de mi seno!
¡Si mantuve mi amor sin que me saliera a los ojos, fue por temor de ofender a la luna en
quien se cifra!
Cuando Alí, Padre-de-la-Belleza, hubo oído esta respuesta, com prendió que Abú-Issa amaba
locamente a su esclava Frescura-de-los-Ojos. Levantóse al punto, e inclinándose ante Abú-Issa, le dijo:
"¡Oh huésped mío! no se dirá que nadie formuló en mi casa un anhelo, aun que fuera mentalmente, sin
haberlo realizado al instante.
¡Así, pues, si el califa quiere permitirme que haga una oferta en su presencia, Fres cura-de-los-Ojos
se convertirá en tu esclava!"
Y como el califa dió su consentimiento, Abú-Issa se llevó a la joven.
¡Porque tanta era la generosidad sin par de Alí y de los hombres de su época!"
Luego, para terminar, aún contó Schehrazada esta anécdota:
¿Mujeres o jovenzuelos?
Cuenta el sabio Omar Al-Homs:
"En el año quinientos sesenta y uno de la hégira hizo un viaje a Hama la mujer más instruida y más
elocuente de Bagdad, la que todos los sabios del Irak llamaban la Maestra de los Maestros. Y he aquí que
aquel año llegaron a Hama desde todas las comarcas de los países musulmanes los hombres más
versados en las diversas ramas de los conocimientos; y todos se alegraban de poder oír e interrogar a
esta mujer maravillosa entre todas las mujeres, que viajaba de aquel modo de país en país, en compañía
de un joven hermano suyo, para sostener tesis públicas acerca de las cuestiones más difíciles, e
interrogar y ser interrogada sobre todas las ciencias, la jurisprudencia, la teología y las bellas letras.
Deseoso de oírla, rogué a mi amigo el sabio jeique El-Salhaní que me acompañara al sitio donde
argumentaba ella aquel día. El jeique El- Salhaní aceptó, y nos presentamos ambos en la sala donde Sett
Zahía se mantenía detrás de una cortina de seda para no contravenir la costumbre de nuestra religión. Nos
sentamos en un banco de la sala, y su hermano cuidó de nosotros, sirviéndonos frutas y refrescos.
Después de haberme hecho anunciar a Sett Zahía, declinando mi nombre y mis títulos, empecé con
ella una discusión acerca de la juris prudencia divina y acerca de las diferentes interpretaciones que a la
ley dieron los más sabios teólogos de los tiempos antiguos. En cuanto a mi amigo el jeique El-Salhaní,
desde el instante que divisó al joven her mano de Sett Zahía, jovenzuelo de una belleza extraordinaria de
rostro y de formas, quedó maravillado de admiración en el límite del entusias mo, y no separó de él ya sus
miradas. Así es que no tardó Sett Zahía en darse cuenta de la distracción de mi compañero, y cuando la
observó, acabó por comprender los sentimientos que le animaban. Le llamó de pronto por su nombre, y le
dijo: "Me parece ¡oh jeique! que eres de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 391ª noche
Ella dijo:
"...de los que prefieren los jovenzuelos a las mujeres". Mi amigo sonrió, y dijo: "¡Así es!" Ella
preguntó: "¿Y por qué? ¡oh jeique!"
El dijo: "¡Porque Alah ha modelado el cuerpo de los jovenzuelos con una perfección admirable, en
detrimento de las mujeres, y mis gustos me impulsan a preferir en toda cosa lo perfecto a lo imperfecto!"
Ella se rió detrás de la cortina, y dijo: "¡Pues bien; si quieres defender tu opinión, estoy dispuesta a
responderte!" El dijo: "¡Con mucho gusto!"
Entonces le preguntó ella: "¡En tal caso, explícame cómo podrás pro barme la superioridad de los
hombres y de los adolescentes sobre las mujeres y las jóvenes!"
El dijo: "¡Oh mi señora! la prueba que me pides puede hacerse de una parte por la lógica del
razonamiento y de otra parte por el Libro y por la Sunna.
"En efecto, dice el Corán: "Los hombres superan con mucho a las mujeres, porque Alah les ha dado la
superioridad". También dice: "En cualquier herencia, la parte correspondiente al hombre debe ser el
doble de la correspondiente a la mujer; así es que el hermano here dará dos veces más que su hermana".
Estas palabras santas nos prue ban, pues, y establecen de manera permanente, que a una mujer no se la
debe considerar más que como a la mitad de un hombre.
"En cuanto a la Sunna, nos enseña que el Profeta (¡con él la ple garia y la paz!) estimaba el sacrificio
expiatorio de un hombre como si tuviese dos veces más valor que el de una mujer.
"Si recurrimos ahora a la lógica pura, veremos que la razón con firma la tradición y la enseñanza. En
efecto, si nos preguntamos senci llamente: "¿Quién tiene la prioridad, el ser activo o el ser pasivo?", la
respuesta será sin duda alguna en favor del ser activo. Y el principio activo es el hombre, y la mujer es el
principio pasivo. No hay que va cilar, por tanto. ¡El hombre se halla por encima de la mujer, y el joven es
preferible a la joven!"
Pero Sett Zahía contestó: "¡Tus citas son exactas!, ¡oh jeique! Y contigo reconozco que en su Libro
Alah ha dado a los hombres prefe rencia sobre las mujeres. Pero no especificó nada y habló de una
manera general. ¿Por qué, pues, si buscas la perfección de las cosas, te diriges solamente a los jóvenes?
¡Deberías preferir a los hombres de barba, a los venerables jeiques de frente arrugada, pues que fueron
más lejos en la vía de la perfección!"
El contestó: "Sí, por cierto, ¡oh mi señora! Pero no comparo ahora a los ancianos con las mujeres
viejas, pues no se trata de eso, sino sola mente de sacar deducciones de los jóvenes. En efecto, me
concederás, ¡oh mi señora! que nada en la mujer puede compararse a las perfec ciones de un joven
hermoso, a su talle flexible, a la finura de sus miem bros, al conjunto de colores tiernos que hay en sus
mejillas, a la gen tileza de su sonrisa y al encanto de su voz. Por cierto que para ponernos en guardia
contra una cosa tan evidente, nos dice el propio Profeta: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los
mozuelos sin barba, porque tienen ojos más tentadores que los de las huríes!"
Además, ya sabes que la mayor alabanza que puede hacerse de la belleza de una joven es compararla
con la de un mozuelo. Bien conoces los versos en que el poeta Abu-Nowas habla de todo eso, y el poema
en que dice:
¡Tiene ella las caderas de un mozo, y se balancea al viento ligero como al soplo del Norte
se balancea la rama del ban!
"Así, pues, si los encantos de los jóvenes no fueran notoriamente superiores a los de las jóvenes, ¿por
qué se sirven de ellos los poetas como término de comparación?
"Además, no ignoras que el adolescente no se limita a estar bien formado, sino que sabe arrebatarnos
los corazones con el encanto de su lenguaje y lo agradable de sus maneras. ¡Y es tan delicioso cuando un
bozo incipiente comienza a sombrear sus labios y sus mejillas, donde anidan pétalos de rosa! ¿Y es que
puede encontrarse en el mundo algo comparable al encanto que en aquel momento despide? ¡Qué razón
tenía el poeta Abu-Nowas al exclamar:
Me dicen sus calumniadores envidiosos: "¡Ya empiezan los pelos a hacer rugosos sus
labios!" Pero yo les digo: "¡Cuán grande es vuestro error! ¿Cómo puede pareceros un defecto
ese adorno?
"¡Ese bozo realza la blancura de su cara y de sus dientes, como un engarce verde realza el
brillo de las perlas! ¡Es un indicio encan tador de las fuerzas nuevas que adquiere su grupa!
"Han hecho las rosas juramento solemne de no borrar jamás de las mejillas de él sus
colores milagrosos! ¡Saben sus párpados hablar nos con lenguaje más elocuente que el de sus
labios, y sus cejas saben contestar con precisión!
"¡Los pelos, objeto de vuestra maledicencia, sólo han crecido para preservar sus encantos
y ponerlos al abrigo de vuestros ojos groseros! ¡Dan al vino de su boca un sabor más
pronunciado; y el verde de su barba en sus mejillas de plata les añade un color más vivo para
entusiasmarnos!”
"También ha dicho otro poeta:
Me dicen los envidiosos: "¡Cuán ciega es tu pasión! ¿No ves que ya los pelos cubren sus
mejillas?"
Yo les digo: "¡Si no estuviera la blancura de su rostro atenuada por la sombra dulce de su
bozo, sería imposible que sostuvieran su resplandor mis ojos!
"Y además, ¿cómo, después de haber cultivado una tierra mientras era fértil, voy a
abandonarla cuando la fertiliza la primavera?"
"Por último, ha dicho otro entre mil:
¡Esbelto mozo! ¡Sus miradas y sus mejillas luchan entre sí por quién hará más víctimas
entre los hombres!
¡Derrama sangre de corazones con una espada hecha de pétalos de narciso, y cuya vaina y
cuyo tahalí se lo robaron a los mirtos!
¡Tantas envidias suscitan sus perfecciones, que la misma belleza desea convertirse en
mejilla velluda!
"He aquí ¡oh mi señora! pruebas bastantes para demostrar la Superioridad de la belleza de los mozos
sobre la de las mujeres en general."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 392ª noche
Ella dijo:
"...la superioridad de la belleza de los mozos sobre la de las mujeres en general".
Al oír estas palabras, contestó Sett Zahía: "Alah perdone tus ar gumentos erróneos, si es que no
hablaste solamente por hablar o en broma. ¡Pero ahora va a triunfar la verdad! No endurezcas tu corazón
y prepara tu oído para escuchar mis argumentos.
¡Por Alah sobre ti! Dime dónde se halla el joven cuya belleza pue de compararse con la de una joven.
¿Olvidas que la piel de una joven, no sólo tiene el resplandor y la blancura de la plata, sino también la
dulzura de los terciopelos y las sedas? ¡Su cintura es la rama del mir to y del ban! ¡Su boca es una
manzanilla en flor, y sus labios dos ané monas húmedas! Sus mejillas, manzanas; calabacitas de marfil, sus
senos.
Su frente irradia claridad, y de continuo dudan sus dos cejas, sin saber si deben reunirse o separarse.
Cuando habla, se desgranan en su boca perlas finas; cuando sonríe, se escapan torrentes de luz de sus
labios, que son más dulces que la miel y más suaves que la manteca. En el hoyo de su mentón está
impreso el sello de la belleza. En cuanto a su vientre, ¡qué bonito es! Tiene a los lados líneas admirables
y pliegues generosos que se superponen unos a otros. Sus muslos están hechos con una sola pieza de
marfil y los sostienen las columnas de sus pies, formados con pasta de almendra.
¡Pero por lo que respecta a sus nalgas, son de buena ley, y cuando suben y bajan se las creería las
olas de un mar de cristal o montañas de luz! ¡Oh pobre jeique!, ¿acaso pueden compararse los hombres a
los genios? ¿No sabes que los reyes, los califas y los más grandes personajes de que hablan los anales
fueron esclavos obedientes de las mujeres y consideran como una gloria soportar su yugo?!
Cuán tos hombres eminentes bajaron la frente, sojuzgados por sus encantos! ¡Cuántos abandonaron por
ellas riquezas, país, padre y madre! ¡Cuán tos reinos perdiéronse por ellas! ¡Oh pobre jeique!, ¿no es para
ellas para quienes se levantan los palacios, se borda la seda y los brocados y se tejen las telas más ricas?
¿No es para ellas para quienes tan buscados son por su perfume agradable y dulce el ámbar y el
almizcle? ¿Olvidas que sus encantos han condenado a los habitantes del paraíso, y han tras tornado la
tierra y el universo y han hecho correr ríos de sangre?
"Pero respecto a las Palabras que citaste del Libro, son más fa vorables a mi causa que a la tuya.
Son esas Palabras: "¡No prolonguéis vuestras miradas sobre los mozuelos sin barba, porque tienen
ojos más tentadores que los de las huríes!" Ya ves que se trata de una alabanza directa a las huríes del
paraíso, que sirven de término de comparación, siendo mujeres y no mozos. ¡Y hasta vosotros, los
aficionados a los adolescentes, cuando queréis describir a vuestros amigos, comparáis sus caricias con
las de las jóvenes! No os da vergüenza de vuestros gustos corrompidos, os complacéis en ellos y los
satisfacéis en público.
Olvidáis las palabras del Libro: "¿Por qué buscar el amor de los varones? ¿No ha creado Alah a las
mujeres para satisfacción de vuestros deseos?' ¡Go zad, pues, con ellas a vuestro sabor! ¡Pero sois un
pueblo terco!"
"Si a veces comparáis a las jóvenes con los mozuelos, unicamente se debe a vuestros deseos
corrompidos y a vuestro gusto pervertido!
Sí, conocemos bien a vuestros poetas aficionados a los mozos! ¿No ha di cho el más grande de ellos,
el jeique de los pederastas, Abu-Nowas, hablando de una joven:
¡Igual que un joven, no tiene caderas, y hasta se ha cortado los cabellos! ¡Y he aquí que un tierno bozo
sombrea su rostro y da doble valor a sus encantos! ¡Así puede satisfacer al pederasta y al adúltero!
“Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes...
En este momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
Cuando llegó la 393ª noche
Ella dijo:
"...Y en cuanto al supuesto atractivo que da la barba a los jóvenes, ¿no sabes ¡oh jeique! los versos
del poeta a este respecto?
Escucha:
¡He aquí que al nacer en su mejilla los primeros pelos, ha huído su amante!
¡Porque cuando el carbón de la barba ennegrece el mentón, convie rte en humo los encantos
del joven!
Y cuando la página en blanco del rostro se llena con lo negro de la escritura, ¿quién que no
sea un ignorante querrá tomar la pluma todavía?
"Así, pues, ¡oh jeique! rindamos homenaje a Alah el Altísimo, que supo reunir en las mujeres todos
los goces que pueden llenar la vida, y prometió a los profetas, a los santos y a los creyentes darles el
paraíso como recompensa a las huríes maravillosas. Y claro que, si Alah el infinitamente bueno
comprendiera que había en reali dad fuera de las mujeres otras voluptuosidades, sin duda se las hub iese
prometido y reservado a sus fieles creyentes. Sin embargo, Alah no habla nunca de los mozuelos más que
para presentarlos co mo servidores de los elegidos en el paraíso; pero a nadie se los pro metió ninguna
vez con otros fines. ¡Y el mismo Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) no se inclinó jamás en tal sentido,
sino al contr ario! Porque acostumbraba repetir a sus compañeros: "¡Tres cosas te hacen amar este mundo:
las mujeres, los perfumes y la frescura que presta al alma la plegaria!".
Pero mejor de lo que yo sabría hacerlo, resumen mi opinión ¡oh jeique! estos versos del poeta:
¡Entre trasero y trasero hay diferencia! ¡Si os acercáis a uno, se os tizna de amarillo el
traje; pero si os acercáis al otro se os perfuma!
¿Cómo hay quien compare al mozo con la moza? ¿Se atrevió nunca nadie a preferir la
madera olorosa del nadd a los excrementos de los cetáceos?
"Pero veo que la discusión me excitó demasiado y me hace rebasar los límites de la conveniencia en
que deben mantenerse las mujeres, principalmente en presencia de los jeiques y los sabios. Me apresuro,
pues, a pedir perdón a quienes hayan podido molestarse u ofenderse, y cuento con su discreción para
cuando salgan de esta entrevista, por que dice el proverbio:
"¡El corazón de los hombres bien nacidos es una tumba para los secretos!"
Cuando hubo acabado de contar esta anécdota, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey afortunado! lo
que pude recordar de las anécdo tas encerradas en el Paraíso florido del ingenio y el Jardín de la ga -
lantería!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡En verdad, Schehrazada, que me encantaron en extremo esas anécdotas, y
me entran ahora deseos de oír una historia como las que me contabas antes!"
Schehrazada contestó:
"¡En ello pensaba precisamente!" Y dijo enseguida:
El falso califa
Cuentan que una noche el califa Harún Al-Raschid, presa del in somnio, hizo llamar a su visir Giafar
Al-Barmaki, y le dijo: "¡Tengo oprimido el pecho, y deseo ir a pasearme por las calles de Bagdad y
llegar hasta el Tigris, para ver si paso la noche distraído!" Giafar con testó oyendo y obedeciendo, y al
punto se disfrazó de mercader, tras de ayudar al califa a que se disfrazara de lo mismo y de llamar al
porta alfanje Massrur para que les acompañara disfrazado como ellos. Luego salieron del palacio por la
puerta secreta, y empezaron a recorrer len tamente las calles de Bagdad, silenciosas a aquella hora, y de
esta guisa llegaron a la orilla del río. En una barca amarrada vieron a un barque ro viejo que se disponía a
arroparse en su manta para dormir.
Se acer caron a él, y después de las zalemas, le dijeron: "¡Oh jeique! ¡deseamos de tu amabilidad que
nos lleves en tu barca para pasearnos un poco por el río, ahora que hace fresco y es deliciosa la brisa! ¡Y
he aquí un dinar por tu trabajo!" Y el interpelado contestó con acento de terror en la voz: "¿Sabéis lo que
pedís, señores? Por lo visto no conocéis la prohibición. ¿No veis venir hacia nosotros el barco en que se
halla el califa con todo su séquito?"
Preguntaron muy asombrados: "¿Estás se guro que ese barco que se acerca lleva al propio califa?" El
otro contestó: "¡Por Alah! ¿y quién no conoce en Bagdad la cara de nues tro amo el califa? ¡Sí, mis
señores, es el mismo, con su visir Giafar y su portaalfanje Massrur! ¡Y mirad con ellos a los mamalik y a
los can tores! Oíd cómo grita el pregonero, de pie en la proa: "Prohibido a grandes y a pequeños a
jóvenes y a viejos, a notables y a plebeyos, pa searse por el río! ¡A quien contravenga esta orden se le
cortará la ca beza o será colgado del mástil de su barco!"
Al oír tales palabras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 394ª noche
Ella dijo:
...Al oír tales palabras, Al-Raschid llegó al límite del asombro, porque no había dado nunca
semejante orden, y hacía más de un año que no se paseaba por el río. Miró, pues, a Giafar y le interrogó
con los ojos acerca de lo que significaba aquello. Pero Giafar, tan asom brado como el califa, se encaró
con el barquero viejo, y le dijo: "¡Oh jeique" he aquí dos dinares para ti. Pero date prisa a llevarnos en tu
bar ca y a ocultarnos en una de esas casetas abovedadas que hay a flor de agua, sencillamente para que
podamos ver el paso del califa y su séquito sin que nos vean y nos prendan". Tras de dudar mucho, el
bar quero aceptó la oferta, y después de llevar en su barca a los tres, los guareció en una caseta y extendió
sobre ellos una manta negra para que se les divisase menos aún.
Apenas se habían colocado así, vieron acercarse el barco, iluminado por la claridad de teas y
antorchas que alimentaban con madera de áloe, esclavos jóvenes vestidos de raso rojo, con los hombros
cubiertos con mantos amarillos y la cabeza envuelta en muselina blanca. Unos se hallaban a proa y otros
a popa, y levantaban sus teas y sus antorchas, pregonando de cuando en cuando la prohibición consabida.
También vieron a doscientos mamalik de pie, alineados a ambos lados del barco, rodeando un estrado
situado en el centro, donde aparecía sentado en trono de oro un joven vestido con un traje de paño negro
realzado con bordados de oro; y a su derecha se mantenía un hombre que se asemej aba asombrosamente
al visir Giafar; y a su izquierda se mantenía con el alfanje desenvainado, otro hombre que se asemejaba
exactamen te a Massrur, mientras en la parte baja del estrado estaban sentadas por orden veinte cantarinas
y tañedoras de instrumentos.
Al ver aquello, exclamó Al-Raschid: "¡Giafar!"
El visir contestó: “!A tus órdenes, oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Segura mente debe ser
uno de nuestros hijos, quizá Al-Mamúm o quizá Al -Amín! Y de los dos que están de pie a su lado, uno se
parece a ti y el otro a mi portaalfanje Massrur. ¡Y las que se sientan al pie del estrado parecen de un
modo extraño a mis cantarinas habituales y a mis tañedoras de instrumentos! ¿Qué piensas de todo esto?
¡Yo estoy sumido en una perplejidad grande!" Giafar contestó: "¡Yo también, ¡por Alah! oh Emir de los
Creyentes!"
Pero ya habíase alejado de su vista el barco iluminado, y libre su angustia exclamó el viejo barquero:
"¡Por fin estamos seguros! ¡No nos ha visto nadie!"
Y salió de la caseta y condujo a la orilla a sus tres pasajeros. Cuando desembarcaron, se encaró con
él el califa, y le preguntó: "¡Oh jeique! ¿dices que el califa viene todas las noches a pasearse como hoy
en ese barco iluminado?" El otro contestó: "¡Sí, señor, y ya hace un año de esto!" El califa dijo: "¡Oh
jeique! somos extranjeros que estamos de viaje, y nos gusta regocijarnos con todos los espectáculos y
pasear por todos los sitios donde hay cosas hermosas que ver! ¿Quieres, pues, admitir estos diez dinares
y esperarnos aquí mis mo mañana a esta hora?" El barquero contestó: "¡Quiero y me honro!" Entonces se
despidieron de él el califa y sus dos acompañantes y regre saron al palacio comentando aquel espectáculo
extraño.
Al día siguiente, después de tener reunido el diwán durante toda la jornada y de recibir a sus visires,
chambelanes, emires y lugarte nientes, y de despachar los asuntos corrientes, y juzgar y condenar, y
absolver, el califa se retiró a sus habitaciones, quitándose sus ropas rea les para disfrazarse de mercader,
y acompañado de Giafar y Massrur tomó el mismo camino que la víspera, y no tardaron en llegar al río,
donde les esperaba el viejo barquero. Se metieron en la barca y fueron a ocultarse en la caseta, en la cual
esperaron la llegada del barco ilu minado.
No tuvieron tiempo de impacientarse, porque algunos instantes des pués apareció el barco sobre el
agua encendida por las antorchas y al son de los instrumentos. Y divisaron a las mismas personas que la
vís pera, el mismo número de mamalik y los mismos invitados, en medio de los cuales se hallaba sentado
en el estrado el falso califa entre el falso Giafar y el falso Massrur.
Al ver aquello, Al-Raschid dijo a Giafar: "¡Oh visir, estoy viendo una cosa que nunca habría creído
si fueran a contármela!" Luego dijo al barquero: "¡Oh jeique toma diez dinares más y condúcenos a la
zaga de ese barco; y nada temas, pues no nos han de ver porque están en me dio de la luz y nosotros en las
tinieblas. Nuestro objeto es disfrutar el hermoso espectáculo de esta iluminación sobre el agua!" El
barquero aceptó los diez dinares, y aunque muy atemorizado, empezó a remar sin ruido por la estela del
barco, cuidando de no entrar en el círculo lumi noso...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 395ª noche
Ella dijo:
...cuidando de no entrar en el círculo luminoso, hasta que llegaron todos a un parque que bajaba en
cuesta hasta el río, y en aquel sitio amarraron el barco. Desembarcaron el falso califa y todo su séquito, y
al son de los instrumentos penetraron en el parque.
Cuando estuvo lejos el barco, el viejo jeique costeó la orilla con su barca en la oscuridad para que a
su vez desembarcaran sus pasaje ros. Ya en tierra, fueron a mezclarse con la muchedumbre de individuos
que rodeaban al falso califa llevando antorchas en la mano.
Y he aquí que, mientras seguían de tal modo al cortejo, fueron advertidos por algunos mamalik y
reconocidos como instrusos. Al punto, los prendieron y condujeron a presencia del joven, que les
preguntó: ¿Cómo os arreglasteis para entrar aquí y por qué razón vinisteis?
Contestaron: "¡Oh señor nuestro! somos mercaderes extranjeros en este país. Hemos llegado hoy
precisamente, y nos hemos aventurado al acce so a este jardín. ¡Ibamos tan tranquilos, cuando nos ha
prendido vuestra gente, conduciéndonos entre vuestras manos!"
El joven les dijo: "¡No temáis, ya que sois extranjeros en Bagdad! De no ser así, sin duda haría que
os cortaran la cabeza!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "Dé jales que vengan con nosotros. ¡Serán
nuestros huéspedes por esta noche!" Acompañaron entonces al cortejo, y llegaron de tal suerte a un
palacio que no podía compararse en magnificencia más que con el del Emir de los Creyentes.
En la puerta de aquel palacio aparecía grabada esta ins cripción:
En esta morada donde siempre es bien venido el huésped, puso el tiempo la belleza de sus
matices y lo decoró el arte, y la acogida generosa de su dueño contenta el espíritu.
Entraron entonces en una sala magnífica, con el piso cubierto por una alfombra de seda amarilla, y
sentándose en un trono de oro, el falso califa permitió a los demás sentarse a su alrededor. Se sirvió
inmediata mente un festín; y todos comieron y se lavaron las manos; luego, cuando pusieron las bebidas
encima del mantel, bebieron prolongadamente en la misma copa, que se pasaban de unos a otros. Pero
cuando le llegó la vez, el califa Harún Al-Raschid no quiso beber. Entonces se encaró el falso califa con
Giafar y le preguntó: "¿Por qué no quiere beber tu amigo?" Giafar contestó: "¡Hace mucho tiempo, señor,
que dejó de beber!" El otro dijo: "¡En tal caso, mandaré que le sirvan otra cosa!"
Al punto dió una orden a uno de sus mamalik, que se apresuró a traer un frasco lleno de sorbete de
manzanas, y se lo ofreció a Al-Raschid, que lo aceptó aquella vez y se puso a bebérselo con mucho gusto.
Cuando se hizo sentir en los cerebros la bebida, el falso califa, que tenía en la mano una varita de
oro, dió con ellas tres golpes en la mesa, y al momento se abrieron las dos hojas de una ancha puerta que
estaba al fondo de la sala, para dar paso a dos negros que llevaban a hombros un sillón de marfil, en el
cual aparecía sentada una joven esclava blan ca, de rostro brillante como el sol. Colocaron el sillón frente
a su amo, y se quedaron detrás en pie y sin moverse. Entonces cogió la esclava un laúd indio, lo templó, y
preludió de veinticuatro modos distintos con un arte que entusiasmó al auditorio.
Luego volvió al primer tono, y cantó:
¿Cómo puedes consolarte lejos de mí, cuando mi corazón está de duelo por tu ausencia?
¡El Destino ha separado a los amantes y está vacía la morada que resonaba con cánticos
de dicha!
Cuando el falso califa oyó cantar estos versos, lanzó un grito agudo, desgarró su hermoso traje
constelado de diamantes, su camisa y la demás ropa, y cayó desvanecido. Enseguida apresuráronse los
ma malik a echarle encima un manto de raso, pero no con la rapidez sufi ciente para que el califa, Giafar y
Massrur no tuvieran tiempo de notar que el cuerpo del joven ostentaba extensas cicatrices y huellas de
bas tonazos y latigazos.
Al ver aquello, el califa dijo a Giafar: "¡Por Alah! ¡qué lástima que un joven tan hermoso tenga en el
cuerpo señales que nos muestran de manera evidente que nos las tenemos que haber con algún criminal
escapado de la cárcel!" Pero ya los mamalik habían vestido a su amo con otra ropa más hermosa y más
rica que la anterior, y el joven vol vió a sentarse en el trono como si no hubiese sucedido nada.
Advirtió entonces que los tres invitados se hablaban en voz baja, y les dijo: "¿A qué vienen esa cara
de asombro y esas palabras dichas en voz baja?" Giafar contestó: "Este compañero mío me decía que ha
reco rrido todos los países y tratado muchos personajes y reyes, sin que jamás haya visto ninguno tan
generoso como nuestro huésped. Y tam bién se asombraba de ver que desgarrabas un traje que
seguramente vale diez mil dinares. Y me citaba en tu honor estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 396ª noche
Ella dijo:
"...Y me citaba en tu honor estos versos:
¡La generosidad erigió su morada en medio de la palma de tu mano, e hizo de tal morada el
asilo deseado!
¡Si un día cerrase sus puertas la generosidad, tu mano sería la llave que abriera sus
cerraduras!
Al oír estos versos, se mostró muy satisfecho el joven, y ordenó que obsequiasen a Giafar con mil
dinares y con un ropón tan hermoso como el que había desgarrado él, y siguieron bebiendo y
divirtiéndose.
Pero Al-Raschid, que no estaba tranquilo desde que advirtió huellas de golpes en el cuerpo del joven,
dijo a Giafar: "¡Pídele una explicación de la cosa!" Giafar contestó: "¡Mejor será tener paciencia todavía
y no resultar indiscretos!" El califa dijo: "¡Por mi cabeza y por la tumba de Abbas, que como no le
interrogues enseguida acerca del particular Giafar! dejará de pertenecerte tu alma en cuanto lleguemos a
palacio!”
Y he aquí que el joven, que les estaba mirando, se dió cuenta de que aún hablaban en voz baja, y les
preguntó: "¿Tanta importancia tiene eso que os decís en secreto?" Giafar contestó: "¡Nada malo es!" El
joven añadió: "¡Por Alah! te suplico que me pongas al corriente de lo que os decís, sin ocultarme nada!"
Giafar dijo: "¡Señor, mi com pañero ha notado que tienes en los costados cicatrices y huellas de ver gajos
y latigazos! ¡Y está asombrado hasta el límite del asombro! ¡Y desearía ardientemente saber a
consecuencia de qué aventura ha sufrido nuestro dueño el califa semejante trato, tan poco compatible con
su dignidad y sus prerrogativas!"
Al oír estas palabras, sonrió el joven, y dijo: "¡Sea! ¡Puesto que sois extranjeros, os revelaré la causa
de todo! ¡Y es mi historia tan prodigiosa y tan llena de maravillas, que si se escribiera con agujas en el
ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la escuchase atentamente!"
Luego dijo:
"Sabed, señores míos, que yo no soy el Emir de los Creyentes, sino sencillamente el hijo del síndico
de los joyeros de Bagdad. Me llamo Mohammad-Alí. Al morir mi padre, me dejó en herencia mucho oro,
plata, perlas, rubíes, esmeraldas, alhajas y objetos de orfebrería; me dejó además propiedades
edificadas, terrenos, huertos, jardines, tiendas y almacenes de reserva; y me hizo dueño de este palacio
con todo lo que contiene, esclavos de ambos sexos, guardias y criados, mozos y mozas.
Y he aquí que, estando yo sentado un día en mi tienda en medio de los esclavos que ejecutaban mis
órdenes, vi que a la puerta se paraba, y bajaba de una mula ricamente enjaezada, una joven, a la que
acompa ñaban otras tres jóvenes, hermosas como lunas las tres. Entró en mi tienda y se sentó, mientras yo,
en honor suyo, me ponía de pie; luego me preguntó: "¿Verdad que eres Mohammad-Alí el joyero?"
Contesté: "¡Claro que sí, ¡oh mi señora! y soy tu esclavo, dispuesto a servirte!" Ella me dijo: "¿Tendrías
alguna alhaja verdaderamente hermosa y que pudiera gustarme?" Yo le dije: "¡Oh mi señora! voy a traerte
lo más hermoso de mi tienda y a ponerlo en tus manos. ¡Si llega a convenirte algo, nadie se considerará
por ello más dichoso que tu esclavo; y si nada logra detener tus miradas, deploraré mi mala suerte
durante toda mi vida!"
Precisamente tenía yo en mi tienda cien collares preciosos, mara villosamente labrados, que en
seguida hice que me trajeran y se los en señaran. Los cogió y los miró despacio uno por uno, demostrando
en tender más de lo que en su caso hubiera entendido yo mismo; luego me dijo: "¡Lo quiero mejor!"
Entonces me acordé de un collarcito que mi padre compró por cien mil dinares en otro tiempo, y que
tenía yo guardado, al abrigo de todas las miradas, en un precioso cofrecillo para él sólo, me levanté
entonces y traje el cofrecillo en cuestión con mil precauciones y le abrí ceremoniosamente en presencia
de la joven, diciéndole: "¡No creo que lo tengan igual reyes ni sultanes, grandes ni pequeños!"
Cuando la joven hubo echado una rápida ojeada al collar, lanzó un grito de júbilo y exclamó: "¡Esto
es lo que en vano anhelé toda mi vida!" Luego me dijo: "¿Cuánto vale?" Contesté: "Su precio exacto de
reventa fue para mi difunto padre el de cien mil dinares. ¡Si te gusta, ¡oh mi señora! llegaré al límite de la
felicidad ofreciéndotelo por nada!" Me miró ella, sonrió ligeramente, y me dijo: "¡Añade al precio que
acabas de decir cinco mil dinares por los intereses del capital muer to, y será de mi propiedad el collar!"
Contesté: "¡Oh mi señora! el collar y su propietario actual son ya de tu propiedad y se hallan entre tus
manos! ¡Nada más tengo que añadir!" Volvió ella a sonreír, y contestó: "¡Ya he dicho las condiciones de
compra, y añado que te soy deudora de gratitud!" Y tras de pronunciar estas palabras, se levantó
vivamente, saltó a la mula con una ligereza extrema, sin recurrir a la ayuda de sus servidores, y me dijo
al partir: "¡Oh mi señor! ¿quieres acompañarme ahora mismo para llevarme el collar y cobrar el dinero
en mi casa? ¡Créeme que gracias a ti el día de hoy ha sido para mí como la leche!" No quise insistir más
para no contrariarla, ordené a mis cria dos que cerraran la tienda, y seguí a pie a la joven hasta su casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 397ª noche
Ella dijo:
...y seguí a pie a la joven hasta su casa. Allí le entregué el collar, y ella penetró en sus habitaciones
después de rogarme que me sentara en el banco del vestíbulo para esperar la llegada del cambista que
debía pagarme los cien mil dinares con sus intereses.
Estando sentado en aquel banco del vestíbulo, vi llegar a una sir viente joven, que me dijo: "¡Oh mi
señor, tómate la molestia de entrar a la antecámara de la casa, pues la espera a la puerta no se hizo para
personas de tu calidad!" Me levanté entonces y penetré en la antecámara, donde me senté en un escabel
tapizado de terciopelo verde y así, per manecí esperando algún tiempo. Entonces vi entrar a una segunda
sir viente, que me dijo: "¡Oh señor mío, mi señora te ruega que entres en la sala de recepción, donde
desea que descanses hasta que llegue el cam bista!" No dejé de obedecer, y seguí a la joven a la sala de
recepción. Apenas llegué allá, se descorrió un gran cortinaje al fondo, y se ade lantaron hacia mí cuatro
esclavas que llevaban un trono de oro en el que aparecía sentada la joven, con un rostro hermoso como
una luna llena y con el collar al cuello.
Al ver su rostro sin velo y completamente descubierto, sentí turbár seme la razón y acelerarse los
latidos de mi corazón. Y he aquí que ella hizo seña de que se retiraran a sus esclavas, avanzó hacia mí, y
me dijo: "¡Oh luz de mis ojos! ¿crees que todo ser bello debe conducirse con la que le ama tan duramente
como tú lo haces?" Contesté: "¡En ti está la belleza entera, y lo que de ella sobra, si sobra algo, se
distribuyó entre los demás seres humanos!"
Ella me dijo: "¡Oh joyero Mohammad-Alí, has de saber que te amo, y que si me he valido de este
medio ha sido sólo para decidirte a que vengas a mi casa!" Y tras de pronunciar estas palabras se inclinó
sobre mí perezosamente, y me atrajo hacia ella mirán dome con ojos lánguidos. Extremadamente
emocionado, cogí entonces su cabeza con mis manos y la besé varias veces, en tanto que ella me devolvía
largamente mis besos y me oprimía contra sus senos duros, que sentía yo incrustarse en mi pecho.
Comprendí a la sazón que no debía re troceder y quise poner en ejecución lo que en mí estaba ejecutar.
Pero en el preciso momento en que el niño, completamente despierto, reclamaba con ardor a su madre,
me dijo ésta: "¿Qué pretendes hacer con eso, ¡oh mi señor!?" Contesté: "¡Ocultarlo para que me deje
tranquilo!" Dijo ella: "El caso es que no vas a poder ocultarlo en mí, porque no está abierta la casa.
¡Sería preciso para ello abrir una brecha antes! ¡Pues has de saber que soy una virgen intacta de toda
perforación! ¡Y si crees que hablas con una mujer cualquiera o con alguna meretriz entre las meretrices
de Bagdad, debes desengañarte en seguida! Porque sabrás que tal como me ves, ¡oh Mohammad-Alí! soy
la hermana del gran visir Giafar, la hija de Yahía ben-Khaled Al-Barmaki".
Al oír estas palabras ¡oh señores míos! sentí que el niño caía en un profundo sueño, y comprendí cuán
impropio estuvo por mi parte el escuchar sus gritos y querer acallarlos pidiendo ayuda a la joven. Sin
embargo, le dije: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que no es mía la culpa si quise que el hijo se aprovechara de
la hospitalidad que al padre se le ha dado! ¡Tú misma eres quien se mostró generosa con migo,
haciéndome ver el paraíso por las puertas abiertas de tu hospi talidad!" Ella me contestó: "¡No tienes por
qué hacerme reproches, sino al contrario! Y si quieres lograrás tus fines; pero por los únicos caminos
legales. ¡Todo puede ser con la voluntad de Alah! ¡Soy, en efecto, dueña de mis actos, y nadie tiene el
derecho de intervenir en ellos! ¿Me quieres, pues, por esposa legítima?" Contesté "¡Claro que sí!" Al
punto hizo ella ir al kadí y a los testigos, y les dijo: "He aquí a Mohammad-Alí, hijo del difunto síndico
Alí. Me pide en matrimo nio y me reconoce como dote este collar que me ha dado. ¡Yo acepto y
consiento!" Se redactó enseguida nuestro contrato de matrimonio, y después de extenderlo nos dejaron
solos. Trajeron los esclavos be bidas, copas y laúdes, y empezamos ambos a beber hasta que resplan deció
nuestro ingenio. Tomó ella entonces el laúd, y cantó acompa ñándose con él:
¡Por la finura de tu talle, por tu andar orgulloso, te juro que sufro con tu alejamiento!
¡Ten piedad de un corazón abrasado en el fuego de tu amor!
¡Me exalta la copa de oro, donde al beber de su licor, encuentro vivo tu recuerdo!
¡Así en medio de las rosas brillantes, la flor de mirto me hace apreciar mejor los colores
vivos!
Cuando hubo ella acabado de cantar, tomé a mi vez el laúd, y después de demostrar que sabía sacar
de él el mejor partido, dije estos versos del poeta, acompañándome en sordina:
¡Oh prodigio! ¡En tus mejillas veo unirse cosas contrarias: la frescura del agua y el rojo de
la llama!
¡Eres para mi corazón fuego y frescura! ¡Oh, cuán amarga y dulce eres en mi corazón!
Cuando acabamos de cantar, notamos que ya era hora de ir pen sando en acostarse. La cogí en mis
brazos y la tendí en la cama suntu osa que nos habían preparado las esclavas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Cuando llegó la 398ª noche
Ella dijo:
...en la cama suntuosa que nos habían preparado las esclavas. Entonces, cuando la desnudé, pude
comprobar que era una perla sin perforar y una yegua que no habían cabalgado. Mucho me regocijé con
ello, ¡y puedo, por cierto, asegurar que en mi vida pasé una noche tan agradable como aquella noche en
que, hasta que llegó la mañana tuve apretada contra mí a mi esposa como podría tenerse en la mano a un
pichón con las alas plegadas!
Y no fue solamente una noche la que pasé de esta manera, sino un mes entero, sin interrupción. Y
olvidé mis intereses, mi tienda, los bienes que manejaba y mi casa con todo lo que contenía, hasta que un
día, el primero del segundo mes, fué a buscarme ella, y me dijo: "Tengo precisión de ausentarme algunas
horas, el tiempo preciso para ir al hammam y regresar. Te suplico que no abandones el lecho, y no te
levantes hasta que esté yo de vuelta. ¡Y volveré del hammam com pletamente fresca, y ligera, y
perfumada!" Luego, para estar más se gura de que ejecutaría yo su orden, me hizo prestar juramento de
que no me movería del lecho. Tras de lo cual, se llevó a dos de sus esclavas, que cogieron las toallas y
los líos de ropa blanca y vestidos, y se fué con ellas al hammam.
Y he aquí ¡oh señores míos! que no bien salió ella de la casa ¡por Alah! vi abrirse la puerta y entrar
en mi cámara a una vieja, que me dijo, después de las zalemas: "¡Oh mi señor Mohammad! Sett Zobeida,
la esposa del Emir de los Creyentes, me envía a ti para ro garte que te presentes en palacio, donde desea
verte y oírte porque la han hablado en términos tan admirativos de tus maneras distingui das, de tu cortesía
y de tu hermosa voz, que tiene muchas ganas de conocerte." Contesté: "¡Por Alah! mi buena tía, Sett
Zobeida me hace un honor extremado al invitarme a ir a verla; pero no puedo de jar la casa antes de que
vuelva mi esposa, que ha ido al hamman."
La vieja me dijo: "Hijo mío, en interés tuyo te aconsejo que no di fieras un instante la visita que se te
pide, si no quieres que Sett Zobei da sea tu enemiga! ¡Porque te advierto, por si lo ignoras, que la ene -
mistad de Sett Zobeida es muy peligrosa! ¡Luego regresarás a tu casa enseguida!"
Estas palabras me decidieron a salir, a despecho del juramento que presté a mi esposa, y seguí a la
vieja, que echó a andar delante de mí y me condujo al palacio, en el cual me introdujo sin dificultad.
Cuando Sett Zobeida me vió entrar, me sonrió, hízome acercar me a ella, y me dijo: "¡Oh luz de los
ojos! ¿eres tú el bienamado de la hermana del gran visir?" Contesté: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Ella me dijo: "¡En verdad que no exageraron tus méritos quienes me describieron tus modales
encantadores y tu manera de hablar distin guida! Deseo verte y conocerte, para juzgar con mis ojos la
elección y los gustos de la hermana de Giafar. Por ahora estoy satisfecha. ¡Pe ro harás que mi placer
llegue a sus límites extremos, si quieres de jarme oír tu voz cantando cualquier cosa!"Contesté: "¡Quiero y
me honro!" Y cogí un laúd que llevó una esclava y canté dos o tres es trofas sobre el amor correspondido.
Cuando cesé de cantar, me dijo Sett Zobeida: "Remate Alah su obra haciéndote más perfecto todavía de
lo que eres, ¡oh joven encantador! Te agradezco que hayas veni do a verme. ¡Ahora date prisa a entrar en
tu casa antes del regreso de tu esposa, para que no se imagine que quiero sustraerte a su afecto!" Besé
entonces la tierra entre sus manos, y salí del palacio por la misma puerta que entré.
Cuando llegué a la casa, encontré en el lecho a mi esposa, que me había precedido. Dormía ya, y no
hizo ningún movimien to indicador de que fuera a despertarse. Me eché entonces a sus pies y empecé a
acariciarle las piernas con mucha suavidad. Pero de pronto abrió los ojos y me asestó fríamente en el
costado un puntapié, que me hizo rodar por tierra debajo del lecho, y excla mó: "¡Oh traidor! ¡oh perjuro!
¡Faltaste a tu juramento, y has ido a ver a Sett Zobeida! ¡Por Alah, que si no tuviese horror al oprobio y a
revelar en público mis intimidades, ahora mismo iría a hacer saber a Sett Zobeida las consecuencias que
trae el seducir a los maridos ajenos! ¡Pero hasta entonces vas a pagar por ella y por ti!" Y dió una
palmada y exclamó "¡Ya Sauab!" Al punto apareció el jefe de sus eunucos, un negro que siempre me miró
atravesado, y le dijo ella: "¡Corta en seguida el cuello a este traidor, a este embustero, a este perjuro!"
Inmediatamente blandió el negro su espada, se desgarró un pedazo del borde del ropón y me vendó los
ojos con el jirón de tela que se había arrancado. Luego me dijo: "¡Haz tu acto de fe!" y se dispuso a
cortarme la cabeza. Pero en aquel momento entraron todas las esclavas, grandes y pe ueñas, jóvenes y
viejas, con las cuales había yo sido siempre ge neroso...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 399ª noche
Ella dijo:
...grandes y pequeñas, jóvenes y viejas con las cuales había yo sido siempre generoso, y le dijeron:
"¡Oh señora nuestra! te supli camos que le perdones, en gracia a que ignoraba la gravedad de su falta. ¡No
sabía él que nada podía contrariarte más que su visita a tu enemiga Sett Zobeida! ¡Desconocía
absolutamente la rivalidad que pudiera existir entre vosotras dos! ¡Perdónale, oh señora nuestra!"
"¡Está bien! le dejaré salvar la vida; pero deseo que le quede un recuerdo imborrable de su falta". E
hizo seña a Sauab de que cam biase la espada por el palo. Y al punto cogió el negro una vara de
flexibilidad terrible, y empezó a golpearme con ella en los sitios más sensibles de mi cuerpo. Tras de lo
cual cogió un latigo y me asestó con él quinientos latigazos, enroscándolo cruelmente a mis partes más
delicadas y a mis costillas. Esto os explicará, señores míos, las huellas y cicatrices que hace un rato
pudísteis observar en mi cuerpo.
Después de infligirme este tratamiento, hizo que me sacaran de allí y me arrojaran a la calle, como
una espuerta de basura. Entonces, arreglándome como pude, me arrastré hasta mi casa todo
ensangrentado, para caer desvanecido cuan largo era apenas en tré en mi habitación, abandonada desde
hacía tanto tiempo. Cuando, al cabo de un largo espacio de tiempo volví de mi des mayo, acudí a un sabio
cirujano, de mano muy suave, que me cuidó delicadamente las heridas, y a fuerza de bálsamos y de
ungüentos logró obtener mi curación. Permanecí dos meses, empero, acostado y sin mo verme; y cuando
pude salir, lo primero que hice fué ir al hammam, y después de bañarme, me personé en mi tienda. En ella
me apresuré a subastar cuantas cosas preciosas contenía, realicé todo lo que pude realizar, y con la suma
que su importe me produjo compré cuatrocientos jóvenes mamalik, a los cuales vestí ricamente, y ese
barco donde me habéis visto esta noche en su compañía. Escogí para que se mantu viese a mi derecha a
uno de ellos que se parecía a Giafar, y a otro para darle las prerrogativas de portaalfanje, a ejemplo de lo
que hace el Emir de los Creyentes. Y con el objeto de olvidar mis tribulaciones, me disfracé yo mismo de
califa, y adquirí la costumbre de pasearme por el río todas las noches en medio de la iluminación de mi
barco y de los cánticos y sones de instrumentos. ¡Y así transcurre mi vida desde hace un año,
conservando la ilusión suprema de que soy el califa, por ver si con ello consigo ahuyentar de mi espíritu
la pena que lo invade a partir del día en que mi esposa hizo que me castigaran tan cruelmente por culpa
de la mutua rivalidad que alimentaban Sett Zo beida y ella!
¡Y sólo yo, que ignoraba todo aquello, sufrí las conse cuencias de semejante disputa de mujeres! ¡He
aquí mi triste historia, oh mis señores! ¡Y ya no me resta más que daros las gracias por ha ber querido
reuniros con nosotros para pasar la noche amistosamente!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid oyó esta historia, exclamó: "¡Loor a Alah, que hace que cada
efecto tenga su causa!" Luego se levantó y pidió permiso al joven para retirarse con sus compañeros. Se
lo permitió el joven, y el califa salió de allí para regresar al palacio, pensando en el modo de reparar la
injusticia cometida con el joven por las dos mujeres. Y por su parte, estaba Giafar muy desolado de que
su hermana fuese la causante de tal aventura, destinada entonces a que todo el palacio se enterase de ella.
Al día siguiente, revestido con las insignias de su autoridad, en medio de sus emires y chambelanes,
el califa dijo a Giafar: "¡Haz que se presente a mí el joven que nos dió hospitalidad ayer por la noche!" Y
Giafar salió inmediatamente, para volver muy pronto con el joven, que besó la tierra entre las manos del
califa, y después de las zalemas, le cumplimentó en versos.
Encantado Al-Raschid, le mandó acercarse y sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Oh Mohammad-Alí!,
te he lla mado para oír de tus labios la historia que ayer contaste a los tres mercaderes. ¡Es prodigiosa y
está llena de enseñanzas útiles!"
El joven dijo, muy emocionado: "¡No podré hablar ¡oh Emir de los Creyentes! mientras no me des el
pañuelo de seguridad!" El califa le tiró al punto su pañuelo en prueba de que estaba seguro, y el joven
repitió su relato sin omitir detalle. Cuando acabó, Al-Raschid le dijo: "¿Y qui sieras que tu esposa
volviese ahora a tu lado, a pesar de sus yerros para contigo?"
El joven contestó: "¡Bienvenido sea todo lo que me venga de mano del califa, porque los dedos de
nuestro amo son las llaves de los beneficios, y sus acciones no son acciones, sino collares preciosos.
adorno de los cuellos!"
Entonces el califa dijo a Giafar: "Venga a mí ¡oh Giafar! tu hermana, la hija del emir Yahía".
Y Giafar hizo que se presentara su hermana en seguida; y el califa le preguntó: "Dime, ¡oh hija de
nuestro fiel Yahía! ¿conoces a este jo ven?" Ella contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¿desde cuándo sa -
ben las mujeres conocer a los hombres?" El califa sonrió y dijo: "Pues bien; voy a decirte su nombre. Se
llama Mohammad-Alí, y es hijo del difunto síndico de los joyeros. ¡Lo pasado, pasado, y al presente
deseo darte a él por esposo!" Ella contestó: "¡La dádiva de nuestro amo está por encima de nuestras
cabezas y de nuestros ojos!"
Al momento llamó el califa al kadí y a los testigos, e hizo extender legalmente el contrato de
matrimonio, uniendo aquella vez a los dos jóvenes de un modo duradero para su dicha, que fué perfecta.
Y quiso retener junto a él a Mohammad-Alí para contarle entre sus íntimos hasta el fin de sus días. ¡Y he
aquí cómo Al-Raschid sabía consagrar sus ocios a unir lo que estaba desunido y a hacer felices a
aquellos a quienes traicionó el Destino!
Pero no creas, ¡oh rey afortunado! continuó Schehrazada, que esta historia, que sólo te conté para
distraerte de las anécdotas cortas, pueda igualar de cerca ni de lejos a la maravillosa Historia de Rosa-
En-El-Cáliz y de Delicia-Del-Mundo
Historia de Rosa-en-el-caliz y de Delicia-del-mundo
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Cuentan que, en la antigüedad del tiempo y el pasado de las épocas y de las edades, había un rey muy
ilustre lleno de poderío y de gloria. Tenía un visir llamado Ibrahim, cuya hija era una maravilla de gracia
y de belleza, superando a todas en elegancia y perfección, y estaba dotada de una inteligencia notable y
de maneras notoriamente exqui sitas. Además, le gustaban en extremo las reuniones animadas y el vino
que da alegría, sin que desdeñase los semblantes lindos, los versos en cuanto de más refinado tienen y las
historias extraordinarias. Ate soraba en sí tantas delicadas delicias, que atraía enamorados de ella a los
corazones y a las cabezas, como le dijo cierta vez uno de los poetas que le cantaron:
¡Estoy prendado de la seductora! ¡Encantadora de turcos y árabes, conoce todas las
finuras de la jurisprudencia, de la sintaxis y de las bellas letras!
Así es que cuando discutimos ambos acerca de estas cosas, he aquí lo que me dice a veces
la maligna:
"¡Yo soy agente pasivo, y tú te obstinas en ponerme en el caso indirecto! ¿Por qué? ¡En
cambio, dejas siempre en el acusativo a tu régimen, cuya misión es ser activo, y jamás le
otorgas el signo de la erección!"
Yo le digo: "¡No sólo te pertenece mi régimen, ¡oh mi señora! sino también mi vida y toda
mi alma! Pero no te asombres ya de este trueque de papeles. Hoy cambiaron los tiempos y se
trastornaron las cosas.
No obstante, si a pesar de lo que te digo no quieres creer en tal cambio, ¡no dudes más y
mira mi régimen! ¿No has notado que el nudo de la cabeza lo tiene en la cola?"
Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-Cáliz...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 400ª noche
Ella dijo:
...Y esta joven era tan exquisita, tan dulce y de una belleza tan viva, que la llamaban Rosa-en-el-
Cáliz.
El rey, a quien gustaba mucho que estuviera ella a su lado en los festines, por lo bien dotada que se
hallaba de finura de ingenio y dis tinción, tenía por costumbre dar todos los años grandes fiestas, y con
esta ocasión aprovecharse de la presencia en palacio de los principales personajes de su reino para jugar
con ellos a la pelota.
Cuando llegó el día en que los invitados del rey se reunían con motivo de este juego de pelota, Rosaen-
el-Cáliz se sentó a su ventana para disfrutar del espectáculo. Enseguida empezó a animarse el juego, y
la hija del visir, que seguía con la vista a los jugadores y observaba sus movimientos, divisó entre ellos a
un joven infinitamente hermoso, de rostro encantador, de dientes sonrientes, de cintura breve y de an chos
hombros. Al verle, experimentó tal placer que no pudo hartarse de contemplarle ni dejar de lanzarle
ojeadas repetidas. Acabó por llamar a su nodriza, y le preguntó: "¿Sabes el nombre de ese joven
exquisito, tan lleno de distinción, que está en medio de los jugadores?" La nodriza contestó: "¡Oh hija
mía, todos son hermosos! No sé de cuál quieres hablar". La joven dijo: "¡Espera, que voy a enseñártelo!"
Y cogió al punto una manzana y se la arrojó al joven, que se volvió y levantó la cabeza en dirección a
la ventana. Vió entonces a Rosa-en -el-Cáliz, sonriente y bella como la luna llena al iluminar las tinieblas;
y de repente, sin tener tiempo de separar de allí ya su mirada, se sintió extremadamente conmovido de
amor; y recitó estos versos del poeta:
¿Quién punzó mi corazón enamorado? ¿Fue el arquero o la fle cha de tus pupilas?
¿De dónde vienes tan veloz, flecha acerada? ¿De la muchedum bre de guerreros o de una
ventana simplemente?
Rosa-en-el-Cáliz preguntó a su nodriza: "Y ahora, ¿puedes ya de cirme el nombre de ese joven?"
La nodriza contestó: "Se llama Delicia-del-Mundo". Al oír tales palabras, la joven echó atrás la
cabeza con placer y emoción, dejóse caer en el diván, gimió profundamente e im provisó estas estrofas:
No ha tenido por qué arrepentirse quien te llamó Delicia-del- Mundo, ¡oh tú que unes una
delicadeza exquisita de modales a todas las cualidades excelentes!
¡Oh naciente luna llena! ¡Oh rostro brillante que alumbras el uni verso e iluminas el
mundo!
¡Entre todas las criaturas, eres el único sultán de la belleza! ¡Y tengo testigos que me den
la razón!
¿No es tu ceja la letra nun, perfectamente trazada? ¿No se ase meja la almendra de tu ojo a
la letra sad, escrita por los dedos amoro sos del Creador?
¡Y tu cintura! ¿No es la joven, la tierna rama flexible que toma todas las formas deseables?
Si ya tu intrepidez ¡oh jinete! sobrepujó al valor de los más fuertes, ¿qué no diré de tu
gracia superior y de tu hermosura?
Terminada esta improvisación, Rosa-en-el-Cáliz cogió una hoja de papel y transcribió los versos
cuidadosamente. La dobló luego y la me tió en una bolsita de seda bordada en oro, la cual escondió
debajo del cojín del diván.
Y he aquí que la vieja nodriza, que había observado estos diversos movimientos de su señora, se
puso a charlar con ella de unas cosas y de otras hasta que la dejó dormida. Entones sacó cuidadosamente
de debajo del cojín la hoja de papel, la leyó, y convencida de la pasión que sentía Rosa-en-el-Cáliz, la
colocó en el mismo sitio. Luego, cuando se despertó la joven, le dijo: "¡Oh mi señora, soy para ti la
mejor y más tierna de las consejeras! Debo, pues, decirte cuán violenta es la pasión de amor, y prevenirte
de que cuando se concentra en un cora zón sin poder expansionarse, lo derrite aunque sea de acero, y
produce en el cuerpo muchas enfermedades y deformidades. ¡Por el contrario, si la persona que sufre de
este mal de amor se lo revela a otra, tal cosa sólo alivio ha de proporcionarle!"
Al oír estas palabras de su nodriza, Rosa-en-el-Cáliz dijo: "¡Oh nodriza! ¿conoces un remedio para el
amor?" La nodriza contestó: "Lo conozco. ¡Consiste en poseer a la persona amada!" La joven pre guntó:
"¿Y qué hacer para conseguir esa posesión?" La nodriza dijo: "¡Oh mi señora! por el pronto basta con
cambiar cartas llenas de palabras dulces, de salutaciones y de cumplimientos; porque tal es el medio
mejor a que para reunirse recurren dos amigos, y lo primero que hay que hacer para resolver dificultades
y prevenir complicaciones. Así, pues...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Cuando llegó la 401ª noche
Ella dijo:
"...Así, pues, ¡oh mi señora! en caso de que ocultes en tu cora zón alguna cosa, no temas confiármela;
porque si es un secreto lo guardaré intacto de toda divulgación ¡y nadie como yo sabrá servirte con sus
ojos y su cabeza para satisfacer tus menores deseos y llevar discretamente tus misivas!"
Cuando Rosa-en-el-Cáliz hubo oído estas palabras de su nodriza, sintió que la alegría le arrebataba
la razón; pero retuvo en su alma cualquier palabra imprudente que revelase la causa de la turbación que
la agitaba, diciendo para sí: "Nadie conoce todavía mi secreto; y para mayor seguridad, más vale no
informar de nada a esta mujer mientras no posea pruebas ciertas de su fidelidad".
Pero ya añadía la nodriza: "¡Oh hija mía! la noche última vi a un hombre que se me apareció en
sueños y me dijo: "¡Has de saber que tu joven señora y Delicia-del- Mundo están enamorados uno de otro,
y a ti te incumbe favorecer la aventura y encargarte de sus misivas, haciéndoles toda clase de servi cios
con gran discreción, si quieres disfrutar tranquilamente una por ción de ventajas!" Yo ¡oh mi señora! te
cuento lo que he visto. ¡Tú serás ahora quien decida!"
Rosa-en-el-Cáliz contestó: "¡Oh nodriza! ¿te sientes verdaderamente capaz de callar secretos?" La
nodriza dijo: "¿Cómo puedes dudarlo ni un instante, cuando soy una esencia entre las esencias de los
corazones selectos?"
Entonces ya no dudó la joven, exhibiéndole el papel en que había escrito los versos y se lo entregó,
diciéndole: "¡Date prisa a llevar esto a Delicia-del-Mundo y a traerme la respuesta!" La nodriza se
levantó al punto y se presentó en casa de Delicia-del-Mundo, empezando por besarle la mano para luego
cum plimentarle con las expresiones más amables y corteses. Tras de lo cual le entregó el billete.
Delicia-del-Mundo desdobló el papel y lo leyó. Luego, cuando se enteró bien del contenido, escribió
al dorso de la hoja los versos si guientes:
¡Exaltado por el amor, late mi corazón apasionadamente, y en vano trato de contener su
ímpetu tumultuoso! ¡El estado en que me hallo descubre mis sentimientos!
Si mis lágrimas se desbordan, le digo a mi censor: "¡Es porque tengo los ojos malos!" Así
creo engañarle acerca del verdadero motivo, ocultándole mis intimidades.
¡Libre aún ayer de toda ligadura y con el corazón tranquilo, yo ignoraba el amor! ¡Y he
aquí que me despierto con el corazón domi nado por el amor!
¡Voy a revelaros mi estado y a contaros mi cuita de amor, a fin de que vuestro corazón se
compadezca del desgraciado que arde de pasión y a quien tortura la suerte!
¡Con las lágrimas de mis ojos trazo aquí este lamento, para con ello daros una prueba del
amor a que obedece!
¡Preserve Alah de toda asechanza a un rostro que la belleza se encargó de cubrir con su
velo, y ante el cual se inclina la luna, hon rándole las estrellas cual esclavas!
¡Como hermosura, no he visto nada parecido! ¡Oh, su talle! ¡Las flexibles ramas aprenden
a ondular viéndolo balancearse!
¡Ahora, si no os fastidia, me atrevo a suplicaros que vengáis a verme! ¡Oh, eso tiene para
mí un valor muy grande!
¡No me resta ya más que haceros don de mi alma, con la espe ranza de que acaso la
aceptéis! ¡Vuestra llegada será para mí el Paraí so, y la Gehenna vuestra repulsa!
Después de escribir lo anterior, dobló la hoja, la besó y se la entre gó a la nodriza, diciéndole:
"¡Madre mía, cuento con tu bondad para predisponer en mi favor la voluntad de tu señora!" Ella contestó:
"¡Escucho y obedezco!" Cogió el billete y volvió a toda prisa al lado de su señora, a quien se lo entregó.
Al tomar el billete, Rosa-en-el-Cáliz se lo llevó a los labios y luego a la frente, lo desdobló y lo
leyó.Y cuando se hubo enterado bien de su contenido, escribió debajo los siguientes versos:
¡Oh tú cuyo corazón se prendó de nuestra belleza, no te arrepien tas de unir la paciencia al
amor! ¡Tal vez sea un medio de llegar a poseernos!
¡Cuando hemos advertido que tu amor era sincero y que tu corazón sufrió los mismos
torméntos que nuestro corazón. Sentimos un deseo igual a tu deseo de vernos por fin unidos;
pero nos retuvo el temor a nuestros guardianes!
¡Sabe que, al descender sobre nos la noche llena de tinieblas, se exalta tanto nuestro ardor,
que se encienden hogueras en nuestras entrañas!
¡Las tiránicas torturas del deseo que nos llama a ti ahuyentan de nuestra cama el sueño
entonces, y de nuestro cuerpo se apodera el dolor!
¡Pero no olvides que el primer deber de los enamorados es ocultar a los demás su amor!
¡Guárdate, pues, de descorrer ante extrañas mi radas el velo que nos proteje!
¡Y ahora quiero gritar que mis entrañas se hallan rebosando amor a cierto jovenzuelo! ¡Oh!
¿por qué no se quedó para siempre en nues Ira morada?
Cuando acabó de escribir estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 402ª noche
Ella dijo:
...Cuando acabó de escribir estos versos, dobló el papel y se lo entregó a la nodriza, que lo cogió y
salió del palacio. Pero quiso el Destino que se encontrase precisamente con el chambelán del visir, padre
de Rosa-en-el-Cáliz, que le preguntó: "¿Adónde vas así a esta hora?" A estas palabras se sintió ella presa
de una turbación extremada, y contestó: "¡Al hammam!" Y continuó su camino, pero tan turbada, que dejó
caer, sin advertirlo, el billete mal guardado en un pliegue de su cinturón. iY esto en cuanto a ella!
Pero por lo que respecta al billete caído a tierra cerca de la puer ta del palacio, lo recogió uno de los
eunucos, que apresuróse a llevár selo al visir.
Y he aquí que precisamente el visir acababa de salir de su harén y había entrado en la sala de
recepción para sentarse en su diván. Y mientras permaneció sentado de tal guisa tan tranquilo, el eunuco
se adelantó con el billete consabido en la mano y le dijo: "Mi señor, aca bo de encontrar por el suelo en la
casa este billete, que me he apresu rado a recoger". El visir se lo arrebató de las manos, lo desdobló, y
vio escritos allí los versos en cuestión. Los leyó, y cuando se penetró de su sentido, examinó la letra, que
le pareció ser, sin género de duda, la de su hija Rosa-en-el-Cáliz.
Al ver aquello, se levantó y fue en busca de su esposa, madre de la joven, llorando tan
abundantemente, que se mojó con lágrimas toda la barba.
Y le preguntó su esposa: "¿Qué te impulsa a llorar de esa manera, ¡oh mi dueño!?" El contestó:
"¡Toma este papel y mira lo que dice!" Cogió ella el papel, lo leyó, y se dio cuenta que había
correspondencia entre su hija Rosa-en-el-Cáliz y Delicia-del-Mundo. Al averiguarlo, acudieron a sus
ojos las lágrimas; pero torturó su alma sin llorar, y dijo al visir: "Oh mi señor, de ninguna utilidad serán
las lágrimas, y la única idea excelente consiste en imaginar la manera de poner a salvo tu honor y ocultar
el enredo en que se ha metido tu hija!" Y siguió consolándole y mitigándole las penas. El contestó:
"¡Mucho me aflige por mi hija esa pasión! ¿No sabes que el sultán experimenta por Rosa-en el-Cáliz una
afección muy grande? Así es que mi temor en este asunto obedece a dos causas: primero por lo que me
concierne, pues que se trata de mi hija; después por lo que afecta al sultán, ya que Rosa-en-el-Cáliz es la
favorita del sultán, y pueden originarse de ahí graves complicaciones. ¿Y qué opinas tú de todo esto?"
Ella contestó: "¡Espera un poco, para darme tiempo a que pronuncie la plegaria que me ha de
iluminar en cuanto al partido que debe to marse!" Y al punto colocóse en actitud de orar, según el rito y la
Sun na, ejecutando las prácticas piadosas prescritas para tal caso".
Terminada la plegaria, dijo a su esposo: "Has de saber que en medio del mar llamado Bahr Al-Konuz
hay una montaña que se llama la Montaña-marina-de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Nadie puede arribar a
ese paraje más que con dificultades infinitas. Te aconsejo, pues, que instales allí una vivienda para tu
hija".Conforme en este punto con su esposa, el visir resolvió hacer que se construyera en aquella Montañamarina-
de-la-Madre-que-perdió-su -hijo un palacio inaccesible, en el cual confinaría a Rosa-en-el-Cáliz,
cuidando de surtirla de provisiones para un año, que se renovaría a principios del año siguiente, y
dándole un séquito que la hiciere com pañía y la sirviese.
Una vez que hubo tomado semejante resolución, el visir congregó a carpinteros, albañiles y
arquitectos y los mandó a aquella montaña, donde no dejaron de edificar un palacio inaccesible y tal
como no se había visto otro en el mundo.
Entonces el visir hizo preparar las provisiones para el viaje, or ganizó la caravana, y penetró de
noche en las habitaciones de su hija, ordenándola que se pusiera en marcha. Ante una orden así, Rosa-enel-
Cáliz sintió con violencia las angustias de la separación, y cuando salió del palacio y se dio cuenta de
los preparativos del viaje, no pudo me nos de llorar con un llanto abundante. Con objeto de informar a
Deli cia-del-Mundo del ardor amoroso que pasaba por ella, capaz por lo violento de estremecer la piel,
fundir las rocas más duras y hacer des bordarse las lágrimas, se le ocurrió entonces escribir sobre la
puerta los versos siguientes:
¡Oh casa! ¡Si a la mañana pasase el ser amado, saludando con señas amorosas,
Devuélvele de parte nuestra un saludo delicioso y perfumado, por que no sabemos adónde
nos llevará la suerte esta noche!
¡Ni yo misma sé hacia qué lugares me transporta el viaje, pues me conducen de prisa, y con
equipaje reducido!
¡Vendrá la noche, y un pájaro oculto en los ramajes anunciará con sus endechas moduladas
la noticia de nuestro triste destino!
Dirá con su lenguaje: "¡Qué dolor! ¡Cuán cruel es separarse de quien se ama!"
¡Y cuando vi ya llenas las copas de la separación y a la suerte dispuesta a ofrecérnoslas a
pesar nuestro,
He gustado con resignación el amargo brebaje! ¡Pero la resigna ción ¡ay! no podrá nunca
procurarme el olvido!
Cuando trazó sobre la puerta estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 403ª noche
Ella dijo:
...Cuando trazó sobre la puerta estos versos, se colocó en su pa lanquín, y la caravana se puso en
marcha. Franquearon llanuras y de siertos, terrenos uniformes y montes accidentados, y llegaron de tal
suerte al mar de Al-Konuz, a la orilla del cual armaron sus tiendas; y construyeron un gran navío, en el
que hicieron embarcarse con su séquito a la joven.
Y como el visir había dado orden a los conductores de la carava na de que cuando dejasen a la joven
confinada en el palacio enclavado en la cima de la montaña volviesen a la playa y destruyesen el navío,
se guardaron muy mucho de desobedecer, y ejecutaron puntualmente la misión que se les encargó, para
regresar luego a presencia del visir, llorando por todo aquello. ¡Y he aquí cuanto a ellos se refiere!
Pero respecto a Delicia-del-Mundo, cuando se despertó al día si guiente no dejó de hacer su oración
matinal y de montar a caballo para ponerse al servicio del sultán, como de costumbre. Al pasar por la
puerta del visir, advirtió los versos escritos en ella, y al leerlos creyó perder el sentido, y se encendió el
fuego en sus entrañas trastornadas. Volvióse entonces a su casa, donde no pudo estarse quieto ni un
momento, presa de la impaciencia, de la inquietud y de la agitación.
Luego, al caer la noche, temeroso de revelar su estado a la servi dumbre, se apresuró a salir, vagando
a la ventura por los caminos, per plejo y hosco.
Anduvo de tal modo toda la noche y parte de la mañana siguiente, hasta que el calor intenso y la sed
torturadora le obligaron a descansar algo. Y he aquí que precisamente había llegado al borde de un
arroyo sombreado por un árbol, y se sentó allí y cogió agua en el hueco de las manos. Pero al llevar a sus
labios esta agua no le encontró sabor ninguno; al mismo tiempo sintió que se le demudaba el semblante y
se le ponía amarillo el color; y vió que tenía los pies hinchados por la marcha y el cansancio.
Entonces se echó a llorar copiosamente, y con las mejillas empapadas de lágrimas recitó estos
versos:
¡Se embriaga el enamorado con el amor de su amigo, y aumenta su embriaguez la
intensidad de sus deseos!
¡La locura de su amor le hace vagar exaltado y frenético; no halla en ninguna parte asilo;
no tiene gusto ninguno en alimentarse!
¿Cómo puede encontrar alegría el enamorado, viviendo lejos de su amiga? ¡Ah! ¡sería
prodigioso!
¡Derretido estoy desde que el amor habita en mí; y torrentes de Ilanto me lavan las
mejillas!
¡Oh! ¿cuándo veré al amigo o a alguien de su tribu que traiga un poco de calma a este
torturado corazón?
Cuando hubo recitado estos versos, Delicia-del-Mundo lloró hasta mojar la tierra; luego se levantó y
alejóse de aquellos parajes. Cami nando de tal manera, desolado por llanuras y desiertos, vio de pronto
ante sí un león de hirsuta crin, formidable cuello, cabeza enorme como una cúpula, fauces más anchas que
una puerta y dientes parecidos a colmillos de elefante. Al verlo no dudó ni por un momento de su
perdición; se volvió en dirección a la Meca, pronunció su acto de fe y se preparó a morir.
Pero en aquel preciso instante acordóse de pronto de haber leído antaño en los libros antiguos que el
león era sensible a la dulzura de las palabras, se complacía con las adulaciones, y de este modo se
dejaba amansar fácilmente. Entonces empezó a decirle: "¡Oh león de las selvas! ¡oh león de las llanuras!
¡oh león intrépido! ¡oh jefe temido de los bravos! ¡oh sultán de los animales! ¡delante de tu grandeza
tienes a un pobre enamorado aniquilado por la separación y con la mente enloquecida, a quien la pasión
redujo hasta este extre mo! ¡Escucha mis palabras y apiádate de mi perplejidad y mi dolor!"
Cuando el león hubo oído este discurso, retrocedió unos pasos, se sentó, levantó la cabeza mirando a
Delicia-del-Mundo, y púsose a ju gar con su cola y sus patas delanteras.
Al ver aquellos movimientos del león, Delicia-del-Mundo recitó estos versos:
¡Oh león del desierto! ¿vas a matarme antes de que encuentre a quien me ató el corazón?
¡Oh, no soy caza preciada, ni siquiera gorda, porque consumido está mi cuerpo por la
pérdida del amigo, y tengo el corazón devastado!
¿Qué harás con un muerto a quien sólo el sudario falta?
¡Oh león tumultuoso en la refriega!
¡Si me maltratas, alegrarás con ello a los que me envidian!
¡No soy más que un pobre enamorado anegado en lágrimas, con el corazón oprimido por la
ausencia del amigo!
¿Qué ha sido del amigo? ¡Oh tristes pensamientos de mis noches inquietas!
¡He aquí que no sé si mi vida se debate en la nada!
Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 404ª noche
Ella dijo:
...Cuando el león hubo oído estos versos, se levantó, y con los ojos llenos de lágrimas, avanzó con
mucha dulzura hacia Delicia-del-Mundo, poniéndose a lamerle pies y manos con la lengua. Tras de lo
cual hízole señas de que le siguiera y echó a andar delante de él.
Delicia-del-Mundo siguió al león, y caminaron ambos de tal suerte du rante cierto tiempo. Después de
escalar una montaña alta y descender por la vertiente, vieron en la llanura huellas de la caravana.
Entonces Delicia-del-Mundo empezó a seguir con atención aquellas huellas, y al verle ya sobre la pista,
el león le dejó que continuase solo sus pesquisas y volvió pies atrás para emprender de nuevo su camino.
En cuanto a Delicia-del-Mundo, continuó siguiendo día y noche las huellas de la caravana, y de tal
suerte llegó a orillas del mar ru giente, de olas tumultuosas, donde los pasos se perdían en el agua.
Comprendió entonces que la caravana habíase embarcado y había proseguido por el mar su ruta, y perdió
toda esperanza de encontrar a su bienamada.
A la sazón dejó correr sus lágrimas y recitó estos versos:
¡Muy lejos está la amiga ahora, y mi paciencia llega al límite!
¿Cómo ir en pos de ella por los abismos del mar?
¿Cómo resignarme cuando están consumidas mis entrañas, y el insomnio sustituyó al sueño
de mis ojos?
¡Desde que abandonó las moradas y nuestra tierra, mi corazón está inflamado!
¡Y qué llama le inflama!
¡Oh grandes ríos Seyhún, Jeyhún y tú, Eufrates! ¡Cual vosotros corren ya mis lágrimas!
¡Corren y se desbordan con más intensidad que los diluvios y las lluvias!
¡De tanto como los golpean esos torrentes de lágrimas, se me han ulcerado los párpados, y
se incendió mi corazón al contacto de tantas chispas!
Las hordas de mi pasión y de mis deseos han sabido al asalto de mi corazón!
¡Y el ejército de mi paciencia quedó vencido y derrotado!
¡Sin cálculo arriesgué mi vida por su amor, pero el riesgo de mi vida es el menor de los
peligros que corrí!
¡Ojalá no sean castigados mis ojos por haber visto en el recinto prohibido a esa
maravillosa belleza, más resplandeciente que la luna!
¡Caí en tierra herido, con el corazón traspasado por las flechas que sin arco disparan sus
anchos ojos maravillosamente rasgados!
¡Me ha seducido con la armonía de sus movimientos y su ligereza; Su ligereza que no
igualaría la flexibilidad de la rama joven sobre tronco del sauce!
¡Con toda mi alma le imploro socorro para mis penas y quebrantos!
¡Pero ella me redujo al triste estado en que me véis, y sólo su mirada seductora causó mi
perdición!
Cuando acabó de recitar estos versos, se echó a llorar de tal ma nera, que cayó sin conocimiento, y
permaneció mucho tiempo así. Pero vuelto ya de su desmayo, giró la cabeza a la derecha y a la izquierda,
y como se veía en un desierto sin habitantes, tuvo miedo a ser presa de los animales salvajes, y se puso a
trepar por una alta montaña, en la cima de la cual oyó que salían de una caverna sonidos de voz hu mana.
Escuchó la voz atentamente, y observó que era la de un ermita ño que había dejado el mundo para
consagrarse a la devoción. Se acercó a aquella caverna y golpeó tres veces la puerta, sin obtener
respuesta del ermitaño y sin verle salir.
Entonces suspiró profunda mente y recitó estos versos:
¡Oh deseos míos! ¿cómo alcanzaréis vuestro fin?
¡Oh alma mía! ¿cómo olvidarás tus quebrantos, tus penas y tus fatigas?
¡Una a una, vinieron todas las calamidades a envejecer mi corazón y a blanquear mi
cabeza en mi primera juventud!
Ningún socorro dulcifica la pasión que me consume, ningún amigo aligera la carga que
pesa sobre mi alma!
¡Ah! ¿quién sabrá decir los tormentos de mis deseos, ahora que se volvió en contra mía el
Destino?
¡Gracia, piedad para el pobre enamorado desolado, el que bebió en el cáliz de la
separación y el abandono!
¡Hay fuego en este corazón; se consumieron las entrañas, y de tanto como la pasión la ha
torturado, la razón ha huido!
¡Ningún día fue más terrible que el de mi llegada a su morada, cuando vi los versos
escritos en la puerta!
¡Oh, cuánto lloré! ¡A la tierra hice beber mis lágrimas ardientes, pero callé mi secreto ante
allegados y extraños!
¡Oh ermitaño que buscaste el refugio de esta gruta para no ver nada de este mundo! ¡Acaso
gustaras por ti mismo el amor, y se te huyera la razón también!
¡Yo, no obstante, a pesar de esto y aquello, a pesar de todo, olvidaría sin duda mis penas y
fatigas si lograra mi propósito.
Cuando acabó de recitar estos versos, vió abrirse de pronto la puerta de la gruta y oyó que alguien
gritaba: "¡La misericordia so bre ti!"
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 405ª noche
Ella dijo:
...y oyó que alguien gritaba: "¡La misericordia sobre tí!" Enton ces franqueó la puerta y deseó la paz al
ermitaño, que le devolvió su saludo y le preguntó: "¿Cuál es tu nombre?" El joven dijo: "¡Me llamo
Delicia-del-Mundo!" El ermitaño le preguntó: "¿A qué obedece tu llegada?" El joven le contó entonces su
historia desde el principio hasta el fin, y también cuanto le había acaecido. Y el ermitaño se echó a llorar,
y le dijo: "¡Oh Delicia-del-Mundo! Veinte años hace que yo habito estos lugares y jamás vi a nadie
durante mi estancia aquí, si exceptuamos al día de ayer. Porque oí llantos y tumultos, y al mirar por el
lado de donde venían aquellas voces, vi una muchedumbre de gente y tiendas de campaña armadas en la
playa. Luego vi que aque llas gentes construían un navío, en el que se embarcaron para desapa recer por
alta mar. Volvieron poco tiempo después, aunque eran menos en número que a la ida; desarmaron el navío
y de nuevo emprendieron el camino por donde habían venido. ¡Y me parece que los que partieron sin
volver son precisamente los que tú buscas, ¡oh Delicia-del Mundo! ¡Comprendo, pues, la intensidad de tu
dolor, y te compadezco! Pero sabe que es imposible dar con un enamorado que no haya sufrido penas de
amor!" Y el ermitaño recitó estos versos:
¡Oh Delicia-del-Mundo! Me crees despreocupado y con el cora zón lleno de quietud,
¡Y no sabes que el ardor de la pasión me dobla y me desdobla como a un lienzo!
¡Desde mi primera infancia conocí el amor; cuando mamaba aún, conocí los transportes de
amor! ¡Y si le preguntaras por mí, él te diría que me conoce!
¡Practiqué el amor durante tanto tiempo, que hube de hacerme célebre; ¡Y si le preguntaras
por mí, él te diría que me conoce!
¡Bebí en la copa del amor y gusté su languidez amarga!
¡Tanto se estropeó mi cuerpo, que no soy ya más que una apa riencia de mí mismo!
¡Lleno de fuerza estuve antaño; ahora ha desaparecido mi vigor. Y el ejército de mi
paciencia quedó maltrecho bajo los alfanjes de las miradas!
¡No creas que llegarás al amor sin sufrir sinsabores, porque desde tiempos antiguos los
extremos se tocan!
¡Para todos los enamorados decretó el amor que el olvido es lo mismo de ilícito que la
impiedad!
Y cuando el ermitaño hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a Delicia-del-Mundo, y le
estrechó en sus brazos; y juntos llo raron ambos de tal modo, que las montañas retemblaron con sus ge -
midos, y acabaron ellos por caer desmayados.
Cuando recobraron el conocimiento, se juraron mutuamente que en adelante se considerarían como
hermanos en Alah (¡exaltado sea!) ; y dijo el ermitaño a Delicia-del-Mundo: "Esta noche voy a orar y a
consultar a Alah acerca de lo que debes hacer". Delicia-del-Mundo con testó: "¡Escucho y obedezco!" ¡Y
he aquí lo que a ellos atañe!
Pero he aquí lo que afecta a Rosa-en-el-Cáliz:
Cuando las gentes que la acompañaban la condujeron a la Mon taña-marina-de-la-Madre-que-perdiósu-
hijo, y entró ella en el palacio que habíanla preparado, lo examinó con atención y miró todo su mo -
biliario; luego se echó a llorar, y exclamó: "¡Oh morada, deliciosa eres, ¡por Alah! pero falta entre tus
muros la presencia del amigo!" Después, al notar que la isla estaba habitada por pájaros; ordenó a su
séquito que tendieran redes para capturar estos pájaros y que los enjaularan conforme los fueran
capturando, para más tarde llevarlos al interior del palacio. E inmediatamente se ejecutó su orden.
Entonces Rosa-en-el-Cáliz se acodó en la ventana y dejó a su pensamiento ir en pos de los recuerdos. Y
aquello despertaba en ella ardores pasados, deseos abrasadores y transportes, y le hacía verter lágrimas
de senti miento, trayéndole a la memoria estos versos, que recitó:
¿A quién dirigiré la cuita de amor que hay en mi alma, hablán dome de las angustias que la
alejan del amigo y del fuego que arde en mis costillas? ¡Pero me callaré por temor a mi
guardián!
¡Más flaco que un mondadientes tengo el cuerpo, pues estoy con sumida por los ardores, las
tristezas de la ausencia y las lamentaciones!
¿En dónde están los ojos del amigo, para que vean el triste estado de extravíos a que me ha
reducido su recuerdo?
¡Se han excedido en sus derechos al transportarme a un paraje donde no puede venir mi
bienamado!
¡Al sol le encargo que por tarde y mañana transmita a millares mis saludos al amante cuya
hermosura cubre de vergüenza a la luna llena naciente, y cuya figura de talle supera a la de la
rama tierna!
Si las rosas quisieran imitar a su mejilla, diría yo a las rosas: "¡No conseguiréis pareceros
a una mejilla suya ¡oh rosas! mientras no seáis las rosas de su otra mejilla!"
¡Destila su boca una saliva que refrescaría la lumbre de un bra sero encendido!
¿Cómo olvidarle, cuando es mi corazón, mi alma, mi sufrimiento, mi mal, mi médico y mi
bienamado?
Pero cuando avanzó la noche con sus tinieblas, Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus
deseos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 406ª noche
Ella dijo:
...Rosa-en-el-Cáliz sintió aumentar la intensidad de sus deseos y avivarse el recuerdo abrasador de
sus desventuras. Entonces recitó estos versos:
¡He aquí la noche, que con sus tinieblas me trae ardores intensos y molestias; y mis deseos
avivan en mí dolores abrasadores!
¡En mis entrañas habita ahora el tormento de la separación; mis pensamientos me
aniquilan, mis ardores me agitan, mis transportes me queman y mis lágrimas traicionan un
querido secreto!
¡Enamorada como estoy, no sé el modo de hacer cesar mi delga dez, mi debilidad y mi
dolor!
¡Cada vez se enciende más el incendio de mi corazón, y la inten sidad de su llama me
devora el hígado!
¡En el día de la separación, no pude despedirme de mi bienama do ¡Qué pena! ¡Que dolor!
¡Pero tú caminante que has de informar de todos mis tormentos al amigo, dile que he
soportado sufrimientos que no sabría describir ninguna pluma!
¡Por Alah! ¡Juro que mi amor será fiel siempre al bienamado! Porque en el código del amor
es lícito el juramento!
¡Oh noche! ¡Vé a llevar mi saludo al bienamado, y dile que eres testigo de mis insomnios!
Y así era como se lamentaba Rosa-en-el-Cáliz.
¡He aquí lo relativo a Delicia-del-Mundo! El ermitaño le dijo: "Baja al valle y tráeme una cantidad
grande de fibras de palmera". Bajó el joven, para regresar luego con las fibras que se le habían pedido; y
el ermitaño las cogió y confeccionó con ellas una especie de red semejante a las redes donde se
transporta la paja, después dijo a Delicia-del-Mundo: "Has de saber que en el fondo del valle crece una
clase de calabaza que cuando está madura se seca y se separa de sus raíces. Baja a coger una porción de
esas calabazas secas, sujétalas a esta red y tíralo todo al mar. No dejes de subirte encima, y la co rriente
te llevará entonces a alta mar y te hará alcanzar el fin que per sigues. ¡Y no olvides que sin riesgos no se
consigue nunca lo que uno se propone!" El joven contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y después que el
ermitaño le deseó buena suerte, se despidió de él y bajó al valle, donde no dejó de hacer lo que se le
había aconsejado.
Cuando, llevado por la red de calabazas, llegó en medio del mar, levantóse con violencia un viento
que le impulsó rápidamente y le hizo desaparecer a la vista del ermitaño. Zarandéandole las olas,
alzándole unas veces sobre mon tes de espumas, hundiéndolas otras en su seno anchuroso, y de este modo
fué juguete de los terrores del mar durante tres días y tres no ches, hasta que los destinos le arrojaron al
pie de la Montaña-marina- de-la-Madre-que-perdió-su-hijo. Llegó a la playa en un estado análogo al de
un pollo mareado, con hambre y sed; pero no tardó en encontrar cerca de allí arroyos de agua corriente,
aves cantoras y árboles cargados de racimos de fruta, y así pudo satisfacer su hambre comiendo de aque -
llas frutas y aplacar su sed bebiendo de aquella agua pura. Tras de lo cual se dirigió hacia el interior de
la isla, y vio a lo lejos una cosa blanca, a la que fué aproximándose y observó que era un palacio im -
ponente, de muros escarpados, y se dirigió a la puerta, encontrándola cerrada. Entonces se sentó y no se
movió ya durante tres días; al cabo de los cuales vió abrirse por fin la puerta y salir un eunuco, que le
preguntó: "¿De dónde vienes?" ¿Y cómo te arreglaste para llegar hasta aquí?
El joven contestó: "¡Vengo de Ispahán! ¡Viajaba por mar con mis mercancías, cuando se estrelló el
navío en que yo iba, y las olas me arrojaron a esta isla!" Al oír tales palabras, el esclavo se puso a llorar;
luego se echó al cuello de Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Con sérvele con vida Alah, ¡oh rostro amigo!
Ispahán es mi tierra, y tam bién vivía allá la hija de mi tío, la que amé en mi primera infancia y a la que
estuve ligado estrechamente. Pero un día nos atacó una tribu más numerosa que la nuestra, capturando a
una gran parte de nos otros; y yo estaba comprendido en el botín. Como en aquella época era yo un niño
todavía, me cortaron los compañones para que aumen tara mi precio y me vendieron como eunuco. ¡Y en
este estado es como me ves! Luego, tras de desear la paz una vez más a Delicia-del-Mundo, el eunuco le
hizo entrar al patio principal del palacio.
Vio entonces el joven un maravilloso estanque rodeado de árboles de hermosas ramas frondosas,
donde piaban agradablemente, bendi ciendo al creador, pájaros encerrados en jaula de plata con puertas
de oro. Se aproximó a la primera jaula, la examinó con atención y vio que contenía una tórtola, que al
punto lanzó un grito que significaba: "¡Oh generoso!" Y al oír aquel grito, Delicia-del-Mundo, cayó des -
mayado; luego, cuando volvió en sí dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 407ª noche
Ella dijo:
...dejó escapar profundos suspiros, y recitó estos versos:
¡Si estás prendada de amor como yo, oh tórtola! invoca al Señor y arrulla: "¡Oh generoso!"
¡Quién sabe si es tu canto un grito de alegría o la queja de amor de un corazón turbado!
¿Gimes a causa de la partida de tu amigo, o porque te dejó débil y lánguida, o acaso
porque perdiste al objeto de tu amor? ¡Si es así, no temas, exhalar tus quejas y proclamar a
gritos el amor antiguo que te rebosa del corazón!
¡En cuanto a mí, conserve Alah a mi bienamada, y prometo no olvidarle nunca, hasta
cuando mis huesos sean ya polvo!
Después de recitar estos versos se echó a llorar de tal manera, que cayó desvanecido. Y cuando
recobró el conocimiento anduvo hasta lle gar a la segunda jaula, en la que halló una paloma zorita, que al
verle se puso a cantar, diciendo: "¡Oh Eterno, yo te glorifico!" Enton ces Delicia-del-Mundo suspiró
prolongadamente, y recitó estos versos:
¡La paloma zorita ha dicho quejosa!: ¡Oh Eterno, yo te glorifico a pesar de mis
calamidades!
¡Oh Eterno, espero que tu bondad me permita reunirme con la bienamada en este destierro!
¡Cuántas veces se me apareció con sus labios de miel aromática, y me dejó más abrasado
que nunca!
Mientras el fuego consume mi corazón y lo reduce a cenizas, lloro lágrimas de sangre, que
se desbordan inundando mis mejillas, y me digo: "¡La criatura no se fortalece más que con
sinsabores!"
¡Por eso es que quiero tomar mis males con paciencia!
¡Y si quiere Alah que me reúna con la dueña de mi corazón, gastaré mis riquezas en
albergar a la tribu de mis semejantes los enamorados!
¡Libertaré de su prisión a las aves, y en mi felicidad, me despo jaré de mi duelo!
Cuando hubo acabado de recitar estos versos, se acercó a la ter cera jaula, y vió que contenía un
ruiseñor, que, tan pronto como se dió cuenta que le observaban, se puso a cantar. Y al oírle, recitó estos
versos Delicia-del-Mundo:
¡Oh! ¡cómo me encanta el ruiseñor cuando deja oír su voz gentil, que se asemeja a una
enamorada voz desfalleciente de amor!
¡Piedad para los enamorados! ¡Cuántas noches no pasan víctimas de las zozobras, los
deseos y la inquietud!¡Tan crueles son sus angustias, que parece que nunca conocieron ellos
más que noches sin sueño y sin mañana!
¡En cuanto a mí, desde que vi a mi amiga me encadenó su amor, y encadenado de tal suerte,
dejo que de mis ojos se deslicen cadenas de lágrimas! Y me digo: "¡He aquí las cadenas que al
deslizarse de mis ojos encadenan toda mi persona!" ¡Y en esta forma se desborda mi ardor!
¡Al mismo tiempo estoy herido por el alejamiento de la amiga! ¡Se agotaron los tesoros de
mi paciencia, y mis fuerzas se rindieron!
¡Si, de ser equitativa la suerte, me reuniría con mi amiga!
¡Y ahora, cúbrame con su velo Alah, para que pueda yo desnudar mi cuerpo ante la amiga y
hacerle ver así el grado de agotamiento a que me redujeron las alarmas, la inquietud y el
abandono!
Cuando acabó de recitar estos versos, se adelantó hasta la cuarta jaula y vió en ella un bulbul que al
punto se puso a modular notas melancólicas. Y al oír aquel canto, Delicia-del-Mundo dejó escapar pro -
fundos suspiros, y recitó estos versos:
¡En las albas y las auroras, el bulbul consuela el corazón del enamorado con el sonido
melodioso de las cuerdas de su voz!
¡Oh Delicia-del-Mundo, quejumbroso y languideciente! ¡Aniquila do por el amor está tu
ser!
¡Hasta mí llegan no sé cuántos cánticos maravillosos, que enter necerían la dureza del
hierro y de la piedra!
¡Y he aquí que el aire ligero de la mañana viene a nosotros pa sando por los edenes de las
praderas y las flores exquisitas!
¡Oh, los cantos de pájaros en las albas y las mañanas, y tú, em balsamada brisa de las
primeras claridades del día, cómo transportáis mi alma!
¡Pienso entonces en la amiga lejana, y mis lágrimas se precipitan en lluvia torrencial,
mientras en mis entrañas arde un fuego terrible entre chispas y llamas!
¡Haga por fin Alah que el enamorado apasionado vuelva a ver a su amiga y a disfrutar de
sus encantos! Porque, ¿acaso el enamorado no tiene una excusa manifiesta? ¡Digo esto porque
sé que no hay como el hombre avisado para ver claro y disculpar!
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, Delicia-del-Mundo anduvo un poco...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 408ª noche
Ella dijo:
...Delicia-del-Mundo anduvo un poco, y vio una jaula maravi llosa, mucho más bonita que todas las
demás jaulas. Aquella jaula apri sionaba a un pichón salvaje, que tenía al cuello un collar de perlas
admirables. Y al ver Delicia-del-Mundo a aquel pichón, conocido por su canto melancólico y amoroso, y
a la sazón preso en aquella jaula con un aire muy triste y soñador, empezó a sollozar, y recitó estos
versos:
¡Oh pichón de los bosques frondosos! ¡Oh hermano de los aman tes, compañero de las almas
sensibles, yo te saludo!
¡Amo a una tierna gacela, cuya mirada penetró en mi corazón más profundamente que el
filo de una hoja cortante!
¡Su amor abrasó mi corazón y mis entrañas, y su lejanía arruinó mi cuerpo con
enfermedades!
¡Desde hace largo tiempo no saboreo las dulzuras del comer y del dormir!
¡De mi alma huyeron la paciencia y la tranquilidad, y la pasión vino a instalarse en ella
para siempre!
¿Cómo podré en lo sucesivo encontrar alegría viviendo lejos de la amiga ausente? ¿Acaso
no es ella mi aspiración, mi deseo y mi alma toda?
Cuando el pichón oyó estos versos de Delicia-del-Mundo, salió de su ensueño y empezó a gemir y a
arrullar de manera tan quejumbrosa y melancólica, que parecía ser humana su voz, y que en su lenguaje
recitaba estos versos:
¡Oh joven enamorado! ¡Acabas de recordarme la época de mi ju ventud sumergida en el
pasado, cuando me seducía mi amigo, cuyas formas graciosas adoraba yo, porque era
maravillosamente hermoso!
¡A través de las ramas del montículo arenoso, su voz sumíase en un éxtasis entusiasmado
con los caros acordes de la flauta!
¡Un día tendió una red el cazador y le apresó! Y exclamó mi amigo: "¡Oh mi libertad en el
espacio! ¡Oh felicidad fugitiva!"
¡Sin embargo, yo esperaba que el cazador se compadeciese de mi amor y me devolviera a
mi amigo; pero fué cruel!
¡Y ahora son ya excesivas mis torturas, y mis deseos se avivan con el fuego de tan dura
ausencia!
¡Oh! ¡Proteja Alah a los amantes enloquecidos y torturados por angustias como las mías!
¡Y ojalá alguno de ellos, al mirarme tan triste en mi jaula, me abra la puerta de ella y me
devuelva a mi amigo!
Entonces Delicia-del-Mundo se encaró con su amigo el eunuco de Ispahán, y le dijo: "¿Qué palacio
es éste? ¿Quiénes lo habitan? ¿Y quién lo construyó?" El eunuco contestó: "¡Es el visir de tal rey quien lo
construyó para su hija, con objeto de resguardarla de los aconteci mientos del tiempo y de los accidentes
del Destino! Acá la confinó con sus servidores y su séquito. ¡Y no se abren sus puertas más que una vez
al año, el día en que nos mandan provisiones!"
Al oír estas palabras, pensó para su alma Delicia-del-Mundo: "¡Por fin consigo mi propósito! Pero
¡cuán penoso me resulta tener que es perar tanto antes de verla!"
Y he aquí lo que a él atañe.
¡Pero he aquí ahora lo concerniente a Rosa-en-el-Cáliz!
Desde que llegó al palacio, no tuvo gusto ya para saborear el placer de beber y comer, ni el del
reposo y el sueño. Por el contrario, sentía aumentar en ella los tormentos de sus transportes apasionados;
y mataba el tiempo recorriendo todo el palacio en busca de una salida, pero sin resultado.
Y un día en que no podía más, estalló en sollozos, y recitó estos versos:
¡Para torturarme, me han aprisionado lejos de mi amigo, y en mi prisión me hacen sufrir
toda clase de tormentos!
¡Con los fuegos de la pasión, me quemaron el corazón, alejándolodo del amigo de mis ojos!
¡Me encerraron en fortificadas torres que alzaron sobre montañas entre los abismos
marinos!
¿Es que con ello quisieron que olvidara? ¡Pues desde entonces creció más aún mi amor!
¿Cómo podré olvidar? ¿No se debe todo lo que sufro a una sola mirada que dirijí al rostro
del amado?
¡Entre penas se deslizan mis días, y me paso la noche asaltada por tristes pensamientos!
¡Pero aunque carezco de la presencia amada, me queda su recuerdo para consolarme en la
soledad!
¡Ah! ¡Ojalá, después de todo esto, pueda ver un día que el Des tino me reúna con el
bienamado!
Cuando acabó de recitar estos versos, Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Cuando llegó la 409ª noche
Ella dijo:
...Rosa-en-el-Cáliz subió a la terraza del palacio, y valiéndose de sólidas telas de Baalbek, con las
cuales se ató cuidadosamente, se descolgó a tierra desde lo alto de los muros. Y vestida como estaba con
sus trajes más hermosos y con el cuello adornado por un collar de pedrerías, atravesó las llanuras
desiertas que rodeaban el palacio, y llegó de esta manera a la orilla del mar.
Divisó allí a un pescador, a quien el viento de través había arro jado a lo largo de aquella costa
mientras pescaba sentado en su barca. El pescador divisó asimismo a Rosa-en-el-Cáliz, y creyéndola una
apa rición obra de algún efrit, se atemorizó mucho y empezó a maniobrar para alejarse de allí cuanto
antes.
Entonces Rosa-en-el-Cáliz le llamó re petidas veces, y haciéndole numerosas señas, le recitó estos
versos:
¡Oh pescador! ¡Calma tu turbación, pues soy un ser humano semejante a los demás!
¡Te pido que respondas a mis súplicas y escuches mi verídica historia!
¡Ten piedad de mí, y si un día llegas a posar tus ojos en un amigo adusto y despiadado,
Alah te preservará de los ardores que me abrasan!
¡Porque amo a un jovenzuelo cuyo rostro resplandeciente hace pa lidecer el brillo del sol y
de la luna, cuyas miradas hicieron que la propia gacela exclamara disculpán dose: "¡Soy tu
esclava!"
¡Sobre su frente escribió la belleza este renglón encantador, de sentido conciso: "¡Quién le
mira como a la antorcha del amor, va por buen camino; pero quien se separa de él, comete una
falta grave y una impiedad!"
¡Oh pescador! ¡Cuál no sería mi dicha si consintieras en consolarme haciéndome que le
encontrara! ¡Y cuán agradecida te quedaría yo entonces! ¡Te daría pedrerías y joyas, y perlas
cogidas en el agua, y cuan tas cosas preciosas hay!
¡Ojalá pueda satisfacer mi amigo un día mis deseos, porque en la espera se derrite mi
corazón y se desmenuza!
Cuando oyó el pescador estas palabras, lloró, gimió y se lamentó, acordándose también de los días
de su juventud, cuando estaba rendido de amor, atormentado por la pasión, torturado por zozobras y
deseos, abrasado en el fuego de los transportes amorosos. Y se puso a recitar estos versos:
¡Qué perentoria excusa de la intensidad de mi ardor! ¡Miembros descarnados, lágrimas
esparcidas, ojos rotos por las vigilias, corazón golpeado como un eslabón brillante!
¡La calamidad del amor se apoderó de mí en la juventud, y he saboreado todas sus dulzuras
engañosas!
¡Ahora quiero venderme para encontrar a un amigo ausente, a riesgo de perder el alma!
¡No obstante, espero que me sea lucrativa esta venta, porque es costumbre en los
enamorados no regatear nunca el precio de su amigo!
Una vez que el pescador hubo acabado de recitar estos versos, se acercó con su barca a la orilla, y
dijo a la joven: "¡Embárcate, pues estoy dispuesto a conducirte adonde quieras!" Entonces se em barcó
Rosa-en-el-Cáliz, y el pescador se alejó de tierra a fuerza de remos.
Cuando se distanciaron un poco, se levantó un viento que empujó a la barca por la popa con tanta
velocidad, que no tardaron en perder de vista la tierra, sin que supiese ya el pescador dónde se hallaba.
Sin embargo, al cabo de tres días se calmó la tempestad, amenguó el viento, y con la venia de Alah
(¡exaltado sea!) llegó la barca a una ciudad si tuada a orillas del mar.
Y he aquí que precisamente en el momento en que llegaba la bar ca del pescador, el rey de la ciudad,
que era el rey Derbas, estaba sen tado con su hijo a una ventana de su palacio que daba al mar; y vio
entrar en el puerto la barca del pescador y divisó a aquella joven, hermosa como la luna llena en el seno
del cielo puro, que llevaba en las orejas pendientes de rubíes magníficos y al cuello un collar de mara -
villosas pedrerías. Supuso entonces que debía ser hija de un rey o de un soberano, y seguido de su hijo
abandonó el palacio y se dirigió a la playa, saliendo por la puerta que daba al mar.
En aquel momento ya estaba amarrada la barca, y la joven dor mía en ella tranquilamente.
Entonces el rey se acercó a la joven y veló su sueño. Y cuando abrió los ojos, ella se echó a llorar. Y
el rey le preguntó: "¿De dónde vienes? ¿De quién eres hija? ¿Y a qué obedece tu llegada a esta co -
marca?"
Ella contestó: "Soy la hija de Ibrahim, visir del rey Scha mikh. ¡Y mi llegada aquí obedece a algo
extraordinario y a una aven tura muy extraña!" Luego contó al rey toda su historia, desde el principio hasta
el fin, sin ocultarte nada. Tras de lo cual dejó escapar profundos suspiros, vertió llanto y recitó estos
versos:
¡He aquí que han ulcerado mis párpados las lágrimas! ¡Ah! ¡Pa ra que se desborden de tal
modo han sido precisas tribulaciones muy singulares!
¡Y la causa de todo es un ser caro a mi corazón, con el cual jamás pude aplacar la sed de
mis deseos!
¡Su rostro es tan hermoso, tan radiante y tan resplandeciente, que supera a la belleza de
turcos y árabes!
¡Al verle aparecer, el sol y la luna se inclinaron con amor, pren dados de sus encantos, y
rivalizaron en galanterías para con él!...
¡Su mirada hechicera es tan encantadora, que a todos los corazo nes fascina con su tirante
arco dispuesto a lanzar flechas!
¡Oh tú, a quien acabo de contar detalladamente mis penas amar gas, ten piedad de un
enamorado convertido en juguete de las vicisi tudes del amor!
¡Ay! ¡En triste estado me arrojó el mar en medio de tu país, y sólo en tu generosidad tengo
ya esperanza!
¡El hombre de corazón generoso que protege a quien le implora su hospitalidad, realiza,
por lo general, una obra muy meritoria! ¡...Oh tú, esperanza mía; extiende el velo protector
sobre la tribu de los enamorados, y haz ¡oh mi señor! que se reúnan!
Luego, una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey al gunos otros pormenores más...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 410ª noche
Ella dijo:
...una vez que hubo recitado estos versos, contó al rey algunos otros pormenores más después
quedóse hecha un mar de lágrimas, e improvisó los versos siguientes:
¡He podido disfrutar de la vida hasta el día en que conocí a aquel prodigio de amor! ¡Ojalá
todos los meses del año sean para el amigo meses de tranquilidad, como lo es el mes sagrado
de Bagdad!
¡Cuán asombroso sería que el día de mi destierro las lágrimas que vertí pudieran
transformarse en fuego líquido dentro de mis entrañas!
¡Aquel día cayó de mis párpados una lluvia de sangre en gotas redondas; y la superficie de
mis mejillas se coloreó de rojo!
¡Y los lienzos con que se enjugaron todas estas lágrimas se ti ñeron tan de rojo, que
parecían la túnica de Joset coloreada de una sangre engañosa!
Cuando oyó el rey las palabras de Rosa-en-el-Cáliz, no dudó ni por un instante de la profundidad del
mal de amor que la aquejaba; y se compadeció de ella y le dijo: "¡No temas ni te aterres, conseguis te tu
propósito! ¡Porque heme aquí dispuesto a hacer que logres tus aspiraciones y a darte al que pides!
¡Créeme, pues, y escucha algunas palabras mías!"
Y al punto el rey recitó estos versos:
¡Oh hija de raza noble y generosa, llegaste a la meta perseguida! ¡Te lo anuncio con
alegría! ¡Nada tienes que temer ya aquí!
¡Hoy mismo acumularé grandes riquezas y se las enviaré al rey Schamikh custodiadas por
jinetes y guerreros!
¡Le enviaré cofrecillos de almizcle y fardos con brocados, aña diendo a ello oro y plata
virgen!
¡Sí! ¡Y mis cartas enterarán, por medio de la escritura, de que deseo ser su aliado y su
pariente!
¡Hoy mismo te ayudaré con todas mis fuerzas para que te unas lo más pronto posible al que
amas!
¡Por mí propio gusté siempre la amargura del amor! ¡Y he apren dido a complacer y
disculpar a quienes bebieron en tan amargo cáliz!
Cuando acabó de recitar estos versos, fué el rey en busca de sus soldados, y después de llamar a su
visir, hízole que preparara un nú mero incalculable de fardos con los presentes consabidos, dándole orden
de que él mismo se pusiera en camino para llevarlas al rey Schamikh, y le dijo: "¡Es preciso, además,
que sin remisión traigas de allá contigo a una persona que se llama Delicia-del-Mundo! Y dirás al rey:
"Mi amo desea ser tu aliado, y el pacto de alianza entre tú y él será el matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz
con Delicia-del-Mundo, que es uno de los personajes de tu séquito. ¡Así, pues, has de confiarme a ese
joven y le conduciré junto al rey Derbas para que en su presencia se extienda el contrato de matrimonio!"
Tras de lo cual el rey Derbas escribió al rey Schamikh una carta alusiva, se la entregó al visir,
reiterándole las órdenes concernientes a Delicia-del-Mundo, y le dijo: "¡Has de saber que como no me lo
traigas, se te destituirá de tu cargo!" El visir contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto se puso en
camino, con los presentes aquellos, hacia las comarcas del rey Schamikh.
Cuando llegó a presencia del rey Schamikh, le transmitió la zale ma de parte del rey Derbas, y le
entregó la carta y los presentes que había traído para el.
Al ver aquellos presentes y al leer la carta, donde se hacía referen cia a Delicia-del-Mundo, el rey
Schamikh vertió abundantes lágrimas y dijo al visir del rey Derbas: "¡Ay! ¿Dónde estará ahora Deliciadel-
Mundo? ¡Porque ha desaparecido! ¡E ignoramos en qué sitio se en cuentra! ¡Si puedes traérmelo, ¡oh
visir embajador te daré el doble de lo que suponen los presentes que me ofreces!" Y al decir estas
palabras, quedó hecho un mar de lágrimas el rey, lanzando gemidos, lamentán dose y estallando en
sollozos.
Luego recitó estos versos:
¡Devolvedme a mi bienamado, y os obsequiaré con tesoros de perlas y diamantes!
¡Era él para mí la luna llena en el seno de un cielo puro y bello! ¡Era el amigo predilecto,
por sus modales exquisitos y encantadores!
¡No podría compararse con él la fina gacela! ¡Es su talle la rama del bambú, del que serían
frutos sus maneras deliciosas!
¡Pero ni la frágil rama, a pesar de su belleza joven, podría sedu cir a la razón humana
como él!
¡Entre las caricias le eduqué en sus tiernos años! ¡Y heme aquí ahora triste y desolado por
su alejamiento, y con el espíritu poseído de una turbación sin límite!
Tras de lo cual se encaró con el visir emisario que le llevó re galos y carta, y le dijo: "Regresa a tu
país y dile a tu rey: «¡Delicia -del-Mundo se marchó hace ya más de un año, y su amo el rey ignora lo que
de él ha sido!»" El visir contestó: "¡Oh mi señor! mi amo me ha dicho: «¡Si no traes a Delicia-del-
Mundo, se te destituirá del visirato y nunca más pondrás los pies en la ciudad! » ¿Cómo voy a regresar,
por consiguiente, sin el joven?"
Entonces el rey Schamikh se encaró con su propio visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo:
"¡Vas a acompañar al visir emi sario, y llevarás contigo una escolta importante; y de ese modo le ayudarás
a hacer por todas las comarcas las pesquisas necesarias para encontrar a Delicia-del-Mundo!" El visir
contestó: "¡Escucho y obe dezco!"
Y al punto se hizo escoltar por una tropa de guardias, y en com pañía del visir emisario partió en
busca de Delicia-del-Mundo.
De esta suerte viajaron durante mucho tiempo y cada vez que se cruzaban con beduínos o caravanas,
les pedían noticias de Delicia -del-Mundo, diciéndole: "¿Habéis visto pasar a un individuo así, cuyo
nombre es éste y cuyas señas son tales y cuales?" Y la gente contes taba...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 411ª noche
Ella dijo:
...Y la gente contestaba: "¡No le conocemos!" Y continuaron informándose de esta manera por
ciudades y poblados, y haciendo pes quisas por llanuras y terrenos accidentados, por tierras y desiertos,
hasta que llegaron a la orilla del mar. Se embarcaron entonces a bordo de un navío, y viajaron por mar
para arribar un día a la Montaña-ma rina-de-la-Madre-que-perdió-a-su-hijo.
El visir del rey Derbas dijo entonces al visir del rey Schamikh: "¿Por qué motivo dieron ese nombre
a esta montaña?" El otro contes tó: "¡Voy a decírtelo enseguida!
"Has de saber que en los tiempos antiguos bajó a esta montaña una gennia de la raza de los genn
chinos. Y he aquí que un día, en sus excursiones terrestres, se tropezó con un hombre, y le amó con un
amor apasionado. Pero temiendo ella la cólera de los genn de su raza, si se divulgaba la aventura, cuando
ya no pudo reprimir el ardor de sus deseos, se puso en busca de un paraje solitario donde ocultar su
amante a los ojos de sus parientes los genn, y acabó por dar con esta montaña desconocida de hombres y
genn, por no ser camino de éstos ni de aqué llos. Se apoderó entonces de su amante y le transportó por los
aires para depositarle en esta isla, donde hubo de vivir con él. Y de cuando en cuando se ausentaba de
aquí para hacer acto de presencia entre sus parientes, dándose prisa por regresar enseguida, ocultamente,
junto a su bien amado.
Al cabo de cierto tiempo de llevar aquella vida, quedó encinta de él varias veces, y echó al mundo en
esta montaña nu merosos hijos. Y cuando pasaban cerca de esta montaña los mercaderes que viajaban por
acá, oían desde sus navíos voces de niños que parecían los gritos quejumbrosos de una madre
lamentándose, y se decían: «¡En esta montaña debe haber alguna pobre madre que perdió a sus hijos! Y
ése es el motivo de tal nombre".
Al oír aquellas palabras, se asombró en extremo el visir del rey Derbas.
Pero ya habían echado pie a tierra, y llegaron al palacio, llaman do a la puerta. Se abrió la puerta al
punto, y salió de ella un eunuco, que reconoció inmediatamente a su amo el visir Ibrahim, padre de Rosaen-
el-Cáliz. Enseguida le besó la mano y le introdujo en el palacio con su compañero y su séquito.
Llegado que fué al patio del palacio, el visir Ibrahim advirtió entre los servidores a un hombre de
aspecto miserable, a quien no reconoció, y que no era otro que Delicia-del-Mundo. Así es que preguntó a
su gente:
"¿De dónde viene este individuo?" Le contestaron: "Es un pobre mercader que naufragó, perdiendo
todas sus mercancías, y pudo sal varse él sólo. ¡Se trata de un hombre inofensivo, de un santo sumido de
continuo en el éxtasis de la plegaria!" El visir no insistió más y penetró en el interior del palacio.
Se dirigió al aposento de su hija, y cuando llegó a él, no la en contró allí. Preguntó a las jóvenes que
la servían de esclavas, y le contestaron: "¡No sabemos cómo ha salido de aquí! ¡Lo único que podemos
decirte es que con nosotros sólo estuvo muy poco tiempo, porque desapareció!"
A estas palabras, el visir derramó muchas lá grimas e improvisó estos versos:
¡Oh casa amenizada por los cantos de tus pájaros, y cuyos umbra les fueron tan soberbios y
hermosos, hasta el momento en que el enamorado vino a ti llorando su deseo, y encontró
abiertas de par en par tus puertas hospitalarias!
¡Aquí, antaño, vivían los chambelanes, entre el lujo, la felicidad y los honores! ¡Y se
tendían por todas partes estofas de brocado! ¡Ay! ¿quién me dirá ya la suerte que corrieron los
dueños que la habitaron?
Luego, cuando acabó de recitar estos versos, el visir Ibrahim em pezó a llorar, a gemir y a lamentarse,
y dijo: "¡Nadie puede escapar a los designios de Alah ni burlar lo que trazó Él de antemano!" Después
subió a la terraza del palacio, y encontró allá las telas de Baalbek que estaban atadas por un extremo a
las almenas y pendían hasta la parte baja de los muros. Entonces comprendió que su hija había huido
valida de este medio, y extraviada por la pasión y enloquecida de dolor, se había marchado. Al mismo
tiempo divisó dos pájaros grandes: un cuervo el uno y un buho el otro; y sin dudar ya de que aquello era
un triste pre sagio, estalló en sollozos y recitó estos versos:
¡He venido a la morada de mi amigo con la esperanza de que al verle se extinguiera la
llama de mi amor y mis tormentos! ¡Pero el amigo no estaba en la casa, y sólo vi la aparición
siniestra de un cuervo y de un buho!
Y me decía este espectáculo: ”!Oprimiste a dos seres que se amaban con ternura,
separándoles con violencia!” “¡Ahora te toca a ti acercar a tus labios la copa de amargura que
les diste a beber! ¡Y pasarás tu vida con dolor, entre lágrimas y que maduras!"
Tras de lo cual bajó de la terraza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 412ª noche
Ella dijo:
"Tras de lo cual bajó de la terraza llorando, y dió orden a los es clavos para que fueran por la
montaña haciendo todas las pesquisas necesarias para dar con su ama. Y los esclavos ejecutaron la
orden. Pero no dieron ya con su señora. ¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente a Delicia-del-Mundo!
Cuando el joven adquirió la certeza de la fuga de Rosa-en-el-Cáliz lanzó un grito terrible y cayó
desmayado al suelo. Como no recobraba el conocimiento y seguía tendido sin moverse, las gentes del
palacio cre yeron que le poseía el éxtasis divino y que tenía el alma absorta en la belleza de la
contemplación augusta del Altísimo. ¡Y tal es lo concer niente a él!
En cuanto al visir del rey Derbas, cuando vió que el visir Ibrahim había perdido toda esperanza de
encontrar a su hija y a Delicia-del-Mundo y que tenía afectado muy penosamente con todo aquello el
cora zón, resolvió regresar a la ciudad del rey Derbas sin haber cumplido la misión de que estaba
encargado. Se despidió, pues, del visir Ibrahim, padre de Rosa-en-el-Cáliz, y le dijo, mostrándole al
pobre joven: "Qui siera llevarme conmigo a este santo hombre. ¡Tal vez, merced a sus méritos, caiga la
bendición sobre nosotros y Alah (¡exaltado sea!) con mueva el corazón de mi amo el rey y le impida
destituirme de mis fun ciones! Y después no dejaré yo de enviar este santo hombre a Ispahán, su ciudad,
que no está lejos de nuestro país". El visir Ibrahim le con testó: "¡Haz lo que quieras!"
Luego se separaron los dos visires, y cada uno tomó el camino de su país respectivo, no sin haber
tenido cuidado el visir del rey Derbas de llevarse consigo a Delicia-del-Mundo, cuya identidad estaba
muy lejos de suponer, y le acondicionó en una mula en vista del estado de inconsciencia tenaz en que se
hallaba el joven.
Tres días duró este estado de inconsciencia mientras viajaban, y Delicia-del-Mundo ignoraba
absolutamente cuanto pasaba a su alrededor. Por fin volvió de su desmayo, y dijo: "¿Dónde estoy?" Le
contesta ron: "¡Estás en compañía del visir del rey Derbas!" Luego fueron a prevenir al visir de que había
vuelto de su desmayo el santo hombre. Entonces le mandó el visir agua de rosas azucarada y le hicieron
que se la bebiera, con lo que acabó de reanimarse. Tras de lo cual siguieron el viaje y llegaron a la
ciudad del rey Derbas.
El rey Derbas al punto envió a decir a su visir: "¡Si no está con tigo Delicia-del-Mundo, guárdate bien
de ponerte en mi presencia!" Al recibir esta orden, el desgraciado visir no supo qué partido tomar.
Porque ignoraba completamente la presencia de Rosa-en-el-Cáliz cerca del rey, ni el porqué deseaba el
rey encontrar a Delicia-del-Mundo y aliarse con él; e ignoraba asimismo que Delicia-del-Mundo estaba
con él allí y era el joven que había estado inconsciente. Por su parte, Delicia-del-Mundo no sabía adónde
le llevaban ni que el visir estaba precisamente encargado de buscarle.
De modo que cuando el visir vió que Delicia-del-Mundo había re cobrado el conocimiento, le dijo:
"¡Oh santo hombre de Alah! Deseo recurrir a tus consejos en la perplejidad cruel en que me hallo. Has de
saber que mi amo el rey me despachó con una misión que no logré cumplir. Y al informarse de mi regreso
ahora, me ha enviado una carta en la que me dice: "¡Si no cumpliste tu misión, no debes entrar en mi
ciudad!"
El joven le preguntó: "¿Y qué misión era esa?" Entonces le contó el visir toda la historia, y Deliciadel-
Mundo dijo: "¡Nada te mas! Preséntate al rey y llévame contigo. ¡Y yo asumo la responsabilidad de la
vuelta de Delicia-del-Mundo!" Mucho se regocijó con aquello el visir, y dijo: "¿Hablas de verdad?" El
joven contestó: "¡Sí, por cierto!" Montó a caballo entonces el visir, y llevando consigo a Delicia-del -
Mundo, se presentó con él al rey.
Cuando se personaron ante el rey, preguntó éste al visir: "¿Dónde está Delicia-del-Mundo?" Entonces
se adelantó el santo hombre y con testó: "¡Oh gran rey, yo sé dónde se encuentra Delicia-del-Mundo!"
Hízole el rey señas para que se acercara más, y en extremo emocionado, le preguntó: "¿En qué sitio se
encuentra?" El joven contestó: "¡En un sitio que está muy cerca de aquí! Pero dime antes para qué lo
buscas, y me apresuraré a hacerle venir entre tus manos". Dijo el rey: "¡Cierto que te lo diré con mucho
gusto y obligado; pero el caso exige que este mos solos!" Y al punto ordenó a su gente que se alejara, se
llevó al joven a una sala retirada, y le contó la historia desde el principio hasta el fin.
Entonces Delicia-del-Mundo dijo al rey: "Haz que me traigan ves tidos suntuosos y dámelos para
vestirme con ellos. ¡Y al instante haré venir a Delicia-del-Mundo!" Hizo el rey que le llevaran enseguida
un traje suntuoso, y Delicia-del-Mundo se vistió con él, y exclamó: "¡Yo soy Delicia-del-Mundo, la
desolación de los envidiosos!" Y tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas hermosas,
improvisó estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 413ª noche
Ella dijo:
...tras estas palabras, partiendo los corazones con sus miradas her mosas, improvisó estos versos:
¡El recuerdo de mi bienamada me hace deliciosa compañía en mi soledad, y aleja de mí los
penosos pesares de la ausencia!
¡No tengo aquí otro manantial que el de mis lágrimas, pero cuando de mis ojos fluye ese
manantial, mitiga mis angustias!
¡Mis deseos son violentos, y nada puede compararse con ellos! ¡Ah! ¿habrá algo más
prodigioso que lo que con el amor y la amistad me ocurre?
Paso mis noches con los párpados abiertos en medio del insomnio, y mi vida amorosa
transcurre en el infierno y el paraíso!
¡Otrora estaba yo dotado de noble resignación; pero ya perdí esa virtud, y la aflicción es el
don único que me legó el amor!
¡Ha enflaquecido mi cuerpo y ha cambiado mi semblante con la ausencia y el ardor de la
pasión!
¡A fuerza de correr por ellos lágrimas, se han ulcerado los párpados de mis ojos, y sin
embargo, no puedo hacer que vuelvan a mis ojos las lágrimas! ¡Ah, ya no puedo! ¡he perdido el
corazón! ¡Ah! ¡las penas siguen a las penas!
¡Mi corazón y mi cabeza se asemejan, ahora que han envejecido y blanqueado juntos como
consecuencia del alejamiento de la bienamada, la más hermosa de las bienamadas!
¡Mal de su grado se verificó nuestra separación y al presente, su única preocupación es
volver a verme y poseerme!
¡Pero quién sabe ya si, después de tan prolongada ausencia, el Destino me reunirá todavía
con mi amiga, y la suerte cerrará el libro del alejamiento, abierto durante todo este tiempo, y
permtirá que a las angustias de la separación sucedan las delicias del encuentro!
¡Y quién sabe si me será posible tornar a ver aún a mi amiga compartiendo mis placeres en
nuestras moradas, y si mis pesares, por fin, se convertirán en delicias puras!
Cuando Delicia-del-Mundo hubo acabado de recitar estos versos, rey Derbas le dijo: "¡Por Alah!
ahora veo bien claro que am bos os amábais con la misma sinceridad y la misma intensidad. ¡En verdad
que en el cielo de la belleza sois dos astros luminosos! ¡Prodi giosa es vuestra historia y sorprendentes
vuestras aventuras!"
Luego contó el rey con toda clase de detalles la historia de Rosa-en-el-Cáliz. Y Delicia-del-Mundo le
preguntó: "¿Puedes ahora decirme ¡oh rey del tiempo! dónde está ella?"
El rey contestó: "¡Está en mi palacio!" Y al punto hizo ir al kadí y a los testigos, y les hizo extender el
contrato de matrimonio de Rosa-en-el-Cáliz con Delicia-del-Mundo. Tras de lo cual le colmó de honores
y beneficios, y despachó en seguida un co rreo para que informase al rey Schamikh de todo lo acaecido a
Deli cia-del-Mundo y a Rosa-en-el-Cáliz.
Cuando el rey Schamikh se enteró de esta noticia, se regocijó hasta el límite del regocijo y envió al
rey Derbas una carta en la cual le decía: "¡Puesto que ya se ha extendido el contrato de matri monio, deseo
que la celebración de las nupcias y la consumación del matrimonio tengan lugar en mi palacio!" Y al
punto hizo prepa rar camellos, caballos y hombres para que fuesen a recoger a los recién casados.
Al llegar aquella carta y aquella escolta, el rey Derbas regaló a los recién casados sumas
considerables, les dió un séquito mag nífico y se despidió de ellos.
Y partieron.
Y he aquí que fué un día memorable aquel en que llegaron a la ciudad de Ispahán, su país, donde
reinaba el rey Schamikh. ¡Nunca vióse un día más hermoso ni siquiera comparable con aquél! Porque,
para celebrar la fiesta, el rey Schamikh congregó a to dos los tañedores de instrumentos armónicos y dió
grandes festines. Y duró el alborozo tres días enteros, en los cuales el rey distribuyó al pueblo muchas
dádivas y regaló numerosos ropones de honor.
¡He aquí ahora lo referente a los recién casados! Una vez con cluído el festín de la primera noche,
Delicia-del-Mundo penetró en la cámara nupcial de Rosa-en-el-Cáliz; y se arrojaron ambos en brazos
uno de otro, pues hasta aquel momento no habían podido verse a solas desde su encuentro; y fue tanta su
felicidad, que no pudieron por menos de llorar de alegría durante un buen rato. Y Rosa-en-el-Cáliz
improvisó estos versos:
¡Por fin vino la alegría a ahuyentar la tristeza y la pena; y henos aquí reunidos, con gran
confusión de los que nos envidian!
¡La brisa de la reunión nos echó su aliento perfumado, reani mándonos el corazón, las
entrañas y el cuerpo!
¡En nuestros rostros ha brillado la embriaguez del retorno, y a nuestro alrededor
anunciaron nuestro regreso tambores y gritos de alegría!
¡No creáis que nuestras lágrimas son de pesar, sabed, por el contrario, que quien nos hace
llorar es la dicha!
¡Cuántas calamidades, desvanecidas ya, hemos sufrido! ¡Con qué resignación hemos
soportado dolores angustiosos!
¡En una hora de reunión olvidé torturas y contrariedades tan terribles que blanquearon mi
cabeza!
Terminada que fué esta improvisación, se abrazaron estrecha mente y permanecieron enlazados en
brazos uno de otro, hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 414ª noche
Ella dijo:
...hasta caer desfallecidos de júbilo y felicidad.
Vueltos ya de su desfallecimiento, Delicia-del-Mundo improvisó los versos siguientes:
¡Oh dulzura de las noches largo tiempo esperadas, cuando el bienamado se muestra fiel a
su promesa y se entrega a su amiga!
¡Henos aquí reunidos para siempre tras la ausencia, y se han roto las cadenas que nos
tenían cautivos en la separación!
¡Después de mostrarse con nosotros tan adusto, el Destino nos sonríe y nos concede sus
favores diligentemente!
¡La dicha ha desplegado su estandarte en nuestro honor, y para tranquilizarnos, nos brindó
la copa pura del placer!
Reunidos, por fin, después de la tormenta, nos contamos nuestras penas pasadas y nuestras
noches de insomnio que transcurrieron entre tristezas!
¡Oh mi señor, olvidemos ahora nuestros sufrimientos! ¡Y enriquezca nuestra alma con el
olvido el Dispensador de misericordias!
¡Ah! ¡cuán dulce es la vida! ¡cuán deliciosa es la vida! ¡La unión sólo consigue avivar mi
llama y mi ardor!
Recitados que fueron estos versos, los dos amantes se abrazaron por segunda vez, y cayendo en su
cama nupcial, se enlazaron estre chamente en medio de las más exquisitas voluptuosidades; y conti nuaron
acariciándose y entregándose a mil ternezas y juegos amables hasta que se hundieron en el mar de los
amores tumultuosos. Y fueron tan intensas sus delicias, sus voluptuosidades, su ventura, sus placeres y
sus alegrías, que dejaron transcurrir siete días y siete noches sin darse cuenta de la fuga del tiempo y su
mudanza, como si las siete jor nadas no hubieran sido más que una. Sólo al ver llegar a los tañedores de
instrumentos, comprendieron que se hallaban al final del séptimo día de su matrimonio. Así es que en el
límite de la sorpresa, Rosa-en-el Cáliz improvisó al instante los versos que vas a oír:
¡Aunque fui víctima de tanta envidia y estuve tan vigilada, pude poseer a mi bienamado!
¡Sobre la seda virgen y los terciopelos, se entregó a mí con mil caricias, encima de un
colchón de tierna piel y relleno con plumón de pájaros de especie extraordinaria!
¿Qué necesidad tengo de beber vino, si un amante, pleno de ardores nuevos me hace
saborear su saliva voluptuosa?
¡El pasado y el presente se confunden para nosotros en una unión que nos da el olvido! ¿No
es cosa prodigiosa que hayan pasado sobre nuestras cabezas siete noches enteras sin que nos
enteráramos?
¡Porque, con ocasión del séptimo día, han venido a felicitarme y a decirme: "¡Alah eternice
tu unión con tu amigo!"
Cuando hubo recitado ella estos versos, Delicia-del-Mundo la abra zó un número incalculable de
veces, y luego improvisó estos versos:
¡He aquí el día de la dicha y de la felicidad! ¡Y mi amiga ha venido a sacarme del
aislamiento!
¡Cuán enervante y deliciosa es su presencia! ¡Que encanto tiene su lenguaje espiritual!
¡Me hizo beber el sorbete voluptuoso de su intimidad, y esta bebida transportó fuera del
mundo a mis sentidos!
¡Nos hemos expansionado! ¡Nos hemos dilatado! ¡Nos hemos em briagado tendidos en
nuestra cama! ¡Y hemos cantado mientras be bíamos!
¡La embriaguez de la dicha hizo que perdiéramos la noción del tiempo y ya no supimos
distinguir el primer día del último!
¡Sea para nosotros siempre delicioso el amor! ¡Mi amiga experimentó goces iguales a los
míos!
¡Cómo yo, tampoco se acuerda de los días amargos! ¡Mi Señor la ha favorecido lo mismo
que me favoreció a mí!
Después de recitados estos versos, se levantaron ambos, salieron de la cámara nupcial y
distribuyeron a toda la servidumbre del palacio grandes sumas en plata, trajes magníficos, regalos y
presentes. Tras de lo cual, Rosa-en-el-Cáliz dio orden a sus esclavas de que hicieran eva cuar para ella
sola el hammam del palacio, y dijo a Delicia-del-Mundo: "¡Oh frescura de mis ojos! ¡ahora quiero verte
por fin en el hammam para estar ambos solos a nuestro sabor!" Y llegando en aquel mo mento al límite de
la dicha, improvisó estos versos:
¡Amigo, que desde hace tanto tiempo dominas mi corazón! - no quiero hablar de cosas
pretéritas-
¡Oh tú, sin quien ya no podría pasarme y a quien no podría ya, sustituir en mi intimidad,
ven al hammam, ¡oh luz de mis ojos! ¡Para mí será como un infierno de llamas en medio de un
paraíso de delicias!
¡Quemaremos el sahumerio del nadd hasta que los vapores embal samados llenen la sala
toda y se esparzan en todos sentidos!
¡Perdonaremos al Destino sus crímenes para con nosotros, y glorificaremos la bondad de
nuestro Señor!
Y al mirarte en el baño, cantaré: “¡Que el baño ¡Oh bienamado! te sea leve y delicioso!"
Una vez recitados estos versos, los dos amantes se levantaron y fue ron al hammam, donde pudieron
disfrutar de instantes agradables. Tras de lo cual volvieron al palacio, pasando allí su vida en medio de
las felicidades más intensas, ¡hasta el momento en que fué a visitarle la Destructora de placeres y la
Separadora de amigos!
¡Gloria al Inmutable, al Eterno, en el cual convergen los seres y las cosas!
"¡Pero no creas, ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- que esta historia puede asemejarse a la
Historia mágica del caballo de ébano!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Entusiasmado estoy ¡oh Scheh razada! con los versos nuevos que se
recitaron esos amantes fieles! ¡Así es que me tienes dispuesto a oírte cómo cuentas esa historia mágica
que no conozco!"
Y dijo Schehrazada:
Historia mágica del caballo de ébano
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y lo pasado de las épocas y de
las edades, había un rey muy grande y muy poderoso entre los reyes de los persas, que se llamaba Sabur,
y era sin duda el rey más rico en tesoros de todas clases, como también el más dotado de sagacidad y de
prudencia. Además, estaba lleno de generosidad y de amabilidad, y tenía siempre abierta sin des mayo la
mano para ayudar a los que le imploraban, sin rechazar nunca a quienes le solicitaban un socorro. Sabía
otorgar la hospitalidad libe ralmente a los que sólo le pedían cobijo, y reconfortar en ocasiones, con sus
palabras y sus maneras impregnadas de dulzura y de amenidad, a los corazones heridos. Era bueno y
caritativo con los pobres; y los extranjeros nunca veían cerradas a su llamamiento las puertas de los
palacios de aquel soberano. En cuanto a los opresores, no encontraban gracia ni indulgencia de su severa
justicia. Y así era, en verdad, él.
El rey Sabur tenía tres hijas, que eran como otras tantas lunas hermosas en un cielo glorioso o como
tres flores maravillosas por su brillo en un parterre bien cuidado, y un hijo que era la misma luna y se
llamaba Kamaralakmar
[124].
Todos los años daba el rey a su pueblo dos grandes fiestas, una al comienzo de la primavera, la de
Nuruz, y otra en el otoño, la del Mihr gán; y con ambas ocasiones mandaba abrir las puertas de todos sus
palacios, distribuía dádivas, hacía que sus pregoneros públicos procla masen edictos de indulto,
nombraba numerosos dignatarios y otorgaba ascensos a sus lugartenientes y chambelanes. Así es que de
todos los puntos de su vasto Imperio acudían los habitantes para rendir pleitesía a su rey y regocijarse en
aquellos días de fiesta, llevándole presentes de todo género y esclavos y eunucos en calidad de regalo.
Y he aquí que durante una de esas fiestas, la de la primavera pre cisamente, estaba sentado en el trono
de su reino el rey, quien a todas sus cualidades añadía el amor a la ciencia, a la geometría y a la as -
tronomía, cuando vió que ante él avanzaban tres sabios, hombres muy versados en las diversas ramas de
los conocimientos más secretos y de las artes más sutiles, los cuales sabían modelar la forma con una
per fección que confundía al entendimiento y no ignoraban ninguno de los misterios que de ordinario
escapan al espíritu humano. Y llegaban a la ciudad del rey estos tres sabios desde tres comarcas muy
distintas y ha blando diferente lengua cada uno: el primero era hindí, el segundo rumí y el tercero ajamí de
las fronteras extremas de Persia.
Se acercó primero al trono el sabio hindí, se prosternó ante el rey, besó la tierra entre sus manos, y
después de haberle deseado alegría y dicha en aquel día de fiesta, le ofreció un presente verdaderamente
real: consistía en un hombre de oro, incrustado de gemas y pedrerías de gran precio, que tenía en la mano
una trompeta de oro.
Y le dijo el rey Sabur: '»¡Oh, sabio! ¿para que sirve esta figura?" El sabio contestó: "¡Oh mi señor!
este hombre de oro posee una virtud admirable! ¡Si le colocas a la puerta de la ciudad, será un guardián a
toda prueba, pues si viniese un enemigo para tomar la plaza, le adivinará a distancia, y soplando en la
trompeta que tiene a la altura de su rostro, le pa ralizará y le hará caer muerto de terror!" Y al oír estas
palabras, se maravilló mucho el rey, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh sabio! que si es verdad lo que dices, te
prometo la realización de todos tus anhelos y de todos tus deseos!"
Entonces se adelantó el sabio rumí, que besó la tierra entre las manos del rey, y le ofreció como
regalo una gran fuente de plata, en medio de la cual se encontraba un pavo real de oro rodeado por vein -
ticuatro pavas reales del mismo metal. Y el rey Sabur los miró con asombro, y encarándose con el rumí,
le dijo: "¡Oh sabio! ¿para qué sirven este pavo y estas pavas?"
El sabio contestó: "¡Oh mi señor! a cada hora que transcurre del día o de la noche, el pavo da un
picotazo a cada una de las veinticuatro pavas y la cabalga, agitando las alas, y así sucesivamente cabalga
a las veinticuatro pavas, marcando las horas; luego, cuando ha dejado transcurrir el mes de esta manera,
abre la boca, y en el fondo de su gaznate aparece el cuarto creciente de la luna nueva".
Y exclamó el rey maravillado: "¡Por Alah, que si es verdad lo que dices, se cumplirán todas tus
aspiraciones!"
El tercero que avanzó fué el sabio de Persia. Besó la tierra entre las manos del rey, y después de los
cumplimientos y de los votos le ofreció un caballo de madera de ébano, de la calidad más negra y más
rara, incrustado de oro y pedrerías, y enjaezado maravillosamente con una silla, una brida y unos estribos
como sólo llevan los caballos de los reyes. Así es que el rey Sabur quedó maravillado hasta el límite de
la maravilla y desconcertado por la belleza y las perfecciones de aquel caballo; luego dijo: "¿Y qué
virtudes tiene este caballo de ébano?"
El persa contestó: "¡Oh mi señor! las virtudes que posee este caballo son cosa prodigiosa, hasta el
punto de que cuando uno monta en él, parte con su jinete a través de los aires con la rapidez del
relámpago, y le lleva a cualquier sitio donde se le guíe, cubriendo en un día distancias que tardaría un
año en recorrer un caballo vulgar". Prodigiosamente asombrado con aquellas tres cosas prodigiosas que
se habían sucedido en un mismo día, el rey encaróse con el persa, y le dijo: "¡Por Alah el Omnipotente
(¡exaltado sea!), que crea los seres todos y les da de comer y de beber, que si me pruebas la verdad de
tus palabras te pro meto la realización de tus anhelos y del menor de tus deseos!"
Tras de lo cual el rey mandó someter a prueba durante tres días las virtudes diversas de los tres
regalos, haciendo que los tres sabios los pusieran en movimiento. Y en efecto, el hombre de oro sopló
con su trompeta de oro, el pavo real de oro picoteó y cabalgó regularmente a sus veinticuatro pavas
reales de oro, y el sabio persa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 416ª noche
Ella dijo:
...y el sabio persa montó en el caballo de ébano, le hizo elevarse por los aires y recorrer un gran
espacio con una rapidez extraordinaria, para descender, después de haber descrito un amplio círculo, en
el mis mo sitio de donde partió.
Al ver todo aquello, el rey Sabur quedó al principio estupefacto, y luego se tambaleó de tal manera
que parecía iba a volverse loco de alegría. Dijo entonces a los sabios: "¡Oh sabios ilustres! ahora tengo
ya una prueba de la verdad de vuestras palabras y a mi vez cumpliré mi promesa. ¡Pedidme, pues, lo que
deseéis, y se os concederá al ins tante!"
Entonces contestaron los tres sabios: "¡Puesto que nuestro amo el rey está satisfecho de nosotros y de
nuestros presentes y nos deja que elijamos lo que hemos de pedirle, le rogamos que nos dé en matrimonio
a sus tres hijas, pues anhelamos vivamente ser yernos suyos! ¡Y en nada podrá turbar tal cosa la
tranquilidad del reino! ¡Aunque así fuese, los reyes no se desdicen de sus promesas nunca!" El rey
contestó: "¡Al instante daré satisfacción a vuestro deseo!" Y al punto dió orden de hacer ir al kadí y a los
testigos para que extendieran el contrato de matrimonio de sus tres hijas con los tres sabios.
¡Eso fué todo!
Pero acaeció que, mientras tanto, las tres hijas del rey estaban sen tadas precisamente detrás de una
cortina de la sala de recepción y oían aquellas palabras. Y la más joven de las tres hermanas se puso a
con siderar con atención al sabio que debía escogerla por esposa, ¡y he aquí su descripción! Era un viejo
muy anciano, de una edad de cien años lo menos, como no tuviese más; con restos de cabellos
blanqueados por el tiempo; con una cabeza oscilante; cejas roídas de tiña; orejas col gantes y hendidas;
barba y bigotes teñidos y sin vida; ojos rojos y bizcos, que se miraban atravesados; carrillos fláccidos,
amarillos y llenos de huecos; nariz semejante a una gruesa berenjena negra; cara tan arrugada como el
delantal de un zapatero remendón; dientes saledizos como los dientes de un cerdo salvaje, y labios flojos
y jadeantes como los testículos del camello; en una palabra, aquel viejo sabio era una cosa espantosa, un
horror compuesto de monstruosas fealdades que sin duda le hacían ser el hombre más deforme de su
época, pues ninguno hubo como él, con aquellos diversos atributos, y además, con sus man díbulas vacías
de molares, ostentando a guisa de colmillos unos garfios que le hacían semejante a los efrits que asustan a
los niños en las casas desiertas y hacen cacarear de miedo a los pollos en los gallineros.
¡Eso fué todo!
Y precisamente la princesa, que era la más joven de las tres hijas del rey, resultaba la joven más
bella y más graciosa de su tiempo, más elegante que la tierna gacela, más dulce y más suave que la brisa
más acariciadora, y más brillante que la luna llena; diríase que verdadera mente estaba hecha para los
escarceos amorosos; se movía y la rama flexible se avergonzaba al ver sus balanceos ondulantes; andaba,
y el corzo ligero se avergonzaba al ver su andar gracioso; y sin disputa superaba con mucho a sus
hermanas en hermosura, en blancura, en en cantos y en dulzura.
Y así era ella, en verdad.
De modo que cuando vió al sabio que debía tocarle en suerte, corrió a su habitación y se dejó caer de
bruces en el suelo, desgarrándose los vestidos, arañándose las mejillas y sollozando y lamentándose.
Mientras permanecía ella en aquel estado, su hermano el príncipe Kamaralakmar, que la quería
mucho y la prefería a sus otras herma nas, volvía de una partida de caza, y al oír lamentarse y llorar a su
hermana, penetró en su aposento y le preguntó: "¿Qué tienes? ¿Qué te ha ocurrido? ¡Dímelo enseguida y
no me ocultes nada!"
Entonces ella se golpeó el pecho y exclamó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh que rido nada te ocultaré!
¡Sabe que, aunque el palacio debiera hundirse luego encima de tu padre, estoy dispuesta a abandonarlo; y
si adquiero la certeza de que tu padre va a cometer actos tan odiosos, huiré de aquí sin que me dé
provisiones para el camino, porque Alah proveerá!"
Al escuchar estas palabras, el príncipe Kamaralakmar le dijo:
"¡Pero dime al fin a qué viene ese lenguaje y qué es lo que te oprime el pecho y turba tus humores!"
La joven princesa contestó: "¡Oh único hermano mío! ¡oh querido! has de saber que mi padre me
prometió en matrimonio a un sabio viejo, a un mago horrible que le ha regalado un caballo de madera de
ébano; y sin duda le ha embrujado con su hechicería y ha abusado de él con su astucia y su perfidia! ¡En
cuanto a mí, estoy resuelta a dejar este mundo antes que pertenecer a ese viejo asqueroso!"
Su hermano empezó entonces a tranquilizarla y a consolarla, aca riciándola y mimándola, y luego se
fué en busca de su padre el rey, y le dijo: "¿Quién es ese hechicero a quien prometiste casarle con mi
hermana pequeña? ¿Y qué regalo es ése que te ha traído para deci dirte así a hacer que muera de pena mi
hermana? ¡Eso no es justo y no puede suceder!"
Y he aquí que el persa estaba cerca y oía aquellas palabras del hijo del rey, y se sintió muy furioso y
muy mortificado.
Pero el rey contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 417ª noche
Ella dijo:
...el rey contestó: "¡Oh hijo mío Kamaralakmar! ¡no estarías tan turbado y tan estupefacto si vieras el
caballo que me ha dado el sa bio!" Y salió en seguida con su hijo al patio principal del palacio, y dió
orden a los esclavos de que llevaran el caballo consabido. Y los esclavos ejecutaron la orden.
Cuando el joven príncipe vió el caballo, lo encontró muy hermoso y le entusiasmó mucho. Y como era
un jinete excelente, saltó con ligereza a lomos del bruto y le pinchó de pronto en los flancos con las
espuelas, metiendo los pies en los estribos. Pero no se movió el caballo. Y el rey dijo al sabio: "¡Ve a
mirar por qué no se mueve, y ayuda a mi hijo, quien a su vez tampoco dejará de ayudarte para que
realices tus anhelos!”
De modo que el persa, que guardaba rencor al joven a causa de su oposición al matrimonio de su
hermana, se acercó al príncipe caba llero, y le dijo: "Esta clavija de oro que hay a la derecha del arzón de
la silla es la clavija que sirve para subir. ¡No tienes más que darle la vuelta!"
Entonces el príncipe dió la vuelta a la clavija que servía para subir, ¡y he aquí lo que pasó! Al punto
se elevó por los aires el caballo con la rapidez del ave, y a tanta altura, que el rey y todos los circuns -
tantes le perdieron de vista a los pocos momentos.
Al ver desaparecer así a su hijo, sin que regresara al cabo de al gunas horas que estuvieron
esperándole, inquietóse mucho el rey Sabur, y muy perplejo, dijo al persa: "¡Oh sabio! ¿qué vamos a
hacer ahora para que vuelva?" El sabio contestó: "¡Oh mi amo! ¡nada puedo hacer ya, y no verás de
nuevo a tu hijo hasta el día de la Resurrección! ¡Por que el príncipe no ha querido escuchar más que a su
presunción y a su ignorancia, y en vez de darme tiempo para que le explicase el mecanismo de la clavija
de la izquierda, que es la clavija que sirve para bajar, ha puesto en marcha el caballo antes de lo
debido!"
Cuando el rey Sabur hubo oído estas palabras del sabio, se llenó de furor, e indignándose hasta el
límite de la indignación, ordenó a los esclavos que dieran una paliza al persa y le arrojaran después al
cala bozo más lóbrego, en tanto que se quitaba él de la cabeza la corona, golpeándose en la cara y
mesándose las barbas, tras de lo cual se retiró a su palacio, hizo cerrar todas las puertas, y empezaron a
sollozar, a gemir y a lamentarse con él su esposa, sus tres hijas, su servidumbre y todos los habitantes del
palacio, como también los de la ciudad. Y he aquí cómo se tornó su alegría en aflicción, y su felicidad en
tristeza y desesperación.
¡Y esto en cuanto a ellos atañe!
Por lo que afecta al príncipe, el caballo continuó elevándose por los aires con él, sin detenerse y
como si fuera a tocar el sol. Entonces comprendió el joven el peligro que corría y cuán horrible muerte le
esperaba en aquellas regiones del cielo; y se inquietó bastante y se arrepintió mucho de haber subido en
el caballo, y pensó para su áni ma: "¡Sin duda, la intención del sabio fué perderme en vista de lo que
opiné con respecto a mi hermana menor! ¿Qué hacer ahora? ¡No hay fuerza ni poder más que en Alah el
Omnipotente! ¡heme aquí perdido sin remisión!" Luego se dijo: "Pero ¿quién sabe si no hay una segunda
clavija que sirva para bajar, lo mismo que la otra sirve para subir?" Y como estaba dotado de sagacidad,
de ciencia y de inteligencia, se puso a buscarla por todo el cuerpo del caballo, y acabó por encontrar, en
el lado izquierdo de la silla, un tornillo minúsculo, no mayor que la cabeza de un alfiler; y se dijo: "¡No
veo más que esto!" Entonces apretó aquel tornillo y al punto comenzó a disminuir la ascensión poco a
poco y el caballo se paró un instante en el aire, para empezar inmediatamente después a descender con la
misma rapidez de antes, amenguando luego la marcha poco a poco según se acercaba al suelo; y acabó
por tocar en tierra sin ninguna sacudida ni contratiempo, mientras su jinete res piraba con libertad y se
tranquilizaba por su vida.
Y he aquí que entre las ciudades que de aquella suerte se mostraban por debajo de él, divisó una
ciudad de casas y edificios alineados con simetría y de manera encantadora en medio de una comarca
surcada por numerosas aguas corrientes y rica en prados donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 418ª noche
Ella dijo:
...donde triscaban en paz saltarinas gacelas.
Como por temperamento era aficionado a distraerse y a observar, Kamaralakmar se dijo: "¡Es
necesario que sepa yo el nombre de esa ciudad y la comarca en que está situada!" Y empezó a dar vueltas
en el aire alrededor de la ciudad, deteniéndose encima de los parajes más hermosos.
Mientras tanto, empezaba a declinar el día y el sol había llegado en el horizonte a lo más bajo de su
carrera; y pensó el príncipe: "¡Por Alah, que no encontraré indudablemente sitio mejor para pasar la
noche que esta ciudad! Por consiguiente, dormiré aquí, y al apuntar el día de mañana, emprenderé de
nuevo la ruta de mi reino para regresar con mis parientes y mis amigos. ¡Y contaré entonces a mi padre
cuanto me acaeció y cuanto han visto mis ojos!" Y echó en torno suyo una mirada para escoger un lugar
donde pasar la noche con seguridad y sin que se le importunase, y donde resguardar a su caballo, y acabó
por dejar recaer su elección, en un palacio elevado que aparecía en medio de la ciudad, y lo flanqueaban
torres almenadas, y lo guardaban cua renta esclavos negros vestidos con cotas de malla y armados con
lanzas, alfanjes, arcos y flechas. Así es que se dijo el joven: "¡He ahí un lugar excelente!" Y apretando el
tornillo que servía para bajar, guió hacia aquel lado a su caballo, que fué a posarse dulcemente, como un
pájaro cansado, en la terraza del palacio. Entonces dijo el príncipe: "¡Loor a Alah!" Y se apeó de su
caballo. Púsose luego a dar vueltas en torno al animal y a examinarle, diciendo: "¡Por Alah! ¡Quien con
tal per fección te fabricó es un maestro como obrero y el más hábil de los artífices! ¡De modo que si el
Altísimo prolonga el término de mi vida y me reúne con mi padre y con los míos, no dejaré de colmar con
mis bondades a ese sabio y de hacer que se beneficie con mi generosidad!"
Pero ya había caído la noche, y el príncipe permaneció en la terraza, esperando que en el palacio
estuviese dormido todo el mundo. Después, como se sentía torturado por el hambre y la sed ya que desde
su partida no había comido ni bebido nada, se dijo: "¡En verdad que no debe carecer de víveres un
palacio como éste!" Dejó, pues, el caballo en la terraza, y resuelto a buscar algo con que alimentarse, se
enca minó a la escalera del palacio y descendió por sus peldaños hasta abajo. Y de pronto se encontró en
un ancho patio con piso de mármol blanco y de alabastro transparente, en el que se reflejaba por la noche
la luz de la luna. Y le maravilló la belleza de aquel palacio, y de su arqui tectura; pero en vano miró a
derecha y a izquierda, porque no vió alma viviente ni oyó sonido de una voz humana; y se notó muy
inquieto y muy perplejo, y no supo qué hacer. Se decidió, sin embargo, a salir de su estupor al fin,
pensando. "¡Por el momento no puedo hacer nada mejor que volver a subir a la terraza de donde he
bajado, y pasar la noche junto a mi caballo; y mañana a los primeros resplandores del día, montaré de
nuevo en mi caballo y me marcharé!" Y cuando ya iba a poner en práctica este proyecto, advirtió una
claridad en el interior del palacio, y avanzó por aquel lado para saber de qué provenía. Y vió que aquella
luz era la de una antorcha encendida delante de la puerta del harén, a la cabecera del lecho de un eunuco
negro que dormía ron cando de una manera muy ruidosa, y se asemejaba a algún efrit entre los efrits a las
órdenes de Soleimán o a algún genni de la tribu negra de los genn; estaba acostado en un colchón a lo
ancho de la puerta, y la atrancaba mejor que lo hubiera hecho un tronco de árbol o el banco de un portero;
y a la luz de la antorcha resplandecía furiosamente el mango de su alfanje, mientras que por encima de su
cabeza colgaba de una columna de granito su saco de provisiones.
Al ver a aquel negro espantable, el joven Kamaralakmar quedó aterrado, y murmuró: "¡Me refugio en
Alah el Todopoderoso! ¡Oh due ño único del cielo y de la tierra! ¡Tú que ya me salvaste de una perdi ción
segura, socórreme otra vez y sácame sano y salvo de la aventura que me espera en este palacio!" Dijo, y
tendiendo la mano hacia el saco de provisiones del negro, lo cogió con presteza, salió de la habitación,
lo abrió, y encontró dentro víveres de la mejor calidad. Se puso a comer, y acabó por dejar
completamente vacío el saco; y después de haberse reanimado así, fué a la fuente del patio y aplacó su
sed be biendo del agua pura y dulce que manaba. Tras de lo cual volvió junto al eunuco, colgó el saco en
su sitio, y sacando de la vaina el alfanje del esclavo, lo cogió en tanto que el otro dormía y roncaba más
que nunca, y salió sin saber aún lo que le deparaba su destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 419ª noche
Ella dijo:
...sin saber aún lo qué le deparaba su destino.
Siguió, pues, avanzando por dentro del palacio y llegó a una se gunda puerta, sobre la cual caía una
cortina de terciopelo. Levantó aquella cortina, y encontróse en una sala maravillosa, en la cual vió un
amplio lecho del marfil más blanco, incrustado de perlas, rubíes, jacintos y otras pedrerías, y tendidas en
el suelo cuatro jóvenes escla vas, que dormían. Se acercó entonces sigilosamente al lecho para saber
quién podría estar acostado en él. ¡Y vió a una joven que tenía por toda camisa nada más que su
cabellera! ¡Y era tan hermosa, que se la hubiera tomado, no ya por la luna cuando sale en el horizonte
oriental, sino por otra luna más maravillosa que surgiese de las manos del Creador! ¡Su frente era una
rosa blanca, y sus mejillas dos anémonas de un rojo tenue, cuyo brillo se realzaba con un delicado grano
de belleza a cada lado!
Al ver tal cúmulo de hermosura y de gracias, de encantos y de elegancia, Kamaralakmar creyó caerse
de espaldas desvanecido, si no muerto. Y cuando pudo dominar un poco su emoción, se aproximó a la
joven dormida, temblándole todos los músculos y todos los nervios y estremeciéndose de placer y
voluptuosidad la besó en la mejilla derecha.
Al contacto de aquel beso la joven se despertó sobresaltada, abrió mucho los ojos, y advirtiendo al
joven príncipe que permanecía de pie a su cabecera, exclamó: "¿Quién eres y de dónde vienes?" El con -
testó: "¡Soy tu esclavo y el enamorado de tus ojos!"
Ella preguntó: "¿Y quién te condujo hasta aquí?"
El contestó: "¡Alah, mi destino y mi buena suerte!"
Al oír estas palabras, la princesa Schamsennahar (que tal era su nombre), sin mostrar demasiada
sorpresa ni espanto, dijo al joven:
"¿Acaso eres el hijo del rey de la India que me pidió ayer en matri monio, y a quien mi padre el rey no
aceptó como yerno a causa de su pretendida fealdad?
Porque si eres tú, ¡por Alah! no tienes nada de feo, y tu belleza ya me ha subyugado, ¡oh mi señor!" Y
como, efectiva mente, era él tan radiante cual la brillante luna, le atrajo a sí y le abra zó, y la abrazó él, y
embriagados ambos de su mutua hermosura y de su juventud, se hicieron mil caricias, acostados uno en
brazos de otro, y se dijeron mil locuras, entregándose a mil juegos amables, y prodi gándose mil mimos
dulces y ardientes.
Mientras ellos se divertían de tal manera, las servidoras despertá ronse de pronto, y al advertir con su
ama al príncipe, exclamaron: "¡Oh, ama nuestra! ¿quién es ese joven que está contigo?" Ella con testó:
"¡No lo sé! ¡Le encontré a mi lado al despertarme! ¡Sin embargo, supongo que es el que ayer me solicitó a
mi padre en matrimonio!" Turbadas por la emoción, exclamaron ellas: "¡El nombre de Alah sobre ti y
alrededor de ti, oh señora nuestra! Ni por asomo es éste el que te pidió en matrimonio ayer; porque aquél
era muy feo y muy repul sivo, y este joven es gentil y deliciosamente bello, y sin duda procede de ilustre
estirpe. ¡En cuanto al otro, el feo de ayer, ni de ser tu esclavo es digno!"
Tras de lo cual se levantaron las servidoras y fueron a des pertar al eunuco de la puerta, y le pusieron
la alarma en el corazón, di ciéndole: "¿Cómo se explica que siendo guardián del palacio y del harén,
dejes a los hombres penetrar en nuestros aposentos mientras dormimos?"
Cuando oyó estas palabras el eunuco negro, saltó sobre ambos pies y quiso apoderarse de su alfanje;
pero no encontró más que la vaina. Aquello le sumió en un terror grande, y todo tembloroso levantó el
tapiz y entró en la sala. Y vió con su ama en el lecho al hermoso joven, sin tiéndose de tal modo
deslumbrado, que hubo de decirle: "¡Oh mi se ñor! ¿eres un hombre o un genni?"
El príncipe contestó: "¿Cómo te atreves confundir a los hijos de los reyes Khosroes con un genn de -
moníaco y efrits, tú, miserable esclavo y el más maléfico de los negros de betún?" Y así diciendo, furioso
cual un león herido, empuñó el al fanje y gritó al eunuco: "¡Soy yerno del rey, que me ha casado con su
hija y me mandó que penetrara en ella!"
Al oír esas palabras, contestó el eunuco: "¡Oh mi señor! ¡si ver daderamente eres un hombre de la
especie de los hombres y no un genni, digna de tu belleza es nuestra joven ama, y te la mereces mejor que
cualquier otro rey, hijo de rey o de sultán!"
Después corrió el eunuco en busca del rey, lanzando gritos terri bles, desgarrando sus vestidos y
cubriéndose con polvo la cabeza. De modo que, al oír sus gritos de loco, le preguntó el rey: "¿Qué
calamidad te aqueja? ¡Habla pronto y sé breve, porque me estás estreme ciendo el corazón!" El eunuco
contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 420ª noche
Ella dijo:
...El eunuco contestó: "¡Oh rey! ¡date prisa a volar en socorro de tu hija, porque un genni entre los
genn, con la apariencia de un hijo de rey, se ha posesionado de ella y ha hecho en ella su domicilio! ¡Eso
es todo! ¡Corre! ¡Duro con él!"
Al oír estas palabras de su eunuco, el rey llegó al límite del fu ror, y a punto estuvo de matarle; pero le
gritó: "¿Cómo te atreviste a ser negligente hasta el extremo de perder de vista a mi hija, cuando te tengo
encargado de su custodia diurna y nocturna, y cómo dejaste que pene trara en su aposento y se posesionara
de ella ese efrit demoníaco?" Y loco de emoción se abalanzó hacia las habitaciones de la princesa, don de
se encontró con las servidoras, que a la puerta le esperaban pálidas y temblorosas, y les preguntó: "¿Qué
le ha pasado a mi hija?" Ellas contestaron: "¡Oh rey! no sabemos lo que ha sucedido mientras está bamos
dormidas; pero cuando nos hemos despertado encontramos en el lecho de la princesa a un joven, que nos
pareció la luna llena de tan hermoso como era, y que charlaba con tu hija de una manera deliciosa y sin
dejar lugar a dudas. Y en verdad que nunca vimos a nadie más hermoso que ese joven. Sin embargo, le
preguntamos quién era, y nos contestó: "¡Soy aquel a quien el rey concedió en matrimonio a su hija!"
¡Nada más que eso sabemos! Y no podemos decirte si se trata de un hombre o un genni. ¡De todos
modos, hemos de asegurarte que es ama ble, bien intencionado, modesto, cortés, e incapaz de cometer la
menor fechoría o de hacer cosa censurable! ¿Cómo, siendo tan bello, se pue de hacer cosa censurable?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se le enfrió la cólera y su inquietud se apaciguó; y muy
suavemente y con mil precauciones, levantó un poco la cortina de la puerta y vió acostado junto a su hija
en el lecho, y charlando graciosamente a un príncipe de lo más en cantador, cuyo rostro resplandecía
como la luna llena.
En vez de tranquilizarle por completo, el resultado de aquello fue excitar hasta el último extremo su
celo paternal y sus temores por el peligro que corría el honor de su hija. Así es que, precipitándose por
la puerta se abalanzó a ellos con la espada en la mano y furioso y feroz cual un ghul monstruoso. Pero el
príncipe, que desde lejos vióle llegar, preguntó a la joven: "¿Es ése tu padre?" Ella contestó: "¡Sí!"
Al punto saltó sobre ambos pies el joven, y empuñando su alfanje lanzó a la vista del rey un grito tan
terrible, que hubo de asustarle. Más amenaza dor que nunca, entonces Kamaralakmar se dispuso a
arrojarse sobre el rey y a atravesarle; pero el rey, que se comprendió el más débil, se apresuró a envainar
su espada y tomó una actitud conciliadora. De mo do que cuando vió ir hacia él al joven, le dijo con el
tono más cortés y más amable: "¡Oh jovenzuelo! ¿eres hombres o genni?" El otro contestó: "¡Por Alah,
que si no respetara tus derechos tanto como los míos, y si no me preocupase del honor de tu hija, ya
hubiera vertido sangre tuya! ¿Cómo te atreves a confundirme con los genn y los demo nios, cuando soy un
príncipe real de la raza de los Khosroes, que si quisieran apoderarse de tu reino sería para ellos cosa de
juego el hacerte saltar de tu trono como si sintieras un temblor de tierra, y frustrarte los honores, la gloria
y el poderío?"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le invadió un gran senti miento de respeto, y temió mucho por
su propia seguridad. Así es que se dió prisa a responder: "¿Cómo se explica entonces, si eres verdade -
ramente hijo de reyes, que te hayas atrevido a penetrar en mi palacio sin mi consentimiento, a destruir mi
honor y hasta a posesionarte de mi hija, pretendiendo ser su esposo y proclamando que yo te la había
concedido en matrimonio, cuando hice matar a tantos reyes e hijos de reyes que querían obligarme a que
se la diera por esposa?" Y excitado por sus propias palabras, continuó el rey: "¿Y quién podrá ahora sal -
varte de entre mis manos poderosas cuando yo ordene a mis esclavos que te condenen a la peor de las
muertes, y obedezcan ellos en esta hora y en este instante?"
Cuando el príncipe Kamaralakmar oyó del rey estas palabras, con testó: "¡En verdad que estoy
estupefacto de tu corta vista y del espesor de tu entendimiento! Dime, ¿podrás encontrar jamás mejor
partido que yo para tu hija? ¿Y acaso viste nunca a un hombre más intrépido o mejor formado, o más rico
en ejércitos, esclavos y posesiones que yo mismo?"
El rey contestó: "¡No, por Alah! pero ¡oh jovenzuelo! yo hu biese querido ver que te convertías en
marido de mi hija ante el kadí y los testigos. ¡Pero un matrimonio efectuado de esta manera secreta, sólo
podrá destruir mi honor!" El príncipe contestó: "Bien hablas, ¡oh rey! ¿Pero es que no sabes que si
verdaderamente tus esclavos y tus guardias vinieran a precipitarse sobre mí todos y me condenaran a
muerte, según tus recientes amenazas, no harías más que correr de un modo cierto a la perdición de tu
honor y de tu reino haciendo pública tu desgracia y obligando a tu mismo pueblo a revolverse contra ti?
Créeme, pues, ¡oh rey! ¡Sólo te queda un partido que tomar, y consiste en escuchar lo que tengo que
decirte y en seguir mis consejos!" Y exigió el rey: "¡Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que
decirme...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 421ª noche
Ella dijo:
"¡...Habla, pues, y oiga yo algo de lo que tienes que decirme!" El otro contestó: "¡Helo aquí! Una de
dos: o te avienes a luchar con migo en singular combate, y el que venza a su adversario será procla mado
el más valiente y ostentará así un título serio que le dé opción al trono del reino, o bien me dejas pasar
aquí toda esta noche con tu hija, y mañana por la mañana mandas contra mí al ejército entero de tu ca -
ballería, y tu infantería, y tus esclavos y... ¡pero dime antes a cuán tos asciende su número!"
El rey contestó: "¡Son cuatro mil jinetes, sin contar a mis esclavos, que son otros tantos!"Entonces
dijo Kamaralak mar. "Está bien. Así, pues, a las primeras claridades del día, haz que vengan contra mí en
orden de batalla y diles: "¡Ese hombre que ahí tenéis acaba de solicitar de mí en matrimonio a mi hija,
con la con dición de luchar él solo contra todos vosotros juntos y venceros y de rrotaros, sin que podáis
salir con bien! ¡Y eso es lo que pretende!" ¡Luego me dejarás luchar yo solo contra todos ellos! Si me
mataran, quedaría a salvo tu honor y mejor guardado que nunca tu secreto. ¡Si, por el contrario, triunfo yo
de todos ellos y les derroto, habrás encon trado un yerno del que podrían enorgullecerse los reyes más
ilustres!"
No dejó de compartir el rey esta última opinión y de aceptar tal proposición, si bien estaba
estupefacto de la seguridad con que hablaba el joven y no sabía a qué atribuir una pretensión tan loca;
porque en el fondo de su corazón se hallaba persuadido de que el príncipe pere cería en aquella lucha
insensata, y así quedaría a salvo su honor y mejor guardado su secreto. De modo que llamó al jefe eunuco
y le dió orden de que sin dilación fuera en busca del visir y le mandara que congregase a todas las tropas
y las tuviese preparadas con sus caballos y dispuestas con sus armas de guerra. Y el eunuco transmitió la
orden al visir, que al punto reunió a los oficiales y a los principales notables del reino y les dispuso en
orden de batalla a la cabeza de sus tropas revestidas con las armas de guerra.
¡Y he aquí lo que atañe a ellos!
En cuanto al rey, se quedó todavía por algún tiempo charlando con el joven príncipe, pues estaba
encantado de sus palabras sesudas, de su buen criterio, de sus maneras distinguidas y de su belleza,
además que no quería dejarle solo con su hija aquella noche. Pero apenas apun tó el día, se volvió a su
palacio y se sentó en su trono y dió orden a sus esclavos de que tuvieran preparado para el príncipe el
caballo más hermoso de las caballerizas reales, le ensillaran con magnificencia y le enjaezaran con
gualdrapas suntuosas. Pero el príncipe dijo: "¡No quie ro montar a caballo mientras no esté en presencia
de las tropas!" El rey contestó: "¡Hágase conforme deseas!" Y salieron ambos al meidán, donde estaban
las tropas alineadas en orden de batalla, y así pudo el príncipe juzgar su número y calidad. Tras de lo
cual se encaró el rey con todos y exclamó: "¡Oíd, guerreros! este joven que ahí tenéis ha venido en busca
mía y me ha pedido a mi hija en matrimonio. Y a la verdad, jamás vi nada más bello ni caballero más
intrépido que él. Pero he aquí que pretende que él solo puede triunfar de todos vosotros y derrotaros; que
aunque fueseis cien mil veces más numerosos, no os daría la menor importancia, y a pesar de todo, habría
de venceros.
¡Así, pues, cuando arremeta contra vosotros, no dejéis de recibirle con la punta de vuestros alfanjes y
de vuestras lanzas! ¡Eso le enseñará lo que cuesta meterse en empresas tan graves!" Luego el rey se
encaró con el joven le dijo: "¡Animo, hijo mío, y haznos ver tus proezas!" Pero el joven contestó:
"¡Oh rey, no me tratas con justicia ni imparcialidad! porque ¿cómo quieres que luche con todos,
estando yo a pie y ellos a caballo?"
El rey le dijo: "¡Ya te ofrecí caballo para que montaras, y rehusaste! ¡Escoge ahora para cabalgadura
el que te parezca mejor de todos mis caballos!"
Pero contestó el príncipe: "¡No me gusta nin guno de tus caballos, y sólo montaré en el que me ha
traído hasta tu ciudad!"
El rey le preguntó: "¿Y dónde está tu caballo?" El príncipe dijo: "Está encima de tu palacio".
El rey preguntó: "¿Qué sitio es ese que está encima de mi palacio?" El príncipe contestó: "La terraza
de tu palacio".
Al oír estas palabras, le miró con atención el rey y exclamó: "¡Qué extravagancia! ¡Esa es la mejor
prueba de tu locura! ¿Cómo es posi bleque un caballo suba a una terraza? ¡Pero enseguida vamos a ver si
mientes o si dices la verdad!"
Luego se encaró con el jefe de sus tropas y le dijo: "¡Corre al palacio y vuelve a decirme lo que veas!
¡Y tráeme lo que haya en la terraza!"
Y el pueblo se maravillaba de las palabras del joven príncipe; y se preguntaba la gente:
"¿Como va a poder bajar un caballo por la escalera desde la altura de la terraza? ¡Verdaderamente, es
una cosa de la que nunca en nuestra vida oímos hablar!"
Entretanto, el mensajero del rey llegó al palacio, y cuando subió a la terraza encontró allí el caballo y
le pareció que jamás había visto otro igual en belleza; pero no bien se acercó a él y le hubo examinado,
vio que era de madera de ébano y de marfil. Entonces, al darse cuenta de la cosa, se echaron a reír él y
todos los que le acompañaban, y se decían unos a otros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 422ª noche
Ella dijo:
...y se decían unos a otros: "¡Por Alah! he aquí el caballo de que hablaba ese jovenzuelo, al que no
debemos mirar en adelante más que como a un loco. Sin embargo, veamos lo que puede haber de ver dad
en todo eso. ¡Porque después de todo, podría suceder que se tra tase de un asunto más importante de lo
que parece, y que ese joven pro cediese realmente de alta estirpe y gozara de excelentes méritos!" Así
diciendo, cargaron entre todos con el caballo de madera, y transpor tándolo a cuestas, lo pusieron delante
del rey, mientras toda la gente se agrupaba a su alrededor para mirarlo, maravillándose de su hermosura,
de sus proporciones, de la riqueza de su silla y de sus arneses. Y tam bién el rey se admiró mucho y se
maravilló hasta el límite de la maravilla; luego preguntó a Kamaralakmar: "¡Oh joven! ¿es ése tu caballo?
El príncipe contestó: "Sí, ¡oh rey! ¡Es mi caballo, y no tardarás en ver las cosas maravillosas que va
a mostrarte!" Y le dijo el rey: "¡Tómale y móntate en él entonces!" El príncipe contestó: "¡No lo enseñaré
mien tras no se alejen toda esa gente y esas tropas que se agrupan a su al rededor!"
Entonces el rey dio a todo el mundo orden de que se distanciaran de allí a un tiro de flecha. Y le dijo
el joven príncipe: "Mírame bien, ¡oh rey! Voy a subir en mi caballo y a precipitarme a todo galope sobre
tus tropas, dispersándolas a derecha y a izquierda, ¡e infundiré el es panto y el pavor en sus corazones!" Y
contestó el rey: "Haz ahora lo que quieras, ¡y no tengas compasión de ellos, porque ellos no la ten drán de
ti!"
Y Kamaralakmar apoyó ligeramente su mano en el cuello de su caballo,y de un salto se plantó en el
lomo del bruto.
Por su parte, las tropas, ansiosas habíanse alineado más lejos en filas apretadas y tumultuosas; y
decíanse los guerreros unos a otros: "¡Cuando llegue a nuestras filas ese jovenzuelo le clavaremos la
punta de nuestras picas y le recibiremos con el filo de nuestras cimitarras!" Pero decían otros: "¡Por
Alah! hay que ser muy insensato para creer que vamos a vencer fútilmente a ese joven! Cuando se ha
metido él en semejante aventura, sin duda es porque tiene la seguridad de salir airoso. ¡Aunque así no
fuese, lo que hace nos da ya prueba de su valor y de la intrepidez de su alma y de su corazón!"
En cuanto a Kamaralahmar, una vez que se afirmó bien sobre la silla, hizo jugar la clavija que servía
para subir, en tanto que se vol vían hacia él todos los ojos para ver qué iba a hacer. Y al punto em pezó su
caballo a agitarse, a piafar, a balancearse, a inclinarse, a avanzar y a retroceder para comenzar luego con
una elasticidad mara villosa, a caracolear y a andar de lado de la manera más elegante que caracolearon
nunca los caballos mejor guiados de reyes y sultanes. Y de pronto se estremecieron y se hincharon de
viento sus flancos, ¡y más rápido que una flecha disparada al aire, emprendió con su jinete el vuelo en
línea recta por elcielo!
Al ver aquello, creyó el rey volverse loco de sorpresa y de furor, y gritó a los oficiales de sus
guardias: "¡La desgracia sobre vosotros! ¡cogedle! ¡cogedle! ¡Que se nos escapa!" Pero le contestaron sus
vi sires y lugartenientes: "¡Oh rey! ¿puede el hombre alcanzar al pájaro que tiene alas? ¡Sin duda no se
trata de un hombre como los demás, sino de un poderoso mago o de algún efrit o mared entre los efrits y
ma reds del aire! iY Alah te ha librado de él, y a nosotros contigo! ¡Demos, pues, gracias al Altísimo que
ha querido salvarte de entre sus manos, y contigo a tu ejército!"
Emocionado hasta el límite de la perplejidad el rey regresó enton ces a su palacio, y entrando en el
aposento de su hija, la puso al co rriente de lo que acababa de ocurrir en el meidán. Y al saber la noticia
de la desaparición del joven príncipe, la joven se quedó afligida y desesperada, y lloró y se lamentó de
manera tan dolorosa, que cayó gravemente enferma y la acostaron en su lecho, presa del calor de la fiebre
y de la negrura de sus ideas. Y al verla en aquel estado, empezó su padre a abrazarla, a mecerla, a
estrecharla contra su pecho y a be sarla entre los ojos repitiéndole lo que había visto en el meidán y
diciéndole: "¡Hija mía, da más bien gracias a Alah (¡exaltado sea!) y glorifícale por habernos librado de
las manos de ese insigne mago, de ese embustero, de ese seductor, de ese ladrón, de ese cerdo!" Pero en
vano le hablaba y la mimaba para consolarla, porque ella no oía, ni escuchaba, sino al contrario. Cada
vez sollozaba más, y lloraba y gemía suspirando: "¡Por Alah ya no quiero comer ni beber hasta que Alah
me reúna con mi enamorado encantador! ¡Y ya no quiero saber nada que no sea verter lágrimas y
enterrarme en mi desesperación!" Entonces al ver que no podía sacar a su hija de aquel estado de lan -
guidez y de aflicción, quedó el padre muy apenado, y se entristeció su corazón, y el mundo se ennegreció
ante él. ¡Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 423ª noche
Ella dijo:
¡...Y esto en cuanto al rey y su hija la princesa Schamsennahar! ¡Pero he aquí ahora lo relativo al
príncipe Kamaralakmar! Cuan do se elevó muy alto por los aires, hizo volver la cabeza a su caballo en
dirección a su tierra natal, y puesto ya en el buen camino, se dedicó a soñar con la belleza de la princesa,
con sus encantos y con los me dios de que se valdría para volver a encontrarla. Y le parecía muy difícil la
cosa, aunque tuvo cuidado de que ella le informara acerca del nombre de la ciudad de su padre. Así
había sabido que aquella ciudad se llamaba Sana y era la capital del reino de Al-Yamán.
Mientras duró el viaje continuó él pensando en todo aquello, y mer ced a la gran rapidez de su
caballo, acabó por llegar a la ciudad de su padre. Entonces hizo ejecutar a su caballo un círculo aéreo
por encima de la ciudad, y fue a echar pie a tierra en la terraza del palacio. Dejó entonces a su caballo en
la terraza y bajó al palacio, donde notó por todas partes un ambiente de duelo y vio regadas de ceniza
todas las habitaciones, y creyendo que habría muerto alguien de su familia, penetró, como tenía por
costumbre, en los aposentos privados, y encontró a su padre, a su madre y a sus hermanas vestidas con
trajes de luto, y muy amarillos de cara, y enflaquecidos, y demudados, y tristes, y deso lados. Y he aquí
que, cuando entró él, su padre se levantó de pronto al advertirle, y cierto ya de que aquel era
verdaderamente su hijo, lanzó un gran grito y cayó desmayado; luego recobró el sentido y se arrojó en los
brazos de su hijo, y le abrazó y le estrechó contra su pecho con trasportes de la más loca alegría y
emocionado hasta el límite de la emoción; y su madre y sus hermanas, llorando y sollozando se le comían
a besos a cual más, y bailaban y saltaban en medio de su dicha.
Cuando se calmaron un poco le interrogaron acerca de lo que ha bía acaecido; y les contó él la cosa
desde el principio hasta el fin; pero no hay para qué repetirla. Entonces exclamó su padre: "¡Loores a
Alah por tu salvación, ¡oh frescura de mis ojos y mucho de mi cora zón!"
E hizo celebrar grandes fiestas populares y grandes regocijos durante siete días enteros, y repartió
dádivas al son de pífanos y cím balos, e hizo adornar todas las calles y proclamar un indulto general para
todos los presos, haciendo abrir de par en par las puertas de cárceles y calabozos. Luego, acompañado
de su hijo, recorrió a caballo los diversos barrios de la ciudad para dar a su pueblo la alegría de volver
a ver al joven príncipe, a quien se creyó perdido para siempre.
Pero una vez terminadas las fiestas, Kamaralakmar dijo a su pa dre: "¡Oh padre mío! ¿qué ha sido del
persa que te dio el caballo?" Y contestó el rey: "¡Confunda Alah a ese sabio! y retire su bendición para él
y para la hora en que mis ojos le vieron por vez primera, pues él fue causa de que te separaras de
nosotros, ¡oh hijo mío! ¡En este momento está encerrado en un calabozo, y es el único a quien no
perdoné!" Pero como se lo suplicó su hijo, el rey le hizo salir de la prisión, y ordenándole que fuera a su
presencia, le volvió a la gracia, y le dió un ropón de honor y le trató con gran liberalidad, concedién dole
toda clase de honores y riquezas; pero no le mencionó siquiera a su hija ni pensó dársela en matrimonio.
Así es que el sabio rabió hasta el límite de la rabia y se arrepintió mucho de la imprudencia que había
cometido dejando montar en el caballo al joven príncipe, ¡pues comprendió que se había descubierto el
secreto del caballo, como también su manejo!
En cuanto al rey, que no estaba muy tranquilo todavía con respec to al caballo, dijo a su hijo: "¡Soy de
opinión, hijo mío, de que no debes acercarte en adelante a ese caballo de mal agüero, y sobre todo de que
nunca más le montes, ya que estás lejos de conocer las cosas misteriosas que puede contener aún, y no te
hallas sobre él seguro!" Por su parte, Kamaralakmar contó a su padre su aventura con el rey de Sana y su
hija, y cómo había escapado a la furia de este rey; y contestó su padre: "¡Si debiera matarte el rey de
Sana, hijo mío, te hubiera matado: pero el Destino no habría fijado todavía tu hora!"
Durante este tiempo, a pesar de los regocijos y festines que su padre continuaba dando con motivo de
su regreso, Kamaralakmar estaba lejos de olvidar a la princesa Schamsennahar, y lo mismo cuan do comía
que cuando bebía, pensaba siempre en ella. Y he aquí que un día, el rey, que tenía esclavas muy expertas
en el arte del canto y en el de tocar el laúd, les ordenó que hicieran resonar las cuerdas de los
instrumentos y cantaran algunos versos hermosos. Y tomó una de ellas su laúd, y apoyándoselo en las
rodillas cual podría una madre colocar en su regazo a su hijo, cantó, acompañándose, estos versos entre
otros versos:
¡Tu recuerdo ¡oh bienamado! no se borrará de mi corazón ni con la ausencia ni con la
distancia!
¡Pueden pasar los días y morir el tiempo, pero jamás podrá morir en mi corazón tu amor!
¡Con este amor quiero morir yo misma, y con este amor resucitar!
Cuando hubo oído el príncipe estos versos, en su corazón chispeó el fuego del deseo, redoblaron su
calor las llamas de la pasión, las tris tezas le llenaron de duelo el espíritu y el amor le trastornó las entra -
ñas. Así es que, sin poder ya resistir a los sentimientos que le animaban con respecto a la princesa de
Sana, se levantó en aquella hora y aquel instante, subió a la terraza del palacio, y a pesar del consejo de
su padre, saltó a lomos del caballo de ébano y dió una vuelta a la clavija que servía para subir. Al punto
se elevó por los aires como un pájaro el caballo con él, remontando su vuelo hacia las altas regiones del
cielo.
Y he aquí que al día siguiente por la mañana le buscó por el pa lacio su padre el rey, y como no le
encontró, subió a la terraza y quedó consternado al notar la desaparición del caballo; y se mordió los
dedos, arrepentido de no haber hecho trizas aquel caballo, y se dijo: "¡Por Alah, que si vuelve a regresar
mi hijo, destruiré ese caballo para que pueda estar tranquilo mi corazón y no se alarme mi espíritu!" Y
bajó de nuevo a su palacio, donde estalló en llantos, sollozos y lamentaciones. ¡Y esto por lo que atañe a
él!
En cuanto a Kamaralakmar, prosiguió su rápido viaje aéreo, y llegó a la ciudad de Sana. Echó pie a
tierra en la terraza del palacio, bajó por la escalera sin hacer ruido v se dirigió hacia el aposento de la
princesa. Allí encontróse al eunuco dormido, como de costumbre, de lante de la puerta; pasó por encima
de él, y cuando hubo penetrado en el interior de la estancia, llegó a la segunda puerta. Se acercó entonces
muy sigilosamente a la cortina, y antes de levantarla escuchó con aten ción.
Y he aquí que oyó a su bienamada sollozar amargamente y reci tar versos quejumbrosos, mientras
trataban de consolarla sus mujeres, y la decían: "¡Oh ama nuestra!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 424ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh ama nuestra! ¿por qué lloras a quien seguramente no te llora a ti?"
Ella contestó: "¿Qué decís, ¡oh faltas de juicio!? ¿Acaso creéis que el encantador a quien amo y por
quien lloro es de los que olvidan o de aquellos a quienes se puede olvidar?" Y redobló en sus llantos y
gemidos, y lo hizo tan fuerte y durante tanto tiempo, que le dió un desmayo. Entonces el príncipe sintió
que se le partía a causa de ello el corazón y que la vejiga de la hiel le estallaba en el hígado. Así es que
levantó la cortina sin tardanza y penetró en la habitación. Y vio a la joven acostada en su lecho, con su
cabellera por toda camisa y con su abanico de plumas blancas por toda sábana. Y como parecía
amodorrada, se acercó a ella y le hizo una caricia muy dulcemente. Al punto abrió ella los ojos y le vió
de pie a su lado, inclinado con una actitud interrogante de ansiedad, y murmurando: "¿A qué vienen esas
lágrimas y esos gemi dos?"
Al ver aquello, reanimada con una vida nueva, se irguió de pronto la joven, y arrojándose a él, le
rodeó el cuello con sus brazos y em pezó a cubrirle de besos el rostro, diciéndole: "¡Todo era por causa
de tu amor y de tu ausencia, ¡oh luz de mis ojos!" El contestó: "¡Oh dueña mía! ¡pues si supieras en qué
desolación estuve yo sumido por causa tuya durante todo este tiempo!" Ella añadió: "¡Pues y yo! ¡qué
desolada por tu ausencia estuve también! ¡Si hubieras tardado algo más en volver, sin duda me habrías
encontrado muerta!"
El dijo: "¡Oh dueña mía! ¿qué te parece lo que me ocurrió con tu padre y la manera que tuvo de
tratarme? ¡Por Alah, que si no hubiera sido por tu amor, ¡oh seductora de la Tierra, del Sol y de la Luna, y
tentadora de los habitantes del Cielo, de la Tierra y del Infierno! le hubiera de gollado seguramente,
dando así ejemplo y enseñanza a todos los obser vadores! ¡Pero, como te amo, le amo a él también
ahora!"
Ella pre guntó: "¿Qué te decidió a abandonarme? ¿Crees que la vida podría parecerme dulce sin ti?"
El dijo: "Ya que me amas, ¿quieres escu charme y seguir mis consejos?" Ella contestó: "¡No tienes más
que hablar, y te obedeceré y escucharé tus consejos y me conformaré con todas tus opiniones!" El dijo:
"¡Empieza, entonces, por traerme de comer y de beber, porque tengo hambre y sed! ¡Y después habla -
remos! "
Entonces dió orden la joven a sus servidoras de que le llevaran manjares y bebidas; y se pusieron
ambos a comer y a beber y a charlar hasta que casi hubo transcurrido toda la noche.Entonces, como
comenzaba a apuntar el día, Kamaralakmar se levantó para despedirse de la joven y marcharse antes de
que se despertara el eunuco; pero le preguntó Schamsennahar: "¿Y adónde vas a ir así?" El contestó: "¡A
casa de mi padre! ¡Pero me comprometo bajo juramento a volver a verte una vez a la semana!"
Al oír estas palabras, ella rompió en sollozos y exclamó: "¡Oh! ¡te conjuro por Alah el Todopoderoso
a que me cojas y me lleves contigo adonde quieras, antes que hacerme sa borear de nuevo la amargura de
la coloquíntida de la separación!"
Y exclamó él, entusiasmado: "¿Quieres verdaderamente venir conmigo?" Ella contestó: "¡Sí! El dijo:
"¡Entonces, levántate y partamos!" De modo que se levantó ella, abrió un cofre lleno de vestidos
suntuosos y de objetos de valor, y se arregló y se puso encima todo lo más rico y precioso que había entre
las cosas hermosas de su pertenencia, sin olvidar collares, sortijas, brazaletes y diversas joyas
engastadas con las más bellas pedrerías; luego salió en compañía de su bienamado, sin que ni por pienso
lo impidieran sus servidoras.
Entonces la condujo Kamaralakmar, y tras de hacerla subir a la terraza del palacio, saltó a lomos de
su caballo, la sentó a ella en la grupa, le recomendó que se sujetara con fuerza y la ató a él con cuer das
sólidas. Tras de lo cual dio vuelta a la clavija que servía para subir, y remontó el vuelo el caballo y se
elevó con ellos por los aires.
Al ver aquello, empezaron a gritar tan alto las servidoras, que el rey y la reina acudieron a la terraza
a medio vestir, mal despiertos aún, y sólo tuvieron tiempo para ver al caballo mágico emprender su vuelo
aéreo con el príncipe y la princesa. Y el rey, emocionado y consternado hasta el límite de la
consternación, tuvo alientos, no obs tante, para gritar al joven, que cada vez se elevaba más: "¡Oh hijo de
rey! ¡te conjuro a que tengas compasión de mí y de mi esposa, que es esta anciana que aquí ves, y no nos
prives de nuestra hija!"
Pero no le contestó el príncipe. Sin embargo, por si acaso la joven sentía pena al dejar así a su padre
y a su madre, le preguntó: "Dime, ¡oh esplen dor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver
con tu padre y con tu madre?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 425ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh esplendor! ¡oh entusiasmo de tu siglo y de mis ojos! ¿quieres volver con tu padre y con tu
madre?" Ella contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi dueño! que no es ése mi deseo! Lo único que anhelo es estar
contigo donde estés tú, ¡porque el amor que por ti siento me hace despreciar todo y olvidarlo todo,
incluso a mi padre y a mi madre!"
Al oír estas palabras, el príncipe se alegró hasta el límite de la alegría, e hizo volar a su caballo con
la mayor rapidez posible, sin que inquietara semejante cosa a la joven; y no tardaron de aquel modo en
llegar a la mitad del camino, a un paraje en que se extendía una magnífica pradera regada por aguas
corrientes, en la que echaron pie a tierra por un instante. Comieron, bebieron y descansaron algo, para
volver inmediatamente después a montar en su caballo mágico y a partir a toda velocidad con dirección a
la capital del rey Sabur, a la vista de la cual llegaron una mañana. Y el príncipe se regocijó mucho por
haber arribado sin accidentes, ¡y de antemano sintió un gran pla cer al pensar que por fin iba a poder
mostrar a la princesa las propie dades y territorios que poseía en su mano, y hacerle observar el poderío y
la gloria de su padre el rey Sabur, probándole con ello cuánto más rico y más ilustre que el rey de Sana,
padre de la joven, era el rey Sabur!
Empezó, pues, por aterrizar en medio de un hermoso jardín, situado fuera de la ciudad, donde su
padre, el rey, tenía costumbre de ir para distraerse y respirar el aire libre; condujo a la joven al pabellón
de verano, coronado por una cúpula que el rey había hecho construir y acondicionar para él mismo, y le
dijo: "¡Voy a dejarte aquí un momento para ir a prevenir a mi padre de nuestra llegada. Mientras esperas,
ten cuidado del caballo de ébano, que dejo a la puer ta, y no le pierdas de vista. ¡Y en seguida te enviaré a
un mensajero para que te saque de aquí y te conduzca al palacio especial que voy a hacer que preparen
para ti sola!" Y la joven quedó en extremo encantada con estas palabras, y comprendió que,
efectivamente, no debía entrar en la ciudad más que entre los honores y homenajes propios de su rango.
Luego se despidió de ella el príncipe, y encaminóse al pala cio de su padre el rey.
Cuando el rey Sabur vió llegar a su hijo, creyó morirse de alegría y de emoción, y después de los
abrazos y bienvenidas, le reprochó, llorando, su marcha, que les puso en las puertas de la tumba a todos.
Tras de lo cual le dijo Kamaralakmar: "¿A que no adivinas a quién traje de allá conmigo?" El rey
contestó: "¡Por Alah, no lo adivino!"
El joven dijo: "¡A la propia hija del rey de Sana, a la joven más perfecta de Persia y de Arabia! ¡La
he dejado, por el pronto, fuera de la ciudad, en nuestro jardín, y vengo a avisarte para que hagas que
dispongan al punto el cortejo que ha de ir a buscarla, y que deberá ser lo más espléndido posible, para
darle de antemano una alta idea de tu poderío, de tu grandeza y de tus riquezas!" Y contestó el rey: "¡Con
alegría y generosidad, por darte el gusto!"
E inmediatamente dio orden de que adornaran la ciudad y la embellecieran con el decorado más
hermoso y los más hermosos ornamentos; y después de organizar un cortejo extraordinario, él mismo se
puso a la cabeza de sus jinetes vestidos de gala, y a banderas desplegadas salió al encuentro de la
princesa Schamsennahar, cruzando por todos los barrios de la ciudad entre la aglomeración de los
habitantes, que se alineaban en varias filas, precedido por tañedores de pífanos, clarinetes, timbales y
tambo res, y seguido por la multitud inmensa de guardias, soldados, gente del pueblo, mujeres y niños.
Por su parte, el príncipe Kamaralakmar abrió sus cofres, sus ar quillas y sus tesoros, y sacó de ellos
lo más hermoso que había, como joyas, alhajas y otras cosas maravillosas con que se atavían los hijos de
los reyes para hacer ostentación de su fausto, sus riquezas y su esplendor; e hizo preparar para la joven
un inmenso palio de brocados rojos, verdes y amarillos, debajo del cual se alzaba un trono de oro
resplandeciente de pedrerías; y en las gradas del inmenso trono coronado por un pabellón de sedas
doradas, hizo que se alinearan esclavas indias, griegas y abisinias, sentadas unas y de pie otras, mientras
que a los cuatro lados del trono se mantenían cuatro esclavas blancas que hacían aire con grandes
abanicos de plumas de aves de especie extra ordinaria. Y dos negros desnudos hasta la cintura llevaron a
hombros el estrado aquel en pos del cortejo, rodeados por una muchedumbre más densa aún que la
anterior, y entre los gritos jubilosos de todo un pueblo y los lú-lú-les estridentes que salían de las
gargantas de las mujeres sentadas al pie del trono y de todas las que se aglomeraban a su alrededor,
emprendieron el camino de los jardines.
En cuanto a Kamaralakmar, no tuvo paciencia para acompañar el cortejo al paso, y lanzando su
caballo a la carrera, tomó por el atajo más corto y en algunos instantes llegó al pabellón donde había
dejado a la princesa, hija del rey de Sana. Y la buscó por todas partes; pero ni encontró a la princesa ni
al caballo de ébano.
Entonces, en el límite de la desesperación, Kamaralakmar se abo feteó con ira el rostro, rompió sus
vestidos y echó a correr y a vagar como un loco por el jardín, gritando mucho y llamando con toda la
fuerza de su garganta. ¡Pero fué en vano!
Al cabo de cierto tiempo, hubo de calmarse un poco y volver a la razón, y se dijo: "¿Cómo ha podido
dar con el secreto para el manejo del caballo de ébano, si no le revelé nada que con ello se relacionase?
¡Como no sea pue el sabio constructor del caballo haya caído sobre ella de improviso y se la haya
llevado para vengarse del tratamiento que le infligió mi padre!" Y al punto corrió en busca de los guardas
del jardín, y les preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 426ª noche
Ella dijo:
...Y al punto corrió en busca de los guardas del jardín, y les preguntó: "¿Habéis visto pasar por aquí o
cruzar el jardín a alguien? ¡Decidme la verdad, o haré saltar vuestras cabezas al instante!" Ate rrados con
sus amenazas quedaron los guardas, y contestaron como una sola voz: "¡Por Alah, que nadie vimos entrar
en el jardín, a no ser el sabio persa, que vino aquí para coger hierbas curativas, y a quien no vimos salir
aún!"Al oír estas palabras, el príncipe tuvo ya certeza de que era el sabio persa quien le arrebató a la
joven, y llegó al límite de la consternación y de la perplejidad; y muy conmovido y descon certado salió
al paso del cortejo, y encarándose con su padre, le contó lo que había sucedido, y le dijo: "Vuélvete a tu
palacio con tus tro pas; en cuanto a mí, ¡no volveré hasta que no haya aclarado este asunto negro!"
Al oír estas palabras y enterarse de la determinación tomada por su hijo, el rey empezó a llorar, a
lamentarse y a golpearse el pecho, y le dijo: "Por favor, ¡oh hijo mío! calma tu cólera, reprime tu pena y
vuélvete a casa con nosotros. ¡Y escogerás entonces a la hija del rey o del sultán que quieras, y te la daré
en matrimonio!" Pero Kamaralakmar no se avino a prestar la menor atención a las palabras de su padre ni
a escuchar sus ruegos, le dijo algunas frases de despe dida y se marchó montado en su caballo, mientras el
rey, en el límite de la desesperación, regresaba a la ciudad con llantos y gemidos. Y así fué como su
alegría se tornó en tristeza, en sobresaltos y en tormentos. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo que aconteció al mago y a la princesa!
Como lo había decretado de antemano el Destino, el mago persa fué aquel día al jardín, para coger,
efectivamente, hierbas curativas y simples y plantas aromáticas y sintió un olor delicioso de almizcle y
otros perfumes admirables; así es que, venteando con la nariz, se en caminó hacia el lado por donde
llegaban hasta él aquel olor extraordi nario. Y aquel olor era precisamente el que despedía la princesa,
em balsamando con él todo el jardín. De modo que, guiado por su olfato perspicaz, no tardó el mago tras
algunos tanteos en llegar al propio pabellón en que se encontraba la princesa. ¡Y cuán no sería su alegría
al ver desde el umbral, de pie sobre las cuatro patas, al caballo mágico; obra de sus manos! ¡Y cuáles no
serían los estremecimientos de su corazón al ver aquel objeto cuya pérdida le había quitado la gana de
comer y de beber y el reposo y el sueño!
Se puso entonces a examinar lo por todas partes y lo encontró intacto y en buen estado. Luego, cuando
se disponía a saltar encima y hacerlo volar, dijo para sí: "¡An tes conviene que vea qué ha podido traer en
el caballo y dejar aquí el príncipe!" Y penetró en el pabellón. Entonces vio perezosamente ten dida en el
diván a la princesa, a quien tomó primero por el sol cuando sale de un cielo tranquilo. Y ni por un
instante dudó ya de que tenía ante sus ojos a alguna dama de ilustre nacimiento y de que el príncipe la
había llevado en el caballo y la dejó en aquel pabellón para ir a la ciudad él mismo a preparar un cortejo
espléndido. Así es que, por su parte, se adelantó el sabio, se prosternó delante de ella y besó la tierra
entre sus manos, a tiempo que la joven levantaba a él los ojos, y encontrándole extraordinariamente
horrible y repulsivo, se apresuró a volver a cerrarlos para no verle, y le preguntó: "¿Quién eres?"
El sabio contestó: "¡Oh mi dueña! soy el mensajero que te envía el prín cipe Kamaralakmar para que
te conduzca a otro pabellón más hermo so que éste y más próximo a la ciudad; porque hoy está un poco in -
dispuesta mi ama la reina, madre del príncipe, y como no quiere, sin embargo, que se la adelante nadie a
verte, pues tu llegada ha producido mucho júbilo, ha dispuesto este pequeño cambio que la ahorrará una
caminata prolongada". La joven preguntó: "¿Pero dónde está el prín cipe?" El persa contestó: "¡Está en la
ciudad con el rey, y pronto vendrá a tu encuentro con gran aparato y en medio de un cortejo espléndido!"
Ella dijo: "Pero dime, ¿es que no ha podido el príncipe encontrar otro mensajero un poco menos
repulsivo que tú para en viármele?" Al oír estas palabras, aunque le mortificaron mucho, el mago se echó
a reír con el mandil arrugado de su cara amarilla, y contestó: "¡Ciertamente, ¡por Alah, oh mi dueña! que
no hay en el palacio otro mameluco tan repulsivo como yo! ¡Pero acaso la mala apariencia de mi
fisonomía y la abominable fealdad de mi cara te induzcan a error con respecto a mi valer! ¡Y ojalá
puedas un día comprobar mi capacidad y aprovecharte, como el príncipe, del don precioso que poseo! ¡Y
al saber entonces cómo soy, me alabarás! ¡En cuanto al príncipe, si me escogió para que viniera a tu lado,
lo ha hecho preci samente a causa de mi fealdad y de mi odiosa fisonomía, y con el fin de que sus celos no
tengan nada que temer con tus encantos y tu be lleza! Y no son mamelucos, ni esclavos jóvenes, ni
hermosos negros, ni eunucos, ni servidores, lo que faltan en palacio! ¡Gracias a Alah, su número es
incalculable, y son todos a cual más seductores...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 427ª noche
Ella dijo:
"...y son todos a cuál más seductor!" Y he aquí que estas palabras del mago tuvieron el poder de
persuadir a la joven, que se levantó al punto, puso su mano en la mano del viejo sabio, y le dijo: "¡Oh
padre mío! ¿qué cabalgadura me trajiste contigo para que la monte?" El persa contestó: "¡Oh mi dueña,
montarás en el caballo en que viniste!" Ella dijo: "¡Pero si yo no sé montar ahí sola!" En tonces sonrió él
y comprendió que la tendría a merced suya en ade lante y contestó: "¡Yo mismo montaré contigo!" Y saltó
a su caballo, sentó en la grupa a la joven, sujetándola contra él y atándola sólida mente con cuerdas, en
tanto que la princesa estaba muy ajena de lo que con ella iba a hacer. Dio vuelta entonces él a la clavija
que servía para subir, y súbito el caballo llenó de viento su vientre, se movió y, se agitó saltando como
las olas del mar; remontó el vuelo, elevándose por los aires cual un pájaro, y en un instante dejó detrás
de sí en la lejanía, la ciudad y los jardines.
Al ver aquello, exclamó la joven, muy sorprendida: "¡Oye! ¿adón de vas sin ejecutar las órdenes de tu
amo?" El sabio contestó: "¡Mi amo! ¿Y quién es mi amo?" Ella dijo: "¡El hijo del rey!" El sabio
preguntó: "¿Qué rey?" Ella dijo: "¡No sé cuál!" Al oír estas pala bras se echó a reír el mago, y dijo: "Si te
refieres al joven Kamara lakmar, ¡confunda Alah a ese bribón estúpido, que en suma no es más que un
pobre muchacho!"
Ella exclamó: "¡La desgracia sobre ti, ¡oh barba de mal agüero! ¿Cómo te atreves a hablar así de tu
amo y a desobedecerle?" El mago contestó: "¡Te repito que ese jovenzuelo no es mi amo! ¿Sabes quién
soy?"
La princesa dijo: "¡No sé de ti más que lo que tú mismo me has contado!" El sabio sonrió y dijo: "¡Lo
que te conté sólo era una estratagema ideada por mí en contra tuya y del hijo del rey! Porque has de saber
que ese canalla logró robarme este caballo en que estás ahora, y que es obra de mis manos; y me quemó
durante mucho tiempo el corazón haciéndome llorar tal pérdida. ¡Pero he aquí que de nuevo soy dueño de
lo mío, y a mi vez quemo el corazón a ese ladrón y hago que sus ojos lloren por haberte perdido!
Reanima, pues, tu alma y seca y refresca tus ojos, porque seré para ti yo más provechoso que ese joven
alocado. Además, soy generoso poderoso y rico; mis servidores y mis esclavos te obedecerán como a su
ama; te vestiré con los más hermosos vestidos y te engalanaré con las galas más hermosas, ¡y realizaré el
menor de tus deseos antes de que me lo formules!"
Al oír estas palabras, la joven se golpeó el rostro y empezó a sollo zar; luego dijo: "¡Ah, qué
desgracia la mía! ¡Ay! ¡Acabo de perder a mi bienamado, y antes perdí a mi padre y a mi madre!" Y
siguió vertiendo lágrimas muy amargas y muy abundantes por lo que le sucedía, en tanto que el mago
guiaba el vuelo de su caballo hacia el país de los rums, y después de un largo aunque veloz viaje, aterrizó
sobre una verde pradera rica en árboles y en aguas corrientes.
Pero aquella pradera estaba situada cerca de una ciudad donde reinaba un rey muy poderoso. Y
precisamente aquel día salió de la ciudad el rey para tomar el aire, y encaminó su paseo por el lado de la
pradera. Y divisó al sabio junto al caballo y la joven. Y antes de que el mago tuviese tiempo de evadirse,
los esclavos del rey habíanse precipitado sobre él, la joven y el caballo y los habían llevado entre las
manos del rey.
Cuando vio el rey la horrible fealdad del viejo y su horrible fi sonomía, y la belleza de la joven y sus
encantos arrebatadores, dijo: "¡Oh mi dueña! ¿qué parentesco te une a este viejo tan horroroso?" Pero el
persa se apresuró a responder: "¡Es mi esposa y la hija de mi tío!" Entonces, a su vez se apresuró la
joven a contestar, desmin tiendo al viejo: "¡Oh rey! ¡por Alah, que no conozco a este adefesio! ¡Qué ha de
ser mi esposo! ¡No es sino un pérfido hechicero que me ha raptado a la fuerza y con astucias!"
Al oír estas palabras de la joven, el rey de los rums dió orden a sus esclavos de que apalearan al
mago; y tan a conciencia lo hicie ron, que estuvo a punto de expirar bajo los golpes. Tras de lo cual
mandó el rey que se lo llevaran a la ciudad y le arrojaran en un cala bozo, mientras él mismo conducía a
la joven y hacía transportar el caballo mágico, cuyas virtudes y manejo secreto estaba muy lejos de
suponer.
¡Y he aquí lo referente al mago y a la princesa!
En cuanto al príncipe Kamaralakmar, se vistió de viaje, tomó con sigo los víveres y el dinero de que
tenía necesidad, y emprendió el camino, con el corazón muy triste y el espíritu en muy mal estado. Y se
puso en busca de la princesa, viajando de país en país y de ciudad en ciudad; y en todas partes pedía
noticias del caballo de ébano, y aquellos a quienes interrogaban se asombraban en extremo de su len guaje
y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extrava gantes...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 428ª noche
Ella dijo:
...y encontraban sus preguntas de lo más extrañas y extravagan tes. Y así continuó durante mucho
tiempo, haciendo pesquisas más activas cada vez y pidiendo cada vez más datos, sin llegar a saber
ninguna noticia que lo orientase. Tras de lo cual acabó por llegar a la ciudad de Sana, donde reinaba el
padre de Schamsennahar, y pidió informes al llegar; pero nadie había oído nada relacionado con la joven,
ni pudieron decirle lo que fue de ella desde su rapto; y le enteraron del estado de aniquilamiento y
desesperación en que se halla ba sumido el viejo rey.
Entonces continuó su ruta y se encaminó al país de los rums, inquiriendo siempre nuevas de la
princesa y del caballo de ébano en todos los sitios por donde pasaba y en todas las etapas del viaje.
Y he aquí que durante su caminata se detuvo cierto día en un khan donde vio a un grupo de
mercaderes sentados en corro y charlan do entre sí; y se sentó a su lado y oyó que decía uno de ellos: "¡Oh
amigos míos! ¡acaba de sucederme muy recientemente la cosa más prodigiosa entre las cosas
prodigiosas!" Y todos le preguntaron: "¿De qué se trata?"
El mercader aquel dijo: "Había ido yo con mis mer cancías a la ciudad tal (y dijo el nombre de la
ciudad donde se hallaba la princesa), en la provincia de cual, y oí que los habitantes se con taban unos a
otros una cosa muy extraña que acababa de suceder. ¡Decían que, habiendo salido un día de cacería con
su séquito el rey de la ciudad, se había encontrado a un viejo muy repulsivo que estaba de pie junto a una
joven de belleza incomparable y junto a un caballo de ébano y marfil!" Y el mercader contó a sus
compañeros, que se maravillaron extremadamente, la historia consabida, que no tiene nin guna utilidad
repetir ahora.
Cuando Kamaralakmar hubo oído esta historia, no dudó ni por un instante de que se trataba de su
bienamada y del caballo mágico. Así es que, tras de informarse bien del nombre y situación de la ciu dad,
se puso en camino enseguida, dirigiéndose hacia aquel lado, y viajó sin dilación hasta que llegó allá.
Pero cuando quiso franquear las puertas de la ciudad aquella, los guardias se apoderaron de él para
conducirle a presencia de su rey, según los usos en vigor dentro de aquel país, a fin de interrogarle por su
condición, por la causa de su ida al país y por su oficio. Y he aquí que ya era muy tarde el día en que
llegó el príncipe; y como sabían que el rey estaba muy ocupado, los guardias dejaron para el día
siguiente la presentación del joven y le llevaron a la cárcel para que pasase allí la noche. Pero cuando
los carceleros vieron la belleza y gentileza del joven, no pudieron de terminarse a encerrarle, y le rogaron
que se sentara con ellos y les hiciese compañía; y le invitaron a compartir con ellos su comida.
Cuando hubieron comido, se pusieron a charlar y preguntaron al príncipe: "¡Oh jovenzuelo! ¿de qué
país eres?" El príncipe contestó: "¡Del país de Persia, tierra de los Khosroes!" Al oír estas palabras se
echaron a reír los carceleros, y uno de ellos dijo al joven: "¡Oh natu ral del país de los Khosroes! ¿acaso
eres un embustero tan prodigioso como ese compatriota tuyo que está encerrado en nuestros calabozos?"
Y dijo otro: "¡En verdad que conocí gentes y escuché sus discursos e historias, y observé su manera de
ser; pero nunca tropecé con nadie tan extravagante como ese viejo loco que tenemos encerrado!" Y aña -
dió otro: "¡Y jamás ¡por Alah! vi yo nada tan repulsivo como su cara ni tan feo y odioso como su
fisonomía!"
El príncipe preguntó: "¿Y qué sabéis de sus mentiras?" Le contestaron: "¡Dice que es un sabio e
ilustre médico! El rey se encontró con él durante una partida de caza, y el viejo iba en compañía de una
joven y de un caballo maravilloso de ébano y marfil. Y prendóse el rey en extremo de la belleza de la
joven, y quiso casarse con ella ¡pero ella se volvió loca de pronto! Así, pues, si ese viejo sabio fuera un
ilustre médico, como pretende, hubiera hallado modo de curarla; porque el rey ha hecho todo lo posible
para descubrir un remedio que cure la enfermedad de esa joven, y ya hace un año que a tal fin derrocha
inmensas riquezas en pagar a médicos y astrólogos, ¡aunque sin resultado! En cuanto al caballo de ébano,
está guardado con los tesoros del rey; y el viejo asqueroso está encerrado aquí; y en toda la noche no
deja de gemir y lamentarse, ¡hasta el punto de que nos impide conciliar el sueño!"
Al oír estas palabras, se dijo Kamaralakmar: "Heme aquí, por fin, sobre la pista tan deseada. ¡Ahora
necesito un medio de conseguir mis propósitos!"
Pero al ver que se acercaba la hora de dormir, no tardaron los carceleros en conducirle al interior de
la prisión y cerrar tras él la puerta. Entonces oyó el joven al sabio, que lloraba y gemía y de ploraba en
lengua persa su desdicha, diciendo: "¡Ay! ¡en qué calami dad caí, por no haber sabido combinar mejor mi
plan, perdiéndome yo mismo sin haber realizado mis anhelos ni satisfecho mi deseo en esa joven! ¡Todo
esto me sucede por culpa de mi poco juicio y por ambicionar lo que no estaba destinado para mí!"
Entonces Kamaralak mar se dirigió a él en persa, y le dijo: "¿Hasta cuándo van a durar esos llantos y
esas lamentaciones? ¿Acaso crees ser el único que ha sufrido desventuras? Y animado por estas palabras,
el sabio se puso en conversación con él, ¡y empezó a quejársele de sus penas e infortunios, sin conocerle!
Y así pasaron la noche, hablando como dos amigos.
Al día siguiente por la mañana, los carceleros fueron a sacar de la prisión a Kamaralakmar, y le
llevaron a presencia del rey diciendo: "¡Este joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 429ª noche
Ella dijo:
...y le llevaron a presencia del rey, diciendo: "¡Este joven llegó ayer por la noche muy tarde, y no
pudimos traerle a tu presencia an tes, ¡oh rey! para que sea sometido a interrogatorio!"
Entonces le preguntó el rey: "¿De dónde vienes? ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu profesión? ¿Y a qué
obedece tu venida a nuestra ciudad?" El príncipe contestó: "¡Respecto a mi nombre, me llamo en persa
Harjab! ¡En cuanto a mi país, es Persia! Y por lo que afecta a mi oficio, soy un sabio entre los sabios,
especialmente versado en la medicina y en el arte de curar a locos y alienados.
¡Y con tal objeto recorro comarcas y ciudades para ejercer mi arte y adquirir nuevos conocimientos
que añadir a los que poseo ya! Y hago todo esto sin ataviarme como por lo general lo hacen los
astrólogos y los sabios; no ensancho mi tur bante ni aumento el número de sus vueltas, no me alargo las
mangas, no llevo bajo el brazo un gran paquete de libros, no me ennegrezco los párpados con kohl negro,
no me cuelgo al cuello un inmenso rosa rio con millares de cuentas grandes, y curo a mis enfermos sin
musitar palabras en un lenguaje misterioso, sin soplarles en la cara y sin mor derles el lóbulo de la oreja.
¡Y tal es ¡oh rey! mi profesión!"
Cuando el rey hubo oído estas palabras, se regocijó con una ale gría considerable, y le dijo: "¡Oh
excelentísimo médico, llegas a nos otros en el momento en que más necesidad tenemos de tus servicios!"
Y le contó el caso de la joven, y añadió:
"¡Si quieres ponerla en tra tamiento y la curas de la locura en que la sumieron gentes perversas, no
tienes más que pedir lo que desees y te será concedido!"
El príncipe contestó: "¡Conceda Alah sus gracias y favores a nuestro amo el rey! ¡Pero ante todo es
preciso que me cuentes detalladamente cuanto ha yas notado en su locura, y me digas los días que hace
que se encuentra en tal estado, sin olvidarte de contarme cómo la trataste a ella, al viejo persa y al
caballo de ébano!"
Y el rey le contó toda la historia desde el principio hasta el fin, y añadió: "¡En cuanto al viejo, está en
el calabozo!"
El príncipe preguntó:. "¿Y el caballo?"
El rey contestó: "¡Le tengo cuidadosamente guardado en uno de los pabellones de mi morada!"
Y Kamaralakmar dijo para sí: "Antes que nada, me con viene ver el caballo y asegurarme por mis
propios ojos del estado en que se halla. Si está intacto y en buen estado, todo irá bien y conseguiré mi
propósito; pero si se ha deteriorado su mecanismo, tendré que pensar en libertar de otra manera a mi
bienamada".
Entonces se encaró con el rey y le dijo: "¡Oh rey! primeramente es necesario que vea yo el caballo,
pues quizás examinándole encuentre algo que me sirva para curar a la joven". El rey contestó: "¡Con
mucho gusto y de buena gana!" Y le cogió de la mano y le condujo al recinto donde se hallaba el caballo
de ébano. Y el príncipe empezó a dar vueltas alrededor del caballo, le examinó atentamente, y
encontrándolo intacto y en buen estado, se alegró mucho, y dijo al rey: "¡Alah favorezca y exalte al rey!
¡Heme aquí dispuesto a ir en busca de la joven para ver lo que tiene! ¡Y espero llegar a curarla con la
ayuda de Alah y va liéndome de este caballo de madera!"
Y mandó a los guardias que vigilasen bien el caballo, y se dirigió con el rey al aposento de la
princesa.
En cuanto penetró en la estancia donde estaba ella, la vió que se retorcía las manos, y se golpeaba el
pecho, y se arrojaba al suelo revolcándose, y hacía jirones sus vestidos, como tenía por costum bre. Y
comprendió que no se trataba más que de una locura simu lada, sin que ni genn ni hombres la hubiesen
trastornado la razón, sino al contrario.
¡Y advirtió que no hacía todo aquello más que con el fin de impedir cualquier asechanza!
Al darse cuenta, Kamaralakmar se adelantó hacia ella, y le dijo: "¡Oh encantadora de los Tres
Mundos, lejos de ti penas y tormentos!" Y cuando le hubo mirado, reconocióle ella enseguida, y llegó a
una alegría tan enorme, que lanzó un gran grito y cayó sin conocimiento.
Y el rey no dudó que aquella crisis era efecto del temor que le ins piraba el médico. Pero
Kamaralakmar se inclinó sobre ella, y tras de reanimarla, le dijo en voz baja: "¡Oh Schamsennhar! ¡oh
pupila de mis ojos, núcleo de mi corazón! cuida de tu vida y de mi vida y ten valor y un poco de
paciencia aún; porque nuestra situación re clama gran prudencia y precauciones infinitas, si queremos
evadirnos de las manos de ese rey tiránico.
Por lo pronto, voy a afirmarle en su idea con respecto de ti, diciéndole que estabas poseída por los
genn, y que a eso obedecía tu locura; pero le aseguraré que acabo de curarte en el instante por medio de
medicinas misteriosas que poseo. ¡Tú no tienes más que hablarle con calma y amenidad para probarle así
tu curación con mi ciencia! ¡Y de ese modo lograremos nuestro deseo y podremos realizar nuestro plan!"
Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces Kamaralakmar se acercó al rey, que se mantenía en un extremo de la estancia, y con un
semblante de buen augurio le dijo:
"¡Oh rey afortunado! merced a tu buena suerte, he podido conocer la enfermedad y dar con el remedio
de la dolencia. ¡Y la he curado! Puedes, pues, acercarte a ella y hablarle dulcemente y con bondad, y
prometerle lo que tienes que prometerle, ¡y se cumplirá cuanto desees de ella!"
Y en el límite de la maravilla, acercóse el rey a la joven, que se levantó al punto y besó la tierra entre
sus manos, dándole luego la bienvenida, y le dijo:
"¡Tu servidora está confundida por el honor que le haces visitándola hoy!"
Y al oír y ver todo aquello, el rey estuvo a punto de volverse loco de alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 430ª noche
Ella dijo:
...estuvo a punto de volverse loco de alegría, y dió orden a las servidoras, a las esclavas y a los
eunucos para que se pusieran al servicio de la joven, la condujeran al hammam y le prepararan tra jes y
atavíos. Y entraron las mujeres y las esclavas, y le hicieron zalemas; y les devolvió ella las zalemas de la
manera más amable y con el más dulce tono de voz. Entonces la vistieron con vestiduras rojas, le
rodearon el cuello con un collar de pedrerías y la conduje ron al hammam, donde la bañaron y la
arreglaron para llevarla a su aposento luego, igual que la luna en su décimocuarto día.
¡Eso fué todo!
De modo que el rey, con el pecho dilatado en extremo y sa tisfecha el alma, dijo al joven príncipe:
"¡Oh prudente! ¡oh sabio médico! ¡oh tú el dotado de filosofía! ¡Toda esta dicha que nos llega ahora se la
debemos a tus méritos y a tu bendición! ¡Aumente Alah en nosotros los beneficios de tu soplo curativo!"
El joven con testó: "¡Oh rey! para dar cima a la curación, es preciso que con todo tu séquito, tus
guardias y tus tropas vayas al paraje donde encon traste a la joven, llevándola contigo y haciendo
transportar allá el caballo de ébano que estaba al lado suyo y que no es otra cosa que un genn demoníaco;
y él es precisamente el que la poseía y la había vuelto loca. Y allí haré entonces los exorcismos
necesarios, sin lo cual tornaría ese genni a poseerla a primeros de cada mes, y no habríamos conseguido
nada; ¡mientras que ahora, en cuanto me haya adueñado de él, le acorralaré y le mataré!"
Y exclamó el rey de los rums: "¡De todo corazón y como homenaje debido!" Y acompañado por el
príncipe y la joven y seguido de todas sus tropas, el rey em prendió inmediatamente el camino de la
pradera consabida.
Cuando llegaron allá, Kamaralakmar dió orden de que monta ran a la joven en el caballo de ébano y
se mantuvieran todos a bas tante distancia, con objeto de que ni el rey ni sus tropas pudiesen fijarse bien
en sus manejos. Y se ejecutó la orden al instante.
Enton ces dijo él al rey de los rums: "¡Ahora con tu permiso y tu venia, voy a proceder a las
fumigaciones y a los conjuros, apoderándome de ese enemigo del género humano para que no pueda ser
dañoso en adelante! Tras de lo cual también yo me montaré en ese caballo de madera que parece de
ébano, y pondré detrás de mí a la joven. Y verás entonces cómo se agita el caballo en todos sentidos,
vacilando hasta decidirse a echar a correr para detenerse entre tus manos. Y de este modo te convencerás
de que le tenemos por completo a nuestro albedrío. ¡Después podrás ya hacer con la joven cuanto
quieras!"
Cuando el rey de los rums oyó estas palabras, se regocijó, en tanto que Kamaralakmar subía al
caballo y sujetaba fuertemente de trás de sí a la joven. Y mientras todos los ojos estaban fijos en él y le
miraban maniobrar, dio vuelta a la clavija que servía para subir; y el caballo, emprendiendo el vuelo, se
elevó con ellos en línea recta, desapa reciendo por los aires en la altura.
El rey de los rums, que estaba lejos de sospechar la verdad, con tinuó en la pradera con sus tropas,
esperando durante medio día a que regresaran. Pero como no les veía volver, acabó por decidirse a
esperarles en su palacio. Y su espera fué igualmente vana. Entonces pensó en el horrible viejo que estaba
encerrado en el calabozo, y ha ciéndole ir a su presencia, le dijo: "¡Oh viejo traidor! ¡oh posaderas de
mono! ¿cómo te atreviste a ocultarme el misterio de ese caballo hechizado y poseído por los genn
demoníacos?
He aquí que acaba de llevarse por los aires ahora al médico que ha curado de su locura a la joven, y
hasta a la propia joven. ¡Y quién sabe lo qué les ocurri rá! ¡Además, te hago responsable por la pérdida
de todas las alhajas y cosas preciosas con que hice que la ataviaran a ella al salir del hammam, y que
valen un tesoro! ¡Así, pues, al instante va a saltar de tu cuerpo tu cabeza!" Y a una señal del rey, se
adelantó el portaalfan je, ¡y de un solo tajo hizo del persa dos persas!
¡Y he aquí lo con cerniente a todos éstos!
Pero en cuanto al príncipe Kamaralakmar y la princesa Scham sennahar, prosiguieron tranquilamente
su veloz viaje aéreo, y llegaron con toda seguridad a la capital del rey Sabur. Aquella vez no aterri zaron
ya en el pabellón del jardín, sino en la misma terraza del pala cio. Y el príncipe se apresuró a dejar en
sitio seguro a su bienamada, para ir cuanto antes a avisar a su padre y a su madre de su llegada.
Entró, pues, en el aposento donde se hallaban el rey, la reina y sus hermanas las tres princesas,
sumidos en lágrimas y desesperación, y les deseó la paz y les abrazó, mientras ellos, al verle, sentían que
se les llenaba de felicidad el alma y se les aligeraba el corazón del peso de aflicciones y tormentos.
Entonces, para commemorar aquel regreso y la llegada de la prin cesa hija del rey de Sana, el rey
Sabur dio a los habitantes de la ciudad grandes festines, y festejos, que duraron un mes entero. Y Ka -
maralakmar entró en la cámara nupcial y se regocijó con la joven en el transcurso de largas noches
benditas.
Tras de lo cual, para estar en lo sucesivo con el espíritu tran quilo, el rey Sabur mandó hacer añicos el
caballo de ébano y él mismo destruyó su mecanismo.
Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 432ª noche
Ella dijo:
...Por su parte, Kamaralakmar escribió al rey de Sana, padre de su esposa, una carta, en la que le
ponía al corriente de toda su história, anunciándole su matrimonio y la completa dicha en que vivían
ambos. Y envió esta carta con un mensajero acompañado por criados que llevaban presentes magníficos y
cosas raras de gran valor. Y llegó el mensajero a Sana, en el Yamán, y entregó la carta y los regalos al
padre de la princesa, que cuando leyó la carta se alegró hasta el límite de la alegría y aceptó los
obsequios. Tras de lo cual preparó a su vez presentes muy ricos para su yerno, el hijo del rey Sabur, y se
los envió con el mensajero.
Al recibir los presentes del padre de su esposa, el hermoso prín cipe Kamaralakmar se regocijó
extremadamente, porque le era penoso saber que el viejo rey de Sana estaba descontento de la conducta
de ambos. Y hasta tomó la costumbre de mandarle cada año una nueva carta y nuevos presentes. Y
continuó obrando así hasta la muerte del rey de Sana.
Luego, cuando su propio padre el rey Sabur murió a su vez, le sucedió en el trono del reino, y
comenzó su reinado casando a su hermana más joven, a la que tanto quería, con el rey del Yamán.
Después de lo cual gobernó a su reino con sabiduría y a sus súbditos con equidad; y de tal manera
adquirió en todas las comarcas supre macía y la felicidad de corazón de todos los habitantes. Y
continuaron su esposa y él viviendo la vida más deliciosa, la más dulce, la más serena y la más tranquila,
¡hasta que fué a verles la Destructora de deli cias, la Separadora de sociedades y de amigos, la
Saqueadora de palacios y cabañas, la Constructora de tumbas y la Proveedora de los cementerios!
Y ahora, ¡gloria al Unico Viviente que no muere nunca y tiene en Sus manos la dominación de los
Mundos y el imperio de lo Vi sible y de lo Invisible!
Y cuando hubo terminado así esta historia, se calló Schehrazada, la hija del visir. Entonces le dijo el
rey Schahriar: "¡Prodigiosa es esa historia, Schehrazada! ¡Y en verdad que quisiera saber el meca nismo
extraordinario de aquel caballo de ébano!"
Schehrazada dijo: "¡Ay, se destruyó!" Y dijo Schahriar: "¡Por Alah, que he torturado mucho mi
espíritu tratando de averiguarlo!"
Schehrazada contestó: "Entonces, ¡oh rey afortunado! para que descanse tu espíritu estoy dispuesta, si
tú me lo permites, a contarte la historia más dilatadora que conozco, aquella que trata de Dalila la
Taimada y de su hija Zeinab la Embustera!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, pue des hablar! ¡Porque no conozco esa historia!
¡Después ya pensaré lo que debo hacer con tu cabeza!"
Entonces dijo Schehrazada:
Historia de los artificios de Dalila la taimada y de su hija
Zeinab la embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassan-la-Peste y
Aló Azogue
Cuentan ¡oh rey afortunado! que en tiempo del califa Harún Al-Raschid había en Bagdad un hombre
llamado Ahmad-la-Tiña y otro hombre llamado Hassán-la-Peste, y estaban reputados ambos por su
maestría en estratagemas y latrocinios. Sus hazañas a este respec to eran completamente prodigiosas, por
lo cual, el califa, que sabía sacar partido de los talentos de cualquier clase que fueran, les llamó y les
nombró jefes de policía. A tal fin les invistió con su cargo, dán dole a cada uno un ropón de honor, mil
dinares de oro mensuales como emolumentos, y una guardia de cuarenta jinetes sólidos.
Ahmad -la-Tiña quedó encargado de la seguridad de la ciudad en su parte terrestre, y Hassán-la-Peste
del lado del río. Y en las grandes ceremo nias marchaban ambos a los lados del califa, uno a su derecha y
otro a su izquierda.
Y he aquí que el día de su nombramiento para este empleo sa lieron con el walí de Bagdad, el emir
Khaled, acompañados por sus cuarenta bizarros guardias de a caballo y precedidos de un heraldo que
pregonaba el decreto del califa, y decía: "¡Oh vosotros todos, ha bitantes de Bagdad! ¡Por orden del califa
sabed que el jefe de policía de la Mano Derecha no será en adelante otro que Ahmad-la-Tiña, y el jefe de
policía de la Mano Izquierda no será otro que Hassán-la -Peste! ¡Y en toda ocasión les deberéis
obediencia y respeto!"
Por aquel entonces vivía en Bagdad una vieja temible, llamada Dalila, y además conocida con el
nombre de Dalila la Taimada, que tenía dos hijas: una estaba casada y era madre de un bribonzuelo al
que llamaban Mahmud el Aborto, y la otra estaba soltera y se la co conocía con el nombre de Zeinab la
Embustera.
El marido de la vieja Dalila fué en otra época un gran personaje, el director de las palomas que
servían para llevar por todo el Imperio mensajes y cartas, y cuya vida era para el califa, a causa de los
servicios que hacía, más cara y preciosa que la de sus propios hijos. Así es que el esposo de Dalila tenía
honores y prerrogativas, y emolumentos de mil dinares mensua les. ¡Pero murió y se le olvidó!, y había
dejado a aquella vieja con aquellas dos hijas. Y en verdad que la tal Dalila era una vieja experta en
astucias, artificios, latrocinios, trapisondas y recursos de toda es pecie, una bruja capaz de engañar a la
serpiente, atrayéndola fuera de su guarida, y de dar al mismo Eblis lecciones de astucia y de em -
baucamientos.
Así, pues, el día de la investidura de Ahmad-la-Tiña y de Hassán -la-Peste en las funciones de jefes
de policía, la joven Zeinab oyó que el pregonero anunciaba la cosa a la población, y dijo a su madre:
"¡Mira ¡oh madre! a ese miserable de Ahmad-la-Tiña! Vino a Bag dad antaño fugitivo, expulsado de
Egipto, y no hay trapacería y haza ña importante que no haya cometido aquí desde que llegó. ¡Y de esta
manera se ha hecho tan famoso, que el califa acaba de investirle con el cargo de jefe de policía de su
Mano Derecha, mientras que a su compadre Hassán-la-Peste, ese sarnoso, de jefe de policía de la Mano
Izquierda! Y cada uno de ellos tiene el mantel puesto de día y de noche en el palacio del califa, y una
guardia, y mil dinares de emolu mentos mensuales, y honores y todo género de prerrogativas. ¡Y nos otros,
en tanto, ¡ay! permanecemos dentro de nuestra casa, sin empleo y olvidadas, sin honores ni privilegios, y
sin que nadie se preocupe por nuestra suerte!" Y la vieja Dalila meneó la cabeza, y dijo "¡Así es, ¡por
Alah! hija mía!".
Entonces le dijo Zeinab: "¡Levántate, pues, ¡oh madre! y a ver si encontramos un recurso capaz de
darnos renombre o realizamos una trastada que nos haga famosas y notorias en Bagdad hasta el punto de
que llegue la voz de ello a oídos del califa y nos devuelva éste los gajes y prerrogativas de que nuestro
padre disfru taba!"
Cuando Zeinab la Embustera dijo estas palabras a su madre, le contestó Dalila la Taimada:
"¡Por la vida de tu cabeza!, ¡oh hija mía!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 433ª noche
Ella dijo:
"¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh hija mía! te prometo hacer en Bagdad algunas jugarretas de primera
calidad, que superarán con mucho a las hechas por Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste!" Y se ir guió en
aquella hora y aquel instante, se tapó la cara con litham, se vistió como un pobre sufí poniéndose un gran
hábito de mangas tan prodigiosas que le bajaban hasta los talones, y se ciñó el talle con un ancho cinturón
de lana; luego cogió una jarra, que llenó de agua hasta el cuello, y metió tres dinares en la abertura, que
obstruyó con un tapón hecho de fibras de palmera; luego se rodeó los hombros y el cuello con varias
sartas de rosarios grandes de cuentas tan pesadas co mo una carga de leña, y tomó en la mano una bandera
semejante a la que llevan los sufis pordioseros, hecha con jirones de trapo encar nado, amarillo y verde; y
ataviada de este modo, salió de su casa, diciendo en alta voz: "íAlah! ¡Alah!" Orando así con la lengua
mientras su corazón corría por el hipódromo de los demonios y su pensamiento se obstinaba en buscar
estratagemas perversas y temibles.
De esta manera recorrió los diversos barrios de la ciudad, pa sando de una calle a otra calle, hasta
que llegó a un callejón sin salida, pavimentado de mármol y barrido y regado, en el fondo del cual vió
una Puerta grande rematada por una magnífica cornisa de alabastro, y en el umbral estaba sentado el
portero, un moghrabín
[125] vestido con mucha limpieza. Y aquella puerta era de madera de sándalo,
guar necida con sólidas anillas de bronce y con un candado de plata. Y he aquí que aquella casa
pertenecía al jefe de los guardias del califa, que era un hombre muy considerado y propietario de grandes
bienes, muebles e inmuebles, a quien se habían señalado importantes emolu mentos para subvenir a las
funciones propias de su cargo; pero al mismo tiempo era un hombre muy violento y de malos modales; y
por eso se le llamaba Mustafá Azote-de-las-Calles, porque hacía pre ceder siempre los golpes a las
palabras.
Estaba casado con una joven encantadora, a la que amaba mucho, y a quien había jurado, desde la
noche de su penetración primera, que nunca tomaría segunda mujer mientras ella viviese, ni dormiría
nunca fuera de su casa ninguna no che. Y así ocurrió, hasta que un día en que Mustafá Azote-de-las-Ca lles
vio en el diván que cada emir tenía consigo un hijo o dos.
Y precisamente aquel día fue al hammam luego, y mirándose en un es pejo, vió que los pelos blancos
de su barba eran más numerosos que los pelos negros, a los que cubrían completamente, y dijo para sí:
"¿Acaso El que se llevó a tu padre no va a gratificarte al fin con un hijo?"
Y fué en busca de su esposa, y se sentó de muy mal humor en el diván, sin mirarla ni dirigirle la
palabra. Entonces se acercó ella a él y le dijo: "¡Buenas noches!"
Él contestó: "¡Quítate de mi vista! ¡Desde el día en que te conocí no me ha sucedido nada bueno!"
Ella preguntó: "¿A qué viene eso?" El dijo: "La noche de mi penetración en ti me hiciste prestar
juramento de que jamás tomaría otra mujer. ¡Y te escuché! Y he aquí que hoy, en el diván, vi a cada emir
con un hijo y hasta con dos hijos, y entonces me vino el pensamiento de la muerte, y me afectó en extremo
porque no fui gratificado con un hijo, ni siquiera con una hija!
¡Y no ignoro que quien no deja posteridad no deja memoria de sí! Y tal es el motivo de mi mal humor,
¡oh estéril que hiciste caer mi semilla en una tierra de rocas y guijarros!"
A estas palabras replicó la ruborosa joven: "¡Y eres tú quien habla! ¡El nombre de Alah sobre mí y
alrededor de mí! ¡No está en mí el retraso! Y la cosa no es por culpa mía. ¡Me he medicinado de tal
modo, que acabé por estropear y agujerear los morteros a fuerza de machacar en ellos especies,
pulverizar cuerpos simples y triturar raíces preconizadas contra la esterilidad! ¡Pero el retraso está en ti!
¡No eres más que un mulo impotente, de nariz chata y tus compa ñones son transparentes, con semilla sin
consistencia y grano que no fecunda!"
Él contestó: "¡Está bien! ¡En cuanto regrese de un viaje que voy a emprender, tomaré una segunda
mujer!"
Ella contestó: "¡Mi destino y mi suerte están con Alah!" Entonces salió él de su casa; pe ro al llegar a
la calle se arrepintió de lo que había pasado; y su esposa, la joven, se arrepintió también de las palabras
un poco vivas que di rigió a su dueño. ¡Y esto es lo referente al propietario de la casa situa da en el
callejón sin salida pavimentado de mármol!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalila la Taimada! Cuando llegó al pie de los muros de la casa,
vio de pronto a la joven esposa del emir acodada a su ventana, como una recién casada, ¡tan bella y tan
brillante cual un verdadero tesoro, con todas las joyas que la ador naban, y luminosa cual una cúpula de
cristal con las blancas ropas de nieve que la vestían!
Al ver aquello la vieja, alcahueta de mal augurio dijo para sí: "¡Oh Dalila, he aquí que te llegó el
momento de abrir el saco de tus trapacerías! Veremos si consigues atraer a esta joven fuera de la casa de
su dueño, y despojarla de sus alhajas y desnudarla de sus hermosos vestidos, para apoderarte de todo
ello!" Entonces se paró debajo de la ventana del emir, y se puso a invocar en alta voz el nombre de Alah,
diciendo: "¡Alah! ¡Alah! ¡Y vosotros todos, los amigos de Alah, los walíes bienhechores, iluminadme!"
Al oír estas invocaciones, y al ver a aquella santa vieja vestida como los sufis pordioseros, todas las
mujeres del barrio acudieron a besar la orla de su hábito y a pedirle su bendición; y pensó la joven
esposa del emir Azote-de-las-Calles: "¡Alah nos concederá sus gracias por in tercesión de esa santa
vieja!" Y con los ojos húmedos de emoción, la joven llamó a su servidora y le dijo: "Vé a buscar a
nuestro portero el jeique Abu-Alí, bésale la mano, y dile: "¡Mi ama Khatún te ruega que dejes entrar en
nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores de Alah!" Y la
servidora bajó en busca del portero y le besó la mano, y le dijo: "¡Oh jeique Abu-Alí! mi ama Khatún te
dice: "¡Deja entrar en nuestra casa a esa santa vieja, con el fin de que obtenga para nosotros los favores
de Alah! ¡Y quizá su bendición se extienda sobre todos nosotros!" Entonces se acercó el portero a la
vieja y quiso primeramente besarle la mano; pero ella re trocedió con viveza y se lo impidió, diciendo:
"¡Aléjate de mí! ¡Tú que rezas tus plegarias sin abluciones, como todos los criados, me man charías con tu
contacto impuro y haría nula y vana mi ablución! Alah te libre de tu servidumbre, ¡oh portero Abu-Alí!
porque te distinguen los santos de Alah y los walíes".
Y he aquí que tal deseo conmovió en extremo al portero Abu-Alí, porque precisamente el terrible
emir Azote-de-las-Calles le debía el salario de tres meses, y tenía él una ansiedad con tal motivo y no
sabía qué medio emplear para recobrarlo.
Así es que dijo a la vieja: "¡Oh madre mía, dame a beber un poco de agua de tu jarra, para que con
ello pueda ganar tu bendición!" Entonces ella cogió la jarra que llevaba al hombro y la volteó en el aire
varias veces, de modo que el tapón de fibras de palmera se escapó del cuello del cacharro y los tres
dinares rodaron por el piso como si cayesen del cielo. Y el portero se apresuró a recogerlos, y dijo para
su ánima: "¡Gloria a Alah! ¡Esta vieja pordiosera es una santa entre los santos que tie nen a su disposición
tesoros ocultos! Y acaba de revelársela que soy un pobre portero que no ha cobrado su salario y tiene
mucha necesidad de dinero para atender a los gastos indispensables, y ha hecho conjuros a fin de obtener
para mí tres dinares, atrayéndolos del espacio".
Luego ofreció los tres dinares a la vieja, y le dijo: "¡Toma, tía mía, los tres dinares que creo se han
caído de tu jarra!" Ella contestó: "¡Aléjate de mí con ese dinero! ¡No, nunca fui de las que se ocupan de
las cosas mundanas! ¡Puedes guardarte ese dinero y mejorarte con él un poco la existencia, resarciéndote
de los salarios que te debe el emir!" Entonces el portero alzó los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah por
su ayuda! ¡He ahí una revelación!"
Entretanto, ya se había acercado a la vieja la servidora, y después de besarle la mano, se apresuraba
a conducirla a presencia de su señora. Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su her -
mosura; porque la esposa del emir era verdaderamente cual un tesoro descubierto, cuyos sellos
talismánicos se hubiesen roto para mostrarlo así en su gloria...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 434ª noche
Ella dijo:
...Cuando la vieja estuvo ante la joven, quedó estupefacta de su hermosura; porque la esposa del emir
era verdaderamente cual un teso ro descubierto, cuyos sellos talismánicos se hubiesen roto para mostrar lo
así en su gloria. Y por su parte, la bella Khatún se apresuró a arro jarse a los pies de la vieja y a besarle
las manos; y la vieja le dijo: "¡Oh hija mía! ¡no vengo más que porque he adivinado, con la inspira ción de
Alah, que tienes necesidad de mis consejos!" Y Khatún comenzó primeramente por servirle de comer,
según costumbre establecida con los santos pordioseros; pero la vieja no consintió en tocar los man jares,
y dijo: "¡Ya no quiero comer más que manjares del Paraíso, y ayuno siempre, excepto cinco días al año!
¡Pero te veo afligida ¡oh hija mía! y deseo que me cuentes la causa de tu tristeza!" La joven contestó: "¡Oh
madre mía! el día de la penetración hice jurar a mi esposo que nunca tomaría después de mí una segunda
mujer; pero ve él a los hijos de los demás, y anhela tener hijos también, y me dice: «¡Eres esté ril!» Y le
contesto: «¡Y tú eres un mulo que no fecundas a la hembra!» Entonces sale él encolerizado, y me dice:
«¡A la vuelta de un viaje que voy a emprender, volveré a casarme!» Y yo ¡oh madre mía! tengo ahora
miedo de que se realice su amenaza y tome una segunda mujer que le dé hijos! Y es rico, pues posee
tierras, casas, emolumentos y poblados enteros; y si de la segunda mujer tuviera hijos, ¡me quedaría yo
privada de todos esos bienes!”
La vieja contestó: "¡Bien se ve, hija mía, cuán ignorante estás de las virtudes de mi señor el jeique
Padre- de-los-Asaltos, el poderoso Maestro-de-las-Cargas, el Multiplicador-de- los-Embarazos! ¿Acaso
no sabes que una sola visita a ese santo hace de un pobre deudor un rico acreedor y de una mujer estéril
un grane ro de fecundidad?"
La bella Khatún contestó: "¡Oh madre mía! ¡desde el día de mi matrimonio no he salido una sola vez
de casa, y ni siquiera he podido hacer visitas de felicitación o pésame!" La vieja dijo: "Oh, hija mía!
quiero conducirte a casa de mi señor el jeique Padre-de-los- Asaltos y Multiplicador-de-los-Embarazos.
Y no temas confiarle la pesa dumbre que te oprime, y hazle una promesa. Y puedes estar segura en tonces
de que a su regreso del viaje tu esposo se acostará contigo, uniéndose a ti por la copulación; y por obra
suya quedarás encinta de una niña o de un niño. ¡Pero sea tu hijo varón o hembra, has de hacer la promesa
de consagrarle como derviche al servicio de mi señor el Padre- de-los-Asaltos! "
Al oír estas palabras, la bella Khatún se vistió con sus trajes más hermosos y se adornó con sus más
hermosas alhajas; luego dijo a su servidora: "¡Cuida bien de la casa!" Y la servidora contestó: "¡Escucho
y obedezco, oh mi ama!"
Entonces Khatún salió con Dalila, y a la puerta encontró al viejo portero mograbín Abu-Alí, que le
preguntó: "¿Adónde vas, ¡oh mi ama!?" Ella contestó: "¡Voy a visitar al jeique Multiplicador-de-los-
Embarazos!"
El portero dijo: "¡Qué bendición de Alah es esta santa vieja, oh mi alma! ¡A su disposición tiene
tesoros enteros! Me ha dado tres dinares de oro rojo; y adivinó lo que me ocurre y conoció mi situación
sin hacerme ninguna pregunta, ¡y ha sa bido que estaba yo apurado de dinero! ¡Ojalá caiga sobre mi
cabeza el beneficio de su ayuno de todo el año!"
Mientras tanto, Dalila la Taimada se decía a sí misma: "¿Cómo voy a arreglarme para quitarle sus
alhajas y dejarla desnuda en me dio de la muchedumbre de transeúntes que van y vienen?"Luego dijo de
pronto: "¡Oh hija mía! echa a andar detrás de mí y a distancia, aunque sin perderme de vista; porque yo,
tu madre, soy una vieja a la que cargan con fardos cuyo peso no pueden soportar los demás; y a todo lo
largo del camino hay gente que viene a entregarme ofrendas piadosas consagradas a mi mejor jeique, y
me ruegan que se las lleve. ¡Así, pues, es mejor que vaya yo sola por el momento!"
Y la joven echó a andar detrás de la vieja taimada, hasta que llegaron ambas al zoco principal de los
mercaderes. ¡Y desde lejos se oía resonar el zoco abovedado, al paso de la joven, el ruido de los
cascabeles de oro de sus pies delicados y el tintineo de los cequíes de su cabellera, tan melodioso y
cadencioso, que se diría una música de cítaras y timbales sonoros!
Ya en el zoco, pasaron por delante de la tienda de un mercader joven que se llamaba Sidi-Mohsen, y
era un muchacho muy lindo con un bozo naciente en las mejillas. Y notó la belleza de la joven y se puso a
lanzarle de soslayo ojeadas, que no tardó mucho en adivinar la vieja. Así es que se volvió hacia la joven,
y le dijo: "¡Vas a sentarte un mo mento separada de mí para que descanses, hija mía, mientras yo hablo de
un asunto con ese mercader joven que está allá!"
Y obedeció Khatún y se sentó cerca de la tienda del hermoso mozo, que así pudo mirarla mejor, y
creyó volverse loco a la primera mirada que le dirigió ella. Cuando le pareció que estaba él en punto, se
le aproximó la vieja alca hueta y le dijo, después de las zalemas: "¿No eres Sidi-Mohsen el mer cader?"
El contestó: "¡Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?...
En ese momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 435ª noche
Ella dijo:
"¡...Sí, por cierto! ¿Quién ha podido decirte mi nombre?" Ella dijo: "Es gente de bien quien me ha
enviado a ti. Y vengo, hijo mío, a enterarte de que esa joven que ves ahí es hija mía; y su padre, que era
un gran mercader, murió, dejándole riquezas considerables. Sale hoy de casa por primera vez, porque
hace poco tiempo que es púber, y sé que ha entrado en la edad de casarse, porque he visto en ella seña les
que no dejan lugar a duda. Y he aquí que me apresuré a hacer que salga, pues dicen los prudentes:
"¡Ofrece en matrimonio tu hija, pero no ofrezcas tu hijo!" Y ahí tienes cómo, advertida por una
inspiración divina y por un presentimiento secreto, me he decidido a venir para ofrecértela en
matrimonio. Y no te preocupes por lo demás, si eres po bre, te daré todo su capital y en vez de una tienda,
te abriré dos tien das. ¡De esta manera no solamente serás gratificado por Alah con una encantadora
joven, sino con tres cosas deseables que empiezan con C y son a saber: Capital, Comodidad y Culo!”
Al oír estas palabras, el joven mercader Sidi-Mohsen contestó a la vieja: "¡Oh madre mía! Todo eso
es excelente, y jamás pude anhelar tanto. Así es que te doy las gracias, y no dudo de tus palabras en lo
que concierne a las dos primeras C. Pero en cuanto a la tercera C; te confieso que no estaré tranquilo
mientras no lo haya visto y comproba do por mis propios ojos; porque antes de morir me lo recomendó
mu cho mi madre, y me dijo: "¡Cuánto hubiera deseado casarte, hijo mío, con una joven a la que pudiera
juzgar con mis propios ojos!" ¡Y la juré que no dejaría de hacerlo yo por ella! ¡Y se murió tranquila ya!"
Entonces contestó la vieja: "¡En ese caso, levántate y sígueme! Yo me encargo de mostrártela
completamente desnuda. Pero has de tener cui dado de ir a distancia de ella, aunque sin perderla de vista.
¡Y yo iré a la cabeza para enseñarte el camino!"
Entonces se levantó el joven mercader y llevó consigo una bolsa con mil dinares, diciéndose: "No se
sabe lo que ha de ocurrir, y así po dré depositar en el momento el importe de los gastos del contrato". Y
siguió de lejos a la vieja zorra, que abría la marcha y se decía a sí misma: "¿Cómo vas a arreglarte ahora
¡oh Dalila llena de sagacidad para desvalijar a ese ternero joven!?"
Caminando de tal suerte, seguida por la joven, a la que a su vez seguía el lindo mercader, llegó a la
tienda de un tintorero que se lla maba Hagg-Mohammad y era hombre conocido en todo el zoco por la
duplicidad de sus gustos. En efecto, era como el cuchillo del vende dor de colocasias, que a la vez
perfora las partes masculinas y fe meninas del tubérculo; y le gustaba lo mismo el sabor dulce del higo y
el sabor ácido de la granada.
Y he aquí que al oír el tintineo de cequíes y cascabeles, Hagg-Mohammad levantó la cabeza y divisó
al lindo mozo y a la hermosa joven. ¡Y sintió lo que sintió!
Pero ya Dalila se había acercado a él, y tras de las zalemas, le había dicho, sentándose: "¿Eres Hagg-
Mohammad el tintorero?" El contestó: "¡Sí, soy Hagg-Mohammad! ¿Qué deseas?" Ella contestó: "¡Me ha
hablado de ti gente de bien! ¡Mira a esa jovenzuela encantadora, que es mi hija, y a ese gracioso
jovenzuelo imberbe, que es mi hijo! ¡Les he edu cado a ambos, y su educación me costó bastantes
dispendios! Y ahora has de saber que nuestra vivienda es un vasto y viejo edificio ruinoso, que
últimamente me he visto obligada a reparar con vigas de madera y puntales grandes; pero me ha dicho el
maestro arquitecto: "¡Harás bien en irte a vivir a otra casa, porque corres mucho riesgo de que se des -
morone ésta encima de ti! Y cuando la hayas hecho reparar, podrás volver a habitarla, ¡pero no antes!"
Entonces salí en busca de una casa donde vivir transitoriamente con esos dos hijos; y me ha
encaminado a tí gente de bien. ¡Desearía, por tanto, alojarme en tu casa con esos dos hijos que ves ahí! ¡Y
no dudes de mi generosidad!"
Al oír estas palabras de la vieja, el tintorero sintió bailarle el cora zón en medio de las entrañas, y
dijo para sí: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡He aquí que se te pone al alcance de los dientes un pedazo de
manteca encima de un pastel!" Luego dijo a Dalila: "Cierto es que tengo una casa con una habitación
grande en el piso superior; pero no puedo dis poner de ningún cuarto, porque yo vivo en la planta baja, y
la habita ción de arriba me sirve para recibir a mis invitados los aldeanos que me traen índigo". Ella
contestó: "Hijo mío, la reparación de mi casa sólo exigirá un mes a dos a lo más, y conocemos a poca
gente aquí. Te ruego, pues, que dividas en dos la habitación grande de arriba y nos des la mitad para
nosotros tres. Y ¡por tu vida, ¡oh hijo mío! si quieres que tus invitados los cultivadores de índigo sean
invitados nuestros, bienvenidos sean! ¡Estamos dispuestos a comer con ellos y a dormir con ellos!"
Entonces el tintorero se apresuró a entregarle las llaves de su casa; eran tres: una grande, una pequeña
y una torcida. Y le dijo: “La llave grande es de la puerta de la casa, la llave pequeña es la del vestíbulo,
y la llave torcida es la de la habitación de arriba. ¡De todo puedes disponer, mi buena madre!" Entonces
cogió las llaves Dalila y se alejó seguida por la joven, a la que seguía el joven mercader, y de tal suerte
llegó a la callejuela donde se entraba a la casa del tintorero, cuya puerta se apresuró ella a abrir con la
llave grande...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 436ª noche
Ella dijo
...Cuya puerta se apresuró a abrir con la llave grande.
Ante todo empezó por entrar la primera e hizo entrar a la joven, diciendo al mercader que esperase. Y
llevó a la bella Khatún a la ha bitación de arriba, diciéndole: "Hija mía, en el piso bajo vive el venerable
jeique Padre-de-los-Asaltos. Tú espérame aquí, y por lo pron to, quítate ese velo tan grande. ¡No tardaré
en volver a buscarte!" Y bajó a abrir la puerta al joven mercader, y le introdujo en el vestíbulo,
diciéndole: "¡Siéntate aquí y espérame a que vuelva a bus carte con mi hija, para que compruebes lo que
quieres comprobar con tus propios ojos!"
Luego subió de nuevo a ver a la bella Khatún, y le dijo: "¡Ahora vamos a visitar al Padre-de-los-
Asaltos!" Y exclamó la jovenzuela: "¡Qué alegría, oh madre mía!" La vieja añadió: "¡Pero me atemoriza
por ti una cosa!" La joven preguntó: "¿Y cuál es ¡oh madre mía!?" La vieja contestó: "Abajo está un hijo
mío idiota, que es re presentante y ayudante del jeique Padre-de-los-Asaltos. ¡No sabe dife renciar el frío
del calor, y continuamente va desnudo! ¡Pero cuando en tra en casa del jeique una visitante noble como tú,
la vista de las galas y sedas con que está vestida le pone furioso, y se precipita sobre ella y le rompe los
vestidos y le tira de sus arracadas, desgarrándole las orejas, y la despoja de todas sus alhajas. Por
consiguiente, harás bien en em pezar por quitarte aquí tus alhajas y desnudarte de todos tus vestidos y
camisas; y te lo guardaré yo todo hasta que regreses de tu visita al jeique Padre-de-los-Asaltos".
Entonces se quitó la joven todas sus al hajas, se desnudó de todos sus vestidos, sin quedarse más que con
la ca misa interior de seda, y lo entregó todo a Dalila, que le dijo: "¡En honor tuyo, voy a colocar esto
debajo de la ropa del Padre-de-los-Asal tos, para que con su contacto vaya a ti la bendición!" Y bajó con
todo hecho un lío, y por el momento lo escondió en el hueco de la escalera, luego fue a ver al joven
mercader y le encontró esperando a la joven zuela.
Y le preguntó él: "¿Dónde está tu hija, para que yo pueda exa minarla?" Pero de improviso comenzó la
vieja a golpearse el rostro y el pecho en silencio. Y le preguntó el joven mercader: "¿Qué te pasa?" Ella
contestó: "¡Ah! ¡Ojalá se murieran las vecinas malintencionadas y envidiosas y calumniadoras! ¡Acaban
de verte entrar conmigo, y me han preguntado quién eres; y les dije que te había escogido para espo so
futuro de mi hija. Pero probablemente, por envidia y celosas de mi suerte para contigo, han ido en busca
de mi hija y le han dicho: "¿Tan cansada está de mantenerte tu madre que quiere casarte con un indi viduo
atacado de sarna y de lepra?" ¡Entonces le he jurado yo, como tú mismo lo hiciste a tu madre, que no se
uniría a ti sin haberte visto completamente desnudo!"
Al oír estas palabras, exclamó el joven merca der: "¡Recurro a Alah contra los envidiosos y
malintencionados!" Y así diciendo, se quitó toda su ropa, y surgió desnudo e intacto y blanco como la
plata virgen. Y le dijo la vieja: "¡En verdad que con lo hermoso y puro que eres no tienes nada que
temer!" Y exclamó él: "¡Que ven ga a verme ahora!" Y amontonó a un lado su magnífico capote de mar ta,
su cinturón, su puñal de plata y oro y el resto de su ropa, ocultando en los pliegues la bolsa con los mil
dinares.
Y le dijo la vieja: "No conviene dejar en el vestíbulo todas estas cosas tentadoras. ¡Voy a ponerlas en
lugar seguro!" E hizo un lío con todo aquello, como había hecho con la ropa de la jovencita, y
abandonando al joven mercader lo encerró con llave, cogió debajo de la escalera el primer lío y salió sin
ruido de la casa, llevándoselo todo.
Una vez en la calle, empezó por poner, efectivamente, en lugar seguro los dos líos, depositándolos en
casa de un mercader de especias conocido suyo, y volvió a casa del tintorero libidinoso, que la esperaba
con impaciencia, y hubo de preguntarle en cuanto la divisó: "¿Que hay, tía mía? ¡Inschalah creo que te
habrá convenido mi casa! Ella contestó: "¡Tu casa es una casa bendita! Estoy satisfecha hasta el lí mite de
la satisfacción. ¡Ahora voy a buscar a un cargador para que transporte nuestros muebles y nuestros
efectos! Pero como estoy tan ocupada y mis hijos no han comido nada desde esta mañana, aquí tie nes un
dinar, que te ruego admitas, para comprarles con él una empa nada rellena y cubierta con picadillo de
carne, y vé a la casa para al morzar con ellos y hacerles compañía". El tintorero contestó: "Pero ¿quién
tendrá, mientras, cuidado de mi tienda, y de los efectos de mis clientes?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¡tu
dependiente!"
El contestó: "¡Sea!" Y cogió un plato y una fuente y se marchó para comprar y llevar la consabida
empanada rellena. ¡Y he aquí lo referente al tintorero, al que, por cierto, volveremos a encontrar!
Pero en cuanto a Dalila la Taimada, corrió a recoger los dos líos que había dejado en casa del
tendero de especias, y regresó inmediatamente a la tintorería para decir al mozo del tintorero: "¡Tu amo
me manda a decirte que vayas a reunirte con él en casa del fabri cante de empanadas! Yo cuidaré de la
tienda hasta tu regreso. ¡No tar des!"
El mozo contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y salió de la tienda, en tanto que la vieja se dedicaba a
meter mano en los efectos de los clientes y en cuanto pudo coger de la tienda. Mientras estaba ella ocu -
pada en aquello, acertó a pasar por allí con un burro un arriero que desde hacía una semana no
encontraba trabajo y que era un terrible tra gador de haschisch. Y la vieja zorra le llamó, gritando: "¡Eh,
arriero, ven!" Y el arriero se paró a la puerta con su burro, y la vieja le pre guntó: "¿Conoces a mi hijo el
tintorero?" El otro contestó: "¡Ya Alah! ¿quién le conocerá mejor que yo, ¡oh mi ama!?"
Ella le dijo: "Enton ces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 437ª noche
Ella dijo:
"...Entonces has de saber ¡oh arriero de bendición! que el pobre mozo es insolvente, y siempre que le
han metido en la cárcel conseguí sacarle de ella. Pero hoy, para acabar de una vez quiero que se declare
en quiebra al fin. Y en este momento estaba dedicándome a recoger los efectos de los clientes para
llevárselos a sus propietarios. Deseo, pues, que me prestes tu borrico para cargarle con todas estas
ropas, y aquí tienes un dinar por el alquiler del asno.
Mientras yo vuelvo, dedícate tú aquí a desbaratarlo todo, rompiendo las cubas de tinta y destruyendo
las tinas, con objeto de que cuando venga la gente enviada por el kadí para comprobar la quiebra no
encuentre en la tienda nada que llevarse".
[126]
El arriero contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh mi ama! Porque tu hijo, el maestro
tintorero, me colmó de mercedes, y como le estoy agradecido, quiero hacerle de balde este servicio y
romper y des truir todo lo de la tienda, ¡por Alah!"
Entonces le dejó la vieja, y después de cargar todo encima del burro, se encaminó a su casa, lle vando
del ronzal al asno.
Con la ayuda y protección del Protector, llegó sin incidentes a su casa y entró a ver a su hija Zeinab,
que estaba en ascuas esperándola, y que le dijo: "¡Contigo estuvo mi corazón, oh madre mía! ¿Cuántos
chascos has dado? Dalila contestó: "¡En este primer día he jugado cua tro malas pasadas a cuatro
personas: un mercader joven, la esposa de un capitán terrible, un tintorero libidinoso y un arriero! ¡Y te
traigo todas sus ropas y efectos en el asno del arriero!
Y exclamó Zeinab: "¡Oh ma dre mía! ¡en lo sucesivo no vas a poder circular por Bagdad a causa del
capitán, a quien dejaste desnudo, del tintorero a quien arrebataste los efectos de sus clientes, y del arriero
amo del burro!" Dalila contestó: "¡Bah! ¡todos me tienen sin cuidado, menos el arriero, que me cono ce!"
Y he aquí lo que por el momento concierne a Dalila.
En cuanto al maestro tintorero, una vez que hubo comprado las consabidas empanadas rellenas, se las
dió a su mozo y tomó con él el camino de su casa, pasando de nuevo por delante de su tintorería. ¡Y he
aquí lo que pasó! Vió al arriero en la tienda dedicado a demolerlo todo y romper las cubas grandes y las
tinas; y ya no era la tienda más que un montón de escombros y de barro azul que corría por todas partes.
Y exclamó al ver aquello: "¡Detente, oh arriero!" Y el arriero interrum pió su tarea, y dijo el tintorero:
"¡Loores a Alah por tu salida de la cárcel, ¡oh maestro tintorero! ¡Contigo estaba mi corazón verdadera -
mente!"
El otro preguntó: "¿Qué dices, ¡oh arriero! y qué significa todo esto?" El arriero dijo: "¡Durante tu
ausencia se ha declarado tu quiebra!" Con el gaznate apretado y los labios temblorosos y los ojos
desorbitados, preguntó el tintorero: "¿Quién te lo ha dicho?" El arrie ro replicó: "¡Me lo ha dicho tu
propia madre, y por interés tuyo me ha ordenado que lo destruyera todo y lo rompiera todo aquí, para que
los enviados del kadí no puedan llevarse nada!"
En el límite de la estu pefacción, contestó el tintorero: "¡Alah confunda al Lejano-Maligno! ¡Hace ya
mucho tiempo que está muerta mi madre!" Y se dio en el pecho fuertes golpes, gritando con toda su alma:
"¡Ay! ¡he perdido lo mío y lo de mis clientes!" Y el arriero, por su parte, empezó a llorar y a gritar: "¡Ay!
¡he perdido mi borrico!" Luego dijo al tintorero: "¡Oh tintorero de mi trasero, devuélveme mi borrico,
que me lo ha ro bado tu madre!"
Y el tintorero se arrojó sobre el arriero, lo cogió por la nuca y empezó a molerle a puñetazos,
exclamando: "¿Dónde está tu zorra vieja?" Pero el arriero se puso a gritar desde el fondo de sus entrañas:
"¡Mi borrico! ¿dónde está mi borrico? ¡Devuélveme mi bo rrico!"
Y vinieron a las manos ambos, mordiéndose, insultándose, administrándose golpes a cual más, y
cabezazos en el estómago y tratando cada uno de agarrar por los compañones al adversario para
espachurrárselos entre los dedos.
Entretanto, se aglomeraba alrededor de ellos una multitud que iba engrosando más cada vez; y por fin
lograron se pararlos, aunque no ilesos, y preguntó al tintorero uno de los circuns tantes: "¡Ya Hagg-
Mohammad! ¿qué ha pasado entre vosotros?" Pero el arriero se apresuró a contestar contando a voces su
historia, y ter minó así: "¡Yo todo lo hice por servir al tintorero!"
Entonces pregun taron al tintorero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡tú, sin duda, conocerás a esa vieja para
confiarle de ese modo la custodia de tu tienda!" El in terpelado contestó: "¡Hasta hoy no la conocí! ¡Pero
ha ido a habitar en mi casa con su hijo y su hija!" Entonces opinó uno de los circunstan tes: "¡Yo creo en
conciencia que el tintorero debe responder por el asno del arriero; porque si el arriero no advirtiese que
el tintorero había con fiado la custodia de su tienda a la vieja, no hubiera él a su vez confiado a tal vieja
su burro!" Y añadió un tercero: "¡Ya Hagg-Mohammad! ¡desde el momento en que alojaste a esa vieja en
tu casa, debes devol ver al arriero el borrico o pagarle una indemnización!"
Luego, con los dos adversarios, se encaminaron todos a casa del tintorero. ¡Eso fue todo!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 438ª noche
Ella dijo:
¡...Eso fue todo!
¡Pero he aquí ahora lo que respecta a la jovenzuela y al joven mercader!
Mientras el joven mercader esperaba en el vestíbulo la llegada de la jovenzuela para examinarla, ésta
por su parte, esperaba en la habita ción de arriba a que la vieja santa regresase con el permiso del idiota
re presentante del Padre-de-los-Asaltos, a fin de visitar al Padre-de-los- Asaltos ella. Pero como la vieja
tardaba en volver, la bella Khatún salió de la habitación y bajó la escalera, vestida solamente con su
sencilla camisa fina. Entonces oyó en el vestíbulo al joven mercader, quien al reconocer el tintineo de los
cascabeles que no pudo ella quitarse de los tobillos, le decía: "¡Date prisa y ven aquí con tu madre, que
te trajo para casarte conmigo!" Pero la joven contestó: "¡Mi madre ha muer to! ¡Eres el idiota!, ¿verdad?
¿Y no eres también el representante del Padre-de-los-Asaltos?" El contestó inmediatamente: "¡No, ¡por
Alah! ¡oh ojos míos! no estoy todavía idiota del todo. ¡En cuanto a lo de ser Padre-de-los-Asaltos, estoy
reputado como tal!" Al oír estas palabras no supo cómo comportarse la ruborizada jovenzuela, y a pesar
de las ob jeciones del joven mercader, a quien seguía tomando ella por el idiota representante del
Multiplicador-de-los-Embarazos, resolvió esperar en la escalera a que se presentase la santa vieja.
Mientras tanto, llegó la gente que acompañaba al tintorero y al arriero; y llamaron a la puerta y
estuvieron mucho tiempo esperando que les abriesen desde dentro. Pero como no contestaba nadie,
echaron la puerta abajo y se precipitaron primeramente al vestíbulo, donde vie ron al joven mercader
completamente desnudo y tratando de ocultar y abarcar con las dos manos su mercancía al aire. Y le dijo
el tintorero: ¡Ah, hijo de zorra! ¿dónde está tu calamitosa madre?"
El otro con testó: "¡Hace ya mucho tiempo que murió mi madre! La vieja que vive en esta casa sólo es
mi futura suegra. Y contó al tintorero y al arriero y a toda la muchedumbre su historia con todo género de
detalles. Y añadió: "¡En cuanto a la joven que yo debía contemplar, está ahí detrás de esa puerta!"
Al oír estas palabras derribaron la puerta y encontraron detrás a la asustada jovenzuela, que con sólo
la camisa procuraba cubrir hasta lo más abajo posible sus muslos de gloria. Y el tintorero le preguntó:
"¡Ah hija adulterina! ¿dónde está tu madre, la alcahueta?" Ella con testó muy avergonzada: "Mi madre
murió hace mucho tiempo. ¡Pero la vieja que me condujo aquí es una santa al servicio de mi señor el
jeique Multiplicador!"
Al oír estas palabras, todos los circunstantes, incluso el tintorero, a pesar de su tienda destruida, y el
arriero, a pesar de su borrico roba do, y el joven mercader, a pesar de la pérdida de su bolsa y sus trajes,
se echaron a reír de tal manera, que se cayeron de trasero.
Después, comprendiendo que la vieja se había burlado de ellos, los tres chasqueados por ella
decidieron vengarse; y empezaron por dar ropa a la asustada jovenzuela, que se vistió y apresuróse a
regresar a su casa, donde volveremos a encontrarla al retorno del viaje de su esposo.
En cuanto al tintorero Hagg-Mohammad y al arriero, se reconcilia ron, pidiéndose perdones
mutuamente, y en compañía del joven merca der fueron en busca del walí de la ciudad, el emir Khaled, a
quien con taron su aventura, demandando de él venganza contra las vieja calamitosa
Y les contesto el wali: ¡Oh, que historia tan prodigiosa me contais, buena gente!" Ellos contestaron:
"¡Oh amo nuestro! ¡por Alah, y por la vida de la cabeza del Emir de los Creyentes, que no te decimos más
que la verdad!”
Y les dijo el Walí: “¡Oh buena gente! ¿cómo queréis que encuentre a una vieja determinada entre
todas las viejas de Bagdad? ¡Ya sabéis que no podemos mandar que nuestros hombres recorran los
harenes levantando el velo a las mujeres!”
Ellos exclamaron: "¡Qué calamidad! ¡ay de mi tienda!; ¡ay de mi burro!; ¡ay de mi bolsa con mil
dinares!" Entonces, compadecido de su suerte, les dijo el walí: "¡Oh buena gente! ¡recorred toda la
ciudad y procurad encon trar a esa vieja y capturarla! Y si lo conseguís, os prometo que la someteré a
tortura en honor vuestro, y la obligaré a que declare!"
Y las tres víctimas de Dalila la Taimada se dispersaron en diferentes direccion es, a la busca y
captura de la maldita vieja. ¡Y los dejaremos por el comento, pues ya volveremos a encontrarlos!
En cuanto a la vieja Dalila la Taimada, dijo a su hija Zeinab: "¡Oh hija mía, todo esto no es nada!
¡Voy a hacer algo mejor!" Y le dijo Zeinab: "¡Oh madre mía, tengo miedo por ti ahora!" La vieja con testó:
"No temas nada por mi suerte. ¡Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 439ª noche
Ella dijo:
"¡...Soy como el haba en su vaina, invulnerable por el fuego y por el agua!" Y se levantó, quitóse sus
vestiduras de sufi para ponerse un traje de servidora entre las servidoras de los ricos, y salió reeditando
la nueva fechoría que iba a perpetrar en Bagdad.
Y llegó de tal modo a una calle retirada, muy adornada y empave sada a todo lo largo y a todo lo
ancho con telas hermosas y linternas multicolores; y el suelo estaba cubierto de ricas alfombras. Y oyó
den tro voces de cantarinas y tamborilazos de dufufs y golpetear de darabu kas sonoras y estridor de
címbalos. Y vio en la puerta de la morada em pavesada a una esclava que llevaba a horcajadas en su
hombro un tier no niño vestido con telas espléndidas de tisú de oro y plata, y tocado con un tarbush rojo
adornado con tres sartas de perlas, llevando al cuello un collar de oro incrustado de pedrerías y con los
hombros cu biertos por una manteleta de brocado.
Y los curiosos e invitados que entraban y salían la enteraron de que aquella casa pertenecía al síndico
de los mercaderes de Bagdad y que aquel niño era hijo suyo. Y tam bién se enteró que el síndico tenía una
hija virgen y púber, cuyos esponsales se celebraban aquel día precisamente; y tal era el motivo de
semejante alarde de ornamentación. Y como la madre del niño estaba muy ocupada en recibir a las damas
invitadas por ella y hacerles los ho nores de su casa, había confiado el niño, que la importunaba
pegándosele a las faldas de continuo, a aquella joven esclava recomendándole que le distrajera y jugara
con él hasta que las invitadas se marchasen. Cuando la vieja Dalila vió a aquel niño montado en el
hombro de la esclava y se informó con respecto a los padres y a la ceremonia que tenía lugar, dijo para
sí: "¡Oh, Dalila, lo que tienes que hacer por el momento es escamotear a ese niño, arrebatándoselo a esa
esclava!" Y se adelantó hacia ella, exclamando: "¡Qué vergüenza para mí haber lle gado con tanto retraso
a casa de la digna esposa del síndico!" Luego dijo a la esclava, que era una infeliz, poniéndole en la
mano una mo neda falsa: "¡Aquí tienes un dinar por el trabajo! Sube, hija mía, en busca de tu ama y dile:
"¡Tu vieja nodriza Omm Al-Khayr te felicita de muy buen grado, como cumple a quien tantas bondades
tiene que agradecerte! ¡Y el día de la gran reunión vendrá a verte con sus hijas, y no dejará de poner
generosas ofrendas nupciales, como es costumbre, en manos de las azafatas!"
La esclava contestó: "Mi buena madre, con mucho gusto cumpliría tu encargo; pero mi amo pequeño,
que es este niño, cada vez que ve a su madre no quiere separarse de ella y se coge a sus vestidos". La
vieja contestó: "¡Pues déjale conmigo mientras vas y vienes!" Y la esclava se guardó la moneda falsa y
entregó el niño a la vieja para subir inmediatamente a cumplir su encargo.
En cuanto a la vieja, se apresuró a huir con el niño, metiéndose en una callejuela oscura, donde le
quitó todas las cosas preciosas que llevaba él encima y dijo para sí: "¡Todavía no lo has hecho todo, ¡oh
Dalila! ¡Si verdaderamente eres sutil entre las sutiles, hay que sacar de este monigote todo el partido
posible, negociándole, por ejemplo, para proporcionarte una cantidad respetable!"
Cuando se le ocurrió aquella idea, saltó sobre ambos pies y fué al zoco de los joyeros, donde vió en
una tienda a un gran lapidario judío que estaba sentado detrás de su mostrador; y entró en la tienda del
judío, diciéndose: "¡Ya hice nego cio!" Cuando el judío la vio por sus propios ojos entrar, miró al niño
que llevaba ella y conoció al hijo del síndico de los mercaderes. Y aunque muy rico, aquel judío no
dejaba de envidiar a sus vecinos cuan do hacían una venta si, por casualidad, no hacía él otra en el mismo
momento. Así es que, muy contento con la llegada de la vieja, le preguntó: "¿Qué deseas, ¡oh mi ama!?"
Ella contestó: "Eres maese Izra el judío?"
El contestó: "¡Naam!" Ella le dijo: "La hermana de este niño, hija del schahbandar de los mercaderes,
se ha casado hoy, y en este momento se celebra la ceremonia de los esponsales. ¡Y he aquí que necesita
ciertas alhajas, como dos pares de pulseras de oro para los to billos, un par de brazaletes corrientes de
oro, un par de arracadas de perlas, un cinturón de oro afiligranado, un puñal con puño de jade ins crustado
de rubíes y una sortija de sello!" Enseguida se apresuró el judío a darle lo que pedía, y cuyo precio se
elevaba a mil dinares de oro, por lo menos. Y Dalila le dijo: "¡Me lo llevo todo esto con la con dición de
que mi ama escoja en casa lo que mejor le parezca! Luego volveré para traerte el importe de lo que
escoja. Mientras tanto, qué date con el niño hasta que yo vuelva!" El judío contestó: "¡Como gus tes!" Y se
llevó ella las joyas, dándose prisa por llegar a su casa.
Cuando la joven Zeinab la Embustera vio a su madre, le dijo: `¿Qué hazaña acabas de emprender, ¡oh
madre mía!?" La vieja con testó: "Por esta vez solamente una nimiedad. ¡Me he contentado con robar y
desvalijar al hijo pequeño del schahbandar de los mercaderes, dejándolo en prenda por varias alhajas
que valdrán mil dinares, en casa del judío Izra!"
Entonces exclamó su hija: "¡Esta vez es seguro que se acabó ya todo para nosotras! ¡No vas a poder
salir y circular por Bagdad!" La vieja contestó: "¡Todo lo que hice no es nada, ni siquiera la milésima
parte de lo que pienso hacer! ¡No tengas por mí ningún cuidado, hija mía!"
Volviendo a la infeliz esclava joven, es el caso que entró en la sala de recepción y dijo: "¡Oh ama
mía, tu nodriza Omm Al-Khayr te envía sus zalemas y sus votos y te felicita, diciendo que vendrá aquí
con sus hijas el día del matrimonio y será generosa con las azafatas!"
Su ama le preguntó: "¿Dónde dejaste a tu amo pequeño?" La esclava contestó: "¡Lo he dejado con ella
para que no se agarrase a ti! ¡y aquí tienes una moneda de oro que me dió tu nodriza para las cantarinas!"
Y ofre ció la moneda a la cantarina principal, diciendo: "¡He aquí el agui naldo!" Y la cantarina cogió la
moneda y vio que era de cobre. En tonces gritó el ama a la servidora: "¡Ah, perra! ¡vete ya a buscar a tu
amo pequeño!" Y la esclava apresuróse a bajar; pero no encontró ya ni al niño ni a la vieja. Entonces
lanzó un grito estridente y se cayó de bruces, mientras acudían todas las mujeres de arriba, tor nándose la
alegría en duelo dentro de sus corazones. Y he aquí que precisamente entonces llegaba el propio síndico
y su esposa, con el semblante demudado de emoción, se apresuró a ponerle al corriente de lo que
acababa de pasar. Al punto salió el padre en busca del niño, seguido por todos los mercaderes a quienes
había invitado, que por su parte se pusieron a hacer pesquisas en todas direcciones. Y después de mil
incidencias, acabó el síndico por encontrar al niño casi desnudo a la puerta de la tienda del judío y loco
de alegría y de cólera se pre cipitó sobre el judío gritando: "¡Mi maldito! ¿Qué querías hacer con mi hijo?
¿Y por qué le has quitado sus vestidos?"
Temblando y en el límite de la estupefacción, contestó el judío: "¡Por Alah, ¡oh mi amo! que yo no
tenía necesidad de semejante rehén! ¡Pero la vieja se empe ñó en dejármelo tras de haberse llevado para
tu hija alhajas por valor de mil dinares!"
El síndico exclamó, cada vez más indignado: "¿Pero crees, maldito, que mi hija no tiene alhajas y
necesita recurrir a ti? ¡Devuélveme ahora los vestidos y adornos que le quitaste a mi hijo! Al oír estas
palabras, exclamó el judío, aterrado: "¡Socorro, oh musulmanes!" Y precisamente, viniendo de diferentes
direcciones, apa recieron en aquel momento los tres chasqueados antes: el arriero, el joven mercader y el
tintorero. Y se informaron de la cosa, y al ente rarse de lo que se trataba, no dudaron ni por un instante que
aquello era una nueva hazaña de la vieja calamitosa y exclamaron: "¡Nosotros conocemos a la vieja! ¡Es
una estafadora que nos ha engañado antes que a vosotros!"
Y contaron su historia a los presentes, que se quedaron estupefactos, y el síndico exclamó,
conformándose: "Después de todo, he tenido suerte al encontrar a mi hijo! ¡Ya no quiero preocuparme de
sus ropas perdidas, pues que bien valen su rescate! ¡Pero me gus taría poder reclamárselas a la vieja!" Y
no quiso faltar más de su casa, y corrió a participar con su esposa de la alegría de haber recupe rado su
hijo.En cuanto al judío, preguntó a los otros tres: "¿Qué pensáis hacer ahora?" Le contestaron: "¡Vamos a
continuar nuestras pesquisas!" El les dijo: "¡Llevadme con vosotros!" Luego preguntó: "¿Hay entre vos -
otros alguno que la conociera antes de esta hazaña?"
El arriero con testó: "¡Yo!"
El judío dijo: "¡Entonces vale más que no vayamos jun tos y que hagamos pesquisas por separado para
no ponerla alerta!" En tonces contestó el arriero: "¡Muy bien!; y para encontrarnos, nos ci taremos a
mediodía en la tienda del barbero moghrabín Hagg-Mass'ud!" Se citaron, y cada uno púsose en camino
por su parte.
Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se encon trase con la vieja taimada...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 441ª noche
Ella dijo:
...Pero estaba escrito que el arriero sería el primero que se en contrase con la vieja taimada, mientras
recorría ella la ciudad en busca de alguna nueva estratagema. En efecto, no bien la divisó el arriero, la
reconoció, a pesar de su disfraz, y se abalanzó a ella, gritando: "¡Mal dita seas, vieja decrépita, astilla
seca! ¡Por fin te encuentro!" Ella pre guntó: ¿Qué te ocurre hijo mío?"
El exclamó: "¡El burro! ¡Devuélveme el burro!"
Ella contestó con voz enternecida: "¡Hijo mío, habla bajo y cubre lo que Alah ha cubierto con su
velo! ¡Veamos! ¿Qué pides? ¿Tu burro o los efectos de los otros?"
El contestó: "¡Mi burro solamente!"
Ella dijo: "Hijo mío, sé que eres pobre y no he querido, por tanto, privarte de tu burro. Le he dejado
en casa del barbero mogh rabín Hagg-Mass'ud, que tiene su tienda ahí enfrente. Voy a buscarle ahora
mismo y a rogarle que me entregue el asno. ¡Espérame un ins tante!" Y se adelantó a él, y entró llorando en
casa del barbero Hagg -Mass'ud, le cogió de la mano, y dijo: "¡Ay de mí!"
El barbero le preguntó: "¿Qué te pasa, buena tía?" Ella contestó: "¿No ves a mi hijo que está de pie
ahí enfrente de tu tienda? Tenía el oficio de arriero conductor de burros. Pero cayó malo un día a
consecuencia de un aire que le corrompió y trastornó la sangre, ¡y ha perdido la razón y se ha vuelto loco!
Desde entonces no cesa de pedirme su asno. Al levantarse, grita: "¡Mi burro!"; al acostarse, grita: "¡Mi
burro!", vaya por donde vaya, grita: "¡Mi burro!" Y he aquí que me ha dicho el médico entre los médicos:
"Tu hijo tiene la razón dislocada y en peligro. ¡Y nada podrá curarle y volverle a ella, como no le saquen
las dos últimas muelas de la boca y le cautericen en las sienes con dos cantáridas o con un hierro
candente! Aquí tienes, pues, un dinar por tu trabajo, y llá male y dile: "Tengo tu burro en mi casa. ¡Ven!".
Al oír estas palabras contestó el barbero: "¡Que me quede un año sin comer si no le pongo su burro
entre las manos, tía mía!" Luego, como tenía a su servicio dos oficiales de barberos acostumbrados a to -
dos los trabajos propios del oficio, dijo a uno de ellos: "¡Pon al rojo dos clavos!" Después gritó al
arriero: "¡Oye, hijo mío, ven aquí! ¡Ten go tu burro en mi casa!" Y al tiempo que el arriero entraba en la
tien da, salía la vieja y se paraba a la puerta.
Así, pues, una vez que hubo entrado el arriero, el barbero le cogió de la mano y le llevó a la
trastienda, dentro de la cual le aplicó un puñetazo en el vientre, echándole la zancadilla, y le hizo caer de
espalda en el suelo, donde los dos ayudantes le agarrotaron sólidamente pies y manos y le impidieron
hacer el menor movimiento. Entonces se levantó el maestro barbero y empezó por meterle en el gaznate
dos te nazas como las de los herreros, que le servían para dominar los dientes recalcitrantes; luego, dando
una vuelta a las tenazas le extirpó las dos muelas a la vez. Tras de lo cual, a pesar de los rugidos y
contorsiones del paciente, cogió con unas pinzas, uno después de otro, los dos clavos al rojo, y le
cauterizó a conciencia las sienes, invocando el nombre de Alah para que la cosa tuviese éxito.
Cuando el barbero hubo terminado ambas operaciones, dijo al arriero: "¡Ualahí!" ¡bien contenta
estará de mí tu madre! ¡Voy a llamarla para que compruebe la eficacia de mi trabajo y tu curación!" Y en
tanto que el arriero se debatía entre los puños de los ayudantes, el barbero entró en su tienda y allí... ¡vió
que la tienda estaba vacía y limpia como por una ráfaga de viento! ¡No quedaba ya nada! ¡Navajas,
espejos de nácar de mano, tijeras, suavizadores, bacías, jarros, paños, taburetes, todo había
desaparecido! ¡No quedaba ya nada! ¡Ni la som bra de todo aquello! ¡Y también había desaparecido la
vieja! ¡Nada! ¡Ni siquiera el olor de la vieja! Y además, la tienda estaba muy barrida y regada, como si
acabasen de alquilarla de nuevo en aquel instante.
Al ver aquello, el barbero, en el límite del furor, se precipitó a la trastienda, y cogiendo por el cuello
al arriero, le zarandeó como a una banasta, y le gritó: "¿Dónde está la alcahueta de tu madre?"
Loco de dolor y de rabia, le dijo el pobre arriero: "¡Ah hijo de mil zorras! ¿Mi madre? ¡Pero si mi
madre está en el país de Alah!" El otro siguió za randeándole, y le gritó: "¿Dónde está la vieja zorra que
te trajo aquí y que se ha ido después de haberme robado toda la tienda?" Iba el arriero a responder,
agitado su cuerpo por temblores, cuando de pronto entraron en la tienda, de vuelta de sus pesquisas
infructuosas, los otros tres chasqueados: el tintorero, el joven mercader y el judío. Y los vie ron riñendo,
al barbero con los ojos fuera de las órbitas y al arriero con las sienes cauterizadas e hinchadas por dos
anchas ampollas, y con los labios espumeantes de sangre, y colgándole aún a ambos lados de la boca las
dos muelas. Entonces exclamaron: "¿Qué sucede?" Y el arriero gritó con todas sus fuerzas: "¡Oh
musulmanes, justicia contra este ma rica!"
Y les contó lo que acababa de ocurrir. Entonces preguntaron al barbero: "¿Por qué has obrado así con
este arriero, ¡oh maese Mass ud!?"
Y el barbero les contó a su vez cómo acababa la vieja de lim piarle la tienda. A la sazón ya no
dudaron que era también la vieja quien había hecho aquel nuevo desaguisado, y exclamaron: "¡Por Alah,
la causante de todo es la vieja maldita!" Y acabaron por explicarse todo y ponerse de acuerdo. Entonces
el barbero se apresuró a cerrar su tien da, uniéndose a los cuatro burlados para ayudarles en sus
pesquisas. Y el pobre arriero no cesaba de gimotear: "¡Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 442ª noche
Ella dijo:
"¡...Ay de mi burro! ¡Ay de mis muelas perdidas!"
De esta manera estuvieron recorriendo durante mucho tiempo los diversos barrios de la ciudad; pero
de improviso, al volver una esqui na el arriero fué también el primero en divisar y reconocer a Dalila la
Taimada, cuyo nombre y cuya vivienda ignoraban todos ellos. Y no bien la vió, se abalanzó a ella el
arriero, gritando: "¡Hela aquí! ¡Ahora va pagarnos todo!" Y la arrastraron a casa del walí de la ciudad,
que era el emir Khaled.
Llegados que fueron al palacio del walí, entregaron la vieja a los guardias, y les dijeron: "¡Queremos
ver al walí! Los guardias contes taron: "Está durmiendo la siesta. ¡Esperad un poco a que se despierte! Y
los cinco querellantes esperaron en el patio, mientras los guardias hacían entrega de la vieja a los
eunucos para que la encerraran en un cuarto del harén hasta que se despertase el walí.
En cuanto llegó al harén, la vieja taimada consiguió escurrirse hasta el aposento de la esposa del
walí, y después de las zalemas y de besarla la mano, dijo a la dama, que estaba lejos de suponer la
verdad: ¡Oh ama mía, desearía ver a nuestro amo el walí!" La dama contestó: "¡ El walí está durmiendo
la siesta! Pero, ¿qué quieres de él?" La vieja dijo: "Mi marido, que es mercader de muebles y esclavos,
antes de partir para un viaje me entregó cinco mamelucos con encargo de ven derselos al mejor postor. Y
precisamente los vió conmigo nuestro amo el walí, y me ofreció por ellos mil doscientos dinares,
consintiendo yo en dejárselos por ese precio. ¡Y vengo ahora a entregárselos!" Y he aquí que,
efectivamente, el walí tenía necesidad de esclavos, y la misma víspera, sin ir más lejos, había dado a su
esposa mil dinares para que los comprara. Así es que no dudó ella de las palabras de la vieja, y le
preguntó: "¿Dónde están los cinco esclavos?" La vieja contestó: "¡Ahí, en el patio del palacio, debajo de
tus ventanas!" Y la dama se asomó al patio y vio a los cinco chasqueados que esperaban a que el walí se
despertase. Entonces dijo: "¡Por Alah! ¡son muy hermosos, y especial mente uno de ellos vale él sólo los
mil dinares!" Luego abrió su cofre y entregó a la vieja mil dinares, diciéndole: "Mi buena madre, te debo
todavía doscientos dinares para completar el precio. Pero, como no los tengo, espérate a que se despierte
el walí". La vieja contestó: "¡Oh ama mía! ¡de esos doscientos dinares te rebajo ciento en gracia a la
jarra de jarabe que me has dado a beber, y ya me pagarás los otros ciento en mi próxima visita! ¡Ahora te
ruego que me hagas salir del palacio por la puerta reservada para el harén, con el fin de que no me vean
mis antiguos esclavos!" Y la esposa del walí la hizo salir por la puerta secreta, y el Protector la protegió
y la dejó llegar sin obstáculos a su casa.
Cuando la vio entrar su hija Zeinab, le preguntó: "¡Oh, madre mía!, ¿qué hiciste hoy?" La vieja
contestó: "Hija mía, he jugado una mala pasada a la esposa del walí, vendiéndole por mil dinares, como
esclavos, ¡al arriero, al tintorero, al judío, al barbero y al joven mer cader! Sin embargo, hija mía, entre
todos ellos no hay más que uno que me preocupe y cuya perspicacia temo: ¡el arriero! ¡Siempre me re -
conoce ese hijo de zorra!" Y le dijo su hija: "¡Entonces, madre mía, déjate ya de salidas!" Cuida ahora de
la casa, y no olvides el proverbio que dice:
¡No es cierto que el jarro
No se rompa nunca, por mucho que le tiren!
Y trató de convencer a su madre de que no saliese en lo sucesivo; pero inútilmente.
¡He aquí lo que les ocurrió a los cinco! Cuando el walí se despertó de su siesta, le dijo su esposa:
"¡Ojalá te haya endulzado la dulzura del sueño! ¡Me tienes muy contenta con los cinco esclavos que com -
praste!"
El preguntó: "¿Qué esclavos?" Ella dijo: "¿Por qué me lo quieres ocultar? ¡Así te engañen ellos como
tú me engañas!" El dijo: "¡Por Alah, que no he comprado esclavos! ¿Quién te ha informado tan mal?" Ella
contestó: "¡La misma vieja a quien se los compraste por mil doscientos dinares los trajo aquí y me lo
enseñó en el patio, vestido cada cual con un traje que por sí solo vale mil dinares!" El preguntó: "¿Y le
has dado el dinero?" Ella dijo: "¡Si, por Alah!" Entonces el walí bajó al patio, donde no vio a nadie más
que al arrie ro, al barbero, al judío, al joven mercader y al tintorero, y preguntó a sus guardias: "¿Dónde
están los cinco esclavos que la vieja comercian te acaba de vender a vuestra ama?" Le contestaron:
"¡Durante toda la siesta de nuestro amo, no hemos visto más que a esos cinco que están ahí!" Entonces el
walí se encaró con los cinco y les dijo: "¡Vuestra ama, la vieja, acaba de venderos a mí por mil dinares!
¡Vais a dar co mienzo a vuestro trabajo limpiando los pozos negros!" Al oír estas pa labras, exclamaron
los cinco querellantes, en el límite de la estupefac ción: "¡Si así es como haces justicia, no nos queda más
remedio que recurrir a nuestro amo el califa para quejarnos de ti! ¡Somos hombres libres que no se nos
puede vender ni comprar! ¡Yalah! ¡Ven con nos otros a ver al califa! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 443ª noche
Ella dijo:
"...¡Yalah! ¡Ven con nosotros a ver al califa!" Entonces el walí les dijo: "¡Si no sois esclavos, seréis
estafadores y ladrones! ¡Porque vosotros fuisteis quienes trajisteis a la vieja y combinásteis con ella se -
mejante estafa! Pero ¡por Alah, que a mi vez os venderé a extranjeros por cien dinares cada uno!"
Mientras tanto, entró en el patio del palacio el capitán Azote de-las -Calles, que venía a querellarse
ante el walí de la aventura acaecida a su esposa la jovenzuela. Porque, al regreso de su viaje, había visto
en cama a su esposa, enferma de vergüenza y de emoción, y por ella había sabido cuanto le sucedió, y
añadió ella: "¡Todo esto me ha pasado sólo por culpa de tus palabras duras, que me decidieron a recurrir
a los buenos oficios del jeique Multiplicador!"
Así es que cuando el capitán Azote divisó al walí, hubo de gritar le: "¿Eres tú quien así permite que
las viejas alcahuetas penetren en los harenes y estafen a las esposas de los emires? ¿Para eso nada más
tienes tu oficio? Pero ¡por Alah!, que te hago responsable de la estafa cometida conmigo y de los daños y
perjuicios causados a mi esposa!"
Al oír estas palabras del capitán Azote-de-las-Calles, los cinco exclama ron: "¡Oh, emir! ¡Oh valiente
capitán Azote! ¡También nosotros pone mos nuestro pleito entre tus manos!" Y les preguntó él: "¿Qué
tenéis que reclamar también vosotros?" Entonces le contaron ellos toda su historia, que es inútil repetir. Y
les dijo el capitán Azote: "¡Ciertamente, también fuisteis burlados vosotros! ¡Y está muy equivocado
ahora el walí si cree que va a poder encarcelaros!"
Cuando el walí hubo oído todas estas palabras dijo al capitán Azo te: "¡Oh emir! ¡De mi cuenta corre
el pago de las indemnizaciones que te corresponden y la restitución de los efectos de tu esposa, y me
com prometo a dar con la vieja estafadora!" Luego se encaró con los cinco, y les preguntó: "¿Quiénes de
vosotros sabrá reconocer a la vieja?" El arriero contestó, coreado por los demás: "¡Todos sabremos
recono cerla!" Y añadió el arriero: "¡Entre mil zorras la conocería yo por sus ojos azules y brillantes!
¡Danos solamente diez de tus guardias para que nos ayuden a apoderarnos de ella!" Y cuando el walí les
dio los diez guardias pedidos salieron del palacio.
Y he aquí que apenas habían andado por la calle algunos pasos, con el arriero a la cabeza, cuando se
tropezaron precisamente con la vieja que acababa de evadírseles. Pero consiguieron atraparla y le ataron
las manos a la espalda y la arrastraron a presencia del walí, que le pre guntó: "¿Qué has hecho de todas
las cosas que robaste?" Ella contestó: "¿Yo? ¡Nunca he robado nada a nadie! ¡Y nada he visto ni
comprendo lo que dices!" Entonces el walí se encaró con el celador mayor de las prisiones, y le dijo:
"¡Métela hasta mañana en el calabozo más húmedo que tengas!"
Pero contestó el carcelero: "¡Por Alah, que me guardaré muy mucho de cargar con semejante
responsabilidad! ¡Estoy seguro de que sabrá dar con alguna estratagema para escaparse de mi custodia!"
Entonces se dijo el walí: "¡Lo mejor será tenerla expuesta a todas las miradas para que no pueda
escaparse, y hacer que la vigilen durante toda esta noche para que podamos juzgarla mañana!" Y montó a
caba llo, y seguido por toda la banda hizo que la arrastraran fuera de las murallas de Bagdad y la ataran
por los cabellos a un poste en pleno campo. Después, para tener mayor seguridad, encargó a los cinco
querellantes que la vigilaran por sí mismos aquella noche hasta la mañana.
Así es que los cinco, principalmente el arriero, empezaron por ven gar su resentimiento en ella
motejándola con todos los dicterios que les sugerían las vejaciones y engaños sufridos por ellos.Pero
como todo tiene fin, hasta el fondo del saco de maldiciones de un arriero, y la bacía de malicias de un
barbero, y el túnel de ácidos de un tintorero, y como les tenía, además, rendidos la falta de sueño durante
tres días y las emociones experimentadas, los cinco querellantes, una vez ter minada su cena, acabaron
por amodorrarse al pie del poste en que estaba sujeta por los cabellos Dalila la Taimada.
Y he aquí que ya había transcurrido gran parte de la noche, y alrededor del poste roncaban los cinco
individuos, cuando acertaron a pasar por el paraje en que se hallaba presa Dalila dos beduínos a caballo,
que iban al paso charlando uno con otro. Y la vieja oyó que cambiaban impresiones. Porque uno de los
beduínos preguntaba a su compañero: "Oye; hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu estancia en
la maravillosa Bagdad?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 444ª noche
Ella dijo:
"...Oye, hermano, ¿qué es lo mejor que hiciste durante tu es tancia en la maravillosa Bagdad? Después
de una pausa, contestó el otro: "¡Por Alah! ¡he comido deliciosos buñuelos de miel y crema, que tanto me
gustan! ¡Y ahí tienes lo mejor que hice en Bagdad!"
Entonces exclamó su interlocutor como venteando por el aire el olor de imaginarios buñuelos fritos
en aceite y rellenos de crema y endul zados con miel: "Por el honor de los árabes, que ahora mismo me
vuelvo a Bagdad para comer ese delicioso bocado que no probé en mi vida durante mis correrías por el
desierto!" . A la sazón, el beduino que ya había comido, buñuelos rellenos de crema y miel se despidió de
su engolosinado compañero para seguir su camino, en tanto el otro, volviendo sobre sus pasos a Bagdad,
llegaba al poste y descubría allí a Dalila atada por los cabellos y con los cinco hombres dormidos en
torno suyo.
Al ver aquello, se aproximó a la vieja y le preguntó: "¿Qué te ocurre? ¿Y por qué estás ahí?" Ella
dijo llorando: "¡Oh jeique de los árabes, bajo tu protección me pongo!" Dijo él: "¡No hay mayor
Protector que Alah! Pero, ¿por qué estás atada a ese poste?" Ella con testó: "Has de saber, ¡oh jeique
árabe! ¡oh honorabilísimo! que tengo por enemigo a un pastelero vendedor de buñuelos rellenos de crema
y miel, que sin duda es el más reputado de Bagdad por lo a punto que confecciona y fríe esos buñuelos.
Pues bien; para vengarme de una injuria que me había inferido, el otro día me acerqué a su mostrador y
escupí en sus buñuelos. Entonces el pastelero fué a aquerellarse contra mí al walí el cual me condenó a
estar atada a este poste y permanecer en él mientras no pueda comerme de una sentada diez bandejas
entera mente llenas de buñuelos. Y mañana por la mañana es cuando deben presentarme las diez bandejas
de buñuelos. Pero el caso es ¡por Alah! ¡oh jeique de los árabes! que a mi alma siempre la disgustaron
todos los dulces, y principalmente es refractaria a los buñuelos rellenos de crema y miel. ¡Ay de mí!" Al
oír estas palabras, exclamó el beduíno: "¡Por el honor de los árabes! ¡no me separé de mi tribu y no volví
a Bagdad más que para satisfacer mi deseo de buñuelos! ¡Si quieres, mi buena tía, yo me comeré por ti
los de las bandejas!" Ella contestó: "¡No te dejarán, a no ser que estés atado en mi lugar a este poste! iY
como precisamente he llevado velado siempre el rostro, no me ha visto nadie ni sabrán adivinar el
cambio! ¡No tienes más que trocar tus trajes por los míos después de desatarme!" El beduído, que no
deseaba otra cosa, se apresuró a desatarla, y luego de cambiar de traje con ella, hizo que le atara al poste
en lugar suyo, tras de lo cual, vestida con el albornoz del beduíno y ceñida la cabeza con sus cordones
negros de pelo de camello, la vieja saltó al caballo y desapareció en la lejanía camino de Bagdad.
Al día siguiente, cuando abrieron los ojos, los cinco recomenzaron con sus invectivas de la noche
para dar los buenos días a la vieja. Pero les dijo el beduíno: "¿Dónde están los buñuelos? ¡Mi estómago
los anhela ardientemente!"
Al oír aquella voz, exclamaron los cinco: "¡Por Alah! ¡si es un hombre! ¡Y habla como los beduínos!"
Y el arriero saltó sobre sus pies y se acercó a él, y le preguntó: "¡Ya Ba dawi! ¿qué haces ahí? ¿Y
cómo te atreviste a desatar a la vieja?"
El interpelado contestó: "¿Dónde están los buñuelos? ¡En toda la noche no he comido! ¡Sobre todo, no
economicéis la miel! Ella, la pobre vie ja, tenía un alma que aborrecía las confituras; pero a la mía le gus -
tan mucho".
Al oír estas palabras, comprendieron los cinco que, como a ellos, también había chasqueado la vieja
al beduíno, y después de golpearse la cara con fuerza en su desesperación, exclamaron: "¡Nadie puede
rehuír su Destino ni evitar que se cumpla lo que está escrito por Alah!"
Y mientras permanecían indecisos sin saber qué hacer, llegó el walí acompañado de sus guardias al
paraje en que se encontraban y se acercó al poste. Entonces le preguntó el beduíno: "¿Dónde están las
bandejas con buñuelos de miel?" Al oír estas palabras, el walí alzó la vista hacia el poste y vió al
beduíno en lugar de la vieja; y pre guntó a los cinco: "¿Qué es esto?"
Le contestaron: "¡Es el Destino!" Y añadieron: "La vieja se escapó embaucando a este beduíno. Y a ti
es ¡oh walí! a quien hacemos responsable ante el califa de su fuga; porque si nos hubieras dado guardias
para vigilarla, no hubiera con seguido escaparse. ¡Nosotros no somos guardias, como tampoco somos
esclavos a quienes se vende o se compra!"
Entonces el walí se encaró con el beduíno y le preguntó qué había pasado; y éste, con un sin fin de
exclamaciones de deseo, le contó su historia, y terminó diciendo: "¡Pronto, que me traigan los buñuelos!"
Al oír tales palabras, el walí y los guardias lanzaron una carcajada considerable, mientras los cinco, con
los ojos rojos de sangre y de venganza, le decían: "¡No nos separaremos de ti más que ante nuestro amo
el Emir de los Creyen tes!" Y acabando de comprender que se habían burlado de él, el beduí no dijo
igualmente al walí: "¡Yo a ti solo te hago responsable de la pérdida de mi caballo y de mi traje!"
Entonces el walí se vio en la precisión de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Cre -
yentes, el califa Harún Al-Raschid...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 445ª noche
Ella dijo:
...de llevarlos con él a Bagdad, al palacio del Emir de los Cre yentes, el califa Harún Al-Raschid.
Se les concedió audiencia y entraron al diwán, donde ya se había adelantado a ellos el capitán Azotede-
las-Calles, que era uno de los primeros querellantes.
El califa, que obraba por sí mismo siempre, empezó por interro garles uno tras de otro, al arriero el
primero y al walí el último. Y cada cual contó al califa su historia con todos los detalles.
Entonces el califa, extremadamente maravillado con aquel asunto, les dijo a todos: "¡Por el honor de
mis abuelos los Bani-Abbas, os doy seguridad de que todo lo que se os robó os será devuelto! ¡Tú,
arriero, tendrás tu burro y una indemnización! ¡Tu, barbero, tendrás todos tus muebles y utensilios! ¡Tú,
mercader, tu bolsa y tus vestiduras! ¡Tú, judío, tus alhajas! ¡Tú, tintorero, una tienda nueva! ¡Y tú, jeique
árabe, tu caballo, tu traje y tantas bandejas de buñuelos de miel como pueda anhelar la capacidad de tu
alma! ¡Pero lo que hace falta ante todo es encontrar a la vieja!"
Y se encaró con el walí y con el capitán Azote, y les dijo: "¡A ti, emir Khaled, te serán igualmente
restituidos tus mil dinares! Y a ti, emir Mustafá, las alhajas y los vestidos de tu esposa, amén de una
indemnización. ¡Pero tenéis que encontrar a la vieja! Os dejo encargados de ello.
Al oír estas palabras, el emir Khaled sacudió sus vestiduras y alzó al cielo los brazos, exclamando:
"¡Por Alah, excúsame, oh Emir de los Creyentes! ¡No me atrevo a volver a encargarme de semejante ta -
rea! ¡Después de todas las jugarretas que me ha hecho esa vieja, no respondo que no dé ella con algún
otro medio para lucrarse a mis expensas!"
Y el califa se echó a reír y le dijo: "¡Encarga a otro de esa misión entonces!" El walí dijo: "En ese
caso, ¡oh Emir de los Creyentes! da tú mismo la orden de buscar a la vieja al hombre más hábil de
Bagdad, que es el propio jefe de policía de Tu Derecha, Ahmad-la-Tiña! ¡Hasta ahora no ha tenido nada
que hacer, no obs tante su habilidad, los servicios que puede prestar y el importante sueldo que cobra!"
Entonces llamó el califa: "¡Ya mokaddem Ahmad!" Y al punto avanzó Ahmad-la-Tiña entre las manos
del califa, y dijo: "A tus órdenes, ¡oh Emir-de los Creyentes!"
El califa dijo: "¡Escucha, capitán Ahmad! ¡hay una vieja que hace tales y cuales cosas! ¡Y tú eres el
encargado de encontrarla y traérmela!" Y dijo Ahmad.la Tiña: "Te garanto de que te la traeré, ¡oh Emir de
los Creyentes!" Y salió seguido de sus cuarenta alguaciles, mientras el califa hacía que se quedaran con
él los cinco y el beduíno.
Y he aquí que el jefe de los alguaciles de Ahmad-la-Tiña era un hombre ducho en esta clase de
pesquisas, y que se llamaba Ayub Lomo-de-Camello. Como estaba acostumbrado a hablar con libertad a
su jefe el antiguo ladrón Ahmad-la-Tiña, se acercó a él, y le dijo: "Capitán Ahmad, en Bagdad hay más de
una vieja, ¡y por mi barba, que va a ser difícil la captura!" Y Ahmad-la-Tiña le preguntó: "¿Qué quieres
decirme con eso, ¡oh Ayub Lomo-de-Camello!?" El otro con testó: "Jamás seremos lo bastante numerosos
para conseguir atrapar a la vieja, y opino que debemos convencer al capitán Hassán-la-Peste para que
nos acompañe con sus cuarenta alguaciles, pues él tiene más experiencia que nosotros en esta clase de
expediciones". Pero Ahmad la-Tiña, que no quería compartir con su colega la gloria de la captura,
contestó en alta voz para que le oyese Hassán-la-Peste, que estaba en la puerta principal del palacio:
"¡Por Alah! ¡oh Lomo-de-Camello! ¿desde cuándo tenemos necesidad de otro para resolver nuestros
asun tos?" Y pasó orgullosamente a caballo, con sus cuarenta alguaciles, por delante de Hassán-la-Peste,
a quien mortificó mucho aquella res puesta y también la elección que el califa hizo escogiendo sólo a
Ahmad la-Tiña y desdeñándole a él, a Hassán. Y se dijo: "¡Por la vida de mi cabeza afeitada, que tendrán
necesidad de mí!"
Volviendo a Ahmad-la-Tiña, una vez que llegó a la plaza encla vada delante del palacio del califa,
arengó a su hombres para animarlos y les dijo: "¡Oh bravos míos! vais a dividiros en cuatro grupos para
hacer indagaciones en los cuatro barrios de Bagdad. ¡Y mañana a mediodía tornaréis a reuniros conmigo
en la taberna de la calle Mus tafá para darme cuenta de lo que hicisteis o encontrasteis!" Y tras de acordar
de esta manera el punto de cita, se dividieron en cuatro grupos, cada uno de los cuales fué a recorrer un
barrio diferente, mientras que por su parte, Ahmad-la-Tiña se dedicaba a husmear el aire a su paso.
En cuanto a Dalila y su hija Zeinab no tardaron en enterarse, por el rumor público, de las
indagaciones que el califa encargó a Ahmad -la-Tiña con objeto de detener a una vieja bribona cuyas
bellaquerías eran la comidilla de todo Bagdad. Al saber tal noticia, Dalila dijo a su hija: "¡Oh hija mía!
nada tengo que temer de todos ellos no yendo en su compañía Hassán-la-Peste! porque Hassán es en
Bagdad el único hombre cuya perspicacia me pone en cuidado, pues sólo él me conoce y te conoce, y en
cuanto quisiera, hoy mismo, podía venir a detenernos, sin que nos fuera posible la menor estratagema
para escaparnos de él. ¡Demos, pues, gracias al Protector que nos protege!" Su hija Zeinab contestó: "¡Oh
madre mía! ¡qué buena ocasión es ésta para jugarles alguna mala pasada a ese Ahmad-la-Tiña y a sus
cuarenta idiotas! ¡qué alegría, oh madre mía!" Dalila contestó: "¡Oh hija de mis en trañas! como hoy me
siento un poco indispuesta, cuento contigo para mofarnos de esos cuarenta y un bandidos. ¡La cosa es
fácil, y no dudo de tu sagacidad!" Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta, con ojos
oscuros en un rostro encantador y claro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 446ª noche
Ella dijo:
...Entonces Zeinab, que era una joven graciosa y esbelta con ojos oscuros en un rostro encantador y
claro, se levantó al punto y se vistió con gran elegancia y se veló la cara con una ligera muselina de seda,
de modo que el brillo de sus ojos era más aterciopelado y sub yugante. Adornada a la sazón de esta
manera, fué a abrazar a su madre, y le dijo:
"¡Oh madre! ¡juro por la integridad de mi candado intacto y cerrado, que me adueñaré de los cuarenta
y uno y serán mi ju guete!" Y salió de la casa y se fue a la calle Mustafá, y entró en la taberna de Hagg-
Karim el de Mossul.
Empezó por hacer una zalema muy amable al tabernero Hagg- Karim, quien se la devolvió con creces,
encantado. Entonces le dijo ella: "¡Ya Hagg-Karim! ¡he aquí cinco dinares para ti si quieres al quilarme
hasta mañana la sala interior grande, adonde voy a invitar a algunos amigos, sin que puedan penetrar allí
tus parroquianos habi tuales!"
El tabernero contestó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi ama! y por la vida de tus ojos, hermosos ojos, que
consiento en alquilarte por nada mi sala grande, con la sola condición de que no escatimes las bebidas a
tus invitados!" Ella sonrió, y le dijo: "¡Aquellos a quienes invito son jarras cuyo fondo se olvidó de
cerrar el alfarero que hubo de cons truírlas, y por ellas pasarán todos los líquidos de tu tienda! ¡No tengas
cuidado por eso!" Y volvió en seguida a su casa cogiendo el burro del arriero y el caballo del beduíno,
cargándolos con colchones, alfombras, taburetes, manteles, bandejas, platos y otros utensilios, y a toda
prisa regresó a la taberna, descargando al asno y al caballo de todas aquellas cosas para colocarlas en la
sala grande que había alquilado. Extendió los manteles, puso en orden los frascos de bebidas, las copas y
los platos que compró, y cuando hubo acabado este trabajo, fué a apos tarse en la puerta de la taberna.
No hacía mucho tiempo que se hallaba allí, cuando vio asomar por las inmediaciones a diez de los
alguaciles de Ahmad-la-Tiña llevando a la cabeza a Lomo-de-Camello, que tenía un aspecto muy feroz. Y
precisamente se encaminaba él a la tienda con los otros nueve; y a su vez vio a la bella joven, que había
tenido cuidado de levantarse, como por inadvertencia, el ligero velo de muselina que le cubría la cara. Y
Lomo-de-Camello quedó deslumbrado y a la par que encantado de aquella tierna belleza tan agradable, y
le preguntó: "¿Qué haces ahí, ¡oh jovenzuela!?"
Ella contestó, asestándole de soslayo una mirada lánguida: "¡Nada! ¡Espero mi Destino! ¿Acaso eres
el capitán Ahmad?" El dijo: "¡No, por Alah! Pero puedo reemplazarle si se trata de hacerte algún
servicio que tengas que pedirle, porque soy el jefe de sus alguaciles, Ayub Lomo-de-Camello, tu esclavo,
¡oh ojos de gacela!"
Ella le sonrió otra vez, y le dijo: "¡Por Alah!, ¡oh jefe alguacil! que si la cortesía y las buenas
maneras quisieran elegir un domicilio se guro, tomarían como guías a vuestros cuarenta! ¡Entrad, pues,
aquí y bienvenidos seáis! ¡La acogida amistosa que encontraréis en mí no es más que un homenaje
merecido por tan encantadores huéspedes!" Y les introdujo en la sala dispuesta de antemano, e
invitándoles a que se sentaran en torno a las bandejas grandes con bebidas, les dió de beber vino
mezclado con el narcótico bang. Así es que a las primeras copas que vaciaron los diez se cayeron de
espaldas como elefantes borrachos o como búfalos poseídos por el vértigo, y se sumergieron en un pro -
fundo sueño.
Entonces Zeinab los arrastró de los pies uno por uno y los arro jó a lo último de la tienda,
amontonándolos unos sobre otros, y es condiéndolos debajo de una manta grande, corrió por delante de
ellos una amplia cortina, y salió para apostarse de nuevo en la puerta de la taberna.
Enseguida apareció la segunda patrulla de diez alguaciles, que también quedó hechizada por los ojos
oscuros y el rostro claro de la bella Zeinab, y sufrió el mismo trato que la patrulla anterior, e igual hubo
de ocurrirles a la tercera y a la cuarta patrullas. Y después de haber amontonado unos encima de otros
detrás de la cortina a todos los alguaciles, la joven puso en orden la sala y salió a esperar la llegada del
propio Ahmad-la-Tiña.
No hacía mucho que se encontraba allí, cuando apareció en su caballo Ahmad-la-Tiña, amenazador y
con los ojos relampagueantes y los pelos de la barba y del bigote erizados cual los de la hiena ham -
brienta. Llegado que fue a la puerta, se apeó de su caballo y ató la brida del animal a una de las anillas
de hierro empotradas en los muros de la taberna, y exclamó: "¿Dónde están todos esos hijos de perro?
¡Les ordené que me esperasen aquí! ¿Los has visto?
Entonces Zeinab balanceó sus caderas, asestó una mirada dulce a la izquierda, lue go a la derecha,
sonrió con los labios, y dijo: "¿A quién, ¡oh mi amo?”
Y he aquí que tras las dos miradas que le lanzó la joven, Ahmad sintió que sus entrañas le
trastornaban el estómago y que ge mía el niño, única herencia que le quedaba como capital e intereses.
Entonces dijo a la sonriente Zeinab, que permanecía inmóvil en una postura candorosa: "¡Oh
jovenzuela, a mis cuarenta alguaciles!"
Como súbitamente poseída por un sentimiento de respeto al oír estas palabras, Zeinab se adelantó
hacia Ahmad-la-Tiña y le besó la mano, diciendo: "¡Oh capitán Ahmad, jefe de la Derecha del califa! los
cuarenta algua ciles me han encargado que te diga que al extremo de la callejuela han visto a la vieja
Dalila que buscas y que iban en su persecución sin pararse aquí; pero aseguraron que volverían con ella
pronto; y ya no tienes más que esperarles en la sala grande de la taberna, donde yo misma te serviré con
mis ojos".
Entonces, precedido por la joven, Ahmad- la-Tiña entró en la tienda, y embriagado con los encantos
de aquella bribona y subyugado por sus artificios, no tardó en ponerse a beber copa tras copa, cayendo
como muerto bajo el efecto operado en su razón por el bang adormecedor con las bebidas.
A la sazón Zeinab, sin pérdida de tiempo, empezó por quitar a Ahmad-la-Tiña toda la ropa y cuanto
llevaba encima de él, no deján dole sobre el cuerpo más que la camisa y el amplio calzoncillo; luego fue
adonde estaban los otros y les despojó de la propia manera. Tras de lo cual recogió todos sus utensilios y
todos los efectos que acababa de robar, los cargó en el caballo de la-Tiña en el del beduíno y en el burro
del arriero, y enriquecida así con aquellos trofeos de su victoria, regresó sin incidentes a su casa, y se lo
entregó todo a su madre Da lila, que hubo de abrazarla llorando de alegría.
En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 447ª noche
Ella dijo:
...En cuanto a Ahmad-la-Tiña y sus cuarenta compañeros, estu vieron durmiendo durante dos días y
dos noches, y cuando por la ma ñana del tercer día despertaron de su sueño extraordinario, no supieron
explicarse al pronto su presencia allí dentro, y a fuerza de suposiciones, acabaron por no dudar ya de la
jugarreta de que habían sido víctimas. Aquello les humilló mucho, especialmente a Ahmad-la-Tiña, que
había mostrado tanta seguridad en presencia de Hassán-la-Peste y que estaba muy avergonzado a la sazón
por tener que salir a la calle de aquella manera. Sin embargo, hubo de decidirse a abandonar la taberna, y
precisamente la primera persona con quien se encontró por su camino fué Hassán-la-Peste, quien al verle
vestido sólo con la camisa y el calzoncillo y seguido por sus cuarenta alguaciles ataviados como él, com -
prendió al primer golpe de vista la aventura que acababa de ocurrirles.
Ante semejante espectáculo, Hassán-la-Peste se regocijó hasta el límite del regocijo, y se puso a
cantar estos versos:
Las jóvenes candorosas creen parecidos a todos los hombres! ¡No saben que no nos
parecemos más que en nuestros turbantes!
¡Entre nosotros, unos son sabios y otros imbéciles! ¿No hay en el cielo estrellas sin fulgor y
otras como perlas?
¡Las águilas y los halcones no comen carne muerta, en tanto que los buitres impuros se
posan sobre los cadáveres!
Cuando Hassán-la-Peste hubo acabado de cantar, se aproximó a Ahmad-la-Tiña, y habiéndolo
reconocido , le dijo:
"¡Por Alah, mokaddem Ahmad, las mañanas son frescas a orillas del Tigris, y cometéis una
imprudencia al salir así sólo con la camisa y el calzon cillo!"
Y contestó Ahmad-la-Tiña: "¡Y tú, ya Hassán, eres aun más pesado y más frío de ingenio que la
mañana! Nadie escapa a su suer te, y nuestra suerte fué vernos burlados por una joven. ¿Acaso la cono -
ces?"Hassán contestó: "¡La conozco y conozco a su madre! Y si quieres, al instante te las capturaré".
Ahmad preguntó: "¿Y cómo?" Hassán contestó: "¡No tienes más que presentarte al califa, y para hacer
patente tu incapacidad, agitarás tu collar, y has de decirle que me encargue a mí de la captura en lugar
tuyo!"
Entonces Ahmad-la Tiña, después de vestirse, fué al diwán con Hassán-la-Peste, y el califa le
preguntó: "¿Dónde está la vieja, mokaddem Ahmad?" El aludido agitó su collar y contestó: "¡Por Alah,
¡oh Emir de los Creyentes! que no la encuentro! ¡El mokaddem Hassán cumplirá mejor esa mi sión! ¡La
conoce, y hasta afirma que la vieja no ha hecho todo eso más que para que se hable de ella y atraerse la
atención de nuestro amo el califa!"
Entonces Al-Raschid se encaró con Hassán, y le pre guntó: "¿Es cierto, mokaddem Hassán? ¿Conoces
a la vieja? ¿Y crees que no ha hecho todo eso más que para merecer mis favores?" El interpelado
contestó: "¡Es cierto, oh Emir de los Creyentes!"
Enton ces exclamó el califa: "¡Por la tumba y el honor de mis antecesores, que perdonaré a la tal vieja
si restituye a todos éstos lo que les ha ro bado!"
Y dijo Hassán-la-Peste: "Si así es, ¡oh Emir de los Creyen tes! dame para ella el salvoconducto de
seguridad". Y el califa tiró su pañuelo a Hassán-la-Peste en prenda de seguridad para la vieja.
Al punto salió del diwán Hassán, tras de haber recogido la pren da de seguridad, y corrió
directamente a casa de Dalila, a quien cono cía de larga fecha. Llamó a la puerta y fué a abrirle la propia
Zeinab. Preguntó él: "¿Dónde está tu madre?" Ella dijo: "¡Arriba!" Dijo él: "Vé a decirle que abajo está
Hassán, el mokaddem de la Izquierda, que trae para ella de parte del califa el pañuelo de seguridad, pero
con la condición de que restituya todo cuanto ha robado. ¡Y dile que baje por buenas, pues si no me veré
obligado a emplear con ella la fuerza!"
Y he aquí que Dalila, la cual había oído estas palabras, exclamó desde dentro: "¡Tírame el pañuelo
de seguridad! ¡Y te acompañaré a la presencia del califa con todas las cosas robadas!" Entonces Hassánla-
Peste le tiró el pañuelo, que Dalila hubo de anudarse al cuello; luego ayudada por su hija, empezó a
cargar al burro del arriero y a los dos caballos con todos los objetos robados. Cuando acabaron, Hassán
dijo a Dalila: "¡Todavía faltan los efectos de Ahmad-la-Tiña y sus cua renta hombres!" Ella contestó:
"¡Por el Nombre Más grande, que no fui yo quien se apoderó de ellos!"
Hassán se echó a reír y dijo: "¡Es verdad! ¡Fué tu hija Zeinab la que hizo esa jugarreta! ¡Guárdalos,
pues!" Luego, seguido por las tres acémilas, que guiaba él en reata con una cuerda, se llevó a Dalila y la
condujo al diwán entre las ma nos del califa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 448ª noche
Ella dijo:
...se llevó a Dalila y la condujo al diwán entre las manos del califa.
Cuando Al-Raschid vió entrar a aquella vieja diabólica, no pudo por menos de ordenar en alta voz
que la arrojaran inmediatamente en la alfombra de la sangre para ejecutarla. Entonces, exclamó ella: "Es -
toy bajo tu protección, ¡oh Hassán!"
Y Hassán-la-Peste se levantó y besó las manos del califa, y le dijo: "Perdónala, ¡oh Emir de los Cre -
yentes! Le has dado la prenda de seguridad. ¡Mírala en su cuello!" El califa contestó: "¡Es cierto! ¡Así
que la perdono por consideración hacia ti!" Luego se encaró con Dalila, y le dijo: "Ven aquí, ¡oh vieja!
¿Cuál es tu nombre?" Ella contestó: "¡Mi nombre es Dalila, y soy la esposa del antiguo director de tus
palomares!"
Dijo él: "En verdad que eres astuta y estás llena de estratagemas. ¡Y en adelante te lla marás Dalila la
Taimada!" Luego le dijo: "¿Puedes decirme, por lo menos, con qué objeto hiciste todas esas jugarretas a
esta gente que ves aquí y levantaste tanto ruido, fatigándonos los corazones?" Entonces Dalila se arrojó a
los pies del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! créeme que no fué por avaricia por lo que
obré así. ¡Pero cuando oí hablar de las pasadas estratagemas y jugarretas hechas en otro tiempo en
Bagdad por los jefes de Tu Derecha y de Tu Izquierda Ahmad-la-Tiña y Hassán-la-Peste, se me ocurrió
hacer lo mismo que ellos a mi vez, y aun superarlos, a fin de poder obtener de nuestro amo el califa los
sueldos y el cargo de mi difunto marido, padre de mis pobres hijas!"
Al escuchar estas palabras, el arriero se levantó con viveza, y ex clamó: "¡Juzgue y sentencie Alah
entre esta vieja y yo! ¡No solamente no se ha contentado ella en robarme el borrico, sino que impulsó al
barbero moghrabín que está aquí a que me arrancara las dos últimas muelas y me cauterizara las sienes
con clavos al rojo!"
Y también el beduíno se levantó, y exclamó: "¡Juzgue y sentencie Alah entre esta vieja y yo! ¡No
solamente no se ha contentado ella con atarme al poste en su lugar y robarme el caballo, sino que me
impidió satisfacer mi deseo de buñuelos rellenos de miel!"
Y a su vez el tintorero, el bar bero, el joven mercader, el capitán Azote, el judío y el walí se levan -
taron pidiendo a Alah reparación de los daños que les causó la vieja. Así es que el califa, que era
magnánimo y generoso, empezó por de volver a cada cual los objetos que se le habían robado, y les
indemnizó ampliamente por cuenta de su peculio particular. Y especialmente al arriero, pues hizo que le
dieran mil dinares de oro, a causa de la pérdida de sus dos muelas y de las cauterizaciones sufridas, y le
nom bró jefe de la corporación de arrieros. Y todos salieron del diwán feli citándose de la generosidad
del califa y de su justicia, y olvidaron sus tribulaciones.
En cuanto a Dalila, le dijo el califa: "¡Ahora, ¡oh Dalila! puedes pedirme lo que anheles!" Ella besó
la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no anhelo de tu generosidad
más que una cosa, y es ser reintegrada en el cargo y sueldo de mi di funto marido, el director de las
palomas mensajeras! Y sabré llenar es tas funciones, pues en vida de mi marido era yo quien, ayudada por
mi hija Zeinab, daba de comer a las palomas y les ataba al cuello las cartas y limpiaba el palomar. Y era
yo igualmente quien cuidaba el khan grande que hiciste construir para las palomas y que guardaban de día
y de noche cuarenta negros y cuarenta perros, los mismos que tomaste al rey de los afghans,
descendientes de Soleimán, cuando ven ciste a aquel soberano".
Y contestó el califa: "¡Sea, oh Dalila! Al ins tante voy a hacer que se te adjudique la dirección del
khan grande de las palomas mensajeras y el mando de los cuarenta negros y los cua renta perros ganados
al rey de los afghans, descendientes de Soleimán. Y con tu cabeza responderás entonces la pérdida de
cualquiera de esas palomas que para mí son más preciosas que la misma vida de mis hi jos. ¡Pero no dudo
de tus aptitudes!" A la sazón añadió Dalila: "Tam bién quisiera ¡oh Emir de los Creyentes! que mi hija
Zeinab habitara conmigo en el khan para que me ayudase en la vigilancia general". Y el califa le dió
autorización para ello.
Entonces, después de haber besado las manos del califa, Dalila regresó a su casa, y ayudada por su
hija Zeinab, hizo transportar sus muebles y efectos al khan grande, y escogió para habitación el pabellón
construido a la misma entrada del khan. Y el propio día tomó el man do de los cuarenta negros, y vestida
con traje de hombre y tocada la cabeza con un casco de oro, se presentó a caballo ante el califa para
tomar órdenes e informarse de los mensajes que tenía que expedir él a las provincias. Y cuando llegó la
noche, soltó en el patio principal del khan, para que lo guardaran, a los cuarenta perros de la raza de
aquellos que sirvieron a los pastores de Soleimán. Y siguió presentán dose a caballo en el diwán todos
los días, tocada con el casco de oro rematado por una paloma de plata, y acompañada por el cortejo de
sus cuarenta negros vestidos de seda roja y de brocado. Y para adornar su nueva vivienda, colgó en ella
los trajes de Ahmad-la-Tiña, de Ayub Lomo-de-Camello y de sus cuarenta compañeros.
¡Y así fué como Dalila la Taimada y su hija Zeinab la Embustera obtuvieron en Bagdad, merced a su
destreza y a sus artificios, el hono rable cargo de la dirección de los palomares y el mando de los
cuarenta negros y los cuarenta perros guardianes nocturnos del khan grande! ¡Pero Alah es más sabio!
Pero ya es hora ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- de hablar de Alí Azogue y de sus
aventuras con Dalila y su hija Zeinab, y con Zaraik, el hermano de Dalila, que era vendedor de pescado
frito, y con el mago judío Azaria. ¡Porque esas aventuras son infinitamente más asombrosas y más
extraordinarias que todas las oídas hasta el pre sente!"
Y dijo para sí el rey Schahriar: "¡Por Alah, que no la mataré mientras no haya oído las aventuras de
Alí Azogue!" Y al ver aparecer la mañana, Schehrazada se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 449ª noche
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en tiempos de Ahmad la-Tiña y Hassán-la-Peste, había en
Bagdad otro ladrón tan sagaz y tan escurridizo que jamás consiguió capturarle la policía; pues no bien
creía tenerle ya cogido, se le escapaba como se escurre entre los dedos una bola de azogue que se
quisiera sujetar. A eso obedecía que en El Cairo, su patria, le pusieran el apodo de Alí Azogue.
Porque antes de su llegada a Bagdad, Alí Azogue vivía en El Cai ro, y partió de allí para ir a Bagdad
con motivo de cosas memorables que merecen ser mencionadas al comienzo de esta historia.
Un día estaba sentado, triste y ocioso, en medio de sus compañeros, dentro del subterráneo que les
servía de punto de reunión, y viendo los demás que tenía el corazón apretado y oprimido el pecho,
trataban de distraerle; pero él seguía adusto en su rincón con el semblante en furruñado, contraídas las
facciones y fruncidas las cejas. Entonces le dijo uno de ellos: "¡Oh jefe nuestro! ¡para dilatarte el pecho,
nada hay mejor que un paseo por las calles y zocos de El Cairo!" Y Alí Azogue acabó por levantarse y
salir, caminando sin rumbo por los barrios de El Cairo, aunque no se le aclaró su negro humor. Y llegó de
tal suerte a la calle Roja, mientras a su paso la gente se retiraba presurosa en prueba de consideración y
respeto hacia él.
Cuando desembocaba en la calle Roja y se disponía a entrar en una taberna donde acostumbraba a
embriagarse, vio cerca de la puerta a un aguador con su odre de piel de cabra a la espalda y el cual
seguía por su camino haciendo tintinear, al chocar una con otra, las dos tazas de cobre en que echaba de
beber a los sedientos. Y canturreaba su pre gón, diciendo unas veces que su agua era como miel y otras
veces que era como vino, a medida de todos los deseos. Y aquel día, acompasando su pregón al tintineo
de las dos tazas que se entrechocaban, cantaba de este modo:
¡De la uva se saca el licor mejor! ¡No hay dicha sin un amigo de corazón! ¡La dicha
duplica su valor en él! ¡Y el sitio de honor es para el que habla bien!
Cuando vio el aguador a Alí Azogue, hizo tintinear en honor suyo las dos tazas sonoras, y cantó:
¡Oh transeúnte! ¡he aquí la pura, la dulce, la deliciosa, la fresca agua! ¡mi agua, que es el
ojo del gallo! ¡mi agua, que es el cristal! ¡mi agua, que es el ojo, la alegría de las gargantas, el
diamante! ¡agua, agua, mi agua!
Luego preguntó: "¿Quieres una taza, mi señor?" Azogue contestó: "¡Dámela!" Y el aguador le llenó
una taza, que tuvo cuidado de enjua gar previamente, y se la ofreció, diciendo: "¡Es una delicia!" Pero Alí
Azogue cogió la taza, la miró un instante, la volcó y tiró el agua al suelo, diciendo: "¡Dame otra!"
Entonces se puso serio el aguador, con siderándole con la mirada, y exclamó: "¡Por Alah! ¿y qué
encuentras en esta agua, más clara que el ojo del gallo, para tirarla al suelo así?" Alí contestó: "¡Me da la
gana! ¡Echame otra taza!" Y el aguador llenó de agua por segunda vez la taza y se la ofreció
religiosamente a Alí Azogue, quien la cogió y la vertió de nuevo, diciendo: "¡Llénamela otra vez!" Y
exclamó el aguador: "¡Ya sidi, si no quieres beber, déjame pro seguir mi camino!" Y le brindó una tercera
taza de agua. Pero aquella vez Azogue vació de un sorbo la taza y se la entregó al aguador, deposi tando
en ella como gratificación un dinar de oro. Y he aquí que el aguador, lejos de mostrarse satisfecho por
semejante ganancia, midió con la mirada a Azogue y le dijo con tono zumbón: "¡Que tengas buena suerte,
mi señor, y que yo tenga buena suerte! ¡Una cosa es la gentuza, y los grandes señores son otra cosa muy
distinta!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue, que no necesitaba tanto para que le hiciese estornudar la cólera,
cogió de la ropa al aguador, le administró una andanada de puñetazos, zarandéandoles a él y a su odre, le
arrinconó contra el muro de la fuente pública de la calle Roja, y le gritó: "¡Ah hijo de alcahuete! ¿te
parece que un dinar de oro es poco por tres tazas de agua? ¡Ah! ¿conque es muy poco? ¡Pues si tal como
está tu odre valdrá apenas tres monedas de plata, y la cantidad de agua que he tirado al barro no llega ni a
una pinta!"
El aguador contestó: "¡Así es, mi señor!" Azo gue preguntó: "Pues entonces, ¿por qué me hablaste de
esa manera? ¿Habrás encontrado en tu vida a alguien más generoso de lo que yo fui contigo?"
El aguador contestó: "¡Sí, por Alah! He encontrado en mi vida a alguien más generoso que tú! ¡Porque
mientras estén encinta las mujeres y engendren hijos, habrá siempre sobre la tierra hombres de corazón
generoso!" Azogue preguntó: "¿Y podrías decirme quién es ese hombre que encontraste más generoso que
yo?"
El aguador contestó: "¡Ante todo, suéltame, y siéntate ahí, en el escalón de la fuente! ¡Y te contaré mi
aventura, que es extremadamente extraña!"
Entonces soltó Azogue al aguador; y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la
fuente pública, junto al odre que dejaron en el suelo, el aguador contó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 450ª noche
Ella dijo:
...y después de sentarse ambos en una de las gradas de mármol de la fuente pública, junto al odre, que
dejaron en el suelo, el agua dor contó:
"Has de saber ¡oh mi generoso amo! que mi padre era el jeique de la corporación de aguadores de El
Cairo, no de los aguadores que venden agua al por mayor en las casas, sino de los que, como yo, la
venden al por menor, llevándola a la espalda y despachándola por las calles.
"Cuando murió mi padre, me dejó de herencia cinco camellos, una mula, la tienda y la casa. ¡Aquello
era más de lo que necesitaha para visir dichoso un hombre de mi condición! Pero ¡oh mi amo! el pobre
nunca está satisfecho, ¡y el día en que por casualidad se siente satis fecho al fin, muere! Así, pues, yo
pensaba para mi ánima: "¡Voy a aumentar mi herencia con el tráfico y el comercio!" Y al punto fui en
busca de diversos prestamistas que me confiaron mercancías. Cargué aquellas mercancías en mis
camellos y en mi mula, y me marché a trafi car en Hedjaz durante la época de peregrinación a la Meca.
Pero ¡oh mi amo! el pobre no se enriquece nunca, ¡y si se enriquece, muere! Fui tan desgraciado con mi
tráfico, que antes de terminarse la peregri nación perdí cuanto poseía, y me vi obligado a vender mis
camellos y mi mula para atender a las necesidades del momento. Y me dije: «¡Si vuelves a El Cairo, te
cogerán tus acreedores y te meterán en la cárcel!» Entonces me agregué a la caravana de Siria, y fui a
Damasco, a Alepo y de allí a Bagdad.
"Una vez llegado a Bagdad, pregunté por el jefe de la corporación de aguadores y me presenté a él.
Como buen musulmán, empecé por recitarle el capítulo liminar del Korán y le deseé la paz. A la sazón
me interrogó por mi estado, y le conté todo lo que me había sucedido. Y sin tardanza me dió un ajustador,
un odre y dos tazas para que pudiese ganarme la vida. Y salí una mañana por el camino de Alah, con mi
odre a la espalda, y empecé a circular por los diversos barrios de la ciudad, cantando mi pregón, como
los aguadores de El Cairo. Pero ¡oh mi amo! el pobre permanece pobre porque tal es su destino!
"En efecto, no tardé en ver cuán grande era la diferencia entre los habitantes de Bagdad y los de El
Cairo. En Bagdad, ¡oh mi amo! la gente no tiene sed; ¡y los que por casualidad se deciden a beber no
pagan! ¡Porque el agua es de Alah! Al oír las respuestas de los primeros individuos a quienes hice mis
ofertas cantadas, advertí todo lo malo que era el tal oficio. Pues cuando a uno de ellos le brindé mi taza,
hubo de contestarme: "¿Pero acaso me diste de comer, para darme de beber ahora?"
Yo continué entonces mi camino, asombrándome de la funesta manera de comenzar allí en mi oficio, y
brindé la taza a otro; pero me contestó: "¡La ganancia está en Alah! Sigue tu camino ¡oh aguador!" No
quise desalentarme, y continué caminando por ¡os zocos, parándome delante de las tiendas bien
acreditadas; pero nadie me hizo seña de que le sirviera agua ni quiso dejarse tentar por mis ofertas y el
tintineo de mis vasos de cobre. Y así permanecí hasta mediodía, sin ha ber ganado con qué comprarme
una bizcochada de pan y un cohombro. Porque ¡oh mi amo! el destino del pobre le obliga a tener a veces
ham bre. ¡Pero el hambre, oh mi amo! es menos dura que la humillación! Y el rico experimenta bastantes
humillaciones y las soporta peor que el pobre, que no tiene nada que perder ni que ganar. Así yo, por
ejemplo, si me he enfadado por tu cólera, no es por mí, sino por mi agua, que es un don excelente de
Alah. Pero tu cólera para conmigo ¡oh mi amo! se debe a motivos que afectan a tu persona.
"El caso es que, al ver que mi estancia en Bagdad comenzaba de manera tan triste, pensé para mi
ánima: "¡Más te hubiera valido ¡oh pobre! morir en una cárcel dentro de tu país que en medio de esas
gen tes a quienes no les gusta el agua!" Y mientras me obstinaba en tales pensamientos, vi de pronto
levantarse en el zoco una gran polvareda y correr gente en cierta dirección. Entonces, como mi oficio
consiste en ir a donde va muchedumbre, corrí con todas mis fuerzas, llevando mi odre a la espalda, y me
dejé llevar por la corriente. Y a la sazón vi un cor tejo espléndido compuesto por dos filas de hombres
que llevaban en la mano bastones, ostentaban gorros enriquecidos con perlas, iban vestidos con hermosos
albornoces de seda y al costado les colgaban magníficos alfanjes incrustados ricamente. Y marchaba al
frente de ellos un jinete de aspecto terrible, ante el cual todas las cabezas se inclinaban hasta la tierra.
Entonces pregunté: «¿A qué se debe este cortejo? ¿Y quién es ese jinete?» Me contestaron: «¡Bien se ve,
por tu acento egipcio y tu ignorancia, que no eres de Bagdad! Ese cortejo es el del mokaddem Ahmad-la-
Tiña, jefe de policía de la Derecha del califa, que está encar gado de mantener el orden por los arrabales.
Y el que ves a caballo es él mismo. ¡Disfruta de muchos honores y de un sueldo de mil dinares al mes,
exactamente igual que su colega. Hassán-la-Peste, jefe de la Iz quierda! ¡Y cada uno de sus hombres cobra
cien dinares mensuales! ¡Precisamente acaban de salir del diwán ahora, y van a su casa para hacer la
comida de mediodía!»
"Entonces ¡oh mi amo! me puse a vocear mi pregón a estilo egip cio, tal como me viste hace poco,
acompañándome con el tintineo de mis vasos sonoros. Y lo hice de modo que me oyó y me vió el
mokaddem Ahmad, y guiando hacia mí su caballo me dijo: "¡Oh hermano de Egip to, por tu canto te
reconozco! ¡Dame una taza de tu agua!" Y cogió la taza que le brindé, la volcó y tiró al suelo el contenido
para hacérmela llenar por segunda vez y verterla en el suelo de nuevo, exactamente igual que tú, ¡oh mi
amo! y beber de un sorbo la tercera taza que me hizo que le llenase. Luego exclamó en alta voz: «¡Viva El
Cairo con sus ha bitantes, ¡oh aguador, hermano mío! ¿Por qué viniste a esta ciudad en donde no se estima
y remunera a los aguadores?» Y le conté mi historia y le hice comprender que estaba sin dinero y huido a
causa de mis deudas y de mis apuros. Entonces exclamó: «Bien venido seas, pues, a Bagdad!» Y me dió
cinco dinares de oro, y encarándose con todos los hombres de su cortejo les dijo, «¡Por el amor de Alah,
recomiendo a vuestra liberalidad este hombre de mi patria!» ¡Al punto cada hombre del cortejo me pidió
una taza de agua, y después de bebérsela, dejó en ella un dinar de oro! De modo que al cabo de aquella
ronda tenía yo más de cien dinares de oro en la caja de cobre que colgabá de mi cin turón. Luego me dijo
el mokaddem Ahmad-la-Tiña: «¡Esta será tu re muneración cada vez que nos sirvas de beber durante tu
estancia en Bagdad!» Así es que en pocos días se llenó varias veces mi caja de cobre; y conté los dinares
y vi que poseía mil y pico.
Entonces pensé para mi ánima: «Ya te llegó la hora de volver a tu país, ¡oh aguador! pues por muy
bien que se esté en tierra extraña, se encuentra uno en su patria mejor todavía. ¡Y además, tienes deudas,
y has de pagarlas!» Entonces me dirigí al diwán, donde ya me conocían y me trataban con muchos
miramientos; y entré a despedirme de mi bienhechor, recitán dole estos versos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 451ª noche
Ella Dijo:
"...y entré a despedirme de mi bienhechor, recitándole estos versos:
¡La morada del extranjero en tierra extranjera es semejante a un edificio construído en el
aire!
¡Sopla el viento, se derrumba el edificio, y el extranjero lo abandona! ¡Más le hubiera
valido no construirlo!
Luego le dije: "¡He aquí que parte para El Cairo una caravana, quisiera agregarme a ella para volver
con los míos!" Entonces me dio él una mula y cien dinares, y me dijo: "A mi vez ¡oh jeique! qui siera
encargarte una comisión de confianza.¿Conoces a mucha gente en El Cairo?" Yo contesté: "¡Conozco a
toda la gente generosa que allá habita!" El me dijo: "Entonces toma esta carta y entrégasela en propia
imano a mi antiguo compañero Alí Azogue, de El Cairo; y dile de mi parte: "¡Tu jete te envía sus zalemas
y sus votos! ¡Ahora está con el kalifa Harún Al-Raschid!"
"Cogí la carta, besé la mano del mokaddem Ahmad, y abandoné Bagdad para venir a El Cairo, donde
llegué hace cinco días apenas. Empecé por buscar a mis acreedores, a quienes pagué religiosamente con
todo el dinero que había ganado en Bagdad merced a la generosi dad de Ahmad-la-Tiña. Tras de lo cual
volví a ponerme mi ajustador de cuero, cargué mi odre a la espalda y me hice aguador como antes, tal
cual me ves, ¡oh mi amo! ¡Pero en vano busco por todo El Cairo al amigo de Ahmad-la-Tiña, a Alí
Azogue, pues no puedo dar con él para entre garle la carta que llevo siempre entre los pliegues de mi
ropa!
"Y tal es ¡oh mi amo! la aventura que me acaeció con el más ge neroso de mis clientes".
Cuando el aguador hubo acabado de contar su historia, Alí Azogue se levantó y le abrazó como el
hermano abraza al hermano, y le dijo: "¡Oh aguador, semejante mío, perdóname mi cólera de hace poco
para contigo! ¡Sin duda el hombre que encontraste en Bagdad y era más ge neroso que yo, el único más
generoso que yo, es mi antiguo jefe! ¡Por que el Alí Azogue a quien buscas, el primer compañero de
Ahmad-la Tiña, soy yo mismo! ¡Regocija, pues, tu alma, refresca tus ojos y tu corazón y dame la carta de
mi superior!" Entonces el aguador hubo de entregarle la carta, abriéndola el otro, y leyendo en ella lo que
sigue:
"¡La zalema del Mokaddem Ahmad-la-Tiña al más ilustre y al pri mero de sus hijos, Alí Azogue!
"Te escribo ¡oh adorno de los más hermosos! en una hoja que volará hacia ti con el viento.
"¡Si fuese pájaro, yo mismo a tus brazos volaría transportado por el deseo! Pero, ¿podrá volar aún el
pájaro a quien cortaron las alas? "Porque has de saber ¡oh el más hermoso! que estoy ahora a la cabeza
de los cuarenta alguaciles de Ayub Lomo-de-Camello, todos ellos, como nosotros, antiguos bravos,
autores de mil soberbias hazañas. Y fui nombrado por nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, jefe de
policía de Su Derecha, encargado de custodiar la ciudad y los arrabales, con un sueldo de mil dinares al
mes, sin contar los ingresos extraordinarios y ordinarios por parte de las gentes que desean congraciarse
conmigo. "Si tú ¡oh el más querido! quieres dar un vasto meidán al vuelo de tu genio y abrirte la puerta de
las bienandanzas y las riquezas no tienes más que venir a Bagdad para reunirte con tu amigo. Aquí aco -
meterás altas empresas, y te prometo obtenerte entonces los favores del califa, una plaza digna de ti y de
nuestra amistad y un tratamiento tan considerable como el mío.
"¡Ven, pues, hijo mío, a reunirte conmigo y a dilatarme el cora zón con tu presencia deseada!
"¡Y sean contigo la paz de Alah y sus bendiciones, ¡ya Alí!"
Cuando Alí Azogue hubo leído esta carta de su jefe Ahmad-la-Tiña, se estremeció de alegría y de
emoción, y blandiendo su largo bastón en una mano y la carta en la otra mano, ejecutó una danza
fantástica sobre los escalones de la fuente, atropellando a las viejas y a los mendigos. Después besó
varias veces la carta, llevándosela a la frente luego; y se quitó su cinturón de cuero y lo vació, dejando en
las manos del aguador todas las monedas de oro que contenía, para darle gracias por la buena noticia y la
comisión. Y se apresuró a reunirse en el subterráneo con los bergantes de su banda para anunciarles su
inmediata partida a Bag dad.
Cuando estuvo entre ellos, les dijo: "¡Hijos míos, os dejo enco mendados unos a otros!" Entonces
exclamó su lugarteniente: "¿Cómo, maestro? ¿Es que nos abandonas?" Alí contestó: "¡Me espera mi des -
tino en Bagdad, entre las manos de mi jefe Ahmad-la-Tiña!" el otro dijo: "¡Precisamente nos hallamos en
un momento de apuro! ¡Nuestro almacén de provisiones está vacío! ¿Y qué va a ser de nosotros sin ti?"
Alí contestó: "Antes de llegar a Bagdad, en cuanto entre en Damasco, ya encontraré la manera de
enviaros algo con que podáis atender a to das vuestras necesidades. ¡No temáis, pues, hijos míos!" Luego
se quitó la ropa que llevaba, hizo sus abluciones y se vistió con un traje ceñido a la cintura y con un largo
capote de viaje de amplias mangas; guardó en su cinturón de cuero dos puñales y un machete; se puso a la
cabeza un tarbusch extraordinario y empuñó una inmensa lanza de cuarenta y dos codos de longitud, y
hecha con nudos de bambú que podían me terse a voluntad unos con otros. Después saltó a lomos de su
caballo y se marchó.
Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente:
Y cuando llegó la 452ª noche
Ella dijo:
...Apenas había salido de El Cairo, cuando divisó una caravana, a la cual se agregó al enterarse que
se dirigía a Damasco y a Bag dad. Aquella caravana era del síndico de los mercaderes de Damas co,
hombre muy rico que volvía desde la Meca a su país. Y he aquí que Alí, que era joven, hermoso y
todavía no tenía pelo en las mejillas, le gustó en extremo al síndico de los mercaderes, a los camelleros y
a los muleteros, y a la vez que se defendía de sus diversos atentados noctur nos, supo hacerle una porción
de servicios apreciables, protegiéndolos centra los beduínos salteadores y los leones del desierto; de
modo que a su llegada a Damasco le demostraron su agradecimiento gratificándo le cada cual con cinco
dinares. Y Alí, que no se olvidaba de sus compa ñeros de El Cairo, se apresuró a enviarles todo aquel
dinero, sin guar dar para él más que lo estrictamente necesario para continuar su cami no y llegar a Bagdad
por fin.
Y así fué como Alí Azogue, de El Cairo, abandonó su país para ir a Bagdad, buscando su destino
entre las manos de su maestro Ahmad- la-Tiña, el antiguo jefe de aquellos bravos.
No bien hubo entrado en la ciudad, se dedicó a buscar la vivienda de su amigo preguntando a varias
personas nue no supieron o no qui sieron indicársela. Y llegó de tal suerte a una plaza llamada Al-Nafz,
donde vio a unos muchachos que estaban jugando bajo la dirección de otro más pequeño que todos ellos y
al que llamaban Mahmud el Aborto. Y precisamente se trataba de aquel Mahmud el Aborto que era hijo
de la hermana casada de Zeinab. Y Alí Azogue pensó para sí: "¡Ya Alí! las nuevas de las personas nos
las facilitan sus hijos!"
Y para atraerse a los chicos, al punto se dirigió a la tienda de un confitero y compró un pedazo grande
de halawa con aceite de sésamo y azúcar; luego se acercó a los pequeñuelos que jugaban, y les dijo:
"¿Cuál de vosotros quie re halawa todavía caliente?" Pero Mahmud el Aborto no dejó acercarse a los
demás chicos, y fué a ponerse delante de Alí él solo, y le dijo: "¡Dame halawa!" Entonces Alí le dió el
pedazo, deslizándole en la mano al mismo tiempo una moneda de plata. Pero cuando el Aborto vió el
dinero, creyó que aquel hombre se lo daba para atentar contra él y seducirle, y le gritó:
"¡Vete! ¡Yo no me vendo! ¡Yo no hago cosas feas! ¡Pregunta a los demás por mí y te lo dirán!"
Alí Azogue, que en aquel momento no pensaba en liviandades ni en nada semejante, dijo al pe queño
pervertido: "Hijo mío, lo que te doy es para pagarte un informe que deseo de ti; y si te pago es porque los
bravos pagan siempre los servicios que sean de otros bravos. ¿Puedes decirme solamente dónde está la
vivienda del mokaddem Ahmad-la-Tiña?" El Aborto contestó: "¡Si no es más que eso lo que deseas de
mí, la cosa es fácil! Echaré a andar delante de ti, y cuando llegue frente a la casa-de Ahmad-la-Tiña, con
mis pies descalzos lanzaré contra la puerta un guijarro. De este mo do nadie me verá hacerte la
indicación. ¡Y así sabrás cuál es la vivienda de Ahmad-la-Tiña!" Y efectivamente, echó a correr delante
de Azogue, y al cabo de cierto tiempo cogió con sus pies descalzos un guijarro, y sin moverse, lo lanzó
contra la puerta de una casa. Y maravillado de la puntería, de la precocidad, de la destreza, de la
desconfianza, de la malicia y de la sutileza del pillastre, exclamó Azogue: "¡Inschalah, ya Mahmud! el día
en que también me nombren jefe de policía, te escogeré para que seas el primero entre tris bravos!"
Luego Alí llamó a la puer ta de Ahmad-la-Tiña.
Cuando Ahmad-la-Tiña oyó los golpes dados en la puerta, saltó sobre ambos pies en el límite de la
emoción, y dijo a voces a su lugarte niente Lomo-de-Camello: "¡Oh Lomo-de-Camello! ¡ve a abrir en
seguida al más hermoso entre los hijos de los hombres! ¡El que llama a mi puerta no es otro que Alí
Azogue, mi antiguo lugarteniente de El Cairo! ¡Lo conozco por su manera de llamar!" Y Lomo-de-
Camello ni por un instante dudó que fuese precisamente Alí Azogue quien estaba al otro lado de la
puerta, y se apresuró a abrirla y a introducirle donde esperaba Ahmad-la-Tiña. Y abrazáronse tiernamente
los dos antiguos amigos; y después de las primeras efusiones y las zalemas reiteradas como si se tratase
de un hermano suyo, Ahmad-la-Tiña le vistió con un traje magnífico, diciéndole: "¡Cuando el califa me
nombró jefe de Su Derecha y me dio ropas para mis hom bres, reservé este traje para ti, pensando que te
encontraría un día u otro!"
Luego le hizo sentarse en medio de ellos, en el sitio de honor; e hizo servir un festín prodigioso para
festejar su encuentro; y se pusie ron todos a comer, a beber y a regocijarse durante toda aquella noche.
Al día siguiente por la mañana, cuando llegó para Ahmad la hora de ir al diwán al frente de sus
cuarenta, dijo a su amigo Alí: "¡Ya Alí! tienes que ser prudente al comienzo de tu estancia en Bagdad.
¡Guár date, pues, de salir de casa para no atraerte la curiosidad de estos ha bitantes, que son pegajosos!
¡No creas que Bagdad es El Cairo! ¡Bag dad es la corte del califa, y los espías hormiguean aquí como en
Egipto las moscas, y los estafadores y sacadineros pululan por aquí como por allá las ocas y los sapos!"
Y contestó Alí Azogue: "¡Oh maestro! ¿acaso vine a Bagdad para encerrarme como una virgen entre
las cua tro paredes de una casa?" Pero Ahmad le aconsejó que tuviera pacien cia, y se marchó al diwán al
frente de sus alguaciles.
En cuanto à Alí Azogue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 453ª noche
Ella dijo:
...En cuanto a Alí Azogue, tuvo paciencia para permanecer encerrado tres días en casa de su amigo.
Pero al cuarto día, sintió que se le contraía el corazón y se le oprimía el pecho, y preguntó a Ahmad si
era ya tiempo de comenzar las hazañas que debían ilustrarle y hacerle merecedor de los favores del
califa. Ahmad contestó: "Cada cosa a su hora, hijo mío. ¡Déjame a mí solo el cuidado de ocuparme de ti
y pre disponer para contigo al califa antes de que emprendas tus hazañas!"
Pero en cuanto salió Ahmad-la-Tiña, Alí Azogue no pudo estarse quieto, y se dijo: "¡Voy a tomar un
poco de aire nada más para dila tarme el pecho!" Y dejó la casa y empezó a recorrer las calles de Bag -
dad, trasladándose de un lugar a otro y deteniéndose a veces en casa de un pastelero o en la tienda de un
cocinero para tomar un bocado o devorar cualquier cosa de pastelería. Y he aquí que divisó un cortejo de
cuarenta negros vestidos de seda roja, cubiertos con gorros altos de fieltro blanco y armados de grandes
machetes de acero. Iban ordena dos de dos en dos; y detrás de ellos, montada en una mula con ricos
jaeces; cubierta con un casco de oro coronado por una paloma de plata, y vestida con una cota de malla
de acero, avanzaba, en medio de su gloria y su esplendor, la directora de las palomas, Dalila la Taimada.
...Precisamente acababa de salir del diwán y volvía al khan. Pero al pasar por delante de Alí Azogue,
a quien no conocía y que no la cono cía a ella, quedó asombrada de su belleza, de su juventud, de su buen
aspecto, de su apostura elegante, de su apariencia agradable y sobre todo de su semejanza en la expresión
de la mirada con el propio Ah mad-la-Tiña, su enemigo. Y al punto dijo unas palabras a uno de sus
negros, que fue a informarse a hurtadillas, entre los mercaderes del zoco, acerca del nombre y la
condición del hermoso joven; pero ningu no pudo decirle nada. Así es que cuando Dalila regresó a su
pabellón del khan, llamó a su hija Zeinab y le dijo que le llevara la mesa de la arena adivinatoria; luego
añadió: "¡Hija mía, acabo de encontrarme en el zoco con un joven tan hermoso, que la belleza le
reconocería como uno de sus favoritos! ¡Pero ¡oh hija mía! su mirada se asemeja de un modo muy extraño
a la de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña! ¡Y mucho me temo que ese extranjero a quien nadie en el zoco
conoce, haya ve nido a Bagdad para jugarnos alguna mala pasada! ¡Por eso voy a consultar acerca de él a
mi mesa adivinatoria!"
Tras estas palabras, agitó la arena a estilo cabalístico, murmuran do palabras talismánicas y leyendo
al revés unos renglones de escritura hebrea; luego en un libro mágico combinaciones algebráicas y quími -
cas de números y letras, y encarándose con su hija, le dijo: "Oh hija mía! ese hermoso joven se llama Alí
Azogue y viene de El Cairo! ¡Es amigo de nuestro enemigo Ahmad-la-Tiña, que no le ha hecho venir a
Bagdad más que para jugarnos una mala pasada y vengarse así de la que tú misma le jugaste
enborrachándole y quitándole el traje a él y a sus cuarenta. Además, sé que vive en casa de Ahmad-la-
Tiña".
Pero le contestó su hija Zeinab: "¡Oh madre mía! y después de todo; ¿qué nos importa el tal
individuo? ¡No hagas caso de ese jovenzuelo imber be!"
La vieja contestó: "¡La arena adivinatoria acaba de revelarme también que la suerte de ese joven
sobrepujará con mucho a mi suerte y a la tuya!" Zeinab dijo: "Ahora vamos a verlo, ¡oh madre!" Y
enseguida se puso su ropa mejor, después de haberse sombreado la mirada con su barrita de kohl y
juntado las cejas con su pasta negra fumada, y salió para ver si encontraba al consabido joven.
Empezó a recorrer lentamente los zocos de Bagdad balanceando sus caderas y guiñando los ojos por
debajo de su velo, y lanzando miradas destructoras de corazones, y prodigando a su paso sonrisas para
unos, promesas tácitas para otros, coqueterías, mimos, arrumacos, respuestas con las pupilas, preguntas
con las cejas, asesinatos con las pestañas, des pertares con los brazaletes, música con sus cacabeles y
fuego en todas las entrañas, hasta que ante el escaparate de un vendedor de kenafa se encontró con el
propio Alí Azogue, a quien conoció por su hermosura. Entonces se acercó a él, y como por inadvertencia
le dio con él hombro un golpe que le hizo vacilar, y fingiéndose enfadada porque la habían tropezado, le
dijo: "¡Vivan los ciegos! ¡oh clarividente!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se limitó a sonreír junto a la bella joven cuya mirada le traspasaba
ya de una parte a otra, y contestó: "¡Oh, cuán hermosa eres, jovenzuela! ¿A quién perteneces?" Ella en -
tornó por debajo del velo sus ojos magníficos, y contestó: "¡A todo ser bello que se parezca a ti!" Azogue
preguntó: "¿Estás casada o eres virgen?" Ella contestó: "¡Casada para suerte tuya!" El dijo: "¿Será,
entonces, en mi casa o en tu casa?" Ella contestó: "Prefiero en mi casa. Sabe que estoy casada con un
mercader, y soy hija de un mercader. Y hoy es la vez primera que por fin puedo salir de casa, porque mi
esposo acaba de ausentarse por una semana. Y he aquí que en cuanto él marchó quise divertirme, y dije a
mi servidora que guisara para mí manjares muy apetitosos. ¡Pero como los más apetitosos manjares no
serían de liciosos sin la sociedad de los amigos, he salido de casa en busca de alguien tan hermoso y tan
bien educado como tú para que comparta mi comida y pase conmigo la noche! Y te he visto, y se me entró
en el corazón tu amor. ¿Te dignarás, pues, regocijarte el alma, aliviarte el corazón y aceptar un bocado de
comida en mi casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la ma ñana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 454ª noche
Ella dijo:
"...y aceptar un bocado de comida en mi casa?" El joven contestó: "¡Cuando a uno le invitan, no es
posible rehusar!" Entonces echó a andar ella delante de él, y él la siguió de calle en calle, caminando a
cierta distancia.
Y mientras caminaba así detrás de ella, iba pensando él: "¡Ya Alí, lo que hiciste resulta una
imprudencia en un extranjero recién llegado! ¿Quién sabe si no te vas a ver expuesto al rencor del
marido, que puede caer de improviso sobre ti mientras duermes, y cortarte em venganza tu gallo y los
huevos que empolla?
Y he aquí que el Sabio ha dicho:
"¡Al que copula en um país extranjero donde le hospedan, le castigará el Gran Hospitalario!"
Será, por consiguiente, más razonable por parte tuya excusarte cortésmente con ella, diciéndole
algunas pala bras amables". Aprovechó, pues, el momento en que llegaban a un lugar retirado, se acercó a
ella, y le dijo: "Mira, ¡oh jovenzuela! toma este dinar para ti y dejemos nuestra entrevista para otro día".
Ella contestó: "¡Por el Nombre Más Grande! es absolutamente preciso que seas hoy mi huésped, porque
nunca me he sentido tan predispuesta como hoy a los escarceos múltiples y a los juegos ardorosos".
Entonces la siguió, y llegó con ella frente a una vasta casa cuya puerta estaba ce rrada con fuerte
cerradura de madera. Y la joven hizo ademán de buscar en su vestido la llave, y exclamó luego
contrariada: "¡Pues he perdido mi llave! ¿Cómo vamos a arreglarnos para abrir ahora?" Después fingió
tomar una decisión, y le dijo: "¡Abre tú!" El dijo: "¿Cómo voy a abrir sin llave una cerradura? ¡No me
atrevo a forzarla!"
Por toda respuesta le lanzó ella bajo el velo dos miradas, que le abrieron sus cerraduras más
profundas; luego añadió: "¡No tendrás más que tocarla y se abrirá!" Y Azogue puso su mano en la
cerradura, y la puerta se abrió. Entraron ambos, y le condujo ella a una sala llena de armas hermosas y
alfombrada con hermosos tapices, donde le hizo sen tarse. Extendió sin tardanza el mantel, y sentándose
junto al joven, se puso a comer en su compañía y a colocarle ella misma la comida entre los labios,
bebiendo luego con él y divirtiéndose sin permitirle siquiera que la tocara, o la diera un beso, o un
pellizco, o un mordisco; porque en cuanto se inclinaba él hacia ella para besarla, ella interponía la mano
vivamente entre su mejilla y los labios del joven, y el beso iba a darle en la mano solamente. Y a las
demandas apremiantes de Alí, con testaba Zeinab:
"¡La voluptuosidad no llega a su plenitud más que por la noche!”
Terminada de tal suerte su comida, se levantaron para lavarse las manos y salieron al patio,
acercándose al pozo; y Zeinab quiso mane jar por sí sola la cuerda y la polea y sacar el cubo del fondo
del pozo; pero de pronto lanzó un grito y se asomó al brocal, golpeándose el pecho y retorciéndose los
brazos presa de una desesperación extrema da; y le preguntó Azogue: "¿Qué te ocurre, ojos míos?" Ella
contestó: "Acaba de escurrírseme y caérseme al fondo del pozo mi sortija de rubíes, que me estaba
grande. ¡Me la había comprado mi marido ayer por quinientos dinares! Y como me estaba muy grande, la
achiqué con cera; pero no me sirvió de nada, pues acaba de caérseme ahí abajo!"
Luego añadió: "¡Ahora mismo voy a ponerme desnuda y a bajar al pozo, que no es profundo, para
buscar mi sortija! ¡Vuélvete, pues, de cara a la pared para que pueda desnudarme!" Pero Azogue
contestó: ¡Qué vergüenza para mí ¡oh mi señora! si consintiera yo que en mi presencia te tomaras el
trabajo de bajar! ¡Yo solo bajaré a buscar en el fondo del agua tu sortija!" Y al momento se desnudó
completamente, cogióse con las dos manos a la cuerda de fibras de palmera de la garucha, y se dejó bajar
en el cubo al fondo del pozo.
Cuando tocó el agua, soltó la cuerda y se sumergió en busca de la sortija; y le llegaba a los hombros
el agua fría y negra en la oscuridad. Y en aquel mismo nstante Zeinab la Embustera tiró con viveza del
cubo y gritó a Azogue: `¡Ya puedes llamar para que te socorra a tu amigo Ahmad-la-Tiña!" Y se apresuró
a salir de la casa llevándose las ropas de Azogue. Luego, sin cerrar detrás de ella la puerta, se volvió
con su madre.
Y he aquí que la casa adonde Zeinab había arrastrado a Azogue pertenecía a un emir del diwán,
ausente entonces para ir a sus asuntos. Así es que cuando estuvo de regreso en su casa y vio la puerta
abierta, no le cupo duda de que allí había entrado un ladrón, y llamó a su palafrenero y empezó a hacer
pesquisas por toda la casa; pero al ver que no se habían llevado nada y que no había huellas de ladrones,
no tardó en tranquilizarse. Luego, como quería hacer sus abluciones, dijo a su palafrenero: "¡Coge el
jarro y llénamelo con agua fresca del pozo!" Y el palafrenero fue al pozo e hizo bajar el cubo, y cuando
lo creyó bastante lleno quiso tirar de él; pero lo encontró extraordinaria mente pesado. Entonces miró al
fondo del pozo y divisó sentada en el cubo una vaga forma negra que le pareció un efrit. Al ver aquello,
soltó la cuerda y echó a correr, gritando enloquecido: "¡Ya sidi! ¡en el pozo hay un efrit! ¡Está sentado en
el cubo!
Entonces le preguntó el emir: "¿Y cómo es?" El palafrenero dijo: "¡Es terrible y negro! ¡Y gruñía
como un cochino!" El emir le dijo: "¡Corre a buscar a cua tro sabios lectores del Korán para que vengan a
leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 455ª noche
Ella dijo:
"...para que vengan a leer el Korán en presencia de ese efrit y a exorcizarle!" Y el palafrenero salió al
punto corriendo en busca de los sabios lectores del Korán, que se instalaron alrededor del pozo. Y
comenzaron a recitar los versículos conjuratorios, mientras el palafrenero y su amo tiraban de la cuerda y
sacaban el cubo fuera del pozo. Y en el límtie del espanto, vieron todos al efrit consabido, que no era
otro que Alí Azogue saltar del cubo sobre ambos pies y exclamar: "¡Alah Akbar!" Y se dijeron los cuatro
lectores: "¡Es un efrit de los creyentes, porque pronuncia el Nombre!" Pero el emir no tardó en ver que
era un hombre de la especie de los hombres, y le dijo: "¿Acaso eres un ladrón?"
El joven contestó: "¡No, por Alah! pero soy un pobre pescador. Estando dormido a orillas del Tigris,
he copulado con el aire en sueños, y como al, despertarme me encontré mojado, me metí en el agua para
lavarme; pero un remolino me arrastró al fondo del agua, y una corriente subterránea me impulsó entre las
sábanas líquidas hasta este pozo donde estaban mi destino y mi salvación, gracias a ti".
Ni por un instante dudó el emir de la veracidad de aquel relato, y dijo: "¡Todo sucede porque así está
escrito!" Y le dio un manto viejo para que se cubriese y le despidió condoliéndose de su estancia en el
agua fría del pozo.
Cuando Alí Azogue llegó a casa de Ahmad-la-Tiña, donde ya es taban muy inquietos por su ausencia,
y contó su aventura, se burlaron mucho de él, especialmente Ayub Lomo-de-Camello, que le dijo: "¡Por
Alah! ¿Cómo puedes haber sido jefe de banda en El Cairo, dejándote engañar y robar en Bagdad por una
jovenzuela?" Y Hassán-la-Peste, que precisamente estaba de visita en casa de su colega, preguntó a
Azogue: "¡Oh, inocente egipcio! ¿conoces por lo menos el nombre de la joven que jugó contigo, y sabes
quién es y de quién es hija?" Alí contestó: "¡Sí, por Alah! ¡es hija de un mercader y esposa de un mer -
cader! ¡Pero no me dijo su nombre!" Al oír estas palabras soltó una carcajada Hassán-la-Peste, y le dijo:
"¡Voy a describírtela! ¡La que tú crees una mujer casada, es una joven virgen, y de ello te respondo! ¡Se
llama Zeinab! ¡Y no es hija de ningún mercader, sino de Dalila- la-Taimada, directora de nuestras
palomas mensajeras! Con su dedo meñique hacían dar vueltas a todo Bagdad ella y su madre, ¡ya Alí! y
se trata de la misma que embaucó a tu maestro, robándole los trajes a él y a sus cuarenta aquí presentes!"
Y como Alí Azogue reflexionara profundamente, Hassán-la-Peste le preguntó: "¿Qué piensas hacer
ahora?" Alí contestó: "¡Casarme con ella! ¡Porque la amo locamente a pesar de todo!" Entonces le dijo
Hassán: "¡En ese caso te auxiliaré, pues sin mí ya puedes abandonar de antemano un proyecto tan teme -
rario, renunciando a él y acallando tu hígado con respecto a la lista jovenzuela!"
Azogue exclamó: "¡Ya Hassán, ayúdame con tus conse jos!" Hassán le dijo: "¡De todo corazón
amistoso! ¡Pero con la con dición de que en lo sucesivo no bebas más que en la palma de mi mano, ni
obres más que bajo mis banderas! ¡Y en tal caso, te prometo el logro de tu proyecto y la satisfacción de
tus deseos!" El joven contestó: "¡Ya Hassán, soy tu criado y tu discípulo!" Entonces le dijo la-Peste:
"¡Em pieza por desnudarte completamente!" Y Azogue se quitó el manto vie jo que llevaba, y quedóse
desnudo por completo.
Entonces Hassán-la-Peste cogió un puchero lleno de pez y una plu ma de gallina, y barnizó con
aquello todo el cuerpo de Azogue y la cara, de modo que le dio apariencia de un negro; luego, para
completar la semejanza, le tiñó de rojo vivo los labios y el borde de los párpados, le dejó secar un
momento, le tapó con un paño blanco la venerable herencia de su padre, y le dijo después: "¡Hete aquí
transformado en negro, ¡ya Alí! y también vas a convertirte en cocinero! ¡Porque has de saber que el
cocinero de Dalila, de Zeinab, de los cuarenta negros y de los cuarenta perros de la raza de aquellos que
sirvieron a los pastores de Soleimán, es un negro como tú!
Vas a procurar encontrarte con él, y le hablarás en lengua negra, y después de las zalemas, le di rás:
"¡Hace mucho tiempo, hermano negro, que no nos hemos reunido para beber nuestra bebida fermentada,
la excelente buza, y comer kabad de cordero! ¿Vamos a festejar el día de hoy?" Pero te contestará que se
lo impiden sus ocupaciones y los cuidados de su cocina. Entonces tratarás de emborracharle y de
interrogarle de la calidad y cantidad de los manjares que guisa para Dalila y su hija, del alimento de los
cuarenta negros y los cuarenta perros, del sitio en que están las llaves de la cocina y de la despensa, y de
todo. ¡Y todo te lo dirá! Porque el borracho no oculta nada de lo que deja de contar cuando no le domi na
la embriaguez. Una vez que hayas adquirido de él estos diversos datos, le narcotizas con bang; te vestirás
con sus propios trajes; te meterás en el cinturón sus cuchillos de cocina; cogerás el cesto de provisiones;
irás al zoco a comprar carne y verduras; volverás a la coci na; irás a la despensa para sacar lo que
necesites, como manteca, aceite, arroz y otras cosas por el estilo; guisarás los manjares conforme a las
indicaciones aprendidas; los presentarás bien, echarás bang en ellos, y te irás a servírselos a Dalila, a su
hija, a los cuarenta negros y a los cuarenta perros, durmiéndoles de aquel modo.
Entonces les quitarás todos sus efectos y sus ropas, y me los traerás. ¡Pero si ¡ya Alí! deseas obtener
por esposa a Zeinab, has de apoderarte, además de las cuarenta palomas mensajeras del califa, meterlas
en una jaula y traérmelas tam bién...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
Pero cuando llegó la 456ª noche
Ella dijo:
"...has de apoderarte, además, de las cuarenta palomas mensaje ras del califa, meterlas en una jaula y
traérmelas también!"
Al oír estas palabras, Alí Azogue se llevó la mano a la frente por toda respuesta, y sin decir nada
salió en busca del cocinero negro. Le encontró en el zoco, se arrimó a él, y después de las zalemas de
reco nocimiento, le invitó a beber buza. Pero el cocinero pretextó sus ocu paciones, e invitó a Alí a que le
acompañara al khan. Allí obró Azogue, exactamente conforme con las instrucciones de Hassán-la-Peste, y
una vez que hubo emborrachado a su huésped le interrogó acerca de los platos del día. El cocinero
contestó: "¡Oh hermano negro! a diario, pa ra la comida de mediodía, hay que preparar cinco platos
diferentes y de diferente color para Sett Dalila y Sett Zeinab; y el mismo número de platos para la comida
de la noche. Pero hoy me han pedido dos platos más. Y he aquí los platos que voy a guisar para
mediodía: lentejas, guisantes, una soja, un cochifrito de carnero y sorbete de rosa; en cuan to a los dos
platos suplementarios, son: arroz con miel y azafrán, y una bandeja de granos de granada con almendras
mondadas, azúcar y flo res".
Alí le preguntó: "¿Y cómo les sirves de ordinario la comida a tus amas?" El otro contestó: "A cada
una le pongo su mantel aparte". Alí preguntó: "¿Y a los cuarenta negros?" El cocinero dijo: "¡Les doy
habas cocidas con agua y condimentadas con manteca y cebollas, y para beber, un cántaro de buza!
¡Bastante es para ellos!" Alí preguntó: "¿Y a los perros?" El cocinero dijo: "¡A esos les doy tres onzas de
carne para cada uno y los huesos sobrantes de la comida de mis amas!"
Cuando Azogue estuvo en posesión de estas diversas indicaciones, echó con presteza bang en la
bebida del cocinero, que en cuanto la absorbió se cayó al suelo como un búfalo negro. Entonces Azogue
se apoderó de las llaves que colgaban de un clavo y distinguió la llave de la cocina por las telas de
cebollas y las plumas que tenía pegadas, y la llave de la despensa por el aceite y la manteca de que
estaba impregnada. Y fué cogiendo y comprando todas las provisiones que ne cesitaba, y guiado por el
gato del cocinero, a quien engañaba la seme janza de Alí con su amo, circuló por todo el khan como si
habitase en él desde su infancia, guisó los manjares, puso los manteles y sirvió de comer a Dalila, a
Zeinab, a los negros y a los perros, después de haber echado bang en la comida, sin que nadie extrañase
el condimento ni al cocinero.
Cuando Azogue vio que en el khan dormía todo el mundo por efecto del narcótico, comenzó por
desnudar a la vieja, y la encontró extremadamente fea y detestable en absoluto. Se apoderó de su traje de
parada y de su casco, y penetró en el aposento de Zeinab, a la que amaba y en honor de la cual estaba
realizando su primera hazaña.
La desnudó completamente, y la encontró maravillosa y de lo más desea ble, y cuidada y limpia y
oliendo bien; pero como era muy escrupu loso, no quiso abrirla sin su consentimiento, y se contentó con
tocarla y palparla por todas partes, como entendido, para juzgar mejor acer ca de su valor futuro, de su
consistencia, de su grado de ternura; de su aterciopelado y de su sensibilidad; y para efectuar esta última
expe riencia, la hizo cosquillas en la planta de los pies, y en vista del violento puntapié que ella le dio,
hubo de comprender que era sensible en extremo. Entonces, seguro ya de su temperamento, se llevó sus
vestidos, y fue a despojar a todos los negros; luego subió a la terraza, entró en el palomar y se apoderó
de todas las palomas, metiéndolas en una jaula, y tranquilamente, sin cerrar las puertas, regresó a casa de
Ahmad- la-Tiña, donde le esperaba Hassán-la-Peste, que maravillado de su des treza, le felicitó y le
prometió su concurso a fin de obtener para él a Zeinab en matrimonio.
En cuanto a Dalila la Taimada, fue la primera en salir del sueño en que la había sumido el bang.
Necesitó algún tiempo para recobrar completamente el sentido; pero cuando comprendió que la habían
nar cotizado, se cubrió con sus acostumbradas vestiduras de vieja y corrió primeramente al palomar,
encontrándolo vacío de sus palomas. Y bajó entonces al patio del khan, y vio a sus perros dormidos
todavía y echa dos como muertos en sus perreras. Buscó a los negros, y los halló su mergidos en el sueño,
como también al cocinero. A la sazón, en el límite del furor, fue corriendo al aposento de su hija Zeinab,
y la vio dur miendo, toda desnuda y colgándole del cuello un hilo y un papel. Abrió el papel, y leyó en él
las siguientes palabras: "¡Yo Alí Azo gue, de El Cairo, y nada más que yo, soy el bravo, el valiente, el
listo, el diestro autor de todo esto!" Al ver aquello, pensó Dalila: "¿Quién sabe si ese maldito no le ha
roto el candado?" Y se inclinó con viveza sobre su hija, examinándola, y vio que su candado seguia
intacto.
Esta seguridad la consoló un poco y la decidió a despertar a Zeinab, haciéndole aspirar contrabang.
Luego de contarle lo que aca baba de suceder, y añadió: "¡Oh hija mía! ¡después de todo debes estar
agradecida a ese Azogue, porque no te ha roto el candado, aunque hubiera podido hacerlo impunemente!
En vez de hacer sangre a tu pájaro, se ha contentado con llevarse las palomas del califa. ¿Qué va a
ser de nosotras ahora?"
Pero enseguida dio con un medio de recobrar las palomas y dijo a su hija: "Espérame aquí. ¡No voy a
ausentarme por mucho tiempo!" Y salió del khan y se dirigió a casa de Ahmad- la-Tiña y llamó a la
puerta.
Al punto exclamó Hassán-la-Peste, que estaba allí: "¡Es Dalila la Taimada! La conozco por su
manera de llamar. ¡Ve a abrirle en se guida, ¡ya Alí!". Y Alí, en compañía de Lomo-de-Camello, fue a
abrir la puerta a Dalila, que entró con cara sonriente y saludó a toda la con currencia.
Y he aquí que precisamente Hassán-la-Peste, Ahmad-la-Tiña y los demás, estaban en aquel momento
sentados en tierra alrededor del mantel, y comían pichones asados, rábanos y cohombros. Y cuando entró
Dalila, la-Peste y la-Tiña se levantaron en honor suyo, y le di jeron:"¡Oh, vieja llena de espiritualidad,
madre nuestra, siéntate a comer de estos pichones con nosotros! ¡Te hemos reservado tu parte de festín!"
Al oír estas palabras, Dalila sintió ennegrecerse el mundo ante ella, y exclamó: "¿No os da a todos
vosotros vergüenza robar y asar las palomas que el califa prefiere a sus propios hijos?"
Ellos contesta ron: "¿Y quién ha robado las palomas del califa, ¡oh madre nuestra!?" Ella dijo: "¡El
egipcio Alí Azogue!"
Este contestó: "¡Oh madre de Zei nab! cuando hice asar estas palomas, no sabía que eran mensajeras!
¡De todos modos, aquí tienes una que vuelve a ti!" Y le ofreció uno de los pichones asados. Entonces
Dalila cogió un trozo de alón, se lo llevó a los labios, lo saboreó un instante y exclamó: "¡Por Alah, mis
palomas viven todavía, porque no es su carne ésta! ¡Las alimenté con grano mezclado con almizcle, y las
distinguiría en el olor y en el sabor que conservan!"
Al oír estas palabras de Dalila, toda la asistencia se echó a reír, y dijo Hassán-la-Peste: "¡Oh madre
nuestra, tus palomas están seguras en mi casa! ¡Y consentiré gustoso en devolvértelas,
pero con una con dición!"
Ella dijo: "¡Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a to das las condiciones, y entre tus manos tienes
mi cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 457ª noche
Ella dijo:
"¡...Habla, ya Hassán! ¡De antemano accedo a todas las condi ciones, y entre tus manos tienes mi
cabeza!" Hassán dijo: "¡Pues bien; si quieres recobrar tus palomas, no tienes más que complacer en su
deseo a Alí Azogue, de El Cairo, que es el primero de los nuestros!" Ella preguntó: "¿Y cuál es su
deseo?" Alí dijo: "¡Que me des en ma trimonio a tu hija Zeinab!"
La vieja contestó: "¡Para mí y para ella es un honor! ¡Lo pondré por encima de mi cabeza y de mis
ojos! Pero no puedo forzar a mi hija a casarse mal de su grado. ¡Empieza, pues, por devolverme mis
palomas! ¡Porque no es con estratagemas como hay que conseguir a mi hija, sino con los procedimientos
de la galantería!"
Entonces Hassán dijo a Alí: "¡Devuélvele las palomas!" Azogue entregó la jaula a Dalila, que le dijo:
"Si verdaderamente de seas unirte como es debido a mi hija, ¡oh muchacho! no es a mí a quien tienes que
dirigirte ahora, sino a su tío, mi hermano Zoraik, el vendedor de pescado frito. ¡Porque el tutor legal de
Zeinab es él, y ni yo ni ella podemos hacer nada sin su consentimiento! ¡Pero te prometo que hablaré de ti
a mi hija, e intercederé por ti con mi hermano Zo raik!"
Y se fue, riendo, a contar a su hija Zeinab lo que acababa de ocurrir y cómo la pedía en matrimonio
Alí Azogue. Y Zeinab contestó: "¡Oh madre mía! ¡Por mi parte no me opongo a ese matrimonio, por que
Alí es guapo y amable, y además, estuvo muy circunspecto con migo al no romper durante mi sueño lo que
pudo romper!" Pero contestó Dalila: "¡Oh hija mía! ¡estoy segura de que antes de lograr que consienta tu
tío Zoraik, perderá Alí en la empresa sus brazos y sus piernas, si no pierde hasta la vida!" ¡Y he aquí lo
referente a ellas!
En cuanto a Alí Azogue, preguntó a Hassán-la-Peste: "¡Dime ya quién es ese Zoraik y dónde está su
tienda, para que al instante vaya a pedirle en matrimonio la hija de su hermana!" La-Peste contestó:
"¡Hijo mío, puedes despedirte de la bella Zeinab desde este instante, como no pienses obtenerla más que
de ese bribón que se llama Zoraik! ¡Porque has de saber ¡ya Alí! que el viejo Zoraik, actualmente vende -
dor de pescado frito, es un antiguo jefe de banda conocido en todo el Irak por sus hazañas que superan a
las mías, a las tuyas y a las de nuestro hermano Ahmad-la-Tiña! Se trata de un compadre tan astuto y tan
diestro que es capaz, sin moverse, de horadar las montañas, de coger del cielo las estrellas y de robar el
kohl que embellece los ojos de la luna. Ninguno de nosotros puede igualarle en supercherías, en malicias
y en jugarretas de toda clase. Cierto es que ahora se ha co rregido, y habiendo renunciado a su antiguo
oficio de ladrón y jefe de banda, ha abierto tienda y se ha hecho vendedor de pescado frito. Lo que, a
pesar de todo, no obsta para que le queden algunas de sus argucias pasadas.
Y para darte ¡ya Alí! una idea de la sagacidad de este foragido, no te contaré más que la última
estratagema que se le ocurrió, y pone en práctica, para atraer a su tienda clientes y dar salida a su
pescado. A la puerta de su tienda ha colgado de un cordón de seda una bolsa con mil dinares, que es toda
su fortuna, y ha hecho que el pregonero público vaya anunciando por todo el zoco: "¡Oh vosotros todos,
ladrones del Irak, bribones de Bagdad, salteadores del desierto, bandidos de Egipto, escuchad la noticia!
¡Y vosotros todos, genn y efrits dei aire y de debajo de la tierra, escuchad la noticia! ¡El que pueda
apoderarse de la bolsa colgada en la tienda de Zoraik vende dor de pescado frito, será su legítimo
poseedor!"
Fácilmente comprende rás que en vista de semejante anuncio se han apresurado a acudir a la tienda
clientes que, mientras intentan apoderarse de la bolsa, compran pescado; pero no han tenido éxito en su
tarea ni los más hábiles; porque el taimado Zoraik instaló todo un mecanismo que por medio de un
bramante se pone en contacto con la bolsa colgada. Así es que apenas la tocan, empieza a funcionar el
mecanismo, compuesto de una combi nación asombrosa de campanillas y cascabeles que arman tal
estrépito, que aunque se encuentre Zoraik en lo últimõ de la tienda o esté ocupado con algún cliente, oye
el ruido y le da tiempo para impedir el robo de su bolsa. No tiene entonces nada más que inclinarse a
coger un pedazo grueso de plomo de una provisión de ellos.que hay amontonados a sus pies, y tirárselo
con todas sus fuerzas al ladrón, rompiéndole un brazo o una pierna o destrozándole el cráneo a veces.
Así, pues, ¡ya Alí! te aconsejo la abstención para que no te parezcas a esas gentes que van detrás de un
entierro y se lamentan sin saber siquiera el nombre del muerto.
Tú no puedes luchar con un pillastre de esa talla. Y en tu lu gar, yo me olvidaría de Zeinab y del
casamiento con Zeinab; porque el olvido es el principio de la dicha. ¡y quién olvida una cosa puede
pasarse sin ella en lo sucesivo!"
Cuando oyó Alí Azogue estas palabras del prudente Hassán-la Peste, exclamó: "¡No, ¡por Alah! no
podré nunca decidirme a olvidar a esa jovenzuela de ojos oscuros, de sensibilidad extremada, de tempe -
ramento extraordinario! ¡Sería deshonroso para un hombre como yo! ¡Es preciso, pues, que vaya a
intentar apoderarme de esa bolsa y obligar de tal suerte al viejo bandido a que consienta en mi matrimo -
nio, dándome la joven a cambio de la bolsa cogida!" Y al instante bus có trajes como los que usan las
jóvenes y se vistió con ellos después de alargarse los ojos con Kohl y teñirse las uñas con henné. Tras de
lo cual se echó modestamente por la cara el velo de seda, y ensayó a andar balanceándose como las
mujeres, y lo consiguió a maravilla. ¡Pero no fué eso todo!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 458ª noche
Ella dijo:
¡...Pero no fue eso todo! ¡Hizo que le llevaran un carnero, le degolló, recogió la sangre, le sacó el
estómago, llenó este estómago con sangre y se lo colocó en su vientre por debajo de los vestidos, de
modo que parecía una mujer encinta. Tras de lo cual degolló dos pollos, les sacó el buche, llenó de leche
tibia las dos mollejas, y se aplicó una encima de cada seno para que aquella parte le abultase mucho y le
diese apariencia de una mujer que está próxima a dar a luz. ¡Aún queda más! para no dejar nada que
desear, se puso detrás varias ristras de pañuelos almidonados, los cuales, cuando se secaron, formáronle
una grupa montuosa y sólida a la vez. Transformado de aquel modo, salió Azogue a la calle y se dirigió
lentamente a la tienda de Zoraik el ven dedor de pescado frito, haciendo que a su paso exclamasen los
hom bres: "¡Ya Alah, qué trasero tan gordo!"
Por el camino, como Azogue se encontraba muy molesto con aque lla grupa hecha de pañuelos
almidonados que le mortificaban, llamó a un arriero que pasaba con su asno, e hizo que le encaramaran
encima del burro con mil precauciones para no romper la vejiga llena de san gre o las mollejas llenas de
leche, y de este modo llegó delante de la tienda de pescado frito, donde vio la bolsa colgada a la puerta,
efec tivamente, y a Zoraik ocupado en freír pescado, mirándolo con un ojo mientras que con el otro ojo
vigilaba las idas y venidas de los clientes y de los transeúntes. Entonces Azogue dijo al arriero: "¡Ya
hammar! ¡mi olfato se ha impresionado con el olor de pescado frito, y mi deseo de mujer encinta se fija
con intensidad en ese pescado! ¡Date prisa, pues, a buscarme uno de esos peces para que me lo coma
enseguida, porque si no, voy a abortar sin duda en medio de la calle!"
Entonces el arriero paró su burro delante de la tienda, y dijo a Zoraik: "¡Dame pronto un pescado
frito para esta dama encinta, cuyo hijo, a causa de este olor a fritura, ha empezado a agitarse de un modo
tremendo y amenaza con salir provocando un aborto!"
El viejo bribón contestó:
"Espera un poco. ¡Todavía no está frito el pescado! ¡Y si no puedes esperar, haz que yo vea la
anchura de tu espalda!"
El arriero dijo: "¡Dame uno de esos peces que tienes de muestra!" Zoraik contestó: "¡Esos no se
venden!" Luego, sin volver a preocuparse del arriero, que ayudaba a la pretendida mujer encinta a bajar
del borrico y a apoyarse con ansiedad en el mostrador de la tienda, Zoraik, con la son risa del oficio,
continuó su tarea de dar vuelta al pescado en la sartén, cantando su pregón de vendedor:
¡Comida de los delicados!
¡Oh carne de los pájaros del agua!
¡Oro y plata que se compra con una moneda de cobre!
¡Oh pescados que bullís en el aceite feliz por conteneros!
¡Oh comida de los delicados!
Y he aquí que mientras Zoraik cantaba su pregón de vendedor, la mujer encinta lanzó de pronto un
grito estridente al tiempo que por debajo de sus vestidos se escapaba una ola de sangre e inundaba la
tienda; y gemía ella dolorosamente: "¡Ay! ¡ay! ¡uy! ¡uy! ¡el fruto de mis entrañas! ¡Ay! ¡se me rompe la
espalda! ¡Ah! ¡Mis costados! ¡Ah! ¡Mi hijo!"
Al ver aquello, gritó el arriero a Zoraik: "Ya lo ves, ¡oh barba calamitosa! ¡Te lo había dicho! ¡Por no
darte la gana de satisfacer su deseo, la hiciste abortar! ¡Ante Alah y ante su marido eres responsable de
ello!" Entonces Zoraik, un poco asustado por aquel accidente y te miendo que le manchase la sangre que
vertía la mujer, retrocedió hasta lo último de la tienda, perdiendo de vista por un instante su bolsa col -
gada a la puerta. Entonces Azogue quiso aprovecharse de este corto momento para apoderarse de la
bolsa; pero apenas había puesto en ella la mano, cuando un estrépito extraordinario de campanillas,
cascabeles y cascajo repercutió por todos los rincones de la tienda y descubrió la tentativa a Zoraik, que
acudió, y al ver con la mano tendida a Azogue, comprendió de una ojeada la jugarreta que querían
hacerle, cogió un gran trozo de plomo y se lo tiró al vientre a Azogue, exclamando: "¡Ah! ¡toma, pájaro
de patíbulo!"
Y disparó el pastel de plomo con tanta vio lencia, que Alí rodó por medio de la calle enredándose con
sus pañue los, manchado de sangre y de la leche de las mollejas rotas, y creyó rendir al golpe el alma. Sin
embargo, pudo incorporarse y arrastrarse hasta la casa de Ahmad-la-Tiña, donde dio cuenta de su
tentativa in fructuosa, mientras los transeúntes se agrupaban delante de la tienda de Zoraik, y le decían:
"¿Eres mercader del zoco o batallador de pro fesión? ¡Si eres mercader ejerce tu oficio sin bravatas, quita
esa bolsa tentadora; y libra así a la gente de tu malicia y tu maldad!"
El aludido contestó en broma: "¡Por el Nombre de Alah! ¡Bismílah! ¡Sobre mi cabeza y sobre mis
ojos!"
Volviendo a Alí Azogue, una vez que entró en la casa y se repuso la violenta sacudida que había
sufrido, no quiso, a pesar de todo, renunciar a llevar a cabo su proyecto. Se lavó y se limpió, se disfrazó
palafrenero, cogió con una mano una fuente vacía y cinco monedas cobre con la otra mano, y se presentó
en la tienda de Zoraik para comprar pescado...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana v se calló discreta.
Y cuando llegó la 459ª noche
Ella dijo:
... se presentó en la tienda de Zoraik para comprar pescado. Dió las cinco monedas de cobre a
Zoraik, y le dijo: "¡Echame pescado en esta fuente!" Y Zoraik contestó: "¡Por encima de mi cabeza, ¡oh
mi amo!" Y quiso dar al palafrenero del pescado que estaba expuesto en la bandeja de muestra; pero el
palafrenero lo rechazó diciendo: "¡Lo quiero caliente!" Y contestó Zoraik: "Todavía está por freír.
¡Espera un poco, que atizaré el fuego!" Y entró en la trastienda.
Al punto se aprovechó de aquel momento Azogue para echar mano a la bolsa; pero de pronto
retembló toda la tienda con el estrépito en sordecedor de las campanillas, cascabeles, sonajas y cascajo; y
Zoraik saltando de un extremo a otro de su tienda, agarró una pella de plomo y la tiró con toda su fuerza a
la cabeza del falso palafrenero, gritando: "¡Ah viejo marica! ¿acaso crees que no había adivinado tus
intencio nes sólo con ver tu modo de llevar la fuente y las monedas?" Pero Azogue, a quien ya había
puesto en guardia la primera experiencia, esqui vó el golpe, bajando la cabeza con rapidez, y abandonó la
tienda; ¡en tanto que la pella de plomo iba a estrellarse contra una bandeja que contenía porcelanas llenas
de leche cuajada y que llevaba a la cabeza el esclavo del kadí! Y la leche cuajada saltó a la cara y a la
barba del kadí y le inundó su traje y su turbante. Y los transeúntes, reunidos fren te a la tienda, gritaron a
Zoraik: "Esta vez ¡oh Zoraik! el kadí te hará pagar los intereses del capital encerrado en tu bolsa, ¡oh jefe
de los batalladores!"
Volviendo a Azogue, una vez que hubo llegado a casa de Ahmad la-Tiña, a quien dio cuenta, a la vez
que a la-Peste, de su segunda ten tativa fracasada, no quiso desalentarse, porque le sostenía el amor de
Zeinab. Se disfrazó de encantador de serpientes y prestidigitador, y se puso delante de la tienda de
Zoraik. Se sentó en el suelo, sacó de su saco tres serpientes gordas, de cuello hinchado y lengua
puntiaguda como un dardo, y se puso a tocar la flauta, interrumpiéndose de cuan do en cuando para hacer
una multitud de juegos de manos; pero de pronto, con un movimiento brusco, lanzó la serpiente más gorda
en medio de la tienda, a los pies de Zoraik, que huyó aullando espantado al último rincón de su
establecimiento, porque nada le asustaba tanto como las serpientes. Y Azogue saltó inmediatamente sobre
la bolsa, y quiso llevársela.
Pero no contaba con Zoraik que a pesar de su terror le vigilaba con un ojo, y logró primero asestar a
la serpiente con una pella de plomo un golpe tan certero que le aplastó la cabeza, y con la otra mano
arrojó luego con todas sus fuerzas una nueva pella a la cabeza de Azogue, el cual la esquivó inclinándose
y huyó, mientras la pella formidable iba a dar a una vieja y la aplastaba sin remedio. Entonces gritaron
todas las personas agrupadas en torno: "¡Ya Zo raik ! eso no es lícito, ¡por Alah ! ¡Es absolutamente
necesario que des cuelgues de ahí tu bolsa calamitosa o te la quitaremos a la fuerza! ¡Bastantes desgracias
suscitaste ya con tu maldad!"
Y contestó Zoraik: "¡Sobre mi cabeza!"
Y aunque de muy mala gana, se decidió a des colgar la bolsa y a ocultarla en su casa, diciéndose: "¡Si
no lo hago así, ese bergante de Alí Azogue, con lo terco que es, llegaría a introducirse por la noche en mi
tienda y me arrebataría la bolsa!"
Y he aquí que Zoraik estaba casado con una negra que en otro tiempo fué esclava de Giafar Al-
Barmaki, y a quien la generosidad de su amo había libertado después. Y Zoraik había tenido de su esposa
la negra un hijo varón cuya circuncisión iba a celebrarse pronto. Así es que cuando Zoraik entregó la
bolsa a su mujer, le dijo ésta: "¡He ahí una generosidad que no sueles tener, oh padre de Abdalah! ¡La
circuncisión de Abdalah va a celebrarse, pues, suntuosamente!" Zoraik contestó: "¿Pero acaso crees que
te traigo la bolsa para que la dejes vacía gastando en la circuncisión? ¡No, por Alah! ¡Vé ya a ocultarla
abajo dentro de un agujero abierto en el suelo de la cocina! ¡Y vuelve pronto para que durmamos!" Y la
negra bajó a abrir un agu jeto en la cocina, enterró allí la bolsa y volvió a acostarse a los pies de Zoraik.
Y con el calor que despedía la negra, Zoraik se sintió in vadido por el sopor, y tuvo un sueño en el cual le
parecía ver que un pájaro muy grande abría con el pico un agujero en su cocina, desente rraba la bolsa y
se la llevaba en las garras volando por los aires. Y se despertó sobresaltado y gritando: "¡Oh madre de
Abdalah, acaban de robar la bolsa! ¡Vé a ver a la cocina, rápido!" Y despierta de su sueñ, la negra se
apresuró a bajar a la cocina con luz, y efectivamente, vio, no un pájaro, sino un hombre que con la bolsa
en la mano huía por la puerta abierta y corría a la calle. Era Azogue, que había seguido a Zoraik,
espiando sus movimientos y los de su esposa, y oculto detrás de la puerta de la cocina acabó por
conseguir apoderarse al fin de aquella bolsa tan codiciada.
Cuando supo Zoraik la pérdida de su bolsa, exclamó: "¡Por Alah, que la recuperaré esta misma
noche!"
Y le dijo su esposa la negra: Como no la traigas, no te abro la puerta de nuestra casa y te dejo dormir
en la calle!"
Entonces Zoraik. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 460ª noche
Ella dijo:
...Entonces Zoraik salió de su casa a toda prisa, y por atajos llegó antes que Azogue a casa de
Ahmad-la-Tiña, donde sabía que se alojaba el joven; abrió el picaporte de la puerta valiéndose de
diversas llaves con que iba siempre pertrechado, la cerró con cuidado tras él y esperó tranquilamente a
Azogue que no tardó en llegar a su vez y llamar como tenía por costumbre. Entonces preguntó Zoraik,
simulando la voz de Hassán-la-Peste: "¿Quién es?" El joven contestó: "¡Alí el egipcio!" El viejo le
preguntó: "¿Y traes la bolsa de ese bribón de Zoraik?" Alí contestó: "¡La traigo!" El otro dijo:
"¡Pásamela entonces por el ven tanillo antes de que te abra la puerta, porque he hecho con la Tiña una
apuesta de la que ya te hablaré!" Y Azogue pasó la bolsa por el ven tanillo de la puerta de Zoraik, quien al
punto escaló la terraza y desde allí saltó a la terraza de una casa contigua, por cuya escalera bajó, y
abriendo la puerta, se escapó a la calle y se encaminó a su casa.
En cuanto a Alí Azogue, estuvo esperando en la calle mucho rato; pero cuando vio que no se decidía
nadie a abrirle, llamó a la puerta con un golpe terrible, que despertó a toda la casa, y exclamó Hassán-la -
Peste: "¡Alí está a la puerta! ¡Vé a abrirle enseguida, ¡oh Lomo-de Camello!" Luego, cuando hubo entrado
Azogue, le preguntó irónico: "¿Y la bolsa del bribón?" Azogue exclamó: "¡Basta de chanzas, maes tro! ¡Ya
sabes que te la he dado por el ventanillo de la puerta!" Al oír estas palabras, Hassán-la-Peste se cayó de
trasero por la fuerza explo siva de su risa, y exclamó: "¡Todo está por hacer de nuevo, ¡ya Alí! ¡Zoraik ha
recuperado lo suyo!"
Entonces Azogue reflexionó un ins tante, y exclamó: "¡Por Alah, oh maestro! que como de esta hecha
no te traiga la tal bolsa, no quiero considerarme digno de mi nombre!" Y sin tardanza corrió por el
camino más corto a casa de Zoraik, lle gando antes que éste; penetró en ella por la terraza contigua, y
empezó por entrar al aposento donde dormía la negra con su hijo, el pequeñuelo a quien debían
circuncidar al día siguiente. Y se abalanzó primera mente a la negra, la inmovilizó en su colchón atándole
brazos y piernas y la amordazó; luego cogió al pequeñuelo, a quien también amordazó, le puso en un
cesto lleno de pasteles, calientes todavía, que estaban preparados para la fiesta del día siguiente, y fue a
asomarse a la ven tana, esperando la llegada de Zoraik, que no tardó en llamar a la puerta.
Entonces Azogue, simulando la voz y el modo de hablar de la negra, preguntó: "Eres tú, ¡ya sidi!?" El
viejo contestó: "¡Sí, soy yo!" Azogue dijo: "¿Traes la bolsa?" Zoraik dijo: "¡Mírala!" "¡No la veo en la
oscuridad! ¡Y no te abriré la puerta mientras no haya contado el dinero! ¡Voy a bajar por la ventana un
cesto y la pondrás en él! ¡Y te abriré la puerta luego!" Después Azogue bajó por la ventana un cesto,
donde Zoraik puso la bolsa; y entonces se apresuró a subirlo el joven. Cogió la bolsa, el pequeñuelo y el
cesto de pasteles y huyó por el ca mino por donde había ido, para llegar a casa de Ahmad-la-Tiña y poner
por fin entre las manos de Hassán-la-Peste el triple botín triunfal. Al ver aquello, la-Peste le felicitó
mucho y quedó muy complacido de él; y todos se pusieron luego a comer los pasteles de la fiesta,
gastando mil bromas a costa de Zoraik.
En cuanto a Zoraik, esperó en la calle mucho rato a que le abrie se su esposa la negra; pero la negra
no acudía, e impaciente, acabó por llamar a la puerta con golpes tan redoblados, que despertaron todos
los vecinos y perros del barrio. Y no le abría nadie. Entonces derribó la puerta, y subió al aposento de su
esposa, y vio lo que vio.
Cuando tras de libertar a su esposa se enteró por ella de lo que acababa de ocurrir, se golpeó con
fuerza el rostro, se mesó la barba, y de aquella manera corrió a llamar a la puerta de Ahmad-la-Tiña. Ya
había amanecido, y estaba levantado todo el mundo. Así es que Lomo -de-Camello fue a abrir e introdujo
a Zoraik en un estado deplorable en la sala de reunión, donde se le acogió con una carcajada general.
Entonces se encaró él con Azogue, y le dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí! te has ganado la bolsa! ¡Pero
devuélveme a mi hijo!" Y contestó Hassán -la-Peste: "Has de saber ¡oh Zoraik! que mi discípulo Alí
Azogue está dispuesto a devolverte tu hijo y hasta tu bolsa, si quieres consentir en darle en matrimonio a
la hija de tu hermana Dalila, a la joven Zeinab de quien está enamorado". El viejo contestó: "¿Y desde
cuándo se imponen condiciones al padre para pedirle en matrimonio su hija?
¡Devuélvanseme antes el niño y la bolsa, y después ya hablaremos del asunto!" Entonces Hassán hizo
una seña a Alí, quien al punto entregó a Zoraik el niño y la bolsa, y le dijo: "¿Cuándo va a ser el
casamien to?"
Y Zoraik sonrió, y contestó: "¡Despacio! ¡Despacio! ¿Acaso crees, ¡ya Alí! que puedo disponer de
Zeinab como de un carnero o de un pescado frito? ¡No puedo concedértela mientras no le aportes la dote
que reclama!"
Azogue contestó: "¡Dispuesto estoy a aportarle la dote que reclama. “¿Qué es?"
Zoraik dijo: "¡Has de saber que hizo juramente no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la
hubiese llevado antes como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del
judío Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 461ª noche
Ella dijo:
¡...Has de saber que hizo juramento de no dejarse cabalgar de frente por ninguno sin que la hubiese
llevado antes, como presentes nupciales, el traje recamado de oro de la joven Kamaria, hija del judío
Azaria, así como su corona de oro, su cinturón de oro y su babucha de oro!" Entonces exclamó Azogue:
"¡Si no es más que eso, deseo perder todo derecho a casarme con Zeinab como no la lleve esta misma
noche los presentes reclamados!"
Al oír estas palabras, le dijo Hassán-la-Peste: "¡Desgraciado de ti, ¡ya Alí! lo que acabas de jurar!
¡Eres hombre muerto! ¿Acaso no sabes que el judío Azaria es un mago pérfido, taimado y lleno de
malicia? ¡A sus órdenes tiene a todos los genn y los efrits! ¡Vive fuera de la ciudad en un palacio
construido con ladrillos de oro y plata alternados! Pero ese palacio, visible sólo cuando le habita el
mago, desaparece a diario cuando su propietario viene a la ciudad para ventilar sus asuntos de usurero.
Todas las noches, una vez que ha regresado a él, el judío se asoma a su ventana y enseña en una bandeja
de oro el traje de su hija, gritando: "¡Oh vosotros todos, maestros en el arte de robar y bergantes del Irak,
de Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros del traje de mi hija Kamaria! ¡Y daré a Ka maria en
matrimonio al que logre llevarse su traje!" Pero, ¡ya Alí! ni los ladrones más listos ni los bergantes más
astutos de entre nosotros pudieron hasta ahora intentar la aventura sin sufrir sus consecuencias; porque el
insigne mago ha convertido, a los que pretendieron empren der la hazaña, en mulas, en osos, en burros o
en monos. ¡Te aconsejo, pues, que renuncies a la cosa y te quedes con nosotros!"
Pero Alí exclamó: "¡Qué vergüenza para mí si por esa dificultad renunciara yo al amor de la sensible
Zeinab! ¡Por Alah, que me traeré el traje de oro y vestiré a Zeinab con él la noche de la boda, y pondré en
su cabeza la corona de oro, y el cinturón de oro en torno de su talle exquisito, y la babucha de oro en su
pie!" Y salió inmediatamente en busca de la tienda del judío mago y usurero Azaria.
Llegado que fué al zoco de los cambistas, Alí preguntó por la tienda, y le enseñaron al judío, que
precisamente estaba ocupado en pesar oro en sus balanzas para meterlo luego en sacos y cargar los sacos
a lomos de una mula atada a la puerta. ¡Era muy feo y de as pecto avinagrado! Y a Alí le impresionó un
poco su fisonomía. Sin embargo, esperó a que el judío acabase de alinear los sacos, de cerrar su tienda y
de cinchar su mula, siguiéndole sin ser notado. Y de tal suerte llegó tras él fuera de las murallas de la
ciudad.
Comenzaba a preguntarse Alí hasta dónde iba a seguir andando aún, cuando de pronto vio al judío
extraer del bolsillo de su manto un saco, meter en él la mano, sacarla llena de arena y arrojar la arena al
aire soplando por encima de ella. Y al punto vio elevarse ante él un magnífico palacio de ladrillos de oro
y plata alternados, con un inmenso pórtico de alabastro y escalones de mármol, por los que su bió el judío
con su mula para desaparecer en el interior. Pero algunos instantes más tarde, apareció en la ventana con
una bandeja de oro en la que había un traje espléndido recamado de oro, una corona, un cinturón y la
babucha de oro, y exclamó: "¡Oh vosotros todos, maes tros en el arte de robar y bergantes del Irak, de
Persia y de Arabia! ¡venid, si podéis, a apoderaros de todo esto, y os pertenecerá mi hija Kamaria!"
Al ver y oír aquellas cosas, Azogue, que era muy juicioso, se dijo: "¡Por lo pronto, lo más prudente
es ir a buscar a ese maldito judío y pedirle el traje con buenas palabras, explicándole lo que me ocurre
con Zoraik!" Y levantó un dedo en el aire, gritando al mago: "¡Yo, Alí Azogue, el primero de los
subalternos de Ahmad el mokaddem del califa, deseo hablarte!"
Y le dijo el judío: "¡Puedes subir!" Y cuando estuvo Alí en su presencia, le preguntó: "¿Qué quieres?"
Y Alí le contó su historia, y le dijo: "¡Ahora, por último, necesito ese traje de oro y los demás objetos
para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila!"
Al oír estas palabras, el judío se echó a reír, enseñando unos dien tes espantosos, cogió una mesa con
arena adivinatoria, y después de haber sacado el horóscopo de Alí, le dijo: "¡Escucha! ¡si aprecias tu
vida y no quieres perderte sin remedio, sigue mi consejo! ¡Renuncia a tu proyecto! ¡Porque los que te
impulsaron a emprender esa aventura no lo hicieron más que para perderte, como se han perdido todos
los que intentaron ya la cosa! ¡Y cuenta que si no acabase yo de sacar tu horóscopo y saber por la arena
que tu fortuna sobrepujará a mi for tuna, no hubiera vacilado, ciertamente, en cortarte el cuello!" Pero Alí,
a quien inflamaron y estimularon estas últimas palabras, sacó de repente su alfanje, y amenazando con él
al pecho del mago judío, exclamó: "¡Si no consientes en darme esos efectos ya, y en abjurar, además, de
tus herejías y hacerte musulmán pronunciando el acto de fe, tu alma va a salir de tu cuerpo!" Entonces el
judío extendió la mano como para pronunciar el acto de fe, y dijo: "¡Que se te seque la mano derecha!" E
inmediatamente la mano derecha de Alí, con la cual sostenía el alfanje, se secó en la posición en que
estaba, y el alfanje cayó al suelo. Pero lo recogió Alí con la mano izquierda y amenazó de nuevo el pecho
del judío; mas éste pronunció: "¡Oh mano izquierda, sécate!" Y se secó la amenazadora mano izquierda
de Alí, y el alfanje cayó al suelo. Entonces Alí, en el límite del furor, levantó la pierna derecha y quiso
dar una patada en el vientre al judío; pero extendiendo éste su mano, pronunció: "¡Oh pierna derecha,
sécate!" Y la pierna derecha de Alí se secó en el aire en la misma posición en que estaba, y Alí se
encontró sostenido sólo con el pie izquierdo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 462ª noche
Ella dijo:
...Y Alí se encontró sostenido sólo con el pie izquierdo. Y por más que quiso servirse de sus
miembros inútiles, no consiguió más que perder el equilibrio, tan pronto cayéndose como levantándose,
has ta que se quedó rendido, y le dijo el mago: "¿Has renunciado a tu proyecto?" Pero Alí replicó:
"¡Necesito absolutamente los efectos de tu hija!" Entonces le dijo el judío: "¡Ah! ¿quieres los efectos?
¡Pues bien; voy a hacer que te los traigan!"
Y cogió una taza llena de agua, con la que le roció, y gritó: "¡Conviértete en burro!" Y al instante Alí
Azogue se transformó en burro, con figura de burro, cascos herrados y orejas monumentales. Y se puso
desde luego a rebuznar como un burro, levantando el hocico y la cola y sorbiendo el aire. Y el judío
pronunció las palabras dominadoras para adueñarse de él completamente, y le obligó a bajar la escalera
sobre sus patas traseras; y una vez que estuvieron en el patio del palacio, trazó un círculo mágico en la
arena alrededor del burro; y al punto alzóse en torno a él una mu ralla que le encerraba en un recinto muy
estrecho, del que no podía escaparse.
Por la mañana fué allá el judío, lo ensilló, lo embridó, lo montó, y le dijo al oído: "¡Vas a reemplazar
a la mula!" Y le hizo salir del palacio encantado, el cual desapareció en seguida, y le guió por el camino
de la tienda, adonde no tardó en llegar. Abrió su tienda, ató al borrico Alí en el sitio en que estaba atada
la mula el día anterior y se puso a maniobrar con sus balanzas, sus pesos, su oro y su plata. Y el borrico
Alí, que dentro de su piel conservaba todas sus facultades, excepto la de la palabra, se vio obligado, para
no morirse de hambre, a morder con sus dientes su ración de habas secas; pero para conso larse
desahogaba su mal humor soltando varias series de cuescos sono ros en la cara de los clientes.
Entretanto, llegó en busca del judío usurero Azaria un joven mercader arruinado por reveses de
fortuna, y le dijo: "Estoy arrui nado, y sin embargo, necesito ganarme la vida y mantener a mi esposa. ¡He
aquí que te traigo sus brazaletes de oro, única y última propiedad que nos resta, para que me des a
cambio su valor en dinero y pueda yo comprarme una mula o un asno y ejercer el oficio de vendedor de
agua de riego". El judío contestó: "¿Piensas maltratar al asno que vas a comprar y darle mala vida si se
niega a andar o a llevar cargas pesadas de agua?" El futuro arriero contestó: "¡Por Alah! ¡si se niega a
trabajar, le obligaré a cumplir su tarea!" ¡Eso fué todo! Y el borrico Alí oyó semejantes palabras, y a
manera de protesta, lanzó un cuesco espantoso.
En cuanto al judío Azaria, contestó a su cliente: "En ese caso, te cederé a cambio de esos brazaletes
mi propio burro, que está ahí atado a la puerta. No tengas con él contemplaciones para que no se
acostumbre a holgazanear; y cárgale bien el lomo, porque es robusto y joven".
Luego, terminada la compra, el vendedor de agua se llevó al borrico Alí, en tanto que pensaba éste
para su ánima: "¡Ya Alí! ¡tu amo está dispuesto a cargarte al lomo unas aguaderas de ma dera dura y
pesados odres grandes, y te obligará a hacer cada día diez carreras largas o más! ¡Indudablemente, estás
perdido sin remedio!"
Cuando el vendedor de agua condujo el asno a su casa, dijo a su esposa que bajara a la cuadra a dar
el pienso al animal. Y la esposa, que era joven y muy agradable a la vista, cogió la ración de habas y
bajó en busca del borrico Alí para colgarle del pescuezo el saco de pienso. Pero el borrico Alí, que
desde hacía un momento la miraba de reojo, se puso de pronto a resollar con fuerza y le dio un cabezazo
que la tiró con las ropas desordenadas encima de la pila de beber las caballerías, la cubrió,
acariciándole la cara con sus gruesos labios temblo rosos, y puso de manifiesto su mercancía de burro,
considerable he rencia de burros antepasados.
Al ver aquello, la esposa del vendedor de agua empezó a lanzar gritos tan agudos que al punto
acudieron a la cuadra todas las veci nas, y al ver el espectáculo, se apresuraron a hacer bajar el asno de
la mujer derribada. Y he aquí que también llegó el marido que hubo de preguntarle: "¿Qué te pasa?" Ella
le escupió en la cara y le dijo: "¡Ah hijo de adulterinos! ¿no supiste comprar en todo Bagdad más que
este asno acosador de mujeres? ¡Por Alah! ¡escoge entre el divorcio o la devolución de este borrico!". El
marido preguntó: "¿Pero qué ha hecho este borrico?" Ella dijo: "¡Me ha derribado y me ha cubierto! ¡Y si
no es por las vecinas, me habría penetrado espantosamente!" Entonces el vendedor de agua la emprendió
a estacazos con el asno, y acabó por llevársele de nuevo al judío, a quien dio cuenta de sus atentados in -
convenientes y le obligó a quedarse con él otra vez y a restituirle los brazaletes.
Cuando se hubo marchado el vendedor de agua, el mago Azaria se encaró con el borrico Alí y le dijo:
"¿Conque te dedicas a hacer bribo nadas con las mujeres, !oh malvado!? ¡Espera! ¡ya que estás contento
con tu condición de asno y no refrenas tus caprichos desvergonzados, te voy a convertir en algo que sea
la irrisión de pequeños y grandes!" Y cerró su tienda, cinchó al burro y salió de la ciudad.
Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 463ª noche
Ella dijo:
...Como la víspera, hizo surgir de la tierra y del fondo del aire el palacio encantado, y penetró con el
burro en el recinto protector alzado en un extremo del patio. Comenzó por murmurar ante el borrico Alí
palabras cabalísticas, y le roció con algunas gotas de agua, que le tor naron a su primera forma humana;
luego, manteniéndose a cierta distancia de él, le dijo: "¿Quieres ¡ya Alí! seguir ahora mis consejos, y
antes de que te metamorfosee bajo cualquier otra forma peor que la primera, renunciar a tu proyecto
temerario y marcharte por tu cami no?" El joven contestó: "¡No, ¡por Alah! ya que está escrito que mi
fortuna sobrepujará a tu fortuna, necesito matarte o apoderarme del traje de Kamaria y convertirte a la fe
del Islam!"
Y quiso precipitarse sobre el mago Azaria, que, al ver aquello, extendió la mano y le arro jó al rostro
algunas gotas del agua que contenía la taza grabada con palabras talismánicas, gritándole: "¡Conviértete
en oso!" Y al punto Alí Azogue quedó transformado en oso, con una gruesa cadena unida a una anilla de
hierro que le atravesaba el hocico, y con bozal, como los osos amaestrados para que bailen. Luego se
inclinó el judío al oído del joven, y le dijo: "¡Ah malvado, eres semejante a la nuez, de la que no puede
uno servirse mientras no le rompe la cáscara!" Y le ató a una estaca hincada en el recinto fortificado, y no
fue a buscarle hasta el día siguiente. Montó entonces en su mula de los días anterio res y arrastró detrás de
él al oso Alí a la tienda después de haber hecho desaparecer el castillo encantado, y le ató junto a la
mula, para ocuparse luego de su oro y de sus clientes. ¡Y el oso Alí oía y com prendía, pero no podía
hablar!
Entretanto, acertó a pasar por delante de la tienda un hombre que vio al oso encadenado, y entró al
instante para preguntar al judío: "¡0h maese Azaria! ¿quieres venderme ese oso? A mi esposa, que está
enferma, la han recetado carne de oso y grasa de oso para ungüen tos: pero no encuentro nada de eso por
ninguna parte". El mago le dijo: "¿Vas a inmolarle en seguida o le cebarás primero para que te dé más
ungüento?" El otro contestó: "Está bastante gordo así para lo que necesita mi esposa. ¡Y hoy mismo voy a
hacer que le degüellen!" El mago repuso en el límite de la alegría: "¡Puesto que es para bien de tu esposa,
te lo cedo de balde!" Entonces el hombre se llevó al oso a su casa y llamó a un carnicero que llegó con
dos hachas grandes, poniéndose a afilarlas una contra otra después de remangarse. Al ver aquello, el
aprecio en que tenía su alma duplicó las fuerzas del oso Alí, que, en el momento en que le derribaban
para degollarle, saltó súbito de entre las manos de sus verdugos, y voló más que corrió hasta el palacio
del mago.
Cuando Azaria vió volver al oso Alí, se dijo: "¡Voy a hacer aún con él la última tentativa!" Le roció,
como de costumbre, y le devolvió su forma humana después de haber llamado aquella vez a su hija
Kamaria para que presenciase la metamorfosis. Y la joven vio a Alí en su forma humana y le encontró tan
hermoso, que concibió en su corazón un amor violento hacia él. Así es que encarándosele, le pre guntó:
"¿Es verdad, ¡oh hermoso joven! que no es a mí a quien deseas, sino sólo mi traje y mis efectos?" El
contestó: "¡Es verdad! ¡Porque se los destino a Zeinab, la sensible hija de Dalila, la lista!" Estas pala bras
sumieron a la joven en un dolor y una consternación grandes,'ha ciendo exclamar a su padre: "¡Tú misma
oíste al malvado! ¡No se arrepiente!" Y roció al instante a Alí con el agua de la taza talismá nica,
gritándole: "¡Vuélvete perro!" Y Alí se encontró en seguida con vertido en perro callejero; y el mago le
escupió en la cara y le dió un puntapié, echándole del palacio.
El perro Alí empezó a vagabundear extramuros de la ciudad; pero como no encontraba nada que
comer, se decidió a entrar en Bagdad. Y he aquí que inmediatamente le acogieron los ladridos de todos
los perros de los diversos barrios por donde pasaba, que al ver a aquel extranjero a quien no conocían y
que así violaba las fronteras de que eran ellos guardianes, hubieron de perseguirle a dentelladas hasta los
límites respectivos. Y de tal suerte iba el intruso de sitio en sitio, acosado y mordido cruelmente por
doquiera; pero por fin pudo refugiarse en una tienda abierta que por casualidad estaba enclavada en
territorio neu tral. Por cierto que el propietario, que era un prendero vendedor de obje tos de segunda
mano, al ver a aquel desgraciado perro con la cola entre piernas, perseguido furiosamente por el ejército
de los demás perros, cogió su bastón y le defendió contra los agresores, que acabaron por dispersarse
ladrando desde lejos. Entonces, para demostrar su agradeci miento al prendero, el perro Alí se echó a sus
pies con lágrimas en los ojos y le acarició, lamiéndole y moviendo la cola con emoción. Y per maneció a
su lado hasta la noche, diciéndose: "¡Más vale ser perro que mono, por ejemplo, o algo peor todavía!" Y
por la noche, cuando el prendero cerró su tienda, se pegó a él y le siguió a su casa.
Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro, y exclamó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la ma ñana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 464ª noche
Ella dijo:
...Y he aquí que apenas hubo entrado en su casa el prendero, su hija se tapó el rostro y exclamó: "¡Oh
padre mío! ¿cómo te atreves a hacer entrar en el aposento de tu hija a un extraño?" El prendero dijo:
"¿Quién es ese extraño? ¡No hay aquí nadie más que un perro!" Ella contestó: "¡Ese perro no es otro que
Alí Azogue, de El Cairo, que fué hechizado por el judío Azaria el mago a causa del traje de su hija
Kamaria!" Al oír estas palabras, el prendero se encaró con el perro, y le preguntó: "¿Es verdad eso?" Y
el perro hizo con la cabeza una seña que significaba: "¡Sí!" Y continuó la joven: "¡Dispuesta estoy, si
quiere casarse conmigo, a devolverle su primitiva forma humana!" Y exclamó el prendero: "¡Por Alah!
¡oh hija mía! ¡devuélvele su forma, y sin duda se casará contigo!'' Luego se volvió hacia el perro, y le
preguntó:
"¡Ya lo has oído! ¿Consientes en ello?" El perro meneó la cola e hizo con la cabeza una seña que
significaba: "¡Sí!" Entonces la joven cogió una taza talismánica llena de agua, y comenzaba a pronunciar
sobre ella las palabras conjuratorias, cuando de improviso se dejó oír un grito estridente y la esclava de
la joven entró entonces en el aposento diciendo a su ama: "¿Qué fué ¡oh mi señora! de la promesa y del
pacto que entre las dos hicimos? ¡Cuando te enseñé la hechicería, me juraste no verificar nunca una
operación mágica sin consultarme! precisamente también yo quiero casarme con el joven Alí Azogue, que
ahora está convertido en perro: y no consentiré que se le transforne en hombre más que con la condición
de que nos pertenezca a ambas en común y pase una noche conmigo y una noche contigo!" Y en cuanto la
joven accedió a este arreglo, su padre le preguntó, muy asombrado de todo aquello: "¿Y desde cuándo
estás iniciada en la hechicería?" Ella contestó: "¡Desde que llegó esta esclava nueva, que la había apren -
dido estando al servicio del judío Azaria, pues a hurtadillas hojeaba los libros mágicos y los volúmenes
antiguos de ese insigne mago!"
Tras de lo cual cada una de las dos jóvenes cogió una taza talismánica, y después de haber
murmurado en lengua hebrea algunas paia bras, rociaron con el agua al perro Alí, diciéndole: "¡Por las
virtudes, y los méritos de Soleimán, torna a convertirte en un ser humano vivo ! Y al instante saltó sobre
sus dos pies Alí Azogue, más joven y más her moso que nunca. Pero en aquel mismo momento se dejó oír
un grito es tridente, abrióse de par en par la puerta, y una maravillosa joven hizo su entrada en la estancia,
llevando en sus brazos dos bandejas de oro su perpuestas; en la bandeja áurea de abajo estaban el traje de
oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro, y en la bandeja de arriba, que era más
pequeña, estaba la cabeza cortada del judío Azaria, sanguinolenta y con los ojos extraviados.
"Porque aquella tercera joven tan bella no era otra que Kamaria, la hija del mago, que poniendo las
dos bandejas a los pies de Alí Azogue le dijo: "¡Aquí te traigo, ¡oh Alí! los efectos que codiciabas y la
cabeza de mi padre el judío, porque te amo! ¡Sabrás también que me he vuelto musulmana ahora!" Y
pronunció: “! No hay más dios que Alah! !Y Mohammed es el enviado de Alah'.
Al oír estas palabras, contestó Alí Azogue: "¡Consiento en casarme contigo a la vez que con estas dos
jóvenes que están aquí, ya que siendo mujer y contra los usos corrientes, me traes un presente nupcial tan
hermoso! ¡Pero es con la condición de regalar estos objetos a Zeinab, hija de Dalila, a quien deseo tener
como cuarta esposa, pues que la ley permite cuatro esposas legítimas!'" Kamaria accedió a ello, y
también las otras dos jóvenes. Y preguntó, el prendero: "¿Nos prometerás, por lo menos, no tomar
concubinas además de tus cuatro esposas legítimas?" Alí contestó: "¡Lo prometo!" Y cogió la bandeja de
oro que contenía los efectos de Kamaria, y salió para llevárselos a Zeinab, la hija de Dalila.
Mientras se dirigía a casa de Dalila, vió a un vendedor ambulante que llevaba a la cabeza una
bandeja grande con confituras secas, halawa y almendras agarrapiñadas, y se dijo: "¡Estará bien que
lleve con migo dulces de estos para dárselos a Zeinab!" Y he aquí que el ven dedor, que parecía acecharle,
le dijo: "¡Oh mi amo, no hay en Bagdad quien saque como yo la confitura de zanahorias con nueces!
¿Cuánto necesitas? ¡Pero antes de comprarme nada, prueba este pedacito y dime cómo lo encuentras!" Y
Azogue cogió el pedazo y se lo tragó. Pero en el mismo momento cayó al suelo como inanimado. El
pedazo de con fitura estaba mezclado con bang; y el vendedor no era otro que Mahmud el Aborto, que
ejercía el oficio lucrativo de despojar a sus clientes. Había visto todas las cosas hermosas que llevaba
Azogue, y le había narcotizado para robárselas. En efecto, no bien quedó Azogue tendido sin movimiento,
el Aborto se apoderó del traje de oro y de las demás cosas y se dispuso a huir; pero de pronto apareció a
caballo Hassán-la - Peste, acompañado por sus cuarenta guardias, y vio al ladrón y le detuvo. Y el Aborto
no tuvo más remedio que declarar y enseñar a Hassán aquel cuerpo tendido en el suelo. Al punto Hassán,
que desde la desaparición de Alí recorría en busca suya con sus guardias todos los barrios de Bagdad,
hizo traer contrabang y se lo administró. Y cuando hubo despertado el joven, sus primeras palabras
fueron para pedir no ticias de los efectos que llevaba a Zeinab. Y Hassán se los enseñó, y después de las
efusiones propias del encuentro, le felicitó por su destreza, y le dijo: "¡Por Alah, nos superas a todos!"
Luego le condujo a casa de Ahmad-la-Tiña, y tras nuevas zalemas por una y otra parte, se hizo contar toda
la aventura, y le dijo: "¡Pues entonces el palacio encanta do del mago te corresponde por derecho propio,
ya que una de tus cuatro esposas va a ser Kamaria! ¡Allí celebraremos tus bodas cuádru ples! Voy al
instante a llevar a Zeinab de tu parte los presentes y a decidir a su tío Zoraik a que te la conceda en
matrimonio. ¡Y te lo prometo que no rehusará esta vez el viejo bribón! ¡En cuanto a Mahmud el Aborto no
podemos castigarle porque va a ser pariente tuyo al en trar tú en su familia...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
Pero cuando llegó la 46ª noche
Ella dijo.
"¡...En cuanto a Mahmud el Aborto, no podemos castigarle por que va a ser pariente tuyo al entrar tú
en la familia!"
Cuando hubo dicho estas palabras, Hassán-la-Peste cogió el traje de oro, la corona de oro, el
cinturón de oro y la babucha de oro y fue al khan de las palomas, donde encontró a Dalila y a Zeinab
dedi cadas precisamente a repartir la comida a las palomas. Después de las zalemas, les dijo que hicieran
ir a Zoraik, les hizo ver los presentes nup ciales que habían reclamado para dote de Zeinab, y les dijo:
"¡Ahora es imposible cualquier repulsa! ¡Si no, sería la ofensa para mí, para Hassán!" Y Dalila y Zoraik
aceptaron los presentes, y dieron su con sentimiento para el casamiento de Zeinab con Alí Azogue.
Al día siguiente Alí Azogue fue a tomar posesión del palacio del judío Azaria; y aquella noche, ante
el kadí y los testigos por una parte, y ante Ahmad-la-Tiña con sus cuarenta y Hassán-la-Peste con su
cuaren ta por otra parte, se extendió el contrato de matrimonio de Alí Azogue con Zeinab, hija de Dalila;
con Kamaria, hija de Azaria; con la hija del prendero y con la joven esclava del prendero. Y se
celebraron sun tuosamente las ceremonias de los cuatro casamientos. Y sin duda era Zeinab, según todas
las mujeres del cortejo, la más atrayente y la más bella bajo sus velos de desposada. Y por cierto que iba
vestida con el traje de oro, la corona de oro, el cinturón de oro y la babucha de oro; y las otras tres
jóvenes se mostraban a su alrededor como las estrellas alrededor de la luna.
Así es que aquella misma noche Alí Azogue comenzó a hacer sus visitas nupciales, penetrando
primero en su esposa Zeinab. Y se encontró con que era una verdadera perla imperforada y una
cabalgadura sin montar aún. Y se deleitó con ella hasta el límite del deleite, y luego penetró por turno en
cada una de sus otras tres esposas. Y como las halló absolutamente perfectas de belleza y de virginidad,
se deleitó también con ellas y les tomó lo que tenía que tomarles y les dio lo que tenía que darles, y se
hizo por una y otra parte con toda generosidad y a completa satisfacción.
Respecto de los festines dados con ocasión de las bodas, duraron treinta días y treinta noches; y no se
perdonó nada para que fuesen dignos de su dispensador. Y hubo regocijo, y se rio, y se cantó, y se
divirtieron extremadamente los invitados.
Cuando se terminaron los festejos, Hassán-la-Peste fue en busca de Azogue, y después de reiterarle
sus felicitaciones, le dijo: "¡Ya Alí! ¡he aquí que te llegó la hora de ser presentado a nuestro amo el califa
para que te otorgue sus favores!" Y le llevó al diwán, donde no tardó en hacer su entrada el califa.
Al ver a Alí Azogue, el califa quedó muy encantado; porque en verdad que la buena cara del joven
predisponía en favor suyo, y la belleza podía dar fe de que le reconocía como su elegido. Y empuja do
por Hassán-la-Peste, Alí Azogue avanzó ante el califa y besó la tierra entre sus manos.Luego se levantó,
y cogiendo una bandeja que tenía cubierta Lomo-de-Camello con un paño de seda, la descubrió ante el
califa. Y se vió la cabeza cortada del judío Azaria, el mago.
Asombró aquello al califa, que hubo de preguntar: "¿De quién es esta cabeza?" Y contestó Azogue:
"¡Del mayor de tus enemigos, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Su propietario era un insigne mago ca paz de
destruir Bagdad con todos sus palacios!" Y contó a Harún Al-Raschid toda la historia desde el principio
hasta el fin sin omitir un detalle.
Aquella historia maravilló al califa de tal modo, que al instante nombró a Azogue intendente general
de policía, con la misma cate goría, las mismas prerrogativas y los mismos emolumentos que Ah mad-la-
Tiña y Hassán-la-Peste; luego le dijo: "¡Vivan los bravos como tú, ¡ya Alí! ¡Quiero que me pidas alguna
cosa mas!" Azogue con testó: "¡La eterna duración de la vida del califa, y permiso para hacer venir de El
Cairo, mi patria, a mis cuarenta compañeros antiguos para tenerles aquí como guardias, al igual de los de
mis dos colegas!" Y contestó el califa: "¡Ya puedes hacerlo!" Luego ordenó a los más hábiles escribas
del palacio que escribieran cuidadosamente aquella historia y la encarpetaran en los archivos del reino
para qué a la vez sirviese de lección y de diversión a los pueblos musulmanes y a todos los futuros
creyentes en Alah y en su profeta Mohamed, el mejor de los hombres (¡con Él la plegaria y la paz!).
¡Y vivieron todos la vida más deliciosa y más alegre, hasta que fué a visitarles la Destructora de
Alegrías y la Separadora de los Amigos!
¡Y tal es como ha llegado a mí, con todos sus detalles exactos, oh rey afortunado! la historia verídica
de Dalila la Taimada y de su hija Zeinab la Embustera con Ahmad-la-Tiña, Hassán-la-Peste, Alí Azogue
y Zoraik, el vendedor de pescado frito! ¡Pero Alah (¡glori ficado y exaltado sea!) es más sabio y más
penetrante!
Luego añadió Schehrazada: "No creas, sin embargo, ¡oh rey afortunado! que esta historia es más
verídica que la de Juder el pescador y sus hermanos". Y en seguida contó:
Historia de Juder el pescador o el saco encantado
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había antaño un mer cader llamado Omar, que tenía una
posteridad de tres hijos: uno se llamaba Salem, el segundo se llamaba Salim y el más pequeño se llamaba
Juder. Les educó hasta que llegaron a la edad de hombres; pero como quería a Juder mucho más que a sus
hermanos, notaron éstos tal preferencia, se apoderó de ellos la envidia y detestaron a Juder. Así es que,
cuando el mercader Omar, que era hombre cargado ya de años, notó a su vez el odio que sus dos hijos
mayores tenían al hermano, temió que a su muerte hiciesen sufrir a Juder. Congre gó, pues, a los miembros
de su familia y a algunos hombres de cien cia, así como a diversas personas que por orden del kadí se
ocupaban de las sucesiones, y les dijo: "¡Que traigan todos mis bienes y todas las telas de mi tienda!" Y
cuando se lo llevaron todo, dijo: "¡Dividid estos bienes y estas telas en cuatro partes, como manda la
ley!" Y lo dividieron en cuatro partes. Y el anciano dio a cada uno de sus hijos una parte, guardó para sí
la cuarta parte, y dijo: "Esa era toda mi fortuna y se la he repartido en vida para que nada tengan que
recla marme ni reclamarse entre ellos y no disputen a mi muerte. ¡En cuan to a la cuarta parte que me
reservé, será para mi esposa, la madre de mis hijos, a fin de que con ella pueda atender a sus
necesidades!"
Y he aquí que poco tiempo después murió el anciano; pero sus hijos Salem y Salim no quisieron
contentarse con el reparto que se había hecho, y reclamaron a Juder parte de lo que le había tocado,
diciéndole: "¡La fortuna de nuestro padre fué a parar a tus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 466ª noche
Ella dijo:
"¡...La fortuna de nuestro padre fue a parar a tus manos!"
Y Juder se vio obligado a recurrir en contra de ellos a los jueces y a hacer comparecer a los testigos
musulmanes que habían asistido al reparto y que dieron fe de lo que sabían; así es que el juez prohi bió a
los dos hermanos mayores que tocaran el patrimonio de Juder. Pero las costas del proceso hicieron
perder a Juder y a sus hermanos parte de lo que poseían. Aquello, sin embargo, no impidió que estos
últimos conspiraran contra Juder, el cual se vio obligado a apelar una vez más en contra de ellos a los
jueces; y de nuevo el pleito les hizo gastar a los tres una buena parte de su peculio en las costas. Pero no
cejaron en sus propósitos, y fueron a un tercer juez, y luego al cuarto, y así sucesivamente, hasta que los
jueces se comieron toda la herencia, y los tres quedaron tan pobres que no tenían ni una moneda de cobre
para comprarse un panecillo y una cebolla.
Cuando los dos hermanos Salem y Salim se vieron en aquel estado, como ya no podían reclamar nada
a Juder, que estaba tan miserable como ellos, conspiraron contra su madre, a la que engaña ron y
despojaron después de maltratarla. Y la pobre mujer fué llo rando en busca de su hijo Juder, y le dijo:
"¡Tus hermanos me han hecho tal y cual cosa! ¡Y me han privado de mi parte de herencia!" Y empezó a
proferir imprecaciones contra ellos.
Pero Juder le dijo:
"¡Oh madre mía! ¡no lances contra ellos imprecaciones! ¡Porque ya se encargará Alah de tratar a cada
cual según sus actos! Por lo que a mí respecta, no quiero denunciarles al kadí y a los demás jue ces,
porque los procesos exigen dispendios, y en juicios perdí todo mi capital. Vale más, pues, que nos
resignemos al silencio ambos. Después de todo, ¡oh madre! no tienes más que venirte a vivir conmi go y te
cederé el pan que yo coma. Encárgate tú !oh madre mía! de hacer votos por mí, y Alah me concederá lo
necesario para mantenerte.
En cuanto a mis hermanos, déjales, que ya recibirán del Juez So berano la recompensa por su acción,
y consuélate con estas palabras del poeta:
¡Si te oprime el insensato, sopórtale con paciencia; y no cuentes para vengarte, más que
con el tiempo!
¡Pero evita la tiranía! ¡porque si una montaña oprimiera a otra montaña, sería rota a su
vez por otra más sólida que ella y volaría hecha trizas!
Y Juder siguió prodigando a su madre palabras de consuelo, aca riciándola y calmándola, y consiguió
así aliviarla y decidirla a que se fuera a vivir con él. Y para ganarse el sustento, se procuró una red de
pesca, y todos los días se iba a pescar al Nilo, en Bulak, a los es tanques grandes o a otros sitios en que
hubiese agua; y de aquel modo sacaba una ganancia de diez monedas de cobre unas veces, de veinte,
otras, de treinta otras; y se lo gastaba todo en su madre y en sí mismo; así es que comían bien y bebían
bien.
En cuanto a sus dos hermanos, no poseían nada; ni oficio, ni venta, ni compra. Abrumábanles la
miseria, la ruina y todas las ca lamidades; y como no tardaron en disipar lo que habían arrebatado a su
madre, quedaron reducidos a la más miserable condición, y se convirtieron en dos mendigos desnudos
que carecían de todo. Así es que se vieron obligados a recurrir a su madre y a humillarse ante ella hasta
el extremo, y a quejársele del hambre que les torturaba. ¡ Y el corazón de una madre es compasivo y
piadoso! Y conmovida de su miseria, su madre les daba los mendrugos que sobraban y que con
frecuencia estaban mohosos; y les servía también las sobras de la co mida de la víspera, diciéndoles:
"¡Comed pronto y marchaos antes de que vuelva vuestro hermano, pues al veros aquí se disgustará y se le
endurecerá el corazón en contra mía, con lo que me comprometeréis ante él!"
Y se daban prisa ellos a comer y a marcharse. Pero un día entre los días, entraron en casa de su
madre, que, como de costumbre, les sacó manjares y pan para que comiesen; y entró de pronto Juder. Y la
madre se quedó muy avergonzada y bastante confusa; y temien do que se enfadase con ella, bajó la cabeza,
con miradas muy humil des para su hijo. Pero Juder lejos de mostrarse contrariado sonrió a sus hermanos,
y les dijo: '¡Bienvenidos seáis, oh hermanos míos! ¡ Y bendita sea vuestra jornada! ¿Pero qué os ocurrió
para que al fin os hayáis decidido a venir a vernos en este día de bendición?" Y se colgó a su cuello, y
les abrazó con efusión, diciéndoles: "¡En verdad que hicisteis mal en dejarme languidecer así con la
tristeza de no veros! ¡No vinisteis nunca a mi casa para saber de mí y de vuestra madre!" Ellos
contestaron: "¡Por Alah! ¡oh hermano nuestro! tam bién nos hizo languidecer el deseo de verte; y no nos ha
alejado de ti más que la vergüenza por lo que hubo de pasar entre nosotros y tú. ¡Pero henos aquí ya en
extremo arrepentidos! ¡Sin duda aquella fué obra de Satán (¡maldito sea por Alah el Exaltado!), y ahora
no te nemos otra bendición que tú y nuestra madre!"
Y Juder, muy con movido con estas palabras, les dijo: "¡Y yo no tengo otra bendición que vosotros
dos, hermanos míos!" Entonces la madre se encaró con Juder, y le dijo: "¡Oh hijo mío, blanquee Alah tu
rostro y aumente tu prosperidad, pues eres el más generoso de todos nosotros, ¡oh hijo mío!" Y dijo
Juder: "¡Bienvenidos seáis y venid conmigo! ¡Alah es generoso, y en la morada hay abundancia!" Y acabó
de reconciliarse con sus hermanos, que cenaron en su compañía y pasaron la noche en su casa.
Al día siguiente almorzaron todos juntos, y Juder, cargado con su red, se marchó confiando en la
generosidad del Abridor, mientras sus dos hermanos se iban por otra parte y permanecían ausentes hasta
mediodía para volver a comer con su madre. En cuanto a Juder, no volvía hasta la noche llevando
consigo carne y verduras compradas con su ganancia del día. Y así vivieron durante el transcurso de un
mes, pescando Juder peces para venderlos y gastar el producto con su ma dre y sus hermanos, que comían
y triunfaban.
Pero un día entre los días...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 467ª noche
Ella dijo:
"...Pero un día entre los días, Juder echó su red al río, y cuan do la recogió, la encontró vacía; la echó
por segunda vez, y la recogió vacía; entonces dijo para sí: "¡No hay pescado en esta parte!" Y cambió de
sitio, y echando su red, la recogió vacía de nuevo. Cambió de sitio por segunda vez, por tercera vez, y así
sucesivamente, desde por la mañana hasta por la noche, sin conseguir pescar ni un solo gobio. Entonces
exclamó: "¡Oh prodigios! ¿No habrá ya peces en el agua? ¿0 será otra cosa la causa de ello?" Y como
caía la tarde, se cargó la red a la espalda y regresó muy apenado, muy triste, ape sadumbrándose y
preocupándose por sus hermanos y su madre, sin saber cómo iba a arreglarse para darles de cenar; y de
tal suerte pasó por delante de una panadería, donde tenía costumbre de entrar a com prar el pan para la
noche. Y vio a la muchedumbre de clientes que con el dinero en la mano se apretujaban para comprar
pan, sin que el panadero se fijase en él. Y Juder se apartó tristemente, mirando a los compradores y
suspirando. Entonces le dijo el panadero: "¡La bien venida sobre ti, oh Juder! ¿Necesitas pan?"Pero Juder
guardó si lencio. El panadero le dijo: "¡Aunque no traigas dinero encima, llé vate lo que necesites, y ya me
lo pagarás!"
Y Juder le dijo entonces: "¡Dame pan por valor de diez monedas de cobre, y quédate con mi red en
prenda!" Pero contestó el panadero: "No, ¡oh pobre! tu red es la puerta de tu ganancia, y si me quedara yo
con ella, te cerraría la puerta de la subsistencia. ¡He aquí, pues, los panes que sueles comprar! Y he aquí
la parte mía de diez monedas de cobre, por si acaso las ne cesitas. ¡Y mañana ¡ya Juder! me traerás
pescado por valor de veinte monedas de cobre!"
Y contestó Juder: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y después de dar al panadero muchas
gracias, cogió el pan y las diez monedas de cobre, con las cuales fué a comprar car ne y verduras,
diciéndose: "¡Mañana el Señor me procurará los me dios de desquitarme, y disipará mis preocupaciones!"
Y volvió a su casa, y su madre hizo la cena como de ordinario. Y Juder cenó y se fue a dormir.
Al día siguiente cogió su red y se preparó para salir; pero le dijo su madre: "¡Qué ¿te vas sin comer
el pan que tomas por la ma ñana?!" El contestó: "Cómetelo tú con mis hermanos, ¡oh madre!" Y se fue al
río, donde echó su red por primera, segunda y tercera vez, cambiando de sitio varias veces, y llegó la
hora de la plegaria de la siesta sin que pescase nada. Entonces recogió su red y regresó desolado en
extremo; y como no había otro camino para dirigirse a su casa, se vio obligado a pasar por delante de la
panadería, y al verle el panadero le contó diez nuevos panes y diez monedas de cobre, y le dijo: "¡Toma
eso y vete! ¡Y mañana llegará lo que la suerte ha decidido que no llegue hoy!" Y Juder quiso excusarse;
pero el panadero le dijo: "No tienes para qué disculparte conmigo, ¡oh pobre! ¡Si hubieras pescado algo,
ya me habrías pagado! ¡Y si no pescas nada mañana, ven sin vergüenza aquí, porque tienes crédito a plazo
ili mitado!"
Tampoco al día siguiente pescó Juder nada en absoluto, y una vez más se vio obligado a presentarse
en casa del panadero; y tuvo la misma mala suerte durante siete días seguidos, al cabo de los cuales se le
puso muy angustiado el corazón, y dijo para sí: "Hoy voy a ir a pescar al lago Karún. ¡Acaso encuentre
mi destino allí!"
Fue, pues, al lago Karún, situado no lejos de El Cairo, y se disponía a echar su red, cuando vio ir
hacia él a un moghrabín mon tado en una mula. Iba vestido con un traje extraordinariamente hermo so, y tan
envuelto estaba en su albornoz y en su pañuelo de la cabeza, que no se le veía más que un ojo. También la
mula estaba cubierta y enjaezada con tisú de oro y sedas, y a la grupa llevaba unas alfor jas de lana de
color.
Cuando el moghrabín estuvo junto a Juder, se apeó de su mula, y dijo: "¡La zalema contigo, ¡oh Juder!
¡Oh hijo de Omar!" Y contestó Juder: "¡Y contigo la zalema, ¡oh mi señor peregrino!" El mogh rabín dijo:
"¡Oh, Juder, te necesito! ¡Si quieres obedecerme, alcan zarás grandes ventajas y una ganancia inmensa, y
serás mi amigo, y arreglarás todos mis asuntos!"
Juder contestó: "¡Oh mi señor pere grino! dime ya lo que estás pensando, y te obedeceré en seguida!"
Entonces le dijo el moghrabín: "¡Empieza, pues, por recitar el ca pítulo liminar del Korán!" Y Juder recitó
con él la fatiha del Korán.
Entonces le dijo el moghrabín: "¡Oh, Juder, hijo de Omar! Vas a atarme los brazos con estos cordones
de seda lo más sólidamente que puedas! Después de lo cual me arrojarás al lago y esperarás algún
tiempo. Si ves aparecer por encima del agua una mano mía antes que mi cuerpo, echa en se guida tu red y
sácame con ella a la orilla; pero si ves aparecer un pie mío fuera del agua, sabe que habré muerto. No te
inquietes por mí ya entonces, coge la mula con las alforjas y ve al zoco de los mercade res, donde
encontrarás a un judío llamado Schamayaa. ¡Le entregarás la mula, y te dará él cien dinares, con los
cuales te irás por tu camino!
¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 468ª noche
Ella dijo:
"...¡Pero has de guardar el secreto de todo esto!" Entonces con testó Juder: '"¡Escucho y obedezco!" Y
ató los brazos al moghrabín, que le decía: "¡Más fuerte todavía!" Y cuando acabó la cosa, lo le vantó y lo
tiró al lago. Luego esperó algunos instantes para ver qué pasaba.
Pero al cabo de cierto tiempo vió de pronto surgir del agua los dos pies del moghrabín.
Entonces comprendió que había muerto el hombre, y sin in quietarse más por él cogió la mula y fue al
zoco de los mercaderes, donde, efectivamente, vio sentado en una silla, a la puerta de su tien da, al
consabido judío, que exclamó al ver la mula: "¡No hay duda! ha perecido el hombre!" Luego prosiguió:
"¡Ha sido víctima de la codicia!" Y sin añadir una palabra, tomó de manos de Juder la mula, v le contó
cien dinares de oro, recomendándole que guardara el se creto. Juder cogió, pues, el dinero del judío, y se
apresuró a ir en busca del panadero, al cual tomó el pan de costumbre, y dándole un dinar, le dijo: "¡Esto
es para pagarte lo que te debo, oh mi amo!" Y el panadero echó la cuenta, y le dijo: "¡Todavía con lo que
sobra, tienes pagado en mi casa el pan de dos días!"
Juder le dejó y fue en busca del carnicero y del verdulero, y dándoles un dinar a cada uno, les dijo:
"¡Dadme lo que necesito y quedaos con el resto del dinero a cuenta de lo que compre más adelante!" Y
compró carne y verduras y lo llevó todo a su casa, donde encontró a sus hermanos con mucha hambre y a
su madre que les decía que tuviesen paciencia hasta la vuelta del hermano. Entonces dejó ante ellos las
provisiones, sobre las cuales se precipitaron como ghuls, y empezaron por devorar todo el pan mientras
se hacía la comida.
Al día siguiente, antes de marcharse, Juder entregó a su madre todo el oro que tenía, diciéndole:
"¡Guárdalo para ti y para mis her manos, a fin de que nunca carezcan de nada!"
Y cogió su red de pesca, y volvió al lago Karún; y ya iba a comenzar su trabajo, cuando vio avanzar
hacia él a un segundo moghrabín que se parecía al primero e iba vestido con más riqueza y montado en
una mula: "¡La zalema con tigo, oh Juder, hijo de Omar!"
El pescador contestó: "¡Y contigo la zale ma, oh mi señor peregrino!"
El otro dijo: "¿Viste ayer a un mogh rabín montado en una mula como ésta?" Pero Juder, que tenía
miedo que le acusaran por la muerte del hombre, se dijo que valdría más negar absolutamente, y contestó:
"¡No, no vi a nadie!"
El segundo moghrabín sonrió y dijo: "¡Oh pobre Juder! ¿Acaso no sabes que no ignoro nada de lo que
ha pasado? ¡El hombre a quien tiraste al lago y cuya mula vendiste al judío Schamayaa por cien dinares
es mi her mano! ¿Por qué intentas negar?"
El pescador contestó: "Si sabías todo eso, ¿para qué me lo preguntas?"
El otro dijo: "Porque necesito ¡oh Juder! que me hagas el mismo servicio que a mi hermano". Y sacó
de sus alforjas preciosas unos cordones gordos de seda, que en tregó a Juder, diciéndole:
"¡Atame todo lo sólidamente que puedas y arrójame al agua! ¡Si ves salir mi pie antes que nada, es
que habré muerto! Entonces cogerás la mula y se la venderás al judío por cien dinares!"Juder contestó:
"¡Acércate, entonces!"
Y se acercó el mogh rabín y Juder le ató los brazos, y levantándolo en alto lo tiró al fondo del lago.
Y he aquí que al cabo de algunos instantes vio salir del agua dos pies. Y comprendió que había
muerto el moghrabín; y se dijo:
"¡Ha muerto! ¡Que no vuelva y quédese con su calamidad! ¡Inschalah! ¿Vendrá a mí cada día
un moghrabín para que le tire al agua, haciéndome ganar cien dinares?
Y cogió la mula y se fue en busca del judío, que exclamó al verle: "¡Ha muerto el segundo!"
Juder contestó: ¡Ojalá viva tu cabeza!" Y añadió el judío: "¡Esa es la recompensa de los ambiciosos!"
Y se quedó con la mula y dio cien dinares a Ju der, que volvió con su madre y se los entregó. Y le
preguntó su ma dre: "¿Pero de dónde sacas tanto dinero, ¡oh hijo mío!?" Entonces le contó él lo que le
había pasado; y su madre le dijo muy asusta da: "¡No debes volver al lago Karún! ¡Tengo miedo que los
mogh rabines te acarreen alguna desgracia!"
El contestó: "¡Pero si los tiro al agua con su consentimiento! ¡oh madre! Además, ¿por qué no ha cerlo,
si el oficio de ahogador me reporta cien dinares diarios? ¡Por Alah! ¡que ahora quiero ir todos los días al
lago Karún hasta que con mis manos ahogue al último de los moghrabines y no quede la menor señal de
moghrabines!"
Al tercer día, pues, volvió Juder al lago Karún, y en el mismo instante vio llegar a un tercer
moghrabín, que se parecía asombro samente a los dos primeros, pero que les superaba aún en la riqueza
de sus vestidos y en la hermosura de los jaeces con que estaba adornada la mula en que montaba; y detrás
de él, en cada lado de las alforjas, había un bote de cristal con su tapadera. Se acercó aquel hombre a Ju -
der, y le dijo: "¡La zalema contigo, oh, Juder, hijo de Omar!"
El pescador le devolvió la zalema, pensando: "¿Cómo me conocerán y sabrán mi nombre todos?"
El moghrabín le preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente
Cuando llegó la 469ª noche
Ella dilo:
"...El moghrabín le preguntó: "¿Has visto pasar moghrabines por aquí?" El pescador contestó: "¡Dos!"
El otro preguntó: "¿Por dónde han ido?" El pescador dijo: "¡Les até los brazos y les tiré a este lago, en
donde se ahogaron! ¡Y si te conviene seguir su suerte, puedo hacer contigo lo mismo!"
Al oír estas palabras, el moghrabín se echó a reír y contestó: "¡Oh, pobre! ¿No sabes que toda vida
tiene fijado de antemano su término?"
Y se apeó de su mula, y añadió tranquilamente: "¡Oh Juder, deseo que hagas conmigo igual que hi ciste
con ellos!" Y sacó de sus alforjas unos cordones gordos de seda y se los entregó; y le dijo Juder:
"¡Entonces deja que te coja las manos para atártelas a la espalda; y date prisa, porque estoy muy atareado
y el tiempo apremia! ¡Por lo demás, estoy muy al corriente del oficio, y puedes tener confianza en mi
habilidad de ahogador!"
En tonces el moghrabín le presentó los brazos. Juder se los ató a la es palda; luego lo levantó en alto y
lo arrojó al lago, en donde le vió hundirse y desaparecer. Y antes de marcharse con la mula, esperó a que
saliesen del agua los pies del moghrabín; pero con gran sorpresa por su parte, vió que surgían del agua
las dos manos precediendo a la cabeza y al moghrabín entero, que le gritó: "¡No sé nadar! ¡Cógeme en
seguida con tu red, oh pobre!" Y Juder le echó la red y consiguió sacarle a la orilla. A la sazón vió en las
manos de aquel hombre, sin que lo hubiese notado antes, dos peces de color rojo como el coral, un pez en
cada mano. Y el moghrabín se apresuró a coger de su mulo los dos botes de cristal, metió un pez en cada
bote, los tapó, y colocó de nuevo los botes en las alforjas. Tras de lo cual volvió hacia Juder, y
cogiéndole en brazos, se puso a besarle con mucha efusión en la me jilla derecha y en la mejilla izquierda;
y le dijo: "¡Por Alah! ¡Sin ti no estaría vivo yo ahora, y no hubiera podido atrapar estos dos peces!" ¡Eso
fué todo!
Y he aquí que Juder, que estaba inmóvil de sorpresa, acabó por decirle: "¡Por Alah, oh mi señor
peregrino! ¡Si verdaderamente crees que intervine algo en tu liberación y en la captura de esos peces,
cuén tame pronto, como única prueba de gratitud, lo que sepas con respecto de los dos moghrabines
ahogados, y la verdad acerca de los dos peces consabidos y acerca del judío Schamayaa el del zoco!"
Entonces dijo el moghrabín:
"¡Oh Juder! Sabe que los dos moghràbines que se ahogaron eran hermanos míos. Uno se llamaba Abd
Al-Salam y el otro se llamaba Abd Al-Abad. En cuanto a mí me llamo Abd Al-Samad. Y el que tú crees
judío no tiene nada de judío, pues es un verdadero musulmán del rito malekita; su nombre es Abd Al-
Rahim, y también es hermano nuestro. Y he aquí ¡ya Juder! que nuestro padre, que se llamaba Abd Al-
Wadud, era un gran mago que poseía a fondo todas las cien cias misteriosas, y nos enseñó a sus cuatro
hijos la magia, la hechice ría y el arte de descubrir y abrir los tesoros más ocultos. Así es que hubimos de
dedicarnos incesantemente al estudio de esas ciencias en las que logramos alcanzar tal grado de
sabiduría, que acabamos por someter a nuestras órdenes a los genn, a los mareds y a los efrits.
"Cuando murió nuestro padre, nos dejó muchos bienes y rique zas inmensas. Entonces nos repartimos
equitativamente los tesoros que nos dejó, los talismanes y los libros de ciencia; pero no nos pusimos de
acuerdo sobre la posesión de ciertos manuscritos. El más importante de aquellos manuscritos era un libro
titulado Anales de los An tiguos, verdaderamente inestimable de precio y de valor, que ni si quiera podría
pagarse con su peso en pedrerías. Porque en él se en contraban indicaciones precisas acerca de la
solución de los enigmas y los signos misteriosos. Y en aquel manuscrito precisamente había agotado
nuestro padre toda la ciencia que poseía.
"Cuando comenzaba a acentuarse entre nosotros la discordia, vimos entrar en nuestra casa a un
venerable jeique, el mismo que había educado a nuestro padre y le había enseñado la magia y la adivina -
ción. Y aquel jeique, que se llamaba El Profundísimo Cohén, nos dijo: "¡Traedme ese libro!" Y le
llevamos los Anales de los Anti guos, que cogió él y nos dijo: "¡Oh hijos míos, sois hijos de mi hijo, y no
puedo favorecer a uno de vosotros en detrimento de los demás! ¡Es necesario, pues, que aquel de
vosotros que desee poseer este libro vaya a abrir el tesoro llamado Al-Schamardal, y me traiga la esfera
celeste, la redomita de kohl, el alfanje y el anillo, que todos estos objetos contiene el tesoro! ¡Y son
extraordinarias sus virtudes! En efecto, el sello está guardado por un genni, cuyo sólo nombre da mie do
pronunciarlo: se llama el Efrit Trueno-Penetrante. Y el hombre que se haga dueño de este anillo, puede
afrontar sin temor el poderío de los reyes y sultanes; y cuando quiera podrá ser el dominador de la tierra
en todo lo que tiene de ancha y larga. Quien posea el alfanje, podrá destruir a su albedrío ejércitos sin
más que blandirlo, pues al punto saldrán de él llamas y relámpagos, que reducirán a la nada a todos los
guerreros. Quien posea la esfera celeste, podrá viajar a su antojo por todos los puntos del universo sin
molestarse ni cambiar de sitio, y visitar todas las comarcas de Oriente a Occidente. Para ello, le bastará
tocar con el dedo el punto adonde quiere ir y las regiones que desea recorrer, y la esfera empezará a dar
vueltas, haciendo des filar ante sus ojos todas las cosas interesantes del país en cuestión, así como sus
pobladores, todo cual si lo tuviese entre las manos. Y si a veces está quejoso de la hospitalidad de los
indígenas de cualquier país o el recibimiento que le dispensó una ciudad entre las ciudades, le bastará
dirigir el sol hacia el punto en que se encuentra la región enemiga, e inmediatamente será la tal presa de
las llamas y arderá con todos sus habitantes. En cuanto a la redomita de kohl, quien se frota los párpados
con el kohl que contiene, ve al instante todos los tesoros ocultos en la tierra. ¡Ya lo sabéis! Así, pues, el
libro no le per tenecerá de derecho más que a quien realice la empresa; y quienes fra casen, no podrán
hacer reclamación ninguna. ¿Aceptáis estas condicio nes?" Contestamos: "Las aceptamos, ¡oh jeique de
nuestro padre! ¡Pero no sabemos nada relativo a ese tesoro de Schamardal!" Entonces nos dijo: "Sabed,
hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuentra...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 470ª noche
Ella dijo:
"...Sabed, hijos míos, que el tal tesoro de Schamardal se encuen tra bajo la dominación de los dos
hijos del rey Rojo. En otro tiempo vuestro padre trató de apoderarse de ese tesoro; pero para abrirlo era
necesario apoderarse antes de los hijos del rey Rojo. Y he aquí que en el momento en que vuestro padre
iba a ponerles la mano encima, se escaparon y fueron a arrojarse, transformados en peces rojos, al fon do
del lago Karún, en las proximidades de El Cairo. Y como aquel lago estaba también encantado, por
mucho que hizo vuestro padre no pudo atrapar a los dos peces. Entonces fué a buscarme y se me quejó de
la ineficacia de sus tentativas. Y enseguida hice yo mis cálculos as trológicos y saqué el horóscopo; y
descubrí que aquel tesoro de Scha mardal no podía abrirse más que con ayuda y en presencia de un joven
de El Cairo llamado Juder ben-Omar, pescador de oficio. Se encon trará el tal Juder a orillas del lago
Karún. Y el encanto de ese lago no puede romperse más que por el propio Juder, que deberá atar los
brazos a aquel cuyo destino sea bajar al lago; y le tirará al agua. Y el que se arroje allí tendrá que luchar
contra los dos hijos encantados del rey Rojo; y si tiene la suerte de vencerlos y apoderarse de ellos, no se
ahogará, y sobrenadará por encima del agua su mano antes que nada. ¡Y le recogerá Juder con su red!
¡Pero el que perezca, sacará del agua antes que nada los pies, y deberá ser abandonado!"
"Al oír estas palabras del jeique Profundísimo Cohén, contesta mos: «¡Ciertamente, intentaremos la
empresa, aun a riesgo de pere cer!' Sólo nuestro hermano Abd Al-Rahim no quiso intentar la aven tura, y
nos dijo: "¡Yo no quiero!" Entonces le decidimos a que se disfrazara de mercader judío; y juntos
convinimos en enviarle la mu la y las alforjas para que se las comprase al pescador, dado caso de que
pereciéramos en nuestra tentativa.
"Por lo demás, ya sabes ¡oh Juder! lo ocurrido. ¡Mis dos her manos perecieron en el lago, víctimas de
los hijos del rey Rojo! Y también yo creí sucumbir a mi vez luchando contra ellos cuando me tiraste al
lago, pero gracias a un conjuro mental, logré desembarazarme de mis ligaduras, romper el encanto
invencible del lago y apoderarme de los dos hijos del rey Rojo, que son estos dos peces color de coral
que me has visto encerrar en los botes de mis alforjas. Y he aquí que esos dos peces encantados, hijos del
rey Rojo son nada me nos que dos efrits poderosos; y merced a su captura, por fin voy a poder abrir el
tesoro de Schamardal.
"¡Pero para abrir el tal tesoro, es absolutamente necesario que estés presente, porque el horóscopo
sacado por El Profundísimo Cohén predecía que la cosa no podría hacerse más que a tu vista!
"¿Quieres, pues, ¡oh Juder! consentir en ir conmigo al Magh reb, a un paraje situado cerca de Fas y
Miknas, para ayudarme a abrir el tesoro de Schamardal? ¡Y te daré todo lo que pidas! ¡Y serás por
siempre mi hermano en Alah! ¡Y después de ese viaje, regre sarás entre tu familia con el corazón
jubiloso!"
Cuando Juder hubo oído estas palabras, contestó: "¡Oh mi señor peregrino, tengo pendientes de mi
cuello a mi madre y a mis herma nos! ¡Y soy yo el encargado de mantenerles! Así, pues, si consiento en
marcharme contigo, ¿quién les dará el pan para alimentarse?" El moghrabín contestó: "¡Te abstienes sólo
por pereza! ¡Si verdadera mente no te impide partir más que la falta de dinero y el cuidado de tu madre,
estoy dispuesto a darte ya, mil dinares de oro para que subsista tu madre mientras tú vuelves, que será al
cabo de una ausencia de cuatro meses apenas!" Al oír lo de los mil dinares, Juder exclamó: "¡Dame ¡oh
peregrino! los mil dinares para que vaya a lle várselos a mi madre y parta luego contigo!" Y el moghrabín
le entre gó al punto los mil dinares, y el pescador fué a dárselos a su madre, diciéndole: "¡Toma estos mil
dinares para tus gastos y los de mis hermanos, porque me marcho con un moghrabín a hacer un viaje de
cuatro meses al Maghreb! Y haz votos por mí durante mi ausencia, ¡oh madre! y tu bendición me colmará
de beneficios". Ella contestó: "¡Oh hijo mío, cómo me va a hacer languidecer de tristeza tu au sencia! ¡Y
qué miedo tengo por ti!"
El joven dijo: "¡Oh madre mía! ¡nada hay que temer por quien está bajo la guarda de Alah! ¡Ade más,
el moghrabín es un buen hombre!" Y le elogió mucho el mogh rabín. Y su madre, le dijo: "¡Incline Alah
hacia ti el corazón de ese moghrabín de bien! ¡Vete con él, hijo mío! ¡Acaso sea generoso con tigo!"
Entonces Juder dijo adiós a su madre y se fué en busca del moghrabín.
Y al verle llegar el moghrabín le preguntó: "¿Consultaste a tu madre?" Juder contestó: "¡Sí, por cierto,
e hizo votos por mí y me bendijo!" Díjole el otro: "¡Sube detrás de mí a la grupa!" Y Juder montó a lomos
de la mula detrás del moghrabín, y de aquel modo viajó desde mediodía hasta media tarde.
Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 471ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que el viaje despertó un gran apetito en Juder, que tenía mucha hambre. Pero como no
veía provisiones en el saco de viaje, dijo al moghrabín: "¡Oh mi señor peregrino, me parece que se te
olvidó de coger víveres para comer durante el viaje!" El otro contestó: "¿Acaso tienes hambre?" Juder
dijo: "¡Ya lo creo! ¡Ualah!" Entonces el moghrabín paró la mula, echó pie a tierra seguido de Ju der, y dijo
a éste: "¡Dame el saco!"
Y cuando le dio el saco Juder, le preguntó: "¿Qué anhela tu alma, oh hermano mío?" Juder contes tó:
"¡Cualquier cosa!" El moghrabín dijo: "¡Por Alah sobre ti, dime qué quieres comer!" Juder contestó:
"¡Pan y queso!" El otro sonrió, y dijo: "¿Nada más que pan y queso, ¡oh pobre!? ¡Verdaderamente, es
poco digno de tu categoría! ¡Pídeme, pues, algo excelente!"
Juder contestó: "¡En este momento todo lo encontraría excelente!" El mogh rabín le preguntó: "¿Te
gustan los pollo asados?" Juder dijo: "¡Ya Alah! ¡Sí!" El otro le preguntó: "Te gusta el arroz con miel?"
Juder dijo: "¡Mucho!" El otro le preguntó: "¿Te gustan las berengenas relle nas? ¿Y las cabezas de pájaros
con tomate? ¿Y la cotufas con perejil y las colocasias? ¿Y las cabezas de carnero al horno? ¿Y los
buñuelos de harina de cebada rebozados? ¿Y las hojas de vid rellenas? ¿Y los pasteles? ¿Y ésta y aquella
cosa y la de más allá?" Y enumeró así hasta veinticuatro platos distintos, en tanto que Juder pensaba:
"¿Es tará loco? Porque, ¿de dónde va a sacar los platos que acaba de enu merarme, si no hay aquí cocina
ni cocinero? ¡Voy a decirle que ya basta en verdad!" Y dijo al moghrabín: "¡Basta! ¿Hasta cuándo vas a
estar haciéndome desear esos diferentes manjares sin mostrarme nin guno?"
Pero contestó el moghrabín: "¡La bienvenida sobre ti, ¡oh Juder!" Y metió la mano en el saco, y
extrajo de él un plato de oro con dos pollos asados y calientes; luego metió la mano por segunda vez, y
sacó un plato de oro con chuletas de cordero, y uno tras otro, sacó exactamente los veinticuatro platos
que había enumerado.
Estupefacto quedó Juder al ver aquello. Y le dijo el moghrabín: Come, pobre amigo mío!" Pero
exclamó Juder: "¡Ualah! ¡oh mi señor peregrino! sin duda has colocado en ese saco una cocina con sus
utensilios y cocineros!" El moghrabín se echó a reír, y contestó: Oh Juder, este saco está encantado! ¡Lo
sirve un efrit que, si qui siéramos nos traería al instante mil manjares indios y mil manjares chinos!"
Y exclamó Juder: "¡Oh, qué hermoso saco, y qué prodigios contiene y qué opulencia!" Luego
comieron ambos hasta saciarse, y tiraron lo que les sobró de la comida. Y el moghrabín guardó otra vez
en el saco los platos de oro; luego metió la mano en el otro bolso de las alforjas, y sacó una jarra de oro
llena de agua fresca y dulce.
Y bebieron e hicieron sus abluciones y recitaron la plegaria de la tarde, metiendo después la jarra en
el saco junto a uno de los botes, poniendo el saco a lomos de la mula y montando en la mula ellos para
continuar su viaje.
Al cabo de cierto tiempo, el moghrabín preguntó a Juder: "¿Sa bes ¡oh Juder! el camino que hemos
recorrido desde El Cairo hasta aquí?" Juder contestó: "¡Por Alah, que no lo sé!" El otro dijo: "En dos
horas hemos recorrido exactamente un trayecto que exige un mes de camino, por lo menos!" Juder
preguntó: "¿Y cómo es eso?"
El otro dijo: "¡Sabe oh Juder que esta mula que montamos es nada me nos que una gennia entre los
genn. En un día suele recorrer el trayecto de un año de camino; pero hoy va despacio, al paso, para que
no te fatigues".
Y así prosiguieron su camino hacia el Maghreb; y todos a días, por la mañana y por la tarde, el saco
atendía a todas las ne cesidades; y Juder no tenía más que desear un manjar, aunque fuera eI más
complicado y el más extraordinario, para encontrarlo al punto en el fondo del saco, completamente
guisado y servido en un plato de oro.
Y de tal suerte, al cabo de cinco días llegaron al Maghreb y en traron en la ciudad de Mas y Miknas.
Y he aquí que todos los transeúntes que se encontraban a lo largo de las calles conocían al moghrabín,
y le deseaban la zalema o iban besarle la mano, hasta que llegaron a la puerta de una casa, donde se apeó
el moghrabín para llamar. Y enseguida se abrió la puerta y en el umbral apareció una joven absolutamente
como la luna, y bella esbelta cual una gacela sedienta, que les sonrió con una sonrisa de bienvenida.
Y el moghrabín le dijo, paternal: "¡Oh Rahma, hija mía! Date prisa a abrirnos la sala principal del
palacio!" Y contestó la joven Rahma: "¡Sobre la cabeza y sobre los ojos!" Y los precedió al interior del
palacio, balanceando sus caderas. Y Juder perdió la razón; y dijo para sí: "¡No cabe duda! ¡Esta joven es,
indiscutible mente, la hija de un rey!"
En cuanto al moghrabín, comenzó primero por coger del lomo de la mula el saco, y dijo: "¡Oh, mula,
vuélvete al sitio de donde viniste! ¡Y Alah te bendiga!"
Y he aquí que de pronto se abrió la tierra y recibió en su seno a la mula para cerrarse sobre ella
inmediatamente.
Y exclamó Juder: "¡Oh, Protector! ¡Loores a Alah, que nos libró de tal cosa y veló por nosotros
mientras estuvimos a lomos de esta mula!" Pero el moghrabín dijo: "¿Por qué te asombras, ¡oh Juder!?
¿No te previne que era una gennia entre los efrits? ¡Pero démonos pri sa a entrar en el palacio y a subir a
la sala principal!"
Y siguieron a la joven.
Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslumbra do...
En este momento de su narración, Schherazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente
Y cuando llegó la 472ª noche
Ella dijo:
"...Cuando Juder hubo penetrado en el palacio, quedó deslum brado por el esplendor y la multitud de
riquezas que encerraba y por la hermosura de las arañas de plata y las lámparas de oro, así como la
profusión de pedrerías y metales. Y una vez sentados en la alfom bra, el moghrabín dijo a su hija: "¡Ya
Rahma, ve a traer nos el paquete de seda que sabes!" Y al punto echó a correr la joven, volviendo con el
paquete consabido, y se lo dio a su padre, que lo abrió y sacó de él un traje que valía mil dinares por lo
menos, y dándoselo a Juder, le dijo: "¡Póntelo, ¡oh Juder! y bienvenido seas como huésped aquí!" Y Juder
se vistió con aquella ropa, y quedó tan esplén dido que parecía un rey entre los reyes de los árabes
occidentales.
Tras de lo cual, el moghrabín, que tenía ante sí el saco, metió la mano en él y sacó multitud de platos,
que colocó en el mantel puesto por la joven, y no se detuvo en su tarea mientras no hubo alineado de
aquel modo cuarenta platos de color diferente y con manjares di ferentes. Luego dijo a Juder: "Extiende la
mano y come, ¡oh mi se ñor! y dispénsanos por lo poco que te servimos; porque verdadera mente aún no
sabemos tus gustos y preferencias sobre manjares. ¡No tienes más que decir lo que quieres mejor y lo que
anhela tu alma, y te lo presentaremos sin tardanza!" Juder contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señor peregrino!
que me gustan todos los manjares, sin excepción, y ninguno me repugna! ¡No me interrogues, pues, acerca
de mis preferencias y pónme todo lo que te parezca! ¡Porque lo único que sé es comer, y eso es lo que
más me gusta en el mundo! ¡Ya sabes que tengo buen diente!"
Y comió mucho aquella noche, y también los demás días, sin que nunca viese salir humo de la cocina.
Porque no tenía el moghrabín más que meter su mano en el saco, pensando en un man jar, y al punto lo
sacaba en un plato de oro. Y lo mismo ocurría con las frutas y las cosas de repostería. Y de tal suerte
vivió Juder en el palacio del moghrabín durante veinte días, cambiando de traje todas las mañanas; y
cada traje era más maravilloso que el anterior.
Por la mañana del vigésimoprimer día, fue a buscarle el mogh rabín, y le dijo: "¡Levántate, oh Juder!
¡Hoy es el día fijado para la apertura del tesoro de Schamardal!" Y Juder se levantó y salió con el
moghrabín. Y cuando llegaron extramuros de la ciudad, aparecieron de pronto dos mulas, en las que se
montaron ellos, y dos esclavos ne gros que echaron a andar detrás de las mulas. Y caminaron de aquel
modo hasta mediodía, en que llegaron a orillas de un río; y el mogh rabín echó pie a tierra, y dijo a Juder:
"¡Apéate!" Y cuando se hubo apeado Juder, el otro hizo una seña con la mano a los dos negros, di -
ciéndoles: "¡Vamos! Los dos negros se llevaron las mulas, que desaparecieron, volviendo luego los
esclavos cargados con una tienda de campaña y una alfombra y pusieron dentro alrededor los cojines y
las almohadas. Tras de lo cual aportaron el saco y los dos botes en que estaban encerrados los dos peces
de color de coral. Des pués extendieron el mantel y sirvieron una comida de veinticuatro platos que
sacaron del saco. Tras de lo cual desaparecieron.
Entonces levantóse el moghrabín, colocó ante él encima de un taburete los dos botes, y se puso a
murmurar sobre ellos fórmulas má gicas y conjuros, hasta que empezaron a gritar ambos peces dentro:
"¡Henos aquí! ¡Oh, soberano mago, ten misericordia de nosotros!" Y continuaron suplicándole en tanto
que formulaba él los conjuros.
De pronto estallaron a la vez y volaron en pedazos ambos botes, mientras aparecían frente al
moghrabín dos personajes que decían, con los bra zos cruzados humildemente: "¡La salvaguardia y el
perdón, oh pode roso adivino! ¿Qué intención abrigas para con nosotros?"
El mogh rabín contestó: "¡Mi intención es estrangularos y quemaros a menos que me prometáis abrir el
tesoro de Schamardal!" Los otros dijeron: "¡Te lo prometemos y abriremos para ti el tesoro! Pero es
absoluta mente preciso que hagas venir aquí a Juder, el pescador de El Cairo. ¡Porque está escrito en el
libro del Destino que el tesoro no puede abrirse más que en presencia de Juder! ¡Y nadie puede entrar en
el lugar en que se encuentra el tal tesoro, no siendo Juder, hijo de Omar!" El moghrabín contestó: "¡Ya he
traído al individuo de quien habláis!
¡Aquí mismo está presente! ¡Este es! ¡Os está viendo y oyendo!" Y los dos personajes miraron a Juder
con atención, y dijeron: "¡Ya están salvados todos los obstáculos y puedes contar con nosotros! ¡Te lo ju -
ramos por el Nombre!" Así es que el moghrabín les permitió mar charse adonde tenían que ir. Y
desaparecieron en el agua del río.
Entonces el moghrabín cogió una gruesa caña hueca, encima de la cual colocó dos láminas de
cornalina roja, y encima de estas dos láminas puso un braserillo de oro lleno de carbón, soplándolo una
so la vez. Y al punto encendió el carbón y hubo de tornarse brasa ar diente. A la sazón el moghrabín
esparció incienso sobre las brasas, y dijo: "¡Oh Juder, ya se eleva el humo del incienso, y en seguida voy
a recitar los conjuros mágicos de la apertura! ¡Pero como una vez co menzados los conjuros no podré
interrumpirlos sin riesgo de anular los poderes talismánicos, voy antes a instruirte acerca de lo que tienes
que hacer para lograr el fin que nos hemos propuesto al venir al Maghreb!" Y contestó Juder:
"¡Instrúyeme, oh mi señor soberano!"
Y el moghrabín dijo: "¡Sabe, oh Juder!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 473ª noche
Ella dijo:
"...Sabe ¡oh Juder! que en cuanto yo me ponga a recitar las fórmulas mágicas sobre el incienso
humeante, el agua del río empe zará a disminuir poco a poco, y el río acabará por secarse completa mente
y dejar su lecho al descubierto. Entonces verás que en la pen diente del cause seco se te aparece una gran
puerta de oro, tan alta como la puerta de la ciudad, con dos aldabas del mismo metal. Dirígete a esa
puerta y golpéala muy ligeramente con una de las aldabas que tiene en cada hoja, y espera un instante.
Llama luego con un segundo aldabonazo más fuerte que el primero, ¡y espera todavía! Después llamarás
con un tercer aldabonazo más fuerte que los otros dos, y no te muevas ya. Y cuando hayas llamado así con
tres aldabonazos con secutivos, oirás gritar a alguien desde dentro: «¿Quién llama a la puerta de los
Tesoros sin saber romper los encantos?» Tú contestarás: «¡Soy Juder el pescador, hijo de Omar, de El
Cairo! Y se abrirá la puerta y en el umbral se te aparecerá un personaje que ha de decirte, alfanje en
mano: «¡Si eres verdaderamente ese hombre, presenta el cuello para que te corte la cabeza! Y le
presentarás tu cuello sin temor, y alzará sobre ti el alfanje, cayendo a tus pies inmediatamente, ¡y no verás
ya más que un cuerpo sin alma! Y no te habrá hecho daño al guno. Pero si por miedo te niegas a
obedecerle, te matará en aquella hora y en aquel instante.
"Cuando hayas roto de tal modo ese primer encanto, pasarás dentro y verás una segunda puerta, a la
que llamarás con un aldabonazo solo, pero muy fuerte. Entonces se te aparecerá un jinete con una lanza
grande al hombro, y te dirá, amenazándote con su lanza enris trada de repente: «¿Qué motivo te trae a
estos lugares que no fre cuentan ni pisan nunca las hordas humanas ni las tribus de los genn?» Y por toda
respuesta, le presentarás resueltamente tu pecho descu bierto para que te hiera; y te dará con su lanza.
Pero no sentirás daño ninguno, y caerá él a tus pies, ¡y no verás más que un cuerpo sin alma! ¡Pero te
matará si retrocedes!
"Llegarás entonces a una tercera puerta, por la que saldrá a tu encuentro un arquero que te amenazará
con su arco armado de fle cha; pero preséntale resueltamente tu pecho como blanco, ¡y caerá a tus pies
convertido en un cuerpo sin alma! ¡No obstante, te matará, como vaciles!
"Penetrarás más adentro y llegarás a una cuarta puerta, desde la cual se abalanzará sobre ti un león de
cara espantosa, que abrirá las anchas fauces para devorarte. No has de tenerle ningún miedo ni huir de él,
sino que le tenderás tu mano, y en cuanto le des con ella en la boca, caerá a tus pies sin hacerte daño.
"Dirígete entonces a la quinta puerta, de la que verás salir a un negro de betún que te preguntará:
«¿Quién eres» Tú dirás: «¡Soy Juder!» Y te contestará él: «¡Si eres verdaderamente ese hombre, in tenta
abrir la sexta puerta!»
"Al punto irás a abrir la sexta puerta, y exclamarás: «¡Oh Jesús, ordena a Moisés que abra la puerta!
» Y la puerta se abrirá ante ti y verás aparecer dos dragones enormes, uno a la derecha y otro a la
izquierda, los cuales saltarán sobre ti con las fauces abiertas. ¡No ten gas miedo! Tiéndele a cada uno una
de tus manos, en las que te que rrán morder; pero en vano, porque ya habrán caído impotentes a tus pies. Y
sobre todo no aparentes temerlos, pues tu muerte sería segura.
"Llegarás a la séptima puerta, por último, y llamarás en ella. ¡Y la persona que ha de abrirte y
aparecerte en el umbral, será tu madre! Y te dirá: «¡Bienvenido seas, hijo mío! ¡Acércate a mí para que te
desee la paz!» Pero le contestarás: «¡Sigue donde estabas! ¡Y desnúda te!»
Ella te dirá: «¡Oh hijo mío, soy tu madre! ¡Y me debes alguna gratitud y respeto, en gracia a que te
amamanté y a la educación que te di ¿Cómo quieres obligarme a que me ponga desnuda?» Tú le
contestarás, gritando: «¡Si no te quitas la ropa, te mato!» Y cogerás un alfanje que hallarás colgado en la
pared, a la derecha, y le dirás: «¡Em pieza pronto!» Y ella procurará conmoverte y hará para engañarte,
para que te apiades de ella. Pero guárdate de dejarte persuadir por sus ruegos, y cada vez que se quite
una prenda de vestir, has de gritarle: «¡Quítate lo demás!» Y continuarás amenazándola con la muerte
hasta que esté completamente desnuda. ¡Pero entonces verás que se desvanece y desaparece!
"Y de esta manera ¡oh Juder! habrás roto todos los encantos y disuelto todos los hechizos, a la vez
que pondrás en salvo tu vida. Y te restará sólo recoger el fruto de tus trabajos.
"A tal fin, no tendrás más que franquear esa séptima puerta, y dentro encontrarás montones de oro.
Pero no les prestes la menor aten ción, y dirígete a un pabellón pequeño que hay en medio de la estancia
del tesoro, y sobre el cual se extiende una cortina corrida. ¡Levanta entonces la cortina, y verás, acostado
en un trono de oro, al gran mago Schamardal, el mismo a quien pertenece el tesoro! Y junto a su cabeza
verás brillar una cosa redonda como la luna: es la esfera celeste. ¡Le verás con el alfanje consabido a la
cintura, con el anillo en un dedo y con la redomita del kohl sujeta al cuello por una cadena de oro! ¡No
vaciles entonces! ¡Apodérate de esos cuatro objetos preciosos, y date prisa a salir del tesoro para venir a
entregármelos!
"Pero ten mucho cuidado ¡oh Juder! con no olvidar nada de lo que acabo de enseñarte o con no obrar
conforme a mis recomendaciones. En ese caso, te arrepentirás de ello más tarde, y habría que temer
mucho por ti!"
Y cuando hubo hablado, así, el moghrabín reiteró a Juder sus re comendaciones una, dos, tres y cuatro
veces para que se las aprendiera bien, y siguió repitiéndoselas, hasta que el propio Juder le dijo: "¡Ya lo
sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana. v se calló discreta.
Y cuando llegó la 474ª noche
Ella dijo:
"...¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano podrá afrontar esos formidables talismanes de que
hablas y soportar tan terribles pe ligros?" El moghrabín contestó: "¡Oh Juder, no les tengas ningún temor!
¡Los diversos personajes a quienes verás en las puertas, no son más que vanos fantasmas sin alma!
¡Puedes, pues, estar verdaderamen te tranquilo!"
Y pronunció Juder: "¡Pongo mi confianza en Alah!" Al punto comenzó el moghrabín con sus
fumigaciones mágicas. Y echó de nuevo incienso en la lumbre del brasero, y se puso a recitar las
fórmulas conjuratorias. Y he aquí que el agua del río disminuyó poco a poco y desapareció, y el lecho del
río quedó seco, ostentando la enorme puerta del tesoro.
Al ver aquello, Juder, sin dudar ya, avanzó por el cauce del río y se encaminó a la puerta de oro,
llamando a ella ligeramente una, dos y tres veces. Y desde dentro se hizo oír una voz que decía: "¿Quién
llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?"
El contestó: "¡Soy Juder-ben-Omar!" Y al instante se abrió la puerta, y en el umbral apareció un
personaje que hubo de gritarle, alfanje en mano: "¡Presenta el cuello!" Y Juder le presentó su cuello; y el
otro iba a darle con su alfanje, pero cayó en el mismo momento. Y sucedió lo propio con las otras
puertas, hasta la séptima, exactamente como se lo había predicho y recomendado el moghrabín. Y a cada
vez rompía Ju der con gran valor todos los encantos, hasta que se le apareció su madre saliendo de la
séptima puerta. Le miró, y le dijo: "¡Contigo todas las zalemas, ¡oh hijo mío!"
Pero Juder le gritó: "¿Y quién eres tú?" Ella contestó: "Soy tu madre, ¡oh hijo mío! ¡Soy la
que te ha llevado nueve meses en su seno, la que te ha amamantado y te ha dado la educación que
tienes, ¡oh hijo mío!" El exclamó: "¡Quítate la ropa!" Ella repli có: "¿Cómo, siendo mi hijo, me pides que
me ponga desnuda?" El dijo: "¡Quítatelo todo, o si no, te derribaré la cabeza con este alfanje!" Y echó
mano al alfanje que pendía de la pared, y lo empuñó, gritando: "¡Como no te desnudes, te mato!" Entonces
decidióse ella a guiitarse parte de sus vestiduras; pero le dijo él: "¡Quítate lo demás!" Y se quitó ella
algo más. El le dijo: "¡Más todavía!" Y continuó apremián dola hasta que se quitó ella toda la ropa y no
tuvo encima más que el calzón, y hubo de decirle avergonzada: "¡Ah hijo mío! ¡todo el tiempo que empleé
en educarte lo perdí! ¡Qué decepción! ¡Tienes un corazón de piedra! ¡Y he aquí que quieres ponerme en
una posición vergonzosa, obligándome a mostrar mi desnudez más íntima! ¡Oh hijo mío! ¿no te parece una
cosa ilícita y un sacrilegio?"
El dijo: "¡Es verdad! ¡Qué date, pues, con el calzón!" Pero apenas hubo pronunciado Juder estas
palabras, exclamó la vieja: "¡Ha consentido! ¡Pegadle!" Y al punto sintió él que le daban en los hombros
golpes fuertes y tan numerosos como gotas de lluvia, los cuales le eran asestados por todos los guar -
dianes invisibles del tesoro. ¡Y en verdad que aquello fue para Juder una paliza sin precedentes y que
nunca en su vida olvidaría! ¡Luego, en un abrir y cerrar de ojos, los efrits invisibles le echaron a golpes
fuera de las salas del tesoro y de la última puerta, la cual dejaron cerrada, como estaba antes!
Y he aquí que el moghrabín vio que le arrojaban de la puerta, y se apresuró a recogerle, pues ya las
aguas surgían otra vez con gran estrépito, invadiendo el lecho del río y tornando a su curso interrumpi do.
Y le transportó a la orilla, desmayado, y se puso a recitar sobre él versículos del Korán hasta que
recobró el sentido.
Entonces le dijo: "¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fué el calzón de
mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me atrajo esa paliza de la que aun tengo señales!" Y
le contó todo lo que le había ocurrido en el sitio del tesoro.
Entonces le dijo el moghrabín: "¿No te recomendé que no me desobedecieras? ¡Ya lo ves! ¡Me has
defraudado y te has defraudado a ti mismo por no querer obligarla a que se quitara el calzón! ¡Por este
año todo ha terminado! ¡Y tendremos que esperar hasta el año próximo para repetir nuestras tentativas!
¡Desde ahora hasta entonces vivirás conmigo!"
Y llamó a los dos negros, que aparecieron en seguida, y plegaron la tienda de campaña, y recogieron
lo que estaba por recoger y se ausentaron un momento para volver con las dos mulas, sobre las cuales
montaron Juder y el moghrabín, regresando inmediatamente a la ciudad de Fas.
Juder vivió, pues, en casa del moghrabín un año entero, ponién dose cada día un traje nuevo de gran
valor y comiendo bien y bebiendo de cuanto salía del saco, conforme a sus anhelos y deseos.
Y he aquí que llegó el día de la nueva tentativa, a primeros del año siguiente, y el moghrabín fué en
busca de Juder, y le dijo: "¡Levántate! ¡Y vamos adonde tenemos que ir!"
Juder contestó: "¡Bueno!" Y salie ron de la ciudad, y vieron a los dos negros, que les presentaron las
dos mulas, y subieron al punto a ellas y las guiaron en dirección del río, a cuyas orillas no tardaron en
llegar. Se levantó, y alfombró, y amuebló la tienda de campaña como la vez anterior.
Y después de comer, el mogh rabín cogió la caña hueca, las tabletas de cornalina roja, el braserillo
con lumbre y el incienso; y antes de comenzar las fumigaciones mágicas, dijo a Juder: "¡Oh Juder, tengo
que hacerte una recomendación!"
Juder exclamó: "¡Oh mi señor peregrino, en verdad que no vale la pena! ¡Como no me olvidé de la
paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, v se calló discretamente
Pero cuando llegó la 475ª noche
Ella dijo:
"¡...Como no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me ol vidé de tus excelentes
recomendaciones del año pasado!" El otro pre guntó: "¿De verdad las recuerdas!" Juder contestó: "¡Ah, sí
por cier to!"
El otro dijo: "¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra vez que
la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre para indu cirte a
error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus hue sos cabales, si te dejas engañar, es seguro
que los perderás en el teso ro!" Juder contestó: "¡Me dejé engañar una vez! ¡Pero si ahora volviera a
engañarme merecería que me quemaran!"
Entonces el moghrabín echó incienso en la lumbre y formuló sus conjuros. Y al punto se secó el río, y
permitió a Juder adelantarse ha cia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió; y consiguió él romper los
encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo: "¡Bienvenido seas,
oh hijo mío!"
El contestó: "¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo, ¡oh maldita!? ¡Quítate la ropa!" Enton ces ella,
tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no tuvo encima
más que el calzón. Y exclamó Juder: "¡Quítatelo! ¡oh maldita!" Y se quitó ella el calzón, desvane ciéndose
cual fantasma sin alma.
Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro agrupados
en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando hubo levantado
la cortina, vió al gran adivino Al-Schamardal acostado en el trono de oro, con el alfanje talismánico a la
cintura, el anillo en un dedo, la redomita de kohl sujeta al cuello por una cadena de oro, y encima de su
cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.
Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfan je, sacó el anillo talismánico, desató
la redoma de kohl, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su alrededor un
concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en tanto que de todos
los puntos del tesoro subterráneo se eleva ban las voces de los guardianes que le felicitaban gritando:
"¡Que te haga buen provecho ¡oh Juder! lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!" Y no
dejó de tocar la música ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro subterráneo.
Y al verle llegar cargado con los talismanes, el moghrabín cesó en sus fumigaciones y conjuros, y se
levantó y empezó a besarle, oprimién dole contra su pecho y haciéndole zalemas cordiales. Y cuando
Juder le hubo entregado los cuatro talismanes, llamó a los dos negros, que llegaron desde el fondo del
aire, cerraron la tienda de campaña y les pre sentaron las dos mulas, en las que se montaron Juder y el
moghrabín para regresar a la ciudad de Fas.
Cuando estuvieron en el palacio, se sentaron ante el mantel puesto y servido con innumerables platos
sacados del saco, y el moghrabín dijo a Juder: "¡Oh hermano mío! ¡oh Juder, come!" Y Juder comió y se
hartó. Entonces metieron otra vez en el saco los platos vacíos, levantaron el mantel y el moghrabín Abd-
Al-Sanad dijo: "¡Oh Juder, abandonaste tu tierra y tu país por mi causa! ¡Y has sacado a flote mis asuntos!
¡Y he aquí que te soy deudor de los derechos que sobre mí adquiriste! ¡No tienes más que estipular tú
mismo esos derechos, porque Alah (¡exal tado sea!) se sentirá generoso para contigo por intercesión
nuestra! ¡Pide, pues, lo que anheles, y no te avergüences de hacerlo, ya que lo has merecido!"
Juder contestó: "¡Oh mi señor! ¡solamente anhelo de Alah y de ti que me des el saco!" Y al punto el
moghrabín le puso el saco entre las manos, diciéndole: "¡Sin duda lo mereciste! ¡Y si hubie ras deseado
cualquier otra cosa, la hubieras tenido! Pero ¡oh pobre! este saco sólo te servirá para comer". Juder
contestó: "¿Y qué más podría yo anhelar?"
El otro dijo: "Soportaste en mi compañía bastantes fatigas, y te prometía reconducirte a tu país con el
corazón jubiloso y satisfecho. Y he aquí que este saco no puede suministrarte más que la comida, pero no
te enriquecerá. ¡Y yo quiero, además, enriquecerte! Toma, pues, el saco para extraer de él todos los
manjares que anheles pero voy a darte también un saco lleno de oro y de joyas de todas clases, para que
cuando te halles de regreso en tu país, te hagas mercader en grande escala y puedas atender con exceso a
todas tus necesidades y a las de tu familia, sin preocuparte nunca de economizar".
Luego añadió: "¡Con respecto al saco de la comida, voy a enseñarte cómo te has de servir de él para
extraer los manjares que desees! No tienes más que meter la mano, formulando: "¡Oh servidor de este
saco, por la virtud de los Potentes Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas
tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el fondo del saco todos los manjares que desees! ¡No tienes más
que meter la mano, formulando: "¡Oh servidor de este saco, por la virtud de los Potentes Nombres
Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te conjuro a que traigas tal manjar!" ¡Y al instante encontrarás en el
fondo del saco todos los manjares que hayas deseado, aunque cada día fueran mil de colores diferentes y
de diferente sabor!"
Luego el moghrabín hizo aparecer a uno de los dos Negros con una de las dos mulas, cogió unas
alforjas grandes parecidas al saco de la comida, y llenó uno de los bolsos con oro en moneda y en
lingote, y el otro bolso con joyas y pedrerías; lo puso a lomos de la mula, la tapó con el saco de la
comida, que parecía completamente vacío, y dijo a Juder: "¡Monta en la mula! El negro irá delante de ti y
te enseñará el camino que has de seguir, y te conducirá de tal suerte hasta la mis ma puerta de tu casa de
El Cairo. ¡Y cuando llegues, coge los dos sacos y deja la mula al negro, que él me la traerá! ¡Y no pongas
a nadie al corriente de nuestro secreto! ¡Y ahora, me despido de ti en Alah...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la rrañana y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 476ª noche
Ella dijo:
"¡...Y ahora, me despido de ti en Alah!" Juder contestó: "¡Alah aumente tu prosperidad y tus
beneficios! ¡Muchas gracias!" Y subió a los lomos de la mula, llevando consigo los dos sacos dobles, y
se puso en camino precedido por el negro.
Y la mula siguió fielmente al negro conductor durante el transcur so del día y de la noche; y
únicamente necesitó un día para efectuar el viaje del Maghreb a El Cairo; porque al día siguiente por la
mañana Juder se vio ante las murallas de El Cairo y entró en su ciudad natal por la Puerta de la Victoria.
Y llegó a su casa. Y vio sentada en el umbral a su madre, que, con la mano tendida a los transeúntes,
pedía limosna, diciendo: "¡Dadme algo, por Alah!"
Al ver aquello, abandonó la razón a Juder, que apeóse de la mula, y con los brazos abiertos se
abalanzó a su madre, la cual hubo de echar se a llorar al verle. Y la arrastró a la casa, después de coger
los dos sacos y confiar la mula al negro para que se la llevara al moghrabín; porque la mula era una
gennia y el negro un genni.
Cuando Juder estuvo con su madre dentro de la casa, la hizo sen tarse en la estera, y afectado muy
penosamente de verla mendigar por la calle, le dijo: "¡Oh madre! ¿están bien mis hermanos?" Ella
contes tó: "¡Bien están!" El preguntó: "¿Por qué mendigas en la calle?" Ella contestó: "¡Oh hijo mío,
porque tengo hambre!" El dijo: "¿Cómo es eso? ¡Antes de partir te di cien dinares un día, cien dinares
otro día y mil dinares el día de la marcha!" Ella dijo: "¡Oh hijo mío, tus hermanos imaginaron contra mí
una estratagema y consiguieron cogerme todo ese dinero, echándome luego de la casa! ¡Y para no
morirme de hambre me he visto obligada a mendigar por las calles!"
El dijo: "¡Oh madre mía, ya no tienes nada por qué sufrir estando yo de vuelta! ¡No te preocupe, pues,
lo más mínimo! ¡He aquí un saco lleno de oro y de joyas! ¡Y la riqueza abunda hoy en la morada!" Ella
contestó: "¡Oh hijo mío, verdaderamente naciste bendito y afortunado! ¡Concédate Alah sus buenas
mercedes y aumente sobre ti sus beneficios! iVé ahora, hijo mío, en busca de un poco de pan para ambos,
porque ayer me acosté sin haber comido nada, y esta mañana estoy en ayunas todavía!" Y al oír hablar de
pan, Juder sonrió, y dijo: "La bienvenida y la libe ralidad sobre ti, ¡oh madre mía! ¡No tienes más que
pedir los manjares que anheles, y te los daré al instante, sin tener que ir a comprarlos al zoco ni guisarlos
en la cocina!" Ella dijo: "¡Oh hijo mío! ¡el caso es que no veo que tengas nada de comer! ¡Y por todo
equipaje no has traído más que esos dos sacos, vacío uno de ellos!" El dijo: "¡Tengo todos los manjares
que quieras y de todos los colores!" Ella dijo: "¡Hijo mío. el hambre!" El dijo: "¡Es ver dad! :Cuando el
hombre está necesitado se contenta con la menor cosa! ¡Pero habiendo abundancia de todo, da gusto
escoger y comer sólo las cosas más delicadas! ¡Y he aquí que tengo en abundancia de todo, y puedes
elegir!”
Ella dijo “;Entonces, hijo mío, deseo un panecillo caliente y un pedazo de queso!"
El contestó: "¡Oh madre mía! ¡eso no es digno de tu categoría!" Ella dijo: "Más bien que yo sabrás tú
lo que es mejor. ¡Has, pues, lo que mejor te parezca!" El dijo: "¡Oh madre mía! ¡me parece lo mejor y
más digno de tu categoría un cordero asado, y también unos pollos asados y arroz sazonado con pimienta!
¡Asimismo, me pa recen propios de tu categoría las tripas rellenas, las calabazas rellenas, los carneros
rellenos, las chuletas rellenas, la kenafa hecha con almendras, miel de abejas y azúcar, los pasteles
rellenos de alfónsigos y perfumados con ámbar y los losanges de Baklaua!"
Al oír estas palabras, la pobre mujer creyó que su hijo se burlaba de ella o que había perdido la
razón, y exclamó: "¡Yuh! ¡Yuh! ¿Qué te ha sucedido, ¡oh hijo mío! ¡oh Juder!? ¿Sueñas, o acaso te has
vuelto loco?" El dijo: "¿Y por qué,?" Ella contestó: "¡Pues porque acabas de citarme cosas tan asom -
brosas y tan caras y tan difíciles de preparar, que costaría un trabajo ímprobo poseerlas!"El dijo: "¡Por
mi vida, que necesito absolutamente que comas al instante cuanto acabo de enumerar!"
Ella contestó: "¡Pues aquí no veo por ninguna parte nada de eso!" El dijo: "¡Tráeme el saco!" Y le
llevó ella el saco, y lo palpó y lo encontró vacío. Se lo dio, sin embargo, y al punto metió la mano él en
el saco y extrajo primero un plato de oro en que se alineaban, olorosas y húmedas y nadando en su propia
salsa apetitosa, las tripas rellenas; luego metió la mano por se gunda vez, y una porción de veces más,
para ir sacando sucesivamente todas las cosas que había enumerado y hasta algunas otras que no hubo de
enumerar. Y le dijo su madre: "¡Hijo mío, el saco es pequeñito y estaba completamente vacío, y he aquí
que sacaste de él todos esos man jares y todos esos platos! ¿Dónde estaba todo eso?" El dijo: "¡Oh ma dre
mía! ¡has de saber que este saco me lo dio el moghrabín! ¡Y está encantado! ¡Tiene por servidor un genni
que obedece las órdenes que se le dan según tal fórmula!" Y le dijo la fórmula. Y le preguntó su madre:
"Así, pues, si yo meto la mano en este saco pidiendo un man jar con arreglo a la fórmula, ¿lo encontraré?"
El dijo: "¡Sin duda!" Entonces metió la mano ella, y dijo: "¡Oh servidor de este saco! ¡por la virtud de los
Nombres Mágicos que lo pueden todo sobre ti, te con juro a que me traigas además otra chuleta rellena...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 477° noche
Ella dijo;
"...te conjuro a que me traigas además otra chuleta rellena!" Y al punto notó debajo de su mano el
plato, y lo sacó del saco. ¡Y era una chuleta rellena maravillosamente y aromatizada con clavo y otras
especias finas! Entonces dijo ella: "¡A pesar de todo, deseo también un panecillo caliente y queso,
porque estoy acostumbrada a ello y nada me satisface tanto!" Y metió la mano, pronunció la fórmula, y
extrajo lo que había pedido. A la sazón le dijo Juder: "¡Oh madre mía! ¡es preciso que cuando acabemos
de comer metamos otra vez en el saco los platos vacíos, porque así lo exige el talismán! ¡Y sobre todo,
no divul gues el secreto y oculta bien este saco en tu cofre para no sacarlo más que en el momento que se
necesite! Pero no tengas cuidado por lo demás, sé generosa con todo el mundo, con los vecinos y los
pobres; y sirve de todos los manjares a mis hermanos, igual estando yo presente que en mi ausencia".
¡Y he aquí que, apenas había acabado de hablar Juder, entraron sus dos hermanos y vieron la comida
maravillosa!
Porque acababan de saber la noticia de la llegada de su hermano Juder por un hombre del barrio, que
les dijo: "¡Vuestro hermano acaba de llegar de viaje, montado en una mula, precedido por un negro y
vestido con trajes que no tienen igual!"
Y se dijeron entonces: "¡Pluguiera a Alah que no hubiésemos maltratado a nuestra madre nunca!
¡Porque sin duda va a contarle ahora lo que le hicimos sufrir! ¡Y cuál será nuestra confusión frente a él
entonces!"
Pero añadió uno de ellos: "¡Nuestro hermano es compasivo! ¡De todos modos, aunque ella le contara
la cosa, nuestro hermano es aún más compasivo que ella y más indulgente! ¡Y si alegamos cualquier
disculpa de nuestra conducta, ad mitirá nuestra disculpa y nos excusará!" Y al cabo decidiéronse a bus -
carle.
Así, pues, cuando entraron y los vio Juder, se levantó en honor suyo y hubo de desearles la paz con
las mayores muestras de conside ración, y les dijo: "¡Sentaos y comed con nosotros!" Y se sentaron y
comieron. ¡Y estaban muy debilitados y enflaquecidos por el hambre y las privaciones!
Cuando acabaron de comer y se sintieron saciados Juder les dijo: "¡Oh hermanos míos! ¡coged lo que
sobró de la comida y repartídselo a los pobres y a los mendigos de nuestro barrio!" Ellos contestaron:
"¡Oh hermano nuestro! ¡mejor será que nos lo guardemos para cenar!" Juder les dijo: "¡A la hora de cenar
tendréis bastante más!" Entonces recogieron las sobras y salieron para repartirlas entre los pobres y los
mendigos que pasaban, diciéndoles: "¡Tomad y comed!" Tras de lo cual, devolvieron los platos vacíos a
Juder, que se los entregó a su madre, diciéndole: "¡Mételos en el saco!"
Por la noche, a la hora de cenar, Juder cogió el saco y sacó de él cuarenta especies de platos que su
madre puso sobre el mantel uno tras de otro; luego invitó a sus hermanos a que entrasen para comer. Y
cuando hubieron acabado, les sacó pasteles para que se endulzasen; y se endulzaron. Entonces les dijo:
"¡Coged lo que sobró de la comida y repartidlo entre los pobres y los mendigos!" Al día siguiente les
sirvió comidas no menos espléndidas; y lo mismo ocurrió en el transcurso de diez días consecutivos.
Pero al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¿Sabes cómo se arregla nuestro hermano para
servirnos comidas tan espléndidas a diario, una por la mañana, otra a mediodía, otra por la noche, y por
la noche también pasteles? ¡En verdad que ni los sultanes comen así! ¿De dónde pudo venirle semejante
fortuna y tanta opulencia? ¡Y es cosa de preguntarse asimismo de dónde saca todos esos manjares asom -
brosos y esa pastelería, si jamás le vemos comprar nada, ni encender lumbre, ni atender a la cocina, ni
poseer cocinero!"
Y contestó Salim: "¡Por Alah, que no sé nada! ¿Pero conoces a alguien que pueda reve larnos la
verdad de todo eso?" El otro dijo: "¡Únicamente nuestra ma dre! podría ilustrarnos acerca del particular!"
Y al instante imaginaron una estratagema y entraron en casa de su madre en ausencia de su hermano, y le
dijeron: "¡Oh madre nuestra, tenemos hambre!" Ella contestó: "¡Pues regocijáos porque vais a
satisfacerla enseguida!"
Y entró en la sala donde estaba el saco, metió la mano en él pidiendo al servidor algunos manjares
bien calientes, y los sacó al punto para llevárselos a sus hijos, que le dijeron: "¡Oh madre nuestra, estos
manjares están calientes, y el caso es que jamás te vemos cocinar ni soplar la lumbre!" Ella contestó:
"¡Los cojo del saco!" Ellos preguntaron: "¿Y qué saco es ése?" Ella contestó: "¡Es un saco encantado. Y
el genni ser vidor del saco proporciona cuanto se le pide!" Y les explicó la fórmula, y les dijo: "¡Guardad
el secreto!" Ellos contestaron: "Puedes estar tran quila. ¡Guardaremos el secreto!" Y después de haber
experimentado por sí mismos las virtudes del saco y conseguir extraer de él varios manja res, se quedaron
tranquilos por aquella noche.
Pero al día siguiente Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a continuar
viviendo en casa de Juder como unos criados, comiendo de limosna? ¿No te parece mejor que nos
valgamos de alguna estratagema para coger ese saco y llevárnoslo para nosotros solos?" Salim contestó:
"¿Y qué estratagema inventaríamos?" El otro dijo: "¡Sencillamente, venderle nuestro hermano Juder al
capitán mayor del mar de Suez!"
Salim preguntó: "¿Y cómo nos arreglaremos para venderle?" Salem contestó: "!Iremos tú y yo a ver a
ese capitán mayor, que en este momento se halla en El Cairo...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 478ª noche
Ella dijo:
"¡... Iremos tú y yo a ver a ese capitán mayor, que en este mo mto se halla en El Cairo, y le invitamos a
que venga con dos de sus marineros a comer en nuestra compañía! ¡Y ya verás! ¡Tú no tienes más que
asentir a todas las palabras que yo diga a Juder, y ya verás lo le hago antes de que acabe la noche!"
Cuando se pusieron de acuerdo acerca de la venta de su hermano ie proyectaban, fueron en busca del
capitán mayor de Suez, y le dijeron después de las zalemas: "¡Oh capitán, venimos a verte para algo te te
regocijará sin duda!" El capitán contestó: "¡Bueno!"
Ellos dijeron : "Somos dos hermanos pero tenemos otro hermano que es un bergante que no sirve para
nada. Cuando murió nuestro padre, nos dejó una herencia que repartimos entre los tres; y nuestro hermano
cogió su parte y ocupóse de derrocharla en el libertinaje y la corrup ción. ¡Y cuando vióse reducido a la
miseria, empezó a tratarnos con una injusticia extraordinaria, y acabó por citarnos ante jueces inicuos y
opresores, acusándonos de haberle privado de su parte de herencia. ¡Y no tardaron los jueces inicuos y
corrompidos en hacernos proceso! ¡Pero no se contentó él con esta primera fechoría y hubo de citarnos
por segunda vez ante los opresores, y de tal modo consiguió reducirnos a la última miseria! ¡Y como no
sabemos lo que medita ahora contra nosotros, venimos en tu busca para pedirte que nos libres de su pre -
sencia, comprándonosle para utilizarle como remero en alguno de tus navíos!"
El capitán mayor contestó: "¿Podríais dar con cualquier estrata gema para traerle aquí? ¡En ese caso,
yo me encargo de hacer que le transporten al mar sin tardanza!" Ellos contestaron: "Muy difícil será
traerle hasta aquí! Pero deja que te invitemos esta noche, y llévate consigo sólo dos de tus hombres. ¡Y
cuando esté dormido, le cogeremos entre los cinco, le pondremos en la boca una mordaza y te lo entrega -
remos! ¡Y a favor de la noche puedes sacarle de la casa y hacer con él lo que quieras!" El capitán les
contestó: "¡Con todo el oído y la obe diencia! ¿Queréis cedérmelo por cuarenta dinares?"
Ellos contestaron: "¡Muy poco es, en verdad, pero por ser para ti, accederemos! ¡A la caída de la
tarde, irás, pues, a tal calle junto a la mezquita tal, donde encontrarás esperándote a uno de nosotros! ¡Y
no te olvides de llevar contigo dos de tus hombres!"
Y se fueron en busca de Juder, y al cabo de cierto tiempo que pasaron con él hablando de distintas
cosas, Salem le besó la mano en actitud suplicante. Y Juder le dijo: "¿Qué quieres, ¡oh hermano mío!?" El
otro contestó: "Sabrás ¡oh hermano mío ¡oh Juder! que tengo un amigo que hubo de invitarme bastantes
veces a su casa durante tu ausencia, y siempre me trató con muchos miramientos; así es que le estoy muy
agradecido. Hoy estuve a hacerle una visita para darle las gracias, y me invitó a cenar con él; pero yo le
dije: "¡En ver dad que no puedo dejar solo en casa a mi hermano Juder!" Me dijo él: "¡Tráele contigo!"
Contesté: "¡No creo que acepte! ¡Pero acepta tú nuestra invitación, y ven esta noche a comer con mis
hermanos!" Y como estaban presentes sus hermanos, los invité también, creyendo que no aceptarían la
invitación; pero, desgraciadamente, no pusieron ninguna dificultad, y su hermano, al ver que aceptaban,
aceptó asimismo, y me dijo: "¡Espérame a la entrada de tu calle junto a la puerta de la mez quita, y allí
estaré con mis hermanos para reunirme contigo!" Y el caso es ¡oh hermano mío Juder! que ya deben estar
allá, y me tienes muy avergonzado en tu presencia por haberme tomado esa libertad. Y si quieres, en
verdad, que por siempre te esté reconocido, acéptales como huéspedes por esta noche!
¡Nos colmaste de beneficios, y en tu morada reside la abundancia, ¡oh hermano mío! ¡Pero si por
cualquier razón no los quieres como huéspedes en tu casa, permíteme que les invite en casa del vecino,
adonde yo mismo les serviré!"
Juder contestó: "¿Y por qué invitarle en casa del vecino, ¡oh Salem!? ¿Acaso es nuestra casa tan
estrecha y tan inhospitalaria? ¿O tal vez no tenemos qué darle de cenar? ¿No te da verdaderamente
vergüenza consultarme semejante cosa? ¡No tienes más que hacerles entrar y servirles en abundancia
manjares y confituras, sin parsimonia y disponiendo de todo! ¡Y si en lo sucesivo invitas a tus amigos
durante mi ausencia, bastará con que pidas a nuestra madre todos los manjares necesarios, y aun los su -
perfluos!
¡Ve pues, a buscar a tus amigos de esta noche! ¡Las bendi ciones han bajado hasta nosotros por
mediación de tales huéspedes, ¡oh hermano mío!"
Al oír estas palabras, Salem besó la mano de Juder, y se fue a la puerta de la mezquita en busca de
los individuos consabidos, con quienes se apresuró a volver a la casa. Y Juder levantóse en honor suyo, y
les dijo: "¡La bienvenida sea con vosotros!" Luego les hizo sen tarse a su lado, y se puso a charlar con
ellos amistosamente, ¡sin sos pechar lo que le ocultaba el Destino, de quien aquella gente era instru mento!
Y rogó a su madre que extendiera el mantel y les sirviera una comida de cuarenta platos de distinto
color, diciéndole: "¡Tráenos tal color, y tal color y tal color." Y comieron y se hartaron los invitados,
creyendo que tan espléndida comida era debida a la generosidad de los hermanos Salem y Salim. Luego,
transcurrida ya la tercera parte de la noche, se sirvieron los dulces y pasteles; y se comió hasta media
noche. Entonces, a una señal de Salem, los marineros se precipitaron sobre Juder, y entre todos le
sujetaron, le amordazaron, le ataron sólidamente los brazos, le agarrotaron los pies; y le sacaron de la
casa, a favor de las tinieblas, poniéndose al punto en camino para Suez, y cuando lle garon, arrojáronle al
fondo de uno de los navíos, con grillos en los pies, entre otros esclavos y forzados, y le condenaron a
prestar servicio un año entero en los bancos de los remeros!
Y esto en cuanto a Juder...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 479ª noche
Ella dijo:
"Y esto en cuanto a Juder!
Respecto de sus hermanos, no bien se despertaron a la mañana si guiente, entraron en el aposento de
su madre, que no se había enterado de nada, y le dijeron: "¡Oh madre nuestra, todavía no se ha despertado
Juder!" Ella dijo: "¡Podéis ir a despertarle!"
Ellos contestaron: "¿Dón de se acostó?" Ella dijo: "¡En la estancia de los invitados!"
Ellos aña dieron: "¡No hay nadie en esa estancia! ¡Acaso se haya marchado ano che con esos
marineros! Porque ¡oh madre nuestra! nuestro hermano Juder les tomó gusto a los viajes lejanos. Y
además, le oímos hablar con esos extranjeros que le decían: "¡Te llevaremos con nosotros y abrirás los
tesoros ocultos de que tenemos noticia!" Ella dijo: "¡Es probable, entonces, que se haya marchado sin
avisarnos! ¡Podemos estar tranquilos por él, pues Alah sabrá llevarle por el buen camino, y como nació
afortunado y el Destino le favorece, pronto volverá a nos otros con inmensas riquezas!"
Luego, como a pesar de todo, se echó a llorar. Entonces ellos exclamaron: "¡Oh maldita malvada,
cómo quieres a Juder! ¡en cambio, si nos ausentáramos o regresáramos nosotros, que también somos tus
hijos, ni te afligirías ni te alegrarías! ¿Es que no somos tan hijos tuyos como Juder?" Ella contestó:
"¡También sois hijos míos; pero sois dos miserables, dos infames! ¡Desde el día en que murió vuestro
padre, no me hicisteis ningún bien, y ni un día dichoso me disteis ni tuvisteis por mí el menor cuidado!
Juder por el contrario, fué muy bondadoso conmigo; me ha complacido siempre de buena gana y me ha
guardado respeto y me ha tratado con generosidad. ¡Así es que bien merece que llore por él, pues disfruté
de sus beneficios y también disfrutasteis vosotros!"
Al oír hablar con semejante lenguaje a su pobre madre, los dos miserables empezaron a injuriarla y a
pegarla; luego entraron en la otra habitación y buscaron por todas partes el saco encantado y el saco de
las cosas preciosas; y acabaron por dar con ellos y los cogieron, sacando del segundo todo el oro que
había en uno de sus bolsos, y todas las joyas y pedrerías que se encontraban en el otro bol so; y dijeron:
"¡Esta es la fortuna de nuestro padre!" Pero la madre exclamó: "¡No, por Alah! ¡es la fortuna de vuestro
hermano Juder, que la trajo del país de los moghrabines!" Entonces le dijeron ellos: "¡Mien tes! ¡es la
fortuna de nuestro padre! Y tenemos derecho a usar de ella a nuestro antojo!" Y al punto se dispusieron a
repartirla entre los dos.
Pero no lograron ponerse de acuerdo acerca de la posesión del saco encantado porque decía Salem:
"¡Me lo llevo yo!" y decía Salim: "¡Me lo llevo yo!" y surgió entre ellos la disputa y la querella.
A la sazón hubo de decirles su madre: "¡Oh hijos míos! ya os repartisteis el saco del oro y las joyas;
pero este otro saco no puede repartirse ni cortarse, pues se rompería su encanto y perdería sus virtudes.
Lo mejor es que me lo dejéis; y todos los días sacaré de él los manjares que deseéis y tantas veces como
lo deseéis. Y por lo que a mí afecta, os prometo con tentarme con un pedazo de pan o con lo que me dejéis
vosotros. Y si además quisierais darme lo indispensable, como vestidos, será por una generosidad de
parte vuestra y no por obligación. ¡De tal modo cada uno de vosotros podrá dedicarse sin contratiempos
a ejercer el comer cio que le parezca! No me olvido de que ambos sois hijos míos y de que yo soy vuestra
madre. ¡Permanezcamos unidos y pongámonos de acuerdo, para que cuando regrese vuestro hermano no
tengáis que re procharos nada ni avergonzaros frente a él de vuestras acciones!"
Pero no quisieron aceptar sus consejos, y se pasaron la noche disputando a voces y regañando tan
fuerte, que un alguacil del rey, que estaba invita do en la casa contigua, oyó lo que decían y comprendió al
dedillo el motivo del litigio. Así es que por la mañana se apresuró a ir a palacio, pidiendo que le
concediera audiencia el rey de Egipto, que se llamaba Schams Al-Daula, y le contó cuanto había oído. Y
enseguida envió el rey a buscar a los dos hermanos de Juder y les hizo sufrir tortura hasta que hicieron
declaraciones completas. Entonces el rey les quitó los dos sacos, y los arrojó a ellos en un calabozo.
Tras de lo cual señaló a la madre de Juder una pensión suficiente para sus necesidades cotidianas.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero volvamos a Juder! Cuando ya hacía un año que estaba de esclavo en el navío perteneciente al
capitán mayor de Suez, se levantó una tempestad que puso en peligro el navío, y lo desamparó y lo arrojó
contra una costa escarpada, de modo que se estrelló el barco y se ahogaron todos los que en él iban,
excepto Juder, que pudo ganar a nado la orilla. Y logró adentrarse por tierra; y de tal suerte llegó a un
campamento de beduínos nómades, que le interrogaron acerca de su estado y le preguntaron si era
marino. Y les contó que, efectivamente era marino a bordo de un navío que había naufragado; y les dio
detalles de su historia.
Y he aquí que en el campamento había un mercader oriundo de Jedda, que sintió compasión por Juder,
y le dijo: "¿Quieres entrar a mi servicio, ¡oh egipcio!? Y te daré ropa y te llevaré conmigo a Jedda" Y
Juder consintió entrar a su servicio y partió con él y llegó a Jedda, donde el mercaderle trató
generosamente y le colmó de beneficios.
Algún tiempo después el mercader fue en peregrinación a la Meca y le llevó también consigo.
Cuando llegaron a la Meca...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 480ª noche
Ella dijo:
"...Cuando llegaron a la Meca, Juder se apresuró a agregarse a la procesión que rodeaba el recinto
sagrado de la Kaaba para dar las siete vueltas rituales, y he aquí que precisamente encontró entre los pe -
regrinos a su amigo el jeique Abd Al-Samad el moghrabín, que también estaba dando sus siete vueltas. Y
el moghrabín le vio a su vez, y le hizo una zalema fraternal y le pidió noticias suyas. Entonces se echó a
llorar Juder. Luego le contó lo que había ocurrido. Y el moghrabín le cogió de la mano y le condujo a la
casa en que se hospedaba, le trató generosamente, le vistió con un traje espléndido y sin par, le dijo: "¡La
des gracia se alejó de ti en absoluto, ¡oh Juder!"
Luego hubo de sacar su horóscopo, viendo lo que les había sucedido a los hermanos del pesca dor, y
le dijo: "Sabe ¡oh Juder! que ha acaecido tal y cuál cosa a tus hermanos, y que a la hora de ahora están
presos en el calabozo del rey de Egipto. ¡Pero estás de bienvenida en mi casa, donde vas a perma necer
hasta la terminación de los ritos prescritos! ¡Y ya verás cómo todo saldrá bien en adelante!"
Juder contestó: "Permíteme ¡oh mi se ñor! que vaya en busca del mercader con quien vine, para
pedirle su beneplácito y despedirme de él. ¡Y volveré a tu lado enseguida!" El otro le preguntó: "¿Le
debes dinero?" Juder contestó: "¡No!" El otro dijo: "¡Vé, pues, a pedirle su beneplácito y a despedirte de
él sin tar danza, porque en verdad que se deben consideraciones a la gente hon rada en cuya casa hemos
comido el pan!"
Y Juder fué en busca de su amo, el mercader de Jedda, le pidió su beneplácito, y le dijo: "¡Acabo de
encontrar a mi amigo, a quien quiero más que a un hermano!" El mercader contestó: "¡Vé por él y
daremos un festín en honor suyo!" Juder dijo: "¡Por Alah, no necesita él de festines! ¡Es uno de los hijos
de la opulencia, y tiene muchos servidores!" Entonces el mercader le dio veinte dinares, diciéndole:”!
Tómalos y libra mi conciencia y mi responsabilidad!”
Juder contestó: " ¡Que Alah te indemnice por todo lo que hiciste por mí!" Y se despidió de él y salió
para buscar a su amigo el moghrabin. Pero encontró en el camino a un pobre hombre y le dio de limosna
los veinte dinares; luego llegó a casa del moghrabín, y vivió con él hasta que se terminaron todos los
ritos y obligaciones de la peregrinación.
Entonces el moghrabín fué en busca suya, y sacándose del dedo el anillo que en otro tiempo había
cogido Juder del tesoro de Schara mardal, se lo dio, diciendo: "¡Oh Juder, toma este anillo que realizará
todos tus anhelos! Porque has de saber que este anillo tiene por ser vidor a un genni, llamado Trueno-
Penetrante, que estará a tus órdenes para cuanto le pidas. ¡No tienes más que frotar el engarce del anillo,
y al punto se te aparecerá Trueno-Penetrante, que se encargará de ejecu tar todas tus voluntades y de darte,
si se los pides, todos los bienes del universo que desees!" Y para enseñarle su manejo, lo frotó delante de
él con el pulgar. Al punto apareció el efrit Trueno-Penetrante, e incli nándose ante el moghrabín, dijo:
"¡Heme aquí, ¡ya sidi! ¡Ordena y serás obedecido! ¡Pide y recibirás! ¿Quieres reconstruir una ciudad en
ruinas o destruir una ciudad floreciente? ¿Quieres matar y asesinar? ¿Quieres arrancar el alma a un rey o
solamente diezmar sus ejércitos? ¡Habla!"
El moghrabín contestó: "¡Oh Trueno! ¡ahí tienes al que será tu amo en adelante! ¡Te lo recomiendo
mucho! ¡Sírvele bien!" Después le despidió, y encarándose con Juder, le dijo: "No olvides ¡oh Juder! que
por medio de este anillo podrás deshacerte y vengarte de todos tus enemigos! ¡Y experimenta sin cuidado
su poder!"
Juder dijo: "En ese caso, ¡oh mi señor! desearía volver a mi país y a mi morada".
El otro contestó: "Frota el anillo, y cuando el efrit Trueno se te aparezca y te diga: « ¡ Heme aquí! ¡
Pide y obtendrás! », respóndele: « i Quie ro subir a tu espalda! ¡Llévame a mi país hoy mismo! ¡Y te obe -
decerá!"
Entonces Juder se despidió de Abd Al-Samad el moghrabín y frotó el anillo. Y al instante apareció
Trueno-Penetrante, que le dijo: "¡Heme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Y Juder contestó: "¡Condúceme a El
Cairo hoy mismo!" El genni dijo: "¡Fácil es!" Y encorvándose por completo, se lo puso a la espalda y
echó a volar con él. Y duró el viaje desde mediodía hasta media noche; y el efrit dejó a Juder en El
Cairo, en la propia casa de su madre y desapareció.
Cuando la madre de Juder vió entrar a éste, se levantó y lloró, de seándole la paz. Luego le contó lo
que les había sucedido a sus herma nos, y cómo el rey había hecho que les apalearan y les había quitado
el saco encantado y el saco del oro y de las joyas. Y al oír aquello, Juder no pudo permanecer indiferente
a la suerte de sus hermanos, y dijo a su madre: "¡No te aflijas por eso! ¡Al instante te probaré lo que
puedo y te traeré a mis hermanos!"
Y al mismo tiempo frotó el engarce del anillo; y al punto apareció el servidor, que dijo: "¡Heme aquí!
¡Pide y obtendrás!"
Juder dijo: "¡Te ordeno que vayas a sacar a mis hermanos del calabozo del rey para traérmelos aquí!"
Y desapareció el genni para ejecutar la orden.
Y he aquí que Salem y Salim yacían en un calabozo, llenos de grandes sufrimientos y de las penas y
angustias más profundas, a causa de las torturas y privaciones experimentadas, hasta tal punto, que de -
seaban la muerte como una liberación y un término de sus males. Y precisamente hablaban entre sí con
gran amargura a este respecto, lla mando a la muerte, cuando vieron que a sus pies se abría de pronto el
suelo y se les aparecía Trueno-Penetrante, quien, sin darles tiempo para nada, se los llevó a ambos, y
desapareció con ellos en las profundidades de la tierra., en tanto que los dos hermanos se le desmayaban
en sus brazos para no recobrar el sentido hasta que estuvieron en casa de su madre, y se encontraron
echados en la alfombra entre su hermano Juder y su madre que los cuidaban con solicitud. Y al verles
abrir los ojos, les dijo Juder: "¡Sean con vosotros todas las zalemas!, ¡oh her manos míos! ¿No me
reconocéis ya y me habéis olvidado?...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 481ª noche
Ella dijo:
"¡... Sean con vosotros todas las zalemas, ¡oh hermanos míos! ¿No me reconocéis ya y me habéis
olvidado?" Bajaron ellos la cabeza y se echaron a llorar en silencio, entonces les dijo Juder: "¡No
lloréis! ¡Porque fueron Satán y la codicia los que hubieron de obligaros a obrar cual obrasteis! ¿Mas
cómo pudisteis decidiros a venderme? ¡Pero no lloréis! ¡Si para mi es un consuelo pensar que me
parezco en eso a José, hijo de Jacob, a quien también vendieron sus hermanos! ¡No obstante, los
hermanos de José se portaron con él peor que vosotros comnigo, pues además le arrojaron al fondo de
una cisterna! ¡Limitaos a pedir perdón a Alah, arrepintiéndoos, y os perdonará (porque es el Clemente
Ilimitado y el Gran Perdonador) como yo os perdono!
¡Sea con vosotros la bienvenida! ¡Y estad en adelante tranquilos, sin ningún temor y sin ningún
encogimiento!'' Y siguió consolándolos y reconfor tándolos hasta que hubo colmado sus corazones; luego
empezó a con tarles todos los sinsabores y sufrimientos que soportó hasta encontrar en la Meca al jeique
Abd Al-Samad. Y también les enseñó el anillo mágico.
Entonces le contestaron ellos: "¡Oh hermano nuestro, perdónanos por esta vez! ¡Si volviéramos a
reincidir, haz con nosotros lo que te parezca!”
Juder repuso: "¡No os apenéis ni os preocupéis por eso ya! ¡Y daos prisa a contarme lo que os hizo el
rey!" Ellos dijeron: "¡Hizo que nos apalearan, y nos amenazó con algo peor; luego acabó por qui tarnos
los dos sacos!"
Juder dijo: "¡Ahora va a ver él!" Y frotó el en garce del anillo; y al punto apareció el efrit Trueno-
Penetrante.
Al verle, quedaron espantados ambos hermanos, y creyeron de co razón que no le había llamado Juder
más que para que los matara. Y se precipitaron en el aposento de su madre, gritando: "¡Oh madre nuestra,
nos ponemos bajo tu generosa protección! ¡Oh madre nuestra intercede por nosotros!"
Ella contestó: "¡Oh hijos míos, no tengáis miedo!"
Entretanto, Juder había dicho a Trueno: "¡Te ordeno que me traigas todas las joyas y cosas preciosas
que hay en los armarios del rey, sin dejar nada, y trayéndome al mismo tiempo el saco encantado el saco
de las cosas preciosas que fueron sustraídos a mis hermanos!" Y contestó el genni del anillo: "¡Escucho y
obedezco!" Y al instante fue a ejecutar la orden y volvió para poner entre las manos de Juder los dos
sacos intactos y los tesoros del rey, diciendo: "¡Ya sidi! ¡no he dejado nada en los armarios!"
Entonces Juder entregó a su madre el saco de las cosas preciosas y los tesoros del rey,
recomendándole que los guardara bien, y colocó ante sí el saco encantado. Luego dijo al genni del anillo:
"Te ordeno que esta misma noche me construyas un palacio alto y espléndido, decorándolo con oro y
tapizándolo y amueblándole suntuosamente. Y quiero que al despuntar el día esté terminado todo!"
Y el genni del anillo, Trueno-Penetrante, contestó: "¡Se cumplirá tu soluntad!" Y desapareció en el
seno de la tierra, mientras Juder sacaba del saco encantado manjares deliciosos que se puso a comer con
su madre y sus hermanos en el límite del contento, durmiéndose luego has ta por la mañana.
En cuanto al genni del anillo, congregó al punto a sus compañeros los efrits subterráneos, escogiendo
a los más hábiles en albañilería; y pusieron todos manos a la obra. Y unos tallaron piedras, otros edifi -
caron, revocaron otros las paredes, esculpieron y grabaron otros, y otros, en fin, tapizaron y amueblaron
las salas, de modo que al despun tar el día estaba el palacio enteramente terminado y decorado. Entonces
se presentó el genni del anillo a Juder en cuanto se despertó éste, y le dijo: "¡Ya sidi! ¡el palacio está
concluido! ¿Quieres venir a verlo y examinarlo?" Entonces se levantó Juder y salió en compañía de su
madre y de sus hermanos; y examinaron el palacio todos juntos y vie ron que no tenía igual de tanto como
confundía la razón con la belleza de su arquitectura y de su feliz emplazamiento.
Y encantado quedó Juder al mirar su fachada imponente en verdad, y se maravilló pensando que no le
había costado nada todo aquello. Y se encaró con su madre, y le preguntó: "¿Quieres habitar en este
palacio?" Ella contestó: "¡Vaya si quiero!" E hizo votos por él e invocó sobre su cabeza las bendiciones
de Alah. Entonces Juder frotó el anillo talismánico y dijo al genni, que apareció al punto: "¡Té ordeno
que me traigas al instante cuarenta esclavas jóvenes, blancas y muy hermosas; cuarenta negras jóvenes y
bien formadas; cuarenta criados jóvenes y cuarenta negros!"
El genni contestó: "¡Todo es ya tuyo!" Y con cuarenta de sus compañeros voló a las comarcas de la
India, de Sindh y de Persia; y se llevaron a toda joven a quien encontraron completamente hermosa y a
todo joven com pletamente hermoso. Y reunieron así cuarenta de cada especie, tras de lo cual escogieron
cuarenta negras hermosas y cuarenta negros hermo sos, y los transportaron ante Juder, que los encontró de
su gusto a todos, y dijo: "¡Ahora hay que dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 482ª noche
Ella dijo:
"¡...dar a cada uno y a cada una un traje de lo mejor!" El genni contestó: "¡Helo aquí!" Juder dijo:
"¡Hay que traer, además, un traje para mi madre y otro traje para mí!" Y Trueno lo llevó todo, y él mismo
vistió a las jóvenes esclavas blancas y negras, diciéndoles: "¡Id ahora a besar la mano de vuestra ama,
madre de vuestro amo! ¡Y cumplid bien las órdenes que os dé, y seguidla con los ojos, ¡oh blancas y ne -
gras!" Luego fue también el genni Trueno a vestir a los jóvenes y a los negros, y les mandó besar la mano
de Juder. Después vistió a Salem y Salim con especial cuidado. Y cuando estuvo vestido todo el mundo,
Juder parecía verdaderamente un rey y visires sus hermanos.
Como el palacio era muy grande, Juder hizo habitar en uno de los lados del edificio a su hermano
Salem y a sus servidores y mujeres, y en el otro a su hermano Salim con sus servidores y mujeres. En
cuan to a él, habitó con su madre en el centro del palacio. Y cada uno tenía sus aposentos como un sultán.
¡Y esto respecto de ellos!
¡Pero volvamos al rey!
Cuando el tesorero mayor fue por la ma ñana a coger del armario del tesoro algunos objetos que
necesitaba para el rey, lo abrió, y se encontró con que no había nada.
Y a fe que podría aplicarse a aquel armario este dicho del poeta:
Este viejo tronco de árbol era opulento y hermoso con su colme na de abejas sonoras y sus
chorros de miel dorada; pero cuando le abandonó el enjambre de abejas y desapareció la
colmena, ya no fue más que un hueco vacío!
Y al ver aquello, el tesorero mayor lanzó un grito estridente y cayó sin conocimiento. Y cuando
volvió en sí, se precipitó fuera de la estancia del tesoro, y con los brazos en alto corrió en busca del rey
Schams Al-Daula, al cual dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡vengo a informarte que esta noche dejaron
vacío el tesoro!"
Y exclamó el rey: "¡Oh miserable! ¿qué hiciste de las riquezas que contenía el te soro?" El otro
contestó: "¡Nada, por Alah! ¡Y ni sé qué ha sido de ellas ni cómo se ha vaciado el tesoro! ¡Ayer por la
noche, sin ir más lejos, revisé el tesoro, como de costumbre, y lo encontré lleno; y fui allí esta mañana y
me lo encuentro vacío, sin nada! ¡No obstante, las puertas están sin forzar, y las he hallado cerradas y sin
huellas de per foración o fractura, con los candados intactos y las cerraduras también cerradas! ¡No es,
pues, un ladrón quien dejó vacío el tesoro!"
El rey preguntó: "¿Y han desaparecido asimismo los dos sacos?" El otro contestó: "¡S¡!"
Al oír estas palabras, la razón huyó de la cabeza del rey, que irguióse sobre sus pies, y gritó al
tesorero mayor: "¡Echa a andar delante de mí!"
Y el tesorero se dirigió al tesoro; y el rey le siguió y llegó al tesoro, encontrándolo, en
efecto, completamente vacío por dentro e intacto por fuera; y hubo de quedar estupefacto y aniquilado
el rey, y dijo: "¡He aquí que robaron mi tesoro sin temor a mi poder y a mi cólera!"
Y se enojó con mucho enojo y al instante fue a reunir su diwán; y los emires y notables de la corte
entraron en el diwán, y cada cual se preguntaba con espanto si no sería él causa del enojo del rey. Pero el
rey les dijo: "¡Oh vosotros todos! ¡Sabed que mi tesoro fué saqueado esta noche; e ignoro quién cometió
esta acción, infligiéndome tal afrenta y ultrajándome con tamaño ultraje, sin temer mi cólera!"
Y preguntaron todos: "Pero, ¿cómo ha sido?" El rey contestó: "¡No tenéis más que interrogar al
tesorero mayor, que está ahí presente!" Y le interrogaron, y les dijo él: "¡Ayer mismo el tesoro estaba
lleno, y lo he visitado y lo encontré vacío, sin nada, y por fuera no hay en la puerta perforación ni
fractura!" Y se quedaron todos prodigiosamente asombrados; y sin saber qué contestar, bajaron la cabeza
ante las miradas fulgurantes del rey y guardaron silencio
Pero en aquel mismo momento entró el alguacil que había denunciado la otra vez a vez a Salem y a
Salim, y dijo:
"¡Oh rey del tiempo, me han tenido sin dormir toda la noche las cosas extraordinarias que he visto!" Y
preguntó el rey: "¿Pues qué viste?"
El otro dijo: "Sabrás ¡oh rey del tiempo! que me pasé toda la noche distraído y agradablemente
divertido con mirar a unos albañiles que se disponían a edificar traba jando con martillo, llanas y todas
las demás herramientas. Y al des puntar el día he visto en aquel paraje un magnífico palacio enteramen te
acabado y que no tiene igual en el mundo. He pedido entonces detalles, y me los han dado, diciendo: "¡Es
que Jader, hijo de Omar, ha vuelto de viaje y construyó este palacio! ¡Trajo consigo numerosos esclavos
y muchos criados jóvenes! ¡Y viene cargado de riquezas y colmado de dinero! ¡Y libertó del calabozo a
sus hermanos! ¡Y ahora está sentado en su palacio como un sultán!"
Al oír estas palabras del kawas, dijo el rey: "¡Qué vayan en seguida a ver el calabozo!" Y fueron a
ver el calabozo y volvieron para anunciar al rey que Salem y Salim no estaban allí ya. Entonces el rey
exclamó: "¡Ya di con el ladrón! ¡Quien sacó de la cárcel a Salem y a Salim tiene que ser el mismo que
robó mi tesoro!"
Y preguntó el gran visir: "¿Pero quién es?" El rey contestó: "¡Juder, el hermano de los presos! ¡Y
también es el quien robó los dos sacos!
Pero ¡oh visir mío! al instante vas a enviar contra todos esos individuos a un emir con cincuenta
guerreros que los capturarán, y después de sellarles todos sus bienes, me los traerás aquí a ellos para que
yo los cuelgue...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 483ª noche
Ella dijo:
"...me los traerás aquí a ellos para que yo los cuelgue". Y au mentó su enojo. y exclamó: "¡Sí, que
vayan a buscarlos enseguida, porque quiero matarlos!” : El gran Visir contestó: "¡Oh rey, sé cle mente e
indulgente, porque clemente es Alah y no se apresura a a castigar a su esclavo rebelde y caído en falta!
¡Y además, el hombre que ha podido levantar un palacio en el transcurso de una noche, no tendrá, en
verdad, nada que temer de nadie en el mundo! ¡En cambio, tengo miedo por el emir que envíes y temo que
se encolerice Juder con él! ¡Paciencia, pues, hasta que dé yo con un medio de que llegues a conocer la
verdad sobre el asunto, y sólo entonces podrás realizar sin inconveniente lo que resolviste realizar!"
Y contestó el rey: "Entonces, ¡oh visir mío! dime lo que tengo que hacer". El visir dijo: "Manda que
vaya un emir para invitarle a que venga a palacio. ¡Y ya encon traré a la sazón un modo de capturarle; le
fingiré mucha amistad y le preguntaré hábilmente acerca de lo que hace y de lo que no hace! ¡Y veremos
entonces! Si es verdaderamente grande su poder, le cap turaremos con astucia; pero si su poder es débil,
le capturaremos a la fuerza; y te lo entregaremos. ¡Y harás con él lo que quieras!"
Dijo el rey: "¡Que se le invite!" Y el gran visir dio orden a un emir llamado el emir Othmán que fuera
en busca de Juder y le invitara, diciéndole: "¡El rey desea verte entre sus huéspedes de hoy!" Y añadió el
propio rey: "¡Y no dejes de venir con él!"
Y he aquí que el tal emir Othmán era un hombre estúpido, orgu lloso e infatuado. Al llegar a la puerta
del palacio vio a un eunuco sentado sobre el umbral en una hermosa silla de bambú. Y avanzó a él; pero
el eunuco no se levantó ni se preocupó por el emir lo más mínimo, como si no le viera. ¡Y sin embargo, el
emir Othmán era muy visible, y llevaba consigo cincuenta hombres muy visibles! Se acercó, a pesar de
todo, y le preguntó: "¡Oh esclavo! ¿dónde está tu amo?" El esclavo contestó: "¡En el palacio!", sin volver
siquiera la cabeza ni salir de su actitud indiferente y de su postura indolente.
Entonces sintióse muy enfurecido el emir Othmán y el gritó: "¡Oh calamitoso eunuco de pez! ¿No te da
vergüenza permanecer, mientras hablo yo, tendido en postura indolente como un holgazán cualquiera?"
El eunu co contestó: "¡Vete ya! ¡Y no repliques ni una palabra más!" Al oír aquello, el emir Othmán
llegó al límite de la indignación, y blandiendo su maza, quiso pegar con ella al eunuco. Pero ignoraba que
el tal eunu co no era otro que Trueno-Penetrante, el efrit del anillo, a quien Juder había encargado que
actuase de portero del palacio. Así es que cuando el presunto eunuco vio el movimiento del emir Othmán,
se levantó, mi rándole sólo con un ojo y manteniendo cerrado el otro ojo, le sopló en la cara, y bastó
aquel soplo para tirarle al suelo. Luego le quitó de las manos la maza y sin más ni más, le asestó cuatro
mazasos.
Al ver aquello, se indignaron los cincuenta soldados del emir, y no pudiendo soportar la afrenta
infligida a su jefe, sacaron sus alfan jes y se precipitaron sobre el eunuco para exterminarle. Pero el eunu -
co sonrió con calma, y les dijo: "¡Ah! ¿sacáis vuestros alfanjes, ¡oh perros!? ¡Pues esperad un poco!" Y
cogió a algunos y les hundió en el vientre sus propios alfanjes y los ahogó en su propia sangre! Y si guió
diezmándolos de tal manera que los que quedaron huyeron po seídos de espanto con el emir a la cabeza, y
no pararon hasta llegar a la presencia del rey, en tanto que Trueno volvía a tomar en la silla su postura
indolente.
Cuando el rey se enteró por el emir Othmán de lo que acababa de suceder, llegó al límite del furor, y
dijo: "¡Que vayan contra ese eu nuco cien guerreros!" Y llegados que fueron los cien guerreros a la puerta
del palacio, el eunuco los recibió a mazazos, zurrándolos y poniéndolos en fuga en un abrir y cerrar de
ojos. Y volvieron a decir al rey: "¡Nos ha dispersado y aterrado!" Y el rey dijo: "¡Que vayan doscientos!"
Y salieron doscientos, y fueron destrozados por el eunu co. Entonces gritó el rey a su gran visir: "¡Tú
mismo irás ahora con quinientos guerreros para traérmele al instante! ¡Y también me trae rás a su amo
Juder con sus dos hermanos!" Pero contestó el gran visir: "¡Oh rey del tiempo, prefiero no llevar conmigo
guerrero nin guno e ir en su busca completamente solo y sin armas!"
El rey dijo: "¡Vé, y haz lo que te parezca mejor!"
Entonces arrojó el gran visir de sí sus armas y se vistió con un largo ropón blanco; luego se puso en
la mano un rosario muy grande, y se encaminó con lentitud a la puerta del palacio de Juder, pasando las
cuentas del rosario. Y vio sentado en la silla al eunuco consabido, y se le acercó sonriendo, se sentó en el
suelo frente a él con mucha cortesía, y le dijo: "¡La zalema sea con vos!" El otro contestó: "¡Sea contigo
la zalema, oh ser humano! ¿Qué deseas?" Cuando el gran visir hubo oído lo de "ser humano", comprendió
que el eunuco era un genni entre los genn, y tembló de espanto. Luego le preguntó humil demente: "¿Está tu
amo, el señor Juder?" El otro contestó: "¡Sí, está en el palacio!" El visir añadió: "¡Ya sidi! te ruego que
vayas a bus carle y a decirle: "¡Ya sidi! el rey Schams Al-Daula te invita a que te presentes a él, pues da
un festín en tu honor. ¡Y él mismo te trans mite la zalema y te ruega que honres su morada aceptando su
hospitalidad!"
Trueno contestó: "¡Espérame aquí mientras voy a pedirle; su beneplácito...!
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente
Y cuando llegó la 484ª noche
Ella dijo:
"¡...Espérame aquí mientras voy a pedirle su beneplácito!" Y el gran visir se puso a esperar en una
actitud muy cortés, en tanto que el mared iba en busca de Juder, al cual dijo: "Has de saber, ¡ya sidi! que
el rey envió por ti primero a un emir muy presuntuoso, a quien he agredido, y luego a doscientos, a
quienes deshice y puse en fuga. ¡Entonces ha enviado a su gran visir sin armas y vestido de blanco para
invitarte a que comas manjares de su hospitalidad! ¿Qué te parece?"
Juder contestó: "¡Tráeme aquí al gran visir!" Y bajó Trueno a decir le: "¡Oh visir, ven a hablar con mi
amo!" El visir contestó: "¡Sobre la cabeza!" Y subió al palacio, y entró en la sala de recepción, donde
vio a Juder, más imponente que los reyes, sentado en un trono como no podría poseerlo ningún sultán, con
un tapiz de lo más espléndido ex tendido a sus pies. Y quedó estupefacto, y permaneció pasmado, y
absorto, y deslumbrado por la belleza del palacio, por sus adornos, por su decorado, por sus esculturas y
por sus muebles; y vio que en com paración era él menos que un mendigo junto a cosas tan hermosas y
frente al dueño de aquel recinto. Así es que se inclinó y besó la tierra entre las manos de Juder e hizo
votos por su prosperidad. Y Juder le preguntó: "¿Qué tienes que pedirme, ¡oh visir!?"
El visir contestó: "¡Oh mi señor, tu amigo el rey Schams Al-Daula te transmite la zale ma! ¡Y desea
ardientemente alegrarse los ojos con tu cara; y a tal objeto da un festín en tu honor! ¿Querrás aceptarlo
por complacerle?" Juder contestó: "¡Desde el momento en que es mi amigo, ve a trans mitirle mi zalema, y
dile que venga antes él mismo a mi casa!"
Dijo el visir: "¡Sobre la cabeza!" Entonces Juder frotó el engarce del ani llo; y cuando apareció
Trueno, le dijo: "¡Tráeme un ropón de lo más hermoso!" Y cuando Trueno le llevó el ropón, Juder dijo al
visir: "¡Es para ti, oh visir! ¡Póntelo!" Y cuando el visir se puso el ropón, Juder le dijo: "¡Vé a decir al
rey lo que oíste y viste!" Y el visir salió llevando aquel traje tan magnífico, que nadie lo llevó semejante,
y fue en busca del rey, le puso al corriente de la posición de Juder, le hizo una admirable descripción del
palacio y de lo que contenía, y le dijo: "¡Juder te invita!"
Dijo el rey: "¡Vamos, oh soldados!" Y se irguieron todos sobre sus pies, y el rey les dijo: "¡Montad en
vuestros caballos! ¡Y que me traigan mi corcel de guerra para ir a ver a Juder!" Luego mon tó a caballo, y
seguido por sus guardias y soldados, se dirigió al pa lacio de Juder.
Cuando Juder vio desde lejos llegar al rey con su séquito, dijo al efrit del anillo: "Deseo que me
traigas a tus compañeros los efrits para que, con aspecto de seres humanos, formen el paso del rey en el
patio principal del palacio. Y como el rey advertirá su número y calidad, quedará aterrado y espantado, y
se estremecerá su corazón. ¡Y com prenderá entonces para su bien que mi poder supera al suyo!" Y al ins -
tante el efrit Trueno convocó e hizo aparecer a doscientos efrits con aspecto de guardias armados y de
estatura enorme. Y entró el rey en el patio y pasó por entre las dos filas de soldados; y al ver su aspecto
terrible, sintió estremecérsele el corazón. Luego subió al palacio y entró en la sala donde se hallaba
Juder; y le encontró sentado de una ma nera y con una apostura que no tuvo nunca verdaderamente ningún
rey ni sultán. Y le hizo la zalema, y se inclinó entre sus manos, y formuló sus votos, sin que Juder se
levantase en honor suyo o le guardara consideraciones o le invitara a sentarse. Por el contrario, le tuvo
de pie para hacerse valer, así, de modo que el rey perdió por completo la se renidad, y ya no supo si
debía permanecer allí o marcharse.
Y al cabo de cierto tiempo, le dijo Juder por fin: "¿Te parece, en verdad, manera de conducirse el
oprimir, como lo has hecho, a personas indefensas, des pojándolas de sus bienes?" El rey contestó: "¡Oh
mi señor, dígnate excu sarme! ¡Me impulsaron a obrar así la codicia y la ambición, y tal era mi destino! ¡Y
por otra parte, si no hubiera falta, no habría perdón!" Y continuó excusándose por cuanto pudo cometer en
el pasado y supli cando indulgencia y perdón; y entre otras excusas, hasta le recitó estos versos:
¡Oh tú, carácter generoso, hijo de ilustres antecesores y de una raza noble, no me reproches
por el daño que en el pasado pudiera hacerte!
¡Lo mismo que nosotros te perdonaríamos si fueses culpable de cual quier mala acción,
debes perdonarnos cuando los culpables somos nosotros!”
Y no cesó de humillarse de aquel modo entre las manos de Juder, hasta que Juder hubo de decirle:
"¡Que te perdone Alah!" Y le permi tió sentarse, y se sentó el rey. Entonces Juder le puso el ropón de la
salvaguardia, y dio a sus hermanos orden de que extendieran el mantel y sirvieran manjares
extraordinarios y numerosos. Y después de la comida regaló hermosas vestiduras a todos los individuos
del séquito del rey, y les trató con miramientos y generosidad. Sólo entonces fue cuando el rey se
despidió de Juder y salió del palacio; pero fue para volver todos los días a pasarlos por entero con Juder
y hasta reunió en casa de éste su diwán, ventilando allí los asuntos del reino. Y la amis tad entre ambos no
hizo más que aumentar y consolidarse. Y así vivie ron algún tiempo.
Pero un día en que el rey se hallaba solo con su gran visir, le dijo: "j Oh visir mío, tengo miedo de
que Juder me mate y se apodere de mi trono!...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 485ª noche
Ella dijo:
"¡... Oh visir mío, tengo miedo de que Juder me mate y se apodere de mi trono!" El visir contestó:
"¡Oh rey del tiempo! no temas que Juder se apodere de tu trono! ¡Porque el poderío y la opulencia de
Juder son mucho más considerable que los del rey! ¿Qué quieres que haga con tu trono? ¡Además que la
posesión de tu trono sería en él una prueba de decadencia, dada su actual posición! Pero en cuanto a
matarte, si lo temes verdaderamente, ¿para qué tienes una hija? ¡Bastará con que se la des en matrimonio,
y de ese modo compartirás con él el poder su premo; y estaréis ambos en las mismas condiciones!"
El rey contestó: "¡Oh visir, actúa de intermediario entre él y yo!" El visir dijo: "No tienes para eso
más que invitarle a tu casa; y pasaremos la velada en la sala principal del palacio. Entonces ordenarás a
tu hija que se atavíe con sus mejores galas y pase como un relámpago por delante de la puerta de la sala.
Y Juder la divisará; y como ha de excitarse mucho su curio sidad y su espíritu se preocupará por la
princesa entrevista, quedará locamente enamorado; y me preguntará quién es ella. Entonces yo me
inclinaré misteriosamente hacia él, le diré: "¡es la hija del rey!" ¡Y me pondré a conversar con él acerca
del particular, dejando escapar pa labras y palabras, sin que sepa que estás al corriente, hasta que le
decida a venir a pedírtela en matrimonio! ¡Y cuando de tal suerte le hayas ca sado con la joven, vuestra
alianza será firme para lo sucesivo; y a su muerte heredarás la mayor parte de lo que él posea!" Y el rey
contestó: "¡Verdad dices, oh visir!" Y dio el festín e invito a Juder, que se pre sentó en el palacio y
sentóse en la sala principal, acogido con júbilo y agasajo, hasta la noche.
Y he aquí que el rey había enviado a decir a su esposa que pusiera a la joven sus mejores preseas, y
la adornara con sus adornos más her mosos, y la hiciera pasar muy de prisa por delante de la puerta de la
sala del festín. Y la madre de la joven ejecutó lo que le habían ordenado ejecutar. Así es que cuando la
joven pasó por delante de la sala del festín como un relámpago, bella y enjoyada y brillante y
maravillosa, Juder la divisó y lanzó un grito de admiración y un profundo suspiro, y hubo de modular:
"¡Ah!" ¡Y se relajaron sus miembros, y se le puso amarillo el rostro! Y el amor, y la pasión, y el deseo, y
el ardor entraron en él y le dominaron.
Entonces le dijo el visir: "¡Lejos de ti toda pena y todo mal, mi señor! ¿Por qué te veo súbitamente
demudado, y sufrien do, y dolorido?" Juder contestó: "¡Oh visir, la culpa es de esa joven!
¿De quién es hija? ¡Me ha avasallado y me ha arrebatado la razón!" El visir contestó: "¡Es la hija de
tu amigo el rey! ¡Si te gusta, verda deramente, hablaré al rey para que te la dé en matrimonio!"
Juder dijo: "¡Oh visir, háblale! ¡Y por mi vida, que te daré todo lo que me pidas! ¡Y daré al rey
cuanto me reclame como dote de su hija! ¡Y seremos amigos y parientes por alianza!"
El visir contestó: "¡Voy a emplear toda mi influencia a fin de obtener para ti lo que anhelas!" Y habló
al rey en secreto, y le dijo: "¡Oh rey Schams Al-Daula, he aquí que tu amigo Juder desea aproximarse a ti
con alianza! ¡Y se ha encomendado a mí para que te hable con objeto de que le concedas en matrimonio tu
hija El-Sett Asia! ¡No me rechaces, pues, y acepta mi intercesión! ¡Y te pagará Juder cuanto pidas como
dote de tu hija!" El rey contestó: "¡Pagada y recibida está ya la dote! ¡Y la hija es una esclava a su
servicio! ¡Se la doy por esposa, y con aceptarla él de mí, me hace el mayor de los honores!" Y dejaron
transcurrir aquella noche sin concretar más.
Pero al día siguiente por la mañana el rey congregó su diwán, y convocó a él a grandes y a pequeños,
a amos y a servidores; e hizo ir al jeique al-Islam para la circunstancia. Y Juder formuló su demanda de
matrimonio, y el rey la aceptó, y dijo: "¡En cuanto a la dote, ya la recibí!" Y se extendió el contrato.
Entonces Juder hizo llevar allí el saco de las joyas y de las pedre rías, y se lo regaló al rey como dote
de su hija. Y al punto resonaron los timbales y los tambores, y tocaron las flautas y los clarinetes, y la
fiesta y la alegría llegaron a su apogeo, en tanto que Juder penetraba en la cámara nupcial y poseía a la
joven.
Y Juder y el rey vivieron juntos, estrechamente unidos, durante días numerosos. Tras de lo cual murió
el rey.
Entonces las tropas reclamaron a Juder para el sultanato, y como él rehusara, siguieron
importunándole hasta que aceptó. Y le nombra ron sultán.
Y he aquí que el primer acto de Juder sultán consistió en erigir una mezquita sobre la tumba del rey
Schams Al-Daula; y llevó a ellos ricos donativos; y para emplazamiento de aquella mezquita escogió el
barrio de los Bundukania, elevándose su palacio en el barrio de los Yamania. Y desde aquel entonces el
barrio de la mezquita y la propia mezquita tomaron el nombre de Judería.
Luego se apresuró el sultán Juder a nombrar visires a sus dos her manos, a Salem visir de Su Derecha
y a Salim visir de Su Izquierda. Y vivieron así en paz sólo un año, no más.
Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo? ...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 486ª noche
Ella dijo:
...Al cabo de este tiempo, Salem dijo a Salim: "¡Oh hermano mío! ¿hasta cuándo vamos a permanecer
en tal estado? ¿Nos vamos a pasar toda la vida como servidores de Juder, sin disfrutar a nuestra vez de la
autoridad y la felicidad mientras Juder viva?
Salim contestó: "¿Qué podríamos hacer para matarle y quitarle el anillo y el saco? ¡Sólo tú sabrás
combinar alguna estratagema para llegar a matarle, porque eres más experto y más inteligente que yo!"
Dijo Salem: "Si combinara yo una estratagema para su muerte, ¿te conformarías con que yo fuese sultán y
te tuviese a ti por visir de Mi Derecha! ¡Y sería para mí el anillo y para ti el saco!" El otro dijo:
"¡Acepto!" Y acordaron el ase sinato de Juder para alcanzar el poder soberano y disfrutar como reyes los
bienes de este mundo.
Cuando hubieron combinado la estratagema, fueron en busca de Juder y le dijeron: "¡Oh hermano
nuestro! ¡quisiéramos que esta tarde te dignaras darnos el gusto de ir a merendar en nuestro mantel, por
que hace mucho tiempo que no te hemos visto franquear el umbral de nuestra hospitalidad!" Dijo Juder:
"¡Pues no os atormentéis por eso! ¿En casa de cuál de vosotros dos debo presentarme a aceptar la in -
vitación?
Salem contestó: "¡Primero en mi casa! ¡Y cuando hayas probado los manjares de mi hospitalidad, irás
a aceptar la invitación de mi hermano!" Juder repuso: "No hay inconveniente. Y fué a ver a Salem en sus
habitaciones del palacio.
¡Pero no sabía lo que le esperaba, porque apenas tomó el primer bocado del festín, cayó hecho trizas,
con la carne por un lado y los huesos por otro! El veneno había surtido su efecto.
Entonces se levantó Salem y quiso sacarle del dedo el anillo; pero como el anillo no quería salir, le
cortó el dedo con un cuchillo. Cogió entonces el anillo y frotó el engarce. Al punto apareció el efrit
Trueno-Penetrante, servidor del anillo, que dijo: "¡Héme aquí! ¡Pide y obtendrás!" Salem le dijo: "Te
ordeno que te apoderes de mi her mano Salim y le mates. ¡Luego le cogerás y también cogerás a Juder, que
está ahí sin vida, y arrojarás los dos cuerpos, el del envenenado y el del asesinado, a los pies de los
principales jefes de las tropas!" Y el efrit Trueno, que obedecía todas las órdenes dadas pos cualquier
poseedor del anillo, fue a buscar a Salim y le mató; después cogió los dos cuerpos sin vida y los arrojó a
los pies de los jefes de las tropas, que precisamente estaban reunidos comiendo en la sala de las
comidas.
Cuando los jefes de las tropas vieron los cuerpos sin vida de Juder y de Salim, dejaron de comer y
alzaron los brazos, encantados y temblorosos, preguntando al mared: "¿Quién cometió ese crimen en las
personas del rey y del visir?" El otro contestó: "¡Su hermano Salem!" Y en aquel mismo momento hizo
Salem su entrada, y les dijo: "¡Oh jefe de mis tropas y vosotros todos, soldados míos, co med y estad
contentos! Me he hecho dueño de este anillo que arre baté a mi hermano Juder. Y este mared que tenéis
ante vosotros es el mared Trueno-Penetrante, servidor del anillo. ¡Y soy yo quien le ha ordenado que
diera muerte a mi hermano Salim para no tener que compartir el trono con él! ¡Por otra parte, era un
traidor, temía que me traicionase! ¡Así es que, como Juder ha muerto, quedo yo por sultán único! ¿Queréis
aceptarme para rey, o queréis mejor que frote el anillo y haga que el efrit os mate a todos, grandes y
pequeños, hasta el último?"
Al oír estas palabras, los jefes de las tropas, poseídos de un te mor grande, no osaron protestar, y
contestaron: "¡Te aceptamos por rey y sultán!"
Entonces ordenó Salem que se celebraran los funerales de sus hermanos. Luego convocó al diwán, y
cuando todo el mundo estuvo de vuelta de los funerales, se sentó en el trono; y recibió como rey los
homenajes de sus súbditos, después de lo cual, dijo: "¡Ahora quiero que se extienda mi contrato
matrimonial con la esposa de mi hermano!"
Le contestaron: "¡No hay inconveniente! ¡Pero es preci so esperar a que pasen los cuatro meses y diez
días de viudedad!"
Salem contestó: "Conmigo no rezan esas formalidades ni otras fór mulas análogas! ¡Por la vida de mi
cabeza, que necesito entrar en la esposa de mi hermano esta misma noche!" No hubo más remedio que
extender el contrato de matrimonio, y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual
repuso: "¡Que venga...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 487ª noche
Ella dijo:
...y se previno de la cosa a la esposa de Juder, El-Sett Asia, la cual repuso: "¡Que venga!" Y cuando
llegó la noche, Salem pene tró en el aposento de la esposa de Juder, que hubo de recibirle con las
demostraciones de la alegría más viva y con los deseos de bienve nida. Y le ofreció, para que se
refrescase, una copa de sorbete, bebién dola él para caer destrozado, como cuerpo sin alma. Y así acaeció
su muerte.
A la sazón El-Sett Asia cogió el anillo mágico y lo hizo añicos para que nadie en adelante lo utilizase
de un modo culpable, y cortó en dos el saco encantado, rompiendo así el encanto que poseía.
Tras de lo cual, mandó prevenir al jeique al-Islam de cuanto había sucedido, y avisó a los notables
del reino que ya podían elegir nuevo rey, diciéndoles: "¡Escoged otro sultán para que os gobierne!"
"¡Y he aquí -continuó Schehrazada- todo lo que sé de la historia de Juder, de sus hermanos y del saco
y el anillo encantados! Pero también sé, ¡oh rey afortunado! una historia asombrosa que se llama...
Historia de Abu-Kir y de Abu-Sir
Dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de lskandaria había antaño dos hombres, uno
de los cuales era tintorero y se llamaba Abu-Kir, y el otro era barbero y se llamaba Abu-Sir. Y eran
vecinos uno de otro en el zoco, porque se tocaban las puertas de sus tiendas.
¡Y he aquí que el tintorero Abu-Kir era un insigne bribón, un embustero de lo más detestable, un
desvergonzado! ¡Ni más ni me nos! ¡Sin duda alguna, debieron tallarse sus sienes con algún granito
irreductible y debió labrarse su cabeza con la piedra de los es calones de una iglesia de judíos!
De no ser así, ¿cómo hubiera él te nido tan desvergonzada audacia para las fechorías y las ruindades
todas? Entre otras diversas estafas, acostumbraba a hacer que sus clientes le pagasen por adelantado, con
pretexto de que necesitaba dinero para comprar colores, y nunca devolvía las telas que le lle vaban a
teñir. Por el contrario, no sólo se gastaba el dinero que ha bía cobrado de antemano, comiendo y bebiendo
a su sabor, sino que vendía en secreto las telas depositadas en su casa, y con ello se pa gaba toda clase de
regocijos y diversiones de primera calidad. Y cuan do volvían los clientes para reclamarle sus efectos,
siempre encontra ba medio de entretenerles y hacerles esperar indefinidamente, unas veces con un
pretexto y otras con otro.
Por ejemplo, decía: "¡Por Alah, ¡ oh mi amo! que ayer parió mi esposa, y me he visto obligado a
correr de un lado para otro durante todo el día!" 0 decía también: "Ayer tuve invitados y me ocuparon
todo el tiempo mis deberes de hospitalidad para con ellos; pero, si vuelves dentro de dos días, desde el
amanecer encontrarás terminada tu tela". Y dilataba todo lo posi ble los compromisos con sus
parroquianos, hasta que alguno exclama ma, impacientado: "¡Bueno! ¿vas a decirme la verdad de lo que
ocurre con mis telas? ¡Devuélvemelas! ¡Ya no quiero teñirlas!" Entonces contestaba él: "¡Por Alah, que
estoy desesperado!" Y alzaba al cielo las manos, haciendo toda clase de juramentos de que iba a decir la
verdad. Y después de lamentarse y golpearse las manos una contra otra, exclamaba: "Figúrate, ¡oh mi
amo! que cuando estuvieron te ñidas las telas, las puse a secar bien tendidas en las cuerdas que hay
delante de mi tienda, y me ausenté un instante para ir a orinar; cuan do volví habían desaparecido,
robándomelas algún foragido, ¡quizá mi mismo vecino, ese barbero calamitoso!"
Al oír estas palabras, si el cliente era un buen hombre entre las personas tranquilas, se con tentaba con
responder: "¡Álah me indemnizará!" y se iba. Pero si el cliente era hombre irritable, se ponía furioso y
llenaba de injurias al tintorero y comenzaba a golpes con él, provocando una disputa pública en la calle
en medio de la aglomeración de gente. Y a pesar de todo, y aun a despecho de la autoridad del kadí, no
conseguía recobrar sus efectos, ya que faltaban pruebas, y por otra parte, en la tienda del tintorero no
había nada que pudiese embargarse y venderse. Y aquel comercio duró bastante tiempo, el necesario para
chasquear uno tras de otro a todos los mercaderes del zoco y a todos los habitantes del barrio. Y el
tintorero Abu-Kir vio a la sazón perdido irremediablemen te su crédito y aniquilado su comercio, pues no
había ya nadie a quien pudiese despojar. Y fue objeto de la desconfianza general, y se le citaba en
proverbios cuando se quería hablar de las bribonadas que hacen las gentes de mala fe.
Cuando el tintorero Abu-Kir vióse reducido a la miseria, fué a sen tarse delante de la tienda de su
vecino el barbero Abu-Sir, y le puso al corriente del mal estado de sus negocios, y le dijo que ya no le
quedaba más que morirse de hambre. Entonces el barbero Abu-Sir, que era un hombre que marchaba por
la senda de Alah, y aunque muy pobre era escrupuloso y honrado, se compadeció de la miseria de quien
era más pobre que él y contestó:
"¡El vecino se debe a su veci no! ¡Quédate aquí y come y bebe y participa de los bienes de Alah hasta
que lleguen días mejores!" Y le recibió con bondad, y atendió a todas sus necesidades durante un largo
transcurso de tiempo.
Pero he aquí que un día el barbero Abu-Sir se quejaba al tinto rero Abu-Kir de los rigores de la
suerte, y le decía: "Ya lo ves, hermano mío! No soy, ni mucho menos, un barbero torpe y mi mano es
ligera en la cabeza de mis clientes. ¡Pero como mi tienda es pobre y yo también soy pobre, nadie viene a
afeitarse en mi casa! ¡Apenas si por la mañana, en el hammam, algún mandadero o algún fogonero se
dirige a mí para que le afeite los sobacos o le aplique en el vientre pasta depilatoria! ¡Y con las pocas
monedas que esos pobres dan a un pobre como yo, puedo alimentarte, alimentarme y subvenir a las
necesidades de la familia que soporto a mi cuello!
¡Pero Alah es grande y generoso!"
El tintorero Abu-Kir contestó: "Verdaderamente eres muy infeliz al aguantar con tanta paciencia la
miseria y los rigores de la suerte, habien do medios de enriquecerse y de vivir con holgura. Te disgusta tu
oficio, que no te produce nada, y yo no puedo ejercer el mío en este país lleno de gentes malévolas. No
nos queda otro recurso que abandonar esta tierra cruel y marcharnos a viajar en busca de alguna ciudad
don de nos sea fácil ejercer nuestro arte con fruto y satisfacción.
¡Por lo demás, cuántas ventajas reportan los viajes! ¡Viajar es alegrarse, es respirar el aire libre, es
descansar de las preocupaciones de la vida, es ver nuevos países y nuevas tierras, es instruirse, y cuando
se tiene entre las manos un oficio tan honorable y excelente como el mío y el tuyo, y sobre todo tan
admitido generalmente en todas las tierras y en los pueblos más diversos, es ejercerlo con grandes
beneficios, hono res y prerrogativas.
Y además, no ignoras lo que ha dicho el poeta acer ca del viaje:
¡Deja las moradas de tu patria, si aspiras a cosas grandes, e invita a viajar a tu alma!
¡En el umbral de tierras nuevas te esperan los placeres, las riquezas, los buenos modales,
la ciencia y las amistades escogidas!
Y si te dicen: "¡Qué de penas y preocupaciones y peligros vas a soportar en tierra lejana,
amigo!" contesta: "¡Vale más estar muerto que vivo, si ha de vivirse siempre en el mismo lugar,
cual insecto roedor, entre envidiosos y espías!”
"¡Así pues, hermano mío, no podemos hacer nada mejor que ce rrar nuestras tiendas y viajar juntos
para mejorar de suerte!" Y con tinuó hablándole con lengua tan elocuente, que el barbero Abu-Sir que dó
convencido de la urgencia de la marcha, y se apresuró a hacer sus preparativos, que consistieron en
envolver en un retazo viejo de tela remendada su bacía, sus navajas, sus tijeras, su suavizador y algunos
otros pequeños utensilios, yendo luego a despedirse de su familia y volviendo a la tienda en busca de
Abu-Kir, que le esperaba.
Y le dijo el tintorero: "Ahora sólo nos resta recitar la Fatiha liminar del Ko rán para dar fe de que
somos hermanos y comprometernos juntos a guardar en lo sucesivo en la misma arca nuestras ganancias,
repar tiéndolas con toda imparcialidad a nuestro regreso a Iskandaria. ¡Co mo también debemos
prometernos que aquel de entre nosotros que en cuentre antes trabajo se obligará a mantener al que no
pueda ganar nada"
El barbero Abu-Kir no puso ninguna dificultad al reconocer la legitimidad de estas condiciones; y
ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, recitaron la Fatiha liminar del Korán...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 488ª noche
Ella dijo:
"...y ambos entonces, para afirmar sus mutuos compromisos, re citaron la Fatiha liminar del Korán.
Tras de lo cual el honrado Abu-Sir cerró su tienda y entregó la llave al propietario, a quien pagó en
seguida; luego tomaron ambos el camino del puerto, y sin ninguna clase de provisiones, embarcaron en un
navío que se hacía a la vela. El Destino les favoreció durante el viaje y hubo de ayudarles por mediación
de uno de ellos. En efecto, entre los pasajeros y la tri pulación, cuyo número total ascendía a ciento
cuarenta hombres, sin contar al capitán, no había más barbero que Abu-Sir; y por consi guiente, él solo
podía afeitar convenientemente a los que necesitaban afeitarse. Así es que, en cuanto el navío se hizo a la
vela, el barbero dijo a su compañero: "Hermano mío, nos hallamos en mitad del mar, y es preciso que
encontremos de comer y beber. ¡Voy, pues, a intentar ofrecer mis servicios a los pasajeros y a los
marineros, por si me dice alguno: «¡Ven ¡oh barbero! a afeitarme la cabeza!» ¡Y le afei taré la cabeza
mediante un pan o algún dinero o un trago de agua, de lo cual podremos aprovechar tú y yo!"
El tintorero Abu-Kir, contestó: "¡No hay inconveniente!" Y se echó en el puente, colocó la cabeza lo
mejor que pudo y se durmió sin más ni más, mientras el barbero se disponía a buscar trabajo.
A este fin, Abu-Sir cogió sus pertrechos y una taza de agua, se echó al hombro un pedazo de lienzo a
modo de toalla, pues era pobre, y empezó a circular entre los pasajeros. A la sazón uno de ellos le dijo:
"¡Ven, ¡oh maestro! a afeitarme!" Y el barbero le afeitó la cabeza. Y cuando hubo acabado, como el
pasajero le ofreciera algu na moneda de cobre, le dijo él: "¡Oh hermano mío! ¿qué voy a hacer aquí con
este dinero? ¡Si quisieras darme un pedazo de pan me re sultaría más ventajoso y más bendito en este mar,
porque traigo con migo un compañero de viaje y son exiguas nuestras provisiones!" En tonces el pasajero
le dió un pedazo de pan y un trozo de queso y le llenó de agua la taza. Y Abu-Sir cogió aquello y fué a
ver a Abu Kir, y le dijo: "¡Toma este pedazo de pan y cómetelo con este trozo de queso y bebe agua de
esta taza!"
Y Abu-Kir lo tomó, y comió y bebió. Entonces Abu-Sir el barbero volvió a coger sus pertrechos, se
echó al hombro la tela, cogió en la mano la taza vacía, y empezó a recorrer el navío entre las filas de
pasajeros, agrupados o echados, y afeitó a uno por dos panecillos, a otro por un pedazo de queso, o un
cohombro, o una raja de sandía, o incluso por dinero; y tuvo tanta suerte, que al fin de la jornada había
recogido treinta panecillos, trein ta medios dracmas, y una porción de queso, y aceitunas, y cohombros, y
varias tortas de lechecilla seca de Egipto, que se extrae de los excelentes pescados de Damieta. Y
además, supo ganarse tantas simpa tías entre los pasajeros, que podía obtener de ellos cuanto les pidiera.
Y se hizo tan popular, que su habilidad llegó a oídos del capitán el cual quiso que también le afeitara a él
la cabeza. Y Abu-Sir afeitó la cabeza al capitán y no dejó de quejársele de los rigores de la suerte y de la
penuria en que se hallaba y de las escasas provisiones que poseía. Y asimismo le dijo que llevaba con él
un compañero de viaje. Entonces el capitán, que era un hombre espléndido y que, además. estaba
encantado de los buenos modales y de la ligereza de mano del barbero, contestó: "¡Bienvenido seas!
Deseo que todas las noches vengas con tu compañero a cenar conmigo. ¡Y no os preocupéis por nada
ninguno de los dos mientras viajéis en nuestra compañía!"
El barbero fué entonces a buscar al tintorero, que, como de cos tumbre, estaba durmiendo, y que
cuando una vez despierto vió junto a su cabeza tanta abundancia de panecillos, queso, sandía, aceitunas,
co hombros y lechecillas secas, exclamó maravillado: "¿De dónde sacaste todo eso?"
Abu-Sir contestó: "De la munificencia de Alah (¡exaltado sea!").
Entonces el tintorero se arrojó sobre las provisiones, como si fuese a pasarlas todas de una vez a su
estómago querido; pero le dijo el barbero: "No comas de esas cosas, hermano mío, que pueden sernos
útiles en un momento de necesidad, y escúchame. Has de saber, en efecto, que he afeitado al capitán, y me
he quejado ante él de nuestra escasez de provisiones; y me contestó: "¡Bienvenido seas, y ven todas las
noches con tu compañero a cenar conmigo!" Y he aquí que precisamente esta noche comeremos por
primera vez con él!"
Pero Abu Kir contestó: "¡Me tienen sin cuidado todos los capitanes! ¡Estoy ma reado y no puedo
abandonar mi sitio! ¡Déjame aplacar el hambre con estas provisiones y vé a cenar con el capitán tú solo!"
Y dijo el barbero: "¡No hay inconveniente en hacerlo!" Y en espera de la hora de ce nar, se quedó mirando
comer a su compañero.
Y he aquí que el tintorero se puso a partir y a probar los ali mentos como el picapedrero que parte
bloques de piedra en las canteras, y a devorarlos con un ruido igual al que haría un elefante que estuviera
días y días sin comer y tragara con gruñidos y gargarizaciones; y unos bocados ayudaban a otros bocados,
empujándolos a las puertas del gaznate; y cada pedazo entraba antes de que hubiera desaparecido el
anterior; y los ojos del tintorero se abrían exageradamente como los ojos de un ghul al desfilar cada trozo
y lo cocían con sus resplan dores, abrasándolo, y resoplaba y berreaba cual un buey que bramase ante las
habas y el heno.
Entretanto, apareció un marinero, que dijo al barbero: "¡Oh maestro de tu oficio! el capitán te dice:
"¡Trae a tu compañero y ven a cenar!" Entonces Abu-Sir preguntó a Abu-Kir: "¿Te decides a acom -
pañarme?" El otro contestó: "¡No tengo fuerzas para andar!" Y se fue el barbero solo y vio al capitán
sentado en el suelo ante un amplio mantel encima del cual había veinte manjares, o acaso más, de dife -
rentes colores; y no esperaban más que a que llegase para empezar la comida, a la que también estaban
invitadas diversas personas de a bordo. Y al verle solo, el capitán le preguntó...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 489ª noche
Ella dijo:
"...Y al verle solo, el capitán le preguntó: "¿Dónde está tu com pañero?" El barbero contestó: "¡Oh mi
amo, se ha mareado y está aturdido!" El capitán dijo: "Esto no tiene la menor importancia. ¡Ya se le
pasará el mareo! ¡Siéntate junto a mí, y en el nombre de Alah!" Y cogió un plato y lo llenó de manjares de
todos colores con tan poca paciencia que cada ración podría satisfacer a diez personas. Y cuando el
barbero hubo acabado de comer, el capitán le ofreció otro plato, diciéndole: "¡Lleva este plato a tu
compañero!" Y Abu-Sir se apresuró a llevar el plato lleno a Abu-Kir, a quien encontró masticando con
los colmillos y trabajando con las muelas corno un camello, en tanto que seguían desapareciendo
rápidamente en sus fauces bocados enormes, uno tras de otro. Y le dijo Abu-Sir: "¿No te dije que no te
hartaras con esas provisiones? ¡Mira! He aquí las cosas admirables que te envía el capitán. ¿Qué tienes
que decir de estas excelentes agujas de kabad de cordero que vienen de la mesa de nuestro capitán?"
Abu-Kir dijo con un gruñido: "¡Dámelo!" Y se precipitó sobre el plato que le ofre cía el barbero, y se
puso a devorarlo todo a dos manos con la vora cidad del lobo, o la rapacidad del león, o la ferocidad del
águila que se abate sobre las palomas, o la furia del hambriento que creyó perecer de hambre y no hace
remilgos para rellenarse desaforadamente. Y en algunos instantes dejó limpio el plato y lo lamió para
tirarlo luego vacío en absoluto. Entonces el barbero recogió el plato y se lo dio a unos tripulantes para ir
después él a beber algo con el capitán, vol viendo más tarde para pasar la noche al lado de Abu-Kir, que
ya roncaba por todos los agujeros de su cuerpo, produciendo tanto estré pito como el agua al azotar el
barco.
Al día siguiente y en los posteriores el barbero Abu-Sir siguió afeitando a los pasajeros y a los
marineros, ganando víveres y provi siones, cenando por la noche con el capitán y sirviendo con toda ge -
nerosidad a su compañero, quien, por su parte, se limitaba a dormir, sin despertarse más que para comer
o hacer sus necesidades, y así durante veinte días de navegación, hasta que, por la mañana del
vigésimoprimero día, el navío entró en el puerto de una ciudad des conocida.
Entonces Abu-Kir y Abu-Sir bajaron a tierra y fueron a alqui lar en un khan una vivienda pequeña, que
se apresuró a amueblar el barbero con una estera nueva comprada en el zoco de los estereros, y dos
mantas de lana. Tras de lo cual el barbero, no bien atendió a todas las necesidades del tintorero, que
continuaba quejándose del mareo, le dejó dormido en el khan, y se fue por la ciudad, cargado con sus
pertrechos, para ejercer su profesión por las esquinas, al aire libre, afeitando a mandaderos, a arrieros, a
barrenderos, a vendedores am bulantes y hasta a mercaderes de bastante importancia, que fueron a él
atraídos por su navaja experta. Y por la noche, volvió para poner los manjares a la vista de su
compañero, al cual halló dormido y no consiguió despertarle más que haciéndole oler las emanaciones de
las agujas de cordero. Y duró de tal forma aquel estado de cosas cua renta días enteros, quejándose
siempre Abu-Kir de un resto de ma rco: y a diario, una vez a mediodía y otra vez al ponerse el sol, iba el
barbero al khan para servir y dar de comer al tintorero con la ganancia que le proporcionaba el destino
del día y su navaja; y el tintorero se tragaba panecillos, cohombros, cebollas frescas y agujas de kabab
sin fatiga ninguna de su cuidado estómago; y en vano el barbero le encomiaba la belleza sin par de
aquella ciudad desconocida y le invitaba a que le acompañase a dar un paseo por los zocos o los
jardines, pues Abu-Kir contestaba invariablemente: "¡Todavía tengo mareo en la cabeza!" y después de
exhalar diversos regüeldos y soltar diversos cuescos de diversas calidades, se sumergía de nuevo en su
pesado sueño.
Y el excelente y honrado barbero Abu-Sir no hacía el menor reproche a su desvergonzado compañero
ni le importunaba con quejas o disputas.
Pero, al cabo de aquellos cuarenta días el pobre barbero cayó enfermo, y como no podía salir para
dedicarse a su trabajo, rogó al portero del khan que cuidase a su compañero Abu-Kir y le comprara todo
lo que necesitase. Pero algunos días después empeoró tan gra vemente el estado del barbero, que el pobre
perdió sus facultades y quedóse inerte y como muerto.
Así es que, como ya no le alimentaban ni le compraban lo necesario, el tintorero acabó por sentir la
cruel quemadura del hambre y se vio obligado a levantarse para buscar a derecha y a izquierda algo que
echarse a la boca. Pero ya había lim piado toda la vivienda, y no encontró absolutamente nada que comer;
entonces registró la ropa de su compañero, que yacía inerte en el suelo, encontró una bolsa con la
ganancia del pobre acumulada moneda a mo neda durante la travesía y en los cuarenta días de trabajo, se
la guardó en el cinturón, y sin preocuparse de su compañero enfermo, como si no existiese, salió,
cerrando tras de sí el picaporte de la puerta de su vivienda. Y como en aquel momento estaba ausente el
portero del khan, nadie le vió salir ni le preguntó adónde iba.
Y he aquí que lo primero que hizo Abu-Kir fué correr a casa de un pastelero, donde se compró una
bandeja entera de kenafa y otra de hojaldres escarchados; y encima se bebió un cántaro de sorbete de
almizcle y otro de ámbar y azufaifas. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 490ª noche
Ella dijo:
...Tras de lo cual se dirigió al zoco de los mercaderes y se compró hermosos vestidos y preseas
hermosas, y suntuosamente ata viado empezó a pasearse despacio por las calles, distrayéndose y di -
virtiéndose con las cosas nuevas que a cada paso descubría en aquella ciudad sin par en el mundo, según
creía él.
Pero, entre otras cosas, le llamó la atención particularmente un hecho extraño. Notó, en efecto, que
todos los habitantes, sin excepción, iban vestidos iguales, con telas de los mismos colores: no se veían
más que azules y blancas y no otras. Hasta en las tiendas de los mercaderes no habían más que telas
blancas y telas azules, sin que las hubiese de otro color. En los establecimientos de los vendedores de
perfumes tampoco había más que blanco y azul; y el kohl mismo era visiblemente azul. Los expendedo res
de sorbetes no tenían en las garrafas más que sorbetes blancos, sin que los tuviesen rojos, o rosados o
violados. Y aquel descubrimiento le asombró en extremo. Pero donde su estupefacción llegó a los úl timos
límites, fue a la puerta de un tintorero; en las cubas del tin torero sólo vio, efectivamente, tinte azul índigo
y ninguno otro más. Entonces, sin poder reprimir su curiosidad y su asombro, Abu-Kir entró en la tienda y
sacó del bolsillo un pañuelo blanco, dándoselo al tintorero, y diciéndole: "¿Cuánto me llevarás ¡oh
maestro de tu ofi cio! por teñirme este pañuelo? ¿Y de qué color le dejarás?" El maes tro tintorero
contestó: "¡Por teñirte ese pañuelo no te llevaré más que veinte dracmas!" Indignado ante demanda tan
exhorbitante, exclamó Abu-Kir: "¡Cómo! ¿pides veinte dracmas por teñirme este pañuelo, y lo vas a hacer
de azul? ¡Pero en mi país no cuesta más que medio dracma!" El maestro tintorero contestó: "¡En ese caso,
buen hombre, vuélvete a tu país para teñirlo! ¡Aquí no podemos hacerlo por menos de veinte dracmas, sin
rebajar ni una moneda de cobre!"
Entonces repuso Abu-Kir: "¡Bueno! pero no quiero teñirlo de azul. ¡Es rojo como lo quiero!" El otro
preguntó: "¿En qué lengua estás hablando? ¿Y qué entiendes por rojo? ¿Acaso hay tinte rojo?"
Abu-Kir dijo es tupefacto: "¡Entonces de amarillo!" El otro contestó: "¡No conozco, ese tinte!" Y Abu-
Kir siguió enumerándole diversos colores de tin tes, sin que el maestro tintorero comprendiese lo que le
decía.
Y como le preguntase Abu-Kir si los demás tintoreros eran tan ignorantes co mo él, le contestó: "En
esta ciudad hay cuarenta tintoreros que forma mos una corporación inasequible para todos los demás
habitantes, y nuestro arte se transmite de padres a hijos y solamente al morir uno de nosotros. ¡En cuanto
a emplear otro tinte que el azul jamás pen samos en semejante cosa!"
Al oír estas palabras del tintorero, dijo Abu-Kir: "Mas de saber ¡oh maestro en tu oficio! que también
vo soy tintorero y sé teñir las telas no sólo de azul, sino de una infinidad de colores que ni siquiera
sospechas. ¡Tómame, pues, a tu servicio, mediante un salario, y te enseñaré todos los detalles de mi arte,
y entonces podrás gloriarte de tu saber ante toda la corporación de tintoreros!" El otro contestó: "¡No
podemos aceptar extranjeros en nuestra corporación y en nuestro ofi cio!" Abu-Kir preguntó: "¿Y si yo
abriera por mi cuenta una tinto rería?" El otro contestó: "¡Tampoco podrás hacerlo!" Entonces no insistió
más Abu-Kir, salió de la tienda y fue en busca de un segundo tintorero, luego de un tercero, y de un
cuarto, y de todos los demás tintoreros de la ciudad, y todos le recibieron igual y le dieron las mis mas
respuestas, sin aceptarle ni como maestro ni como aprendiz. Y fue a exponer su queja al jeique síndico de
la corporación, que le contestó: "Nada puedo hacer. Nuestra costumbre y nuestras tradicio nes nos
prohiben que admitamos entre nosotros un extranjero".
Ante semejante recibimiento de unánime repulsa por parte de to dos los tintoreros, Abu-Kir sintió que
se le hinchaba de furor el híg ado, y fue a palacio y se presentó al rey de la ciudad, y le dijo: Oh rey del
tiempo! soy extranjero y ejerzo la profesión de tintorero, sé teñir de cuarenta colores diferentes las
telas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 491ª noche
Ella dijo:
"...y sé teñir de cuarenta colores diferentes las telas. Y sin em bargo, me ha sucedido tal y cual cosa
con los tintoreros de esta ciu dad, que no saben teñir más que de azul. No obstante, yo puedo dar a una tela
los colores y matices más encantadores; el rojo en sus diversos tonos, como el rosa y el azufaifa; el verde
en sus diversos to nos, como verde vegetal, verde alfónsigo, verde aceituna y verde ala de cotorra; el
negro en sus diversos tonos, como negro carbón, negro de brea y negro azulado de kohl; el amarillo
anaranjado: amarillo li món y amarillo de oro, ¡y otros muchos colores extraordinarios! ¡Ni más ni menos!
¡Y he aquí que, a pesar de todo, los tintoreros de acá no han querido admitirme ni como maestro ni como
aprendiz a jornal!"
Al oír estas palabras de Abu-Kir y esta enumeración prodigiosa de colores de que nunca había oído
hablar ni supuesto su existencia, el rey se maravilló y se estremeció, y exclamó: "¡Ya Alah, eso es
admirable!"
Luego dijo a Abu-Kir: "Si es verdad lo que dices, ¡oh tintorero! y si verdaderamente puedes, merced
a tu arte, regocijarnos la vista con tantos colores maravillosos, desecha toda preocupación y
tranquilízate. Yo mismo voy a abrirte una tintorería y a darte un fuerte capital en dinero. ¡Y no tienes nada
que temer de los de la corporación, pues si alguno de ellos, por desgracia, intentara mo lestarte, haría que
le colgaran a la puerta de su tienda!"
Y al punto llamó a los arquitectos de palacio, y les dijo: "Acompañad a este maes tro admirable,
recorred con él toda la ciudad, y cuando haya encontra do un lugar de su gusto, sea tienda o khan, o casa
jardín, echad de allí inmediatamente a su propietario, y construíd a toda prisa en aquel emplazamiento
una gran tintorería con cuarenta cubas de grandes dimensiones y otras cuarenta de dimensiones más
pequeñas. Y obrad en todo conforme a las indicaciones de este gran maestro tintorero; observad
puntualmente sus órdenes ¡y guardáos de desobedecerle en nada, ni siquiera con un gesto!" Luego el rey
regaló a Abu-Kir un her moso ropón de honor y una bolsa con mil dinares, diciéndole: "¡Di viértete con
este dinero en tanto está lista la nueva tintorería!" Y le regaló, además, dos mozos jóvenes para su
servicio y un maravilloso caballo enjaezado con una hermosa silla de terciopelo azul y una gual drapa de
seda del mismo color. Además, puso a su disposición, para que la habitara, una casa ricamente
amueblada bajo su dirección y servida por gran número de esclavos.
¡Así es que Abu-Kir, vestido de brocado a la sazón y montado en un hermoso caballo aparecía
brillante y majestuoso como un emir hijo de emir! Y al día siguiente, montado siempre en su caballo y
prece dido por dos arquitectos y por los dos mozos jóvenes, que hacían se pararse a la multitud al pasar
él, no dejó de recorrer las calles y los zocos en busca de un lugar donde levantar su tintorería. Y acabó
por elegir una inmensa tienda abovedada, que estaba situada en medio del zoco, y dijo: "¡Este sitio es
excelente!" Al punto los arquitectos y los mozos echaron al propietario, y comenzaron en seguida a
demoler por un lado y a edificar por otro, y tanto celo pusieron en el cumplimiento de su tarea a las
órdenes de Abu-Kir, que les decía desde su caballo: "¡Haced aquí tal y cual cosa, y allá tal y cual otra!",
que en muy poco tiempo terminaron la construcción de una tintorería que no tenía igual en ningún lugar de
la tierra.
Entonces hizo el rey que le llamaran, y le dijo: "Ahora hay que poner en movimiento la tintorería;
pero sin dinero nada puede ponerse en movimiento. He aquí, pues, para empezar, cinco mil dinares de
oro como primeros fondos". Y Abu-Kir cogió los cinco mil dinares, guar dándolos cuidadosamente en su
casa, y con algunos dracmas -pues los ingredientes necesarios estaban muy baratos y no tenían salida- -
compró en casa de un droguero todos los colores que estaban apilados en sacos intactos todavía, y los
hizo transportar a su tintorería, donde los preparó y los disolvió diestramente en las cubas grandes y
peque ñas...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 492ª noche
Ella dijo:
"...y los disolvió diestramente en las cubas grandes y pequeñas. Entretanto, le envió el rey quinientas
piezas de telas blancas de seda, de lana y de lino, para que las tiñese con arreglo a su arte. Abu-Kir las
tiñó de diferentes maneras, dándoles a unas colores pu ros de toda mezcla y a otras colores compuestos,
de modo que no hubo ni una sola tela que se pareciese a otra; luego, para secarlas, tendió en cuerdas que
partían de su tienda e iban de un extremo otro de la calle; y al secarse, se acentuaban maravillosamente
los matices de las telas coloreadas y ofrecían al sol un espectáculo esplén dido.
Cuando los habitantes de la ciudad vieron cosa tan nueva para ellos, quedaron pasmados; y los
mercaderes cerraron sus tiendas para acudir a ver mejor aquello, y las mujeres y los niños prorrumpían
en gritos de admiración, y preguntaban a Abu-Kir unos y otros: "¡Oh maestro tintorero! ¿cómo se llama
este color?" Y les contestaba él: "¡Ese es rojo granate! ¡éste es verde de aceite! ¡éste es amarillo to -
ronja!" Y les nombraba todos los colores en medio de exclamaciones y de brazos alzados en señal de una
admiración sin límites.
Pero de pronto el rey, a quien habían advertido que las telas es taban ya teñidas, se presentó en medio
del zoco a caballo, precedido de sus espoliques, que le abrían paso entre la muchedumbre, y segui do por
su escolta de honor. Y a la vista de tantos colores cambiantes como ofrecían las telas a impulso de la
brisa que las hacía ondular en el aire incandescente, quedó entusiasmado hasta el límite del entu siasmo, y
permaneció largo tiempo inmóvil, sin respirar y con los ojos en blanco.
Y hasta los caballos, lejos de espantarse de aquel espectácu lo inusitado, se mostraron sensibles a la
fascinación de colores tan hermosos, y así como otras veces caracolean al son de flautas y cla rinetes, se
pusieron a bailar por su parte, embriagados con toda aquella gloria que rasgaba el aire y estallaba al
viento.
En cuanto al rey, sin saber cómo honrar al tintorero, hizo apearse del caballo a su gran visir para que
Abu-Kir montara en su lugar, manteniéndole a su derecha, y habiendo hecho recoger las telas, em prendió
el camino de palacio, donde colmó a Abu-Kir de oro, de pre sentes y de privilegios. Hizo luego que con
las telas coloreadas corta sen trajes para él, para sus mujeres y para los notables del palacio, y que dieran
otras mil piezas a Abu-Kir con objeto de que las tiñese tan maravillosamente; de modo que, al cabo de
cierto tiempo, todos los emires primero, y después todos los funcionarios, tuvieron trajes de colores. Y
afluyeron los pedidos en cantidad tan considerable a casa de Abu-Kir, que fue nombrado tintorero real y
que no tardó en ser el hombre más rico de la ciudad; y los demás tintoreros, con el jefe de la corporación
a la cabeza, fueron a darle excusas por su con ducta anterior y le rogaron que los empleara en su casa en
calidad de aprendices sin salario. Pero él no admitió sus excusas y les despi dió humillantemente. Y ya no
se veían por calles y zocos más que gen tes vestidas con telas multicolores y fastuosas que había teñido
Abu -Kir, el tintorero del rey.
¡Y esto por lo que a él se refiere!
¡Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 493ª noche
Ella dijo:
¡...Pero he aquí lo referente a Abu-Sir, el barbero!
Despojado y robado por el tintorero, que se marchó después de encerrarle en la vivienda, permaneció
tendido medio muerto durante tres días, al cabo de los cuales el portero del khan acabó por asombrar se
de no ver salir a ninguno de los dos; y se dijo: "¡Acaso se hayan ido sin pagarme el importe del alquiler
de la vivienda! ¡Quizás hayan muerto! ¡0 quién sabe si tal vez ocurrirá otra cosa!" Y se dirigió a la puerta
de la vivienda, y encontró la llave de madera en el picaporte, que estaba cerrado con los dos pestillos; y
oyó como un débil gemido dentro. Abrió entonces la puerta y entró, y vió al barbero acostado en la
estera, amarillo y cambiadísimo; y le preguntó: "¿Qué tienes, hermano mío, para quejarte de ese modo?
¿Y qué ha sido de tu compañero?"
El pobre barbero contestó con voz muy débil: "¡Sólo lo sabe Alah! Hasta hoy estuve sin abrir los
ojos. ¡No se desde cuándo estoy aquí! Pero tengo sed, y te ruego ¡oh hermano mío! que cojas la bolsa que
cuelga de mi cinturón y vayas a comprarme algo para poder sos tenerme".
El portero dió vueltas y más vueltas al cinturón; pero como no encontraba allí ningún dinero,
comprendió que lo había robado el otro compañero, y dijo al barbero: "¡No te preocupes por nada!, ¡oh
pobre! ¡Alah remunerará a cada cual con arreglo a sus obras! ¡Voy a ocuparme de ti y a cuidarte con mis
ojos!" Y se apresuró a prepa rarle una escudilla llena de sopa, y se la llevó. Y le ayudó a tomarla, y le
envolvió en una manta de lana, y le hizo sudar. Y se condujo así durante dos meses, sufragando todos los
gastos del barbero, de modo que al cabo de este tiempo Alah otorgó la curación ayudado por él. Y Abu-
Sir pudo entonces levantarse, y dijo al buen portero: "Si algu na vez me da poder para ello el Altísimo,
sabré indemnizarte de cuan to gastaste en mí y agradecerte tus cuidados y bondades. Pero sólo Alah es
capaz de remunerarte justamente con arreglo a tus méritos, ¡oh hijo predilecto!"
El viejo portero del khan le contestó: "¡Loor a Alah por tu curación, hermano mío! ¡Yo no obré
contigo como obré más que por deseo del rostro de Alah el Generoso! Luego el barbero quiso besarle la
mano; pero el otro se negó a ello protestando; y se despidieron invocando cada uno sobre otro todas las
bendiciones de Alah.
Salió, pues, del khan el barbero, cargado con sus pertrechos usuales, y empezó a recorrer los zocos.
Pero aquel día le esperaba su destino, que hubo de conducirle precisamente ante la tintorería de Abu-Kir,
donde vió una enorme muchedumbre contemplando las telas coloreadas que estaban tendidas en cuerdas
por delante de la tienda y maravillándose y lanzando tumultuosas exclamaciones. Y preguntó a un
espectador: "¿De quién es esa tintorería? ¿Y a qué obedece ese tumulto?" El hombre a quien hubo de
preguntar, le contestó: "¡Es la tienda de Abu-Kir, el tintorero del sultán! ¡El es quien tiñe las telas con
esos colores admirables, valiéndose de procedimientos extraordi narios! ¡Es un gran sabio en el arte de la
tintorería!"
Al oír estas palabras Abu-Sir se regocijó con toda el alma por la suerte de su compañero, y pensó:
"¡Loor a Alah, que le ha abierto las puertas de las riquezas! ¡Te equivocabas ¡ya Abu-Sir! al pensar mal
de tu antiguo compañero! ¡Si te abandonó y te olvidó, fué porque estaba muy ocupado en su trabajo! ¡Y si
te cogió la bolsa, fué porque no tenía entre las manos nada con qué comprar colores! ¡Pero ahora verás
cómo, en cuanto te haya reconocido, te recibe con cordialidad, acordándose de los servicios que le
prestaste otras veces y del bien que le hiciste cuando estaba apurado! ¡Cómo se va a alegrar de verte!
Luego el barbero consiguió abrirse paso entre la muchedumbre y llegar a la puerta de la tintorería. Y
miró al interior. Y vió a Abu-Kir tendido perezosamente en un diván alto, apoyándose en un montón de
almohadones y con el brazo derecho encima de un cojín, y vestido con un traje parecido a los trajes de
los reyes, y había delante de él cuatro jóvenes esclavos negros y cuatro jóvenes esclavos blancos ata -
viados suntuosamente; y de aquella manera, hubo de aparecérsele tan majestuoso como un visir y tan
grande como un sultán. Y vió a los obreros, en número de diez, poniendo mano a la obra y ejecutando las
órdenes que les daba su amo sólo por señas.
Entonces Abu-Sir avanzó un paso y se detuvo precisamente delan te de Abu-Kir, pensando: "¡Esperaré
a que pose sobre mí sus ojos para hacerle mi zalema! ¡Quién sabe si me saludará él primero y se arrojará
a mi cuello para besarme y condolerse por mi enfermedad y consolarme!"
"...Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 494ª noche
Ella dijo:
"...Pero, apenas se encontraron sus ojos y una mirada se cruzó con otra, dió un salto el tintorero,
exclamando: "¡Ah, malvado ladrón, cuántas veces te tengo prohibido que te pares delante de mi tienda!
¿Es que quieres mi ruina y mi deshonra? ¡Hola, vosotros! ¡Detenedle y apoderaos de él!
De modo que los esclavos blancos y los negros se precipitaron sobre el pobre barbero y le
derribaron y le pisotearon; y hasta el pro pio tintorero se levantó, cogió un palo largo, y dijo: "¡Echadle
de bruces!" Y le asestó doscientos palos en la espalda. Luego dijo: "¡Oh miserable harapiento! ¡Oh
traidor! Como otro día vuelva a verte de lante de mi tienda, te mandaré a presencia del rey, que te
arrancará la piel y te empalará a la puerta de palacio! ¡Vete! ¡Que Alah te maldiga! ¡oh rostro de pez!"
Entonces el pobre barbero muy humillado y do lorido por aquel trato, y con el corazón roto y el alma
encogida, se alejó de allí a rastras y emprendió el camino del khan, llorando en silencio y perseguido por
la rechifla de la muchedumbre amotinada contra él y por las maldiciones de los admiradores de Abu-Kir
el tintorero.
Cuando llegó a su vivienda, se echó encima de la estera cuan largo era y se puso a reflexionar sobre
lo que acababa de hacerle su frir Abu-Kir; y se pasó toda la noche sin poder pegar los ojos de tan
desgraciado y dolorido como se sentía. Pero por la mañana, frías ya las señales de los golpes, pudo
lavarse y salir con intención de tomar un baño en el hammam para acabar de descansar y lavarse el
cuerpo después de tanto tiempo como estuvo sin hacer sus abluciones durante la enfermedad. Preguntó,
pues, a un transeúnte: "Hermano mío, ¿cuál es el camino del hammam?" El hombre contestó: "¿El
hammam? ¿Qué es eso de hammam?" Abu-Sir dijo: "¡Pues el sitio donde va la gente a lavarse y a quitarse
la suciedad y los filamentos que se forman en el cuerpo! ¡Es el lugar más delicioso del mundo!"
El hombre contestó: "¡Échate, entonces, al mar! ¡Allí es donde nos bañamos!" Abu-Sir di jo: "¡Pero si
lo que deseo es un baño en el hammam!" El otro contestó: "No sabemos lo que quieres decir con eso de
hammam. Nosotros, cuando queremos tomar un baño, nos vamos al mar; y hasta el rey, cuando quiere
lavarse, hace como nosotros: se va a tomar un baño de mar".
Cuando Abu-Sir enteróse de que el hammam era desconocido por los habitantes de aquella ciudad y
se convenció de que ignoraban la costumbre de los baños calientes y las operaciones del masaje,
limpieza de filamentos y depilación, se dirigió al palacio del rey y pidió au diencia, siéndole concedida.
Se presentó, pues, al rey, y después de besar la tierra entre sus manos e invocar sobre él las bendiciones,
le dijo: "¡Oh, rey del tiempo! soy extranjero y barbero de profesión. Sé también ejercer otros oficios,
especialmente el de estufista del hammam y masajista, aunque en mi país cada una de estas profesiones la
ejerce un hombre distinto, que en toda su vida no hace otra cosa. Y hoy quise ir al hammam en tu ciudad,
¡pero nadie supo indicarme el ca mino, y nadie comprendió lo que significaba la palabra hammam! ¡Por
cierto que es muy asombroso que una ciudad tan hermosa como la tuya carezca de hammams, cuando nada
en el mundo hay tan exce lente para embellecer y hacer las delicias de una ciudad! ¡En verdad ¡oh rey del
tiempo! que el hammam es un paraíso de la tierra!" Al oír estas palabras, quedóse el rey extremadamente
asombrado, y preguntó: "¿Podrás, entonces, explicarme qué es ese hammam de que me hablas? Porque no
he oído hablar de él nunca". Entonces dijo Abu Sir: "¡Has de saber ¡oh rey! que el hammam es un edificio
construido de tal y cual manera, y se baña uno en él de tal y cual modo, y se experimentan allí tales y
cuáles cosas!"
Y enumeró al detalle las cua lidades, las ventajas y los placeres de un hammam bien acondicionado.
Luego añadió: "¡Pero me saldrían pelos en la lengua antes de poder darte una idea exacta de lo que es un
hammam y de sus goces! ¡Hay que experimentarlo para comprenderlo! ¡Y no será tu ciudad una ciudad
verdaderamente perfecta hasta el día en que tenga un ham mam!"
Al oír estas palabras de Abu-Sir, el rey se dilató de entusiasmo y se esponjó, y exclamó: "Bienvenido
seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 495ª noche
Ella dijo:
El rey, lleno de entusiasmo, exclamó: "Bienvenido seas a mi ciudad, ¡oh hijo de gentes de bien!" Y
con sus propias manos le puso un ropón de honor que no tenía igual, y le dijo: "¡Se te concederá cuanto
quieras, y aún más! ¡Pero date prisa a construir un hammam, porque es grande mi impaciencia por verlo y
disfrutarlo!"
Y le hizo don de un caballo magnífico, de dos negros, de dos mozos jóvenes, de cuatro adolescentes y
de una casa espléndida. Y le trató más gene rosamente todavía que al tintorero, y puso a su disposición los
mejores arquitectos, diciéndoles: "Es preciso que construyáis un hammam en el sitio que él mismo
escoja!" Y Abu-Sir se puso al frente de los ar quitectos, y recorrió con ellos toda la ciudad y acabó por
encontrar un sitio que le pareció conveniente, dando orden de que levantaran el hammam allí. Y conforme
a sus indicaciones, los arquitectos levanta ron un hammam que no tenía par en el mundo, y lo adornaron
con dibujos entrelazados y con mármoles de diversos colores y con un decorado extraordinario que
arrebataba la razón. Y todo se hacía según las instrucciones de Abu-Sir. Y cuando se acabó la
construcción, Abu-Sir hizo que pusieran en medio una gran piscina de alabastro transparente y otras dos
de mármol precioso. Luego fue a buscar al rey, y le dijo: "¡Ya está preparado el hammam, pero me faltan
aún los accesorios y utensilios!" Y el rey le dió diez mil dinares, apresurán dose el barbero a emplearlos
en comprar los diversos utensilios, tales como toallas de lino y de seda, esencias preciosas, perfumes,
incienso y lo demás. Y puso cada cosa en su sitio, y no regateó nada para que hubiese profusión de todo.
Después pidió al rey diez ayudantes vigo rosos para que le auxiliaran en su trabajo; y al instante le dió el
rey veinte mozos jóvenes, bien formados y hermosos como lunas, a los cuales se apresuró Abu-Sir a
iniciar en el arte del masaje y del lavatorio, dándoles masajes y lavándoles, y haciéndoles que repitieran
con él mismo las diferentes experiencias. Y cuando estuvieron duchos en tal arte, fijó él por fin el día de
la inauguración del hammam y se lo avisó al rey.
Y aquel día hizo Abu-Sir que calentaran el hammam y el agua de las piscinas, y quemaran incienso y
perfumes en los pebeteros, y de jaran correr el agua de las fuentes con un ruido tan admirable, que
cualquier música parecería junto a aquel rumor un desconcierto. ¡En cuanto al gran salto de agua de la
piscina central, era una maravilla incomparable y que sin duda había de producir un éxtasis en los espí -
ritus! Y reinaba allá dentro en todo una limpieza y una frescura que desafiarían al candor del lirio y los
jazmines.
Así es que cuando el rey, acompañado por sus visires y emires, franqueó la puerta principal del
hammam, quedó agradablemente im presionado por ojos y nariz y oídos con el decorado encantador de
aquel recinto, y los perfumes y la música del agua en los pilones de las fuentes. Y preguntó, muy
maravillado: "¿Pero qué es esto?" Abu -Sir contestó: "¡Esto es el hammam! ¡Pero no has visto más que la
entrada!" E hizo penetrar al rey en la primera sala y le hizo subir al estrado, donde le desnudó y le
envolvió en toallas desde la cabeza hasta los pies, y le calzó altos zuecos de madera, y le introdujo en la
segunda sala, donde le hizo sudar copiosamente. Entonces, ayudado por mozos jóvenes, le frotó las
extremidades, valiéndose de guantes de crin, y le sacó, en forma de largos filamentos parecidos a
gusanos, toda la suciedad interior acumulada en los poros de la piel; y se los mostró al rey, que hubo de
asombrarse prodigiosamente. Luego le lavó con mucha agua y mucho jabón, y le hizo bajar después a la
bañera de mármol llena de agua perfumada con esencia de rosas, donde le dejó algún tiempo para hacerle
salir más tarde y lavarle la cabeza con agua de rosas y esencias preciosas. Luego le tiñó con henné las
uñas de manos y pies, dándoles un color de aurora. Y mientras se efectuaban estos preparativos, ardían a
su alrededor áloe y nad aro mático, penetrándole con su suavidad.
Terminado aquello, el rey se sintió ligero como un pájaro y res piró con todos los abanicos de su
corazón; y se le había puesto el cuerpo tan liso y tan firme, que al tocarlo con la mano producía un sonido
armónico. ¡Pero cuál no fué su delicia cuando aquellos mozos jóvenes se pusieron a darle masaje en las
extremidades con una dul zura y un ritmo tales, que le parecía que habíase convertido en laúd o en
guitarra! Y sentía que le animaba un vigor sin igual, hasta el extremo de que estuvo a punto de rugir como
un león. Y exclamó: "¡Por Alah, que en mi vida me noté más vigoroso! ¿Y es esto el ham mam, ¡oh
maestro barbero!?" Abu-Sir contestó: "¡Esto mismo es!, ¡oh rey del tiempo!" El rey dijo: "¡Por mi cabeza,
que mi ciudad no fué una ciudad hasta después de la construcción de este hammam!" Y cuando subió al
estrado para beber los sorbetes preparados con nieve machacada, luego que le secaron con toallas
impregnadas de almiz cle, preguntó a Abu-Sir...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y cuando llegó la 496ª noche
Ella dijo:
"...luego que le secaron con toallas impregnadas en almizcle, preguntó a Abu-Sir: "¿Y cuánto crees
que vale un baño así y a qué precio piensas que te lo paguen?" El barbero contestó: "¡Al precio que
quiera el rey!" El rey dijo: "¡Me parece que un baño así no vale menos de mil dinares!"E hizo que
contaran mil dinares para Abu-Sir, y le dijo: "¡Y en adelante harás que pague mil dinares cada cliente que
venga a tomar un baño en tu hammam!"
Pero contestó Abu-Sir: "Dispensa, ¡oh rey del tiempo! ¡Todos no son iguales! Unos son ricos y otros
son pobres. Así, pues, si yo quisiera que cada cliente me diese mil dinares, no haría negocio con el
hammam y tendría que cerrarlo, porque el pobre no puede pagar mil dinares por un baño".El rey con testó:
"¿Qué piensas hacer entonces?" El barbero contestó: "Dejaré que ponga precio la generosidad del
cliente! ¡De tal suerte pagará cada cual con arreglo a sus medios y a la generosidad de su alma! Y el
pobre no dará más que lo que pueda dar. ¡En cuanto a ese precio de mil dinares que señalaste, lo
consideraré como un regalo del rey!" Y al oír estas palabras los emires y los visires aprobaron la
conducta de Abu-Sir, y añadieron: "Verdad dice, ¡oh rey del tiempo! y habla con justicia. Porque tú ¡oh
bien amado nuestro! crees que pueden obrar como tú todos".
Dijo el rey: "¡Es posible! De todos modos, como este hombre es un extranjero y un pobre muy pobre,
estamos obligados a tratarle con largueza y generosidad, máxime cuando dota a nuestra ciudad con este
hammam como no le habíamos visto en nues tra vida, y gracias al cual nuestra ciudad ha adquirido una
importan cia y un lustre incomparables. ¡Pero desde el momento en que no po déis pagar a mil dinares el
baño, según me decíais, os autorizo a que por esta vez no le paguéis cada uno nada más que cien dinares,
dán dole, además, un esclavo joven, un negro y una joven! ¡Y en lo su cesivo, puesto que así lo quiere él,
cada cual le pagaréis lo que os permitan vuestros medios y la generosidad de vuestra alma!"
Contes taron: "¡Sin duda que así lo haremos muy gustosos!" Y cuando to maron su baño en el hammam
aquel día, pagó a Abu-Sir cada uno cien dinares de oro, un esclavo joven blanco, uno negro y una joven.
Pero como el número de emires y altos dignatarios que después del rey tomaron su baño ascendía a
cuarenta, Abu-Sir recibió cuarenta mil dinares, cuarenta jóvenes blancos, cuarenta negros y cuarenta
mujeres jóvenes, y por parte del rey diez mil dinares, diez mozos jóvenes blancos, diez jóvenes negros y
diez mujeres jóvenes como lunas.
Cuando recibió Abur-Sir todo aquel oro y aquellos regalos, se adelantó hacia el rey, y después de
besar la tierra entre sus manos, dijo: "¡Oh rey afortunado! ¡oh rostro de buen augurio! ¡oh soberano de
ideas justas y llenas de equidad! ¿en dónde voy a poder alojarme con todo este ejército de mozos
blancos, de negros y de jóvenes?" El rey contestó: "Quise que te dieran todo eso para hacerte rico;
porque he supuesto que acaso un día pienses en volver a tu patria junto a tu amada familia, deseando
verla de nuevo; y entonces podrás abando narnos con riquezas bastantes para vivir en tu casa con los
tuyos al abrigo de la necesidad". El barbero contestó: "¡Oh rey del tiempo, que Alah te conserve
próspero! ¡pero todos esos esclavos están bien para los reyes y no para mí, que no necesito nada de eso
para comer pan y queso con mi familia! ¿Cómo voy a arreglarme para alimentar y vestir a este ejército de
jóvenes blancos, de jóvenes negros y de mujeres jóvenes? ¡Por Alah, que no tardarían en comerse con sus
dientes jó venes toda mi ganancia y a mí mismo después de mi ganancia!"
El rey se echó a reír, y dijo: "¡Por mi vida, que estás en lo cierto! ¡Son ya un ejército poderoso y tú
solo no lograrías mantenerles de ninguna manera! ¿Quieres vendérmelos a cien dinares cada uno para
desemba razarte de ellos?" Abu-Sir contestó: "¡Te los vendo a ese precio!" Al punto el rey hizo llamar a
su tesorero, que pagó íntegramente a Abu-Sir el precio de los ciento cincuenta esclavos; y a su vez el rey
devol vió a su antiguo amo, como regalo, cada uno de aquellos esclavos. Y Abu-Sir dió las gracias al rey
por sus bondades, y le dijo: "¡Haga Alah que descanse tu alma como tú hiciste que descansara el alma
mía, salvándome de los dientes terribles de todos esos jóvenes ghuls glotones que sólo Alah podría dejar
hartos!" Y el rey se echó a reír oyendo estas palabras, y mostróse aun más generoso con Abu-Sir; luego,
seguido por los notables de su reino, salió del hammam y regre só a su palacio.
En cuanto a Abu-Sir, se pasó aquella noche en casa embutiendo el oro en sacos y precintando cada
saco cuidadosamente. Y tenía para su tren de casa veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas
jóvenes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 497ª noche
Ella dijo:
"...veinte negros, veinte mozos y cuatro esclavas jóvenes.
Al día siguiente, hizo Abu-Sir que proclamaran por toda la ciudad los pregoneros públicos: "¡Oh
criaturas de Alah, acudid todos a tomar un baño en el hammam del sultán! ¡No se pagará nada durante tres
días!" Y durante tres días se agolpó en el establecimiento una multitud enorme que en vano deseaba tomar
un baño en el hammam llamado hammam del Sultán. Pero al llegar la mañana del cuarto día el propio
Abu-Sir se instaló detrás de la caja, en la puerta del hammam, y em pezó a cobrar la entrada, cuyo precio
se dejó a la buena voluntad de los que salían del baño. Y por la tarde había conseguido Abu-Sir llenar la
caja con lo que le dieron los clientes, con asentimiento de Alah (¡exaltado sea!). Y de aquella manera
comenzó a acumular los mon tones de oro que le deparaba su destino.
¡Eso fué todo!
Y la reina, que oyó a su esposo el rey hablar con entusiasmo de aquellos baños, determinó
tomar uno como prueba. E hizo que previnieran de su intención a Abu-Sir, quien, para compla cerla y
atraerse también la clientela de las mujeres, consagró en ade lante la mañana a los baños de hombres y la
tarde a los baños de mujeres. Y por la mañana se ponía él mismo detrás de la caja para cobrar, mientras
que por la tarde cedió aquel cuidado a una intendente que nombró para tal cargo. Y cuando la reina entró
al hammam y hubo experimentado por sí misma los efectos deliciosos de aquellos baños conforme al
método nuevo, quedó tan encantada, que resolvió volver todos los viernes por la tarde y no fué para Abu-
Sir menos espléndida que el rey, que había adquirido la costumbre de ir todos los viernes por la mañana,
pagando cada vez mil dinares de oro, sin perjuicio de los regalos.
Así es que Abu-Sir iba entrando de lleno en la vía de las riquezas, de los honores y de la gloria.
¡Pero no por eso se mostró menos modes to o menos honrado, sino al contrario! Continuó, como antes,
mostrán dose afable, sonriente y lleno de buenos modales con sus clientes y generoso con los pobres, de
los que nunca quiso aceptar dinero. Y por cierto que aquella generosidad fué su salvación como se verá
en el transcurso de esta historia. ¡Pues sépase desde ahora que le había de llegar su salvación por
conducto de un capitán marino que un día se encontró falto de dinero y pudo, sin embargo, tomar un baño
de lo más excelente sin tener que gastar nada. Y como, además, se le hizo refrescar con sorbetes y Abu-
Sir en persona le acompañó hasta la puerta con todas las consideraciones posibles, el capitán se dedicó a
pensar entonces de qué medios se valdría para probar su gratitud a Abu-Sir, bien con algún regalo o de
otro modo! Y no tardó en hallar una ocasión favorable.
¡Y esto es lo referente al capitán marino!
En cuanto al tintorero Abu-Kir, acabó por oír hacerse lenguas de aquel hammam extraordinario, del
cual se hablaba por toda la ciu dad con admiración, diciendo: "¡Sin duda es como el paraíso en este
mundo!"
Y resolvió ir a experimentar por sí mismo las delicias de aquel paraíso, el nombre de cuyo guardián
ignoraba todavía. Se vistió, pues, con sus trajes más hermosos, montó en una mula ricamente enjaezada,
se hizo preceder y seguir por esclavos armados de largas pértigas, y se encaminó al hammam. Llegado
que fué a la puerta, notó el olor de la madera de áloe y el perfume del nad; y vió a la multitud de personas
que entraban y salían, y a los que estaban sentados en los bancos esperando a su vez, dignatarios notables
y pobres de los más pobres y humildes entre los humildes. Y entró entonces en el vestíbulo, y divisó a su
antiguo compañero Abu-Sir sentado detrás de la caja, rollizo, fresco y sonriente. ¡Y le costó algún trabajo
reconocerle, de tanto como se le habían llenado las antiguas cavidades de su cara con una grasa
saludable y de tan brillante como tenía el color y mejorado el aspecto! Al ver aquello, aunque estaba muy
sorprendido y contra riado, el tintorero fingió gran alegría, y con una temeridad extremada, avanzó hacia
Abu-Sir, que ya habíase levantado en honor suyo, y le dijo con un tono de amistoso reproche: "¡Hola,
Abu-Sir! ¿Es ésa la conducta de un amigo y el proceder de un hombre que conoce los buenos modales y
la galantería? ¡Sabes que soy el tintorero titular del rey y uno de los personajes más ricos e importantes
de la ciudad, y no eres para ir nunca a verme y a saber noticias mías! Y ni siquiera se te ha ocurrido
preguntarte: "¿Qué habrá sido de mi antiguo ca marada Abu-Kir?" "¡Y en vano pregunté por ti en todas
partes y en vié en tu busca a mis esclavos por todos lados, por khanes y por tiendas, pues ninguno pudo
informarme acerca de tu persona ni ponerme sobre tu pista!"
Al oír Abu-Sir estas palabras, bajó con gran tristeza la cabe za, y contestó: "¡Ya Abu-Kir! ¿es que
olvidaste el trato que me hiciste sufrir cuando fui a verte y los golpes que me propinaste y el oprobio con
que me cubriste delante de gente, llamándome ladrón, traidor y miserable?"
Y Abu-Kir se puso muy serio, y exclamó: "¿Qué dices? ¿Acaso eras tú aquel hombre a quien pegué?"
El barbero repuso: "¡Claro que era yo!" Abu-Kir entonces empezó a jurar con mil jura mentos que no
le había reconocido, diciendo: "¡Sin duda te confundí con otro, con un ladrón que ya hubo de intentar no
se cuántas veces escamotearme mis telas! ¡Estabas tan delgado y tan amarillo, que me fué imposible
reconocerte!"
Luego empezó a lamentarse por su acto y a dar palmadas diciendo: "¡No hay recurso ni poder más
que en Alah el Glorioso, el Exaltado! ¿Cómo pude equivocarme de aquella ma nera? Pero la culpa es
principalmente tuya por no haberme revelado tu nombre cuando me reconociste diciéndome: "¡Yo soy tu
amigo!" máxi me estando yo aquel día completamente distraído y fuera de mis casillas a causa del trabajo
que sobre mí pesaba. ¡Por Alah sobre ti, te ruego, pues, ¡oh hermano mío! que me perdones y te olvides
de aquello, que estaba escrito en nuestro Destino!" Abu-Sir contestó: "¡Que Alah te perdone, oh
compañero mío! porque aquello fué, efectivamente; un designio secreto del Destino, ¡y la reparación está
en Alah!" El tinto rero dijo: "¡Perdóname del todo!"
El barbero contestó: "¡Libre Alah tu conciencia como te libro yo de la culpa! ¿Qué podemos nosotros
contra los designios tomados desde el fondo de la eternidad? ¡Entra, pues, al hammam. quítate la ropa y
toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de frescura ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 498ª noche
Ella dijo:
"...y toma un baño que esté para ti lleno de delicias y de fres cura!" Y le preguntó Abu-Kir: "¿Y de
dónde te vino esta felicidad?"
El otro contestó: "¡Quién te abrió las puertas de la prosperidad me las abrió también!" Y le contó su
historia desde el día en que por orden de Abu-Kir le apalearon. Pero no tiene la menor utilidad repetirla.
Y Abu-Kir le dijo: "Es extremada mi alegría por saber el favor de que gozas con el rey. Voy a obrar de
manera que aumente este favor, con tando al rey que eres mi amigo de siempre".
Pero el antiguo barbero repuso: "¿De qué vale la intervención de las criaturas en los designios del
Destino? ¡Sólo Alah tiene en sus manos los favores y las desgra cias! ¡Por lo pronto, lo que debes hacer
es desnudarte y entrar en el hammam a disfrutar los beneficios del agua y la limpieza!" Y le condujo por
sí mismo a la sala reservada, y con sus propias manos le frotó, le jabonó, le dió masaje y le arregló por
completo, sin querer encargar de ello a ninguno de sus ayudantes. Luego le hizo subir al estrado de la sala
fría, y él mismo le sirvió sorbetes y reconfortantes, con tantos mi ramientos, que todos los clientes
habituales estaban absortos al ver a
Abu-Sir en persona hacer aquel oficio y rendir aquellos honores excep cionales al tintorero, cuando
de ordinario sólo el rey gozaba de seme jantes distinciones.
Habiendo llegado el momento de marcharse, Abu-Kir quiso ofre cer algún dinero a Abu-Sir, quien se
negó a aceptarlo, diciendo: "¿No te da vergüenza ofrecerme dinero, cuando soy tu camarada y no hay
ninguna diferencia entre nosotros?"
Abu-Kir dijo: "¡Bueno! pero en compensación, déjame darte un consejo que te será de gran utilidad.
Admirable es este hammam; pero aun le falta una cosa para que sea completamente maravilloso". Abu-
Sir preguntó: "¿Y cuál es esa cosa?" El otro dijo: "¡La pasta depilatoria! Porque he notado que, después
de afeitar la cabeza a tus clientes, para los pelos de las demás partes del cuerpo te sirves de la navaja
también o de las pinzas. ¡Pero nada vale lo que una pasta depilatoria cuya receta conozco y voy a dártela
de balde!"
Abu-Sir contestó: "Sin duda tienes razón, ¡oh camarada mío! ¡No deseo más que me enseñes la receta
de la mejor pasta depi latoria!" Abu-Kir dijo: "¡Hela aquí! Toma arsénico amarillo y cal viva, machaca
las dos cosas, añadiéndolas un poco de aceite, echa un poco de almizcle para quitar el olor desagradable,
y mete la pasta que se forme en un tarro de barro para utilizarla en el momento oportuno. ¡Y yo te
respondo del éxito de la operación, sobre todo cuando vea el rey que se le caen los pelos como por
encanto, sin que le golpeen ni le froten, y que debajo aparece su piel completamente blanca!" Y tras de
dar esta receta a su antiguo compañero, Abu-Kir salió del hammam y a toda prisa se dirigió a palacio.
Cuando llegó ante el rey y le hubo presentado sus respetos entre las manos del monarca, le dijo:
"Vengo para aconsejarte, ¡oh rey del tiempo!"
El rey dijo: "¿Y qué consejo vas a darme?" Abu-Kir con tcstó: "¡Loores a Alah, que hasta hoy te ha
librado de las manos de ese perverso, de ese enemigo del trono y de la religión, de ese Abu-Sir, dueño
del hammam!"
El rey preguntó, muy asombrado: "¿De qué se trata?" Abu-Kir dijo: "¡Has de saber ¡oh rey del
tiempo! que si por desgracia vuelves a entrar en el hammam, estarás perdido sin reme dio!"
El rey dijo: "¿Y por qué?" Con los ojos llenos de terror fingido y con un ademán de espanto, silbó
Abu-Kir: "¡Por el veneno! Ha preparado para ti una pasta compuesta de arsénico amarillo y de cal viva,
que sólo con aplicarla al pelo de la piel lo quema como fuego. Y te brindará su pasta, diciéndote: "¡Nada
mejor que esta pasta para pacer desaparecer los pelos del trasero con comodidad y sin golpearte en el
trasero!" ¡Y aplicará la pasta en el trasero de nuestro rey y le liará morir envenenado por esa parte, que
es la parte más dolorosa de todas! ¡Porque ese dueño del hammam no es otro que un espía pagado por el
rey de los cristianos para arrancar así el alma de nuestro rey! ¡Y me apresuré a venir a avisarte, porque
por encima de mí están los beneficios que te debo!"
Al oír estas palabras del tintorero Abu-Kir, el rey sintió que le invadía un terror intenso, de modo que
se estremeció y se le encogió el trasero, como si ya hubiese surtido sus efectos el veneno ardiente. Y dijo
al tintorero: "Voy ya al hammam con mi gran visir para confirmar tu aserto. ¡Pero hasta entonces guarda el
secreto de la cosa cuidadosamente!" Y llamó a su gran visir y se fué con él al hammam.
Ya allí, como de costumbre, Abu-Sir introdujo al rey en la sala reservada y quiso friccionarle y
lavarle; pero le dijo el rey: "¡Empieza por mi gran visir!" Y se encaró con el gran visir, y le dijo:
"¡Echate!" Y el gran visir, que estaba muy rollizo y era peludo como una cabra, vieja contestó: "¡Escucho
y obedezco!" Y se echó en el mármol y se dejó frotar, jabonar y lavar bien. Tras de lo cual dijo Abu-Sir
al rey: "¡Ah rey del tiempo! ¡he encontrado una droga poseedora de tales virtudes depilatorias, que no
hay navaja que la iguale para hacer des aparecer los pelos de abajo!"
El rey dijo: "¡Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 499ª noche
Ella dijo:
"¡...Ensaya esa droga en los pelos de abajo de mi gran visir!" Y Abu-Sir cogió el tarro de barro, sacó
de él un pedazo como una almendra de la pasta consabida, y lo extendió, sólo por vía de ensayo, sobre el
bajo vientre del gran visir. Y fué tan prodigioso el efecto depilatorio de la droga, que ya no dudó el rey
de que se trataba de un veneno terrible. Y temblando de ira ante aquel espectáculo, se enca ró con los
mozos del hammam, y les gritó: "¡Detened a ese miserable!" y les señaló con el dedo a Abu-Sir, a quien
la sorpresa dejó mudo y como atontado. Luego el rey y el visir se vistieron a toda prisa, haciendo entrega
de Abu-Sir a los guardias de afuera y regresaron al palacio.
Allí el rey hizo llamar al capitán del puerto y de los navíos, y le dijo: "Vas a apoderarte del traidor
que se llama Abu-Sir, y cogiendo un saco de cal viva, en la cual le meterás, lo arrojarás al mar bajo las
ventanas de mi palacio. ¡Y de tal manera ese miserable morirá de dos muertes a la vez, ahogado y
abrasado!"
El capitán contestó: "¡Es cucho y obedezco!"
Y he aquí que el capitán del puerto y de los navíos era precisa mente el capitán marino que desde
tiempo atrás estaba en deuda con Abu-Sir. Se apresuró, pues, a ir en busca de Abu-Sir al calabozo, y le
sacó de allí para embarcarle en una nave y conducirle a una isla situada no lejos de la ciudad y donde
pudo al fin hablarle libremente. Le dijo: "¡Oh amigo mío! no olvido las consideraciones que me guar -
daste, y quiero devolverte bien por bien. ¡Cuéntame, pues, qué te ha ocurrido con el rey y el crimen que
cometiste para perder sus favores y merecer la muerte cruel a que te ha condenado!" Abu-Sir contestó:
"¡Por Alah, ¡oh hermano mío! te juro que soy inocente de toda culpa y que jamás hice nada para merecer
semejante castigo!" El capitán dijo: "¡Entonces, seguramente debes tener enemigos que te han calumniado
ante el rey! ¡Porque todo hombre que vive dichoso y a quien favorece el Destino, tiene siempre alguien
que le envidia! ¡Pero nada temas! Aquí, en esta isla, estás seguro. Bienvenido seas pues, y tranquilízate.
Pasarás el tiempo pescando hasta que yo logre embarcarte para tu país. ¡Ahora voy a hacer ante el rey
el simulacro de tu muerte!" Y Abu-Sir besó la mano del capitán marino, que le dejó para ir al punto a
coger un saco lleno de cal viva y a ponerse debajo de las ventanas del palacio del rey que daban al mar.
Precisamente estaba el rey en una ventana, esperando la ejecución de su orden; y llegado que fué
debajo de las ventanas, el capitán alzó la vista para que el rey diera la señal de la ejecución. Y el rey
sacó el brazo por la ventana y con el dedo le hizo seña de que arrojara el saco al mar. Y se ejecutó
aquello inmediatamente. Pero en el mismo momento el rey, que había hecho con la mano un ademán
brusco, dejó caer al agua un anillo de oro que para él era tan preciado como su alma.
Porque aquel anillo que había caído al mar era un anillo talis mánico encantado del que dependían la
autoridad y el poderío del rey y que servía de freno para mantener respetuosos al pueblo y al ejército;
pues cuando el rey quería dar orden de que se ejecutara a un culpable, no tenía más que levantar la mano
en uno de cuyos dedos se encontraba el anillo, y al punto brotaba de él un relámpago súbito que derribaba
por tierra al culpable muerto de repente, separándole la cabeza de los hombros.
Así es que cuando el rey vió caer su anillo al mar, no quiso hablar de ello a nadie y guardó el secreto
más profundo acerca de su pérdida, sin lo cual le hubiera resultado imposible mantener más tiempo en el
temor y la obediencia a sus súbditos. ¡Y esto es lo referente al rey!
En cuanto a Abu-Sir, una vez que se quedó solo en la isla, cogió una red de pesca que le había dado
el capitán marino, y para distraerse de sus torturadores pensamientos y proporcionarse el sustento, se
puso a pescar en el mar. Y después de arrojar su red y esperar un momento, la retiró y la encontró llena
de peces de todos colores y de todos tamaños. Y se dijo: "¡Por Alah, mucho tiempo hacía que no comía
yo pescado! ¡Voy a coger uno y a darlo para que me lo frían a los dos pinches de que me ha hablado el
capitán".
En efecto, el capitán del puerto y de los navíos estaba también encargado de suministrar todos los
días pescado fresco para la cocina del rey; y como aquel día no pudo atender por sí mismo a su pesca, se
lo había encargado a Abu-Sir, y le había hablado de dos pinches que irían allá para que les entregase lo
que pescara con destino al rey. Y la primera redada fa voreció a Abu-Sir con aquella pesca numerosa.
Empezó, pues, antes de entregar su pesca a los dos mozos que estaban para llegar, por escoger para sí
mismo el pez más gordo y más hermoso; y sacó de su cinturón el cuchillo grande que guardaba allí, y
atravesó con él de parte a parte las branquias del pez que coleaba. ¡Pero no se sorprendió poco al ver
salir, ensartado por la punta del cuchillo, un anillo de oro que el pez había devorado sin duda!
Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era precisamente
el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 500ª noche
Ella dijo:
"...Al ver aquello, aunque ignoraba las virtudes temibles de tal anillo talismánico, que era
precisamente el que se le salió del dedo al rey cayendo al mar, y sin que diese gran importancia a la cosa,
Abu -Sir cogió el anillo que le correspondía por derecho propio y se lo puso en un dedo.
En aquel momento llegaron los dos mozos abastecedores de la co cina del rey, y le dijeron: "¡Oh
pescador! ¿Puedes decirnos que le ha pasado al capitán del puerto que a diario nos entrega el pescado
desti nado al rey? ¡Hace ya mucho tiempo que le esperamos! ¿Por qué lado se ha ido?" Abu-Sir contestó,
extendiendo la mano hacia ellos: "¡Se fué por aquel lado!" Pero en el mismo momento saltaron de sus
hom bros las cabezas de los dos mozos y rodaron por el suelo con sus propietarios.
Era el relámpago lanzado por el anillo que llevaba Abu-Sir quien acababa de matar a los dos mozos
abastecedores.
Al ver caer privados de vida a ambos mozos, se preguntó Abu-Sir: "¿Quién pudo hacer saltar así sus
cabezas?" Y miró a su alrededor por todos lados, al aire y a sus pies; y ya empezaba a temblar de te rror,
pensando en el poder oculto de los genios malhechores, cuando vió llegar al capitán marino. Y éste,
aunque todavía estaba lejos, divisó al propio tiempo los dos cuerpos inertes en el suelo con las cabezas
respectivas junto a ellos, y también el anillo ostentado por Abu-Sir, que brillaba al sol. Y al primer golpe
de vista comprendió lo que acababa de pasar. Así es que se apresuró a gritarle para ponerse en salvo:
"¡Oh hermano mío! ¡No muevas la mano en que llevas el anillo de oro, o soy, muerto! ¡Por favor no la
muevas!"
Al oír estas palabras, que acabaron de sorprenderle y de dejarle perplejo, Abu-Sir se inmovilizó
completamente, a pesar de las ganas que tenía de correr al encuentro del capitán marino, el cual, llegado
que fué junto a él, se arrojó a su cuello, y dijo: "Cada hombre lleva colgado al cuello su destino. ¡El tuyo
supera con mucho al del rey! ¡Pero cuéntame cómo ha llegado a ti este anillo, y yo te contaré des pués las
virtudes que tiene!" Y Abu-Sir contó al capitán marino toda la historia, la cual sería inútil repetir. Y el
capitán, maravillado, le rela tó a su vez las virtudes temibles del anillo, y añadió: "Ahora está en salvo tu
vida y en peligro la del rey. ¡Puedes acompañarme sin temor a la ciudad y hacer caer a una seña del dedo
en que llevas el anillo las cabezas de tus enemigos y hacer saltar de entre sus hombros la del rey!" Y
embarcó a Abu-Sir consigo en una nave y llevándole a la ciudad, le condujo al palacio, presentándole al
rey.
En aquel momento el rey tenía sesión en su diwán y estaba rodea do por la muchedumbre de sus
visires, emires y consejeros; y aunque se hallaba repleto de preocupaciones y de rabia hasta lo último a
causa de la pérdida de su anillo, no se atrevía a divulgar la cosa ni a mandar que se hicieran en el mar
pesquisas para encontrarlo, por miedo a que se regocijaran con su calamidad los enemigos del trono.
Pero cuando vió entrar a Abu-Sir, ya no abrigó ninguna duda acerca de su pro yectada pérdida, y exclamó:
"¡Ah miserable! ¿cómo pudiste salir del fondo del mar y escapar a la muerte por ahogo y por
combustión?" Abu-Sir contestó: "¡Oh rey del tiempo, Alah es el más grande!"
Y contó al rey cómo le había salvado el capitán marino, que le estaba agradecido por un baño
gratuito, cómo encontró el anillo y cómo, sin saber el poder de tal anillo, había causado la muerte de los
dos mozos abastecedores. Luego añadió: "¡Y ahora ¡oh rey! vengo a devolverte este anillo en prueba de
gratitud por los beneficios que te debo y para demostrarte que, si tuviese alma de criminal, ya me hubiera
servido de este anillo para exterminar a mis enemigos y matar a su rey! ¡Y te suplico que, para
corresponderme, examines con más atención ese cri men que se me imputa y por el cual, aunque estoy
ignorante de él, me condenaste, y que me hagas perecer con torturas si resulto verda deramente criminal!"
Diciendo estas palabras, Abu-Sir se sacó del dedo el anillo y se lo entregó al rey, que apresuróse a
ponérselo, respi rando aliviado y contento, y sintiendo que le volvía al cuerpo el alma. Se irguió sobre
sus pies entonces y echó los brazos al cuello de Abu-Sir, diciéndole: "¡Oh hombre! ¡ciertamente eres la
flor de las personas bien nacidas! Te ruego que no me guardes rencor y me perdones el mal que te hice y
el perjuicio que te causé! En verdad que jamás me hubiese devuelto este anillo otro que no fueras tú!"
El barbero con testó: "¡Oh rey del tiempo! ¡si verdaderamente anhelas que descargue tu conciencia, no
tienes más que decirme por fin qué crimen se me imputaba, y quién me atrajo tu cólera y tu odio!" El rey
dijo: "¡Ualah! ¿para qué? Estoy seguro ahora de que se te acusó injustamente. Pero puesto que deseas
saber el crimen que se te atribuía, escucha: ¡El tintorero Abu-Kir me ha dicho tal y cual cosa!" Y le contó
todo aque llo de que hubo de acusarle el tintorero con motivo de la pasta depi latoria experimentada en los
pelos de abajo del gran visir...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discreta.
Y cuando llegó la 501ª noche
Ella dijo:
"...la pasta depilatoria experimentada en los pelos de abajo del gran visir. Y contestó Abu-Sir, con
lágrimas en los ojos: "¡Ualah, oh rey del tiempo! ni conozco al rey de los nazarenos ni en mi vida hollé el
suelo del país de los nazarenos. ¡He aquí la verdad!" Y contó al rey cómo el tintorero y él se habían
comprometido con un juramento, después de la lectura de la Fatiha del Libro, a ayudarse mutuamente;
cómo partieron juntos, y todas las jugarretas y todas las malas pasadas de que le hizo víctima el tintorero,
incluso la paliza que le obligó a sufrir y la receta de la pasta depilatoria que él mismo le había dado. Y
añadió: "Sin embargo, ¡oh rey! aplicada a la piel esa pasta depilatoria es una cosa infinitamente
excelente; y no es venenosa más que al comer la. ¡En mi tierra, hombres y mujeres se sirven sólo de eso,
en lugar de la navaja, para hacer desaparecer cómodamente los pelos de abajo! ¡En cuanto a las malas
pasadas que me jugó y al trato que me hizo sufrir, no tendrá el rey más que llamar al portero del khan y a
los aprendices de la tintorería para comprobar la verdad de mis asertos anteriores!"
Y por complacer a Abu-Sir, pues por su parte él estaba seguro de todo, hizo llamar al portero del
khan y a los aprendices; y después del interroga torio, todos confirmaron las palabras del barbero,
agravándo más con sus revelaciones la conducta deshonrosa del tintorero.
Tras de lo cual, gritó el rey a los guardias: "¡Que me traigan al tintorero sin nada a la cabeza,
descalzo y con las manos atadas a la espalda!" Y al punto corrieron los guardias a invadir el almacén del
tintorero, que a la sazón estaba ausente. Le buscaron, pues, en su casa, donde hubieron de encontrarle
sentado saboreando el goce de los pla ceres tranquilos y soñando sin duda alguna con la muerte de Abu-
Sir. Y he aquí que se precipitaron sobre él, quién dándole puñetazos en la nuca, quién puntapiés en el
trasero, quién cabezazos en el vientre, y le pisotearon y le quitaron la ropa, excepto la camisa, y
descalzo, sin nada a la cabeza y con las manos atadas a la espalda, le arrastraron hasta el trono del rey.
Abu-Kir vió a Abu-Sir sentado a la diestra del rey, y al portero del khan de pie en la sala, con los
aprendices de la tintorería a ambos lados. ¡En verdad que lo vió todo! Y el terror le obligó a cagarse y
hacer lo que hizo en medio de la sala del trono, porque comprendió que esta ba perdido sin remedio. Pero
ya el rey le decía, mirándole atravesado: "¡No puedes negar que está ahí tu antiguo compañero, el pobre a
quien robaste, maltrataste, abandonaste, pegaste, echaste, injuriaste, acusaste e hiciste morir, en suma!" Y
el portero del khan y los aprendices de la tintorería levantaron las manos, y exclamaron: "¡Sí, por Alah!
no puedes negar nada de eso ¡Nosotros somos testigos ante Alah y ante el rey!"
El rey dijo: "¡Lo niegues o lo declares, no dejarás de sufrir el castigo escrito por el Destino!" Y gritó
a sus guardias: "¡Lleváosle, arrastradle de los pies por toda la ciudad, encerradle luego en un saco lleno
de cal viva y tiradle al mar, a fin de que muera de muerte doble, por combustión y por asfixia!" Entonces
exclamó el barbero: "¡Oh rey del tiempo! te suplico que aceptes mi intercesión en favor suyo, porque yo
le perdono cuanto me hizo!" Pero le dijo el rey: "¡Si tú le perdonas sus crímenes contra ti, yo no le
perdono sus crímenes contra mí!" Y una vez más gritó a sus guardias: "¡Lleváosle y ejecutad mis
órdenes!"
Entonces los guardias se apoderaron del tintorero Abu-Kir, le arras traron de los pies por toda la
ciudad, pregonando sus fechorías, y acabaron por encerrarle en un saco lleno de cal viva y le tiraron al
mar. ¡Y murió ahogado y abrasado!
En cuanto a Abu-Sir, le dijo e rey: "¡Oh Abu-Sir, ahora quiero que me pidas cuanto anheles, y al
instante te será concedido!" Abu-Sir contestó: "¡Solamente pido al rey que me envíe a mi patria, porque
en adelante me será penoso vivir alejado de los míos, y no tengo ganas de quedarme aquí!"
Aunque muy contrariado por su marcha, pues de seaba nombrarle gran visir en lugar del rollizo y
peludo que llenaba este cargo, el rey le hizo preparar un gran navío que llenó de esclavos de ambos
sexos y de ricos presentes, y le dijo al despedirse de él: "¿No quieres, entonces, ser mi gran visir?" Y
Abu-Sir contestó: "¡Quisiera volver a m¡ país!" Entonces no insistió más el rey, y se alejó el navío con
Abu-Sir y sus esclavos en dirección a Iskandaria.
Y he aquí que Alah les asignó un viaje feliz, y tocaron en Iskan daria con buena salud. Pero, apenas
habían desembarcado, uno de los esclavos vió en la playa un saco que el mar arrojó a tierra. ¡Lo abrió
Abu-Sir y descubrió dentro el cadáver de Abu-Kir que habían arrastra do hasta allí las corrientes! Y Abu-
Sir le hizo inhumar cerca de allí, a la orilla del mar, y le erigió un monumento funerario que convirtióse
en un lugar de peregrinación, para cuya conservación dedicó Abu-Sir bienes inalienables; e hizo grabar
en la puerta del edificio esta inscripción mural:
¡Abstente del mal! ¡Y no te embriagues con el sorbo amargo de la maldad! ¡El malo acaba siempre
por caer vencido!
¡Ve el Océano flotar en su superficie cosas del desierto, en tanto que las perlas reposan tranquilas en
las arenas submarinas!
En las regiones serenas, está escrito sobre las páginas transparentes del aire: “!Quien siembre el
bien, recogerá el bien! ¡porque toda cosa vuelve a su origen!”
Y tal fué el fin de Abu-Kir el tintorero y la entrada de Abu-Sir en la vida dichosa y sin
preocupaciones en lo sucesivo. ¡Y por eso a la bahía en que se enterró al tintorero se le llamó bahía de
Abu-Kir! ¡Glo ria al que vive en Su Eternidad y por Su Voluntad hace correr los días en invierno y
verano!
Luego dijo Schehrazada: "Y he aquí ¡oh rey afortunado! todo cuanto llegué a saber de esta historia". Y
exclamó Schahriar: "¡Por Alah, que es edificante la tal historia! ¡Por eso tengo ahora deseos de que me
cuentes una o dos o tres anécdotas morales!" Y dijo Schehrazada: "¡Son las que mejor conozco!"
En aquel momento, vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Anécdotas morales del jardín perfumado
Ella dijo:
"Las anécdotas morales ¡oh rey afortunado! son las que mejor co nozco. Voy a contarte una o dos o tres
entresacadas del Jardín perfu mado". Y el rey Schahriar dijo: "¡Pues date prisa a empezar, porque siento
que esta noche me invade el alma un gran fastidio! ¡Y no estoy seguro de conservarte hasta mañana la
cabeza sobre los hombros!"
Y Schehrazada dijo, sonriendo: "¡Helas aquí! Pero te prevengo ¡oh rey afortunado! que estas
anécdotas, aunque son de lo más morales, pueden pasar por anécdotas libertinas a los ojos de la gente
grosera y de crite rio estrecho". Y dijo el rey Schahriar: "¡No te detenga ese temor, Schehrazada! Sin
embargo, si crees que esas anécdotas morales no pueden ser oídas por esta pequeñuela que te escucha
acurrucada a tus pies en la alfombra, dile que ya, se vaya. ¡Por cierto que aún no sé que hace aquí esta
pequeñuela!"
Al oír del rey semejantes pa labras, la pequeña Doniazada, temiendo que la echasen, se arrojó en los
brazos de su hermana mayor, que la besó en los ojos, la oprimió contra su pecho y la tranquilizó el alma
querida. Luego encaróse con el rey Schahriar y dijo: "¡A pesar de todo, creo que puede quedarse, porque
no es reprensible hablar de las cosas situadas debajo de la cintura, ya que todas las cosas son limpias y
puras para las almas limpias y puras!"
Y dijo al punto:
Los tres deseos
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que cierto hombre de buenas intenciones se pasó toda su vida
en espera de la noche milagrosa que promete el Libro a los creyentes dotados de fe ardiente, esa noche
llamada Noche de las Posibilidades de la Omnipotencia, en que el hom bre piadoso ve realizarse sus
menores deseos. Y he aquí que una noche de las últimas noches del mes de Ramadán, aquel hombre,
después de haber ayunado estrictamente todo el día, sintióse tocado por las gra cias divinas, y llamó a su
esposa y le dijo: "¡Escúchame, mujer! Esta noche me noto en estado de pureza ante el Eterno, y
seguramente va a ser para mí la Noche de las Posibilidades de la Omnipotencia.
Como sin duda van a ser atendidos por el Retribuidor todos mis ruegos y deseos, te llamo para
consultarte de antemano acerca de las peticiones que debo hacer, porque estimo bueno tu consejo, y con
frecuencia fueron provechosas para mí tus opiniones. ¡Inspírame, pues, sobre los deseos que he de
formular!" La esposa contestó: "¡Oh hombre! ¿a cuántos deseos tienes derecho?" El dijo: "¡A tres!" Ella
dijo: "¡Ya puedes, entonces, exponer a Alah el primero de los tres deseos. Bien sabes que la perfección
del hombre y sus delicias residen en su virilidad y que el hombre no puede ser perfecto siendo casto,
eunuco o impo tente. Por consiguiente, cuanto más considerable sea el zib del hombre mayor será su
virilidad y tendrá más probabilidades de encaminarse por la vía de la perfección. Prostérnate, pues,
humildemente ante la faz del Altísimo, y di: "¡Oh Bienhechor! ¡oh Generoso! haz que en gorde mi zib hasta
la magnificencia!"
Apenas hubo formulado tal deseo, se sintió atendido con exceso en aquella hora y aquel instante.
Porque al punto vió el santo hombre que se le inflaba el zib y se le ponía magnífico, hasta el extremo que
se le hubiera tomado por un calabacino descansando entre dos cala bazas gordas. Y era tan considerable
el peso de todo aquello, que obligaba a su propietario a sentarse cuando se le levantaba y a levan tarse
cuando se acostaba.
Así es que la esposa se aterró tanto al ver aquello, que hubo de emprender la fuga cuantas veces la
llamó para hacer pruebas el santo hombre. Y exclamaba: "¿ Còmo quieres que me preste a ninguna prueba
con esa herramienta cuyo solo impulso es capaz de perforar rocas de parte a parte?”
Y el pobre hombre acabó por decirle: "¡Oh muy execrable! ¿qué debo hacer con esto ahora? Tú tienes
la culpa ¡oh maldita!" Ella contestó: "¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! Reza por el
Profeta, ¡oh anciano de ojos vacíos! ¡Pues por Alah!, que no tengo necesidad de todo eso, ni tampoco te
dije que pidieras tanto! ¡Ruega, pues, al cielo que te lo disminuya! ¡Ese ha de ser tu segundo deseo!"
El santo hombre alzó entonces los ojos al cielo, y dijo: "¡Oh Alah! te suplico que me libres de esta
embarazosa mercancía y me evites la molestia que me proporciona!" Y al punto se quedó liso el vientre
de aquel hombre, sin más señal de zib y de compañones que si fuera un joven impúber.
Pero no le satisfizo aquella desaparición completa, ni tampoco a su esposa, que empezó a dirigirle
invectivas y a reprocharle que la hubiera privado para siempre de lo que la correspondía. Así es que
llegó al extremo la pena del santo hombre, y dijo a su esposa: “! Tu tienes la culpa de todo esto, obra de
tus consejos insensatos! ¡Oh mujer falta de juicio! Yo tenía derecho a formular tres deseos ante Alah, y
podía escoger a mi sabor lo que mejor me pareciera de los bienes de este mundo y del otro. Y he aquí
que ya me fueron concedidos dos de mis deseos y estamos como si no hubiera pasado nada. ¡Y me
encuen tro peor que antes! ¡Pero como todavía tengo derecho a formular mi tercer deseo, voy a pedir a mi
Señor que me reintegre lo que yo poseía en un principio!"
Y se lo rogó a su Señor, que atendió su deseo. ¡Y se quedó él con lo que antes poseía!
La moraleja de esta anécdota es que hay que contentarse con lo que se tiene.
Luego dijo Schehrazada:
El mozalbete y el masajista del hammam
Cuentan ¡oh rey afortunado! que cierto masajista del hammam tenía de ordinario entre su clientela a
los hijos de los notables y de los ciudadanos más ricos, porque el hammam donde ejercía su oficio era el
mejor acreditado de toda la ciudad. Y he aquí que un día entró en la sala en que esperaba él a los bañistas
un mozalbete todavía vir gen de pelos, pero muy rollizo y abundante en redondeces por todas partes a la
vez; y aquel mozuelo era muy hermoso de rostro; y era el propio hijo del gran visir de la ciudad. Así es
que el masajista alegróse de poder dar masaje al dulce cuerpo de aquel joven delicado, y se dijo para su
ánima: "¡He aquí un cuerpo en que la grasa puso por doquiera cojines sedosos! ¡Qué abundancia de
formas, y qué rollizo está!" Y le ayudó a echarse en el mármol tibio de la sala caliente y empezó a
friccionarle con un cuidado especial. Y cuando llegó cerca de los muslos, se quedó en el límite de la
estupefacción al notar que el zib del mozo aquel, tan metido en carnes apenas alcanzaba el volumen de
una avellana...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 503ª noche
Ella dijo:
"...se quedó en el límite de la estupefacción al notar que el zib del mozo aquél, tan metido en carnes
apenas alcanzaba el volumen de una avellana. Y al ver aquello, se puso a lamentarse con toda su alma y a
golpearse las manos una contra otra, dejando bruscamente de darle masaje.
Cuando el joven vió al masajista presa de semejante pena y con el rostro demudado por la
desesperación, le dijo: "¿Qué te sucede, ¡oh masajista! para lamentarte así con toda tu alma y golpearte
las manos una contra otra?" El masajista contestó: "¡Ay mi señor! ¡mi deses peración y mis lamentaciones
son por ti! ¡Porque veo que te aflige la mayor desgracia que le puede ocurrir a un hombre! Eres joven,
rollizo y hermoso, y posees cuantas perfecciones de cuerpo y de rostro y cuantos beneficios dispensa el
Retribuidor a sus elegidos. ¡Pero pre cisamente careces del instrumento de delicias, sin el cual no se es
hombre ni se está dotado de la virilidad que da y recibe! ¿Sería vida la vida sin el zib y todas sus
consecuencias? "Al oír estas palabras, el hijo del visir bajó la cabeza tristemente, y contestó: "¡Tienes
razón, tío mío! ¡Y precisamente acabas de hacerme pensar en lo que cons tituye mi único tormento! Si tan
pequeña es la herencia de mi vene rado padre, yo sólo tengo la culpa, por no haberme cuidado de hacerla
prosperar hasta hoy. ¿Cómo quieres, en efecto, que el cabrito llegue a ser potente manteniéndose lejos de
las cabras incendiarias o que el árbol se desarrolle sin que se le riegue? ¡Hasta hoy me mantuve lejos de
las mujeres, y todavía no vino ningún deseo a despertar a mi niño en su cuna! ¡Pero ya creo que es hora
de que se despierten los dormi dos y de que el pastor se apoye en su báculo!"
Al oír este discurso del hijo del visir, dijo el masajista del ham mam: "Pero, ¿cómo hará el pastor
para apoyarse en su báculo, no siendo éste mayor que una falange del dedo meñique?" El mozalbete
contestó: "Para eso, mi buen tío, cuento con tu generosa voluntad. Vas a ir al estrado en que dejé mi ropa,
y cogerás la bolsa que hay en mi cinturón; y con el oro que contiene irás a buscar para mí una joven capaz
de iniciar el desarrollo que deseamos. ¡Y con ella haré mi primer ensayo!" El masajista fué al estrado,
cogió la bolsa y salió del ham mam en busca de la joven consabida.
En el camino se dijo: "¡Ese pobre mozo se imagina que un zib es una pasta de caramelo blando que se
desarrolla más cuanto más se la toca! ¿Es posible creer que el cohombro se hace cohombro de la noche a
la mañana o que el plátano madura antes de llegar a ser plá tano?" Y riéndose de la aventura, fue al
encuentro de su esposa; y le dijo: "¡Oh madre de Alí! has de saber que acabo de dar masaje en el
hammam a un joven hermoso como la luna llena. Es hijo del gran visir y reúne todas las perfecciones,
¡pero el pobre no tiene un zib como el de los demás hombres! Lo que posee apenas tiene el tamaño de una
avellana. Y como yo me lamentaba por su juventud, me ha dado esta bolsa llena de oro a, fin de que
procure una joven capaz de desarrollar le en un instante la pobre herencia que obtuvo de su venerable
padre; ¡porque el infeliz se imagina que así va a erigirse su zib en un instante desde el primer ensayo! Yo
entonces he pensado que más valía que todo este oro se quedase en casa; y vengo a tu encuentro para
decirte que me acompañes al hammam, donde harás el simulacro de prestarte al ensayo sin consecuencias
del pobre mozalbete. ¡No hay ningún in conveniente en la cosa! ¡Y hasta podrás pasar una hora riéndote de
él, sin ningún peligro ni temor!
Y yo os vigilaré a los dos desde fuera, y haré como que os protejo contra la curiosidad de los
bañistas".
Al oír estas palabras de su esposo, la joven contestó con el oído y la obediencia, y se levantó, y se
atavió y se vistió con sus trajes más hermosos. Por lo demás, aun sin atavíos ni adornos, podía hacer que
se volvieran hacia ella todas las cabezas y arrebatar todos los corazo nes, porque era la más bella entre
las mujeres de su tiempo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 504ª noche
Ella dijo:
...porque era la más bella entre las mujeres de su tiempo.
El masajista fué, pues, con su esposa y la introdujo en la estan cia donde se hallaba el joven hijo del
visir, que esperaba siempre echado sobre el mármol de la sala caliente; y el otro hubo de dejarlos solos y
salió para apostarse fuera con objeto de impedir a los importunos que asomaran la cabeza por la puerta.
Y dijo a su mujer y al joven que cerraran por dentro la tal puerta.
Cuando la joven vió al joven, quedó encantada de su belleza de luna; y a él le ocurrió lo mismo. Y se
dijo ella: "¡Qué lástima que no tenga lo que poseen los demás hombres! ¡Porque es verdad lo que me ha
contado mi esposo; ¡apenas lo tiene del tamaño de una avellana!"
Pero al contacto de la joven empezó a conmoverse el niño que dormía entre los muslos del joven; y
como era sólo de una pequeñez aparente y de los que estando de sueño entran por completo en el regazo
de su padre, comenzó a sacudir su modorra. ¡Y he aquí que surgió de pronto comparable al de un burro o
de un elefante, y mayor y más potente en verdad!
Y al ver aquello, la esposa del masajista lanzó un grito de admiración y se arrojó al cuello del joven,
que la cabalgó como un gallo triunfante. Y en una hora de tiempo, la penetró por primera vez, y así
sucesivamente hasta la décima vez, en tanto que ella se agitaba tumultuosa y gemía y se movía locamente.
¡Eso fué todo!
Y tras del enrejado de madera de la puerta, el masajista estaba viendo toda la escena, y por temor al
oprobio público no se atrevía a hacer ruido o a tirar la puerta. ¡Y limitábase a llamar en voz baja a su
esposa, que no le contestaba! Y le decía: "¡Oh madre de Alí! ¿a qué esperas para salir? ¡El día avanza y
dejaste olvidado en casa al pe queñuelo, que espera la teta!" Pero ella continuaba holgándose deba jo del
joven, y decía, entre risas y jadeos: "¡No, por Alah! en ade lante no daré teta a otro pequeñuelo que a este
niño!"
Y le dijo el hijo del visir: "¡Sin embargo, podrías ir a tetarle un instante para volver enseguida!" Ella
contestó: "¡Antes me sacarán del cuerpo el alma que decidirme a dejar huérfano de madre ni una sola
hora a mi nuevo niño!"
Así es que cuando el pobre masajista vió que se le escapaba de tal suerte su esposa y que con tal
descaro se negaba a volver con él, fué tanta su desesperación y sintió celos tan rabiosos, que subió a la
terraza del hammam y arrojóse desde allí, estrellándose la cabeza contra la calle. Y murió.
Esta historia prueba que el prudente no debe fiarse de las apa riencias.
Pero -continuó Schehrazada- la anécdota que voy a contarte todavía demostrará mejor cuán engañosas
son las apariencias y qué peligroso es dejarse guiar por ellas.
Hay líquidos y líquidos
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que un hombre entre los hombres se prendó en extremo de una
joven bella y encantadora. Pero esta joven, que era un modelo de gracia y de perfecciones, estaba casada
con un hombre al que amaba y del cual era amada. Y como, además, era casta y virtuosa, el hombre que
estaba enamorado de ella no podía encontrar medio de seducirla. Y como ya hacía mucho tiempo que
cansaba su paciencia sin resultado se le ocurrió valerse de alguna estratagema para vengarse de ella o
vencer su desvío.
El esposo de aquella joven tenía en su casa como servidor de con fianza a un joven a quien había
educado desde la infancia y que guar daba la casa en ausencia de los amos. Así es que el despechado
enamo rado fué en busca de aquel joven y trabó amistad con él, haciéndole diversos regalos y colmándole
de agasajos, hasta el punto de que el joven acabó por sentir hacia él verdadera devoción y por
obedecerle sin restricción en todo.
Cuando le pareció que era oportuno, el enamorado le dijo un día al joven: "¡Oh amigo, quisiera
visitar hoy la casa de tu amo cuando hayan salido tu amo y tu ama!" El otro contestó: "¡Bueno!" Y cuan do
su amo se marchó a la tienda y su ama salió para ir al hammam, fué él en busca de su amigo, le cogió de
la mano, e introduciéndole en la casa le hizo visitar todas las habitaciones y ver cuanto había en ellas.
Pero el hombre, que estaba firmemente resuelto a vengarse de la joven, había ya preparado la mala
pasada que quería jugar. Así, pues, cuando llegó al dormitorio, se acercó al lecho y vertió en él el conte -
nido de un frasco que tuvo cuidado de llenar de clara de huevo. E hizo la cosa tan discretamente, que el
joven no advirtió nada. Tras de lo cual salió de la vivienda el otro y se marchó por su camino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 505ª noche
Ella dijo:
"...salió de la vivienda el otro y se marchó por su camino. ¡Y he aquí lo que atañe a él!
En cuanto a los esposos, he aquí lo referente a ellos. Cuando, al ponerse el sol, cerró él su tienda,
volvió a su casa, y como estaba can sado por toda una jornada de ventas y compras, fué a su lecho y quiso
echarse para descansar; pero advirtió una mancha grande que se des tacaba en el cobertor, y retrocedió
asombrado y desconfiando hasta el límite de la desconfianza. Luego se dijo: "¿Quién habrá podido pe -
netrar en mi casa y hacer con mi esposa lo que ha hecho? ¡Porque esto que veo es licor de hombre sin
ninguna duda!" Y para cerciorarse mejor, el mercader metió el dedo en medio del líquido, y dijo: "¡Vaya
si es!"
Entonces, lleno de furor, quiso matar primeramente al joven; pero mudó de opinión, pensando: "¡De
ese joven no puede haber sali do una mancha tan enorme, porque todavía no está en edad de que se le
hinchen los compañones!"
Le llamó, sin embargo, y le gritó con voz temblorosa de furor: "¿Dónde está tu ama, miserable
aborto?" El joven contestó: "¡Ha ido al hammam!" Al oír estas palabras, se con solidó más la sospecha en
el espíritu del mercader, pues la ley religiosa exige que hombres y mujeres vayan al hammam para hacer
una ablu ción completa cuantas veces verifiquen la copulación.
Y gritó al mozo: "¡Corre en seguida para decirle que vuelva!" Y el mozo apresurose a ejecutar la
orden.
Llegada que fué su esposa, el mercader, que recorría con los ojos de derecha a izquierda la estancia
en que se hallaba el lecho consabido, saltó sobre la joven sin pronunciar palabra, la asió por los
cabellos, la tiró al suelo y empezó a administrarle una serie tremenda de patadas y puñetazos. Tras de lo
cual le ató los brazos, cogió un gran cuchillo y se dispuso a degollarla. Pero al ver aquello, la mujer
comenzó a gritar y aullar tan fuerte, que todos los vecinos y vecinas acudieron en su socorro y la
encontraron a punto de ser degollada.
Entonces separaron a la fuerza al marido y preguntaron a qué causa obedecía semejante castigo. Y
exclamó la mujer: "¡No sé la causa!" Entonces dijeron todos al mercader: "Si estás quejoso de ella tienes
derecho a divor ciarte o reprenderla con dulzura y mansedumbre. ¡Pero no puedes ma tarla, porque como
casta lo es, y nosotros por tal la conocemos, y de ello daremos testimonio ante Alah y ante el kadí!
¡Desde hace mucho tiempo es vecina nuestra, y no hemos notado en su conducta nada re prensible!" El
mercader contestó: "¡Dejadme degollar a esta licencio sa!" ¡Y si queréis una prueba de sus licencias no
tenéis más que mirar la mancha líquida que han dejado los hombres introducidos por ella en mi lecho!"
Al oír estas palabras, los vecinos y las vecinas se acer caron al lecho, y cada uno a su vez metió el
dedo en la mancha, y dijo: "¡Es líquido de hombre!" Pero en aquel momento se acercó a su vez el joven y
recogió en una sartén el líquido que no había sido absorbido por la tela, poniendo la sartén a la lumbre y
haciendo cocer el contenido. Tras de lo cual tomó lo que acababa de cocer, se comió la mitad y
distribuyó la otra mitad entre los circunstantes, diciéndoles: "¡Probad lo! ¡es clara de huevo!"
Y habiéndolo probado, se aseguraron todos de que era realmente clara de huevo, incluso el marido,
que compren dió que su esposa era inocente y que la había acusado y maltratado injustamente. Así es que
apresuróse a reconciliarse con ella, y para se llar su buen acuerdo, le regaló cien dinares de oro y un
collar de oro.
Esta historieta prueba que hay líquidos y líquidos, y que es preciso saber diferenciar todas las cosas.
Cuando Schehrazada hubo contado estas anécdotas al rey Schah riar, se calló. Y dijo el rey: "¡Es
verdad, Schehrazada, que son infini tamente morales estas historias! ¡Y además, me han reposado de tal
manera el espíritu, que estoy dispuesto a oír cómo me cuentas una historia extraordinaria por completo!"
Y dijo Schehrazada: "¡Justa mente la que voy a contarte es la que deseas!"
Historia de Abdalah de la tierra y de Abdalah del mar
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Se cuenta -¡pero Alah es más sabio!- que había un hombre, pescador de oficio, que se llamaba
Abdalah. Y el tal pescador tenía que mantener a sus nueve hijos y a la madre, y era pobre, muy pobre,
hasta el extremo de que por toda hacienda no tenía más que su red. Y esta red le servía de tienda y con
ella se ganaba el pan y era la única puerta por la que entraban recursos en su casa. Tenía costumbre de ir
todos los días a pescar en el mar; y si pescaba poco lo vendía y se gastaba la ganancia con sus hijos,
según lo que le hubiera concedido el Retribuidor; pero si pescaba mucho, con el dinero de la ganancia
hacía que su esposa cocinase una comida excelente, y compraba fru tas y se lo gastaba todo con la familia,
sin escatimar ni economizar, hasta que no le quedaba nada entre las manos; porque se decía: "¡Ma ñana
nos vendrá el pan de mañana!" Y así vivía al día, sin anticiparse al destino del día siguiente.
Pero un día su esposa parió al décimo varón, pues merced a la bendición, los otros nueve eran
también varones. Y aquel día precisa mente no había en absoluto nada que comer en la pobre casa del
pes cador Abdalah. Y dijo la mujer al marido: "¡Oh mi amo, la casa tiene un habitante más, y todavía no
ha llegado el pan del día! ¿No vas a buscarnos algo para sostenernos en este momento penoso?" El
contestó: "¡Ahora voy a salir, confiándome a la voluntad de Alah, e iré a pescar en el mar, arrojando mi
red a la salud de ese niño recién nacido, para juzgar así de su suerte futura!" La mujer le dijo: "¡Pon tu
confianza en Alah!" Y el pescador Abdalah se echó al hombro su red y se fué al mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 506ª noche
Ella dijo:
"...Y el pescador Abdalah se echó al hombro su red y se fué al mar. Y arrojó al agua la red a la salud
del recién nacido, y dijo: "¡Oh Dios mío, haz que su vida sea fácil y no difícil, abundante y no
insuficiente!" Y tras de haber esperado un momento, sacó la red y la encontró llena de basura, de arena,
de casquijo y de hierbas marinas, ¡pero no vió absolutamente ni la huella de un pez grande o pequeño!
Entonces se asombró y se le entristeció el alma, y dijo: "¿Habrá crea do Alah a ese recién nacido para no
adjudicarle ninguna hacienda ni ninguna provisión? ¡Eso no puede ser, no podrá ser nunca! ¡Porque Quien
ha formado las mandíbulas del hombre y le ha trazado dos labios en la boca, no lo hizo en vano, y ha
cargado con la responsabili dad de subvenir a sus necesidades, porque es el Previsor, el Generoso.
¡Exaltado sea!" Luego se cargó al hombre su red y fué a echarla al mar en otro sitio. Y esperó un buen
rato y la sacó con mucho trabajo, porque pesaba mucho. Y encontró en ella un burro muerto, todo hin -
chado y exhalando un hedor espantoso. Y el pescador sintió que las náuseas le invadían el alma; y se
apresuró a desembarazar de aquel burro muerto su red y alejarse hacia otro sitio lo más de prisa que
pudo, diciendo: "¡No hay recurso ni poder más que en Alah el Glo rioso, el Altísimo! ¡Toda la mala suerte
que tengo es por culpa de mi maldita mujer! Cuántas veces no la habré dicho: "El agua no se hizo para
mí, y es preciso que busque en otra parte nuestra subsistencia ¡Yo no puedo ya con este oficio! ¡No, en
verdad que no puedo más! ¡Déjame, pues, ¡oh mujer! que ejerza otro oficio que el de pescador! Y le he
repetido estas palabras hasta hartarme. Y ella me contestaba siempre: "¡Alah-Karim! ¡Alah-Karim! ¡Su
generosidad es ilimitada! No te desesperes, ¡oh padre de tus hijos!" ¿Y es ésta toda la genero sidad de
Alah? ¿Será ese burro muerto la hacienda destinada al pobre recién nacido, o lo será el casquijo y la
arena recogidos?"
Y el pescador Abdalah permaneció inmóvil largo tiempo, presa de una pena muy profunda. Luego
acabó por decidirse a arrojar su red al mar una vez más todavía, pidiendo a Alah perdón por las pa labras
que acababa de pronunciar impensadamente, y dijo: "Se favo rable a mi pesca, ¡oh Tú el Retribuidor que
dispensas a tus criaturas las mercedes y los beneficios, y marcas su destino de antemano! ¡Y sé favorable
a ese niño recién nacido, y te prometo que un día será un santón consagrado a tu exclusivo servicio!"
Luego se dijo: "¡Quisiera pescar aunque no fuese más que un solo pez para llevárselo a mi bienhechor el
panadero, que en los días negros, cuando me veía parado delante de su tienda husmeando desde afuera el
olor del pan caliente, me hacía con la mano señas para que me acercara y me daba generosa mente lo que
necesitaba para los nueve y la madre!"
Cuando hubo echado por tercera vez su red, Abdalah estuvo espe rando mucho tiempo y se dispuso
luego a retirarla. Pero como la red pesaba todavía más que las otras veces y su peso era completamente
extraordinario, le costó un trabajo infinito sacarla hasta la orilla: y sólo hubo de conseguirlo después de
hacerse sangre en las manos a fuerza de tirar de las cuerdas. Y en el límite de la estupefacción, se
encontró entonces apresado entre las mallas de la red un ser humano, un Adamita semejante a todos los
Ibu-Adam, con la sola diferencia de que su cuerpo terminaba en cola de pez; pero, aparte de eso, tenía
cabeza, cara, barba, tronco y brazos, como un hombre de la tierra.
Al ver aquello, el pescador Abdalah no dudó un instante de que se hallaba en presencia de un efrit
entre los efrits rebeldes a las ór denes de nuestro señor Soleimán Ibn-Daúd, que fueron encerrados en
vasos de cobre rojo y arrojados al mar. Y se dijo: "¡Sin duda es uno de ellos! ¡Merced al desgaste del
metal por el agua y los años, ha podido salir del vaso sellado y agarrarse a mi red!" Y lanzando gritos de
terror y levantándose el traje hasta más arriba de las rodillas, el pescador echó a correr por la playa,
huyendo hasta quedarse sin res piración, y aullando: "¡Amán!
¡Amán! ¡Misericordia! ¡oh efrit de Soleimán!"
Pero desde dentro de la red le gritó el Adamita: "Ven, ¡oh pes cador! ¡No huyas de mí! ¡Porque soy un
ser humano como tú, y no un mared o un efrit! ¡Te recompensaré espléndidamente! ¡Y Alah te lo tendrá en
cuenta el día del Juicio!" Al oír estas palabras, se calmó el corazón del pescador; y dejó de huir y volvió
hacia su red, pero a pasos lentos, avanzando con una pierna y retrocediendo con la otra. Y dijo al
Adamita cogido en la red: "¿No eres, entonces, un genni en tre los genn...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 507ª noche
Ella dijo:
"¿...No eres, entonces, un genni entre los genn?" El otro con testó: "¡No, por cierto! ¡Soy un hermano
que cree en Alah y en su enviado!" Abdalah preguntó: "Pues entonces, ¿quién te ha tirado al mar?" El otro
dijo: "¡No me ha tirado nadie al mar, pues he nacido en él! Porque soy un hijo entre los hijos del mar.
Somos, en efecto, pueblos numerosos los que habitamos las profundidades marítimas. Y respiramos y
vivimos en el agua como vosotros en la tierra y los pájaros en el aire. Y todos somos creyentes en Alah y
en su Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) y somos buenos y caritativos con nuestros hermanos los
hombres que habitan en la superficie de la tierra, ¡por que obedecemos a los mandatos de Alah y a los
preceptos del Libro!" Luego añadió: "Por otra parte, si yo fuese un genni o un efrit malhechor, ¿no hubiera
hecho trizas ya tu red en vez de rogarte que vi nieras en mi ayuda para salir sin estropeártela, puesto que
con ella te ganas el pan y es la única puerta por donde entran recursos en tu casa?" Al oír estas palabras
tranquilizadoras, Abdalah sintió que se disipaban sus últimas dudas y sus últimos temores, y cuando se
incli naba para ayudar al habitante del mar a salir de la red, éste le dijo aún: "¡Oh pescador! el Destino
quiso para bien tuyo mi captura. Me paseaba yo, en efecto, por las aguas, cuando cayó encima de mí tu
red y me apresó en sus mallas. ¡Deseo, pues, labrar tu dicha y la de los tuyos! ¿Quieres que hagamos un
pacto por el cual se comprometa cada uno de nosotros a ser amigo del otro y hacerle regalos y a recibir
de él otros en cambio? Así, tú, por ejemplo, vendrás todos los días a buscarme aquí y a traerme una
provisión de los frutos de la tierra que crecen entre vosotros: uvas, higos, sandías, melones, albérchigos,
ci ruelas, granadas, plátanos, dátiles y otros más. Y lo aceptaré de ti todo con extremado gusto. Y te daré a
mi vez de los frutos del mar que crecen en las profundidades que habitamos nosotros: coral, perlas, cri -
sólitos, aguamarinas, esmeraldas, zafiros, rubíes, metales preciosos y todas las gemas y pedrerías del
mar. ¡Y con ellas te llenaré cada vez el cesto de frutas que me traigas! ¿Aceptas?"
Al oír estas palabras, exclamó el pescador, que ya no se tenía más que con una pierna de tanta alegría
y entusiasmo como le causaba aquella enumeración espléndida: `¡Ya Alah! ¿Y quién no aceptaría?"
Luego dijo: "Bueno, ¡pero ante todo sea con nosotros la Fatiha para rellenar nuestro pacto!" Y el
habitante del mar accedió. Y recitaron ambos en voz alta la Fatiha liminar del Korán. E inmediatamente
Abdalah el pescador libertó de la red al habitante del mar.
Entonces preguntó el pescador a su amigo marítimo: "¿Cómo te llamas?" El otro contestó: "Me llamo
Abdalah. Así es que, cuando vengas aquí todas las mañanas, el día en que por casualidad no me veas, no
tendrás más que gritar: "¡Ya Abdalah! ¡oh marítimo!" Y te oiré al instante, y verás cómo aparezco fuera
del agua". Luego le pre guntó: "¿Y cómo te llamas tú, hermano mío?" El pescador contestó: "¡Me llamo
también Abdalah, como tú!"
Entonces exclamó el maríti mo: "¡Tú eres Abdalah de la Tierra y yo soy Abdalah del Mar! Y he aquí
que seremos dos veces hermanos, por nuestro nombre y por nuestra amistad. ¡Espérame, pues, aquí un
instante, ¡oh amigo mío! nada más que el tiempo necesario para sumergirme y volver con el primer regalo
marítimo!" Y Abdalah de la Tierra contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto Abdalah del Mar saltó
desde la orilla al agua y desapareció a la vista del pescador. Al cabo de cierto tiempo, al no ver Abdalah
de la Tierra aparecer al marino, se arrepintió mucho de haberle libertado de la red, y dijo para sí:
¿Acaso sé si va a volver? Sin duda se ha reído de mí y me ha dicho todo eso para que le deje en libertad.
¡Ah! ¿por qué no lo cap turé? ¡Así hubiera podido exhibirle a los habitantes de la ciudad y ganar mucho
dinero! Y también le hubiera transportado a las casas de la gente rica, que no quiere molestarse, para
enseñársele a domicilio. ¡Y me habrían retribuido espléndidamente!" Y de este modo continuó
lamentándose con el alma, y diciéndose: "Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 508ª noche
Ella dijo:
"...Se te fué de entre las manos la pesca, ¡oh pescador!" Pero en aquel mismo instante el marítimo
apareció fuera del agua llevando una cosa encima de la cabeza, y fué a situarse en la orilla al lado del te -
rrestre. Y tenía el marítimo las dos manos llenas de perlas, de coral, de esmeraldas, de jacintos, de
rubíes y de toda clase de pedrerías. Y se lo ofreció todo al pescador, y le dijo: "Toma esto, ¡oh hermano
mío Abdalah! y dispénsame por lo poco que es. Porque por ahora no tengo un cesto para llenártelo; pero
la próxima vez me traerás uno, y te lo devolveré lleno de estos frutos del mar". Al ver aquellas gemas
pre ciosas, el pescador se regocijó extremadamente. Y las tomó, y después de hacerlas correr por entre
sus dedos maravillándose, se las guardó en el seno. Y le dijo el marítimo: "¡No te olvides de nuestro
pacto! Y ven aquí todas las mañanas antes de salir el sol!" Y se despidió de él y se hundió en el mar.
En cuanto al pescador, volvió a la ciudad transportado de alegría, y lo primero que hizo fué pasar por
la tienda del panadero que le ha bía favorecido en los días negros, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¡por fin la
buena suerte y la fortuna se han puesto en nuestro camino! Te ruego que me des la cuenta de todo lo que te
debo". El panadero con testó: "¿La cuenta? ¿Y para qué? ¿Hay necesidad de eso entre nos otros? ¡Pero si
verdaderamente tienes dinero de sobra, dame lo que puedas! ¡Y si no tienes nada, toma todos los panes
que necesites para alimentar a tu familia, y en cuanto a pagarme espera a que la prospe ridad resida en tu
casa definitivamente!"
El pescador dijo: "¡Oh ami go mío! ¡la prosperidad se ha instalado sólidamente en mi casa, trayéndola
la buena sombra de mi recién nacido y la bondad y munifi cencia de Alah! ¡Y cuanto pueda darte será
poco en comparación de lo que hiciste por mí cuando me agarrotaba la miseria! ¡Pero toma esto por el
pronto!" Y se metió la mano en el seno y sacó un puñado de pedrerías tan grande, que apenas se quedó
para sí con la mitad de lo que le había dado el marítimo. Y se lo dió al panadero, diciéndole: "Sólo te
pido que me prestes algún dinero hasta que yo venda en el zoco estas gemas del mar". Y estupefacto por
lo que veía y recibía, el panadero vació su cajón entre las manos del pescador y quiso llevar le él mismo
hasta su casa la carga de pan necesaria para la familia. Y le dijo: "¡Soy tu esclavo y tu servidor!"
Y quieras que no, se cargó a la cabeza la banasta de panes y echó a andar detrás del pescador, has ta
la casa de éste, donde dejó la banasta. Y se marchó después de be sarle las manos. En cuanto al pescador,
entregó a la madre de sus hi jos la banasta de panes y luego se fué a comprarles carne de cordero, pollos,
verduras y frutas. E hizo que su esposa guisara una comida ex traordinaria aquella noche. Y comió
admirablemente con sus hijos y su esposa, regocijándose hasta el límite del regocijo con la llegada de
aquel recién nacido que llevaba consigo la fortuna y la dicha.
Tras de lo cual Abdalah contó a su esposa cuanto le había acae cido y cómo terminó la pesca con la
captura de Abdalah del Mar, y toda la aventura, en fin, con sus menores detalles. Y acabó por ponerle en
las manos lo que le quedaba del regalo precioso de su amigo el habitante del mar. Y su esposa se alegró
de todo aquello; pero le dijo: "¡Guarda bien el secreto de esa aventura, porque si no lo haces, corres
peligro de que el gobierno te ponga obstáculos". Y contestó el pescador: "¡Claro que se lo ocultaré a todo
el mundo, excepto al panadero! ¡Porque aunque por lo general deba ocultarse la dicha, no puedo hacer de
mi dicha un misterio para mi primer bienhechor!"
Al día siguiente, Abdalah el pescador fué muy temprano, con un cesto lleno de hermosas frutas de
todas las especies y todos los colores; a la orilla del mar, adonde llegó antes de salir el sol. Y dejó su
cesto en la arena de la playa, y como no divisaba a Abdalah, dió una palmada gritando: "¿Dónde estás,
¡oh Abdalah del Mar!?" Y al instante con testó desde el fondo de las olas una voz marina: "Heme aquí, ¡oh
Ab dalah de la Tierra! ¡Heme aquí a tus órdenes!" Y el habitante del mar salió del agua y se acercó a la
orilla. Y después de las zalemas y de los votos, el pescador le ofreció el cesto de frutas. Y lo cogió el
marí timo, dándole las gracias, y se sumergió en el fondo del mar. Mas al gunos instantes después
reapareció llevando en sus brazos el cesto sin frutas, pero cargado de esmeraldas, de aguamarinas y de
todas las gemas y productos marinos. Y tras de despedirse de su amigo, el pes cador se cargó a la cabeza
el cesto y emprendió el camino de la ciudad, pasando por delante del horno del panadero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 509ª noche
Ella dijo:
"...Y tras de despedirse de su amigo, el pescador se cargó a la cabeza el cesto y emprendió el camino
de la ciudad, pasando por de lante del horno del panadero. Y dijo a su antiguo bienhechor: "¡La paz sea
contigo!, ¡oh padre de manos abiertas!" El otro contestó: "Y contigo la paz, las gracias de Alah y sus
bendiciones, ¡oh rostro de buen augurio! ¡Acabo de mandar a tu casa una bandeja con cuarenta pas teles
que he cocido especialmente para ti y en cuya pasta no economi cé la manteca clarificada, la canela, el
cardamomo, la nuez moscada, la cúrcuma, la artemisa, el anís y el hinojo!" Y el pescador metió la mano
en el cesto, del cual salían mil resplandores fulgurantes; cogió tres grandes puñados de pedrerías y se los
entregó. Prosiguió luego su camino y llegó a su casa. Y allí dejó su cesto, escogió la piedra más hermosa
de cada especie y de cada color, lo puso todo en un pedazo de tela y se fué al zoco de los joyeros. Y se
paró ante la tienda del jeique de los joyeros, le mostró las maravillosas pedrerías, y le dijo: "¿Me las
quieres comprar?" El jeique de los joyeros miró al pescador con ojos llenos de desconfianza, y le
preguntó: "¿Tienes más?" El pescador contestó: "En casa tengo un cesto lleno". El otro preguntó: "¿Y
dónde está tu casa?" El pescador contestó: "Como casa, ¡por Alah que no la tengo! sino sencillamente una
choza de tablas podridas, que está situada al extremo de cierta calle junto al zoco del pescado". Al oír
es tas palabras del pescador, el joyero gritó a sus dependientes: "¡Dete nedle! ¡Es el ladrón a quien se
acusa de haber robado las alhajas de la reina, la esposa del sultán!" Y les ordenó que le administraran
una paliza. Y le rodearon todos los joyeros y mercaderes y le injuriaron. Y decían unos: "¡Sin duda fué él
quien robó en el mes último la tienda del hadj Hassán!" Y decían otros: "¡También fué este miserable
quien limpió cierta tienda!" Y cada cual contaba la historia de un robo cuyo autor no fué habido, ¡y se lo
atribuía al pescador! Y durante todo aquel tiempo, el pescador guardaba silencio y no hacía ningún gesto
para negar. Y después que hubo recibido la paliza preliminar dejó que le arrastrara a presencia del rey el
jeique joyero, que quería obligarle a declarar sus crímenes y hacer que le colgaran a la puerta de palacio.
Llegados que fueron al diwán, el jeique de los joyeros dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! cuando
desapareció el collar de la reina, man daste que nos avisaran y nos encargaste que buscáramos al
culpable. ¡Hicimos todo lo posible para lograrlo, y con la ayuda de Alah, lo he mos conseguido! ¡He aquí
entre tus manos al culpable y las pedrerías que le hemos encontrado encima!"
Y dijo el rey al jefe de los eunu cos: "Toma esas pedrerías y vé a enseñárselas a tu ama. ¡Y pregúnta le
si son las mismas piedras del collar que ha perdido!" Y el jefe de los eunucos fué en busca de la reina, y
poniendo ante ella las gemas es pléndidas, le preguntó: "¿Son éstas ¡oh mi ama! las piedras del collar?"
Al ver aquellas pedrerías, la reina llegó al límite de la maravilla, y contestó al eunuco: "¡Ni por
asomo! Mi collar lo encontré en el cofre cillo. En cuanto a esas pedrerías, ¡son mucho más hermosas que
las mías y no tienen par en el mundo! Vé, pues ¡ oh Massrur ! a decir al rey que compre esas piedras para
hacer con ellas un collar a nuestra hija Pros peridad, que ya está en edad de casarse.
Cuando se enteró el rey por el eunuco de la respuesta de la reina, se enfureció en extremo con el
jeique de los joyeros que así acababa de detener y maltratar a un inocente; ¡y le maldijo con todas las
maldicio nes de Aad y de Thammud! Y contestó, temblando mucho, el jeique de los joyeros: "¡Oh rey del
tiempo! sabíamos que este hombre era un pes cador, un pobre; y al verle con estas pedrerías y enterarnos
de que en su casa aun tenía un cesto lleno de ellas, nos pareció que era demasiada for tuna para que la
hubiese podido adquirir por medios lícitos un pobre!"
Al oír estas palabras, aumentó más todavía la cólera del rey, que gritó al jeique de los joyeros y a sus
compañeros: "¡Oh plebeyos impuros! ¡oh herejes de mala fe, almas vulgares! ¿es que no sabéis que para
el destino del verdadero creyente no hay fortuna imposible, por inesperada y mara villosa que sea? ¡Ah
malvados! Y os apresuráis así a condenar a este pobre, sin oírle ni examinar sus circunstancias con el
falso pretexto de que esa fortuna es demasiado cuantiosa para él! ¡Y le motejáis de ladrón, y le
deshonráis entre sus semejantes! ¡Y ni por un instante se os ocurre pensar que nunca obra con parsimonia
Alah el Exaltado cuando distri buye sus favores! ¿Acaso conocéis la capacidad de abundancia de los
manantiales infinitos de que extrae sus beneficios el Altísimo, ¡oh estúpidos ignorantes! para juzgar así,
con arreglo a vuestros cálculos mezquinos de criaturas de barro, el total de pesas puestas en la balanza
de un destino dichoso? ¡Idos, miserables! ¡Alejaos de mi presencia! ¡Y pluguiera a Alah privaros de sus
bendiciones para siempre!"
Y los expulsó ignominio samente. ¡Y esto en cuanto a ellos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 510ª noche
Ella dijo:
"...Y los expulsó ignominiosamente. ¡Y esto en cuanto a ellos!
¡He aquí ahora lo referente a Abdalah!
Encaróse el rey con él, y antes de hacerle la menor pregunta, le dijo: "¡Oh pobre, que Alah te bendiga
con los dones que te hizo! ¡La seguridad está contigo! ¡Yo soy quien te la da!" Luego añadió: "¿Quieres
contarme ahora la verdad y decirme cómo han llegado a ti esas pedrerías, tan her mosas, que ningún rey
de la tierra las posee parecidas?" El pescador contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡todavía tengo en casa lleno
de esas pedrerías un cesto de pesca! ¡Es un regalo de mi amigo Abdalah del Mar!" ¡Y contó al rey toda su
aventura con el marítimo, sin omitir un detalle! Pero no hay utilidad en repetirla.
Luego añadió: "¡Porque hice con él un pacto sellado con la recitación de la Fatiha del Korán! Y por
ese pacto me he comprometido a llevarle todas las mañanas por la aurora un cesto lleno de frutos de la
tierra; y él se ha comprometido a llenarme el cesto con frutos del mar, como son estas pedrerías que ves".
Al oír del pescador semejantes palabras, el rey maravillóse de la generosidad del Donador para con
sus creyentes; y dijo:
"¡Oh pescador, era tu destino! ¡Pero déjame decirte que la riqueza exige que se la proteja, y que el
rico debe tener una categoría alta! ¡Quiero ponerte, pues, bajo mi protección mientras dure mi vida, y
hasta hacer algo más! Porque no puedo responder del porvenir, y no sé la suerte que te reservará mi
sucesor si muero o se me desposee del trono. Posible es que te mate por codicia y por amor a los bienes
de este mundo. Quiero, pues, ponerte a salvo de las vicisitudes de la suerte mientras viva yo. ¡Y el medio
mejor creo que es casarte con mi hija Prosperidad, que es una joven púber, y nombrarte mi gran visir, le -
gándote así directamente el trono antes de mi muerte!" Y contestó el pescador: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces llamó el rey a los esclavos, y les dijo: "¡Conducid al hammam a éste, que es vuestro amo!"
Y los esclavos condujeron al pescador al hammam del palacio y le bañaron cuidadosamente y le vistieron
con vestiduras reales, y le llevaron de nuevo a presencia del rey, que le nombró inmediatamente gran
visir. Y le dió las ins trucciones precisas para su nuevo cargo, y Abdalah contestó: "¡Tus advertencias ¡oh
rey! son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me cobijo!"
Despachó luego el rey para la casa del pescador correos y guar dias numerosos con tañedores de
pífano, de clarinete, de címbalos, de bombo y de flauta, y mujeres expertas en el arte de la vestimenta y
de los atavíos, con encargo de vestir y ataviar a la mujer del pesca dor y a sus diez hijos, colocándoles en
un palanquín llevado por vein te, negros y conduciéndoles al palacio acompañados por un cortejo es -
pléndido y con músicos. Y se ejecutaron sus órdenes; y se colocó en un suntuoso palanquín a la esposa
del pescador, que llevaba al pecho a su recién nacido y a sus otros nueve hijos; y precedida por el cor -
tejo de guardias y músicos, y acompañada por las mujeres puestas a su servicio y por las esposas de
emires y notables, se la condujo a palacio, donde estaba esperándola la reina, que la recibió con agasajos
infinitos, mientras el rey recibía a los hijos y se los sentaba por turno en las rodillas y les acariciaba
paternalmente, con tanto gusto como si fueran sus propios hijos. Y por su parte, la reina quiso demostrar
su afecto a la esposa del nuevo gran visir, y la puso al frente de todas las mujeres del harem,
nombrándola gran visira de sus dependencias.
Tras de lo cual el rey, que tenía por única hija a Prosperidad, se apresuró a mantener su promesa,
concediéndosela en matrimonio, como segunda esposa, al visir Abdalah. Y con esta ocasión, dió una gran
fies ta al pueblo y a los soldados, haciendo adornar e iluminar la ciudad. Y aquella noche conoció
Abdalah las delicias de la carne joven y la diferencia que hay entre la virginidàd de una joven hija del
rey y la rancia piel curtida con que se desahogó él hasta entonces.
Pero al día siguiente por la aurora, habiéndose despertado el rey antes de su hora habitual a causa de
las emociones de la víspera, se asomó a su ventana y vió que su nuevo gran visir, el esposo de su hija
Prosperidad, salía del palacio llevando a la cabeza un cesto de pesca lleno de frutas. Y le llamó y le
preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío...! ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 511ª noche
Ella dijo:
"...Y le llamó y le preguntó: "¿Qué llevas ahí, ¡oh yerno mío!?" Abdalah contestó: "¡Es un cesto de
frutas que voy a llevar a mi amigo Abdalah del Mar!" El rey dijo: "Pero ésta no es hora para que la gente
salga de su casa. ¡Y además, no está bien que mi yerno lleve por sí mismo a la cabeza una carga de
mandadero!"
Abdalah contestó: "¡Es verdad! Pero tengo miedo de faltar a la hora de la cita, y de pasar a los ojos
del marítimo por un embustero sin fe, y de oírle reprocharme mi conducta, diciéndome: "¡Las cosas del
mun do te distraen de tu deber ahora y te hacen olvidar tus promesas!" Y dijo el rey: "¡Tienes razón! Ve a
buscar a tu amigo, ¡y que Alah sea contigo! Y Abdalah emprendió el camino del mar, cruzando por los
zocos. Y al reconocerle, decían los mercaderes madrugadores que abrían sus tiendas: "¡Es Abdalah el
gran visir, yerno del rey, que va al mar para cambiar frutas por pedrerías!" Y los que no le cono cían
salíanle al paso, y le preguntaban: "¡Oh vendedor de frutas! ¿a cómo va la medida de albaricoques?"
Y contestaba él a todo el mundo: "No son para la venta. ¡Ya están vendidos!" Y lo decía muy cortés -
mente, dejando contento a todo el mundo. Y de tal suerte llegó a la playa, donde vió salir de las olas a
Abdalah del Mar, al cual entregó las frutas a cambio de nuevas pedrerías de todos los colores. Luego
emprendió otra vez el camino de la ciudad, pasando por delante de la tienda de su amigo el panadero.
Pero se extrañó mucho al encontrar cerrada la puerta de la tienda, y esperó un momento para ver si
llegaba su amigo. Y acabó por preguntar al tendero de al lado: "¡Oh hermano mío! ¿qué ha sido de tu
vecino el panadero?"
El otro contestó: "No sé de cierto lo que le ha reservado Alah. ¡Debe estar enfermo en su casa!"
El otro dijo: "¡En tal callejuela!" Y Abdalah emprendió el camino de la callejuela indicada, y tras de
indagar cuál era la casa del panadero, llamó a la puerta y esperó. Y algunos instantes después vió
aparecer por un tragaluz alto la cabeza asustada del panadero, que bajó a abrir, serenado ya al ver el
cesto de pesca lleno de pedrerías, como de costumbre. Y se arrojó al cuello de Abdalah, besándole con
lágrimas en los ojos, y le dijo: "¿Pero es que no te han ahorcado por orden del rey? He sabido que te
detuvieron por ladrón; y temiendo que también a mí me detuvieran como cómplice, me apresuré a cerrar
el horno y la tienda y a esconderme en el último rincón de mi casa. ¡Pero explícame ya, ¡oh amigo mío! a
qué se debe el que estés vestido como un visir!" Entonces Abdalah le contó desde el principio hasta el fin
lo que le había sucedido, y añadió: "Y el rey me ha nombrado su gran visir y me ha da do en matrimonio a
su hija. ¡Y ahora tengo un harem, al frente del cual se encuentra mi antigua esposa, la madre de mis
hijos!"
Después dijo: "Toma este cesto con todo su contenido. ¡Te pertenece, porque así está escrito hoy en tu
destino!" Luego le dejó y volvió a palacio con el cesto vacío.
Cuando el rey le vió llegar con el cesto vacío, le dijo riendo: "¡Ya lo ves! ¡Tu amigo el marítimo te ha
abandonado!" Abdalah con testó: "¡Al contrario! Las pedrerías con que me ha llenado hoy el cesto eran
superiores en belleza a las de los demás días. Pero se las he dado todas a mi amigo el panadero, que en
otro tiempo, cuando me afligía la miseria, me alimentó y alimentó a mis hijos y a la madre de mis hijos.
¡Y yo a mi vez, por lo mismo que él fué misericordioso en los días de mi pobreza, no le olvido en los
días de mi prosperidad! Pues ¡por Alah, que quiero dar fe de que nunca hirió él mi susceptibilidad de
trabajador pobre!" Y extremadamente edificado, le preguntó el rey: "¿Cómo se llama tu amigo?" Abdalah
contestó: "¡Se llama Abdalah el Panadero, como yo me llamo Abdalah el Terrestre y como mi amigo del
mar se llama Abdalah el Marítimo!" Al oír estas palabras, el rey se maravilló y se estremeció, y
exclamó: "¡Y como yo me llamo el rey Abdalah! ¡Y como todos nos llamamos servidores de Alah! ¡Pero
co mo todos los servidores de Alah son iguales ante el Altísimo y hermanos por la fe y el origen, quiero
¡oh Abdalah de la Tierra! que vayas en seguida a buscar a tu amigo Abdalah el Panadero, a fin de que le
nombre yo mi segundo visir!"
Al punto fué Abdalah el Terrestre a buscar a su amigo Abdalah el Panadero, a quien acto seguido
revistió el rey con las insignias del visi rato, nombrándole su visir de la izquierda, como Abdalah el
Terrestre era su visir de la derecha.
Y el antiguo pescador Abdalah llenó sus nuevas funciones con todo el brillo deseable, sin olvidarse
ni un solo día de ir en busca de su amigo Abdalah del Mar y de llevarle un cesto con frutas de la estación
a cambio de un cesto con metales preciosos y pedrerías. Y cuando ya no hubo frutas en los jardines ni las
tenían tampoco los vendedores de primicias, llenó el cesto con pasas, almendras, avellanas, cacahuetes,
nueces, higos secos, albaricoques secos y confituras secas de toda es pecie y colores. Y cada vez volvía
llevando a la cabeza el cesto lleno de joyas, como de costumbre. Y esto duró el espacio de un año.
Pero un día, llegado que fué Abdalah de la Tierra a la playa por la aurora, como siempre, se sentó
junto a su amigo Abdalah el Maríti mo, y se puso a charlar con él acerca de las costumbres de los habi -
tantes del mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 512ª noche
Ella dijo:
"...Se sentó junto a su amigo Abdalah el Marítimo, y se puso a charlar con él acerca de las
costumbres de los habitantes del mar. Y entre otras cosas, le dijo: "¡Oh, hermano mío, oh marítimo! ¿Es
muy her moso el sitio donde vives?" El otro contestó: "¡Sí, por cierto! ¡Y si quieres te llevaré conmigo al
mar, y te enseñaré todo lo que contiene, y te haré visitar mi ciudad y te recibiré en mi casa con la
hospitalidad más cordial!"
Y contestó Abdalah de la Tierra: "¡Oh hermano mío! tú te criaste en el agua, y el agua es tu morada.
Por eso no te incomoda habitar en el mar. Pero antes de que yo responda a tu invitación, ¿po drías decirme
si no sería para ti extremadamente funesto residir en la tierra?"
El otro dijo: "¡Claro que sí! Se secaría mi cuerpo, ¡y al so plar contra mí los vientos de la tierra me
harían morir!" El terrestre dijo: "Pues a mí me pasa igual. Me he criado en la tierra, y la tierra es mi
morada. Por eso no me incomoda el aire de la tierra. ¡Pero si entrase contigo en el mar, penetraría el agua
dentro de mí y me aho garía, y moriría!"
El marítimo contestó: "No tengas ningún temor por eso, pues te traeré un ungüento con el que te
untarás el cuerpo, y el agua no tendrá sobre ti ningún poder sofocante, aun cuando hubieras de pasar en
ella el resto de tu vida. ¡Y de esa manera podrás sumer girte conmigo y recorrer en todos sentidos el mar,
y dormir en él y despertarte en él, sin que nunca te venga mal alguno por ninguna parte!"
Al oír estas palabras, el terrestre dijo al marítimo: "En ese caso, no tengo inconveniente en
sumergirme contigo. ¡Tráeme, pues, el un güento consabido para que lo ensaye!" El marítimo contestó:
"¡Eso es lo que voy a hacer!" Y se llevó el cesto de frutas y se metió en el mar para volver al cabo de
unos instantes llevando en las manos una vasija llena de un ungüento parecido a la grasa de las vacas y de
un color amarillo como el oro, y de un olor absolutamente delicioso. Y preguntó Abdalah de la Tierra:
"¿Con qué se compone este ungüento?" El otro contestó: "Se compone con grasa del hígado de una
especie entre las especies de peces que se llama dandana. ¡Y este pez dandana es el más enorme de todos
los peces del mar, hasta el extremo de que de un solo bocado devoraría sin dificultad lo que vosotros los
terrestres llamáis un elefante o un camello!" Y exclamó asustado el antiguo pescador: "¿Y qué come ese
funesto animal? ¡oh hermano mío!"
El otro contestó: "De ordinario se come a los animales más pequeños que nacen en las profundidades.
Porque ya sabes el proverbio que dice: "¡Los fuertes se comen a los débiles!" El terrestre dijo: "¡Verdad
dices! Pero, ¿hay entre vosotros muchos de esos dandanas?" El otro contestó: "¡Millares y millares cuyo
número sólo Alah lo sabe!" El terrestre exclamó: "¡En tonces dispénsame de hacerte esa visita! ¡oh,
hermano mío!, porque tengo miedo a encontrarme con alguno de esa especie y que me coma!" El marítimo
dijo: "¡No tengas ningún miedo, porque el pez dandana, aunque es de una ferocidad terrible, teme a Ibn-
Adán, cuya carne es para él un veneno violento!" El antiguo pescador exclamó: "¡Ya Alah! ¿pero de qué
me servirá ser un veneno violento para el dandana cuando ya me haya devorado el dandana?" El marítimo
contestó: "¡No ten gas el menor temor por el dandana, porque nada más que con ver a Ibn-Adán se pone en
fuga de tanto como le teme! ¡Y además, como estarás ungido con su grasa, reconocerá su olor, y no te hará
daño!" Y conquistado por las seguridades que le daba su amigo, dijo el te rrestre: "¡Pongo mi confianza en
Alah y en ti". Y se desnudó y abrió en la arena un agujero donde metió su ropa, a fin de que no se la
robase nadie durante su ausencia. Tras de lo cual se untó con el ungüento con sabido desde la cabeza hasta
los pies, sin olvidarse de las más pequeñas aberturas, y hecho esto, dijo al marítimo: "Ya estoy listo, ¡oh
her mano mío!"
Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las profundidades
marinas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 513ª noche
Ella dijo:
"Entonces Abdalah del Mar cogió del brazo a su compañero y se sumergió con él en las
profundidades marinas. Y le dijo: " Abre los ojos!" Y como el terrestre no se sintió sofocado ni
abrumado por el peso enorme del mar y como allá dentro respiraba mejor que bajo el cielo, comprendió
que era realmente impenetrable para el agua; y abrió los ojos. Y desde aquel instante fué huésped del
mar.
Y vió desplegarse el mar por encima de su cabeza como un pabe llón de esmeralda, al igual que en la
tierra reposa sobre las aguas el admirable azur; y a sus pies extendíanse las regiones submarinas que no
había violado desde la creación ninguna mirada terrestre; y reinaba una gran serenidad en las montañas y
llanuras del fondo; y era deli cada la luz que se bañaba en las transparencias infinitas y el esplendor de
las aguas en torno de los seres y de las cosas; y aquellos paisajes tranquilos le encantaban más que todos
los encantos del cielo natal; y veía selvas de coral rojo, y selvas de coral blanco, y selvas de coral rosa,
que se inmovilizaban en el silencio de sus ramajes; y grutas de diamantes con columnas de rubíes, de
crisólitos, de berilos, de zafiros, de oro y de topacios; y una vegetación de locura que se mecía en es -
pacios grandes como reinos; y en medio de arenas de plata, conchas de millares de formas y colores, que
se miraban resplandecientes en el cristal de las aguas; y veía a su alrededor peces relampagueantes que
semejaban flores, y peces que semejaban frutas, y peces que semejaban pájaros, y otros, vestidos con
escamas de oro y plata, que semejaban lagartos grandes, y otros que parecían más bien búfalos, vacas,
perros; y hasta Adamitas; e inmensos bancos de reales pedrerías lanzando mil destellos multicolores que
el agua avivaba, lejos de extinguirlos; y ban cos en que abríanse ostras llenas de perlas blancas, de perlas
rosas y de perlas doradas; y enormes esponjas hinchadas que se movían pesada mente sobre su base,
alineándose en largas filas simétricas, como cuer pos de ejército, y parecían limitar las diferentes
regiones marinas y constituirse en guardianas fijas de las inmensidades solitarias.
Pero Abdalah de la Tierra que, siempre del brazo de su amigo, veía desfilar ante él sobre los abismos
en rápida carrera todos estos espectáculos espléndidos, divisó de pronto una innumerable sucesión de
cavernas de esmeraldas talladas en los flancos de una montaña de la misma gama verde, y a las puertas
de las cuales estaban sentadas o tendidas jóvenes bellas como lunas, con cabellos color de ámbar y de
coral. Y se parecían a las jóvenes de la tierra, a no ser por la cola que tenían en el lugar de la grupa, de
los muslos y de las piernas. Eran las hijas del mar. Y su dominio era aquella ciudad de cavernas verdes.
Al ver aquello, el terrestre preguntó al marítimo: "¡Oh hermano mío! ¿es que no están casadas esas
jóvenes? Porque no veo varones entre ellas". El otro contestó: "Esas que ves son jóvenes vírgenes, y
esperan a la puerta de sus moradas la llegada del esposo que vendrá a escoger entre ellas la que más le
guste. En otros parajes del mar hay ciudades pobladas de varones y de hembras, y de allá salen los
jóvenes en busca de esposas jóvenes; porque sólo aquí tienen derecho a residir las jóvenes, quienes
vienen a este lugar desde todos los puntos de nuestro imperio y viven juntas esperando al esposo". Y
cuando Abda lah del Mar acabó de dar esta explicación a su amigo, llegaron a una ciudad poblada por
varones y hembras; y dijo Abdalah de la Tierra: "¡Oh hermano mío, allí veo una ciudad poblada; pero no
advierto en ella tiendas donde se venda y se compre! ¡Y además, he de decirte que estoy muy asombrado
de ver que ni uno de sus habitantes se cubre con trajes que le protejan las partes que deben ir ocultas!"
El otro contestó: "Respecto a lo de vender y comprar, no tenemos ninguna necesidad de ello, ya que
la vida es fácil para nosotros y nuestro alimento consiste en peces que se pescan al alcance de la mano.
Pero en cuanto a ocultar ciertas partes de nuestro cuerpo, ante todo no creemos que sea necesario,
además de que tenemos constituidas las partes de otra manera que vos otros; y luego, aunque quisiéramos
ocultarlas, no podríamos, pues no disponemos de telas con qué cubrirlas". El terrestre dijo: "¡Está bien!
¿Y cómo se efectúan entre vosotros los matrimonios?" El otro dijo: "Entre nosotros no se contraen
matrimonios, porque no tenemos leyes que fijen y rijan nuestros deseos y nuestras inclinaciones; pero
cuando nos gusta una joven, nos quedamos con ella; y cuando deja de gustar nos, la dejamos, ¡y ya le
gustará a otro! Además, no todos somos mu sulmanes aquí; entre nosotros hay también muchos cristianos y
judíos; y esas gentes no admiten el matrimonio fijo, porque les gustan mucho las mujeres, y el matrimonio
fijo les contraría. Sólo los musulmanes, que vivimos aparte en una ciudad donde no penetran los infieles,
nos casamos con arreglo a los preceptos del Libro, y celebramos nupcias bien vistas por el Altísimo y el
Profeta (¡con él la plegaria y la paz!) Pero ¡oh hermano mío! quiero hacerte llegar cuanto antes a nuestra
ciudad; porque, si mil años invirtiera en mostrarte los espectáculos de nuestro imperio y las ciudades que
le pueblan, ¡no acabaría mi tarea en ese tiempo ni podrías formarte una idea aproximada de lo que es!" Y
dijo el terrestre: "¡Sí, date prisa, hermano mío, porque además tengo hambre y no puedo comer pescados
crudos, como haces tú!"
Y preguntó el marítimo: "¿Y cómo coméis, entonces, el pescado los terrestres?" El otro contestó: "¡Lo
asamos o lo freímos en aceite de oliva o en aceite de sésamo!" Y el marítimo se echó a reír, y dijo: "¿Y
cómo nos arre glaríamos nosotros, que habitamos en el agua, para tener aceite de oliva o de sésamo y freír
pescado en una lumbre que no se apagara?" El te rrestre dijo: "¡Tienes razón, hermano mío! ¡Te ruego,
pues, que me conduzcas cuanto antes a tu ciudad, que no conozco!"
Entonces Abdalah el Marítimo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discreta.
Pero cuando llegó la 514ª noche
Ella dijo:
"...Entonces Abdalah el Marítimo le hizo reconocer rápidamente diversas regiones en que se sucedían
ante sus ojos los espectáculos, y le hizo arribar a una ciudad más pequeña que las otras y cuyas casas
también eran cavernas, unas grandes y otras pequeñas, según el nú mero de sus habitantes. Y el marítimo
le llevó ante una de aquellas ca vernas y le dijo: "Entra, ¡oh hermano mío! ¡Esta es mi casa!" Y le hizo
entrar en la caverna, y exclamó: "¡Hola! ¡ven pronto aquí, hija mía!" Y saliendo de detrás de una floresta
de coral rosa, se acercó a ellos al punto una joven con largos cabellos flotantes, bellos senos, vien tre
admirable, cintura graciosa y hermosos ojos verdes de largas pesta ñas negras; pero, como todos los
habitantes del mar, tenía en lugar de grupa y piernas una cola de pez. Y al ver al terrestre, se paró
sobreco gida y le miró con inmensa curiosidad; luego acabó por echarse a reír, y exclamó:
"¡Oh padre mío! ¿quien es ese individuo sin cola que nos traes?" El padre contestó: "¡Hija mía, es mi
amigo el terrestre que me daba todos los días el cesto de frutas que traía yo y que con tanta fruición te
comías tú! ¡Acércate, pues, a él cortésmente y deséale la paz y la bienvenida!" Y se adelantó ella y le
deseó la paz con mucha ama bilidad y usando un lenguaje escogido; y cuando iba a responderle Abdalah,
extremadamente encantado, entró a su vez la esposa del ma rítimo, llevando en cada brazo a uno de sus
dos últimos hijos., y cada uno de los niños llevaba un pez grande que iba devorando, lo mismo que
devorarían un cohombro los niños de la tierra.
Y he aquí que al ver a Abdalah junto al marítimo, la esposa de éste se detuvo en el umbral, inmóvil
de sorpresa, y después de haber soltado a sus dos hijos, exclamó riendo con todas sus fuerzas: "¡Por
Alah, si es un individuo sin cola! ¿Cómo es posible vivir sin cola?" Y acercóse más al terrestre; y sus
dos hijos y su hija se acercaron también; y en extremo divertidos, se pusieron todos a examinarle de
cabeza a pies, y se maravillaron de su trasero especialmente, va que en toda su vida habían tenido ellos
trasero ni otra cosa que se pareciese a un trasero. Y los niños y la joven, que en un principio asustáronse
un poco de aquella protuberancia, se atrevieron hasta tocarla con los dedos varias veces, de tanto como
les intrigaba y divertía. Y se reían entre sí de semejante cosa, y decían: "¡Es un individuo sin cola!" ¡Y
bailaban de alegría! Así es que Abdalah de la Tierra acabó por enfa darse al ver aquellos modales y
aquella desvergüenza. y dijo a Abdalah del Mar: "¡Oh hermano mío! ¿es que me has traído hasta aquí
para que sea la irrisión de tus hijos y de tu esposa?"
El otro contestó: "¡Te pido perdón, hermano mío, y te ruego que me dispenses y no hagas caso de los
modales de estas dos mujeres y estos dos niños, por que tienen una inteligencia defectuosa!" Luego se
encaró con sus hijos, y les gritó: "¡Callaos!" Y les infundió miedo, y se callaron. Entonces dijo el
marítimo a su huésped: "¡No te asombres, sin embargo, de lo que veas, ¡oh hermano mío! porque entre
nosotros no hay quien no tenga cola!"
Y he aquí que, a raíz de estas palabras, llegaron diez adultos grue sos y vigorosos, que dijeron al
dueño de la casa: "¡Oh Abdalah! el rey del Mar acaba de saber que tienes en tu casa a un individuo sin
cola entre los individuos sin cola de la Tierra. ¿Es cierto?" El interpelado contestó: "Es cierto. Y ahí le
tenéis delante de vosotros. ¡Es mi amigo y mi huésped, y al instante voy a llevarle a la playa de donde le
saqué!" Los otros dijeron: "¡Guárdate de hacerlo! ¡Que el rey nos ha enviado a buscarle, pues desea verle
y examinar su contextura! ¡Y parece ser que por detrás tiene una cosa extraordinaria, y otra cosa más
extra ordinaria todavía por delante! ¡Y el rey quisiera ver ambas cosas, y saber qué nombre tienen!
Al oír estas palabras, Abdalah del Mar se encaró con su huésped y le dijo: "¡Oh hermano mío!
dispénsame, porque ya ves que no tengo excusa. ¡No podemos desobedecer las ordenes de nuestro rey!"
El te rrestre dijo: "¡Me da mucho miedo ese rey, que acaso se enfade porque tengo cosas que él no tiene, y
decretará mi perdición en vista de eso!" El marítimo dijo: "¡Yo estaré allí para protegerte y hacer de
manera que no sufras ningún daño!" El terrestre dijo: "¡Me someto a tu de cisión entonces, y pongo mi
confianza en Alah y te sigo!"
Y el marí timo se llevó a su huésped y le condujo a la presencia del rey.
Cuando el rey vió al terrestre, le dió tanta risa, que estuvo a punto de caerse; luego dijo: "Bienvenido
seas entre nosotros, ¡oh individuo sin cola!" Y todos los altos dignatarios que rodeaban al rey se reían
mucho y se mostraban unos a otros con el dedo el trasero del terrestre, diciendo: "¡Sí, ¡por Alah! es un
individuo sin cola!" Y le preguntó el rey: "¿Cómo no tienes cola?". "No lo sé, ¡oh rey! ¡Pero así somos
todos los habitantes de la tierra!"
El rey preguntó: "¿Y cómo llamáis a eso que tenéis por detrás en lugar de la cola?" Abdalah contestó:
"Unos lo llaman culo y otros trasero, en tanto que otros lo pluralizan y lo llaman nalgas por constar de
dos partes". Y le preguntó el rey: "¿Y para qué os sirve ese trasero?" Abdalah contestó: "¡Sencillamente
para sentarnos cuando estamos cansados! ¡Pero en las mujeres resulta un adorno muy apreciado!" El rey
preguntó: "Y eso de delante, ¿cómo se llama?" Abdalah dijo: "¡El zib!" El rey preguntó: "¿Y para qué os
sirve ese zib?" Abdalah contestó: "Tiene muchos usos de todas cla ses y que no puedo explicar por
consideración al rey. ¡Pero son tan necesarios esos usos, que en nuestro mundo nada se estima tanto en el
hombre como un zib de valor, de la misma manera que en la mujer nada se aprecia tanto como un trasero
de importancia!" Y al oír estas palabras, el rey y los que le rodeaban echáronse a reír extremadamente, y
sin saber qué decir ya, Abdalah el Terrestre alzó al cielo los brazos, y exclamó: "¡Loores a Alah que ha
creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto de escarnio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 515ª noche
Ella dijo:
"¡...Loores a Alah, que ha creado el trasero para que en un mundo fuera una gloria y en otro un objeto
de escarnio!" Y muy mo lesto por haber servido para satisfacer la curiosidad de los habitantes del mar, no
sabía ya qué hacer de su persona, de su trasero y de lo demás; y pensaba para su ánima: "¡Por Alah, que
quisiera estar lejos de aquí o tener algo con qué cubrir mi desnudez!"
Pero el rey acabó por decirle: "¡Oh individuo sin cola! me has regocijado de tal manera con tu
trasero, que quiero concederte la satisfacción de todos tus de seos. ¡Pídeme, pues, cuanto quieras!"
Abdalah contestó: "Quisiera dos cosas, ¡oh rey! ¡Volver a la tierra y llevarme conmigo muchas joyas del
mar!" Y dijo Abdalah el Marítimo: "¡Además, ¡oh rey! mi amigo no ha comido nada desde que está aquí,
y no le gusta la carne de pescado cruda!" Entonces dijo el rey: "¡Que le den cuantas joyas de see, y que se
le transporte al lugar de donde vino!"
Al punto todos los marítimos se apresuraron a llevar conchas gran des vacías, y llenándolas de
pedrerías de todos colores, preguntaron a Abdalah el Terrestre: "¿Dónde hay que llevarlas?" El aludido
contes tó: "¡No tenéis más que seguirme y seguir a mi amigo Abdalah, vues tro hermano, que va a llevarme
el cesto lleno con esas pedrerías, como acostumbra hacerlo!" Luego se despidió del rey, y acompañado
de su amigo, y seguido por todos los marítimos portadores de conchas llenas de pedrerías, salió del
imperio marino y se remontó a la vista del cielo.
Ya fuera del agua, se sentó un buen rato para descansar y respirar el aire natal. Tras de lo cual
desenterró sus ropas y se vistió; y se des pidió de su amigo Abdalah el Marítimo, y le dijo: "¡Déjame en
la playa todas esas conchas y ese cesto, que yo iré en busca de cargadores que los transporten!" Y fué a
buscar a los cargadores, que transporta ron al palacio todos aquellos tesoros; luego entró a ver al rey.
Cuando el rey vió a su yerno, le recibió con grandes muestras de alegría, y le dijo: "¡Hemos estado
muy inquietos todos por tu ausen cia!" Y Abdalah le contó su aventura marítima desde el principio hasta el
fin; pero no hay utilidad en comenzarla otra vez. Y le puso entre las manos el cesto y las conchas llenas
de pedrerías.
Aunque se maravilló del relato de su yerno y de las riquezas que traía del mar, le enfadó y le molestó
mucho al rey el comportamiento poco cortés de los marítimos con respecto al trasero de su yerno y a
todos los traseros en general, y le dijo: "¡Oh Abdalah! no quiero que en adelante vayas a la playa en
busca de ese Abdalah del Mar, pues por más que esta vez no tuviste que sentir por haberle seguido, no
sabes lo que puede sucederte en el porvenir, ¡que no siempre que le tiran queda intacto el jarro! Y
además, eres mi visir y no me parece bien que vayas al mar todas las mañanas con un cesto de pesca a la
cabeza, por que serías objeto de burla a los ojos de todas las personas con más o menos cola y más o
menos inconvenientes. ¡Permanece, pues, en el pa lacio, y de ese modo vivirás en paz, y estaremos
tranquilos por ti!"
Entonces Abdalah de la Tierra, como no quería contrariar a su suegro el rey Abdalah, permaneció en
adelante en el palacio con su amigo Abdalah el Panadero, y ya no fué a la playa en busca de Abdalah del
Mar, del que no se volvió a hablar por no enfadarle.
Y así vivieron todos en la situación más dichosa, practicando vir tudes en medio de delicias, hasta que
fué a visitarles la Destructora de alegrías y la Separadora de los amigos. ¡Y murieron todos! ¡Gloria,
empero, al único Viviente que no muere, que gobierna el imperio de lo Visible y de lo Invisible, que es
Omnipotente sobre todas las cosas y que es benévolo con sus servidores, conociendo sus intenciones y
ne cesidades!
Y tras de pronunciar estas palabras, se calló Schehrazada. Enton ces exclamó el rey Schahriar: "¡Oh,
Schehrazada! ¡Es verdaderamente extraordinaria esa historia!" Y Schehrazada dijo: "Sí, ¡oh rey!, pero
aunque haya tenido la suerte de gustarte, sin duda alguna no es más admirable que la que quiero contarte
todavía, y que es la Historia del joven amarillo. Y el rey Schahriar dijo: "¡Puedes hablar ya!"
En tonces dijo Schehrazada:
Historia del joven amarillo
Entre diversos cuentos, se cuenta ¡oh rey afortunado! que el califa Harún Al-Raschid salió de su
palacio una noche con su visir Giafar, su visir Al-Fazl, su favorito Abu-lshak, el poeta Abu-Nowas, el
porta alfanje Massrur y el capitán de Policía Ahmad-la-Tiña. Y disfrazados de mercaderes, se dirigieron
todos al Tigris y se metieron en una barca, dejándose llevar por la corriente a la ventura. Porque, al ver
al califa poseído de insomnio y con el espíritu preocupado, Giafar le había dicho que para disipar el
fastidio nada era más eficaz que ver lo no visto todavía, oír lo no oído todavía y visitar un país que
todavía no se ha recorrido.
Y he aquí que, al cabo de cierto tiempo, hallándose la barca bajo las ventanas de una casa desde la
cual se dominaba el río, oyeron que en el interior de la casa una voz hermosa y triste cantaba estos
versos, acompañándose con el laúd:
Ante la copa de vino, y mientras en la espesura cantaba el pájaro hazar, dije a mi corazón:
¿Hasta cuando rechazarás la dicha? ¡Despiértate que la vida es un préstamo a corto plazo!
¡He aquí la copa y el copero! ¡Tu amigo es un copero hermoso y joven! ¡Mírale y toma de
sus manos la copa que te brinda!
¡Languidecen sus párpados y te invita su mirada! ¡No desprecies esas cosas!
¡En sus mejillas he plantado rosas tiernas, y cuando quise cogerlas encontré granadas!
¡Oh corazón mío, no desprecies esas cosas! ¡Ha llegado el mo mento de que asome el bozo a
sus mejillas!
Al oír estas coplas, dijo el califa: "¡Oh Giafar, qué hermosa es esa voz!" Y contestó Giafar: "¡Oh
señor nuestro, en verdad que jamás hirió mi oído una voz más hermosa ni más deliciosa! ¡Pero, ¡oh mi
señor! oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la oyéramos detrás de
una cortina...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 516ª noche
Ella dijo:
"...¡Oh mi señor! Oír una voz detrás de un muro, sólo es oírla a medias! ¿Qué sería cuando la
oyéramos detrás de una cortina?" En tonces dijo el califa: "¡Penetremos ¡oh Giafar! en esa casa para pedir
hospitalidad al dueño con la espera de oír mejor esa voz!" Y detuvie ron la barca y aterrizaron. Luego
llamaron a la puerta de aquella casa y pidieron permiso para entrar al eunuco que fué a abrir. Y el eunuco
marchóse a prevenir a su amo, que no tardó en presentarse a ellos, y les dijo:
"¡Familia, comodidad y abundancia a los huéspedes! ¡Bienvenidos seáis todos a esta casa de la que
sois propietarios!." Y les intro dujo en una vasta sala fresca de techo coloreado agradablemente con
dibujos sobre un fondo de oro y azul oscuro, y en medio de la cual, sobre una pila de alabastro, caía un
surtidor de agua con un rumor maravilloso. Y les dijo el dueño: "¡Oh mis señores no sé cuál de vos otros
es el más honorable o el de más alto rango y condición. ¡Bismilah sobre todos vosotros! ¡Dignaos, pues,
sentaros donde mejor os parezca!" Luego se volvió hacia un extremo de la sala, en el que se hallaban cien
jóvenes sentadas en cien sillas de oro y terciopelo, e hizo una seña. Y al punto se levantaron las cien
jóvenes y salieron en silencio una tras otra. E hizo él una segunda seña, y unas esclavas que llevaban los
trajes levantados hasta la cintura, sirvieron bandejas grandes llenas de man jares de todos colores y
confeccionados con cuanto vuela por los aires, anda sobre el suelo o nada en los mares; y pastelería, y
confituras, y tortas sobre las que aparecían escritos con alfónsigos y almendras, ver sos en alabanzas de
los huéspedes.
Y cuando comieron y bebieron y se lavaron las manos, les pre guntó el dueño de casa: "¡Oh huéspedes
míos! ya que me honrásteis con vuestra presencia para darme el gusto de que me pidáis algo, ha blad con
toda confianza. ¡Porque vuestros deseos serán ejecutados por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Giafar
contestó: "¡La verdad es ¡oh huésped nuestro! que hemos entrado en tu casa para oír mejor la voz
admirable que desde el agua oímos a medias y apagada!"
Al escuchar estas palabras, el dueño de la casa contestó: "¡Bien venidos seáis!" Y llamó a palmadas,
y dijo a los esclavos que acudie ron: "¡Decid a vuestra ama Sett Jamila que nos cante algo!" Y unos
instantes después se oyó detrás de la cortina del fondo de la estancia una voz que no se parecía a ninguna
otra y que cantaba, acompañándose ligeramente con laúdes y cítaras:
¡Toma la copa y bebe de este vino que a tus labios ofrezco: nunca hubo de mezclarse con un
corazón de hombre!
¡Pero el tiempo huye alejándote de una amante que en vano te promete volver a ver al
objeto de su amor!
¡Cuántas noches pasé bajo la luna velada por la tempestad, con los ojos fijos en las ondas
oscuras del Tigris!
¡Cuántas noches vi a la luna desparecer por occidente, con la forma de un alfanje de plata,
en las aguas purpúreas!
Cuando hubo acabado de cantar, calló la voz, y los instrumentos de cuerda continuaron solos en
sordina acompañando los ecos aéreos y sonoros. Y el califa, maravillado y entusiasmado, encaróse con
Abu -Ishak, y dijo: "¡Por Alah, que nunca oí nada semejante!" Y dijo al dueño de la vivienda: "¿Está en
verdad enamorada y separada de su amante la poseedora de esa voz?"
El aludido contestó: "¡No! ¡Su tris teza depende de otra cosa! ¡Podría, por ejemplo, obedecer a que
esté separada de su padre y de su madre, y por eso cantara así acordándose de ellos!"
Al-Raschid dijo: "¡Muy asombroso es que el haberla separado de sus padres suscite parecidos
acentos!" Y miró por primera vez aten tamente a su huésped, como para leer en su rostro una explicación
más admisible. Y vió que aquél era un joven con facciones de una gran belleza, pero que tenía el rostro
de color amarillo como el azafrán. Y se asombró mucho de tal descubrimiento, y le dijo: "¡Oh huésped
nues tro, aún hemos de formular un deseo antes de despedirnos de ti y marcharnos por donde hemos
venido!" Y el joven amarillo contestó: "Cuen ta de antemano con que ha de satisfacerse tu deseo".
Y el califa pre guntó: "Deseo, y también lo desean los que vienen conmigo, saber por ti si ese color
amarillo de azafrán que tiene tu rostro es algo adquirido en el transcurso de tu vida o algo original que
data de tu nacimiento".
Entonces dijo el joven amarillo: "¡Oh vosotros todos, huéspedes míos! Sabed que la causa del color
amarillo de azafrán que ostenta mi tez, constituye una historia tan extraordinaria, que si se escribiera con
agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la le yera con respeto. ¡Confiadme, pues,
vuestro oído y prestadme toda la atención de vuestro espíritu!" Y contestaron todos: "¡Nuestro oído y
nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escu charte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 517ª noche
Ella dijo:
"¡...Nuestro oído y nuestro espíritu te pertenecen! ¡Y henos ya impacientes por escucharte!"Entonces
dijo el joven de la tez amarilla: "¡Sabed ¡oh señores! que procedo del país de Omán, donde mi padre era
el mercader más importante entre los mercaderes del mar, y poseía en propiedad absoluta treinta navíos
cuyo rendimiento anual era de treinta mil dinares. Y mi padre, que era un hombre ilustrado, me hizo
aprender la escritura y también cuanto es preciso saber. Tras de lo cual, cuando se acercaba su última
hora, me llamó y me hizo recomen daciones que escuché respetuosamente. Luego se lo llevó Alah y aco -
gióle en su misericordia. ¡Ojalá le pluguiera prolongar vuestra vida, ¡oh huéspedes míos!
Pero algún tiempo después de la muerte de mi padre, cuyas ri quezas todas poseía yo a la sazón,
estaba un día en mi casa sentado en tre mis invitados, cuando un esclavo me anunció que a la puerta se
hallaba uno de mis capitanes marinos y me traía una cesta con primi cias. Y le hice entrar y acepté su
regalo, que, efectivamente, consistía en frutos desconocidos en nuestra tierra y del todo admirables en
ver dad. Y a mi vez le entregué yo cien dinares de oro para demostrarle el gusto que tenía en admitir su
obsequio. Luego repartí aquellas frutas a mis invitados, y pregunté al capitán marino: "¿De dónde
proceden estas frutas, ¡oh capitán!?" Me respondió: "¡De Bassra y de Bagdad!" Y al oír estas palabras,
todos mis invitados empezaron a hacerse lenguas acerca de la tierra maravillosa de Bassra y de Bagdad,
encantándome la vida que se hacía allí, la bondad de su clima y la urbanidad de sus habitantes; y no
cesaban en sus elogios a este respecto, encareciendo unos las palabras de otro. Y tanto me exalté con
todo aquello, que sin más ni más me levanté en aquella misma hora y en aquel instante, y sin poder
reprimir mi alma, que deseaba ardientemente el viaje, vendí en subasta mis bienes y mis propiedades,
mis mercancías y mis navíos, con excepción de uno solo que reservé para mi uso personal; mis esclavos
y mis esclavas, y todo lo convertí en dinero, haciéndome así con una suma de un millar de millares de
dinares, sin contar las joyas, las pedrerías y los lingotes de oro que tenía en mis cofres. Tras de lo cual,
con mis riquezas reducidas de aquella manera a su peso más ligero, me embarqué en el navío que hube de
reservarme, e hice que se diera a la vela para Bagdad.
"Y he aquí que Alah me escribió una travesía dichosa y llegué con mis riquezas sano y salvo a
Bassra, donde tomé pasaje en otro navío, remontando el Tigris hasta Bagdad. Allá me informé del paraje
que más me convendría habitar y me indicaron el barrio Karkh como el barrio mejor frecuentado y
residencia habitual de los personajes importantes. Y fui a aquel barrio y alquilé en la calle Zaafarán una
hermosa casa a la que mandé transportar mis riquezas y efectos. Tras de lo cual hice mis abluciones, y
con el alma jubilosa y el pecho dilatado por encon trarme al fin en la ilustre Bagdad, cima de mis deseos
y envidia de to das las ciudades, me vestí con mis vestiduras más hermosas y salí para pasearme a la
ventura por las calles más frecuentadas.
"Precisamente era viernes aquel día, y todos los habitantes esta ban con traje de fiesta y se paseaban
como yo respirando el aire fresco que venía de las afueras. Y seguí a la muchedumbre y fui por donde
ella iba. Y de tal suerte llegué a Karn-al-Sirat, término habitual de los paseantes de Bagdad. Y en aquel
sitio, entre diversos edificios muy her mosos, vi una edificación más hermosa que las otras y cuya fachada
daba al río. Y en el umbral de mármol vi sentado y vestido de blanco un viejo que era muy venerable de
aspecto, con una barba blanca que le bajaba hasta la cintura dividiéndose en dos ramales iguales de
filigrana de plata. Y le rodeaban cinco jóvenes bellos como lunas y perfumados, como él, con esencias
escogidas.
"Entonces, conquistado por la hermosa fisonomía del anciano blan co y por la belleza de los jóvenes,
pregunté a un transeúnte: "¿Quién es ese venerable jeique? ¿Y cuál es su nombre?"
Me contestaron: "¡Es el jeique Taher Abul-Ola, el amigo de la gente joven! ¡Y cuántos en tran en su
casa pueden comer, beber y divertirse con los jóvenes o las jóvenes que constantemente habitan en ella ...
En este momento de su narración, Scheharazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 518ª noche
Ella dijo:
"¡...Y cuantos entran en su casa pueden comer, beber y divertir se con los jóvenes o las jóvenes que
constantemente habitan en ella!" Y al oír estas palabras, me dije, entusiasmado hasta el límite del en -
tusiasmo: "¡Gloria a Quien me puso en el camino de ese jeique de buen augurio desde que desembarqué
del navío, pues que no vine a Bagdad desde mi país más que para dar con un hombre como ése!" Y me
ade lanté hacia el anciano, y después de desearle la paz, le dije: "¡Oh mi señor, tengo algo que pedirte!" Y
me sonrió cual sonreiría a su hijo un padre, y me contestó: "¿Y qué deseas?" Dije: "¡Deseo vivamente ser
huésped tuyo esta noche!" Volvió a mirarme y contestó: "¡Con la amistad cordial y generosidad!"
Luego añadió: "Esta noche ¡oh hijo mío! me llegan unas jóvenes cuyo precio, por la velada, varía
según sus méritos. Unas cuestan diez dinares por velada, otras veinte y otras lle gan a costar cincuenta y
cien dinares por velada. ¡Tú escogerás!" Con testé: "¡Por Alah, que quiero probar una de las que no
cuestan más que diez dinares por velada! ¡Después, Alah Karim!"
Luego añadí: "¡He aquí trescientos dinares para un mes, porque una buena prueba exige un mes!"
Y conté los trescientos dinares y los pesé en la balanza que tenía a su lado. Entonces llamó a uno de
los jóvenes que estaban allí y le dijo: "¡Conduce a tu amo!" Y el joven me cogió de la mano y me llevó
primero al hammam de la casa, donde me dió un baño excelente y me prodigó los cuidados más atentos y
más minuciosos. Tras de lo cual me condujo a un pabellón y llamó a una de las puertas.
"Y al punto abrió una joven de rostro risueño y lleno de buen augurio, que me acogió con gesto
amable. Y le dijo el joven: "¡Te confío a tu huésped!" Y se retiró. Entonces me cogió ella de la mano que
el joven acababa de entregarle, y me introdujo en una estancia de milagroso decorado, en el umbral de la
cual nos recibieron dos esclavitas destinadas a su servicio y bonitas como estrellas. Y miré con más
atención a su ama, la joven, y así me aseguré que verda deramente era la luna llena. Me invitó entonces a
sentarme y se sentó a mi lado, luego hizo una seña a las dos pequeñuelas, que al punto nos llevaron una
bandeja grande de oro, en la cual se asentaban po llos asados, carnes asadas, codornices asadas, pichones
asados y gallos salvajes asados. Y comimos hasta la saciedad. ¡Y en mi vida hube de gustar manjares más
deliciosos que aquellos, ni beber bebidas más sabrosas que las que me sirvió ella cuando quitaron la
bandeja de manjares, ni respirar flores más suaves, ni endulzarme con frutas, con fituras y pastelerías tan
extraordinarias! Y alardeó luego ella de tanta amabilidad, de tanto encanto y de tantas caricias
voluptuosas, que pasé en su compañía el mes entero sin darme cuenta de cómo huían los días.
"Al terminarse el mes, fué en mi busca el esclavito y me llevó al hammam, de donde salí para ver al
jeique blanco, y decirle: "¡Oh mi señor! ¡deseo una de las que cuestan veinte dinares por velada!" Me
contestó: "¡Pesa el oro!" Y fui a mi casa a buscar el oro, y vol ví para pesarle seiscientos dinares por un
mes de prueba con una joven de veinte dinares por velada. Y llamó él a uno de los jóvenes, y le dijo:
"¡Conduce a tu amo!" Y el joven me llevó al hammam, donde me atendió mejor todavía que la primera
vez, y luego me hizo penetrar en un pabellón cuya puerta estaba guardada por cuatro es clavitas que
corrieron a prevenir a su ama en cuanto nos divisaron. Y se abrió la puerta y vi aparecer a una joven
cristiana del país de los francos, mucho más bella que la primera y vestida más ricamente. Y me cogió
ella de la mano, sonriéndome, y me introdujo en su estan cia, que hubo de asombrarme por la riqueza de
su decorado y de sus pinturas. Y me dijo: "¡Bien venido sea el huésped encantador...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 519ª noche
Ella dijo:
"¡...Bien venido sea el huésped encantador!" Y después de ser virme manjares y bebidas aun más
extraordinarias que la primera vez, como tenía hermosa voz y sabía acompañarse con instrumentos armó -
nicos, quiso embriagarme más todavía de lo que ya estaba, y cogiendo un laúd persa, cantó:
"¡Oh suaves perfumes de las tierras en que se alza Babilonia, llevad con la brisa un
mensaje a mi bien amado!
¡Lejos, en lugares encantados, habita la que lleva la turbación al alma de los amantes, y
los inflama sin concederles el don que apla ca los deseos!
Por lo que a mí respecta, ¡oh mis señores! me pasé el mes entero con esta hija de los francos, y he de
confesaros que la encontré infinitamente más experta en movimientos que mi primera amante. Y en verdad
que comprobé no había pagado a un precio exagerado las deli cias que me hizo experimentar desde el
primer día hasta el trigésimo.
Así es que cuando volvió por mí el joven para llevarme al ham mam, no dejé de ir en busca
del jeique blanco y de cumplimentarle, por la elección llena de acierto que hacía de sus jóvenes, y le
dije: "¡Por Alah, ¡oh jeique! que quiero habitar siempre en tu generosa casa, donde se encuentra la alegría
de los ojos, las delicias de los sen tidos y el encanto de una sociedad escogida!"
Y el jeique quedó muy satisfecho de mis alabanzas, y para demostrarme su contento, me dijo: "Esta
noche ¡oh huésped mío! es para nosotros una noche de fiesta extraordinaria; y sólo tienen derecho a tomar
parte en esa fiesta los clientes distinguidos de mi casa. Y la llamamos la Noche de las Visiones
espléndidas. ¡No tienes, pues, más que subir a la terraza y juzgar por tus propios ojos!"
Y di las gracias al anciano y subí a la terraza.
"Y he aquí que la primera cosa que advertí, una vez que estuve en la terraza, fué una gran cortina de
terciopelo que dividía la terraza en dos partes. Y detrás de esta cortina, iluminados por la luna, estaban
tendidos sobre hermoso tapiz, uno junto a otro, dos bellos jóvenes, una joven y su amante, que se besaban
con los labios en los labios. Y a la vista de la joven y de su belleza sin igual, me quedé aturdido y
maravillado, y permanecí mucho tiempo mirándola sin respirar, no sabiendo ya dónde me encontraba. Por
fin logré salir de mi inmovili dad, y como no podía estar tranquilo mientras no supiese quién era ella,
descendí de la terraza y corrí en busca de la joven con quien acababa de pasar un mes de amor; y le conté
lo que venía de ver. Y notó ella el estado en que yo me hallaba, y me dijo:
"¿Pero qué necesidad tienes de preocuparte por esa joven?"
Contesté: "¡Por Alah, que me ha arrebatado la razón y la fe!"
Ella me dijo sonriendo: "¿De seas, entonces, poseerla?"
Contesté: "¡Tal es la aspiración de mi alma, porque en mi corazón reina esa joven!"
Ella me dijo: "¡Pues bien, sabe que esa joven es la propia hija de nuestro amo el jeique Taher Abul-
Ola, y todas somos esclavas a sus órdenes! ¿Sabes cuánto cuesta pasar con ella una noche?" Contesté:
"¿Cómo he de saberlo?" Ella me dijo: "¡Quinientos dinares de oro! Es una fruta digna de la boca de los
reyes". Contesté: "¡Ualah! ¡Dispuesto estoy a gastar toda mi fortuna por poseerla, aunque no sea más que
una velada!" Y dejé trans currir toda aquella noche sin pegar un ojo de tanto como trabajó mi espíritu
pensando en ello.
"Así es que al día siguiente me apresuré a ponerme mis ropas más hermosas, y ataviado como un rey,
me presenté al jeique Taher, padre de la joven, y le dije: "¡Deseo a aquella cuya noche es de quinientos
dinares!" Me contestó: "¡Pesa el oro!" Y al punto le pesé el precio de las treinta noches, que hacía un
total de quince mil dina res.
Y los cogió, y dijo a uno de los mozos: "Conduce a tu amo al lado de tu ama". Y el mozo me llevó
consigo, y me hizo entrar en un aposento tal, que jamás mis ojos jamás habían visto semejante en belleza
y en riqueza sobre la faz de la tierra. Y vi a la joven, sentada perezosa mente con un abanico en la mano, y
de improviso se me quedó estupe facto de admiración el espíritu, ¡oh mis huéspedes honorables...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 520ª noche
Ella dijo:
"...y de improviso se me quedó estupefacto de admiración el espí ritu, ¡oh mis huéspedes honorables!
¡Porque era ella verdaderamente cual la luna en su décimocuarto día, y sólo con el modo que tuvo de
corresponder a mi zalema, acabó de arrebatarme la razón a causa del tono de su voz, más melodiosa que
los acordes del laúd; y toda ella era hermosa, y graciosa y simétrica por todos lados, en verdad! Y sin
ninguna duda a ella se refieren estos versos del poeta:
¡La hermosa! ¡Si apareciese en medio de los infieles, abandonarían por ella sus ídolos y la
adorarían como a única divinidad!
¡Si sobre el mar se mostrara ella desnuda por completo, sobre el mar de olas amargas y
saladas, se endulzaría el mar con la miel de su boca!
¡Si desde Oriente se mostrara a algún monje cristiano de Occidente, es seguro que el monje
abandonaría el Occidente y volverá hacia Oriente sus miradas!
¡Pero yo que la vi en la oscuridad iluminada por sus ojos, me grité a mí mismo: “¡Oh
noche! ¿Qué veo? ¿Es una aparición ligera que me engaña, o es una virgen intacta que reclama
un copulador?”
Y vi que al oir estas palabras, apretaba con su mano la flor que tiene en medio, y me decía suspirando
con tristes y dolorosos suspiros:
"¡Los dientes hermosos, para parecer lo bastante hermosos, necesitan que se los frote con
el tallo aromático! ¡Y el zib es a las vulvas hermosas lo que a los dientes jóvenes es el tallo
aromático. ¡Oh musulmanes, ayudadme! ¿Es que no hay en vosotros un zib superior que sepa
tenerse en pie?"
¡Entonces sentí que mi zib crujía en sus coyunturas y me levan taba la túnica para adquirir
un impulso triunfante! ¡Y en su lenguaje dijo a la bella: "¡Hele aquí! ¡Hele aquí!"
¡Entonces rasgué sus velos! ¡Pero ella tuvo miedo, y me dijo: "?Quién eres?" Contesté:
"¡Un valiente cuyo zib erguido acaba de responder a tu llamamiento!"
¡Y la asalté sin más tardanza, y mi zib, poderoso como un brazo la apuntaba triunfalmente
entre los muslos!
¡De modo que cuando acabé de meter el tercer clavo, me dijo ella: "¡Más adentro, ¡oh
valiente! más adentro!" Y contesté: "¡Más adentro, ¡oh dueña mía! ¡más adentro! ¡Ya llegó!"
"Y he aquí que la deseé la paz, y correspondió ella a mi deseo, lanzándome miradas de una languidez
acerada, y me dijo: "¡Amistad, comodidad y generosidad al huésped!" Y me cogió de la mano, ¡oh mis
señores! y me hizo sentarme junto a ella; y entraron unas jóvenes de senos hermosos y nos sirvieron en
bandejas los refrescos de bienve nida y frutas exquisitas, conservas selectas y un vino delicioso como no
se bebe más que en los palacios de los reyes; y nos ofrecieron rosas y jazmines, mientras a nuestro
alrededor exhalaban sus suaves perfumes los arbustos odoríferos y los áloes que ardían en los pebeteros.
Des pués una de las esclavas le llevó un estuche de raso, del cual extrajo ella un laúd de marfil, que
templó, y cantó estos versos:
¡No bebas el vino más que cuando te lo brinde la mano de un tierno jovenzuelo; pues si el
vino produce embriaguez, el jovenzuelo hace mejorar el vino!
¡Porque el vino no procura delicias a quien lo bebe, a menos que el copero tenga mejillas
en que brillen puras rosas, cándidas y frescas!
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que me enardecí tras estos pre ludios, y mi mano se tornó audaz, y mis
ojos y mis labios la devora ban; y le encontré cualidades tan extraordinarias de saber y belleza, que no
solamente me pasé con ella el mes que había pagado, sino que seguí pagándole a su padre el anciano
blanco un mes tras de otro mes, y así sucesivamente durante un largo transcurso de tiempo, hasta que, a
causa de aquellos dispendios considerables, no me quedó ni un solo dinar de todas las riquezas que había
traído conmigo del país de Omán, mi patria. Y al pensar entonces en que muy pronto me vería forzado a
separarme de ella, no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe
distinguir ya el día de la noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente
Pero cuando llegó la 521ª noche
Ella dijo:
"...no pude impedir que corrieran mis lágrimas a ríos por mis mejillas, y no supe distinguir ya el día
de la noche. Y al verme así bañado en lágrimas, me dijo ella: "¿Por qué lloras?"
Yo dije: "¡Oh dueña mía! porque no tengo dinero, y ha dicho el poeta:
¡La penuria nos hace extranjeros en nuestras propias moradas, y el dinero nos da una
patria en el extranjero!
¡Por eso ¡oh luz de mis ojos! lloro temiendo verme separado de ti por tu padre!"
Ella me dijo: "Has de saber, sin embargo, que cuan do uno de los clientes de la casa se arruina en la
casa, mi padre acos tumbra a darle hospitalidad durante tres días más con toda la largueza deseable y sin
privarle de ninguno de los agasajos habituales, tras de lo cual le ruega que se vaya y no vuelva a aparecer
por la casa! ¡En cuanto a ti, querido mío, como en mi corazón hay para ti un amor grande, no tengo ningún
temor por eso, pues encontré un medio de retenerte aquí todo el tiempo que quieras, ¡lnschalah! Porque en
mis propias manos tengo toda mi fortuna personal, y mi padre ignora la inmensidad de su cuantía. Así es
que todos los días te daré un saco con quinientos dinares, importe de una velada; y se lo entregarás a mi
padre, diciéndole: "¡En adelante te pagaré las veladas día por día!" Y mi padre aceptará esa condición,
creyéndote solvente; y según acostumbra, vendrá a entregarme esa suma que me corresponde; y yo te la
daré de nuevo, a fin de que le pagues otra velada; ¡y obraremos así mientras quiera Alah y no te aburras
tú conmigo!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me sentí ligero como los pájaros en mi alegría, y le di las gracias y le
besé la mano; luego viví con ella durante un año en aquel estado de cosas, como el gallo en el gallinero.
"Pero al cabo de este tiempo quiso la suerte nefasta que en un acceso de cólera mi bien amada se
enfureciera con una de sus es clavas y le pegase dolorosamente; y la esclava exclamó: "¡Por Alah, que te
maltrataré el corazón como tú me has maltratado!" Y al instante corrió en busca del padre de mi amiga, y
se lo reveló todo desde el principio hasta el fin.
"Cuando el viejo Taher Abul-Ola oyó el discurso de la esclava, saltó sobre sus pies y corrió a
buscarme, mientras yo, al lado de mi amiga, me disponía a entregarme a diversos escarceos de primera
ca lidad, ignorante todavía de lo que pasaba, y me gritó él: "¡Hola, amigo!" Contesté: "A tus órdenes, ¡oh
tío mío!" Me dijo él: "Nuestra costumbre aquí; cuando un cliente se arruina, es albergar durante tres días
a ese cliente sin privarle de nada. ¡Pero tú te estás aprovechando escandalosamente de nuestra
hospitalidad hace ya un año, comiendo, bebiendo y copulando a tu antojo!"
Luego se encaró con sus esclavos, y les gritó: "¡Echad de aquí a ese hijo de perra!" Y se apoderaron
de mí, y completamente desnudo, me plantaron en la puerta, poniéndome en la mano diez monedas
pequeñas de plata y dándome un capote viejo remendado y hecho jirones para que cubriera mi desnudez.
Y me dijo el jeique blanco: "¡Vete! ¡no quiero hacer que te den una paliza ni injuriarte! ¡Pero date prisa a
desaparecer, porque si tienes la desgra cia de permanecer aún en Bagdad, nuestra ciudad, va a chorrear tu
sangre por encima de tu cabeza!"
"Entonces ¡oh huéspedes míos! me vi obligado a salir a despecho de mi nariz, sin saber adónde
encaminarme por esta ciudad que yo no conocía, aunque habitase en ella desde hacía quince meses. ¡Y
sentí que sobre mi corazón se abatían pesadamente todas las calamidades del mundo y sobre mi espíritu
la desesperación, las tristezas y las preocu paciones!" Y dije para mi ánima: "¿Es posible que yo, que
vine aquí cruzando los mares con mil millares de dinares de oro y además el importe de la venta de mis
treinta navíos, haya podido gastar toda esta fortuna en la casa de ese calamitoso viejo de betún, para salir
ahora de ella completamente desnudo y con el corazón roto y el alma humi llada? ¡Pero no hay recurso ni
poder más que en Alah el Glorioso, el Altísimo!"
Y cuando, absorto en tan aflictivos pensamientos, llegué a orillas del Tigris, vi un navío que iba a
salir con rumbo a Bassra. Y me embarqué a bordo de aquel navío, ofreciendo mis servicios como
marinero al capitán, con el fin de pagar de alguna manera mi pasaje. Y de tal suerte llegué a Bassra.
"Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 522ª noche
Ella dijo:
"...Allá me dirigí al zoco sin tardanza, porque me torturaba el hambre, y fui advertido por un
vendedor de especias, que se acercó vivamente a mí y se me arrojó al cuello besándome, y se me dió a
conocer como un antiguo amigo de mi padre; luego me interrogó acer ca de mi estado. Y le conté cuanto
me había sucedido, sin omitir un detalle. Y me dijo: "¡Ualah! ¡no son de un hombre sensato esos actos!
Pero ahora, puesto que lo pasado ya ha pasado, ¿qué piensas hacer?" Contesté: "¡No sé!"
El me dijo: "¿Quieres quedarte conmigo? Y como sabes escribir, ¿quieres registrar las entradas y
salidas de mis abastos y percibir como salario un dracma de plata diario, además de tu alimento y tu
bebida?" Y acepté dándole gracias, y viví con él en calidad de escriba de entradas y salidas de las ventas
y compras. Y estuve con aquel empleo en su casa el tiempo suficiente para ahorrar la suma de cien
dinares.
"Entonces alquilé por mi cuenta un pequeño local a orillas del mar, a fin de aguardar allí la llegada
de algún navío cargado con mer cancías de lugares lejanos, de las cuales compraría con mi dinero las
necesarias para hacer un acopio bueno que vendería en Bagdad, adonde quería volver con la esperanza
de hallar ocasión de ver a mi amiga. "
Quiso la suerte que un día llegara de parajes lejanos un navío cargado con las mercancías que yo
deseaba; y me uní a otros merca deres, encaminándome al navío, y subí a bordo. Y he aquí que del fondo
del navío salieron dos hombres, sentándose en dos sillas e instalando ante nosotros sus mercancías. ¡Y
qué mercancías! ¡Y qué deslumbra miento de los ojos! ¡No vimos allá nada más que joyas, perlas, coral,
rubíes, ágatas, jacintos y pedrerías de todos colores! Y entonces uno de ambos hombres se encaró con los
mercaderes de tierra, y les dijo: "¡Oh asamblea de mercaderes, hoy no se va a vender todo esto, porque
todavía estoy fatigado del mar; no lo saqué más que para daros una idea de lo que será la venta de
mañana!" Pero los mercaderes le apremiaron de tal modo, que se avino a comenzar inmediatamente la
venta, y el pregonero se puso a pregonar la tasa de las pedrería, especie por especie. Y los mercaderes
empezaron a aumentar sus pujas uno tras de otro hasta que el primer saco de pedrerías alcanzó el precio
de cuatrocientos dinares. En aquel momento, el propietario del saco, que en otro tiempo me había
conocido en mi país cuando mi padre estaba a la cabeza del comercio de Omán, se encaró conmigo, y me
preguntó: "¿Por qué no dices nada ni pujas sobre la tasa, como los demás mercaderes?"
Contesté: "¡Por Alah, ¡Oh mi amo! que en este mundo ya no tengo más bienes que la suma de cien
dinares!" Y al decir estas palabras, me quedé muy confuso, y de mis ojos gotearon lágrimas. Y al ver
aquellas, el propietario del saco dió una palmada y exclamó, lleno de sorpresa: "¡Oh omaní! ¿cómo de
una fortuna tan inmensa no te quedan más que cien dinares?" Y luego me miró con conmiseración y
participó de mis penas; después se encaró de pronto con los mercaderes, y les dijo: "Sed testigos de que
vendo a este joven por la suma de cien dinares un saco con todas las gemas, metales y objetos preciosos
que contiene, aunque sé que su valor real pasa de mil dinares. ¡Es, pues, un regalo que le hago de mí para
él!"
Y los mercaderes, estupefactos, dieron fe de lo que veían y oían; y el mer cader me entregó el saco
con cuanto contenía, y hasta me regaló el tapiz y la silla en que estaba sentado. Y le di las gracias por su
generosidad, y bajé a tierra y me dirigí al zoco de los joyeros.
"Allí alquilé una tienda y me puse a vender y a comprar y a realizar todos los días una ganancia
bastante apreciable. Y he aquí que, entre los objetos preciosos guardados en el saco, había un trozo de
concha roja, de un rojo oscuro, que, a juzgar por los caracteres talis mánicos grabados en sus dos caras y
que parecían patas de hormiga, debía ser algún amuleto fabricado por un artífice muy versado en el arte
de los amuletos. Pesaría media libra, y yo ignoraba su uso especial y su precio. Así es que lo hice
pregonar varias veces en el zoco; pero no ofrecieron por ello al pregonero más de diez o quince dracmas.
Y a pesar de todo, no quise cederlo por un precio tan módico, y en previsión de una ocasión excelente,
dejé el trozo de concha en un rin cón de mi tienda, donde duró un año.
"Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 523ª noche
Ella dijo:
"...Pero un día en que estaba yo sentado en mi tienda, vi entrar a un extranjero que me deseó la paz y
que, al divisar el trozo de concha, a pesar del polvo que lo cubría, exclamó: "¡Loado sea Alah! ¡Por fin
encuentro lo que buscaba!" Y cogió el trozo de concha, se lo llevó a los labios y a la frente, y me dijo:
"¡Oh mi señor! ¿quieres venderme esto?" Contesté: "¡Sí que quiero!" Preguntó: "¿Qué precio tiene?" Dije:
"¿Cuánto ofreces?" Contestó: "¡Veinte dinares de oro!" Y al oír estas palabras, creí que se burlaba de mí
el extranjero, de tan con siderable como me pareció la suma ofrecida; y le dije con acento muy desabrido:
"¡Vete por tu camino!" Entonces creyó que yo encontraba escasa la suma, y me dijo: "¡Te ofrezco
cincuenta dinares!" Pero yo, cada vez más convencido de que se reía de mí, no solamente no quise
contestarle, sino que ni siquiera le miré e hice como que no notaba su presencia ya, con objeto de que se
fuese. Entonces me dijo: "¡Mil dinares!"
"¡Eso fué todo! Y yo ¡oh huéspedes míos! no contesté; y él se sonreía ante mi silencio pletórico de
furor concentrado, y me decía: "¿Por qué no quieres contestarme?" Y acabé por responderle otra vez:
"¡Vete por tu camino!" Entonces se puso a aumentar miles y miles de dinares hasta que me ofreció veinte
mil dinares. ¡Y yo no contes taba!
"¡Eso fué todo!
Y atraídos por tan extraño regateo, los transeún tes y los vecinos se agruparon a nuestro alrededor en
la tienda y en la calle, y murmuraban de mí en alta voz y hacían ademanes de desapro bación para
conmigo, diciendo: "¡No debemos permitirle que pida más por ese miserable trozo de concha!" Y decían
otros: "¡Ualah! ¡cabeza dura, ojos vacíos! ¡Como no le ceda el trozo de concha, le echaremos de la
ciudad!"
Y yo aun no sabía lo que querían de mí. Así es que para acabar pregunté al extranjero: "¿Quieres, por
fin, decirme si vas a comprar de verdad o si te burlas?" Contestó él: "¿Y quieres tú vender de verdad o
burlarte?" Yo dije: "¡Vender!"
Y dijo él: "Entonces, como último precio, te ofrezco treinta mil dinares! ¡Y con cluyamos ya la venta y
la compra! Y entonces me encaré con los circuns tantes, y les dije: "¡Os pongo por testigos de esta venta!
¡Pero antes tiene que explicarme el comprador lo que pretende hacer con este trozo de concha!"
Contestó él: "¡Rematemos primero el trato, y luego te diré las virtudes y la utilidad de este objeto!"
Contesté: "¡Te lo vendo!" El dijo: "¡Alah es testigo de lo que decimos!" Y sacó un saco lleno de oro, me
contó y me pesó treinta mil dinares, cogió el amuleto, se lo metió en el bolsillo, lanzando un gran suspiro,
y me dijo: "¿Quedamos en que ya está vendido del todo?" Contesté: "¡Está vendido del todo!" Y se
encaró él con los circunstantes, y les dijo: "¡Sed testigos de que me ha vendido el amuleto y por él ha
cobrado el precio convenido de treinta mil dinares!"
Después se encaró conmigo, y con un acento de conmiseración y de ironía extremada, me dijo: "¡Oh
pobre! ¡por Alah, que si hubieras sabido tener tacto en esta venta retardándola más, habría llegado yo a
pagarte por este amuleto no treinta mil ni cien mil dinares, sino mil millares de dinares, cuando no más!"
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que al oír estas palabras y verme de tal modo defraudado en aquella
suma fabulosa por culpa de mi poco olfato, sentí operarse un gran trastorno dentro de
mí; y la revolución que se efectuó en mi cuerpo de pronto hizo que se me subiera a la cara este color
amarillo que conservo desde entonces y que os ha lla mado la atención, ¡oh huéspedes míos!
"Me quedé alelado un momento, y luego dije al extranjero: "¿Puedes decirme ahora las virtudes y la
utilidad de ese trozo de con cha?"
Y el extranjero me contestó:
"Has de saber que el rey de la India tiene una hija a la que quiere mucho y la cual no tiene par en
belleza sobre la faz de la tierra; ¡pero le aquejan violentos dolores de cabeza! Así es que su padre el rey,
con objeto de hallar remedios y medicamentos capaces de aliviarla, congregó a los mejores escribas de
su reino y a los hombres de ciencia y a los adivinos; pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la
cabeza los dolores que la torturaban...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 524ª noche
Ella dijo:
"...pero ninguno de ellos consiguió ahuyentarle de la cabeza los dolores que la torturaban. Entonces
yo, que presencié la asamblea, dije al rey: "¡Oh rey, yo conozco a un hombre, llamado Saadalah el
Babilonio, que no tiene igual ni superior sobre la faz de la tierra en el conocimiento de tales remedios!
¡Así, pues, envíame a verle, si lo juz gas conveniente!" El rey me contestó: "¡Vé a verle!" Yo dije: "¡Dame
mil millares de dinares y un trozo de concha roja de un rojo oscuro! ¡Y además un regalo!" Y el rey me
dió cuanto le pedía, y me marché de la India con rumbo al país de Babilonia. Y allí pregunté por el sabio
Saadalah, y me guiaron a él; y me presenté a él y le entregué cien mil dinares y el regalo del rey; luego le
di el trozo de concha, y después de explicarle el objeto de mi misión, le rogué que me preparara un
amuleto contra los dolores de cabeza. Y el sabio de Babilonia empleó siete meses enteros en consultar
los astros, ¡y transcurridos aquellos siete meses, acabó por encontrar un día propicio para trazar sobre el
trozo de concha estos caracteres talismánicos y llenos de misterio que ves en las dos caras de este
amuleto que me has vendido! Y cogí este amuleto, volví junto al rey y se lo entregué.
"Y he aquí que el rey entró en el aposento de su querida hija, y la encontró sujeta por cuatro cadenas a
las cuatro esquinas de la estan cia, como la tenían siempre, conforme a las instrucciones recibidas, con el
fin de que en las crisis de dolor no pudiese matarse tirándose por la ventana. Y en cuanto puso el amuleto
en la frente de su hija, se encon tró ella curada en aquella hora y en aquel instante. Y al ver aquello, el rey
se regocijó hasta el límite del regocijo, y me colmó de ricos presentes y me retuvo a su lado entre sus
íntimos. Y curada milagrosamen te de aquel modo, la hija del rey engarzó el amuleto en su collar y ya no
lo abandonó.
Pero un día en que la princesa se paseaba en barca, jugando con sus compañeras, una de ellas hizo un
falso movimiento, rompió el hilo del collar y dejó caer el amuleto al agua. Y desapareció el amuleto. Y
en el mismo momento volvió la Posesión a apoderarse de la princesa, v de nuevo se sintió ella poseída
por el Posesor terrible, que le ocasionó dolores de cabeza tan violentos, que le privaron de razón.
"Al saber esta noticia, la pena del rey superó a toda ponderación; y me llamó y me comisionó
nuevamente para que fuese a ver al jeique Saadalah el Babilonio, a fin de que fabricase otro amuleto. Y
me puse en marcha. Pero, al llegar a Babil, supe que había muerto el jeique Saadalah.
"Y desde entonces, acompañado por diez personas que me ayudan en mis pesquisas, recorro todos los
países de la tierra con objeto de encontrar en casa de algún mercader o en algún vendedor o transeúnte
uno de los amuletos que sólo sabía dotar de virtudes curativas y exorcizantes el jeique Saadalah de
Babilonia. ¡Y la suerte quiso ponerte en mi camino y hacer que encontrara y comprara en tu tienda este
objeto que ya desesperaba de encontrar nunca!"
"Luego, ¡oh huéspedes míos! tras de haberme contado esta his toria, el extranjero se puso su cinturón y
se marchó. ¡Y tal es, como ya os he dicho, la causa a que obedece el color amarillo de mi rostro!”
"En cuanto a mí, realicé en dinero cuanto poseía vendiendo mi tienda, y rico para en lo sucesivo,
partí a toda prisa con rumbo a Bagdad, y no bien llegué, volé al palacio del anciano blanco, padre de mi
bien amada. Porque desde que me separé de ella, llenaba ella mis pensamientos día y noche; y el móvil
de mis deseos y de mi vida era volver a verla. Y la ausencia sólo consiguió avivar el fuego de mi alma y
exaltarme el espíritu.”
"Pregunté, pues, por ella a un mozo que guardaba la puerta de entrada. Y el joven me dijo que
levantara la cabeza y mirara. Y vi que la casa estaba en ruinas, que habían derribado la ventana por
donde se asomaba de ordinario mi bien amada y que en la morada reinaba un ambiente de tristeza y de
profunda desolación. Entonces acudieron las lágrimas a mis ojos, y dije al esclavo: ¿Qué le ha de parado
Alah al jeique Taher, ¡oh hermano mío!?" Me contestó: "La alegría abandonó la casa, y cayó sobre
nosotros la desgracia desde que hubo de dejarnos un joven del país de Omán que se llamaba Abul -
Hassán Al-Omaní. Este joven mercader estuvo aquí un año con la hija del jeique Taher; pero, como al
cabo de ese tiempo se quedó sin dinero, nuestro amo el jeique le echó de la casa. Pero a nuestra ama la
joven, que le amaba con un amor grande ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 525ª noche
Ella dijo:
"...Pero a nuestra ama la joven, que le amaba con un amor gran de, la afectó tanto aquella marcha, que
cayó enferma de una grave en fermedad que la tuvo a la muerte. Entonces nuestro amo el jeique Taher, al
ver la languidez mortal que padecía su hija, arrepintióse de lo que había hecho; y despachó correos en
todas direcciones y para todos los países, a fin de dar con el joven Abul-Hassán, ¡y prometió cien mil
dinares de recompensa a quien le trajera! Pero hasta el presente han sido vanos todos los esfuerzos de
quienes le buscaron, pues ninguno pudo seguirle las huellas ni saber noticias suyas. ¡Así es que la joven
hija del jeique está ahora a punto de exhalar el último suspiro!"
"Con el alma desgarrada de dolor, pregunté entonces al muchacho: "¿Y cómo está el jeique Taher?"
Contestó: "¡Con todas esas cosas tiene una pena y un abatimiento tales, que ha vendido las jóvenes y los
jóvenes, y se ha arrepentido amargamente ante Alah el Altísimo!"
En tonces dije al joven esclavo: "¿Quieres que te indique dónde se en cuentra Abul-Hassán Al-Omaní?
¿Qué dirías, si así fuera?" Contestó él: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! hazlo! ¡Y habrás vuelto a la
vida una amante, una hija a su padre, un enamorado a su amiga, y habrás sacado de la pobreza a tu
esclavo y los padres de tu esclavo!"
Entonces le dije: "Vé en busca de tu amo el jeique Taher, y dile: "¡Me debes la recompensa prometida
por la buena noticia! ¡Porque a la puerta de tu casa se encuentra Abul-Hassán Al-Omaní en persona!"
"Al oír estas palabras, el joven esclavo echó a correr con la rapi dez del mulo que se escapa del
molino; y en un abrir y cerrar de ojos, volvió acompañado del jeique Taher, padre de mi amiga.¡Y cuán
cambiado estaba! ¡Y cómo tenía ya la tez, tan fresca en otro tiempo y tan joven entonces, a pesar de su
edad! En dos años había envejecido más de veinte.
Me reconoció al punto, y se arrojó a mi cue llo y se puso a besarme llorando, y me dijo: "¡Oh mi
señor! ¿qué fue de ti en tan larga ausencia? Por causa tuya está a las puertas de la tumba mi hija. ¡Ven!
¡Entra conmigo en la casa!" Y me hizo entrar, y empezó por ponerse de rodillas en el suelo para dar
gracias a Alah por haber permitido nuestra reunión; y se apresuró a entregar al joven esclavo la
recompensa de cien mil dinares prometida. Y el joven esclavo se retiró invocando sobre mí las
bendiciones.
"Tras de lo cual el jeique Taher entró primero solo en el aposento de su hija para anunciarle sin
brusquedad mi llegada. Le dijo pues: "Vengo a anunciarte la buena nueva, ¡oh hija mía! ¡Si consientes en
comer un bocado y en ir a tomar un baño al hammam, te haré ver de nuevo, hoy mismo, a Abul-Hassán!"
Ella exclamó: "¡Oh padre! ¿es cierto lo que dices?" El contestó: "¡Por Alah el Gloriosfs¡mo, que es
cierto lo que digo!" Entonces exclamó ella: "¡Ualahí!" Entonces el anciano se volvió hacia la puerta
detrás de la cual estaba yo, y me gritó: "¡Entra ya, Abul-Hassán!" Y entré.
"Y he aquí ¡oh huéspedes míos! que no bien me advirtió y me reconoció ella, cayó desmayada, y
transcurrió mucho tiempo sin que recobrara el sentido. Por fin pudo levantarse, y entre llantos de ale gría
y risas nos arrojamos uno en brazos de otro, y permanecimos mu cho tiempo abrazados así, en el límite de
la emoción y de la felicidad. Y cuando pudimos prestar atención a lo que pasaba en torno nuestro, vimos
en medio de la sala de recepción al kadí y a los testigos, a quienes había llamado a toda prisa el jeique, y
que acto seguido ex tendieron nuestro contrato de matrimonio. Y se celebraron nuestras nupcias con un
fausto inusitado, entre regocijos que duraron treinta días y treinta noches.
"Y desde entonces ¡oh huéspedes míos! la hija del jeique Taher es mi esposa querida. ¡Y a ella fué a
quien oísteis cantar esos aires melan cólicos que le gustan y con los que recuerda las horas dolorosas de
nuestra separación, sintiendo mejor la dicha perfecta en que transcu rren los días de nuestra unión
bendecida por el nacimiento de un hijo tan hermoso como su madre! Y voy a presentároslo en persona,
¡ob huéspedes míos...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 526ª noche
Ella dijo:
"...Y voy a presentároslo en persona, ¡oh huéspedes míos!"
Y así diciendo, Abul-Hassán, el joven amarillo, salió un momento y volvió llevando de la mano a un
niño de diez años, hermoso como la luna en su décimocuarto día. Y le dijo: "¡Desea la paz a nuestros
huéspedes!" Y el niño desempeñó su cometido con una gracia exquisi ta. Y el califa y sus acompañantes,
disfrazados siempre, quedaron tan encantados de su belleza, de su gracia y de su amabilidad como de la
historia extraordinaria de su padre. Y después de despedirse de su huésped, salieron maravillados de lo
que acababan de ver y oír.
Y al día siguiente por la mañana, el califa Harún Al-Raschid, que no había cesado de pensar en
aquella historia, llamó a Massrur, y le dijo: "¡Oh Massrur!" El interpelado contestó: "A tus órdenes, ¡Oh
mi señor!" El califa dijo: "¡Vas a reunir inmediatamente en esta sala todo el tributo anual de oro que
hemos percibido de Bagdad, todo el tributo de Bassra y todo el tributo de Khorassán!" Y al momento hizo
Massrur llevar ante el califa y amontonar en la sala los tributos de oro de las tres grandes provincias del
imperio, que ascendían a una suma que sólo Alah podría enumerar. Entonces el califa dijo a Giafar: "¡Oh
Gia far!" El aludido contestó: "Aquí estoy, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa dijo: "¡Ve ya a buscar a
Abul-Hassán Al-Omaní!" Giafar contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y al punto fué a buscar al joven, y le
llevó todo tembloroso ante el califa, entre cuyas manos besó la tierra el recién llegado, manteniéndose
con los ojos bajos e ignoran te del crimen que habría podido cometer o el del motivo que reclamaba su
presencia.
Entonces le dijo el califa: "¡Oh Abul-Hassán! ¿sabes los nombres de los mercaderes que fueron tus
huéspedes ayer por la noche?" El joven contestó: "No, por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa se
encaró entonces con Massrur, y le dijo: "¡Levanta el tapete que oculta los montones de oro!" Y cuando
estuvo levantado el tapete, el califa dijo al joven: "¿Puedes decirme, al menos, si estas riquezas son más
considerables que las que perdiste con la venta precipitada del trozo de concha, sí o no?"
Y estupefacto de ver al califa al corriente de aquella historia, Abul-Hassán murmuró, abriendo sus
ojos dilatados: "¡Ualah! ¡oh mi señor, estas riquezas son infinitamente más conside rables!" Y el califa le
dijo: "¡Pues has de saber que tus huéspedes de ayer por la noche eran el quinto de los Bani-Abbas y sus
visires y sus íntimos, y que todo ese oro amontonado ahí es de tu propiedad, como regalo de parte mía
para indemnizarte de lo que perdiste en la venta del trozo de concha talismánica!"
Al oír estas palabras, se emocionó tanto Abul-Hassán, que dentro de él operóse otra revolución, y se
le bajó del rostro el color amarillo para ser reemplazado en el instante por la sangre roja que afluyó a su
cara y le devolvió su antigua tez blanca y sonrosada, resplandecien te cual la luna en la noche de su
plenitud. Y haciendo que llevaran un espejo, se lo puso el califa delante del semblante a Abul-Hassán,
que hubo de caer de rodillas para dar gracias al Liberador. Y después de hacer transportar a la morada
de Abul-Hassán todo el oro acumulado, el califa le invitó a que fuera con frecuencia a hacerle compañía
entre sus íntimos, y exclamó: "¡No hay otro Dios que Alah! ¡Gloria a Quien puede producir cambio y es
el Unico que permanece Incambiable e Inmutable! "
Y tal es, ¡oh rey afortunado -continuó Schehrazada- la Historia del joven amarillo. ¡Pero no puede
sin duda compararse con la Historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna!
Y exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada, no dudo de tus palabras! ¡Date prisa a contarme la
historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna, porque no la conozco!"
Historia de Flor-de-Granada y de Sonrisa-de-Luna
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad de las edades y los años y los días de
hace mucho tiempo, había en los países anamitas un rey llamado Schahramán, que residía en el Kho -
rassán. Y aquel rey tenía cien concubinas, aquejadas de esterilidad todas, pues ninguna de ellas pudo
tener un hijo, ni siquiera del sexo femenino. Y he aquí que estando un día el rey sentado en la sala de
recepción en medio de sus visires, de sus emires y de los grandes del reino, y mientras charlaba con ellos
no de enojosos asuntos de go bierno, sino de poesía, de ciencia, de historia y de medicina, y en gene ral de
cuanto pudiera hacerle olvidar la tristeza de su soledad sin pos teridad y su dolor por no poder dejar a sus
descendientes el trono que le legaron sus padres y sus antepasados, entró en la sala un joven ma meluco, y
le dijo: "¡Oh mi señor, a la puerta hay un mercader con una esclava joven y bella como jamás se vió!"
Y dijo el rey: "¡Qué me traigan, pues, al mercader y a la esclava!" Y el mameluco apresurose a
introducir al mercader y a su hermosa esclava.
Al verla entrar, el rey la comparó en su alma con una fina lanza de un solo cuento; y como le envolvía
la cabeza y le cubría el rostro un velo de seda azul listado de oro, el mercader se lo quitó; y al punto
iluminóse con su belleza la sala, y su cabellera rodó por su espalda en siete trenzas macizas que le
llegaron a las pulseras de los tobillos; se dirían las crines espléndidas de una yegua de raza noble,
barriendo el suelo por debajo de la grupa. Y era real y tenía curvas maravillosas y desafiaba en
flexibilidad de movimientos al tallo delicado del árbol ban. Sus ojos, negros y naturalmente alargados,
estaban repletos de re lámpagos destinados a atravesar los corazones; y sólo con mirarla curaríanse los
enfermos y dolientes. En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad,
que ni el propio mer cader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 527ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto a su grupa bendita, cima de anhelos y deseos, era tan fastuosa, en verdad, que ni el
propio mercader pudo encontrar un velo lo bastante grande para envolverla.
Así es que el rey quedó maravillado de todo aquello hasta el límite de la maravilla, y preguntó al
mercader: "¡Oh jeique! ¿cuánto cuesta esta esclava?" El mercader contestó: "¡Oh mi señor! yo se la
compré a su primer amo por dos mil dinares; pero después he viajado con ella durante tres años para
llegar hasta aquí, y he invertido en ella tres mil dinares más; ¡de modo que no es una venta lo que vengo a
propo nerte, sino un regalo que te ofrezco de mí para ti!" Y el rey quedó encantado con el lenguaje del
mercader, y le puso un espléndido ropón de honor y mandó que le dieran diez mil dinares de oro. Y el
mercader besó la mano del rey, y le dió gracias por su bondad y su munificencia, y se marchó por su
camino.
Entonces dijo el rey a las intendentas y a las mujeres de palacio: "Conducidla al hammam y
arregladla, y cuando hayáis hecho desapare cer en ella las huellas del viaje, no dejéis de ungirla con
nardo y per fumes y de darle por aposento el pabellón de las ventanas que miran al mar". Y en aquella
hora y aquel instante ejecutáronse las órdenes del rey.
Porque la capital en que reinaba el rey Schahramán se encontraba situada a la orilla del mar,
efectivamente, y se llamaba la Ciudad Blan ca. Y por eso, después del baño, las mujeres de palacio
pudieron con ducir a la joven extranjera a un pabellón con vistas al mar.
Entonces el rey, que sólo esperaba este momento, penetró en las habitaciones de la esclava.Pero se
sorprendió mucho al ver que ella no se levantaba en honor suyo y no hacía de él más caso que si no estu -
viese allí. Y pensó él para sí: "¡Deben haberla educado gentes que no le enseñaron buenos modales!" Y la
miró con más detenimiento, y ya no pensó en su falta de cortesía, pues tanto le encantaban su belleza y su
rostro, que era una luna llena o una salida de sol en un cielo sereno.
Y dijo: "¡Gloria a Alah, que ha creado la Belleza para los ojos de sus servidores!" Luego sentóse
junto a la joven, y la oprimió contra su pecho tiernamente. Después la sentó en sus rodillas y la besó en
los labios, y saboreó su saliva, que hubo de parecerle más dulce que la miel. Pero ella no decía una
palabra y le dejaba hacer, sin oponer re sistencia ni mostrar ningún deseo. Y el rey mandó que sirvieran en
la estancia un festín magnífico, y él mismo se dedicó a servirle de comer y a llevarle los bocados a los
labios.
De cuando en cuando la interro gaba dulcemente por su nombre y por su país. Pero ella permanecía
silenciosa, sin pronunciar una palabra y sin levantar la cabeza para mirar al rey, el cual la encontraba tan
hermosa, que no podía decidirse a encolerizarse con ella. Y pensó: "¡Acaso sea muda! ¡Pero es imposi -
ble que el Creador haya formado semejante belleza para privarla de la palabra! ¡Sería una imperfección
indigna de los dedos del Creador!"
Luego llamó a las servidoras para que le vertieran agua en las manos; y se aprovechó del momento en
que le presentaban el jarro y la jofaina para preguntarles en voz baja: "¿La oísteis hablar cuando
estuvisteis cuidándola?"
Ellas contestaron: "Lo único que podemos decir al rey es que en todo el tiempo que estuvimos junto a
ella sirviéndola, ba ñándola, perfumándola, peinándola y vistiéndola, ni siquiera la hemos visto mover los
labios para decirnos: "¡Esto está bien! ¡Esto otro no está bien!" Y no sabemos si será desprecio para
nosotras o ignorancia de nuestra lengua o mudez; ¡pero lo cierto es que no hemos consegui do hacerla
hablar ni una sola palabra de gratitud o de censura!"
Al oír este discurso de las esclavas y de las matronas, el rey llegó al límite del asombro, y pensando
que aquel mutismo se debería a alguna pena íntima, quiso tratar de distraerla. A tal fin, congregó en el
pabellón a todas las damas de palacio y a todas las favoritas, con objeto de que se divirtiese y se
distrajera ella con las demás; y las que sabían tocar instrumentos de armonía los tocaron, en tanto que las
otras cantaban, bailaban o hacían ambas cosas a la vez. Y aparecía satisfecho todo el mundo, excepto la
joven, que continuó inmóvil en su sitio, con la cabeza baja y los brazos cruzados, sin reír ni hablar.
Al ver aquello, el rey sintió oprimírsele el pecho y ordenó a las mujeres que se retiraran. Y se quedó
solo con la joven.
Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una pala bra, se acercó a ella y se puso a
desnudarla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 528ª noche
Ella dijo:
"...Después de intentar en vano sacarle una respuesta o una pa labra, se acercó a ella y se puso a
desnudarla.
Empezó por quitarle delicadamente los velos ligeros que la envolvían; luego, uno tras otro, los siete
trajes de colores y telas diferentes que la cubrían, y por últi mo, la camisa fina y el amplio calzón con
bellotitas de seda verde. Y vió debajo su cuerpo resplandeciente de blancura y su carne de pureza y de
plata virgen.
Y la amó con un amor grande, y levantándose, la tomó su virginidad, y la encontró intacta y sin
perforar. Y se regocijó y se deleitó en extremo con ello; y pensó: "¡Por Alah! ¿no es cosa prodigiosa que
los diversos mercaderes hayan dejado intacta la virgini dad de una joven tan bella y tan deseable?"
Y de tal manera se afi cionó el rey a su nueva esclava, que abandonó por ella a todas las demás
mujeres de palacio y a la favoritas y los asuntos del reino, y se encerró con ella un año entero, sin
cansarse ni por un momento de las delicias nuevas que descubría allí cada día.
Pero, con todo, no consi guió arrancarle una palabra o un mohín de asentimiento, ni interesarla en lo
que hacía con ella y alrededor de ella. Y ya no sabía él cómo interpretar aquel silencio y aquel mutismo.
Y ya no esperaba él hablar con ella por más recursos a que acudiese.
Pero, un día entre los días, estaba el rey sentado, como de costum bre, junto a su bella e insensible
esclava, y su amor era más violento que nunca, y le decía: "¡Oh deseo de las almas! ¡oh corazón de mi
corazón! ¡oh luz de mis ojos! ¿es que no sabes el amor que siento por ti, y que por tu belleza he
abandonado a mis favoritas, a mis concubi nas y los asuntos de mi reino, y que lo hice con gusto, y que
estoy lejos de arrepentirme de ello, además?
¿No sabes que te he guardado como si fueras lo único que me corresponde y lo único que me agrada
de todos los bienes de este mundo?
¡Ya hace ya más de un año que prolongo la paciencia de mi alma ignorando la causa de ese mutis mo y
de esa insensibilidad, sin llegar a adivinar de qué proviene!
Si eres realmente muda, házmelo comprender por señas, al menos, con el fin de que pierda toda
esperanza de oírte jamás, ¡oh bienamada mía!
De no ser así, ¡pluguiera a Alah enternecer tu corazón e inspi rarte, en su bondad, para que cesaras por
fin en ese silencio que no merezco! Y si se me ha de rehusar este consuelo siempre, ¡haga Alah que te
quedes encinta de mí y me des un hijo querido que me suceda en el trono legado por mis padres y mis
antecesores! ¡Ay!, ¿no ves cómo envejezco solitario y sin posteridad, y que pronto no me será ya posible
fecundar flancos jóvenes, pues estaré deshecho por la triste za y por los años? ¡Ay! ¡ay! ¡oh tú! si por mí
experimentas el más leve sentimiento de piedad o afección, respóndeme, dime solamente si estás encinta
o no; ¡te lo suplico por Alah sobre ti! ¡Y muera yo después!"
Al oír estas palabras, la bella esclava, que había escuchado al rey con los ojos siempre bajos y las
manos juntas sobre las rodillas en una postura inmóvil, según su costumbre, tuvo de repente, y por
primera vez desde su llegada a palacio, una ligera sonrisa.
¡Sólo eso y nada más!
Al ver aquello, el rey llegó a tal emoción, que creyó que el palacio entero se iluminaba con un
relámpago en medio de las tinieblas. Y se estremeció en su alma y se regocijó, y como después de
semejante prue ba ya no dudaba que consentiría ella en hablar, se arrojó a los pies de la joven y esperó
que llegase el momento anhelado, con los brazos en alto y la boca entreabierta en actitud de orar.
Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonriente: "¡Oh rey magnánimo, soberano nuestro!
¡oh león valeroso! ¡sabe...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 529ª noche
Ella dijo:
...Y de pronto levantó la cabeza la joven y habló así, sonrien te... "¡Oh rey magnánimo, soberano
nuestro! ¡oh león valeroso! ¡sabe que Alah ha respondido a tu ruego, porque estoy encinta de ti! ¡Y en
breve daré a luz! ¡Pero no sé si el hijo que llevo en mi seno es hembra o varón! ¡Sabe, además, que de no
haberme fecundado tú, estaba completamente resuelta a no dirigirte la palabra nunca ni a decirte una sola
frase en mi vida!"
Al oír estas palabras inesperadas, el rey sintió tanta alegría, que se encontró imposibilitado por el
momento para articular una palabra o hacer un movimiento; luego se iluminó y se transfiguró su rostro; y
se dilató su pecho; y se sintió él alzado de la tierra por la explosión de su júbilo. Y besó las manos a la
joven y le besó la cabeza y la frente, y exclamó: "¡Gloria a Alah por haberme concedido dos gracias que
anhelaba, ¡oh luz de mis ojos! ver que me hablas y oír que me anunciabas la nueva de tu embarazo!
¡Alhamdolillah! ¡la ala banza a Alah!
Luego se levantó el rey y salió de allí después de anunciar que volvería en seguida, y fue a sentarse
con gran pompa en el trono de su reino; y se hallaba en el límite de la dilatación y de la satisfacción. Y
dió orden a su visir para que anunciara a todo el pueblo el motivo de su alegría y distribuyera cien mil
dinares entre los indigentes, las viudas y cuantos estaban en general necesitados, en acción de gracias a
Alah (¡exaltado sea!). Y el visir ejecutó inmediatamente la orden que había recibido.
Entonces fué el rey en busca de su hermosa esclava, y se sentó junto a ella, y la apretó contra su
corazón y la besó, y le dijo: "¡Oh dueña mía, oh reina de mi vida y de mi alma! ¿me dirás ahora por qué
guardaste conmigo y con todos nosotros ese silencio inquebran table de día y de noche desde hace un año
que entraste en nuestras moradas, y por qué te decidiste a dirigirme la palabra hoy solamen te?" La joven
contestó: "¿Cómo no guardar silencio, ¡oh rey! si me veía reducida aquí a la condición de esclava y
convertida en una po bre extranjera con el corazón roto, separada para siempre de mi ma dre, de mi
hermano, de mis parientes, y alejada de mi país natal?"
El rey contestó: "¡Tomo parte en tus penas y las comprendo! Pero, ¿có mo me dices que eres una pobre
extranjera, cuando eres ama y reina de este palacio, y cuanto hay en él es de tu propiedad, y yo mismo, el
rey soy un esclavo a tu servicio? ¡En verdad que no son oportunas esas palabras! Y si tenías pena por
estar separada de tus padres, ¿por qué no me lo dijiste para que yo enviara a buscarlos y te reuniera aquí
con ellos?"
Al oír estas palabras, la bella esclava dijo al rey: "Sabe, pues, ¡oh rey! que me llamo Gul-i-anar, lo
que en la lengua de mi país significa Flor-de-Granada; y he nacido en el mar, donde era rey mi padre.
Cuando mi padre murió, tuve queja un día por ciertos procede res de mi madre, que se llama Langosta, y
de mi hermano, que se llama Saleh; y juré que ya no permanecería en el mar con ellos, y que saldría a la
orilla y me entregaría al primer hombre de la tierra que me gustara. Así, pues, una noche en que mi madre
la reina y mi hermano Saleh se habían dormido temprano y nuestro palacio se hallaba sumido en el
silencio submarino, me escapé de mi aposento, y subiendo a la superficie del agua, fui a tenderme a la luz
de la luna en la playa de una isla. Y halagada por el fresco delicioso que caía de las estrellas y
acariciada por la brisa de tierra, me dejé invadir del sueño. Y de pronto me desperté al sentir caer sobre
mí una cosa, y me vi presa de un hombre que cargó conmigo a su espalda, y a pesar de mis gritos y
lamentos, me transportó a su casa, donde me tiró de espaldas y quiso tomarme por la fuerza. Pero al ver
que aquel hombre era feo y olía mal, no quise dejarme poseer, y con todas mis fuerzas le aplique en el
rastro un puñetazo que le hizo rodar por el suelo a mis pies, y me arrojé sobre él y le administré tal
paliza, que no quiso tenerme ya consigo y me condujo a toda prisa al zoco, donde me subas tó y hubo de
venderme a ese mercader al cual me compraste tú mismo, ¡oh rey! Y como ese mercader era un hombre
lleno de conciencia y de rectitud, no quiso robarme mi virginidad al verme tan joven; y me llevó a viajar
con él y me condujo entre tus manos. ¡Y tal es mi histo ria! Pero al entrar aquí, yo estaba completamen!e
resuelta a no dejar me poseer; y me hallaba decidida a arrojarme al mar por las venta nas del pabellón
para reunirme con mi madre y mi hermano a la pri mer violencia de parte tuya. Y por orgullo guardé
silencio durante todo este tiempo. Mas, al ver que tu corazón me amaba verdaderamente y que por mí
habías abandonado a todas tus favoritas, empecé a sen tirme conquistada por tus buenos modales. Y al
notarme, por último, encinta de ti, acabé por amarte, y deseché toda idea de escaparme en lo sucesivo y
de saltar a mi patria el mar. Y además, ¿con qué cara y con qué audacia iba a hacerlo ahora que estoy
encinta y mi madre y mi hermano casi se morirían de pena al verme en tal estado y al saber mi unión con
un hombre de la tierra, pues no me creerían si les di jese que había llegado a ser la Reina de Persia y del
Khorassán y la es posa del más magnánimo de los sultanes? Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey
Schahramán! ¡Uassalam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 530ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí lo que tenía que decirte, ¡oh rey Schahramán! Uassalam !"
Al oír este discurso, el rey besó a su esposa entre los ojos, y le dijo: "¡Oh encantadora Flor-de-
Granada! ¡oh oriunda del mar! ¡oh maravillosa! ¡oh princesa, luz de mis ojos! ¿qué maravillas acabas de
revelarme? ¡Si un día me dejaras, aunque no fuese más que por un instante, moriría yo en el mismo
momento ciertamente!"
Lue go añadió: "¡Pero, ¡oh Flor-de-Granada! me has dicho que naciste en el mar y que tu madre
Langosta y tu hermano Saleh habitaban en el mar con tus demás parientes, y que tu padre, cuando vivía,
era rey del mar! Pero no comprendo del todo la existencia de los seres marítimos, y hasta el presente, me
parecieron cosas de viejas las his torias que me contaron a ese respecto. Sin embargo, puesto que me
hablas de ello, y tú misma eres oriunda del mar, no dudo de la reali dad de esos hechos, y te suplico que
me ilustres acerca de tu raza y de los pueblos desconocidos que habitan tu patria. Dime sobre todo cómo
es posible vivir, obrar y moverse en el agua sin sofocarse ni ahogarse. ¡Porque es la cosa más prodigiosa
que he oído en mi vida!"
Entonces contestó Flor-de-Granada: "¡Claro que te lo diré todo, y de corazón amistoso! Sabe que, por
virtud de los nombres grabados en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!), vi -
vimos y andamos por el fondo del mar como se vive y anda por la tierra; y respiramos en el agua como se
respira en el aire; y el agua en vez de asfixiarnos, contribuye a nuestra vida, y ni siquiera moja nuestras
vestiduras; y no nos impide ver en el mar, donde tenemos los ojos abiertos sin ninguna dificultad; y
poseemos vista tan excelente, que atraviesa las profundidades marinas, a pesar de su espesor y de su
extensión, y nos permite distinguir todos los objetos lo mismo cuan do los rayos del sol penetran hasta
nosotros que cuando la luna y las estrellas se miran en nuestras aguas.
En cuanto a nuestro reino, es mu cho más vasto que todos los reinos de la tierra, y está dividido en
provincias con ciudades muy populosas. Y según las regiones que ocu pan esos pueblos, tienen
costumbres y usos diferentes y también, como ocurre en la tierra, diferente conformación; unos son peces;
otros medio peces, medio humanos, con cola en lugar de pies y de trasero, y otros, como nosotros,
completamente humanos, y creyendo en Alah y en su Profeta, y hablando un lenguaje que es el mismo en
que está grabada la inscripción del sello de Soleimán. Respecto a nuestras mo radas, ¡son palacios
espléndidos, de una arquitectura que jamás podríais imaginar en la tierra! Son de cristal de roca, de
nácar, de coral, de esmeralda, de rubíes, de oro, de plata y de toda clase de metales pre ciosos y de
pedrerías, sin hablar de las perlas, que cualesquiera que sean su tamaño y su belleza, no se estiman entre
nosotros y sólo adornan las viviendas de los pobres y de los indigentes. Por último, como nuestro cuerpo
está dotado de una agilidad y una flexibilidad maravillosas, no necesitamos, cual vosotros, caballos y
carros para utilizarlos como medios de transporte, aunque los tenemos en nues tras cuadras para servirnos
de ellos solamente en las fiestas, los rego cijos públicos y las expediciones lejanas. ¡Desde luego, esos
carros están construidos con nácar y metales preciosos, y van provistos de asientos y tronos de pedrerías,
y son tan hermosos nuestros caballos marinos, que ningún rey de la tierra los posee semejantes! Pero no
quiero ¡oh rey! hablarte ya más tiempo de los países marinos, pues me reservo para contarte en el
transcurso de nuestra vida, que será larga si Alah quiere, una infinidad de nuevos detalles que acabarán
de ponerte al corriente en esta cuestión que te interesa. Por el momento me apresuraré a abordar un
asunto mucho más apremiante y que te atañe más directamente.
Quiero hablarte de los partos de las mujeres. ¡Sabe, en efecto, ¡oh dueño mío! que los partos de las
mujeres de mar son absolutamente distintos a los partos de las mujeres de tierra! ¡Y como está ya
próximo el momento de dar yo a luz, temo mucho que las comadronas de tu país no sepan prestarme los
auxilios del caso! Te ruego, pues, que me permitas que vengan a verme mi madre Lan gosta y mi hermano
Saleh y mis demás parientes; y me reconciliaré con ellos, y ayudadas por mi madre, velarán mis primas
por la segu ridad de mi parto y cuidarán del recién nacido, heredero de tu trono. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 531ª noche
Ella dijo:
"...y ayudadas por mi madre, velarán mis primas por la seguri dad de mi parto y cuidarán del recién
nacido, heredero de tu trono". Al oír estas palabras, el rey exclamó maravillado: "¡Oh Flor-de- Granada!
tus deseos constituyen mi norma de conducta, y yo soy el esclavo que obedece a las órdenes de su ama!
Pero dime ¡oh maravillosa! ¿cómo vas a arreglarte en tan poco tiempo para avisar a tu madre, a tu
hermano y a tus primas, y para hacer que vengan antes de que des a luz, estando el momento tan próximo?
¡De todos modos, con viene que yo sepa de antemano cuándo llegarán, para hacer los pre parativos
necesarios y recibirles con todos los honores que merecen!" Y contestó la joven reina: "¡Oh dueño mío,
entre nosotros no hay necesidad de ceremonias! Y además, mis parientes, estarán aquí den tro de un
instante. Y si quieres ver cómo van a llegar, no tienes más que entrar en esta habitación contigua a la mía,
y mirarme y mirar también las ventanas que dan al mar".
El rey Schahramán entró al punto en la estancia contigua, y miró con atención lo que iba a hacer Florde-
Granada a la vez que lo que iba a producirse sobre el mar.
Y Flor-de-Granada sacó de su seno dos trozos de madera de áloe de las Islas Comores, los puso en
un braserillo de oro, y los quemó. Y cuando se disipó el humo, lanzó ella un silbido prolongado y agudo,
y pronunció sobre el braserillo palabras desconocidas y fórmulas conjuratorias. Y en el mismo momento
se conmovió y se agitó el mar, y salió primero del agua un joven como la luna, hermoso y de buen
aspecto, y parecido en la cara y en la elegancia a su hermana Flor-de -Granada; y eran blancas y
sonrosadas sus mejillas, y sus cabellos y su bigote naciente eran de un verde mar; y como dice el poeta,
era él más maravilloso que la propia luna, porque la luna no tiene por mo rada ordinaria más que un solo
signo del cielo, ¡mientras que aquel joven habita indistintamente en los corazones todos! Tras de lo cual
salió del mar una vieja muy anciana, de cabellos blancos, que era la llamada Langosta, la madre del
joven y de Flor-de-Granada. E inme diatamente la siguieron cinco muchachas jóvenes cual lunas, que
tenían cierto parecido con Flor-de-Granada, de la que eran primas.
Y el jo ven y las seis mujeres echaron a andar por el mar, y a pie enjuto llegaron bajo las ventanas del
pabellón. Y de un salto consiguieron entrar uno tras otro por la ventana donde se les había aparecido
Flor -de-Granada, que hubo de retirarse para dejarles pasar.
Entonces el príncipe Saleh y su madre y sus primas se arrojaron al cuello de Flor-de-Granada, y la
besaron con efusión, llorando de alegría al encontrarla, y le dijeron: "¡Oh Gul-i-anar! ¿cómo tuviste valor
para abandonarnos y tenernos durante cuatro años sin noticias tuyas y sin indicarnos siquiera el lugar
donde te encontrabas? ¡Ualah! el mundo nos pesaba de tan abrumados como estábamos por el do lor de la
separación! ¡Y ya no experimentábamos placer en comer ni en beber, porque todos los alimentos
resultaban insípidos para nuestro gusto! ¡Y no sabíamos más que llorar y sollozar día y noche, poseídos
por el dolor intensísimo que nos producía tu separación! ¡Oh Gul-i anar! ¡mira cómo ha enflaquecido y
empalidecido de tristeza nuestro rostro!"
Y al oír estas palabras, Flor-de-Granada besó la mano a su madre y a su hermano, el príncipe Saleh,
y besó de nuevo a sus que ridas primas, y les dijo a todos: "¡Es verdad! ¡caí en falta gravemen te para con
vuestra ternura, marchándome sin preveniros! Pero, ¿qué se puede hacer contra el Destino? ¡Alegrémonos
de habernos encon trado ahora, y demos gracias por ello a Alah el Bienhechor!" Luego les hizo sentarse a
todos cerca de ella, ¡y les contó toda su historia desde el principio hasta el fin! Pero sería inútil repetirla.
Luego aña dió: "Y ahora que estoy casada con este rey excelente y perfecto hasta el límite de las
perfecciones, el cual me ama y al cual amo, y que me ha dejado encinta, os hice venir para reconciliarme
con vosotros y rogaros que me asistáis en el parto. ¡Porque no tengo confianza en las comadronas
terrestres, que no entienden nada respecto a partos de hijas del mar!"
Entonces contestó su madre, la reina Langosta: "¡Oh hija mía! ¡Al verte en este palacio de un príncipe
de la tierra, tuvimos miedo de que no fueses dichosa; y estábamos dispuestos a rogarte que nos siguieras
a nuestra patria, porque ya sabes cuánto es nuestro de seo de saber que eres dichosa y vives tranquila y
sin preocupaciones! Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor
podríamos desearte?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana. v se calló discreta.
Pero cuando llegó la 532ª noche
Ella dijo:
"...Pero desde el momento en que nos afirmas que eres dichosa, ¿qué cosa mejor podríamos desearte?
Y sin duda, sería tentar al Destino el querer casarte con uno de nuestros príncipes del mar, a despecho de
la suerte contraria". Y contestó Flor-de-Granada: "¡Sí, ¡por Alah! aquí estoy en el límite de la
tranquilidad, de las delicias, de los honores, de la felicidad y de mis aspiraciones todas!"
¡Eso fué todo!
Y el rey oía lo que decía Flor-de-Granada; y se regocijaba en su corazón, y la agradecía en el alma
estas buenas pa labras; y la amó entonces mil millares de veces más que antes; y el amor que la tenía se
consolidó para siempre en el núcleo de su cora zón; y se prometió darle nuevas pruebas de afecto y de
pasión en todas las ocasiones posibles.
Tras de lo cual Flor-de-Granada llamó con una palmada a sus esclavas, y les dió orden de que
pusieran el mantel y sirvieran los manjares, cuyo condimento fué ella misma a vigilar en la cocina.
Y las esclavas llevaron bandejas grandes cubiertas de carnes asadas, de pasteles y de frutas; y Florde-
Granada invitó a sus parientes a que se sentaran con ella alrededor del mantel y comieran.Pero ellos
contestaron: "¡No, ¡por Alah! no lo haremos de ningún modo antes de que hayas ido a prevenir de nuestra
llegada a tu esposo, el rey! ¡Porque hemos entrado en su morada sin su permiso, y no nos cono ce! ¡Sería
una falta de educación comer en su palacio y aprovechar nos de su hospitalidad sin saberlo él!
¡Vé, pues a prevenirle, y dile cuán dichosos nos sentimos al verle y compartir con él el pan y la sal!"
Entonces Flor-de-Granada fué en busca del rey, que se mante nía escondido en la estancia contigua, y
le dijo: "¡Oh dueño mío! sin duda oirías que te elogié ante mis parientes, y que estaban deci didos a
llevarme con ellos si les hubiese dicho la menor cosa que les hiciera creer que no era feliz contigo!"
Y contestó el rey: "¡Ya lo he oído y lo he visto! ¡En esta hora bendita tuve la prueba de tu adhesión a
mí, y ya no puedo dudar de tu afecto!" Flor-de-Granada dijo: "De modo que, en vista de las alabanzas
que de ti les hice, mi madre, mi hermano y mis primas experimentan por ti un afecto con siderable, y
puedo asegurarte que te quieren mucho. ¡Me han dicho que no se conformaban con volver a su país sin
haberte visto, haber te presentado sus homenajes y formulado sus deseos de paz, y haber charlado contigo
amistosamente! ¡Así, pues, te ruego que te prestes a sus deseos, a fin de que les veas y te vean, y reine
entre vosotros el afecto puro y la amistad!"
Y el rey contestó: "¡Escuchar es obede cer, porque también es ése mi deseo!" Y al instante se levantó y
acompañó a Flor-de-Granada a la sala en que se hallaban sus parientes.
Y en cuanto entró les deseó la paz de la manera más cordial, y le devolvieron ellos la zalema; y besó
él la mano de la vieja reina Lan gosta, y abrazó al príncipe Saleh, y los invitó a todos a sentarse. En tonces
le cumplimentó el príncipe Saleh, y le manifestó la alegría que experimentaban todos por ver a Flor-de-
Granada convertida en la esposa de un gran rey, en vez de haber caído en las manos de un bruto que la
habría desflorado para dársela luego en matrimonio a algún chambelán o a su cocinero. Y le expresó
cuánto querían todos a Flor de-Granada, y que antiguamente, antes de que ella fuese púber, ha bían
pensado en casarla con algún príncipe del mar; pero empujada por su destino, se escapó de los países
submarinos para casarse a su gusto. Y contestó el rey: "¡Sí! Alah me la tenía destinada. ¡Y os doy las
gracias a ti, suegra mía, reina Langosta, y a ti, príncipe Saleh, y también a mis amables primas, por
vuestros votos y cumplimientos y por haber dado vuestro consentimiento para mi matrimonio!"
Luego el rey les invitó a sentarse con él alrededor del mantel, y estuvo char lando con ellos mucho
tiempo con toda cordialidad, y después condujo a cada uno por sí mismo a su aposento.
Así es que los parientes de Flor-de-Granada permanecieron en el palacio, en medio de fiestas y
regocijos dados en su honor, hasta el parto de la reina, que no tardó en llegar. Porque al cabo del térmi no
fijado, parió ella, entre las manos de la reina Langosta y de sus primas, un hijo varón igual que la luna
llena, y sonrosado y rollizo. Y envuelto en mantillas magníficas, se lo presentaron a su padre, el rey, que
le recibió con los transportes de una alegría que ni la pluma ni la lengua sabrían describir. Y en acción de
gracias, hizo él muchas dádivas a los pobres, a las viudas y a los huérfanos, y mandó abrir las cárceles y
dar libertad a todos sus esclavos de ambos sexos; pero los esclavos no quisieron libertad, de tan
dichosos como se encontra ban dependiendo de un amo semejante.
Más tarde, al cabo de siete días de regocijos continuos, en medio de las felicidades todas, la reina
Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Sonrisa-de-Luna, con el asentimiento de su esposo, de su
madre y de sus primas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 533ª noche
Ella dijo:
"...la reina Flor-de-Granada dió a su hijo el nombre de Son risa-de-Luna, con el asentimiento de su
esposo, de su madre y de sus primas.
Entonces el príncipe Saleh, cogió al pequeñuelo en sus brazos, y empezó a besarle y a acariciarle de
mil maneras, paseándole por la habitación y sosteniéndole en el aire con las manos; y de pronto tomó
impulso, y desde la altura del palacio saltó al mar, sumergién dose y desapareciendo con el niño.
Al ver aquello, el rey Schahramán empezó a lanzar gritos deses perados y a golpearse la cabeza,
poseído de espanto y de dolor, hasta el punto de que parecía que se iba a morir. Pero la reina Flor-de -
Granada, lejos de mostrarse asustada o afligida por semejante cosa, dijo al rey con seguro acento: "¡Oh
rey del tiempo! no te desesperes por tan poco y estate sin ningún temor por tu hijo, pues yo, que sin duda
quiero a ese niño mucho más que tú, estoy tranquila sabiendo que se encuentra con mi hermano, el cual no
hubiera hecho lo que acaba de hacer si el pequeño fuese a sufrir la menor incomodidad o a enfriarse o a
mojarse solamente. ¡Ten la seguridad de que el niño no corre ningún riesgo ni peligro por parte del mar,
aunque sea tuya la mitad de su sangre! Porque a causa de la otra mitad de su sangre, que es mía, puede
impunemente vivir en el agua como en la tierra. ¡No te alarmes más, por tanto, y persuádete de que mi
hermano no tardará en volver con el niño en buena salud!"
Y la reina Langosta y las jóvenes parientes del niño confirmaron al rey las palabras de su esposa.
Pero el rey no empezó a calmarse hasta no ver que el mar se conmovía y agitaba y que de su seno
entreabierto salía con el pequeñuelo en brazos el príncipe Saleh, que de un salto se elevó por el aire y
entró en la sala superior por la misma ventana por donde había salido. Y el pequeño estaba tan tranquilo
como si se hallase en el regazo de su madre, y sonreía cual la luna en su décimocuarto día.
Al ver aquello, el rey se tranquilizó por completo y quedóse ma ravillado; y el príncipe Saleh le dijo:
"Por lo visto, ¡oh rey! te asus taste mucho al verme saltar y hundirme en el mar con el pequeñuelo". Y
contestó el rey: "Sí, por cierto, ¡oh hijo del tío! ¡fué extremado mi espanto, y hasta desesperaba de volver
a verle nunca sano y salvo!" El príncipe Saleh dijo: "En adelante, no tengas por él ningún temor, por que
está para siempre al abrigo de los peligros del agua, del ahogo, de asfixia, de la humedad y de otras
cosas parecidas, y durante toda su vida podrá sumergirse en el mar y pasearse por él a su antojo; pues le
hice adquirir el mismo privilegio que tienen nuestros propios hijos nacidos en el mar, y para ello le he
frotado las pestañas y los párpados con cierto kohl que conozco, pronunciando sobre él las palabras
miste riosas grabadas en el sello de Soleimán ben-Daúd (¡con ambos la ple garia y la paz!)
Después de pronunciado este discurso, el príncipe Saleh entregó el pequeñuelo a su madre, que le dió
de mamar; luego sacó de su cinturón el príncipe un saco que tenía la boca sellada, e hizo saltar el sello, y
habiéndolo abierto, lo cogió por la parte de abajo y vertió sobre la alfombra el contenido. Y el rey vió
titilar diamantes grandes como huevos de paloma, barras de esmeralda de medio pie de longitud, sartas
de perlas gordas, rubíes de talla y color extraordinarios y toda clase de joyas a cual más maravillosas. Y
todas estas piedras lanzaban mil fulgores multicolores que alumbraban la sala con una armonía de luces
semejantes a las que se ven en sueños. Y el príncipe Saleh dijo al rey: "Esto es un regalo que traigo, para
que me dispenséis de haber venido aquí la vez primera con las manos vacías. ¡Pero entonces no sabía yo
dónde se encontraba mi hermana Flor-de-Granada, y no podía figurarme que su feliz destino la hubiese
puesto en el camino de un rey como tú! ¡Este regalo, sin embargo, no es nada en comparación de los que
pienso hacerte en días venideros!" Y el rey no supo cómo dar gracias a su cuñado por aquel regalo, y
encaróse con Flor-de-Gra nada, y le dijo: "¡Verdaderamente, estoy en extremo confuso por la generosidad
de tu hermano para conmigo, y por la magnificencia de este regalo, que no tiene igual en la tierra y una de
cuyas piedras sola vale tanto como mi reino entero!"
Y Flor-de-Granada dió las gracias a su hermano por haber pensado en cumplir con los deberes de pa -
rentesco; pero él encaróse con el rey, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh rey! que no es digno de tu rango esto! En
cuanto a nosotros, jamás podremos pagar lo bastante las deudas que tu bondad nos hizo contraer contigo;
y aunque mil años pasáramos todos nosotros sirviéndote por encima de nuestras caras y de nuestros ojos,
no podríamos devolverte lo que te debemos; porque todo es poco en proporción de los derechos que
sobre nosotros tienes".
Al oír estas palabras, el rey abrazó al príncipe Saleh, y le dió gracias calurosamente. Luego le obligó
a permanecer todavía en el palacio con su madre y sus primas cuarenta días, transcurridos entre fiestas y
regocijos. Pero al cabo de este tiempo, el príncipe Saleh se presentó al rey y besó la tierra entre sus
manos. Y el rey le dijo: "Habla, ¡oh Saleh! ¿Qué deseas?" El príncipe contestó: "¡Oh rey del tiempo! en
verdad que nos has anegado con tus favores, pero venimos a pedirte permiso para partir, ¡porque nuestra
alma anhela vivamente volver a ver nuestra patria, a nuestros parientes y a nuestras moradas, de la que
estuvimos alejados tanto tiempo! ¡Y además, una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para
nuestra salud, pues es tamos acostumbrados al clima submarino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 534ª noche
Ella dijo:
"...una estancia demasiado prolongada en tierra es dañosa para nuestra salud, pues estamos
acostumbrados al clima submarino!" Y contestó el rey: "¡Qué pena es para mí eso!, ¡Oh Saleh!" Saleh
dijo: "¡Y también para nosotros! Pero ¡oh rey! vendremos de cuando en cuando para rendirte nuestros
homenajes y ver de nuevo a Flor-de Granada y a Sonrisa-de-Luna". Y dijo el rey: "¡Sí, ¡por Alah!
hacedlo, y con frecuencia! Por lo que a mí respecta, siento mucho no poder acompañarte, así como a la
reina Langosta y a mis primas, a tu país submarino, ¡pero temo mucho al agua!" Entonces despidiéronse
de él todos, y después de haber besado a Flor-de-Granada y a Sonrisa-de- Luna, se tiraron por la ventana
uno tras otros y se sumergieron en el mar.
¡Y esto en lo que atañe a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al pequeño Sonrisa-de-Luna! Su madre, Flor-de-Granada, no quiso
confiarle a nodrizas, y le dió el pecho ella misma hasta que llegó el niño a la edad de cuatro años, a fin
de que con su leche chupase todas las virtudes marinas. Y como se había alimentado tanto tiempo con la
leche de su madre, oriunda del mar, el niño se puso más hermoso y más robusto cada día; y a medida que
avanzaba en edad, aumentaba en fuerza y en encantos; y cuando de tal suerte llegó a los quince años, fué
el joven más hermoso, el más fuerte, el más diestro en los ejercicios corporales, el más sabio y el más
instruido entre los hijos de los reyes de su tiempo. Y en todo el inmenso imperio de su padre no se
hablaba en las conversaciones de otra cosa que de sus méritos, de sus encantos y de sus perfecciones,
¡porque era verdaderamente hermoso!
Y no exageraba el poeta que decía de él:
¡El bozo adolescente ha trazado dos líneas en sus mejillas en cantadoras, ¡dos líneas
negras sobre color de rosa, ámbar gris sobre perlas o azabache sobre manzanas!
¡Bajo sus lánguidos párpados, se alojan dardos asesinos, ¡y a cada una de sus miradas,
parten y matan!
¡En cuanto a la embriaguez, no la busquéis en los vinos! ¡No os la proporcionarían al igual
de sus mejillas enrojecidas por vuestros deseos y su pudor!
¡Oh bordados, maravillosos y negros bordados dibujados en sus mejillas resplandecientes,
sois un rosario de granos de almizcle alum brados por una lámpara que arde en las tinieblas!
Así es que el rey, que quería a su hijo con un cariño muy gran de y veía en él tantas cualidades reales,
sintiéndose ya él mismo enve jecer y acercarse al término de su destino, pensó asegurarle en vida la
sucesión al trono. A tal fin, convocó a sus visires y a los grandes de su imperio, que sabían cuán digno de
sucederle era por todos con ceptos el joven príncipe, y les hizo prestar juramento de obediencia a su
nuevo rey; luego descendió del trono ante ellos, se quitó de su cabeza la corona y la puso con sus propias
manos en la cabeza de su hijo Sonrisa-de-Luna; y le alzó de los brazos y le hizo subir y sentarse en el
trono en lugar suyo; y para afirmar bien que en adelante le entregaba toda su autoridad y su poderío, besó
la tierra entre sus ma nos y levantándose le besó la mano y la orla de su manto real, y bajó a colocarse
debajo de él, a la derecha, mientras a la izquierda se man tenían los visires y los emires.
Al punto el nuevo rey Sonrisa-de-Luna se puso a juzgar, a resol ver los asuntos pendientes, a nombrar
para empleos a los que merecían algún favor, a destituir a los prevaricadores, a defender los derechos
del débil contra el fuerte y los del pobre contra el rico, y a administrar justicia con tanta prudencia,
equidad y discernimiento, que maravilló a su padre y a los antiguos visires de su padre y a todos los
circunstan tes. Y no levantó el diwán hasta mediodía.
Entonces, acompañado de su padre el rey, entró en el aposento de su madre la reina oriunda del mar;
y llevaba en la cabeza la corona de oro de la realeza, y de aquel modo estaba verdaderamente como la
luna. Y al verle tan hermoso con aquella corona, su madre corrió a él, llorando de emoción, y se arrojó a
su cuello, abrazándole con ter nura y efusión; luego le besó la mano y le deseó un reinado próspero, larga
vida y victorias sobre los enemigos.
De tal suerte vivieron los tres en medio de la dicha y el amor de sus súbditos, durante el transcurso de
un año, al cabo del cual el viejo rey Schahramán sintió un día que le latía el corazón precipita damente y
sólo tuvo el tiempo justo para besar a su esposa y a su hijo y hacerles sus últimas recomendaciones. Y
murió con mucha tranquili dad, y se albergó en la misericordia de Alah (¡exaltado sea...!)
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 535ª noche
Ella dijo:
"...Y murió con mucha tranquilidad, y se albergó en la miseri cordia de Alah (¡exaltado sea!) Y fueron
grandes el duelo y la aflic ción de Flor-de-Granada y del rey Sonrisa-de-Luna, y lloraron al difun to un
mes entero sin ver a nadie, y le erigieron una tumba digna de su memoria, dedicándole bienes de mano
muerta a beneficio de los pobres, de las viudas y de los huérfanos.
Y en este intervalo presentáronse para tomar parte en la aflicción general la abuela del rey, la reina
Langosta, y el tío del rey, el príncipe Saleh, y las tías del rey, oriundas del mar,que ya en vida del viejo
rey, habían ido a visitar a sus parientes varias veces. Y lloraron mucho por no haber podido asistir a sus
últimos momentos. E hicieron común su dolor; y se consolaban mutuamente por turno; y después de mucho
tiempo, acabaron por conseguir que el rey olvidara un poco la muerte de su padre, y le decidieron a que
reanudara sus sesiones del diwán y se ocupara de los asuntos de su reino. Y les escuchó él, y tras mucha
resistencia, consintió en vestir de nuevo sus trajes reales, recamados de oro y constelados de pedrerías, y
en ceñir la diadema. Y empuñó otra vez la autoridad e hizo justicia con la aprobación universal y el
respeto de grandes y pequeños; y así se pasó otro año.
Pero una tarde, el príncipe Saleh, que desde hacía algún tiempo no había vuelto a ver a su hermana y
a su sobrino, salió del mar y entró en la sala donde se hallaba en aquel momento la reina y Sonrisa -de-
Luna. Y les hizo sus zalemas, y les besó; y Flor-de-Granada le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿cómo estás, y
cómo está mi madre, y cómo están mis primas?" El príncipe contestó: "¡Oh hermana mía! ¡están muy bien
y viven en la tranquilidad y el contento, y no les falta más que ver tu rostro y el rostro de mi sobrino el
rey Sonrisa-de-Luna!" Y se pusieron a charlar de unas cosas y de otras, comiendo avellanas y alfónsigos;
y el príncipe Saleh empezó a hablar, con grandes alabanzas, de las cualidades de su sobrino Sonrisa-de-
Luna, de su belleza, de sus encantos, de sus proporciones, de sus modales exquisitos, de su destreza en
los torneos y de su sabiduría. Y el rey Sonrisa-de-Luna, que estaba allí acostado en el diván y con la
cabeza apoyada en los almohadones; al oír lo que decían de él su madre y su tío, no quiso aparentar que
les escuchaba, y fingió dormir. Y de aquella manera pudo oír cómo damente lo que seguían diciendo
acerca de él.
En efecto, al ver dormido a su sobrino, el príncipe Saleh habló con más libertad a su hermana Florde-
Granada, y le dijo: "¡Olvidas, hermana mía, que pronto va a cumplir tu hijo diez y siete años, y que
ésa ya es edad de pensar en casar a los hijos! Por eso al verle tan hermoso y tan fuerte, como sé que a su
edad se tienen necesidades que es preciso satisfacer de una manera o de otra, tengo miedo de que le
sucedan cosas desagradables. ¡Es de todo punto necesario, pues, ca sarle, buscándole entre las hijas del
mar una princesa que le iguale en encantos y en belleza!"
Y contestó Flor-de-Granada: "¡Ciertamente, es también ése mi íntimo deseo, porque no tengo más que
un hijo, y ya es tiempo de que él tenga asimismo un heredero para el trono de sus padres! ¡Te ruego, pues,
¡oh hermano mío! que traigas a mi memoria las jóvenes de nuestro país, porque hace tanto tiempo que
abandoné el mar, que ya no me acuerdo de las que son hermosas y de las que son feas!"
Entonces Saleh púsose a enumerar a su hermana las princesas más hermosas del mar, una tras otra,
aquilatando cuidadosamente sus cualidades, y el pro y el contra, y las ventajas y desventajas. Y a cada
vez contestaba la reina Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡no, no quiero a ésta por su madre, ni a ésa por su padre,
ni a aquélla por su tía, que tiene la lengua muy larga; ni a aquélla otra por su abuela, que huele mal; ni a
la de más allá, por su ambición y sus ojos vacíos!"
Así, sucesivamente, fué rehusando a todas las princesas que Saleh le enu meraba.
Entonces le dijo Saleh: "¡Oh hermana mía, razón te asiste para contentarte difícilmente al escoger
esposa a tu hijo, que no tiene igual en la tierra ni debajo del mar! ¡Pero ya te he enumerado todas las
jóvenes disponibles, y no me queda por proponerte más que una!"
Luego se interrumpió, y dijo, dudando: "Antes conviene que me cer ciore de que mi sobrino está bien
dormido; porque no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis motivos para tomar esta pre -
caución...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 536ª noche
Ella dijo:
"...no puedo hablarte de esa joven delante de él: ¡tengo mis mo tivos para tomar esta precaución!"
Entonces Flor-de-Granada se acercó a su hijo, y le tentó, y le palpó, y le escuchó respirar; y como
parecía él sumido en un sueño pesado, pues había comido un guiso de cebollas que le gustaba mucho y
que le procuraba de ordinario una siesta muy profunda, la reina dijo a Saleh: "¡Duerme! ¡Puedes explicar
lo que tengas que propo ner!"
El príncipe dijo: "Has de saber ¡oh hermana mía! que si tomo esta precaución es porque tengo que
hablarte ahora de una princesa del mar que es extremadamente difícil de obtener en matrimonio, no por
ella, sino por su padre, el rey. Por eso no conviene que mi sobrino oiga hablar de ella mientras no
estemos seguros de la cosa; porque ya sabes ¡oh hermana mía! que el amor se transmite por el oído con
más frecuencia que por los ojos entre nosotros los musulmanes, cuyas mujeres e hijas llevan tapado el
rostro con el velo púdico". Y dijo la reina: "¡Oh hermano mío, tienes razón! ¡porque el amor al principio
es un poco de miel que no tarda en transformarse en un vasto mar salado de perdición! ¡Pero, por favor,
dime pronto el nombre de esa princesa y de su padre!" Saleh dijo: "Es la princesa Gema, hija del rey
Salamandra el marino".
Al escuchar este nombre, exclamó Flor-de-Granada: "¡Ah! ¡ya me acuerdo ahora de esa princesa
Gema! Cuando yo habitaba todavía en el mar, era una niña de un año apenas, pero hermosa entre todas las
niñas de su edad. ¡Qué maravillosa debe estar ahora!" Saleh con testó: "¡Maravillosa es, en verdad, y ni
sobre la tierra ni en los reinos que hay debajo de las aguas, se ha visto una belleza semejante! ¡Oh! ¡es
deliciosa y gentil y dulce y sabrosa y encantadora, hermana mía! ¡Y tiene un color! ¡Y unos cabellos! ¡Y
unos ojos! ¡Y un talle! ¡Y una grupa! ¡ah! pesada, tierna y firme a la vez y floja, y redonda por todas
partes sin excepción! ¡Cuando se balancea, da envidia a la rama del ban! ¡Cuando se vuelve hacia ellos,
se ocultan los antílopes y las gacelas! ¡Cuando se descubre, avergüenza al sol y a la luna! ¡Cuando se
mueve, derriba! ¡Cuando se apoya, mata! ¡Y cuando se sienta, es la huella que deja tan profunda, que no
desaparece ya! ¿Cómo no llamarla entonces Gema, si es tan brillante y tan perfecta?"
Y con testó Flor-de-Granada: "¡En verdad que su madre estuvo bien inspirada por Alah el
Omnisciente al darle ese nombre! ¡He ahí la que verda deramente conviene para esposa a mi hijo Sonrisade-
Luna!"
¡Eso fué todo! ¡Y Sonrisa-de-Luna fingía dormir, pero se delei taba en su alma, y se estremecía
pensando en poseer pronto a aquella princesa marina tan fina y opulenta!
Pero Saleh añadió en seguida: "¡Sin embargo, ¡oh hermana mía! el padre de la princesa Gema, el rey
Salamandra, es un hombre brutal, 'grosero, detestable! ¡Ya negó a su hija a varios príncipes que se la
pedían en matrimonio, y les expulsó ignominiosamente después de mo lerles los huesos! ¡Así es que no
estoy seguro de la acogida que nos haga ni de cómo va a parecerle nuestra petición! ¡Y heme aquí en el
límite de la perplejidad a causa de eso!"
La reina contestó: "¡Muy delicado es el asunto! ¡Y necesitamos pensarlo mucho antes y no sacudir el
árbol antes de que la fruta esté madura!"
Y Saleh dijo en conclu sión: "¡Sí, reflexionemos, y ya veremos luego!"
Después, como en aquel momento Sonrisa-de-Luna hacía ademán de despertarse, cesaron de hablar,
pensando reanudar más tarde la conversación en el punto en que la dejaban. ¡Y he aquí lo referente a
ellos!
En cuanto a Sonrisa-de-Luna, se levantó acto seguido, como si no hubiera oído nada, y se desperezó
tranquilamente; pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arrugaba cual si estuviese en un
brasero lleno de carbones ardiendo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 537ª noche
Ella dijo:
"...pero dentro de sí su corazón se abrasaba de amor y se arru gaba cual si estuviese en un brasero
lleno de carbones ardiendo.
No obstante, se guardó mucho de decir a su madre y a su tío la menor palabra acerca del particular, y
se retiró temprano y pasóse solo toda aquella noche, poseído por aquel tormento tan nuevo para él; y
también a su vez reflexionó sobre el medio mejor para llegar más pronto al término de sus deseos. Y no
hay para qué decir que estuvo sin cerrar los ojos un instante hasta por la mañana.
Así es que se levantó al alba y fué a despertar a su tío Saleh, que había pasado la noche en el palacio,
y le dijo: "¡Oh tío mío, deseo pasearme esta mañana por la playa, pues tengo oprimido el pecho, y me lo
dilatará el aire del mar!" Y contestó el príncipe Saleh: "¡Escuchar es obedecer!" Y saltó sobre ambos
pies, y salió a la playa con su sobrino.
Caminaron juntos mucho tiempo, sin que Sonrisa-de-Luna dirigie se la palabra a su tío. Y estaba
pálido, con lágrimas en el ángulo de los ojos. Y he aquí que de pronto se detuvo, y sentándose en una
roca, improvisó estos versos y los cantó, mirando al mar:
Si me dijeran
En medio del incendio, mientras llamea mi corazón,
Si me dijeran:
"¿Prefieres verla o beber un sorbo de agua fresca y pura?
¿Qué responderías?"
"¡Verla y morir!"
¡Oh corazón que tan tierno te volviste,
Desde que se incrustó en ti la Gema de Salamandra!
Cuando el príncipe Saleh hubo oído estos versos cantados triste mente por su sobrino el rey, se golpeó
las manos una contra otra en el límite de la desesperación, y exclamó: "¡La ilah ill'Alah! ¡ua Maho med
rassul Alah! ¡Y no hay majestad y poderío más que en Alah el Glorioso, el Magno!¡Oh hijo mío! ¿oíste la
conversación que ayer sostuve con tu madre, respecto a la princesa Gema, hija del rey Salaman dra el
marino?
¡Oh qué calamidad para nosotros! ¡Porque yo veo ¡oh hijo mío! que ya se preocupan mucho de ella tu
espíritu y tu corazón, aunque no se ha conseguido nada todavía y la cosa es difícil de arre glar!"
Sonrisa-de-Luna contestó: "¡Oh tío mío, necesito a la princesa Gema, y no a otra! ¡Sin ella, moriré!"
El príncipe dijo: "¡Entonces, ¡oh hijo mío! volvamos a ver a tu madre a fin de que la ponga yo al
corriente de tu estado, y le pida permiso para llevarte conmigo al mar e ir al reino de Salamandra el
marino a pedir para ti en matrimo nio a la princesa Gema!"
Pero Sonrisa-de-Luna exclamó: "¡No, ¡oh tío mío! no quiero pedir a mi madre un permiso que sin
duda ha de ne garme! Porque temerá por mí , ante el rey Salamandra, que tiene malos modales; y también
me dirá que mi reino no puede permanecer sin rey, y que los enemigos del trono se aprovecharán de mi
ausencia para usurparme el puesto. ¡Conozco a mi madre, y de antemano sé lo que ha de decirme!"
Luego Sonrisa-de-Luna se echó a llorar copiosamente de lante de su tío, y añadió: "¡Quiero ir contigo
en seguida a ver al rey Salamandra, sin prevenir a mi madre! ¡Y volveremos muy pronto, antes de que
tenga ella tiempo de advertir mi ausencia!"
Cuando el príncipe Saleh vió que su sobrino se obstinaba en aque lla determinación, no quiso afligirle
más, y dijo: "¡Pongo mi confianza en Alah, y venga lo que venga!" Luego se quitó del dedo una sortija en
la cual había grabados algunos nombres entre los nombres, y se la puso en el dedo a su sobrino,
diciéndole:
"¡Esta sortija te protegerá más aún contra los peligros submarinos y acabará por otorgarte nuestras
virtudes marítimas!"
Y añadió en seguida: "¡Haz lo que yo!" Y saltó con ligereza en el aire, abandonando la roca. Y
Sonrisa -de-Luna le imitó, golpeando el suelo con el pie, y abandonó la roca para elevarse por los aires
con su tío. Y describieron una curva descendente en dirección al mar, en el cual se sumergieron ambos ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 538ª noche
Ella dijo:
"...Y describieron una curva descendente en dirección al mar, en el cual se sumergieron ambos.
Y Saleh quiso enseñar primero a su sobrino su morada submarina, a fin de que la reina Langosta
pudiese recibir en su casa al hijo de su hija y de que las primas de Flor-de-Granada tuviesen la alegría
de ver de nuevo en su casa a su pariente. Y no fué mucho el tiempo que invirtieron en llegar; y el príncipe
Saleh introdujo en seguida a Sonrisa-de-Luna en el aposento de la abuela. Precisamente entonces estaba
la reina Langosta sentada en medio de sus parientes las jóvenes: y en cuanto vió entrar a Sonrisa-de-
Luna, le reconoció y estornudó de gusto. Y Sonrisa-de-Luna acercóse a ella y le besó la mano, y besó la
mano de sus parientes; y todas le besaron con emoción, lanzando agudos gritos de alegría; y la abuela le
hizo sentarse al lado suyo y le besó entre los dos ojos, y le dijo: "¡Oh bendita llegada! ¡Oh día de leche!
Tú iluminas la morada, ¡oh hijo mío! ¿Cómo está tu madre Flor-de-Gra nada?" El joven contestó: "¡Goza
de excelente salud y de dicha per fecta, y me encarga que os transmita sus zalemas a ti y a las hijas de su
tío!" ¡Eso fué lo que dijo! Pero no era verdad, puesto que partió sin despedirse de su madre. Entanto,
mientras Sonrisa-de-Luna se ale jaba con sus parientes, que le llevaron consigo para enseñarle todas las
maravillas de su palacio, el príncipe Saleh se apresuró a poner a su madre al corriente del amor que le
había entrado por la oreja a su sobrino y se había apoderado de su corazón, sólo con el relato de los
encantos de la princesa Gema, hija del rey Salamandra. Y le contó la aventura, desde el principio hasta el
fin, y añadió: "¡Y no ha venido aquí conmigo más que para pedírsela en matrimonio a su padre!"
Cuando la abuela del rey Sonrisa-de-Luna oyó estas palabras de Saleh, hubo de llegar al límite de la
indignación contra su hijo, y le reprochó violentamente que no tomara bastantes precauciones para ha blar
de la princesa Gema en presencia de Sonrisa-de-Luna, y le dijo: "¡Ya sabes, sin embargo, qué hombre tan
violento, tan lleno de arro gancia y de estupidez es el rey Salamandra, y con qué avaricia guarda a su hija,
que ya se la ha rehusado a tantos príncipes jóvenes! ¡Y te atreves a ponernos en una situación humillante
ante él, obligándonos a hacerle una petición que rechazará sin duda! ¡Y entonces, nosotros, que tan alto
ponemos nuestro honor, nos veremos muy humillados y volve remos seguramente con el mayor de los
desencantos!
¡En verdad, hijo mío, que en ninguna ocasión y de ninguna manera debiste pronunciar el nombre de
esa princesa, sobre todo delante del hijo de tu hermana, aunque estuviese dormido por un narcótico!"
Saleh contestó: "¡Así es; pero la cosa ya está hecha, y el joven se halla tan enamorado de la joven,
que moriría si no la poseyese, según me ha afirmado! Y después de todo, ¿qué tiene esto de
extraordinario? ¡Sonrisa-de-Luna es tan hermoso, por lo menos, como la princesa Gema, y desciende de
un ilustre linaje de reyes, y él mismo es rey de un poderoso imperio terrestre! ¡Porque no es el único rey
ese estúpido Salamandra! Y además, ¿qué podría éste replicar a lo que yo no respondiese
cumplidamente? ¡Me dirá que su hija es rica, y le diré que nuestro hijo es más rico! ¡Que su hija es
hermosa; pero nuestro hijo es más hermoso! ¡Que su hija es de noble linaje; pera nuestro hijo es de un
linaje todavía más noble! ¡Y así sucesivamente, ¡oh madre mía! hasta que le conven za de que todo es
beneficioso para él si consiente en ese matrimonio! ¡Al fin y al cabo, yo, por mi indiscreción, soy el
causante de esto, y justo es que me comprometa a llevarlo a buen término, aun a riesgo de que me muelan
los huesos y me vea precisado a rendir el alma!"
Al ver que, efectivamente, ya no quedaba más que aquella solución, la vieja reina Langosta dijo
suspirando: "¡Cuán preferible hubiese sido, hijo mío, no suscitar nunca una cuestión tan peligrosa! Sin
embargo; puesto que así lo quiso el Destino, me resigno, aunque de mala gana, a permitir te marchar.
¡Pero deja conmigo a Sonrisa-de-Luna hasta tu regreso, pues no quiero que se exponga antes de que
sepamos nada en concreto! Már chate, pues, sin él, ¡y sobre todo, mide tus palabras, no vaya a ser que una
expresión impropia enfurezca a ese rey brutal y grosero que no tiene en cuenta nada y trata a todo el
mundo con el mismo desprecio!" Y contestó Saleh: "¡Escucho y obedezco!"
Se levantó entonces y llevóse consigo dos sacos grandes llenos de valiosos regalos destinados al rey
Salamandra; y cargó aquellos dos sacos a la espalda de dos esclavos, y con ellos emprendió la ruta ma -
rina que conducía al palacio del rey Salamandra...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 539ª noche
Ella dijo:
"...y con ellos emprendió la ruta marina que conducía al palacio del rey Salamandra.
Al llegar al palacio, el príncipe Saleh pidió permiso para entrar a hablar al rey; y se lo concedieron.
Y entró en la sala donde se hallaba el rey marino Salamandra, sentado en un trono de esmeraldas y ja -
cintos. Y Saleh formuló ante él sus deseos de paz con las maneras más escogidas, y depositó a sus pies
los dos sacos grandes, llenos de mag níficos regalos, que llevaban a la espalda los esclavos. Y al ver
aquello, el rey correspondió a los deseos de paz de Saleh, le invitó a sentarse, y le dijo:
"¡Bien venido seas, príncipe Saleh! ¡Hace ya mucho tiempo que no te veo, lo cual me entristecía
bastante! ¡Pero date prisa ya a pedirme lo que te haya impulsado a venir a verme; porque cuando se hace
un regalo, siempre es con la esperanza de obtener en cambio una cosa equi valente! ¡Habla, pues, y veré si
puedo hacer algo por ti!"
Entonces Sa leh se inclinó profundamente ante el rey por segunda vez, y dijo: "¡Sí, estoy comisionado
para una cosa que no quiero obtener más que de Alah y del rey magnánimo, del valiente león, del hombre
generoso que ha extendido la fama de su gloria, de su magnificencia, de su liberalidad, de su esplendidez,
de su clemencia y de su bondad, a lo largo de las tierras y los mares, haciendo que hablen de ella por la
tarde con admi ración las caravanas debajo de las tiendas de campaña!"
Al oír este discurso, el rey Salamandra, muy preocupado, frunció las cejas, y dijo: "¡Presenta tu
demanda, ¡oh Saleh! pues entrará en un oído sensible y en un espíritu bien dispuesto! Si puedo
satisfacerte, lo haré inmediata mente; pero si no puedo, no será por mala voluntad. ¡Porque Alah, oh
Saleh! no pide a un alma lo que rebasa de su capacidad!"
Entonces Saleh se inclinó ante el rey más profundamente todavía que las dos veces anteriores, y dijo:
"¡Oh rey del tiempo, en verdad que lo que tengo que pedirte puedes concedérmelo, pues depende de tu
poder y de tu única autoridad! ¡Y claro es que no me hubiera aventurado a venir a pedírtelo si de
antemano no tuviese la certeza de que cabía en las posibilidades! Porque ha dicho el sabio: "¡Si quieres
que se te atienda, no pidas lo im posible!" ¡Y yo ¡oh rey! (¡Alah te conserve para dicha nuestra!) no soy un
demente ni un importuno! ¡Helo aquí, pues! ¡Sabe ¡oh rey lleno de gloria! que vengo a ti solamente como
intermediario! ¡Y lo hago iob rey magnánimo! ¡oh generoso! ¡oh el más grande! para pedirte la perla
única, la joya inestimable, el tesoro sellado, tu hija la princesa Gema, en matrimonio para mi sobrino el
rey Sonrisa-de-Luna, hijo del rey Scha hramán y de mi hermana la reina Flor-de-Granada, y señor de la
Ciu dad-Blanca y de los reinos terrestres que se extienden desde las fronteras de Persia hasta los límites
extremos del Khorassán!”
Cuando el rey Salamandra el marino hubo oído este discurso de Saleh, echóse a reír de tal manera,
que se cayó de trasero, ¡y en el suelo siguió convulsionándose y estremeciéndose a la vez que agitaba las
pier nas en el aire! Tras de lo cual se levantó, y mirando a Saleh en silencio, le gritó de pronto: "¡Hola!
¡Hola!" Y de nuevo se echó a reír convulso, y con tanta fuerza y durante tanto tiempo, que acabó por
soltar un cuesco retumbante.
Y así fué como se calmó, y dijo a Saleh: "¡En verdad, oh Saleh! que te creí siempre un hombre
sensato y equilibrado, pero al presente veo cuánto me engañaba! Dime qué fué de tu buen sentido y de tu
razón para que te atrevieras a hacerme una petición tan loca".
Pero Saleh contestó, sin inmutarse ni perder la serenidad: "¡No lo sé! ¡Sin embargo, lo cierto es que
mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna es por lo menos tan hermoso y tan rico y de tan noble linaje como tu
hija la princesa Gema! Y si la princesa Gema no nació para semejante matrimonio, ¿quieres decirme para
qué nació entonces? Porque, ¿no ha dicho el sabio: «¡A la joven sólo le queda el matrimonio o la tum -
ba!?» ¡Por eso no se conocen solteronas entre nosotros los musulmanes! ¡Date prisa, pues, ¡oh rey! a
aprovecharte de esta ocasión para salvar de la tumba a tu hija!"
Al oír estas palabras, el rey Salamandra llegó al límite del furor, e irguiéndose sobre ambos pies, con
las cejas contraídas y los ojos inyectados en sangre, gritó a Saleh: "¡Oh perro de los hombres! ¿acaso
pueden tus semejantes pronunciar en público el nombre de mi hija? ¿Quién eres tú, pues, más que un
perro hijo de perro? ¿Y quién es tu hermana? ¡Perros, hijos de perros todos!" Luego encaróse con sus
guar dias, y les gritó: "¡Ah de vosotros! ¡apoderáos de ese alcahuete y moledle los huesos!"
Al punto se precipitaron sobre Saleh los guardias y quisieron co gerle y derribarle; pero rápido como
el relámpago, se les escapó él de las manos y salió para ponerse en fuga. Pero con extremada sorpresa
vió que fuera había mil jinetes montados en caballos marinos, y cu biertos con corazas de acero y
armados de pies a cabeza, y todos eran parientes suyos y gentes de su casa. ¡Y acababan de llegar en
aquel mismo instante, enviados por su madre la reina Langosta, quien, pre sintiendo el mal recibimiento
que pudiera hacerle el rey Salamandra, pensó en mandar a aquellos mil hombres para que le defendiesen
de cualquier peligro!
Entonces Saleh les contó en pocas palabras lo que acababa de pa sar, y les gritó: "Y ahora, ¡sus, a ese
rey estúpido y loco!"
A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, desenvainaron sus espadas y se precipitaron
en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 540ª noche
Ella dijo:
"...A la sazón se apearon de sus caballos los mil guerreros, des envainaron sus alfanjes y se
precipitaron en masa, detrás del príncipe Saleh, en la sala del trono.
En cuanto al rey, cuando vió entrar con estrépito aquel torrente súbito de guerreros enemigos que se
esparcían como las tinieblas de la noche, no perdió la serenidad, y gritó a sus guardias: "¡Sus, y a ese
macho cabrío y a su rebaño de cobardes! ¡Y que estén más cerca de su cabeza vuestras espadas que de
sus lenguas su saliva!"
Y al punto lanzaron los guardias su grito de guerra: "¡Paso a Salamandra!" Y los guerreros de Saleh
lanzaron su grito de guerra: "¡Paso a Saleh!" ¡Y se abalanzaron y chocaron ambos bandos cual las olas
del mar tumultuoso! ¡Y el corazón de los guerreros de Saleh era más firme que la roca, y sus espadas
veloces se pusieron a cumplir los designios del Destino! ¡Y Saleh el valeroso, el héroe con corazón de
granito, el jinete de la espada y de la lanza, hería cuellos y atravesaba pechos con un ímpetu que
derribaría las rocas de las montañas!
¡Oh, qué refriega más terrible! ¡Qué espantosa carnicería! ¡Qué de gritos sofocados en las gargantas
por las puntas de las lanzas oscuras!
¡Cuán tas mujeres hubieron de quedarse viudas con sus hijos huérfanos...!
¡Y seguía el combate encarnizado, repercutían las armas, gemían los cuerpos aquejados de heridas
dolorosas, y temblaban las tierras sub marinas bajo el choque de los guerreros obstinados!Pero ¿qué
pueden los sables y las armas todas contra los designios del Destino?
¿Y desde cuándo pueden las criaturas retardar o adelantar la hora marcada para su término fatal?
Así es que, al cabo de una hora de lucha, los corazo nes de los guardias de Salamandra no tardaron en
ser cual vasos frá giles; y todos, hasta el último, cubrieron el suelo alrededor del trono de su rey. ¡Y al ver
aquello, Salamandra se sintió poseído de una rabia tal, que sus compañones extraordinarios, que le
colgaban hasta las rodi llas, se le encogieron hasta el ombligo! Y echando espuma precipitóse contra
Saleh, que hubo de recibirle con la punta de su lanza, y le gritó: "¡Ya estás ¡oh pérfido y brutal! en el
límite extremo del mar de la perdición!" Y con un golpe retumbante, le tiró al suelo y le sujetó
sólidamente hasta que sus guerreros le ayudaron a cargarle de ligaduras y a atarle los brazos detrás de la
espalda.
¡Y esto en cuanto a todos ellos!
¡Pero he aquí lo referente a la princesa Gema y a Sonrisa-de Luna!
Desde que oyó los primeros ruidos de la batalla que se libraba en el palacio, la princesa Gema había
huído enloquecida, con una de sus servidoras, llamada Mirta, y atravesando las regiones marinas, había
subido a la superficie del agua, continuando en su carrera hasta que tocó en una isla desierta, donde hubo
de refugiarse, ocultándose en la copa de un árbol grande y frondoso. Y su servidora Mirta la imitó y se
ocultó también en la copa de otro árbol al que había trepado.
Pero quiso el Destino que ocurriese lo propio en el palacio de la reina Langosta. En efecto, los dos
esclavos que habían acompañado al príncipe Saleh al palacio de Salamandra para llevar los sacos de
rega los, en cuanto empezó la batalla apresuráronse asimismo a ponerse en salvo y a correr para anunciar
el peligro a la reina Langosta. Y el joven rey Sonrisa-de-Luna, que hubo de interrogar a los esclavos
cuando lle garon, se alarmó mucho con aquellas noticias poco tranquilizadoras y se consideró como la
causa principal del gran peligro que corría su tío y del trastorno producido en el imperio submarino.
Así es que, como se sentía muy tímido en presencia de su abuela Langosta, no había tenido valor para
presentarse a ella después de saber el peligro en que, por causa suya, se encontraba su tío el príncipe
Saleh. Y aprovechóse del momento en que su abuela escuchaba la relación de los esclavos, para salir del
fondo del mar y subir a la superficie, a fin de volver junto a su madre Flor-de-Granada en la Ciudad-
Blanca. Pero como ignoraba el camino que tenía que seguir, se extravió y llegó a la misma isla de sierta
en que se había refugiado la princesa Gema.
No bien tocó tierra, como se notaba fatigado por la carrera penosa que acababa de emprender, fué a
echarse al pie del mismo árbol en que se hallaba la princesa Gema. ¡Y no sabía que el destino de cada
hombre le acompaña por donde va, corre más de prisa que el viento y no hay remisión para aquel a quien
persigue! Y no sospechaba lo que le reservaba la suerte misteriosa desde el fondo de la eternidad.
Una vez que se hubo echado, pues, al pie del árbol, apoyó la cabeza en el brazo para dormir, y de
pronto, al levantar los ojos hacia la copa del árbol, se encontró con la mirada de la princesa y con su
rostro, y en un principio creyó ver la propia luna entre las ramas,y exclamó: "¡Gloria a Alah, que ha
creado la luna para iluminar los crepúsculos y aclarar la noche!"
Luego, al mirar con más atención, advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal
pertenecía a una joven cual la luna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 541ª noche
Ella dijo:
"...advirtió que se trataba de una belleza humana, y que la tal pertenecía a una joven cual la luna.
"¡Por Alah! ¡voy a subir en seguida a alcanzarla y a preguntarle su nombre! ¡Porque se parece de un modo
asombroso al retrato admirable que de la princesa Gema me hizo mi tío Saleh! ¿Y quién sabe si no será
ella misma? ¡Quizá emprendiera la fuga desde el palacio de su padre en cuanto comenzó el combate!" Y
en extremo emocionado, saltó sobre sus pies, y erguido bajo el árbol, alzó los ojos hacia la joven, y le
dijo:"¡Oh cima suprema de todo de seo! ¿quién eres y por qué motivo te encuentras en esta isla y en la copa
de este árbol?" Entonces inclinóse un poco la princesa hacia el hermoso joven y le sonrió, y dijo con una
voz cantarina como el agua: "¡Oh joven encantador! ¡oh hermosísimo! yo soy la princesa Gema, hija del
rey Salamandra el marino! ¡Y estoy aquí porque he huido de mi patria, y de las moradas de mi patria, y de
mi padre y de mi fami lia, para escapar a la triste suerte de los vencidos! Porque a esta hora el príncipe
Saleh ha debido reducir a la esclavitud a mi padre después de exterminar a todos sus guardias. ¡Y debe
estar buscándome por todo el palacio!
¡Ay! ¡ay! ¡Qué duro será el lejano destierro de los míos!
¡Qué desgraciada suerte la de mi padre, el rey! ¡Ay! ¡ay!" Y de sus hermosos ojos cayeron gruesas
lágrimas sobre el rostro de Sonrisa-de-Luna, que alzó los brazos con un ademán de emoción y sorpresa, y
acabó por ex clamar: "¡Oh princesa Gema, alma de mi alma! ¡oh ensueño de mis noches sin sueño! ¡baja
de este árbol, por favor, pues soy el rey Sonrisa- de-Luna, hijo de Flor-de-Granada, la reina oriunda del
mar, como tú! ¡Oh! ¡baja, porque soy el que asesinaron tus ojos, el esclavo cautivo de tu belleza!"
Y exclamó, entusiasmada la joven: "¡Ya Alah! ¡oh mi se ñor! ¿conque eres tú el hermoso Sonrisa-de-
Luna, sobrino de Saleh e hijo de la reina Flor-de-Granada?"
El joven dijo: "¡Claro que sí! ¡Pero te ruego que bajes!" Ella dijo: "¡Oh, qué poco acertado estuvo mi
pa dre al rehusar para su hija un esposo como tú! ¿Qué más podía de sear? ¡Oh querido mío! no te enfades
por la negativa irreflexiva de mi padre, pues te amo yo! ¡Y si tú me amas un poco, yo te amo una in -
mensidad! ¡Desde que te vi, el amor que por mí sientes se albergó en mi hígado, y me he convertido en
víctima de tu hermosura!"
Y después de pronunciar estas palabras, se deslizó a lo largo del árbol hasta caer en brazos de
Sonrisa-de-Luna, que la apretó contra su pecho en el límite del júbilo y la devoró a besos dados por
todas partes, mientras ella le devolvía cada caricia y cada movimiento. Y con aquel contacto delicioso,
sintió Sonrisa-de-Luna que cantaban todos los pá jaros de su alma, y exclamó: "¡Oh soberana de mi
corazón! ¡oh prin cesa Gema tan deseada, por quien también abandoné, en verdad, mi reino, mi madre y el
palacio de mis padres! ¡mi tío Saleh apenas me detalló la cuarta parte de tus encantos, siendo
insospechables para mí las otras tres cuartas partes! ¡Y no pesó en presencia mía más que un qui late de
los veinticuatro quilates de tu belleza, ¡oh toda de oro!"
Habiendo dicho estas palabras, siguió cubriéndola de besos y acaricián dola de mil maneras. Luego,
abrasándose de deseos por deleitarse al fin con aquella grupa de bendiciones, deslizó su mano hacia las
borlas del cordón. Y cual si quisiera ayudarle en esta operación, se levantó la joven, alejóse algunos
pasos, y de repente extendió la mano rectamente en dirección a él, y escupiéndole en el rostro seco, le
gritó:
"¡Oh te rrestre, abandona la forma humana, y conviértete en un pajarraco blanco con el pico y las patas
rojos!" ¡Y al punto Sonrisa-de-Luna, en el límite de la estupefacción, quedó transformado en un pájaro de
plumas blancas, de alas pesadas e incapaces de volar, y con pico y patas rojos!
¡Y se puso a mirar a la joven con lágrimas en los ojos!
Entonces la princesa Gema llamó a su servidora Mirta, y le dijo "¡Coge a este pájaro, que es el
sobrino del mayor enemigo de mi padre, de ese Saleh el alcahuete que combatió a mi padre, y llévale a la
Isla Seca, que no está lejos de aquí, a fin de que se muera de sed y de hambre. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 542ª noche
Ella dijo:
"¡...Coge a este pájaro, y llévale a la Isla Seca, a fin de que se muera de sed y de hambre!"
¡Eso fué todo!
Porque la princesa Gema se había mostrado tan graciosa con Sonri sa-de-Luna sólo para acercarse a
él sin inconvenientes y poder de tal modo metamorfosearle en pájaro destinado a morir de inanición, ven -
gando así a su padre y a los guardias de su padre.
¡Y he aquí lo refe rente a ella!
¡Volvamos ahora con el pájaro blanco! Cuando la servidora Mirta, por obedecer a su ama Gema, le
cogió a pesar de los aleteos desesperados y de los gritos roncos que el animal lanzaba, sintió lástima de
él y no tuvo valor para transportarle a la Isla Seca, donde le esperaba una muerte tan cruel,y dijo para su
ánima sensible: "¡Mejor será que le lleve a un paraje donde no pueda morir de manera tan cruel y donde
aguarde su destino! ¡Porque quién sabe si mi ama no se arrepentirá pronto de su primer impulso, una vez
calmada su cólera y me rega ñará por haberla obedecido con demasiada diligencia!" En vista de eso,
transportó al cautivo a una isla verdeante, cubierta de toda clase de árboles frutales y regada por frescos
arroyos, y le abandonó allí para volver al lado de su ama.
Pero dejemos por el momento en la isla verde al pájaro, y en la otra isla a la princesa Gema, y
veamos lo qué fué del príncipe Saleh, vencedor de Salamandra.
Una vez que hizo encadenar al rey Salamandra, le encerró en uno de los aposentos del palacio, y se
hizo proclamar rey en su lugar. Luego se apresuró a buscar por todas partes a la princesa Gema; pero
claro es que no la encontró. Y cuando vió que eran inútiles todas sus pesquisas, regresó a su antigua
residencia para poner a su madre la reina Langosta al corriente de lo que acababa de pasar.
Después le preguntó: "¡Oh madre mía! ¿dónde está mi sobrino el rey Sonrisa-de-Luna?" Ella contestó:
"¡No sé! Debe estar paseando con sus parientes. ¡Pero voy a enviar ya a buscarle!" Y cuando decía estas
palabras, entraron los parientes sin que estuviese él entre ellos. Y enviaron a buscarle por todas partes;
pero claro es que en ninguna parte le encontraron. En tonces fué extremado el dolor del rey Saleh, de la
abuela y de las pa rientes; y se lamentaron y lloraron mucho.Más tarde Saleh, con el pecho oprimido, se
vió obligado a mandar que previnieran de la cosa a su hermana, la reina Flor-de-Granada la marina,
madre de Sonrisa-de-Luna.
Flor-de-Granada, en el límite de la desesperación, se apresuró a sumergirse en el mar y a correr al
palacio de su madre Langosta. Y tras los primeros abrazos y llantos, preguntó: "¿Dónde está mi hijo el
rey Sonrisa-de-Luna?" Y después de largos preámbulos y de silencios pletó ricos de lágrimas, la vieja
madre contó a su hija toda la historia, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad de repetirla.
Luego aña dió: "¡Y por más pesquisas que hizo tu hermano Saleh, el cual ha sido proclamado rey en lugar
de Salamandra, no pudo dar todavía con las huellas de nuestro hijo Sonrisa-de-Luna, ni tampoco con las
de la prin cesa Gema, hija de Salamandra!"
Cuando Flor-de-Granada hubo oído estas palabras, el mundo se ennegreció ante ella, y la desolación
entró en su corazón, y los sollozos de la desesperación la sacudieron toda. Y durante largo tiempo no se
oyeron en el palacio submarino más que los gritos de duelo de las mu jeres, e hipos de dolor.
Pero pronto hubo que pensar en remediar un estado de cosas tan anormal y desolador. Así es que la
abuela fue la primera que secó sus lágrimas, y dijo: "¡Hija mía, no te entristezcas con exceso el alma por
esta aventura, pues no hay razón para que tu hermano no encuentre por fin a tu hijo Sonrisa-de-Luna! En
cuanto a ti, si quieres verdade ramente a tu hijo y velas por sus intereses, lo mejor que puedes hacer es
volver a tu reino para dirigir los asuntos y mantener secreta para todos la desaparición de tu hijo. ¡Y Alah
proveerá!"
Flor-de-Granada contestó: "Tienes razón, madre mía. ¡Emprenderé el regreso! ¡Pero por favor te
ruego que no ceses de pensar en mi hijo, y que no desmaye nadie en las pesquisas! ¡Porque si le
sucediera algún mal, moriría sin remi sión, yo, que sólo veo la vida a través de él y sólo cuando le veo
disfruto de alegría!" Y contestó la reina Langosta: "¡Claro, hija mía, que lo haré de todo corazón
afectuoso! ¡No tengas, pues, ningún temor por eso, y tranquiliza completamente tu espíritu!"
Entonces Flor-de-Granada se despidió de su madre, de su hermano y de sus primas, y con el pecho
muy oprimido y el alma muy triste, regresó a su reino y a su ciudad ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 543ª noche
Ella dijo:
...regresó a su reino y a su ciudad.
¡Pero volvamos ahora a la isla verdeante donde la joven Mirta, la de alma sensible, depositó a
Sonrisa-de-Luna, transformado por la princesa Gema en pájaro blanco con pico y patas rojos!
Cuando el pájaro Sonrisa-de-Luna se vió abandonado por la ca ritativa Mirta, se echó a llorar
copiosamente; luego, como tenía hambre y sed, se puso a comer frutas y a beber agua corriente, pensando
siempre en su mala suerte y asombrándose de verse convertido en pájaro. Y por más que intentó servirse
de sus alas para volar, no pudieron sos tenerle en el aire, porque era muy grande y muy pesado. Y acabó
por resignarse a su destino, pensando: "Al fin y al cabo, ¿qué lograría con abandonar esta isla, si no sé
adónde dirigirme ni nadie podrá reconocer bajo mi apariencia de pájaro al rey que hay dentro de mí?"
Y continuó viviendo tristemente en la isla; y por la noche se encaramaba a un árbol para dormir. Y he
aquí que un día en que se paseaba desolado con sus patas y cabizbajo de tantas preocupaciones como
tenía, le divisó un pajarero que iba a tender sus redes de caza en la isla. Y encantado por el aspecto
magnífico de aquel pájaro tan grande que no tenía par y cuyo pico y patas rojos resaltaban de manera tan
bonita en la blancura del plumaje, se regocijó mucho por poder poseer semejante pájaro de una especie
desconocida en absoluto para él.
Tomó, pues, todas sus precauciones, y con diestra lentitud se acercó por detrás del animal y de pronto
le echó la red encima y le capturó. Y entusiasmado con aquel hermoso ejemplar de caza, volvióse a la
ciudad de donde había ido, llevando al hombro y delicadamente cogido por las patas al pajarraco.
Al llegar a la ciudad, se dijo el pajarero: "¡Por Alah! que en mi vida he visto un pájaro parecido a
éste, ni en mis cacerías por tierra ni por mar! Así es que me guardaré bien de vendérselo a un comprador
vulgar que no se dé cuenta del precio ni del valor; que probablemente le mataría y se lo comería con su
familia; pero voy a lle várselo como regalo al rey de la ciudad, que se maravillará de su hermosura y me
recompensará espléndidamente". Y fué a palacio y se lo llevó al rey, el cual quedó en extremo encantado
al verlo, y sobre todo admiró el hermoso color rojo del pico y de las patas. Y lo aceptó y dió diez mil
dinares de oro al pajarero, que besó la tierra y se fué.
Entonces el rey mandó construir una jaula grande con enrejado de oro, y encerró en ella al hermoso
pájaro. Y le puso delante granos de maíz y de trigo; pero el pájaro no arrimó a ellos el pico. Y el rey se
dijo, asombrado: "¡No los come! ¡Voy a darle otra cosa!" Y le sacó de la jaula y le puso delante pechuga
de pollo, lonchas de carne y frutas. Y al punto el pájaro empezó a comer con notoria satisfacción,
lanzando pequeños arrullos y pavoneando sus plumas blancas. Y al ver aquello, el rey vaciló de alegría,
y dijo a un esclavo: "¡Corre en seguida a prevenir a tu ama, la reina, de que he comprado un pájaro
prodigioso que es un milagro entre los milagros del tiempo, a fin de que venga a admirarle conmigo, y a
ver la manera maravillosa que tiene de comer todos estos manjares, con los que, por lo general, no se
alimentan los pájaros!" Y el esclavo se apresuró a ir a llamar a la reina, que no tardó en pre sentarse.
Pero cuando hubo divisado al pájaro, la reina se cubrió inmediata mente el rostro con un velo, y
retrocedió hacia la puerta y quiso salir indignada. Y corrió tras ella el rey, y le preguntó reteniéndola por
el velo: "¿Por qué te cubres el rostro, si no estamos aquí más que yo, tu esposo, los eunucos y las
servidoras?" Ella contestó: "¡Oh rey! has de saber que ese pájaro no es un pájaro, sino un hombre como
tú! Y no es otro que el rey Sonrisa-de-Luna, hijo de Schahramán y de Flor-de-Granada la marina. ¡Y le ha
metamorfoseado así la princesa Gema; hija de Salamandra el marino, vengando con ello a su padre, que
fué vencido por Saleh, tío de Sonrisa-de-Luna!"
Al oír estas palabras, el rey se asombró hasta el límite del asombro, y hubo de exclamar: "¡Alah
confunda a la princesa Gema y le corte la mano! ¡Pero, ¡por Alah sobre ti! ¡oh hija de mi tío! dame más
detalles acerca de la cosa!" Y la reina, que era la maga más insigne de su tiem po, le contó toda la historia
sin omitir detalle. Y prodigiosamente mara villado, el rey se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es
verdad todo eso?" Y el pájaro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 544ª noche
Ella dijo:
"... se encaró con el pájaro, y le preguntó: "¿Es verdad todo eso?" Y el pájaro bajó la cabeza en señal
de asentimiento, y agitó las alas. Entonces dijo el rey a su esposa: "Alah te bendiga, ¡oh hija del tío!
¡Pero, por mi vida ante tus ojos, date prisa a librarle de ese encanto, no le dejes en semejante tormento!"
Entonces la reina, cubriéndose por completo el rostro, dijo al pájaro: "¡Oh Sonrisa-de-Luna, entra en
este armario grande!" Y el pájaro obedeció y entró en un arma rio grande, disimulado en la pared, que la
reina acababa de abrir; y detrás de él entró ella llevando en la mano una taza de agua, sobre la cual
pronunció palabras desconocidas; y empezó a hervir el agua en la taza.Entonces cogió ella algunas gotas,
echándoselas al rostro al pájaro, y diciendo: "¡Por la virtud de los Nombres Mágicos y de las Palabras
Poderosas, y por la majestad de Alah el Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, Resucitador de los
Muertos, Fijador de términos y Dis tribuidor de destinos, te ordeno que abandones esa forma de pájaro, y
recobres la que recibiste del Creador!"
Y al punto tembló él con un temblor y le sacudió una sacudida, y recobró su prístina forma. Y el rey,
maravillado, vió que era un joven que no tenía igual sobre la faz de la tierra. Y exclamó: "¡Por Alah, que
merece el nombre de Sonrisa-de-Luna!"
Y he aquí que, en cuanto Sonrisa-de-Luna se vió vuelto a su estado primitivo, exclamó: "¡La ilah ill'
Alah! ¡ua Mohamed rassul Alah!" Luego se acercó al rey, le besó la mano y le deseó larga vida. Y el rey
le besó en la cabeza, y le dijo: "¡Sonrisa-de-Luna, te ruego que me cuentes toda tu historia desde que
naciste hasta hoy!" Y Sonrisa-de-Luna contó toda su historia, sin omitir un detalle, al rey, que maravillóse
de ella en extremo.
Entonces el rey, en el último límite de la satisfacción, dijo al otro rey joven que se había librado del
encanto: "¿Qué quieres que haga ahora por ti, ¡oh Sonrisa-de-Luna!? ¡Háblame con toda confianza!" El
joven contestó: "¡Oh rey del tiempo, desearía volver a mi reino! Por que ya hace muchos días que estoy
ausente de él, y me temo que mis enemigos se aprovechen de mi alejamiento para usurparme el trono. ¡Y
además, mi madre debe estar muy angustiada por mi desaparición! ¡Y quién sabe si la duda la habrá
dejado sobrevivir a su dolor y a sus preocupaciones!" Y conmovido el rey por su belleza y conquistado
por su juventud y su piedad, contestó: "¡Escucho y obedezco!", e hizo preparar inmediatamente un navío
con sus provisiones, sus aparejos, sus marineros y su capitán, en cuya nave se embarcó Sonrisa-de-Luna,
des pués de los deseos propios del adiós y de dar gracias, confiando en su destino.
¡Pero desde lo invisible, este destino le reservaba otras aventuras todavía!
Efectivamente, cinco días después de la partida, se alzó una tempestad furiosa que desamparó y
rompió el navío contra una costa abrupta, y sólo Sonrisa-de-Luna, a causa de su impermeabilidad, pudo
salvarse a nado y ganar tierra firme.
Y vió a lo lejos brotar una ciudad cual una paloma muy blanca, que dominaba el mar desde la cima de
una montaña, y de pronto vió bajar de aquella montaña y acercarse a él a galope furioso con una rapidez
de huracán, caballos, mulos y asnos innumerables como los gra nos de arena. Y se detuvo en torno suyo
aquella tropa galopante y encabritada. Y todos los asnos, con los caballos y los mulos, se pusieron a
hacerle con la cabeza señas evidentes que significaban: "¡Vuélvete por donde has venido!" Pero como él
se obstinaba en permanecer alli, los caballos empezaron a relinchar y los mulos empezaron a resoplar y
los asnos empezaron a rebuznar; pero eran los suyos relinchos, resoplidos y rebuznos de dolor y de
desesperación. Y algunos hasta se pusieron a llorar resollando de un modo que no dejaba lugar a dudas.
Y empuja ban con el hocico delicadamente a Sonrisa-de-Luna, que no quería retor nar al agua. Luego,
como en vez de volver sobre sus pasos se adelantaba el joven hacia la ciudad, los cuadrúpedos se
pusieron en marcha, unos delante de él y otros detrás de él, formándole una especie de cortejo fúnebre
que resultaba más impresionante porque Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una
vaga salmodia en lengua árabe y que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 545ª noche
Ella dijo:
"...Sonrisa-de-Luna creía percibir en los gritos que daban como una vaga salmodia en lengua árabe y
que se parecía a la que recitan ante los muertos los lectores del Korán. Y sin saber ya si estaba dormido
o despierto ni si todo aquello era sólo una ilusión engañosa del estado en que se hallaba, Sonrisa-de-
Luna empezó a caminar como en sueños, y llegó de tal suerte a la puerta de la ciudad encaramada en la
cima de la colina. Y vió sentado a la entrada de una droguería un jeique de barba blanca, al cual se
apresuró a desear la paz. Y el jeique, por su parte, al verle tan hermoso, quedó en extremo encantado, y
se levantó, le devolvió la zalema e hizo señas a los cuadrúpedos para que se alejaran. Y se alejaron,
volviendo la cabeza de vez en cuando, como para indicar la intensidad de sus penas; luego se dispersaron
por todos lados y desaparecieron.
Entonces, interrogado por el viejo jeique, Sonrisa-de-Luna contó su historia en pocas palabras, y dijo
al jeique después: "¡Oh venerable tío mío! ¿puedes a tu vez decirme qué ciudad es esta ciudad y quiénes
son esos extraños cuadrúpedos que me acompañaban lamentándose?" El jeique contestó: "¡Hijo mío,
entra antes en mi tienda y siéntate! Porque debes estar necesitado de alimento. ¡Y después te diré lo que
pueda decirte!" Y le hizo entrar y sentarse en un diván al extremo de la tienda, y le llevó de comer y de
beber. Y cuando se hubo refrigerado y refrescado, le besó entre los ojos, y le dijo: "¡Da gracias ¡oh hijo
mío! a Alah, que te hizo encontrarte conmigo antes de que te viera la reina de aquí! ¡Si no te dije nada
hasta ahora fué porque temía turbarte e impedirte así que comieras con gusto! ¡Pues has de saber que esta
ciudad se llama la Ciudad de los Encantamientos y que la que aquí reina se llama la reina Almanakh!
¡Es una maga formidable, una verdadera cheitana! ¡Y he aquí que el deseo la abrasa sin cesar! Y cada
vez que encuentra a un extranjero joven, fuerte y hermoso que desembarca en esta isla, le seduce y se
hace cabalgar y copular muchas veces por él durante cuarenta días y cuarenta noches. Pero, como al cabo
de ese tiem po le ha agotado completamente, le metamorfosea en animal. Y como, bajo esta nueva forma
de animal, recupera él fuerzas nuevas y potentes virtudes, se metamorfosea ella misma a su antojo, cada
vez en el animal que le conviene, yegua o burra, y se hace copular así por el asno o el caballo una
cantidad innumerables de veces. Tras de lo cual recobra su forma humana para tener nuevos amantes y
nuevas víctimas entre los jóvenes hermosos que encuentra. ¡Y a veces, en las noches de sus de seos
extremados, ocurre que se hace cabalgar sucesivamente, hasta que llega la mañana, por todos los
cuadrúpedos de la isla! ¡Y así pasa su vida!
"¡Pero como te quiero con un cariño grande, hijo mío, no me gus taría verte caer en manos de esa
encantadora insaciable, que no vive más que para lo que acabo de decirte! Y como sin duda eres el más
hermoso de todos los jóvenes que han desembarcado en esta isla, ¿quién sabe lo que sucedería si te
advirtiese la reina Almanakh?
"Respecto a los asnos, los mulos y los caballos que al divisarte bajaron de la montaña a tu encuentro,
son precisamente, los jóvenes que ha metamorfoseado Almanakh. Y como te veían tan joven y tan
hermoso, tuvieron piedad de ti y con sus signos de cabeza quisieron decidirte de antemano a que
volvieras al mar. Luego, como veían que te obstinabas en quedarte a pesar de sus objeciones, te
acompañaron hasta aquí salmo diando en su lenguaje las fórmulas fúnebres, como si acompañaran a un
hombre muerto para la vida humana.
"Pero la vida con esta joven reina Almanakh, la encantadora, no sería nada desagradable, ¡oh hijo
mío! si no abusase ella del que la suerte le trae como amante.
"Por lo que a mí atañe, me teme y me respeta, porque sabe que soy más versado que ella en el arte de
la hechicería y de los encanta mientos. ¡Pero como soy un creyente en Alah y en su Profeta (¡con él la
plegaria y la paz!), yo, hijo mío, no me sirvo de la magia para hacer el mal! ¡Pues el mal acaba siempre
por volverse contra el mal hechor!"
Y he aquí que, apenas el viejo jeique había dicho estas palabras, avanzó por su lado un magnífico
cortejo de mil jóvenes como lunas, vestidas de púrpura y de oro, que fueron a ponerse en dos filas a lo
largo de la tienda para dejar paso a una joven más bella que todas, montada en un caballo árabe
resplandeciente de pedrerías. Y era la pro pia reina Almanakh, la maga. Y se paró delante de la tienda,
echó pie a tierra, ayudada por las dos esclavas que tenían la brida, y entró en casa del viejo jeique, a
quien saludó con mucha cortesía. Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con ojos
entornados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 546ª noche
Ella dijo:
"...Luego se sentó en el diván y miró a Sonrisa-de-Luna con los ojos entornados. ¡Y qué mirada!
Larga, perforadora, ardorosa y relam pagueante! Y Sonrisa-de-Luna se sintió como atravesado por una
aza gaya o abrasado por un carbón ardiendo. Y la joven reina se encaró con el jeique, y le dijo: "¡Oh
jeique Abderrahmán! ¿de dónde has sacado semejante joven?" El jeique contestó: "Es hijo de mi
hermano. Acaba de llegar de viaje a casa." Ella dijo: "Es muy hermoso, ¡oh jeique! ¿Que rrías
prestármele solamente por una noche? ¡Sólo hablaré con él, y nada más, y te lo devolveré intacto mañana
por la mañana!" El jeique dijo: "¿Me juras que jamás tratarás de hechizarle?" Ella contestó: "¡Lo juro
ante el señor de los magos y ante ti, venerable tío!"
E hizo dar como regalo al jeique mil dinares de oro para mostrarle su gratitud, y mandó que montaran
a Sonrisa-de-Luna en un maravilloso caballo cubierto de pedrerías, y le llevó con ella al palacio. Y
aparecía en medio del cortejo cual la luna en medio de estrellas.
Y he aquí que Sonrisa-de-Luna, que se resignaba a dejar obrar el Destino en adelante, no decía una
palabra y se dejaba conducir sin ex teriorizar sus sentimientos en manera alguna.
Y la maga Almanakh, que sentía arder sus entrañas por aquel joven mucho más de lo que nunca habían
ardido por sus pasados amantes, se apresuró a conducirle a una sala que tenía las paredes de oro y el am -
biente refrescado por un salto de agua que brotaba de una pila de tur quesa. Y fué a echarse con él en un
lecho amplio de marfil, donde em pezó a acariciarle de una manera tan extraordinaria, que se puso él a
cantar y a bailar entre todos los pájaros. ¡Y no tenía ella nada de bru tal, sino al contrario! ¡Era
verdaderamente tan delicada!... ¡Tanto, que fueron incalculables los asaltos que el gallo prodigó a la
infatigable gallina!
Y se dijo él: "¡Por Alah, que es infinitamente experta! ¡Y no me atropella! ¡Se toma su tiempo, y yo lo
mismo! ¡Así es que, como creo imposible que la princesa Gema sea tan maravillosa como esta en -
cantadora, quiero permanecer aquí toda mi vida, y no pensar más en la hija de Salamandra, ni en mis
parientes, ni en mi reino!"
Y el hecho fué que permaneció allí cuarenta días y cuarenta noches, pasando todo su tiempo con la
joven maga, entre festines, bailes, cantos, caricias, movimientos, asaltos, copulaciones y otras cosas
análogas, en el límite del placer y del júbilo.
Y de cuando en cuando, Almanakh le preguntaba en broma: "¡Oh ojos míos! ¿te encuentras conmigo
mejor que con tu tío en la tienda?" Y contestaba él: "¡Por Alah! ¡oh mi señora, mi tío es un pobre ven -
dedor de drogas, pero tú eres la propia triaca!"
Y he aquí que, estando en la cuadrigésima noche, la maga Almanakh, tras un número infinito de
asaltos con Sonrisa-de-Luna, parecía más agi tada que de costumbre, y se echó a dormir. Pero hacia la
medianoche, Sonrisa-de-Luna, que fingía dormir, la vió levantarse del lecho con el rostro encendido. Y
se puso ella en medio de la sala y cogió de una bandeja de cobre un puñado de granos de cebada, que
arrojó al agua de la pila. Y al cabo de unos instantes germinaron los granos de cebada, y salieron del
agua sus tallos, y maduraron y se doraron sus espigas. Entonces la maga recogió los granos nuevos, los
machacó en un mortero de mármol, los mezcló con ciertos polvos que fue sacando de diferentes cajas, e
hizo con ello una pasta redonda como una torta.Luego puso el pastel preparado de aquella manera en la
lumbre de una estufilla, y lo coció lentamente. Entonces lo retiró del fuego, lo envolvió en una ser villeta
y fué a ocultarlo en un armario, tras de lo cual volvió a acostarse en el lecho al lado de Sonrisa-de-Luna,
y se durmió.
Pero por la mañana, Sonrisa-de-Luna, que desde que entró en el palacio de la maga se había olvidado
del viejo jeique Abderrahmán, se acordó de él a tiempo, y pensó en la necesidad de ir en su busca, para
ponerle al corriente de lo que había visto hacer a Almanakh durante la noche. Y fué a la tienda del jeique,
que se alegró mucho de verle, le besó con efusión, le hizo sentarse, y le dijo: "¡Creo, hijo mío, que no
habrás tenido queja de la maga Almanakh, por muy infiel que sea!"
El joven contestó: "¡Por Alah, mi buen tío! me ha tratado todo este tiempo con mucha delicadeza y no
me ha atropellado lo más mínimo. ¡Pero esta no che la sentí levantarse, y al verla con el rostro encendido,
fingí que dor mía, y la he visto hacer cosas que me inducen a temerlo todo de ella! Por eso, ¡oh venerable
tío mío! vengo a consultarte".
Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga...
En ese momento de su narración. Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 547ª noche
Ella dijo:
"...Y le contó la operación nocturna que hubo de efectuar la maga.
Al oír estas palabras, el jeique Abderrahmán sintió gran cólera, y exclamó: "¡Ah maldita! ¡maldita,
pérfida, perjura, que no quiere cum plir su juramento! ¡Nada, por lo visto, la corregirá de su magia funes -
ta!" Luego añadió: "¡Ya es hora de que termine yo con sus maleficios!" Y fué a un armario, sacó de él una
torta en un todo semejante a la con feccionada por la maga, la envolvió en un pañuelo y se la entregó a
Sonrisa-de-Luna, diciéndole: "Merced a esta torta que te doy, recaerá sobre ella el mal que quiera
hacerte. Porque al cabo de cuarenta días de estar con sus amantes, les da a comer tortas confeccionadas
por ella, que les transforman en esos animales de cuatro patas que llenan la isla. ¡Pero tú, hijo mío,
guárdate bien de tocar la torta que te presente! ¡In tenta, por el contrario, hacerle tragar a ella un pedazo
de la que yo te doy! Luego le harás exactamente lo que ella haya intentado hacer con tigo para sus
hechicerías, pronunciando sobre ella las mismas palabras que ella haya pronunciado sobre ti. ¡Y de ese
modo la convertirás en el animal que te plazca! Y te montarás encima y vendrás a verme. Y en tonces
sabré yo lo que tengo que hacer". Y después de dar gracias al jeique por el afecto y el interés que le
mostraba, Sonrisa-de-Luna le dejó y regresó al palacio de la maga.
Y encontró a Almanakh esperándole en el jardín, sentada ante un mantel puesto y en medio del cual
estaba la torta preparada a media noche. Y al quejársele ella por su ausencia, dijo él: "¡Oh dueña mía!
como hacía tiempo que no veía a mi tío, he ido a visitarle; y me ha recibido efusivamente y me ha dado
de comer; y entre otras cosas ex celentes, me ha dado pasteles tan deliciosos, que no he podido por me nos
de traerte uno para que lo pruebes".
Y sacó el pequeño envoltorio, desenvolvió el pastel, y la dió a comer un pedazo. Y para no
desairarle, Almanakh partió el pastel y cogió un pedazo, tragándoselo. Luego ofre ció a su vez del suyo a
Sonrisa-de-Luna, quien para no desairarla, cogió un pedazo, pero lo dejó caer por la abertura de su traje,
fingiendo que se lo tragaba.
Como creía que realmente habíase tragado el pedazo de pastel, la maga al punto levantóse con
viveza, cogió de una pila cercana un poco de agua en el hueco de la mano y le roció con ella, gritándole:
"¡Oh jo ven debilitado, conviértete en asno potente!"
Pero cuál no sería el asombro de la maga al ver que el joven, lejos de transformarse en asno, se
levantaba a su vez y se aproximaba con viveza a la pila, de donde tomó un poco de agua para rociarla
con ella, gritándole: "¡Oh pérfida, abandona tu forma humana y conviértete en burra!"
Y en el mismo momento, antes de que tuviese tiempo para volver de su sorpresa, la maga Almanakh
quedó convertida en burra. Y Sonrisa- de-Luna montó en ella y se apresuró a ir en busca del jeique
Abderrah mán, al cual contó lo que acababa de pasar. Luego le entregó la burra, que se mostraba reacia a
ello.Entonces el jeique puso al pescuezo de la burra Almanakh una ca dena doble que sujetó a una anilla de
la muralla. Luego dijo a Sonrisa- de-Luna: "Ahora, hijo mío, voy a dedicarme a poner en orden los asun -
tos de nuestra ciudad, y voy a comenzar por romper el encanto que tiene convertidos a tantos jóvenes en
animales de cuatro patas. ¡Pero antes, aunque me cueste mucho trabajo separarme de ti, quiero hacerte
regre sar a tu reino para que cesen las inquietudes de tu madre y de tus súb ditos! ¡Y a tal fin voy a
facilitarte el camino más corto!"
Y diciendo estas palabras, el jeique se metió dos dedos entre los labios y lanzó un silbido prolongado
y penetrante, y al punto apareció ante él un gran genni de cuatro alas, que se irguió sobre la punta de los
pies, y le preguntó por qué motivo le había llamado. Y le dijo el jeique: "¡Oh genni Relámpago! ¡vas a
echarte a hombros al rey Sonrisa-de-Lu na, que es este que aquí ves, y le transportarás inmediatamente a
su pa lacio de la Ciudad-Blanca!"
Y el genni Relámpago se dobló bajando la cabeza; y después de besar la mano a su libertador el
jeique y de haberle dado las gracias, Sonrisa-de-Luna se subió a los hombros de Relámpago, y dejando
colgar sus piernas sobre el pecho del genni, se le montó a horcajadas en el cuello. Y el genni se elevó por
los aires y voló con la rapidez de la paloma mensajera, haciendo con sus alas un ruido como el de un
molino de viento...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 548ª noche
Ella dijo:
"...haciendo con sus alas un ruido como el de un molino de vien to. Y viajó infatigablemente durante
un día y una noche, y de aquel modo recorrió un trayecto de seis meses de camino. Y llegó encima de la
Ciudad-Blanca, y dejó a Sonrisa-de-Luna en la misma terraza de su palacio.Luego desapareció.
Y Sonrisa-de-Luna, con el corazón derretido al sentir el soplo de la brisa de su patria, se apresuró a
bajar al aposento que, desde que des apareció él, habitaba su madre Flor-de-Granada llorando en silencio
y llevando en su alma el duelo secretamente para no traicionarse y tentar con ello a los usurpadores. Y
levantó la cortina de la sala, en la cual, precisamente, estaba de visita con la reina la vieja abuela
Langosta, el rey Saleh y las parientes. Y entró, deseando la paz a la concurrencia, y corrió a arrojarse en
brazos de su madre, que al verle cayó desmayada de alegría y de sorpresa. Pero no tardó en recobrar el
sentido, y apre tando contra su pecho a su hijo, lloró largo tiempo, sacudida por los so llozos, en tanto que
sus parientes le besaban los pies y la abuela le tenía cogido de una mano y su tío Saleh de la otra mano. Y
así permanecieron con la alegría del regreso, sin poder pronunciar una palabra.
Pero cuando por fin pudieron expansionarse, se contaron mutua mente sus diversas aventuras y
bendijeron juntos a Alah el Bienhechor, que así había permitido la salvación y la reunión de todos.
Tras de lo cual, Sonrisa-de-Luna se encaró con su madre y su abue la, y les dijo: "¡Ya no tengo que
hacer más que casarme! ¡Y persisto en querer casarme sólo con la princesa Gema, hija de Salamandra!
¡Porque es, en verdad, una verdadera gema como indica su nombre!"
Y con testó la vieja abuela: "Ahora es sencilla la cosa, porque seguimos teniendo prisionero, en su
palacio, al padre". Y al punto mandó a buscar a Salamandra, al cual hicieron entrar los esclavos
encadenado de manos y pies.
Pero Sonrisa-de-Luna ordenó que le desencadenaran; y en el mismo momento se ejecutó la orden.
Entonces Sonrisa-de-Luna acercóse a Salamandra, y después de ex cusarse por haber sido toda la
causa de los males que le sobrevinieron, le cogió la mano, besándosela con respeto, y dijo: "¡Oh rey
Salamandra! ya no es un intermediario quien te pide que le hagas el honor de tu alianza, sino yo mismo,
Sonrisa-de-Luna, rey de la Ciudad-Blanca y del mayor imperio terrestre, quien te besa las manos y te
pide en matrimonio a tu hija Gema. Y si no quieres concedérmela, moriré. ¡Y si aceptas, no solamente
volverás a ser rey de tu reino, sino que yo mismo seré tu esclavo!"
Al oír estas palabras, Salamandra besó a Sonrisa-de-Luna, y le di jo: "En verdad ¡oh Sonrisa-de-
Luna! que ninguno se merece a mi hija mejor que tú. ¡Además, como está ella sometida a mi autoridad,
acep tará de buen grado! De modo que mandaré a buscarla en la isla donde está refugiada desde que se me
ha desposeído del trono". Y diciendo estas palabras, hizo llegar del mar a un emisario, al cual encargó
que fuera inmediatamente en busca de la princesa a la isla y la trajera sin tardan za. Y desapareció el
emisario y no tardó en volver con la princesa Gema y su servidora Mirta.
Entonces el rey Salamandra empezó por besar a su hija, luego se la presentó a la vieja reina Langosta
y a la reina Flor-de-Granada, y le dijo, mostrándole con el dedo a Sonrisa-de-Luna, que estaba absorto
de admiración: "¡Sabe ¡oh hija mía! que te he prometido a este joven rey magnánimo, a este valiente león
de Sonrisa-de-Luna, hijo de la reina Flor-de-Granada la marina, pues sin duda es el más hermoso de los
hom bres de su tiempo, y el más encantador, y el más poderoso, y el más alto de rango y de nobleza entre
todos! ¡De modo que me parece hecho para ti y tú hecha para él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 549ª noche
Ella dijo:
"...De modo que me parece hecho para ti, y tú hecha para él!"
Al oír estas palabras de su padre, la princesa Gema bajó los ojos modestamente, y contestó: "¡Tus
opiniones ¡oh padre mío! son mi nor ma de conducta, y tu afecto vigilante es la sombra en que me cobijo!
¡Y puesto que tal es tu deseo, en adelante estará en mis ojos la imagen del que escogiste para mí, en mi
boca su nombre, y en mi corazón su morada!"
Cuando las parientes de Sonrisa-de-Luna y las demás damas pre sentes hubieron oído estas palabras,
atronaron el palacio con sus gritos de alegría y sus lu-lúes penetrantes. Después el rey Saleh y Flor-de -
Granada mandaron llamar al kadí y a los testigos para extender el contrato de matrimonio del rey
Sonrisa-de-Luna y la princesa Gema. Y se celebraron las nupcias con gran pompa y con tal fasto, que
durante la ceremonia cambiaron nueve veces de ropa a la recién casada. Por lo demás, saldrían pelos a la
lengua antes de poder hablar de ello como es debido. Así, pues, ¡gloria a Alah, que une entre sí las cosas
bellas, y no retrasa la alegría más que para otorgar la dicha!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Entonces exclamó la pequeña
Doniazada: "¡Oh hermana mía! ¡qué dul ces y amables y sabrosas son tus palabras! ¡Y cuán admirable es
esa historia!"
Y el rey Schahriar dijo: "¡Verdaderamente, joh Schehrazada! me enseñaste muchas cosas que ignoraba
yo! Porque hasta ahora no supe bien lo que sucede debajo de las aguas. ¡Y me han satisfecho ple namente
la historia de Abdalah del Mar y la de Flor-de-Granada! Pero, ¡oh Schehrazada! ¿no sabes alguna historia
del todo diabólica?"
Y Schehrazada sonrió, y contestó: "¡Precisamente, ¡oh rey! sé una que voy a contarte en seguida!"
La velada de invierno de Ishak de Mossul
Y dijo Schehrazada:
El músico Ishak de Mossul, cantor favorito de Al-Raschid, nos narra la anécdota siguiente.
Dice:
Una noche de invierno estaba yo sentado en mi casa, y mientras afuera aullaban los vientos como
leones y las nubes se vaciaban como las bocas abiertas de odres llenos de agua, me calentaba yo las
manos en mi brasero de cobre, y estaba triste por no poder salir ni esperar la visita de un amigo que me
hiciese compañía, a causa del barro de los caminos, de la lluvia y de la oscuridad. Y como cada vez se
me oprimía más el pecho, dije a mi esclavo: "¡Dame algo de comer para pasar el tiempo!" Y en tanto que
el esclavo se disponía a servirme, no podía yo menos de pensar en los encantos de una joven a la que
había conocido en palacio poco antes; y no sabía por qué me obsesionaba hasta aquel punto su recuerdo,
ni por qué motivo se detenía mi pensa miento sobre su rostro con preferencia al de cualquiera de las
nume rosas que encantaron mis noches pasadas. Y de tal modo me entorpecía su deleitoso recuerdo que
acabé por perder la noción de la presencia del esclavo, el cual después de poner delante de mí el mantel
sobre la al fombra, permanecía de pie, con los brazos cruzados, sin esperar más que una seña de mis ojos
para traer las bandejas. Y poseído por mis deseos, exclamé en alta voz: "¡Ah! ¡si estuviera aquí la joven
Sayeda, cuya voz es tan dulce, no me pondría yo tan melancólico!"
Aunque mis pensamientos eran silenciosos por lo general, recuerdo ahora que aquellas palabras las
pronuncié en voz alta. Y fué extremada mi sorpresa al escuchar entonces el sonido de mi voz, mientras mi
esclavo abría desmesuradamente los ojos.
Pero apenas hube manifestado mi deseo, se oyó en la puerta un golpe, como si estuviese allí alguien
que no pudiera esperar más, y suspiró una voz joven: "¿Puede el bienamado franquear la puerta de su
amiga?"
Entonces pensé para mi ánima: "¡Sin duda es alguien que, con la oscuridad, se ha equivocado de
casa! ¿ O había dado su fruto el árbol estéril de mi deseo?" Me apresuré entretanto a saltar sobre mis
pies, y corrí a abrir la puerta yo mismo; y en el umbral vi a la tan deseada Sayeda; ¡pero de qué modo
singular y con qué extraño aspecto! Estaba vestida con un traje corto de seda verde, y llevaba a la cabeza
una tela de oro que no había podido resguardarla de la lluvia y del agua escurrida por las goteras de las
terrazas. Además, debía haberse metido en el barro durante todo el camino, como lo atestiguaban clara -
mente sus piernas. Y al verla en tal estado, exclamé: "¡Oh dueña mía! ¿por qué saliste en una noche como
ésta?"
Ella me dijo con su amable voz: "¿Acaso podía no inclinarme ante el deseo que ahora mismo me
transmitió tu mensajero? ¡Me manifestó la vivacidad de tu deseo con respecto a mí, y a pesar de este
tiempo tan malo, aquí me tienes!"
Pero yo, aunque no me acordaba de haber dado una orden seme jante, y por más que la hubiese dado,
mi único esclavo no habría po dido ejecutarla mientras estaba conmigo, no quise mostrar a mi amiga la
extrañeza que todo aquello producía en mi espíritu; y le dije: "¡Loores a Alah, que permite nuestra
reunión ¡oh dueña mía! y que torna en miel la amargura del deseo!
¡Que tu venida perfume la casa y dé re poso al corazón del dueño de la casa! ¡En verdad que, si no
hubieses venido, yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 550ª noche
Ella dijo:
"...yo mismo habría ido a buscarte, pues pensé mucho en ti esta noche!'; Luego me encaré con mi
esclavo, y le dije: "¡Ve por agua caliente y esencias!" Y cuando el esclavo ejecutó mi orden, yo mismo
me puse a lavar los pies a mi amiga, y le vertí encima un frasco de esencia de rosas. Tras lo cual la vestí
con un hermoso traje de muselina de seda verde, y la hice sentarse al lado mío frente a la ban deja con
frutas y bebidas. Y cuando hubo bebido conmigo varias veces en la copa, quise cantar un aire nuevo que
había compuesto por com placerla, aunque de ordinario no consiento en cantar más que a fuerza de ruegos
y súplicas.
Pero me dijo ella que su alma no tenía ganas de oírme. Y le dije: "¡Entonces, ¡oh dueña mía! dígnate
cantarnos algo tú!" Ella contestó: "¡No insistas! ¡Porque mi alma no tiene ganas de eso!" Yo dije: "¡Sin
embargo, ¡oh ojos míos! la alegría no puede ser completa sin el canto y la música! ¿No es así?"
Ella me dijo: "¡Tienes razón! Pero, no sé por qué esta noche sólo tengo ganas de oír cantar a algún
hombre del pueblo o a algún mendigo de la calle. ¿Quieres, pues, ir a ver si pasa por tu puerta alguno que
pueda satisfacerme?" Y por no desairarla, y aunque estaba convencido de que en una noche semejante no
pasaría nadie por la calle, fuí a entreabrir la puerta de mi casa y saqué la cabeza por la abertura. Y con
gran sorpresa mía, vi apoyado en su báculo un mendigo viejo que desde la muralla de enfrente decía,
hablando consigo mismo: "¡Qué estrépito produce esta tempestad! ¡El viento se lleva mi voz, e impide
que me oiga la gente! ¡Qué desgracia la del pobre ciego! ¡Si canta, no le escuchan! ¡Y si no canta, se
muere de hambre!" Y habiendo dicho estas palabras, el viejo ciego empezó a tantear el suelo con su
báculo, arrimado al muro, para proseguir su camino.
Entonces le dije, asombrado y encantado a la vez por aquel en cuentro fortuito: "¡Oh tío mío! ¿es que
sabes cantar?" El contestó: "Tengo fama de saber cantar". Y le dije: "En ese caso, ¡oh jeique! ¿quieres
acabar tu noche con nosotros y regocijarnos con tu compañía?"
El me contestó: "¡Si lo deseas, cógeme de la mano, porque soy ciego de ambos ojos!" Y le cogí de la
mano, y después de introducirle en la casa cerrando la puerta cuidadosamente, dije a mi amiga: "¡Oh
dueña mía, te traigo un cantor que además está ciego! Podrá complacernos sin ver lo que hacemos. Y no
tendrás que estar incómoda ni que velarte el rostro". Ella me dijo: "¡Date prisa a hacerle entrar!" Y le
hice entrar.
Empecé primero por invitarle a sentarse delante de nosotros, y le convidé a comer algo. Y comió muy
delicadamente con la punta de los dedos. Y cuando hubo acabado y se hubo lavado las manos, le pre senté
las bebidas, y bebióse tres copas llenas, y entonces me preguntó: "¿Puedes decirme en casa de quién me
encuentro?" Yo contesté: "¡En casa de Ishak, hijo de Ibrahim de Mossul!" Pero mi nombre no le asombró
con exceso; y se limitó a contestarme: "¡Ah si, ya he oído hablar de ti! Y me alegro de encontrarme en tu
casa". Yo le dije: "¡Oh mi señor, estoy verdaderamente contento de recibirte en mi casa!"
El me dijo: "¡Entonces ¡oh Ishak! si quieres, déjame oír tu voz, que dicen que es muy hermosa!
¡Porque el huésped debe comenzar por complacer él primero a sus invitados!" Y contesté: "¡Escucho y
obedezco!" Y como aquello empezaba a divertirme mucho, cogí mi laúd y lo pulsé, cantando todo lo
mejor que pude. Y cuando hube acabado el final, matizándolo en extremo, y se dispersaron los últimos
sones, el viejo mendigo tuvo una sonrisa irónica, y me dijo: "¡En verdad, ¡ya Ishak! que te falta poco para
ser un músico perfecto y un cantor consumado!"
Pero al oír esta alabanza, que más bien era una censura, me sentí muy empequeñecido a mis propios
ojos, y tiré a un lado mi laúd, con disgusto y desaliento. Sin embargo, como no quería ser desconsiderado
con mi huésped, no juzgué oportuno responderle, y no dije ya nada. Entonces me dijo él: "¿No canta ni
toca nadie? Es que no hay aquí ningún otro?"
Yo dije: "Hay también una esclava joven".
El dijo: "¡Ordénala que cante para que yo la oiga!" Yo dije: "¿Por qué ha de cantar, si ya te basta con
lo que oíste?"
El dijo: "¡Que cante, a pesar de todo!"
Entonces, aunque de muy mala gana, mi amiga la joven cogió el laúd, y después de prelu diar
diestramente, cantó como mejor supo. Pero el viejo mendigo la interrumpió de pronto, y dijo: "¡Todavía
tienes mucho que aprender!" Y mi amiga tiró el laúd lejos de sí furiosa, y quiso levantarse. Y sólo a duras
penas conseguí retenerla, echándome a sus pies. Luego me encaré con el mendigo ciego, y le dije: "¡Por
Alah, oh huésped mío! ¡nuestra alma no puede dar más que lo suyo! Sin embargo, lo hicimos como mejor
sabemos por satisfacerte. ¡Exhibe tú a tu vez, por cortesía, lo que poseas!" Sonrió él con una boca que
llegaba de una oreja a otra, y me dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 551ª noche
Ella dijo:
"...Sonrió él con una boca que le llegaba de una oreja a otra, y me dijo: "¡Entonces empieza por
traerme un laúd que no haya tocado ninguna mano todavía!" Y abrí una caja, y llevé un laúd completa -
mente nuevo que le puse entre las manos. Y cogió él entre sus dedos la pluma de pato tallada, y rozó
ligeramente con ella las cuerdas armo niosas. Y desde los primeros sones, advertí que aquel mendigo
ciego era indudablemente el mejor músico de nuestro tiempo. ¡Pero cuál no sería mi emoción y mi
admiración cuando le oí ejecutar una pieza de un modo que era desconocido en absoluto para mí, aunque
no se me consideraba como ignorante en el arte! Después, con una voz a ninguna otra parecida, cantó
estas coplas:
¡Atravesando la sombra espesa, el bienamado sale de su casa y viene a buscarme en medio de la
noche!
Y antes de desearme la paz, le oigo llamar y decirme: "¿Puede el bienamado franquear la puerta
de su amigo?"
Cuando escuchamos este canto del viejo ciego, yo y mi amiga nos miramos en el límite de la
estupefacción. Luego ella se puso roja de cólera y me dijo de manera que yo solo oyese: "¡Oh pérfido!
¿no te da vergüenza haberme traicionado contando a ese viejo mendigo mi visi ta en los cortos instantes
que tardaste en abrir la puerta? ¡En verdad, ¡oh Ishak! que no creí tuviese tu pecho una resistencia tan
débil, que no pudiera contener un secreto durante una hora!
¡El oprobio para los hombres que se te asemejan!"
Pero yo le juré mil veces que no había por mi parte ninguna indiscreción, y le dije: "¡Por la tumba de
mi padre Ibrahim, te juro que no he dicho nada de semejante cosa a ese viejo ciego!"
Y mi amiga se avino a creerme, y acabó dejándose acariciar y besar por mí, sin temor de que la viese
el ciego. Y tan pronto la besaba yo en las mejillas y en los labios, como la hacía cosquillas o la
pellizcaba los senos o la mordía en las partes delicadas; y se reía ella extremadamente. Luego me encaré
con el viejo tío, y le dije: "¿Quieres cantarnos algo más, ¡oh mi señor!?"
El dijo: "¿Por qué no?" Y cogió de nuevo el laúd y dijo, acompañándose:
¡Ah! ¡con frecuencia recorro embriagado los encantos de mi bienamada, y acaricio con mi
mano su hermosa piel desnuda!
¡Tan pronto oprimo las granadas de su pecho de marfil joven, como muerdo a flor de labios
las manzanas de sus mejillas! ¡Y vuelvo a comenzar!
Entonces yo, al oír ese canto, no dudé ya de la superchería del falso ciego, y rogué a mi amiga que se
tapase el rostro con su velo. Y el mendigo me dijo de pronto: "¡Tengo muchas ganas de orinar! ¿Dónde
podré hacerlo?"
Entonces me levanté y salí un momento para ir a buscar una vela con que alumbrarle, y volví para
conducirle. Pero cuando entré, no encontré a nadie ya: ¡el ciego había desaparecido con la joven! Y
cuando me repuse de mi estupefacción, les busqué por toda la casa, pero no les encontré. Sin embargo,
las puertas y las cerraduras de las puertas estaban cerradas por dentro, así es que no supe si se habían
marchado saliendo por el techo o por el suelo entre abierto y vuelto a cerrar! Pero después me convencí
de que era el propio Eblis quien me había servido de alcahuete antes, y me había arrebatado luego a
aquella joven, que no era más que una falsa apa riencia y una ilusión.
Luego se calló Schehrazada, tras de contar esta anécdota. Y ex clamó el rey Schahriar, en extremo
impresionado: "¡Alah confunda al Maligno!" Y al ver que fruncía él las cejas, Schehrazada quiso cal -
marle, y contó la historia siguiente:
El Felah de Egipto y sus hijos blancos
He aquí lo que en los libros de las crónicas relata el emir Moha mmed, gobernador de El Cairo.
Dice:
Cuando viajaba yo por el Alto Egipto, me alojé una noche en casa de un felah, que era el jeique-albalad
del lugar. Y era un hombre de edad, moreno, de un color extremadamente moreno, con la barba
cana. Pero noté que tenía hijos pequeños que eran blancos, de un color muy blanco matizado de rosa en
las mejillas, con cabellos rubios y ojos azules. Luego, cuando tras de hacernos una buena acogida y un
recibi miento cariñoso, fué él a conversar en nuestra compañía, le dije en son de pregunta: "Oye, amigo,
¿a qué obedece el que, teniendo tú la tez tan morena, tus hijos la tengan tan clara y posean una piel tan
blanca y rosa, y ojos y cabellos tan claros?" Y el felah, atrayendo a sí a sus hijos, cuyos finos cabellos se
puso a acariciar, me dijo: "¡Oh mi señor! la madre de mis hijos es una hija de los francos, y la compré
como prisionera de guerra en tiempos de Saladino el Victorioso, des pués de la batalla de Hattin, que nos
libró para siempre de los cristianos extranjeros usurpadores del reino de Jerusalén. ¡Pero ya hace mucho
tiempo de eso, porque fué en los días de mi juventud!"
Y yo le dije: "¡Entonces ¡oh jeique! te rogamos que nos favorezcas con esa historia!" Y dijo el felah:
"¡De todo corazón amistoso y como ho menaje debido a los huéspedes! ¡Porque es muy extraña mi
aventura con mi esposa, la hija de los francos!"
Y nos contó:
"Debéis saber que tengo oficio de cultivador de lino; mi padre y mi abuelo sembraban lino antes que
yo, y por mi abolengo y por mi origen, soy un felah entre los felahs de este país. Y he aquí que un año
acaeció que por la bendición, mi lino sembrado, crecido, lim pio y perfecto, alcanzó el valor de
quinientos dinares de oro. Y como lo ofrecí en el mercado sin hallar provecho, me dijeron los mercade -
res: "¡Vé a llevar tu lino al castillo de Acre, en Siria, donde le venderás con mucho beneficio!" Y yo, que
les escuché, cogí mi lino y me fui a la ciudad de Acre, que en aquel tiempo estaba entre las manos de los
francos. Y efectivamente, empecé con una buena venta, cediendo a corredores la mitad de mi lino, con
crédito de seis meses, y me guardé la otra mitad, y me quedé en la ciudad para venderlo al por menor con
beneficios inmensos.
Pero un día, mientras estaba yo vendiendo mi lino, fué a mi casa a comprar una joven franca, que
llevaba el rostro descubierto y la cabeza sin velos, según costumbre de los francos. Y se erguía ante mí;
bella, blanca y linda; y podía yo admirar a mi antojo sus encantos y su frescura
¡Y cuanto más la miraba al rostro, más me invadía la razón el amor! Y tardé mucho en venderle el
lino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 552ª noche
Ella dijo:
...Y tardé mucho en venderle el lino. Por último, lo envolví y se lo cedí en muy poco. Y se marchó
ella, seguida por mis mi radas.
Algunos días más tarde, volvió a comprarme lino, y se lo vendí en menos todavía que la primera vez,
sin dejarla regatear. Y com prendió que yo estaba enamorado de ella y se marchó; pero fué para volver
poco tiempo después, acompañada de una vieja que estuvo presente durante la venta, y que volvió luego
con ella cuantas veces la joven tenía necesidad de hacer una compra.
Yo entonces, como el amor se había apoderado por completo de mi corazón, llamé aparte a la vieja, y
le dije: "¿Podrías propor cionarme un goce con ella, mediante un regalo para ti?" La vieja me contestó:
"Podría procurarte un encuentro para que gozaras; pero ha de ser con la condición de que la cosa
permanezca secreta entre nos otros tres: yo, tú y ella; y además, tendrás que gastarte algún dinero".
Contesté: "¡Oh caritativa tía! si mi alma y mi vida debieran ser el precio de sus favores, mi alma y mi
vida le daría. ¡Y en cuanto al dinero, poco importa lo que sea!" Y me puse de acuerdo con ella para
darle, como comisión, la suma de cincuenta dinares; y se los conté en el momento. Y ultimado de tal
suerte el trato, la vieja me dejó para ir a hablar a la joven; y volvió enseguida con una respuesta
favorable. Luego me dijo: "¡Oh mi amo! esta joven no dispone de un sitio para semejantes encuentros,
porque aun está virgen su persona, y no sabe nada de tales cosas. ¡Es preciso, pues, que la recibas en tu
casa, adonde irá a buscarte y se quedará hasta mañana!" Y yo acepté con fervor, y me fui a la casa para
preparar lo necesario en cuanto a manjares be bidas y repostería. Y me puse a esperar.
Y pronto vi llegar a la joven franca, y le abrí, y le hice entrar en mi casa. Y como estábamos en
verano, lo había yo dispuesto en la terraza todo. Y la invité a sentarse a mi lado, y comí y bebí con ella.
Y la casa en que yo me alojaba tenía vistas al mar; y a la luz de la luna estaba hermosa la terraza, y la
noche parecía llena de estrellas que reflejábanse en el agua. Y mirando todo aquello, volví sobre mí
mismo, y pensé para mi ánima: "¿No te da vergüenza ante Alah el Altísimo rebelarte contra el Exaltado,
copulando bajo el cielo y frente al mar, aquí mismo en país extranjero, con esta cristiana que no es de tu
raza ni de tu ley?" Y aunque ya me había echado junto a la joven, que se acurrucaba amorosamente contra
mí, dije en mi espíritu: "¡Señor, Dios de Exaltación y de Verdad, sé testigo de que con toda castidad me
abstengo de esta cristiana hija de los francos!" Y así pensando, volví la espalda a la joven sin ponerla la
mano encima: y me dormí bajo la grata claridad del cielo.
Llegada que fué la mañana, la joven franca se levantó sin decirme una palabra y se fué muy
apesadumbrada. Y yo me volví a mi tienda, donde hube de dedicarme a vender mi lino como de
costumbre. Pero hacia mediodía, acertó a pasar por delante de mi tienda la joven, acompañada de la
vieja y con cara de enfado; y de nuevo la deseé con todo mi ser hasta morir. Pues ¡por Alah! era ella
como la luna; y no pude resistir a la tentación; y pensé, golosamente: "¿Quién eres ¡oh felah! para refrenar
así tu deseo por semejante jovenzuela? ¿Acaso eres un asceta, o un sufi, o un eunuco, o un castrado, o uno
de los in sensibles de Bagdad o de Persia? ¿No vienes de la raza de los po tentes felahs del Alto Egipto, o
quizá tu madre se olvidó de amaman tarte?"
Y sin más ni más, eché a correr detrás de la vieja, y llamándola aparte, le dije: "¡Quisiera otro
encuentro!" Ella me dijo: "¡Por el Mesías, que ahora la cosa no es posible más que mediante cien dina -
res!" Y en el momento conté los cien dinares de oro y se los entregué. Y por segunda vez fué a mi casa la
joven franca. Pero ante la belleza del cielo desnudo, tuve yo los mismos escrúpulos, y no me aproveché
de esta nueva entrevista más que de la primera, y con toda castidad me abstuve de la jovenzuela. Y
poseída de un violento despecho, ella se levantó de mi lado, salió y se marchó.
Pero de nuevo al día siguiente, cuando pasaba ella por delante de mi tienda, sentí en mí los mismos
movimientos, y me palpitó el cora zón, y fui en busca de la vieja y le hablé de la cosa. Pero ella me miró
con cólera y me dijo: "¡Por el Mesías, oh musulmán! ¿Es así como tratan a las vírgenes los de tu religión?
¡Jamás podrás ya gozar de ella, a menos que me des por esta vez quinientos dinares!"
Luego se fué.
Naturalmente, yo, todo tembloroso de emoción y sintiendo ar der en mí la llama del amor, resolví
juntar el importe de todo mi lino y sacrificar por mi vida los quinientos dinares de oro. Y después de
envolverlos en una tela, me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 553ª noche
Ella dijo:
"...me disponía a llevárselos a la vieja, cuando de improviso oí que el pregonero público gritaba:
"¡Hola! ¡Asamblea de los musulmanes, vosotros los que vivís en nuestra ciudad para desarrollar vuestros
negocios, sabed que han terminado la paz y la tregua que con vosotros acordamos! ¡Y se os da una
semana de plazo para que pon gáis en orden vuestros asuntos y abandonéis nuestra ciudad y regreséis a
vuestro país!"
Entonces yo, al oír este aviso, me apresuré a vender el lino que me quedaba, reuní el dinero que
importaba lo que había dado a cré dito, compré mercancías de fácil venta en nuestros países y reinos, y
abandonando la ciudad de Acre partí con mil penas y sentimientos en el corazón por aquella joven
cristiana que se había apoderado de mi espíritu y de mi pensamiento.
Y he aquí que fui a Damasco, en Siria, donde vendí mis mer cancías de Acre con grandes beneficios y
provechos, pues estaban interrumpidas las comunicaciones con el alzamiento de armas. E hice muy
buenos negocios comerciales, y con ayuda de Alah (¡exaltado sea!) prosperó todo entre mis manos. Y de
tal suerte me fué dable comerciar en grande muy provechosamente con las jóvenes cristianas cautivas,
tomadas en la guerra. Y habían transcurrido así tres años desde mi aventura de Acre, y poco a poco
comenzaba a endulzarse la amar gura de mi brusca separación de la joven franca.
Por lo que a nosotros respecta, seguimos alcanzando grandes vic torias sobre los francos, tanto en el
país de Jerusalén como en el país de Siria. Y con ayuda de Alah, después de muchas batallas gloriosas,
el sultán Saladino acabó por vencer completamente a los francos y a todos los infieles; llevó cautivos a
Damasco a los reyes de éstos y a sus jefes, a los cuales había hecho prisioneros tras de tomar todas las
ciudades costeras que poseían y pacificar todo el país. ¡Gloria a Alah!
Entretanto, iba yo un día a vender una hermosísima esclava en las tiendas donde acampaba todavía el
sultán Saladino. Y le enseñé la esclava, que quiso comprar él. Y se la cedí por cien dinares sola mente.
Pero el sultán Saladino (¡Alah le tenga en su misericordia!) no poseía encima más que noventa dinares,
porque empleaba todo el dinero del tesoro en llevar a buen término la guerra contra los descreí dos.
Entonces, encarándose con uno de sus guardias, le dijo el sultán Saladino: "¡Conduce a este mercader a la
tienda en que están reuni das las jóvenes prisioneras llegadas últimamente, y que escoja entre ellas la que
más le guste para reemplazar los diez dinares que le debo!" Así obraba en su justicia el sultán Saladino.
El guardia me llevó, pues, a la tienda de las cautivas francas, y al pasar por entre aquellas jóvenes,
reconocí, precisamente en la primera con quien se tropezó mi mirada, a la joven franca de quien estuve
tan enamorado en Acre. Y entonces era la esposa de un jefe, de caballería de los francos. Y he aquí que
al reconocerla, la rodeé con mis brazos para posesionarme de ella, y dije: "¡Quiero ésta!"
Y la cogí, y me marché.
Llevándomela a mi tienda a la sazón, le dije: "¡Oh, jovenzuela! ¿No me reconoces?" Ella me contestó:
"¡No, no te reconozco!" Yo le dije: "¡Soy tu amigo, el mismo a cuya casa fuiste en Acre por dos veces
merced a la vieja, a la que una vez hube de dar cincuenta dinares y cien dinares la otra vez, absteniéndose
de ti con toda castidad y de jándote partir, muy pesarosa, de su casa! ¡Y el mismo que quería tenerte en su
poder una tercera noche por quinientos dinares, cuando ahora el sultán te cede a él por diez dinares!"
Ella bajó la cabeza, y levantándola de pronto, dijo: "¡Lo pasado será, para en lo suce sivo, un misterio
de la fe islámica, pues yo alzo el dedo y atestiguo que no hay más Dios que Alah, y que Mahomed es el
enviado de Alah!" Y pronunció así oficialmente el acto de nuestra fe, ¡y en el momento se ennobleció con
el Islam!
Entonces pensé yo, por mi parte: "¡Por Alah!, ¡que esta vez no penetraré en ella hasta que la haya
libertado y me haya casado con ella legalmente!" Y al momento fui en busca del kadí lbn-Scheddad, a
quien puse al corriente de todo el particular, y que fué a mi tienda con los testigos para extender mi
contrato de matrimonio.
Entonces penetré en ella. Y se quedó encinta de mí. Y nos es tablecimos en Damasco.
Habían transcurrido de tal suerte algunos meses, cuando llegó a Damasco un embajador del rey de los
francos, enviado cerca del sultán Saladino, en demanda del cambio de prisioneros de guerra con arreglo
a las cláusulas estipuladas entre los reyes. Y todos los prisio neros, hombres y mujeres, fueron
escrupulosamente devueltos a los francos a cambio de prisioneros musulmanes. Pero cuando el
embajador franco consultó su lista, notó que del total faltaba aún la mujer del jinete franco, aquél que era
el primer marido de mi esposa. Y el sultán envió a sus guardias a buscarla por todas partes, y acabaron
por decirle que estaba en mi casa. Y los guardias fueron a reclamármela. Y se me mudó el color, y fui
llorando en busca de mi esposa, a la que puse al corriente de lo sucedido. Pero ella se levantó y me dijo:
"¡Llévame a presencia del sultán, a pesar de todo! ¡Yo sé lo que tengo que decir entre sus manos!"
Así, pues, cogiendo a mi esposa, la conduje, velada, a la presencia del sultán Saladino; y vi que el
embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a su derecha...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 554ª noche
Ella dijo:
"...y vi que el embajador de los francos estaba sentado al lado suyo, a la derecha.
Entonces besé la tierra entre las manos del sultán Saladino, y le dije: "¡He aquí la mujer consabida!"
Y se encaró él con mi espo sa, y le dijo: "¿Qué tienes que decir? ¿Quieres ir a tu país con el embajador, o
prefieres permanecer aquí con tu marido?"
Ella con testó: "¡Me quedo con mi esposo, porque soy musulmana y estoy en cinta de él, y la paz de mi
alma no se halla entre los francos!"
En tonces el sultán se encaró con el embajador, y le dijo: "¿Lo has oído? ¡No obstante, háblale tú
mismo, si quieres!"
Y el embajador de los francos hizo advertencias y amonestaciones a mi esposa, y acabó por decirle:
"¿Prefieres quedarte con tu marido el musulmán o volver junto al jefe de caballería de los francos?"
Ella contestó: "¡No me separaré de mi esposo el egipcio, porque la paz de mi alma se halla entre los
musulmanes!"
Y el embajador, muy contrariado, dió con el pie en el suelo, y me dijo: "¡Llévate, entonces, esa
mujer!"
Y cogí de la mano a mi esposa y saliendo de la audiencia con ella, nos llamó de improviso el
embajador y me dijo: "¡La madre de tu esposa, que es una franca vieja que habita en Acre, me ha
entregado para su hija este fardo que ves aquí!" Y me entregó el fardo, y añadió: "¡Y me ha encargado esa
señora que dijera a su hija que esperaba encontrarla con buena salud!"
Cogí, pues, el fardo, y volví a casa con mi esposa. ¡Y cuando abrimos el fardo, hallamos en él las
vestiduras que mi esposa llevaba en Acre, además de los primeros cincuenta dinares que yo le había
dado y de los otros cien dinares del segundo encuentro; anudados en el mismo pañuelo y con el nudo que
yo mismo hice! ¡En tonces advertí en aquello la bendición que me había traído mi casti dad, y di gracias a
Alah!Más adelante me traje a mi mujer, la franca convertida en mu sulmana, a Egipto, aquí mismo. Y ella es
¡oh huéspedes míos! quien me ha hecho padre de estos hijos blancos que bendicen a su Creador. ¡Y hasta
hoy hemos vivido en nuestra unión, comiendo el pan que hemos cocido antes! ¡Y tal es mi historia! ¡Pero
Alah es más sa bio! "
Y después de contar esta anécdota, se calló Schehrazada. Y el rey Schahriar dijo: "¡Qué dichoso es
ese felah, Schehrazada!"
Y dijo Schehrazada: "¡Sí, ¡oh rey! pero no es sin duda más de lo que fue Califa el pescador con los
monos marinos y el califa!"
Y preguntó el rey Schahriar: "¿Y cómo es esa Historia de Califa y del califa?"
Schehrazada contestó: "¡Voy a contártela en seguida!"
Historia de Califa y del califa
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del
momento, había en la ciudad de Bagdad un hombre que era pescador de oficio y se llamaba Califa. Y era
un hombre tan pobre, tan desgraciado y tan sin recursos, que no había podido reunir las escasas monedas
de cobre necesarias para casarse; y así es que seguía soltero, mientras que los más pobres de los pobres
tenían mujer e hijos.
Un día se echó sus redes a la espalda, como tenía por costumbre, y se fué a la orilla del agua para
arrojarlas muy de mañana, antes de que llegasen los demás pescadores. Pero las arrojó por diez veces
consecutivas sin sacar nada en absoluto.
Y su despecho fué extremado en un principio; y se le oprimió el pecho, y su espíritu se hallaba
perplejo y se sentó en la ribera presa de la desesperación. Pero acabó por calmar sus malos
pensamientos y dijo: "¡Alah me perdone mi impulso! ¡Sólo hay recurso en El! ¡El se cuida de la
subsistencia de sus criaturas, y lo que El da no puede quitárnoslo nadie, y lo que rehúsa Él, nadie nos lo
puede dar! Tomemos, pues, los días buenos y los malos como vengan, y aprestemos un pecho henchido de
paciencia contra las desgracias. ¡Porque la mala fortuna es como el grano que no se revienta y sólo se
resuelve a fuerza de cuidados pacienzudos!"
Cuando el pescador Califa se hubo reconfortado el alma con estas palabras, se levantó animosamente,
y remangándose la ropa, lanzó al agua sus redes tan lejos como alcanzaba su brazo, y esperó un buen rato;
tras de lo cual atrajo a sí la cuerda y tiró de ella con todas sus fuerzas; pero pesaban tanto las redes, que
hubo de tomar pre cauciones infinitas para arrastrarlas sin romperlas. Por fin lo consi guió, acarreándolas
delicadamente; y cuando las tuvo delante de él, las abrió, con el corazón palpitante; pero no encontró
dentro más que un mono muy grande, tuerto y lisiado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 555ª noche
Ella dijo:
"...pero no encontró dentro más que un mono muy grande, tuerto y lisiado.
Al ver aquello, exclamó el desgraciado Califa: "¡No hay fuerza ni poder más que en Alah! ¡En verdad
que pertenecemos a Alah y a El volveremos!
¡Pero qué fatalidad me persigue hoy!
¿Y qué sig nifica esta suerte desastrosa y este sino calamitoso? ¿Qué va a suce derme, pues, en este día
bendito? Pero todo esto está escrito por Alah (¡exaltado sea!)" Y así diciendo, cogió al mono y le ató con
una cuerda a un árbol que había en la ribera; luego tomó un látigo que llevaba consigo, y enarbolándolo
en el aire, quiso emprenderla a gol pes con el mono para desahogar su contrariedad. Pero de pronto el
mono movió la lengua con ayuda de Alah, y de una manera elocuente dijo a Califa:
"¡Oh, Califa, detén tu mano y no me pegues! ¡Déja me por el momento atado a este árbol, y ve a
arrojar tu red al agua una vez más, fijándote en Alah, que te dará tu pan del día!"
Cuando Califa oyó este discurso del mono tuerto y lisiado, con tuvo su gesto amenazador y fue hacia
el agua, donde arrojó su red, dejando flotar la cuerda. Y cuando quiso atraerla a sí, encontró la red más
pesada todavía que la vez primera; pero tirando de ella con lentitud y precaución, consiguió llevarla a la
orilla, y he aquí que halló dentro otro mono que no era tuerto ni ciego, sino muy hermo so, con los ojos
prolongados con kohl, las uñas teñidas con henné, los dientes blancos y separados por lindos intervalos, y
un trasero sonrosado y no de color crudo, como el trasero de los demás monos; y llevaba ceñido al talle
un traje rojo y azul muy agradable a la vista, y pulseras de oro en las muñecas y en los tobillos, y
pendientes de oro en las orejas; y se reía mirando al pescador, y guiñaba los ojos y chascaba la lengua.
Al ver aquello, exclamó Califa: "¡Por lo visto, hoy es día de monos! ¡Loores a Alah, que ha
convertido en monos los pescados del agua!
¡Oh día de pez, cómo empiezas!
¡Eres cual el libro cuyo con tenido se sabe al leer la primera página! ¡Pero todo esto sólo me sucede
por culpa del consejo que me dió el primer mono!"
Y diciendo estas palabras, corrió hacia el mono tuerto atado al árbol, y enarboló sobre él su látigo,
haciéndolo primero voltear tres veces en el aire, y gritando: "¡Mira ¡oh rostro de mal agüero! el resultado
del consejo que me diste!
¡Por haberte escuchado y haber abierto mi día con el espectáculo de tu ojo tuerto y tu deformidad,
heme aquí condenado a morir de fatiga y de hambre!"
Y le azotó en el lomo con el látigo, e iba a comenzar de nuevo, cuando le gritó el mono: "¡Oh Califa!
¡antes de pegarme, empieza por hablar a mi compañero el mono que acabas de sacar del agua! ¡Porque el
trato que quieres darme ¡oh Califa! no te servirá de nada, sino al contrario! ¡Escúchame, pues, lo que te
digo por tu bien!"
Y muy perplejo, Califa se alejó del mono tuerto y se acercó al segundo, que le miraba llegar riendo
de muy buena gana.
Y le gritó el pescador: "Y tú, ¡oh rostro de pez! ¿quién eres?"
Y el mono de los ojos hermosos contestó: "¡Cómo, oh Califa! ¿Es que no me conoces?"
Y él dijo: "¡No, no te conozco! ¡Habla pronto, o caerá sobre tu trasero este látigo!"
Y el mono contestó: "No me parece oportuno ese lenguaje ¡oh Califa! ¡Y mejor será que ha bles de
otro modo, y retengas mis respuestas, que han de enriquecerte!"
Entonces Califa arrojó lejos de sí el látigo, y dijo al mono: "Heme aquí dispuesto a escucharte, ¡oh
señor mono, rey de todos los mo nos!"
Y el otro dijo: "¡Has de saber, entonces, ¡oh Califa! que per tenezco a mi amo el cambista judío Abu-
Saada, y que a mí me debe su fortuna y su éxito en los negocios!"
Califa preguntó: "¿Y cómo es eso?"
El mono contestó: "¡Sencillamente, porque yo soy la primera persona cuyo rostro mira él por la
mañana, y la última de quien se despide antes de marcharse a dormir!"
Al oír estas palabras, excla mó Califa: "¿Pues no es cierto el proverbio que dice: "Calamitoso como
el rostro del mono..."
Luego se encaró con el mono tuerto, y le gritó: "Lo oyes, ¿verdad? ¡Esta mañana tu rostro no me ha
traído más que la fatiga y la contrariedad! ¡No te ocurre lo que a este her mano tuyo!"
Pero el mono de los ojos hermosos dijo: "¡Deja tran quilo a mi hermano, ¡oh Califa! y escúchame por
fin! Para experimen tar la verdad de mis palabras, empieza, pues, por atarme al extremo de la cuerda que
sujeta tus redes, y ¡arrójalas al agua una vez más! ¡Y verás entonces si te traigo la buena suerte...
En este momento de su narración, Scliehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 556ª noche
Ella dijo:
"¡...Y verás entonces si te traigo la buena suerte!"
Entonces Califa hizo lo que el mono acababa de aconsejarle, y habiendo arrojado sus redes, sacó un
magnífico pez tan grande como un carnero, con ojos como dos dinares de oro y escamas como dia mantes.
Y radiante cual si fuese el amo de la tierra y de sus depen dencias, fue el pescador a llevárselo en triunfo
al mono de los ojos hermosos, que le dijo: "¡Ya lo ves! Ahora ve a coger hierbas buenas y frescas, ponlas
en el fondo de tu cesto, coloca el pez encima, cúbrelo todo con una nueva capa de hierbas, échate el cesto
al hombro y llé valo a la ciudad de Bagdad, dejándonos a los dos monos atados a este árbol. Y si los
transeúntes te preguntan qué llevas, no les contestes una palabra. Y entrarás en el zoco de los cambistas, y
en medio del zoco encontrarás la tienda de mi amo Abu-Saada el judío, jeique de los cambistas.
Le hallarás sentado en un diván con un cojín detrás de sí y dos cajas delante, una para el oro y otra
para la plata. Y verás en su casa mozos jóvenes, esclavos, servidores y empleados. Entonces te
adelantarás hacia él, le pondrás delante el cesto de pescado, y le dirás: "Aquí tienes, ¡oh Abu-Saada!
¡Hoy fui de pesca, y he arrojado las redes en tu nombre, y Alah me ha enviado este pez que hay en el
cesto!" Y descubrirás delicadamente el pez.
Entonces te preguntará él: "¿Se lo has brindado a otro que no sea yo?" Dile: "¡No, por Alah!"
Él cogerá el pez y te ofrecerá como precio un dinar; pero se lo de volverás. Y te ofrecerá dos dinares;
pero se los devolverás. Y te dirá: "¡Dime, entonces, qué deseas!" Y le contestarás: "¡Por Alah! ¡Sólo
vendo el pez por dos palabras!"
Y si te pregunta: "¿Cuáles son esas palabras?", le contestarás: "¡Alzate sobre tus pies!, y di: "¡Sed
tes tigos ¡oh vosotros todos los que estáis presentes en el zoco! de que consiento en cambiar el mono de
Califa el pescador por mi mono; que trueco mi suerte por su suerte y mi parte de dicha por su parte de
dicha!"
Y añadirás, dirigiéndote a Abu-Saada: "Tal es el precio de mi pez. ¡Porque no me importa el oro! ¡No
conozco su color, ni su sabor, ni su utilidad!"
Hablarás así, ¡oh Califa! Y si el judío accede a ese trato, como seré yo propiedad tuya, todos los días
muy de mañana te daré los buenos días y por la noche te daré las buenas noches; y así te traeré la buena
suerte, y ganarás cien dinares al día. En cuanto a Abu-Saada el judío, inaugurará mañana su jornada con
el espectácu lo de este mono tuerto y lisiado, y tendrá la misma visión todas las noches; y cada día le
afligirá Alah con un nuevo impuesto o una carga o una vejación; y de ese modo, al poco tiempo se
arruinará, ¡y cuando no tenga ya nada entre las manos, se verá reducido a la mendi cidad! ¡Así, pues, ¡oh
Califa! retén bien en la memoria lo que acabo de decirte, y prosperarás y seguirás el camino recto de la
dicha!"
Cuando Califa el pescador hubo oído este discurso del mono, contestó: "Acepto tu consejo, ¡oh rey de
todos los monos! ¿Pero qué tengo que hacer, entonces, con ese tuerto de mal agüero? ¿Hay que dejarle
atado al árbol? ¡Porque estoy muy perplejo con respecto a él! ¡Pluguiera a Alah no bendecirle nunca!"
El mono contestó: "Déjale que vuelva al agua. Y déjame también a mí. ¡Es lo mejor!" Califa contestó:
"¡Escucho y obedezco!" Y se acercó al mono tuerto y lisia do, y le desató del árbol; y también dió libertad
al mono consejero. Y al punto se echaron de dos zancadas al agua, donde se sumergieron y
desaparecieron.
Entonces Califa cogió el pez, lo lavó, lo puso en el cesto encima de la hierba verde y fresca, lo
cubrió con hierba asimismo, se lo echó todo al hombro y se fué a la ciudad cantando a gritos.
Y he aquí que, cuando entró en los zocos, la gente y los tran seúntes le reconocieron, y como de
ordinario bromeaban con él, em pezaron a preguntarle: "¿Qué llevas ahí, ¡oh Califa!?"
Pero él no les contestaba y ni siquiera les miraba, y así durante todo el camino. Y llegó de tal suerte
al zoco de los cambistas, y pasó las tiendas una a una hasta que llegó a la del judío. Y le vió en medio de
su tienda sentado majestuosamente en un diván, teniendo dedicados a su servicio servidores numerosos
de todas edades y de todos colores; ¡y parecía así un rey del Khorassán!
Tras de asegurarse de que aquél era el propio judío, Califa adelantóse entre sus manos y se detuvo. Y
el ju dío levantó la cabeza hacia él, y dijo al reconocerle: "Comodidad y familia, ¡oh Califa! ¡Bienvenido
seas!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 557ª noche
Ella dijo:
"...Comodidad y familia, ¡oh Califa! ¡Bienvenido seas! Y dime qué te trae y qué deseas. ¡Y si por
casualidad te ha dicho malas pa labras alguien o te ha empujado o te ha atropellado, dímelo en seguida
para que vaya yo contigo a buscar al walí y a pedirle completa reparación del daño que se te haya
causado!"
El aludido contestó: "¡No, por vida de tu cabeza, ¡oh jefe de los judíos y su corona! nadie me ha
dicho malas palabras ni me ha empujado ni me ha atropellado, sino al contrario! Pero esta mañana salí de
mi casa y me fuí a la ribera y eché mis redes al agua a tu salud y en tu nombre. ¡Y las retiré y encontré
dentro este pez!" Y así diciendo, abrió el cesto, sacó delicadamente de su lecho de hierbas al pez, y se lo
presentó con ostentación al cambista judío. Y cuando éste vió aquel pez, lo encontró admirable, y
exclamó: "¡Por el Pentateuco y los Diez Mandamien tos! Sabe, ¡oh pescador! que ayer, estando yo
dormido, vi en sueños a la Virgen María, que se me apareció para decirme: «¡Oh Abu-Saa da, mañana
tendrás un regalo mío!»
¡Y he aquí que sin duda es éste el regalo consabido!"
Luego añadió: "Dime, por tu religión, ¡oh Ca lifa! ¿le has enseñado o brindado este pez a otro que no
sea yo?" Y Califa le contestó: "¡No, por Alah! ¡Te juro por la vida de Abu -Bekr el Sincero, ¡oh jefe de
los judíos y su corona! que no lo ha visto todavía nadie más que tú!" Entonces el judío se encaró con uno
de sus esclavos jóvenes, y le dijo: "¡Ven aquí! ¡Toda este pez y vé a llevarlo a casa, y dile a mi hija
Saada que lo limpie, fría la mitad y ase la otra mitad, y me lo tenga todo caliente para cuando acabe yo de
despachar los asuntos y pueda volver a casa!"
Y para dar más fuerza a la orden, Califa dijo al mozo: "¡Sí, ¡oh mozo! recomienda bien a tu ama que
no lo deje quemar, y hazle ver el hermoso color de sus agallas!" Y el mozo contestó: "Escucho y
obedezco, ¡oh mi amo!" Y se fué.
¡Volvamos al judío!
Ofreció con la punta de los dedos un dinar a Califa el pescador, diciéndole: "¡Toma esto para ti, ¡oh
Califa! y gástalo con tu familia!"
Cuando Califa tomó instintivamente el dinar y lo vió brillar en la palma de su mano, él, que todavía
no hubo visto en su vida el oro y ni siquiera sospechaba su valor, exclamó: "¡Gloria al Señor, Dueño de
los tesoros y Soberano de las riquezas de los do minios!"
Luego dió algunos pasos para marcharse, pero de pronto se acordó de la recomendación del mono de
los ojos hermosos, y volvien do sobre sus pasos, tiró el dinar al judío y le dijo: "¡Coge tu oro y devuelve
el pez al pobre! ¿Acaso crees que vas a burlarte impune mente de los pobres como yo?"
Cuando el judío hubo oído estas palabras, creyó que Califa que ría bromear con él, y riendo mucho de
la ocurrencia ¡le ofreció tres dinares en vez de uno!
Pero Califa le dijo: "¡No, por Alah, basta de bromas desagradables! ¿Crees verdaderamente que voy
a decidirme a vender mi pez por un precio tan irrisorio?"
Entonces el judío le ofreció cinco dinares en vez de tres, y le dijo: "¡Toma estos cinco dinares como
pago por tu pez, y no seas avaricioso!"
Y Califa los cogió en la mano y se marchó muy contento; y miraba aquellos dina res de oro, y se
maravillaba y se decía: "¡Gloria a Alah! ¡Sin duda que el califa de Bagdad no tiene en su casa tanto como
tengo yo en mi mano hoy!" Y prosiguió su camino hasta que llegó al extremo del zoco. Entonces se acordó
de las palabras del mono y de la recomen dación que le había hecho; y volvió a casa del judío y le tiró el
oro con desprecio.
El judío le preguntó: "¿Qué quieres, pues ¡oh Califa! y qué vienes a pedir? ¿Deseas cambiar tus
dinares de oro por drac mas de plata?"
El pescador contestó: "¡No quiero ni tus dracmas, ni tus dinares, sino que devuelvas el pez al pobre!"
Al oír estas palabras se enfadó el judío, y gritó, y dijo: "¿Cómo se entiende, ¡oh pescador!? ¡Me traes
un pez que no vale un dinar, y te doy por él cinco dinares, y no te quedas satisfecho! ¿Estás loco?
¿Quieres, si no, decirme al fin el precio a que deseas cedérmelo?"
Ca lifa contestó: "¡No quiero cederlo por plata ni por oro, sino que quie ro venderlo por dos palabras
solamente!" Cuando el judío oyó que era cuestión de dos palabras, creyó que se trataba de las dos
palabras que sirven de fórmula para la profesión de fe del Islam, y que el pesca dor le pedía que abjurase
de su religión por un pez.
Así es que la cólera y la indignación hicieron que se le abrieran los ojos hasta lo más alto de su
cabeza, y se le paró la respiración, y se le agrietó el pecho, y le rechinaron los dientes, y exclamó: "¡Oh
recortadura de uña de los musulmanes! ¿Acaso quieres con tu pez separarme de mi religión y hacerme
abjurar mi fe y mi ley, las que profesaron mis padres antes que yo?"
Y llamó a sus servidores, que acudieron entre sus manos, y les gritó: "¡Maldición! ¡Sus, y a ese rostro
de pez, y cogédmele por la nuca y azotadle concienzudamente hasta sacarle tiras de la piel! Y no le
perdonéis...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 558ª noche
Ella dijo:
"¡...Y no le perdonéis!" Y al punto los servidores le derriba ron a palos, y no cesaron de golpearle
hasta que rodó por los esca lones de la tienda. Y el judío les dijo: "¡Dejadle levantarse ahora!" Y Califa
se irguió sobre sus pies, a pesar de los golpes recibidos, ¡como si no hubiese sentido nada!
Y el judío le preguntó: "¿Quieres decirme ahora el precio que pretendes recibir por tu pez? ¡Estoy
dispuesto a dártelo para acabar ya! ¡Y medita acerca del trato nada envidiable que acabas de sufrir!"
Pero Califa se echó a reír, y contestó: "¡No tengas ningún temor por mí ¡oh amo mío! en cuanto a los
palos, porque puedo soportar tantos golpes como granos de cebada podrían comerse diez asnos a la vez!
No me han impresionado lo más míni mo!" Y el judío también se echó a reír de estas palabras, y le dijo:
"¡Por Alah sobre ti, dime lo que deseas, y te juro por la verdad de mi fe que te lo concederé!"
Entonces contestó Califa: "¡Ya te lo he dicho! ¡Por este pez pido dos palabras solamente! ¡Y no vayas
a creerte de nuevo que se trata de pronunciar nuestro acto de fe mu sulmán! Porque, por Alah, ¡oh judío, si
te haces musulmán, tu is lamismo no tendrá nunca ventaja para los musulmanes y ninguna desventaja para
los judíos; y si, por el contrario, te obstinas en permanecer en tu fe impía y en tu error de descreído, tu
descreimiento no tendrá ninguna desventaja para los judíos.
¡Las dos palabras que te pido no tienen nada que ver con eso! Deseo que te levantes sobre ambos pies
y digas: "Sed testigos de mis palabras, ¡oh habitantes del zoco, oh mercaderes de buena fe! ¡Por voluntad
propia consiento en cambiar mi mono por el mono de Califa, y en trocar mi suerte y mi sino de este
mundo por su suerte y su sino, y mi dicha por su dicha!"
Al oír este discurso del pescador, le dijo el judío: "¡Si se reduce a eso tu demanda, la cosa es fácil
para mí!" Y en aquella hora y en aquel instante, se irguió sobre ambos pies y dijo las palabras que le
había pedido Califa el pescador. Tras de lo cual se encaró con él y le preguntó: "¿Tienes que hacer algo
más en mi casa?" Califa contestó: "¡No!"
El judío le dijo: "¡Entonces, vete tranquilo!" Y sin más tar danza, se levantó Califa, cogió su cesto
vacío y sus redes y volvió a la ribera.
Entonces, confiando en la promesa del mono de los ojos hermo sos, arrojó sus redes al agua, las sacó
luego, aunque con grandes di ficultades, pues pesaban mucho, y las encontró llenas de peces de todas las
especies. Y al punto pasó por junto a él una mujer que llevaba en equilibrio sobre su cabeza una bandeja,
y que le pidió un dinar de pescado; y se lo vendió él. Y también acertó a pasar por allí un es clavo, que le
tomó otro dinar de pescado. ¡Y así sucesivamente, hasta que hubo vendido aquel día por valor de cien
dinares! Triunfante en tonces en el límite del triunfo, cogió sus cien dinares, y entró en el miserable
albergue donde vivía, cerca del mercado de pescado.
Y cuan do llegó la noche, se sintió él muy inquieto por todo aquel dinero que poseía, y dijo para sí
antes de echarse a dormir en su estera: "¡Oh Califa! todo el mundo en el barrio sabe que eres un pobre
hombre, un desgraciado pescador que no tiene nada entre las manos! ¡Pero hete aquí ahora convertido en
poseedor de cien dinares de oro! Y va a saberlo la gente, y también acabará por saberlo el califa Harún
Al -Raschid, y un día que ande escaso de dinero, enviará a tu casa los guardias, para decirte: "Tengo
necesidad de tanto dinero, y he sabido que tenías en tu casa cien dinares. ¡Y vengo a que me los prestes!"
Entonces yo tomaré una actitud muy lamentable, y me quejaré gol peándome el rostro, y contestaré: "¡Oh
Emir de los Creyentes! ¡soy un pobre que no tiene nada! ¿Cómo iba yo a tener suma tan fabulosa? ¡Por
Alah! ¡que quien te lo contó es un insigne embustero! ¡Jamás tuve, ni tendré, semejante suma!" Entonces,
para sacarme mi dinero y hacerme declarar el sitio en que lo he ocultado, me entregará al jefe de policía
Áhmad-la-Tiña, que mandará que me desnuden y me den una paliza hasta que declare y le entregue los
cien dinares. ¡Pero ahora pienso que lo mejor que puedo hacer para salir de este atolladero es no
declarar! ¡Y para no declarar, es preciso que acostumbre mi piel a los golpes, aunque ¡loado sea Alah!
está ya bastante curtida! ¡Pero es necesario que lo esté del todo, no vaya a ser que mi delicadeza nativa
no resista a los golpes y me obligue a hacer lo que no desea mi alma!"
Tras de pensar así, Califa no dudó ya más, y puso en ejecución el proyecto que le sugería su alma de
tragador de haschich. Se levantó, pues, al instante, se quedó completamente desnudo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 559ª noche
Ella dijo:
"...Tras de pensar así, Califa no dudó ya más, y puso en eje cución el proyecto que le sugería su alma
de tragador de haschich. Se levantó, pues, al instante, se quedó completamente desnudo, y cogió una
almohada de piel que tenía, y la colgó de un clavo frente a él en la muralla; luego, asiendo un látigo de
ciento ochenta nudos, empezó a dar alternativamente un latigazo en su piel y otro latigazo en la piel de la
almohada, y a lanzar al propio tiempo grandes gritos, como si ya estuviese en presencia del jefe de
policía y se viese obligado a defen derse de la acusación. Y gritaba: "¡Ay! ¡Ay! ¡Por Alah! que es men tira,
mi señor! ¡Una mentira manifiesta! ¡Ay! ¡Uy! ¡Palabras de perdición contra mí! ¡Oh! ¡Oh! ¡Con lo
delicado que soy! ¡Todos embusteros! ¡Yo soy un pobre! iAlah! iAlah! ¡Un pobre pescador! ¡No poseo
nada! ¡Uy! ¡Ninguno de los bienes despreciables de este mundo! ¡Sí! ¡Poseo! ¡No! ¡No poseo! ¡Sí!
¡Poseo! ¡No, no poseo!" Y con tinuó administrándose de aquella manera aquel remedio, dando sobre su
piel un latigazo y otro en la almohada; y cuando se hacía demasiado daño, olvidaba su turno y daba en la
almohada dos golpes seguidos; y acabó por no darse ya más que un latigazo de cada tres, luego de cada
cuatro, luego de cada cinco.
¡Eso fué todo!
Y los vecinos y los mercaderes del barrio, que oían resonar en la noche los gritos y los golpes,
acabaron por conmoverse, y se dijeron: "¿Qué le habrá ocurrido a ese pobre mozo para que grite de esa
ma tera? ¿Y qué golpes serán esos que llueven sobre él? ¡Acaso le hayan sorprendido unos ladrones y le
peguen hasta hacerle morir!" Y en tonces, como los gritos y los aullidos aumentaban, y los golpes se ha -
cían más numerosos cada vez, salieron de sus casas todos y corrieron a casa de Califa. Pero encontraron
cerrada la puerta, y se dijeron: "¡Los ladrones han debido entrar en su casa por el otro lado, bajando por
la terraza!" Y subieron a la terraza contigua y desde allí saltaron a la terraza de Califa, y bajaron a la
casa por el tragaluz del techo. ¡Y le hallaron solo y todo desnudo, dedicado a darse latigazos alternados y
a lanzar al mismo tiempo aullidos y protestas de inocencia!
¡Y se revolvía como un efrit, saltando sobre sus piernas!
Al ver aquello, los vecinos le preguntaron, estupefactos: "¿Qué te pasa, Califa? ¿Y por qué haces
eso? ¡Los golpes y los aullidos que oímos han puesto en conmoción a todo el barrio, y no nos han dejado
dormir! ¡Y henos aquí con los corazones agitados tumultuosamente!" Pero Califa les gritó: "¿Qué queréis
de mí? ¿Es que no soy dueño de mi piel y no puedo en paz acostumbrarla a los golpes? ¿Acaso sé lo que
puede reservarme el porvenir? ¡Idos, buena gente! ¡Mejor será que hagáis como yo y os déis el mismo
trato! ¡No estáis más al abrigo que yo de las exacciones y de las vejaciones!"
Y sin reparar más en su presencia, Califa continuó aullando bajo los golpes que resonaban en su
almohada, haciéndose la ilusión de que iban a parar a su propia piel.
Entonces los vecinos, al ver aquello, se echaron a reír de tal ma nera, que se cayeron de trasero, y
acabaron por marcharse como habían ido.
En cuanto a Califa, se cansó al cabo de cierto tempo; pero no quiso cerrar los ojos por temor a los
ladrones, pues estaba muy preo cupado con su reciente fortuna. Y por la mañana, antes de ir a su tra bajo,
todavía pensaba en sus cien dinares, y se decía: "Si los dejo en mi albergue, sin duda me los robarán; si
los guardo en mi cinturón, se dará cuenta de ello algún ladrón, que se pondrá al acecho en algún paraje
solitario para esperar a que yo pase, y saltará sobre mi, me matará y me robará. ¡Voy a hacer algo mejor
que todo eso!"
Entonces se levantó, partió en dos su capote, confeccionó un saco con una de las mitades, y guardó el
oro en el saco, que se colgó al cuello con un cordel. Tras de lo cual cogió sus redes, su cesto y su cayado,
y se encaminó a la ribera. Y llegado que fué a ella, cogió sus redes y las arrojó al agua con toda la fuerza
de su brazo. Pero el movimiento que hizo fué tan brusco y tan violento, que saltó de su cuello el saco de
oro y siguió a las redes en el agua; y la fuerza de la corriente lo arrastró lejos por las profundidades.
Al ver aquello, Califa abandonó sus redes, se desnudó en un abrir y cerrar de ojos, tirando sus
vestidos en la ribera, saltó al agua y se sumergió en busca de su saco; pero no consiguió dar con él.
Entonces se metió en el agua por segunda vez y por tercera vez y así sucesiva mente hasta cien veces, pero
en vano. Entonces, desesperado y en el límite de sus fuerzas, ganó la ribera y quiso vestirse; pero
observó que sus ropas habían desaparecido, y no encontró más que su red, su cesto y su cayado. Entonces
se golpeó las manos una contra otra, y exclamó: "¡Ah! ¡Viles foragidos, que me han robado mi ropa!
Pero todo esto me sucede sólo por hacer cierto el proverbio que dice: "¡No aca ba para el camellero
la peregrinación más que cuando ha horadado a su camello...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 560ª noche
Ella dijo:
"¡...no acaba para el camellero la peregrinación más que cuan do ha horadado a su camello!"
Y se decidió entonces a envolverse en su red, a falta de otra ropa; luego empuñó su cayado, y con el
cesto a la espalda, empezó a recorrer la ribera a grandes zancadas, yendo de un lado a otro, de derecha a
izquierda, de delante atrás, jadeante y desordenado y rabioso como un camello en celo, ¡y de todo punto
semejante a un efrit rebelde que se hubiese escapado de la estrecha prisión de bronce en que le tenía
encerrado Soleimán.
¡Y tal es lo referente a Califa el Pescador!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe al califa Harún Al-Raschid, que también toma parte en esta historia!
En aquel tiempo había en Bagdad, en calidad de hombre de ne gocios y joyero del califa, un individuo
muy notable que se llamaba Ibn Al-Kirnas. Y era un personaje tan importante en el zoco, que cuanto se
vendía en Bagdad de telas hermosas, joyas, objetos preciosos, mozos y jóvenes, no se vendía más que
por mediación suya o después de haber pasado por sus manos o haberlo sometido a su informe. Y un día
entre los días que Ibn Al-Kirnas estaba sentado en su tienda, vió ir hacia él al jefe de los corredores, que
llevaba de la mano a una joven como jamás la había admirado nadie, pues llegaba al límite de la belleza,
de la elegancia, de la finura y de la perfección. Y ade más de los encantos que atesoraba en sí, aquella
joven conocía todas las ciencias, las artes, la poesía, el manejo de instrumentos armónicos, el canto y la
danza. Así es que Ibn Al-Kirnas no vaciló en comprarla acto seguido por cinco mil dinares de oro; y
después de vestirla con ropas que valían mil dinares, se la presentó al Emir de los Creyentes. Y pasó ella
la noche con el califa. Y pudo éste poner a prueba por sí mismo entonces sus aptitudes y sus
conocimientos variados. Y la en contró experta en todo y sin igual en la época.
Se llamaba la joven Fuerza-de-los-Corazones y era morena y de lozana piel.
De modo que, encantado de su nueva esclava, el Emir de los Creyentes envió al día siguiente a Ibn
Al-Kirnas diez mil dinares como pago de la compra. Y sintió por la joven una pasión tan violenta, y de
tal modo quedó subyugado su corazón, que desdeñó a su prima Sett Zobeida, hija de Al-Kassim; y
abandonó a todas sus favoritas; y permaneció encerrado con la esclava un mes entero, sin salir más que
para la plegaria del viernes y regresando inmediatamente a toda prisa. Así es que a los señores del reino
les pareció cosa demasiado grave para que se prolongase por más tiempo, y fueron a exponer sus quejas
al gran visir Giafar Al-Barmaki. Y Giafar les prometió poner pron to remedio a aquel estado de cosas, y
esperó a la plegaria del viernes siguiente para ver al califa. Y entró entonces en la mezquita y tuvo una
entrevista con él, y durante largo rato pudo hablarle de las aven turas de amor y de sus consecuencias.
Después de escucharle sin interrumpirle, le contestó el califa: "¡Por Alah, ¡oh Giafar ! para nada
intervine en esta historia y en esta elección, y la culpa es de mi corazón, que dejóse prender en los lazos
del amor, sin que yo sepa cómo li bertarle de ellos!" Y contestó el visir Giafar: "Piensa ¡oh Emir de los
Creyentes! en que tu favorita Fuerza-de-los-Corazones estará siempre entre tus manos sometida a tus
órdenes como una esclava entre tus esclavas, y ya sabes que cuando la mano posee, el alma deja de
codiciar.
Además, quiero indicarte un medio para que tu corazón no se canse de la favorita: consiste en alejarte
de ella de cuando en cuando, marchándote, por ejemplo, de caza o de pesca, ¡porque es posible que las
redes de pescar libren a tu corazón de las otras redes en que el amor hubo de apresarte! ¡Mejor será esto
que empezar enseguida a ocuparte de los asuntos de gobierno, pues en la situación en que te encuentras te
aburriría demasiado ese trabajo!"
Y contestó el califa: "Excelente es tu idea, oh Giafar! ¡Vámonos de paseo sin tardanza ni dilación!"
Y en cuanto terminaron las plegarias, abandonaron la mez quita, montó en su mula cada cual, y se
pusieron a la cabeza de su escolta, saliendo de la ciudad y caminando por los campos.
Después de haber errado mucho tiempo de un lado para otro en las horas de calor, acabaron por dejar
a distancia tras ellos a su es colta, distraídos con la conversación; y Al-Raschid sintió una sed atroz, y
dijo: "¡Oh Giafar, me tortura una sed muy grande!" Y miró en todos sentidos a su alrededer, buscando
alguna vivienda, y divisó a lo lejos una cosa que se movía en la alto de una colina, y preguntó a Giafar:
"¿Ves algo que veo yo allá lejos?"
El otro contestó: "¡Sí, ¡oh Comendador de los Creyentes! veo en lo alto de una colina una cosa vaga!
¡Debe ser algún jardinero o un sembrador de cohombros! ¡De todos modos, como sin duda hay agua por
allá, echaré a correr para traértela!"
Al-Raschid contestó: "¡Mi mula es más veloz que tu mula! ¡Quédate aquí esperando a nuestra escolta,
mientras yo mismo voy a que me dé de beber ese jardinero, y vuelvo enseguida!" Y así diciendo, Al-
Raschid guió su mula en aquella dirección, y se alejó con la rapidez de un viento tempestuoso o de un
torrente que cayera desde lo alto de una roca, y en un abrir y cerrar de ojos, alcanzó a la persona
consabida, que no era otra que Califa el pescador. Y le vió desnudo y trabado en sus redes, y con los ojos
enrojecidos, desorbitados y asus tados, y con un aspecto horrible a la vista. Y de tal modo se asemejaba
el pescador a uno de esos efrits malhechores que rondan por los lu gares desiertos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 561ª noche
Ella dijo:
"...Y de tal modo se asemejaba el pescador a uno de esos efrits malhechores que rondan por los
lugares desiertos. Y Harún le deseó la paz, y Califa correspondió al deseo, renegando y lanzándole una
mirada llameante. Y Harún le dijo: "¡Oh hombre! ¿puedes darme un sorbo de agua?" Y Califa le contestó:
"¡Oh tú! ¿eres ciego o estás loco! ¿No ves correr el agua detrás de esta colina?" Entonces Harún dió la
vuelta a la colina y fué a parar al Tigris, donde apagó su sed tendiéndose de bruces, y también hizo beber
a su mula.
Luego volvió junto a Califa, y le dijo: "¿Qué haces aquí, ¡oh hombre! y cuál es tu oficio?" Califa
contestó: "En verdad que esa pregunta es todavía más extraña y más extraordinaria que la concerniente al
agua. ¿Acaso no ves en mis hombros el aparejo de mi oficio?" Y al ver la red; le dijo Harún: "¡Sin duda
eres pescador!" El otro dijo: "¡Tú lo has dicho!"
Y Harún le preguntó: "¿Pero qué hiciste de tu ropón, de tu camisa y de tu saco?" Al oír estas palabras,
Califa, que había perdido los diversos objetos que acababa de nombrar Al-Raschid, no dudó un instante
de que tenía en su presencia al propio ladrón que se los había quitado en la playa, y precipitándose como
un relámpago sobre Al -Raschid desde lo alto de la colina, asió por la brida a la mula, excla mando:
"¡Devuélveme mis efectos y pon fin a esta broma de mal género!"Harún contestó: "¡Por Alah, que no he
visto tus ropas ni sé de qué quieres hablar!" Y he aquí que, como es sabido, Al-Raschid tenía las mejillas
gordas y abultadas y la boca muy pequeña. De modo que, al mirarle con más atención, Califa creyó que
era un tañedor de clarinete, y le gritó: "¿Quieres o no, ¡oh tañedor de clarinete! de volverme mis efectos, o
prefieres que te haga bailar a palos y orinarte en tus vestidos?"
Cuando el Califa vió suspendido sobre su cabeza el enorme ga rrote del pescador, se dijo: "¡Por Alah,
que no podré soportar la mitad de un garrotazo de ese palo!" Y sin vacilar más; se quitó su hermoso traje
de raso, y ofreciéndoselo a Califa, le dijo: "¡Oh hom bre! toma este traje para reemplazar con él los
efectos que perdiste!" Y Califa tomó el traje, le dió vueltas en todos sentidos, y dijo: "¡Oh tañedor de
clarinete! mis efectos valen diez veces más que este traje tan mal adornado".
Al-Raschid dijo: "¡Bueno! ¡pero póntelo a pesar de todo, mientras busco tus efectos!" Y Califa lo
cogió y se lo puso; pero, pareciéndole demasiado largo, empuñó su cuchillo, que estaba enganchado en el
asa del cesto de pesca, y de un tajo cortó todo el tercio inferior del vestido, sirviéndose de aquel retazo
para confeccio narse al punto un turbante, mientras el traje apenas le llegaba a las rodillas; sin embargo,
él lo prefería así para poder moverse con faci lidad. Luego se encaró con el califa, y le dijo: "¡Por Alah
sobre ti, ¡oh tañedor de clarinete! dime cuántos ingresos te produce al mes tu oficio!" El califa contestó,
sin atreverse a contrariar a su interpelante: "¡Mi oficio de tañedor de clarinete me produce unos diez
dinares al mes!" Y dijo Califa, con un gesto de conmiseración profunda: "¡Por Alah ¡oh pobre! que me
entristece tu suerte! Porque esos diez dinares los gano yo en una hora, sin más que echar mi red y sacarla;
pues tengo en el agua un mono que se ocupa de mis intereses, y se encarga de empujar los peces hacia mis
redes cada vez que las echo. ¿Quieres, pues, ¡oh mejillas abultadas! entrar a mi servicio para que yo te
en señe el oficio de pescador y llegar a ser un día mi socio en la ga nancia, empezando primero por ganar
cinco dinares diarios como ayu dante mío? ¡Y además, te aprovecharás de la protección de este garrote
contra las exigencias de tu antiguo maestro de clarinete, al cual me encargo yo de derrengar con un solo
garrotazo, si lo necesitas!" Y Al-Raschid contestó: "¡Acepto la proposición!"Califa dijo: "¡Entonces
apéate de la mula y sujétala a cualquier parte, a fin de que pueda servirnos para llevar el pescado al
mercado cuando sea preciso! ¡Y ven pronto para empezar tu aprendizaje de pescador!"
Entonces el califa, suspirando con toda el alma y lanzando en tor no suyo miradas inquietas, se apeó
de su mula, la ató cerca de allí, se arremangó lo que le quedaba de ropa y sujetó a su cinturón la orla de
su camisa, yendo a situarse junto al pescador, que le dijo: "¡Oh tañedor de clarinete! toma esta red, échala
al brazo de tal manera, y lánzala al agua de tal otra manera!" Y Al-Raschid hizo con su corazón un
llamamiento a todo el valor de que se sentía capaz, y ejecutando lo que le ordenaba Califa, arrojó la red
al agua, y al cabo de algunos instantes quiso retirarla; pero la encontró tan pesada, que no pudo
conseguirlo solo, y Califa se vió obligado a ayudarle; y entre los dos la atrajeron a la orilla, en tanto que
Califa gritaba a su ayudante:
"¡Oh clarinete de mi zib!, ¡si, por desgracia, noto que se ha roto o estropeado mi red con las piedras
del fondo, te horadaré! ¡Y lo mismo que tú me cogiste mi ropa, te cogeré tu mula!"
Pero felizmente para Harún, la red estaba intacta y llena de peces hermosísimos! De no ser así, Harún
sin duda se habría visto ensartado por el zib del pescador, ¡ y sólo Alah sabe como hubiera podido
soportar semejante carga! ¡Sin embargo, no pasó nada! Por el contrario, el pescador dijo a Harún: "¡Oh
clarinete! eres muy feo, y tu cara se parece exactamente a mi trasero; pero ¡por Alah! que si te fijas en tu
nuevo oficio, llegará día en que seas un pescador extraordinario...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 562ª noche
Ella dijo:
"¡Oh clarinete! eres muy feo, y tu cara se parece exactamente a mi trasero; pero ¡por Alah! ¡que si te
fijas bien en tu nuevo oficio, llegará día en que seas un pescador extraordinario! Por ahora, lo mejor que
puedes hacer es montar otra vez en tu mula e ir al zoco a comprarme dos cestos grandes para que ponga
yo en ellos lo que no cabe aquí de esta pesca prodigiosa; y me quedaré guardando el pes cado hasta que
regreses. Y no te preocupes por más, pues aquí tengo el peso de la pesca, las pesas y todo lo necesario
para la venta al por menor. Y cuando lleguemos al zoco del pescado, toda tu obligación se reducirá a
sostenerme el peso y a cobrar el dinero a los parroquia nos. Pero date prisa a comprarme corriendo los
dos cestos. ¡Y cuidado con holgazanear, si no quieres que el garrote te mida las costillas!"
Y el califa contestó: "¡Escucho y obedezco!" Luego se apresuró a des atar su mula y a montar en ella
para ponerla a galope tendido; y muriéndose de risa, fué al encuentro de Giafar, quien al verle ataviado
de tan extraña manera, alzó los brazos al cielo, y exclamó: "¡Oh Co mendador de los Creyentes! ¡sin duda
encontraste en tu camino algún jardín ameno en donde te acostaste y te revolcaste por la hierba!"
Y el califa se echó a reír al oír estas palabras de Giafar.
Luego los de más Barmecidas de la escolta, que eran parientes de Giafar; besaron la tierra entre las
manos del califa, y dijeron: "¡Oh Emir de los Cre yentes! ¡ojalá Alah prolongue sobre ti las alegrías y
aleje de ti las preocupaciones! ¿Pero cuál es la causa que te retuvo alejado tanto tiempo de nosotros, si
sólo nos dejaste para beber un sorbo de agua?"
Y el califa les contestó: "¡Acaba de ocurrirme una aventura prodigiosa, de las más dilatadoras y de
las más extraordinarias!" Y les contó lo que le había ocurrido con Califa el pescador, y cómo para
reemplazar los vestidos de cuyo robo se le acusaba, le había dado en cambio su traje de raso labrado.
Entonces exclamó Giafar: "¡Por Alah! ¡oh Emir de los Creyentes! que cuando te vi alejarte
completamente solo tuve como un presentimiento de lo que iba a ocurrirte! ¡Pero no es grande el daño,
pues ahora mismo voy a rescatar del pescador ese traje que le diste!"
El califa se echó a reír más fuerte todavía, y dijo: "¡Debiste pensarlo antes, ¡oh Giafar! porque el
bueno del hombre ha cortado ya un tercio del vestido para ajustárselo a la cintura, y se ha hecho un
turbante con el retazo! Pero ¡oh Giafar! bastante ha sido ya esta pesca, y no tengo gana de emprender otra
vez semejante tarea. ¡Y por cierto que he pescado de una vez tanto, que me dispensa de tener mejor éxito
en lo futuro, pues la pesca que salió de mi red es de una abundancia milagrosa, y allá en la orilla queda
guardada por mi amo Califa, que no espera más que mi regreso con los cestos para ir al zoco a vender el
producto de mi redada!"
Y dijo Giafar: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡voy, entonces, a hacer que fluyan a vosotros dos los
compradores!" Harún exclamó: "¡Oh Giafar! ¡por los méritos de mis antepasados los Puros, prometo un
dinar por cada vez a los que compren de mi pesca a mi amo Califa!"
A la sazón Giafar llamó a los guardias de la escolta: "¡Eh! ¡guar dias e individuos de la escolta,
corred a la ribera y procurad traer pescado al Emir de los Creyentes!" Y al punto todos los de la escolta
echaron a correr hacia el paraje indicado, y se encontraron con Califa guardando su pesca; y le rodearon
cual gavilanes que cercaran una presa, y arrebataron los peces amontonados delante de él, disputándose -
los, aunque el garrote de Califa se agitaba amenazador. Y a pesar de todo, quedó Califa vencido por la
mayoría, y exclamó: "¡Sin duda no es del Paraíso este pescado!" Y a fuerza de garrotazos consiguió
salvar del saqueo los dos peces más hermosos de la pesca; y los cogió, cada uno con una mano, y se
refugió en el agua para escapar de los que creía bandoleros salteadores de caminos. Y ya en el agua, alzó
sus manos con un pez en cada una y exclamó: "¡Oh Alah! ¡por los méritos de estos peces de tu Paraíso,
haz que no tarde en llegar mi socio el tañedor de clarinete!"
Y he aquí que, pronunciada esta invocación, un negro de la escol ta, que se había retrasado a los
demás porque su caballo se paró en el camino para orinar, llegó a la ribera el último, y no viendo ya
huella de pescado, miró a derecha y a izquierda y divisó en el agua a Califa con un pez en cada mano. Y
le gritó: "¡Oh pescador, ven aquí!"
Pero Califa contestó: "Vuelve la espalda, ¡oh tragador de zib!"
Al oír estas palabras, el negro levantó su lanza en el límite del furor, y apuntando con ella a Califa, le
gritó "¿Quieres venir aquí y vender me esos dos peces al precio que te parezca, o prefieres recibir esta
lanza en el costado?" Y Califa le contestó: "No tires, ¡oh bribón! ¡Mejor será darte el pescado que perder
la vida!"
Y salió del agua y arrojó con desdén los dos peces al negro, que los recogió y los puso en su pañuelo
de seda ricamente bordado; luego se llevó la mano al bolsillo para sacar dinero, pero lo encontró vacío;
y dijo al pescador: "¡Por Alah, que no tienes suerte, ¡ob pescador! pues al presente no llevo en el bolsillo
ni un solo dracma. Pero vé mañana al palacio y pregunta por el negro eunuco Sándalo. Y los servidores te
llevarán a mi presencia, y en mí hallarás una acogida generosa y lo que la suerte te haya deparado, ¡y
luego te irás por tu camino!"
Sin atre verse a protestar, Califa lanzó al eunuco una mirada que decía más que mil insultos o mil
amenazas de horadación o de fornicación con la madre o la hermana del interesado, y se alejó en
dirección a Bagdad, golpeándose una contra otra las manos, y diciendo, con un tono de amargura y de
ironía: "¡He aquí, en verdad, un día que desde sus albores está siendo bendito entre todos los días
benditos de mi vida! ¡No cabe duda!" Y de tal modo franqueó los muros de la ciudad, y llegó a la entrada
de los zocos.
Y cuando los transeúntes y los tenderos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 563ª noche
Ella dijo:
...Y cuando los transeúntes y los tenderos vieron que el pescador Califa, no obstante llevar a la
espalda sus redes, su cesto y su garrote, iba vestido con un traje y tocado con un turbante que entre ambos
val drían muy bien mil dinares, se agruparon en torno suyo y echaron a andar detrás de él para enterarse
de la cosa, hasta que el pescador acertó a pasar por delante de la tienda del propio sastre del califa. Y
desde la primera ojeada que echó a Califa, el sastre reconoció en el traje que llevaba aquel hombre el
mismo que entregó él hacía poco al Comendador de los Creyentes. Y gritó al pescador: "¡Oh Califa! ¿de
dónde te ha venido ese traje que llevas?"
Y Califa, de muy mal humor, le contestó midiéndole con la mirada: "¿Y qué te importa eso a ti,
impúdico con cara de excremento? Sabe, sin embargo, para que veas que no oculto nada, que este traje
me lo ha dado el aprendiz a quien enseño a pescar y que ahora es mi ayudante. ¡Y me lo ha dado para que
no le cortaran la mano como consecuencia del robo de que se ha hecho culpable al quitarme mis efectos!"
Al oír estas palabras, el sastre comprendió que el califa se habría encontrado al pescador durante su
paseo y le habría embromado de aquel modo para reírse de él. Y dejó a Califa continuar en paz su
camino y llegar a su casa, donde mañana le encontraremos.
Pero tiempo es ya de saber lo que pasó en palacio durante la ausencia del califa Harún Al-Raschid.
Pues bien; pasaron allí cosas de extrema gravedad.
En efecto, sabemos que el califa no había salido de su palacio con Giafar más que para tomar un poco
de aire por los campos y distraerse por un momento de su pasión extremada hacia Fuerza-de los-
Corazones. Pero no era sólo a él a quien torturaba aquella pasión hacia la esclava.Su esposa y prima Sett
Zobeida, desde que se presentó en palacio aquella joven que llegó a ser la favorita exclusiva del Emir de
los Creyentes, no podía ya comer, ni beber, ni dormir, ni nada, de tan llena como tenía el alma de los
celos que sienten de ordinario las mujeres hacia sus rivales. Y para vengarse de aquella afrenta con tinua
que la humillaba a sus propios ojos y a los ojos de quienes la rodeaban, no aguardaba más que una
ocasión, bien una ausencia fortuita del califa, bien un viaje, bien una ocupación cualquiera, que le
permitiese obrar con libertad. Así es que en cuanto supo que el califa había salido para ir de caza y de
pesca, hizo preparar en sus habitaciones un festín suntuoso, en el cual no faltaban bebidas ni ban dejas de
porcelana llenas de confituras y pasteles.Y mandó a invitar con gran ceremonia a la favorita Fuerza-delos-
Corazones, haciendo que le dijeran las esclavas: "Nuestra ama Sett Zobeida, hija de Kassem, esposa
del Emir de los Creyentes, te invita hoy a un festín que da en tu honor, ¡oh nuestra ama Fuerza-de-los-
Corazones! Porque ha toma do hoy cierto medicamento, y como para que surta mejor sus efectos es
preciso que se regocije el alma y dé reposo al espíritu, ella cree que el mejor reposo y la alegría mejor
no pueden proporcionárselos más que tu presencia y tus encantos maravillosos, de los que ha oído ha blar
con admiración al califa. ¡Y tiene muchas ganas de juzgar por sí misma!"
Y Fuerza-de-los-Corazones contestó: "¡El oído y la obediencia son para Alah y para nuestra ama Sett
Zobeida!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante; y no sabía lo que le reservaba el Destino en
sus designios misteriosos. Y llevó consigo los instrumentos musicales que necesitaba, y acompañó al jefe
eunuco a las habitaciones de Sett Zobeida.
Cuando estuvo en presencia de la esposa del califa, besó la tierra entre sus manos varias veces; luego
se levantó, y con una voz infinita mente deliciosa, dijo: "¡La paz sobre la cortina levantada y el velo
sublime de este harem, sobre la descendiente del Profeta y heredera de la virtud de los Abbasidas!
¡Pluguiera a Alah prolongar la dicha de nuestra ama mientras el día y la noche se sucedan uno a otro!" Y
habiendo dicho este cumplimiento, retrocedió hasta colocarse en medio de las demás mujeres y esclavas.
Entonces Sett Zobeida, que estaba echada en un amplio diván de terciopelo, alzó los ojos lentamente
hacia la favorita y la miró con fijeza. Y quedó deslumbrada de la belleza que veía ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 564ª noche
Ella dijo:
"...Y quedó deslumbrada de la belleza que veía en aquella joven perfecta que tenía cabellos de noche,
mejillas cual corolas de rosas, granadas en vez de senos, ojos brillantes, párpados lánguidos, una frente
resplandeciente y un rostro de luna. Y sin duda debía salir el sol tras la franja de su frente, y las tinieblas
de la noche se espesarían con su cabellera; el almizcle no debiera sacarse más que de su aliento
perfumado, y las flores le eran deudoras de su gracia y sus perfumes; la luna sólo brillaba cuando la
arrebataba el resplandor de su frente; la rama sólo se balanceaba imitando el balanceo de su talle, y las
estrellas sólo titilaban en sus ojos; el arco de los guerreros no era más que un remedo de sus cejas, y el
coral de los mares enrojecía en sus labios nada más.
¡Si se irritaba, caían sin vida en tierra sus amantes! ¡Si ella se apaciguaba, las almas devolvían la
vida a los cuerpos inanima dos! Si lanzaba una mirada, hechizaba y sometía a su imperio ambos mundos.
¡Porque en verdad que era un milagro de belleza, honor de su tiempo y gloria de Quien la había creado y
perfeccionado!
Cuando Sett Zobeida la admiró y detalló, le dijo: "¡Comodidad, amistad y familia! Bienvenida seas
entre nosotras, ¡oh Fuerza-de-los-Corazones! ¡Siéntate y diviértenos con tu arte y con los primores de tu
ejecución!" Y contestó la joven: "¡Escucho y obedezco!" Luego se sentó, y tendiendo la mano, cogió
primero un tamboril, instrumento admirable; y se le podría entonces aplicar estos versos del poeta:
¡Oh tañedora de tamboril, mi corazón vuela al oírte! ¡Y mientras tus dedos baten el ritmo
profundo, el amor que me posee sigue al compás y el sonido repercute en mi pecho!
¡No te apoderarás más que de un corazón herido! ¡Lo mismo cuando cantas con un tono
ligero, que cuando lanzas el grito del dolor, penetras en nuestra alma!
¡Ah! Levántate,!ah! desnúdate, ¡ah! Tira el velo, y alzando tus leves pies, ¡oh toda hermosa!
señala el paso de la delicia ligera y de nuestra locura!
Y cuando hubo hecho resonar el instrumento sonoro, cantó acom pañándose, estos versos
improvisados:
Sus hermanos los pájaros dijeron a mi corazón, pájaro herido: “!Huye, huye de los hombres
y de la sociedad!”
¡Pero yo dije a mi corazón!, pájaro herido: ¡Corazón mío, obedece a los hombres y que tus
alas tiemblen como abanicos! ¡Regocíjate para complacerles!”
Y cantó estas dos estrofas con una voz tan maravillosa, que las aves del cielo detuvieron su vuelo y el
palacio se puso a bailar de entusiasmo con todos sus muros. Entonces Fuerza-de-los-Corazones dejó el
tamboril y cogió la flauta de caña, en la cual apoyó sus labios y sus dedos. Y se le podrían entonces
aplicar estos versos del poeta:
¡Oh tañedora de la flauta ¡el instrumento de insensible caña que tienen en tus labios tus
ágiles dedos, adquiere al paso de tu aliento un alma nueva!
¡Sopla en mi corazón! ¡Resonará mejor que la insensible caña de la flauta de agujeros
sonoros, porque en él hallarás más de siete heridas que han de avivarse al roce de tus dedos!
Cuando hubo encantado a los circunstantes, con su maestría, dejó la flauta y cogió el laúd, instrumento
admirable, y templando las cuerdas, le apoyó contra su seno, inclinándose sobre la caja con la ternura de
una madre que se inclinara sobre su hijo, de modo que, sin duda, se refiere a ella y a su laúd el poeta que
ha dicho:
¡Oh tañedora de laúd! ¡sobre las cuerdas persas tus dedos ex citan o calman la violencia a
medida de tu deseo, cual un médico hábil que a su antojo hace brotar la sangre de las venas o
la deja circular por ellas tranquilamente, según se necesite!
¡Qué gusto da oír hablar bajo tus dedos delicados a un laúd de cuerdas persas que habla a
aquellos cuyo lenguaje no posee, viendo cómo todos los ignorantes comprenden su lenguaje sin
palabras!
Y entonces preludió ella de catorce modos diferentes, y acompa ñándose cantó un canto completo, que
confundió de admiración a quie nes la veían y llenó de delicias a quienes la escuchaban.
Luego, tras de preludiar así en distintos instrumentos y cantar ante Sett Zobeida canciones variadas,
Fuerza-de-los-Corazones se levan tó con su gracia y su flexibilidad ondulante, ¡y bailó! Después de lo
cual se sentó y ejecutó distintos juegos de destreza, prestidigitaciones y escamoteos, y lo hizo con tan
ligera mano y con tanto arte y habilidad, que, a pesar de los celos, el despecho y el deseo de venganza,
Sett Zobeida estuvo a punto de caer enamorada de ella y declararle su pa sión. Pero pudo reprimir a
tiempo aquel impulso, pensando para su ánima: "¡En verdad que no debiera censurarse a mi primo Al-
Raschid por estar enamorado de ella...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 565ª noche
Ella dijo:
"¡...En verdad que no debiera censurarse a mi primo Al-Raschid por estar tan enamorado de ella!" Y
dió orden a los esclavos para que sirvieran el festín y dejó a su odio sobreponerse a estos primeros sen -
timientos. Sin embargo, no dejó que la compasión huyera de su cora zón enteramente, y en lugar de
realizar el proyecto de envenenar a su rival, como había pensado en un principio, y desembarazarse así
de ella para siempre, se limitó a mezclar en los pasteles servidos a Fuerza-de-los-Corazones una dosis
muy fuerte de bang narcótico. Y no bien la favorita se llevó a los labios un trozo de aquellos pasteles,
echó la cabeza atrás y se sumió en las tinieblas de la inconsciencia. Y Sett Zobeida, fingiendo un dolor
grande, ordenó a las esclavas que la transportaran a un aposento secreto. Luego hizo correr la noticia de
su muerte, diciendo que se había atragantado por comer demasiado de prisa, y mandó celebrar un
simulacro de funerales solemnes y de entie rro, y le erigió en seguida una tumba suntuosa en los jardines
mismos de palacio.
Todo eso acaeció durante la ausencia del califa. Pero cuando des pués de su aventura con el pescador
Califa entró aquél en el palacio, su primer cuidado consistió en preguntar a los eunucos por su bien amada
Fuerza-de-los-Corazones. Y los eunucos, a quienes Sett Zobeida había amenazado con la horca en caso
de indiscreción, contestaron al califa con acento fúnebre: "¡Ay! ¡oh señor nuestro! Alah prolongue tus días
y vierta sobre tu cabeza las bienandanzas que se merecía nues tra ama Fuerza-de-los-Corazones! ¡Tu
ausencia ¡oh Emir de los Cre yentes! le ha causado una desesperación y un dolor tan grandes, que no ha
podido soportar su emoción, y la ha asaltado una muerte repenti na! ¡Y está ahora en la paz del Señor!"
Al oír estas palabras, el califa echó a correr por el palacio como un insensato tapándose las orejas y
preguntando a grandes gritos por su bienamada a cuantos encontraba. Y a su paso se arrojaba de bru ces
todo el mundo o se escondía tras las columnatas. Y llegó de tal suerte al jardín donde se alzaba la falsa
tumba de la favorita y dio con la frente en el mármol, y tendiendo los brazos y llorando todas sus
lágrimas, exclamó:
¡Oh tumba! ¿Cómo es posible que tus sombras frías y las tinieblas de tu noche encierren a
la bien amada?
¡Oh tumba! ¡por Alah, dime si la belleza y los encantos de mi amiga se borraron para
siempre! ¿Se desvaneció para siempre el espectáculo regocijante de su hermosura?
¡Oh tumba! ¡sin duda no eres el Jardín de las Delicias ni el alto cielo! ¿Pero porqué veo
brillar dentro de ti la luna, y florecer la rama?
Y el califa siguió sollozando y desahogando de aquel modo su do lor durante una hora de tiempo. Tras
de lo cual se levantó y corrió a encerrarse en sus habitaciones, sin querer oír consuelos ni recibir a su
esposa y a sus íntimos.
En cuanto a Sett Zobeida, apenas vió el éxito de su estratagema, hizo encerrar en secreto a Fuerza-delos-
Corazones en un arca (porque la joven continuaba bajo los efectos adormecedores del bang) y ordenó
a dos esclavos de confianza que sacaran del palacio el arca y la ven dieran en el zoco al primer
comprador que se presentase, con la condición de hacer la compra sin levantar la tapa.
¡Y he aquí lo referente a todos ellos!
Volvamos ahora al pescador Califa. Cuando se despertó al día si guiente al de la pesca, su primer
pensamiento fué para el negro castrado que no le había pagado los dos peces, y se dijo: "¡Me parece que
lo mejor que puedo hacer es ir a palacio a preguntar por ese eunuco Sándalo, hijo de una negra maldita
de narices anchas; pues que él mismo me lo ha recomendado así! Y como no quiera cumplir conmigo,
¡por Alah, que le horado!"
Y se dirigió al palacio.
Pero al llegar a palacio encontró a todo el mundo en movimiento; y la primera persona con quien se
encontró en la misma puerta fué el negro eunuco Sándalo, que estaba sentado en medio de un grupo
respetuoso de otros negros y otros eunucos discutiendo y gesticulando. Y se adelantó Califa hacia él, y
como un joven mameluco quería impe dirle el paso, le empujó y le gritó: "¡Déjame, hijo de perro!"
Al oír este grito, el eunuco Sándalo volvió la cabeza y vió que estaba allí Ca lifa el pescador. Y
riendo, el eunuco le dijo que se acercara; y Califa avanzó, y dijo: "¡Por Alah, que te hubiera conocido
entre mil, ¡oh ru biales míos! ¡oh tizón mío!"
Y el eunuco se echó a reír al escuchar estas palabras, y le dijo con amabilidad: "Siéntate un momento
¡oh mi amo Califa! ¡Enseguida te pagaré lo que te debo!" Y se metió la mano en el bolsillo para coger
dinero y dárselo; cuando un grito anun ció la presencia del gran visir Giafar, que salía de ver al califa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 566ª noche
Ella dijo:
"...Y se metió la mano en el bolsillo para coger dinero y dárselo, cuando un grito anunció la presencia
del gran visir Giafar, que salía de ver al califa. Así es que los eunucos, los esclavos y los jóvenes ma -
melucos se levantaron para ponerse en dos filas; y Sándalo, a quien el visir hizo con la mano seña de que
tenía que hablarle, dejó al pescador y a toda prisa se puso a las órdenes de Giafar. Y empezaron a hablar
ambos largamente, paseándose.
Cuando Califa vió que el eunuco tardaba en volver junto a él, creyó que aquello era una estratagema
suya para no pagarle, máxime cuando el eunuco parecía haberle olvidado completamente, sin pre -
ocuparse ya de su presencia y como si no existiera el pescador. En tonces éste comenzó a moverse y a
hacer al eunuco desde lejos señas que querían decir: "¡Vuélvete ya!"Pero como el otro no le prestaba la
menor atención, le gritó Califa con irónico acento: "¡Oh mi señor Tizón, dame lo que me debes para que
me vaya!"
Y a causa de la presencia de Giafar, el eunuco se avergonzó mucho de este apóstrofe, y no quiso
contestarle. Por el contrario, se puso a hablar con más viveza para no atraer hacia el otro la atención del
gran visir; pero fué trabajo perdido. Porque Califa se acercó más y exclamó con una voz formidable,
haciendo muchos gestos: "¡Oh tramposo pillastre! ¡confunda Alah a las gentes de mala fe y a cuantos
privan de lo suyo a los pobres!"
Después cambió de acento y le gritó con sorna: "Bajo tu protección me pongo, ¡oh mi señor Barriga-
Hueca! Y te suplico que me des lo que me debes para que me marche".
Y el eunu co llegó el límite de la confusión, pues Giafar había visto y oído aquella voz; pero como aún
no sabía de qué se trataba, preguntó al eunuco: "¿Qué le ocurre a ese hombre? ¿Y quién le ha engañado?"
Y el eunuco contestó: "¡Oh mi señor! ¿no sabes quién es ese hom bre?"
Giafar dijo: "¡Por Alah! ¿cómo voy a conocerle si es la pri mera vez que le veo?"
El eunuco dijo: "¡Oh señor nuestro! ¡si pre cisamente es el pescador a quien ayer disputamos los peces
para lle várselos al califa! ¡Y como yo le prometí dinero por los dos últimos peces que le quedaban, le
dije que viniera hoy a buscarme para que le pagase lo que le debía! ¡Y hace un rato iba a pagarle, cuando
tuve que acudir entre tus manos! ¡Y por eso me apostrofa ahora de esa manera, impaciente ya el buen
hombre!"
Cuando el visir Giafar hubo oído estas palabras, sonrió ligera mente, y dijo al eunuco: "¿Cómo te has
atrevido ¡oh jefe de los eunu cos! a faltar así al respeto, a la prontitud y a los miramientos que se deben al
propio amo del Emir de los Creyentes?
¡Pobre Sándalo ¿qué dirá el califa si llega a enterarse de que no se ha honrado en extremo a su socio
y maestro Califa el pescador?"
Luego Giafar añadió de pronto: "¡Oh Sándalo! ¡sobre todo no le dejes marchar, porque nos puede
hacer mucha falta! Precisamente el califa tiene el pecho oprimido, el corazón afligido, el alma condolida,
y está sumido en la desesperación con la muerte de la favorita Fuerza-de-los-Corazones, y he tratado
inútilmente de consolarle por todos los medios usuales.
Pero quizá consigamos dilatarle el pecho con la ayuda de ese pescador Califa. ¡Reténle, pues, en
tanto que voy yo a tantear el ánimo del califa!" Y contestó el eunuco Sándalo: "¡Oh mi señor, haré lo que
juzgues oportuno! ¡Y Alah te conserve y te guarde por siempre como sostén, pilar y piedra angular del
imperio y de la dinastía del Emir de los Creyentes! ¡Y caiga sobre ti y sobre ella la sombra protectora del
Altísimo! ¡Y ojalá la rama, el tronco y la raíz permanezcan in tactos durante siglos!"
Y se apresuró a reunirse con Califa, mientras Giafar iba a ver al califa. Y al ver por fin llegar al
eunuco, el pescador le dijo: "¡Hete aquí ya!, ¡oh Barriga-Hueca!" Y como el eunuco daba a los
mamelucos orden de detener al pescador y de impedirle que se marchara, le gritó éste: "¡Ah! ¡eso es lo
que no me esperaba! ¡El acreedor se convierte en deudor, y el demandante resulta demandado! ¡Ah, Tizón
de mi zib! ¡Vengo aquí a reclamar mi deuda, y se me coge preso con pretexto de atraso en las
contribuciones y de falta de pago de impuestos!"
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto al califa, cuando Giafar penetró en su aposento, le en contró doblado por la cintura, con la
cabeza entre las manos y el pecho hinchado de sollozos. Y recitaba lentamente estos versos:
¡Sin cesar me reprochan mis censores el dolor inconsolable que me embarga! ¿Pero qué voy
a hacer, si el corazón rechaza todo con suelo? ¿Acaso depende de mí este corazón
independiente?
¿Y cómo, sin morir, podré soportar la ausencia de una niña cuyo recuerdo llena mi alma, de
una niña encantadora y dulce, y tan dulce, ¡oh corazón mío!?
¡Oh no! ¡Jamás la olvidaré! ¡Olvidarla cuando la copa ha cir culado entre nosotros, copa en
que bebí el vino de sus miradas, vino que me embriaga todavía!
Y cuando Giafar estuvo entre las manos del califa, dijo: "¡La paz sea contigo, oh Emir de los
Creyentes! ¡oh defensor del honor de nuestra Fe! ¡oh descendiente del tío del Príncipe de los Apóstoles!
¡Que la plegaria y la paz de Alah sean con Él y con todos los suyos sin excepción!"
Y el califa alzó hacia Giafar unos ojos llenos de lá grimas, mirándole con una mirada dolorosa, y le
contestó:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 567ª noche
Ella dijo:
"...Y el califa alzó hacia Giafar unos ojos llenos de lágrimas, mirándole con una mirada dolorosa, y le
contestó: "¡Y contigo ¡oh Giafar! la paz de Alah y su misericordia y sus bendiciones!" Y Gia far preguntó:
"¿Permite el Comendador de los Creyentes que le ha ble su esclavo, o se lo prohibe? Y Al-Raschid
contestó: "¿Y desde cuándo ¡oh Giafar! te está prohibido hablarme, a ti, que eres señor y cabeza de todos
mis visires? ¡Dime cuanto tengas que decirme!"
Y Giafar dijo entonces: "¡Oh señor nuestro! cuando yo salía de entre tus manos de vuelta para mi
casa, he encontrado de pie a la puerta de palacio, en medio de los eunucos, a tu amo y profesor y compa -
ñero, Califa el pescador, que tenía muchas quejas que formular contra ti, y se querellaba diciendo:
"¡Gloria a Alah! ¡no comprendo nada de lo que me sucede! ¡Le he enseñado el arte de la pesca, y no sola -
mente no me guarda ninguna gratitud, sino que se marchó para com prarme dos cestos y ha tenido buen
cuidado de no volver! ¿Se puede llamar a eso una intención formal y un buen aprendizaje? ¿0 acaso es así
cómo se corresponde con los amos?"
¡De modo que yo, ¡oh Emir de los Creyentes! me he apresurado a venir a avisarte de la cosa para que,
si sigues teniendo la intención de ser su asociado, lo seas, y si no, para que le avises el haberse
terminado el acuerdo existente entre ambos, a fin de que pueda él encontrar otro socio o compañero! "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de su visir, a pesar de los sollozos que le ahogaban, no
pudo por menos de sonreír primero, riendo luego a carcajadas, y de pronto sintió que se le dilataba el
pecho, y dijo a Giafar: "¡Por mi vida sobre ti, ¡oh Giafar! dices la verdad!
¿Es cierto que el pescador Califa está a la puerta del palacio ahora?" Y Giafar contestó: "¡Por tu
vida, ¡oh Emir de los Creyentes! que a la puerta está el propio Califa con sus dos ojos!"
Y dijo Harún: "¡Oh Giafar! ¡por Alah, que necesito hacerle justicia hoy con arreglo a sus méritos, y
darle lo que le corresponde! ¡Así, pues, si por mediación mía Alah le envía suplicios o sufrimientos, no
se le perdonará ninguno, y si, por el contrario, escribe para suerte suya la prosperidad y la fortuna, las
tendrá también!"
Y diciendo estas palabras, el califa cogió una hoja grande de papel, la cortó en trozos pequeños de
igual tamaño, v dijo: "¡Oh Giafar!' ¡escribe con tu propia mano primero en veinte de estas papeletas,
sumas de dinero que oscilen entre un dinar y mil dinares, y los nombres de todas las dignidades de mi
imperio, desde la dignidad de califa, de emir, de visir y de chambelán hasta los más ínfimos cargos de
palacio; luego escribe en las otras veinte papeletas todas las clases de castigos y de torturas, desde los
azotes hasta la horca y la muerte!"
Y contestó Giafar: "¡Escucho y obedezco!" Y cogió un cálamo y escribió con su propia mano en las
papeletas indicaciones ordenadas por el califa, tales como Un millar de dinares, cargo de chambelán,
emirato, dignidad de califa y sentencia de muerte, prisión, azotes, y otras cosas parecidas. Luego dobló
de igual manera todas las papeletas las metió en una palangana de oro, y se lo entregó todo al califa, que
le dijo: "¡Oh Giafar! ¡por los méritos sagrados de mis santos antecesores los Puros, y por mi ascendencia
real que se remonta a Hamzah y a Akil, juro que cuando Califa el pescador se halle aquí, dentro de poco,
voy a ordenar que saque una papeleta de esas papeletas cuyo contenido sólo yo y tú conocemos, y le
concederé lo que tenga escrito el papel que él saque, cualquiera que sea la cosa escrita! ¡Y si le tocara mi
propia dignidad de califa, yo la abdicaré al instante en favor suyo y se la transmitiré con toda
generosidad de alma! ¡Pero, si por el contrario, le corresponde la horca, o la mutilación; o la castración,
o cualquier género de muerte, se la haré sufrir sin apelación!
¡Vé, pues, por él, y tráemelo sin tar danza!"
Al oír estas palabras, Giafar dijo para sí: "¡ No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso,
el Omnipotente! ¡Es posible que la papeleta que saque ese pobre sea una papeleta de las malas que oca -
sione su perdición! ¡Y sin quererlo, seré yo entonces la causa primera de su desdicha! ¡Porque lo ha
jurado el califa, y no hay que pensar en hacer que cambie de resolución! ¡Por tanto, tengo que limitarme a
buscar a ese pobre hombre! ¡Y no ha de suceder más que lo que estuviera escrito por Alah!"
Luego salió en busca de Califa el pesca dor y, cogiéndole de la mano, quiso arrastrarle al interior del
palacio.
Pero Califa, que hasta entonces no había cesado de gesticular, quejarse de su arresto y arrepentirse
por haber ido a la corte, estaba a punto de perder del todo la razón, y exclamó: "¡Qué estúpido fui al
hacerme caso a mí mismo y venir aquí en busca de ese eunuco negro, de ese Tizón funesto, de ese hijo
maldito de una maldita negra de narices anchas, de ese Barriga-Negra!"
Pero Giafar le dijo: "¡Vamos, sí gueme!" Y le arrastró con él, precedido y escoltado por la muchedum -
bre de esclavos y de mozos, a quienes Califa no cesaba de injuriar. Y le hicieron pasar por siete
inmensos vestíbulos, y Giafar le dijo: "¡Atención, ¡oh Califa! porque vas a entrar en presencia del Emir
de los Creyentes, el defensor de la Fe!" Y levantando un cortinaje le empujó a la sala de recepción, en
cuyo trono aparecía sentado Harún Al-Raschid, a quien rodeaban sus emires y los grandes de su corte. Y
Califa, que no tenía la menor idea de lo que estaba viendo, no se desconcertó lo más mínimo, sino que, al
mirar con la mayor atención a Harún Al-Raschid en medio de su gloria, se adelantó hacia él riendo a
carcajadas, y le dijo: "¡Ah! por fin te encuentro, ¡oh clarinete! ¿Te parece que has obrado legalmente al
dejarme ayer solo para que guar dara el pescado, después que te enseñé el oficio y te encargué que fue ras
a comprarme dos cestos? ¡Me dejaste indefenso y a merced de una porción de eunucos que, como una
bandada de buitres fueron a ro barme y a quitarme mi pescado, que hubiera podido producirme cien
dinares lo menos!¡Y también tú eres el causante de lo que me sucede ahora entre todos estos individuos
que me retienen aquí! Pero dime ya, ¡oh clarinete! ¿quién pudo echarte mano y apresarte y atarte a esa
silla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 568ª noche
Ella dijo:
"...Pero dime ya, ¡oh clarinete! ¿quién pudo echarte mano y apresarte y atarte a esa silla?"
Al oír estas palabras de Califa, el califa sonrió, y cogiendo con las dos manos la jofaina de oro en
que estaban las papeletas escritas por Giafar, le dijo: "¡Acércate, ¡oh Califa! y ven a sacar una papeleta
entre estas papeletas!"
Pero exclamó Califa, echándose a reír: "¡Cómo! ¡oh clarinete! ¿cambiaste ya de oficio y abandonaste
la música? ¡Y hete aquí ahora convertido en astrólogo! ¡Y ayer eras aprendiz de pescador! ¡Créeme,
clarinete, que ese proceder no te llevará lejos! ¡Porque cuantos más oficios se tienen, menos provecho se
saca de ellos! ¡Da, pues, de lado a la astrología, y torna a ser clarinete o vuelve conmigo para continuar
tu aprendizaje de pescador!"
Y aún iba a proseguir hablando, cuando Giafar se acercó a él, y le dijo: "¡Basta ya de semejante
palabrería! ¡Y ven a sacar de esas papeletas, como te ha ordenado el Emir de los Creyentes!" Y le
empujó hacia el trono.
Entonces Califa, aunque resistiéndose al empujón de Giafar, se adelantó renegando hacia la jofaina de
oro, y metiendo en ella con torpeza toda su mano, sacó un puñado de papeletas a la vez. Pero Giafar, que
le vigilaba, le hizo soltarlas, y le dijo que cogiera una sola. Y Califa, rechazándole de un codazo, volvió
a meter la mano y no sacó aquella vez más que una sola papeleta, diciendo: "¡Lejos de mí toda idea de
volver a tomar a mi servicio en adelante a este tañedor de clarinete de mejillas abultadas, a este
astrólogo sacador de horóscopos!"
Y así diciendo, desdobló la papeleta, y con ella al revés, pues no sabía leer, se la dió al califa,
preguntándole: "¿Quieres de cirme, ¡oh clarinete! el horóscopo escrito en esta papeleta? ¡Y ten cuidado
con no ocultarme nada!"
El califa cogió la papeleta, y sin leerla, se la dió a su vez a Giafar, diciéndole "¡Dinos en alta voz lo
que está escrito ahí!" Y Giafar cogió la papeleta y habiéndola leí do, alzó los brazos y exclamó: "¡No hay
majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Omnipotente!"
Y el califa preguntó a Giafar, sonriendo: "¡Supongo que serán buenas noticias, oh Giafar! ¿De qué se
trata? ¡Habla! ¿Es preciso que baje yo del trono? ¿Hay que sentar aquí a Califa? ¿o hay que apoderarse
de él?"
Y Giafar contestó con mohino acento: "¡Oh Emir de los Creyentes! en esta papeleta han escrito: "Cien
palos al pescador Califa".
Entonces, a pesar de los gritos y protestas de Califa, el califa dijo: "¡Que se ejecute la sentencia!" Y
el portaalfanje Massrur hizo que se apoderaran del pescador, que aullaba como un loco, y cuando le
echaron de bruces, mandó que le aplicaran cien palos justos, ¡ni uno más ni uno menos! Y aunque Califa
no sentía dolor alguno, a causa del encallecimiento que había adquirido, daba gritos espantosos v lanzaba
mil imprecaciones contra el tañedor de clarinete.
¡Y el califa se reía extremadamente!
Y cuando hubieron acabado de administrarle los cien golpes, Califa se levantó como si no hubiese
pasado nada, y exclamó: "¡Maldiga Alah tu música, oh hinchado! ¿Desde cuándo forman los palos parte
de las bromas entre las gentes distinguidas?"
Y Giafar, que tenía un alma misericordiosa y un corazón compasivo, se encaró con el califa, y le dijo:
"¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permi te al pescador que saque otra papeleta! ¡Quizá la suerte le sea esta vez
más propicia! ¡Y después de todo, no querrás que tu antiguo amo se aleje del río de tu liberalidad sin
haber apagado su sed!"
Y el califa contestó: "¡Por Alah, ¡oh Giafar! que eres muy imprudente! ¡Ya sabes que los reyes no
tienen costumbre de desdecirse de sus ju ramentos y promesas! ¡De modo que puedes estar seguro de
antemano de que, si al sacar la segunda papeleta el pescador, le toca la horca, se le ahorcará sin
remisión! ¡Y así serás tú el causante de su muerte!" Y Giafar contestó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los
Creyentes! que la muerte del desdichado es preferible a su vida!"
Y el califa dijo: "¡Sea! ¡Que saque, entonces, otra papeleta!"
Pero Califa exclamó, encarán dose con el califa: "¡Oh clarinete funesto, que Alah te recompense por tu
liberalidad! pero dime, ¿es que no podrías encontrar en Bag dad otra persona más que yo para hacerle
experimentar tan agradable prueba? ¿0 acaso yo sólo estoy disponible en todo Bagdad?"
Pero Giafar se acercó a él, y le dijo: "¡Coge otra papeleta, y Alah te la elegirá!"
Entonces Califa metió la mano en la jofaina de oro, y al cabo de un momento, sacó una papeleta en
blanco. Y el califa dijo: "¡Ya lo estás viendo! ¡La fortuna de este pescador no le espera entre nosotros!
¡Dile, pues, ahora que se quite de mi vista cuanto antes! ¡Ya estoy harto de verle!"
Pero Giafar dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡te conjuro, por méritos sagrados de tus santos
antecesores los Puros, a que permitas al pescador que saque la tercera papeleta! ¿Quién sabe si
encontrará así con qué no morir de hambre?" Y contestó Al-Raschid: "¡Bueno! ¡Que coja, pues, la tercera
papeleta, pero nada más!"
Y Giafar dijo a Califa: "¡Anda, oh pobre! coge la tercera y última...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 569ª noche
Ella dijo:
¡...Anda, ¡oh pobre! coge la tercera y última!" Y una vez má sacó un papel Califa, y cogiendo la
papeleta, Giafar leyó en voz alta: "¡Un dinar al pescador!"
Al oír estas palabras, exclamó Califa el pes cador: "¡Maldición sobre ti, oh clarinete funesto! ¡Un
dinar por cien palos! ¡Vaya una generosidad!
¡Así te recompense Alah el día del Juicio!"
Y el califa se echó a reír con toda su alma, y Giafar, que al fin y al cabo había conseguido distraerle,
cogió de la mano al pesca dor Califa y le hizo salir de la sala del trono.
Cuando Califa llegó a la puerta del palacio, se encontró con el eunuco Sándalo, que le llamó y le
dijo: "¡Ven, Califa! ¡Ven a hacer nos participar de la gratificación que te haya dado la generosidad del
Emir de los Creyentes!"
Y le contestó Califa: "¡Ah! ¿quieres partici par de ella, negro de brea?
¡Ven, pues, a recibir la mitad de cien palos sobre tu piel negra, antes de que Eblis te los administre en
el infierno! ¡Toma ahora el dinar que me ha dado tu amo el tañedor de clarinete!"
Y le tiró a la cara el dinar que Giafar le puso en la mano, y quiso trasponer la puerta para marcharse
por su camino. Pero el eunuco echó a correr detrás de él, y sacando del bolsillo una bolsa con cien
dinares, se la ofreció a Califa, diciéndole: "¡Oh pescador, toma estos cien dinares para pago del pescado
que te compré ayer! ¡Y vete en paz!"
Y al ver aquello, Califa se alegró mucho y tomó la bolsa con los cien dinares y también el dinar que
le dió Giafar, y olvidando su mala suerte y el trato que acababa de sufrir, se despidió del eunuco y se
volvió a su casa, lleno de gloria y en el límite de la satisfacción.
Y ahora...
Como cuando Alah decreta una cosa la ejecuta siem pre, y aquella vez su decreto se refería
precisamente a Califa el pesca dor, hubo de cumplirse su voluntad. En efecto, al atravesar los zocos de
regreso para su casa, Califa se vió detenido, ante el mercado de los esclavos, por un corro considerable
de personas que miraban todas al mismo punto
Y se preguntó Califa: "¿Qué mira así este tropel de gente?" E impulsado por la curiosidad, apartó la
multitud empujando a mercaderes y corredores, a ricos y a pobres, quienes se echaban a reír cuando le
reconocían, diciéndose unos a otros: "¡Paso! ¡dejad paso al opulento valiente que va a comprar todo el
mercado! ¡Paso al sublime Califa, maestro de taladradores!"
Y Califa, sin desconcer tarse y animado al sentirse provisto de los dinares de oro que llevaba en su
cinturón, llegó en medio de la primera fila y miró para ver de qué se trataba. Y vió a un anciano que tenía
delante de sí un arca en el cual estaba sentado un esclavo. Y aquel anciano recitaba a voces un pregón
que decía: "¡Oh mercaderes! ¡oh gente rica! ¡oh nobles habitantes de nuestra ciudad! ¿quién de vosotros
quiere colocar su dinero en un negocio que le rentará un ciento por ciento, si compra con su contenido,
que ignoramos, esta arca de buen origen, procedente del palacio de Sett Zobeida, hija de Kassem, esposa
del Emir de los Creyentes? ¡Ofreced por él! ¡Y que Alah bendiga al que más ofrezca!" Pero un silencio
general respondió a su llamamiento, porque los mercaderes no se atrevían a aventurar una suma de dinero
en aquella arca cuyo contenido ignoraban, ¡y mucho se temían que hubiese den tro alguna superchería!
Pero uno de ellos alzó por fin la voz, y dijo: "¡Por Alah, que es muy aventurado el trato! ¡Y se corre
mucho ries go! ¡ Sin embargo, voy a hacer una oferta, a condición de que no se me reproche por ella! ¡Voy
a decir una palabra, y nada de censuras para conmigo!
¡Hela aquí! ¡veinte dinares, y ni uno más!"
Pero in mediatamente pujó otro mercader, y dijo: "¡Es mío por cincuenta!" Y pujaron otros
mercaderes; y las ofertas llegaron a cien dinares.
Entonces gritó el subastador: "¿Hay quien puje más entre vosotros, ¡.oh mercaderes!? ¿Quién da más?
¡Cien dinares! ¿Quién da más?" Entonces alzó la voz Califa, y dijo: "¡Es mío por cien dinares y un dinar!"
Al oír estas palabras de Califa, los mercaderes, que sabían estaba tan limpio de dinero como una
alfombra, sacudida y golpeada; cre yeron que bromeaba, y se echaron a reír. Pero Califa se quitó el cintu -
rón, y repitió con voz más fuerte y furiosa: "¡Cien dinares y un di nar!" Entonces, a pesar de las risas de
los mercaderes, el subastador dijo: "¡Por Alah, que te pertenece el arca! ¡Y sólo a él se la vendo!"
Luego añadió: "Toma. ¡oh pescador! ¡paga los ciento y uno, y llévate el arca con su contenido! ¡Alah
bendiga la venta! ¡Y sea contigo la prosperidad merced a esta compra!"
Y Califa vació entre las manos del subastador su cinturón, que contenía los cien dinares y un dinar
juntos; y la venta se hizo con pleno consentimiento mutuo de ambas partes. Y el arca quedó desde
entonces como propiedad de Califa el pescador.
Entonces, viendo ultimada la venta, todos los cargadores del zoco se precipitaron sobre, el cofre,
regañando por quien conseguiría lle várselo para ganar su salario. Pero aquello no entraba en los cálculos
del desventurado Califa, que con aquella compra se había privado de cuanto dinero poseía, ¡y no llevaba
encima ni conque comprar una cebolla! Y los cargadores continuaban pegándose a más y mejor y
quitándose el arca unos a otros hasta que los mercaderes intervi nieron para separarlos, y dijeron: "¡Ha
llegado primero el cargador Zoraik! ¡A él, pues, le corresponde el arca!" Y ahuyentaron a todos los
cargadores, excepción hecha de Zoraik, y a pesar de las protestas de Califa, que quería llevar él mismo
el arca, se la cargaron a la espalda del cargador, y le dijeron que siguiera con su carga a su amo Califa.
Y el cargador echó a andar detrás de Califa con el arca a la espalda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 570ª noche
Ella dijo:
"...Y el cargador echó a andar detrás de Califa con el arca a la espalda. Y mientras caminaba, se
decía para su ánima Califa: "¡Ya no llevo encima ni oro, ni plata, ni cobre, ni siquiera el olor de se -
mejante cosa! ¿Y cómo voy a arreglarme para pagar a este maldito cargador al llegar a casa? ¿Y qué
necesidad tenía yo de cargador? ¿Y qué necesidad tenía yo tampoco de esta arca funesta? ¿Y quién pudo
meterme en la cabeza la idea de comprarla? ¡Pero ha de ocurrir lo que está escrito! Por lo pronto, para
salir de mi compromiso con este cargador, voy a hacerle correr y andar y perderse por las calles hasta
que esté extenuado de fatiga. Entonces se parará por su voluntad y se negará a seguir. ¡Y me aprovecharé
de su negativa para negar me a pagarle a mi vez y me echaré a la espalda el arca yo mismo!"
Y tras de imaginar de aquel modo su proyecto, lo puso en prác tica inmediatamente. Empezó, pues, por
ir de calle en calle y de plaza en plaza, y por hacer que el cargador diera vueltas con él por toda la
ciudad, y así estuvo desde mediodía hasta la puesta del sol, de modo que el cargador estaba ya
completamente extenuado y acabó por refunfuñar y murmurar, y se decidió a decir a Califa: "¡Oh amo
mío! ¿dónde está tu casa?"
Y contestó Califa: "¡Por Alah, que ayer sa bía yo aún dónde estaba, pero hoy lo he olvidado
completamente! ¡Y heme aquí dedicado a buscar contigo donde se halle!"
Y dijo el cargador: "¡Pues dame mi salario y toma tu arca!"
Y dijo Califa: "¡Espera un poco todavía y anda despacio mientras yo ordeno mis recuerdos y
reflexiono acerca del sitio en que está mi casa!" Luego, al cabo de cierto tiempo, como el cargador se
pusiera a protestar entre dientes, le dijo: "¡Oh Zoraik! no llevo encima dinero para darte tu salario aquí
mismo! ¡Porque me he dejado el dinero en casa, y se me ha olvidado cuál es mi casa!"
Y cuando el cargador se paraba, sin poder andar ya, e iba a dejar su carga, acertó a pasar un
conocido de Califa, que le dió en el hom bro, y le dijo: "¡Por Alah! ¿eres tú, Califa? ¿Y qué te trae por
este barrio tan alejado de tu barrio? ¿Y qué lleva para ti este hombre?" Pero antes de que el consternado
Califa tuviese tiempo de contestarle, el cargador Zoraik se encaró con el transeúnte consabido, y le pre -
guntó: "¡Oh tío! ¿dónde está la casa de Califa?" El hombre contestó: "¡Por Alah! ¡Vaya una pregunta! ¡La
casa de Califa está precisa mente al otro extremo de Bagdad, en el khan ruinoso que hay junto al mercado
del pescado en el barrio de los Rawssin!"
Y se marchó riendo.
Entonces Zoraik el cargador dijo a Califa el pescador: "¡Va mos, anda, oh miserable! ¡Ojalá no
pudieras vivir ni andar!" Y le obligó a ir delante de él y a conducirle a su vivienda del khan ruinoso
cercano al mercado del pescado. Y hasta que llegaron no cesó de inju riarle y de reprocharle su conducta,
diciéndole: "¡Oh tú, rostro ne fasto, así te cortara Alah el pan cotidiano en este mundo! ¡Cuántas veces no
habremos pasado por delante de tu casa de desastre sin que hicieras el menor ademán para que me
parase! ¡Anda, ayúdame ahora a descargarme de la espalda tu arca! ¡Y ojalá estuvieras pronto en cerrado
para siempre en ella !"
Y sin decir una palabra, Califa le ayudó a descargar el arca, y limpiándose con el dorso de la mano
las gotas gordas de sudor que le caían de la frente, dijo Zoraik: "¡Ahora vamos a ver la capacidad de tu
alma y la generosidad de tu mano en el sala rio que me corresponde por todas las fatigas que me has
hecho so portar sin necesidad! ¡Y date prisa para que me vaya por mi camino!"Y le dijo Califa: "¡Claro
que serás retribuido espléndidamente, com pañero! ¿Quieres, pues, que te traiga oro o plata? ¡Escoge!"
Y con testó el cargador: "¡Tú sabrás mejor lo que conviene!"
Entonces Califa, dejando a la puerta al cargador con el arca, en tró en su vivienda, y salió de ella
enseguida llevando en la mano un formidable látigo con correas claveteadas cada una con cuarenta cla -
vos agudos, capaces de derribar a un camello al primer golpe. Y se precipitó sobre el cargador con el
brazo en alto y enarbolando el látigo, lo dejó caer sobre la espalda del otro, y comenzó de nuevo, de
modo que el cargador empezó a aullar, y volviendo la espalda, pasó por delante de él, tapándose la cara
con las manos, y desapareció por una esquina.
Libre así del cargador, que al fin y al cabo había cargado con el arca por propia iniciativa, Califa se
creyó en el deber de arrastrar el arca aquella hasta su vivienda. Pero al oír aquel ruido, afluyeron los
vecinos, y al ver el extraño atavío de Califa con el traje de raso cortado por las rodillas y el turbante, le
dijeron: "¡Oh Califa! ¿de dónde sacaste ese traje y esa arca tan pesada?"
El contestó: "¡Me los ha dado mi criado y aprendiz que tiene el oficio de clarinete y se llama Harún
Al-Raschid!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 571ª noche
Ella dijo:
¡...Me los ha dado mi criado y aprendiz, que tiene el oficio de clarinete y se llama Harún Al-
Raschid!"
Al oír estas palabras, los habitantes del khan, vecinos de Califa, sintieron que el espanto les invadía
el alma, y se dijeron unos a otros: "¡No conviene que nadie oiga hablar así a este insensato! ¡Pues si se
enteran le va a prender la policía y le ahorcarán sin remisión! ¡Y destruirán completamente nuestro khan,
y acaso también a nosotros por culpa suya, nos ahor quen a la puerta del khan o nos castiguen con algún
castigo terrible!"
Y en extremo aterrados, le obligaron a guardarse la lengua en la boca, y para acabar antes, le
ayudaron a llevar el arca a su vivienda y cerraron la puerta detrás de él.
Pero la vivienda de Califa era tan exigua, que el arca la llenaba por entero, exactamente como si
estuviese hecha para embutirse allí. Y sin saber ya dónde meterse a pasar la noche, Califa se echó encima
del arca cuan largo era, y de aquella manera se puso a reflexionar acerca de lo que le había ocurrido
durante la jornada. Y se preguntó de pronto: "Pero, vamos a ver, ¿a qué espero para abrir el arca y
enterarme de su contenido?" Y saltó sobre ambos pies y trabajó con las manos cuanto pudo para abrirla,
pero en vano. Y se dijo: "¿Cómo se me turbaría la razón hasta el punto de decidirme a comprar esta arca
que ni siquiera puedo abrir?" Y de nuevo intentó romper el candado y hacer saltar la cerradura, pero sin
conseguirlo. Entonces se dijo: "¡Esperemos a mañana para ver cómo nos arreglamos!" Y otra vez se echó
sobre el arca cuán largo era, y no tardó en dormirse, roncando a más y mejor.
Pero al cabo de una hora de hallarse allí, se despertó, sobresal tado de espanto, y dió con la cabeza en
el techo de su vivienda. Porque acababa de sentir que se movía algo en el interior del arca. Y de
improviso huyó de su cabeza el sueño en compañía de la razón, y exclamó: "¡Sin duda hay algún genni
aquí dentro! ¡Loor a Alah, que me inspiró al no dejarme abrir la tapa! ¡Pues si la hubiera abier to, habría
salido, abalanzándose a mí en medio de la oscuridad, y quién sabe lo que me hubieran hecho! ¡Y al fin y
al cabo, ciertamente que no saldría yo ganando entonces!" Pero en el mismo instante en que formulaba de
aquel modo su pensamiento de terror, redobló el ruido en el interior del arca, y llegó a oídos de Califa
una especie de gemido. Entonces, en el límite del espanto, Califa buscó por instinto una lámpara para
encender luz; pero se olvidaba de que la pobreza le impidió siempre tener lámpara, y mientras iba
tanteando con las ma nos en las paredes de su vivienda, le rechinaban los dientes, y se decía: "¡Esto ya es
terrible, completamente terrible!"Luego, como aumenta ba su miedo, abrió la puerta y se precipitó fuera
en medio de la noche, gritando con todas sus fuerzas:
"¡Socorro! ¡Oh habitantes del khan! ¡oh vecinos! ¡acudid! ¡socorro!"
Y los vecinos, que en su mayoría dormían tranquilamente, se despertaron muy sobresaltados y fueron
a él, en tanto que las mujeres asomaban por las puertas entreabiertas sus cabezas a medio velar. Y le
preguntaron todos: "¿Pero qué te ocurre, ¡oh Califa!?" El contestó: "¡Pronto, dadme pronto una lám para,
porque han venido a visitarme los genn!"
Y los vecinos se echa ron a reír, y uno de ellos, a pesar de todo, acabó por darle una lám para. Y
Califa cogió la lámpara y volvió a su casa algo más reanima do. Pero cuando se inclinaba sobre el arca,
oyó de repente una voz que decía: "¡Ah! ¿dónde estoy?" Y más espantado que nunca, lo abandonó todo y
se precipitó fuera como un loco, gritando de nuevo: "¡Oh vecinos! ¡Socorredme!" Y los vecinos le
dijeron: "¡Oh mal dito Califa! ¿pero qué calamidad te ocurre? ¿Acabarás de molestar nos?" El contestó:
"¡Oh buenas gentes, el genni está en el arca! ¡Se mueve y habla!" Ellos le preguntaron: "¡Oh embustero! ¿y
qué dice el genni?"
El contestó: "Me ha dicho: «¿dónde estoy?»" Los vecinos le contestaron, riendo: "¡Pues en el
infierno, sin duda, oh maldito! ¡Ojalá no disfrutes de sueño nunca hasta tu muerte! ¡Has puesto en
movimiento a todo el khan y a todo el barrio! ¡Cómo no te calles, bajaremos a molerte los huesos!" Y
aunque estaba medio muerto de terror, Califa se decidió a volver una vez más a su vivienda, y haciendo
acopio de todo su valor, cogió un pedrusco y rompió la cerradura del arca, e hizo saltar a golpes la tapa.
Y vió echada dentro, lánguida y con los párpados entreabiertos, a una joven hermosa como una hurí y
brillante de pedrerías. ¡Era Fuer za-de-los-Corazones! Y al sentirse libre, y respirando a plenos pulmo nes
el aire fresco, se despertó del todo, y cesaron completamente los efectos adormecedores del bang.
¡Y allí estaba ella pálida y hermosa y verdaderamente deseable!
Al advertir aquello, el pescador, que en su vida había visto al descubierto, no sólo una belleza
semejante, sino ni siquiera una mujer vulgar, cayó de hinojos ante ella, y le preguntó: "¡Por Alah, oh mi
señora! ¿quién eres?...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 572ª noche
Ella dijo:
"...cayó de hinojos ante ella, y le preguntó: "¡Por Alah; oh mi señora! ¿quién eres?"
Ella abrió los ojos, unos ojos negros de pestañas curvadas, y dijo: "¿Dónde está jazmín? ¿Dónde está
Narciso?"
Aquellos eran los nombres de dos esclavas jóvenes que tenía a su servicio en el palacio. Y creyendo
Califa que le preguntaba por el jazmín y por el narciso, contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en este
momento no tengo aquí más que algunas flores secas de henné!''
Y al oír aquella respuesta y aquella voz, la joven recobró por completo el sentido, y abriendo sus
ojos cuán grandes eran, preguntó: "¿Quién eres? ¿Y dónde estoy?"
Y lo dijo con una voz más dulce que el azúcar, acompañada de un encantador movimiento de la mano.
Y Ca lifa, que en el fondo tenía un alma delicadísima, conmovióse mucho con lo que veía y oía, y
contestó: "¡Oh mi señora, oh verdaderamente bellísima! ¡soy Califa el pescador, y te encuentras en mi
casa precisa mente!"
Y preguntó Fuerza-de-los-Corazones: "¿Entonces es que ya no estoy en el palacio del califa Harún
Al-Raschid?" El pescador con testó: "¡No, por Alah, estás en mi casa, en esta vivienda que es un palacio
desde que te aloja! ¡Y la venta y la compra te ha hecho esclava mía, pues te he comprado hoy mismo, con
tu arca, en pública subasta, por cien dinares y un dinar! ¡Y te transporté a mi casa, dor mida en esta arca!
¡Y no supe tu presencia hasta que me asustaron tus movimientos de antes! ¡Y ahora me doy cuenta de que
mi estrella asciende bajo auspicios felices, por más que anteriormente fuese tan rastrera y nefasta!"
Al oír estas palabras, Fuerza-de-los-Corazones sonrió, y dijo: "¿Así es que me has comprado en el
zoco sin verme, ¡oh Califa!?" Y contestó él: "¡Sí, por Alah, sin suponer siquiera tu presencia!" Entonces
comprendió Fuerza-de-los-Corazones que cuan to le ocurrió había sido tramado contra ella por Sett
Zobeida, e hizo que el pescador le contara cuánto hubo de sucederle, desde el principio hasta el fin
Y estuvo charlando de aquel modo con él hasta por la mañana. Entonces le dijo ella: "¡Oh Califa! ¿no
tienes nada de comer? ¡Porque siento mucha hambre!"
El pescador contestó: "¡No tengo nada de comer ni de beber, nada absolutamente! ¡Y ya hace dos
días, por Alah, que no me he llevado nada a la boca!"
Ella pre guntó: "¿Tienes encima algún dinero, por lo menos?"
El pescador dijo: "¿Dinero? ¡oh mi señora! ¡Alah me conserve esta arca, en cuya compra invertí mi
última moneda, impulsado por mi destino y mi curiosidad! ¡Y heme aquí en la miseria!"
Al oír estas palabras, se echó a reír la joven, y le dijo: "¡A pesar de todo, sal para traerme algo de
comer, pidiéndoselo a los vecinos, que no te negarán!
¡Por que los vecinos se deben a sus vecinos!"
Entonces se levantó Califa y salió al patio del khan, y en medio del silencio del amanecer, se puso a
gritar: "¡Oh habitantes del khan! ¡oh vecinos! ¡he aquí que el genni del arca me pide de comer ahora! ¡Y
no tengo a mano nada para dárselo!"
Y los vecinos, que temían aquella voz y que al mismo tiempo le tenían lástima a causa de su pobreza,
bajaron a verle, quién llevándole medio pan que había so brado de la comida de la víspera, quién un trozo
de queso, quién un cohombro, quién un rábano.
Le pusieron todo aquello en el faldón de su traje recortado; y subieron a sus casas. Y contento del
acopio hecho, Califa volvió a su vivienda, y colocó todo aquello entre las manos de la joven, diciéndole:
"¡Come, come!"
Ella se echó a reír, y dijo: "¿Cómo voy a comer, si no tengo una vasija o un jarro en qué beber? ¡Se
me detendrían en el gaznate los bocados, y moriría en tonces!"
Y contestó Califa: "¡Lejos de ti el mal, oh perfectamente bella! ¡Ahora mismo voy a traerte, no un
jarro, sino una cuba!"
Y saliendo al patio del khan, gritó con sus pulmones: "¡Oh vecinos! ¡oh habitantes del khan!" Y de
todas partes salieron voces irritadas que le insultaron, y le dijeron: "¿Pero qué quieres todavía, ¡oh
maldito!?"
El contestó: "¡El genni del arca pide de beber ahora!" Y los vecinos bajaron hasta donde él estaba,
quién llevándole un jarro, quién un ánfora, quién una vasija, quién una cuba; y lo cogió él, llevando un
recipiente en cada mano, otro a la cabeza en equilibrio y otro debajo del brazo, y se apresuró a llevárselo
todo a Fuerza-de-los-Corazones, diciéndole: "¡Te traigo lo que anhela tu alma! ¿Deseas algunas cosa
más?"
Ella dijo: "¡No, los dones de Alah son numerosos!"
Dijo él: "¡Entonces, ¡oh mi señora! dirígeme a tu vez tu palabra tan dulce, y cuéntame tu historia, pues
no la conozco!"
Entonces Fuerza-de-los-Corazones miró a Califa, sonrió, y dijo: "¡Sabe, pues, ¡oh Califa! que mi
historia se resume en dos palabras! ¡Los celos de mi rival, El- Sett Zobeida, la propia esposa del califa
Harún Al-Raschid, me sumieron en esta situación de que tú me sal vaste, felizmente para tu destino!
¡Porque soy Fuerza-de-los-Corazones, la favorita del Emir de los Creyentes! ¡Por lo que a ti respecta, tu
dicha está asegurada en adelante!"
Y Califa le preguntó: "¿Pero ese Harún es el mismo a quien enseñé el arte de la pesca? ¿Es ese espan -
tajo que vi en palacio, sentado en una silla muy grande?" Ella con testó: "¡El mismo precisamente!"
Dijo él: "¡Por Alah, que en mi vida encontré un tañedor de clarinete ni un bribón mayor! ¡No sólo me
ha robado ese miserable de cara abotargada, sino que me ha dado un dinar después de administrarme cien
palos! ¡Como vuelva a en contrarle le destrozo con este palo!"
Pero Fuerza-de-los-Corazones le dijo, imponiéndole silencio: "¡Deja de usar ese lenguaje
inconveniente, porque en la nueva situación en que vas a encontrarte necesitas ante todo abrir los ojos de
tu espíritu y cultivar la cortesía y los buenos modales! ¡Y entonces, cuando pases por tu piel el cepillo de
la galante ría, ¡oh Califa! te convertirás en un ciudadano de alto rango y en un personaje dotado de
distinción y de delicadeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 573ª noche
Ella dijo:
"¡...Y entonces, cuando pases por tu piel el cepillo de la galan tería, ¡oh Califa! te convertirás en un
ciudadano de alto rango y en un personaje dotado de distinción y de delicadeza!"
Cuando Califa hubo oído estas palabras de Fuerza-de-los-Corazo nes, sintió que dentro de él se
operaba una súbita transformación, y se le abrían los ojos del espíritu, y se le ensanchaba la comprensión
de las cosas, y se afinaba su inteligencia. ¡Y fué para bien suyo todo aquello! ¡Qué verdad es que las
almas finas ejercen una influencia grande sobre las almas groseras! Así, pues, en las palabras dulces de
Fuerza-de-los-Corazones, el pescador Califa, insensato y brutal hasta entonces, se convertía por
momentos en un elegante ciudadano, dotado de modales excelentes y de elocuente lengua.
En efecto, cuando Fuerza-de-los-Corazones hubo de indicarle de aquel modo la conducta que tenía
que seguir, sobre todo en el caso de que le llamaran otra vez a presencia del Emir de los Creyentes, el
pescador Califa contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Tus advertencias ¡oh señora mía!
son mi norma de conducta, y tu benevolencia es la sombra en que me complazco! ¡Escucho y obedez co!
¡Alah te colme con sus bendiciones y satisfaga tus menores de seos! ¡He aquí entre tus manos al más
abnegado de tus esclavos, a Califa el pescador, obediente y lleno de cortesía para con tus méritos!"
Luego añadió: "¡Habla, oh mi señora! ¿Qué puedo hacer para ser virte?" Ella contestó: "¡Oh Califa!
solamente necesito un cálamo, un tintero y una hoja de papel". Y Califa apresuróse a correr a casa de un
vecino, que le procuró aquellos diversos objetos; y se los llevó a Fuerza-de-los-Corazones, que en
seguida escribió una larga misiva al hombre de negocios del califa, al mismo joyero Ibn Al-Kirnas, que
en otro tiempo la había comprado y ofrecido como regalo al califa. Y en aquella carta le ponía al
corriente de cuanto hubo de acaecerle, y le explicaba que se encontraba en la vivienda del pescador
Califa, a quien pertenecía en virtud de la venta y la compra. Y dobló la misiva y se la entregó a Califa,
diciéndole: "¡Toma esta misiva y vé a entregársela en el zoco de los joyeros a lbn Al-Kirnas, el hombre
de negocios del califa, cuya tienda conoce todo el mundo! ¡Y no olvides mis recomendaciones con
respecto a los buenos modales y al lenguaje!" Y Califa contestó con el oído y la obediencia, cogió la
misiva, llevándosela a los labios y a la frente luego, y se apresuró a correr al zoco de los joyeros, en
donde preguntó por la tienda de Ibn Al-Kirnas, la cual le indicaron. Y se acercó a la tienda, y con muy
escogidas maneras se inclinó ante el joyero y le deseó la paz.
Y el joyero correspondió a su deseo, pero a todo esto, sin mirarle apenas, y le preguntó: "¿Qué
quieres?" Y por toda respuesta, Califa le entregó la misiva. Y el joyero la cogió con la punta de los dedos
y la dejó a su lado en la alfombra, sin leerla ni siquiera abrirla, pues creía que se trataba de una instancia
en demanda de limosna, y que Califa era un mendigo. Y dijo a uno de sus servidores: "¡Dale medio
dracma!"
Pero Califa rechazó digna mente aquella limosna, y dijo al joyero: "¡No pido limosna! ¡Sólo te ruego
que leas la esquela!" Y el joyero recogió la misiva, la desdobló y la leyó; y de improviso la besó y se la
llevó a la cabeza respetuosa mente, e invitó a sentarse a Califa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿dónde
está tu casa?"
El pescador contestó: "En tal barrio y tal calle y tal khan". El joyero dijo: "¡Perfectamente!" Y llamó
a sus dos em pleados principales y les dijo: "Conducid a este honorable a la tienda de mi cambista
Mohsén, a fin de que le dé mil dinares de oro. ¡Después traedle aquí lo más pronto posible!" Y los dos
empleados condujeron a Califa a casa del cambista, al cual dijeron: "¡Oh Mohsén, da a este honorable
mil dinares de oro!" Y el cambista pesó los mil dinares de oro y se los entregó a Califa, que volvió con
ambos empleados a la tienda de Ibn Al-Kirnas; y le halló montado en una mula magnífica mente
enjaezada, rodeado de cien esclavos vestidos con ricos trajes. Y el joyero le indicó otra mula no menos
hermosa, y le dijo que se montara en ella y le siguiera. Pero dijo Califa: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que en
mi vida monté en una mula, y no sé ir a caballo ni en asno!" Y el joyero le dijo: "¡No importa! ¡Pues
aprenderás hoy!"
Y dijo Califa: "¡Tengo miedo de que me tire al suelo y me rompa las costillas!" El joyero contestó:
"¡No tengas miedo y monta!" Y dijo Califa: "¡En el nombre de Alah!" Y de un salto se montó en la mula,
pero colocándose al revés, y le cogió la cola en vez de la brida. Y la mula, que era en exceso
cosquillosa, se estremeció y empezó a re volcarse, dando con él en tierra sin tardanza. Y Califa se levantó
dolo rido, y dijo: "¡Bien sabía yo que nunca podré ir de otro modo que sobre mis pies!"
¡Pero ésta fué la última de las tribulaciones de Califa! ¡Y en lo sucesivo su destino había de
conducirlo resueltamente por el camino de las prosperidades...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 574ª noche
Ella dijo:
"¡...Pero ésta fué la última de las tribulaciones de Califa! Y en lo sucesivo su destino había de
conducirle resueltamente por el ca mino de las prosperidades!
En efecto, el joyero dijo a dos de sus esclavos: "¡Conducid al hammam a este amo vuestro que aquí
veis, y decid que le den un baño de primera calidad! ¡Y llevadle después a mi casa, adonde iré a bus -
carle!" Y se marchó solo a la vivienda de Califa en busca de Fuerza de-los-Corazones para llevársela a
su casa también.
En cuanto a Califa, los dos esclavos le condujeron al hammam, en donde no había puesto los pies él
en su vida, y se lo confiaron al mejor masajista y a los mejores bañeros, que al punto se dedicaron a
lavarle y a frotarle. ¡Y le sacaron de la piel y de los cabellos una porción de suciedades de todas clases,
y piojos y chinches de todas las variedades! Y le arreglaron y le refrescaron, y después de secarle, le
vistieron con un suntuoso traje de seda que habían ido a comprar a toda prisa ambos esclavos. Y ataviado
de tal modo, le condujeron a la morada de su amo lbn Al-Kirnas, que ya estaba allí de vuelta con Fuerzade-
los-Corazones.
Y al entrar en la sala principal de la casa, Califa vió a la joven sentada en un hermoso diván y
rodeada por una muchedumbre de ser vidoras y esclavas que se apresuraban a servirla. Y por cierto que a
la misma puerta de la casa, al divisarle el portero, se apresuró a levan tarse en honor suyo y a besarle la
mano respetuosamente. Y todo aque llo sumía en el mayor asombro a Califa. Pero no lo demostró por
temor de parecer mal educado. E incluso cuando todo el mundo se agrupó a su alrededor para decirle:
"¡Sea delicioso tu baño!", supo contestar con urbanidad y elocuencia; y al herirle en los oídos, sus
propias palabras le maravillaban y le halagaban agradablemente.
De modo que cuando estuvo en presencia de Fuerza-de-los-Corazo nes, se inclinó ante ella y esperó a
que ella le dirigiese primero la palabra. Y Fuerza-de-los-Corazones levantóse en honor suyo y le cogió
de la mano, y le hizo sentarse a su lado en el diván. Luego le presentó un tazón lleno de sorbete de azúcar
perfumado con agua de rosas; y lo tomó y lo bebió despacio, sin hacer ruido con la boca, y para mostrar
mejor su educación, lo vació sólo a medias, en lugar de tomárselo todo y meter luego el dedo para
rebañar, como hubiese hecho antes, sin duda. Y hasta dejó el tazón en la bandeja sin romperlo, y pronun -
ció con palabra muy elocuente la fórmula de cortesía que entre la gente bien educada se pronuncia cuando
se ha aceptado algo de comer o de beber: "¡Ojalá dure siempre, la hospitalidad de esta casal" y Fuerzade-
los-Corazones le contestó, encantada: "¡ que tu vida dure otro tanto!" Y después de regalarle con un
festín excelente, le dijo: "¡Ahora ¡oh Califa! ha llegado el momento de que muestres toda tu inteligencia y
tus méritos! ¡Por tanto, escúchame bien, y no olvides lo que escuches!
Desde aquí vas a ir al palacio del Emir de los Cre yentes, y pedirás una audiencia, la cual te será
concedida, y después de los homenajes que se deben al califa, le dirás: "¡Oh Emir de los Creyentes, te
ruego que me otorgues un favor como recuerdo de la enseñanza que te di!" ¡ Te lo otorgará de antemano!
Y le dirás: ¡Deseo que me hagas el honor de ser mi invitado esta noche!" ¡Eso es todo! ¡Y ya veremos si
acepta o no!"
Entonces se levantó Califa y salió acompañado por un séquito numeroso de esclavos puestos a su
servicio, y vestido con un traje de seda que valdría muy bien mil dinares. Y de tal modo, aparecía en su
plenitud la belleza nativa de sus facciones, ¡y estaba asombrado!
Porque dice el proverbio:
"¡Pon magníficos vestidos a una caña, y la caña resultará una recién casada!”
Cuando llegó a palacio fué advertido desde lejos por el jefe eunu co Sándalo, que se quedó
estupefacto de aquella transformación, y corrió con toda la fuerza de sus piernas a la sala del trono, y
dijo al califa: "¡Oh Emir de los Creyentes, no sé lo que pasa! ¡pero el caso es que Califa el pescador se
ha convertido en rey! ¡Porque he aquí que viene vestido con un traje que valdrá muy bien mil dinares, y
acompañado por un cortejo espléndido!"
Y dijo el califa. "¡Hazle entrar!"
Así, pues, Califa fué introducido en la sala del trono, donde se hallaba Harún Al-Raschid en medio
de su gloria. Y el pescador se inclinó como sólo saben inclinarse los más grandes de entre los emires, y
dijo: "La paz sobre ti, ¡oh Comendador de los Creyentes, oh califa del Dueño de los Tres Mundos,
defensor del pueblo de los fieles y de nuestra fe! ¡Alah el Altísimo prolongue tus días y honre tu reino y
exalte tu dignidad y la eleve hasta el rango más alto!"
Y al ver y oír todo aquello, el califa llegó al límite de la maravi lla. Y no podía comprender por qué
camino había llegado tan rápida mente a Califa la fortuna.
Y preguntó a Califa: "¿Me dirás, ante todo, ¡oh Califa! de dónde sacaste esas ropas tan hermosas?"
El pescador contestó: "De mi palacio, ¡oh Emir de los Creyentes!" El califa pre guntó: "¿Pero tienes
un palacio, ¡oh Califa!?"
El pescador contestó: "Tú lo has dicho, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡Y precisamente vengo a invitarte
para que esta noche lo ilumines con tu presencia! Eres, pues, mi invitado". Y Al-Raschid, cada vez más
estupefacto, acabó por sonreír, y preguntó: "¿Tu invitado? ¡Sea! ¿Pero lo soy yo solo o yo y todos los que
están conmigo?" El pescador contestó: "Tú y todos los que quieras llevar contigo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió que aparecía la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 575ª noche
Ella dijo:
"¡...Tú y todos los que quieras llevar contigo!" Y Harún miró a Giafar, y Giafar se acercó a Califa, y
le dijo: "Seremos tus hués pedes esta noche, ¡oh Califa! ¡Así lo desea el Emir de los Creyentes!" Y Califa,
sin añadir una palabra más, besó la tierra entre las manos del califa, y después de dar a Giafar las señas
de su nueva morada, volvió junto a Fuerza-de-los-Corazones, a la cual dió cuenta del éxito de su
empresa.
En cuanto al califa, se había quedado muy perplejo, y dijo a Giafar: "¿Cómo puedes explicarte, ¡oh
Giafar! esta transformación tan repentina de Califa, el mísero villano de ayer, en un ciudadano tan fino y
tan elocuente, y en rico entre los emires y mercaderes más ricos?" Y contestó Giafar: "¡Sólo Alah, ¡oh
Emir de los Creyentes! conoce los recodos del camino que el Destino sigue!"
Y cuando fué de noche, el califa montó a caballo, y acompañado de Giafar, de Massrur y de algunos
íntimos, se presentó en la morada adonde le invitaron. Y al llegar a ella, vió que, desde la entrada hasta
la puerta de recepción, estaba el suelo cubierto de hermosos tapices de valor, y los tapices estaban
sembrados de flores de todos colores. Y advirtió al pie de la escalera a Califa, que le esperaba
sonriendo, y que se apresuró a tenerle el estribo para ayudarle a bajar del caballo. Y le deseó la
bienvenida, inclinándose hasta el suelo, y le introdujo, diciendo: "¡Bismilah!"
Y el califa se encontró en una sala grande, alta de techo, suntuo sa y rica, en medio de la cual había un
trono cuadrado de oro macizo y de marfil, erguido sobre cuatro pies de oro, y en el cual le rogó Califa
que se sentara. Y al punto entraron con inmensas bandejas de porcelana unos coperos jóvenes como
lunas, que les presentaron copas preciosas llenas de cocimientos de almizcle puro, helados, refrescan tes
y deliciosos. Después entraron otros mozos jóvenes, vestidos de blanco y más hermosos que los
anteriores, sirviéndoles manjares de colores admirables, patos rellenos, pollos, corderos asados, y toda
cla se de aves asadas. Luego entraron otros esclavos blancos, jóvenes y encantadores, de cintura ceñida y
elegante, que levantaron los mante les y sirvieron las bandejas de bebidas y dulces. ¡Y coloreábanse los
vinos en vasos de cristal y en tazones de oro enriquecidos con pedre rías! Y cuando corrieron entre las
manos blancas de los coperos, exhalaron un aroma no parecido a ningún otro, de modo que en verdad
podían aplicárseles estos versos del poeta:
¡Copero, échame de ese vino añejo, y échaselo también a mi camarada, que es este niño al
que amo!
Oh precioso vino! ¿qué, nombre digno de tus virtudes te daré? ¡Te llamaré "licor de la
recién casada!"
Así es que el califa, más maravillado cada vez, dijo a Giafar: "¡Oh Giafar! ¡por vida de mi cabeza,
que no sé lo que debo admirar más aquí, si la magnificencia de esta recepción o las maneras refinadas,
exquisitas y nobles de nuestro huésped! ¡En verdad que no llega a tanto mi entendimiento!"
Pero Giafar contestó: "¡Cuanto estamos viendo nada es en comparación de lo que puede hacer toda vía
Quien no tiene más que decir a las cosas: «¡Sed, para que sean! ¡De todos modos, ¡oh Emir de los
Creyentes! lo que yo admiro es pecialmente en Califa es la seguridad de su palabra y su sabiduría
consumada! ¡Y eso me parece una señal de su buen destino! ¡Porque Alah, cuando distribuye sus dones a
los humanos, concede sabiduría a aquellos que su deseo elige entre todos, y les otorga con preferencia
los bienes de este mundo!"
Entretanto, volvió Califa, que se había ausentado un momento, y tras nuevos deseos de bienvenida,
dijo al Califa: "¿Quiere el Emir de los Creyentes permitir a su esclavo que le presente una cantarina
tañedora de laúd para encantar las horas de su noche? ¡Porque en este momento no hay en Bagdad
cantarina más experta ni música más hábil!"
Y contestó el califa: "¡Claro que te está permitido!" Y Califa se levantó, y entró a ver a Fuerza-delos-
Corazones, y le dijo que ha bía llegado el momento.
Entonces Fuerza-de-los-Corazones, que ya estaba toda ataviada y perfumada, no tuvo más que
envolverse en su gran izar y echarse por la cabeza y por el rostro el ligero velillo de seda para estar
dispuesta a presentarse.
Califa la cogió de la mano, y velada de aquel modo la introdujo en la sala, emocionándose los
circunstantes a la vista de sus andares reales.
Y cuando ella hubo besado la tierra entre las manos del califa, que no podía adivinar quién fuese, se
sentó no lejos de él, templó las cuerdas de su laúd, y preludió con una ejecución que arrebató en un
éxtasis a todo el auditorio.
Luego cantó:
¿Devolverá el tiempo a nuestro amo aquellos a quienes amamos?
¡Ah! dulce unión de los amantes, ¿volveré a saborearte?”
¡Oh encanto de las noches en la morada amorosa! ¡oh encanto de mis noches! ¿Viviría yo
aún sin esperarte?
Al oír de nuevo aquella voz cuyos acentos le eran tan cono cidos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 576ª noche
Ella dijo:
"...Al oír de nuevo aquella voz, cuyos acentos le eran tan co nocidos, el califa, emocionado en un
grado de intensidad extraordi naria, se puso muy pálido, y cuando se exhalaron las últimas palabras del
canto, cayó desvanecido. Y todo el mundo se agrupó a su alrededor, prodigándole grandes cuidados. Pero
Fuerza-de-los-Corazones llamó a Califa, y le dijo: "¡Di a todos que se retiren por un momento a la sala
contigua, y nos dejen solos!" Y Califa rogó que se retiraran a los invitados, con el fin de que Fuerza-delos-
Corazones tuviese libertad para prodigar al califa los cuidados necesarios. Y cuando abandona ron
los demás la sala, Fuerza-de-los-Corazones arrojó lejos de sí, con un movimiento rápido, el izar que la
envolvía y el velillo que le tapaba el rostro, y apareció vestida con un traje semejante por completo a los
que vestía en el palacio, cuando el califa la acompañaba. Y se acercó a Al-Raschid, que seguía tendido
sin movimiento, y se sentó junto a él, y le roció con agua de rosas y le hizo aire con un abanico, y acabó
por reanimarle.
Y el califa abrió los ojos, y al ver al lado suyo a Fuerza-de-los Corazones, estuvo a punto de
desmayarse por segunda vez; pero se apresuró ella a besarle las manos, sonriendo y con lágrimas en los
ojos; y el califa exclamó en el límite de la emoción: "¿Estamos en el día de la Resurrección, y se
despiertan en sus tumbas los muertos, o es que estoy soñando?"
Y contestó Fuerza-de-los-Corazones: "¡Oh Emir de los Creyentes, ni estamos en el día de la
Resurrección, ni sueñas! ¡Porque soy Fuerza-de-los-Corazones, y estoy viva! ¡Y mi muerte sólo ha sido
un simulacro!" Y en pocas palabras le contó desde el principio hasta el fin cuanto le había ocurrido.
Luego añadió: "Y toda la felicidad que nos viene ahora, se la debemos a Califa el pescador!"
Al oír aquello, Al-Raschid tan pronto lloraba y sollozaba como reía de gusto. Y cuan do acabó de
hablar ella, la estrechó entre sus brazos, y la besó en los labios durante mucho tiempo, apretándola contra
su pecho. ¡Y no pudo pronunciar una palabra! Y así permanecieron ambos durante una hora.
Entonces Califa se levantó, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! ahora no creo harás que me
azoten!" Y el califa, repuesto ya del todo, se echó a reír, y le dijo: "¡Oh Califa! ¡cuanto yo pudiera hacer
por ti en lo sucesivo, no será nada en comparación de lo que te debemos! Sin embargo, ¿quieres ser mi
amigo y gobernar una provin cia de mi imperio?" Y contestó Califa: "¿Puede el esclavo rehusar las ofertas
de su amo magnánimo?" Entonces Al-Raschid le dijo: "Pues bien, Califa, no solamente quedas nombrado
gobernador de provincia con emolumentos de diez mil dinares al mes, ¡sino que deseo que la pro pia
Fuerza-de-los-Corazones escoja para ti a su gusto, entre las jóvenes de palacio y las hijas de los emires y
de los notables, una joven que será tu esposa! ¡Y yo mismo me encargo de su ropa y de la dote que tú has
de aportar a su padre! ¡Y en adelante quiero verte todos los días, y tenerte en los festines a mi lado y en
primera fila entre mis ín timos! ¡Y poseerás un tren de casa digno de tus funciones y de tu ran go, y todo
aquello que pueda desear tu alma!"
Y Califa besó la tierra entre las manos del califa. ¡Y tuvo toda esta dicha y muchas otras felicidades
más! Y dejó de ser soltero, y vivió años y años con la joven esposa que hubo de escogerle Fuerza-delos
-Corazones, y que era la más bella y la más modesta de las mujeres de su tiempo.
¡Así fué!
¡Gloria al que otorga sus favores a las criaturas y reparte a su arbitrio alegrías y felicidades!
Luego dijo Schehrazada: "¡Pero no creas ¡oh rey afortunado! que esta historia es más admirable o más
maravillosa que la que te reservo para acabar esta noche!" Y exclamó el rey Schahriar: "En ver dad ¡oh
Schehrazada! que no dudo ya de tus palabras. ¡Pero dime pronto el nombre de esa historia que tenías
reservada para esta noche! ¡Pues debe ser extraordinaria, si es más admirable que la de Califa el
pescador!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "Sí, ¡oh rey! Esa historia se llama Las...
Las aventuras de Hassan Al-Bassri
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
Has de saber, ¡oh rey afortunado! que la historia maravillosa que voy a contarte tiene un origen
extraordinario que es preciso que te revela antes de empezar; de otro modo no sería fácil comprender
cómo llegó hasta mí.
En efecto, en los años y las edades de hace mucho tiempo, había un rey entre los reyes de Persia y del
Khorassán, que tenía bajo su dominación al país de la India, de Sindh y de la China, así como a los
pueblos que habitan al otro lado del Oxus en las tierras bárbaras. Se llamaba el rey Kendamir. Y era un
héroe de valor indomable y un ji nete muy brioso que sabía manejar la lanza, y le apasionaban los tor neos,
las cacerías y las cabalgatas guerreras; pero prefería mucho más que ninguna cosa la conversación con
gente agradable y personas ins truídas, y en los festines concedía el sitio de honor junto a él a los poe tas y
a los narradores.
¡Pero hay más aún! cuando un extranjero, tras de aceptarle su hospitalidad y experimentar los efectos
de su esplendi dez y de su generosidad, le relataba algún cuento desconocido todavía para el monarca o
alguna historia hermosa, el rey Kendamir le colma ba de favores y de beneficios, y no le enviaba a su país
hasta que había satisfecho sus menores deseos, y hacía que le acompañara durante todo el viaje un cortejo
espléndido de jinetes y esclavos a sus órdenes. En cuanto a sus narradores habituales y a sus poetas, les
trataba con las mismas consideraciones que a sus visires y a sus emires. Y de aquel modo, el palacio
habíase convertido en morada grata de cuantos sabían construir versos, ordenar odas o hacer revivir con
su palabra el pasado y las cosas muertas.
Así, pues, no hay por qué asombrarse de que, al cabo de cierto tiein po, el rey Kendamir hubiese oído
todos los cuentos conocidos de los árabes, de los persas y de los indos, y los conservase en su memoria
con los pasajes más hermosos de los poetas y las enseñanzas de los ana listas versados en el estudio de
los pueblos antiguos. De modo que, después de recapitular cuanto sabía, no le quedó nada que aprender
ni nada que escuchar.
Cuando se vió en aquel estado, se sintió poseído de una tristeza extremada y sumido en una gran
perplejidad. Entonces, sin saber ya cómo ocupar sus ocios habituales, se encaró con su jefe eunuco, y le
dijo:"¡Vete en seguida en busca de Abu-Alí!" Abu-Alí era el narrador fa vorito del rey Kendamir; y era tan
elocuente y tenía tan altas dotes, que podía hacer durar un cuento un año entero sin interrumpirlo y sin
cansar ni una sola noche la atención de sus oyentes. Pero, como to dos sus compañeros, había agotado ya
su saber y sus recursos de elo cuencia, y desde hacía mucho tiempo se encontraba falto de historias
nuevas.
El eunuco se apresuró, pues, a buscarle y a introducirle en el aposento del rey. Y el rey le dijo: "¡He
aquí ¡oh padre de la elocuen cia! que agotaste tu saber y te encuentras falto de historias nuevas! ¡Sin
embargo, te hice venir, porque es absolutamente necesario que, a pesar de todo, relates un cuento
extraordinario y desconocido para mí, y tal como no hube de oírle! Porque ahora me gustan más que
nunca las historias y el relato de las aventuras. Así es que, como logres encantarme con las palabras
hermosas que me harás oír, yo correspon deré regalándote inmensas tierras de las que serás el amo, y
fortalezas y palacios, con un firmán que te libre de todo género de cuotas y tri butos; y también te
nombraré mi gran visir y te haré sentarte a mi de recha; y gobernarás a tu arbitrio, con autoridad plena y
entera, en medio de mis vasallos y de los súbditos de mis reinos. ¡Y si lo anhelas, incluso te legaré el
trono después de mi muerte, y, mientras yo esté vivo, te pertenecerá cuanto me pertenezca! ¡Pero si tu
destino es lo bastante nefasto para que no puedas satisfacer el deseo que acabo de expresarte, y que
supone para mi alma mucho más que poseer la tierra entera, desde ahora puedes ir a despedirte de tus
parientes y decirles que te espera el palo!"
Al oír estas palabras del rey Kendamir, el narrador Abu-Alí comprendió que estaba perdido
irremisiblemente, y repuso: "¡Escucho y obedezco!" Y bajó la cabeza, con el rostro muy pálido, presa de
una desesperación sin remedio. Pero al cabo de cierto tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Oh rey! tu
ignorante esclavo, antes de morir, pide una gracia a tu generosidad!"
Y preguntó el rey: "¿Y qué es ello?" El otro dijo: "Que le concedas sólo un plazo de un año para
permitirle encon trar lo que le pides. ¡Y si pasado ese plazo no encuentra el cuento con sabido, o, si,
aunque le encuentre, no es el más hermoso, el más mara villoso y el más extraordinario que haya llegado a
oídos de los hombres, sufriré, sin amargura en mi alma, el suplicio del palo!"
Al oír estas palabras, el rey Kendamir se dijo: "¡Muy largo es ese plazo! ¡Y ningún hombre sabe si ha
de vivir aún el día siguiente!" Luego añadió: "¡No obstante, es tan grande mi deseo de oír una histo ria
más, que te concedo ese plazo de un año; pero es con la condición de que no te muevas de tu casa durante
todo ese tiempo!" Y el narra dor Abu-Alí besó la tierra entre las manos del rey, y se apresuró a regresar a
su casa.
Ya en ella, tras de reflexionar mucho rato, llamó a cinco de sus jóvenes mamalik, que sabían leer y
escribir, y que, además, eran los más sagaces, los más abnegados y los más distinguidos de entre sus ser -
vidores todos, y a cada uno de ello le entregó cinco mil dinares de oro. Luego les dijo: "¡Os eduqué y
cuidé y alimenté en mi casa para cuando llegara un día como éste! ¡A vosotros incumbe, pues, socorrerme
v ayudarme a salir de entre las manos del rey!"
Ellos contestaron: "Or dena, ¡oh amo nuestro! ¡Nuestras almas te pertenecen, y te serviremos de
rescate!" El dijo: "¡Escuchad! ¡Cada uno de vosotros partirá para los países extranjeros por los
diferentes caminos de Alah! Recorred todos los reinos y todas las comarcas de la tierra en busca de los
sabios, las personas sagaces, de los poetas y de los narradores más céle bres! ¡Y preguntadles, a fin de
transmitírmela, si conocen la Historia de las Aventuras de Hassán Al-Bassri! ¡Y si, por un favor del
Altísi mo, la conoce alguno de ellos, rogadle que os la cuente y os la escriba a cualquier precio! ¡Porque
sólo merced a esa historia podréis salvar a vuestro amo del palo que le espera!"
Luego encaróse con cada uno de ellos en particular, y dijo al primer mameluco: "¡Tú iras por los
países de las Indias y del Sindh y por las comarcas y provincias que de ellos dependen!" Y dijo al
segundo: "¡Tú irás por Persia y China y por los países limítrofes!" Y dijo al tercero: "¡Tú recorrerás el
Khorassán y sus dependencias!" Y dijo al cuarto: "¡Tú explorarás todo el Maghreb de oriente a
occidente!" Y dijo al quinto: "¡En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la Siria...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 577ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto a ti, ¡oh Mobarak! visitarás el país de Egipto y la Siria!"
Así habló a sus cinco abnegados mamalik el narrador Abu-Alí. Y les escogió para la partida un día
de bendición, y les dijo: "¡Par tid en este día bendito! ¡Y volved con la historia de que dependerá mi
redención!" Y se despidieron ellos de él, y se dispersaron en cinco direcciones diferentes.
Pero, al cabo de once meses, los cuatro primeros regresaron uno tras de otro muy desencantados, y
dijeron a su amo que, a pesar de las más exactas pesquisas por los países lejanos que acababan de
recorrer, el destino no les había puesto sobre la pista del narrador o del sabio que anhelaban, y no habían
encontrado por ninguna parte, ni en las ciudades ni en las tiendas ni en el desierto, más que narradores y
poetas vulgares, cuyas historias eran universalmente conocidas; pero en cuanto a las aventuras de Hassán
Al-Bassri, ¡ninguno las conocía!
Al oír estas palabras, el pecho del viejo narrador Abu-Alí se opri mió hasta el límite de la opresión, y
ante su rostro se ennegreció el mundo. Y exclamó: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah el
Omnipoten te! ¡Al presente veo bien que en el libro del Angel está escrito que me espera en el palo mi
destino!" E hizo sus preparativos y su testamento antes de morir con aquella muerte de brea.
¡Y he aquí lo referente a él!
Pero respecto al quinto mameluco, que se llamaba Mobarak, he aquí que recorrió todo el país de
Egipto y una parte notable de Siria, sin hallar huella de lo que buscaba. Y ni siquiera los narradores fa -
mosos de El Cairo pudieron informarle acerca del particular, aunque su saber superara al entendimiento.
¡Más aún! ¡Ni siquiera oyeron hablar nunca a su padres o a sus abuelos, narradores como ellos, de la
exis tencia de aquella historia! Así es que el joven mameluco tomó el ca mino de Damasco, aunque no
esperaba poder realizar satisfactoriamen te aquella empresa.
Y he aquí que, en cuanto llegó a Damasco, se sintió poseído por el encanto de su clima, de sus
jardines, de sus aguas y de su magnificencia. Y su entusiasmo habría llegado a los límites extre mos si él
no tuviese el espíritu tan preocupado por su misión irrealiza ble. Y como era tarde, recorría las calles de
la ciudad en busca de algún khan donde pasar la noche, cuando al volver de los zocos vio una mu -
chedumbre de cargadores, barrenderos, arrieros, cavadores, mercaderes y aguadores, así como otras
muchas personas, que corrían presurosos en una misma dirección todo lo más de prisa posible. Y se dijo:
"¿Quién sabe dónde irá toda esta gente?"
Cuando se disponía a correr con ellos, le empujó con violencia un joven que acababa de tropezar
engan chándose el pie en las orlas de su traje a causa de su precipitación en la marcha. Y el mameluco le
ayudó a levantarse, y después de secarle la espalda, le preguntó: "¿Adónde vas de esta manera? ¡Te veo
muy preocupado y lleno de impaciencia, y no sé qué pensar al ver también a los demás haciendo lo que
tú!" El joven le contestó: "Advierto que eres un extranjero, ya que así ignoras el motivo de nuestra
carrera. Pues has de saber que, por mi parte, quiero ser uno de los primeros en llegar allá lejos, a la sala
abovedada en que se halla el jeique Ishak Al-Monabbi, el narrador sublime de nuestra ciudad, el que
cuenta las historias más maravillosas del mundo. ¡Y como siempre tiene fuera y dentro una gran
muchedumbre de oyentes, y los que llegan los últimos no pueden disfrutar como es debido de la historia
contada, te ruego que dispenses ahora mi prisa por dejarte!"
Pero el joven mameluco se cogió a la ropa del habitante de Damasco, y le dijo: "¡Oh hijo de gentes
de bien! te suplico que me lleves contigo a fin de que encuentre un buen sitio cerca del jeique Ishak.
¡Porque yo también anhelo vivamente oírle, y por él precisamente es por quien vengo de mi lejano país!"
Y con testó el joven: "¡Sígueme, pues, y corramos!" Y empujando a derecha y a izquierda a las gentes
pacíficas que entraban a sus casas, se aba lanzaron a la sala donde celebraba sus sesiones el jeique Ishak
Al -Monabbi.
Y he aquí que, al entrar en aquella sala de techo abovedado del que descendía una frescura dulce,
Mobarak divisó, sentado en un sillón en medio del círculo silencioso de cargadores, mercaderes,
notables, aguadores y demás, a un venerable jeique de rostro señalado por la bendición, de frente
aureolada de esplendor, que hablaba con una voz grave, continuando la historia que hubo de comenzar
hacía más de un mes ante sus oyentes fieles. Pero la voz del jeique no tardó en animarse contando las
hazañas insuperables de su guerrero. Y de pronto levantóse de su asiento, sin poder ya contener su
vehemencia, y empezó a recorrer la sala de un extremo a otro entre sus oyentes, haciendo voltear el al -
fanje del guerrero cortador de cabezas y destrozando en mil añicos a los enemigos. ¡Mueran los
traidores! ¡Y sean malditos y abrasados en el fuego del infierno! ¡Y Alah preserve al guerrero! ¡Ya está
preser vado! ¡Pero no! ¿Dónde están nuestras espadas, dónde están nuestros palos para volar a su
socorro? ¡He aquí! ¡Sale triunfante de la refriega, aplastando a sus enemigos, derribados con ayuda de
Alah! ¡Así, pues, gloria al Todopoderoso, dueño de la valentía! ¡Y vaya ahora el guerrero a la tienda en
que le espera la enamorada, y que las bellezas diversas de la joven le hagan olvidar los peligros corridos
por ella! ¡Y loores a Alah, que ha creado a la mujer para que ponga bálsamo en el cora zón del guerrero y
fuego en sus entrañas!
Como el jeique Ishak ponía fin a la sesión con aquellas palabras esa tarde, los oyentes se levantaron
en el límite del éxtasis, y repitiendo las últimas palabras del narrador, salieron de la sala. Y el mameluco
Mobarak, maravillado de arte tan admirable, se acercó al jeique Ishak, y después de besarle la mano, le
dijo: "¡Oh mi señor, soy un extranjero, y deseo pedirte una cosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 578ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh mi señor, soy un extranjero, y deseo pedirte una cosa!" Y el jeique le devolvió su zalema, y
contestó: "¡Habla! El extranjero no es para nosotros extranjero. ¿Qué te hace falta?" El otro contestó:
"¡Vengo desde muy lejos a ofrecerte un regalo de mil dinares de oro de parte de mi amo el narrador Abu-
Alí del Khorassán! ¡Porque te considera el maestro de todos los narradores de este tiempo, y quiere
probarte así su admiración!"
El jeique Ishak contestó: "¡Ciertamente, nadie sabrá ignorar la fama del ilustre Abu-Alí del
Khorassán! Acepto, pues, de todo corazón amistoso el regalo de tu amo, y quisiera en cambio enviarle
alguna cosa por mediación tuya. ¡Dime, pues, lo que más le gusta, a fin de que mi regalo le agrade más
aún!"Al oír estas palabras tanto tiempo esperadas, el mameluco Mobarak se dijo: "¡Heme aquí al cabo de
mis deseos! ¡Y éste será mi último recurso!" Y contestó: "Alah te colme con sus bendiciones, ¡oh mi
señor! ¡Pero los bienes de este mundo son numerosos sobre la cabeza de Abu-Ali, que no desea más que
una cosa, y es adornar su espíritu con lo que no conoce! ¡Así es que me ha enviado a ti para pedirte por
favor que le enseñes algún cuento nuevo con el que pueda endulzar los oídos de nuestro rey! ¡Por
ejemplo, nada podría conmoverle más que saber por ti, si acaso la conoces, la historia que se llama las
AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI".
El jeique contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡tu deseo será satisfecho, y con creces,
porque conozco esa historia, y por cierto que soy el único narrador que la conoce sobre la faz de la
tierra! Y razón tiene en buscarla tu amo Abu-Álí, pues sin duda es una de las historias más
extraordinarias que existen, y en otro tiempo me la contó un santo derviche, muerto ya, que la sabía por
otro derviche, muerto ya, que la sabía por otro derviche, muerto también. Y para hacer honor a la
generosidad de tu amo, no solamente voy a contár tela, sino a dictártela con todos sus detalles desde el
principio al fin. ¡Sin embargo, para esta donación, de mi parte pongo una condición expresa que te
comprometerás, por juramento, a cumplir si quieres tener esa copia!"
El mameluco contestó: "¡Estoy dispuesto a aceptar todas las condiciones, aun poniendo en peligro mi
alma!"
El narrador dijo: " Pues bien, como esta historia es de las que no se cuentan a cualquiera, y no está
hecha para todo el mundo, sino sólo para personas escogidas, vas a jurarme, en nombre tuyo y en el de tu
amo, que jamás dirás una palabra de ella a cinco clases de personas: las ignorantes, porque su espíritu
grosero no sabría estimarla; los hipócritas, que se asustarían al oírla; los maestros de escuela, incapaces
y atrasados, que no la com prenderían; los idiotas, porque son como los maestros de escuela y los
engreídos, que no podrían sacar de ella una enseñanza provechosa".
Y exclamó el mameluco: "¡Lo juro ante la faz de Alah v ante ti! ¡oh mi señor!" Luego se desciñó el
cinturón y extrajo de él un saco que contenía mil dinares de oro, y se lo entregó al jeique Ishak.El jeique,
a su vez, le presentó un tintero y un cálamo, y le dijo: "¡Es cribe¡"
Y se puso a dictarle palabra por palabra toda la historia de las AVENTURAS DE HASSAN ALBASSRI,
tal como le fué transmitida por el derviche. Y aquel dictado duró siete días y siete noches sin
interrup ción. Tras de lo cual el mameluco volvió a leer al jeique lo que había escrito, y aquél rectificó
diversos pasajes y corrigió las faltas ortográ ficas. Y en el límite de la alegría, el mameluco Mobarak
besó la mano al jeique, y después de decirle adiós, se apresuró a emprender el ca mino del Khorassán. Y,
como la dicha le tornaba ligero, no invirtió en llegar más que la mitad del tiempo que de ordinario
necesitaban las caravanas.
He aquí que sólo faltaban diez días para que expirase el año fijado como plazo por el rey, y para que
se levantase delante de la puerta de palacio el palo que sería el suplicio de Abu-Alí. Y se había desvane -
cido por completo la esperanza en el alma del infortunado narrador, y había congregado éste a todos sus
parientes y a sus amigos para que le ayudasen a soportar con menos terror la hora espantosa que le
esperaba. Y de improviso, en medio de las lamentaciones, hizo su entrada el ma meluco Mobarak,
blandiendo el manuscrito, y se acercó a su amo, y des pués de besarle la mano, le entregó las hojas
preciosas, la primera de las cuales ostentaba en letras grandes el título: HISTORIA DE LAS
AVENTURAS DE HASSAN AL-BASSRI.
Al ver aquello, el narrador Abu-Alí se levantó y abrazó a su ma meluco, y le hizo sentarse a su
diestra, y se quitó sus propios trajes para ponérselos a él, y le colmó de muestras de honor y de
beneficios; luego, tras de haberle libertado, le dió como regalo diez caballos de raza noble, cinco yeguas,
diez camellos, diez mulas, tres negros y dos mozos jóvenes. Tras de lo cual cogió el manuscrito que le
salvaba la vida, y lo copió de nuevo él mismo en letras de oro sobre un papel magnífico con su caligrafía
más hermosa, poniendo anchos espacios entre las palabras, de manera que la lectura se hiciese grata y
fácil. Y empleó en aquel trabajo nueve días enteros, tomándose apenas tiempo para pegar los ojos o
comer un dátil. Y el décimo día, a la hora señalada para su empalamiento, puso el manuscrito en una
arquilla de oro y subió a ver al rey...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 579ª noche
Ella dijo:
"...Y el décimo día, a la hora señalada para su empalamiento, puso el manuscrito en una arquilla de
oro y subió a ver al rey.
Al punto el rey Kendamir reunió a sus visires, a sus emires y a sus chambelanes, así como a los
poetas y a los sabios, y dijo a Abu- Alí: "¡La palabra de los reyes debe difundirse! ¡Léenos, pues, esa
historia prometida! ¡Y a mi vez, no olvidaré yo lo que se convino entre nosotros en un principio!"
Abu-Alí sacó de la arquilla de oro el maravilloso manuscrito, y desenrolló la primera hoja y
comenzó su lectura. Y desenrolló la segunda hoja, y la tercer hoja y muchas hojas más, y continuó leyendo
en medio de la admiración y de la maravilla de toda la asamblea. ¡Y fué tan extraordinario el efecto
producido en el rey, que quiso éste levantar la sesión aquel día! Y allí se comió, se bebió, y se volvió a
comenzar; y así hasta el final.
Entonces el rey Kendarnir, entusiasmado hasta el límite del en tusiasmo, y seguro para en lo sucesivo
de que nunca más tendría un instante de aburrimiento, puesto que en su mano poseía semejante historia, se
levantó en honor de Abu-Alí, y le nombró acto seguido gran visir suyo, destituyendo de su cargo al
antiguo, y después de haberle puesto su propio manto real, le donó como propiedad hereditaria una
provincia entera de su reino con sus ciudades, villas y fortalezas y le retuvo a su lado como compañero
íntimo y confidente. Luego le hizo guardar la arquilla con el manuscrito precioso en el armario de los pa -
peles para sacarlo después y que le leyeran la historia cuantas veces se presentara a las puertas de su
alma el fastidio.
"Y ésa es precisamente ¡oh rey afortunado! -continuó Schehra zada- la historia maravillosa que voy a
poder contarte, gracias a una copia exacta que ha llegado hasta mí".
Se cuenta -¡pero Alah es más sabio y más prudente y más bien hechor!- que, en los años que se
presentaron y transcurrieron hace mucho tiempo, había en la ciudad de Bassra un joven que era el más
gracioso, el más hermoso y el más delicado entre todos los mozos jóvenes de su tiempo. Y se llamaba
Hassán
[127], y verdaderamente nunca nombre alguno había convenido de manera tan perfecta a un hijo
de los hombres.
Y el padre y la madre de Hassán le querían con un amor grande, porque no le tuvieron hasta los días
de su extrema senilidad, y fué merced al consejo de un sabio lector de libros mágicos, que les hizo comer
las partes situadas entre la cabeza y la cola de una serpiente de la calidad de las serpientes grandes,
según prescripción de nuestro señor Soleimán (¡con él la paz y la plegaria!). Y he aquí que, al llegar el
término fijado, Alah el que todo lo oye, el que todo lo ve, decretó la admisión del mercader, padre de
Hassán, en el seno de Su Miseri cordia y el mercader murió en la paz de su Señor (¡Alah le tenga siem pre
en Su piedad!).
De tal suerte encontrose el joven Hassán como único heredero de los bienes de su padre. Pero como
estaba mal edu cado por sus padres, que le habían querido mucho, se apresuró a frecuentar el trato de los
jóvenes de su edad, y en su compañía no tardó en comerse en festines y en disipaciones las economías de
su padre. Y ya no le quedó nada entre las manos. Entonces su madre, que tenía un corazón compasivo, no
pudo sufrir el verle triste, y con su propia parte de herencia, le abrió en el zoco una tienda de orfebrería.
Y he aquí que la belleza de Hassán pronto atrajo hacia la tienda, con asentimiento de Alah, las
miradas de todos los transeúntes; y no atravesaba el zoco ninguno que no se parase ante la puerta para
con templar la obra del Creador y maravillarse de ella. Y de tal suerte se convirtió la tienda de Hassán en
centro de una aglomeración continua de mercaderes, de mujeres y de niños que reuníanse allá para verle
manejar el martillo de orfebre y admirarle a su antojo.
Y he aquí que, un día entre los días, estando Hassán sentado en el interior de su tienda, y mientras
fuera aumentaba la acostum brada aglomeración, acertó a pasar por allí un persa de larga barba blanca y
gran turbante de muselina blanca. Su rostro y su modales indicaban desde luego que era un notable y un
hombre de importancia. Y tenía en la mano un libro antiguo. Y se detuvo delante de la tienda y se puso a
mirar a Hassán con atención sostenida. Luego acercóse más a él, y dijo de manera que fuese oído: "¡Por
Alah! ¡Excelente orfebre!" Y empezó a mover la cabeza con los signos más evidentes de una admiración
sin límites. Y permaneció allí quieto hasta que los transeúntes se dispersaron para la plegaria de la tarde.
Entonces entró en la tienda y saludó a Hassán, que le devolvió la zalema con gran ternura, y le dijo:
"¡En verdad, hijo mío, que eres un joven muy agraciado! Y como yo no tengo hijos, quisiera adoptarte, a
fin de enseñarte los secretos de mi arte, único en el mundo, y que millares y millares de personas me
suplicaron inútilmente que les enseñara. Y ahora mi alma y la amistad que nació en mi alma por ti me
impulsan a reve larte lo que hasta hoy oculté cuidadosamente, para que después de mi muerte seas tú el
depositario de mi ciencia. De tal suerte pondré entre tú y la pobreza un obstáculo infranqueable, y te
libraré de ese trabajo fatigoso del martillo y de ese oficio poco lucrativo, indigno de tu persona
encantadora, ¡oh hijo mío! y que ejerces en medio del polvo, del carbón y de la llama!" Y contestó
Hassán: "¡Por Alah! ¡oh mi venerable tío! que sólo deseo ser tu hijo y el heredero de tu cien cia! ¿Cuándo
quieres, pues, comenzar a iniciarme?" El persa contestó: "¡Mañana!" Y levantándose en seguida, cogió
con su dos manos la cabeza de Hassán y le besó. Luego salió sin añadir una palabra más...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 580ª noche
Ella dijo:
"...cogió con sus dos manos la cabeza de Hassán y le besó. Luego salió sin añadir una palabra más.
Entonces Hassán, extremadamente turbado con todo aquello, se apresuró a cerrar su tienda y corrió a
su casa para contar a su ma dre, lo que acababa de ocurrir. Y la madre de Hassán repuso, muy conmovida:
"¿Qué me cuentas, ya Hassán? ¿Y cómo puedes creer en las palabras de un persa hereje?" Hassán dijo:
"¡Ese venerable sabio no es un hereje, pues lleva un turbante de muselina blanca como el de los
verdaderos creyentes!"
Ella contestó: "¡Ah hijo mío, desen gáñate! ¡Esos persas son unos miserables, unos seductores! ¡Y su
ciencia es la alquimia! ¡Y sólo Alah sabe las asechanzas que traman en la negrura de su alma, y el número
de estratagemas de que se valen para despojar a la gente!"
Pero Hassán se echó a reír, y dijo: "¡Oh madre mía, nosotros somos pobres, y no tenemos, en verdad,
nada que pueda tentar la codicia de los demás! ¡En cuanto a ese persa, en toda la provincia de Bassra no
hay ninguno que tenga un rostro y unos modales mejores! ¡Y he visto en él las señales más evidentes de la
bondad y de la virtud! ¡Demos gracias a Alah, que hizo que su corazón se compadeciera de mi cualidad!"
Al oír estas palabras, nada contestó ya la madre. Y Hassán aquella noche no pudo cerrar los ojos, de
tan perplejo e impaciente como estaba.
Al día siguiente, se presentó muy temprano en el zoco con sus llaves, y abrió su tienda antes que
todos los demás mercaderes. Y al punto vió entrar al persa, y se levantó con viveza en honor suyo y quiso
besarle la mano; pero el otro no lo consintió, y le estrechó en sus brazos, y le preguntó: "¿Estás casado,
oh Hassán?" Hassán con testó: "No, por Alah! ¡Soy soltero, aunque mi madre no cesa de in clinarme al
matrimonio!"
El persa dijo: "¡Muy bien entonces! ¡Por que si fueses casado, nunca habrías podido entrar en la
intimidad de mis conocimientos!"
Luego añadió: "¿Tienes cobre en tu tienda, hijo mío?" Hassán dijo: "¡Ahí tengo una bandeja vieja,
toda mellada, de cobre amarillo!" El persa dijo: "¡Eso mismo es lo que me hace falta! ¡Empieza, pues,
por encender tu hornillo, pon al fuego tu crisol y haz funcionar tus fuelles! ¡Coge luego esa bandeja vieja
de cobre y córtala en pedacitos con tus tijeras!" Y Hassán se apresuró a ejecutar la orden. Y el persa
dijo: "¡Ahora pon esos pedazos de cobre en el crisol, y activa el fuego hasta que se licúe todo el metal!"
Y Hassán echó al crisol los pedazos de cobre, activó el fuego y se puso a soplar con la caña sobre el
metal hasta la licuefacción. Entonces levantóse el persa y se acercó al crisol y abrió su libro, y ante el
líquido hirviente leyó unas fórmulas en lengua desconocida; luego, levantando la voz, gritó: "¡Hakh!
¡makh! ¡bakh! ¡Oh vil metal, que el sol te penetre con sus virtudes! ¡Hakh! ¡makh! ¡bakh! ¡Oh vil metal,
que la virtud del oro ahuyente tus impurezas! ¡Hakh ¡makh! ¡bakh! ¡Oh cobre, con viértete en oro!" Y al
pronunciar estas palabras, el persa alzó la mano hacia su turbante, y sacó de entre los pliegues de la
muselina un paquete de papel doblado, que abrió; y cogió unos polvos amarillos como el azafrán, que
apresuróse a echar en medio del cobre líquido dentro del hornillo. ¡Y al instante se solidificó el líquido v
se con virtió en un pan de oro, del oro más puro!
Al ver aquello, Hassán quedó estupefacto en el límite de la estu pefacción; y a una seña del persa,
cogió su lima de ensayo y frotó con ella un extremo del pan brillante; y comprobó que era oro de la
calidad más fina y más estimada. Entonces, poseído de admiración, quiso coger la mano al persa y
besársela; pero éste no se lo permitió, y le dijo: "¡Oh Hassán! vé ya al zoco a vender este pan de oro! ¡Y
cobra el importe, y vuelve a tu casa a guardar el dinero, sin decir una palabra de lo que sabes!" Y Hassán
fué al zoco, y entregó el pan al pregonero, lo pregonó y obtuvo por él en seguida mil dinares de oro y
después dos mil al segundo pregón. Y se adjudicó en ese precio el pan a un mercader, y Hassán cogió los
dos mil dinares y fué a llevárselos a su madre, volando de alegría. Y la madre de Hassán, al ver todo
aquel oro, no pudo en un principio pronunciar palabra, de tan llena de asombro como estaba; luego,
cuando Hassán, riendo, le contó que aquello procedía de la ciencia del persa, ella alzó las manos y
exclamó, aterrada: "¡No hay más dios que Alah, y no hay fuerza y poder más que en Alah! ¿Qué hiciste,
¡oh hijo mío! con ese persa versado en la alquimia?"
Pero Hassán contestó: "¡Precisamente ¡oh madre! ese venerable sabio está instruyéndome en la
alquimia! ¡Y ha empezado por hacerme ver cómo se cambia un vil metal en el oro más puro!" Y sin
prestar atención ya a las objeciones de su madre, Hassán cogió de la cocina el almirez grande de cobre
en que su madre machacaba ajo y cebolla y confeccionaba las albóndigas de trigo molido, y corrió a su
tienda en busca del persa, que le esperaba. Y tiró al suelo el almirez de cobre, y se puso a activar el
fuego. Y el persa le preguntó: "¿Pero qué quieres hacer, ya Hassán?" Hassán contestó: "¡Quisiera
convertir en oro el almirez de mi madre!" Y el persa se echó a reír, y dijo: "¡Eres un insensato, Hassán, al
querer mostrarte en el zoco por dos veces en el mismo día con lingotes de oro que des pertarían las
sospechas de los mercaderes, los cuales adivinarían que nos dedicamos a la alquimia, y atraerían sobre
nuestra cabeza algo muy enojoso!"
Hassán contestó: "¡Tienes razón! ¡Pero quisiera que me enseñaras el secreto de la ciencia!"El persa
se echó a reír más fuerte aún que la primera vez, y dijo: "¡Eres un insensato, Hassán, al creer que la
ciencia y los secretos de la ciencia pueden enseñarse así, en plena calle o en las plazas públicas, y que se
pueden aprender en medio del zoco, a la vista de los guardias! ¡Pero si verdaderamente, ya Hassán,
abrigas el firme propósito de instruirte de un modo com pleto, no tienes más que recoger tus herramientas
y seguirme a mi casa!"
Y Hassán contestó sin vacilar: "¡Escucho y obedezco!" Y le vantándose, recogió sus herramientas,
cerró su tienda y siguió al persa.
Pero por el camino Hassán se acordó de las palabras de su madre acerca de los persas, y como le
invadían el espíritu mil pensamientos, se detuvo en su marcha, sin saber a punto fijo lo que hacía, y con la
cabeza baja se puso a reflexionar profundamente. Y el persa, que habíase vuelto, le vió en aquel estado y
se echó a reír, luego le dijo: "¡Eres un insensato, Hassán! ¡Porque si estuvieras tan dotado de razón como
de gentileza, no te detendrías ante el buen destino que te aguarda! ¿Cómo es posible que vaciles cuando
quiero hacer tu fe licidad?"
Luego añadió: "¡Sin embargo, hijo mío, para que no ten gas la más ligera duda acerca de mis
intenciones, prefiero revelarte los secretos de mi ciencia en tu propia casa!" Y Hassán contestó: "¡Sí,
¡por Alah! así se tranquilizará mi madre!" Y dijo el persa: "¡Pre cédeme, pues, para enseñarme el
camino!"
Y Hassán echó a andar de lante, y el persa detrás; y de tal suerte llegaron a casa de la madre.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 581ª noche
Ella dijo:
"...y de tal suerte, llegaron a casa de la madre. Y Hassán rogó al persa que esperara en el vestíbulo, y
corriendo como un potro que triscase por los prados en la primavera, fué a prevenir a su madre de que
tenían por huésped al persa. Y añadió: "Puesto que va a comer de nuestra comida en nuestra casa,
estaremos ligados por el pan y la sal, y así ya no podrás inquietarte por mí en lo sucesivo".
Pero la madre contestó: "¡Alah nos proteja, hijo mío! ¡El lazo del pan y de la sal es sagrado entre
nosotros; pero no lo respetan esos persas abominables, que son adoradores del fuego, pervertidos y
perjuros! ¡Ah hijo mío, qué calamidad nos persigue!" Hassán dijo: "¡Cuando veas a ese venerable sabio,
no querrás dejarle salir de nuestra casa!"
Ella dijo: "¡No! ¡por la tumba de tu padre, que no he de permanecer aquí mientras esté ese hereje! ¡Y
cuando se marche, fregaré las baldosas de la habitación, y quemaré incienso, y ni siquiera te tocaré a ti
durante un mes entero, pues temo que pudiera mancharme con tu contacto!" Luego añadió: "¡Sin embargo,
puesto que ya está en nuestra casa y guardamos el oro que nos ha dado, voy a prepararos de comer, y
después me marcharé en a casa de los vecinos!" Y en tanto que Hassán iba en busca del persa, ella
extendió el mantel, y tras de hacer muchas compras, puso en la bandejas pollos asados y cohom bros y
diez clases de pasteles y confituras, y apresuróse a refugiarse en casa de los vecinos
Entonces Hassán introdujo en el comedor a su amigo el persa, y le invitó a sentarse, diciéndole: "¡Es
preciso que nos liguen el pan y la sal!" Y contestó el persa: "¡Sin duda que ese lazo ha de ser cosa
inviolable!" Y se sentó al lado de Hassán, y se puso a comer con él sin dejar de conversar. Y le decía:
"¡Oh hijo mío Hassán! ¡por el lazo sagrado del pan y de la sal que existe ahora entre nosotros, creéme,
que si no te quisiera con un cariño tan vivo, no te enseñaría las cosas secretas que nos han traído aquí!" Y
así diciendo, sacó de su turbante el paquete de polvos amarillos, y mostrándoselo añadió: "¿Ves estos
polvos? Pues bien: has de saber que con un poco de ellos puedes transformar en oro diez okes de cobre.
Porque estos polvos no son otra cosa que el elixir quintaesenciado, solidificado y pulverizado que
extraje de la substancia de mil cuerpos simples y de mil ingredientes a cual más complicados. ¡Y sólo
conseguí este descubrimiento al cabo de trabajos y fatigas que ya conocerás un día!"
Y entregó el paquete a Hassán, quien se puso a mirarlo con tanta atención, que no vió al persa sacar
rápidamente de su turbante un trozo de bang y mez clarlo a un pastel. Y el persa ofreció el pastel a
Hassán, quien sin dejar de mirar los polvos, se lo tragó para caer al punto de espaldas, sin conocimiento,
dando en el suelo con la cabeza antes que con los pies.
Inmediatamente, lanzando un grito de triunfo, el persa saltó sobre ambos pies, diciendo: "¡Ah
encantador Hassán! ¡cuántos años hace ya que te busco sin encontrarte! ¡Pero hete ahora entre mis manos
sin que hayas de escapar a mis deseos!" Y se alzó las mangas, se ciñó la cintura, y acercándose a Hassán,
le dobló en dos, poniéndole la cabeza sobre las rodillas, y en esta posición le ató los brazos a las piernas
y las manos a los pies. Luego abrió un arca la vació y metió dentro a Hassán con todo el oro que produjo
su operación de alquimia. Después salió a llamar a un mandadero, le cargó el arca a la espalda, y le hizo
llevarla a la orilla del mar, en donde había un navío dispuesto a hacerse a la vela. Y el capitán, que no
esperaba más que la llegada del persa, levó el ancla. ¡Y empujado por la brisa de tierra, el navío se alejó
de la orilla a toda vela! ¡Y he aquí lo referente al persa, raptor de Hassán y del arca en que estaba
encerrado Hassán!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a la madre de Hassán! Cuan do advirtió que su hijo había
desaparecido con el arca y el oro, y que las ropas estaban esparcidas por la habitación, y que la puerta de
la casa había quedado abierta, comprendió que en adelante Hassán estaba perdido para ella y que se
había ejecutado el designio del Des tino. Entonces se entregó a la desesperación, y se golpeó mucho el
rostro, y rasgó sus vestiduras, y se puso a gemir, a sollozar, a lanzar gritos dolorosos y a verter llanto,
diciendo: "¡Ay! ¡oh hijo mío! ¡ah! ¡Ay del fruto vivo de mi corazón! ¡ah!"
Y se pasó toda la noche co rriendo enloquecida, a preguntar por su hijo en casa de todos los vecinos,
pero sin resultado. Y desde entonces dejó transcurrir sus días y sus noches entre lágrimas de duelo, junto
a la tumba que erigió en medio de su casa y en la cual escribió el nombre de su hijo Hassán y la fecha del
día en que fué arrebatado a su afecto. Y también hizo grabar en el mármol de la tumba estos dos versos, a
fin de recitárselos llorando sin cesar:
¡Cuando me duermo por la noche, se me presenta una forma en gañosa, que viene a errar,
triste, en torno de mi lecho y de mi soledad!
¡Quiero estrechar entre mis brazos la amada forma de mi hijo, y me despierto ¡ay! en medio
de la casa desierta, cuando ya ha pasado la hora de la visita!
Y así es como vivía con su dolor la pobre madre.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 582ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto al persa que se marchó en el navío con el arca, era realmente un mago muy formidable; y
se llamaba Bahram el Gauro, Adorador del Fuego, alquimista de oficio. Y cada año escogía entre los
niños de los musulmanes un joven bien formado, para lle várselo y hacer con él lo que le impulsaba a
hacer su descreimiento, su perversión y su raza maldita; porque, como ha dicho el Maestro de los
proverbios, ¡era "un perro, hijo de perro, nieto de perro; y todos sus antepasados eran perros! ¿Cómo iba
a ser entonces otra cosa que un perro, ni hacer otra cosa que las acciones de un perro? Y he aquí que
mientras duró el viaje por mar, bajaba una vez al día al fondo del navío, en donde estaba el arca,
levantaba la tapa y daba de comer y beber a Hassán, metiéndole él mismo los alimentos en la boca y
dejándole sumido siempre en estado de somnolencia. Y cuando el na vío llegó al término del viaje, hizo
desembarcar el arca y bajó él tam bién a tierra, mientras que el navío reanudaba su rumbo.
Entonces el mago Bahram abrió el arca, desató las ligaduras de Hassán y destruyó el efecto de bang
haciéndole aspirar vinagre y echándole en las narices polvo de antibang. Y al punto recobró Has sán el
uso de sus sentidos, y miró a derecha e izquierda; y se vió echado en una playa marina cuyos guijarros y
arena estaban coloreados de rojo, de verde, de blanco, de azul, de amarillo y de negro; y por eso
asombrado de verse en lugar que no conocía, se levantó y vió sentado detrás de él en una roca al persa,
que le miraba con un ojo abierto y un ojo cerrado. Y sólo con ver aquello, tuvo el presentimiento de que
había sido víctima del mago y de que en adelante estaba a merced suya. Y se acordó de las desgracias
que le predijo su madre; y se resignó a los decretos del Destino, diciéndose: "¡Pongo mi confianza en
Alah!"
Luego se acercó al persa, que le dejaba avanzar sin mover se, y le preguntó con voz muy alterada:
"¿Qué quiere decir esto, padre mío? ¿Es que no hubo entre nosotros una vez el lazo del pan y de la sal?"
Y Bahram el Gauro se echó a reír, y exclamó: "¡Por el Fuego y la Luz! ¿Para qué me hablas del pan y la
sal a mí, que soy Bahram el Adorador de la Llama y la Chispa, del Sol y de la Luz? ¿Y no sabes que, lo
mismo que a ti, he tenido en mi poder a novecientos no venta y nueve jóvenes musulmanes que rapté, y que
tú eres el milésimo? ¡Pero, ¡por el Fuego y la Luz! tú eres el más hermoso de todos! ¡Y no creía ¡oh
Hassán! que cayeras tan fácilmente en mis redes! ¡Pero ¡gloria al Sol! hete aquí entre mis manos, y pronto
verás cuánto te amo!"
Luego añadió: "¡Primero empezarás por abjurar de tu reli gión y adorar lo que yo adoro!" Al oír estas
palabras, la sorpresa de Hassán se tornó en una indignación sin límites, y gritó al mago: "¡Oh jeique de
maldición! ¿qué te atreves a proponerme? ¿Y qué abo minación quieres hacerme cometer?"
Cuando el persa vió a Hassán en tal estado de cólera, como tenía otros proyectos con respecto a él,
no quiso insistir más aquel día, y le dijo: "¡Oh Hassán! ¡lo que te proponía, al pedirte que abjuraras de tu
religión, no era más que una farsa de mi parte para poner a prueba tu fe y añadirte un mérito ante el
Retribuidor!" Luego añadió: "¡Mi único objeto, al traerte aquí, es iniciarte, en soledad, en los misterios
de la ciencia! ¡Mira esa alta montaña a pico que domina el mar! ¡Es la Montaña de las Nubes! y en ella se
encuentran los elementos necesarios para el elixir de las transmutaciones. ¡Y si quieres dejarte conducir a
su cima, te juro por el Fuego y la Luz que no tendrás que arrepentirte de ello! ¡Porque si hubiera querido
conducirte allí contra tu voluntad, lo hubiese hecho durante tu sueño! Y una vez que hayamos llegado a la
cumbre, cogeremos los tallos de las plantas que crecen en esa región situada por encima de las nubes. ¡Y
entonces te indicaré lo que tienes que hacer!" Y Hassán, que a pesar suyo sentíase dominado por las
palabras del mago, no se atrevió a rehusar, y dijo: "¡Escucho y obedezco!" Luego, recordando dolorido a
su madre y a su patria, se echó a llorar amargamente.
Entonces Bahram le dijo: "¡No llores, Hassán! ¡Pronto verás lo que vas a ganar con seguir mis
consejos!" Y Hassán preguntó: "¿Pero cómo podremos realizar la ascensión de esta montaña a pico cual
una muralla?" El mago contestó: "¡No te detenga esa dificultad! ¡Lle garemos allá con más facilidad que el
ave!"Habiendo dicho estas palabras, el persa sacó de entre su traje un tamboril de cobre en el cual había
extendida una piel de gallo y apa recían grabados caracteres talismánicos. Y se puso a tocar con sus
dedos en el tamboril. Y al punto se alzó una polvareda, desde el seno de la cual se hizo oír un relincho
prolongado; y súbitamente, surgió ante ellos un gran caballo negro alado, que empezó a golpear el suelo
con sus cascos, echando llamas por las narices. Y el persa le montó y ayudó a Hassán a encaramarse a la
grupa. Y al instante el caballo batió las alas y remontó el vuelo; y en menos tiempo del que se necesita
para abrir un párpado y cerrar el otro, les dejó en la cumbre de la Montaña de las Nubes. Luego
desapareció.
Entonces el persa miró a Hassán de tan mala manera como en la playa, y lanzando una carcajada
estridente, exclamó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 583ª noche
Ella dijo:
"...Entonces el persa miró a Hassán de tan mala manera como en la playa, y lanzando una carcajada
estridente, exclamó: "¡Ahora, Hassán estás definitivamente en mi poder; y ninguna criatura podría
socorrerte! ¡Prepárate, pues, a satisfacer todos mis caprichos con co razón sumiso, y empieza ante todo
por abjurar de tu religión y re conocer como único poder al Fuego, padre de la Luz!"
Al oír estas palabras, Hassán retrocedió, exclamando: "¡No hay más Dios que Alah!
¡Y Mohamed es el Enviado de Alah! ¡En cuanto a ti, ¡oh vil persa! sólo eres un impío y un descreído!
¡Y el Dueño de la Omnipotencia va a castigarte por mediación mía!"
Y rápido como el relámpago, Hassán se abalanzó al mago y le quitó de las manos el tambor, luego le
empujó al borde de la montaña a pico, y haciendo fuerza con ambos brazos, le precipitó al abismo. Y
girando sobre sí mismo, el mago perjuro e impío fué a estrellarse contra las rocas del mar, y exhaló su
alma en el descreimiento. Y Eblis recogió su último aliento para atizar con él el fuego del infierno.
Tal fué la muerte de que murió Bahram el Gauro, mago engañoso y alquimista.
En cuanto a Hassán, libre así del hombre que quería hacerle co meter todas las abominaciones,
comenzó primeramente por examinar en todas sus partes el tambor mágico en que estaba extendida la piel
de gallo. Pero, como no sabía de qué manera servirse de él, prefirió abstenerse de manejarlo y se lo
colgó del cinturón. Tras de lo cual volvió los ojos en torno suyo, y vió que, efectivamente, la cima en que
se encontraba era tan alta, que dominaba las nubes acumuladas en su base. Y sobre aquel elevado monte
se extendía una llanura inmensa, formando cual un mar sin agua entre el cielo y la tierra. Y muy lejos
brillaba una llamarada chispeante. Y pensó Hassán: "¡Allá donde hay fuego hay algún ser humano!"
Y echó a andar en aquella dirección, internándose por aquella llanura donde no había más presencia
que la presencia de Alah. Y cuando se acercaba ya al final, acabó por ad vertir que la llamarada
chispeante era sólo el brillo que daba el sol a un palacio de oro con cúpula de oro soportada por cuatro
altas co lumnas de oro.
Al ver aquello, Hassán se preguntó: "¿Qué rey o qué genni ha bitará en estos lugares?" Y como estaba
muy cansado por todas las emociones que acababa de experimentar y por la caminata que acababa de
emprender, se dijo: "Voy a entrar, con la gracia de Alah, en este palacio, y a pedir al portero que me dé
un poco de agua y algún ali mento para no morirme de hambre. í Y si es un hombre de bien, quizá me
albergue en un rincón por una noche!" Y confiándose al Destino, llegó ante la gran puerta, que estaba
tallada en un bloque en el patio de entrada.
Pero apenas había dado Hassán algunos pasos por aquel primer patio, cuando advirtió sentadas en un
banco de mármol a dos jóvenes resplandecientes de belleza que jugaban al ajedrez. Y como estaban muy
atentas a su juego, no notaron en el primer momento la entrada de Hassán. Pero, al oír ruido de pasos, la
más joven levantó la cabeza y vió al hermoso Hassán, que también sorprendióse al divisarlas. Y se
levantó ella, rápidamente, y dijo a su hermana: "¡Mira, hermana mía, qué joven tan hermoso! ¡Debe ser
sin duda el último de los in fortunados a quienes el mago Bahram trae cada año a la Montaña-de- las-
Nubes! ¿Pero cómo habrá podido arreglarse para escapar de entre las manos de ese demonio?" Al oír
estas palabras, Hassán, que en un principio no se atrevió a moverse de su sitio, se adelantó hacia las
jóvenes, y arrojándose a los pies de la más pequeña, exclamó: "¡Sí, ¡oh mi señora! soy ese infortunado!"
Al ver a sus pies aquel joven tan hermoso que tenía gotas de llanto en el borde de sus ojos negros, la
joven se conmovió hasta el fondo de sus entrañas; y se levantó con semblante compasivo, y dijo a su
hermana, mostrándole al joven Hassán: "¡Sé testigo, hermana mía, de que juro ante Alah y ante ti que
desde este instante adopto como hermano mío a este joven, y quiero com partir con él los placeres y
alegrías de los días buenos y las penas y aflicciones de los días menos dichosos!" Y cogió de la mano a
Hassán y le ayudó a levantarse, y le besó como una hermana amante besaría a su hermano querido.
Después, teniéndole cogido de la mano siempre, le condujo al interior del palacio, donde, ante todo,
empezó por darle en el hammam un baño que le refrescara perfectamente; luego le vistió con trajes
magníficos, tirando sus ropas viejas y sucias del viaje, y ayudada por su hermana, que fué a reunirse con
ellos en el hammam, le condujo a su propio aposento, sosteniéndole por debajo de un bra zo, mientras su
hermana le sostenía por debajo del otro. Y ambas jóvenes invitaron a su joven huésped a sentarse entre
las dos para tomar algún alimento. Tras de lo cual le dijo la más joven: "¡Oh hermano mío bienamado!
¡oh querido, cuya llegada hace bailar de ale gría a las piedras de la casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 584ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh hermano mío bienamado ! ¡oh querido, cuya llegada hace bailar de alegría a las piedras de la
casa! ¿quieres decirnos el nombre encantador por que te llaman y el motivo que te trajo a la puerta de
nuestra morada?"
El contestó: "Sabe, ¡oh hermana que me in terrogas, y tú también, nuestra hermana mayor! que me
llamo Has sán. ¡Respecto al motivo que me trajo a este palacio, no fué otro que mi dichoso destino! ¡No
obstante, es verdad que, si estoy aquí, fué después de haber sufrido tribulaciones muy grandes!" Y contó
desde el principio hasta el fin lo que le había ocurrido con el mago Bahram el Gauro. Pero no hay
utilidad en repetirlo. E indignadas por la conducta del persa, exclamaron a la vez las dos hermanas: "¡Oh
perro maldito! ¡Se tenía muy merecida la muerte, y has hecho bien ¡oh hermano nuestro! en impedirle por
siempre respirar el aire de la vida!"
Tras de lo cual se encaró la mayor con la más joven, y le dijo: "¡Oh Botón-de-Rosa! ¡ahora te
corresponde a ti contarle a nuestro hermano nuestra historia, a fin de que la retenga en su memoria!" Y la
encantadora Botón-de-Rosa dijo:
"¡Has de saber, ¡oh hermano mío, oh el más hermoso! que nos otras somos princesas! Yo me llamo
Botón-de-Rosa, y esta hermana mía que ves aquí se llama Grano-de-Mirto; pero también tengo otras
cinco hermanas, más bellas todavía que nosotras, que están de caza en este momento y que no tardarán en
regresar. La mayor de todas nos otras se llama Estrella-de-la-Mañana, la segunda se llama Estrella-de la-
Tarde, la tercera Cornalina, la cuarta Esmeralda, y la quinta Anémona. Pero yo soy la más joven de las
siete. Y somos hijas del mismo padre, pero no de la misma madre; yo y Grano-de-Mirto somos hijas de la
misma madre. Y nuestro padre, que es uno de los poderosos reyes de los genn y de los mareds, es un
tirano tan orgulloso, que no juz gando a nadie digno de convertirse en esposo de una de sus hijas, juró que
no nos casaría nunca. Y para tener la certeza de que jamás se defraudaría su voluntad, hizo comparecer a
sus visires, y les preguntó: "¿Sabéis de algún lugar que no lo frecuenten ni los hombres ni los genn, y que
pueda servir de vivienda a mis siete hijas?" Los visires contestaron: "¿Y para qué, ¡oh rey nuestro!?" El
dijo: "¡Para poner a mis siete hijas al abrigo de los hombres y de los genn de es pecie masculina!"Ellos
dijeron: "¡Oh rey nuestro, creemos que las mujeres y las jóvenes sólo fueron creadas por el Bienhechor
para que se unieran a los hombres por los órganos delicados! Y por cierto que ha dicho el Profeta (¡con
Él la plegaria y la paz!) : "Ninguna mujer envejecerá virgen en el Islam!" ¡Así, pues, caería un gran
oprobio sobre la cabeza de nuestro rey si sus hijas envejecieran con su vir ginidad! Además, ¡por Alah!
¡qué lástima para su juventud!"
Pero nuestro padre contestó: "¡Antes quiero verlas morir que casarlas!" Y añadió: "¡Si no me indicáis
ya, el paraje porque os pregunto, saltará de vuestro cuello vuestra cabeza!" Entonces los visires contes -
taron: "En ese caso, ¡oh rey! sabe que hay un paraje muy a pro pósito para resguardar a tus hijas: la
Montaña-de-las-Nubes, que en los tiempos antiguos estaba habitada por los efrits rebeldes a las ór denes
de Soleimán.
Allá se yergue un palacio de oro levantado antaño por los efrits rebeldes para que les sirviera de
refugio, pero que está abandonado desde entonces y permanece desierto. ¡Y la región en que se halla
situado se ve favorecida por un clima admirable y abundante en árboles, en frutas y en aguas deliciosas
más frescas que el hielo y más dulces que la miel!" Al oír estas palabras, nuestro padre se apre suró a
enviarnos aquí con una escolta formidable de genns y de ma reds, los cuales, una vez que nos pusieron en
seguridad, retornaron al reino de nuestro padre.
"¡Y he aquí que, desde que llegamos, vimos que, efectivamente, esta comarca aislada de todas las
criaturas de Alah, era una comarca florida, rica en selvas, en pastos lozanos, en vergeles y en manantiales
de aguas corrientes que se deslizaban en abundancia, comparables a collares de perlas y a lingotes de
plata; que los arroyos se empujaban unos a otros para contemplar y mirarse en las flores que les sonreían;
que el aire estaba encantado con trinos y perfumes; que los palomos de collar y las tórtolas salmodiaban
desde las ramas por la primavera y cantaban loas al Creador; que los cisnes nadaban gloriosamente en
los lagos, y que los pavos reales, con sus espléndidas vestiduras incrus tadas de coral y pedrerías de
color a millares, eran semejantes a recién casadas; que la tierra era una tierra pura y alcanforada,
hermosa con todas las bellezas del Paraíso; y en fin, que éste era un país elegido por las bendiciones!
"Así es ¡oh hermano mío! que de ningún modo nos creemos des graciadas por vivir en semejante país,
dentro de este palacio de oro; y dando siempre las gracias al Retribuidor por sus favores, no senti mos
más que una cosa, y es no tener, para que nos haga compañía, ningún hombre de rostro agradable a la
vista cuando nos despertamos por la mañana, y de corazón amante y bien intencionado. ¡Por eso ¡oh
Hassán! nos ves ahora tan alegres con tu llegada!"
Y tras de hablar así, la encantadora Botón-de-Rosa colmó a Has sán de agasajos y regalos, como se
hace entre hermanos y entre ami gos, y continuó charlando con él afectuosamente.
Entretanto, llegaron las otras cinco princesas, hermanas de Bo tón-de-Rosa y de Grano-de-Mirto; y
encantadas y satisfechas de ver a un joven tan hermoso y a un hermano tan delicioso, le hicieron la
acogida más graciosa y más cordial. Y después de las zalemas y las fórmulas y frases preliminares, le
hicieron jurar que permanecería con ellas un largo transcurso de tiempo. Y Hassán, que no veía en ello
ningún inconveniente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 585ª noche
Ella dijo:
"...Y Hassán, que no veía en ello ningún inconveniente, se lo juró de corazón amistoso. Y vivió con
ellas en aquel palacio lleno de maravillas, y desde aquel momento fué su acompañante en todas sus
partidas de caza y en sus paseos. Y se regocijaba y se felicitaba de tener hermanas tan encantadoras y tan
deliciosas; y ellas se maravi llaban de tener un hermano tan arrogante y milagroso. Y pasaban sus días
retozando juntos por los jardines y a lo largo de los arroyos; y por la noche se instruían mutuamente,
contándoles Hassán las cos tumbres de su país natal, y contándole las jóvenes la historia de los genns, de
los mareds y de los efrits. Y aquella vida agradable le volvía más hermoso cada día, y daba a su rostro
todo el aspecto de la luna. Y su amistad fraternal con las siete hermanas, especialmente con la joven
Botón-de-Rosa, se consolidó hasta llegar a ser cual la fraternidad de los hijos nacidos del mismo padre y
de la misma madre.
Pero un día en que todos estaban sentados cantando en un bos quecillo, divisaron una gran polvareda
que ocultaba el cielo y cubría la faz del sol; y avanzaba rápidamente con un ruido de trueno. Y las siete
princesas, poseídas de espanto, dijeron a Hassán: "¡Oh! ¡corre a esconderte en seguida en el pabellón del
jardín!" Y Botón-de-Rosa le cogió de la mano y fué a esconderle en el pabellón. ¡Y he aquí que se disipó
la polvareda y tras ella apareció un cuerpo de ejército entero de genns y de mareds! Porque era una
escolta que enviaba a sus hijas el rey del Gennistán para llevarlas con él a que asistieran a los gran des
festejos que tenía intención de dar en honor de un rey vecino.
Al enterarse de esta noticia, Botón-de-Rosa corrió en busca de Hassán al escondrijo y le besó, con
lágrimas en los ojos y con el pecho agitado por hipos dolorosos, y le explicó su marcha y la de sus
hermanas, y le dijo: "¡Pero ¡oh hermano mío bienamado! espera nuestro regreso en este palacio, del cual
eres dueño absoluto! ¡Y aquí tienes las llaves de todas las habitaciones!" Y le entregó las llaves,
añadiendo: ' Úni camente te suplico, ¡ya Hassán! y te conjuro a ello por tu alma cara, que no abras la
habitación cuya llave tiene como señal esta turquesa incrustada!' Y le enseñó la llave consabida. Y
Hassán, muy apenado por la marcha de ella y de sus hermanas, la besó llorando y le prometió que
esperaría su regreso sin moverse, y que no abriría la puerta cuya llave tenía como señal la turquesa
incrustada. Y la joven y sus seis hermanas, que habían ido al escondrijo para reunirse con ella, se
despidieron de Hassán con un adiós lleno de ternura, y le besaron todas, una tras de otra, y después se
pusieron en camino para el país de su padre, rodeadas de su escolta.
En cuanto a Hassán, cuando se vió solo en el palacio, se sintió poseído de una gran melancolía; y
como se encontraba en la soledad después de la encantadora compañía de sus siete hermanas, se le opri -
mió mucho el pecho; y para distraerse y calmar sus penas, empezó a visitar, una tras de otra, las
habitaciones de las jóvenes. Y al ver el sitio que ocuparon ellas y los hermosos objetos que les
pertenecían, se le exaltaba el alma y palpitaba de emoción su corazón. Y de tal suerte llegó a la puerta
que se abría con la llave que tenía como señal la turquesa incrustada. Pero no quiso servirse de ella, y se
volvió sobre sus pasos.
Luego pensó: "¿Quién sabe por qué me habría recomendado de esa manera mi hermana Botón-de-
Rosa que no abriese esa puerta? ¿Qué podrá haber de misterioso ahí dentro para que se me haya im puesto
semejante prohibición? ¡Pero, ya que tal es la voluntad de mi hermana, sólo me resta responder con el
oído y la obediencia!" Y se retiró, y como caía ya la noche y le pesaba la soledad, fué a acostarse para
dormir su pena. Pero no pudo cerrar los ojos, de tanto como le obsesionaba aquella puerta prohibida; y
tan intensamente le tortura ba este pensamiento, que se dijo: "¿Y si fuera a abrirla, a pesar de todo?" Pero
pensó: "¡Más vale esperar la mañana!" Luego, no pu diendo esperar ya sin dormir, se levantó, diciéndose:
"¡Prefiero ir ya, a abrir esa puerta y ver qué encierra el aposento a que da entrada, aunque deba encontrar
allí la muerte!" Y levantándose, en cendió una antorcha y se dirigió a la puerta prohibida. E hizo entrar la
llave en la cerradura, que cedió sin dificultad; y la puerta se abrió sin ruido, como por sí misma; y
Hassán penetró en la estancia a que la tal puerta daba acceso.
Pero en vano miró por todos lados, pues no vió absolutamente nada en un principio. Mas, al dar la
vuelta al aposento, vió en un rincón, adosada al muro, una escala de madera negra que desaparecía por un
gran agujero abierto en el techo. Y Hassán, sin vacilar, depo sitó en el suelo su antorcha, y trepando por la
escala, subió hasta el techo y se metió por el agujero. Y una vez que introdujo por el agu jero la cabeza, se
vió al aire, al nivel de una terraza situada sobre el techo de la habitación.
Entonces Hassán subió a la terraza, que estaba cubierta de plantas y de arbustos cual un jardín, y allá,
bajo la claridad milagrosa de la luna, en medio del silencio de la tierra, vió extenderse el paisaje más
hermoso que encantó nunca a ojos humanos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 586ª noche
Ella dijo:
"Entonces Hassán subió a la terraza, que estaba cubierta de plan tas y de arbustos cual un jardín, y
allá, bajo la claridad milagrosa de la luna, en medio del silencio de la tierra, vió extenderse el paisaje
más hermoso que encantó nunca a ojos humanos. A sus pies, dormido en la serenidad, aparecía un gran
lago donde se miraba toda la belleza del cielo, y en los rizos deliciosos del agua, sonreía la orilla con
ramajes temblorosos de laureles, con mirtos en flor, con almendros coronados por su nieve, con
guirnaldas de glicinas, y cantaba el himno de la noche con todas las lenguas de sus pájaros. Y el cendal
de seda, ro deado de arbolados, iba a bañar más lejos los cimientos de un palacio de extraña arquitectura,
de cúpulas diáfanas, surgido en la transparen cia y el cristal de los cielos. Y desde aquel palacio
avanzaba hasta el agua, por una escalera de mármol y mosaico, un estrado real cons truído con franjas
alternadas de piedras de rubí, piedras de esmeralda, piedras de plata y piedras de oro. Y encima de este
estrado se estiraba, sostenido por cuatro ligeros pilares de alabastro rosa, un velo grande de seda verde
que protegía con la dulzura de su sombra un trono de madera de áloe y de oro, de un trabajo exquisito, a
lo largo del cual trepaba una parra con pesados racimos cuyos granos eran perlas grue sas como huevos
de paloma.
Y todo estaba rodeado por un enrejado de chapas de oro y de plata. Y vivían en aquellas cosas puras
tal armo nía y tal belleza, que ningún hombre, aunque fuese Khosroes o Kaissar, hubiese podido adivinar o
realizar análogos esplendores.
Así es que Hassán, deslumbrado, no osaba moverse por temor de turbar la paz deliciosa de aquellos
lugares, cuando, de improviso, vió destacarse del cielo y acercarse visiblemente al lago una bandada de
pájaros muy grandes. Y he aquí que fueron a posarse en la orilla del agua; y eran diez; y arrastraban por
la hierba sus hermosas plumas blancas y espesas, mientras ellos se balanceaban con indolencia al an dar.
Y en todos sus movimientos parecían obedecer a un pájaro mayor y más hermoso que todos ellos, que se
había dirigido lentamente al estrado y se había subido al trono. Y de pronto los diez a la vez se
despojaron de sus plumas con un gracioso ademán. Y cuando arrojaron aquellos mantos, salieron de ellos
diez lunas de belleza pura bajo la forma de diez jóvenes desnudas por completo. Y saltaron risueñas al
agua, que las recibió con un cabrillear de pedrerías. Y se bañaron con entusiasmo, retozando entre sí; y la
más hermosa las perseguía, las atrapaba y se enlazaba con ellas en mil caricias, y las hacía cosquillas y
las mordisqueaba con mil risas y mimos.
Cuando acabaron su baño, salieron del lago; y la más bella subió al estrado y fué a sentarse en el
trono, sin tener más vestido que su cabellera. Y al contemplar sus encantos, sintió Hassán que se le huía
la razón, y pensó: "¡Ah! ¡bien sé ahora por qué me prohibió mi her mana Botón-de-Rosa abrir esa puerta!
¡He aquí que perdí mi reposo para siempre!" Y continuó detallando las diversas bellezas de la joven
desnuda. ¡Qué maravillas no vió! ¡ah! ¡En verdad que era, a no dudar, la cosa más perfecta salida de los
dedos del Creador! ¡Oh su espléndida desnudez! Superaba a las gacelas en la hermosura de su nuca y en
el brillo de sus ojos negros, y a la araka en la esbeltez de su talle. Su cabellera de tinieblas era una noche
de invierno, espesa y negra. Su boca, que emulaba a la rosa, era el sello de Soleimán. Sus dientes de
marfil joven eran un collar de perlas o de granizos de igual tamaño; su cuello era un lingote de plata; su
vientre tenía rincones y escondrijos, y su grupa hoyuelos y protuberancias; su ombligo poseía la
capacidad suficiente para contener una onza de almizcle negro; sus muslos eran pesados y a la vez firmes
y elásticos cual cojines rellenos de plumas de avestruz, y sobre ellos, en su nido cálido y encantador,
semejante a un conejo sin orejas, aparecía una historia llena de gloria, con su terraza y su territorio, y sus
cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de olvidar las penas negras. Y también se la hubiera
podido tomar por una cúpula de cristal, redonda por todos lados y asentada sobre una base sólida, o por
una taza de plata colocada al revés.
Y a una joven así se le podrían aplicar estos versos del poeta:
¡Vino a mí la joven, vestida con su belleza cual el rosal con sus rosas, y con los senos
firmes, ¡oh granadas! Y exclamé: "¡He aquí la rosa y las granadas!"
¡Me había equivocado! ¡Qué error ¡oh joven! fué comparar tus mejillas a las rosas y tus
senos a las granadas! ¡Pues ni las rosas de los rosales ni las granadas de los jardines merecen
la comparación!
¡Porque se puede aspirar las rosas y coger las granadas! pero a ti, ¡oh virginal! ¿quién
puede envanecerse de olerte o de tocarte?
Y así era la joven que había subido a sentarse, real y desnuda, en el trono a orillas del lago...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 587ª noche
Ella dijo:
"...Y así era la joven que había subido a sentarse, real y des nuda, en el trono de oro a orillas del lago.
Cuando hubo reposado de su baño, dijo a sus compañeras, echadas junto a ella en el estrado:
"¡Dadme mis ropas interiores!" Y las jó venes se acercaron, y por todo vestido le pusieron a los hombros
un chal de oro, una gasa verde en los cabellos y un cinturón de brocado en torno del talle. ¡Y quedó
ataviada de este modo! Y parecía una recién casada y estaba más maravillosa que una maravilla. Y
Hassán la miraba, oculto tras los árboles de la terraza, y no obstante el deseo que le impulsaba a avanzar,
no lograba hacer un movimiento, de tan inmóvil como le tenía su entusiasmo y de tan aniquilado como le
tenía la emoción.
Y dijo la joven: "¡Oh princesas! ¡he aquí que llega la mañana, y ya es hora de que pensemos en
marcharnos, pues nuestro país está lejos y ya hemos descansado bastante!" Entonces la vistieron con su
traje de plumas, se vistieron ellas de la misma manera, y echa ron todas juntas a volar, iluminando el cielo
de la mañana.
¡Eso fué todo!
Y Hassán, estupefacto, las seguía con la vista, y mucho rato después de desaparecer ellas, continuaba
con los ojos fijos en el horizonte lejano, presa de la violencia de una pasión que jamás
había encendido en su alma la contemplación de ninguna hija de la tierra. Y a lo largo de sus mejillas
deslizáronse lágrimas de deseo y de amor, y exclamó: "¡Ah! ¡Hassán, infortunado Hassán! ¡He aquí que
en adelante tendrás el corazón entre las manos de las hijas de los genn, tú a quien ninguna belleza pudo
retenerte en tu patria!"
Y sumido en un profundo ensueño, y apoyada la mejilla en la mano, improvisó:
¿Qué mañana te acogerá, ¡oh desaparecida! bajo su rocío? ¡Ves tida de luz y de belleza, te
apareces a mí para torturarme el corazón y desaparecer!
¿Osaron afirmar que el amor está lleno de dulzura? ¡Ah! si es dulce este martirio, ¿qué no
será, pues, la amargura de la mirra?
Y continuó suspirando de tal suerte, sin pegar los ojos, hasta que salió el sol. Luego bajó a orillas del
lago y empezó a errar de aquí para allá, respirando en el aire fresco los efluvios que dejaron ellas. Y si -
guió consumiéndose durante todo el día en espera de la noche, para entonces subir a la terraza,
aguardando que volvieran los pájaros.
Pero no vió nada aquella noche ni las demás noches. Y Hassán, desespe rado, ya no quiso comer, ni
beber, ni dormir, y no hizo otra cosa que enervarse más cada vez con su pasión por la desconocida. Y se
desme joró y palideció; y poco a poco le abandonaron sus fuerzas; y se dejó caer al suelo, diciéndose:
"¡La propia muerte es preferible a esta vida de sufrimiento!"
Entretanto, las siete princesas, hijas del rey del Gennistán, regre saron de las fiestas a que las había
convidado su padre. Y sin quitarse la ropa de viaje siquiera, la más joven corrió en busca de Hassán. Y
le encontró en su habitación, tendido en el lecho, muy pálido y muy angustiado; y tenía cerrados los
párpados, y a lo largo de sus mejillas corrían lágrimas lentamente. Y al ver aquello, la joven lanzó un
grito doloroso, y se abalanzó a él y le rodeó con sus brazos, cual la hermana haría con el hermano, y le
besó en la frente y en los ojos, diciéndole: "¡Oh bienamado hermano mío! ¡por Alah, que mi corazón se
derrite al verte en este estado! ¡ah! ¡dime qué mal sufres, para que dé yo con el remedio!" Y con el pecho
hinchado por sollozos, Hassán hizo con la cabeza y con la mano una seña que significaba: "¡No!" Y no
pronunció ni una sola palabra. Y bañada en lágrimas, y con caricias infinitas en la voz, le dijo la joven:
"¡Créeme, hermano mío Hassán, alma de mi alma, delicia de mis párpados, que al ver tus ojos hundidos
en sus órbitas por la delgadez, y borradas las rosas de tus mejillas queridas, la vida se me ha hecho
odiosa y sin encanto!
¡Por la afección sagrada que nos une, te conjuro a que no ocultes tus penas y tu mal a una hermana que
quisiera rescatar tu vida a costa de mil suyas!" Y enloque cida, le cubría de besos y le tenía ambas manos
apoyadas contra su pecho, y le suplicaba así, de rodillas junto a su cama. Y al cabo de algún tiempo,
Hassán dejó escapar varios suspiros desgarradores, y con voz apagada improvisó estos versos:
¡Si miraras atentamente, sin que te explicaran, darías con la causa de mis sufrimientos!
¿Mas para qué enterarse de una enfermedad que no tiene remedio? ...
¡Mi corazón cambió de sitio y mis ojos no saben ya dormir! ¡Y lo que el amor ha
transformado, sólo el amor lo puede restaurar!
Luego corrieron en abundancia las lágrimas de Hassán; y añadió él: "¡Ah, hermana mía! ¿cómo
podrás socorrer a quien sufre por culpa suya? ¡Y, además, mucho me temo que tengas que dejarme morir
de pena y de infortunio!" Pero la joven exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, oh
Hassán! ¿Qué dices? ¡Aunque tuviera mi alma que abandonar mi cuerpo, no podría evitar el venir en tu
ayuda!" Entonces dijo Hassán con sollozos en la voz: "¡Sabe, pues, ¡oh hermana mía Botón-de-Rosa! que
hace diez días que no he tomado alimento, y fué por causa de tales y cuales cosas que me han sucedido!"
¡Y le contó toda su aventura sin olvidar un detalle!
Cuando Botón-de-Rosa hubo oído el relato de Hassán, lejos de mostrarse enfadada, ya que tenía
motivo para ello, se compadeció mu cho de la pena del joven, y se echó a llorar con él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y cuando llegó la 588ª noche
Ella dijo:
"...se compadeció mucho de la pena del joven, y se echó a llorar con él. Luego le dijo: "¡Oh hermano
mío, tranquiliza tu alma precio sa, refresca tus ojos y seca tus lágrimas! Porque te juro que estoy dispuesta
a arriesgar mi vida querida y mi alma preciosa con tal de remediar lo que te ocurre y realizar tu deseo,
haciéndote poseer a la desconocida a quien amas, ¡inschala!
Pero te recomiendo ¡oh hermano mío! que guardes secreto de esto y no digas una palabra de ello a
mis hermanas, a cambio de perderte y de perderme contigo. Y si te hablaran de la puerta prohibida y te
interrogasen con respecto de ella, diles: "¡No he visto esa puerta!" Y si te hacen preguntas, anhelantes por
verte tan pálido, les dirás: "¡Si estoy pálido es por haber sufrido en esta soledad durante tanto tiempo
vuestra ausencia! ¡Y mi corazón ha trabajado mucho por causa vuestra!" Y Hassán contestó: "¡Está bien!
¡hablaré así, porque tu idea es excelente!" Y besó a Botón-de Rosa, y sintió que se le tranquilizaba el
alma y se le dilataba el pecho al sentirse de aquel modo aliviado del gran temor que tenía de ver a su
hermana enfadarse con él por lo de la puerta prohibida. Y tran quilo ya, respiró con libertad y pidió de
comer.
Botón-de-Rosa le besó una vez más, y con lágrimas en los ojos se apresuró a reunirse con sus
hermanas, a las cuales dijo: "¡Ay hermanas mías!, ¡mi pobre hermano Hassán está muy enfermo! ¡Desde
hace diez días no ha en trado ningún alimento en su estómago, cerrado a causa de nuestra au sencia y de la
desesperación en que está él sumido! Le dejamos solo aquí al pobre, sin nadie que le hiciera compañía, y
entonces se ha acordado de su madre y de su patria, y sus recuerdos le llenaron de amargura. ¡Oh! ¡mueve
a compasión su suerte, hermanas mías!"
Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, las princesas, que esta ban dotadas de un alma encantadora y
pronta a conmoverse, se apre suraron a llevar de comer y de beber a su hermano; y se esforzaron por
consolarle y reanimarle con su presencia y sus palabras; y para distraerle le contaron todas las fiestas y
las maravillas que habían visto en el palacio de su padre, en el Gennistán. Y durante un mes entero no
cesaron de prodigarle los más atentos y más tiernos cuidados, sin llegar, no obstante, a curarle por
completo.
Al cabo de este tiempo, las princesas, con excepción de Botón-de Rosa, que quiso quedarse en el
palacio por no dejar solo a Hassan, salieron para ir de caza, según su costumbre; y elogiaron a su
hermana pequeña por su atención para con su huésped. Y en cuanto ellas se marcharon, la joven ayudó a
Hassán a levantarse, le cogió en brazos y le condujo a la terraza desde la cual se dominaba el lago. Y
echán dole sobre su seno, y haciéndole reposar la cabeza contra su hombro, le dijo: "Dime ahora,
hermano mío, en cuál de esos pabellones que hay escalonados a orillas del lago has visto a la que te
produce tanta tristeza". Y Hassán contestó: "¡No fué en uno de esos pabellones donde la vi, sino en el
agua del lago primeramente y después en el trono de ese estrado!"
Al oír estas palabras, la joven se puso muy pálida, y exclamó: "¡Oh, qué desgracia la nuestra!
¡Entonces ¡oh Has sán! se trata de la propia hija del rey de los genn, que reina en el vasto imperio en que
mi padre no es más que uno de sus lugartenientes! Y el país en que reside nuestro rey se halla a una
distancia infran queable y rodeado de un mar que no pueden atravesar ni los hombres ni los genn. Y el rey
tiene siete hijas, de las cuales la más pequeña es la que has visto. Y dispone de una guardia compuesta
únicamente de guerreras vírgenes, de estirpe ilustre, cada una de las cuales manda un cuerpo de ejército
de cinco mil amazonas. Y he aquí que la que has visto es precisamente la más hermosa y la más aguerrida
de todas las jóvenes reales; y supera a todas las demás en valor y en destreza. ¡Se llama Esplendor!
A cada luna nueva viene a pasearse por aquí en compañía de las hijas de los chambelanes de su
padre. En cuanto a esos mantos de plumas que las llevan por los aires cual si fuesen pájaros, pertenecen
al guardarropa de las gennias. Y gracias a esos mantos vamos a poder lograr nuestro objeto. Porque has
de saber ¡oh Hassán! que el único medio de que dispones para adueñarte de su persona consiste en
apoderarte de esa vestidura encantada. Para ello no tienes más que esperar oculto aquí su vuelta; y te
aprovecharás del momento en que haya bajado ella a bañarse en el lago, para quitarle el manto, sin
llevarte otra cosa. ¡Y además la poseerás a ella misma! ¡Y guárdate mucho entonces de ceder a sus
súplicas y de devolverle el manto, porque te perdería sin remisión, y también seríamos víctimas de su
venganza todas nosotras, y nuestro padre con nosotras!
¡Lo me jor es que la cojas por los cabellos y la atraigas a ti, y se te someterá y te obedecerá! Y
sucederá lo que suceda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 589ª noche
Ella dijo:
"...Y sucederá lo que suceda".
Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, Hassán se sintió transpor tado de alegría y notó que en él
entraba nueva vida y le devolvía la plenitud de sus fuerzas. Y se irguió sobre sus pies, y tomó en sus
manos la cabeza de la joven y la besó tiernamente, dándole gracias por su amistad. Y bajaron ambos al
palacio y pasaron el resto del tiempo hablando dulcemente de unas cosas y de otras en la más deli ciosa
de las sinceridades.
Al día siguiente, que era precisamente día de luna nueva, Hassán esperó la noche para ir a esconderse
detrás del estrado que había a orillas del lago. Y apenas llevaba allí unos instantes, cuando en el silencio
nocturno se hizo oír un ruido de alas, y a la claridad de la luna los pájaros, con tanta impaciencia
deseados, llegaron y bajaron al lago después de quitarse sus mantos de plumas y las sedas que debajo
ostentaban. Y la maravillosa Esplendor, hija del rey de los genn, también sumergió en el agua su desnuda
carne de gloria. Y estaba más bella y más deseable que la primera vez. Y a pesar de la admiración y de la
emoción que le embargaba, Hassán pudo deslizarse sin ser visto hasta el sitio en que se hallaban las
ropas, cogiendo el manto de plumas de la joven real, y ocultándose enseguida detrás del estrado.
Cuando la hermosa Esplendor salió del baño, al primer golpe de vista comprendió, por el desorden
de las ropas esparcidas sobre el césped, que una mano extraña y audaz las había profanado. Y se acercó y
comprobó que había desaparecido su manto. Y lanzó un estridente grito de terror y desesperación, y se
golpeó el rostro y el pecho. ¡Oh! ¡cuán bella estaba así la desesperada! Pero, al oír el grito,
precipitáronse a ella sus compañeras para ver qué ocurría, y figurándose lo que acababa de suceder, se
puso apresuradamente cada cual su manto, y sin pensar en secar su desnudez moiada, ni en vestir sus
sedas interiores, envolviéronse en sus plumas volantes, y rápidas cual gacelas asustadas o palomas
perseguidas por un halcón, huyeron desordenadamente por los aires. Y desaparecieron en un abrir y
cerrar de ojos, dejando sola a orillas del lago a la llorosa, a la dolorida, a la indignada Esplendor, hija
de su rey.
Entonces, aunque temblando de emoción, Hassán salió de su es condite en pos de la joven desnuda,
que huyó. Y la persiguió él alrede dor del lago, llamándola por los nombres más tiernos y asegurándole
que no quería hacerle ningún daño.
Pero ella, como una cierva aco sada, corría jadeante, adelantando los brazos, con los cabellos al
viento, enloquecida de verse sorprendida así en su íntima desnudez de virgen. Pero de un salto Hassán
acabó por alcanzarla, y la cogió por la cabelle ra, que se anudó en la mano, y la obligó a seguirle.
Entonces cerró ella los ojos, y resignada con su suerte, se dejó llevar sin oponer resistencia. Y Hassán la
condujo a su aposento, en donde la encerró sin dejarse conmover por las súplicas y lloros de ella,
corriendo sin tardan za para prevenir a su hermana y anunciarle la buena nueva de su éxito.
Enseguida Botón-de-Rosa fué al aposento de Hassán y encontróse con la desolada Esplendor, que se
mordía de desesperación las manos y lloraba todas las lágrimas de sus ojos. Y Botón-de-Rosa se echó a
sus pies para rendirle homenaje, y después de besar la tierra, le dijo: "¡Oh soberana mía! ¡la paz sobre ti
y la gracia de Alah y sus ben diciones! ¡Iluminas la morada y la perfumas con tu llegada!"
Y contes tó Esplendor: "¿Pero eres tú, Botón-de-Rosa? ¿Es que permites que los hijos de los hombres
traten así a la hija de tu rey? Conoces el poder de mi padre; sabes que se le someten los reyes de los genn
y que manda en legiones de efrits y de mareds, innumerables cual los granos de la arena marina; ¡y te
atreviste a recibir en tu morada un hombre para que me sorprendiera, y has hecho traición a la hija de tu
soberano! De no ser así, ¿cómo iba este hombre a encontrar el camino del lago en que yo me bañaba?"
Al oír estas palabras, contestó la hermana de Hassán : "¡Oh prin cesa hija de nuestro soberano! ¡oh la
más bella y más admirada entre las hijas de los genn y de los humanos! Has de saber que el que te
sorprendió en tu baño ¡oh lustral! es un joven a ningún otro parecido. Y en verdad que está dotado de
modales demasiado encantadores para que tuviese la menor intención de disgustarte. ¡Pero cuando una
cosa ha sido decretada por el Destino, debe ocurrir! ¡Y precisamente el des tino del hermoso joven que te
sorprendió le hizo enamorarse de tu belleza apasionadamente; y los enamorados son disculpables! ¡Y no
puede ser culpable a tus ojos quien te ama como te ama él! Y sobre todo, ¿no ha creado Alah las mujeres
para los hombres? ¿Y no es ése el joven más encantador que hay sobre la tierra? ¡Si supieras ¡oh mi
señora! cuán enfermo ha estado desde el día en que te vió por vez primera! ¡Estuvo a punto de perder el
alma! ¡Así como lo oyes!"
Y siguió explicando a la princesa toda la violencia de la pasión encendida en el corazón de Hassán, y
acabó diciendo: "¡Y no olvides ¡oh mi se ñora! que entre tus diez compañeras te eligió cual la más
hermosa y la más maravillosa! ¡Y sin embargo, ellas estaban tan desnudas como tú y lo mismo se las
hubiera podido sorprender en su baño!"
Al oír estas palabras de la hermana de Hassán, la bella Esplendor comprendió que debía renunciar a
todo plan para evadirse, y se limitó a lanzar un prolongado suspiro de resignación. Y al punto corrió
Botón-de-Rosa a llevarle un magnífico traje, con el cual la vistió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 590ª noche
Ella dijo:
"...Y al punto corrió Botón-de-Rosa a llevarle un magnífico traje, con el cual la vistió. Después le
sirvió de comer e hizo cuanto pudo para ahuyentar su pena. Y la bella Esplendor acabó por consolarse un
poco, y dijo: "¡Ya veo que estaba escrito en mi destino que tendría que separarme de mi padre, de mi
familia y de las moradas de la patria! ¡Y es preciso que me someta a los decretos del Destino!" Y la
hermana de Hassán no dejó de afirmarla en esta resolución, de modo que las lágrimas de la princesa
cesaron por completo y se resignó ella con su suerte. Entonces la hermana de Hassán ausentóse un
momento para correr al lado de su hermano, y decirle: "Apresúrate a presentarte al instante a tu
bienamada, porque ha llegado el momento propicio. Una vez que penetres en la estancia, empieza por
besarle los pies, luego las manos, luego la cabeza. ¡Y sólo entonces deberás dirigirle la pa labra, y has de
hacerlo de la manera más elocuente y más amable".
Y temblando de emoción, presentóse Hassán a la princesa, quien, al reco nocerle, le miró con
atención, y a pesar suyo, quedó en extremo con movida por la belleza del joven. Pero bajó los ojos, y
Hassán le besó los pies y las manos y luego le besó en la frente entre ambos ojos, diciéndole: "¡Oh
soberana de las más bellas, vida de las almas, ale gría de las miradas, jardín del ingenio! ¡oh reina, oh
soberana mía! ¡tranquiliza, por favor, tu corazón, y refresca tus ojos, porque tu suerte está colmada de
dicha! ¡Mi único deseo con respecto a ti consiste en ser tu esclavo fiel, como mi hermana es ya tu
servidora. ¡Y no es mi intención hacerte violencia, sino casarme contigo según la ley de Alah y de su
Enviado! Y entonces te conduciré a Bagdad, mi patria, donde pondré a tu disposición esclavos de ambos
sexos y una morada digna de ti por su magnificencia. ¡Ah! ¡si supieras cuán admirable es el país en que se
alza Bagdad, la ciudad de paz, y qué amables, corteses y hospitalarios son sus habitantes, y qué delicioso
y de buen augurio es su trato! ¡Y además, tengo una madre que es la mejor de las mujeres y que te querrá
como a hija suya, y te guisará manjares maravillosos, pues sin duda sabe cocinar mejor que nadie en todo
el país del Irak!"
¡Así habló Hassán a la joven Esplendor, hija del rey del Gennis tán! ¡Y la princesa no le contestaba ni
con una palabra, ni con una letra, ni con una señal! Y de pronto oyeron llamar a la puerta del palacio. Y
dijo Hassán, que era el encargado de abrir y de cerrar las puertas: "¡Dispensadme, ¡oh mi señora! ¡Tengo
que ausentarme un momento!" Y corrió a abrir la puerta. Eran sus hermanas, que regresaban de la cacería,
y que al verle vuelto de nuevo a la salud y con las mejillas bri llantes, se regocijaron y quedaron
satisfechas hasta el límite de la sa tisfacción. Y Hassán tuvo buen cuidado de no hablarles de la princesa
Esplendor, y les ayudó a llevar el botín de su caza, que consistía en gacelas, zorros, liebres, búfalos y
fieras de todas las especies. Y ostentó con ellas una amabilidad excesiva, besándolas en la frente a una
tras de otra, acariciándolas y demostrándoles su amistad con una efusión a la que no estaban
acostumbradas por él, ya que reservaba todas sus caricias para Botón-de-Rosa, la hermana más pequeña.
Así es que que daron agradablemente sorprendidas de aquel cambio; y hasta la ma yor de las jóvenes
acabó por suponer que algún motivo ocasionaba ta les transportes y le miró con una sonrisa maligna, y
guiñó el ojo, y le dijo: "¡En verdad, ¡oh Hassán!, que nos asombra esta demostración tan excesiva por tu
parte, pues hasta hoy aceptaste nuestras caricias sin querer devolvérnoslas jamás! ¿Es que nos encuentras
más hermosas con nuestros trajes de caza, o es que nos quieres más ahora, o son am bos motivos a la
vez?"
¡Pero Hassán bajó los ojos, y lanzó un suspiro capaz de derretir el corazón más duro! Y las princesas
le preguntaron, asombradas: "Pero, ¿por qué suspiras de ese modo, ¡oh hermano nues tro!?" ¿Y quién
puede turbar tu quietud? ¿Quieres retornar a tu pa tria al lado de tu madre? ¡Habla, Hassán, abre tu
corazón a tus her manas!" Pero Hassán se encaró con su hermana Botón-de-Rosa, que acababa de llegar
precisamente, y le dijo, ruborizándose en extremo: "¡Mejor es que hables tu! ¡Porque a mí me da mucha
vergüenza decir la causa de mi turbación!" Y dijo Botón-de-Rosa: "¡No es nada, abso lutamente, hermanas
mías! ¡Todo se reduce a que nuestro hermano Hassán ha cogido un pájaro del aire muy hermoso y desea
de vosotras que le ayudéis a domesticarlo!" Y exclamaron todas: "¡Claro! ¡vaya una cosa! Pero, ¿por qué
le ruboriza eso tanto a Hassán?" La joven contestó: "¡Ah! Es que Hassán ama con amor ¡y con qué amor!
a ese pájaro".
Las otras dijeron: "¡Por Alah! ¿y cómo ¡oh Hassán! vas a declarar tu amor a un pájaro del aire?" Y
mientras Hassán bajaba la cabeza y se ruborizaba más aún, dijo Botón-de-Rosa: "¡Con la palabra, con el
ademán y con todo lo consiguiente!" Las demás dijeron: "¡En tonces será muy grande el pájaro de nuestro
hermano!" Botón-de-Rosa, dijo: "¡Es de nuestra estatura! ¡Pero acabad de escucharme!" Y aña dió:
"¡Sabed ¡oh hermanas mías! que el espíritu de los hijos de Adán es muy limitado! Por eso, cuando
dejamos aquí completamente solo a nuestro pobre Hassán, como sentía muy oprimido el pecho, empezó a
recorrer el palacio para distraerse. Pero tenía tan turbada la imagina ción, que confundió las llaves de los
aposentos, ¡y por descuido abrió la puerta de la estancia prohibida, la que da a la terraza! ¡Y allí le
sucedió tal y cual cosa!" Y contó, aunque atenuando la culpa de Hassán, toda la historia, añadiendo:
"¡Después de todo, tiene excusa nuestro hermano, porque la joven es hermosa! ¡Ah! ¡si supiéseis,
hermanas mías, cuán hermosa es!"
Al oír estas palabras de Botón-de-Rosa, sus hermanas le contesta ron: "¡Si es tan hermosa como dices,
empieza por mostrárnosla ante todo para que podamos formarnos una idea!"
Botón-de-Rosa dijo: "¡Quién pudiera describírosla, ya Alah! Pelos en la lengua me sal drían antes de
que lograse enumerar sus encantos, siquiera aproxima damente. ¡Sin embargo, quiero intentarlo, aunque no
sea más que para que no os caigáis de espaldas al verla!
"¡Bismilah, ¡oh hermanas mías! gloria a Quien revistió de esplen dor su desnudez de jazmín! ¡Supera a
las gacelas en la hermosura de su nuca y en el brillo de sus ojos negros y a la araka en la esbeltez de su
talle. ¡Su cabellera es una noche de invierno, espesa y negra; su boca, que a la rosa emula, es el propio
sello de Soleimán; sus dientes de marfil joven son un collar de perlas o granizos de igual tamaño; su
cuello es un lingote de plata; su vientre tiene rincones v escondrijos, y su grupa hoyuelos y
protuberancias; su ombligo posee la capacidad suficiente para contener una onza de almizcle negro; sus
muslos son pesados y a la vez firmes y elásticos cual cojines rellenos de plumas de avestruz, y sobre
ellos, en su nido cálido y encantador, semejante a un conejo sin orejas, aparace una historia llena de
gloria, con su terraza y su territorio, y sus cañadas en declive, para dejarse caer allá a fin de olvidar las
penas negras. Y no os equivoquéis acerca de ella, ¡oh hermanas mías! Porque, al verla, podríais también
tomarla por una cúpula de cristal, redonda por todos lados y asentada en una base sólida, o por una taza
de plata colocada al revés. Y a una joven así se refieren con razón estos versos del poeta:
¡Vino a mí la joven, vestida con su belleza cual el rosal con sus rosas, y con los senos
firmes, ¡oh granadas! Y exclamé: "¡He aquí la rosa y las granadas!"
¡Me había equivocado! ¡Qué error ¡oh joven! fué comparar tus mejillas a las rosas y tus
senos a las granadas! ¡Pues ni las rosas de los rosales ni las granadas de los jardines merecen
la comparación!
¡Porque se puede aspirar las rosas y coger las granadas! pero a ti, ¡oh virginal! ¿quién
puede envanecerse de olerte o de tocarte?
"¡Y eso es ¡oh hermanas mías! lo que de una ojeada pude ver de la princesa Esplendor, hija del rey de
reyes del Gennistán...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 591ª noche
Ella dijo:
"¡Y eso es ¡oh hermanas mías! lo que de una ojeada pude ver de la princesa Esplendor, hija del rey de
reyes del Gennistán!" Cuando las jóvenes hubieron oído estas palabras de su hermana, exclamaron
maravilladas: "¡Qué razón tienes ¡oh Hassán! para pren darte de esa joven espléndida! Pero ¡por Alah!
date prisa a conducir nos junto a ella para que la veamos con nuestros propios ojos."
Y Has sán, seguro por lo que afectaba a sus hermanas, las condujo al pabellón donde se encontraba la
bella Esplendor. Y al ver su belleza sin par, besaron ellas la tierra entre sus manos, y tras de las zalemas
de bien venida, le dijeron: "¡Oh hija de nuestro rey! verdaderamente es prodigiosa tu aventura con nuestro
hermano el joven! ¡Y de pie aquí entre tus manos, todas te predecimos la dicha para lo futuro, y te
aseguramos que durante toda tu vida no dejarás de felicitarte por tu encuentro con este joven, hermano
nuestro, y por su delicadeza de modales, y por su destreza para todo, y por su afección! ¡Piensa, además,
en que, en vez de servirse de un intermediario, te ha declarado por sí mismo su pasión, y no te ha pedido
nada ilícito! ¡Y si no tuviésemos la certeza de que las jóvenes no pueden pasarse sin hombres, no
daríamos ante ti, hija de nuestro rey, un paso tan audaz! ¡Déjanos, pues, casarte con nuestro hermano, y
quedarás contenta de él, que nosotras respondemos con nuestro cuello!" Y habiendo dicho estas palabras,
esperaron la respues ta.
Pero, como la bella Esplendor no diese contestación alguna, se ade lantó Botón-de-Rosa y le cogió la
mano con sus manos, y le dijo: "¡Con tu permiso, oh señora nuestra!" Y se encaró con Hassán, y le dijo:
"¡Trae tu mano!" Y Hassán le dió la mano, y Botón-de-Rosa la cogió y la unió entre las suyas a la de la
princesa, diciéndole a ambos: "¡Os caso con asentimiento de Alah y por la ley de su Enviado!" Y en el
límite de la dicha, Hassán improvisó estos versos:
¡Oh mezcla admirable reunida en tu hermosura! Al ver tu glorioso rostro bañado en el agua
de la belleza, ¿quién podrá olvidar su radiante esplendor?
¡Te ven mis ojos compuesta preciosamente de rubíes en toda una mitad de tu cuerpo
encantador, de perlas en la tercera parte, de almizcle negro en la quinta parte y de ámbar en la
sexta parte, ¡oh toda dorada!
¡Entre las vírgenes nacidas de la Eva primera, y entre las bellezas que habitan los
múltiples jardines de los cielos, no hay ninguna que pueda compararse contigo!
¿Quieres darme la muerte? ¡No me perdones! ¡Otras muchas víc timas hizo el amor! ¡Y si
quieres volverme a la vida, baja hacia mí tus ojos!, ¡oh ornato del mundo!
Y al oír estos versos, exclamaron las jóvenes a una, encarándose con Esplendor: "¡Oh princesa! ¿nos
regañarás ahora por haberte traído un joven que se ha expresado de tan excelente manera y en versos tan
hermosos?" Y preguntó Esplendor: "¿Pero es poeta?" Ellas dijeron: "¡Claro que lo es! ¡Improvisa y
compone con una facilidad maravillosa poemas y odas de millares de versos, en los que reina siempre un
sen timiento muy vivo!"
Estas palabras que tan a las claras mostraban el nuevo mérito de Hassán, por fin acabaron de
conquistar el corazón de la recién casada. Y miró a Hassán, sonriendo bajo sus largas pestañas. Y
Hassán, que no esperaba más que una seña de sus ojos, la cogió en brazos y se la llevó a su aposento. ¡Y
allí, con su permiso, abrió en ella lo que tenía que abrir, y rompió lo que tenía que romper, y destapó lo
que estaba sellado! Y se endulzó con todo aquello hasta el límite de la dulzura; y lo mismo le ocurrió a
ella. Y experimentaron ambos en poco tiempo el colmo de todas las alegrías del mundo. Y el amor a la
joven se incrustó en el corazón de Hassán más que todas las pasiones. ¡Y todos sus pájaros cantaron
prolongadamente! Por tanto, ¡gloria a Alah, que une en las delicias a sus creyentes y no les escatima sus
dones dicho sos! ¡Tú eres, Señor, el que adoramos, tú eres aquél de quien implora mos socorro! ¡Llévanos
por el sendero recto, por el sendero de aquellos a quienes colmaste con tus beneficios, y no por el de
aquellos que in currieron en tu cólera ni por el de los extraviados!
Y he aquí que Hassán y Esplendor estuvieron juntos de tal suerte cuarenta días, transcurridos en el
seno de las alegrías que proporciona el amor. Y las siete princesas, especialmente Botón-de-Rosa, se
esforza ron por variar cada día los placeres de ambos esposos, y hacerles la estancia en el palacio lo más
agradable que les fué posible.
Pero al cabo del día cuadragésimo, Hassán vió en sueños a su madre, que le repro chaba por haberla
olvidado, mientras ella se pasaba los días y las noches llorando sobre la tumba que hubo de erigirle en la
casa.
¡Y se des pertó con lágrimas en los ojos lanzando suspiros que partían el alma! Y al oírle llorar,
acudieron sus hermanas, las siete princesas; y Botón- de-Rosa, más desolada que todas las otras, preguntó
a la hija del rey de los genn qué le había sucedido a su esposo. Y contestó Esplendor: "¡No lo sé!" Y dijo
Botón-de-Rosa: "¡Yo misma iré a informarme de lo que le tiene tan triste!"
Y preguntó a Hassán: "¿Qué te ocurre, her mano mío?" Y las lágrimas de Hassán corrieron con más
violencia; y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 592ª noche
Ella dijo:
"...y acabó por contar su sueño, lamentándose mucho. Entonces le tocó a Botón-de-Rosa llorar y
gemir, en tanto que sus hermanas decían a Hassán: "En ese caso, ¡ oh Hassán! no podemos retenerte aquí
más tiempo ni impedirte que regreses a tu país para volver a ver a tu madre querida. ¡Solamente te
suplicamos que no nos olvides y que nos pro metas volver para hacernos una visita una vez al año!" Y su
hermana Botón-de-Rosa se le colgó al cuello sollozando, y acabó por caer desma yada de dolor. Y cuando
recobró el conocimiento, recitó tristemente versos de adiós, y sepultó la cabeza en sus rodillas,
rehusando todo consuelo. Y Hassán empezó a besarla y a acariciarla; y hubo de pro meterle por juramento
que volvería a verla una vez al año. Y mientras tanto, sus otras hermanas, a ruegos de Hassán, se pusieron
a hacer los preparativos del viaje. Y cuando estuvo todo dispuesto, le preguntaron: "¿De qué manera
quieres volver a Bassra?" El dijo: "¡No lo sé!" Pero acordándose del tambor mágico que le había quitado
al mago Bahram y que tenía aquella piel de gallo, exclamó: "¡Por Alah! ¡he ahí la manera! ¡Pero no sé
cómo servirme de ese tambor!"
Entonces Botón-de-Rosa, que seguía llorando, secó sus lágrimas por un momento, y levantándose,
dijo a Hassán: "¡Oh bienamado hermano mío, voy a enseñarte cómo has de servirte de ese tambor!" Y
cogió el tambor, y apoyándoselo en el costado, hizo como si tocase sobre la piel de gallo con los dedos.
Después dijo a Hassán: "¡Hay que hacer así!" y Hassán dijo: "¡Ya he comprendido, hermana mía!" Y a su
vez cogió el tam bor de manos de la joven, y tocó como había visto hacerlo a Botón-de Rosa, pero con
mucha fuerza. Y al instante surgieron de todos los pun tos del horizonte camellos grandes, dromedarios de
carrera, mulas y caballos. Y todo aquel rebaño al galope acudió a alinearse tumultuosa mente en una fila
muy larga con los camellos primero, detrás los dro medarios, y por último las mulas y los caballos.
Entonces las siete princesas escogieron los animales mejores y des pidieron a los demás. Y cargaron a
los que habían escogido con fardos preciosos, regalos, efectos y provisiones de boca. Y en el lomo de un
gran dromedario de carrera, pusieron un magnífico palanquín con dos asientos para los dos esposos. Y
entonces comenzaron las despedidas. ¡Oh! ¡cuán dolorosas fueron! ¡Pobre Botón-de-Rosa! ¡Estabas triste
y llorabas! ¡Cómo se derretía tu corazón al besar a Hassán, que se marchaba con la hija del rey! ¡Y
gemías cual una tórtola a la que se separase de tu tórtolo violentamente! ¡Ah! ¡no sabías aún ¡oh tierna
Botón-de-Rosa! cuánta amargura guarda la copa de la separación! ¡Y no podías esperar que tu bienamado
Hassán, cuya dicha preparabas, ¡oh llena de piedad! hubiera de sustraerse a tu dolor tan pronto! ¡Pero
abriga la certeza de que le verás! ¡Tranquiliza, pues, tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡A fuerza de
llorar, tus mejillas, de rosas que eran, se han hecho semejantes a flores de granado! ¡Cesa de llorar,
Botón de-Rosa!, ¡tranquiliza tu alma preciosa y refresca tus ojos! ¡volverás a ver a Hassán, pues así lo
quiere el Destino!
Y la caravana se puso en marcha entre los gritos desgarradores de las despedidas, y desapareció a lo
lejos, mientras Botón-de-Rosa caía desvanecida. Y con la rapidez del ave, atravesó la caravana valles y
montañas, llanuras y desiertos, y con el asentimiento de Alah, que escri bióle la seguridad, llegó a Bassra
sin contratiempo.
Cuando llegaron a la puerta de la casa, Hassán oyó a su madre gemir y deplorar dolorosamente la
ausencia de su hijo; y se le llena ron de lágrimas los ojos, y llamó a la puerta. Y desde dentro, preguntó la
voz cascada de la pobre vieja: "¿Quién hay a la puerta?" Y dijo Hassán: "¡Abrenos!" Y con sus débiles
piernas fué ella a abrir la puerta temblando, y a pesar de tener la vista debilitada por las lágrimas,
reconoció a su hijo Hassán. ¡Entonces lanzó un prolongado suspiro y cayó desmayada! Y Hassán le
prodigó sus cuidados, con ayuda de su esposa, y la hizo volver en sí. Entonces se le colgó al cuello ella,
y se besaron con ternura, llorando de alegría. Y tras de los primeros trans portes, Hassán dijo a su madre:
"¡Oh madre, he aquí a tu hija, mi esposa, que te traigo para servirte!"
La vieja miró a Esplendor, y al verla tan bella, quedó deslumbrada y creyó que perdía la razón. Y le
dijo: "¡Quienquiera que seas, hija mía, bien venida seas a la casa que iluminas!" Y preguntó a Hassán:
"Hijo mío ¿cómo se llama tu espo sa?" El joven contestó: "Esplendor, ¡oh madre mía!" Ella dijo: "¡Oh
conveniencia del nombre! ¡Qué bien inspirado estuvo quien te buscó ese nombre, ¡oh hija de bendición!"
Y la cogió de la mano y se sentó a su lado en la vieja alfombra de la casa. Y Hassán, entonces, se puso a
contar a su madre toda su historia, desde su desaparición súbita hasta su regreso a Bassra, sin olvidar un
detalle. Y la madre quedó maravi llada de lo que oía en el límite de la maravilla, y no supo qué hacer
para honrar, con arreglo a su rango, a la hija del rey de reyes del Gennistán.
Por lo pronto, se apresuró a ir al zoco a comprar todo género de provisiones de primera calidad, y
después fué al zoco de las sederías, y compró diez trajes espléndidos, lo más caro que tenían los
mercaderes de más prestigio; y se los llevó a la esposa de Hassán, y la vistió con ellos, poniéndole a la
vez los diez, uno encima de otro, para de mostrarle así que nada era demasiado para su rango y su mérito.
Y la besó como si fuese su propia hija. Y luego se puso a guisar manjares extraordinarios y pasteles a
ningunos otros parecidos. Y no esca timó nada para halagarla, colmándola de cuidados y de atenciones
de licadas. Tras de lo cual, se encaró con su hijo, y le dijo: "No sé ¡oh Hassán! pero me parece que la
ciudad de Bassra no es digna del rango de tu esposa; más valdría en todos sentidos para nosotros que nos
fué semos a vivir a Bagdad, la Ciudad de Paz, bajo el ala protectora del califa Harún Al-Raschid. ¡Y
además, hijo mío, henos aquí muy ricos repentinamente, y temo mucho que, de seguir en Bassra, donde se
nos conoce por pobres, llamemos la atención de un modo sospechoso, y a causa de nuestras riquezas se
nos acuse de practicar la alquimia! ¡Lo mejor, a mi entender, es que nos vayamos cuanto antes a Bagdad,
donde desde un principio nos tomarán por príncipes o emires lejanos!" Y Hassán contestó a su madre:
"¡Excelente idea!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vendió los muebles y la casa. Tras
de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y calló discretamente.
Y cuando llegó la 593ª noche
Ella dijo:
"...Tras de lo cual, cogió el tambor mágico e hizo resonar la piel de gallo. Y al punto surgieron del
fondo de los aires grandes dromeda rios que fueron a ponerse en fila a lo largo de la casa. Y Hassán y la
madre de Hassán y la esposa de Hassán cogieron lo que habían guar dado como lo mejor por ser cosas
preciosas y ligeras de peso, y mon tando en su palanquín, pusieron los dromedarios a paso de carrera. Y
en menos tiempo del que se necesita para distinguir la mano derecha de la mano izquierda, llegaron a
orillas del Tigris en las puertas de Bagdad. Y Hassán tomó la delantera, y fué en busca de un corredor
para que le adquiriese, por el precio de cien mil dinares, un magnífico palacio propiedad de un visir
entre los visires. Y apresuróse a conducir allá a su madre y a su esposa. Y amuebló el palacio con un lujo
fas tuoso, y compró esclavos de ambos sexos, y mozos jóvenes y eunucos. Y no escatimó nada para que su
tren de casa fuese el más notable de toda la ciudad de Bagdad.
Instalado de aquel modo, Hassán llevó desde entonces en la Ciudad de Paz una vida deliciosa con su
esposa Esplendor, rodeados ambos de cuidados minuciosos por parte de la venerable y anciana madre,
que todos los días se ingeniaba para confeccionar un manjar nuevo y eje cutar las recetas de cocina que
aprendía de sus vecinas y que se dife renciaban mucho de las recetas de Bassra; porque en Bagdad había
muchos platos que no podían fabricarse en ninguna otra parte sobre la faz de la tierra. Y he aquí que al
cabo de nueve meses de llevar aquella vida encantadora y disfrutar de aquella alimentación especial, la
esposa de Hassán parió felizmente dos hijos varones y gemelos, como lunas. Y al uno se le llamó Nasser,
y al otro Manssur.
Pero, al cabo de un año, el recuerdo de las siete princesas se ofreció a la memoria de Hassán a la vez
que el recuerdo del juramento que les había hecho. Y experimentó el más vivo deseo de volver a ver a
Botón -de-Rosa principalmente. Hizo, pues, los preparativos necesarios para aquel viaje, compró las
telas más hermosas y las cosas más hermosas que pudo encontrar en Bagdad y en todo el Irak y le
parecieron más dignas de ofrecerse como regalos, y participó a su madre el proyecto que había formado,
añadiendo: "Sólo quiero recomendarle una cosa hasta el límite de la recomendación y mientras dure mi
ausencia: que guardes cuidadosamente el manto de plumas de mi esposa Esplen dor, que tengo escondido
en el sitio más secreto de la casa. ¡Porque, ¡oh madre mía! has de saber que si, para nuestra mayor
desgracia, mi esposa querida tuviese ocasión de volver a ver ese manto, se acordaría al instante de su
instinto original, que es el vuelo de las aves, y no po dría por menos de volar de aquí, aun contra los
impulsos de su cora zón! ¡Ten, pues, mucho cuidado, madre mía, de no mostrarle ese man to! ¡Porque, si tal
desgracia sucediera, sin duda moriría yo de pena o me mataría! Además, te recomiendo que la cuides
bien, ya que está delicada y acostumbrada a los mimos, y que no dejes de servirla por ti misma con
preferencia a las servidoras, que no saben como tú lo que es preciso y lo que no es preciso, lo que
conviene y lo que no conviene, lo que es fino y lo que es grosero. Y sobre todo, madre mía, no la per -
mitas poner el pie fuera de la casa, ni sacar la cabeza por una ventana, ni siquiera subir a la terraza del
palacio, pues temo mucho que el aire libre y el espacio la incite de alguna manera o por alguna parte. ¡He
ahí mis recomendaciones! ¡Y si quieres mi muerte, no tienes más que despreciarlas!"
Y contestó la madre de Hassán: "¡Guárdeme Alah de desobedecerte! ¡oh hijo mío ¡Roguemos al
Profeta! ¿Acaso me he vuelto loca para tener necesidad de tantas recomendaciones o infringir la menor
de tus órdenes? ¡Parte, pues, tranquilo, ¡oh Hassán! y calma tu espíritu! ¡Y a tu regreso, con la gracia de
Alah, no tendrás más que preguntar a Esplendor si ha marchado todo con arreglo a tus deseos! ¡Pero, a mi
vez quiero pedirte una cosa, ¡oh hijo mío! y es que no prolongues tu ausencia lejos de nosotras más que el
tiempo preciso para ir y volver tras una corta estancia junto a las siete princesas!"
Así se hablaron uno a otro Hassán y la madre de Hassán. Y no sabían lo que les reservaba lo
desconocido en el libro del Destino, en tanto que la bella Esplendor oía todas las palabras que se dijeron
y las fijaba en su memoria.
Así, pues, Hassán prometió a su madre que no se ausentaría más que estrictamente el tiempo
necesario, y se despidió de ella, y fue a besar a su esposa Esplendor, y a sus dos hijos, Nasser y Manssur,
que mamaban al pecho de su madre. Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 594ª noche
Ella dijo:
"...Tras de lo cual, tocó la piel de gallo del tambor y montó en un dromedario de carrera que hubo de
presentarse; y después de rei terar por segunda vez a su madre todas sus recomendaciones, le besó la
mano. Luego habló al dromedario, que estaba en cuclillas, y al punto se levantó sobre sus cuatro patas y
salió disparando por los aires mejor que por tierra, entregando sus miembros al viento y devorando a su
paso la distancia. Y no fué ya más que un punto en la lejanía del espacio.
No tiene utilidad, en verdad, decir la intensidad de alegría con que fue recibido Hassán a su llegada
ante las siete princesas, y sobre todo la dicha que sintió Botón-de-Rosa y cómo adornaron el palacio con
guirnaldas de flores y lo iluminaron. Mejor será que le dejemos contan do a sus hermanas cuanto tenía que
contarles, especialmente el naci miento de sus dos hijos gemelos Nasser y Manssur; dejémosle, además,
dedicarse con ellas a la caza y a las diversiones; hacedme el favor, ¡oh mis honorables y generosos
oyentes que me rodeáis! de volver conmigo al palacio de Hassán, en Bagdad, donde dejamos a la anciana
madre de Hassán y a su esposa Esplendor.
¡ Hacedme ese favor, ¡ oh mis señores de mano abierta! y veréis y oiréis lo que vuestros oídos
honorables y vuestros ojos admirables jamás oyeron, escucharon ni sospecharon! Y desciendan sobre
vosotros las bendiciones del Distribuidor y sus fa vores más escogidos. ¡Escuchadme bien, señores!
Es el caso ¡oh ilustrísimos! que cuando partió Hassán, su esposa Esplendor no se movió ni abandonó
un instante a la madre de Hassán en el transcurso de dos días. Pero, a la mañana del tercer día, besó la
mano de la anciana señora, dándole los buenos días, y le dijo: "¡Oh madre mía, quisiera ir al hammam,
pues hace mucho tiempo ya que no tomo baños a causa de estar criando a Nasser y a Manssur!" Y la
anciana señora dijo: "¡Ya Alah! ¡qué palabras tan fuera de lugar, hija mía! ¡Qué calamidad sería ir al
hammam! ¿No sabes que tú y yo somos extranjeras que no conocemos para nada los hammams de esta
ciudad? ¿Y cómo vas a ir allí sin que te conduzca tu esposo, que te habría de preceder para pedir de
antemano una sala y asegurarse de que todo está limpio y de que no caen de la bóveda piojos, chinches y
poli llas? Pero tu esposo se halla ausente, y yo no conozco a nadie que pueda reemplazarle en una
circunstancia tan grave; y no puedo acom pañarte yo misma a causa de mi mucha edad y de mi debilidad.
¡No obstante, si quieres, hija mía, haré que te calienten agua aquí mismo, y te lavaré la cabeza y te daré
un baño delicioso en el hammam de nuestra casa!
¡Precisamente tengo todo lo necesario para el caso, y hasta he recibido anteayer una caja de tierra
perfumada de Alepo, y ámbar y pasta depilatoria, y henné! Así, pues, hija mía, puedes estar tranquila en
cuanto a eso. ¡Será un baño excelente!"
Pero Esplendor contestó: "¡Oh mi señora! ¿desde cuándo se niega a las mujeres permiso para ir al
hammam? ¡ Por Alah, que si hubieses dicho esas cosas a una esclava misma, no las hubiera soportado, y
antes que continuar en vues tra casa te hubiera pedido que la subastaras en el zoco! ¡Los hombres ¡oh mi
señora! son tan insensatos, que imaginan que todas las mujeres se parecen y que hay que tomar contra
ellas mil precauciones, a cuál más tiránica, para impedirles hacer cosas ilícitas! ¡Tú, sin embargo, debes
tener muy bien sabido que, cuando una mujer ha resuelto firmemente hacer una cosa, siempre encuentra
manera de conseguir su propósito, a despecho de todos los obstáculos, y que nada puede dete nerla en sus
deseos, aunque sean irrealizables o estén llenos de desas tres!
¡Ah! ¡ay de mi juventud! ¡se sospecha de mí, y no se tiene fe ninguna en mi castidad! ¡Y ya sólo me
resta morir!" ¡Y habiendo dicho estas palabras, se puso a verter lágrimas, y a llamar sobre su cabeza las
más negras calamidades!
Entonces la madre de Hassán acabó por dejarse conmover por sus lloros y gemidos, comprendiendo,
por otra parte, que en adelante no habría modo de apartarla de su propósito.Levantóse, pues, a pesar de
su mucha edad y de la prohibición expresa de su hijo, y preparó todo lo que se necesitaba para el baño en
cuanto a ropa blanca limpia y per fumes. Luego dijo a Esplendor: "¡Vamos, hija mía, ven y no te entris -
tezcas más! ¡Pero líbrenos Alah de la cólera de tu esposo!" Y salió del palacio con ella y la acompañó al
hammam más renombrado de la ciudad.
¡Ah! ¡cuánto mejor hubiera hecho la madre de Hassán en no dejarse conmover por las quejas de
Esplendor, y en no franquear el umbral de aquel hammam! ¿Pero quién puede leer en el libro de los
Destinos, aparte del Único Vidente? ¿Y quién puede decir de antemano lo que ha de hacer entre dos pasos
de camino? ¡No obstante, nosotros, que somos musulmanes, creemos y nos confiamos a la Vo luntad
Suprema! Y decimos: "¡No hay más Dios que Alah y Maho med es el Enviado de Alah!" Rogad al Profeta,
¡oh creyentes, ilustres oyentes míos!
Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Hassán, que llevaba el paquete de ropa blanca
limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de entrada
lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 595ª noche
Ella dijo:
"...Cuando la bella Esplendor, precedida por la madre de Has sán, que llevaba el paquete de ropa
blanca limpia, hubo penetrado en el hammam, las mujeres que había echadas en el salón central de
entrada lanzaron un grito de admiración, de tanto como las sedujo la belleza de la joven. ¡Y ya no le
quitaron el ojo! ¡Tal fue su deslumbra miento al ver a la joven envuelta en sus velos todavía! ¡Pero cuál no
sería su delirio cuando, tras de quitarle la ropa, se quedó desnuda por completo!
¡Oh arpa de Daúd el rey, que encantabas al león Saúl; y tú, hija del desierto, amante de Antara, el
guerrero de cabellos cres pos, ¡oh virgen Abla! la de hermosas caderas, que sublevaste en todos sentidos
a las tribus de Arabia, haciéndolas chocar unas con otras! y tú, Sett Budur, hija del rey Ghayur, señor de
El-Budur y de El -Kussus, tú cuyos ojos de incendio turbaron en extremo a los genn y a los efrits; y tú,
música de los manantiales, y tú, canto primaveral de los pájaros, ¿a qué quedáis reducidos ante la
desnudez de aque lla gacela? ¡Loores a Alah, que te creó ¡oh Esplendor! y mezcló en tu cuerpo de gloria
los rubíes y el almizcle, el ámbar puro y las perlas, ¡oh toda de oro!
Así, pues, las mujeres del hammam, para considerarla mejor, pres cindieron de su baño y su pereza, y
la siguieron paso a paso. Y la fama de sus encantos cundió en seguida desde el hammam por todo el con -
torno, y en un instante invadieron las salas, hasta el punto de no po derse circular por ellas, mujeres
atraídas por la curiosidad de ver tal maravilla de belleza. Y entre aquellas mujeres desconocidas
encontrá base precisamente una de las esclavas de Sett Zobeida, esposa del califa Harún Al-Raschid. Y
aquella joven esclava, que se llamaba Tohfa, que dó aun más estupefacta que las otras de la belleza
perfecta de aquella luna mágica; y con los ojos muy abiertos, se inmovilizó en primera fila mirándola
bañarse en la piscina. Y cuando Esplendor hubo terminado su baño y estuvo vestida, la esclava no pudo
menos de seguirla fuera del hammam, atraída por ella como por una piedra de imán, y echó a andar detrás
de ella por la calle hasta que Esplendor y la madre de Hassán llegaron a su morada. Entonces la joven
esclava Tohfa, como no podía entrar en el palacio, se limitó a llevarse los dedos a los labios, lanzando a
Esplendor, a la vez que una rosa, un beso sonoro. Pero, desgraciadamente para ella, el eunuco que había
a la puerta vió la rosa y el beso, y en extremo enfadado, empezó a dirigirle espantosas injurias, poniendo
los ojos en blanco; lo cual la decidió, aunque suspi rando, a volver sobre sus pasos. Y entró en el palacio
del califa, apresu rándose a ir al lado de su ama Sett Zobeida.
Y he aquí que Sett Zobeida vió que su esclava preferida estaba muy pálida y muy emocionada; y le
preguntó: "¿Dónde estuviste, ¡oh gentil! que vuelves en ese estado de palidez y de emoción?" La esclava
dijo: "En el hammam, ¡oh mi señora!" Sett Zobeida preguntó: "¿Y qué viste en el hammam, Tohfa mía,
para volver a mí tan trastornada y con los ojos tan lánguidos?" La esclava contestó: "¿Y cómo ¡oh mi
señora! no han de languidecer mis ojos y mi alma, y no ha de invadir mi corazón la melancolía, después
de ver a la que me ha arrebatado la razón?"
Sett Zobeida se echó a reír, y dijo: "¿Qué me cuentas ¡oh Tohfa! y de quién me hablas?" La esclava
dijo: "¿Qué adolescente delicada o qué joven, qué pavo real o qué gacela ¡oh mi señora! la igualarán
jamás en encantos y en belleza? Sett Zobeida dijo: "¡Oh loca Tohfa! ¿querrás por fin decidirte a decirme
su nombre?"
La escla va dijo: "No lo sé, ¡oh mi señora! ¡Pero ¡oh mi señora! por los méritos de tus beneficios
sobre mi cabeza, te juro que ninguna criatura en la faz de la tierra, en el pasado, en el presente o en el
futuro, es compara ble a ella! Todo lo que de ella sé es que habita en el palacio situado a orillas del
Tigris y que tiene una puerta grande por el lado de la ciudad y otra puerta por el lado del río. ¡Y me han
dicho, además, en el hammam, que era esposa de un rico mercader llamado Hassán Al-Bassri! ¡Ah mi
señora! si me ves toda temblorosa entre tus manos, no es solamente la emoción suscitada por su belleza,
sino del temor extremado que me invade al pensar en las consecuencias funestas que sobrevendrían si,
por desgracia, nuestro señor el califa llegara a oír hablar de ella. ¡Seguramente haría que mataran al
marido, y despre ciando todas las leyes de equidad, se casaría con esa milagrosa joven! ¡Y de tal suerte
vendería los bienes inestimables de su alma inmortal por la posesión temporal de una criatura hermosa,
pero perecedera!"
Al oír estas palabras de su esclava Tohfa, Sett Zobeida, que sabía cuán prudente y mesurada era de
ordinario en sus discursos, quedó estupefacta, y le dijo: "Pero ¡oh Tohfa! ¿estás bien segura, al menos, de
que no has visto en sueños solamente semejante maravilla de belleza?" La esclava contestó: "Juro por mi
cabeza y por el peso del agradeci miento que debo a tus bondades para conmigo, ¡oh mi señora! que no
sólo la he visto, sino que acabo de arrojar una rosa y un beso a esa joven que no tiene igual en ninguna
tierra y en ningún clima, lo mismo entre los árabes que entre los turcos o los persas!"
Sett Zobeida excla mó entonces: "¡Por la vida de mis antepasados los Puros, que es pre ciso que yo
también contemple a esa piedra preciosa única, y que la vea con mis ojos!"
Al punto hizo llamar al porta alfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus manos,
le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 596ª noche
Ella dijo:
"...Al punto hizo llamar al porta alfanje Massrur, y después que él hubo besado la tierra entre sus
manos, le dijo: "¡Oh Massrur! ¡ve a toda prisa al palacio que tiene dos puertas, una que da al río y otra
que mira a la ciudad! ¡Y allí preguntarás por la joven que habita en él, y me la traerás, bajo pena de tu
cabeza!" Y contestó Massrur: "¡Oír es obedecer!" Y salió, sacando la cabeza antes que los pies, y corrió
al palacio consabido que, en efecto, era el de Hassán. Y franqueó la puerta grande a la vista del eunuco,
que le reconoció y se inclinó ante él hasta tierra. Y llegó a la puerta de entrada, a la cual llamó.
Al momento fué a abrir la anciana madre de Hassán. Y Massrur entró en el vestíbulo y deseó la paz a
la anciana señora. Y la madre de Hassán le devolvió su zalema, y le preguntó: "¿Qué deseas?"
El dijo: "¡Soy Massrur el porta alfanje! Vengo enviado aquí por El-Sayeda Zobeida, hija de El-
Kassem, esposa de Al-Emir Al-Mumenin Harún Al -Raschid, sexto de los descendientes de Al-Abbas, tío
del Profeta (¡con Él la paz de Alah y sus bendiciones!) ¡Y vengo para llevar conmigo al palacio, a
presencia de mi señora, a la hermosa joven que habita en esta morada!"
Al oír estas palabras, exclamó la aterrada y temblorosa madre de Hassán: "¡Oh Massrur! ¡somos
extranjeras aquí, y mi hijo, el esposo de la joven en cuestión, se halla ausente, de viaje! ¡Y antes de partir
me ha prohibido expresamente que la dejara salir de la casa, ni conmigo ni con ninguna otra persona, y
bajo ningún pretexto! ¡Y tengo miedo de que, por dejarla salir, sobrevenga, a causa de su belle za, algún
accidente que obligue a mi hijo a darse la muerte a su regre so! ¡Te suplicamos, pues, ¡oh bienhechor
Massrur! que tengas piedad de nuestra aflicción, y no nos pidas una cosa que está por encima de nuestra
voluntad y de nuestros medios concederte!"
Massrur contestó: "¡Nada temas, mi buena señora! ¡en la certeza de que ningún acci dente sensible
acaecerá a la joven! Se trata sencillamente de que mi señora Sett Zobeida vea esa joven hermosura para
asegurarse por sus propios ojos si la fama exagera la nota de sus encantos y de su esplen dor. Por cierto
que no es la primera vez que se me ha encargado una misión análoga; y puedo asegurarte que ni una ni
otra tendréis que arrepentiros de vuestra sumisión a semejante deseo, ¡sino al contrario! ¡Y además, lo
mismo que voy a conduciros con toda seguridad entre las manos de Sett Zobeida, me comprometo a
traeros sanas y salvas a vuestra casa!"
Cuando la madre de Hassán comprendió que toda resistencia sería inútil y hasta perjudicial, dejó a
Massrur en el vestíbulo y entró a vestir a Esplendor y a adornarla, y a vestir también a los dos peque -
ñuelos, Nasser y Manssur. Y cogió en brazos a ambos pequeñuelos y dijo a Esplendor: "Ya que tenemos
que ceder ante el deseo de Sett Zobei da, ¡vamos todos juntos!" Y pasó al vestíbulo antes que ella, y dijo a
Massrur: "¡Ya estamos dispuestas!" Y Massrur salió y abrió la marcha, seguido por la madre de Hassán,
que llevaba a los dos pequeñuelos e iba a su vez seguida de Esplendor, completamente envuelta en sus
velos. Y de tal suerte las condujo Massrur al palacio del califa hasta ponerlas delante del ancho trono
bajo en que aparecía, reposando sentada majestuosamente, El-Sayeda Zobeida rodeada por la muchedum -
bre numerosa de sus esclavas y de sus favoritas, en la primera fila de la cuales se mantenía la pequeña
Tohfa.
Entonces, entregando ambos pequeñuelos a Esplendor, que seguía envuelta siempre en sus velos, la
madre de Hassán besó la tierra entre las manos de Sett Zobeida, y después de la zalema hubo de
cumplimen tarle. Y Sett Zobeida, le devolvió su zalema, le tendió la mano, que la anciana se llevó a los
labios, y le rogó que se levantase. Luego se en caró con la esposa de Hassán, y le dijo: "¿Por qué ¡oh
bienvenida! no te desembarazas de tus velos? ¡Aquí no hay hombres!" E hizo seña a Tohfa, que al punto
se acercó a Esplendor, ruborizándose, y empezó por tocar la orla de su velo, llevándose después a los
labios y a la frente los dedos que rozaron el cendal. Luego le ayudó a quitarse el velo grande y le levantó
por sí misma el velillo del rostro.
¡Oh Esplendor! ¡Ni la luna llena cuando sale de debajo de una nube, ni el sol con todo su brillo, ni el
tierno balanceo de la rama en la tibieza de la primavera, ni las brisas del crepúsculo, ni el agua riente, ni
nada de cuanto encanta a los humanos por la vista, por el oído o por el entendimiento, hubiera podido
arrebatar, cual tú lo hiciste, la razón de las que te miraban! ¡Con el irradiar de tu belleza, se iluminó y
resplandeció todo el palacio! ¡Con la alegría de tu presencia, saltaron como corderos los corazones y
bailaron en los pechos! ¡Y la locura soplaba sobre todas las cabezas! Y las esclavas te contemplaban con
admiración, musitando: "¡Oh Esplendor!" Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que
formó el cuerpo de la mujer cual el lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso
.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 597ª noche
Ella dijo:
"...Pero nosotros ¡oh oyentes míos! decimos: "Loores a Alah, que formó el cuerpo de la mujer cual el
lirio del valle, y lo dió a sus creyentes como un anticipo del Paraíso!"
Cuando Sett Zobeida se repuso del deslumbramiento en que se en contraba, se levantó de su trono y se
acercó a Esplendor, a quien hubo de abrazar y oprimir contra su seno, besándole los ojos. Luego la hizo
sentarse al lado suyo en el trono, y se quitó y le puso al cuello un collar de diez sartas de perlas gruesas
que llevaba ella desde que se casó con Al-Raschid.
Luego le dijo: "¡Oh soberana de los encantos! ¡en verdad que se equivocó mi esclava Tohfa al
hablarme de tu belleza! ¡Porque tu belleza está por encima de todas las palabras! Pero dime, ¡oh per fecta!
¿conoces el canto, el baile o la música? ¡Porque, cuando se es como eres tú, se sobresale en todo!"
Esplendor contestó: "¡En verdad ¡oh mi señora! que no sé cantar, ni bailar, ni tocar el laúd y la guita rra; y
no sobresalgo en ninguna de las artes que por lo general conocen las jóvenes. Sin embargo, poseo una
ciencia única, que quizá te parezca maravillosa: ¡consiste en volar por los aires como los pájaros!"
Al oír estas palabras de Esplendor, exclamaron todas las mujeres: "¡Oh encanto! ¡Oh prodigio!" Y
Sett Zobeida dijo: "¿Cómo vacilar en creerte dotada de semejante aptitud, aunque me asombre en extre -
mo? ¿No eres ya más armoniosa que el cisne y más ligera a la vista que las aves? ¡Pero si quieres
encadenar nuestra alma tras de ti, consiente en hacer ante nuestros ojos la prueba de un vuelo sin alas!"
Ella dijo: "¡Alas poseo precisamente, oh mi señora! pero no las llevo encima. ¡No obstante, puedo
tenerlas, si tal es tu voluntad! ¡No tienes más que pedir a la madre de mi esposo que me traiga mi manto
de plumas!"
Al punto Sett Zobeida se encaró con la madre de Hassán, y le dijo: "¡Oh venerable dama, madre
nuestra! ¿quieres ir a buscar ese manto de plumas, para que yo vea el uso que hace de él tu encantadora
hija?" Y pensó la pobre mujer: "¡Henos aquí perdidos sin remisión a todos! ¡La vista de su manto va a
traerle a la memoria su instinto original, y sólo Alah sabe lo que ha de suceder!" ,Y contestó con tem -
blorosa voz: "¡Oh mi señora, mi hija Esplendor se halla turbada por tu majestad, y no sabe ya lo que se
dice! ¿Acaso se han llevado alguna vez trajes de plumas, que son una vestidura que no conviene más que
a los pájaros?"
Pero intervino Esplendor, y dijo a Sett Zobeida: "¡Por tu vida ¡ oh mi señora! te juro que mi manto de
plumas está guardado en un cofre escondido en nuestra casa!" Entonces Sett Zobeida se quitó del brazo un
brazalete precioso que valía tanto como todos los tesoros de Khosroes y de Kaissar, y se lo ofreció a la
madre de Hassán, di ciéndole: "¡Oh madre nuestra! ¡por mi vida sobre ti, te conjuro a que vayas a tu casa
a buscar ese manto de plumas, únicamente para verlo una vez! Y lo recuperarás enseguida en el mismo
estado que lo traigas".
Pero la madre de Hassán juró que nunca había visto aquel manto de plumas ni nada que se le
pareciese. Entonces gritó Sett Zo beida: "¡Ya Massrur!" Y al punto el portaalfanje del califa se presentó
entre las manos de su soberana, que le dijo: "¡Massrur, corre en segui da a casa de estas damas, y busca
en ella por todas partes un manto de plumas que está guardado en un cofre escondido!"
Y Massrur obligó a la madre de Hassán a que le entregara las llaves de la casa, y corrió a hacer
pesquisas por todas partes hasta que acabó por encontrar el manto de plumas en un cofre escondido bajo
tierra. Y se lo llevó a Sett Zobeida, quien, después de admirarlo largamente y maravillarse del arte con
que estaba hecho, se lo entregó a la bella Esplendor.
Entonces Esplendor empezó por examinarlo pluma a pluma, y comprobó que estaba intacto como el
día en que se lo arrebató Has sán. Y lo desdobló y se metió dentro, recogiéndose los extremos y
abrochándoselo. ¡Y se tornó semejante a un gran pájaro blanco! ¡Y ante el asombro de los circunstantes,
patinó primero durante algún tiempo, volvió sobre sus pasos sin tocar el suelo, y se elevó hasta el techo
balanceándose! Luego descendió ligera y aérea, y se puso a hor cajadas en un hombro a sus dos hijos,
diciendo a Sett Zobeida y a las damas: "Veo que os han gustado mis vuelos. Voy, pues, a daros más gusto
aún". Y tomó impulso, y se lanzó a la ventana más alta, posán dose en el alféizar. Y desde allí exclamó:
"¡Os advierto que os aban dono!"
Y en extremo emocionada, dijo Sett Zobeida: "¿Cómo es posible ¡oh Esplendor! que nos dejes ya,
privándonos para siempre de tu belleza, ¡oh soberana de las soberanas!?" Esplendor contestó: "¡Ay! sí,
¡oh mi señora! ¡Quien se marcha no vuelve!" Luego encaróse con la pobre madre de Hassán, desolada,
sollozante, abatida en la alfombra,
Entonces Esplendor empezó por examinarlo pluma a pluma, y comprobó que estaba intacto como el
día en que se lo arrebató Has sán. Y lo desdobló y se metió dentro, recogiéndose los extremos y
abrochándoselo. ¡Y se tornó semejante a un gran pájaro blanco! ¡Y ante el asombro de los circunstantes,
patinó primero durante algún tiempo, volvió sobre sus pasos sin tocar el suelo, y se elevó hasta el techo
balanceándose! Luego descendió ligera y aérea, y se puso a hor cajadas en un hombro a sus dos hijos,
diciendo a Sett Zobeida y a las damas: "Veo que os han gustado mis vuelos. Voy, pues, a daros más gusto
aún". Y tomó impulso, y se lanzó a la ventana más alta, posán dose en el alféizar. Y desde allí exclamó:
"¡Os advierto que os aban dono!" Y en extremo emocionada, dijo Sett Zobeida: "¿Cómo es posi. ble ¡oh
Esplendor! que nos dejes ya, privándonos para siempre de tu belleza, ¡oh soberana de las soberanas!?"
Esplendor contestó: "¡Ay! sí, ¡oh mi señora! ¡Quien se marcha no vuelve!"
Luego encaróse con la pobre madre de Hassán, desolada, sollozante, abatida en la alfombra, y le
dijo: "¡Oh madre de Hassán! ¡créeme que me aflige mucho mar charme así, y me entristezco por causa tuya
y por tu hijo Hassán, mi esposo, pues los días de la separación desgarrarán su corazón y enne grecerán
nuestra vida, ¡pero ¡ay! no puedo más! Siento que invade mi alma la embriaguez del aire, y es preciso que
eche a volar por el espa cio. Pero si tu hijo quiere encontrarme algún día, no tendrá más que ir a buscarme
a las islas Wak-Wak.
Adiós, pues, ¡oh madre de mi esposo!" Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los
aires y fué a posarse un instante sobre la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su
vuelo, y desapareció en las nubes con sus dos hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 598ª noche
Ella dijo:
"...Y habiendo dicho estas palabras, Esplendor se elevó por los aires y fué a posarse un instante sobre
la cúpula del palacio para alisar sus plumas. Luego reanudó su vuelo, y desapareció en las nubes con sus
dos hijos.
En cuanto a la pobre madre de Hassán, estuvo a punto de expirar de dolor, y quedó sin movimiento,
desplomada en el suelo. Y Sett Zo beida se inclinó sobre ella y le prodigó por sí misma los cuidados ne -
cesarios; y cuando la hubo reanimado un poco, le dijo: "¡Ah madre mía! ¿por qué en vez de negarlo todo,
no me has prevenido de que Es plendor podía hacer semejante uso de esa ropa encantada, de ese manto
fatal! ¡Me hubiese guardado mucho entonces de dejarlo en su poder! Pero, ¿cómo iba yo a adivinar que la
esposa de tu hijo pertenecía a la raza de los genn aéreos? ¡Te ruego, pues, mi buena madre, que me
perdones por mi ignorancia y que no censures con exceso un acto que no premedité!"
Y dijo la pobre vieja: "¡Oh mi señora, yo sola tengo la culpa! ¡Y la esclava nada tiene que perdonar a
su soberana! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino! ¡Y el mío y el de mi hijo, es morir de dolor!"
Y buscó ella a los nietos y no los encontró; y buscó a la esposa de su hijo y no la encontró! Entonces
rompió en lágrimas y en sollozos, más próxima a la muerte que a la vida. E hizo erigir en la casa tres
tumbas, una grande y dos pequeñas, junto a las cuales se pasaba los días y las noches gimiendo y
llorando.
Y recitaba estos versos y muchos otros:
¡Oh nietos míos! ¡como la lluvia por las ramas secas, corre mi llanto por mis mejillas
arrugadas!
¡El adiós de vuestra marcha, es el adiós a nuestra vida! ¡Vues tra pérdida es la pérdida de
nuestra alma, y yo ¡ay! sigo aquí!
¡Vosotros érais mi alma! ¿Cómo habiéndome abandonado mi alma, puedo vivir todavía ¡oh
pobres pequeñuelos míos!? ¡Y yo sigo aquí!
¡Y esto es lo referente a ella! Pero respecto a Hassán, cuando hubo pasado tres meses con las siete
princesas, pensó en partir para no poner en inquietud a su madre y a su esposa. Y golpeó la piel de gallo
del tambor; y se presentaron los dromedarios. Y cargaron cinco dromedarios con lingotes de oro y de
plata y cinco con pedrerías. Y le hicieron prometer que volvería a verlas al cabo de un año. Luego le
besaron todas, una tras de otra, poniéndose en fila; y cada cual a su vez le dedicó una o dos estrofas muy
tiernas, en las que le expresa ban cuánto les afligía su partida. Y se balanceaban rítmicamente sobre sus
caderas, marcando la cadencia de los versos. Y Hassán les respon dió con este poema improvisado:
¡Mis lágrimas son perlas, de las cuales os ofrezco un collar, her manas mías! ¡He aquí que
en el día de la marcha, afirmado sobre los estribos, ya no puedo volver riendas!
¡Oh hermanas mías! ¿Cómo me arrancaré de vuestros brazos amantes? ¡Mi cuerpo se
aleja; pero mi alma queda con vosotras! ¡Ay! ¡ay! ¿cómo volver ya riendas con el pie en el
estribo?
Después se alejó Hassán en su dromedario, a la cabeza del convoy, y llegó felizmente a Bagdad, la
ciudad de Paz. Pero, al entrar en su casa, casi no reconoció Hassán a su madre, de tanto como había
cambiado la infortunada a fuerza de lágrimas, de ayuno y de vigilias. Y como no veía que acudiese su
esposa con los niños, preguntó a su madre: "¿Dónde está la mujer? ¿Y dónde están los niños?" Y su madre
no pudo responder más que con sollozos. Y Hassán echó a correr como un loco por las habitaciones, y en
la sala de reunión vió abierto y vacío el cofre en que hubo de guardar el manto encantado. ¡Y se volvió y
advirtió en medio de la estancia las tres tumbas!
Entonces se desplomó cuan largo era, sin conocimiento, dando en la piedra con la frente. Y a pesar de
los cuidados de su ma dre, que voló en socorro suyo, permaneció en aquel estado desde por la mañana
hasta por la noche. Pero acabó por volver en sí, y desgarró sus vestiduras y se cubrió la cabeza con
ceniza y polvo. Luego precipitóse de improviso sobre su espada y quiso atravesarse con ella. Pero su
madre se interpuso entre él y la espada, extendiendo los brazos. Y le apoyó la cabeza en su pecho, y le
hizo sentarse, aunque no tardó él en retorcerse de desesperación por el suelo como una serpiente. Y se
puso ella a contarle poco a poco todo lo que había sucedido durante su ausencia, y concluyó diciéndole:
"Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación entrar en
tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak Wak...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 599ª noche
Ella dijo:
"...Ya ves, hijo mío, que a pesar de la inmensidad de nuestra desdicha, no debe la desesperación
entrar en tu corazón, puesto que puedes encontrar a tu esposa en las islas Wak-Wak".
Al oír estas palabras de su madre, Hassán sintió que una espe ranza repentina refrescaba los abanicos
de su alma, y levantándose al instante, dijo a su madre: "¡Parto para las islas Wak-Wack!" Luego pensó:
"¿Dónde podrán estar situadas esas islas cuyo nombre se ase meja al grito de un ave de rapiña? ¿Estarán
en los mares de la India, o del Sindh, o de Persia o de China?" Y para esclarecer su espíritu acerca del
particular, salió de la casa, y todo se puso negro y sin lími tes a sus ojos, y fué en busca de los sabios y
los letrados de la corte del califa, y les preguntó por turno si conocían los mares en que esta ban situadas
las islas Wak-Wak. Y contestaron todos: "¡No lo sabe mos! ¡Y no hemos oído en nuestra vida hablar de la
existencia de esas islas!" Entonces Hassán comenzó otra vez a desesperarse, y regresó a la casa con el
pecho oprimido por el viento de la muerte. Y dijo a su madre, dejándose caer en el suelo: "¡Oh madre!
¡no es a las islas Wak-Wak adonde tengo que ir, sino más bien a los lugares donde se ha aposentado la
Madre de los Buitres
[128]!"
Y rompió en lágrimas, con la cabeza en la alfombra. Pero de pronto se levantó, y dijo a su madre:
"¡Alah me envía el pensamiento de volver al lado de las siete princesas que me llaman hermano suyo,
para preguntarles el camino de las islas Wak-Wak!" Y sin más tardanza, se despidió de la pobre madre,
mezclando sus lágrimas con las de ella, y montó en el dromedario de que no había prescindido desde su
regreso. Y llegó felizmente al palacio de las siete hermanas, en las Montañas de las Nubes.
Cuando sus hermanas le vieron llegar, le recibieron con los trans portes de la felicidad más viva. Y le
besaron, lanzando gritos de alegría y deseándole la bienvenida. Y cuando le tocó a Botón-de-Rosa el
turno de besar a su hermano, vió con los ojos de su corazón amante el cam bio operado en las facciones
de Hassán y la turbación de su alma. Y sin hacerle la menor pregunta, rompió en lágrimas sobre su
hombro. Y Hassán lloró con ella, y le dijo: "¡Ah! ¡Botón-de-Rosa, hermana mía, sufro cruelmente, y
vengo a ti para buscar el único remedio que puede aliviar mis males! ¡Oh perfumes de Esplendor! ¡no os
traerá ya el viento para refrescar mi alma!"
Tras pronunciar estas pala bras, Hassán lanzó un grito desesperado y cayó privado de conocimiento.
Al ver aquello, las princesas, asustadas, se aglomeraron en torno a él, llorando, y Botón-de-Rosa le
roció el rostro con agua de rosas y le regó con sus lágrimas. Y por siete veces trató de incorporarse
Hassán, y por siete veces cayó en tierra. Por último pudo volver a abrir los ojos después de un desmayo
más largo que los otros todavía, y contó a sus hermanas toda la triste historia, desde el principio hasta el
fin. Luego añadió: "¡Y ahora ¡oh compasivas hermanas! vengo a preguntaros por el camino que conduce a
las islas Wak-Wak! ¡Porque, al partir, mi esposa Esplendor dijo a mi pobre madre: "¡Si algún día quiere
en contrarme tu hijo, no tendrá más que buscarme en las islas Wak-Wak!"
Cuando las hermanas de Hassán oyeron estas últimas palabras, bajaron la cabeza, presa de un estupor
sin límites y estuvieron mi rándose sin hablar durante largo rato. Por último, rompieron el silen cio y
exclamaron todas a la vez: "Alza tu mano hacia la bóveda del cielo ¡oh Hassán! e intenta cojerla o
tocarla. ¡Más fácil aún sería que llegar a esas islas Wak-Wak en que se halla tu esposa con tus hijos!"
Al oír estas palabras, las lágrimas de Hassán corrieron a torrentes e inundaron sus vestiduras. Y cada
vez más emocionadas con su dolor, las siete princesas se esforzaron por consolarle. Y Botón-de Rosa le
rodeó tiernamente el cuello con sus brazos, y le dijo besándo le: "¡Oh hermano mío! tranquiliza tu alma y
refresca tus ojos, sopor tando con paciencia el destino adverso, porque ha dicho el Maestro de los
Proverbios: "¡La paciencia es la llave del consuelo, y el consuelo hace lograr el propósito!" Y ya sabes
¡oh hermano mío! que todo des tino debe cumplirse; ¡pero jamás muere en el año noveno el que ha de
vivir diez años! anímate, pues, y seca tus lágrimas; y yo haré cuan to pueda por facilitarte los medios de
que llegues al lado de tu mujer y de tus hijos, si tal es la voluntad de Alah (¡exaltado sea!). ¡Ah!¡Qué
maldito manto de plumas! ¡Cuántas veces tuve la idea de decirte que lo quemaras y me contuve por no
contrariarte! En fin, lo que está escrito, está escrito! ¡Vamos a tratar de remediar, entre todos tus ma les, el
más irremediable!" Y se encaró con sus hermanas y se echó a sus pies, y las conjuró a que la auxiliaran
para descubrir el medio de que su hermano encontrase el camino de las islas Wak-Wak. Y sus hermanas
se lo prometieron de todo corazón amistoso.
Y he aquí que las siete princesas tenían un tío, hermano de su padre, que quería muy particularmente a
la mayor de las hermanas; e iba a verla con regularidad una vez al año. Y el tal tío se llamaba Abd Al-
Kaddús...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 600ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que las siete princesas tenían un tío, hermano de su padre, que quería muy
particularmente a la mayor de las hermanas; e iba a verla con regularidad una vez al año. Y el tal tío se
llamaba Abd Al-Kaddús. Y en su última visita había dado a su preferida, la mayor de las princesas, un
saquito lleno de sahumerios, diciéndole que no tenía más que quemar un poco de estos sahumerios, si
algún día se encontraba en cualquier circunstancia en que creyese tener necesidad de su auxilio. Así es
que, cuando Botón-de-Rosa la hubo suplicado de aquel modo que interviniese, la mayor de las princesas
pensó que aca so su tío pudiera salvar al pobre Hassán. Y dijo a Botón-de-Rosa: "¡Ve en seguida a
buscarme el saco de perfumes y el pebetero de oro!" Y Botón-de-Rosa corrió en busca de ambas cosas, y
las entregó a su her mana, que abrió el saco, tomó de él un poco de perfume y lo echó en el pebetero en
medio de la brasa, pensando mentalmente en su tío Abd Al-Kaddús, y llamándole.
En cuanto disipóse la humareda del pebetero, he aquí que se alzó un torbellino de polvo que iba
acercándose, y tras él apareció, montado en un elefante blanco, el jeique Abd Al-Kaddús. Y se apeó de
su ele fante, y dijo a la mayor de las hermanas y a las princesas, hijas de su hermano: "¡Heme aquí! ¿A qué
se debe que haya llegado a mi olfato el olor del perfume? ¿En qué puedo serte útil, hija mía?" Y la joven
se colgó de su cuello y le besó la mano, y contestó: "¡Oh mi tío querido! Ya hace más de un año que no
venías a vernos, y tu ausencia nos inquietaba y nos atormentaba. ¡Por eso he quemado el perfume, para
ver te y quedarme tranquila!"
Dijo él: "Eres la más encantadora de las hijas de mi hermano, ¡oh preferida mía! Sin embargo, no
creas que, porque retardé este año mi llegada, te he olvidado. ¡Precisamente que ría venir a verte mañana!
¡Pero no me ocultes nada, pues sin duda tienes que pedirme alguna cosa!"
Ella contestó: "Alah te guarde y pro longue tus días, ¡oh tío mío! Ya que me lo permites, quisiera
pedirte una cosa, efectivamente!" Dijo él: "¡Habla! ¡Te la concedo de ante mano!" Entonces la joven hubo
de contarle toda la historia de Hassán y añadió: "¡Y ahora, por todo favor, te pido que digas a nuestro
her mano Hassán qué tiene que hacer para llegar a esas islas Wak-Wak ¡”
Al oír estas palabras, el jeique Abd Al-Kaddús bajó la cabeza y se metió un dedo en la boca,
reflexionando profundamente durante una hora de tiempo. Luego se sacó de la boca el dedo, levantó la
cabe za, y sin decir una palabra, se puso a trazar sobre la arena varias figuras. Por fin rompió el silencio,
y dijo a las princesas, meneando la cabeza: "¡Hijas mías, decid a vuestro hermano que se atormenta
inútil mente! ¡Es imposible que pueda ir a las islas Wak-Wak!" Entonces las jóvenes se encararon con
Hassán, y le dijeron, con lágrimas en los ojos: "¡Ay! oh hermano nuestro!" Pero Botón-de-Rosa le cogió
de la mano, le hizo acercarse, y dijo al jeique Abd Al-Kaddús: "¡Mi buen tío, pruébale lo que acabas de
decirnos, y dale consejos prudentes, que los escuchará con corazón sumiso!" Y el anciano dió a besar su
mano a Hassán, y le dijo: "¡Has de saber, hijo mío, que te atormentas inútil mente! ¡Es imposible que
puedas ir a las islas Wak-Wak, aun cuando acudieran en tu ayuda toda la caballería volante de los genn,
los cometas errantes y los planetas giratorios! Porque esas islas Wak-Wak, hijo mío, son islas habitadas
por amazonas vírgenes, y donde reina precisamente el rey de reyes del Gennistán, padre de tu esposa
Esplendor. Y de esas islas, a las que no ha ido nadie nunca y de las que nadie ha vuelto, te separan siete
vastos mares, siete valles sin fondo y siete montañas sin cima. ¡Y se hallan situadas en los confines
extremos de la tierra, allende los cuales no existe nada que se sepa! Así es que no creo que de ningún
modo llegues a salvar los obstáculos diversos que de ellas te separan. ¡Y me parece que el partido más
prudente que puedes tomar es volverte a tu casa o permanecer aquí con tus hermanas, que son
encantadoras! Pero en cuanto a las islas Wak-Wak, ¡no pienses más en ellas!"
Al oír estas palabras del jeique Abd Al-Kaddús, Hassán se puso amarillo como el azafrán, lanzó un
grito desesperado y cayó desmaya do. Y las princesas no pudieron reprimir sus sollozos; y la más joven
desgarró sus vestiduras y se maltrató el rostro; y empezaron a llorar y a lamentarse todas juntas en torno
de Hassán. Y una vez que él recobró el conocimiento, no pudo por menos de llorar, apoyando la cabeza
en el regazo de Botón-de-Rosa. Y el anciano acabó por conmo verse ante aquel espectáculo, y
compadecido de tanto dolor, encaróse con las princesas, que se quejaban lamentablemente, y les dijo con
tono agrio: "¡Callaos!" Y las princesas reprimieron los gritos que pugna ban por salir de sus gargantas, y
aguardaron con ansiedad lo que iba a decir su tío. Y el jeique Abd Al-Kaddús apoyó su mano en el
hombro de Hassán, y le dijo: "¡Cesa en tus gemidos, hijo mío, y cobra áni mos! Porque, con ayuda de
Alah, te proporcionaré un medio mejor de conseguir tu propósito. ¡Levántate, pues, y sígueme...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 601ª noche
Ella dijo:
"...Y el jeique Abd Al-Kaddús apoyó su mano en el hombro de Hassán, y le dijo: "¡Cesa en tus
gemidos, hijo mío, y cobra ánimos! Porque, con ayuda de Alah, te proporcionaré un medio mejor de con -
seguir tu propósito. ¡Levántate, pues, y sígueme!" Y Hassán, a quien estas palabras habían vuelto a la
vida de repente, se irguió sobre sus pies, se despidió rápidamente de sus hermanas, besó varias veces a
Botón-de-Rosa, y dijo al anciano: "¡Soy tu esclavo!"
Entonces el jeique Abd Al-Kaddús hizo montar a Hassán con él a la grupa del elefante blanco, y
habló a la bestia inmensa, que se puso en movimiento. ¡Y rápido cual el granizo que cae, el rayo que
hiere y el relámpago que brilla, el gran elefante agitó sus miembros por el viento y echó a volar y se
sumergió en las llanuras del espacio, devorando a su paso las distancias!
Y he aquí que en tres días y tres noches de semejante velocidad recorrieron un camino de siete años.
Y llegaron a una montaña azul cuyos alrededores todos eran azules, y en medio de la cual había una
caverna con la entrada obstruída por una puerta de acero azul. Y el jeique Abd Al-Kaddús llamó a
aquella puerta, y salió a abrirle un negro azulado que llevaba en una mano un sable azul y en la otra un
escudo de metal azul. Y con una prontitud increíble, el jeique arrebató aquellas armas de las manos del
negro, que retiróse al punto para dejarle pasar, y seguido por Hassán, entró en la caverna, cuya puerta
cerró detrás de ellos el negro.
Entonces caminaron aproximadamente una milla por una ancha ga lería en que la luz era azul y las
rocas transparentes y azules, y al ex tremo de la cual se encontraron frente a dos enormes puertas de oro.
Y el jeique Abd Al-Kaddús abrió una de aquellas puertas, y dijo a Hassán que le esperara hasta que
estuviese de vuelta. Y desapareció en el inte rior. Pero al cabo de una hora, regresó llevando de la brida a
un caballo azul, todo teñido y enjaezado de colores azules, en el cual hizo que mon tase Hassán. Y abrió
entonces la segunda puerta de oro, y ante ellos se desplegó de pronto el espacio azul, y a sus pies una
inmensa pradera sin horizonte. Y el jeique dijo a Hassán: "Hijo mío, ¿sigues siempre decidido a partir y
a afrontar los peligros sin número que te esperan? ¿0 acaso quieres mejor, como yo te aconsejaría, volver
sobre tus pasos y regresar al lado de mis sobrinas las siete princesas, que sabrán consolarte de la pérdida
de tu esposa Esplendor?"
Hassán contestó: "¡Mil veces prefiero afrontar los peligros de la muerte a sufrir por más tiempo los
tormentos de la ausencia!" El jeique repuso: "Hijo mío Hassán, ¿no tienes una madre para la cual será tu
ausencia una fuente inagotable de lágrimas? ¿Y no querrás mejor volver junto a ella para consolarla?" El
joven contestó: "¡No volveré al lado de mi madre sin mi esposa y mis hijos!" Entonces le dijo el jeique
Abd Al-Kaddús: "¡Pues bien, Hassán; parte bajo la protección de Alah!" Y le entregó una carta en que
estaba escrita con tinta azul la dirección siguiente: "Al muy ilustre y muy glorioso jeique de los jeiques,
nuestro señor el venerable Padre-de-las-Plumas".
Luego le dijo: "Toma esta carta, hijo mío, y ve adonde te conduzca tu caballo. Llegará a la montaña
negra, cuyos alrededores son negros, y se parará delante de una caverna negra. Entonces echarás pie a
tierra, y después de haber atado la brida a la silla, dejarás entrar al caballo solo en la caverna. Y
esperarás a la puerta, y verás salir a un anciano negro, vestido de negro, y negro por todas partes,
excepción hecha de una luenga barba blanca que le baja hasta las rodillas. Entonces le besarás la mano,
te pondrás en tu cabeza la orla de su traje, y le entregarás esta carta que te doy para que te sirva de
presentación cerca de él. ¡Porque es el jeique Padre -de-las-Plumas! ¡es mi señor y la corona de mi
cabeza! ¡Y sólo él puede ayudarte sobre la tierra en tu temeraria empresa! Tratarás, pues, de que te sea
propicio, y harás cuanto él te diga que hagas. ¡Uassalam!"
Entonces Hassán se despidió del jeique Abd Al-Kaddús, y espoleó los flancos de su caballo azul, que
relinchó y partió como una flecha. Y el jeique Abd Al-Kaddús volvió a la gruta azul.
Y durante diez días dejó Hassán que el caballo caminase a su antojo, con tanta velocidad, que no le
adelantarían el vuelo de los pá jaros ni los remolinos de las tempestades. ¡Y anduvo de tal suerte un
trayecto de diez años en línea recta! Y llegó, por último, al pie de una cadena de montañas negras, de
cirna invisible, que se extendían de Oriente a Occidente. Y conforme se iba acercando a estas montañas,
el caballo se puso a relinchar, aflojando su marcha...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 602ª noche
Ella dijo:
"...Y conforme se iba acercando a estas montañas, el caballo se puso a relinchar, aflojando su marcha.
Y al instante, de todas partes a la vez, más numerosos que las gotas de lluvia, acudieron unos ca ballos
negros que fueron a olfatear al caballo azul de Hassán y a res tregarse contra él. Y Hassán quedó
asombrado de su número, y temió que quisiesen estorbarle el camino; pero prosiguió su marcha y llegó a
la entrada de la caverna negra que había en medio de rocas más negras que el ala de la noche. Y aquella
era precisamente la caverna de que le había hablado el jeique Abd Al-Kaddús. Y se apeó, y tras de haber
atado la brida al arzón de la silla, dejó entrar solo a su caballo en la caverna; y se sentó a la puerta, como
hubo de ordenarle el jeique.
Pero no habría transcurrido una hora, cuando vió salir de la gruta a un venerable anciano, vestido de
negro, y negro él mismo de pies a cabeza, excepción hecha de la luenga barba blanca que le llegaba a la
cintura. Era el jeique de los jeiques, el muy glorioso Alí Padre-de-las-Plumas, hijo de la reina Balbis,
esposa de Soleimán (¡con todos ellos la paz de Alah y sus bendiciones!). Y Hassán, al verle, se echó a
sus pies, poniendo sobre su cabeza la orla del traje del anciano, colocándose así bajo su protección.
Luego le presentó la carta de Abd Al-Kaddús. Y el jeique Padre-de-las-Plumas tomó la carta, y sin decir
una sola palabra, entró otra vez en la gruta. Y ya comenzaba Hassán a desesperar, como no le veía volver,
cuando he aquí que apareció, pero vestido entonces de blanco. E hizo a Hassán señas de que le siguiera,
y echó a andar delante de él por la gruta. Y Hassán le siguió, y llegó tras del otro a una inmensa sala
cuadrada, pavimentada de pedrerías y cada uno de cuyos cuatro rincones lo ocu paba un anciano vestido
de negro y sentado sobre una alfombra, en medio de una cantidad infinita de manuscritos, con un pebetero
de oro en que ardían perfumes ante él; y cada uno de aquellos cuatro sabios estaba rodeado por otros
siete sabios, discípulos suyos, que copiaban los manuscritos y leían o reflexionaban. Pero cuando entró el
jeique Alí Padre-de-las-Plumas, todos aquellos venerables personajes se levan taron en su honor; y los
cuatro sabios principales abandonaron sus rin cones y fueron a sentarse junto a él en medio de la sala. Y
cuando todo el mundo hubo ocupado su sitio, el jeique Alí se encaró con Hassán y le dijo que contara su
historia ante aquella asamblea de sabios.
Entonces Hassán, muy emocionado, empezó primero por derramar lágrimas a torrentes; luego, no bien
pudo secarlas, con la voz entre cortada por sollozos, se puso a contar toda su historia, desde su rapto,
llevado a cabo por Bahram el Gauro, hasta su encuentro con el jeique Abd Al-Kaddús, discípulo del
jeique Padre-de-las-Plumas y tío de las siete princesas. Y en tanto que duró el relato, no le
interrumpieron los sabios; pero, cuándo hubo concluido, exclamaron todos a una, encara mándose con su
maestro: "¡Oh venerable maestro! ¡oh hijo de la reina Balkis! digna de piedad es la suerte de este joven,
pues sufre como es poso y como padre. Y quizá podamos contribuir a devolverle esa joven tan bella y
esos dos hijos tan hermosos!" Y contestó el jeique Alí: "Ve nerables hermanos míos, se trata de un asunto
de importancia. Y tan bien como yo sabéis vosotros cuán difícil es llegar a las islas Wak-Wak, y cuánto
más difícil todavía es volver de ellas. Y ya sabéis toda la difi cultad que hay, una vez que se llega a esas
islas después de todos los obstáculos salvados, en acercarse a las amazonas vírgenes, guardias del rey de
los genn y de sus hijas. En esas condiciones, ¿cómo queréis que Hassán encuentre a la princesa
Esplendor, hija de su poderoso rey?" Los jeiques contestaron: ¿"Quién podrá negar que tienes razón
vene rable padre? ¡Pero ese joven te ha sido recomendado particularmente por nuestro hermano el
honorable e ilustre jeique Abd Al-Kaddús, y no puedes por menos de acoger sus intenciones de un modo
favorable!"
Y Hassán, por su parte, al oír estas palabras, se arrojó a los pies del jeique, se cubrió la cabeza con
la orla del manto del anciano, y abrazándole las rodillas le conjuró a que le devolviera a su esposa y a
sus hijos. Y asimismo besó las manos de todos los jeiques, que unieron sus ruegos a los de él, suplicando
al maestro de todos, al jeique Padre -de-las-Plumas, que tuviese piedad del infortunado joven. Y el jeique
Alí contestó: "¡Por Alah!, que en mi vida vi a ninguno despreciar la exis tencia tan resueltamente como
este joven Hassán! ¡No sabe lo que desea ni lo que le espera este temerario! ¡Pero, en fin, quiero hacer
por él cuanto de mí dependa!"
Habiendo hablado así, el jeique Alí Padre-de-las Plumas refle xionó durante una hora de tiempo en
medio de sus viejos discípulos respetuosos; luego levantó la cabeza, y dijo a Hassán: "¡Ante todo, voy a
darte una cosa que te resguardará en caso de peligro!" Y se arrancó de la barba un mechón de pelos del
sitio donde eran más largos, y se los entregó a Hassán, diciéndole...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 603ª noche
Ella dijo:
"...Y se arrancó de la barba un mechón de pelos del sitio donde eran más largos, y se los entregó a
Hassán, diciéndole: "¡Esto hago por ti! ¡Si alguna vez te hallaras en medio de un gran peligro, no tienes
más que quemar un pelo de este mechón, y al instante iré en socorro tuyo!" Luego alzó la cabeza hacia la
bóveda de la sala, y dió una palmada, como para llamar a alguien. Y al punto descendió de la bóveda,
presentándose entre sus manos, un efrit entre los efrits ala dos. Y le preguntó el jeique: "¿Cómo te llamas,
¡oh efrit!?" El efrit dijo: "Tu esclavo Dahnasch ben-Forktasch, oh jeique Alí Padre-de las-Plumas!" Y le
dijo el jeique: "¡Aproxímate!" Y el efrit Dahnasch se aproximó al jeique Alí, que acercó su boca al oído
del otro y le dijo algo en voz baja. Y el efrit contestó con un movimiento de cabeza que significaba:
"¡Está bien!" Y el jeique se encaró con Hassán, y le dijo: "Mira, hijo mío, súbete a la espalda de ese efrit.
El te transpor tará a las regiones de las nubes, y desde allí te bajará a una tierra que es de alcanfor blanco.
Y allí ¡oh Hassán! te dejará el efrit, porque no puede llegar más lejos. Y entonces habrás de caminar
completa mente solo por esa tierra de alcanfor blanco. Y una vez que hayas salido de ella, te encontrarás
frente a las islas Wak-Wak. ¡Y allí, Alah proveerá!"
Entonces Hassán besó de nuevo las manos del jeique Padre-de las-Plumas, se despidió de los demás
sabios, dándoles las gracias por sus bondades, y se puso a horcajadas sobre los hombros de Dahnasch,
que elevóse con él por los aires. Y el efrit le llevó a la región de las nubes, y desde allí bajó con él a la
tierra de alcanfor blanco, donde hubo de dejarle para desaparecer luego.
Así, ¡oh Hassán, oriundo de Bassra! tú, a quien antaño admira ban en los zocos de tu ciudad natal y
hacías volar todos los corazones y pasmarse de tu hermosura a los que te miraban; tú, que viviste di choso
tanto tiempo entre las princesas y suscitaste en sus almas tanta ternura y tanto dolor! he aquí que,
impulsado por tu amor a Esplen dor, llegas, en alas del efrit, a esta tierra de alcanfor blanco, donde vas a
experimentar lo que ninguno antes que tú y ninguno después que tú ha experimentado ni experimentará
jamás.
En efecto, cuando el efrit le hubo dejado en aquella tierra, Has sán echó a andar en línea recta por un
suelo brillante y perfumado. Y anduvo así mucho tiempo, y acabó por vislumbrar a lo lejos, en medio de
una pradera, una especie de tienda. Y se dirigió por aquel lado y acabó por llegar muy cerca de tal
tienda. Pero como en aquel momento caminaba por un césped muy espeso, dió con el pie sobre algo que
se ocultaba entre la hierba; y lo miró y vió que era un cuerpo blanco como una masa de plata y del tamaño
de una de las columnas de la ciudad de Iram. Y he aquí que era un gigante, y la tienda que Hassán veía no
era otra cosa que su oreja, la cual le servía de pantalla para el sol. Y al verse despertado así de su sueño,
el gigante se levantó rugiendo, y sintió tanta cólera, que se le llenó de aliento el vientre, mientras los
esfuerzos tan considerables que para ello realizaba hacían gemir a su trasero; lo que produjo, a manera
de trueno, una serie de cuescos extraordinarios que tiraron a Hassán de bruces en tierra, lan zándole por
el aire después con los ojos desorbitados de terror. Y antes de que volviese a caer al suelo, el gigante le
atrapó al vuelo por el cuello, en el sitio en que la piel es más blanda, y con la fuerza de su brazo le tuvo
suspendido en el aire, cual el gorrión en la garra del halcón. Y volteándole con el brazo, se dispuso a
aplastarle contra la tierra, pulverizándole los huesos y convirtiendo su longitud en an chura.
Cuando Hassán comprendió lo que le iba a suceder, agitóse con todas sus fuerzas, y exclamó: "¡Ah!
¿quién me salvará? ¡Ah! ¿quién me libertará? ¡Oh gigante, ten piedad de mí!"
Al oír aquellos gritos de Hassán, se dijo el gigante: "¡Alah, que no canta mal este pájaro! Y me gustan
sus trinos. ¡Así es que se lo voy a llevar a nuestro rey!" Y le cogió delicadamente por un pie para no
hacerle daño, y penetró en una espesa floresta, dentro de la cual, en medio de un claro, apare cía sentado
sobre una roca que le servía de trono el rey de los gigantes de la tierra de alcanfor blanco. Y estaba
rodeado de sus guardias, que eran cincuenta gigantes de una estatura de cien codos cada uno. Y el que
llevaba a Hassán se acercó al rey, y le dijo: "¡Oh rey nuestro! ¡he aquí un pajarillo que he cogido y que te
traigo a causa de su hermosa voz! ¡Porque trina de un modo agradable!" Y dió dos golpes en la nariz de
Hassán, que no entendía el lenguaje del gigante, creyó que había llegado su última hora, y empezó a
temblar, exclamando: "¡Ah! ¿quién me salvará? ¡Ah! ¿quén me libertará?" Al oír aquella voz, el rey se
convulsionó y se bamboleó de alegría, y dijo al gigante: "¡Por Alah, que es encantador! ¡Hay que
llevárselo en seguida a mi hija para que la divierta!" Y añadió, encarándose con el gigante: "¡Sí! date
prisa a meterlo en una jaula y a colgarlo en la habitación de mi hija, junto a su lecho, a fin de que la
distraiga con sus cantos y sus trinos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 604ª noche
Ella dijo:
"¡...Sí! ¡date prisa a meterlo en una jaula y a colgarlo en la habitación de mi hija, junto a su lecho, a
fin de que la distraiga con sus cantos y sus trinos!"
Entonces el gigante apresuróse a meter a Hassán en una jaula con dos grandes recipientes, uno para la
comida y otro para el agua. Y también le puso dos cañas para que pudiera saltar y cantar a su antojo; y le
llevó a la habitación de la hija del rey, y le colgó a su cabecera.
Cuando la hija del rey vió a Hassán, quedó encantada de su fi gura y de sus lindas formas, y se puso a
hacerle mil caricias y a mimarle de mil modos. Y le hablaba con una voz muy dulce para domesticarle,
aunque Hassán no entendía su lenguaje para nada. Pero, como veía que ella no le quería mal, trató de
enternecerla con su destino, llorando y gimiendo. Y la princesa tomaba siempre sus gemidos y suspiros
por cánticos armoniosos; y con ello experimenta ba un placer extremado. Y acabó por sentir una
inclinación extra ordinaria hacia él; y no podía pasarse sin él a ninguna hora del día ni de la noche. Y al
acercársele, sentía que todo su ser se impresio naba; y no comprendía qué manifestaciones pudieran
hacerse con un pájaro tan pequeño. Y con frecuencia le hacía señas y le hablaba por gestos; pero tampoco
la entendía él, y estaba muy lejos de adivinar todo el provecho que podría sacarse de una joven tan
agraciada, aunque fuese giganta.
Pero un día la hija del rey sacó a Hassán de la jaula para lim piarla y cambiarle de ropa. Y cuando le
hubo desnudado, vió ¡oh prodigioso descubrimiento! que no estaba del todo desprovisto de lo que tenían
los gigantes de su padre, por más que, en proporción, fuese aquello extremadamente diminuto. Y pensó:
"¡Por Alah, que es la primera vez que veo un pájaro con estas cosas!" Y empezó a manosear a Hassán, y a
darle vueltas y más vueltas en todos sentidos, maravillándose de lo que por instantes iba descubriendo en
él. Y en sus manos Hassán parecía exactamente un gorrión entre las manos del cazador. Y al ver que entre
sus manos el cohombro se convertía en calabacino, la joven giganta se echó a reír de tal manera, que se
cayó de lado. Y exclamó: "¡Qué pájaro más asombroso! ¡Canta co mo los pájaros, y se porta con las
mujeres tan cumplidamente como los hombres gigantes!"
Y como quería devolverle cumplimiento por cumplimiento, lo oprimió contra ella, y se puso a
acariciarle por todas partes, cual si fuese un hombre de veras, haciéndole mil proposicio nes, aunque no
con palabras, pues un pájaro no podría entender las, sino con gestos y hechos, de modo que el pájaro hubo
de por tarse con ella absolutamente como un gorrión con su gorriona. ¡Y desde aquel momento Hassán se
convirtió en el gorrión de la hija del rey!
¡Pero, a pesar de verse agasajado y mimado y acariciado cual un pájaro, y a despecho de lo que
experimentaba entre las suntuosi dades de la gigantesca hija del rey, y de lo que él le hacía sentir a su vez
a ella, y no obstante todo el bienestar con que vivía en su jaula, donde la princesa le encerraba cada vez
que había concluido su cosa con él, estaba lejos de olvidar a su esposa Esplendor, hija del rey de reyes
del Gennistán, y a las islas Wak-Wak, término de su viaje de las cuales sabía que no se encontraba muy
distanciado! Y para salir de su apuro, de buena gana hubiera hecho uso del tambor mágico y del mechón
de pelos; pero, al cambiarle de ropa, la hija del rey de los gigantes le había dejado sin los objetos
preciosos; y por más que los reclamaba por señas y con todos los gestos que se hacen en árabe, no
comprendía ella lo que él le pedía, y siempre creía que deseaba la copulación. Con lo cual, cada vez que
pedía el tam bor, se le respondía con una copulación, y cada vez que reclamaba el mechón de pelos, tenía
que efectuar una copulación; sucedió aquello tantas y tantas veces, en verdad, que al cabo de algunos días
se quedó el joven en un estado a ningún otro parecido, y ya no se atrevía a hacer un gesto ni la menor seña
por temor a la respuesta en acción de la terrible giganta.
¡Eso fué todo!
Y la situación de Hassán no cambiaba; y él se desmejoraba y palidecía en su jaula, sin saber qué
partido tomar, cuando un día la giganta, después de caricias más multiplicadas que de ordinario, se
adormeció teniéndole oprimido contra ella, y le dejó escaparse. Y al punto precipitóse Hassán al cofre
donde estaban sus antiguos efectos, y cogió el mechón de barba, del que hubo de quemar algunos pelos,
llamando con el pensamiento al jeique Alí Padre. de-las-Plumas. Y he aquí que...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 605ª noche
Ella dijo:
"...Y al punto precipitóse Hassán al cofre donde estaban sus antiguos efectos, y cogió el mechón de
barba, del que hubo de que mar algunos pelos, llamando con el pensamiento al jeique Alí Padre- de-las-
Plumas. Y he aquí que retembló el palacio, y de debajo, de tie rra surgió el jeique vestido de negro ante
Hassán, que se arrojó a sus plantas. Y le preguntó el jeique: "¿Qué quieres, Hassán?" Y el joven le dijo:
"¡Por favor, no hagas ruido, que va a despertarse! ¡Y en tonces me veré entre sus manos obligado sin
remedio a hacer de pájaro!" Y le mostró con el dedo a la giganta dormida. Entonces el jeique le cogió de
la mano, y en virtud de su poder oculto, le con dujo fuera del palacio. Luego le dijo: "Cuéntame qué te ha
sucedi do". Y Hassán le contó cuanto había hecho desde su llegada a la tierra de alcanfor blanco, y
añadió: "¡Y por Alah, que si hubiese estado un día más junto a esa giganta, se me habría salido el alma
por la nariz!"
Y le dijo el jeique: "¡Ya te previne, sin embargo, de lo que tendrías que sufrir! ¡Pero todo eso sólo es
el principio! ¡Y además, tengo que decirte, ¡oh hijo mío! por si te decides a volver sobre tus pasos, que
en las islas Wak-Wak no surtirá ya efecto la virtud de mis pelos, y te verás abandonado a tus propios
recursos!" Y dijo Hassán: "¡A pesar de todo, es preciso que vaya en busca de mi esposa! ¡Y todavía me
queda este tambor mágico, que en caso de peligro podrá servirme para sacarme de apuros!" Y el jeique
Alí miró el tambor, y dijo: "¡Oh! ¡lo reconozco! ¡Es el que pertenecía a Bahram el Gauro, uno de mis
antiguos discípulos, el único que ha dejado de seguir la vía de Alah! ¡Pero ¡oh Hassán! has de saber que
tampoco ese tambor podrá servirte en las islas Wak-Wak, donde se deshacen todos los encantamientos, y
donde los genios que habitan la isla no obedecen más que a su rey!" Y dijo Hassán: "¡El que ha de vivir
diez años no morirá en el año noveno! ¡Si mi destino es morir en esas islas, no tengo en ello
inconveniente! ¡Te suplico, pues, ¡oh venerable jeique de los jeiques! que me digas el camino que debo
seguir para ir allá!" Y entonces el jeique Alí, por toda respuesta, le cogió de la mano, y le dijo: "¡Cierra
los ojos y ábrelos!" Y Hassán cerró los ojos para abrirlos un instante después. Y había desaparecido
todo, lo mismo el jeique Padre-de-las-Plumas que el palacio de la hija del rey y que la tierra de alcanfor
blanco. Y se vió en la playa de una isla cuyos guijarros eran piedras preciosas de distintos colores. Y no
sabía él si por fin había llegado a las islas tan deseadas.
Pero apenas había tenido tiempo de echar una ojeada a la de recha y otra ojeada a la izquierda,
cuando de pronto cayeron sobre él bandadas de pájaros blancos muy grandes, salidos de los guijarros
marinos y de la espuma de las olas y que cubrieron el cielo con una nube densa y baja. Y el vuelo
enemigo avanzó contra él en remo linos, con un estrépito de picos amenazadores y de alas agitadas; y al
mismo tiempo lanzaron todos los gaznates aéreos un grito ronco, mil veces repetido, en el cual Hassán
reconoció por fin las sílabas Wak-Wak que daban nombre a las islas. Entonces comprendió que había
llegado a aquellas tierras prohibidas, y que las aves de allí le consideraban como un intruso y trataban de
rechazarle hacia el mar. Y Hassán corrió a refugiarse en una cabaña que se erguía no le jos de allí, y se
puso a reflexionar acerca de las circunstancias.
De improviso oyó gemir la tierra y la sintió temblar bajo sus pies; y escuchó, reteniendo la
respiración, y en lontananza vió espe sarse otra nube, de la que poco a poco surgieron al sol puntas de
lan zas y de cascos, y brillaron armaduras. ¡Las amazonas! ¿Adónde huir? Y el galope furioso se aproximó
en un abrir y cerrar de ojos, rápido cual el granizo que cae, cual el relámpago que brilla. Y ante él apa -
recieron, formadas en cuadro movible y formidable, guerreras mon tadas en yeguas leonadas como el oro
puro, de cola larga, de jarretes vigorosos, con las riendas altas y libres, más veloces que el viento del
Norte cuando sopla con violencia por el lado del mar tempestuoso. Y cada una de aquellas guerreras,
armadas para el combate, llevaba al costado un sable pesado, una larga lanza en una mano y en la otra
una porción de armas que asustaban al verlas; y con sus muslos opri mían cuatro javelinas que mostraban
sus cabezas espantables.
Pero, no bien aquellas guerreras divisaron al audaz Hassán de pie en el umbral de la cabaña, pararon
en seco sus yeguas encabri tadas. Y al dar en el suelo toda la masa de cascos hizo volar por el cielo los
guijarros de la playa y se hundió profundamente en la are na. Y los nasales dilatados de los animales
palpitantes se estremecían al mismo tiempo que las aletas de la nariz de las jóvenes guerre ras; y las caras
descubiertas bajo los yelmos de viseras altas eran hermosas como !unas; y las grupas redondas y pesadas
se juntaban y confundían con las grupas leonadas de las yeguas. Y las luengas cabelleras, morenas,
rubias, leonadas y negras, se mezclaban ondulan tes con las colas y las crines. Y las cabezas de metal y
las corazas de esmeralda refulgían al sol cual inmensas joyas y llameaban sin consumirse.
Pero entonces, de en medio de aquel cuadro de luz, se adelantó una amazona más alta que todas las
demás...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 606ª noche
Ella dijo:
"...Pero entonces, de en medio de aquel cuadro de luz, se ade lantó una amazona más alta que todas las
demás, cuyo rostro no estaba descubierto bajo el yelmo, sino completamente oculto con la visera calada,
y cuyo pecho de senos firmes relucía bajo la protec ción de una cota de mallas de oro más apretadas que
las alas de las langostas. Y detuvo bruscamente su yegua a algunos pasos de Hassán. Y Hassán, sin saber
si sería para él hostil u hospitalaria, co menzó por hundir ante ella la frente en el polvo, levantando luego
la cabeza y diciéndole: "¡Oh soberana mía! ¡Soy un extranjero a quien el Destino ha conducido a esta
tierra, y me pongo bajo la protección de Alah y bajo tu salvaguardia! ¡No me rechaces! ¡Oh seberana mía!
¡Ten piedad del desdichado que va en busca de su esposa y de sus hijos!"
Al oír estas palabras de Hassán, la jinete se apeó de su caballo, y volviéndose hacia sus guerreras,
las despidió con un gesto. Y acer cóse a Hassán, que al punto hubo de besarle pies y manos y se llevó a la
frente el borde de su manto. Y ella le examinó con atención; luego, levantóse la visera, se mostró a él al
descubierto. Y al verla, Hassán lanzó un grito y retrocedió espantado; porque, en lugar de una joven tan
bella, por lo menos como las guerreras adolescentes que acababa de ver, tenía ante sí una vieja de feo
aspecto, que poseía una nariz tan gorda cual una berenjena, cejas atravesadas, mejillas arru gadas y
flácidas, ojos que se injuriaban !oh calamidad!¡Con lo cual se asemejaba del todo a un cerdo! Así es que
Hassán, para no verse obligado a mirar por más tiempo aquel rostro, se tapó los ojos con la orla de su
vestido. Y la vieja tomó este gesto por una gran prueba de respeto, persuadiéndose de que Hassán sólo lo
hacía para no parecer insolente si la miraba cara a cara; y quedó en extremo conmovida por aquella
muestra de respeto, y le dijo: "¡Oh extranjero! calma tu in quietud. ¡Desde este momento estás bajo mi
protección! ¡Y te pro meto mi auxilio en cuanto necesites! Luego añadió: "¡Pero, ante to do, es preciso que
nadie te vea en esta isla! ¡Y a ese fin, aunque estoy impaciente por conocer tu historia, voy a correr a
traerte los efectos indispensables para disfrazarte de amazona, con objeto de que en lo sucesivo no se te
pueda distinguir entre las jóvenes guerre ras vírgenes, guardias del rey y de las hijas del rey!" Y se
marchó para volver al cabo de algunos instantes con una coraza, un sable, una lanza, un casco y otras
armas en un todo semejantes a las que lle vaban las amazonas. Y se las dió a Hassán, que cubrióse con
ellas. Entonces le cogió de la mano y le condujo a una roca que se alzaba a orillas del mar, y sentándose
allá con él, le dijo: "¡Ahora ¡oh extran jero! date prisa a contarme la causa que te ha impulsado hasta estas
islas que ningún adamita se atrevió a abordar antes que tú!" Y des pués de haberle dado las gracias por
sus bondades, Hassán contestó: "¡Oh mi señora! ¡mi historia es la de un desdichado que ha per dido el
único bien que poseía, y recorre la tierra con la esperanza de encontrarlo!" Y le contó sus aventuras sin
omitir un detalle.
Y la vieja amazona le preguntó: "¿Y cómo se llama la joven esposa tuya, y có mo se llaman tus hijos?"
El dijo: "¡En mi país mis hijos se llama ban Nasser y Maussur, y mi esposa se llamaba Esplendor! ¡Pero
ig noro el nombre que llevan en el país de los genn!" Y acabando de ha blar, Hassán se echó a llorar
abundantes lágrimas.
Cuando la vieja hubo oído la historia de Hassán y hubo visto su dolor, quedó completamente
conquistada por la compasión, y le dijo: "Te juro, ¡oh Hassán! que no se interesaría por su hijo una madre
más de lo que yo quiero interesarme por tu suerte. Y puesto que dices que acaso se encuentre tu esposa en
medio de mis amazonas, mañana te las haré ver desnudas a todas en el mar. ¡Y después haré que desfilen
una por una delante de ti para que me digas si entre ellas reconoces a tu esposa!"
Así habló la vieja Madre-de-las-Lanzas a Hassán Al-Bassri. Y le tranquilizó, afirmándole que, por
medio de aquella estratagema, no dejarían de descubrir a la joven Esplendor. Y pasó con él aquel día, y
le paseó por la isla, haciéndole admirar todas sus maravillas. Y acabó por quererle con un cariño grande,
y le decía: "Cálmate, hijo mío! ¡Te he puesto en mis ojos! ¡Y aunque para tu placer me pidie ras a todas
mis guerreras, que son jóvenes vírgenes, te las daría de todo corazón amistoso!" Y le contestaba Hassán:
"¡Oh mi señora! ¡Por Alah que no te abandonaré hasta que mi alma me abandone!"
Y he aquí que al día siguiente, conforme con su promesa, la vieja Madre-de-las-Lanzas se puso a la
cabeza de sus guerreras al son de los tambores. Y disfrazado de amazona, hallábase sentado Hassán en la
roca que dominaba el mar. ¡Y de tal modo asemejábase a alguna hija entre las hijas de los reyes! ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 607ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que al día siguiente, conforme con su promesa, la vieja Madre-de-las-Lanzas se puso a
la cabeza de sus guerreras al son de los tambores. Y disfrazado de amazona, hallábase sentado Has sán en
la roca que dominaba el mar. ¡Y de tal modo asemejábase a alguna hija entre las hijas de los reyes!
Entretanto, las jóvenes guerreras se apeaban de sus caballos a una señal de la vieja Madre-de-las-
Lanzas que mandaba en ellas, des embarazándose de sus armas y de sus corazas. Y surgieron derechas
como husos y brillantes ¡oh delirio de lises y de rosas! cual las lises surgen de sus hojas y las rosas de
sus espinas. Y blancas y ligeras, se metieron en el mar. Y la espuma mezclóse con sus cabelleras libres y
retorcidas o peinadas y enhiestas como torres. Y las protuberan cias de las olas se confundían con las
protuberancias de sus grupas vírgenes. Y se creerían corolas deshojadas sobre el agua.
Pero entre tantos rostros de luna y talles flexibles, entre tantos ojos negros y dientes blancos, entre
tantas cabelleras de colores dis tintos y grupas de bendición, por más que miró Hassán no reconoció la
incomparable belleza de su bienamada Esplendor. Y dijo a la vieja: "¡Oh mi buena madre, no está
Esplendor entre ellas!"
Y contestó la anciana jinete: "¿Quién sabe, hijo mío? ¡Quizá la distancia no te permita enterarte bien!"
Y dió una palmada, y salieron del agua todas las jóvenes y fueron a ponerse en fila sobre la arena,
húmedas de pedrerías aún. Y una tras otra, flexibles y ondulantes, pasaron por delante de la roca en que
estaba Hassán con la Madre-de-las-Lanzas, sin llevar encima de sí, por toda armadura, más que sus
cabellos esparcidos por la espalda, y ataviadas solamente con las joyas de su carne desnuda.
¡A la sazón, ¡oh Hassán! fué cuando viste lo que viste! ¡Oh co nejos de todos los colores y de todas las
variedades entre los muslos de aquellas jóvenes hijas de reyes! Estábais gordos, érais redondos, estábais
rollizos, érais blancos, érais cual cúpula, érais grandes, érais abovedados, érais altos, érais estrechos,
érais abombados, estábais ce rrados, estábais intactos, érais estrechos, érais cual sargos, érais pe sados,
érais morrudos, érais mudos, érais cual nidos, estábais sin ore jas, érais cálidos, érais cual tiendas,
estábais pelados teníais hocicos, érais sordos, estábais escondidos, érais pequeños, estábais hendidos,
érais sensibles, érais cual golfos marinos, estábais secos, érais excelentes; pero de ningún modo podríais
compararos con la historia de Esplendor.
Así es que Hassán dejó pasar a todas las jóvenes, y dijo a la anciana Madre-de-las-Lanzas: "¡Oh mi
señora! ¡por tu vida sobre mí, que no hay entre todas esas jóvenes ni una sola que de cerca o de lejos se
parezca a Esplendor!" Y la vieja guerrera le dijo, asombrada: "¡Entonces, ¡oh Hassán! después de todas
las que viste, no quedan más que las siete hijas de nuestro rey! ¡Te ruego, pues, que me des algunas señas
por las cuales pueda yo reconocer a tu esposa cuando llegue la ocasión, y descríbemela con sus
particularidades! ¡Y reten dré tu descripción en la memoria, e informada de ese modo, no dejaré de
encontrar a la que deseas!"
Y Hassán contestó: "Describírtela, ¡oh señora! es morir de impotencia; porque ninguna lengua sabría
ex presar todas sus perfecciones. Pero quiero darte una idea aproxima da. Tiene ¡ oh mi señora! un rostro
tan blanco cual un día de ben dición; una cintura tan fina, que el sol no lograría alargar su som bra en el
suelo; una cabellera negra y larga, que cae sobre su espalda como la noche sobre el día; unos senos que
agujerean las telas más duras; una lengua cual la de las abejas; una saliva como el agua de la fuente
Salsabil; unos ojos como el manantial de Kausar; una fra gilidad de rama de jazmín; unos dientes cual
granizos; un grano de belleza en la mejilla derecha y un antojo en el ombligo; una boca cual una
cornalina, que bebe en copa y jarro; mejillas cual anémonas de Nemán; un vientre elástico y
deslumbrador, tan espacioso y tan blan co como una tina de mármol; una grupa más sólida y mejor
construí da que la cúpula del templo de Iram; muslos vaciados en el molde de la perfección, tan dulces
como los días de la reunión tras de la ausencia amarga, entre los cuales se asienta el trono del califa,
santuario del repo so y de la embriaguez, y cuyo logogrifo lo describió el poeta así:
¡Mi nombre, objeto de tantos desvelos; se compone de dos le tras ramosas! ¡Multiplicad
cuatro por cinco y seis por diez y lo ob tendréis!
[129]
Y cuando hubo dicho estas palabras, Hassán no pudo reprimir por más tiempo sus lágrimas, y se echó
a llorar. Luego exclamó: "¡Mi tormento ¡oh Esplendor! es tan amargo como el tormento del dervi che que
ha perdido su escudilla, o el sufrimiento del peregrino que tiene una herida en el talón, o el dolor del
amputado que se ve sin piernas y sin brazos!"
Cuando la anciana amazona hubo oído todo, aquello, bajó la cabeza durante un momento, sumida en
profunda reflexión, y luego dijo a Hassán: "¡Qué calamidad! ¡oh Hassán! ¡Te perderás sin remedio y me
perderás contigo! ¡Porque la joven que acabas de describirme es sin duda una de las siete hijas de
nuestro poderoso rey! ¡Qué propósitos abrigas y cuán loca es tu audacia! ¡Entre tú y ella hay la distancia
que entre la tierra y el cielo, y si persistes en tu deseo, correrás a tu perdición! ¡Escúchame, pues,
Hassán! ¡Renun cia a ese proyecto temerario, y no te expongas a rendir tu alma...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 608ª noche
Ella dijo:
"¡...Escúchame, pues, Hassán! ¡Renuncia a este proyecto teme rario, y no te expongas a rendir tu
alma!". Al oír estas palabras de la vieja, Hassán quedáse tan turbado, que se cayó desvanecido; y cuando
volvió en sí, lloró tan amargamente, que se le inundaron de lágrimas las vestiduras, y en el límite de la
desesperación, exclamó: "¡Así, pues, ¡oh mi caritativa tía! es preciso que me vuelva desespe rado,
después de haber venido de tan lejos, y en el momento en que estoy próximo a conseguir mi propósito!
¿Cómo, tras las segurida des que me diste, iba yo a dudar del éxito de mi empresa y del al cance de tu
poder? ¿No eres tú quien manda en las tropas de las Siete Islas, y para quien no es imposible ninguna
hazaña de este gé nero?"
Ella contestó: "¡Sí, por cierto, hijo mío, tengo mucho ascen diente sobre mis tropas y sobre cada una
en particular de las amazo nas que las componen! ¡Por eso, para apartarte de tu proyecto in sensato, quiero
que escojas entre todas estas jóvenes guerreras la que más te guste, y te la daré en vez de tu esposa! ¡Y
después regresarás con ella a tu país, y estarás al abrigo de la venganza de nuestro rey! ¡De no hacerlo
así, son inevitables mi pérdida y la tuya!"
Pero a este consejo de la vieja, Hassán sólo contestó con nuevas lágrimas y nuevos sollozos. Y
conmovida ante el exceso de su dolor, la vieja le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh Hassán! ¿qué más quieres
que haga en favor tuyo? ¡Si llega a descubrirse ya que te he dejado arribar a nuestras islas, no me
pertenecerá mi alma!"
Y exclamó Hassán: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! te aseguro que no he mirado de manera inconveniente a
esas jóvenes, ni he prestado mucha atención a su desnudez!" Y dijo la vieja: "¡Pues precisamente has
hecho mal, ¡oh Hassán! porque en toda tu vida volverás a disfrutar de un espectácu lo semejante! ¡De
todos modos, si no te incita ninguna de esas vír genes a decidirte a regresar a tu país y poner así en salvo
tu alma, te cargaré de riquezas y productos preciosos de nuestras islas, y te colmaré de bienes que te
harán rico y dichoso para el resto de tus días!" Pero Hassán se precipitó a los pies de la vieja, le abrazó
las rodillas, y le dijo llorando: "¡Oh bienhechora mía! ¡oh pupila de mis ojos! ¡oh soberana mía! ¿cómo
voy a regresar a mi país después de haber sufrido tantas fatigas y afrontado tantos peligros? ¿Cómo
podría dejar esta isla sin haber visto a la bienamada cuyo amor me condujo aquí? ¡Ah! ¡piensa ¡oh mi
señora! que quizá sea la volun tad del Destino que yo encuentre a mi esposa tras de todos los su frimientos
que hube de soportar!" Y cuando dijo estas palabras, Hassán no pudo reprimir el impulso de su alma, e
improvisó estas estrofas:
¡Oh reina de la belleza! ¡Ten piedad del prisionero de dos pu pilas que subyugaron a los
reyes de los Khosroes!
¡Ni las rosas, ni los nardos, ni las esencias aromáticas podrían substituir con sus virtudes
aromáticas a tu aliento!
¡La brisa de las llanuras del paraíso se detiene en tus cabellos para perfumar a los felices
que la respiran!
¡Las pléyades que brillan por la noche toman de tus ojos su claridad, y los astros nocturnos
son los únicos dignos de servir de collar a tu garganta!, ¡oh blanca joven!
Cuando la anciana amazona oyó estos versos de Hassán, vió que verdaderamente sería cruel
arrebatarle para siempre la esperanza de volver a ver a su esposa, y se compadeció de su dolor, y le dijo:
"Hijo mío, aleja de tu pensamiento la aflicción y la desesperación. ¡Porque ya estoy en absoluto decidida
a intentarlo todo para devolverte a tu esposa!" Luego añadió: "Al instante voy a empezar a trabajar en fa -
vor tuyo con toda mi alma, ¡oh pobre! ¡Porque bien veo que el ena morado carece de oído y de
entendimiento! Te dejo, pues, para ir al palacio de la reina de esta isla en que nos encontramos, que es
una de las siete islas Wak-Wak. Porque es preciso que sepas que cada una de estas siete islas está
habitada y gobernada por una de las siete hijas de nuestro rey, las cuales son hermanas por el mismo
padre, pero no de la misma madre. Y la que aquí nos gobierna es la mayor de las hermanas, y se llama la
princesa Nur Al-Huda. Y voy en su busca para hablarle en favor tuyo. ¡Calma, pues, tu alma, refresca tus
ojos, y espera mi vuelta con el corazón tranquilo". Y se despidió de él y se dirigió al palacio de la
princesa Nur Al-Huda.
Llegada que fué a presencia de la princesa, la vieja amazona, que era respetada y querida por las
hijas del rey y por el propio rey a causa de su sabiduría y de la educación y los cuidados que había dado
y tenido con las jóvenes princesas, se inclinó y besó la tierra entre las manos de Nur Al-Huda. Y al punto
levantóse la princesa en honor suyo, y la besó y la hizo sentarse a su lado, y le dijo: "¡Ins chalah! Ojalá
sean de buen presagio las nuevas que me traes! ¡Y si tienes que hacerme alguna petición o pedirme algún
favor habla! ¡Heme aquí escuchándote atenta!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 609ª noche
Ella dijo:
"¡...habla! ¡Heme aquí escuchándote atenta!". La vieja Ma dre-de-las-Lanzas contestó: "¡Oh reina del
siglo y del tiempo! ¡oh hija mía! vengo a ti para anunciarte un acontecimiento extraordinario que espero te
sirva de distracción y de diversión. Has de saber, en efecto, que he encontrado tendido en la playa de
nuestra isla a un joven de belleza maravillosa que lloraba con amargura. ¡Y como le interro gara acerca
de su estancia allí, me contestó que su destino habíale arrojado a nuestras costas cuando iba en busca de
su esposa! ¡Y como yo le rogara que me dijese quién era su esposa, me hizo de ella una descripción que
hubo de sumirme en una gran emoción a causa tuya y a causa de tus hermanas las demás princesas! ¡Y
para decir toda la verdad, debo revelarte, ¡oh reina mía! que jamás vieron mis ojos entre los genn y los
efrits un joven tan hermoso como aquél!"
Cuando la princesa Nur Al-Huda hubo oído estas palabras de la vieja, montó en una cólera terrible, y
gritó a la anciana amazona: "¡Oh vieja de maldición, oh hija de los mil cornudos de la infamia! ¿cómo te
has atrevido a introducir a un varón en medio de nuestras vírgenes, en nuestros dominios? ¡Ah! ¡vástago
de impudicia! ¿quién me dará a beber un buche de tu sangre, o comer un bocado de tu carne?".
Y la anciana guerrera se puso a temblar como una caña en medio de la tempestad, y cayó a las plantas
de la princesa, que hubo de gritarle: "¿Es que no temes el castigo que atraerán sobre ti mi venganza y mi
enojo? ¡Por la cabeza de mi padre, el gran rey de los genn, que no sé qué me retiene en este momento
para no hacer que te corten en pedazos, a fin de que en el porvenir sirvas de escar miento a los guías de
infamia que quieran introducir en nuestras islas viajeros!"
Luego añadió: "¡Pero, ante todo, date prisa a ir en busca de ese adamita temerario que ha osado
violar nuestras fronteras!" Y levantóse la vieja, sin saber ya en su terror distinguir su mano dere cha de su
mano izquierda, y salió para ir en busca de Hassán. Y pensaba: "¡Esta afrentosa calamidad que Alah me
envía por media ción de la reina, me ha sido suscitada sólo por culpa de ese joven Hassán! ¿Por qué no le
obligué a abandonar esta isla y a dejarnos ver la anchura de su espalda?" Y llegó de tal suerte al paraje
en que se hallaba Hassán, y le dijo en cuanto le divisó: "Levántate, ¡oh tú, cuyo término final está
próximo! ¡Y ven a ver a la reina, que tiene que hablarte!". Y Hassán siguió a la vieja, diciendo: "¡Ya
salam! ¿En qué abismo voy a ser precipitado?" Y de aquella manera llegó al palacio, entre las manos de
la princesa. Y le recibió ella sentada en su trono y con el rostro enteramente cubierto por su velo. Y
Hassán no encontró nada mejor que hacer en tan penosa circunstancia que em pezar por besar la tierra
ante el trono, y después de la zalema dirigir un cumplimiento en verso a la princesa.
Entonces se encaró ella con la anciana y le hizo una seña que significaba: "¡Interrógale!" Y la anciana
dijo a Hassán: "¡Nuestra poderosa reina te devuelve la zalema y te pregunta cuál es el nombre de tu
esposa y cuál es el nombre de tus hijos!" Y ayudado por el Destino, contestó Hassán, encarándose con la
princesa: "Reina del universo, soberana del siglo y del tiem po, ¡oh única de la época y de las edades! por
lo que respecta a mi miserable nombre, sabe que me llamo Hassán el atribulado. ¡Pero res pecto al
nombre de mi esposa, lo ignoro! ¡En cuanto a mis hijos, uno se llama Nasser y otro Manssur!" La reina le
preguntó por media ción de la anciana: "¿Y por qué te ha dejado tu esposa?" El dijo: "¡Por Alah, que no lo
sé! ¡Pero debió hacerlo a pesar suyo!" La reina le preguntó: "¿De dónde se marchó ¿Y cómo?" El dijo:
"¡Se marchó de Bagdad, del propio palacio del califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes! ¡ Y le
bastó ponerse su manto de plumas y elevarse por los aires!".
La reina preguntó: "¿Y no te dijo nada al marchar se?" El contestó: "Dijo a mi madre: «¡Si tu hijo,
torturado por el dolor de mi ausencia, quiere algún día encontrarme, no tendrá más que ir en busca mía a
las islas Wak-Wak! Y ahora, adiós, ¡oh madre de Hassán! ¡En verdad que me aflige mucho tener que
marcharme así, y me entristezco con toda el alma, pues los días de la separación le desgarrarán el
corazón y ennegrecerán vuestra vida; pero ¡ay, que ya no puedo más! ¡Siento que invade mi alma la
embriaguez del aire, y es preciso que tienda el vuelo por el espacio!» ¡Así habló mi esposa! ¡Y tendió el
vuelo! ¡Y desde entonces es negro el mundo ante mis ojos, y en mi pecho habita la desolación!"
La princesa Nur Al-Huda contestó, meneando la cabeza: "¡Por Alah! ¡sin duda que, si tu esposa no
quisiera verte más, no habría revelado a tu madre el paraje en que se hallaba! ¡Pero, por otra parte, si te
amase, verda deramente, no te habría abandonado así!"
Entonces juró Hassán con los más firmes juramentos que su esposa le amaba verdaderamente, que le
había dado mil pruebas de su afecto y de su abnegación, pero que no pudo resistir a la tentación del aire y
a la de su instinto ori ginal, que era el vuelo de las aves. Y añadió: "¡Oh reina, ya te he contado mi trste
historia! ¡Y heme aquí ante ti, suplicando de tu clemencia que me perdones este paso audaz, y me ayudes
a buscar a mi esposa y a mis hijos! ¡Por Alah sobre ti, ¡oh soberana mía! no me rechaces!"
Cuando la princesa Nur Al-Huda hubo oído estas palabras de Hassán, reflexionó durante una hora de
tiempo; luego levantó la cabeza, y dijo a Hassán: "¡Por más que reflexiono acerca del género de suplicio
que mereces, no encuentro más que uno suficiente para castigar tu temeridad!" Entonces, aunque muy
aterrada, la vieja se arrojó a los pies de su ama, y le cogió la orla de su traje, cubriéndose con ella la
cabeza, y le dijo: "¡Oh gran reina...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 610ª noche
Ella dijo:
"...Entonces, aunque muy aterrada, la vieja se arrojó a los pies de su ama, y le cogió la orla de su
traje, cubriéndose con ella la ca beza, y le dijo: "¡Oh gran reina! ¡por mis títulos de nodriza que te ha
criado, no te apresures a castigarle, máxime sabiendo ya que es un pobre extranjero que afrontó muchos
peligros y experimentó muchas tribulaciones! Y sólo merced a la larga vida que le tiene decretado el
Destino, pudo resistir los tormentos que saliéronle al paso. ¡Y lo más grande y más digno de tu nobleza
¡oh reina! es que lo perdones y no violes a costa suya los derechos de la hospitalidad! Además, con sidera
que únicamente el amor le impulsó a esta empresa fatal; y que se debe perdonar mucho a los enamorados.
Por último, ¡oh reina mía y corona de nuestra cabeza! has de saber que si me atreví a hablarte de este
joven tan hermoso, es porque ninguno entre los hijos de los hombres sabe como él construir versos e
improvisar odas. ¡Y para comprobar mi aserto, no tendrás más que mostrarle al descubierto tu rostro, y
verás cómo sabe celebrar tu belleza!" Al oír estas pala bras de la anciana, la reina sonrió, y dijo: "¡En
verdad que no fal taba ya más que eso para colmar la medida!" Pero, no obstante la severidad de su
actitud, la princesa Nur había quedado conmovida hasta el fondo de sus entrañas por la belleza de
Hassán, y nada más de su gusto que experimentar las dotes del joven, lo mismo con versos que con lo que
siempre es consecuencia de los versos. Así, pues, fin gió dejarse convencer por las palabras de su
nodriza, y levantándose el velo, mostró al descubierto su rostro.
Al ver aquello, Hassán lanzó un grito tan estridente, que se es tremeció el palacio; y cayó sin
conocimiento. Y la vieja le prodigó los cuidados oportunos y le hizo volver en sí; luego le preguntó:
"¿Pero qué tienes, hijo mío? ¿Y qué viste para turbarte de ese modo?"
Y Hassán contestó: "¡Ah! ¡lo que he visto, ya Alahi ¡La reina es mi propia esposa, o por lo menos, se
parece a mi esposa como la mitad de una haba partida se parece a su hermana!"
Y al oír estas palabras, la reina se echó a reír de tal manera, que se cayó de lado y dijo: "¡Este joven
está loco! ¡Pues decir que soy su esposa! ¡Por Alah! ¿y desde cuándo son fecundadas las vírgenes sin
auxilio del varón y tienen hijos del aire y del tiempo?"
Luego encaróse con Hassán, y le dijo riendo: "¡Oh querido mío! ¿quieres decirme, al menos, para que
me entere, en qué me parezco a tu esposa y en qué no me parezco a ella? ¡Porque noto que, a pesar de
todo, sientes una perplejidad grande con respecto a mí!"
El joven contestó: "¡Oh soberana de re yes, asilo de grandes y pequeños! ¡fué tu belleza quien me
volvió loco! ¡Porque te pareces a mi esposa en los ojos más luminosos que estrellas, en la frescura de tu
tez, en el encarnado de tus mejillas, en la forma erecta de tus hermosos senos, en la dulzura de tu voz, en
la ligereza y elegancia de tu cintura y en otros muchos atractivos de que no hablaré por respeto a lo que
permanece velado! ¡Pero, mi rando bien tus encantos, encuentro entre tú y ella una diferencia, vi sible
solamente para mis ojos de enamorado, y que no te podría ex presar con la palabra!"
Cuando la princesa Nur Al-Ruda oyó estas frases de Hassán comprendió que el corazón del joven
jamás se decidiría por ella; y concibió un violento despecho, y se juró descubrir cuál de sus herma nas las
princesas era aquella de quien Hassán habíase convertido en esposo sin consentimiento del rey, padre de
todas. Y se dijo: "¡Me vengaré así de Hassán y de su esposa, saciando en ambos mi justo rencor!" Pero
ocultó sus pensamientos en el fondo de su alma, y encarándose con la vieja, dijo: "¡Oh nodriza! ve pronto
a buscar a mis seis hermanas, a cada una en la isla que habita, y diles que me pesa en extremo su
ausencia, pues hace ya más de dos años que no me han visitado. ¡E invítales de parte mía a que vengan a
verme, y tráe telas contigo! ¡Pero líbrate sobre todo de decirles una palabra de lo que ha sucedido ni de
anunciarles la llegada de un extranjero joven que va en busca de su esposa! ¡Ve, y no tardes!"
La anciana, que no podía suponer las intenciones de la princesa, salió del palacio en seguida, y
rápida como el relámpago, voló a las islas en que se hallaban las seis princesas, hermanas de Nur Al-
Ruda. Y sin dificultad logró decidir a las cinco primeras a que la siguieran. Pero cuando llegó a la
séptima isla, donde habitaba la princesa más joven con su padre, el rey de reyes de los genn, le costó
mucho tra bajo hacerla acceder al deseo de Nur Al-Huda. Porque, no bien fué la princesa más joven a
pedir a su padre el rey permiso para ir con la Madre-de-las-Lanzas a visitar a su hermana mayor, el rey,
conmo vido hasta el límite de la conmoción por aquella demanda, exclamó: "¡Ah hija mía bienamada,
preferida de mi corazón! Algo en mi alma me dice que no te veré ya como te alejes de este palacio. Y
ade más, esta noche he tenido un sueño aterrador que voy a contarte. Sabe, pues, hija mía, ¡oh pupila de
mis ojos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 611ª noche
Ella dijo:
"...Sabe, pues, hija mía, ¡oh pupila de mis ojos! que esta no che un ensueño pesó sobre mi sueño y
oprimió mi pecho. En efecto, durante mi ensueño, paseábame por entre un tesoro oculto a todas las
miradas y cuyas riquezas sólo se mostraban a mis ojos. Y admi raba yo cuanto veía; pero no se detenían
mis miradas más que sobre siete piedras preciosas que brillaban con resplandor espléndido en medio de
todo lo demás. Pero la más pequeña era la más hermosa y la más atrayente. Así es que, para admirarla
mejor y ponerla al abri go de las miradas, la cogí en mi mano, la apreté contra mi corazón y abandoné el
tesoro, llevándomela conmigo. Y cuando la tenía ante mis ojos bajo los rayos del sol, un pájaro de
especie extraordinaria, y como nunca se ha visto en estas islas, cayó de pronto sobre mí, me arrancó la
piedra preciosa y emprendió el vuelo. Y quedé sumido en el estupor y en el dolor más vivo. Y al
despertar, tras de toda una noche de tormentos, hice venir a los intérpretes de ensueños y les pedí la
explicación de lo que en mi ensueño había visto. Y me con testaron: «¡Oh rey nuestro! ¡Las siete piedras
preciosas son tus siete hijas, y la piedra más pequeña, arrebatada de entre tus manos por el pájaro, es tu
hija más pequeña, que por fuerza arrancarán a tu afec to! ¡ Y he aquí, hija mía, que ahora tengo mucho
miedo a dejarte que te alejes con tus hermanas y la Madre-de-las-Lanzas para ir a ver a tu hermana mayor
Nur Al-Huda, pues no sé qué contratiempos pueden surgir en tu viaje, ya al ir, ya al volver!"
Y Esplendor (que ella propia era la esposa de Hassán), contestó: "¡Oh soberano y pa dre mío! ¡oh
gran rey! no ignoras que mi hermana mayor, Nur Al Huda, ha preparado en honor mío una fiesta, y me
espera con la más viva impaciencia. Y hace ya más de dos años que pienso siempre en ir a verla; y debe
tener ahora toda clase de motivos para no estar muy satisfecha de mi conducta. Pero no temas nada, ¡Oh
padre mío! Y no olvides que hace algún tiempo, cuando hice con mis compañe ras un viaje lejano, también
me creíste perdida para siempre; y me guardaste luto. ¡Y sin embargo, volví sin contratiempos y con
buena salud!
¡ De la misma manera me ausentaré esta vez todo lo más un mes, al cabo del cual regresaré, si Alah
quiere! Además, si se tratase de alejarme de nuestro reino, comprendo tu emoción; pero aquí, en nuestras
islas, ¿a qué enemigo puedo temer? ¿Quién podrá llegar a las islas Wak-Wak, después de haber cruzado
la Montaña-de-las-Nubes, las Montañas Azules, las Montañas Negras, los Siete Valles, los Siete Mares y
la Tierra de Alcanfor Blanco, sin perder mil veces su alma en el camino? ¡Ahuyenta, pues, de tu espíritu
toda inquietud, ¡oh padre mío! refresca tus ojos y tranquiliza tu corazón!"
Cuando el rey de los genn oyó estas palabras de su hija, consin tió en dejarla marchar, aunque de muy
mala gana, y haciéndole pro meter que no estaría con su hermana más que unos días. Y le dió una escolta
de mil amazonas, y la besó con ternura. Y Esplendor se despidió de él, y después de ir a besar a sus dos
hijos al sitio en don de estaban ocultos, sin que nadie sospechara su existencia, pues desde su llegada se
los confió a dos esclavas abnegadas, siguió a la vieja y a sus hermanas, encaminándose a la isla en que
reinaba Nur Al-Huda. Y he aquí que, para recibir a sus hermanas, Nur Al-Huda se ha bía puesto un traje
de seda roja, adornado con pájaros de oro cuyos ojos, picos y uñas eran de rubíes y esmeraldas; y
cargada de atavíos y pedrerías, hallábase sentada sobre el trono en la sala de audien cias. Y ante ella
manteníase de pie Hassán; y a su derecha estaban formadas en filas unas jóvenes con espadas desnudas; y
a su izquier da había otras jóvenes con largas lanzas puntiagudas.
En aquel momento llegó la Madre-de-las-Lanzas con las seis prin cesas. Y pidió audiencia, y por
orden de la reina introdujo primero a la mayor de las seis, que se llamaba Nobleza-de-la-Raza. Iba ves -
tida con un traje de seda azul y era aún más bella que Nur Al-Huda. Y se adelantó hasta el trono, y besó
la mano de su hermana, que hubo de levantarse en honor suyo y la besó y la hizo sentarse a su lado.
Lue go se encaró con Hassán, y le dijo: "Dime, ¡oh adamita! ¿es ésta tu esposa?" Y contestó Hassán:
"¡Por Alah, ¡oh mi señora! que es ma ravillosa y bella como la luna al salir; tiene cabellera de carbón,
me jillas delicadas, boca sonriente, senos erguidos, coyunturas finas y extremidades exquisitas! y diré,
para celebrarla, en verso:
¡Avanza vestida de azul, y se la creería un pedazo arrancado del azul de los cielos!
¡En su labios trae una colmena de miel, en sus mejillas un pen sil de rosas, y en su cuerpo,
corolas de jazmín!
¡Al ver su talle recto y fino y su grupa monumental, se la to maría por una caña hundida en
un montículo de movible arena!
"Así la veo, ¡oh mi señora! ¡Pero entre ella y mi esposa hay una diferencia que se niega a
expresar mi lengua!"
Entonces Nur Al-Huda hizo seña a la vieja nodriza para que in trodujera a su segunda hermana. Y
entró la joven, vestida con un traje de seda color de albaricoque. Y era aún más bella que la pri mera; y se
llamaba Fortuna-de-la-Casa. Y tras de besarla, su herma na la hizo sentarse al lado de la anterior, y
preguntó a Hassán si re conocía en ella a su esposa. Y Hassán contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 612ª noche
Ella dijo:
"...y preguntó a Hassán si reconocía en ella a su esposa. Y Has sán contestó: "¡Oh soberana mía!
arrebata la razón de quienes la miran, y encadena los corazones de quienes se acercan a ella; y he aquí
los versos que me inspira:
¡La lucha del verano en medio de una noche de invierno, no es más hermosa que tu llegada,
¡oh joven!
Las trenzas negras de tus cabellos, prolongadas hasta tus tobillos, y las bandas tenebrosas
que te ciñen la frente, me impulsan a decirte:
"¡Ensombreces la aurora con el ala de la noche!" Pero tú me contestas: "¡No, no! ¡sólo es
una nube que ha ocultado la luna!"
"¡Así la veo, oh soberana mía! ¡Pero entre ella y mi esposa hay una diferencia que mi lengua es
impotente para describir!" Entonces Nur Al-Huda hizo seña a la Madre-de-las-Lanzas, que apresuróse a
introducir a la tercera hermana. Y entró la joven vestida con un traje de seda granate; y era aún más bella
que las dos primeras, y se llama ba Claridad-Nocturna. Y después de besarla, su hermana la hizo sen tarse
al lado de la anterior, y preguntó a Hassán si reconocía en ella a su esposa.
Y Hassán contestó: "¡Oh reina mía y corona de mi cabe za! en verdad que hace huir la razón de los
más prudentes, y mi asom bro ante ella me induce a improvisar estos versos:
¡Te balanceas ligera cual la gacela, ¡oh llena de gracia! y tus párpados, a cada
movimiento, lanzan flechas mortales!
¡Oh sol de belleza! ¡Tu aparición llena de gloria los cielos y las tierras, y tu desaparición
tiende tinieblas sobre la faz del universo!
"Así la veo, ¡oh reina del tiempo! ¡Pero, a pesar de todo, mi alma se niega a reconocer en ella a mi
esposa, no obstante la seme janza extremada de las facciones y el ademán!" Entonces, a una seña de Nur
Al-Huda, la vieja amazona introdujo a la cuarta hermana, que se llamaba Pureza-del-Cielo. Y la joven
iba vestida con un traje de seda amarilla con dibujos a lo ancho y a lo largo. Y besó a su herma na, que la
hizo sentarse al lado de las otras. Y al verla Hassán, impro visó estos versos:
¡Aparece como la luna llena en una noche feliz, y sus miradas mágicas alumbran nuestro
camino!
¡Si me acerco a ella para calentarme con el fuego de sus ojos, al punto véome rechazado
por los centinelas que la defienden: sus dos senos firmes y duros cual la piedra del granito!
"Y no la describo toda entera, porque para ello tendría que im provisar una oda larga. ¡Sin embargo,
¡oh mi señora! debo decirte que no es mi esposa, aunque su semejanza con ella asombre! Entonces Nur
Al-Huda hizo entrar a su quinta hermana, que se llamaba Blanca -Aurora, y que se adelantó moviendo las
caderas; y era tan flexible como una rama de ban y tan ligera como un tierno pavo real. Y tras de haber
besado a su hermana mayor, sentóse en el sitio que le asignaron, al lado de las demás, y se arregló los
pliegues de su traje de seda verde labrado de oro. Y Hassán, al verla, improvisó estos versos:
¡La flor roja de la granada no está mejor velada con sus hojas verdes que vestida estás tú
¡oh joven! con esa camisa encantadora!
Y si te pregunto: "¿Qué vestidura es esa que tan bien sienta a tus mejillas solares?" Me
respondes: "¡No tiene nombre, porque es mi camisa!"
Y exclamo yo: "¡Oh maravillosa camisa tuya, causa de tantas heridas mortales! ¡te llamaré
la camisa que parte corazones!
¿Y no eras tú aún más maravillosa, ¡oh joven!? Si te yergues con tu belleza para
deslumbrar ojos humanos, tus caderas te dicen: "¡No te muevas! ¡no te muevas! ¡Lo que va
detrás de nosotras es demasiado abrumador para nuestras fuerzas!"
Y si entonces avanzo implorándote ardientemente, tu belleza me dice: "¡Anda! ¡anda!" Pero
cuando me dispongo a obrar, me dice tu pudor: "¡No! ¡no!"
Cuando Hassán hubo recitado estos versos, toda la concurren cia quedó maravillada de su talento; y la
propia reina, a pesar de su rencor, no pudo por menos de mostrarle su admiración. Así es que la vieja
amazona, protectora de Hassán, se aprovechó del buen cariz que tomaba el asunto para tratar de volver a
Hassán a la gracia de la vengativa princesa, y le dijo: "¡Oh soberana mía! ¿te había engañado al hablarte
del arte admirable de este joven para la construcción de versos? ¿Y acaso no es delicado y discreto en
sus improvisaciones? ¡Te ruego, pues, que olvides por completo la audacia de su empresa, y le agregues
a tu persona en adelante como poeta, utilizando su talento, para las fiestas y ocasiones solemnes!"
Pero la reina contestó: "¡Sí!" ¡mas quisiera acabar la prueba ante todo! ¡Haz que entre ahora mi
hermana pequeña...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 613ª noche
Ella dijo:
"¡...Sí! ¡mas quisiera acabar la prueba ante todo! ¡Haz que entre ahora mi hermana pequeña!" Y salió
la vieja, y un ins tante después volvió llevando de la mano a la joven menor, la cual se llamaba
Ornamento-del-Mundo, ¡y no era otra que Esplendor!
¡Así entraste, ¡oh Esplendor! e ibas vestida sólo con tu belleza, desdeñando atavíos y velos
engañosos! ¡Pero qué Destino tan lleno de calamidades te seguía los pasos! ¡Tú lo ignorabas, sin saber
toda vía cuanto estaba escrito con respecto a ti en el libro de la suerte!
Cuando Hassán, que se hallaba de pie en medio de la sala, vió llegar a Esplendor, lanzó un grito
estridente y cayó en tierra, privado de sentido. Y al oír aquel grito. Esplendor se volvió y reconoció a
Hassán. Y conmovida de ver a su esposo, a quien creía tan lejos, se desplomó cuán larga era, contestando
con otro grito, y perdió el co nocimiento.
Al ver aquello, la reina Nur Al-Huda no dudó ni por un instante de que su última hermana fuese la
esposa de Hassán, y no pudo disi mular más tiempo sus celos y su furor. Y gritó a sus amazonas: "¡Co ged
a ese adamita y arrojadle de la ciudad!" Y las guardias ejecutaron la orden, y se llevaron a Hassán y
fueron a arrojarle de la ciudad a la playa. Luego la reina encaróse con su hermana, a la cual habían hecho
volver de su desmayo, y le gritó: "¡Oh libertina! ¿cómo te arreglaste para conocer a ese adamita? ¡Y cuán
criminal fué en todos sentidos tu conducta! ¡No solamente te casaste sin el consentimiento de tu padre y
de tu familia, sino que abandonaste a tu esposo y dejaste tu casa! ¡Y así has envilecido tu raza y la
nobleza de tu raza! ¡Esa ignominia no puede lavarse más que con tu sangre!" Y gritó a sus mujeres:
"¡Traed una escala, y atad a ella por los cabellos a esa cri minal, y azotadla hasta que brote sangre!"
Luego salió de la sala de audiencias con sus hermanas, y fué a su aposento para escribir a su padre el rey
una carta en la cual le enteraba con todos sus detalles de la historia de Hassán y su hermana, y al mismo
tiempo que el oprobio salpicado sobre toda la raza de los genn, le participaba el castigo que creyó
oportuno imponer a la culpable. Y terminaba la carta pidiendo a su padre que le respondiera lo más
pronto posible para decirle su opinión acerca del castigo definitivo que pensaba infligir a la hija
criminal. Y confió la carta a una mensajera rápida, que apresuróse a llevársela al rey.
Cuando el rey leyó la carta de Nur Al-Ruda, vió ennegrecerse el mundo ante sus ojos, e indignado
hasta el límite de la indigna ción por la conducta de su hija menor, contestó a su hija mayor que todo
castigo sería leve en comparación con el delito, y que había de condenar a muerte a la culpable; pero
que, a pesar de todo, dejaba el cuidado de ejecutar esta orden a la prudencia y justicia de la joven.
Y he aquí que, mientras Esplendor, abandonada en manos de su hermana, gemía atada por los cabellos
a la escala, y esperaba el supli cio, Hassán, a quien habían arrojado a la playa, acabó por volver de su
desmayo, y hubo de pensar en la gravedad de su desgracia, cuyo alcance, por cierto, no suponía aún.
¿Qué iba a esperar ya? Ahora que ningún poder lograría socorrerle, ¿qué iba a intentar y cómo iba a
arreglarse para salir de aquella isla maldita? Y se incorporó, presa de la desesperación, y echó a andar
sin rumbo a lo largo del mar, confiando todavía en hallar algún remedio para sus males. Y entonces
acudieron a su memoria estos versos del poeta:
¡Cuando no eras más que un germen en el seno de tu madre, formé tu destino con arreglo a
Mi justicia, y lo orienté en el sentido de Mi Visión!
¡Deja, pues, ¡oh criatura! que sigan su curso los acontecimien tos: no puedes oponerte a
ello!
¡Y si la adversidad se cierne sobre tu cabeza, deja a tu destino el cuidado de desviarla!
Este precepto de prudencia reanimó un tanto el valor de Hassán, que continuó caminando a la ventura
por la playa y tratando de adivinar lo sucedido durante su desmayo, y por qué le habían aban donado de
aquel modo sobre la arena. Y mientras reflexionaba de tal suerte, encontróse con dos pequeñas amazonas
de unos diez años que estaban pegándose puñetazos. Y no lejos de ellas, vió tirado en tierra un gorro de
cuero sobre el cual aparecían trazados dibujos y escritu ras. Y se acercó a las niñas, procuró separarlas, y
les preguntó por el motivo de su querella. Y le dijeron que se disputaban la posesión de aquel gorro.
Entonces Hassán les preguntó si querían que actuara de juez y si se entregaban a él para que las pusiera
de acuerdo acerca de la posesión del gorro. Y en cuanto las niñas aceptaron la proposi ción, Hassán cogió
el gorro, y les dijo: "¡Pues bien; voy a tirar al aire una piedra, y el gorro será para aquella de vosotras
dos que antes me la traiga...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 614ª noche
Ella dijo:
"¡...Pues bien; voy a tirar al aire una piedra, y el gorro será para aquella de vosotras dos que antes me
la traiga". Y dijeron las pequeñas amazonas: "¡Excelente idea!" Entonces Hassán cogió un guijarro de la
playa y lo lanzó a lo lejos con todas sus fuerzas. Y en tanto que las muchachas corrían en pos del guijarro,
Hassán se puso el gorro en la cabeza, para probárselo, y se lo dejó puesto. Pero, al cabo de unos
instantes, volvieron las niñas, y gritaba la que había cogido el guijarro: "¿Donde estás, ¡oh hombre!? ¡He
ganado yo!"
Y llegó hasta el sitio en que estaba Hassán, y se puso a mirar por todos lados, sin ver a Hassán. Y su
hermana también miraba en torno suyo por todas direcciones, pero no veía a Hassán. Y Hassán se pre -
guntaba: "¡El caso es que estas pequeñas amazonas no son ciegas! ¿Por qué no me ven, entonces?" Y les
gritó: "¡Estoy aquí! ¡Venid!" Y las chiquillas miraron en la dirección de donde partía la voz, pero no
vieron a Hassán; y tuvieron miedo, y se echaron a llorar. Y Hassán se acercó a ellas y las tocó en el
hombro, y les dijo: "¡Heme aquí! ¿Por qué lloráis, niñas?" Y las muchachas levantaron la cabeza, pero no
vieron a Hassán. Y se aterraron tanto entonces, que echaron a co rrer con todas sus fuerzas, lanzando
gritos estridentes, como si las persiguiese un genni de mala especie. Y a la sazón se dijo Hassán: "¡No
cabe duda! ¡Este gorro está encantado! ¡Y su encanto consiste en hacer invisible a quien lo lleva en la
cabeza!" Y se puso a bailar de alegría, diciéndose: "¡Alah me lo envía! ¡Porque, con este gorro en la
cabeza, puedo correr a ver a mi esposa sin que a mí me vea nadie!"
Y al punto retornó a la ciudad, y para comprobar mejor las virtudes de aquel gorro, quiso
experimentar su efecto ante la amazona vieja. Y la buscó por todas partes, y acabó por encontrarla en su
aposento del palacio, sujeta con una cadena a una anilla empotrada en la pared, por orden de la princesa.
Entonces, para asegurarse de si era invisible realmente, se acercó a un estante en el que habían colocado
vasos de porcelana, y tiró al suelo el vaso más grande, que fué a romperse a los pies de la vieja. Y lanzó
entonces ella un grito de espanto, creyéndolo una fechoría de los malos efrits que estaban a las órdenes
de Nur Al-Huda. Y le pareció oportuno pronunciar las fórmulas conjurato rias, y dijo: "¡Oh efrit! ¡por el
nombre grabado en el sello de Solei mán, te ordeno que me digas tu nombre!"
Y contestó Hassán: "¡No soy un efrit, sino tu protegido Hassán Al-Bassri! ¡Y vengo a liber tarte!" Y
diciendo estas palabras, se quitó su gorro mágico y dejóse ver y reconocer. Y exclamó la vieja: "¡Ah!
¡desgraciado de ti, infor tunado Hassán! ¿acaso no sabes que la reina se ha arrepentido ya de no haber
hecho que te dieran la muerte a su vista, y que por todas partes ha enviado esclavos en tu persecución,
prometiendo un quintal de oro como recompensa a quien te entregue a ella, muerto o vivo? ¡No pierdas un
instante, pues, y salva tu cabeza apelando a la fuga!" Luego puso a Hassán al corriente de los suplicios
terribles que para hacer morir a su hermana preparaba la reina con el asentimiento del rey de los genn.
Pero Hassán contestó: "¡Alah la salvará y nos salva rá a todos de las manos de esa princesa cruel!
¡Mira este gorro! ¡Está encantado! ¡Y merced a él puedo andar por todas partes siendo invisible!" Y
exclamó la anciana: "¡Loores a Alah, que reanima las osa mentas de los muertos, ¡oh Hassán! y te ha
enviado para salvación nuestra ese gorro! ¡Date prisa a libertarme, a fin de que te enseñe el calabozo en
que está encerrada tu esposa!" Y Hassán cortó las li gaduras de la vieja, y la cogió de la mano, y se cubrió
la cabeza con el gorro encantado. Y al punto se hicieron invisibles ambos. Y la vieja le condujo al
calabozo en que yacía su esposa Esplendor atada por los cabellos a una escala y esperando a cada
instante la muerte en medio de suplicios. Y la oyó él recitar a media voz estos versos:
¡La noche es oscura, y triste es mi soledad! ¡oh ojos míos, de jad que corra el manantial de
mis lágrimas! ¡Mi bienamado está lejos de mí! ¿De dónde ha de llegarme la esperanza, si mi
corazón y la esperanza han partido con él?
¡Brotad, oh lágrimas mías ¡brotad de mis ojos! pero ay! ¿con seguiréis apagar alguna vez el
fuego que me devora las entrañas? ... ¡Oh fugitivo amante! ¡sepultada en mi corazón está tu
imagen, y ni los mismos gusanos de la tumba conseguirán borrarla!
Y aunque hubiera preferido no obrar precipitadamente, a fin de evitar a su esposa una emoción
demasiado grande, Hassán, al oír y ver a su bienamada Esplendor, no pudo resistir por más tiempo los
tormentos que le agitaban, y se quitó el gorro y se abalanzó a ella, rodeándola con sus brazos. Y ella le
reconoció, y se desmayó contra su pecho. Y ayudado por la vieja, Hassán cortó las ligaduras, y con
mucho cuidado, la hizo volver en sí, y se la sentó en las rodillas, ha ciéndole aire con la mano. Y abrió
los ojos ella, y con lágrimas en las mejillas, le preguntó: "¿Has bajado del cielo, o has salido del seno de
la tierra? ¡Oh esposo mío! ¡ay! ¡ay! ¿qué podemos contra el Destino? ¡Lo que está escrito debe suceder!
¡Date prisa, pues, a dejar que mi destino siga su curso, y vuélvete por donde viniste para no causarme el
dolor de verte a ti también víctima de la crueldad de mi hermana!"
Pero Hassán contestó: "¡Oh bienamada! ¡oh luz de mis ojos! ¡he venido para libertarte y llevarte
conmigo a Bagdad, lejos de este país cruel!" Pero exclamó ella: "¡Ah Hassán! ¿qué nueva imprudencia
vas a cometer todavía? ¡Por favor, retírate, y no au mentes mis sufrimientos con los tuyos!" Pero Hassán
contestó: "¡Oh Esplendor, alma mía! has de saber que no saldré de este palacio sin ti y sin nuestra
protectora, que es esta buena tía que aquí ves. ¡Y si me preguntas de qué medio voy a valerme, te
enseñaré este gorro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 615ª noche
Ella dijo:
¡...Y si me preguntas de qué modo voy a valerme, te enseñaré este gorro!" Y Hassán lehizover el
gorro encantado, lo probó ante ella, desapareciendo de repente en cuanto se lo puso en la cabeza, y le
contó luego cómo lo había arrojado en su camino Alah para que fuese causa de su liberación. Y con las
mejillas cubiertas de lágrimas de alegría y de arrepentimiento, Esplendor dijo a Hassán: "¡Alah! de todos
los sinsabores que hemos sufrido tengo yo la culpa por haber abandonado sin permiso tuyo nuestra
morada de Bagdad. ¡Oh mi se ñor bienamado! ¡por favor, no me hagas ya los reproches que me rezco, pues
bien veo ahora que una mujer debe saber todo lo que su esposo vale! ¡Y perdóname mi falta, para la cual
imploro indulgencia ante Alah y ante ti! ¡Y discúlpame un poco teniendo en cuenta que mi alma no supo
resistirse a la emoción que la embargó al ver el manto de plumas!"
¡Y contestó Hassán: "¡Por Alah, ¡oh Esplendor! que sólo yo soy culpable por haberte dejado sola en
Bagdad! ¡Debí llevarte conmigo siempre! ¡Pero puedes estar tranquila de que en el porvenir así lo haré!"
Y habiendo dicho estas palabras, se la echó a la espalda, cogió también de la mano a la vieja, y se cubrió
la cabeza con el gorro. Y los tres se tornaron invisibles. Y salieron del palacio, y a toda prisa se
encaminaron a la séptima isla, en que estaban ocultos sus dos hijitos, Nasser y Manssur.
Entonces Hassán, aunque se hallaba en el límite de la emoción por haber vuelto a ver a sus dos hijos
sanos y salvos, no quiso perder tiempo en efusiones de ternura; y confió ambos niños a la vieja, la cual se
los colocó a horcajadas uno en cada hombro. Después, sin que la viese nadie, Esplendor consiguió
atrapar tres mantos de plumas completamente nuevos; y se los pusieron. Luego cogiéronse de la mano los
tres, y abandonando sin pena las islas Wak-Wak, volaron hacia Bagdad.
Y he aquí que Alah les escribió la seguridad, y tras de un viaje hecho por pequeñas etapas, llegaron a
la Ciudad de Paz una mañana. Y aterrizaron en la terraza de su morada; y bajaron por la escalera y
penetraron en la sala donde estaba la pobre madre de Hassán, a quien los pesares y las inquietudes
habían puesto enferma y casi ciega. Y Has sán escuchó un instante a la puerta, y oyó gemir y desesperarse
dentro a la pobre mujer. Entonces llamó, y la voz de la vieja hubo de preguntar: "¿Quién hay a la puerta?"
Hassán contestó: "¡Oh madre mía! ¡el Desti no, que quiere reparar sus rigores!"
Al oír estas palabras, sin saber aún si aquello era una ilusión o la realidad, la madre de Hassán
corrió con sus débiles piernas a abrir la puerta. Y vió a su hijo Hassán con su esposa y sus hijos, y a la
vieja amazona, que se mantenía discretamente detrás de ellos. Y como la emo ción era demasiado fuerte
para ella, la anciana cayó desvanecida en bra zos de los recién llegados. Y Hassán la hizo volver en sí
bañándola con sus lágrimas. Y Esplendor avanzó hacia ella y la colmó de mil caricias, pidiéndole perdón
por haberse dejado vencer por su instinto original. Después hicieron adelantarse a la Madre-de-las-
Lanzas y se la presentaron como su salvadora y la causante de su liberación. Y entonces Hassán con tó a
su madre todas las aventuras maravillosas que le habían sucedido, y que es inútil repetir. Y a la vez
glorificaron al Altísimo, que permitió se reunieran.
Y desde entonces vivieron todos juntos la vida más deliciosa y más llena de dicha. Y merced al
tambor mágico, no dejaron de ir cada año todos en caravana a visitar a las siete princesas, hermanas de
Hassán, que vivían sobre la Montaña de las Nubes, en el palacio de cúpula verde. ¡Y después de
numerosos años, fué a visitarle la Destructora inexorable de alegrías y placeres! ¡Loores y gloria a Quien
domina en el im perio de lo visible y de lo indivisible, al Viviente, al Eterno, que no conoce la muerte!
Cuando Schehrazada hubo contado de tal modo aquella historia, la pequeña Doniazada se colgó a su
cuello, y la besó en la boca, y le dijo: "¡Oh hermana mía! ¡cuán maravillosa y gustosa es esa historia, y
cuán encantadora y deleitosa es! ¡Ah! ¡cuánto quiero a Botón-de-Rosa, y cómo siento que Hassán no la
tomara por esposa al mismo tiempo que a Es plendor!"
Y el rey Schahriar dijo: "¡Asombrosa es esa historia, Scheh razada! ¡Y me hizo olvidarme de muchas
cosas que desde mañana quiero poner en ejecución!"
Y dijo Schehrazada: "¡Sí, ¡oh rey! pero nada es, comparada con la que todavía tengo que contarte,
relativa al Cuesco histórico!" Y exclamó el rey Schahriar: "¿Cómo dices Schehrazada? ¿Y qué cuesco
histórico es ese que no conozco?"
Schehrazada dijo: "¡Es el que voy a someter mañana al rey, si estoy con vida aún!" Y el rey Schah riar
se dijo: "¡En verdad que no la mataré mientras no me haya ins truído acerca de lo que dice!"
Y en aquel momento Schehrazada vió apa recer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 616ª noche
Ella dijo:
"Esta anécdota, ¡oh rey afortunado!, nos la transmite El diván de las gentes alegres y
despreocupadas. ¡Y no quiero diferir por más tiempo el contártela!" Y dijo Schehrazada:
El diván de las gentes alegres y despreocupadas
El cuesco histórico
Se cuenta -pero Alah es más sabio- que en la ciudad de Kaukabán, en el Yamán, había un beduíno de
la tribu de los Fazli, llamado Abul-Hossein, quien ya hacía largos años que abandonó la vida de Ios
beduínos, y se había convertido en un ciudadano distinguido y en un mercader entre los mercaderes más
opulentos. Y se casó por primera vez en la época de su juventud; pero Alah llamó a la esposa a Su
misericordia al cabo de un año de matrimonio. Así es que los amigos de Abul-Hossein no cesaban de
apremiarle con respecto a un nuevo matrimonio, repitiéndole las palabras del poeta:
¡Levántate, compañero, y no dejes transcurrir en balde la esta ción de primavera!
¡Ahí está la joven! ¡Cásate! ¿No sabes que en la casa una mujer es un almanaque excelente
para todo el año?
Y Abul-Hossein, por último, sin poder ya resistirse a todas las insinuaciones de sus amigos, se
decidió a entablar negociaciones con las damas viejas componedoras de matrimonios; y acabó por
casarse con una joven tan hermosa cual la luna cuando brilla sobre el mar. Y con motivo de sus nupcias
dió grandes festines, a los que invitó a todos sus amigos y conocidos, así como a ulemas, fakires,
derviches y santones. Y abrió de par en par las puertas de su casa, e hizo que sirvieran a sus invitados
manjares de toda especie, y entre otras cosas, arroz de siete colores diferentes, y sorbetes, y corderos
rellenos de ave llanas, almendras, alfónsigos y pasas, y una cría de camello asada en tera y servida en un
pedazo. Y todo el mundo comió y bebió y disfrutó de júbilo, de alegría y de contento. Y se paseó y
exhibió a la esposa os tentosamente siete veces seguidas, vestida cada vez con un traje distinto y más
hermoso que el anterior. E incluso por octava vez la pasearon en medio de la concurrencia, para
satisfacción de los invitados que no habían podido recrear sus ojos en ella lo bastante. Tras de lo cual,
las damas de edad la introdujeron en la cámara nupcial y la acostaron en un lecho alto como un trono, y la
prepararon en todos sentidos para la entrada del esposo.
Entonces, destacándose del cortejo, Abul-Hossein penetró lenta mente y con dignidad en el aposento
de la desposada. Y sentóse un instante en el diván para probarse a sí propio y mostrar a su esposa y a las
damas del cortejo cuán lleno estaba de tacto y de mesura. Luego se levantó con cortesía para recibir las
felicitaciones de las damas y despedirse de ellas antes de acercarse al lecho, donde le esperaba
modestamente su esposa, cuando he aquí ¡oh calamidad! que de su vientre, que estaba atiborrado de
viandas pesadas y de bebidas, escapó un cuesco ruidoso hasta el límite del ruido, terrible y prolongado.
¡Ale jado sea el Maligno!
Al oír aquel ruido, cada dama se encaró con la que tenía al lado, poniéndose a hablar en voz alta y
fingiendo no haber oído nada; y también la desposada, en lugar de echarse a reír o de burlarse, se puso a
hacer sonar sus brazaletes. Pero Abul-Hossein, confuso hasta el lí mite de la confusión, pretextó una
necesidad urgente, y con vergüenza en el corazón, bajó al patio, ensilló su yegua, saltó al lomo del
animal, y abandonó su casa, y la boda, y la desposada, huyó a través de las tinieblas de la noche. Y salió
de la ciudad, y se adentró en el desierto. Y de tal suerte llegó a orillas del mar, en donde vió un navío que
partía para la India. Y se embarcó en él, y llegó a la costa de Malabar.
Allí hizo amistad con varias personas oriundas del Yamán, que le recomendaron al rey del país. Y el
rey le dió un cargo de confianza y le nombró capitán de su guardia. Y vivió en aquel país diez años, hon -
rado y respetado, y con la tranquilidad de una vida deliciosa. Y cada vez que el recuerdo del cuesco
asaltaba su memoria, lo ahuyentaba como se ahuyentan los malos olores.
Pero al cabo de aquellos diez años le poseyó la nostalgia del país natal; y poco a poco enfermó de
languidez; y sin cesar suspiraba pen sando en su casa y en su ciudad; y creyó morir de aquel deseo
reconcen trado. Pero un día, sin poder ya resistir a los apremios de su alma, ni siquiera se tomó tiempo
para despedirse del rey, y se evadió y retornó al país de Hadramón, en el Yemán.Allí disfrazóse de
derviche y fué a pie a la ciudad de Kaukabán; y ocultando su nombre y su condición, llegó de tal modo a
la colina que dominaba la ciudad. Y con los ojos llenos de lágrimas vió la terraza de su antigua casa y las
terrazas contiguas, y se dijo: "¡Menos mal si no me reconoce nadie! ¡Haga Álah que todos hayan olvidado
mi historia!"
Y pensando así bajó de la colina y tomó por atajos extraviados para llegar a su casa. Y en el camino
vió a una vieja que, sentada en el umbral de una puerta, quitaba piojos de la cabeza a una niña de diez
años; y decía la niña a la vieja: "¡Oh madre mía! desearía saber la edad que tengo, porque una de mis
compañeras quiere hacer mi horóscopo. ¿Vas a decirme, pues, en qué año he nacido?"
Y la vieja reflexionó un momento, y contestó: "¡Naciste, ¡oh hija mía! en el mismo año y en la misma
noche en que Abul-Hossein soltó el cuesco!"
Cuando el desdichado Abul-Hossein oyó estas palabras, hubo de desandar lo andado y echó a correr
con piernas más ligeras que el viento. Y se decía: "¡He aquí que tu cuesco es ya una fecha en los anales!
¡Y se transmitirá a través de las edades mientras de las pal meras nazcan flores!" Y no dejó de correr y de
viajar hasta llegar al país de la India. Y vivió en el destierro con amargura hasta su muerte. ¡Sean con él
la misericordia de Alah y su piedad!
Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:
Los dos chistosos
He llegado a saber también, ¡oh rey afortunado! que en la ciudad de Damasco, en Siria, había antaño
un hombre reputado por sus buenas jugarretas, sus chistes y sus atrevimientos, y en El Cairo, otro hombre
no menos famoso por las mismas cualidades. Y he aquí que el bromista de Damasco, que a menudo oía
hablar de su compañero de El Cairo, anhelaba mucho conocerle, tanto más cuanto que sus clientes
habituales le decían de continuo: "¡No cabe duda! ¡el egipcio es incuestionable mente mucho más
intencionado, más inteligente, más listo y más chistoso que tú! ¡Y su trato es mucho más divertido que el
tuyo! ¡Si acaso no nos creyeras, no tienes más que ir a El Cairo a verle actuar, y comprobarás su
superioridad!" Y arregláronse de manera que se dijo el hombre: "¡Por Alah ¡ya veo que no me queda más
remedio que ir a El Cairo a observar por mis propios ojos si es cierto lo que de él se dice!"
Y lió sus bártulos y abandonó Damasco, que era su ciudad, y partió para El Cairo, adonde llegó, con
asentimiento de Alah, en buena salud. Y sin tardanza preguntó por la morada de su rival, y estuvo a
visitarle. Y fué recibido con todas las consideraciones de una hospitalidad amplia, y fué honrado y
albergado tras los deseos de bienvenida más cordiales.
Luego pusiéronse ambos a contarse mutuamente las cosas más importan tes del mundo, y pasaron la
noche charlando alegremente.
Pero al día siguiente, el hombre de Damasco dijo al hombre de El Cairo: "¡Por Alah, ¡oh compañero!
que no he venido desde Da masco a El Cairo más que para juzgar por mis propios ojos acerca de las
buenas jugarretas y de las bromas que sin cesar gastas por la ciudad! ¡Y desearía regresar a mi país
enriquecido con tu instruc ción! ¿Quieres, pues, que atestigüe lo que tan ardientemente deseo ver?" El otro
dijo: "¡Por Alah, ¡oh compañero! sin duda te engaña ron los que te han hablado de mí! ¡Apenas si sé
diferenciar mi mano izquierda de mi mano derecha! ¿Cómo voy, pues, a instruir en la delicadeza y en el
ingenio a un noble damasquino como tú? ¡Pero salgamos a pasear, ya que mi deber de huésped consiste en
hacer que veas las cosas buenas que hay en nuestra ciudad!"
Salió, pues, con él, y ante todo, le llevó a la mezquita de Al-Azhar, a fin de que pudiese contar a los
habitantes de Damasco las maravillas de la instrucción y de la ciencia. Y de camino, al pasar por junto a
los mercaderes de flores, se hizo un ramo de flores, con hierbas aro máticas, con clavelinas, con rosas,
con albahaca, con jazmines, con ramas de menta y mejorana. Y así llegaron ambos a la mezquita, y
pasaron al patio. Pero al entrar divisaron ante la fuente de las ablu ciones, acurrucadas en los retretes,
personas que estaban evacuando im periosas necesidades. Y el hombre de El Cairo dijo al de Damasco:
"Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas per sonas acurrucadas en fila, ¿cómo te
arreglarías... ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 618ª noche
Ella dijo:
"...Vamos a ver, compañero. Si tuvieras que gastar una broma a esas personas acurrucadas en fila,
¿cómo te arreglarías?" El otro contestó: "¡Lo más indicado sería pasar por detrás de ellas con una escoba
de esparto, y como por inadvertencia, haciendo que barría, pin charlas en el trasero con las espinas de la
escoba!" El hombre de El Cairo dijo: "Ese procedimiento, compañero, sería algo torpe y grosero. ¡Y
verdaderamente resultan soeces semejantes bromas! ¡He aquí lo que haría yo!" Y después de hablar así,
se acercó con aire amable y sim pático a las personas puestas en cuclillas, diciendo: "Con tu permiso, ¡oh
mi señor!" Y cada cual hubo de contestarle, en el límite de la con fusión y del furor: "¡Alah arruine tu
casa, ¡oh hijo de alcahuete! ¿Acaso celebramos un festín aquí?" Y al ver la cara indignada de las
personas aludidas, reían en extremo todos los circunstantes reunidos en el patio de la mezquita.
De modo que, cuando el hombre de Damasco hubo visto aquello con sus propios ojos, encaróse con
el hombre de El Cairo, y le dijo: "¡Por Alah, que me venciste. ¡oh jeique de los bromistas! Y razón tiene
el proverbio que dice: "¡Sutil como el egipcio, que pasa por el ojo de una aguja!"
Después Schehrazada todavía dijo aquella noche:
Ardid de mujer
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que, en una ciudad entre las ciudades, una joven de alto rango,
cuyo esposo se ausentaba a menudo para hacer viajes próximos y lejanos, acabó por no resistir ya a la
incitaciones de su tormento y escogió para sí, a manera de bálsamo calmante, un muchacho, que no tenía
par entre los jóvenes de aquel tiempo. Y se amaron ambos con un amor extraordinario; y se satisficieron
mutuamente con toda alegría y toda tranquilidad, levan tándose para comer, comiendo para acostarse y
acostándose para copular. Y de aquella manera vivieron durante un largo transcurso de tiempo.
Y he aquí que un día solicitó con malas intenciones al muchacho un jeique de barba blanca, un pérfido
redomado, semejante al cuchillo del vendedor de colocasias. Pero el joven no quiso prestarse a lo que le
pedía el jeique, y enfadándose con él, le pegó mucho en la cara y le arrancó su barba de confusión. Y el
jeique fué al walí de la ciudad para quejarse del mal trato que acababa de sufrir; y el walí mandó detener
y encarcelar al muchacho.
Entretanto, se enteró la joven de lo que acababa de sucederle a su enamorado, y al saber que estaba
preso, tuvo una pena muy vio lenta. Así es que no tardó en combinar un plan para libertar a su amigo, y
adornándose con sus atavíos más hermosos, fué al palacio del walí, solicitó audiencia y la introdujeron
en la sala de las peticio nes. Y en verdad ¡por Alah! que, nada más que con mostrarse de aquel modo en su
esbeltez, habría podido obtener de antemano la concesión de todas las peticiones de la tierra a lo ancho y
a lo largo. De manera que, después de las zalemas, dijo al walí: "¡Oh nuestro señor walí! el desgraciado
joven, a quien hiciste encarcelar, es mi propio hermano y el único sostén de mi casa. Y ha sido
calumniado por los testigos del jeique y por el mismo jeique, que es un pérfido, un disoluto. ¡Vengo, pues,
a solicitar de tu justicia la libertad de mi hermano, sin lo cual va a arruinarse mi casa, y yo moriré de
hambre!"
Pero no bien el walí hubo visto a la joven, se le afectó mucho el corazón por causa suya; y se
enamoró de ella; y le dijo: "¡Claro que estoy dispuesto a libertar a tu hermano! ¡Pero conviene que antes
entres en el harén de mi casa, que yo iré a buscarte allí después de las audiencias, para hablar acerca del
asunto contigo!" Mas compren diendo ella lo que pretendía él, se dijo: "¡Por Alah ¡oh barba de pez! que
no me tocarás hasta que las ranas críen pelo!"
Y contestó: "¡Oh nuestro señor el walí! ¡es preferible que vayas tú a mi casa, donde tendremos tiempo
sobrado para hablar acerca del asunto con más tranquilidad que aquí, en donde al fin y al cabo soy una
extraña!" Y le preguntó el walí en el límite de la alegría: "¿Y dónde está tu casa?" Ella dijo: "¡En tal
sitio! ¡Y te espero allí esta tarde al ponerse el sol!" Y salió de casa del walí, a quien dejó sumido en un
mar agitado, y fué en busca del kadí de la ciudad.Entró, pues, en casa del kadí, que era un hombre de
edad, y le dijo: "¡Oh nuestro amo el kadí!" El dijo: "¿Qué hay?"
Ella conti nuó: "¡Te suplico que detengas tus miradas en mi tribulación, y Alah lo aprobará!"
El preguntó: "¿Quién te ha oprimido?" Ella contestó: "Un jeique pérfido que, valiéndose de testigos
falsos, logró que encar celasen a mi hermano, único sostén de mi casa. ¡Y vengo a rogarte que intercedas
con el walí para que suelten a mi hermano!" Y he aquí que, cuando el kadí vió y oyó a la joven, quedó
locamente ena morado de ella, y le dijo: "Con mucho gusto me interesaré por tu hermano. Pero empieza
por entrar en el harén y esperarme allí. Y en tonces hablaremos del asunto. ¡Y todo saldrá a medida de tu
deseo!" Y se dijo la joven: "¡Ah hijo de alcahuete! ¡como no me poseas para cuando las ranas críen
pelo!" Y contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡Mejor será que te espere en mi casa, donde no nos molestará
nadie!" El pre guntó: "¿Y dónde está tu casa?"
Ella dijo: "¡En tal sitio! ¡Y te es pero allí esta misma tarde después de que se ponga el sol!" Y salió de
casa del kadí y fué en busca del visir del rey.
Cuando estuvo en presencia del visir, le contó el encarcelamiento del muchacho, que decía era
hermano suyo, y le suplicó que diera or den de que le libertaran. Y le dijo el visir: "¡No hay
inconveniente! ¡Pero entra ahora a esperar en el harén, adonde iré a reunirme con tigo para hablar acerca
del asunto!" Ella dijo: "¡Por la vida de tu cabeza, ¡oh amo nuestro! soy muy tímida, y ni siquiera sabré
condu cirme en el harén de tu señoría! Pero mi casa es más a propósito para conversaciones de ese
género, y te esperaré en ella esta misma noche una hora después de ponerse el sol!" Y le indicó el sitio en
que estaba situada su casa, y salió de allí para ir a palacio en busca del rey de la ciudad.
Y he aquí que cuando entró en la sala del trono, el rey se dijo, maravillado de su belleza: "¡Por Alah!
¡Qué buen bocado para to márselo caliente aún y en ayunas!" Y le preguntó: "¿Quién te ha opri mido?"
Ella dijo: "¡No me han oprimido, puesto que existe la justicia del rey!" Dijo él: "¡Sólo Alah es justo!
¿Pero qué puedo hacer en tu favor?" Ella dijo: "¡Dar orden para que pongan en libertad a mi hermano,
encarcelado injustamente!" Dijo él: "¡Fácil es la cosa! ¡Ve a esperarme en el harén, hija mía! ¡Y no
ocurrirá más que lo que te convenga!"
Ella dijo: "En ese caso ¡oh rey! mejor te esperaré en mi casa. Porque ya sabe nuestro rey que para
esta clase de cosas son necesarios muchos preparativos, como baño, limpieza y otros requisitos
parecidos. ¡Y nada de eso puedo hacerlo bien más que en mi casa, la cual habrá de ser honrada y bendita
por siempre en cuanto pisen en ella los pasos de nuestro rey!"
Y el rey dijo: "¡Sea, pues, así!" Y se pusieron ambos de acuerdo acerca de la hora y el sitio del
encuen tro. Y la joven salió de palacio y fué en busca de un carpintero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 620ª noche
...de un carpintero, al cual dijo: "¡Esta tarde me enviarás a casa un armario grande con tres entrepaños
superpuestos, y del que cada entrepaño tenga una puerta independiente que se cierre bien con un
candado!" El carpin tero contestó : “Por Alah, ¡oh mi ama! Que las cosa no es tan facil de hacer de aquí a
esta tarde!" Ella dijo: "¡Te pagaré lo que quieras!" Dijo él: "En ese caso, estará listo. i Pero el precio que
de ti quiero no es oro ni plata, ¡oh mi señora! sino solamente lo que tú sabes! ¡Entra, pues, en la
trastienda, a fin de que pueda hablar contigo!" Al oír estas palabras del carpintero, contestó la joven:
“!Oh carpintero de bendición, que hombre de tan poco tacto eres! ¡Por Alah! ¿Es que esta mi serable
trastienda tuya resulta a propósito para una conversación como la que quieres mantener? ¡Mejor será que
vengas esta noche a mi casa después de enviarme el armario, y me hallarás dispuesta a con versar contigo
hasta por la mañana!" Y el carpintero contestó: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido!" Y
continuó la joven: "¡Bueno! ¡Pero el armario que vas a hacerme no ha de tener cuatro entrepaños, sino
cinco! ¡Porque, si he de guardar en él todo lo que tengo que guardar, necesito cinco entrepaños!"
Y después de darle las señas de su casa, se separó del carpintero y regresó a su do micilio.
Ya en él, sacó de un cofre cinco ropones de hechuras y colores distintos, los dejó cuidadosamente e
hizo aportar manjares y bebidas, y colocar flores y quemar perfumes. Y de esta manera aguardó la lle -
gada de sus invitados.
Y he aquí que al oscurecer llevó el armario consabido el mozo del carpintero; y la joven mandó
colocarlo en la sala de visitas. Luego despidió al mozo, y antes de que tuviese tiempo de probar los
canda dos del armario, llamaron a la puerta, y entró el primero de los invitados, que era el walí de la
ciudad. Y levantóse en honor suyo, y besó la tierra entre sus manos, y le invitó a sentarse, y le sirvió
refrescos. Luego empezó a posar en él unos ojos de un palmo de lar gos, y a lanzarle miradas abrasadoras,
de modo que el walí hubo de levantarse acto seguido, y haciendo muchos gestos y tembloroso ya, quiso
poseerla al instante.
Pero dijo la joven, desasiéndose de él: "¡Oh mi señor! ¡Cuán refinado eres! ¡Comienza por desnudarte
para tener soltura de movimientos!" Y dijo el walí: "¡No hay inconveniente!" Y se quitó sus vestiduras. Y
ella le presentó un ropón de seda amarilla y de forma extraordinaria, un gorro del mismo color, para que
se los pusiese en lugar de sus trajes de color oscuro, como suele hacerse en los festines de libertinos. Y
el walí se apropió del ropón amarillo, y el gorro amarillo, y se dispuso a divertirse. Pero en aquel mismo
momento llamaron a la puerta con violencia.
Y preguntó el walí, muy contra riado: "¿Esperas a algunas vecinas o a alguna proveedora?" Ella con -
testó aterrada: "¡Por Alah, que no! ¡Pero he olvidado que esta misma noche volvía de viaje mi esposo! ¡Y
él mismo es quien llama a la puerta en este momento!" El walí preguntó: "¿Y qué va a ser de mí entonces?
¿Y qué voy a hacer?"
Ella dijo: "¡No tienes más que un modo de salvarte, y consiste en meterte en este armario!" Y abrió la
puerta del primer entrepaño del armario, y dijo al walí: "¡Métete ahí dentro!" Dijo él: "¿Y cómo voy a
caber?" Ella dijo: "¡Acurrucán dote!" Y encorvándose por la cintura, entró el walí en el armario, y se
acurrucó allí. Y la joven cerró con llave la puerta y fué a abrir al que llamaba.
Y he aquí que era el kadí.
Y le recibió como había recibido al walí, y cuando llegó el momento oportuno, le puso un ropón rojo
de forma extraordinaria y un gorro del mismo color; y como quería él arrojarse sobre ella, le dijo: "¡No,
por Alah! ¡Antes tendrás que escribirme una orden disponiendo que suelten a mi hermano!" Y el kadí le
escribió la orden consabida, y se la entregó en el mismo mo mento en que llamaban a la puerta. Y exclamó
la joven con acento aterrado: "¡Es mi esposo, que vuelve de viaje!"E hizo encaramarse al kadí hasta el
segundo entrepaño del armario, y fué a abrir al que llamaba a la puerta de la casa.
Y precisamente era el visir. Y ocurrió lo que les había sucedido a los otros dos; y ataviado con un
ropón verde y un gorro verde, hubo de meterse en el tercer entrepaño del armario en el momento de llegar
a su vez el rey de la ciudad. Y del propio modo, se atavió el rey con un ropón azul y un gorro azul, y en el
instante en que se disponía a verificar lo que le había llevado allí, resonó la puerta, y ante el te rror de la
joven, se vió obligado a trepar al cuarto entrepaño del armario, donde hubo de acurrucarse en una postura
muy penosa para él, que estaba bastante grueso.
Entonces quiso caer sobre la joven el carpintero, que le miraba con ojos devoradores y quería
cobrarse el armario. Pero le dijo ella: "¡Oh carpintero! ¿Por qué has hecho tan pequeño el quinto entre -
paño del armario? ¡Apenas si puede guardarse ahí el contenido de una caja pequeña!"
Dijo él: "¡Por Alah, que en ese entrepaño quepo yo y aun cuatro más gordos que yo!" Ella dijo:
"¡Prueba, a ver si ca bes" Y encaramándose en banquetas superpuestas, el carpintero se metió en el quinto
entrepaño, donde quedó encerrado bajo llave in mediatamente.
En seguida, cogiendo la orden que le había dado el kadí, la joven fué en busca de los celadores de la
cárcel, los cuales, al ver el sello es tampado debajo del escrito, soltaron al muchacho.
Entonces volvieron ella y él a la casa a toda prisa, y para festejar su reunión, copularon de firme y
durante largo tiempo con muchos ruidos y jadeos. Y los cinco encerrados oían desde dentro del armario
todo aquello, pero no se atrevían a moverse ni podían tampoco. Y acurrucados en los entre paños unos
encima de otros, no sabían cuándo se les libertaría.
Y he aquí que, no bien la joven y el muchacho terminaron con sus escarceos, recogieron cuantas cosas
preciosas pudieron llevarse, las metieron en cofres, vendieron todo lo demás, y abandonaron aquella
ciudad para ir a otra ciudad y a otro reino. ¡Y esto en cuanto a ellos! ¡Pero encuanto a los otros cinco, he
aquí lo que les sucedió! Al cabo de dos días de estar allí, los cinco
se sintieron poseídos por una necesidad imperiosa de orinar.
Y el primero que se meó fue el car pintero. Y cayeron los orines en la cabeza del rey. Y en el mismo
momento se puso el rey a mear encima de la cabeza de su visir, que se orinó en la cabeza del kadí, el cual
se meó en la cabeza del walí. Entonces alzaron la voz todos, excepto el rey y el carpintero, gritando:
"¡Qué asco!" Y el kadí reconoció la voz del visir, el cual reconoció la voz del kadí. Y se dijeron unos a
otros: "¡Henos aquí caídos en la trampa! ¡Menos mal que ha escapado el rey!"
Pero en aquel momento les gritó el rey, que habíase callado por dignidad: "¡No digáis eso, por que
también estoy aquí! ¡Y no sé quién me ha meado en la cabeza!" Entonces exclamó el carpintero: "¡Alah
eleve la dignidad del rey! ¡Me parece que he sido yo! ¡Porque estoy en el quinto entrepaño!"
Luego añadió: "¡Por Alah! ¡Soy el causante de todo esto, pues el armario es obra mía!"
Entretanto, regresó de su viaje el esposo de la joven; y los veci nos, que no se habían dado cuenta de
la marcha de la joven, lo vieron llegar y llamar a su puerta inútilmente. Y les preguntó él porqué no le
respondía nadie desde dentro. Y no supieron informarle acerca del particular. Entonces, hartos de
esperar, derribaron la puerta en tre todos y penetraron en el interior; pero se encontraron con la casa vacía
y sin más mueble que el armario consabido. Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no
dudaron que el armario es taba habitado por genn...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 622ª noche
Ella dijo:
"...Y oyeron voces de hombres dentro del armario. Y ya no dudaron que el armario estaba habitado
por genn. Y en alta voz dijeron que iban a prender fuego al armario y a quemarlo con quienes encerrase.
Y cuando iban a poner en práctica su proyecto, se dejó oír desde dentro del armario la voz del kadí, que
gritaba: "Deteneos, ¡oh buenas gentes! ¡No somos ni genn ni ladrones, sino que somos tal y cual!"
Y en pocas palabras les puso al corriente del ardid de que ha bían sido víctimas. Entonces los
vecinos, con el esposo a la cabeza, rompieron los candados y libertaron a los cinco presos, a quienes
hallaron vestidos con los trajes extraños que la joven les hizo ponerse. Y al ver aquello, ninguno pudo
por menos de reír la aventura. Y para consolar al esposo de la marcha de su mujer, le dijo el rey: "¡Te
nom bro mi segundo visir!"
Y tal es esta historia. ¡Pero Alah es más sabio! Y tras de hablar así, Schehrazada dijo al rey
Schahriar: "¡Pero no creas ¡oh rey! que todo esto es comparable a la Historia del dormido despierto!" Y
como el rey Schahriar frunciese las cejas al oír este título, que era desconocido para él, Schehrazada dijo
sin más tar danza:
Historia del dormido despierto
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que antaño, en tiempos del califa Harún Al-Raschid, había en
Bagdad un joven soltero, lla mado Abul-Hassán, que llevaba una vida muy extraña y muy extra ordinaria.
Porque sus vecinos jamás le veían tratar dos días seguidos a la misma persona ni invitar en su casa a
ningún habitante de Bagdad, pues cuantos a su casa iban eran extranjeros. Así es que las gentes de su
barrio, como ignoraban lo que hacía, le habían puesto el mote de
Abul-Hassán el Disoluto.
Tenía él costumbre de ir todas las tardes a apostarse al extremo del puente de Bagdad, y allá
esperaba que pasase algún extranjero; y en cuanto divisaba uno, fuese rico o pobre, joven o viejo, se
adelantaba a él sonriendo y lleno de urbanidad, y después de las zalemas y los deseos de bienvenida, le
invitaba a aceptar la hospitalidad de su casa durante la primera noche que residiese en Bagdad. Y se lo
llevaba con él, y le albergaba lo mejor que podía; y como se trataba de un individuo muy jovial y de
carácter complaciente, le hacía compañía toda la noche y no escatimaba nada para darle la mejor idea de
su generosidad. Pero al día siguiente le decía: "¡Oh huésped mío! has de saber que, si te invité a mi casa
cuando en esta ciudad sólo Alah te conoce, es porque tengo mis razones para obrar de esa manera. Pero
hice juramento de no tratar jamás dos días seguidos al mismo extranjero, aunque sea el más encantador y
el más delicioso entre los hijos de los hombres. ¡Así, pues, heme aquí precisado a separarme de ti, e
incluso te ruego que, si alguna vez me encuentras por las calles de Bagdad, hagas como que no me
conoces para no obligarme a que me aparte de ti!"
Y tras de hablar así, Abul-Hassán conducía a su huésped a cualquier khan de la ciudad, le daba todos
los informes que pudiera necesitar, se des pedía de él y no volvía a verle ya. Y si por casualidad ocurría
que se encontrase más tarde por los zocos con alguno de los extranjeros que había recibido en su casa,
fingía no conocerle, e incluso volvía a otro lado la cabeza para no verse obligado a hablarle o saludarle.
Y con tinuó obrando de tal suerte, sin dejar nunca ni una sola tarde de lle varse a su casa un nuevo
extranjero.
Pero una tarde, al ponerse el sol, cuando estaba sentado, según tenía por costumbre, al extremo del
puente de Bagdad esperando la llegada de algún extranjero, vió avanzar en dirección suya a un rico
mercader vestido a la manera de los mercaderes de Mossul, y seguido por un esclavo de alta estatura y
de aspecto imponente. Era nada menos que el califa Harún Al-Raschid, disfrazado, como solía hacerlo
todos los meses, a fin de ver y examinar por sus propios ojos lo que ocurría en Bagdad. Y Abul-Hassán,
al verle, ni por asomo se figuró quién era; y levantándose del sitio en que estaba sentado, avanzó a él, y
después de la zalema más graciosa y el deseo de bienvenida, le dijo: "¡Oh mi señor, bendita sea tu
llegada entre nosotros! Hazme el favor de acep tar por esta noche mi hospitalidad en lugar de ir a dormir
en el khan. ¡Y ya tendrás tiempo mañana por la mañana de buscar tranquilamente alojamiento!" Y para
decidirle a aceptar su oferta, en pocas palabras le contó que desde hacía mucho tiempo tenía costumbre
de dar hos pitalidad, sólo por una noche, al primer extranjero que veía pasar por el puente. Luego añadió:
"Alah es generoso, ¡oh mi señor! ¡En mi casa encontrarás amplia hospitalidad, pan caliente y vino
clarificado!"
Cuando el califa hubo oído las palabras de Abul-Hassán, le pare ció tan extraña la aventura y tan
singular Abul-Hassán, que ni por un instante vaciló en satisfacer su anhelo de conocerle más a fondo. Así
es que, tras de hacerse rogar un momento por pura fórmula y para no resultar un hombre mal educado,
aceptó la oferta, diciendo: "¡Por encima de mi cabeza y de mi oído! ¡Alah aumente sobre ti sus bene -
ficios!, ¡oh mi señor! ¡Heme aquí pronto a seguirte!" Y Abul-Hassán mostró el camino a su huésped y le
condujo a su casa, conversando con él con mucho agrado.
Aquella noche la madre de Hassán había preparado una comida excelente. Y les sirvió primero
bollos tostados con manteca y rellenos con picadillo de carne y piñones, luego un capón muy gordo
rodeado de cuatro pollos grandes, luego un pato relleno de pasas y alfónsigos, y por último, unos
pichones en salsa. Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agradable a la vista.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 624ª noche
Ella dijo:
"...Y en verdad que todo aquello era exquisito al paladar y agra dable a la vista. Así es que,
sentándose ambos ante las bandejas, co mieron con gran apetito; y Abul-Hassán escogía los trozos más
deli cados para dárselos a su huésped. Después, cuando acabaron de comer, el esclavo les presentó el
jarro y la jofaina; y se lavaron las manos, en tanto que la madre de Hassán retiraba las fuentes de
manjares para servir los platos de frutas llenos de uvas, dátiles y peras, así como otros platos con botes
llenos de confituras, pastas de almendras y toda clase de cosas deliciosas. Y comieron hasta la saciedad
para comenzar a beber luego.
Entonces Abul-Hassán llenó de vino la copa del festín, y con ella en la mano, se encaró con su
huésped, y le dijo: "¡Oh huésped mío! Ya sabes que el gallo no bebe nunca sin llamar con cacareos antes
a las gallinas para que vayan a beber con él. Por tanto, si yo me llevase a los labios esta copa para beber
estando solo, la bebida detendríase en mi gaznate, y moriría yo seguramente. Ruégote, pues, que por esta,
noche dejes la sobriedad para quienes estén de mal humor, y busques conmigo la alegría en el fondo de la
copa. ¡Porque, en verdad, ¡oh huésped mío! que mi felicidad alcanza su límite extremado al tener yo en
mi casa a un personaje tan honorable como tú!"
El califa, que no quería desairarle, y que, además, deseaba hacerle hablar, no rehusó la copa y se
puso a beber con él. Y cuando empezó el vino a aligerarles las almas, dijo el califa a Abul-Hassán: "¡Oh
mi señor! Ahora que existe entre nosotros el pan y la sal, ¿quieres decirme el motivo que te induce a
portarte así con extranjeros a quienes no co noces, y contarme, a fin de que yo la oiga, tu historia, que
debe ser asombrosa?"
Y contestó Abul-Hassán: "Has de saber ¡oh huésped mío! que mi historia no es asombrosa, sino
instructiva únicamente. Me llamo Abul-Hassán, y soy hijo de un mercader que a su muerte me dejó lo
bastante para vivir con toda holgura en Bagdad, nuestra ciudad. Y como yo había sido educado muy
severamente en vida de mi padre, me apresuré a hacer cuanto estaba en mi mano para ganar el tiempo
per dido en mi juventud. Pero como estaba naturalmente dotado de refle xión, tuve la precaución de dividir
mi herencia en dos partes: una que convertí en oro y otra que conservé como reserva. Y cogí el oro
realizado con la primera parte, y empecé a dilapidarlo a manos llenas, tratando a jóvenes de mi edad, a
quienes regalaba y atendía con una esplendidez y una generosidad de emir. Y no escatimaba nada para
que nuestra vida estuviese llena de delicias y comodidades.
Pero, gas tando de tal suerte, advertí que, al cabo de un año no me quedaba ya ni un solo dinar en el
fondo de la arquilla, y volví la vista a mis ami gos, pero habían desaparecido. Entonces fui en busca suya,
y les pedí que a su vez me ayudasen en la situación penosa por que atravesaba. Pero, uno tras de otro,
todos me pusieron algún pretexto que les im pedía ir en mi ayuda, y ninguno de ellos accedió a ofrecerme
algo para que subsistiese ni un solo día. Entonces volví en mí, y comprendí cuán ta razón tuvo mi padre
para educarme con severidad.
Y regresé a mi casa, y me puse a reflexionar acerca de lo que me quedaba que hacer. Y a la sazón
hice hincapié en una resolución que desde entonces man tengo sin vacilar. Juré ante Alah, en efecto, que
jamás frecuentaría el trato de los individuos de mi país, ni daría en mi casa hospitalidad a nadie más que
a extranjeros; pero la experiencia me ha enseñado también que la amistad corta y efusiva es preferible
con mucho a la amistad larga y que acaba mal, ¡e hice juramento de no tratar nunca dos días seguidos al
mismo extranjero invitado en mi casa, aunque sea el más encantador y el más delicioso entre los hijos de
los hombres! Porque ya he experimentado cuán crueles son los lazos del afecto, y hasta qué punto
impiden saborear en su plenitud las alegrías de la amistad.
Así, pues, ¡oh huésped mío! no te asombres de que mañana por la mañana, tras esta noche en que la
amistad se nos deja ver bajo el aspecto más atrayente, me encuentre obligado a decirte adiós. ¡E incluso
si, más tarde, me encontraras en las calles de Bagdad, no tomes a mal que no te reconozca ya siquiera!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Abul-Hassán, le dijo: "¡Por Alah, que tu conducta es
una conducta maravillosa, y en mi vida he visto conducirse con tanta prudencia como tú a ningún joven
disoluto! Así es que mi admiración por ti llega a sus límites extre mos: con los fondos que te reservaste de
la segunda parte de tu patri monio, supiste llevar una vida inteligente que te permite disfrutar cada noche
del trato de un hombre distinto con quien puedes variar siempre de placeres y conversaciones, y que no
podrá hacerte experimentar sensaciones desagradables". Luego añadió: "Pero ¡oh mi señor! lo que me has
dicho respecto a nuestra separación de mañana me produce una pena extremada. Porque yo quería
corresponder de algún modo a lo bien que conmigo te portaste y a la hospitalidad de esta noche.
Te ruego, pues, ahora, que manifiestes un deseo, y te juro por la Kaaba santa que me comprometo a
satisfacerlo. ¡Háblame, por tanto, con toda sinceridad, y no temas que resulte excesiva tu petición,
pueslos bienes de Alah son numerosos sobre este mercader que te habla, y no me será difícil realizar
nada, con ayuda de Alah...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 625ª noche
Ella dijo:
"...y no me será difícil realizar nada, con ayuda de Alah!"
Al oír estas palabras del califa disfrazado de mercader, Abul-Has sán contestó sin turbarse ni
manifestar el menor asombro: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que mis ojos están pagados ya con verte, y tus
bene ficios estarían de más! ¡Te doy las gracias, pues, por tu buena volun tad para conmigo; pero, como no
tengo ningún deseo que satisfacer ni ninguna ambición que realizar, me noto muy perplejo al respon derte!
¡Porque me basta con mi suerte, y no deseo más que vivir como vivo, sin tener necesidad de nadie
nunca!" Pero el califa insistió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! no rechaces mi oferta, y deja a tu alma
expresar un deseo, a fin de que yo lo satisfaga! ¡De no ser así, me marcharé de aquí con el corazón muy
torturado y muy humillado! ¡Porque más pesa un beneficio recibido que una mala acción, y el hombre
bien nacido debe siempre devolver duplicado el bien que se le hace! ¡Así, pues, habla y no temas
molestarme!"
Entonces, al ver que no podía comportarse de otro modo, Abul Hassán bajó la cabeza y se puso a
reflexionar profundamente acerca de la petición que se veía obligado a hacer; levantó de pronto luego la
cabeza, y exclamó: "¡Pues bien; ya di con ello! Pero se trata de una petición loca, sin duda. ¡Y me parece
que no voy a indicártela para no separarme de ti haciéndote formar con respecto a mí tan mala idea!"
El califa dijo: "¡Por la vida de mi cabeza! ¿Y quién puede decir de antemano si una idea es loca o
razonable? ¡En verdad que no soy más que un mercader! pero, a pesar de todo, puedo hacer bastante más
de lo que parece a juzgar por mi oficio! ¡Habla pronto, pues!" Abul-Hassán contestó: "Hablaré, ¡oh mi
señor! pero por los méritos de nuestro Profeta (con Él la paz y la plegaria), te juro que sólo el califa
podría realizar lo que yo deseo. ¡Pues, para complacerme, sería preciso que me convirtiese yo, aunque
fuese nada más que por un día, en califa en lugar de nuestro amo el Emir de los Creyentes Harún Al-
Raschid!" El califa preguntó: "Pero, vamos a ver, ya Abul Hassán ¿qué harías si fueses califa un día
solamente?"
El otro contestó: "¡Escucha!" Y Abul-Hassán se interrumpió un momento, luego dijo:
"Has de saber ¡oh mi señor! que la ciudad de Bagdad está di vidida en barrios y que cada barrio tiene
al frente un jeique al que llaman al-balad. Pero, para desgracia de este barrio en que habito, el jeique-albalad
que lo regentea es un hombre tan feo y tan horroroso, que ha debido nacer sin duda de la
copulación de una hiena con un cerdo. Su presencia resulta pestilente, porque no tiene por boca una boca
vulgar, sino un brocal sucio comparable al agujero de una le trina; sus ojos de pez le salen de los lados y
parece que se le van a saltar hasta caer a sus pies; sus labios tumefactos se dirían una llaga maligna, y
cuando habla, lanzan chorros de saliva; sus orejas son unas orejas de puerco; sus mejillas, fláccidas y
pintadas, se asemejan al trasero de un mono viejo; sus mandíbulas carecen de dientes a fuerza de mascar
basuras; su cuerpo está aquejado de todas las enfermedades; en cuanto a su ano, ya no existe; a fuerza de
servir de estuche a las herramientas de arrieros, poceros y barrenderos, está atacado de po dredumbre y
lo reemplazan ahora unos tapones de lana que impiden que se le salgan por allí las tripas.
"Y este innoble depravado es quien se permite poner en conmo ción a todo el barrio con ayuda de
otros dos depravados que voy a des cribirte. Porque no hay villanía que no cometa y calumnia que no di -
funda, y como tiene un alma excrementicia, ejerce su maldad de mu jerzuela vieja sobre las personas
honradas, tranquilas y limpias. Pero como no puede encontrarse a la vez en todas partes para infestar el
barrio con su pestilencia, tiene a su servicio dos ayudantes tan infa mes como él.
"El primero de estos infames es un esclavo de rostro imberbe como el de los eunucos, de ojos
amarillos y de voz tan desagradable como el sonido que se escapa del trasero de los asnos. Y ese
esclavo, hijo de zorra y de perro, se hace pasar por un noble árabe, cuando sólo es un rumí de la más vil
y de la más baja extracción. Su oficio consiste en ir a hacer compañía a los cocineros, a los criados y a
los eunucos en casa de los visires y de los grandes del reino para sorprender los secretos de sus amos y
contárselos a su jefe, el jeique al-balad, y traerlos y llevarlos por las tabernas y los sitios peores.
Ninguna tarea le re pugna, y lame los traseros cuando de ese modo puede encontrar un dinar de oro.
"En cuanto al segundo infame, es una especie de bufón de ojos saltones que se ocupa en decir chistes
y gracias por los zocos, en donde se le conoce por su cráneo calvo como un casco de cebolla y su tar -
tamudez, que es tan penosa, que a cada palabra que dice parece que va a vomitar los hígados. ¡Además,
ningún mercader le invita a que se siente en su tienda, ya que está tan gordo y tan macizo, que cuando se
sienta en una silla, vuela hecha pedazos la silla a causa de su peso! ¡Pero éste no es tan depravado como
el primero, aunque es bastante más tonto!
"Por tanto, ¡oh mi señor! si yo fuese únicamente un día Emir de los Creyentes, no intentaría
enriquecerme ni enriquecer a los míos, sino que me apresuraría a librar a nuestro barrio de esos tres
horribles canallas, y los echaría al hoyo de la basura, una vez que hubiese cas tigado a cada cual con
arreglo al grado de su ignominia. Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro
barrio. ¡Y eso es todo lo que deseo!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 627ª noche
Ella dijo:
"Y de tal suerte devolvería la tranquilidad a los habitantes de nuestro barrio. ¡Y eso es todo lo que
deseo!"
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Abul-Hassán, le dijo: "En verdad, ya Abul-Hassán, que
tu deseo es el deseo de un hombre que va por el buen camino y el de un corazón excelente, porque sólo
los hombres buenos y los corazones excelentes sufren cuando la impunidad resulta el pago de los malos. ¡
Pero no creas que tu deseo es tan difícil de realizar como me hiciste creer, pues bien convencido es toy de
que si lo supiese el Emir de los Creyentes, a quien tanto le gus tan las aventuras singulares, se apresuraría
a entregar su poderío entre tus manos por un día y una noche!"
Pero Abul-Hassán se echó a reír, y contestó: "¡Por Alah! ¡demasiado se me alcanza que cuanto
acabamos de decir no es más que una broma! ¡Y a mi vez estoy con vencido de que, si el califa se enterase
de mi extravagancia, haría que me encerraran como a un loco! ¡Así, pues, te ruego, que, si por casua lidad
tus relaciones te llevan a presencia de algún personaje de palacio, no le hables nunca de lo que dijimos
bajo la influencia de la bebida!"
Y para no contrariar a su huésped, le dijo el califa: "¡Te juro que a nadie le hablaré de ello!" Pero en
su interior se prometió no dejar pa sar aquella ocasión de divertirse como jamás lo había hecho desde que
recorría su ciudad disfrazado con toda clase de disfraces. Y dijo a Abul-Hassán; "¡Oh huésped mío!
¡conviene que a mi vez te eche yo de beber, pues hasta el presente fuiste tú quien se tomó el trabajo de
servirme!" Y cogió la botella y la copa, vertió vino en la copa, echando en ella diestramente un poco de
bang de la calidad más pura, y ofreció la copa a Abul-Hassán, diciéndole: "¡Que te sea sano y delicioso!"
Y Abul-Hassán contestó: "¿Cómo rehusar la bebida que nos ofrece la mano del invitado? ¡Pero, por Alah
sobre ti, ¡oh mi señor! como mañana no podré levantarme para acompañarte fuera de mi casa, te ruego
que al salir no te olvides de cerrar bien detrás de ti la puerta!"
Y el califa se lo prometió así. Tranquilo ya por aquel lado, Abul-Hassán tomó la copa y la vació de
un solo trago. Pero al punto surtió su efecto el bang, y Abul-Hassán rodó por tierra, dando con la cabeza
antes que con los pies, de manera tan rápida, que el califa se echó a reír. Tras de lo cual llamó al esclavo
que esperaba sus órdenes, y le dijo: "¡Cárgate a la espalda a este hombre, y sígueme!" Y el esclavo
obede ció, y cargándose a la espalda a Abul-Hassán, siguió al califa, que le dijo: "¡Acuérdate bien del
emplazamiento de esta casa, a fin de que puedas volver a ella cuando yo te lo ordene!"
Y salieron a la calle, olvidándose de cerrar la puerta, no obstante la recomendación.
Llegados que fueron a palacio, entraron por la puerta secreta y penetraron en el aposento particular en
que estaba situada la alcoba. Y el califa dijo a su esclavo: "¡Quítale la ropa a este hombre, vístele con mi
traje de noche, y échale en mi propio lecho!" Y cuando el esclavo hubo ejecutado la orden, el califa le
envió a buscar a todos los digna tarios del palacio, visires, chambelanes y eunucos, así como a todas las
damas del harén; y cuando se presentaron todos entre sus manos, les dijo: "Es preciso que mañana por la
mañana estéis todos en esta habitación, y que cada cual de vosotros se ponga a las órdenes de este
hombre que está echado en mi lecho y vestido con mi ropa. Y no dejéis de guardarle las mismas
consideraciones que a mí mismo, y en todo os portaréis con él como si yo mismo fuese. Y al contestar a
sus preguntas, le daréis el tratamiento de Emir de los Creyentes; y tendréis mucho cuidado de no
contrariarle en ninguno de sus deseos. ¡Porque si alguno de vosotros, aunque fuese mi propio hijo, no
interpreta bien las intenciones que os indico, en aquella hora y en aquel instante será ahorcado a la puerta
principal de palacio!"
Al oír estas palabras del califa, todos los circunstantes contesta ron: "¡Oír es obedecer!" Y a una seña
del visir se retiraron en silen cio, comprendiendo que, cuando el califa les había dado aquellas ins -
trucciones, era porque quería divertirse de una manera extraordinaria. Cuando se marcharon, Al-Raschid
se encaró con Giafar y con el portaalfanje Massrur, que se habían quedado en la habitación, y les dijo:
"Ya habéis oído mis palabras. ¡Pues bien: es preciso que mañana seáis vosotros los primeros que os
levantéis y vengáis a esta habitación para poneros a las órdenes de mi sustituto, que es éste que aquí véis!
Y no habéis de asombraros por ninguna de las cosas que os diga, para sacaros de vuestro error simulado.
Y haréis dádivas a quienes él os indique, aunque tuviérais que agotar todos los tesoros del reino; y re -
compensaréis, y castigaréis, y ahorcaréis, y mataréis, y nombraréis, y destituiréis exactamente como él os
diga que hagáis. Y no tendréis ne cesidad de ir a consultarme antes. ¡Yo estaré escondido cerca, y veré y
oiré cuanto ocurra! ¡Y sobre todo, obrad de manera que ni por un momento pueda sospechar que todo lo
que sucede se reduce a una broma combinada por orden mía!
¡Eso es todo! ¡Y que se cumpla así!"
Luego añadió: "¡No dejéis tampoco, en cuanto os despertéis, de ir a sacarme de mi sueño a la hora de
la plegaria matinal...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 629ª noche
Ella dijo:
"¡...No dejéis tampoco, en cuanto os despertéis, de ir a sacarme de mi sueño a la hora de la plegaria
mantinal!"
Y he aquí que al día siguiente, a la hora indicada, no dejaron Giafar y Massrur de ir a despertar al
califa, que al punto corrió a colocarse detrás de una cortina en la misma habitación en que dormía Abul-
Hassán. Y desde allí podía oír y ver todo lo que iba a ocurrir, sin exponerse a que Abul-Hassán le
advirtiera entre los presentes.
Entonces entraron Giafar y Massrur, así como todos los dignata rios, las damas y los esclavos, y cada
cual se colocó en el sitio de cos tumbre, con arreglo a su categoría. Y reinaban en la habitación una
gravedad y un silencio como si se tratase del despertar del Emir de los Creyentes.Cuando todos
estuvieron formados por orden, el esclavo designado de antemano se acercó a Abul-Hassán, que seguía
dormido, y le aplicó a la nariz un hisopo empapado en vinagre. Y al punto estornu dó Abul-Hassán una
vez, dos veces y tres veces, arrojando por la nariz largos filamentos producidos por el efecto del bang. Y
el esclavo reco gió aquellas mucosidades en una bandeja de oro para que no cayesen en el lecho o en la
alfombra; luego secó la nariz y el rostro a Abul Hassán y le roció con agua de rosas. Y Abul-Hassán
acabó por salir de su sopor, y abrió los ojos, despertándose.
¡Y se vió de primera intención en un lecho magnífico, cuya colcha era un magnífico y admirable
brocato de oro rojo constelado de perlas y pedrerías! ¡Y alzó los ojos y se vió en un salón de paredes y
techo tapizados de raso, con cortinas de seda y vasos de oro y de cristal en los rincones! Y giró los ojos a
su alrededor y se vió rodeado de mujeres jóvenes y de esclavos jóvenes, de una belleza subyugante, que
se incli naban a su vista, y detrás de ellos divisó a la muchedumbre de visires, emires, chambelanes,
eunucos negros y tañedores de instrumentos prontos a pulsar las cuerdas armoniosas y acompañar a las
cantarinas colo cadas en un círculo sobre un estrado. Y junto a él, encima de un tabu rete, reconoció por el
color de los trajes, el manto y el turbante del Emir de los Creyentes.
Cuando Abul-Hassán vió todo aquello, cerró de nuevo los ojos para dormirse otra vez, de tan
convencido como estaba de que se hallaba bajo el efecto de un sueño. Pero en el mismo momento se
acercó a él el gran visir Giafar, y después de besar la tierra por tres veces, le dijo con acento respetuoso:
"¡Oh Emir de los Creyentes, permite que te despierte tu esclavo, pues ya es la hora de la plegaria
matinal!"
Al oír estas palabras de Giafar, Abul-Hassán se restregó los ojos repetidas veces, luego se pellizcó
en un brazo tan cruelmente que hubo de lanzar un grito de dolor, y se dijo: "¡No, por Alah, no estoy
soñan do! ¡Heme aquí convertido en califa!" Pero vaciló aún, y dijo en voz alta: "¡Por Alah, que todo esto
es producto de mi razón extraviada por tanta bebida como ingerí ayer con el mercader de Mossul, y
también es efecto de la disparatada conversación que con él tuve!" Y se volvió del lado de la pared para
dormirse de nuevo. Y como ya no se movía, Giafar se aproximó más a él, y le dijo: "¡Oh Emir de los
Creyentes! ¡permite que tu esclavo se asombre al ver que su señor falte a su cos tumbre de levantarse para
la plegaria!" En aquel mismo momento, a una seña de Giafar, las tañedoras de instrumentos hicieron oír
un con cierto de arpas, de laúdes y de guitarras, y las voces de las cantarinas resonaron armoniosamente.
Y Abul-Hassán volvióse hacia las cantarinas, diciéndose en alta voz: "¿Y desde cuándo, ¡ya AbulHassán!
los dur mientes oyen lo que tú oyes y ven lo que tú ves?" Y acto seguido se levantó en el límite de
la estupefacción y del encanto, aunque dudando siempre de la realidad de todo aquello. Y se puso las
manos delante de los ojos a modo de pantalla, para distinguir mejor y probarse mejor sus impresiones,
diciéndose: "¡Ualah! ¡Qué extraño! ¡Qué asombroso! ¿Dónde estás, Abul-Hassán, ¡oh hijo de tu madre!?
¿Sueñas o no sueñas? ¿Desde cuándo eres califa? ¿Desde cuándo este palacio, este lecho, estos
dignatarios, estos eunucos, estas mujeres encantadoras, estas tañedoras de instrumentos, estas cantarinas
hechiceras y todo esto es tuyo?"
Pero en aquel momento cesó el concierto, y Massrur el porta. alfanje se acercó al lecho, besó la tierra
por tres veces, e incorporándo se, dijo a Abul-Hassán: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡permite al último de
tus esclavos que te diga que ya ha pasado la hora de la plegaria, y es tiempo de ir al diwán para
despachar los asuntos del reino!" Y Abul Hassán, cada vez más estupefacto, sin saber ya qué partido
tomar en su perplejidad, acabó por mirar a Massrur entre ambos ojos, y le dijo con cólera: "¿Quién eres
tú? ¿Y quién soy yo?"
Massrur contestó con acento respetuoso: "Tú eres nuestro amo el Emir de los Creyentes, el califa
Harún Al-Raschid, quinto de los Ani-Abbas, descendiente del tío del Profeta (¡con él la plegaria y la
paz!) ¡Y el esclavo que te habla es el pobre, el despreciable, el ínfimo Massrur, honrado con el cargo
augusto que consiste en llevar el alfanje de la voluntad de nuestro señor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 630ª noche
Ella dijo:
"¡...Y el esclavo que te habla es el pobre, el despreciable, el ínfimo Massrur, honrado con el cargo
augusto que consiste en llevar el alfan je de la voluntad de nuestro señor!" Al oír estas palabras de
Massrur, le gritó Abul-Hassán: "¡Mientes, hijo de mil cornudos!" Pero Massrur, sin turbarse contestó:
"¡Oh mi señor! ¡en verdad que, al oír hablar así al califa, moriría de dolor otro cualquiera! ¡Pero yo, tu
antiguo esclavo, que desde hace tan largos años estoy a tu servicio y vivo a la sombra de tus beneficios y
de tu bondad, sé que el vicario del Profeta sólo me habla así para poner á prueba mi fidelidad! ¡Por
favor, pues, j oh mi señor! te suplico que no me sometas a prueba más tiempo! ¡Si alguna pesadilla fatigó
tu sueño esta noche, ahuyéntala y tranquiliza a tu esclavo tembloroso!"
Al oír estas palabras de Massrur, Abul-Hassán no pudo contenerse por más tiempo, y lanzando una
inmensa carcajada, se tiró en el lecho, y empezó a revolcarse, enredándose en la colcha y alzando las
piernas por encima de su cabeza. Y Harún Al-Raschid, que oía y veía todo aquello desde detrás de la
cortina, hinchaba los carrillos para sofocar la risa que le embargaba.
Cuando Abul-Hassán se estuvo riendo en aquella postura durante una hora de tiempo, acabó por
calmarse un poco, y levantándose acto seguido, hizo seña de que se aproximara a un esclavo negro, y le
dijo: "¡Oye! ¿me conoces? ¿Y podrías decirme quién soy?"
El negro bajó los ojos con respeto y modestia, y contestó: "Eres nuestro amo el Emir de los Creyentes
Harún Al-Raschid, califa del Profeta (¡bendito sea!) y vicario en la tierra del Soberano de la Tierra y del
Cielo". Pero Abul Hassán le gritó: "¡Mientes, ¡oh rostro de pez! oh hijo de mil alcahuetes! "
Se encaró entonces con una de las esclavas que estaban allí pre sentes, y haciéndole seña de que se
aproximara, le tendió un dedo, di ciéndole: "¡Muerde este dedo! ¡Así veré si duermo o estoy despierto!" Y
la joven, que sabía que el califa estaba viendo y oyendo cuanto pa saba, se dijo para sí: "¡Esta es la
ocasión de mostrar al Emir de los Creyentes todo lo que sé hacer para divertirle!" Y juntando los dientes
con todas sus fuerzas, mordió el dedo hasta llegar al hueso. Y lanzando un grito de dolor, exclamó Abul-
Hassán: "¡Ay! ¡Ah! ¡ya veo que no duermo! ¡Qué he de dormir!"
Y preguntó a la joven: "¿Podrías de cirme si me conoces y si soy verdaderamente quien has dicho?" Y
la esclava contestó, extendiendo los brazos: "¡El nombre de Alah sobre el califa y alrededor suyo! ¡Eres
mi señor! ¡el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, vicario de Alah!"'
Al oír estas palabras, exclamó Abul-Hassán: "Hete aquí en una noche convertido en vicario de Alah,
¡oh Abul-Hassán! ¡oh hijo de tu madre!" Luego, rehaciéndose, gritó a la joven: "¡Mientes, oh zorra!
¿Acaso no sé bien yo quién soy?"
Pero en aquel momento acercóse al lecho el jefe eunuco, y después de besar por tres veces la tierra,
se levantó, y encorvado por la cin tura, se dirigió a Abul-Hassán, y le dijo: "¡Perdóneme nuestro amo!
¡Pero es la hora en que nuestro amo tiene costumbre de satisfacer sus necesidades en el retrete!" Y le
pasó el brazo por los sobacos, y le ayudó a salir del lecho. Y en cuanto Abul-Hassán estuvo de pie sobre
sus plantas, la sala y el palacio retemblaron al grito con que le saludaban todos los presentes: "¡Alah
haga victorioso al califa!" Y pensaba Abul-Hassán: "¡Por Alah ¿no es cosa maravillosa? ¡Ayer era Abul -
Hassán! ¿Y hoy soy Harún Al-Raschid?" Luego se dijo: "¡Ya que es la hora de mear, vamos a mear! ¡Pero
no estoy ahora muy seguro de si también es la hora en que asimismo satisfago la otra necesidad!"
Pero sacóle de estas reflexiones el jefe eunuco, que le ofreció un cal zado descubierto, bordado de
oro y perlas, y que era alto del talón por estar especialmente destinado a usarlo en el retrete. ¡Pero Ábul-
Hassán, que en su vida había visto nada parecido, cogió aquel calzado, y creyendo sería algún objeto
precioso que le regalaban, se lo metió en una de las amplias mangas de su ropón!
Al ver aquello, todos los presentes, que hasta entonces habían lo grado retener la risa, no pudieron
comprimir por más tiempo su hila ridad. Y los unos volvieron la cabeza, en tanto que los otros, fingiendo
besar la tierra ante la majestad del califa, cayeron convulsos sobre sus alfombras. Y detrás de la cortina,
el califa era presa de tal acceso de risa silenciosa, que cayó de costado al suelo.
Entretanto, el jefe eunuco, sosteniendo a Abul-Hassán por debajo del hombro, le condujo a un retrete
pavimentado de mármol blanco, en tanto que todas las demás habitaciones del palacio estaban cubiertas
de ricas alfombras. Tras de lo cual, volvió con él a la alcoba, en medio de los dignatarios y de las damas,
alineados todos en dos filas. Y al punto se adelantaron otros esclavos que estaban dedicados especial -
mente al tocado y que le quitaron sus efectos de noche y le presentaron la jofaina de oro, llena de agua de
rosas, para sus abluciones. Y cuando se lavó, sorbiendo con delicia el agua perfumada, le pusieron sus
vesti duras reales, le colocaron la diadema, y le entregaron el cetro de oro.
Al ver aquello, Abul-Hassán pensó: "¡Vamos a ver! ¿Soy o no soy Abul-Hassán?" Y reflexionó un
instante, y con acento resuelto, gritó en alta voz para ser oído por todos los presentes: "¡Yo no soy Abul-
Hassán! ¡Que empalen a quien diga que soy Abul-Hassán! ¡Soy Harún Al -Raschid en persona!"
Y tras de pronunciar estas palabras, ordenó Abul-Hassán con un acento de mando tan firme como si
hubiese nacido en el trono: "¡Marchen!" Y al punto se formó el cortejo; y colocándose el último, Abul -
Hassán siguió al cortejo que le condujo a la sala del trono. Y Massrur le ayudó a subir al trono, donde
sentóse él entre las aclamaciones de todos los presentes. Y se puso el cetro en las rodillas, y miró a su
alre dedor. Y vió que todo el mundo estaba colocado por orden en la sala de cuarenta puertas; y vió una
muchedumbre innumerable de guardias con alfanjes brillantes, y visires y emires, y notables, y
representantes de todos los pueblos del imperio, y otros más. Y entre la silenciosa multitud divisó
algunas caras que conocía muy bien: Giafar el visir, Abu-Nowas, Al-Ijli, Al-Rakashi, Ibdán, Al-
Farazadk, Al-Loz, Al-Sakar, Omar Al-Tartis, Abu-Ishak, Al-Khalia y Padim.
Y he aquí que mientras paseaba de aquel modo sus miradas de rostro en rostro, se adelantó Giafar,
seguido de los principales digna tarios, todos vestidos con trajes espléndidos; y llegando ante el trono, se
prosternaron con la faz en tierra, y permanecieron en aquella pos tura hasta que les ordenó que se
levantaran. Entonces Giafar sacó de debajo de su manto un gran rollo que deshizo y del cual extrajo un
legajo de papeles que se puso a leer uno tras otro y que eran los proyectos ordinarios. Y aunque Abul-
Hassán jamás había entendido en semejantes asuntos, ni por un instante se turbó; y en cada uno de los
asuntos que se le sometieron, dictó sentencia con tanto tacto y con justi cia tanta, que el califa, que había
ido a ocultarse detrás de una cortina de la sala del trono, quedó del todo maravillado.
Cuando Giafar hubo terminado su exposición, Abul-Hassán le pre guntó: "¿Dónde está el jefe de
policía?" Y Giafar le designó con el dedo a Ahmad-la-Tiña, jefe de policía, y le dijo: "Este es, ¡oh Emir
de los Creyentes!"
Al verse aludido, el jefe de policía se destacó del sitio que ocupaba, y se acercó gravemente al trono,
al pie del cual se prosternó con la faz en la tierra. Y después de permitirle que se levantara, le dijo Abul-
Hassán: "¡Oh jefe de policía! ¡lleva contigo diez guar dias, y ve al instante a tal barrio, tal calle y tal casa!
En ella encontrarás a un horrible cerdo que es jeique-al-balad del barrio, y le hallarás sen tado entre sus
dos compadres, dos canallas no menos innobles que él. Apodérate de sus personas, y para
acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a cada uno cuatrocientos palos en la planta de
los pies ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 632ª noche
Ella dijo:
"...Apodérate de sus personas, y para acostumbrarles a lo que tienen que sufrir, empieza por dar a
cada uno cuatrocientos palos en la planta de los pies. Tras de lo cual, les subirás en un camello sarnoso,
vestidos de andrajos y con la cara vuelta hacia la cola del camello, y les pasearás por todos los barrios
de la ciudad, haciendo pregonar al pregonero público: "¡Este es el principio del castigo impuesto a los
calumniadores, a los que manchan a las mujeres, a los que turban la paz de sus vecinos y babean sobre
las personas honradas!" Efectuado esto, harás empalar por la boca al jeique-al-balad, ya que por ahí es
por donde ha pecado y ya que en la actualidad no tiene ano; y arro jarás su cuerpo podrido a los perros.
Cogerás luego al hombre imberbe de ojos amarillos, que es el más infame de los dos compadres que ayu -
dan en su vil tarea al jeique-al-balad, y harás que le ahoguen en el hoyo de los excrementos de la casa de
su vecino Abul-Hassán. ¡Después le tocará el turno al segundo compadre! A éste, que es un bufón y un
tonto ridículo, no le harás sufrir más castigo que el siguiente: mandarás a un carpintero hábil que
construya una silla hecha de manera que vuele en pedazos cada vez que vaya a sentarse en ella el hombre
consabido, ¡y le condenarás a sentarse toda su vida en esa silla! ¡Ve, y ejecuta mis órdenes!"
Al oír estas palabras, el jefe de policía Ahmad-la-Tiña, que había recibido de Giafar la orden de
ejecutar todos los mandatos que le formulara Abul-Hassán, se llevó la mano a la cabeza para indicar con
ello que estaba dispuesto a perder su propia cabeza si no ejecutaba pun tualmente las órdenes recibidas.
Luego besó la tierra por segunda vez entre las manos de Abul-Hassán y salió de la sala del trono.
¡Eso fué todo! Y el califa, al ver a Abul-Hassán desempeñar con tanta gravedad prerrogativas de la
realeza, experimentó un placer ex tremado. Y Abul-Hassán continuó juzgando, nombrando, destituyendo y
ultimando los asuntos pendientes hasta que el jefe de policía estuvo de vuelta al pie del trono. Y le
preguntó: "¿Ejecutaste mis órdenes?" Y después de prosternarse como de ordinario, el jefe de policía
sacó de su seno un papel y se lo presentó a Abul-Hassán, que lo desdobló y lo leyó por entero. Era
precisamente el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres, firmado por los testigos legales y
por personas muy conocidas en el barrio. Y dijo Abul-Hassán: "¡Está bien! ¡Quedo satisfecho! ¡Sean por
siempre castigados así los calumniadores, los que manchan a las mujeres y cuantos se mezclan en asuntos
ajenos!"
Tras de lo cual Abul-Hassán hizo seña al jefe tesorero para que se acercara, y le dijo: "Coged del
tesoro al instante un saco de mil dinares de oro, y ve al mismo barrio adonde he enviado al jefe de
policía y pregunta por la casa de Abul-Hassán el que llaman el Disoluto. Y como este Abul-Hassán, que
está muy lejos de ser un disoluto, es un hombre excelente y de agradable compañía, todo el mundo se
apresurará a indicarte su casa. Entonces entrarás en ella y dirás que tienes que hablar con su venerable
madre; y después de las zalemas y las consideraciones debidas a esta excelente anciana, le dirás: "¡Oh
madre de Hassán! he aquí un saco de mil dinares de oro que te envía nuestro amo el califa. Y este regalo
no es nada en proporción a tus méritos. ¡Pero en este momento está vacío el tesoro, y el califa siente no
poder hacer más por ti hoy! ¡Y sin más tardanza, le entregarás el saco y volverás a darme cuenta de tu
misión!" Y el jefe tesorero contestó con el oído y la obe diencia, y apresuróse a ejecutar la orden.
Hecho lo cual, Abul-Hassán indicó con una seña al gran visir Giafar que se levantara el diwán. Y
Giafar transmitió la seña a los visi res, a los emires, a los chambelanes y a los demás concurrentes, y
todos, después de prosternarse al pie del trono, salieron en el mismo orden que cuando entraron. Y sólo
se quedaron con Abul-Hassán el gran visir Gia far y el portaalfanje Massrur, que se acercaron a él y le
ayudaron a levantarse, cogiéndole uno por debajo del brazo derecho y otro por debajo del brazo
izquierdo. Y le condujeron hasta la puerta del apo sento interior de las mujeres, en donde habían servido
el festín del día. Y al punto las damas de servicio fueron a reemplazar junto a él a Giafar y a Massrur, y
le introdujeron en la sala del festín.
Enseguida dejóse oír un concierto de laúdes, de tiorbas, de gui tarras, de flautas, de oboes y de
clarinetes que acompañaban a frescas voces de jóvenes, con tanto encanto, melodía y justeza, que Abul-
Hassán no sabía por cuál decidirse, entusiasmado hasta el límite extremo del entusiasmo. Y acabó por
decirse: "¡Ahora ya no puedo dudar! Soy realmente el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid. ¡Porque
no va a ser un sueño todo esto! De ser así ¿vería, oiría, sentiría y andaría como lo hago? ¡En la mano
tengo este papel con el proceso verbal de la ejecución de los tres compadres; escucho estos cánticos y
estas vo ces; y todo lo demás, y estos honores, y estas consideraciones son para mí! ¡Soy el califa!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y como era discreta, se calló.
Pero cuando llegó la 634ª noche
Ella dijo:
¡...Soy el califa!" Y miró a su derecha y miró a su izquierda; y lo que vió le afirmó todavía más en la
idea de su realeza. Estaba en medio de una sala espléndida, donde brillaba el oro en todas las pare des,
donde los colores más agradables dibujábanse de manera variada en los tintes de los tapices, y donde
ponían un resplandor incomparable siete áureas arañas de siete brazos colgadas del techo azul. Y en
medio de la sala, en taburetes bajos, había siete grandes bandejas de oro macizo cubiertas con manjares
admirables, cuyo olor embalsamaba el aire con ámbar y especias. Y alrededor de estas bandejas
hallábanse de pie, en espera de una seña, siete jóvenes de belleza incomparable, vestidas con trajes de
colores y hechuras diferentes. Y cada una tenía en la mano un abanico, dispuestas a refrescar el aire en
torno de Abul-Hassán.
Entonces Abul-Hassán, que aun no había comido nada desde la víspera, se sentó ante las bandejas; y
al punto las siete jóvenes se pusie ron a agitar todas a la vez sus abanicos para hacer aire en torno suyo.
Pero como no estaba él acostumbrado a recibir tanto aire mientras co mía, miró a las jóvenes una tras de
otra con sonrisa graciosa, y les dijo: "¡Por Alah ¡oh jóvenes! que me parece bastante para darme aire una
sola persona! Venid, pues, todas a sentaros a mi alrededor para hacerme compañía. ¡Y decid a esa negra
que está ahí que venga a ha cernos aire!" Y las obligó a sentarse a su derecha, a su izquierda y delante de
él, de modo que, por cualquier lado que se volviese, tuviese a la vista un espectáculo agradable.
Entonces comenzó a comer; pero, al cabo de algunos instantes, ad virtió que las jóvenes no se atrevían
a tocar la comida por consideración a él; y las invitó repetidas veces a que se sirvieran sin escrúpulos, e
incluso les ofreció con su propia mano pedazos escogidos. Luego las interrogó por el nombre de cada
una; y le contestaron: "¡Nos llamamos Grano-de-Almizcle, Cuello-de-Alabastro, Hoja-de-Rosa,
Corazón-de-Grana da, Boca-de-Coral, Nuez-Moscada y Caña-de-Azúcar!" Y al oír nombres tan
graciosos, exclamó él: "¡Por Alah, que se os amoldan esos nombres, oh jóvenes! ¡Porque ni el almizcle,
ni el alabastro, ni la rosa, ni la granada, ni el coral, ni la nuez moscada, ni la caña de azúcar pierden sus
cualidades al pasar por vuestra gracia!" Y mientras duró la comida, continuó diciéndoles palabras tan
exquisitas, que el califa, que le obser vaba con gran atención oculto detrás de una cortina, se felicitó cada
vez más de haber organizado semejante diversión.
Cuando se terminó la comida, las jóvenes avisaron a los eunucos que al punto llevaron con qué
lavarse las manos. Y las jóvenes apre suráronse a tomar de manos de los eunucos la jofaina de oro, el
jarro y las toallas perfumadas, y poniéndose de rodillas ante Abul-Hassán, le vertieron agua en las
manos. Luego le ayudaron a levantarse; y cuando los eunucos descorrieron una gran cortina, apareció otra
sala en que estaban colocadas las frutas sobre bandejas de oro. Y las jóvenes le acompañaron hasta la
puerta de aquella sala, y se retiraron.
Entonces, sostenido por dos eunucos, Abul-Hassán llegó hasta el centro de aquella sala, que era más
hermosa y estaba mejor decorada que la anterior. Y en cuanto se sentó, un nuevo concierto, dado por otra
orquesta de músicas y cantarinas, hizo oír acordes admirables. Y muy entusiasmado, Abul-Hassán
advirtió en las bandejas diez hileras alternadas de las frutas más raras y más exquisitas; y había siete
ban dejas; y cada bandeja estaba debajo de una araña colgada del techo; y ante cada bandeja hallábase
una joven más hermosa y mejor ador nada que las anteriores; y también tenía cada cual un abanico. Y
Abul-Hassán las examinó una tras de otra y quedó encantado de su belleza. Y las invitó a sentarse a su
alrededor; y para animarlas a comer, no dejó de servirlas por sí mismo en vez de dejarlas servirle. Y se
informó de sus nombres, y supo decir a cada una un cumpli miento apropiado al presentarles un higo, o un
racimo de uvas, o una raja de sandía, o un plátano. Y el califa, que le escuchaba, se divertía en extremo y
estada cada vez más satisfecho de ver lo que el otro daba de sí.
Cuando Abul-Hassán hubo probado de todas las frutas que había en las bandejas, y también se las
hizo probar a las jóvenes, levantóse, ayudado por los eunucos, que le introdujeron en una tercera sala
más hermosa sin duda que las dos primeras...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 636ª noche
Ella dijo:
"...levantóse, ayudado por los eunucos, que le introdujeron en una tercera sala más hermosa sin duda
que las dos primeras.
Era la sala de las confituras. Había, en efecto, siete bandejas, cada una de bajo de una araña, y ante
cada bandeja una joven de pie; y en aque llas bandejas, dentro de botes de cristal y de fuentes de plata
sobredo rada, se contenían confituras excelentes. Y las había de todos colores y de todas especies. Y
había confituras líquidas y confituras secas, y pasteles de hojaldre, ¡y todo!
Y en medio de un nuevo concierto de voces e instrumentos, Abul-Hassán probó un poco de cada
dulce per fumado, y también hizo que los probaran las jóvenes, a quienes, de la misma manera que a las
anteriores, invitó a hacerle compañía. Y a cada una supo decirle una palabra agradable que respondiera
al nom bre que le había preguntado.
Tras de lo cual le introdujeron en la cuarta sala, que era la sala de las bebidas, y que era la más
sorprendente y la más maravillosa con mucho. Debajo de las siete arañas de oro del techo, había siete
ban dejas con frascos de todas las formas y de todos los tamaños, dispu estos en filas simétricas; y
hacíanse oír músicas y cantarinas invi sibles para los ojos del espectador; y ante las bandejas se erguían
siete jóvenes que no iban vestidas con trajes pesados, como sus her manas de las demás salas, sino
sencillamente envueltas en una camisa de seda; y eran de colores distintos y de aspecto distinto: la
primera era morena, la segunda negra, la tercera blanca, la cuarta rubia, la quinta gruesa, la sexta delgada
y la séptima roja. Y Abul-Hassán las examinó con más gusto y atención aún, porque podía fácilmente
entrever sus formas y atractivos bajo la transparencia de la tela sutil.
Con extre mada complacencia las invitó a sentarse a su alrededor y a echarle de beber. Y empezó a
preguntar su nombre a cada joven, según le iban presentando las copas. Y cada vez que vaciaba una copa,
daba a la jo ven correspondiente un beso, un mordisco o un pellizco en la nalga. Y continuó jugando de tal
modo con ellas hasta que el niño heredero se puso a gritar.Entonces, para apaciguarle, preguntó a las
siete jóvenes: "¡Por vida mía! ¿quién de vosotras quiere encargarse de este niño inoportuno?" Y por toda
respuesta a esta pregunta, las siete jóvenes se lanzaron a la vez sobre el mamoncillo y quisieron darle de
mamar. Y cada cual lo atraía a sí por un lado o por otro, riendo y dando gritos, de modo que el padre del
niño, sin saber ya a quien escuchar ni a quien atender, se lo guardó de nuevo, diciendo: "¡Ha vuelto a dor -
mirse!"
¡Eso fué todo!
Y el califa, que iba siguiendo por todas partes a Abul-Hassán y se ocultaba detrás de las cortinas,
regocijábase en silencio con lo que veía y oía, y bendecía al Destino que lo puso en el camino de un
hombre como aquél. Pero, entretanto, una de las jóvenes, que había recibido de Giafar las instrucciones
necesarias, tomó una copa y echó en ella disimuladamente unos pocos polvos narcóticos de los que el
califa empleó la noche anterior para dormir a Abul-Hassán. Luego ofreció la copa a Abul-Hassán riendo,
y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡te suplico que bebas todavía esta copa, la cual despertará quizás
al querido niño!"
Riendo a carcajadas, contestó Abul-Hassán: "¡Sí, ualáh!" Y tomó la copa que le ofrecía la joven, y se
la bebió de un trago. Luego se dispuso a hablar con la que le había servido de beber; pero sólo consiguió
abrir la boca para balbucear algo y cayó desplomado, dando con la cabeza antes que con los pies.
Entonces el califa, que con todo aquello se había divertido hasta el límite de la diversión, y que no
esperaba más que aquel sueño de Abul-Hassán, salió de detrás de la cortina, sin poder tenerse ya en pie a
fuerza de reír tanto. Y encaróse con los esclavos que acudieron y les ordenó que quitaran a Abul-Hassán
las vestiduras reales que le habían puesto por la mañana, y le vistieran con sus trajes usuales. Y cuando
se hubo ejecutado esta orden, hizo llamar al esclavo que raptó a Abul-Hassán, y le ordenó que se le
cargara a hombros, le transpor tara a su casa y le acostara en su lecho. Pues el califa dijo para sí: "¡Como
esto dure más, voy a morirme de risa, o se va él a volver loco!" Y el esclavo, cargándose a la espalda a
Abul-Hassán, le sacó de palacio por la puerta secreta, y corrió a dejarle en su lecho, dentro de su casa,
cuya puerta tuvo cuidado de cerrar al retirarse.
En cuanto a Abul-Hassán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 637ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto a Abul-Hassán, permaneció dormido en un pro fundo sueño hasta el día siguiente al
mediodía, y no se despertó hasta que disipóse por completo en su cerebro el efecto del bang. Y pensó
antes de poder abrir los ojos: "¡He reflexionado, y la que prefiero en tre todas las jóvenes es sin duda
Caña-de-Azúcar, y también Boca-de -Coral, y en tercer lugar solamente Aderezo-de-Perlas, la rubia que
me sirvió ayer la última copa!" Y llamó en alta voz: "¡Hola! ¡Venid, oh jóvenes! ¡Caña-de-Azúcar, Bocade-
Coral, Aderezo-de-Perlas, Alba -del-Día, Estrella-de-la-Mañana, Grano-de-Almizcle, Cuello-de-
Alabastro, Cara-de-Luna, Corazón-de-Granada, Flor-de-Manzano, Hoja-de-Rosa, ¡Hola! ¡Acudid! ¡Ayer
estaba un poco fatigado! ¡Pero hoy va bien el niño!"
Y esperó un momento. Pero como nadie contestaba ni acudía a sus voces, hubo de enojarse, y
abriendo los ojos, se incorporó a medias. Y entonces se vió en su habitación, pero ni por asomo en el
palacio suntuoso en que había habitado la víspera y desde donde había man dado como amo en toda la
tierra. Y le pareció que se encontraba bajo el efecto de un sueño, y para disiparlo, se puso a gritar con
todas sus fuerzas: "Vamos a ver, Giafar, ¡oh hijo de perro! Y tú alcahuete Mass rur, ¿dónde estáis?"
Al oír estos gritos, acudió la anciana madre, y le dijo: "¿Qué te pasa, hijo mío? ¡El nombre de Alah
sobre ti y alrededor de ti! ¿Qué sueño tuviste, ¡oh hijo mío! ¡oh Abul-Hassán!?" E indignado al ver a la
anciana a su cabecera, le gritó Abul-Hassán: "¿Quién eres, an ciana? ¿Y quién es ese Abul-Hassán?" Ella
dijo: "¡Por Alah! ¡Soy tu madre! Y tú eres mi hijo, tú eres Abul-Hassán, ¡oh hijo mío! ¿Qué extrañas
palabras escucho de tu boca? ¡Parece que no me reconoces!" Pero Abul-Hassán le gritó: "¡Atrás! ¡oh
maldita vieja! ¡Estás ha blando con el Emir de los Creyentes, con el califa Harún Al-Raschid! ¡Quítate de
la vista del vicario de Alah en la tierra!"
Al oír estas palabras, la pobre vieja empezó a golpearse la cara, exclamando: "¡El nombre de Alah
sobre ti, oh hijo mío! ¡Por favor, no alces la voz para decir semejantes locuras! ¡Van a oírte los vecinos, y
estaremos per didos sin remedio! ¡Ojalá desciendan sobre tu razón la seguridad y la calma!" Abul-Hassán
exclamó: "Te digo que salgas al instante, ¡oh vieja execrable! ¿Estás loca para confundirme con tu hijo?
¡Yo soy Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, señor de Oriente y de Occidente!"
Ella se golpeó el rostro, y dijo lamentándose: "¡Alah con funda al Maligno! Y líbrete de la posesión la
misericordia del Altí simo, ¡oh hijo mío! ¿Cómo pudo entrar en tu espíritu cosa tan insen sata? ¿No ves que
esta habitación en que te hallas ni por asomo es el palacio del califa, y que desde que naciste has vivido
aquí, y que jamás habitaste fuera de aquí con más personas que con tu anciana madre que te quiere, hijo
mío, ya Abul-Hassán? ¡Escúchame, ahu yenta de tu pensamiento esos ensueños vanos y peligrosos que te
han asaltado esta noche, y para calmarte, bebe un poco de agua de este jarro!;"
Entonces Abul-Hassán cogió de manos de su madre el jarro, be bió un buche de agua, y dijo algo
calmado: "¡Bien puede ocurrir, en efecto, que yo sea Abul-Hassán!" Y bajó la cabeza, y con la mano
apoyada en la mejilla, reflexionó durante una hora de tiempo, y sin levantar la cabeza, dijo hablando
consigo mismo como quien sale de un profundo sueño: "¡Sí, por Alah, bien puede ocurrir, en efecto, que
yo sea Abul-Hassán! ¡Soy Abul-Hassán sin duda alguna! ¡Esta habitación es mi habitación! ¡ualahí! ¡La
reconozco ahora! ¡Y tú eres mi madre, y yo soy tu hijo! ¡Sí, yo soy Abul-Hassán!"
Y aña dió: "¿Pero por qué sortilegio me han invadido la razón tales lo curas?"
Al oír estas palabras, la pobre vieja lloró de alegría, sin dudar ya de que su hijo estuviese
completamente calmado. Y después de se carse las lágrimas, se disponía a llevarle de comer y a pedirle
detalles del extraño sueño que acababa de tener, cuando Abul-Hassán, que desde hacía un momento
miraba fijamente delante de sí, saltó de pron to como un loco, y cogiendo por la ropa a la pobre mujer,
empezó a zarandearla, gritándole: "¡Ah infame vieja! ¡si no quieres que te estrangule, vas a decirme al
instante qué enemigos me han destronado, y quién me ha encerrado en esta prisión, y quién eres tú para
alojarme en este miserable tugurio! ¡Ah! ¡teme los efectos de mi cólera cuando vuelva yo al trono!
¡Tiembla a la venganza de tu augusto soberano el califa Harún Al-Raschid, que sigo siendo yo!"
A fuerza de zaran dearla, acabó por dejar que se le escapase de las manos. Y cayó ella en la estera,
sollozando y lamentándose. Y en el límite de la rabia, Abul-Hassán se metió otra vez en el lecho, y
permaneció con la cabe za entre las manos, presa de pensamientos tumultuosos. Pero, al cabo de cierto
tiempo, se levantó la anciana, y como se le enternecía el corazón a causa de su hijo, no vaciló en llevarle,
aunque temblando, un poco de jarabe con agua de rosas, y le decidió a tomar un buche, y para hacerle
cambiar de ideas, le dijo: "¡Escu cha, hijo mío, lo que tengo que contarte! Es una cosa que estoy
convencida de que te alegrará mucho. Porque has de saber que ayer vino aquí, de parte del califa, el jefe
de policía para detener al jeique al-balad y a sus dos compadres; y después de hacer que a cada uno le
dieran cuatrocientos palos en la planta de los pies, mandó que les pasearan, montados al revés en un
camello sarnoso, por los barrios de la ciudad, entre la rechifla y los salivazos de las mujeres y de los
niños. ¡Tras de lo cual hizo empalar por la boca al jeique-al-balad, luego hizo arrojar en el hoyo de los
excrementos de nuestra casa al segundo compadre, y al tercero le condenó a un suplicio extremadamen te
complicado, que consiste en obligarle a que se siente toda su vida en una silla que se rompe bajo su
peso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 639ª noche
Ella dijo:
"...un suplicio extremadamente complicado, que consiste en obli garle a que se siente toda su vida en
una silla que se rompe bajo su peso!"
Cuando Abul-Hassán hubo oído aquellas palabras, que, en opi nión de la buena vieja, contribuirían a
ahuyentar la turbación que oscurecía el alma de su hijo, quedó éste más persuadido que nunca de su
realeza y de su dignidad hereditaria de Emir de los Creyentes. Y dijo a su madre: "¡Oh vieja de
desgracia! al contrario de conven cerme, tus palabras no hacen más que afirmarme en la idea, que no he
abandonado nunca, de que soy Harún Al-Raschid. ¡Y para demostrár telo, has de saber que yo mismo di
orden a mi jefe de policía Ahmad la-Tiña de castigar a los tres canallas de este barrio! Cesa, pues, de
decirme que sueño o que estoy poseído por el soplo del Cheitán. ¡Prostérnate, pues, ante mi gloria, besa
la tierra entre mis manos, y pídeme perdón por las palabras desconsideradas y de duda que emi tiste con
respecto a mí!"
Al oír estas palabras de su hijo, la madre ya no abrigó la menor duda acerca de la locura de Abul-
Hassán, y le dijo: "¡Que Alab el misericordioso haga descender sobre tu cabeza el rocío de su bendición.
¡oh Abul-Hassán! y te perdone y te conceda la gracia de que vuelvas a ser un hombre dotado de razón y
de buen sentido! ¡Y te suplico ¡oh hijo mío! que dejes de pronunciar y de adjudicarte el nombre del
califa, porque pueden oírte los vecinos y contar tus palabras al walí, que hará entonces que te detengan y
te ahorquen a la puerta de pa lacio!" Luego, sin poder ya resistirse a su emoción, empezó a lamen tarse y a
golpearse el pecho con desesperación.
Y he aquí que, al ver aquello, en vez de apaciguarse, Abul-Has sán se excitó más; e irguióse sobre
ambos pies, asió un palo, y pre cipitándose sobre su madre, extraviado de furor, le gritó con voz
aterradora: "¡Te prohibo ¡oh maldita! que vuelvas a llamarme Abul- Hassán! ¡Soy Harún Al-Raschid, y si
todavía dudas de ello, te inculcaré esta creencia en la cabeza a estacazos!" Y al oír estas palabras,
aunque temblaba toda de miedo y de emoción, la anciana no olvidó que Abul Hassán era su hijo, y
mirándole como mira a su vástago una madre, le dijo con voz dulce: "¡Oh hijo mío! ¡no creo que la ley de
Alah y de su Profeta falte de tu espíritu hasta el punto de que llegues a olvidarte del respeto que un hijo
debe a la madre que le ha llevado nueve me ses en su seno y le ha nutrido con su leche y su ternura!
Permíteme, por tanto, decirte por última vez que te equivocas, dejando sumergirse tu razón en ese extraño
ensueño y arrogándote ese título augusto de califa que sólo pertenece a nuestro señor y soberano el Emir
de los Creyentes Harún Al-Raschid. Y sobre todo, te haces culpable de una ingratitud muy grande para
con el califa, precisamente al día siguien te de aquel en que nos ha colmado con sus beneficios. ¡Porque
has de saber que el jefe tesorero de palacio vino ayer a nuestra casa, enviado por el propio Emir de los
Creyentes, y me entregó por orden suya un saco con mil dinares de oro, acompañándolo de excusas por la
exigüidad de la suma y prometiéndome que no sería el último regalo de su generosidad!"
Al oír estas palabras de su madre, Abul-Hassán perdió los postre ros escrúpulos que pudieran
quedarle con referencia a su antiguo es tado, y quedó convencido de que siempre fué califa, puesto que él
mismo había enviado el saco con mil dinares a la madre de Abul -Hassán. Miró, pues, a la pobre mujer
con los ojos fuera de sus órbitas y amenazadores, y le dijo: "¿Acaso pretendes decir, para tu desgracia,
¡oh vieja calamitosa! que no soy yo quien te ha enviado el saco del oro, y que no vino a entregártelo ayer
por orden mía mi jefe tesorero? Y después de eso, ¿te atreverás todavía a llamarme hijo tuyo y a decirme
que soy Abul-Hassán el Disoluto?" Y como su madre se ta para los oídos para no escuchar estas palabras
que la trastornaban, Abul-Hassán no pudo contenerse más, y excitado hasta el límite del frenesí, se arrojó
a ella con el palo en la mano y empezó a molerla a golpes.
Entonces la pobre anciana, no pudiendo pasar en silencio su dolor y su indignación por aquella
manera de tratarla, empezó a chillar pidiendo socorro a los vecinos, y gritando: "¡Oh! ¡qué calamidad la
mía! Acudid, ¡oh musulmanes!" Y Abul-Hassán, a quien aquellos gri tos excitaban más aún, continuó
pegando a la anciana con el palo, mientras le gritaba de vez en cuando: "¿Soy o no soy el Emir de los
Creyentes?" Y a pesar de los golpes, contestaba la madre: "¡Eres mi hijo! ¡Eres Abul-Hassán el
Disoluto!"
Entretanto, atraídos los vecinos por los gritos y el estrépito ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 640ª noche
Ella dijo:
¡...Entretanto, atraídos los vecinos por los gritos y el estrépito, penetraron en la estancia, y se
interpusieron entre la madre y el hijo para separarlos, y arrebataron el palo de manos de Abul Hassán, e
indignados por la conducta de un hijo así le sujetaron para que no se moviera y le preguntaron: "¿Te has
vuelto loco, Abul-Has sán, para levantar así la mano a tu madre, a esta pobre vieja? ¿Olvi daste
completamente los preceptos del Libro Santo?"
Pero les gritó Abul-Hassán, con los ojos brillantes de furor: "¿Qué es eso de Abul Hassán? ¿A quién
dáis ese nombre?" Y al oír esta pregunta, los vecinos se quedaron extremadamente perplejos, y acabaron
por pre guntarle: "¿Cómo? ¿Acaso no eres tú Abul-Hassán el Disoluto? ¿Y no es esta buena vieja tu
madre, que te ha educado y criado con su leche y su ternura?" El contestó: "¡Ah, hijos de perros, quitaos
de mi vista! ¡Yo soy vuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes!"
Al oír estas palabras de Abul-Hassán, los vecinos quedaron en absoluto convencidos de su locura; y
sin querer dejar ya en libertad de acción a aquel hombre a quien habían visto poseído por la ceguera del
furor, le ataron de pies y manos, y enviaron a uno de ellos a bus car al portero del hospital de locos. Y al
cabo de una hora, seguido de dos robustos celadores, llegó el portero del hospital de locos con todo un
arsenal de cadenas y grilletes y llevando en la mano un latiguillo de nervio de buey.
Como al ver aquello, Abul-Hassán hacía grandes esfuerzos para librarse de sus ligaduras y dirigía
injurias a los pre sentes, el portero comenzó por aplicarle en el hombro dos o tres lati gazos con el nervio
de buey. Tras de lo cual, sin reparar en sus pro testas ni en los títulos que se adjudicaba, le cargaron de
cadenas de hierro y le transportaron al hospital de locos en medio de la muche dumbre de transeúntes, que
le daban unos un puñetazo y otros un puntapié, creyéndole loco.
Cuando llegó al hospital de locos, le encerraron en una jaula de hierro, como si fuese una bestia
feroz, y la primera precaución fué administrarle una paliza de cincuenta latigazos con el nervio de buey.
Y a partir de aquel día, sufrió una paliza de cincuenta latigazos con el nervio de buey cada mañana y cada
tarde, de modo que, al cabo de diez días de hallarse sometido a semejante tratamiento, cam bió de piel
como una serpiente. Entonces volvió en sí, y pensó: "¡A qué estado me veo reducido ahora! ¡Debo ser yo
el equivocado, puesto que todo el mundo me trata de loco! ¡Sin embargo, no es posible que sólo fuera
efecto de un sueño todo lo que me sucedió en palacio! En fin, no quiero profundizar más en esta cuestión
ni seguir tratando de comprenderla, porque voy a volverme realmente loco. Después de todo, no es ésta
la única cosa que no puede llegar a comprender la razón del hombre, y encomiendo a Alah la solución!"
Mientras estaba sumido en estos nuevos pensamientos, llegó su madre, bañada en lágrimas, para ver
en qué estado se encontraba y si tenía sentimientos más razonables. Y le vió tan flaco y extenuado, que
prorrumpió en sollozos; pero consiguió sobreponerse a su dolor y acabó por poder saludarle tiernamente;
y Abul-Hassán le devolvió la zalema con voz tranquila, como un hombre sensato, contestándole: "Contigo
el saludo y la misericordia de Alah y sus bendiciones, ¡oh madre mía!" Y la madre sintió una alegría
grande al oír que la llama ba madre, y le dijo: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh hijo mío! iBen dito sea
Alah, que te ha devuelto la razón y puso en su sitio tu cerebro volcado!" Y Abul-Hassán contestó con
acento muy contrito: "Pido perdón a Alah y a ti, ¡oh madre mía! ¡En verdad que no comprendo cómo pude
decir todas las locuras que dije, y cometer excesos que sólo un insensato es capaz de realizar! ¡Por lo
visto, fué el Cheitán quien me poseyó y me impulsó a dejarme llevar de semejantes arre batos! ¡Porque no
cabe duda de que a otros les hizo caer en extrava gancias mayores todavía! ¡Pero ha tenido buen fin todo,
y heme aquí repuesto de mi extravío!" Y al oír estas palabras, notó la madre que sus lágrimas de dolor se
tornaban en lágrimas de dicha, y exclamó: "Tan alegre está mi corazón ¡oh hijo mío! como si acabase yo
de echarte al mundo por segunda vez. ¡Bendito sea por siempre Alah!" Luego añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 642ª noche
Ella dijo:
"¡...Bendito sea por siempre Alah!" Luego añadió: "Claro que tú no tienes culpa por qué reprocharte;
¡oh hijo mío! pues todo el mal que nos ha sucedido se debe a aquel mercader extranjero a quien invitaste
la tarde última a comer y beber contigo, y que se marchó por la mañana sin tomarse el trabajo de cerrar
tras él la puerta. ¡Y ya debes saber que cada vez que queda abierta la puerta de una casa antes de salir el
sol, el Cheitán entra en la casa y se posesiona del espíritu de los habitantes!
¡Y entonces ocurre lo que ocurre!
¡Demos, pues, gracias a Alah por no haber permitido que caigan sobre nuestras cabezas desgracias
peores!" Y contestó Abul-Hassán: "Tienes razón, ¡oh madre! ¡Obra fué de la posesión del Cheitán! Por lo
que a mí respecta, bien hube de advertir al mercader de Mossul que cerrara tras de sí la puerta para
evitar que entrase el Cheitán en nuestra casa; pero no lo hizo, ¡y con ello nos causó tantos contratiempos!"
Luego añadió: "¡Ahora que noto bien que no tengo el cerebro volcado y que se acabaron las
extravagancias, te ruego ¡oh tierna madre! que hables con el portero del hospital de locos para que me
libren de esta jaula y de los suplicios que soporto aquí a diario!"
Y sin más dilación, corrió la madre de Abul-Hassán a advertir al portero que su hijo ha bía recobrado
la razón. Y el portero fué con ella para examinar a Abul-Hassán e interrogarle. Y como las respuestas
eran sensatas y el interpelado reconocía que era Abul-Hassán y no Harún Al-Raschid, el portero le sacó
de la jaula y le libró de las cadenas. Y sin poder tenerse sobre sus piernas, Abul-Hassán regresó
lentamente a su casa, ayudado por su madre, y estuvo acostado durante varios días hasta que le volvieron
las fuerzas y se le pasaron un poco los efectos de los golpes recibidos.
Entonces, como empezaba a aburrirle la soledad, se decidió a reanudar su vida de antes, y a ir a
sentarse en el extremo del puente, a la puesta del sol, para esperar la llegada del huésped extranjero que
le deparase el Destino.
Y he aquí que aquella tarde era precisamente la de primero de mes; y el califa Harún Al-Raschid, que
tenía la costumbre de disfra zarse de mercader a principio de cada mes, había salido en secreto de su
palacio en busca de alguna aventura, y también para ver por sí mismo si reinaba en la ciudad el orden
conforme a sus deseos. Y de tal suerte llegó al puente, al extremo del cual estaba sentado Abul-Hassán. Y
Abul-Hassán, que acechaba la aparición de extranjeros, no tardó en divisar al mercader de Mossul a
quien ya había albergado, y que se adelantaba, seguido, como la primera vez, de un esclavo cor pulento.
Al verle, quizás porque considerase al mercader causa inicial de sus desgracias, quizás porque tenía
la costumbre de hacer como que no conocía a las personas que había invitado en su casa, Abul-Hassán
apresuróse a volver la cara en dirección al río para no verse obligado a saludar a su antiguo huésped.
Pero el califa, que estaba enterado por sus espías de cuanto le sucedió a Abul-Hassán desde su ausencia
y del trato que hubo de sufrir en el hospital de locos, no quiso dejar pasar aquella ocasión de divertirse
más aún a costa de hombre tan singular. Y además, el califa, que tenía un corazón generoso y magnánimo,
ha bía resuelto reparar un día, en la medida de sus fuerzas, el daño sufrido por Abul-Hassán,
devolviéndole con beneficios, de una manera o de otra, el placer que experimentó en su compañía. Así es
que, en cuanto vió a Abul-Hassán, se acercó a él, y asomó la cabeza por encima del hombro de Abul-
Hassán, que mantenía obstinadamente vuelto el rostro hacia el lado del río, y mirándole a los ojos, le
dijo: "La zalema contigo, ¡oh amigo mío Abul-Hassán! ¡Mi alma desea besarte!"
Pero Abul-Hassán le contestó sin mirarle y sin moverse: "¡Entre tú y yo no hay zalema que valga!
¡Vete! ¡No te conozco!" Y exclamó el ca lifa: "¿Cómo Abul-Hassán? ¿Es que no reconoces al huésped a
quien albergaste toda una noche en tu casa?" El otro contestó: "¡No, por Alah, no te reconozco! ¡Vete por
tu camino!" Pero Al-Raschid insistió cerca de él, y dijo: "¡Sin embargo, yo bien te reconozco, y no puedo
creer que me hayas olvidado tan completamente, cuando apenas ha transcurrido un mes desde que tuvo
lugar nuestra última entrevista y la velada agradable que pasé en tu casa solo contigo!" Y como Abul -
Hassán continuara sin contestar y haciéndole señas para que se mar chase, el califa le echó los brazos al
cuello y empezó a besarle, y le dijo: "¡Oh hermano mío Abul-Hassán! ¡me parece muy mal que pro cedas
conmigo de ese modo! En cuanto a mí, estoy decidido a no abandonarte sin que me hayas conducido por
segunda vez a tu casa y me hayas contado la causa de tu resentimiento para conmigo. ¡Por que, por la
manera de rechazarme, veo que tienes que reprocharme algo!"
Abul-Hassán exclamó con acento indignado: "¿Conducirte yo a mi casa por segunda vez, ¡oh rostro de
mal agüero!? ¡Vamos, vuel ve las espaldas y hazme ver la amplitud de tus hombros!" Pero el califa le besó
por segunda vez, y le dijo: "¡Ah, amigo mío Abul Hassán, qué duramente me tratas! ¡Si por acaso mi
presencia en tu casa ocasionó alguna desgracia, puedes estar bien seguro de que aquí me tienes dispuesto
a reparar todo el daño que involuntariamente te causase! ¡Cuéntame, pues, lo que haya pasado y el daño
que hayas sufrido, para que pueda yo ponerle remedio!" Y a pesar de las pro testas de Abul-Hassán,
sentóse en el puente al lado suyo, y le pasó el brazo por el cuello, como haría un hermano con su
hermano, y aguardó la respuesta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 643ª noche
Ella dijo:
"...Y a pesar de las protestas de Abul-Hassán, sentóse en el puente al lado suyo, y le pasó el brazo
por el cuello, como haría un hermano con su hermano, y aguardó la respuesta.
Entonces Abul-Hassán, conquistado por las caricias, acabó por decir: "Con mucho gusto te contaré
las cosas extraordinarias que me ocurrieron a raíz de aquella velada, y las desgracias que se desarrolla -
ron. ¡Y todo fué por culpa de la puerta que no cerraste tras de ti, y por la cual entró la Posesión!" ¡Y le
contó todo lo que en realidad creyó ver y suponía que era indudablemente una ilusión suscitada por el
Cheitán, y todas las desgracias y los malos tratos que hubo de soportar en el hospital de locos, y el
escándalo dado en el barrio con todo aquel asunto, y la mala fama que había adquirido definitiva mente
ante todos sus vecinos! ¡Y no omitió ningún detalle, y puso en su relato una vehemencia tal, y narró con
tanta credulidad la historia de su presunta Posesión, que el califa no pudo menos que soltar una gran
carcajada! Y Abul-Hassán no supo con exactitud a qué atribuir esta risa, y le preguntó: "¿Es que no te da
lástima de la desgracia que descendió sobre mi cabeza, pues que así te burlas de mí? ¿O aca so te
imaginas que soy yo quien me burlo de ti contándote una historia imaginaria? ¡Si así es, voy a disipar tus
dudas y a probártelo de antemano!" Y así diciendo, se sacó las mangas del ropón y dejó al desnudo sus
hombros, su espalda y su trasero, y de aquel modo ense ñó al califa las cicatrices y los rosetones de su
piel maltratada por los latigazos del nervio de buey.
Al ver aquello el califa no pudo menos de compadecer realmente la suerte del desdichado Abul-
Hassán. Cesó entonces de abrigar con respecto a él la menor intención de broma, y aquella vez le besó
con afección muy verdadera, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, hermano mío Abul-Hassán! te suplico que
vuelvas a llevarme a tu casa esta noche, porque anhelo regocijarme el alma con tu hospitalidad. ¡ Y verás
cómo mañana te devuelve Alah tu beneficio centuplicado!"
Y siguió prodi gándole tan buenas palabras y besándole tan afectuosamente, que no obs tante su
resolución de no recibir nunca por dos veces a la misma persona, le decidió a llevarle a su casa.Pero,
por el camino, le dijo Abul-Hassán: "Cedo a tus inoportunidades, aunque de mala gana. Y en cambio, no
quiero pedirte más que una sola cosa: que esta vez, al salir de mi casa mañana por la mañana ¡no te
olvides de cerrar detrás de ti la puerta!" Y sofocando en su interior la risa que le producía la creencia
que Abul-Hassán tenía siempre de que el Cheitán había entrado en su casa por la puerta abierta, le
prometió con juramento que tendría cuidado de cerrarla. Y de tal suerte llegaron a la casa.
Cuando entraron y descansaron un poco, les sirvió el esclavo, y después de la comida les llevó las
bebidas. Y con la copa en la mano, se pusieron a hablar agradablemente de unas cosas y de otras hasta
que en su corazón fermentó la bebida. Entonces el califa encaminó diestramente la conversación hacia
motivos de amor, y preguntó a su huésped si alguna vez se había enamorado de mujeres violentamen te, o
si ya estaba casado, o si había permanecido siempre soltero.
Abul-Hassán contestó: "Debo decirte ¡oh mi señor! que hasta hoy no me han gustado verdaderamente
más que los compañeros alegres, los manjares delicados, las bebidas y los perfumes; y nada en la vida
encontré superior a la conversación con amigos, teniendo la copa en la mano. Pero eso no significa que,
al llegar la ocasión, no sepa yo reconocer los méritos de una mujer, sobre todo si se pareciera a una de
las maravillosas jóvenes que el Cheitán me hizo ver en aquellos sueños fantásticos que me volvieron
loco; una de esas jóvenes que siempre están de buen humor, que saben cantar, tañer instrumentos, danzar y
calmar al niño que hemos heredado; que consagran su vida a complacernos y a divertirnos. En verdad
que, si encontrase una joven así, me apresuraría a comprársela a su padre y a casarme con ella y a sentir
por ella un afecto profundo. ¡Pero las que son así sólo están con el Emir de los Creyentes, o por lo menos
con el gran visir Giafar!
Por eso ¡oh mi señor! en vez de escoger una mujer que estropeara mi vida con su mal humor o sus
imperfecciones, prefiero mucho más la sociedad de los amigos de paso y de las botellas rancias que aquí
ves. ¡Y de esta manera transcurre tranquila mi vida, y si quedo po bre, me comeré sólo el pan negro de la
miseria!"
Y diciendo estas palabras, Abul-Hassán vació de un trago la copa que le ofrecía el califa, y al punto
dió en la alfombra con la cabeza antes que con los pies. Porque el califa tuvo también cuidado aquella
vez de mezclar al vino unos polvos de bang. Y, a una seña de su amo, el esclavo cargó con Abul-Hassán a
la espalda y salió de la casa, seguido por el califa, quien, como aquella vez no tenía intención de volver a
Abul-Hassán a su casa, no dejó de cerrar cui dadosamente detrás de sí la puerta. Y llegaron al palacio, y
sin hacer ruido, penetraron en él por la puerta secreta, y llegaron a los aposentos reservados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 644ª noche
Ella dijo:
"...Y llegaron al palacio, y sin hacer ruido, penetraron en él por la puerta secreta, y llegaron a los
aposentos reservados.
Entonces el califa mandó que echaran a Abul-Hassán en su propio lecho, como la primera vez, e hizo
que le vistieran de la misma manera. Y dió las mismas órdenes que antes, y recomendó a Massrur que
fuera a despertarle por la mañana temprano, antes de la hora de la plegaria. Y fué a acostarse en una
habitación vecina.
Al día siguiente, a la hora indicada, cuando le despertó Massrur, el califa marchó a la habitación en
que todavía estaba aletargado Abul Hassán, e hizo ir a su presencia a todas las jóvenes que la vez primera
se hallaban en las diferentes salas por donde pasó Abul-Hassán, así como a todas las músicas y
cantarinas. Y las hizo ponerse en orden, y les dió instrucciones. Luego, tras de hacer aspirar un poco de
vinagre a Abul-Hassán, que al punto estornudó, echando por la nariz alguna mucosidad, se escondió
detrás de la cortina y dió la señal convenida.
Inmediatamente las cantarinas mezclaron a coro sus voces deli ciosas al son de arpas, de flautas y de
oboes, y dejaron oír un concierto comparable al concierto de los ángeles en el paraíso. Y en aquel mo -
mento salió Abul-Hassán de su letargo, y antes de abrir los ojos oyó aquella música llena de armonía,
que acabó de despertarle. Y abrió en tonces los ojos y se vió rodeado por las veintiocho jóvenes que hubo
de encontrar de siete en siete en las cuatro salas; y las reconoció de una ojeada, así como el lecho, la
habitación, las pinturas y los adornos. Y también reconoció las mismas voces que le encantaron la
primera vez. E incorporáse a la sazón con los ojos fuera de las órbitas, sentándose en la cama, y se pasó
la mano por la cara varias veces para asegurarse bien de su estado de vigilia.
En aquel momento, tal como se había convenido de antemano, cesó el concierto y reinó en la
habitación un silencio grande. Y todas las damas bajaron modestamente los ojos ante los ojos augustos
que las miraban. Entonces Abul-Hassán, en el límite de la estupefacción, se mordió los dedos, y exclamó
en medio del silencio: "¡Desgraciado de ti, ya Abul-Hassán! ¡oh hijo de tu madre! ¡Ahora le toca el turno
a la ilusión; pero mañana serán contigo el nervio de buey, las cadenas, el hospital de locos y la jaula de
hierro!"
Luego gritó aún: "¡Ah, infame mercader de Mossul! ¡así te ahogaras en el fondo del infierno, en
brazos de tu señor el Cheitán! Sin duda volviste a dejar entrar en mi casa al Cheitán por no haber cerrado
la puerta, y me posee ya. Y ahora el Maligno me vuelca el cerebro y me hace ver cosas extravagantes.
¡Alah te confunda, oh Cheitán! con tus secuaces y con todos los mercaderes de Mossul. ¡Y ojalá la ciudad
de Mossul entera se derrumbe sobre sus habitantes y los sepulte a todos en sus escombros!"
Luego cerró los ojos, y los abrió, y los volvió a cerrar, y los volvió a abrir repetidas veces, y
exclamó: "¡Oh pobre Abul-Hassán! lo mejor que puedes hacer es dormirte de nuevo tranquilo, y no
despertarte hasta que estés bien se guro de que el Maligno te ha salido del cuerpo y tienes el cerebro en su
sitio acostumbrado. ¡De no ser así, ya sabes lo que te aguarda mañana!" Y diciendo estas palabras, se
echó otra vez en el lecho, se tapó la cabeza con la colcha, y para hacerse la ilusión de que dormía se puso
a roncar como un camello en celo o como un rebaño de búfalos en el agua.
Y he aquí que, al ver y oír aquello desde detrás de la cortina, el califa tuvo un acceso de risa tan
grande, que creyó ahogarse.
En cuanto a Abul-Hassán, no consiguió dormir, porque su prefe rida la joven Caña-de-Azúcar,
siguiendo las instrucciones recibidas, se aproximó al lecho donde él roncaba sin dormir, y sentándose al
borde de la cama, dijo con amable voz a Abul-Hassán: "¡Oh Emir de los Cre yentes! ¡prevengo a Tu
Alteza que ha llegado el momento de desper tarse para la plegaria de la mañana!"Pero Abul-Hassán gritó
con sor da voz desde debajo de la colcha: "¡Confundido sea el Maligno! Retí rate, ¡oh Cheitán!" Sin
desconcertarse, añadió Caña-de-Azúcar: "¡Sin duda el Emir de los Creyentes se halla bajo el influjo de
un mal sue ño! ¡No es Cheitán quien te habla, ¡oh mi señor! sino la pequeña Ca ña-de-Azúcar! ¡Alejado sea
el Maligno! Soy la pequeña Caña-de-Azú car, ¡oh Emir de los Creyentes...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 645ª noche
Ella dijo:
"...Soy la pequeña Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyen tes!"
Al oír estas palabras, Abul-Hassán separó la colcha, y abriendo los ojos, vió, en efecto, sentada al
borde de la cama a su preferida la pequeña Caña-de-Azúcar, y de pie ante él, en tres filas, a las demás jó -
venes, a quienes reconoció una por una: Hoja-de-Rosa, Cuello-de-Ala bastro, Aderezo-de-Perlas,
Estrella-de-la-Mañana, Alba-del-Día, Grano-de Almizcle, Corazón-de-Granada, Boca-de-Coral, Nuez-
Moscada, Fuerza- de-los-Corazones, y las otras. Y al ver aquello, se restregó los ojos hasta hundírselos
en el cráneo, y exclamó: "¿Quiénes sois? ¿y quién soy yo?" Y todas contestaron a coro con tonalidades
diferentes: "¡Gloria a nuestro amo el califa Harún Al-Raschid, Emir de los Creyentes, rey del mundo!" Y
en el límite de la estupefacción, preguntó Abul-Hassán: "¿Pero es que no soy Abul-Hassán el Disoluto?"
Ellas contestaron a coro con tonalidades diferentes: "¡Alejado sea el Maligno! ¡No eres Abul-Hassán,
sino Abul-Hossn
[130]! ¡Eres nuestro soberano y la corona de nuestra cabeza!" Y Abul-Hassán se dijo:
"¡Ahora voy a saber con certeza si duermo o estoy despierto!" Y encarándose con Caña-de-Azú car, le
dijo: "¡Ven por aquí, pequeña!" Y Caña-de-Azúcar, adelantó la cabeza, y Abul-Hassán le dijo:
"¡Muérdeme en la oreja!" Y Caña-de Azúcar clavó sus dientes en el lóbulo de la oreja de Abul-Hassán,
pero tan cruelmente, que empezó él a chillar de una manera espantosa. Luego exclamó: "¡Claro que soy el
Emir de los Creyentes, Harún Al-Raschid en persona!"
Enseguida empezaron a tocar al mismo tiempo los instrumentos de música un atrayente paso de danza,
y las cantarinas entonaron a coro una canción animada. Y cogiéndose de la mano, todas las jóvenes hi -
cieron un gran corro en la habitación, y levantando los pies con ligere za, se pusieron a bailar alrededor
del lecho, respondiendo con el estri billo al canto principal de tan gracioso modo y tan locamente, que
Abul Hassán, exaltado de pronto y poseído de entusiasmo, arrojó las man tas y almohadas, tiró al aire su
gorro de dormir, saltó del lecho, se des nudó completamente, quitándose a toda prisa sus vestiduras, y con
el zib enhiesto y el trasero al descubierto, se metió entre las jóvenes y se puso a bailar con ellas,
haciendo mil contorsiones, y moviendo el vien tre, el zib y el trasero en medio de las carcajadas y del
tumulto progre sivo. E hizo tantas bufonadas, y tales movimientos divertidos hubo de ejecutar, que el
califa, detrás de la cortina, no pudo reprimir la explo sión de su hilaridad, ¡y empezó a lanzar una serie de
carcajadas tan fuertes, que dominaron la algazara del baile y el canto y el ruido de los tambores, de los
instrumentos de cuerda y de los instrumentos de vien to! Y le dió hipo, y se cayó de trasero, y estuvo a
punto de perder el conocimiento. Pero logró levantarse, y descorriendo la cortina, sacó la cabeza, y gritó:
"Abul-Hassán, ya Abul-Hassán, ¿es que juraste hacer me morir ahogado por la risa?"
Al ver al califa y al oír el sonido de su voz, cesó el baile de im proviso, las jóvenes quedáronse
inmóviles en el lugar que ocupaban respectivamente, y se interrumpió tan por completo el ruido, que se
oiría resonar una aguja que cayese en el suelo. Y Abul-Hassán, estu pefacto, se detuvo como los demás y
volvió la cabeza en dirección de la voz. Y divisó al califa, y al primer golpe de vista, reconoció en él al
mercader de Mossul.
Entonces, rápida cual el relámpago que brilla, asaltó su cerebro la comprensión de la causa a que
hubo de obedecer cuanto le había sucedido. Y adivinó de pronto toda la broma. Así es que, lejos de
desconcertarse o de turbarse, fingió no reconocer la per sona del califa; y queriendo divertirse a su vez,
se adelantó hacia el califa, y le gritó: "¡Hola! ¡hola! hete aquí ya, ¡oh mercader de mi trasero! ¡Espera, y
verás cómo voy a enseñarte a dejar abiertas las puertas de las personas honradas!" Y el califa se echó a
reír muy a gus to y contestó: "¡He jurado por los méritos de mis santos abuelos ¡oh Abul-Hassán, hermano
mío! que te concederé cuanto tu alma pueda desear para indemnizarte de todas las tribulaciones que te
hemos cau sado! ¡Y en adelante, se te tratará en mi palacio como hermano mío!" Y le besó con efusión,
estrechándole contra su pecho.
Tras de lo cual, se encaró con las jóvenes y les ordenó que vistie ran a su hermano Abul-Hassán con
trajes de su ropero particular, es cogiendo lo más rico y suntuoso que había. Y las jóvenes se apresura ron
a ejecutar la orden. Y cuando Abul-Hassán estuvo completamente vestido, el califa le dijo: "¡Habla ya,
Abul-Hassán! ¡Cuanto me pidas te será concedido al instante!"
Y Abul-Hassán besó la tierra entre las manos del califa, y contestó: "¡No quiero pedir a nuestro
generoso se ñor más que una cosa: que me otorgue el favor de vivir a su sombra toda mi vida!"
Y extremadamente conmovido por la delicadeza de sen timientos de Abul-Hassán, le dijo el califa:
"¡Mucho aprecio tu desin terés, ya Abul-Hassán! Así es que, no solamente te escojo en este ins tante para
compañero de copa y hermano mío, sino que te concedo en trada libre y salida libre a todas horas del día
y de la noche, sin demanda de audiencia y sin demanda de ausencia. ¡Más aún! quiero que ni siquiera te
esté prohibido, como a los demás, el acceso al aposento de Sett Zobeida, la hija de mi tío. ¡Y cuando
entre yo allí, irás conmi go, sea la hora que sea del día o de la noche!"
Al propio tiempo el califa destinó a Abul-Hassán un espléndido alojamiento en el palacio, y empezó
por darle, como primeros emolu mentos, diez mil dinares de oro. Y le prometió que cuidaría por sí mis mo
que no careciese de nada nunca. Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del
reino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 647ª noche
Ella dijo:
"...Tras de lo cual le abandonó para ir al diwán a arreglar los asuntos del reino.
Entonces Abul-Hassán no quiso retrasar por más tiempo el infor mar a su madre de cuanto acababa de
sucederle. Y corrió a buscarla, y le contó al-detalle los sucesos extraños que habían ocurrido, desde el
principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlos. Y al ver que ella no conseguía entenderlos bien,
no dejó de explicarle que era el propio califa quien le hizo víctima de todas aquellas jugarretas sin otro
objeto que divertirse. Y añadió: "¡Pero ya que todo ha terminado con ventaja para mí, glorificado sea
Alah el Bienhechor!" Luego se apre suró a dejar a su madre, prometiéndole que volvería a verla todos los
días, y emprendió de nuevo el camino de palacio, en tanto que la noti cia de su aventura con el califa y de
su nueva situación se esparcía por todo el barrio, y desde allí se extendió a todo Bagdad para difun dirse
después por las provincias cercanas y distantes.
En cuanto a Abul-Hassán, el favor de que gozaba cerca del cali fa, al revés de volverle arrogante o
desagradable, no hizo más que au mentar su buen humor, su carácter jovial y su alegría. Y no se pasaba
día en que con sus agudezas llenas de gracia y con sus bromas no divirtiese al califa y a todas las
personas de palacio, grandes y pequeñas. Y el califa, que no podía prescindir de su trato, le llevaba con
él a todas partes, incluso a los aposentos reservados y a las habitaciones de Sett Zobeida, lo cual era un
favor que jamás había otorgado ni siquiera a su gran visir Giafar.Pero no tardó en notar Sett Zobeida que
Abul-Hassán, cada vez que se encontraba con el califa en el aposento de las mujeres, obstiná base en fijar
los ojos en una de las mujeres del séquito, en la que se llamaba Caña-de-Azúcar, y que bajo las miradas
de Abul-Hassán, la joven se ponía roja de placer. Por eso dijo un día a su esposo. "¡Oh Emir de los
Creyentes! sin duda habrás notado, como yo, las señas in equívocas de amor que se hacen Abul-Hassán y
la pequeña Caña-de -Azúcar. ¿Qué te parecería un matrimonio entre ambos?"
El califa con testó: "Bien. No veo inconveniente. Por cierto que debí pensar en ello hace tiempo. Pero
los asuntos del reino me distrajeron de ese cuidado. Y me contraría mucho, pues desde la segunda velada
que pasé en su casa, tengo prometido buscar a Abul-Hassán una esposa selecta. Y veo que Caña-de-
Azúcar sirve para el caso. Y sólo nos resta ya interrogar a ambos para saber si es de su gusto el
matrimonio".
Al punto hicieron ir a Abul-Hassán y a Caña-de-Azúcar, y les pre guntaron si consentían en casarse
uno con otro. Y Caña-de-Azúcar, por toda respuesta, se limitó a enrojecer en extremo, y se arrojó a los
pies de Sett Zobeida, besándole la orla del traje en acción de gracias. Pero Abul-Hassán contestó: "En
verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que abrumaste con tu generosidad a tu esclavo Abul-Hassán. Peró
antes de tomar por esposa a esta encantadora joven cuyo solo nombre indica ya sus cualidades exquisitas,
quisiera, con tu permiso, que nuestra ama le hiciese una pregunta. . ." Y Sett Zobeida sonrió, y dijo: "¿.Y
qué pregunta es ésa, ¡oh Abul-Hassán! ?"
Abul-Hassán contestó: "¡Oh mi señora! qui siera saber si a mi esposa le gusta lo que a mí me gusta.
¡Tengo que declararte ¡oh mi señora! que las únicas cosas que estimo son la ani mación del vino, el placer
de los manjares y la alegría del canto y de los versos hermosos! Si a Caña-de-Azúcar, pues, le gustan
esas cosas, y además es sensible y no dice nunca que no a lo que tú sabes, ¡ oh mi señora! consiento en
amarla con un amor grande. ¡De no ser así, por Alah, que permaneceré soltero!" Y al oír estas palabras,
Sett Zobeida se encaró con Caña-de-Azúcar, riendo, y le preguntó: "Ya lo has oído... ¿Qué contestas a
eso?" Y Caña-de-Azúcar respondió haciendo con la cabeza una seña que significaba que sí.
Entonces el califa hizo ir sin tardanza al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de
matrimonio. Y con aquel motivo se dieron en palacio grandes festines y hubo grandes festejos durante
treinta días y treinta noches, al cabo de los cuales pudieron ambos esposos gozar uno de otro con toda
tranquilidad. ¡Y pasaban la vida comiendo, bebiendo y riendo a carcajadas, sin tasar sus gastos! Y nunca
estaban vacías en su casa las bandejas de manjares, de fruta, de pastelería y de bebidas, y la alegría y las
delicias marcaban todos sus instantes. Así es que, al cabo de cierto tiempo, a fuerza de gastarse el dinero
en festines y en diversiones, no les quedó ya nada entre las manos. Y como, preocupa do con sus asuntos,
el califa hubo de olvidarse de señalar a Abul-Hassán emolumentos fijos, una mañana se despertaron
desprovistos de todo dinero, y aquel día no pudieron arreglarse con los traficantes que les hacían todos
los adelantos. Y se creyeron muy desdichados, y por dis creción no se atrevieron a ir a pedir nada al
califa o a Sett Zobeida. Entonces bajaron la cabeza y se pusieron a reflexionar acerca de la situación.
Pero Abul-Hassán fué el primero en levantar la cabeza, y dijo: "¡La verdad es que fuimos pródigos! Y no
quiero exponerme a la vergüenza de ir a pedir oro, como un mendigo. ¡Y menos quiero que vayas a
pedírselo tú a Sett Zobeida! Así es que he pensado lo que tene mos que hacer, ¡oh Caña-de-Azúcar!". Y
Caña-de-Azúcar contestó, sus pirando: "¡Habla! ¡Dispuesta estoy a ayudarte en tus proyectos, pues no
vamos a ir pordioseando, y por otra parte, tampoco vamos a cambiar de vida y a disminuir nuestros
gastos, si no queremos exponernos a que los demás nos traten con menos consideración!"
Y dijo Abul-Has sán: "¡Bien sabía yo ¡oh Caña-de-Azúcar! que jamás te negarías a ayudarme en las
diversas circunstancias por que los designios del des tino nos hicieran atravesar! Pues bien; has de saber
que sólo dispo nemos de un medio para salir del apuro, ¡oh Caña-de-Azúcar!" Ella contestó: "¡Dilo ya!"
El dijo: "¡Dejarnos morir...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 648ª noche
Ella dijo:
"¡...Dejarnos morir!"
Al oír estas palabras, la joven Caña-de-Azúcar exclamó espantada: "¡No, por Alah, yo no quiero
morir! ¡Emplea para ti solo ese medio!" Abul-Hassán contestó, sin conmoverse ni enfadarse: "¡Ah, hija
de mujer! ¡bien decía yo, de soltero, que nada valía tanto como la sole dad! ¡Y la poca solidez de tu juicio
acaba de demostrármelo mejor que nunca! ¡Si en vez de contestarme con tanta prontitud te hubieras
tomado la pena de pedirme explicaciones, te habrías alegrado en extremo de esa muerte que te propongo
y que vuelvo a proponerte! ¿No com prendes que se trata de morir con una muerte fingida y no con una
muerte verdadera, a fin de tener oro para todo lo que nos queda de vida?"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar se echó a reír, y preguntó: "¿Y cómo vamos a arreglarnos?"
Dijo él: "¡Escucha, pues! Y no olvides nada de lo que voy a indicarte. ¡Mira! Cuando yo me muera, o
mejor dicho, cuando yo finja morirme, porque soy yo el que primero morirá, cogerás un sudario y me
amortajarás. Hecho lo cual, me pondrás en medio de esta habitación en que estamos, en la posición
prescrita, con el turbante encima de la cara, y el rostro y los pies vueltos en dirección a la Kaaba santa,
hacia la Meca. ¡Luego empezarás a lanzar gritos agudos, a chillar desaforadamente, a verter lágrimas
ordinarias y extraordinarias, a desgarrarte las vestiduras y a aparentar que te arrancas el cabello! Y
cuando todo esté a punto, irás bañada en llanto y con los cabellos despeinados a presentarte a tu señora
Sett Zobeida, y con palabras entrecortadas por sollozos y desmayos diversos, le contarás mi muerte en
términos enternecedores; luego te tirarás al suelo, en donde estarás una hora de tiempo para no recobrar
el sentido hasta que te notes anegada en el agua de rosas con que no dejarán de rociarte. ¡Y entonces ¡oh
Caña-de-Azúcar! verás cómo va a entrar en nuestra casa el oro!"
Al oír estas palabras, Caña-de-Azúcar contestó: "En verdad que es hacedera esa muerte. ¡Y consiento
en ayudarte a llevarla a cabo!" Luego añadió: "¿Pero cuándo y de qué manera tengo yo que morir me?"
Dijo él: "Primero harás lo que acabo de decirte. ¡Y después Alah proveerá!" Y añadió: "¡Mira! ¡Ya estoy
muerto!" Y se tendió en medio de la habitación, y se hizo el muerto.
Entonces Caña-de-Azúcar le desnudó, le amortajó con un sudario, le volvió los pies en dirección a la
Meca y le colocó el turbante encima del rostro. Tras lo cual se puso a ejecutar todo lo que Abul-Hassán
le había dicho que hiciera en cuanto a gritos penetrantes, chillidos desafo rados, lágrimas ordinarias y
extraordinarias, desgarrar de trajes, tirones de cabellos y arañar de mejillas. Y cuando estuvo en el
estado prescripto, con el rostro amarillo como el azafrán y los cabellos desordenados, fué a presentarse a
Sett Zobeida, y empezó por dejarse caer a los pies de su señora cuan larga era, lanzando un gemido capaz
de enternecer un cora zón de roca.
Al ver aquello, Sett Zobeida, que ya había oído desde su aposento los gritos penetrantes y los
chillidos de duelo lanzados por Caña-de Azúcar desde lejos, no dudó ya al ver en aquel estado a su
favorita Caña-de-Azúcar, que la muerte habíase cebado en su esposo Abul-Has sán. Así es que, afligida
hasta el límite de la aflicción, le prodigó por sí misma cuantos cuidados requería su estado, y se la echó
en las rodillas, y consiguió volverla a la vida. Pero Caña-de-Azúcar, desolada y con los ojos bañados en
lágrimas, continuó gimiendo y arañándose y tirándose de los pelos y golpeándose las mejillas, mientras
suspiraba entre sollozos el nombre de Abul-Hassán. Y acabó por contar con palabras entrecor tadas que
por la noche había muerto él de una indigestión. Y dándose en el pecho un golpe último, añadió: "Ya no
me queda que hacer más que morirme a mi vez. ¡Pero que Alah prolongue en tanto la vida de nuestra
señora!" Y se dejó caer una vez más a los pies de Sett Zobeida; y se desmayó de dolor.
Al ver aquello, todas las mujeres empezaron a lamentarse en torno de ella, y a apenarse por la muerte
de aquel Abul-Hassán que tanto las había divertido en vida con sus bromas y su buen humor.
Y sus llantos y suspiros demostraron a Caña-de-Azúcar, que había vuelto de su des mayo a fuerza de
agua de rosas con que la rociaron, la parte que toma ban en su pena y en su dolor.
En cuanto a Sett Zobeida, que también lloraba con las mujeres de su séquito la muerte de Abul-
Hassán, acabó por llamar a su tesorera, después de todas las fórmulas de pésame que se usan en
semejantes cir cunstancias, y le dijo: "¡Ve en seguida a coger de mi arquilla particular un saco de diez mil
dinares de oro, y dáselo a la pobre, a la desolada Caña-de-Azúcar, a fin de que pueda hacer que se
celebren dignamente los funerales de su esposo Abul-Hassán!" Y la tesorera se apresuró a ejecutar la
orden, y cargó el saco de oro a espaldas de un eunuco, que fué a dejarlo a la puerta del aposento de Abul-
Hassán.
Luego Sett Zobeida abrazó a su servidora y le prodigó palabras dulces para consolarla, y la
acompañó hasta la salida, diciéndole: "¡Qué Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure
tus heri das y prolongue tu vida tantos años como dejó de vivir el difunto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 649ª noche
Ella dijo:
"¡...Que Alah te haga olvidar tu aflicción ¡oh Caña-de-Azúcar! y cure tus heridas y prolongue tu vida
tantos años como dejó de vivir el difunto!" Y la desolada Caña-de-Azúcar besó la mano de su señora,
llorando, y regresó a su aposento completamente sola.
Entró, pues, en la habitación donde la esperaba Abul-Hassán, siem pre tendido como un muerto y
envuelto en el sudario, y cerró la puerta al entrar, y empezó por soltar una carcajada de buen augurio. Y
dijo a Abul-Hassán: "¡Levántate ya de entre los muertos ¡oh padre de la sagacidad! y ven a arrastrar
conmigo este saco de oro, fruto de tu malicia! ¡Por Alah, que no va a ser hoy cuando nos muramos de
ham bre!" Y Abul-Hassán, ayudado por su mujer, se apresuró a desemba razarse del sudario, y saltando
sobre ambos pies, corrió adonde estaba el saco de oro y lo arrastró hasta el centro de la habitación, y se
puso a bailar alrededor en un pie.
Tras de lo cual se encaró con su esposa y la felicitó por el éxito obtenido, y le dijo: "Pero no es esto
todo, ¡oh mujer! ¡Ahora te toca a ti morirte como yo lo he hecho, y a mí me toca ganar el saco! Y así
veremos si soy tan hábil con el califa como lo has sido tú con Sett Zo beida. ¡Porque conviene que el
califa, que tanto se divirtió a expensas mías en otra ocasión, sepa ahora que no sólo es él quien gasta
bromas! ¡Pero es inútil perder tiempo en vana palabrería! ¡Vamos, muérete!"
Y Abul-Hassán acomodó a su mujer en el sudario con que le había amortajado ella, la colocó en
medio de la estancia, en el mismo sitio en que estuvo él tendido, le volvió los pies en dirección a la
Meca y le reco mendó que no diese señal de vida, aunque le sintiera llegar. Hecho lo cual, se atavió de
mala manera, deshizo a medias su turbante, se frotó los ojos con cebolla para hacer que lloraba
copiosamente, y desgarrándose el traje y mesándose la barba y dándose en el pecho grandes puñeta zos,
corrió en busca del califa, que en aquel momento estaba en medio del diwán, rodeado de su gran visir
Giafar, de Massrur y de varios cham belanes.
Al ver en aquel estado de aflicción y de inconsciencia al mismo Abul-Hassán que de ordinario era
tan jovial y despreocupado, el califa llegó al límite del asombro y de la aflicción, e interrumpiendo la
sesión del diwán, se levantó de su sitio y corrió hacia Abul-Hassán, a quien pidió que en seguida le
manifestase la causa de su dolor. Pero Abul -Hassán, que se llevaba el pañuelo a los ojos, sólo contestó
redoblando en sus llantos y sollozos y dejando escapar de sus labios al fin, entre mil suspiros y mil
desmayos fingidos, el nombre de Caña-de-Azúcar, mientras decía: "¡Ay! ¡oh pobre Caña-de-Azúcar! ¡Ay!
¡oh infortuna da! ¿Qué será de mí sin ti?"
Al oír estas palabras y estos suspiros, el califa comprendió que Abul-Hassán acababa de anunciarle
la muerte de su esposa Caña-de Azúcar, y quedó extremadamente afectado. Y se le saltaron lágrimas de
los ojos, y dijo a Abul-Hassán, echándole un brazo por los hombros: "¡Alah la tenga en su misericordia!
¡Y prolongue tus días con todos los que se le arrebataron a esa esclava dulce y encantadora ¡Te la dimos
con el fin de que fuese para ti motivo de alegría, y he aquí ahora que se torna en motivo de duelo! ¡Pobre
Caña-de-Azúcar!" Y el califa no pudo por menos de llorar ardientes lágrimas. Y se secó los ojos con el
pañuelo. Y Giafar y los demás visires y todos los presentes lloraron también ardientes lágrimas, y se
secaron los ojos como lo había hecho el califa.
Luego asaltó al califa la misma idea que a Sett Zobeida: e hizo ir al tesorero, y le dijo: "¡Cuenta al
instante a Abul-Hassán diez mil dinares para los gastos de los funerales de su difunta esposa! ¡Y dispón
que se los lleven a la puerta de su aposento!" Y el tesorero contestó con el oído y la obediencia, y se
apresuró a ejecutar la orden. Y Abul-Hassán, más desolado que nunca, besó la mano al califa y se retiró
sollozando.
Cuando llegó a la habitación en que le esperaba Caña-de-Azúcar, envuelta siempre en el sudario,
exclamó: "¡Pues bien! ¿crees que eres tú sola quien ha ganado tantas monedas de oro como lágrimas has
ver tido? ¡Mira! ¡Ahí tienes mi saco!" Y arrastró el saco hasta el centro de la habitación, y después de
ayudar a Caña-de-Azúcar a salir del su dario, le dijo: "¡Bueno! pero no es esto todo, ¡oh mujer! ¡Ahora
hay que obrar de modo que, cuando se sepa nuestra estratagema, no nos atraigamos la cólera del califa y
de Sett Zobeida!
He aquí, pues, lo que tenemos que hacer..." Y empezó a instruir a Caña-de-Azúcar sobre sus
intenciones acerca del particular.
¡Y tal es lo referente a ellos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 650ª noche
Ella dijo:
¡...Y tal es lo referente a ellos!
En cuanto al califa, cuando hubo terminado la sesión del diwán, la cual abrevió aquel día, por cierto,
se apresuró a ir con Massrur al palacio de Sett Zobeida para darle el pésame por la muerte de su es clava
favorita. Y entreabrió la puerta del aposento de su esposa, y la vió echada en su lecho rodeada de sus
mujeres, que le secaban los ojos y la consolaban. Y se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ojalá
vivas tantos años como se perdieron para tu pobre favorita Caña-de Azúcar!" Al oír este cumplimiento de
pésame Sett Zobeida, que espe raba la llegada del califa para darle ella el pésame por la muerte de Abul-
Hassán, quedó extremadamente sorprendida, y creyendo que el califa estaba mal informado, exclamó:
"Preservada sea la vida de mi favorita Caña-de-Azúcar, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡A mí es a quien toca
participar de tu duelo! ¡Ojalá vivas y sobrevivas por mucho tiem po a tu compañero el difunto Abul-
Hassán! ¡Si me ves tan afligida, no es más que por causa de la muerte de tu amigo, no por la de Caña-de -
Azúoar, que ¡bendito sea Alah! goza de buena salud!"
Al oír estas palabras, el califa, que tenía los mayores motivos para creer que estaba bien informado
de la verdad, no pudo por menos de sonreír, y encarándose con Massrur, le dijo: "Por Alah, ¡oh Massrur!
¿qué te parecen estas palabras de tu ama? He aquí que ella, tan sen sata y prudente por lo común, tiene los
mismos desvaríos que las demás mujeres. ¡Qué verdad es que todas son iguales al final! ¡Vengo a con -
solarla, y quiere apenarme y engañarme anunciándome una noticia fal sa! ¡En fin, háblale tú! ¡Y dile lo que
viste y oíste como yo! ¡Quizá cambie entonces de táctica, y no intente ya engañarnos!" Y para obedecer al
califa, Massrur dijo a la princesa: "¡Oh mi señora! ¡nues tro Emir de los Creyentes tiene razón! ¡Abul-
Hassán goza de buena salud y de fuerzas excelentes, aunque deplora la pérdida de su esposa Caña-de-
Azúcar, tu favorita, muerta anoche de una indigestión! Por que has de saber que Abul-Hassán acaba de
salir hace un instante del diván, adonde ha ido a anunciarnos por sí mismo la muerte de su esposa. ¡Y se
ha vuelto a su casa muy desolado, y gratificado, merced a la generosidad de nuestro amo, con un saco de
diez mil dinares de oro para los gastos de los funerales!"
Estas palabras de Massrur, lejos de persuadir a Sett Zobeida, no hicieron más que confirmarla en la
creencia de que el califa tenía ganas de broma, y exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Emir de los Creyentes! que no
es hoy el día más a propósito para gastar las bromas que acostum bras! Bien sé lo que me digo, y mi
tesorera te dirá lo que me cuestan los funerales de Abul-Hassán. ¡Más valdría que tomáramos parte en el
duelo de nuestra esclava, en lugar de reír sin tacto y sin medida, como lo estamos haciendo!" Y al oír
estas palabras, el califa sintió que le invadía la cólera, y exclamó: "¿Qué dices, ¡oh hija del tío!? ¡Por
Alah! ¿es que te has vuelto loca para decir semejantes cosas? ¡Te digo que quien ha muerto es Caña-de-
Azúcar! ¡Y además, es inútil que dispute mos acerca del asunto, pues inmediatamente voy a darte pruebas
de lo que afirmo!" Y se sentó en el diván y se encaró con Massrur, y le dijo: "¡Aunque no tengo necesidad
de más pruebas que las que conozco, ve ya al aposento de Abul-Hassán para ver cuál de los dos esposos
es el muerto! ¡Y vuelve al punto a decirnos lo que haya!" Y en tanto que Massrur se apresuraba a ejecutar
la orden, el califa se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡ahora vamos a ver quién de
nosotros dos tiene razón! ¡Pero desde el momento en que insistes de ese modo acerca de cosa tan clara,
voy a apostar en contra tuya lo que quieras!"
Ella contestó: "¡Acepto la apuesta! ¡Y voy a apostar lo que más me gusta en el mundo, que es mi
pabellón de pinturas, contra lo que quieras proponerme, por muy poco valor que tenga!" El dijo: "¡Contra
tu apuesta arriesgo lo que más me gusta en el mundo, que es mi palacio de recreo! ¡Creo que de esa
manera no abuso! ¡Porque mi palacio de recreo es superior con mucho, en valor y en belleza, a tu
pabellón de pinturas!"
Sett Zobeida contestó muy molesta: "¡No se trata de saber ahora, para estar aún más disconforme, si
tu palacio es superior a mi pabellón! ¡Por otra parte, no tendrías más que escuchar lo que se dice a
espaldas tuyas! Pero antes hemos de sancionar nuestra apuesta. ¡Sea, pues, la Fatiha entre nosotros!" Y
dijo el califa: "¡Bueno, sea la Fatiha del Korán entre nosotros!" Y recitaron a la vez el ca pítulo liminar
del libro santo para sellar su apuesta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 651ª noche
Ella dijo:
"...Y recitaron a la vez el capítulo liminar del libro santo para sellar su apuesta. Y en medio de un
silencio hostil, esperaron la vuelta del porta alfange Massrur. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto a Abul-Hassán, que estaba al acecho para enterarse de lo que iba a ocurrir, vió desde lejos
avanzar a Massrur y com prendió el propósito que le guiaba. Y dijo a Caña-de-Azúcar: "¡Oh Caña-de-
Azúcar! ¡he aquí que Massrur viene derecho a nuestra casa! Sin duda alguna le han mandado venir con
motivo del desacuerdo que seguramente ha surgido entre el califa y Sett Zobeida acerca de nues tra
muerte. ¡Date prisa a hacerte la muerta una vez más, a fin de que te amortaje yo sin tardanza!" Al punto se
hizo la muerta Caña-de Azúcar, y Abul-Hassán la amortajó con el sudario y la colocó como la primera vez
para sentarse inmediatamente junto a ella, con el turbante deshecho, la cara alargada y el pañuelo en los
ojos.En aquel mismo momento entró Massrur. Y al ver a Caña-de Azúcar amortajada en medio de la
habitación y a Abul-Hassán sumido en desesperación, no pudo menos de emocionarse, y pronunció: "¡No
hay más dios que Alah! Muy grande es mi aflicción por ti, ¡oh pobre Caña-de-Azúcar, hermana nuestra!
¡oh tú, antaño tan gentil y tan dul ce! ¡Cuán doloroso para todos nosotros es tu destino! ¡Y cuán rápida fué
para ti la orden del retorno hacia Quien te ha creado! ¡Ojalá te conceda, al menos, su compasión y su
gracia el Retribuidor!"
Luego besó a Abul-Hassán, y se apresuró a despedirse de él, muy triste, para ir a dar cuenta al califa
de lo que había comprobado. Y no le desagra daba hacer ver así a Sett Zobeida cuán obstinada era y cuán
equivocada estaba en contradecir al califa.
Entró, pues, en el aposento de Sett Zobeida, y después de haber be sado la tierra, dijo: "¡Alah
prolongue la vida de nuestra señora! ¡La difunta está amortajada en medio de la habitación, y ya tiene
hinchado el cuerpo debajo del sudario, y huele mal! ¡En cuanto al pobre Abul Hassán, me parece, que no
sobrevive a su esposa!"
Al oír estas palabras de Massrur, al califa se le quitó un peso de encima y se regocijó infinitamente;
luego, encarándose con Sett Zo beida, que habíase puesto muy amarilla, le dijo: "¡Oh hija del tío! ¿a qué
esperas para llamar al escriba que ha de inscribir a mi nombre el pabellón de pinturas?"
Pero Sett Zobeida empezó a injuriar a Mass rur, y en el límite de la indignación, dijo al califa:
"¿Cómo puedes tener confianza en las palabras de ese eunuco embustero e hijo de em bustero? ¿Acaso no
he visto aquí por mí misma, y mis esclavas la han visto conmigo hace una hora, a mi favorita Caña-de-
Azúcar, que lloraba desolada la muerte de Abul-Hassán?" Y excitándose con sus propias palabras, tiró su
babucha a la cabeza de Massrur, y le gritó "Sal de aquí, ¡oh hijo de perro!" Y Massrur, más estupefacto
todavía que el califa, no quiso irritar más a su ama, y doblándose por la cintu ra, se apresuró a escapar,
meneando la cabeza.
Entonces, llena de cólera, Sett Zobeida se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes!
¡nunca imaginé que un día te pusieras de acuerdo con ese eunuco para darme un disgusto tan gran de y
hacerme creer lo que no es! Porque no me cabe duda de que lo que ha contado Massrur lo convinisteis de
antemano con objeto de dis gustarme. De todos modos, para probarte de manera indudable que soy yo
quien tiene razón, a mi vez voy a enviar a alguien para que se vea cuál de nosotros ha perdido la apuesta.
¡Y si eres tú quien dice verdad seré una insensata y todas mis mujeres serán tan insensatas como su ama!
¡Si, por el contrario, soy yo quien tiene razón, quiero que, ade más de la ganancia de la apuesta, me
concedas la cabeza del imper tinente eunuco de pez!"
El califa, que sabía por experiencia propia cuán irritable era su prima, dió inmediatamente su
consentimiento a cuanto ella le pedía. Y Sett Zobeida hizo presentarse enseguida a la anciana nodriza que
la había criado y en la cual tenía toda su confian za, y le dijo: "¡Oh, nodriza! Ve ahora a casa de Abul-
Hassán, el compañero de nuestro Señor el califa, y sencillamente mira quién se ha muerto en esa casa, si
es Abul-Hassán o si es su esposa Caña -de-Azúcar. ¡Y vuelve al punto a contarme lo que hayas visto y
sepas!"
Y la nodriza contestó con el oído y la obediencia, y a pesar de sus piernas viejas, apretó el paso en
dirección a la casa de Abul-Hassán. Pero Abul-Hassán, que vigilaba constantemente las idas y veni das a
su casa, divisó desde lejos a la anciana nodriza, que se acercaba trabajosamente; y comprendió por qué
la habían enviado, y se encaró con su esposa, y exclamó riendo: "¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy
muerto!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 652ª noche
Ella dijo:
"¡Oh Caña-de-Azúcar! ¡ya estoy muerto!". Y como no tenía tiem po que perder, se amortajó por sí
mismo con el sudario y se echó en tierra con los pies en dirección a la Meca. Y Caña-de-Azúcar le puso
el turbante encima de la cara; y con la cabellera despeinada, empezó a golpearse las mejillas y el pecho,
lanzando gritos de duelo. Y en aquel momento entró la anciana nodriza. ¡Y vió lo que vió! Y se acercó
muy triste a la desolada Caña-de-Azúcar, y le dijo: "¡Que Alah otorgue sobre tu cabeza los años que se
perdieron para el difunto! ¡Ay hija mía Caña-de-Azúcar! ¡hete aquí sola en la viudez en medio de tu
juventud! ¿Qué va a ser de ti sin Abul-Hassán, ¡oh Caña-de-Azúcar!?" Y estuvo llorando con ella algún
tiempo. Luego le dijo: "Hija mía, tengo que dejarte, bien a pesar mío. ¡Pero he de volver a toda prisa
junto a mi señora Sett Zobeida para librarla de la aflictiva inquietud en que la ha sumido ese embustero
descarado, el eunuco Massrur, que le afirmó que eras tú la muerta en vez de Abul-Hassán!" Y Caña -de-
Azúcar, gimiendo, dijo: "¡Pluguiera a Alah, ¡oh madre mía! que hubiese dicho la verdad ese eunuco! ¡No
estaría aquí llorando como lo hago! ¡Pero no va a tardar mucho en llegarme mi hora! Mañana, lo más
tarde, me enterrarán, muerta de dolor!" Y diciendo estas pa labras, redobló en sus llantos, suspiros y
lamentos. Y más enternecida que nunca, la nodriza la besó otra vez y salió lentamente para no
importunarla, y cerró la puerta tras de sí. Y fué a dar cuenta a su se ñora de lo que había visto y oído. Y
cuando acabó de hablar, hubo de sentarse, falta de aliento por lo mucho que había trabajado para su
avanzada edad.
Cuando Sett Zobeida oyó la relación de su nodriza, encaróse, al tanera, con el califa, y le dijo: "¡Ante
todo, hay que ahorcar a tu esclavo Massrur, ese eunuco impertinente!" Y en el límite de la per plejidad, el
califa hizo ir a su presencia a Massrur, y le miró con cólera y quiso reprocharle su mentira. Pero no le
dejó tiempo Sett Zobeida. Excitada por la presencia de Massrur, se encaró con su nodriza, y le dijo:
"¡Repite ante ese hijo de perro, ¡oh nodriza! lo que acabas de decirnos!" Y la nodriza, que aún no había
recobrado el aliento, se vió obligada a repetir su relación ante Massrur, quien irritado por sus palabras,
no pudo por menos de gritarle, a pesar de la presencia del califa y de Sett Zobeida: "¡Ah vieja
desdentada! ¿có mo te atreves a mentir tan impúdicamente y a envilecer tus cabellos blancos? ¿Es que vas
a hacerme creer que no he visto con mis propios ojos a Caña-de-Azúcar muerta y amortajada?" Y la
nodriza, sofocada, adelantó la cabeza con furia, y le gritó: "Tú solo eres el embustero, ¡oh negro de betún!
¡No deberían condenarte a muerte en la horca, sino cortándote en pedazos y haciéndote comer tu propia
carne!"
Y repli có Massrur: "¡Cállate, vieja chocha! ¡Ve a contar tus historias a las muchachas del harem!"
Pero Sett Zobeida, furiosa ante la insolencia de Massrur, prorrumpió en sollozos, tirándole a la cabeza
los cojines, los vasos, los jarros y los taburetes, y le escupió en el rostro, y acabó por dejarse caer en su
lecho, llorando.
Cuando el califa hubo visto y oído todo aquello, llegó al límite de la perplejidad, y dió una palmada,
y dijo: "¡Por Alah, que no sólo es Massrur el embustero! Yo también soy un embustero, y la nodriza
también es una embustera, y tú también eres una embustera, ¡oh hija del tío!" Luego bajó la cabeza y no
dijo nada más. Pero, al cabo de una hora de tiempo, levantó la cabeza, y dijo: "¡Por Alah, que nos hace
falta saber la verdad ahora! ¡Lo único que nos queda que hacer es ir a casa de Abul-Hassán, para ver con
nuestros ojos cuál de todos nosotros es el embustero y cuál es el veraz !" Y se levantó y rogó a Sett
Zobeida que le acompañara; y seguido de Massrur, de la nodriza y de la muchedumbre de mujeres, se
encaminó al aposento de Abul-Hassán.
Y he aquí que, al ver acercarse aquel cortejo, Caña-de-Azúcar no pudo por menos de inquietarse y
conmoverse mucho, aunque Abul Hassán la había prevenido de antemano que la cosa tendría buen fin, y
exclamó: "¡Por Alah! ¡no siempre que se cae queda entero el ja rro!" Pero Abul-Hassán se echó a reír, y
dijo: "Murámonos ambos; ¡oh Caña-de-Azúcar!" Y tendió en tierra a su mujer, la amortajó con el sudario,
se metió por sí mismo en una pieza de seda que sacó de un cofre, y se tendió junto a ella, sin olvidarse de
ponerse el turbante encima de la cara con arreglo al rito. Y apenas había terminado sus preparativos, la
comitiva entró en la sala.
Cuando el califa y Sett Zobeida vieron el espectáculo fúnebre que se presentaba a sus ojos, se
quedaron inmóviles y mudos. Y Sett Zo beida, a quien tantas emociones en tan poco tiempo habían
trastorna do completamente, se puso de pronto muy pálida, dió un grito y cayó desmayada en brazos de sus
mujeres. Y cuando volvió de su desmayo, vertió un torrente de lágrimas, y exclamó: "¡Ay de ti, oh Cañade-
Azú car! ¡no pudiste sobrevivir a tu esposo, y has muerto de pena!" Pero el califa, que no quería oírle
aquello y que, además, lloraba también la muerte de su amigo Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y
le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que
no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 653ª noche
Ella dijo:
"...-el califa, que no quería oírle decir aquello, y que, además, lloraba también la muerte de su amigo
Abul-Hassán, se encaró con Sett Zobeida, y le dijo: "¡No, ¡por Alah! no es Caña-de-Azúcar quien ha
muerto de pena, sino el pobre Abul-Hassán, que no pudo sobrevivir a su esposa! ¡Eso es lo cierto!" Y
añadió: "¡Y he aquí que lloras y te desmayas porque te parece que tienes razón!" Y contestó Sett Zobeida:
"¡Y a ti te parece que tienes razón, a pesar mío, porque ese maldito esclavo te ha mentido!" Y añadió:
"¡Bueno! ¿pero dónde están los servidores de Abul-Hassán? ¡Que vayan a buscarlos ya! ¡Y como han
amortajado a sus amos, ellos nos dirán cuál de ambos mu rió primero, y cuál murió de pena!" Y dijo el
califa: "Tienes razón, ¡oh hija mía! ¡Y por Alah, que prometo diez mil dinares de oro a quien me dé la
noticia!"
Pero apenas había pronunciado estas palabras el califa, cuando se dejó oír una voz que salía de
debajo del sudario de la derecha, y de cía: "¡Que me cuenten los diez mil dinares, pues anuncio a nuestro
señor el califa, que soy yo, Abul-Hassán, quien se murió el segundo, de dolor sin duda!"
Al oír aquella voz, Sett Zobeida y las mujeres, poseídas de espan to, lanzaron un gran grito y se
precipitaron a la puerta, en tanto que, por el contrario, el califa, que comprendió en seguida la jugarreta
de Abul-Hassán, se reía de tal manera, que se cayó de trasero en medio de la sala, y exclamó: "¡Por Alah,
ya Abul-Hassán, que ahora soy yo quien va a morirse a fuerza de reír!"
Luego, cuando el califa acabó de reír y Sett Zobeida se repuso de su terror, Abul-Hassán y Caña-de-
Azúcar salieron de su sudario, y en medio de las risas de todos, decidiéronse a contar el motivo que hubo
de impulsarles a gastar aquella broma. Y Abul-Hassán se arrojó a los pies del califa; y Caña-de-Azúcar
besó los pies de su ama; y ambos pidieron perdón con acento muy arrepentido. Y añadió Abul Hassán:
"¡Mientras estuve soltero, ¡oh Emir de los Creyentes! des precié el dinero! ¡Pero esta Caña-de-Azúcar,
que debo a tu generosi dad, posee tanto apetito, que se come los sacos con su contenido, y por Alah, que
es capaz de devorar todo el tesoro del califa con el te sorero!" Y el califa y Sett Zobeida se echaron a reír
a carcajadas otra vez. Y perdonaron a ambos e hicieron que acto seguido les contasen los diez mil
dinares que ganó con su respuesta Abul-Hassán, y además otros diez mil por haberse librado de la
muerte.
Tras de lo cual, el califa, a quien aquella farsa había hecho ocu parse de los gastos y necesidades de
Abul-Hassán, no quiso que su amigo careciese de paga fija en adelante. Y dió orden a su tesorero pa ra
que mensualmente le pagaran emolumentos iguales a los de su gran visir. Y con más deseos que antes,
quiso también que Abul-Hassán si guiese siendo su amigo íntimo y su compañero de copa. ¡Y vivieron to -
dos la más deliciosa vida hasta que llegó la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y
Constructora de tumbas, la Inexorable, la Inevitable!
Y cuando aquella noche Schehrazada acabó de contar esta histo ria, dijo al rey Schahriar: "¡Esto es
cuanto se ¡oh rey! acerca del Dormido Despierto. ¡Pero, si me lo permites, voy a contarte otra his toria
que supera con mucho y en todos sentidos a la que acabas de oír!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Antes de permitírtelo, quiero que me digas el título de esa historia,
Schehrazada". Ella dijo: "¡Es la histo ria de los Amores de Zein Al-Mawassif!" Dijo él: "¿Y qué historia
es esa que no conozco?"
Schehrazada sonrió, y dijo:
Los amores de Zein Al-Mawassif
He llegado a saber j oh rey afortunado! que en las edades y los años de hace mucho tiempo, había un
joven de lo más hermoso que se llamaba Anís y que sin duda era el más rico, el más generoso, el más
delicado, el más excelente y el más delicioso de su tiempo. Y como, además, le gustaba cuanto hay de
gustoso en la tierra, -las mujeres, los amigos, la buena comida, la poesía, la música, los perfumes, los
jar dines, los baños, los paseos y todos los placeres- vivía con la holgura de la vida dichosa.
Una tarde el hermoso Anís dormía una agradable siesta, como tenía costumbre, echado bajo un
algarrobo de su jardín. Y tuvo un ensueño en el cual se vió jugando y entreteniéndose con cuatro
hermosos pájaros y una paloma de blancura deslumbrante. Y sentía un placer intenso al acariciarlos,
alisando su plumaje y besándolos, cuando un gran cuervo muy feo se abalanzó de pronto a la paloma, con
el pico amenazador, dispersando a sus camaradas, los cuatro pájaros tan her mosos. Y Anís se despertó
muy afectado, y se incorporó y salió en busca de alguien que le explicase aquel ensueño. Pero estuvo
andando durante mucho tiempo sin encontrar a nadie. Y pensaba ya en volverse a su casa, cuando acertó a
pasar por las cercanías de una morada de magnífico aspecto, de la cual oyó que, al acercarse él, se
elevaba una voz de mujer, encantadora y melancólica, que cantaba estos versos:
¡La dulce aurora de la mañana fresca conmueve el corazón de los enamorados! ¿Pero es mi
corazón cautivo el libre corazón de los ena morados?
¡Oh frescura de las mañanas! ¿calmaste alguna vez un amor igual al que siente mi corazón
por un joven cervatillo, más delicado que la flexible rama del ban?
Y Anís sintió que le penetraban en el alma los acentos de aque lla voz; y acuciado por el deseo de
conocer a la que la poseía, se apro ximó a la puerta, que encontrábase a medio abrir, y miró adentro. Y
vió un jardín magnífico donde se perdían las miradas en parterres ar moniosos; calles floridas y boscajes
de rosas, jazmines, violetas, narci sos y otras mil flores, habitados por todo un pueblo cantor bajo el cielo
de Alah.
Así es que, atraído por la pureza de aquellos lugares, Anís no va ciló en franquear la puerta y
adentrarse en el jardín. Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos,
divisó un grupo blanco de jóvenes en libertad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 655ª noche
Ella dijo:
"...Y en el fondo de la espesura, a lo último de una avenida cortada por tres arcos, divisó un grupo
blanco de jóvenes en libertad. Y se encaminó por aquel lado, y llegó hasta el primer arco, en el que se
leía esta inscripción grabada en caracteres color de bermellón:
¡Oh casa! ¡Ojalá no trasponga tu umbral nunca la tristeza, ni nun ca pese el tiempo sobre la
cabeza de tus habitantes!
¡Ojalá dures eternamente, ¡oh casa! para abrir tus puertas a la hospitalidad, y jamás seas
demasiado estrecha para los amigos!
Y llegó al segundo arco y leyó en él esta inscripción grabada en letras de oro:
¡Oh casa de dicha! ¡Ojalá dures tanto tiempo como han de re gocijarse tus boscajes con la
armonía de tus pájaros!
¡Que los perfumes de la amistad te embalsamen tanto tiempo como han de languidecer tus
flores por saberse tan bellas!¡Y que tus poseedores vivan en la serenidad tanto tiempo como han
de ver tus árboles madurar sus frutos, y han de lucir nuevas estre llas en la bóveda de los cielos!
Y llegó de tal suerte debajo del tercer arco, en el que leyó estos versos grabados en caracteres
azules:
¡Oh casa de lujo y de gloria! ¡Ojalá te eternices en tu belleza bajo la cálida luz y bajo las
tinieblas dulces, a despecho del tiempo y las mudanzas!
Cuando hubo franqueado el último arco, llegó al final de la ave nida; y ante él, al pie de los peldaños
de mármol lavado que conducían a la morada, vió a una joven que debía tener más de catorce años de
edad, pero que indudablemente no había cumplido los quince años. Y estaba tendida en una alfombra de
terciopelo y apoyada en cojines. Y la rodeaban y estaban a sus órdenes otras cuatro jóvenes. Y era
hermosa y blanca como la luna, con cejas puras y tan delicadas cual un arco formado con almizcle
precioso, con ojos grandes y negros car gados de exterminios y asesinatos, con una boca de coral tan
pequeña como una nuez moscada y con un mentón que decía perfectamente: "¡Heme aquí!" Y sin disputa
habría abrasado de amor con tantos encantos a los corazones más fríos y más endurecidos.
Así es que el hermoso Anís se adelantó hacia la bella joven, se inclinó hasta el suelo, se llevó la
mano al corazón, a los labios y a la frente, y dijo: "La zalema contigo, ¡oh soberana de las puras!" Pero
ella le contestó: "¿Cómo te atreviste ¡oh joven impertinente! a entrar en paraje prohibido y que no te
pertenece?" El contestó: "¡Oh mi señora! ¡la culpa no es mía, sino tuya y de este jardín! ¡Por la puerta
entreabierta he visto este jardín con sus parterres de flores, sus jazmines, sus mirtos y sus violetas, y he
visto que todo el jardín con sus parterres y sus flores se inclinaba ante la luna de belleza que se sen taba
aquí mismo donde te hallas tú! ¡Y mi alma no pudo resistir al deseo que la impulsaba a venir a inclinarse
y rendir homenaje con las flores y los pájaros!"
La joven se echó a reír, y le dijo: "¿Cómo te llamas?" Dijo él: "Tu esclavo Anís, ¡oh mi señora!" Dijo
ella: "¡Me gustas infinitamente, ya Anís! ¡Ven a sentarte a mi lado!"
Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo: "¡Ya Anís! ¡tengo ganas de distraerme un poco! ¡Sabes
jugar al ajedrez?" Dijo él: "¡Sí, por cierto!" Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al punto les
llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los peones del ajedrez eran rojos y blancos y
estaban tallados en rubíes los peones rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó
ella: "¿Quieres los rojos o los blancos?" El contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que he de coger los
blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por esa semejanza y por muchas otras más, se
amoldan a ti perfectamente!" Ella dijo: "¡Puede ser!" Y se puso a arre glar los peones.
Y empezó el juego.
Pero Anís, que prestaba más atención a los encantos de su contrin cante que a los peones del ajedrez,
se sentía arrebatado hasta el éx tasis por la belleza de las manos de ella, que parecíanle semejantes a la
pasta de almendra, y por la elegancia y la finura de sus dedos, com parables al alcanfor blanco. Y acabó
por exclamar: "¿Cómo voy a poder ¡oh mi señora! jugar sin peligro contra unos dedos así?" Pero le
contestó ella embebida en su juego: "¡Jaque al rey! ¡Jaque al rey, ya Anís! ¡Has perdido!"
Luego, como viera que Anís no prestaba aten ción al juego, le dijo: "¡Para que estés más atento al
juego, Anís, va mos a jugar en cada partida una apuesta de cien dinares!"
El contestó: "¡Bueno!" Y arregló los peones. Y por su parte, la joven, que tenía por nombre Zein Al-
Mawassif, se quitó en aquel momento el velo de se da que le cubría los cabellos y apareció cual una
resplandeciente columna de luz. Y Anís, que no lograba separar sus miradas de su contrincante,
continuaba sin darse cuenta de lo que hacía: tan pronto cogía peones rojos en vez de peones blancos,
como los movía atravesados, de modo que perdió seguidas cinco partidas de cien dinares cada una. Y le
dijo Zein Al-Mawassif: "Ya veo que no estás más atento que an tes. ¡Juguemos una apuesta más fuerte! ¡A
mil dinares la partida!" Pero Anís, a pesar de la suma empeñada, no se condujo mejor; y per dió la
partida.
Entonces le dijo ella: "¡Juguemos todo tu oro contra todo el mío!" Aceptó él, y perdió. Entonces se
jugó sus tiendas, sus casas, sus jardines y sus esclavos, y los perdió unos tras de otros. Y ya no le quedó
nada entre las manos.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con él y le dijo: "Eres un insensato, Anís. Y no quiero que
tengas que arrepentirte de haber en trado en mi jardín y de haber entablado amistad conmigo. ¡Te devuel -
vo, pues, cuanto perdiste! ¡Levántate, Anís, y vete en paz por donde viniste!" Pero Anís contestó: "¡No,
por Alah, ¡oh soberana mía! que no me apena lo más mínimo lo que perdí! Y si mi vida me pides, te per -
teneceré al instante. ¡Pero, por favor, no me obligues a abandonarte!"
Ella dijo: "¡Puesto que no quieres recuperar lo que has perdido, ve, al menos, en busca del kadí y de
los testigos, y tráeles aquí para que extiendan una donación en regla de los bienes que te he ganado!" Y
fué Anís a buscar al kadí y a los testigos. Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cálamo
de entre los dedos al ver la belleza de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en
ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y calló discreta.
Y cuando llegó la 656ª noche
Ella dijo:
"...Y el kadí, aunque estuvo a punto de que se le cayera el cá lamo de entre los dedos al ver la belleza
de Zein Al-Mawassif, redactó el acta de donación e hizo poner en ella sus sellos a los dos testigos.
Luego se marchó.
Entonces Zein Al-Mawassif se encaró con Anís y le dijo, riendo: "Ahora puedes marcharte, Anís. ¡Ya
no nos conocemos!" Dijo él: "¡Oh soberana mía! ¿vas a dejarme partir sin la satisfacción del deseo?"
Ella dijo: "¡Con mucho gusto accederé a lo que quieres, Anís; pero todavía me queda que pedirte algo!
¡Aun tendrás que traerme cuatro vejigas de almizcle puro, cuatro onzas de ámbar gris, cuatro mil piezas
de brocado de oro de la mejor calidad y cuatro mulas enjaezadas!" Dijo él: "Por encima de mi cabeza,
¡oh mi señora!"
Ella preguntó: "¿Cómo te arreglarás para proporcionármelas, si ya no posees nada?" Dijo él: "¡Alah
proveerá! Tengo amigos que me prestarán todo el di nero que me haga falta". Ella dijo: "Entonces date
prisa a traerme lo que te he pedido". Y Anís, sin dudar que sus amigos fuesen en su ayuda, salió para ir a
buscarlos.
Entonces Zein Al-Mawassif dijo a una de sus mujeres, que se llamaba Hubub: "Sal detrás de él, ¡oh
Hubub! y espíale. Y cuando veas que todos los amigos de que habló se niegan a ir en su ayuda y le recha -
zan con un pretexto o con otro, te acercarás a él, y le dirás: "¡Oh amo mío, Anís! mi ama Zein Al-
Mawassif me envía a ti para decirte que quiere verte al instante!" Y le traerás contigo, y le introducirás
en la sala de recepción. ¡Y entonces sucederá lo que suceda!"
Y Hubub con testó con el oído y la obediencia, y se apresuró a salir detrás de Anís y a seguir sus
pasos.
En cuanto a Zein Al-Mawassif, entró en su casa y empezó por ir al hammam para tomar un baño. Y
después del baño, sus doncellas le prodigaron los cuidados que requiere un tocado extraordinario; luego
depilaron lo que tenían que depilar, frotaron lo que tenían que frotar; alargaron lo que tenían que alargar y
oprimieron lo que tenían que oprimir. Luego la vistieron con un traje bordado de oro fino, y le pusieron
en la cabeza una lámina de plata para que sirviera de sostén a una rica diadema de perlas que por detrás
se hacía un nudo cuyos dos cabos, adornados cada uno con un rubí del tamaño de un huevo de paloma, le
caían por los hombros deslumbradores cual la plata vir gen. Luego acabaron de trenzar sus hermosos
cabellos negros, perfumados de almizcle y de ámbar, en veinticuatro trenzas que le arrastra ban hasta los
pies. Y cuando terminaron de adornarla, y quedó seme jante a una recién casada, se echaron a sus plantas,
y le dijeron con voz temblorosa de admiración: "¡Alah te conserve en tu esplendor, ¡oh ama nuestra Zein
Al-Mawassif! y aleje de ti por siempre la mirada de los envidiosos, y te preserve del mal de ojo!" Y
mientras ella ensayaba en la habitación un modo gallardo de andar, no cesaron de hacerle mil y mil
cumplimientos desde el fondo de su alma.
Entretanto, volvió la joven Hubub con el hermoso Anís, al que se llevó cuando sus amigos le
rechazaron negándose a ir en su ayuda. Y le introdujo a la sala en donde se hallaba su ama Zein Al-
Mawassif.
Cuando el hermoso Anís advirtió a Zein Al-Mawassif en todo el esplendor de su belleza, se detuvo
deslumbrado, y se preguntó: "¿Pero es ella, o una de las recién casadas que sólo se ven en el paraíso?" Y
Zein Al-Mawassif, satisfecha del efecto producido en Anís, fué a él sonriendo, le cogió de la mano y le
condujo hasta el diván amplio y bajo que se sentaba ella, y le hizo sentarse al lado suyo. Luego ordenó
por señas a sus mujeres que llevaran una mesa grande y baja, hecha de un solo trozo de plata, y en la cual
había grabados estos versos gastronómicos:
¡Hunde las cucharas en las salseras grandes, y regocija tus ojos y regocija tu corazón con
todas estas especies admirables y variadas!
¡Guisados y cochifritos, asados y cocidos, confituras y helados, fritadas y compotas al aire
libre o al horno!
¡Oh codornices! ¡oh pollos! ¡oh capones! ¡oh enternecedores! ¡os adoro!
¡Y vosotros, corderos cebados durante tanto tiempo con alfónsigos, y ahora rellenos de
uvas en esta bandeja, ¡oh excelencias!
¡Aunque no tenéis alas como las codornices y los pollos y los capones, me gustáis mucho!
¡En cuanto a ti, ¡oh kabab a la parrilla! que Alah te bendiga! ¡Jamás me verá tu color
dorado decirle que no!
¡Y a ti, ensalada de verdolaga, que en esta escudilla bebes el alma misma de los olivos, te
pertenece mi espíritu, ¡oh amiga mía!
¡A la vista de esta pareja de pescados asentados en el fondo del plato sobre menta fresca, te
estremeces de placer en mi pecho, ¡oh co razón mío!
¡Y tú, bienhadada boca mía, cállate y sueña con comer estas de licias de las que por siempre
hablarán los anales!
Entonces las doncellas les sirvieron los manjares perfumados. Y ambos comieron juntos hasta la
saciedad y se endulzaron. Y les lle varon los frascos de vino, y bebieron ambos en la misma copa. Y Zein
Al-Mawassif se inclinó hacia Anís, y le dijo: "¡He aquí que hemos co mido juntos el pan y la sal, y ya
eres mi huésped! No creas, pues, que voy a quedarme ahora con la menor cosa de lo que te ha
pertenecido. ¡Así es que, quieras o no, te devuelvo cuanto te he ganado!" Y Anís no tuvo más remedio que
aceptar como regalo los bienes que le habían pertenecido. Y se arrojó a los pies de la joven, y le expresó
su grati tud. Pero ella le levantó, y le dijo: "Si verdaderamente, Anís, quieres agradecerme este don, no
tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador de
ajedrez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 658ª noche
Ella dijo:
"...no tienes más que seguirme a mi lecho. ¡Y allí me probarás positivamente si eres un buen jugador
de ajedrez!" Y saltando sobre ambos pies, contestó Anís: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que en el lecho vas a
ver cómo el rey blanco supera a todos los jinetes!" Y diciendo estas palabras, la cogió en brazos, y
cargado con aquella luna, corrió a la alcoba, cuya puerta hubo de abrirle la servidora Hubub. Y allí jugó
con la joven una partida de ajedrez siguiendo todas las reglas de un arte consumado, e hizo que la
sucediese una segunda partida y una tercera partida, y así sucesivamente hasta la partida décimoquinta,
ha ciendo portarse tan valientemente al rey en todos los asaltos, que la joven, maravillada y sin alientos,
hubo de darse por vencida, y excla mó: "Triunfaste, ¡oh padre de las lanzas y de los jinetes!" Luego aña -
dió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi señor! di al rey que descanse!" Y se levantó riendo y puso fin por aquella
noche a las partidas de ajedrez.
Entonces, nadando con alma y cuerpo en el océano de las delicias, reposaron un momento en brazos
uno de otro. Y Zein Al-Mawassif dijo a Anís: "Llegó la hora del descanso bien ganado, ¡oh invencible
Anís! ¡Pero, para juzgar mejor todavía de tu valer, deseo saber por ti si en el arte de los versos eres tan
excelente como en el juego de ajedrez! ¿Podrías, pues, ordenar rítmicamente los diversos episodios de
nuestro encuentro y de nuestro juego, de manera que se nos quedaran bien en la memoria?" Y contestó
Anís: "La cosa es muy sencilla para mí, ¡oh señora mía!" Y se sentó en la cama perfumada, y mientras
Zein Al- Mawassif le pasaba el brazo por el cuello y le acariciaba dulcemente, improvisó él esta oda
sublime:
¡Levantáos para escuchar la historia de una joven de catorce años y un cuarto de año, a
quien encontré en un paraíso, y era más bella que las lunas en el cielo de Alah!
¡Como una gacela, se balanceaba en el jardín y las ramas flexi bles de los árboles se
inclinaban hacia ella, y la cantaban los pájaros! ¡Y aparecí, y le dije; "¡La zalema contigo, ¡oh
sedosa de meji llas, oh soberana! ¡Dime, para que lo sepa, el nombre de aquella cuyas miradas
me vuelven loco!"
¡Con acento más dulce que el tintineo de las perlas en la copa, me dijo: "¿No darás con mi
nombre tú solo? ¿Tan ocultas están mis cualidades, que no puede mi rostro reflejarlas a tu
vista?
¡Contesté: "¡No, por cierto! ¡No, por cierto! ¿Sin duda te llamas Ornamento de las
Cualidades? ¡Dame una limosna, ¡oh Ornamento de las Cualidades!
[131]
¡Y en cambio, ¡oh joven! aquí tienes almizcle, aquí tienes ámbar, aquí tienes perlas, aquí
tienes oro y alhajas y todas las gemas y sedas!"
¡Entonces brilló en sus dientes jóvenes el relámpago de su son risa, y me dijo: "¡Heme aquí,
pues! Heme aquí, ¡oh caros ojos míos!"
¡Extasis de mi alma, ¡oh su cintura desceñida! ¡oh su camisa des cubierta! ¡oh su carne al
desnudo! ¡oh diamantes! ¡Satisfacción de mis deseos! ¡Emanaciones suyas, que eran perfumes
al besar! ¡Olor de piel suprema calor de regazo! ¡Oh frescura, mil besos!
¡Si la hubiéseis visto, censores que me impugnáis! ¡Escuchad! ¡Os cantaré toda mi
embriaguez, y quizás comprendáis!
¡Su inmensa cabellera, color de noche, se despliega triunfal sobre la blancura de su
espalda hasta llegar al suelo! ¡Y las rosas de sus me jillas incendiarias alumbrarían el infierno!
¡Un arco precioso son sus cejas puras; matan sus párpados, car gados de flechas; y es un
alfanje cada una de sus miradas!
¡Su boca es un frasco de vino añejo; su saliva es agua de fuente; sus dientes son un collar
de perlas acabadas de coger del mar!
¡Su cuello, cual el cuello del antílope, es elegante y está tallado admirablemente; su pecho
es una losa de mármol sobre la que descan san dos copas invertidas!
¡Su vientre tiene un hoyo que embalsama con los perfumes más ricos; y debajo, enfrontando
mi espera, gordo y rollizo, alto como un trono de rey, asentado entre dos columnas de gloria,
está aquel que es la locura de los más cuerdos!
¡Por unos lados liso y por otros barbudo, es tan sensible, que se encabrita como un mulo en
cuanto se le toca!
¡Tiene los ojos rojos, tiene los labios carnosos y dulces, tiene el hocico fresco y
encantador!
¡Si te aproximas a él con valentía, le encontrarás caliente, sólido, resuelto y suntuoso, sin
temer las fatigas, ni los asaltos, ni las batallas!
¡Así eres, ¡oh Zein Al-Mawassif ! completa de encantos y de cor tesía! ¡Y por eso no olvidaré
las delicias de nuestras noches, ni la hermosura de nuestros amores!
Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se
expansionó hasta el límite de la ex pansión...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 659ª noche
Ella dijo:
"Al oír esta oda improvisada en honor suyo, Zein Al-Mawassif se sintió transportada de placer y se
expansionó hasta el límite de la ex pansión. Y dijo a Anís, besándole: "¡Oh Anís, qué excelencia! ¡Por
Alah, ya no quiero vivir más que contigo!" Y pasaron juntos el resto de la noche entre escarceos
diversos, caricias, copulaciones y otras co sas semejantes, hasta la mañana. Y dejaron transcurrir el día,
uno junto a otro, tan pronto descansando como comiendo y bebiendo y di virtiéndose hasta la noche. Y
continuaron viviendo de tal suerte duran te un mes en medio de transportes de alegría y de voluptuosidad.
Pero, al cabo del mes, la joven Zein Al-Mawassif, que era una mujer casada, recibió una carta de su
esposo en que le anunciaba su próximo regreso. Y cuando la hubo leído, exclamó: "¡Ojalá se le rom pan
las piernas! ¡Alejada sea la fealdad! ¡He aquí que nuestra deliciosa vida va a verse turbada por la
llegada de ese rostro de mal agüero!" Y enseñó a su amigo la carta, y le dijo: "¿Qué partido vamos a
tomar, ¡oh Anís!?" El contestó: "Me entrego enteramente a ti, ¡oh Zein! ¡Porque, en cuestión de astucias y
sutilezas, las mujeres superaron siempre a los hombres!" Ella dijo: "¡Está bien! ¡Pero te advierto que mi
marido es un hombre muy violento, y sus celos no tienen límites! ¡Y nos resultará muy difícil el no
despertar sus sospechas!" Y refle xionó una hora de tiempo, y dijo: "¡Para introducirte en casa des pués de
su llegada maldita, no veo otro medio que hacerte pasar por un mercader de perfumes y especias!
¡Medita, pues, acerca de este oficio, y sobre todo ten mucho cuidado con contrariarle en nada du rante los
tratos!" Y se pusieron ambos de acuerdo respecto a los me dios de que se valdrían para engañar al
marido.
Entretanto, regresó de viaje el marido, y llegó al límite de la sor presa al ver a su mujer toda amarilla
de pies a cabeza. La astuta se ha bía puesto en aquel estado frotándose con azafrán. Y su marido, muy
asombrado, le preguntó qué enfermedad tenía; y contestó ella: "Si tan amarilla me ves, ¡ay! no es a causa
de una enfermedad, sino a cau sa de la tristeza y de la inquietud en que estuve durante tu ausencia! ¡Por
favor no vuelvas a viajar sin llevar contigo un acompañante que te defienda y te cuide! ¡Y entonces estaré
más tranquila por ti!" El contestó: "¡Lo haré de todo corazón! ¡Por vida mía, que es sensata tu idea!
¡Tranquiliza, pues, tu alma, y procura recuperar tu color bri llante de otras veces!" Luego la besó y se fué
a su tienda, porque era un gran mercader, judío de religión. ¡Y su esposa, la joven, era, asi mismo, judía
como él!
Y he aquí que Anís, que había adquirido todos los informes re ferentes al nuevo oficio que tenía que
ejercer, esperaba al marido a la puerta de su tienda. Y para entablar amistad con él, le ofreció perfumes y
especias a un precio muy inferior al corriente. Y el marido de Zein Al-Mawassif, que tenía el alma
endurecida de los ju díos, quedó tan satisfecho de aquel negocio y del comportamiento de Anís y de sus
buenas maneras, que se hizo su cliente habitual. Y a los pocos días, acabó por proponerle que se asociara
con él, en caso de poder aportar suficiente capital. Y no dejó Anís de aceptar una oferta que sin duda le
aproximaría a su bienamada Zein Al-Mawassif,
y con testó que abrigaba ese mismo deseo y que anhelaba mucho ser socio de un mercader tan
estimable. Y sin tardanza redactaron su contrato de asociación, y le pusieron sus sellos en presencia de
dos testigos entre los notables del zoco.
Y he aquí que aquella misma tarde el esposo de Zein Al-Mawassif, para festejar su contrato de
asociación, invitó a su nuevo asociado a que fuese a su casa para compartir su comida. Y se lo llevó
consigo; y como era judío, y los judíos no tienen vergüenza y no guardan a sus mujeres ocultas a las
miradas de los extraños, quiso hacerle conocer a su esposa. Y fué a prevenirle de la llegada de su
asociado Anís, y le dijo: "Es un joven rico y de buenas maneras. ¡Y deseo que vengas a verle!" Y aunque
transportada de alegría al saber aquella noticia, Zein Al-Mawassif no quiso dejar traslucir sus
sentimientos, y fingien do hallarse extremadamente indignada, exclamó: "¡Por Alah! ¿cómo te atreves, ¡oh
padre de la barba! a introducir a extraños en la intimi dad de tu casa? ¿Y de qué modo pretendes
imponerme la dura nece sidad de mostrarme a ellos, con el rostro descubierto o velado? ¡El nombre de
Alah sobre mí y alrededor de mí! ¿Es que, porque tú hayas encontrado un socio, debo yo olvidar la
modestia que conviene a las jóvenes ¡Antes me dejaría cortar en pedazos!"
Pero contestó el: "¡Qué palabras tan desconsideradas dices, oh mujer! ¿Y desde cuán do hemos
resuelto hacer como los musulmanes, que tienen por ley es conder a sus mujeres? ¡Qué vergüenza tan
inaudita y qué modestia tan extemporánea! ¡Nosotros somos moisitas, y tus escrúpulos a ese res pecto
resultan excesivos en una moisita!" Y le habló así. Pero pensa ba para su ánima: "¡Qué bendición sobre mi
casa es el tener una es posa tan casta, tan modesta, tan prudente y tan llena de timidez!" Luego se puso a
hablar con tanta elocuencia, que acabó por conven cerla para que fuera a cumplir por sí misma los
deberes de hospitali dad para con el recién venido.
Y he aquí que Anís y Zein Al-Mawassif, al verse, se guardaron mucho de aparentar que se conocían.
Y durante toda la comida, Anís tuvo los ojos bajos muy honestamente; y fingía gran discreción, y no
miraba más que al marido. Y el propio judío pensaba: "¡Qué joven tan excelente!" Así es que, cuando se
hubo terminado la comida, no dejó de invitar a Anís para que al día siguiente fuera también a hacerle
compañía en la mesa. Y Anís volvió al día siguiente, y al otro día; y cada vez se portaba en todo con un
tacto y una discreción admira bles.
Pero al judío le había chocado ya una cosa extraña que ocurría en cuanto se encontraba en la casa
Anís. Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 660ª noche
Ella dijo:
"...Efectivamente, había en la casa un pájaro domesticado, a quien amaestró el judío, y que reconocía
y quería mucho a su amo. Pero, mientras duró la ausencia del judío, aquel pájaro hubo de cifrar su afecto
en Anís y tomó la costumbre de posársele en la cabeza y en los hombros y hacerle mil caricias, de modo
que, cuando su amo el ju dío regresó de viaje, no quiso el pájaro reconocerle ya, considerándole como un
extraño. Y ya no había píos de alegría, aleteos y caricias más que para el joven Anís, socio de su amo. Y
el judío pensó para sí: "¡Por Muza y Aarún! ¡pues no me ha olvidado este pájaro! ¡Y su conducta para
conmigo da más valor todavía a los sentimientos de mi esposa, que ha caído enferma de dolor por mi
ausencia!" ¡Así pensa ba! Pero no tardó en chocarle y en hacer que le asaltasen mil ideas torturadoras otra
cosa extraña.
Porque notó que su esposa, tan reservada y tan modesta en pre sencia de Anís, tenía sueños
extraordinarios en cuanto se dormía. Ten día los brazos, jadeaba, suspiraba y hacía mil contorsiones
pronun ciando el nombre de Anís y hablándole como hablan las enamoradas más apasionadas. Y el judío
se quedó extremadamente asombrado al comprobar aquello varias noches sucesivas, y pensó: "¡Por el
Pentateu co, que esto viene a demostrarme que todas las mujeres son iguales y que, cuando una de ellas es
virtuosa y casta y continente como mi es posa, tiene que satisfacer de una manera o de otra sus malos
deseos, aunque sea en sueños! ¡Alejado sea de nosotros el Maligno! ¡Qué calamidad son estas criaturas
formadas con la llama del infierno!" Luego se dijo: "¡He de poner a prueba a mi esposa! ¡Si resiste a la
tentación y permanece casta y reservada, lo del pájaro y lo de los sue ños no será más que una
coincidencia entre las coincidencias sin re sultados!"
Y he aquí que, cuando llegó la hora de la comida acostumbrada, el judío anunció a su esposa y a su
socio que estaba invitado a casa del walí con motivo de un gran pedido de mercaderías; y les rogó que
es perasen su regreso para empezar a comer. Luego les dejó y salió al jar dín. Pero, en vez de ir a casa del
walí, se apresuró a volver sobre sus pasos y a subir al piso superior de la casa; allí, desde una habitación
cuya ventana daba a la sala de reunión, podría vigilar lo que iba a ocurrir.
No se hizo esperar mucho el resultado, que por parte de los amantes se manifestó con besos y caricias
de una intensidad y una pasión increíbles. Y como no quería el judío descubrir su presencia ni dejarles
adivinar que no había ido a casa del walí, se vió obligado durante una hora de tiempo a asistir a las
manifestaciones desenfre nadas de ambos amantes. Pero, tras de esta espera dolorosa, bajó a reu nirse con
ellos y entró en la sala con rostro sonriente, como si nada supiera. Y mientras duró la comida, se guardó
bien de dejarles adivi nar sus sentimientos, y tuvo muchas más consideraciones y atenciones para el joven
Anís, quien, por otra parte, se mostró todavía más reservado y más discreto que de costumbre.
Pero cuando se terminó la comida y se marchó el joven Anís, el judío se dijo: "¡Por los cuernos de
nuestro señor Muza, que he de abrasarles el corazón al separarlos!" Y sacó del seno una carta que abrió y
leyó; luego exclamó: "He aquí que voy a verme obligado a partir de nuevo para un viaje largo. ¡Porque
me llega esta carta de mis corresponsales del extranjero, y es preciso que vaya a verles para arreglar con
ellos un importante asunto comercial!" Y Zein Al-Mawassif supo disimular perfectamente la alegría que
le causaba esta noticia, y dijo: "¡Oh esposo mío bienamado! ¡vas a dejarme morir durante tu ausencia!
¡Dime, por lo menos, cuánto tiempo vas a estar lejos de mí!" Dijo él: "¡Tres años, o acaso cuatro años, ni
más ni menos!" Ella exclamó: "¡Oh, pobre Zein Al-Mawassif! ¡Tu mala suerte no te deja nunca disfrutar
de la presencia de tu esposo! ¡Oh desesperación de mi alma!"
Pero le dijo él: "¡No te desesperes más por eso! Porque para no dejarte sola esta vez y exponerte a la
tristeza, quiero que vengas conmigo! ¡Levántate, pues, y ordena que tus doncellas Hubub, Khutub, Sukub y
Rukub te ayuden a hacer tu equipaje para la marcha!"
Al oír estas palabras, a la quebrantada Zein Al-Mawassif se le puso el color muy amarillo, y sus ojos
humedeciéronse con lágrimas, y no pudo pronunciar ni una sola palabra. Y su marido, que interiormente
se dilataba de contento, le preguntó con acento muy afectuoso: "¿Qué te pasa, Zein?" Ella contestó:
"¡Nada, por Alah! ¡Solamente estoy un poco emocionada con esta agradable noticia de saber que ya no
voy a separarme de ti!"
Luego se levantó y se puso a hacer los preparativos de la marcha, ayudada por sus doncellas, a la
vista de su esposo el judío. Y no sabía cómo enterar de la triste nueva a Anís. Por fin pudo disponer de
un momento para trazar sobre la puerta de entrada estos versos de adiós a su amigo:
¡A ti mis penas, Anís! ¡Hete aquí solo, con el corazón sangrando por vivas heridas!
¡Los celos más que la necesidad ocasionan nuestra separación! ¡Y la alegría hubo de
entrar en el alma del envidioso a la vista de mi dolor y de mi desesperación!
¡Pero por Alah juro que no me poseerá otro que no seas tú, Anís, aunque venga
acompañado de mil intercesores!
Tras de lo cual montó en el camello preparado para ella, y segura de no volver a ver ya a Anís, se
metió en su litera, dedicando versos de adiós a la casa y al jardín. Y se puso en marcha toda la caravana,
con el judío a la cabeza, Zein Al-Mawassif en medio y las doncellas a la cola. Y esto es lo referente a
Zein y a su esposo el judío...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 662ª noche
Ella dijo:
"...Y esto es lo referente a Zein y a su esposo el judío.
¡Pero he aquí lo que atañe a Anís!
Cuando al día siguiente vió que no iba al zoco su asociado el mercader judío, quedó extremada mente
sorprendido y esperó su llegada hasta la tarde. Pero en vano. Entonces decidióse a ir a ver por sí mismo
la causa de semejante au sencia. Y llegó de tal suerte ante la puerta de entrada, y leyó la inscrip ción que
Zein Al-Mawassif había grabado allí. Y comprendió su sentido, y trastornado se dejó caer en tierra,
presa de la desesperación. Y cuan do se repuso un poco de la emoción que hubo de causarle aquella
ausen cia de su bienamada, preguntó a los vecinos. Y así fué como se enteró de que su esposo el judío se
la había llevado con sus doncellas y un gran equipaje, que cargaron en diez camellos, y con víveres para
un viaje muy largo.
Al saber esta noticia, Anís caminó como un insensato por entre las soledades del jardín; e improvisó
estos versos:
¡Para llorar el recuerdo de la bienaventurada, detengámonos aquí en el límite de árboles
de su jardín, donde se yergue su querida casa, donde sus huellas, como en mi corazón, no
pueden ser borradas ni por los vientos del Norte ni por los vientos del Sur!
¡Se marchó, pero mi corazón está con ella, atado al aguijón que apresura la marcha de los
camellos!
¡Ah, ven, oh noche! ¡ven a refrescar mis mejillas ardientes y a calmar el fuego que me
consume el corazón!
¡Oh brisa del desierto! a ti, cuyo soplo perfumó su aliento, ¿no te ha recetado ningún
colirio para secar mis lágrimas, ningún remedio para reanimar mi cuerpo helado?
¡Ay! ¡ay! ¡el conductor de la caravana dió señal de partir en medio de las tinieblas de la
noche, antes que el soplo del céfiro ma tinal viniera a vivificar las cañadas!
¡Se arrodillaron los camellos; hiciéronse los fardos; metiáse ella en la litera; se marchó!
¡Ay! ¡se marchó, y me ha dejado sin poder seguir sus huellas! ¡La sigo desde lejos, regando
con mis lágrimas el polvo!
Luego, mientras se entregaba de este modo a sus reflexiones y recuerdos, oyó graznar a un cuervo que
tenía su nido en una palmera del jardín. E improvisó esta estrofa:
¡Oh cuervo! ¿qué tienes que hacer ya en el jardín de mi bien amada? ¿Vienes a gemir con tu
voz lúgubre por los tormentos de mi amor? ¡Ay! ¡ay! ¡gritas a mi oído! y el eco infatigable
repite sin cesar: ¡Ay! ¡ay!
Luego, sin poder ya resistirse a tantas penas y tormentos, se echó Anís en el suelo y se sintió invadido
por el sopor. Y he aquí que en sueños se le apareció su bienamada; y se encontraba dichoso él con ella; y
la oprimía en sus brazos, y hacía ella lo mismo.
Pero despertóse de pronto y quedó desvanecida la ilusión. Y para consolarse, sólo pudo él
improvisar estos versos:
¡Salve, imagen de la bienamada! ¡Te me apareces en medio de las tinieblas de la noche, y
vienes a calmar por un instante la violencia de mi amor!
¡Me habla ella, me sonríe, me hace mil tiernas caricias; tengo en mis manos toda la
felicidad de la tierra, y me despierto bañado en lágrimas!
Así se lamentaba el joven Anís. Y continuó viviendo a la sombra de la casa abandonada, sin alejarse
más que para tomar algún alimento en su vivienda.
Y he aquí lo referente a él.
En cuanto a la caravana, cuando llegó a un mes de distancia de la ciudad consabida, hizo alto. Y el
judío mandó armar las tiendas cerca de una ciudad situada a orillas del mar. Allí quitó a su esposa los
ricos trajes que la cubrían, cogió una vara larga y flexible, y le dijo: "¡Ah, miserable traidora! ¡tu piel
manchada sólo se podrá limpiar con esto! ¡Que venga ahora a librarte de entre mis manos ese joven
Anís!" Y a pesar de sus gritos y protestas, le fustigó dolorosamente con toda su fuerza.
Luego le envolvió un manto de crines viejo, y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo:
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 663ª noche
Ella dijo:
"...y fué a la ciudad en busca de un herrador, y le dijo: "Vas a herrar sólidamente los pies de esta
esclava; tras de lo cual le herrarás las manos. ¡Y me servirá de cabalgadura!" Y el herrador asombrado,
miró al viejo, y le dijo: "¡Por Alah, que es la primera vez que me llaman para herrar a seres humanos!
¿Pues qué ha hecho esta joven para merecer ese castigo?" El viejo dijo: "¡Por el Pentateuco! ésa es la
pena con que nosotros los judíos castigamos a nuestros esclavos cuan do tenemos queja de su conducta".
Pero el herrador, deslumbrado por la belleza de Zein Al-Mawassif e impresionado en extremo por sus
en cantos, miró al judío con desprecio e indignación, y le escupió en la cara; y en lugar de tocar a la
joven, improvisó esta estrofa:
¡Ojalá ¡oh mulo! te herraran a ti en toda tu piel antes de tor turar sus pies delicados! ¡Si
fueras sensato, con anillos de oro ador narías sus pies encantadores!
¡Porque bien seguro estoy de que, al comparecer ante el Juez Soberano, será declarada
inocente y pura tan bella criatura!
Luego corrió el herrador en busca del walí de la ciudad y le contó lo que había visto, describiéndole
la belleza maravillosa de Zein Al -Mawassif y el trato cruel que quería hacerle soportar su esposo el
judío. Y el walí ordenó a los guardias que inmediatamente fueran al campamento y trajeran a su presencia
a la bella esclava, al judío y a las demás mujeres de la caravana. Y los guardias se apresuraron a ejecutar
la orden. Y al cabo de una hora, volvieron e introdujeron en la sala de audiencias, ante el walí, al judío, a
Zein Al-Mawassif y a las cuatro doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub. Y deslumbrado por la be lleza
de Zein Al-Mawassif, el walí le preguntó: "¿Cómo te llamas, hija mía?" Ella dijo, moviendo las caderas:
"Tu esclava Zein Al-Mawassif, ¡oh amo nuestro!" Y él le preguntó: "¿Y quién es este hombre tan feo?"
Ella contestó: "¡Es judío ¡oh mi señor! que me separó de mi padre y de mi madre, y me violentó, y con
toda clase de malos tratos quiso forzarme a abjurar de la santa fe de mis padres musulmanes! ¡Y me hace
sufrir tortura a diario, y por ese procedimiento intenta vencer mi resistencia! Y en prueba de lo que
revelo a nuestro amo, aquí tenéis las huellas de los golpes con que no cesa de martirizarme!" Y con mu -
cho rubor descubrió la parte alta de los brazos y enseñó los verdugones que los surcaban. Luego añadió:
"¡Y por cierto ¡oh amo nuestro! que el honorable herrador puede dar testimonio del trato bárbaro que
quería hacerme sufrir ese judío! ¡Y mis doncellas confirmarán mis palabras! ¡Por lo que a mí respecta,
soy una musulmana, una creyente, y atestiguo que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el
Enviado de Alah!
Al oír estas palabras, el walí se encaró con las doncellas Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, y les
preguntó: "¿Es cierto lo que dice vues tra ama?" Ellas contestaron: "¡Es cierto!" Entonces el walí se
encaró con el judío, y con los ojos chispeantes, le dijo: "¡Mal hayas, enemigo de Alah! ¿Por qué
arrebataste esta joven a su padre y a su madre, a su casa y a su patria, y la torturaste, e intentaste hacerle
renegar de nues tra santa religión y precipitarla en los horribles errores de tu creencia maldita?"
El judío contestó: "¡Oh amo nuestro! ¡por vida de la cabeza de Yacub, de Muza y de Aarún, te juro
que esta joven es mi esposa legal!" Entonces exclamó el walí: "¡Que le den una paliza!" Y los guardias le
tiraron al suelo y le aplicaron cien palos en la planta de los pies, cien palos en la espalda y cien palos en
las nalgas. Y como conti nuara en sus gritos y vociferaciones, protestando y afirmando que Zein Al-
Mawassif le pertenecía legalmente, el walí dijo: "¡Ya que no quiere declarar, que le corten las manos y
los pies, y que le fustiguen!"
Al oír esta terrible sentencia, exclamó el judío: "¡Por los cuernos sagrados de Muza! ¡si sólo eso
basta para salvarme, declaro que no es mi esposa esta mujer y que se la he quitado a su familia!"
Entonces pronunció el walí: "¡Ya que ha declarado, que le encarcelen! ¡Y que esté preso toda su vida!
¡Sean castigados así los judíos descreídos!" Y al punto los guardias ejecutaron la orden. Y arrastraron al
judío hasta la cárcel. Y sin duda allí moriría en su descreimiento y en su fealdad. ¡Que Alah no tenga
nunca compasión de él! ¡Y precipite su alma judía en el fuego del último piso del infierno! ¡Pero nosotros
somos creyentes! ¡Y reconocemos que no hay más Dios que Alah y que Mohamed es el Enviado de Alah!
En cuanto a Zein Al-Mawassif, besó la mano del walí, y acompa ñada por sus cuatro doncellas
Hubub, Khutub, Sukub y Rukub, volvió a las tiendas y ordenó a los camelleros que levantaran el campo y
se pusieran en camino para el país de su bienamado Anís.
Y he aquí que viajó sin contratiempos la caravana, y hacia la no che del tercer día, llegó a un
monasterio cristiano que estaba habitado por cuarenta monjes y por su patriarca. Y este patriarca, que se
llamaba Danis, estaba precisamente sentado a la puerta del monasterio, tomando el fresco, cuando acertó
a pasar por allí en su camello la joven sacando la cabeza fuera de la litera. Y a la vista de aquel rostro de
luna, el patriarca sintió que se rejuvenecía su vieja carne muerta; y se le estre mecieron los pies, la
espalda, el corazón y la cabeza. Y se levantó de su asiento e hizo señas a la caravana para que se
detuviese, e inclinándose hasta el suelo ante la litera de Zein Al-Mawassif, invitó a la joven a apearse y
descansar con todo su acompañamiento. Y la instó vivamente a pasar la noche en el monasterio,
asegurándole que de noche estaban los caminos infestados de bandoleros salteadores. Y Zein Al-
Mawassif no quiso rehusar la oferta de esta hospitalidad, aunque viniera de cristia nos y monjes; se apeó
de su litera y entró en el monasterio seguida por sus cuatro acompañantes.
Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-
Mawassif...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 665ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que el patriarca Danis, abrasado de amor por la belleza y los encantos de Zein Al-
Mawassif, no sabía cómo arreglarse para declararle su pasión. Y en efecto, la cosa era muy ardua. Por
último creyó dar con un buen medio, que consistió en enviar con la joven al monje menos elocuente entre
los cuarenta monjes del monaste rio. Y llegó a presencia de la joven aquel monje, con intención de ha blar
en pro de su patriarca. Pero al ver a aquella luna de belleza, sintió que se le trababa en la boca la lengua
con mil nudos, y que su zib, por el contrario, hablaba elocuentemente por debajo de la ropa, irguiéndose
como una trompa de elefante.
Y al ver aquello, Zein Al-Mawassif se echó a reír con toda su alma en compañía de Hubub, Khutub,
Sukub y Rukub. Luego, viendo que el monje permanecía sin hablar con la he rramienta preparada, hizo una
seña a sus doncellas, que se levantaron al punto y le echaron de su habitación.
Entonces, al ver que el monje volvía con un aire muy mohino, se dijo el patriarca Danis: "¡Sin duda
no ha sabido convencerla!" Y man dó a ella un segundo monje. Y el segundo monje fué a presencia de
Zein Al-Mawassif; pero le sucedió exactamente lo mismo que le había sucedido al primero. Y le echaron,
y volvió cabizbajo junto al patriar ca, quien envió entonces al tercero, luego al cuarto y al quinto, y así
sucesivamente hasta el cuatrigésimo. Y cada vez que enviaba a alguno para preparar el terreno, el monje
enviado regresaba sin conseguir nin gún resultado, no habiendo podido exponer la misión de su patriarca,
y no habiendo manifestado su presencia más que por la elevación de la herencia paterna.
Cuando el patriarca vió todo aquello, se acordó del proverbio que dice: "¡Hay que rascarse con las
uñas propias y andar con los propios pies!"
Y resolvió obrar por sí mismo.
Entonces se levantó y entró con paso grave y mesurado en la ha bitación en que se hallaba Zein Al-
Mawassif. ¡Y he aquí lo que pasó! Exactamente igual que a sus monjes le sucedió todo lo que a los otros
les había sucedido en cuanto a lengua trabada con mil nudos y elocuen cia de herramienta. Y ante la risa y
la befa de la joven y sus acompa ñantes, salió de la habitación con la nariz alargada hasta los pies.
Pero, no bien salió él, Zein Al-Mawassif se levantó, y dijo a sus acompañantes: "¡Por Alah! ¡tenemos
que escapar de este monasterio lo más pronto posible, porque mucho me temo que esos monjes terribles y
su patriarca repugnante vengan a violentarnos esta noche y a man charnos con su contacto envilecedor!" Y
a favor de las tinieblas, se des lizaron fuera del monasterio las cinco, y volviendo a montar en sus ca -
mellos, continuaron la marcha a su país.
Y he aquí lo referente a ellas.
En cuanto al patriarca y a los cuarenta monjes, cuando se desper taron por la mañana y advirtieron la
desaparición de Zein Al-Mawassif, sintieron que se les retorcían de desesperación las tripas. Y se
reunieron en su iglesia para cantar como asnos, según tenían por costumbre. Pero en vez de cantar
antífonas y de recitar sus plegarias ordinarias, he aquí lo que improvisaron:
El primer monje cantó:
¡Congregaos, hermanos míos, antes de que os abandone mi alma, porque ha llegado mi
última hora!
¡El fuego del amor consume mis huesos, la pasión devora mi cora zón, y ardo por una
belleza que ha venido a esta región para herirnos a todos con flechas mortales, disparadas por
las pestañas de sus párpados!
Y el segundo monje respondió con este canto:
¡Oh tú que viajas lejos de mí! ¿por qué, ya que me arrebataste el corazón, no me has
llevado contigo?
¡Te marchaste llevándote mi reposo! ¡Ah! ¡Ojalá vuelvas pronto para verme expirar en tus
brazos!
El tercer monje cantó:
¡Oh tú, cuya imagen brilla en mis ojos, llena mi alma y habita en mi corazón!
¡Tu recuerdo es más dulce para mi espíritu que lo dulce que la miel es para los labios del
niño; y tus dientes, que sonríen en mis ensue ños, son más brillantes que la espada de Asrael!
[132]
¡Todo pasó cual una sombra, vertiendo llama devoradora en mis entrañas!
¡Si alguna vez en sueños te acercas a mi lecho, le encontrarás bañado con mi llanto!
El cuarto monje respondió:
¡Reprimamos nuestras lenguas, hermanos míos, y no dejemos esca par más palabras
superfluas que nos aflijan los corazones sufridores!
¡Oh luna llena de la belleza! ¡tu amor ha esparcido en mi cabeza oscura sus rayos
brillantes, y me han incendiado en una pasión infinita!
El quinto monje cantó, sollozando:
¡Mi único deseo es mi bienamada! ¡Su belleza borra el resplandor de la luna; su saliva es
más dulce que el agua preciosa de las uvas; la anchura de sus caderas alaba a su Creador!
¡He aquí que mi corazón se consume en la llama del amor que ella me ha inspirado, y mis
ojos manan lágrimas cual gotas de ágata!
Entonces prosiguió el sexto monje:
¡Oh ramas cargadas de rosas! ¡oh estrellas de los cielos! ¿dónde está la que apareció en
nuestro horizonte, y cuya influencia mortal hace perecer a los hombres sin ayuda de armas,
sólo con su mirada?
Luego el séptimo monje entonó este canto:
¡Mis ojos, que la han perdido, se llenan de lágrimas; el amor se acrecienta y la paciencia
disminuye!
¡Oh dulce encantadora, aparecida en nuestros caminos! ¡el amor se acrecienta y la
paciencia disminuye!
Y así, sucesivamente, entonaron todos los demás monjes un canto improvisado a su vez por cada cual,
hasta que le llegó el turno al pa triarca, quien con voz sollozante cantó entonces:
¡Mi alma está llena de turbación, y me ha abandonado la esperanza!
¡Una belleza arrebatadora pasó por nuestro cielo y me robó el reposo!
¡Ahora huye de mis párpados el sueño, y la tristeza los consume!
¡A Ti, Señor, me quejo de mis sufrimientos! ¡Haz que, al partir mi alma, mi cuerpo se
desvanezca como una sombra!
Cuando hubieron terminado con sus cánticos, los monjes pegaron la cara a las baldosas de su iglesia,
y lloraron mucho tiempo. Tras de lo cual resolvieron dibujar de memoria el retrato de la fugitiva, y colo -
carlo en el altar de su descreimiento. Pero no pudieron realizar su pro pósito, porque les sorprendió la
muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí mismos sus tumbas en el
monasterio.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente:
Y cuando llegó la 666ª noche
Ella dijo:
"...porque les sorprendió la muerte y puso término a sus tormentos cuando se hubieron cavado por sí
mismo sus tumbas en el monaste rio. ¡He aquí lo referente a los cuarenta monjes y a su patriarca!
En cuanto a la caravana, la vigilancia de Alah le escribió la segu ridad, y tras de un viaje sin
contratiempos, llegó al país natal con buena salud. Y ayudada por sus acompañantes, Zein Al-Mawassif
des cendió de su litera y echó pie a tierra en su jardín. Y entró en la mora da, e hizo al punto prepararlo
todo, y perfumar el lecho con ámbar precioso, antes de enviar a Hubub para que avisara su regreso a su
bienamado Anís.
Y he aquí que en aquel momento Anís, que continuaba pasándose días y noches bañado en lágrimas,
estaba echado, somnoliento, en su cama, y tenía un sueño en el que veía distintamente a su bienamada de
regreso. Y como tenía fe en los sueños, se levantó muy emocionado, y al punto se encaminó a la casa de
Zein Al-Mawassif para cerciorarse si era verdad el sueño. Y franqueó la puerta del jardín. Y enseguida
aspiró en el aire el perfume de ámbar y almizcle de su bienamada. Y voló a la vivienda y entró en la
habitación donde esperaba su llegada Zein Al-Mawassif, dispuesta ya. Y cayeron uno en brazos de otro, y
permanecieron mucho tiempo enlazados, prodigándose muestras apasio nadas de su amor. Y para no
desmayarse de alegría y de emoción be bieron en un jarro lleno de una bebida refrescante que tenía
azúcar, limones y agua de flores. Tras de lo cual se expansionaron mutuamente, contándose cuanto les
había sucedido durante su ausencia; y no se interrumpían más que para acariciarse y besarse tiernamente.
Y sólo Alah sabe el número y la intensidad de las pruebas de amor de aquella noche. Y al día siguiente
enviaron a la joven Hubub en busca del kadí y de los testigos, quienes acto seguido extendieron su
contrato de ma trimonio. ¡Y vivieron todos una vida dichosa hasta la llegada de la Segadora de jóvenes y
jovenzuelas ! ¡Pero gloria y loor a Quien con Su Justicia distribuye belleza y placeres! ¡Y sean la
plegaria y la paz para el Señor de los Enviados, Mohamed, que ha reservado el paraíso a sus creyentes!
Cuando Schehrazada hubo contado así esta historia, exclamó la pe queña Doniazada: "¡Oh hermana
mía! ¡cuánto sabor, cuántas delicias, cuánta pureza y cuánta excelencia hay en tus palabras!" Y
Schehrazada dijo: "¿Pues qué será todo eso comparado con lo que todavía tengo que contar del Joven
Holgazán, si es que antes quiere permitírmelo el rey?" Y el rey Schahriar dijo: "¡Claro, Schehrazada, que
quiero per mitírtelo esta noche aun, porque me han satisfecho tus palabras, y no conzoco la Historia del
joven holgazán!"
Y dijo Schehrazada:
Historia del joven holgazán
Se cuenta -entre muchas cosas- que un día, estando sentado en su trono el califa Harún Al-Raschid,
entró un pequeño eunuco que llevaba en las manos una corona de oro rojo incrustada de perlas, de rubíes
y de todas las especies más inestimables de gemas y pedrerías. Y aquel eunuco niño besó la tierra entre
las manos del califa, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! nuestra ama Sett Zobeida me envía a transmitirte
sus zalemas y sus homenajes y a decirte, al propio tiempo, que a esta maravillosa corona que aquí ves, y
que ya conoces, le falta todavía en su remate una gema grande, y no se ha podido encontrar una lo
bastante hermosa para que ocupe este sitio vacío. ¡Y ha manda do hacer pesquisas por todas partes en
casa de los mercaderes, y ha revuelto sus propios tesoros; pero hasta el presente no pudo aún encon trar la
piedra digna de rematar esta corona! Por eso anhela que por tu cuenta mandes hacer pesquisas a tal fin
para satisfacer su deseo".
Entonces el califa se encaró con sus visires, emires, chambelanes y lugartenientes, y les dijo:
"¡Buscad todos una gema tan grande y tan hermosa como la que desea Sett Zobeida!"
Y he aquí que todos buscaron una gema así en las pedrerías de sus esposas pero no encontraron nada
que se amoldase a lo que anhe laba Sett Zobeida. Y dieron cuenta al califa de la inutilidad de sus in -
vestigaciones. Y al califa se le oprimió mucho el pecho al saber tal noti cia, y les dijo: "¿Cómo, siendo yo
califa y rey de reyes, va a serme imposible poseer cosa tan miserable como una piedra? ¡Maldición sobre
vuestras cabezas! ¡Id a investigar en casa de los mercaderes!" E hicie ron pesquisas en casa de todos los
mercaderes, los cuales contestaron unánimes: "¡No busquéis más! ¡Nuestro señor el califa sólo podrá en -
contrar esa gema en casa de un joven de Bassra que se llama Abu- Mohammad-Huesos-Blandos!" Y
fueron a dar cuenta al califa de lo que habían hecho y sabido, diciéndole: "¡Nuestro señor el califa sólo
podrá encontrar esa gema en casa de un joven de Bassra, que se llama Abu- Mohammad-Huesos-
Blandos! "
Entonces el califa ordenó a su visir Giafar que mandara avisar al emir de Bassra, a fin de que
inmediatamente se pusiera en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para conducirle con toda
urgen cia a Bagdad, entre sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 667ª noche
Ella dijo:
"...en busca de aquel Abu-Mohammad-Huesos-Blandos para con ducirle con toda urgencia a Bagdad,
entre sus manos. Y al punto escri bió Giafar una misiva apropiada, y encargó al portaalfanje Massrur que
a toda prisa fuera a Bassra para llevársela por sí mismo al emir El-Zobeidi, gobernador de la ciudad. Y
Massrur partió sin tardanza a cumplir su misión.
Cuando el emir El-Zobeidi, gobernador de Bassra, recibió la misiva del califa, hubo de contestar con
el oído y la obediencia; y tras de ren dir al emisario del califa todos los honores y miramientos debidos,
le dió guardias para que le condujeran a casa de Abu-Mohammad-Huesos Blandos. Y llegó Massrur al
palacio habitado por aquel jo ven; y fué recibido en la puerta por una tropa de esclavos ricamente
vestidos, a los cuales dijo: "¡Advertid a vuestro amo que el Emir de los Creyentes le reclama en
Bagdad!" Y los esclavos entraron a avisar a su amo.
Algunos instantes después, apareció en el umbral de su morada el propio joven Abu-Mohammad y
vió al emisario del califa con los guar dias del emir de Bassra; y se inclinó hasta el suelo ante él, y dijo:
"¡Obediencia a las órdenes del Emir de los Creyentes!" Luego añadió: "¡Pero os suplico ¡oh honorables!
que entréis un instante a honrar mi casa!" Massrur contestó: "¡No podemos retardarnos mucho aquí, a cau -
sa de la urgencia de las órdenes del Emir de los Creyentes, que está esperando tu llegada en Bagdad!"
Dijo él: "No obstante, es preciso que me déis tiempo para hacer mis preparativos de viaje. ¡Entrad, pues,
a descansar!" Todavía pusieron algunas dificultades Massrur y sus acom pañantes, por pura fórmula; pero
acabaron por seguir al joven.
Y desde el vestíbulo vieron magníficas cortinas de terciopelo azul recamado de oro y mármoles
preciosos y tallas de madera y toda clase de maravillas, y por doquiera, igual en las tapicerías que en los
muebles, igual en las paredes que en los techos, metales preciosos y titilar de pedrerías. Y el huésped
hizo que les condujeran a una sala de baño, deslumbradora de limpieza y perfumada cual un corazón de
rosal, tan espléndida como no poseía ninguna el palacio del califa.Y terminado el baño, les vistieron los
esclavos a todos con suntuosos trajes de bro cado verde, sembrados de motivos de perlas, de oro
afiligranado y de pedrerías de todos colores. Y haciendo votos por ellos para después del baño, los
esclavos les ofrecieron copas de sorbetes y refrescos en bande jas de porcelana dorada. Tras de lo cual
entraron cinco mozalbetes, hermosos como el ángel Harut, que de parte del amo dieron a cada uno una
bolsa con cinco mil dinares de oro de regalo, después de hacer los votos consecutivos al baño. Y
entonces entraron los primeros esclavos que les habían llevado al hammam; y les rogaron que les
siguieran, y les condujeron a la sala de reunión, donde les esperaba Abu-Moham mad, sentado en un diván
de seda y apoyando los brazos en cojines orlados de perlas. Y se levantó en honor suyo y les hizo
sentarse a su lado, y comió y bebió con ellos toda clase de manjares admirables y bebidas como no las
había más que en el palacio de los Kaissares.
Entonces se levantó el joven, y dijo: "¡Soy el esclavo del Emir de los Creyentes! ¡Ya están hechos los
preparativos, y podemos partir para Bagdad!" Y salió con ellos, y mientras los otros montaban de nuevo
en sus caballos, los esclavos que tenía a sus órdenes le ayudaron a poner el pie en el estribo y a
acomodarse en una mula blanca como la plata virgen, cuya silla y cuyos arreos titilaban con todas las
luces de los oros y pedrerías que la adornaban. Y Massrur y el joven Abu-Mohammad se pusieron a la
cabeza de la escolta y salieron de Bassra para empren der el camino de Bagdad. Y después de un viaje
feliz, llegaron a la Ciudad de Paz, y entraron en el palacio del Emir de los Creyentes.
Cuando se le introdujo a presencia del califa, el joven besó por tres veces la tierra entre sus manos y
tomó una actitud llena de modestia y de deferencia. Y el califa le invitó a sentarse. Y el joven se sentó
res petuosamente al borde del asiento, y con un lenguaje muy distinguido, dijo: "¡Oh Emir de los
Creyentes! tu esclavo sumiso ha sabido, sin que se lo digan, el motivo porque se le llamó ante su
soberano. ¡Por eso, en vez de una sola gema, ha creído era su deber de humilde súbdito traer al Emir de
los Creyentes lo que le ha concedido la suerte!" Y cuando hubo dicho estas palabras, añadió: "¡Si nuestro
amo el califa me lo permite, voy a hacer abrir los cofres que traje conmigo en calidad de regalo de un
leal a su soberano!" Y le dijo el califa: "No veo in conveniente en ello".
Entonces Abu-Mohammad mandó subir los cofres a la sala de re cepción. Y abrió el primer cofre, y
entre otras maravillas que arreba taban la razón, sacó de él tres árboles de oro con los troncos de oro, las
ramas y las hojas de esmeraldas y aguas marinas y las frutas de rubíes, perlas y topacios en lugar de
naranjas, manzanas y granadas.
Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aque llos árboles, abrió el segundo cofre,
y entre otros esplendores, sacó de él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 668ª noche
Ella dijo:
"...Luego, mientras el califa se maravillaba de la hermosura de aquellos árboles, abrió el segundo
cofre, y entre otros esplendores sacó de él un pabellón de seda y oro, incrustado de perlas, jacintos,
esmeral das, rubíes y zafiros y otras muchas gemas de nombres desconocidos; y el poste central de aquel
pabellón era de madera de áloe indio; y todas las franjas de aquel pabellón estaban salpicadas de gemas
de todos colores, y por dentro estaba adornado con dibujos de un arte maravi lloso que representaban
graciosos retozos de animales y vuelos de pá jaros; y todos estos animales y estos pájaros eran de oro,
crisólitos, granates, esmeraldas y otras muchas variedades de gemas y metales preciosos.
Y cuando el joven Abu-Mohammad sacó de aquel cofre tan distin tos objetos, que iba colocando en la
alfombra según los sacaba y de cualquier modo, se puso de pie, y sin mover la cabeza, alzó y bajó las
cejas. Y al punto se armó por sí mismo en medio de la sala todo el pabellón con tanta prontitud, orden y
simetría como si lo hubiesen manejado veinte personas expertas; y los tres árboles maravillosos fue ron a
plantarse por sí mismos a la entrada del pabellón para protegerlo con su sombra.
Entonces Abu-Mohammad miró por segunda vez al pabellón y dejó oír un ligerísimo silbido. Y al
punto se pusieron a cantar todos los pájaros de gemas que había dentro, y los animales de oro se pusieron
a responderles con dulzura y armonía. Y al cabo de un instante, Abu -Mohammad dejó oír otro silbido, y
el coro entero se interrumpió en la nota comenzada.
Cuando el califa y todos los presentes vieron y oyeron cosas tan extraordinarias, no supieron si
soñaban o estaban despiertos. Y Abu Mohammad besó una vez más la tierra entre las manos de Al-
Raschid, y dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! no creas que te traigo con alma interesada estos pequeños
obsequios que tienen la suerte de no disgus tarte, sino que te los traigo en calidad de homenaje de un leal
a su dueño soberano. Y no son nada en comparación de los que pienso ofrecerte aún, siempre que me lo
permitas".
Cuando el califa se repuso un poco del asombro en que le había sumido la contemplación de aquellas
cosas como nunca hubo visto, dijo al joven: "¿Puedes decirme ¡oh joven! de dónde te vienen todas esas
cosas, siendo un simple súbdito entre mis súbditos? ¡Te conocen por el nombre de Abu-Mohammad-
Huesos-Blandos, y sé que tu padre sólo era un ventosista del hammam que murió sin dejarte ninguna
herencia! ¿A qué se debe, pues, el hecho de que, en tan poco tiempo y tan joven todavía, hayas llegado a
semejante grado de riqueza, de distinción y de poderío?" Y contestó Abu-Mohammad: "¡Te contaré, pues,
mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! que es una historia tan maravillosa y está tan llena de hechos
extraordinariamente prodigiosos, que si se escribiera con agujas de tatuaje en el ángulo interior del ojo,
serviría sin duda de lección rica en provecho para los que quisieran aprovecharse de ella!" Y dijo Al-
Raschid, extremadamente intrigado: "¡Date prisa en tonces a hacernos oír lo que tienes que decirnos, ¡ya
Abu-Mohammad!"
Y dijo el joven:
"Sabe, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! (¡Alah aumente tu pode río y tu gloria!) que, en efecto, se me
conoce de ordinario con el nom bre de Abu-Mohammad-Huesos-Blandos, soy hijo de un antiguo y pobre
ventosista de hammam que murió sin dejarnos a mi madre ni a mí nada con qué atender a nuestra
subsistencia. Así es que te han dicho verdad quienes te dieron estos detalles; pero no te dijeron por qué
ni cómo me vino aquel mote. ¡Pues helo aquí!
Desde mi niñez ¡oh Emir de los Creyentes! era yo el muchacho más holgazán y más perezoso que
podría encontrarse sobre la faz de la tierra. Y eran tan grandes, en verdad, mi holgazanería y mi pereza,
que si estaba tumbado en el suelo a mediodía y el sol caía a plomo sobre mi cráneo descubierto, no tenía
yo arrestos para cambiar de postura, y me dejaba cocer como una colocasia por no mover una pierna o un
brazo. Con lo cual no tardé en tener un cráneo a prueba de toda clase de golpes; y si quieres ¡oh Emir de
los Creyentes! mandar ahora a tu portaalfanje Massrur que me par ta la cabeza, verás cómo se mella su
alfanje y se hace trizas contra los huesos de mi cráneo.
Cuando murió mi difunto padre (¡Alah le tenga en su misericor dia!), era yo un mozo de quince años;
pero no parecía tuviese más de dos años de edad, pues continuaba sin querer trabajar ni moverme de un
sitio; y mi pobre madre se veía obligada a servir a la gente del barrio para alimentarme, mientras yo me
pasaba los días tumbado de lado, y no tenía fuerza ni para levantar la mano con objeto de espan tarme las
moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 669ª noche
Ella dijo:
"...las moscas que habían establecido su domicilio en todos los agujeros de mi cara.
Un día, por una casualidad muy rara entre las casualidades, mi madre, que había estado bregando
todo un mes al servicio de quienes le daban trabajo, fué a mí llevando en la mano cinco monedas de
plata, fruto de toda su labor. Y me dijo: "¡Oh hijo mío! ¡acabo de saber que nuestro vecino el jeique
Muzaffar va a partir para la China! Ya sabes, hijo mío, que ese venerable jeique es un hombre excelente,
un hombre de bien que no desprecia ni rechaza a los pobres como nosotros. Toma, pues, los cinco
dracmas de plata y levántate para acompañarme a casa del jeique; y le entregarás estos cinco dracmas y
le rogarás que en China te compre mercaderías para revenderlas tú aquí luego y de las cuales (¡Alah lo
quiera así, compadeciéndose de nosotros!) sacarás sin duda alguna un beneficio considerable. ¡He aquí,
pues, ¡oh hijo mío! una buena ocasión de enriquecernos! ¡Y quien rehusa el pan de Alah es un descreído!"
Al oír este discurso de mi madre, se me aumentó más aún la holga zanería, y me hice completamente el
muerto. ¡Y mi madre me suplicó y me conjuró de todas maneras, por el nombre de Alah y por la tumba de
mi padre, y por todo! ¡Pero en vano! Porque yo hice como que ron caba. Entonces me dijo mi madre:
"¡Por las virtudes de tu padre, te juro ¡oh Abu-Mohammad-Huesos Blandos! que, si no quieres escuchar -
me y acompañarme a ver al jeique, no volveré a darte de comer ni de beber, y te dejaré morir de
inanición!" Y dijo estas palabras con tan resuelto acento, ¡oh Emir de los Creyentes! que comprendía que
aquella vez pondría en práctica sus palabras; y dejé oír un sonido sordo que significaba: "¡Ayúdame a
sentarme!" Y me cogió del brazo y me ayudó a incorporarme y a sentarme. Entonces, aniquilado de fatiga,
me eché a llorar, y entre mis gemidos, suspiraba: "¡Dame mis zapatos!" ¡Y me los llevó, y le dije:
"¡Pónmelos!" Y me los puso. Y le dije: "¡Ayúdame a ponerme en pie!" Y me levantó y me hizo ponerme
en pie. Y llorando hasta rendir el alma, le dije: "¡Sostenme para que ande!" Y se puso detrás de mí y me
sostuvo, empujándome suavemente para hacerme avanzar. Y eché a andar despacio, parándome a cada
paso para tomar aliento, e inclinando la cabeza sobre los hombros como para rendir el alma. Y acabé por
llegar de esta manera a la orilla del mar, donde vi al jeique Muzaffar rodeado de sus allegados y amigos,
disponiéndose a embarcar para ponerse en marcha. Y mi llegada fué acogida con asombro por todos los
presentes, que exclamaban al mirarme: "¡Qué prodigio! ¡Es la primera vez que vemos andar a Abu-
Mohammad-Hue sos-Blandos! ¡Y es la primera vez que sale de su casa!"
Cuando estuve al lado del jeique, le dije: "¡Oh tío mío! ¿eres el jeique Muzaffar?" El me dijo: "Para
servirte, ¡oh Abu-Mohammad, oh hijo de mi amigo el difunto ventosista a quien Alah tenga en Su gracia y
en Su piedad!" Yo le dije, dándole las cinco monedas de plata: "¡Toma estos cinco dracmas ¡oh jeique! y
cómprame con ellos merca derías de la China! ¡Y quizás así por mediación tuya, tengamos oca sión de
enriquecernos!" Y el jeique Muzaffar no se negó a tomar los cinco dracmas; y se los guardó en el
cinturón, diciendo: "¡En el nombre de Alah!" Y me dijo: "¡Con la bendición de Alah!"
Y se despidió de mí y de mi madre; y acompañado de varios mer caderes que se habían juntado con él
para el viaje, se embarcó con rumbo a China.
Alah escribió la seguridad al jeique Muzaffar., que llegó sin con tratiempos al país de la China. Y
compró, como todos los mercaderes que iban con él, lo que tenía que comprar, y vendió lo que tenía que
vender, y traficó e hizo lo que tenía que hacer. Tras de lo cual, volvió a embarcarse, para regresar al país
con sus compañeros, en el mismo navío que habían fletado en Bassra. Y se dieron a la vela y abando -
naron la China.
Al cabo de diez días de navegación, una mañana se levantó de pronto el jeique Muzaffar, se golpeó
con desesperación las manos, y exclamó: "¡Arriad las velas!" Y los mercaderes le preguntaron, muy
sorprendidos: "¿Qué ocurre, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Ocurre que hay que volver a la China!" Y
en el límite de la estupefacción, le preguntaron: "¿Por qué, ¡oh jeique Muzaffar!?" El dijo: "¡Habéis de
saber que me olvidé de comprar el pedido de mercancías para el cual me dió los cinco dracmas de plata
Abu-Mohammad-Huesos-Blandos!" Y le dijeron los mercaderes: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh jeique nuestro!
no nos obligues por tan poca cosa a volver a China después de todas las fatigas pasadas y los peligros
corridos y la ya tan larga ausencia de nuestro país!" El jeique dijo: "¡Es absolutamente preciso que
volvamos a China! ¡Porque he empeñado mi palabra en la promesa que hice a Abu-Mohammad y a su
pobre madre, la mujer de mi amigo el difunto ventosista!" Los demás le dijeron: "No te detenga eso, ¡oh
jeique! ¡Porque estamos dispuestos a pagarte cinco dinares de oro cada cual como intereses de las cinco
monedas de plata que has de devolver a Abu-Mohammad-Huesos-Blandos! ¡Y a nuestra llegada le darás
todo ese oro!" El jeique dijo: "¡Acepto en nombre suyo vuestra oferta!" Entonces cada mercader pagó al
jeique Muzaffar cinco dinares de oro desti nados a mí, y prosiguieron su viaje.
Durante la travesía hizo escala el navío, para aprovisionarse, en una isla entre las islas. Y los
mercaderes y el jeique Muzaffar desembar caron para pasear por tierra. Y después de pasear y respirar el
aire de aquella isla, se disponía el jeique a embarcarse otra vez, cuando a la orilla del mar vió a un
mercader de monos que tenía en venta unos veinte animales de esta especie. Y he aquí que, entre todos
aquellos mo nos, había uno de aspecto muy miserable, pelado, tembloroso y con lágrimas en los ojos. Y
cada vez que su amo volvía la cabeza para hablar con el jeique y sus acompañantes, no dejaban los
demás monos de saltar sobre su miserable compañero, y morderle y arañarle y mearle en la cabeza.
Y al jeique Muzaffar, que tenía un corazón compasivo, le conmo vió el estado de aquel pobre mono, y
preguntó al mercader: "¿Cuánto vale ese mono?" El mercader dijo: "Ese no es muy caro, ¡oh mi se ñor!
¡Para desembarazarme de él, te lo dejo en cinco dracmas solamen te!" Y el jeique se dijo: "¡Precisamente
es la cantidad que me dió el huérfano! ¡Y voy a comprarle este animal, a fin de que le sirva para
enseñarlo por los zocos y ganar así su pan y el de su madre!" Y pagó al mercader los cinco dracmas, e
hizo que se llevara el mono al navío un marinero. Tras de lo cual se embarcó con sus compañeros los
mer caderes para ponerse en marcha.
Antes de hacerse a la vela, vieron a unos pescadores que se su mergían hasta el fondo del mar, y
salían llevando siempre en las manos conchas llenas de perlas.
Y también lo vió el mono...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 670ª noche
Ella dijo:
"...Y también lo vió el mono. Y al punto dió un brinco y saltó al mar. Y se zambulló hasta el fondo del
agua para salir al cabo de cierto tiempo, llevando en las manos y en la boca conchas llenas de perlas de
tamaño y hermosura maravillosos. Y trepó al navío y entregó al jeique su pesca. Luego le hizo con la
mano varias señas, que significaban: "¡Cuélgame algo al cuello!" Y el jeique le colgó al cuello un saco, y
el mono saltó de nuevo al mar, y salió con el saco atestado de conchas llenas de perlas más gruesas y más
hermosas que las anteriores. Luego volvió a saltar al mar varias veces seguidas, y cada vez iba a entregar
al jeique el saco lleno de su pesca maravillosa.
¡Eso fue todo!
Y el jeique y todos los mercaderes estaban en el límite de la estupefacción. Y se decían: "¡No hay
poder ni fuerza más que en Alah el Omnipotente! ¡Porque este mono posee secretos que no conocemos
nosotros! ¡Pero todo se debe a la suerte de Abu-Mohammad- Huesos-Blandos, el hijo del ventosista!"
Tras de lo cual se hicieron a la vela y abandonaron la isla de las perlas. Y después de una navegación
excelente, arribaron a Bassra.
En cuanto echó pie a tierra, el jeique Muzaffar fue a llamar a nuestra puerta. Y preguntó desde dentro
mi madre: "¿Quién es?" Y contestó él: "¡Soy yo! Abre, ¡oh madre de Abu-Mohammad! ¡Vuelvo de la
China!" Y me gritó mi madre: "¡Levántate, Huesos-Blandos! ¡Ahí tienes al jeique Muzaffar, que vuelve de
la China! ¡Ve a abrirle la puerta, y a saludarle y a desearle la bienvenida! ¡Y le preguntarás qué te ha
traído, confiando en que, por mediación suya, te haya enviado Alah con qué atender a nuestras
necesidades!" Y le dije: "Ayúdame a levantarme y a andar!" Y ella lo hizo así. Y enredándome los pies en
la orla de mi ropón, me arrastré hasta la puerta, abriéndola.
Y entró en el vestíbulo el jeique Muzaffar seguido de sus esclavos, y me dijo: "¡La zalema y la
bendición con aquel cuyos cinco dracmas han dado buena suerte a nuestro viaje! ¡He aquí, ¡oh hijo mío!
lo que ese dinero te ha proporcionado!" E hizo poner en fila en el vestíbulo los sacos de perlas, me
entregó el oro que le dieron los mercaderes, y me puso en la mano la cuerda con que estaba atado el
mono. Luego me dijo: "¡Ahí tienes todo lo que te han proporcionado los cinco dracmas! ¡En cuanto a este
mono, ¡oh hijo mío! no le maltrates, porque es un mono de bendición!" Y se despidió de nosotros y se
marchó con sus esclavos.
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! me encaré con mi madre, y le dije: "¡Ya ves ¡oh madre mía!
quién de nosotros tenía más razón! Tú me has torturado la vida, diciéndome todos los días: "¡Levántate,
Huesos-Blandos, y trabaja!"
Y yo te decía: "¡Quién me ha creado, me hará vivir!" Y me contestó mi madre: "¡Tienes razón, hijo
mío! ¡Cada cual lleva colgado al cuello su destino, y haga lo que haga, no escapará a él!"Luego me ayudó
a contar las perlas y a clasificarlas según su tamaño y su hermosura.
Y abandoné la holgazanería y la pereza, y em pecé a ir todos los días al zoco para vender las perlas a
los mercaderes. Y logré un beneficio inmenso, que me permitió comprar tierras, casas, tiendas, jardines,
palacios y esclavos y esclavas y mozos jóvenes.
Y he aquí que el mono me seguía a todas partes, y comía de lo que yo comía y bebía de lo que yo
bebía, y jamás me perdía de vista. Pero un día, estando yo sentado en el palacio que hice edificar para
mí, el mono me hizo señas de que quería un tintero, un papel y un cálamo. Y le llevé las tres cosas. Y
cogió el papel, poniéndoselo en la mano iz quierda, como hacen los escribas, y cogió el cálamo,
mojándolo en el tintero, y escribió: "¡Oh Abu-Mohammad! ¡ve a buscarme un gallo blanco! ¡Y ven a
reunirte conmigo en el jardín!" Y cuando leí aquellas líneas, fui a buscar un gallo blanco, y corrí al jardín
para dárselo al mono, a quien encontré con una serpiente entre sus manos. Y cogió el gallo y le azuzó
hacia la serpiente. Y al punto empezaron a pelearse ambos animales, y el gallo acabó por vencer y matar
a la serpiente. Luego, al revés de lo que hacen los gallos, la devoró por completo.
Entonces el mono cogió al gallo, le arrancó todas las plumas, y las plantó una tras otra en el jardín.
Después mató al gallo y con su san gre regó todas las plumas. Y cogió la molleja del gallo, la limpió y la
puso en medio del jardín. Tras de lo cual...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 671ª noche
La pequeña Doniazada dijo a su hermana: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, date prisa a decirnos qué
hizo el mono de Abu-Mohammad después de plantar en el jardín las plumas del gallo y de regarlas con la
sangre del gallo!" Y dijo Schehrazada: "¡De todo corazón amisto so!" Y continuó así:
"...Cogió la molleja del gallo, la limpió y la puso en medio del jardín. Tras de lo cual fué ante cada
pluma, hizo crujir sus mandíbulas lanzando algunos gritos que no pude comprender y volvió a mí para dar
un salto prodigioso que le alzó del suelo y le hizo desaparecer de mi vista por los aires. Y al mismo
tiempo, en el jardín todas las plumas del gallo se convirtieron en árboles de oro con ramas y hojas de
esme raldas y aguamarinas que a manera de frutas ostentaban rubíes, perlas y toda clase de pedrerías. Y la
molleja del gallo se convirtió en este pabellón maravilloso que me he permitido ofrecerte con tres
árboles de mi jardín, ¡oh Emir de los Creyentes!
Entonces, rico ya con aquellos bienes inestimables, de los que cada piedra valía un tesoro, pedí en
matrimonio a la hija del cherif de Bassra, descendiente de nuestro Profeta. Y cuando hubo visitado mi
palacio y mi jardín, el cherif me concedió su hija. ¡Y ahora vivo con ella entre delicias y felicidades! ¡Y
todo fué debido a que durante mi juventud tuve confianza en la generosidad sin límites del Retribuidor,
que jamás abandona en la necesidad a sus creyentes!"
Cuando el califa Harún Al-Raschid hubo oído esta historia, mara villóse hasta el límite de la
maravilla, y exclamó: "¡Los favores de Alah son ilimitados!" Y retuvo al lado suyo a Abu-Mohammad
para que dictara a los escribas de palacio esta historia. Y no le dejó partir de Bagdad hasta verle
colmado de honores y de regalos de una magnificen cia igual a la de que su huésped había hecho alarde
para con él.
¡Pero Alah es más generoso y más poderoso!
Cuando el rey Schahriar oyó esta historia, dijo a Schehrazada: "¡Oh Schehrazada! ¡me satisface esa
historia por su moraleja!" Y Schehrazada dijo: "¡Está bien, ¡oh rey! pero nada es comparada con la que
quiero contarte esta noche!"
Y dijo...
Historia del joven Nur y de la franca heroica
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de la edad y del
momento, había en el país de Egipto un hombre entre los notables, llamado Corona, que se pasó la vida
viajando por tierra y por mar, por islas y desiertos, y por co marcas conocidas y desconocidas, sin temor
ni peligros, ni fatigas, ni tormentos, y afrontando riesgos tan horribles, que con oírlos solamente, hasta a
los niños se les pondrían blancos del todo los cabellos. Pero, rico ya, dichoso y respetado, el mercader
Corona había renunciado a los viajes para vivir dentro de su palacio en la serenidad, sentado a su gusto
en el diván y con la frente ceñida por su turbante de muselina blanca inmaculada. Y nada le faltaba para
la satisfacción de sus deseos. Porque los palacios de reyes y sultanes no podían competir en magni -
ficencia con los aposentos de él, con sus armarios y sus cofres, llenos de suntuosidades, de trajes de
Mordín, de telas de Baalbeck, de sedas de Homs, de armas de Damasco, de brocatos de Bagdad, de
gasas de Mos sul, de mantos del Magreb y bordados de la India. Y poseía gran nú mero de esclavos negros
y esclavos blancos, mamelucos turcos, concubi nas, eunucos, caballos de raza y mulas, camellos de la
Bactriana y dromedarios de carrera, mozuelos de Grecia y de Siria, jovenzuelas de Circasia, eunucos
pequeños de Abisinia, y mujeres de todos los países. Y por tanto, era sin duda alguna el mercader más
satisfecho y más hon rado de su tiempo.
Pero el bien más preciado y la cosa más espléndida que poseía el mercader Corona, lo constituía su
propio hijo, joven de catorce años, que era indiscutiblemente, y con mucho, más hermoso que la luna en
su décimocuarto día. Pues nada, ni la lozanía de la primavera, ni los ramajes flexibles del árbol ban, ni la
rosa en su cáliz, ni el alabastro transparente, igualaba a la delicadeza de su adolescencia feliz, a la
soltura de sus andares, a los tiernos colores de su rostro y a la blancura pura de su cuerpo encantador. Y
por cierto que, inspirado en sus per fecciones, le ha cantado así el poeta:
¡Mi joven amigo, que tan hermoso es!, me ha dicho: "¡Oh poeta! ¡te falta elocuencia!" Yo le
digo: "¡Oh mi señor! ¡la elocuencia nada tiene que hacer en nuestro caso! ¡Tú eres el rey de la
belleza, y en ti es todo igualmente perfecto!
¡Pero -si se me permite tener una preferencia- ¡oh, qué hermosa es en tu mejilla esa
mancha negra, gota de ámbar sobre una mesa de mármol blanco! ¡Y he aquí los alfanjes de tus
pupilas, que declaran la guerra a los indiferentes!"
Y ha dicho otro poeta:
¡En el rumor de un combate, pregunté a los que se mataban: "¿Por qué vertéis esa sangre?"
Me dijeron: "¡Por los hermosos ojos del adolescente!"
Y ha dicho un tercero:
¡Por sí mismo viene él a visitarme, y al verme todo conmovido y turbado, dice: "¿Qué te
pasa? ¿Qué te pasa?" Yo le digo: "¡Aleja las flechas de tus ojos adolescentes!"
Y ha dicho otro:
¡Lunas y gacelas vienen a competir con él en encantos y en be lleza; pero yo les digo: "¡Oh
gacelas! ¡huid pronto y no os comparéis con ese cervatillo! ¡Y vosotras, ¡oh lunas! absteneos!
¡Son inútiles to dos vuestros esfuerzos!"
Y ha dicho otro:
¡Esbelto jovenzuelo! ¡Lo negro de su cabellera y la blancura de su frente sumen
respectivamente al mundo en la noche y en el día!
¡Oh! ¡No despreciéis el grano de belleza de su mejilla! ¡No es hermosa en su rojo esplendor
la tierna anémona más que a causa de la gota negra que adorna su corola!
Y ha dicho otro:
¡Al contacto de su rostro, se purifica el agua de la belleza! ¡Y sus párpados suministran a
los arqueros flechas para traspasar el corazón de sus enamorados! Pero loadas sean tres
perfecciones; ¡su be lleza, su gracia y mi amor!
¡Sus ropas ligeras dibujan los contornos de sus graciosas nalgas, cual nubes transparentes
dejan divisar la dulce imagen de la luna! Loadas sean estas tres perfecciones: ¡sus ropas
ligeras, sus graciosas nalgas y mi amor!
¡Negras son las pupilas de sus ojos, negra la mancha que adorna su mejilla, y también
negras mis lágrimas! ¡Loadas sean por su per fecta negrura!
¡Su frente, las facciones tan finas de su rostro y mi cuerpo con sumido por su amor, se
asemejan al final del cuarto creciente de la luna: ellas, por su brillo, y mi cuerpo consumido,
por la forma. ¡Loa das sean sus perfecciones!
¡Aunque están empapadas con mi sangre, no han envejecido sus pupilas y siguen siendo
suaves como el terciopelo! ¡Loadas sean por tres veces sus pupilas!
¡El día de nuestra unión aplacó él mi sed con la pureza de sus labios y de su sonrisa! ¡Ah!
¡yo le doy, en cambio, para que use de ella a discreción, mis bienes, mi sangre y mi vida! ¡Y
loados sean por siempre sus labios puros y su sonrisa!
Finalmente, ha dicho un poeta, entre otros mil que le han cantado:
¡Por los arcos abovedados que resguardan sus ojos, y por sus ojos, que disparan los dardos
encantadores de sus visuales;
Por sus formas delicadas; por la cortante cimitarra de sus miradas; por la suprema
elegancia de su porte; por el color de su negra cabellera;
Por sus ojos lánguidos que arrebatan el sueño y dictan la ley en el imperio del amor;
Por los bucles de sus cabellos, comparables a escorpiones, que cla van en los corazones
dardos de desesperación;
Por las rosas y los lirios que florecen en sus mejillas; por los rubíes de sus labios, en que
brilla la sonrisa; por sus dientes de perlas deslumbrantes;
Por el suave olor de sus cabellos; por los ríos de vino y de miel que fluyen de su boca
cuando habla;
Por la rama de su talle flexible; por su andar ligero; por su grupa fastuosa, que tiembla
cuando anda o cuando está en reposo;
Por la seda de su piel de albaricoque; por las gracias y la elegan cia que acompañan a sus
pasos;
Por la afabilidad de sus maneras, el sabor de sus palabras, la no bleza de su nacimiento y
la cuantía de su fortuna;
¡Por todos estos raros dones, juro que el sol de mediodía es me nos resplandeciente que su
rostro; que la luna nueva no es más que una recortadura de sus uñas; que el olor del almizcle
es menos dulce que su aliento, y que la brisa embalsamada roba el perfume de su ca bellera!
Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la
tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 672ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que un día en que el admirable joven, hijo de Corona el mercader, estaba sentado en la
tienda de su padre, algunos jóvenes amigos suyos fueron a charlar con él, y le propusieron ir a pasearse a
un jardín de la propiedad de uno de ellos, y le dijeron: "¡Oh Nur, ya verás qué hermoso es ese jardín!" Y
les contestó Nur: "¡Está bien! Pero antes tengo que pedir permiso a mi padre". Y fué a pedir a su padre el
tal permiso. Y el mercader Corona no puso dificultades, y además de conceder a Nur la autorización, le
dió una bolsa llena de oro para que no fuese a expensas de sus camaradas.
Entonces Nur y los jóvenes montaron en mulas y asnos, y llegaron a un jardín que encerraba cuanto
puede halagar los ojos y endulzar la boca. Y entraron por una puerta abovedada, hermosa cual la puerta
del Paraíso, formada por listas alternadas de mármoles de color y som breada por parras trepadoras
cargadas de uvas rojas y negras, blancas y doradas, como ha dicho el poeta:
¡Oh racimos de uvas llenas de vinos, deliciosas cual sorbetes y vestidas de negro como
cuervos!
¡Brillando entre las sombrías hojas, parecéis tiernos dedos feme ninos frescamente teñidos
de henné;
Y de todas maneras nos embriagáis: ¡Si colgáis de las cepas con gracia, nos arrebatáis el
alma con vuestra hermosura; si descansáis en el fondo del lagar, os transformáis en una miel
embriagadora!
Y cuando entraron, vieron encima de aquella puerta abovedada estos versos grabados en hermosos
caracteres azules:
¡Ven, amigo! ¡si quieres disfrutar de la hermosura de un jardín, ven a mirarme!
¡Tu corazón olvidará sus penas al fresco contacto de la brisa que constantemente corre por
mis avenidas, a la vista de las flores que me visten con sus lindos ropajes y sonríen en sus
mangas de pétalos!
¡El cielo generoso riega con abundancia mis árboles de ramas incli nadas bajo el peso de
sus frutos! ¡Y cuando los ramajes se balanceen bailando entre los dedos del céfiro, verás a las
Pléyades arrojarles, en tusiasmadas, el oro líquido y las perlas de las nubes a manos llenas!
¡Y si fatigado de jugar con los ramajes, el céfiro los abandona para acariciar la onda de
los arroyos que corren a su encuentro, le verás dejarlos en seguida para ir a besar en la boca a
mis flores!
Cuando hubieron franqueado aquella puerta, vieron al guarda del jardín sentado bajo el enrejado de
parras trepadoras y hermoso cual el ángel Rizán, que guarda los tesoros del Paraíso. Y se levantó en
honor suyo, y fue a ellos, y tras de las zalemas y los deseos de bienvenida, les ayudó a descender de sus
monturas, y quiso servirles por sí mismo de guía para mostrarles con todos sus detalles las bellezas del
jardín. Y pudieron así admirar las claras aguas que serpenteaban entre las flores y las abandonaban con
pena, las plantas cargadas de perfumes, los ár boles fatigados de tanta fruta, los pájaros cantores, los
boscajes de flo res, los arbustos de especies, todo cuanto convertía a aquel jardín en una parte suelta de
los jardines edénicos. Pero lo que les encantaba por encima de toda ponderación, era el espectáculo, a
ningún otro pare cido, de los árboles frutales milagrosos, cantados respectivamente por todos los poetas,
como atestiguan entre mil estos diversos poemas:
Las granadas
¡Deliciosas, de corteza pulida, granadas entreabiertas, caras de ru bíes encerradas en
membranas de plata, sois gotas cuajadas de una sangre virginal!
¡Oh granadas de piel fina, senos de adolescentes erguidas que adelantaran el pecho en
presencia de los machos!
¡Cúpulas! ¡cuando os miro, aprendo arquitectura, y si os como, sano de todas las
enfermedades!
Las manzanas
¡Bellas de rostro exquisito, ¡oh manzanas dulces y almizcladas! sonreís al mostrar en
vuestros colores rojos y amarillos, respectivamen te, la tez de un amante dichoso y la de un
amante desdichado; y en vuestro doble rostro unís el rubor a un amor sin esperanza!
Los albaricoques
Albaricoques de almendras sabrosas, ¿quién podrá poner en duda vuestra excelencia?
¡Cuando estáis sin granar aún, sois flores semejan tes a estrellas, y cuando sois frutas maduras
entre el follaje, redondas y completamente de oro, se os tomaría por minúsculos soles!
Los higos
¡Oh blancos, oh negros, oh higos bienvenidos a mis bandejas! ¡me gustáis tanto como las
blancas vírgenes de Grecia, tanto como las ar dientes hijas de Etiopía!
¡Oh amigos míos predilectos! estáis tan seguros de los deseos tumultuosos que me asaltan a
vuestra vista, que tomáis una actitud des cuidada, ¡oh perezosos!
¡Tiernos amigos, arrugados ya por las desilusiones en las ramas altas que os balancean a
merced de todos los vientos, sois dulces y olorosos como la flor seca de la manzanilla!
¡Y entre todos vuestros hermanos, sólo vosotros ¡oh jugosas! sabéis dejar brillar, en el
momento del deseo, la gota de jugo hecha con miel y sol!
Las peras
¡Oh jóvenes, todavía vírgenes y un tanto ácidas al paladar! ¡oh sinaíticas, oh jónicas, oh
aleppinas!
¡Vosotras que, balanceándoos sobre vuestras espléndidas caderas y colgadas de un tallo
tan fino, esperáis a los amantes que os comerán sin duda!
¡Oh peras! amarillas o verdes, gordas o alargadas, de dos en dos en las ramas o solitarias,
¡Siempre sois deseables y exquisitas para nuestro paladar, ¡oh aguanosas, oh buenas, que
nos reserváis nuevas sorpresas cada vez que tocamos vuestra carne!
Los alberchigos
¡Resguardamos con el bozo nuestras mejillas para que no nos azo te el aire fuerte o cálido!
¡Por todas nuestras caras somos de terciopelo y estamos rojos y redondos por haber rodado
durante mucho tiempo entre sangre de vírgenes!
¡Por eso son exquisitos nuestros matices y es nuestra piel tan de licada! ¡Prueba, pues,
nuestra carne y muerde en ella clavando bien tus dientes; pero no toques al hueso que tenemos
por corazón: ¡te envenenaría!
Las almendras
¡Me dijeron: "Vírgenes tímidas, nos envolvemos en nuestros triples mantos verdes, como
las perlas en sus conchas!
¡Y aunque somos muy dulces por dentro, y tan exquisitas para quien sabe vencer nuestra
resistencia, queremos ser amargas y duras en apariencia mientras somos jóvenes!
¡Pero, cuando avanzamos en edad, no somos ya tan rigurosas! ¡Estallamos entonces, y
nuestro corazón, intacto y blanco, se ofrece con su frescura al caminante!"
Y exclamé: "¡Oh almendras cándidas, oh pequeñuelas que cabéis todas juntas en la palma
de mi mano, oh gentiles!
¡Vuestra verde pelusa es la mejilla todavía imberbe de mi amigo; sus grandes ojos
alargados están en las dos mitades de vuestro cuerpo, y sus uñas toman su linda forma a
vuestra pulpa!
¡Hasta la infidelidad en vosotras se torna cualidad, porque vues tro corazón, tan a menudo
doble y compartido, permanece blanco a pesar de todo, al igual de la perla engastada en un
trozo de jade!"
Las azufaifas
¡Mira las azufaifas, colgadas de las ramas en racimos con cadenas de flores, como
campanillas de oro que besaron los tobillos de las mu jeres!
¡Son los frutos del árbol Sidrah que se yergue a la diestra del trono de Alah! ¡Bajo su
sombra reposan las huríes! ¡Su madera sirvió para construir las tablas de Moisés; y al pie
suyo brotan los cuatro maravillosos manantiales del Paraíso!
Las naranjas
¡Cuando el céfiro sopla sobre la colina, las naranjas se mecen en sus ramas, y ríen con
gracia entre el zumbido de sus flores y sus hojas!
¡Parecéis mujeres que un día de fiesta adornan sus cuerpos jóvenes con hermosos trajes de
brocato de oro rojo!, ¡oh naranjas!
¡Sois flores por el olor y frutas por el sabor! ¡Y aunque sois globos de fuego, encerráis la
frescura de la nieve! ¡Nieve maravillosa que no se derrite en medio del fuego! ¡Maravilloso
fuego sin llama y sin calor!
Y si contemplo vuestra piel luciente, ¿me es posible no pensar en mi amiga, la joven de
lindas mejillas, cuyo trasero de oro está también granulado?
Las cidras
¡Las ramas de los citroneros se abaten hacia tierra, cargadas con sus riquezas!
¡Y entre las hojas, los pebeteros de oro de las cidras exhalan perfumes que levantan el
corazón, y emanaciones que devuelven el alma a los agonizantes!
Los limones
¡Mira estos limones que empiezan a madurar! ¡Es nieve que se tiñe con colores de azafrán;
es plata que se convierte en oro; es la luna que se torna en sol!
¡Oh limones, bolas de crisólito, senos de vírgenes, alcanfor puro! ¡Oh limones! ¡Oh
limones...!
Los plátanos
¡Plátanos de formas atrevidas, carne mantecosa como un pastel;
¡Plátanos de piel lisa y dulce, que dilatáis los ojos de las jóvenes;
¡Plátanos! ¡Cuando os deslizáis por nuestros gaznates, no herís nuestros órganos
satisfechos de sentiros!
¡Ora colguéis del tallo poroso de vuestra madre, pesados cual lingotes de oro,
¡Ora maduréis lentamente en nuestros techos, ¡oh pomos llenos de oro!
¡Siempre sabéis complacer nuestros sentidos! ¡Y entre todas las frutas, sólo vosotros estáis
dotados de un corazón compasivo, ¡oh con soladores de viudas y de divorciadas!
Los dátiles
¡Somos los hijos sanos de las palmeras, los beduínos de carne morena! ¡Crecemos
escuchando a la brisa tocar sus flautas entre nues tras cabelleras!
¡Desde la infancia, nuestro padre el sol nos ha alimentado con su luz; y durante mucho
tiempo nos hemos amamantado en los pú dicos pechos de nuestra madre!
¡Somos los preferidos del. pueblo libre que levanta sus tiendas es paciosas y no conoce los
vestíbulos de los ciudadanos;
¡El pueblo de veloces yeguas, de camellas flacas, de vírgenes arre batadoras, de generosa
hospitalidad y de sólidas cimitarras!
¡Y quien ha disfrutado del reposo a la sombra de nuestras pal mas, anhela oírnos murmurar
sobre su tumba!
Y tales son, entre millares, algunos de los poemas dedicados a las frutas. Pero se necesitaría toda una
vida para decir los versos dedicados a flores como las que encerraba aquel maravilloso jardín: jazmines,
jacintos, lirios acuáticos, mirtos, claveles, narcisos y rosas en todas sus variedades.
Pero ya el guarda del jardín había conducido a los jóvenes, por entre las avenidas, a un pabellón
hundido en medio del verdor. Y les invitó a entrar allí para descansar, y les hizo sentarse en almohadones
de brocato alrededor de un estanque de agua, rogando al joven Nur que se colocara en medio de ellos. Y
para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había inscrito
este verso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 673ª noche
Ella dijo:
"...Y para que se refrescara el rostro, le ofreció un abanico de plumas de avestruz, en el cual había
inscrito este verso:
¡Soy blanca ala infatigable, y mis ráfagas perfumadas, que aca rician el rostro del que amo,
dan una idea de la brisa del Paraíso!
Luego, tras de quitarse sus mantos y turbantes, los jóvenes se pusieron a hablar y a divertirse, y no
podían apartar sus miradas de su hermoso camarada Nur. Y el guarda les sirvió por sí mismo la co mida,
que era muy espléndida, y estaba compuesta de pollos, patos, codornices, pichones, perdices y corderos
rellenos, sin contar las cestas llenas de frutas cogidas en la rama. Y después de la comida, los jóve nes se
lavaron las manos con jabón mezclado con almizcle, y se secaron con toallas de seda bordadas de oro.
Entonces entró el guarda con un hermoso ramo de rosas, y dijo: "Antes de tocar a las bebidas, ¡oh
amigos míos! conviene que prepa réis vuestra alma para el placer con los colores y el perfume de las
rosas". Y exclamaron ellos: "Verdad dices, ¡oh guarda!" Dijo él: "Está bien. ¡Pero no os daré estas rosas
más que a cambio de un poe ma hermoso acerca de esta flor admirable!"
Entonces el joven a quien pertenecía el jardín cogió la cesta de rosas de manos del guarda, hundió en
ella la cabeza, aspiró el ramo lentamente, luego hizo una seña con la mano para imponer silencio, e
improvisó:
¡Virgen odorífera, pero tan tímida en tu juventud, que ocultabas el rojo de tu bello rostro en
la seda verde de tus mangas
¡Oh rosa soberana! ¡entre todas las flores, eres la sultana en me dio de tus esclavas, y el
hermoso emir en el círculo de sus guerreros!
¡En tu corola llena de bálsamo encierras la esencia de todos los pomos!
¡Oh rosa amorosa! ¡tus pétalos entreabiertos al soplo del céfiro son labios de una belleza
joven que se dispusiera a dar un beso a su amigo!
¡Eres en tu frescura ¡oh rosa! más dulce que la mejilla som breada del mozalbete, y más
deseable que la boca viva de una joven intacta!
¡La sangre delicada que colorea tu carne dichosa te hace com parable a la aurora veteada
de oro, a la copa llena de un vino pur púreo, a una floración de rubíes en rama de esmeralda!
¡Oh rosa voluptuosa, pero tan cruel con los amantes groseros, que, cuando te golpean sin
cuidado, les castigas con las flechas de tu carcaj de oro!
¡Oh maravillosa, oh regocijada, oh deleitosa! ¡también sabes re tener a los refinados que te
aprecian! ¡Para ellos te revistes con las gracias de trajes de distintos colores, y sigues siendo
la bienamada a quien no se abandona nunca!
Al oír esta admirable loa de la rosa, los jóvenes no pudieron con tener su entusiasmo, y lanzaron mil
exclamaciones y repitieron a coro, moviendo la cabeza: "¡Y sigues siendo la bienamada a quien no se
abandona nunca!" Y el que acababa de improvisar el poema vació al punto el cesto y cubrió de rosas a
sus huéspedes. Luego llenó de vino la anchurosa copa y la hizo circular en torno. Y cuando le llegó la
vez, el joven Nur cogió la copa con cierto temor; porque jamás hasta entonces había bebido vino, y su
paladar ignoraba el sabor de las bebidas fermentadas, como su cuerpo ignoraba el contacto de las
mujeres. Estaba virgen, en efecto, y sus padres, en vista de su tierna edad, aun no le habían regalado una
concubina, como es costumbre entre los notables que quieren dar a sus hijos púberes experiencias y
sabiduría en esta materia antes del matrimonio. ¡Y sus compañeros sabían este detalle de la virginidad de
Nur, y al invitarle a aquella jira en el jardín, se habían propuesto despertar sus deseos!
Así es que al verle con la copa en la mano y vacilando como ante una cosa prohibida, los jóvenes
empezaron a reír con grandes car cajadas, de modo que Nur, enojado y un tanto mortificado, acabó por
llevarse resueltamente la copa a los labios y de un trago la vació hasta la última gota. Y al ver aquello,
prorrumpieron los jóvenes en un grito de triunfo. Y el dueño de la casa acercóse a Nur con la copa llena
de nuevo, y le dijo: "¡Qué razón tienes ¡oh Nur! al no privarte por más tiempo ya de ese licor precioso
que embriaga! ¡Es el padre de las virtudes, el específico contra todas las penas, la panacea para los
males del cuerpo y del alma! ¡A los pobres les da riqueza, a los cobardes valor, a los débiles fuerza y
poder! ¡Oh, Nur, encantador amigo mío! ¡aquí yo y todos nosotros somos servidores y esclavos tuyos!
¡Pero, por favor, toma esta copa y bebe de este vino, que es menos embriagador que tus ojos!" Y Nur no
pudo rechazarlo, y de un trago vació la copa que le ofrecía su huésped.
Entonces comenzó a circular por su razón el fermento de la em briaguez; y uno de los jóvenes
exclamó, dirigiéndose al huésped: "Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser completo
nuestro placer sin escuchar el canto y la música de labios femeninos?...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 674ª noche
Ella dijo:
"...Bien está todo esto, ¡oh generoso amigo! pero ¿podría ser com pleto nuestro placer sin escuchar el
canto y la música de labios feme ninos? ¿Acaso no conoces las palabras del poeta:
¡Vamos! ¡ofreced una ronda de vino en la copa pequeña y en la grande!
¡Y tú, amigo mío, toma el licor de manos de una belleza semejante a la luna!
¡Pero para vaciar tu vaso aguarda a que toque la música; siem pre vi beber con gusto al
caballo cuando silban al lado suyo!
Cuando el joven dueño del jardín hubo oído estos versos, con testó con una sonrisa; luego se levantó
al punto y salió de la sala de reunión para volver transcurrido un momento llevando de la mano a una
joven enteramente vestida de seda azul. Era una esbelta egipcia admirablemente formada, derecha como
la letra alef, de ojos babiló nicos, de cabellos negros cual las tinieblas, y blanca como la plata en la mina
o como una almendra mondada. Y estaba tan bella y tan bri llante en su traje oscuro, que se la hubiera
tomado por la luna de verano en medio de una noche de invierno. Después de esto, ¿cómo no iba a tener
senos de marfil blanco, un vientre armonioso, muslos de gloria y nalgas rellenas, como almohadones,
debajo de las cuales había una cosa lisa, rosada y embalsamada, semejante a una bolsita fruncida en
medio de un envoltorio grande? ¿Y acaso no es precisamente de aquella egipcia de quien ha dicho el
poeta:
¡Avanza cual la corza, arrastrando tras de ella a los leones venci dos por las ojeadas
aceradas del arco de sus cejas!
¡Para protegerla, la noche hermosa de su cabellera arma sobre ella una tienda sin
columnas, una tienda milagrosa!
¡Con la manga de su traje tapa las rosas ruborosas de sus mejillas! pero ¿podrá impedir a
los corazones que se embriaguen con el ámbar de su piel perfumada?
¡Y si llega a levantar el velo que oculta su rostro, entonces, ¡ver güenza sobre ti, hermoso
azul de los cielos! ¡Y tú, cristal de roca, humí llate ante sus ojos de pedrería!
Y el joven dueño del jardín dijo a la joven: "¡Oh bella soberana de los astros! ¡sabe que no te hicimos
venir a nuestro jardín más que para complacer a nuestro huésped y amigo Nur a quien tienes aquí, y que
por primera vez nos honra hoy con su visita!"
Entonces la joven egipcia fue a sentarse junto a Nur, lanzándole una mirada extraordinaria; luego se
sacó de debajo del velo una bolsa de seda verde, y la abrió y extrajo de ella treinta y dos pedazos de ma -
dera, que acopló de dos en dos, como se acoplan los machos con las hembras y las hembras con los
machos, y acabó por formar así un her moso laúd indio. Y se recogió las mangas hasta los codos,
descubriendo sus muñecas y sus brazos, apoyó el laúl en su seno, como apoyaría a su hijo una madre, y lo
rozó con las uñas de sus dedos. Y el laúd estre mecióse a esta caricia y gimió resonante; y no pudo menos
de pensar repentinamente en su propio origen y en su destino: se acordó de la tierra en que fué plantado,
de las aguas que le regaron siendo árbol, de los lugares donde hubo vivido en la inmovilidad de su
tronco, de los pájaros que cobijó, de los leñadores que lo talaron, del hábil obrero que lo labró, del
barnizador que revistióle de brillo, del barco que le había transportado, y de todas las lindas manos por
las cuales hubo de pasar.
Y asaltado por estos recuerdos, gimió y cantó con armonía, y en su lenguaje parecía responder con
estas coplas rimadas a las uñas que le interrogaban:
¡En otro tiempo f uí una rama verde habitada por ruiseñores, y les mecía amorosamente
cuando cantaban!
¡Diéronme así el sentimiento de la armonía; y no me atrevía yo a agitar mi follaje por
escucharlos atentamente!
¡Pero un día me derribó en tierra una mano bárbara, y me convir tió, como véis, en laúd
frágil!
¡Sin embargo, no me quejo de mi destino; porque cuando me rozan uñas firmes, me
estremezco con todas mis cuerdas y sufro con gusto lo que me golpea una mano hermosa!
¡En desquite de mi esclavitud reposo sobre senos de jóvenes, y los brazos de las huríes se
enlazan con amor en torno a mi cintura!
¡Con mis acordes sé deleitar a los amigos que gustan de las reu niones alegres; y cantando
como mis pájaros, sé embriagar sin la ayu da del copero!
Tras de este preludio sin palabras, en que el laúd habíase expre sado en un lenguaje sensible al alma
sólo, la bella egipcia cesó por un momento de tocar; luego, volviendo sus miradas hacia el joven Nur,
cantó estos versos, acompañándose...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 675ª noche
Ella dijo:
"...volviendo sus miradas hacia el joven Nur, la bella egipcia cantó estos versos, acompañándose:
¡La noche es clara y transparente, y en la umbría cercana, el rui señor suspira sus
transportes, como un amante apasionado!
¡Ah! ¡despiértate! ¡la desnudez del cielo y su frescura invitan al placer a nuestra alma, y
esta noche la luna está llena de sortilegios! ¡Ven!
¡No temamos a los envidiosos, y aprovechémonos del sueño de nuestros censores para
sumirnos impunemente en el seno de las volup tuosidades! ¡No siempre están las noches
estrelladas y embalsamadas! ¡Ven!
¿Acaso, para disfrutar del placer tranquilo, no tienes mirtos, rosas, flores de oro y
perfumes?
¿Y no posees las cuatro cosas necesarias para el regocijo ideal: un amigo, una amante, una
bolsa llena y vino?
¿Qué más se necesita para ser dichoso? ¡Aprovéchate de ello cuanto antes! ¡mañana se
desvanecerá todo! ¡He aquí la copa del placer!
Al oír estos versos, el joven Nur embriagado de vino y de amor, dirigió miradas inflamadas a la bella
esclava, que le respondió con una sonrisa atrayente. Entonces se inclinó él a ella poseído de deseo; y
ella, al punto, asestó contra él los botones de sus senos, le besó entre los ojos y se le abandonó del todo
entre sus manos. Y Nur, cediendo a la turbación de sus sentidos y a la calentura que le abrasaba, pegó sus
labios a la boca de la joven y la aspiró como a una rosa. Pero ella. advertida por las miradas de los
demás jóvenes, se desenlazó de aquel primer abrazo del joven para volver a coger el láud, y cantar:
¡Por la hermosura de tu rostro, por tus mejillas, parterre de rosas, por el vino precioso de
tu saliva, te juro que eres el espíritu de mi espíritu, la luz de mis ojos, el bálsamo de mis
párpados, y que sólo te amo a ti!, ¡oh vida de las almas!
Al oír esta ardiente declaración, Nur, transportado de amor, im provisó a su vez lo siguiente:
¡Oh, tú, cuyo porte es gallardo como el de un barco pirata sobre el mar, bella de mirada de
halcón!
¡Oh joven vestida de gracia, la de boca adornada con dos sartas de perlas, la de mejillas
florecidas de rosas en un parterre de difícil acceso;
¡Oh propietaria de una cabellera de esplendor que se esparce a derecha y a izquierda en
toda su longitud, negra como un negro joven que se vendiera en almoneda!
¡Te conviertes en pensamiento tiránico de mi alma! ¡A la vista de tus encantos, el amor
entró en mi corazón profundamente y lo tiñó con el color oscuro de la cochinilla, que es el tinte
más indeleble! ¡Y su fuego me consumió el hígado hasta la locura!
¡Así, pues, quiero darte mis bienes y mi alma toda! Y si me preguntaras: "¿Sacrificarías por
mí tu sueño?", te contestaría yo: "¡Sí, por cierto, e incluso mis ojos, oh maga!"
Cuando el joven a quien pertenecía el jardín vió el estado en que se encontraba su amigo Nur, le
pareció que había llegado el momento de dejar a la bella egipcia que le iniciara en las alegrías del amor.
E hizo inmediatamente señas a los jóvenes, que se levantaron uno tras otro y se retiraron de la sala del
festín, dejando a Nur cara a cara con la bella egipcia.
Tan pronto como la joven se vió sola con el hermoso Nur, se irguió cuan larga era y se despojó de
todos sus adornos y de sus trajes para quedarse enteramente desnuda, con sólo su cabellera por todo
velo. Y fué a sentarse en las rodillas de Nur, y le besó entre los ojos, y le dijo: "Has de saber ¡oh ojos
míos! que el regalo guarda proporción siempre con la generosidad del donante. ¡Por tanto, en vista de tu
hermosura y de que me gustas, te hago el don de todo lo que poseo! ¡Toma mis labios, toma mi lengua,
toma mis senos, toma mi vientre y todo lo demás!" Y aceptó Nur el maravilloso obsequio, y en cambio, le
hizo don de otro más maravilloso todavía. Y la joven le preguntó cuando hubieron acabado, encantada y
sorprendida de su generosidad y su destreza: "¡El caso es ¡oh Nur! que tus compañeros decían que
estabas virgen!" El dijo: "¡Es verdad!" Ella dijo: "¡Qué asombroso! ¿Y cómo fuiste tan experto en tu
primer ensayo?" El dijo riendo: "¡Siempre salen chispas cuando se frota el pedernal!"
Y así fué cómo entre rosas y escarceos múltiples, el joven Nur cono ció el amor en los brazos de una
egipcia bella y sana cual el ojo del gallo, y blanca cual la almendra mondada...
Pero cuando llegó la 676ª noche
Ella dijo:
"...Y así fué como entre rosas, alegrías y escarceos múltiples, el joven Nur conoció el amor en los
brazos de una egipcia bella y sana cual el ojo del gallo y blanca cual la almendra mondada.
Esta escrito en su destino que así tenía que suceder su iniciación. Pues si no, ¿cómo se comprenderían
las cosas aun más maravillosas que marcarían sus pasos por el camino llano de la vida feliz?
Una vez que terminaron sus escarceos, se levantó el joven Nur, por que comenzaban a brillar estrellas
en el cielo, y el soplo de Dios alzá base con el viento de la noche. Y dijo él a la joven: "¡Con tu permiso!"
Y a pesar de las súplicas de ella para retenerle, no quiso retrasarse más, y la abandonó para montar
en su mula y regresar lo más pronto posi ble a su casa, donde ya le esperaban con ansiedad su padre
Corona y su madre.
Y he aquí que, en cuanto él franqueó el umbral, su madre, llena de inquietud por aquella
desacostumbrada ausencia de su hijo, corrió a su encuentro, le estrechó en sus brazos, y le dijo: "¿Dónde
estuviste, que rido mío, que tanto tardaste en volver a casa?" Pero en cuanto Nur abrió la boca, su madre
notó que había tomado vino y le olió el aliento. Y le dijo: "¡Ah! ¿qué has hecho, desgraciado Nur? ¡Qué
calamidad como llegue a olerte tu padre!" Porque, aunque Nur había soportado la bebida mientras estuvo
en brazos de la egipcia, cuando se expuso al aire libre se dislocó la razón y titubeaba a derecha y a
izquierda como un beodo. Así es que su madre se apresuró a llevarle al lecho y a acos tarle, arropándole
mucho.
Pero en aquel momento llegó a la habitación el mercader Corona, que era un observante fiel de la ley
de Alah, que prohibe a los cre yentes bebidas fermentadas. Y al ver acostado a su hijo, pálido y con el
rostro descompuesto, preguntó a su esposa: "¿Qué le pasa?" Ella contestó: "¡Tiene un dolor muy fuerte de
cabeza, ocasionado por el exceso de aire de ese jardín adonde le permitiste que fuera con sus
camaradas!" Y el mercader Corona, muy apesadumbrado por aquel reproche de su esposa y por la
indisposición de su hijo, se inclinó sobre Nur para preguntarle cómo estaba; pero le olió el aliento, e
indignado, sacudió del brazo a Nur, y le gritó: "¿Cómo se entiende, hijo libertino? ¡has infringido la ley
de Alah y de su profeta, y te atreves a entrar en casa sin purificarte la boca!" Y siguió amonestándole con
dureza.
Entonces Nur, que se hallaba en completo estado de embriaguez, sin saber a punto fijo lo que hacía,
levantó la mano y asestó a su padre, el mercader Corona, un puñetazo que le alcanzó al ojo derecho, y lo
hizo con tanta violencia, que le derribó a tierra.
En el límite de la indignación, el anciano Corona juró por el divorcio y por el tercer poder, que al día
siguiente echaría de casa a su hijo Nur después de cortarle la mano derecha. Luego abandonó la
habitación.
Cuando la madre de Nur oyó aquel tremendo juramento, contra el cual no había recurso ni remedio
posible, desgarró sus ropas con deses peración, y se pasó toda la noche lamentándose y llorando junto al
lecho de su hijo sumido en la embriaguez. Pero como la cosa urgía, consi guió disiparle los vapores del
vino, haciéndole sudar y orinar mucho. Y como no se acordara él de nada de lo que había sucedido, le
contó ella la acción que hubo de cometer y el terrible juramento de su padre Co rona. Luego le dijo: "¡Ay
de nosotros! ¡ahora son inútiles las lamenta ciones! ¡Y el único partido que puedes tomar, hasta tanto que
el des tino haya cambiado el aspecto de las cosas, es alejarte cuanto antes ¡oh Nur! de casa de tu padre!
¡Parte, hijo mío!, para la ciudad de Al Iskandaria, y aquí tienes una bolsa con mil dinares de oro y cien
dinares! Cuando te falte poco para agotar este dinero, pídeme otra, cuidando de darme noticias tuyas".
Y se echó a llorar, besándole.
Entonces, tras de haber vertido por su parte muchas lágrimas de arrepentimiento, se ató Nur la bolsa a
la cintura, despidióse de su madre, y salió de la casa ocultamente para ganar al punto el puerto de Bulak y
desde allí bajar por el Nilo en un navío hasta Al-Iskanda ria, en donde desembarcó con buena salud.
Y he aquí que Nur se encontró con que Al-Iskandaria era una ciudad maravillosa, habitada por gentes
de lo más encantadoras, y dotada de un clima delicioso; de jardines llenos de rumores y flores, de
hermosas calles y de zocos magníficos. Y hubo de complacerse, pues, en recorrer los diversos barrios de
la ciudad y todos los zocos, uno tras otro. Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que
era particularmente agradable...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente. .
Pero cuando llegó la 677ª noche
Ella dijo:
"...Y al pasar por el zoco de los mercaderes de flores y frutas, que era particularmente agradable, vió
que pasaba un persa montado en una mula, llevando a la grupa una maravillosa joven de aspecto
delicioso y estatura de cinco palmos largos. Era blanca como la bellota en su cáscara, como la breca en
la pecera, como palmera en el desierto. Su rostro era más deslumbrante que el resplandor del sol, y bajo
la guardia de los arcos tensos de sus cejas, brillaban dos grandes ojos negros, originarios de Babilonia.
Y a través de la tela transparente que la envolvía, se adivinaban en ella esplendores a ningunos otros
parecidos: mejillas suaves cual el raso más hermoso y sembradas de rosas; dientes que eran dos collares
de perlas; senos firmes y amenazadores; caderas ondulosas; muslos semejantes a las colas rollizas de los
carneros de Siria, y guardando en su cima de nieve un tesoro in comparable, y soportando un trasero
formado en su totalidad con una pasta de perlas, de rosas y de jazmines. ¡Gloria a su Creador!
Así es que, cuando el joven Nur vió a aquella joven, que supera ba en esplendores a la morena
egipcia del jardín, no pudo menos de seguir a la mula feliz que la llevaba. Y echó a andar detrás de ella
hasta que llegaron a la plaza del Mercado de Esclavos.
Entonces el persa se apeó de la mula, y tras de ayudar a la joven para que se apease a su vez, la cogió
de la mano y se la entregó al subastador público para que la subastase en el mercado. Y el subastador,
apartando a la muchedumbre, hizo sentarse a la joven en medio de la plaza sobre un sillón de marfil
enriquecido de oro. Luego paseó sus miradas por los que lo rodeaban, y gritó:
"¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡oh dueños de riquezas! ¡Ciudadanos y beduínos! ¡oh presentes
que me rodeáis de cerca o de lejos, abrid la subasta! ¡Nadie censura al primer postor!
¡Examinad y hablad! ¡Alah es omnipotente y omnisciente! ¡Abrid la subasta!"
Entonces se adelantó en primer término un anciano, que era el síndico de los mercaderes de la ciudad
y ante quien ninguno se atrevió a alzar la voz para pujar. Y lentamente dió la vuelta al sillón en que estaba
la joven, y después de examinarla con gran atención, dijo: "¡Abro la subasta ofreciendo novecientos
veinticinco dinares!"
Al punto gritó con toda su alma el subastador: "¡Se abre la subasta con una oferta de novecientos
veinticinco dinares! ¡Oh abri dor! ¡Oh omnisciente! ¡Oh generoso! ¡En novecientos veinticinco di nares
está tasada la perla incomparable!" Luego, como nadie quería aumentar la puja por consideración al
venerable síndico, el subastador encaróse con la joven, y le preguntó: "¿Consientes ¡oh soberana de las
lunas! en pertenecer a nuestro venerable síndico?" Y contestó la joven debajo de sus velos: "¿Estás loco,
¡oh subastador! o solamente tienes dislocación de la lengua, ya que me haces semejante ofrecimiento?"
Y preguntó el subastador, cohibido: "¿Y por qué, ¡oh soberana de las bellas!?" Y dijo la joven,
descubriendo con una sonrisa las perlas de su boca: "¡Oh subastador! ¿no te da vergüenza ante Alah y por
tu barba querer entregar jóvenes de mi calidad a un anciano como éste, decrépito y sin facultades, al cual
más de una vez sin duda su mujer le habrá, reprochado su frialdad en términos violentos e indignados? ¿Y
acaso no sabes que es a ese viejo precisamente a quien se aplican estos versos del poeta:
¡Me pertenece en propiedad un zib calamitoso! ¡Es de cera que se derrite, pues cuanto más
se le toca, más se ablanda!
¡Por más razones que le expongo, se obstina en dormir cuando hace falta que se despierte!
¡Es un zib perezoso!
¡Pero en cuanto estoy con él a solas, he aquí que de pronto se siente poseído de ardor
guerrero! ¡Ah! ¡es un zib calamitoso!
¡Es avaro cuando tiene que alardear de generosidad, y pródigo cuando tiene que hacer
economías! ¡Hijo de perro! ¡Si duermo, se despierta al punto; y si me despierto, al punto se
duerme!
¡Es un zib calamitoso! ¡Maldito sea quien se compadezca de él!
Cuando los presentes oyeron estas palabras y estos versos de la joven, se pusieron extremadamente
serios en vista de aquella falta de consideración y de respeto para con el síndico. Y el subastador dijo a
la joven: "¡Por Alah, ¡oh mi señora! que estás haciendo que se me ennegrezca el rostro en presencia de
los mercaderes! ¿Cómo puedes decir semejantes cosas de nuestro síndico, que es un hombre respetable y
prudente, incluso un sabio?"
Pero ella contestó: "¡Ah! ¡tanto mejor entonces, si es un sabio! ¡Ojalá le aproveche la lección! ¿Para
qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a escon derse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 678ª noche
Ella dijo:
"¿...Para qué sirven los sabios sin zib? ¡Mejor será que vaya a esconderse!"
Entonces, para que la joven no siguiese en sus insultos al viejo síndico, el subastador se apresuró a
continuar la subasta, chillando a toda voz: "¡Oh mercaderes! ¡oh compradores! ¡la subasta está abier ta y
permanece abierta! ¡Para el mejor postor será la hija de reyes!" Entonces adelantóse otro mercader, que
no había presenciado lo que acababa de ocurrir, y que dijo, deslumbrado por la belleza de la joven:
"¡Para mí, por novecientos cincuenta dinares!"
Pero al verle, la joven lanzó una carcajada; y cuando se acercó él a ella para examinarla mejor, le
dijo: "Dime, ¡oh jeique! ¿tienes en tu casa un alfanje fuerte?" El contestó: "Sí, ¡por Alah! ¡oh señora mía!
Pero ¿para qué lo quie res?"
Ella contestó: ".¿No ves que ante todo necesitas cortarte un buen pedazo de esa berengena que llevas
a modo de nariz? No ignorarás que a ti mejor que a nadie cuadran estas palabras del poeta:
¡En su rostro se eleva un inmenso minarete que por sus dos puertas podría dar acceso a
todos los humanos! Y de una vez se des poblaría la tierra entonces!
Cuando el mercader de la nariz gorda hubo oído estas palabras de la joven, sintió tanta ira, que
estornudó muy fuerte; luego, cogiendo por el cuello al subastador, le asestó golpes en la nuca, gritando:
"¡Mal dito subastador! ¿es que sólo nos has traído a esta impúdica esclava para que nos injurie y nos
convierta en motivo de escarnio?" Y el subastador, muy pesaroso, se encaró con la joven, y le dijo: "¡Por
Alah, que en todo el tiempo que llevo ejerciendo mi oficio, nunca tuve una jornada tan mala como ésta!
¿No podrás reprimir los desórdenes de tu lengua, y dejarnos ganar nuestro sustento?" Luego, para poner
fin a los murmullos que se alzaban, continuó la subasta.
Entonces se presentó un tercer mercader muy barbudo, que quiso comprar la hermosa esclava. Pero
antes de que abriese la boca para pujar, la joven se echó a reír, y exclamó: "Mira., ¡oh subastador! En
casa de este hombre está cambiado el orden de la Naturaleza; es un carnero de cola gorda, ¡pero le ha
salido la cola en el mentón! ¡Y claro está que no pensarás en cederme a un hombre que posee una barba
tan larga, y por consiguiente, un ingenio tan corto! ¡Porque ya sabes que la inteligencia y la razón están en
orden inverso con la longitud de la barba!"
¡Al oír estas palabras, el subastador, en el límite de la desespe ración, no quiso llevar más adelante
aquella venta! Y exclamó: "¡Por Alah, que ya no ejerzo más por hoy mi oficio!" Y cogiendo de la mano a
la joven, poseído de terror, se la entregó a su antiguo amo el persa, diciéndole: "¡Es invendible entre
nosotros! ¡Que Alah abra para ti por otra parte la puerta de la venta y de la compra!"
Y sin turbarse ni conmoverse, el persa se encaró con la joven, y le dijo: "¡Alah es el más generoso!
¡Ven, hija mía, que acabaremos por encontrar al com prador que te corresponda!" Y se la llevó consigo y
se marchó, cogién dola de la mano, mientras que con la otra mano conducía de la brida a la mula, y la
joven lanzaba con sus ojos a los que la miraban largas flechas negras y aceradas.
¡Y he aquí que sólo entonces fué cuando advertiste al joven Nur, ¡oh maravillosa! y a su vista, sentiste
que el deseo te mordía el hígado y el amor te trastornaba las entrañas! Y te paraste de pronto y dijiste a tu
amo el persa: "¡A éste es a quien quiero! ¡Véndeme a él!" Y el persa se volvió y divisó a su vez a aquel
joven adornado con todos los encantos de la juventud y de la belleza, y elegantemente envuelto en un
manto color de pasa. Y dijo a la joven: "Ese joven estaba entre los presentes hace un momento en la
subasta, y no se adelantó a pujar. ¿Cómo quieres, pues, que vaya a proponerte a él? ¿No ves que un paso
así haría bajar mucho el precio de la venta?" Ella contestó: "No hay inconveniente en que así sea. No
quiero pertenecer a nadie más que a ese hermoso joven. Y no me poseerá ninguno otro". Y se adelantó re -
sueltamente hacia el joven Nur, y le dijo, deslizándole una mirada car gada de tentaciones: "¿Es que no
soy lo bastante bella ¡oh mi señor! para que te dignes pujar tú?" El joven contestó: "¡Oh soberana mía!
¿acaso hay por el mundo una belleza que se te pueda comparar?" Ella preguntó: "¿Por qué, pues, me has
desdeñado, cuando me proponían al mejor postor?" ¡Sin duda no me encuentras de tu agrado!" El joven
contestó: "Alah te bendiga, ¡oh mi señora! En verdad que de estar en mi país te hubiese comprado con
todas las riquezas y los bie nes todos que posee mi mano. ¡Pero aquí no soy más que un extranjero y no
poseo, por todo recurso, más que una bolsa con mil dinares!" Ella dijo: "¡Ofrécela para comprarme y no
te arrepentirás!" Y el joven Nur, sin poder resistir a la tentación de la mirada fija en él, se quitó el
cinturón en que tenía guardados los mil dinares, y contó y pesó el oro ante el persa. Y ultimaron el trato
ambos tras de hacer ir al kadí y a los testigos para la legalización del contrato de venta y compra. Y al fin
de confirmar el acto, declaró la joven: "¡Consiento en que se me venda a este hermoso joven por los mil
dinares entregados a mi amo el persa!" Y los presentes se dijeron unos a otros: "¡Ualah! ¡están hechos el
uno para el otro!" Y el persa dijo a Nur: "¡Ojalá sea para ti ella motivo de bendiciones! ¡Regocijáos
juntos con vuestra juventud! ¡por igual merecéis la dicha que os espera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 679ª noche
Ella dijo:
"¡...por igual merecéis la dicha que os espera!"
Entonces el joven Nur, seguido por la joven de caderas ondulantes, se encaminó al khan grande de la
ciudad, y apresuróse a alquilar allí una habitación en que alojarse. Y se excusó con la joven por no poder
ofrecerle nada mejor, diciendo: "¡Por Alah, oh mi señora! que si es tuviese yo en El Cairo, mi ciudad, te
alojaría en un palacio digno de ti! Pero te repito que aquí no soy más que un extranjero! ¡Y para aten der a
nuestras necesidades, sólo llevo encima lo justo con lo que pagar este alojamiento!" Ella se sacó del
dedo una sortija que tenía engastado un rubí de gran valor, y le dijo: "Toma esto, y ve a venderlo al zoco.
¡Y compra lo que haga falta para un festín de dos personas; y gasta sin temor y compra los víveres y
bebidas mejores que haya, sin olvidar las flores, las frutas y los perfumes!" Y Nur se apresuró a ejecutar
la orden, y no tardó en volver cargado con provisiones de todas clases. Y se recogió las mangas y el
ropón, y puso el mantel, y sirvió con mucho cuidado el festín. Luego sentóse junto a la joven, que le
miraba sonriendo; y para empezar, se pusieron a comer bien y a beber bien. Y cuando estuvieron hartos y
la bebida comenzó a producir su efecto, el joven Nur, que estaba un poco intimidado por los ojos
brillantes de su esclava, no quiso dejarse llevar de los deseos tumultuosos que le agitaban sin informarse
antes del país y del origen de la joven. Y le tomó la mano y la besó, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh mi
señora! ¿No podrías decirme ya tu nombre y tu país?" Ella contestó: "¡Pre cisamente ¡oh Nur! yo misma
iba a hablarte de ello la primera!" Y se paró un momento y dijo:
"Has de saber ¡oh Nur! que me llamo Mariam, y que soy la hija única del poderoso rey de los francos
que reina en la ciudad de Cons tantinia. Así, pues, no tienes por qué asombrarte cuando sepas que en mi
infancia recibí la mejor educación y que tuve maestros de todo. También me enseñaron a manejar la aguja
y el huso, a hacer pinturas y bordados, a tejer tapices y ceñidores y a labrar telas de oro sobre fondo de
plata o de plata sobre fondo de oro. Y asimismo aprendí cuanto pudiera adornar el ingenio y realzar la
belleza. Y crecí de tal suerte en el palacio de mi padre, lejos de todas las miradas. Y las mu jeres de
palacio, mirándome con ojos de ternura, decían que era yo la maravilla de mi tiempo. Así es que no
dejaron de ir a pedirme en matrimonio gran número de príncipes y reyes que reinaban en tierras y en
islas; pero mi padre el rey rechazó todas sus proposiciones, sin querer separarse de su única hija, a la
que quería más que a su vida y más que a los numerosos hijos varones, hermanos míos, que tenía.
"Por aquel entonces, habiendo yo caído enferma, hice la promesa de que, si recobraba la salud, iría
en peregrinación a un monasterio muy venerado entre los francos. Y cuando estuve curada, quise cum plir
mi promesa, y me embarqué con una de mis damas de honor, hija de un grande entre los grandes de la
corte de mi padre el rey. Pero en cuanto perdimos de vista la tierra, atacaron y abordaron nuestro navío
unos piratas musulmanes, y yo misma, con todo mi séquito, fui reduci da a esclavitud y conducida a
Egipto, en donde me vendieron al mer cader persa que viste en el zoco y que, felizmente para mi
virginidad, es eunuco. Y también para suerte mía y porque así lo quiso mi destino, mi amo, estando yo en
su casa, sufrió una larga y peligrosa enferme dad durante la cual le prodigué los cuidados más atentos. Así
es que, en cuanto recobró la salud, quiso probarme'su gratitud por las muestras de afecto que yo le había
dado mientras duró su dolencia, y me rogó que le pidiese cuanto pudiera anhelar mi alma. Y por todo
favor yo reclamé de él que me vendiera a alguno que pudiese utilizar lo que en mí había de utilizable,
pero que no me cediera más que a quien yo escogiese por mí misma. Y al instante me lo prometió el
persa, y se apresuró a venderme en la plaza del mercado, ¡desde donde pude fijar en ti mi elección, ¡oh
ojos míos! excluyendo a todos los viejos y de crépitos personajes que me codiciaban!"
Y tras de hablar así, la joven franca miró a Nur con ojos en que llameaba el oro de las tentaciones, y
le dijo: "¿Podría, tal como soy, pertenecer a otro que no fueras tú, ¡oh joven!?" Y con un ademán rápido,
retiró sus velos y se desnudó por completo para aparecer en su deliciosa desnudez.
¡Bendito sea el vientre que la llevó! ¡Sólo entonces pudo Nur darse cuenta de la bendición que había
descendido sobre su cabeza! Y vió que la princesa era una belleza suave y blanca como un tejido de lino,
y que esparcía por doquiera el delicado olor del ámbar, al igual de la rosa, que segrega por sí misma su
perfume original. Y la estrechó en sus brazos, y cuando la exploró en su profundidad íntima, hubo de
encontrar en ella una perla intacta aún. Y con aquel descu brimiento se puso jubiloso hasta el límite del
júbilo, y se inflamó hasta el límite de la inflamación. Y empezó a pasarle la mano por sus miem bros
encantadores y su cuello delicado, y a hundirla entre las olas y bucles de su cabellera, haciendo
chasquear los besos en sus mejillas como guijarros que sonasen al caer en el agua; y se endulzaba con sus
labios, y le daba palmadas en las nalgas temblorosas. ¡Eso fué todo, en verdad!
Y a su vez, no dejó ella de hacer ver una parte considerable de los dones que poseía y de las
maravillosas aptitudes de las griegas, las amorosas facultades de las egipcias, los movimientos lascivos
de las muchachas árabes y la fogosidad de los etíopes, el candor asusta do de las francas, y la ciencia
consumada de las indias, la experiencia de las hijas de Circasia y los deseos apasionados de las rubias,
la co quetería de las hijas del Yamán y la violencia muscular de las mujeres del Alto Egipto, la pequeñez
de órganos de las chinas, el ardor de las hijas de Hedjaz, y el vigor de las mujeres del Irak y la
delicadeza de las persas. Así es que no cesaron de suceder los enlazamientos a los abrazos, los besos a
las caricias y las copulaciones a las locuras, du rante toda la noche, hasta que, un poco fatigados de sus
transportes y de sus múltiples asaltos, se durmieron por fin uno en brazos de otro, ebrios de goces.
¡Gloria a Alah, que no ha creado espectáculo más encantador que el de dos amantes dichosos que,
después de embria garse con las delicias de la voluptuosidad, reposan en su cama, con los brazos
entrelazados, las manos unidas y los corazones latiendo jun tos!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 700ª noche
Ella dijo:
¡...Gloria a Alah, que no ha creado espectáculo más encantador que el de dos amantes dichosos, que
después de embriagarse con las delicias de la voluptuosidad, reposan en su cama, con los brazos entre -
lazados, las manos unidas y los corazones latiendo juntos!
Cuando se despertaron al día siguiente, no dejaron de repetir sus escarceos, con más intensidad,
calor, multiplicidad, repeticiones, vigor y experiencia que la víspera. Así es que la princesa franca,
maravillada y en el límite de la admiración al ver tantas facultades reunidas en los hijos de los
musulmanes, se dijo: "¡En verdad que cuando una religión inspira y desarrolla en sus creyentes tales
alardes de valor, de heroís mo y de aptitud, es incontestablemente la mejor, la más humana y la única
verdadera entre todas las religiones!" Y en el momento quiso ennoblecerse con el Islam.
Encaróse con Nur, y le preguntó: "¿Qué tengo que hacer para ennoblecerme con el Islam, ¡oh ojos
míos!? i Por que quiero hacerme musulmana como tú, ya que la paz de mi alma no se hallaba con los
francos, que hacen una virtud de la horrible continencia y nada estiman tanto como un sacerdote castrado!
¡Son unos pervertidos que ignoran el valor inestimable de la vida! ¡Son unos desgraciados a quienes no
calienta con sus rayos el sol! Así es que mi alma quiere morar aquí, donde florecerá con todas sus rosas y
cantará con todos sus pájaros! ¡Dime, pues, qué tengo que hacer para con vertirme en musulmana!"
Y Nur, lleno de dicha por haber contribuido así, en la medida de sus fuerzas, a convertir a la princesa
franca, le dijo: "¡Oh mi señora! ¡nuestra religión es sencilla e ignora las com plicaciones externas! ¡Tarde
o temprano, reconocerán todos los des creídos la superioridad de nuestras creencias, y se encaminarán a
nos otros por sí mismos, como se sale de las tinieblas a la luz, de lo incom prensible a lo claro y de lo
imposible a lo natural! En cuanto a ti, ¡oh princesa de bendición! para lavarte de la mugre cristiana, no
tienes más que pronunciar estas palabras: "¡No hay más Dios que Alah y Mohamed es el Enviado de
Alah! ¡Y al instante te volverás creyente musulmana!" Al oír estas palabras, la princesa Mariam, hija del
rey de los francos, levantó el dedo y pronunció: "¡Atestiguo y certifico que no hay más Dios que Alah y
que Mohamed es el Enviado de Alah!" ¡Y al instante se ennobleció con el Islam! ¡Gloria a Quien con
proce dimientos sencillos abre los ojos de los ciegos, torna sensibles los oídos de los sordos, desata la
lengua de los mudos y ennoblece los corazones pervertidos, al Dueño de las virtudes, al Distribuidor de
gracias, al Bue no para sus creyentes! ¡Amín!
Realizado de tal modo aquel acto importante (¡loado sea Alah!) se levantaron ambos de su lecho de
voluptuosidad, y fueron a los re tretes, haciendo luego sus abluciones y las plegarias prescritas. Tras de lo
cual comieron y bebieron y se pusieron a charlar con mucho agra do y a divagar amistosamente. Y cada
vez se maravillaba más Nur de los conocimientos numerosos de la princesa y de su sabiduría y saga -
cidad.
Por la tarde, a la hora de la plegaria del asr, el joven Nur se dirigió a la mezquita, y la princesa
Mariam fué a pasearse por el lado de la Columna del Mástil. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero en cuanto al rey de los francos de Constantinia, padre de Mariam, cuando supo la captura de su
hija por los piratas musulma nes, afligióse hasta el límite de la aflicción y se desesperó hasta sen tirse
morir. Y envió a todas partes jinetes y patricios para que hicieran las pesquisas necesarias y rescataran a
la princesa y la salvaran, de grado o por fuerza, de las manos de sus raptores. Pero cuantos se en cargaron
de aquellas pesquisas regresaron al cabo de cierto tiempo sin haberse enterado de nada. Entonces hizo ir
a su visir, que también era jefe de policía, un viejecillo tuerto del ojo derecho y cojo de la pierna
izquierda, pero un verdadero demonio entre los espías; porque era capaz de desenredar, sin romperlos,
los hilos enredados de una tela de araña, de sacar los dientes a un dormido sin despertarle, de escamotear
los bocados entre los labios de un beduino hambriento, y de horadar por tres veces seguidas, a un negro
sin que el negro pudiese ni revol verse siquiera. Y le dió la orden de recorrer todos los países musulma -
nes y que no volviera sin la princesa. Y le prometió toda clase de ho nores y de prerrogativas a su
regreso, pero haciéndole entrever el palo para en caso de que fracasase. Y se apresuró a partir el visir
tuerto y cojo. Y empezó a viajar, disfrazado, por países amigos y enemigos, sin dar con ninguna pista,
hasta que llegó a Al-Iskandaria.
Y aquel día precisamente fué a la Columna del Mástil, con los es clavos que le habían acompañado,
para recrearse un momento. Y quiso el destino que se encontrase con la princesa Mariam, la cual tomaba
el fresco por aquellos contornos. Así es que, en cuanto la reconoció, se bamboleó de alegría, y se
precipitó a su encuentro. Y llegado que fué ante ella, puso una rodilla en tierra y quiso besarle las manos.
Pero la princesa, que había adquirido todas las virtudes musulmanas y la de cencia para con los hombres,
aplicó una tremenda bofetada a aquel visir franco tan feo, y le gritó: "¡Perro maldito! ¿qué vienes a hacer
en tierra musulmana? ¿Acaso crees que voy a caer en tu poder...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 701ª noche
Ella dijo:
"...Pero la princesa, que había adquirido todas las virtudes mu sulmanas y la decencia para con los
hombres, aplicó una tremenda bo fetada a aquel visir franco tan feo, y le gritó: "¡Perro maldito! ¿qué
vienes a hacer en tierra musulmana? ¿Acaso crees que voy a caer en tu poder?"
El franco contestó: "¡Oh princesa! Yo no tengo la culpa de esto. ¡Culpa sólo a tu padre el rey, que me
ha amenazado con el palo si no te encuentro! Es preciso, pues, que vengas con nosotros, de grado o por
fuerza, para salvarme de ese suplicio espantoso. ¡Además, tu pa dre está muriéndose de desesperación al
saber que eres cautiva de los infieles, y tu madre está bañada en lágrimas de pensar en los malos tra tos
que debiste sufrir entre las manos de esos bandidos perforadores!" Pero la princesa Mariam contestó:
"¡Nada de eso! He encontrado la paz de mi alma aquí mismo. ¡Y no abandonaré esta tierra de bendi ción!
¡Vuélvete, pues, por donde has venido, antes de que te haga yo em palar precisamente aquí en lo alto de la
Columna del Mástil!
Al oír estas palabras, el franco cojo comprendió que no decidiría a la princesa para que le siguiese
de buen grado, y le dijo: "Con tu permiso, ¡oh mi señora!" E hizo seña de que se apoderaran de ella a sus
esclavos, que al punto la rodearon, la amordazaron, y aunque ella se defendió y les arañaba cruelmente,
se la cargaron a la espalda, y al caer la noche la transportaron a bordo de un navío que se hacía a la vela
para Constantinia. ¡Y he aquí lo referente al visir tuerto y cojo y a la princesa Mariam!
En cuanto al joven Nur, cuando vió que la princesa Mariam no volvía al khan, no supo a qué atribuir
su tardanza. Y como avanzaba la noche y aumentaba su inquietud, salió del khan y echó a andar por las
calles desiertas, con la esperanza de encontrarla, y acabó por llegar al puerto. Unos bateleros le
enteraron allí de que acababa de zarpar un navío y que habían llevado a bordo de él a una joven cuyas
señas coin cidían exactamente con las que les daban.
Al enterarse de aquella marcha de su bienamada, Nur empezó a lamentarse y a llorar, sin interrumpir
sus sollozos más que para decir a gritos: "¡Mariam!" Entonces, conmovido por su belleza y por su
desesperación, un anciano que le veía quejarse de tal suerte, se acercó a él y le interrogó
bondadosamente acerca de la causa de sus lágrimas. Y Nur le contó la desgracia que acababa de
sucederle. Entonces le dijo el anciano: "¡No llores más, hijo mío, y no te desesperes!
El navío que acaba de zarpar se hizo a la vela con rumbo a Constantinia, y precisa mente yo, que soy
capitán marino, voy también a hacerme a la vela esta noche para esa ciudad con los cien musulmanes que
llevo a bordo. ¡No tienes, pues, más que embarcarte conmigo, y encontrarás al ob jeto de tus deseos!" Y
con lágrimas en los ojos, besó Nur la mano al capitán marino y se apresuró a embarcarse con él en el
navío, que salió disparando a toda vela por el mar.
Y he aquí que Alah les escribió la seguridad, y al cabo de una navegación de cincuenta y un días,
llegaron a la vista de Constanti nia, donde no tardaron en echar pie a tierra. Pero al punto les pren dieron
los soldados francos que guardaban la costa, y les despojaron y metieron en la cárcel, siguiendo órdenes
del rey, que quería ven garse así en todos los mercaderes extranjeros de la afrenta hecha a su hija en los
países musulmanes.
Porque la princesa Mariam había llegado a Constantinia la misma víspera de aquel día. Y en cuanto
cundió por la ciudad la nueva de su regreso, se adornaron en honor suyo todas las calles, y toda la po -
blación corrió a su encuentro. Y el rey y la reina montaron a caballo con todos los grandes dignatarios de
palacio, y fueron a recibirla al desembarcar. Y tras de haber besado con ternura a su hija, la reina le
preguntó ansiosamente si estaba virgen todavía o si, para desgracia suya y para oprobio de su nombre,
había perdido el sello inestimable. Pero, echándose a reír ante todos los concurrentes, la princesa
contestó: "¿Qué me preguntas, ¡oh madre mía!? ¿Acaso crees que se puede permanecer virgen en el país
de los musulmanes? ¿Ignoras que en los libros de los musulmanes se dice: "¡Ninguna mujer envejecerá
virgen en el Islam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 702ª noche
Ella dijo:
"...Ninguna mujer envejecerá virgen en el Islam!?"
Cuando la reina -que no había hecho públicamente esta pregunta a su hija más que para esparcir, en
cuanto llegase, la noticia de que su virginidad permanecía intacta y de que su honor estaba a salvo- oyó
estas palabras tan insólitas y pronunciadas en presencia de toda la corte, se puso muy amarilla y cayó
desmayada en brazos de sus don cellas, que estaban asombradas ante aquel escándalo tan enorme. Y el
rey, muy furioso con aquella aventura y sobre todo en vista de la fran queza con que su hija se avenía a lo
que le había ocurrido, sintió que la bolsa de la hiel se le reventaba dentro del hígado, e indignado hasta
el límite de la indignación, se llevó a la princesa y entró a toda prisa en el palacio en medio de la
consternación general, de narices alarga das de dignatarios y caras indigestas de ancianas matronas
pudibundas. Y convocó con urgencia a su Consejo de Estado, y pidió su opinión a los visires y a los
patriarcas. Y contestaron los visires y los patriarcas consultados: "Nuestra opinión es que, para purificar
a la princesa de la impureza de los musulmanes, sólo hay un medio, y consiste en la varla con la sangre de
ellos. ¡Es preciso, pues, sacar de la cárcel cien musulmanes, y cortarles la cabeza! ¡Y se recogerá la
sangre que brote de sus cuellos, y en ella se bañará el cuerpo de la princesa, como si se tratase de un
segundo bautismo!"
Entonces, el rey ordenó que cogieran a los cien musulmanes que acababan de meter en la cárcel, y
entre los cuales se encontraba, como es sabido, el joven Nur. Y empezaron por cortar la cabeza al capitán
marino. Luego cortaron la cabeza a todos los mercaderes. Y cada vez recogían en un baño la sangre que
brotaba de los cuellos sin cabeza. Y llegó el turno al joven Nur. Y ya le conducían al sitio de la ejecu -
ción, vendándole los ojos y colocándole en la alfombra ensangrentada, en tanto que el ejecutor blandía su
alfanje para hacerle saltar del cue llo la cabeza, cuando se acercó al rey una vieja y le dijo: "¡Oh rey del
tiempo! ¡Ya se han cortado las cien cabezas, y el baño está lleno de sangre! ¡Debes perdonar, pues, a ese
joven musulmán que queda, y dármelo para dedicarle al servicio de la iglesia!" Y exclamó el rey: "¡Por
el Mesías, que dices la verdad! Ya se hallan ahí las cien cabezas, y el baño está lleno. ¡Quédate, pues,
con él y utilízale en servicio de la iglesia!" Y la vieja, que era la celadora de la iglesia, dió las gracias al
rey, y mientras éste se retiraba con sus visires para proceder al bau tismo de sangre de la princesa, se
llevó al joven Nur. Y encantada de su belleza, le condujo a la iglesia sin tardanza.
Allí la vieja ordenó al joven Nur que se desnudase, y le dió un largo ropón negro, un gorro alto de
sacerdote, un velo negro muy gran de para cubrir aquel gorro, una estola y un cinturón ancho. Y le vis tió
por sí misma para enseñarle cómo debía servirse de aquellas pren das, y le dió sus instrucciones para que
se dedicase, como era debido, al servicio de la iglesia. Y durante siete días consecutivos vigiló su tra -
bajo y fomentó sus aptitudes, en tanto que él se lamentaba con su corazón de creyente por verse obligado
a hacer semejante farsa al servicio de los descreídos.
Pero por la tarde del séptimo día, la vieja dijo a Nur: "Has de saber, hijo mío, que dentro de unos
instantes la princesa Mariam, que ha sido purificada con el bautismo de sangre va a venir a la iglesia
para pasar aquí toda la noche en devoción y hacerse perdonar de esa manera los actos de su pasado. Por
tanto, te aviso su llegada, a fin de que, cuando yo me vaya a acostar, te quedes a la puerta para prestarle
el servicio que pida o para llamarme en caso de que cayese desvane cida de contrición a causa de sus
antiguos pecados. ¿Has comprendido bien?" Y contestó Nur, chispeantes los ojos: "He comprendido, ¡oh
mi señora!"
Entretanto, llegó al vestíbulo de la iglesia la princesa Mariam ves tida de negro desde la cabeza hasta
los pies y con el rostro cubierto por un velo negro, y después de inclinarse profundamente ante Nur, a
quien tomaba por un sacerdote a causa de sus hábitos, penetró en la iglesia, cuya puerta hubo de abrirle la
anciana celadora, y con paso lento se dirigió hacia una especie de oratorio interior, de aspecto muy
tenebroso. Entonces, sin querer distraerla de sus devociones, la vieja se apresuró a retirarse; y tras de
recomendar mucho a Nur que vigi lara la puerta, se retiró a descansar a su habitación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 703ª noche
Ella dijo:
"...se retiró a descansar a su habitación.
Cuando se cercioró Nur de que la anciana celadora, dormida ya, roncaba como una fiera, deslizóse
hasta la iglesia y se dirigió al sitio en que se hallaba la princesa Mariam, el cual consistía en un oratorio
alumbrado por una lámpara que ardía ante imágenes de impiedad (¡que el fuego las destruya!). Y entró
sigilosamente en aquel oratorio, y dijo con voz temblorosa: "Soy Nur, ¡oh Mariam!" Y al reconocer la
voz de su bienamado, la princesa creyó en un principio que soñaba y luego acabó por arrojarse en sus
brazos. Y en el límite de la emoción, se besaron ambos en silencio durante largo rato. Y cuando pudieron
ha blar, contáronse mutuamente lo que les había sucedido desde el día de la separación. Y juntos dieron
gracias a Àlah, que hubo de permi tir su encuentro.
Tras de lo cual, para celebrar con alegría aquel momento, la prin cesa se apresuró a quitarse los
hábitos de duelo que su madre la reina la obligó a llevar para recordarle de continuo la pérdida de su
virgini dad. Y enteramente desnuda, se sentó en las rodillas de Nur, el cual por su parte, había arrojado
lejos de sí su traje y sus prendas de sa cerdote cristiano. Y comenzaron una serie de caricias
extraordinarias y tales como nunca las había visto aquel lugar de perdición de las al mas descreídas. Y en
toda la noche no cesaron de abandonarse sin res tricciones de ningún género a los regocijos más diversos
de voluptuosi dad, dándose mutuas pruebas de su grande y violento amor. Y en aquel momento sentíase
Nur revivir con tanta intensidad, que hubiera podido degollar uno tras otro, sin interrumpirse, a mil
sacerdotes con su pa triarcas. i Alah extermine a los impíos y dé fuerza y valor a sus ver daderos
creyentes!
Cuando al apuntar el alba las campanas de la iglesia tocaron el primer toque de llamada para los
descreídos, la princesa Mariam, aun que con lágrimas en los ojos, se apresuró a ponerse otra vez sus há -
bitos de duelo; y también Nur se vistió con sus vestiduras de impiedad (¡que Alah, que ve el fondo de las
conciencias, les excuse por aquella necesidad cruel a que se hallaron reducidos!). Pero antes de
separarse y tras de haberle besado por última vez, la princesa dijo a Nur: "¡Des pués de los siete días que
llevas en esta ciudad ¡oh Nur! supongo que conocerás a fondo el emplazamiento y los alrededores de esta
iglesia!"
Y contestó Nur: "Sí, ¡oh mi señora!" Ella dijo: "Pues bien; entonces escucha mis palabras y no las
olvides. ¡Porque acabo de combinar aho ra mismo un proyecto que nos permitirá escapar para siempre de
este país! A tal fin, mañana a primera hora de la noche, no tendrás más que abrir la puerta de la iglesia
que da hacia el mar, e ir sin tardanza a la costa. Allí encontrarás un navío pequeño con una tripulación de
diez hombres, cuyo capitán se apresurará a darte la mano al verte lle gar. Pero aguarda a que te llame por
tu nombre; y sobre todo ¡no te precipites!
En cuanto a mí, no tengas ninguna inquietud; ya sabré reu nirme contigo sin dificultad. ¡Y Alah nos
librará de entre estas ma nos!" Luego, antes de despedirse de él, añadió aún: "No te olvides tampoco, ¡oh
Nur! para hacer una buena despedida a los patriarcas, de escamotear del tesoro de la iglesia todo lo que
encuentres más pesado respecto al valor y más ligero respecto al peso, y de vaciar antes de marcharte la
arquilla en que los infieles depositan las ofrendas en oro que hacen a los jefes de su impostura!"
Y tras de haber hecho repetir a Nur, palabra por palabra, las instrucciones que acababa de darle, la
princesa salió de la iglesia y volvió con ojos contritos al palacio en que la esperaba su madre para
predicarle el arrepentimiento y la con tinencia. ¡Ojalá se vean siempre los creyentes preservados de la
con tinencia impura y no se arrepientan más que del daño hecho al pró jimo! ¡Amín!
Así, pues, a primera hora de la noche, después de cerciorarse de los ronquidos de la anciana
celadora de la iglesia, no dejó Nur de me ter mano a las cosas preciosas del tesoro subterráneo, y de
vaciar en su cinturón de sacerdote todo el oro y la plata contenidos en el arca de los patriarcas. Y
cargado con aquellos despojos que hubo de tomar a los descreídos, salió a toda prisa a la orilla del mar
por la puerta que le fue indicada. Y siguiendo las instrucciones que le dió la princesa encontró el bajel
cuyo capitán recibióle con toda cordialidad en com pañía de su carga preciosa, dándole la mano y
llamándole por su nom bre. Y al punto se dió la señal de marcha.
Pero los marineros, en vez de obedecer la orden de su capitán y soltar las amarras que sujetaban el
navío a los postes de la orilla, em pezaron a murmurar, y uno de ellos levantó la voz y dijo: "¡Oh capitán!
¡bien sabes, no obstante, que hemos recibido órdenes completamente distintas del rey nuestro señor, que
quiere que mañana embarque en nuestro navío su visir para ver si encuentra a los piratas musulmanes que
parece amenazan con llevarse a la princesa Mariam!" Pero exclamó el capitán, en el límite del furor ante
semejante resistencia: "¿Quién se atreve a resistirse a mis órdenes?" Y blandiendo su sable, de un solo
tajo derribó la cabeza del que había hablado. Y en la noche flameó el sable, rojo de sangre, como una
antorcha. Pero aquel rasgo de energía no impidió que continuaran murmurando los demás marineros, que
eran hombres de cuidado. Así es que todos compartieron la suerte de su camarada, perdiendo la cabeza
de sobre sus hombros, los diez uno tras otro, a impulso del sable rápido como el relámpago. Y el capitán
empujó con el pie sus cuerpos hacia el mar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 704ª noche
Ella dijo:
"...Y el capitán empujó con el pie sus cuerpos hacia el mar. Hecho lo cual, encaróse con Nur, y en un
tono de mando que no admitía réplica, le gritó: "¡Yalah! ¡Vamos! ¡Suelta las amarras, despliega las velas
y cuida las jarcias, mientras yo me ocupo del timón!" Y dominado por el ascendiente que sobre él ejercía
el terrible capitán, y como, además, no disponía de armas con qué defenderse y tratar de echar pie a
tierra para ponerse en salvo, no tuvo más remedio Nur que obedecer, y aunque era inexperto en cosas de
mar, ejecutó la maniobra lo mejor que pudo. Y dirigido desde la barra por la mano firme del capitán, el
pequeño navío alejóse a toda vela, y empujado por el viento propicio, puso la proa hacia Al-Iskandaria.
Entretanto, el pobre Nur se lamentaba desde lo más profundo de su alma, sin atreverse a quejarse
descaradamente en presencia del barbudo capitán, que le miraba con ojos chispeantes; y se decía: "¡Va ya
una calamidad que ha caído sobre mi cabeza en el momento en que creía yo acabadas mis tribulaciones!
¡Y cada contratiempo que me ocurre es peor que el anterior! ¡Si al menos comprendiese yo algo de todo
esto! Y luego, ¿qué va a ser de mí al lado de este hombre feroz? ¡Sin duda que no saldré vivo de entre sus
manos!" Y siguió de jándose llevar así de sus desoladores pensamientos durante toda la no che, cuidando
de las velas y de los aparejos.
Por la mañana, a la vista de una ciudad donde iban a anclar para contratar más tripulantes, el capitán
se levantó de pronto, presa de gran agitación, y empezó por tirar el turbante a sus pies.Luego, como Nur
le mirara estupefacto, sin comprender nada, se echó a reír, y arran cándose a dos manos la barba y los
bigotes, se transformó de improviso en una joven como la luna cuando sale sobre el mar. Y Nur recono -
ció a la princesa Mariam. Y una vez que se le hubo pasado la emoción, se arrojó a los pies de ella, en el
límite de la admiración y de la ale gría, y le confesó que había tenido mucho miedo a aquel terrible ca -
pitán que con tanta facilidad separaba de los hombros las cabezas de las personas. Y la princesa Mariam
se rió mucho de su terror; y tras de abrazarse, apresuróse cada cual a maniobrar para entrar en el puer to
de la ciudad. Y cuando estuvieron en tierra, contrataron a varios marineros, y se hicieron a la mar otra
vez. Y la princesa Mariam, que entendía a maravilla la navegación y conocía las rutas marinas y los
vientos y las corrientes, siguió dando de día las órdenes necesarias en el transcurso del viaje.
Pero por la noche no dejaba de acostarse junto a su bienamado Nur y de saborear, en medio de la
frescura marina, bajo el cielo puro, todas las voluptuosidades del amor. ¡Alah los guarde y los conserve y
aumente sobre ellos sus favores!
Alah les decretó hasta el fin del viaje una navegación sin contra tiempo, y no tardaron en divisar la
Columna del Mástil. Y cuando el navío estuvo amarrado al puerto y los hombres de la tripulación ba jaron
a tierra, dijo Nur a la princesa Mariam: "¡Henos por fin en tie rra musulmana! ¡Espérame aquí un momento
solamente, que voy a comprarte todo lo preciso para que entres decentemente en la ciudad, pues veo que
no tienes ropa, ni velo, ni babuchas!" Y contestó Ma riam: "Sí, vé a comprarme todo eso, ¡pero no tardes
en volver!" Y Nur bajó a tierra para comprar aquellos objetos. ¡Y he aquí lo refe rente a ellos!
¡Pero he aquí ahora lo referente al rey de los francos de Cons tantinia! Al día siguiente de la partida
nocturna de la princesa fueron a anunciarle su desaparición, y no pudieron darle otro detalle sino que
había ido a hacer sus devociones a la gran iglesia patriarcal. Pero en el mismo instante llegó la anciana
celadora, que iba a anunciarle la desaparición del nuevo servidor de la iglesia, e inmediatamente le ente -
raron también de la marcha del navío y de la muerte de los diez ma rineros cuyos cuerpos decapitados se
hallaron en la playa. Y el rey de los francos, bullendo de furor reconcentrado en su vientre, refle xionó
durante una hora de tiempo, y dijo: "¡Puesto que mi navío ha desaparecido, no cabe duda que ha
transportado a mi hija!" Y sobre la marcha llamó al capitán del puerto y al visir tuerto y cojo, y les dijo:
"¡Ya os habréis enterado de lo que acaba de suceder! Sin du da ha partido mi hija para el país de los
musulmanes en busca de sus perforadores. ¡Como no déis con ella, viva o muerta, nada os salvará del
palo que os espera! ¡Salid!"
Entonces el viejo visir tuerto y cojo y el capitán del puerto se apresu raron a fletar un navío, y sin
tardanza se hicieron a la vela con rumbo a Al-Iskandaria, adonde llegaron en el mismo momento que
ambos fu gitivos. Y reconocieron el navío amarrado al puerto. Y también divisaron, sin dejar lugar a
duda, a la princesa Mariam, que estaba sentada sobre cubierta en un montón de jarcias. Y al punto hi -
cieron destacarse en una barca a unos cuantos hombres armados, que se abalanzaron de pronto al navío
de la princesa, consiguieron apode rarse de ella de improviso, la amordazaron y la transportaron a bordo
de su nave después de prender fuego al navío. Y sin pérdida de tiempo llegaron a alta mar y pusieron la
proa con rumbo a Constantinia, te niendo la fortuna de arribar allá sin contratiempo. Y se apresuraron a
hacer entrega de la princesa Mariam a su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 705ª noche
Ella dijo:
"...Y se apresuraron a hacer entrega de la princesa Mariam a su padre.
Cuando el rey de los francos vió entrar a su hija, y sus ojos se encontraron con los ojos de ella, no
pudo contener la violencia de sus sentimientos, e inclinándose en su trono y adelantando los puños, le
gritó: "¡Mal hayas, hija maldita! ¡Sin duda abjuraste de las creen cias de tus antepasados, ya que así
abandonas las moradas de tu padre y vas en busca de los descreídos que te quitaron el sello! ¡En verdad
que tu muerte apenas podrá lavar la afrenta hecha al nombre cristiano y al honor de nuestra raza! ¡Ah,
maldita! ¡prepárate a ser ahorcada a la puerta de la iglesia!" Pero, lejos de turbarse, contestó la princesa
Mariam: "Ya conoces mi franqueza, padre mío. No soy tan culpable como crees. Porque, ¿qué crimen
cometí al querer volver a una tierra en que calienta el sol con sus rayos y en que lòs hombres son fuertes
y enteros? ¿Y qué iba a hacer aquí entre sacerdotes y eunucos?"
Al oír estas palabras, la cólera del rey llegó a sus límites extremos, y gritó a sus verdugos: "¡Quitad
de mi vista a esa hija ignominiosa, y lleváosla para hacerla perecer con la muerte más cruel!"
Cuando los verdugos se disponían a prender a la princesa, el viejo visir tuerto avanzó hacia el trono
renqueando, y después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡permite a tu
esclavo formular un ruego antes de la muerte de la princesa!" El rey dijo: "Habla, ¡oh mi viejo visir
abnegado! ¡oh sostén de la cristian dad!" Y dijo el visir: "Has de saber ¡oh rey! que desde hace mucho
tiempo tu indigno esclavo está prendado de los encantos de la princesa. Por eso vengo a rogarte que no la
hagas morir, y como única recom pensa por las pruebas acumuladas que te di de mi abnegación en interés
de su trono y de la cristiandad, me la concedas por esposa. ¡Y el caso es que, como soy tan feo, este
matrimonio, que resulta para mí un favor, podrá servir al mismo tiempo de castigo a los pecados de la
princesa! ¡Por lo demás, me comprometo a tenerla encerrada en el fondo de mi palacio, al abrigo de toda
fuga y de las asechanzas de los musulmanes para en adelante!"
Al oír estas palabras de su viejo visir, dijo el rey: "¡No hay in conveniente! Pero ¿qué vas a hacer ¡oh
pobre! con este tizón quemado en los fuegos del infierno? ¿Y no temes las funestas consecuencias de ese
matrimonio? ¡Por el Mesías que, en tu lugar, me metería yo en la boca el dedo durante largo rato para
reflexionar acerca de un asun to tan grave!"
Pero el visir contestó: "¡Por el Mesías, que no me hago ilusiones a ese respecto, y no ignoro la
gravedad de la situación! ¡Pero ya sabré obrar con el tacto bastante para impedir que mi esposa se
entregue a excesos reprensibles!" Y al oír estas palabras, echándose a reír, el rey de los francos
bamboleó en su trono, y dijo al viejo visir: "¡Oh padre claudicante! ¡espero ver crecer en tu cabeza dos
colmillos de elefante! ¡Pero te prevengo que, como dejes escapar de tu palacio a mi hija o no la impidas
añadir una aventura más a sus aven turas tan deshonrosas para nuestro nombre, tu cabeza saltará de tus
hombros! ¡Con esa única condición te doy mi consentimiento!" Y el viejo visir aceptó la condición, y
besó los pies al rey.
Al punto se informó de aquel matrimonio a todos los sacerdotes, monjes y patriarcas, así como a
todos los dignatarios de la cristian dad. Y con tal motivo se dieron grandes fiestas en palacio. Y termi -
nadas las ceremonias, el viejo repugnante visir penetró en la cámara de la princesa. ¡Que Alah impida a
la fealdad tocar al esplendor! ¡Y ojalá entregue el alma ese inmundo cerdo antes que mancillar las cosas
puras!
¡Pero ya volveremos a encontrarle!
En cuanto a Nur, que había bajado a tierra para comprar las cosas necesarias al tocado de la
princesa, cuando volvió con el velo, el traje y un par de babuchas de cuero amarillo limón, vió que una
muchedumbre inmensa iba y venía por el puerto. Y preguntó la causa de tal tumulto; y le dijeron que la
tripulación de un barco franco acababa de abordar y quemar de improviso un navío amarrado no lejos de
allá, llevándose a una joven que se hallaba en él. Y al escuchar esta noticia, a Nur se le mudó el color y
cayó al suelo sin conoci miento.
Cuando, al cabo de cierto tiempo, volvió de su desmayo, hubo de contar a los presentes su triste
aventura. Pero no hay utilidad en repetirla. Y todos empezaron a censurar su conducta y a dirigirle mil
reproches, diciéndole: "¡No tienes más que tu merecido! ¿Por qué là dejaste sola? ¿Qué necesidad tenías
de ir a comprarle un velo y babu chas nuevas de cuero amarillo limón? ¿No podía ella bajar a tierra con
sus ropas viejas y cubrirse el rostro por el momento con un trapo o un trozo de velo o cualquier otra tela?
¡Sí, por Alah, no tienes más que tu merecido!"
A la sazón llegó un jeique, que era el propietario del khan donde se alojaron Nur y la princesa a raíz
de su encuentro. Y reconoció al pobre Nur, y al verle en un estado tan lastimoso, le preguntó la causa. Y
cuando estuvo al corriente de la historia, le dijo: "¡En verdad que el velo era tan superfluo como el traje
nuevo y las babuchas amarillas! Pero más superfluo aún sería seguir hablando de ello. ¡Ven conmigo, hijo
mío! Eres joven, y en vez de llorar por una mujer y desesperarte, debes aprovecharte cuanto antes de tu
juventud y de tu salud. ¡Ven! ¡Todavía no se ha extinguido en nuestro país la raza de las jóvenes
hermosas! ¡Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y ex perta que sin duda alguna te resarcirá y
te consolará de la pérdida de esa princesa franca...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 706ª noche
Ella dijo:
¡...Y ya sabremos encontrar para ti una egipcia bella y exper ta que sin duda alguna te resarcirá y te
consolará de la pérdida de esa princesa franca!" Pero contestó Nur, sin dejar de llorar: "¡No por Alah, mi
buen tío, que nada podrá resarcirme de la pérdida de la princesa ni hacerme olvidar mi dolor!" El jeique
preguntó: "Pues entonces, ¿qué vas a hacer ahora? ¡El navío se alejó con la princesa, y nada podrán ya tus
lamentos!" El joven dijo: "¡Pues por eso voy a volver a la ciudad del rey de los francos, y sacaré de allí
a mi bien amada!"
El otro dijo: "¡Ah hijo mío, no escuches los dictados de tu alma temeraria! Si conseguiste llevártela
contigo la primera vez, ten cuidado con la segunda tentativa, y no olvides el proverbio que dice: «¡No
siempre que se cae queda intacto el jarro!»" Pero Nur contestó: "¡Te agradezco tus consejos de
prudencia, tío mío; pero nada impedi rá que vaya a recuperar a mi bienamada, aunque tuviera que exponer
a la muerte mi alma preciosa!" Y como, por voluntad de la suerte, se encontraba en el puerto un navío
pronto a hacerse a la vela con rumbo a las islas de los francos, el joven Nur se presentó a embarcarse en
él, y al punto levaron el ancla.
Razón tenía el jeique, propietario del khan, en advertir a Nur los peligros en medio de los cuales iba
a arrojarse desatentadamente. En efecto, el rey de los francos, desde que ocurrió la última aventura a su
hija, había jurado por el Mesías y por los libros de la impiedad exterminar por tierra y por mar a la raza
de los musulmanes; y había mandado fletar cien navíos de guerra para dar caza a los barcos de los
musulmanes y asolar las costas y sembrar por doquiera ruina, carnicería y muerte. Así es que, en el
momento en que entraba en el mar de las islas el navío donde se hallaba Nur, fue visto por uno de aque -
llos barcos de guerra, y capturado y conducido al puerto del rey de los francos, precisamente el primer
día de las fiestas que se daban para celebrar las nupcias del visir tuerto con la princesa Mariam. Y para
ce lebrar mejor aquellas fiestas y satisfacer su sed de venganza, el rey dio orden de hacer morir en el palo
a todos los prisioneros musulmanes.
Se ejecutó, naturalmente, orden tan feroz, y todos los prisioneros musulmanes fueron empalados, uno
tras otro, a la puerta del palacio en que tenía lugar la boda. Y ya no quedaba por empalar más que el
joven Nur, cuando el rey, que asistía con toda su corte a la ejecución, le miró atentamente, y dijo: "¡No
estoy seguro; pero, ¡por el Mesías! me parece que éste es el joven que cedí, hace algún tiempo, a la cela -
dora de la iglesia! ¿A qué se debe que esté aquí después de evadirse la primera vez?"
Y añadió: "¡Hola! ¡hola! ¡que le empalen por ha berse evadido!" Pero en aquel momento se adelantó el
visir tuerto, y dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo! ¡también yo hice a mi vez una pro mesa! ¡Y consiste en
inmolar a la puerta de mi palacio tres musulma nes jóvenes para atraer la bendición sobre mi matrimonio!
¡Te ruego, pues, que me facilites los medios de cumplir mi promesa, dejándome escoger tres prisioneros
entre la redada de prisioneros!" Y dijo el rey: "¡Por el Mesías, que no sabía yo tu promesa! ¡De no ser
así, te hubiera cedido no tres, sino treinta prisioneros! Y el visir se llevó con sigo a Nur, con intención de
regar con la sangre del joven el umbral de su palacio; pero después de haber pensado que su promesa no
se cumpliría por completo mientras no sacrificase a tres musulmanes a la vez, arrojó a Nur, todo
encadenado, en la cuadra del palacio, adon de por el momento pensaba torturarle de hambre y sed.
Y he aquí que el visir tuerto tenía en su cuadra dos caballos ge melos de una hermosura milagrosa, de
la raza más noble de Arabia, y cuya genealogía llevaban colgada al cuello en una bolsa sujeta por una
cadena de turquesas y de oro. Uno de ellos era blanco como una paloma y se llamaba Sabik, y el otro era
negro como un cuervo y se llamaba Lahik. Y aquellos dos maravillosos caballos eran famosos en tre los
francos y los árabes, y daban envidia a reyes y sultanes. Uno de aquellos caballos, empero, tenía en un
ojo una nube blanca; y la ciencia de los más hábiles veterinarios no pudo conseguir que desapa reciese. Y
el mismo tuerto había tratado de curarle, porque estaba muy versado en las ciencias y en la medicina;
pero no hizo más que agravar el mal y aumentar la opacidad de la nube.
Cuando Nur, conducido por el visir, llegó a la cuadra, observó la nube en el ojo del caballo y se
sonrió. Y el visir vióle sonreír de aquella manera, y le dijo: "¡Oh musulmán! ¿de qué te sonríes?" El
joven dijo: "¡De esa nube!" El visir dijo: "¡Oh musulmán! ¡ya se que los de tu raza son muy entendidos en
caballos y conocen mejor que nosotros el arte de cuidarlos! ¿Es por eso por lo que te sonríes?" Y Nur,
que precisamente sabía a maravilla el arte veterinario, contestó: "¡Tú lo has dicho! ¡En todo el reino de
los cristianos no hay veteri nario que pueda curar a ese caballo! ¡Pero yo puedo hacerlo! ¿Qué me darás si
mañana te encuentras a tu caballo con los ojos tan sanos como los de la gacela?" El visir contestó: "¡Te
concederé la vida y la libertad y te nombraré en el momento jefe de mis caballerizas y vete rinario del
palacio!" Nur dijo: "¡En ese caso, desátame las ligaduras!" Y el visir desató las ligaduras que sujetaban
los brazos de Nur; y Nur cogió enseguida sebo, cera, cal y ajo, y lo mezcló con extracto de cebollas
concentrado, e hizo un emplasto que aplicó al ojo del caballo. Tras de lo cual se acostó en el camastro de
la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 707ª noche
Ella dijo:
"...Tras de lo cual se acostó en el camastro de la cuadra, y dejó a Alah el cuidado de la cura.
Al día siguiente por la mañana fué renqueando el visir tuerto a levantar el emplasto por sí mismo. Y
su asombro y su alegría llegaron a los límites extremos cuando vió que el ojo del caballo estaba limpio
como la luz de la mañana. Y llegaron a tanto sus transportes, que puso a Nur su propio manto y en el
momento le nombró jefe de sus caba llerizas y primer veterinario del palacio. Y le dió por habitación el
aposento situado encima de las cuadras, enfrente del palacio en que se hallaban sus propios aposentos,
que sólo estaban separados por el patio. Tras de lo cual se fué para asistir a las fiestas que se daban con
motivo de sus bodas con la princesa. ¡Y no sabía que el hombre jamás escapa a su destino, y de cuanto
prepara la suerte a quienes de antema no tiene reservado para servir de escarmiento a las generaciones!
Había llegado el séptimo día de las fiestas, y aquella misma noche el feo viejo debía entrar en
posesión de la princesa. (¡Alejado sea el Maligno!) Y he aquí que precisamente la princesa estaba
asomada a su ventana y oía los últimos tumultos y los gritos lanzados a lo lejos en honor suyo. Y pensaba,
muy triste, en su bienamado Nur, el vigo roso y hermoso joven de Egipto, que había cortado la flor de su
virgi nidad. Y a este recuerdo bañaba su alma una gran melancolía, y le subían las lágrimas a los ojos. Y
se decía ella: "¡En verdad que nun ca dejaré que se aproxime a mí ese viejo repulsivo! ¡Antes le mataré y
luego me tiraré al mar por la ventana!" Y mientras dejábase impreg nar por la amargura de estos
pensamientos, oyó debajo de sus ventanas una hermosa voz de joven que en medio de la noche cantaba
versos árabes acerca de la separación de los amantes. Era Nur, que en aquel momento, cuando terminó de
cuidar a los dos caballos, había subido a su aposento y también se había asomado a su ventana para
pensar en su bienamada. Y cantaba estas palabras del poeta:
¡Oh felicidad desaparecida; vengo a buscarte lejos de nuestras moradas, en un país cruel,
o a hacerme, por lo menos, la ilusión de en contrarte! ¡Ay de mí!
¡Mis sentidos equivocados creen reconocerte en todo lo que tiene algo de gracia o algún
encanto atrayente! ¡Ay de mí!
¡Si en la lejanía suspira sus melodías una flauta o un laúd le res ponde con sus acordes
armoniosos, se me mojan de lágrimas los ojos al pensar en nosotros dos! ¡Ay de ambos!
Cuando la princesa Mariam hubo oído este canto con que el bien amado de su corazón expresaba los
sentimientos de su amor fiel, re conoció su voz al punto y se emocionó hasta el límite de la emoción.
Pero como era prudente y avisada, supo dominarse para no hacerse traición ante las doncellas que la
rodeaban, y empezó por mandarlas que se marchasen. Después cogió un papel y un cálamo, y escribió lo
que sigue:
"¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso! ¡Y aho ra, que la paz de Alah sea contigo, ¡oh
Nur! así como Su misericordia y Su bendición!
"¡Quiero decirte que tu esclava Mariam te saluda y arde en de seos de reunirse contigo! Escucha,
pues, lo que te dice aquí, y haz lo que te ordena.
"A primera hora de la noche, hora propicia a los amantes, coge los dos corceles, Sabik y Lahik, y
condúcelos fuera de la ciudad, de trás de la puerta del Sultán, donde me esperarás. ¡Y si te preguntan que
adónde llevas los caballos, contesta que los sacas para que den un paseo!"
Luego dobló este billete, lo escondió en un pañuelo de seda, y agitó el pañuelo desde la ventana en
dirección a Nur. Y cuando vió que él la había advertido y que estaba ya cerca, arrojó por la ventana el
pañuelo. Y Nur lo recogió, lo abrió y se encontró con el billete, que hubo de leer para llevárselo después
a los labios y a la frente en señal de asentimiento. Y se apresuró a volver a las cuadras, donde es peró con
la más viva impaciencia la primera hora de la noche. Ensilló entonces a los dos nobles animales y salió
de la ciudad con ellos, sin que nadie le estorbase el camino. Y esperó a la princesa detrás de la puerta
del Sultán, teniendo de la brida a los caballos.
Precisamente en aquel momento, terminadas las fiestas y llegada la noche, el viejo tuerto tan feo y tan
repugnante penetraba en la cámara de la princesa para cumplir lo que tenía que cumplir. Y la prin cesa, al
verle entrar, se estremeció de horror, de tan repulsivo como era el aspecto de él. Pero como ella tenía
que seguir un plan que no quería hacer fracasar, trató de dominar sus sentimientos de repulsión, y
levantándose en honor suyo, le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y le dijo el viejo cojo: "¡Oh
soberana mía! ¡eres la perla de Oriente y de Occidente, y a tus pies es donde debiera yo prosternar me!" Y
contestó la princesa: "¡Está bien! pero dejémonos de cumpli mientos. ¿Dónde está la cena? ¡Tengo mucha
hambre, y ante todo debemos empezar por comer!"
Al punto llamó el viejo a las esclavas, y en un instante se sirvieron bandejas cubiertas de los
manjares más raros y más exquisitos, que se componían de cuanto vuela por los aires, nada por los
mares, anda por la tierra y crece en los árboles de los huertos y en los arbus tos de los parterres. Y se
pusieron ambos a comer juntos; y la princesa se desvivía por ofrecerle los mejores bocados; y el viejo
estaba entu siasmado de tales atenciones y se le dilataba el pecho y se felicitaba de alcanzar sus
propósitos con mucha más facilidad de lo que creía. Pero de pronto cayó de espaldas sin conocimiento,
dando con la ca beza antes que con los pies. Porque la princesa había logrado echar disimuladamente en
la copa un poco de bang marroquí capaz de derri bar a un elefante y dejarle más ancho que largo. ¡Loores
a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 708ª noche
Ella dijo:
"...un poco de bang marroquí capaz de derribar a un elefante y de dejarle más ancho que largo.
¡Loores a Alah, que no permite que la fealdad mancille la pureza!
Cuando la princesa Mariam vió al visir rodar de tal modo como un cerdo hinchado, se levantó en
aquella hora y en aquel instante, tomó dos sacos que llenó de pedrerías y de joyas, cogió un alfanje que
tenía la hoja empapada en sangre de leones, se lo sujetó a la cintura, se cu brió con amplio velo, y
valiéndose de una cuerda se descolgó por la ventana al patio para salir desde allí del palacio sin ser
notada y correr en dirección a la puerta del Sultán, adonde llegó sin contratiempo. Y no bien divisó a
Nur, se lanzó hacia él, y sin darle tiempo para be sarla siquiera, saltó a lomos del caballo Lahik, y gritó a
Nur: "¡Monta en Sabik, y sígueme!" Y renunciando a toda reflexión, Nur a su vez saltó a lomos del otro
caballo y le puso a galope tendido para alcanzar a su bienamada, que estaba ya lejos. Y corrieron de tal
suerte durante toda la noche hasta la aurora.
Cuando le pareció a la princesa que había puesto una distancia grande entre ellos dos y los que
pudieran perseguirles, consintió en detenerse un momento para descansar y dar aliento a los dos nobles
brutos. Y como el paraje a que habían llegado era delicioso y tenía prados verdes, boscajes, árboles
frutales, flores y agua corriente, y la frescura de la hora les invitaba al placer tranquilo, quedaron
encanta dos de poder sentarse por fin uno al lado del otro en la paz de aquellos lugares, y de contarse
mutuamente lo que sufrieron durante su separa ción. Y después de beber hasta saciarse agua de arroyo y
de refrescarse con frutas cogidas a discreción en los propios árboles, hicieron sus abluciones y se
tendieron uno en brazos de otro, frescos, bien dispues tos y enamorados. Y de una vez se resarcieron de
todo el tiempo per dido en abstinencia. Luego, halagados por la dulzura del aire y el silencio, se dejaron
llevar del sueño bajo las caricias de la brisa de la mañana.
Estuvieron dormidos de aquel modo hasta mediar el día, y sólo se despertaron cuando oyeron resonar
la tierra como si la golpearan millares de cascos de caballos. Y abrieron los ojos, y vieron el ojo del sol
oscurecido por un torbellino de polvo, en medio de cuya densidad brillaban relámpagos como en un cielo
tempestuoso. Y no tardaron en percibir galope de caballos y tintineo de armas. ¡Les perseguía un ejército
entero!
En efecto, por la mañana de aquel día, el rey de los francos se había levantado muy temprano para ir
a saber por sí mismo noticias de su hija la princesa y tranquilizarse con respecto a ella, porque estaba
muy lejos de creer en el éxito del matrimonio de ella con un viejo que sin duda tenía la médula derretida
desde hacía mucho tiempo. Pero su sorpresa llegó a los límites extremos al no encontrar a suhija y al ver
al visir tendido en tierra, privado de sentido y con la cabeza entre los pies. Y como ante todo quería
saber lo que había sido de la princesa, aplicó vinagre a la nariz del visir, quien recobró al punto el uso
de sus facultades. Y con voz aterradora, le gritó el rey: "¡Oh maldito! ¿dónde está mi hija Mariam, esposa
tuya? El viejo contestó:"¡Oh rey, no lo sé!" Entonces, lleno de furor, sacó el rey su sable, y de un solo tajo
partió en dos la cabeza del visir; y salió el alma por las mandíbulas, brillando. ¡Alah aloje por siempre
su alma descreída en el último piso del infierno!
Al mismo tiempo llegaron, temblando, los palafreneros, para anun ciar al rey la desaparición del
nuevo veterinario y de los dos caballos Sabik y Lahik. Y ya el rey no dudó de la fuga de su hija con el
jefede las caballerizas, y al punto punto hizo llamar a tres de sus primeros patricios y les ordenó que
cada uno se pusiera a la cabeza de tres mil hombres y le acompañaran a ir en busca de su hija. Y agregó a
este ejército los patriarcas y los grandes de su corte, se adelantó él mismo al frente de las tropas, y se
puso en persecución de la fugitiva, a la cual alcanzó en la pradera consabida.
Cuando Mariam vió acercarse aquel ejército, montó a caballo, y gritó a Nur: "Deseo ¡oh Nur! que
vayas a mi zaga, porque voy a atacar yo sola a nuestros enemigos, y a defenderte y defenderme de ellos,
aunque sean innumerables como los granos de arena!" Y blan diendo su alfanje, improvisó estos versos:
¡Quiero mostrar hoy mi vigor y mi valentía, y aplastar yo sola a mis enemigos coaligados!
¡Demoleré hasta los cimientos los baluartes de los francos, y mi sable afilado partirá las
cabezas de sus jefes!
¡Tiene mi caballo el color de la noche, y mi bravura es resplan deciente como el día!
Ya se comentará hoy lo que digo: ¡porque soy la amazona única entre los mortales!
Dijo, y se lanzó contra el ejército de su padre ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 709ª noche
Ella dijo:
"...Cuando la princesa hubo improvisado estos versos, se lanzó contra el ejército de su padre. Y el
rey la vió llegar, girando en sus órbitas unos ojos que parecían de azogue. Y exclamó: "¡Por la fe del
Mesías, que es lo bastante insensata para atacarnos!" Y detuvo la marcha de sus tropas, y avanzó solo
hacia su hija, gritándole: "¡Oh hija de la perversidad! ¡he aquí que te atreves a retarme y te dispones a
atacar al ejército de los francos! ¡Oh insensata! ¿es que renunciaste a todo pudor y renegaste de la
religión de tus padres? ¿E ignoras que, si no te confías a mi clemencia, te espera una muerte segura?" Ella
contestó: "¡Lo que ha pasado es irrevocable, y consiste en el mis terio de la ley musulmana! ¡Creo en Alah
el Unico y en su Enviado Mahomed el Bendito, hijo de Abdalah! ¡Y jamás renunciaré a mi creencia y a la
fidelidad de mi afecto por el joven de Egipto, aunque tuviera que apurar la copa de mi ruina!" Dijo, e
hizo caracolear a su caballo espumeante a la vista del ejército de los francos, y cantó estas estrofas
guerreras, hendiendo el aire con su sable centelleante:
¡Qué dulce es combatir en el día de la batalla! ¡Ven a mí, si te atreves, vil barahúnda!
¡Venid, cristianos, a afrontar mis golpes que aplastan!
¡Hundiré en el polvo vuestras cabezas cortadas, y heriré en el corazón a vuestro poderío!
¡Y los cuervos graznarán sobre vuestras moradas y anunciarán vuestra destrucción!
¡En el filo de mi alfanje beberéis tragos amargos como el jugo de la coloquíntida! ¡Y
serviré a vuestro rey la copa de las calamidades para quitarle por siempre el sabor del agua
clara!
¡Ea! ¡venid a mí, si existe un bravo entre vosotros! ¡Venid a aliviar mi pena y a curar mi
dolor con vuestra sangre!
¡Adelantaos, si es que no está forjada con cobardía vuestra alma, y veréis cómo os acoje la
punta de mi alfanje bajo la polvareda!
Así cantó la heroica princesa. Y se inclinó sobre el caballo, le be só en el cuello, le acarició con la
mano, y le dijo al oído: "¡Ya te ha llegado ¡oh Lahik! el día digno de tu raza y de tu nobleza!" Y el hijo de
árabes se estremeció y relinchó, y saltó más rápido que el vien to Norte, echando lumbre por la narices. Y
la princesa Mariam, lan zando un espantoso rugido, cargó sobre el ala izquierda de los fran cos, y al
galope de su corcel segó con su alfanje diecinueve cabezas de jinetes. Luego volvió a colocarse en medio
de la arena, y desafió a los francos con grandes gritos.
Al ver aquello, el rey llamó a uno de los tres patricios jefes de sus tropas, que se llamaba Barbut. Era
un hábil guerrero, vivo como el fuego y el sostén más firme del trono del rey franco, y el primero de los
grandes de su reino y de su corte por su fuerza y por su va lentía; y la caballería era su fuerte. Y a la
llamada de su rey, se adelantó el patricio Barbut, hirviendo de ardor, montado en un caba llo de noble
raza y jarretes robustos; y le resguardaba una cota de oro sobrecargada de adornos, con mallas apretadas
como alas de lan gosta. Y consistían sus armas en un sable afilado y destructor, una lanza enorme
semejante al mástil de un barco, y con un golpe de la cual hubiese derribado una montaña, cuatro
javelinas aguzadas y una maza espantosa erizada de clavos. Y bordado así de hierro y de armas ofensivas
y defensivas, era comparable a una torre.
El rey le dijo: "¡Oh Barbut! ¡Ya ves la matanza que ha hecho esta hija desnaturalizada! ¡A ti te
incumbe someterla y traérmela viva o muerta!" Luego le hizo bendecir por los patriarcas, los cuales iban
cubiertos con vestiduras abigarradas y enarbolando cruces por encima de sus cabezas, y leyeron sobre la
cabeza del guerrero el Evan gelio, implorando en favor suyo a los ídolos de su terror y de su im piedad.
¡Pero nosotros, musulmanes, invocamos a Alah el Unico, que está lleno de fuerza y majestad!
En cuanto al patricio Barbut acabó de besar el estandarte de la cruz, se lanzó a la arena bramando
como un elefante furioso y vo mitando su lengua horribles injurias para la religión de los creyentes.
¡Maldito sea! Pero la princesa, por su parte, le vió llegar a ella, y rugió cual una leona madre de
leoncillos; y gruñendo, mugiendo y rá pida como una ave de presa, lanzó su corcel Lahik contra su
adversa rio. Y se entrechocaron ambos como dos montañas desquiciadas, y se acometieron con furor,
aullando con la fuerza de los demonios. Luego se separaron e hicieron varias evoluciones, y volvieron a
encontrarse con rabia en un nuevo asalto, parando los golpes mutuos con una destreza y una rapidez
maravillosas que llevaban a los ojos la estu pefacción. Y la polvareda que los cascos de los caballos
levantaban les hurtaba a las miradas a veces; y era tan fuerte el calor abrumador, que las piedras
llameaban cual tizones. Y duró la lucha una hora con igual heroísmo por una y otra parte.
Pero el patricio Barbut, que perdió alientos el primero, quiso acabar ya; y se cambió la maza de
armas de la mano derecha a la mano izquierda, asió una de sus cuatro javelinas y la lanzó contra la
princesa, acompañándola de un grito semejante al estrépito del trueno. Y se escapó de su mano el arma
cual relámpago que cegase la mirada. Pero la princesa la vió venir, esperó a que estuviese próxima, y la
des vió prestamente con un revés de su alfanje; y la javelina fué silbando a hundirse a lo lejos en la arena.
Y cuando el ejército todo vió aque llo, se sintió poseído de asombro.
Entonces Barbut cogió una segunda javelina, y la disparó con furor, gritando: "¡Hiera y mate!" Pero la
princesa evitó el tiro y lo hizo inútil. Y la tercera y la cuarta javelinas corrieron la misma suer te.
Entonces Barbut, tremendo de furor y loco de humillación, tomó otra vez su maza con la mano derecha,
rugió como un león, y la lanzó con toda la fuerza de su brazo, apuntando a su adversaria. Y la enorme
maza hendió pesadamente el aire y llegó hasta Mariam, la cual hubiese sido aplastada sin remedio, si la
heroína no la cogiese al vuelo y la retuviese en la mano; pues Alah habíala dotado de destreza, de astucia
y de fuerza. ¡Y la blandió ella a su vez! Y las miradas de quien la veía cegaban de admiración. Y como
una loba, corrió hacia el patri cio y le gritó, mientras su respiración silbaba cual la víbora cornuda: "¡Mal
hayas, maldito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 710ª noche
Ella dijo:
"...Y como una loba, corrió hacia el patricio, y le gritó, mien tras su respiración silbaba cual la víbora
cornuda: "¡Mal hayas, mal dito! ¡Ven aquí para aprender a manejar una maza de armas!"
Cuando el patricio Barbut vió que su adversaria blandía de aquel modo la maza en el aire, creyó que
cielo y tierra desvanecíanse a su vista. Y desalentado, olvidando todo valor y toda presencia de ánimo,
volvió la espalda, protegiéndose en su fuga con el escudo. Pero la princesa heroica le siguió de cerca, le
apuntó, y haciendo voltear la pesada maza de armas, se la lanzó a la espalda. Y la maza voltigeante fué a
caer sobre el escudo con más fuerza que una roca disparada por una máquina de guerra. Y derribó del
caballo al patricio, rom piéndole cuatro costillas. Y rodó él por el polvo, se revolcó en su san gre y arañó
la tierra con sus uñas. Y fué la suya una muerte sin agonía, porque Azrael, ángel de la muerte, se acercó a
él a última hora, y le arrancó el alma, que fué a rendir cuenta de sus errores y de su descreimiento a
Quien conoce los secretos y penetra los sentimientos.
Entonces la princesa Mariam, a galope tendido, hizo rozar la tierra el vientre de su caballo, recogió
la enorme lanza de su enemigo muerto, y se alejó a alguna distancia. Y allá hundió en tierra profun -
damente la lanza, y haciendo cara a todo el ejército de su padre, de tuvo bruscamente su caballo dócil, se
apoyó en la larga lanza, y se mantuvo inmóvil en aquella actitud con la cabeza erguida y provoca dora. Y
de tal modo, formando un solo cuerpo con su caballo y su lanza clavada en el suelo, era inquebrantable
como una montaña e inmutable como el Destino.
Cuando el rey de los francos vió sucumbir de tal suerte al patri cio Barbut, en su dolor se golpeó el
rostro, desgarró sus vestiduras y llamó al segundo patricio jefe de su ejército, que se llamaba Bartú y era
un héroe reputado entre los francos pór su intrepidez y su valor en los combates singulares. Y le dijo:
"¡Oh patricio Bartú! ¡A ti te incumbe ahora vengar la muerte de Barbut, hermano tuyo en armas!" Y el
patricio Bartú contestó, inclinándose: "¡Escucho y obedezco!" Y lanzando su caballo a la arena, corrió
hacia la princesa.
Pero la heroína, siempre en la misma actitud, no se movió: y su corcel se mantuvo firme y apuntalado
sobre sus patas como un puente. Y he aquí que llegó a ella el galope furioso del patricio, que había
soltado las riendas a su caballo y acudía enristrando su lanza cuyo hierro se asemejaba al aguijón del
escorpión. Y se verificó tumultuo samente el doble choque.
Entonces avanzaron un paso todos los guerreros para ver mejor las terribles maravillas de aquel
combate, parecido al cual jamás lo habían presenciado sus ojos. Y corría por todas las filas un escalofrío
de admiración.
Pero ya los adversarios, envueltos en espesa polvareda, se asalta ban de un modo salvaje, y hacían
gemir el aire con los golpes que se distribuían. Y así combatieron durante mucho rato, con la rabia en el
alma y lanzándose injurias espantosas. Y el patricio no tardó en reconocer la superioridad de su enemiga,
y se dijo: "¡Por el Mesías, que llegó la hora de manifestar todo mi poder!" Y asió una pica men sajera de
muerte, la enarboló y la lanzó apuntando a su adversaria, y gritando: "¡Para ti!"
¡Pero no sabía que la princesa Mariam era la heroína incompa rable de Oriente y de Occidente, la
amazona de tierras y desiertos, y la guerrera de llanuras y montañas!
Había ella observado el movimiento del patricio y comprendido su intención. Y cuando la pica
enemiga partió al vuelo en dirección suya, esperó que rozase su pecho, la cogió al vuelo de pronto, y
enca rándose con el patricio estupefacto, le hirió en mitad del vientre con aquella arma, que le salió
centelleante por las vértebras dorsales. Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas
hizo retemblar los ecos. Y su alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas
inextinguibles encendidas por la cólera del Juez Supremo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 711ª noche
Ella dijo:
"...Y cayó él cual una torre que se derrumba; y el ruido de sus armas hizo retemblar los ecos.Y su
alma fué a reunirse para siempre con la de su compañero en las llamas inextinguibles encendidas por la
cólera del Juez Supremo.
Entonces la princesa Mariam hizo de nuevo caracolear a su caba llo en torno del ejército, gritando:
"¿En dónde están los esclavos? ¿En dónde están los jinetes? ¿En dónde están los héroes? ¿En dónde está
el visir tuerto, ese perro cojo? ¡Que se presente aquí, si tiene valor para ello, el más valiente de
vosotros! ¡Vergüenza sobre vosotros, ¡oh cristianos! que tembláis ante el brazo de una mujer!
Al oír y ver todo aquello, el rey de los francos, extremadamente mortificado, y muy desesperado por
la pérdida de sus dos patricios, hizo ir al tercero, que se llamaba Fassián, es decir, el Pedorro, ya que era
famoso por sus follones y sus cuescos, y también era un pederasta ilustre, y le dijo: "¡Oh Fassián, cuya
pederastia es tu principal vir tud! ¡a ti te corresponde ahora combatir con esa maldita, y vengar con su
muerte la de tus compañeros!" Y después de responder con el oído y la obediencia, el patricio Fassián
lanzó su caballo al galope, soltando tras de sí un trueno de cuescos retumbantes, capaces de ha cer
blanquear de terror los cabellos de un niño en la cuna, y de hen chir las velas de un navío.
Pero ya, por su parte, Sett Mariam había tomado campo, y había lanzado a Lahik en un galope más
rápido que el relámpago que brilla y el granizo que cae. Y saltaron ambos uno sobre otro como dos car -
neros, y se encontraron con tanta violencia, que se hubiera creído el suyo el choque de dos montañas. Y el
patricio, precipitándose sobre la princesa, dió un grito estridente y le tiró un derrote furibundo. Pero lo
evitó ella con ligereza, paró diestramente la lanza de su adversario y la rompió en dos. Luego, en el
momento en que el patricio Fassián, impulsado por la velocidad adquirida, pasaba junto a ella, se volvió
de pronto, efectuando un giro rápido, y con el mango de su propia lanza le hirió ambos hombros con tanta
violencia, que le hizo perder los estribos. Y acompañando aquel movimiento con un grito terrible, se
precipitó sobre él, que yacía de espaldas, y le metió la lanza por la boca, y le clavó en el suelo la cabeza,
hundiendo profundamente en tie rra la punta del arma.
Al ver aquello, todos los guerreros quedaron mudos de estupefac ción al pronto. Luego sintieron de
improviso pasar sobre sus cabezas el escalofrío del pánico; porque ya no sabían si la heroína que acaba -
ba de realizar tales hazañas era una criatura humana o un demonio. Y volviendo la espalda, trataron de
salvarse por medio de la fuga, azotando el viento con sus piernas. Pero Sett Mariam echó a correr tras
ellos, devorando a su paso la distancia. Y les alcanzaba por grupos o separadamente, les hería con su
alfanje, voltigeante, y les hacía beber de un trago la muerte, sumergiéndoles en el océano de los desti nos.
¡Y estaba tan alegre su corazón, que parecíale que el mundo no podría contenerlo! Y mató a los que
mató, e hirió a los que hirió, y cubrió de muertos la tierra en todos sentidos. Y con los brazos alzados al
cielo en señal de desesperación, el rey de los francos huía con sus guerreros corriendo en medio de sus
tropas desbandadas, de sus pa triarcas y de sus sacerdotes, como correría en medio de un rebaño de
carneros el pastor perseguido por la tempestad. Y la princesa no cesó de perseguirles de aquel modo,
haciendo una gran matanza, hasta el momento en que el sol se cubrió por completo con el manto de la
palidez.
Sólo entonces pensó Mariam en detener su carrera victoriosa. Vol vió, pues, sobre sus pasos, y fué en
busca de su bienamado Nur, que ya comenzaba a inquietarse por ella, y reposó en sus brazos aquella
noche, olvidando con las caricias compartidas y las voluptuosidades del amor, los peligros que acababa
de afrontar para salvarle y librarse por siempre de sus perseguidores cristianos. Y al día siguiente, des -
pués de discutir ampliamente acerca del paraje que habitarían mejor en adelante, decidieron probar el
clima de Damasco. Y se pusieron en camino para aquella ciudad deliciosa.
¡Y he aquí lo referente a ellos!
En cuanto al rey de los francos, cuando estuvo de regreso en Constantinia, con la nariz bastante
alargada y el saco de su estómago revuelto a causa de la muerte de sus tres patricios Barbut, Bartú y
Fassián, y a causa también de la derrota de su ejército, convocó su Consejo de Estado, y después de
exponer su desgracia con los menores detalles, preguntó qué partido debía tomar. Y añadió: "¡Ya no sé
adón de habrá ido esa hija de los mil cornudos del impudor! Pero me inclino a creer que habrá ido a algún
país musulmán de esos en que dice que los hombres son machos robustos e incansables! ¡Porque esa hija
de zorra es un tizón inflamado del infierno! ¡Y los cristianos no le parecían lo bastante membrudos para
calmar sus deseos incesantes! ¡Os pido, pues, que me digáis ¡oh patriarcas! qué debo hacer en tan enojosa
situación!" Y tras de reflexionar durante una hora de tiempo, los patriarcas y los monjes y los grandes del
reino contestaron:"Nosotros creemos ¡oh rey del tiempo! que, después de lo que ha pasado, ya no te
queda más que un partido que tomar, y es enviar, con regalos, una carta al poderoso jefe de los
musulmanes, al califa Harún Al- Raschid, que es señor de las tierras y de los países adonde van a llegar
ambos fugitivos; y en esa carta que has de escribirle de tu puño y letra, le harás toda clase de promesas y
juramentos de amistad para que acceda a detener a los fugitivos y a enviarlos con escolta a Constantinia.
¡Y no por eso te comprometerás ni nos comprometeremos a nada con ese jefe de descreídos, sino que, en
cuanto nos devuelva a los fugitivos, nos apresuraremos a exterminar a los musulmanes de la es colta y a
olvidar nuestros juramentos y nuestros compromisos, como tenemos costumbre de hacer cuantas veces
celebramos un tratado con esos infieles, sectarios de Mahomed!" Así hablaron los patriarcas y
consejeros del rey de los francos. ¡Malditos sean en esta vida y en la otra por su descreimiento y por su
felonía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 712ª noche
Ella dijo:
"...Así hablaron los patriarcas y consejeros del rey de los fran cos. ¡Malditos sean en esta vida y en la
otra por su descreimiento y por su felonía!
Y he aquí que el rey de los francos, que tenía un alma tan mala como la de sus patriarcas, no dejó de
seguir aquel consejo lleno de perfidia. ¡Pero ignoraba que, tarde o temprano, la perfidia se vuelve
siempre contra sus autores, y que el ojo de Alah vela siempre por sus creyentes y les defiende contra las
emboscadas de sus inmundos enemigos!
Tomó, pues, un papel y un cálamo y escribió en caracteres grie gos al califa Harún Al-Raschid una
carta en que, después de las fór mulas más respetuosas y más llenas de admiración y de amistad, le decía
"¡Oh poderoso emir de nuestros hermanos los musulmanes! tengo una hija desnaturalizada, llamada
Mariam, que se ha dejado seducir por un joven egipcio de El Cairo, el cual me la raptó y la condujo a los
países que se hallan bajo tu reino y tu dominación. Por consiguien te, te suplico ¡oh poderoso emir de los
musulmanes! que te sirvas hacer las pesquisas necesarias para dar con ella, y me la envíes cuanto antes
con una escolta de seguridad.
"¡Y yo, en cambio, colmaré de honores y consideraciones a esa escolta que has de enviarme con mi
hija, y haré todo lo que pueda serte grato! Por tanto, para mostrarte mi agradecimiento y darte prue ba de
mis sentimientos de amistad, te prometo, entre otras cosas, man dar edificar una mezquita en mi capital
por los arquitectos que tú mismo escojas. Y además, te enviaré riquezas indiscutibles, como ja más las ha
visto parecidas el hombre: jóvenes comparables a huríes, jóvenes imberbes como lunas, tesoros que no
podrá destruir el fuego, perlas, pedrerías, caballos, yeguas y potros, camellas y crías de came llo, y mulas
con cargas preciosas conteniendo los mejores productos de nuestro clima. ¡Y si no te bastara todo eso,
disminuiré los confines de mi reino para aumentar tus dominios y tus fronteras! ¡Y sello con mi sello estas
promesas yo, César, rey de los adoradores de la Cruz!"
Y después de sellar esta carta, el rey de los francos se la entregó al nuevo visir que había nombrado
en lugar del viejo tuerto y cojo, y le dirigió estas palabras: "Si obtuvieras audiencia de ese Harún, le
dirás: "¡Oh poderosísimo califa! vengo a reclamar cerca de ti a nuestra princesa: porque tal es el motivo
de la importante misión que nos está confiada: ¡Si acoges favorablemente nuestra demanda, puedes contar
con el agradecimiento de nuestro señor el rey, que te mandará los más ricos presentes!" Luego, para
excitar aun más el celo de su visir, a quien enviaba como embajador, el rey de los francos le pro metió a
él también, si tenían un feliz éxito su embajada, darle a su hija en matrimonio y colmarle de riquezas y de
prerrogativas. Des pués le despidió, y le recomendó expresamente que entregara la carta al propio califa.
Y tras de besar la tierra entre las manos del rey, se puso en camino el visir.
Y he aquí que, después de un largo viaje, llegó con su séquito a Bagdad, donde empezó por tomarse
un descanso de tres días. Luego preguntó dónde estaba el palacio del califa, y cuando se lo indicaron, se
presentó en él para pedir audiencia al Emir de los Creyentes. Y cuando se le introdujó en el diwán de las
recepciones, el visir, pos trándose a los pies del califa, besó por tres veces la tierra entre sus manos, le
dijo en pocas palabras el objeto de la misión que le estaba confiada, y le entregó la carta de su señor el
rey de los francos, padre de la princesa Mariam. Y Al-Raschid desprecintó la carta, la leyó, y tras de
darse cuenta de todo su alcance, se mostró propicio a la de manda que contenía la esquela, aunque
procedía de un rey descreído. E hizo escribir inmediatamente a los gobernadores de todas las provincias
musulmanas para darles las señas de la princesa Marian y de su acompañante, con orden expresa de hacer
todas las pesquisas necesarias para dar con ambos, amenazándoles con los peores castigos en caso de
fracaso o negligencia, encargándoles que los enviaran a su corte sin tardanza y con buena escolta tan
pronto como los descubrie ran. Y a caballo o a lomos de dromedarios de carrera, partieron co rreos en
todas direcciones, llevando cada cual una carta para un walí de provincia. Y mientras tanto, el califa
retuvo consigo en el palacio al embajador franco y a todo su séquito. ¡Y he aquí lo referente a estos
diversos reyes y a sus negociaciones!
¡Pero he aquí ahora lo referente a ambos amantes! Cuando la princesa hubo derrotado por sí sola al
ejército de su padre el rey de los francos, y dejó para pasto de buitres a los tres patricios que mi dieron
sus fuerzas con ella, se encaminó a Siria con Nur, y llegó feliz mente a las puertas de Damasco. Pero
como viajaban por etapas pe queñas, deteniéndose en los sitios hermosos para entregarse a las ma -
nifestaciones de su amor, y no se preocupaban de las emboscadas que pudieran tenderles sus enemigos,
llegaron a Damasco algunos días más tarde que los veloces correos del califa, los cuales les habían
precedido y comunicaron al walí de la ciudad las órdenes concernientes a am bos. Y como no
sospechaban lo que les esperaba allí, dieron su nombre sin desconfianza a los espías de la policía, que
les reconocieron al punto y los mandaron detener por los guardias del walí. Y sin pérdida de tiempo, los
guardias les hicieron retroceder en su camino, sin per mitirles la entrada en la ciudad, y rodeándoles de
armas amenazado ras les obligaron a acompañarles a Bagdad, adonde llegaron extenuados de fatiga al
cabo de diez días de marcha forzada a través del desierto. Y fueron introducidos en el diwán de
audiencias por los guardias del palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 713ª noche
Ella dijo:
"...Y fueron introducidos en el diwán de audiencias, rodeados por los guardias del palacio. Y cuando
estuvieron en la presencia au gusta del califa, se prosternaron ante él, y besaron la tierra entre sus manos.
Y dijo el chambelán que estaba de servicio entonces: "¡Oh Emir de los Creyentes! he aquí a la princesa
Mariam, hija del rey de los francos, y a Nur, su raptor, hijo del mercader Corona, de El Cairo. ¡Y
siguiendo órdenes del walí de la ciudad, se les ha detenido a ambos en Damasco!"
Entonces el califa posó sus ojos en Mariam, y quedó entusiasmado de la elegancia de su figura y de la
belleza de sus facciones; y le preguntó: "¿Eres tú la que se llama Mariam y es hija del rey de los
francos?"
Ella contestó: "Sí, yo misma soy la princesa Mariam, esclava tuya únicamente, ¡oh Emir de los
Creyentes, protector de la Fe, descendiente del príncipe de los enviados de Alah!" Y el califa, muy
asombrado de aquella respuesta, se encaró luego con Nur, y también quedó encantado de los hechizos de
su juventud y de su her mosura; y le dijo: "¿Y tú eres el joven Nur, hijo de Corona, el mer cader de El
Cairo?" El aludido contestó: "Sí, soy yo, tu esclavo, ¡oh Emir de los Creyentes, sostén del imperio,
defensor de la Fe!"
Y le dijo el califa: "¿Cómo te has atrevido a raptar a esta princesa franca, con menosprecio de la
ley?" Entonces Nur, aprovechándose del permiso para hablar, contó toda su aventura con los menores
detalles al califa, que escuchó su relato con mucho interés. Pero no hay utilidad en repetirlo.
Entonces Al-Raschid se encaró con la princesa Mariam, y le dijo: "Has de saber que tu padre, el rey
de los francos, me ha enviado a este embajador que ves aquí, con una carta escrita de su puño y letra. ¡Y
me afirma su gratitud y su intención de levantar una mezquita en su capital si consiento en mandarte a sus
Estados! ¿Qué tienes que responder a eso?" Y Mariam levantó la cabeza, y con voz segura y de liciosa a
la vez, contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! eres el representante de Alah sobre la tierra y el que
mantiene la ley de Su Profeta Mahomed (¡con Él por siempre la paz y la plegaria!) Yo me he vuelto
musulmana, y creo en la unidad de Alah, y la profeso en tu augusta presencia, y digo: ¡No hay más Dios
que Alah, y Mahomed es el En viado de Alah! ¿Podrás, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! enviarme al país
de los infieles que buscan competidores a Alah, creer en la divinidad de Jesús, hijo del hombre, adorar a
los ídolos, reverencian la cruz y rinde un culto supersticioso a toda clase de criaturas muertas en la
impiedad y precipitadas en las llamas de la cólera de Alah? Si obrares así, entregándome a esos
cristianos, yo en el día del Juicio, en que nada valdrán todas las grandezas y sólo se mirará a los
corazones, te acusaré, por tu conducta ante Alah y ante nuestro Profeta, primo tuyo (¡con Él la plegaria y
la paz!) "
Cuando el califa hubo oído estas palabras de Mariam y su pro fesión de fe, se entusiasmó con toda el
alma al saber que era musulmana semejante heroína, y exclamó con lágrimas en los ojos: "¡Oh Mariam,
hija mía! ¡ojalá no permita nunca Alah que yo entregue a los infieles una musulmana que cree en la unidad
de Alah y en Su Profeta! ¡Que Alah te guarde y te conserve y esparza sobre ti su misericordia y sus
bendiciones, aumentando la convicción de tu fe! ¡Y ahora, en vista, de tu heroísmo y tu bravura, puedes
reclamarlo todo de mí; y juro que no te rehusaré nada, aunque sea la mitad de mi imperio! ¡Alegra, pues,
tus ojos, dilata tu corazón y desecha toda inquietud! Y para que a tal fin haga yo lo que sea preciso, dime
si te gustaría que se convir tiese en tu esposo legal ese joven, hijo de nuestro servidor Corona, el
mercader de El Cairo".
Y contestó Mariam: "¿Cómo no voy a desearlo, ¡oh Emir de los Creyentes!? ¿No es él quien me ha
comprado? ¿No es él quien ha tomado lo que había que tomar en mí? ¿No es él quien ha expuesto por mí
su vida con frecuencia? ¿Y no es él, en fin, quien ha dado paz a mi alma revelándome la pureza de la fe
musulmana?"
Al punto el califa hizo llamar al kadí y a los testigos, y extender inmediatamente el contrato de
matrimonio. Luego mandó acercarse al visir, embajador de los francos, y le dijo: "Ya ves con tus propios
ojos y oyes con tus propios oídos que no puedo acceder a la demanda de tu señor, ya que la princesa
Mariam nos pertenece al hacerse musulmana. ¡De no obrar así, cometería yo una acción de la que tendría
que dar cuenta a Alah y a su profeta el día del Juicio! Porque está escrito en el Libro de Alah: "¡Nunca
será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve pues, al lado de tu señor, y entérale
de lo que viste y oíste...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 714ª noche
Ella dijo:
"¡Nunca será posible a los infieles prevalecer sobre los creyentes!" ¡Vuelve, pues, al lado de tu señor,
y entérale de lo que viste y oíste!"
Cuando el embajador, en vista de aquello, comprendió que el califa no quería entregarle la hija del
rey de los francos, se atrevió a indig narse, lleno de despecho y de soberbia, porque Alah no le había
dejado entrever las consecuencias de sus palabras; y exclamó: "¡Por el Mesías, que aunque sea veinte
veces más musulmana, habré de llevársela a mi señor su padre! Si no vendrá él a invadir tu reino y
cubrirá con sus tropas tu país desde el Eufrates hasta el Yaman!"
Al oír estas palabras, exclamó el califa en el límite de la indigna ción: "¿Cómo se entiende? ¿es que
este perro cristiano se atreve a proferir amenazas? ¡Que le corten la cabeza y que la pongan a la en trada
de la ciudad, crucificando su cuerpo, para que sirva de escarmien to a los embajadores de los infieles!"
Pero la princesa Mariam exclamó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡no manches tu alfanje glorioso con la
sangre de ese perro! ¡Yo misma le trataré como se merece!" Y ha biendo dicho estas palabras, tiró del
sable que el visir franco llevaba al costado, y enarbolándolo, le quitó de un solo tajo la cabeza y la
arrojó por la ventana. Y rechazó el cuerpo con el pie, haciendo seña a los esclavos de que se lo llevaran.
Al ver aquello, el califa quedó maravillado de la prontitud con que la princesa había procedido a
semejante ejecución, y la puso su propio manto. Y también hizo que pusieran a Nur un ropón de honor, y
les colmó a ambos de ricos presentes; y de acuerdo con el deseo que mani festaron, les dió una magnífica
escolta para que les acompañara hasta El Cairo, y les entregó cartas de recomendación para el walí de
Egipto y los ulemas.
De tal suerte regresaron Nur y la princesa Mariam a Egipto, a casa de los ancianos padres. Y al ver el
mercader Corona que su hijo le llevava a su casa una princesa en calidad de nuera, llegó al lí mite del
orgullo y perdonó a Nur por su conducta de antes. E invitó a una gran fiesta que hubo de dar en honor
suyo a todos los grandes de El Cairo, que colmaron de presentes a los jóvenes esposos, rivalizando en
obsequiosidad unos con otros.
¡Y el joven Nur y la princesa Mariam vivieron largos años en el límite de la dilatación y el desahogo
sin privarse de nada en absoluto, y comiendo bien, y bebiendo bien, y copulando mucho, a su antojo y
durante largo tiempo, en medio de los honores y de la prosperidad, lle vando la vida más tranquila y más
deliciosa, hasta que fué a visitarles la Destructora de felicidades, la Separadora de amigos y sociedades,
la que derriba casas y palacios y llena el vientre de las tumbas! ¡Pero gloria al Unico Viviente que no
conoce la muerte y que tiene en Sus manos las llaves de lo Visible y de lo Invisible! ¡Amín!
Cuando el rey Schahriar hubo oído esta historia, se incorporó de repente, y exclamó: "¡En verdad que
me ha entusiasmado esa histo ria tan heroica!" Y tras de hablar así, se sentó de nuevo en los cojines,
pensando: "¡Me parece que, después de ésa, ya no tendrá más historias que contarme! ¡Y por lo tanto voy
a reflexionar acerca de lo que me toca hacer con respecto a su cabeza!"
Pero Schehrazada, que le había visto fruncir las cejas, se dijo: "¡No hay tiempo que perder!" Y ex -
clamó: "¡Oh rey! admirable es realmente esa historia tan heroica; pero, ¿a qué se reduce en comparación
con las que aun tengo que con tarte, siempre que me lo permitas?"
Y preguntó el rey: "¿Qué estás diciendo, Schehrazada? ¿Qué historias piensas contarme todavía que
sean más admirables o más hermosas que ésa?"
Y Schehrazada, son riendo, dijo: "El rey juzgará! ¡Pero esta noche, para terminar nuestra velada, no
debo referir más que una anécdota corta, de las que no re sultan fatigosas de escuchar! Está sacada de Los
consejos de la generosidad y de la experiencia".
Consejos de la generosidad y de la experiencia
Saladino y su visir
Y dijo al punto:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el visir del victorioso rey sultán Saladino tenía, entre los
esclavos favoritos de su pertenencia, a un joven cristiano perfectamente hermoso, al cual quería en ex -
tremo, y tan agraciado como jamás le habían encontrado semejante los ojos de los hombres. Y he aquí
que un día e que el visir se paseaba con aquel joven, del que no podía separarse, reparó en él el sultán
Saladino, que le hizo seña para que se acercara. Y tras de echar una mirada entusiasta al joven, el sultán
Saladino preguntó al visir. ";,De dónde te ha venido este joven?" Y el visir contestó un poco azorado:
"¡De Alah!, ¡oh mi señor!" Y el sultán Saladino sonrió, y dijo prosi guiendo su camino: "¡He aquí cómo
ahora ¡oh visir nuestro! has encontrado la manera de subyugarnos con la belleza de un astro y cau tivarnos
con los encantos de una luna!"
Esto impresionó mucho al visir, que se dijo: "¡Ya no puedo, en verdad, reservarme este joven,
habiéndose fijado el sultán en él!" Y preparó un rico regalo, llamó al hermoso joven cristiano, y le dijo:
"¡Por Alah, ¡oh joven! que de no haberse visto precisada a ello mi alma, no se habría separado de ti
nunca!" Y le entregó el regalo, dicien do: "¡Llevarás este regalo en mi nombre a nuestro amo el sultán, y tú
mismo formarás parte del obsequio, pues a partir de este instante te cedo a nuestro amo!" Y al propio
tiempo le dió, para que se lo en tregase al sultán Saladino, un billete en que había escrito estas dos
estrofas:
¡He aquí ¡oh mi señor! una luna llena para tu horizonte; porque no hay en la tierra un
horizonte más digno de esta luna!
¡Para serte agradable, no vacilo en separarme de mi alma preciosa, a fin de dártela,
aunque ¡oh rareza sin par! no sé de ningún hombre que haya nunca consentido en deshacerse
voluntariamente de su alma!
Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual, gene roso y magnánimo como de
costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y
haciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 715ª noche
Ella dijo:
"...Y el regalo satisfizo muchísimo al sultán Saladino, el cual generoso y magnánimo como de
costumbre, no dejó de indemnizar a su visir por aquel sacrificio, colmándole de riquezas y favores, y ha -
ciéndole comprender en toda ocasión hasta qué punto había entrado en su gracia y en su amistad.
A la sazón adquirió el visir, para aumentar el número de es clavas de su harén, una joven entre las
jóvenes más deliciosas y per fectas del tiempo. Y desde su llegada, aquella joven supo captarse el
corazón del visir; pero antes de aficionarse a ella, como lo había hecho con el joven, se dijo él:"¡Quién
sabe si la fama de esta perla nueva no llegará a oídos del sultán! Más me valdrá regalársela tam bién al
sultán antes que mi corazón se aficione a esta joven esclava. ¡De tal modo será menos grande el sacrificio
y la pérdida menos cruel!" Así pensando, hizo ir a la joven, la cargó con un regalo para el sultán todavía
más rico que el de la primera vez, y le dijo: "¡Tú misma formarás parte del obsequio!" Y le dió, para que
se lo entre gase al sultán, un billete en que había escrito estos versos:
¡Oh mi señor! ¡en tu horizonte ha aparecido ya una luna, y he aquí el sol ahora!
¡Con lo cual se unen en el mismo cielo estos dos astros de luz para formar, con destino a tu
reino, la más hermosa de las constela ciones!
Y he aquí que, después de aquello, el crédito del visir se du plicó en el ánimo del sultán Saladino,
quien no perdonaba ocasión de demostrar, ante toda su corte, la estimación y amistad que sentía por él. Y
esto hizo que el visir tuviese de tal suerte muchos enemi gos y envidiosos, los cuales, proyectando su
perdición resolvieron des orientar al sultán con respecto a él. Valiéndose de diversas alusiones y
afirmaciones, dejaron entrever a Saladino que el visir conservaba siempre mucha inclinación hacia el
joven cristiano, y que no cesaba en desearle ardientemente y de llamarle con toda su alma, sobre todo
cuando la brisa fresca del Norte le incitaba al recuerdo de los anti guos paseos. Y le dijeron que se
reprochaba con amargura el don que le hizo, y hasta que se mordía los dedos y se saltaba las muelas de
despecho y de arrepentimiento. Pero el Sultán Saladino, lejos de pres tar oído a aquellas murmuraciones
indignas del visir, en quien había puesto toda su confianza, gritó con furiosa voz a los que pronunciaban
aquellos discursos: "¡Dejad de mover esas lenguas de perdición contra el visir, o al instante vuestras
cabezas os saltarán de los hombros!"
Luego, como era avisado y justo, les dijo: "¡Sin embargo, quiero comprobar esas mentiras y
calumnias, y dejar que se vuelvan contra vosotros vuestras propias armas! ¡Voy, pues, a poner a prueba la
rec titud de alma de mi visir!" Y llamó al joven, y le preguntó: "¿Sabes escribir?" El aludido contestó:
"Sí, ¡oh mi señor!" El sultán dijo: "¡Tomad entonces un papel y un cálamo y escribe lo que voy a dictar -
te!" Y dictó, como si estuviese redactada por el propio niño, la siguien te carta dirigida al visir:
"¡Oh mi antiguo amo bienamado! Por el sentimiento que tú mis mo debes experimentar por mí,
comprenderás la ternura que por ti siento y el recuerdo que dejaron en mi alma nuestras delicias
de an taño. Por eso me quejo a ti de mi suerte actual en el palacio, donde nada puede hacerme
olvidar tus bondades, máxime cuando aquí la majestad del sultán y el respeto que le tengo me
impiden disfrutar de sus favores. Te ruego, pues, busques un procedimiento para arran carme del
sultán de una u otra manera. ¡Por lo demás, el sultán hasta ahora no ha estado a solas conmigo, y
me verás lo mismo que me dejaste!"
Y escrita esta carta, el sultán hizo que la llevara un esclavo de palacio, que se la entregó al visir,
diciéndole: "Tu antiguo esclavo el niño cristiano me encarga que te entregue esta carta de parte suya". Y
el visir cogió la carta, la miró un momento, y sin abrirla, escribió las siguientes estrofas al dorso:
"¿Desde cuándo el hombre de experiencia expone, como el insen sato, su cabeza en las
fauces del león?
"¡No soy de esos cuya razón se somete y sucumbe al amor, ni de los que dan que reír a los
envidiosos que ejecutan maniobras sola padas!
"¡Cuando hice el sacrificio de mi alma dándola, es porque sabía bien que, una vez que
saliera el alma, no debería ya volver a habitar el cuerpo abandonado!"
Al recibir esta respuesta, el sultán Saladino se entusiasmó, y no dejó de leerla ante la expresión de
despecho de los envidiosos. Luego mandó llamar a su visir, y después de darle nuevas pruebas de
amistad, le preguntó: "¿Puedes decirnos ¡oh padre de la sabiduría! cómo te arreglas para tener tanto
poder sobre ti mismo?"
Y el visir contestó: "¡Jamás dejo que mis pasiones lleguen al umbral de mi voluntad!" ¡Pero Alah es
más sabio todavía!
Luego dijo Schehrazada: "¡Ahora que te conté ¡oh rey afor tunado! cómo la voluntad del prudente le
ayuda a dominar sus pa siones, ¡voy a contarte una historia de amor apasionado!"
Y dijo:
La tumba de los amantes
Esta historia nos la trasmite en sus escritos Abdalah, hijo de Al-Kaissi.
Dice:
Iba yo un año en peregrinación a la Santa Casa de Alah. Y cuan do hube cumplido con todos mis
deberes de peregrino, volví a Medina para visitar una vez más la tumba del Profeta (¡Con Él la paz y la
ben dición de Alah!) Y he aquí que estando yo sentado cierta noche en un jardín, no lejos de la tumba
venerada, oí una voz que cantaba muy dulcemente en medio del silencio.
Encantado, presté toda mi aten ción, y escuchando de aquel modo, entendí estos versos que la tal voz
cantaba:
¡Oh ruiseñor de mi alma, que exhalas tus cantos en recuerdo de la bienamada... ! ¡Oh
tórtola de su voz! ¿cuándo responderás a mis gemidos?
¡Oh noche! ¡Cuán larga resultas para aquellos a quienes ator menta la fiebre de la
impaciencia, para aquellos a quienes torturan las preocupaciones de la ausencia!
¡Oh luminosa aparecida! ¿acaso no brillaste como un faro en mi camino más que para
desaparecer y dejarme errar a ciegas en las tinieblas?
Luego se hizo el silencio. Y miré a todos lados para ver quién acaba de cantar aquellas estrofas
apasionadas, cuando se presentó a mí el poseedor de la voz. Y a la claridad que caía del cielo nocturno,
vi que era un joven hermoso hasta arrebatar las almas y que tenía bañado en lágrimas el rostro.
Me volví hacia él, y no pude menos que gritar: "¡Ya Alah! ¡qué joven tan hermoso!" Y le tendí los
bra zos. Y él me miró, y me preguntó: "¿Quién eres y qué me quieres?" Y contesté, inclinándome ante su
belleza: "¿Qué voy a querer de ti que no sea bendecir a Alah al mirarte? Por lo que a mí y a mi nombre se
refiere, soy tu esclavo Abdalah, hijo de Ma'amar Al-Kaissi. ¡Oh mi señor, cómo desea mi alma
conocerte! Tu cántico que oí hace un mo mento me ha impresionado, y tu presencia acaba de
transportarme. ¡Y aquí me tienes dispuesto a sacrificarte mi vida, si pudiera serte útil!" Entonces me miró
el joven, ¡ah, con qué ojos! y me dijo: "¡Siéntate, pues, a mi lado!" Y me senté muy cerca de él, con el
alma estremeci da, y me dijo: "¡Escucha ahora, ya que te he llegado al corazón, lo que acaba de
sucederme!"
Y prosiguió en estos términos: "Soy Otbah, hijo de Al Hubab, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh
el Ansarita. Y he aquí que ayer por la mañana hacía yo mis devociones en la mez quita de la tribu, cuando
vi entrar, ondulando sobre su cintura y sus caderas, a varias mujeres muy hermosas, que acompañaban a
una joven cuyos encantos borraban los de todas las demás. Y en un momento dado aquella luna se acercó
a mí, sin ser notada entre la muchedum bre de fieles, y me dijo: "¡Otbab! ¿qué te parecería la unión con la
que es tu amante y desea ser tu esposa?" Luego, antes de que yo tuvie se tiempo de abrir la boca para
contestarle, ella me dejó y desapareció en medio de sus acompañantes. Después salieron de la mezquita
todas juntas, y se perdieron entre la multitud de peregrinos. Y a pesar de todos los esfuerzos que hice
para encontrarla, no pude volver a verla desde aquel instante. Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y
mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré de dicha alguna, aunque gozase de las delicias
del paraíso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 717ª noche
Ella dijo:
"...Y mi alma y mi corazón están con ella. ¡Y mientras no me sea posible volver a verla, no disfrutaré
de dicha alguna, aunque go zase de las delicias del paraíso!"
Habló así, y a medida que se coloreaban sus mejillas sombreadas, crecía mi cariño hacia él. Y le dije
cuando calló: "¡Oh Otbah! ¡oh primo mío ¡pon tu esperanza en Alah, y ruégale que te otorgue el per dón de
tus pecados! Por lo que a mí se refiere, heme aquí dispuesto a ayudarte con todo mi poder y con todos
mis medios para que encuen tres a la joven de tus pensamientos. ¡Porque al verte sentí que mi alma iba
por sí misma en pos de tu persona, y lo que haga yo por ti en lo sucesivo será únicamente por ver bajarse
contentos hacia mí tus ojos!" Y así diciendo, le oprimí contra mí afectuosamente, y le besé como un
hermano besaría a su hermano; y durante toda la noche no cesé de tran quilizar su alma querida. Y en
verdad que en toda mi vida olvidaré aquellos momentos deliciosos e incompletos pasados al lado suyo.
Al día siguiente fui con él a la mezquita, y le dejé pasar el primero por consideración. Y estuvimos
juntos allí, desde por la mañana hasta mediodía, hora en que las mujeres suelen ir a la mezquita. Pero,
con gran desaliento por nuestra parte, observamos que ya estaban en la mezquita todas las mujeres, sin
que entre ellas se encontrara la joven. Y al ver yo la pena que aquel descubrimiento producía en mi joven
amigo, le dije: "¡No te inquietes por eso! ¡Voy a preguntar por tu bienamada a estas mujeres que ayer
estaban con ella!"
Y salí corriendo hasta llegar junto a ellas, y conseguí al fin que me enterasen de que la joven era una
virgen de muy alta estirpe que se llamaba Riya, y era hija de Al-Ghitrif, jefe de la tribu de los Bani -
Sulem. Y les pregunté: "¡Oh mujeres de bien! ¿por qué no ha venido ella hoy con vosotras?" Contestaron:
"¿Cómo ha de hacerlo, si su padre, que custodió a los peregrinos durante la travesía por el desierto desde
el Irak hasta la Meca, ha regresado ayer con sus jinetes a su tribu, que está a orillas del Eufrates, y ha
llevado consigo a su hija Riya?" Y les di las gracias por sus informes, y volví al lado de Ot bah; y le dije:
"¡Las noticias que te anuncio ¡ay! no están de acuerdo con mis deseos!" Y le puse al corriente de la
marcha de Riya con su padre hacia la tribu. Luego le dije: "Pero tranquiliza tu alma, ¡oh Ot bah! ¡oh primo
mío! porque Alah me ha concedido riquezas numero sas, y estoy dispuesto a gastarlas para hacerte llegar
al logro de tus fines. ¡Y desde este momento voy a tomar parte en el asunto, y a lle varlo a buen término,
con ayuda de Alah!" Y añadí: "¡Pero has de to marte el trabajo de acompañarme!" Y se levantó y me
acompañó hasta la mezquita de sus parientes los Ansaritas.
Allí esperamos a que se reuniese el pueblo, y saludé a la asam blea, y dije: "¡Oh creyentes Ansaritas
reunidos aquí! ¿qué opinión tenéis acerca de Otbah y del padre de Otbah?" Ycontestaron a la vez:
"¡Todos creemos que son árabes, pertenecientes a una familia ilustre y de una noble tribu!" Y les dije:
"Sabed, pues, que Otbah, hijo de Al-Hubab, está consumido por una pasión violenta. ¡Y vengo precisa -
mente a rogaros que unáis vuestros esfuerzos a los míos para asegurar su dicha!" Contestaron: "¡De todo
corazón amistoso!" Dije: "¡En este caso, tenéis que acompañarme a las tiendas de los Bani-Sulem para
ver al jeique Al-Ghitrif, su jefe, a fin de pedirle en matrimonio a su hija Riya para vuestro primo Otbah,
hijo de Al-Hubab!" Y todos contesta ron con el oído y la obediencia. Entonces monté a caballo, y también
Otbah; y la asamblea hizo lo mismo. Y pusimos a galope tendido nues tros caballos sin detenernos. Y de
tal suerte conseguimos llegar a las tiendas de los jinetes del jeique Al-Ghitrif, a seis jornadas de Medina.
Cuando nos vió llegar el jeique Al-Ghitrif, salió a nuestro encuen tro hasta la puerta de su tienda, y
después de las zalemas, le dijimos: "Venimos a pedirte hospitalidad, ¡oh padre de los árabes!" El contes -
tó: "Bienvenidos seáis a nuestras tiendas ¡oh nobles huéspedes!" Y así diciendo, al punto dió a sus
esclavos las órdenes necesarias para reci birnos como era debido. Y los esclavos extendieron en honor
nuestro esteras y alfombras, y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 718ª noche
Ella dijo:
"...y mataron carneros y camellos para ofrecernos un espléndido festín. Pero cuando llegó el momento
de sentarnos a tomar parte en el festín, nos negamos a ello; y en nombre de toda la asamblea, declaré yo
al jeique Al-Ghitrif: "¡Por los merecimientos sagrados del pan y de la sal, y por la fe de los árabes, que
no tocaremos ninguno de estos manjares mientras no hayas accedido a nuestra demanda!" Y dijo Al -
Ghitrif: "¿Y cuál es vuestra demanda?" Contesté: "¡Venimos a solicitarte para el matrimonio de tu noble
hija Riya con Otbah; hijo de Al -Hubab el Ansarita, hijo de Al-Mundhir, hijo de Al-Jamuh, el bravo, el
bueno, el ilustre, el victorioso, el excelente!" Y cambiando repenti namente de color, el padre de Riya nos
dijo inmediatamente con voz tranquila: "¡Oh hermanos árabes! dueña de su voluntad es la que me hacéis
el honor de pedirme en matrimonio para el ilustre Otbah, hijo de Al-Hubab. Y no he de contrariar su
voluntad. ¡Ella es, pues, quien tiene que hablar! ¡Y al mismo instante voy a buscarla para pedirle su
opinión!" Y se levantó, alejándose de nosotros, muy pálido, llena de cólera la nariz y con una cara que
por sí sola desmentía el sentido de sus palabras.
Se fué, pues, a su tienda en busca de su hija Riya, la cual, muy asustada por la expresión de su rostro,
le preguntó: "¡Oh padre mío! ¿por qué la cólera altera de modo tan violento la tranquilidad de tu alma?"
Y se sentó él en silencio junto a su hija; y según supimos más tarde, acabó por decirle: "¡Has de saber ¡oh
Riya, hija mía! que acabo de dar hospitalidad a unos Ansaritas que vinieron a mí con el fin de pedirte en
matrimonio para uno de ellos!"
Ella dijo: "¡Oh padre! ¡la familia de los Ansaritas es una de las más ilustres entre los árboles! ¡Y has
hecho bien en darles hospitalidad! Pero dime, ¿para cuál de ellos acaban de pedirme en matrimonio?" El
contestó: "¡Para Otbah, hijo de Hubab!" Ella dijo: "¡Se trata de un joven conocido! ¡Y es digno de entrar
en tu raza!" Pero exclamó él, lleno de furor: "¿Qué palabras acabas de pronunciar? ¿Es que has entablado
relaciones con él? ¡Por que ¡por Alah! he jurado a mi hermano en otro tiempo que te conce dería en
matrimonio a su hijo, y ninguno, a no ser el hijo de tu tío, es digno de entrar en mi familia!" Ella dijo:
"¡Oh padre! ¿y qué vas a responder a los Ansaritas? ¡Son árabes llenos de nobleza y muy sus ceptibles en
todas las cuestiones de preeminencia y honor! Y si me niegas en matrimonio a uno de ellos, vas a atraer
sobre ti y la tribu su rencor y el efecto de su venganza. ¡Porque se creerán menosprecia dos por ti y no te
lo perdonarán!"
El dijo: "¡Verdad dices! Pero voy a disimular mi negativa pidiendo para ti una dote exorbitante.
Porque dice el proverbio: "¡Si no quieres casar a tu hija, exagera tu petición de dote!"
Dejó, pues, a su hija y volvió a nuestro lado para decirnos: "La hija de la tribu ¡oh huéspedes míos!
no se opone a vuestra petición de matrimonio; pero exige una dote que sea digna de sus méritos. ¿Quién
de entre vosotros podrá darme el valor de esa perla incomparable?" A estas palabras, se adelantó Otbah
y dijo: "¡Yo!" El jeique dijo: "¡Pues bien; mi hija pide mil brazaletes de oro rojo, cinco mil mone das de
oro del cuño de Hajar, un collar de cinco mil perlas, mil piezas de tela de seda indiana, doce pares de
botas de cuero amarillo, diez sa cos de dátiles del Irak, mil cabezas de ganado, una yegua de la tribu de
Anazi, cinco cajas de almizcle, cinco pomos de esencia de rosas y cin co cajas de ámbar gris!"
Y añadió, encarándose con Otbah: "¿Eres hombre que se preste a esta demanda?" Y contestó Otbah:
"¿Lo du das, oh ¡padre de los árabes!? ¡No solamente accedo a pagarte la dote pedida, sino que añadiré a
ella algo más aún!"
Entonces yo me volví a Medina con mi amigo Otbah, y no sin mu chos esfuerzos y trabajos, logramos
reunir todas las cosas pedidas. Y gasté sin tasa mi dinero, con más gusto que si hubiese hecho para mí
todas aquellas compras. Y regresamos a las tiendas de los Bani-Sulem con todas nuestras compras, y nos
apresuramos a entregárselas al jeique Al-Ghitrif. Y sin poder ya retirarse de su palabra, el jeique se vió
obli gado a recibir a todos sus huéspedes los Ansaritas, que se reunieron para cumplimentarle por el
matrimonio de su hija. Y comenzaron los festejos y duraron cuarenta días. Y degolláronse camellos y
corderos en gran número, y se guisaron en calderas manjares de todas clases, de los que cada individuo
de la tribu podía comer a su antojo.
Al cabo de aquel tiempo, preparamos un palanquín suntuoso que pusimos al lomo de un tronco de
camellos, y en él colocamos a la re cién casada. Y partimos todos en el límite de la alegría, seguidos por
una caravana entera de camellos cargados con presentes. Y mi amigo Otbah estaba lleno de gozo en
espera del día de la llegada, en que por fin se encontraría a solas con su bienamada. Y durante todo el
viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de donde no bajaba más que
para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 719ª noche
Ella dijo:
"...Y durante todo el viaje no la abandonaba un instante, y le hacía compañía en su palanquín, de
donde no bajaba más que para favorecerme con una conversación de amistad, confianza y gratitud. Y yo
me regocijaba con toda el alma y me decía: "¡Hete aquí ¡oh Abdalah! convertido en amigo de Otbah,
porque, olvidando tus propios sentimientos, supiste conmover su corazón uniéndole a Riya! ¡No du des de
que algún día será recompensado con creces tu sacrificio! ¡Y también tú disfrutarás del cariño de Otbah
hasta el límite de lo desea ble y exquisito!"
Estábamos a una jornada de marcha de Medina, cuando al ano checer nos detuvimos para descansar en
un oasis. Y la paz era com pleta; y la luz de la luna reía ante la alegría de nuestro campamento; y por
encima de nuestras cabezas, doce palmeras, que parecían doce jóvenes, acompañaban con los susurros de
sus ramas la canción de la brisa nocturna. Y como los autores del mundo en días antiguos, dis frutábamos
de la hora llena de quietud, de la frescura del agua, de la hierba espesa y de la dulzura del aire.
Pero ¡ay! no se puede escapar al destino, aunque se tengan alas para rehuirle. ¡Y mi amigo Otbah te nía
que apurar hasta las heces la copa inevitable! En efecto, de impro viso turbó nuestro reposo el ataque de
unos jinetes armados que caye ron sobre nosotros lanzando gritos y aullidos. Eran jinetes de la tribu de
los Bani-Sulem, enviados por el jeique Al-Ghitrif para que raptaran a su hija. Porque no se había
atrevido a violar en sus tiendas las leyes de la hospitalidad, y había esperado a que nos alejáramos para
hacer que nos atacaran de aquel modo sin faltar ya a las costumbres del de sierto. Pero no contaba con el
valor de Otbah y de nuestros jinetes, que resistieron con gran valor el ataque de los Bani-Sulem, y tras de
matar gran número de ellos, acabaron por derrotarles. Pero en medio de la refriega, mi amigo Otbah
recibió una lanzada, y cuando estuvo de vuelta en el campamento, cayó muerto en mis brazos.
Al ver aquello, la joven Riya lanzó un grito angustioso y se des plomó sobre el cuerpo de su amante. Y
se pasó toda la noche lamentán dose. Y cuando llegó la mañana, nos la encontramos muerta de desespe -
ración. ¡Que Alah les tenga a ambos en Su Misericordia! Y cavamos para ellos una tumba en la arena, y
les enterramos uno junto al otro. Y con el alma dolorida, regresamos a Medina. Y cuando terminé lo que
tenía que terminar, me volví a mi país.
Pero siete años más tarde, me invadió el deseo de hacer otra pe regrinación a los santos lugares. Y mi
alma anheló ir a visitar la tumba de Otbah y de Riya. Y cuando llegué a la tumba, la vi sombreada por un
árbol hermoso de especie desconocida, que habían plantado piado samente los de la tribu de los
Ansaritas. Y me senté en la piedra, a la sombra del árbol, llorando y con el alma entristecida. Y pregunté
a los que me acompañaban: "¡Oh amigos míos! ¿cuál es el nombre de este árbol que llora conmigo la
muerte de Otbah y de Riya?" Y me contestaron: "Se llama el Arbol de los Amantes". ¡Ah! ¡ojalá, oh Ot -
bah! reposes en la paz de tu Señor, a la sombra del árbol que se la menta encima de tu tumba!
El divorcio de Hind
Cuentan que la joven Hind, hija de Al-Nemán, era la joven más bella entre las jóvenes de su tiempo,
y sus ojos, su finura y sus encan tos la hacían parecerse en todo a una gacela. Y he aquí que la fama de su
belleza llegó a oídos de Al-Hajage, gobernador del Irak; y éste la pidió en matrimonio. Pero el padre de
Hind no quiso concedérsela por menos de una dote de doscientos mil dracmas de plata, a pagar antes del
matrimonio, con la condición de pagarle también, en caso de divorcio, otros doscientos mil dracmas. Y
Al-Hajage aceptó todas las condiciones, y se llevó a Hind a su casa.
Pero Al-Hajage, para amargura y calamidad suyas, era impotente. Y había venido al mundo con un zib
de lo más deforme y con el ano obstruído. Y como con aquella constitución no podía vivir el niño, el
diablo se apareció bajo forma humana a la madre, y le previno que, si quería que viviese su hijo, tenía
que darle de mamar, en vez de leche, sangre de dos cabritos negros, de un cabrón negro y de una
serpiente negra. Y la madre siguió aquel consejo y obtuvo el efecto deseado. Sin embargo, la impotencia
y la deformidad, que son dones de Satán y no de Alah el Generoso, continuaron siendo patrimonio del
niño cuando se hizo hombre
.Así es que, cuando Al-Hajage se llevó a Hind a su casa, estuvo mucho tiempo sin atreverse a
acercarse a ella más que de día y sin to carla, a pesar de todo el deseo que tenía de hacerlo.
Y no tardó Hind en conocer el motivo de aquella abstinencia, y lo lamentó mucho con sus esclavas.
Y he aquí que un día fué a verla Al-Hajage, como de costumbre, para regocijarse los ojos con su
belleza. Y estaba ella de espaldas a la puerta, distraída en mirarse al espejo, y cantando estos versos:
¡Hind, yegua de noble sangre árabe, hete aquí condenada a vivir con un miserable mulo!
¡Oh! ¡desembarazadme de estos ricos trajes de púrpura, y devol vedme mis ropas de pelo de
camello!
¡Abandonaré este palacio odioso para volver a los lugares donde las tiendas negras de la
tribu crujen al viento de mi desierto!
¡Allá donde la flauta y el céfiro se hablan con melodías a través de los agujeros de la
tienda, melodías más dulces para mí que la mú sica de laúdes y tambores!
Y donde los jóvenes de la tribu, criados con sangre de leones, son potentes y hermosos
como leones!
¡Aquí, morirá Hind sin posteridad, al lado de un miserable mulo!
Cuando Al-Hajage oyó el canto en que Hind le comparaba con un mulo, salió de la habitación, lleno
de desaliento, sin que su esposa advirtiese su presencia y su desaparición, y mandó al instante que bus -
caran al kadí Abdalah, hijo de Taher, para hacer pronunciar su di vorcio. Y Abdalah se presentó a Hind, y
le dijo: "¡Oh hija de Al -Nemán! ¡he aquí que Al-Hajage Abu-Mohammad te envía doscientos mil dracmas
de plata, y al propio tiempo me encarga de llenar en nom bre suyo las formalidades de su divorcio
contigo!"
Y exclamó Hind: "¡Gracias a Alah, he aquí atendido mi ruego, y heme aquí en libertad para volverme
con mi padre! ¡Oh hijo de Taher! no podías darme una noticia más agradable que la de que estoy libre de
ese perro inopor tuno. ¡Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recompensa por la feliz
noticia que me traes!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 720ª noche
Ella dijo:
"¡...Guárdate, pues, esos doscientos mil dracmas, como recom pensa por la feliz noticia que me traes!"
Entonces el califa Abd Al-Malek ben-Merwán, que había oído ha blar de la incomparable belleza y
del ingenio de Hind, la deseó, y en vió a pedirla en matrimonio. Pero ella le contestó con una carta en que,
después de las alabanzas a Alah y de las fórmulas de respeto, le decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los Creyentes!
que el perro ha manchado el vaso al tocarlo con el hocico para olerlo!"
Y cuando recibió esta carta, el califa se echó a reír a carcajadas, y al punto escribió esta respuesta:
"¡Oh Hind! ¡si el perro manchó el vaso al tocarlo con el hocico, lo lavaremos siete veces, y con el uso
que hagamos de él, lo purificaremos! "
Y al ver que el califa, a pesar de los obstáculos que ella le oponía, continuaba deseándola
ardientemente, Hind no pudo por menos de inclinarse. Aceptó, pues, pero poniendo una condición, como
se lo escribió en otra carta en que, después de las alabanzas y las fórmulas, decía: "¡Sabe ¡oh Emir de los
Creyentes! que no partiré más que con una condición: que Al-Hajage, con los pies descalzos, conduzca
de la brida, durante todo este viaje, mi camello hasta tu palacio!"
Esta carta hizo reír al califa aún más que la primera. Y transmitió a Al-Hajage la orden de conducir
de la brida el camello de Hind. Y no obstante todo su despecho, como Al-Hajage sabía bien que no podía
hacer más que obedecer las órdenes del califa, fué con los pies descalzos hasta la morada de Hind, y
cogió al camello por la brida. Y montó Hind en su litera, y durante todo el camino no dejó de di vertirse
con toda el alma a costa de su conductor. Y llamó a su no driza, y le dijo: "¡Oh nodriza mía! descorre un
poco las cortinas del palanquín!" Y la nodriza separó las cortinas, y sacó Hind la cabeza por la
portezuela, y tiró a tierra un dinar de oro que fué a caer en medio del barro. Y se encaró con su antiguo
esposo, y le dijo: "¡Oh canciller, devuélveme esa moneda de plata!" Y Al-Hajage recogió la moneda y se
la entregó a Hind, diciéndole: "¡Es un dinar de oro y no una moneda de plata!" Y echándose a reír,
exclamó Hind: "¡Loores a Alah, que hace convertirse la plata en oro, a pesar de la suciedad del barro!" Y
Al-Hajage, al oír estas palabras, comprendió que aquello era una nueva burla de Hind para humillarle. Y
se puso muy colorado de vergüenza y de cólera. ¡Pero bajó la cabeza y se vió obligado a ocultar su
rencor contra Hind, convertida en esposa del califa!
Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y le dijo el rey Schahriar: "Me gustan esas
anécdotas, Schehrazada. Pero que rría oír ahora una historia maravillosa. ¡Y si es que no sabes más,
dímelo para que me entere!"
Y Schehrazada exclamó: "¿Y dónde hay una historia más maravillosa que la que precisamente voy a
contar en seguida al rey, siempre que me lo permita?"
Y dijo Schahriar: "¡Te lo permito!"
Historia maravillosa del espejo de las vírgenes
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! ¡oh dotado de ideas ex celentes! que en la antigüedad del
tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, había en la ciudad de Bassra un sultán que era un
joven admirable y delicioso, lleno de generosidad y de valentía, de no bleza y de poderío, y se llamaba el
sultán Zein. Pero, a pesar de las grandes cualidades y de los dones de todas clases, que hacían que no
tuviese par a lo largo ni a lo ancho del mundo, el tal joven y encanta dor sultán Zein era un extraordinario
disipador de riquezas, un pródigo que no tenía freno ni orden, y que, con las liberalidades de su mano
abierta a jóvenes favoritos glotones en extremo, y con lo que gastaba en las mujeres innumerables de
todos colores y de todas estaturas que mantenía en palacios suntuosos, y con la compra no interrumpida
de nuevas jóvenes que a diario le procuraban, en estado de virginidad, por precios exorbitantes, para que
las metiese el diente, había acabado por agotar completamente los inmensos tesoros acumulados desde
hacía si glos por sus abuelos los sultanes y los conquistadores. Y un día su visir fue a anunciarle, después
de besar la tierra entre sus manos, que las arcas del oro estaban vacías y que no había con qué pagar al
día si guiente a los proveedores del palacio; y no bien le hubo anunciado aquella mala noticia, por miedo
al palo se apresuró a marcharse como había venido.
Cuando el joven sultán Zein se enteró así de que habíanse consu mido todas sus riquezas, se arrepintió
de no haber pensado en reser varse una parte para los días negros del destino; y se entristeció en el alma
hasta el límite de la tristeza. Y se dijo: "Ya no te queda, sultán Zeid, más que huir de aquí y dejar el trono
decadente del reino de tus padres, a quien quiera apoderarse de él, abandonando a su suerte a tus
favoritos tan queridos, a tus concubinas jóvenes, a tus mujeres y tus asuntos de gobierno. Porque es
preferible ser un mendi go en el camino de Alah, a ser un rey sin riquezas y sin prestigio, y ya conoces el
proverbio que dice: "¡Más vale estar en la tumba que en la pobreza!"
Y así pensando, esperó que llegara la noche para disfrazar se y salir por la puerta secreta de su
palacio sin ser visto por nadie. Y se disponía a coger un báculo y a ponerse en camino cuando Alah el
Omnividente, el Omnioyente, le trajo a la memoria las últimas pa labras y recomendaciones de su padre.
Porque, antes de morir, su padre le había llamado, y entre otras cosas le había dicho: "¡Y sobre todo i oh
hijo mío! no olvides que, si el destino se vuelve un día contra ti, encontrarás en el armario del archivo un
tesoro que te permitirá hacer frente a todos los embates de la suerte!"
Cuando Zein recordó estas palabras, que habíanse borrado com pletamente de su memoria, corrió sin
tardanza al armario del archivo y lo abrió, temblando de alegría. Pero por más que miró, hojeó y exami -
nó, revolviendo papeles y registros y desordenando los anales del reino, no encontró en aquel armario ni
oro, ni olor de oro, ni plata, ni olor de plata, ni joyas, ni pedrerías, ni nada que de cerca o de lejos se
pareciese a aquellas cosas. Y desesperado hasta no poder contener más desesperación su pecho, y muy
furioso por haber visto defraudada su es peranza, empezó a sacarlo todo y a tirar los papeles del reino en
todas direcciones, y a pisotearlos con rabia, cuando de pronto sintió que re sistía a su mano devastadora
un objeto duro como de metal. Y lo co gió, y cuando lo hubo mirado, vio que era un pesado cofrecillo de
cobre rojo. Y se apresuró a abrirlo; y no encontró dentro más que un billete doblado y sellado con el
sello de su padre. Entonces, aunque estaba muy descorazonado, rompió el precinto y leyó en el papel
estas palabras tra zadas de puño y letra de su padre: "¡Ve, hijo mío, a tal sitio del pa lacio, llévate un
azadón y cava por ti mismo la tierra con tus manos, invocando a Alah!"
Cuando hubo leído este billete, Zein se dijo: "¡He aquí que tengo que hacer ahora el trabajo penoso
de los labradores! ¡Pero ya que tal es la voluntad de mi padre, no quiero desobedecerlo!" Y bajó al jar -
dín, cogió el azadón que estaba apoyado contra el muro de la casa del jardinero y fué al sitio designado,
que era un subterráneo situado debajo del palacio...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 721ª noche
La pequeña Doniazada, hermana de Schehrazada, se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada
y exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y amables y sabrosas en su frescura son tus palabras!" Y dijo
Schehrazada, besando en los ojos a su hermana: "¡Sí! pero ¿qué es lo anterior comparado con lo que voy
a contar esta noche, siempre que me lo permita este rey bien educado y dotado de buenas maneras? Y dijo
el rey Schahriar: "¡Permitido!"
Entonces Schehrazada continuó así:
"...El joven Zein cogió un azadón y fué al subterráneo, situado debajo del palacio. Y encendió una
antorcha, y a aquella claridad em pezó por golpear el suelo del subterráneo con el mango de su azadón, y
de tal suerte acabó por percibir una resonancia profunda. Y se dijo "¡Ahí es donde tengo que cavar!" Y se
puso a cavar de firme; y le vantó más de la mitad de las baldosas del pavimento sin dar con la menor
apariencia del tesoro. Y dejó la tarea para descansar, y apo yándose contra el muro, pensó: "¡Por Alah! ¿y
desde cuándo, sultán Zein, necesitas correr detrás de tu destino y buscarlo hasta en las pro fundidades de
la tierra, en vez de esperarlo sin preocupaciones, sin fatigas y sin trabajo? ¿Es que no sabes que lo que
pasó, pasado está y lo que se escribió, escrito está y deberá ocurrir?"
Sin embargo, cuan do descansó un poco, continuó su tarea, quitando las baldosas sin mu chas
esperanzas; y he aquí que de repente dejó al descubierto una pie dra blanca, que hubo de levantar; y
debajo encontró una puerta que tenía puesto un candado de acero. Y rompió aquel candado a azadona zos
y abrió la puerta.
Entonces se vió en lo alto una magnífica escalera de mármol blan co que daba acceso a una amplia
sala cuadrada, toda de porcelana blanca de China y de cristal, y cuyo artesonado y techo y columnata eran
de lapislázuli celeste. Y vió en aquella sala cuatro estrados de nácar, so bre cada uno de los cuales había
diez ánforas grandes de alabastro y de pórfido alternadas. Y se preguntó: "¿Quién sabe qué contendrán
estas hermosas ánforas? ¡Es muy probable que mi difunto padre hiciera que las llenaran de vino añejo, el
cual ahora debe alcanzar los límites extremos de la excelencia!" Y así pensando, subió uno de los cuatro
estrados, se acercó a una de las ánforas y quitó la tapa. Y ¡oh sorpresa! ¡oh alegría! ¡oh danza! vió que
estaba llena de polvo de oro hasta el borde. Y para cerciorarse de ello mejor, metió el brazo sin po der
llegar al fondo, y lo sacó todo dorado y reluciente de sol. Y se apresuró a quitar la tapa a otra ánfora y
vió que estaba llena de dina res de oro y de zequíes de oro de todos tamaños. Y examinó una tras otra las
cuarenta ánforas, y vió que todas las de alabastro estaban re pletas de dinares y de zequíes de oro..
Al ver aquello, el joven Zein se dilató y se esponjó y se tambaleó y se convulsionó; luego se puso a
gritar de alegría, y dejando su antor cha en una cavidad de la pared de cristal, inclinó hacia él una de las
ánforas de alabastro, y se echó por la cabeza, por los hombros, por el vientre y por todas partes polvo de
oro; y se bañó en ello con una vo luptuosidad que no sintió nunca en los hammams más deliciosos. Y ex -
clamó: "¡Vaya, vaya, sultán Zein! ¿con que querías coger el báculo del derviche y ya te disponías a
recorrer los caminos de Alah mendi gando? ¡Y he aquí que la bendición ha descendido sobre tu cabeza,
porque no dudaste de la generosidad del Donador y derrochaste a mano abierta los primeros bienes que
te dió! Refréscate, pues, los ojos y tranquiliza tu alma. ¡Y no temas poder agotar de nuevo los dones in -
cesantes de Quien te ha creado!" Y al mismo tiempo inclinó todas las demás ánforas de alabastro, y
vertió en la sala de porcelana el conte nido. E hizo lo propio con las ánforas de pórfido, cuyos dinares y
ze quíes hacían estremecerse con sus caídas sonoras y sus tintineos los ecos de la porcelana y el
armonioso cristal. Y sumergió su cuerpo amo rosamente en medio de aquel amontonamiento de oro, en
tanto que, a la luz de la antorcha, la sala blanca y azul unía el resplandor de sus paredes milagrosas a las
fulgurantes chispas y las llamaradas gloriosas que escapábanse del seno de aquel incendio frío.
Cuando el joven sultán se bañó en oro de aquel modo, recreándose en ello para olvidar el recuerdo
de la miseria que había amenazado su vida y le tuvo a punto de abandonar el palacio de sus padres, se le -
vantó chorreando cascadas inflamadas, y más calmado ya, se puso a examinarlo todo con extremada
curiosidad, asombrándose de que su padre el rey hubiese hecho abrir aquel subterráneo y construir en él
aquella sala admirable tan secretamente, que nadie en el palacio oyó nunca hablar de semejante cosa. Y
sus ojos atentos acabaron por notar en un rincón, escondido entre dos columnas, un minúsculo cofrecillo,
semejante en un todo, aunque más pequeño, al que había encontrado en el armario del archivo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 722ª noche
Ella dijo:
"...Y sus ojos atentos acabaron por notar en un rincón, escondido entre dos columnas, un minúsculo
cofrecillo, semejante en un todo, aunque más pequeño, al que había encontrado en el armario del ar chivo.
Y lo abrió, y encontró dentro una llave de oro incrustada de pedrerías. Y se dijo: "¡Por Alah! ¡esta llave
debe ser la que abre el candado que he roto!" Luego reflexionó y pensó: "El caso es que ¿cómo iba a
cerrarse entonces el candado desde afuera? Esta llave, por consiguiente, debe servir para otra cosa". Y
se puso a buscar por todas partes a ver si descubría para qué servía la llave. Y examinó con atención
extremada todas las paredes de la sala, y acabó por encon trar, en medio de un testero, una cerradura. Y
pareciéndole que sería la correspondiente a la llave que tenía él, la probó , y al punto cedió y se abrió de
par en par una puerta. Y así pudo penetrar en otra sala, todavía más maravillosa que la anterior. Porque
toda ella, desde el suelo hasta el techo, era de loza verde con labrados de oro, y se la creería tallada en
esmeralda marina. Y verdaderamente, era tan hermosa en su desnudez de todo adorno, que en ningún
sueño se hu biera imaginado otra parecida. Y en medio de aquella sala se mante nían de pie, bajo la
bóveda, seis jóvenes como lunas y brillando de por sí con un brillo que iluminaba toda la sala. Y se
erguían sobre pedesta les de oro macizo; y no hablaban. Y encantado, a la vez que estupefac to, avanzó
Zein hacia ellas para verlas más de cerca y hacerles su zale ma; pero advirtió que no estaban vivas, sino
que cada cual estaba hecha de un solo diamante.
Al ver aquello, exclamó Zein, en el límite del asombro: "¡Ya Alah! ¿cómo se arreglaría mi difunto
padre para poseer semejantes maravillas?" Y las examinó aun con más atención, y observó que, er guidas
sobre sus pedestales, rodeaban al séptimo pedestal, el cual per manecía sin ninguna joven cubierto con
una tapicería de seda en que había escritas estas palabras:
¡Has de saber ¡oh hijo mío Zein! que me ha costado mucho traba jo adquirir estas jóvenes de
diamante. Pero por más que sean maravi llosas de belleza, no creas que son lo más admirable de
la tierra. Porque existe una séptima joven, más brillante e infinitamente más bella, que las supera,
y ella sola vale más que mil como las que estás viendo. Si anhelas, pues, verla y hacerla tuya para
colocarla encima del séptimo pedestal que la aguarda, no tienes más que hacer aquello que la
muerte no me permitió llevar a cabo. Ve a la ciudad de El Cairo y busca en ella a uno de mis
antiguos criados llamado Mubarak, a quien no te costará ningún trabajo descubrir. Y después de
las zalemas, cuéntale lo que te ha sucedido. Y te reconocerá como hijo mío y te conducirá hasta el
sitio en que se halla esa incomparable joven. Y la adquirirás. Y re gocijará tu vista para el resto
de tus días! ¡Uassalam, ya Zein!
Cuando el joven Zein hubo leído estas palabras, se dijo: "¡Cier tamente, me guardaré muy mucho de
aplazar ese viaje a El Cairo! ¡Por que muy maravilloso ejemplar ha de ser la séptima joven para que mi
padre me asegure que ella sola vale tanto como las reunidas aquí y otras mil análogas!" Y teniendo
decidido partir, salió del subterráneo un instante para volver con una banasta que llenó de dinares y de
zequíes de oro. Y la transportó a su aposento. Y se pasó parte de la noche llevando a sus habitaciones
algo de aquel oro, sin que nadie notase sus idas y venidas. Y cerró la puerta del subterráneo, y subió a
acostarse para descansar.
Pero al día siguiente convocó a sus visires, emires y grandes del reino, y les participó su intención de
ir a Egipto para cambiar de ai res. Y encargó para que gobernara el reino durante su ausencia a su gran
visir, que era el mismo precisamente que tanto hubo de temer al palo en vista de la mala noticia
anunciada. La escolta que debía acompañarle en el viaje estaba compuesta de un número reducido de es -
clavos, escogidos cuidadosamente. Y partió él sin pompa ni cortejo. Y Alah le escribió la seguridad, y
llegó sin contratiempo a El Cairo.
Allí se apresuró a pedir noticias de Mubarak, y le dijeron que en El Cairo no conocían por este
nombre más que a un rico mercader, síndico del zoco, que vivía con toda comodidad y holgura en su
palacio, cuyas puertas estaban abiertas para los pobres y para los extranjeros. Y Zein se hizo conducir al
palacio de aquel Mubarak, y se encontró a la puerta con gran número de esclavos y eunucos que, tras de
avisar a su amo, se apresuraron a desearle la bienvenida. Y le hicieron pasar por un patio grande y
atravesar una sala magníficamente adornada, en la cual le esperaba el amo de la casa sentado en un diván
de seda. Y se retiraron.
Entonces avanzó Zein hacia su huésped, que levantóse en honor suyo y, después de las zalemas, le
rogó que se sentara a su lado, di ciéndole: "¡Oh mi señor! ¡La bendición entró en mi casa al mismo tiempo
que tú!" Y le abrazó con gran cordialidad, y se guardó mucho de faltar a los deberes de hospitalidad y
preguntándole su nombre y la causa que motivaba su presencia. Así es que fue Zein quien interrogó a su
huésped, diciéndole: "¡Oh mi señor! aquí donde me ves, acabo de llegar de Bassra, que es mi país, en
busca de un hombre llamado Mu barak, que en otro tiempo se contó entre los esclavos del difunto rey de
quien soy hijo. Y si me preguntaras mi nombre, te diría que me llamo Zein. ¡Y ahora soy yo mismo el
sultán de Bassra...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 723ª noche
Ella dijo:
"...Y si me preguntaras mi nombre, te diría que me llamo Zein. ¡Y ahora soy yo mismo el sultán de
Bassra!"
Al oír estas palabras, el mercader Mubarak, en el límite de la emoción, se levantó del diván, y
arrojándose a los pies de Zein besó la tierra entre sus manos, y exclamó: "¡Loores a Alah! ¡oh mi señor!
que ha permitido la reunión del amo y del esclavo! ¡Ordena y te res ponderé con el oído y la obediencia!
¡Porque yo mismo soy ese Mubarak, esclavo de tu padre el difunto rey! ¡No muere el hombre que
engendra! ¡Oh hijo de mi amo! ¡Este palacio es tu palacio, y yo soy propiedad tuya!"Entonces Zein,
levantando del suelo a Mu barak, le contó cuanto le había sucedido, desde el principio hasta el fin, y sin
omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y aña dió: "¡Por tanto, vengo a Egipto para que me
ayudes a encontrar esa maravillosa joven de diamante!" Y contestó Mubarak: "¡De todo co razón leal y
como homenaje debido! Soy el esclavo no liberto, y mi vida y mis bienes te pertenecen por derecho
propio. ¡Pero antes de ir en busca de la joven de diamante, ¡oh mi señor! conviene que descanses de las
fatigas del viaje y que me permitas dar un festín en honor tuyo!" Pero Zein contestó: "Has de saber ¡oh
Mubarak! que, por lo que afecta a tu calidad de esclavo, puedes considerarte libre en adelante, porque te
liberto y excluyo tu persona de mis bienes y propiedades. ¡En cuanto a la joven de diamante, es preciso
que vayamos en su busca sin tardanza, pues no me ha fatigado el viaje, y la impaciencia que me embarga
me impediría disfrutar del menor reposo!"
Entonces, viendo lo firme que era la resolución del príncipe Zein no quiso contrariarle, y después de
besar por segunda vez la tierra entre sus manos para darle gracias por el don que acababa de hacerle de
su libertad, y tras de besarle la orla del manto y cubrirse con ella la cabeza, se levantó y dijo a Zein:
"¡Oh mi señor! ¿pero has reflexionado acerca de los peligros que vas a correr en esta expedición?
¡Porque la joven de diamante es tá en el palacio del Anciano de las Tres Islas! Y las Tres Islas se ha llan
situadas en un país cuyo umbral no puede trasponer la generalidad de los hombres. Sin embargo, yo
puedo conducirte, pues conozco la fórmula que hay que pronunciar para penetrar en él!" Y contestó el
príncipe Zein: "Estoy pronto a afrontar todos los peligros con tal de adquirir esa joven de diamante, ya
que no sucederá nada que no deba suceder. ¡Y heme aquí con el pecho hinchado por todo mi valor para ir
en busca del Anciano de las Tres Islas!"
Entonces ordenó Mubarak a los esclavos que dispusieran todo lo necesario para la marcha. Y tras de
hacer sus abluciones y la plegaria, montaron a caballo y se pusieron en camino. Y viajaron días y noches
por llanuras y desiertos y por parajes solitarios en donde no había más que hierba y la presencia de Alah.
Y durante aquel viaje se ofreció a ellos sin cesar el espectáculo de cosas, a cual más extra ña, que
encontraban por primera vez en su vida. Y acabaron por llegar a una pradera deliciosa, en donde se
apearon de los camellos, y enca rándose con los esclavos que les seguían, les dijo Mubarak: "¡Os que -
daréis en esta pradera para guardar los camellos y las provisiones hasta nuestro regreso!" Y rogó a Zein
que le siguiera, y le dijo: "¡Oh mi señor, no hay recurso ni poder más que en Alah el Omnipotente! Henos
aquí en el umbral de las tierras prohibidas donde se halla la joven de diamante. Tenemos que avanzar
completamente solos, sin vacilar en adelante ni por un momento. ¡Y ahora es cuando hemos de manifestar
nuestra entereza y nuestro valor!" Y el príncipe Zein le siguió, y ca minaron largo tiempo, sin detenerse,
hasta que llegaron al pie de una alta montaña que tapaba todo el horizonte con una muralla inflexible.
Entonces el príncipe Zein se encaró con Mubarak, y le dijo: "¡Oh Mubarak! ¿y qué poder nos hará
escalar ahora esta montaña inacce sible? ¿Y quién nos dará alas para llegar a su cúspide?" Y Mubarak
contestó: "¡No tenemos necesidad de escalarla ni de llegar a su cúspide con alas que nos permitan
ascender!" Y sacó del bolsillo un libro antiguo, en el cual había trazados al revés caracteres
desconocidos, se mejantes a patas de hormigas, y se puso a leer en voz alta ante la montaña, moviendo la
cabeza, unos versículos en lengua incomprensible. Y al punto, girando sobre sí misma por ambos lados a
la vez, se separó en dos partes la montaña, dejando junto al suelo un espacio lo bas tante ancho para
permitir pasar a un solo hombre. Y Mubarak cogió de la mano al príncipe, y resueltamente se aventuró el
primero por aquel espacio angosto. Y anduvieron de tal suerte, uno detrás de otro, du rante una hora de
tiempo, y llegaron al otro extremo del pasadizo. Y en cuanto salieron se acercaron y unieron de una
manera tan perfecta las dos mitades de la montaña, que no dejaron entre ellas ni un inters ticio por el que
pudiese penetrar siquiera la punta de una aguja.
Y a la salida se encontraron en la ribera de un lago tan grande como el mar y del seno del cual
emergían a lo lejos tres islas cubiertas de vegetación. Y la ribera donde estaban recreaba la vista con
árboles, arbustos y flores, que se miraban en el agua y embalsamaban el aire con los aromas más dulces,
en tanto que los pájaros cantaban en diversos tonos melodías que arrebataban el espíritu y cautivaban el
corazón.
Mubarak se sentó en la ribera, y dijo a Zein: "¡Oh mi señor! lo mismo que yo, estás viendo a lo lejos
esas islas. ¡A ellas precisa mente es adonde tenemos que ir!" Y Zein preguntó muy sorprendido: "¿Y cómo
vamos a atravesar ese lago, tan vasto cual un mar, para ir a esas islas?" El otro contestó: "No te inquietes
por eso, porque dentro de unos instantes vendrá por nosotros una barca para transportarnos a esas islas,
hermosas cual las tierras prometidas por Alah a sus creyentes. Pero ¡oh mi señor! te suplico que, suceda
lo que suceda y veas lo que veas, no hagas la menor reflexión. ¡Y sobre todo, ¡oh mi señor! por muy
singular que te parezca la cara del barquero, y por muy extra ordinario que le encuentres, guárdate de
mover la lengua! ¡Porque si, una vez embarcados, tienes la desgracia de pronunciar una sola pala bra, la
barca se hundirá en las aguas con nosotros!" Y contestó Zein, extremadamente impresionado: "¡Me
guardaré la lengua entre los dien tes y mis reflexiones en el espíritu...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 724ª noche
Ella dijo:
"¡...me guardaré la lengua entre los dientes y mis reflexiones en el espíritu!"
Mientras hablaban así, vieron de repente aparecer en el lago una barca con un barquero, y estaba tan
cerca de ellos, que no supieron si había salido del seno del agua o si había bajado del fondo del aire. Y
aquella barca era de madera de sándalo rojo y en medio tenía un más til del ámbar más fino, y jarcias de
seda. En cuanto al barquero, po seía cuerpo de ser humano, hijo de Adán, pero su cabeza se parecía a la
de un elefante y ostentaba dos orejas que le caían hasta tierra y arrastraban tras él como la cola de Agar.
Cuando la barca estuvo solo a cinco codos de la orilla, se detuvo, y el barquero con cabeza de
elefante estiró la trompa y tomó con ella, uno tras otro, a ambos compañeros, y los transportó a la barca
con tanta facilidad como si fuesen plumas, y les colocó con mucho cuidado. Y al punto sumergió en el
agua su trompa, y utilizándola a la vez como remo y timón, se alejó de la orilla. Y alzó sus inmensas
orejas rastre ras y las desplegó por encima de su cabeza al viento, que hubo de hen chirlas
tumultuosamente como si fuesen velas. Y maniobró con ellas, volviéndolas hacia el lado de la brisa, con
más seguridad con que un capitán haría maniobrar los aparejos de su barco. E impulsada de aquel modo,
voló la barca cual un pájaro en el lago.
Cuando llegaron a orillas de una de las islas, el barquero les cogió de nuevo con la trompa, a uno tras
de otro, y les dejó en la arena, sin lastimarles, para desaparecer al punto con su barca.
Entonces Mubarak cogió de la mano al príncipe y se internó con él en el interior de la isla, siguiendo
un sendero pavimentado con pedre rías de todos colores en vez de guijarros. Y caminaron de aquella ma -
nera hasta que llegaron ante un palacio enteramente construido con piedras de esmeralda y rodeado de un
ancho foso, en cuyos bordes ha bía plantados de trecho en trecho árboles tan altos que cubrían todo el
palacio con su sombra. Y frente a la puerta principal de entrada, que era de oro macizo, había un puente
formado de conchas y que lo menos medía seis toesas de largo por tres de ancho. Y sin atreverse a
franquear aquel puente, Mubarak se detuvo, y dijo el príncipe: "No podemos ir más adelante. ¡Pero si
queremos ver al Anciano de las Tres Islas, podemos hacer un conjuro mágico!" Y extrajo de un saco que
llevaba oculto entre la ropa cuatro tiras de seda amarilla. Y con una se rodeó la cintura, y se puso otra a
la espalda. Luego dió las otras dos al príncipe, que hizo el mismo uso de ellas. Y entonces Mubarak
extrajo del saco dos alfombras preciosas de seda fina, las extendió en el suelo y esparció encima algunos
granos de almizcle de ámbar, mur murando fórmulas de encanto. Después se sentó, con las piernas cru -
zadas, en medio de una de aquellas alfombras, y dijo al príncipe: "¡Ponte en medio de la otra alfombra!"
Y Zein ejecutó la orden, y Mubarak le dijo: "Ahora voy a conjurar al Anciano de las Tres Is las, que
habita este palacio. ¡Haga Alah que venga a nosotros sin encolerizarse! Porque he de advertirte ¡oh mi
señor! que no estoy muy seguro de la manera cómo va a recibirnos, y siento inquietud por las
consecuencias de nuestra empresa; pues si no le agrada nuestra llegada a la isla, aparecerá bajo la forma
de un monstruo espantoso, pero si no le molesta nuestra venida, se mostrará bajo la forma de un amable y
noble Adamita.
En cuanto esté ante nosotros, tendrás que levantarte en honor suyo, y sin salirte de la alfombra le
harás las zalemas más respetuosas, y le dirás: "¡Oh poderoso señor, soberano de soberanos! ¡henos aquí
en el recinto de tu soberanía y habiendo entrado por la puerta de tu protección! Por lo que a mí se refiere,
soy tu esclavo Zein, sultán de Bassra, hijo del difunto sultán a quien se llevó el ángel de la muerte
después de que finara en la paz de su Señor. ¡Y vengo a soli citar de tu generosidad y de tu poder los
mismos favores que dispen saste a mi difunto padre, servidor tuyo!" Y si te pregunta qué gracia quieres
que te conceda, le contestarás: "¡Oh soberano mío! ¡lo que vengo a solicitar de tu generosidad es la
séptima joven de diamante!"
Y contestó Zein: "¡Escucho y obedezco!"
Entonces, cuando acabó de instruir así al príncipe Zein, Mubarak empezó a hacer conjuros,
fumigaciones, recitados, abjuraciones y ensalmos, que para Zein no tenían significación ninguna. E
inmediata mente se ocultó el sol tras un montón de nubes negras, y toda la isla se cubrió de espesas
tinieblas, y brilló un largo relámpago que fué seguido de un trueno. Y levantóse un viento furioso que
sopló hacia ellos; y oyeron un grito espantoso que estremeció los aires; y hubo un temblor de tierra
semejante al que el ángel Israfil ha de causar el día del juicio.
Cuando Zein vió y oyó todo aquello, se sintió poseído de una gran emoción, que tuvo cuidado de no
dejar traslucir, sin embargo; y pensó para sí: "¡Por Alah, que esto es un presagio bastante malo!" Pero
Mubarak, que le adivinó el pensamiento, empezó a sonreír, y le dijo: "No tengas miedo, ¡oh mi señor!
¡Estas señales, por el contrario, deben tranquilizarnos! ¡Todo va bien, con ayuda de Alah!"
Efectivamente, en el mismo instante en que él pronunciaba estas palabras ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Pero cuando llegó la 725ª noche
Ella dijo:
"...Efectivamente, en el mismo instante en que él pronunciaba estas palabras, apareció ante ellos el
Anciano de las Tres Islas bajo la forma de un Adamita de aspecto venerable, ¡y tan hermoso, que no le
superaría en perfección nadie más que Aquel a quien pertenecen toda hermosura, toda cualidad y toda
gloria! (¡Exaltado sea!) Y se acercó a Zein, sonriéndole como sonreiría un padre a su hijo. Y Zein se
apresuró a levantarse en honor suyo, sin abandonar, no obstante, el centro de la alfombra, para inclinarse
luego ante él y besar la tierra entre sus manos. Y no dejó de hacerle las zalemas y los cumplimientos
indicados por Mubarak. Y sólo entonces le expuso el motivo de su viaje a la isla.
Cuando el Anciano de las Islas hubo oído las palabras de Zein y comprendió bien su significación,
sonrió con una sonrisa aun más atrayente, y dijo a Zein: "¡Oh Zein! en verdad que quise a tu padre con un
cariño grande; y cada vez que venía a verme hacíale yo don de una joven de diamante; y me cuidaba de
hacérsela transportar yo mis mo a Bassra por temor de que la deterioraran los camelleros. Pero no creas
que a ti te profeso menos amistad, ¡oh Zein! Pues has de saber que, por propio impulso, prometí a tu
padre tomarte bajo mi protec ción, y le alenté a escribir las dos advertencias y a ocultarlas, una en el
armario del archivo y otra en el cofre del subterráneo. Y heme aquí dis puesto a darte la joven de
diamante, que por sí sola vale tanto como las demás reunidas y otras mil análogas. ¡Pero ¡oh Zein! no
podré hacerte ese regalo maravilloso más que a cambio de otro que quiero pedirte!" Y contestó Zein:
"¡Por Alah, ¡oh mi señor! que cuanto me pertenece es propiedad tuya, y yo mismo me hallo incluido ante
lo que te pertene ce!"
Y el Anciano sonrió, y contestó: "¡Está bien, ¡oh Zein! pero mi petición es muy difícil de satisfacer!
¡Y no sé si alguna vez lograrás complacerme!" El joven preguntó: "¿Y qué es ello?" El otro dijo: "¡Es
preciso que me busques, para traérmela a esta isla, una joven de quince años que sea una virgen intacta y
a la par una belleza sin rival!" Y exclamó Zein: "Si eso es todo lo que me pides, ¡oh mi señor! ¡por Alah,
que me será fácil satisfacerte! ¡Porque nada en nuestro país es más corriente que las jóvenes de quince
años vírgenes a la par que bellas!"
A estas palabras, el Anciano miró a Zein y se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero. Y
cuando se hubo calmado un poco preguntó a Zein: "¿Tan fácil es encontrar lo que te pido, ¡oh Zein!?" Y
Zein contestó: "¡Oh mi señor! ¡no solamente puedo procurarte una, sino diez jóvenes como la que pides!
¡En cuanto a mí, ya tengo en mi palacio un número considerable de jóvenes de esa clase, y están bien
intactas, y me deleito arrebatándoles su virginidad!"
Al oír estas pa labras, el Anciano no pudo menos de echarse a reír por segunda vez. Luego, con tono
lleno de piedad, dijo a Zein: "Has de saber, hijo mío, que lo que te pido es una cosa tan rara, que nadie
hasta hoy pudo traérmela. ¡Y si crees que son vírgenes las jóvenes que posees, te equi vocas y te haces
ilusiones! Porque ignoras que las mujeres disponen de mil medios para hacer creer en su virginidad, y
consiguen engañar a los hombres más experimentados en asaltos. ¡ Pero como por el aplo mo de tus
palabras veo que no sabes nada acerca de ellas, voy a su ministrarte un medio de comprobar su estado de
abertura o de cerrazón sin tocarlas con el dedo, sin desnudarlas y sin infundir en ellas sospe chas! ¡Pues
desde el momento que te pido una joven virgen, es indispensable que ningún hombre la haya tocado ni le
haya visto con los ojos sus órganos más delicados!"
Cuando el joven Zein oyó estas palabras del Anciano de las Islas, se dijo: "¡Por Alah, que debe estar
loco! Si tan difícil como pretende es saber si una joven está intacta, ¿cómo quiere que pueda yo encon trar
una para él sin verla ni tocarla?" Y reflexionó durante un momen to, y exclamó de pronto: "¡Por Alah, ya
adivino! ¡Me guiaré por el olfato!" El anciano sonrió y dijo: "¡La virginidad no tiene olor!" El joven dijo:
"¡Pues la miraré fijamente a los ojos!" El Anciano dijo: "¡La virginidad no se lee en los ojos!" El joven
preguntó: "Entonces, ¿cómo voy a arreglarme, ¡oh mi señor!?" El Anciano dijo: "¡Eso es precisamente lo
que voy a indicarte!" Y de improviso desapareció a sus ojos; pero fué para volver al cabo de un
momento, y llevaba un espejo en la mano. Y se encaró con Zein, y le dijo: "Debo decirte, ¡oh Zein! que a
un hijo de Adán le es imposible conocer en la cara de una hija de Eva si está virgen o per forada. Ese
conocimiento no pertenece más que Alah y a los elegidos de Alah. Así es que, como yo no te lo puedo
enseñar de otro modo, para darte ese conocimiento te traigo este espejo, que ha de ser más seguro que
todas las conjeturas de los hombres.
En cuanto veas a una joven de quince años perfectamente bella y a la que creas virgen, o a la que
como tal te presenten, no tendrás más que mirar este espejo y al punto verás aparecer en él la imagen de
la joven consabida. Y no temas examinar esta imagen, porque la contemplación de una imagen en un
espejo no constituye ningún atentado a la virginidad de un cuer po, como lo constituiría la contemplación
directa del cuerpo mismo. Si la joven no está virgen, lo advertirás al examinar su historia, que se te
aparecerá hinchada y abierta cual un abismo, y también verás que se empaña el espejo, como si tuviera
vaho. Pero si, por el contrario, quisiera Alah que la joven haya permanecido virgen, verás aparecer una
historia no mayor que una almendra mondada, y el espejo se con servará claro, puro y limpio de todo
vaho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 726ª noche
Ella dijo:
¡...Pero si, por el contrario, quisiera Alah que la joven haya permanecido virgen, verás aparecer una
historia no mayor que una al mendra mondada, y el espejo se conservará claro, puro y limpio de todo
vaho!"
Y cuando hubo hablado así, el Anciano de las Islas entregó a Zein el espejo mágico, añadiendo:
"Deseo ¡oh Zein! que el Destino te haga encontrar lo más pronto posible la virgen de quince años que te
pido. ¡Y no olvides que es preciso sea perfectamente bella! Porque, ¿de qué sirve la virginidad sin
belleza? ¡Y ten cuidado de este espejo, cuya pér dida sería para ti una lástima irreparable! Y contestó
Zein con el oído y la obediencia; y tras de despedirse del Anciano de las Tres Islas, des anduvo con
Mubarak el camino del lago. Y fué a ellos con su barca el barquero de la cabeza de elefante y les pasó de
la misma manera que antes les había pasado. Y de nuevo se abrió la montaña para hacerles paso. Y se
apresuraron a reunirse con los esclavos que guardaban los caballos.
Y regresaron a El Cairo.
Y he aquí que el príncipe Zein consintió por fin en tomarse algu nos días de descanso en el palacio de
Mubarak para reponerse de las fatigas y emociones del viaje. Y pensaba: "¡Ya Alah! ¡qué infeliz es el
anciano de las Islas, que no vacila en darme la más maravillosa de sus jóvenes de diamante a cambio de
una Adamita virgen! ¡Y se imagi na que la raza de las vírgenes se ha extinguido sobre la faz de la tierra!"
Luego, cuando le pareció que se había tomado el descanso necesario, llamó a Mubarak, y le dijo: "¡Oh
Mubarak! levantémonos y vayamos a Bagdad y a Bassra, donde las jóvenes vírgenes son tan
innumerables como la langosta. Y escogeremos la más bella entre todas. ¡Y vendremos a ofrecérsela al
Anciano de las Tres Islas a cambio de la joven de diamante!" Pero contestó Mubarak: "¿Y para qué, ¡oh
mi señor!? ¿No estamos en El Cairo, la ciudad de ciudades, lugar preferido por las personas deliciosas y
punto de reunión de todas las bellezas de la tierra? ¡No te preocupes, pues, por eso, y déjame obrar en
consecuen cia!" El joven preguntó: "¿Y qué vas a hacer?" El otro dijo: "Entre otras, conozco a una vieja
taimada, muy experta en jóvenes, y que nos proporcionará más de las que deseemos. Voy, pues, a
encargarle que nos traiga aquí todas las jóvenes de quince años que se encuentren, no sólo en El Cairo,
sino en todo Egipto. Y para que nos resulte más fácil la tarea, le recomendaré que haga por sí misma
selección, no trayén donos aquí más que las que juzgue dignas de ser ofrecidas como regalo a reyes y
sultanes. Y a fin de estimular su celo, le prometeré un suntuo so bakhchich. Y de tal suerte, no dejará en
Egipto una joven presenta ble sin traérnosla, con o sin consentimiento de sus padres. Y elegiremos la que
nos parezca más bella entre las egipcias, y la compraremos; y si pertenece a una familia de notables, la
pediré para ti en matrimonio, y te casarás con ella, solamente por fórmula, pues no has de tocarla, desde
luego. Tras de lo cual iremos a Damasco, luego a Bagdad y a Bassra, y allí haremos las mismas
pesquisas. Y en cada ciudad com praremos o nos procuraremos, por medio del matrimonio aparente, la
que nos haya conmovido más con su belleza, después, claro está, de haber comprobado su virginidad
valiéndonos del espejo. Y sólo enton ces reuniremos a todas las jóvenes que nos hayamos proporcionado
de ese modo, y escogeremos entre todas las que nos parezca indudablemente la más maravillosa. ¡Y de
tal suerte, mi señor, habrás cumplido tu promesa al Anciano de las Tres Islas, quien, a su vez, cumplirá la
suya, dándote a cambio de la maravillosa virgen de quince años la joven de diamante!" Y contestó Zein:
"¡Tu idea ¡oh Mubarak! es de lo más excelente! ¡Y de tu boca acaban de salir las palabras de la sabiduría
y de la elocuencia!"
Entonces Mubarak fué en busca de la consabida vieja taimada, que no tenía igual para argucias y
artificios de todas clases, pues era capaz de dar lecciones de sagacidad, picardía y sutileza al propio
Eblis. Y después de ponerle en la mano, para empezar, un bakhchich de cierta importancia, le expuso el
motivo que le impulsaba a verla, y añadió "Porque esta joven que te pido, escogida entre todas las
jóvenes de quince años que se encuentran en Egipto, y que ha de ser incompara blemente bella y virtuosa
en absoluto, está destinada a ser la esposa del hijo de mi amo. Y ten la seguridad de que tus pesquisas y
trabajos se te retribuirán liberalmente. ¡Y habrás de alabarte de nuestra genero sidad!" Y contestó la vieja:
"¡Oh mi señor! tranquiliza tu espíritu y refresca tus ojos, pues ¡por Alah! que voy a consagrarme a
satisfacer tu deseo hasta más allá de lo que me pides. Porque has de saber que tengo en mi mano jóvenes
de quince años vírgenes y que todas son hijas de hombres honorables y de notables. ¡Y te las llevarás
todas, una tras otra, y te verás perplejo para elegir entre todas esas lunas a cual más maravillosa! "
Así habló la vieja taimada. Pero, a pesar de toda su sagacidad y su ciencia, no sabía nada en absoluto
de lo referente al espejo. Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciudad, poniendo en
juego sus argucias, en busca de jóvenes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 727ª noche
Ella dijo:
"...Así es que con su aplomo de siempre salió a recorrer la ciu dad, poniendo en juego sus argucias, en
busca de jóvenes. Y efectiva mente, no tardó en llevar al palacio de Mubarak un primer grupo muy
considerable de jóvenes selectas, todas de quince años de edad, más bien menos que más, y todas intactas
en cuanto a su virginidad. Y una tras otra, envueltas en sus velos, con los ojos modestamente bajos, las
in trodujo en la sala en que les esperaba el príncipe Zein, provisto de su espejo y sentado junto al
mercader Mubarak. Y al ver todos aquellos párpados bajos y aquellos rostros cándidos y aquel gesto
púdico, nadie hubiera podido dudar de la pureza y de la virginidad de las jóvenes que introducía la vieja.
¡Pero he aquí que existía el espejo, y nada po día engañar al espejo, ni párpados bajos, ni rostros
cándidos, ni gesto púdico! En efecto, cada vez que entraba una joven, el príncipe Zein, sin pronunciar
palabra, volvía el espejo hacia la joven que había que inspeccionar, y miraba. Y aparecía ella en el
espejo toda desnuda, a pesar de las numerosas vestiduras que la cubrían; y no resultaba invisi ble ninguna
parte de su cuerpo; y se reflejaba su historia con sus me nores detalles, igual que si se la hubiese colocado
en un cofrecillo de cristal diáfano.
Y he aquí que, cada vez que el príncipe Zein inspeccionaba en el espejo a las jóvenes que entraban,
estaba lejos de ver una historia minúscula en forma de almendra sin cáscara; y se asombraba prodi -
giosamente al comprobar en qué abismo sin fondo habría podido arro jarse o arrojar desatentadamente al
Anciano de las Tres Islas, a no ser por el recurso del espejo mágico. Y después del examen desechaba a
todas las que entraban, sin explicar, empero, a la vieja el verdadero motivo de su abstención; porque no
quería perjudicar a aquellas jóvenes descubriendo lo que había velado Alah y revelando lo que por lo
co mún estaba oculto. Y se limitaba a limpiar con la manga cada vez el vaho denso que acababa de
empañar el espejo al aparecer la imagen. Y sin desalentarse y excitada por la esperanza de la
remuneración, la vieja le llevó un segundo grupo, más importante todavía que el primero, y un tercero, y
un cuarto, y un quinto grupos, pero sin más resultado que la vez primera. ¡Y de tal suerte, ¡oh Zein! viste
las historias de laa egipcias, de las coptas, de las nubias, de las abisinias, de las sudanesas, delas
maghrenias, de las árabes y de las beduínas! Y en verdad que, entre tantas, las había que eran excelentes
hasta cierto punto, y pertenecían a propietarias incomparablemente bellas y deliciosas. ¡Pero ni una sola
vez viste, entre todas aquellas historias, la historia requerida, virgen de todo contacto, semejante a una
almendra mondada!
Y en vista de ello, sin haber podido encontrar en Egipto, lo mismo entre las hijas de los grandes que
entre las del pueblo, una joven que tuviera las condiciones necesarias, el príncipe y Mubarak juzgaron
que ya no les quedaba que hacer más que abandonar aquel país para ir a continuar sus pesquisas en Siria
por el pronto. Y partieron para Da masco, y alquilaron un magnífico palacio en el barrio más hermoso de
la ciudad. Y Mubarak se puso al habla con las viejas casamenteras y con las alcahuetas, y les expuso lo
que tenía que exponerles. Y le contestaron todas con el oído y la obediencia. Y entraron en negocia ciones
con las jóvenes, hijas de grandes y pequeños, lo mismo con las musulmanas que con las judías y las
cristianas. Y sin sospechar las vir tudes del espejo mágico, del que ignoraban hasta la existencia las
llevaron por turno a la sala reservada para la inspección. Pero con las sirias ocurrió exactamente igual
que había ocurrido con las egipcias y las otras; pues, no obstante su apostura modesta y la pureza de sus
miradas y sus mejillas ruborizadas de pudor y sus quince años, todas tenían la historia perforada. Y las
alcahuetas y las demás viejas se vie ron obligadas a volverse con las narices tan largas que les llegaban
has ta los pies.
¡Y he aquí lo referente a ellas!
¡Pero he aquí ahora lo referente al príncipe Zein y a Mubarak! Cuando comprobaron que la Siria,
como el Egipto, estaba completa mente limpia de jóvenes con las historias todavía selladas, se quedaron
muy estupefactos; y Zein pensó: "¡Es inconcebible!" Y dijo a Muba rak: "¡Oh Mubarak! creo que nada
tenemos que hacer ya en este país, y que necesitamos buscar por otras comarcas lo que deseamos.
¡Porque mi corazón y mi espíritu están pendientes de la séptima joven de diamante, y me hallo dispuesto
siempre a continuar las pesquisas para dar con la virgen de quince años que ha de entregarse al Anciano
de las Islas a cambio de su regalo!" Y contestó Mubarak: "¡Escucho y obedezco!" Y añadió: "Mi opinión
es que sería inútil ir a otra parte que no fuera el Irak. Porque sólo allí tenemos probabilidad de encontrar
lo que buscamos. ¡Preparemos, pues, la caravana, y vamos a Bagdad, la ciudad de paz...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 728ª noche
Ella dijo:
¡...Preparemos, pues, la caravana y vamos a Bagdad, la ciudad de paz!"
Y Mubarak hizo los preparativos de marcha, y cuando la caravana estuvo completa, emprendió con el
príncipe Zein el camino que a través del desierto conduce a Bagdad. Y Alah les escribió la seguridad; y
no se encontraron con beduinos salteadores de caminos, y llegaron con buena salud a la ciudad de paz.
Empezaron, como habían hecho en Damasco, por alquilar un pala cio situado a orillas del Tigris y que
tenía unas vistas maravillosas y un jardín semejante al Jardín-de-las-Delicias del califa. Y mantuvieron
un tren de casa extraordinario, gastando con esplendidez y dando fes tines sin igual. Y cuando sus
invitados habían comido y bebido hasta la saciedad, mandaban distribuir las sobras entre los pobres y
derviches. Y había entre aquellos derviches uno que se llamaba Abu-Bekr, y que era un desvergonzado,
un canalla de lo más detestable, que odiaba a la gente rica por ser rica precisamente y él pobre. Pues la
miseria endu rece el corazón del hombre dotado de alma baja, en tanto que ennoblece el corazón del
hombre dotado de alma elevada. Y como veía la abun dancia y los bienes de Alah en la morada de los
recién venidos, no necesitó más para tomar aversión a ambos. Y así es que un día entre los días, fué a la
mezquita para la plegaria de la tarde, y exclamó en medio de la muchedumbre congregada allí: "¡Oh
creyentes! habéis de saber que han venido a habitar en nuestro barrio dos extranjeros que a diario gastan
sumas considerables y hacen alarde de sus riquezas, únicamente para deslumbrar los ojos de los pobres
como nosotros. ¡Pero no sabemos quiénes son esos extranjeros e ignoramos si son unos malvados que se
escaparon de un país con bienes considerables para venir a derrochar en Bagdad el producto de sus
latrocinios y el dinero de viudas y de huérfanos! ¡Por el nombre de Alah y los méritos de nuestro señor
Mo hamed (¡con Él la plegaria y la paz!), os conjuro, pues, a que os pon gáis en guardia contra esos
desconocidos y no aceptéis nada de su falsa generosidad! Además, si nuestro amo el califa llega a saber
que en nuestro barrio hay hombres así, a todos nos hará responsables de sus hazañas y nos castigará por
no haberle advertido. ¡Pero en cuanto a mí, he de declararos que retiro mis dos manos de ese asunto y que
no tengo nada de común con esos extranjeros ni con los que aceptan sus invitaciones y entran en su casa!"
Y todos los presentes contestaron a una: "Ciertamente, tienes razón ¡oh jeique Abu-Bekr! ¡Y quedas en -
cargado de redactar una queja al califa acerca del particular para que examine el caso!"
Después salió de la mezquita toda la asamblea. Y el derviche Abu-Bekr regresó a su casa para
meditar la manera de hacer daño a los dos extranjeros.
Entretanto, no tardó Mubarak en saber, por decreto del Destino, lo que acababa de ocurrir en la
mezquita; y le atemorizaron mucho los manejos del derviche, y pensó que, como la cosa moviera ruido,
no le sería posible inspirar confianza a las alcahuetas y casamenteras. Así es que, sin pérdida de tiempo,
metió en un saco quinientos dinares de oro y corrió a casa del derviche. Y llamó a la puerta, y fué a
abrirle el derviche, y al reconocerle, le preguntó con acento colérico: "¿Quién eres? ¿Y qué quieres?" Y
el otro contestó: "Soy tu esclavo Mubarak, ¡oh imán Abu-Bekr, amo mío! Y vengo a verte de parte del
emir Zein, que ha oído hablar de tu ciencia, de tus conocimientos y de tu influencia en la ciudad, y me ha
enviado para que te rinda sus homenajes y le ponga por completo a tu disposición. Y a fin de demostrarte
su buena volun tad, me ha encargado que te entregue esta bolsa con quinientos dinares, como homenaje de
un leal a su soberano, excusándose contigo de no guardar proporción el regalo con la inmensidad de tus
merecimientos. ¡Pero si Alah quiere, en días sucesivos no dejará de probarte más aún todo lo agradecido
y lo perdido que se halla en el desierto sin límites de tu benevolencia!"
Cuando el derviche Abu-Bekr vió el saco de oro y computó su con tenido, se le enternecieron mucho
los ojos y se le endulzaron las inten ciones. Y contestó: "¡Oh mi señor! ¡ardientemente imploro que me
perdone tu amo el emir por lo que mi lengua haya podido decir acerca de él sin pensar, y me arrepiento
hasta el límite del arrepentimiento por haber faltado a mis deberes para con su persona! Te ruego, pues,
seas mi delegado acerca de él para exponerle mi contrición en cuanto a lo pasado y mis disposiciones en
cuanto al porvenir. ¡Porque a partir de hoy, si Alah quiere, voy a reparar en público las
desconsideraciones en que haya podido incurrir, y en vista de eso, me haré acreedor a los favores del
emir!"
Y contestó Mubarak: "¡Loores a Alah, que llena de buenas intenciones tu corazón, oh amo mío Abu-
Bekr! ¡Pero te supli co que después de la plegaria, no te olvides de ir a honrar nuestro umbral con tu
presencia y a deleitar nuestro espíritu con tu trato! ¡Por que sabemos que la bendición acompañará los
pasos de tu santidad en nuestra morada!" Y cuando hubo hablado así, besó la mano al derviche y retornó
a la casa.
En cuanto a Abu-Bekr, no dejó de ir a la mezquita a la hora de la plegaria, e irguiéndose en medio de
los fieles congregados, exclamó: "¡Oh creyentes, hermanos míos! ¡ya sabéis que no hay nadie que no
tenga enemigos; y ya sabéis también que la envidia se ensaña princi palmente en aquellos sobre quienes
han descendido los favores y las bendiciones de Alah! Así, pues, para descargar mi conciencia, he de
deciros que los dos extranjeros de quienes ayer os hablé desconsiderada mente, son personas dotadas de
nobleza, de tacto, de virtudes y de cualidades inestimables. Además, los informes que adquirí respecto a
ellos me permiten afirmar que uno de los tales es un emir de alto rango y mucho mérito, y su presencia
sólo bien puede hacer a nuestro barrio. Es preciso, por tanto, que le honréis donde le encontréis, y que le
rin dáis los honores debidos a su rango y a su calidad. ¡Uassalam!"
Y el derviche Abu-Bekr destruyó así en el espíritu de sus oyentes el efecto de sus palabras de la
víspera. Y los dejó para volver a su casa con objeto de cambiarse de ropa y vestirse con un capote
nuevo, cuyos bordes le arrastraban y cuyas amplias mangas le llegaban hasta las rodillas. Y fué a visitar
al príncipe Zein, y entró en la sala reservada a los visitantes ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 729ª noche
Ella dijo:
"...Y fué a visitar al príncipe Zein, y entró en la sala reservada a los visitantes. Y se inclinó hasta la
tierra en presencia del príncipe, que le devolvió su zalema y le recibió con cordialidad y le invitó a
sentarse en el diván al lado suyo. Luego mandó que le sirvieran de comer y de beber, y le hizo compañía,
compartiendo la comida con él y con Mu barak. Y charlaron como dos excelentes amigos. Y el derviche,
completamente conquistado por los modales del príncipe, le preguntó: "¡Oh mi señor Zein! ¿piensas
iluminar por mucho tiempo nuestra ciudad con tu presencia?" y Zein, que, no obstante su tierna edad, era
muy avisado y sabía sacar provecho de las ocasiones deparadas por el Des tino, le contestó: "Sí, ¡oh mi
señor imán! ¡Mi intención es vivir en Bagdad hasta que logre mi propósito!" Y Abu-Bekr dijo: "¡Oh mi
señor emir! ¿cuál es el noble propósito que persigues? ¡Tu esclavo estará muy contento de poder ayudarte
en algo, y se interesará por ti de todo corazón amistoso!" Y contestó el príncipe Zein: "Sabe enton ces, ¡oh
venerable jeique Abu-Bekr! que mi anhelo se cifra en el ma trimonio. En efecto, deseo encontrar, para
tomarla por esposa, una joven de quince años que sea a la vez excesivamente bella y virgen en absolu to.
Y es preciso que su belleza sea tal, que no tenga ella par entre las jóvenes de su tiempo, y que su
virginidad sea de buena ley, por fuera y por dentro. Y ése es el propósito que persigo y el motivo que me
con dujo a Bagdad tras de impulsarme a residir en Egipto y en Siria". Y contestó el derviche: "¡En verdad,
¡oh amo mío! que eso es cosa muy rara y muy difícil de encontrar! Y si Alah no me hubiera puesto en tu
camino, tu estancia en Bagdad no habría visto jamás su término, y en vano hubieran perdido el tiempo en
pesquisas todas las casamenteras. ¡Pero yo sé dónde podrás encontrar esa perla única, y te lo diré si es
que me lo permites!"
Al oír estas palabras, Zein y Mubarak no pudieron por menos de sonreír. Y Zein le dijo: "¡Oh santo
derviche! ¿estás bien seguro de la virginidad de la que me hablas? Y de ser así, ¿cómo te arreglaste para
adquirir esa certeza? Si viste por ti mismo a esa joven lo que debe permanecer oculto, ¿cómo quieres que
sea virgen? ¡Porque la virginidad reside tanto en la conservación del sello como en que per manezca
invisible!" Y Abu-Bekr contestó: "¡Claro que no lo he visto! ¡Pero me cortaría la mano derecha si no
estuviese como te he indicado! Y además, ¿cómo vas a arreglarte tú mismo, ¡oh mi señor! para tener una
certeza tan completa antes de la noche de bodas?" Y contestó Zein: "¡Es muy sencillo: sólo necesitaré
verla un instante, toda vestida y completamente envuelta en sus velos!" Y el derviche no quiso echarse a
reír, por consideración a su huésped, y limitóse a contestar: "¡Buen fisonomista debe ser nuestro amo el
emir para adivinar de esa manera, sin ver más que los ojos tras el velo, el estado de la virginidad en una
joven a quien no conozca!" Y dijo Zein: "¡Así es! ¡Y no tienes más que dejarme ver a la joven, si
verdaderamente crees que es posible la cosa! ¡Y ten la seguridad de que sabré corresponder a tus
servicios y estimarlos en más de su valor!" Y contestó el derviche: "¡Escucho y obedezco!" Y salió en
busca de la consabida joven.
Porque Abu-Bekr conocía a una joven que podía llenar las condiciones requeridas, y que no era otra
que la hija del jeique de los dervi ches de Bagdad. Y su padre habíala criado alejada de todas las mira -
das, haciéndola llevar una vida sencilla y recatada, con arreglo a los preceptos sublimes del Libro. Y
creció ella en la morada ignorando la fealdad, y cuajó como una flor. Y era blanca y elegante y
deliciosamen te formada, pues había salido sin defecto del molde de la belleza. Y sus proporciones eran
admirables, y negros sus ojos, y bruñidos como trozos de luna sus miembros delicados. ¡Y era toda
redonda y finísima al mismo tiempo! En cuanto a lo que estaba situado entre las columnas, no sabría
describirlo nadie, porque nadie lo había visto. ¡He aquí por qué el espejo mágico será el único que la
refleje por primera vez y pueda permitir esta descripción con asentimiento de Alah!
El derviche Abu-Bekr fué, pues, a casa del jeique de la corpo ración, y tras de las zalemas y
cumplimientos por una y otra parte, le espetó un largo discurso, basado en diversos textos del Libro santo
acerca de la necesidad que del matrimonio tienen las jóvenes púberes, y acabó por exponerle la situación
con todos sus detalles, añadiendo: "¡Porque ese emir tan noble, tan rico y tan generoso, está dispuesto a
pagarte la dote que pidas por tu hija; pero en cambio, exige, como única condición, posar una sola mirada
en ella estando tu hija vestida por completo y enteramente envuelta en el izar!" Y el jeique de los
derviches, padre de la joven, hubo de reflexionar durante una hora de tiempo, y contestó: "¡No hay
inconveniente!" Y fué en busca de su esposa, madre de la joven, y le dijo: "¡Oh madre de Latifah! ¡leván -
tate y coge a nuestra hija Latifah y echa a andar detrás de nuestro hijo, el derviche Abu-Bekr, que te
conducirá a un palacio donde el des tino de tu hija le espera hoy ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 730ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh madre de Latifah! ¡levántate y coge a nuestra hija La tifah y echa a andar detrás de nuestro hijo,
el derviche Abu-Bekr, que te conducirá a un palacio donde el destino de tu hija la espera hoy!" Y la
esposa del jeique de los derviches obedeció en seguida y se envolvió en sus velos y fué al aposento de su
hija, y le dijo: "¡Oh hija mía La tifah! ¡tu padre desea que salgas hoy por primera vez conmigo!" Y tras de
peinarla y vestirla salió con ella y siguió, a diez pasos de distancia, al derviche Abu-Bekr; que las
condujo al palacio donde les esperaban Zein y Mubarak sentados en el diván de la sala de audiencia.
Y entraste ¡oh Latifah! mostrando tus grandes ojos negros, muy asombrados tras el velillo de tu rostro.
Porque en tu vida habías visto otra cara de hombre que la cara venerable de tu padre, el jeique de los
derviches. ¡Y no bajaste los ojos, pues no conocías la falsa modestia, ni el falso pudor, ni ninguna de las
cosas que de ordinario aprenden las hijas de los hombres para cautivar los corazones, sino que lo mira -
bas todo con tus hermosos ojos negros de gacela temblorosa, vacilante y encantadora!
Y al verte aparecer, el príncipe Zein sintió que se le huía la razón, porque entre todas las mujeres de
su palacio de Bassra y todas las jóvenes de Egipto y de Siria no había visto a ninguna que, de cerca o de
lejos, se pudiera comparar a ti en belleza. Y el espejo te reflejó toda desnuda. Y así pudo ver él,
acurrucada en lo alto de las columnas, semejante a una pequeñísima palomita blanca, una milagrosa
historia sellada con el sello intacto de Soleimán (¡con Él la paz y la plegaria!) Y la consideró más
atentamente, y en el límite del júbilo comprobó que tu historia ¡oh Latifah! era de todo punto semejante a
una almendra mondada. ¡Gloria a Alah que conserva los tesoros y los reserva a sus creyentes!
Cuando el príncipe Zein, gracias al espejo mágico, vió cómo es taba la joven que hubo de buscar,
encargó a Mubarak que inmediata mente fuera a hacer la petición de matrimonio. Y Mubarak, acompa ñado
de Abu-Bekr, el derviche, fué al punto a casa del jeique de los derviches, le transmitió la petición de
matrimonio y le pidió su con sentimiento. Y le condujo al palacio; y se envió a buscar al kadí y a los
testigos; y se extendió el contrato de matrimonio. Y se celebraron las bodas con una pompa
extraordinaria; y Zein dió grandes festines e hizo muchas dádivas a los pobres del barrio. Y cuando se
marcharon todos los invitados, Zein retuvo con él al derviche Abu-Bekr, y le dijo: "Has de saber, ¡oh
Abu-Bekr! que esta misma tarde partimos para un país bastante lejano. Y mientras vuelvo a Bassra he
aquí para ti diez mil dinares de oro, como remuneración por tus buenos servicios. ¡Pero Alah es más
grande, y algún día podré probarte mejor mi gra titud!" Y le dió los diez mil dinares, pensando nombrarle
un día gran chambelán, cuando llegara a su reino. Y después que el derviche le besó las manos, dió la
señal de partida. Y colocaron a la joven virgen en una litera a lomos de un camello. Y Mubarak abrió la
marcha, y Zein marchó el último. Y acompañados de su séquito, emprendieron el camino de las Tres
Islas.Como las Tres Islas estaban muy lejos de Bagdad, el viaje duró largos meses, durante los cuales el
príncipe Zein se sentía a diario más prendado cada vez de los encantos de la maravillosa joven virgen
convertida en su esposa legal. Y la amó con todo su corazón, porque ella atesoraba en sí dulzura,
hechizos, gentileza y virtudes naturales. Y por primera vez experimentó él los efectos del verdadero
amor, cuya existencia nunca hasta entonces hubo supuesto. Así es que, con gran amargura en el corazón,
vió llegar el momento de entregar la joven al Anciano de las Tres Islas. Y varias veces estuvo tentado de
des andar el camino y volverse a Bassra, llevándose a la joven. Pero le retenía el juramento que había
hecho al Anciano de las Tres Islas, y no podía dejar de mantenerlo.
Entre tanto, llegaron al territorio vedado, y por el mismo camino y los mismos procedimientos de
antes, arribaron a la isla en que resi día el Anciano. Y tras de las zalemas y los cumplimientos, Zein le
presentó a la joven toda tapada. Y al propio tiempo le entregó el espe jo, y sus mismos ojos parecían dos
espejos. Y al cabo de algunos ins tantes se acercó a Zein, y colgándose a su cuello, le besó con mucha
efusión, y le dijo: "En verdad, sultán Zein, que estoy muy contento de tu diligencia por complacerme y del
resultado de tus pesquisas. ¡Por que la joven que me traes es tal y como yo la anhelaba! ¡Es admira -
blemente bella y supera en encantos y en perfecciones a todas las jó venes de la tierra! Además, está
virgen y con virginidad de buena ley, ya que se la diría sellada con el sello de nuestro señor Soleimán
ben-Daúd (¡con ambos la plegaria y la paz!) ¡Por lo que a ti se re fiere, no tienes más que volver a tus
Estados; y cuando entres en la segunda sala de loza, en donde están las seis estatuas, encontrarás allí la
séptima que te he prometido y que por sí sola vale más que otras mil juntas!" Y añadió: "¡Haz
comprender ahora a la joven que me la cedes y que ya no tiene nada de común contigo!"
Al oír estas palabras la encantadora Latifah, que también sentía mucho afecto por el hermoso príncipe
Zein, lanzó un profundo suspiro y se echó a llorar. Y Zein se echó a llorar asimismo. Y muy triste, le
explicó todo lo concertado entre él y el Anciano de las Islas, desma yándose de dolor Latifah. Y tras de
haber besado la mano al Anciano, el joven emprendió de nuevo con Mubarak el camino de Bassra. Y
durante todo el viaje no cesaba de pensar en aquella Latifah tan en cantadora y tan dulce, y se recriminaba
amargamente por haberla engañado haciéndole pensar que era su esposa, y se creía causante de la
desdicha de ambos. Y no podía consolarse de ello.
Y he aquí que llegó en aquel estado de desolación a Bassra, donde grandes y pequeños celebraron su
regreso con muchos festejos. Pero el príncipe Zein se había puesto muy triste, sin tomar parte en aque llos
regocijos, y a pesar de todos los requerimientos de su fiel Muba rak, se negaba a bajar al subterráneo en
que debía encontrar a la joven de diamante, tanto tiempo anhelada. Por fin, cediendo a los consejos de
Mubarak, a quien hubo de nombrar visir en cuanto llegó a Bassra, consintió en bajar al subterráneo. Y
atravesó la sala de por celana y de cristal, toda llena de dinares y polvo de oro, y penetró en la sala de
loza verde incrustada de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 751ª noche
Ella dijo:
"...Y atravesó la sala de porcelana y de cristal, toda llena de dinares y polvo de oro, y penetró en la
sala de loza verde incrustada de oro. Y vió las seis estatuas en sus respectivos sitios; y lanzó una mirada
distraída al séptimo pedestal de oro. Y he aquí que en él se erguía sonriente una joven desnuda, más
brillante que el diamante, en la cual reconoció el príncipe Zein, en el límite de la emoción, la que había
conducido a las Tres Islas. Y sólo supo abrir la boca, inmó vil, sin poder pronunciar una sola palabra. Y
dijo Latifah: "¡Sí, yo soy Latifah, a quien no esperabas encontrar aquí! ¡Ay! ¡ya veo que venías en espera
de poseer algo más preciado que yo!"
Y al fin pudo expresarse Zein, y exclamó: "¡No, por Alah, ¡oh mi señora! que bajé aquí sin que lo
dictase el corazón, el cual sólo por ti latía! ¡Pero bendito sea Alah, que ha permitido nuestra unión!"
Y cuando pronunciaba estas palabras se dejó oír el fragor de un trueno, que hizo retemblar el
subterráneo, y en aquel mismo momento apareció el Anciano de las Islas. Y sonreía con bondad. Y se
acercó a Zein, y le cogió la mano y la puso en la mano de la joven, dicién dole: "¡Oh Zein! has de saber
que desde que naciste te tuve bajo mi protección. Tenía, pues, que asegurar tu dicha. Y nada mejor que
darte el único tesoro que es inestimable. Y ese tesoro, más hermoso que todas las jóvenes de diamante y
todas las pedrerías de la tierra, lo constituye esta joven virgen. ¡Porque la virginidad, unida a la be lleza
del cuerpo y a la excelencia del alma, es la triaca que procura todos los remedios y vale por todas las
riquezas! Y hablando así, besó a Zein y desapareció.
¡Y el sultán Zein y su esposa Latifah, en el límite de la dicha, se amaron con un amor grande, y
vivieron largos años la vida más de liciosa y más selecta, hasta que fué a visitarles la Separadora inevita -
ble de los amantes y de las sociedades! ¡Gloria al Unico Viviente que no conoce la muerte!
Cuando Schehrazada hubo acabado de contar esta historia, se calló. Y dijo el rey Schahriar: "¡Ese
Espejo de las Vírgenes, Scheh razada, es extremadamente asombroso!"
Schehrazada sonrió, y dijo: "Sí, ¡oh rey! Pero, ¿qué es en comparación de la LÁMPARA MÁGICA?"
Y el rey Schahriar preguntó: "¿Qué lámpara mágica es esa que no conozco?" Y dicho Schehrazada:
"¡La Lámpara de Aladino! ¡Y pre cisamente voy a hablarte de ella esta noche!"
Y dijo:
Historia de Aladino y de la lámpara mágica
Al príncipe Rolando Bonaparte.
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! ¡oh dotado de buenos modales! que en la antigüedad del
tiempo y el pasado de las edades y de los momentos, en una ciudad entre las ciudades de la China, y de
cuyo nombre no me acuerdo en este instante, había -pero Alah es más sabio- un hombre que era sastre de
oficio y pobre de condi ción. Y aquel hombre tenía un hijo llamado Aladino
[133] que era un niño mal
educado y que desde su infancia resultó un galopín muy enfadoso. Y he aquí que, cuando el niño llegó a la
edad de diez años, su padre quiso hacerle aprender por lo pronto algún oficio honrado; pero, como era
muy pobre, no pudo atender a los gastos de la instruc ción y tuvo que limitarse a tener con él en la tienda
al hijo, para ense ñarle el trabajo de aguja en que consistía su propio oficio. Pero Ala dino, que era un
niño indómito, acostumbrado a jugar con los mucha chos del barrio, no pudo amoldarse a permanecer un
solo día en la tienda. Por el contrario, en lugar de estar atento al trabajo, acechaba el instante en que su
padre se veía obligado a ausentarse por cualquier motivo o a volver la espalda para atender a un cliente,
y al punto el niño recogía la labor a toda prisa y corría a reunirse por calles y jar dines con los
bribonzuelos de su calaña. Y tal era la conducta de aquel rebelde, que no quería obedecer a sus padres ni
aprender el tra bajo de la tienda.
Así es que su padre, muy apenado y desesperado por tener un hijo tan dado a todos los vicios, acabó
por abandonarle a su libertinaje; y su dolor le hizo contraer una enfermedad, de la que hubo de morir.
¡Pero no por eso se corrigió Aladino de su mala con ducta!
Entonces la madre de Aladino, al ver que su esposo había muerto y que su hijo no era más que un
bribón, con el que no se podía contar para nada, se decidió a vender la tienda y todos los utensilios de la
tienda, a fin de poder vivir algún tiempo con el producto de la venta. Pero como todo se agotó en seguida,
tuvo necesidad de acostumbrarse a pasar sus días y sus noche hilando lana y algodón para ganar algo y
alimentarse y alimentar al ingrato de su hijo.
En cuanto a Aladino, cuando se vió libre del temor a su padre, no le retuvo ya nada y se entregó a la
pillería y la perversidad. Y se pasaba todo el día fuera de casa para no entrar más que a las horas de
comer. Y la pobre y desgraciada madre, a pesar de las incorreccio nes de su hijo para con ella y del
abandono en que la tenía, siguió manteniéndole con el trabajo de sus manos y el producto de sus des -
velos, llorando sola lágrimas muy amargas. Y así fué cómo Aladino llegó a la edad de quince años. Y era
verdaderamente hermoso y bien formado, con dos magníficos ojos negros, y una tez de jazmín, y un
aspecto de lo más seductor.
Un día entre los días, estando él en medio de la plaza que había a la entrada de los zocos del barrio,
sin ocuparse más que de jugar con los pillastres y vagabundos de su especie, acertó a pasar por allí un
derviche maghrebín, que se detuvo mirando a los muchachos obs tinadamente. Y acabó por posar en
Aladino sus miradas y por obser varle de una manera bastante singular y con una atención muy par ticular,
sin ocuparse ya de los otros niños camaradas suyos. Y aquel derviche, que venía del último confín del
Maghreb, de las comarcas del interior lejano, era un insigne mago muy versado en la astrología y en la
ciencia de las fisonomías; y en virtud de su hechicería podría conmover y hacer chocar unas con otras las
montañas más altas. Y continuó observando a Aladino con mucha insistencia y pensando: "¡He aquí por
fin el niño que necesito, el que busco desde hace largo tiempo y en pos del cual partí del Maghreb, mi
país...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 732ª noche
Ella dijo:
"¡...He aquí por fin el niño que necesito, el que busco desde hace largo tiempo y en pos del cual partí
del Maghreb, mi país!" Y aproximóse sigilosamente a uno de los muchachos, aunque sin perder de vista a
Aladino, le llamó aparte sin hacerse notar, y por él se infor mó minuciosamente del padre y de la madre
de Aladino, así como de su nombre y de su condición. Y con aquellas señas, se acercó a Aladi no
sonriendo, consiguió atraerle a una esquina, y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿no eres Aladino, el hijo del
honrado sastre?" Y Aladino con testó: "Sí, soy Aladino. ¡En cuanto a mi padre, hace mucho tiempo que ha
muerto!" Al oír estas palabras, el derviche maghrebín se colgó al cuello de Aladino, y le cogió en brazos,
y estuvo mucho tiempo besándole en las mejillas, llorando ante él en el límite de la emoción. Y Aladino,
extremadamente sorprendido, le preguntó: "¿A qué obe decen tus lágrimas, señor? ¿Y de qué conocías a
mi difunto padre?"
Y contestó el maghrebín, con una voz muy triste y entrecortada: "¡Ah hijo mío! ¿cómo no voy a verter
lágrimas de duelo y de dolor, si soy tu tío, y acabas de revelarme de una manera tan inesperada la muerte
de tu difunto padre, mi pobre hermano? ¡Oh hijo mío! ¡has de saber, en efecto, que llego a este país
después de abandonar mi patria y afrontar los peligros de un largo viaje, únicamente con la halagüeña
esperanza de volver a ver a tu padre y disfrutar con él la alegría del regreso y de la reunión! ¡Y he aquí
¡ay! que me cuentas su muerte!"
Se detuvo un instante, como sofocado de emoción; luego añadió: "¡Por cierto ¡oh hijo de mi hermano!
que, en cuanto te divisé, mi sangre se sintió atraída por tu sangre y me hizo reconocerte en segui da, sin
vacilación, entre todos tus camaradas! ¡Y aunque cuando yo me separé de tu padre no habías nacido tú,
pues aun no se había casado, no tardé en reconocer en ti sus facciones y su semejanza! ¡Y eso es
precisamente lo que me consuela un poco de su pérdida! ¡Ah! ¡qué calamidad cayó sobre mi cabeza!
¿Dónde estás ahora, hermano mío, a quien creí abrazar al menos una vez después de tan larga au sencia y
antes de que la muerte viniera a separarnos para siempre? ¡Ay! ¿quién puede envanecerse de impedir que
ocurra lo que tiene que ocurrir? En adelante, tú serás mi consuelo y reemplazarás a tu padre en mi
afección, puesto que tienes sangre suya y eres su descen diente; porque dice el proverbio: "¡Quien deja
posteridad no muere!"
Luego el maghrebín sacó de su cinturón diez dinares de oro y se los puso en la mano a Aladino,
preguntándole: "¡Oh hijo mío! ¿dónde habita tu madre, la mujer de mi hermano?" Y Aladino, com -
pletamente conquistado por la generosidad y la cara sonriente del maghrebín, le cogió de la mano, le
condujo al extremo de la plaza y le mostró con el dedo el camino de su casa, diciendo: "¡Allí vive!" Y el
maghrebín le dijo: "Estos diez dinares que te doy ¡oh hijo mío! se los entregarás a la esposa de mi difunto
hermano, transmitiéndole mis zalemas. ¡Y le anunciarás que tu tío acaba de llegar de viaje, tras larga
ausencia en el extranjero, y que espera, si Alah quiere, poder presentarse en la casa mañana para
formular por sí mismo los deseos a la esposa de su hermano y ver los lugares donde pasó su vida el di -
funto y visitar su tumba!"
Cuando Aladino oyó estas palabras del maghrebín, quiso inme diatamente complacerle, y después de
besarle la mano se apresuró a correr con alegría a su casa, a la cual llegó, al contrario que de cos tumbre,
a una hora que no era la de comer, y exclamó al entrar: "¡Oh madre mía! ¡vengo a anunciarte que, tras
larga ausencia en el extran jero, acaba de llegar de viaje mi tío, y te trasmite sus zalemas!" Y contestó la
madre de Aladino, muy asombrada de aquel lenguaje in sólito y de aquella entrada inesperada:
"¡Cualquiera diría, hijo mío, que quieres burlarte de tu madre! Porque, ¿quién es ese tío de que me
hablas? ¿Y de dónde y desde cuándo tienes un tío que esté vivo todavía?"
Y dijo Aladino: "¿Cómo puedes decir, ¡oh madre mía! que no tengo tío ni pariente que esté vivo aún,
si el hombre en cuestión es hermano de mi difunto padre? ¡Y la prueba está en que me estre chó contra su
pecho y me besó llorando y me encargó que viniera a darte la noticia y a ponerte al corriente!" Y dijo la
madre de Aladi no: "Sí, hijo mío, ya sé que tenías un tío; pero hace largos años que murió. ¡Y no supe que
desde entonces tuvieras nunca otro tío!" Y miró con ojos muy asombrados a su hijo Aladino, que ya se
ocupaba de otra cosa. Y no le dijo nada más acerca del particular en aquel día. Y Aladino, por su parte,
no le habló de la dádiva del maghrebín.
Al día siguiente, Aladino salió de casa a primera hora de la ma ñana; y el maghrebín, que ya andaba
buscándole, le encontró en el mismo sitio que la víspera, dedicado a divertirse, como de costumbre, con
los vagabundos de su edad. Y se acercó inmediatamente a él, le cogió de la mano, le estrechó contra su
corazón, y le besó con ternu ra. Luego sacó de su cinturón dos dinares y se los entregó, dicien do: "Ve a
buscar a tu madre y dile, dándole estos dos dinares: «¡Mi tío tiene intención de venir esta noche a cenar
con nosotros, y por esto te envía este dinero para que prepares manjares excelentes»" Lue go añadió,
inclinándose hacia él: "¡Y ahora, ya Aladino, enséñame por segunda vez el camino de tu casa!" Y contestó
Aladino: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh tío mío!" Y echó andar de lante y le enseñó el
camino de su casa. Y el maghrebín le dejó y se fué por su camino...
En este momento de su narracién, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 733ª noche
Ella dijo:
"...Y el maghrebín le dejó y se fué por su camino. Y Aladino entró en la casa, contó a su madre lo
ocurrido y le entregó los dos dinares, diciéndole: "¡Mi tío va a venir esta noche a cenar con nosotros!"
Entonces, al ver los dos dinares, se dijo la madre de Aladino: "¡Quizá no conociera yo a todos los
hermanos del difunto!" Y se levantó y a toda prisa fué al zoco, en donde compró las provisiones
necesarias para una buena comida, y volvió para ponerse a preparar los manjares. Pero como la pobre no
tenía utensilios de cocina, fué a pedir prestados a las vecinas las cacerolas, platos y vajilla que
necesitaba. Y estuvo cocinando todo el día; y al hacerse la noche, dijo a Aladino: "¡La comida está
dispuesta, hijo mío, y como tu tío no sepa bien el camino de nuestra casa, debes salirle al en cuentro o
esperarle en la calle!"
Y Aladino contestó: "¡Escucho y obe dezco!" Y cuando se disponía a salir, llamaron a la puerta. Y
corrió a abrir él. Era el maghrebín. E iba acompañado de un mandadero que llevaba a la cabeza una
carga de frutas, de pasteles y bebidas. Y Aladino les introdujo a ambos. Y el mandadero se marchó
cuando dejó su carga y le pagaron. Y Aladino condujo al magbrebín a la habita ción en que estaba su
madre. Y el maghrebín se inclinó y dijo con voz conmovida: "La paz sea contigo, ¡oh esposa de mi
hermano!" Y la madre de Aladino le devolvió la zalema. Entonces el maghrebín se echó a llorar en
silencio. Luego preguntó: "¿Cuál es el sitio en que tenía costumbre de sentarse el difunto?" Y la madre de
Aladino le mostró el sitio en cuestión; y al punto se arrojó al suelo el maghrebín y se puso a besar aquel
lugar y a suspirar con lágrimas en los ojos y a decir: "¡Ah, qué suerte la mía! ¡Ah, qué miserable suerte
fué haber te perdido, ¡oh hermano mío! ¡oh estría de mis ojos!"
Y continuó llorando y lamentándose de aquella manera, y con una cara tan trans formada y tanta
alteración de entrañas, que estuvo a punto de desma yarse, y la madre de Aladino no dudó ni por un
instante de que fuese el propio hermano de su difunto marido. Y se acercó a él, le levantó del suelo, y le
dijo: "¡Oh hermano de mi esposo! ¡vas a matarte en balde a fuerza de llorar! ¡Ay, lo que está escrito debe
ocurrir!" Y si guió consolándole con buenas palabras hasta que le decidió a beber un poco de agua para
calmarse y sentarse a comer.
Cuando estuvo puesto el mantel, el maghrebín comenzó a hablar con la madre de Aladino. Y le contó
lo que tenía que contarle, di ciéndole:
"¡Oh mujer de mi hermano! no te parezca extraordinario el no haber tenido todavía ocasión de verme
y el no haberme conocido en vida de mi difunto hermano. Porque hace treinta años que abandoné este
país y partí para el extranjero, renunciando a mi patria. Y desde entonces no he cesado de viajar por las
comarcas de la India y del Sindh, y de recorrer el país de los árabes y las tierras de otras na ciones. ¡Y
también estuve en Egipto y habité la magnífica ciudad de Masr, que es el milagro del mundo! Y tras de
residir allá mucho tiempo, partí para el país del Maghreb central, en donde acabé por fi jar residencia
durante veinte años.
"Por aquel entonces, ¡oh mujer de mi hermano! un día entre los días, estando en mi casa, me puse a
pensar en mi tierra natal y en mi hermano. Y se me exacerbó el deseo de volver a ver mi sangre; y eché a
llorar y empecé a lamentarme de mi estancia en país extranjero. Y al fin se hicieron tan intensas las
nostalgias de mi separación y de mi alejamiento del ser que me era caro, que me decidí a emprender el
viaje a la comarca que vió surgir mi cabeza de recién nacido. Y pensé para mi ánima: «¡Oh hombre!
¡cuántos años van transcurridos desde el día en que abandonaste tu ciudad y tu país y la morada del único
hermano que posees en el mundo! ¡Levántate, pues, y parte a verle de nuevo antes de la muerte! Porque,
¿quién sabe las calamidades del Destino, los accidentes de los días y las revoluciones del tiempo? ¿Y no
sería una suprema desdicha que murieras antes de regocijarte los ojos con la contemplación de tu
hermano, sobre todo ahora que Alah (¡glorificado sea!) te ha dado la riqueza, y tu hermano acaso siga en
una condición de estrecha pobreza? ¡No olvides, por tanto, que con partir verificarás dos acciones
excelentes: volver a ver a tu her mano y socorrerle!»
"Y he aquí que, dominado por estos pensamientos, ¡oh mujer de mi hermano! me levanté al punto y me
preparé para la marcha. Y tras de recitar la plegaria del viernes y la Fatiha del Corán, monté a caballo y
me encaminé a mi patria. Y después de muchos peligros y de las prolongadas fatigas del camino, con
ayuda de Alah (¡glorificado y venerado sea!) acabé por llegar con bien a mi ciudad, que es ésta. Y me
puse inmediatamente a recorrer calles y barrios en busca de la casa de mi hermano. Y Alah permitió que
entonces encontrase a este niño jugando con sus camaradas. ¡Y por Alah el Todopoderoso, ¡oh mujer de
mi hermano! que, apenas le vi, sentí que mi corazón se de rretía de emoción por él; y como la sangre
reconocía a la sangre; no vacilé en suponer en él al hijo de mi hermano! Y en aquel mismo mo mento
olvidé mis fatigas y mis preocupaciones, y creí enloquecer de alegría...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 734ª noche
Ella dijo:
"...Y en aquel mismo momento olvidé mis fatigas y mis pre ocupaciones, y creí enloquecer de alegría.
Pero ¡ay! que no tardé en saber, por boca de este niño, que mi hermano había fallecido en la misericordia
de Alah el Altísimo! ¡Ah! ¡terrible noticia que me hace caer de bruces, abrumado de emoción y de dolor!
Pero ¡oh mujer de mi hermano! ya te contaría el niño probablemente que, con su aspecto y su semejanza
con el difunto, he logrado consolarme un poco, ha ciéndome recordar el proverbio que dice: "¡El hombre
que deja pos teridad, no muere!"
Así habló el maghrebín. Y advirtió que, ante aquellos recuerdos evocados, la madre de Aladino
lloraba amargamente. Y para que ol vidara sus tristezas y se distrajera de sus ideas negras, se encaró con
Aladino, y variando la conversación, le dijo: "Hijo mío, ¿qué oficio aprendiste y en qué trabajo te ocupas
para ayudar a tu pobre madre y vivir ambos?"
Al oír aquello, avergonzado de su vida por primera vez, Aladino bajó la cabeza mirando al suelo. Y
como no decía palabra, contestó en lugar suyo su madre: "¿Un oficio? ¡oh hermano de mi esposo! ¿tener
un oficio Aladino? ¿Quién piensa en eso? ¡Por Alah, que no sabe nada absolutamente! ¡Ah! ¡nunca vi un
niño tan travieso! ¡Se pasa todo el día corriendo con otros niños del barrio, que son unos vagabundos,
unos pillastres, unos haraganes como él, en vez de seguir el ejemplo de los hijos buenos, que están en la
tienda con sus padres! ¡Sólo por causa suya murió su padre, dejándome amargos recuerdos! ¡Y también
yo me veo reducida a un triste estado de salud! Y aun que apenas si veo con mis ojos, gastados por las
lágrimas y las vigi lias, tengo que trabajar sin descanso y pasarme días y noches hilando algodón para
tener con qué comprar dos panes de maíz, lo preciso para mantenernos ambos. ¡Y tal es mi condición! ¡Y
te juro por tu vida, ¡oh hermano de mi esposo! que sólo entra él en casa a las horas precisas de las
comidas! ¡Y esto es todo lo que hace! Así es que a veces, cuando me abandona de tal suerte, por más que
soy su madre pienso cerrar la puerta de la casa y no volver a abrírsela, a fin de obligarle a que busque un
trabajo que le dé para vivir. ¡Y luego me falta valor para hacerlo; porque el corazón de una madre es
compa sivo y misericordioso! ¡Pero mi edad avanza, y me estoy haciendo muy vieja, ¡oh hermano de mi
esposo! ¡Y mis hombros no soportan las fatigas que antes! ¡Y ahora apenas si mis dedos me permiten dar
vuelta al huso! ¡Y no sé hasta cuándo voy a poder continuar una ta rea semejante sin que me abandone la
vida, como me abandona mi hijo, este Aladino, que tienes delante de ti, ¡oh hermano de mi esposo!"
Y echó a llorar.
Entonces el maghrebín se encaró con Aladino, y le dijo: "¡Ah! ¡oh hijo de mi hermano! ¡en verdad que
no sabía yo todo eso que a ti se refiere! ¿Por qué marchas por esa senda de haraganería? ¡Qué vergüenza
para ti, Aladino! ¡Eso no está bien en hombres como tú! ¡Te hallas dotado de razón, hijo mío, y eres un
vástago de buena familia! ¿No es para ti una deshonra dejar así que tu pobre madre, una mujer vieja,
tenga que mantenerte, siendo tú un hombre con edad para tener una ocupación con que pudiérais
manteneros ambos... ? ¡Y por cierto ¡oh hijo mío! que gracias a Alah, lo que sobra en nues tra ciudad son
maestros de oficio! ¡Sólo tendrás, pues, que escoger tú mismo el oficio que más te guste, y yo me
encargaré de colocarte! ¡Y de ese modo, cuando seas mayor, hijo mío, tendrás entre las manos un oficio
seguro que te proteja contra los embates de la suerte! ¡Ha bla ya! ¡Y si no te agrada el trabajo de aguja,
oficio de tu difunto padre, busca otra cosa y avísamelo! Y yo te ayudaré todo lo que pue da, ¡oh hijo mío!"
Pero en vez de contestar, Aladino continuó con la cabeza baja y guardando silencio, con lo cual
indicaba que no quería más oficio que el de vagabundo. Y el makhrebin advirtió su repugnancia por los
ofi cios manuales, y trató de atraérsele de otra manera. Y le dijo, por tanto: "¡Oh hijo de mi hermano! ¡no
te enfades ni te apenes por mi insistencia! ¡Pero déjame añadir que, si los oficios te repugnan, estoy
dispuesto, caso de que quieras ser un hombre honrado, a abrirte una tienda de mercader de sederías en el
zoco grande! Y te surtiré la tienda con las telas más caras y brocados de la calidad más fina. ¡Y así te
harás con buenas relaciones entre los mercaderes al por mayor! Y te acostumbrarás a vender y comprar,
tomar y dar. Y será excelente tu reputación en la ciudad. ¡Y con ello honrarás la memoria de tu difunto
padre! ¿Qué dices a esto, ¡oh Aladino, hijo mío!?"
Cuando Aladino escuchó esta proposición de su tío y compren dió que podría convertirse en un gran
mercader del zoco, en un hombre de importancia, vestido con buenas ropas, con un turbante de seda y un
lindo cinturón de diferentes colores, se regocijó en extremo. Y miró al maghrebín sonriendo y torciendo
la cabeza, lo que en su len guaje significaba claramente: "¡Acepto!".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 735ª noche
Ella dijo:
"...Y miró al maghrebín sonriendo y torciendo la cabeza, lo que en su lenguaje significaba claramente:
"¡Acepto!" Y el maghrebín comprendió entonces que le agradaba la proposición, y dijo a Aladi no: "Ya
que quieres convertirte en un personaje de importancia, en un mercader con tienda abierta, procura en lo
sucesivo hacerte digno de tu nueva situación. Y sé un hombre desde ahora, ¡oh hijo de mi hermano! Y
mañana, si Alah quiere, te llevaré al zoco, y empezaré por comprarte un hermoso traje nuevo, como lo
llevan los mercaderes ricos, y todos los accesorios que exige. ¡Y hecho esto, buscaremos juntos una
tienda buena para instalarse en ella!"
¡Eso fué todo!
Y la madre de Aladino, que oía aquellas exhor taciones y veía aquella generosidad, bendecía a Alah
el Bienhechor, que de manera tan inesperada le enviaba a un pariente que la salvaba de la miseria y
llevaba por el buen camino a su hijo Aladino. Y sirvió la comida con el corazón alegre, como si se
hubiese rejuvenecido vein te años. ¡Y comieron y bebieron, sin dejar de charlar de aquel asunto, que tanto
les interesaba a todos! Y el maghrebín empezó por iniciar a Aladino en la vida y los modales de los
mercaderes, y por hacerle que se interesara mucho en su nueva condición. Luego, cuando vió que, la
noche iba ya mediada, se levantó y se despidió de la madre de Aladino y besó a Aladino. Y salió,
prometiéndole que volvería al día siguiente. Y aquella noche, con la alegría, Aladino no pudo pegar los
ojos y no hizo más que pensar en la vida encantadora que le esperaba.
Y he aquí que al día siguiente, a primera hora, llamaron a la puerta. Y la madre de Aladino fué a abrir
por sí misma, y vió que precisamente era el hermano de su esposo, el maghrebín, que cumplía su promesa
de la víspera. Sin embargo, a pesar de las instancias de la madre de Aladino, no quiso entrar, pretextando
que no era hora de visitas, y solamente pidió permiso para llevarse a Aladino consigo al zoco. Y
Aladino, levantado y vestido ya, corrió a ver a su tío, y le dió los buenos días y le besó la mano.
El maghrebín le cogió de la mano y se fué con él al zoco. Y entró con él en la tienda del mejor
mercader y pidió un traje que fuese el más hermoso y el más lujoso entre los trajes a la medida de
Aladino. Y el mercader le enseñó varios a cual más hermoso. Y el maghrebín dijo a Aladino: "¡Escoge tú
mismo el que te guste, hijo mío!" Y en extremo encanta do de la generosidad de su tío, Aladino escogió
uno que era todo de seda rayada y reluciente. Y también escogió un turbante de muselina de seda
recamada de oro fino, un cinturón de Cachemira y botas de cuero rojo brillante. Y el maghrebín lo pagó
todo sin regatear y en tregó el paquete a Aladino, diciéndole: "¡Vamos ahora al hammam para que estés
bien limpio antes de vestirte de nuevo!" Y le condujo al hammam, y entró con él en una sala reservada, y
le bañó con sus propias manos; y se bañó él también. Luego pidió los refrescos que suceden al baño; y
ambos bebieron con delicia y muy contentos,
Entonces se puso Aladino el suntuoso traje consabido de seda rayada y reluciente, se colocó el
hermoso turbante, se ciñó al talle el cinturón de Indias y se calzó las botas rojas. Y de este modo estaba
hermoso cual la luna y comparable a algún hijo de rey o de sultán. Y en ex tremo encantado de verse
transformado así, se acercó a su tío y le besó la mano y le dió muchas gracias por su generosidad. Y el
maghrebín le besó, y le dijo: "¡Todo esto no es más que el comienzo!" Y salió con él del hammam, y lo
llevó a los zocos más frecuentados, y le hizo visitar las tiendas de los grandes mercaderes. Y hacíale
admirar las telas más ricas y los objetos de precio, enseñándole el nombre de cada cosa en particular; y
le decía: "¡Como vas a ser mercader es preciso que te enteres de los pormenores de ventas y compras!"
Lue go le hizo visitar los edificios notables de la ciudad y las mezquitas principales y los khans en que se
alojaban las caravanas. Y terminó el paseo, haciéndole ver los palacios del sultán y los jardines que los
circundaban. Y por último le llevó al khan grande, donde paraba él, y le presentó a los mercaderes
conocidos suyos, diciéndoles: "¡Es el hijo de mi hermano!" Y les invitó a todos a una comida que dió en
honor de Aladino, y les regaló con los manjares más selectos, y estuvo con ellos y con Aladino hasta la
noche.
Entonces se levantó y se despidió de sus invitados, diciéndoles que iba a llevar a Aladino a su casa.
Y en, efecto, no quiso dejar volver solo a Aladino, y le cogió de la mano y se encaminó con él a casa de
la madre. Y al ver a su hijo tan magníficamente vestido, la pobre ma dre de Aladino creyó perder la razón
de alegría. Y empezó a dar gra cias y a bendecir mil veces a su cuñado, diciéndole: "¡Oh hermano de mi
esposo! ¡aunque toda la vida estuviera dándote gracias, jamás te agradecería bastante tus beneficios!" Y
contestó el maghrebín: "¡Oh mujer de mi hermano! ¡no tiene ningún mérito, verdaderamente ningún mérito,
el que yo obre de esta manera, porque Aladino es hijo mío, y mi deber es de servirle de padre en lugar
del difunto! ¡No te preocupes, pues, por él y estáte tranquila!" Y dijo a la madre de Ala dino, levantando
los brazos al cielo: "¡Por el honor de los santos an tiguos y recientes, ruego a Alah que te guarde y te
conserve, ¡oh her mano de mi esposo! y prolongue tu vida para nuestro bien, a fin de que seas el ala cuya
sombra proteja siempre a este niño huérfano! ¡Y ten la seguridad de que él, por su parte, obedecerá
siempre tus órde nes y no hará más que lo que le mandes!"
Y dijo el maghrebín: ";Oh mujer de mi hermano! Aladino se ha convertido en hombre sensato, porque
es un excelente mozo, hijo de buena familia. ¡Y espero desde luego que será digno descendiente de su
padre y refrescará tus ojos!" Luego añadió: "Dispensadme ¡oh mujer de mi hermano! porque ma ñana
viernes no se abra la tienda prometida; pues ya sabes que el viernes están cerrados los zocos y que no se
puede tratar de negocios. ¡Pero pasado mañana, sábado, se hará, si Alah quiere! Mañana, sin embargo,
vendré por Aladino para continuar instruyéndole, y le haré visitar los sitios públicos y los jardines
situados fuera de la ciudad, adonde van a pasearse los mercaderes ricos, a fin de que así pueda
habituarse a la contemplación del lujo y de la gente distinguida. ¡Por que hasta hoy no ha frecuentado más
trato que el de los niños, y es preciso que conozca ya a hombres y que ellos le conozcan!" Y se des pidió
de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó...
En este momento de su narración, Schebrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 736ª noche
Ella dijo:
"...Y se despidió de la madre de Aladino, besó a Aladino y se marchó. Y Aladino pensó durante la
noche en todas las cosas her mosas que acababa de ver y en las alegrías que acababa de experi mentar; y
se prometió nuevas delicias para el siguiente día. Así es que se levantó con la aurora, sin haber podido
pegar los ojos, y se vistió sus ropas nuevas, y empezó a andar de un lado para otro, enre dándose los pies
con aquel traje largo, al cual no estaba acostumbra do. Luego, como su impaciencia le hacía pensar que el
maghrebín tar daba demasiado, salió a esperarle a la puerta, y acabó por verle aparecer. Y corrió a él
como un potro y le besó la mano. Y el maghre bín le besó y le hizo muchas caricias, y le dijo que fuera a
advertir a su madre de que se le llevaba. Después le cogió de la mano y se fué con él. Y echaron a andar
juntos, hablando de unas cosas y de otras; y franquearon las puertas de la ciudad, de donde nunca había
salido aún Aladino. Y empezaron a aparecer ante ellos las hermosas casas particulares y los hermosos
palacios rodeados de jardines; y Aladino los miraba maravillado, y cada cual le parecía más hermoso
que el anterior. Y así anduvieron mucho por el campo, acercándose más cada vez al fin que se proponía
el maghrebín. Pero llegó un momento en que Aladino comenzó a cansarse, y dijo al maghrebín: "¡Oh tío
mío! ¿tenemos que andar mucho todavía? ¡Mira que hemos dejado atrás los jardines, y ya sólo tenemos
delante de nosotros la montaña! ¡Ade más, estoy fatigadísimo, y quisiera tomar un bocado!" Y el maghre -
bín se sacó del cinturón un pañuelo con frutas y pan, y dijo a Aladi no: "Aquí tienes, hijo mío, con qué
saciar tu hambre y tu sed. ¡Pero aún tenemos que andar un poco para llegar al paraje maravilloso que voy
a enseñarte y que no tiene igual en el mundo! ¡Repón tus fuerzas y toma alientos, Aladino, que ya eres un
hombre!" Y continuó ani mándole, a la vez que le daba consejos acerca de su conducta en el porvenir, y le
impulsaba a separarse de los niños para acercarse a los hombres sabios y prudentes. ¡Y consiguió
distraerle de tal manera, que acabó por llegar con él a un valle desierto al pie de la montaña, y en donde
no había más presencia que la de Alah!
¡Allí precisamente terminaba el viaje del maghrebín! ¡Y para llegar a aquel valle había salido del
fondo del Maghreb y había ido a los confines de la China!
Se encaró entonces con Aladino, que estaba extenuado de fatiga, y le dijo sonriendo: "¡Ya hemos
llegado, hijo mío Aladino!" Y se sentó en una roca y le hizo sentarse al lado suyo y le abrazó con mucha
ternura, y le dijo: "Descansa un poco, Aladino. Porque al fin voy a mos trarte lo que jamás vieron los ojos
de los hombres. Sí, Aladino; vas a ver aquí mismo un jardín más hermoso que todos los jardines de la
tierra. Y sólo cuando hayas admirado las maravillas de ese jardín tendrás verdaderamente razón para
darme gracias y olvidarás las fatigas de la marcha y bendecirás el día en que me encontraste por primera
vez". Y le dejó descansar un instante, con los ojos muy abier tos de asombro al pensar que iba a ver un
jardín en un paraje donde no había más que rocas desperdigadas y matorrales. Luego le dijo: "¡Levántate
ahora, Aladino, y recoge entre esos matorrales las ramas más secas y los trozos de leña que encuentres, y
tráemelos!¡ Y entonces verás el espectáculo gratuito a que te invito!"
Aladino se levantó y se apresuró a recoger entre los matorrales y la maleza una gran can tidad de
ramas secas y trozos de leña, y se los llevó al maghrebín, que le dijo: "Ya tengo bastante.
¡Retírate ahora y ponte detrás de mí!" Y Aladino obedeció a su tío, y fué a colocarse a cierta
distancia de trás de él.
Entonces el maghrebín sacó del cinturón un eslabón, con el que hizo lumbre, y prendió fuego al
montón de ramas y hierbas secas, que llamearon crepitando. Y al punto sacó del bolsillo una caja de
concha, la abrió y tomó un poco de incienso, que arrojó en medio de la hoguera. Y levantóse una
humareda muy espesa que apartó él con sus manos a un lado y a otro, murmurando fórmulas en una lengua
incomprensible en absoluto para Aladino. Y en aquel mismo momento tembló la tierra y se conmovieron
sobre su base las rocas y se entreabrió el suelo en un espacio de unos diez codos de anchura. Y en el
fondo de aquel agujero apareció una losa horizontal de márbol de cinco codos de ancho con una anilla de
bronce en medio.
Al ver aquello, Aladino, espantado, lanzó un grito, y cogiendo con los dientes el extremo de su traje,
volvió la espalda y emprendió la fuga, agitando las piernas. Pero de un salto cayó sobre él el maghrebín y
le atrapó. Y le miró con ojos medrosos, le zarandeó teniéndole cogido de una oreja, y levantó la mano y
le aplicó una bofetada tan terrible, que por poco le salta los dientes, y Aladino quedó todo aturdido y se
cayó al suelo.
Y he aquí que el maghrebín no le había tratado de aquel modo más que por dominarle de una vez para
siempre, ya que le necesitaba para la operación que iba a realizar, y sin él no podía intentar la empresa
para la que había venido. Así es que cuando le vió atontado en el suelo le levantó, y le dijo con una voz
que procuró hacer muy dulce: "¡Sabe, Aladino, que si te traté así fué para enseñarte a ser un hombre!
¡Por que soy tu tío, el hermano de tu padre, y me debes obediencia!" Luego añadió con una voz de lo más
dulce: "¡Vamos, Aladino, escucha bien lo que voy a decirte, y no pierdas ni una sola palabra! ¡Porque si
así lo haces sacarás de ello ventajas considerables y en seguida olvidarás los trabajos pasados!" Y le
besó, y teniéndole para en adelante comple tamente sometido y dominado, le dijo: "¡Ya acabas de ver, hijo
mío, cómo se ha abierto el suelo en virtud de las fumigaciones y fórmulas que he pronunciado! ¡Pero es
preciso que sepas que obré de tal suerte úni camente por tu bien; porque debajo de esta losa de mármol
que ves en el fondo del agujero con un anillo de bronce se halla un tesoro que está inscripto a tu nombre y
no puede abrirse más que con tu presencia! ¡Y este tesoro, que te está destinado, te hará más rico que
todos los reyes! Y para demostrarte que ese tesoro está destinado a ti y no a
ningún otro, sabe que sólo a ti en el mundo es posible tocar esta losa de mármol y levantarla; pues yo
mismo, a pesar de todo mi poder, que es grande, no podría echar mano a la anilla de bronce ni levantar la
losa, aunque fuese mil veces más poderoso y más fuerte de lo que soy. ¡Y una vez levantada la losa no me
sería posible penetrar en el tesoro, ni bajar un escalón siquiera.
¡A ti únicamente incumbe hacer lo que no puedo hacer yo por mí mismo! ¡Y para ello no tienes más
que ejecutar al pie de la letra lo que voy a decirte! ¡Y así serás el amo del tesoro, que partiremos con
toda equidad en dos partes iguales, una para ti y otra para mí!"
Al oír estas palabras del maghrebín, el pobre Aladino se olvidó de sus fatigas y de la bofetada
recibida, y contestó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 738ª noche
Ella dijo:
"...Al oír estas palabras del maghrebín, el pobre Aladino se ol vidó de sus fatigas y de la bofetada
recibida, y contestó: "¡Oh tío mío! ¡mándame lo que quieras y te obedeceré!" Y el maghrebín le cogió en
brazos y le besó varias veces en las mejillas, y le dijo: "¡Oh Aladino! ¡eres para mí más querido que un
hijo, pues que no tengo en la tierra más parientes que tú; tú serás mi único heredero, ¡oh hijo mío! Por que,
al fin y al cabo, por ti, en suma, es por quien trabajo en este mo mento y por quien vine desde tan lejos. Y
si estuve un poco brusco, comprenderás ahora que fué para decidirte a no dejar de alcanzar en vano tu
maravilloso destino. ¡He aquí, pues, lo que tienes que hacer! ¡Empezarás por bajar conmigo al fondo del
agujero, y cogerás la anilla de bronce y levantarás la losa de mármol!" Y cuando hubo hablado así, se
metió él primero en el agujero y dió la mano a Aladino para ayudarle a bajar. Y ya abajo, Aladino le
dijo: "¿Pero cómo voy a arreglarme ¡oh tío mío! para levantar una losa tan pesada siendo yo un niño? ¡Si,
al menos, quisieras ayudarme tú, me prestaría a ello con mucho gusto!" El maghrebín contestó: "¡Ah, no!
¡Ah, no! ¡Si, por desgracia, echara yo una mano, no podrías hacer nada ya y tu nombre se borraría para
siempre del tesoro! ¡Prueba tú solo y verás cómo levantas la losa con tanta facilidad como si alzaras una
pluma de ave! ¡Sólo tendrás que pro nunciar tu nombre y el nombre de tu padre y el nombre de tu abuelo
al coger la anilla!"
Entonces se inclinó Aladino y cogió la anilla y tiró de ella, di ciendo: "¡Soy Aladino, hijo del sastre
Mustafá, hijo del sastre Alí!" Y levantó con gran facilidad la losa de mármol, y la dejó a un lado. Y vió
una cueva con doce escalones de mármol que conducían a una puerta de dos hojas de cobre rojo con
gruesos clavos. Y el maghrebín le dijo: "Hijo mío Aladino, baja ahora a esa cueva. Y cuando llegues al
duodécimo escalón entrarás por esa puerta de cobre, que se abrirá sola delante de ti. Y te hallarás debajo
de una bóveda grande dividida en tres salas que se comunican unas con otras. En la primera sala verás
cuatro grandes calderas de cobre llenas de oro líquido, y en la segunda sala cuatro grandes calderas de
plata llenas de oro, y en la tercera sala cuatro grandes calderas de oro llenas de dinares de oro. Pero
pasa sin detenerte y recógete bien el traje, sujetándotelo a la cintura para que no toques a las calderas;
porque si tuvieras la desgra cia de tocar con los dedos o rozar siquiera con tus ropas una de las calderas o
su contenido, al instante te convertirás en una mole de pie dra negra. Entrarás, pues, en la primera sala, y
muy de prisa pasarás a la segunda, desde la cual, sin detenerte un instante, penetrarás en la tercera, donde
verás una puerta claveteada, parecida a la de entrada, que al punto se abrirá ante ti. Y la franquearás, y te
encontrarás de pronto en un jardín magnífico plantado de árboles agobiados por el peso de sus frutas.
¡Pero no te detengas allí tampoco! Lo atravesarás, caminando adelante todo derecho, y llegarás a una
escalera de columnas con treinta peldaños, por los que subirás a una terraza. Cuando estés en esta terraza,
¡oh Aladino! ten cuidado, porque enfrente de ti verás una especie de hornacina al aire libre; y en esta
hornacina, sobre un pedestal de bronce, encontrarás una lamparita de cobre. Y estará en cendida esta
lámpara. ¡Ahora, fíjate bien, Aladino! ¡cogerás esta lám para, la apagarás, verterás en el suelo el aceite y
te la esconderás en el pecho enseguida! Y no temas mancharte el traje, porque el aceite que viertas no
será aceite, sino otro líquido que no deja huella alguna en las ropas. ¡Y volverás a mí por el mismo
camino que hayas seguido! Y al regreso, si te parece, podrás detenerte un poco en el jardín, y coger de
este jardín tantas frutas como quieras. Y una vez que te hayas reunido conmigo, me entregarás la lámpara,
fin y motivo de nuestro viaje y origen de nuestra riqueza y de nuestra gloria en el porvenir, ¡oh hijo mío!"
Cuando el maghrebín hubo hablado así, se quitó un anillo que lle vaba al dedo y se lo puso a Aladino
en el pulgar, diciéndole: "Este ani llo, hijo mío, te pondrá a salvo de todos los peligros y te preservará de
todo mal. ¡Reanima, pues, tu alma, y llena de valor tu pecho, por que ya no eres un niño, sino un hombre!
¡Y con ayuda de Alah, te saldrá bien todo! ¡Y disfrutaremos de riquezas y de honores durante toda la
vida, y gracias a la lámpara!" Luego añadió: "¡Pero te enca rezco una vez más, Aladino, que tengas
cuidado de recogerte mucho el traje y de ceñírtelo cuanto puedas, porque, de no hacerlo así, estás
perdido y contigo el tesoro!"
Luego le besó, y acariciándole varias veces en las mejillas, le dijo: "¡Vete tranquilo!"
Entonces, en extremo animado, Aladino bajó corriendo por los escalones de mármol, y alzándose el
traje hasta más arriba de la cin tura, y ciñéndoselo bien, franqueó la puerta de cobre, cuya hojas se
abrieron por sí solas al acercarse él. Y sin olvidar ninguna de las re comendaciones del maghrebín,
atravesó con mil precauciones la pri mera, la segunda y la tercera salas, evitando las calderas llenas de
oro; llegó a la última puerta, la franqueó, cruzó el jardín sin dete nerse, subió los treinta peldaños de la
escalera de columnas, se remon tó a la terraza y encaminóse directamente a la hornacina que había frente a
él. Y en el pedestal de bronce vió la lámpara encendida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 739ª noche
Ella dijo:
"...Y en el pedestal de bronce vió la lámpara encendida. Y ten dió la mano y la cogió. Y vertió en el
suelo el contenido, y al ver que inmediatamente quedaba seco el depósito, se la ocultó en el pecho, sin
temor a mancharse el traje. Y bajó de la terraza y llegó de nuevo al jardín.
Libre entonces de su preocupación, se detuvo un instante en el último peldaño de la escalera para
mirar al jardín. Y se puso a con templar aquellos árboles, cuyas frutas no había tenido tiempo de ver a la
llegada. Y observó que los árboles de aquel jardín, en efecto, estaban agobiados bajo el peso de sus
frutas, que eran extraordina rias de forma, de tamaño y de color. Y notó que, al contrario de lo que ocurre
con los árboles de los huertos, cada rama de aquellos árboles tenía frutas de diferentes colores. Las había
blancas, de un blanco transparente como el cristal, o de un blanco turbio como el alcanfor, o de un blanco
opaco como la cera virgen. Y las había rojas, de un rojo como los granos de la granada o de un rojo
como la naranja sanguínea. Y las había verdes, de un verde oscuro y de un verde suave; y había otras que
eran azules y violetas y amarillas; y otras que ostentaban colores y matices de una variedad infinita.
¡El pobre de Aladino no sabía que las frutas blancas eran diamantes, perlas, nácar y piedras lunares;
que las frutas rojas eran rubíes, carbunclos, jacin tos, coral y cornalinas; que las verdes eran esmeraldas,
berilos, jade, prasios y aguas-marinas; que las azules eran zafiros, turquesas, lapis lázuli y lazulitas; que
las violetas eran amatistas, jaspes y sardoinas; que las amarillas eran topacios, ámbar y ágatas; y que las
demás, de colores desconocidos, eran ópalos, venturimas, crisólitos, cimófanos, hematitas, turmalinas,
peridotos azabache y crisopacios! Y caía el sol a plomo sobre al jardín. Y los árboles despedían llamas
de todas sus frutas, sin consumirse.
Entonces, en el límite del placer, se acercó Aladino a uno de aque llos árboles y quiso coger algunas
frutas para comérselas. Y observó que no se les podía meter el diente, y que no se asemejaban más que
por su forma a las naranjas, a los higos, a los plátanos a las uvas, a las sandías, a las manzanas y a todas
las demás frutas excelentes de la China. Y se quedó muy desilusionado al tocarlas; y no las encontró nada
de su gusto. Y creyó que sólo eran bolas de vidrio coloreado, pues en su vida había tenido ocasión de ver
piedras preciosas. Sin embargo, a pesar de su desencanto, se decidió a coger algunas para regalárselas a
los niños que fueron antiguos camaradas suyos, y también a su pobre madre. Y cogió varias de cada
color, llenándose con ellas el cinturón, los bolsillos y el forro de la ropa, guardándoselas asimismo entre
el traje y la camisa y entre la camisa y la piel; y se metió tal cantidad de aquellas frutas, que parecía un
asno cargado a un lado y a otro. Y agobiado por todo aquello, se alzó cuidadosamente el traje
ciñéndoselo mucho a la cintura, y lleno de prudencia y de precaución atravesó con ligereza las tres salas
de calderas y ganó la escalera de la cueva, a la entrada de la cual le esperaba ansiosamente el maghrebín.
Y he aquí que, en cuanto Aladino franqueó la puerta de cobre y subió el primer peldaño de la
escalera, el maghrebín, que se hallaba encima de la abertura, junto a la entrada misma de la cueva, no
tuvo paciencia para esperar a que subiese todos los escalones y saliese de la cueva por completo, y le
dijo: "Bueno, Aladino, ¿dónde está la lámpara?" Y Aladino contestó: "La tengo en el pecho!" El otro
dijo: "¡Sácala ya y dámela!" Pero Aladino le dijo: "¿Cómo quieres que te la dé pronto, ¡oh tío mío! si
está entre todas las bolas de vidrio con que me he llenado la ropa por todas partes? ¡Déjame antes subir
esta escalera, y ayúdame a salir del agujero; y entonces descargaré todas estas bolas en lugar seguro, y no
sobre estos peldaños, por los que rodarían y se romperían! ¡Y ahí podré sacarme del pecho la lámpara y
dártela cuando esté libre de esta impedimenta insuperable! ¡Por cier to que se me ha escurrido hacia la
espalda y me lastima violentamente en la piel, por lo que bien quisiera verme desembarazado de ella!"
Pe ro el maghrebín, furioso por la resistencia que hacía Aladino y persua dido de que Aladino sólo ponía
estas dificultades porque quería guar darse para él la lámpara, le gritó con una voz espantosa como la de
un demonio: "¡Oh hijo de perro! ¿quieres darme la lámpara en se guida, o morir?" Y Aladino, que no
sabía a qué atribuir este cambio de modales de su tío, y aterrado al verle en tal estado de furor, y te -
miendo recibir otra bofetada más violenta que la primera, se dijo: "¡Por Alah, que más vale resguardarse!
¡Y voy a entrar de nuevo en la cueva mientras él se calma!" Y volvió la espalda, y recogiéndose el traje,
entró prudentemente en el subterráneo.
Al ver aquello, el maghrebín lanzó un grito de rabia, y en el lí mite del furor, pataleó y se convulsionó,
arrancándose las barbas de desesperación por la imposibilidad en que se hallaba de correr tras de
Aladino a la cueva vedada por los poderes mágicos. Y exclamó: "¡Ah maldito Aladino! ¡vas a ser
castigado como mereces!" Y corrió hacia la hoguera, que no se había apagado todavía, y echó en ella un
poco de polvo de incienso que llevaba consigo, murmurando una fórmula má gica. Y al punto la losa de
mármol que servía para tapar la entrada de la cueva se cerró por sí sola y volvió a su sitio primitivo,
cubriendo herméticamente el agujero de la escalera; y tembló la tierra y se cerró de nuevo; y el suelo se
quedó tan liso como antes de abrirse. Y Aladino encontróse de tal suerte encerrado en el subterráneo.
Porque, como ya se ha dicho, el maghrebín era un mago insigne venido del fondo del Maghreb, y no
un tío ni un pariente cercano o lejano de Aladino. Y había nacido verdaderamente en Africa, que es el
país y el semillero de los magos y hechiceros de peor calidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 740ª noche
Ella dijo:
"...Y había nacido verdaderamente en Africa, que es el país y el semillero de los magos y hechiceros
de peor calidad. Y desde su juventud habíase dedicado con tesón al estudio de la hechicería y de los
hechizos, y el arte de la geomancia, de la alquimia, de la astrología, de las fumigaciones y de los
encantamientos. Y al cabo de treinta años de operaciones mágicas, por virtud de su hechicería, logró
descubrir que en un paraje desconocido de la tierra había una lámpara extraor dinariamente mágica que
tenía el don de hacer más poderoso que los reyes y sultanes todos al hombre que tuviese la suerte de ser
su poseedor. Entonces hubo de redoblar sus fumigaciones y hechicería, y con una última operación
geomántica logró enterarse de que la lámpara consabi da se hallaba en un subterráneo situado en las
inmediaciones de la ciudad de Kolo-ka-tsé, en el país de China. (Y aquel paraje era precisa mente el que
acabamos de ver con todos sus detalles.) Y el mago se puso en camino sin tardanza, y después de un largo
viaje había llegado a Kolo-ka-tsé, donde se dedicó a explorar los alrededores y acabó por delimitar
exactamente la situación del subterráneo con lo que contenía. Y por su mesa adivinatoria se enteró de que
el tesoro y la lámpara má gica estaban inscriptos, por los poderes subterráneos, a nombre de Ala dino, hijo
de Mustafá el sastre, y de que sólo él podría hacer abrirse el subterráneo y llevarse la lámpara, pues
cualquier otro perdería la vida infaliblemente si intentaba la menor empresa encaminada a ello. Y por eso
se puso en busca de Aladino, y cuando le encontró, hubo de utilizar toda clase de estratagemas y engaños
para atraérsele y condu cirle a aquel paraje desierto, sin despertar sus sospechas ni las de su madre. Y
cuando Aladino salió con bien de la empresa, le había recla mado tan presurosamente la lámpara porque
quería engañarle y empa redarle para siempre en el subterráneo. ¡Pero ya hemos visto cómo Aladino, por
miedo a recibir una bofetada, se había refugiado en el interior de la cueva, donde no podía penetrar el
mago, y cómo el mago, con objeto de vengarse, habíale encerrado allí dentro contra su volun tad para que
se muriese de hambre y de sed!
Realizada aquella acción, el mago, convulso y echando espuma, se fué por su camino, probablemente
a Africa, su país.
¡Y he aquí lo re ferente a él! Pero seguramente nos lo volveremos a encontrar.
¡He aquí ahora lo que atañe a Aladino!
No bien entró otra vez en el subterráneo, oyó el temblor de tierra producido por la magia del
maghrebín, y aterrado, temió que la bóveda se desplomase sobre su cabeza, y se apresuró a ganar la
salida. Pero al llegar a la escalera, vió que la pesada losa de mármol tapaba la aber tura; y llegó al límite
de la emoción y del pasmo. Porque, por una parte, no podía concebir la maldad del hombre a quien creía
tío suyo y que le había acariciado y mimado, y por otra parte, no había para qué pensar en levantar la
losa de mármol, pues le era imposible hacerlo desde abajo. En estas condiciones, el desesperado
Aladino empezó a dar muchos gritos, llamando a su tío y prometiéndole, con toda clase de juramentos,
que estaba dispuesto a darle en seguida la lámpara.
Pero claro es que sus gritos y sollozos no fueron oídos por el mago, que ya se encontraba lejos. Y al
ver que su tío no le contestaba, Aladino empezó a abrigar algunas dudas con respecto a él, sobre todo al
acor darse de que le había llamado hijo de perro, gravísima injuria que jamás dirigiría un verdadero tío al
hijo de su hermano.
De todos mo dos, resolvió entonces ir al jardín, donde había luz, y buscar una salida por donde
escapar de aquellos lugares tenebrosos. Pero al llegar a la puerta que daba al jardín observó que estaba
cerrada y que no se abría ante él entonces. Enloquecido ya, corrió de nuevo a la puerta de la cueva y se
echó llorando en los peldaños de la escalera. Y ya se veía enterrado vivo entre las cuatro paredes de
aquella cueva, llena de negru ra y de horror, a pesar de todo el oro que contenía. Y sollozó durante mucho
tiempo, sumido en su dolor. Y por primera vez en su vida dió en pensar en todas las bondades de su
pobre madre y en su abnegación infatigable, no obstante la mala conducta y la ingratitud de él. Y la
muerte en aquella cueva hubo de parecerle más amarga, por no haber podido refrescar en vida el corazón
de su madre mejorando algo su carácter y demostrándola de alguna manera su agradecimiento. Y sus piró
mucho al asaltarle este pensamiento, y empezó a retorcerse los brazos y a restregarse las manos, como
generalmente hacen los que es tán desesperados, diciendo, a modo de renuncia a la vida: "¡No hay recurso
ni poder más que en Alah!"
Y he aquí que, con aquel movi miento, Aladino frotó sin querer el anillo que llevaba en el pulgar y que
le había prestado el mago para preservarle de los peligros del subterrá neo. Y no sabía aquel maghrebín
maldito que el tal anillo había de salvar la vida de Aladino precisamente, pues de saberlo, no se lo
hubiera confiado desde luego, o se hubiera apresurado a quitárselo, o incluso no hubiera cerrado el
subterráneo mientras el otro no se lo devolviese. Pero todos los magos son, por esencia, semejantes a
aquel maghrebín hermano suyo: a pesar del poder de su hechicería y de su ciencia mal dita, no saben
prever las consecuencias de las acciones más sencillas, y jamás piensan en precaverse de los peligros
más vulgares. ¡Porque con su orgullo y su confianza en sí mismos, nunca recurren al Señor de las
criaturas, y su espíritu permanece constantemente oscurecido por una humareda más espesa que la de sus
fumigaciones, y tienen los ojos ta pados por una venda, y van a tientas por las tinieblas!
Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin querer, el anillo que llevaba en el pulgar y
cuya virtud ignoraba...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 741ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que, cuando el desesperado Aladino frotó, sin que rer, el anillo que llevaba en el pulgar y
cuya virtud ignoraba, vió surgir de pronto ante él, como si brotara de la tierra, un inmenso y gigantesco
efrit, semejante a un negro embetunado, con una cabeza como un cal dero, y una cara espantosa, y unos
ojos rojos, enormes y llameantes, el cual se inclinó ante él, y con una voz tan retumbante cual el rugido
del trueno, le dijo "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor del
anillo en la tierra, en el aire y en el agua!"
Al ver aquello, Aladino, que no era valeroso, quedó muy aterrado; y en cualquier otro sitio y en
cualquier otra circunstancia hubiera caído desmayado o hubiera procurado escapar. Pero en aquella
cueva, donde ya se creía muerto de hambre y de sed, la intervención de aquel espan toso efrit parecióle un
gran socorro, sobre todo cuando oyó la pregunta que le hacía. Y al fin pudo mover la lengua y contestar:
"¡Oh gran jeique de los efrits del aire, de la tierra y del agua, sácame de esta cueva!" Apenas había él
pronunciado estas palabras, se conmovió y se abrió la tierra por encima de su cabeza, y en un abrir y
cerrar de ojos sintió se transportado fuera de la cueva, en el mismo paraje donde encendió la hoguera el
magbrebín. En cuanto al efrit, había desaparecido.
Entonces, todo tembloroso de emoción todavía, pero muy contento por verse de nuevo al aire libre,
Aladino dió gracias a Alah el Bien hechor que le había librado de una muerte cierta y le había salvado de
las emboscadas del maghrebín. Y miró en torno suyo y vió a lo lejos la ciudad en medio de sus jardines.
Y se apresuró a desandar el camino por donde le había conducido el mago, dirigiéndose al valle sin
volver la cabeza atrás ni una sola vez. Y extenuado y falto de aliento, llegó ya muy de noche a la casa en
que le esperaba su madre lamentándose, muy inquieta por su tardanza. Y corrió ella a abrirle, llegando a
tiempo para acogerle en sus brazos, en los que cayó el joven desmayado, sin poder resistir más la
emoción.
Cuando a fuerza de cuidados volvió Aladino de su desmayo, su madre le dió a beber de nuevo un
poco de agua de rosas. Luego, muy preocupada, le preguntó qué le pasaba. Y contestó Aladino: "¡Oh ma -
dre mía, tengo mucha hambre! ¡Te ruego, pues, que me traigas algo de comer, porque no he tomado nada
desde esta mañana!"
Y la madre de Aladino corrió a llevarle lo que había en la casa. Y Aladino se puso a comer con tanta
prisa, que su madre le dijo, temiendo que se atra gantara: "¡No te precipites, hijo mío, que se te va a
reventar la gar ganta! ¡Y si es que comes tan aprisa para contarme cuanto antes lo que me tienes que
contar, sabe que tenemos por nuestro todo el tiempo! ¡Desde el momento en que volví a verte estoy
tranquila, pero Alah sabe cuál fué mi ansiedad cuando noté que avanzaba la noche sin que estu vieses de
regreso!"
Luego se interrumpió para decirle: "¡Ah hijo mío! ¡modérate, por favor, y coge trozos más pequeños!"
Y Aladino, que ha bía devorado en un momento todo lo que tenía delante, pidió de beber, y cogió el
cantarillo de agua y se lo vació en la garganta sin respirar. Tras de lo cual se sintió satisfecho, y dijo a su
madre: "¡Al fin voy a poder contarte ¡oh madre mía! todo lo que me aconteció con el hom bre a quien tú
creías mi tío, y que me ha hecho ver la muerte a dos dedos de mis ojos! ¡Ah! ¡tú no sabes que ni por
asomo era tío mío ni hermano de mi padre ese embustero que me hacía tantas caricias y me besaba tan
tiernamente, ese maldito maghrebín, ese hechicero, ese men tiroso, ese bribón, ese embaucador, ese
enredador, ese perro, ese sucio, ese demonio que no tiene par entre los demonios sobre la faz de la tierra!
Alejado sea el Maligno!"
Luego añadió: "¡Escucha ¡oh madre! lo que me ha hecho!" Y dijo todavía: "¡Ah! ¡qué contento estoy
de haberme librado de sus manos!" Luego se detuvo un momento, respiró con fuerza, y de repente, sin
tomar aliento, contó cuanto le había su cedido, desde el principio hasta el fin, incluso la bofetada, la
injuria y lo demás, sin omitir un solo detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.
Y cuando hubo acabado su relato se quitó el cinturón y dejó caer en el colchón que había en el suelo
la maravillosa provisión de frutas transparentes y coloreadas que hubo de coger en el jardín. Y también
cayó la lámpara en el montón, entre bolas de pedrería.
Y añadió él para terminar: "¡Esa es ¡oh madre! mi aventura con el mago, y aquí tienes lo que me ha
reportado mi viaje al subte rráneo!" Y así diciendo, mostraba a su madre las bolas maravillosas, pero con
un aire desdeñoso que significaba: "¡Ya no soy, un niño para jugar con bolas de vidrio!"
Mientras estuvo hablando su hijo Aladino la madre le escuchó, lanzando, en los pasajes más
sorprendentes o más conmovedores del relato, exclamaciones de cólera contra el mago y de
conmiseración para Aladino. Y no bien acabó de contar él tan extraña aventura, no pudo ella reprimirse
más, y se desató en injurias contra el maghrebín, mo tejándole con todos los dicterios que para calificar la
conducta del agresor puede encontrar la cólera de una madre que ha estado a punto de perder a su hijo. Y
cuando se desahogó un poco, apretó con tra su pecho a su hijo Aladino y le besó llorando, y dijo:
"¡Debemos gracias a Alah ¡oh hijo mío! que te ha sacado sano y salvo de manos de ese hechicero
maghrebín! ¡Ah traidor, maldito! ¡Sin duda quiso tu muerte por poseer esa miserable lámpara de cobre
que no vale medio dracma! ¡Cuánto le detesto! ¡Cuánto abomino de él! ¡Por fin te recobré, pobre niño
mío, hijo mío Aladino! ¡Pero qué peligros no corriste por culpa mía, que debí adivinar, no obstante, en
los ojos bizcos de ese maghrebín, que no era tío tuyo ni nada allegado, sino un mago maldito y un
descreído!"
Y así diciendo, la madre se sentó en el colchón con su hijo Ala dino, y le meció dulcemente. Y
Aladino, que no había dormido desde hacía tres días, preocupado por su aventura con el maghrebín, no
tardó en cerrar los ojos y en dormirse en las rodillas de su madre, halagado por el balanceo. Y le acostó
ella en el colchón con mil precauciones, y no tardó en acostarse y en dormirse también junto a él.
Al día siguiente, al despertarse...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 742ª noche
Ella dijo:
"...Al día siguiente, al despertarse, empezaron por besarse mu cho, y Aladino dijo a su madre que su
aventura le había corregido para siempre de la travesura y haraganería, y que en lo sucesivo bus caría
trabajo como un hombre. Luego, como aun tenía hambre, pidió el desayuno, y su madre le dijo: "¡Ay hijo
mío! ayer por noche te di todo lo que había en casa, y ya no tengo ni un pedazo de pan. ¡Pero ten un poco
de paciencia y aguarda a que vaya a vender el poco de algodón que hube de hilar estos últimos días, y te
compraré algo con el importe de la venta!"
Pero contestó Aladino: "Deja el algodón para otra vez, ¡oh madre! y coge hoy esta lámpara vieja que
me traje del subterráneo, y ve a venderla al zoco de los mercaderes de cobre. ¡Y probablemente sacarás
por ella algún dinero que nos permita pasar todo el día!" Y contestó la madre de Aladino: "¡Verdad dices,
hijo mío! ¡Y mañana cogeré las bolas de vidrio que trajiste también de ese lugar maldito, e iré a
venderlas en el barrio de los negros, que me las comprarán a más precio que los mercaderes de oficio!"
La madre de Aladino cogió, pues, la lámpara para ir a venderla; pero la encontró muy sucia, y dijo a
Aladino: "¡Primero, hijo mío, voy a limpiar esa lámpara, que está sucia, a fin de dejarla reluciente y
sacar por ella el mayor precio posible!" Y fué a la cocina, se echó en la mano un poco de ceniza, que
mezcló con agua, y se puso a lim piar la lámpara. Pero apenas había empezado a frotarla, cuando sur gió
de pronto ante ella, sin saberse de dónde había salido, un espantoso efrit, más feo indudablemente que el
del subterráneo, y tan enorme que tocaba el techo con la cabeza. Y se inclinó ante ella y dijo con voz
ensordecedora: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor de la
lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro!"
Cuando la madre de Aladino vió esta aparición, que estaba tan lejos de esperarse, como no estaba
acostumbrada a semejantes cosas, se quedó inmóvil de terror; y se le trabó la lengua y se le abrió la
boca; y loca de miedo y horror, no pudo soportar por más tiempo el tener a la vista una cara tan repulsiva
y espantosa como aquella, y cayó desmayada.
Pero Aladino, que se hallaba también en la cocina, y que estaba ya un poco acostumbrado a caras de
aquella clase, después de la que había visto en la cueva, quizás más fea y monstruosa, no se asustó tanto
como su madre. Y comprendió que la causante de la aparición del efrit era aquella lámpara; y se apresuró
a quitársela de las manos a su madre, que seguía desmayada; y la cogió con firmeza entre los diez dedos,
y dijo al efrit: "¡Oh servidor de la lámpara! ¡tengo mu cha hambre, y deseo que me traigas cosas
excelentes en extremo para que me las coma!" Y el genni desapareció al punto, pero para volver un
instante después, llevando en la cabeza una gran bandeja de plata maciza, en la cual había doce platos de
oro llenos de manjares olo rosos y exquisitos al paladar y a la vista, con seis panes muy calientes y
blancos como la nieve y dorados por en medio, dos frascos grandes de vino añejo, claro y excelente, y en
las manos un taburete de ébano incrustado de nácar y de plata, y dos tazas de plata. Y puso la bande ja en
el taburete, colocó con presteza lo que tenía que colocar y des apareció discretamente.
Entonces Aladino, al ver que su madre seguía desmayada, le echó en el rostro agua de rosas, y
aquella frescura, complicada con las de liciosas emanaciones de los manjares humeantes, no dejó de
reunir los espíritus dispersos y de hacer volver en sí a la pobre mujer. Y Aladino se apresuró a decirle:
"¡Vamos, ¡oh madre! eso no es nada! ¡Levántate y ven a comer! ¡Gracias a Alah, aquí hay con qué
reponerte por completo el corazón y los sentidos y con qué aplacar nuestra hambre! ¡Por favor, no
dejemos enfriar estos manjares excelentes!"
Cuando la madre de Aladino vió la bandeja de plata encima del hermoso taburete, los doce platos de
oro con su contenido, los seis maravillosos panes, los dos frascos y las dos tazas, y cuando percibió su
olfato el olor sublime que exhalaban todas aquellas cosas buenas, se olvidó de las circunstancias de su
desmayo, y dijo a Aladino: "¡Oh hijo mío! ¡Alah proteja la vida de nuestro sultán! ¡Sin duda ha oído
hablar de nuestra pobreza y nos ha enviado esta bandeja con uno de sus cocineros!"
Pero Aladino contestó: "¡Oh madre mía! ¡no es aho ra el momento oportuno para suposiciones y votos!
Empecemos por comer, y ya te contaré después lo que ha ocurrido".
Entonces la madre de Aladino fué a sentarse junto a él, abriendo unos ojos llenos de asombro y de
admiración ante novedades tan mara villosas; y se pusieron ambos a comer con gran apetito. Y experimen -
taron con ello tanto gusto, que se estuvieron mucho rato en torno a la bandeja, sin cansarse de probar
manjares tan bien condimentados, de modo y manera que acabaron por juntar la comida de la mañana con
la de la noche. Y cuando terminaron por fin, reservaron para el día siguiente los restos de la comida. Y la
madre de Aladino fué a guardar en el armario de la cocina los platos y su contenido, vol viendo enseguida
al lado de Aladino para escuchar lo que tenía él que contarle acerca de aquel generoso obsequio. Y
Aladino le reveló entonces lo que había pasado, y cómo el genni servidor de la lámpara hubo de ejecutar
la orden sin vacilación.
Entonces la madre de Aladino, que había escuchado el relato de su hijo con un espanto creciente, fué
presa de gran agitación, y excla mó: "¡Ah hijo mío! por la leche con que nutrí tu infancia te conjuro a que
arrojes lejos de ti esa lámpara y te deshagas de ese anillo, don de los malditos efrits, pues no podré
soportar por segunda vez la vista de caras tan feas y espantosas, y me moriré a consecuencia de ello sin
duda. Por cierto que me parece que estos manjares que acabo de co mer se me suben a la garganta y van a
ahogarme. Y además, nuestro profeta Mohamed (¡bendito sea!) nos recomendó mucho que tuviéra mos
cuidado con los genni y los efrits, y no buscáramos su trato nun ca!"
Aladino contestó: "¡Tus palabras, madre mía, están por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Pero,
realmente, no puedo deshacerme de la lámpara ni del anillo! Porque el anillo me fué de suma utilidad al
salvarme de una muerte segura en la cueva, y tú misma acabas de ser testigo del servicio que nos ha
prestado esta lámpara, la cual es tan preciosa, que el maldito maghrebín no vaciló en venir a buscarla
desde tan lejos. ¡Sin embargo, madre mía, para darte gusto y por consideración a ti, voy a ocultar la
lámpara, a fin de que su vista no te hiera los ojos y sea para ti motivo de temor en el porvenir!"
Y contestó la madre de Aladino: "¡Haz lo que quieras, hijo mío! ¡Pero, por mi parte, declaro que no
quiero tener que ver nada con los efrits, ni con el servidor del anillo, ni con el de la lámpara! ¡Y deseo
que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 743ª noche
Ella dijo:
"¡...Y deseo que no me hables más de ellos, suceda lo que suceda!"
Al otro día, cuando se terminaron las excelentes provisiones, Ala dino, sin querer recurrir tan pronto a
la lámpara, para evitar a su madre disgustos, cogió uno de los platos de oro, se lo escondió en la ropa, y
salió con intención de venderlo en el zoco e invertir el dinero de la venta en proporcionarse las
provisiones necesarias en la casa. Y fué a la tienda de un judío, que era más astuto que el Cheitán. Y sacó
de su ropa el plato de oro y se lo entregó al judío, que lo cogió, lo exa minó, lo raspó, y preguntó a
Aladino con aire distraído: "¿Cuánto pides por esto?" Y Aladino, que en su vida había visto platos de oro
y estaba lejos de saber el valor de semejantes mercaderías, contestó: "¡Por Alah, oh mi señor! tú sabrás
mejor que yo lo que puede valer ese plato; y vo me fío en tu tasación y en tu buena fe!" Y el judío, que
había visto bien que el plato era del oro más puro, se dijo: "He ahí un mozo que ignora el precio de lo
que posee. ¡Vaya un excelente provecho que me proporciona hoy la bendición de Abraham!" Y abrió un
cajón, disimulado en el muro de la tienda, y sacó de él una sola moneda de oro, que ofreció a Aladino, y
que no representaba ni la milésima parte del valor del plato, y le dijo: "¡Toma, hijo mío, por tu plato!
¡Por Moisés y Aarón, que nunca hubiera ofrecido semejante suma a otro que no fueses tú; pero lo hago
sólo por tenerte por cliente en lo sucesivo!" Y Aladino cogió a toda prisa el dinar de oro, y sin pensar
siquiera en regatear, echó a correr muy contento. Y al ver la alegría de Aladino y su prisa por marcharse,
el judío sintió mucho no haberle ofrecido una cantidad más inferior todavía, y estuvo a punto de echar a
correr detrás de él para rebajar algo de la moneda de oro; pero renunció a su proyecto al ver que no
podía alcanzarle.
En cuanto a Aladino, corrió sin pérdida de tiempo a casa del pa nadero, le compró pan, cambió el
dinar de oro y volvió a su casa para dar a su madre el pan y el dinero, diciéndole: "¡Madre mía, ve ahora
a comprar con este dinero las provisiones necesarias porque yo no en tiendo de esas cosas!" Y la madre
se levantó y fué al zoco a comprar todo lo que necesitaban. Y aquel día comieron y se saciaron. Y desde
entonces, en cuanto les faltaba dinero, Aladino iba al zoco a vender un plato de oro al mismo judío, que
siempre le entregaba un dinar, sin atreverse a darle menos después de haberle dado esta suma la primera
vez y temeroso de que fuera a proponer su mercancía a otros judíos, que se aprovecharían con ello, en
lugar suyo, del inmenso beneficio que suponía el tal negocio. Así es que Aladino, que continuaba
ignorando el valor de lo que poseía, le vendió de tal suerte los doce platos de oro. Y entonces pensó en
llevarle el bandejón de plata maciza; pero como le pesaba mucho, fué a buscar al judío, que se presentó
en la casa, examinó la bandeja preciosa, y dijo a Aladino: "¡Esto vale dos monedas de oro!" Y Aladino,
encantado, consintió en vendérselo, y tomó el di nero, que no quiso darle el judío más que mediante las
dos tazas de plata como propina.
De esta manera tuvieron aún para mantenerse durante unos días Aladino y su madre. Y Aladino
continuó yendo a los zocos a hablar formalmente con los mercaderes y las personas distinguidas: porque
des de su vuelta había tenido cuidado de abstenerse del trato de sus antiguos camaradas, los niños del
barrio; y a la sazón procuraba instruirse escu chando las conversaciones de las personas mayores; y como
estaba lleno de sagacidad, en poco tiempo adquirió toda clase de nociones preciosas que muy escasos
jóvenes de su edad serían capaces de adquirir.
Entretanto, de nuevo hubo de faltar dinero en la casa, y como no podía obrar de otro modo, a pesar de
todo el terror que inspiraba a su madre, Aladino se vió obligado a recurrir a la lámpara mágica. Pero
advertida del proyecto de Aladino, la madre se apresuró a salir de la casa, sin poder sufrir el encontrarse
allí en el momento de la aparición del efrit. Y libre entonces de obrar a su antojo, Aladino cogió la lám -
para con la mano, y buscó el sitio que había que tocar precisamente, y que se conocía por la impresión
dejada con la ceniza en la primera limpieza; y la frotó despacio y muy suavemente. Y al punto apareció el
genni, que inclinóse, y con voz muy tenue, a causa precisamente de la suavidad del frotamiento, dijo a
Aladino: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor de la lámpa ra
en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro!" Y Aladino se apresuró a contestar: "¡Oh
servidor de la lámpara! tengo mucha hambre, y deseo una bandeja de manjares en un todo semejante a la
que me trajiste la primera vez!" Y el genni desapareció, pero para reaparecer, en menos de un abrir y
cerrar de ojos, cargado con la ban deja consabida, que puso en el taburete; y se retiró sin saberse por
dónde.
Poco tiempo después volvió la madre de Aladino; y vió la bandeja con su aroma y su contenido tan
encantador; y no se maravilló menos que la primera vez. Y se sentó al lado de su hijo, y probó los
manjares, encontrándolos más exquisitos todavía que los de la primera bandeja. Y a pesar del terror que
le inspiraba el genni servidor de la lámpara, comió con mucho apetito; y ni ella ni Aladino pudieron
separarse de la bandeja hasta que se hartaron completamente; pero como aquellos manjares excitaban el
apetito conforme se iba comiendo, no se levantó ella hasta el anochecer, juntando así la comida de la
mañana con la de mediodía y con la de la noche. Y Aladino hizo lo propio.
Cuando se terminaron las provisiones de la bandeja, como la vez primera...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 744ª noche
Ella dijo:
"...Cuando se terminaron las provisiones de la bandeja, como la vez primera, Aladino no dejó de
coger uno de los platos de oro e ir al zoco, según tenía por costumbre, para vendérselo al judío, lo mismo
que había hecho con los otros platos. Y cuando pasaba por delante de la tienda de un venerable jeique
musulmán, que era un orfebre muy estimado por su probidad y buena fe, oyó que le llamaban por su nom -
bre y se detuvo. Y el venerable orfebre hizo señas con la mano y le invitó a entrar un momento en la
tienda. Y le dijo: "Hijo mío, he teni do ocasión de verte pasar por el zoco bastante veces, y he notado que
llevabas siempre entre la ropa algo que querías ocultar; y entrabas en la tienda de mi vecino el judío para
salir luego sin el objeto que ocul tabas. ¡Pero tengo que advertirte de una cosa que acaso ignores, a causa
de tu tierna edad! Has de saber, en efecto, que los judíos son enemigos natos de los musulmanes; y creen
que es lícito escamotearnos nuestros bienes por todos los medios posibles. ¡Y entre todos los judíos,
precisa mente ése es el más detestable, el más listo, el más embaucador y el más nutrido de odio contra
nosotros los que creemos en Alah el Unico! ¡Así, pues, si tienes que vender alguna cosa, ¡oh hijo mío!
empieza por enseñármela, y por la verdad de Alah el Altísimo te juro que la tasaré en su justo valor, a fin
de que al cederla sepas exactamente lo qué hacer! Enséñame, pues, sin temor ni desconfianza lo que
ocultas en tu traje, ¡y Alah maldiga a los embaucadores y confunda al Maligno! ¡Alejado sea por
siempre!"
Al oír estas palabras del viejo orfebre, Aladino, confiado, no dejó de sacar de debajo de su traje el
plato de oro y mostrárselo. Y el jei que calculó al primer golpe de vista el valor del objeto y preguntó a
Aladino: "¿Puedes decirme ahora, hijo mío, cuántos platos de esta clase vendiste al judío y el precio a
que se los cediste?" Y Aladino contestó: "¡Por Alah, ¡oh tío mío! que ya le he dado doce platos como éste
a un dinar cada uno!"
Al oír estas palabras, el viejo orfebre llegó al límite de la indignación, y exclamó: "¡Ah maldito
judío, hijo de perro, pos teridad de Eblis!" Y al propio tiempo puso el plato en la balanza, lo pesó, y dijo:
"¡Has de saber, hijo mío, que este plato es del oro más fino y que no vale un dinar, sino doscientos
dinares exactamente! ¡Es decir, que el judío te ha robado a ti solo tanto como roban en un día, con
detrimento de los musulmanes, todos los judíos del zoco reunidos!" Luego añadió: "¡Ah hijo mío, lo
pasado pasado está, y como no hay testigos, no podemos hacer empalar a ese judío maldito! ¡De todos
mo dos, ya sabes a qué atenerte en lo sucesivo! Y si quieres, al momento voy a contarte doscientos dinares
por tu plato. ¡Prefiero, sin embargo, que antes de vendérmelo vayas a proponerlo y que te lo tasen otros
mercaderes, y si te ofrecen más, consiento en pagarte la diferencia y algo más de sobreprecio!" Pero
Aladino, que no tenía ningún motivo para dudar de la reconocida probidad del viejo orfebre, se dió por
muy contento con cederle el plato a tan buen precio. Y tomó los doscientos dinares. Y en lo sucesivo no
dejó de dirigirse al mismo honrado orfebre musulmán para venderle los otros once platos y la bandeja.
Y he aquí que, enriquecidos de aquel modo, Aladino y su madre no abusaron de los beneficios del
Retribuidor. Y continuaron llevando una vida modesta, distribuyendo a los pobres y a los menesterosos lo
que sobraba a sus necesidades. Y entretanto, Aladino no perdonó oca sión de seguir instruyéndose y
afinando su ingenio con el contacto de las gentes del zoco, de los mercaderes distinguidos y de las
personas de buen tono que frecuentaban los zocos. Y así aprendió en poco tiempo las maneras del gran
mundo, y mantuvo relaciones sostenidas con los orfebres y joyeros, de quienes se convirtió en huésped
asiduo. ¡Y ha bituándose entonces a ver joyas y pedrerías, se enteró de que las frutas que se había llevado
de aquel jardín y que se imaginaba serían bolas de vidrio coloreado, eran maravillas inestimables que no
tenían igual en casa de los reyes y sultanes más poderosos y más ricos! Y como se había vuelto muy
prudente y muy inteligente, tuvo la precaución de no hablar de ello a nadie, ni siquiera a su madre. Pero
en vez de dejar las frutas de pedrería tiradas debajo de los cojines del diván y por todos los rincones, las
recogió con mucho cuidado y las guardó en un cofre que compró a propósito. Y he aquí que pronto habría
de experimentar los efectos de su prudencia de la manera más brillante y más espléndida.
En efecto, un día entre los días, charlando él a la puerta de una tienda con algunos mercaderes amigos
suyos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 745ª noche
Ella dijo:
"...En efecto, un día entre los días, charlando él a la puerta de una tienda con algunos mercaderes
amigos suyos, vió cruzar los zocos a dos pregoneros del sultán armados de largas pértigas, y les oyó
gritar al unísono en alta voz: "¡Oh vosotros todos, mercaderes y habitantes! ¡De orden de nuestro amo
magnánimo, el rey del tiempo y el señor de los siglos y de los momentos, sabed que tenéis que cerrar
vuestras tien das al instante y encerraros en vuestras casas, con todas las puertas ce rradas por fuera y por
dentro! ¡porque va a pasar, para ir a tomar su baño en el hammam, la perla única, la maravillosa, la
bienhechora, nues tra joven ama Badrú'l-Budur, luna llena de las lunas llenas, hija de nuestro glorioso
sultán! ¡Séale el baño delicioso! ¡En cuanto a los que se atrevan a infringir la orden y a mirar por puertas
o ventanas, serán castigados con el alfanje, el palo o el patíbulo! ¡Sirva, pues, de aviso a quienes quieran
conservar su sangre en su cuello!"
Al oír este pregón público Aladino se sintió poseído de un deseo irresistible por ver pasar a la hija
del sultán, a aquella maravillosa Badrú'l-Budur, de quien se hacían lenguas en toda la ciudad y cuya
belleza de luna y perfecciones eran muy elogiadas. Así es que en vez de hacer como todo el mundo y
correr a encerrarse en su casa, se le ocurrió ir a toda prisa al hammam y esconderse detrás de la puerta
principal para poder, sin ser visto, mirar a través de las junturas y admirar a su gusto a la hija del sultán
cuando entrase en el hammam.
Y he aquí que a los pocos instantes de situarse en aquel lugar vió llegar el cortejo de la princesa,
precedido por la muchedumbre de eunucos. Y la vió a ella misma en medio de sus mujeres, cual la luna
en medio de las estrellas, cubierta con sus velos de seda. Pero en cuanto llegó al umbral del hammam se
apresuró a destaparse el rostro; y apa reció con todo el resplandor solar de una belleza que superaba a
cuanto pudiera decirse. Porque era una joven de quince años, más bien menos que más, derecha como la
letra alef, con una cintura que desafiaba a la rama tierna del árbol han, con una frente deslumbradora,
como el cuarto creciente de la luna en el mes de Ramadán, con cejas rectas y perfectamente trazadas, con
ojos negros, grandes y lánguidos, cual los ojos de la gacela sedienta, con párpados modestamente bajos y
seme jantes a pétalos de rosa, con una nariz impecable como labor selecta, una boca minúscula con dos
labios encarnados, una tez de blancura lavada en el agua de la fuente Salsabil, un mentón sonriente,
dientes como granizos, de igual tamaño, un cuello de tórtola, y lo demás, que no se veía, por el estilo. Y
de ella es de quien ha dicho el poeta:
¡Sus ojos magos, avivados con kohl negro, traspasan los corazo nes con sus flechas
aceradas!
¡A las rosas de sus mejillas roban los colores las rosas de los ramos!
¡Y su cabellera es una noche tenebrosa iluminada por la irradia ción de su frente!
Cuando la princesa llegó a la puerta del hammam, como no temía las miradas indiscretas, se levantó
el velillo del rostro, y apareció así en toda su belleza. Y Aladino la vió, y en un momento sintió bullirle
la sangre en la cabeza tres veces más de prisa que antes. Y sólo entonces se dió cuenta él, que jamás tuvo
ocasión de ver al descubierto rostros de mujer, de que podía haber mujeres hermosas y mujeres feas y de
que no todas eran viejas semejantes a su madre.
Aquel descubrimien to, unido a la belleza incomparable de la princesa, le dejó estupefacto y le
inmovilizó en un éxtasis detrás de la puerta. Y ya hacía mucho tiempo que había entrado la princesa en el
hammam, mientras él per manecía aún allí asombrado y todo tembloroso de emoción. Y cuando pudo
recobrar un poco el sentido, se decidió a escabullirse de su es condite y a regresar a su casa, ¡pero en qué
estado de mudanza y tur bación! Y pensaba: "¡Por Alah ¿quién hubiera podido imaginar jamás que sobre
la tierra hubiese una criatura tan hermosa?! ¡Bendito sea El que la ha formado y la ha dotado de
perfección!" Y asaltado por un cúmulo de pensamientos, entró en casa de su madre, y con la espalda
quebrantada de emoción y el corazón arrebatado de amor por completo, se dejó caer en el diván, y estuvo
sin moverse.
Y he aquí que su madre no tardó en verle en aquel estado tan extraordinario, y se acercó a él y le
preguntó con ansiedad qué le pasaba. Pero él se negó a dar la menor respuesta. Entonces le llevó la
bandeja de los manjares para que almorzase; pero él no quiso comer. Y le preguntó ella: "¿Qué tienes, ¡oh
hijo mío!? ¿Te duele algo? ¡Dime qué te ha ocurrido!"
Y acabó él por contestar: "¡Déjame!" Y ella insis tió para que comiese, y hubo de instarle de tal
manera, que consintió él en tocar los manjares, pero comió infinitamente menos que de ordi nario, y tenía
los ojos bajos, y guardaba silencio, sin querer contestar a las preguntas inquietas de su madre. Y estuvo
en aquel estado de som nolencia, de palidez y de abatimiento hasta el día siguiente.
Entonces la madre de Aladino, en el límite de la ansiedad, se acer có a él, con lágrimas en los ojos, y
le dijo: "¡Oh hijo mío! ¡por Alah sobre ti, dime lo que te pasa y no me tortures más el corazón con tu
silencio! ¡Si tienes alguna enfermedad, no me la ocultes, y enseguida iré a buscar al médico!Precisamente
está hoy de paso en nuestra ciu dad un médico famoso del país de los árabes, a quien ha hecho venir ex
profeso nuestro sultán para consultarle. ¡Y no se habla de otra cosa que de su ciencia y de sus remedios
maravillosos! ¿Quieres que vaya a buscarle?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 746ª noche
Ella dijo:
"¡...Y no se habla de otra cosa que de su ciencia y de sus re medios maravillosos! ¿Quieres que vaya a
buscarle?" Entonces Aladino levantó la cabeza, y con un tono de voz muy triste, contestó: "¡Sabe ¡oh
madre! que estoy bueno y no sufro de enfermedad! ¡Y si me ves en este estado de mudanza, es porque
hasta el presente me imaginé que todas las mujeres se te parecían! ¡Y sólo ayer hube de darme cuen ta de
que no había tal cosa!"
Y la madre de Aladino alzó los brazos y exclamó: "¡Alejado sea el Maligno! ¿qué estás diciendo,
Aladino?" El joven contestó: "¡Estate tranquila, que sé bien lo que digo! ¡Porque ayer vi entrar en el
hammam a la princesa Badrú'I-Budur, hija del sul tán, y su sola vista me reveló la existencia de la belleza!
¡Y ya no estoy para nada! ¡Y por eso no tendré reposo ni podré volver a mí mientras no la obtenga de su
padre el sultán en matrimonio!"
Al oír estas palabras, la madre de Aladino pensó que su hijo ha bía perdido el juicio, y le dijo: "¡El
nombre de Alah sobre ti, hijo mío! ¡Vuelve a la razón! ¡ah! ¡pobre Aladino, piensa en tu condición y
desecha esas locuras!"
Aladino contestó: "¡Oh madre mía! no tengo para qué volver a la razón, pues, no me cuento en el
número de los locos. ¡Y tus palabras no me harán renunciar a mi idea de matrimonio con El Sett Badrú'l-
Budur, la hermosa hija del sultán! ¡Y tengo más intención que nunca de pedírsela a su padre en
matrimonio!"
Ella dijo: "¡Oh hijo mío! ¡por mi vida sobre ti, no pronuncies tales palabras, y, ten cuidado de que no
te oigan en la vecindad y transmitan tus pala bras al sultán, que te haría ahorcar sin remisión! Y además, si
de ver dad tomaste una resolución tan loca, ¿crees que vas a encontrar quien se encargue de hacer esa
petición?"
El joven contestó: "¿Y a quién voy a encargar de una misión tan delicada estando tú aquí, ¡oh madre!
? ¿y en quién voy a tener más confianza que en ti? ¡Sí, ciertamente, tú serás quien vaya a hacer al sultán
esa petición de matrimonio!" Ella exclamó: "¡Alah me preserve de llevar a cabo semejante empresa, ¡oh
hijo mío! ¡Yo no estoy, como tú, en el límite de la locura! ¡Ah! ¡bien veo al presente que te olvidas de que
eres hijo de uno de los sastres más pobres y más ignorados de la ciudad, y de que tampoco yo, tu madre,
soy de familia más noble o más esclarecida! ¿Cómo, pues, te atreves a pensar en una princesa que su
padre no concederá ni aún a los hijos de poderosos reyes y sultanes?"
Aladino permaneció en silencio un momento; luego contestó: "Sabe ¡oh madre! que ya he pensado y
re flexionado largamente en todo lo que acabas de decirme; pero eso no me impide tomar la resolución
que te he explicado; ¡sino al contrario! ¡Te suplico, pues, que si verdaderamente soy tu hijo y me quieres,
me prestes el servicio que te pido! ¡Si no, mi muerte será preferible a mi vida, y sin duda alguna me
perderás muy pronto! ¡Por útlima vez, ¡oh madre mía! no olvides que siempre seré tu hijo Aladino!"
Al oír estas palabras de su hijo, la madre de Aladino rompió en sollozos, y dijo lacrimosa: "¡Oh hijo
mío! ¡ciertamente, soy tu madre, y tú eres mi único hijo, el núcleo de mi corazón! ¡Y mi mayor anhelo
siempre fué verte casado un día y regocijarme con tu dicha antes de morirme! ¡sí, pues, si quieres casarte,
me apresuraré a buscarte mujer entre las gentes de nuestra condición! ¡Y aún así, no sabré qué contes -
tarles cuando me pidan informes acerca de ti, del oficio que ejerces, de la ganancia que sacas y de los
bienes y tierras que posees! ¡Y me azora mucho eso! Pero, ¿qué no será tratándose, no ya de ir a gentes de
condición humilde, sino a pedir para ti al sultán de la China su hija única El Sett Badrú'l-Budur? ¡Vamos,
hijo mío, reflexiona un instante con moderación! ¡Bien sé que nuestro sultán está lleno de benevolencia y
que jamás despide a ningún súbdito suyo sin hacerle la justicia que necesita! ¡También sé que es generoso
con exceso y que nunca rehusa nada a quien ha merecido sus favores con alguna acción brillante, algún
hecho de bravura o algún servicio grande o pequeño!
Pero, ¿puedes decirme en qué has sobresalido tú hasta el presente y qué títulos tienes para merecer
ese favor incomparable que solicitas? Y además, ¿dónde están los regalos que, como solicitante de
gracias, tienes que ofrecer al rey en calidad de homenaje de súbdito leal a su soberano?"
El joven contestó: "¡Pues bien; si no se trata más que de hacer un buen regalo para obtener lo que
anhela tanto mi alma, precisamente creo que ningún hombre sobre la tierra puede competir conmigo en
ese terreno! Porque has de saber ¡oh madre! que esas frutas de todos colores que me traje del jardín
subterráneo y que creía eran sencillamente bolas de vidrio sin valor ninguno, y buenas, a lo más, para que
jugasen los niños pequeños, son pedrerías inestimables como no las posee ningún sultán en la tierra. ¡Y
vas a juzgar por ti misma, a pesar de tu poca experiencia en estas cosas! No tienes más que traerme de la
cocina una fuente de porcelana en que quepan, y ya verás qué efecto tan maravilloso producen ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Historia de Aladino y la lámpara mágica (Continuación)
[134]
...hijo y me excuse si la ternura de madre me ha impulsado a venir a transmitirte una petición tan
singular!"
Cuando el sultán, que había escuchado estas palabras con mucha atención, pues era justo y benévolo,
vió que había callado la madre de Aladino, lejos de mostrarse indignado de su demanda, se echó a reír
con bondad, y le dijo: "¡Oh pobre! ¿y qué traes en ese pañuelo que sostienes por las cuatro puntas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 749ª noche
Ella dijo:
"...se echó a reír con bondad, y le dijo: "¡Oh pobre! ¿y qué traes en ese pañuelo que sostienes por las
cuatro puntas?
Entonces la madre de Aladino desató el pañuelo en silencio, y sin añadir una palabra presentó al
sultán la fuente de porcelana en que estaban dispuestas las frutas de pedrerías. Y al punto se iluminó todo
el diwán con su resplandor, mucho más que si estuviese alumbrado con innúmeras arañas y antorchas. Y
el sultán quedó deslumbrado de su claridad y le pasmó su hermosura. Luego cogió la porcelana de ma nos
de la buena mujer y examinó las maravillosas pedrerías, una tras otra, tomándolas entre sus dedos. Y
estuvo mucho tiempo mirándolas y tocándolas, en el límite de la admiración. Y acabó por exclamar, enca -
rándose con su gran visir: "¡Por vida de mi cabeza, ¡oh visir mío! qué hermoso es todo esto y qué
maravillosas son esas frutas! ¿Las viste nunca parecidas u oíste hablar siquiera de la existencia de cosas
tan admirables sobre la faz de la tierra? ¿Qué te parece? ¡di!" Y el visir contestó: "¡En verdad ¡oh rey del
tiempo! que nunca he visto ni nunca he oído hablar de cosas tan maravillosas! ¡Ciertamente, estas
pedrerías son únicas en su especie! ¡Y las joyas más preciosas del armario de nuestro rey no valen,
reunidas, tanto como la más pequeña de estas frutas, a mi entender!" Y dijo el rey: "¿No es verdad ¡oh
visir mío! que el joven Aladino, que por mediación de su madre me envía un presente tan hermoso,
merece, sin duda alguna, mejor que cualquier hijo de rey, que se acoja bien su petición de matrimonio con
mi hija Badrú'l-Budur?"
A esta pregunta del rey, la cual estaba lejos de esperarse, al visir se le mudó el color y se le, trabó
mucho la lengua y se apenó mucho. Por que, desde hacía largo tiempo, le había prometido el sultán que no
daría en matrimonio a la princesa a otro que no fuese un hijo que tenía el visir y que ardía de amor por
ella desde la niñez. Así es que, tras largo rato de perplejidad, de emoción y de silencio, acabó por
contestar con voz muy triste: "Sí, ¡oh rey del tiempo! Pero Tu Serenidad olvida que ha prometido la
princesa al hijo de tu esclavo. ¡Sólo te pido, pues, como gracia, ya que tanto te satisface este regalo de un
desconocido, que me concedas un plazo de tres meses, al cabo del cual me comprometo a traer yo mismo
un presente más hermoso todavía que éste para ofre cérselo de dote a nuestro rey, en nombre de mi hijo!"
Y el rey, que a causa de sus conocimientos en materia de joyas y pedrerías sabía bien que ningún
hombre, aunque fuese hijo de rey o de sultán, sería capaz de encontrar un regalo que compitiese de cerca
ni de lejos con aquellas maravillas, únicas en su especie, no quiso des airar a su viejo visir rehusándole
la gracia que solicitaba, por muy in útil que fuese; y con benevolencia le contestó: "¡Claro está ¡oh visir
mío! que te concedo el plazo que pides! ¡Pero has de saber que, si al cabo de esos tres meses no has
encontrado para tu hijo una dote que ofrecer a mi hija que supere o iguale solamente a la dote que me
ofrece esta buena mujer en nombre de su hijo Aladino, no podré hacer más por tu hijo, a pesar de tus
buenos y leales servicios!" Luego se encaró con la madre de Aladino, y le dijo con mucha afabilidad:
"¡Oh madre de Aladino! ¡puedes volver con toda alegría y seguridad al lado de tu hijo y decirle que su
petición ha sido bien acogida y que mi hija está comprometida con él en adelante! ¡Pero dile que no
podrá celebrarse el matrimonio hasta pasados tres meses, para dar tiempo a preparar el equipo de mi hija
y hacer el ajuar que corresponde a una princesa de su calidad!"
Y la madre de Aladino, en extremo emocionada, alzó los brazos al cielo e hizo votos por la
prosperidad y la dilatación de la vida del sultán y se despidió para volar llena de alegría a su casa en
cuanto salió de palacio. Y no bien entró en ella, Aladino vió su rostro iluminado por la dicha y corrió
hacia ella y le preguntó, muy turbado: "Y bien, ¡oh madre! ¿debo vivir o debo morir?" Y la pobre mujer,
extenuada de fatiga, comenzó por sentarse en el diván y quitarse el velo del rostro, y le dijo: "Te traigo
buenas noticias, ¡oh Aladino! ¡La hija del sultán está comprometida contigo para en adelante! ¡Y tu
regalo, como ves, ha sido acogido con alegría y contento! ¡Pero hasta dentro de tres me ses no podrá
celebrarse tu matrimonio con Badrú'l-Budur! ¡Y esta tar danza se debe al gran visir, barba calamitosa, que
ha hablado en se creto con el rey y le ha convencido para retardar la ceremonia, no sé por qué razón! Pero
¡inschalah! todo saldrá bien. Y será satisfecho tu deseo por encima de todas las previsiones, ¡oh hijo
mío!" Luego añadió: "¡En cuanto a ese gran visir, ¡oh hijo mío! que Alah le maldiga y le reduzca al estado
peor! ¡Porque estoy muy preocupada por lo que le haya podido decir al oído al rey! ¡A no ser por él, el
matrimonio hubiera tenido lugar, al parecer, hoy o mañana, pues le han entusiasmado al rey las frutas de
pedrería del plato de porcelana!"
Luego, sin interrumpirse para respirar, contó a su hijo todo lo que había ocurrido desde que entró en
el diwán hasta que salió, y terminó diciendo: "Alah conserve la vida de nuestro glorioso sultán, y te
guarde para la dicha que te espera, ¡oh hijo mío Aladino!..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 750ª noche
Ella dijo:
"...Alah conserve la vida de nuestro glorioso sultán, y te guarde para la dicha que te espera, ¡oh hijo
mío Aladino!"
Y al oír lo que acababa de anunciarle su madre, Aladino osciló de tranquilidad y contento, y exclamó:
"¡Glorificado sea Alah, ¡oh madre! que hace descender Sus Gracias a nuestra casa y te da por hija a una
princesa que tiene sangre de los más grandes reyes!" Y besó la mano a su madre y le dió muchas gracias
por todas las penas que hubo de tomarse para la consecución de aquel asunto tan delicado. ¡Y su madre le
besó con ternura y le deseó toda clase de prosperidades, y lloró al pensar que su esposo el sastre, padre
de Aladino, no estaba allí para ver la fortuna y los efectos maravillosos del destino de su hijo, el
holgazán de otro tiempo!
Y desde aquel día pusiéronse a contar, con impaciencia extrema da, las horas que les separaban de la
dicha que se prometían hasta la expiración del plazo de tres meses. Y no cesaban de hablar de sus pro -
yectos y de los festejos y limosnas que pensaban dar a los pobres, sin olvidar que ayer estaban ellos
mismos en la miseria y que la cosa más meritoria a los ojos del Retribuidor era, sin duda alguna, la gene -
rosidad.
Y he aquí que de tal suerte transcurrieron dos meses. Y la madre de Aladino, que salía a diario para
hacer las compras necesarias con anterioridad a las bodas, había ido al zoco una mañana y comenzaba a
entrar en las tiendas, haciendo mil pedidos grandes y pequeños, cuan do advirtió una cosa que no había
visto al llegar. Vió, en efecto, que todas las tiendas estaban decoradas y adornadas con follaje, linternas y
banderolas multicolores que iban de un extremo a otro de la calle, y que todos los tenderos, compradores
y grandes del zoco, lo mismo ricos que pobres, hacían grandes demostraciones de alegría, y que todas las
calles estaban atestadas de funcionarios de palacio ricamente vestidos con sus brocatos de ceremonia y
montados en caballos enjaezados maravillosamente, y que todo el mundo iba y venía con una animación
inesperada. Así es que se apresuró a preguntar a un mercader de aceite, en cuya casa se aprovisionaba,
qué fiesta, ignorada por ella, celebraba toda aquella alegre muchedumbre, y qué significaban todas
aquellas demostraciones. Y el mercader de aceite, en extremo asombrado de seme jante pregunta, la miró
de reojo, y contestó: "¡Por Alah, que se diría que te estás burlando! ¿Acaso eres una extranjera para
ignorar así la boda del hijo del gran visir con la princesa Badru'l-Budur, hija del sultán? ¡Y precisamente
ésta es la hora en que ella va a salir del ham mam! ¡Y todos esos jinetes ricamente vestidos con trajes de
oro son los guardias que la darán escolta hasta el palacio!"
Cuando la madre de Aladino hubo oído estas palabras del merca der de aceite, no quiso saber más, y
enloquecida y desolada echó a co rrer por los zocos, olvidándose de sus compras a los mercaderes, y
llegó a su casa, adonde entró, y se desplomó sin aliento en el diván, perma neciendo allí un instante sin
poder pronunciar una palabra. Y cuando pudo hablar, dijo a Aladino, que había acudido: "¡Ah! ¡hijo mío,
el Destino ha vuelto contra ti la página fatal de su libro, y he aquí que todo está perdido, y que la dicha
hacia la cual te encaminabas se ha desvanecido antes de realizarse!" Y Aladino, muy alarmado del estado
en que veía a su madre y de las palabras que oía, le preguntó: "¿Pero qué ha sucedido de fatal, ¡oh
madre!? ¡Dímelo pronto!" Ella dijo: "¡Ay! ¡hijo mío, el sultán se olvidó de la promesa que nos hizo! ¡Y
hoy precisamente casa a su hija Badrú'l-Budur con el hijo del gran vi sir, de ese rostro de brea, de ese
calamitoso a quien yo temía tanto! ¡Y toda la ciudad está adornada, como en las fiestas mayores, para la
boda de esta noche!"
Al escuchar esta noticia, Aladino sintió que la fiebre le invadía el cerebro y hacía bullir su sangre a
borbotones precipitados. Y se quedó un momento pasmado y confuso, como si fuera a caerse. Pero no
tardó en dominarse, acordándose de la lámpara maravillosa que poseía, y que le iba a ser más útil que
nunca. Y se encaró con su madre, y le dijo con acento muy tranquilo: "¡Por tu vida, ¡oh madre! se me
antoja que el hijo del visir no disfrutará esta noche de todas las delicias que se promete gozar en lugar
mío! No temas, pues, por eso, y sin más dilación, levántate y prepáranos la comida. ¡Y ya veremos
después lo que tenemos que hacer con asistencia del Altísimo!"
Se levantó, pues, la madre de Aladino y preparó la comida, co miendo Aladino con mucho apetito
para retirarse a su habitación in mediatamente, diciendo: "¡Deseo estar solo y que no se me importune!" Y
cerró tras de sí la puerta con llave, y sacó la lámpara mágica del lugar en que la tenía escondida. Y la
cogió y la frotó en el sitio que conocía ya. Y en el mismo momento se le apareció el efrit esclavo de la
lámpara, y dijo:
"¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor de la lámpara en el
aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro!"
Y Aladino le dijo: "¡Es cúchame bien, ¡oh servidor de la lámpara! pues ahora ya no se trata de traerme
de comer y de beber, sino de servirme en un asunto de mu cha más importancia! Has de saber, en efecto,
que el sultán me ha pro metido en matrimonio su maravillosa hija Badrú'l-Budur, tras de haber recibido de
mí un presente de frutas de pedrería. Y me ha pedido un plazo de tres meses para la celebración de las
bodas. ¡Y ahora se olvidó de su promesa, y sin pensar én devolverme mi regalo, casa a su hija con el hijo
del gran visir! ¡Y como no quiero que sucedan así las cosas, acudo a ti para que me auxilies en la
realización de mi proyecto!" Y contestó el efrit: "Habla, ¡oh mi amo Aladino! ¡Y no tienes necesidad de
darme tantas explicaciones! ¡Ordena y obedeceré!:' Y contestó Ala dino: "¡Pues esta noche, en cuanto los
recién casados se acuesten en su lecho nupcial, y antes de que ni siquiera tengan tiempo de tocarse, los
cogerás con lecho y todo y los transportarás aquí mismo, en donde ya veré lo que tengo que hacer!" Y el
efrit de la lámpara se llevó la mano a la frente, y contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y desapareció...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 751ª noche
Ella dijo:
"...Y el efrit de la lámpara se llevó la mano a la frente, y con testó: "¡Escucho y obedezco!" Y
desapareció. Y Aladino fué en busca de su madre y se sentó junto a ella y se puso a hablar con
tranquilidad de unas cosas y de otras, sin preocuparse del matrimonio de la princesa, como si no hubiese
ocurrido nada de aquello. Y cuando llegó la noche dejó que se acostara su madre, y volvió a su
habitación, en donde se encerró de nuevo con llave, y esperó el regreso del efrit.
¡Y he aquí lo referente a él!
¡He aquí ahora lo que atañe a las bodas del hijo del gran visir!
Cuando tuvieron fin la fiesta y los festines y las ceremonias y las re cepciones y los regocijos, el
recién casado, precedido por el jefe de los eunucos, penetró en la cámara nupcial. Y el jefe de los
eunucos se apre suró a retirarse y a cerrar la puerta detrás de sí. Y el recién casado, después de
desnudarse, levantó las cortinas y se acostó en el lecho para esperar allí la llegada de la princesa. No
tardó en hacer su entrada ella, acompañada de su madre y las mujeres de su séquito, que la desnuda ron, la
pusieron una sencilla camisa de seda y destrenzaron su cabelle ra. Luego la metieron en el lecho a la
fuerza, mientras ella fingía hacer mucha resistencia y daba vueltas en todos sentidos para escapar de sus
manos, como suelen hacer en semejantes circunstancias las recién casa das. Y cuando la metieron en el
lecho, sin mirar al hijo del visir, que estaba ya acostado, se retiraron todas juntas, haciendo votos por la
con sumación del acto. Y la madre, que salió la última, cerró la puerta de la habitación, lanzando un gran
suspiro, como es costumbre.
No bien estuvieron solos los recién casados, y antes de que tuvie sen tiempo de hacerse la menor
caricia, sintiéronse de pronto elevados con su lecho, sin poder darse cuenta de lo que les sucedía. Y en
un abrir y cerrar de ojos se vieron transportados fuera del palacio y depo sitados en un lugar que no
conocían, y que no era otro que la habitación de Aladino. Y dejándoles llenos de espanto, el efrit fué a
proster narse ante Aladino, y le dijo: "Ya se ha ejecutado tu orden, ¡oh mi señor! ¡Y heme aquí dispuesto a
obedecerte en todo lo que tengas que mandarme!" Y le contestó Aladino: "¡Tengo que mandarte que cojas
a ese joven y le encierres durante toda la noche en el retrete! ¡Y ven aquí a tomar órdenes mañana por la
mañana!"
Y el genni de la lámpara contestó con el oído y la obediencia y se apresuró a obedecer.
Cogió, pues, brutalmente al hijo del visir y fué a encerrarle en el retrete, me tiéndole la cabeza en el
agujero. Y sopló sobre él una bocanada fría y pestilente que le dejó inmóvil como un madero en la
postura en que estaba. ¡Y he aquí lo referente a él! -
En cuanto a Aladino, cuando estuvo solo con la princesa Badrú'l -Budur, a pesar del gran amor que
por ella sentía, no pensó ni por un instante en abusar de la situación. Y empezó por inclinarse ante ella,
llevándose la mano al corazón, y le dijo con voz apasionada: "¡Oh princesa, sabe que aquí estás más
segura que en el palacio de tu padre el sultán! ¡Si te hallas en este lugar que desconoces, sólo es para que
no sufras las caricias de ese joven cretino, hijo del visir de tu padre! ¡Y aunque es a mí a quien te
prometieron en matrimonio, me guardaré bien de tocarte antes de tiempo y antes de que seas mi esposa
legítima por el Libro y la Sunnah!"
Al oír estas palabras de Aladino, la princesa no pudo comprender nada, primeramente porque estaba
muy emocionada, y además, porque ignoraba la antigua promesa de su padre y todos los pormenores del
asunto. Y sin saber qué decir, se limitó a llorar mucho. Y Aladino, para demostrarle bien que no abrigaba
ninguna mala intención con respecto a ella y para tranquilizarla, se tendió vestido en el lecho, en, el
mismo sitio que ocupaba el hijo del visir, y tuvo la precaución de poner un sable desenvainado entre ella
y él, para dar a entender que antes se daría la muerte que tocarla, aunque fuese con las puntas de los
dedos. Y hasta volvió la espalda a la princesa para no importunarla en manera alguna. Y se durmió con
toda tranquilidad, sin volver a ocuparse de la tan desea da presencia de Badrú'l-Budur, como si estuviese
solo en su lecho de soltero.
En cuanto a la princesa, la emoción que le producía aquella aven tura tan extraña, y la situación
anómala en que se encontraba, y los pensamientos tumultuosos que la agitaban, mezcla de miedo y de
asom bro, la impidieron pegar los ojos en toda la noche. Pero sin duda tenía menos motivo de queja que el
hijo del visir, que estaba en el retrete con la cabeza metida en el agujero y no podía hacer ni un
movimiento a causa de la espantosa bocanada que le había echado el efrit para inmovilizarle.
De todos modos, la suerte de ambos esposos fué bastante aflictiva y calamitosa para una primera
noche de bodas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 752ª noche
Ella dijo:
"...De todos modos, la suerte de ambos esposos fué bastante aflic tiva y calamitosa para una primera
noche de bodas.
Al siguiente día por la mañana, sin que Aladino tuviese necesidad de frotar la lámpara de nuevo, el
efrit, cumpliendo la orden que se le dió, fué solo a esperar que se despertase el dueño de la lámpara. Y
como tardara en despertarse, lanzó varias exclamaciones que asustaron a la princesa, a la cual no era
posible verle. Y Aladino abrió los ojos, y en cuanto hubo reconocido al efrit, se levantó del lado de la
princesa, y se separó del lecho un poco, para no ser oído más que por el efrit, y le dijo: "Date prisa a
sacar del retrete al hijo del visir, y vuelve a dejarle en la cama en el sitio que ocupaba. Luego llévalos a
ambos al palacio del sultán, dejándolos en el mismo lugar de donde los trajiste. ¡Y sobre todo, vigílales
bien para impedirles que se acaricien, ni siquiera que se toquen!" Y el efrit de la lámpara contestó con el
oído y la obediencia, y se apresuró primero a quitar el frío al joven del retrete y a ponerle en el lecho, al
lado de la princesa para transportar en seguida a ambos a la cámara nupcial del palacio del sultán en
menos tiempo del que se necesita para parpadear, sin que pudiesen ellos ver ni comprender lo que les
sucedía, ni a qué obedecía tan rápido cambio de domicilio. Y a fe que era lo mejor que podía ocurrirles,
porque la sola vista del espantable genni servidor de la lámpara, sin duda alguna les habría asustado
hasta morir.
Y he aquí que, apenas el efrit transportó a los dos recién casados a la habitación del palacio, el sultán
y su esposa hicieron su entrada matinal, impacientes por saber cómo había pasado su hija aquella noche
de bodas y deseosos de felicitarla y de ser los primeros en verla para desearle dicha y delicias
prolongadas. Y muy emocionados se acercaron al lecho de su hija, y la besaron con ternura entre ambos
ojos, diciéndole: "Bendita sea tu unión, ¡oh hija de nuestro corazón! ¡Y ojalá veas germinar de tu
fecundidad una larga sucesión de des cendientes hermosos e ilustres que perpetúen la gloria y la nobleza
de tu raza! ¡Ah! ¡dinos cómo has pasado esta primera noche, y de qué manera se ha portado contigo tu
esposo!" Y tras de hablar así, se callaron, aguardando su respuesta. Y he aquí que de pronto vieron que,
en lugar de mostrar un rostro fresco y sonriente, estallaba ella en sollozos y les miraba con ojos muy
abiertos, tristes y preñados de lágrimas.
Entonces quisieron interrogar al esposo, y miraron hacia el lado del lecho en que creían que aún
estaría acostado; pero, precisamente en el mismo momento en que entraron ellos, había salido él de la
habitación para lavarse todas las inmundicias con que tenía embadur nada la cara. Y creyeron que había
ido al hammam del palacio para tomar el baño, como es costumbre después de la consumación.del acto.
Y de nuevo se volvieron hacia su hija y le interrogaron ansiosamente, con el gesto, con la mirada y con la
voz, acerca del motivo de sus lá grimas y su tristeza. Y como continuara ella callada, creyeron que sólo
era el pudor propio de la primera noche de bodas lo que la im pedía hablar, y que sus lágrimas eran
lágrimas propias de las circuns tancias, y esperaron un momento. Pero como la situación amenazaba con
durar mucho tiempo y el llanto de la princesa aumentaba, a la reina le faltó paciencia; y acabó por decir a
la princesa, con tono malhumorado: "Vaya, hija mía, ¿quieres contestarme y contestar a tu padre ya? ¿Y
vas a seguir así por mucho rato todavía? También yo, hija mía, estuve recién casada como tú y antes que
tú; pero supe tener tacto para no prolongar con exceso esas actitudes de gallina asustada. ¡Y además, te
olvidas de que al presente nos estás faltando al respeto que nos debes con no contestar a nuestras
preguntas!"
Al oír estas palabras de su madre, que se había puesto seria, la pobre princesa, abrumada en todos
sentidos a la vez, se vió obligada a salir del silencio que guardaba, y lanzando un suspiro prolongado y
muy triste, contestó: "¡Alah me perdone si falté al respeto que debo a mi padre y a mi madre; pero me
disculpa el hecho de estar en extremo turbada y muy emocionada y muy triste y muy estupefacta de todo lo
que me ha ocurrido esta noche!" Y contó todo lo que le había sucedido la noche anterior, no como las
cosas habían pasado realmente, sino sólo como pudo juzgar acerca de ellas con sus ojos. Dijo que apenas
se acostó en el lecho al lado de su esposo, el hijo del visir, había sentido conmoverse el lecho debajo de
ella; que se había visto transportada en un abrir y cerrar de ojos desde la cámara nup cial a una casa que
jamás había visitado antes; que la habían separado de su esposo, sin que pudiese ella saber de qué
manera le habían sacado y reintegrado luego; que le había reemplazado, durante toda la noche, un joven
hermoso, muy respetuoso desde luego y en extremo atento, el cual, para no verse expuesto a abusar de
ella, había dejado su sable desenvainado entre ambos y se había dormido con la cara vuelta a la pared; y
por último. que a la mañana, vuelto ya al lecho su esposo, de nuevo se la había transportado con él a su
cámara nup cial del palacio, apresurándose él a levantarse para correr al hammam con objeto de
limpiarse un cúmulo de cosas horribles que le cubrían la cara. Y añadió: "¡Y en ese momento os vi entrar
a ambos para darme los buenos días y pedirme noticias! ¡Ay de mí! ¡Ya sólo me resta morir!" Y tras de
hablar así, escondió la cabeza en las almo hadas, sacudida por sollozos dolorosos.
Cuando el sultán y su esposa oyeron estas palabras de su hija Badrú'l-Budur, se quedaron
estupefactos, y mirándose con los ojos en blanco y las caras alargadas, sin dudar ya de que hubiese ella
perdido la razón aquella noche en que su virginidad fué herida por primera vez. Y no quisieron dar fe a
ninguna de sus palabras; y su madre le dijo con voz confidencial...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 753ª noche
Ella dijo:
"...Y no quisieron dar fe a ninguna de sus palabras; y su ma dre le dijo con voz confidencial: "¡Así
ocurren siempre estas cosas, hija mía! ¡Pero guárdate bien de decírselo a nadie, porque estas cosas no se
cuentan nunca! ¡Y las personas que te oyeran te tomarían por loca! Levántate, pues, y no te preocupes por
eso, y procura no turbar con tu mala cara los festejos que se dan hoy en palacio en honor tuyo, y que van a
durar cuarenta días y cuarenta noches, no solamente en nuestra ciudad, sino en todo el reino. ¡Vamos, hija
mía, alégrate y olvida ya los diversos incidentes de esta noche!"
Luego la reina llamó a sus mujeres y las encargó que se cuidaran del tocado de la princesa; y con el
sultán, que estaba muy perplejo, salió en busca del yerno, el hijo del visir. Y acabaron por encontrarle
cuando volvía del hammam. Y para saber a qué atenerse con respecto a lo que decía su hija, la reina
empezó a interrogar al asustado joven acerca de lo que había pasado. Pero no quiso él declarar nada de
lo que hubo de sufrir, y ocultando toda la aventura por miedo de que le tomaran a broma y le rechazaran
otra vez los padres de su esposa, se limitó a contestar: "¡Por Alah! ¿y qué ha pasado para que me
interroguéis con ese aspecto tan singular?" Y entonces, cada vez más persuadida la sultana de que todo lo
que había contado su hija era efecto de alguna pesadilla, creyó lo más oportuno no insistir con su yerno, y
le dijo: "¡Glorificado sea Alah por todo lo que pasó sin daño ni dolor! ¡Te recomiendo, hijo mío, mucha
suavidad con tu es posa, porque está delicada!"
Y después de estas palabras le dejó y fué a sus aposentos para ocuparse de los regocijos y
diversiones del día. ¡Y he aquí lo referente a ella y a los recién casados!
En cuanto a Aladino, que sospechaba lo que ocurría en palacio, pasó el día deleitándose al pensar en
la broma excelente de que aca baba de hacer víctima al hijo del visir. Pero no se dió por satisfecho, y
quiso saborear hasta el fin la humillación de su rival. Así es que le pareció lo más acertado no dejarle un
momento de tranquilidad; y en cuanto llegó la noche cogió su lámpara y la frotó. Y se le apa reció el
genni, pronunciando la misma fórmula que las otras veces.
Y le dijo Aladino: "¡Oh servidor de la lámpara, ve al palacio del sul tán! Y en cuanto veas acostados
juntos a los recién casados, cógelos con lecho y todo y tráemelos aquí, como hiciste la noche anterior!"
Y el genni se apresuró a ejecutar la orden, y no tardó en volver con su carga, depositándola en el
cuarto de Aladino para coger en seguida al hijo del visir y meterle de cabeza en el retrete. Y no dejó
Aladino de ocupar el sitio vacío y de acostarse al lado de la princesa, pero con tanta decencia como la
vez primera. Y tras de colocar el sable entre ambos, se volvió de cara a la pared y se durmió
tranquilamente. Y al siguiente día todo ocurrió exactamente igual que la víspera, pues el efrit, siguiendo
las órdenes de Aladino, volvió a dejar al joven junto a Badrú'l-Budur, y les transportó a ambos con el
lecho a la cámara nupcial del palacio del sultán.
Pero el sultán más impaciente que nunca por saber de su hija después de la segunda noche, llegó a la
cámara nupcial en aquel mis mo momento, completamente solo, porque temía el malhumor de su esposa la
sultana y prefería interrogar por sí mismo a la princesa. Y no bien el hijo del visir, en el límite de la
mortificación, oyó los pasos del sultán, saltó del lecho y huyó fuera de la habitación para correr a
limpiarse en el hammam. Y entró el sultán y se acercó al lecho de su hija; y levantó las cortinas; y
después de besar a la princesa, le dijo: "¡Supongo, hija mía, que esta noche no habrás tenido una pesa -
dilla tan horrible como la que ayer nos contaste con sus extravagantes peripecias! ¡Vaya! ¿quieres
decirme cómo has pasado esta noche?" Pero en vez de contestar, la princesa rompió en sollozos, y se
tapó la cara con las manos para no ver los ojos irritados de su padre, que no comprendía nada de todo
aquello. Y estuvo esperando él un buen rato para darle tiempo a que se calmase; pero como ella
continuara llorando y suspirando, acabó por enfurecerse y sacó su sable, y excla mó: "¡Por mi vida, que si
no quieres decirme en seguida la verdad, te separo de los hombros la cabeza!"
Entonces, doblemente espantada, la pobre princesa se vió en la precisión de interrumpir sus lágrimas;
y dijo con voz entrecortada: "¡Oh padre mío bienamado! ¡por favor, no te enfades conmigo! ¡Por que, si
quieres escucharme ahora que no está mi madre para excitarte contra mí, sin duda alguna me disculparás
y me compadecerás y to marás las precauciones necesarias para impedir que me muera de con fusión y
espanto! ¡Pues si vuelvo a soportar las cosas terribles que he soportado esta noche, al día siguiente me
encontrarás muerta en mi lecho! ¡Ten piedad de mí, pues, ¡oh padre mío! y deja que tu oído y tu corazón
se compadezcan de mis penas y de mi emoción...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 754ª noche
Ella dijo:
"¡...Ten piedad de mí, pues, ¡oh padre mío! y deja que tu oído y tu corazón se compadezcan de mis
penas y de mi emoción!" Y como entonces no sentía la presencia de su esposa, el sultán, que tenía un
corazón compasivo, se inclinó hacia su hija, y la besó y la acarició y apaciguó su inquieta alma. Luego le
dijo: "¡Y ahora, hija mía, calma tu espíritu y refresca tus ojos! ¡Y con toda confianza cuéntale a tu padre
detalladamente los incidentes que esta noche te han puesto en tal estado de emoción y de terror!" Y
apoyando la cabeza en el pecho de su padre, la princesa le contó sin olvidar nada, todas las molestias
que había sufrido las dos noches que acababa de pasar, y terminó su relato añadiendo: "Mejor será, ¡oh
padre mío bienamado! que inte rrogues también al hijo del visir, a fin de que te confirme mis palabras!"
Y el sultán, al oír el relato de aquella extraña aventura, llegó al límite de la perplejidad, y compartió
la pena de su hija, y como la amaba tanto, sintió humedecerse de lágrimas sus ojos. Y le dijo él: "La
verdad, hija mía, es que yo solo soy el causante de todo esto tan horri ble que te sucede, pues te casé con
un pasmado que no sabe defenderte y resguardarte de esas aventuras singulares. ¡Porque lo cierto es que
quise labrar tu dicha con ese matrimonio, y no tu desdicha y tu muerte! ¡Por Alah, que en seguida voy a
hacer que venga el visir y el cretino de su hijo, y les voy a pedir explicaciones de todo esto! ¡Pero, de
todos modos, puedes estar tranquila en absoluto, hija mía, porque no se re petirán esos sucesos! ¡Te lo
juro por vida de mi cabeza!" Luego se separó de ella, dejándola al cuidado de sus mujeres, y regresó a
sus aposentos, hirviendo en cólera.
Al punto hizo ir a su gran visir, y en cuanto se presentó entte sus manos, le gritó: "¿Dónde está el
entrometido de tu hijo? ¿Y qué te ha dicho de los sucesos ocurridos estas dos últimas noches?" El gran
visir contestó, estupefacto: "No sé a que te refieres, ¡oh rey del tiempo! ¡Nada me ha dicho mi hijo que
pueda explicarme la cólera de nuestro rey! ¡Pero, si me lo permites, ahora mismo iré a buscarle y a
interrogarle!" Y dijo el sultán: "¡Ve! ¡Y vuelve pronto a traerme la respuesta!" Y el gran visir, con la nariz
muy alargada, salió do blando la espalda, y fué en busca de su hijo, a quien encontró en el hammam
dedicado a lavarse las inmundicias que le cubrían. Y le dijo: "¡Oh hijo de perro! ¿por qué me has
ocultado la verdad? Si no me pones en seguida al corriente de los sucesos de estas dos últimas noches,
será éste tu último día!" Y el hijo bajó la cabeza y contestó: "¡Ay! ¡oh padre mío! ¡sólo la vergüenza me
impidió hasta el presente revelarte las enfadosas aventuras de estas dos últimas noches y los
incalificables tratos que sufrí, sin tener posibilidad de defenderme ni siquiera de saber cómo y en virtud
de qué poderes enemigos nos ha sucedido todo eso a ambos en nuestro lecho!". Y contó a su padre la
historia con todos sus detalles, sin olvidar nada. Pero no hay utilidad en repetirla.
Y añadió: "¡En cuanto a mí, ¡oh padre mío! prefiero la muerte a semejante vida! ¡Y hago ante ti el
triple juramento del di vorcio definitivo con la hija del sultán! ¡Te suplico, pues, que vayas en busca del
sultán y le hagas admitir la declaración de nulidad de mi matrimonio con su hija Badrú`l-Budur! ¡Porque
es el único medio de que cesen esos malos tratos y de tener tranquilidad! ¡Y entonces podré dormir en mi
lecho en lugar de pasarme las noches en los re tretes!"
Al oír estas palabras de su hijo, el gran visir quedó muy ape nado. Porque la aspiración de su vida
había sido ver casado a su hijo con la hija del sultán, y le costaba mucho trabajo renunciar a tan gran
honor. Así es que, aunque convencido de la necesidad del divor cio en tales circunstancias, dijo a su hijo:
"Claro ¡oh hijo mío! que no es posible soportar por más tiempo semejantes tratos. ¡Pero pien sa en lo que
pierdes con ese divorcio! ¿No será mejor tener pa ciencia todavía una noche, durante la cual vigilaremos
todos junto a la cámara nupcial, con los eunucos armados de sables y de palos? ¿Qué te parece?" El hijo
contestó: "Haz lo que gustes, ¡oh gran visir, padre mío! i En cuanto a mí, estoy resuelto a no entrar ya en
esa habi tación de brea!"
Entonces el visir separóse de su hijo, y fué en busca del rey. Y se mantuvo de pie entre sus manos,
bajando la cabeza. Y el rey preguntó: "¿Qué tienes que decirme?" El visir contestó: "¡Por vida de nuestro
amo, que es muy cierto lo que ha contado la princesa Badrú'l-Budur! ¡Pero la culpa no la tiene mi hijo!
De todos modos, no conviene que la princesa siga expuesta a nuevas molestias por cau sa de mi hijo. ¡Y si
lo permites, mejor será que ambos esposos vivan en adelante separados por el divorcio!"
Y dijo el rey: "¡Por Alah, que tienes razón! ¡Pero, de no ser hijo tuyo el esposo de mi hija, la hubiese
dejado libre a ella con la muerte de él! ¡Que se divorcien, pues!" Y al punto dió el sultán las órdenes
oportunas para que cesaran los regocijos públicos, tanto en el palacio como en la ciudad y en todo el
reino de la China, e hizo proclamar el divorcio de su hija Badrú'l- Budur con el hijo del gran visir, dando
a entender que no se había consumado nada y que la perla continuaba virgen y sin perforar.
Pero cuando la 755ª noche
Ella dijo:
"...E hizo proclamar el divorcio de su hija Badrú'l-Budur con el hijo del gran visir, dando a entender
que no se había consumado nada y que la perla continuaba virgen y sin perforar. En cuanto al hijo del
gran visir, el sultán, por consideración a su padre, le nombró gobernador de una provincia lejana de
China, y le dió orden de partir sin demora. Lo cual fué ejecutado.
Cuando Aladino, al mismo tiempo que los habitantes de la ciu dad, se enteró, por la proclama de los
pregoneros públicos, del divorcio de Badrú'l-Budur sin haberse consumado el matrimonio y de la par tida
del burlado, se dilató hasta el límite de la dilatación, y se dijo: "¡Bendita sea esta lámpara maravillosa,
causa inicial de todas mis prosperidades! ¡Preferible es que haya tenido lugar el divorcio sin una
intervención más directa del genni de la lámpara, el cual, sin duda, habría acabado con ese cretino!" Y
también se alegró de que hubiese tenido éxito su venganza sin que nadie, ni el rey, ni el gran visir, ni su
misma madre sospechara la parte que había tenido él en todo aquel asunto. Y sin preocuparse ya, como si
no hubiese ocurrido nada anó malo desde su petición de matrimonio, esperó con toda tranquilidad a que
transcurriesen los tres meses del plazo exigido, enviando a pa lacio, en la mañana que siguió al último día
del plazo consabido, a su madre, vestida con sus trajes mejores, para que recordase al sultán su promesa.
Y he aquí que, en cuanto entró en el diwán la madre de Aladino, el sultán, que estaba dedicado a
despachar los asuntos del reino, como de costumbre, dirigió la vista hacia ella y la reconoció en seguida.
Y no tuvo ella necesidad de hablar, porque el sultán recordó por sí mismo la promesa que le había dado y
el plazo que había fijado. Y se encaró con su gran visir, y le dijo: "¡Aquí está ¡oh visir! la madre de
Aladi no! Ella fué quien nos trajo, hace tres meses, la maravillosa porcelana llena de pedrerías. ¡Y me
parece que, con motivo de expirar el plazo., viene a pedirme el cumplimiento de la promesa que le hice
concernien te a mi hija! ¡Bendito sea Alah, que no ha permitido el matrimonio de tu hijo, para que así haga
honor a la palabra dada cuando olvidé mis compromisos por ti!" Y el visir, que en su fuero interno seguía
estando muy despechado por todo lo ocurrido, contestó: "¡Claro ¡oh mi señor! que jamás los reyes deben
olvidar sus promesas! ¡Pero el caso es que, cuando se casa a la hija, debe uno informarse acerca del
esposo, y nuestro amo el rey no ha tomado informes de este Aladino y de su familia! ¡Pero yo sé que es
hijo de un pobre sastre muerto en la miseria, y de baja condición! ¿De dónde puede venirle la riqueza al
hijo de un sastre?" El rey dijo: "La riqueza viene de Alah, ¡oh visir!" El visir dijo: "Asi es, ¡oh rey! ¡Pero
no sabemos si ese Aladino es tan rico realmente como su presente dió a entender! Para estar se guros no
tendrá el rey más que pedir por la princesa una dote tan con siderable que sólo pueda pagarla un hijo de
rey o de sultán. ¡Y de tal suerte el rey casará a su hija sobre seguro, sin correr el riesgo de darle otra vez
un esposo indigno de sus méritos!" Y dijo el rey: "De tu lengua brota elocuencia, ¡oh visir! ¡Di que se
acerque esa mujer para que yo le hable!" Y el visir hizo una seña al jefe de los guardias, que mandó
avanzar hasta el pie del trono a la madre de Aladino.
Entonces la madre de Aladino se prosternó y besó la tierra por tres veces entre las manos del rey,
quien le dijo: "¡Has de saber ¡oh tía! que no he olvidado mi promesa ¡Pero hasta el presente no hablé aún
de la dote exigida por mi hija, cuyos méritos son muy grandes! Dirás, pues, a tu hijo, que se efectuará su
matrimonio con mi hija El Sett Badrú'l-Budur cuando me haya enviado lo que exijo como dote para mi
hija, a saber: cuarenta fuentes de oro macizo llenas hasta los bordes de la mismas especies de pedrerías
en forma de frutas de todos colores y todos tamaños, como las que me envió en la fuente de porcelana; y
estas fuentes las traerán a palacio cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que serán conducidas
por cua renta esclavos negros, jóvenes y robustos; e irán todos formados en cortejo, vestidos con mucha
magnificencia, y vendrán a depositar en mis manos las cuarenta fuentes de pedrerías. ¡Y eso es todo lo
que pido, mi buena tía! ¡Pues no quiero exigir más a tu hijo, en con sideración al presente que me ha
entregado ya!"
Y la madre de Aladino, muy aterrada por aquella petición exorbi tante, se limitó a prosternarse por
segunda vez ante el trono; y se retiró para ir a dar cuenta de su misión a su hijo. Y le dijo: "¡Oh! ¡hijo
mío, ya te aconsejé desde un principio que no pensaras en el matrimonio con la princesa Badrú'l-Budur!"
Y suspirando mucho. contó a su hijo la manera, muy afable desde luego, que tuvo de recibirla el sultán, y
las condiciones que ponía antes de consentir definitivamente en el matrimonio. Y añadió: "¡Qué locura la
tuya!, ¡oh hijo mío! iAdmi to lo de las fuentes de oro y las pedrerías exigidas, porque imagino que serás lo
bastante sensato para ir al subterráneo a despojar a los árboles de sus frutas encantadas! Pero, ¿quieres
decirme cómo vas a arreglarte para disponer de las cuarenta esclavas jóvenes y de los cuarenta jóvenes
negros? ¡Ah! ¡hijo mío, la culpa de esta pretensión tan exorbitante la tiene también ese maldito visir,
porque le vi inclinado al oído del rey, cuando yo entraba, y hablarle en secreto! ¡Créeme, Aladino,
renuncia a ese proyecto que te llevará a la perdición sin remedio!" Pero Ala dino se limitó a sonreír, y
contestó a su madre: "¡Por Alah, ¡oh madre! que al verte entrar con esa cara tan triste creí que ibas a
darme una mala noticia! ¡Pero ya veo que te preocupas siempre por cosas que verdaderamente no valen
la pena! ¡Porque has de saber que todo lo que acaba de pedirme el rey como precio de su hija no es nada
en comparación con lo que realmente podría darle! Refresca, pues, tus ojos y tranquiliza tu espíritu. Y
por tu parte, no pienses más que en preparar la comida, pues tengo hambre. ¡Y deja para mí el cuidado de
complacer al rey...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 756ª noche
Ella dijo:
"...Y por tu parte, no pienses más que en preparar la comida, pues tengo hambre. ¡Y deja para mí el
cuidado de complacer al rey! Y he aquí que, en cuanto la madre salió para ir al zoco a comprar las
provisiones necesarias, Aladino se apresuró a encerrarse en su cuarto. Y cogió la lámpara y la frotó en el
sitio que sabía. Y al punto apareció el genni, quien después de inclinarse ante él dijo: "¡Aquí tienes entre
tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla.
¡Soy el ser vidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por don de me arrastro!" Y
Aladino le dijo: "Sabe, ¡oh efrit! que el sultán consiente en darme a su hija, la maravillosa Badrú'l-Budur,
a quien ya conoces; pero lo hace a condición de que le envíe lo más pronto posible cuarenta bandejas de
oro macizo, de pura calidad, llenas hasta los bordes de frutas de pedrerías semejantes a las de la fuente
de por celana, que las cogí en los árboles del jardín que hay en el sitio donde encontré la lámpara de que
eres servidor. ¡Pero no es eso todo! Para llevar esas bandejas de oro llenas de pedrerías, me pide,
además, cua renta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que han de ser conducidas por cuarenta negros
jóvenes, hermosos, fuertes y vestidos con mucha magnificencia. ¡Eso es lo que, a mi vez exijo de ti! ¡Date
prisa a complacerme, en virtud del poder que tengo sobre ti como dueño de la lámpara!" Y el genni
contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y desapa reció, pero para volver al cabo de un momento.
Y le acompañaban los ochenta esclavos consabidos, hombres y mu jeres, a los que puso en fila en el
patio, a lo largo del muro de la casa. Y cada una de las esclavas llevaba en la cabeza una bandeja de oro
ma cizo lleno hasta el borde de perlas, diamantes, rubíes, esmeraldas, tur quesas y otras mil especies de
pedrerías en forma de frutas de todos colores y de todos tamaños. Y cada bandeja estaba cubierta con una
gasa de seda con florones de oro en el tejido. Y verdaderamente eran las pedrerías mucho más
maravillosas que las presentadas al sultán en la porcelana. Y una vez alineados contra el muro los
cuarenta esclavos, el genni fué a inclinarse ante Aladino, y le preguntó: "¿Tienes todavía ¡oh mi señor!
que exigir alguna cosa al servidor de la lámpara?" Y Aladino le dijo: "¡No, por el momento nada más!" Y
al punto des apareció el efrit.
En aquel instante entró la madre de Aladino cargada con las provisiones que había comprado en el
zoco. Y se sorprendió mucho al ver su casa invadida por tanta gente; y al punto creyó que el sultán
mandaba detener a Aladino para castigarle por la insolencia de su pe tición. Pero no tardó Aladino en
disuadirla de ello, pues sin darle lu gar a quitarse el velo del rostro, le dijo: "¡No pierdas el tiempo en
levantarte el velo, ¡oh madre! porque vas a verte obligada a salir sin tardanza para acompañar al palacio
a estos esclavos que ves formados en el patio! ¡Como puedes observar, las cuarenta esclavas llevan la
dote reclamada por el sultán como precio de su hija! ¡Te ruego, pues, que antes de preparar la comida,
me prestes el servicio de acompañar al cortejo para presentárselo al sultán!"
Inmediatamente la madre de Aladino hizo salir de la casa por orden a los ochenta esclavos,
formándolos en hilera por parejas: una esclava joven precedida de un negro, y así sucesivamente hasta la
última pa reja. Y cada pareja estaba separada de la anterior por espacio de diez pies. Y cuando traspuso
la puerta la última pareja, la madre de Ala dino echó a andar detrás del cortejo. Y Aladino cerró la
puerta, se guro del resultado, y fué a su cuarto a esperar tranquilamente el regre so de su madre.
En cuanto salió a la calle la primera pareja comenzaron a aglome rarse los transeúntes; y cuando
estuvo completo el cortejo, la calle habíase llenado de una muchedumbre inmensa, que prorrumpía en
murmullos y exclamaciones. Y acudió todo el zoco para ver el cortejo y admirar un espectáculo tan
magnífico y tan extraordinario. ¡Porque cada pareja era por sí sola una cumplida maravilla; pues su
atavío admirable de gusto y esplendor, su hermosura, compuesta de una be lleza blanca de mujer y una
belleza negra de negro, su buen aspecto, su continente aventajado, su marcha reposada y cadenciosa, a
igual distancia, el resplandor de la bandeja de pedrerías que llevaba en la cabeza cada joven, los
destellos lanzados por las joyas engastadas en los cinturones de oro de los negros, las chispas que
brotaban de sus gorros de brocato en que balanceábanse airones, todo aquello constituía un espectáculo
arrebatador, a ningún otro parecido, que hacía que ni por un instante dudase el pueblo de que se trataba
de la llegada a palacio de algún asombroso hijo de rey o de sultán.
Y en medio de la estupefacción de todo un pueblo, acabó el cor tejo por llegar a palacio. Y no bien
los guardias y porteros divisaron a la primer pareja, llegaron a tal estado de maravilla que, poseídos de
respeto y admiración, se formaron espontáneamente en dos filas para que pasaran. Y su jefe, al ver al
primer negro, convencido de que iba a visitar al rey el sultán de los negros en persona, avanzó hacia él y
se prosternó y quiso besarle la mano, pero entonces vió la hilera maravillosa que le seguía. Y al mismo
tiempo le dijo el primer negro, son riendo, porque había recibido del efrit las instrucciones necesarias:
"¡Yo y todos nosotros no somos más que esclavos del que vendrá cuan do llegue el momento oportuno!" Y
tras de hablar así, franqueó la puerta seguido de la joven que llevaba la bandeja de oro y de toda la hilera
de parejas armoniosas. Y los ochenta esclavos franquearon el primer patio y fueron a ponerse en fila por
orden en el segundo patio, al cual daba el diwán de recepción.
En cuanto el sultán, que en aquel momento despachaba los asun tos del reino, vió en el patio aquel
cortejo magnífico, que borraba con su esplendor el brillo de todo lo que él poseía en el palacio, hizo des -
alojar el diwán inmediatamente, y dió orden de recibir a los recién lle gados. Y entraron éstos
gravemente, de dos en dos, y se alinearon con lentitud, formando una gran media luna ante el trono del
sultán. Y cada una de las esclavas jóvenes, ayudada por su compañero negro, de positó en la alfombra la
bandeja que llevaba. Luego se prosternaron a la vez los ochenta y besaron la tierra entre las manos del
sultán, le vantándose en seguida, y todos a una descubrieron con igual diestro ademán las bandejas
rebosantes de frutas maravillosas. Y con los bra zos cruzados sobre el pecho permanecieron de pie, en
actitud del más profundo respeto.
Sólo entonces fué cuando la madre de Aladino, que iba la última, se destacó de la media luna que
formaban las parejas alternadas, y después de las prosternaciones y las zalemas de rigor, dijo al rey, que
había enmudecido por completo ante aquel espectáculo sin par: "¡Oh rey del tiempo! ¡mi hijo Aladino,
esclavo tuyo, me envía con la dote que has pedido como precio de Sett Badrú'l -Budur, tu hija honorable!
¡ Y me encarga te diga que te equivocaste al apreciar la valía de la prin cesa, y que todo esto está muy por
debajo de sus méritos! ¡Pero cree que le disculparás por ofrecerte tan poco, y que admitirás este insig -
nificante tributo en espera de lo que piensa hacer en lo sucesivo!"
Así habló la madre de Aladino. Pero el rey, que no estaba en estado de escuchar lo que ella le decía,
seguía absorto y con los ojos muy abiertos ante el espectáculo que se ofrecía a su vista. Y miraba
alternativamente las cuarenta bandejas, el contenido de las cuarenta bandejas, las esclavas jóvenes que
habían llevado las cuarenta bande jas y los jóvenes negros que habían acompañado a las portadoras de las
bandejas. ¡Y no sabía que debía admirar más, si aquellas joyas, que eran las más extraordinarias que vió
nunca en el mundo, o aquellas esclavas jóvenes, que eran como lunas, o aquellos esclavos negros, que se
dirían otros tantos reyes! Y así se estuvo una hora de tiempo, sin poder pronunciar una palabra ni separar
sus miradas de las maravillas que tenía ante sí. Y en lugar de dirigirse a la madre de Aladino para
manifestarle su opinión acerca de lo que le llevaba, acabó por enca rarse con su gran visir y decirle:
"¡Por mi vida! ¿qué suponen las riquezas que poseemos y qué supone mi palacio ante tal magnificen cia?
¿Y qué debemos pensar del hombre que, en menos tiempo del preciso para desearlos, realiza tales
esplendores y nos los envía? ¿Y qué son los méritos de mi hija comparados con semejante profusión de
hermosura?" Y no obstante el despecho y el rencor que experimen taba por cuanto le había sucedido a su
hijo, el visir no pudo menos de decir: "¡Sí, por Alah, hermoso es todo esto; pero, aun así, no vale lo que
un tesoro único como la princesa Badrú'l-Budur!" Y dijo el rey: "¡Por Alah! ya lo creo que vale tanto
como ella y la supera con mucho en valor. ¡Por eso no me parece mal negocio concedérsela en
matrimonio a un hombre tan rico, tan generoso y tan magnífico como el gran Aladino, nuestro hijo!" Y se
encaró con los demás visires y emires y notables que le rodeaban, y les interrogó con la mirada. Y todos
contestaron inclinándose profundamente hasta el suelo por tres veces para indicar bien su aprobación a
las palabras de su rey. Entonces no vaciló más el rey...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 757ª noche
Ella dijo:
"...Y todos contestaron inclinándose profundamente hasta el sue lo por tres veces para indicar bien su
aprobación a las palabras de su rey.
Entonces no vaciló más el rey. Y sin preocuparse ya de saber si Aladino reunía todas las cualidades
requeridas para ser esposo de una hija de rey, se encaró con la madre de Aladino, y le dijo: "¡Oh vene -
rable madre de Aladino! ¡te ruego que vayas a decir a tu hijo que desde este instante ha entrado en mi
raza y en mi descendencia, y que ya no aguardo más que a verle para besarle como un padre besaría a su
hijo, y para unirle a mi hija Badrú'l-Budur por el Libro y la Sun nah!"
Y después de las zalemas, por una y otra parte, la madre de Aladino se apresuró a retirarse para volar
en seguida a su casa, desa fiando a la rapidez del viento, y poner a su hijo Aladino al corriente de lo que
acababa de pasar. Y le apremió para que se diera prisa a pre sentarse al rey, que tenía la más viva
impaciencia por verle. Y Aladino, que con aquella noticia veía satisfechos sus anhelos después de tan
larga espera, no quiso dejar ver cuán embriagado de alegría estaba. Y contestó, con aire muy tranquilo y
acento mesurado: "Toda esta dicha me viene de Alah y de tu bendición, ¡oh madre! y de tu celo infatiga -
ble". Y le besó las manos y la dió muchas gracias y le pidió permiso para retirarse a su cuarto, a fin de
prepararse para ir a ver al sultán.
No bien estuvo solo, Aladino cogió la lámpara mágica, que hasta entonces había sido de tanta utilidad
para él, y la frotó como de or dinario. Y al instante apareció el efrit, quien, después de inclinarse ante él,
le preguntó con la fórmula habitual quó servicio podía prestar le. Y Aladino contestó: "¡Oh efrit de la
lámpara! ¡deseo tomar un baño! ¡Y para después del baño quiero que me traigas un traje que no tenga
igual en magnificencia entre los sultanes más grandes de la tierra, y tan bueno, que los inteligentes puedan
estimarlo en más de mil millares de dinares de oro, por lo menos! ¡Y basta por el mo mento! "
Entonces, tras de inclinarse en prueba de obediencia, el efrit de la lámpara dobló completamente el
espínazo, y dijo a Aladino: "Món tate en mis hombros, ¡oh dueño de la lámpara!" Y Aladino se montó en
los hombros del efrit, dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni; y el efrit le elevó por los
aires, haciéndole invisible, como él lo era, y le transportó a un hammam tan hermoso, que no podría
encon trársele igual en casa de los reyes y kaissares. Y el hammam era todo de jade y alabastro
transparente, con piscinas de cornalina rosa y coral blanco y con ornamentos de piedra de esmeralda de
una delicadeza en cantadora. ¡Y verdaderamente podían deleitarse allá los ojos y los sen tidos, porque en
aquel recinto nada molestaba a la vista en el conjunto ni en los detalles! Y era deliciosa la frescura que
se sentía allí y el calor estaba graduado y proporcionado. Y no había ni un bañista que turbara con su
presencia o con su voz la paz de las bóvedas blancas. Pero en cuanto el genni dejó a Aladino en el
estrado de la sala de en trada, apareció ante él un joven efrit de lo más hermoso, semejante a una
muchacha, aunque más seductor, y le ayudó a desnudarse, y le echó por los hombros una toalla grande
perfumada, y le cogió con mu cha precaución y le condujo a la más hermosa de las salas, que estaba toda
pavimentada de pedrerías de colores diversos. Y al punto fueron a cogerle de manos de su compañero
otros jóvenes efrits, no menos be llos y no menos seductores, y le sentaron cómodamente en un banco de
mármol, y se dedicaron a frotarle y a lavarle con varias clases de aguas de olor; le dieron masaje con un
arte admirable, y volvieron a lavarle con agua de rosas almizclada. Y sus sabios cuidados le pusie ron la
tez tan fresca como un pétalo de rosa blanca y encarnada, a me dida de los deseos. Y se sintió ligero hasta
el punto de poder volar como los pájaros. Y el joven y hermoso efrit que habíale conducido se pre sentó
para volver a cogerle y llevarle al estrado, donde le ofreció, corno refresco, un delicioso sorbete de
ámbar gris. Y se encontró con el genni de la lámpara, que tenía entre sus manos un traje de suntuosidad
incomparable. Y ayudado por el joven efrit de manos suaves, se puso aquella magnificencia, y estaba
semejante a cualquier rey entre los grandes reyes, aunque tenía mejor aspecto aún. Y de nuevo le tomó el
efrit sobre sus hombros y le llevó, sin sacudidas, a la habitación de su casa.
Entonces, Aladino se encaró con el efrit de la lámpara, y le di jo: "Y ahora ¿sabes lo que tienes que
hacer?" El genni contestó: "No, ¡oh dueño de la lámpara! ¡Pero ordena y obedeceré en los aires por
donde vuelo o en la tierra por donde me arrastro!" Y dijo Aladino: "Deseo que me traigas un caballo de
pura raza, que no tenga herma no en hermosura ni en las caballerizas del sultán ni en las de los mo narcas
más poderosos del mundo. Y es preciso que sus arreos valgan por sí solos mil millares de dinares de oro,
por lo menos. Al mismo tiempo me traerás cuarenta y ocho esclavos jóvenes, bien formados, de talla
aventajada, y llenos de gracia, vestidos con mucha limpieza, elegancia y riqueza, para que abran la
marcha delante de mi caballo veinticuatro de ellos puestos en dos hileras de a doce, mientras los otros
veinticuatro irán detrás de mí en dos hileras de a doce también. Tampoco has de olvidarte, sobre todo, de
buscar para el servicio de mi madre, doce jóvenes como lunas, únicas en su especie, vestidas con mucho
gusto y magnificencia y llevando en los brazos cada una un traje de tela y color diferentes y con el cual
pueda vestirse con toda confianza una hija de rey. Por último, a cada uno de mis cuarenta y ocho esclavos
le darás, para que se lo cuelgue al cuello, un saco con cinco mil dinares de oro, a fin de que haga yo de
ello el uso que me parezca. ¡Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 759ª noche
Ella dijo:
"¡...Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy!"
Apenas acabó de hablar Aladino, cuando el genni, después de la respuesta con el oído y la
obediencia, apresuróse a desaparecer, pero para volver al cabo de un momento con el caballo, los
cuarenta y ocho esclavos jóvenes, las doce jóvenes, los cuarenta y ocho sacos con cinco mil dinares cada
uno y los doce trajes de tela y color diferentes. Y todo era absolutamente de la calidad pedida, aunque
más hermoso aún. Y Aladino se posesionó de todo y despidió al genni, diciéndole: "¡Te llamaré cuando
tenga necesidad de ti!" Y sin pérdida de tiempo se despidió de su madre, besándola una vez más las
manos, y puso a su servicio a las doce esclavas jóvenes, recomendándoles que no dejaran de hacer todo
lo posible por tener contenta a su ama y que le ense ñaran la manera de ponerse los hermosos trajes que
habían llevado.
Tras de lo cual Aladino se apresuró a montar a caballo y a salir al patio de la casa. Y aunque subía
entonces por primera vez a lomos de un caballo, supo sostenerse con una elegancia y una firmeza que le
hubieran envidiado los más consumados jinetes. Y se puso en marcha, con arreglo al plan que había
imaginado para el cortejo, precedido por veinticuatro esclavos formados en dos hileras de a doce,
acompaña do por cuatro esclavos que iban a ambos lados llevando los cordones de la gualdrapa del
caballo, y seguido por los demás, que cerraban la marcha.
Cuando el cortejo echó a andar por las calles se aglomeró en todas partes, lo mismo en zocos que en
ventanas y terrazas, una in mensa muchedumbre mucho más considerable que la que había acu dido a ver al
primer cortejo. Y siguiendo las órdenes que les había da do Aladino, los cuarenta y ocho esclavos
empezaron a coger oro de sus sacos y a arrojárselo a puñados a derecha y a izquierda al pueblo que se
aglomeraba a su paso. Y resonaban por toda la ciudad las acla maciones, no sólo a causa de la
generosidad del magnífico donador, sino también a causa de la belleza del jinete y de sus esclavos
esplén didos. Porque en su caballo, Aladino estaba verdaderamente muy arrogante, con su rostro al que la
virtud de la lámpara mágica hacía aún más encantador, con su aspecto real y el airón de diamantes que se
balanceaba sobre su turbante. Y así fué como, en medio de las aclama ciones y la admiración de todo un
pueblo, Aladino llegó a palacio pre cedido por el rumor de su llegada; y todo estaba preparado allí para
recibirle con todos los honores debidos al esposo de la princesa Ba drú'l-Budur.
Y he aquí que el sultán le esperaba precisamente en la parte alta de la escalera de honor, que
empezaba en el segundo patio. Y no bien Aladino echó pie a tierra, ayudado por el propio gran visir, que
le tenía el estribo, el sultán descendió en honor suyo dos o tres escalones. Y Aladino subió en dirección a
él y quiso prosternarse entre sus manos; pero se lo impidió el sultán, que recibióle en sus brazos y le
besó como si de su propio hijo se tratara, maravillado de su arrogancia, de su buen aspecto y de la
riqueza de sus atavíos. Y en el mismo mo mento retembló el aire con las aclamaciones lanzadas por todos
los emi res, visires y guardias, y con el sonido de trompetas, clarinetes, oboes y tambores. Y pasando el
brazo por el hombro de Aladino, el sultán le condujo al salón de recepciones, y le hizo sentarse a su lado
en el lecho del trono, y le besó por segunda vez, y le dijo: "¡Por Alah, ¡oh hijo mío Aladino! que siento
mucho que mi destino no me haya hecho encontrarte antes de este día, y haber diferido así tres meses tu
matrimonio con mi hija Badrú'l-Budur, esclava tuya!" Y le contestó Aladino de una manera encantadora,
que el sultán sintió aumentar el cariño que le tenía, y le dijo: "¡En verdad, ¡oh Aladino! ¿qué rey no
anhelaría que fueras el esposo de su hija?!" Y se puso a hablar con él y a interrogarle con mucho afecto,
admirándose de la prudencia de sus respuestas y de la elocuencia y sutileza de sus discursos. Y mandó
preparar, en la misma sala del trono, un festín magnífico, y comió solo con Aladino, haciéndose servir
por el gran visir, a quien se le había alargado con el despecho la nariz hasta el límite del alargamiento, y
por los emires y los demás altos dignatarios.
Cuando terminó la comida, el sultán, que no quería prolongar por más tiempo la realización de su
promesa, mandó llamar al kadí y a los testigos, y les ordenó que redactaran inmediatamente el contrato de
matrimonio de Aladino y su hija la princesa Badrú'l-Budur. Y en pre sencia de los testigos el kadí se
apresuró a ejecutar la orden y a ex tender el contrato con todas las fórmulas requeridas por el Libro y la
Sunnah. Y cuando el kadí hubo acabado, el sultán besó a Aladino y le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿penetrarás en
la cámara nupcial para que tenga efecto la consumación esta misma noche?" Y contestó Aladino: ¡Oh rey
del tiempo! sin duda que penetraría esta misma noche para que tuviese efecto la consumación, si no
escuchase otra voz que la del gran amor que experimento por mi esposa. Pero deseo que la cosa se haga
en un palacio digno de la princesa y que le pertenezca en pro piedad. Permíteme, pues, que aplace la
plena realización de mi dicha hasta que haga construir el palacio que le destino. ¡Y a este efecto, te ruego
que me otorgues la concesión de un vasto terreno situado frente por frente de tu palacio, a fin de que mi
esposa no esté alejada de su padre y yo mismo esté siempre cerca de ti para servirte! ¡Y por mi parte, me
comprometo a hacer construir este palacio en el plazo más breve posible!" Y el sultán contestó: "¡Ah!
¡hijo mío, no tienes necesidad de pedirme permiso para eso! Aprópiate de todo el terreno que te haga
falta enfrente de mi palacio. ¡Pero te ruego que procures se acabe ese palacio lo más pronto posible, pues
quisiera gozar de la posteridad de mi descendencia antes de morir!" Y Aladino sonrió, y dijo:
"Tranquilice su espíritu el rey respecto a esto. ¡Se construirá el palacio con más diligencia de la que
pudiera esperarse!" Y se despidió del sultán, que le besó con ternura, y regresó a su casa con el mismo
cortejo que le había acompañado y seguido por las aclamaciones del pueblo y por votos de dicha y
prosperidad.
En cuanto entró en su casa puso a su madre al corriente de lo que había pasado, y se apresuró a
retirarse a su cuarto completamente solo. Y cogió la lámpara mágica y la frotó como de ordinario.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 760ª noche
Ella dijo:
"...Y cogió la lámpara mágica y la frotó como de ordinario. Y no dejó el efrit de aparecer y de
ponerse a sus órdenes. Y le dijo Ala dino: "¡Oh efrit de la lámpara! Ante todo, te felicito por el celo que
desplegaste en servicio mío. Y después tengo que pedirte otra cosa, según creo, más difícil de realizar
que cuanto hiciste por mí hasta hoy, a causa del poder que ejercen sobre ti las virtudes de tu señora, que
es esta lámpara de mi pertenencia. -¡Escucha! ¡quiero que en el plazo más corto posible me construyas,
frente por frente del palacio del sul tán, un palacio que sea digno de mi esposa El Sett Badrú'l-Budur! ¡Y a
tal fin, dejo a tu buen gusto y a tus conocimientos acreditados el cuidado de todos los detalles de
ornamentación y la elección de mate riales preciosos, tales como piedras de jade, pórfido, alabastro,
ágata, lazulita, jaspe, mármol y granito! Solamente te recomiendo que en medio de ese palacio eleves una
gran cúpula de cristal, construida so bre columnas de oro macizo y de plata, alternadas, y agujereada con
noventa y nueve ventanas enriquecidas con diamantes, rubíes, esmeral das y otras pedrerías, pero
procurando que la ventana número noventa y nueve quede imperfecta, no de arquitectura, sino de
ornamentación. Porque tengo un proyecto sobre el particular. Y no te olvides de trazar un jardín hermoso,
con estanques y saltos de agua y plazoletas espa ciosas. Y sobre todo, ¡oh efrit! pon un tesoro enorme
lleno de dinares de oro en cierto subterráneo, cuyo emplazamiento has de indicarme. ¡Y en cuanto a lo
demás, así como en lo referente a cocinas, caballeri zas y servidores, te dejo en completa libertad,
confiando en tu saga cidad y en tu buena voluntad!" Y añadió: "¡En seguida que esté dis puesto todo,
vendrás a avisarme!"
Y contestó el genni: "¡Escucho y obedezco!" Y desapareció.
Y he aquí que al despuntar del día siguiente estaba todavía en su lecho Aladino, cuando vió aparecer
ante él al efrit de la lámpara, quien, después de las zalemas de rigor, le dijo: "¡Oh dueño de la lámpara,
se han ejecutado tus órdenes. ¡Y te ruego que vayas a revi sar su realización!" Y Aladino se prestó a ello,
y el efrit le transportó inmediatamente al sitio designado, y le mostró frente por frente al pa lacio del
sultán, en medio de un magnífico jardín, y precedido de dos inmensos patios de mármol, un palacio
mucho más hermoso de lo que el joven esperaba. Y tras de haberle hecho admirar la arquitectura y el
aspecto general, el genni le hizo visitar una por una todas las habitaciones y dependencias. Y parecióle a
Aladino que se habían hecho las cosas con un fasto, un esplendor y una magnificencia inconcebibles; y en
un inmenso subterráneo encontró un tesoro formado por sacos su perpuestos y llenos de oro, que se
apilaban hasta la bóveda. Y también visitó las cocinas, las reposterías, las despensas y las caballerizas,
en contrándolas muy de su gusto y perfectamente limpias; y se admiró de los caballos y yeguas, que
comían en pesebres de plata, mientras los palafreneros los cuidaban y les echaban el pienso. Y pasó
revista a los esclavos de ambos sexos y a los eunucos, formados por orden, según la importancia de sus
funciones. Y cuando lo hubo visto todo y examinado todo, se encaró con el efrit de la lámpara, el cual
sólo para él era visible y le acompañaba por todas partes, y hubo de felicitarle por la presteza, el buen
gusto y la inteligencia de que había dado prueba en aquella obra perfecta. Luego añadió: "¡Pero te has
olvidado, ¡oh efrit! de extender desde la puerta de mi palacio a la del sultán una gran alfombra que
permita que mi esposa no se canse los pies al atra vesar esa distancia!" Y contestó el genni: "¡Oh dueño
de la lámpara! tienes razón. ¡Pero eso se hace en un instante!"
Y efectivamente, en un abrir y cerrar de ojos se extendió en el espacio que separaba ambos palacios
una magnífica alfombra de terciopelo con colores que armo nizaban a maravilla con los tonos del césped
y de los macizos.
Entonces Aladino, en el límite de la satisfacción, dijo al efrit: "¡Todo está perfectamente ahora!
¡Llévame a casa!" Y el efrit le cogió y le transportó a su cuarto cuando en el palacio del sultán los indivi -
duos de la servidumbre comenzaban a abrir las puertas para dedicarse a sus ocupaciones.
Y he aquí que, en cuanto abrieron las puertas, los esclavos y los porteros llegaron al límite de la
estupefacción al notar que algo se oponía a su vista en el sitio donde la víspera se veía un inmenso mei -
dán para torneos y cabalgatas. Y lo primero que vieron fué la mag nífica alfombra de terciopelo que se
extendía entre el césped lozano y casaba sus colores con los matices naturales de flores y arbustos. Y
siguiendo con la mirada aquella alfombra, entre las hierbas del jardín milagroso divisaron entonces el
soberbio palacio construido con piedras preciosas y cuya cúpula de cristal brillaba como el sol. Y sin
saber ya qué pensar, prefirieron ir a contar la cosa al gran visir, quien, des pués de mirar el nuevo
palacio, a su vez fué a prevenir de la cosa al sultán, diciéndole: "No cabe duda, ¡oh rey del tiempo! ¡El
esposo de Sett Badrú'l-Budur es un insigne mago!"
Pero el sultán le contestó:
¡Mucho me asombra, ¡oh visir! que quieras insinuarme que el pa lacio de que me hablas es obra de
magia! ¡Bien sabes, sin embargo, que el hombre que me hizo el don de tan maravillosos presentes es muy
capaz de hacer construir todo un palacio en una sola noche, teniendo en cuenta las riquezas que debe
poseer y el número considerable de obreros de que se habrá servido, merced a su fortuna. ¿Por qué, pues,
vacilas en creer que ha obtenido ese resultado por medio de fuerzas naturales? ¿No te cegarán los celos,
haciéndote juzgar mal de los he chos e impulsándote a murmurar de mi yerno Aladino?" Y compren -
diendo, por aquellas palabras, que el sultán quería a Aladino, el visir no se atrevió a insistir por miedo a
perjudicarse a sí mismo, y enmu deció por prudencia. ¡Y he aquí lo referente a él!
En cuanto a Aladino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 761ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto a Aladino, una vez que el efrit de la lámpara le transportó a su antigua casa, dijo a una
de las doce esclavas jóvenes que fueran a despertar a su madre, y les dió a todas orden de ponerle uno de
los hermosos trajes que había llevado, y de ataviarla lo mejor que pudieran. Y cuando estuvo vestida su
madre conforme el joven deseaba, le dijo él que había llegado el momento de ir al palacio del sultán para
llevarse a la recién casada y conducirla al palacio que ha bía hecho construir para ella. Y tras de recibir
las instrucciones ne cesarias, la madre de Aladino salió de su casa acompañada por sus doce esclavas, y
no tardó Aladino en seguirla a caballo en medio de su cortejo. Pero, llegados que fueron a cierta
distancia del palacio, se separaron, Aladino para ir a su nuevo palacio, y su madre para ver al sultán.
No bien los guardias del sultán divisaron a la madre de Aladino en medio de las doce jóvenes que le
servían de cortejo, corrieron a prevenir al sultán, que se apresuró a ir a su encuentro. Y la recibió con las
señales del respeto y los miramientos debidos a su nuevo rango. Y dió orden al jefe de los eunucos para
que la introdujera en el harén, a presencia de Sett Badrú'l-Budur. Y en cuanto la princesa la vió y supo
que era la madre de su esposo Aladino, se levantó en honor suyo y fué a besarla. Luego la hizo sentarse a
su lado, y la regaló con diversas confituras y golosinas, y acabó de hacerse vestir por sus mu jeres y de
adornarse con las más preciosas joyas con que le obsequió su esposo Aladino. Y poco después entró el
sultán, y pudo ver al des cubierto entonces por primera vez, gracias al nuevo parentesco, el ros tro de la
madre de Aladino. Y en la delicadeza de sus facciones notó que debía haber sido muy agraciada en su
juventud, y que aun en tonces, vestida como estaba con un buen traje y arreglada con lo que más la
favorecía, tenía mejor aspecto que muchas princesas y esposas de visires y de emires. Y la cumplimentó
mucho por ello, lo cual con movió y enterneció profundamente el corazón de la pobre mujer del difunto
sastre Mustafá, que fué tan desdichada, y hubo de llenársele de lágrimas los ojos.
Tras de lo cual se pusieron a departir los tres con toda cordiali dad, haciendo así más amplio
conocimiento, hasta la llegada de la sultana, madre de Badrúl1-Budur. Pero la vieja sultana estaba lejos
de ver con buenos ojos aquel matrimonio de su hija con el hijo de gentes desconocidas; y era del bando
del gran visir, que seguía estando muy mortificado en secreto por el buen cariz que el asunto tomaba en
de trimento suyo. Sin embargo, no se atrevió a poner demasiada mala cara a la madre de Aladino, a pesar
de las ganas que tenía de hacerlo; y tras de las zalemas por una y otra parte, se sentó con los demás,
aunque sin interesarse en la conversación.
Y he aquí que cuando llegó el momento de las despedidas para marcharse al nuevo palacio, la
princesa Badrú'l-Budur se levantó y besó con mucha ternura a su padre y a su madre, mezclando a los
besos muchas lágrimas, apropiadas a las circunstancias. Luego, apo yándose en la madre de Aladino, que
iba a su izquierda, y precedida por diez eunucos vestidos con ropa de ceremonia y seguida de cien
jóvenes esclavas ataviadas con una magnificencia de libélulas, se puso en marcha hacia el nuevo palacio,
entre dos filas de cuatrocientos jó venes esclavos y negros alternados que formaban entre los dos palacios
y tenían cada cual una antorcha de oro en que ardía una bujía grande de ámbar y de alcanfor blanco. Y la
princesa avanzó lentamente en medio de aquel cortejo, pasando por la alfombra de terciopelo, mien tras
que a su paso se dejaba oír un concierto admirable de instru mentos en las avenidas del jardín y en lo alto
de las terrazas del pa lacio de Aladino. Y a lo lejos resonaban las aclamaciones lanzadas por todo el
pueblo, que había acudido a las inmediaciones de ambos pa lacios, y unía el rumor de su alegría a toda
aquella gloria. Y acabó la princesa por llegar a la puerta del nuevo palacio, en donde la espe raba
Aladino. Y salió él a su encuentro sonriendo, y ella quedó en cantada de verle tan hermoso y tan brillante.
Y entró con él en la sala del festín, bajo la cúpula grande con ventanas de pedrerías. Y sentá ronse los tres
ante las bandejas de oro debidas a los cuidados del efrit de la lámpara; y Aladino estaba sentado en
medio, con su esposa a la derecha y su madre a la izquierda. Y empezaron a comer al son de una música
que no se veía y que era ejecutada por un coro de efrits de ambos sexos. Y Badrú'l-Budur, encantada de
cuanto veía y oía decía para sí: "¡En mi vida me imaginé cosas tan maravillosas!" Y hasta dejó de comer
para escuchar mejor los cánticos y el concierto de los efrits. Y Aladino y su madre no cesaban de servirla
y de echarle de beber bebidas que no necesitaba, pues ya estaba ebria de admiración. Y fué para ellos
una jornada espléndida que no tuvo igual ni en los tiem pos de Iskandar y de Soleimán...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 762ª noche
Ella dijo:
"...Y fué para ellos una jornada espléndida que no tuvo igual ni en los tiempos,de Iskandar y de
Soleimán.
Y cuando llegó la noche levantaron los manteles e hizo al punto su entrada en la sala de la cúpula un
grupo de danzarinas. Y estaba com puesto de cuatrocientas jóvenes, hijas de mareds y de efrits, vestidas
como flores y ligeras como pájaros. Y al son de una música aérea se pusieron a bailar varias clases de
motivos y con pasos de danza como no pueden verse más que en las regiones del paraíso. Y entonces fué
cuando Aladino se levantó y cogiendo de la mano a su esposa se en caminó con ella a la cámara nupcial
con paso cadencioso. Y les siguie ron ordenadamente las esclavas jóvenes, precedidas por la madre de
Aladino. Y desnudaron a Badrú'l-Budur; y no le pusieron sobre el cuerpo más que lo estrictamente
necesario para la noche. Y así era ella comparable a un narciso que saliera de su cáliz. Y tras de
desearles delicias y alegrías, les dejaron solos en la cámara nupcial. Y por fin pudo Aladino, en el límite
de la dicha, unirse a la princesa Badrú'l- Budur, hija del rey. Y su noche, como su día, no tuvo par ni en
los tiem pos de Iskandar y de Soleimán.
Al día siguiente, después de toda una noche de delicias, Aladino salió de los brazos de su esposa
Badrú'l-Budur para hacer que al punto le pusieran un traje más magnífico todavía que el de la víspera, y
disponerse a ir a ver al sultán. Y mandó que le llevaran un soberbio caballo de las caballerizas pobladas
por el efrit de la lámpara, y lo montó y se encaminó al palacio del padre de su esposa en medio de una
escolta de honor. Y el sultán le recibió con muestras del más vivo regocijo, y le besó y le pidió con
mucho interés noticias suyas y noticias de Badrú'l-Budur. Y Aladino le dió la respuesta conveniente
acerca del particular, y le dijo: "¡Vengo sin tardanza ¡oh rey del tiempo! para invitarte a que vayas hoy a
iluminar mi morada con tu presencia y a compartir con nosotros la primera comida que celebra mos
después de las bodas! ¡Y te ruego que, para visitar el palacio de tu hija, te hagas acompañar del gran visir
y de los emires!" Y el sultán, para demostrarle su estimación y su afecto, no puso ninguna dificultad al
aceptar la invitación, y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y seguido de su gran visir y de sus
emires salió con Aladino.
He aquí que, a medida que el sultán se aproximaba al palacio de su hija, su admiración crecía
considerablemente y sus exclama ciones se hacían más vivas, más acentuadas y más altisonantes. Y eso
que aún estaba fuera del palacio. ¡Pero cómo se maravilló cuando estu vo dentro! ¡No veía por doquiera
más que esplendores, suntuosida des, riquezas buen gusto, armonía y magnificencia! Y lo que acabó de
deslumbrarle fué la sala de la cúpula de cristal, cuya arquitectura aé rea y cuya ornamentación no podía
dejar de admirar. Y quiso contar el número de ventanas enriquecidas con pedrerías, y vió que, en efecto,
ascendían al número de noventa y nueve, ni una más ni una menos. Y se asombró enormemente. Pero
asimismo notó que la ventana que hacía el número noventa y nueve no estaba concluída y carecía de todo
adorno; y se encaró con Aladino y le dijo, muy sorprendido: "¡Oh hijo mío Aladino! ¡he aquí,
ciertamente, el palacio más maravilloso que existió jamás sobre la faz de la tierra! ¡Y estoy lleno de
admiración por cuanto veo! Pero, ¿puedes decirme qué motivo te ha impedido acabar la labor de esa
ventana que con sus imperfecciones afea la hermosura de sus hermanas?" Y Aladino sonrió y contestó:
"¡Oh rey del tiempo! te ruego que no creas fué por olvido o por economía o por simple negligencia por lo
que dejé esa ventana en el estado imperfecto en que la ves, porque la he querido así a sabiendas. Y el
motivo con siste en dejar a tu alteza el cuidado de hacer acabar esa labor para sellar de tal suerte en la
piedra de este palacio tu nombre glorioso y el recuerdo de tu reinado. ¡Por eso te suplico que consagres
con tu consentimiento la construcción de esta morada que, por muy con fortable que sea, resulta indigna de
los méritos de mi esposa, tu hija!" Y extremadamente halagado por aquella delicada atención de Aladino,
el rey le dió las gracias y quiso que al instante se comenzara aquel trabajo. Y a este efecto dió orden a
sus guardias para que hicieran ir al palacio, sin demora, a los joyeros más hábiles y mejor surtidos de
pedrerías, para acabar las incrustaciones de la ventana. Y mientras llegaban fué a ver a su hija y pedirle
noticias de su primera noche de bodas. Y sólo por la sonrisa con que le recibió ella y por su aire
satisfecho comprendió que sería superfluo insistir. Y besó a Aladino, felicitándole mucho, y fué con él a
la sala en que ya estaba preparada la comida con todo el esplendor conveniente. Y comió de todo, y le
parecieron los manjares los más excelentes que había probado nunca, y el servicio muy superior al de su
palacio, y la plata y los accesorios admirables en absoluto.
Entre tanto llegaron los joyeros y orfebres...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer, la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 763ª noche
Ella dijo:
"...Entretanto llegaron los joyeros y orfebres a quienes habían ido a buscar los guardias por toda la
capital; y se pasó recado al rey, que en seguida subió a la cúpula de las noventa y nueve ventanas. Y
enseñó a los orfebres la ventana sin terminar, diciéndoles: "¡Es preciso que en el plazo más breve posible
acabéis la labor que necesita esta ventana en cuanto a incrustaciones de perlas y pedrerías de todos
colores!" Y los orfebres y joyeros contestaron con el oído y la obediencia, y se pusieron a examinar con
mucha minuciosidad la labor y las incrustaciones de las demás ventanas, mirándose unos a otros con ojos
muy dilatados de asombro. Y después de ponerse de acuerdo entre ellos, volvieron junto al sultán, y tras
de las prosterna ciones, le dijeron: "¡Oh rey del tiempo! ¡no obstante todo nuestro re puesto de piedras
preciosas, no tenemos en nuestras tiendas con qué adornar la centésima parte de esta ventana!" Y dijo el
rey: "¡Yo os proporcionaré lo que os haga falta!" Y mandó llevar las frutas de piedras preciosas que
Aladino le había dado como presente, y les dijo: "¡Emplead lo necesario y devolvedme lo que sobre!" Y
los jo yeros tomaron sus medidas e hicieron sus cálculos, repitiéndolos va rias veces, y contestaron: "¡Oh
rey del tiempo! ¡con todo lo que nos das y con todo lo que poseemos no habrá bastante para adornar la
décima parte de la ventana!" Y el rey se encaró con sus guardias, y les dijo: "¡Invadid las casas de mis
visires, grandes y pequeños, de mis emires y de todas las personas ricas de mi reino, y haced que os en -
treguen de grado o por fuerza todas las piedras preciosas que posean!" Y los guardias se apresuraron a
ejecutar la orden.
En espera de que regresasen, Aladino, que veía que el rey em pezaba a estar inquieto por el resultado
de la empresa y que interior mente se regocijaba en extremo de la cosa, quiso distraerle con un concierto.
E hizo una seña a uno de los jóvenes efrits esclavos suyos, el cual hizo entrar al punto un grupo de
cantarinas, tan hermosas, que cada una de ellas podía decir a la luna: "¡Levántate para que me siente en tu
sitio!", y dotadas de una voz encantadora que podía decir al ruiseñor: "¡Cállate para escuchar cómo
canto!" Y en efecto, consiguieron con la armonía que el rey tuviese un poco de paciencia.
Pero en cuanto llegaron los guardias el sultán entregó en seguida a joyeros y orfebres las pedrerías
procedentes del despojo de las consabidas personas ricas, y les dijo: "Y bien, ¿qué tenéis que decir
ahora?" Ellos contestaron: "¡Por Alah, ¡oh señor nuestro! ¡que aun nos falta mucho! ¡Y necesitaremos
ocho veces más materiales que los que poseemos al presente! ¡Además, para hacer bien este trabajo pre -
cisamos por lo menos un plazo de tres meses, poniendo manos a la obra de día y de noche!"
Al oír estas palabras, el rey llegó al límite del desaliento y de la perplejidad, y sintió alargársele la
nariz hasta los pies, de lo que le avergonzaba su impotencia en circunstancias tan penosas para su amor
propio. Entonces Aladino, sin querer ya prolongar más la prueba a la que le hubo de someter, y dándose
por satisfecho, se encaró con los orfebres y los joyeros, y les dijo: "¡Recoged lo que os pertenece y
salid!" Y dijo a los guardias: "¡Devolved las pedrerías a sus due ños!" Y dijo al rey: "¡Oh rey del tiempo!
¡no sería bien que admi tiera de ti yo lo que te di una vez! ¡Te ruego, pues, veas con agrado que te
restituya yo estas frutas de pedrerías y te reemplace en lo que falta hacer para llevar a cabo la
ornamentación de esa ventana! ¡So lamente te suplico que me esperes en el aposento de mi esposa Ba -
drú'l-Budur, porque no puedo trabajar ni dar ninguna orden cuando sé que me están mirando!" Y el rey se
retiró con su hija Badrú'l-Budur para no importunar a Aladino.
Entonces Aladino sacó del fondo de un armario de nácar la lám para mágica, que había tenido mucho
cuidado de no olvidar en la mudanza de la antigua casa al palacio, y la frotó como tenía por cos tumbre
hacerlo. Y al instante apareció el efrit y se inclinó ante Ala dino esperando sus órdenes. Y Aladino le
dijo: "¡Oh efrit de la lám para! ¡te he hecho venir para que hagas, de todo punto semejante a sus hermanas,
la ventana número noventa y nueve!" Y apenas había él formulado esta petición cuando desapareció el
efrit. Y oyó Aladino como una infinidad de martillazos y chirridos de limas en la ventana consabida; y en
menos tiempo del que el sediento necesita para beberse un vaso de agua fresca, vió aparecer y quedar
rematada la milagrosa ornamentación de pedrerías de la ventana. Y no pudo encontrar la di ferencia con
las otras. Y fué en busca del sultán y le rogó que le acompañara a la sala de la cúpula.
Cuando el sultán llegó frente a la ventana, que había visto tan imperfecta unos instantes atrás, creyó
que se había equivocado de sitio, sin poder diferenciarla de las otras. Pero cuando, después de dar vuelta
varias veces a la cúpula, comprobó que en tan poco tiempo se había hecho aquel trabajo, para cuya
terminación exigían tres meses enteros todos los joyeros y orfebres reunidos, llegó al límite de la
maravilla, y besó a Aladino entre ambos ojos, y le dijo: "¡Ah! ¡hijo mío, Aladino, conforme te conozco
más, me pareces más admirable...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 764ª noche
Ella dijo:
"...y besó a Aladino entre ambos ojos, y le dijo: "¡Ah! ¡hijo mío Aladino, conforme te conozco más
rne pareces nnás admirable!" Y envió a buscar al gran visir y le mostró con el dedo la maravilla que le
entusiasmaba, y le dijo con acento irónico: "Y bien, visir, ¿qué te parece?" Y el visir, que no se olvidaba
de su antiguo rencor, se convenció cada vez más, al ver la cosa, de que Aladino era un hechi cero, un
herético y un filósofo alquimista. Pero se guardó mucho de dejar traslucir sus pensamientos al sultán, a
quien sabía muy adicto a su nuevo yerno, y sin entrar en conversación con él le dejó con su maravilla y se
limitó a contestar: "¡Alah es el más grande!"
Y he aquí, que, desde aquel día, el sultán no dejó de ir a pasar, después del diwán, algunas horas cada
tarde en compañía de su yerno Aladino y de su hija Badrú'l-Budur, para contemplar las maravillas del
palacio, en donde siempre encontraba cosas nuevas más admirables que las antiguas, y que le
maravillaban y le transportaban.
En cuanto a Aladino, lejos de envanecerse con lo agradable de su vida, tuvo cuidado de consagrarse,
durante las horas que no pasa ba con su esposa Badrú'l-Budur, a hacer el bien a su alrededor y a
informarse de las gentes pobres para socorrerlas. Porque no olvidaba su antigua condición y la miseria
en que había vivido con su madre en los años de su niñez. Y además, siempre que salía a caballo se hacía
escoltar por algunos esclavos que, siguiendo órdenes suyas, no dejaban de tirar en todo el recorrido
puñados de dinares de oro a la muche dumbre que acudía a su paso. Y a diario, después de la comida de
mediodía y de la noche, hacía repartir entre los pobres las sobras de su mesa, que bastarían para
alimentar a más de cinco mil personas. Así es que su conducta tan generosa y su bondad y su modestia le
granjearon el afecto de todo el pueblo y le atrajeron las bendiciones de todos los habitantes. Y no había
ni uno que no jurase por su nombre y por su vida. Pero lo que acabó de conquistarle los corazones y
cimentar su fama fué cierta ; gran victoria que logró sobre unas tribus rebeladas contra el sultán, y donde
había dado prueba de un valor maravilloso y de cualidades guerreras que superaban a las hazañas de los
héroes más famosos. Y Badrú'l-Budur le amó cada vez más, y cada vez feli citóse más de su feliz destino,
que le había dado por esposo al único hombre que se la merecía verdaderamente. Y de tal suerte vivió
Aladino varios años de dicha perfecta entre su esposa y su madre, rodeado del afecto y la abnegación de
grandes y pequeños, y más querido y más respetado que el mismo sultán, quien, por cierto, continuaba
teniéndole en alta estima y sintiendo por él una admiración ilimitada.
¡Y he aquí lo referente a Aladino!
¡He aquí ahora lo que se refiere al mago maghrebín a quien en contramos al principio de todos estos
acontecimientos y que, sin querer, fué causa de la fortuna de Aladino!
Cuando abandonó a Aladino en el subterráneo, para dejarle morir de sed y de hambre, se volvió a su
país del fondo del Maghreb lejano. Y se pasaba el tiempo entristeciéndose con el mal resultado de su
expedición y lamentando las penas y fatigas que había soportado tan vanamente para conquistar la
lámpara mágica. Y pensaba en la fatali dad que le había quitado de los labios el bocado que tanto trabajo
le costó confeccionar. Y no transcurría día sin que el recuerdo lleno de amargura de aquellas cosas
asaltase su memoria y le hiciese maldecir a Aladino y el momento en que se encontró con Aladino. Y un
día que estaba más lleno de rencor que de ordinario acabó por sentir curiosidad por los detalles de la
muerte de Aladino. Y a este efecto, como estaba muy versado en la geomancia, cogió su mesa de arena
adivinatoria, que hubo de sacar del fondo de un armario, sentóse sobre una estera cuadrada, en medio de
un círculo trazado con rojo, alisó la arena, arregló los granos machos y los granos hembras, y las madres
y los hijos, murmuró las fórmulas geománticas, y dijo: "Está bien, ¡oh arena! veamos. ¿Qué ha sido de la
lámpara mágica? ¿Y cómo murió ese hijo de alcahuete, ese miserable, que se llamaba Aladino?" Y pro -
nunciando estas palabras agitó la arena con arreglo al rito. Y he aquí que nacieron las figuras y se formó
el horóscopo. Y el maghrebín, en el límite de la estupefacción, después de un examen detallado de las
figuras del horóscopo, descubrió sin ningún género de duda que Ala dino no estaba muerto, sino muy vivo,
que era dueño de la lámpara mágica y que vivía con esplendor, riquezas y honores, casado con la
princesa Badrú'l-Budur, hija del rey de la China, a la cual amaba y la cual le amaba, y por último, que no
se le conocía en todo el imperio de la China e incluso en las fronteras del mundo más que con el nombre
del emir Aladino.
Cuando el mago se enteró de tal suerte, por medio de las opera ciones de su geomancia y de su
descreimiento, de aquellas cosas que estaban tan lejos de esperarse, espumajeó de rabia y escupió al aire
y al suelo, diciendo: "Escupo en tu cara, ¡oh hijo de bastardos y de zo rras! Piso tu cabeza, ¡oh Aladino
alcahuete! ¡oh perro hijo de perro! ¡Oh pájaro de horca! ¡oh rostro de pez y de brea!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 765ª noche
Ella dijo:
"...Escupo en tu cara, ¡oh hijo de bastardos y de zorras! Piso tu cabeza, ¡oh Aladino alcahuete! ¡oh
perro hijo de perro! ¡oh pájaro de horca! ¡Oh rostro de pez y de brea!" Y durante una hora de tiempo
estuvo escupiendo al aire y al suelo, hollando con los pies a un Aladino imaginario y abrumándole a
juramentos atroces y a insultos de todas las variedades, hasta que se calmó un poco. Pero entonces
resolvió vengarse a toda costa de Aladino y hacerle expiar las felicidades de que en detrimento suyo
gozaba con la posesión de aquella lámpara mágica que le había costado al mago tantos esfuerzos y tantas
penas inútiles. Y sin cavilar un instante se puso en camino para la China. Y como la rabia y el deseo de
venganza le daban alas, viajó sin detenerse, medi tando largamente sobre los medios de que se valdría
para apoderarse de Aladino; y no tardó en llegar a la capital del reino de China. Y paró en un khan,
donde alquiló una vivienda. Y desde el día siguiente a su llegada empezó a recorrer los sitios públicos y
los lugares más frecuen tados; y por todas partes sólo oyó hablar del emir Aladino, de la her mosura del
emir Aladino, de la generosidad del emir Aladino y de la magnificencia del emir Aladino.
Y se dijo: "¡Por el fuego y por la luz que no tardará en pronunciarse este nombre para sentenciarlo a
muerte!"
Y llegó al palacio de Aladino, y exclamó al ver su aspecto imponente: "¡Ah! ¡ah! ¡ahí habita ahora el
hijo del sastre Mustafá, el que no tenía un pedazo de pan que echarse a la boca al llegar la noche! ¡ah!
¡ah! ¡pronto verás, Aladino, si mi Destino vence o no al tuyo, y si obligo o no a tu madre a hilar lana,
como en otro tiempo, para no morirse de hambre, y si cavo o no con mis propias manos la fosa adonde
irá ella a llorar!" Luego se acercó a la puerta principal del palacio, y después de entablar conversación
con el portero consiguió enterarse de que Aladino había ido de caza por varios días.
Y pensó: "¡He aquí ya el principio de la caída de Aladino! ¡En ausencia suya podré obrar más
libremente! ¡Pero, ante todo, es preciso que sepa si Aladino se ha llevado la lámpara consigo o si la ha
dejado en el pa lacio!" Y se apresuró a volver a su habitación del khan, donde cogió su mesa geomántica y
la interrogó. Y el horóscopo le reveló que Ala dino había dejado la lámpara en el palacio.
Entonces el maghrebín ebrio de alegría, fué al zoco de los calde reros y entró en la tienda de un
mercader de linternas y lámparas de cobre, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡necesito una docena de lámparas de
cobre completamente nuevas y muy bruñidas!" Y contestó el merca der: "¡Tengo lo que necesitas!" Y le
puso delante doce lámparas muy brillantes y le pidió un precio que le pagó el mago sin regatear. Y las
cogió y las puso en un cesto que había comprado en casa del ceste ro. Y salió del zoco.
Y entonces se dedicó a recorrer las calles con el cesto de lámparas al brazo, gritando: "¡Lámparas
nuevas! ¡A las lámparas nuevas! ¡Cam bio lámparas nuevas por otras viejas! ¡Quien quiera el cambio que
ven ga por la nueva!" Y de este modo se encaminó al palacio de Aladino. En cuanto los pilluelos de las
calles oyeron aquel pregón insólito y vieron el amplio turbante del maghrebín dejaron de jugar y
acudieron en tropel. Y se pusieron a hacer piruetas detrás de él, mofándose y gri tando a coro: "¡Al loco!
¡al loco!" Pero él, sin prestar la menor aten ción a sus burlas, seguía con su pregón, que dominaba las
cuchufletas: "¡Lámparas nuevas! ¡A las lámparas nuevas! ¡Cambio lámparas nue vas por otras viejas!
¡Quien quiera el cambio que venga por la nueva!" Y de tal suerte, seguido por la burlona muchedumbre
de chiqui llos, llegó a la plaza que había delante de la puerta del palacio y se dedicó a recorrerla de un
extremo a otro para volver sobre sus pasos y recomenzar, repitiendo, cada vez más fuerte, su pregón sin
cansarse. Y tanta maña se dió, que la princesa Badrú'l-Budur, que en aquel mo mento se encontraba en la
sala de las noventa y nueve ventanas, oyó aquel vocerío insólito y abrió una de las ventanas y miró a la
plaza. Y vió a la muchedumbre insolente y burlona de pilluelos, y entendió el extraño pregón del
maghrebín. Y se echó a reír. Y sus mujeres enten dieron el pregón también y se echaron a reír con ella, y
le dijo una: "¡Oh mi señora! ¡precisamente hoy, al limpiar el cuarto de mi amo Aladino, he visto en una
mesita una lámpara vieja de cobre! ¡Permíte me, pues, que vaya a cogerla y a enseñársela a ese viejo
maghrebín, para ver si, realmente, está tan loco como nos da a entender su pregón; y si consiente en
cambiárnosla por una lámpara nueva!" Y he aquí que la lámpara vieja de que hablaba aquella esclava era
precisamente la lámpara mágica de Aladino. ¡Y por una desgracia escrita por el Des tino, se había
olvidado él, antes de partir, de guardarla en el armario de nácar en que generalmente la tenía escondida, y
la había dejado encima de la mesilla! ¿Pero es posible luchar contra los decretos del Destino?
Por otra parte, la princesa Badrú'l-Budur ignoraba completamente la existencia de aquella lámpara y
sus virtudes maravillosas. Así es que no vió ningún inconveniente en el cambio de que le hablaba su
esclava, y contestó: "¡Desde luego! ¡Coge esa lámpara y dásela al agha de los eunucos, a fin de que vaya
a cambiarla por una lámpara nueva y nos riamos a costa de ese loco!"
Entonces la joven esclava fué al aposento de Aladino, cogió la lámpara mágica que estaba encima de
la mesilla y se la entregó al agha de los eunucos. Y el agha bajó al punto a la plaza, y le dijo: "¡Mi señora
desea cambiar esta lámpara por una de las nuevas que llevas en ese cesto!"
Cuando el mago vió la lámpara la reconoció al primer golpe de vista y empezó a temblar de emoción.
Y el eunuco le dijo: "¿Qué te pasa? ¿Acaso encuentras esta lámpara demasiado vieja para cambiar la?"
Pero el mago, que había dominado ya su excitación, tendió la mano con la rapidez del buitre que cae
sobre la tórtola, cogió la lámpara que le ofrecía el eunuco y se la guardó en el pecho. Luego presentó al
eunuco el cesto, diciendo: "¡Coge la que más te guste!" Y el eunuco escogió una lámpara muy bruñida y
completamente nueva, y se apre suró a llevársela a su ama Badrú'l-Budur, echándose a reír y burlán dose
de la locura del maghrebín ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 766ª noche
Ella dijo:
"...Y el eunuco escogió una lámpara muy bruñida y completa mente nueva, y se apresuró a llevársela a
su ama Badrú'l-Budur, echán dose a reír y burlándose de la locura del maghrebín.
¡Y he aquí lo referente al agha de los eunucos y al cambio de la lámpara mágica en ausencia de
Aladino!
En cuanto al mago, echó a correr enseguida, tirando el cesto con su contenido a la cabeza de los
pilluelos, que continuaban mofándose de él, para impedirles que le siguieran. Y de tal modo
desembarazado, franqueó recintos de palacios y jardines y se aventuró por las calles de la ciudad, dando
mil rodeos, a fin de que perdieran su pista quienes hubiesen querido perseguirle. Y cuando llegó a un
barrio completamente desierto, se sacó del pecho la lámpara y la frotó. Y el efrit de la lámpara respondió
a esta llamada, apareciéndose ante él al punto, y diciendo: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo!
¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde
me arrastro!" Porque el efrit obedecía indistinta mente a quienquiera que fuese el poseedor de aquella
lámpara, aunque como el mago, fuera por el camino de la maldad y de la perdición.
Entonces el maghrebín le dijo: "¡Oh efrit de la lámpara! te or deno que cojas el palacio que edificaste
para Aladino y lo transportes con todos los seres y las cosas que contiene a mi país que ya sabes cuál es,
y que está en el fondo del Maghreb, entre jardines. ¡Y tam bién me transportarás a mí allá con el palacio!"
Y contestó el mared esclavo de la lámpara: "¡Escucho y obedezco! ¡Cierra un ojo y abre un ojo, y te
encontrarás en tu país, en medio del palacio de Aladino!" Y efectivamente, en un abrir y cerrar de ojos se
hizo todo. Y el maghre bin se encontró transportado, con el palacio de Aladino, en medio de su país, en el
Maghreb africano.
¡Y esto es lo referente a él!
Pero en cuanto al sultán, padre de Badrú'l-Budur, al despertarse el siguiente día salió de su palacio,
como tenía por costumbre, para ir a visitar a su hija, a la que quería tanto. Y en el sitio en que se alzaba
el maravilloso palacio no vió más que un amplio meidán agujereado por las zanjas vacías de los
cimientos. Y en el límite de la perplejidad, ya no supo si habría perdido la razón; y empezó a restregarse
los ojos para darse cuenta mejor de lo que veía. ¡Y comprobó que con la claridad del sol saliente y la
limpidez de la mañana no había manera de engañarse, y que el palacio ya no estaba allí! Pero quiso
conven cerse más aún de aquella realidad enloquecedora, y subió al piso más alto, y abrió la ventana que
daba enfrente de los aposentos de su hija. Y no vió palacio ni huella de palacio, ni jardines ni huella de
jardines, sino sólo un inmenso meidán, donde, de no estar las zanjas, habrían podido los caballeros justar
a su antojo.
Entonces, desgarrado de ansiedad, el desdichado padre empezó a gol pearse las manos una contra la
otra y a mesarse la barba llorando; por más que no pudiese darse cuenta exacta de la naturaleza y de la
magnitud de su desgracia. Y mientras de tal suerte desplomábase sobre el diván, su gran visir entró para
anunciarle, como de costumbre, la apertura de la sesión de justicia. Y vió el estado en que se hallaba, y
no supo qué pensar. Y el sultán le dijo: "¡Acércate aquí!" Y el visir se acercó, y el sultán le dijo: "¿Dónde
está el palacio de mi hija?" El otro dijo: "¡Alah guarde al sultán! ¡pero no comprendo lo que quieres
decir!" El sultán dijo: "¡Cualquiera creería, ¡oh visir! que no estás al corriente de la triste nueva!"
El visir dijo: "Claro que no lo estoy, ¡oh mi señor! ¡por Alah, que no se nada, absolutamente nada!" El
sultán dijo: "¡Entonces no has mirado hacia el palacio de Aladino!" El visir dijo: "¡Ayer tarde estuve a
pasearme por los jardines que lo rodean, y no he notado ninguna cosa de particular, sino que la puerta
principal estaba cerrada a causa de la ausencia del emir Aladino!"
El sultán dijo: "¡En ese caso, ¡oh visir! mira por esta ventana y dime si no notas ninguna cosa
particular en ese palacio que ayer viste con la puerta cerrada!" Y el visir sacó la cabeza por la ventana y
miró, pero fué para levantar los brazos al cielo, excla mando: "¡Alejado sea el Maligno! ¡el palacio ha
desaparecido!" Luego se encaró con el sultán, y le dijo: "Y ahora, ¡oh mi señor! ¿vacilas en creer que ese
palacio, cuya arquitectura y ornamentación admirabas tanto, sea otra cosa que la obra de la más
admirable hechicería?" Y el sultán bajó la cabeza y reflexionó durante una hora de tiempo. Tras de lo
cual levantó la cabeza, y tenía el rostro revestido de furor. Y exclamó: "¿Dón de está ese malvado, ese
aventurero, ese mago, ese impostor, ese hijo de mil perros, que se llama Aladino?"
Y el visir contestó, con el corazón dila tado de triunfo: "¡Está ausente de caza; pero me ha anunciado
su regreso para hoy antes de la plegaria de mediodía! ¡Y si quieres, me encargo de ir yo mismo a
informarme cerca de él sobre lo que ha sido del palacio con su contenido!" Y el rey se puso a gritar: "No,
¡por Alah! ¡Hay que tratarle como a los ladrones y a los embusteros! ¡Que me le traigan los guardias
cargado de cadenas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 767ª noche
Ella dijo:
"¡...Hay que tratarle como a los ladrones y a los embusteros! ¡Que me le traigan los guardias cargado
de cadenas!"
Al punto el gran visir salió a comunicar la orden del sultán al jefe de los guardias, instruyéndole
acerca de cómo debía arreglarse para que no se le escapara Aladino. Y acompañado de cien jinetes, el
jefe de los guardias salió de la ciudad al camino por donde tenía que volver Aladino y se encontró con él
a cien parasanges de las puertas. Y en seguida hizo que le cercaran los jinetes, y le dijo: "Emir Aladino,
¡oh amo nuestro! ¡dispénsanos, por favor! ¡pero el sultán, de quien somos esclavos, nos ha ordenado que
te detengamos y te pongamos entre sus manos cargado de cadenas como los criminales! ¡Y no pode mos
desobedecer una orden real! ¡Pero repetimos que nos dispenses por tratarte así, aunque a todos nosotros
nos ha inundado tu generosidad!"
Al oír estas palabras del jefe de los guardias, a Aladino se le tra bó la lengua de sorpresa y de
emoción. Pero acabó por poder hablar, y dijo: "¡Oh buenas gentes! ¿Sabéis, al menos, por qué motivo os
ha dado el sultán semejante orden, siendo yo inocente de todo crimen con respecto a él o al Estado?" Y
contestó el jefe de los guardias: "¡Por Alah, que no lo sabemos!" Entonces Aladino se apeó de su caballo,
y dijo: "¡Haced de mí lo que os haya ordenado el sultán, pues las órde nes del sultán están por encima de
la cabeza y de los ojos!" Y los guardias, muy a disgusto suyo, se apoderaron de Aladino, le ataron los
brazos, le echaron al cuello una cadena muy gorda y muy pesada, con la que también le sujetaron por la
cintura, y cogiendo el extremo de aquella cadena le arrastraron a la ciudad, haciéndole caminar a pie
mientras ellos seguían a caballo su camino.
Llegados que fueron los guardias a los primeros arrabales de la ciudad, los transeúntes que vieron de
este modo a Aladino no dudaron de que el sultán, por motivos que ignoraban, se disponía a hacer que le
cortaran la cabeza. Y como Aladino se había captado, por su gene rosidad y su afabilidad, el afecto de
todos los súbditos del reino, los que le vieron apresuráronse a echar a andar detrás de él, armándose de
sables unos, de estacas otros y de piedras y palos los demás. Y aumentaban en número a medida que el
convoy se aproximaba a palacio; de modo que ya eran millares y millares al llegar a la plaza del meidán.
Y todos gritaban y protestaban, blandiendo sus armas y amenazando a los guardias, que a duras penas
pudieron contenerles y penetrar en palacio sin ser maltratados. Y en tanto que los otros continuaban vo -
ciferando y chillando en el meidán para que se les devolviese sano y salvo a su señor Aladino, los
guardias introdujeron a Aladino, que seguía cargado de cadenas, en la sala donde le esperaba el sultán
lleno de cólera y ansiedad.
No bien tuvo en su presencia a Aladino, poseído de un furor in concebible, no quiso perder el tiempo
en preguntarle qué había sido del palacio que guardaba a su hija Badrú'l-Budur, y gritó al portaalfanje:
"¡Corta en seguida la cabeza de este impostor maldito!" Y no quiso oírle ni verle un instante más. Y el
portaalfanje se llevó a Aladino a la terraza, desde la cual se dominaba el meidán en donde estaba api -
ñada la muchedumbre tumultuosa, hizo arrodillar a Aladino sobre el cuero rojo de las ejecuciones, y
después de vendarle los ojos le quitó la cadena que llevaba al cuello y alrededor del cuerpo, y le dijo:
"¡Pro nuncia tu acto de fe antes de morir!" Y se dispuso a darle el golpe de muerte, volteando por tres
veces y haciendo flamear el sable en el aire en torno a él. Pero en aquel momento, al ver que el
portaalfanje iba a ejecutar a Aladino, la muchedumbre empezó a escalar los muros del palacio y a forzar
las puertas. Y el sultán vió aquello, y temiéndose al gún acontecimiento funesto se sintió poseído de gran
espanto. Y se encaró con el portaalfanje, y le dijo: "¡Aplaza por el instante el acto de cortar la cabeza a
ese criminal!"
Y dijo al jefe de los guardias: "¡Haz que pregonen al pueblo que le otorgo la gracia de la sangre de
ese maldito!" Y aquella orden, pregonada en seguida desde lo alto de las te rrazas, calmó el tumulto y el
furor de la muchedumbre, e hizo aban donar su propósito a los que forzaban las puertas y a los que
escalaban los muros del palacio.
Entonces Aladino, a quien se había tenido cuidado de quitar la venda de los ojos y a quien habían
soltado las ligaduras que le ataban las manos a la espalda, se levantó del cuero de las ejecuciones en
don de estaba arrodillado y alzó la cabeza hacia el sultán, y con los ojos llenos de lágrimas le preguntó:
"¡Oh rey del tiempo! ¡ suplico a tu alteza que me diga solamente el crimen que he podido cometer para
ocasionar tu cólera y esta desgracia!" Y con el color muy amarillo y la voz llena de cólera reconcentrada,
el sultán le dijo: "¿Qué te diga tu crimen, miserable? ¿Es que finges ignorarlo? ¡Pero no fingirás más
cuando yo te haya hecho ver con tus propios ojos!" Y le gritó: "¡Sígueme!" Y echó a andar delante de él y
le condujo al otro extremo del palacio, hacia la parte que daba al segundo meidán, donde se erguía an tes
el palacio de Badrú'l-Budur rodeado de sus jardines, y le dijo: "¡Mira por esta ventana y dime, ya que
debes saberlo, qué ha sido del palacio que guardaba a mi hija!" Y Aladino sacó la cabeza por la ventana
y miró. Y no vió ni palacio, ni jardín, ni huella de palacio, o de jardín, sino el inmenso meidán desierto,
tal como estaba el día en que dió él al efrit de la lámpara orden de construir allí la morada maravi llosa.
Y sintió tal estupefacción y tal dolor y tal conmoción, que estuvo a punto de caer desmayado. Y no pudo
pronunciar una sola palabra. Y el sultán le gritó: "Dime, maldito impostor, ¿dónde está el palacio y dónde
está mi hija, el núcleo de mi corazón, mi única hija?" Y Ala dino lanzó un gran suspiro y vertió abundantes
lágrimas; luego dijo: "¡Oh rey del tiempo, no lo sé!" Y le dijo el sultán: "¡Escúchame bien! No quiero
pedirte que restituyas tu maldito palacio; pero sí te ordeno que me devuelvas a mi hija. Y si no lo haces
al instante o si no quieres decirme qué ha sido de ella, ¡por mi cabeza, que haré que te corten la cabeza!"
Y en el límite de la emoción, Aladino bajó los ojos y re flexionó durante una hora de tiempo. Luego
levantó la cabeza, y dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡ninguno escapa a su destino! ¡Y si mi destino es que se me
corte la cabeza por un crimen que no he cometido, ningún poder logrará salvarme! Sólo te pido, pues,
antes de morir, un plazo de cuarenta días para hacer las pesquisas necesarias con respecto a mi esposa
bienamada, que ha desaparecido con el palacio mientras yo estaba de caza y sin que pudiera sospechar
cómo ha sobrevenido esta calamidad: te lo juro por la verdad de nuestra fe y los méritos de nuestro señor
Mohamed (¡con él la plegaria y la paz!) ".
El sultán contestó: "Está bien; te concederé lo que me pides. ¡Pero has de saber que, pasado ese
plazo, nada podrá salvarte de entre mis manos si no me traes a mi hija! ¡Porque sabré apoderarme de ti y
castigarte, sea donde sea el paraje de la tierra en que te ocultes!"
Al oír estas palabras Aladino salió de la presencia del sultán, y muy cabizbajo atravesó el palacio en
medio de los dignatarios, que se apenaban mucho al reconocerle y verle tan demudado por la emoción y
el dolor. Y llegó ante la muchedumbre y empezó a preguntar, con torvos ojos: "¿Dónde está mi palacio?
¿Dónde está mi esposa?" Y cuantos le veían y oían se dijeron: "¡El pobre ha perdido la razón! ¡El haber
caído en desgracia con el sultán y la pro ximidad de la muerte le han vuelto loco!"
Al ver que ya sólo era para todo el mundo un motivo de compasión, Aladino se alejó rápidamente, sin
que nadie tuviese corazón para seguirle. Y salió de la ciudad, y comenzó a errar por el campo, sin saber
lo que hacía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 768ª noche
Ella dijo:
"...Y salió de la ciudad, y comenzó a errar por el campo, sin saber lo que hacía. Y de tal suerte llegó
a orillas de un gran río, presa de la desesperación, y diciéndose: "¿Dónde hallarás tu palacio,
Aladino, y a tu esposa Badrú'l-Budur, ¡oh pobre!? ¿A qué país des conocido irás a buscarla, si es que
está viva todavía? ¿Y acaso sabes siquiera cómo ha desaparecido?" Y con el alma oscurecida por estos
pensamientos, y sin ver ya más que tinieblas y tristeza delante de sus ojos, quiso arrojarse al agua y
ahogar allí su vida y su dolor. ¡Pero en aquel momento se acordó de que era un musulmán, un creyente, un
puro! Y dió fe de la unidad de Alah y de la misión de Su Enviado. Y reconfortado con su acto de fe y su
abandono a la voluntad del Altísimo, en lugar de arrojarse al agua se dedicó a hacer sus abluciones para
la plegaria de la tarde. Y se puso en cuclillas a la orilla del río y cogió agua en el hueco de las manos y
se puso a frotarse los dedos y las ex tremidades. Y he aquí que, al hacer estos movimientos, frotó el anillo
que le había dado en la cueva el maghrebín. Y en el mismo momento apareció el efrit del anillo, que se
prosternó ante él, diciendo "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. ¡Soy el
servi dor del anillo en la tierra, en el aire y en el agua!" Y Aladino reconoció perfectamente, por su
aspecto repulsivo y por su voz aterradora, al efrit que en otra ocasión hubo de sacarle del subterráneo. Y
agradablemente sorprendido por aquella aparición, que estaba tan lejos de esperarse en el estado
miserable en que se encontraba, interrumpió sus abluciones y se irguió sobre ambos pies, y dijo al efrit:
"¡Oh efrit del anillo, oh compasivo, oh excelente! ¡Alah te bendiga y te tenga en su gracia! Pero
apresúrate a traerme mi palacio y mi esposa, la princesa Badrú'l-Budur!" Pero el efrit del anillo le
contestó: "¡Oh dueño del anillo! ¡lo que me pides no está en mi facultad, porque en la tierra, en el aire y
en el agua yo sólo soy servidor del anillo! ¡Y siento mucho no poder com placerte en esto, que es de la
competencia del servidor de la lámpara! ¡A tal fin, no tienes más que dirigirte a ese efrit, y él te
complacerá!"
Entonces Aladino, muy perplejo, le dijo: "¡En ese caso, ¡oh efrit del anillo! y puesto que no puedes
mezclarte en lo que no te incumbe, transportando aquí el palacio de mi esposa, por las virtudes del anillo
a quien sirves te ordeno que me transportes a mí mismo al paraje de la tierra en que se halla mi palacio, y
me dejes, sin hacerme sufrir sacudidas, debajo de las ventanas de mi esposa, la princesa Badrú'l -Budur!"
Apenas había formulado Aladino esta petición, el efrit del anillo contestó con el oído y la obediencia,
y en el tiempo que se tarda solamente en cerrar un ojo y abrir un ojo, le transportó al fondo del Magh reb,
en medio de un jardín magnífico, donde se alzaba, con su hermosura arquitectural, el palacio de Badrú'l-
Budur. Y le dejó con mucho cuidado debajo de las ventanas de la princesa, y desapareció.
Entonces, a la vista de su palacio, sintió Aladino dilatársele el corazón y tranquilizársele el alma y
refrescársele los ojos. Y de nuevo entraron en él la alegría y la esperanza. Y de la misma manera que está
preocupado y no duerme quien confía una cabeza al vendedor de cabe zas cocidas al horno, así Aladino, a
pesar de sus fatigas y sus penas, no quiso descansar lo más mínimo. Y se limitó a elevar su alma hacia el
Creador para darle gracias por sus bondades y reconocer que sus desig nios son impenetrables para las
criaturas limitadas. Tras de lo cual se puso muy en evidencia debajo de las ventanas de su esposa
Badrú'l-Budur.
Y he aquí que, desde que fué arrebatada con el palacio por el mago maghrebín, la princesa tenía la
costumbre de levantarse todos los días a la hora del alba, y se pasaba el tiempo llorando y las noches en
vela, poseída de tristes pensamientos en su dolor por verse separada de su padre y de su esposo
bienamado, además de todas las violencias de que la hacía víctima el maldito maghrebín, aunque sin
ceder ella. Y no dormía, ni comía, ni bebía. Y aquella tarde, por decreto del destino, su servidora había
entrado a verla para distraerla. Y abrió una de las ventanas de la sala de cristal, y miró hacia fuera,
diciendo: "¡Oh mi señora! ¡ven a ver cuán hermosos están los árboles y cuán delicioso es el aire esta
tarde!" Luego lanzó de pronto un grito, exclamando: "¡Ya setti, ya setti! ¡He ahí a mi amo Aladino, he ahí
a mi amo Aladino! ¡Está bajo las ventanas del palacio!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 769ª noche
Ella dijo:
"¡...Ya setti, ya setti ! ¡ He ahí a mi amo Aladino, he ahí a mi amo Aladino! ¡Está bajo las ventanas del
palacio!"
Al oír estas palabras de su servidora, Badrú'l-Budur se precipitó a la ventana, y vió a Aladino, el
cual la vió también. Y casi enloque cieron ambos de alegría. Y fué Badrú'l-Budur la primera que pudo
abrir la boca, y gritó a Aladino: "¡Oh querido mío! ¡ven pronto, ven pronto! ¡mi servidora va a bajar para
abrirte la puerta secreta! ¡Pue des subir aquí sin temor! ¡El mago maldito está ausente por el momento!" Y
cuando la servidora le hubo abierto la puerta secreta, Ala dino subió al aposento de su esposa y la recibió
en sus brazos. Y se besaron, ebrios de alegría, llorando y riendo. Y cuando estuvieron un poco calmados
se sentaron uno junto al otro, y Aladino dijo a su esposa: "¡Oh Badrú'l-Budur! ¡antes de nada tengo que
preguntarte qué ha sido de la lámpara de cobre que dejé en mi cuarto sobre una mesilla antes de salir de
caza!" Y exclamó la princesa: "¡Oh! ¡querido mío, esa lámpara precisamente es la causa de nuestra
desdicha! ¡Pero todo ha sido por mi culpa, sólo por mi culpa!" Y contó a Aladino cuanto había ocurrido
en el palacio desde su ausencia, y cómo, por reírse de la locura del vendedor de lámparas, había
cambiado la lámpara de la mesilla por una lámpara nueva, y todo lo que ocurrió después, sin olvidar un
detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y concluyó diciendo: "Y sólo después de transportarnos aquí
con el palacio es cuando el maldito maghrebín ha venido a revelarme que, por el poder de su hechicería y
las virtudes de la lámpara cambiada, consiguió arre batarme a tu afecto con el fin de poseerme. ¡Y me dijo
que era maghre bín y que estábamos en Maghreb, su país!"
Entonces Aladino, sin hacerle el menor reproche, le preguntó: "¿Y qué desea hacer contigo ese
maldito?" Ella dijo: "Viene una vez al día, nada más, a hacerme una visita, y trata por todos los medios
de seducirme. ¡Y como está lleno de perfidia, para vencer mi resistencia no ha cesado de afirmarme que
el sultán te había hecho cortar la cabeza por impostor, y que, al fin y al cabo, no eras más que el hijo de
una pobre gente, de un miserable sastre llamado Mustafá, y que sólo a él debías la fortuna y los honores
de que disfrutabas! Pero hasta ahora no ha recibido de mí, por toda respuesta, más que el silencio del
desprecio y que le vuelva la espalda. ¡Y se ha visto obligado a retirarse siempre con las orejas caídas y
la nariz alargada! ¡Y a cada vez temía yo que recurriese a la violencia! Pero hete aquí ya. ¡Loado sea
Alah!"
Y Aladino le dijo: "Dime ahora ¡oh Badrú'l-Budur! en qué sitio del palacio está escondida, si lo
sabes, la lámpara que consiguió arrebatarme ese maldito maghrebín". Ella dijo: "Nunca la deja en el
palacio, sino que la lleva en el pecho con tinuamente. ¡Cuántas veces se la he visto sacar en mi presencia
para enseñármela como un trofeo!"
Entonces Aladino le dijo: "¡Está bien! pero ¡por tu vida, que no ha de seguir enseñándotela mucho
tiempo! ¡Para eso únicamente te pido que me dejes un instante sólo en esta habitación!" Y Badrú'l-Budur
salió de la sala y fué a reunirse con sus servidoras.
Entonces Aladino frotó el anillo mágico que llevaba al dedo, y dijo al efrit que se presentó: "¡Oh efrit
del anillo! ¿conoces las diversas es pecies de polvos soporíferos?" El efrit contestó: "Es lo que mejor co -
nozco!" Aladino dijo: "¡En ese caso te ordeno que me traigas una onza de bang cretense, una sola toma
del cual sea capaz de derribar a un elefante!" Y desapareció el efrit, pero para volver al cabo de un mo -
mento, llevando en los dedos una cajita, que entregó a Aladino, dicién dole: "¡Aquí tienes, ¡oh amo del
anillo! bang cretense de la calidad más fina!" Y se fué.
Aladino llamó a su esposa Badrú'l-Budur, y le dijo. "¡Oh mi señora Badrú'l-Budur! si quieres que
triunfemos de ese maldito maghrebín, no tienes más que seguir el consejo que voy a darte. ¡Y te advierto
que el tiempo apremia, pues me has dicho que el maghrebín estaba a punto de llegar para intentar
seducirte! ¡He aquí, pues, lo que tendrás que hacer!" Y le dijo: "¡Harás estas cosas, y le dirás estas otras
cosas!" Y le dió amplias instrucciones respecto a la conducta que debía seguir con el mago. Y añadió:
"En cuanto a mí, voy a ocultarme en este arca. ¡Y saldré en el momento oportuno!" Y le entregó la cajita
de bang, diciendo: "¡No te olvides de lo que acabo de indicarte!" Y la dejó para ir a encerrarse en el
arca.Entonces la princesa Badrú'1-Budur, a pesar de la repugnancia que le producía desempeñar el papel
consabido, no quiso perder la oportunidad de vengarse del mago, y se propuso seguir las instrucciones de
su esposo Aladino. Se levantó, pues, y mandó a sus mujeres que la peinaran y la pusieran el tocado que
sentaba mejor a su cara de luna, y se hizo vestir con el traje más hermoso de sus arcas. Luego se ciñó el
talle con un cinturón de oro incrustado de diamantes, y se adornó el cuello con un collar de perlas dobles
de igual tamaño, excepto la de en medio, que tenía el volumen de una nuez; y en las muñecas y en los
tobillos se puso pulseras de oro con pedrerías que casaban maravillosamente con los colores de los
demás adornos. Y perfumada y semejante a una hurí, se miró enternecida en su espejo, mientras sus
mujeres maravillábanse de su belleza y prorrumpían en exclamaciones de admiración. Y se tendió
perezosamente en los almohadones, esperando la llegada del mago...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 770ª noche
Ella dijo:
"...Y se tendió perezosamente en los almohadones, esperando la llegada del mago.
No dejó éste de ir a la hora anunciada. Y la princesa, contra lo que acostumbraba, se levantó en honor
suyo, y con una sonrisa le invitó a sentarse junto a ella en el diván. Y el maghrebín, muy emocionado por
aquel recibimiento, y deslumbrado por el brillo de los hermosos ojos que le miraban y por la belleza
arrebatadora de aquella princesa tan deseada, sólo se permitió sentarse al borde del diván por cortesía y
deferencia. Y la princesa, siempre sonriente, le dijo: "¡Oh mi señor! no te asombres de verme hoy tan
cambiada, porque mi tem peramento, que por naturaleza es muy refractario a la tristeza, ha aca bado por
sobreponerse a mi pena y a mi inquietud. Y además, he reflexionado sobre tus palabras con respecto a mi
esposo Aladino, y ahora estoy convencida de que ha muerto a causa de la terrible cólera de mi padre el
rey.
¡Lo que está escrito ha de ocurrir! Y mis lágrimas y mis pesares no darán vida a un muerto. Por eso he
renunciado a la tristeza y al duelo y he resuelto no rechazar ya tus proposiciones y tus bondades. ¡Y ése
es el motivo de mi cambio de humor!" Luego añadió: "¡Pero aun no te he ofrecido los refrescos de
amistad!" Y se levantó, ostentando su deslumbradora belleza, y se dirigió a la mesa grande en que estaba
la bandeja de los vinos y sorbetes, y mientras ella llamaba a una de sus servidoras para que sirviera la
bandeja, echó un poco de bang cretense en la copa de oro que había en la bandeja. Y el maghre bín no
sabía cómo darle gracias por sus bondades. Y cuando se acercó la doncella con la bandeja de los
sorbetes, cogió él la copa y dijo a Ba drú'l-Budur: "¡Oh princesa! ¡por muy deliciosa que sea esta bebida
no podrá refrescarme tanto como la sonrisa de tus ojos!" Y tras de hablar así se llevó la copa a los labios
y la vació de un solo trago, sin respi rar. ¡Pero al instante fué a caer sobre el tapiz con la cabeza antes que
con los pies, a las plantas de Badrú`l-Budur!
Al ruido de la caída Aladino lanzó un inmenso grito de triunfo y salió del armario para correr en
seguida hacia el cuerpo inerte de su enemigo. Y se precipitó sobre él, le abrió la parte superior del traje
y le sacó del pecho la lámpara que estaba allí escondida. Y se encaró con Badrú'l-Budur, que acudía a
besarle en el límite de la alegría, y le dijo: "¡Te ruego que me dejes solo otra vez! ¡Porque ha de termi -
narse hoy todo!" Y cuando se alejó Badrú'l-Budur, frotó la lámpara en el sitio que sabía, y al punto vió
aparecer al efrit de la lámpara, quien, después de la fórmula acostumbrada, esperó la orden. Y Aladino le
dijo: "¡Oh efrit de la lámpara! ¡por las virtudes de esta lámpara que sirves, te ordeno que transportes este
palacio, con todo lo que contiene, a la capital del reino de la China, situándolo exactamente en el mismo
lugar de donde lo quitaste para traerlo aquí! ¡Y hazlo de manera que el trans porte se efectúe sin
conmoción, sin contratiempos y sin sacudidas!" Y el genni contestó: "¡Oír es obedecer!" Y desapareció.
Y en el mismo momento, sin tardar más tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrir un ojo, se
hizo el transporte, sin que nadie lo advirtiera; porque apenas si se hicieron sentir dos ligeras agitaciones,
una al salir y otra a la llegada.
Entonces Aladino, después de comprobar que el palacio estaba en realidad frente por frente al
palacio del sultán, en el sitio que ocupaba antes, fué en busca de su esposa Badrú'l-Budur, y la besó
mucho, y le dijo: "¡Ya estamos en la ciudad de tu padre! ¡Pero, como es de noche, más vale que
esperemos a mañana por la mañana para ir a anunciar al sultán nuestro regreso! Por el momento, no
pensemos más que en regocijarnos con nuestro triunfo y con nuestra reunión, ¡oh Badrú'l -Budur!" Y como
desde la víspera Aladino aun no había comido nada, se sentaron ambos y se hicieron servir por los
esclavos una comida suculenta en la sala de las noventa y nueve ventanas cruzadas. Luego pasa ron juntos
aquella noche en medio de delicias y dicha.
Al día siguiente salió de su palacio el sultán para ir, según su costumbre, a llorar por su hija en el
paraje donde no creía encontrar más que las zanjas de los cimientos. Y muy entristecido y dolorido, echó
una ojeada por aquel lado, y se quedó estupefacto al ver ocupado de nuevo el sitio del meidán por el
palacio magnífico, y no vacío, como él se imaginaba. Y en un principio creyó que sería efecto de la
niebla o de algún ensueño de su espíritu inquieto, y se frotó los ojos varias veces. Pero como la visión
subsistía siempre, ya no pudo dudar de su realidad, y sin preocuparse de su dignidad de sultán echó a
correr agitando los brazos y lanzando gritos de alegría, y atropellando a guardias y porteros subió la
escalera de alabastro sin tomar aliento, no obstante su edad, y entró en la sala de la bóveda de cristal con
noventa y nueve ventanas, en la cual precisamente esperaban su llegada, son riendo, Aladino y Badrú'l-
Budur. Y al verle se levantaron ambos y co rrieron a su encuentro. Y besó él a su hija, derramando
lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; y ella también...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 771ª noche
Ella dijo:
"...Y besó a su hija, derramando lágrimas de alegría y en el límite de la ternura; y ella también. Y
cuando pudo abrir la boca y ar ticular una palabra, dijo: "¡Oh hija mía! veo con asombro que no se te ha
demudado el rostro ni se te ha puesto la tez más amarilla, a pesar de todo lo sucedido desde el día en que
te vi por última vez! ¡Sin em bargo, ¡oh hija de mi corazón! debes haber sufrido mucho, y no ha brás visto
sin alarmas y terribles angustias cómo te transportaban de un sitio a otro con todo el palacio! ¡Porque,
nada más que con pen sarlo, yo mismo me siento invadido por el temblor y el espanto! ¡Date prisa, pues,
¡oh hija mía! a explicarme el motivo de tan escaso cambio en tu fisonomía, y a contarme, sin ocultarme
nada, cuánto te ha ocurri do desde el comienzo hasta el fin!"
Badrú'l-Budur contestó: "¡Oh padre mío! has de saber que si se me ha demudado tan poco el rostro es
porque ya he ganado lo que había perdido con mi alejamiento de ti y de mi esposo Aladino. Pues la
alegría de volver a encontraros a ambos me devuelve mi frescura y mi color de antes. Pero he sufrido y
he llorado mucho, tanto por verme arrebatada a tu afecto y al de mi esposo bienamado, como por haber
caído en poder de un maldito mago mahgrebín, que es el causante de todo lo que ha sucedido, y que me
decía cosas desagradables y quería seducirme después de raptarme. ¡Pero todo fué por culpa de mi
atolondramiento, que me impulsó a ceder a otro lo que no me pertenecía!" Y en seguida contó a su padre
toda la historia con los menores detalles, sin olvidar nada. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Y
cuando acabó de hablar, Aladino, que no había abierto la boca hasta entonces, se encaró con el sultán,
estu pefacto hasta el límite de la estupefacción, y le mostró, detrás de una cortina, el cuerpo inerte del
mago, que tenía la cara toda negra por efecto de la violencia del bang, y le dijo: "¡He aquí al impostor,
cau sante de nuestra pasada desdicha y de mi caída en desgracia! ¡Pero Alah le ha castigado!"
Al ver aquello, el sultán, enteramente convencido de la inocencia de Aladino, le besó muy
tiernamente oprimiéndole contra su pecho y le dijo: "¡Oh hijo mío Aladino! ¡no me censures con exceso
por mi conducta para contigo, y perdóname los malos tratos que te infli gí! ¡Porque merece alguna excusa
el afecto que experimento por mi hija única Badrú'l-Budur, y bien sabes que el corazón de un padre está
lleno de ternura, y que hubiese preferido yo perder todo mi reino antes que un cabello de la cabeza de mi
hija bienamada!" Y contestó Aladino: "Verdaderamente, tienes excusa, ¡oh padre de Badrú'l-Budur!
porque sólo el afecto que sientes por tu hija, a la cual creías perdida por mi culpa, te hizo usar conmigo
procedimientos enérgicos. Y no tengo derecho a reprocharte de ninguna manera. Porque a mí me co -
rrespondía prevenir las asechanzas pérfidas de ese infame mago y tomar precauciones contra él. ¡Y no te
darás cuenta bien de toda su malicia hasta que, cuando tenga tiempo, te relate yo la historia de cuanto me
ocurrió con él!"
Y el sultán besó a Aladino una vez más, y le dijo: "En verdad ¡oh Aladino! que es absolutamente
preciso que busques ocasión de contarme todo eso. ¡Pero aun es más urgente desembara zarse ya del
espectáculo de ese cuerpo maldito que yace inanimado a nuestros pies, y regocijarnos juntos con tu
triunfo!" Y Aladino dió orden a sus efrits jóvenes de que se llevaran el cuerpo del maghrebín y lo
quemaran en medio de la plaza del meidán sobre un montón de estiércol y echaran las cenizas en el hoyo
de la basura. Lo cual se ejecu tó puntualmente en presencia de toda la ciudad reunida, que se alegraba de
aquel castigo merecido y de la vuelta del emir Aladino a la gracia del sultán.
Tras de lo cual, por medio de los pregoneros, que iban seguidos por tañedores de clarinetes, de
timbales y de tambores, el sultán hizo anunciar que daba libertad a los presos en señal de regocijo
público; y mandó repartir muchas limosnas a los pobres y a los menesterosos. Y por la noche hizo
iluminar toda la ciudad, así como su palacio y el de Aladino y Badrú'l-Budur. Y así fué cómo Aladino,
merced a la bendición que llevaba consigo, escapó por segunda vez a un peligro de muerte. Y aquella
misma bendición debía aún salvarle por tercera vez, como vais a saber, ¡oh oyentes míos!
En efecto, hacía ya algunos meses que Aladino estaba de regreso y llevaba con su esposa una vida
feliz bajo la mirada enternecida y vigilante de su madre, que entonces era una dama venerable de aspecto
imponente, aunque desprovista de orgullo y de arrogancia, cuando la esposa del joven entró un día, con
rostro un poco triste y dolorido, en la sala de la bóveda de cristal, donde él estaba casi siempre para
disfrutar la vista de los jardines, y se le acercó, y le dijo: "¡Oh mi señor Aladino! Alah, que nos ha
colmado con sus favores a ambos, hasta el presente me ha negado el consuelo de tener un hijo. Porque ya
hace bastante tiempo que estamos casados y no siento fecundadas por la vida mis entrañas. ¡Vengo, pues,
a suplicarte que me permitas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada Fatmah, que ha llegado a
nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las curaciones y alivios que
proporciona y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la imposición de sus manos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 772ª noche
Ella dijo:
"¡...Vengo, pues, a suplicarte que me permitas mandar venir al palacio a una santa vieja llamada
Fatmah, que ha llegado a nuestra ciudad hace unos días, y a quien todo el mundo venera por las cura -
ciones y alivios que proporciona y por la fecundidad que otorga a las mujeres sólo con la imposición de
sus manos!"
Aladino, que no quería contrariar a su esposa Badrú'l-Budur, no puso ninguna dificultad para acceder
a su deseo, y dió orden a cuatro eunucos de que fueran en busca de la vieja santa y la llevaran al palacio.
Y los eunucos eje cutaron la orden y no tardaron en regresar con la santa vieja, que iba con el rostro
cubierto por un velo muy espeso y con el cuello rodeado por un inmenso rosario de tres vueltas que le
bajaba hasta la cintura. Y llevaba en la mano un gran báculo, sobre el cual apoyaba su marcha vacilante
por la edad y las prácticas piadosas. Y en cuanto la vió la princesa salió vivamente a su encuentro, y le
besó la mano con fervor, y le pidió su bendición. Y la santa vieja, con acento muy digno, invocó para ella
las bendiciones de Alah y sus gracias, y pronunció en su favor una larga plegaria, con el fin de pedir a
Alah que prolongase y au mentase en ella la prosperidad y la dicha y satisficiese sus menores deseos. Y
Badrú'l-Budur la rogó que se sentara en el sitio de honor en el diván, y le dijo: "¡Oh santa de Alah! ¡te
agradezco tus buenas in tenciones y tus plegarias! ¡Y como sé que Alah no ha de negarte nada de lo que le
pidas, espero de su bondad, por intercesión tuya, lo que es el más ferviente anhelo de mi alma!"
La santa contestó: "¡Yo soy la más humilde de las criaturas de Alah; pero El es el Omnipotente, el
Excelente! ¡No tengas miedo, pues, ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! a formular lo que anhele tu alma!" Y
Badrú'l-Budur se puso muy colo rada, y bajó la voz, y con acento muy ardiente dijo: "¡Oh santa de Alah!
¡deseo de la generosidad de Alah tener un hijo! ¡Dime qué tengo que hacer para eso y qué beneficios y
qué buenas acciones habré de llevar a cabo para merecer semejante favor! ¡Habla! ¡Estoy dispuesta a
todo para obtener ese bien, que lo estimo en más que mi propia vida! ¡Y para demostrarte mi gratitud, yo
te daré, en cambio, cuanto puedas anhelar y desear, no para ti, que ya sé ¡oh madre de todos nosotros! que
te hallas al abrigo de las necesidades de las criaturas débiles, sino para alivio de los infortunados y de
los pobres de Alah!"
Al oír estas palabras de la princesa Badrú'l-Budur, los ojos de la santa, que hasta entonces habían
permanecido bajos, se abrieron y se iluminaron tras el velo con un brillo extraordinario, e irradió su
rostro cual si tuviese fuego dentro, y todas sus facciones expresaron el sentimiento de un éxtasis de
júbilo. Y miró a la princesa durante un momento sin pronunciar ni una palabra; luego tendió los brazos
hacia ella, y le hizo en la cabeza la imposición de las manos, moviendo los labios como si rezase una
plegaria entre dientes, y acabó por decirle: "¡Oh hija mía! ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! ¡los santos de
Alah aca ban de dictarme el medio infalible de que debes valerte para ver habitar en tus entrañas la
fecundidad! ¡Pero ¡oh hija mía! entiendo que ese medio es muy difícil, si no imposible, de emplear,
porque se necesita un poder sobrehumano para realizar los actos de fuerza y valor que reclama!" Y al oír
estas palabras la princesa Badrú'l-Budur no pudo reprimir más su emoción, y se arrojó a los pies de la
santa, rodeándola las rodillas con sus brazos, y le dijo: "¡Por favor, ¡oh ma dre nuestra! ¡indícame ese
medio, sea cual sea, pues nada resulta im posible de realizar para mi esposo bienamado, el emir Aladino!
¡Ah! ¡habla, o a tus pies moriré de deseo reconcentrado!"
Entonces la santa levantó un dedo en el aire, y dijo: "Hija mía, para que la fecundidad penetre en ti es
necesario que cuelges en la bóveda de cristal de esta sala un huevo del pájaro rokh, que habita en la cima
más alta del monte Cáucaso. ¡Y la contemplación de ese huevo, que mirarás todo el tiempo que puedas
durante días y días, modificará tu naturaleza ín tima y removerá el fondo inerte de tu maternidad! ¡Y eso es
lo que tenía que decirte, hija mía!" Y Badrú'l-Budur exclamó: "¡Por mi vida, ¡oh madre nuestra! que no sé
cuál es el pájaro rokh, ni jamás vi hue vos suyos; pero no dudo de que Aladino podrá al instante
procurarme uno de esos huevos fecundantes, aunque el nido de esa ave esté en la cima más alta del monte
Cáucaso!"
Luego quiso retener a la santa, que se levantaba ya para marcharse, pero ésta le dijo: "No, hija mía;
dé jame ahora marcharme a aliviar otros infortunios y dolores más grandes todavía que los tuyos. ¡Pero
mañana ¡inschalah! yo misma vendré a visitarte y a saber noticias tuyas, que son preciosas para mí" Y no
obstante todos los esfuerzos y ruegos de Badrú'l-Budur, que, llena de gratitud, quería hacerle don de
varios collares y otras joyas de valor inestimable, no quiso detenerse un momento más en el palacio, y se
fué como había ido, rehusando todos los regalos.
Algunos momentos después de partir la santa, Aladino fué al lado de su esposa y la besó tiernamente,
como lo hacía siempre que se au sentaba, aunque fuese por un instante; pero le pareció que tenía ella un
aspecto muy distraído y preocupado; y le preguntó la causa con mucha ansiedad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 773ª noche
Ella dijo:
"...Pero le pareció que tenía ella un aspecto muy distraído y preocupado; y le preguntó la causa con
mucha ansiedad. Entonces le dijo Sett Badrú'l-Budur, sin tomar aliento: "¡Seguramente moriré si no tengo
lo más pronto posible un huevo del pájaro rokh, que habita en la cima más alta del monte Cáucaso!" Y al
oír estas palabras Aladino se echó a reír, y dijo: "¡Por Alah, ¡oh mi señora Badrú'l-Bu dur! si no se trata
más que de obtener ese huevo para impedir que mueras, refresca tus ojos! ¡Pero para que yo lo sepa,
dime solamente qué piensas hacer con el huevo de ese pájaro!"
Y Badrú'l-Budur con testó: "¡Es la santa vieja quien acaba de prescribirme que lo mire, co mo remedio
soberanamente eficaz contra la esterilidad de la mujer! ¡Y quiero tenerlo para colgarlo del centro de la
bóveda de cristal de la sala de las noventa y nueve ventanas!" Y Aladino contestó: "Por encima de mi
cabeza y de mis ojos, ¡oh mi señora Badrú'l-Budur! ¡al instante tendrás ese huevo de rokh!"
Al punto dejó a su esposa y fué a encerrarse en su aposento. Y se sacó del pecho la lámpara mágica,
que llevaba siempre consigo desde el terrible peligro que hubo de correr por culpa de su negligencia, y
la frotó. Y en el mismo momento se apareció ante él el efrit de la lámpa ra, pronto a ejecutar sus órdenes.
Y Aladino le dijo: "¡Oh excelente efrit, que me obedeces merced a las virtudes de la lámpara que sirves!
¡te pido que al instante me traigas, para colgarlo del centro de la boveda de cristal, un huevo del
gigantesco pájaro rokh, que habita en la cima más alta del monte Cáucaso!"
Apenas Aladino había pronunciado estas palabras, el efrit se con vulsionó de manera espantosa, y le
llamearon los ojos, y lanzó ante Aladino un grito tan amedrentador, que se conmovió el palacio en sus
cimientos, y como una piedra disparada con honda, Aladino fué proyectado contra el muro de la sala de
un modo tan violento, que por poco entra su longitud en su anchura. Y le gritó el efrit con su voz po derosa
de trueno:
"¿Cómo te atreves a pedirme eso, miserable Ada mita? ¡Oh el más ingrato entre las gentes de baja
condición! ¡he aquí que ahora, no obstante los servicios que te presté con todo el oído y con toda la
obediencia, tienes la osadía de ordenarme que vaya a buscar al hijo del rokh, mi amo supremo, para
colgarle en la bóveda de tu palacio! ¿Ignoras, insensato, que yo y la lámpara y todos los genni servidores
de la lámpara somos esclavos del gran rokh, padre de los huevos?
¡Ah! ¡suerte tienes con estar bajo la salvaguardia de la lámpara que sirvo, y con llevar al dedo ese
anillo lleno de virtudes saludables! ¡De no ser así, ya hubiera entrado tu longitud en tu an chura!"
Y dijo Aladino, estupefacto e inmóvil contra el muro: "¡Oh efrit de la lámpara! ¡por Alah, que no es
mía esta petición, sino que se la sugirió a mi esposa Badrú'l-Budur la santa vieja, madre de la
fecundación y curadora de la esterilidad!"
Entonces se calmó de re pente el efrit y recobró su acento acostumbrado para con Aladino, y le dijo:
"¡Ah! ¡lo ignoraba! ¡Ah! ¡está bien! ¿conque es esa criatura la que aconsejó el atentado? ¡Puedes alegrarte
mucho, Aladino, de no haber tenido la menor participación en ello! ¡Pues has de saber que por ese medio
se quería obtener tu destrucción y la de tu esposa y la de tu palacio! La persona a quien llamas santa vieja
no es santa ni vieja, sino un hombre disfrazado de mujer. Y ese hombre no es otro que el propio hermano
del maghrebín, tu enemigo exterminado. Y se asemeja a su hermano como media haba se asemeja a su
hermana.
Y cierto es el proverbio que dice: "¡El hermano menor de un perro es más inmundo que su hermano
mayor, porque la posteridad de un perro siempre está bastardeándose!" Y ese nuevo enemigo, a quien no
co noces, todavía está más versado en la magia y en la perfidia que su hermano mayor. Y cuando, por
medio de las operaciones de su geomancia, se enteró de que su hermano había sido exterminado por ti y
quemado por orden del sultán, padre de tu esposa Badrú'l-Budur, determinó vengarle en todos vosotros, y
vino desde Maghreb aquí dis frazado de vieja santa para llegar hasta este palacio. ¡Y consiguió in -
troducirse en él y sugerir a tu esposa esa petición perniciosa, que es el mayor atentado que se puede
realizar contra mi amo supremo el rokh!
Te prevengo, pues, acerca de sus proyectos pérfidos, a fin de que los puedas evitar. ¡Uassalam!" Y
tras de haber hablado así a Aladino, des apareció el efrit.
Entonces Aladino, en el límite de la cólera, se apresuró a ir a la sala de las noventa y nueve ventanas
en busca de su esposa Ba drú'l-Budur. Y sin revelarle nada de lo que el efrit acababa de con tarle, le dijo:
"¡Oh Badrú'l-Budur, ojos míos! Antes de traerte el huevo del pájaro rokh es absolutamente necesario que
oiga yo con mis propios oídos a la santa vieja que te ha recetado ese remedio. ¡Te ruego, pues, que
envíes a buscarla con toda urgencia, y que, con pre texto de que no la recuerdas exactamente, le hagas
repetir su prescrip ción, mientras yo estoy escondido detrás del tapiz!" Y contestó Ba drú'l-Budur: "¡Por
encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y al punto envió a buscar a la santa vieja.
En cuanto ésta hubo entrado en la sala de la bóveda de cristal, y cubierta siempre con su espeso velo
que le tapaba la cara, se acercó a Badrú'l-Budur...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 774ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto ésta hubo entrado en la sala de la bóveda de cris tal, y cubierta siempre con su espeso
velo que le tapaba la cara, se acercó a Badrú'l-Budur, Aladino salió de su escondite, abalanzándose a
ella con el alfanje en la mano, y antes de que ella pudiese decir: "¡Bem!", de un solo tajo le separó la
cabeza de los hombros.
Al ver aquello, exclamó Badrú'l-Budur, aterrada: "¡Oh mi señor Aladino! ¡qué atentado acabas de
cometer!" Pero Aladino se limitó a sonreír, y por toda respuesta se inclinó, cogió por el mechón central
la cabeza cortada, y se la mostró a Badrú'1-Budur. Y en el límite de la estupefacción y del horror, vió ella
que la tal cabeza, excepto el mechón central, estaba afeitada como la de los hombres, y que tenía el rostro
prodigiosamente barbudo. Y sin querer asustarla más tiempo, Aladino le contó la verdad con respecto a
la presunta Fatmah, falsa santa y falsa vieja, y concluyó: "¡Oh Badrú'l-Budur! ¡demos gracias a Alah, que
nos ha librado por siempre de nuestros enemigos!" Y se arrojaron ambos en brazos uno de otro, dando
gracias a Alah por sus favores.
Y desde entonces vivieron una vida feliz con la buena vieja, madre de Aladino, y con el sultán, padre
de Badrú'l-Budur. Y tuvieron dos hijos hermosos como la luna. Y a la muerte del sultán, reinó Aladino en
el reino de la China. Y de nada careció su dicha hasta la llegada inevitable de la Destructora de delicias
y Separadora de amigos.
Después de contar así esta historia, Schehrazada dijo: "¡Y esto es ¡oh rey afortunado! cuanto sé
acerca de Aladino y de la Lámpara Mágica! ¡Pero Alah es más sabio!"
Y dijo el rey Schahriar: "Admira ble es esa historia, Schehrazada".
"En este caso, ¡oh rey! permite a tu esclava Schehrazada que te cuente la Historia de Kamar y de la
experta Halima".
Y el rey Schahriar exclamó: "¡Desde luego, Scheh razada!"
Pero ella sonrió y contestó: "Está bien ¡oh rey! Pero antes, para revelarte el valor que tiene la
admirable virtud de la paciencia y hacerte esperar, sin cólera contra tu servidora, la suerte llena de
felici dad que Alah destina a tu raza por mediación mía, quiero contarte en seguida lo que nos
transmitieron nuestros padres los Antiguos sobre el medio de adquirir La verdadera ciencia de la
vida..."
Y dijo el rey: "¡Oh hija de mi visir! date prisa a indicarme el medio de hacer esa adquisición. Pero
¡oh Schehrazada! ¿cuál es la suerte que Alah, por mediación tuya, destina a mi raza, si no tengo
posteridad?"
Y dijo Schehrazada: "¡Permite ¡oh rey! a tu servidora Schehrazada que no te hable todavía de lo que
ha pasado de misterioso en las veinte noches de silencio que tu bondad le ha concedido para reposar de
una indis posición, y durante las cuales se ha revelado a tu servidora el esplendor de tu destino!" Y sin
añadir nada más a este respecto, Schehrazada, la hija del visir, dijo:
La parábola de la verdadera ciencia de la vida
Cuentan que en una ciudad entre las ciudades, donde se enseñaban todas las ciencias, vivía un joven
que era hermoso y estudioso. Y aunque nada faltara a la felicidad de su vida, le poseía el deseo de
aprender siempre más. Un día, merced al relato de un mercader viaje ro, le fué revelado que en cierto
país muy lejano existía un sabio que era el hombre más santo del Islam y que él solo poseía tanta ciencia,
sabiduría y virtud como todos los sabios del siglo reunidos. Y se enteró de que aquel sabio, a pesar de su
fama, ejercía sencillamente el oficio de herrero, que su padre y su abuelo habían ejercido antes que él. Y
cuando hubo oído estas palabras entró en su casa, cogió sus sandalias, su alforja y su báculo, y abandonó
inmediatamente su ciu dad y sus amigos,y se encaminó al país lejano en que vivía el santo maestro, con
objeto de ponerse bajo su dirección y adquirir un poco de su ciencia y de su sabiduría. Y anduvo durante
cuarenta días y cua renta noches, y después de muchos peligros y fatigas, gracias a la seguridad que
escribióle Alah, llegó a la ciudad del herrero.
Al pun to fué al zoco de los herreros y se presentó a aquel cuya tienda le ha bían indicado todos los
transeúntes. Y luego de besarle la orla del traje, se mantuvo de pie delante de él en actitud de respeto. Y
el he rrero, que era un hombre de edad, con el rostro marcado por la ben dición, le preguntó: "¿Qué
deseas, hijo mío?" El otro contestó: "¡Apren der ciencia!" Y el herrero, por toda respuesta, le puso entre
las manos la cuerda del fuelle de fragua y le dijo que tirara. Y el nuevo discípulo contestó con el oído y
la obediencia, y al punto se puso a estirar y aflojar la cuerda del fuelle, sin interrupción, desde el
momento de su llegada hasta la puesta del sol. Y al día siguiente se dedicó al mismo trabajo, así como los
días posteriores, durante semanas, meses y todo un año, sin que nadie en la fragua, ni el maestro ni los
numerosos discípulos, cada uno de los cuales tenía una tarea tan ruda como la suya, le dirigiesen una sola
vez la palabra, y sin que nadie se quejase ni siquiera murmurase de aquel duro trabajo silencioso. Y de
tal suerte pasaron cinco años. Y un día el discípulo se aventuró muy tímidamente a abrir la boca, y dijo:
"¡Maestro!" Y el herrero interrumpió su trabajo. Y en el límite de la ansiedad, hicieron lo mismo todos
los discípulos. Y el herrero, en medio del silencio de la fragua, se encaró con el joven, y le preguntó:
"¿Qué quieres?"
El otro dijo: "¡Ciencia!" Y el herrero dijo: "¡Tira de la cuerda!" Y sin pronunciar una palabra más,
reanudó el trabajo de la fragua. Y transcurrieron otros cinco años, durante los cuales, desde por la
mañana hasta por la noche, el discípulo tiró de la cuerda del fuelle sin interrupción y sin que nadie le
dirigiese la palabra ni una sola vez. Pero cuando alguno de los discípulos tenía necesidad de un informe
acerca de algo, le estaba permitido escribir la demanda y presentársela al maestro por la mañana al
entrar en la fragua. Y sin leer nunca el escrito, el maestro lo arrojaba al fuego de la fragua o se lo metía
entre los pliegues del turbante. Si arrojaba al fuego el escrito, sin duda era porque la de manda no merecía
respuesta. Pero si colocaba el papel en el turbante, el discípulo que se lo había presentado encontraba
por la noche la respuesta del maestro escrita con caracteres de oro en la pared de su celda.
Cuando transcurrieron diez años, el viejo herrero se acercó al joven y le tocó en el hombro. Y por
primera vez, desde hacía diez años, soltó el joven la cuerda del fuelle de fragua. Y descendió a él una
gran ale gría. Y el maestro le habló, diciendo: "Hijo mío, ya puedes volver a tu país y a tu morada
llevando en tu corazón toda la ciencia del mun do y de la vida. ¡Pues todo eso adquiriste al adquirir la
virtud de la paciencia!"
Y le dió el beso de paz. Y el discípulo regresó iluminado a su país, entre sus amigos; y vió claro en la
vida.
Y exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! ¡cuán admirable es esa parábola! ¡Y cómo me da que
pensar!" Y por un instante permaneció absorto en sus pensamientos. Luego añadió: "¡Date prisa ahora ¡oh
Schehrazada! a contarme la historia de Kamar y de la ex perta Halima!"
Pero Schehrazada dijo: "¡Permíteme ¡oh rey! que toda vía retrase el relato de esa historia, porque esta
noche no se siente mi espíritu inclinado a ella, y permíteme empezar antes la historia más amable, más
lozana y más pura que conozco!"
Y dijo el rey: "Desde luego, ¡oh Schehrazada! estoy dispuesto a escucharte, porque también mi
espíritu esta noche se inclina a las cosas amables. ¡Y además, esa espera me hará aprovechar la parábola
de la paciencia!"
Entonces dijo Schehrazada:
Farizada la de sonrisa de rosa
He llegado a saber ¡oh rey afortunado, oh dotado de buenas ma neras! que en los días de antaño, hace
ya mucho tiempo -pero Alah es el único sabio-, había un rey de Persia llamado Khosrú Schah, a quien el
Retribuidor había dotado de poderío, de juventud y de her mosura, y en cuyo corazón hubo de poner tal
sentimiento de la jus ticia, que, bajo su reinado, el tigre y la cabra marchaban uno al lado de otra y bebían
en el mismo arroyo. Y aquel rey, al que le gustaba cerciorarse por sus propios ojos de cuanto pasaba en
la ciudad de su trono, tenía costumbre de pasearse de noche, disfrazado de merca der extranjero, en
compañía de su visir o de alguno de los dignatarios de su palacio.
Una noche en que daba una vuelta por un barrio de gente pobre, al pasar por cierta callejuela escuchó
unas voces jóvenes que se de jaban oír al final de la tal calleja. Y se acercó, con su acompañante, a la
humilde morada de donde partían las voces, y aplicando un ojo a una rendija de la puerta miró adentro. Y
divisó, sentadas sobre una estera en torno de una luz, a tres jóvenes que hablaban después de la comida.
Y aquellas tres jóvenes, que parecíanse como pueden parecerse tres hermanas, eran perfectamente bellas.
Y la más joven era visible mente, y con mucho, la más bella.
Y decía la primera: "Mi deseo, puesto que se trata de manifestar un deseo, sería, hermanas mías,
llegar a ser la esposa del repostero del sultán. Porque ya sabéis cuánto me gustan los manjares de
repostería, sobre todo esos admirables y delicados y deliciosos bocados de hojal dre que se llaman “
bocados del sultán”. ¡Y para hacerlos a punto no hay como el repostero jefe del sultán! ¡Ah hermanas
mías! ¡qué envidia me tendríais entonces al ver cómo ese régimen de repostería fina re dondearía mis
formas con grasa blanca, y me embellecería, y me afir maría el color!"
Y decía la segunda: "Yo, hermanas mías, no soy tan ambiciosa. Me contentaría sencillamente con
llegar a ser la esposa del cocinero del sultán. ¡Ah! ¡cómo lo deseo! ¡Eso me permitiría satisfacer mis
apetitos reconcentrados en todo el tiempo que llevo anhelando probar tantos manjares extraordinarios
que sólo en palacio se comen! ¡Es pecialmente hay, entre otras cosas, ciertas bandejas de cohombros re -
llenos y cocidos al horno, que nada más que con verlos pasar en la cabeza de los que los llevan los días
de festines dados por el sultán, siento mi corazón lleno todo de emoción! ¡Oh! ¡Lo que yo comería de ese
plato! ¡Sin embargo, no me olvidaría de convidaros alguna vez, si mi esposo el cocinero me lo
permitiera; pero creo que no me lo permitiría!"
Y cuando hubieron manifestado así sus deseos las dos hermanas, se encararon con su hermana
pequeña, que guardaba silencio, y le preguntaron, burlándose de ella: "Y tú, ¡oh pequeñuela! ¿qué deseas?
¿Y por qué bajas los ojos y no dices nada? ¡Pero no te apures, que nosotras te prometemos, para cuando
tengamos los esposos que prefe rimos, tratar de casarte con algún palafrenero del sultán o con algún otro
dignatario de la misma categoría, a fin de que siempre estés cerca de nosotras! Habla, ¿en qué piensas?"
Y confusa y ruborizada, la pequeña contestó con una vez dulce como agua de manantial: "¡Oh
hermanas mías!" Y no pudo decir más. Y riéndose de su timidez, las dos jóvenes la acosaron a preguntas
y bro mas hasta que la decidieron a hablar. Y sin levantar los ojos, dijo la menor: "¡Oh hermanas mías!
¡yo desearía llegar a ser la esposa de nuestro amo el sultán! Y le daría una posteridad bendita. Y los hijos
que Alah hiciera nacer de nuestra unión serían dignos de su padre. Y la hija que me gustaría tener ante mi
vista sería una sonrisa del cielo mismo: ¡sus cabellos serían de oro por un lado y de plata por otro; sus
lágrimas, cuando llorara, serían un gotear de perlas; sus risas, cuan do riera, serían dinares de oro
tintineantes, y sus sonrisas, cuando so lamente sonriera, serían otros tantos botones de rosa que abriesen
en sus labios!"
¡Eso fué todo!
Y el sultán Khosrú y su visir veían y oían. Pero temiendo que les advirtiesen, se decidieron a alejarse
sin enterarse de más. Y en extremo divertido, Khosrú Schah sintió nacer en su alma el prurito de
satisfacer los tres deseos; y sin comunicar ni por asomo su propósito a su acompañante, le dió orden de
que se fijara bien en la casa para ir a ella al día siguiente por las tres jóvenes y llevárselas a palacio. Y
el visir contestó con el oído y la obediencia, y al día siguiente se apresuró a ejecutar la orden del sultán,
llevándole a su presencia las tres her manas.
El sultán, que estaba sentado en su trono, les hizo con la cabeza y con los ojos una seña que quería
decir: "¡Acercaos!" Y se acercaron ellas, temblorosas, enredándose en sus pobres trajes de tela gro sera;
y el sultán les dijo con una sonrisa de bondad: "La paz sea con vosotras, ¡oh jóvenes! ¡Estamos en el día
de vuestro destino y en el que se realizará vuestro deseo! ¡Y conozco el tal deseo, ¡oh jóvenes! porque
nada hay oculto para los reyes! Tú, la primera, verás cumplido tu deseo, y el repostero mayor será tu
esposo hoy mismo. ¡Y tú, la segunda, tendrás por esposo a mi cocinero mayor!" Y habiendo habla do así,
se detuvo el rey, y encaróse con la más pequeña, la cual, en extremo emocionada, sentía paralizársele el
corazón y estaba a punto de desplomarse en la alfombra. Y se irguió él sobre ambos pies, y co giéndole de
la mano la hizo sentarse junto a él en el lecho del trono, di ciéndole: "¡Eres la reina! ¡Y este palacio es tu
palacio, y yo soy tu esposo!"
Y efectivamente, aquel mismo día se celebraron las bodas de las tres hermanas, las de la sultana con
un esplendor sin precedentes, y las de la esposa del cocinero y la esposa del repostero con arreglo al
ceremonial acostumbrado en matrimonios vulgares. Así es que en el corazón de las dos hermanas
mayores penetraron la envidia y el odio; y desde aquel momento proyectaron la perdición de su hermana
pequeña. Sin embargo, tuvieron buen cuidado de no dejar transparentar sus sen timientos lo más mínimo, y
aceptaron con gratitud fingida las muestras de afecto que no cesó de prodigarles su hermana la sultana,
quien; en contra de las costumbres reales, las admitía en su intimidad, a pesar de su linaje oscuro. Y lejos
de sentirse satisfechas de la dicha que Alah les proporcionaba, experimentaban, en presencia de su
hermana menor, las peores torturas del odio y de la envidia.
Y de tal suerte pasaron nueve meses, al cabo de los cuales, con ayuda de Alah, la sultana dió a luz un
hijo príncipe, hermoso como el cuarto creciente de la luna nueva. Y las dos hermanas mayores, que, a
petición de la sultana, la asistían al parto y actuaban de comadronas, lejos de conmoverse por las
bondades de su hermana menor para con ellas y por la belleza del recién nacido, encontraron al fin la
ocasión que buscaban de destrozar el corazón de la joven madre. Cogieron pues, al niño, mientras la
madre aun era presa de los dolores del parto, le pusieron en un cesto de mimbre, que escondieron por el
pronto, y le reemplazaron con un pequeño perro muerto, que presentaron a todas las mujeres de palacio,
haciéndole pasar por el fruto del alumbramiento de la sultana. Y al saber esta noticia, el sultán Khosrú
Schah vió en negrecerse el mundo ante su vista; y en el límite de la pena fué a encerrarse en sus aposentos,
negándose a despachar los asuntos del reino. Y la sultana quedó sumida en la aflicción, y sintió su alma
humillada y su corazón destrozado.
En cuanto al recién nacido, le abandonaron sus tías en el cesto a la corriente del agua del canal que
pasaba al pie del palacio. Y quiso la suerte que el intendente de los jardines del sultán, que se paseaba a
lo largo del canal, divisase el cesto que flotaba en el agua. Y lo atrajo al borde del canal con ayuda de
una azada, lo examinó y descubrió al hermoso niño. Y experimentó igual asombro que el de la hija del
Fa raón al ver a Moisés en los cañaverales.
Y he aquí que hacía largos años que estaba casado el intendente de los jardines y anhelaba tener uno,
dos o tres niños que bendijeran a su Creador. Pero hasta entonces no fueron tomados en consideración
por el Altísimo sus deseos y los de su esposa. Y sufrían ambos con el estéril aislamiento en que tenían
que vivir. Así es que cuando el in tendente de los jardines descubrió aquel niño, de belleza sin par, le
cogió con el cesto, y en el límite de la alegría corrió hasta el final del jardín, en donde estaba su casa, y
entró en el aposento de su mujer, y le dijo con voz emocionada: "La paz sea contigo, ¡oh hija del tío! ¡He
aquí el don que nos hace el Generoso en este día bendito! Sea este niño que te traigo nuestro hijo, como
hijo es del Destino".
Y le contó cómo le había hallado flotando en el cesto sobre el agua del canal; y le afir mó que Alah
era quien se lo enviaba, premiando por fin de esta manera la constancia de sus plegarias. Y la esposa del
intendente de los jar dines tomó al niño y le prohijó.
¡Gloria a Alah, que ha llevado al seno de las mujeres estériles el sentimiento de la maternidad, como
ha in fundido en el corazón de las gallinas desgraciadas el deseo de empollar los guijarros...
En este momeno de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 775ª noche
Ella dijo:
"...¡Gloria a Alah, que ha llevado al seno de las mujeres estériles el sentimiento de la maternidad,
como ha infundido en el corazón de las gallinas desgraciadas el deseo de empollar los guijarros!
Y he aquí que al año siguiente la pobre madre privada tan impía mente del fruto de su fecundidad,
parió, con permiso del Donador, otro hijo más hermoso que el anterior. Pero las dos hermanas espiaban
el parto con ojos llenos de interés por fuera y de odio por dentro; y sin tener para su hermana y el recién
nacido más piedad que la primera vez, se apoderaron del niño a escondidas y le echaron al canal en un
cesto, como habían hecho con el mayor. Y exhibieron por todo el palacio un pequeño gato, proclamando
que acababa de parirlo la sulta na. Y la consternación entró en los corazones. Y sin duda alguna, en el
límite de la vergüenza, el sultán habríase dejado llevar de la rabia y del furor si no practicase en su alma
la virtud de la humildad ante los decretos de la insondable justicia. Y la sultana quedó sumida en la
amargura y la desolación, y su corazón lloró todas las lágrimas de los dolores.
Pero viendo al niño, Alah, que vela por el destino de los peque ñuelos, le puso a la vista del
intendente, que se paseaba a orillas del canal. Y como la vez primera, el intendente le salvó de las aguas,
y se lo llevó a su esposa, que le quiso como si fuese su propio hijo, y le crió con los mismos cuidados
que al primero.
Y he aquí que, a fin de que no fuesen frustrados siempre los de seos de Sus Creyentes, Alah puso la
fecundidad en el vientre de la sultana, que parió por tercera vez. Pero entonces dió a luz una princesa. Y
las dos hermanas, cuyo odio, lejos de saciarse, les había hecho pro yectar la perdición irremisible de su
hermana menor, hicieron sufrir a la niña el mismo trato. Pero fué recogida por el intendente de co razón
compasivo, como los dos príncipes hermanos suyos, con los cua les se crió, educó y se vió atendida.
Pero aquella vez, cuando las dos hermanas, después de realizado su proyecto, exhibieron, en lugar de
la niña recién nacida, una peque ña rata ciega, el sultán, a pesar de toda su magnanimidad, no pudo
contenerse por más tiempo, y exclamó: "¡Alah maldice mi raza por culpa de la mujer con quien me he
casado! ¡Escogí un monstruo para madre de mi posteridad! ¡Sólo la muerte podrá librar de él a mi mo -
rada!" Y pronunció la sentencia de muerte de la sultana, y mandó a su portaalfanje que cumpliera su
misión. Pero cuando vió bañada en lágrimas ante él y presa de un dolor sin límites a la que su corazón
había amado, el sultán sintió que se apoderaban de él una gran pie dad. Y volviendo la cabeza, ordenó que
la alejaran y la encerraran para el resto de sus días en una mazmorra en lo último del palacio. Y dejó de
verla desde aquel momento, abandonándola a sus lágrimas. Y la pobre madre hubo de conocer todos los
dolores de la tierra.
Y las dos hermanas gozaron todas las alegrías del odio satisfecho, y pudieron saborear sin amargura
en adelante los manjares y reposte rías que confeccionaban sus esposos.
Pasaron los días y los años con igual rapidez sobre la cabeza de los inocentes que sobre la cabeza de
los culpables, llevando a unos y a otros lo que les tenía deparado su destino, y he aquí que cuando
llegaron a la adolescencia los tres hijos adoptivos del intendente de los jardines, se convirtieron en un
deslumbramiento de los ojos. Y se llamaban: el mayor Farid, el segundo Faruz y la niña Farizada, y era
Farizada una sonrisa del cielo mismo. Sus cabellos eran de oro por un lado y de plata por otro; sus
lágrimas, cuando llora ba, eran un gotear de perlas; sus risas, cuando reía, eran dinares de oro
tintineantes, y sus sonrisas, botones de rosa abriendo en sus la bios bermejos.
Por eso, cuantos se acercaban a ella, así su padre como su madre y sus hermanos, no podían por
menos, cuando la llamaban por su nombre, diciendo: "¡Farizada!" de añadir: "¡la de sonrisa de rosa!";
pero lo más frecuente era que la llamasen sencillamente "La de son risa de rosa". Y todos se maravillaban
de su belleza, de su sabiduría, de su amabilidad, de su destreza en los ejercicios cuando montaba a
caballo para acompañar a sus hermanos en la caza, tirar con el arco y lanzar la barra o la azagaya; de la
elegancia de sus maneras, de sus conoci mientos en poesía y en ciencias ocultas y del esplendor de su
cabellera, que era de oro por un lado y de plata por otro. Y al verla tan her mosa, a la par que tan
perfecta, las amigas de su madre lloraban de emoción.
Y así fué como crecieron los pequeñuelos del intendente de los jardines del rey. Y aquel hombre no
tardó en llegar a la última vejez, rodeado del afecto y del respeto de los niños y con los ojos refrescados
por su hermosura. Y pronto precedióle en la misericordia del Retribui dor su esposa, que ya había vivido
lo que le correspondía de vida. Y aquella muerte fué para todos ellos causa de tanto pesar y tanta pena,
que el intendente no pudo determinarse a habitar por más tiempo en la casa donde la difunta fué el
manantial de su serenidad y de su dicha. Y se arrojó a los pies del sultán y le suplicó que se dignase
relevarle de las funciones que llevaba a cabo entre sus manos desde hacía largos años. Y el sultán, muy
apenado por el alejamiento del servidor tan fiel, accedió a su petición con mucho sentimiento. Y no le
dejó partir hasta que le hubo hecho don de un magnífico dominio próximo a la ciudad, con grandes
dependencias de tierras laborables, de bosques y praderas, con un palacio ricamente amueblado, con un
jardín de arte perfecto trazado por el propio intendente y con un par que de vasta extensión cercado por
altas murallas y poblado con pá jaros de todos colores y animales salvajes y domésticos.
Allá se fué aquel hombre de bien a vivir retirado con sus hijos adoptivos. Y allá, rodeado de sus
cuidados afectuosos, finó en la paz de su Señor. ¡Alah le tenga en su compasión! Y le lloraron sus hijos
adoptivos como jamás se lloró a padre alguno. Y se llevó con él, bajo la losa que no se abre, el secreto
del nacimiento de los niños, del cual, por otra parte, sólo estaba enterado a medias.
Y en aquel dominio maravilloso continuaron viviendo los dos ado lescentes en compañía de su
hermana menor. Y como se les había hecho observar los principios de la honradez y la sencillez, no
tenían otro anhelo ni otra ambición que continuar, durante toda su existencia, vi viendo en aquella unión
perfecta y en medio de aquella existencia tranquila.
Farid y Faruz iban de caza con frecuencia a los bosques y prade ras que circundaban sus dominios. Y
a Farizada la de sonrisa de rosa le gustaba sobre todo recorrer sus jardines. Y un día, cuando se dis ponía
a ir allá, como tenía por costumbre, fueron sus esclavas a decirle que una buena vieja de rostro señalado
por la bendición solicitaba la merced de descansar una hora o dos a la sombra de aquellos hermosos
jardines. Y Farizada, cuyo corazón era tan compasivo como hermosa su alma y bello su rostro, quiso
recibir por sí misma a la buena vieja. Y le ofreció de comer y beber, y le presentó una fuente de
porcelana con hermosas frutas, reposterías, confituras secas y confituras en su jugo. Tras de lo cual la
llevó a sus jardines, sabedora de que siempre es provechoso hacer compañía a las personas de
experiencia y oír las palabras que dicta la sabiduría.
Y se pasearon juntas por los jardines. Y Farizada la de sonrisa de rosa ayudaba a andar a la buena
vieja. Y llegadas que fueron ambas al árbol más hermoso de los jardines, Farizada la hizo sentarse a la
sombra de aquel hermoso árbol. Y en el transcurso de la conversación acabó por preguntar a la vieja qué
le parecía el sitio en que estaba y si lo encontraba de su agrado.
Entonces, tras de reflexionar una hora de tiempo, la vieja levantó la cabeza y contestó: "En verdad
¡oh mi señora! que me he pasado la vida recorriendo las tierras de Alah, a lo ancho y a lo largo, y nunca
descansé en un sitio más delicioso. ¡Pero, ¡oh mi señora! ya que eres única en al tierra, como la luna y el
sol lo son en el cielo, quisiera que tuvieses en este hermoso jardín, a fin de que también fuese único en su
especie, las tres cosas incomparables que le faltan!" Y Farizada la de sonrisa de rosa quedó
extremadamente asombrada al saber que a su jardín le faltaban tres cosas incomparables, y dijo a la
vieja: "¡Por favor, mi buena madre, date prisa a decirme, para que yo lo sepa, cuáles son esas tres cosas
incomparables que ignoro!" Y contestó la vieja: ";0h mi señora! para corresponder a la hospitalidad que
acabas de ejercer con corazón tan compasivo para una vieja descono cida, voy a revelarte la existencia de
esas tres cosas".
Se calló un instante todavía; luego dijo:
"Has de saber, pues, ¡oh mi señora! que, si en estos jardines se hallara la primera de esas tres cosas
incomparables, vendrían a mirarla todos los pájaros de estos jardines, y al verla, cantarían a coro.
Porque ruiseñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, ¡oh mi señora! y todas las
especies infinitas de los pájaros, reconocerían la supremacía de su hermosura. ¡Y es ¡oh mi señora!
Bulbul el-Hazar, el Pájaro que habla!
"Si tuvieras en tus jardines la segunda de esas cosas incompara bles, ¡oh mi señora! la brisa que hace
cantar a los árboles de estos jardines se detendría para escucharla; y los laúdes y las arpas y las guitarras
de estas moradas verían romperse sus cuerdas. Porque la brisa que hace cantar a los árboles de los
jardines, los laúdes y las arpas y las guitarras ¡oh mi señora! reconocen la supremacía de su hermosura.
¡Y es el Arbol que canta! Pues ni la brisa en los árboles, ¡oh mi señora! ni los laúdes, ni las arpas, ni las
guitarras producen una armonía comparable al concierto de las mil bocas invisibles que hay en las hojas
del Arbol que canta.
"Y si tuvieras en tus jardines la tercera de estas cosas incompa rables, ¡oh mi señora! todas las aguas
de estos jardines detendrían su rumoroso curso y la contemplarían. Porque todas las aguas, las de la
tierra y las de los mares, las de los jardines, reconocen la supremacía de su hermosura. ¡Y es el Agua
Color de Oro! Pues si en un estanque vacío ¡oh mi señora! se vierte solamente una gota de esa agua, se
hincha y crece, multiplicándose en surtidores de oro, y no cesa de brotar y caer, sin que el estanque se
desborde nunca. Y con esa agua toda de oro y transparente como el topacio transparente, es con la que
gusta de aplacar su sed Bulbul el-Hazar, el Pájaro que habla; y en esa agua toda de oro y tan fresca como
fresco es el topacio, es en la que gustan de remojarse las mil bocas invisibles del Arbol de hojas
cantarinas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 776ª noche
Ella dijo:
"...las mil bocas invisibles del Arbol de hojas cantarinas".
Y tras de hablar así, añadió la vieja: "¡Oh mi señora, oh prin cesa! si tuvieras en tus jardines esas
cosas maravillosas, exaltarían tu belleza, ¡oh propietaria de una cabellera de esplendor!"
Cuando Farizada la de sonrisa de rosa hubo oído estas palabras de la vieja, exclamó: "¡Oh rostro de
bendición, madre mía, cuán ad mirable es todo eso! ¡Pero no me has dicho en qué lugar se hallan esas tres
cosas incomparables!" Y contestó la vieja, incorporándose para marcharse: "¡Oh mi señora! esas tres
maravillas, dignas de tus ojos, se encuentran en un paraje situado hacia los confines de la India. Y el
camino que allá conduce pasa precisamente por detrás de este palacio que habitas. Si quieres, pues,
enviar allí a alguno para que te las busque, no tienes más que decirle que siga ese camino du rante veinte
días, y al vigésimo día pregunte al primer transeúnte con quien se encuentre: «¿Dónde están el Pájaro que
habla, el Arbol que canta y el Agua Color de Oro?» Y el transeúnte no dejará de infor marle acerca del
particular. ¡Y pluguiera a Alah remunerar tu alma generosa con la posesión de esas cosas creadas para tu
belleza! Uassa lam, ¡oh bienhechora, oh bendita!"
Y tras de hablar así, la vieja acabó de envolverse en sus velos, y se retiró murmurando bendiciones.
Ya había desaparecido la anciana, cuando Farizada, vuelta del en sueño en que teníala sumida la
revelación de aquellas cosas tan extra ordinarias, quiso llamarla de nuevo y correr en pos de ella para
pedirle informes más precisos acerca del lugar que las encubría y de los me dios para llegar allí. Pero al
ver que era demasiado tarde, se puso a repetir palabra por palabra las escasas indicaciones que había
oído, a fin de no olvidarse de nada. Y con ello sentía crecer en su alma el deseo irresistible de poseer o
solamente de ver tales maravillas, por mucho que procurara no pensar más en ellas. Y empezó a recorrer
entonces las avenidas de sus jardines y los rincones familiares que le eran tan queridos; pero le
parecieron exentos de encanto y pletóricos de aburrimiento; y encontró inoportunas las voces de sus
pájaros, que saludaban al pasar.
Y Farizada la de sonrisa de rosa se puso muy triste y lloró ca minando por las avenidas. Y las
lágrimas que derramaba dejaban en la arena tras ella un reguero de gotas de sus ojos cuajadas en perlas.
Entretanto regresaron de la caza sus hermanos Farid y Faruz, y como no encontraron a su hermana
Farizada en el bosque de los jar dines, donde, por lo general, esperaba su vuelta, apenáronse por aque lla
negligencia y dedicáronse a buscar a la joven. Y sobre la arena de las avenidas vieron las perlas
cuajadas de sus ojos, y se dijeron: "¡Oh qué triste está nuestra hermana! ¿Y qué motivo de pena habrá
anidado en su alma para hacerla llorar así?" Y siguieron sus huellas, guiados por las perlas de las
avenidas, y la hallaron bañada en lágrimas en el fondo de la espesura. Y corrieron a ella y la besaron y la
acariciaron para calmar su alma querida. Y le dijeron: "¡Oh hermana Farizada! ¿dónde están las rosas de
tu alegría y el oro de tu buen humor? Respóndenos, ¡oh hermana!"
Farizada les sonrió, porque les quería; y en sus labios nació de pronto un leve botón de rosa
enrojecido; y les dijo: "¡Oh hermanos míos!" Y no se atrevió a decir más, muy avergonzada de su primer
deseo. Y ellos le dijeron: "¡Oh Farizada la de sonrisa de rosa, oh hermana nuestra! ¿qué emociones
desconocidas turban así tu alma? ¡Cuéntanos tus penas, si es que no dudas de nuestro cariño!" Y Farizada,
decidiéndose por fin a hablar, les dijo: "¡Oh hermanos míos! ¡ya no me gustan mis jardines!" Y rompió a
llorar, y de sus ojos desbordaron las perlas. Y como ellos callaron, inquietos y entristecidos por noticia
tan grave, les dijo: "¡Oh! ¡ya no me gustan mis jardines! ¡Les falta el Pájaro que habla, el Arbol que canta
y el Agua Color de Oro!"
Y dejándose arrastrar de pronto por la intensidad de su deseo, Farizada contó sin interrupción a sus
hermanos la visita de la buena vieja, y con acento excitado en extremo, les explicó en qué consistía la
excelencia del Pájaro que habla, del Arbol que canta y del Agua Color de Oro.
Cuando la hubieron escuchado, sus hermanos llegaron al límite del asombro, y le dijeron: "¡Oh
bienamada hermana nuestra! calma tu alma y refresca tus ojos. Porque aunque esas cosas estuvieran en la
inaccesible cima de la montaña Kaf, iríamos a conquistarlas para ti. Pero para facilitar nuestras
pesquisas, ¿podrás decirnos solamente en qué lugar nos es posible encontrarlas?" Y Farizada, muy
ruborosa de haber expresado así su primer deseo, les explicó lo que sabía con respecto al paraje en que
debían hallarse aquellas cosas Y añadió: "¡Eso, y nada más, es cuanto sé!" Y exclamaron a la vez ambos
hermanos: "¡Oh hermana nuestra! ¡vamos a partir en busca de esas cosas!" Pero ella les gritó asustada:
"¡Oh, no! ¡oh, no! ¡No partáis!"
Farid, el mayor, dijo: "Tu deseo está por encima de nuestra cabeza y de nues tros ojos, ¡oh Farizada!
Pero a quien corresponde realizarlo es sólo a mí, que soy el mayor. ¡Todavía está ensillado mi caballo, y
me con ducirá sin cansarse a los confines de la India, donde se hallan esas tres maravillas, que he de
traerte, si Alah quiere!" Y encaróse con su her mano Faruz, y le dijo: "Tú, hermano mío, te quedarás aquí
para velar por nuestra hermana durante mi ausencia. ¡Porque no conviene que la dejemos completamente
sola en la casa!" Y corrió en aquel mismo ins tante en busca de su caballo, saltó a lomos del bruto, e
inclinándose, besó a su hermano Faruz y a su hermana Farizada, la cual le dijo toda desolada: "¡Oh
hermano mayor! por favor abandona ese viaje lleno de peligros, y apéate del caballo. ¡Antes que sufrir
con tu ausen cia prefiero no ver ni poseer nunca al Pájaro que habla, al Arbol que canta y al Agua Color
de Oro!" Pero Farid le dijo, volviéndola a besar: "¡Oh hermana mía! desecha tus temores, pues mi
ausencia no será de larga duración, y con ayuda de Alah no me ocurrirá ningún contratiempo ni nada
enfadoso en este viaje. ¡Y además, con objeto de que no te atormente la inquietud durante mi ausencia,
toma este cu chillo que te confío!" Y se sacó del cinturón un cuchillo que tenía el mango incrustado con las
primeras perlas vertidas por los ojos de Fa rizada en la niñez, y sé lo entregó, diciendo: "Este cuchillo ¡oh
Fari zada! te dará cuenta de mi estado. Sácalo de la vaina de cuando en cuando, y examina la hoja. Si la
ves tan limpia y brillante como está en este momento, será prueba de que sigo con vida y lleno de salud;
pero si la ves empañada y mohosa, has de saber que me ha ocurrido un grave contratiempo o que estoy
cautivo; y si ves que gotea sangre, ¡ten la certeza de que ya no me cuento entre los vivos! ¡Y en ese caso,
tú y mi hermano invocaréis para mí la compasión del Altísimo!" Dijo, y sin querer escuchar más, partió
al galope de su caballo por el camino que conducía a la India.
Durante veinte días y veinte noches viajó por soledades en que no había más presencia que la de la
hierba verde y la de Alah. Y al vigésimo día de su viaje llegó a cierta pradera al pie de una montaña.
Y en aquella pradera había un árbol. Y a la sombra de aquel árbol es taba sentado un jeique muy
viejo. Y el rostro de aquel jeique tan viejo desaparecía por completo bajo sus largos cabellos, bajo los
mechones de sus cejas y bajo los pelos de una barba que era prodigiosa y blanca como la lana recién
cardada. Y sus brazos y sus piernas eran de una delgadez extremada. Y sus manos y sus pies terminaban
en uñas de una longitud extraordinaria Y con la mano izquierda desgranaba un rosario, en tanto que la
mano derecha la tenía inmóvil a la altura de su frente, con el índice levantado, con arreglo al rito, para
atestiguar la Unidad del Altísimo. Y era, a no dudar, un viejo asceta retirado del mundo quién sabe desde
qué tiempos desconocidos.
Y como precisamente él era el primer hombre con quien se encon traba en aquel vigésimo día de su
viaje, el príncipe Farid echó pie a tierra, y teniendo su caballo de la brida avanzó hasta el jeique, y le
dijo: "La zalema contigo, ¡oh santo hombre!" Y el anciano le devolvió su zalema, pero con una voz tan
apagada por el espesor de su bigote y de su barba, que el príncipe Farid no pudo percibir más que
palabras ininteligibles.
Entonces el príncipe Farid, que sólo se había detenido para pedir informes sobre lo que iba a buscar
tan lejos de su país, se dijo: "¡Es preciso que le entienda!" Y sacó de su zurrón de viaje unas tijeras, y
dijo al jeique: "¡Oh venerable tío! ¡permíteme que te preste algunos cuidados, de los cuales no has tenido
tiempo de ocuparte por ti mismo, sumido como estás sin cesar en pensamientos de santidad!" Y como el
viejo jeique no opusiera negativa ni resistencia, Farid empezó a cortarle y a arreglar a su antojo la barba,
el bigote, las cejas, los ca bellos y las uñas, de modo y manera que el jeique quedó con ello rejuvenecido
en veinte años por lo menos. Y tras de prestar este ser vicio al anciano, le dijo, como es costumbre entre
los barberos: "¡Que te sirva de frescura y de delicia!"
Cuando el viejo jeique sintióse de tal suerte aliviado de cuanto le abrumaba el cuerpo, se mostró en
extremo satisfecho, y sonrió al viajero. Luego le dijo, con voz más clara ya que la de un niño: "Alah haga
descender sobre ti sus bendiciones ¡oh hijo mío! por el beneficio que este anciano te debe. ¡También yo,
quienquiera que seas, ¡oh via jero de bien! estoy dispuesto a ayudarte con mis consejos y con mi
experiencia!" Y Farid apresuróse a contestarle: "Vengo desde muy lejos en busca del Pájaro que habla,
del Arbol que canta y del Agua Color de Oro. ¿Puedes decirme, pues, en qué lugar me será posible
encontrarlos? ¿0 acaso no sabes nada de esas cosas?"
Al oír estas palabras del joven viajero, el jeique cesó de desgra nar su rosario, de tan emocionado
como se hallaba. Y no contestó. Y Farid le preguntó: "Mi buen tío ¿por qué no hablas? ¡Para que no se
enfríe aquí mi caballo, date prisa a decirme si sabes lo que te pre gunto o si no lo sabes!" Y acabó el
jeique por decirle: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! conozco el lugar en que se encuentran esas tres cosas y el
camino que allá conduce. ¡Pero tan grande es a mis ojos el servi cio que me has prestado, que no puedo
decidirme a exponerte, en cambio, a los peligros terribles de semejante empresa!" Luego añadió: "¡Ah!
¡hijo mío, mejor será que te apresures a volver sobre tus pasos y a regresar a tu país!" Y dijo Farid, lleno
de arrestos: "Mi buen tío, indícame únicamente el camino que tengo que seguir, y no te preocu pes de lo
demás. i Porque Alah me ha dotado de brazos que saben defender a su propietario!" Y preguntó con
lentitud el jeique: "¿Pero cómo van a defenderte contra lo Invisible, ¡oh hijo mío! máxime cuan do Los de
lo Invisible son millares y millares?"
Farid meneó la ca beza y contestó: "No hay fuerza ni poder más que en Alah el Exaltado, ¡oh
venerable jeique! ¡Al cuello llevo mi destino, y si lo rehuyera me perseguiría! ¡Dime, pues, ya que lo
sabes, qué tengo que hacer! ¡Y con ello harás que te quede muy reconocido!"
Cuando el Anciano del Arbol vió que no podía disuadir de su propósito al joven viajero, metió la
mano en un saco que llevaba col gado a la cintura y extrajo de él una bola de granito rojo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 777ª noche
Ella dijo:
"...Cuando el Anciano del Arbol vió que no podía disuadir de su propósito al joven viajero, metió la
mano en un saco que llevaba colgado de la cintura y extrajo de él una bola de granito rojo. Y ofreció esta
bola al viajero, diciéndole: "Ella te conducirá donde tiene que conducirte. Monta a caballo y arrójala
delante de ti. Rodará y tú la seguirás hasta el paraje en que se pare. Entonces echarás pie a tierra y atarás
tu caballo por la brida a esta bola, y el animal no se moverá del sitio en que le dejes hasta tu vuelta. Y
treparás a esa montaña cuya cima se divisa desde aquí. Y a tu paso verás por todas partes grandes
piedras negras, y oirás voces que no son las voces de los torrentes ni las de los vientos en los abismos,
sino voces de Los de lo Invisible. Y te gritarán palabras que hielan la sangre de los hombres. Pero no las
escuches. Porque si vuelves la cabeza, para mirar detrás de ti mientras te llaman tan pronto de cerca
como de lejos, en el mismo instante te convertirás en una piedra negra semejante a las piedras ne gras de
la montaña; pero si resistiendo a esa llamada llegas a la cima, encontrarás allí una jaula, y en la jaula al
Pájaro que habla. Y le dirás «La zalema contigo, ¡oh Babul el-Hazar! ¿Dónde está el Arbol que canta?
¿Dónde está el Agua Color de Oro?» Y el Pájaro que habla te responderá: «¡Uassalam!"
Y tras de hablar así, el jeique lanzó un profundo suspiro. Y nada más.
Entonces Farid apresuróse a montar a caballo; y con todas sus fuerzas arrojó ante sí la bola. Y la bola
de granito rojo rodó, rodó, rodó. Y al caballo de Farid, que era un relámpago entre los corredores, le
costaba trabajo seguirla por entre las breñas que franqueaba, las zanjas que saltaba y los obstáculos que
salvaba. Y continuó la bola rodando así, con una velocidad no interrumpida, hasta que tropezó con los
primeros peñascos de la montaña. Entonces se detuvo.
Y el príncipe Farid se apeó del caballo, y enrolló la brida en la bola de granito. Y el caballo se
inmovilizó sobre sus cuatro patas, y no se meneó más que si estuviese clavado al suelo.
Al punto el príncipe Farid comenzó a escalar la montaña. Y en un principio no oyó nada. Pero a
medida que iba subiendo veía cubrirse el suelo de bloques de basalto negro que semejaban figuras
humanas petrificadas. Y no sabía que eran los cuerpos de los jóvenes señores que le precedieron en
aquellos lugares de desolación Y de pronto dejóse oír entre las rocas un grito, cual jamás en su vida lo
había oído el príncipe, y que fué seguido de otros gritos, a derecha y a izquierda, que nada tenían de
humano. Y no eran los aullidos de los vientos salvajes en las soledades, ni los mugidos de las aguas de
los torrentes, ni el ruido de las cataratas que se despeñan en los abismos, pues eran las voces de Los de
lo Invisible. Y decían unas: "¿Qué quieres? ¿Qué quieres?" Y decían otras: "¡Detenedle! ¡Ma tadle!" Y
decían otras: "¡Empujadle! ¡Tiradle!" Y se burlaban de él otras, gritando: "¡Huy! ¡Huy! ¡Joven! ¡Joven!
¡Huy! ¡Huy! ¡Huy! i Ven! ¡Ven!"
Pero el príncipe Farid continuó subiendo constantemente, sin de jarse engañar por aquellas voces. Y
tan numerosas y tan terribles hi ciéronse las voces bien pronto, y su aliento le pasaba a veces tan cerca del
rostro al joven, y resultaba tan espantoso aquel estrépito a derecha y a izquierda, por delante y por detrás,
y eran tan amenazadoras, y tan apremiante hacíase su llamamiento, que, a pesar suyo el príncipe Farid
tuvo una vacilación, y olvidando la advertencia del Anciano del Arbol, volvió la cabeza al sentir el
aliento más fuerte de una de las veces. Y en el mismo momento resonó un espantoso aullido lanzado por
millares de voces y seguido de un silencio prolongado. Y el príncipe Farid quedó convertido en piedra
de basalto negro.
Y al pie de la montaña sucedióle lo propio al caballo, que hubo de quedar convertido en bloque
informe. Y la bola de granito rojo de nuevo emprendió, rodando, el camino del Arbol del Anciano.
Y he aquí que aquel día, como tenía por costumbre, la princesa Farizada sacó el cuchillo de la vaina,
que llevaba constantemente al cinto. Y se puso pálida y temblorosa al ver la hoja, limpia y brillante
todavía la víspera, toda empañada y enmohecida entonces. Y desplo mándose en los brazos del príncipe
Faruz, que acudió al llamarle ella, exclamó: "¡Ah! ¿dónde estás, hermano mío? ¿Por qué te dejé partir?
¿Qué ha sido de ti en esos países extranjeros? ¡Desgraciada de mí! ¡Oh culpable Farizada, ya no te
quiero!" Y los sollozos la sofocaban e hinchaban su pecho. Y el príncipe Faruz, no menos afligido que su
hermana, se puso a consolarla; luego le dijo: "Lo pasado, pasado, ¡oh Farizada! pues todo lo que está
escrito debe ocurrir. Ahora me toca a mí ir en busca de nuestro hermano, y traerte, al mismo tiempo, las
tres cosas que han ocasionado el cautiverio a que debe estar él reducido en este momento. Y exclamó
Farizada, suplicante: "No, no, por favor, no partas, si ha de ser para ir en busca de lo que ha deseado mi
alma insaciable ¡Oh hermano mío! ¡si te ocurriera algún contratiempo moriría yo!" Pero estas quejas y
lágrimas no disuadie ron de su resolución al príncipe Faruz. Y montó a caballo, y después de decir adiós
a su hermana le dió un rosario de perlas hecho con las segundas lágrimas que lloró Farizada en la niñez, y
le dijo: "¡Si estas perlas ¡oh Farizada! cesaran de correr unas tras otras entre tus dedos y pareciera que
estaban pegadas, sería señal de que había yo su frido la misma suerte que nuestro hermano!" Y Farizada,
muy triste, dijo, besándole: "¡Haga Alah, ¡oh bienamado hermano mío! que no sea así! ¡Y ojalá regreses a
la morada con nuestro hermano mayor!" Y el príncipe Faruz emprendió a su vez el camino que conducía a
la India.
Y al vigésimo día de su viaje encontró al Anciano del Arbol, que estaba sentado, como le había visto
el príncipe Farid, con el índice de la mano derecha alzado a la altura de su frente. Y después de las za -
lemas, el anciano, al ser interrogado, informó al príncipe de la suerte de su hermano e hizo cuanto pudo
para disuadirle de su propósito. Pero ,al ver que de nada servía su insistencia, le entregó la bola de
granito rojo. Y ésta le condujo al pie de la montaña fatal.
Y el príncipe Faruz se aventuró resueltamente por la montaña, y a su paso alzáronse las voces, pero él
no las escuchaba. Y no respondía a las injurias, a las amenazas y a los llamamientos. Y había ya llegado a
la mitad de su ascensión, cuando de pronto oyó gritar tras él: "¡Her mano mío! ¡hermano mío! ¡no huyas de
mí!" Y olvidando toda prudencia, Faruz se volvió al oír esta voz, y al instante quedó convertido en
bloque de basalto negro.
Y desde su palacio, Farizada, que ni de día ni de noche abando naba el rosario de perlas, y sin cesar
pasaba las cuentas entre sus dedos, advirtió que no obedecían al movimiento que les imprimía ella, y vió
que estaban pegadas unas a otras. Y exclamó: "¡Oh pobres her manos míos, víctimas de mis caprichos!
¡iré a reunirme con vosotros!" Y reconcentró en sí misma todo su dolor, y sin perder el tiempo en
lamentaciones inútiles se disfrazó de caballero, se armó, se equipó, y partió a caballo, emprendiendo
igual camino que sus hermanos.
Y al vigésimo día se encontró con el viejo jeique sentado debajo del árbol al borde del camino. Y le
saludó con respeto, y le dijo: "¡Oh santo anciano, padre mío! ¿no has visto pasar, con intervalos de veinte
días, a dos señores jóvenes y hermosos que buscaban el Pájaro que habla, el Arbol que canta y el Agua
Color de Oro?" Y el anciano contestó: "¡Oh mi señora Farizada, la de sonrisa de rosa! les he visto y les
enseñé el camino. ¡Pero ¡ay! les han detenido en su empresa Los de lo Invisible, como antes que a ellos
les sucedió a tantos otros señores!"
Al ver que el santo hombre la llamaba por su nombre, Farizada llegó al límite de la perplejidad, y el
anciano le dijo: "¡Oh dueña del esplendor! no te engañaron quienes te han hablado de las tres cosas
incomparables en cuya busca vinieron tantos príncipes y señores. ¡Pero no te han dicho los peligros que
hay que arrostrar para intentar una aventura tan singular como la que tú persigues!" E hizo saber a
Farizada todo lo que se exponía al ir en busca de sus hermanos y de las tres maravillas. Y Farizada dijo:
"¡Oh santo hombre! ¡mi alma interior está toda turbada por tus palabras, porque es muy asus tadiza! ¿Pero
cómo voy a retroceder, si se trata de encontrar a mis her manos? ¡Oh santo hombre! escucha el ruego de
una hermana amante, e indícame los medios para librarles del encanto!" Y contestó el viejo jeique: "¡Oh
Farizada, hija de rey! he aquí la bola de granito que te pondrá sobre su pista. Pero no podrás librarles
hasta que te hayas apoderado de las tres maravillas. Y ya que expones tu alma sólo a causa del amor de
tus hermanos, y no impulsada por el deseo de con quistar lo imposible, lo imposible será esclavo tuyo.
Porque has de saber que ninguno entre los hijos de los hombres puede resistir al llamamiento de las
voces de lo Invisible. Por eso, para vencer a lo Invisible, hay que prevenirse de maña contra ello, pues la
fuerza es suya. ¡Y la maña de los hijos de los hombres vencerá a todas las fuer zas de lo Invisible!"
Cuando hubo hablado así, el Anciano del Arbol entregó la bola de granito rojo a Farizada; luego se
sacó del cinturón una vedija de lana, y dijo: "¡Con esta ligera vedija de lana ¡oh Farizada! vencerás a
todos Los de lo Invisible!" Y añadió: "Inclina hacia mí la gloria de tu cabeza, ¡oh Farizada !" Y ella
inclinó hacia el Anciano su cabeza con cabellos de oro por un lado y de plata por otro. Y dijo el
Anciano: "¡Con esta ligera vedija triunfe la hija de los hombres de las fuer zas de los que están en los
aires y de todas las emboscadas de lo Invisible!" Y partiendo en dos la vedija, metió a Farizada cada
mechón en una oreja, y con la mano le hizo seña de partir. Y Farizada dejó al Anciano, y arrojó con
ímpetu la bola en dirección a la montaña.
Y cuando hubo llegado a las primeras rocas, y echado pie a tierra avanzó hacia la altura, y a su paso
las voces alzáronse de entre los bloques de basalto negro con una algarabía espantosa. Pero ella apenas
oía un vago rumor, sin entender ninguna palabra y sin percibir ningún llamamiento, y por consiguiente no
experimentaba temor algu no. Y subió sin detenerse, aun cuando era muy delicada y sus pies no habían
hollado nunca más que la fina arena de las avenidas. Y llegó sin desfallecer a la cima de la montaña. Y en
medio de la explanada que había en la cumbre advirtió delante de ella una jaula de oro so bre un pedestal
de oro. Y vió en la jaula al Pájaro que habla.
Y Farizada se dirigió a él, y echó mano a la jaula, exclamando: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡Ya te tengo! ¡Ya te
tengo! ¡Y no te escaparás!" Y al propio tiempo se quitó, arrojándolos lejos de sí, los tapones de lana
inútiles a la sazón, que la habían hecho sorda a los llamamientos y a las amenazas de lo Invisible. Porque
ya habían muerto todas las voces de lo Invisible y dormía en la montaña un gran silencio.
Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonoridad, se elevó la voz del Pájaro que
habla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 779ª noche
Ella dijo:
"...Y del seno de aquel gran silencio, en la transparente sonori dad, se elevó la voz del Pájaro que
habla. Y con todas las armonías que atesoraba en sí, decía cantando en su lengua de pájaro:
¿Cómo, cómo
¡Oh Farizada, Farizada,
La de sonrisa de rosa!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¿Cómo podré
Tener ganas
¡Oh noche! ¡Los ojos!
de escapar?
¡Ah, ah! - ¡Oh noche!
¡Yo sé, yo sé
Mejor que tú, mejor que tú
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Ah, ah! - ¡Ah, ah!
¡Los ojos! ¡oh noche! ¡Los ojos!
Mejor que tú, sé yo
Quién eres, quién eres,
Quién eres, quién eres,
Farizada, Farizada!
¡Los ojos! ¡los ojos! ¡los ojos!
¡Farizada, Farizada!
¡Tu esclavo soy,
Tu esclavo fiel,
Farizada, Farizada!
Así cantó ¡oh laúdes! el Pájaro que habla. Y Farizada, entusias mada hasta el límite del entusiasmo,
olvidó con ello sus penas y fatigas; y cogiendo la palabra al milagroso Pájaro que acababa de declararse
esclavo suyo, se apresuró a decirle: "¡Oh Bulbul el-Hazar, oh maravilla del aire! ¡si eres mi esclavo,
demuéstralo, demuéstralo!"
Y para responder, cantó Bulbul:
¡Farizada, Farizada,
ordena, ordena!
¡Porque oírte, porque oírte, porque oírte,
para mí es obedecerte!
Entonces Farizada le dijo que tenía que pedirle varias cosas, y empezó por rogarle que primero le
indicara dónde se encontraba el Arbol que canta. Y Bulbul le dijo con sus cánticos que se dirigiera a la
otra vertiente de la montaña. Y Farizada se dirigió a la vertiente opues ta a la que había franqueado, y
miró. Y vió en medio de aquella ver tiente un árbol tan inmenso, que hubiera podido su sombra cobijar
todo un ejército. Y se asombró ella con toda su alma, y no supo cómo tenía que arreglarse para
desarraigar y llevarse el tal árbol. Y Bulmul, que veía su perplejidad, le expresó, cantando, que no tenía
necesidad de desarraigar el añoso árbol, sino que bastaba con cortar la rama más pequeña y plantarla en
donde le pareciera, viéndola al punto echar raí ces y convertirse en un árbol tan hermoso como el que
veía. Y Farizada dirigióse al Arbol, y oyó el canto que se exhalaba de él. ¡Y comprendió que se hallaba
en presencia del Arbol que canta! Porque ni la brisa en los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las
arpas de Siria, ni las guitarras de Egipto, produjeron jamás una armonía comparable al con cierto de las
mil bocas invisibles que había en las hojas de aquel Arbol músico.
Y cuando Farizada, repuesta ya del entusiasmo en que la había sumido aquella música, cogió una
rama del Arbol que canta, regresó al lado de Bulbul y le rogó que le indicara dónde estaba el Agua Color
de Oro. Y el Pájaro que habla le dijo que se dirigiera hacia Occidente y fuera a mirar detrás de la roca
azul que vería allí. Y Farizada se diri gió hacia Occidente, y vió una roca de turquesa tenue. Y echó a
andar por aquel lado, y detrás de la roca de turquesa tenue vió surgir un mi núsculo arroyuelo semejante a
oro en fusión. Y aquel agua, toda de oro, del arroyuelo emanado por la roca de turquesa, era más
admirable todavía por ser transparente y fresca como el agua misma de los topacios.
Y en la roca, dentro de una cavidad, había un ánfora de cristal. Y Farizada cogió el ánfora y la llenó
de agua espléndida. Y regresó al lado de Bulbul, con el ánfora de cristal al hombro y en la mano la rama
cantarina.
Y así fué como Farizada la de sonrisa de rosa poseyó las tres cosas incomparables.
Y dijo a Bulbul: "¡Oh el más hermoso! todavía me queda por ha certe un ruego. ¡Y para que accedieras
a él vine desde tan lejos en busca tuya!" Y como el Pájaro la invitase a hablar, dijo ella con tem blorosa
voz: "¡Mis hermanos, ¡oh Bulbul! mis hermanos!"
Cuando Bulbul oyó estas palabras se mostró muy preocupado. Por que sabía que no le era posible
luchar con Los de lo Invisible y sus encantamientos, y que incluso él estaba siempre sometido a ellos.
Pero pronto pensó que, puesto que la suerte había hecho triunfar a la prin cesa, podía en adelante sin
temor servirla con exclusión de sus antiguos amos.
Y en respuesta, cantó:
¡Con gotas, con gotas, con gotas
Del Agua del ánfora de cristal,
¡Oh Farizada, oh Farizada!
Con gotas, con gotas, con gotas,
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Riega, ¡oh rosa, oh rosa!
Con gotas, con gotas, con gotas,
¡Oh Farizada, oh Farizada!
Y Farizada cogió con una mano el ánfora de cristal y con la otra la jaula de oro de Bulbul y la rama
cantarina, y empezó a bajar por la vereda. Y en cuanto encontraba una piedra de basalto negro la ro ciaba
con algunas gotas de Agua Color de Oro. Y la piedra adquiría vida y se convertía en hombre. Y como no
dejó pasar ninguna sin hacer lo propio, recuperó de tal suerte a sus hermanos.
Y Farid y Faruz, libertados así, corrieron a besar a su hermana. Y todos los señores, a quienes ella
había sacado de su sueño de piedra, fueron a besarle la mano. Y se declararon esclavos suyos. Y bajaron
a la llanura todos juntos y de nuevo montaron en sus caballos cuando Farizada les hubo librado del
encanto también. Y se encaminaron al lugar en que estaba el Arbol del Anciano. Pero el Anciano ya no
estaba en la pradera, y el Arbol ya no es taba tampoco en la pradera. Y como Farizada le interrogase,
contestó Bulbul con voz que se tornó grave de pronto: "¿Para qué quieres ver otra vez al Anciano, j oh
Farizada!? Ha prestado a la hija de los hom bres la enseñanza que encierra la vedija de lana que triunfa de
las voces malas, de las voces odiosas, de las voces inoportunas y de todas las voces que turban el alma
íntima y la impiden llegar a las cumbres. Y al igual que el maestro queda oscurecido por su enseñanza, el
Anciano del Arbol ha desaparecido cuando te ha transmitido su sabiduría, ¡oh Farizada! Y en lo sucesivo
no se adueñarán de tu alma los males que afligen a la mayoría de los hombres. Porque ya no entregarás tu
alma a los acontecimientos exteriores, que sólo existen para quien se ocupa de ellos. ¡Y has aprendido a
conocer la serenidad, que es madre de todas las bienandanzas!"
Así se expresó el Pájaro que habla, en el paraje donde se alzaba antes el Arbol del Anciano. Y todos
se maravillaron de la belleza de su lenguaje y de la profundidad de sus pensamientos.
Y el grupo que servía de cortejo a Farizada continuó su camino. Pero pronto empezó a disminuir, pues
cuando uno tras otro encontraban el camino por donde habían llegado, los señores librados del encanto
por Farizada iban a reiterarle la expresión de su gratitud, y besándole la mano se despedían de ella y de
sus hermanos. Y en la noche del vigésimo día la princesa Farizada y los príncipes Farid y Faruz llegaron
con seguridad a su morada.
En cuanto echaron pie a tierra Farizada se apresuró a colgar la jaula en un boscaje de su jardín. Y no
bien Bulbul hubo lanzado la pri mera nota de su voz, todos los pájaros acudieron a mirarle, y al verle le
saludaron a coro. Porque risueñores y pinzones, alondras y currucas, jilgueros y tórtolas, y todas las
especies infinitas de los pájaros que ha bitan en los jardines, reconocieron al instante la supremacía de su
her mosura. Y en voz alta y en voz baja, a manera de almeas, acompañaron con su gorjeo aquellas
melopeas solitarias. Y siempre que daba fin a un trino bien hecho, manifestaban su entusiasmo con
aclamaciones llenas de armonía en el lenguaje de las aves.
Y Farizada se acercó al estanque grande de alabastro, donde tenía costumbre de mirarse los cabellos,
que eran de oro por un lado y de plata por otro, y vertió en él una gota del agua contenida en el ánfora de
cristal. Y la gota de oro se hinchó y creció y se multiplicó en chis peantes surtidores, y no cesó de brotar y
caer, llevando una frescura de gruta marina al aire incandescente.
Y con sus propias manos plantó Farizada la rama del Arbol que canta. Y al punto echó raíces la rama,
y en unos instantes se convirtió en un árbol tan hermoso como aquel de donde fué cogida. Y se exhaló de
él un canto tan lindo, que ni la brisa de los jardines de Persia, ni los laúdes indios, ni las arpas de Siria,
ni las guitarras de Egipto podrían producir aquella celeste armonía. Y para escuchar a las mil bocas invi -
sibles de las hojas musicales detuvieron su rumoroso curso los arroyos, callaron sus voces hasta las
aves, y recogió sus sedas la brisa vagabun da de las avenidas.
Y en la morada recomenzó una vida con días de dichosa monoto nía. Y Farizada reanudó sus paseos
por los jardines, deteniéndose lar gas horas a charlar con el Pájaro que habla, a escuchar al Arbol que
canta y a mirar al Agua Color de Oro. Y Farid y Faruz se entregaron a sus partidas de caza y a sus
cabalgatas.
Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo,
ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 780ª noche
Ella dijo:
"...Pero un día, en la selva, al pasar por una vereda tan estrecha que no pudieron separarse a tiempo,
ambos hermanos se encontraron con el sultán, que estaba cazando. Y a toda prisa apeáronse de los ca -
ballos y se prosternaron con la frente en tierra. Y el sultán, en el límite de la sorpresa al ver en aquella
selva a dos jinetes que no conocía y vestidos tan ricamente como los de su séquito, tuvo curiosidad por
ver les la cara, y les dijo que se levantaran. Y se pusieron de pie ambos hermanos, y se mantuvieron entre
las manos del sultán en una actitud llena de nobleza que cuadraba maravillosamente con su aspecto res -
petuoso. Y al sultán le conmovió su hermosura, y estuvo algún tiempo admirándoles sin hablar y
considerándoles desde la cabeza hasta los pies. Luego les preguntó quiénes eran y dónde vivían. Porque
su corazón sentíase atraído hacia ellos y se había emocionado. Y contestaron: "¡Oh rey del tiempo! somos
hijos de tu difunto esclavo el antiguo intendente de los jardines. ¡Y vivimos cerca de aquí, en la casa que
debemos a tu generosidad!" Y el sultán se alegró mucho de conocer a los hijos de su fiel servidor; pero le
asombró que no se hubiesen presentado en palacio hasta aquel día para formar parte de su séquito. Y
contestaron: "¡Oh rey del tiempo! ¡perdónanos porque hasta el día nos hayamos abstenido de presentarnos
entre tus generosas manos; pero tenemos una hermana, la menor de nosotros, que es la última
recomendación de nuestro padre y por la cual velamos con tanto cariño que no podemos pensar en
abandonarla!" Y el sultán quedó en extremo conmovido de aquella unión fraternal, y cada vez se felicitó
más por su encuentro, diciéndose: "¡Jamás hubiese creído que existieran en mi reino jóvenes tan cumpli -
dos y tan desprovistos de ambición a la vez!" Y sintió un deseo irre sistible de visitarles en su morada
para refrescarse mejor los ojos con su contemplación. Y así se lo manifestó en seguida a ambos jóvenes,
que respondieron con el oído y la obediencia, y se apresuraron a darle escolta. Y el príncipe Farid pronto
tomó la delantera para advertir a su hermana Farizada la llegada del sultán.
Y Farizada, que no tenía costumbre de recibir gente, no supo cómo comportarse para hacer
dignamente los honores de su casa al sultán. Y en esta perplejidad, no halló nada mejor que ir a consultar
a su amigo Bulbul, el pájaro que habla. Y le dijo: "¡Oh Bulbul! el sultán nos ha hecho el honor de venir a
ver nuestra casa, y debemos obsequiarle. ¡Date prisa en decirme cómo podremos corresponder de manera
que salga contento de nuestra casa!" Y contestó Bulbul: "¡Oh mi señora! Inútil es que la cocinera prepare
bandejas y bandejas de manjares. Porque no hay más que un plato que convega hoy al sultán, y es pre ciso
servírselo. ¡Y es un plato de cohombros rellenos de perlas!" Y Fa rizada quedó asombrada, y creyendo
que al Pájaro se le había trabado la lengua, exclamó: "¡Pájaro! ¡Pájaro! ¡No sabes lo que dices! ¡Co -
hombros rellenos de perlas! ¡Pero si eso es un guiso nunca oído! ¡Si el rey nos hace el honor de asistir a
una comida en nuestra casa, sin duda es para comer y no para tragar perlas! ¡Por lo visto, quieres de cir
"un plato de cohombros con relleno de arroz!, ¡oh Bulbul!" Pero el Pájaro que habla exclamó,
impaciente: "¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Nada de eso! ¡Relleno de perlas, de perlas, de
perlas! ¡Pero no de aroz, no de arroz, no de arroz!"
Y Farizada, que tenía plena confianza en el milagroso Pájaro, se apresuró a dar orden a la vieja
cocinera de preparar el plato de co hombros con perlas. Y como no faltaban perlas en la morada, no fué
difícil encontrarlas en una cantidad lo bastante grande para preparar el plato.
Entretanto hizo su entrada en el jardín el sultán, acompañado del príncipe Faruz. Y Farid, que le
esperaba en el umbral, le tuvo el estribo y le ayudó a echar pie a tierra. Y Farizada la de sonrisa de rosa,
con el rostro velado por primera vez (pues se lo había recomen dado Bulbul), fué a besarle la mano. Y el
sultán quedó en extremo conmovido de su gracia y de la pureza de jazmín que exhalaba toda ella, y al
pensar en su vejez sin posteridad, lloró. Luego dijo, bendi ciéndola: "¡Quien deja posteridad no muere!
¡Alah te conceda ¡oh padre de tan hermosos hijos! un sitio escogido a Su diestra entre los
Bienaventurados!" Después añadió, posando de nuevo sus miradas en Farizada, inclinada: "iY tú, ¡oh hija
de mi servidor, oh tallo perfumado! condúcenos a algún sombrajo delicioso que nos resguarde del calor!"
Y precedido por la temblorosa Farizada, y seguido de ambos hermanos el sultán echó a andar en pos
de la frescura.
¡Y lo primero que hirió los ojos del sultán Khosru Schah fue el surtidor de Agua Color de Oro. Y se
detuvo un momento a mirarlo con admiración, y exclamó: "¡Agua maravillosa, la que tanto complace a la
vista!" Y se adelantó para contemplarla más de cerca, y de pronto percibió el concierto del Arbol que
canta. Y prestó oído entusiasmado a aquella música que caía del cielo, y estuvo largo rato escuchándola.
Luego exclamó. "¡Oh! ¡jamás oí semejante música!" Y cuando, para escucharla mejor, avanzaba en la
dirección por donde creía encontrar ía, he aquí que la música cesó, y un gran silencio adormeció todo el
jardín. Y del seno de aquel gran silencio se elevó la voz del Pájaro que habla, y con un cántico solitario,
brillante y entusiasta. Y decía: ``¡Bienvenido -el sultán- Khosrú Schah! ¡Bienvenido! ¡bienvenido!
¡bienvenido!" Y tras la última nota emitida por aquella voz que encantaba el aire todo el coro de pájaros
contestó en su lenguaje: "¡Bien venido! ¡bienvenido! ¡bienvenido!"
Y el sultán Khosrú Schah quedó maravillado de todo aquello, y su alma, ya tan conmovida por cuanto
había sentido en tan poco tiempo, llegó a una ternura sin límites. Y exclamó él: "¡He aquí la casa de la
dicha! ¡Oh! daría mi poderío y mi trono por habitar con vosotros, ¡oh hijos de mi intendente!" Luego,
cuando se disponía a interrogar a Farizada y a sus hermanos acerca de la procedencia de aquellas mara -
villas, de que no llegaba a darse cuenta exacta, le enseñaron el Arbol que canta y el Pájaro que habla. Y
Farizada le dijo: "¡En cuanto a la pro cedencia de estas maravillas, es una historia que contaré a nuestro
amo el sultán cuando descanse!"
E invitó al sultán a sentarse bajo el boscaje mismo que servía de cobijo a Bulbul, y adonde acababan
de servir la comida en una bandeja grande. Y el sultán se sentó bajo el boscaje en el sitio de honor. Y en
un plato de oro le ofrecieron los cohombros con perlas.
Y el sultán, a quien, por cierto, le gustaban mucho los cohombros rellenos, cuando los vió en el plato,
que por sí misma le ofrecía Fari zada, se emocionó con aquella atención que no esperaba. Pero no tardó
en llegar al límite del asombro al ver que, en vez de estar rellenos, como es corriente, con arroz y
alfónsigos, los cohombros estaban con. dimentados con perlas. Y dijo a Farizada y a sus hermanos: "¡por
vida mía! ¡qué novedad en el condimento de los cohombros! ¿y desde cuándo reemplazan las perlas al
arroz y a los alfónsigos?" y ya estaba Farizada a punto de soltar el plato y huir llena de confusión, cuando
el Pájaro que habla, levantando la voz, llamó al sultán por su nombre, diciéndole: "¡Oh amo nuestro
Khosrú Schah!" Y el sultán alzó la cabeza hacia el Pájaro, que continuó con voz grave:
"¡Oh amo nuestro Khosrú Schah! ¿Y desde cuándo pueden convertirse en ani males al nacer los hijos
de un sultán de Persia? ¡Si antaño ¡oh rey del tiempo! creíste cosa tan increíble, no tienes derecho a
asombrarte de cosa tan sencilla como la de hoy!" Luego añadió: "¡Acuérdate ¡oh amo nuestro! de las
palabras que hace veinte años oíste una noche en cierta morada humilde! ¡Si las olvidaste, ¡oh amo
nuestro! permite al esclavo de Farizada que te las repita!"
Y con voz semejante a la dulce habla de las vírgenes, el Pájaro dijo: "¡Oh hermanas mías! ¡cuando yo
sea la esposa del sultán le daré una posteridad bendita! ¡Porque los hijos que Alah hará nacer de nuestra
unión serán de todo punto dignos de su padre; y la hija que refrescará nuestros ojos será una sonrisa del
cielo mismo! ¡Sus cabellos serán de oro por un lado y de plata por otro; sus lágrimas, cuando llore, serán
perlas; sus risas, dinares de oro, y sus sonrisas, botones de rosa!"
Al oír estas palabras, el sultán escondió la cabeza entre las manos y empezó a sollozar. Y su antiguo
dolor se hizo más vivo que en los días amargos del pasado. Y todos los pensamientos acumulados en el
fondo de su alma desesperada afluyeron a su corazón de pronto, y lo des garraron.
Pero en seguida se elevó de nuevo la voz de Bulbul, cantarina de alegría. Y decía: "¡Levanta tus
velos, ¡oh Farizada! ante tu padre!"
Y Farizada, que no sabía desobedecer la voz de su amigo, se levantó los velos. Y con ellos se
desprendió la banda que sujetaba su cabellera. Y el sultán, al ver aquello, se incorporó con los brazos en
alto, dando un grito horrible. Y le gritó la voz de Bulbul: "Es tu hija, ¡oh rey!" Porque por un lado eran de
oro los cabellos de la joven y por el otro lado eran de plata; y en sus párpados había dos perlas de
júbilo, y en su boca un botón de rosa.
Y en el mismo momento miró el rey a los dos hermanos, que eran hermosos. Y se reconoció en ellos.
Y le gritó la voz de Bulbul: "Son tus hijos, ¡oh rey!"
Y mientras el sultán Khosrú Schah permanecía aún inmóvil de emoción, el Pájaro que habla le contó
rápidamente, así como a sus hijos, su verdadera historia, desde el principio hasta el fin, sin olvidar ni un
detalle. Pero no hay utilidad en repetirla.
Y antes de que acabara su relato, el sultán y sus hijos, reunidos unos en brazos de otros, mezclaban ya
sus lágrimas y sus besos. ¡Loores a Alah, el Magno, el Insondable, que reúne después de se parar!
Y cuando se repusieron un poco de su emoción, el sultán dijo: "¡Oh hijos míos, vamos a toda prisa en
busca de vuestra madre!" Pero ¡oh oyentes míos renunciemos a describir lo que pasó cuando la pobre
madre, que vivía solitaria en el fondo de su mazmorra, vol vió a ver a su esposo el sultán, y se reconoció
madre de Farizada la de sonrisa de rosa y de sus hermanos los dos jóvenes espléndidos. Y sean dadas
gracias Alah, cuya bondad es infinita y cuya justicia no defrauda nunca; a Alah, que hizo morir de rabia,
en el día del triunfo, a las dos hermanas envidiosas, y que deparó las más prolongadas delicias y la vida
llena de dicha al rey Khosrú Schah, a su es posa la sultana, al hermoso príncipe Farid, al hermoso
príncipe Faruz y al hermosa princesa Farizada, hasta que llegó la Separadora de ami gos y la Destructora
de sociedades. Y gloria a Aquel que en su eternidad no conoce la mudanza.
Y es ésta la maravillosa historia de Farizada la de sonrisa de rosa. ¡Pero Alah es más sabio!
Cuando Schehrazada hubo contado esta historia, la pequeña Do niazada exclamó: "¡Oh hermana mía!
¡cuán dulces y encantadoras y frescas y sabrosas son tus palabras! ¡Y qué admirable es esa historia!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Es verdad!"
Y Doniazada creyó ver hume decidos los ojos del rey, y dijo al oído de Schehrazada: "¡Oh hermana
mía! ¡veo como una lágrima en el ojo izquierdo del rey y como otra lágrima en su ojo derecho!"
Schehrazada miró al rey con una mi rada furtiva, sonrió, y dijo, besando a la pequeñuela: "¡Ojalá no
ex perimente el rey menos placer en oír la historia de Kamar y de la experta Halima!" Y dijo el rey
Schahriar: "¡No conozco esa historia, Schehrazada, y ya sabes que la aguardo y la deseo!"
Ella dijo: "¡Si Alah quiere, y si el rey me lo permite, la empezaré mañana". Y el rey Schahriar, que se
acordaba de la parábola de la verdadera ciencia, se dijo: "¡Tendré paciencia hasta mañana para oír esa
historia!".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
La pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía Schehrazada! ¡por Alah sobre ti, date prisa a
contarnos la Historia de Kamar y de la experta Halima!"
Y dijo Schehrazada:
Historia de Kamar y de la experta Halima
Cuentan que, en la antigüedad del tiempo -¡pero Alah es más sabio!-, existía un mercader muy
estimado, que se llamaba Abd el-Rahmán, y a quien Alah el Generoso había favorecido con una hija y un
hijo. Dió el nombre de Estrella-de-la-Mañana a la niña, en vista de su perfecta belleza, y de Kamar al
niño, por ser éste absolutamente como la luna. Pero cuando crecieron, el mercader Abd el-Rahmán, al ver
cuántos encantos y perfecciones les había concedido Alah, tuvo por ellos un miedo infinito al mal de ojo
de los envidiosos y a las argucias de los corrompidos, y los encerró en su casa, hasta la edad de catorce
años, sin permitirles ver a nadie, más que a la vieja esclava, que les cuidaba desde niños. Pero un día en
que, contra su costumbre, i el mercader Abd el-Rahmán parecía predispuesto a expansiones, su es posa,
madre de los niños, le dijo: "¡Oh padre de Kamar! he aquí que nuestro hijo Kamar acaba de llegar a su
nubilidad, y en adelante puede comportarse como los hombres. Pero tú no has reparado en ello. ¿Es una
muchacha o un muchacho? Di".
Y el mercader Abd el-Rahmán, extremadamente asombrado, le contestó: "¡Un muchacho!" Ella dijo:
"En ese caso, ¿por qué te obstinas en tenerle oculto a los ojos de todo el mundo, como si fuese una
muchacha, y no le llevas contigo al zoco, y le haces sentarse junto a ti en la tienda para que empiece a co -
nocer gente y la gente le conozca, y sepa así, por lo menos, que tienes un hijo capaz de sucederte y de
llevar a buen fin los negocios de venta y compra? De no ser así, cuando termine tu larga vida (¡pluguiera
a Alah concedértela sin fin!) ninguno sospechará la existencia de tu here dero, quien, por más que diga a
la gente: "¡Soy hijo del mercader Abd el-Rahmán!", verá que le contestan con una incredulidad indignada
y justificada: "¡No te hemos visto nunca! ¡Y nunca oímos decir que el mercader Abd el-Rahmán hubiese
dejado hijos ni nada que de lejos o de cerca se pareciese a un hijo!" ¡Y entonces ¡oh calamidad sobre
nuestra cabeza! el gobierno vendrá a incautarse de tus bienes y priva rá a tu hijo de lo que le
corresponde!" Y tras de hablar así, con mu cha animación, continuó en el mismo tono: "¡Y lo mismo
ocurre con nuestra hija Estrella-de-la-Mañana! ¡Yo quisiera darla a conocer a nuestras relaciones, en
espera de que sea pedida en matrimonio por la madre de algún joven de su condición, y podamos, a
nuestra vez, re gocijarnos con sus esponsales! ¡Porque el mundo ¡oh padre de Kamar! se compone de vida
y de muerte, e ignoramos cuál será el día de nues tro destino!"
Al oír estas palabras de su esposa, el mercader Abd el-Rahmán reflexionó una hora de tiempo; luego
levantó la cabeza, y contestó: "¡Oh hija del tío! nadie puede rehuir el destino atado a su cuello. ¡Pero bien
sabes que, si guardé así a nuestros hijos en la casa, fué sólo porque temía por ellos al mal de ojo! ¿A qué,
pues, reprochar me mi prudencia y olvidar mi solicitud?" Ella dijo: "¡Alejado sea el Maligno, el
Maléfico! Ruega al Profeta, ¡oh jeique!" El dijo: "¡La bendición de Alah sea con El y con todos los
suyos!" Ella insistió: "Y ahora pon tu confianza en Alah, que sabrá resguardar a nuestro hijo de las malas
influencias y del ojo nefasto. ¡Y por cierto que aquí tienes el turbante de seda blanca de Mossul que he
confeccionado para Kamar, y en el cual he tenido cuidado de coser el estuche de plata que guarda el
rollito de versículos santos, preservador de todo maleficio! ¡Puedes, por tanto, llevarte hoy sin
escrúpulos a Kamar para hacerle vi sitar el zoco y enseñarle por fin la tienda de su padre!" Y sin esperar
el asentimiento de su esposo, fué a buscar al muchacho, a quien ya se había cuidado de vestir con sus
mejores ropas, y le condujo entre las manos de su padre, que se dilató y se esponjó a su vista, y murmuró
"¡Maschalah! ¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡ya Kamar!" Luego, convencido por su
esposa, se levantó, le cogió de la mano, y salió con él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 781ª noche
Ella dijo:
"...se levantó, le cogió de la mano, y salió con él.
Y he aquí que, en cuanto franquearon el umbral de su casa y dieron algunos pasos por la calle, se
encontraron rodeados por los transeúntes que, al verlos, se paraban, turbados hasta el límite extre mo de
la turbación, a causa del adolescente y de su belleza, llena de condenación para las almas. Pero aun fué
más cuando llegaron a la puerta del zoco. Allí los transeúntes dejaron en absoluto de circular, y unos se
acercaban para besar las manos a Kamar, después de las zalemas al padre, y otros exclamaban: "¡Ya
Alah! ¡El sol sale por segunda vez esta mañana! ¡La tierna media luna de Ramadán brilla sobre las
criaturas de Alah! ¡La luna nueva aparece en el zoco hoy!" Y así se expresaban por doquiera, absortos de
admiración, y hacían votos por el adolescente, aglomerándose en muchedumbre alrededor suyo. Y por
más que el padre, lleno de cólera reconcentrada y de con fusión, les apostrofaba y denostaba, ellos no
hacían caso y seguían contemplando la belleza extraordinaria que hacía su milagrosa entrada en el zoco
aquel día de bendición.
Y con ello daban razón al poeta, aplicándose a sí mismos estas palabras:
¡Señor, has creado la Belleza para arrebatarnos la razón, y nos dices: "¡Temed mi
reprobación!"
¡Señor, eres manantial de toda hermosura, y te gusta lo que es hermoso! ¿Cómo se
arreglarían tus criaturas para no amar la Belleza o reprimir su deseo ante lo que es bello?
Cuando el mercader Abd el-Rahmán se vió de aquel modo en tre filas compactas de hombres y
mujeres, de pie entre sus manos y contemplando inmóviles a su hijo, llegó al límite de la perplejidad, y
mentalmente se dedicó a abrumar de maldiciones a su esposa y a injuriarla con todas las injurias que
hubiese querido lanzar a aquellos importunos, haciéndola responsable de aquello tan enfadoso que le
ocurría. Luego, tras muchas argumentaciones inútiles, rechazó con rudeza a los que le rodeaban y ganó a
toda prisa su tienda, que hubo de abrir para instalar en ella al punto a Kamar, pero de manera que las
importunidades de los que pasaban sólo le alcanzasen de lejos.
Y la tienda se convirtió en el punto de parada del zoco entero y la aglomeración de grandes y
pequeños se hizo más intensa de hora en hora porque los que habían visto querían ver más, y los que no
ha bían visto se obstinaban con todas sus fuerzas en ver algo.
Y he aquí que, a la sazón, avanzó hacia la tienda un derviche de mirada extática, que en cuanto divisó
al hermoso Kamar, sentado junto a su padre y tan hermoso, se detuvo, lanzando profundos sus piros y con
voz extremadamente conmovida recitó esta estrofa:
¡Veo la rama del árbol balanceándose sobre un tallo de azafrán a la luz de la luna de
Ramadán!
Y pregunté: "¿Cómo es tu nombre?, ¿cómo es tu nombre?' Me contesta "¡Lu-lu!"
[135], y
exclamó: "¡Li! ¡li!"
[136], pero me dice: "¡La! ¡la!"
[137]
Tras de lo cual, el viejo derviche, sin dejar de acariciarse la barba, que tenía larga y blanca, se
acercó a la delantera de la tienda entre las filas de los circunstantes, que se separaban a su paso por
respeto a su mucha edad. Y miró al muchacho con los ojos llenos de lágrimas y le ofreció una rama de
menta dulce. Luego sentóse en el banco que allí había, lo más cerca posible del joven. Y sin ninguna
duda, al verle en aquel estado, podían aplicársele estas palabras del poeta:
¡Mientras, el mozalbete de hermoso rostro permanecía en su sitio, su hermoso rostro era la
luna apareciéndose a los ayudantes de Ramadán!
¡Mirad! ¡A pasos lentos se adelanta un jeique de aspecto vene rable y ascético!
¡Durante mucho tiempo estudió el amor, trabajando en sus in vestigaciones noche y día y
adquirió un singular saber acerca de lo lícito y lo ilícito!
¡Cultivó a la vez jovenzuelos y jovenzuelas, que le pusieron más delgado que un
mondadientes! ¡Huesos de una piel vieja!
¡Jeique pederasta como un maghrebín, siempre seguido de su muchachito!
¡Pero más bien superficial para las mujeres, a lo que se dice, aun que versado en el estudio
del sexo ácido y del sexo dulce; pues, en un momento dado, entre el joven Zeid y la joven
Zeinab no advierte diferencia!
¡Es prodigioso con su corazón tierno y con lo demás duro como el granito! ¡Para el cabrón
y para la cabra, para el imberbe y el barbudo, siempre erguido!
¡Pederasta es el jeique como un maghrebín!
Cuando las personas, que se aglomeraban delante de la tienda, vieron el estado de éxtasis del
derviche, se participaron unas a otras sus reflexiones, diciendo: "¡Ualalah! ¡todos los derviches se
parecen! Son como el cuchillo del vendedor de colocasias: ¡no diferencian el macho de la hembra!" Y
exclamaban otras: "¡Alejado sea el Malig no! ¡El derviche se abrasa por el lindo mozuelo! ¡Alah confunda
a los derviches de su especie!"
En cuanto al mercader Abd el-Rahmán, padre del joven Kamar, se dijo, al ver todo aquello: "Lo más
sensato que podemos hacer será volver a casa más pronto que de costumbre". Y para decidir a marcharse
al derviche, sacó del cinturón una moneda y se la ofreció, di ciendo: "Toma tu suerte de hoy, ¡oh
derviche!" Y al mismo tiempo se encaró con su hijo Kamar, y le dijo: "¡Ah! ¡hijo mío, que Alah trate
como se merece a tu madre, que tantos sinsabores nos está cau sando hoy!"
Pero como el derviche no se movía de su sitio ni tendía la mano para coger la moneda ofrecida, le
dijo: "¡Levántate, tío, que vamos a cerrar la tienda y nos marchamos por nuestro camino!"
Y hablando así, se irguió sobre ambos pies y se dispuso a cerrar las dos hojas de la puerta.
Entonces el derviche se vió obligado a levantarse del banco en que estaba clavado, y salió a la calle,
pero sin poder se parar un instante sus miradas del joven Kamar. Y cuando el mercader y su hijo, tras de
cerrar la tienda, se abrieron paso entre la muche dumbre y se encaminaron a la salida, el derviche les
siguió fuera del zoco, pisándoles los talones y acompasando su andar con el báculo, hasta la puerta de su
casa. Y al ver la tenacidad del derviche y sin atreverse a injuriarle, por respeto a la religión, y también a
causa de la gente que le miraba, el mercader se encaró con él, y le preguntó: "¿Qué quieres, ¡oh
derviche!?"
El aludido contestó: "¡Oh mi señor! deseo con vehemencia ser esta noche invitado tuyo, y ya sabes
que el invitado es el huésped de Alah (¡exaltado sea!) ". Y dijo el padre de Kamar: "¡Bienvenido sea el
huésped de Alah! Entra, pues, ¡oh derviche!"
Pero se dijo para sí, aparte: "¡Por Alah, que me enteraré de lo que persigue! ¡Si este derviche tiene
malas intenciones para con mi hijo, y si su mal destino le impulsa a intentar algo, con gestos o palabras,
seguramente le mataré y le enterraré en el jardín, escu piendo sobre su tumba! ¡De todos modos, empezaré
por hacer que le den de comer, suerte deparada a todo huésped encontrado en el cami no de Alah!" Y le
introdujo en la casa, hizo que la negra le llevara el jarro y la palangana para las abluciones, y de comer y
beber. Y una vez que hizo las abluciones, invocando el nombre de Alah, el derviche se puso en actitud de
orar, y no salió de ella más que para reci tar todo el capítulo de "la Vaca", al que hizo seguir el capítulo
de "la Mesa" y el de "la Inmunidad". Tras de lo cual formuló el "Bismilah" y probó los alimentos
servidos en la bandeja, pero con discreción y dignidad. Y dió gracias a Alah por sus beneficios.
Cuando el mercader Abd el-Rahmán se enteró, por la negra, de que el derviche había terminado su
comida, se dijo: "¡Ha llegado el momento de aclarar la situación!" Y se encaró con su hijo, y le dijo:
"¡Oh Kamar! ve con nuestro huésped el derviche, pregúntale si tiene todo lo que necesita, y conversa con
él un rato, porque las palabras de los derviches, que recorren la tierra de ancho a largo, son a me nudo
gratas de escuchar, y sus historias provechosas para el espíritu de quien las escucha.Siéntate, pues, muy
cerca de él, y si te coge la mano, no la retires, pues a quien enseña le gusta sentir entre él y su discípulo
un contacto directo que contribuye a transmitir mejor la enseñanza. ¡Y guarda con él en todo las
consideraciones y la obe diencia que te imponen su calidad de huésped y su mucha edad!"
Y tras de predicar así a su hijo, le envió junto al derviche, y se apre suró a apostarse en cierto sitio
del piso superior, desde donde podía, sin ser notado, ver todo y escuchar todo lo que pasaba en la sala en
que estaba el derviche.
Y he aquí que, en cuanto apareció en el umbral el hermoso ado lescente, el derviche fué presa de tal
emoción que le brotaron lágri mas de los ojos y se puso a suspirar como una madre que hubiese perdido y
encontrado a su hijo. Y Kamar se acercó a él, con voz dulce, y hasta poder tornar en miel la amargura de
la mirra, le pre guntó si no le faltaba nada y si tenía su parte en los bienes de Alah para Sus criaturas. Y
fué a sentarse muy cerca de él con gracia y ele gancia, y al sentarse, sin hacerlo a propósito, descubrió un
muslo blan co y tierno como pasta de almendras. Y entonces fué cuando el poeta hubiera podido decir con
toda verdad, sin temor a ser desmentido:
¡Un muslo ¡oh creyentes! todo de perlas y de almendras! ¡No os asombréis, pues, si es hoy
la Resurrección, pues jamás se resucita mejor que cuando están al aire los muslos!
Pero el derviche, al verse solo con el jovenzuelo, lejos de tomarse con él confianza de ningún género,
retrocedió algunos pasos del sitio en que estaba, yendo a sentarse un poco más lejos, en la estera, con una
actitud irreprochable de decencia y de respeto para sí mismo. Y allá continuó mirándole en silencio,
llenos de lágrimas los ojos y presa de la misma emoción que le había inmovilizado en el banco de la
tien da. Y Kamar quedó muy sorprendido de aquel modo de portarse que tenía el derviche; y le preguntó
por qué se retiraba y si tenía queja de él o de la hospitalidad de su casa. Y el derviche, por toda
respuesta, recitó de manera muy sentida estas hermosas palabras del poeta:
¡Mi corazón está prendado de la Belleza, pues por el amor a la Belleza se alcanza la cima
de la perfección!
¡Pero mi amor es sin deseo y está libre de cuanto atañe a los sentidos! ¡Y abomino de
quienes aman de otra manera!
¡Eso fué todo!
Y el padre de Kamar veía y oía, y estaba en el límite de la perplejidad. Y se decía: "Me humillo ante
Alah, a quien ofendí al suponer intenciones perversas en ese honrado derviche! ¡Alah confunda al
Tentador, que sugiere al hombre tales pensamientos con respecto a sus semejantes!" Y edificado con la
conducta del der viche, bajó a toda prisa y entró en la sala. E hizo zalemas y formuló sus deseos al
huésped de Alah, y acabó por decirle: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! te conjuro a que me cuentes
el motivo de tu emoción y de tus lágrimas y a que me expliques por qué la presencia de mi hijo te hace
lanzar tan profundos suspiros. ¡Porque semejante efecto, ciertamente, debe obedecer a una causa!"
El derviche dijo: "Verdad dices, ¡oh padre de la hospitalidad!" El mercader dijo: "En ese caso, no me
obligues a estar más tiempo sin saber por ti esa cau sa!" El derviche dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué me
fuerzas a avivar una herida que se cierra y a revolver en mi carne el cuchillo?"
El mercader dijo: "¡Por los derechos que me confiere la hospitalidad, te ruego ¡oh hermano mío! que
satisfagas mi curiosidad!" Entonces dijo el derviche: "Sabe, pues, ¡oh mi señor!...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 782ª noche
Ella dijo:
"...Entonces dijo el derviche:
"Sabe, pues, ¡oh mi señor! que soy un pobre derviche que pere grina continuamente por las tierras y
las comarcas de Alah, maravi llándose día y noche con la obra del Creador.
"Y he aquí que un viernes por la mañana me condujo mi destino a la ciudad de Bassra. Y al entrar en
ella observé que los zocos y las tiendas y los almacenes estaban abiertos, con todas las mercancías ex -
puestas en los escaparates, así como todas las vituallas, y en general, cuanto se vende y se compra,
cuanto se come y se bebe; pero también observé que ni en los zocos ni en las tiendas se veían huellas de
mer cader o de comprador, de mujer o de muchacha, de yente o de vivien te, y estaba todo tan abandonado
y tan desierto, que en ninguna calle había ni siquiera un perro o un gato o un grupo de niños jugando, sino
por doquiera la soledad y el silencio y sólo la presencia de Alah. Y me asombré de todo aquello, y dije
para mi ánima: `¿Quién sabe adónde han podido ir los habitantes de esta ciudad, con sus gatos y sus
perros, para abandonar de tal manera en los escaparates todas estas mercancías?» Pero como me
torturaba interiormente un hambre ho rrible, no me entretuve en estas reflexiones, y escogiendo el mejor
escaparate de repostero, comí lo que me deparaba mi suerte para satis facción de mis anhelos de
repostería. Tras de lo cual me dirigí a un escaparate de asados, y me comí dos o tres chuletas de cordero
cebado y uno o dos pollos asados, que todavía conservaban el calor del horno, con algunos panecillos
tostados como en mi vida los había probado mi lengua de derviche peregrino ni los habían olido mis
narices, y di gracias a Alah por sus dones sobre la cabeza de Sus pobres. Luego subí a la tienda de un
mercader de sorbetes, y me bebí una o dos jarras de cierto sorbete perfumado con nadd y con benjuí,
solamente para aca llar las primeras solicitaciones de mi gaznate, que desde hacía tanto tiempo había
olvidado las bebidas de los ciudadanos ricos. Y di gra cias al Bienhechor, que no olvida a Sus Creyentes
y les da en la tierra un anticipo de la fuente Salsabil.
"Cuando me hube tranquilizado interiormente de aquel modo, me puse a reflexionar acerca de la
extraña situación de aquella ciudad que, a no dudar, debía haber sido abandonada por sus habitantes ha -
cía unos instantes nada más. Y mi perplejidad aumentaba con mis reflexiones; y comenzaba a sentir
mucho miedo del eco de mis pasos en aquella soledad, cuando oí resonar un rumor de instrumentos mu -
sicales, que avanzaba precisamente en dirección mía, como podía percibirse escuchando con
detenimiento.
"Entonces, con el espíritu un poco turbado por las cosas asom brosas de que yo era único testigo, no
dudé de que estaba en una ciu dad hechizada, y de que el concierto que oía lo daban los efrits y los genn
malhechores (¡que Alah los confunda!) Y víctima de un miedo atroz, me precipité al fondo de un granero,
y me escondí detrás de un costal de habas. Pero como en mí era natural ¡oh mi señor! estar bajo la
dominación del vicio de la curiosidad -¡que Alah me perdone!-. me situé, a pesar de todo, de manera que
pudiese mirar a la calle desde atrás del costal para ver sin ser visto.
Apenas había acabado de acomodarme en la postura menos fatigosa, cuando vi avanzar por la calle
un cortejo deslumbrador, no de genn o de efrits, sino sin duda de huríes del Paraíso. Eran cuarenta
jóvenes de rostro de luna que avanzaban con su belleza sin velos, en dos hileras, a un paso que por sí
solo constituía una música. E iban precedidas de un grupo de tañedoras de instrumentos y de danzarinas,
que llevaban el compás de la música con sus movimientos de pájaros. Porque pájaros eran, en verdad, y
más blancas que las palomas y más ligeras, ciertamente. ¿Pues podían ser tan armoniosas y tan aéreas las
hijas de los hom bres? ¿Y no pertenecían más bien a ciertas especies llegadas del palacio de Iram de las
Columnas o de los jardines del Edén, para encan tar la tierra con su estancia?
"Quienesquiera que fuesen, ¡oh mi señor! apenas la última pare ja había pasado por delante de la
tienda donde yo estaba escondido detrás del costal de habas, cuando vi avanzar sobre una yegua de frente
estrellada, que llevaban de la brida dos negras jóvenes, a una dama revestida de tanta juventud y de tanta
belleza, que su vista aca bó de dislocarme la razón, y perdí la respiración y estuve a punto de caerme de
espaldas detrás del costal de habas, ¡oh señor mío! Y des lumbraba aun más ella, porque sus vestiduras
estaban sembradas de pedrerías, y sus cabellos, su cuello, sus muñecas y sus tobillos des aparecían con el
resplandor de los diamantes y los collares y pulseras de perlas y gemas preciosas. Y a su derecha
marchaba una esclava, que tenía en la mano un sable desnudo con la empuñadura hecha de una sola
esmeralda. Y la yegua que la conducía avanzaba como una reina orgullosa de la corona que llevase a la
cabeza. Y la visión de esplendor alejóse inmediatamente, dejándome un corazón apuñalado por la pasión,
un alma reducida para siempre a la esclavitud y unos ojos que recuerdan y dicen al ver cualquier belleza:
«¿Quién eres tú en comparación con ella?»
"Cuando el cortejo se perdió de vista por completo y la música de las tañedoras de instrumentos no
llevó hasta mí más que sones le janos, me decidí a salir de detrás del costal de habas y de la tienda a la
calle. E hice bien, porque en el mismo momento vi con sorpresa extremada que los zocos se animaban y
todos los mercaderes salían como de debajo de la tierra para ir a ocupar sus respectivos puestos, y el
tratante de granos propietario de la tienda en que me había oculta do yo apareció, salido de no sé donde, y
se dedicó a vender sus gra nos a los que cebaban aves y a otros compradores. Y yo, cada vez más
perplejo, me decidí a abordar a un transeúnte y a preguntarle qué significaba el espectáculo de que fui
testigo y el nombre de la dama maravillosa que montaba en la yegua de frente estrellada. Pero, con gran
asombro mío, el hombre me lanzó una mirada enloquecida, se puso muy amarillo, y recogiéndose la orla
del traje me volvió la espal da y echó a correr con una carrera más rápida que si le persiguiese la hora de
su destino. Y abordé a otro transeúnte y le hice la misma pregunta. Pero, en vez de contestarme, hizo
como que no me había visto ni oído, y continuó su camino mirando a otro lado. Y todavía interrogué a una
porción de personas más; pero ni una quiso res ponder a mis preguntas y todo el mundo huía de mí como
si saliese yo de una fosa de excrementos o como si blandiese una espada cerce nadora de cabezas.
Entonces me dije a mí mismo: «¡Oh derviche ami go! para averiguar el asunto sólo te resta entrar en la
tienda de un barbero a que te afeite la cabeza, y a interrogar al barbero al mismo tiempo. Porque ya sabes
que las gentes que ejercen este oficio tienen la lengua cosquillosa y siempre la palabra en la punta de la
lengua. ¡Y quizá únicamente él te enterará de lo que intentas saber!» Y cuando hube reflexionado de tal
suerte, entré en casa de un barbero, y después de pagarle generosamente con todo lo que poseía, le hablé
de lo que tenía tantas ganas de saber y le pregunté quién era la dama de belleza sobrenatural. Y el
barbero, bastante aterrado, giró los ojos de derecha a izquierda, y acabó por contestar: «¡Por Alah, ¡oh
tío mío derviche! si quieres conservar la cabeza sobre el cuello y el cuello sano y salvo, guárdate bien de
hablar a nadie de lo que tuviste la mala suerte de ver! ¡Y hasta harías bien, para mayor segu ridad, en
dejar inmediatamente nuestra ciudad, donde estás perdido sin remedio! Y esto es todo lo que puedo
decirte acerca del particular, porque se trata de un misterio que tortura a toda la ciudad de Bassra, donde
las gentes mueren como langostas si tienen la desgracia de no ocultarse con anterioridad a la llegada del
cortejo. En efecto, la escla va que lleva el alfanje desnudo corta la cabeza de los indiscretos que tienen la
curiosidad de mirar pasar al cortejo o que no se esconden a su paso. ¡Y he aquí cuanto puedo decirte!»
"Entonces yo ¡oh mi señor! cuando el barbero hubo acabado de afeitarme la cabeza, abandoné la
tienda y me apresuré a salir de la ciudad, y no tuve tranquilidad hasta que me hallé muy lejos. Y viajé por
tierras y desiertos, hasta que llegué a vuestra ciudad. Y tenía siempre habitada el alma por la belleza
entrevista, y pensaba en ella día y noche, hasta el punto de que con frecuencia me olvidaba de co mer y de
beber. ¡Y en esta disposición fué como acerté a pasar hoy por delante de la tienda de tu señoría, y vi a tu
hijo Kamar, cuya hermosura me recordó de una manera exacta la de la joven sobrena tural de Bassra, a
quien se parece como un hermano se parece a su hermano. Y me conmovió de tal modo esta semejanza,
que no pude contener mis lágrimas, lo cual, sin duda, es propio de un insensato! ¡Y ésa es ¡oh mi señor! la
causa de mis suspiros y de mi emoción!"
Y cuando el derviche hubo terminado de tal suerte su relato, de nuevo rompió en lágrimas, mirando al
joven Kamar; y añadió en tre sollozos: "Por Alah sobre ti, ¡oh señor mío! Ahora que te he con tado lo que
tenía que contarte, y como no quiero abusar de la hospi talidad que has concedido a un servidor de Alah,
ábreme la puerta de salida y déjame marchar en tal estado por mi camino. Y si me es po sible formular un
anhelo sobre la cabeza de mis bienhechores, ¡pluguiera a Alah, que ha creado dos criaturas tan perfectas
como tu hijo y la joven de Bassra, acabar Su obra permitiendo que se uniesen!"
Y tras de hablar así, el derviche se levantó, no obstante los rue gos del padre de Kamar, que le instaba
a quedarse, invocó una vez más la bendición sobre sus huéspedes, y se marchó, suspirando, como había
venido. Y he aquí lo referente a él.
En cuanto al joven Kamar, no pudo cerrar los ojos en toda la noche, de tan preocupado como estaba
por el relato del derviche y de tanto como hubo de impresionarle la descripción que hizo de la joven. Y
al día siguiente por la aurora entró en el aposento de su madre y la despertó, y le dijo: "¡Oh madre!
¡hazme un fardo de ropa, pues tengo que partir al instante para la ciudad de Bassra, donde me aguar da mi
destino!" Y al oír estas palabras, su madre empezó a lamentar se, llorando, y llamó a su esposo y le
participó aquella noticia tan asombrosa y tan inesperada. Y el padre de Kamar trató, aunque en vano, de
hacer ponerse en razón a su hijo, que no quiso escuchar nin gún argumento, y que dijo, a manera de
conclusión: "¡Si no parto en seguida para Bassra, seguramente moriré!" Y en vista de lenguaje tan
decisivo y de resolución tan firme, el padre y la madre de Kamar se limitaron a suspirar, aceptando lo
que estaba escrito por el Destino. Y el padre de Kamar no dejó de echar en cara a su esposa todas las
contrariedades que les habían ocurrido desde la hora en que hubo de escuchar sus consejos él y había
conducido a Kamar al zoco.
Y se decía: "¡He aquí en lo que pararon tus cuidados y tu prudencia, ¡ya Abd el-Rahmán! ¡No hay
recurso ni fuerza más que en Alah el Todopo deroso! ¡Lo que está escrito ha de ocurrir, y nadie puede
luchar con tra los designios de la suerte!" Y la madre de Kamar, doblemente en tristecida por ser víctima
de los reproches de su esposo y por la pena que le producía el proyecto de su hijo, se vió obligada a
hacerle sus preparativos de marcha. Y le dió un saquito, en que había metido cua renta gruesas piedras
preciosas, como rubíes, diamantes y esmeraldas, diciéndole: "Lleva contigo muy cuidadosamente este
saquito, ¡oh hijo mío! Podrá serte útil, si llega a faltarte dinero!" Y su padre le dió noventa mil dinares de
oro para sus gastos de viaje y su estancia en el extranjero. Y ambos se abrazaron, llorando, y se
despidieron de él. -Y su padre le recomendó al jefe de la caravana que partía para el Irak. Y después de
besar la mano a su padre y a su madre, Kamar salió para Bassra, acompañado por los votos de sus
padres. Y Alah le escri bió la seguridad, y llegó él sin contratiempo a aquella ciudad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 783ª noche
Ella dijo:
"...y llegó él sin contratiempo a aquella ciudad.
Y aconteció que el día de su llegada era precisamente un viernes por la mañana; y Kamar pudo
observar que cuanto le había contado el derviche era la pura verdad. Y vió, en efecto, que los zocos
estaban vacíos, las calles desiertas y las tiendas abiertas, pero sin vendedores ni compradores. Y como
tenía hambre, comió y bebió de lo que le convino, hasta la saciedad. Y apenas había acabado su comida,
oyó la música y se apresuró a esconderse, como lo había hecho el derviche. Y en seguida vió aparecer a
la bella joven con sus cuarenta mujeres. Y a la vista de su belleza le poseyó una emoción tan fuerte que se
cayó desvanecido en su escondite.
Cuando recobró el sentido vió que los zocos estaban animados y llenos de transeúntes, que iban y
venían, exactamente igual que si no se hubiese interrumpido el movimiento comercial. Y detallando aún
en su espíritu los encantos sobrenaturales de la joven, comenzó por ir a comprarse trajes magníficos, de
lo más rico y suntuoso que pudo encontrar en casa de los principales mercaderes. Y se presentó después
en el hammam, del cual salió brillante como un rey joven, tras de tomar un baño prolongado y minucioso.
Y solamente entonces se dedi có a buscar la tienda del barbero que la otra vez había afeitado la cabeza al
derviche, y no tardó en encontrarla. Y entró en la tienda, y después de las zalemas por una y otra parte,
dijo al barbero: "¡Oh padre de manos ligeras! deseo hablarte en secreto. ¡Te ruego, pues, que cierres tu
tienda a los clientes que tienes costumbre de recibir, y toma esto para indemnizarte de la pérdida de tu
tiempo!" Y le entregó una bolsa llena de dinares de oro, la cual se apresuró el barbero a guardarse en su
cinturón, tras de tomarla a peso con un leve movimiento de mano. Y cuando ambos estuvieron solos en la
tienda, Kamar le dijo: "¡Oh padre de manos ligeras! soy extranjero en esta ciudad. ¡Y únicamente deseo
saber por ti el motivo del abandono matinal de los zocos este viernes!" Y conquistado por la generosidad
del joven y por su aire de emir, el barbero le contestó: "¡Oh mi señor! se trata de un secreto que no he
tratado de penetrar nunca, y hago como todo el mundo y tengo cuidado de ocultarme todos los viernes por
la ma ñana. Pero, ya que la cosa te preocupa, voy a hacer por ti lo que no haría por mi hermano. Te
pondré, pues en comunicación con mi mujer, que sabe todo lo que pasa en la ciudad, porque vende
perfumes en todos los harenes de Bassra y en los palacios de los grandes y del sul tán. Y como, por tu
talante, veo que estás impaciente por esclarecer este asunto, y que, por otra parte, te ha agradado mi
proposición, voy al instante en busca de la hija de mi tío para someterle el caso.
¡Espérame, pues, tranquilamente en la tienda hasta mi regreso!"
Y el barbero dejó a Kamar en la tienda y se apresuró a ir en busca de su mujer, a quien explicó el
motivo que le llevaba; y al mismo tiempo le entregó la bolsa llena de dinares de oro. Y la esposa del
barbero, que era fértil de ingenio y servicial de corazón, contestó: "Bienvenido sea a nuestra ciudad.
¡Heme aquí pronta a servirle con mi cabeza y mis ojos! ¡Ve a buscarle y tráemele para que le ponga al
corriente de lo que quiere saber!" Y el barbero regresó a su tienda, donde encontró sentado a Kamar
esperándole, y le dijo: "¡Oh hijo mío! levántate y ven conmigo a ver a tu madre, la hija de mi tío, que me
encarga te diga: "¡El asunto es fácil!"
Y le cogió de la mano y le condujo a su casa, donde su esposa dió al joven la bienvenida con acento
afable y atrayente, y le hizo sentarse en el sitio de honor del diván, y le dijo: "¡Familia y comodidad al
huésped encantador! ¡La casa es tu casa y esclavos tuyos los dueños de la casa! ¡Estás por encima de
nuestra cabeza y de nuestros ojos! ¡Ordena! ¡Oír es obe decer!" Y se apresuró a ofrecerle en una bandeja
de cobre los refres cos y las confituras de la hospitalidad, y le obligó a tomar una cucha rada de cada
especie, formulando cada vez el deseo de que obtuviese: "¡Delicias y reparación para el corazón del
huésped!"
Entonces Kamar cogió un puñado grande de dinares de oro y se lo puso en las rodillas a las esposa
del barbero, diciendo: "¡Dis pénsame lo poco que es! ¡Pero ¡inschalah! ya sabré agradecer mejor tus
bondades!"
Luego le dijo: "¡Ahora, madre mía, cuéntame todo lo que sepas acerca de lo que sabes!"
Y dijo la esposa del barbero: "Sabe ¡oh hijo mío! ¡oh luz de mis ojos y corona de mi cabeza! que el
sultán de Bassra recibió un día en calidad de regalo del sul tán de la India una perla tan hermosa, que
debió nacer de un rayo de sol posado en alguna hueva milagrosa del mar. Era a la vez blanca y dorada,
según como se la mirara, y parecía encender en su seno un incendio en leche. Y el rey la estuvo
contemplando durante todo un día, y para no separarse de ella nunca, quiso llevarla sujeta a su cuello con
una cinta de seda. Pero como era virgen e imperforada, mandó llamar a todos los joyeros de Bassra, y les
dijo: Deseo que agujereéis con destreza esta perla soberana. Y quien sepa hacerlo, sin estropear la
maravillosa substancia que la compone, podrá pedir me cuanto quiera, y será complacido con creces.
¡Pero si no obtiene un resultado perfecto o si su mal destino le hace estropearla lo más mínimo, puede
contarse en la pira de los muertos, porque haré que le corten la cabeza después de obligarle a sufrir todos
los suplicios a que se haya hecho acreedor por su torpeza sacrílega! ¿Qué os parece, ¡oh joyeros!?"
"Al oír estas palabras del sultán, y comprendiendo que arries gaban sus almas, los joyeros sintieron un
miedo extremado, y con testaron: «¡Oh rey del tiempo ¡es cosa muy delicada una perla co mo ésa! Y
sabido es que, para horadar las perlas ordinarias, hacen falta una habilidad y un pulso muy raros, y que
pocos maestros jo yeros obtienen en ello buen resultado sin algunos accidentes inevi tables. Te
suplicamos, pues, que no nos obligues a lo que nuestros débiles medios no pueden soportar, porque
declaramos que de nues tras manos jamás podrá salir una habilidad como la que es preciso desplegar para
eso.
¡Sin embargo, podemos indicarte quién sabrá llevar a cabo ese prodigio de arte, y es nuestro jeique!
» Y el rey pre guntó: ¿Y quién es vuestro jeique?» Ellos contestaron: «¡El maestro joyero Obeid! ¡Es
infinitamente más hábil que nosotros, y tiene un ojo en la punta de cada dedo y una delicadeza extremada
en cada ojo!» Y dijo el rey: a¡ld a buscármele, y no tardéis!» Y los Joyeros se apresuraron a obedecer y
volvieron con su jeique, el maestro Obeid, quien, tras de besar la tierra entre las manos del rey, se
mantuvo de pie esperando órdenes. Y el rey le explicó el trabajo que exigía de él y la recompensa o el
castigo que le esperaba en caso de éxito o de fracaso. Y al propio tiempo le enseñó la perla. Y el joyero
Obeid tomó la maravillosa perla y la examinó una hora de tiempo, y contestó:
¡Moriré si no la horado!»
Y acto seguido se puso en cuclillas, con permiso del rey, y sacando de su cinturón ciertas
herramientas sutiles, colocó la perla entre ambos dedos gordos de sus pies juntos, y con una habilidad y
una ligereza increíbles, manejó sus herramientas igual que un niño manejaría un peón, y en menos tiempo
del que se necesi ta para horadar un huevo, perforó la perla de parte a parte, sin una rebaja ni la menor
lasca, con dos agujeros iguales y simétricos. Luego la limpió con el revés de la manga y se la ofreció al
rey, el cual se dilató y osciló de satisfacción y de contento. Y se la colgó al cuello con un cordón de seda,
y subió a sentarse en su trono. Y miró a todos lados con ojos iluminados de alegría, en tanto que la perla
era cual un sol que le colgase del cuello.
"Tras de lo cual se encaró con el joyero Obeid, y le dijo: «¡Oh maestro Obeid! ¡di ya lo que deseas!»
Y el joyero reflexionó una hora de tiempo, y contestó: «¡Alah prolongue los días del rey! pero el esclavo
cuyas manos tullidas han tenido el honor insigne de tocar la perla maravillosa y de devolvérsela a nuestro
amo, perforada con arreglo a su deseo, posee una esposa muy joven, a la que tiene que mimar mucho,
pues ya es bastante viejo, y cuando los hombres están de regreso en la vida, si no quieren hacerse
antipáticos a sus espo sas, deben tratarlas con toda clase de miramientos y no hacer nada sin consultarlas.
El esclavo, pues, querría ir a pedir opinión a su esposa con respecto a la petición que le permite hacer
nuestro amo magnánimo, y ver si no tiene ella misma que formular un deseo pre ferible al que pudiera
imaginar yo. ¡Porque Alah no sólo le ha dado juventud y gracia, sino un ingenio fértil y perspicaz y una
cordura a toda prueba!»
Y dijo el rey: «¡Date prisa, Osta-Obeid, a ir a consul tar a tu esposa y volver a traerme la respuesta,
pues no tendré reposo espiritual mientras no haya cumplido mi promesa!» Y el joyero salió del palacio y
fué en busca de su esposa y le sometió el caso. Y excla mó la joven: «¡Glorificado sea Alah, que hace que
llegue mi día antes de tiempo! ¡En efecto, tengo que formular un deseo y poner en práctica una idea
singular en verdad! Gracias a los beneficios de Alah y a la prosperidad de tus negocios, somos ricos y
estamos al abri go de la necesidad para el resto de nuestros días. Por ese lado nada tenemos, pues, que
desear y el anhelo que quiero satisfacer no costará un dracma al tesoro del reino. ¡Helo aquí! ¡Ve a pedir
sencillamente al rey que me dé permiso para pasearme todos los viernes con un cortejo, semejante al de
las hijas de los reyes, por los zocos y las calles de Bassra, sin que ose nadie mostrarse entonces en la
calle, so pena de perder la cabeza! ¡Y eso es cuanto deseo del rey como recompensa a tu trabajo referente
a la perla perforada!»
"Al oír estas palabras de su joven esposa, el joyero llegó al límite del asombro, y se dijo: «¡Alah
karim! ¡Muy sagaz tiene que ser quien pueda envanecerse de saber lo que bulle en el cerebro de una
mujer!» Pero como amaba a su esposa, y era viejo y muy feo además, ni quiso contrariarla, y se limitó a
contestar: «¡Oh hija del tío! tu deseo está por encima de la cabeza y de los ojos. ¡Pero si cuando pase el
cortejo abandonan sus tiendas los mercaderes de los zocos para ir a ocultarse, los perros y los gatos
devastarán los esca parates y cometerán otros males que han de pesar sobre nuestra con ciencia!» Ella
dijo: «Para evitarlo, a los habitantes y guardias de los zocos se les dará orden de encerrar aquel día a
todos los perros y a todos los gatos. ¡Pues deseo que queden abiertas las tiendas mien tras pasa mi
cortejo! ¡Y todos, grandes y pequeííos, irán a ocultarse en las mezquitas, cuyas puertas se cerrarán para
que nadie pueda asomar la cabeza y mirar!»
"Entonces el joyero Obeid fué en busca del rey, y extremadamen te confuso, le transmitió el deseo de
su esposa. Y el rey le dijo: «¡ No hay inconveniente!' Y por los pregoneros públicos hizo proclamar en
toda la ciudad la orden de que los habitantes dejaran abiertas sus tien das todos los viernes, dos horas
antes de la plegaria, y fueran a ocul tarse en las mezquitas, guardándose muy mucho de mostrar en la calle
sus cabezas, so pena de verlas saltar de sus hombros. Y les recomendó que encerraran a los perros y a
los gatos, a los asnos y a los ca mellos y a cuantos animales de carga pudiesen circular por los zocos.
"Y desde entonces la esposa del joyero se pasea así todos los viernes, dos horas antes de la plegaria
de mediodía, sin que se atreva a mostrarse por las calles hombre, ni perro, ni gato. ¡Y precisamente es a
ella misma, ya sidi Kamar, a quien viste esta mañana con su belleza verdaderamente sobrenatural, en
medio de su cortejo de jóvenes y precedida de la esclava que llevaba en la mano el sable desnudo para
cortar la cabeza de quien osase mirarla pasar!"
Y cuando la esposa del barbero hubo contado así a Kamar lo que él quería saber, se calló un
momento, le observó sonriendo y añadió: "¡Pero bien veo, ¡oh propietario del rostro encantador! ¡oh mí
señor bendito! que no te satisface este relato y que deseas de mi algo más: por ejemplo, que te indique un
medio de volver a ver a la ma ravillosa joven, esposa del anciano joyero!" Y contestó Kamar: "¡Oh madre
mía! Tal es, en efecto, el deseo íntimo de mi corazón. Porque para verla vine de mi país, después de
haber abandonado la morada, donde mi ausencia deja llorando a un padre y a una madre que me quieren
bien". Y la esposa del barbero dijo: "¡En ese caso, ¡oh hijo mío! enumérame algunas de las cosas
preciosas y de valor que posees!" El dijo: "¡Oh madre mía! entre otras cosas buenas, tengo conmigo pie -
dras preciosas de cuatro clases: las piedras de la primera clase valen quinientos dinares de oro cada una;
las de la segunda clase valen sete cientos dinares de oro cada una; las de la tercera, ochocientos
cincuenta, y las de la cuarta, mil dinares de oro cada una, por lo menos". Ella preguntó: "¿Y está tu alma
dispuesta a ceder cuatro de esas piedras, cada una de clase diferente?" El contestó: "¡Mi alma está
dispuesta a ceder gustosa todas las piedras que poseo y todo lo que en mi mano haya!" Ella dijo: "¡Pues
bien; levántate, ¡oh hijo! ¡oh corona de la cabeza de los más generosos! y ve al zoco de los joyeros y
orfebres en busca del joyero Osta-Obeid, y haz exactamente lo que voy a decirte!"
Y le indicó cuanto quiso indicarle para hacerle llegar al fin deseado, y añadió: "Para todo se necesita
prudencia y paciencia, hijo mío. ¡Pero cuando hayas hecho lo que acabo de indicarte no te olvides de
venir a darme cuenta de ello y de traer contigo cien dinares de oro para mi esposo el barbero, que es un
pobre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 784ª noche
Ella dijo:
"...y de traer contigo cien dinares de oro para mi esposo el bar bero, que es un pobre!" Y Kamar
contestó con el oído y la obediencia y salió de la casa del barbero, repitiéndose, para grabarlas bien en
su memoria, las instrucciones de la vendedora de perfumes, esposa del barbero. Y bendecía a Alah, que
en su camino puso, como piedra in dicadora, a aquella mujer de bien.
Y de tal suerte llegó al zoco de los joyeros y orfebres, en donde todo el mundo se apresuró a
indicarle la tienda del jeique de los joyeros Osta-Obeid. Y entró en la tienda y vió entre sus aprendices al
joyero, a quien saludó con la mayor cortesía, llevándose la mano al corazón, a los labios y a la cabeza, y
diciendo: "¡La paz sea contigo!"
Osta- Obeid le devolvió la zalema y le recibió con finura y le rogó que se sentara. Y Kamar sacó
entonces de su bolsa una gema escogida, pero de la especie menos hermosa de las cuatro que poseía, y le
dijo: "¡Oh maestro! ¡anhelo vivamente que para esta gema me hagas una montura digna de tus
capacidades, pero de la manera más simple y con un peso que no exceda de un miskal!" Y al mismo
tiempo le entregó veinte mo nedas de oro, diciendo: "¡Esto ¡oh maestro! no es más que un ínfimo anticipo
de la cantidad con que pienso remunerar el trabajo que me hagas!" Y asimismo entregó una moneda de
oro a cada uno de los nu merosos aprendices, y también a cada uno de los numerosos mendigos que habían
hecho su aparición en la calle en cuanto vieron entrar en la tienda a aquel joven extranjero vestido tan
suntuosamente. Y tras de portarse de tal modo, se retiró él, dejando a todo el mundo maravillado de su
liberalidad, de su belleza y de sus modales distinguidos.
En cuanto a Osta-Obeid, no quiso retrasar lo más mínimo la con fección de la sortija, y como estaba
dotado de una destreza extraordina ria y tenía a su disposición medios que ningún otro joyero poseía en el
mundo, la empezó y la concluyó al terminar el día, dejándola toda cin celada y limpia. Y como el joven
Kamar no debía volver hasta el día siguiente, se la llevó consigo por la noche para enseñársela a su
esposa, la joven consabida, pues la piedra le parecía maravillosa, y de un agua tan limpia, que daba gana
de humedecerse con ella la boca.
Cuando la joven esposa de Osta-Obeid hubo visto la sortija, la en contró muy hermosa, y preguntó:
"¿Para quién?" El contestó: "Para un joven extranjero, que es mucho más deslumbrador que esta maravi -
llosa gema. Porque has de saber que el dueño de esta sortija que ya me ha pagado de antemano como
nunca se me pagó trabajo alguno, es hermoso y encantador, con ojos que hieren de deseo, mejillas como
pé talos de anémona en un parterre lleno de jazmines, una boca como el sello de Soleimán, labios
empapados en sangre de cornalinas, y un cuello como el cuello del antílope, que soporta graciosamente
su cabeza fina cual un tallo soporta su corola. Y para resumir lo que está por encima de toda alabanza,
bástete oír que es hermoso, verdaderamente hermoso, y tan encantador como hermoso, lo que le hace
parecerse a ti, no sólo por sus perfecciones, sino también por su tierna edad y por las facciones de su
rostro".
Así describió el joyero a su esposa al joven Kamar, sin ad vertir que sus palabras acababan de
encender en el corazón de la joven una pasión repentina y tanto más viva cuanto que el objeto de ella era
invisible. Y aquel propietario de una frente en que iban a crecer cuernos como cohombros en un terreno
estercolado, olvidaba que no existe tercería peor ni de éxito más seguro que la de un marido que ante su
esposa ensalza los méritos y la belleza de un desconocido, sin cuidarse de las consecuencias. Así es
como Alah el Altísimo, cuando quiere que se cumplan los designios decretados con respecto a sus cria -
turas, las hace tantear en las tinieblas de la ceguera.
Y he aquí que la joven esposa del joyero oyó aquellas palabras y las retuvo en el fondo de su espíritu,
pero sin dejar traslucir, ni por asomo, los sentimientos que la agitaban. Y dijo a su esposo con acento
indiferente: "¡Déjame ver esa sortija!" Y Osta-Obeid se la entregó, y ella la miró con aire distraído y se
la puso en el dedo, impensadamente. Luego dijo: "¡Parece que la han hecho a medida de mi dedo! ¡Mira
qué bien me está!" Y contestó el joyero: "¡Vivan los dedos de las huríes! ¡Por Alah, ¡oh mi señora! que,
como el propietario de esta sortija está dotado de generosidad y de galantería, mañana le rogaré que me
la venda al precio que sea, y te la traeré!"
Mientras tanto, Kamar había ido a dar cuenta a la esposa del barbero de la manera como se había
conducido con arreglo a sus ins trucciones; y le entregó cien monedas de oro en calidad de regalo para
aquel pobre barbero. Y preguntó a su protectora qué le quedaba que hacer. Y ella le dijo: "¡Mira! Cuando
veas al joyero, no admitas la sortija que te tenga hecha. Finges que te está muy estrecha en el dedo, y se la
das de regalo; y preséntale otra gema mucho más hermosa que
la primera, de las que valen a setecientos dinares la pieza, y dile que te la monte con cuidado. Al
mismo tiempo, dale sesenta dinares de oro para él y dos para cada uno de sus obreros, como
gratificación. Y tampoco olvides a los mendigos de la puerta. Y conduciéndote así, irán a tu gusto las
cosas. ¡Y no te olvides ¡oh hijo! de volver a darme cuenta del asunto y de traer contigo algo para mi
pobre esposo el barbero!"
Y contestó Kamar: "¡Escucho y obedezco!"
Y salió de casa de la mujer del barbero, y al día siguiente no dejó de ir al zoco en busca del joyero
Osta-Obeid, el cual en cuanto le advir tió, levantóse en honor suyo, y después de las zalemas y
cumplimientos, le presentó la sortija. Y Kamar hizo como que se la probaba, y dijo des pués: "Por Alah,
¡oh maestro Obeid! que la sortija está muy bien hecha, pero me viene un poco estrecha al dedo. ¡Toma!
¡te la doy para que se la regales a cualquiera de las numerosas esclavas de tu harem! Y aquí tienes otra
gema, que prefiero a la anterior, y que, mon tada sencillamente, resultará mucho más hermosa". Y así
diciendo, le entregó una gema de setecientos dinares de oro; y al mismo tiempo le dió sesenta dinares de
oro para él y dos para cada uno de sus apren dices, diciendo: "¡Sólo es para que refresquéis con un
sorbete pero, si este trabajo se acaba con prontitud, espero que quedaréis satisfechos del modo como
seréis remunerados!" Y salió, distribuyendo a derecha e izquierda monedas de oro a los mendigos
congregados delante de la puerta de la tienda.
Cuando el joyero vió tanta liberalidad en su joven cliente, quedó extremadamente sorprendido. Y a la
noche, una vez que hubo entrado en su casa, no se cansaba de alabar en presencia de su esposa a aquel
generoso extranjero, del que decía: "¡Por Alah, que no se contenta con ser hermoso, como jamás lo fueron
los más hermosos, sino que tiene la mano abierta de los hijos de los reyes!" Y cuanto más hablaba, hacía
incrustarse más en el corazón de su mujer el amor sentido por el joven Kamar. Y cuando él la hubo
entregado la sortija, don de su cliente, se la puso ella lentamente en el dedo, y preguntó: "¿Y no te ha
encargado otra?" El dijo: "¡Sí, por cierto! Y tanto he trabajado en ella todo el día, que aquí la tienes
acabada". Ella dijo: "¡Déjamela ver!" Y la cogió, la miró, sonriendo, y dijo: "¡Quisiera quedarme con
ella!" El dijo: "¿Quién sabe? ¡Capaz es de dejármela, como ha hecho con su hermana! "
Mientras tanto, Kamar había ido a concertarse con la esposa del barbero acerca de lo que había
pasado y de lo que tenía que hacer. Y le entregó cuatrocientos dinares de oro para su pobre esposo el
barbero.
Y ella le dijo: "Hijo mío, tu asunto va por el camino mejor. Cuando veas al joyero, no admitas la
sortija encargada, sino haz como que te está muy grande, y déjasela de regalo. Luego entrégale otra
piedra pre ciosa, de las que valen casi a novecientos dinares de oro la pieza; y en espera de que terminen
el trabajo, da cien dinares para el maestro y tres para cada uno de los aprendices. ¡Y al volver a darme
cuenta de la marcha del asunto, no te olvides de traer para mi pobre esposo el barbero algo con que
pueda comprarse un pedazo de pan! Y Alah te guarde y prolongue tus días preciosos, ¡oh hijo de la
generosidad!"
Y he aquí que Kamar siguió puntualmente el consejo de la vendedora de perfumes. Y el joyero no
encontró ya palabras ni expresión con qué pintar a su mujer la liberalidad del hermoso extranjero. Y ella
le dijo, probándose la nueva sortija: "¿No te da vergüenza ¡oh hijo del tío! no haber invitado todavía a tu
casa a un hombre que tan generoso se ha mostrado contigo? ¡Y sin embargo, gracias a los beneficios de
Alah, no eres avaro ni descendiente de una familia de avaros; pero me parece que a veces faltas a las
prácticas sociales! ¡Así, es absolutamente un deber de parte tuya rogar a ese extranjero que venga a tomar
mañana la sal de tu hospitalidad!
Por su parte, Kamar, después de haber consultado a la mujer del barbero, a la cual entregó para aquel
pobre hombre ochocientos dinares de gratificación, lo preciso para que comprara un pedazo de pan, no
dejó de presentarse en la tienda del joyero, a fin de probarse la tercera sortija. Y después de ponérsela en
el dedo, se la sacó, la miró un ins tante con cierto desdén, y dijo: "Está bastante bien; pero no me gusta del
todo esta piedra. ¡Quédate, pues, con ella para una de tus esclavas, y móntame esta otra gema! Y aquí
tienes un anticipo de doscientos dinares y cuatro para cada uno de tus aprendices. ¡Y perdóname todas las
molestias que te causo!" Y así diciendo, le entregó una gema blanca y maravillosa que valía mil dinares
de oro. Y en el límite de la con fusión, le dijo el joyero: "¡Oh mi señor! ¿querrías honrar mi casa con tu
presencia y concederme la gracia de ir a cenar conmigo esta noche? ¡Porque tus beneficios están por
encima de mí, y mi corazón se siente atraído por tu mano generosa!"
Y contestó Kamar: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y le dió las señas del khan donde
paraba.
Y he aquí que, llegada la noche, el joyero se presentó en el khan consabido para recoger a su
invitado. Y le condujo a su casa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 785ª noche
Ella dijo:
"...Y le condujo a su casa, donde le festejó con una recepción sun tuosa y un espléndido festín. Y tras
de retirar las bandejas de manjares y bebidas, una esclava les sirvió sorbetes preparados por las propias
ma nos de la joven dueña de la casa. No obstante, a pesar del deseo que de ello tenía, no quiso infringir la
costumbre de las recepciones, donde las mujeres jamás toman parte en las comidas, y permaneció en el
harem. Y se limitó a esperar allí que produjese efecto su estratagema.
Y he aquí que, apenas Kamar y su huésped probaron el delicioso sorbete, cayeron ambos en un
profundo sueño; porque la joven había tenido cuidado de echar en las copas un polvo adormecedor. Y la
esclava que les servía se retiró en cuanto los vió tendidos sin movimiento.
Entonces la joven, vestida solamente con su camisa, y preparada toda ella como para la primera
entrada nupcial, levantó el cortinaje y penetró en la sala del festín. Y quien hubiese visto a aquella joven,
en todo el esplendor de su belleza, con sus ojos cargados de crímenes, habría sentido que se le
desmenuzaba el corazón y que la razón se le huía. Avanzó ella, pues, hasta Kamar, a quien hasta entonces
no había en trevisto más que por la ventana, cuando entraba él en la casa, y se puso a contemplarle. Y vió
que era en absoluto de su conveniencia. Y em pezó por sentarse junto a él, y se puso a acariciarle el rostro
dulce mente con la mano. Y de pronto, aquella gallina hambrienta se arrojó glotonamente sobre el
jovenzuelo y empezó a picotearle los labios y las mejillas con tanta violencia, que hizo saltar la sangre. Y
aquellos picotazos crueles duraron algún tiempo y fueron reemplazados por tales movimientos, que sólo
Alah sabría lo que pudo ocurrir a consecuencia de toda aquella agitación de la gallina montada a
horcajadas sobre el joven gallo dormido.
Y con aquel juego transcurrió la noche entera.
Pero cuando apareció la mañana, aquella ardiente jovenzuela se decidió a levan tarse; y se sacó del
seno cuatro tabas de cordero y se las metió en el bolsillo de Kamar. Y hecho lo cual, le dejó y volvió al
harem. Y mandó a la sala del festín a la esclava confidente que de ordinario ejecutaba sus órdenes, la
misma que llevaba el alfanje desnudo al paso del cortejo por los zocos de Bassra. Y la esclava, para
disipar el sueño del joven Kamar y del viejo joyero, les echó en las narices unos polvos que eran
poderoso antídoto. Y no tardaron en producir su efecto aquellos polvos, porque los dos durmientes se
despertaron después de estornudar. Y la joven esclava dijo al joyero: "¡Oh amo vuestro! nuestra ama
Halima me envía a despertarte y te dice: "Es la hora de la plegaria de la mañana, y he aquí que desde el
mina rete el muezín hace el llamamiento a los creyentes. ¡Y he aquí, ade más, la palangana para las
abluciones!" Y esclamó el viejo, aturdido aún: "¡Por Alah ! ¡qué pesadamente se duerme en esta
habitación! ¡Siempre que me acuesto aquí no me despierto hasta muy entrado el día!"
Kamar no supo qué responder. Pero, al levantarse para hacer sus abluciones, sintió que le ardían
como el fuego los labios y el rostro, sin contar lo que no se veía. Y se asombró de ello en extremo, y dijo
al joyero: "No sé qué será, pero siento que los labios y el rostro me arden como el fuego y me queman
como carbones encendidos. ¿A qué obedecerá?"
Y el viejo contestó: "¡Oh! eso no es nada. ¡Sencillamente picaduras de mosquitos!" Y dijo Kamar:
"Es tá bien; pero ¿cómo es que en tu rostro no veo trazas de picaduras de mosquitos, si has dormido a mi
lado?" El otro contestó: "¡Por Alah, que es verdad! Sin embargo, has de saber ¡oh cara hermosa! que a
los mosquitos les gustan las mejillas jóvenes y vírgenes de pelo, y detestan los rostros barbudos. Y he
aquí que bajo tu lindo semblan te circula una sangre delicada, mientras que de mis mejillas descien den
unas barbas luengas". Dicho esto, hicieron sus abluciones, se de dicaron a la plegaria y almorzaron juntos.
Tras de lo cual, Kamar se despidió de su huésped, y salió para ir en busca de la mujer del barbero.
Y he aquí que se encontró con que estaba ella esperándole. Y le acogió riéndose, y le dijo: "¡Vamos,
¡oh hijo! cuéntame la aven tura de esta noche, por más que la veo escrita con mil signos en tu rostro!" El
dijo: "¡Estos signos son simples picaduras de mosquitos y nada más, madre mía!" Y la mujer del barbero
se rió aun más fuerte al oír estas palabras, y dijo: "¿De verdad son picaduras de mosquitos? ¿Y no ha
tenido otros resultados tu visita a la casa de la que amas?" El contestó: "¡Por Alah, que no, a no ser estas
cuatro tabas de jugar los niños, y que me he encontrado en el bolsillo, sin saber cómo han entrado en él!"
Ella dijo: "¡Enséñamelas!" Y las cogió, las miró un momento, y continuó diciendo: "Eres muy inocen -
te, hijo mío, al no haber adivinado que en tu cara llevas todavía la huella, no de picaduras de mosquitos,
sino de besos apasionados de la que amas. En cuanto a esos huesos, que ella misma te ha metido en el
bolsillo, son un reproche que te dirige por haberte pasado el tiempo durmiendo, pudiéndolo emplear
mejor con ella. Ha querido decirte: "Eres un niño que se pasa el tiempo durmiendo. Aquí tienes unas
tabas, como cumple a los niños que no saben divertirse con otro juego". Tal es la explicación de estas
tabas, hijo mío. Y ha sido hablar bastante claro para la primera vez. Y por otra parte, no tienes más que
hacer la prueba esta misma noche. En efecto, te aprovecharás de la invitación del joyero, el cual, sin
duda, te convidará de nuevo a cenar, ¡y creo que no te olvidarás de portarte de manera que te satisfaga y
la satisfaga, y hagas dichosa a tu madre que te quiere, hijo mío! ¡Y para cuando estés de vuelta en mi
casa, ¡oh pupila del ojo! piensa en lamiserable condición de mi pobrísimo esposo el barbero!"
Y Ka mar contestó: "¡Por encima de la cabeza y de los ojos!" Y regresó al khan en que se alojaba. Y
he aquí lo referente a él.
En cuanto a la joven Halima, preguntó a su esposo, el viejo joye ro, cuando fué él a buscarla al harem:
"¿Cómo te has portado con tu huésped el joven extranjero?" El contestó: "Con todas las galante rías y
todas las consideraciones, ¡oh Halima! ¡Pero ha debido pasar muy mala noche, porque le han picado con
encarnizamiento los mos quitos!" Ella dijo: "Tú tienes la culpa por no haberle hecho dormir con
mosquitero. Pero, sin duda, estará menos incómodo la próxima noche. Pues supongo que le invitarás otra
vez. ¡Y es lo menos que con él puedes hacer en agradecimiento por todas las pruebas de generosi dad con
que te ha colmado!" Y el joyero sólo pudo responder con el oído y la obediencia, máxime cuando él
también sentía gran afecto por el joven.
Así es que, cuando Kamar llegó a la tienda, no dejó de invitarle el joyero, y aquella noche sucedió lo
mismo que la anterior, a pesar del mosquitero. Porque, una vez que la bebida adormecedora hubo surtido
su efecto, la joven Halima se pasó toda la noche agitándose y moviéndose a horcajadas sobre el gallo
dormido, y de manera aun más ex traordinaria que la primera vez. Y cuando, por la mañana, el joven
Kamar salió de su profundo sueño, merced a los polvos que le echaron en las narices, sintió que le ardía
el rostro y que tenía todo el cuerpo acribillado a succiones, mordiscos y otras cosas semejantes
realizadas por su ardiente enamorada. Pero no dejó entrever nada al joyero, que le interrogaba sobre
cómo había dormido, y tras de despedirse de él, salió para ir a dar cuenta a la mujer del barbero de lo
que había pa sado. Y al mirar en su bolsillo, encontró un cuchillo que le habían metido allí.
Y enseñó a su protectora aquel cuchillo, dándole quinientos dinares de oro de gratificación para aquel
pobre barbero esposo suyo. Y después de besarle la mano, exclamó la vieja al ver el cuchillo: "¡Alah os
resguarde de la desgracia, ¡oh hijo mío! He aquí que tu bienamada está irritada, y te amenaza con matarte
si te vuelve a encontrar dor mido. ¡Porque ésa es la explicación del cuchillo encontrado en tu bolsillo!" Y
preguntó Kamar, muy perplejo: "¿Pero qué voy a hacer para no dormirme? ¡La noche última estaba yo
resuelto a velar a todo trance, pero no lo conseguí!" Ella contestó: "Pues bien; para ello, no tendrás más
que dejar beber al joyero solo y fingiendo que te tomas la copa de sorbete, cuyo contenido arrojarás
detrás de ti, simularás dormir en presencia de la esclava. ¡Y de tal suerte conseguirás el objeto deseado!"
Y Kamar contestó con el oído y la obediencia, y no dejó de seguir exactamente aquel excelente consejo.
Y he aquí que pasaron las cosas de la manera prevista por la vieja. Porque el joyero, por consejo de
su esposa, invitó a Kamar a la tercera cena, con arreglo a la costumbre que exige sea el huésped invitado
tres noches seguidas. Y cuando la esclava que había llevado los sorbetes vió dormidos a ambos hombres,
se retiró para anunciar a su señora que ya se había producido el efecto deseado.
Al escuchar esta noticia, la ardiente Halima, furiosa de ver que el joven no había comprendido
ninguna de sus advertencias, entró en la sala del festín, cuchillo en mano, dispuesta a hundirlo en el co -
razón del imprudente. Pero de pronto Kamar se irguió sobre ambos pies, riendo, y se inclinó hasta tierra
ante la joven, que hubo de preguntarle: "¡Ah! ¿y quién te ha enseñado esa estratagema?" Y Kamar no le
ocultó que había obrado de acuerdo con los consejos de la mujer del barbero. Y ella sonrió, y dijo: "¡Es
lista la vieja! Pero en adelante sólo tienes que tratar conmigo. ¡Y no te arrepentirás!" Y así diciendo,
atrajo hacia ella al jovenzuelo, de carne virgen todavía de todo contacto de mujer, y manipuló con él de
manera tan ex perta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 786ª noche
Ella dijo:
"...y manipuló con él de manera tan experta, que el joven apren dió de pronto a declinar todos los
casos sin vacilar, a poner el ré gimen pasivo en acusativo, y a exigir el régimen directo en su misión
activa. ¡Y en aquella batalla de piernas y de muslos se portó con tanta valentía y tal maestría de choques
de vaivén, que aquella noche fué la noche del gallo por excelencia! ¡Loores a Alah, que da alas al primer
vuelo de los pájaros, que hace danzar al cabrón desde su nacimiento, que hace desarrollarse el cuello del
león joven, que hace saltar al río brotando de la roca y que pone en el corazón de sus creyentes un
instinto invencible y hermoso como el canto del gallo por la aurora!
Cuando por medio de aquel valiente justador, que acababa de romper el cascarón, la experta Halima
hubo aplacado el ardor que la consumía, le dijo, entre mil caricias: "Sabe ¡oh fruto de mi corazón! que ya
no podré pasarme sin ti. ¡Por tanto, no te creas que me bastarán una o dos noches, una o dos semanas, uno
o dos meses, uno o dos años! Quiero pasarme contigo la vida entera, abandonando al esposo viejo y feo,
y siguiéndote a tu patria. Escúchame, pues, y si me amas y te ha satisfecho la experiencia de esta noche,
haz lo que voy a decirte. ¡Helo aquí!
Cuando mi anciano esposo te invite a cenar una vez más, contéstale: "¡Por Alah, tío mío, que lbn-
Adán es demasiado pesado por naturaleza, y tiene muy densa la sangre! ¡Y cuando reitera las visitas a
casa de los demás, hace que se harten de él ricos y pobres! ¡Excúsame, por no poder aceptar tu graciosa
ofer ta, pues temería cometer una indiscreción reteniéndote tres o cuatro noches fuera de tu harem!" Y tras
de hablarle así, le rogarás que al quile para ti una casa en la vecindad nuestra, con pretexto de que así
podréis veros cómodamente ambos y pasar juntos, por turno, par te de la noche, sin que ello resulte
importuno para uno ni para otro. Desde luego, sé que mi marido vendrá a consultármelo, y le afirmaré en
ese proyecto. ¡Y cuando lo realicemos, Alah se encargará de lo demás!" Y el joven Kamar contestó: "¡Oír
es obedecer!" Y le juró conformarse con todos sus deseos, y para sellar su juramento, hizo con ella una
repetición de regímenes todavía más detallada que la primera. Y en verdad que aquella noche funcionó
con celo el báculo del peregrino sobre el camino allanado ya por la primera marcha del jinete.
Hecho lo cual, Kamar, por consejo de su enamorada, fué a ten derse junto al joyero, como si nada
hubiese pasado. Y por la ma ñana, cuando los polvos antídotos despertaron al joyero, Kamar quiso
despedirse de él, como tenía por costumbre. Pero el otro le retuvo a la fuerza, y le invitó a compartir con
él una vez más la comida de la noche. Y Kamar no olvidó la recomendación de su enamorada, y no quiso
aceptar la invitación del joyero pero le participó el plan con certado, y le dijo que era el único medio de
no importunarse uno a otro en lo sucesivo. Y contestó el viejo joyero: "¡No hay inconve niente!" Y sin más
tardanza se levantó y fué a alquilar la casa in mediata a la suya, la amuebló ricamente e instaló en ella a su
joven amigo. Y por su parte, la experta Halima se cuidó de hacer practicar, con gran secreto, en la
medianería, una abertura grande, que se di simulaba por ambos lados con un armario.
Así es que, al día siguiente, quedó Kamar extremadamente asom brado al ver entrar en su aposento a
su enamorada, como si surgiera de lo invisible. Pero ella, tras de haberle colmado de caricias, le
descubrió el misterio del armario, y acto seguido le hizo seña de que se dedicara a su oficio de gallo. Y
Kamar se prestó a ello con diligen cia y celeridad, y manejó siete veces seguidas el báculo del peregrino.
Tras de lo cual, la joven Halima, húmeda aún del ardor satisfecho, sacó de su seno un puñal espléndido
de la pertenencia de su esposo el joyero, que lo había labrado por sí mismo con el mayor cuidado y cuyo
puño había adornado con hermosas piedras preciosas, y se lo entregó a Kamar, diciéndole: "Guárdate
este puñal en el cinturón y preséntate en la tienda de Osta-Obeid, mi marido; enséñale el puñal y
pregúntale si le gusta y cuánto vale. Y te preguntará cómo es que lo tienes; dile entonces, que, al pasar
por el zoco de los armeros, has oído a dos hombres hablar entre sí y que uno de ellos decía al otro:
"¡Mira el regalo que me ha hecho mi amante, que me da los objetos que pertenecen a su anciano marido,
el más feo y el más repugnante de los maridos ancianos!" Y añade que, cuando se te acercó el hombre que
así hablaba, le compraste el puñal. ¡Abandona la tienda luego y ven a toda prisa a casa, donde me
encontrarás en el armario para recoger el puñal!" Y tomando el puñal, Kamar se presentó en la tienda del
joyero, donde desempeñó el papel que le había indicado su amada.
Cuando el joyero vió el puñal y oyó las palabras de Kamar, se sintió muy turbado, y contestó con
frases entrecortadas, como hom bre a quien se le extravía la razón. Y al ver el estado del joyero, Kamar
salió de la tienda y corrió a devolver el puñal a su amada, que ya le esperaba en el armario. Y le pintó el
estado cruel y el desvarío en que hubo de dejar a su marido el joyero.
En cuanto al desdichado Osta-Obeid, corrió a su vez a la casa, presa de los tormentos de los celos y
silbando cual una serpiente fu riosa. Y entró, con los ojos fuera de las órbitas, gritando: "¿Dónde está mi
puñal?" Y Halima aparentando el aire más inocente, contes tó, abriendo unos ojos muy extrañados: "Está
en su sitio, en la ar quilla. ¡Pero, por Alah, que me guardaré de dártelo, ¡oh hijo del tío! porque veo que
tienes extraviada la razón y temo que quieras herir con él a alguien!" Y el joyero insistió, jurando que no
quería herir a nadie. Entonces, abriendo la arquilla, le presentó ella el puñal. Y exclamó él: "¡Oh,
prodigio!" Ella preguntó: "Pues, ¿qué tiene de sorprendente?" El dijo: "¡Hace un instante creí ver este
puñal en el cinturón de mi joven amigo!" Ella dijo: "¡Por mi vida! ¿has po dido abrigar sospechas
infundadas de tu esposa, ¡oh el más indigno de los hombres!?" Y el joyero le pidió perdón y se esforzó
cuanto pudo por aplacar la cólera de la joven.
Y he aquí que, al día siguiente, Halima, tras de haber jugado con su amante una partida de ajedrez en
siete asaltos, pensó de qué medio se valdría para hacer que el viejo joyero se divorciara de ella, y dijo a
Kamar: "Ya has visto que el primer medio no nos ha dado resultado. Ahora voy a vestirme de esclava, y
me conducirás a la tienda de mi marido. Y me levantarás el velo, diciéndole que acabas de comprarme en
el mercado. ¡Y veremos si eso le abre los ojos!" Y se levantó y se vistió de esclava, efectivamente, y
acompañó a su amante a la tienda de su marido. Y dijo Kamar al anciano joyero "Mira qué esclava acabo
de comprar por mil dinares de oro. ¡A ver si te gusta!" Y así diciendo, le levantó el velo. Y el joyero
creyó desmayarse al reconocer a su mujer, adornada con magníficas pedrerías labradas por él mismo y
llevando en los dedos las sortijas que le había regalado Kamar. Y exclamó: "¿Cómo se llama esta
esclava?" Y Kamar contestó: "¡Halima ! " Y al oír estas palabras, el joyero sin tió que se le secaba la
garganta, y cayó de espaldas. Y Kamar y la joven se aprovecharon del desmayo para retirarse.
Cuando Osta-Obeid volvió de su desvanecimiento, corrió a su casa con todas sus fuerzas, y estuvo a
punto de morirse de sorpresa y de espanto al encontrar a su esposa con el mismo atavío con que acababa
de verla, y exclamó: "¡No hay fuerza y protección más que en Alah el Omnisciente!" Y ella le dijo: "Y
bien, ¡oh hijo del tío! ¿de qué te asombras?" El dijo: "¡Alah confunda al Maligno! ¡Aca bo de ver una
esclava que ha comprado mi amigo y que parece ser tú misma, de tanto como se te asemeja!" Y Halima,
fingiendo sofocarse de indignación, exclamó: "¿Cómo ¡oh calamitoso de barba blanca! te atreves a
ultrajarme con sospechas tan vergonzosas? ¡Ve a conven certe por tus propios ojos, y corre a casa de tu
vecino para ver si encuentras allí a la esclava!" El dijo: "¡Tienes razón! ¡No hay sos pecha que ceda a
semejante prueba!" Y bajó la escalera, y salió de su casa para ir a la de su amigo Kamar.
Y como había pasado por el armario, ya se encontraba allí Ha lima cuando entró su esposo. Y confuso
ante tan gran parecido, el in fortunado no supo más que murmurar: "¡Alah es grande! ¡El crea los juegos de
la Naturaleza y cuanto le place!" Y regresó a su casa en el límite de la turbación y de la perplejidad; y al
encontrar a su mujer como la había dejado, no pudo por menos de colmarla de elogios y pedirle perdón.
Luego se volvió a su tienda.
En cuanto a Halima, fué a reunirse con Kamar, pasando por el armario, y le dijo: "¡Ya ves que no hay
medio de abrir los ojos a ese padre de la barba vergonzosa! Ya sólo nos queda marcharnos de aquí sin
tardanza. ¡He tomado mis medidas, y están prontos los camellos cargados, así como los caballos, y la
caravana no espera a nadie más que a nosotros para partir!" Y se levantó, y envolviéndose en sus velos,
le decidió a llevarla al sitio en que se hallaba la cara vana. Y montaron ambos en los caballos que les
aguardaban, y partie ron. Y Alah les escribió la seguridad, y llegaron a Egipto sin ningún incidente
desagradable.
Cuando llegaron a la casa del padre de Kamar, y el venerable mercader se enteró del regreso de su
hijo, la alegría dilató todos los corazones, y Kamar fué recibido con lágrimas de dicha. Y cuando Ha lima
entró en la casa, todos los corazones quedaron deslumbrados por su belleza. Y el padre de Kamar
preguntó a su hijo: "¡Oh hijo mío! ¿es una princesa?" El joven contestó: "No es una princesa, sino aque lla
cuya hermosura motivó mi viaje. Pues de ella es de quien nos habló el derviche. ¡Y ahora me propongo
casarme con ella conforme a la Sunnah y a la Ley!" Y contó a su padre, desde el principio hasta el fin,
toda su historia. Pero no hay utilidad en repetirla.
Al saber aquella aventura de su hijo, el venerable mercader Abd el-Rahmán exclamó: "¡Oh hijo mío!
¡Sea contigo mi maldición en este mundo y en el otro si persistes en querer casarte con esa mujer salida
del infierno! ¡Ah! ¡teme ¡oh hijo mío! que un día se conduzca contigo de manera tan desvergonzada como
con su primer marido! ¡Mejor será que me dejes buscar para ti una esposa entre las jóvenes de buena
familia!" Y le amonestó largamente, y le habló tan cuerda mente, que contestó Kamar: "Haré lo que
deseas, ¡oh padre mío!" Y al oír estas palabras, el venerable mercader besó a su hijo y ordenó que al
punto encerraran a Halima en un pabellón retirado, mientras tomaba una decisión con respecto a ella.
Tras de lo cual, se ocupó de buscar por toda la ciudad una es posa conveniente para su hijo. Y
después de numerosos pasos dados por la madre de Kamar cerca de las mujeres de los notables y de los
mercaderes ricos, se celebraron los esponsales de Kamar con la hija del kadí, la cual, sin duda, era la
jovenzuela más bella de El Cairo. Y con aquel motivo, durante cuarenta días enteros no se escatimaron
los festines, ni las iluminaciones, ni las danzas, ni los juegos. Y el último día tuvo lugar una fiesta
reservada especialmente a los pobres, a quienes se cuidaron de invitar a sentarse en torno a las bandejas
servidas para ellos con toda generosidad.
Y he aquí que Kamar, que por sí mismo vigilaba a los servido res durante aquel festín, advirtió entre
los pobres a un hombre peor vestido que los más pobres y quemado del sol, llevando en su cara las
huellas de prolongadas fatigas y de penas abrasadoras. Y al detener en él sus miradas para llamarle,
reconoció al joyero Osta-Obeid. Y corrió a participar su descubrimiento a su padre, que le dijo: "¡Ha
llegado el momento de reparar, en cuanto nos es posible, el daño que cometiste por instigación de la
desvergonzada a quien he encerrado!" Y se adelantó al anciano joyero, que ya se disponía a alejarse, y
lla mándole por su nombre, le abrazó tiernamente y le interrogó acerca del motivo que habíale reducido a
tal estado de pobreza. Y Osta-Obeid le contó que se había marchado de Bassra para que no se difundiese
su aventura y no tuviesen ocasión de burlarse de él sus enemigos, pero en el desierto había caído en
manos de bandoleros árabes, que le qui taron cuanto poseía. Y el venerable Abd el-Rahmán se apresuró a
hacer que le condujeran al hammam, y después del baño que le vistie ran con ricos trajes; luego le dijo:
"¡Eres mi huésped, y te debo ver dad! Sabe, pues, que tu esposa Halima está aquí, encerrada por orden
mía en un pabellón retirado. Y pensaba devolvértela con escolta a Bassra pero ya que Alah te condujo
hasta aquí, es porque, de antema no, estaba señalada la suerte de esa mujer. Voy, pues, a conducirte a su
aposento, y la perdonarás o la tratarás como se merezca. Porque no debo ocultarte que conozco toda la
penosa aventura, de que es única culpable tu mujer; pues el hombre que se deja seducir por una mujer no
tiene nada que reprocharse, dado que no puede resistir al instinto que Alah ha infundido en él; pero la
mujer no está constituida de igual manera, y si no rechaza la aproximación y el ataque de los hombres,
siempre será culpable.
¡Ah! ¡hermano mío, se necesita gran acopio de sabiduría y paciencia en el hombre que posee una
mujer!" Y dijo el joyero: "¡Tienes razón, hermano mío! Mi mujer es la única culpable en este caso. Pero
¿dónde está? Y dijo el padre de Kamar: "¡En ese pabellón que ves delante de ti, y cuyas llaves aquí
tienes!" Y el joyero cogió las llaves con gran alegría y fué al pabellón, cuyas puertas hubo de abrir, y
entró en el aposento de su mujer. Y avanzó hacia ella sin decir una palabra, y echándola de repente al
cuello las dos manos, la estranguló, exclamando: "¡Mueran así las desvergon zadas de tu especie...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 787ª noche
Ella dijo:
"...la estranguló, exclamando: "¡Mueran así las desvergonzadas de tu especie!"
Y el mercader Abd el-Rahmán, para acabar de reparar los ye rros de su hijo Kamar con el joyero,
creyó equitativo y meritorio ante Alah el Altísimo casar, el mismo día de las bodas de Kamar, a su hija
Estrella-de-la-Mañana con Osta-Obeid. ¡Pero Alah es más gran de y más generoso!
Tras de contar así esta historia, Schehrazada se calló.
Y ex clamó el rey Schahriar: "Haga Alah ¡oh Schehrazada! que todas las mujeres desvergonzadas
sufran la suerte de la esposa del joyero. ¡Por que así es como debieran terminar varias historias de las que
me has contado! Con frecuencia, en efecto, me he irritado en el alma, Scheharazada, al ver que ciertas
mujeres tenían un fin contrario a mis ideas y a mis inclinaciones. ¡Pues ya sabes cómo he tratado, por mi
parte, a la esposa impúdica y maligna (que Alah no la tenga en su com pasión), así como a todas sus
infieles esclavas!"
Pero Schehrazada, sin querer que el rey se entregase por mucho tiempo a tales pensa mientos, se
guardó mucho de responder al particular, y apresuróse a comenzar, como sigue, la Historia de la pierna
de carnero.
Historia de la pierna de carnero
Cuentan -¡pero Alah es más sabio!- que en El Cairo, bajo el reinado de un rey entre los reyes de
aquel país, había una mujer dotada de tanta astucia y de tanta destreza, que pasar por el ojo de la aguja
más pequeña era para ella tan sencillo como beberse un sorbo de agua. Y he aquí que Alah (que
distribuye a su antojo cualidades y defectos) había infundido a aquella mujer tal ardor de tempera mento,
que si le hubiese cabido en suerte ser una de las cuatro esposas de un creyente y compartir con justicia
las cuatro noches en cua tro lotes, uno para cada una, se hubiera muerto de deseo reconcen trado. Así es
que supo ella arreglarse de manera que llegó, no sólo a ser la esposa única de un hombre, sino a casarse
a la vez con dos hombres, de la raza de los gallos del Alto Egipto, que podían consolar una tras otra a
veinte gallinas. Y había usado de tanta sutileza, y tan bien supo tomar sus medidas, que ninguno de los
dos hombres sos pechaba un reparto tan contrario a la ley y a las costumbres de los verdaderos creyentes.
Y por cierto que favorecía los manejos de ella la profesión que ejercían sus dos maridos, porque uno era
ladrón noc turno y el otro ratero diurno. Con lo cual, cuando uno regresaba a casa por la noche, una vez
terminada su tarea, el otro había salido ya en busca de algún trabajo apropiado. En cuanto a sus nombres,
se llamaban: el ladrón, Haram, y el ratero, Akil.
Y transcurrieron días y meses, y el ladrón Haram y el ratero Akil se dedicaban con provecho en casa
a su oficio de gallos, y fuera de casa al de zorros.
Un día entre los días, el ladrón Haram, después que el heredero de su padre hubo consolado a la hija
del tío más excelentemente aún que de costumbre, dijo a la mujer: "Un asunto de gran importancia ¡oh
mujer! me obliga a ausentarme por algún tiempo. ¡Plugue a Alah escribirme el éxito, a fin de que esté yo
de vuelta junto a ti lo más pronto posible!" Y contestó la mujer: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor
de ti, ¡oh cabeza de los hombres! Pero ¿qué va a ser de esta desventurada mientras dura la ausencia de su
enamorado?" Y se desoló mucho y le dijo mil palabras de desconsuelo, y sólo le dejó partir después de
las más cálidas pruebas de afecto. Y cargado con un saco de provisiones de boca que la joven había
tenido cuidado de prepararle para el viaje, el ladrón Haram se fué por su camino, sa tisfecho y
chasqueando la lengua de contento.
Haría apenas una hora de tiempo que había partido él, cuando re gresó Akil el ratero. Y quiso la
suerte que, teniendo necesidad de aban donar la ciudad, precisamente fuese a anunciar su marcha a su
esposa. Y la joven no dejó de hacer presente a su otro marido toda la pena que le producía su
alejamiento, y después de las pruebas diversas y multiplica das de una pasión extraordinaria, le llenó de
provisiones de boca un saco para el viaje, y le dijo adiós, invocando sobre su cabeza las bendiciones de
Alah (¡exaltado sea!) Y el ratero Akil salió de su casa ala bándose de tener una esposa tan cálida y tan
atenta y chasqueando la lengua de contento.
Y como por lo general, a cada criatura le espera su destino en cualquier encrucijada del camino,
ambos maridos debían encontrar el suyo donde menos pensaban. En efecto, al fin de la jornada, el ratero
Akil entró en un khan que le pillaba de camino, proponiéndose pasar allí la noche. Y al entrar en el khan,
sólo encontró en él a un via jero, con el cual entabló conversación en seguida, después de las za lemas y
cumplimientos por una y otra parte. Y he aquí que su interlo cutor era precisamente el ladrón Haram, que
tomó el mismo camino que su asociado, a quien no conocía. Y el primero dijo al segundo: "¡Oh
compañero! ¡parece que estás muy fatigado!" Y el otro con testó: "¡Por Alah! ¡hoy me he hecho de una
tirada todo el camino de El Cairo! Y tú, compañero, ¿de dónde vienes?" El aludido con testó: "¡De El
Cairo también! Y glorificado sea Alah, que pone en mi camino un compañero tan agradable para
continuar el viaje. Por que ha dicho el profeta (¡con él la plegaria y la paz!) : "¡Un compa ñero es la mayor
provisión para el camino!" ¡Pero, entretanto, para sellar nuestra amistad, partamos juntos el mismo pan y
probemos la misma sal! ¡He aquí ¡oh compañero! mi saco de provisiones, en el que tengo, para
ofrecértelos, dátiles frescos y asado con ajo!" Y el otro contestó: "Alah aumente tus bienes, ¡oh
compañero! Acepto la oferta de todo corazón amistoso. ¡Pero permíteme que también con tribuya con lo
mío!" Y mientras el primero sacaba del saco sus provisiones, puso él las suyas en la estera donde estaban
sentados.
Cuando acabaron ambos de colocar sobre la estera lo que tenían que ofrecerse, advirtieron que
llevaban provisiones exactamente igua les: panes de sésamo, dátiles y media pierna de carnero. Y
hubieron de asombrarse hasta el límite extremo del asombro en cuanto observaron que las dos medias
piernas de carnero se acoplaban con perfecta exactitud. Y exclamaron: "¡Alahu akbar! ¡estaba escrito que
esta pier na de carnero vería reunirse sus dos mitades, a pesar de la muerte, el horno y el guiso!"
Luego el ratero preguntó al ladrón: "Por Alah sobre ti, ¡oh compañero! ¿puedo saber de dónde
procede ese trozo de pierna de carnero?" Y el ladrón contestó: "¡Me lo ha dado la hija de mi tío antes de
ponerme en marcha! Pero, por Alah sobre ti, ¡oh compañero! ¿puedo, a mi vez, saber de dónde sacaste
esa media pier na?" Y el ratero dijo: "¡También me la metió en el saco la hija del tío! Pero ¿puedes
decirme en qué barrio se encuentra tu honorable casa?" El aludido dijo: "¡Junto a la Puerta de las
Victorias!" Y el otro exclamó: "¡Y la mía también!" Y de pregunta en pregunta, pronto ambos ladrones
adquirieron la convicción de que desde el día de su matrimonio eran, sin saberlo, asociados de la misma
cama y del mismo tizón. Y exclamaron: "¡Alejado sea el Maligno! ¡He aquí que nos ha burlado la
maldita!"
Luego, aunque en un principio este des cubrimiento les incitó a realizar alguna violencia, como eran
avisados y prudentes, acabaron por pensar que el mejor partido que podían tomar consistía en volver
sobre sus pasos y esclarecer por sus propios ojos y sus propias orejas lo que tenían que esclarecer con la
taimada. Y de acuerdo sobre el particular, emprendieron de nuevo ambos la ruta de El Cairo, y no
tardaron en llegar a su vivienda común.
Cuando, tras de abrirles la puerta, la joven vió juntos a sus dos maridos, no pudo dudar de que habían
descubierto su estratagema, y como era prudente y avisada, comprendió que sería inútil buscar en tonces
un pretexto con que ocultar por más tiempo la verdad. Y pen só: "¡El corazón del hombre más duro no
puede resistir a las lágri mas de la mujer amada!" Y de pronto, estallando en sollozos y despei nándose los
cabellos, se arrojó a los pies de sus dos maridos, implo rando su misericordia.
Y he aquí que la amaban ambos y tenían el corazón prendado por los encantos de ella. Así que, a
pesar de tan notoria perfidia, sin tieron que no se había debilitado su afecto hacia ella y la levantaron y le
otorgaron su perdón, pero después de haberle hecho los cargos con ojos furibundos. Luego, como ella
permaneciera silenciosa con un aire muy contrito, le dijeron que aquello no era todo, pues tenía que cesar
sin tardanza aquel estado de cosas tan contrario a las costum bres y usos de los creyentes. Y añadieron:
"¡Es absolutamente ne cesario que, al punto, te decidas a escoger entre nosotros dos al que quieras
conservar como esposo!"
Al oír estas palabras de sus dos maridos, la joven bajó la cabeza, y reflexionó profundamente. Y por
más que la apremiaron ellos para que, sin tardanza, tomase una determinación, les fué imposible ha cerle
designar al que prefería, porque a ambos les encontraba igua les gallardía, fuerza y resistencia. Pero
como, impacientes por el silencio de ella, le gritasen con voz amenazadora que tenía que escoger, acabó
por levantar la cabeza, y dijo: "¡No hay recurso y misericordia más que en Alah el Altísimo, el
Todopoderoso! ¡Oh hombres! ¡ya que me obligáis a escoger entre vosotros y a tomar un partido me
lastima al afecto que os dediqué por igual, y como, hecha la reflexión y pesadas las consecuencias, no
tengo ningún motivo para preferir el uno al otro, he aquí lo que os propongo! Ambos vivís de vuestra
destreza, y sobre eso tenéis tranquila la conciencia, y Alah, que juzga las acciones de sus criaturas
conforme a las aptitudes que les ha puesto en el corazón, no os rechazará del seno de Su bondad. Tú,
Akil, escamoteas durante el día, y tú, Haram, robas por la noche. ¡Pues bien; declaro ante Alah y ante
vosotros que conservaré como es poso a aquel de vosotros dos que dé la mejor prueba de destreza y
realice la proeza más ingeniosa!" Y ambos contestaron con el oído y la obediencia, admitiendo en
seguida la proposición y preparándose al punto a rivalizar en ingenio.
Y he aquí que el ratero Akil fué quien empezó a actuar, yendo con su asociado Haram al zoco de los
cambistas. Y le mostró con el dedo a un viejo judío que se paseaba con lentitud de una tienda a otra, y
dijo: "¿Ves ¡oh Haram! a ese hijo de perro? ¡Pues me com prometo a quitarle su saco de cambista antes de
que acabe de dar ese paseo!" Y habiendo hablado así, ligero como una pluma, se acercó al judío que
paseaba y le sustrajo el saco lleno de dinares de oro que llevaba consigo. Y volvió al lado de su
compañero, el cual, poseído de extremado pavor, quiso evitarle en un principio para no arriesgarse a que
le detuvieran como cómplice del otro; pero maravillado luego de golpe de mano tan feliz, empezó a
felicitarle por la maestría de que acababa de dar prueba, y le dijo: "¡Por Alah! ¡me parece que, por mi
parte, jamás podré llevar a cabo una empresa tan bri llante! ¡Yo creía que robar a un judío era cosa que
superaba a las fuerzas de un creyente!" Pero el ratero se echó a reír, y le dijo: "¡Oh pobre! ¡eso no es más
que el principio de la cosa, pues no es así como pretendo apropiarme el saco del judío! Porque un día u
otro podría ponerse sobre mi pista la justicia y obligarme a decir la verdad. ¡Quie ro convertirme en
propietario legal del saco con su contenido, condu ciéndome de manera que el propio kadí me adjudique
lo que le per tenece a ese judío relleno de oro!" Y así diciendo, se marchó a un rincón retirado del zoco,
abrió el saco, contó las monedas de oro, que contenía, quitó de ellas diez dinares y puso en su lugar un
anillo de cobre que le pertenecía. Tras de lo cual volvió a cerrar el saco cuidadosamente, y acercándose
de nuevo al judío despojado, se lo deslizó diestramente en el bolsillo del kaftán, como si no hubiese pa -
sado nada.
La destreza es un don de Alah, ¡oh creyentes!
Y he aquí que, apenas había dado algunos pasos el judío, cuando el ratero se lanzó otra vez sobre él,
pero entonces muy ostensiblemente, gritándole: "¡Miserable hijo de Aarón, se acerca tu castigo!
¡Devuélveme mi saco o vamos ambos a casa del kadi!" Y en el límite de la sorpresa, al verse tratado así
por un hombre a quien no conocía, ni de padre, ni de madre, y a quien nunca en su vida había visto, el
judío, para eludir los golpes, empezó a deshacerse en excusas, y juró por Ibrahim, Ishak y Yacub que su
agresor se equivocaba de persona y que, por su parte, jamás se le había ocurrido, ni por pienso, arreba -
tarle el saco. Pero Akil, sin querer escuchar sus protestas, amotinó contra el judío a todo el zoco y acabó
por agarrarle del kaftán, dicién dole: "¡Yo y tú a casa del kadí!" Y como el otro se resistiese, le cogió de
la barba, y entre el tumulto le arrastró a la presencia del kadí.
Y el kadí preguntó: "¿De qué se trata?" Y al punto contestó Akil: "¡Oh nuestro amo el kadí! este judío,
de la tribu de los ju díos, que traigo entre tus manos, dispensadoras de justicia, es sin duda el ladrón más
audaz que ha entrado en la sala de tus decretos. ¡He aquí que, después de haberme robado mi saco lleno
de oro, se atreve a pasearse por el zoco con la tranquilidad del musulmán irreprocha ble!" Y gimió el
judío, con la barba a medio arrancar: "¡Oh nues tro amo el kadí, protesto de eso! ¡Jamás he visto ni
conocido a este hombre que me ha maltratado y reducido al estado lamentable en que me hallo, después
de haber amotinado al zoco contra mí y haber des truído para siempre mi crédito y arruinado mi
reputación de cam bista irreprochable!"
Pero Akil exclamó: "¡Oh maldito hijo de Israel! ¿desde cuándo la palabra de un perro de tu raza
prevalece sobre la palabra de un creyente? ¡Oh nuestro amo el kadí! ¡este embaucador niega su robo con
tanta audacia como cierto mercader de las Indias, cuya historia contaré a tu señoría, si no la conoce!"
Y el kadí con testó: "¡No conozco la historia del mercader de las Indias! ¿Pero qué le sucedió?
¡Dímelo brevemente!" Y Akil dijo: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡oh amo nuestro! Para
hablar breve mente, te diré que el tal mercader de las Indias era un hombre que había conseguido inspirar
tanta confianza a la gente del zoco, que un día le confiaron en depósito una importante cantidad de dinero,
sin pedirle recibo. Y se aprovechó de esta circunstancia para negar el de pósito el día en que fué a
reclamárselo el propietario. Y como éste no podía exhibir contra el demandado testigos ni escrituras, sin
duda el mercader se habría comido con toda tranquilidad la hacienda ajena, si el kadí de la ciudad, con
su talento, no hubiese logrado hacerle declarar la verdad. ¡Y obtenida esta declaración, le hizo aplicar
dos cientos palos en la planta de los pies, y le echó de la ciudad!" Luego continuó Akil: "¡Y ahora, ¡oh
nuestro amo el kadí! espero de Alah que tu señoría, llena de sagacidad y de talento, hallará fácilmente el
medio de demostrar la doblez de este judío! ¡Y primeramente permite a tu esclavo que te ruegue des
orden de registrar a mi ladrón para convencerte de su robo!"
Cuando el kadí hubo oído este discurso de Akil, ordenó a los guardias que registraran al judío. Y no
tardaron mucho tiempo en encontrarle encima el saco consabido. Y el acusado, gimiendo, insis tió en que
el saco era de su propiedad legítima. Y por su parte, Akil aseguraba, con toda clase de juramentos e
injurias dirigidas al des creído, que él reconocía perfectamente el saco que le habían sustraí do. Y el kadí,
como juez avisado, ordenó entonces que cada una de las partes declarase lo que había dentro del saco en
litigio. Y el judío declaró: "¡En el saco ¡oh amo nuestro! hay quinientos dinares de oro que metí en él esta
mañana, ni uno más, ni uno menos!" Y Akil exclamó: "¡Mientes, ¡oh hijo de judíos! a no ser que, al revés
de lo que ocurre con los de tu raza, me devuelvas más de lo que cogiste! Y o declaro que en el saco sólo
hay cuatrocientos noventa dinares, ni uno más, ni uno menos. ¡Y, además, debe estar guardado ahí un
anillo de cobre con mi sello, como no sea que lo hayas tú quitado ya!" Y el kadí abrió el saco en
presencia de los testigos, y su con tenido hubo de dar la razón al ratero. Y al punto el kadí entregó el saco
a Akil y ordenó que inmediatamente se administrase una paliza al judío, ¡que se había quedado mudo de
estupefacción!
Cuando el ladrón Haram vió el éxito de la acertada jugarreta de su asociado Akil, le felicitó y le dijo
que a él le resultaría muy di fícil superarle. No obstante, se citó con él para aquella misma noche en las
inmediaciones del palacio del sultán, a fin de intentar, a su vez, alguna hazaña que no fuese indigna de la
maravillosa jugarreta de que acababa de ser testigo.
Así es que, al caer la noche, ya estaban en el punto de cita con venido ambos asociados. Y Haram dijo
a Akil: "Compañero, te has reído de la barba de un judío y de la del kadí. Yo quiero obrar sobre el
propio sultán. ¡Aquí tienes una escala de cuerda, de la que voy a valerme para penetrar en el aposento del
sultán! ¡Pero tienes que acompañarme para ser testigo de lo que ocurra!" Y a Akil, que no estaba
acostumbrado al robo, sino sencillamente a las raterías, en un principio le asustó mucho la temeridad de
aquella tentativa; pero se avergonzó de retroceder ante su asociado, y le ayudó a arrojar por encima de la
muralla del palacio la escala de cuerda. Y treparon am bos por ella, bajaron por el lado opuesto,
atravesaron los jardines y se adentraron en el mismo palacio, a favor de las tinieblas,y se deslizaron por
las galerías hasta el propio aposento del sultán; y levantando una cortina, Haram hizo a su compañero ver
al sultán dormido y junto al cual había un mozalbete que le hacía cos quillas en la planta de los pies...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 788ª noche
Ella dijo:
"...Un mozalbete que le hacía cosquillas en la planta de los pies. E incluso el mozalbete aquél, que
favorecía el dormir del rey con semejante maniobra, parecía abrumado de sueño, y para no dejarse
vencer por el sopor mascaba un trozo de almácigo.
Al ver aquello, Akil, lleno de pavor, estuvo a punto de caerse de espaldas, y Haram le dijo al oído:
"¿Por qué te asustas así com pañero? ¡Tú has hablado con el kadí, y yo, a mi vez, quiero hablar con el
rey!" Y dejándole escondido detrás de la cortina, se acercó al mo zalbete con una agilidad maravillosa, le
amordazó, le ató, y le colgó del techo como a un fardo. Luego se sentó en el sitio del otro, y se puso a
hacer cosquillas al rey en la planta de los pies con la ciencia de un masajista del hammam. Y al cabo de
un momento, maniobró de manera que se despertase el sultán, quien empezó a bostezar. Y Ha ram,
imitando la voz de un mozalbete, dijo al sultán: "¡Oh rey del tiempo! ya que tu Alteza no duerme, ¿quiere
que le cuente algo?" Y cuando contestó el sultán: "¡Está bien!" Haram dijo: "En una ciudad entre las
ciudades había ¡oh rey del tiempo! un ladrón llamado Haram y un ratero llamado Akil, que rivalizaban en
audacia y destreza. ¡Y he aquí lo que cada uno de ellos hizo un día!" Y contó al sultán la jugarreta de Akil
con todos sus detalles, y llevó su audacia hasta enterarle de cuanto pasaba en su propio palacio,
cambiando solamente el nombre del sultán y el lugar de la escena. Y cuando hubo termi nado su relato,
dijo: "Y ahora, ¡oh rey del tiempo! ¿me dirás a cuál de ambos compañeros encuentra más hábil tu
señoría?"
Y contestó el sultán: "¡Indudablemente, al ladrón que se introdujo en el palacio del rey!"
Cuando hubo oído esta respuesta, Haram pretextó una urgente necesidad de orinar, y salió como si
fuera a los retretes. Y fué a reu nirse con su compañero, que, durante todo el tiempo que duró la
conversación, estuvo sintiendo que el alma se le escapaba de terror por la nariz. Y de nuevo
emprendieron el camino que ya habían recorrido y salieron del palacio tan felizmente como habían
entrado.
Al día siguiente, el sultán, que estaba muy asombrado de no ha ber vuelto a ver a su favorito, a quien
creía en los retretes, llegó al límite de la sorpresa al hallarle colgado del techo, exactamente igual que en
la historia que oyó contar. Y en seguida adquirió la certeza de que él mismo acababa de ser víctima de
tan audaz ladrón. Pero, lejos de irritarse contra quien así le había burlado, quiso conocerle; y a tal fin
hizo proclamar, por los pregoneros públicos, que perdonaba al que se introdujo de noche en su palacio y
le prometía una gran recompensa si se presentaba ante él. Y fiado en esta promesa, fué Haram al palacio
y se presentó entre las manos del sultán, que hubo de alabarle mucho por su valor, y para recompensar
tanta maes tría, le nombró en el momento jefe de policía del reino. Y la joven, por su parte, al enterarse de
la cosa, no dejó de escoger a Haram por único esposo, y vivió con él entre delicias y alegrías. ¡Pero Alah
es más sabio!
Y Schehrazada no quiso dejar al rey aquella noche bajo la impre sión de esta historia, e
inmediatamente comenzó a contarle la prodi giosa historia que sigue.
Dijo:
Las llaves del destino
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el califa Mohammad ben-Theilún, sultán de Egipto, era un
soberano tan mesurado y bue no como cruel y opresor fué su padre Theilún. Porque, lejos de obrar como
éste, torturando a sus súbditos con objeto de que pagasen tres y cuatro veces los mismos impuestos, y
haciendo que les administra sen palizas para obligarles a desenterrar los pocos dracmas que guar daban
bajo tierra por temor a los recaudadores, se apresuró a hacer que renaciera la tranquilidad y de nuevo se
aposentara entre su pue blo la justicia. Y los tesoros que su padre Theilún había acumulado a fuerza de
violencia los empleaba él en proteger a los poetas y a los sabios, en recompensar a los valientes y en
acudir en ayuda de los pobres y de los desgraciados. Así es que Alah el Retribuidor hizo que todo saliese
bien bajo el reinado bendito de aquel rey; pues jamás fueron tan regulares y abundantes las crecidas del
Nilo, jamás las mieses fueron tan ricas y multiplicadas, jamás estuvieron tan verdes los campos de alfalfa
y de altramuz y jamás los mercaderes vieron afluir a sus tiendas tanto oro.
Un día entre los días el sultán Mohammad hizo ir a su presencia a todos los dignatarios de su palacio
para interrogarles, por turno, acerca de sus funciones, de sus servicios pretéritos y de la paga que
recibían del tesoro. Porque de tal suerte quería enterarse por sí mismo de su conducta y de sus medios de
existencia, diciéndose: "Si veo que alguno tiene un empleo penoso y una paga ligera, disminuiré su tra -
bajo y aumentaré su sueldo pero si veo que uno tiene una paga consi derable y un empleo fácil, disminuiré
su sueldo y aumentaré su tra bajo".
Y los primeros que se presentaron entre sus manos fueron sus visires, que eran cuarenta, todos
ancianos venerables, con luengas bar bas blancas y rostro marcado por la sabiduría. Y llevaban a la
cabeza tiaras enturbantadas, enriquecidas con piedras preciosas; y se apoya ban en largas pértigas con
remate de ámbar, signo de su poder. Luego llegaron los walíes de provincias los jefes del ejército y
cuantos, de cerca o de lejos, tenían que mantener la tranquilidad y hacer justicia. Y unos tras de otros, se
arrodillaron y besaron la tierra entre las ma nos del califa, que les interrogó largamente, y les retribuyó o
destituyó con arreglo a lo que opinaba de sus méritos.
Y el último que se presentó fué el eunuco portaalfanje, ejecutor de la justicia. Y aunque estaba gordo,
como hombre bien alimentado que no tiene nada que hacer, ofrecía un aspecto muy triste y en vez de ir
orgullosamente con su alfanje desnudo al hombro, llevaba la cabeza baja y tenía el alfanje envainado. Y
cuando estuvo entre las manos del sultán Mohammad ben-Theilún, besó la tierra y dijo: "¡Oh señor
nuestro y corona de nuestra cabeza! ¡he aquí que por fin va a lucir el día de la justicia para el esclavo
ejecutor de la justicia! ¡Oh mi señor, oh rey del tiempo! desde la muerte de tu difunto padre, el sultán
Theilún (¡Alah lo tenga en Su misericordia!), he visto disminuir día por día las ocupaciones de mi cargo
y desaparecer el provecho que me proporcionaban. Y mi vida, que antaño era dichosa, transcurre ahora
aburrida e inútil. Y si el Egipto continúa de tal suerte gozando de tranquilidad y de abundancia, corro
mucho riesgo de morirme de hambre, no dejando ni siquiera lo preciso para que me compren un sudario
(¡Alah prolongue la vida de nuestro señor!)".
Cuando el sultán Mohammad ben-Theilún hubo oído estas pala bras de su portaalfanje, reflexionó
durante un buen rato, y compren dió que tales quejas eran justificadas, porque el provecho mayor que su
cargo le producía al verdugo no procedía de su paga, que era poco considerable, sino de los dones y
herencias que sacaba de quienes ejecutaba.
Y exclamó: "¡De Alah venimos y a El retornaremos! ¡Ver dad es que la dicha de todos es una ilusión, y
que lo que ocasiona la alegría de uno hace correr las lágrimas de otro! ¡Oh portaalfanje! ¡tranquiliza tu
alma y refresca tus ojos, pues en adelante, para ayu darte a subsistir, ahora que casi no se retribuyen tus
funciones, reci birás cada año doscientos dinares de emolumentos! ¡Y haga Alah que, durante todo mi
reinado permanezca siendo tu alfanje tan inútil como lo es en este momento y se cubra con el orín
pacífico de reposo!" Y el portaalfanje besó la orla del traje del califa y se volvió a su sitio. He narrado
lo anterior para demostrar qué soberano tan justo y cle mente era el sultán Mohammad.
Cuando ya iba a levantarse la sesión, el sultán divisó, detrás de las filas de dignatarios, a un jeique de
edad, con la cara llena de arrugas y cargado de espaldas, que aun no había sido interrogado. Y le hizo
seña de que se acercara, y le preguntó cuál era su empleo en el palacio. Y el jeique contestó: "¡Oh rey del
tiempo! mi empleo se re duce sencillamente a vigilar un cofrecillo que me fué entregado; para su custodia,
por tu padre el difunto sultán. ¡Y por este empleo se me dan del tesoro todos los meses diez dinares de
oro!" Y el sultán Mo hammad se asombró de aquello, y dijo: "¡Oh jeique! ¡ése es un sueldo muy crecido
para un empleo tan descansado! Pero ¿qué hay en el cofrecillo?" El otro contesté: "¡Por Alah, ¡oh señor
nuestro! que hace cuarenta años que lo guardo, e ignoro lo que contiene!" Y dijo el sultán: "¡Ve a traerlo
cuanto antes!" Y el jeique se apresuró a ejecutar la orden.
Y he aquí que el cofrecillo que el jeique llevó al sultán era de oro macizo y estaba ricamente labrado.
Y por orden del sultán, lo abrió el jeique por primera vez. Pero no contenía más que un manuscrito
trazado con letras brillantes sobre piel de gacela teñida de púrpura. Y en el fondo había un poco de tierra
roja.Y el sultán cogió el manuscrito de piel de gacela, que estaba escri to en caracteres brillantes, y quiso
leer lo que decía. Pero, aunque se hallaba muy versado en la escritura y en las ciencias, no pudo descifrar
ni una sola palabra de los caracteres desconocidos que había trazados en él. Y ni los visires ni los
ulemas que estaban presentes lograron un resultado mejor. Y el sultán hizo ir, unos tras otros, a todos los
sabios afamados de Egipto, Siria, Persia e Indias; pero ninguno de ellos pudo decir siquiera en qué
lenguaje estaba escrito aquel manuscrito. Porque, por lo general, los sabios no son más que pobres
ignorantes con sus grandes turbantes por toda ciencia.
Entonces el sultán Mohammad hizo publicar por todo el imperio que otorgaría la mayor de las
recompensas a quien pudiera solamente indicarle un hombre lo bastante instruido para descifrar los
desconoci dos caracteres.
Poco tiempo después de la publicación de aquel aviso; se presentó en la audiencia del sultán un
anciano de turbante blanco, y después de obtener permiso para hablar, dijo: "¡Alah prolongue la vida de
nuestro amo el sultán! ¡El esclavo que está entre tus manos es un antiguo servidor de tu padre, el difunto
sultán Theilún, y hoy mismo acaba de volver del destierro a que había sido condenado! ¡Alah tenga en su
compasión al difunto, que me condenó a verme relegado! ¡Pero me presento entre tus manos ¡oh señor
soberano nuestro! para decirte que sólo un hombre puede leer el manuscrito de piel de gacela! Y es su
dueño legítimo, el jeique Hassán Abdalah, hijo de El-Aschar, que hace cuarenta años fué arrojado a un
calabozo por orden del difunto sultán. ¡Y sólo Alah sabe si gemirá él allá aún o si estará muerto!" Y el
sultán preguntó: "¿Por qué motivo se encerró en un calabozo al jeique Has san Abdalah?"
El otro contestó: "¡Porque el difunto sultán quería obligar por fuerza al jeique a leerle el manuscrito,
después que le despo seyó de él!"
Al oír estas palabras, el sultán Mohammad al punto envió a los jefes de los guardias a visitar todas
las prisiones, con la esperanza de encontrar en ellas al jeique Hassán Abdalah vivo todavía, y hacerle
salir de allí. Y quiso la suerte que aún estuviese vivo el jeique. Y los jefes de los guardias, por orden del
sultán, le vistieron con un traje de honor, y le llevaron entre las manos de su amo. Y el sultán Moham mad
vió que el prisionero era un hombre de aspecto venerable y de ros tro dolorido por los sufrimientos. Y se
levantó en honor suyo, y le rogó que perdonara el injusto trato que le había hecho sufrir su padre, el califa
Theilún. Luego le hizo sentarse junto a él, y entregándole el manuscrito de piel de gacela, le dijo: "¡Oh
venerable jeique! ¡no quiero guardar por más tiempo este objeto que no me pertenece, aunque por él
poseyera todos los tesoros de la tierra!"
Al oír estas palabras del sultán, el jeique Hassán Abdalah vertió abundantes lágrimas, y volviendo
hacia el cielo las palmas de las manos, exclamó: "¡Señor, fuente de toda sabiduría eres Tú, que en el
mismo suelo haces brotar el veneno y la planta salutífera! ¡En el fondo de un calabozo pasé cuarenta años
de mi vida, y he aquí que es al hijo de mi opresor a quien ahora tengo que agradecer el morir al sol!
¡Señor, loores y gloria a Ti, cuyos decretos son insondables!"
Luego se encaró con el sultán, y dijo: "¡Oh amo, nuestro soberano! ¡lo que rehusé a la violencia se lo
concedo a la bondad! ¡Este manuscrito, para la posesión del cual arriesgué varias veces mi vida, te
pertenece como propiedad legítima en lo sucesivo! ¡Es el principio y fin de toda ciencia, y el único bien
que traje de la ciudad de Scheddad ben-Aad, la ciudad misteriosa donde no puede entrar ningún humano,
Aram-de-las-columnas!"
El califa abrazó al anciano, y le dijo: "¡Oh padre mío! ¡por favor, apresúrate a decirme lo que sepas
con respecto a ese manuscrito de piel de gacela y a la ciudad de Scheddad ben-Aad, Aram-de-las -
columnas!" Y contestó el jeique Hassán Abdalah: "¡Oh rey! la historia de este manuscrito es la historia de
toda mi vida. ¡Y si estuviera escrita con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la
leyera con respeto!" Y contó:
"Has de saber ¡oh rey del tiempo! que mi padre era uno de los mercaderes más ricos y más
respetados de El Cairo. Y yo soy su hijo único. Y mi padre no escatimó nada para mi instrucción, y me
dió los mejores maestros de Egipto. Así que a los veinte años ya era yo famoso entre los ulemas por mi
saber y mis conocimientos en los libros de los antiguos. Y queriendo regocijarme con mis bodas, mi
padre y mi madre me dieron por esposa a una joven virgen de ojos llenos de estrellas, de talle flexible y
gracioso, y gacela por la elegancia y la ligereza. Y mis bodas fueron magníficas. Y pasé con mi esposa
días de tranquilidad y noches de ventura. Y de tal suerte viví diez años tan hermosos como la primera
noche nupcial.
Pero ¡oh mi señor! ¿quién puede saber lo que le reserva la suerte del mañana? Al cabo de aquellos
diez años, que pasaron como el sueño de una noche tranquila., fuí presa del Destino, y todos los azotes
cayeron a la vez sobre la dicha de mi casa. Porque en el transcurso de unos días, la peste hizo perecer a
mi padre, el fuego devoró mi casa y las aguas del mar se tragaron a los navíos que traficaban a lo lejos
con mis riquezas. Y pobre y desnudo como el niño al salir del seno de su madre, no tuvo más recurso que
la misericordia de Alah y la piedad de los creyentes. Y hube de frecuentar el patio de las mezquitas con
los mendigos de Alah; y vivía en la compañía de los santones de hermosas palabras. Y en los días peores
me ocurría con frecuencia volver sin un pedazo de pan a mi albergue, y después de haber ayunado toda la
jor nada, no tener nada que comer por la noche. Y sufría en extremo con mi propia miseria y la de mi
madre, de mi esposa y de mis hijos.
Un día en que Alah no había enviado ninguna limosna a su men digo, mi esposa se quitó su último
vestido y me lo entregó llorando, y me dijo: "Ve a ver si lo vendes en el zoco, a fin de comprar a nuestros
hijos un pedazo de pan". Y cogí el vestido de la mujer, y salí para ir a venderlo a la salud de nuestros
hijos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 789ª noche
Ella dijo:
"...Y cogí el vestido de la mujer, y salí para ir a venderlo a la salud de nuestros hijos. Y cuando me
dirigía al zoco, me encontré con un beduíno montado en una camella roja. Y al verme, el beduíno paró de
repente a su camella, la hizo arrodillarse, y me dijo: "La zalema con tigo, ¡oh hermano mío! ¿No podrías
indicarme la casa de un rico mercader que se llama el jeique Hassán Abdalah, hijo de Al-Achar?" Y Yo
¡oh mi señor! tuve vergüenza de mi pobreza, aunque la pobreza, como la riqueza, nos viene de Alah, y
contesté, bajando la cabeza: "Y contigo la zalema y la bendición de Alah, ¡oh padre de los árabes! ¡Pero
en El Cairo, que yo sepa, no hay ningún hombre con el nombre que acabas de pronunciar!" Y quise
continuar mi camino. Pero el beduíno se apeó de su camella, y tomando mis manos en las suyas, me dijo,
con acento de reproche: "Alah es grande y generoso, ¡oh hermano mío! ¿Acaso no eres tú el jeique
Hassán Abdalah, hijo de Al-Achar? ¿Y es posible que te desentiendas del huésped que Alah te envía,
ocultando tu nombre?" Entonces yo, en el límite de la confusión, no pude contener mis lágrimas, y
rogándole que me perdonara, le cogí las manos para besárselas; pero no quiso dejarme hacer, y me
estrechó en sus brazos, como haría un hermano con su hermano. Y le conduje a mi casa.
Y mientras de aquel modo caminaba con el beduíno, que llevaba del ronzal a su camella, mi corazón
y mi espíritu estaban torturados por la idea de no tener nada para agasajar al huésped. Y cuando llegué,
me apresuré a contar a la hija de mi tío el encuentro que acababa de tener; y ella me dijo: "¡El extranjero
es el huésped de Alah, y para él será incluso el pan de los hijos! Vuélvete, pues, a vender el traje que te
di, y con el dinero que por ello saques compra con qué alimentar a nuestro huésped. ¡Y si deja sobras,
nos las comeremos nosotros!" Y para salir, tenía yo que pasar por el vestíbulo en que había dejado al
beduíno. Y como ocultara yo el traje, me dijo él: "¿Qué llevas entre la ropa, her mano mío?" Y contesté,
bajando la cabeza, confuso: "¡Nada!" Pero él insistió, diciendo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! te
suplico me digas qué llevas escondido entre las vestiduras!" Y contesté, muy azo rado: "¡Es el traje de la
hija de mi tío, que se lo llevo a nuestro vecina, la cual tiene el oficio de remendar trajes!" Y el beduíno
insistió aún, y me dijo: "Déjame ver ese traje, ¡oh hermano mío!" Y ruborizándome, le enseñé el traje; y
exclamó él: "¡Alah es clemente y generoso, oh her mano mío! ¡Lo que ibas a hacer ahora era vender en
subasta el traje de tu esposa, madre de tus hijos, para cumplir con el extranjero los deberes de
hospitalidad!" Y me abrazó, y me dijo: "¡Toma, ya Hassán Abdalah, aquí tienes diez dinares de oro, que
proceden de Alah, a fin de que los gastes y nos compres con ellos lo preciso para nuestras nece sidades y
las de tu casa!" Y no pude rechazar la oferta del huésped, y cogí las monedas de oro. Y en mi casa
entraron el bienestar y la abun dancia.
Y he aquí que, a diario, me entregaba el beduíno la misma suma, y por orden suya la gastaba yo de la
misma manera. Y duró aquello quince días.
Y glorifiqué al Retribuidor por sus beneficios.
Y he aquí que, a la mañana del décimosexto día, mi huésped el heduíno me dijo, después de las
zalemas: "Ya Hassán Abdalah, ¿quie res venderte a mí?" Y yo le contesté: "¡Oh mi señor! ¡ya soy tu
esclavo, y te pertenezco por agradecimiento!" Pero me dijo él: "¡No Hassán Abdalah, no es eso lo que
quiero decirte! Al preguntarte si te vendes a mí, es porque deseo comprarte realmente. ¡Así es que no voy
a regatear tu venta, y te dejo que tú mismo fijes el precio en que quieres venderte!"
Ni por un instante dudé de que hablara en broma, y con testé, burlándome: "El precio de un hombre
libre ¡oh mi señor! está fijado por el Libro en mil dinares, si se le mata de un solo golpe. ¡Pero si se
hacen varias intentonas para matarle, produciéndole dos o tres o cuatro heridas o si se le corta en
pedazos, entonces su precio llega a mil quinientos dinares!"
Y me dijo el beduíno: "¡No hay inconveniente, Hassán Abdalah! ¡te pagaré esta última suma, si
consientes en tu ven ta!" Y comprendiendo entonces que mi huésped no bromeaba, sino que estaba
seriamente decidido a comprarme, pensé para mi ánima: "Alah es quien te envía este beduíno para salvar
a tus hijos del ham bre y de la miseria, ya jeique Hassán! ¡Si tu destino es ser cortado en pedazos, no te
escaparás de él!" Y contesté: "¡Oh hermano árabe, acep to mi venta! ¡Pero permíteme solamente consultar
acerca de ello a mi familia!" Y me contestó: "¡Está bien!" Y me dejó y salió para dedicar se a sus asuntos.
Y he aquí ¡oh rey del tiempo! que fui en busca de mi madre, de mi esposa y de mis hijos, y les dije:
"¡Alah os salva de la miseria!" Y les conté la proposición del beduíno. Y al oír mis palabras, mi madre y
mi esposa se maltrataron el rostro y el pecho, exclamando: "¡Oh ca lamidad sobre nuestra cabeza! ¿Qué
quiere hacer de ti ese beduíno?" Y corrieron a mí los niños y se cogieron a mis ropas. Y lloraban todos.
Y añadió mi esposa, que era prudente y de buen consejo: "¿Quién sabe si ese beduíno maldito, como te
opongas a tu venta, reclamará lo que ha gastado aquí? Así es que, para que no te pille desprevenido, es
preciso que vayas cuanto antes en busca de alguien que consienta en comprar esta miserable casa, última
hacienda que te queda, y con el dinero que te produzca pagarás a ese beduíno. Y de tal suerte no le
deberás nada, y quedará libre tu persona". Y estalló en sollozos; pensan do ver ya a nuestros hijos sin
asilo, en la calle. Y yo me puse a reflexio nar acerca de la situación, y ya estaba en el límite de la
perplejidad. Y pensaba de continuo: "¡Oh Hassán Abdalah! ¡no desaproveches la oca sión que Alah te
depara! ¡Con la suma que te ofrece el beduíno por tu venta aseguras el pan de tu casa!"
Luego pensé: "¿Pero por qué quiere él comprarte? ¿Y qué quiere hacer de ti? ¡Si aun fueras joven e
im berbe! Pero si tienes la barba como la cola de Agar, y ni siquiera tentarías a un indígena del Alto
Egipto! ¡Por lo visto, quiere matarte poco a poco, ya que te paga con arreglo a la segunda condición!"
Sin embargo, cuando, al caer la tarde, regresó a casa el beduíno, yo había tomado mi partido y tenía
decidido lo que había de hacer. Y le recibí con cara sonriente, y después de las zalemas, le dije: "¡Te
perte nezco!" Entonces se desató el cinturón, sacó de él mil quinientos dinares de oro, y me los contó,
diciendo: "¡Ruega por el Profeta, ya Hassán Abdalah!" Y contesté: "¡Con él la plegaria, la paz y las
bendiciones de Alah!" Y me dijo: "Pues bien, hermano mío, ahora que te vendiste, puedes estar sin temor,
porque tu vida será salva y tu libertad completa. Al hacer tu adquisición solamente deseé tener un
compañero agradable y fiel en el largo viaje que quiero emprender. Porque ya sabes que el Profeta (¡Alah
lo tenga en su gracia!) ha dicho: "¡Un compañero es la mejor provisión para el camino!"
Entonces entré muy alegre en el aposento donde se hallaban mi madre y mi esposa, y puse delante de
ellas, en la estera, los mil qui nientos dinares de mi venta. Y al ver aquello, sin querer escuchar mis
explicaciones, empezaron ellas a lanzar gritos estridentes, mesándose los cabellos y lamentándose, como
se hace junto al ataúd de los muertos. Y exclamaban: "¡Es el precio de la sangre! ¡Qué desgracia! ¡que
des gracia! ¡Jamás tocaremos el precio de tu sangre! ¡Antes morir de hambre con los niños!" Y al ver la
inutilidad de mis esfuerzos para calmarlas, las dejé un rato para que desahogaran su dolor. Luego me
puse a hacerles razonamientos, jurándoles que el beduíno era un hombre de bien con intenciones
excelentes; y acabé por conseguir que amen guaran un poco sus lamentos. Y me aproveché de aquella
calma para besarlas, así como a los niños, y decirles adiós. Y con el corazón dolo rido, las dejé bañadas
en las lágrimas de la desolación. Y abandoné la casa en compañía de mi amo el beduíno.
Y en cuanto estuvimos en el zoco de las acémilas, por indicación suya compré una camella conocida
por su rapidez. Y por orden de mi amo llené los sacos de provisiones necesarias para un viaje largo. Y
terminados todos nuestros preparativos, ayudé a mi amo a montar en su camella, monté yo en la mía, y
después de invocar el nombre de Alah nos pusimos en camino.
Y viajamos sin interrupción, y pronto ganamos el desierto, en donde no había más presencia que la de
Alah, y en donde no se veía huella de viajeros en la movible arena. Y mi amo el beduíno se guiaba, en
aque llas inmensidades, por indicaciones conocidas sólo de él y de su cabal gadura. Y así caminamos,
bajo un sol abrasador, durante diez días, cada uno de los cuales me pareció más largo que una noche de
pesadillas.
Al undécimo día por la mañana llegamos a una llanura inmensa, cuyo suelo brillante parecía formado
de pepitas de plata...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 790ª noche
Ella dijo:
"...Al undécimo día por la mañana llegamos a una llanura in mensa, cuyo suelo brillante parecía
formado de pepitas de plata. Y en medio de aquella llanura se elevaba una alta columna de granito. Y en
lo alto de la columna se erguía un joven de cobre rojo, que tenía la mano derecha extendida y abierta, con
una llave colgando de cada uno de sus cinco dedos. Y la primera llave era de oro, la segunda de plata, la
tercera de cobre chino, la cuarta de hierro y la quinta de plomo. Y cada una de estas llaves era un
talismán. Y el hombre que se apropiara de cada una de aquellas llaves tenía que sufrir la suerte que iba
aneja a ella. Porque eran las llaves del Destino: la llave de oro era la llave de las miserias, la llave de
plata la de los sufrimientos, la llave de cobre chino la de la muerte, la llave de hierro la de la gloria y la
llave de plomo la de la sabiduría y de la dicha.
Pero yo ¡oh mi señor! en aquel tiempo ignoraba estas cosas que mi amo era solo en conocer. Y mi
ignorancia fué causa de todas mis desventuras. Pero las desventuras, como las venturas, nos vienen de
Alah el Retribuidor. Y la criatura debe aceptarlas con humildad.
El caso es ¡oh rey del tiempo! que, cuando llegamos al pie de la columna, mi amo el beduíno hizo
arrodillarse a su camella y echó pie a tierra. Y yo hice lo que él. Y allá mi amo sacó de su carcaj un arco
de forma extraña, y puso en él una flecha. Y tendió el arco y lanzó la flecha al joven de cobre rojo. Pero,
sea por torpeza real, sea por tor peza fingida, la flecha no dió en el blanco. Y entonces me dijo el be -
duíno: "Ya Hassán Abdalah, ahora es cuando puedes rescatarte con migo, y si quieres, comprar tu
libertad. Porque sé que eres fuerte y listo, y sólo tú podrás dar en el blanco. ¡Coge, pues, este arco y
procura tirar esas llaves!"
Entonces, ¡oh mi señor! feliz yo de poder pagar mi deuda y res catar mi libertad a aquel precio, no
vacilé en obedecer a mi amo. Y cogí el arco, y al examinarle, observé que era de fabricación india y
había salido de manos de un obrero hábil. Y deseoso de mostrar a mi amo mi saber y mi destreza, estiré
el arco con fuerza y di en la mano del joven de la columna. Y a la primera flecha hice caer una llave: y
era la llave de oro. Y muy orgulloso y alegre, la recogí y se la pre senté a mi amo. Pero no quiso cogerla,
y me dijo, rechazándola: "¡Guár datela para ti ¡oh pobre! como premio por tu destreza!" Y le di las
gracias, y me metí en el cinturón la llave de oro. Y no sabía que era la llave de las miserias.
Luego, al segundo tiro, hice caer otra llave, que era la llave de plata. Y el beduíno no quiso tocarla, y
yo me la guardé en el cinturón con la primera. Y no sabía que era la llave de los sufrimientos.
Tras de lo cual, con otras dos flechas, descolgué dos llaves más: la llave de hierro y la llave de
plomo. Y una era la de la gloria, y otra la de la sabiduría y la dicha. Pero yo no lo sabía. Y sin darme
tiempo a recogerlas, mi amo se apoderó de ellas, lanzando exclamaciones de alegría y diciendo:
"¡Bendito sea el seno que te ha llevado!, ¡oh Hassán Abdalah! ¡Bendito sea quien adiestró tu brazo y
ejercitó tu golpe de vista!" Y me estrechó en sus brazos, y me dijo: "¡En adelante eres tu propio amo!" Y
le besé la mano, y de nuevo quise devolverle la llave de oro y la llave de plata. Pero las rehusó,
diciendo: "¡Para ti!"
Entonces saqué del carcaj la quinta flecha, y me apercibí a tirar la última llave, la de cobre chino, que
no sabía era la llave de la muerte. Pero mi amo se opuso vivamente a mi propósito, deteniéndome el
brazo y exclamando: "¿Qué vas a hacer, desgraciado?" Y muy aturdido, dejé caer inadvertidamente la
flecha a tierra. Y precisamente se me clavó en el pie izquierdo y me le atravesó, haciéndome una herida
dolorosa. ¡Y aquello fué el principio de mis desventuras!
Cuando mi amo, afligido por aquel accidente que hubo de sobre venirme, me curó la herida como
mejor pudo, ayudóme a montar en mi camella. Y proseguimos nuestro camino.
Después de tres días y tres noches de una marcha muy penosa a causa del pie herido, llegamos a una
pradera, donde nos detuvimos para pasar la noche. Y en aquella pradera había árboles de una especie
que yo no había visto nunca. Y aquellos árboles ostentaban hermosos frutos ma duros, cuya apariencia,
fresca y encantadora, excitaba la mano a co gerlos. Y yo, acuciado por la sed, me arrastré hasta uno de
aquellos árboles, y me apresuré a coger uno de aquellos frutos. Y era de un color rojo dorado y de un
perfume delicioso. Y me lo llevé a la boca y lo mordí. Y he aquí que clavé los dientes con tanta fuerza,
que no pude desencajar las mandíbulas. Y quise gritar, pero de mi boca no salió más que un sonido
inarticulado y sordo. Y sufría horriblemente. Y eché a correr de un lado para otro con mi pierna coja y
con el fruto cogido entre mis mandíbulas encajadas, y empecé a gesticular como un loco. Luego me tiré al
suelo con los ojos fuera de las órbitas.
Entonces mi amo el beduíno, al verme en aquel estado, se asus tó mucho al principio. Pero cuando
comprendió la causa de mi tor mento, se acercó a mí e intentó desencajarme las mandíbulas. Pero sus
esfuerzos sólo sirvieron para aumentar mi mal. Y al ver aquello, me dejó y fué a recoger al pie de los
árboles algunos de los frutos caídos. Y los contempló atentamente, y acabó por escoger uno y tirar los
demás. Y volvió conmigo y me dijo: "¡Mira este fruto, Hassán Abdalah! ¡Ya ves los insectos que lo roen
y lo destruyen! Pues bien; estos insectos van a servir de remedio para tu mal. ¡Pero se necesitan calma y
pa ciencia!" Y añadió: "¡Porque he calculado que, poniendo en el fruto que obstruye tu boca alguno de
estos insectos, se dedicarán o roerlo, y en dos o tres días, a lo más, estarás libre!" Y como se trataba de
un hombre de experiencia, le dejé hacer, pensando: "¡Ya Alah! ¡tres días y tres noches de semejante
suplicio! ¡Oh! ¡preferible la muerte!" Y sentándose a la sombra junto a mí, mi amo hizo lo que había
dicho, llevando al fruto maldito los insectos salvadores.Y en tanto que los insectos roedores comenzaban
su obra, mi amo sacó de su saco de provisiones dátiles y pan seco, y se puso a comer. Y de cuando en
cuando se interrumpía para recomendarme paciencia, diciéndome: "¿Ves, ya Hassán, cómo tu glotonería
me detiene en mi camino y retrasa la ejecución de mis proyectos? ¡Pero soy pru dente y no me atormento
con exceso por este contratiempo! ¡Haz como yo!" Y se dispuso a dormir, y me aconsejó que hiciese lo
propio.
Pero ¡ay! que me pasé sufriendo la noche y el día siguiente. Y aparte los dolores de mis mandíbulas y
de mi pie, estaba torturado por la sed y el hambre. Y para consolarme, el beduíno me aseguraba que
adelantaba el trabajo de los insectos. Y de tal suerte me hizo tener paciencia hasta el tercer día. Y por la
mañana de aquel tercer día al fin sentí que se me desencajaban las mandíbulas. E invocando y ben -
diciendo el nombre de Alah, tiré el fruto maldito con los insectos sal vadores.
Entonces, libre ya, mi primer cuidado fué registrar el saco de pro visiones y palpar el odre que
contenía el agua. Pero observé que mi amo lo había agotado todo en los tres días que duró mi suplicio, y
me eché a llorar, acusándole de mis sufrimientos. Pero él, sin alterarse, me dijo con dulzura: "Eres
injusto, Hassán Abdalah. ¿Acaso también yo iba a dejarme morir de hambre y de sed? ¡Pon, pues, tu
confianza en Alah y en Su Profeta, y levántate en busca de un manantial donde aplacar tu sed!"
Y entonces me levanté y me dediqué a buscar agua o alguna fruta que me fuese conocida. Pero no
había allí otros frutos que los de la especie perniciosa cuyos efectos hube de experimentar. Por fin, a
fuerza de pesquisas, acabé por descubrir en el hueco de una roca un pequeño manantial de agua brillante
y fresca, que invitaba a aplacar la sed.
Y me puse de rodillas, ¡y bebí, y bebí, y bebí! Y me detuve un instante, y seguí bebiendo. Tras de lo
cual, un poco calmado, consentí en ponerme en camino, y seguí a mi amo, que ya se había alejado en su
camella roja. Pero no habría dado cien pasos mi cabalgadura, cuando sentí que me acometían
retorcijones tan violentos, que creí tener en las entrañas todo el fuego del infierno. Y me puse a gritar:
¿Oh madre mía! ¡Ya Alah! ¡Oh ma dre mía!" Y en vano traté de moderar el paso de mi camella que, a
grandes zancadas, corría con toda su velocidad en pos de su rápida compañera. Y con los saltos que daba
y el vaivén de su paso, se hizo tan intenso mi suplicio que empecé a dar aullidos espantosos y a lanzar
tales imprecaciones contra mi camella contra mí mismo y contra todo, que acabó por oírme el beduíno, y
retrocediendo hasta mí, me ayudó a parar mi camella y a echar pie a tierra. Y me acurruqué en la arena, y
-dispensa esta confianza a tu esclavo, ¡oh rey del tiempo!- di libre curso al torrente que llevaba dentro. Y
sentí como si se me desgarrasen todas las entrañas. Y en mi pobre vientre se levantó una tempestad com -
pleta, con todos los truenos de la Creación, mientras mi amo el beduíno me decía: "¡Ya Hassán Abdalah,
ten paciencia!" Y a consecuencia de todo aquello, caí desmayado en el suelo.
No sé cuánto tiempo duró mi desmayo. Pero cuando volví en mí, me vi otra vez a lomos de la
camella, que seguía a su compañera. Y era por la tarde. Y se ponía el sol detrás de una montaña alta, al
pie de la cual llegábamos. Y nos paramos a descansar. Y mi amo dijo: "¡Loado sea Alah, que no permite
que nos quedemos en ayunas hoy! ¡Pero no te preocupes tú de nada, y estate tranquilo, pues mi
experiencia del desierto y de los viajes me hará encontrar un alimento sano y refrescante donde tú no
podrías recoger más que venenos!" Y tras de hablar así, fué al matorral formado por plantas de hojas
apretadas, carnosas y cubiertas de espinas, poniéndose a cortar con un sable algunas de ellas. Y las
mondó, y extrajó una pulpa amarilla y azucarada, parecida, en el sabor, a la de los higos. Y me dió cuanta
quise; Y comí hasta que estuve harto y refrescado.
Entonces empecé a olvidar un poco mis sufrimientos; y confié en pasar por fin la noche
tranquilamente en un sueño, de cuyo sabor hacía tanto tiempo que no me acordaba. Y al salir la luna,
extendí en tierra mi capote de pelo de camello, y ya me aprestaba a dormir, cuan do me dijo mi amo el
beduíno: "¡Ya Hassán Abdalah, ahora es cuando tienes ocasión de probarme si realmente me guardas
alguna gratitud ... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 791ª noche
Ella dijo
"...Ya Hassán Abdalah ahora es cuando tienes ocasión de probarme si realmente me guardas alguna
gratitud! Porque deseo que esta noche asciendas a esa montaña, y cuando hayas llegado a la cima, esperes
allí la salida del sol. Entonces, de pie, mirando a oriente, reci tarás la plegaria de la mañana; luego
bajarás: ¡Y ése es el servicio que te pido! Pero guárdate bien de dejarte sorprender por el sueño, ¡oh hijo
de El-Aschar! Pues las emanaciones de esta tierra son en ex tremo malsanas, y tu salud se resentiría de
ello sin remedio!"
Entonces, ¡oh mi señor! a pesar de mi estado de fatiga excesiva y de mis sufrimientos de toda especie,
contesté con el oído y la obe diencia, porque no me olvidaba de que el beduíno había dado el pan a mis
hijos, a mi esposa y a mi madre; y también se me ocurrió que, si acaso yo me negara a prestarle aquel
extraño servicio, me abando naría él en aquellos lugares salvajes.
Poniendo mi confianza en Alah, trepé, pues, a la montaña, y no obstante el estado de mi pie y de mi
vientre, llegué a la cima al mediar la noche. Y el suelo estaba allí blanco y pelado, sin un arbusto ni la
menor brizna de hierba. Y el viento helado, que soplaba con violencia por aquella cúspide, y el
cansancio de todos aquellos días calamitosos, me sumieron en un estado de modorra tal, que no pude por
menos de dejarme caer en tierra y dormirme hasta por la mañana, a pesar de todos los esfuerzos de mi
voluntad.
Cuando me desperté acababa de aparecer el sol en el horizonte. 'Y quise al punto seguir las
instrucciones del beduíno. Hice, pues, un esfuerzo para saltar sobre ambos pies, pero en seguida caí al
suelo, inerte, porque mis piernas, gordas a la sazón cual patas de elefante, estaban flojas y doloridas, y se
negaban en absoluto a sostener mi cuerpo y mi vientre, que estaban hinchados como un odre. Y la cabeza
me pesaba sobre los hombros más que si fuese toda de plomo; y no podía yo levantar mis brazos
paralizados.
Entonces, temiendo disgustar al beduíno, obligué a mi cuerpo a obedecer al esfuerzo de mi voluntad,
y aunque a trueque de los sufri mientos horribles que experimentaba, conseguí ponerme en pie. Y me volví
hacia oriente, y recité la plegaria de la mañana. Y el sol saliente iluminaba mi pobre cuerpo y proyectaba
en occidente su sombra des mesurada.
Y he aquí que, cumplido de tal suerte mi deber, pensé bajar de la montaña. Pero era tan pina su
pendiente y tan débil estaba yo, que, al primer paso que quise dar, se me doblaron las piernas con mi
peso y caí y rodé como una bola con asombrosa rapidez. Y las piedras y las zarzas a que intentaba yo
agarrarme desesperadamente, lejos de dete ner mi carrera, no hacían más que arrancar jirones de mi carne
y de mis vestiduras. Y no cesé de rodar de aquel modo, regando el suelo con mi sangre, hasta que llegué
al principio de la montaña, al paraje donde se, hallaba mi amo el beduíno.
Y he aquí que estaba echado de bruces en tierra y trazaba líneas en la arena con tanta atención, que ni
siquiera advirtió mi presencia ni se dió cuenta de la manera como llegaba yo. Y cuando le distrajeron del
trabajo en que estaba absorto mis gemidos insistentes, excla mó, sin volverse hacia mí y sin mirarme: "¡Al
hamdú lilah! ¡Hemos nacido bajo una feliz influencia, y todo nos saldrá bien! ¡Gracias a ti, ya Hassán
Abdalah, pude descubrir por fin lo que buscaba desde hace luengos años, midiendo la sombra que
proyectaba tu cabeza des de lo alto de la montaña!"
Luego añadió, sin levantar tampoco la cabeza: "¡Date prisa a venir a ayudarme a cavar el suelo en el
sitio donde he clavado mi lanza!" Pero como no contestase yo más que con un silencio entrecortado por
gemidos lamentables, acabó por levantar la cabeza y volverse hacia mi lado. Y vió en que estado me
encontraba y que seguía inmóvil en tierra y en cogido como una bola. Y avanzó a mí, y me gritó:
"Imprudente Has sán Abdalah, ya veo que me has desobedecido y que te dormiste en la montaña. ¡ Y los
vapores malsanos se te han metido en la sangre y te han envenenado!" Y como daba yo diente con diente y
movía a com pasión el verme, se calmó y me dijo: "¡Bueno! ¡pero no desesperes de mi solicitud! ¡Voy a
curarte!" Y así diciendo, se sacó del cinturón un cuchillo de hoja pequeña y cortante, y antes de que yo
tuviese tiem po de oponerme a sus propósitos, me pinchó profundamente en varios sitios, en el vientre, en
los brazos, en los muslos y en las piernas. Y al punto salió de las incisiones agua en abundancia; y me
desinflé co mo un pellejo vacío. Y se me quedó la piel flotando sobre los huesos, como un vestido
demasiado ancho que se hubiese comprado en almo neda. Pero no tardé en aliviarme un poco; y a pesar de
mi debilidad, pude levantarme y ayudar a mi amo en el trabajo para que me recla maba.
Nos pusimos, pues, a cavar la tierra en el mismo sitio en que es taba clavada la lanza del beduíno. Y
no tardamos en descubrir un ataúd de mármol blanco. Y el beduíno levantó la tapa del ataúd, y en contró
en él algunos huesos humanos y el manuscrito de piel de gacela teñida de púrpura que tienes entre las
manos, ¡oh rey del tiempo! y en el cual hay trazados caracteres de oro que brillan.
Y mi amo cogió el manuscrito, temblando, y aunque estaba escri to en lengua desconocida, se puso a
leerlo con atención. Y a medida que lo iba leyendo, su frente pálida se coloreaba de placer y sus ojos
bri llaban de alegría. Y acabó por exclamar: "¡Ahora conozco el camino de la ciudad misteriosa! ¡Oh
Hassán Abdalah! regocíjate, que pronto entraremos en Aram-de-las-Columnas,donde jamás ha entrada
ningún adamita. ¡Y allí hallaremos el principio de las riquezas de la tierra, germen de todos los metales
preciosos: el azufre rojo!"
Pero yo, que ante aquella idea de viajar más, me asustaba hasta el límite extremo del susto, exclamé,
al oír estas palabras: "¡Ah! ¡señor, perdona a tu esclavo! ¡Pues aunque haya compartido él tu ale gría, cree
que los tesoros le aprovechan poco, y prefiere ser pobre y estar con buena salud en El Cairo a ser rico
sufriendo todas las miserias en Aram-de-las-Columnas!" Y al oír estas palabras, mi amo me miró con
piedad, y me dijo: "¡Oh pobre! ¡Por tu dicha trabajo tanto como por la mía! ¡Y hasta el presente siempre
lo hice así!" Y exclamé: "¡Ver dad es, por Alah! Pero ¡ay, que a mí solo me tocó llevar la peor parte, y el
Destino se ha desencadenado contra mí!"
Y sin prestar más atención a mis quejas y recriminaciones, mi amo hizo gran acopio de la planta de
pulpa parecida en el sabor a la pulpa de los higos. Luego montó en su camella. Y me vi obligado a hacer
lo que él. Y proseguimos nuestro camino por oriente, bordeando los flancos de la montaña.
Y aun viajamos durante tres días y tres noches. Y al cuarto día por la mañana divisamos ante
nosotros, en el horizonte, como un an churoso espejo que reflejase el sol. Y al aproximarnos a ello, vimos
que era un río de mercurio que nos cortaba el camino. Y estaba sur cado por un puente de cristal sin
balaustrada, tan estrecho, tan pen diente y tan escurridizo, que ningún hombre dotado de razón inten taría
pasar por él.
Pero mi amo el beduino, sin vacilar un momento, echó pie a tierra y me ordenó hacer lo propio y
desensillar a las camellas para dejarlas paciendo hierba en libertad. Luego sacó de las alforjas unas
babuchas de lana, que hubo de calzarse, y me dió otro par, ordenán dome que le imitara. Y me dijo que le
siguiera sin mirar a derecha ni a izquierda. Y cruzó con paso firme el puente de cristal. Y yo, todo
tembloroso, me vi obligado a seguirle. Y Alah no me escribió aquella vez la muerte por ahogo en el
mercurio. Y llegué a la otra orilla.
Después de algunas horas de marcha en silencio, llegamos a la entrada de un valle negro, rodeado por
todos lados de rocas negras, y donde no crecían más que árboles negros. Y a través del follaje negro vi
deslizarse espantables serpientes gordas, negras y cubiertas de escamas. Y poseído de terror, volví la
espalda para huir de aquel lugar de horror. Pero no pude dar con el sitio por donde había en trado, pues en
torno mío alzábanse por todas partes, como paredes de un pozo, rocas negras.
Y al ver aquello, me dejé caer en tierra, llorando, y grité a mi amo: "¡Oh hijo de gentes de bien! ¿por
qué me has conducido a la muerte por el camino de los sufrimientos y de las miserias? ¡Ay de mí! ¡Ya
nunca volveré a ver a mis hijos y a su madre y a mi madre! ¡Ah! ¿por qué me sacaste de mi vida pobre,
pero tan tranquila? ¡ Verdad es que yo solamente era un mendigo en el camino de Alah, pero frecuentaba
el patio de las mezquitas, y oía las hermosas senten cias de los santones...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 792ª noche
Ella dijo:
"...y oía las hermosas sentencias de los santones!" Y mi amo, sin enfadarse, me dijo: "Sé hombre,
Hassán Abdalah, y cobra valor. ¡Porque no morirás aquí, y pronto volverás a El Cairo, sin ser ya pobre
entre los pobres, sino rico cual el más rico de los reyes!"
Y tras de hablar así, mi amo se sentó en tierra, abrió el manus crito de piel de gacela, y se puso a
hojearle, mojándose el pulgar, y a leerle tranquilamente como si estuviese en medio de su harem. Lue go,
al cabo de una hora de tiempo, levantó la cabeza, me llamó y me dijo: "¿Quieres, ya Hassán Abdalah, que
salgamos de aquí cuanto antes y demos fin a nuestro viaje?" Y exclamé. "¡Ya Alah! ¡claro que quiero!" Y
añadí: "Por favor, dime solamente qué tengo que hacer para eso. ¿Es preciso que recite todos los
capítulos del Korán? ¿O acaso es preciso que repita todos los nombres y todos los atributos sagrados de
Alah? ¿O bien es preciso que haga voto de ir en peregri nación diez años seguidos a la Meca y a Medina?
¡Habla, ¡oh mi se ñor! que estoy dispuesto a todo, y aun a más!"
Entonces mi amo, mirándome siempre con bondad, me dijo: "¡No, Hassán Abdalah, no! Lo que quiero
pedirte es más sencillo que todo eso. Sólo tienes que coger este arco y esta flecha que ves aquí, y
recorrer este valle hasta que encuentres una gran serpiente con cuernos negros. ¡Y como eres diestro, la
matarás de primera inten ción, y me traerás su cabeza y su corazón! ¡Y esto es todo lo que necesito que
hagas, si quieres salir de estos lugares de desolación!" Y al oír estas palabras, exclamé: "¡Ah! ¿Conque
es una cosa tan fácil? ¿Por qué, entonces, ¡oh mi señor! no lo haces tú mismo? ¡Por mi parte, declaro que
voy a dejarme morir aquí mismo, sin preocuparme de mi vida miserable!" Pero el beduíno me tocó el
hombro, y me dijo: "¡Acuérdate ¡oh Hassán Abdalah! del traje de tu esposa y del pan de tu casa!" Y a este
recuerdo, rompí a llorar, y comprendí que no podía rehusar nada al hombre que había salvado a mi casa y
a los de mi casa. Y temblando, cogí el arco y la flecha, y me encaminé ha cia las rocas negras, por donde
veía arrastrarse a los reptiles aterradores. Y no estuve mucho tiempo sin descubrir al que buscaba, y al
cual reconocí por los cuernos que coronaban su cabeza negra y he dionda. E invocando el nombre de
Alah, apunté y disparé la flecha. Y saltó herida la serpiente, se agitó, estremeciéndose de una manera
terrible, y se estiró para caer luego inmóvil en el suelo. Y cuando tuve la certeza de que estaba bien
muerta, le corté la cabeza con mi cuchi llo, y abriéndole el vientre, le saqué el corazón. Y llevé a mi amo
el beduíno ambos despojos.
Y mi amo me recibió con afabilidad, cogió los dos despojos de la serpiente, y me dijo: "¡Ahora ven a
ayudarme a encender lumbre!" Y recogí hierbas secas y ramas pequeñas, llevándoselas. Y con ellas hizo
un montón muy grande. Luego se sacó del pecho un diamante, lo volvió hacia el sol, que se hallaba en el
punto más alto del cielo, y con ello produjo un rayo de luz que prendió en seguida fuego al mon tón de
ramaje seco.
Encendida ya la lumbre, el beduíno se sacó de entre el traje un vasito de hierro y una redoma, que
estaba tallada en un solo rubí, y contenía una materia roja. "¡Ya ves esta redoma de rubí, Hassán Ab dalah;
pero no sabes lo que contiene!" Y se interrumpió un momen to, y añadió: "¡Es la sangre del Fénix!" Y así
diciendo, destapó la redoma, echó su contenido en el vaso de hierro, y lo mezcló con el corazón y los
sesos de la serpiente cornuda. Y puso el vaso en la lumbre, y abriendo el manuscrito de piel de gacela,
leyó palabras in inteligibles para mi entendimiento.
Y de pronto se irguió sobre ambos pies, dejó al descubierto sus hombros, como hacen los peregrinos
de la Meca al partir, y empapan do un extremo de su cinturón en la sangre del Fénix mezclada con los
sesos y el corazón de la serpiente, me ordenó que le frotara la espalda y los hombros con aquella mixtura.
Y me puse a ejecutar la orden. Y a medida que le frotaba, veía que la piel de los hombros y la espalda se
le hinchaba y estallaba para dar paso a unas alas que, aumentando a ojos vistas, no tardaron en llegarle
hasta el suelo. Y el beduíno las agitó con fuerza, y tomando impulso de improviso, se elevó por los aires.
Y prefiriendo yo mil muertes antes que quedar abandonado en aquellos lugares siniestros, recurrí a lo que
me quedaba de fuerza y de valor, y me agarré fuertemente al cinturón de mi amo, una de cu yas puntas
colgaba, por fortuna. Y con él fui transportado fuera de aquel valle negro, del que no esperaba salir ya. Y
llegamos a la región de las nubes.
No podría decirte ¡oh mi señor! cuánto tiempo duró nuestra ca rrera aérea. Pero si sé que al punto nos
encontramos por sobre una llanura inmensa, con el horizonte limitado a lo lejos por un recinto de cristal
azul. Y el suelo de aquella llanura parecía formado con polvo de oro, y sus guijarros con piedras
preciosas. Y en medio de aquella llanura se alzaba una ciudad llena de palacios y de jardines.
Y exclamó mi amo: "¡Ahí está Aram-de-las-Columnas!" Y ce sando de mover sus alas, se dejó caer, y
yo con él. Y tocamos tierra al pie mismo de las murallas de la ciudad de Scheddad, hijo de Aad. Y poco
a poco disminuyeron y desaparecieron las alas de mi amo.
Y he aquí que aquellas murallas estaban construidas con ladri llos de oro alternados con ladrillos de
plata, y en ellas se abrían ocho puertas semejantes a las puertas del Paraíso. La primera era de rubí, la
segunda de esmeralda, la tercera de ágata, la cuarta de coral, la quin ta de jaspe, la sexta de plata y la
séptima de oro.
Y penetramos en la ciudad por la puerta de oro, y avanzamos invocando el nombre de Alah. Y
atravesamos calles bordeadas de palacios con columnatas de alabastro y jardines donde el aire que se
respiraba era de leche y los arroyos de aguas embalsamadas. Y lle gamos a un palacio que dominaba la
ciudad y que estaba construido con un arte y una magnificencia inconcebibles, y cuyas terrazas esta ban
sostenidas por mil columnas de oro con balaustradas formadas de cristales de color y con muros
incrustados de esmeraldas y zafiros. Y en el centro del palacio se glorificaba un jardín encantado, cuya
tie rra, odorífera como el almizcle, estaba regada por tres ríos de vino puro, de agua de rosas y de miel. Y
en medio del jardín se alzaba un pabellón con bóveda formada por una sola esmeralda, que resguardaba a
un trono de oro rojo incrustado de rubíes y de perlas. Y en el trono había un cofrecillo de oro.
Aquel cofrecillo ¡oh rey del tiempo! era precisamente el que ahora tienes entre tus manos.
Y mi amo el beduíno cogió el cofrecillo y lo abrió. Y encontró dentro unos polvos rojos, y exclamó:
"¡He aquí el Azufre rojo, ya Hassán Abdalah! ¡Esta es la Kimia de los sabios y de los filóso fos, todos los
cuales murieron sin dar con ella!" Y dije yo: "¡Tira ese vil polvo ¡oh mi señor! y llenemos mejor ese
cofrecillo con riquezas de las que rebosan en este palacio!" Y mi amo me miró con conmisera ción, y me
dijo: "¡Oh pobre! ¡Ese polvo es la fuente misma de todas las riquezas de la tierra! Y un sólo grano de este
polvo basta para con vertir en oro los metales más viles. ¡Es la Kimia! ¡Es el Azufre rojo!, ¡oh pobre
ignorante! ¡Con este polvo, si quiero, construiré palacios más hermosos que éste, fundaré ciudades más
magníficas que ésta, compraré la vida de los hombres y la conciencia de los puros, seduciré a la propia
virtud y me haré rey, hijo de rey!" Y le dije: "Y con ese polvo, ¡oh mi señor! ¿podrás prolongar un sólo
día tu vida o borrar una hora de tu existencia pasada?" Y me contestó: "¡Sólo Alah es grande!"
Y como yo no estaba seguro de la eficacia de las virtudes de aquel Azufre rojo, preferí recoger las
piedras preciosas y las perlas. Y ya me había llenado con ellas el cinturón, los bolsillos y el turbante,
cuan do exclamó mi amo: "¡Mal hayas, hombre de espíritu grosero! ¿Qué estás haciendo? ¿Ignoras que, si
nos lleváramos una sola piedra de este palacio y de esta tierra, caeríamos heridos de muerte en el instan -
te?" Y salió del palacio a grandes pasos, llevándose el cofrecillo. Y yo, bien a pesar mío, vacié mis
bolsillos, mi cinturón y mi turbante, y se guí a mi amo, no sin volver bastantes veces la cabeza hacia
aquellas riquezas incalculables. Y en el jardín me reuní con mi amo, que me cogió de la mano para
atravesar la ciudad, temeroso de que me dejara yo tentar por cuanto se ofrecía a mi vista y estaba al
alcance de mis dedos. Y salimos de la ciudad por la puerta de rubí.
Y cuando nos aproximamos al horizonte de cristal azul, se abrió ante nosotros y nos dejó pasar. Y
cuando le hubimos franqueado, nos volvimos para mirar por última vez la llanura milagrosa y la ciudad
de Aram; pero llanura y ciudad habían desaparecido. Y nos encontra mos a orillas del río de mercurio,
que atravesamos por el puente de cristal como la primera vez.Y en la otra orilla hallamos a nuestras
camellas paciendo hierba juntas. Y me acerqué a la mía como a un antiguo amigo. Y después de asegurar
bien las correas de las sillas, montamos en nuestros brutos; y me dijo mi amo: "¡Ya regresamos a Egipto!"
Y alcé los brazos en acción de gracias a Alah por aquella buena noticia.
Pero ¡oh mi señor! en mi cinturón estaban siempre la llave de oro y la llave de plata, y no sabía yo
que eran las llaves de las miserias y de los sufrimientos.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 793ª noche
Ella dijo:
"...Y no sabía yo que eran las llaves de las miserias y de los sufrimientos.
Así es que durante todo el viaje, hasta nuestra llegada a El Cairo, soporté muchas miserias y muchas
privaciones, y sufrí todos los males, que hubo de ocasionarme la pérdida de mi salud. Pero, por una fata -
lidad cuya causa ignoraba siempre, sólo yo era víctima de los contra tiempos del viaje, mientras que mi
amo, tranquilo, dilatado hasta el límite de la dilatación, parecía prosperar con todos los males que me
asaltaban. Y pasaba sonriente por entre plagas y peligros, y marchaba por la vida como sobre un tapiz de
seda.Y de tal suerte llegamos a El Cairo, y mi primer cuidado fué correr a mi casa en seguida. Y me
encontré la puerta rota y abierta y los perros errantes habían hecho de mi morada asilo suyo. Y nadie
estaba allí para recibirme. Y no vi ni trazos de mi madre, de mi es posa y de mis hijos. Y un vecino, que
me había visto entrar y oía mis gritos de desesperación, abrió su puerta, y me dijo: "¡Ya Hassán Abdalah,
prolónguense tus días con los días que perdieron ellos! ¡En tu casa han muerto todos!" Y al oír esta
noticia, caí al suelo, inani mado.
Y he aquí que, cuando volví de mi desmayo, vi a mi lado a mi amo el beduíno, que me auxiliaba y me
echaba en la cara agua de rosas. Y ahogándome de lágrimas y de sollozos, aquella vez no pude menos de
lanzar imprecaciones contra él y acusarle de ser causante de todas mis desdichas. Y durante largo rato le
abrumé con injurias, ha ciéndole responsable de los males que pesaban sobre mí y se encarni zaban
conmigo. Pero él, sin perder su serenidad y sin abandonar su calma, me tocó en el hombro, y me dijo:
"¡Todo nos viene de Alah y a Alah va todo!" Y cogiéndome de la mano, me arrastró fuera de mi casa.
Y me condujo a un palacio magnífico a orillas del Nilo, y me obligó a habitar allí con él. Y como
veía que nada conseguía distraer a mi alma de sus males y de sus penas, con la esperanza de consolar me,
quiso compartir conmigo cuanto poseía. Y llevando la generosidad a sus límites extremos, se dedicó a
iniciarme en las ciencias misterio sas, y me enseñó a leer en los libros de alquimia y a descifrar los
manuscritos cabalísticos. Y con frecuencia, hacía traer ante mí quintales de plomo que ponía en fusión, y
echando entonces una partícula de azufre rojo del cofrecillo, convertía el vil metal en el oro más puro.
Sin embargo, aun rodeado de tesoros, y en medio de la alegría y las fiestas que a diario daba mi amo, yo
tenía el cuerpo afligido de dolores y mi alma era desgraciada. Y ni siquiera podía soportar el peso ni el
contacto de los ricos trajes y de las telas preciosas con que me obligaba él a cubrirme. Y se me servían
los manjares más delicados y las bebidas más deliciosas; pero en vano, pues yo sólo sentía repug nancia
por todo aquello. Y tenía para mí aposentos soberbios, y le chos de madera olorosa, y divanes de púrpura;
pero el sueño no ce rraba mis ojos. Y los jardines de nuestro palacio, refrescados por la brisa del Nilo,
estaban poblados de los más raros árboles, traídos de la India, de Persia, de China y de las Islas, sin
reparar en gas tos; y unas máquinas construidas con arte elevaban el agua del Nilo y la hacían caer en
surtidores refrescantes dentro de estanques de mármol y de pórfido; pero yo no sentía ningún gusto con
todas aque llas cosas, porque un veneno sin antídoto había saturado mi carne y mi espíritu.
En cuanto a mi amo el beduíno, sus días transcurrían en el se no de los placeres y de las
voluptuosidades, y sus noches eran un anticipo de las alegrías del Paraíso. Y habitaba él, no lejos de mí,
en un pabellón colgado de telas de seda brochadas de oro, donde la luz era dulce como la de la luna. Y
aquel pabellón estaba entre bosque cillos de naranjos y de limoneros, con cuyo aroma se mezclaba el de
los jazmines y las rosas. Y allí era donde cada noche recibía a nume rosos convidados, a quienes trataba
magníficamente. Y cuando sus co razones y sus sentidos estaban preparados a la voluptuosidad, a causa de
los vinos exquisitos y de la música y los cantos, hacía desfilar ante los ojos de ellos a jóvenes hermosas
como huríes, compradas a peso de oro en los mercados de Egipto, de Persia y de Siria. Y si alguno de los
convidados posaba una mirada de deseo en cualquiera de ellas, mi amo la cogía de la mano, y
presentándosela al que la deseaba, le decía: "¡Oh mi señor! ¡permíteme que conduzca esta esclava a tu
casa!" Y de tal suerte, cuantos se acercaban a él se hacían amigos suyos. Y ya no se le llamaba más que el
Emir Magnífico.
Un día, mi amo, que a menudo iba a visitarme al pabellón don de mis sufrimientos me forzaban a vivir
solitario, fué a verme de improviso, llevando consigo una nueva joven. Y tenía él la cara iluminada por la
embriaguez y el placer, y unos ojos exaltados que bri llaban con un fuego extraordinario. Y fué a sentarse
muy cerca de mí, puso en sus rodillas a la joven, y me dijo: "¡Ya Hassán Abdalah. voy a cantar! Todavía
no has oído mi voz. ¡Escucha! Y cogiéndome de la mano, se puso a cantar estos versos con una voz
extática, llevando el compás con la cabeza:
¡Ven, joven! ¡El sabio es quien deja a la alegría ocupar su vida por entero!
¡Guarden el agua para la plegaria, las gentes religiosas!
¡Tú, échame de ese vino, que harás más exquisita la rojez de tus mejillas!
¡Quiero beber hasta perder la razón!
¡Pero bebe tú primero, bebe sin temor, y dame la copa que perfu man tus labios!
¡No tenemos por testigos más que a los naranjos, que espar cen sus perfumes en el viento, y
a los arroyos rientes que corren fu gitivos!
¡Cánteme tu voz cosas apasionadas, y enmudecerán los ruiseño res envidiosos!
¡Canta sin temor, cántame cosas apasionadas, que estoy solo para escucharte!
¡Y no oirás otro ruido que el de las rosas que se abren y el latir de mi corazón!
¡Estoy solo para escucharte, estoy solo para verte! ¡Oh! ¡Deja caer tu velo!
¡Que no tenemos por testigos de nuestros placeres más que a la luna y a sus compañeras!
¡E inclínate y déjame besar tu frente! ¡Déjame besar tu boca y tus ojos y tu seno blanco
cual la nieve!
¡Ah! ¡Inclínate sin temor, que no tenemos por testigos más que a los jazmines y a las rosas!
¡Ven a mis brazos, que el amor me abrasa y ya no puedo más! ¡Pero baja tu velo antes que
nada, porque si Alah nos viera, ten dría envidia!
Y tras de cantar así, mi amo el beduíno lanzó un gran suspiro de dicha, inclinó la cabeza sobre el
pecho y pareció dormirse. Y la joven, que estaba en sus rodillas, se desenlazó de sus brazos para no
turbar su reposo y se esquivó ligeramente. Y me aproximé yo a él para taparle y recostar su cabeza en un
cojín, y advertí que su aliento había cesado; y me incliné sobre él en el límite de la ansiedad, i y observé
que había muerto como los predestinados, sonriendo a la vida! ¡Alah le tenga en su compasión!
Entonces yo, con el corazón oprimido por la desaparición de mi amo, que, a pesar de todo, siempre
había estado para conmigo lleno de se renidad y de benevolencia, y olvidando que se habían acumulado
sobre mi cabeza todas las desdichas desde el día en que hube de encontrarme con él, ordené que se le
hiciesen funerales magníficos. Yo mismo lavé su cuerpo con aguas aromáticas, cerré cuidadosamente con
algodón per fumado todas sus aberturas naturales, le depilé, peiné con esmero su barba, teñí sus cejas,
ennegrecí sus pestañas y le afeité la cabeza. Lue go le envolví en una especie de sudario de cierto tisú
maravilloso que se labró para un rey de Persia, y le metí en un ataúd de madera de áloe incrustado en
oro.
Tras de lo cual convoqué los numerosos amigos con que se había hecho la generosidad de mi amo; y
ordené a cincuenta esclavos, vesti dos todos con trajes apropiados a las circunstancias, que llevaran por
turno el ataúd a hombros. Y formado ya el cortejo, salimos para el cementerio. Y un número considerable
de plañideras, que había yo pa gado a tal efecto, seguía al cortejo, lanzando gritos lamentables y agi tando
sus pañuelos por encima de sus cabezas, mientras abrían la mar cha los lectores del Korán, cantando los
versículos sagrados, a los cua les respondía la muchedumbre, repitiendo: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Y
Mohamed es el enviado de Alah!" Y cuantos musulmanes pasaban apresurábanse a ayudar a llevar el
ataúd, aunque sólo fuese tocándolo con la mano. Y le sepultamos entre los lamentos de todo un pueblo. Y
sobre su tumba hice degollar un rebaño entero de carneros y crías de camello.
Habiendo cumplido de tal modo mis deberes para con mi difunto amo, y después de presidir el festín
de los funerales, me aislé en el palacio para empezar a poner en orden los asuntos de la sucesión. Y mi
primer cuidado fué comenzar por abrir el cofrecillo de oro para ver si aún tenía los polvos del Azufre
rojo. Pero no encontré más que lo poco que ahora queda y que tienes ante los ojos, ¡oh rey del tiempo!
Porque, con sus prodigalidades inusitadas, mi amo había ya agotado todo para transformar en oro
quintales de plomo. Pero lo poco que to davía quedaba en el cofrecillo bastaba para enriquecer al más
podero so de los reyes. Y no estaba inquieto yo por eso. Además, ni siquiera me preocupaba por las
riquezas, dado el estado lamentable en que me encontraba. Sin embargo, quise saber lo que contenía el
manuscrito misterioso de piel de gacela, que mi amo no había querido dejarme leer nunca, aunque me
había enseñado a descifrar los caracteres talismánicos. Y lo abrí y recorrí su contenido. Y solamente
entonces ¡oh mi señor! fué cuando supe, entre otras cosas extraordinarias que te diré un día, las virtudes
fastas y nefastas de las cinco llaves del Destino. Y comprendí que el beduíno me había comprado y
llevado consigo sólo para sustraerse a las tristes propiedades de las dos llaves de oro y de plata,
atrayendo sobre mí sus malas influencias. Y hube de invocar en mi ayuda todos los pensamientos más
hermosos del Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) para no maldecir al beduíno y escupir sobre su
tumba.
Así es que me apresuré a sacar de mi cinturón las dos llaves fatales, y para desembarazarme de ellas
para siempre, las eché en un crisol y encendí debajo lumbre, a fin de derretirlas y volatilizarlas. Y al
mismo tiempo me dediqué a la busca de las dos llaves de la gloria, de la sibiduría y de la dicha. Pero por
más que registré en los menores rincones del palacio, no pude encontrarlas. Y volví al crisol, y puse todo
mi ahínco en la fusión de las dos llaves malditas.
Mientras estaba yo ocupado en aquel trabajo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 794ª noche
Ella dijo:
"...Mientras estaba yo ocupado en aquel trabajo, creyendo ver me desembarazado para siempre de mi
mal destino con la anulación de las dos llaves nefastas, y en tanto que activaba el fuego para favo recer
aquella destrucción, que no se hacía tan de prisa como yo quisie ra, de pronto vi el palacio invadido por
los guardias del califa, que se precipitaron sobre mí y me arrastraron entre las manos de su amo.
Y tu padre, el califa Theilún ¡oh mi señor! me dijo con severi dad que estaba enterado de que yo
poseía el secreto de la alquimia, y que era necesario que en el momento se lo revelara y le hiciera apro -
vecharse de él. Pero como yo sabía ¡ay! que el califa Theilún, opresor del pueblo, emplearía la ciencia
contra la justicia y para el mal, me negué a hablar. Y en el límite de la cólera, el califa hizo que me car -
garan de cadenas y me arrojaran al más negro de los calabozos. Y al mismo tiempo mandó saquear y
destruir, de arriba a abajo, nuestro palacio, y se apoderó del cofrecillo de oro que contenía el manuscrito
de piel de gacela y las escasas partículas de polvo rojo. Y encargó la custodia del cofrecillo a ese
venerable jeique que la ha traído entre tus manos, ¡oh rey del tiempo! Y a diario me sometía a tortura,
esperando así obtener de la debilidad de mi carne la revelación de mi secreto.
Pero Alah dióme la virtud de la paciencia. Y durante años y años he vivido de tal manera, aguardando
de la muerte mi liberación. ¡Y ahora ¡oh mi señor! moriré consolado, ya que mi perseguidor fué a rendir
cuenta a Alah de sus acciones, y yo pude hoy acercarme al más justo y al más grande de los reyes!"
Cuando el sultán Mohammed ben-Theilún hubo oído este relato del venerable Hassán Abdalah, se
levantó de su trono y abrazó al an ciano, exclamando: "¡Loores a Álah, que permite a su servidor repa rar
la injusticia y calmar los daños!" Y en el acto nombró a Hassán Abdalah gran visir, y le puso su propio
manto real. Y le confió al cui dado de los médicos más expertos del reino, a fin de que contribuyesen a su
curación. Y ordenó a los escribas más hábiles del palacio que es cribieran cuidadosamente en letras de
oro aquella historia extraordina ria y la conservaran en el archivo del reino.
Tras de lo cual, sin dudar ya de la virtud del Azufre rojo, el califa quiso experimentar su efecto sin
tardanza. Y mandó echar y poner en fusión, en calderas enormes de barro cocido, mil quinta les de plomo;
y lo mezcló con las escasas partículas de Azufre rojo que quedaban en el fondo del cofrecillo,
pronunciando las palabras mágicas que le dictó el venerable Hassán Abdalah. Y al punto convir tióse
todo el plomo en el oro más puro.
Entonces, sin querer que todo aquel tesoro se gastara en cosas fútiles, el sultán resolvió emplearlo en
una obra que resultase agra dable al Altísimo. Y decidió la construcción de una mezquita que no tuviese
igual en todos los países musulmanes. E hizo ir a los arqui tectos más famosos de su imperio, y les ordenó
que trazaran los planos de aquella mezquita con arreglo a sus indicaciones, sin pensar en las dificultades
de la ejecución ni en las sumas de dinero que pudiera cos tar. Y al pie de la colina que dominaba la
ciudad trazaron los arqui tectos un cuadrilátero inmenso, cada uno de cuyos lados miraba a uno de los
cuatro puntos cardinales del cielo. Y en cada ángulo dispusieron una torre de proporción admirable, cuya
parte alta estaba adornada con una galería y coronada por una cúpula de oro. Y en cada fachada de la
mezquita alzaron mil pilastras que soportaban arcos de una cur vatura elegante y sólida, y allí
establecieron una terraza cuya balaustrada era de oro maravillosamente cincelado. Y en el centro del
edificio erigieron una cúpula inmensa, de construcción tan ligera y aérea, que parecía colocada entre el
cielo y la tierra, sin punto de apoyo. Y la bóveda de la cúpula se recubrió de esmalte color azul y
salpicado de estrellas de oro. Y el pavimento se formó con mármoles raros. Y el mosaico de los muros se
hizo con jaspe, pórfido, ágatas, nácar opalino y gemas preciosas. Y los pilares y los arcos se cubrieron
con versículos del Korán, entrelazados, esculpidos y pintados con colores puros. Y para que aquel
maravilloso edificio estuviese al abrigo del fuego, no se empleó en su construcción madera alguna. Y en
la erección de aquella mezquita se invirtieron siete años enteros y siete mil hombres y siete mil quintales
de dinares de oro. Y se la llamó la Mezquita del sultán Mohammed ben-Theilún. Y todavía se la conoce
con este nombre en nuestros días.
En cuanto al venerable Hassán Abdalah, no tardó en recobrar su salud y sus fuerzas, y vivió honrado
y respetado hasta la edad de ciento veinte años, que fué el término marcado por su destino. ¡Pero Alah es
más sabio! ¡El es el único viviente!
Y tras de contar así esta historia, Schehrazada se calló. Y dijo el rey Schahriar: "¡Ciertamente, nadie
puede rehuir su destino! ¡Pero cómo me ha entristecido esta historia!, ¡oh Schehrazada!"
Y Schehra zada dijo: "Perdóneme el rey; pero por eso voy a contar en seguida la historia de Las
babuchas inservibles, entresacada del Diván de los fáciles donaires y de la alegre sabiduria, del jeique
Magid-Eddin Abu-Taher Mohammad. (¡Alah le cubra con su Misericordia y le tenga en Su Gracia!) ".
Y dijo Schehrazada:
El diván de los fáciles donaires y de la alegre sabiduría
Las Babuchas Inservibles
Cuentan que había en El Cairo un droguero llamado Abu-Cassem Et-Tamburi, que era muy célebre
por su avaricia. Y he aquí que, aunque Alah le deparaba la riqueza y la prosperidad en sus negocios de
venta y compra, vivía y vestía como el más pobre de los mendigos, y no llevaba encima más ropas que
pingos y harapos; y estaba su tur bante tan viejo y tan sucio, que ya no era posible distinguir su color;
pero, de toda su indumentaria, lo que más pregonaba la sordidez del individuo eran sus babuchas, pues no
solamente estaban claveteadas con enormes tachuelas y eran resistentes como máquina de guerra, con
suelas más gordas que la cabeza del hipopótamo y recompuestas mil veces, sino que sus palas habían
sido remendadas, durante veinte años que hacía que las babuchas eran babuchas, por los más hábiles
zapate ros remendones y zurradores de El Cairo, que agotaron su arte para unir los trozos dispersos de
aquel calzado. Y a consecuencia de todo eso, las babuchas de Abu-Cassem pesaban tanto ya, que desde
hacía mucho tiempo se habían hecho proverbiales en todo el Egipto; porque cuando se quería expresar la
pesadez de algo, se las tomaba siempre como término comparativo.
Así, cuando un invitado prolongaba dema siado su visita en casa de su huésped, se decía de él:
"¡Tiene la sangre como las babuchas de Abu-Cassem!" Y cuando un maestro de escuela, de la especie de
los maestros de escuela afligidos de pedantería, quería alardear de ingenio, se decía de él: "¡Alejado sea
el Maligno! ¡Tiene el ingenio tan pesado como las babuchas de Abu-Cassem!" Y cuando un mandadero
estaba abrumado por el peso de su carga, suspiraba, diciendo: "¡Alah maldiga al propietario de esta
carga! ¡Pesa tanto co mo las babuchas de Abu-Cassem!" Y cuando en algún harén una ma trona vieja, de la
especie maldita de las viejas gruñonas, quería impe dir que se divirtieran entre sí las jóvenes esposas de
su amo, se decía:
"¡Haga Alah que se quede tuerta la calamitosa! ¡Es tan pesada como las babuchas de Abu-Cassem!".
Y cuando un manjar demasiado indigesto obstruía los intestinos y producía una tempestad dentro del
vien tre, se decía: "¡Líbreme Alah! ¡Este manjar maldito es tan pesado como las babuchas de Abu-
Cassem!" Y así sucesivamente en cuantas circuns tancias la pesadez hacía sentir su peso.
Un día en que Abu-Cassem había hecho un negocio de com pra y venta más ventajoso todavía que de
costumbre, estaba de muy buen humor. Así es que, en vez de dar un festín grande o pequeño, como es uso
entre los mercaderes a quienes Alah favorece con un éxito de mercado, le pareció más conveniente ir a
tomar un baño en el hammam, en donde no tenía idea de haber puesto los pies nunca. Y tras de ce rrar su
tienda, se dirigió al hammam, cargándose las babuchas a la espalda en vez de ponérselas; porque lo hacía
así desde mucho tiempo atrás para no destrozarlas. Y llegado que fué al hammam, dejó en el umbral sus
babuchas con todos los pares de calzado que allí estaban puestos en fila, como es costumbre.
Y entró a tomar su baño.
Y he aquí que Abu-Cassem tenía tanta grasa infiltrada en la piel que a los frotadores y masajistas les
costó un trabajo extremado llenar su cometido; y no lo consiguieron más que al fin de la jornada, cuando
ya se habían marchado todos los bañistas. Y por fin pudo salir del hammam Abu-Cassem, y buscó sus
babuchas; pero ya no estaban allí, y en lugar de ellas había un hermoso par de pantuflas de cuero amari llo
limón. Y Abu-Cassem se dijo: "Sin duda Alah me las envía, sabien do que desde hace tiempo estoy
pensando en comprarlas parecidas. ¡0 acaso sean de alguien que las ha cambiado por las mías sin darse
cuen ta!". Y lleno de alegría por verse exento del disgusto de tener que com prar otras, las cogió y se
marchó.
Pero las pantuflas de cuero amarillo limón pertenecían al kadí, que aún se hallaba en el hammam. Y
en cuanto a las babuchas de Abu Cassem, al ver el hombre encargado de la custodia del calzado que aquel
horror olía y apestaba la entrada del hammam, se apresuró a recogerlas y a esconderlas en un rincón.
Luego, como había transcurri do la jornada y la hora de su guardia había pasado, se marchó, sin acordarse
de volver a ponerlas en su sitio.
Así es que, cuando concluyó de bañarse el kadí, los servidores del hammam, que se desvivían por
servirle, buscaron en vano sus pan tuflas; y acabaron por encontrar en un rincón las fabulosas babuchas
que al punto reconocieron como las de Abu-Cassem. Y lanzándose en su persecución, y cuando le
atraparon, le llevaron al hammam con el cuerpo del delito al hombro. Y tras de coger lo que le
pertenecía, el kadí hizo que devolvieran al otro sus babuchas, y a pesar de sus protestas, le envió a la
cárcel. Y para no morirse en la cárcel, Abu-Cassem no tuvo más remedio, bien a pesar suyo, que
mostrarse generoso en propinas con los guardias y oficiales de la policía; pues, como era sa bido que
estaba tan relleno de dinero como podrido de avaricia, no le costó poco recobrar su libertad.
Y de tal suerte pudo salir de la prisión Abu-Cassem; pero en ex tremo afligido y despechado, y
atribuyendo a sus babuchas su desdi cha, corrió a tirarlas al Nilo para desembarazarse de ellas.
Y he aquí que algunos días después, al retirar unos pescadores su red, que pesaba más que de
costumbre, encontraron en ellas las ba buchas, reconociéndolas al punto como las de Abu-Cassem. Y
observa ron, llenos de furor, que las tachuelas con que estaban claveteadas habían estropeado las mallas
de la red. Y corrieron a la tienda de Abu Cassem y arrojaron con violencia las babuchas dentro de ella,
maldi ciendo a su propietario. Y como las babuchas habían sido arrojadas con ímpetu, dieron en los
frascos de agua de rosas y otras aguas que ha bía en las anaquelerías, y los derribaron, rompiéndolos en
mil pedazos.
Al ver aquello, el dolor de Abu-Cassem llegó a su límite extremo, y exclamó él: "¡Ah! ¡babuchas
malditas, hijas de mi trasero, no me causáis más que estragos!". Y las cogió y se fué a su jardín y se puso
a cavar un agujero para enterrarlas allí. Pero un vecino suyo, que es taba resentido con él, aprovechó la
ocasión para vengarse, y corrió en seguida a advertir al walí que Abu-Cassem se hallaba desenterrando
un tesoro en su jardín. Y como el walí tenía conocimiento de la rique za y la avaricia del droguero, no
dudó de la realidad de aquella noticia, y al punto envió a los guardias para que se apoderaran de Abu-
Cassem y le llevaran a su presencia. Y por más que el desgraciado Abu-Cassem juró que no se había
encontrado ningún tesoro, sino que solamente había querido enterrar sus babuchas, el walí no se avino a
creer cosa tan extraña y tan contraria a la avaricia legendaria del acusado, y como, fuese por lo que fuese,
contaba éste con dinero, obligó al afligido Abu -Cassem a desembolsar una importante suma para obtener
su libertad.
Y libre ya, después de aquella formalidad dolorosa, Abu-Cas sem...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 795ª noche
Ella dijo:
"...Y libre ya, después de aquella formalidad dolorosa; Abu Cassem empezó a mesarse las barbas con
desesperación, y cogiendo sus babuchas, juró desembarazarse de ellas a toda costa. Y anduvo al azar
mucho tiempo, reflexionando acerca del medio mejor de llevar lo a término, y acabó por decidirse a
arrojarlas en un canal situado en el campo, muy lejos. Y supuso que ya no volvería a oír hablar de ellas.
Pero quiso la suerte que el agua del canal arrastrase las babuchas hasta la entrada de un molino cuyas
ruedas movían aquel canal. Y las babu chas se engancharon en las ruedas y las hicieron saltar, alterando
su marcha. Y acudieron a reparar el daño los dueños del molino, y obser varon que todo ello obedecía a
las enormes babuchas que encontraron enganchadas en el engranaje, y que al punto reconocieron como las
babuchas de Abu-Cassem. Y de nuevo encarcelaron al desgraciado dro guero, y aquella vez le condenaron
a pagar una fuerte indemnización a los propietarios del molino por el daño que les había ocasionado. Y
además hubo de pagar crecida fianza para recobrar su libertad. Y al propio tiempo se le devolvieron sus
babuchas.
Entonces, en el límite de la perplejidad, regresó a su casa, y su biendo a la terraza, se recostó en la
baranda y se puso a reflexionar profundamente sobre lo que haría. Y había colocado en la terraza cerca
de él las babuchas; pero les daba la espalda, con objeto de no verlas. Y en aquel momento, precisamente,
un perro de los vecinos divisó las babuchas, y lanzándose desde la terraza de sus amos a la de Abu -
Cassem, cogió con la boca una de las babuchas y se puso a jugar con ella. Y estando en lo mejor de su
juego con la babucha, el perro la tiró lejos, y el Destino funesto la hizo caer de la terraza en la cabeza de
una vieja que pasaba por la calle. Y el peso formidable de la babucha barbada de hierro aplastó a la
vieja, dejándola más ancha que larga. Y los parientes de la vieja reconocieron la babucha de Abu-
Cassem, y fue ron a querellarse al kadí, reclamando el precio de la sangre de su pa rienta o la muerte de
Abu-Cassem. Y el infortunado se vió obligado a pagar el precio de la sangre, con arreglo a la ley. Y
además, para li brarse de la cárcel tuvo que pagar una gruesa fianza a los guardias y a los oficiales de
policía.
Pero aquella vez había ya tomado su resolución. Regresó, pues, a su casa, cogió las dos babuchas
fatales, y volviendo a casa del kadí, alzó las dos babuchas por encima de su cabeza, y exclamó con una
vehemen cia que hizo reír al kadí, a los testigos y a los circunstantes: "¡Oh señor kadí, he aquí la causa de
mis tribulaciones! Y pronto me voy a ver re ducido a mendigar en el patio de las mezquitas. ¡Te suplico,
pues, que te dignes dictar un decreto que declare que Abu-Cassem ya no es pro pietario de las babuchas,
pues las lega a quien quisiera cogerlas, y que ya no es responsable de las desgracias que ocasionen en el
porvenir!" Y tras de hablar así, tiró las babuchas en medio de la sala de los jui cios, y huyó con los pies
descalzos, mientras, a fuerza de reír, se caían de trasero todos los presentes. ¡Pero Alah es más sabio!
Y sin detenerse, Schehrazada contó aún:
Bahlul, bufón de Al-Raschid
He llegado a saber que el califa Harún Al-Raschid tenía, viviendo con él en su palacio, a un bufón
encargado de divertirle en sus momen tos de humor sombrío. Y aquel bufón se llamaba Bahlul el Cuerdo.
Y un día le dijo el califa: "Ya Bahlul, ¿sabes el número de locos que hay en Bagdad?". Y Bahlul contestó:
"¡Oh mi señor! un poco larga sería la lista". Y dijo Harún: "Pues quedas encargado de hacerla. ¡Y supon -
go que será exacta!" Y Bahlul hizo salir de su garganta una carcajada prolongada. Y le preguntó el califa:
"¿Qué te pasa?" Y Bahlul dijo: "¡Oh mi señor! soy enemigo de todo trabajo fatigoso. ¡Por eso, para
complacerte, voy en seguida a extender la lista de los cuerdos que hay en Bagdad! Porque ése es un
trabajo que apenas exigirá el tiempo que se tarda en beber un sorbo de agua. Y con esta lista, que será
muy corta, ¡por Alah que te enterarás del número de locos que hay en la capital de tu imperio!"
Y estando sentado en el trono del califa, aquel mismo Bahlul re cibió, por esta temeridad, una tanda de
palos que le propinaron los ujieres. Y los gritos espantosos que con tal motivo hubo de lanzar pu sieron en
conmoción a todo el palacio y llamaron la atención del propio califa. Y al ver que su bufón lloraba
ardientes lágrimas, intentó conso larle. Pero Bahlul le dijo: "¡Ay! ¡oh Emir de los Creyentes! ¡mi dolor no
tiene consuelo, pues no es por mí por quien lloro, sino por mi amo el califa! Si yo, en efecto, he recibido
tantos golpes por haber ocupado un instante su trono, ¿qué tunda no le amenazará a él después de ocu -
parlo años y años?".
Y también el mismo Bahlul tuvo la suficiente cordura para to mar horror al matrimonio. Y con el
objeto de jugarle una mala pasa da, Harún le hizo casarse a la fuerza con una joven de entre sus escla vas,
asegurándole que le haría dichoso, y que incluso él respondería de la cosa. Y Bahlul se vió obligado a
obedecer, y entró en la cámara nupcial, donde esperaba su joven esposa, que era de una belleza selecta.
Pero apenas se había echado junto a ella, cuando se levantó de pronto con terror y huyó de la habitación,
como si le persiguiesen enemigos invisibles, y echó a correr por el palacio, igual que un loco. Y el califa,
informado de lo que acababa de pasar, hizo ir a Buhlul a su presencia, y le preguntó, con voz severa:
"¿Por qué ¡oh maldito! has inferido esa ofensa a tu esposa?".
Y contestó Bahlul: "¡Oh mi señor! ¡el terror es un mal que no tiene remedio! Claro que yo no tengo
que formular re proche alguno contra la esposa que has tenido la generosidad de conce derme, porque es
hermosa y modesta. Pero ¡oh mi señor! apenas entré en el lecho nupcial, cuando oí distintamente varias
voces que salían a la vez del seno de mi esposa. Y una de ellas me pedía un traje, y otra me reclamaba un
velo de seda; y ésta, unas babuchas; y aquélla, una túnica bordada; y la de más allá, otras cosas.
¡Entonces, sin poder reprimir mi espanto, y no obstante tus órdenes y los encantos de la joven, huí a todo
correr, temiendo volverme más loco y más desgracia do todavía de lo que soy!"
Y el mismo Bahlul rehusó un día cierto regalo de mil dinares que le ofreció por dos veces el califa. Y
como el califa, extrema damente asombrado de aquel desinterés, le preguntara la razón que para ello
tenía, Bahlul, que estaba sentado con una pierna extendida y la otra encogida, se limitó a extender bien
ostensiblemente ante Al- Raschid ambas piernas a la vez, siendo ésta toda su respuesta. Y al ver
semejante grosería y tan suprema falta de respeto para con el califa, el jefe eunuco quiso hacerle
violencia y castigarle; pero Al-Raschid se lo impidió con una seña, y preguntó a Bahlul a qué obedecía
aquel olvido de las prácticas corteses. Y Bahlul contestó: "¡Oh mi señor! ¡si hubiera extendido la mano
para recibir tu regalo habría perdido para siempre el derecho de extender las piernas!".
Y por último, el propio Bahlul fué quien, entrando un día en la tienda de campaña de Al-Raschid, que
regresaba de una expedición guerrera, le encontró sediento y pidiendo a grandes gritos un vaso de agua.
Y Bahlul echó a correr para llevarle un vaso de agua fresca, y presentándoselo, le dijo: "¡Oh Emir de los
Creyentes! ¡te ruego que antes de beber me digas a qué precio habrías pagado este vaso de agua si, por
casualidad, hubiese sido imposible de encontrar o difícil de procurártelo!" Y dijo Al-Raschid: "¡Sin duda
habría dado, por tenerlo, la mitad de mi imperio!"
Y dijo Bahlul: "¡Bébetelo ahora, y Alah lo vuelva lleno de delicias para tu corazón!" Y cuando el
califa hubo acabado de beber, Bahlul le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes! y si, ahora que te lo has
bebido, ese vaso de agua no pudiera salir de tu cuerpo por culpa de alguna retención de orina en tu vejiga
honorable, ¿a qué precio pagarías la manera de hacerlo salir?" Y Al-Raschid contestó: "¡Por Alah, que en
ese caso daría todo mi imperio de ancho y de largo!"
Y Bahlul, poniéndose muy triste de pronto, dijo: "¡Oh mi señor! ¡un imperio que no pesa en la balanza
más que un vaso de agua o un chorro de orines no debería producir todas las preocupaciones que te
proporciona y las guerras sangrientas que nos ocasiona!"
Al oír aquello, Harún se echó a llorar.
Y aun dijo aquella noche Schehrazada:
La invitación a la paz universal
Cuentan que un venerable jeique rural tenía en su cortijo un hermoso corral, al que dedicaba todos sus
afanes, y que estaba bien provisto de aves machos y aves hembras que le producían muy buenos huevos y
soberbios pollos sabrosos de comer. Y entre las aves machos poseía un grande y hermoso Gallo de voz
clara y plumaje brillante y dorado, el cual, además de todas sus cualidades de belleza exterior, estaba
dotado de instinto vigilante, de sabiduría y de experiencia en las cosas del mun do, las mudanzas del
tiempo y los reveses de la vida. Y estaba lleno de justicia y de atención para sus esposas, y cumplía sus
deberes respecto a ellas con tanto celo como imparcialidad, para no dejar entrar los celos en sus
corazones y la animosidad en sus miradas. Y entre todos los ha bitantes del corral se le citaba como
modelo de maridos por su potencia y su bondad. Y su amo le había puesto de nombre Voz-de-Aurora.
Un día, mientras sus esposas dedicábanse a cuidar de sus peque ñuelos y a peinarse las plumas, Vozde-
Aurora salió a visitar las tierras del cortijo. Y sin dejar de maravillarse de lo que veía, revolvía y
pico teaba a más y mejor en el suelo, según iba encontrando a su paso granos de trigo o de cebada o de
maíz o de sésamo o de alforfón o de mijo. Y como sus hallazgos y pesquisas le llevaron más lejos de lo
que hubiese querido, en un momento dado se vió fuera del cortijo y del villorrio, y completamente solo
en un paraje abrupto que jamás había visto. Y por más que miró a derecha y a izquierda, no vió ninguna
cara amiga ni ningún ser que le fuese familiar. Y empezó a quedarse perplejo, y dejó oír algunos gritos
leves de inquietud. Y en tanto que tomaba sus dispo siciones para volver sobre sus pasos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 796ª noche
Ella dijo:
"...Y en tanto que tomaba sus disposiciones para volver sobre sus pasos, he aquí que su mirada se
posó en un Zorro que a lo lejos iba en dirección suya a grandes zancadas. Y al ver aquello, tembló por su
vida, y volviendo la espalda a su enemigo, tomó impulso con toda la fuerza de sus alas abiertas, y ganó la
altura de un muro en ruinas, donde no había más que el sitio preciso para agarrarse, y donde no podría
atraparle de ninguna manera el Zorro.
Y llegó al pie del muro el Zorro, sin aliento, husmeando y ladran do. Pero, al ver que no había medio
de encaramarse hasta donde estaba el volátil que apetecía, levantó la cabeza hacia él, y le dijo: "La paz
sea contigo, ¡oh rostro de buen augurio! ¡oh hermano mío! ¡oh encan tador camarada!" Pero Voz-de-Aurora
no le devolvió su zalema y ni quiso mirarle. Y el Zorro, al ver aquello, le dijo: "¡Oh amigo mío! ¡oh
tierno! ¡oh hermoso! ¿por qué no quieres favorecerme con un saludo o con una mirada, cuando tan
vehementemente deseo anunciarte una gran noticia?" Pero el Gallo declinó con su silencio toda
proposición y toda cortesía, y el Zorro insistió: "¡Ah! -¡hermano mío, si supieras solamente lo que tengo
el encargo de anunciarte, bajarías cuanto antes a abrazar me y a besarme en la boca!" Pero el Gallo
continuaba fingiendo indi ferencia y distracción; y sin contestar nada, miraba a lo lejos con ojos redondos
y fijos. Y el Zorro añadió: "Sabe, pues, ¡oh hermano mío! que el sultán de los animales, que es el señor
León, y la sultana de las aves, que es la señora Aguila, acaban de darse cita en una verdeante pradera
adornada de flores y de arroyos, y han congregado en torno suyo a los representantes de todas las fieras
de la Creación: los tigres, las hienas, los leopardos, los linces, las panteras, los chacales, los antí lopes,
los lobos, las liebres, los animales domésticos, los buitres, los ga vilanes, los cuervos, las palomas, las
tórtolas, las codornices, las perdices, las aves de corral y todos los pájaros. Y cuando estuvieron entre
sus manos los representantes de todos sus súbditos, nuestros dos soberanos proclamaron, por real
decreto, que en adelante habrán de reinar juntas, en toda la superficie de la tierra habitable, la seguridad,
la fraternidad y la paz; que el afecto, la simpatía, la camaradería y el amor habrán de ser los únicos
sentimientos permitidos entre las tribus de las fieras, de los animales domésticos y de las aves; que el
olvido deberá borrar las antiguas enemistades y los odios de raza; y que la meta a que deben tender todos
los esfuerzos es la dicha general y universal. Y decidieron que cualquier transgresión que se realizara de
tal estado de cosas se llevaría sin tardanza al tribunal supremo y se juzgaría y se condenaría sin remisión.
Y me nombraron heraldo del presente decreto, y me en cargaron ir proclamando por toda la tierra la
decisión de la asamblea, con orden de darles los nombres de los rebeldes, a fin de que se les castigase
con arreglo a la gravedad de su rebeldía. Y por eso ¡oh her mano mío Gallo! me ves actualmente al pie de
este muro en que estás encaramado, pues en verdad que soy yo, yo con mis propios ojos, yo y no otro, el
representante, el comisionado, el heraldo y el apoderado de nuestros señores y soberanos. Y por eso te
abordé hace poco con el deseo de paz y las palabras de amistad, ¡oh hermano mío!"
¡Eso fué todo!
Pero el Gallo, sin prestar a toda aquella elocuencia más atención que si no la oyese, continuaba
mirando a lo lejos en actitud indiferente y con unos ojos redondos y distraídos, que cerraba de cuando en
cuando, meneando la cabeza. Y el Zorro, cuyo corazón ardía en deseos de triturar deliciosamente aquella
presa, insistió: ";Oh hermano mío! ¿por qué no quieres honrarme con una respuesta o acce der a dirigirme
una palabra o posar solamente tu mirada en mí, que soy el emisario de nuestro sultán el León, soberano
de los animales, y de nuestra sultana el Agqila, soberana de las aves? Permíteme, pues, que te recuerde
que, si persistes en tu silencio para conmigo, me veré obligado a dar cuenta de la cosa al consejo; y sería
muy de lamentar que cayeses bajo el peso de la nueva ley, que es inexorable en su deseo de establecer la
paz universal, aun a trueque de hacer degollar a la mitad de los seres vivos. ¡Así es que por última vez te
ruego ¡oh hermano mío encantador! que me digas solamente por qué no me respondes!"
A la sazón el Gallo, que hasta entonces se había encastillado en su altanera indiferencia, estiró el
pescuezo, e inclinando a un lado la cabe za, posó la mirada de su ojo derecho en el Zorro, y le dijo: "En
verdad ¡oh hermano mío! que tus palabras están por encima de mi cabeza y de mis ojos, y te honro en mi
corazón como enviado y comisionado y mensajero y apoderado y embajador de nuestra sultana el Aguila.
¡Pero no vayas a creer que, si no te respondía, era por arrogancia o por rebeldía o por cualquier otro
sentimiento reprobable; no, por tu vida que no, si no solamente porque me tenía turbado lo que veía y
sigo vien do ante mí allá lejos!"
Y el Zorro preguntó: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermano mío! ¿Y qué veías y sigues viendo para que así
te turbe? ¡Alejado sea el Maligno! ¡Supongo que no será nada grave ni calami toso!" Y el Gallo estiró el
pescuezo más todavía, y dijo: "¿Cómo, ¡oh hermano mío!? ¿Acaso no divisas lo que estoy divisando yo,
por más que Alah puso encima de tu venerable hocico dos ojos penetrantes, aunque un poco bizcos, dicho
sea sin ánimo de ofenderte?" Y el Zorro preguntó con inquietud: "¡Pero acaba, por favor, de decirme qué
ves! ¡Porque tengo los ojos hoy un poco malos, aunque no sabía que fuese bizco ni por asomo, dicho sea
sin ánimo de contrariarte!"
Y el Gallo Voz-de-Aurora dijo: "¡La verdad es que estoy viendo levantarse una nube de polvo, y en el
aire diviso una bandada de halcones de caza que describen inciertos giros!" Y al oír estas palabras, el
Zorro se echó a temblar, y preguntó, en el límite de la ansiedad: "¿Y es eso todo lo que divisas, ¡oh rostro
de buen augurio!? ¿Y no ves correr a nadie por el suelo?" Y el Gallo fijó en el horizonte una mirada
prolongada, im primiendo a su cabeza un movimiento de derecha a izquierda, y acabó por decir: "¡Sí! veo
que por el suelo corre a cuatro pies un animal de patas largas, grande, delgado, con cabeza fina y
puntiaguda y largas orejas gachas. ¡Y se acerca a nosotros con rapidez!" Y el Zorro pregun tó, temblando
con todo su cuerpo: "¿No será un perro lebrel lo que ves, ¡oh hermano mío!? ¡Alah nos proteja!" Y el
Gallo dijo: "¡No sé si es un lebrel, porque nunca los he visto de esa especie, y sólo Alah lo sabrá! Pero,
de todos modos, creo que es un perro, ¡oh cara hermosa!"
Cuando el Zorro hubo oído estas palabras, exclamó: "¡Me veo obli gado ¡oh hermano mío! a
despedirme de ti!" Y así diciendo, le volvió la espalda y echó a correr azorado, confiándose a la Madrede-
la-Seguri dad. Y el Gallo le gritó: "¡Escucha, escucha, hermano mío, que ya bajo, que ya bajo! ¿Por
qué no me esperas?" Y el Zorro dijo: "¡Es que siento una gran antipatía por el lebrel, que no se cuenta
entre mis amigos ni entre mis relaciones!" Y el Gallo añadió: "¿Pero no me has dicho hace un instante ¡oh
rostro de bendición! que venías como comi sionado y heraldo de parte de nuestros soberanos para
proclamar el de creto de la paz universal, decidida en asamblea plena de los represen tantes de nuestras
tribus?" Y el Zorro contestó desde muy lejos: "¡Sí, por cierto! ¡sí, por cierto! ¡oh hermano mío Gállo!
pero ese lebrel entrometido (¡Alah le maldiga!) se abstuvo de ir al congreso, y su raza no ha enviado allá
ningún representante, y su nombre no se ha pro nunciado en la proclamación de las tribus adheridas a la
paz universal. ¡Y por eso ¡oh Gallo lleno de ternura! siempre existirá enemistad entre mi raza y la suya, y
aversión entre mi individuo y el suyo! ¡Y que Alah te conserve con buena salud hasta mi regreso!"
Y tras de hablar así, el Zorro desapareció en la lejanía. Y de tal suerte escapó el Gallo a los dientes
de su enemigo, gracias a su ingenio y a su sagacidad. Y se dió prisa en bajar desde lo alto del muro y a
volver al cortijo, glorificando a Alah, que le reintegraba a su corral en seguridad. Y se apresuró a contar
a sus esposas y a sus vecinos la jugarreta que acababa de hacer a su enemigo hereditario. Y todos los
gallos del corral lanzaron al aire el canto sonoro de su alegría para celebrar el triunfo de Voz-de-Aurora.
Y aquella noche aun dijo Schehrazada:
Las agujetas
Se cuenta que un rey entre los reyes estaba un día sentado en su trono, en medio de su diwán, y daba
audiencia a sus súbditos, cuando entró un jeique, hortelano de oficio, que llevaba a la cabeza un cesto de
hermosas frutas y de legumbres diversas, primicias de la estación. Y besó la tierra entre las manos del
rey, e invocó sobre él las bendiciones y le ofreció como regalo el cesto de primicias. Y después de
devolverle la zalema, el rey le preguntó: "¿Y qué hay en este cesto cubierto de hojas, ¡oh jeique!?" Y el
hortelano dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡son las primeras verduras y las primeras frutas nacidas en mis
tierras, que te traigo como primicias de la estación!" Y el rey dijo: "¡Las acepto de corazón amistoso!" Y
quitó las hojas que preservaban del mal de ojo a! contenido del cesto, y vió que había en él magníficos
cohombros ri zados, gombos muy tiernos, dátiles, berenjenas, limones y otras diversas frutas y legumbres
tempranas. Y exclamó: "¡Maschala!" y cogió un cohombro rizado y lo engulló con mucho gusto. Luego
dijo a los eunu cos que llevaran los demás al harén. Y los eunucos se apresuraron a ejecutar la orden. Y
también se deleitaron mucho las mujeres comiendo aquellas primicias. Y cada cual cogió lo que quería,
felicitándose mu tuamente diciendo: "¡Que las primicias del año que viene nos den salud y nos encuentren
con vida y con belleza!" Luego distribuyeron a las esclavas lo que quedaba en el cesto. Y de común
acuerdo, dijeron: "¡Por Alah, que son exquisitas estas primicias! ¡Y tenemos que dar una bue na propina al
hombre que las ha traído!" Y enviaron al felah, por mediación de los eunucos, cien dinares de oro.
Y el rey, asimismo, esta ba extremadamente satisfecho del cohombro rizado que había comido, y aun
añadió doscientos dinares al donativo de sus mujeres. Y de tal suerte percibió el felah trescientos dinares
de oro por su cesto de primi cias.
Pero no fué eso todo. Porque el sultán que le había hecho diversas preguntas acerca de cosas
agrícolas y de otras cosas más, le había en contrado en absoluto de su conveniencia y se había
complacido con sus respuestas, pues el felah tenía la palabra elegante, la lengua expedita, la réplica en
los labios, el ingenio fértil, la actitud muy cortés y el lenguaje correcto y distinguido. Y el sultán quiso
hacer de él su comensal inme diatamente, y le dijo: "¡Oh jeique! ¿sabes hacer compañía a los re yes?" Y el
felah contestó: "Sé". Y el sultán le dijo: "Bueno, ¡oh jeique! ¡Vuélvete en seguida a tu pueblo para llevar
a tu familia lo que Alah te ha concedido hoy, y regresa conmigo a toda prisa para ser mi co mensal en
adelante!"
Y el felah contestó con el oído y la obediencia. Y después de llevar a su familia los trescientos
dinares que Alah le había otorgado, volvió al lado del rey, que en aquel momento estaba cenando. Y el
rey le mandó sentarse junto a él, ante la bandeja, y le hizo comer y beber lo que tenía gana. Y le encontró
aún más divertido que la pri mera vez, y acabó de encariñarse con él, y le preguntó:
"¿Verdad que sabes historias hermosas de contar y de escuchar, ¡oh jeique!?"
Y el felah contestó: "¡Sí, por Alah! ¡Y la próxima noche le contaré una al rey!" Y al oír esta noticia, el
rey llegó al límite del júbilo y se estreme ció de contento. Y para dar a su comensal una prueba de cariño
y de amistad, hizo salir de su harén a la más joven y más bella mujer del séquito de la sultana, una
muchacha virgen y sellada...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 797ª noche
Ella dijo:
"...hizo salir de su harén a la más joven y bella mujer del séquito de la sultana, una muchacha virgen y
sellada, y se la dió como regalo, aunque la había hecho apartar para sí mismo el día en que la compra ron,
reservándosela como bocado selecto. Y puso a disposición de los recién casados un hermoso aposento
del palacio, contiguo al suyo, y magníficamente amueblado y provisto de todas las comodidades. Y tras
de desearles todo género de delicias aquella noche, les dejó solos y entró en su harén.
Cuando la joven se hubo desnudado, esperó, acostada, que fuera a ella su nuevo señor. Y el jeique
hortelano, que en su vida había visto ni probado la carne blanca, se maravilló de lo que veía y glorificó
en su corazón a Quien forma la carne blanca. Y se acercó a la joven, y empezó a hacer con ella todas las
locuras usuales en casos como aquél. Y he aquí que, sin que pudiese él saber cómo ni por qué, el niño de
su padre no quiso levantar cabeza y siguió adormecido con la mirada sin vida y mustio. Y por más que el
frutero le amonestaba y alentaba, no quiso oír nada, y permaneció obstinado, oponiendo a todas las
exhor taciones una inercia y una tozudez inexplicable. Y el pobre frutero llegó al límite de la confusión, y
exclamó: "¡En verdad que es cosa prodi giosa!"
Y la joven, con objeto de despertar los deseos del niño, se puso a hacerle cosquillas y a juguetear con
él con mano ardiente, y a mimar le con todos los mimos, y a hacerle entrar en razón, tan pronto con
caricias como con golpes; pero tampoco consiguió decidirle a desper tarse.
Y acabó por exclamar: "¡Oh mi señor! ¡puede que Alah lo ani me!" Y al ver que nada servía de nada,
dijo: "¡Oh mi señor! ¿a que no sabes por qué no quiere despertarse el niño de su padre?" El jeique dijo:
"¡No, por Alah, que no lo sé!" Ella dijo: "¡Pues porque su padre tiene agujetas!'' El jeique preguntó: "¿Y
qué hay que hacer ¡oh perspicaz para curar las agujetas!?" Ella dijo: "No te preocupes por eso. ¡Yo sé lo
que tengo que hacer!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, tomó incienso macho, y echándolo
en un pebetero se puso a dar fumigaciones a su esposo, como se hace sobre el cuerpo de los muertos,
diciendo: "¡Alah resucite a los muertos! ¡Alah despierte a los dormidos!" Y hecho lo cual, cogió un
cántaro lleno de agua y empezó a regar al niño de su padre, como se hace con el cuerpo de los muertos
antes de amortajarles. Y tras de bañarle así, cogió un pañuelo de muselina y cubrió con él al niño
dormido, como se cubre a los muer tos con el sudario. Y después de llevar a cabo todas aquellas
ceremonias preparatorias de un sepelio, y que ella hacía por simulacro, llamó a las numerosas esclavas
que el sultán había puesto a su servicio y al de su esposo, y les mostró lo que tenía que mostrarles del
pobre frutero, que estaba tendido inmóvil, con el cuerpo cubierto a medias por el pañuelo y envuelto en
una nube de incienso. Y al ver aquello, lanzando gritos de hilaridad y carcajadas, las mujeres echaron a
correr por el palacio, contando lo que acababan de ver a todas las que no lo habían visto.
Por la mañana, el sultán, que se había levantado más temprano que de costumbre, envió a buscar a su
comensal el frutero, y le formuló los deseos de la mañana, y le preguntó: "¿Cómo se ha pasado la noche,
¡oh jeique!?" Y el felah contó al sultán cuanto le había ocurrido, sin ocultar un detalle. Y el sultán, al oír
aquello, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero; luego exclamó: "¡Por Alah, que la joven que
de tan oportuna manera ha tratado tus agujetas es una joven dotada de ciencia y de ingenio y de gracia! ¡Y
la recupero para mi uso personal!" Y la hizo ir, y le ordenó que le contara lo que había pasado. Y la
joven repitió al rey la cosa tal como había sucedido, y le narró con todos sus detalles los esfuerzos que
había hecho para disipar el sueño del testarudo niño de su padre, y el tratamiento que acabó por aplicarle
sin resultado. Y en el límite del júbilo, el rey se encaró con el felah, y le preguntó: "¿Es verdad eso?" Y
el felah hizo con la cabeza un signo afirmativo y bajó los ojos. Y le dijo el rey, riendo a más y mejor:
"¡Por mi vida sobre ti, ¡oh jeique! vuelve a contarme lo que ha pasado!" Y cuando el pobre hombre hubo
repetido su relato, el sultán se echó a llorar de alegría, y exclamó: "¡Ualah! ¡es cosa prodigiosa!" Luego,
como desde el minarete el muezín acababa de llamar a la plegaria, el sultán y el frutero cumplieron sus
deberes para con su Creador, y el sultán dijo: "¡Ahora ¡oh jeique de los hombres deliciosos! date prisa a
contarme las historias prometidas, para completar mi alegría!" Y el frutero dijo: "¡De todo corazón
amistoso y como homenaje debido a nuestro gene roso señor!" Y sentándose con las piernas encogidas
frente al rey, contó:
Historia de los dos tragadores de haschisch
Has de saber ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! que en una ciudad entre las ciudades había un
hombre que tenía el oficio de pesca dor y la distracción de tomar haschisch. Y he aquí que cuando había
cobrado el producto de una jornada de trabajo, se comía una parte de su ganancia en provisiones de boca
y el resto en esa hierba alegre de que se extrae el haschisch. Y tomaba al día tres tomas de haschisch: una
se la tragaba por la mañana en ayunas, otra a mediodía y otra al ponerse el sol. Y de tal suerte se pasaba
la vida muy alegremente y ha ciendo extravagancias. Y esto no le impedía ir a su trabajo, que era la pesca;
pero con frecuencia lo hacía de una manera muy singular, como vas a ver.
Una tarde, tras de tomar una dosis de haschisch más fuerte que de costumbre, empezó por encender
una vela de sebo, y se sentó delante de ella y se puso a hablar consigo mismo, formulándose las preguntas
y las respuestas, y disfrutando todas las delicias del ensue ño y del placer tranquilo. Y así permaneció
mucho tiempo, y sólo le sacaron de su ensueño la frescura de la noche y la claridad de la luna llena. Y
dijo entonces, hablando consigo mismo: "¡Eh, amigo, mira! La calle está silenciosa, la brisa es fresca y la
claridad de la luna invita al paseo. ¡Harás bien, pues, en salir a tomar el aire y a mirar el aspecto del
mundo ahora que las gentes no circulan y no pueden distraerte de tu placer y tu fasto solitario!" Y
pensando de este modo, el pescador salió de su casa y encaminó su paseo por el lado del río. Era en el
décimocuarto día de la luna, y la noche estaba toda iluminada. Y al mirar reflejado en el piso el disco
argénteo, el pescador tomó por agua aquel reflejo de la luna, y su extravagante imaginación le dijo: "Por
Alah, ¡oh pescador! hete aquí llegado a orillas del río, y en el ribazo no hay ningún otro pescador. ¡Por
tanto, harás bien en ir en seguida a coger tu sedal y volver para ponerte a pescar lo que te depare tu suer te
de esta noche!" Así pensó en su locura, y así lo hizo. Y cuando cogió su sedal, fué a sentarse en una
escarpadura, y se puso a pescar en medio de la claridad lunar, arrojando el hilo con el anzuelo al caudal
blanco reflejado en el piso.
Y he aquí que, atraído por el olor de la carne que servía de cebo, un perro enorme fué a arrojarse
sobre el sedal, y lo devoró. Y se le clavó el anzuelo en el gaznate, y le molestó tanto, que empezó a dar
sacudidas desesperadas para librarse del hilo. Y el pescador, que creía haber cogido un pez monstruoso,
tiraba todo lo que podía; y el perro, que sufría de un modo insoportable, tirada por su parte, lanzando
aulli dos tremendos; de modo que el pescador, que no quería dejar escapar su presa, acabó por ser
arrastrado y rodó por tierra. Y creyendo enton ces que iba a ahogarse en el río que le mostraba su
haschisch, se puso a dar gritos espantosos, pidiendo socorro. Y al oír aquel ruido, acudie ron los guardias
del barrio, y el pescador, al verles, les gritó: "¡Soco rredme, ¡oh musulmanes! ¡Ayudadme a sacar el
monstruoso pez de las profundidades del río, adonde va a arrastrarme! ¡Yalah, yalah! ¡venid aquí,
valientes, que me ahogo!" Y los guardias le preguntaron, muy sor prendidos: "¿Qué te ocurre, ¡oh
pescador! ? ¿Y de qué río hablas? ¿Y de qué pez se trata?" Y les dijo: "Alah os maldiga, ¡oh hijos de
perros! ¿Vais a gastarme ahora bromas o a ayudarme a salvar mi alma del ahogo y a sacar el pez fuera del
agua?" Y los guardias, que al princi pio se rieron de aquella extravagancia, se irritaron contra él al oírle
tratarles de hijos de perros, y se arrojaron sobre él, y después de mo lerle a golpes, le condujeron a casa
del kadí.
Y he aquí que también el kadí, con permiso de Alah, era muy dado al haschisch...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 798ª noche
Ella dijo:
"...Y he aquí que también el kadí, con permiso de Alah, era muy dado al haschisch. Y cuando, a la
primera ojeada que dirigió al pes cador, comprendió que el hombre a quien los guardias acusaban de ha -
ber turbado el reposo del barrio estaba bajo el poder de la alegre droga que tanto consumía él mismo, se
apresuró a amonestar severamente a los guardias y a mandarles que se fueran. Y recomendó a sus
esclavos que tuvieran mucho cuidado con el pescador y que le dieran una buena cama para que pasase la
noche con toda tranquilidad. Y en su fuero interno se prometió tenerle por compañero del placer que
pensaba disfrutar al siguiente día.
En efecto, después de pasarse toda la noche en reposo y calma y de llevarse buena vida, al día
siguiente, por la noche, fué llamado el pescador a la presencia del kadí, que le recibió con toda
cordialidad y le trató como a un hermano. Y tras de cenar con él, se sentó al lado suyo ante las velas
encendidas, y ofreciéndole haschisch, se dedicó a tomarlo en su compañía. Y entre ambos consumieron
una dosis capaz de derribar con las cuatro patas en alto a un elefante de cien años.
Cuando se disolvió bien el haschisch en su razón, exaltó las dispo siciones naturales de sus
caracteres. Y quitándose la ropa, se quedaron completamente desnudos, y empezaron a bailar, a cantar y
hacer mil ex travagancias.
Pero en aquel momento se paseaban por la ciudad el sultán y su visir, disfrazados ambos de
mercaderes. Y oyeron todo el ruido que salía de la casa del kadí; y como no estaban cerradas las puertas,
entraron y se encontraron al kadí y al pescador en el delirio de la alegría. Y al ver entrar a los huéspedes
del destino, el kadí y su compañero dejaron de bailar y les desearon la bienvenida y les hicieron. sentarse
con cor dialidad, sin que, por lo demás, le azorase su presencia. Y al ver el sultán bailar al kadí de la
ciudad todo desnudo frente a un hombre todo desnudo también, y que tenía un zib de longitud interminable
y negro y revoltoso, abrió mucho los ojos, e inclinándose al oído de su visir, le dijo: "¡Por Alah! No está
nuestro visir tan bien provisto como su negro compañero". Y el pescador se encaró con él, y dijo: "¿Qué
estás hablando así al oído de ése? ¡Sentaos ambos, que os lo ordeno yo, vuestro señor, el sultán de la
ciudad! Si no, voy a hacer que al instante os rebane la cabeza mi visir el bailarín. ¡Porque supongo no
ignoráis que yo soy el sultán en persona, que éste es mi visir, y que en la palma de mi mano derecha
tengo, como a un pez, al mundo ente ro!" Y al oír estas palabras, el sultán y el visir comprendieron que
estaban en presencia de dos comedores de haschisch de la variedad más extraordinaria. Y el visir, para
divertir al sultán, dijo al pescador. "¿Y desde cuándo ¡oh mi señor! eres sultán de la ciudad? ¿Y podrías
de cirme qué fué de tu predecesor, nuestro antiguo amo?"
El otro dijo: "La verdad es que le destroné, diciéndole: «¡Vete!» Y se fué. ¡ Y me quedé en lugar
suyo!"
Y el visir preguntó: "¿Y no protestó el sultán?"
El pescador dijo: "¡Ni siquiera! Incluso se alegró de descargar sobre mi el pesado fardo del reino. Y
yo, con objeto de corresponder a sus amabilidades, le guardé conmigo para que me sirviera. ¡Y ya le
contaré historias, si algún día se arrepiente de su dimisión!"
Y tras de hablar así, el pescador añadió: "¡Oh, qué ganas tengo de mear!" Y enarbolando su
interminable herramienta, se acercó al sultán y se dispuso a desahogarse encima de él. Y por su parte,
dijo el kadí: "¡También yo tengo mucha gana de mear!" Y se acercó al visir, y también quiso hacer lo
mismo que el pescador. Y al ver aquello, el sul tán y el visir, en el colmo de la hilaridad, se levantaron,
saltando sobre sus pies, y huyeron, exclamando: "¡Alah maldiga a los comedores de haschisch de vuestra
especie!" Y les costó mucho trabajo a ambos es capar de los dos extravagantes compañeros.
Y he aquí que al día siguiente el sultán, que quería poner remate a la diversión de su velada de la
víspera, ordenó a los guardias que avisaran al kadí de la ciudad que tenía que presentarse en el palacio
con el huésped que albergaba en su casa. Y el kadí, acompañado del pescador, no tardó en llegar entre las
manos del sultán, que le dijo: "¡Te he hecho venir con tu compañero, ¡oh representante de la ley! a fin de
que me enseñes cuál es el modo más cómodo de mear! ¿Es preciso, en efecto, ponerse en cuclillas,
alzándose con cuidado la ropa, como prescribe el rito? ¿0 tal vez es preferible hacer como los cochinos
descreídos, que mean de pie? ¿0 acaso hay que mearse en sus semejan tes, poniéndose completamente
desnudo, como hicieron anoche dos tra gadores de haschisch que yo conozco?"
Cuando el kadí hubo oído estas palabras del sultán -y como, por otra parte, sabía que el sultán tenía
costumbre de pasearse disfrazado por la noche-, comprendió que su extravagancia y su delirio de la vís -
pera bien pudieron tener por testigo al propio sultán, y llegó al límite del estremecimiento al pensar que
había faltado el respeto al sultán y al visir. Y cayó de rodillas, gritando: "¡Amán! ¡Amán! ¡oh mi señor!
¡fué el haschisch lo que me indujo a la grosería y a la descortesía!"
Pero el pescador, que a causa de las dosis diarias de haschisch que tomaba, continuaba en estado de
embriaguez, dijo al sultán: "Bueno, ¿y qué? ¡Si tú estás en tu palacio, nosotros estábamos en el nuestro
anoche!"
Y en extremo divertido con los modales del pescador, el sul tán le dijo: "¡Oh el más divertido
parlanchín de mi reino! ya que tú eres sultán y yo lo soy también, te suplico que en lo sucesivo me hagas
compañía en mi palacio. ¡Y puesto que sabes contar historias, supongo que querrás endulzarnos el oído
con alguna!"
Y el pescador contestó:
"¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido! ¡Pero no sin que hayas perdonado a mi visir,
que está de rodillas a tus pies!" Y el sultán se apresuró a dar orden de levantarse al kadí, y le perdonó su
extravagancia de la víspera y le dijo que retornara a su casa y a sus funciones. Y únicamente retuvo
consigo al pescador, quien, sin esperar a más, le contó, como sigue, la historia del "kadí Padre-del-
Cuesco".
Historia del kadi Padre-del-Cuesco
Cuentan que en la ciudad de Trablús, de Siria, en tiempo del cali fa Harún Al-Raschid, había un kadí
que ejercía las funciones de su cargo con una severidad y un rigor extremados, lo cual era notorio en tre
los hombres.
Y he aquí que aquel kadí funesto tenía a su servicio a una vieja negra de piel ruda y endurecida como
el cuero de un búfalo del Nilo. Y era ella la única mujer que poseía en su harén. ¡Alah le rechace de Su
misericordia! Porque aquel kadí era de una mezquindad extre mada, a la que sólo podía igualar su rigor en
los juicios que fallaba. ¡Alah le maldiga! Y aunque era rico, no vivía más que de pan duro y cebollas. Y
no obstante, estaba lleno de ostentación y se avergonzaba de su avaricia pues quería siempre dar prueba
de fasto y de generosi dad, por más que viviese con la economía de un camellero próximo a agotar sus
provisiones. Y para hacer creer en un lujo que su casa ignoraba, tenía la costumbre de cubrir el taburete
de comer con un mantel adornado de franjas de oro. Y de tal suerte, cuando, por casua lidad, entraba
alguien para cualquier asunto a la hora de la comida, el kadí no dejaba de llamar a su negra y de decirle
en voz alta: "¡Pon el mantel de franjas de oro!" Y pensaba que así hacía creer a la gente que su mesa era
suntuosa y que los manjares equivalían en bondad y en cantidad a la hermosura del mantel con franjas de
oro. Pero jamás había sido invitado nadie a una de aquellas comidas servidas en el mantel espléndido; y
nadie, por el contrario, ignoraba la verdad con respecto a la avaricia sórdida del kadí. De modo que, por
lo general, se decía cuando se había comido mal en un festín: "¡Lo han servido en el mantel del kadí!"
Y así, aquel hombre, a quien Alah había dotado de riquezas y de honores, vivía una vida que no
contentaría a los perros de la calle. ¡Confundido sea por siempre!
Un día, algunas personas que querían inclinarle en favor suyo en cierto juicio, le dijeron: "¡Oh
nuestro amo el kadí! ¿por qué no tomas esposa? ¡Porque la vieja negra que tienes en tu casa no es digna
de tus méritos!"
Y contestó él: "¿Quiere buscarme mujer alguno de vos otros?" Y contestó uno de los presentes: "¡Oh
amo nuestro! yo tengo una hija muy bella, y honrarías a tu esclavo si quisieras tomarla por esposa". Y el
kadí aceptó la oferta; y en seguida se celebró el matrimonio; y aquella misma noche se condujo a la joven
a casa de su esposo. Y la tal joven estaba muy asombrada de que no se le prepara se comida, ni siquiera
se le preguntara acerca del particular; pero, como era discreta y muy reservada, no hizo ninguna
reclamación, y queriendo conformarse a las costumbres de su esposo, procuró distraer se. En cuanto a los
testigos de la boda y a los invitados, presumían que aquella unión del kadí daría lugar a alguna fiesta, o
por lo menos a una comida; pero fueron vanas sus esperanzas, y transcurrieron las horas sin que el kadí
invitase a nadie.
Y se retiró cada cual maldiciendo al destino.
Volviendo a la recién casada, es el caso que, después de haber su frido cruelmente con aquel ayuno tan
riguroso y tan prolongado, por fin oyó a su esposo llamar a la negra de piel de búfalo y ordenarle que
colocara el taburete de comer, poniendo el mantel de franjas de oro y los ornamentos mejores. Y la
infortunada creyó entonces que por fin iba a resarcirse del ayuno penoso a que acababa de ser condenada,
ella, que en casa de su padre había vivido siempre nadando en la abundancia, en el lujo y en el bienestar.
Pero ¡ay de ella! ¿qué sentiría cuando la negra llevó, por toda bandeja de manjares, una fuente con tres
pedazos de pan negro y tres cebollas? Y como no se atreviera ella a hacer un movimiento ni se explicase
aquello, el kadí cogió con cierto sentimiento un pedazo de pan y una cebolla, dió una parte igual a la
negra, e invitó a su joven esposa a hacer honor al festín, diciéndole: "¡No temas abusar de los dones de
Alah!" Y empezó a comer él mismo con una prisa que denotaba hasta qué punto saboreaba la excelencia
de aquella comida. Y también la negra se tragó de un bocado la cebolla, única comida del día. Y la pobre
esposa, burlada, trató de hacer lo que ellos; pero, como estaba acostumbrada a los manjares más delica -
dos, no pudo tragar bocado. Y acabó por levantarse de la mesa en ayunas, maldiciendo en su alma la
negrura de su destino. Y de tal suerte transcurrieron tres días de abstinencia, con el mismo llamamien to a
la hora de comer, los mismos adornos hermosos en la mesa, el mismo mantel de franjas de oro, el pan
negro y las tristes cebollas. Pero, al cuarto día, el kadí oyó unos gritos terribles...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 799ª noche
Ella dijo:
"...Pero, al cuarto día, el kadí oyó unos gritos terribles que par tían del harén. Y fué la negra a
anunciarle alzando los brazos al cielo, que su ama se había rebelado contra todos los de la casa, y
acababa de enviar a buscar a su padre. Y el kadí, furioso, entró en el aposento de la joven con los ojos
llameantes, le lanzó toda clase de injurias, y acusándola de entregarse a todas las variedades del
libertinaje, le cortó los cabellos a la fuerza y la repudió, diciéndole: "¡Quedas divorciada por tres
veces!" Y la echó violentamente y cerró la puerta detrás de ella.
¡Alah le maldiga, que merece la maldición!
Pocos días después de su divorcio, el ruin hijo de ruin, con motivo de sus funciones, que le hacían
indispensable para mucha gente, en contró otro cliente que le propuso a su hija en matrimonio. Y se casó
con la joven, que fué servida de la misma manera, y que, sin poder soportar más de tres días el régimen
de cebollas, se rebeló y también fué repudiada. Pero no sirvió aquello de lección a las demás personas,
pues aun encontró el kadí varias jóvenes con quienes casarse, y se fué casando con ellas sucesivamente
para repudiarlas al cabo de un día o dos a causa de su rebeldía ante el pan negro y las cebollas.
Pero, cuando los divorcios se multiplicaron de manera tan exa gerada, el rumor de la mezquindad del
kadí llegó a oídos que hasta entonces no se habían enterado de ella, y su conducta para con sus mu jeres se
hizo motivo de todas las conversaciones en los harenes. Y perdió todo el crédito posible con las
casamenteras, y dejó en absoluto de ser un buen partido.
Una noche se paseaba por los alrededores de la ciudad el kadí, atormentado por la herencia de su
padre, a la cual no quería ya ningu na mujer, cuando vió acercarse una dama en una mula de color casta ño.
Y quedó conmovido por la apostura elegante de ella y por sus ricos vestidos. Asi es que retorciéndose el
bigote, avanzó hacia ella con ga lante cortesanía, le hizo una profunda reverencia, y después de las
zalemas, le dijo: "¡Oh noble dama! ¿de dónde vienes?" Ella contestó: "¡Del camino que dejo atrás!"
Y el kadí sonrió, y dijo: "¡Sin duda! ¡sin duda! ya lo sé; pero ¿de qué ciudad?" Ella contestó: "¡De
Mos sul!" El preguntó: "En ese caso, ¿quieres servirme de esposa en ade lante, y que yo, en cambio, sea
para ti el hombre?" Ella contestó: "Dime dónde vives y mañana te mandaré la respuesta". Y el kadí le
explicó quién era y dónde vivía. ¡Pero ya lo sabía ella! Y le dejó, dedicándole de soslayo la más
comprometedora de las sonrisas.
Y he aquí que al siguiente día por la mañana la joven envió al kadí un mensaje para informarle de que
consentía en casarse con él mediante un donativo de cincuenta dinares. Y el ruin, con un violento esfuerzo
de su avaricia, en vista de la pasión que experimentaba por la joven, hizo contarle y entregarle los
cincuenta dinares, y encargó a la negra que fuese a buscarla. Y sin faltar a sus compromisos, la joven, en
efecto, fué a casa del kadí; y en seguida se llevó a cabo el matrimonio, ante testigos, que se marcharon
inmediatamente sin que tampoco se les obsequiara.
Y el kadí, fiel a su régimen, dijo a la negra con tono enfático: "¡Pon el mantel de franjas de oro!" Y
como de ordinario, en la mesa suntuosamente adornada, se sirvieron, por todo manjar, los tres panes
duros y las tres cebollas. Y la recién casada cogió la tercera ración con muy buen talante, y cuando hubo
acabado, dijo: "¡Alhamdú lillah! ¡Loor a Alah! ¡Qué excelente comida acabo de hacer!" Y acompañó esta
exclamación con una sonrisa de extremada satisfacción. Y exclamó el kadí, al oír y ver aquello:
"¡Glorificado sea el Altísimo que, en Su ge nerosidad, me ha deparado al fin una esposa que reúne en sí
todas las perfecciones y sabe contentarse con el presente, dando gracias a su Creador por lo mucho y por
lo poco!" Pero el ciego miserable, el cochino (¡Alah le confunda!) no sabía que su suerte estaba echada
en el cerebro maligno de su joven esposa.
Y he aquí que, al día siguiente, por la mañana, el kadí fué al diwán, y durante su ausencia, la joven se
dedicó a visitar, una tras otra, todas las habitaciones de la casa. Y de tal suerte llegó a un gabinete cuya
puerta, cuidadosamente cerrada y provista de tres candados enor mes y asegurada por tres fuertes barras
de hierro, le inspiró viva curio sidad. Y después de dar muchas vueltas y examinar bien lo que tenía que
examinar, acabó por distinguir una rendija de poco más de un dedo de ancho en una moldura. Y miró por
aquella rendija, y se sintió extre madamente sorprendida y alegre al ver que estaba acumulado allí dentro
el tesoro del kadí en oro y en plata, guardado en amplios vasos de cobre puestos en el suelo. Y al punto
ideó aprovecharse sin tardanza de aquel descubrimiento inesperado: y corrió a buscar una varilla larga
hecha con un tallo de palmera, untó la punta con una pasta pegajosa y la introdujo por la rendija de la
moldura. Y a fuerza de dar vueltas a la varilla, se pegaron varias monedas de oro, retirándolas ella en
seguida.
Y fué a su aposento y llamó a la negra, y le dijo, dándole las monedas de oro: "¡Ve inmediatamente al
zoco, y compra tortas calientes todavía del hor no con sésamo por encima, arroz con azafrán, carne tierna
de cordero y todo lo mejor que encuentres de frutas y pastelerías!" Y la negra, asombrada, contestó con el
oído y la obediencia, y se apresuró a ejecu tar las órdenes de su ama, quien, a su regreso del zoco, le hizo
poner los platos y compartir con ella las suculentas cosas que había traído. Y exclamó la negra, que por
primera vez en su vida hacía una comida tan excelente: "Alah te alimente ¡oh mi señora! y haga que se te
con viertan en grasa de buena calidad las cosas deliciosas con que acabas de nutrirme. ¡Por tu vida, que
en esta sola comida, debida a la genero sidad de tu mano, me has hecho comer manjares tan suculentos
como no los probé jamás en todo el tiempo que llevo sirviendo en casa del kadí!" Y la joven le dijo:
"¡Pues bien; si deseas a diario un alimento análogo y aún superior al de hoy, no tienes más que obedecer a
todo lo que te diga, y guárdate la lengua dentro de la boca en presencia del kadí!" Y la negra invocó
sobre ella las bendiciones, y le dió gracias y le besó la mano, prometiéndole obediencia y abnegación.
Porque no era dudosa la elección entre la largueza y buena vida por una parte, y por otra la privación y la
economía sórdida.
Y cuando, hacia mediodía, regresó el kadí a la casa, gritó a la negra: "¡Oh esclava, pon el mantel de
franjas de oro!" Y cuando estu vo sentado, su mujer se levantó y le sirvió por sí misma los restos de la
excelente comida. Y comió él con mucho apetito y le alegró un trato tan bueno, y preguntó: "¿De dónde
proceden estas provisiones?" Ella con testó: "¡Oh mi señor! ¡en esta ciudad tengo muchas parientas, y una
de ellas es quien me ha enviado hoy este regalo, que me agrada, por poder compartirlo con mi señor!" Y
el kadí se felicitó en el alma por haberse casado con una mujer que tenía parientes tan preciosos.
Y he aquí que el día siguiente la varilla de palmera obró como la primera vez, y extrajo del tesoro del
kadí algunas monedas de oro, con las cuales la esposa del kadí mandó comprar provisiones admirables,
entre ellas un cordero relleno de alfónsigos, e invitó a algunas vecinas suyas a compartir con ella la
excelente comida. Y pasaron el tiempo juntas de la manera más agradable hasta la hora de que volviese
el kadí. Y entonces se separaron las mujeres, prometiéndose que se repe tiría con toda amabilidad aquel
día de bendición.
Y el kadí, en cuanto entró, gritó a la negra: "¡Pon el mantel de franjas de oro!" Y cuando estuvo
servida la comida, el miserable (¡Alah le maldiga!) se asombró mucho de ver en las bandejas carnes y
provisiones más delicadas y más selectas todavía que las de la víspera. Y preguntó, lleno de inquietud:
"¡Por mi cabeza! ¿de dónde proceden estos manjares tan costosos?" Y la joven, que le servía por sí
misma, contestó: "¡Oh señor! tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, y no pienses más que en comer y
regocijarte en tu fuero interno, sin atormentarte más por los bienes que Alah nos depara. ¡Porque una de
mis tías me ha enviado estas bandejas de man jares, y me tendré por muy dichosa si le satisfacen a mi
señor!"
Y en el límite de la alegría, por tener una esposa tan bien empa rentada y tan amable y tan atenta, el
kadí sólo pensó ya en aprovecharse lo más que pudiera de tanto honor gratuito. Así es que, al cabo de un
año de aquel régimen, creó tanta grasa y se le desarrolló el vientre de manera tan notoria, que cuando los
habitantes de la ciudad querían es tablecer un término comparativo con respecto a una cosa enorme, de -
cían: "¡Es tan gordo como el vientre del kadí!"
Pero el miserable (¡alejado sea el Maligno!) no sabía lo que le esperaba, y que su mujer había jurado
vengar a todas las pobres mujeres con quienes él hubo de casarse para hacerlas morir casi de inanición y
echarlas después de ha berles cortado los cabellos y haberlas repudiado con el triple divorcio definitivo.
Y he aquí cómo se arregló la joven para alcanzar el fin de seado y jugarle una mala pasada.
Entre las vecinas a quienes daba de comer a diario se encontraba una pobre mujer encinta, madre ya
de cinco hijos, y cuyo marido era un mandadero que apenas ganaba con qué atender a las necesidades
urgentes de la casa. Y la esposa del kadí le dijo un día: "¡Oh vecina mía! Alah te ha dado una familia
numerosa, y tu hombre no tiene con qué alimentarla. ¡Y hete aquí de nuevo encinta por voluntad del Altí -
simo! ¿Quieres, pues, cuando hayas parido tu futuro recién nacido, dármele, a fin de que yo le cuide y le
eduque como si fuera mi propio hijo, ya que Alah no me favorece con la fecundidad? ¡Y en cambio te
prometo que no carecerás de nada y que la prosperidad favorecerá tu casa! ¡Pero solamente te pido que
no hables de la cosa a nadie, y me entregues a escondidas el niño, con objeto de que nadie del barrio sos -
peche la verdad!" Y la mujer del mandadero aceptó la oferta y prometió reserva. Y el día de su parto, que
tuvo lugar con gran secreto, entregó a la esposa del kadí el niño recién nacido, que era un muchacho tan
abultado como dos muchachos de su especie.
Y he aquí que aquel día la joven preparó por sí misma, para la hora de comer, un plato compuesto de
una mezcla de habas, guisantes, judías blancas, coles, lentejas, cebollas, cabezas de ajo, harinas diversas
y toda clase de cereales pesados y especias molidas. Y cuando entró el kadí, con mucha hambre, porque
tenía completamente vacío su enorme vientre, ella le sirvió aquel guisado, bien sazonado, que le pareció
a él delicioso y del cual comió glotonamente. Y repitió varias veces, y acabó por devorar todo el plato,
diciendo: "¡Jamás comí un manjar que pasara con tanta facilidad por el gaznate! ¡Deseo ¡oh mujer! que
todos los días me prepares un plato mayor que éste del mismo guiso! ¡Pues su pongo que tus parientes no
interrumpirán su generosidad!" Y contestó la joven: "¡Que te sea delicioso y de fácil digestión!" Y el kadí
le agra deció su deseo, y una vez más se felicitó por tener una esposa tan per fecta y cuidadosa de sus
gustos.
Pero apenas había transcurrido una hora desde que se terminó la comida, cuando el vientre del kadí
empezó a hincharse y a aumentar por momentos; y en su interior se hizo oír un gran estrépito como el
estruendo de una tempestad; y conmovieron sus paredes unos gruñidos sordos como truenos
amenazadores, tan pronto acompañados de terribles retorcijones, como de espasmos y de dolores. Y se le
puso el color muy amarillo, y empezó a gimotear y a rodar por el suelo como un tonel, sujetándose el
vientre a dos manos y exclamando: "¡Ya Alah! ¡en mi vientre hay una tempestad! ¡Ah! ¿Quién me librará
de ella?" Y a poco, no pudo menos que lanzar aullidos bajo el impulso de crisis más fuertes de su vientre,
que ya estaba más hinchado que un odre lleno. Y a los gritos que daba acudió su esposa, y para aliviarle
le hizo tomar un puñado de polvos de anís y de hinojo, que en breve debían producir su efecto. Y al
mismo tiempo, para consolarle y animarle, se puso a aca riciarle por todas partes, como se acaricia a un
niño enfermo, y a fro tarle dulcemente el sitio dolorido, pasándole la mano por él con regula ridad.
Y de repente interrumpió su masaje, lanzando un grito penetran te, seguido de repetidas exclamaciones
de sorpresa y espanto, diciendo: "¡Yuh! ¡yuh! ¡milagro! ¡prodigio! ¡oh mi señor! ¡oh mi señor!" Y no
obstante los violentos dolores, que le hacían contorsionarse, el kadí preguntó: "¿Qué te pasa? ¿Y de qué
milagro se trata?" Ella dijo: "¡Yuh! ¡yuh! ¡oh mi señor! ¡oh mi señor!" El preguntó: "¿Qué te pasa? ¡Di!"
Ella contestó: "¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti!" Y de nuevo le pasó la mano por el vientre
tempestuoso, añadien do: "¡Exaltado sea el Altísimo! ¡El puede hacer y hace todo lo que quiere!
Cúmplanse Sus decretos, ¡oh mi señor!"
Y el kadí preguntó, entre dos quejidos. "¿Qué te pasa, ¡oh mujer!? ¡Habla! ¡Qué Alah te maldiga por
torturarme así!" Ella dijo: "¡Oh mi señor!, ¡oh mi señor! cúmplase su voluntad! ¡Estás encinta! ¡Y el parto
viene muy de prisa!"
Al oír estas palabras de su esposa, el kadí se incorporó, a pesar de los cólicos y los espasmos, y
exclamó: "¿Estás loca, ¡oh mujer!? ¿Y desde cuándo se quedan encinta los hombres?" Ella dijo: "¡Por
Alah, que no lo sé! Pero el niño se mueve en tu vientre. ¡Y le siento patear, y toco su cabeza con mis
manos!" Y añadió: "¡Alah arroja donde quiere la semilla de la fecundidad! ¡Exaltado sea! Ruega al
Profeta, ¡oh hombre!" Y dijo el kadí, presa de convulsiones: "¡Con él las bendiciones y todas las
gracias!" Y como sus dolores aumentaban, volvió a revol carse, aullando, como un loco; y se retorcía las
manos, y ya no podía ni respirar, de tan violento como era el combate que se libraba en su vientre.
¡Y he aquí que de pronto llegó el alivio! Largo y resonante, y le salió de dentro un cuesco espantoso
que hizo estremecerse toda la casa y desmayarse al kadí bajo el violento impulso de su choque. Y por el
aire enrarecido de la casa continuó rodando en gradación atenuada una serie numerosa de otros cuescos.
Luego, tras un último estrépito, semejante al fragor del trueno, se restableció el silencio en la morada.
Y poco a poco fué volviendo en sí el kadí, y vió ante él, echado en una colchoneta, a un recién
nacido, en mantillas, que lloraba haciendo mue cas. Y vió que su esposa decía: "¡Loores a Alah y a Su
Profeta por este feliz alumbramiento! Alhandú Lillah, ¡oh hombre!" Y empezó a invocar todos los
nombres sagrados sobre el pequeñuelo que venía al mundo y sobre la cabeza de su esposo. Y el kadí no
sabía si estaba dor mido o despierto, o si los dolores que hubo de sentir habían destruído sus facultades
intelectuales. Sin embargo, no podía desmentir el testimonio de sus sentidos; y la vista de aquel niño
recién nacido y la cesa ción de sus dolores y el recuerdo de la tempestad que le había salido del vientre,
le obligaban a creer en su asombroso alumbramiento. Y el amor maternal se sobrepuso y le hizo aceptar
al niño, y decir: "¡Alah arroja las semillas y crea donde quiere! ¡Y hasta los hombres, si están predes -
tinados a ello, pueden quedarse encinta y parir a la postre!" Luego se encaró con su esposa, y le dijo:
"¡Oh mujer! ¡es necesario que te ocupes de buscar una nodriza para este niño! ¡Porque yo no puedo
criarle!" Y ella contestó: "Ya he pensado en ello. ¡Y la nodriza está esperando en el harén! ¿Pero estás
seguro ¡oh mi señor! que no se te han desarrollado los senos y no puedes criar a este niño? ¡Porque ya
sabes que nada hay mejor que la leche de la madre!" Y el kadí, cada vez más absorto, se palpó el pecho
con ansiedad, y contestó: "¡No, por Alah!, están como estaban, sin nada dentro!"
¡Eso fué todo!
Y la maligna joven se regocijaba en el alma del éxito de su estratagema. Luego, queriendo llevar su
burla hasta el lími te, obligó al kadí a meterse en la cama y a estar sin salir de ella, como las parturientas,
cuarenta días y cuarenta noches. Y se puso a hacerle las tisanas que se dan de ordinario a las paridas y a
cuidarle y a mi marle en todos los sentidos. Y el kadí, extremadamente fatigado de los dolorosos
retorcijones que había tenido y de todo su trastorno interno, no tardó en dormirse profundamente para no
despertarse hasta mucho tiempo después, sano de cuerpo, pero muy enfermo de espíritu...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 800ª noche
Ella dijo:
"...para no despertarse hasta mucho tiempo después, sano de cuerpo, pero muy enfermo de espíritu. Y
su primer cuidado fué rogar a su esposa que guardara escrupulosamente el secreto de aquella aven tura,
diciéndole: "¡Qué calamidad para nosotros si la gente se enterara de que el kadí ha parido un niño
viable!" Y la maligna, lejos de tranqui lizarle sobre el particular, se complació en aumentar su inquietud,
di ciéndole: "¡Oh mi señor! ¡no somos los únicos en conocer este acontecimiento maravilloso y bendito!
¡Porque todas nuestras vecinas, lo saben ya por la nodriza, que, a pesar de mis recomendaciones, ha ido a
revelar el milagro y a chismorrear de un lado a otro; y es muy difícil impedir a una nodriza que charle,
como también detener ahora la difu sión de esta noticia por la ciudad!"
Y extremadamente mortificado al saberse motivo de todas las con versaciones y objeto de
comentarios más o menos descorteses, el kadí se pasó los cuarenta días del puerperio quieto en el lecho,
sin osar mo verse por temor a las complicaciones y a los flujos de sangre, y re flexionando, cejijunto,
acerca de su triste situación.
Y se decía: "Segu ramente, la malignidad de mis enemigos, que son numerosos, me acusará ahora de
cosas más o menos ridículas; por ejemplo, de haberme dejado ensartar de una manera extraordinaria,
diciendo: "¡El kadí es un ma rica! ¡Alah! ¡no valía la pena, verdaderamente, mostrarse tan severo en sus
juicios, si tenía que acabar porque le ensartaran y por parir! ¡Por Alah, que nuestro kadí es un marica
extraño! ¡Por otra parte, bien sabe Alah que hace mucho tiempo que no me ocupo de semejante cosa, y no
es mi edad la más a propósito para tentar a los aficionados a eso!
Así pensaba el kadí, sin ocurrírsele que su ruindad era la que le había traído aquel estado de cosas. Y
cuando más reflexionaba, más se ennegrecía el mundo ante él y su posición le parecía más irrisoria y
digna de piedad. Así es que, cuando su esposa creyó oportuno que se levantara sin temor a las
complicaciones puerperales, se apresuró él a salir del lecho y a lavarse, pero sin atreverse a abandonar
su casa para ir al hammam. Y con objeto de evitar las burlas y alusiones que en lo sucesivo no dejaría de
oír si continuaba habitando en la ciudad, resolvió abandonar Trablús y reveló este proyecto a su esposa,
quien, simulando una gran pena por verle alejarse de su casa y prescindir de su situación de kadí, no dejó
de abundar en su opinión, empero, y de alentarle a que se marchara, diciéndole: "Ciertamente, ¡oh mi
señor! tienes razón al abandonar esta ciudad maldita habitada por las malas lenguas; pero hazlo por algún
tiempo solamente y hasta que se olvide esta aventura. ¡Y entonces volverás para educar a este niño, de
quien eres a la vez padre y madre, y a quien, si te parece, llamaremos, para recordar su maravilloso
nacimiento, Fuente-de-los-Milagros!" Y contestó el kadí: "¡No hay inconveniente!" Y salió de su casa por
la noche, dejando allí a su mujer al cuidado de Fuente-de-los-Milagros. Y de los efectos y mue bles de la
casa. Y salió de la ciudad, evitando las calles frecuentadas, y partió en dirección de Damasco.
Y llegó a Damasco, después de un viaje fatigoso, aunque consolán dose con pensar que en aquella
ciudad nadie le conocía ni conocía su historia. Pero tuvo la desgracia de oír contar su historia en todos
los sitios públicos por todos los narradores, a oídos de los cuales había lle gado ya. Y como se temía él,
los narradores de la ciudad, cada vez que la contaban, no dejaban de añadir un detalle nuevo para hacer
reír a sus oyentes, y de atribuir al kadí órganos extraordinarios, y de endo sarle todas las herramientas de
los muleteros de Trablús, y de adjudi carle el nombre que temía él tanto, llamándole hijo, nieto y biznieto
del nombre que ni a sí mismo se pronuncia. Pero, felizmente para él; nadie conocía su rostro, y pudo de
tal suerte pasar inadvertido. Y cuando, por la tarde, cruzaba por los lugares donde se estacionaban
narradores, no podía por menos de pararse para escuchar su historia, que en boca de ellos resultaba
prodigiosa; porque ya no era un niño lo que había te nido, sino una pollada de niños en ringlera; y tanta
hilaridad producía aquello a la concurrencia, que él mismo acababa por reírse como los demás, dichoso
de no ser reconocido, y diciéndo se: "¡Por Alah, que me motejen de lo que quieran, pero que no me reco -
nozcan!" Y de tal suerte vivió muy retraído y con una economía mayor aún que antes. Y así y todo, acabó
por agotar el repuesto de dinero que se había llevado consigo, y acabó por vender, para vivir, sus
vestiduras; pues no se determinaba a pedir dinero a su mujer, por mediación de un correo, para no verse
obligado a revelarle el lugar en que se hallaba su tesoro. Porque el pobre no sospechaba que aquel tesoro
estaba des cubierto hacía mucho tiempo. Y se imaginaba que su esposa seguía vi viendo a costa de sus
parientes y de sus vecinas, como le había hecho creer ella. Y llegó a un grado tal su estado de miseria,
que vióse obli gado él, antiguo kadí, a ponerse a jornal con un albañil, para llevar durante todo el día cal
y yeso.
De tal suerte transcurrieron algunos años. Y el desgraciado, que soportaba el peso de todas las
maldiciones lanzadas contra él por las víctimas de sus juicios y las víctimas de su mezquindad, se había
quedado tan flaco como un gato abandonado en un granero. Y entonces pensó en volver a Trablús,
confiando en que los años hubieran borrado el recuerdo de su aventura. Y partió de Damasco, y después
de un viaje muy duro para su cuerpo debilitado, llegó a la entrada de Trablús, su ciudad. Y en el momento
en que franqueaba la puerta, vió a unos niños que jugaban entre sí, y oyó que uno de ellos decía al otro:
"¿Cómo quieres ganar el juego tú, que naciste en el año nefasto del kadí padre- del-cuesco?" Y el
infortunado se alegró mucho al oír aquello, pensando: "¡Por Alah! se ha olvidado tu aventura, puesto que
otro kadí, que no eres tú, es quien sirve de proverbio a los niños" Y se acercó al que ha bía hablado del
año del kadí padre-del-cuesco, y le preguntó: "¿Quién es ese kadí de que hablas, y por qué le llaman
padre-del-cuesco?" Y el niño contó toda la historia de la malicia de la esposa del kadí, con todos sus
detalles, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirla.
Cuando el viejo mezquino hubo oído el relato del niño, ya no dudó de su desgracia, y comprendió que
había sido el juguete y la burla de la malicia de su esposa. Y dejando a los niños con su juego, se
precipitó en dirección de su casa, queriendo, en su furor, castigar a la audaz que se había burlado de él
tan cruelmente. Pero, al llegar a la casa, la en contró con las puertas abiertas a los cuatro vientos, el techo
hundido, los muros a medio derribar, y devastada de arriba a abajo; y corrió al tesoro, pero ya no había
allí tesoro, ni huella de tesoro, ni olor de tesoro, ni nada absolutamente. Y los vecinos que acudieron al
verle lle gar, en medio de la hilaridad general, le enteraron de que hacía mucho tiempo que se había
marchado su esposa, creyéndole muerto, y que se había llevado consigo, no se sabía a qué país lejano,
cuanto había en la casa. Y al enterarse así de la totalidad de su desgracia, y al verse blanco del sarcasmo
público, el viejo miserable se apresuró a abandonar su ciudad sin volver la cabeza. Y nunca más se oyó
hablar de él.
Y tal es ¡oh rey del tiempo! -continuó el tragador de haschisch la historia del kadí padre-del-cuesco,
que hasta mí ha llegado. ¡Pero Alah es más sabio!"
Y al oír esta historia, el sultán se bamboleó de satisfacción y de contento, le regaló al pescador un
ropón de honor, y le dijo: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh boca de azúcar! cuéntame alguna otra entre las his torias
que conoces!"
Y contestó el tragador de haschisch: "¡Escucho y obedezco!"
Y contó:
El pollino kadi
"He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en una ciudad del país de Egipto había un hombre que
tenía la profesión de recaudador de contribuciones, y que, por consiguiente, se veía obligado a ausentarse
de su casa con frecuencia. Y como no estaba dotado de gallardía para las lides amorosas, su esposa no
dejaba de aprovechar las ausencias de él para recibir a su amante, que era un jovenzuelo como la luna y
siem pre dispuesto a satisfacerla en sus deseos. Así es que ella le amaba en extremo, y a cambio de los
placeres que le proporcionaba él, no se li mitaba a hacerle probar todo lo que era bueno en su jardín, sino
que, como no era rico y todavía no sabía ganar dinero en los negocios de venta y compra, se gastaba ella
con él todo lo necesario, sin pedirle nunca que se lo reintegrara de otro modo que con caricias,
copulaciones y otras cosas análogas. Y así vivían ambos la vida más deliciosa, satis ficiéndose y
amándose entre sí con arreglo a sus capacidades. ¡Gloria a Alah, que da potencia a unos y aflige de
impotencia a otros! Sus decretos son insondables.
Y he aquí que un día en que el recaudador de contribuciones, esposo de la joven, tenía que partir para
asuntos del servicio, preparó su pollino, llenó sus alforjas con papeles oficiales y con ropa, y dijo a su
esposa que le llenara el otro bolso de las alforjas con provisiones para el camino. Y la joven, feliz por
librarse de él, se apresuró a darle cuanto deseaba, pero no pudo encontrar pan, pues se había acabado la
hornada de la semana, y la negra precisamente estaba amasando lo de la semana próxima. Entonces, sin
poder esperar a que se cociese el pan de la casa, el recaudador de contribuciones se fué al zoco para
procu rárselo. Y dejó al pollino enalbardado por el momento en la cuadra ante el pesebre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 801ª noche
Ella dijo:
"...Y dejó al pollino enalbardado por el momento en la cuadra ante el pesebre. Y su esposa se quedó
en el patio para esperar allí su regreso, y de pronto vió entrar a su amante, que creía que ya se había
marchado el recaudador de contribuciones. Y dijo a la joven: "Tengo una apremiante necesidad de
dinero. ¡Y es preciso que me des en seguida trescientos dracmas!" Y contestó ella: "¡Por el Profeta! ¡No
los tengo hoy, y no sé de dónde sacarlos!" Y dijo el jovenzuelo: "¿Para qué está el pollino, ¡ oh hermana
mía!? Dame el pollino de tu marido, que está ahí enalbardado delante del pesebre, para que lo venda. ¡Y
sin duda sacaré por él los trescientos dracmas, que me son imprescindi bles, absolutamente
imprescindibles!" Y la joven exclamó muy asusta da: "¡Por el Profeta, que no sabes lo que dices! ¿Y
cuando vuelva mi marido,y no encuentre a su pollino? ¡Ni siquiera pienses en ello! ¡Sin duda me
regañaría por haber perdido el burro, habiéndome encargado que me quedara aquí, y me pegaría!" Pero el
jovenzuelo se puso tan compungido y la rogó con tanta elocuencia que le diera el pollino, que no pudo
ella resistirse a sus ruegos, y no obstante todo el terror que le inspiraba su esposo el recaudador, le dejó
llevarse el pollino, aunque después de haberle quitado los arreos.
Y he aquí que, algunos instantes más tarde, volvió el marido con los panecillos debajo del brazo, y
fue a la cuadra para meterlos en las alforjas y coger el pollino. Y vió colgado de un clavo el cabezal del
ani mal, y la albarda y las alforjas encima de la paja, pero no el pollino, ni trazas del pollino, ni el olor
del pollino. Y extremadamente sorpren dido, buscó a su esposa, y le dijo: "¡Oh mujer! ¿dónde está el
pollino?" Y su esposa, sin inmutarse, contestó con voz tranquila: "¡Oh hijo del tío! ¡el pollino acaba de
salir, y desde la puerta se encaró conmigo, y me dijo que iba a celebrar audiencia en el diwán de justicia
de la ciu dad!" Al oír estas palabras, el recaudador, lleno de cólera, levantó la mano a su mujer, y le gritó:
"¡Oh desvergonzada! ¿te atreves a bur larte de mí? ¿Es que no sabes que de un solo puñetazo puedo
dejarte más ancha que larga?" Y dijo ella, sin perder nada de su aplomo: "¡El nombre de Alah sobre ti y
sobre mí, y alrededor de ti y alrededor de mí! ¿Por qué voy a burlarme de ti, ¡oh hijo del tío!? ¿Y desde
cuán do soy capaz de engañarte en algo? Además de que, caso de que me atreviera a ello, tu perspicacia y
tu fino ingenio hubieran echado por tierra en seguida mis groseras y pesadas invenciones. ¡Pero, con tu
permiso, ¡oh hijo del tío! creo que debo decirte al fin una cosa que hasta ahora no me atreví a contarte,
temiendo que su revelación atrajera sobre nosotros alguna desgracia sin remedio! ¡Has de saber, en
efecto, que tu pollino está hechizado, y que, de cuando en cuando, se transfor ma en kadí!" Y al oír
aquello, el recaudador exclamó: "¡Ya Alah!"
Pero la joven sin darle tiempo a lanzar otras exclamaciones, ni a re flexionar, ni a hablar, continuó en
el mismo tono de seguridad tranquila: "En efecto; la primera noche que vi salir de la cuadra a un hombre
desconocido a quien no había visto entrar allí y con quien jamás me había encontrado antes, tuve un
miedo espantoso, y volviéndole la es palda y levantándome el vestido para cubrirme con él la cara,
porque no llevaba velo a la cabeza en aquel momento, quise recurrir a la fuga para mayor seguridad, ya
que tú estabas ausente de la casa. Pero el hombre se me acercó, y me dijo con voz llena de gravedad y
bondad, sin alzar hacia mí sus ojos, por temor a ofender mi pudor: «¡Tranquiliza tu alma, hija mía, y
refresca tus ojos! ¡No soy para ti un desconocido, puesto que soy el pollino del hijo de tu tío! Pero mi
naturaleza real es la de un ser humano, kadí de profesión. Y me transformaron en pollino los enemigos
que tengo, que están versados en la hechicería y en los encantamientos. Y como no conozco las ciencias
ocultas, me veo privado de recursos y armas contra ellos. Sin embargo, como, a pesar de todo, son
creyentes, permiten que de vez en cuando, en los días de sesiones de justicia, recobre mi forma humana,
dejando de ser pollino, para ir a dar audiencia en el diwán. ¡Y de tal suerte tengo que vivir, siendo
pollino unas veces y kadí otras, hasta que Alah el Altísimo quiera librar me de los encantos de mis
enemigos y romper el hechizo que me escri bieron! Pero ¡oh caritativa! te suplico por tu padre, por tu
madre y por todos los tuyos, que me hagas el favor de no hablar de mi estado a nadie, ni siquiera a mi
amo, el hijo de tu tío, el recaudador de contribuciones. Pues, si conociera mi secreto, como es un hombre
de fe esclarecida y un observante riguroso de la religión, sería capaz de des embarazarse de mí para no
tener en su casa a un ser que está a merced de los hechizos; y me vendería a cualquier felah, que me
maltrataría desde por la mañana hasta por la noche y me daría de comer habas podridas, mientras que
aquí estoy a gusto en todos sentidos». Luego añadió: «¡Aun tengo otra cosa que pedirte, ¡oh mi señora!
¡oh buena! ¡caritativa! y es que ruegues a mi amo el recaudador, el hijo de tu tío, que no me espolee muy
fuerte en el trasero cuando tiene prisa, porque tengo esta parte de mi persona, por desgracia, afligida de
una extremada sensibilidad y de una delicadeza inconcebible!»
"Y tras de hablar así, nuestro pollino, convertido en kadí, me dejó sumida en una gran perplejidad y
se fué a presidir el diwán. Y allá le encontrarás, si quieres.
"¡En cuanto a mí, ¡oh hijo del tío! ya no podía guardar por más tiempo para mí sola este abrumador
secreto, sobre todo ahora que apa rezco como culpable y corro riesgo de atraerme tu cólera y caer en tu
desgracia! ¡Y pido perdón a Alah por faltar con ello a la promesa que hice al pobre kadí de no hablar a
nadie nunca de su estado de pollino! ¡Y desde el momento en que la cosa está hecha, permíteme ¡oh mi
se ñor! que te de un consejo, y es que no te deshagas de ese pollino, que no solamente es un excelente
animal lleno de celo, sobrio, al que no se le escapan cuescos, que es muy decente y sólo muy de tarde en
tarde saca su herramienta cuando se le mira, sino que, en caso necesario, po drá darte muy buenos
consejos acerca de cuestiones delicadas de juris prudencia y de la legalidad de tal o cual procedimiento!"
Cuando el recaudador de contribuciones hubo oído estas palabras de su esposa, que había escuchado
en una actitud cada vez más sorpren dida, llegó al límite de la perplejidad, y dijo: "¡Sí, por Alah, que la
cosa es asombrosa! ¿Pero qué voy a hacer ahora que no tengo pollino disponible y necesito irme a
recaudar las contribuciones de los pueblos de los alrededores? ¿Sabes, por lo menos, a qué hora va a
volver? ¿O no te ha dicho nada respecto a eso?" Y la joven contestó: "No, no ha precisado hora.
¡Solamente me ha dicho que iba a celebrar audiencia en el diwán! ¡En cuanto a mí, bien sé lo que haría si
estuviera en tu lugar! ¡Pero no tengo para qué dar consejos a quien es más inteligente e
incontestablemente más listo y perspicaz que yo!"
Y el buen hombre dijo: 'Di siempre lo que se te ocurra. ¡Ya veré yo si no eres completa mente tonta!"
Ella dijo: "Pues bien; yo en tu lugar, iría directamente al diwán en que se halla el kadí, llevaría en la
mano un puñado de habas, y cuando estuviera en presencia del infeliz hechizado que preside el diwán, le
enseñaría desde lejos las habas, que tendría en la mano, y por señas le haría comprender que tengo
necesidad de sus servicios como pollino. ¡Y me comprendería, y como sabe cumplir con su deber, saldría
del diwán y me seguiría, máxime cuando viera las habas, que son su alimento favorito, y no podría por
menos de echar a andar detrás de mí!"
Y he aquí que el recaudador de contribuciones, al oír estas pala bras, le pareció muy razonable la idea
de su esposa, y dijo: "Creo que es lo mejor que puedo hacer. Decididamente, eres una mujer de buen
consejo". Y salió de la casa después de haber cogido un puñado de ha bas, con objeto de atraerse al
pollino por medio de la gula, su vicio principal, si no podía llevársele por persuasión. Y cuando se
marchaba él, su mujer le gritó aún: "¡Y sobre todo ¡oh hijo del tío! Guárdate bien, ocurra lo que ocurra,
de dejarte llevar por tu genio y maltratarle; porque ya sabes que es muy susceptible, y además, como
pollino y kadí, es doblemente testarudo y vengativo!" Y tras este último consejo de su mujer, el
recaudador de contribuciones se encaminó al diván y entró en la sala de audiencia, donde estaba sentado
el kadí sobre su estrado.
Y se detuvo a lo último de la sala, detrás de los concurrentes, y levantando la mano en que tenía el
puñado de habas, se puso a hacer con la otra mano al kadí señas de invitación apremiante, que querían
significar claramente: "¡Ven pronto! ¡Tengo que hablarte!" Y el kadí acabó por advertir aquellas señales,
y reconociendo al hombre que actua ba de recaudador principal de contribuciones, creyó que quería
decirle particularmente algo importante o transmitirle alguna comunicación ur gente de parte del walí. Y
al instante se levantó, suspendiendo la sesión de justicia, y siguió al vestíbulo al recaudador quien, para
atraerle me jor, iba delante de él enseñándole las habas y animándole con el gesto y con la voz, como se
hace con los pollinos.
Y he aquí que, en cuanto estuvieron ambos en el vestíbulo, el re caudador se inclinó al oído del kadí, y
le dijo: "Por Alah, ¡oh amigo mío! que estoy muy contraríado y muy apenado y muy enfadado con el
hechizo que te tiene encantado. Y no es por contrariarte, ciertamente, por lo que vengo aquí a buscarte,
sino porque es absolutamente preciso que parta en seguida para asuntos del servicio, y no puedo esperar
a que acabes tu misión aquí. ¡Te ruego, pues, que, sin tardanza, te trans formes en pollino y me dejes
montar en tu lomo!" Y al ver que el kadí retrocedía asustado, conforme le iba oyendo, el recaudador
habló con un acento de gran conmiseración, y añadió: "¡Te juro por el Profeta (¡con Él la plegaria y la
paz!) que, si quieres seguirme en seguida, nun ca más te pincharé en el trasero con la espuela, pues ya sé
que tienes muy sensible y muy delicada esa parte de tu persona! ¡Vamos, ven, mi querido pollino; mi buen
amigo! Y esta noche tendrás doble ración de habas y de alfalfa fresca!"
¡Eso fué todo!
Y el kadí, creyendo que tenía que habérselas con algún loco escapado del maristán, retrocedía cada
vez más hacia la en trada de la sala, en el colmo de la estupefacción y del terror y más amarillo que el
azafrán. Pero el recaudador, al ver que iba a escapársele, dió una vuelta rápida y se interpuso entre él y
la puerta del diván, cor tándole la retirada. Y el kadí, como no veía ningún guardia ni nadie a quien pedir
socorro, se decidió por la dulzura, la prudencia y el mira miento, y dijo al recaudador: "A lo que
entiendo, parece ser ¡oh mi señor! que has perdido tu pollino y estás deseoso de reemplazarle. Nada más
justo, a mi juicio. He aquí, pues, de parte mía, trescientos dracmas que te doy para que puedas comprar
otro. Y como hoy es día de mercado en el zoco de las acémilas, te será fácil escoger por ese precio el
más hermoso de los asnos. ¡Uassalam!" Y así diciendo, sacó del cintu rón los trescientos dracmas, se los
entregó al recaudador, que aceptó la oferta, y volvió a la sala de audiencia, tomando una actitud grave y
reflexiva, como si acabaran de comunicarle un asunto de gran impor tancia. Y se decía a sí mismo: "¡Por
Alah! ¡culpa mía fué si he perdido de tal suerte los trescientos dracmas! Pero más vale eso que haber
pro vocado un escándalo ante los que vienen a pedirme justicia. ¡Además, ya entraré otra vez en posesión
de ese dinero explotando a mis querellantes!" Y se sentó en su sitio, y continuó la sesión de justicia. Y he
aquí lo referente a él.
¡En cuanto al recaudador, he aquí ahora lo que a él atañe! Cuando llegó al zoco de las acémilas para
comprar un pollino, se dedicó a examinar con atención, y tomándose el tiempo suficiente, todos los ani -
males, uno tras otro. Y acabó por encontrar un pollino muy bueno que le pareció que tenía todas las
condiciones requeridas, y se aproximó a él para examinarle de cerca, y de pronto observó que era su
propio pollino. Y el pollino le reconoció también, y echando las orejas atrás, se puso a resoplar y a
rebuznar de alegría. Pero el recaudador, muy molesto al ver aquel cinismo después de cuanto había
sucedido, retro cedió golpeándose las manos, y exclamó: "¡No, por Alah, no será a ti a quien compre
cuando tenga necesidad de un pollino fiel, pues, con eso de ser kadí unas veces y pollino otras, no me
convienes!" Y se alejó, malhumorado por la audacia de su pollino, que se atrevía a invitarle a que se le
llevara. Y fué a comprar otro, y se apresuró a volver a su casa para aparejarle y montarle después de
contar a su esposa cuanto acaba ba de sucederle.
Y de tal suerte, merced al ingenio lleno de recursos de la joven esposa del recaudador, todo el mundo
quedó satisfecho, y no se lesionó a nadie. Porque el enamorado logró el dinero de que tenía necesidad, el
marido se procuró un pollino mejor sin gastar un dracma de su bol sillo, y el kadí no tardó en recuperar su
dinero, ganado honradamente, a costa de los que iban a pedirle justicia y le quedaron agradecidos, el
doble de lo que había dado al recaudador.
Y esto es ¡oh rey afortunado! todo lo que sé respecto al pollino kadí. ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando el sultán hubo oído esta historia, exclamó: "¡Oh boca de azúcar! ¡oh el más delicioso de los
compañeros! ¡te nombro mi gran chambelán!" Y en el momento hizo que le pusieran las insignias de su
cargo, y le hizo sentarse más cerca de él, y le dijo: "Por mi vida sobre ti, ¡oh gran chambelán mío! sin
duda conocerás alguna otra historia. ¡Y quisiera oírtela contar!"
Y el pescador tragador de haschisch convertido en chambelán de palacio por decreto del Destino,
contestó: "¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido!" Y meneando la ca beza, contó...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 802ª noche
Ella dijo:
"...Y el pescador tragador de haschisch, convertido en chambelán de palacio por decreto del Destino,
contestó: "¡De todo corazón amisto so y como homenaje debido!" Y meneando la cabeza contó:
El kaí y el buche
"He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que, en una ciudad entre las ciudades, había un hombre y su
esposa, que eran gente pobre, ven dedores ambulantes de maíz tostado, que tenían una hija como la luna y
en estado de merecer. Y quiso Alah que un kadí la pidiera en matri monio y la obtuviera de sus padres,
que en seguida dieron su consenti miento, aunque el kadí era de una gran fealdad, con unos pelos de barba
tan duros como púas de erizo, y tuerto de un ojo, y tan viejo, que habría podido pasar por padre de la
joven. Pero era rico y gozaba de toda consideración. Y los padres de la joven, sin fijarse más que en lo
que aquel matrimonio mejoraría su estado y condición, no pensaron que, si la riqueza contribuye a la
felicidad, no constituye el fondo de ella. Pero el kadí, por cierto, era quien pronto debía experimentarlo
por su cuenta y riesgo.
Empezó, pues, por intentar hacerse agradable, a pesar de las des ventajas ajenas a su persona en
cuanto a la vejez y fealdad, por colmar todos los días de nuevos presentes a su joven esposa y por
satisfacer sus menores caprichos. Pero olvidaba que ni los regalos ni la satisfacción de los caprichos
valen lo que el amor joven, que aplaca los deseos. Y lamentaba en el alma no encontrar lo que esperaba
de su esposa, quien, por otra parte, no podía darle lo que no conocía por falta de experiencia.
Tenía el kadí bajo su mano a un joven escriba, a quien quería mucho, y con el cual no podía por
menos de hablar muy a menudo de su esposa. Y tampoco podía por menos, aunque estuviese en pugna con
la costumbre, de divagar con el jovenzuelo acerca de la belleza de su esposa y del amor que sentía por
ella, y de la frialdad de su esposa para con él, no obstante todo lo que por ella hacía. ¡Porque así es como
Alah ciega a la criatura que merece la perdición! ¡Más aún! Para que se cumpliesen los supremos
decretos, el kadí llevó su locura y su ceguera hasta mostrar un día por la celosía al adolescente a su joven
esposa. Y como era muy hermoso y amable, la joven amó al joven. Y como cuan do dos corazones se
buscan acaban siempre por encontrarse y unirse, a pesar de todos los obstáculos, ambos jóvenes pudieron
burlar la vigilan cia del kadí y adormecer sus celos despiertos. Y la jovenzuela amó al jovenzuelo más
que a las niñas de sus ojos, y al darle su alma, se aban donó a él con todo el cuerpo. Y el joven escriba
supo corresponder y le hizo experimentar lo que nunca había conseguido producir el kadí. Y de tal suerte
vivieron ambos en el límite de la dicha, viéndose con fre cuencia y amándose más cada día. Y el kadí se
mostraba satisfecho de ver que su esposa se ponía aun más hermosa y llena de juventud, salud y lozanía.
Y cada cual era feliz a su manera.
Y he aquí que la joven, para poder entrevistarse sin peligro con su enamorado, había convenido con
él que, cuando fuese blanco el pa ñuelo que colgaba de la ventana que daba al jardín podía entrar a ha -
cerle compañía; pero cuando el pañuelo fuera rojo, debía abstenerse de ello y marcharse, porque la tal
señal significaba que el kadí estaba en casa.
Pero quiso el Destino que un día, cuando acababa ella de tender el pañuelo blanco, después de salir
el kadí para el diwán, oyese a la puerta golpes precipitados y gritos; y en seguida vió entrar a su mari do
apoyado en brazos de los eunucos, y muy amarillo, y muy demudado de color y de aspecto. Y los eunucos
le explicaron que había acometido al kadí en el diwán una indisposición repentina, y se había apresurado
a ir a casa para que le cuidaran y descansar. Y efectivamente, tanto mo vía a piedad el aspecto del pobre
viejo, que la joven, no obstante el contratiempo que acaba él de producir y el trastorno que ocasionaba,
empezó a rociarle con agua de rosas y a prodigarle sus cuidados. Y ayudándole a desnudarse, le acostó
en el lecho, que le preparó por sí misma, y en donde, merced a las solicitudes de su esposa, no tardó él
en dormirse. Y la joven quiso aprovechar aquel alivio súbito de su ma rido para ir a tomar un baño en el
hammam. Y contrariada como esta ba, se olvidó de quitar el pañuelo blanco de las entrevistas y de tender
el de las prohibiciones. Y cogiendo un paquete de ropa blanca perfu mada, salió de casa y fué al hammam.
Y he aquí que el joven escriba, al ver en la ventana el pañuelo blanco, ganó con paso ligero la terraza
contigua, desde la cual saltó a la del kadí, como de costumbre, y penetró en la habitación en que, por lo
general, se hallaba su amante esperándole completamente desnu da entre las mantas del lecho. Y como las
celosías de la habitación estaban cerradas del todo y en el aposento reinaba una gran oscuridad,
precisamente para favorecer el sueño del kadí, y como a menudo la joven le recibía en silencio por
broma y no daba señales de estar allí, se acercó al lecho, riendo, y levantando las mantas, echó mano con
vi veza a la presunta historia de la joven para hacerle cosquillas. Y he aquí que (¡alejado sea el Maligno!)
fué a parar a una cosa fláccida y blanda que se perdía entre maleza, y que no era otra cosa que la vieja
herramienta del kadí. Y en vista de aquel contacto, retiró la mano con horror y espanto, pero no con la
suficiente rapidez para que el kadí, des pertado con sobresalto y súbitamente repuesto de su indisposición,
no agarrase aquella mano que le había hurgado en el vientre y no se preci pitase con furor sobre su
propietario. Y como la cólera le daba fuerzas, mientras que el estupor clavaba en la inmovilidad al
propietario de la mano, le derribó en el centro de la habitación echándole la zancadilla, v apoderándose
de él y levantándole en alto en la oscuridad, le arrojó en el cajón donde se guardan de día los colchones,
y que estaba abierto y vacío por haber sacado ya los colchones. Y echó la tapa en seguida, y cerró el
cajón con llave, sin pararse a mirar la cara del que había ence rrado. Tras de lo cual, como aquella
excitación, que le había hecho tomar sangre rápidamente, produjo en él una reacción saludable, recobró
por completo las fuerzas, y vistiéndose, preguntó al eunuco adónde había ido su esposa, y corrió a
esperarla en el umbral del hammam. Pues se decía: "Antes de matar al intruso es preciso que yo sepa si
estaba en conni vencia con mi esposa. Por eso voy allí a esperar a que salga ella, y la llevaré a casa, y
ante testigos, la carearé con el encerrado. Porque, ya que soy kadí, conviene que las cosas se hagan
legalmente. Y entonces veré si sólo hay un culpable o si se trata de dos cómplices. ¡En el pri mer caso,
con mi propia mano ejecutaré ante los testigos al encerrado; y en el segundo caso, les estrangularé a
ambos con mis diez dedos!"
Y reflexionando así y barajando en su cerebro estos proyectos de venganza, se dedicó a parar a todas
las bañistas que entraban en el hammam, diciendo a cada una: "¡Por Alah sobre ti, di a mi mujer que salga
en seguida, porque tengo que hablarle!" Pero les decía estas palabras con tanta brusquedad y excitación,
y tenía los ojos tan llamean tes, y el color tan amarillo, y los gestos tan desordenados, y la voz tan
temblorosa, y tanto furor denotaba su aspecto, que las mujeres, aterradas, huían de él dando agudos
gritos, pues le tomaban por loco. Y la primera de entre ellas que dió en voz alta el recado en medio del
ham mam, llevó a la memoria de la joven esposa del kadí el recuerdo de su negligencia y de su olvido con
respecto al pañuelo blanco dejado en la ventana. Y se dijo: "¡No cabe duda! ¡estoy perdida sin remedio!
¡Y sólo Alah sabe lo que habrá sucedido a mi amante!" Y se dió prisa en tomar el baño, en tanto que en la
sala se sucedían con rapidez los recados de las bañistas que iban entrando, y el kadí se tornaba en el
único motivo de conversación de las asustadas mujeres. Pero ninguna de ellas, por fortuna, conocía a la
joven, quien, por otra parte, fingía que no le interesaba lo que se decía, como si la cosa no le importara.
Y cuando estuvo vestida, fué a la sala de entrada, en donde vió a una pobre ven dedora de garbanzos que
estaba sentada ante el montón de los garbanzos que vendía a las bañistas. Y la llamó y le dijo: "¡Aquí
tienes, mi buena tía, un dinar para ti, si quieres prestarme por una hora tu velo azul y el cesto vacío que
hay a tu lado!" Y la vieja, entusiasmada con aquella dádiva, le dió el cesto de mimbre y el pobre velo de
tela grosera. Y la joven se envolvió en el velo, tomó el cesto en la mano, y así disfrazada salió del
hammam.
Y en la calle vió a su marido, que iba y venía delante de la puerta, y que maldecía en voz alta de los
hammams y de las que iban a los hammams y de los propietarios de los hammams y de los construc tores
de los hammams. Y se le salían de las órbitas los ojos y la espuma de la boca. Y se acercó ella a él, y
disfrazando la voz e imitando la de las vendedoras ambulantes, le preguntó si quería comprar garbanzos.
Y entonces él se puso a maldecir de los garbanzos y de las vendedoras de garbanzos y de los plantadores
de garbanzos y de los comedores de gar banzos. Y la joven, riéndose de aquella locura, se alejó en
dirección a su casa y sin ser reconocida bajo su disfraz. Y entró, y subió a su es tancia inmediatamente, y
oyó gemidos. Y como no veía a nadie en el aposento, cuyas ventanas se había apresurado a abrir, sintió
miedo, y ya se disponía a llamar al eunuco para que la tranquilizara, cuando oyó con precisión que los
gemidos partían del cajón de los colchones. Y corrió a aquel cajón, que tenía la llave puesta, y lo abrió,
exclamando: "¡En nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 803ª noche
Ella dijo:
"...Y corrió a aquel cajón, que tenía la llave puesta, y lo abrió, exclamando: "¡En el nombre de Alah
el Clemente, el Misericordioso!" Y se encontró con su amante, que estaba próximo a expirar por falta de
aire. Y no obstante toda la emoción que sentía, no pudo por menos de echarse a reír al verle acurrucado y
con los ojos en blanco. Pero se apresuró a rociarlo con agua de rosas y a volverle a la vida. Y cuando le
vió repuesto y ágil, hizo que le explicara rápidamente lo sucedido; y al punto dió con la manera de
arreglarlo todo.
En efecto; en la cuadra había una burra que la víspera había pa rido un buchecillo. Y la joven corrió a
la cuadra, cogió en brazos al gracioso buchecillo, y transportándole a su habitación le metió en el cajón
donde estuvo encerrado su amante y cerró con llave la tapa. Y tras de besar a su amante, se despidió de
él, diciéndole que no volviese hasta que viese la señal del pañuelo blanco. Y por su parte se apresuró a
volver al hammam, y vió a su marido paseándose todavía de un lado a otro y maldiciendo de los
hammams y de todo lo que traen consigo. Y al verla entrar, la llamó él, y le dijo: "¡Oh vendedora de
garbanzos! ¡di a mi mujer que, si se retrasa más todavía en salir, juro a Alah que la mataré antes de la
noche y que hundiré el hammam sobre su cabeza!" Y la joven, riendo con toda el alma, entró en el
vestíbulo del hammam, entregó el velo y el cesto a la vendedora de garbanzos, e inmediatamen te salió
con su paquete al brazo y contoneando las caderas.
En cuanto la divisó su marido,el kadí, avanzó hacia ella, y gritó: "¿Dónde estabas? ¿dónde estabas?
¡Hace dos horas que te aguardo! ¡Anda, sígueme! ¡Ven!, ¡oh maligna! ¡oh perversa! ¡Ven!" Y detenien do su
marcha, contestó la joven: "¡Por Alah! ¿qué te pasa? ¡El nom bre de Alah sobre mí! ¿Qué te pasa, ¡oh
hombre! ? ¿Te has vuelto loco de pronto para dar así un espectáculo en la calle, tú, el kadí de la ciu dad?
¿0 es que tu enfermedad te ha obstruido la razón y te ha trastor nado el juicio hasta el punto de faltar al
respeto en público y en la calle a la hija de tu tío?" Y el kadí replicó: "¡Basta de palabrería inútil! ¡Ya
dirás en casa lo que quieras! ¡Sígueme!" Y echó a andar delante de ella, gesticulando, gritando y dando
rienda suelta a su cólera, aunque sin aludir de un modo directo a su esposa, que le seguía silenciosamen te
a diez pasos de distancia.
Y llegados que fueron a su casa, el kadí encerró a su esposa en la habitación de arriba, y fué a buscar
al jeique del barrio y a cuatro tes tigos legales, así como a cuantos vecinos pudo encontrar. Y les llevó a
todos a la habitación del cofre en la cual estaba encerrada su esposa, y donde quería que actuasen de
testigos de lo que iba a ocurrir. Cuando el kadí y todos los que le acompañaban entraron en el aposento,
vieron a la joven, cubierta con sus velos todavía, que se había retirado a un rincón y que hablaba consigo
mismo de manera que pu diesen oír todos. Y decía: "¡Oh, qué calamidad la nuestra! ¡ay! ¡ay! ¡pobre
esposo mío! ¡Esta indisposición le ha vuelto loco! ¡Sin duda tiene que haberse vuelto completamente loco
para cubrirme así de inju r¡as y para introducir en el harén a hombres extraños! ¡Qué calamidad la nuestra!
¡Haber en el harén extraños que van a mirarme! ¡Ay! ¡ay! ¡está loco, completamente loco!"
Y en efecto; el kadí se hallaba en tal estado de furor, de amarillez y de sobreexcitación, que, con su
barba temblorosa y sus ojos que echa ban llamas, tenía toda la apariencia de un individuo atacado de
fiebre alta y de delirio. Así es que algunos de los que le acompañaban inten taron calmarle y aconsejarle
que volviera en sí; pero sus palabras sólo conseguían excitarle más, y les gritaba: "¡Entrad! ¡entrad! ¡No
escu chéis a la menguada! ¡No os dejéis enternecer por los lamentos de la pérfida! ¡Ahora veréis! ¡Ahora
veréis! ¡Ha llegado su último día! ¡Ha llegado la hora de la justicia! ¡Entrad! ¡Entrad!"
Cuando hubieron entrado todos, el kadí cerró la puerta y se dirigió al cofre de los colchones, ¡y
levantó la tapa! Y he aquí que el buche cillo sacó la cabeza, movió las orejas, miró a todos con sus ojos
gran des y dulces, respiró ruidosamente, y alzando la cola y poniéndola muy tiesa, se puso a rebuznar de
alegría por haber vuelto a ver la luz, lla mando a su madre.
Al ver aquello, el kadí llegó al límite extremo de la rabia y del furor y le acometieron convulsiones y
espasmos; y de pronto se preci pitó sobre su esposa, intentando estrangularla. Y ella empezó a gritar,
corriendo por la habitación: "¡Por el Profeta! ¡que quiere estrangular me! Detened al loco, ¡oh
musulmanes! ¡Socorro!"
Y al ver todos los presentes, efectivamente, la espuma de la rabia en los labios del kadí, ya no
dudaron de su locura, y se interpusieron entre él y su esposa, y le cogieron en brazos y a la fuerza le
tiraron a la alfombra, en tanto que él articulaba palabras ininteligibles y trataba de escaparse de ellos
para matar a su mujer. Y extremadamente afec tado por ver al kadí de la ciudad en aquel estado, el jeique
del barrio, observando su locura furiosa, no pudo menos, a pesar de todo, de decir a los presentes: "¡No
hay que perderle de vista ¡ay! hasta que Alah le calme y le haga entrar en razón!"
Y exclamaron todos: "¡Ojalá le cure Alah! ¡Un hombre tan respetable como era! ¡Qué enfermedad tan
fu nesta!" Y algunos decían: "¿Cómo puede tener celos de un buche?" Y preguntaban otros: "¿Cómo ha
entrado ese buche en el cofre de los colchones?" Y otros decían: "¡Ay! ¡él mismo es quien ha encerrado
dentro al buche, tomándole por un hombre!" Y el jeique del barrio añadió, para concluir: "¡Alah venga en
su ayuda y aleje al Maligno!"
Y se retiraron todos, excepto los que sujetaban al kadí sobre la alfom bra, porque, de repente,
acometió al kadí una crisis de furor tan violen ta, y se puso a gritar tan fuerte palabras ininteligibles, y a
debatirse con tanto encarnizamiento, siempre tratando de lanzarse sobre su esposa, quien desde lejos le
hacía disimuladamente muecas y señales burlonas, que se le rompieron las venas del cuello y murió,
escupiendo una bocanada de sangre. ¡Alah le tenga en su compasión, porque no sólo era un kadí íntegro,
sino que dejó a su esposa, la consabida joven, riquezas bastantes para que pudiese vivir con holgura y
casarse con el joven escriba a quien amaba y que la amaba!"
Y tras de contar así esta historia, el pescador tragador de haschisch, al ver que el rey le escuchaba
con entusiasmo, se dijo: "¡Voy a contarle otra cosa todavía!"
Y dijo:
El kadí avisado
"Cuentan que había en El Cairo un kadí que hubo de cometer tan tas prevaricaciones y de pronunciar
tantas sentencias interesadas, que se le destituyó de sus funciones, y para no morirse de hambre se veía
obligado a vivir de trapisondas.
Y he aquí que un día, por más que se devanaba los sesos, no se le ocurrió medio de hacerse con algún
dinero, porque ya había agotado todos los recursos de su ingenio, del mismo mo do que hubo de exprimir
los de su vida. Y viéndose reducido a aquel ex tremo, llamó al único esclavo que le quedaba, y le dijo:
"¡Oh Muba rak! estoy muy enfermo hoy y no puedo salir de casa; pero tú puedes ir a ver si encuentras algo
de comer, o a procurarme algunas personas que quieran hacerme consultas jurídicas. ¡Y ya sabré
recompensar bien tu trabajo!" Y el esclavo, que era un pillastre tan avezado como su amo a las jugarretas
y a las trapisondas, y que estaba tan interesado como él en el éxito del proyecto, salió, diciéndose: "Voy a
molestar, unos tras otro, a varios transeúntes y a entablar disputa con ellos. ¡Y como no todo el mundo
sabe que mi amo está destituido, les llevaré a su pre sencia, con pretexto de arreglar el litigio, y haré que
vacíen su cinturón en manos de él!" Y así pensando, tropezó con un paseante que iba delante de él y que
caminaba tranquilamente con el báculo apoyado a dos manos en la nuca, y echándole la zancadilla, le
hizo rodar por el lodo. Y el pobre hombre, con los vestidos sucios y los zapatos despelle jados, se
levantó furioso con intención de castigar a su agresor. Pero al reconocer en él al esclavo del kadí, no
quiso medir sus fuerzas con las del otro, y todo corrido se contentó con decir, evadiéndose cuanto antes:
"¡Alah confunda al Maligno!"
Y aquel taimado esclavo, al ver que no había tenido éxito la pri mera intentona, prosiguió su camino,
diciéndose: "Este procedimiento no da resultado. ¡Vamos a ver si encontramos otro, porque todo el
mundo conoce a mi amo y me conoce a mí!"
Y mientras reflexionaba sobre lo que tenía que hacer, vió a un servidor que llevaba a la cabeza una
bandeja con un soberbio pato relleno y circundado de tomates, pe pinillos y berenjenas, muy bien
arreglado todo. Y siguió al que lo lle vaba, que se dirigía al horno público para hacer cocer el pato allí, y
le vió entrar y entregar la bandeja al dueño del horno, diciéndole: "¡Vol veré a buscarlo dentro de una
hora!" Y se marchó.
Entonces se dijo el esclavo del kadí: "¡Ya hice negocio!" Y al cabo de cierto tiempo, entró en el
horno, y dijo: "¡La zalema sea con tigo, ya hagg Mustafá!" Y el amo del horno reconoció al esclavo del
kadí, a quien no había visto desde hacía mucho tiempo, pues en casa del kadí nunca había nada para
enviar al horno; y contestó: "Y contigo la zalema, ¡oh hermano mío Mubarak! ¿Cómo por aquí? ¡Hace
mucho tiempo que mi horno no se enciende para nuestro amo el kadí! ¿En qué puedo servirte hoy y qué
me traes?" Y dijo el esclavo: "¡Nada más que lo que ya tienes, porque vengo a recoger el pato relleno
que está en el horno!" Y contestó el hornero: "¡Pero este pato ¡oh hermano mío! no es tuyo!" El esclavo
dijo: "No hables así, ¡oh jeique! ¿Cómo dices que no es mío este pato? ¡Yo soy quien le vió salir del
huevo, quien le ha cebado, quien le ha degollado, quien le ha rellenado y quien le ha preparado!" Y dijo
el hornero: "¡Por Alah, que no lo dudo! ¿Pero qué tengo que decir, cuando venga a quien me lo ha
traído?" El esclavo contestó: "¡No creo que venga! Pero, en fin, si lo hace, le dirás senci llamente, a modo
de broma, porque es un hombre muy bromista y a quien le gustan muchos los chistes: "¡Ualah, ¡oh
hermano mío! en el momento en que ponía al fuego la bandeja, lanzó el pato de pronto un grito estridente
y echó a volar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 804ª noche
Ella dijo:
"¡... Ualah, ¡ oh hermano mío! en el momento en que ponía al fuego la bandeja, lanzó el pato de pronto
un grito estridente y echó a volar!" Y añadió: "¡Dame ahora el pato, que debe estar bastante coci do!" Y el
hornero, riéndose de aquellas palabras que acababa de oír, sacó el pato del horno y se lo entregó con
toda confianza al esclavo del kadí que apresuróse a llevárselo a su amo y comérselo con él, chupán dose
los dedos.
Entretanto, el que llevó el pato al horno volvió y pidió su bandeja, diciendo: "Ya debe estar a punto
el pato, ¡oh maestro!" Y el hornero contestó: "¡Ualah! ¡en el momento en que le ponía al horno ha dado un
grito estridente y ha echado a volar!" Y el hombre, que en realidad no tenía nada de bromista, se puso
furioso al convencerse de que el hor nero quería burlarse de él, y exclamó: "¿Cómo te atreves ¡oh infeliz!
a reírte en mis barbas?" Y de palabras en palabras y de injurias en injurias, ambos hombres se enredaron
a golpes. Y no tardó la muche dumbre en agruparse desde fuera al oír los gritos y en invadir el horno en
seguida. Y se decían unos a otros: "¡El hagg Mustafá se está pegando con un hombre a causa de la
resurrección de un pato relleno!" Y la mayoría se ponía a favor del amo del horno, cuya buena fe y
honradez eran proverbiales desde hacía tiempo, en tanto que otros únicamente se permitían emitir alguna
duda acerca de aquella resurrección.
Y he aquí que entre las gentes que se agolpaban alrededor de los dos hombres que estaban pegándose
encontrábase una mujer encinta a quien la curiosidad había llevado a la primera fila. Pero fué para su
des gracia, pues cuando retrocedía el hornero para alcanzar con más tino a su adversario, recibió en pleno
vientre la mujer el golpazo terrible que estaba destinado a otro que nada tenía que ver con ella. Y se cayó
al suelo, lanzando un chillido de gallina violentada, y abortó en aquella hora y en aquel instante.
Y he aquí que el esposo de la mujer consabida, que habitaba una frutería de la vecindad, fué avisado
al punto, y acudió con un palo enorme y. exclamando: "¡Voy a horadar al hornero, y al padre del hor nero,
y a su abuelo y a quitarle la existencia!" Y extenuado ya de su primera lucha, y al ver echarse sobre él a
aquel hombre furioso y armado del palo terrible, el hornero no pudo sostenerse más tiempo, y echó a
correr, saliendo al patio. Y viendo que le perseguían, escaló un muro, trepó a una terraza contigua y desde
allí se dejó caer a tierra. Y quiso el Destino que cayese precisamente encima de un maghrebín que dormía
en la planta baja de la casa envuelto en mantas. Y como el hornero pesaba mucho y caía desde muy alto,
le rompió todas las costillas. Y el maghrebín expiró sin más ni más. Y acudieron todos sus allegados, los
demás maghrebines del zoco, y detuvieron al hornero, moliéndole a gol pes, y se dispusieron a arrastrarle
ante el kadí. Y el dueño del pato, al ver detenido al hornero, se apresuró, por su parte, a congregar a los
maghrebines. Y acompañada de gritos y vociferaciones, toda aquella mu chedumbre se encaminó al diwán
de justicia.
Pero en aquel momento el criado del kadí, que se había comido el pato, había vuelto a ver lo que
pasaba, mezclándose con la multitud, y dijo a todos los querellantes: "¡Seguidme, ¡oh buenas gentes! que
yo os enseñaré el camino!" Y les condujo a casa de su amo.
Y el kadí, con una apostura digna, empezó por hacer pagar dere chos dobles a todos los querellantes.
Luego se encaró con el acusado, al cual señalaban todos los dedos, y le dijo: "¿Qué tienes que responder
con respecto al pato, ¡ oh hornero! ?" Y el buen hombre, comprendiendo que, en el caso presente, más
valía mantener su primera afirmación, a causa del esclavo del kadí, contestó: "¡Por Alah, ¡oh nuestro amo
el kadí! que el animal ha lanzado un grito estridente y, todo relleno, se ha elevado de entre los adornos
que le guarnecían y ha echado a volar!" Y al oír aquello, exclamó el dueño del pato: "¡Ah! hijo de perro,
¿to davía te atreves a decir eso delante del señor kadí?" Y el kadí, tomando una actitud de indignación,
dijo al que le interrumpía: "Y tú ¡oh des creído! ¡oh impío! ¿cómo te atreves a no creer que Quien ha de
resu citar a todas las criaturas en el Día de la Retribución, haciendo que se reúnan sus huesos dispersos
por toda la superficie de la tierra, no pueda devolver la vida a un pato que tiene cabales los huesos y a
quien sólo le faltan las plumas?" Y al oír estas palabras, exclamó la muchedumbre: "¡Gloria a Alah, que
resucita a los muertos!" Y se puso a burlarse del desdichado portador del pato, que se marchó
arrepentido de su fal ta de fe.
Tras de lo cual, el kadí se encaró con el marido de la mujer que había abortado, y le dijo: "¿Y qué
tienes que decir tú contra este hombre?" Y cuando hubo escuchado la queja, dijo: "Bien se ve la cosa, y
no hay lugar a duda. Ciertamente, el hornero es culpable del aborto. ¡Y se impone para él la pena del
talión estrictamente!" Y se encaró con el marido, y le dijo: "La ley te da la razón y yo te otorgo el derecho
de llevar a tu mujer a casa del culpable, con objeto de que te la vuelva a dejar encinta. ¡Y estará a
expensas de él en los seis primeros meses del embarazo, pues que el aborto ha tenido lugar al sexto mes!"
Y al oír esta sentencia, exclamó el marido: "¡Por Alah, ¡oh señor kadí! desisto de mi querella, y que Alah
perdone a mi ad versario!" Y se marchó.
Entonces el kadí dijo a los parientes del maghrebín muerto: "Y vosotros, ¡oh maghrebines! ¿qué
motivo de queja tenéis contra este hombre, hornero de profesión?" Y los maghrebines expusieron su que -
rella, haciendo muchos gestos y soltando un diluvio de palabras, y mos traron el cuerpo inanimado de su
pariente, reclamando el precio de la sangre. Y el kadí les dijo: "Ciertamente, ¡oh maghrebines! os
correspon de el precio de la sangre, porque abundan las pruebas contra el hor nero. ¡Así es que no tenéis
más que decirme si queréis que se os pague naturalmente este precio, es decir, sangre por sangre, o
indemnización!"
Y los maghrebines, hijos de una raza feroz, contestaron a coro: "San gre por sangre, ¡oh señor kadí!" Y
les dijo éste: "¡Así sea, pues! Coged al hornero, envolvedle en las mantas de vuestro pariente muer to, y
ponedle debajo del minarete de la mezquita del sultán Hassán. ¡Y hecho lo cual, que se suba al minarete
el hermano de la víctima y se deje caer desde arriba sobre el hornero para aplastarle como aplastó él a
su hermano!" Y añadió: "¿Dónde estás, ¡oh hermano de la víctima!?" Y al oír estas palabras, salió de
entre los maghrebi. nes un maghrebín, y exclamó: "¡Por Alah, ¡oh señor kadí! desisto de mi querella contra
este hombre! ¡Y que Alah le perdone!"
Y la muchedumbre que había asistido a todos estos debates se retiró maravillada de la ciencia
jurídica del kadí, de su espíritu de equidad, de su competencia y de su sagacidad. Y cuando el rumor de
aquella historia llegó a oídos del sultán, el kadí volvió a la gracia y fué repuesto en sus funciones, en
tanto que el que hubo de reempla zarle se veía destituido, sin haber dado motivo alguno, únicamente por
carecer de un genio tan fértil como el del que se comió el pato."
Y el pescador tragador de haschisch, al ver que el rey seguía es cuchándole con la misma atención
entusiasta, se sintió extremadamente halagado en su amor propio, y contó aún:
La lección del conocedor de mujeres
"He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había en El Cairo dos jóvenes, uno casado y otro soltero,
a quienes unía una estrecha amis tad. El casado se llamaba Ahmad, y el que no lo era se llamaba Mahmud.
Y he aquí que Ahmad, que era dos años mayor que Mahmud, se aprovechaba del ascendiente que le daba
esta diferencia de edad para actuar de educador y de maestro con su amigo, particularmente en lo que se
refería al conocimiento de mujeres. Y de continuo le hablaba sobre el particular, contándole mil casos
debidos a su experiencia, y diciéndole siempre, en resumen: "¡Ahora, ¡oh Mahmud! ya puedes decir que
has tratado en tu vida a alguien que conoce a fondo a estas criaturas mali ciosas! ¡Y debes considerarte
muy dichoso de tenerme por amigo para prevenirte contra todas sus asechanzas!" Y cada día estaba
Mahmud más maravillado de la ciencia de su amigo, y estaba persuadido de que jamás mujer alguna, por
muy astuta que fuese, podría engañarle ni si quiera burlar su vigilancia. Y le decía con frecuencia: "¡Oh
Ahmad, cuán admirable eres!" Y Ahmad se pavoneaba con aire protector, dan do golpecitos en el hombro
a su amigo, y diciendo: "¡Ya te enseñaré a ser como yo!"
Pero un día en que Ahmad le repetía: "¡Ya te enseñaré a ser como yo! ¡Porque se instruye uno con el
experimento, y no con el que enseña sin tener experiencia!" el joven Mahmud le dijo: "Por Alah, j oh
amigo mío! antes de enseñarme a sorprender la malicia de las mujeres, ¿no podrías enseñarme la manera
de ponerme en relaciones con al guna...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 805ª noche
Ella dijo:
"¿...no podrías enseñarme la manera de ponerme en relaciones con alguna?" Y Ahmad contestó con su
tono de maestro de escuela: "¡Por Alah, que es la cosa más sencilla! No tienes más que ir maña na a la
fiesta que se da en las tiendas del Muled-el-Nabi y observar bien a las mujeres que por allá pululan. Y
escogerás una que vaya acompañada de un niño pequeño y que tenga al mismo tiempo buen aspecto y
hermosos ojos brillantes bajo el velo de la cara. Y después de fijar tu elección, comprarás dátiles y
garbanzos escarchados de azúcar, y se los ofrecerás al niño, y jugarás con él, teniendo mucho cui dado de
no levantar los ojos hacia su madre; y le acariciarás amable mente y le besarás. Y sólo cuando te hayas
ganado la simpatía del niño, pedirás a su madre, pero sin mirarla, el favor de dejarte llevar al niño. Y
durante todo el camino espantarás las moscas de la cara del niño, y le hablarás en su lengua, contándole
mil locuras. Y la madre acabará por dirigirte la palabra. ¡Y si lo hace, ten la seguridad de ser gallo!" Y le
abandonó después de hablar así, y Mahmud, en el límite de la admiración hacia su amigo, se pasó toda la
noche repitiéndose la lec ción que acababa de oír.
Y he aquí que al día siguiente, muy temprano, se apresuró a ir al Muled, en donde puso en práctica el
consejo de la víspera con una precisión que demostraba cuánto confiaba en la experiencia de su ami go. Y
con gran maravilla por su parte, el resultado superó a sus espe ranzas. Y quiso la suerte que la mujer que
acompañó a su casa, y cuyo niño llevó a hombros, fuese precisamente la propia esposa de su amigo
Ahmad. Y cuando iba a casa de ella, estaba muy lejos de pensar que traicionaba a su amigo, porque, por
una parte, jamás había estado en casa de él, y por otra parte, como nunca la había visto descubierta ni
cubierta, no podía adivinar que aquella mujer era la esposa de Ahmad. En cuanto a la joven, se alegraba
mucho de poder por fin averiguar el grado de perspicacia de su marido, que también la perseguía con su
ciencia de las mujeres y el conocimiento de sus malicias.
Por lo demás, aquel primer encuentro entre el joven Mahmud y la esposa de Ahmad se pasó muy
agradablemente para ambos. Y el joven, que estaba virgen todavía e inexperimentado, saboreó en su
plenitud el placer de sentirse apresado por los brazos y las piernas de una egipcia versada en el oficio. Y
quedaron tan contentos uno de otro, que en los días sucesivos repitieron varias veces la maniobra. Y la
mujer se regocijaba de humillar así, sin que lo supiese él, al presuntuo so de su esposo; y el esposo se
asombraba de no encontrar ya a su amigo Mahmud a las horas que tenía costumbre de encontrarle, y se
decía: "¡Ha debido hallar una mujer, aprovechándose de mis lecciones y de mis consejos!"
Sin embargo, al cabo de cierto tiempo, yendo un viernes a la mezquita, vió a su amigo Mahmud en el
patio, junto a la fuente de las abluciones. Y se acercó a él, y después de las zalemas y saludos, le pre -
guntó muy complacido si había triunfado en sus tanteos y si era hermosa la mujer. Y Mahmud,
extremadamente feliz de poder confiar se a su amigo, exclamó: "¡Ya Alah! ?qué si es hermosa? ¡De mante -
ca y de leche! ¡Y gorda y blanca! ¡De almizcle y de jazmín! ¡Y qué inteligencia! ¡Y cómo guisa para
agasajarme en cada uno de nuestros encuentros! ¡Pero me parece ¡oh amigo mío Ahmad! que el marido es
un tonto irremediable y un entrometido!" Y Ahmad se echó a reír, y dijo: "¡Por Alah! ¡la mayoría de los
maridos son así! ¡Está bien! ya veo que has sabido aprovechar bien mis consejos. Continúa condu -
ciéndote del mismo modo, ¡oh Mahmud!" Y entraron juntos a la mez quita para rezar la plegaria, y se
perdieron de vista luego.
Y he aquí que Ahmad, al salir de la mezquita aquel día viernes, sin saber cómo pasar el tiempo, pues
estaban cerradas las tiendas, fué de visita a casa de un vecino que habitaba en la casa contigua a la suya y
subió a sentarse con él a la ventana que daba a la calle. Y de pronto vió llegar a su amigo Mahmud, a él
mismo, con su persona y con sus ojos, que al punto entró en la casa, sin llamar siquiera, lo que era prueba
irrecusable de que dentro estaban en connivencia con él y esperaban su llegada. Y Ahmad, estupefacto de
lo que acababa de ver, pensó primero en precipitarse directamente en su casa y sorprender a su amigo
con su mujer y castigarles a ambos. Pero reflexionó que, al oír el ruido que haría al golpear la puerta, su
esposa, que era una ladi na, podía esconder bien al joven o hacerle evadirse por la terraza; y se decidió a
entrar en su casa de otra manera, sin llamar la atención.
En efecto; había en su casa una cisterna dividida en dos mitades, una de las cuales pertenecía al
vecino en cuya casa estaba sentado, e iba a desembocar en su patio. Y Ahmad se dijo: "¡Por Alah, ¡oh
vecino! ahora me acuerdo de que esta mañana dejé caer mi bolsa en el pozo. Con tu permiso, voy a bajar
al pozo para buscarla. Y ya su biré a mi casa por el lado que da a mi patio". Y contestó el vecino: "¡No
hay inconveniente! Iré a alumbrarte, ¡oh hermano mío!" Pero Ahmad no quiso aceptar aquel servicio,
prefiriendo bajar a oscuras para que la luz no diese el alerta en su casa al salir del pozo. Y tras de
despedirse de su amigo, bajó al pozo.
Las cosas fueron bien durante el descenso; pero cuando hubo que subir por el otro lado, la fatalidad
se opuso de un modo singular. En efecto; ya había trepado Ahmad, con ayuda de brazos y piernas, hasta la
mitad del pozo, cuando la sirviente negra, que iba a sacar agua, se asomó y miró al oír ruido en el
agujero. Y vió aquella forma negra que se movía en la semioscuridad, y lejos de reconocer a su amo, se
sintió poseída de terror, y soltando de sus manos la cuerda del cubo, huyó gritando como una loca: "¡El
efrit! ¡El efrit que sale del pozo! ¡oh musulmanes! ¡Socorro!" Y como lo habían soltado, el cubo fué a
caer a plomo en la cabeza de Ahmad, dejándolo medio muerto.
Cuando la negra dió la voz de alerta de aquel modo, la esposa de Ahmad se apresuró a hacer escapar
a su amante, y bajó al patio, y asomándose al brocal, preguntó: "¿Quién está en el pozo?" Y reconoció
entonces la voz de su marido que, a pesar de su accidente, tenía fuerzas para lanzar mil injurias
espantosas contra el pozo y contra los propie tarios del pozo y contra los que bajan al pozo y contra los
que sacan agua del pozo. Y le preguntó ella: "¡Por Alah y por el Nabi! ¿qué hacías en el fondo del pozo?"
Y contestó él: "Cállate ya, ¡oh maldita! ¡Es que buscaba la bolsa que dejé caer esta mañana! ¡En vez de
hacerme pre guntas, mejor sería que me ayudaras a salir de aquí dentro!" Y riendo para sus adentros,
porque había comprendido la verdadera razón a que obedecía el descenso al pozo, la joven fué a llamar a
los vecinos, que acudieron a sacar con cuerdas al desgraciado Ahmad, que no podía moverse de tanto
como le había lastimado el cubo. Y se hizo transpor tar a su lecho sin decir nada, pues sabía que en
aquella circunstancia lo más prudente era disimular su rencor. Y se sentía muy humillado, no solamente
en su dignidad, sino sobre todo en su experiencia con las mujeres y en el conocimiento de sus malicias. Y
determinó ser más circunspecto la próxima vez, y se puso a reflexionar acerca del medio de que se
valdría para sorprender a la maligna.
Así es que, cuando al cabo de algún tiempo pudo levantarse, no tuvo más preocupación que la de su
venganza. Y un día en que estaba escondido detrás de la esquina de la calle, divisó a su amigo Mahmud,
que acababa de deslizarse en su casa, cuya puerta entreabierta se cerró en cuanto hubo entrado él. Y
Ahmad se precipitó allí y empezó a dar en la puerta golpes redoblados...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 806ª noche
Ella dijo:
"...Y Ahmad se precipitó allí y empezó a dar golpes redoblados. Y su mujer, sin vacilar, dijo a
Mahmud: "¡Levántate y sígueme!" Y bajó con él, y después de dejarle en un rincón detrás de la misma
puerta de la calle, abrió a su esposo, diciéndole: "¡Por Alah! ¿qué ocurre para que llames de ese modo?"
Pero Ahmad, cogiéndola de la mano y arrastrándola vivamente al interior, corrió, vociferando, a la
habitación de arriba para sorprender a Mahmud que, mientras tanto, había abierto tranquilamente la
puerta, detrás de la cual hubo de es conderse, y se había dado a la fuga. Y al ver cuán vanas resultaban sus
pesquisas, Ahmad estuvo a punto de morirse de rabia, y resolvió repu diar a su mujer en el momento.
Luego pensó que más valía tener pa ciencia por algún tiempo aún, y devoró en silencio su rencor.
Y he aquí que la ocasión que buscaba no tardó en presentarse por sí misma algunos días después de
este incidente. En efecto, el tío de Ahmad y padre de su esposa daba un festín con motivo de la cir -
cuncisión de un niño que acababa de tener en su vejez. Y Ahmad y su esposa estaban invitados a ir a
pasar en su casa el día y la noche. Y entonces pensó en poner en ejecución un proyecto que había ideado.
Fué, pues, en busca de su amigo Mahmud, que continuaba siendo el único en ignorar que engañaba a su
amigo, y cuando lo encontró le invitó a acompañarle para participar del festín del tío. Y se sentaron
todos, ante las bandejas cargadas de manjares, en medio del patio ilu minado y colgado de tapices y
adornado de banderolas y estandartes. Y las mujeres podían ver así, desde las ventanas del harén, sin ser
vis tas, cuanto pasaba en el patio y oír lo que se decía. Y durante la co mida, Ahmad llevó la conversación
por el camino de las anécdotas li cenciosas, que gustaban muy particularmente al padre de su esposa. Y
cuando cada cual hubo contado lo que sabía sobre aquel motivo alegre, Áhmad dijo, mostrando a su
amigo Mahmud: "¡Por Alah! nuestro hermano Mahmud, a quien tenéis aquí, me contó una vez cierta
anécdota verdadera, de la que fué héroe él mismo, y que por sí sola es más regocijante que todo lo que
acabamos de oír". Y exclamó el tío: "Cuéntanosla, ¡oh saied Mahmud!" Y dijo Ahmad: "¡Ya sabes que me
refiero a la historia de la joven gorda y blanca como la manteca!" Y Mahmud, halagado por ser objeto de
todos los ruegos, se puso a contar su primera entrevista con la joven que iba acompañada de su niño a las
tiendas del Muled. Y empezó a dar detalles tan precisos acerca de la joven y de su casa, que el tío de
Ahmad no tardó en advertir que se trataba de su propia hija. Y Ahmad no cabía en sí de júbilo, conven -
cido de que por fin iba a probar ante testigos la infidelidad de su espo sa y a repudiarla privándola de
todos sus derechos a la dote del matri monio. Y ya iba el tío a levantarse con las cejas fruncidas para
hacer quién sabe qué, cuando se dejó oír un grito estridente y doloroso, co mo de un niño a quien se
hubiese pellizcado; y vuelto de pronto a la realidad por aquel grito, Mahmud tuvo la suficiente presencia
de áni mo para cambiar el hilo de la historia, terminando así: "Y llevando yo a hombros el niño de la
joven, quise, una vez que entré en el patio, subir al harén con el niño. Pero (¡alejado sea el Maligno!)
había da do, para mi desgracia, con una mujer honrada que, al comprender mi audacia, me arrebató de los
brazos el niño y me dió en el rostro un puñetazo del que todavía tengo señal. ¡Y me expulsó,
amenazándome con llamar a los vecinos! ¡Alah la maldiga!"
Y el tío, padre de la joven, al oír este final de la historia, se echó a reír a carcajadas, así como todos
los concurrentes. Pero sólo Ahmad no tenía gana de reír, y se preguntaba, sin poder comprender el
motivo, por qué habría variado así Mahmud el final de su historia. Y terminada la comida, se acercó a él,
y le preguntó: "Por Alah sobre ti, ¿quieres decirme por qué no has contado la cosa como pasó?" Y
contestó Mahmud: "¡Escucha! Por ese grito de niño que todo el mun do ha oído, acabo de comprender que
aquel niño y su madre se encon traban en el harén, y que, por consiguiente, también debía encontrarse el
marido en el número de los invitados. ¡Y me he apresurado a volver inocente a la mujer para no atraernos
sobre ambos una aventura des agradable! ¿Pero no es cierto ¡oh hermano mío! que, a pesar de la
modificación, la historia ha divertido mucho a tu tío?"
Pero Ahmad, muy amarillo, abandonó a su amigo sin contestar a la pregunta. Y al día siguiente
repudió a su mujer y partió para la Meca, a fin de san tificarse con los peregrinos, de tal suerte pudo
Mahmud, después del plazo legal, casarse con su amante y vivir dichoso con ella, porque no presumía ni
por asomo de conocer a las mujeres ni de estar ducho en el arte de sorprender sus estratagemas y
prevenir sus jugarretas. ¡Pero Alah es el único sabio!"
Y tras de contar así esta historia, se calló el pescador tragador de haschisch, que se había convertido
en chambelán.
Y exclamó el sultán, en el límite del entusiasmo: "¡Oh chambelán mío! ¡oh lengua de miel! ¡te nombro
gran visir!" Y como en aquel momento precisamente entraban en la sala de audiencias dos querellan tes
reclamando del sultán justicia, el pescador, convertido en gran visir, quedó encargado, acto seguido, de
escuchar su querella, de arreglar su diferencia y de dictar sentencia en el litigio. Y el nuevo gran visir
revestido con las insignias de su cargo, dijo a ambos querellantes: "Aproximaos y contad el motivo que
os trae entre las manos de nues tro señor el sultán".
Y he aquí su historia:
La sentencia del tragador de haschisch
"Cuando el nuevo gran visir ¡oh rey afortunado! -continuó el agricultor que había llevado los
cohombros- ordenó a los querellan tes que hablaran, el primero dijo: "¡Oh mi señor! ¡tengo queja de este
hombre!" Y el visir preguntó: "¿Y cuál es tu queja?" El interpelado dijo: "¡Oh mi señor! abajo, a la puerta
del diwán, tengo una vaca con su ternero. Y he aquí que esta mañana iba yo con ellos a mi prado de
alfalfa para que pastaran: y mi vaca iba delante de mí, y su ternerillo la seguía, haciendo cabriolas,
cuando vi llegar en dirección nuestra a este hombre que aquí ves, montado en una yegua que iba
acompañada de su cría, una potranca contrahecha y digna de lástima, un verdadero aborto.
Al ver a la potranca, mi ternerillo corrió a entablar conocimiento con ella, y empezó a saltar en torno
suyo y a acariciarla en la ba rriga con su hocico, a husmearla y a jugar con ella de mil maneras, tan pronto
alejándose, para buscarla luego mimosamente, como levantando por el aire con sus pezuñitas los
guijarros del camino.
Y de pronto, ¡oh mi señor! este hombre que ves aquí, que es un bruto, este propietario de la yegua se
apeó del animal y se acercó a mi ternero, juguetón y hermoso, y le echó una cuerda al pescuezo, di -
ciéndome: "¡Me lo llevo! ¡Porque no quiero que se pervierta mi ter nero jugando con esa miserable
potranca, hija de tu vaca y posteridad suya!" Y se encaró con mi ternero, y le dijo: "Ven, ¡oh hijo de mi
yegua y descendencia suya!" ¡Y a pesar de mis gritos de asombro y de mis protestas, se llevó a mi
ternero, dejándome la miserable potran ca, que está abajo con su madre, y amenazándome con matarme si
in tentaba yo recuperar lo que me pertenece y es de mi propiedad ante Alah que nos ve y ante los
hombres!"
Entonces el nuevo gran visir, que era el pescador tragador de haschisch, se encaró con el otro
litigante, y le dijo: "Y tú, ¡oh hombre! ¿qué tienes que decir después de las palabras que acabas de oír?"
Y el hombre contestó: "¡Oh mi señor! ¡notorio es, en verdad, que el ternero es producto de mi yegua y que
la potranca desciende de la vaca de este hombre!"
Y dijo el visir: "¿Acaso ahora las vacas pa ren potrancas y las yeguas terneros? ¡Se trata de una cosa
que hasta hoy no podía admitirse por un hombre dotado de buen sentido!'' Y contestó el hombre: "¡Oh mi
señor! ¿no sabes que nada es imposible para Alah, que crea lo que quiere y siembra donde quiere, y que
la criatura no tiene que hacer más que inclinarse, loarle y glorificarle?" Y dijo el gran visir:
"¡Ciertamente, ciertamente! ¡verdad dices, ¿oh hombre! y nada es imposible para el poder del Altísimo,
que puede hacer que los terneros desciendan de las yeguas y los potros de las va cas!" Luego añadió:
"¡Pero antes de dejarte el ternero hijo de tu ye gua y de devolver al que se querella de ti lo que le
pertenece, quiero asimismo poneros a ambos por testigos de otro efecto de la omnipo tencia del
Altísimo!"
Y el visir ordenó que le llevasen un ratón y un costal grande lleno de trigo. Y dijo a los dos
querellantes: "¡Mirad con atención lo que va a pasar, y no pronunciéis ni una palabra! Luego se encaró
con el se gundo litigante, y le dijo: "¡Tú, ¡oh dueño del ternero hijo de la ye gua! torna este costal de trigo y
cárgale a lomos de este ratón!" Y exclamó el hombre: "¡Oh mi señor! ¿cómo voy a poner este costal tan
grande encima de este ratón sin que le aplaste?" Y el visir le dijo: "¡Oh hombre de poca fe! ¿cómo te
atreves a dudar de la omnipotencia del Altísimo, que ha hecho nacer de tu yegua el ternero?" Y ordenó a
los guardias que se apoderaran del hombre, y en castigo a su ignorancia y a su impiedad, le aplicaran una
paliza. E hizo devolver al primer querellante el ternero con su madre, ¡y también le dió la potranca con su
madre!"
Y tal es ¡oh rey del tiempo! -continuó el agricultor que había llevado el cesto de frutas- la historia
completa del pescador tragador de haschisch, convertido en gran visir del sultán. Y este último detalle
sirve para demostrar cuán grande era su sabiduría, cómo sabía extraer la verdad por la reducción al
absurdo, y cuánta razón había tenido el sultán en nombrarle gran visir, y en tenerle por comensal, y en
colmarle de honores y prerrogativas. ¡Pero Alah es más generoso y más pruden te y más magnánimo y más
bienhechor!".
Cuando el sultán hubo oído de labios del frutero esta serie de anécdotas, se irguió sobre ambos pies,
en el límite del júbilo, y excla mó: "¡Oh jeique de los hombres deliciosos! ¡oh lengua de azúcar y de miel!
¿quién, pues, merece ser gran visir mejor que tú, que sabes pen sar con precisión, hablar con armonía y
contar con gracia, delicias y perfección?" Y en el momento le nombró gran visir, y le hizo su comensal
íntimo, y no se separó ya de él hasta la llegada de la Sepa radora de amigos y Destructora de sociedades.
"¡Y ahí tienes -continuó Schehrazada hablando con el rey Schahriar- cuanto he leído ¡oh rey
afortunado! en "El Diván de los fáciles donaires y de la alegre sabiduría!"
Y su hermana Donia zada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y deleitosas y
regocijantes y deliciosas en su frescura son tus palabras!" Y dijo Schehrazada: "¿Pues qué es eso
comparado con lo que contaré mañana al rey acerca de la bella princesa NurennahaR, caso de que me
halle con vida y me lo permita nuestro señor el rey?" Y el rey Schahriar le dijo: "¡Claro que lo permitiré,
pues quiero oír esa historia, que no conozco!"
Pero cuando llegó la 807ª noche
La pequeña Doniazada dijo a su hermana: "¡Oh hermana mía! ¡date prisa a empezar la historia
prometida, ya que te lo permite nues tro señor, este rey dotado de buenas maneras!" Y dijo Schehrazada:
"¡De todo corazón amistoso y como homenaje debido a este rey bien educado!"
Y contó:
Historia de la princesa Nurennahar y de la bella gennia
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y el pasado de las edades y de
los momentos había un rey va leroso y poderoso, que fué dotado por Alah el Generoso con tres hijos
como lunas y que se llamaban: el mayor, Alí; el segundo Hassán, y el pequeño, Hossein. Y estos tres
príncipes se educaron en el palacio de su padre con la hija de su tío, la princesa Nurennahar, que era
huérfa na de padre y madre, y que no tenía par en belleza, en ingenio, en en cantos y en perfecciones entre
las hijas de los hombres, pues por los ojos era comparable a la gacela asustada; por la boca a las corolas
de las rosa y a las perlas; por las mejillas a los narcisos y a las anémonas, y por el talle a la flexible
rama del árbol ban. Y creció con los tres jó venes príncipes, hijos de su tío, entre alegrías y felicidades,
jugando con ellos, comiendo con ellos y durmiendo con ellos.
Y el sultán, tío de Nurennahar, tuvo siempre pensado dársela en matrimonio a algún hijo del rey, entre
sus vecinos, cuando llegase ella a púber. Pero al tomar la princesa el velo de la pubertad, no tardó en
advertir él que sus hijos, los tres príncipes, la amaban apasionadamen te con un amor igual y deseaban
con su corazón conquistarla y poseerla. Y se le turbó mucho el alma y quedó muy perplejo, y se dijo: "Si
doy la princesa Nurennahar a uno de sus primos con preferencia a los otros dos, éstos no quedarán
contentos y murmurarán de mi decisión; y mi corazón no podrá sufrir el verles entristecidos y dolidos; y
si la caso con algún otro príncipe extranjero, mis tres hijos llegarán al límite de la pena y de la angustia, y
se les ennegrecerá y resentirá el alma; y quién sabe si en este caso no se matarán de desesperación, o no
huirán de nuestra morada a algún país lejano en guerra. ¡En verdad, que el asunto está lleno de escollos y
peligros y no es nada fácil de resolver!"
Y el sultán estuvo reflexionando acerca del particular mucho tiempo, y de pronto levantó la cabeza y
exclamó: "¡Por Alah, que todo está re suelto!" Y llamó, acto seguido, a los tres príncipes Alí, Hassán y
Hossein, y les dijo: "¡Oh hijos míos! a mis ojos tenéis exactamente los mismos méritos, y no puedo
determinarme a preferir a uno de vosotros, en detrimento de sus hermanos,concediéndole en matrimonio a
la princesa Nurennahar; y tampoco puedo casarla con vosotros tres a la vez. Pero he dado con un medio
de satisfaceros por igual, sin lesionar a ninguno, y de mantener entre vosotros la concordia y el afecto. A
vosotros, pues, cumple ahora escucharme atentamente y ejecutar lo que vais a oír. He aquí el plan que he
discurrido: que cada uno de vosotros se vaya a viajar por diferente país, y que me traiga de allá la rareza
que le pa rezca más singular y más extraordinaria. ¡Y daré la princesa, hija de nuestro tío, a quien vuelva
con la maravilla más asombrosa! ¡Si consen tís en ejecutar este plan que someto a vuestro criterio, estoy
dispuesto a daros cuanto oro sea necesario para vuestro viaje y para la compra del objeto de vuestra
elección!"
Los tres príncipes, que siempre fueron hijos sumisos y respetuosos, se adhirieron de común acuerdo a
aquel proyecto de su padre, persua dido cada cual de que sería él quien llevara la rareza más maravillosa
y llegaría a ser esposo de su prima Nurennahar. Y al verles el sultán tan bien dispuestos, les condujo al
tesoro, y les dió cuantos sacos de oro quisieron. Y después de recomendarles que no prolongaran
demasiado su estancia en los países extranjeros, se despidió de ellos abrazándoles e invocando sobre sus
cabezas las bendiciones. Y disfrazados de merca deres ambulantes, y seguidos de un solo esclavo cada
cual, salieron ellos de su morada en la paz de Alah, montados en sus caballos de noble raza.
Y comenzaron juntos su viaje, yendo a parar a un khan situado en un paraje en que el camino se
dividía en tres. Y tras de regalarse con una comida que hubieron de prepararles los esclavos, quedó
concertado entre ellos que su ausencia duraría un año, ni un día más ni un día menos. Y se dieron cita en
el mismo khan para la vuelta, con la condi ción de que el que llegara primero esperaría a sus hermanos, a
fin de que se presentaran los tres juntos ante su padre el sultán. Y terminada que fué su comida, se lavaron
las manos; y después de abrazarse y desearse recíprocamente un retorno feliz, montaron a caballo, y cada
cual tomó un camino diferente.
El príncipe Alí, que era el mayor de los tres hermanos, luego de tres meses de viaje por llanuras y
montañas, praderas y desiertos, llegó a un país de la India marítima, que era el reino de Bischangar. Y se
fué a habitar en el khan principal de los mercaderes, y alquiló la vi vienda mayor y más limpia para él y
para su esclavo. Y en cuanto des cansó de las fatigas del viaje, salió para examinar la ciudad, que tenía
tres murallas, y era de una amplitud de dos parasangas a la redonda.
Y sin tardanza se encaminó al zoco, que le pareció admirable, formado como estaba por varias calles
importantes que desembocaban en una plaza central con un hermoso estanque de mármol en medio. Y
todas aquellas calles estaban abovedadas y frescas y bien alumbradas por las aberturas que tenían en su
parte alta. Y cada calle la ocupaban merca deres de distinta especie, pero que tenían oficios análogos.
Porque en una no se veían más que telas finas de las Indias, estofas pintadas de colores vivos y puros con
dibujos que representaban animales, paisa jes, bosques, jardines y flores, brocatos de Persia y sedas de la
China. Mientras que en otra se veían hermosas porcelanas, lozas brillantes, vasos de lindas formas,
bandejas labradas y tazas de todos tamaños. En tanto que en la de al lado se veían grandes chales de
Cachemira, que doblados cabrían en el hueco de la mano, de tan fino y delicado como era su tejido;
alfombras para plegaria y tapices de todos tamaños. Y más hacia la izquierda por ambos lados con
puertas de acero, estaba la calle de los plateros y joyeros, relampagueante de pedrerías, de diaman tes y
de filigranas de oro y plata en prodigiosa confusión. Y al pa searse por aquellos zocos deslumbradores,
observó con sorpresa que entre la multitud de indios y de indias que se agrupaban ante los esca parates de
las tiendas, incluso las mujeres del pueblo llevaban collares, brazaletes y adornos en las piernas, en los
pies, en las orejas y hasta en la nariz, y que cuanto más blanco era el color de las mujeres, más elevado
era su rango y más preciosas y espléndidas sus preseas, aun cuando el color negro de las otras tuviese la
ventaja de hacer resaltar mejor el brillo de las joyas y la blancura de las perlas.
Pero lo que sobre todo encantó al príncipe Alí fué la gran canti dad de mozalbetes que vendían rosas y
jazmines, y el mohín insinuante con que ofrecían estas flores, y la fluidez con que se escurrían entre la
compacta muchedumbre de las calles. Y admiró la predilección singular de los indios por las flores, que
llegaba hasta el punto de que no sola mente las llevaban en el pelo y en la mano, sino también en las
orejas y en las narices. Y además, todas las tiendas estaban provistas de bú caros llenos de aquellas rosas
y de aquellos jazmines; y el zoco estaba embalsamado con su olor, y se paseaba uno por allí como por un
jardín colgante.
Cuando el príncipe Alí se regocijó de aquel modo los ojos con el espectáculo de todas aquella cosas
hermosas, quiso descansar un poco, y aceptó la invitación de un mercader que estaba sentado delante de
su tienda y con el gesto y la sonrisa le incitaba a que entrara a descansar. Y en cuanto entró, el mercader
le cedió el sitio de honor, y le ofreció refrescos, y no le hizo ninguna pregunta ociosa o indiscreta, y no le
comprometió a hacer ninguna compra, que tan lleno de cortesía y dotado de buenas maneras estaba. Y el
príncipe Alí apreció en extremo todo aquello, y se dijo: "¡Qué encantador país! ¡Y qué habitantes tan
deliciosos!" Y quiso comprarle en el momento todo lo que tenía en su tien da, de tanto como le sedujo la
finura y el don de gentes del mercader. Pero luego reflexionó que no sabría qué hacer después con todas
aquellas mercancías, y se limitó, por el pronto, a entablar más amplio conoci miento con el mercader.
Y he aquí que, mientras conversaba con él y le interrogaba acerca de los usos y costumbres de los
indios, vió pasar por delante de la tienda a un subastador que llevaba al brazo un alfombrín de seis pies
cuadra dos. Y parándose de repente, el vendedor aquel volvió la cabeza de dere cha a izquierda, y voceó:
"¡Oh gente del zoco! ¡oh compradores! ¡no perderá quien compre! ¡En treinta mil dinares de oro la
alfombra! ¡La alfombra de plegaria ¡oh compradores! en treinta mil dinares de oro! ¡No perderá quien
compre!"
Al oír este pregón, el príncipe Alí se dijo: "¡Qué país tan prodi gioso! ¡una alfombra de plegaria en
treinta mil dinares de oro! ¡he ahí una cosa como jamás la oí! ¿No querrá bromear este vendedor?" Lue -
go, al ver que el vendedor repetía su pregón volviéndose hacia él, como quien habla en serio, le hizo
seña de que se aproximara y le dijo que le mostrase la alfombra más de cerca. Y el vendedor extendió la
alfombra sin decir palabra; y el príncipe Alí la examinó con detenimiento, y acabó por decir: "¡Oh
vendedor! ¡por Alah que no veo por qué puede valer esta alfombra el precio exorbitante a que la
voceas!" Y el vendedor son rió, y dijo: "¡Oh mi señor! ¡no te asombres tan pronto de este precio, que no
es excesivo en comparación con lo que realmente vale la alfom bra! ¡Y mayor aún será tu asombro cuando
te diga que tengo orden de hacer subir tal precio en subasta hasta cuarenta mil dinares de oro, y de no
entregar la alfombra más que a quien me pague esta suma al contado!" Y el príncipe Alí exclamó:
"Verdaderamente, ¡oh vendedor! es preciso ¡por Alah! que, para valer semejante precio, esta alfombra
sea admirable por algo que ignoro o que no distingo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 808ª noche
Ella dijo:
"...Verdaderamente, ¡oh vendedor! es preciso ¡por Alah! que, para valer semejante precio, esta
alfombra sea admirable por algo que ignoro o que no distingo". Y dijo el vendedor: "¡Tú lo has dicho, se -
ñor! ¡Has de saber que, en efecto, esta alfombra está dotada de una virtud invisible que hace que al
sentarse en ella sea uno transportado inmediatamente adonde quiera ir, y con tanta rapidez, que se efectúa
en menos tiempo del que se tarda en cerrar un ojo y abrir el otro! Y ningún obstáculo es capaz de
detenerla en su marcha, porque ante ella se aleja la tempestad, huye la tormenta, se entreabren las
montañas y las murallas, y por lo mismo, resultan inútiles y vanos los candados más sólidos. ¡Y tal es ¡oh
mi señor! la virtud invisible de esta alfombra de plegaria! "
Y tras de hablar así, sin añadir una palabra más, el vendedor co menzaba a doblar la alfombra como
para marcharse, cuando exclamó el príncipe Alí, en el límite de la alegría: "¡Oh vendedor de bendición!
¡si esta alfombra es verdaderamente tan extraordinaria como me dan a entender tus palabras, dispuesto
estoy a pagarte no solamente los cua renta mil dinares de oro que pides, sino otros mil más de regalo para
ti por el corretaje! ¡Pero es preciso que vea con mis ojos y toque con mis manos!" Y el vendedor contestó
sin inmutarse: "¿Dónde están los cuarenta mil dinares de oro, ¡oh mi señor!? ¿Y dónde están los otros mil
que me promete tu generosidad?" Y contestó el príncipe Alí: "¡Están en el khan principal de los
mercaderes, donde me alojo con mi esclavo! ¡Y allá iré contigo para contártelos, una vez que haya visto y
tocado!" Y contestó el vendedor: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡Pero el khan principal de los
mercaderes está bastante lejos, y llegaremos más de prisa en esta alfombra que con nuestros pies!" Y
encarándose con el dueño de la tienda, le dijo: "¡Con tu permiso!" Y se metió en la tras tienda, y
extendiendo la alfombra, rogó al príncipe que se sentara en ella. Y sentándose junto a él, le dijo: "¡Oh mi
señor! ¡desea mental mente que se te transporte a tu khan y a tu propio domicilio!" Y el príncipe Alí
formuló en su alma el deseo. Y antes de que tuviese tiem po de despedirse del dueño de la tienda, que le
había recibido tan fina mente, se vió transportado a su propio aposento, sin sacudidas y sin incomodidad,
en la misma postura en que estaba, y sin poder darse cuenta de si había surcado los aires o había pasado
por debajo de tierra. Y el vendedor continuaba a su lado, sonriente y satisfecho. Y ya había acudido entre
sus manos el esclavo para ponerse a sus órdenes.
Al adquirir aquella certeza de la virtud maravillosa de la alfom bra, el príncipe Alí dijo a su esclavo:
"¡Cuenta al instante a este hombre bendito cuarenta bolsas de mil dinares y ponle en la otra mano una
bolsa de mil dinares!" Y el esclavo ejecutó la orden. Y dejando la alfombra al príncipe Alí, le dijo el
vendedor: "¡Buena adquisición has hecho, ¡oh mi señor!" Y se fué por su camino.
En cuanto al príncipe Alí, convertido de tal suerte en poseedor de la alfombra encantada, llegó el
límite de la satisfacción y de la alegría al pensar que había encontrado una rareza tan extraordinaria no
bien llegó a aquella ciudad y a aquel reino de Bischangar. Y exclamó: "¡Maschalah! ¡Alhamdú lillah! ¡He
aquí que sin esfuerzo he conse guido lo que me proponía con mi viaje, y ya no dudo de ganar a mis
hermanos. ¡Y yo soy quien llegaré a esposo de la hija de mi tío, la princesa Nurennahar! Y además, ¿cuál
no será la alegría de mi padre y el asombro de mis hermanos cuando yo les haya hecho comprobar las
cosas extraordinarias que puede hacer esta alfombra preciosa? ¡Por que es imposible que mis hermanos,
por muy favorable que sea su destino, logren encontrar un objeto que de cerca o de lejos pueda com -
pararse con éste!" Y así pensando, se dijo: "¿Y si partiera en seguida para mi país, ahora que para mí no
existen distancias?" Luego, tras de reflexionar, se acordó del plazo de un año que había convenido con
sus hermanos, y comprendió que, si partía al instante, corría el riesgo de tener que esperarles mucho
tiempo en el khan de los tres caminos, punto de cita. Y se dijo: "Entre espera y espera, prefiero pasar el
tiem po aquí y no en el desierto khan de los tres caminos. Voy, pues, a distraer me en este país admirable, y
al mismo tiempo a instruirme con lo que conozco". Y desde el día siguiente, reanudó sus visitas a los
zocos y sus paseos por la ciudad de Bischangar.
Y de tal suerte pudo admirar las curiosidades verdademente sin gulares de aquel país de la India.
Entre otras cosas notables, vió, en efecto, un templo de ídolos todo de bronce, con una cúpula situada
sobre una terraza a cincuenta codos de altura, y esculpida y coloreada con tres franjas de pinturas muy
animadas y de gusto delicado; y todo el templo estaba adornado con bajos relieves de un trabajo
exquisito y con dibujos entrelazados; y se hallaba enclavado en medio de un vasto jardín plantado de
rosas y otras flores buenas de oler y de mirar. Pero lo que constituía el atractivo principal de aquel
templo de ídolos (¡con fundidos y rotos sean!) era una estatua de oro macizo, de la altura de un hombre,
que tenía por ojos dos rubíes movibles, y dispuestos con tanto arte, que parecían dos ojos con vida y
miraban a quien se ponía delante de ellos, siguiendo todos sus movimientos. Y por la mañana y por la
noche los sacerdotes de los ídolos celebraban en el templo las ceremonias de su culto descreído,
haciéndolas seguir de juegos, de con ciertos de instrumentos, de concursos de mimos, de cantos de
almeas, danzas de bailarinas y de festines. Y por cierto que aquellos sacerdotes sólo se alimentaban con
las ofrendas que continuamente les llevaba la muchedumbre de peregrinos desde el fondo de los países
más distantes.
Y durante su estancia en Bischangar, el príncipe Alí pudo también ser espectador de una gran fiesta
que se celebraba en aquel país todos los años, y a la cual asistían los walíes de todas las provincias, los
jefes del ejército, los brahmanes, que son los sacerdotes de los ídolos, y los jefes del culto descreído y
una muchedumbre innumerable de pueblo. Y toda aquella asamblea se congregaba en una llanura inmensa,
dominada por un edificio de altura prodigiosa, que albergaba al rey y a su corte, y estaba sostenido por
ochenta columnas y pintado por fuera con pai sajes, animales, pájaros, insectos y hasta moscas y
mosquitos, y todo al natural. Y junto a este edificio había tres o cuatro estrados de una extensión
considerable, en donde se sentaba el pueblo. Y lo singular de todas aquellas construcciones consistía en
que eran movibles y se las transformaba por momentos, cambiándolas de fachada y de decorado. Y
empezó el espectáculo con un concurso de equilibristas de una inge niosidad extremada, y con juegos de
manos y danzas de fakires. Luego se vieron avanzar en orden de batalla, alineados a poca distancia unos
de otros, mil elefantes enjaezados suntuosamente y cargado cada uno con una torre cuadrada de madera
dorada, con bailarines y tañedoras de instrumentos en cada torre. Y aquellos elefantes tenían la trompa y
las orejas pintadas de bermellón y de cinabrio, los colmillos dorados por completo, y en sus cuerpos
había dibujadas, con colores vivos, figu ras que ostentaban millares de piernas y de brazos en
contorsiones terro ríficas o grotescas. Y cuando aquel rebaño formidable llegó ante los espectadores, dos
elefantes, que no estaban cargados con torres y que eran los mayores de aquel millar, salieron de las filas
y avanzaron hasta el centro del círculo que formaban los estrados. Y uno de ellos, al son de los
instrumentos, se puso a bailar, sosteniéndose de pie sobre sus patas traseras unas veces y sobre las
delanteras otras. Luego trepó con agili dad hasta la parte alta de un poste clavado en tierra
perpendicularmente, y agarrándose al extremo con las cuatro patas a la vez, se puso a batir el aire con su
trompa y a estirar las orejas y a mover la cabeza en todos sentidos al compás de los instrumentos,
mientras el otro elefante se ba lanceaba agarrado al extremo de otro colocado horizontalmente por en
medio sobre un soporte y con una piedra de un tamaño prodigioso sujeta al otro extremo para servir de
contrapeso al animal, que subía y bajaba marcando con la cabeza la cadencia de la música.
Y el príncipe Alí quedó maravillado de todo aquello y de otras muchas cosas también. Así es que se
dedicó a estudiar con interés cre ciente las costumbres de aquellos indios, tan distintos a la gente de su
país, y continuó paseando y visitando a los mercaderes y a los nota bles del reino. Pero, como estaba
atormentado de continuo por su amor a su prima Nurennahar, aunque no había transcurrido el año, no
pudo permanecer alejado de su país por más tiempo y resolvió abando nar la India para acercarse al
objeto de sus pensamientos, persuadido de que sería más feliz al no sentirse separado de ella por una
distancia tan grande. Y cuando su esclavo se hubo arreglado con el portero sobre el precio de la
vivienda, se sentó con él en la alfombra encantada v se recogió en sí mismo deseando con vehemencia
ser transportado al khan de los tres caminos. Y como abriera los ojos, que hubo de cerrar por un instante
para abstraerse, advirtió que había llegado al khan consa bido. Y se levantó de la alfombra y entró en el
khan con sus ropas de mercader, y se dispuso a esperar allí tranquilamente el regreso de sus hermanos. ¡Y
esto es lo referente a él!
¡En cuanto al príncipe Hassán, segundo de los tres hermanos, he aquí lo que le aconteció!
No bien se puso en camino, se encontró con una caravana que iba a Persia. Y se agregó a aquella
caravana, y después de un viaje por llanuras y montañas, desiertos y praderas, llegó con ella a la capital
del reino de Persia, que era la ciudad de Schiraz. Y por indicación de los mercaderes de la caravana, con
los cuales había entablado amistad, fué a parar al khan principal de la ciudad. Y al día siguiente al de su
llegada, en tanto que sus antiguos compañeros de viaje abrían los far dos e instalaban sus mercancías, él
se apresuró a salir para ver lo que hubiese de ver. Y se hizo conducir al zoco, que en aquel país se
llamaba Bazistán, maravillándose de la prodigiosa cantidad de cosas hermosas que descubría en las
tiendas. Y por doquiera veía corredores y prego neros que iban y venían en todos sentidos desenrollando
hermosas pie zas de seda, alfombras hermosas y otras cosas buenas que vendían en subasta.
Y he aquí que el príncipe Hassán vió, entre todos aquellos hom bres tan atareados, a uno que tenía en
la mano un canuto de marfil de una longitud de un pie y un dedo de grueso. Y aquel hombre, en vez de
tener el aspecto ávido y presuroso de los demás pregoneros y corredores, se paseaba con lentitud y
gravedad sosteniendo el canuto de marfil como un rey sostendría el cetro de su imperio, y más majestuo -
samente aún...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 809ª noche
Ella dijo:
"...Y aquel hombre, en vez de tener el aspecto ávido y presuroso de los demás pregoneros y
corredores, se paseaba con lentitud y grave dad, sosteniendo el canuto de marfil como un rey sostendría el
cetro de su imperio, y más majestuosamente aún. Y el príncipe Hassán se dijo: "¡He aquí un corredor que
me inspira confianza!" Y ya iba a enca rarse con él para rogarle que le mostrara el canuto que llevaba de
manera tan respetuosa, cuando le oyó gritar, pero con voz impregnada de un gran orgullo y de un énfasis
magnífico: "¡Oh compradores! ¡no perderá quien compre! ¡En treinta mil dinares de oro el canuto de
marfil! ¡Muerto está quien lo hizo, y nunca más ha de dejarse ver! ¡Aquí tenéis el canuto de marfil! ¡Hace
ver lo que hace ver! ¡No per derá quien le compre! ¡Quien quiera ver, puede ver! ¡Hace ver lo que hace
ver! ¡Aquí tenéis el canuto de marfil!"
Al oír este pregón, el príncipe Hassán, que ya había dado un paso en dirección al vendedor,
retrocedió con asombro, y encarándose con el mercader contra cuya tienda estaba apoyado, le dijo: "¡Por
Alah sobre ti, ¡oh mi señor! dime si ese hombre, que a tan exorbitante precio pregona ese canuto de
marfil, tiene sana la razón, o si ha perdido todo buen sentido, o si sólo por broma se conduce así!" Y
contestó el dueño de la tienda: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! puedo atestiguarte que ese hombre es el más
honrado y el más cuerdo de nuestros subas tadores; y a él es a quien los mercaderes utilizan con más
frecuencia, a causa de la confianza que les inspira, y porque es el más antiguo en el oficio! ¡Y respondo
de su buen sentido, a no ser que lo haya perdido esta mañana; pero no lo creo! ¡Preciso es, pues, que ese
canuto valga los treinta mil dinares y aun más para que lo vocee a ese precio! ¡Y los valdrá por algo que
no se note! ¡Por lo demás, si quieres, voy a llamarle, y le interrogarás tú mismo! Por tanto, te ruego que
subas a sentarte en mi tienda y a descansar un momento".
Y el príncipe Hassán aceptó la oferta, muy de agradecer, del mer cader; y en cuanto estuvo sentado el
joven, se acercó a la tienda el ven dedor, que había sido llamado por su nombre. Y el mercader le dijo:
"¡Oh subastador amigo! el señor mercader que aquí ves está muy asom brado de oírte pregonar en
treinta bolsas ese canutito de marfil; y yo mismo estaría igual de asombrado si no te tuviera por un
hombre dota do de exacta probidad. ¡Responde, pues, a este señor, a fin de que no siga formando de ti una
opinión desventajosa!" Y el vendedor se encaró con el príncipe Hassán, y le dijo: "¡En verdad ¡oh mi
señor! que está permitida la duda a quien no ha visto! ¡Pero cuando hayas visto, no dudarás ya! En cuanto
al precio del canuto, no es de treinta mil dina res, precio sólo para apertura de la subasta, sino de cuarenta
mil. ¡Y tengo orden de no dejarlo en menos, y de no cedérselo más que a quien lo pague al contado!" Y el
príncipe Hassán dijo: "¡Quisiera creerte bajo tu palabra ¡oh vendedor! pero aun tengo que saber la causa
de que ese canuto merezca tal consideración y por qué singularidad se recomienda a la atención!" Y dijo
el vendedor: "¡Has de saber ¡oh mi señor! que, si miras con este canuto por el extremo que está provisto
de este cristal, sea cualquiera la cosa que desees ver, quedarás satisfecho al punto, y la verás!" Y dijo el
príncipe Hassán: "¡Si es verdad lo que dices, ¡oh vendedor de bendición! no solamente te pagaré el
precio que pides, sino mil dinares más de corretaje para ti!" Y añadió: "¡Date prisa a enseñarme por qué
extremo debo mirar!" Y el vendedor se lo enseñó. Y el príncipe miró, deseando ver a la princesa
Nurennahar. Y de pronto la vió, sentada en la bañera de su hammam, entre las manos de sus esclavas, que
procedían a su tocado. Y reía ella, jugueteando con el agua, y se miraba en su espejo. Y al verla tan
hermosa y tan próxima a él, el príncipe Hassán, en el límite de la emoción, no pudo menos de lanzar un
grito agudo, y estuvo a punto de dejar escapar de su mano el canuto.
Y tras de adquirir así la prueba de que aquel canuto era la cosa más maravillosa que había en el
mundo, no vaciló ni un instante en comprarlo, convencido de que jamás encontraría una rareza semejante
para llevarla como fruto de su viaje, aunque durara este viaje diez años y tuviese él que recorrer el
Universo. E hizo seña al vendedor para que le siguiese. Y después de despedirse del mercader, fué al
khan don de se alojaba, e hizo que su esclavo contase al vendedor las cuarenta bolsas, añadiendo otra por
el corretaje. Y se convirtió en poseedor del canuto de marfil.
Y cuando el príncipe Hassán hubo hecho esta preciosa adquisición, no dudó de su preponderancia
sobre sus hermanos, ni de su victoria ante ellos, ni de la conquista de su prima Nurennahar. Y lleno de
ale gría, como tenía tiempo sobrado, pensó en dedicarse a estudiar los usos y costumbres de los persas, y
a ver las curiosidades de la ciudad de Schiraz. Y se pasó los días paseando, mirando y escuchando. Y
como estaba bien dotado de ingenio y tenía un alma sensible, frecuentó el trato de los hombres instruídos
y de los poetas, y aprendió de memo ria los poemas persas más hermosos. Y sólo entonces fué cuando se
de cidió a regresar a su país; y aprovechando la salida de la misma caravana, se agregó a los mercaderes
que la componían y se puso en camino. Y Alah le escribió la seguridad, y llegó sin contratiempo al khan
de los tres caminos, que era el punto de cita. Y se encontró allá con su her mano el príncipe Alí. Y se
quedó con él, esperando el regreso de su tercer hermano. ¡Y esto es lo referente a él!
¡En cuanto al príncipe Hossein, que era el más joven de los tres príncipes, te ruego ¡oh rey
afortunado! que acerques a mí tu oído, pues he aquí lo que le aconteció!
Después de un largo viaje que nada tuvo de extraordinario verda deramente, llegó a una ciudad que le
dijeron era Samarcanda. Y en efecto, era Samarcanda al-Ajam, la propia ciudad en que ahora reina tu
glorioso hermano Schahzamán, ¡oh rey del tiempo! Y al día siguien te al de su llegada el príncipe Hossein
se presentó en el zoco, que en la lengua del país se llama Bazar. Y aquel bazar le pareció muy hermoso. Y
mientras se paseaba, mirando a todos lados con sus dos ojos, vió de pronto a dos pasos de él un
vendedor que tenía en la mano una man zana. Y era tan admirable aquella manzana, roja por un lado y
dorada por otro, y gorda como una sandía, que al punto deseó comprarla el príncipe Hossein, y preguntó
al que la llevaba: "¿Cuánto vale esta man zana, ¡oh vendedor!?" Y dijo el vendedor: "El precio de tasa ¡oh
mi señor! es treinta mil dinares de oro. ¡Pero tengo orden de no cederla más que en cuarenta mil dinares,
y al contado!" Y el príncipe Hossein exclamó: "¡Por Alah, ¡oh hombre! que esta manzana es muy hermosa,
y jamás la vi igual en mi vida! ¡Pero sin duda quieres burlarte al pedir un precio tan exorbitante!" Y
contestó el vendedor: "No, ¡oh mi señor! y por Alah que este precio que pido no es nada en comparación
con el valor real de esta manzana. Porque, por muy hermosa y admirable que a la vista sea, nada es eso
en comparación con su aroma. Y por muy bueno y delicioso que su aroma sea, nada es en comparación
con sus virtudes! ¡Y por muy maravillosas que sean sus virtudes, ¡oh corona de mi cabeza! ¡oh hermoso
señor mío! nada son en comparación con los efectos benéficos que reporta a los hombres!" Y dijo el
príncipe Hossein: "¡Oh vendedor! ya que así es, date prisa a hacerme aspirar primero su aroma. ¡Y luego
me dirás cuáles son sus virtudes y efectos!" Y tendiendo la mano, el vendedor acercó la manzana a la
nariz del prín cipe, que hubo de aspirarla. Y tan penetrante y tan suave parecióle su aroma, que exclamó:
"¡Ya Alah! ¡se me ha pasado todo el cansancio del viaje, y estoy como si acabara de salir del seno de mi
madre! ¡Ah! ¡qué inefable aroma!" Y dijo el vendedor: "Pues bien, señor; ya que por ti mismo acabas de
experimentar efectos tan inesperados aspirando el aroma de esta manzana, has de saber que la tal
manzana no es natu ral, sino fabricada por la mano del hombre; y no es fruto de un árbol ciego e
insensible, sino fruto del estudio y las vigilias de un gran sabio, de un filósofo muy célebre, que se pasó
toda la vida haciendo investi gaciones y experiencias respecto a las virtudes de las plantas y de los
minerales. Y logró la composición de esta manzana, que encierra en si la quintaesencia de todos los
cuerpos simples, de todas las plantas útiles y de todos los minerales curativos. En efecto, no hay enfermo,
cual quiera que sea la calamidad de que esté afligido, aun cuando se trate de la peste, de la fiebre
purpúrea o de la lepra, que no recobre la salud al olerla, aunque esté moribundo. Y tú mismo inclusive
acabas de sentir hasta cierto punto su efecto, pues que con su olor se te ha disipado el cansancio del
viaje. Pero, para mayor certeza, quiero que con ella cure ante tus ojos un enfermo aquejado de un mal
incurable, a fin de que estés seguro de sus virtudes y propiedades, como lo están todos los ha bitantes de
esta ciudad. ¡No tienes, en efecto, más que interrogar a los mercaderes que se han congregado aquí, y la
mayoría de entre ellos te dirán que, si están con vida todavía, es únicamente merced a esta man zana que
ves!"Y he aquí que, mientras hablaba así el vendedor, varias personas se habían parado y le habían
rodeado, diciendo: "¡Sí, por Alah, que todo eso es verdad! ¡Esa manzana es la reina de las manzanas y el
más excelente de los remedios! ¡Y saca de las puertas de la muerte a los en fermos más desesperados!" Y
como para confirmar todo lo bien que hablaban de ella, acertó a pasar por allí un pobre hombre ciego y
para lítico, a quien un mozo llevaba a hombros en una banasta. Y el vendedor se acercó a él con viveza y
le puso la manzana junto a la nariz. Y de repente el enfermo se levantó en la banasta, y saltando como un
gato por encima de la cabeza del que le llevaba, echó a correr, abriendo unos ojos como tizones. Y todo
el mundo le vió y dió fe de ello.
Entonces, convencido de la eficacia de aquella manzana maravillo sa, el príncipe Hossein dijo al
vendedor: "¡Oh rostro de buen augurio, te ruego que me sigas a mi khan!" Y le llevó al khan en que se
alojaba y le pagó los cuarenta mil dinares, y le dió una bolsa de mil dinares de regalo por el corretaje. Y
convertido en poseedor de la manzana maravi llosa, esperó con paciencia la salida de alguna caravana
para volver a su país. Porque estaba persuadido de que con aquella manzana triunfa ría fácilmente de sus
dos hermanos y sería esposo de la princesa Nu rennahar. Y cuando la caravana estuvo dispuesta, partió de
Samarcanda, y después de las fatigas de un largo viaje, llegó en seguridad, con permiso de Alah, al khan
de los tres caminos, donde le esperaban sus dos hermanos Alí y Hassán.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 810ª noche
Ella dijo:
...Y tras de abrazarse con mucha ternura y felicitarse mutuamen te por su dichoso arribo, los tres
príncipes se sentaron a comer juntos. Y después de la comida tomó la palabra el príncipe Alí, que era el
mayor, y dijo: "¡Oh hermanos míos! tenemos por delante toda la vida para contarnos las particularidades
de nuestro viaje. ¡Ahora sólo se trata de mostrarnos unos a otros la rareza traída, motivo y fruto de
nuestra empresa, a fin de que podamos hacernos justicia de antemano y ver aproximadamente a quien
dará la preferencia nuestro padre el sul tán con respecto a nuestra prima, la princesa Nurennahar!"
Y se calló por un momento, y añadió: "Por mi parte, como soy vuestro hermano mayor, voy a
revelaros mi hallazgo. Sabed, pues, que mi viaje fué a la India marítima, al reino de Bischangar. Y todo
lo que he traído es esta alfombra de plegaria sobre la cual me veis sentado, y que es de lana corriente y
de una apariencia sin suntuosidad. ¡Pero, merced a esta alfombra, espero conquistar a nuestra prima!" Y
contó a sus hermanos toda la historia de la alfombra volante, y sus virtudes, y cómo se había servido de
ella para, en un abrir y cerrar de ojos, regresar desde el reino de Bischangar. Y para dar más valor a sus
pala bras, rogó a sus hermanos que se sentaran con él en la alfombra, y les hizo efectuar por el aire un
viaje, que duró lo que un parpadeo, y que en otros vehículos hubiera necesitado meses para llevarlo a
cabo. Luego añadió: "¡Ahora supongo que me diréis si lo que habéis traído puede compararse con mi
alfombra!" Y cuando hubo acabado de ensalzar de tal suerte el objeto que poseía, se calló.
Y a su vez tomó la palabra el príncipe Hassán, y dijo: "En ver dad ¡oh hermano mío! que esta
alfombra volante es cosa prodigiosa, y en mi vida la he visto parecida. Pero por muy admirable que sea,
am bos convendréis conmigo en que puede haber en el mundo otras cosas dignas de atención; y para daros
prueba de ello, aquí tenéis este canuto de marfil, que a primera vista no parece una rareza tan
extraordinaria. No obstante, podéis creer que me ha costado lo que me ha costado y que, a pesar de su
apariencia modesta, es un objeto de lo más mara villoso. Y no dudaréis en creerme cuando hayáis
aplicado un ojo al extremo de este canuto, donde tiene este cristal. ¡Mirad de la manera que voy a
enseñaros!"
Y acercó el canuto de marfil a su ojo derecho, cerrando su ojo iz quierdo, y diciendo: "¡Oh canuto de
marfil, hazme ver en seguida a la princesa Nurennahar!" Y miró a través del cristal. ¡Y sus dos herma nos,
que tenían los ojos fijos en él, llegaron al límite del asombro al ver que de repente se le demudaba el
semblante y se ponía muy amari llo, como bajo la pesadumbre de una gran aflicción! Y antes de que
tuviesen tiempo de interrogarle, exclamó: "¡No hay fuerza ni recurso más que en Alah! ¡Oh hermanos
míos! ¡en vano fué que los tres em prendiéramos un viaje tan penoso en espera de la dicha! ¡Ay! dentro de
algunos instantes nuestra prima estará sin vida ya, porque acabo de verla en su lecho rodeada por sus
mujeres llorosas y por los eunu cos desesperados. ¡Vosotros mismos juzgaréis, por cierto, del estado la -
mentable a que se ve reducida para calamidad nuestra!" Y así diciendo, entregó el canuto de marfil al
príncipe Alí, indicándole que formulara mentalmente el anhelo de ver a la princesa. Y el príncipe miró a
través del cristal y retrocedió tan afligido como su hermano. Y el príncipe Hossein le quitó de las manos
el canuto, y vió el mismo espectáculo entristecedor. Pero, lejos de mostrarse tan afligido como sus
hermanos, se echó a reír, y dijo: "¡Oh hermanos míos! ¡refrescad vuestros ojos y calmad vuestra alma,
pues, aunque a juzgar por lo que hemos visto, es bastante grave la enfermedad de nuestra prima, no podrá
resistir a las propiedades de esta manzana que aquí veis, y cuyo solo aroma resu cita a los muertos en el
fondo de sus sepulcros!" Y en pocas palabras les contó la historia de la manzana y sus virtudes y los
efectos de sus vir tudes, y les aseguró que sin duda curaría a su prima.
Al oír estas palabras, exclamó el príncipe Alí: "En ese caso, ¡oh hermano mío! no tenemos más que
transportarnos con toda diligencia a nuestro palacio, utilizando para ello mi alfombra. Y experimentarás
en nuestra bienamada prima la virtud salvadora de esa manzana".
Y los tres príncipes dieron orden a sus esclavos de que montaran a caballo para reunirse con ellos
más tarde, y les despidieron. Luego, sentándose en la alfombra, formularon a su vez el mismo deseo de
ser transportados al aposento de la princesa Nurennahar. Y en un abrir y cerrar de ojos encontráronse en
medio de la habitación de la princesa sentados en la alfombra.
Así es que, cuando las mujeres y los eunucos de Nurennahar vie ron de pronto en la estancia a los tres
príncipes, sin comprender cómo habían llegado, se sintieron poseídos de terror y asombro. Y los eunu cos
les desconocieron en un principio, tomándoles por extranjeros, y ya estaban a punto de arrojarse sobre
ellos, cuando volvieron de su error. Y los tres hermanos se levantaron de la alfombra en seguida; y el
prín cipe Hossein se acercó con presteza al lecho en que yacía Nurennahar en la agonía, y le acercó a las
narices la manzana maravillosa. Y la prin cesa abrió los ojos, movió de un lado a otro la cabeza, mirando
con ojos asombrados a las personas que la rodeaban, y se incorporó. Y son rió a sus primos y les dió a
besar su mano, deseándoles la bienvenida, y se informó de su viaje. Y le hicieron presente cuán dichosos
eran de haber llegado a tiempo para contribuir a su curación, con ayuda de Alah. Y las mujeres la
enteraron de cómo habían llegado los tres her manos, y de cómo la había vuelto a la vida el príncipe
Hossein, hacién dole aspirar el olor de la manzana. Y Nurennahar les dió las gracias a todos, y al príncipe
Hossein en particular. Luego, como mandara ella que la vistiesen, sus primos se despidieron, haciendo
votos por la larga duración de su vida, y se retiraron.
Y dejando a su prima al cuidado de las mujeres, los tres hermanos fueron a echarse a los pies de su
padre el sultán, y le presentaron sus respetos. Y el sultán, que ya estaba prevenido por los eunucos de la
lle gada y de la curación de la princesa, les levantó y les abrazó y se ale gró de verles llegar con buena
salud. Y tras de dar rienda suelta de aquel modo a su mutuo afecto, los tres príncipes presentaron al
sultán la rareza que había traído cada uno de ellos. Y después que le hubie ron explicado lo que tenían que
explicarle acerca del particular, le su plicaron que diera su opinión y manifestara su preferencia.
Cuando el sultán hubo oído todo lo que sus hijos quisieron de cirle para encomiar lo que habían
traído, y cuando hubo escuchado sin interrumpirles lo que le contaban con respecto a la curación de su
prima, se quedó silencioso por algún tiempo reflexionando profunda mente. Tras de lo cual levantó la
cabeza, y les dijo: "¡Oh hijos míos! el asunto es muy delicado, y resulta todavía más difícil de resolver
que antes de vuestra marcha. Porque por un lado encuentro que las rare zas que me traéis se equiparan con
toda justicia, y por otro lado veo que, cada una por su parte, todas han contribuido por igual a la cura ción
de vuestra prima. En efecto, el canuto de marfil fué el primero en descubrir lo que ocurría a la princesa; y
la alfombra os transportó a presencia suya con toda diligencia; y la ha curado la manzana. Pero no se
habría producido, con asentimiento de Alah, tan maravilloso resultado si hubiese faltado alguna de esas
rarezas. Así es que al presente veis a vuestro padre más perplejo aún que antes para hacer su elección. ¡Y
vosotros mismos, que estáis dotados del sentido de la justicia, debéis hallaros tan perplejos y fluctuantes
como yo me hallo!"
Y habiendo hablado de tal suerte con sabiduría e imparcialidad, el sultán se puso a reflexionar acerca
de la situación. Y al cabo de una hora de tiempo exclamó: "¡Oh hijos míos! me queda un solo medio para
salir del atolladero. Y voy a indicároslo. Consiste ¡oh hijos míos! en lo siguiente: Como hasta la noche os
queda tiempo todavía, coged cada cual un arco y una flecha, y saliendo de la ciudad, id al meidán donde
se celebran las justas de caballeros y yo iré con vosotros. ¡Y de claro que daré por esposa la princesa
Nurennahar a aquel de vosotros que tire la flecha más lejos!" Y los tres príncipes contestaron con el oído
y la obediencia. Y fueron juntos al meidán, seguidos de numerosos oficiales de palacio.
Y como el príncipe Alí era el mayor, cogió su arco y una flecha y tiró el primero; y el príncipe
Hassán tiró el segundo, y su flecha fué a caer más lejos que la de su hermano mayor. Y el tercero en tirar
fué el príncipe Hossein; pero ninguno de los oficiales apostados de trecho en trecho en un largo recorrido
vió caer su flecha, que hendió los aires en línea recta y se perdió en la lejanía. Y corrieron y la buscaron;
pero a pesar de todas las pesquisas y de la atención que en ello se puso, no fué posible encontrar la
flecha.
Entonces, ante todos sus oficiales reunidos, el sultán dijo a los tres príncipes: "¡Oh hijos míos! ¡ya
veis que la suerte está echada! Aun que parezca que tú, ¡oh Hossein ! eres quien llegó más lejos, no eres el
vencedor, porque es necesario que se encuentre la flecha para que la vic toria se pronuncie evidente y
cierta. Y me veo en la obligación de decla rar vencedor a mi segundo hijo Hassán, cuya flecha ha caído
más lejos que la de su hermano mayor. Así, pues, ¡oh hijo mío Hassán! eres tú, incontestablemente, quien
llegará a ser esposo de la hija de su tío, la princesa Nurennahar. ¡Porque ése es tu destino!"
Y habiendo decidido de tal suerte, el sultán dió al punto las ór denes oportunas para los preparativos y
las ceremonias de las bodas de su hijo Hassán con la princesa Nurennahar. Y pocos días después se
celebraron las nupcias con gran magnificencia. ¡Y he aquí lo referente al príncipe Hassán y a su esposa
Nurennahar!
En cuanto al príncipe Alí, no quiso asistir a las ceremonias del matrimonio, y como era muy viva su
pasión por su prima y no tenía objeto en lo sucesivo, no pudo resolverse a vivir en palacio, y en sesión
pública renunció de buen grado a la sucesión al trono de su padre. Y vistió el hábito de derviche y fué a
ponerse bajo la dirección espiritual de un jeique reputado por su santidad, su ciencia y su vida ejemplar
en el fondo de la más retirada de las soledades. ¡Y esto es lo referen te a él!
¡Pero por lo que atañe al príncipe Hossein, cuya flecha habíase perdido en la lejanía, he aquí lo que
le aconteció...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 811ª noche
Ella dijo:
...Pero por lo que atañe al príncipe Hossein, cuya flecha había se perdido en la lejanía, he aquí lo que
le aconteció!
Así como su hermano Alí se había abstenido de asistir a las bodas del príncipe Hassán y la princesa
Nurennahar, también se abstuvo de tomar parte en ellas. Pero no vistió, como su hermano, el hábito de
derviche, y lejos de renunciar a la vida del mundo, resolvió averiguar qué era lo que hubo de privarle de
su merecido, y a tal fin se dedicó a la busca de la flecha, que no creía irremediablemente desaparecida. Y
mientras en el palacio proseguían las fiestas con motivo de las bodas, salió sin tardanza, a escondidas de
su servidumbre, y fué al paraje del meidán en que tuvo lugar la experiencia. Y desde allí echó a andar en
línea recta, en la dirección seguida por la flecha, mirando a derecha y a izquierda con atención a cada
paso. Y así llegó muy lejos, sin des cubrir nada. Pero, en vez de desalentarse, continuó andando más y
más, siempre en línea recta, hasta que llegó a una pared de rocas que tapaban completamente el horizonte.
Y se dijo que; si la flecha había de encontrarse en alguna parte, no podría estar ya más que allí, puesto
que no habría podido clavarse en aquel muro de rocas. Y apenas había él acabado de formular para sí
este pensamiento, cuando divisó en tierra, caída con la punta hacia adelante y no clavada en el suelo, la
flecha marcada con su nombre, la misma que hubo de lanzar con su propia mano. Y se dijo: "¡Oh
prodigio! i Ualahi! ni yo ni nadie en el mundo podríamos con nuestro solo esfuerzo disparar tan lejos una
fle cha. Y el caso es que no solamente ha llegado a esta distancia inau dita, sino que incluso ha debido
rebotar con vigor contra la roca, que la ha rechazado con su resistencia. ¡He ahí una cosa extraordinaria!
¿Y quién sabe qué misterio hay en todo esto?"
Y cuando, tras de recoger la flecha, estaba tan pronto contemplán dola como mirando la roca en que
había rebotado, observó en aquella roca una cavidad tallada en forma de puerta. Y se acercó a ella y vió
que, realmente, era una puerta disimulada, sin candado ni cerradura, tallada a golpes en la roca, y que
solo se advertía por la ligera separación que la circundaba. Y con un movimiento muy natural en caso
seme jante, la empujó, sin poder creer que fuera a abrirse con aquella presión. Y se asombró mucho al
notar que la puerta cedía bajo su mano y gira ba sobre sí misma, lo mismo que si descansase sobre goznes
engrasados recientemente. Y sin reflexionar mucho en lo que hacía, entró el joven, con su flecha en la
mano, en la galería de pendiente suave a que daba acceso aquella puerta. Pero en cuanto hubo él
franqueado el umbral, como movida por su propio esfuerzo, la puerta volvió a girar sobre sí misma y
tapó por completo la entrada de la galería. Y el príncipe se encontró sumido en densas tinieblas. Y por
más que trató de abrir la puerta otra vez, sólo consiguió lastimarse las manos y romperse las uñas.
Entonces, como ya no podía pensar en salir, y como estaba dotado de un corazón valeroso, no vaciló
en aventurarse por las tinieblas si guiendo la pendiente suave de la galería. Y en seguida vió brillar una
luz, hacia la cual hubo de dirigirse presuroso; y se encontró en la salida de la galería. Y de pronto se vió
bajo el cielo, frente a una llanura verdeante, en medio de la cual se alzaba un magnífico palacio. Y antes
de que tuviese tiempo de admirar la arquitectura de aquel pa lacio, salió de él una dama que avanzó hacia
el joven rodeada por un grupo de otras damas, de las cuales, a no dudar, era el ama, a juzgar sola mente
por su belleza milagrosa y su porte majestuoso. E iba vestida con telas inconsútiles y llevaba sueltos los
cabellos, que le caían hasta los pies. Y se adelantó con paso ligero hasta la entrada de la galería, y exten -
diendo la mano con un gesto lleno de cordialidad, dijo: "Bienvenido seas aquí, ¡oh príncipe Hossein!"
Y el joven príncipe, que se había inclinado profundamente al verla, llegó al límite del asombro
cuando oyó llamarle por su nombre a una dama a quien jamás había visto y que vivía en un país del que
jamás había oído hablar él, aunque estuviese tan próximo a la capital de su reino. Y como abriera ya la
boca para manifestar su sorpresa, la maravillosa joven le dijo: "¡No me interrogues! ¡Yo misma satis faré
tu legítima curiosidad cuando estemos en mi palacio!" Y sonrien do, le cogió de la mano y le condujo por
las avenidas a la sala de recepción, que se abría por un pórtico de mármol que daba al jardín. Y le hizo
sentarse junto a ella en el sofá que había en medio de aquella sala espléndida. Y tomándole una mano
entre las suyas, le dijo: "¡Oh encantador príncipe Hossein! tu sorpresa cesará cuando sepas que te
conozco desde que naciste y que te sonreí en tu cuna. Y mi destino está escrito sobre ti. Y yo fui quien
hice poner a la venta en Samar canda la manzana milagrosa que compraste, y en Mischangar la alfom bra
de plegaria que se llevó tu hermano Alí, y en Schiraz el canuto de marfil que encontró tu hermano Hassán.
Y esto debe bastar para ha certe comprender que no ignoro nada de lo que te concierne. Y puesto que mi
destino va unido al tuyo, me ha parecido que eras digno de una dicha mayor que la de ser esposo de tu
prima Nurennahar. Y por eso hice desaparecer tu flecha y la traje hasta aquí, con objeto de que vinieras tú
mismo. ¡Y de ti solo depende ahora dejar escapar la felici dad de entre tus dedos!"
Y tras de pronunciar estas últimas palabras con un tono impreg nado de gran ternura, la bella princesa
gennia bajó los ojos y se rubo rizó mucho. Y su tierna belleza resultó así más exquisita. Y el príncipe
Hossein, que sabía bien que su prima Nurennahar no podría ya per tenecerle, al ver cuán superior a ella
era la princesa gennia en belleza, en atractivos, en atavíos, en ingenio y en riquezas, al menos según po -
día él conjeturar por lo que acababa de ver y por la magnificencia del palacio en que se hallaba, no tuvo
más que bendiciones para su desti no, que le había conducido, como de la mano, hasta aquellos lugares
tan próximos y tan ignorados; e inclinándose ante la bella gennia, le dijo: "¡Oh princesa de los genn! ¡oh
dama de la belleza! ¡oh soberana! ¡la dicha de ser esclavo de tus ojos y verme encadenado a tus
perfeccio nes, sin méritos por mi parte, es capaz de arrebatar la razón a un ser humano como yo! ¡Ah!
¿cómo es posible que una hija de los genn pueda posar sus miradas en un adamita inferior y preferirle a
los reyes invi sibles que gobiernan los países del aire y las comarcas subterráneas? ¿Acaso es ¡oh
princesa! que estás enfadada con tus padres, y, a consecuencia de un disgusto, has venido a habitar en este
palacio en que me recibes sin el consentimiento de tu padre, el rey de los genn, y de tu madre, la reina de
los genn, y de tus demás parientes? ¡Y quizá, en ese caso, vaya a ser yo para ti causa de sinsabores y
motivo de molestias y fastidios!" Y así diciendo, el príncipe Hossein se inclinó hasta la tierra y besó la
orla del traje de la gennia princesa, que le dijo, levantándole y cogiéndole la mano: "Sabe ¡oh príncipe
Hossein! que yo soy mi única dueña y que obro siempre a mi antojo, sin sufrir jamás que nadie, entre los
genn, se inmiscuya en lo que hago o pienso hacer. ¡Puedes estar tranquilo, a ese respecto, y nada nos
sucederá que no sea grato!" Y añadió: "¿Quieres ser mi esposo y amarme mucho?" Y el príncipe Hossein
exclamó: "¡Ya Alah! ¿qué si quiero? ¡Pues si daría mi vida entera por pasar un día, no ya como tu esposo,
sino como el último de tus esclavos!" Y tras de hablar así, se arrojó a los pies de la bella gennia, que le
levantó y dijo: "¡Puesto que así lo quieres, te acepto por esposo y soy tu esposa para en lo sucesivo!" Y
añadió: "¡Y ahora, como ya debes tener hambre, vamos a tomar juntos nuestra primera comida!"
Y le condujo a una segunda sala, todavía más espléndida que la primera, iluminada por una infinidad
de bujías perfumadas de ámbar, colocadas con una simetría que daba gusto verlas. Y se sentó con él ante
una admirable bandeja de oro cargada de manjares de un aspecto regocijante para el corazón. Y se dejó
oír en seguida, al son de los instrumentos de armonía, un coro de voces de mujeres que parecía descender
del mismo cielo. Y la hermosa gennia se puso a servir con sus propias manos a su reciente esposo,
ofreciéndole los trozos más delicados de los manjares, cuyos nombres le iba diciendo. Y al príncipe le
parecían exquisitos aquellos manjares de que nunca había oído hablar, así como los vinos, las frutas, los
pasteles y las confituras, cosas todas ellas como jamás las había probado en las fiestas y bodas de los
seres humanos.
Y cuando se terminó la comida, la bella gennia princesa y su esposo fueron a sentarse en una tercera
sala, coronada por una cúpula y más hermosa que la anterior. Y apoyaban la espalda en cojines de seda
con flores de diferentes colores, hechos a aguja con una delicadeza maravillosa. Y en seguida entraron en
la sala muchas bailarinas, hijas de genn, y bailaron una danza arrebatadora con la ligereza de los pája ros.
Y al mismo tiempo se dejaba oír una música invisible, pero presen te, que llegaba de arriba. Y continuó la
danza hasta que se levantaron la hermosa gennia y su esposo. Y con un ritmo más armonioso, salieron de
la sala las bailarinas como una bandada de aves, marchando delante de los recién casados hasta la puerta
de la cámara, en que estaba pre parado el lecho nupcial. Y se pusieron en hilera para que entrasen ellos, y
se retiraron después, dejándoles en libertad de acostarse o de dormir.
Y los dos jóvenes esposos se acostaron en el lecho perfumado, y no lo hicieron para dormir, sino
para gozar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 812ª noche
Ella dijo:
...Y los dos jóvenes esposos se acostaron en el lecho perfumado, y no lo hicieron para dormir, sino
para gozar. Y de aquel modo pudo el príncipe Hossein probar y comparar. Y encontró en aquella gennia
virgen una excelencia a que jamás se habían aproximado, ni por aso mo, las más maravillosas jóvenes
hijas de los humanos. Y cuando de nuevo quiso recrearse con sus atractivos incomparables, encontró el
sitio tan intacto como si no lo hubieran tocado. Y entonces comprendió que en las hijas de los genn se
reconstituía la virginidad indefinidamente. Y se deleitó hasta el límite del deleite con aquel hallazgo. Y
cada vez hubo de felicitarse más de su destino, que le había conducido de la mano hacia aquella historia
inesperada. Y se pasó aquella noche, y otras muchas noches, y otros días, en las delicias de los
predestinados. Y lejos de dis minuir su amor con la posesión, lo que ocurría era que aumentaba con los
nuevos descubrimientos que sin cesar hacía en su bella gennia prin cesa, lo mismo en los encantos de su
espíritu que en las perfecciones de su persona.
Y he aquí que, al cabo de seis meses de aquella vida dichosa, el príncipe Hossein, que siempre había
sentido mucho afecto filial por su padre, pensó que su prolongada ausencia debía tenerle sumido en un
dolor sin límites, máxime siendo inexplicable, y experimentó un deseo ar diente de volver a verle. Y se lo
confío sin rodeos a su esposa la gennia, que en un principio se alarmó mucho de aquella resolución, pues
temía que fuese un pretexto para abandonarla. Pero el príncipe Hossein le había dado y continuaba
dándole tantas pruebas de adhesión, y tantas muestras de violenta pasión, y le habló de su anciano padre
con tal ter nura y tal elocuencia, que no quiso ella oponerse a la expansión filial. Y le dijo abrazándole:
"¡Oh bienamado mío! en verdad que, si sólo escuchara a mi corazón, no podría decidirme a verte alejar
de nuestras moradas, aunque sólo fuese por un día o por menos tiempo aún. Pero estoy ya tan convencida
de tu adhesión a mí, y tengo tanta confianza en la firmeza de tu amor y en la verdad de tus palabras, que
no quiero negar te el permiso de ir a ver a tu padre el sultán. ¡Pero es con la condición de que tu ausencia
no dure mucho y de que así me lo jures, a fin de tranqui lizarme!" Y el príncipe Hossein se echó a los pies
de su esposa la gennia para demostrarle cuán lleno de agradecimiento estaba por su bondad para con él, y
le dijo: "¡Oh soberana mía! ¡oh dama de la belleza! se todo lo que vale el favor que me otorgas, y por
mucho que te diga para darte gracias, ten la seguridad de que pienso más aún. Y por mi cabeza te juro que
mi ausencia será de corta duración. Y además, amándote como te amo, ¿crees que podría gastar más
tiempo del ne cesario para ir a ver a mi padre y volver? Tranquiliza, pues, tu alma y refresca tus ojos,
porque todo el tiempo estaré pensando en ti y no me sucederá nada desagradable, ¡inschalah!"
Y estas palabras acabaron de calmar la emoción de la encantadora gennia, que contestó, abrazando de
nuevo a su esposo: "Parte, pues, ¡oh bienamado mío! bajo la salvaguardia de Alah, y vuelve a mí con
buena salud. Pero antes he de rogarte no tomes a mal que te haga algunas indicaciones con respecto a la
manera como tienes que portarte en el palacio de tu padre mientras dure tu ausencia de aquí. Y ante todo
creo preciso que tengas mucho cuidado de no hablar de nuestro matrimonio a tu padre el sultán o a tus
hermanos, ni de mi calidad de hija del rey de los genn, ni del lugar en que habitamos, ni del camino que a
él conduce. ¡Diles únicamente a todos que se contenten con saber que eres perfectamente dichoso, que se
ven satisfechos todos tus deseos, que no anhelas nada más que vivir en la bienandanza en que vives y que
el solo motivo que te lleva a su lado es sencillamente el de hacer cesar las inquietudes que pudieran tener
respecto a tu destino!"
Y habiendo hablado así, la gennia dió a su esposo veinte jinetes genn bien armados, bien montados y
bien equipados, e hizo que le llevaran un caballo tan hermoso como no lo había en el palacio ni en el
reino de su padre. Y cuando todo estuvo dispuesto, el príncipe Hossein se despidió de su esposa la
gennia princesa, besándola y re novando la promesa que le había hecho de volver en seguida. Luego se
aproximó al hermoso caballo inquieto, le acarició con la mano, le habló al oído, le besó y saltó a la silla
con gracia. Y su esposa le vió y le admiró. Y después que se dieron el último adiós, partió él a la cabeza
de sus jinetes.
Y como no era largo el camino que conducía a la capital de su padre, el príncipe Hossein no tardó en
llegar a la entrada de la ciudad. Y en cuanto le reconoció, el pueblo se alegró mucho de verle, y le
recibió con aclamaciones y le acompañó con gritos de júbilo hasta el palacio del sultán. Y su padre, al
verle, se sintió muy feliz y le recibió en sus brazos, llorando y lamentando con su ternura paterna el dolor
y la aflicción en que hubo de sumirle una ausencia tan larga e inexpli cable. Y le dijo: "¡Ah! ¡hijo mío,
creí que no iba a tener el consuelo de volver a verte! ¡Porque tenía motivo para temer que, a consecuen -
cia de la decisión de la suerte ventajosa para tu hermano Hassán, te hubieses dejado arrastrar a cualquier
acto de desesperación!" Y con testó el príncipe Hossein: "Ciertamente, ¡oh padre mío! fué muy cruel para
mí la pérdida de mi prima la princesa Nurennahar, cuya conquis ta había sido el único objeto de mis
deseos. Y el amor es una pasión que no se abandona a voluntad, sobre todo cuando es un sentimiento que
nos domina, que nos martiriza y que no nos da tiempo de recurrir a los consejos de la razón. Pero ¡oh
padre mío! supongo que no habrás olvidado que al disparar mi flecha, cuando acudí con mis hermanos al
concurso del meidán, me sucedió una cosa extraordinaria e inexplicable: a pesar de todas las pesquisas
que se hicieron, no pudo encontrarse mi flecha, disparada en una llanura uniforme y despareja. Y he aquí
que, vencido de tal modo por el destino adverso, no quise perder tiempo en lamentos sin haber satisfecho
por completo mi curiosidad hacia aquella aventura que no comprendía. Y me alejé durante las
ceremonias de las bodas de mi hermano, sin que lo advirtiese nadie, y volví yo solo al meidán para ver si
encontraba mi flecha. Y me puse a buscarla andando en línea recta, en la dirección que me parecía debió
seguir, y mirando por todos lados, acá y allá, a mi derecha y a mi izquierda. Pero fueron inútiles todas
mis pesquisas, aunque no me desalenté. Y proseguí mi marcha, siempre fijando los ojos de un lado a otro
y tomándome el trabajo de reconocer y examinar la menor cosa que de cerca o de lejos pudiese parecerse
a una flecha. Y de aquella manera recorrí una distan cia muy larga, y acabé por pensar que no era posible
que una flecha, aunque la disparase un brazo mil veces más fuerte que el mío, pudiese llegar tan lejos, y
por preguntarme si no habría perdido todo mi buen sentido al mismo tiempo que mi flecha. Y ya me
disponía a abandonar la empresa, sobre todo al ver que llegaba a una línea de rocas que tapa ban
completamente el horizonte, cuando de pronto, al pie mismo de una de aquellas rocas, vi mi propia
flecha, no clavada en el suelo por la punta, sino caída a cierta distancia del sitio en que había debido
rebotar. Y aquel descubrimiento me sumió en una perplejidad grande en vez de regocijarme. Porque yo no
podía imaginarme razonablemente que fuese capaz de lanzar tan lejos una flecha. Y entonces ¡oh padre
mío! tuve la explicación de aquel misterio y de cuanto me había acae cido en mi viaje a Samarcanda. Pero
es un secreto que no puedo ¡ay! revelarte sin faltar a un juramento. Y todo lo que puedo decirte ¡oh padre
mío! es que, desde aquel momento, me olvidé de mi prima, y de mi derrota, y de todas mis tribulaciones,
y entré en el camino llano de la dicha. Y comenzó para mí una vida de delicias, que no han sido turbadas
más que por el alejamiento en que me encontraba de un padre a quien quiero más que a nada en el mundo,
y por el sentimento que tenía al pensar en lo inquieto que por mi suerte debía estar él. Y en tonces creí era
mi deber de hijo venir a verte y a tranquilizarte. ¡Y éste es ¡oh padre mío! el único motivo de mi llegada!"
Cuando el sultán hubo oído estas palabras de su hijo, y sólo comprendió por ellas que poseía la
felicidad, contestó: "¡Oh hijo mío! ¿qué más podría desear para su hijo un padre afectuoso? Claro que me
hubiese gustado mucho más verte disfrutar de esa dicha al lado mío, en mis postreros años, que en un
paraje cuya situación y exis tencia ignoro aún. Pero ¿no puedes decirme, por lo menos, hijo mío, adónde
tengo que dirigirme para tener con frecuencia noticias tuyas y no, estar en el estado de inquietud en que
hubo de sumirme tu au sencia?" Y contestó el príncipe Hossein: "Sabe, para tranquilidad tuya, ¡oh padre
mío! que yo mismo tendré cuidado de venir a verte con tanta frecuencia, que hasta temo ser importuno.
Pero respecto al paraje en que se puedan tener noticias mías, te suplico que me dispenses de que te lo
revele, porque se trata de un misterio de la fe que he jurado y de la promesa que he de mantener". Y sin
querer in sistir más sobre el particular, el sultán dijo al príncipe Hosseín: ¡Oh hijo mío! Alah me libre de
penetrar más en el secreto, a pesar tuyo. Cuando quieras puedes regresar a ese lugar de delicias en que
habitas. Solamente tengo que pedirte que también a mí, padre tuyo, me hagas una promesa, y es la de
volver a verme una vez al mes, sin miedo a importunarme, como dices, ni a molestarme. Pues ¿qué
ocupación más grata puede tener un padre amante que la de caldearse el corazón con la proximidad de
sus hijos, y refrescarse el alma con su presencia, y alegrarse los ojos con su contemplación?" Y el prín -
cipe Hossein contestó con el oído y la obediencia, y después de pres tarse al juramento pedido,
permaneció en el palacio tres días enteros; al cabo de los cuales se despidió de su padre, y a la mañana
del cuarto día, por el alba, partió a la cabeza de sus jinetes, hijos de genn, como había venido...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 813ª noche
Ella dijo:
...Y el príncipe Hossein contestó con el oído y la obediencia, y después de prestarse al juramento
pedido, permaneció en el palacio tres días enteros, al cabo de los cuales se despidió de su padre, y a la
mañana del cuarto día, por el alba, partió, a la cabeza de sus jinetes, hijos de genn, como había venido.
Y su esposa la bella gennia le recibó con alegría infinita y con un placer tanto más vivo cuanto que no
se esperaba verle volver tan pronto. Y celebraron juntos aquel regreso feliz, amándose mucho de las
maneras más agradables y diversas.
Y a partir de aquel día, nada perdonó la hermosa gennia para hacer a su esposo lo más atractiva
posible la estancia en la morada encantada. Y fueron variaciones continuas en el modo de respirar el
aire, de pasearse, de comer, de beber, de divertirse, de ver bailar a las bailarinas, de oír cantar a las
almeas, de escuchar los instrumen tos de armonía, de recitar poesías, de oler el perfume de las rosas, de
engalanarse con las flores del jardín, de coger a porfía en las ramas las hermosas frutas maduras y de
jugar al incomparable juego de los amantes, que es el juego de ajedrez del lecho, teniendo en cuenta
todas las combinaciones sabias de que es susceptible juego tan de licado. Y al cabo de un mes de llevar
aquella vida deliciosa, el príncipe Hossein, que ya había puesto a su esposa al corriente de la promesa
que hubo de hacer a su padre el sultán, se vió obligado a interrumpir sus placeres y a despedirse de la
entristecida gennia. Y equipado y ataviado con más magnificencia que la primera vez, montó en su
hermoso caballo y se puso a la cabeza de sus jinetes, los hijos de los genn, para ir a hacer una visita a su
padre el sultán.
Y he aquí que, desde que partió la última vez del palacio de su padre, los consejeros favoritos del
sultán, que juzgaban del poderío del príncipe Hossein y de sus desconocidas riquezas por las pruebas que
de ello había dado él en los tres días que pasó en el palacio, no dejaron, durante su ausencia, de abusar
de la libertad que el sultán les concedía para hablarle y del ascendiente que sobre él habían ad quirido,
para tratar de hacer nacer en su alma sospechas contra su hijo y hacerle creer que el príncipe le hacía
sombra. Y le manifestaron que la prudencia más elemental exigía que supiese, por lo menos, en qué lugar
se hallaba el retiro de su hijo y de dónde sacaba todo el oro necesario para dispendios como los que
había hecho durante su estancia y para el fasto de que alardeaba, únicamente con intención, decían, de
humillar a su padre y de demostrar que no tenía necesidad de sus liberalidades ni de su tutela para vivir
como un príncipe. Y le dijeron que era muy de temer que se hiciese popular y sublevase a los súbditos
fieles contra su soberano para ponerse en lugar suyo.
Pero aunque aquellas palabras dejaron en él alguna duda, el sul tán no quiso creer que su hijo
Hossein, el preferido, fuese capaz de conspirar contra él, meditando un proyecto tan pérfido como aquél.
Y contestó a sus consejeros favoritos: "¡Oh vosotros cuya lengua se grega la duda y la suspicacia! ¿acaso
ignoráis que mi hijo Hossein me quiere y que estoy tanto más seguro de su ternura y de su fidelidad
cuanto que jamás le he dado motivo para que esté descontento de mí?" Pero el más atendido de los
favoritos repuso: "¡Oh rey del tiempo, que Alah te conceda larga vida! Pero ¿supones que el príncipe
Hos sein ha olvidado tan pronto lo que a él le parece una injusticia de tu parte por lo que concierne a la
decisión de la suerte con respecto a la princesa Nurennahar? ¿Y no se te ocurre, aunque de todo se
deduce claramente, que el príncipe Hossein no ha tenido el buen acuerdo de aceptar con sumisión el
decreto del Destino en vez de imitar el ejemplo de su hermano mayor, quien, antes de rebelarse contra la
cosa escrita, ha preferido vestir el hábito del derviche e ir a ponerse bajo la dirección espiritual de un
santo jeique versado en el conocí miento del Libro? Y además, ¡oh amo nuestro! ¿no observaste antes que
nosotros que, a la llegada del príncipe Hossein, él y sus gentes estaban descansados y sus trajes y los
adornos y monturas de sus caballos tenían el mismo brillo que si acabaran de salir de la mano del
fabricante? ¿Y no has notado que hasta los caballos tenían el pelo seco y reluciente y no estaban más
fatigados que si viniesen de un simple paseo? ¡Pues todo eso ¡oh rey! servirá para probarte que el
príncipe Hossein ha establecido su residencia secreta muy cerca de la capital para poder ejecutar a su
antojo sus planes perniciosos, y fomentar disturbios en el pueblo, y entregarse a sus propagandas sub -
versivas! ¡Habríamos, pues, faltado a nuestro deber ¡oh gran rey! si no nos hubiésemos impuesto la cruel
obligación de despertar tu atención en un asunto tan delicado como importante y grave, a fin de que te
decidas a velar por tu propia conservación y por el bien de tus súbditos fieles!"
Cuando el favorito hubo acabado este discurso lleno de malicia y de suspicacia, el sultán dijo: "En
verdad que no sé si debo creer o no creer esas cosas sorprendentes. ¡De todos modos, os agradezco
vuestra advertencia, y abriré más los ojos en el porvenir!" Y les des pidió, sin hacerles ver cuánto se le
había impresionado y alarmado el alma con sus palabras. Y con objeto de poder confundirles un día o
darles las gracias por su consejo bien intencionado, resolvió vigilar los actos y pasos de su hijo Hossein
a su próximo retorno.
Y he aquí que no tardó en llegar el príncipe, cumpliendo su pro mesa. Y su padre el sultán le recibió
con la misma alegría y la mis ma satisfacción que la primera vez, teniendo mucho cuidado de no
participarle las sospechas que despertaron en su espíritu los visires interesados en la perdición del
joven. Pero al día siguiente llamó a una vieja, famosa en el palacio por su hechicería y su malicia, y que
era capaz de destejer, sin romperlos, los hilos de una tela de araña. Y cuando estuvo ella entre sus manos,
le dijo: "¡Oh vieja de bendi ción! ha llegado el día en que vas a poder probar tu abnegación en interés de
tu rey. Sabe, pues, que desde que he vuelto a ver mi hijo Hossein no he podido obtener de él que me diga
en qué lugar se ha establecido. Y por no importunarle no he querido hacer valer mi au toridad y obligarle,
a pesar suyo, a revelar su secreto. Así es que te he hecho llamar, ¡oh reina de las hechiceras! porque te
creo lo bas tante hábil para satisfacer mi curiosidad sin que mi hijo ni nadie en el palacio pueda
sospecharlo. He de pedirte, pues, que pongas en jue go toda tu perspicacia y tu inteligencia, que no tiene
igual, para ob servar a mi hijo desde el momento de su partida, que tendrá lugar mañana por el alba. O
quizá sea mejor todavía que vayas hoy mismo, sin pérdida de tiempo, al sitio en que encontró su flecha,
cerca de la línea de rocas que limita la llanura por Oriente. ¡Porque allí ha encontrado su Destino al
mismo tiempo que su flecha!" Y la vieja hechicera contestó con el oído y la obediencia, y salió para ir a
las proximidades de las rocas y ocultarse allí de manera que pudiese verlo todo sin ser vista.
Y he aquí que al día siguiente abandonó el palacio el príncipe Hossein con sus jinetes al despuntar el
día, para no llamar la aten ción de los oficiales y de los transeúntes. Y llegado que fué a la excavación
donde estaba la puerta de piedra, desapareció con cuantos le acompañaban. Y la vieja hechicera vió todo
aquello y se asombró hasta el límite extremo del asombro.
Y cuando se repuso de su emoción salió de su escondrijo, y fué derecha a la cavidad por donde había
visto desaparecer personas y caballos. Pero a pesar de su diligencia, y por más que miró en todas
direcciones, yendo y volviendo sobre sus pasos varias veces, no dió con ninguna abertura ni con ninguna
entrada. Porque la puerta de piedra, que había sido visible para el príncipe Hossein desde que llegó por
primera vez allí, sólo se aparecía a ciertos hombres cuya presencia era agradable a la bella gennia, pero
nunca y en ningún caso se aparecía aquella puerta a las mujeres, sobre todo a las viejas feas y horribles a
la vista. Y rabiosa por no poder llevar más adelante sus investigaciones, la hechicera no pudo
desahogarse de otro modo que lanzando un cuesco, que hizo saltar los guijarros y levantó pol vareda. Y
con la nariz alargada hasta los pies, volvió al lado del sultán, y le dió cuenta de todo lo que había visto,
añadiendo: "¡Oh rey del tiempo! no he perdido la esperanza de ser más afortunada la vez próxima. ¡Y
solamente te pido que tengas algo de paciencia y no te informes los medios de que pienso servirme!" Y el
sultán, que ya es taba muy satisfecho de aquel primer resultado, contestó a la vieja: "¡Estás en completa
libertad de acción! ¡Ve con la protección de Alah, y yo esperaré aquí con paciencia el efecto de tus
promesas!" Y para estimularla le dió de regalo un maravilloso diamante, y le dijo: "Acep ta esto como
prueba de mi satisfacción. ¡Pero sabe que nada es en comparación de lo que pienso recompensarte si
obtienes éxito en tu empresa!" Y la vieja besó la tierra entre las manos del rey, y se fué por su camino.
Y he aquí que, un mes después de aquel acontecimiento, salió por la puerta de piedra, como la última
vez, el príncipe Hossein con su séquito de veinte jinetes soberbiamente equipados. Y al costear las rocas
divisó a una pobre vieja que estaba tendida en el suelo y gemía de una manera lamentable, como una
persona aquejada de un mal violento. Y estaba vestida de harapos y lloraba. Y el príncipe Hossein,
compadecido, detuvo su caballo, y preguntó dulcemente a la vieja cuál era su mal y qué podía hacer él
para aliviarla. Y la vieja artificiosa, que había ido a apostarse allí para conseguir lo que se proponía,
con testó, sin levantar la cabeza, con voz entrecortada por gemidos y ahogos: "¡Oh mi caritativo señor!
¡Alah es quien te envía para cavarme la tumba, porque voy a morir! ¡Ah, se me escapa el alma! ¡Oh mi
señor! ¡había yo salido de mi pueblo para ir a la ciudad, y en el camino se apoderó de mí una fiebre roja,
que me ha dejado sin fuerzas aquí, lejos de todo ser humano, y sin esperanza de que me socorrie ran!" Y el
príncipe Hossein, que tenía un corazón compasivo, dijo a la vieja: "¡Permite, mi buena tía, que te
levanten dos de mis hombres y te lleven al sitio adonde yo mismo voy a volver para que te cuiden!" E
hizo seña a dos de sus acompañantes para que incorporaran a la vieja. Y así lo hicieron; y uno de ellos la
puso luego a la grupa de su caballo. Y el príncipe desanduvo el camino, y llegó con sus jinetes a la puerta
de piedra, que hubo de abrirse para dejarles entrar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 814ª noche
Ella dijo:
...Y el príncipe desanduvo el camino, y llegó con sus jinetes a la puerta de piedra, que hubo de
abrirse para dejarles entrar.
Y al verlos volver sobre sus pasos de tal modo, y sin comprender qué motivo les había obligado a
ello, la princesa gennia se apresuró a salir al encuentro de su esposo el príncipe Hossein, quien, sin
apear se del caballo, le mostró con el dedo a la vieja, que parecía una agoni zante, y a quien dos jinetes
acababan de dejar en tierra, sosteniéndola por debajo de los brazos, y le dijo: "¡Oh soberana mía! Alah
puso en nuestro camino a esta pobre vieja en el estado lamentable en que la ves, y es preciso que le
procuremos socorro y asistencia. ¡La reco miendo, pues, a tu compasión, rogándote le prodigues cuantos
cuida dos juzgues necesarios!" Y la gennia princesa, que tenía fijas en la vieja sus miradas, dió orden a
sus mujeres de que la cogieran de ma nos de los jinetes y la llevaran a un aposento reservado, tratándola
con las mismas consideraciones y la misma atención que tendrían para su propia persona. Y cuando se
alejaron con la vieja las mujeres, la bella gennia dijo a su esposo, bajando la voz: "¡Alah premie tu
compasión, que parte de un corazón generoso! Pero desde ahora puedes estar tranquilo por esa vieja, que
no está más enferma que mis ojos, y yo sé la causa que aquí la trae y cuáles son las personas que la han
impulsado a ello y lo que se propuso al apostarse en tu camino. ¡Mas no tengas temor por eso, y estate
seguro de que, tramen lo que tra men contra ti con intención de mortificarte y de perjudicarte, yo sabré
defenderte, haciendo vanas cuantas emboscadas te preparen!" Y abra zándole de nuevo, le dijo: "¡Parte
bajo la protección de Alah!" Y el príncipe Hossein, habituado ya a no pedir explicaciones a su esposa la
gennia, se despidió de ella y otra vez emprendió su camino hacia la capital de su padre, adonde no tardó
en llegar con su séquito. Y el sultán le recibió como de costumbre, sin dejar entrever ante él ni ante sus
consejeros los sentimientos que le embargaban.
En cuanto a la vieja hechicera, las dos doncellas de la bella gen nia la condujeron, pues, a un hermoso
aposento reservado y la ayudaron a acostarse en un lecho con colchones de raso bordado, sábanas de
seda fina y mantas de tisú de oro. Y una de ellas le ofreció una taza llena de agua de la Fuente de los
Leones, diciéndole: "¡Aquí tienes una ta za de agua de la Fuente de los Leones, que cura las enfermedades
más tenaces y devuelve la salud a los moribundos!" Y la vieja bebió el contenido de la taza, y unos
instantes después exclamó: "¡Qué licor tan admirable! ¡Me siento curada, como si me hubieran sacado
con te nazas el mal! ¡Por favor, daos prisa a conducirme a presencia de vuestra ama, con objeto de darle
gracias por su bondad y hacerle pa tente mi gratitud!" Y se levantó acto seguido, fingiendo encontrarse
restablecida de un mal que no hubo de sufrir. Y las dos doncellas la llevaron por varios aposentos, a cual
más magnífico, hasta la sala en que se hallaba su ama.
Y he aquí que la bella gennia estaba sentada en un trono de oro macizo, enriquecido de pedrerías, y
rodeada por muchas de sus damas de honor, que eran todas encantadoras e iban vestidas de manera tan
maravillosa como su señora. Y la vieja hechicera, deslumbrada con todo lo que veía, se prosternó a los
pies del trono, balbuceando gracias. Y le dijo la gennia: "Me satisface ¡oh buena mujer! que te hayas cu -
rado. Y ahora eres libre de permanecer en mi palacio todo el tiempo que quieras. ¡Y mis mujeres van a
ponerse a tu disposición para ense ñarte mi palacio!" Y la vieja, tras de besar la tierra por segunda vez, se
levantó y se dejó guiar por las dos jóvenes, que le enseñaron el pa lacio con todos sus detalles
maravillosos. Y cuando la hicieron reco rrerlo por completo, se dijo ella que más valdría retirarse
entonces que había visto lo que quería ver. Y expuso este deseo a las dos jóvenes, después de darles las
gracias por su amabilidad. Y la hicieron salir por la puerta de piedra, deseándole feliz viaje. Y en cuanto
se vió ella en medio de las rocas retrocedió para observar el emplazamien to de la puerta y poder
encontrarla; pero como la puerta era invisi ble para las mujeres de su especie, la buscó en vano; y se vió
obligada a volverse sin dar con el camino.
Y cuando llegó a presencia del sultán le dió cuenta de todo lo que había hecho, de cuanto había visto
y de la imposibilidad en que se hallaba de encontrar la entrada del palacio. Y el sultán, bastante
satisfecho con aquellas explicaciones, convocó a sus visires y a sus fa voritos y les puso al corriente de la
situación, pidiéndoles su opinión.
Y unos le aconsejaron que condenara a muerte al príncipe Hossein, diciéndole que conspiraba contra
su trono, y otros opinaron que más valdría apoderarse de él y encerrarle para el resto de sus días. Y el
sultán se encaró con la vieja, y le preguntó: "¿Y a ti qué te parece?" Ella dijo: "¡Oh rey del tiempo! me
parece que lo mejor sería utilizar las relaciones que tiene tu hijo con esa gennia para pedir y obtener de
ella maravillas como las que hay en su palacio. ¡Y si se niega él o se niega ella, sólo entonces habrá que
pensar en el procedimiento violento que acaban de indicarte los visires!" Y dijo el rey: "¡No hay
inconveniente!" E hizo ir a su hijo, y le dijo: "¡Oh hijo mío! ya que eres más rico y más poderoso que tu
padre, ¿podrás traerme, la pró xima vez, alguna cosa que me complazca, por ejemplo, una tienda her mosa
que me sirva para la caza y para la guerra?" Y el príncipe Hos sein contestó como debía, haciendo patente
a su padre la alegría que sentiría al poder satisfacerle.
Y cuando estuvo de vuelta junto a su esposa la gennia, le participó el deseo de su padre, y contestó
ella: "¡Por Alah! ¡lo que nos pide el sultán es una bagatela!" Y llamó a su tesorera, y le dijo: "Id por el
pabellón mayor que haya en mi tesoro! ¡Y decid a vuestro guarda Schaibar que me lo traiga!" Y la
tesorera se apresuró a ejecutar la orden. Y volvió unos instantes después acompañada del guarda del te -
soro, que era un genni de especie muy particular. En efecto, era de pie y medio de alto, tenía una barba de
treinta pies, un bigote espeso y erguido hasta las orejas, y unos ojos como los ojos del cerdo, muy
metidos en la cabeza, que era tan gorda como su cuerpo; y llevaba en un hombro una barra de hierro que
pesaba cinco veces más que él, y en la otra mano llevaba un paquetito envuelto. Y la gennia le dijo: "¡Oh
Schaibar! vas a acompañar en seguida a mi esposo, el príncipe Hossein, a presencia de su padre el
sultán. ¡Y harás lo que debas hacer!" Y Schaibar contestó con el oído y la obediencia, y preguntó: "¿Y es
preciso también ¡oh mi señora! que lleve el pabellón que tengo en la mano?" Ella dijo: "¡Claro! ¡pero
antes lo desenvol verás aquí para que lo vea el príncipe Hossein!" Y Schaibar fué al jardín y desdobló el
paquete que llevaba. Y de él salió un pabellón que, completamente desplegado, podría resguardar a todo
un ejército, y que tenía la propiedad de agrandarse y achicarse con arreglo a lo que tenía que cubrir. Y
tras de enseñarlo, lo volvió a plegar e hizo con él un paquete que cabía en la palma de la mano. Y dijo el
príncipe Hossein: "¡Vamos a ver al sultán!"
Y cuando el príncipe Hossein, con Schaibar de espolique, llegó a la capital de su padre, todos los
transeúntes corrieron a esconderse en las casas y en las tiendas, cuyas puertas se apresuraron a cerrar,
poseídos de espanto a la vista del genni enano, que iba con su barra de hierro al hombro. Y a su llegada a
palacio, los porteros, los eunu cos y los guardias se pusieron en fuga, lanzando gritos de terror. Y entraron
ambos en el palacio y se presentaron al sultán, que estaba ro deado de sus visires y de sus favoritos y
charlaba con la vieja hechi cera. Y avanzando hasta las gradas del trono, Schaibar esperó a que el
príncipe Hossein hubiese saludado a su padre, y dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡te traigo el pabellón!" Y lo
desplegó en medio de la sala, y se puso a agrandarlo y a achicarlo, manteniéndose a cierta distancia.
Luego blandió de pronto la barra de hierro, y la descargó en la cabeza del gran visir y le mató del golpe.
Después mató de la misma manera a los demás visires y a todos los favoritos, que, inmóviles de espanto,
no tenían fuerzas ni para levantar un brazo con objeto de defenderse. Y mató más tarde a la vieja
hechicera, diciéndole: "¡Para que apren das a hacerte la agonizante!" Y cuando mató de tal modo a todos
los que tenía que matar, volvió a echarse al hombro la barra, y dijo al rey: "¡Les he castigado para que
expíen sus malos consejos! En cuan to a ti, ¡oh rey! aunque has sido débil de voluntad, como si pensaste
matar o encarcelar al príncipe Hossein fué sólo impulsado por ellos, te indulto de la misma pena. Pero te
destituyo de tu realeza. ¡Y si piensa protestar alguno en la ciudad, le mataré! ¡E incluso mataré a toda la
ciudad, si se niega a reconocer por rey al príncipe Hossein! ¡Y ahora, baja ya y vete, o te mato!" Y el rey
se apresuró a obedecer, y bajando de su trono salió de su palacio y se fué a vivir en soledad con su hijo
Alí, sometiéndose a la obediencia del santo derviche.
En cuanto al príncipe Hassán y a su esposa Nurennahar, como no habían intervenido en la
conspiración, cuando el príncipe Hossein fué rey les asignó como feudo la provincia más hermosa del
reino y mantuvo con ellos las relaciones más cordiales. Y el príncipe Hossein vivió con su esposa, la
bella gennia, en medio de delicias y prosperida des. Y dejaron ambos numerosa posteridad, que, a la
muerte de ellos, reinó durante años y años. ¡Pero Alah es más sabio!
Y tras de contar así esta historia, Schehrazada se calló. Y le dijo su hermana Doniazada: "¡Oh
hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y deleitosas son tus palabras!"
Y Schehrazada sonrió, y dijo: "¿Pues qué es eso comparado con lo que os contaré aún, si el rey me lo
permite?" Y el rey Schahriar se dijo: "¿Qué podrá contarme aún que no conozca yo?" Y dijo a
Schehrazada: "¡Tienes permiso para ello!"
Y Schehrazada dijo:
Historia de Sarta-de-Perlas
En los anales de los sabios y los libros del pasado se cuenta que el Emir de los Creyentes Al-
Motazid Bi'llah, décimosexto califa de la casa de Abbas, nieto de Al-Mota-wakkil, nieto de Harún Al-
Raschid, era un príncipe dotado de alma superior, de corazón intrépido y de sentimientos elevados, lleno
de distinción y de elegancia, de nobleza y de gracia, de bravura y de gallardía, de majestad y de
inteligencia, igualando a los leones en fuerza y en valor, y además, con un ingenio tan fino, que estaba
considerado como el poeta más grande de su tiem po. Y en Bagdad, su capital, tenía, para ayudarle a
llevar los asuntos de su inmenso imperio, sesenta visires llenos de un celo infatigable, que velaban por
los intereses del pueblo con la misma incansable actividad que su señor. Con lo cual no permanecía
oculto para él nada de cuan to pasaba en su reino, en los países que extendíanse desde el desierto de
Scham hasta los confines del Maghreb, y desde las montañas del Khorassán y el mar occidental hasta los
límites profundos de la India y del Afghanistán, ni siquiera el acontecimento más fútil en apariencia.
Y he aquí que un día en que se paseaba con Ahmad Ibn-Hamdún el narrador, su íntimo y preferido
compañero de copa, y el mismo a quien debemos la transmisión oral de tantas hermosas historias y poe -
mas maravillosos de nuestros padres antiguos, llegó ante una morada de apariencia señorial,
deliciosamente recatada entre jardines, y cuya armónica arquitectura pregonaba los gustos de su
propietario con mu cha más delicadeza de lo que hubiese hecho la lengua más elocuente. Porque para
quien, como el califa, tenía los ojos sensibles y el alma aten ta, aquella morada era la elocuencia misma.
Y estando ambos sentados en el banco de mármol que daba frente a la morada, y mientras
descansaban allí de su paseo, respirando la suave brisa que llegaba embalsamada con el alma de los
lirios y de los jaz mines, vieron aparecer ante ellos, saliendo de lo umbrío del jardín, a dos jóvenes
hermosos cual la luna en su décimocuarto día. Y char laban los tales entre sí, sin advertir la presencia de
los dos extranjeros sentados en el banco de mármol. Y uno de ellos decía a su interlocutor: "¡Haga el
cielo ¡oh amigo mío! que en este día de esplendor ven gan a visitar a nuestro amo huéspedes del azar!
¡Porque le entristece que haya llegado la hora de la comida sin que esté allí nadie para hacerle compañía,
cuando, por lo general, tiene siempre a su lado amigos y extranjeros a quienes regala con delicias y a
quienes alberga magníficamente!" Y contestó el otro joven: "Cierto que es la primera vez que sucede
semejante cosa y se encuentra solo nuestro amo en la sala de los festines. Muy extraño es que, a pesar de
la dulzura de este día de primavera, ningún paseante se haya fijado, para descansar, en nuestros jardines,
tan hermosos, que de ordinario vienen a visitarlos desde el interior de las provincias.
Al oír estas palabras de los dos jóvenes, Al-Motazid quedó extre madamente asombrado de saber que
no sólo existía en su capital un señor de alto rango, cuya morada le era desconocida, sino que aquel señor
llevaba una vida tan singular y no le gustaba la soledad en las comidas. Y pensó: "¡Por Alah! ¡A mí, que
soy el califa, a menudo me gusta estar a solas conmigo mismo, y moriría en el más breve plazo si tuviese
que sentir a perpetuidad una vida extraña al lado de mí! ¡que tan inestimable es a veces la soledad!"
Luego dijo a su fiel comensal: "¡Oh lbn-Hamdún! ¡oh narrador de lengua de miel! tú, que conoces
todas las historias del pasado y na da ignoras de los acontecimientos contemporáneos, ¿sabías de la exis -
tencia del hombre propietario de este palacio? ¿Y no te parece que nos urge entablar conocimento con
uno de nuestros súbditos, cuya vida es tan diferente a la vida de los demás hombres, y tan asombrosa de
fasto solitario? Y además, ¿no me dará eso ocasión de ejercer con uno de mis súbditos nobles una
generosidad que yo quisiera fuese todavía más magnífica que aquella con la cual debe tratar él a sus
huéspedes fortuitos?" Y contestó el narrador lbn-Hamdún: "Sin duda que el Emir de los Creyentes no
tendrá que arrepentirse de su visita a este señor desconocido para nosotros. ¡Voy, pues que tal es el deseo
de mi señor, a llamar a esos dos encantadores jóvenes y a anunciarles nues tra visita al propietario de ese
palacio!" Y se levantó del banco, así co mo Al-Motazid, que iba disfrazado de mercader, según su
costumbre. Y apareció ante los dos buenos mozos, a los cuales dijo: "¡Por Alah sobre vosotros dos! id a
prevenir a vuestro amo de que a su puerta hay dos mercaderes extranjeros que solicitan la entrada en su
morada y reclaman el honor de presentarse entre sus manos".
Y en cuanto oyeron ambos jóvenes estas palabras, volaron, jubi losos, a la morada, en el umbral de la
cual no tardó en aparecer el dueño del dominio en persona, y era un hombre de rostro claro, de facciones
finas y delicadas, de aspecto elegante y de actitud llena de simpatía...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 515ª noche
Ella dijo:
...Y era un hombre de rostro claro, de facciones finas y delica das, de aspecto elegante y de actitud
llena de simpatía. E iba vestido con una túnica de seda de Nischabur, llevaba a los hombros un manto de
terciopelo con franjas de oro, y en un dedo ostentaba un anillo de rubíes. Y se adelantó hacia ellos con
una sonrisa de bienvenida en los labios y llevándose la mano izquierda al corazón, les dijo: "¡La zalema
y la cordialidad para los señores benévolos que nos favorecen con el favor supremo de su llegada!"
Y entraron en la morada, y al ver los visitantes su maravillosa disposición, la creyeron un trozo del
propio Paraíso, porque su hermo sura interior superaba con mucho a su hermosura externa, y sin duda
haría perder al enamorado torturado el recuerdo de su bienamada.
Y en la pila de alabastro de la sala de reunión, donde cantaba un surtidor de diamante, mirábase un
jardinillo que era una delicia de frescura y un encanto. Porque aunque el jardín grande circundaba la
morada con todas las flores y todas las frondas que adornan la tierra de Alah, y aunque por su esplendor
era una locura de vegeta ción, el jardinillo era una cordura indudablemente. Y las plantas que lo
componían eran cuatro flores, sí, sólo eran cuatro flores, en verdad, pero como no las habían
contemplado ojos humanos más que en los primeros días de la tierra.
La primera flor era una rosa inclinada sobre el tallo y sola en absoluto, no la de los rosales, sino la
rosa original, cuya hermana había florecido en el Edén antes de la bajada furiosa del ángel. Y era una
llama de oro rojo encendida por sí misma, un fuego de alegría avivado desde dentro, una aurora
magnífica, vivaz, encarnadina, ater ciopelada, fresca, virginal, inmaculada, deslumbradora. Y contenía en
su corola la púrpura necesaria para la túnica de un rey. En cuanto a su olor hacía entreabrirse en un latido
los abanicos del corazón, y de cía al alma: "¡Embriágate!", y prestaba alas al cuerpo, diciéndole: ¡ Vuela!
"
Y la segunda flor era un tulipán erguido en su tallo y solo en absoluto, no un tulipán de cualquier
parterre real, sino el tulipán an tiguo, regado con sangre de dragones, aquel cuya especie, abolida, flo -
recia en Iram-de-las-Columnas, y cuyo color decía a la copa de vino añejo: "¡Yo embriago sin que me
toquen los labios!", y al tizón in flamado: "¡Yo quemo, pero no me consumo!"
Y la tercera flor era un jacinto erguido en su tallo y solo en ab soluto, no el de los jardines, sino el
jacinto padre de los lirios, el que tiene un blanco puro, el delicado, el oloroso, el frágil, el cándido
jacinto que decía al cisne cuando salía del agua: "¡Soy más blanco que tú!"
Y la cuarta flor era un clavel inclinado sobre su tallo y solo en absoluto, no, ¡oh! no el clavel de las
terrazas que riegan por la noche las jóvenes, sino un globo incandescente, una partícula del sol que se
hunde por Poniente, un pomo de olor encerrando el alma volátil de la pimienta, el propio clavel cuyo
hermano fué ofrecido por el rey de los genn a Soleimán para que con él adornara la cabellera de Balkis y
prepararse el Elixir de larga vida, el Bálsamo espiritual, el Alcali real y la Triaca.
Y sólo con tocar estas cuatro flores, aunque no fuese más que en imagen, el agua de la pila tenía
numerosos estremecimientos de emoción, incluso cuando se callaba el surtidor musical y cesaba la luvia
de dia mante. Y como sabían que eran tan hermosas, las cuatro flores se incli naban sonrientes sobre sus
tallos y se miraban con atención.
Y excepto estas cuatro flores que había en aquella pila, nada adornaba aquella sala de mármol blanco
y de frescura. Y descansaba allí satisfecha la mirada, sin pedir nada más.
Cuando el califa y su compañero se sentaron en el diván, cubierto con un tapiz de Khorassán, el
huésped, tras de nuevos deseos de bien venida, les invitó a compartir con él la comida, compuesta de
cosas exquisitas que acababan de llevar en bandejas de oro los servidores y que colocaban en taburetes
de bambú. Y la comida se celebró con la cordialidad de que usan los amigos para con sus amigos, y se
animó con la entrada que, a una señal del huésped, hicieron cuatro jóvenes de rostro de luna, que eran la
primera una tañedora de laúd, la segunda una tañedora de címbalos, la tercera una cantarina y la cuarta
una danzarina. Y en tanto que con la música, el canto y la gracia de los movimientos completaban entre
las cuatro la armonía de aquella sala y encantaban el aire, el huésped y sus dos invitados probaban los
vinos en las copas y se endulzaban con las frutas cogidas en rama, tan her mosas, que sólo podrían
proceder de árboles del Paraíso.
Y el narrador lbn-Hamdún, aunque estaba habituado a que le tratase suntuosamente su señor, se sintió
con el alma tan exaltada por los vinos generosos y por tantas lindezas reunidas, que se volvió hacia el
califa con ojos inspirados, y con la copa en la mano recitó un poe ma que acababa de surgir en él al
recuerdo de un joven amigo que po seía:
Y dijo con su hermosa voz rítmica:
¡Oh tú, cuya mejilla está modelada en la rosa silvestre y moldea da como la de un ídolo de
la China!
¡Oh jovenzuelo de ojos de azabache, de formas de hurí! ¡aban dona tus posturas perezosas,
cíñete los riñones y haz reír en la copa este vino color de tulipán nuevo!
Porque hay horas para la prudencia y otras para la locura! ¡Echame de este vino hoy!
¡Pues ya sabes que me gusta la sangre extraída de la garganta de los barriles cuando es pura
como tu corazónl
¡Y no me digas que este licor es pérfido! ¿Qué importa la em briaguez a quien nació ebrio?
¡Hoy mis anhelos son complicados al igual de tus bucles!
¡Y no me digas que para los poetas es funesto el vino! ¡Porque mientras sea, como hoy, azul
la túnica del cielo y verde el traje de la tierra, querré beber hasta morir!
¡A fin de que los jóvenes de rostro hermoso que vayan a visitar mi tumba, al respirar el olor
del vino, victorioso de la tierra, que exhalarán mis cenizas, se sientan ebrios ya por el solo
efecto de este olor!
Y acabando de improvisar este poema, el narrador levantó los ojos hacia el califa para sorprender en
su rostro el efecto producido por los versos. Pero en vez de la satisfacción que esperaba ver, notó tal
expresión de contrariedad y de cólera reconcentrada, que dejó escapar de su mano la copa llena de vino.
Y tembló con toda el alma, y se habría creído perdido sin remisión, si no hubiese notado también que el
califa no parecía haber oído los versos recitados, y si no le hubiese visto con los ojos extraviados y
como distraídos en la solución de un problema insondable. Y se dijo: "¡Por Alah, que hace un instante
tenía el rostro satisfecho, y hele aquí ahora negro de contrariedad y tan tempestuoso como no lo he visto
nunca! ¡Y sin embargo, por más que estoy acostumbrado a leer sus pensamientos en la expresión de sus
facciones y a adivinar sus sentimientos, no sé a qué atribuir esta mudanza súbita! ¡Alah aleje el Maligno y
nos preserve de sus ma leficios!"
Y mientras él se torturaba de tal suerte el espíritu para llegar a penetrar el motivo de aquella cólera,
el califa lanzó de pronto a su huésped una mirada cargada de desconfianza, y contrariando todas las
reglas de la hospitalidad, y a despecho de la costumbre que exige que jamás el huésped y el invitado se
pregunten sus nombres y cua lidades, preguntó al dueño del dominio con voz que intentaba repri mir:
"¿Quién eres, ¡oh hombre!?"
El huésped, que al oír esta pre gunta había cambiado de color y se sintió en extremo mortificado, no
quiso, empero, negarse a contestar, y dijo: "Me llaman generalmente Abu'l Hassán Alí ben-Ahmad Al-
Khorassani".
Y añadió el califa: "¿Y sabes quién soy?" Y contestó el huésped, más pálido aún: "No, por Alah, que
no tengo ese honor, ¡oh mi señor!"
Entonces, advirtiendo cuán penosa se hacía la situación, Ibn -Hamdún se levantó, y dijo al joven: "¡Oh
huésped nuestro! estás en presencia del Emir de los Creyentes, el califa Al-Motazid Bi'llah, nieto de Al-
Motawakkil Ala'llah".
Al oír estas palabras, el dueño del dominio se levantó a su vez en el límite de la emoción, y besó la
tierra: "¡Oh Emir de los Cre yentes! ¡por las virtudes de tus generosos antecesores los beneméri tos, te
conjuro a que perdones a tu esclavo los errores en que sin duda alguna, por inadvertencia, haya podido
incurrir para con tu augusta persona, o la falta de cortesía de que haya podido hacerse reo, o la falta de
consideraciones, o la falta de generosidad!" Y contestó el ca lifa: "¡Oh hombre! no tengo que reprocharte
ninguna falta de ese género. Por el contrario, has dado prueba conmigo de una generosi dad que te
envidiarían los más munificentes entre los reyes. ¡Y si te he interrogado, por lo visto fué porque una
causa muy grande me impulsó a ello de pronto, cuando yo no pensaba más que en darte las gracias por
todo lo que de hermoso había visto en tu casa!"
Y dijo el huésped, azorado: "¡Oh mi señor soberano! ¡por favor, no hagas pesar tu cólera sobre tu
esclavo sin haberle convencido de su crimen antes!" Y dijo el califa: "¡Al primer golpe de vista he
notado ¡oh hombre! que en tu casa todo, desde los muebles hasta las mismas ro pas que sobre ti llevas,
ostenta el nombre de mi abuelo Al-Motawakkil Ala'llah! ¿Puedes explicarme circunstancia tan extraña?
¿Y no debo pensar en algún saqueo clandestino del palacio de mis santos abuelos? Habla sin reticencias,
o te espera la muerte al instante".
Y en lugar de turbarse, el huésped recobró su aire afable y su sonrisa y con su voz más apacible dijo:
"Sean contigo las gracias y la protección del Todopoderoso, ¡oh mi señor! ¡Ciertamente, hablaré
Sin reticencias pues la verdad es tu ropa interior, la sinceridad tu traje exterior, y en tu presencia
nadie podría expresarse de otro modo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 816ª noche
Ella dijo:
"¡Ciertamente hablaré sin reticencias, pues la verdad es tu ropa interior, la sinceridad tu traje
exterior, y en tu presencia nadie podría expresarse de otro modo!"
Y el califa le dijo: "¡En ese caso, siéntate y habla!"
"Has de saber ¡oh Emir de los Creyentes! (¡pluguiera a Alah prolongarte triunfos y favores!) que no
soy, como pudiera suponerse, ni un hijo del rey, ni un cherif, ni un hijo de visir, ni nada que de cerca o de
lejos tenga que ver con la nobleza de nacimiento. Pero mi historia es una historia tan extraña, que si se
escribiese con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de enseñanza a quien la leyera con respeto y
atención. Porque, aunque yo no sea noble, hijo de noble, ni de una famila noble, creo que puedo afirmar a
mi señor, sin ánimo de mentir, que la tal historia le satisfará, si quiere prestarme oído, y aplacará su
cólera acumulada contra el esclavo que le habla".
Y Abu'l Hassán dejó de hablar por un instante, coordinó sus re cuerdos, los precisó en su
pensamiento, y continuó de este modo:
"He nacido en Bagdad ¡oh Emir de los Creyentes! de un padre y una madre que sólo me tenían a mi
por toda posteridad. Y mi pa dre era un simple mercader del zoco, si bien era el más rico entre los
mercaderes y el más respetado. Y no era mercader en un zoco úni camente, sino que en cada zoco tenía
una tienda que era la más her mosa, lo mismo en el zoco de los cambistas, que en el de los drogue ros, que
en el de los mercaderes de telas. Y en cada una de sus tiendas tenía un representante hábil para las
operaciones de venta y de com pra. Y en el piso de encima de cada trastienda poseía un cuarto reser vado
en que poder ponerse cómodo, al abrigo de las idas y venidas, y dormir la siesta en la época de los
calores, mientras que, para re frescarse durante su sueño, un esclavo desempeñaba las funciones de
hacerle aire con un abanico, abanicándole con respeto los testículos especialmente. Pues mi padre tenía
los testículos sensibles al calor, y nada le hacía tanto bien como la brisa del abanico.
Como yo era su único hijo, me quería con ternura, no me pri vaba de nada y no perdonaba ningún
dispendio para mi educación. Y además, de año en año se multiplicaban sus riquezas, gracias a la
bendición, y resultaban difíciles de enumerar. Y entonces fué cuando, al llegar la hora de su Destino,
murió (¡Plegue a Alah cubrirle con Su misericordia, admitirle en Su paz y alargar con los días que perdió
el difunto la vida del Emir de los Creyentes!)
En cuanto a mí, habiendo heredado de mi padre bienes inmensos, continué haciendo marchar, como en
vida suya, los negocios del zoco. Y por cierto que no me privaba de nada, comiendo, bebiendo y divir -
tiéndome en la medida de mis fuerzas con mis amigos predilectos. Y me pareció que la vida era
excelente, y traté de hacérsela a los demás tan agradable como resultaba para mí. Por eso era mi dicha
completa y sin amargura, y no deseaba yo nada mejor que mi vida de todos los días. Porque todo eso que
los hombres llaman ambición, y que los vanidosos llaman gloria, y que los pobres de espíritu llaman
renom bre, y los honores y el ruido, eran un sentimento insoportable para mí. Y me prefería yo a todo eso.
Y a las satisfacciones de fuera prefería la tranquilidad de mi existencia, y a las falsas grandezas mi
sencilla felicidad escondida entre mis amigos de rostro dulce.
Pero ¡oh mi señor! por muy sencilla y límpida que sea una vida, jamás está libre de complicaciones.
Y yo mismo había de experimentar lo pronto como mis semejantes. Y fué bajo el aspecto más encantador
como entró en mi vida la complicación. Pues Alah, ¿hay en la tierra encanto comparable al de la belleza
cuando, para manifestarse, elige el rostro y las formas de una adolescente de catorce años? ¿Y hay ¡oh mi
señor! adolescente más seductora que la que no se espera, cuando, para abrasarnos el corazón, tiene el
rostro y las formas de una joven zuela de catorce años? Porque bajo ese aspecto, y no bajo otro, fué como
se me apareció ¡oh Emir de los Creyentes! la que para siempre había de sellarme la razón con el sello de
su imperio.
En efecto, estaba un día yo sentado delante de mi tienda, y char laba de unas cosas y de otras con mis
amigos habituales, cuando vi detenerse frente a mí a una arrebatadora y sonriente joven, ataviada con dos
ojos babilónicos, que me lanzó una mirada, una sola mirada, y nada más. Y como bajo la picadura de una
flecha acerada, me estre mecí en mi alma y en mi carne, y sentí que se conmovía todo mi ser como ante la
llegada misma de mi dicha. Y al cabo de un instante avanzó hacia mí la joven, y me dijo: "¿Es aquí, por
ventura, la tien da reservada del señor Abu'l Hassán Alí ben-Ahmad Al-Khorassani?" Y me preguntó esto
¡oh mi señor! con una voz de agua corriente; y se erguía ante mí, esbelta y flexible en su gracia; y bajo el
velo de muselina, su boca de virgen niña era una corola de púrpura abriéndose sobre dos húmedas hileras
de granizos. Y contesté, levantándome en honor suyo: "¡Sí, ¡oh mi señora! ésta es la tienda de tu esclavo!"
Y mis amigos, por discreción, se levantaron todos y se marcharon.
Entonces la joven entró en la tienda, ¡oh Emir de los Creyentes! arrastrando mi razón tras su
hermosura. Y se sentó en el diván como una reina, y me preguntó: "¿Y dónde está él?" Muy azorado y
traban doseme de emoción la lengua, contesté: "Soy yo mismo, ¡ya setti!" Y sonrió ella con la sonrisa de
su boca, y me dijo: "Di entonces a ese dependiente tuyo que me cuente trescientos dinares de oro". Y al
ins tante me encaré con mi primer contable, y le di orden de pesar tres cientos dinares y entregárselos a
aquella dama sobrenatural. Y tomó ella el saco de oro que le entregaba mi empleado, y levantándose se
marchó, sin tener una palabra de agradecimiento ni un gesto de despedida. Y en verdad, ¡oh Emir de los
Creyentes! que mi razón no pudo hacer otra cosa que continuar tras ella, atada a sus pies.
Y he aquí que, cuando la hermosa joven hubo desaparecido, mi dependiente me dijo respetuosamente:
"¡Oh mi señor! ¿a nombre de quién debo inscribir la suma adelantada?" Yo contesté: "¡Ah! ¿lo sé yo
acaso? ¿Y desde cuándo inscriben los humanos en sus libros de cuentas los nombres de las huríes? Si
quieres, escribe: Adelantada la suma de trescientos dinares a la Abrasadora-de-Corazones".
Cuando mi primer contable oyó estas palabras, se dijo: "¡Por Alah! Mi amo, que de ordinario es tan
mirado, no obra conmigo de un modo tan inconsecuente más que para poner a prueba mi sagacidad y mi
deber. ¡Voy, pues, a echar a correr detrás de la desconocida y a preguntarle su nombre!" Y sin
consultarme sobre el particular, salió de la tienda, lleno de celo, y echó a correr en pos de la joven, que
ya se había perdido de vista. Y al cabo de cierto tiempo volvió a la tien da, pero con la mano en su ojo
izquierdo y con el rostro bañado en lágrimas. Y se fué, cabizbajo, a ocupar su sitio en la caja, limpián -
dose las mejillas. Y le pregunté: "¿Qué te pasa?" Me contestó: "Ale jado sea el Maligno, ¡oh mi señor!
Creí obrar bien siguiendo a la joven señora que estaba aquí, con intención de preguntarle su nombre. Pero
en cuanto sintió que la seguían se volvió bruscamente hacia mí, y me asestó en el ojo izquierdo un
puñetazo que por poco me parte la cabeza. Y aquí me tienes con un ojo aplastado por una mano más fuerte
que la de un herrero".
¡Eso fué todo!
¡Loores a Alah, ¡oh mi señor! que esconde tanta fuerza en las manos de las gacelas y pone tanta
prontitud en sus mo vimientos!
Y todo aquel día permanecí con el espíritu encadenado por el recuerdo de aquellos ojos de asesinato,
y con el alma torturada a la par que refrescada por el paso de la que me arrebató la razón.
Y he aquí que al día siguiente a la misma hora, mientras yo me abismaba en su amor, vi de pie ante mi
tienda a la encantadora, que me miraba sonriendo. Y a su vista estuvo a punto de huírseme de ale gría la
poca razón que me quedaba. Y cuando abría yo la boca para desearle la bienvenida, me dijo ella: "Sin
duda, ya Abu'l Hassán, ha brás dicho para tu ánima, pensando en mí: "¿Qué trapisonda no será, que ha
cogido lo que ha cogido y se ha marchado tan tranquila?"
Pero yo contesté: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, ¡oh mi soberana! ¡No has hecho más
que tomar lo que te pertenecía, pues aquí todo es de tu propiedad, el recipiente con el contenido! ¡En
cuan to a tu esclavo, su alma ya no es de él desde que viniste, y está com prendida en el lote de objetos sin
valor de esta tienda!" Y al oír aque llo, la joven se levantó el velillo del rostro, y se inclinó como una
rosa en el tallo de un lirio, y se sentó riendo, con un ruido de brazaletes y de sedas. Y entró con ella en la
tienda el olor balsámico de todos los jardines.
Luego me dijo: "¡Sí así es, ya Abu'l Hassán, cuéntame quinientos dinares!" Y contesté: "¡Escucho y
obedezco!" Y tras de hacer pesar los quinientos dinares, se los di. Y los tomó y se marchó. Y esto fué
todo. Y como la víspera, continué sintiéndome prisionero de sus en cantos y cautivo de su belleza. Y sin
saber qué sortilegio era el que me había dejado sin pensamiento ni raciocinio, no pude determinarme a
tomar un partido o a hacer un esfuerzo que me sacara del estado de embrutecimiento en que me hallaba
sumido.
Pero al día siguiente, estando yo más pálido e inactivo que nun ca, apareció ante mí ella, con sus
largos cabellos de llama y de tinie blas y su sonrisa enloquecedora. Y sin pronunciar una palabra aquella
vez, puso el dedo en un tapete de terciopelo del que pendían joyas ines timables, y se limitó a acentuar su
sonrisa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 817ª noche
Ella dijo:
...Sin pronunciar una palabra aquella vez, puso el dedo en un tapete de terciopelo del que pendían
joyas inestimables, y se limitó a acentuar su sonrisa. Y al instante i oh Emir de los Creyentes! aparté el
tapete de terciopelo, lo doblé con todo lo que contenía, y se lo entre gué a la hechicera, que lo cogió y se
marchó sin más ni más.
Pero al verla desaparecer aquella vez, no pude determinarme a seguir inmóvil, y sobreponiéndome a
mi timidez, que me hacía temer una afrenta semejante a la que había sufrido mi contable, me levanté y
seguí sus huellas. Y caminando de tal suerte tras ella, llegué a orillas del Tigris, donde la vi embarcarse
en un barquito que, con remos rá pidos, ganó el palacio de mármol del Emir de los Creyentes Al-Mota -
wakkil, abuelo tuyo, ¡oh mi señor! Y al ver aquello, llegué al límite de la inquietud y pensé para mi
ánima: "¡Hete aquí ahora, ya Abu'l Hassán, metido en aventuras y llevado en el molino de la complica -
ción!"
Y a pesar mío, medité en esta frase del poeta:
¡Ten cuidado y examina bien el brazo blanco y dulce de la bien amada, el cual te parece más
blando, para apoyar en él tu frente, que el plumón de los cisnes!
Y permanecí pensativo mucho rato, mirando sin verla el agua del río, y toda mi vida, pasada sin
tropiezos y tan dulcemente monótona, desfiló ante mis ojos, siguiendo la corriente de aquella agua, en
barcas sucesivas y semejantes todas. Y de pronto reapareció ante mis ojos la barca colgada de púrpura
que la joven hubo de utilizar y que entonces estaba amarrada al pie de la escalera de mármol y sin
remeros. Y ex clamé: "¡Por Alah! ¿no te da vergüenza de tu vida somnolienta, ya Abu'l Hassán? ¿Y cómo
te atreves a vacilar entre esa pobre vida y la vida ardiente que llevan los que no temen la complicación?
Por lo visto, no conoces esta otra frase del poeta:
¡Levántate, amigo, y sacude tu modorra! ¡La rosa de la dicha no florece en el sueño! ¡No
dejes pasar sin quemarlos los instantes de esta vida! ¡Siglos tendrás para dormir!
Y reconfortado con estos versos y con el recuerdo de la emocio nante joven, entonces, que ya sabía
donde habitaba, resolví no perdo nar nada para llegar hasta ella. Y alimentando este proyecto, fui a casa y
entré en el aposento de mi madre, que me quería con toda su ternu ra, y sin ocultarle nada le conté lo que
acaecía en mi vida. Y mi madre, asustada, me estrechó contra su corazón y me dijo: "¡Alah te resguarde
¡oh hijo mío! y preserve tu alma de la complicación! ¡Ah! hijo mío Abu'l Hassán, único lazo que me une a
la vida, ¿en dónde vas a com prometer tu reposo y el mío? Si esa joven habita en el palacio del Emir de
los Creyentes, ¿cómo te obstinas en querer encontrártela de nuevo? ¿No ves el abismo a que corres al
atreverte a dirigirte, aunque no sea más que con el pensamiento, a la morada de nuestro señor el califa?
¡Oh hijo mío! ¡por los nueve meses durante los cuales incubé tu vida, te suplico que abandones el
proyecto de volver a ver a esa desconocida y no dejes que en tu corazón se imprima una pasión fu nesta!"
Y contesté, procurando tranquilizarla: "¡Oh madre mía! apaci gua tu alma cara y refresca tus ojos. No
sucederá nada que no debe suceder. Y lo que está escrito ha de ocurrir. ¡Y Alah es el más grande!"
Y al día siguiente, que había ido yo a mi tienda del zoco de los joyeros recibí la visita del
representante mío que estaba al frente de los negocios de mi tienda del zoco de los drogueros. Y era un
hombre de edad, en quien mi difunto padre tenía una confianza ilimitada y a quien consultaba todos los
asuntos difíciles o complicados. Y después de las zalemas y deseos de rigor, me dijo: "¡Ya sidi! ¿a qué
obedece esa mudanza que veo en tu fisonomía y esa palidez y ese aire preocupado? ¡Alah nos preserve
de malos negocios y de clientes de mala fe! ¡Pero sea cual sea la desgracia que haya podido sobrevenirte,
no es irreme diable, puesto que estás con buena salud!" Y le dije: "No, por Alah ¡oh venerable tío! que no
tengo malos negocios ni soy víctima de la mala fe de otro. Pero mi vida ha cambiado por completo de
rumbo. Y ha entrado en mí la complicación al pasar una jovenzuela de catorce años".
Y le conté lo que me había sucedido, sin olvidar un detalle. Y le describí, como si se encontrase allí
ella, a la arrebatadora de mi corazón.
Y tras de haber reflexionado un momento, me dijo el venerable jeique: "Ciertamente, el asunto es
complicado. Pero no está por enci ma de la experiencia de tu viejo esclavo, ¡oh mi señor! En efecto, en tre
mis conocimientos tengo a un hombre que se aloja en el propio palacio del califa Al-Motawakkil, pues se
trata del sastre de los fun cionarios y de los eunucos. Por tanto, voy a presentarte a él; y le en cargarás
algún trabajo, remunerándoselo espléndidamente. ¡Y te será él de gran utilidad entonces!" Y sin tardanza
me condujo al palacio y entró conmigo a ver al sastre, que nos recibió con afabilidad. Y para inaugurar
mis pedidos de ropa, le enseñé uno de mis bolsillos, que en el camino había tenido cuidado de descoser,
y le rogué que me lo re cosiera con urgencia. Y el sastre lo hizo de buen grado. Y para remu nerar su
trabajo, le deslicé en la mano diez dinares de oro, excusándo me por lo poco que era y prometiéndole
indemnizarle espléndidamente al segundo pedido. Y el sastre no supo qué pensar de mi manera de
conducirme; pero mirándome con estupefacción, me dijo: "¡Oh mi señor! vistes como un mercader y estás
lejos de tener sus modales. Por lo general, un mercader repara en gastos y no saca un dracma sin estar
seguro de ganar diez. ¡Y tú, por una labor insignificante, me das el precio de un traje de emir!"
Luego añadió: "¡Sólo los enamorados son tan magníficos! ¡Por Alah sobre ti!, ¡oh mi señor! ¿acaso
estás enamorado?" Yo contesté, bajando los ojos: "¿Cómo no estarlo des pués de haber visto lo que he
visto?" El me preguntó: "¿Y quién es el objeto de tus tormentos? ¿Es un cervatillo o una gacela?" Yo con -
testé: "¡Una gacela!" El me dijo: "Está bien. ¡Aquí me tienes dis puesto, ¡oh mi señor! a servirte de guía, si
su morada es este palacio, ya que se trata de una gacela, y aquí se encuentran las más hermosas
variedades de esa especie!" Yo dije: "¡Sí, aquí es donde habita!" El dijo: "¿Y cuál es su nombre?" Yo
dije: "¡Sólo Alah le conoce, y tú mismo quizá!" El dijo: "Descríbemela entonces". Y se la describí lo
mejor que pude, y exclamó él: "¡Por Alah, que es nuestra señora Sar ta-de-Perlas, la tañedora de laúd del
Emir de los Creyentes Al-Mota wakkil Ala'llah! Y añadió: "He aquí precisamente a su pequeño eunu co,
que se dirige hacia nosotros. ¡No dejes escapar la ocasión de sobornarle ¡oh mi señor! para que te sirva
de introductor ante su señora Sarta-de-Perlas!"
Y, efectivamente, ¡oh Emir de los Creyentes! vi entrar en el taller del sastre a un esclavito blanco, tan
hermoso como la luna del mes de Ramadán. Y después de saludarnos con amabilidad, dijo al sastre, in -
dicándole una pequeña túnica de brocato: "¿Cuánto cuesta esta túni ca de brocato, ¡oh jeique Alí! ?
¡Precisamente tengo necesidad de ella para acompañar a mi ama Sarta-de-Perlas!" Y al punto descolgué
yo la túnica del sitio en que estaba, y se la entregué, diciendo: "¡Está pagada, y te pertenece!"
El niño me miró sonriendo de soslayo, igual que su ama, y me dijo cogiéndome de la mano y
llevándome aparte: "Sin duda alguna eres Abu'l Hassán Alí ben-Ahmad Al-Khorassani". Y en el límite
del asombro, al ver yo tanta sagacidad en un niño y al oír que me llamaba por mi nombre, le puse en el
dedo un anillo de precio, que hube de quitarme, v contesté: "Verdad dices, ¡oh encan tador jovenzuelo!
Pero ¿quién te ha revelado mi nombre?" El dijo: "Por Alah, ¿cómo no he de saberlo, cuando mi ama lo
pronuncia tan tas veces al día delante de mí todo el tiempo que lleva enamorada de Abu'l Hassán Alí el
magnífico señor? ¡Por los méritos del Profeta (¡con Él las gracias y las bendiciones!), que si estás tan
enamorado de mi ama como ella lo está de ti, me encontrarás dispuesto a secundarte para llegar hasta
ella!"
Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! juré al niño, con los jura mentos más sagrados, que estaba
perdidamente enamorado de su se ñora, y que sin duda moriría como no la viera en seguida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 818ª noche
Ella dijo:
...Entonces ¡oh Emir de los Creyentes! juré al niño, con los ju ramentos más sagrados, que estaba
perdidamente enamorado de su señora, y que sin duda moriría como no la viera en seguida. Y el niño
eunuco me dijo: "Ya que así es, ¡oh mi señor Abu'l Hassán! te perte nezco en absoluto., ¡Y no quiero
tardar más en ayudarte a tener una entrevista con mi señora!" Y me dejó, diciéndome: "¡Vuelvo al ins -
tante!"
Y en efecto, no tardó en volver a casa del sastre en busca mía. Y llevaba un paquete, que
desenvolvió; e hizo salir de él una túnica de lino bordada de oro fino y un manto, que era uno de los
mantos del propio califa, como pude observar por las señales que lo distinguían y por el nombre inscrito
en la trama con letras de oro, y que era el nombre de Al-Motawakkil Ala'llah. Y me dijo el pequeño
eunuco: "Te traigo ¡oh mi señor Abu'l Hassán, la ropa con que se viste el califa cuando va por la noche al
harén!" Y me obligó a ponérmela, y me dijo: "Una vez que hayas llegado a la larga galería interior, en que
están los aposentos reservados de las favoritas, tendrás mucho cuidado, al pasar, de ir cogiendo granos
de almizcle del pomo que aquí ves, y de ir dejando uno a la puerta de cada aposento, pues el califa
acostumbra a hacer eso todas las noches cuando atraviesa la galería del harén. ¡Y una vez que hayas
llegado a la puerta que tiene el umbral de mármol azul, la abrirás sin llamar, y te encontrarás en los
brazos de mi seño ra!" Luego añadió: "¡Respecto a tu salida de allí después de la entre vista, Alah
proveerá!"
Tras de darme estas instrucciones, me dejó, deseándome buena suerte, y desapareció.
Entonces yo, ¡oh mi señor! aunque no estaba acostumbrado a aquella clase de aventuras y se trataba
de mi entrada en la complica ción, no vacilé en vestirme con la ropa del califa, y como si toda mi vida
hubiese habitado en el palacio y hubiese nacido allí, me puse en marcha resueltamente, atravesando
patios y columnatas, y llegué a la galería de los aposentos reservados para el harén. Y al punto saqué de
mi bolsillo el pomo que contenía los granos de almizcle, y conforme a las instrucciones del eunuco, al
llegar a la puerta de cada favorita no dejé de echar un grano de almizcle en el platillo de porcelana que
estaba allí a ese efecto. Y de tal suerte llegué a la puerta que tenía el umbral de mármol azul. Y ya me
disponía a empujarla para penetrar por fin en el aposento de la tan deseada, felicitándome de que hasta
entonces no me hubiera reconocido nadie, cuando de pronto oí un rumor muy pronunciado, y en el mismo
momento me sorprendió la cla ridad de gran número de antorchas. Y he aquí que llegaba el califa Al-
Motawakkil en persona, rodeado de la muchedumbre de sus corte sanos y de su séquito habitual. Y sólo
tuve tiempo para volver sobre mis pasos, sintiendo que el corazón se me sobresaltaba de emoción. Y
mientras huía por la galería, oía las voces de las favoritas, que desde dentro lanzaban exclamaciones,
diciendo: "¡Por Alah, qué cosa tan asombrosa! He aquí que el Emir de los Creyentes pasa hoy por la
galería por segunda vez. El fué sin duda quien pasó hace un momento, echando en la salvilla de cada cual
el grano de almizcle acostumbrado. ¡Y además le hemos reconocido por el perfume de su ropa!"
Y continué huyendo desatentadamente; pero hube de pararme, no pudiendo avanzar más por la galería
sin peligro de descubrirme. Y oía siempre el rumor de la escolta, y veía acercarse las antorchas. Enton -
ces, sin querer ser sorprendido en aquella situación y con aquel disfraz, empujé la primera puerta que se
ofreció a mi mano, y me precipité dentro, olvidando que iba disfrazado de califa y todo lo consiguiente.
Y me hallé en presencia de una joven de rasgados ojos asustados, que, levantándose sobresaltada de la
alfombra en que estaba tendida, lanzó un grito estridente de terror y de confusión, y con rápido ademán se
levantó la orla de su traje de muselina y se cubrió con ella el rostro y los cabellos.
Y ante ella me quedé muy embobado, muy perplejo y deseando con el alma, para escapar a aquella
situación, que se abriese la tierra a mis pies y me tragase. ¡Ah! en verdad que lo deseaba ardientemente, y
además maldecía la confianza inmoderada que tuve en aquel eunuco de perdición, quien, a no dudar, iba a
ser la causa de mi muerte por ahogo o por empalamiento. Y conteniendo la respiración, esperaba ver
salir de labios de aquella joven espantada los gritos de alarma que harían de mí un motivo de lástima y
un ejemplo del castigo reservado a los aficionados a las complicaciones.
Y he aquí que tras la orla de muselina se movieron los labios jó venes, y la voz que salía de allí era
encantadora, y me decía: "¡Bien venido seas a mi aposento, ¡oh Abu'1 Hassán! ya que eres el que ama a
mi hermana Sarta-de-Perlas y es amado por ella!" Y al oír estas palabras inesperadas, ¡oh mi señor! me
eché de bruces en tierra entre las manos de la joven, y le besé el borde de sus vestiduras y me cubrí la
cabeza con su velo protector. Y me dijo ella: "¡Bienvenida y larga vida a los hombres generosos, ya
Abu'l Hassán! ¡Con tus procedimien tos has superado a mi hermana Sarta-de-Perlas! ¡Y cuán
ventajosamente saliste de las pruebas a que hubo de someterte ella! De modo que no cesa de hablarme de
ti y de la pasión que has sabido inspirar le. Puedes, pues, bendecir tu destino, que te ha traído a mí,
cuando hubiera podido conducirte a tu perdición, disfrazado como estás con esa ropa del califa. ¡Y
puedes estar tranquilo a este respecto, porque voy a arreglarlo todo de manera que no suceda nada más
que lo que está marcado con el sello de la prosperidad!"
Y sin saber cómo darle las gracias, continué besándole en silencio el borde de su túnica. Y añadió:
ella: "Solamente, ya Abu'l Hassán, quisiera, antes de interve nir en interés tuyo, estar bien segura de tus
intenciones con respecto a mi hermana. ¡Porque no conviene que haya equívocos acerca del particular!"
Y contesté, alzando los brazos: "Alah te guarde y te con serve en el camino de la rectitud, ¡oh caritativa
señora mía! ¡Por tu vida! ¿crees acaso que mis intenciones pudieran no ser puras y desinte resadas? No
deseo, en efecto, más que una cosa, y es volver a ver a tu dichosa hermana Sarta-de-Perlas, sencillamente
para que mis ojos se regocijen con su vista y mi lánguido corazón vuelva a la vida. ¡Sólo deseo eso y
nada más! ¡Y pongo por testigo de mis palabras a Alah el Omnividente, que nada ignora de mis
pensamientos!"
Entonces me dijo ella: "¡En ese caso, ya Abu'l Hassán, nada per donaré para hacerte lograr el móvil
lícito de tus deseos!"
Y tras de hablar así, dió una palmada, y dijo a una pequeña es clava que acudió a aquella señal: "Ve
en busca de tu ama Sarta-de- Perlas, y dile: «Tu hermana Pasta-de-Almendras te envía la zalema y te
ruega que vayas a verla sin tardanza, pues se siente esta noche con el pecho oprimido, y sólo tu presencia
podrá dilatárselo. ¡Y además, entre tú y ella hay un secreto! "
Y la esclava salió inmediatamente a ejecutar la orden.
A los pocos momentos ¡oh mi señor! la vi entrar con su belleza, en la plenitud de su gracia. E iba
envuelta en un velo grande de seda azul por todo vestido; y tenía los pies descalzos y los cabellos
sueltos.
Y he aquí que en un principio no me vió, y dijo a su hermana Pasta-de-Almendras: "Aquí me tienes,
querida mía. Salgo del ham mam y todavía no he podido vestirme. ¡Pero dime pronto qué secreto hay entre
tú y yo!"
Y por toda respuesta mi protectora me mostró con el dedo a Sarta-de-Perlas, haciéndome seña de que
me aproximara. Y salí de la sombra en que permanecía.
Al verme, mi bienamada no manifestó vergüenza ni azoramiento, sino que fué a mí, blanca y
temblorosa, y se arrojó en mis brazos como un niño en los brazos de su madre. Y creí tener contra mi
corazón a todas las huríes del Paraíso. Y no sabía ¡oh mi señor! si era ella un rollo de manteca o una
pasta de almendras, de tan tierna y frágil como la sentía por doquiera. ¡Bendito sea Quien la ha formado!
Mis brazos no osaban oprimir aquel cuerpo infantil. Y al besarla entró en mí una nueva vida de cien años.
Y así permanecimos enlazados no sé cuánto tiempo. Pues creo que debí caer en el éxtasis o en algo
parecido...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 819ª noche
Ella dijo:
...Y así permanecimos enlazados no sé cuánto tiempo. Pues creo que debí caer en el éxtasis o en algo
parecido.
Pero cuando volví a la realidad un poco, iba a contarle todo lo que había sufrido, y he aquí que oímos
en la galería un rumor creciente. Y era el propio califa, que iba a ver a su favorita Pasta-de-Almendras,
hermana de Sarta-de-Perlas. Y sólo tuve tiempo para levantarme y me terme en un cofre grande, que
cerraron ellas encima de mí como si no hubiese pasado nada.
Y tu abuelo el califa Al-Motawakkil ¡oh mi señor! entró en el apo sento de su favorita, y advirtiendo a
Sarta-de-Perlas, le dijo:
"Por vida mía, ¡oh Sarta-de-Perlas! que me alegro de encontrarte hoy con tu her mana Pasta-de-
Almendras. ¿Dónde estabas estos últimos días, que no te veía yo por ninguna parte en el palacio ni oía tu
voz que tanto me gusta?" Y añadió, sin aguardar respuesta: "¡Coge ya el laúd que tienes abandonado y
cántame una cosa apasionada, acompañándote con él!"
Y a Sarta-de-Perlas, que sabía que el califa estaba en extremo enamorado de una joven esclava
llamada Benga, no le costó trabajo dar con la canción requerida; porque, como ella misma estaba
enamorada, dejóse llevar sencillamente de sus sentimientos, y afinando su laúd, se inclinó ante el califa y
cantó:
¡El bienamado a quien amo -¡ah! ¡ah!
Con su mejilla aterciopelada- ¡oh noche!
Supera en dulzura -¡oh los ojos!
A la mejilla lavada de las rosas!- ¡oh noche!
¡El bienamado a quien amo -¡ah! ¡ah!
Es un lozano jovenzuelo -¡oh noche!
Cuya amorosa mirado ¡ah! ¡ah!
Habría hechizado- ¡oh los ojos!
A los reyes de Babilonia! -¡oh noche!
¡Y tal es- ¡ah! ¡ah!
El bienamado a quien amo!
Cuando el califa Al-Motawakkil hubo oído este canto, quedó ex tremadamente emocionado, y
encarándose con Sarta-de-Perlas, le dijo: "¡Oh joven bendita! ¡oh boca de ruiseñor! para darte una
prueba de mi satisfacción, quiero que me formules un deseo. ¡Y por los mereci mientos de mis gloriosos
antecesores, los beneméritos, te juro que aun la mitad de mi reino te concederé!"
Sarta-de-Perlas contestó, bajan do los ojos: "¡Alah prolongue la vida de nuestro señor! ¡pero no deseo
nada más que la continuación de la gracia del Emir de los Creyentes sobre mi cabeza y la de mi hermana
Pasta-de-Almendras!" Y dijo el califa: "¡Es preciso, Sarta-de-Perlas, que me pidas algo!" Entonces ella
dijo: "¡Puesto que me lo ordena nuestro amo, he de pedirle que me liberte y me deje, por toda hacienda,
los muebles de este aposento y cuanto contiene este aposento!" Y le dijo el califa: "Dueña de ello eres,
¡oh Sarta-de-Perlas! Y tu hermana Pasta-de-Almendras tendrá por aposento en lo sucesivo el pabellón
más hermoso de palacio. ¡Y como eres libre, puedes quedarte o marcharte!" Y levantándose, salió del
cuar to de su favorita para ir en busca de la joven Benga, favorita del momento.
En cuanto se marchó él, mi amiga mandó a su eunuco que avisase a los mandaderos y cargadores, e
hizo transportar a mi casa todos los muebles del aposento, las tapicerías, los cofres y las alfombras. Y el
cofre en que yo estaba encerrado salió el primero, a hombros de los mozos, y gracias a la Seguridad,
llegó sin contratiempos a mi casa. Y aquel mismo día ¡ oh Emir de los Creyentes! me casé ante Alah con
Sarta-de-Perlas, en presencia del kadí y de los testigos. ¡Y lo demás pertenece al misterio de la fe
musulmana!
¡Y tal es ¡oh mi señor! la historia de estos muebles, de estas tapi cerías y de estas ropas marcadas con
el nombre de tu glorioso abuelo el califa Al-Motawakkil Ala'llah. Y -¡lo juro por mi cabeza!- no he
añadido a esta historia una sílaba, ni la he disminuido en una sílaba. ¡Y el Emir de los Creyentes es la
fuente de toda generosidad y la mina de todos los beneficios!"
Y tras de hablar así Abu'l Hassán se calló. Y el califa Al-Motazid Bi'llah exclamó: "¡Tu lengua ha
segregado la elocuencia ¡oh huésped nuestro! y tu historia es una historia maravillosa! ¡Así, pues, para
de mostrarte la alegría que experimento, te ruego que me traigas un cálamo y una hoja de papel!" Y cuando
Abu'l Hassán llevó el cálamo y el papel, el califa se los entregó al narrador Ibn-Hamdún, y le dijo:
"¡Escribe lo que yo te dicte!"
Y le dictó: "¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso! Por este firmán, firmado de
nuestro puño y sellado con nuestro sello, eximimos de impuestos durante toda su vida a nues tro fiel
súbdito Abu'l Hassán Alí ben-Ahmad Al-Khorassani. ¡Y le nom bramos nuestro principal chambelán!" Y
después de sellar el firmán, se lo entregó, y añadió: "¡Y desearé verte en mi palacio como fiel comensal y
amigo mío!"
Y desde entonces Abu'l Hassán fué el compañero inseparable del califa Al-Motazid Bi'llah. Y
vivieron todos entre delicias, hasta la inevi table separación que hace habitar las tumbas a los mismos que
habita ban los palacios más hermosos. ¡Gloria al Altísimo que habita un palacio por encima de todos los
niveles!
Y tras de contar así su historia, Schehrazada no quiso dejar pasar aquella noche sin empezar la
historia de las dos vidas del sultán Mahmud.
Las dos vidas del sultán Mahmud
Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el sultán Mahmud, que fué uno de los más cuerdos y de
los más gloriosos entre los sultanes de Egipto, con frecuencia se sentaba solo en su palacio, presa de
acce sos de tristeza sin causa, durante los cuales el mundo entero se ennegre cía ante su rostro. Y en
aquellos momentos la vida le parecía llena de insulsez y desprovista de toda significación. Y sin
embargo, no le faltaba ninguna de las cosas que hacen la dicha de las criaturas; porque Alah le había
otorgado sin tasa la salud, la juventud, el poderío y la gloria, y para capital de su imperio le había dado
la ciudad más deliciosa del Universo, la cual, para regocijar el alma y los sentidos, tenía la hermo sura de
su tierra, la hermosura de su cielo y la hermosura de sus muje res, doradas como las aguas del Nilo. Pero
todo eso se borraba a los ojos de él durante sus reales tristezas; y envidiaba entonces la de los felahs
encorvados sobre los surcos de la tierra, y la de los nómadas perdidos en los desiertos sin agua.
Un día en que, con los ojos anegados en la negrura de sus preocu paciones, se hallaba sumido en un
abatimiento más acentuado que de ordinario, rehusando comer, beber y ocuparse de los asuntos del reino
y sin desear más que morir, el gran visir entró en la estancia en que el soberano estaba echado con la
cabeza entre las manos, y después de los homenajes debidos, le dijo: "¡Oh mi amo soberano! a la puerta
se ha lla, en solicitud de audiencia, un viejo jeique venido de los países del extremo Occidente, del fondo
del Maghreb lejano. Y a juzgar por la conversación que tuve con él y por las escasas palabras que de su
boca oí, sin duda es el sabio más prodigioso, el médico más extraordinario y el mago más asombroso que
ha vivido entre los hombres. ¡Y como sé que mi soberano es presa de la tristeza y del abatimiento,
quisiera que ese jeique obtuviese permiso para entrar, con la esperanza de que su proximidad contribuya
a ahuyentar los pensamientos que pesan sobre las visiones de nuestro rey".
El sultán Mahmud hizo con la cabeza una seña de asentimiento, y al punto el gran visir introdujo en la
sala del trono al jeique extranjero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 820ª noche
Ella dijo:
...y al punto el gran visir introdujo en la sala del trono al jeique extranjero.
Y en verdad que el hombre que entró más bien era la sombra de un hombre que una criatura viva entre
las criaturas. Y suponiendo que se le pudiese echar una edad, habría que calcularla por centenares de
años. Por todo vestido flotaba sobre su grave desnudez una barba prodigiosa, mientras un ancho cinturón
de cuero blando ceñía su cin tura apergaminada. Y se le habría tomado por algún antiquísimo cuer po
semejante a los que a veces extraen de las sepulturas graníticas los labradores de Egipto, si no le
ardiesen en la faz, por debajo de sus cejas terribles, dos ojos en que vivía la inteligencia.
Y el puro anciano, sin inclinarse ante el sultán, dijo con una voz sorda que nada tenía de voz de la
tierra: "¡La paz sea contigo, sultán Mahmud! Me envían a ti mis hermanos los santones del extremo Occi -
dente. ¡Vengo a que te des cuenta de los beneficios del Retribuidor so bre tu cabeza!"
Y sin hacer un gesto, avanzó hacia el rey con un paso solemne, y cogiéndole de la mano lo obligó a
levantarse y a acompañarle hasta una de las ventanas de las salas del trono.
Aquella sala del trono tenía ventanas, y cada una de las tales ven tanas tenía distinta orientación. Y el
viejo jeique dijo al sultán: "¡Abre la ventana!" Y el sultán obedeció como un niño, y abrió la primera
ventana. Y el viejo jeique le dijo sencillamente: "¡Mira!"
Y el sultán Mahmud sacó la cabeza por la ventana y vió un in menso ejército de jinetes que, con la
espada desenvainada; se precipi taban a toda brida desde las alturas de la ciudadela del monte Makattam.
Y las primeras columnas de aquel ejército, que ya había llegado al pie mismo del palacio, echaron pie a
tierra y empezaron a escalar las mu zallas, lanzando clamores de guerra y de muerte. Y al ver aquello
com prendió el sultán que sus tropas se habían amotinado e iban a destro narle. Y cambiando de color
exclamó: "¡No hay más Dios que Alah! ¡Ha llegado la hora de mi destino!"
Al punto cerró el jeique la ventana, pero para abrirla de nuevo por sí mismo un instante después. Y
había desaparecido todo el ejér cito. Y sólo la ciudadela se elevaba pacíficamente en lontananza, aguje -
reando con su minaretes el cielo de mediodía.
Entonces, sin dar al rey tiempo para reponerse de su profunda emoción, le condujo a la segunda
ventana, desde la cual se avizoraba la ciudad inmensa, y le dijo: "¡Abre y mira!" Y el sultán Mahmud
abrió la ventana, y el espectáculo que se ofreció a su vista le hizo retro ceder con horror. Los
cuatrocientos minaretes que dominaban las mez quitas, las cúpulas de las mezquitas, los domos de los
palacios y las te rrazas que se extendían por millares hasta los confines del horizonte, no eran más que un
brasero humeante y llameante, del cual partían, para desplegarse en la región media del aire, nubes
negras que cegaban el ojo del sol entre aullidos de espanto. Y un viento salvaje impulsaba lla mas y
cenizas hacia el propio palacio, que en seguida se encontró en vuelto por un mar de fuego, del que no
estaba separado más que por el fresco cendal de sus jardines. Y en el límite del dolor, al ver ani quilada
su hermosa ciudad, el sultán dejó caer sus brazos, y exclamó: "¡Sólo Alah es grande! ¡Las cosas tienen su
destino, como todas las criaturas! ¡Mañana el desierto se reunirá con el desierto a través de las llanuras
sin nombre de una tierra que fué ilustre entre todas. ¡Gloria al único Viviente!" Y lloró por su ciudad y
por sí mismo. Pero el jei que cerró al punto la ventana, y la abrió de nuevo al cabo de un ins tante. Y había
desaparecido toda huella de incendio. Y la ciudad de El Cairo se extendía en su gloria intacta, en medio
de sus vergeles y de sus palmeras, mientras las cuatrocientas voces de los muezines anun ciaban a los
creyentes la hora de la plegaria y se confundían en una misma ascensión hacia el Señor del Universo.
Y al punto el jeique, llevándose al rey, le condujo a la tercera ventana, que daba sobre el Nilo, y le
hizo abrirla. Y el sultán Mahmud vió que el río se salía de cauce y sus olas invadían la ciudad, y anegan -
do en seguida las terrazas más altas, iban a estrellarse con furia contra las murallas del palacio. Y una ola
más fuerte que las anteriores derribó de una vez todos los obstáculos que se oponían a su paso y fué a
me terse en el piso inferior del palacio. Y el edificio, desmoronándose co mo un terrón de azúcar en el
agua, se hundió por un lado, y estaba ya casi derruído, cuando el jeique cerró de pronto la ventana y la
abrió de nuevo. Y fué como si no hubiese habido la menor crecida. Y el her moso río continuaba
paseándose con majestad, como antes, entre los infinitos campos de pastos y durmiendo en su lecho.
Y el jeique hizo que abriera el rey la cuarta ventana, sin darle tiempo para reponerse de su sorpresa.
Esta cuarta ventana tenía vistas a la admirable llanura verdeante que se extiende a las puertas de la
ciudad hasta perderse de vista, llena de aguas corrientes y de sus reba ños lucidos; la que han cantado
todos los poetas desde Omar; donde los plantíos de rosas, de albahacas, de narcisos y de jazmines
alterna ban con bosquecillos de naranjos; donde en los árboles habitan tórtolas y ruiseñores a los que
sumen en delirio plantas amorosas; donde la tierra es tan fértil y está tan adornada como en los antiguos
jardines del Iram-de-las-Columnas, y tan embalsamada como las praderas del Edén. Y en vez de prados y
bosques de árboles frutales, el sultán Mah mud no vió más que un horrible desierto rojo y blanco,
abrasado por un sol inexorable, un desierto pedregoso y arenoso, que servía de refu gio a hienas y
chacales y de campo de acción a serpientes y alimañas dañinas. Y aquella siniestra visión no tardó en
borrarse, como las ante riores, cuando el jeique, con su propia mano, hubo cerrado y vuelto a abrir la
ventana. Y de nuevo la llanura se hizo magnífica y sonrió el cielo con todas las flores de sus jardines.
Eso fué todo, y el sultán Mahmud no sabía si dormía, si velaba o si estaba bajo la acción de algún
sortilegio o alguna alucinación. Pero el jeique, sin dejarle que se calmara después de todas las violentas
impresiones que acababa de experimentar, de nuevo le cogió de la mano, sin que el otro pensara siquiera
en oponer la menor resis tencia, y le condujo junto a un pequeño estanque que refrescaba la sala con su
murmullo de agua. Y le dijo: "¡Inclínate sobre el estanque y mira!" Y el sultán Mahmud inclinóse sobre el
estanque para mirar, y he aquí que, con un movimiento brusco, el jeique le metió la cabeza por entero en
el agua.
Y el sultán Mahmud se vió naufragando al pie de una montaña que dominaba el mar. Y todavía, como
en tiempos de su esplendor, estaba revestido de sus atributos reales con su corona a la cabeza. Y no lejos
de allí le miraban unos felahs como a un objeto raro, y se le señalaban unos a otros, riéndose mucho. Y al
ver aquello, el sultán Mahmud sintió un furor sin límites, más aún contra el jeique que con tra los felahs, y
exclamó: "¡Ah! ¡maldito mago, causante de mi nau fragio! ¡ojalá me llevase Alah a mi reino para que yo te
castigara con arreglo a tu crimen! ¿Por qué me engañaste tan cobardemente?" Lue go, en un rapto, se
acercó a los felahs y les dijo con tono solemne: "¡Soy el sultán Mahmud! ¡Idos!" Pero ellos continuaron
riéndose con las bocas abiertas hasta las orejas. ¡Ah, qué bocas! ¡eran grutas! ¡eran grutas! Y para evitar
que le tragasen vivo, quiso huir; pero el que parecía jefe de los felahs se acercó a él, le quitó su corona y
sus atributos y los arrojó al mar, diciendo: "¡Oh pobre! ¿para qué llevas encima tanto hierro? ¡Hace
mucho calor para cubrirse de ese modo! Toma, ¡oh pobre! ¡Aquí tienes vestidos como los nuestros!" Y
desnudándole, le puso un traje de cotonada azul, le metió los pies en un par de ba buchas viejas,
amarillas, con suela de cuero de hipopótamo, y le puso a la cabeza un gorrito de fieltro color castaño
claro. Y le dijo: "¡Vamos, ¡oh pobre! ven a trabajar con nosotros, si no quieres morirte de ham bre aquí
donde trabaja todo el mundo!" Pero dijo el sultán Mahmud: "¡Yo no sé trabajar!" Y el felah le dijo: "¡En
ese caso, nos servirás de mozo de carga y de burro a la vez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y cuando llegó la 821ª noche
Ella dijo:
"¡...nos servirás de mozo de carga y de burro a la vez!" Y como ya habían acabado su jornada de
trabajo, les pareció muy bien cargar una espalda ajena con el peso de sus herramientas de labor. Y el
sultán Mahmud, doblado bajo la carga de azadas, rastrillos, azado nes y mielgas, y sin poder arrastrarse
apenas, se vió obligado a seguir a los felahs. Y cansado y sin poder respirar casi, llegó con ellos al pue -
blo, donde fué víctima de las persecuciones de los chicos, que corrían desnudos detrás de él, haciéndole
sufrir mil vejaciones. Y para que pa sase la noche, le metieron en una cuadra abandonada, donde le
echaron, para que comiera, un pan duro y una cebolla. Y al día siguiente se había convertido en burro de
verdad, en burro con cola, cascos y ore jas. Y le echaron una cuerda al pescuezo, y le pusieron una
albarda al lomo y se lo llevaron al campo para que arrastrase el arado. Pero como se mostraba reacio, le
confiaron al molinero del pueblo, que en seguida le hizo ponerse en razón, obligándole a dar vueltas a la
rueda del moli no después de vendarle los ojos. Y estuvo cinco años dando vueltas a la rueda del molino,
sin descansar más que el tiempo preciso para comerse su ración de habas y beberse un cubo de agua. Y
fueron cinco años de palos, de aguijonazos, de injurias humillantes y de privaciones. Y ya no le quedaba
más consuelo y alivio que la serie de cuescos que desde por la mañana hasta por la noche soltaba en
respuesta a las injurias, dan do vueltas al molino. Y he aquí que de repente se derrumbó el molino, y de
nuevo se vió él bajo su prístina forma de hombre y no de burro. Y se paseaba por lo zocos de una ciudad
que no conocía; y no sabía adónde ir. Y como ya estaba cansado de andar, buscaba con la vista un sitio en
que descansar, cuando un mercader viejo, que por su aspec to comprendió que era extranjero, le invitó
cortésmente a entrar en su tienda. Y al ver que estaba fatigado, le hizo sentarse en un banco, y le dijo:
"¡Oh extranjero! eres joven y no serás desgraciado en nuestra ciudad, donde los jóvenes son muy
apreciados y muy buscados, sobre todo cuando son buenos mozos, como tú. Dime, pues, si estás
dispuesto a habitar en nuestra ciudad, cuyas costumbres son muy favorables a los extranjeros que quieren
establecerse en ella". Y contestó el sultán Mahmud: "¡Por Alah, que no pido nada mejor que vivir aquí,
con tal de que encuentre otra cosa de comer que las habas con que me he ali mentado durante cinco años!"
Y el viejo mercader le dijo: "¿Qué ha blas de habas, ¡oh pobre! ? ¡Aquí te alimentarás con cosas
exquisitas y reconfortantes para la tarea que tienes que cumplir! ¡Escúchame, pues, con atención, y sigue
el consejo que voy a darte!"
Y añadió: "Date prisa a ir a apostarte a la puerta del hammam de la ciudad, que está ahí, a la vuelta
de la calle. Y abordando a cada mujer que salga, le preguntarás si tiene marido. ¡Y la que te diga que no
lo tiene será tu esposa en el momento, según la costumbre del país! ¡Y sobre todo, ten mucho cuidado de
hacer la pregunta a todas las mujeres sin excep ción que veas salir del hammam, pues de no hacerlo así
correrías el peligro de que te expulsaran de nuestra ciudad!" Y el sultán Mahmud fué a apostarse a la
puerta del hammam, y no llevaba mucho rato allí, cuando vió salir a una espléndida jovenzuela de trece
años. Y al verla, pensó: "¡Por Alah, que con ésta me consolaría bien de todas mis des dichas!" Y la paró y
le dijo: "¡Oh mi señora! ¿eres casada o soltera?" Ella contestó: "Soy casada desde el año pasado". Y he
aquí que salía del hammam una vieja de fealdad espantosa. Y a su vista se estreme ció de horror el sultán
Mahmud, y pensó: "¡Ciertamente, prefiero mo rir de hambre y volver a ser burro o mozo de carga antes
que casarme con esa antigualla! ¡Pero ya que el viejo mercader me ha dicho que haga la pregunta a todas
las mujeres, tendré que decidirme a interrogar la a la calamitosa!" Y la abordó y le dijo, volviendo la
cabeza: "¿Eres casada o soltera?" Y la espantosa vieja contestó babeando: "Soy ca sada, ¡oh corazón
mío!" ¡Ah! ¡qué peso se quitó él de encima! Y dijo: "Me alegro tanto, ¡oh tía mía!" Y pensó: "¡Alah tenga
en Su mi sericordia al desgraciado extranjero que me ha precedido!" Y la vieja continuó su camino, y he
aquí que salió del hammam una estantigua mucho más desagradable que la anterior y mucho más horrible.
Y el sultán Mahmud se acercó a ella temblando, y le preguntó: "¿Eres casada o soltera?" Y contestó ella,
sonándose con los dedos: "Soy soltera, ¡oh ojos míos!" Y el sultán Mahmud exclamó: "¡Vaya, vaya! pues
yo soy un burro, ¡oh tía mía! soy un burro. ¡Mírame las orejas, y la cola, y el zib! Son las orejas, y la
cola, y el zib de un burro. ¡Las personas no se casan con los burros!"
Pero la horrible vieja se acercó a él y quiso besarle. Y el sultán Mahmud, en el límite de la
repugnancia y del terror, se puso a gritar: "¡No, no, que soy un burro, ya setti, que soy un burro! ¡Por
favor, no te cases conmigo, que soy un pobre burro de molino! ¡Ay, ay!" Y haciendo un esfuerzo
sobrehumano, sacó la cabeza del estanque.
Y el sultán Mahmud se vió en medio de la sala del trono de su palacio, con su gran visir a la derecha
y el jeique extranjero a la iz quierda. Y una de sus favoritas le presentaba en una bandeja de oro una copa
de sorbete que había pedido algunos instantes antes de la en trada del jeique. ¡Vaya, vaya! ¿conque seguía
siendo sultán? ¿conque seguía siendo sultán? ¡Y no podía llegar a creer semejante prodigio! Y se puso a
mirar a su alrededor, palpándose y restregándose los ojos. ¡Vaya, vaya! Era hermoso y era el sultán, el
propio sultán Mahmud, y no el pobre náufrago, ni el mozo de carga, ni el burro del molino, ni el esposo
de la formidable estantigua. ¡Ah! ¡por Alah, que era grato volver a encontrarse sultán después de aquellas
tribulaciones! Y cuando abría la boca para pedir la explicación de fenómeno tan extraño, se elevó la voz
sorda del puro anciano, que le decía:
"¡Sultán Mahmud, he venido a ti, enviado por mis hermanos los santones del extremo Occidente, para
que te des cuenta de los benefi cios que el Retribuidor ha hecho caer sobre tu cabeza!"
Y tras de hablar así, desapareció el jeique maghrebín, sin que se supiese si había salido por la puerta
o si había volado por las ventanas. Y cuando se hubo calmado su emoción, el sultán Mahmud compren dió
la lección que de su señor había recibido. Y comprendió que su vida era buena y que hubiese podido ser
el más desgraciado de los hombres. Y comprendió que todas las desgracias que había entrevisto, bajo la
mi rada dominadora del anciano, hubiesen podido ser desgracias reales de su vida si el Destino lo
hubiera querido. Y cayó de rodillas bañado en lágrimas. Y desde entonces ahuyentó de su corazón toda
tristeza. Y vi viendo en la dicha, repartió dicha en torno suyo. Y tal es la vida real del sultán Mahmud, y
tal otra hubiese sido la vida que habría podido llevar a un sencillo cambio del Destino. ¡Porque Alah es
el amo Todopoderoso!
Tras de contar así esta historia, Schehrazada se calló. Y exclamó el rey Schahriar: "¡Qué enseñanza
guarda para mí lo que contaste, ¡oh Schehrazada!"
Y la hija del visir sonrió, y dijo: "¡Pues esa enseñanza, ¡oh rey! no es nada en comparación de la que
encierra el tesoro sin fondo!" Y dijo Schahriar: "¡No sé cuál es ese tesoro, Schehrazada!"
El tesoro sin fondo
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! ¡oh dotado de buenas ma neras! que el califa Harún Al-
Raschid que era el príncipe más generoso de su época y el más magnífico, a veces tenía la debilidad
(¡sólo Alah no tiene debilidades!) de alardear, en la conversación, de que ningún hombre entre los vivos
competía con él en generosidad y en mano abierta.
Y he aquí que un día, mientras él se alababa así de los dones que, en suma, no le había concedido el
Retribuidor más que para que precisamente usase de ellos con generosidad, el gran visir Giafar alma
delicada, no quiso que su señor continuara por más tiempo faltando al deber de la humildad para con
Alah.Y resolvió tomarse la libertad de abrirle los ojos.
Se prosternó, pues, entre sus manos, y después de besar por tres veces la tierra, le dijo:
"¡Oh Emir de los Creyentes! ¡oh co rona de nuestras cabezas! perdona a tu esclavo si se atreve a alzar
la voz en tu presencia para advertirte que la principal virtud del creyente es la humildad ante Alah, única
cosa de que puede estar orgullosa la criatura. Porque todos los bienes de la tierra, y todos los dones del
espíritu, y todas las cualidades del alma no son para el hombre más que un simple préstamo del Altísimo
(¡exaltado sea!). Y el hombre no debe enorgullecerse de este préstamo más que el árbol por estar cargado
de frutos o el mar por recibir las aguas del cielo.
¡En cuanto a las alaban zas que te merece tu munificencia, mejor es que dejes las hagan tus súb ditos,
que sin cesar dan gracias al cielo por haberles hecho nacer en tu imperio, y que no tienen otro gusto que
pronunciar tu nombre con gra titud!"
Luego añadió: "¡Por otra parte!, oh mi señor no creas que eres el único a quien Alah ha cubierto con
sus inestimables dones! Sabe, en efecto, que en la ciudad de Bassra hay un joven que, aunque es un
simple particular vive con más fasto y magnificencia que los reyes más poderosos. ¡Se llama
Abulcassem, y ningún príncipe en el mundo, incluso el Emir de los Creyentes mismo, le iguala en mano
abierta y en ge nerosidad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 822ª noche
Ella dijo:
"¡...Se llama Abulcassem, y ningún príncipe en el mundo, in cluso el Emir de los Creyentes mismo, le
iguala en mano abierta y en generosidad!"
Cuando el califa hubo oído estas últimas palabras de su visir, se sintió extremadamente despechado, y
se puso muy colorado y se le in flamaron los ojos; y mirando a Giafar con altivez, le dijo: "¡Mal hayas!,
¡oh perro entre los visires! ¿cómo te atreves a mentir delante de tu señor, olvidando que semejante
conducta acarreará tu muerte sin re medio?" Y contestó Giafar: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh Emir de los
Creyentes! que las palabras que osé pronunciar en tu presencia son pa labras de verdad! Y si he perdido
todo crédito en tu ánimo, puedes com probarlas y castigarme luego si te parece que son falsas. Por lo que
a mí respecta, ¡oh mi señor! no temo afirmarte que en mi último viaje a Bassra he sido el huésped
deslumbrado del joven Abulcassem. Y todavía no han olvidado mis ojos lo que han visto, mis oídos lo
que han oído, y mi espíritu lo que le ha encantado. ¡Por eso, aun a riesgo de atraerme la desgracia de mi
señor, no puedo menos de proclamar que Abulcassem es el hombre más magnífico de su tiempo!"
Y tras de hablar así, calló Giafar.
El califa, en el límite de la indignación, hizo seña al jefe de los guardias para que detuviese a Giafar.
Y en el momento se ejecutó la orden. Y después de aquello, Al-Raschid salió de la sala, y sin saber cómo
desahogar su cólera, fué al aposento de su esposa Sett Zobeida, que palideció de espanto al verle con el
rostro de los días negros.
Y con las cejas contraídas y los ojos dilatados, Al-Raschid fué a echarse en el diván, sin pronunciar
una palabra. Y Sett Zobeida, que sabía cómo abordarle en sus momentos de mal humor, se guardó mu cho
de importunarle con preguntas ociosas; pero tomando un aire de extremada inquietud, le llevó una copa
llena de agua perfumada de rosa, y ofreciéndosela, le dijo:
"El nombre de Alah sobre ti, ¡oh hijo del tío! ¡Que esta bebida te refresque y te calme! La vida está
formada de dos colores: blanco y negro. ¡Ojalá marque tus largos días sólo el blanco!"
Y dijo Al-Raschid: "¡Por el mérito de nuestros antecesores, los gloriosos, que marcará mi vida el
negro, ¡oh hija del tío! Mientras vea delante de mis ojos al hijo del Barmecida, a ese Giafar de
maldición, que se complace en criticar mis palabras, en comentar mis accio nes y en dar preferencia sobre
mí a oscuros particulares de entre mis súbditos!" Y enteró a su esposa de lo que acababa de pasar, y se
quejó a ella de su visir en términos que le hicieron comprender que la cabeza de Giafar corría aquella
vez el mayor peligro. Así es que al principio no dejó ella de abundar en el sentir de él, manifestando su
indignación por ver que el visir se permitía tales libertades para con su soberano.Luego, muy hábilmente,
le hizo ver que era preferible diferir el castigo sólo el tiempo preciso para enviar a Bassra a cualquiera
que diese fe de la cosa.
Y añadió: "Entonces podrás asegurarte de la verdad o de la falsedad de lo que te ha contado Giafar y
tratarle en consecuencia". Y Harún, a quien había calmado a medias el lenguaje lleno de cordura de su
es posa, contestó: "Verdad dices, ¡oh Zobeida! Ciertamente, debo esa jus ticia a un hombre cual el hijo de
Yahia. Y como no puedo tener una confianza absoluta en la relación que me haga quien envíe a Bassra,
quiero ir yo mismo a esa ciudad para comprobar la cosa. Y entablaré conocimiento con ese Abulcassem.
Y te juro que le costará la cabeza a Giafar si me ha exagerado la generosidad de ese joven o si me ha
dicho mentira".
Y sin más tardanza en ejecutar su proyecto, se levantó en aquella hora y en aquel instante, y sin querer
escuchar lo que decía Sett Zobeida para decidirle a no hacer completamente solo ese viaje, se disfrazó
de mercader del Irak, recomendó a su esposa que durante su ausencia velara por los asuntos del reino, y
saliendo del palacio por una puerta secreta, abandonó Bagdad.
Y Alah le escribió la seguridad; y llegó sin contratiempo a Bassra, y paró en el khan principal de los
mercaderes. Y sin tomarse tiempo siquiera para descansar y probar un bocado, se apresuró a interrogar al
portero del khan acerca de lo que le interesaba, preguntándole, des pués de las fórmulas de la zalema:
"¿Es cierto, ¡oh jeique! que en esta ciudad hay un hombre llamado Abulcassem que supera a los reyes en
generosidad, en mano abierta y en magnificencia?"
Y contestó el viejo portero, meneando la cabeza con aire suficiente: "¡Alah haga descender sobre él
Sus bendiciones! ¿Qué hombre no ha sentido los efectos de su generosidad? ¡Por mi parte, ya sidi! aun
cuando en mi cara tuviera cien bocas y en cada una cien lenguas y en cada lengua un tesoro de elo cuencia,
no podría hablarte como es debido de la admirable generosidad del señor Abulcassem!"
Y luego, como llegaran de viaje con sus fardos otros mercaderes, el portero del khan no tuvo tiempo
de ser más explí cito. Y Harún se vió obligado a alejarse, y subió a reponer sus fuerzas y a descansar algo
aquella noche.
Al día siguiente, muy de mañana, salió del khan y fué a pasearse por los zocos. Y cuando los
mercaderes hubieron abierto sus tiendas, se acercó a uno de ellos, al que le pareció el de más
importancia, y le rogó que le indicara el camino que conducía a la morada de Abulcassem. Y el
mercader, muy asombrado, le dijo: "¿De qué lejano país llegas para ignorar la morada del señor
Abulcassem? ¡Aquí es más conocido que lo que fué nunca un rey en su propio imperio!" Y Harún
manifestó que, en efecto, llegaba de muy lejos; pero que el objeto de su viaje era preci samente entablar
conocimiento con el señor Abulcassem. Entonces el mer cader ordenó a uno de sus criados que sirviera
de guía al califa, dicién dole: "¡Conduce a este honorable extranjero al palacio de nuestro mag nífico
señor!"
Y he aquí que el tal palacio era un palacio admirable. Y estaba en teramente construido con piedras de
talla en mármol jaspeado, con puer tas de jade verde. Y Harún quedó maravillado de la armonía de su
cons trucción; y al entrar en el patio vió una multitud de pequeños esclavos blancos y negros,
elegantemente vestidos, que se divertían jugando en espera de las órdenes de su amo. Y abordó a uno de
ellos y le dijo: "¡Oh joven! te ruego que vayas a decir al señor Abulcassem: "¡Oh mi señor! ¡en el patio
hay un extranjero que ha hecho el viaje de Bagdad a Bassra con el sólo propósito de regocijarse los ojos
con tu rostro bendito!" Y el joven esclavo al punto advirtió en el lenguaje y el aspecto de quien se dirigía
a él que no era un hombre vulgar. Y corrió a avisar a su amo, el cual fué hasta el patio para recibir al
huésped extranjero. Y después de las zalemas y los deseos de bienvenida, le cogió de la mano y le con -
dujo a una sala que era hermosa por sí propia y por su perfecta ar quitectura.
Y en cuanto estuvieron sentados en el amplio diván de seda bor dada de oro que daba vuelta a la sala,
entraron doce esclavos blancos, jóvenes y muy hermosos, cargados con vasos de ágata y de cristal de
roca. Y los vasos estaban enriquecidos de gemas y de rubíes y llenos de licores exquisitos. Luego
entraron doce jóvenes como lunas, que llevaban fuentes de porcelana llenas de frutas y de flores las unas,
y grandes co pas de oro llenas de sorbetes de nieve de un sabor excelente las otras. Y aquellos jóvenes
esclavos y aquellas jóvenes miraron si estaban en su punto los licores, los sorbetes y los demás refrescos
antes de presen társelos al huésped de su señor. Y probó Harún aquellas diversas be bidas, y aunque
estaba acostumbrado a las cosas más deliciosas de todo el Oriente, hubo de confesar que jamás había
bebido nada comparable a ellas. Tras de lo cual, Abulcassem hizo pasar a su convidado a una se gunda
sala, donde estaba servida una mesa cubierta de platos de oro macizo con los manjares más delicados. Y
con sus propias manos le ofreció los bocados selectos. Y a Harún le pareció extraordinario el aderezo de
los tales manjares.
Luego, terminada la comida, el joven cogió de la mano a Harún y le llevó a una tercera sala,
amueblada con más riqueza que las otras dos. Y unos esclavos, más hermosos que los anteriores, llevaron
una prodigiosa cantidad de vasos de oro incrustados de pedrerías y llenos de toda clase de vinos, como
también tazones de porcelana llenos de con fituras secas y bandejas cubiertas de pasteles delicados. Y
mientras Abulcassem servía a su convidado, entraron cantarinas y tañedoras de instrumentos, dando
principio a un concierto que habría conmovido al granito. Y se decía Harún en el límite del entusiasmo:
"¡En mi palacio tengo, ciertamente, cantarinas de voces admirables, y aun cantores como Ishak, que no
ignoran ningún resorte del arte; pero ninguno de ellos podría compararse con éstas! ¡Por Alah! ¿cómo ha
podido arreglarse un simple particular, un habitante de Bassra, para reunir semejante ra millete de cosas
perfectas?"
Y en tanto que Harún estaba particularmente atento a la voz de una almea, cuya dulzura le encantaba,
Abulcassem salió de la sala y volvió un momento después llevando en una mano una varita de ámbar y en
la otra un arbolito con el tronco de plata, las ramas y las hojas de esmeraldas y las frutas de rubíes. Y en
la copa de aquel árbol estaba encaramado un pavo real de una hermosura que glorificaba a quien lo había
fabricado. Y dejando aquel árbol a los pies del califa, Abul cassem tocó con su varita la cabeza del pavo
real. Y al punto la hermosa ave abrió sus alas y desplegó el esplendor de su cola, y se puso a girar con
rapidez sobre sí misma. Y a medida que giraba esparcía por todos lados emanaciones tenues de perfumes
de ámbar, de nadd, de áloe y otros olores de que estaba lleno y que embalsamaban la sala.
Pero estando Harún ocupado en contemplar el árbol y el pavo real, Abulcassem cogió con
brusquedad uno y otro y se los llevó. Y Ha rún se resintió mucho por aquel acto inesperado, y dijo para sí:
"¡Por Alah! ¡qué cosa tan extraña! ¿Y qué significa todo esto? ¿Y es así como se portan los huéspedes con
sus invitados? Me parece que este joven no sabe hacer las cosas tan bien como Giafar me hizo presumir.
Me quita el árbol y el pavo real cuando me ve ocupado precisamente en mirarlos. Sin duda alguna teme
que yo le ruegue que me lo regale. ¡Ah! no me pesa haber comprobado por mí mismo esa famosa gene -
rosidad que, según mi visir, no tiene igual en el mundo!"
Mientras asaltaban el espíritu del califa estos pensamientos, el jo ven Abulcassem volvió a la sala. Y
le acompañaba un joven esclavo tan hermoso como el sol. Y aquel amable niño llevaba un traje de
brocato de oro realzado con perlas y diamantes. Y tenía en el mano una copa hecha de un solo rubí y llena
de un vino de púrpura. Y se acercó a Ha rún, y después de besar la tierra entre sus manos le presentó la
copa. Y Harún la cogió y se la llevó a los labios. Pero ¡cual no sería su asombro cuando, tras de beberse
el contenido, advirtió, al devolvérsela al lindo esclavo, que todavía estaba llena hasta el borde! Así es
que la cogió otra vez de manos del niño, y llevándosela a la boca la vació hasta la última gota. Luego se
la entregó al esclavito, observando que de nuevo se lle naba sin que nadie vertiese nada dentro.
Al ver aquello, Harún llegó al límite de la sorpresa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 823ª noche
Ella dijo:
...Al ver aquello, Harún llegó al límite de la sorpresa, y no pudo por menos de preguntar a que
obedecía. Y Abulcassem contestó: "Señor, nada tiene de asombroso. ¡Esta copa es obra de un antiguo
sabio que poseía todos los secretos de la tierra!" Y habiendo pronun ciado estas palabras, cogió de la
mano al niño y salió de la sala con precipitación. Y el impetuoso Harún se indignó ya. Y pensó: "¡Por
vida de mi cabeza! o este joven ha perdido la razón, o lo que todavía es peor, no ha conocido nunca los
miramientos que se deben al huésped y las buenas maneras. Me trae todas esas curiosidades sin que yo se
las pida, las ofrece a mis ojos, y cuando advierte que me gusta verlas se las lleva. ¡Por Alah, que jamás
vi nadie tan mal educado y tan grosero! ¡Maldito Giafar! ¡Ya te enseñaré, si Alah quiere, a juzgar a los
hom bres y a revolver la lengua en la boca antes de hablar!"
En tanto que Al-Raschid se hacía estas reflexiones acerca del ca rácter de su huésped, le vió entrar en
la sala por tercera vez. Y a algunos pasos de él le seguía una joven como no se encontraría más que en
los jardines del Edén. Y estaba toda cubierta de perlas y de pedrerías y aun más ataviada con su belleza
que con sus galas. Y al verla, Harún se olvidó del árbol, del pavo real y de la copa inagotable, y sintió
que el encanto le penetraba el alma. Y después de hacerle una profunda reverencia, la joven fué a
sentarse entre sus manos, y en un laúd hecho de madera de áloe, de marfil, de sándalo y de ébano, se puso
a tocar de veinticuatro maneras diferentes, con un arte tan perfecto, que Al-Raschid no pudo contener su
admiración, y exclamó: "¡Oh jovenzuela! ¡cuán digna de envidia es tu suerte!" Pero en cuan to Abulcassem
notó que su convidado estaba encantado de la joven, la cogió de la mano al punto y se la llevó de la sala
con presteza.
Cuando el califa vió aquella conducta de su huésped, quedó extre madamente mortificado, y temiendo
dejar estallar su resentimiento, no quiso permanecer más tiempo en una morada donde se le recibía de
manera tan extraña. Así es que, en cuanto el joven volvió a la sala, le dijo, levantándose: "¡Oh generoso
Abulcassem! estoy muy confun dido, en verdad, de la manera como me has tratado, sin conocer mi rango y
mi condición. Permíteme, pues, que me retire y te deje tran quilo, sin abusar por más tiempo de tu
munificencia". Y por temor a molestarle, no quiso el joven oponerse a su deseo, y haciéndole una
graciosa reverencia, le condujo hasta la puerta de su palacio, pidiéndole perdón por no haberle recibido
tan magníficamente como se merecía.
Y Harún emprendió de nuevo el camino de su khan, pensando con amargura: "¡Qué hombre tan lleno
de ostentación ese ese Abulcassem! Se complace en poner de manifiesto sus riquezas a los ojos de los
extra ños para satisfacer su orgullo y su vanidad. Si en eso estriba su largue za, seré yo un insensato y un
ciego. ¡Pero no! En el fondo, ese hombre no es más que un avaro de la especie más detestable. ¡Y pronto
sabrá Giafar lo que cuesta engañar a su soberano con la más vulgar mentira!"
Y reflexionando de tal suerte, Al-Raschid llegó a la puerta del khan. Y vió en el patio de entrada un
gran cortejo en forma de media luna, compuesto de un número considerable de jóvenes esclavos blancos
y negros, los blancos a un lado y los negros a otro. Y en el centro de la media luna se mantenía la
hermosa joven del laúd que le había en cantado en el palacio de Abulcassem, teniendo a su derecha al
amable niño cargado con la copa de rubíes y a su izquierda a otro muchacho, no menos simpático y
hermoso, cargado con el árbol de esmeraldas y el pavo real.
No bien Al-Raschid franqueó la puerta del khan, todos los esclavos se prosternaron en el suelo, y la
exquisita joven avanzó entre sus manos y le presentó en un cojín de brocato un rollo de papel de seda. Y
Al -Raschid, muy sorprendido de todo aquello, cogió la hoja, la desenrolló, y vió que contenía estas
líneas:
"La paz y la bendición para el huésped encantador cuya llegada honró nuestra morada y la
perfumó. Y ahora, ¡oh padre de los convida dos graciosos! dígnate posar tu vista en los escasos
objetos sin valor que envía a tu señoría nuestra mano de poco alcance, y admitirlos de parte
nuestra como humilde homenaje de nuestra lealtad para con el que ha iluminado nuestro techo.
Hemos notado, en efecto, que los diversos esclavos que forman el cortejo, los dos muchachos y la
joven, así como el árbol, la copa y el pavo real, no han desagradado de particular manera a
nuestro convidado; y por eso le suplicamos que los considere como si siempre le hubiesen
pertenecido. Por lo demás, de Alah viene todo y a El retorna todo. ¡Uassalam!"
Cuando Al-Raschid hubo acabado de leer esta carta y hubo com prendido todo su sentido y todo su
alcance, quedó extremadamente ma ravillado de semejante largueza, y exclamó: "¡Por los méritos de mis
antecesores (¡Alah honre sus rostros!), convengo en que he juzgado mal al joven Abulcassem! ¿Qué eres
tú, liberalidad de Al-Raschid, al lado de semejante liberalidad? ¡Caigan sobre tu cabeza las bendiciones
de Alah, ¡oh visir mío Giafar! que eres causa de que yo me haya curado de mi falso orgullo y de mi
arrogancia! ¡He aquí que, en efecto, sin la menor pena y sin que parezca molestarle lo más mínimo, un
sim ple particular acaba de exceder en generosidad y en munificencia al monarca más rico de la tierra!"
Luego, recapacitando de pronto, pensó: "Bueno; pero, por Alah, ¿cómo un simple particular puede
ofrecer tales presentes, y dónde ha podido procurarse o encontrar tantas rique zas? ¿Y cómo es posible
que un hombre lleve en mis Estados una vida más fastuosa que la de los reyes sin que sepa yo por qué
medio ha llegado a semejante grado de riqueza? ¡Es preciso, en verdad, que sin tardan za, y aun a riesgo
de parecer inoportuno, vaya a comprometerle para que me descubra cómo ha podido reunir una fortuna
tan prodigiosa!"
Al punto, dominado por la impaciencia de satisfacer su curiosi dad, dejando en el khan a sus nuevos
esclavos y lo que le llevaban, Al-Raschid volvió al palacio de Abulcassem. Y cuando estuvo en pre -
sencia del joven, le dijo, después de las zalemas:
"¡Oh mi generoso señor! ¡Alah aumente sobre ti Sus beneficios y haga durar los favores de que te ha
colmado! Pero son tan considera bles los presentes que me ha hecho tu mano bendita, que temo, al acep -
tarlos, abusar de mi calidad de convidado y de tu generosidad sin igual. ¡Permite, pues, que, sin temor a
ofenderte, me sea dable devolvértelos, y que, encantado de tu hospitalidad, vaya a Bagdad, mi ciudad, a
publi car tu magnificencia!"
Pero Abulcassem contestó con un aire muy afli gido: "Al hablar así, señor, sin duda es porque tienes
algún motivo de queja de mi recibimiento, o acaso porque mis presentes te han des agradado por su poca
importancia. De no ser así no habrías vuelto desde tu khan para hacerme sufrir esta afrenta". Y Harún,
disfrazado siempre de mercader, contestó: "Alah me libre de responder a tu hospitalidad con semejante
proceder, ¡oh más que generoso Abulcassem! ¡Mi venida obedece únicamente al escrúpulo que me asalta
al verte prodigar así objetos tan raros a extranjeros a quienes has visto por primera vez, y a mi temor de
ver agotarse, sin que recojas de ello la satisfacción que mereces, un tesoro que, por muy inagotable que
sea, debe tener un fondo!"
Al oír estas palabras de Al-Raschid, Abulcassem no pudo por me nos de sonreír, y contestó: "Calma
tus escrúpulos, ¡oh mi señor! si verdaderamente es ése el motivo que me ha procurado el placer de tu
visita. Has de saber, en efecto, que todos los días de Alah pago las deu das que tengo con el Creador
(¡glorificado y exaltado sea!), haciendo a los que llaman a mi puerta uno o dos o tres regalos equivalentes
a los que están entre tus manos. Porque el tesoro que me concedió el Distribuidor de riquezas es un
tesoro sin fondo". Y como viera refle jarse un asombro grande en las facciones de su huésped, añadió:
"¡Ya veo, ¡oh mi señor! que es preciso que te haga confidente de ciertas aven turas de mi vida y que te
cuente la historia de ese tesoro sin fondo, que es una historia tan asombrosa y tan prodigiosa, que si se
escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo serviría de enseñanza a quien la leyera con atención!"
Y tras de hablar así, el joven Abulcassem cogió de la mano a su huésped y le condujo a una sala llena
de frescura, donde perfumaban el aire varios pebeteros muy gratos y donde se veía un amplio trono de
oro con ricos tapices para los pies. Y el joven hizo subir a Harún al trono, se sentó a su lado y empezó de
la manera siguiente su historia: "Has de saber, ¡oh mi señor! (¡Alah es señor de todos nosotros!) que soy
hijo de un gran joyero, oriundo de El Cairo, que se llamaba Abdelaziz. Pero, aunque nacido en El Cairo,
como su padre y su abuelo, mi padre no había vivido toda su vida en su ciudad natal. Porque po seía
tantas riquezas, que, temiendo atraerse la envidia y la codicia del sultán de Egipto, que en aquel tiempo
era un tirano sin remedio, se vió obligado a dejar su país y a venir a establecerse en esta ciudad de Bass -
ra, a la sombra tutelar de los Bani-Abbas. (¡Qué Alah extienda sobre ellos sus bendiciones!) Y mi padre
no tardó en casarse con la hija única del mercader más rico de la ciudad. Y yo nací de este matrimonio
bendito. Y antes de mí y después de mí no vino a aumentar la genealo gía ningún otro fruto. De modo que,
al incautarme de todos los bienes de mi padre y de mi madre después de su muerte (¡Alah les conceda la
salvación y esté satisfecho de ellos!), tuve que administrar, muy joven todavía, una gran fortuna en bienes
de todas clases y en riquezas ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 824ª noche
Ella dijo:
"...tuve que administrar, muy joven todavía, una gran fortuna en bienes de todas clases y en riquezas.
Pero como me gustaba el dis pendio y la prodigalidad, me dediqué a vivir con tanta profusión, que en
menos de dos años se vió disipado todo mi patrimonio. ¡Porque, ¡oh mi señor! de Alah nos viene todo y a
El vuelve todo! Entonces, vién dome en un estado de completa penuria, me puse a reflexionar sobre mi
conducta pasada. Y pensando en la vida y el papel que había hecho en Bassra, resolví dejar mi ciudad
natal para ir a pasar en otra parte días miserables: que la pobreza es más soportable ante ojos extraños.
Vendí, pues, mi casa, única hacienda que me quedaba, y me agregué a una caravana de mercaderes, con
los cuales fui primero a Mossul y luego a Damasco. Tras de lo cual atravesé el desierto para ir en
peregrinación a la Meca; y desde allí volví al gran Cairo, cuna de nuestra raza y de nuestra familia.
Y he aquí que, estando yo en aquella ciudad de hermosas casas y de mezquitas innumerables,
rememoré que allí era donde había nacido Abdelaziz, el rico joyero, y al recordarlo no pude por menos
de lanzar profundos suspiros y de llorar. Y me figuré el dolor de mi padre si hu biese visto la deplorable
situación de su hijo único y heredero. Y pre ocupado con estos pensamientos que me enternecían, llegué,
paseando, a orillas del Nilo, por detrás del palacio del sultán. Y he aquí que en una ventana apareció una
cabeza arrebatadora, que me dejó inmóvil mi rándola. Pero de repente se retiró, y no vi nada más. Y
permanecí allí con beatitud hasta la noche, esperando en vano una nueva aparición. Y acabé por
retirarme, aunque muy a mi pesar, e ir a pasar la noche en el khan donde paraba.
Pero al día siguiente, como se ofrecieran a mi espíritu sin cesar las facciones de la jovenzuela, no
dejé de apostarme debajo de la ventana consabida. Pero fueron vanas mi paciencia y mi esperanza, pues
no se mostró el delicioso rostro, si bien se estremeció un poco la cortina de la ventana, y creí adivinar
tras de la celosía un par de ojos babilónicos. Y aquella abstención me afligió mucho, sin desanimarme,
no obstante, porque no dejé de volver al mismo sitio al día siguiente.
¡Y cuál no sería mi emoción cuando vi entreabrirse la celosía y descorrerse la cortina para dejar
aparecer la luna llena de su rostro! Y me apresuré a prosternarme con la faz contra la tierra, y
levantándome después, dije: "¡Oh dama soberana! soy un extranjero llegado hace poco a El Cairo y que
ha inaugurado su entrada en esta ciudad con la contemplación de tu belleza. ¡Ojalá que el Destino, que me
ha conduci do de la mano hasta aquí, acabe su obra con arreglo a los deseos de tu esclavo!" Y me callé,
esperando la respuesta. Y en vez de contestarme, la joven mostró una actitud tan asustadiza, que no supe
si debía perma necer allí o echar a correr. Y me decidí a permanecer en mi puesto aún, insensible a todos
los peligros que pudiera correr. Hice bien, pues de pronto la joven se inclinó sobre el alféizar de su
ventana, y me dijo con voz temblorosa: "Vuelve a medianoche. ¡Pero huye ahora cuanto antes!" Y tras
estas palabras, desapareció con precipitación y me dejó en el límite del asombro, del amor y del júbilo.
Y al instante me olvidé de mis desgracias y de mi penuria. Y me apresuré a volver a mi khan para mandar
llamar al barbero público, que se dedicó a afeitarme la cabe za, los sobacos y las ingles, a arreglarme y a
hermosearme. Luego fui al hammam de los pobres, en donde, por algunas monedas, tomé un baño per fecto
y me perfumé y me refresqué para salir de allí completamente aseado y con el cuerpo ligero como una
pluma.
Así es que, cuando llegó la hora indicada, a favor de las tinieblas me puse debajo de la ventana del
palacio. Y encontré una escala de seda que colgaba desde aquella ventana hasta el suelo. Y como a la
sazón no tenía nada que perder más que una vida a la que no me ataba ya ningún lazo y que carecía de
sentido, trepé por la escala y penetré por la ven tana al aposento. Atravesé rápidamente dos habitaciones
y llegué a otra, en donde, sobre un lecho de plata, estaba tendida, sonriendo, la que yo esperaba. ¡Ah,
señor mercader, huésped mío, qué encanto era aquella obra del Creador! ¡Qué ojos y qué boca! A su vista
sentí que se me huía la razón, y no pude pronunciar ni una palabra. Pero se incorporó ella a medias, y con
una voz más dulce que el azúcar cande me dijo que me acomodara a su lado en el lecho de plata. Luego
me preguntó con interés quién era. Y le conté mi historia con toda sinceridad desde el principio hasta el
fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla.
Y he aquí que la joven, que me había escuchado con mucha aten ción, pareció realmente conmovida de
la situación a que hubo de redu cirme el Destino. Y al ver yo aquello, exclamé: "¡Oh mi señora! ¡por muy
desgraciado que yo sea, ceso de estar quejoso, ya que eres lo bas tante buena para compadecerte de mis
desgracias!" Y ella tuvo la respuesta oportuna, e insensiblemente nos enredamos en una charla que cada
vez se hizo más tierna e íntima. Y acabó ella por declararme que, por su parte, había sentido cierta
inclinación hacia mí al verme. Y exclamé: "¡Loores a Alah, que enternece los corazones y dulcifica los
ojos de las gacelas!" A lo cual tuvo ella también la respuesta oportuna, y añadió: "¡Ya que me has
enterado de quién eres, Abulcassem, no quiero que sigas ignorando quién soy yo!"
Y tras de quedarse silenciosa un momento, dijo: "Sabe, ¡oh Abul cassem! que soy la esposa favorita
del sultán y que me llamo Sett Labiba. Pero a pesar de todo el lujo con que vivo aquí, no soy dichosa.
Porque, además de estar rodeada de rivales celosas y prontas a perderme, el sultán, que me ama, no
puede llegar a satisfacerme, pues Alah, que dis tribuye la potencia a los gallos, se olvidó de él al hacer la
distribución. Y por eso, al verte bajo mi ventana, lleno de valor y desdeñando el peligro, me pareció que
eras un hombre potente. Y te he llamado para hacer la experiencia. ¡De ti, pues, depende ahora
demostrarme que no me equi voqué en mi elección y que tu gallardía es igual a tu temeridad!"
Entonces, ¡oh mi señor! yo, que no necesitaba que me incitasen a obrar, puesto que no había ido allí
más que para eso, no quise perder un tiempo precioso cantando versos, como es costumbre en tales
circuns tancias, y me apresté al asalto. Pero en el mismo momento en que nues tros brazos se enlazaban,
llamaron fuertemente a la puerta de la habita ción. Y la bella Labiba me dijo muy asustada: "Nadie tiene
derecho para llamar así no siendo el sultán: ¡Estamos vencidos y perdidos sin remedio!"
Al punto pensé en la escala de la ventana para escaparme por donde había subido. Pero quiso la
suerte que precisamente llegase el sultán por aquel lado; y no me quedaba ninguna probabilidad de fuga.
Así es que, tomando el único partido que me quedaba, me escondí de bajo del lecho de plata, mientras la
favorita del sultán se levantaba para abrir.
Y en cuanto la puerta estuvo abierta, entró el sultán seguido de sus eunucos, y antes de que yo tuviese
tiempo siquiera para darme cuenta de lo que iba a suceder, me sentí cogido debajo del lecho por veinte
manos terribles y negras, que me sacaron como a un fardo y me levantaron del suelo. Y aquellos eunucos
corrieron cargados conmigo hasta la ventana, en tanto que otros eunucos negros, cargados con la fa vorita,
ejecutaban la misma maniobra hacia otra ventana. Y todas las manos a la vez soltaron su carga,
precipitándonos ambos desde lo alto del palacio al Nilo.
Y he aquí que estaba escrito en mi destino que yo tenía que escapar a la muerte por ahogo. Por eso,
aunque aturdido por la caída, después de ir a parar al fondo del río logré salir a la superficie del agua y
ga nar, a favor de la oscuridad, la ribera opuesta al palacio. Y libre ya de un peligro tan grande, no quise
irme sin haber intentado extraer a aquella cuya pérdida fué debida a mi imprudencia, y entré en el río con
más bríos que había salido, y me sumergí y me volví a sumergir diversas veces para ver si daba con ella.
Pero fueron vanos mis propo sitos, y como me faltaban las fuerzas, me vi en la necesidad de ganar tierra
otra vez para salvar mi alma. Y muy triste, me lamenté por la muerte de aquella encantadora favorita,
diciéndome que no debí acer carme a ella estando bajo la influencia de la mala suerte, ya que la mala
suerte es contagiosa.
Así es que, penetrado de dolor y abrumado de remordimientos, me apresuré a huir de El Cairo y de
Egipto y a tomar el camino de Bagdad, la ciudad de paz.
Y he aquí que Alah me escribió la seguridad, y llegué a Bagdad sin contratiempos, pero en una
situación muy triste, porque estaba sin dinero y de toda mi fortuna anterior me quedaba un dinar de oro
justo en el fondo de mi cinturón. Y no bien fui al zoco de los cambistas, cam bié mi dinar en monedas
pequeñas, y para ganarme la vida compré una bandeja de mimbre y confituras, manzanas de olor,
bálsamos, dul ces secos y rosas. Y me puse a pregonar mi mercancía a la puerta de las tiendas, vendiendo
todos los días y ganando para el sustento del día siguiente.
Y he aquí que este pequeño comercio me daba buen resultado, porque yo tenía una voz hermosa y no
pregonaba mi mercancía como los mercaderes de Bagdad, sino cantando en vez de gritar. Y un día en que
cantaba con una voz más clara aún que de costumbre, un vene rable jeique, propietario de la tienda más
hermosa del zoco, me llamó, escogió una manzana de olor de mi bandeja, y tras de aspirar su perfu me
repetidamente, mirándome con atención, me invitó a sentarme junto a él. Y me senté, y me hizo diversas
preguntas, inquiriendo quién era y cómo me llamaba. Pero yo, muy apurado por sus preguntas, contesté:
"¡Oh mi señor! relévame de hablar de cosas de que no puedo acordarme sin avivar heridas que el tiempo
empieza a cerrar. ¡Porque el solo he cho de pronunciar mi propio nombre sería para mí un sufrimiento!" Y
debí pronunciar estas palabras suspirando y con un acento tan triste, que el anciano no quiso ni
apremiarme a ello. Al punto cambió de con versación, limitándose a preguntar sobre la venta y compra de
mis con fituras; luego, despidiéndose de mí, sacó de su bolsa diez dinares de oro, que me puso entre las
manos con mucha delicadeza, y me abrazó como un padre abrazaría a su hijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 825ª noche
Ella dijo:
"...sacó de su bolsa diez dinares de oro, que me puso entre las manos con mucha delicadeza, y me
abrazó como un padre abrazaría a su hijo.
Y he aquí que alabé con toda mi alma a aquel venerable jeique, cuya liberalidad resultaba para mí
más preciosa dada mi penuria, y pensé en que los señores más dignos de consideración a quienes tenía yo
costumbre de presentar mi bandeja de mimbre jamás me habían dado la centésima parte de lo que
acababa de recibir de aquella mano, que no dejé de besar con respeto y gratitud. Y al día siguiente,
aunque no estaba muy seguro de las intenciones de mi bienhechor de la víspera, no dejé tampoco de ir al
zoco. Y en cuanto me advirtió él, me hizo seña de que me acercara, y cogió un poco de incienso de mi
bandeja. Luego me hizo sentar muy cerca de él, y tras de algunas preguntas y respues tas, me invitó con
tanto interés a contarle mi historia, que aquella vez no pude defenderme sin que se enfadara. Le enteré,
pues, de quién era y de todo lo que me había ocurrido, sin ocultarle nada. Y cuando le hube hecho esta
confidencia, me dijo, con una gran emoción en la voz: "¡ Oh hijo mío! en mí encontrarás un padre más
rico que Abdelaziz (¡Alah esté satisfecho de él!) y que no sentirá por ti menos afecto. Como no tengo
hijos ni esperanzas de tenerlos, te adopto. ¡Así, pues, ¡oh hijo mío! calma tu alma y refresca tus ojos,
porque, si Alah quiere, vas a olvidar junto a mí tus pasados males!"
Y habiendo hablado así, me besó y me estrechó contra su corazón. Luego me obligó a tirar mi bandeja
de mimbre con su contenido, cerró su tienda, y cogiéndome de la mano me condujo a su morada, donde
me dijo: "Mañana partiremos para la ciudad de Bassra, que también es mi ciudad, y donde quiero vivir
contigo en adelante, ¡oh hijo mío!"
Y efectivamente, al otro día tomamos juntos el camino de Bassra, mi ciudad natal, adonde llegamos
sin contratiempo, gracias a la seguri dad de Alah. Y cuantos me encontraban y me reconocían se
regocijaban de verme convertido en hijo adoptivo de un mercader tan rico.
En cuanto a mí, no tengo para qué decirte, señor, que puse toda mi inteligencia y todo mi saber en
complacer al anciano. Y estaba él encantado de mis complacencias para con su persona, y me decía a
menu do: "Abulcassem, ¡qué día tan bendito fué el de nuestro encuentro en Bagdad! ¡Cuán hermoso es mi
destino, que te puso en mi camino, ¡oh hijo mío! ¡Y cuán digno eres de mi afecto, de mi confianza y de lo
que he hecho por ti y pienso hacer para tu porvenir!" Y estaba yo tan conmovido por los sentimientos que
me demostraba él, que, a pesar de la diferencia de edad, le quería verdaderamente y me adelantaba a
todo lo que pudiera complacerle. Así, por ejemplo, en vez de ir a diver tirme con los jóvenes de mi edad,
le hacía compañía, sabiendo que le hubiera dado celos la menor cosa o el menor gesto que no tuviese
des tinado para él.
Y he aquí, que al cabo de un año, mi protector se sintió aquejado, por orden de Alah, de una
enfermedad gravísima, hasta el punto de que todos los médicos desesperaron de curarle. Así es que se
apresuró a llamarme a su lado, y me dijo: "Sea contigo la bendición, ¡oh hijo mío Abulcassem! Me has
dado la felicidad en el transcurso de un año entero, mientras que la mayoría de los hombres apenas
pueden contar con un día feliz en toda su vida. Hora es ya, pues, antes de que la Separadora venga a
detenerse a mi cabecera, de que pague yo las muchas deudas que contraje contigo. Sabe, pues, hijo mío,
que tengo que revelarte un secreto cuya posesión te hará más rico que todos los reyes de la tierra. Porque,
si no tuviera yo por toda hacienda más que esta casa con las riquezas que contiene, me parecería que sólo
te dejaba una fortuna exi gua; pero todos los bienes que he amontonado en el curso de mi vida, aunque
considerables para un mercader, no son nada en comparación del tesoro que quiero descubrirte. No te
diré desde cuándo, por quién, ni de qué manera se encuentra en nuestra casa el tesoro, pues lo ignoro.
Todo lo que sé es que es muy antiguo. ¡Mi abuelo, al morir, se lo des cubrió a mi padre, quien también me
hizo la misma confidencia pocos días antes de su muerte!"
Y tras de hablar así, el anciano se inclinó a mi oído, mientras llora ba yo al ver que se le escapaba la
vida, y me enteró del sitio de la mo rada en que estaba el tesoro. Luego me aseguró que por muy grande
que fuese la idea que pudiera yo formarme de las riquezas que encerraba, me parecerían más
considerables todavía de lo que me figuraba. Y añadió: "Y hete aquí, ¡oh hijo mío! dueño absoluto de
todo eso. Ten muy abierta la mano, sin temor a llegar nunca a agotar lo que no tiene fon do. ¡Sé dichoso!
¡Uassalam!" Y habiendo pronunciado estas últimas palabras, falleció en la paz. (¡Que Alah le tenga en Su
misericordia y extienda a él Sus bendiciones!).
Y he aquí que, después de haber cumplido con él los últimos debe res, como único heredero, tomé
posesión de todos sus bienes, y fui a ver al tesorero sin tardanza. Y deslumbrado, pude comprobar que mi
difunto padre adoptivo no había exagerado su importancia; y me dispuse a hacer de ello el mejor uso
posible.
En cuanto a todos los que me conocían y habían asistido a mi primera ruina, quedaron convencidos en
seguida de que iba a arrui narme por segunda vez. Y se dijeron entre sí: "Aun cuando el pródigo
Abulcassem tuviera todos los tesoros del Emir de los Creyentes, los disiparía sin vacilar". Así es que
cuál no fué su asombro cuando, en lugar de ver en mis negocios el menor desorden, advirtieron que, por
el contrario, eran más florecientes cada día. Y no llegaban a concebir cómo podía aumentar mi hacienda
prodigándola, máxime cuando veían que cada vez hacía yo gastos más extraordinarios, y que tenía a mis
expensas a todos los extranjeros de paso por Bassra, albergándolos como a reyes.
Así es que pronto corrió por la ciudad el rumor de que yo había encontrado un tesoro, y no fué
preciso más para atraer sobre mí la codicia de las autoridades. En efecto, no tardó el jefe de policía en
ve nir un día a buscarme, y después de recapacitar algún tiempo, me dijo "¡Señor Abulcassem, mis ojos
ven y mis oídos oyen! Pero como ejerzo mis funciones para vivir, mientras que tantos otros viven para
ejercer funciones, no vengo a pedirte cuenta de la vida fastuosa que llevas y a interrogarte por un tesoro
que tanto interés tienes en guardar. Vengo a decirte sencillamente que si soy un hombre avisado se lo
debo a Alah y no me enorgullezco de ello. Pero el pan está caro y nuestra vaca ya no da leche". Y
comprendiendo yo el motivo del paso que daba, le dije: "¡Oh padre de los hombres de ingenio! ¿cuánto te
hace falta para com prar pan a tu familia y reemplazar la leche que ya no da tu vaca?" El contestó: "Nada
más que diez dinares de oro al día, ¡oh mi señor!" Yo dije: "Eso no es bastante, y quiero darte ciento al
día. ¡Y a tal fin no tendrás más que venir aquí a primeros de cada mes, y mi tesorero te contará los tres
mil dinares necesarios a tu subsistencia!" Al oírlo, quiso él besarme la mano, pero me defendí de ello,
sin olvidar que todos los dones son un préstamo del Creador. Y se marchó, invocando sobre mí las
bendiciones.
Y he aquí que, al otro día de la visita del jefe de policía, el kadí me hizo llamar a su casa y me dijo:
"¡Oh joven! Alah es el dueño de los tesoros y le corresponde por derecho la quinta parte de ellos. ¡Paga,
pues, la quinta parte de tu tesoro y serás el tranquilo poseedor de las otras cuatro partes!" Yo contesté:
"No sé qué quiere significar nuestro amo el kadí a su servidor. Pero me comprometo a darle todos los
días, para los pobres de Alah, mil dinares de oro, a condición de que me de jen en paz". Y el kadí aprobó
mis palabras y aceptó mi proposición.
Pero, algunos días más tarde, vino un guardia a buscarme de parte del walí de Bassra. Y cuando
estuve en su presencia, el walí, que me había acogido con una actitud benévola, me dijo: "¿Me crees lo
bas tante injusto para quitarte tu tesoro si me lo enseñaras?" Y yo contesté:
"¡Alah prolongue mil años los días de nuestro amo el walí! Pero, aunque me arranque la carne con
tenazas al rojo, no descubriré el tesoro que está, efectivamente, en mi poder. Sin embargo, consiento en
pagar cada día a nuestro amo el walí dos mil dinares de oro para los menesterosos que conozca". Y ante
una oferta que le pareció tan considerable, el walí no vaciló en aceptar mi proposición, y me despidió
después de colmar me de atenciones.
Y desde entonces pago fielmente a estos tres funcionarios el tributo diario que les he prometido. Y en
cambio, me dejan ellos que lleve la vida de largueza y de generosidad para la cual he nacido. ¡Y ése es,
¡oh mi señor! el origen de una fortuna que ya veo que te asombra y cuya cuantía no conoce nadie más que
tú!"
Cuando el joven Abulcassem hubo acabado de hablar, el califa, en el límite del deseo de ver al
maravilloso tesoro, dijo a su huésped: "¡Oh generoso Abulcassem! ¿es realmente posible que haya en el
mundo un tesoro que tu generosidad no sea capaz de agotar pronto? No, por Alah, no puedo creerlo, y si
no fuera exigir demasiado de ti, te rogaría que me lo enseñaras, jurándote por los derechos sagrados de la
hospitalidad, sobre mi cabeza y por cuanto pueda hacer inviolable un juramento, que no abusaré de tu
confianza y que tarde o temprano sabré corresponder a este favor único".
Al oír estas palabras del califa, a Abulcassem se le cambió el color y se le demudó la fisonomía, y
contestó con triste acento: "Mucho me aflige, señor, que tengas esa curiosidad, que no puedo satisfacer
más que con condiciones muy desagradables, aunque tampoco puedo deci dirme a dejarte partir de mi
casa con un deseo reconcentrado y un anhelo sin satisfacer. Así, pues, será preciso que te vende los ojos
y que te conduzca, tú sin armas y con la cabeza descubierta, y yo con la cimitarra en la mano, pronto a
descargarla sobre ti si intentas violar las leyes de la hospitalidad. No obstante, bien sé que, aun obrando
así, co meto una imprudencia grande y que no debería ceder a tu pretensión. ¡En fin, sea como está escrito
para nosotros en este día bendito! ¿Estás dispuesto a aceptar mis condiciones?"
El califa contestó: "Estoy dis puesto a seguirte y acepto esas condiciones y otras mil semejantes. Y te
juro por el Creador del cielo y de la tierra que no te arrepentirás de haber satisfecho mi curiosidad. ¡Por
lo demás, apruebo tus precau ciones y ni por asomo me ofendo por ellas!"
Inmediatamente Abulcassem le puso una venda en los ojos, y co giéndole de la mano le hizo bajar por
una escalera disimulada a un jar dín de vasta extensión. Y allí, después de varias vueltas por las avenidas
que se entrecruzaban, le hizo penetrar en un profundo y espacioso sub terráneo cuya entrada tapaba una
gran piedra a ras del suelo. Y pasaron a un largo corredor en cuesta, que se abría en una gran sala sonora.
Y Abulcassem quitó la venda al califa, que vió maravillado aquella sala iluminada sólo con el resplandor
de los carbunclos incrustados en todas las paredes, así como en el techo. Y en medio de aquella sala se
veía un estanque de alabastro blanco de cien pies de circunferencia lleno de monedas de oro y de cuantas
joyas pueda soñar el cerebro más exaltado. Y alrededor de aquel estanque brotaban, como flores que
surgieran de un suelo milagroso, doce columnas de oro que sostenían otras tantas estatuas de gemas de
doce colores.
Y Abulcassem condujo al califa al borde del estanque, y le dijo: "Ya ves este montón de dinares de
oro y de joyas de todas formas y de todos colores. ¡Pues bien; todavía no ha bajado más que dos dedos,
aunque la profundidad del estanque es insondable! ¡Pero no hemos ter minado!" Y le condujo a una
segunda sala, semejante a la primera por la refulgencia de las paredes, pero más vasta aún, con un
estanque en medio lleno de piedras talladas y de piedras en cabujones, y sombreado por dos hileras de
árboles análogos al que le había regalado. Y por la bóveda de aquella sala corría en letras brillantes esta
inscripción:
"No tema el dueño de este tesoro agotarlo; no podría dar fin a él. ¡Mejor es que lo utilice para
llevar una vida agradable y para adquirir amigos, porque la vida es una y no vuelve, y vida sin
amigos no es vida!"
Tras de lo cual Abulcassem todavía hizo visitar a su huésped otras varias salas que en nada
desmerecían de las anteriores; luego, al ver que ya estaba fatigado de contemplar tantas cosas
deslumbradoras, le condu jo fuera del subterráneo, tras de vendarle los ojos, empero.
Una vez que regresaron al palacio, el califa dijo a su guía: "¡Oh mi señor.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 826ª noche
Ella dijo:
...Una vez que regresaron al palacio, el califa dijo a su guía: "¡Oh mi señor! después de lo que acabo
de ver, y a juzgar por la joven esclava y los dos amables muchachos que me has dado, entiendo que no
solamente debes ser el hombre más rico de la tierra, sino indudablemen te el hombre más dichoso.
¡Porque en tu palacio debes poseer las más hermosas hijas de Oriente y las jóvenes más hermosas de las
islas del mar!" Y contestó tristemente el joven: "¡Cierto ¡oh mi señor! que en mi morada tengo esclavas
de una belleza notable; pero ¿me es dado amarlas a mí, cuya memoria llena la querida desaparecida, la
dulce, la encantadora, la que por causa mía fué precipitada en las aguas del Nilo? ¡Ah! ¡mejor quisiera no
tener por toda fortuna más que la contenida en el cinturón de un mandadero de Bassra y poseer a Labiba,
la sultana favorita, que vivir sin ella con todos mis tesoros y todo mi harén!" Y el califa admiró la
constancia de sentimientos del hijo de Abdelaziz; pero le exhortó a esforzarse cuanto pudiera para
sobreponerse a sus penas. Luego le dió gracias por el magnífico recibimiento que le había hecho, y se
despidió de él para volverse a su khan, habiéndose asegurado de tal suerte por sí mismo de la verdad de
los asertos de su visir Giafar, a quien había hecho arrojar a un calabozo. Y emprendió otra vez al día
siguiente el camino de Bagdad con todos los servidores, la joven, los dos mozalbetes y todos los
presentes que debía a la generosidad sin par de Abulcassem.
Y he aquí que, no bien estuvo de regreso en palacio, Al-Raschid se apresuró a poner de nuevo en
libertad a su gran visir Giafar, y para demostrarle cuánto sentía el haberle castigado de manera
preventiva, le dió de regalo a los dos mozalbetes y le devolvió toda su confianza. Lue go, tras de contarle
el resultado de su viaje, le dijo: "¡Y ahora, ¡oh Giafar! dime qué debo hacer para corresponder al buen
comportamien to de Abulcassem ! Ya sabes que el agradecimiento de los reyes debe superar al bien que
se les haga. Si me limitara a enviar al magnífico Abulcassem lo más raro y más precioso que tengo en mi
tesoro, sería poca cosa para él. ¿Cómo vencerle, pues, en generosidad?"
Y Giafar contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! ¡el único medio de que dispones para pagar tu deuda
de agradecimiento es nombrar a Abulcassem rey de Bassra!" Y Al-Raschid contestó: "Verdad, dices, ¡oh
visir mío! Ese es el único medio de corresponder con Abulcassem. ¡Y en seguida vas a partir para Bassra
y a entregarle las patentes de su nombramiento, con duciéndole aquí luego para que podamos festejarle en
nuestro palacio!" Y Giafar contestó con el oído y la obediencia, y partió sin demora para Bassra. Y Al-
Raschid fué a buscar a Sett Zobeida a su aposento, y le regaló la joven, el árbol y el pavo real, sin
guardar para sí más que la copa. Y la joven le pareció a Zobeida tan encantadora, que dijo a su esposo,
sonriendo, que la aceptaba con más gusto aún que los otros presentes. Luego hizo que le narrara los
detalles de aquel viaje asom broso.
En cuanto a Giafar, no tardó en volver de Bassra con Abulcassem, a quien había tenido cuidado de
poner al corriente de lo que había su cedido y de la identidad del huésped que había alojado en su
morada.
Y cuando entró el joven en la sala del trono, el califa se levantó en honor suyo, avanzó hacia él,
sonriendo, y le besó como a un hijo. Y quiso ir por sí mismo con él hasta el hammam, honor que todavía
no había otor gado a nadie desde su advenimiento al trono. Y después del baño, mien tras les servían
sorbetes, helados de almendras y frutas, fué allí a cantar una esclava llegada al palacio recientemente.
Pero no bien hubo mirado Abulcassem el rostro de la joven esclava, lanzó un gran grito y cayó
desvanecido. Y Al-Raschid, acudiendo solícito a socorrerle, le tomó en sus brazos y le hizo recobrar el
sentido poco a poco.
Y he aquí que la joven cantarina no era otra que la antigua favo rita del sultán de El Cairo, a quien un
pescador había sacado de las aguas del Nilo y se la había vendido a un mercader de esclavos. Y aquel
mercader, después de tenerla escondida en su harén mucho tiempo, la había conducido a Bagdad y se la
había vendido a la esposa del Emir de los Creyentes.
Así es como Abulcassem convertido en rey de Bassra, recuperó a su bienamada y pudo en lo
sucesivo vivir con ella entre delicias hasta la llegada de la Destructora de placeres, ¡la Constructora
inexorable de tumbas!
"Pero no sabes ¡oh rey! -continuó Schehrazada- que esta historia es, ni por asomo, tan asombrosa y
está tan llena de utilidad moral como la Historia complicada del adulterino simpático".
Y preguntó el rey Schahriar frunciendo las cejas: "¿De qué adulterino quieres hablar, Schehrazada?"
Y la hija del visir contestó: "¡De aquel precisamente cuya vida agitada ¡oh rey! voy a contarte!"
Y dijo:
Historia complicada del adulterino simpático
Se cuenta -¡pero Alah es más sabio!- que en una ciudad entre las ciudades de nuestros padres árabes
había tres amigos que eran ge nealogistas de profesión. Ya se explicará esto, si Alah quiere.
Y los tales tres amigos eran al mismo tiempo bravos entre los listos. Y era tanta su listeza, que por
diversión podían quitar su bolsa a un avaro sin que se enterase. Y tenían costumbre de reunirse todos los
días en una habitación de un khan aislado, que habían alquilado a este efec to, y donde, sin que se les
molestara, podían concertar a su gusto la mala pasada que proyectaban jugar a los habitantes de la ciudad
o la hazaña que tenían en preparación para pasar el día alegremente. Pero también hay que decir que de
ordinario sus actos y gestos estaban des provistos de maldad y llenos de oportunidad, como que sus
maneras eran por cierto distinguidas y simpático su rostro. Y como les unía una amistad de hermanos
enteramente, juntaban sus ganancias y se las re partían con toda equidad, fuesen considerables o módicas.
Y siempre gastaban la mitad de estas ganancias en comprar haschisch para embo rracharse por la noche,
después de un día bien empleado. Y su borrachera ante las bujías encendidas era siempre de buena ley y
jamás degeneraba en pendencias o en palabras impropias, sino al contrario. Porque el haschisch exaltaba
más bien sus cualidades fundamentales y avivaba su inteligencia. Y en aquellos momentos encontraban
expedientes maravillosos que, en verdad, hubiesen hecho las delicias de quien los es cuchase.
Un día, cuando el haschisch hubo fermentado en su razón, les sugirió cierta estratagema de una
audacia sin precedente. Porque. una vez combinado su plan, se fueron muy de mañana a las cercanías del
jardín que rodeaba el palacio del rey. Y allí se pusieron a armar querella y a dirigirse invectivas de un
modo ostensible, lanzándose mutua mente, contra su costumbre, las imprecaciones más violentas, y
amenazándose, a vuelta de muchos gestos y ojos inyectados, con matarse o por lo menos, con ensartarse
por detrás.
Cuando el sultán, que se paseaba por su jardín, hubo oído aquellos gritos y el tumulto que se alzaba,
dijo: "¡Que me traigan a los indivi duos que hacen todo ese ruido!" Y al punto corrieron chambelanes y
eunucos a apoderarse de ellos, y les arrastraron, moliéndolos a golpes, entre las manos del sultán.
Y he aquí que, en cuanto estuvieron en su presencia, el sultán, que había sido molestado en su paseo
matinal por aquellos gritos intempes tivos, les preguntó con cólera: "¿Quiénes sois, ¡oh forajidos!? ¿Y por
qué armáis querella sin vergüenza bajo los muros del palacio de vuestro rey?" Y contestaron: "¡Oh rey
del tiempo! Nosotros somos maestros de nuestro arte. Y cada uno de nosotros ejerce una profesión
diferente. En cuanto a la causa de nuestro altercado -¡perdónenos nuestro señor!-, era precisamente
nuestro arte. Porque discutíamos la excelencia de nuestras profesiones, y como poseemos nuestro arte a
la perfección, cada cual de nosotros pretendía ser superior a los otros dos. Y de pala bra en palabra nos
hemos dejado invadir por la cólera; y se ha recorrido la distancia que media de ella a las invectivas y las
groserías. ¡Y así fué como, olvidando la presencia de nuestro amo el sultán, nos hemos tratado
mutuamente de maricas y de hijos de zorra, y de tragadores de zib! ¡Alejado sea el maligno! ¡La cólera es
mala consejera, ¡oh amo nuestro! y hace perder a las gentes bien educadas el sentimiento de su dignidad!
¡Qué vergüenza sobre nuestra cabeza! ¡Sin duda merecemos ser tratados sin clemencia por nuestro amo el
sultán!"
Y el sultán les preguntó: "¿Cuáles son vuestras profesiones?" Y el primero de los tres amigos besó la
tierra entre las manos del sultán, y levantándose, dijo: "Por lo que a mí respecta, ¡oh mi señor! soy
genealogista de piedras finas, y es muy general el admitir que soy un sabio dotado del talento más
distinguido en la ciencia de las genealogías lapidarias!" Y le dijo el sultán, muy asombrado: "¡Por Alah,
que, a juzgar por tu mirada atravesada, más pareces un bellaco que un sabio! ¡Y sería la primera vez que
viera yo reunidas en el mismo hombre la ciencia y la diablura! Pero, sea de ello lo que sea, ¿puedes
decirme, al menos, en qué consiste la genealogía lapidaria...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 827ª noche
Ella dijo:
"...Pero, sea de ello lo que sea, ¿puedes decirme, al menos, en qué consiste la genealogía lapidaria?"
Y contestó el interpelado: "Es la ciencia que trata del origen y de la raza de las piedras preciosas, y
elarte de diferenciarlas, al primer golpe de vista, de las piedras falsas, y de distinguir unas de otras a la
vista y al tacto.
Y el sultán exclamó: "¡Qué cosa tan extraña! ¡Pero ya pondré a prueba su ciencia y juzgaré de su
talento!" Y se encaró con el segundo comedor de haschisch y le preguntó: "¿Y cuál es tu profesión?" Y el
segundo hombre, tras de besar la tierra entre las manos del sultán, se levantó y dijo: "Por mi parte, ¡oh
rey del tiempo! soy genealogista de caballos. Y están todos acordes en considerarme como el hombre
más sabio entre los árabes en el conocimiento de la raza y del origen de los caballos. Porque, al primer
golpe de vista, sin equivocarme nunca, puedo decir si un caballo viene de la raza de Anazeh o de la tribu
de los Mu teyr o de los Beni-Khaled o de la tribu de los Dafir o del Jabal Scham mar. Y puedo adivinar
con certeza si se ha criado en las altas planicies del Nejed o en medio de los prados de los Nefuds, y si
es de la raza de los Kehilán El-Ajuz, o de los Seglawi-Jedrán, o de los Seglawi-Scheyfi, o de los
Hamdani Simri, o de los Kehilán El Krusch. Y puedo decir la distancia exacta de pies que puede recorrer
ese caballo en un tiempo dado a galope, al paso y al trote ligero. Y puedo revelar las enferme dades
ocultas del animal y sus enfermedades futuras, y decir de qué mal han muerto el padre, la madre y los
antecesores hasta la quinta generación ascendente. Y puedo curar las enfermedades caballunas reputadas
incurables, y poner en pie a un animal agónico. Y he aquí ¡oh rey del tiempo! una parte solamente de lo
que sé, pues, por temor a exagerar mis méritos, no me atrevo a enumerarte los demás detalles de mi
ciencia. ¡Pero Alah es más sabio!" Y después de hablar así, bajó los ojos con modestia, inclinándose ante
el sultán.
Y al oír y al escuchar, exclamó el sultán: "¡Por Alah que ser sabio y forajido a la vez resulta un
prodigio asombroso! ¡Pero ya sabré com probar lo que dice y experimentar su ciencia genealógica!"
Luego se encaró con el tercer genealogista y le preguntó: "¿Y cuál es tu profe sión, ¡oh tú, tercero!?"
Y el tercer comedor de haschisch, que era el más avispado de los tres, contestó, después de los
homenajes debidos: "¡Oh rey del tiempo! mi profesión es la más noble sin disputa y la más difícil. Porque
si estos dos sabios compañeros míos son genealogistas en piedras y en caballos, yo soy genealogista de
la especie humana. Y si mis compa ñeros son sabios entre los más distinguidos, yo paso por corona de su
cabeza incontestablemente. Porque ¡oh mi señor y corona de mi cabe za! Yo tengo el poder de conocer el
verdadero origen de mis semejan tes, no el origen indirecto, sino el directo, el que la madre del niño
apenas puede conocer y el padre ignora generalmente. Sabe, en efecto, que a la sola vista de un hombre y
a la sola audición del timbre de su voz, puedo decirle sin vacilar si es hijo legítimo o si es adulterino, Y
a decirle, además si su padre y su madre han sido hijos legítimos o productos de copulación ilícita, y
revelarle lo legal o lo ilegal del naci miento de los miembros de su familia, remontándome hasta nuestro
pa dre Ismael ben-Ibrahim (con ambos las gracias de Alah, y la más escogida de las bendiciones!). Y de
tal suerte he podido, gracias a la ciencia de que me ha dotado el Retribuidor (¡exaltado sea!), desengañar
a buen número de grandes señores acerca de la nobleza de su nacimiento, y probarles con las pruebas
más fehacientes que no eran más que el resultado de una copulación de su madre, ora con un camellero,
ora con un arriero, ora con un cocinero, ora con un falso eunuco, ora con un negro de betún, ora con un
esclavo entre los escla vos o con cualquier otro análogo. ¡Y si ¡oh mi señor! la persona que examino es
una mujer, también puedo, sólo con mirarla al rostro a través de su velo, decirle su raza, su origen y hasta
la profesión de sus padres! Y he aquí ¡oh rey del tiempo! una parte solamente de lo que sé, pues la
ciencia de la genealogía humana abarca tanto, que para enumerarte nada más que sus diversas ramas
necesitaría estar un día entero con mi pesada presencia delante de los ojos de nuestro amo el sultán. Así
Pues ¡oh mi señor! Ya ves que mi ciencia es más admirable, y con mucho, que la de estos dos sabios
compañeros míos, porque ningún hombre más que yo solo posee esta ciencia sobre la
Superficie de la tierra, y nadie la ha poseído antes que yo. ¡Pero de Alah nos viene toda ciencia, todo
conocimiento es un préstamo de Su generosi dad, y el mejor de Sus dones es la virtud de la humildad!"
Y después de hablar así, el tercer genealogista bajó los ojos con modestia, inclinándose de nuevo, y
retrocedió en medio de sus compa ñeros puestos en fila ante el rey.
Y el rey se dijo en el límite del asombro: "¡Por Alah, qué enormidad! ¡Si están justificados los
asertos de este último, sin duda es el sabio más extraordinario de este tiempo y de todos los tiempos! Voy,
pues, a quedarme con estos tres genealogistas en mi palacio has ta que se presente una ocasión que nos
permita experimentar su asombroso saber. ¡Y si se demuestran que no tienen fundamentos sus preten -
siones, les espera el palo!"
Y tras de hablar así consigo mismo, el sultán se encaró con su gran visir, y le dijo: "Que no se pierda
de vista a estos tres sabios, dándoles una habitación en el palacio, así como una ración de pan y de carne
al día y agua a discreción".
Y en aquella hora y en aquel instante se ejecutó la orden. Y los tres amigos se miraron, diciéndose
con los ojos: "¡Qué generosidad! ¡Jamás oímos decir que un rey fuera tan munificente como este rey y tan
sagaz! Pero nosotros, por Alah, no somos genealogistas de balde. Y más pronto o más tarde nos lle gará
nuestra hora".
Pero, volviendo al sultán, no tardó en ofrecerse la ocasión que deseaba. En efecto, un rey vecino le
envió presentes muy raros, entre los cuales había una piedra preciosa de maravillosa hermosura, blanca y
transparente y de un agua más pura que el ojo del gallo. Y acordán dose de las palabras del genealogista
lapidario, el sultán mandó a bus carle, y después que le hubo enseñado la piedra, le pidió que la exami -
nase y le dijese qué opinaba de ella. Pero el genealogista lapidario con testó: "Por vida de nuestro amo el
rey, que no tengo necesidad de examinar esa piedra en todos sus aspectos, ya por transparencia, ya por
reflexión, ni de tomarla en mi mano, ni siquiera de mirarla. ¡Pues, para juzgar de su valor y su hermosura,
sólo necesito tocarla con el dedo meñique de mi mano izquierda teniendo los ojos cerrados".
Y el rey, más asombrado todavía que la primera vez, se dijo: "¡He aquí por fin el momento en que
vamos a saber si son ciertas sus pretensiones!" Y presentó la piedra al genealogista lapidario, que, con
los ojos cerrados, extendió el dedo meñique y la rozó. Y al punto re trocedió con viveza, y sacudió su
mano como si se la hubiesen mordido o quemado, y dijo: "¡Oh mi señor! ¡esta piedra no tiene valor
ningu no, sino que tiene un gusano en su corazón!"
Y al oír estas palabras, el sultán sintió que se le llenaba de furor la nariz, y exclamó: "¿Qué estás
diciendo, ¡oh hijo de alcahuete!? ¿No sabes que esta piedra es de un agua admirable, transparente hasta
más no poder y llena de brillo, y que me la ha regalado un rey entre los reyes?" Y no escuchando más que
su indignación, llamó al funcio nario del palo y le dijo: "¡Pincha el ano de este indigno embustero!"
Y el funcionario del palo, que era un gigante extraordinario, cogió al genealogista y lo levantó como a
un pájaro, y se dispuso a ensar tarle, pinchándole lo que le tenía que pinchar, cuando el gran visir, que era
un anciano lleno de prudencia y de moderación y de buen sentido, dijo al sultán: "¡Oh rey del tiempo!
claro que este hombre ha debido exagerar sus méritos, y la exageración es condenable en todo.
Pero quizá no esté completamente desprovisto de verdad lo que se ha aventurado a decir, y en este
caso su muerte no estaría suficiente mente justificada ante el Dueño del Universo. ¡Por otra parte, ¡oh mi
señor! la vida de un hombre, quienquiera que sea, es más preciosa que la piedra más preciosa, y pesa
más en la balanza del Pesador! Por eso mejor es diferir el suplicio de este hombre hasta después de la
prueba. Y la prueba sólo puede obtenerse rompiendo esa piedra en dos. Y entonces, si se encuentra el
gusano en el corazón de esa pie dra, el hombre tendrá razón; pero si la piedra está intacta y sin lasca
interna, el castigo de ese hombre será prolongado y acentuado por el funcionario del palo".
Y comprendiendo el sultán la justicia que había en las palabras de su gran visir, dijo: "¡Que partan en
dos esta piedra!" Y al instan te rompieron la piedra. Y el sultán y todos los presentes llegaron al límite
extremo del asombro al ver salir un gusano blanco del propio cora zón de la piedra. Y en cuanto estuvo al
aire, aquel gusano se consumió en su propio fuego en un instante, sin dejar la menor traza de su exis -
tencia.
Cuando el sultán volvió de su emoción preguntó al genealogista: "¿De qué medio te has valido para
advertir en el corazón de la piedra la existencia de ese gusano que ninguno de nosotros pudo ver?" Y el
genealogista contestó con modestia: "¡Me ha bastado la finura de vis ta del ojo que tengo en la punta de mi
dedo meñique y la sensibilidad de este dedo para el calor y el frío de esa piedra!"
Y el sultán, maravillado de su ciencia y de su sagacidad, dijo al funcionario del palo: "¡Suéltale!" Y
añadió: "¡Que le den hoy doble ración de pan y de carne y agua a discreción!"
¡Y he aquí lo referente al genealogista lapidario!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe al genealogista de caballos! Algún tiempo después de aquel
acontecimiento de la gema habi tada por el gusano, el sultán recibió del interior de la Arabia, en prueba
de lealtad de parte de un poderoso jefe de tribu, un caballo bayo oscuro de una hermosura admirable. Y
encantado de aquel presente, se pasaba los días enteros admirándole en la caballeriza, Y como no
olvidaba la presencia del genealogista de caballos en el palacio, hizo que le trasmitieran la orden de
presentarse ante él. Y cuando estuvo entre sus manos le dijo: "¡Oh hombre! ¿sigues pretendiendo entender
de caballos de la manera que nos dijiste no hace mucho tiempo? ¿Y te sientes dispuesto a probarnos tu
ciencia del origen y de la raza de los caballos?" Y el segundo genealogista contestó: "Claro que sí, ¡oh
rey del tiempo!" Y el sultán exclamó: "¡Por la verdad de Quien me colo có como soberano por encima de
los cuellos de Sus servidores y dice a los seres y a las cosas: «¡Sed!» para que sean, que como haya el
menor error, falsedad o confusión en tu declaración, te haré morir con la peor de las muertes!" Y el
hombre contestó: "¡Entiendo y me someto!" Y el sultán dijo entonces: "¡Que traigan el caballo delante de
este genealogista!"
Y cuando tuvo delante de él al noble bruto, el genealogista le lanzó una ojeada, una sola, contrajo sus
facciones, sonrió, y dijo en carándose con el sultán: "¡He visto y he sabido!"
Y el sultán le pre guntó: "¿Qué has visto ¡oh hombre! y qué has sabido...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 828ª noche
Ella dijo:
...el genealogista de caballos lanzó, pues, al noble bruto una ojeada, una sola, contrajo sus facciones,
sonrió, y dijo encarándose con el sultán: "¡He visto y he sabido!" Y el sultán le preguntó: "¿Qué has visto
¡oh hombre! y qué has sabido?" Y el genealogista contestó: "He visto ¡oh rey del tiempo! que este caballo
es, efectiva mente, de una hermosura rara y de una raza excelente, que sus propor ciones son armónicas y
su aspecto está lleno de arrogancia, que su poder es muy grande y su acción ideal; que tiene la espaldilla
muy fina, la estampa soberbia, el lomo alto, las patas de acero, la cola levantada y formando un arco
perfecto, y las crines pesadas, espesas y barriendo el suelo; y en cuanto a la cabeza, tiene todas las
señales distintivas que son esenciales en la cabeza de un caballo del país de los árabes: es ancha, y no
pequeña, desarrollada en las regiones altas, con una gran distancia de las orejas a los ojos, una gran
distancia de un ojo a otro, y una distancia pequeñísima de una oreja a otra; y la parte delantera de esta
cabeza es convexa; y los ojos están a flor de cabeza y son hermosos como los ojos de las gacelas; y el
espacio que hay en torno de ellos está sin pelo y deja al desnudo, en su vecindad inme diata, el cuero
negro, fino y lustroso; y el hueso de la carrillada es grande y delgado, y el de la quijada queda de relieve;
y la cara se estrecha por abajo y termina casi en punta al extremo del belfo; y los nasales, cuando están
quietos, quedan al nivel de la cara y sólo parecen dos hendiduras hechas en ella; y la boca tiene el labio
inferior más ancho que el labio superior; y las orejas son anchas, largas finas y cortadas delicadamente
como las orejas del antílope; en fin, es un animal de todo punto espléndido. Y su color bayo oscuro es el
rey de los colores. Y sin duda alguna este animal sería el primer caballo de la tierra, y en ninguna parte
se le podría encontrar igual, si no tuviese una tara que acaban de descubrir mis ojos, ¡oh rey del tiempo!"
Cuando el sultán hubo oído esta descripción del caballo, que tan to le gustaba, quedó al pronto
maravillado, sobre todo teniendo en cuenta la simple mirada echada negligentemente al animal por el ge -
nealogista. Pero cuando oyó hablar de una tara llamearon sus ojos y se le oprimió el pecho, y con una voz
que la cólera hacía temblar pre guntó al genealogista: "¿Qué estás diciendo, ¡oh taimado maldito!? ¿Y qué
hablas de taras con respecto a un animal tan maravilloso y que es el único retoño de la raza más noble de
Arabia?"
Y el genealogista contestó sin inmutarse: "¡Desde el momento en que el sultán se enfade por las
palabras de su esclavo, el esclavo no dirá más!"
Y exclamó el sultán: "¡Di lo que tengas que decir!"
Y el hombre contestó: "¡No ha blaré si no me da el rey libertad para ello!"
Y dijo el rey: "¡Habla, pues, y no me ocultes nada!"
Entonces dijo él: "¡Sabe ¡oh rey¡ que este caballo es de pura y verdadera raza por parte de padre,
pero nada más que por parte de padre! ¡En cuanto a su madre, no me atrevo a hablar!"
Y gritó el rey con el rostro convulso: "¿Quién es su madre, pues? ¡dínoslo en seguida!"
Y el genealogista dijo: "Por Alah, ¡oh mi señor! que la madre de este caballo soberbio es de una raza
animal di ferente en absoluto. ¡Porque no es una yegua, sino una hembra de búfalo marino!"
Al oír estas palabras del genealogista, el sultán se encolerizó hasta el límite extremo de la cólera y se
hinchó y se deshinchó después, y no pudo pronunciar una palabra al pronto. Y acabó por exclamar: "¡Oh
perro de los genealogistas! ¡preferible es tu muerte a tu vida!" E hizo una seña al funcionario del palo,
diciéndole: "¡pincha el ano de ese genealogista!" Y el gigante del palo cogió en brazos al genealo gista, y
poniéndole el ano sobre la consabida punta perforadora, iba ya a dejarle caer sobre ella con todo su peso
para dar vueltas luego al berbiquí, cuando el gran visir, que era hombre dotado del sentido de la justicia,
suplicó al rey que retrasara por algunos instantes el supli cio, diciéndole: "¡Oh mi señor soberano! claro
que este genealogista está afligido de un espíritu imprudente y de un raciocinio débil para así pretender
que este caballo puro desciende de una madre hembra de búfalo marino. Así es que, para probarle bien
que se merece su supli cio, valdría más hacer venir aquí al caballerizo que ha traído este caballo de parte
del jefe de las tribus árabes. ¡Y nuestro amo el sultán le interrogará en presencia de este genealogista, y
le pedirá que nos entregue la bolsita que contiene el acta de nacimiento de este caballo y que da fe de su
raza y de su origen, pues ya sabemos que todo ca ballo de sangre noble debe llevar atada a su cuello una
bolsita, a ma nera de estuche, que contenga sus títulos y su genealogía!"
Y dijo el sultán: "¡No hay inconveniente!" Y dió orden de llevar a su presen cia al caballerizo en
cuestión.
Cuando el caballerizo entró entre las manos del sultán y hubo oído y comprendido lo que se le pedía,
contestó: "¡Escucho y obedez co! ¡Y aquí está el estuche!" Y sacándose del seno una bolsita de cuero
labrado é incrustado de turquesas, se la entregó al sultán, que en seguida desató los cordones y sacó un
pergamino, en el cual estaban estampados los sellos de todos los jefes de la tribu en que había nacido el
caballo y los testimonios de todos los testigos presentes al acto de cubrir el padre a la madre. Y aquel
pergamino decía en definitiva que el potranco consabido había tenido por padre a un semental de pura
sangre de la raza de los Seglawi-Jedrán y por madre a una hembra de búfalo marino, a quien el semental
había encontrado un día que via jaba a orillas del mar, y que la había cubierto por tres veces, relin chando
sobre ella de una manera que no dejaba lugar a dudas. Y decía también que aquella hembra de búfalo
marino fué capturada por los jinetes, y había dado a luz aquel potranco bayo oscuro, y le había criado
ella misma durante un año en medio de la tribu. Y tal era el resumen del contenido del pergamino.
Cuando el sultán hubo oído la lectura que del documento le había hecho el propio gran visir, y la
enumeración de los nombres de jeiques y testigos que lo habían sellado, quedó extremadamente confúso
de hecho tan extraño, al mismo tiempo muy maravillado de la ciencia adivinatoria e infalible del
genealogista de caballos. Y se encaró con el funcionario del palo, y le dijo: "¡Quítale de encima de la
plancha del berbiquí!"
Y una vez que de nuevo estuvo el genealogista de pie entre las manos del rey, le preguntó éste:
"¿Cómo pudiste juzgar de una sola ojeada la raza, el origen, las cualidades y el nacimiento de este po tro?
Porque tu aserto, por Alah ha resultado cierto y se ha probado de manera irrefutable. ¡Date prisa, pues, a
iluminarme respecto a las señales por las cuales has conocido la tara de este animal espléndido!" Y
contestó el genealogista: "La cosa es fácil, ¡oh mi señor! No he te nido más que mirar los cascos de este
caballo. Y nuestro amo puede hacer lo que he hecho yo". Y el rey miró los cascos del animal y vió que
estaban hendidos y eran pesados y largos, como los de los búfalos, en vez de estar unidos y ser ligeros y
redondos como los de los caba llos. Y al ver aquello exclamó el sultán: "¡Alah es Todopoderoso!"
Y se encaró con los servidores, y les dijo: "¡Que le den hoy a ese sabio genealogista doble ración de
carne, así como dos panes y agua a dis creción!"
¡Y he aquí lo referente a él!
Pero respecto al genealogista de la especie humana, ocurrió cosa muy distinta.
En efecto, cuando el sultán hubo visto aquellos dos descubrimien tos extraordinarios, debidos a los
dos genealogistas con la gema que contenía un gusano en su corazón y con el potro nacido de un semen tal
de pura sangre y de una hembra de búfalo marino, y cuando hubo puesto a prueba por sí mismo la ciencia
prodigiosa de ambos hom bres, se dijo: "¡Por Alah, que no lo sé; pero creo que el tercer bellaco debe ser
un sabio más prodigioso todavía! ¡Y quién sabe si irá a descubrir algo que no sepamos!" Y le hizo llevar
a su presencia acto se guido, y le dijo: "Debes acordarte ¡oh hombre! de lo que te adelan taste a decir en
mi presencia con respecto a tu ciencia de la genealogía de la especie humana, que te permite descubrir el
origen directo de los hombres, lo cual no puede conocer apenas la madre del niño, y lo igno ra el padre,
generalmente. Y también debes acordarte de que aventu raste un aserto parecido respecto a las mujeres.
Deseo, pues, saber por ti si persistes en tus afirmaciones y si estás dispuesto a demostrarlas ante nuestros
ojos". Y el genealogista de la especie humana, que era el tercer comedor de haschisch, contestó: "Así
hablé, ¡oh rey del tiempo! Y persisto en mis afirmaciones. ¡Y Alah es el más grande!"
Entonces el sultán se levantó de su trono, y dijo al hombre: "¡Echa a andar detrás de mí!" Y el hombre
echó a andar detrás del sultán, que le condujo a su harén, en contra de lo establecido por la costumbre,
aunque después de haber hecho prevenir a las mujeres por los eunucos para que se envolvieran en sus
velos y se taparan el rostro. Y llegados que fueron ambos al aposento reservado a la favorita del
momento, el sultán se encaró con el genealogista, y le dijo: "¡Besa la tierra en presencia de tu señora y
mírala para decirme luego lo que hayas visto!"
Y el comedor de haschisch dijo al sultán: "Ya la he examinado, ¡oh rey del tiempo!" Y he aquí que no
había hecho más que posar en ella una mirada, una sola, y nada más.
Y el sultán le dijo: "¡En ese caso, echa a andar detrás de mí!"
Y salió, y el ge nealogista echó a andar detrás de él, y llegaron a la sala del trono. Y tras de hacer
evacuar la sala, el sultán se quedó solo con su gran visir y el genealogista, a quien preguntó: "¿Qué has
descubierto en tu se ñora?" Y contestó el interpelado: "¡Oh mi señor! he visto en ella una mujer adornada
de gracias, de encantos, de elegancia, de lozanía; de modestia y de todos los atributos y todas las
perfecciones de la belleza. Y sin duda no se podría desear nada más en ella, porque tiene todos los dones
que pueden encantar el corazón y refrescar los ojos, y por cualquier parte que se la mire está llena de
proporción y armonía; y si he de juzgar por su aspecto exterior y por la inteligencia que ani ma su mirada,
sin duda debe poseer en su centro interior todas las cualidades deseables de listeza y de comprensión. Y
he aquí lo que he visto en esa dama soberana, ¡oh mi señor! ¡Pero Alah es omnis ciente!"
El sultán le dijo: "¡No se trata de eso, ¡oh genealogista! sino de que digas qué has descubierto con
respecto al origen de tu señora, mi honorable favorita...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 829ª noche
Ella dijo:
...Cuando el genealogista hubo dicho al sultán: "Y he aquí lo que he visto en esa dama soberana, ¡oh
mi señor! ¡Pero Alah es om nisciente!", el sultán le dijo: "¡No se trata de eso, ¡oh genealogista! sino de
que me digas qué has descubierto con respecto al origen de tu señora, mi honorable favorita!" Y tomando
de pronto una actitud reservada y discreta, el genealogista contestó: "¡Es cosa delicada, ¡oh rey del
tiempo! y no sé si debo hablar o callarme!" Y el sultán excla mó: "¡Por Alah, que no te he hecho venir más
que para que hables! Vamos desembucha lo que tengas guardado, y mide tus palabras, ¡oh bellaco!" Y el
genealogista, sin inmutarse, dijo: "¡Por vida de nuestro amo, que esa dama sería el ser más perfecto entre
las criaturas si no tuviese un defecto original que desluce sus perfecciones personales!"
Al oír estas últimas frases y la palabra "defecto", el sultán, frun ciendo las cejas e invadido por el
furor, sacó de repente su cimitarra y saltó hacia el genealogista para cortarle la cabeza, gritando: "¡Oh
perro, hijo de perro! por lo visto vas a decirme que mi favorita des ciende de algún búfalo marino o que
tiene un gusano en un ojo o en otra parte! ¡Ah! ¡hijo de los mil cornudos de la impudicia, así esta hoja te
deje más ancho que largo!" Y de un trago le habría hecho beber la muerte infaliblemente, si no se hubiese
encontrado allí el visir, prudente y juicioso, para desviar su brazo y decirle: "¡Oh mi señor! ¡mejor será
no quitar la vida a este hombre, sin estar convencido de su crimen!"
Y el sultán dijo al hombre, a quien había derribado y a quien tenía bajo su rodilla: "¡Pues bien; habla!
¿Cuál es ese defecto que has encontrado en mi favorita?"
Y el genealogista de la especie humana contestó con el mismo acento tranquilo de antes: "¡Oh rey del
tiempo! ¡mi señora, tu honorable favorita, es un dechado de be lleza y de perfecciones; pero su madre era
una danzarina pública, una mujer libre de la tribu errante de los Ghaziyas, una hija de pros tituta !"
Al oír estas palabras, se hizo tan intenso el furor del sultán que se le quedaron los gritos en el fondo
de la garganta. Y sólo al cabo de un momento pudo expresarse, diciendo a su gran visir: "¡Ve en seguida a
traerme aquí al padre de mi favorita, que es el intendente de mi palacio!" y continuó teniendo bajo su
rodilla al genealogista, que era el tercer comedor de haschisch. Y cuando hubo llegado el pa dre de su
favorita, le gritó: "¿Ves este palo? ¡Pues bien; si no quie res verte sentado en su punta date prisa a decirme
la verdad con res pecto al nacimiento de tu hija, mi favorita!" Y el intendente de pala cio, padre de la
favorita, contestó: "¡Escucho y obedezco!"
Y dijo: "Has de saber j oh mi señor soberano! que voy a decirte la ver dad, pues, que tal es la única
salvación. En mi juventud vivía yo la vida libre del desierto, y viajaba escoltando a las caravanas, que
me pagaban el tributo del pasaje por el territorio de mi tribu. Y he aquí que un día en que habíamos
acampado junto a los pozos de Zobeida (¡sean con ella las gracias y la misericordia de Alah! ), acertó a
pasar un grupo de mujeres de la tribu errante de los Ghaziyas, cuyas hijas, cuando llegan a la pubertad, se
prostituyen con los hombres del desier to, viajando de una tribu a otra y de un campamento a otro,
ofrecien do sus gracias y su ciencia del amor a los cabalgadores jóvenes. Y aquel grupo se quedó con
nosotros durante algunos días, y nos dejó luego para ir a buscar a los hombres de la tribu vecina. Y he
aquí que des pués de su marcha, cuando ya se habían perdido de vista, descubrí acurrucada debajo de un
árbol, a una pequeñuela de cinco años, a quien su madre, una Ghaziya, había debido perder u olvidar en
el oasis, junto a los pozos de Zobeida. Y en verdad ¡oh mi señor sobera no! que aquella muchacha, morena
como el dátil maduro, era tan me nuda y tan hermosa, que acto seguido declaré que la tomaba a mi car go.
Y aunque estaba asustada como una corza joven en su primera salida por el bosque, conseguí
domesticarla, y se la confié a la madre de mis hijos, que la educó como si fuese su propia hija. Y creció
entre nosotros y se desarrolló tan bien, que, cuando estuvo en la pubertad, ninguna hija del desierto, por
muy maravillosa que fuera, podía com parársela. Y yo ¡oh mi señor! sentía que mi corazón estaba
prendado de ella, y sin querer unirme a ella de manera ilícita, la tomé por mu jer legítima, desposándola,
a pesar de su origen inferior. Y gracias a la bendición, me dió ella la hija que te has dignado elegir para
favorita tuya ¡ oh rey del tiempo! Y ésta es la verdad acerca de la madre de mi hija, y acerca de su raza y
de su origen. Y juro por la vida de nuestro profeta Mahomed (¡con Él la plegaria y la paz!) que no he
quitado una sílaba. ¡Pero Alah es más verídico y el único infa lible!"
Cuando el sultán hubo oído esta declaración sin artificio, se sintió aliviado de una preocupación
torturadora y de una inquietud doloro sa. Porque se había imaginado que su favorita era hija de una pros -
tituta entre las Ghaziyas, y acababa de saber precisamente lo contrario, pues, aunque era Ghaziya, la
madre había permanecido virgen hasta su matrimonio con el intendente del palacio. Y entonces se dejó
llevar de la sorpresa que le producía la ciencia del perspicaz genealogista. Y le preguntó: "¿Cómo te has
arreglado para adivinar ¡oh sabio! que mi favorita era una hija de Ghaziya, hija de danzarina, la cual era
hija de prostituta?" Y el genealogista comedor de haschisch contestó: "¡Escucha! Primero mi ciencia
(¡Alah es más sabio!) me puso en camino de este descubrimiento. ¡Y luego me fijé en la circunstancia de
que las mujeres de raza Ghaziya tienen todas, como tu favorita, las cejas muy espesas y juntas en el
entrecejo, y también, como ella, tie nen los ojos más intensamente negros de Arabia!"
Y el rey, maravillado de lo que acababa de oír, no quiso despe dir al genealogista sin darle una prueba
de su satisfacción. Se encaró, pues, con los servidores, que ya habían entrado de nuevo, y les dijo: "¡Dad
hoy a este distinguido sabio doble ración de carne y dos panes del día, así como agua a discreción!"
¡Y he aquí lo referente al genealogista de la especie humana! Pero no es todo, porque no se ha
acabado.
En efecto, al siguiente día, el sultán, que se había pasado la no che reflexionando sobre lo que habían
hecho los tres compañeros y sobre la profundidad de su ciencia en las diversas ramas de la genea logía,
se dijo para sí: "¡Por Alah! después de lo que me ha dicho este genealogista de la especie humana
respecto al origen de la raza de mi favorita, no queda por hacer más que declararle el hombre más sabio
de mi reino. ¡Pero quisiera saber antes qué me dice respecto a mi origen, al de este sultán, que es
descendiente auténtico de tantos reyes!"
Al instante puso en acción su pensamiento, e hizo llevar de nuevo entre sus manos al genealogista de
la especie humana, y le dijo: "¡Ahora ¡oh padre de la ciencia! que no tengo ningún motivo para dudar de
tus palabras, quisiera oírte hablarme de mi origen y del origen de mi raza real!" Y el otro contestó: "Por
encima de mi cabe za y de mis ojos, ¡oh rey del tiempo! pero no sin que antes me hayas prometido la
seguridad. Porque dice el proverbio: "¡Pon distancia entre la cólera del sultán y tu cuello, y mejor es que
hagas que te ejecuten por contumacia!" ¡Y yo ¡oh mi señor! soy sensible y delica do, y prefiero el palo por
contumacia al palo eficaz que ensarta y profundiza en el agujero por una cuestión de raza!"
Y le dijo el sul tán: "¡Por mi cabeza que te concedo la seguridad, y que, sea como sea lo que digas,
estás absuelto de antemano!" Y le tiró el pañuelo de la salvaguardia. Y el genealogista recogió el pañuelo
de la salva guardia, y dijo: "¡En este caso, ¡oh rey del tiempo! te ruego que no dejes estar en esta sala otra
persona que nosotros dos!" Y el rey le preguntó: "¿Por qué ¡oh hombre!?" El otro dijo: "¡Porque ¡oh mi
señor! Alah Todopoderoso posee entre sus nombres benditos el sobre nombre de "Velador", pues le gusta
velar con los velos del misterio las cosas cuya divulgación sería perjudicial!"
Y el sultán ordenó salir a todo el mundo, incluso a su gran visir.
Entonces, al encontrarse a solas con el sultán, el genealogista avanzó hacia él, e inclinándose a su
oído, le dijo: "¡Oh rey del tiem po! ¡tú no eres más que un adulterino, y de mala calidad!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 830ª noche
Ella dijo:
...Entonces, al encontrarse a solas con el sultán el genealogista avanzó hacia él, e inclinándose a su
oído, le dijo: "¡Oh rey del tiem po! ¡tú no eres más que un adulterino, y de mala calidad!"
Al oír estas terribles palabras, cuya audacia era inusitada, el sul tán se puso muy amarillo de color y
cambió de talante, y sus miembros cayeron desmadejados; y perdió el oído y la vista; y quedó como un
beodo que no hubiera bebido vino; y se tambaleó, con espuma en los labios; y acabó por caer
desfallecido en el suelo, y permaneció en aquella posición mucho tiempo, sin que el genealogista supiese
con exactitud si estaba muerto de la impresión, o medio muerto, o vivo todavía. Pero el sultán acabó por
volver en sí, y levantándose, y reco brado el sentido por completo, se encaró con el genealogista y le dijo:
"Ahora, ¡oh hombre! como se me pruebe que tus palabras son verí dicas y adquiera yo la certeza de ellas
con pruebas positivas, juro por la verdad de Quien me colocó por encima de los cuellos de Sus
servidores, que quiero firmemente abdicar un trono del que sería indigno y desposeerme de mi poder real
en favor tuyo. Porque eres el que mejor lo merece, y nadie como tú sabrá hacerse digno de esa posición.
¡Pero si advierto la mentira en tus palabras te degollaré!"
Y el genealogista contestó: "¡Escucho y obedezco! ¡No hay inconve niente!"
Entonces el sultán se irguió sobre ambos pies sin más dilación ni tardanza, se precipitó con la espada
en la mano al aposento de la sultana madre, y penetró en él, y le dijo: "¡Por el que elevó el cielo y lo
separó del agua, que si no me respondes con la verdad a lo que voy a preguntarte te cortaré en pedazos
con esto!" Y blandió su ar ma, girando unos ojos de incendio y babeando de furor. Y la sultana madre,
asustada y azorada a la vez por un lenguaje tan poco usual, exclamó: "¡El nombre de Alah sobre ti y
alrededor de ti! ¡Cálmate ¡oh hijo mío! e interrógame acerca de todo lo que desees saber, que no te
responderé más que con arreglo a los preceptos del Verídico!" Y el sultán le dijo: "Date prisa a decirme,
entonces, sin ningún pre ámbulo ni entrada en materia, si soy hijo de mi padre el sultán y si pertenezco a la
raza real de mis antepasados. ¡Porque sólo tú puedes revelármela".
Y contestó ella: "Te diré, pues, sin preámbulos, que eres hijo auténtico de un cocinero. ¡Y si quieres
saber cómo, helo aquí!
"Cuando tu antecesor el sultán, a quien hasta ahora creías tu padre, me hubo tomado por esposa,
cohabitó conmigo como es de rigor. Pero Alah no le favoreció con la fecundidad, y no pude darle una
posteridad que le trajese alegría y asegurase el trono a su raza. Y cuando vió que no tendría hijos, quedó
sumido en una tristeza que le hizo perder el apetito, el sueño y la salud. Y su madre no le dejaba parar,
impulsándole a tomar nueva esposa. Y tomó una segunda esposa. Pero Alah no le fa voreció con la
fecundidad. Y de nuevo le aconsejó su madre una ter cera esposa. Entonces, al ver que iba a acabar por
quedar relegada a última fila, resolví poner a salvo mi influencia, poniendo al mismo tiem po a salvo la
herencia del trono. Y esperé la ocasión propicia para reali zar tan excelente intención.
"Un día, el sultán, que continuaba sin tener ningún apetito y adel gazando, tuvo mucha gana de comerse
un pollo relleno. Y dió al coci nero orden de degollar una de las aves que estaban encerradas en jaulas en
las ventanas de palacio. Y vino el hombre para coger el ave en su jaula. Entonces yo, al examinar bien a
aquel cocinero, le encontré de lo más a propósito para la obra proyectada, pues era un gallardo joven
corpulento y gigantesco. Y asomándome a la ventana, le hice señas para que subiera por la puerta secreta.
Y lo recibí en mi aposento. Y lo que pasó entre él y yo sólo duró el tiempo preciso, porque en cuanto
hubo acabado su misión le hundí en el corazón un puñal. Y cayó de bruces, muerto, dando con la cabeza
antes que con los pies. E hice que mis fieles servidoras le cogieran y le enterraran en secreto en una fosa
cavada por ellas en el jardín. Y aquel día no comió el sultán pollo relleno, y montó en una gran cólera a
causa de la desaparición inexplicable de su co cinero. Pero nueve meses más tarde, día por día, te eché al
mundo con tan buen aspecto como sigues teniendo. Y tu nacimiento fué causa de alegría para el sultán,
que recobró su salud y su apetito, y colmó de fa vores y de presentes a sus visires, a sus favoritos y a
todos los habi tantes de palacio, y dió grandes festejos y regocijos públicos, que du raron cuarenta días y
cuarenta noches. Y ésta es la verdad acerca de tu nacimiento, de tu raza y de tu origen. Y te juro por el
Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) que no he dicho más que lo que sabía. ¡Y Alah es omnisciente!"
Al oír este relato, el sultán se levantó y salió del aposento de su madre llorando. Y entró en la sala
del trono, y se sentó en tierra, frente al tercer genealogista, sin decir una palabra. Y seguían rodan do
lágrimas de sus ojos, y se deslizaban por los intersticios de su barba que la tenía muy larga. Y al cabo de
una hora de tiempo levantó la cabeza y dijo al genealogista: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh boca de ver dad!
dime cómo has podido descubrir que yo era un adulterino de mala calidad!" Y el genealogista contestó:
"¡Oh mi señor! cuando cada uno de nosotros tres hubo probado los talentos que poseía, y de los que
quedaste extremadamente satisfecho, ordenaste que nos dieran como recompensa doble ración de carne y
de pan y agua a discreción. Y por la mezquindad de semejante regalo y la naturaleza misma de esa gene -
rosidad, juzgué que no podías ser más que hijo de un cocinero, poste ridad de un cocinero y sangre de un
cocinero. Porque los reyes hijos de reyes no tienen costumbre de corresponder al mérito con
distribuciones de carne u otra cosa análoga, sino que recompensan los méritos con magníficos presentes,
ropones de honor y riquezas sin cuento. Así es que no pude por menos de adivinar tu baja extracción
adulterina con aquella prueba incontestable. ¡Y no hay mérito alguno en este descubrimiento!"
Cuando el genealogista hubo cesado de hablar, el sultán se levan tó y le dijo: "¡Quítate la ropa!" Y el
genealogista obedeció, y el sultán, despojándose de sus ropas y de sus atributos reales, se los puso al
otro con sus propias manos. Y le hizo subir al trono, y doblándose ante él, besó la tierra entre sus manos
y le rindió los homenajes de un vasallo a su soberano. Y en aquella hora y en aquel instante hizo entrar al
gran visir, a los demás visires y a todos los grandes del reino, y le hizo reconocer por ellos como a su
legítimo soberano. Y el nuevo sultán envió al punto a buscar a sus amigos los otros dos genealogistas
comedores de haschisch, y a uno le nombró guardián de su derecha y a otro guardián de su izquierda. Y
conservó en sus funciones al antiguo gran visir, a causa de su sentimiento de la justicia.
Y fué un gran rey.
¡Y he aquí lo referente a los tres genealogistas!
Pero, volviendo al antiguo sultán, su historia no hace más que co menzar. ¡Porque hela aquí...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discreta.
Y su hermana, la pequeña Doniazada, que de día en día y de noche en noche se volvía más hermosa y
más desarrollada y más comprensiva y más atenta y más silenciosa, se levantó a medias de la alfombra en
que estaba acurrucada y le dijo: "¡Oh hermana mía, cuán dulces y sa brosas y regocijantes y deleitosas son
tus palabras!" Y Schehrazada le sonrió, la besó y le dijo: "Sí; pero ¿qué es eso comparado con lo que voy
a contar la noche próxima, siempre que quiera permitírmelo nuestro señor el rey?
Y dijo el sultán Schahriar: "¡Oh Schehrazada, no lo dudes! Claro que puedes decirnos mañana la
continuación de esa historia pro digiosa que no hace más que empezar apenas. ¡Y si no estás fatigada,
puedes proseguirla esta misma noche, que tanto deseo saber lo que va a ocurrirle al antiguo sultán, a ese
hijo adulterino! ¡Alah maldiga a las mujeres execrables!
Sin embargo, debo ahora declarar que la es posa del sultán, madre del adulterino, sólo fornicó con el
cocinero abri gando un propósito excelente. ¡Alah extienda sobre ella Su misericor dia! ¡Pero por lo que
respecta a la maldita, a la desvergonzada, a la hija de perro que hizo lo que hizo con el negro Massaud,
no trataba de asegurar el trono para mis descendientes, la maldita! ¡Ojalá no la tenga Alah jamás en Su
compasión!"
Y tras de hablar así, el rey Schahriar, frunciendo terriblemente las cejas y mirando con los ojos en
blanco y de reojo, añadió: "¡En cuanto a ti Schehrazada, empiezo a creer que acaso no seas como todas
esas desvergonzadas a quienes he hecho cortar la cabeza!"
Y Schehrazada se inclinó ante el rey huraño, y dijo: "¡Que Alah prolongue la vida de nuestro señor y
me otorgue vivir hasta mañana para contarle lo que le aconteció al adulterino sim pático!" Y tras de hablar
así, se calló.
Y cuando llegó la 831ª noche
La pequeña Doniazada dijo a Schehrazada: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía! si no tienes sueño,
date prisa a decirnos, por favor, lo que fué del antiguo sultán, hijo adulterino del cocinero!"
Y dijo Schehrazada: "¡De todo corazón y como homenaje debido a nuestro señor, este rey
magnánimo!"
Y continuó la historia en estos términos: ... Pero, volviendo al antiguo sultán, su historia no hace más
que comenzar. ¡Porque hela aquí!
Una vez que hubo abdicado su trono y su poderío entre las manos del tercer genealogista, el antiguo
sultán vistió el hábito de derviche peregrino, y sin entretenerse en despedidas que ya no tenían impor -
tancia para él, y sin llevar nada consigo, se puso en camino para el país de Egipto, donde contaba con
vivir en olvido y soledad, reflexio nando sobre su destino. Y Alah le escribió la seguridad, y después de
un viaje lleno de fatigas y de peligros llegó a la ciudad espléndida de El Cairo, esa inmensa ciudad tan
diferente de las ciudades de su país, y cuya vuelta exige tres jornadas y media de marcha por lo menos. Y
vió que verdaderamente era una de las cuatro maravillas del mundo, contando el puente de Sanja, el faro
de Al-Iskandaria y la mezquita de los Ommiadas en Damasco. Y le pareció que estaba lejos de haber
exa gerado las bellezas de aquella ciudad y de aquel país el poeta que ha dicho:
"¡Egipto! ¡tierra maravillosa cuyo polvo es de oro, cuyo río es una bendición y cuyos
habitantes son deleitosos, perteneces al victorioso que sabe conquistarte!"
Y paseándose, y mirando, y maravillándose sin cansarse, el anti guo sultán, bajo sus hábitos de
derviche pobre, se sentía muy dichoso de poder admirar a su antojo y marchar a su gusto y detenerse a
vo luntad, desembarazado de los fastidios y cargos de la soberanía. Y pensaba: "¡Loores a Alah el
Retribuidor! El da a unos el poderío con los agobios y las preocupaciones, y a otros la pobreza con la
despreo cupación y la ligereza de corazón. ¡Y estos últimos son los más favo recidos! ¡Bendito sea!" Y de
tal suerte llegó, rico de visiones encan tadoras, ante el propio palacio del sultán de El Cairo, que a la
sazón era el sultán Mahmud.
Y se detuvo bajo las ventanas del palacio, y apoyado en su bastón de derviche, se puso a reflexionar
sobre la vida que pudiera llevar en aquella morada imponente el rey del país, y sobre el cortejo de preo -
cupaciones, inquietudes y fastidios diversos en que debería estar su mido constantemente, sin contar su
responsabilidad ante el Altísimo, que ve y juzga los actos de los reyes. Y se alegraba en el alma por
haber tenido la idea de librarse de una vida tan pesada y tan complicada, y por haberla cambiado, merced
a la revelación de su nacimiento, por una existencia de aire libre y libertad, sin tener por toda hacienda y
por toda renta más que su camisa, su capote de lana y su báculo. Y sentía una gran serenidad que le
refrescaba el alma y acababa de hacerle olvidar sus pasadas emociones.
En aquel preciso momento el sultán Mahmud, de vuelta de la caza, entraba en su palacio. Y atisbó al
derviche apoyado en su báculo, sin ver lo que le rodeaba y con la mirada perdida en la contemplación de
cosas lejanas. Y quedó conmovido por la apostura noble de aquel der viche y por su actitud distinguida y
su aire distraído. Y se dijo: "¡Por Alah, he aquí el primer derviche que no tiende la mano al paso de los
señores ricos! ¡Sin duda alguna debe ser su historia una singular historia!" Y despachó hacia él a uno de
los señores de su séquito para que le invitase a entrar en el palacio, porque deseaba charlar con él. Y el
derviche no pudo por menos de obedecer al ruego del sultán. Y aquello fué para él un segundo cambio de
destino.
Y tras de descansar un poco de las fatigas de la caza, el sultán Mahmud hizo entrar al derviche a su
presencia, y le recibió con afabi lidad, y le preguntó con bondad por su estado, diciéndole: "La bienve -
nida sea contigo, ¡oh venerable derviche de Álah! ¡A juzgar por tu aspecto, debes ser hijo de los nobles
Arabes del Hedjaz o del Yemen!" Y contestó el derviche: "Sólo Alah es noble, ¡oh mi señor! Yo no soy
más que un pobre hombre, un mendigo". Y el sultán insistió: "¡No diré que no! Pero ¿cuál es el motivo de
tu venida a este país y de tu pre sencia bajo los muros de este palacio, ¡oh derviche!? ¡Ciertamente, debe
ser eso una historia asombrosa!" Y añadió: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh derviche bendito! cuéntame tu historia
sin ocultarme nada!" Y al oír estas palabras del sultán, el derviche no pudo por menos de dejar esca par
de sus ojos una lágrima, y le oprimió el corazón una emoción grande. Y contestó: "No te ocultaré nada de
mi historia, señor, aunque sea para mí un recuerdo lleno de amargura y de dulzura. ¡Pero permíteme que
no te la cuente en público!" Y el sultán Mahmud se levantó de su trono, descendió hasta donde estaba el
derviche, y cogiéndole de la mano le condujo a una sala apartada, en donde se encerró con él. Luego le
dijo: "Ya puedes hablar sin temor, ¡oh derviche!"
Entonces el antiguo sultán dijo, sentado en la alfombra frente al sultán Mahmud: "¡Alah es el más
grande! ¡he aquí mi historia!" Y contó cuanto le había ocurrido, desde el principio hasta el fin, sin olvidar
un detalle, y cómo había abdicado el trono y se había dis frazado de derviche para viajar y tratar de
olvidar sus desdichas. Pero no hay utilidad en repetirlo.
Cuando el sultán Mahmud hubo oído las aventuras del presunto derviche, se arrojó a su cuello y le
besó con efusión, y le dijo: "¡Gloria al que abate y eleva, humilla y honra con los decretos de Su
sabiduría y de Su omnipotencia!" Luego añadió: "¡En verdad, ¡oh hermano mío! que tu historia es una
gran historia y la enseñanza que encierra es una enseñanza grande! Te doy gracias, pues, por haberme
ennoblecido los oídos y enriquecido el entendimiento. El dolor, ¡oh hermano mío! es un fuego que
purifica, y los reveses del tiempo curan los ojos ciegos de nacimiento".
Luego dijo: "Y ahora que la sabiduría ha elegido para domicilio tu corazón, y la virtud de la
humanidad para con Alah te ha dado más títulos de nobleza que da a los hombres un milenio de domi -
nación, ¿me será permitido expresar un deseo, ¡oh magno!?" Y el antiguo sultán dijo: "Por encima de mi
cabeza y de mis ojos, ¡oh rey magnánimo!" Y dijo el sultán Mahmud: "¡Quisiera ser amigo tuyo!"
Y tras de hablar así, abrazó de nuevo al antiguo sultán conver tido en derviche, y le dijo: "¡Qué vida
tan admirable va a ser la nues tra en lo sucesivo, ¡oh hermano mío! Saldremos juntos, entraremos juntos, y
por la noche disfrazados, nos iremos a recorrer los diversos barrios de la ciudad para beneficiarnos
moralmente con esos paseos. Y todo en este palacio te pertenecerá a medias con toda cordialidad. ¡Por
favor, no me rechaces, porque la negativa es una de las formas de la mezquindad!".
Y cuando el sultán - derviche hubo aceptado con corazón con movido la oferta amistosa, el sultán
Mahmud añadió: "¡Oh hermano mío y amigo mío! Sabe a tu vez que también yo tengo en mi vida una
historia. Y esta historia es tan asombrosa que, si se escribiera con agujas en el ángulo interior del ojo,
serviría de lección saludable a quien la leyese con deferencia. ¡Y no quiero tardar más en contártela, con
el fin de que desde el principio de nuestra amistad sepas quién soy y quién he sido!"
Y el sultán Mahmud, recopilando sus recuerdos, dijo al sultán -derviche, que ya era amigo suyo:
Historia del mono jovenzuelo
"Has de saber, ¡oh hermano mío! que el comienzo de mi vida ha sido de todo punto semejante al fin
de tu carrera, pues si tú empezaste por ser sultán para luego vestir los hábitos de derviche, a mí me ha
sucedido precisamente lo contrario. Porque primero fui derviche, y el más pobre de los derviches, para
llegar luego a ser rey y a sentarme en el trono del sultanato de Egipto.
He nacido, en efecto, de un padre muy pobre que ejercía por las calles el oficio de reguero. Y a
diario llevaba a su espalda un odre de piel de cabra lleno de agua, y encorvado bajo su peso, regaba por
de lante de las tiendas y de las casas mediante un exiguo estipendio. Y yo mismo, cuando estuve en edad
de trabajar, le ayudaba en su tarea, y llevaba a la espalda un odre de agua proporcionado a mis fuerzas, y
aun más pesado de lo conveniente. Y cuando mi padre falleció en la misericordia de su Señor, me quedó
por toda herencia, por toda suce sión y por todo bien, el odre grande de piel de cabra que servía para el
riego. Y a fin de poder atender a mi subsistencia, me vi obligado a ejercer el oficio de mi padre, que era
muy estimado por los mercaderes delante de cuyas tiendas regaba y por los porteros de los señores ricos.
Pero, ¡oh hermano mío! la espalda del hijo nunca es tan resis tente como la de su padre, y pronto tuve
que abandonar el trabajo penoso del riego para no fracturarme los huesos de la espalda o quedarme
irremediablemente jorobado, de tanto como pesaba el enorme odre paterno. Y como no tenía bienes, ni
rentas, ni olor siquiera de estas cosas, tuve que hacerme derviche mendigo y tender la mano a los
transeúntes en el patio de las mezquitas y en los sitios públicos. Y cuando llegaba la noche me tendía
cuan largo era a la entrada de la mezquita de mi barrio, y me dormía después de comerme la exigua
ganancia del día, diciéndome, como todos los desdichados de mi es pecie: "¡El día de mañana, si Alah
quiere, será más próspero que el de hoy!" Y tampoco olvidaba que todo hombre tiene fatalmente su hora
sobre la tierra, y que la mía tenía que llegar, tarde o temprano, quisiera o no quisiera yo. Y por eso no
dejaba de pensar en ella y la vigilaba como el perro en acecho vigila a la liebre.
Pero, entretanto, vivía la vida del pobre, en la indigencia y en la penuria, y sin conocer ninguno de los
placeres de la existencia. Así es que la primera vez que tuve entre las manos cinco dracmas de plata, don
inesperado de un generoso señor, a la puerta del cual había ido yo a mendigar el día de sus bodas, y me
vi poseedor de aquella suma, me prometí agasajarme y pagarme algún placer delicado. Y apretando en mi
mano los dichosos cinco dracmas, eché a correr hacia el zoco principal, mirando con mis ojos y
olfateando con mi nariz por todos los lados para elegir lo que iba a comprar.
Y he aquí que de repente oí grandes carcajadas en el zoco...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 832ª noche
Ella dijo:
...Y he aquí que de repente oí grandes carcajadas en el zoco, y vi una multitud de personas de cara
satisfecha y bocas abiertas que se habían agrupado en torno a un hombre que llevaba de una cadena a un
mono joven de trasero sonrosado. Y mientras andaba, aquel mono hacía con los ojos, con la cara y con
las manos numerosas señas a los que le rodeaban, con el propósito evidente de divertirse a costa de ellos
y de hacer que le dieran alfónsigos, garbanzos y avellanas.
Y yo, al ver aquel mono, me dije: "Ya Mahmud, ¿quién sabe si tu destino no está atado al cuello de
ese mono? ¡Hete aquí ahora rico con cinco dracmas de plata que vas a gastarte, para dar gusto a tu
vientre, de una vez o en dos veces o en tres veces a lo más! ¿No harías mejor, teniendo ese dinero, en
comprar a su amo ese mono para hacerte exhibidor de monos y ganar con seguridad tu pan de cada día, en
lugar de continuar llevando esta vida de mendicidad a la puer ta de Alah?"
Y así pensando, me aproveché de un claro en la muchedumbre para acercarme al propietario dell
mono, y le dije: "¿Quieres venderme ese mono con su cadena por tres dracmas de plata?" Y me contestó:
"¡Me ha costado diez dracmas contantes y sonantes; pero, por ser para ti, te lo dejaré en ocho!" Yo dije:
"¡Cuatro!" El dijo: "¡Siete! Yo dije: "¡Cuatro y medio!" El dijo: "¡Cinco, la última palabra! ¡Y ruego por
el Profeta!"
Y contesté: `¡Con El las bendiciones, la plegaria y la paz de Alah! ¡Acepto el trato, y aquí tienes los
cinco dracmas!" Y abrien do mis dedos, que tenían los cinco dracmas encerrados en el hueco de mi mano
con más seguridad que en una arquilla de acero, le entregué la suma, que era todo mi haber y todo mi
capital, y en cambio cogí el mono, y me le llevé de la cadena.
Pero entonces reflexioné que no tenía domicilio ni cobijo en que resguardarle, y no había ni que
pensar en hacerle entrar conmigo en el patio de la mezquita donde habitaba al aire libre, porque me
hubiese echado el guardián a vuelta de muchas injurias para mí y para mi mono. Y entonces me dirigí a
una casa vieja en ruinas que no tenía en pie más que tres muros, y me instalé allí para pasar la noche con
mi mono. Y el hambre empezaba a torturarme cruelmente, y a aquella hambre venía a sumarse el deseo
reconcentrado de golosinas del zoco que no había podido satisfacer y que me sería imposible aplacar en
adelante, pues la adquisición del mono me lo había llevado todo. Y mi perplejidad, extremada ya, se
duplicaba entonces con la preocupación de alimentar a mi compañero, mi ganapán futuro. Y empezaba a
arre pentirme de mi compra, cuando de pronto vi que mi mono daba una sacudida, haciendo varios
movimientos singulares. Y en el mismo mo mento, sin que tuviese tiempo yo de darme cuenta de la cosa,
vi, en lugar del repulsivo animal de trasero reluciente, a un jovenzuelo como la luna en su décimocuarto
día. Y en mi vida había yo visto una criatura que pudiese compararse con él en hermosura, en gracias y en
elegancia. Y erguido en una actitud encantadora, se dirigió a mí, con una voz dulce como el azúcar,
diciendo: "¡Mahmud, acabas de gastar en com prarme los cinco dracmas de plata que eran todo tu capital
y toda tu fortuna, y en este instante no sabes qué hacer para procurarte algún alimento que nos baste a mí y
a ti!"Y contesté: "Por Alah, que dices verdad, ¡Oh jovenzuelo! Pero ¿cómo es esto? ¿Y quién eres? ¿Y de
dónde vienes? ¿Y qué quieres?" Y me dijo sonriendo: "Mahmud, no me hagas preguntas. Mejor será que
tomes este dinar de oro y compres todo lo necesario para nuestro regalo. ¡Y sabe, Mahmud, que, en
efecto, tu destino, como pensaste, está atado a mi cuello, y vengo a ti para traerte la buena suerte y la
dicha!" Luego añadió: "¡Pero date prisa, Mahmud, a ir a comprar de comer porque tenemos mucha
hambre tú y yo!" Y al punto ejecuté sus órdenes, y no tardamos en hacer una comida de calidad excelente,
la primera de esta especie, para mí desde mi naci miento. Y como ya iba muy avanzada la noche, nos
acostamos uno junto a otro. Y al ver que, indudablemente, era él más delicado que yo, le tapé con mi
viejo capote de lana de camello. Y se durmió muy apretado a mí, como si no hubiera hecho otra cosa en
toda su vida. Y yo no me atrevía a hacer el menor movimiento por miedo a molestarle o a que creyera en
tales o cuales intenciones por mi parte, y a verle entonces re cobrar su forma prístina de mono con el
trasero desollado. ¡Y por vida mía, que entre el contacto delicioso de aquel cuerpo de jovenzuelo y la
piel de cabra de los odres que me habían servido de almohadas desde la cuna, verdaderamente había
diferencia! Y me dormí a mi vez, pen sando que dormía al lado de mi destino. Y bendije al Donador, que
me lo otorgaba bajo su aspecto tan hermoso y seductor.
Al día siguiente el jovenzuelo, que hubo de levantarse más tempra no que yo, me despertó y me dijo:
"¡Mahmud! ¡Ya es tiempo, después de esta noche pasada de cualquier manera, de que vayas a alquilar en
nuestro nombre un palacio que sea el más hermoso entre los palacios de esta ciudad! Y no temas que te
falte dinero para comprar los muebles y tapices más caros y más preciosos que encuentres en el zoco". Y
contesté con el oído y la obediencia y ejecuté sus órdenes sin pérdida de mo mento.
He aquí que, cuando estuvimos instalados en nuestra morada, que era la más espléndida de El Cairo,
alquilada a su propietario me diante diez sacos de mil dinares de oro, el jovenzuelo me dijo: "¡Mah mud!
¿cómo no te da vergüenza acercarte a mí y vivir a mi lado, ves tido de harapos como vas y con el cuerpo
sirviendo de refugio a todas las variedades de pulgas y de piojos? ¿Y a qué esperas para ir al ham mam a
purificarte y a mejorar tu estado? Porque, respecto a dinero, tienes más que el que necesitarían los
sultanes dueños de imperios. ¡Y en cuanto a ropa, sólo tienes que tornarte el trabajo de escoger!" Y
contes té con el oído y la obediencia, y me apresuré a tomar un baño asombroso, y salí del hammam
ligero, perfumado y embellecido.
Cuando el jovenzuelo me vió reaparecer ante él, transformado y vestido con ropas de la mayor
riqueza, me contempló detenidamente y quedó satisfecho de mi apostura. Luego me dijo: "¡Mahmud! así
es como quería verte. ¡Ven a sentarte ahora junto a mí!" Y me senté junto a él, pensando para mi ánima:
"¡Vaya! ¡me parece que ha lle gado el momento!" Y me dispuse a no rezagarme de ninguna manera ni por
ningún estilo.
Y he aquí que, al cabo de un momento, el jovenzuelo me dió ami gablemente en el hombro, y me dijo:
"¡Mahmud!" Y contesté: "¡Ya sidi!" El me dijo: "¿Que te parecería que llegara a ser tu esposa una
jovenzuela hija de rey más hermosa que la luna del mes de Ramadán?" Yo dije: "La tendría por muy
bienvenida, ¡oh mi señor!" El dijo: "¡En ese caso, levántate, Mahmud, toma este paquete y ve a pedir en
matri monio su hija mayor al sultán de El Cairo! ¡Porque está escrita en tu destino ella! Y al verte
comprenderá su padre que eres tú quien tiene que ser esposo de su hija. ¡Pero, al entrar, no te olvides de
ofrecer al sultán, como presente, este paquete, después de las zalemas!" Y contesté: "¡Escucho y
obedezco!" Y sin vacilar un instante, pues que tal era mi destino, tomé conmigo un esclavo para que me
llevara el paquete por el camino, y me presenté en el palacio del sultán.
Y al verme vestido con tanta magnificencia, los guardias de palacio y los eunucos me preguntaron
respetuosamente qué deseaba. Y cuando se informaron de que yo deseaba hablar al sultán y llevaba un
regalo para entregárselo en propia mano, no pusieron ninguna dificultad para hacer, en mi nombre, una
petición de audiencia e introducirme a su pre sencia al punto. Y yo, sin perder la serenidad, como si toda
mi vida hubiese sido comensal de reyes, dirigí la zalema al sultán con mucha deferencia, pero sin
ridiculeces, y él me la devolvió con una actitud gra ciosa y benévola. Y tomé el paquete de manos del
esclavo, y se lo ofrecí, diciendo: "¡Dígnate aceptar este modesto presente, ¡oh rey del tiempo! aunque no
vaya por el camino de tus méritos, sino por el humilde sendero de mi incapacidad!" Y el sultán mandó a
ver qué contenía. Y vió joyeles y atavíos y adornos de una magnificencia tan increíble como nunca hubo
de verlos. Y maravillado, prorrumpió en exclamaciones refe rentes a la hermosura de aquel regalo, y me
dijo: "¡Queda aceptado! Pero date prisa a manifestarme qué deseas y qué puedo darte en cam bio. ¡Porque
los reyes no deben quedarse atrás en liberalidades y aten ciones!" Y sin esperar a más, contesté: "¡Oh rey
del tiempo ¡mi deseo es llegar a ser conexo y pariente tuyo en tu hija mayor, esa perla escon dida, esa flor
en su cáliz, esa virgen sellada y esa dama oculta en sus velos!"
Cuando el sultán hubo oído mis palabras y comprendido mi de manda, me miró durante una hora de
tiempo y me contestó: "¡No hay inconveniente!" Luego se encaró con su visir, y le dijo: "¿Qué te parece la
demanda de este eminente señor? ¡En ciertos signos de su fisono mía conozco que viene enviado por el
Destino para ser mi yerno!" Y contestó el visir interrogado: "¡Las palabras del rey están por encima de
nuestra cabeza! Y no es el señor una conexión indigna de nuestro amo ni una parentela para rechazarla.
¡Nada más lejos de eso! ¡Pero acaso fuera mejor, no obstante este regalo, pedirle una prueba de su
poderío y su capacidad!" Y el sultán le dijo: "¿Qué tengo que hacer para ello? Aconséjame, ¡oh visir!"
El aludido dijo: "Mi opinión ¡oh rey del tiempo! es que le enseñes el diamante más hermoso del
tesoro y no le concedas en matrimonio tu hija la princesa más que con la con dición de que, para presente
de boda traiga un diamante del mismo valor".
Entonces yo, aunque estaba muy violentamente emocionado en mi interior por todo aquello, pregunté
al sultán: "Si traigo una piedra que sea hermana de ésta y de todo punto igual, ¿me darás a la princesa?"
El me contestó: "Si realmente me traes una piedra idéntica a ésta, mi hija será tu esposa". Y examiné
la piedra, la di vueltas en todos senti dos y la retuve en mi imaginación. Luego se la devolví al sultán y me
despedí de él, pidiéndole permiso para volver al día siguiente.
Y cuando llegué a nuestro palacio me dijo el jovenzuelo: "¿Cómo va el asunto?" Y le puse al
corriente de lo que había pasado, descri biéndole la piedra como si la tuviese entre mis dedos. Y me dijo:
"La cosa es fácil. Hoy, sin embargo, es tarde ya; pero mañana ¡inschalah! te daré diez diamantes
exactamente iguales al que me has descrito...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la inañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 833ª noche
Ella dijo:
"...Hoy, sin embargo, es tarde ya; pero mañana ¡inschalah! te daré diez diamantes exactamente iguales
al que me has descrito".
Y, efectivamente, al día siguiente por la mañana el jovenzuelo sa lió al jardín del palacio, y al cabo de
una hora me entregó los diez diamantes, todos exactamente iguales en hermosura al del sultán, tallados en
forma de huevo de paloma y puros como el ojo del sol. Y fuí a presentárselos al sultán, diciéndole: "¡Oh
mi señor! dispénsame la pe queñez. Pero no me ha parecido bien traer un solo diamante y he creído que
debía traer diez. ¡Puedes escoger y tirar luego los que no te gusten". Y el sultán mandó al gran visir que
abriera el cofrecillo de esmalte que guardaba aquellas piedras, y quedó maravillado de su brillo y de su
hermosura, y muy sorprendido de ver que en realidad había diez, todos exactamente iguales al que poseía
él.
Y cuando volvió de su asombro se encaró con el gran visir, y sin dirigirle la palabra le hizo con la
mano un gesto que significaba: "¿Qué debo hacer?" Y el visir, de la misma manera, contestó con un gesto
que quería decir: "¡Hay que concederle tu hija!"
Y al punto se dieron órdenes para que se hiciesen todos los pre parativos de nuestro matrimonio. Y
mandaron al kadí y a los testigos que escribieran el contrato de matrimonio acto seguido. Y cuando
estuvo extendida esta acta legal me la entregaron, con arreglo al ceremonial de rigor. Y como yo había
querido que asistiese a la ceremonia el joven zuelo, a quien presenté al sultán como pariente cercano mío,
me apresu ré a enseñarle el contrato con el fin de que lo leyese por mí, ya que yo no sabía leer ni escribir.
Y tras de leerlo en voz alta desde el principio hasta el fin, me lo devolvió, diciéndome: "Está conforme a
lo establecido y acostumbrado. Y hete aquí casado legalmente con la hija del sultán".
Luego me llamó aparte y me dijo: "¡Bien está todo esto, Mahmud; pero ahora exijo de ti una
promesa!" Y contesté: "¡Oh, por Alah! ¿qué promesa puedes pedirme mayor que la de darte mi vida, que
ya te pertenece?" Y sonrió y me dijo: "¡Mahmud! No quiero que llegues a con sumar el matrimonio
mientras yo no te dé permiso para penetrar en ella. ¡Porque antes tengo que hacer una cosa!"
Y contesté: "¡Oír es obe decer!"
Así es que, cuando llegó la noche de la penetración, entré en el apo sento de la hija del sultán. Pero,
en vez de hacer lo que hacen los esposos en semejante caso, me senté lejos de ella, en un rincón, a pesar
del deseo que me embargaba. Y me limité a mirarla desde lejos, detallando con mis ojos sus
perfecciones. Y me conduje de tal suerte la segunda noche y la tercera noche, aunque cada mañana, como
es costumbre, iba la madre de mi esposa a preguntarle cómo había pasado la noche, di ciéndole: "¡Espero
de Alah que no habrá habido contratiempos y que se habrá verificado la prueba de tu virginidad!"
Pero mi esposa con testaba: "¡No me ha hecho nada todavía!" Por tanto, a la mañana de la tercera
noche la madre de mi esposa se afligió hasta el límite de la aflicción, y exclamó: "¡Oh, qué calamidad
para nosotros! ¿por qué nos trata tu esposo de esta manera humillante y persiste en abstenerse de tu
penetración? ¿Y qué van a pensar de esta conducta injuriosa nuestros parientes y nuestros esclavos? ¿Y
no tendrán derecho a creer que esta abstención se debe a algún motivo inconfesable o a alguna razón
tortuosa?" Y llena de inquietud, en la mañana del tercer día fué a contar la cosa al sultán, que dijo: "¡Si
esta noche no le quita la doncellez le degollaré!"
Y esta noticia llegó a oídos de mi joven esposa, que fué a contármela.
Entonces no vacilé ya en poner al jovenzuelo al corriente de la situación. Y me dijo: "¡Mahmud, ha
llegado el momento oportuno! Pero antes de quitarle la doncellez hay que tener en cuenta una condición, y
es que, cuando estés solo con ella, le pidas un brazalete que lleva en el brazo derecho. Y lo cogerás y me
lo traerás inmediatamente. Después de lo cual te está permitido llevar a cabo la penetración y complacer
a su madre y a su padre".
Y contesté: "¡Escucho y obedezco!"
Y cuando me reuní con ella al llegar la noche, le dije: "Por Alah sobre ti, ¿tienes realmente deseo de
que esta noche te dé yo gusto y alegría?" Y me contestó: "Ese deseo tengo en verdad"- Y añadí: "¡Da me,
entonces, el brazalete que llevas en el brazo derecho!" Y exclamó ella: "Te lo daré; pero no sé qué podrá
sobrevenir si abandono entre tus manos este brazalete, que es un amuleto que me dió mi nodriza cuando
era yo muy niña". Y así diciendo, se lo quitó del brazo y me lo dió. Y al instante fui a entregárselo a mi
amigo el jovenzuelo, que me dijo: "¡Esto es lo que necesitaba! Ahora puedes volver para ocuparte de la
penetración".
Y me apresuré a regresar a la cámara nupcial para cumplir mi promesa concerniente a la toma de
posesión y dar gusto con ello a todo el mundo.
Y he aquí que, a partir del momento en que penetré junto a mi esposa, que me esperaba
completamente preparada en su lecho, ignoro ¡oh hermano mío! lo que me ocurrió. Todo lo que sé es que
de pronto vi que mi habitación y mi palacio se derretían como ensueños, y me vi acostado al aire libre en
medio de la casa en ruinas adonde había con ducido al mono cuando efectué su adquisición. Y estaba
despojado de mis ricas vestiduras y medio desnudo entre los andrajos de mi antigua miseria. Y reconocí
mi vieja túnica llena de remiendos de telas de todos colores, y mi báculo de derviche mendigo, y mi
turbante con tantos agu jeros como una criba de mercader de granos.
Al ver aquello ¡oh hermano mío! no me di cuenta exacta de lo que significaba, y me pregunté: "Ya
Mahmud, ¿estás en estado de vigilia o de sueño? ¿Sueñas o eres realmente Mahmud el derviche
mendigo?" Y cuando acabé de recobrar el sentido me levanté y di una sacudida, como había visto hacer
al mono la otra vez. Pero seguí siendo quien era, un pobre hijo de pobre y nada más.
Entonces, con el alma dolorida y el espíritu conturbado empecé a caminar sin rumbo, pensando en la
inconcebible fatalidad que me había llevado a aquella situación. Y vagando de tal suerte, llegué a una
calle poco frecuentada, en donde vi a un maghrebín del Barbar sentado en un alfombrín y teniendo ante sí
una esterilla cubierta de papeles escritos y de diversos objetos adivinatorios.
Y yo, contento por aquel encuentro, me acerqué al maghrebín con objeto de que me sacara la suerte y
me dijera mi horóscopo, y le dirigí una zalema que me devolvió. Y me senté en tierra con las piernas
enco gidas, me acurruqué frente a él y le rogué que consultara a lo Invisible con respecto a mí.
Entonces el maghrebín, tras de considerarme con ojos por donde pasaban hojas de cuchillo, exclamó:
"¡Oh derviche! ¿eres tú quien ha sido víctima de una execrable fatalidad que te ha separado de tu espo -
sa?" Y exclamé: "¡Ah, ualah! ¡ah ualah! ¡yo mismo soy!" El me dijo: "¡Oh pobre! el mono que compraste
en cinco dracmas de plata, y que tan súbitamente se metamorfoseó en un jovenzuelo lleno de gracia y de
belleza, no es un ser humano de entre los hijos de Adán, sino un genni de mala calidad. No se ha servido
de ti más que para lograr sus fines. Porque has de saber que desde hace mucho tiempo está prendado apa -
sionadamente de la hija del sultán, la misma con quien te ha hecho casarte. Pero como, a pesar de todo su
poder, no conseguía acercarse a ella, porque llevaba ella un brazalete talismánico, se ha valido de ti para
obtener el brazalete y adueñarse de la princesa impunemente. Pero espero no tardar mucho en destruir el
poder peligroso de ese mal suje to, que es uno de los genios adulterinos que se rebelaron contra la ley de
nuestro señor Soleimán (¡con Él la plegaria y la paz!)".
Y tras hablar así, el maghrebín tomó una hoja de papel, trazó en ella caracteres complicados, y me la
entregó diciendo: "¡Oh dervi che! no dudes de la grandeza de tu destino, anímate y ve al paraje que voy a
indicarte. Y allí esperarás a que pase una tropa de personajes, a quienes observarás con atención. ¡ Y
cuando divises al que parece su jefe le entregarás este billete, y satisfará tus deseos!" Luego me dió las
instrucciones necesarias para llegar al paraje de que se trataba, y aña dió: "¡En cuanto a la remuneración
que me debes, ya me lo darás cuando se cumpla tu destino!"
Entonces, después de dar gracias al maghrebín, cogí el billete y me puse en camino para el paraje que
me había indicado. Y a tal fin, an duve toda la noche y todo el día siguiente y parte de la segunda noche. Y
llegué entonces a una llanura desierta, donde por toda presencia no había más que el ojo invisible de
Alah y la hierba silvestre. Y me senté y esperé con impaciencia lo que iba a ocurrir. Y escuché a mi
alrededor como un vuelo de pájaros nocturnos que no veía. Y el escalofrío de la soledad empezaba a
hacer temblar mi corazón, y el espanto de la noche llenaba mi alma. Y he aquí que de repente vislumbré a
distancia gran número de antorchas que parecían caminar hacia mí ellas solas. Y pron to pude distinguir
las manos que las llevaban; pero las personas a quie nes pertenecían aquellas manos permanecían
invisibles en el fondo de la noche, y no las veían mis ojos. Y de tal suerte pasaron por delante de mí de
dos en dos un número infinito de antorchas llevadas por manos sin propietarios. Y por último, vi rodeado
de gran número de luces a un rey en su trono, revestido de esplendor. Y llegado que fué delante de mi, me
miró y me consideró, en tanto que mis rodillas se entrechocaban de terror, y me dijo: "¿Dónde está el
billete de mi amigo el mahgrebín barbari?" Y tendí el billete, que desdobló él, mientras se detenía la
procesión. Y gritó él a alguien que yo no veía: "¡Ya Atrasch, ven aquí!" Y al punto, saliendo de la
sombra, avanzó un mensajero todo equipado, que besó la tierra entre las manos del rey. Y el rey le dijo:
"¡Ve en seguida a El Cairo a encadenar al genni Fulano, y tráemele sin tardan za!" Y el mensajero
obedeció y desapareció al instante.
Y he aquí que, al cabo de una hora, volvió con el jovenzuelo en cadenado, que se había vuelto
horrible de mirar y estaba desfigurado hasta dar asco. Y el rey le gritó: "¿Por qué ¡oh maldito! has
quitado el bocado de la boca a este adamita? ¿Y por qué te has comido tú el bocado?" Y el otro contestó:
"El bocado está intacto todavía, y yo soy quien le ha preparado". Y el rey dijo: "¡Es preciso que al
instante devuelvas el brazalete talismánico a este hijo de Adán, pues de no hacer lo así tendrás que
entendértelas conmigo!" Pero el genni, que era un cochino obstinado, contestó con altanería: "¡El
brazalete lo tengo yo, y no lo tendrá nadie más!" Y así diciendo, abrió una boca como un horno, y echó en
ella el brazalete, que desapareció dentro.
Al ver aquello, el rey nocturno alargó el brazo, e inclinándose, cogió al genni por la nuca, y dándole
vueltas como a una honda, le lanzó contra tierra, gritándole: "¡Para que aprendas!" Y del golpe le dejó
más ancho que largo. Luego mandó a una de las manos portadoras de antorchas que sacara el brazalete de
dentro de aquel cuerpo sin vida y me lo devolviera. Lo cual fué ejecutado en el momento.
Y en cuanto estuvo entre mis dedos aquel brazalete, ¡oh hermano mío! el rey y todo su séquito...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 834ª noche
Ella dijo:
...Y en cuanto estuvo entre mis dedos aquel brazalete, ¡oh herma no mío! el rey y todo su séquito de
manos desaparecieron, y me en contré vestido con mis ricos trajes en medio de mi palacio, en el propio
aposento de mi esposa. Y la hallé sumida en un sueño profundo. Pero en cuanto le puse el brazalete en el
brazo se despertó y lanzó un grito de alegría al verme. Y como si nada hubiese pasado, me tendí junto a
ella. Y lo demás es misterio de la fe musulmana, ¡oh hermano mío!
Y al día siguiente su padre y su madre llegaron al límite de la ale gría al saber que yo había vuelto de
mi ausencia, y se olvidaron de interrogarme sobre el particular, de tanto júbilo como les producía el
saber que había quitado a su hija la virginidad. Y desde entonces vivi mos todos en paz, concordia y
armonía.
Y algún tiempo después de mi matrimonio, mi tío el sultán, padre de mi esposa, murió sin dejar hijo
varón, y como yo estaba casado con su hija mayor, me legó su trono. Y llegué a ser lo que soy, ¡oh
hermano mío! Y Alah es el más grande. ¡Y de Él procedemos y a Él volveremos!"
Y el sultán Mahmud, cuando hubo contado así su historia a su nue vo amigo el sultán-derviche, le vió
extremadamente asombrado de una aventura tan singular, y le dijo: "No te asombres, ¡oh hermano mío!
porque todo lo que está escrito ha de ocurrir, y nada es imposible para la voluntad de Quien lo ha creado
todo. Y ahora que me he mostrado a ti con toda verdad, sin temor a desmerecer ante tus ojos al revelarte
mi humilde origen, y precisamente para que mi ejemplo te sirva de consuelo y para que no te creas
inferior a mí en rango y en valor indi vidual, puedes ser amigo mío con toda tranquilidad; porque, después
de lo que te he contado, nunca me creeré con derecho a enorgullecerme de mi posición ante ti, ¡oh
hermano mío!" Luego añadió: "Y para que tu situación sea más regular, ¡oh hermano mío de origen y de
ran go! te nombro mi gran visir. ¡Y así serás mi brazo derecho y el conse jero de mis actos; y no se hará
nada en el reino sin intervención tuya y sin que tu experiencia lo haya aprobado de antemano!"
Y sin más tardanza, el sultán Mahmud convocó a los emires y a los grandes de su reino, e hizo
reconocer al sultán-derviche como gran visir, y le puso por sí mismo un magnífico ropón de honor, y le
confió el sello del reino.
Y el nuevo gran visir celebró diwán aquel día mismo, y así con tinuó en los días sucesivos,
cumpliendo los deberes de su cargo con tal espíritu de justicia y de imparcialidad, que las gentes,
advertidas de aquel nuevo estado de cosas, venían desde el fondo del país para reclamar sus decretos y
entregarse a sus decisiones, tomándole por juez supremo en sus diferencias. Y ponía él tanta prudencia y
moderación en sus juicios, que obtenía la gratitud y la aprobación de los mismos contra quienes
pronunciaba sus sentencias. En cuanto a sus ratos de ocio, los pasaba en la intimidad del sultán, de quien
se había converti do en compañero inseparable y amigo a toda prueba.
Un día, sintiéndose el sultán Mahmud con el espíritu deprimido, se apresuró a ir en busca de su
amigo, y le dijo: "¡Oh hermano y visir mío! Hoy me pesa el corazón, y tengo deprimido el espíritu". Y el
visir, que era el antiguo sultán de Arabia, contestó: "¡Oh rey del tiem po! En nosotros están alegrías y
penas, y nuestro propio corazón es quien las segrega. Pero a menudo la contemplación de las cosas exter -
nas puede influir en nuestro humor. ¿Has ensayado hoy con tus ojos la contemplación de las cosas
externas?" Y contestó el sultán: "¡Oh visir mío! He ensayado hoy con mis ojos la contemplación de las
pedrerías de mi tesoro, y he tomado unos tras otros entre mis dedos los rubíes, las esmeraldas, los zafiros
y las gemas de todas las series de colores, pero no me han incitado al placer, y mi alma ha seguido me -
lancólica y encogido mi corazón. Y he entrado en mi harén luego, y he pasado revista a todas mis
mujeres, las blancas, las morenas, las rubias, las cobrizas, las negras, las gordas y las finas; pero ninguna
de ellas ha conseguido disipar mi tristeza. Y luego he visitado mis caba llerizas, y he mirado mis caballos
y mis yeguas y mis potros; pero con toda su hermosura no han podido alzar el velo que ennegrece el mun -
do ante mi vista. Y ahora, ¡oh visir mío lleno de sabiduría! vengo en busca tuya para que descubras un
remedio a mi estado o me digas las palabras que curan".
Y contestó el visir: "¡Oh mi señor! ¿qué te parecería una visita al asilo de los locos, al maristán, que
tantas veces quisimos ver juntos, sin haber ido todavía? Porque opino que los locos son personas dotadas
de un entendimiento diferente al nues tro, y que hallan entre las cosas relaciones que los que no están
locos no distinguen nunca, y que son visitados por el espíritu. ¡Y acaso esa visita levante la tristeza que
pesa sobre tu alma y dilate tu pecho!" Y contestó el sultán: "¡Por Alah, ¡oh visir mío! vamos a visitar a
los locos del maristán!"
Entonces el sultán y su visir, el antiguo sultán-derviche, salieron de palacio, sin llevar consigo ningún
séquito, y anduvieron sin dete nerse hasta el maristán, que era la casa de locos. Y entraron y la visi taron
por entero; pero, con extremado asombro suyo, no encontraron allí más habitantes que el llavero mayor y
los celadores; en cuanto a los locos, ni sombra ni olor de ellos había. Y el sultán preguntó al lla vero
mayor: "¿Dónde están los locos?" Y el interpelado contestó: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! que desde hace un
largo transcurso de tiem po no los tenemos ya, y el motivo de esta penuria reside sin duda en que se
debilita la inteligencia en las criaturas de Alah!" Luego añadió: "A pesar de todo, ¡oh rey del tiempo!
podemos enseñarte tres locos que están aquí desde hace cierto tiempo, y que nos fueron traídos, uno tras
otro, por personas de alto rango, con prohibición de enseñárselos a quienquiera que fuese, pequeño o
grande. ¡Pero para nuestro amo el sultán nada está oculto!" Y añadió: "Sin duda alguna son grandes
sabios, porque se pasan el tiempo leyendo en los libros". Y llevó al sul tán y al visir a un pabellón
reservado, donde les introdujo para ale jarse luego respetuosamente.
Y el sultán Mahmud y su visir vieron encadenados al muro tres jóvenes, uno de los cuales leía
mientras los otros dos escuchaban aten tamente. Y los tres eran hermosos, bien formados, y no ofrecían
nin gún aspecto de demencia o de locura. Y el sultán se encaró con su acompañante, y le dijo: "¡Por Alah,
oh visir mío! que el caso de estos tres jóvenes debe ser un caso muy asombroso, y su historia una historia
sorprendente!" Y se volvió hacia ellos, y les dijo: "¿Es realmente por causa de locura por lo que habéis
sido encerrados en este maristán?"
Y contestaron: "No, por Alah; no somos ni locos ni dementes, ¡oh rey del tiempo! y ni siquiera somos
idiotas o estúpidos. ¡Pero tan singula res son nuestras aventuras y tan extraordinarias nuestras historias,
que si se grabaran con agujas en el ángulo de nuestros ojos serían una lección saludable para quienes se
sintieran capaces de descifrarlas!" Y a estas palabras, el sultán y el visir se sentaron en tierra frente a los
tres jóvenes encadenados, diciendo: "¡Nuestro oído está abierto, y pron to nuestro entendimiento!"
Entonces el primero, el que leía en el libro, dijo:
Historia del primer loco
"Mi oficio ¡oh señores míos y corona de mi cabeza! era el de mercader en el zoco de sederías, como
lo fueron antes que yo mi padre y mi abuelo. Y no vendía más mercancías que artículos indios de todas
las especies y de todos los colores, pero siempre de precios muy eleva dos. Y vendía y compraba con
mucho provecho y beneficio, según costumbre de los grandes mercaderes.
Un día estaba yo sentado en mi tienda, como era usual en mí, cuando acertó a pasar una dama vieja
que me dió los buenos días y me gratificó con la zalema. Y al devolverle yo sus salutaciones y cumpli -
mientos, se sentó ella en el borde de mi escaparate, y me interrogó, diciendo: "¡Oh mi señor! ¿tienes telas
selectas originarias de la India?" Yo contesté: "¡Oh mi señora! en mi tienda tengo con qué satisfacerte". Y
dijo ella: "¡Haz que me saquen una de esas telas para que la vea!" Y me levanté y saqué para ella del
armario de reservas una pieza de tela india del mayor precio, y se la puse entre las manos. Y la cogió, y
des pués de examinarla quedó muy satisfecha de su hermosura, y me dijo: "¡Oh mi señor! ¿cuánto vale esta
tela?" Yo contesté: "Quinientos di nares". Y al punto sacó ella su bolsa y me contó los quinientos dinares
de oro; luego cogió la pieza de tela y se marchó por su camino. Y de tal suerte ¡oh nuestro señor sultán! le
vendí por aquella suma una mer cancía que no me había costado más que ciento cincuenta dinares. Y di
gracias al Retribuidor por Sus beneficios.
Al siguiente día volvió a buscarme la vieja dama, y me pidió otra pieza, y me la pagó también a
quinientos dinares, y se marchó a buen paso con su compra. Y de nuevo volvió al siguiente día para
comprarme otra pieza de tela india, que pagó al contado; y durante quince días sucesivos ¡oh mi señor
sultán! obró de tal suerte, compró y pagó con la misma regularidad. Y al décimosexto día la vi llegar
como de ordina rio y escoger una nueva pieza. Y se disponía a pagarme, cuando advirtió que había
olvidado su bolsa, y me dijo: "¡Ya Khawaga! he debido olvidar mi bolsa en casa". Y contesté: "¡Ya setti!
no corre prisa. ¡Si quieres traerme el dinero mañana, bienvenida seas; si no, bienvenida seas también!"
Pero ella protestó, diciendo que nunca consentiría en tomar una mercancía que no había pagado, y yo, por
mi parte, insistí varias veces: "¡Puedes llevártela por amistad y simpatía para tu cabe za!" Y entre
nosotros tuvo lugar un torneo de mutua generosidad, ella rehusando y yo ofreciendo. Porque ¡oh mi señor!
convenía que, después de beneficiarme tanto con ella, obrase yo tan cortésmente, y hasta estuviese
dispuesto, en caso necesario, a darle de balde una o dos piezas de tela. Pero al fin dijo ella: "¡Ya
Khawaga! veo que no vamos a en tendernos nunca si continuamos de este modo. Así es que lo más
sencillo sería que me hicieras el favor de acompañarme a casa para pagarte allí el importe de tu
mercancía". Entonces, sin querer contrariarla, me le vanté, cerré mi tienda y la seguí.
Y anduvimos, ella delante y yo diez pasos detrás de ella, hasta que llegamos a la entrada de la calle
en que se hallaba su casa. Entonces se detuvo, y sacándose del seno un pañuelo, me dijo: "Es preciso que
con sientas en dejarte vendar los ojos con este pañuelo". Y yo, muy asombra do de aquella singularidad, le
rogué cortésmente que me diera la razón de ello, Y me dijo: "Es porque en esta calle por donde vamos a
pasar hay casas con las puertas abiertas y en cuyos vestíbulos están sentadas mujeres que tienen la cara
descubierta; de suerte que tal vez se posara tu mirada en alguna de ellas, casada o doncella, y entonces
podrías comprometer el corazón en un asunto de amor, y estarías atormentado toda tu vida; porque en este
barrio de la ciudad hay más de un rostro de mujer casada o de virgen tan bello, que seduciría al asceta
más reli gioso. Y temo mucho por la paz de tu corazón...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 835ª noche
Ella dijo:
"...porque en este barrio de la ciudad hay más de un rostro de mujer casada o de virgen tan bello que
seduciría al asceta más religioso. Y temo por la paz de tu corazón".
Y al escucharla pensé: "Por Alah, que es de buen consejo esta vie ja". Y consentí en lo que me pedía.
Entonces ella me vendó los ojos con el pañuelo, y me impidió así ver. Luego me cogió de la mano, y
caminó conmigo hasta que llegamos ante una casa cuya puerta golpeó con la aldaba de hierro. Y nos
abrieron desde dentro al instante. Y en cuanto entramos mi vieja conductora me quitó la venda, y advertí
con sorpre sa que me encontraba en una morada decorada y amueblada con todo el lujo de los palacios de
los reyes, y ¡por Alah! , oh nuestro señor sultán, que en mi vida había visto yo nada parecido ni soñado
cosa tan mara villosa.
En cuanto a la vieja, me rogó que la esperara en la habitación en que me hallaba, y que daba a una
sala más hermosa aún y con galería. Y dejándome solo en aquella habitación, desde la cual podía yo ver
cuanto pasaba en la otra, se marchó.
Y he aquí que, desde la puerta de la segunda sala, vi amontona das negligentemente en un rincón todas
las preciosas telas que había vendido yo a la vieja. Y al punto entraron dos jóvenes como dos lunas, cada
una de las cuales llevaba un cubo lleno de agua de rosas. Y de jaron sus cubos en las baldosas de mármol
blanco, y acercándose al montón de telas preciosas cogieron una al azar y la cortaron en dos pedazos,
como hubiesen hecho con una rodilla de cocina. Cada una se dirigió luego hacia donde estaba su cubo, y
remangándose hasta los sobacos metió el trozo de tela preciosa en el agua de rosas, y se puso a
humedecer y a lavar las baldosas y a secarlas después con otros retales de mis telas preciosas para
frotarlas y sacarles brillo por último con lo que quedaba de las piezas que habían costado quinientos
dinares cada una. Y cuando aquellas jóvenes hubieron acabado el tal trabajo y el mármol quedó como la
plata, cubrieron el suelo con tejidos tan her mosos que el producto de la venta de mi tienda entera no daría
la suma necesaria para la adquisición del menos rico de ellos. Y sobre estos teji dos extendieron una
alfombra de pelo de cabra almizclada y cojines rellenos de plumas de avestruz. Tras de lo cual llevaron
cincuenta alfom brines de brocato de oro, y los colocaron ordenadamente alrededor de la alfombra
central; después se retiraron.
Y he aquí que entraron, de dos en dos y cogidas de las manos, unas jóvenes, que fueron a situarse
cada una ante uno de los alfom brines de brocato; y como eran cincuenta, se colocaron por orden ante sus
alfombrines respectivos.
Y he aquí que, bajo un palio llevado por diez lunas de belleza, apareció a la puerta de la sala una
joven tan deslumbradora en su blan cura y con tanto brillo en sus ojos negros, que mis ojos se cerraron
por sí mismos. Y cuando los abrí vi junto a mí a mi conductora, la vieja dama, que me invitaba a
acompañarla para presentarme a la joven, que ya estaba perezosamente acostada en la alfombra central,
en medio de las cincuenta jóvenes erguidas sobre los alfombrines de brocato. Pero me alarmé mucho al
verme convertido en blanco de las miradas de aque llos cincuenta y un pares de ojos negros, y me dije:
"¡No hay poder ni recurso más que en Alah el Glorioso, el Altísimo! ¡Es evidente que desean mi muerte!"
Cuando estuve entre sus manos, la real joven me sonrió, me deseó la bienvenida y me invitó a
sentarme junto a ella en la alfombra. Y muy confuso y azorado, me senté para obedecerla, y me dijo ella:
"¡Oh jo ven! ¿qué opinas de mí y de mi belleza? ¿Crees que reúno condiciones para ser tu esposa?"
Al oír estas palabras contesté asombrado hasta el límite extremo del asombro: "¡Oh mi señora! ¿cómo
me atrevería a creerme digno de tal favor? ¡En verdad que no estimo mi valer en tanto como para llegar a
ser un esclavo, o menos todavía, entre tus manos!" Pero ella repuso: "No, por Alah, ¡oh joven! mis
palabras no contienen ningún engaño, y nada de evasivo hay en mi lenguaje, que es sincero. ¡Respóndeme,
pues, con toda sinceridad y ahuyenta todo te mor de tu espíritu, porque mi corazón se desborda de amor
por ti!"
Al oír estas palabras, ¡oh nuestro señor sultán! comprendí, a no dudar, que la joven tenía realmente
intención de casarse conmigo, pero sin que me fuese posible adivinar por qué razón me había escogido
entre millares de jóvenes y cómo me conocía. Y acabé por decirme: "¡Oh! lo inconcebible tiene la
ventaja de no ocasionar pensamientos torturadores. No trates, pues, de comprenderlo y deja que las cosas
si gan su curso". Y contesté: "¡Oh mi señora! si en realidad no hablas para que se rían de mí estas
honorables jóvenes, acuérdate del prover bio que dice:
"¡Cuando la chapa está al rojo, está a punto para el mar tillo!"
Por otra parte, me parece que mi corazón está tan inflamado de deseo, que ya es hora de realizar
nuestra unión. ¡Dime, pues, por tu vida, qué debo traerte como dote y la viudedad que debo señalarte!" Y
contestó ella sonriendo: "Dote y viudedad están pagadas y no tienes que ocuparte de ello". Y añadió:
"Puesto que ése es también tu deseo, voy al instante a enviar a buscar al kadí y a los testigos, a fin de que
podamos unirnos sin dilación".
Y, efectivamente, ¡oh mi señor! no tardaron en llegar el kadí y los testigos. Y anudaron el nudo por la
vía lícita. Y quedamos casados sin dilación. Y después de la ceremonia se marchó todo el mundo. Y me
pregunté: "¡Oh! ¿estoy despierto o soñando?" Y aún me asombré más cuando ella mandó a sus hermosas
esclavas que prepararan el hammam para mí y me condujeran allá. Y las jóvenes me hicieron entrar en
una sala de baño perfumada con áloe de Comorín, y me confiaron a las bañeras, que me desnudaron, y me
friccionaron y me dieron un baño que me dejó más ligero que los pájaros. Después vertieron encima de
mi los perfumes más exquisitos, me cubrieron con un rico atavío y me presentaron refrescos y sorbetes de
toda especie. Tras de lo cual me hicieron dejar el hammam y me condujeron al aposento íntimo de mi
reciente esposa, que me esperaba ataviada sólo con su belleza.
Y al punto vino ella a mí, y se echó sobre mí, y se restregó con migo con un ardor asombroso. Y yo ¡oh
mi señor! sentí que mi alma se albergaba por entero donde tú sabes, y di cima a la obra para la que había
sido requerido y a la tarea que se me pedía, y vencí lo que hasta entonces pertenecía al dominio de lo
invencible, y abatí lo que estaba por abatir, y arrebaté lo que estaba por arrebatar, y tomé lo que pude y
di lo que era necesario, y me levanté, y me eché, y cargué, y descar gué, y clavé, y forcé, y llené, y
barrené, y reforcé, y excité, y apreté, y derribé, y avancé, y recomencé, y de tal manera, ¡oh mi señor
sultán! que aquella noche Quien tú sabes fué realmente el valiente a quien llaman el cordero, el herrero,
el aplastante, el calamitoso, el largo, el fé rreo, el llorón, el abridor, el agujereador, el frotador, el
irresistible, el báculo del derviche, la herramienta prodigiosa, el explorador, el tuerto acometedor, el
alfanje del guerrero, el nadador infatigable, el ruiseñor canoro, el padre de cuello gordo, el padre del
turbante, el padre de ca beza calva, el padre de los estremecimientos, el padre de las delicias, el padre de
los terrores, el gallo sin cresta ni voz, el hijo de su padre, la herencia del pobre, el músculo caprichoso y
el grueso nervio dulce. Y creo ¡oh mi señor sultán! que aquella noche cada remoquete fué acom pañado de
su explicación, cada cualidad de su prueba y cada atributo de su demostración. Y nos interrumpimos en
nuestros trabajos sólo porque ya había transcurrido la noche y teníamos que levantarnos para la plegaria
de la mañana.
Y continuamos viviendo juntos de tal suerte ¡oh rey del tiempo! durante veinte noches consecutivas,
en el límite de la embriaguez y de la felicidad. Y al cabo de este tiempo vino a ofrecerse a mi memoria el
recuerdo de mi madre, y dije a mi esposa la joven: "¡Ya setti! hace mucho tiempo que estoy ausente de
casa, y mi madre, que no tiene no ticias mías, debe sentir gran inquietud por mí. Además, los negocios de
mi comercio han debido sufrir quebranto con haber estado cerrada mi tienda todos estos días pasados".
Y me contestó ella: "¡No te apures por eso! De buena gana consiento en que vayas a ver a tu madre y
a tranquilizarla. Y hasta puedes ir allá a diario y ocuparte de tus nego cios, si eso te gusta; pero exijo que
te conduzca y te traiga aquí siem pre la vieja dama". Y contesté: "¡No hay inconveniente!"
En vista de lo cual, fué la vieja, me puso un pañuelo a los ojos, me condujo al sitio donde me había
vendado los ojos la vez primera, y me dijo: "Vuelve aquí esta noche a la hora de la plegaria y me hallarás
en este mismo sitio para conducirte a casa de tu esposa". Y dichas estas palabras me quitó la venda y me
dejó.Y me apresuré a correr a mi casa, en donde encontré a mi madre sumida en la desolación y bañada en
lágrimas de desesperación, dedi cándose a coser ropas de luto. Y en cuanto me vió se abalanzó a mí y me
estrechó en sus brazos, llorando de alegría; y le dije: "No llores, ¡oh madre mía! y refresca tus ojos,
porque esta ausencia me ha llevado a disfrutar una felicidad a que nunca me hubiera atrevido a aspi rar".
Y la enteré de mi dichosa aventura, y exclamó ella en un trans porte: "Pluguiera a Alah protegerte y
resguardarte, ¡oh hijo mío! Pero prométeme que vendrás a visitarme a diario, pues mi ternura necesita ser
pagada con tu afecto". Y no me negué a prometérselo, ya que mi esposa me había dejado en libertad de
salir. Tras de lo cual invertí el resto de la jornada en mis negocios de venta y compra en la tienda del
zoco, y cuando llegó la hora, regresé al lugar indicado, donde encontré a la vieja, que me vendó los ojos
como de ordinario, y me condujo al palacio de mi esposa, diciéndome: "¡Más te vale esto; pues, como te
he dicho ya, hijo mío, en esta calle hay una porción de mujeres, casa das y doncellas, que están sentadas
en el portal de su casa y que no tienen más que un deseo todas y es aspirar el amor que pasa como se
absorbe el aire y como se bebe el agua corriente! ¿Y qué sería de tu corazón si cayeras en sus redes?"
Al llegar al palacio en que yo habitaba a la sazón, mi esposa me recibió con transportes indecibles, y
yo respondí como el yunque res ponde al martillo. Y mi gallo sin cresta ni voz no le anduvo a la zaga a
aquella gallina apetitosa y no amenguó su reputación de valiente agu jereador, pues, por Alah, ¡oh mi
señor! el cordero no dió aquella noche menos de treinta topetazos a aquella oveja batalladora, y no cesó
la lucha hasta que su contrincante hubo pedido gracia, dándose por vencida.
Y durante tres meses continué viviendo aquella vida tan activa, llena de combates nocturnos, de
batallas matinales y de asaltos diurnos. Y en mi interior me maravillaba todos los días de mi suerte,
diciéndome: "¡Qué suerte la mía que me ha hecho entablar conocimiento con esta ardiente jovenzuela y
me la ha dado por esposa! ¡Y qué destino tan asombroso el que, al mismo tiempo que este rollo de
manteca fresca, me ha deparado un palacio y riquezas como no las poseen los reyes!"Y no se pasaba día
sin que me sintiese tentado de informarme, por las esclavas, del nombre y calidad de la que se había
casado conmigo sin conocerla yo y sin saber de quién era hija o pariente. Pero un día entre los días,
encontrándome a solas con una joven negra de entre las esclavas negras de mi esposa, le pregunté acerca
del particular, diciéndole: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh joven bendita! ¡oh blanca por dentro! dime lo que
sepas con respecto a tu señora, y guar daré profundamente tus palabras en el rincón más oscuro de mi
memo ria!" Y temblando de miedo me contestó la joven negra: "¡Oh mi señor! la historia de mi señora es
una cosa de lo más extraordinaria: pero temo, si te la revelo, ser condenada a muerte sin remisión ni
dilación. Todo lo que puedo decirte es que ella se ha fijado en ti un día en el zoco, y te ha escogido por
puro amor". Y no pude sacarle más que estas palabras. Y como insistiera yo, hasta me amenazó con ir a
contar a su señora mi tentativa de provocación a las palabras indiscretas. Entonces la dejé irse por su
camino, y me volví al lado de mi esposa para em prender una escaramuza sin importancia.
Y transcurría mi vida de tal suerte, entre placeres violentos y tor neos de amor, cuando una siesta,
estando yo en mi tienda, con permiso de mi esposa, al echar una mirada a la calle divisé a una joven
tapada con el velo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 836ª noche
Ella dijo:
...Y transcurría mi vida de tal suerte, entre placeres violentos y torneos de amor, cuando una siesta,
estando yo en mi tienda, con permiso de mi esposa, al echar una mirada a la calle divisé a una joven
tapada con el velo, que avanzaba hacia mí de manera ostensible. Y cuando llegó delante de mi tienda me
dirigió la más graciosa zalema, y me dijo: "¡Oh mi señor! mira este gallo de oro adornado de dia mantes y
de piedras preciosas, que he ofrecido en vano, por el precio de coste, a todos los mercaderes del zoco.
Pero son gentes sin gusto ni delicadeza de apreciación, pues me han contestado que una joya así no es de
fácil venta y que no podrían colocarla ventajosamente. ¡Por eso vengo a ofrecértela a ti, que eres hombre
de gusto, por el precio que quieras ofrecerme tú mismo!"
Y contesté: "Tampoco yo tengo ninguna necesidad de este joyel. Pero, para darte gusto, te ofreceré
por él cien dinares, ni uno más ni uno menos". Y contestó la joven: "Tómalo. pues, y que sea para ti una
compra ventajosa!" Y aunque realmente no tenía yo el menor deseo de adquirir aquel gallo de oro, pensé,
no obstante, que aquella figura le gustaría a mi esposa por recordarle mis cualidades fundamentales, y fui
a mi armario y cogí los cien dinares de trato. Pero cuando quise ofrecérselos a la joven, los rehusó ella,
diciéndome: "En verdad que no tienen ninguna utilidad para mí, y no deseo otro pago que el derecho de
darte un solo beso en la mejilla. Y éste es mi único deseo, ¡oh joven!" Y me dije para mí: "¡Por Alah, que
un solo beso en mi mejilla por una alhaja que vale más de mil dinares de oro es un precio tan singular
como barato!" Y no vacilé en dar mi consenti miento.
Entonces la joven ¡oh mi señor! avanzó hacia mí, y levantándose el velillo del rostro me dió un beso
en la mejilla -¡ojalá le resultase delicioso!-; pero al mismo tiempo, como si se le hubiese abierto el
apetito al probar mi piel, clavó en mi carne sus dientes de tigre joven, y me dió un mordisco cuya cicatriz
tengo todavía. Luego se alejó riendo con risa de satisfacción, mientras yo me limpiaba la sangre que
corría por mi mejilla. Y pensé: "¡Tu caso ¡oh! es un caso sorprendente! ¡Y pronto verás cómo todas las
mujeres del zoco vienen a pedirte, quién una muestra de tu mejilla, quién una muestra de tu mentón, quién
una muestra de lo que tú sabes, y quizás valga más, en ese caso, arrinconar tus mercancías para no vender
ya más que pedazos de ti mismo!"
Y llegada que fué la noche, medio risueño, medio furioso, salí al encuentro de la vieja, que me
esperaba, como de ordinario, en la esquina de nuestra calle, y que, después de haberme puesto una venda
en los ojos, me condujo al palacio de mi esposa. Y por el camino la oí que refunfuñaba entre dientes
palabras confusas que me parecieron amena zas; pero pensé: "¡Las viejas son personas a quienes gusta
gruñir y que pasan sus viejos días decrépitos murmurando de todo y chocheando!"
Al entrar en casa de mi esposa la encontré sentada en la sala de recepción, con los párpados
contraídos y vestida de pies a cabeza de co lor rojo escarlata, como el que llevan los reyes en sus horas
de ira. Y tenía el continente agresivo y el rostro revestido de palidez. Y al ver aque llo dije para mí: "¡Oh
Conservador, resguárdame!" Y sin saber a qué atribuir aquella actitud hostil, me acerqué a mi esposa,
quien, en contra de su costumbre, no se había levantado para recibirme y me volvía la cabeza; y
ofreciéndole el gallo de oro que acababa de adquirir, le dije: "¡Oh mi señora! acepta este precioso gallo,
que es un objeto verdadera mente admirable, y que es curioso mirar; porque le he comprado para que te
recrees con él". Pero al oír estas palabras se oscureció su frente y sus ojos se entenebrecieron, y antes de
que yo tuviese tiempo de eva dirme, recibí una bofetada tan terrible que me hizo girar como un trompo y
por poco me rompe la mandíbula izquierda. Y me gritó: "¡Oh perro hijo de perro! si realmente has
comprado este gallo, ¿a qué obedece ese mordisco que tienes en la mejilla?"
Y yo, aniquilado por la sacudida del violento bofetón, me sentí en peligro, y tuve que hacer grandes
esfuerzos sobre mí mismo para no caerme cuan largo era. Pero aquello no era más que el principio, ¡oh
mi señor! no era ¡ay! más que el principio del principio. Porque vi que a una seña de mi esposa, se abrían
los cortinajes del fondo y entra ban cuatro esclavas conducidas por la vieja. Y llevaban el cuerpo de una
joven con la cabeza cortada y colocada en medio de su cuerpo. Y al instante reconocí en aquella cabeza
la de la joven que me había dado la alhaja a cambio de un mordisco. Y la vista de aquella acabó de
derre tirme, y rodé por el suelo sin conocimiento. Cuando volví en mí, ¡oh señor sultán! me vi encadenado
en este maristán. Y los celadores me enteraron de que me había vuelto loco. Y no me dijeron nada más.
Y tal es la historia de mi presunta locura y de mi encarcelamiento en esta casa de locos. Y Alah es
quien os envía a ambos, ¡oh mi señor sultán! y tú, ¡oh prudente y juicioso visir! para sacarme de aquí. Y
por la lógica o la incoherencia de mis palabras podréis juzgar si realmente estoy poseído por el espíritu,
o si estoy siquiera atacado de delirio, de manía o de idiotez, o si estoy, en fin, sano de entendimiento".
Cuando el sultán y su visir, que era el antiguo sultán-derviche adul terino, oyeron la historia del joven,
quedaron pensativos, con la frente baja y los ojos fijos en el suelo durante una hora de tiempo. Tras de lo
cual el sultán fué el primero que levantó la cabeza, y dijo a su acom pañante: "¡Oh visir mío! por la
verdad de Quien me hizo gobernante de este reino, juro que no tendré reposo y no comeré ni beberé sin
haber dado con la joven que se casó con este joven. Apresúrate, pues, a decirme qué tenemos que hacer
para ello". Y contestó el visir: "¡Oh rey del tiempo! es preciso que nos llevemos sin tardanza a este
joven, abando nando momentáneamente a los otros dos jóvenes encadenados, y que recorramos con él las
calles de la ciudad de oriente a occidente y de derecha a izquierda, hasta que encuentre él la entrada de la
calle en donde la vieja acostumbraba a vendarle los ojos. Y entonces le vendare mos los ojos, y se
acordará él del número de pasos que daba en compa ñía de la vieja, y de tal suerte nos hará llegar ante la
puerta de la casa, a la entrada de la cual le quitaban la venda. Y allá nos iluminará Alah acerca de la
conducta que debemos observar en tan delicado asunto".
Y dijo el sultán: "Sea conforme a tu consejo, ¡oh visir mío lleno de saga cidad!" Y se levantaron
ambos al instante, hicieron caer las cadenas del joven y se le llevaron fuera del maristán. Y todo sucedió
según las previsiones del visir. Porque, después de recorrer gran número de calles de diversos barrios,
acabaron por llegar a la entrada de la calle consabida, la cual reconoció sin dificultad el joven. Y con los
ojos vendados como otras veces, supo calcular los pasos, e hizo que se parasen ante un palacio cuya
vista sumió al sultán en la consternación. Y exclamó: "Alejado sea el Maligno, ¡oh visir mío! Este
palacio está habitado por una esposa entre las esposas del antiguo sultán de El Cairo, el que me ha
legado el trono a falta de hijos varones en su posteridad. ¡Y esta esposa del antiguo sultán, padre de mi
mujer, habita aquí con su hija, que indudablemente será la joven que se ha casado con este joven! Alah es
el más grande, ¡oh visir! ¡Por lo visto, está escrito en el destino de todas las hijas de reyes que se casen
con cualquiera, como nosotros mismos lo hemos sido! ¡Los decretos del Retribuidor siempre están
justificados; pero ignoramos los motivos a que obedecen!" Y añadió: "Apresurémonos a entrar para saber
la con tinuación de este asunto". Y llamaron en la puerta con la aldaba de hie rro, que hubo de resonar. Y
dijo el joven: "¡Bien recuerdo este sonido!" Y al punto abrieron la puerta unos eunucos, que se quedaron
absortos al reconocer al sultán, al gran visir y al joven, esposo de su señora...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente
Y cuando llegó la 837ª noche
Ella dijo:
...Y llamaron con la aldaba de hierro, y al punto abrieron la puerta unos eunucos, que se quedaron
absortos al reconocer al sultán, al gran visir y al joven, esposo de la joven. Y uno de ellos echó a correr
para prevenir a su señora de la llegada del soberano y de sus acompa ñantes.
Entonces la joven se engalanó y arregló y salió del harén, y fué a la sala de recepción para rendir sus
homenajes al sultán, esposo de su hermana de padre, pero no de madre, y besarle la mano. Y el sultán la
reconoció, efectivamente, e hizo un signo de inteligencia a su visir. Luego dijo a la princesa: "¡Oh hija
del tío! Alah me libre de hacerte reproches por tu conducta, pues el pasado pertenece al Dueño del cielo,
y sólo el presente nos pertenece. Por eso deseo al presente que te recon cilies con este joven, esposo tuyo,
que es un joven que posee preciosas cualidades fundamentales y que, sin guardarte rencor ninguno, no
pide más que volver a tu gracia. Por otra parte, te juro por los méritos de mi difunto tío el sultán, tu
padre, que tu esposo no ha cometido falta grave contra el pudor conyugal. ¡Y ya ha expiado bien
duramente la debilidad de un momento!" Y contestó la joven: "Los deseos de nuestro señor sultán son
órdenes y están por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos". Y el sultán se alegró mucho de aquella
solución, y dijo: "Siendo así, ¡oh hija del tío! nombro a tu esposo mi primer chambelán. Y en adelante
será mi comensal y mi compañero de copa. Y le enviaré a ti esta misma noche, a fin de que realicéis
ambos, sin testigos moles tos, la reconciliación prometida. ¡Pero permíteme que por el momento me le
lleve, porque tenemos que escuchar juntos las historias de sus dos compañeros de cadena!" Y se retiró,
añadiendo: "Desde luego, que da convenido entre vosotros dos que en lo sucesivo le dejarás ir y venir
libremente, sin venda en los ojos, y por su parte promete él que jamás, bajo ningún pretexto, se dejará
besar por una mujer, sea casada o doncella".
"Y éste es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- el final de la historia que contó al sultán y a su
visir el primer joven, el que leía el libro en el maristán. ¡Pero en cuanto al segundo joven, uno de los dos
que escuchaban la lectura, he aquí lo referente a él!"
Cuando el sultán, así como el visir y el nuevo chambelán, estuvie ron de vuelta en el maristán, se
sentaron en tierra frente al segundo jo ven, diciendo: "Ahora te toca a ti". Y el segundo joven dijo:
Historia del segundo loco
"¡Oh nuestro señor sultán, y tú, juicioso visir, y tú, antiguo com pañero mío de cadena! Sabed que el
motivo de mi encarcelamiento en este maristán es todavía más sorprendente que el que conocéis ya, por -
que si este compañero mío fué encerrado como loco sin estarlo, fué por culpa suya y a causa de su
credulidad y confianza en sí mismo. ¡Pero si yo he pecado ha sido precisamente por el exceso contrario,
como vais a ver, siempre que queráis permitirme proceder con orden!" Y el sultán y su visir y su nuevo
chambelán, que era el antiguo loco primero, contestaron de común acuerdo: "¡Desde luego!" Y el visir
añadió: "Por cierto que, cuando más orden pongas en tu relato queda remos mejor dispuestos para
considerar que estás comprendido injusta mente en el número de los locos y los dementes".
Y el joven comenzó su historia en estos términos:
"Sabed, pues, ¡oh señores míos y corona de mi cabeza! que tam bién yo soy un mercader hijo de
mercader, y que antes de que me arrojasen a este maristán tenía en el zoco una tienda, donde vendía bra -
zaletes y adornos de todas clases a las mujeres de los señores ricos. Y en la época en que comienza esta
historia no tenía yo más que dieciséis años de edad, y ya estaba reputado en el zoco por mi gravedad, mi
honestidad, mi cabeza pesada y mi seriedad con los negocios. Y nunca trataba yo de entablar
conversación con las damas clientes mías; y no les decía más que las palabras precisas para ultimar los
tratos. Y además practicaba los preceptos del Libro, y nunca levantaba los ojos para mi rar a una mujer
entre las hijas de los musulmanes. Y los mercaderes me citaban como ejemplo a sus hijos cuando les
llevaban consigo por primera vez al zoco. Y más de una madre se había ya puesto al habla con mi madre,
pensando en mí para algún matrimonio honorable. Pero mi madre se reservaba la respuesta para mejor
ocasión, y eludía la cues tión, pretextando mi poca edad y mi calidad de hijo único y mi tempe ramento
delicado.
Un día estaba yo sentado ante mi libro de cuentas y repasaba el contenido, cuando vi entrar en mi
tienda una remilgada negrita, que, después de saludarme con respeto, me dijo: "¿Es ésta la tienda del se -
ñor mercader Fulano?" y yo dije: "¡Esta es, en verdad!" Entonces ella, con precauciones infinitas y
mirando prudentemente a derecha y a iz quierda con sus ojos de negra, se sacó del seno un billetito, que
me tendió, diciendo: "Esto de parte de mi señora. Y aguarda el favor de una respuesta". Y entregándome
el papel se mantuvo a distancia en espera de mi contestación.
Y yo, después de desdoblar el billete, lo leí, y me encontré con que contenía una oda escrita en versos
inflamados en loor y honor míos. Y los versos finales formaban con su trama el nombre de la que se decía
enamorada de mí.
Entonces, ¡oh mi señor sultán! me mostré extremadamente enfada do por aquella audacia, y estimé que
era un atentado grave a mi buena conducta, o acaso una tentativa para arrastrarme a alguna aventura
peligrosa o complicada. Y cogí aquella declaración, y la rompí, y la pisotée. Luego avancé hacia la
negrita, y la cogí de una oreja, y le ad ministré algunos bofetones y algunos torniscones bien dados. Y
rematé el correctivo dándole un puntapié que la hizo rodar fuera de mi tienda. Y la escupí en el rostro
muy ostensiblemente, con objeto de que viesen mi acción todos mis vecinos y no pudiesen dudar de mi
honradez y de mi virtud, y le grité: "¡Ah! ¡hija de los mil cornudos de la impudicia, ve a contar todo eso a
tu señora, la hija de alcahuetes!" Y al ver aquello todos mis vecinos murmuraron entre sí con admiración;
y uno de ellos me mostró con el dedo a su hijo, diciéndole: "¡Caiga la bendición de Alah sobre la cabeza
de este joven virtuoso! ¡Ojalá ¡oh hijo mío! lle garas tú a saber a su edad rechazar las ofertas de las
malignas y los perversos que acechan a los jóvenes hermosos!"
Y he aquí ¡oh señores míos! lo que hice a los dieciséis años. Y sólo ahora es cuando veo con lucidez
todo lo que mi conducta tuvo de grosera, desprovista de discernimiento, llena de estúpida vanidad y de
amor propio fuera de lugar, hipócrita, cobarde y brutal. Y aunque más tarde hube de experimentar
sinsabores, como consecuencia de aquella tontería, considero que merecí más aún, y que esta cadena, que
actual mente llevo al cuello por un motivo distinto en absoluto, debió serme infligida a raíz de aquel
primer acto insensato. Pero, de todos modos, no quiero confundir el mes de Chabán con el mes de
Ramadán, y conti núo procediendo con orden en el relato de mi historia.
Pues bien, ¡oh mis señores! tras de aquel incidente transcurrieron días y meses, y me convertí en todo
un hombre. Y hube de conocer a las mujeres y todo lo consiguiente, aunque era soltero; y sentía que había
llegado en realidad el momento de elegir una joven que fuese mi esposa ante Alah y madre de mis hijos.
Por cierto que había de quedar bien servido, como vais a oír. Pero no anticiparé nada, y procederé con
orden.
En efecto, una siesta vi acercarse a mi tienda, entre cinco o seis es clavas blancas que la servían de
cortejo, a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las
trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, con toneándose con nobleza y
coquetería...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 838ª noche
Ella dijo:
...a una joven de amor, ataviada con las alhajas más preciosas, las manos teñidas de henné y las
trenzas de sus cabellos flotando sobre sus hombros, que avanzó con gracia, contoneándose con nobleza y
coquete ría. Y como una reina, entró en mi tienda, seguida de sus esclavas, y se sentó después de
favorecerme con una zalema graciosa. Y me dijo ¡Oh joven! ¿tienes un buen surtido de adornos de oro y
plata?" Y contesté: "¡Oh mi señora! ¡los tengo de todas las especies posibles y de las demás!" Entonces
me pidió que le enseñara anillos de oro para los tobillos. Y le llevé lo más hermoso y más pesado que
tenía en anillos de oro para los tobillos. Y les echó una mirada distraída y me dijo: "¡Pruébamelos!" Y al
punto se bajó una de sus esclavas y levantándole la orla de su traje de seda descubrió ante mis ojos el
tobillo más fino y más blanco que salió de los dedos del Creador. Y le probé los anillos; pero no pude
encontrar en mi tienda ninguno bastante estrecho para la finura de sus piernas moldeadas en el molde de
la perfección. Y al ver mi azoramiento ella sonrió y dijo: "No te importe, ¡oh joven! Ya te tomaré otra
cosa. Pero el caso es que me habían dicho en mi casa que yo tenía las piernas de elefante. ¿Es verdad
eso?" Y exclamé: "El nom bre de Alah sobre ti y alrededor de ti y sobre la perfección de tus tobi llos, ¡oh
mi señora! ¡Al verlos se moriría de envidia la gacela!" Enton ces me dijo ella: "¡Enséñame brazaletes!" Y
con los ojos llenos todavía de la visión de sus tobillos adorables y de sus piernas de perdición, bus qué lo
más fino y más estrecho que tenía en brazaletes de oro y de es malte, y se lo traje. Pero me dijo ella:
"Pruébamelos tú mismo. Estoy muy cansada hoy".
Y al punto se precipitó una de sus esclavas a alzar las mangas de su señora. Y a mis ojos apareció un
brazo ¡ay! ¡ay! como un cuello de cisne, más blanco y más liso que el cristal y rematado por una muñeca y
una mano y unos dedos ¡ay! ¡ay! de azúcar cande, ¡oh mi señor! de dátiles confitados, una alegría para el
alma, una deli cia, una pura delicia suprema. E inclinándome, probé mis brazaletes en aquel brazo
milagroso. Pero los más estrechos, los confeccionados para manos de niño, bailaban vergonzosamente en
sus finas muñecas trans parentes; y me apresuré a retirarlos, temeroso de que su contacto lasti mase aquella
piel cándida. Y sonrió ella de nuevo al ver mi confusión, y me dijo: "¿Qué has visto, ¡oh joven!? ¿Soy
manca, o acaso tengo manos de pato, o quizá un brazo de hipopótamo?" Y exclamé: "El nom bre de Alah
sobre ti y alrededor de ti, y sobre la redondez de tu brazo blanco, y sobre la forma de tus dedos de hurí,
¡oh mi señora!" Y me dijo ella: "¿Verdad que sí? Pues, sin embargo, en casa me afirmaron lo contrario
con frecuencia".
Luego añadió: "Enséñame collares y col gantes de oro". Y tambaleándome sin haber probado el vino,
me apresu ré a mostrarle lo más rico y ligero que tenía yo en collares y colgantes de oro.
Y al punto, con religioso cuidado, una de sus esclavas descubrió, al mismo tiempo que el cuello de su
ama, parte de su pecho. Y los dos senos, ¡ah! ¡ah! los dos a la vez, ¡oh mi señor! los dos pechitos de
marfil rosa, aparecieron redondos y erguidos sobre la nieve deslumbra dora del pecho; y se dirían
colgados del cuello de mármol puro, como dos hermosos niños gemelos colgados al cuello de su madre.
Y al ver aquello no pude por menos de gritar, volviendo la cabeza: "¡Tapa, tapa! ¡Que Alah corra sus
velos!"
Y me dijo ella: "¿Es que no vas a probar me los collares y colgantes? ¡Pero no te importe! Ya te
tomaré otra cosa. Sin embargo, dime antes si soy deforme, o tetuda como la hembra del búfalo, y negra y
velluda. ¿0 acaso estoy tan flaca y seca como un pescado salado, y tan lisa como el banco de un
carpintero?" Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tus carnes ocultas, y sobre
tus frutos ocultos, y sobre toda tu hermosura oculta, ¡oh mi señora!" Y dijo ella: "¿Entonces me han
engañado los que me afir maron a menudo que no podía encontrarse nada más feo que mis formas
ocultas?" Y añadió: "Está bien; pero ya que no te atreves ¡oh joven! a probarme estos collares de oro y
estos colgantes, ¿podrías, al menos, probarme cinturones?"
Y luego de traerle lo más flexible y ligero que tenía en cinturones de filigrana de oro, los puse a sus
pies discretamente. Pero me dijo ella: "¡No, no! ¡por Alah, pruébamelos tú mismo!" Y yo ¡oh mi señor
sultán! tuve que responder con el oído y la obediencia, y adivinando de antemano cuál sería la finura de
aquella gacela, escogí el cinturón más pequeño y más estrecho, y por encima de sus trajes y velos se lo
ceñí al talle. Pero aquel cinturón, confeccionado de encargo para una princesa niña, resultaba muy ancho
para aquel talle tan fino que no proyectaba sombra en el suelo, y tan derecho que habría causado la
desesperación de un escriba de la letra alef, y tan flexible que ha bría hecho secarse de despecho al árbol
ban, y tan tierno que habría hecho derretirse de envidia a un rollo de manteca fina, y tan gracioso que
habría puesto en fuga, avergonzado, a un tierno pavo real, y tan ondulante que habría hecho perderse al
tallo del bambú. Y al ver que no lograba mi propósito, me quedé muy perplejo y no supe cómo ex -
cusarme.
Pero me dijo ella: "Por lo visto, debo ser contrahecha, con una joroba doble por detrás y una joroba
doble por delante, con un vientre de forma innoble y una espalda de dromedario!" Y exclamé: "El nombre
de Alah sobre ti y alrededor de ti, y sobre tu talle, y sobre lo que le precede, y sobre lo que le acompaña,
y sobre todo lo que le sigue. ¡oh mi señora!" Y ella me dijo: "Estoy asombrada, ¡oh joven! ¡Porque en
casa me han confirmado a menudo esta opinión desventajosa de mí misma! i De todos modos, ya que no
puedes encontrar cinturón para mí, creo que no te será imposible encontrar pendientes de anilla y un
frontal de oro para sujetarme los cabellos!" Y así diciendo, se levantó por sí misma el velillo del rostro,
e hizo aparecer a mi vista su cara, que era la luna llena en su décimocuarta noche. Y al ver aquellas dos
piezas preciosas de sus ojos babilónicos, y sus mejillas de anémona, y su boquita, estuche de coral, que
encerraba un brazalete de perlas, y todo su rostro conmo vedor, se me paró la respiración y no pude hacer
un movimiento para buscar lo que me pedía. Y sonrió ella, y me dijo: "Comprendo ¡oh jo ven! que te
hayas asombrado de mi fealdad. Ya sé, porque me lo han repetido muchas veces, que mi rostro es de una
fealdad espantosa, picado de viruela y apergaminado, que soy tuerta del ojo derecho y bizca del ojo
izquierdo, que tengo una nariz gorda y horrible, y una boca fétida, con los dientes desencajados y
movibles, y, por último, que estoy muti lada y rapada de orejas. ¡Y no hay para qué hablar de mi piel, que
es sarnosa, ni de mis cabellos, que son lacios y quebradizos, ni de todos los horrores invisibles de mi
interior!"
Y exclamé: "El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti, ¡oh mi señora! y sobre tu belleza invisible,
¡oh revestida de esplendor! y sobre tu pureza, ¡oh hija de los lirios! y sobre tu olor, ¡oh rosa! y sobre tu
brillo y tu blancura, ¡oh jazmín! y sobre cuanto en ti puede verse, olerse o tocarse. ¡Y dichoso aquel que
pueda verte, olerte o tocarte!"
Y me quedé aniquilado de emoción, ebrio con una embriaguez mortal.
Entonces la joven de amor me miró con una sonrisa de sus ojos rasgados, y me dijo: "¡Ay! ¡ay! ¿por
qué, pues, me detesta mi padre hasta el punto de atribuirme todas las fealdades que te he enumerado?
Porque es mi mismo padre, y no otro, quien me ha hecho creer siempre en todos esos presuntos horrores
de mi persona. ¡Pero loado sea Alah, que me demuestra lo contrario por intervención tuya! Porque ahora
estoy convencida de que no me ha engañado mi padre, sino que es presa de una alucinación que le hace
verlo todo feo en torno mío. Y para desembarazarse de mi vista, que le pesa, está dispuesto a venderme
como a una esclava en el mercado de esclavas de desecho". Y yo ¡ oh mi se ñor! exclamé: "¿Y quién es tu
padre, ¡oh soberana de la belleza!?" Ella me contestó: "¡El jeique al-Islam en persona!"
Y exclamé infla mado: "Entonces, por Alah, mejor que venderte en el mercado de escla vas, ¿no
consentiría en casarte conmigo?"
Ella dijo: "Mi padre es un hombre íntegro y concienzudo. ¡Y como se imagina que su hija es un
monstruo repelente, no querrá tener sobre la conciencia la unión de ella con un joven como tú! Pero
puedes, a pesar de todo, aventurar tu peti ción. Y a tal fin, voy a indicarte el medio de que te has de valer
para tener más probabilidades de convencerle".
Y tras de hablar así, la joven del perfecto amor reflexionó un mo mento, y me dijo: "¡Escucha! Cuando
te presentes a mi padre, que es el Jeique al-Islam, y le hagas tu petición de matrimonio, te dirá segura -
mente: "¡Oh hijo mío! conviene que abras los ojos. Has de saber que mi hija es una impedida, una lisiada,
una jorobada, una..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me place! ¡que me place!" Y conti nuará él:
"Mi hija es tuerta, desorejada, repugnante, coja, babosa, meona..." Pero le interrumpirás para decirle:
"¡Que me place! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Oh pobre! mi hija es antipática, viciosa, pe dorrera,
mocosa..." Pero le interrumpirás para decirle: "¡Que me pla ce! ¡que me place!" Y continuará él: "¡Pero si
no sabes ¡oh pobre! que mi hija es bigotuda, barriguda, tetuda, manca, contrahecha de un pie, bizca del
ojo izquierdo, con nariz gorda y aceitosa, con la cara picada de viruela, con la boca fétida, con los
dientes desencajados y movibles, mutilada por dentro, calva, espantosamente sarnosa, un horror absoluta -
mente, una abominable maldición!"
Y tras de dejarle que acabe de ver ter sobre mí esta horrible cuba de dicterios, le dirás: "¡Vaya, por
Alah, que me place, que me place.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió apareces la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 839ª noche
Ella dijo:
"...Y tras de dejarle que acabe de verter sobre mí esta horrible cuba de dicterios, le dirás: "¡Vaya por
Alah, que me place, que me place!"
Y yo, ¡oh mi señor! al oír estas palabras, y nada más que a la idea de que tales apelativos pudiesen
aplicarse por su padre a aquella joven del perfecto amor, sentía que la sangre se me subía a la cabeza de
indignación y de cólera. Pero, en fin, como había que pasar por semejante prueba para llegar a casarme
con aquel modelo de gacelas, le dije: "Dura es la prueba, ¡oh mi señora! y puede que muera yo al oír a tu
padre tratarte de tal suerte. ¡Pero Alah me dará las fuerzas y el va lor necesarios!" Luego le pregunté: "¿Y
cuándo podré presentarme entre las manos de tu padre el venerable Jeique al-Islam para hacer mi
petición?" Ella me contestó: "Mañana a media mañana sin falta".
Tras estas palabras, se levantó y me abandonó, seguida de sus jóvenes esclavas, saludándome con una
sonrisa. Y mi alma siguió sus huellas y quedó atada a sus pasos, por más que yo permaneciese en mi
tienda presa de las angustias de la ausencia y de la pasión.
Así es que al día siguiente, a la hora indicada, no dejé de correr a la residencia del Jeique al-Islam,
al cual pedí audiencia, diciendo que era para un negocio urgente de suma importancia. Y me recibió sin
tardanza, y me devolvió mi zalema con consideración, y me rogó que me sentara. Y observé que era un
anciano de aspecto venerable, de barba blanca inmaculada y de una actitud llena de nobleza y grandeza;
pero en su rostro y en sus ojos tenía una sombra de tristeza sin esperanza y de dolor sin remedio. Y
pensé: "¡Ya apareció aquello! Tiene la alu cinación de la fealdad. ¡Ojalá le cure Alah!"
Luego, sin sentarme hasta que me invitó la segunda vez, por respeto y deferencia para su edad y su
alta dignidad, de nuevo le hice mis zalemas y cumplimientos, y los reiteré por tercera vez, levantándome
siempre. Y habiendo demostrado de tal suerte mi cortesía y mi mundanidad, volví a sentarme, pero en el
mismo borde de la silla, y esperé a que iniciase él la conversación y me interrogara sobre lo que me
llevaba allí.
Y, efectivamente, después que el agha de servicio nos hubo ofrecido los refrescos de rigor, y el
Jeique al-Islam hubo cambiado conmigo al gunas palabras sin importancia acerca del calor y la sequía,
me dijo:
"¡Oh joven mercader! ¿en qué puedo satisfacerte?" Y contesté: "¡Oh mi señor! ¡me he presentado entre
tus manos para implorarte y solici tarte con respeto a la dama escondida tras la cortina de castidad de tu
honorable casa, la perla sellada con el sello de la conservación y la flor oculta en el cáliz de la modestia,
tu hija sublime, la virgen insigne a la cual yo, indigno, anhelo unirme por los lazos lícitos y el contrato
legal!"
A estas palabras, vi ennegrecerse y amarillear luego el rostro del venerable anciano e inclinarse su
frente hacia el suelo con tristeza. Y se quedó por un momento sumido en penosas reflexiones relativas a
su hija, sin duda alguna. Luego levantó la cabeza lentamente y me dijo con acento de tristeza infinita:
"Alah conserve tu juventud y te favorezca siempre con sus gracias, ¡ oh hijo mío! iPero la hija que tengo
en mi casa detrás de la cortina de castidad es una calamidad! Y nada se puede hacer con ella, y nada se
puede sacar de ella. Porque . . ."
Pero yo ¡oh mi señor sultán! le interrumpí de pronto para exclamar: "¡Que me pla ce! ¡que me place!"
Y el venerable anciano me dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh hijo mío! Pero mi hija no le
conviene a un joven tan hermoso como tú, lleno de amables cualidades, de fuerza y de salud. Porque es
una pobre criatura enfermiza, parida por su madre antes de tiempo a consecuencia de un incendio. Y es
tan contrahecha y fea como hermoso y bien formado eres tú. ¡Y como debes saber el motivo que me hace
negarme a tu petición, te la describiré tal y como es, si quieres, pues en mi corazón reside el temor de
Alah, y no quisiera contribuir a inducirte a error!"
Pero exclamé: "¡Yo la admiro con todos los defec tos y estoy satisfecho de ella, de lo más satisfecho!"
Pero él me dijo: "¡Ah hijo mío, no obligues a un padre que tiene la dignidad de su vida privada a hablarte
de su hija en términos penosos! Pero tu insis tencia me fuerza a decirte que, casándote con mi hija, te
casarás con el monstruo más espantoso de este tiempo. Porque es una criatura cuya sola contemplación . .
."
Pero temiendo yo la espantosa enumeración de los horrores con que se disponía a afligir mi oído, le
interrumpí para exclamar con un acento en que puse toda mi alma y todo mi deseo: "¡Que me place! ¡que
me place!" Y añadí: "¡Por Alah sobre ti, ¡oh padre nuestro! ahórrame el dolor de hablar de tu honorable
hija en términos penosos, pues, sea cual sea lo que puedas decirme y por muy odiosa que sea la
descripción que me hagas, seguiré solicitándola en matrimonio, porque tengo una afición especial a los
horrores cuando son del género de los que afligen a tu hija, y repito que la acepto tal como es, y que estoy
satisfecho, satisfecho, satisfecho!"
Cuando el Jeique al-Islam me hubo oído hablar de tal suerte; y comprendió que mi resolución era
inquebrantable y mi deseo inmuta ble, se golpeó las manos una contra otra con sorpresa y asombro, y me
dijo: "He librado mi conciencia ante Alah y ante ti, ¡oh hijo mío! y sólo a ti podrás culpar de tu acto de
locura. Pero, por otra parte, los preceptos divinos me prohiben impedir el deseo de satisfacerlo, y no
puedo por menos que darte mi consentimiento". Y en el límite de la dicha, le besé la mano, y anhelé que
se llevase a cabo el matrimonio y se celebrase aquel mismo día. Y me dijo él suspirando: "¡Ya no hay
inconveniente!"
Y se extendió y legalizó por los testigos el contrato de matrimonio; y quedó estipulado que yo
aceptaba a mi esposa con sus defectos, sus deformidades, sus achaques, sus malas hechuras, su confor -
mación, sus dolencias, sus fealdades y otras cosas parecidas. Y también quedó estipulado que si, por una
u otra razón, me divorciaba de ella tendría que pagarle, como rescate del divorcio y como viudedad,
veinte bolsas de mil dinares de oro. Y desde luego acepté de todo corazón las condiciones. E incluso
hubiese aceptado cláusulas mucho más desven tajosas.
Y he aquí que, después de la redacción del contrato, mi tío, padre de mi esposa, me dijo: "¡Oh joven!
mejor te será consumar en mi casa el matrimonio y establecer aquí tu domicilio conyugal. Porque el
transporte de tu esposa inválida desde aquí a tu casa presentaría graves in convenientes". Y contesté:
"¡Escucho y obedezco!"
Y en mi interior ardía de impaciencia, y me decía: "¡Por Alah ¿es verdaderamente posi ble que yo, el
oscuro mercader, haya llegado a ser dueño de esa joven del perfecto amor, la hija del venerado Jeique al-
Islam? ¿Y soy yo verdaderamente el que va a regocijarse con su belleza, y a disfrutarla a su antojo, y a
comer y a beber lo que tenga gana en sus encantos ocultos, y a endulzarme con ellos hasta la saciedad?"
Y cuando por fin llegó la noche penetré en la cámara nupcial des pués de recitar la plegaria de la
noche, y con el corazón latiendo de emoción me acerqué a mi esposa y levanté el velo que cubría su
cabeza y le destapé el rostro.
Y miré con mi alma y mis ojos.
Y (¡que Alah confunda al Maligno ¡oh mi señor sultán! y nunca te haga testigo de un espectáculo
semejante al que se ofreció a mis mi radas!) vi la criatura humana más deforme, la más repulsiva, la más
repelente, la más detestable, la más repugnante y la más nauseabunda que se puede ver en la más penosa
de las pesadillas. Y en verdad que era de una fealdad mucho más espantosa que la que me había descrito
la joven, y un monstruo de deformidad, y un guiñapo tan lleno de ho rror, que me sería imposible ¡oh mi
señor! hacerte su descripción sin sentir arcadas y caer a tus pies sin conocimiento. Pero bástame decirte
que la que era esposa mía con mi propio consentimiento encerraba en su persona nauseabunda todos los
vicios legales y todas las abomina ciones ilegales, todas las impurezas, todas las fetideces, todas las
aver siones, todas las atrocidades, todas las fealdades y todas las repugnan cias que pueden afligir a los
seres sobre quienes pesa la maldición. Y tapándome las narices y volviendo la cabeza dejé caer otra vez
su velo, y me alejé de ella hasta el rincón más retirado de la estancia, pues, aun cuando hubiese sido yo
un tebaico comedor de cocodrilo, no habría po dido inducir a mi alma a una aproximación carnal con una
criatura que hasta tal punto ofendía a la paz de su Creador.
Y sentándome en mi rincón con la cara vuelta a la pared sentía yo invadir mi entedimiento de todas
las preocupaciones y subirme por los riñones todos los dolores del mundo. Y gemí en el fondo del núcleo
de mi corazón. Pero no tenía derecho a decir una sola palabra o a emitir la menor queja, pues la había
aceptado por esposa por propio impulso. Porque yo era, con mis propios ojos, quien había interrumpido
al padre siempre para exclamar: "¡Que me place! ¡que me place!" Y me decía: "¡Sí, sí! ¡ahí tienes a la
joven del perfecto amor! ¡Ah! ¡muérete! ¡muérete! ¡muérete! ¡ah idiota! ¡ah buey estúpido! ¡oh cerdo pesa -
do!" Y me mordía los dedos y me pellizcaba los brazos en silencio. Y por momentos fermentaba en mí
una cólera contra mí mismo, y pasé de mala manera toda aquella noche de mi destino, como si hubiese
esta do en medio de torturas en la prisión del Meda o del Deilamita...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 840ª noche
Ella dijo:
...Y pasé de mala manera toda aquella noche de mi destino, como si hubiese estado en medio de
torturas en la prisión del Meda o del Deilamita.
Así es que, en cuanto llegó el alba, me apresuré a huir de la cámara de mis bodas y a correr al
hammam para purificarme del contacto de aquella esposa de horror. Y después de hacer mis abluciones
con arre glo a lo que establece para los casos de impureza el ceremonial del Ghosl, me dejé llevar del
sueño un poco. Tras de lo cual me reintegré a mi tienda y me senté allí con la cabeza víctima del vértigo,
ebrio sin haber bebido vino.
Y al punto mis amigos y los mercaderes que me conocían y los particulares más distinguidos del zoco
comenzaron a presentarse a mí, unos separadamente y otros de dos en dos, o de tres en tres, o varios a la
vez, e iban a felicitarme y a ofrecer sus respetos. Y me decían: "¡Bendición! ¡bendición! ¡bendición! ¡La
alegría sea contigo! ¡la alegría sea contigo!" Y me decían otros: "¡Eh, vecino! ¡no sabíamos que érais tan
poco espléndido! ¿Dónde está el festín, dónde están las golosinas, dónde están los sorbetes, dónde están
los pasteles, dónde están los platos de halawa, dónde está tal cosa, dónde está tal otra? ¡Por Alah, vamos
a creer que los encantos de tu joven esposa te han turbado el cerebro y te han hecho olvidar a tus amigos
y perder la memoria de tus obligaciones elementales! ¡Pero no te importe! ¡Y que la alegría sea contigo!
¡que la alegría sea contigo!
Y yo, ¡oh mi señor! sin poder darme exacta cuenta de si se bur laban de mí o me felicitaban realmente,
no sabía qué actitud adoptar, y me contentaba con hacer algunos gestos evasivos y contestar con pala bras
sin alcance. Y sentía que se me atascaba de rabia reconcentrada la nariz y que mis ojos estaban próximos
a romper en lágrimas de deses peración.
Y de tal suerte duró mi suplicio desde por la mañana hasta la hora de la plegaria de mediodía, y ya se
habían ido a la mezquita la mayor parte de los mercaderes o dormían la siesta, cuando he aquí que, a
algunos pasos de mí, surge la joven del perfecto amor, la verdadera, la que era autora de mi desventura y
causa de mis torturas. Y avanzaba hacia mí sonriendo en medio de sus cinco esclavas, y se inclinaba
blan damente, y se contoneaba de derecha a izquierda voluptuosamente, con sus colas y sus sedas, flexible
como una tierna rama de ban en medio de un jardín de olores. Y estaba ataviada más suntuosamente aún
que el día anterior, y tan emocionantes eran sus andares, que, para verla mejor, los habitantes del zoco se
pusieron en fila a su paso. Y con un aire infantil entró ella en mi tienda, y me dirigió la más graciosa zale -
ma, y me dijo, sentándose: "¡Sea para ti este día una bendición, ¡oh mi señor Ola-Ed-Din, y que Alah
sostenga tu bienestar y tu dicha y lleve al colmo tu contento! ¡Y que la alegría sea contigo! ¡la alegría
contigo!"
En cuanto la oí, ¡oh mi señor! fruncí las cejas y mascullé maldi ciones en mi corazón. Pero cuando vi
con qué audacia se divertía ella conmigo y cómo iba a provocarme después de perpetuar su hazaña, no
pude contenerme más tiempo; y toda mi grosería de antaño, de cuando era virtuoso, afluyó a mis labios; y
estallé en injurias, diciéndole: "¡Oh caldera llena de pez! ¡oh cacerola de betún! ¡olla de perfidia! ¿qué te
hice para que me tratases con esa negrura y me sumieras en un abismo sin salida? ¡Alah te maldiga y
maldiga el instante de nuestro encuentro y ennegrezca tu rostro para siempre, ¡oh desvergonzada!"
Pero ella, sin conmoverse lo más mínimo, contestó sonriendo: "Pues qué, ¡oh estúpi do! ¿has olvidado
ya tus incorrecciones para conmigo, y tu desprecio por mi oda en verso, y el mal trato que hiciste sufrir a
mi mensajera, la negrita, y las injurias que le dirigiste, y el puntapié con que la gratificaste, y los
improperios que me transmitiste por conducto suyo?" Y tras de hablar así, la joven recogió sus velos y se
levantó para partir.
Pero yo ¡oh mi señor! comprendí que no había recolectado más que lo que sembré, y sentí todo el
peso de mi brutalidad pasada, y qué cosa tan odiosa de todo punto era la virtud áspera, y qué cosa tan de -
testable era la hipocresía de la religiosidad.
Y sin más tardanza me arrojé a los pies de la joven del perfecto amor, y le supliqué que me
perdonara, diciéndole: "¡Estoy arrepentido! ¡estoy arrepentido! ¡en ver dad que estoy de lo más
arrepentido!"
Y le dije palabras tan dulces y tan enternecedoras como gotas de lluvia en un desierto ardoroso. Y
acabé por decidirla a quedarse; y se dignó dispensarme, y me dijo: "¡Por esta vez te perdonaré, pero no
vuelvas a empezar!" Y exclamé besándole la orla de su traje y cubriéndome con ella la frente: "¡Oh mi
señora! ¡estoy bajo tu salvaguardia y soy tu esclavo que espera su libe ración de lo que tú sabes por
conducto tuyo!" Y ella me dijo sonriendo: "Ya he pensado en ello. ¡Y lo mismo que supe cogerte en mis
redes sabré sacarte de ellas!" Y exclamé: "¡Yalah! ¡yalah! ¡date prisa! ¡date prisa!"
Entonces me dijo: "Atiende bien a mis palabras y sigue mis instruc ciones. ¡Y podrás verte
desembarazado de tu esposa sin trabajo!" Y me incliné: "¡Oh rocío! ¡oh refresco!" Y continuó ella:
"¡Escucha! Leván tate y ve al pie de la ciudadela en busca de los saltimbanquis, titiriteros, charlatanes,
bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, conductores de monos, exhibidores de osos, tamborileros,
clarinetes, flautines, timbaleros y demás farsantes, y te concertarás con ellos para que sin tardanza vayan
a buscarte al palacio del Jeique al-Islam, padre de tu esposa. Y cuando lleguen estarás sentado tomando
refrescos con él en las gradas del patio. Y en cuanto entren te felicitarán y se congratularán, excla mando:
"¡Oh hijo de nuestro tío! ¡oh sangre nuestra! ¡oh vena de nuestros ojos! ¡compartimos tu alegría en este
bendito día de tus bodas! En verdad, ¡oh hijo de nuestro tío! que nos alegramos por ti del rango a que has
llegado. Y aun cuando te avergüences de nosotros, tenemos el honor de pertenecerte; y aun cuando,
olvidándote de tus parientes, nos eches, y aun cuando nos despidas, no te dejaremos, porque eres hijo de
nuestro tío, sangre nuestra y vena de nuestros ojos".
Y entonces tú aparentarás estar muy confuso ante la divulgación de tu parentesco con tales individuos,
y para librarte de ellos empezarás a repartirles a puñados dracmas y dinares. Y al ver aquello el Jeique
al-Islam te pre guntará, sin duda alguna; y le contestarás bajando la cabeza: "Es preciso que diga la
verdad, puesto que están ahí mis parientes para traicionarme. Mi padre era, en efecto, un bailarín,
exhibidor de osos y de monos, y tal es la profesión de mi familia y su origen. Pero más tarde el
Retribuidor abrió para nosotros la puerta de la fortuna, y hemos adquirido la consideración de los
mercaderes del zoco y de su síndico".
Y el padre de tu esposa te dirá: "Así, pues, ¿eres un hijo de bailarín de la tribu de los funámbulos y
de los cabalgadores de monos?" Y contestarás: "No hay medio de que yo reniegue de mi origen y de mi
familia por amor a tu hija y en honor suyo. ¡Porque la sangre no reniega de la sangre ni el arroyo de su
manantial!" Y te dirá él, sin duda alguna: "En ese caso ¡oh joven! ha habido ilegalidad en el con trato de
matrimonio, ya que nos has ocultado tu abolengo y tu origen. ¡Y no conviene que sigas siendo esposo de
la hija del Jeique al-Islam, jefe supremo de los kadíes, que se sienta en la alfombra de la ley, y que es un
cherif y un saied cuya genealogía se remonta a los padres del apóstol de Alah! Y no conviene que su hija,
por muy olvidada que se halle en cuanto a los beneficios del Retribuidor, esté a merced del hijo de un
titiritero".
Y tú replicarás: "¡Está bien! ¡está bien, ya entendí! tu hija es mi esposa legal y cada cabello suyo vale
mil vidas. ¡Y por Alah, que no me separaré de ella aun cuando me dieras los reinos del mundo!" Pero
poco a poco te dejarás persuadir, y cuando se pronuncie la palabra divorcio consentirás, a regañadientes,
en separarte de tu es posa. Y por tres veces pronunciarás, en presencia del Jeique al-Islam y dos testigos,
la fórmula del divorcio. Y de tal suerte, desligado, volverás a buscarme aquí. ¡Y Alah arreglará lo que
haya que arreglar!"
Entonces yo, al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos
del corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obede certe
por encima de mi cabeza y de mis ojos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 841ª noche
Ella dijo:
"...al oír este discurso de la joven del perfecto amor, sentí que se me dilataban los abanicos del
corazón, y exclamé: "¡Oh reina de la inteligencia y de la belleza! ¡heme aquí dispuesto a obedecerte por
encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y tras de despedirme de ella dejándola en mi tienda, fui a la plaza
que hay al pie de la ciudadela y me puse al habla con el jefe de la corporación de titiriteros, saltim -
banquis, charlatanes, bufones, danzantes, funámbulos, bailarines, con ductores de monos, exhibidores de
osos, tamborileros, clarinetes, flauti nes, pífanos, timbaleros y demás farsantes; y me concerté con aquel
jefe para que me ayudara en mi proyecto, prometiéndole una remunera ción considerable. Y habiendo
obtenido de él promesa de su concurso, le precedí en el palacio del Jeique al-Islam, padre de mi esposa,
al lado del cual subí a sentarme en el estrado del patio.
Y no llevaría una hora de plática con él, bebiendo sorbetes, cuando de improviso, por la puerta
principal que había yo dejado abierta, hizo su entrada, precedida por cuatro saltimbanquis que marchaban
a la ca beza, y por cuatro funámbulos que caminaban con la punta de los dedos gordos de los pies, y por
cuatro titiriteros que andaban con las manos, en medio de una algazara extraordinaria, toda la tribu
tamborileante, ululante, galopante, aullante, danzante, gesticulante y abigarrada de la payasería que había
sentado sus reales al pie de la ciudadela. Y estaban todos: los conductores de monos con sus animales,
los exhibidores de osos con sus mejores ejemplares, los bufones con sus oropeles, los char latanes con
sus gorros altos de fieltro y los instrumentistas con sus rui dosos instrumentos, que producían una
algarabía inmensa. Y se pusie ron en fila por orden en el patio, los monos y los osos en medio, y cada cual
haciendo lo suyo. Pero de pronto resonó un violento golpe de tabbl, y todo el estrépito cesó por ensalmo.
Y el jefe de la tribu se adelantó hasta las gradas del palacio, y en nombre de todos mis parien tes
congregados me arengó con voz magnífica, deseándome prosperidad y larga vida y soltándome el
discurso que yo le había enseñado.
Y, efectivamente, ¡oh mi señor! todo pasó como había previsto la joven. Porque el Jeique al-Islam, al
tener, por boca del propio jefe de la tribu, la explicación de aquella baraúnda, me pidió su confirmación.
Y yo aseguré que, en efecto, era primo, por parte de padre y de madre, de todos aquellos individuos, y
que yo mismo era hijo de un titiritero conductor de monos; y le repetí todas las palabras del papel que me
había enseñado la joven, y que ya conoces, ¡oh rey del tiempo! Y el Jeique al-Islam, poniéndose muy
demudado y muy indignado, me dijo: "No puedes permanecer en la casa y en la familia del Jeique al-
Islam, pues temo que te escupan al rostro y te traten con menos miramientos que a un perro cristiano o a
un puerco judío".
Y empecé por responder: "¡Por Alah, que no me divorciaré de mi esposa aunque me ofrezcas el reino
del Irak!" Y el Jeique al-Islam, que sabía bien que el divorcio a la fuerza estaba prohibido por la
Schariat, me llamó aparte y me su plicó, con toda clase de palabras conciliadoras, que consintiera en
aquel divorcio, diciéndome: "¡Vela mi honor y Alah velará el tuyo!"
Y acabé por condescender a aceptar el divorcio, y pronuncié ante testigos, refi riéndome a la hija del
Jeique al-Islam: "¡La repudio una vez, dos ve ces, tres veces, la repudio!" Esta es fórmula del divorcio
irrevocable. Y tras de pronunciarla, a insistentes requerimientos del propio padre, me encontré al mismo
tiempo exento del tributo del rescate y de la viude dad y libre de la más espantosa pesadilla que ha
pesado nunca sobre el pecho de un ser humano.
Y sin perder tiempo en saludar al padre de la que durante una noche fué mi esposa, salí corriendo, sin
mirar atrás, y llegué sin aliento a mi tienda, donde seguía esperándome la joven del perfecto amor. Y con
su más dulce lenguaje me deseó ella la bienvenida, y con toda la cortesía de sus modales me felicitó por
el éxito, y me dijo: "Ahora ha llegado el momento de nuestra unión. ¿Qué te parece, ¡oh mi señor!?" Y
contesté: "¿Será en mi tienda o en tu casa?"
Y ella sonrió y me dijo: "¡Oh po bre! ¿pero acaso no sabes cuánto tiene que cuidar su persona una
mujer para hacer las cosas como es debido? ¡Habrá de ser en mi casa!" Y contesté: "Por Alah, ¡oh
soberana mía! ¿desde cuándo los lirios van al hammam y la rosa al baño? Mi tienda es lo bastante grande
para que quepas en ella, lirio o rosa. Y si ardiera mi tienda quedaría mi cora zón". Y me contestó ella
riendo: "¡Verdaderamente, prosperas! ¡Y hete aquí curado de tus antiguas maneras, tan ordinarias! Y
sabes devolver un cumplimiento perfectamente". Y añadió: "Ahora levántate, cierra tu tienda y sígueme".
Yo, que no esperaba más que estas palabras, me apresuré a con testar: "Escucho y obedezco". Y
saliendo de la tienda el último, la cerré con llave, y seguí a diez pasos de distancia al grupo formado por
la joven y sus esclavas. Y de tal suerte llegamos ante un palacio cuya puerta se abrió al acercarnos. Y en
cuanto entramos fueron a mí dos eunucos y me rogaron que les acompañara al hammam. Y decidido a
hacerlo todo sin pedir explicaciones, me dejé conducir por los eunucos al hammam, donde me hicieron
tomar un baño para limpieza y para frescura. Tras de lo cual, vestido con ropas finas y perfumado con
ám bar chino, fui conducido a los aposentos interiores, donde me esperaba, perezosamente tendida en un
lecho de brocato, la joven de mis deseos y del perfecto amor.
No bien nos quedamos solos me dijo ella: "Ven aquí, ven, ¡oh estúpido! ¡Por Alah, que se necesita ser
un tonto hasta el último límite de la tontería, para haber rehusado hace tiempo una noche como ésta! Pero,
para no azorarte, no te recordaré el pasado". Y yo, ¡oh mi señor a la vista de aquella joven toda desnuda
ya, y tan blanca y tan fina, y de la riqueza de sus partes delicadas, y de la gordura de su trasero rollizo, y
de la excelente calidad de sus diversos atributos, sentí que en mí se reparaban todos mis yerros
anteriores y retrocedí para saltar. Pero ella me retuvo con un gesto y una sonrisa, y me dijo:
"Antes del com bate, ¡oh Jeique! es preciso que yo sepa si conoces el nombre de tu adversario. ¿Cómo
se llama?" Y contesté: "¡La fuente de las gracias!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El padre de la blancura!"
Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El pasto dulce!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije :"¡El sésamo descortezado!" Ella
dijo: "¡No!" Yo dije: "¡La albahaca de los puentes!" Ella dijo: "¡No!" Yo dije: "¡El mulo terco!" Ella
dijo: "¡No!" Yo dije: "Pues, por Alah, ¡oh mi señora! que no conozco ya más que un nombre, y es el
último: ¡el albergue de mi padre Mansur!" Ella dijo: "¡No!" Y añadió "¡Oh estúpido! ¿qué te han enseñado
entonces los sabios teólogos y los maestros de gramática?" Yo dije: "¡Nada absolutamente!" Ella dijo:
"¡Pues escucha! He aquí algunos de sus nombres: el estornino mudo, el carnero gordo, la len gua
silenciosa, el elocuente sin palabras, la rosca adaptable, la grapa a la medida, el mordedor rabioso, el
sacudidor infatigable, el abismo magnífico, el pozo de Jacob, la cuna del niño, el nido sin huevo, el pá -
jaro sin plumas, el pichón sin mancha, el gato sin bigotes, el pollo sin voz y el conejo sin orejas".
Y habiendo acabado de adornar de este modo mi entendimiento y de aclarar mi juicio, me tomó de
pronto entre sus piernas y sus brazos, y me dijo: "¡Yalah! ¡yalah oh infeliz! sé rápido en el asalto, y
pesado en el descenso, y ligero en el peso, y fuerte en el abrazo, y nadador de fondo, y tapón hermético, y
saltador sin tregua. Porque el detestable es el que se levanta una vez o dos veces para sentarse luego, y el
que alza la cabeza para bajarla, y el que se pone de pie para caer. Brío, pues, ¡oh valiente!" Y yo ¡oh mi
señor! contesté: "¡Oye, por tu vida, ¡oh mi señora! procedamos con orden, procedamos con orden!" I'
añadí: "¿Por quién vamos a empezar?" Ella contestó: "A tu gusto. ¡oh truhán!" Yo dije: "¡Entonces vamos
a dar primero su comida al estornino mudo!" Ella dijo: "Ya está esperando! ¡ya está esperando!"
Entonces ¡oh mi señor sultán! dije a mi niño: "¡Satisface al es tornino!" Y el niño contestó con el oído
y la obediencia, y fué pródigo y generoso en la pitanza del estornino mudo, que, de repente, empezó a
expresarse en el lenguaje de los estorninos, diciendo: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu
hacienda!
Y dije al niño: "¡Haz ahora una zalema al carnero gordo, que está esperando!" Y el niño hizo al
carnero consabido la zalema más profunda. Y el carnero contestó en su lenguaje: "¡Alah aumente tu
hacienda! ¡Alah aumente tu hacienda!"
Y dije al niño: "¡Habla ahora a la lengua silenciosa!" Y el niño frotó su dedo contra la lengua
silenciosa, que al punto contestó con ar moniosa voz: "¡Alah aumente tu hacienda! ¡Alah aumente tu
hacienda!"
Y dije al niño: "¡Domestica al mordedor rabioso!" Y el niño se puso a acariciar con muchas
precauciones al mordedor consabido, y lo hizo de modo que salió de sus fauces sin daño y sin rabia, y el
mor dedor, satisfecho de su valor y de su obra, le dijo: "¡Te rindo homena je! ¡vaya una pócima que me has
dado!"
Y dije al niño: "¡Llena el pozo de Jacob, ¡oh tú!, más paciente que Jacob!" Y el niño contestó al punto:
"¡Que me traga! ¡que me traga!" Y el pozo consabido se llenó sin fatiga ni objeción y quedó tapado
herméticamente.
Y dije al niño: "¡Calienta al pájaro sin plumas!" Y el niño con testó como el martillo al yunque; y el
pájaro, caliente, contestó: "¡Ya echo humo! ¡ya echo humo!"
Y dije al niño: "¡Oh excelente! ¡da de comer ahora al pollo sin voz!" Y el excelente muchacho no dijo
que no, y dió de comer con profusión al pollo consabido, que se puso a cantar, diciendo: "¡Bendición!
¡bendición!
Y dije al niño: "No te olvides de este buen conejo sin orejas, y sácale de su sueño, ¡oh padre de vista
sin par!" Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan
buenos consejos, que hubo de exclamar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 842ª noche
Ella dijo:
...Y el niño, siempre despierto, habló al conejo, por más que éste no tenía orejas, y le dió tan buenos
consejos, que hubo de excla mar el aludido: "¡Qué maravilla! ¡qué maravilla!"
Y continué, ¡oh mi señor! alentando al niño a conversar de aquel modo con su adversario, cambiando
cada vez de motivo de conversa ción, y haciéndole aludir a cada tributo, tomando y dando, sin olvidar al
gato sin bigotes, ni al pichón sin mancha, ni a la cuna, que estaba muy caliente, ni al nido sin huevo, que
estaba nuevecito, ni a la grapa a la medida, que encajó sin arañarse, ni al abismo magnético, donde se
sumergió oblicuamente para permanecer púdico, e hizo pedir gracia a la propietaria, diciendo: "¡Abdico!
¡Abdico! ¡Ah! ¡qué garrote!", ni a la rosca adaptable, de la que salió más invulnerable y más con -
siderable, ni, por último, al albergue de mi padre Mansur, más ca liente que un horno, y del que salió más
gordo y más pesado que una cotufa.
Y no cejamos en la lucha, ¡oh mi señor sultán! hasta la aparición de la mañana, en que hubimos de
recitar la plegaria e ir al baño.
Y cuando salimos del hammam y nos reunimos para la comida de la mañana la joven del perfecto
amor me dijo: "Por Alah, ¡oh truhán! que verdaderamente has sobresalido, y me favoreció la suerte que
me hizo recuperarte. Ahora hay que hacer lícita nuestra unión. ¿Qué te parece? ¿Quieres seguir conmigo
con arreglo a la ley de Alah, o quieres renunciar para siempre a volver a verme?" Y contesté: "An tes
sufrir la muerte roja que no volver a regocijarme con ese rostro de blancura, ¡oh mi señora!" Y ella me
dijo: "¡En ese caso, sean con nosotros el kadi y los testigos!" Y mandó llamar acto seguido al kadí y a los
testigos y redactar sin tardanza nuestro contrato de ma trimonio. Tras de lo cual tomamos juntos nuestra
primera comida, y esperamos a hacer la digestión y evitar todo peligro de dolor de vien tre, para
recomenzar nuestros escarceos y diversiones y unir la noche con el día.
Y durante treinta noches y treinta días ¡oh mi señor! viví aque lla vida con la joven del perfecto amor,
cepillando lo que había que cepillar, limando lo que había que limar y rellenando lo que había que
rellenar, hasta que un día, víctima de una especie de vértigo, se me escapó el decir a mi contrincante:
"¡No sé a qué obedece; pero ¡por Alah! que no puedo clavar hoy el duodécimo clavo!" Y exclamó ella:
"¿Cómo? ¿cómo dices? ¡Pues si precisamente el duodécimo es el más necesario! ¡Los demás no valen!" y
le dije: "Imposible, imposible".
Entonces ella se echó a reír, y me dijo: "¡Necesitas reposo! ¡Ya te lo daremos!" Y no oí más, porque
me abandonaron las fuerzas, ¡ya sidi! y rodé por el suelo como un burro sin ronzal.
Y cuando volví de mi desvanecimiento me vi encadenado en este maristán, en compañía de estos dos
honorables jóvenes, camaradas míos. E interrogados los celadores, me dijeron: "¡Es para que reposes!
¡es para que reposes!" Y por tu vida, ¡oh mi señor! que ya me noto muy reposado y reanimado, y pido a tu
generosidad que arregle mi reunión con la joven del perfecto amor. En cuanto a decir su nombre y su
calidad, está más allá de mis conocimientos. Y te he contado todo lo que sabía".
Cuando el sultán Mahmud y su visir, el antiguo sultán-derviche, oyeron esta historia del segundo
joven, se maravillaron hasta el límite de la maravilla del orden y de la claridad con que les había sido
contada. Y el sultán dijo al joven: "¡Por vida mía! que aunque no hu biese sido ilícito el motivo de tu
prisión, yo te habría libertado después de oírte". Y añadió: "¿Podrías conducirnos al palacio de la
joven?" El interpelado contestó: "¡A ojos cerrados podría!" Entonces el sultán y el visir y el chambelán,
que era el antiguo loco primero, se levantaron; y el sultán dijo al joven, después de hacer caer sus
cadenas: "¡Precéde nos en el camino que conduce a casa de tu esposa!" Y ya se disponían a salir los
cuatro, cuando el tercer joven, que aún tenía las cadenas al cuello, exclamó: "¡Oh señores míos! ¡por
Alah sobre todos nosotros, es cuchad mi historia antes de marcharos, porque es tan extraordinaria como
las de mis dos compañeros!"
Y le dijo el sultán: "Refresca tu corazón y calma tu espíritu, porque no tardaremos en volver".
Y anduvieron, precedidos del joven, hasta llegar a la puerta de un palacio, a la vista del cual exclamó
el sultán: "¡Alahu akbar! ¡Con fundido sea Eblis el Tentador! Porque este palacio ¡oh amigos míos es la
morada de la tercera hija de mi tío el difunto sultán! Y nuestro destino es un destino prodigioso. ¡Loores a
Quien reúne lo que estaba separado y reconstituye lo que estaba disuelto!" Y penetró en el pala cio,
seguido de sus acompañantes, e hizo anunciar su llegada a la hija de su tío, que se apresuró a presentarse
entre sus manos.
¡Y he aquí que, efectivamente, era la joven del perfecto amor! Y besó la mano al sultán, esposo de su
hermana, y se declaró sumisa a sus órdenes. Y el sultán le dijo: "¡Oh hija del tío! te traigo a tu esposo,
este excelente mozo, a quien nombro ahora mismo mi segundo chambe lán, y que en lo sucesivo será mi
comensal y mi compañero de copa. Porque conozco su historia y el equívoco pasado que ha tenido lugar
entre vosotros dos. Pero en adelante no se repetirá la cosa ya, porque está él ahora descansado y
reanimado".
Y la joven contestó: "¡Escucho y obedezco! ¡Y desde el momento que está bajo tu salvaguardia y tu
garantía, y que me aseguras que está restablecido, consiento en vivir de nuevo con él!" Y el sultán le dijo:
"Gracias te sean dadas, ¡oh hija del tío! ¡Me quitas del corazón un peso muy grande!" Y añadió: "Permí -
tenos solamente llevárnosle por una hora de tiempo. ¡Porque tenemos que escuchar juntos una historia que
debe ser de lo más extraordina ria!" Y se despidió de ella y salió con el joven, convertido en su se gundo
chambelán, con su visir y con su primer chambelán.
Y cuando llegaron al maristán fueron a sentarse en su sitio frente al tercer joven que estaba en ascuas
esperándoles, y que, con la cadena al cuello, comenzó al punto en estos términos su historia:
Historia del tercer loco
"Has de saber, ¡oh mi soberano señor! y tú, ¡oh visir de buen consejo! vosotros, honrados
chambelanes, antiguos compañeros míos de cadena, sabed que mi historia no tiene ninguna relación con
las que se acaban de contar, porque si mis dos compañeros han sido vícti mas de unas jóvenes, a mí me ha
ocurrido una cosa muy distinta. Ya comprobaréis mi aserto por vosotros mismos.
Es el caso ¡oh señores míos! que era yo un niño todavía cuando mi padre y mi madre fallecieron en la
misericordia del Retribuidor. Y fuí recogido por vecinos misericordiosos, pobres como nosotros, que no
podían gastar en mi instrucción por no tener lo necesario, y me dejaban vagabundear por las calles, con
la cabeza al aire y las piernas desnudas, sin tener por todo vestido más que media camisa de cotonada
azul. Y no debía ser yo repugnante a la vista, porque los transeúntes que me veían recocerme al sol, a
menudo se paraban para exclamar: "¡Alah preserve del mal de ojo a este niño! Es tan hermoso como un
trozo de luna". Y a veces algunos de ellos me compraban halawa con garbanzos o caramelo amarillo y
flexible, de ese que se estira como un bramante, y al dármelo me acariciaban en la mejilla, o me pasaban
la mano por la cabeza, o me tiraban cariñosamente del mechón que tenía yo en medio de mi cráneo
pelado. Y yo abría una boca enorme y me tragaba de un bocado toda la confitura. Lo cual hacía
prorrumpir en exclamaciones admirativas a los que me miraban y abrir lo ojos con envidia a los pilluelos
que jugaban conmigo. Y de tal suerte llegué a los doce años de edad.
Un día entre los días había yo ido con mis camaradas habituales a buscar nidos de gavilán y de
cuervo en los tejados de las casas ruinosas, cuando divisé dentro de una choza recubierta con ramajes de
palmera, en el fondo de un patio abandonado, la forma indecisa e inmó vil de un ser vivo. Y como sabía
que los genn y los mareds frecuen tan las casas desiertas, pensé: "¡Este es un madrd!" Y poseído de es -
panto, bajé a escape del tejado de la ruina y quise echar a correr para distanciarme de aquel mared. Pero
de la choza salió una voz muy dulce, que me llamó, diciendo: "¿Por qué huyes, hermoso niño? ¡Ven a
probar la sabiduría! Ven a mí sin miedo. No soy ni un genn ni un efrit, sino un ser humano que vive en la
soledad y en la contemplación. Ven, hijo mío, que te enseñaré la sabiduría...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 843ª noche
Ella dijo:
"...Ven, hijo mío, y te enseñaré la sabiduría". Y retenido de pronto en mi fuga por una fuerza
irresistible, volví sobre mis pasos y me dirigí a la choza, en tanto que la voz dulce continuaba
diciéndome: "¡Ven, hermoso niño, ven!" Y entré en la choza y vi que la forma inmóvil era un viejo muy
anciano que debía tener un número incalculable de años. Y a pesar de su mucha edad, su rostro era como
el sol. Y me dijo: "Bienvenido sea el huérfano que viene a heredar mi enseñanza!" Y me dijo aún: "Yo
seré tu padre y tu madre". Y me cogió de la mano y aña dió: "Y tú serás mi discípulo". Y tras de hablar así
me dió el beso de paz, y me hizo sentarme a su lado, y comenzó al instante mi instrucción. Y quedé
subyugado por su palabra y por la hermosura de su enseñanza; y por ella renuncié a mis juegos y a mis
camaradas. Y fué él para mí un padre y una madre. Y le demostré un respeto profundo, una ternura
extremada y una sumisión sin límites. Y transcurrieron cinco años, durante los cuales adquirí una
instrucción admirable. Y mi espíritu se alimentó con el pan de la sabiduría.
Pero ¡oh mi señor! toda sabiduría es vana si no se siembra en un terreno cuyo fondo sea propicio.
Porque se borra al primer roce del rastrillo de la locura, que rae la capa fértil. Y debajo sólo quedan la
sequía y la esterilidad.
Y pronto había de experimentar yo por mí mismo la fuerza de los instintos victoriosos de los
preceptos.
Un día, en efecto, habiéndome enviado mi maestro, el viejo sabio, a mendigar nuestra subsistencia en
el patio de la mezquita, me dediqué a esta tarea; y después de ser favorecido con la generosidad de los
creyentes, salí de la mezquita y emprendí el camino de nuestro retiro. Pero por el camino i oh mi señor!
me crucé con un grupo de eunucos en medio de los cuales se contoneaba una joven tapada, cuyos ojos tras
el velo me parecieron encerrar el cielo todo. Y los eunucos iban armados de largas pértigas, con las
cuales daban en el hombro a los transeúntes para alejarles del camino seguido por su señora. Y por todos
lados oía yo murmurar a la gente: "¡La hija del sultán! ¡la hija del sultán!"
Y volví al lado de mi maestro ¡oh mi señor! con el alma emocionada y el cerebro en desorden.
Y de una vez olvidé las máximas de mi maestro, y mis cinco años de sabiduría, y los preceptos de la
renunciación. Y mi maestro me miró tristemente, en tanto que lloraba yo. Y nos pasamos toda la noche
uno junto a otro sin pronunciar una palabra. Y por la mañana, tras de besarle la mano, como tenía por
costumbre, le dije: "¡Oh padre mío y madre mía, perdona a tu indigno discípulo! Pero es preciso que mi
alma vuelva a ver a la hija del sultán, aunque no sea más que para posar en ella una sola mirada! Y mi
maestro me dijo: "¡Oh hijo de tu padre y de tu madre! ¡oh niño mío! ya que tu alma lo desea, verás a la
hija del sultán! ¡Pero piensa en la distancia que hay entre los solitarios de la sabiduría y los reyes de la
tierra! ¡Oh hijo de tu padre y de tu madre, alimentado con mi ternura! ¿olvidas cuán incompatible es la
sabiduría con el trato de las hijas de Adán, so bre todo cuando son hijas de reyes? ¿Y has renunciado, por
lo visto, a la paz de tu corazón? ¿Y quieres que muera yo persuadido de que a mi muerte desaparecerá el
último observante de los preceptos de la soledad? ¡Oh hijo mío! ¡nada tan lleno de riqueza como la
renuncia ción, y nada tan satisfactorio como la soledad!" Pero yo contesté: "¡Oh padre mío y madre mía!
si no veo a la princesa, aunque no sea más que para posar en ella una sola mirada, moriré".
Entonces, al ver mi tristeza y mi aflicción, mi maestro, que me quería, me dijo: "Hijo. ¿Satisfaría
todos tus deseos una mirada que posases en la princesa?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces mi
maestro se acercó a mí suspirando, frotó el arco de mis cejas con una especie de ungüento, y en el mismo
instante desapareció parte de mi cuerpo y no quedó visible de mi persona más que la mitad de un hom bre,
un tronco dotado de movimiento. Y mi maestro me dijo: "Trans pórtate ahora a la ciudad. Y allá esperarás
así lo que ansías". Y con testé con el oído y la obediencia, y me transporté en un abrir y cerrar de ojos a la
plaza pública, donde, en cuanto llegué, me vi rodeado de una muchedumbre innumerable. Y todos me
miraban con asombro. Y de todos lados acudían para contemplar a un ser tan singular que sólo tenía de
hombre la mitad y que se movía con tanta rapidez. Y en seguida cundió por la ciudad el rumor de tan
extraño fenómeno, y llegó hasta el palacio en que vivía la hija del sultán con su madre. Y ambas desearon
satisfacer su curiosidad para conmigo, y enviaron a los eunucos para que me cogieran y me llevaran a
presencia suya. Y fui conducido al palacio e introducido en el harén, donde la princesa y su madre
satisficieron su curiosidad para conmigo, mientras yo mi raba. Tras de lo cual hicieron que me cogieran
los eunucos, y me transportaran al sitio de que me sacaron. Y con el alma más atormentada que nunca y el
espíritu más trastornado regresé a la choza de mi maestro.
Y me le encontré acostado en la estera, con el pecho oprimido y la tez amarilla, como si estuviese en
agonía. Pero tenía yo entonces demasiado ocupado el corazón para atormentarme por él. Y me preguntó
con voz débil: "¿Has visto ¡oh hijo mío! a la hija del sultán?" Y contesté: "Sí, pero ha sido peor que si no
la hubiera visto. ¡Y en adelante no podrá tener reposo mi alma si no consigo sentarme junto a ella y saciar
mis ojos del placer de mirarla!" Y me dijo él, lanzando un profundo suspiro: "¡Oh bienamado discípulo
mío! ¡cómo tiemblo por la paz de tu corazón! ¡Ah! ¿qué relación podrá existir jamás entre los de la
Soledad y los del Poder?" Y contesté: "¡Oh padre mío! mien tras no descanse mi cabeza junto a la suya,
mientras no la mire y no toque con mi mano su cuello encantador, me creeré en el límite extremo de la
desdicha y moriré de desesperación".
Entonces mi maestro, que me quería, inquieto por mi razón a la vez que por la paz de mi corazón, me
dijo, mientras le sacudían do lorosamente las boqueadas: "¡Oh hijo de tu padre y de tu madre! -oh niño
que llevas en ti la vida y olvidas cuán turbadora y corruptora es la mujer! vete a satisfacer todos tus
deseos; pero como último favor te suplico que caves aquí mi tumba y me sepultes sin poner nin guna
piedra indicadora del lugar en que yo repose. Acércate, hijo mío, para que te dé el medio de lograr tus
propósitos".
Y yo ¡oh mi señor! me incliné sobre mi maestro, que me frotó los párpados con una especie de kohl en
polvo negro muy fino, y me dijo: "¡Oh antiguo discípulo mío! hete aquí hecho invisible para los ojos de
los hombres, gracias a las virtudes de este kohl. ¡Y que la bendición de Alah sea sobre tu cabeza y te
preserve, en la medida de lo posible, de las emboscadas de los malditos que siembran la confusión entre
los elegidos de la Soledad!"
Y tras de hablar así, mi venerable maestro quedó como si no hubiera existido nunca. Y me apresuré a
enterrarle en una fosa que cavé en la choza donde había él vivido. ¡Alah le admita en Su misericordia y le
dé un sitio escogido! Tras de lo cual me apresuré a correr al pa lacio de la hija del sultán.
Y he aquí que, como yo era invisible a todos los ojos, entré en el palacio sin ser notado, y
prosiguiendo mi camino penetré en el harén y fui derecho al aposento de la princesa. Y la encontré
acostada en su lecho, durmiendo la siesta, y sin llevar encima por todo vestido más que una camisa de
tisú de Mossul. Y yo, que en mi vida había tenido todavía ocasión de ver la desnudez de una mujer, ¡oh
mi señor! fui presa de una emoción que acabó de hacerme olvidar todas las sabi durías y todos los
preceptos. Y exclamé: "¡Alah! ¡Alah!"
Y lo hice en voz tan alta, que la joven entreabrió los ojos, lanzando un suspiro, despierta a medias y
dando media vuelta en su lecho. Pero aquello fué todo, felizmente. ¡Y yo ¡oh mi señor! vi entonces lo
inexpresable! Y quedé asombrado de que una joven tan frágil y tan fina poseyese un trasero tan gordo. Y
muy maravillado, me aproximé más, sabiendo que era invisible, y muy dulcemente puse el dedo en aquel
trasero para tentarle y satisfacer aquel deseo de mi corazón. Y observé que era rollizo y duro y
mantecoso y granulado. Pero no volvía de la sorpresa en que me había sumido su volumen, y me
pregunté: "¿Para qué tan gordo? ¿para qué tan gordo?" Y tras de reflexionar acerca del parti cular, sin dar
con una respuesta satisfactoria, me apresuré a ponerme en contacto con la joven. Y lo hice con
precauciones infinitas para no despertarla. Y cuando me pareció que había pasado el primer momen to de
peligro me aventuré a hacer algún movimiento. Y poco a poco, poco a poco, el niño que tú sabes ¡oh mi
señor! entró en juego a su vez. Pero se guardó mucho de ser grosero y de utilizar en modo alguno
procedimientos reprobables; y también él se limitó a entablar conoci miento con lo que no conocía. Y
nada más ¡oh mi señor! Y a ambos nos pareció que, para ser la primera vez, habíamos visto lo bastante
para formar juicio.
Pero he aquí que, en el momento mismo en que iba a levantarme, el Tentador me impulsó a pellizcar a
la joven, precisamente en medio de una de aquellas asombrosas redondeces cuyo volumen me tenía per -
plejo, y no pude resistir a la tentación, y ya ves, pellizqué a la joven en medio de aquella redondez. Y
(¡alejado sea el Maligno!) fué tan viva la impresión que experimentó ella, que saltó del lecho, despierta
ya del todo, lanzando un grito de espanto, y llamó a su madre a grandes Voces...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 844ª noche
Ella dijo:
...fué tan viva la impresión que experimentó ella, que saltó del lecho, despierta ya del todo, lanzando
un grito de espanto, y llamó a su madre a grandes voces.
Al oír las señales de alarma de su hija y sus gritos de terror y sus voces pidiendo socorro, acudió la
madre enredándose los pies en la ropa y seguida de cerca por la vieja nodriza de la joven y por los
eunucos. Y la joven continuaba gritando, llevándose la mano al sitio de su pellizco: "¡En Alah me refugio
del Cheitán lapidado!"
Y su ma dre y la vieja nodriza le preguntaron al mismo tiempo: "¿Qué ocurre? ¿qué ocurre? ¿Y por
qué te llevas la mano al honorable? ¿Y qué tiene el honorable? ¿Y qué le ha sucedido al honorable?
¡Enséñanos el hono rable!" Y la nodriza se encaró con los eunucos, lanzándoles una mirada atravesada, y
les gritó: "¡Retiraos un poco!" Y los eunucos se ale jaron, maldiciendo entre dientes a la vieja calamitosa.
¡Eso fué todo! y yo veía sin ser visto, merced al kohl de mi di funto maestro. (¡Que Alah le tenga en su
gracia!)
El caso es que, al sentirse acosada por las preguntas apremiantes que en un instante le hicieron su
madre y su nodriza, alargando el cuello para ver qué era la cosa, la joven, ruburosa y dolorida, acabó por
pronunciar: "¡Es esto! ¡es esto! ¡el pellizco! ¡el pellizco!" Y las dos mujeres miraron y vieron en el
honorable la huella roja y ya hinchada de mi pulgar y de mi dedo del corazón. Y retrocedieron asus tadas
y en extremo indignadas, exclamando: "¡Oh maldita! ¿quién te ha hecho eso? ¿quién te ha hecho eso?" Y
la joven se echó a llorar, diciendo: "¡No lo sé! ¡no lo sé!" Y añadió: "¡Me han pellizcado mien tras soñaba
que me comía un cohombro muy gordo!" Y al oír estas palabras, las dos mujeres se inclinaron al mismo
tiempo, y miraron detrás de las cortinas y debajo de las tapicerías y del mosquitero; y como no
encontraron nada sospechoso, dijeron a la joven: "¿Estás bien segura de que no te has pellizcado tú
misma durmiendo?"
Ella contestó: "¡Antes me moriría que pellizcarme tan cruelmente!"
Entonces dió su opinión la vieja nodriza, diciendo: "No hay recurso ni poder más que en Alah el
Altísimo, el Omnipotente. ¡Quien ha pellizcado a nuestra hija es un innombrable entre los inombrables
que pueblan el aire! Y ha debido entrar aquí por esa ventana abierta, y al ver a nuestra hija con el
honorable al aire no ha podido resistir al deseo de pellizcarla ahí mismo. Y eso es lo que ha pasado por
lo visto". Y tras de hablar así corrió a cerrar la ventana y la puerta, y añadió: "Antes de poner a nuestra
hija una compresa de agua fresca y vinagre es preciso que nos apresuremos a ahuyentar al Maligno. Y no
hay más que un medio eficaz, y consiste en quemar en la estancia estiércol de camello. Porque el
estiércol de camello es incompatible con el olor de los genn, de los mareds y de todos los innombrables.
¡Y yo sé las palabras que hay que pronunciar al tiempo de esa fumigación!"
Y al punto gritó a los eunucos agrupados detrás de la puerta: "¡Traednos pronto un cesto con estiércol
de camello!"
Y en tanto que los eunucos iban a ejecutar la orden, la madre se acercó a su hija, y le preguntó:
"¿Estás segura ¡oh hija mía! de que el Maligno no te ha hecho nada más? ¿Y no has sentido nada que
indique lo que quiero decirte?"
La joven dijo: "¡No sé!" Entonces la madre y la nodriza bajaron la cabeza y examinaron a la joven. Y
vieron ¡oh mi señor! que, conforme te dije, todo estaba en su sitio y que no había ninguna huella de
violencia por delante ni por detrás. Pero la nariz de la maldita nodriza, que era perspicaz, le hizo decir:
"¡He sentido en nuestra hija el olor de un genni macho!" Y gritó a los eunu cos: "¿Dónde está el estiércol,
¡oh malditos!?" Y en aquel momento llegaron los eunucos con el cesto; y se apresuraron a pasárselo a la
vieja por la puerta entreabierta un instante.
Entonces, después de quitar las alfombras que cubrían el suelo, la vieja nodriza derramó el estiércol
del cesto en las baldosas de mármol y le prendió fuego. Y no bien se elevó el humo se puso a murmurar
sobre el fuego palabras desconocidas, trazando en el aire signos ma gicos.
Y he aquí que el humo del estiércol quemado, que llenaba el aposento, atacó a mis ojos de una
manera tan insoportable que se me llenaron de agua, y me vi obligado a secármelos repetidamente con los
bajos de mi ropa. Y no se me ocurrió ¡oh mi señor! que, con esta ma niobra, me iba quitando el kohl,
cuyas virtudes me hacían invisible y del que había tenido la imprevisión de no llevarme un buen repuesto
antes de la muerte de mi maestro.
Y efectivamente, oí que las tres mujeres lanzaron de pronto tres gritos simultáneos de espanto,
señalando con el dedo el sitio donde yo estaba: "¡Ahí está el efrit! ¡ahí está el efrit! ¡ahí está el efrit!" Y
pidiendo socorro a los eunucos, que al punto invadieron la habitación y se arrojaron sobre mí y quisieron
matarme. Pero les grité con la voz más terrible que pude: "¡Si me hacéis el menor daño llamaré en mi
ayuda a mis hermanos los genn, que os exterminarán y harán que se derrumbe este palacio sobre la cabeza
de sus habitantes!"
Entonces se atemorizaron y se contentaron con sujetarme. Y me gritó la vieja: "¡Los cinco dedos de
mi mano izquierda en tu ojo derecho y los cinco dedos de mi otra mano en tu ojo izquierdo!" Y yo le dije:
"¡Cállate, ¡oh he chicera maldita! o llamo a mis hermanos los genn, que te dejarán más ancha que larga!"
Entonces ella tuvo miedo y se calló. Pero fué para exclamar al cabo de un momento: "Como es un efrit no
podemos ma tarle. ¡Pero podemos encadenarle para el resto de sus años!"
Y dijo a los eunucos: "Cogedle y conducidle al maristán, y echadle una cadena al cuello, y remachad
la cadena en el muro. ¡Y decid a los celadores que, si le dejan escapar, su muerte será segura!"
Y al punto, ¡oh mi señor! me trajeron los eunucos, alargándoseme la nariz, y me metieron en este
maristán, donde encontré a mis dos antiguos compañeros, que ahora son tus honorables chambelanes. ¡Y
tal es mi historia! Y tal es ¡oh mi señor sultán! el motivo de mi encarce lamiento en esta prisión de locos y
de esta cadena que llevo al cuello. Y ya te he contado todo de cabo a rabo, y por eso espero de Alah y de
ti ser absuelto de mis errores, y que tu bondad me libre de estos cerrojos para llevarme adonde sea, pero
quitándome esta argolla. Y lo mejor sería que yo llegara a ser el esposo de la princesa por quien estoy
loco. ¡Y el Altísimo está por encima de nosotros!"
Cuando el sultán Mahmud hubo oído esta historia se encaró con su visir, el antiguo sultán-derviche, y
le dijo: "¡Ve ahí como ha enla zado el Destino los acontecimientos de nuestra familia! ¡Porque la prin cesa
de quien está enamorado este joven es la última hija del difunto sultán, padre de mi esposa! Y ya no nos
queda por hacer más que dar a este suceso la continuación correspondiente".
Y se encaró con el jo ven, y le dijo: "¡En verdad que tu historia es una historia asombrosa, y aunque no
me hubieras pedido en matrimonio a la hija de mi tío, yo te la habría concedido para demostrarte el
contento que me producen tus palabras!" E hizo caer sus cadenas al instante, y le dijo: "En lo sucesivo
serás mi tercer chambelán; y voy a dar las órdenes para la celebración de tus desposorios con la princesa
cuyas ventajas cono ces ya".
Y el joven besó la mano del generoso sultán. Y salieron del ma ristán todos y se presentaron en el
palacio, donde se dieron grandes fiestas y grandes regocijos públicos con motivo de las dos reconcilia -
ciones anteriores y del matrimonio del joven con la princesa. Y todos los habitantes de la ciudad,
pequeños y grandes, fueron invitados a tomar parte en los festines, que debían durar cuarenta días y
cuarenta noches, en honor del matrimonio de la hija del sultán con el discípulo del sabio y de la reunión
de aquellos a quienes la suerte había desunido.
Y vivieron todos en las delicias íntimas y las alegrías de la amis tad hasta la inevitable separación".
"Y tal es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la his toria complicada del Adulterino simpático,
que era sultán, y que se convirtió en derviche errante para ser elegido visir luego por Mahmud el sultán, y
de lo que le sucedió con su amigo y con los tres jóvenes encerrados por locos en el maristán. ¡Pero Alah
es más grande, y más generoso, y más sabio!" Después añadió, sin interrumpirse: "¡Pero no creas que esta
historia es más admirable o más instructiva que las Palabras bajo las noveta y nueve cabezas cortadas!"
Y el rey Schahriar exclamó: "¿Cuáles son esas palabras, Schehrazada, y esas ca bezas cortadas, de las
que nada sé?"
Y dijo Schehrazada:
Palabras bajo las noventa y nueve cabezas cortadas
Se cuenta -¡pero Alah sabe distinguir lo real de lo irreal y dife renciarlo infaliblemente!- que, en la
antigüedad del tiempo, había, en una ciudad entre las ciudades de los Rums
[138] antiguos, un rey de alto
ran go y de señalado mérito, señor de vidas y haciendas, de fuerzas y ejér citos. Y este rey tenía en más
aprecio que a sus tesoros todos, a un hijo adolescente que era perfectamente hermoso. Y el tal
adolescente, hijo de rey, no sólo era hermoso a la perfección, sino que estaba dotado de una sabiduría
que maravillaba a la tierra. Y por cierto que esta his toria no será más que la confirmación de sabiduría
tan admirable y de la belleza del joven príncipe.
Y para poner a prueba sus cualidades, Alah el Altísimo hizo que el tiempo se volviera hacia el lado
nefasto, para los días del rey y de la reina, padre y madre del joven. Y rey y reina, que había llegado al
colmo del poderío y de las riquezas, despertáronse un día en su palacio vacío, más pobres y más
miserables que los mendigos en el camino de la generosidad. Porque nada es más fácil para el Altísimo
que hacer des plomarse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves nocturnas
habiten los palacios...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y CUANDO LLEGO LA 845ª noche
Ella dijo:
...y más miserables que los mendigos en el camino de la gene rosidad. Porque nada es más fácil para
el Altísimo que hacer desplo marse los tronos más sólidos y hacer que los animales rapaces y las aves
nocturnas habiten los palacios.
Y he aquí que, ante aquel revés ofensivo del Destino y aquel golpe inesperado de la suerte, el joven
sintió que el corazón se le tem plaba como la plancha humeante en el agua, y tomó a su cargo la tarea de
levantar el ánimo de sus padres y de sacarles del estado en que se hallaban. Y dijo al rey pobre: "¡Oh
padre mío! por Alah, dime si quieres inclinar tu oído hacia tu hijo, que desea hablarte". Y contestó el rey
levantando la cabeza: "¡Oh hijo mío! ¡ya que eres el elegido de la inteligencia, habla y te obedeceremos!"
Y dijo el joven: "Leván tate, ¡oh mi señor! y partamos para las tierras de que ignoro hasta el nombre. Pues
¿a qué lamentarse ante lo irreparable cuando todavía somos dueños del presente? ¡En otros sitios
encontraremos una vida nueva y alegrías renovadas!" Y el viejo rey contestó: "¡Oh admirable hijo mío,
piadoso y lleno de deferencia! tu consejo es una inspiración del Dueño de la Sabiduría. ¡Y sea para Alah
y para ti el cuidado de este asunto!"
Entonces se levantó el joven, y después de prepararlo todo para el viaje, cogió a su padre y a su
madre de la mano y salió con ellos al camino del Destino. Y viajaron cruzando llanuras y desiertos, y no
cesaron de andar hasta que llegaron a la vista de una ciudad grande y bien construída. Y el joven dejó a
su padre y a su madre descansando a la sombra de las murallas, y entró solo en aquella ciudad. Y los
tran seúntes a quienes preguntó le informaron de que aquella ciudad era la capital de un sultán justo y
magnánimo que hacía honor a reyes y sul tanes. Entonces combinó él su plan y su proyecto, y al punto se
volvió al lado de sus padres, a los cuales dijo: "Tengo intención de venderos al sultán de esta ciudad, que
es un gran sultán. ¿Qué os parece, ¡oh padres míos!? Y contestaron ellos: "¡Oh hijo nuestro! tú sabes
mejor que nosotros lo que conviene y lo que no conviene, porque el Altísimo ha puesto la ternura en tu
corazón y en tu espíritu toda la inteligencia. Y no podemos por menos de obedecerte con seguridad y
confianza, pues hemos puesto nuestra esperanza en Alah y en ti, ¡oh hijo nuestro! ¡Y todo lo que a ti te
parezca bien será de nuestro agrado!" Y de nuevo cogió el joven de la mano a sus viejos padres y se
encaminó con ellos al palacio del sultán. Y les dejó en el patio del palacio y pidió que le in trodujeran en
la sala del trono para hablar al rey. Y como tenía un aspecto noble y hermoso, al punto fué introducido en
la sala de audien cias. Y presentó sus homenajes al sultán, quien, cuando le miró, com prendió que, a no
dudar, era hijo de grandes de la tierra, y le dijo: "¿Qué deseas, ¡oh joven esclarecido!?" Y el joven, tras
de besar por segunda vez la tierra entre las manos del rey, contestó: "¡Oh mi señor! Traigo conmigo un
cautivo, piadoso y temeroso del Señor, un modelo de honradez y de pundonor; y también traigo conmigo
una cautiva, agradable de carácter, y dulce de maneras, y graciosa de lenguaje, y lle na de todas las
cualidades requeridas para esclava. Y ambos han co nocido días mejores, y ahora se hallan perseguidos
por el Destino. Por eso deseo venderlos a Tu Alteza, a fin de que sean servidores entre tus pies y
esclavos a tu disposición, como los tres somos bienes inmobiliarios tuyos".
Cuando el rey hubo oído de labios del joven estas palabras, pro nunciadas con delicioso acento, le
dijo: "¡Oh joven sin par, que vienes a nos, caído del cielo acaso! siendo de tu propiedad los dos cautivos
de que me hablas, no pueden por menos de complacerme. ¡Date prisa, pues, a ir a buscarlos, con objeto
de que yo los vea y te los compre!" Y el joven volvió junto a su padre el rey pobre y junto a su madre la
reina pobre, y cogiendo de las manos a ambos, que se prestaron a obedecerle, los llevó a presencia del
rey.
Y el rey, a la primera mirada que echó al padre y a la madre del joven, se maravilló hasta el límite de
la maravilla, y dijo: "Si éstos son esclavos, ¿cómo serán los reyes?" Y les preguntó: "¿Sois esclavos
ambos y propiedad de este hermoso joven?" Y contestaron ellos: "So mos, en verdad, esclavos suyos y
propiedad suya en todos sentidos, ¡oh rey del tiempo!" Entonces el rey se encaró con el joven, y le dijo:
"Fija tú mismo el precio que te convenga para la venta de estos dos cautivos, que no tienen igual en la
morada de los reyes". Y dijo el jo ven: "¡Oh mi Señor! no hay tesoro que pueda indemnizarme de la pér -
dida de estos dos cautivos. Por eso no te los cederé a peso de oro ni de plata, sino que los dejaré entre
tus manos en depósito hasta el día que designe la suerte. Y como precio de esta cesión temporal no quiero
pedirte más que una cosa, tan preciosa en su género como lo son am bos entre las criaturas de Alah. En
efecto, por la cesión del cautivo te pido el caballo más hermoso de tus cuadras, completamente ensillado,
embridado y enjaezado, y por la cesión de la cautiva te pido un equipo como el que llevan los hijos de
los reyes. Y pongo por condición que el día en que te devuelva el caballo y el equipo me devuelvas tú a
los dos cautivos, que habrán sido una bendición para ti y para tu reino". Y contestó el sultán: "¡Sea como
deseas!" Y en aquella hora y en aquel instante hizo que sacaran de las caballerizas y dieran al joven el
caballo más hermoso que hubiese relinchado bajo la mirada del sol, un alazán tostado, de nasales
palpitantes, de ojos a flor de cabeza, que ven teaba el aire y golpeaba el suelo, pronto a la carrera y al
vuelo. E hizo sacar del vestuario y entregárselo al joven, que se lo puso en seguida, el equipo más
hermoso que llevó nunca un caballero en los torneos de justadores. Y estaba tan hermoso con todo ello el
nuevo jinete, que el rey exclamó: "Si quieres quedarte conmigo, ¡oh caballero! te colmaré de beneficios!"
Y dijo el joven: "Que Alah aumente el resto de tus días ¡ oh rey del tiempo! Pero no se encuentra aquí mi
destino. Y es preciso que vaya yo a buscarlo donde me espera".
Y tras de hablar así dijo adiós a sus padres, se despidió del rey y partió al galope de su alazán. Y
atravesó llanuras y desiertos, ríos y torrentes, y no cesó de viajar mientras no hubo llegado a la vista de
otra ciudad mayor y mejor construida que la primera.
En cuanto entró en aquella ciudad se alzó a su paso un murmu llo de extrañeza, y cada uno de sus
pasos fué acogido con exclamacio nes de sorpresa y de compasión. Y oía que decían unos: "¡Qué lástima
para su juventud! ¿Por qué viene un jinete tan hermoso a exponerse a la muerte sin motivo?" Y decían
otros: "¡Será el centésimo! ¡será el centésimo! ¡Es el más hermoso de todos! ¡Es un hijo de rey!" Y decían
otros: "¡Un joven tan tierno no podrá tener éxito donde han fracasado tantos sabios!" Y el murmullo y las
exclamaciones aumentaban conforme avanzaba él por las calles de la ciudad. Y acabó por hacerse tan
densa la aglomeración en torno suyo y delante de él, que no pudo hacer avan zar a su caballo sin riesgo de
atropellar a algún habitante. Y muy per plejo, se vió obligado a detenerse, y preguntó a los que le
obstruían el camino: "¿Por qué ¡oh buenas gentes! impedís que un extranjero y su caballo vayan a reposar
de sus fatigas? ¿Y por qué me rehusáis hospi talidad tan unánimemente?".
Entonces salió de en medio de la muchedumbre un anciano, que se adelantó hacia el joven, cogió de
la brida al caballo, y dijo: "¡Oh her moso joven! ¡ojalá te resguarde Alah de la calamidad! Que nadie pue -
de evitar su destino, puesto que llevamos el destino atado al cuello, ningún hombre sensato podrá negarlo
nunca; pero que en medio de una juventud en flor vaya alguien a arrojarse en la muerte, sin más ni más, es
cosa que se halla en el dominio de la demencia. ¡Te suplicamos, pues, y yo te lo suplico en nombre de
todos los habitantes, ¡oh noble extranje ro! que vuelvas sobre tus pasos y no expongas tu alma así a una
perdi ción sin remedio!" Y contestó el joven: "¡Oh venerable jeique! ¡no entro en esta ciudad con
intención de morir! ¿Cuál es, pues el acontecimiento singular que parece amenazarme, y cuál es ese
peligro de muerte que voy a correr?" Y contestó el anciano: "Pues bien; si es cierto, como acaban de
indicarnos tus palabras, que ignoras la calamidad que te espera en caso de seguir este camino, ¡voy a
revelártela!" Y en medio del silencio de la muchedumbre, dijo: "Has de saber ¡ oh hi j o de reyes! ¡ oh
hermoso joven sin par en el mundo! que la hija de nuestro rey es un princesa joven que, a no dudar, es la
más bella entre todas las mujeres de este tiempo. Y he aquí que ha resuelto no casarse más que con el que
responda de manera satisfactoria a todas las preguntas que ella le haga; pero a condición de que la muerte
será el castigo de quien no pueda adivinar su pensamiento o deje pasar una pregunta sin contestarla como
es debido. Y ya ha hecho cortar de tal suerte la cabeza a noventa y nueve jóvenes, todos hijos de reyes,
de emires o de grandes personajes, entre los cuales había algunos que es taban instruídos en todas las
ramas de los conocimientos humanos. Y la tal hija de nuestro rey habita de día en lo alto de una torre que
do mina la ciudad, y desde cuya altura hace las preguntas a los jóvenes que se presentan para resolverlas.
¡Así, pues, ya estás advertido! ¡Y por Alah sobre ti, ten piedad de tu juventud y apresúrate a volver con tu
padre y tu madre, que te quieren, no vaya a ocurrir que la princesa oiga hablar de tu llegada y te haga
llamar a su presencia! Y Alah te pre serve de toda desgracia, ¡oh hermoso joven!"
Al oír estas palabras del anciano, el joven hijo de rey contestó: "Junto a esa princesa es donde me
espera mi destino. ¡Oh vosotros to dos! ¡indicadme el camino!" Entonces se exhalaron de toda aquella
muchedumbre suspiros y gemidos, quejas y lamentos. Y alrededor del joven se alzaron gritos que decían:
"¡Va a la muerte! ¡va a la muerte! ¡Es el centésimo! ¡es el centésimo!" Y se puso en marcha con él toda la
marejada de circunstantes. Y le escoltaron miles de personas que ha bían cerrado sus tiendas y dejado sus
ocupaciones por seguirle. Y de tal suerte avanzó por el camino que conducía a su destino.
Y no tardó en llegar a la vista de la torre, y en la terraza de aquella torre divisó a la princesa, que
estaba sentada en su trono, revestida de la púrpura real y rodeada de sus esclavas jóvenes, vestidas de
púrpura como ella. Y del rostro de la princesa, cubierto asimismo con un velo rojo, no se distinguían más
que dos gemas sombrías, que eran los ojos, semejantes a dos lagos negros alumbrados por dentro. Y
circundando toda la terraza, colgadas a igual distancia unas de otras por debajo de la princesa, se
balanceaban las noventa y nueve cabezas cortadas.
Entonces el joven principe paró su caballo a alguna distancia de la torre, de manera que pudiese ver a
la princesa y ser visto por ella, oír y ser oído. Y ante aquel espectáculo se acalló todo el tumulto de la
muchedumbre. Y en medio de aquel silencio se hizo oír la voz de la princesa, que decía: "Puesto que eres
el centésimo, ¡oh temerario jo ven! será porque sin duda estás pronto a responder a mis preguntas". Y el
joven, orgullosamente erguido en su caballo, contestó: "Pronto estoy, ¡oh princesa!"
Y se hizo más completo el silencio, y dijo la princesa: "¡Empieza entonces por decirme sin vacilar,
¡oh joven! después de posar tus ojos en mí y en las que me rodean, a quién me asemejo y a quién se ase -
mejan ellas, sentadas en lo alto de la torre!"
Y después de posar los ojos en la princesa y en las que la rodea ban, el joven contestó sin vacilar:
"¡Oh princesa! tú te asemejas a un ídolo, y las que te rodean se asemejan a las servidoras del ídolo. Y
también te asemejas al sol, y las que te rodean a los rayos del sol. Y asimismo te asemejas a la luna, y
esas jóvenes a las estrellas que sirven de cortejo a la luna. ¡Y por último, te comparo con el mes de
Nissán, que es el mes de las flores, y a todas esas jóvenes con las flores que vivifica él con su aliento!"
Cuando la princesa hubo oído esta respuesta, que la muchedumbre había acogido con un murmullo de
admiración, se mostró satisfecha, v dijo: "Has acertado, ¡oh joven! y tu primera respuesta no merece la
muerte. Pero ya que has resuelto mi primera pregunta, comparándonos, a mí y a estas jóvenes, primero
con un ídolo y con las servidoras del ídolo y con las estrellas que dan cortejo a la luna, y por último, con
el mes de Nissán y con las flores que nacen en el mes de Nissán, no te haré preguntas demasiado
complicadas ni demasiado difíciles de resol ver. Y por lo pronto, voy a exigirte que me digas al pie de la
letra lo que significan estas palabras:
"Da a la desposada de Occidente el hijo del rey de Oriente, y nacerá de ellos un niño que será sultán
de las caras hermosas".
Y el joven, sin vacilar un instante, contestó: "¡Oh princesa! esas palabras encierran todo el secreto de
la piedra filosofal, y quieren decir místicamente lo que sigue:
"Haz corromper con la humedad que viene de Occidente la tierra sana adámica que viene de Oriente,
y de esta corrupción se engendrará el mercurio filosófico, que es todopoderoso en la Naturaleza, y que
en gendrará el sol, y el oro hijo del sol, y la luna, y la plata hija de la luna, y que convertirá los guijarros
en diamantes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 846ª noche
Ella dijo:
"...el sol, y el oro hijo del sol, y la luna, y la plata hija de la luna, y que convertirá los guijarros en
diamantes".
Y al oír esta respuesta la princesa hizo un signo de asentimiento; y dijo: "Ya que has sabido ¡oh
joven! explicar el sentido oculto del matrimonio del hijo de Oriente con la hija de Occidente, también por
esta vez escapas a la muerte suspendida sobre tu cabeza. ¿Pero podrás decirme ahora lo que da sus
virtudes a los talismanes?"
Y el joven contestó desde su caballo: "¡Oh princesa! los talisma nes deben sus virtudes sublimes y sus
efectos maravillosos a las letras que los componen, porque las letras se relacionan con los espíritus. Y si
me preguntaras qué es un espíritu, te diría que es un rayo o una ema nación de las virtudes de la
omnipotencia y de los atributos del Altísi mo. Y los espíritus que residen en el mundo inteligible mandan
en los que habitan en el mundo sublunar. ¡Y las letras forman las palabras, y las palabras componen las
oraciones; y sólo los espíritus representados por las letras y reunidos en las oraciones escritas sobre los
talismanes son los que hacen esos prodigios que asombran a los hombres vulgares, pero no turban a los
sabios, que no ignoran el poder de las palabras y saben que las palabras gobiernan siempre al mundo, y
que las frases escritas o proferidas pueden derribar a los reyes y arruinar sus imperios!"
Al oír esta respuesta del joven, que la multitud había acogido con exclamaciones de alegría y de
asombro, la princesa dijo: "Has acertado ¡oh joven! a explicarme el poder de las palabras y de las frases
que gobiernan el mundo y son más poderosas que los reyes todos. ¡Pero no sé si vas a poder responderme
a la pregunta siguiente! ¿Sabrás de cirme, en efecto, cuáles son los dos enemigos eternos?"
Y el joven, sobre su caballo, contestó: "¡Oh princesa! no diré que los dos enemigos eternos son el
cielo y la tierra, porque la distancia que los separa no es una real, y el espacio que se abre entre ellos no
es un espacio real, pues esa distancia y ese espacio, que parecen abis mos, pueden llenarse en un instante,
y el cielo puede unirse con la tierra en menos de un abrir y cerrar de ojos; que para operar esta unión no
son necesarios ejércitos de genn y seres humanos, ni millares de alas, sino simplemente una cosa más
poderosa que todas las fuerzas del genn y humanas, y más ligera y más dotada de virtud que las alas del
águila y de la paloma, ¡y es la plegaria!
Y no te diré ¡oh prin cesa! que los dos enemigos eternos son la noche y el día, porque los une la
mañana y los separa el crepúsculo, respectivamente. Y no te diré que los dos enemigos eternos son el sol
y la luna, porque iluminan la tierra y están unidos por los mismos beneficios. ¡Y no te diré que los dos
enemigos eternos son el alma y el cuerpo, porque si conocemos al uno, ignoramos completamente la otra,
y no se puede emitir opinión acerca de lo que no se conoce! Pero sí te afirmo ¡oh princesa! que los dos
enemigos eternos son la muerte y la vida, porque tan nefasta resulta la una como la otra, pues se sirven
del ser creado como de un juguete que se disputan sin tregua a costa del tal juguete, y el juguete es quien
acaba por ser la verdadera víctima de ese juego, en tanto que ellas no hacen más que crecer y prosperar.
En verdad, he ahí a los dos enemigos eternos, enemigos de ellos mismos y enemigos de las criaturas".
Al oír esta respuesta del joven, la muchedumbre entera exclamó con una sola voz: "¡Loores a Quien te
ha dotado de tanta prudencia y ha adornado tu espíritu con tanto raciocinio y saber!" Y la prin cesa,
sentada en la torre en medio de las jóvenes vestidas, como ella, de púrpura real, dijo: "Has acertado ¡oh
joven! en tu respuesta acerca de los dos enemigos eternos, enemigos de ellos mismos y enemigos de las
criaturas. Pero no estoy segura de que contestes a la pregunta que voy a hacerte. ¿Puedes decirme, en
efecto, cuál es el árbol de doce ramas que llevan cada una dos racimos, uno formado por treinta frutos
blancos y otro por treinta frutos negros?"
Y el joven contestó, sin vacilar: "Esa pregunta ¡oh princesa! pue de resolverla un niño. ¡Porque ese
árbol no es otro que el año, que tiene doce meses, compuesto cada uno de dos partes, los dos racimos;
pues cada racimo tiene treinta noches, que son los treinta frutos negros, y treinta días, que son los treinta
frutos blancos!"
Y esta respuesta, acogida con admiración, como las anteriores, hizo decir a la princesa: "Has
acertado, ¡oh joven! ¿Pero crees que podrás decirme cuál es la tierra que no ha visto el sol más que una
vez ?"
El contestó: "¡El fondo del mar Rojo al pasar por él los hijos de Israel por orden de Moisés! (¡Con El
la plegaria y la paz!)".
Ella dijo: "¡Sí, por cierto! ¿Pero puedes decirme quién ha inven tado el gong?"
El contestó: "Quien ha inventado el gong no es otro que Noé, cuando iba a bordo del arca".
Ella dijo: "¡Está bien! ¿Pero sabrás decirme cuál es la acción ilegal, hágase o no se haga?"
El contestó: "¡La plegaria de un hombre ebrio!"
Ella preguntó: "¿Y cuál es el lugar de la tierra que está más cerca del cielo? ¿Es una montaña o una
llanura?"
El dijo: "¡La Kaaba santa, en la Meca!"
Ella dijo: "¡Acertaste ¿Pero puedes revelarme cuál es la cosa amarga que hay que tener oculta?"
El contestó: "La pobreza, ¡oh princesa! Porque, aunque joven, ya he probado la pobreza, y aunque soy
hijo de rey, he experimentado su amargura. ¡Y me ha parecido que es más amarga que la mirra y que el
ajenjo! Y hay que ocultarla a todos los ojos, pues los primeros que se reirían de ella serían los amigos y
los vecinos; y las lamentaciones sólo desprecio traen consigo!"
Ella dijo: "Has hablado con precisión y de acuerdo con mi pensa miento. ¿Pero quieres decirme qué
cosa es más preciosa después de la salud?"
El contestó: "La amistad cuando es tierna. Pero para encontrar el amigo capaz de ternura es preciso
ponerle a prueba primero y esco gerle luego. Y una vez que se haya escogido este primer amigo, no hay
que renunciar a él nunca, pues no se conservará por mucho tiempo al segundo. Por eso, antes de
escogerle, hay que examinarle bien para ver si es sabio o ignorante, porque más fácil sería que se
volviera blanco el cuervo que hacer que el ignorante comprenda la sabiduría; pues las palabras del
sabio, aunque nos pegue con un bastón, son preferibles a las alabanzas y a las flores del ignorante, que el
sabio no deja escapar de su boca una palabra sin haber consultado a su corazón".
Ella preguntó: "¿Y cuál es el árbol más difícil de enderezar?" Y el joven contestó sin vacilar: "¡El
mal carácter! Cuentan que había un árbol plantado a orillas del agua, en un terreno propicio, y no daba
frutos. Y después de prodigarle toda clase de cuidados, sin obtener el menor resultado, su dueño quiso
talarlo, y el árbol le dijo: "¡Trans pórtame a otro paraje y te daré frutos!" Y su dueño le dijo: "Estás aquí a
la orilla del agua y no has producido nada. ¿Cómo vas a ser fecundo si te transporto a otra parte?" ¡Y lo
taló! Y el joven se inte rrumpió un momento, y dijo: "Cuentan también que un día se hizo entrar a un lobo
en una escuela para enseñarle a leer. Y a fin de ense ñarles los elementos de la lengua, le decía el
maestro: "Alef, Ba, Ta. . ." Pero el lobo contestaba: "Carnero, cabrón, oveja ...", porque eso era lo que
estaba en su pensamiento y en su naturaleza. Y también cuentan que se quiso acostumbrar a un burro a que
fuera limpio e inspirarle gustos delicados. Y le hicieron entrar en el hammam, y le dieron un baño, y le
perfumaron y le instalaron en una sala magnífica, y le hicie ron sentarse sobre rica alfombra. Y he aquí
que él hizo todo lo que de insólito puede hacer un burro en un herbazal, desde los ruidos más
inconvenientes hasta las exhibiciones menos delicadas. Tras de lo cual derribó en la alfombra con la
cabeza la estufa de cobre que estaba llena de ceniza, y se puso a revolcarse en la ceniza con las cuatro
patas al aire, y las orejas hacia atrás, restregándose con ella el lomo y ensucián dose a su sabor. Y su amo
dijo a los esclavos que acudieron para corre girle: "Dejadle que se revuelque; luego cogedle y dejadle en
libertad en su cuadra. Porque no podríais cambiar su temperamento. Y por últi mo, cuentan que un día
decían a un gato: "Abstente de robar y te haremos un collar de oro, y a diario te daremos de comer hígado
y pulmón y riñones y huevos de pollo y de ratón". Y el gato contestó francamente: "Si robar ha sido el
oficio de mi padre y de mi abuelo, ¿cómo queréis que renuncie a él por daros gusto?"
¡Eso fué todo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 847ª noche
Ella dijo:
...Eso fué todo!
Y el joven príncipe, después de hablar así acerca del carácter del hombre y acerca de su naturaleza,
dijo: "¡Oh princesa, nada más ten go que añadir!"
Entonces, del seno de aquella multitud aglomerada al pie de la torre, se elevaron al cielo gritos de
admiración. Y dijo la princesa: "En verdad ¡oh joven! que has triunfado. ¡Pero no se han acabado las
preguntas, y para cumplir las condiciones es preciso que te interro gue hasta la hora de la plegaria de la
tarde!" Y el joven dijo: "¡Oh princesa! aun podrás hacerme preguntas, que te parecerán insolubles, pero
yo las resolveré con ayuda del Altísimo. Por eso te suplico que no te canses la voz en interrogarme de
ese modo, y permíteme que te diga que, sin duda alguna, sería preferible te hiciese yo mismo una
pregunta. ¡Y si respondes a ella que me corten la cabeza como a mis predecesores; pero si no respondes a
ella se celebrará sin tardanza nues tro matrimonio!" Y dijo la princesa: "¡Formula tu pregunta, pues acep to
la condición!"
Y el joven preguntó: "¿Puedes decirme ¡oh princesa! cómo es po sible que yo, esclavo tuyo, mientras
estoy a caballo en este noble bruto, esté a caballo sobre mi propio padre, y cómo es posible que,
mientras me hago visible a todos los ojos, esté arropado con las ropas de mi madre?"
Y la princesa reflexionó una hora de tiempo: pero no supo dar con ninguna respuesta. Y dijo:
"¡Explícalo tú mismo!"
Entonces el joven, ante todo el pueblo congregado, contó a la princesa toda su historia, desde el
principio hasta el fin, sin olvidar un detalle. Pero no hay utilidad en repetirla. Y añadió: "¡Y ve ahí cómo,
habiendo cambiado por el caballo a mi padre el rey, y por este equipo a mi madre la reina, me encuentro
a caballo sobre mi propio padre y arropado con las ropas de mi madre!"
¡Eso fué todo!
Y así fué como el joven hijo del rey pobre y de la reina pobre llegó a ser esposo de la princesa de los
enigmas. Y así fué cómo, conver tido en rey a la muerte del padre de su esposa, pudo restituir el caballo y
el equipo al rey de la ciudad, que se los había prestado, y hacer ir a su lado a su padre y a su madre para
vivir con ellos y con su esposa en el límite de los placeres y de las delicias. Y tal es la historia del joven
que dijo palabras oportunas debajo de las noventa y nueve ca bezas cortadas. ¡Pero Alah es más sabio!
Y Schehrazada, tras de contar así esta historia, se calló. Y dijo el rey Schahriar: "Me gustan,
Schehrazada, las palabras de ese joven. Pero hace tiempo que no me cuentas anécdotas cortas y
deliciosas, y temo que hayas agotado tus conocimientos sobre el particular".
Y Scheh razada contestó vivamente: "Las anécdotas cortas son las que conozco mejor, ¡oh rey
afortunado! ¡Y por cierto que no quiero tardar en de mostrártelo!"
Y dijo al punto:
La malicia de las esposas
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en la corte de cierto rey vivía un hombre que tenía el
oficio de bufón y el estado de soltero. Un día entre los días su amo el rey le dijo: "¡Oh padre de la
sabidu ría, eres soltero, y deseo verdaderamente verte casado!" Y el bufón contestó. "¡Oh rey del tiempo!
¡por tu vida, relévame de esa bienaven turanza! Soy soltero, y temo mucho al sexo contrario. Sí, en
verdad, temo mucho caer con alguna libertina, adulterina o fornicadora de mala especie. Porque,
entonces, ¿qué sería de mí? Por favor, ¡oh rey del tiempo! no me obligues a ser bianaventurado a pesar de
mis vicios y de mi indignidad".
El rey, a estas palabras, se echó a reír de tal manera que se cayó de trasero. Y dijo: "¡No hay
remedio! hoy mismo tienes que casarte". Y el bufón tomó una actitud reservada, bajó la cabeza, cruzó las
manos sobre el pecho, y contestó suspirando: "¡Taieb! ¡Está bien! ¡Bueno!"
Entonces el rey hizo llamar a su gran visir, y le dijo: "Hay que buscar a este fiel servidor nuestro que
aquí ves una esposa que sea bella y de conducta irreprochable y esté llena de decencia y de modes tia". Y
el visir contestó con el oído y la obediencia, y al instante fué en busca de una antigua proveedora de
palacio, y le dió orden de fa cilitar inmediatamente al bufón del sultán una esposa que llenara las
condiciones precitadas. Y la vieja no estaba desprevenida; y se levantó en aquella hora y en aquel
instante y dió al bufón para esposa una mujer joven que reunía tales y cuales condiciones. Y se celebró el
ma trimonio aquel mismo día. Y el rey quedó contento, y no dejó de colmar a su bufón de presentes y
favores con ocasión de sus bodas.
Y he aquí que el bufón vivió en paz con su esposa durante medio año, o acaso siete meses. Tras de lo
cual le sucedió lo que tenía que sucederle, porque nadie escapa a su destino.
En efecto, la mujer con quien el rey habíale casado ya había tenido tiempo de buscarse para su placer
cuatro hombres además de su esposo, cuatro exactamente y de cuatro variedades. Y el primero de estos
queridos entre los amantes era pastelero de profesión; y el segundo era ver dulero y el tercero era
carnicero de carne de carnero; y el cuarto era el más distinguido, pues era clarinete mayor de la música
del sultán y jeique de la corporación de clarinetes, un personaje importante.
Y un día el bufón, antiguo solterón y nuevo padre de los cuernos, habiendo sido llamado junto al rey y
muy de mañana, dejó a su esposa en el lecho todavía y se apresuró a presentarse en palacio. Y quisieron
las circunstancias que aquella mañana el pastelero se sintiese con ganas de copular, y fuese,
aprovechando la salida del esposo, a llamar a la puerta de la joven. Y le abrió ella y le dijo: "Hoy vienes
más temprano que de costumbre". Y contestó él: "Sí, ¡ualah! tienes razón. Pero el caso es que esta mañana
había yo preparado ya la masa para hacer mis platos de pastelería, y la había enrollado y adelgazado y
reducido a hojas, e iba a rellenarla de alfónsigos y de almendras, cuando advertí que aún era muy de
mañana y que todavía no estaban para venir los compradores. Entonces me dije a mí mismo: "¡Oh!
levántate, y sacúdete la harina que tienes en el traje y preséntate esta fresca mañana en casa de tu amada,
y regocíjate con ella, porque es para regocijar". Y con testó la joven: "¡Bien pensado, por Alah!" Y acto
seguido ella fué para él como una masa bajo el rodillo, y él fué para ella como el relle no de un pastel. Y
aun no habían acabado su tarea, cuando oyeron llamar a la puerta. Y el pastelero preguntó a la mujer:
"¿Quién podrá ser?" Y ella contestó: "No lo sé; pero, por lo pronto, ve a ocultarte en los retretes". Y el
pastelero, para más seguridad, se apresuró a ir a encerrarse donde ella le había dicho que fuera.
Y fué ella a abrir la puerta, y vió que tenía delante a su segundo amante, el verdulero, que le llevaba
de regalo un manojo de verduras, las primeras de la estación. Y ella le dijo: "Has venido demasiado
pronto, y esta hora no es tu hora". Y dijo él: "¡Por Alah, que tienes razón! Pero el caso es que esta
mañana, cuando volvía yo de mi huerto, me dije a mí mismo: "¡Oh! verdaderamente es demasiado
temprano para ir al zoco, y lo mejor sería que fueras a llevar este manojo de verduras frescas a tu amada,
que regocijará tu corazón, porque es muy amable". Y dijo ella: "¡Sé, pues, bien venido!" Y le regocijó el
corazón, y él le dió lo que a ella le gustaba más, un cohombro heroico y una calabaza de valía. Y aún no
habían acabado su trabajo de huertanos, cuando oyeron llamar a la puerta, y preguntó él: "¿Quién será?"
Y contestó ella: "No lo sé; pero por lo pronto, ve a ocultarte en seguida en los retretes". Y se apresuró él
a ir a encerrarse allá dentro. Y se encontró con que ya estaba ocupado el sitio por el pastelero, y le dijo:
"¿Qué es esto? ¿Y qué haces aquí?" Y el otro contestó: "Soy lo que tú eres y hago lo que vienes a hacer tú
mismo". Y se pusieron uno al lado del otro, el verdulero llevando a la espalda el manojo de verduras,
que la joven le había recomendado que se llevara para no hacer sospe char de su presencia en la casa.
Entretanto, la joven había ido a abrir la puerta. Y se encontró con que tenía delante a su tercer amante,
el carnicero, que llegaba lle vándole de regalo una hermosa piel de carnero de lanas rizadas, a la cual se
habían dejado los cuernos. Y le dijo ella: "¡Es demasiado pronto! ¡es demasiado pronto!" Y contestó él:
"Sí, ¡por Alah! pero ya había degollado los carneros de la venta, y ya los tenía colgados en mi tien da,
cuando me dije a mí mismo: "¡Oh! todavía están vacíos los zocos, y lo mejor que puedes hacer es ir a
llevar de regalo a tu amada esta hermosa piel con sus cuernos, que le servirá de muelle alfombra. Y como
ella está llena de agrado, hará que sea para ti la mañana más blanca que de costumbre". Y contestó ella:
"¡Entra entonces!" Y fué para él más tierna que la cola de un carnero de la variedad de los gordos, y él le
dió lo que el cordero da a la oveja. Y aún no habían acabado de tomar y de dar, cuando oyeron llamar a
la puerta. Y dijo ella: "¡Vamos, de prisa! ¡coge tu piel con cuernos y ve a esconderte en los retretes!" Y él
hizo lo que ella le decía. Y se encontró con que los retretes ya estaban ocupados por el pastelero y el
verdulero; y les dirigió la zalema, y ellos le devolvieron su zalema; y les preguntó: "¿Cuál es el motivo
de vuestra presencia aquí?"
Y le contestaron: "¡El mismo que te trae!" Entonces él se puso al lado de ellos en los retretes.
Entretanto la mujer, que había ido a abrir, vió que tenía delante a su cuarto amigo, el clarinete mayor
de la música del sultán. Y le hizo entrar, diciéndole: "En verdad que llegas más temprano que de
costumbre esta mañana". Y contestó él: "¡Por Alah, que tienes razón! Pero el caso es que, al salir esta
mañana para enseñar a los músicos del sultán, advertí que era muy pronto todavía, y me dije a mí mismo:
"¡Oh! lo mejor que puedes hacer es ir a esperar la hora de la lección en casa de tu amada, que es
encantadora y te hará pasar los momentos más deliciosos". Y contestó ella: "La idea es excelente". Y
tocaron el clarinete; y aún no habían acabado el primer tiempo de la canción, cuando oyeron en la puerta
golpes presurosos. Y el clarinete mayor preguntó a su amiga: "¿Quién es?" Ella contestó: "Alah sólo es
omnis ciente. Acaso sea mi marido. Y más te vale correr a encerrarte con tu clarinete en los retretes". Y él
se apresuró a obedecer, y en el sitio con sabido se encontró con el pastelero, el verdulero y el carnicero.
Y les dijo: "La paz sea con vosotros, ¡oh compañeros! ¿Qué hacéis puestos en fila en este sitio singular?"
Y ellos contestaron: "¡Y contigo sean la paz de Alah y sus bendiciones! ¡Hacemos aquí lo que vienes a
hacer tú mismo!" Y él se puso en fila, el cuarto, al lado de los otros.
Y he aquí que el quinto que había llamado a la puerta era, en efecto, el bufón del sultán, esposo de la
joven. Y se sujetaba el vientre a dos manos, y decía: "¡Alejado sea el Maligno, el Pernicioso! Dame
pronto una infusión de anís y de hinojo, ¡oh mujer! ¡Se me remueve el vientre! ¡se me remueve el vientre!
¡No me ha sido posible permanecer más tiempo al lado del sultán, y vuelvo para acostarme! Venga la
infusión de anís y de hinojo, ¡oh mujer!" Y corrió directo a los re tretes, sin notar el terror de su mujer, y
al abrir la puerta vió a los cuatro hombres acurrucados por orden en las baldosas, encima del agujero,
uno delante de otro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 848ª noche
Ella dijo:
...Y corrió directo a los retretes, sin notar el terror de su mu jer, y al abrir la puerta vió a los cuatro
hombres acurrucados por orden en las baldosas, encima del agujero, uno delante de otro.
Al ver aquello, el bufón del sultán no pudo dudar de la realidad de su desdicha. Pero, como estaba
lleno de prudencia y de sagacidad, se dijo: "Si les amenazo me matarán sin remedio. Así es que lo mejor
será fingir imbecilidad".
Y habiéndolo pensado así, se puso de rodillas a la puerta de los retretes, y gritó a los cuatro mozos
acurrucados: "¡Oh santos personajes de Alah, os reconozco! ¡Tú que estás cubierto de manchas de lepra
blanca, y a quien los ojos profanos de los ignorantes tomarían por un pastelero, eres, sin duda alguna, el
santo patriarca Job el ulcerado, el leproso, el cubierto de costras! ¡Y tú, ¡oh santo hombre! que llevas a la
espalda ese manojo de verduras excelentes, eres, sin duda alguna, el gran Khizr, guardián de los vergeles
y los huertos, el que reviste de coronas verdes a los árboles, hace correr las aguas fu gitivas, despliega la
alfombra verdeante de las praderas, y cubierto con su manto verde por la tardes combina las tintas ligeras
con que se co loran los cielos en el crepúsculo! ¡ Y tú, ¡oh gran guerrero! que llevas en tus hombros esa
piel de león y en tu cabeza esos dos cuernos de carnero, eres, sin duda alguna, el gran Iskandar, que tiene
dos cuernos! ¡Y tú, en fin, ángel bienaventurado que llevas en tu diestra ese clarinete glo rioso, eres, sin
duda alguna, el ángel del Juicio final!"
Al oír este discurso del bufón del sultán, los cuatro enamorados se pellizcaron mutuamente en los
muslos, y se dijeron por lo bajo unos a otros, mientras el bufón continuaba a alguna distancia, de rodillas,
besando la tierra: "¡La suerte nos favorece! Y ya que nos cree real mente personajes santos,
confirmémosle en su creencia. Porque ésa es para nosotros la única probabilidad de salvación".
Y se levantaron al instante y dijeron: "Sí, por Alah, no te equivocas, ¡oh hombre! So mos, en efecto,
quienes has nombrado. Y hemos venido a visitarte, en trando por los retretes, porque éste es el único sitio
de la casa que está a cielo abierto". Y el bufón les dijo, prosternado siempre: "¡Oh santos e ilustres
personajes, Job el leproso, Khizr padre de las estaciones, Is kandar el bicorne, y tú, mensajero anunciador
del Juicio! ¡ya que me hacéis el honor insigne de visitarme, permitidme que formule un deseo entre
vuestras manos!"
Y contestaron ellos: "¡Habla! ¡habla!" Dijo él: "¡Hacedme el favor de acompañarme al palacio del
sultán de esta ciu dad, que es mi amo, a fin de que os haga entablar conocimiento con él, y en vista de eso,
esté él obligado conmigo y me tenga en su gracia!"
Y aunque vacilando, contestaron: "¡Te concedemos ese favor!"
Entonces el bufón les llevó a presencia del sultán, y dijo: "¡Oh soberano amo nuestro! ¡permite a tu
esclavo que te presente a los cua tro personajes que aquí ves! Este primero, que está enharinado, es
nuestro señor Job el leproso; y este que lleva a la espalda ese manojo de hortalizas, es nuestro señor
Khizr, guardián de las fuentes, padre del verdor; y este que lleva en los hombros esa piel de animal que le
toca con dos cuernos, es el gran rey guerrero Iskandar el bicorne; y final mente, este último, que lleva en
la mano un clarinete, es nuestro señor Israfil, el anunciador del Juicio final". Y añadió, mientras el sultán
llegaba al límite del asombro: "Y he aquí ¡oh mi señor sultán! que debo el gran honor de la visita de estos
personajes sublimes a la insigne santidad de la esposa que me deparaste generosamente. Les he encon -
trado, en efecto, acurrucados uno detrás de otro, en los retretes de mi harén privado; y el primer
acurrucado era el profeta Job (¡con él la plegaria y la paz!), y el último acurrucado era el ángel Israfil
(¡con él la paz y los favores del Altísimo!) ".
Al oír estas palabras de su bufón miró con atención a los cuatro personajes consabidos; y de repente
le acometió tal risa, que le dieron convulsiones y se tambaleó, y echó las piernas al aire, cayéndose de
trasero. Tras de lo cual exclamó: "¿Pero es que quieres ¡oh pérfido! hacerme morir de risa? ¿0 acaso te
has vuelto loco?"
Y dijo el bufón: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! te cuento lo que he visto, y todo lo que he visto te lo he
contado!"
Y el rey exclamó riendo: "¿Pero no ves que el que llamas profeta Khizr no es más que un verdulero, y
que el que llamas Profeta Job no es más que un pastelero, y que el que llamas gran Iskandar no es más
que un carnicero y que el que llamas ángel Israfil no es más que un clarinete mayor, director de mi
música?" Y el bufón dijo: "¡Por Alah, ¡oh mi señor! te cuento lo que he visto, y todo lo que he visto te lo
he contado!"
Entonces comprendió el rey toda la magnitud del infortunio de su bufón; y se encaró con los cuatro
asociados de la esposa libertina, y les dijo: "¡Oh hijos de mil cornudos! ¡contadme la verdad de la cosa,
o haré que os corten los testículos!" Y los cuatro, temblando, contaron al rey lo que era verdad y lo que
no era verdad, sin mentir, de tanto como temían que les quitasen la herencia de su padre. Y el rey,
maravillado, exclamó: "¡Que Alah extermine el sexo pérfido y a la casta de las fornicadoras y de las
traidoras!"
Y se encaró con su bufón, y le dijo: "¡Te otorgo el divorcio con tu esposa, ¡oh padre de la sabiduría! a
fin de que vuelvas a quedarte soltero!" Y le puso un magnífico ropón de honor. Luego se encaró con los
cuatro compañeros, y les dijo: "¡En cuanto a vosotros, es tan enorme vuestro crimen, que no escaparéis al
castigo que os espera!"
E hizo seña a su portaalfanje para que se acer cara, y le dijo: "¡Córtales los testículos, a fin de que se
conviertan en eunucos al servicio de nuestro fiel servidor, este honorable soltero!"
Entonces el primero de los copuladores culpables, el pastelero, lla mado también Job el leproso, se
adelantó y besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: "¡Oh gran rey! ¡oh el más magnánimo entre los
sultanes! si te cuento una historia más prodigiosa que la historia de nuestros amores con la antigua esposa
de este honorable soltero, ¿me concederás la gracia de mis testículos?"
Y el rey se encaró con su bufón y le preguntó por señas qué le parecía la proposición del pas telero. Y
como el bufón decía que sí con la cabeza, el rey dijo al paste lero: "¡Sí, por cierto, oh pastelero! ¡Si me
cuentas la historia consabida y la encuentro extraordinaria o maravillosa, te haré gracia de lo que tú
sabes!"
Y dijo el pastelero:
Historia contada por el pastelero
"He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que había cierta mujer que por naturaleza era una fornicadora
asombrosa y una compañera de calamidad. Y estaba casada -así lo había querido el Destino- con un
honrado kayem-makan, gobernador de la ciudad en nombre del sul tán. Y aquel honrado funcionario no
tenía la menor idea -así lo había querido su destino- de la malicia de las mujeres y de sus perfidias, pero
ni la menor idea, ni la menor. Y además hacía mucho tiempo que no podía hacer nada con aquel tizón que
tenía por esposa, nada absolutamente, nada absolutamente. Así es que la mujer se disculpaba a sí misma
sus liviandades y fornicaciones, diciéndose: "Tomo el pan donde lo encuentro, y la carne donde la veo
colgada".
Y he aquí que el que ella amaba entre todos los que ardían por ella era un joven saiss, un palafrenero
de su esposo el kayem-makan. Pero, como desde hacía algún tiempo el esposo no se movía de la casa, las
entrevistas de ambos amantes cada vez eran más raras y dificultosas. Pero no tardó en hallar un pretexto
para tener más libertad, y dijo entonces a su marido: "¡Oh mi señor! acabo de saber que se ha muerto la
vecina de mi madre, y para cumplir con las conveniencias y los deberes de buena vecindad, querría ir a
pasar los tres días de los funerales en casa de mi madre". Y el kayem-makan contestó: "¡Alah repare esa
muerte alargando tus días! Puedes ir a casa de tu madre para pasar los tres días de los funerales". Pero
ella dijo: "Está bien, ¡oh mi señor! ¡pero soy una mujer joven y tímida, y me da mucho miedo andar sola
por las calles para ir a casa de mi madre, que está lejos!" Y el kayem -makan dijo: "¿Y por qué has de ir
sola? ¿No tenemos en casa un saiss, lleno de celo y buena voluntad, para que te acompañe en andanzas
como ésta? Hazle llamar y dile que ponga al asno la albarda roja para que montes en ella, y te acompañe,
marchando a tu lado y llevando de la brida al asno. ¡Y recomiéndale bien que no excite al asno con la
lengua o con el aguijón, no vaya a ser que tropiece y te caigas!" Y contestó ella: "Está bien, ¡oh mi señor!
pero llámale tú mismo para hacerle esas recomendaciones, porque yo no sabría". Y el honrado kayem -
makam hizo llamar al saiss, que era un joven gallardo, de poderosa musculatura, y le dió sus
instrucciones. Y el tunante, al oír aquellas palabras de su amo, quedó extremadamente satisfecho.
E hizo subir a su señora, que era la esposa del kayem-makam, en el burro, cuya montura había sido
recubierta con una gualdrapa roja, y salió con ella. Pero, en lugar de ir a casa de la madre para los fune -
rales consabidos, los dos se fueron a un jardín que conocían, llevando consigo provisiones de boca y
vinos exquisitos. Y se pusieron a dis frutar de la sombra y del fresco, y el saiss, a quien su padre había
dotado de una herencia voluminosa, sacó generosamente toda su mer cancía y la mostró a los ojos
entusiasmados de la joven, que la cogió en sus manos y la hurgó para examinar la calidad. Y
encontrándola de primer orden, se la apropió, sin más ni más, con asentimiento del propietario...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 849ª noche
Ella dijo:
...Y encontrándola de primer orden, se la apropió, sin más ni más, con asentimiento del propietario. Y
su longitud y su anchura se la adaptaban admirablemente, mejor aún que si se tratase de una mer cancía
encargada a la medida. Y por eso apreciaba ella tanto al propie tario de la mercancía. Y así se explica
que, sin experimentar un momen to de laxitud, no la dejase ella hasta que no vió ya a enhebrar el hilo en la
aguja.
Entonces se levantaron ambos; y el saiss hizo que la joven enalbar dara al asno. Y se marcharon juntos
a casa del saiss, donde, después de dar su ración al asno, se apresuraron a ponerse en postura de tomar
ellos mismos su ración. Y se agasajaron mutuamente hasta la saciedad y se durmieron una hora de tiempo.
Tras de lo cual se despertaron para calmar de nuevo su apetito y no cesaron hasta por la mañana. Pero fué
para levantarse e ir juntos al jardín y recomenzar las manipulaciones de la víspera y las mismas
diversiones.
Y durante tres días obraron de tal suerte, sin tregua ni descanso, haciendo girar la rueda por el agua, y
rechinar sin interrupción el huso del jovenzuelo, y dar de mamar de su madre al cordero, y entrar el dedo
en el anillo, y reposar el niño en su cuna, y abrazarse los dos gemelos, y meter el tornillo en la rosca, y
alargar el cuello del camello, y picotear el gorrión a la gorriona, y piar en su nido caliente el hermoso
pájaro, y atascarse de grano el pichón, y ramonear el gazapo, y rumiar el ternero, y triscar el cabrito, y
pegarse piel con piel, hasta que el pa dre de los asaltos, que nunca quedaba mal, cesó por sí mismo de
tocar la zampoña.
Y a la mañana del cuarto día el saiss dijo a la joven, esposa del kayem-makam: "Han transcurrido los
tres días de asueto. Levantémo nos y vamos a casa de tu esposo". Pero ella contestó: "¡Quiá! ¡Cuan do se
tienen tres días de asueto es para tomarse otros tres! Además, todavía no hemos tenido tiempo material de
regocijarnos verdadera mente, yo de tenerte todo mío, y tú de tenerme toda tuya. ¡En cuanto a ese absurdo
entrometido, déjale que se constipe solo en casa, consigo mismo por compañía y edredón, y plegado
sobre sí mismo, como hacen los perros, con la cabeza metida entre sus dos piernas!"
Dijo así, y así lo hicieron. Y se pasaron juntos aún tres días más fornicando y copulando en el límite
del holgorio y del júbilo. Y por la mañana del séptimo día se fueron a casa del kayem-makam, a quien
encontraron sentado muy preocupado, teniendo frente a él a una negra vieja que le hablaba. Y el
infortunado pobre hombre, que estaba lejos de suponer los excesos de la pérfida, la recibió con
cordialidad y afa bilidad, y le dijo: "¡Bendito sea Alah, que te devuelve sana y salva! ¿Por qué has
tardado tanto, ¡oh hija del tío!? ¡Nos has tenido muy inquietos!" Y contestó ella: "Oh m¡ señor, ¡en casa de
la difunta me confiaron al niño para que le consolara y le hiciera más tolerable el destete. Y como he
tenido que cuidar a ese niño, me he visto precisada a detenerme hasta ahora". Y dijo el kayem-makam:
"La razón es de peso, y debo creerla, y me aleara mucho volverte a ver!" Y tal es mi his toria, ¡oh rey
lleno de gloria!"
Cuando el rey hubo oído esta historia del pastelero, se echó a reír de tal manera, que se cayó de
trasero.
Pero el bufón exclamó: "¡El caso del kayem-makam es menos enorme que el mío! Y esa historia es
menos extraordinaria que mi historia". Entonces el rey se encaró con el pastelero y le dijo: "Ya que así lo
juzga el ofendido, no puedo hacerte gracia ¡oh crapuloso! más que de un testículo!"
Y el bufón que triun faba y se vengaba de tal suerte, dijo sentenciosamente: "Es el justo castigo a la
férula de los crapulosos que manipulan y copulan el mon tículo de una mula que acumula sin escrúpulo
para que le taponen el trasero".
Luego añadió: "¡Oh rey del tiempo! ¡otórgale, a pesar de todo, la gracia del segundo testículo!"
Y en aquel momento se adelantó el segundo fornicador, que era el verdulero; y besó la tierra entre las
manos del sultán, y dijo: "¡Oh gran rey! ¡oh el más generoso de los reyes! ¿me harás gracia de lo que tú
sabes, si te maravillas de mi historia?" Y el rey se encaró con el bufón, quien dió por señas su
consentimiento. Y dijo el rey al verdu lero: "¡Si es maravillosa, te concederé lo que pides!"
Entonces el verdulero, que había pasado por Khizr, el profeta verde, dijo:
Historia contada por el verdulero
"Cuentan ¡oh rey del tiempo! que había un hombre que tenía el oficio de astrónomo, y sabía leer en
los rostros y adivinar los pensa mientos por la fisonomía. Y aquel astrónomo tenía una esposa que era de
una insigne belleza y de un encanto singular. Y la tal esposa siempre y en todas partes estaba elogiando
sus propias virtudes y alardeando de sus méritos, diciendo: "¡Oh hombre! no hay en mi sexo quien me
iguale en pureza, en nobleza de sentimientos y en castidad". Y el as trónomo, que era un gran fisonomista,
no dudó de sus palabras; tanto candor e inocencia reflejaba, en efecto, el rostro de ella. Y se decía él:
"¡Ualahí! no hay hombre que tenga una esposa comparable a mi espo sa, vaso de todas las virtudes". Y por
doquiera iba proclamando los méritos de su esposa, y cantando sus alabanzas, y maravillándose de su
apostura y de su decencia, por más que la verdadera decencia por parte de él hubiese sido no hablar
nunca de su harén ante extraños. Pero los sabios, ¡oh mi señor! y los astrónomos en particular, no siguen
las costumbres de todo el mundo. Por eso las aventuras que les ocurren no son como las aventuras de
todo el mundo.
Y un día, estando él decantando, como solía, las virtudes de su esposa ante una asamblea de personas
extrañas, se levantó un hombre que le dijo: "Eres un embustero, ¡oh astrónomo!" Y a él se le puso la tez
amarilla, y con voz agitada por la cólera preguntó: "¿Y dónde está la prueba de mi embuste?" El otro
dijo: "¡Eres un embustero, o si no, un imbécil, porque tu mujer no es más que una prostituta!"
Al oír esta injuria suprema, el astrónomo se arrojó sobre aquel hombre para estrangularle y chuparle
la sangre. Pero los presentes les separaron y dijeron al astrónomo: "Si no prueba su aserto, te lo
abandonaremos para que le chupes la sangre". Y el insultante dijo: "¡Oh hombre! le vántate, pues, y ve a
anunciar a tu virtuosa esposa que te vas a ausentar por cuatro días. Y dile adiós, y sal de tu casa y
escóndete en un sitio desde donde puedas verlo todo sin ser visto. Y verás lo que verás. ¡Uassalam!"
Y dijeron los presentes: `Sí, ¡por Alah! comprueba sus pala bras de ese modo. ¡Y si son falsas, le
chuparás la sangre!"
Entonces el astrónomo, con la barba temblorosa de cólera y de emoción. fué en busca de su virtuosa
esposa, y le dijo: "¡Oh mujer! levántate y prepárame provisiones para un viaje que voy a hacer y que me
tendrá ausente cuatro días o quizá seis". Y exclamó la esposa: "¡Oh mi señor! ¿quieres sumir mi alma en
la desolación y hacerme perecer de pena? ¿Por qué no me llevas contigo para que viaje en tu compañía y
te sirva y te cuide en el camino si estuvieras fatigado o indispuesto? ¿Y por qué abandonarme aquí sola
con el hirviente dolor de tu ausencia?"
Y al oír estas palabras, el astrónomo se dijo: "¡Por Alah, que mi esposa no tiene igual entre las
elegidas de la especie femenina!" Y contestó a su esposa: "¡Oh luz de mis ojos! no te apenes por esta au -
sencia que sólo ha de durar cuatro días o quizá seis. Y no pienses más que en cuidarte y en estar buena".
Y la esposa empezó a llorar y a ge mir, diciendo: "¡Oh cuánto sufro! ¡oh qué desgraciada soy, y cuán
abandonada y poco amada me veo!" Y el astrónomo trató de calmarla lo mejor que pudo, diciéndole:
"¡Tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que a mi vuelta te traeré buenos regalos!" Y dejándola arrasada
en las lágrimas de la desolación, desmayada en brazos de las negras, se fué por su camino.
Pero al cabo de dos horas volvió sobre sus pasos y entró sigilosa mente por la puerta excusada del
jardín, y fué a apostarse en un sitio que conocía, y desde donde podía ver todo lo que ocurriera en la casa
sin ser visto...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 850ª noche
Ella dijo:
...en un sitio que conocía, y desde donde podía ver todo lo que ocurriera en la casa sin ser visto.
Y no hacía una hora de tiempo que estaba en su escondite, cuando he aquí que vió entrar a un hombre
a quien reconoció al punto el vendedor de cañas de azúcar establecido enfrente de la casa. Y llevaba en
la mano una caña de azúcar escogida. Y en el mismo momento vió que su esposa le salía al encuentro al
otro, contoneándose, y le decía: "¿Es ésa toda la caña de azúcar que me traes, ¡oh padre de las cañas de
azúcar!?" Y dijo el hombre: "¡Oh dueña mía! ¡la caña de azúcar que estás viendo no es nada comparada
con la que no ves!"
Y ella le dijo: "¡Dámela! ¡dámela!"
Y dijo él: "¡Tómala! ¡tómala!" Luego aña dió: "Está bien; pero ¿dónde está el entrometido de mi
trasero; tu marido el astrónomo?" Ella dijo: "¡Así Alah le rompa las piernas y los brazos! ¡Se ha
marchado de viaje por cuatro días o tal vez por seis! ¡Ojalá le aplaste un minarete!"
Y el hombre sacó su caña de azúcar y se la dió a la joven, que supo mondarla y exprimirla y hacer
con ella lo que se hace en semejante caso con todas las cañas de azúcar de esa especie. Y la besó él, y le
besó ella, y la abrazó él, y también le abrazó ella, y la cargó él con una carga pesada e inexorable. Y se
regocijó con sus encantos hasta que la hizo toda suya.
Luego la dejó y se fué por su camino.
¡Eso fué todo! Y el astrónomo veía y oía. Y he aquí que, al cabo de algunos instantes, vió entrar a otro
hombre, a quien reconoció como el pollero del barrio. Y la joven le salió al encuentro, meneando las
caderas, y le dijo: "La zalema contigo, ¡oh padre de los pollos! ¿Qué me traes hoy?" El contestó: "¡Un
pollito ¡oh dueña mía! que es un excelente animalito, presumido y regordito, muy jovencito y revoltosito,
fuerte de patitas, y tocado con un gorrito adornado de una crestecita que no tiene igual entre los pollitos, y
que te ofrezco, si me lo permi tes!" Y dijo la joven: "¡Lo permito! ¡lo permito!" Dijo él: "¡Que te lo meto!
¡que te lo meto!"
Y con el pollito del pollero ¡oh mi señor! hi cieron exactamente lo mismo que se había hecho antes
con la caña de azúcar de las batallas. Tras de lo cual se levantó el hombre, estiró sus piernas y se fué por
su camino.
¡Eso fué todo!
Y el astrónomo veía y oía. Y he aquí que al cabo de algunos instantes entró un hombre a quien
reconoció al punto por el arriero mayor del barrio. Y la joven corrió a él, y le abrazó, dicién dole: "¿Qué
traes hoy a tu ánade, ¡oh padre de los asnos!?" El dijo: "¡Un plátano, ¡oh dueña mía! ¡un plátano!" Ella
dijo, riendo: "Alah te condene, ¡oh marrano! ¿Dónde está ese plátano?" El dijo: "¡Oh sultana! ¡oh dotada
de piel suave y diáfana! ¡Este plátano lo recibí de mi padre cuando era él conductor de caravana y es mi
única herencia llana!" Ella dijo: "¡No veo en tu mano más que tu palo de conductor de asnos! ¿Dónde está
el plátano?" El dijo: "Es una fruta ¡oh sultana! que se amilana a la vista profana y que se esconde por
miedo a que la estropeen. ¡Pero mira cómo se endereza! ¡mira cómo se endereza!"
¡Eso fué todo!
Pero antes de que se comiese ella el plátano, ¡oh mi señor! el astrónomo, que había visto y oído todo,
lanzó un grito estridente y cayó convertido en cuerpo sin vida. ¡Sea con él la miseri cordia de Alah!
Y la joven, que prefería el plátano a la caña de azúcar y al pollo, se casó, después del plazo legal,
con el arriero mayor de su barrio.
Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"
Y el rey, al oír esta historia del verdulero, se tambaleó de satisfac ción y se convulsionó de contento.
Y dijo a su bufón: "Esta historia ¡oh padre de la sabiduría! es más enorme que tu historia. Y tenemos que
otorgar a ese verdulero la gracia de sus dos testículos". Y dijo al hombre: "¡Y ahora a la fila!"
Y el verdulero retrocedió hasta la fila de sus compañeros y se adelantó el tercer fornicador, que era
el carnicero de carne de carnero. Y pidió el mismo favor, y el sultán, como era justiciero, no pudo ne -
gárselo, aunque imponiéndole las mismas condiciones que a los otros. Entonces el carnicero, que también
fué el bicorne Iskandar, dijo:
Historia contada por el carnicero
En El Cairo había una vez cierto hombre, y aquel hombre tenía una esposa ventajosamente conocida
por su gentileza, su buen carácter, su ligereza de sangre, su obediencia y su temor al Señor. Y tenía ella en
su casa un par de patos cebados y rollizos con deliciosa grasa; y también tenía, pero en el fondo de su
astucia y de su casa, un amante por el que estaba completamente loca.
Y ocurrió que el tal amante fué un día a hacerle una visita en secreto, y vió con ella a los dos
maravillosos patos; y de improviso se le abrió el apetito; y dijo a la mujer: "¡Oh mi amada! debieras
guisar estos dos patos, y rellenarlos de la manera más excelente, a fin de que diéramos gusto al gaznate
con ellos. Porque mi alma anhela hoy ar dientemente carne de pato". Y ella contestó: "Nada más sencillo,
y mi gusto es satisfacer tus anhelos. Y por tu vida, ¡oh mi amado! que voy a degollar los dos patos y a
rellenarlos; y te daré los dos; y los tomarás y te los llevarás a tu casa, y te los comerás para delicia y
satisfacción de tu corazón. ¡Y de ese modo no podrá enterarse de a qué saben ni a qué huelen el funesto
entrometido de mi esposo!"
Y preguntó él: "¿Y cómo vas a arreglarte?" Ella contestó: "Le jugaré una mala pasada de las mías que
le dé que sentir; y te daré a ti los dos patos; que nadie me es tan querido como tú, ¡oh luz de mis ojos! Y
así ese entrometido no se enterará de a qué saben ni a qué huelen estos patos". Y acto se guido se
abrazaron mutuamente. Y mientras se condimentaban los pa tos, el joven se fué por su camino. Y he aquí
lo referente a él.
Pero, volviendo a la joven, cuando, al ponerse el sol, regresó de su trabajo su marido, ella le dijo:
"En verdad, ¡oh hombre! ¿cómo as piras a esa calificación de hombre, estando de tal modo desprovisto de
la virtud de la generosidad, que es la que hace a los hombres verdadera mente dignos de este nombre?
Porque jamás has invitado a tu casa a nadie, ni me has dicho ningún día entre los días: "¡Oh mujer! hoy
tengo un huésped en casa". Y tampoco te has dicho nunca a ti mismo: "Si continúo viviendo con tanta
avaricia, la gente acabará por declarar que soy un miserable ignorante de las vías de la hospitalidad". Y
el hombre contestó: "¡Oh mujer! ¡nada más fácil que reparar ese olvido! Y mañana ¡inschalah! te
compraré carne de cordero y arroz; y guisarás para comer o para cenar cualquier cosa excelente de tu
agrado, a fin de que yo invite a comer a alguno de mis amigos íntimos". Y dijo ella: "No, por Alah, ¡oh
hombre! En vez de esa carne, prefiero que me compres picadillo de carne, con objeto de que haga un
relleno que me servirá para rellenar nuestros dos patos después que tú me los degüelles. Y los asaré.
Porque nada hay tan sabroso como los patos asados y rellenos, y nada puede blanquear mejor que los
patos el rostro del hués ped ante su invitado". Y contestó él: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!
¡Así sea!"
Y al amanecer del siguiente día el hombre degolló a los dos rollizos patos, y fué a comprar un ratl de
picadillo de carne, y un rail de arroz, y una onza de especias picantes y otros condimentos. Y lo llevó
todo a casa, y dijo a su esposa: "Procura tener a punto los patos rellenos para mediodía, porque vendré a
esa hora con mis invitados". Y se fué por su camino.
Entonces se levantó ella y desplumó los patos, y los limpió, y los rellenó con un relleno maravilloso
compuesto de picadillo de carne, arroz, alfónsigos, almendras, uvas, piñones y especias finas, y calculó
la cocción hasta que estuvo perfectamente en su punto. Y mandó a su negrita que llamase a su bienamado
el joven, quien acudió en seguida. Y le abrazó ella, y la abrazó él, y después de endulzarse y satisfacerse
mutuamente, le entregó ella los dos deliciosos patos enteros, continente y contenido. Y los tomó él y se
fué por su camino.
Y esto es definitiva mente lo referente a él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 851ª noche
Ella dijo:
...le entregó ella los dos deliciosos patos enteros, continente y contenido. Y los tomó él y se fué por
su camino.
Y esto es definitiva mente lo referente a él. ,
En cuanto al esposo de la joven, no dejó de ser exacto de hora. Y llegó a su casa a mediodía,
acompañado de un amigo, y llamó a la puerta. Y se levantó ella, y fué a abrirles, y les invitó a entrar, y
les recibió con cordialidad. Luego llamó aparte a su marido, y le dijo: "¿Hemos matado los dos patos a
la vez, y resulta que no traes contigo más que a un hombre? Pues si todavía podrían venir cuatro invitados
más para hacer honor a mi cocina. Vamos, sal y ve en seguida a buscar a otros dos amigos tuyos, o hasta
tres, para comer los patos". Y el hom bre salió dócilmente para hacer lo que ella le ordenaba.
Entonces fué ella en busca del invitado, y se presentó a él con el semblante demudado, y le dijo con
voz temblorosa de emoción: "¡Oh! ¡ay de ti! ¡Estás perdido sin remedio! ¡Por Alah, que no debes tener
hijos ni familia, cuando así vas, cabizbajo, a una muerte segura!" Y al oír estas palabras, el invitado
sintió que el terror le invadía y le penetraba profundamente en el corazón. Y preguntó: "¿Qué ocurre,
pues, ¡oh mujer de bien!? ¿Y qué terrible desgracia es la que me amenaza en tu casa?" Y ella contestó:
"¡Por Àlah! ¡ya no puedo guardar el secreto! Sabe, pues, que mi marido está muy quejoso de tu conducta
para con él, y te ha traído aquí sólo con intención de privarte de tus testículos y reducirte a la condición
de eunuco castrado. ¡Y cuando así te veas, quedes muerto o quedes vivo, serás objeto de compasión y
lástima!" Y añadió: "¡Mi marido ha ido a buscar a dos amigos suyos para que le ayuden a castrarte!"
Al oír esta revelación de la joven, el invitado se levantó en aquella hora y en aquel instante, y de un
salto salió a la calle y echó a correr. Y en el mismo momento entró el marido, acompañado entonces de
dos amigos. Y la joven le recibió exclamando: "¿Para qué me di tan malos ratos? ¿para qué me di tan
malos ratos? ¡Los patos! ¡los patos!" Y preguntó él: "¡Por Alah! ¿qué pasa, y a qué vienen esos arrebatos?
¿a qué vienen esos arrebatos?" Ella dijo: "¿Para eso hice tan buenos platos? ¿Por qué me di tan malos
ratos? ¡Ay, desgraciada de mí! ¡Los patos! ¡los patos!" El preguntó: "¿Pero qué les ocurre a los patos?
¡Por Alah, cállate y no toques a rebato, y dime qué les ocurre a los patos! ¡Si no, te mato! ¡si no, te mato!"
Ella dijo: "¡No seas pazguato! ¡no seas pazguato! ¡Echales un galgo a los patos! ¡échales un galgo a los
patos! ¡Tu huésped se los llevó, pensando que le salían baratos, y se escapó por la ventana hace un rato!"
Y añadió: "¡Hemos sido unos mentecatos!"
Al oír estas palabras de su esposa, el hombre salió a la calle a toda prisa, y vió que su invitado
corría a más no poder, con la túnica entre los dientes. Y le gritó: "¡Por Alah sobre ti, vuelve, vuelve, y no
te lo quitaré todo! ¡Vuelve, y por Alah, no te quitaré más que la mitad!" (Quería decir con eso ¡oh rey del
tiempo! que no se quedaría más que con un pato y le dejaría el otro pato). Pero al oírle gritar de tal
suerte, el fugitivo, convencido de que sólo le llamaba para quitarle un compañón en vez de los dos,
exclamó, sin dejar de huir: "¿Quitarme un com pañón? ¡No te relamas, buey! ¡Corre detrás de mí, si
quieres arran carme uno de mis compañones!"
Y tal es mi historia, ¡oh rey de la gloria!"
Y al oír esta historia del carnicero, el rey por poco se desmaya de risa. Tras de lo cual se encaró con
el bufón, y le preguntó: "¿Le quita mos un compañón, o le dejamos con los dos?" Y dijo el bufón: "Dejé -
mosle sus compañones, porque quitárselos sería poco. Y a mí me tiene eso sin cuidado". Y el sultán dijo
al hombre: "¡Retírate de nuestra vista! "
Y cuando el hombre se retiró hasta la fila de sus compañeros, se adelantó el cuarto fornicador, que
suplicó al sultán le concediera el mismo favor con la misma condición. Y cuando el sultán le dió su con -
sentimiento, el cuarto fornicador, que era el clarinete mayor, el mismo que había pasado por ser el ángel
Israfil, dijo:
Historia contada por el clarinete mayor
Cuentan que en una ciudad entre las ciudades de Egipto había un hombre de edad ya avanzada que
tenía un hijo púber, galán holgazán y solapado, que no pensaba mañana y noche más que en hacer fructi -
ficar la herencia de su padre. Y el tal hombre de edad, padre del ga lán, tenía en su casa, a pesar de su
mucha edad, una esposa de quince años, que era bella a la perfección. Y el hijo no cesaba de rondar en
torno a la esposa de su padre, con intención de enseñarle la verdadera resistencia del hierro y su
diferencia de la cera blanda. Y el padre, que sabía que su hijo era un bergante de la peor especie, no
sabía cómo arreglarse para poner a su esposa al abrigo de las hazañas del mucha cho. Y acabó por creer
que la garantía más segura para él sería tomar una segunda esposa además de la primera, de modo que,
teniendo dos mujeres, una al lado de otra, se vigilasen una a otra y se precaviesen mutuamente contra las
emboscadas del hijo. Y eligió una segunda es posa más hermosa y más joven todavía, y la albergó con la
primera. Y cohabitó con cada una de ellas alternativamente.
Y he aquí que el enamoradizo joven, al comprender la estratagema de su padre, se dijo: "¡Está bien,
por Alah! ahora me comeré un bo cado doble". Pero le resultaba muy difícil realizar su proyecto, porque
el padre, cada vez que se veía obligado a salir, tenía la costumbre de decir a sus dos jóvenes esposas:
"Guardaos bien contra las tentativas del bergante de mi hijo. Porque es un libertino insigne que me quita
la vida, y ya me ha forzado a divorciarme de tres esposas anteriores a vosotras. ¡Tened cuidado! ¡tened
cuidado!" Y las dos jóvenes contesta ban: "¡Ualahí! ¡si alguna vez intentara dirigirse a nosotras con el me -
nor gesto o nos dijera la menor palabra inconveniente, le azotaríamos la cara con nuestras babuchas!''
Y el viejo insistía, diciendo: "¡Tened cuidado! ¡tened cuidado!" Y ellas contestaban: "¡Sabemos
guardarnos nosotras solas! ¡sabemos guardarnos nosotras solas!" Y el bergante se decía: "¡Por Alah, ya
veremos si me azotan la cara con sus babuchas, ya lo veremos!"
Un día, habiéndose agotado la provisión de trigo, el viejo dijo a su hijo: "Vamos al mercado del trigo
para comprar un saco o dos". Y salieron juntos, echando a andar el padre delante de su hijo. Y las dos
esposas subieron a la terraza de la casa para verlos salir.
Y he aquí que en el trayecto se acordó el viejo que no había cogi do sus babuchas, que tenía la
costumbre de llevarlas en la mano por el camino o de colgárselas al hombro. Y dijo a su hijo: "Vuelve en
segui da a casa por ellas". Y el tunante volvió a la casa en un vuelo, y divisan do a las dos jóvenes,
esposas de su padre, sentadas en la terraza, les gritó desde abajo: "¡Mi padre me envía a vosotras con
una comisión!" Ellas preguntaron: "¿Cuál?"
El dijo: "¡Me ha ordenado que venga aquí y suba a besaros cuanto quiera a las dos, a las dos!" Y
ellas res pondieron: "¿Qué estás diciendo ¡oh perro!? Por Alah, tu padre no ha podido encomendarte
nunca semejante misión; y mientes, ¡oh bribón de la peor especie! ¡oh cochino!"
El dijo: "¡Ualahí, yo no miento!" Y añadió: "¡Voy a probaros que no miento!" Y con toda su voz gritó
a su padre, que estaba lejos: "¡Oh padre mío! ¡oh padre mío! ¿una sola mente o las dos? ¿una solamente o
las dos?" Y el viejo contestó con toda su voz: "¡Las dos, ¡oh desalmado! las dos a la vez! ¡Y que Alah te
maldiga!" Claro es ¡oh mi señor sultán! que el viejo quería con ello significar a su hijo que le llevase las
dos babuchas y no que besase a sus dos esposas.
Al oír esta respuesta de su esposo, las dos jóvenes se dijeron una a otra: "¡El tunante no ha mentido!
Dejémosle, pues, hacer con nosotras lo que su padre le ha mandado que haga".
Y así fue ¡oh mi señor sultán! cómo merced a aquella astucia de las babuchas, el bergante pudo subir
a ver a las dos truchas y tener con ellas extraordinarias luchas. Tras de lo cual llevó a su padre las babu -
chas. Y desde aquel momento las dos jóvenes quisieron besarle la boca en ocasiones muchas, diciéndole:
"¡Escucha! ¡escucha!" Y las pupilas del viejo no vieron nada porque estaban papuchas.
Y tal es mi historia, ¡oh rey lleno de gloria!"
Cuando el rey hubo oído esta historia de su clarinete mayor, llegó al límite del júbilo, y le concedió
la indulgencia plenaria que pedía para sus testículos. Luego despidió a los cuatro fornicadores,
diciéndoles: "¡Ante todo, besad la mano a mi fiel servidor, a quien habéis engaña do, y pedidle perdón!"
Y contestaron ellos con el oído y la obediencia, y se reconciliaron con el bufón, y desde entonces
vivieron en las mejores relaciones con él. Y él hizo lo propio.
"Pero —continuó Schehrazada— es tan larga la historia de la ma licia de las esposas, ¡oh rey
afortunado! que prefiero contarte por el pronto la maravillosa Historia de Alí Babá y los cuarenta
ladrones.
Historia de Alí Babá y los cuarenta ladrones
Y Schehrazada dijo al rey Schahriar:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que por los años de hace mucho tiempo y en los días del
pasado ido, había, en una ciudad entre las ciudades de Persia, dos hermanos, uno de los cuales se
llamaba Kas sim y el otro Alí Babá. ¡Exaltado sea Aquel ante quien se borran todos los nombres,
apelativos y motes, y que ve las almas en su desnudez y las conciencias en su profundidad, el Altísimo, el
Dueño de los destinos! Amín !
¡Y prosigo!
Cuando el padre de Kassim y de Alí Babá, que era un pobre hom bre vulgar, hubo fallecido en la
misericordia de su Señor, los dos herma nos se repartieron con toda equidad en el reparto lo poco que les
había tocado de herencia; pero no tardaron en comerse la exigua ración de su patrimonio, y de la noche a
la mañana se encontraron sin pan ni queso y muy alargados de nariz y de cara. ¡Y he ahí lo que trae el ser
tonto en la primera edad y olvidar los consejos de los cuerdos!
Pero el mayor, que era Kassim, al verse a punto de derretirse de inanición en su piel, se puso pronto
al acecho de una situación lucra tiva. Y como era avisado y estaba lleno de astucia, no tardó en enta blar
conocimiento con una alcahueta (¡alejado sea el Maligno!), que, después de poner a prueba sus facultades
de cabalgador y sus virtudes de gallo saltarín y su potencia de copulador, le casó con una joven que tenía
buena cama, buen pan y músculos perfectos, y que era cosa excelente. ¡Bendito sea el Retribuidor! Y de
tal suerte, además de refoci larse con su esposa, tuvo él una tienda bien provista en el centro del zoco de
los mercaderes. Porque tal era el destino escrito sobre su frente desde su nacimiento.
¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto al segundo hermano, que era Alí Babá, he aquí lo que le sucedió. Como por naturaleza
estaba exento de ambición, tenía gustos modestos, se contentaba con poco y no tenía los ojos vacíos; se
hizo leñador y se dedicó a llevar una vida de pobreza y de trabajo. Pero a pesar de todo, supo vivir con
tanta economía, merced a las lecciones de la dura experiencia, que pudo ahorrar algún dinero, em -
pleándolo prudentemente en comprarse primero un asno, después dos asnos y después tres asnos. Y los
llevaba a la selva consigo todos los días, y los cargaba con los leños y los haces que antes se veía
obligado a llevar a cuestas.
Convertido de tal suerte en propietario de tres asnos, Alí Babá inspiró tanta confianza a la gente de su
corporación, todos pobres le ñadores, que uno de ellos tuvo por un honor para sí ofrecerle su hija en
matrimonio. Y en el contrato ante el kadí y los testigos se inscri bieron los tres asnos de Alí Babá por toda
dote y toda viudedad de la joven, quien, por cierto, no aportaba a casa de su esposo ningún equipo ni
nada que se le pareciese, ya que era hija de pobres. Pero la pobreza y la riqueza no duran más que un
tiempo limitado, en tanto que Alah el Exaltado es el eterno Viviente.
Y gracias a la bendición, Alí Babá tuvo de su esposa, la hija de leñadores, niños como lunas, que
bendecían a su Creador. Y vivía modestamente dentro de la honradez, en la ciudad, con toda su familia,
del producto de la venta de sus leños y haces, sin pedir a su Creador nada más que esta sencilla dicha
tranquila.
Un día entre los días, estando Alí Babá ocupado en cortar leña en una espesura virgen del hacha,
mientras sus asnos se pavoneaban paciendo y regoldándose no lejos de allí en espera de su carga habi -
tual, se hizo sentir en el bosque para Alí Babá la fuerza del Destino. ¡Pero Alí Babá no podía
sospecharlo, pues creía que desde hacía años seguía su curso su destino!
Fué primero en la lejanía un ruido sordo, que se acercó rápida mente, hasta poderse distinguir con el
oído pegado al suelo, como un galope multiplicado y creciente. Y Alí Babá, hombre pacífico que de -
testaba las aventuras y las complicaciones, se asustó mucho de encon trarse solo sin más acompañantes
que sus tres asnos en aquella soledad. Y su prudencia le aconsejó que sin tardanza trepase a la copa de un
árbol alto y gordo que se alzaba en la cima de un pequeño montículo y que dominaba toda la selva. Y
apostado y escondido así entre las ra mas, pudo examinar de qué se trataba.
¡Hizo bien!
Porque apenas se acomodó allí, divisó una tropa de jinetes, arma dos terriblemente, que avanzaban a
buen paso hacia el lado donde se encontraba él. Y a juzgar por sus caras negras, por sus ojos de cobre
nuevo y por sus barbas separadas ferozmente por en medio en dos alas de cuervo de presa, no dudó de
que fuesen ladrones, salteadores de ca minos, de la más detestable especie.
En lo cual no se equivocaba Alí Babá.
Cuando estuvieron muy cerca del montículo abrupto adonde Alí Babá -invisible pero viendo- se
había encaramado, echaron pie a tierra a una seña de su jefe, que era un gigante, desembridaron sus
caballos, colgaron al cuello de cada uno un saco de forraje lleno de cebada, que llevaban a la grupa
detrás de la silla, y los ataron por el ronzal a los árboles de los alrededores. Tras de lo cual cogieron los
zurrones y se los cargaron a hombros. Y como pesaban mucho aquellos zurrones, los bandoleros
caminaban agobiados por su peso.
Y desfilaron todos en buen orden por debajo de Alí Babá, que los pudo contar fácilmente y observar
que eran cuarenta: ni uno más, ni uno menos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 852ª noche
Ella dijo:
...cuarenta: ni uno más, ni uno menos.
Y así, cargados, llegaron al pie de una roca grande que había en la base del montículo, y se
detuvieron, colocándose en fila. Y su jefe, que iba a la cabeza, dejó por un instante en el suelo su pesado
zurrón, se irguió cuan alto era frente a la roca; y exclamó con voz estruendosa, dirigiéndose a alguien o a
algo invisible para todas las miradas: "¡Sésamo, ábrete!"
Y al punto se entreabrió con amplitud la roca.
Entonces el jefe de los bandoleros ladrones se retiró un poco para dejar pasar delante de él a sus
hombres. Y cuando hubieron entrado todos, se cargó a la espalda su zurrón otra vez, y penetró el último.
Luego exclamó con una voz de mando que no admitía réplica: "¡Sésamo, ciérrate!"
Y la roca se cerró herméticamente, como si nunca la hechicería del bandolero la hubiese partido por
virtud de la fórmula mágica. Al ver aquello, Alí Babá se asombró en su alma prodigiosamente, y se dijo:
"¡Menos mal si, con su ciencia de la hechicería, no descu bren mi escondite y me ponen entonces más
ancho que largo!" Y se guardó bien de hacer el menor movimiento, no obstante toda la inquietud que
sentía por sus asnos que continuaban retozando libremente en la espesura.
En cuanto a los cuarenta ladrones, después de una estancia bas tante prolongada en la caverna donde
Alí Babá les había visto meterse, indicaron su reaparición con un ruido subterráneo semejante a un trueno
lejano. Y acabó por volver a abrirse la roca y dejar salir a los cuarenta con su jefe a la cabeza y llevando
en la mano sus zurrones vacíos. Y cada cual se acercó a su caballo, le embridó de nuevo y saltó encima
después de sujetar el zurrón a la silla. Y el jefe se volvió enton ces hacia la abertura de la caverna y
pronunció en voz alta la fórmula: "¡Sésamo, ciérrate!" Y las dos mitades de la roca se juntaron y se sol -
daron sin ninguna huella de separación. Y con sus caras de brea y sus barbas de cerdos, tomaron otra vez
el camino por donde habían venido. Y esto es lo referente a ellos.
Pero volviendo a Alí Babá, la prudencia que le había tocado en suerte entre los dones de Alah hizo
que permaneciese aún en su es condite, no obstante todo el deseo que tenía de ir a reunirse con sus asnos.
Porque se dijo: "Bien pueden esos terribles bandoleros ladro nes haberse dejado olvidado algo en su
caverna y volver sobre sus pasos de improviso, sorprendiéndome aquí mismo. ¡Y entonces, ya Alí Babá
verías cuán caro le sale a un pobre diablo como tú ponerse en el camino de tan poderosos señores!"
Por tanto, tras de reflexionar así, Alí Babá se limitó sencillamente a seguir con los ojos a los
formidables jinetes hasta que los hubo perdido de vista. Y sólo mucho tiempo después de desaparecer
ellos y de quedarse de nuevo la selva sumida en un silencio tranquilizador fue cuando, por fin, se decidió
a bajar del árbol, aun que con mil precauciones y volviéndose a derecha y a izquierda cada vez que
abandonaba una rama alta para situarse en un rama más baja.
Cuando estuvo en tierra, Alí Babá avanzó hacia la roca consabida, pero con mucho cuidado y de
puntillas, conteniendo la respiración. Y bien habría querido ir antes a ver sus asnos y a tranquilizarse con
respecto a ellos, ya que eran toda su fortuna y el pan de sus hijos; pero en su corazón se había encendido
una curiosidad sin precedente por cuanto hubo de ver y oír desde la copa del árbol. Y, además, era su
destino quien le empujaba de modo irresistible a aquella aventura.
Llegado que fué ante la roca, Alí Babá la inspeccionó de arriba a abajo, y la encontró lisa y sin
grietas por donde hubiera podido des lizarse la punta de una aguja. Y se dijo: "¡Sin embargo, ahí dentro se
han metido los cuarenta, y los he visto con mis propios ojos desapa recer ahí dentro! ¡Ya Alah! ¡Qué
sutileza! ¡Y quién sabe qué han, entrado a hacer en esa caverna defendida por toda clase de talismanes,
cuya primera palabra ignoro!"
Luego pensó: "¡Por Alah! ¡he retenido, sin embargo, la fórmula que abre y la fórmula que cierra! ¡No
sé si ensayarla un poco, solamente para ver si en mi boca tienen la misma virtud que en boca de ese
espantoso bandido gigante!"
Y olvidando toda su antigua pusilanimidad, e impelido por la voz de su destino, Alí Babá el leñador
se encaró con la roca y dijo: "¡Sésamo, ábrete!"
Y no bien fueron pronunciadas con insegura voz las dos palabras mágicas, la roca se separó y se
abrió con amplitud. Y Alí Babá, presa de extremado espanto, quiso volver la espalda a todo aquello y
escapar de allí a todo correr, pero la fuerza de su destino le inmovilizó ante la abertura y le obligó a
mirar. Y en lugar de ver allí dentro una caverna de tinieblas y de horror, llegó al límite de la sorpresa al
ver abrirse ante él una ancha galería que daba al ras de una sala espaciosa abierta en forma de bóveda en
la misma piedra y recibiendo mucha luz por agu jeros angulares situados en el techo. De modo que se
decidió a adelan tar un pie y a penetrar en aquel lugar que a primera vista, no tenía particularmente nada
de aterrador.
Pronunció, pues, la fórmula propi ciatoria: "¡En el nombre de Alah el Clemente, el Misericordioso!",
la cual acabó de reconfortarle, y avanzó resueltamente sin temblar hasta la sala abovedada. Y en cuanto
hubo llegado allá vió que las dos mi tades de la roca se juntaban sin ruido y tapaban completamente la
abertura; lo cual no dejó de inquietarle, a pesar de todo, ya que la constancia en el valor no era su fuerte.
Sin embargo, pensó que más tarde podría, merced a la fórmula mágica, hacer que por sí mismas se
abrieran ante él todas las puertas. Y a la sazón dedicóse a mirar con toda tran quilidad el espectáculo que
se ofrecía a sus ojos.
Y vió, colocadas a lo largo de las paredes hasta la bóveda, pilas y pilas de ricas mercancías, y fardos
de telas de seda y de brocato, y sacos con provisiones de boca, y grandes cofres llenos hasta los bordes
de plata amonedada, y otros llenos de plata en lingotes, y otros llenos de dinares de oro y de lingotes de
oro en filas alternadas. Y como si todos aquellos cofres y todos aquellos sacos no bastasen a contener las
riquezas acumuladas, el suelo estaba cubierto de montones de oro, de alhajas y de orfebrerías, hasta el
punto de que no se sabía dónde poner el pie sin tropezar con alguna joya o derribar algún montón de
dinares flamígeros. Y Allí Babá, que en su vida había visto el verda dero color del oro ni conocido su
olor siquiera, se maravilló de todo aquello hasta el límite de la maravilla. Y al ver aquellos tesoros
amon tonados allí de cualquier modo, y aquellas innumerables suntuosidades, las menores de las cuales
hubiesen adornado ventajosamente el palacio de un rey, se dijo que debía hacer no años, sino siglos que
aquella gruta servía de depósito, al mismo tiempo que de refugio, a generaciones de la drones hijos de
ladrones, descendientes de los saqueadores de Babilonia.
Cuando Alí Babá volvió un poco de su asombro, se dijo: "¡Por Alah, ¡ya Alí Babá! he aquí que a tu
destino se le pone el rostro blanco, y te transporta desde el lado de tus asnos y de tus haces hasta el
centro de un baño de oro como no lo han visto más que el rey Soleimán e Iskandar el de los dos cuernos!
Y de improviso aprendes las fórmulas mágicas y te sirves de sus virtudes y te haces abrir las puertas de
roca y las cavernas fabulosas, ¡oh leñador bendito! Esa es una gran merced del Retribuidor, que así te
hace dueño de las riquezas acumuladas por los crímenes de generaciones de ladrones y de bandidos. ¡Y
si ha ocu rrido todo eso, claro está que es para que en adelante puedas hallarte con tu familia al abrigo de
la necesidad, utilizando de buena manera el oro del robo y del pillaje!"
Y quedando en paz con su conciencia después de tal razonamiento, Alí Babá el pobre, se inclinó
hacia un saco de provisiones, lo vació de su contenido y lo llenó de dinares de oro y otras piezas de oro
amone dado, sin tocar a la plata y a los demás objetos de la galería. Luego volvió a la sala abovedada, y
de la propia manera llenó un segundo saco, luego un tercer saco y varios sacos más, todos los que le
parecieron que podrían llevar sus tres asnos sin cansarse. Y hecho esto se volvió hacia la entrada de la
caverna y dijo: "¡Sésamo, ábrete!" Y al instante las dos hojas de la puerta roqueña se abrieron de par en
par, y Alí Babá corrió a reunir sus asnos y los hizo aproximarse a la entrada. Y los cargó de sacos, que
tuvo cuidado de ocultar hábilmente, poniendo encima ramaje. Y cuando hubo acabado esta tarea
pronunció la fórmula que cierra, y al punto se juntaron las dos mitades de la roca.
Entonces Alí Babá hizo ponerse en marcha delante de él a sus asnos cargados de oro, arreándolos con
voz llena de respeto y no abru mándolos con las maldiciones y las injurias horrísonas que les dirigía de
ordinario cuando arrastraban las patas.
Porque si Alí Babá, como todos los conductores de asnos, gratificaba a sus brutos con apelativos
tales como: "¡Oh religión del zib!" o "¡historia de tu hermana!" o "¡historia de marica!" o "¡venta de
alcahueta!", claro que no era para asustarlos, pues los quería igual que a sus hijos, sino sencilla mente
para hacerlos entrar en razón. Pero aquella vez comprendió que no podía aplicarles con verdadera
justicia tales calificativos, pues lle vaban sobre ellos más oro del que había en las arcas del sultán. Y sin
arrearlos de otro modo, emprendió con ellos de nuevo el camino de la ciudad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 853ª noche
Ella dijo:
...Y sin arrearlos de otro modo, emprendió con ellos de nuevo el camino de la ciudad.
Y he aquí que, al llegar a su casa, Alí Babá encontró la puerta cerrada por dentro con el pestillo
grande de madera, y se dijo: "¡Voy a ensayar en ella la virtud de la fórmula!" Y dijo: "¡Sésamo, ábrete!"
Y al punto, separándose de su pestillo, la puerta se abrió de par en par. Y Alí Babá, sin anunciar su
llegada, penetró con sus asnos en el patiezuelo de su casa. Y dijo, encarándose con la puerta: "¡Sésamo,
ciérrate!" Y la puerta, girando sobre sí misma, fué a reunirse con su pestillo. Y de tal suerte quedó
convencido Alí Babá que en adelante sería detentador de un incomparable secreto dotado de un poder
mis terioso, cuya adquisición no le había costado otro tormento que una emoción pasajera, debida, más
bien que a otra cosa, a la cara avina grada de los cuarenta y al aspecto amedrentador de su jefe.
Cuando la esposa de Alí Babá vió a los asnos en el patio y a Alí Babá disponiéndose a descargarlos,
acudió dando palmadas de sor presa, y exclamó: "¡Oh hombre! ¿cómo te has arreglado para abrir la
puerta, que yo misma había cerrado con pestillo? ¡El nombre de Alah sobre todos nosotros! ¿Y qué traes
este bendito día en esos sacos tan grandes y tan pesados que no he visto nunca en casa?"
Y Alí Babá, sin responder a la primera pregunta, dijo: "Estos sacos nos vienen de Alah, ¡oh mujer!
Pero ven ya a ayudarme para llevarlos a la casa, en vez de abrumarme a preguntas acerca de las puertas y
de los pesti llos". Y como ella los palpara de continuo, comprendió contenían mo nedas, y pensó que
aquellas monedas debían ser monedas de cobre an tiguas o algo parecido. Y aquel descubrimiento, aunque
era muy incom pleto y estaba por debajo de la realidad, sumió a su espíritu en una gran inquietud. Y acabó
por persuadirse de que su esposo se había asociado a unos ladrones o a otras gentes parecidas, pues, si
no, ¿cómo explicarse la presencia de tantos sacos repletos de monedas? Así es que, cuando todos los
sacos fueron llevados al interior, ella no pudo contenerse más, y estallando de pronto, empezó a
golpearse las meji llas a dos manos y a desgarrarse las vestiduras, exclamando: "¡Oh ca lamidad nuestra!
¡Oh perdición sin remedio de nuestros hijos! ¡Oh poder!"
Al oír los gritos y lamentos de su esposa, Alí Babá llegó al límite de la indignación, y le gritó:
"Poder de tu ojo, ¡oh maldita! ¿Qué tienes que chillar así? ¿Y por qué quieres atraer sobre nuestras
cabezas el castigo de los ladrones?"
Ella dijo: "La desgracia va a entrar en esta casa con estos sacos de monedas, ¡oh hijo del tío! Por mi
vida sobre ti, date prisa a ponerlos otra vez a lomos de los asnos y a llevártelos lejos de aquí. ¡Porque mi
corazón no está tranquilo sabiéndolos en nuestra casa!"
El contestó: "¡Alah confunda a las mujeres desprovistas de jui cio! ¡Bien veo ¡oh hija del tío! que te
imaginas que he robado estos sacos! Pues bien; desengáñate y refresca tus ojos, porque nos vienen del
Retribuidor, que me ha hecho encontrar mi destino hoy en la selva. Ya te contaré cómo ha tenido lugar ese
encuentro, pero no sin haber vaciado estos sacos para enseñarte su contenido".
Y cogiendo los sacos por un extremo, Alí Babá los vació sobre la estera, uno tras otro. Y cayeron
chorros de oro sonoro, lanzando milla res de destellos en la pobre vivienda del leñador. Y Alí Babá,
satis fecho de ver a su mujer deslumbrada por aquel espectáculo, se sentó en el montón de oro, recogió
debajo de sí las piernas, y dijo: "Escú chame ahora, ¡oh mujer!" Y le hizo el relato de su aventura, desde
el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo.
Cuando la esposa de Alí Babá hubo oído el relato de la aventura, sintió que el espanto se alejaba de
su corazón para que lo reempla zase una alegría grande, y se dilató, y se esponjó, y dijo: "¡Oh día de
leche! ¡oh día de blancura! ¡Loores a Alah, que ha hecho entrar en nuestra morada los bienes mal
adquiridos por esos cuarenta bandi dos salteadores de caminos, y que de tal suerte ha vuelto lícito lo que
era ilícito! ¡El es el Generoso, el Retribuidor!"
Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y se sentó sobre sus talones ante el montón de oro, y
se dedicó a contar uno por uno los innumerables dinares. Pero Alí Babá se echó a reír y le dijo: "¿Qué
haces, ¡oh pobre!? ¿Cómo se te ocurre contar todo eso? Lo mejor es que te levantes y vengas a ayudarme
a abrir un hoyo en nuestra cocina para guardar cuanto antes este oro y hacer desaparecer así sus huellas.
¡Si no, corremos riesgo de atraer sobre nosotros la codicia de nuestros vecinos y de los agentes de
policía!"
Pero la esposa de Alí Babá, que era partidaria del orden en todo, y que quería tener una idea exacta
acerca, de la cuantía de las riquezas que les entraban en aquel día bendito, con testó: "No, ciertamente, no
quiero perder tiempo en contar este oro. Pero no puedo dejar que se guarde sin haberlo pesado o medido
por lo me nos. Por eso te suplico ¡oh hijo del tío! que me des tiempo para ir a buscar una medida de
madera en la vecindad. Y lo iré midiendo mientras tú abres el hoyo. ¡Y de tal suerte podremos gastar a
sabiendas con nuestros hijos lo necesario y lo superfluo!"
Y Alí Babá, aunque esta precaución le pareció por lo menos su perflua, no quiso contrariar a su mujer
en una ocasión tan llena de alegría para todos ellos, y le dijo: "¡Sea! ¡Pero ve y vuelve pronto, y sobre
todo guárdate bien de divulgar nuestro secreto o de decir la menor palabra acerca de él".
Cuando la esposa de Alí Babá salió en busca de la medida consa bida, pensó, que lo más rápido sería
ir a pedir una a la esposa de Kassim, la rica, la infatuada, la que nunca se dignaba invitar a ninguna
comida en su casa al pobre Alí Babá ni a su mujer, ya que no tenía fortuna ni relaciones, la que jamás
había enviado ninguna golosina y aniversarios, ni siquiera había comprado para ellos un puñado de gar -
banzos, como compra la gente pobre a los niños de gente pobre. Y des pués de las zalemas de ceremonia
le rogó que le prestara una medida de madera por algunos momentos.
Cuando la esposa de Kassim hubo oído la palabra medida, quedó extremadamente asombrada, pues
sabía que Alí Babá y su mujer eran muy pobres, y no podía comprender para qué necesitaban aquel
utensi lio, del que no se sirven, por lo general, más que los propietarios de grandes provisiones de grano,
en tanto que los demás se limitan a com prar el grano del día o de la semana en casa del tratante en
granos. Así es que, aunque en otras circunstancias, sin duda alguna, se lo hubiese negado todo bajo
cualquier pretexto, aquella vez la picó demasiado la curiosidad para dejar escapar semejante ocasión de
satisfacerla.
Le dijo, pues: "¡Alah aumente sobre vuestras cabezas sus favores! ¿Pero quieres la medida grande o
pequeña, ¡oh madre de Ahmad! La aludida contestó "Mejor será la pequeña, ¡oh mi señora!" Y la esposa
de Kassim fué a buscar la medida consabida.
Y he aquí que no en vano aquella mujer fué objeto de un trato de alcahuetería (¡Alah rehuse sus
gracias a los individuos de esta es pecie y confunda a todas las taimadas!), pues queriendo saber a toda
costa qué clase de grano pretendía medir su parienta pobre, ideó una de tantas supercherías que como
siempre tienen entre sus dedos las hijas de zorra. Y, en efecto, corrió en busca de sebo y untó con él
diestramente el fondo de la medida por debajo, por donde se asienta ese utensilio. Luego volvió al lado
de su parienta, excusándose por haberla hecho es perar, y le entregó la medida. Y la mujer de Alí Babá se
deshizo en cumplimientos y se apresuró a volver a su casa.
Y comenzó por colocar la medida en medio del montón de oro. Y se puso a llenarla y a vaciarla un
poco más lejos, marcando en la pared con un trozo de carbón tantos trazos negros como veces la había
vaciado. Y cuando acababa de dar fin a su trabajo entró Alí Babá, que había terminado, por su parte, de
abrir el hoyo en la cocina. Y su esposa le enseñó los trazos de carbón en la pared, exultando de alegría, y
le dejó el cuidado de guardar todo el oro, para ir por sí misma con toda diligencia a devolver la medida
a la impaciente espo sa de Kassim. Y no sabía la pobre que debajo de la medida había quedado pegado un
dinar de oro al sebo de la perfidia.
Entregó, pues, la medida a su parienta rica, la que fué colocada por la alcahueta, y le dió muchas
gracias y le dijo: "He querido ser puntual contigo, ¡oh mi señora! a fin de que otra vez no dejes de tener
conmigo tanta amabilidad". Y se fué por su camino. ¡Y esto es lo referente a la esposa de Alí Babá!
En cuanto a la esposa de Kassim, solamente esperó la taimada a que su parienta volviera la espalda,
para dar vuelta a la medida de madera y mirar la parte de abajo. Y llegó al límite de la estupefac ción al
ver pegada en el sebo una moneda de oro en vez de algún grano de habas, de cebada o de avena. Y la piel
del rostro se le puso de color de azafrán, y los ojos de color de betún muy oscuro. Y su corazón se sintió
roído de celos y de envidia devoradora. Y exclamó: "¡Destrucción sobre su morada! ¿Desde cuándo esos
miserables tie nen el oro así para pesarlo y medirlo?" Y era tanto el furor inexpresable que la embargaba,
que no pudo esperar a que su esposo regresase de su tienda, sino que le envió a su servidora para que le
buscara a toda prisa.
Y no bien Kassim, sin aliento, franqueó el umbral de la casa, le acogió con exclamaciones furibundas,
como si le hubiese sorpren dido triturando a algún mozalbete.
Luego. sin darle tiempo para reponerse de aquella tempestad, le puso debajo de la nariz el consabido
dinar de oro, y le gritó: "¡Ya lo ves! ¡Pues bien, esto no es más que lo que les sobra a esos misera bles!
¡Ah! te crees rico y a diario te felicitas por tener tienda y clien tes mientras tu hermano no tiene más que
tres asnos por toda hacienda. Desengáñate, ¡oh jeique! Alí Babá, ese desmañado, ese barriga hueca, ese
insignificante, no se contenta con contar su oro como tú: ¡lo mide! ¡Por Alah que lo mide, como el tratante
en granos hace con el grano!"
Y con una tempestad de palabras, de gritos y vociferaciones le puso al corriente del asunto y le
explicó la estratagema de que se había valido para hacer el asombroso descubrimiento de la riqueza de
Alí Babá. Y añadió: "¡No es eso todo!, ¡oh jeique! ¡A ti te incumbe ahora descubrir el origen de la fortuna
de tu miserable hermano, ese hipó crita maldito, que finge pobreza y maneja el oro por medidas y a bra -
zadas!"
Al oír estas palabras de su esposa, Kassim no dudó de la realidad de la fortuna de su hermano. Y
lejos de sentirse feliz por saber que el hijo de su padre y de su madre estaba al abrigo de toda necesidad
para lo sucesivo, y de regocijarse con su dicha, alimentó una envidia biliosa y sintió que se le rompía de
despecho la bolsa de la hiel...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 854ª noche
Ella dijo:
...alimentó una envidia biliosa y sintió que se le rompía de des pecho la bolsa de la hiel. Y se irguió
en aquella hora y en aquel instante, y corrió a casa de su hermano para ver por sus propios ojos lo que
tenía que ver allí.
Y encontró a Alí Babá con el pico en la mano todavía, pues acababa de guardar su oro. Y
abordándole sin dirigirle la zalema y sin llamarle por su nombre ni por su apellido y sin tratarle siquiera
de hermano, pues se había olvidado de tan próximo parentesco des de que se casó con el rico producto de
la alcahueta, le dijo: "¡Ah! ¿con que así ¡oh padre de los asnos! te haces el reservado y el mis terioso con
nosotros? ¡Sí, continúa simulando pobreza y miseria y haciéndote el menesteroso delante de la gente para
medir luego el oro en tu yacija de piojos y chinches como el tratante en granos mide su grano!"
Al oír estas palabras, Alí Babá llegó al límite de la turbación y de la perplejidad, no porque fuese
avaro o interesado, sino porque te mía la maldad y la avidez de ojos de su hermano y de la esposa de su
hermano, y contestó: "¡Por Alah sobre ti, no sé a qué aludes! ¡Ex plícate, pues, pronto, y no me faltarán
para ti franqueza y buenos sentimientos, por más que desde hace años hayas olvidado tú el lazo de la
sangre y vuelvas la cara cuando te encuentras con la mía y con la de mis hijos!"
Entonces dijo el imperioso Kassim: "¡No se trata de eso ahora, Alí Babá! ¡Se trata solamente de que
no finjas ignorancia conmigo, porque estoy enterado de lo que tienes interés en mantener oculto!" Y
mostrándole el dinar de oro untado de sebo aún, le dijo. mirándole atravesado: "¿Cuántas medidas de
dinares como éste tienes en tu gra nero, ¡oh trapisonda!? ¿Y dónde has robado tanto oro, di ¡oh vergüenza
de nuestra casa!?" Luego le reveló en pocas palabras cómo su esposa había untado de sebo por debajo la
medida que le había pres tado, y cómo se había pegado a ella aquella moneda de oro.
Cuando Alí Babá hubo oído estas palabras de su hermano, com prendió que el mal ya estaba hecho y
no podía repararse. Así es que, sin dejar que se prolongase más el interrogatorio, y sin hacer ante su
hermano la menor demostración de asombro o de pena por verse descubierto, dijo: "Alah es generoso,
¡oh hermano mío! ¡Nos envía Sus dones antes de que los deseemos! ¡Exaltado sea!" Y le contó con todos
sus detalles su aventura de la selva, aunque sin revelarle la fór mula mágica. Y añadió: "Somos ¡oh
hermano mío! hijos del mismo padre y de la misma madre. ¡Por eso todo lo que me pertenece te per -
tenece, y quiero, si me haces la merced de aceptarlo, ofrecerte la mitad del oro que he traído de la
caverna!".
Pero el mercader Kassim, cuya avidez igualaba a su negrura de alma, contestó: "Ciertamente, así lo
entiendo yo también. Pero quiero saber, además, cómo podré entrar yo mismo en la roca si me da la gana.
Y te prevengo que, si me engañas acerca del particular, iré en seguida a denunciarte a la justicia como
cómplice de los ladrones. ¡Y no podrás por menos de perder con esa combinación!"
Entonces el bueno de Alí Babá, pensando en la suerte de su mujer y de sus hijos en caso de denuncia,
e impelido más por su natural complacencia que por el miedo a las amenazas de un hermano de alma
bárbara, le reveló las dos palabras de la fórmula mágica, tanto la que servía para abrir las puertas como
la que servía para cerrarlas. Y Kassim, sin tener siquiera para él una frase de reconocimiento, le dejó
brusca mente, resuelto a apoderarse él solo del tesoro de la caverna.
Así, pues, al día siguiente, antes de la aurora, salió para la selva, llevándose por delante diez mulos
cargados con cofres grandes que se proponía llenar con el producto de su primera expedición. Además se
reservaba, una vez que se hubiera enterado de las provisiones y rique zas acumuladas en la gruta, para
hacer un segundo viaje con mayor número de mulos y hasta con todo un convoy de camellos, si era nece -
sario. Y siguió al pie de la letra las indicaciones de Alí Babá, que había llevado su bondad hasta
brindarse como guía, pero fué rechazado dura mente por los dos pares de ojos suspicaces de Kassim y de
su esposa, la resultante del alcahueteo.
Y en seguida llegó al pie de la roca, que hubo de reconocer entre todas las rocas por su aspecto
enteramente liso y su altura rematada por un árbol grande. Y alzó ambos brazos hacia la roca, y dijo:
"¡Sé samo, ábrete!" Y la roca de pronto se partió por la mitad. Y Kassim, que ya había atado los mulos a
los árboles, penetró en la caverna, cuya abertura se cerró al punto sobre él, gracias a la fórmula para
cerrar. ¡Pero no sabía él lo que le esperaba!
Y en un principio quedó deslumbrado a la vista de tantas riquezas acumuladas, de tanto oro
amontonado y de tantas joyas apelotonadas. Y sintió un deseo más intenso de hacerse dueño de aquel
fabuloso te soro. Y comprendió que para llevarse todo aquello no solamente le hacía falta una caravana
de camellos, sino reunir todos los camellos que viajan desde los confines de la China hasta las fronteras
del Irán. Y se dijo que la próxima vez tomaría las medidas necesarias para orga nizar una verdadera
expedición que se apoderase de aquel botín, conten tándose a la sazón con llenar sus diez mulos. Y
terminado este trabajo volvió a la galería que conducía a la roca cerrada, y exclamó:
"¡Cebada, ábrete!"
Porque el deslumbrante Kassim, con el espíritu enteramente turbado por el descubrimiento de aquel
tesoro, había olvidado por completo la palabra que tenía que decir. Y fué para perderse sin remedio.
Porque dijo varias veces: "¡Cebada, ábrete!" Pero la roca permaneció cerra da. Entonces dijo:
"¡Avena, ábrete!"
Y la roca no se movió.
"¡Haba, ábrete!"
Pero no se produjo ninguna ranura.
Y Kassim empezó a perder la paciencia, y gritó sin tomar aliento: "¡Centeno, ábrete! ¡Mijo, ábrete!
¡Garbanzo, ábrete! ¡Maíz, ábre te! ¡Alforfón, ábrete! ¡Trigo, ábrete! ¡Arroz, ábrete! ¡Algarroba, ábrete!"
Pero la puerta de granito permaneció cerrada. Y Kassim, en el límite del espanto al advertir que se
quedaba encerrado por haber per dido la fórmula, se puso a recitar, ante la roca impasible, todos los
nombres de los cereales y de las diferentes variedades de granos que la mano del sembrador lanzó sobre
la superficie de los campos en la in fancia del mundo. Pero el granito permaneció inquebrantable. Porque
el indigno hermano de Alí Babá no se olvidó, entre todos los granos, más que de un solo grano, el mismo
a que estaban unidas las virtudes mágicas, el misterioso sésamo. Así es como tarde o temprano, y con
frecuencia más temprano que tarde, el Destino ciega la memoria de los malos, les quita clarivi dencia y
les arrebata la vista y el oído por orden del Poderoso sin límites. Por eso el Profeta (¡con Él las
bendiciones y la más escogida de las zalemas!) ha dicho, hablando de los malos: "Alah les retirará el don
de Su Clarividencia y les dejará tanteando en las tinieblas. ¡Entonces, ciegos, sordos y mudos, no podrán
volver sobre sus pasos!"
Y, además, el Enviado (¡Alah le tenga en Sus mejores gracias!) ha di cho de ellos: "Por siempre han
sido cerrados con el sello de Alah sus corazones y sus oídos y velados con una venda sus ojos. ¡Les está
reser vado un suplicio espantoso!"
Así, pues, cuando el malvado Kassim, que ni por asomo se espe raba aquel desastroso
acontecimiento, hubo visto que no poseía ya la fórmula virtual, se dedicó a devanarse el cerebro en todos
sentidos para encontrarla, pero muy inútilmente, pues su memoria estaba despojada para siempre jamás
del nombre mágico. Entonces, presa del miedo y de la rabia, dejó los sacos llenos de oro y se puso a
recorrer la caver na en todas direcciones en busca de alguna salida. Pero no encontró por doquiera más
que paredes graníticas exasperantemente lisas. Y como una bestia feroz o un camello cansado, echaba por
la boca espuma de baba y de sangre y se mordía los dedos con desesperación. Pero no fué aquél todo su
castigo; porque aún le quedaba morir. ¡Lo cual no había de tardar!
En efecto, a la hora de mediodía los cuarenta ladrones regresaron a su caverna, como acostumbraban
hacer a diario...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 855ª noche
Ella dijo:
...En efecto, a la hora de mediodía los cuarenta ladrones regresa ron a su caverna, como
acostumbraban hacer a diario. Y he aquí que vieron atados a los árboles los diez mulos cargados con
grandes cofres. Y al punto, a una seña de su jefe, desenvainaron sus terribles armas y lanzaron a toda
brida sus caballos hacia la entrada de la caverna. Y echaron pie a tierra, y comenzaron a dar vueltas en
torno de la roca para dar con el hombre a quien podían pertenecer los mulos. Pero como con sus
pesquisas no conseguían nada, el jefe se decidió a penetrar en la caverna. Alzó, pues, su sable hacia la
puerta invisible, pronunciando la fórmula, y la roca se partió en dos mitades, que giraron en sentido
inverso.
Y he aquí que el encerrado Kassim, que había oído a los caballos y las exclamaciones de sorpresa y
de cólera de los bandoleros ladrones, no dudó de su perdición irremisible. Sin embargo, como le era
cara su alma, quiso intentar ponerla a salvo. Y se acurrucó en un rincón dispuesto a lanzarse fuera en
cuanto pudiese. Así es que en cuanto se hubo pronunciado la palabra "sésamo" y él la hubo oído,
maldiciendo de su flaca memoria, y en cuanto vió practicarse la abertura, se lanzó fuera como un carnero,
cabizbajo, y lo hizo tan violentamente y con tan poco discernimiento, que tropezó con el propio jefe de
los cuarenta, el cual se cayó al suelo cuan largo era. Pero en su caída el terrible gigante arrastró consigo
a Kassim, y le echó una mano a la boca y otra al vientre. Y en el mismo momento los demás bandoleros,
que iban en socorro de su jefe, cogieron todo lo que pudieron coger del agresor, del violador, y cortaron
con sus sables todo lo que cogieron. Y así es cómo, en menos de un abrir y cerrar de ojos, Kassim fué
mutilado de piernas, brazos, cabeza y tronco, y expiró su alma antes de consultarse. Porque tal era su
destino. ¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto a los ladrones, no bien hubieron limpiado sus sables en traron en su caverna y encontraron
alineados junto a la puerta los sacos que había preparado Kassim. Y se apresuraron a vaciarlos en donde
se habían llenado, y no advirtieron la cantidad que faltaba y que se había llevado Alí Babá. Luego
sentáronse en corro para celebrar conse jo, y deliberaron ampliamente acerca del acontecimiento. Pero,
igno rantes como estaban de haber sido espiados por Alí Babá, no pudieron llegar a comprender cómo
había logrado alguien introducirse en su morada, y desistieron de reflexionar más tiempo acerca de una
cosa que no tenía solución. Y después de descargar sus nuevas adquisiciones y tomar algún reposo,
prefirieron abandonar su caverna y montar de nuevo a caballo para salir a los caminos y asaltar las
caravanas. Porque eran hombres activos que no gustaban de discursos largos ni de pala bras.
Pero ya volveremos a encontrarles cuando llegue el momento.
Proseguiremos el relato con orden. ¡Y vamos, por lo pronto, con la esposa de Kassim! ¡Ahí! ¡la
maldita fué causa de la muerte de su marido, quien, por otra parte, se tenía bien merecido su fin! Porque
la perfidia de aquella mujer inventora de la estratagema del sebo adheren te había sido el punto de partida
del degollamiento final. Así es que, sin dudar de que en seguida estaría él de regreso, había preparado
ella una comida especial para regalarle. Pero cuando vió que llegó la noche y que no llegaba Kassim, ni
la sombra de Kassim, ni el olor de Kassim, se alarmó en extremo, no porque le amase de un modo
desmedido, sino porque le era necesario para su vida y para su codicia. Por tanto, cuando su inquietud
llegó a los últimos límites, se decidió a ir en busca de Alí Babá, ella, que jamás hasta entonces había
querido condescender a franquear el umbral de la casa del otro. ¡Hija de zorra! Entró con el semblante
demudado, y dijo a Alí Babá: "La zalema sobre ti, ¡oh hermano preferido de mi esposo! Los hermanos se
deben a los hermanos, y los amigos a los amigos, así, pues, vengo a rogarte que me tran quilices acerca de
la suerte que haya podido correr tu hermano, quien ha ido a la selva, como sabes, y a pesar de lo
avanzado de la noche todavía no está de regreso. ¡Por Alah sobre ti, ¡oh rostro de bendi ción! apresúrate a
ir a ver qué le ha sucedido en esa selva!"
Y Alí Babá, que estaba notoriamente dotado de un alma compasiva, compartió la alarma de la esposa
de Kassim, y le dijo: "¡Que Alah aleje las desgracias de la cabeza de tu esposo, hermana mía! ¡Ah! ¡si
Kas sim hubiese querido escuchar mi consejo fraternal me habría llevado consigo de guía! ¡Pero no te
inquietes con exceso por su tardanza; pues, sin duda, le habrá parecido conveniente, para no llamar la
atención de los transeúntes, no entrar en la ciudad hasta bien avanzada la noche!"
Aquello era verosímil, aun cuando, en realidad, Kassim no fuese ya Kassim, sino seis trozos de
Kassim, dos brazos, dos piernas; un tronco y una cabeza, que dejaron los ladrones dentro de la galería,
de trás de la puerta rocosa, a fin de que espantasen con su vista y repe liesen con su hedor a cualquiera que
tuviese la audacia de franquear el umbral prohibido.
Así, pues, Alí Babá tranquilizó como pudo a la mujer de su her mano, y le hizo comprender que de
nada servirían las pesquisas en la noche negra. Y la invitó a pasar la noche con ellos con toda cordiali -
dad. Y la esposa de Alí Babá le hizo acostarse en su propio lecho, mien tras que Alí Babá le aseguraba
que por la aurora iría a la selva.
Y en efecto, a los primeros resplandores del alba el excelente Alí Babá ya estaba en el patio de su
casa con sus tres asnos. Y partió con ellos sin tardanza, después de recomendar a la esposa de Kassim
que moderara su aflicción y a su propia esposa que la cuidase y no la dejase carecer de nada.
Al acercarse a la roca, Alí Babá se vió obligado a declararse, no viendo los mulos de Kassim, que
había debido pasar algo, tanto más cuanto que ni por asomo los había visto en la selva. Y aumentó su in -
quietud al ver manchado de sangre el suelo junto a la roca. Así es que, no sin gran emoción, pronunció las
dos palabras mágicas que abrían, y entró en la caverna.
Y el espectáculo de los seis fragmentos de Kassim espantó sus mi radas e hizo temblar sus rodillas. Y
estuvo a punto de caerse desmayado en el suelo. Pero los sentimientos fraternales le hicieron
sobreponerse a su emoción, y no vaciló en hacer todo lo posible por cumplir los últi mos deberes para
con su hermano, que era musulmán al fin y al cabo, e hijo del mismo padre y de la misma madre. Y se
apresuró a coger en la caverna dos sacos grandes, en los cuales metió los seis despojos de su hermano, el
tronco en uno y la cabeza con los cuatro miembros en el otro. Y con ello hizo una carga para uno de sus
asnos, cubriéndolo cui dadosamente de leña y de ramaje. Luego se dijo que, ya que estaba allí, más valía
aprovechar la ocasión para coger algunos sacos de oro, con objeto de que no se fuesen de vacío los
asnos. Cargó, pues, a los otros dos asnos con sacos llenos de oro, poniendo leña y hojas por encima,
como la vez primera. Y después de mandar que se cerrase a la puerta rocosa, emprendió el camino de la
ciudad, deplorando en el alma el triste fin de su hermano.
En cuanto hubo llegado al patio de su casa, Alí Babá llamó a la esclava Luz Nocturna para que le
ayudara a descargar los asnos.
La es clava Luz Nocturna era una joven que Alí Babá y su esposa habían recogido de niña y educado
con los mismos cuidados y la misma soli citud que si hubiesen sido sus propios padres. Y había crecido
en casa de ellos, ayudando a su madre adoptiva en las faenas caseras y hacien do el trabajo de diez
personas. Además, era agradable, dulce, diestra, entendida y fecunda en invenciones para resolver las
cuestiones más arduas y lograr éxito en las cosas más difíciles.
Así es que, en cuanto bajo ella, empezó por besar la mano de su padre adoptivo y le deseó la
bienvenida, como tenía costumbre de hacer cada vez que entraba él en la casa. Alí Babá le dijo: "¡Oh Luz
Noctur na! ¡hoy es el día en que me vas a dar prueba de tu listeza, de tu abne gación y de tu discreción!" Y
le contó el fin funesto de su hermano, y añadió: "Y ahora ahí le tienes, hecho seis pedazos, en el tercer
asno. ¡Y es preciso que, mientras yo subo a anunciar la fúnebre noticia a su pobre viuda, pienses en el
medio de que nos valdremos para hacerle enterrar como si hubiera muerto de muerte natural, sin que
nadie pueda sospechar la verdad!"
Y ella contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y Alí Babá, dejándola reflexionar acerca de la situación,
subió a ver a la viuda de Kassim.
Y he aquí que llevaba él una cara tan compungida, que, al verle entrar la esposa de Kassim, empezó a
lanzar chillidos a más no poder. Y se dispuso a desollarse las mejillas, a mesarse los cabellos y a desga -
rrarse las vestiduras. Pero Alí Babá supo contarle el suceso con tanto miramiento, que consiguió evitar
los gritos y lamentos que hubiesen atraído a los vecinos y provocado un trastorno en el barrio. Y sin darle
tiempo para saber si debía chillar o si no debía chillar, añadió: "Alah es generoso, y me ha otorgado más
riqueza de la que necesito. Por tanto, si dentro de la desgracia sin remedio que te aflige hay alguna cosa
que pueda consolarte, yo te ofrezco juntar los bienes que Alah me ha enviado con los que te pertenecen y
hacer que en adelante entres en mi casa en calidad de segunda esposa. Y así tendrás en la madre de mis
hijos una hermana amante y atenta. ¡Y todos viviremos juntos con tranquilidad, hablando de las virtudes
del difunto!"
Tras de hablar así, se calló Alí Babá, esperando la respuesta. Y Alah iluminó en aquel momento el
corazón de la que antaño fué objeto de un trato de alca huetería, y lo desembarazó de sus taras. ¡Porque es
el Todopoderoso! Y comprendió ella la bondad de Alí Babá y la generosidad de su ofer ta, y consintió en
ser su segunda esposa. Y a consecuencia de su matri monio con aquel hombre bendito, se tornó en una
mujer de bien. ¡Y esto es lo referente a ella!
En cuanto a Alí Babá, que por aquel medio logró impedir los gritos penetrantes y la divulgación del
secreto, dejó a su nueva esposa entre las manos de su antigua esposa, y bajó a reunirse con la joven Luz
Nocturna.
Y se encontró con que volvía ella de la calle. Porque Luz Nocturna no había perdido el tiempo, y ya
había combinado toda una norma de conducta para circunstancia tan difícil. En efecto, había ido a la
tienda del mercader de drogas que habitaba enfrente y le había pedido cierta especie de triaca específica
para curar las enfermedades mortales. Y el mercader le había dado aquella triaca por el dinero que ella
le presentó, pero no sin haberle preguntado de antemano, quién estaba enfermo en casa de su amo. Y Luz
Nocturna había contestado suspiran do: "¡Oh, qué calamidad la nuestra! el mal rojo aqueja al hermano de
mi amo Alí Babá, que ha sido transportado a nuestra casa para que esté mejor cuidado. ¡Pero nadie
entiende nada de su enfermedad! ¡Está él inmóvil, con cara de azafrán; está mudo; está ciego, y está
sordo! ¡Ojalá esta triaca ¡oh jeique! le saque de un trance tan malo!" Y tras de hablar así, se había
llevado la triaca consabida, de la que, en reali dad, ya no podía hacer uso Kassim, y había ido a reunirse
con su amo Alí Babá.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 856ª noche
Ella dijo:
...se había llevado la triaca consabida, de la que, en realidad. ya no podía hacer uso Kassim, y había
ido a reunirse con su amo Alí Babá. Y en pocas palabras le puso al corriente de lo que pensaba hacer. Y
él aprobó su plan, y le manifestó cuánta admiración sentía por su in geniosidad.
En efecto, al día siguiente, la diligente Luz Nocturna fué a casa del mismo mercader de drogas, y con
el rostro bañado en lágrimas y con muchos suspiros e hipos que entrecortaban los suspiros, le pidió
cierto electuario que por lo general no se da más que a los moribundos sin esperanza. Y se marchó
diciendo: "¡Ay de nosotros! ¡si no surte efecto este remedio todo se ha perdido!" Y al mismo tiempo tuvo
cui dado de poner a todas las gentes del barrio al corriente del supuesto caso desesperado de Kassim,
hermano de Alí Babá.
Así es que, cuando al día siguiente por el alba las gentes del barrio se despertaron sobresaltadas por
gritos penetrantes y lamentables, no dudaron de que aquellos gritos los daban la esposa de Kassim, la
joven Luz Nocturna y todas las mujeres de la familia para anunciar la muerte de Kassim.
Entretanto, Luz Nocturna continuaba poniendo en ejecución su plan.
En efecto, ella se había dicho: "¡Hija mía, no consiste todo en hacer pasar una muerte violenta por
una muerte natural; se trata de conjurar un peligro mayor! Y estriba en no dejar que la gente advierta que
el difunto está cortado en seis pedazos! ¡Sin lo cual no quedará el jarro sin alguna raja!"
Y corrió sin tardanza a casa de un viejo zapatero remendón del barrio, que no la conocía, y mientras
le deseaba la zalema le puso en la mano un dinar de oro, y le dijo: "¡Oh jeique Mustafá, tu mano nos es
necesaria hoy!" Y el viejo zapatero remendón, que era un buen hom bre, lleno de simpatía y de alegría,
contestó: "¡Oh jornada bendita por tu blanca llegada! ¡oh rostro de luna! ¡Habla, ¡oh mi señora! y te
contestaré por encima de mi cabeza y de mis ojos!" Y Luz Nocturna dijo: "¡Oh tío mío Mustafá! deseo
sencillamente que te levantes y ven gas conmigo. ¡Pero antes, si te parece, coge cuanto necesites para
coser cuero!" Y cuando hubo hecho él lo que ella le pedía, cogió ella una venda y le vendó de pronto los
ojos, diciéndole: "¡Es condición necesa ria esto! ¡Sin ella no hay nada de lo dicho!"
Pero él se puso a gritar, diciendo: "¿Vas a hacerme renegar, por un dinar, de la fe de mis pa dres, ¡oh
joven! o a obligarme a cometer algún latrocinio o crimen ex traordinario?"
Pero ella le dijo: "Alejado sea el Maligno, ¡oh jeique! ¡Ten la conciencia tranquila! ¡No temas nada
de eso, pues solamente se trata de una pequeña labor de costura!" Y así diciendo, le deslizó en la mano
una segunda moneda de oro, que le decidió a seguirla.
Y Luz Nocturna le cogió de la mano y le llevó, con los ojos ven dados, a la bodega de la casa de Alí
Babá. Y allí le quitó la venda, y mostrándole el cuerpo del difunto, que había reconstituído poniendo los
pedazos en su sitio respectivo, le dijo: "¡Ya ves que es para hacer que cosas los seis despojos que aquí
tienes por lo que me he tomado la pena de conducirte de la mano!" Y como el jeique retrocediera asusta -
do, la avisada Luz Nocturna le deslizó en la mano una nueva moneda de oro y le prometió otra más si el
trabajo se hacía con rapidez. Lo cual decidió al zapatero remendón a poner manos a la obra. Y cuando
hubo acabado, Luz Nocturna le vendó de nuevo los ojos, y tras de darle la recompensa prometida, le hizo
salir de la bodega y le condujo hasta la puerta de su tienda, donde le dejó después de devolverle la vista.
Y se apresuró a regresar a casa, volviéndose de cuando en cuando para ver si la observaba el zapatero
remendón.
Y en cuanto llegó lavó el cuerpo reconstituído de Kassim, le per fumó con incienso y le roció con
aguas aromáticas, y ayudada por Alí Babá, le envolvió en el sudario. Tras de lo cual, a fin de que no
pudie sen sospechar de nada los hombres que llevaban las angarillas encarga das, fué a hacerse cargo ella
misma de las tales angarillas, y las pagó liberalmente. Luego, ayudada siempre por Alí Babá, puso el
cuerpo en la madera mortuoria y lo cubrió todo con cendales y telas compradas para la circunstancia.
Mientras tanto, llegaron el imam y los demás dignatarios de la mez quita y se cargaron a hombros las
angarillas cuatro de los vecinos que acudieron. Y el imam se puso a la cabeza del cortejo, seguido por
los lectores del Corán. Y detrás de los portadores echó a andar Luz Noc turna, arrasada en llanto,
lanzando gritos lamentables, golpeándose el pecho con mucha fuerza y mesándose los cabellos, en tanto
que Alí Babá cerraba la marcha, acompañado de los vecinos, que se separaban por turno, de vez en vez,
para sustituir y dar descanso a los otros por tadores, y así hasta que llegaron al cementerio, mientras en la
casa de Alí Babá las mujeres que acudieron a la ceremonia fúnebre mezclaban sus lamentos y llenaban de
gritos espantosos todo el barrio. Y de tal suerte la verdad de aquella muerte quedó cuidadosamente al
abrigo de toda divulgación, sin que nadie pudiese tener la menor sospecha con respecto a la funesta
aventura. ¡ Y esto es lo referente a todos ellos!
En cuanto a los cuarenta ladrones, que a causa de la putrefacción de los seis fragmentos de Kassim
abandonados en la caverna, se habían abstenido de volver durante un mes a su retiro, al regresar a la
caverna llegaron al límite del asombro por no encontrar ni despojos de Kassim, ni putrefacción de
Kassim, ni nada que de cerca o de lejos se pareciese a semejante cosa. Y aquella vez reflexionaron
seriamente acerca de la situación, y el jefe de los cuarenta dijo: "¡Oh hombres! estamos descu biertos, y
ya no hay que dudar de ello, y se conoce nuestro secreto. Y si no intentamos poner un pronto remedio,
todas las riquezas que nues tros antecesores y nosotros hemos amontonado con tantos trabajos como
fatigas nos serán arrebatadas en seguida por el cómplice del la drón a quien hemos castigado. Es preciso,
pues, que, sin pérdida de tiempo, tras de haber hecho perecer al uno hagamos perecer al otro. Sentado
esto, no queda más que un medio de lograr nuestro propósito, y es que alguno que sea tan audaz como
listo vaya a la ciudad disfrazado de derviche extranjero, ponga en juego todos sus recursos para descu -
brir si se habla del individuo a quien hemos cortado en seis pedazos, y averigüe en qué casa vivía ese
hombre. Pero todas esas pesquisas deberán hacerse con la mayor cautela, porque una palabra escapada
podrá comprometer el asunto y perdernos sin remedio. ¡Así es que estimo que quien asuma esta tarea
debe comprometerse a sufrir pena de muerte si da prueba de ligereza en el cumplimiento de su misión!"
Y al punto exclamó uno de los ladrones: "¡Yo me ofrezco para la em presa y acepto las condiciones!"
Y el jefe y los camaradas le felicitaron y le colmaron de elogios. Y se marchó disfrazado de derviche.
Y he aquí que entró en la ciudad cuando todas las casas y tiendas estaban cerradas todavía a causa de
la hora temprana, excepto la tienda del jeique Mustafá, el zapatero remendón. Y el jeique Mustafá, con la
lezna en la mano, se dedicaba a confeccionar una babucha de cuero azafranado. Y alzó los ojos y vió al
derviche, que le miraba trabajar, admirándole, y que se apresuró a desearle la zalema. Y el jeique Mus -
tafá le devolvió la zalema, y el derviche se maravilló de verle, a su edad, con tan buenos ojos y con los
dedos tan expertos. Y el viejo, muy halagado, se pavoneó y contestó: "¡Por Alah, ¡oh derviche! que
todavía puedo enhebrar la aguja al primer intento, y hasta puedo coser las seis partes de un muerto en el
fondo de una bodega sin luz!"
Y el derviche ladrón, al oír estas palabras, creyó volverse loco de alegría, y bendijo su destino, que
le conducía por el camino más corto al fin deseado. Así es que no dejó escapar la ocasión, y fingiendo
asombro, exclamó: "¡Oh rostro de bendición! ¿Las seis partes de un muerto? ¿Qué quieres decir con estas
palabras? ¿Acaso en este país tienen costumbre de cortar a los muertos en seis partes y de coserlos
luego? ¿Y hacen eso para ver qué tienen dentro?"
A estas palabras el jeique Mustafá se echó a reír, y contestó: "¡No, por Alah! aquí no hay esa
costumbre. ¡Pero yo sé lo que sé, y lo que yo sé no lo sabrá nadie! ¡Para ello tengo varias razones, cada
una más seria que las otras! ¡Y además, se me ha acor tado la lengua esta mañana y no obedece a mi
memoria!" Y el derviche ladrón se echó a reír a su vez, tanto a causa de la manera que tenía de
pronunciar sus sentencias el jeique zapatero remendón, como para atraerse al buen hombre. Luego,
simulando que le estrechaba la mano, le deslizó en ella una moneda de oro, y añadió: "¡Oh hijo de
hombres elocuentes! ¡oh tío! Alah me guarde de querer mezclarme en lo que no me incumbe. Pero sí en
calidad de extranjero que quiere ilustrarse pu diera dirigirte un ruego, sería el de que me hicieras el favor
de decirme dónde se encuentra la casa en cuya bodega estaban las seis partes del muerto que
remendaste".
Y el viejo zapatero remendón contestó: "¿Y cómo voy a hacerlo, ¡oh jefe de los derviches! si ni yo
mismo conozco esa casa? Has de saber, en efecto, que he sido conducido con los ojos vendados por una
joven hechicera que ha hecho marchar las cosas con una celeridad sin par. Claro es, sin embargo, hijo
mío, que, si me ven daran los ojos de nuevo, quizá pudiera encontrar la casa guiándome por ciertas
observaciones que hice al paso y palpando todo en mi camino. Porque debes saber ¡oh sabio derviche!
que el hombre ve con sus dedos tanto como con sus ojos, sobre todo si no tiene la piel tan dura como el
lomo del cocodrilo. Y por mi parte, sé decir que, entre los clientes cuyos honorables pies calzo, tengo
varios ciegos más clarividentes, merced al ojo que tienen en la punta de cada dedo, que el maldito
barbero que me afeita la cabeza todos los viernes acuchillándome el cuero cabelludo. (¡Que Alah se lo
haga expiar!)...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 857ª noche
Ella dijo:
"...Y por mi parte, sé decir que, entre los clientes cuyos honora bles pies calzo, tengo varios ciegos
más clarividentes, merced al ojo que tienen en la punta de cada dedo, que el maldito barbero que me
afeita la cabeza todos los viernes acuchillándome el cuero cabelludo atrozmente. (¡Que Alah se lo haga
expiar!") Y el derviche ladrón ex clamó: "Bendito sea el seno que te ha lactado, y ojalá puedas por mu cho
tiempo todavía enhebrar la aguja y calzar pies honorables, ¡oh jei que de buen augurio! ¡En verdad que no
anhelo otra cosa que someter me a tus indicaciones, con el objeto de que procures buscar la casa en cuya
bodega pasan cosas tan prodigiosas!"
Entonces el jeique Mustafá se decidió a levantarse, y el derviche le vendó los ojos y le llevó de la
mano por la calle, y marchó a su lado, conduciéndole unas veces y guiado por él otras, a tientas, hasta la
misma casa de Alí Babá. Y dijo el jeique Mustafá: "Es aquí, sin duda, y no en otra parte. ¡Conozco la
casa por el olor a estiércol de asno, que se exhala de ella y por este poyo con que tropecé la vez
primera!" Y el ladrón, en el límite de la alegría, antes de quitar la venda al zapatero remendón, se
apresuró a hacer en la puerta de la casa una señal con un trozo de tiza que llevaba consigo. Luego
devolvió la vista a su acompañante, le gratificó con una nueva moneda de oro, y le despidió después de
darle las gracias y de prometerle que no dejaría de comprar babuchas en su casa durante el resto de sus
días. Y se apresuró a emprender otra vez el camino de la selva para anunciar al jefe de los cuarenta su
descubrimiento. Pero no sabía que corría derecho a hacer saltar de sus hombros su cabeza, como se va a
ver.
En efecto, cuando la diligente Luz Nocturna salió para ir a la compra, notó en la puerta, al regresar
del zoco, la señal blanca que había hecho el derviche ladrón. Y la examinó atentamente, y pensó para su
alma escrupulosa: "Esta señal no se ha hecho sola en la puerta. Y la mano que la ha hecho no puede ser
más que una mano enemiga. ¡Hay que conjurar, pues, los maleficios, parando el golpe!" Y corrió a buscar
un trozo de tiza, y puso la misma señal, y en el mismo sitio exactamente, en las puertas de todas las casas
de la calle, a derecha y a izquierda. Y cada vez que marcaba una señal decía mentalmente, di rigiéndose al
autor de la señal primera: "¡Mis cinco dedos en tu ojo izquierdo y mis otros cinco dedos en tu ojo
derecho!" Porque sabía que no había fórmula más poderosa para conjurar las fuerzas invisibles, evitar
los maleficios y hacer recaer sobre la cabeza del maleficador las calamidades perpetradas o inminentes.
Así es que, al siguiente día, cuando los ladrones, informados por su camarada, entraron de dos en dos
en la ciudad para invadir la casa con el signo, se encontraron en el límite de la perplejidad y del emba -
razo al observar que todas las puertas de las casas del barrio tenían la misma marca exactamente. Y a una
seña de su jefe se apresuraron a regresar a su caverna de la selva para no llamar la atención de los
transeúntes. Y cuando de nuevo estuvieron juntos, arrastraron al centro del círculo que formaban al ladrón
guía que tan mal había tomado sus precauciones, le condenaron a muerte acto seguido, y a una señal dada
por su jefe le cortaron la cabeza.
Pero como la venganza que había que tomar del principal autor de todo aquello se hacía más urgente
que nunca, un segundo ladrón se ofreció para ir a informarse. Y admitida por el jefe su pretensión, entró
en la ciudad, se puso al habla con el jeique Mustafá, se hizo con ducir ante la casa que presumían era la
casa de los seis despojos cosi dos, e hizo una señal roja sobre la puerta en un sitio poco visible. Luego
regresó a la caverna. Pero no sabía que cuando una cabeza está marcada para el salto fatal no puede
menos de dar ese mismo salto y no otro.
En efecto, cuando los ladrones, guiados por su camarada, llegaron a la calle de Alí Babá, se
encontraron con que todas las puertas estaban señaladas con el signo rojo, exactamente en el mismo sitio.
Porque la astuta Luz Nocturna, sospechándose algo, había tomado sus precaucio nes, como la vez primera.
Y al regreso a la caverna, la cabeza del guía tuvo que sufrir la misma suerte que la de su predecesor. Pero
aquello no contribuyó a hacer luz en el asunto para los ladrones, y sólo sirvió para rebajar de la partida a
los dos jayanes más valerosos.
Así es que, cuando el jefe hubo reflexionado durante un buen rato acerca de la situación, levantó la
cabeza y se dijo: "¡En adelante no me fiaré más que de mí mismo!" Y completamente solo partió para la
ciudad.
Y he aquí que no obró como los otros. Porque, cuando se hizo indi car la casa de Alí Babá por el
jeique Mustafá, no perdió el tiempo en marcar la puerta con tiza roja, blanca o azul, sino que se estuvo
con templándola atentamente para fijar bien en la memoria su emplazamien to, ya que por fuera tenía la
misma apariencia que todas las casas vecinas. Y una vez terminado su examen volvió a la selva,
congregó a los treinta y siete ladrones supervivientes, y les dijo: "Ya está des cubierto el autor del daño
que se nos ha causado, pues bien conozco ahora su casa. ¡Y por Alah que su castigo será un castigo
terrible! En cuanto a vosotros, valientes míos, apresuraos a traerme aquí treinta y ocho tinajas grandes de
barro, barnizado por dentro, de cuello ancho y de vientre redondo. Y han de estar vacías las treinta y
ocho tinajas, excepción de una sola, que llenaréis con aceite de oliva. Y cuidad de que no tengan ninguna
raja. Y volved sin demora". Y los ladrones, acostumbrados a ejecutar sin discutirlas las órdenes de su
jefe, contes taron con el oído y la obediencia, y se apresuraron a ir a procurarse en el zoco de los
cacharreros las treinta y ocho tinajas consabidas, y a llevárselas a su jefe de dos en dos sobre sus
caballos.
Entonces el jefe de los ladrones dijo a sus hombres: "¡Quitaos vuestras ropas y que cada uno de
vosotros se meta en una tinaja sin conservar consigo más que sus armas, su turbante y sus babuchas!" Y
los treinta y siete ladrones, sin decir una palabra, subieron de dos en dos a lomos de los caballos que
llevaban las tinajas. Y como cada caballo llevaba dos tinajas, una a la derecha y otra a la izquierda, cada
ladrón se deslizó en una tinaja, desapareciendo por completo. Y de tal suerte se encontraron replegados
sobre sí mismos, en las tinajas, las pantorri llas tocando con las nalgas y las rodillas a la altura del
mentón, como deben estar los polluelos en el huevo al vigésimoprimer día. Y así ins talados, sostenían
una cimitarra en una mano y una estaca en la otra mano, con las babuchas cuidadosamente guardadas
debajo del trasero.
Y el trigésimoséptimo ladrón hacía pareja y contrapeso a la única tinaja llena de aceite.
Cuando los ladrones acabaron de colocarse dentro de las tinajas en la posición menos incómoda,
avanzó el jefe, les examinó a uno tras de otro y tapó las bocas de las tinajas con fibras de palmera, de
modo que ocultase el contenido y al mismo tiempo que permitiese a sus hombres respirar libremente. Y
para que no pudiera asaltar al espíritu de los transeúntes ninguna duda acerca del contenido, tomó aceite
de la tinaja que estaba llena y frotó con él cuidadosamente las paredes exteriores de las tinajas nuevas. Y
así dispuesto todo, el jefe de los ladrones se disfrazó de mercader de aceite, y guiando hacia la ciudad a
los caballos portadores de la mercancía improvisada, actuó de conductor de aquella caravana.
Y he aquí que Alah le escribió la seguridad, y llegó él sin contra tiempo, por la tarde, a casa de Alí
Babá. Y como si todas las cosas estu viesen dispuestas a favorecerle, no tuvo que tomarse el trabajo de
lla mar a la puerta para ejecutar el propósito que le llevaba, pues en el umbral estaba sentado Alí Babá en
persona, que tomaba el fresco tran quilamente antes de la plegaria de la tarde...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 858ª noche
Ella dijo:
...pues en el umbral estaba sentado Alí Babá, en persona, que tomaba el fresco tranquilamente antes
de la plegaria de la tarde. Y el jefe de los ladrones se apresuró a parar los caballos, avanzó entre las
manos de Alí Babá, y le dijo, después de las zalemas y cumplimientos: "¡Oh mi señor! tu esclavo es
mercader de aceite y no sabe dónde ir a alojarse por esta noche en una ciudad en que no conoce a nadie.
¡Espera, pues, de tu generosidad que le concedas hasta mañana por la mañana hospitalidad, por Alah, a él
y a sus bestias en el patio de tu casa!"
Al escuchar esta petición, Alí Babá se acordó de la época en que era pobre y sufría la inclemencia
del tiempo, y al punto se le ablandó el corazón. Y lejos de reconocer al jefe de los ladrones, a quien
tiempo atrás había visto y oído en la selva, se levantó en honor suyo y le con testó: "¡Oh mercader de
aceite, hermano mío! que la morada te proporcione descanso, y ojalá encuentres en ella comodidad y
familia. ¡Bien venido seas!" Y así diciendo, le cogió de la mano y le introdujo en el patio con sus
caballos. Y llamó a Luz Nocturna y a otro esclavo, y les dió orden de ayudar al huésped de Alah a
descargar las tinajas y dar de comer a los animales. Y cuando pusieron en fila por orden las tinajas en el
fondo del patio y los caballos quedaron atados a lo largo del muro, con su saco lleno de cebada y avena
al cuello cada uno, Alí Babá, siempre lleno de cortesía y amabilidad, volvió a coger de la mano a su
huésped y le condujo al interior de su casa, donde le hizo sentarse en el sitio de honor, y se sentó a su
lado para tomar la comida de la noche. Y cuando ambos hubieron comido y bebido y dado gracias a
Alah, por sus favores, Alí Babá no quiso molestar a su huésped, y se retiró diciéndole: "¡Oh mi señor! la
casa es tu casa, y lo que hay en la casa te pertenece".
Y he aquí que, cuando ya se marchaba, el mercader de aceite, que era el jefe de los ladrones, le
llamó, diciéndole: "Por Alah sobre ti ¡oh huésped mío! enséñame el lugar de tu honorable casa donde me
sea posible dar reposo al interior de mis intestinos, y también mear". Y Alí Babá, enseñándole el
gabinete de los desahogos, situado precisa mente en un rincón de la casa, muy cerca del sitio en que
estaban ali neadas las tinajas, contestó: "¡Ahí está!" Y se apresuró a esquivarse para no entorpecer las
funciones digestivas del mercader de aceite.
Y el jefe de los ladrones no dejó de hacer, en efecto, lo que tenía que hacer. No obstante, cuando hubo
concluido, se acercó a las tinajas, y se inclinó sobre cada una de ellas, diciendo en voz baja: "¡Oh com -
pañero! ¡en cuanto oigas resonar la tinaja en que estás al chinarrazo que le lanzaré desde el sitio en que
me alojo, no dejes de salir y de venir a mí!" Y dando así a su gente orden de lo que tenía que hacer,
volvió a la casa. Y Luz Nocturna, que le esperaba a la puerta de la cocina con una linterna de aceite en la
mano, le condujo al aposento que le había preparado, y se retiró. Y para estar bien dispuesto a la hora de
eje cutar su proyecto, apresuróse él a tumbarse en la cama en que pensaba dormir hasta media noche. Y no
tardó en roncar como un caldero de lavanderas.
Y entonces sucedió lo que tenía que suceder.
En efecto, estando Luz Nocturna en su cocina, dedicada a prepa rar los platos y las cacerolas, se
apagó de pronto la lámpara, falta de aceite. Y he aquí que precisamente se había agotado la provisión de
aceite de la casa, y Luz Nocturna, que se había olvidado de procurarse otra por el día, se desoló mucho
con aquel contratiempo, y llamó a Abdalah, el nuevo esclavo de Alí Babá, a quien participó su contrarie -
dad y su apuro. Pero Abdalah le dijo, echándose a reír: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía Luz
Nocturna! ¿cómo puedes decir que carecemos de aceite en casa, cuando en el patio hay en este momento,
alineadas contra el muro, treinta y ocho tinajas llenas de aceite de oliva que, a juzgar por el olor de los
recipientes que lo contienen, debe ser de ca lidad suprema? ¡Ah! ¡hermana mía, esta noche no reconocen
mis ojos a la diligente, a la entendida, a la llena de recursos Luz Nocturna!" Luego añadió: "¡Voy otra vez
a dormir, hermana mía, que mañana tengo que levantarme con el alba, a fin de acompañar al hammam a
nuestro amo Alí Babá!" Y la dejó para irse a roncar como un búfalo de los pantanos cerca de la
habitación en que dormía el mercader de aceite.
Entonces Luz Nocturna, un poco confusa por las palabras de Ab dalah, cogió el cacharro del aceite y
fué al patio para llenarlo en una de las tinajas. Y se acercó a la primera tinaja, la destapó, y metió el
cacharro por la boca. Y -¡oh trastorno de las entrañas! ¡oh dilata ción de los ojos! ¡oh garganta oprimida!-
el cacharro, en vez de sumergirse en el aceite, dió con violencia en una cosa resistente. Y aquella cosa se
movió; y salió de ella una voz que dijo: "¡Por Alah, que la china que ha tirado es lo menos una roca!
¡Vamos, ha llegado el momento!" Y sacudió la cabeza y se contrajo para salir de la tinaja.
¡Eso fué todo!
¿Y qué criatura humana, al encontrar en una tinaja un ser vivo en vez de encontrar aceite, no se
hubiese imaginado que llegaba la hora fatal del Destino? Así es que la joven Luz Noctur na, muy asustada
en el primer momento, no pudo por menos de pensar: "¡Muerta soy! ¡Y todo el mundo en casa puede
tenerse ya por muerto sin remedio!"
Pero he aquí que de improviso la violencia de su emo ción le devolvió todo su valor y toda su
presencia de ánimo. Y en lugar de ponerse a dar gritos espantosos y a promover un escándalo, se inclinó
sobre la boca de la tinaja y dijo: "No, no, ¡oh valiente! ¡Tu amo duerme aún! ¡Espera a que se despierte!"
Porque, como Luz Noc turna era tan sagaz, lo había adivinado todo. Y para asegurarse de la gravedad de
la situación, quiso inspeccionar todas las demás tinajas, aunque la tentativa no estaba exenta de peligro; y
se fué aproximando a cada una, palpó la cabeza que salía en cuanto se levantaba la tapa, y dijo a cada
cabeza: "¡Paciencia y hasta pronto!" Y de tal suerte contó treinta y siete cabezas de ladrones barbudos, y
se encontró con que la trigésimaoctava tinaja era la única que estaba llena de aceite. Entonces llenó su
cacharro con toda tranquilidad, y corrió a encender su lámpara para volver en seguida a poner en
ejecución el proyecto de liberación que acababa de suscitar en su espíritu el peligro inminente. Entonces
Luz Nocturna llenó de aquel aceite hirviendo el cubo mayor de la cuadra, se acercó a una de las tinajas,
levantó la tapa, y de una vez vertió el líquido exterminador sobre la cabeza que salía. Y el bandido
propietario de la cabeza quedó irrevocablemente escal dado, y se tragó la muerte con un grito que no hubo
de salir.
Y Luz Nocturna, con mano firme, hizo sufrir la misma suerte a todos los encerrados en las tinajas, que
murieron asfixiados y hervidos, pues ningún hombre, aunque esté encerrado en siete tinajas, puede es -
capar al destino que lleva atado a su cuello.
Realizada su hazaña, Luz Nocturna apagó la lumbre de debajo de la caldera, volvió a tapar las tinajas
con las tapas de fibra de palmera, y tornó a la cocina, en donde sopló la linterna, quedándose a oscuras,
resuelta a vigilar la continuación de la cosa. Y de tal suerte apostada en acecho, no tuvo que esperar
mucho.
En efecto, hacia medianoche, el mercader de aceite se despertó, fué a sacar la cabeza por la ventana
que daba al patio, y no viendo luz en ninguna parte ni oyendo ningún ruido, supuso que toda la casa
estaría durmiendo. Entonces, conforme había dicho a sus hombres, cogió unas chinitas que llevaba
consigo y las tiró unas tras otras a las tinajas. Y como tenía buena vista y buena puntería, acertó a dar en
todas deduciéndolo por el sonido producido en la tinaja al chinarrazo. Luego esperó, sin dudar de que iba
a ver surgir a sus valientes blandiendo las armas. Pero no se movió nadie. Entonces, imaginándose que se
habrían dormido en sus tinajas, les tiró más chinas; pero no apareció ni una cabeza y no se produjo ni un
movimiento. Y el jefe de los ladrones se irritó extremadamente contra sus hombres, a quienes creía
durmiendo; y bajó hacia ellos pensando: "¡Hijos de perros! ¡no sirven para nada!" Y se abalanzó a las
tinajas; pero fué para retroceder, de tan espantoso como era el olor a aceite frito y a carne abrasada que
se exhalaba de ellas. Sin embargo, se aproximó de nuevo a las tinajas, tocándolas con la mano, y notó que
estaban tan calientes como un horno. Entonces recogió un tallo de paja, lo encendió y miró dentro de las
tinajas. Y vió uno tras otro a sus hombres, abrasados y humeantes, con cuerpos sin alma.
Al ver aquello, el jefe de los ladrones, comprendiendo de qué muerte tan atroz habían perecido sus
treinta y siete compañeros, dió un salto prodigioso hasta el borde de la tapia del patio, saltó a la calle y
echó a correr. Y desapareció y se sumergió en la noche, devorando a su paso la distancia...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 859ª noche
Ella dijo
...Y desapareció y se sumergió en la noche, devorando a su paso la distancia. Y llegado que fué a su
caverna, se perdió en negras refle xiones acerca de lo que tendría que hacer en adelante para vengar todo
lo que había de vengar.
¡Y por el momento, esto es lo referente a él!
En cuanto a Luz Nocturna, que acaba de salvar la casa de su amo y las vidas que en ella se
albergaban, una vez que se hubo dado cuenta de que todo peligro estaba conjurado por la fuga del falso
mercader de aceite, esperó tranquilamente a que despuntara el día para ir a despertar a su amo Alí Babá.
Y cuando él estuvo vestido, creyendo que no se le había despertado tan temprano más que para que fuese
al hammam, Luz Nocturna le llevó ante las tinajas, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡levanta la primera tapa y
mira!" Y cuando hubo mirado, Alí Babá llegó al límite del espanto y del horror. Y Luz Nocturna se
apresuró a con tarle todo lo que había pasado, desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero
no hay utilidad en repetirlo. Y también le contó la historia de las señales blancas y rojas en las puertas,
de que no había juzgado conveniente hablarle. Pero respecto a esta historia, tampoco hay utilidad en
repetirla.
Cuando Alí Babá hubo oído el relato de su esclava Luz Nocturna lloró de emoción, y estrechando con
ternura a la joven contra su cora zón, le dijo: "¡Oh hija de bendición, bendito sea el vientre que te ha
llevado! En verdad que el pan que comiste en nuestra morada no fué comido por la ingratitud. ¡Y en lo
sucesivo estarás al frente de mi casa y serás la mayor de mis hijas!" Y continuó prodigándole frases
amables y dándole muchas gracias por su valentía, su sagacidad y su abnegación.
Tras de la cual, Alí Babá, ayudado por Luz Nocturna y por el esclavo Abdalah, procedió a enterrar a
los ladrones, a quienes se de cidió, después de reflexionar, a hacer desaparecer cavando para ellos una
fosa enorme en el jardín y metiéndoles allá revueltos, sin ninguna ceremonia, para no llamar la atención
de los vecinos. Y así es como acabó de desembarazarse de aquella ralea maldita. ¡Qué bien hizo!
Y transcurrieron varios días entre alegrías y congratulaciones en casa de Alí Babá. Y no dejaron de
contarse pormenores de aquella aventura prodigiosa, dando gracias a Alah por su liberación y de hacer
todos los comentarios consiguientes. Y Luz Nocturna estaba más mimada que nunca; y Alí Babá, con sus
dos esposas, y sus hijos, se ingeniaba por demostrarle su reconocimiento y su amistad.
Pero un día, el hijo mayor de Alí Babá, que estaba al frente de los negocios de compra y venta de la
antigua tienda de Kassim, dijo a su padre al regresar del zoco: "¡Oh padre mío! no sé qué hacer para
devolver a mi vecino, el mercader Hussein, todas las atenciones con que no cesa de abrumarme desde su
reciente instalación en nuestro zoco. Ya va para cinco veces que he aceptado, sin corresponder, el
compartir su comida de mediodía. Así es que quisiera ¡oh padre! obsequiarle, aunque no sea más que una
sola vez, para indemnizarle con la suntuosidad del festín, en esa vez única, de todos los gastos que ha
hecho en honor mío. ¡Porque convendrás conmigo en que no sería decoroso tardar más tiempo en
devolverle las consideraciones que para mí tuvo!" Y Alí Babá contestó: "Sin duda ¡oh hijo mío! se trata
del más usual de los deberes. ¡Y debiste hacerme pensar en ello antes! Pero precisamente mañana es
viernes, día de descanso, y te aprove charás de esta circunstancia para invitar a hagg Hussein, tu vecino, a
venir a compartir con nosotros el pan y la sal de la noche. Y si busca evasivas por discreción, no temas
insistir y tráele a nuestra casa, donde creo hallará un agasajo no muy indigno de su generosidad".
En efecto, al día siguiente, después de la plegaria, el hijo de Alí Babá invitó a hagg Hussein, el
mercader recientemente establecido en el zoco, a acompañarle para darle un paseo. Y encaminó el paseo
en compañía de su vecino precisamente por la parte del barrio en que estaba su morada. Y Alí Babá, que
les esperaba en el umbral, avanzó a ellos con cara sonriente, y después de las zalemas y los deseos recí -
procos, manifestó a hagg Hussein su gratitud por las atenciones pro digadas a su hijo, y le invitó,
porfiándole mucho, a entrar a descansar en su casa y a compartir con él y con su hijo la comida de la
noche. Y añadió: "Bien sé que, por más que haga, no podré corresponder a tus bondades para con mi hijo.
¡Pero, en fin, creemos que aceptarás el pan y la sal de nuestra hospitalidad!" Pero hagg Hussein contestó:
"Por Alah, ¡oh mi señor! tu hospitalidad sin duda es una hospitalidad generosa; pero ¿cómo voy a
aceptarle, si desde mucho tiempo atrás tengo hecho juramento de no tocar jamás los alimentos que estén
sazonados con sal y de no probar jamás este condimento?" Y Alí Babá contestó: "¡No te importe eso, ¡oh
hagg bendito! pues no tendré más que decir una palabra en la cocina, y se guisarán los manjares sin sal y
sin nada que se le parezca!"
Y tanto porfió al mercader, que le obligó a entrar en la casa. Y al punto corrió a prevenir a Luz
Nocturna para que tuviese cuidado de no echar sal a los alimentos y preparase especialmente aquella
noche los manjares y los rellenos y los pasteles sin ayuda de aquel condimento usual. Y Luz Nocturna,
extremada mente sorprendida del horror que el nuevo huésped sentía por la sal, no supo a qué atribuir un
gusto tan extraordinario, y se puso a refle xionar acerca de la cosa. Sin embargo, no dejó de avisar a la
cocinera negra para que tuviese en cuenta la extraña orden de su amo Alí Babá.
Cuando estuvo dispuesta la comida, Luz Nocturna la sirvió en las bandejas y ayudó al esclavo
Abdalah a llevarlas a la sala de re unión. Y como por naturaleza era curiosa, no dejó de echar de vez en
cuando una ojeada al huésped a quien no le gustaba la sal. Y cuando se terminó la comida salió Luz
Nocturna para dejar que Alí Babá charlase a sus anchas con el huésped invitado.
Pero al cabo de una hora la joven hizo de nuevo su entrada en la sala. Y con gran sorpresa de Alí
Babá, iba vestida de danzarina, la frente diademada de zequíes de oro, el cuello adornado con un collar
de granos de ámbar amarillo, el talle preso en un cinturón de mallas de oro, y llevaba pulseras con
cascabeles de oro en las muñecas y en los tobillos. Y de su cinturón colgaba, como es costumbre en las
danzarinas de profesión, el puñal con mango de jade y larga hoja calada y puntiaguda que sirve para
mimar las figuras de la danza. Y sus ojos de gacela enamorada, ya tan grandes de por sí y con un brillo
tan profundo, estaban duramente alargados con khol negra hasta las sienes, lo mismo que sus cejas,
dibujadas en arco amenaza dor. Y así ataviada y emperejilada, avanzó a pasos acompasados, muy derecha
y con los senos enhiestos. Y detrás de ella entró el joven esclavo Abdalah, llevando en su mano
izquierda, a la altura del rostro, una pandera con sonajas de metal, en la cual tocaba a compás, pero muy
lentamente, ritmando los pasos de su compañera. Y cuando lle garon ante su amo, Luz Nocturna se inclinó
graciosamente, y sin dar le tiempo a reponerse de la sorpresa que le había producido aquella entrada
inesperada, se encaró con el joven Abdalah y le hizo una ligera seña con los ojos. Y de repente se
aceleró el ritmo de la pandera de un modo muy cadencioso, y Luz Nocturna, escurriéndose como un pá -
jaro, bailó.
Y bailó todos los pasos, incansable, y esbozó todas las figuras como nunca lo hubiese hecho en los
palacios de los reyes una danzarina de profesión. Y bailó como sólo quizá había bailado el pastor David
ante Saúl negro de tristeza.
Y bailó la danza de los velos, y la del pañuelo, y la del bastón. Y bailó las danzas de las judías, y las
de las griegas, y las de las etíopes, y las de las persas, y las de las beduínas, con una ligereza tan
maravillosa, que, en verdad, sólo Balkis, la reina enamorada de Soleimán, las había podido bailar
iguales.
Y en cuanto hubo bailado todo aquello, cuando el corazón de su amo, y el del hijo de su amo, y el del
mercader invitado por su amo quedaron suspensos de sus pasos y los ojos quedaron fijos en la soltura de
su cuerpo, esbozó la ondulante danza del puñal. En efecto, sacando de improviso el arma dorada de su
vaina de plata, y muy conmovedora de gracia y de actitudes, al ritmo acelerado de la pandera surgió, con
el puñal amenazador, combada, flexible, ar diente, ronca y salvaje, con ojos como relámpagos y sostenida
por alas que no se veían. Y la amenaza del arma tan pronto se dirigía a un enemigo invisible del aire
como volvía su punta hacia los her mosos senos de la joven exaltada. Y la concurrencia lanzó en aquel
momento un prolongado grito de horror, al ver tan próximo a la punta mortal el corazón de la danzarina.
Pero poco a poco se hizo más lento el ritmo de la pandera y la cadencia amenguó y se ate nuó hasta el
silencio de la piel sonora. Y Luz Nocturna, con el pecho hinchado como una ola de mar, cesó de bailar.
Y se volvió hacia el esclavo Abdalah, quien, a una nueva seña, le tiró la pandera desde su sitio. Y
ella la cogió al vuelo, y volvién dola del revés se sirvió de ella como de un platillo para tendérsela a los
tres espectadores y solicitar su liberalidad, como es costumbre de almeas y danzarinas. Y Alí Babá, que,
si bien un poco molesto por la acción inesperada de su servidora, se había dejado conquistar por tanto
encanto y tanto arte, echó un dinar de oro en la pandera. Y Luz Nocturna le dió las gracias con una
profunda reverencia y una sonrisa, y tendió la pandera al hijo de Alí Babá, que no fué me nos generoso
que su padre.
Entonces, con la pandera siempre en la mano izquierda, se la presentó al huésped a quien no le
gustaba la sal. Y hagg Hussein sacó su bolsa, y ya se disponía a extraer de ella algún dinero para dárselo
a la tan deseable danzarina, cuando de pronto Luz Noctur na, que había retrocedido dos pasos, saltó hacia
adelante como un gato montés y le sepultó en el corazón, hasta la empuñadura, el pu ñal que blandía en la
mano derecha. Y hagg Hussein, con los ojos hundidos de repente en las órbitas, abrió la boca y la volvió
a cerrar, lanzando apenas un suspiro; luego se desplomó sobre la alfombra, dando con la cabeza antes que
con los pies, y convertido ya en cuerpo sin alma.
Alí Babá y su hijo, en el límite del espanto y de la indignación, se abalanzaron sobre Luz Nocturna,
que, temblando, de emoción, lim piaba con su chal de seda el puñal ensangrentado. Y como la creyeran
presa de delirio y de locura, y la cogieran la mano para arrancarle el arma, ella les dijo con voz
tranquila: "¡Oh amos míos! ¡Loores a Alah, que ha armado el brazo de una débil muchacha para vengaros
del jefe de vuestros enemigos! ¡Ved si este muerto no es el mercader de aceite, el propio capitán de los
ladrones con sus mismos ojos, el hombre que no quería probar la sal sagrada de la hospitalidad!" Y así
diciendo, despojó de su manto el cuerpo yacente, e hizo ver bajo su larga barba y el disfraz con que se
había embozado para la circuns tancia al enemigo que juró destruirles.
Cuando Alí Babá hubo reconocido de tal suerte, en el cuerpo in animado de hagg Hussein, al mercader
de aceite dueño de las tinajas y jefe de los ladrones, comprendió que por segunda vez debía su sal vación
y la de toda su familia a la abnegación valiente y al valor de la joven Luz Nocturna. Y la estrechó contra
su pecho y la besó entre ambos ojos, y le dijo, con lágrimas en los ojos: "¡Oh Luz Nocturna, hija mía!
¿quieres, para llevar mi felicidad hasta el límite, entrar definitivamente en mi familia, casándote con mi
hijo, este hermoso joven que aquí tienes?"
Y Luz Nocturna besó la mano de Alí Babá y con testó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos!"
Y se celebró sin tardanza el matrimonio de Luz Nocturna con el hijo de Alí Babá, ante el kadí y los
testigos, en medio de regocijos y diversiones. Y se enterró secretamente el cuerpo del jefe de los ladro -
nes en la fosa común que había servido de sepultura a sus antiguos compañeros.
¡Maldito sea!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 860ª noche
Ella dijo:
...Y después del matrimonio de su hijo, Alí Babá, que se había hecho prudente y seguía los consejos
de Luz Nocturna y escuchaba sus avisos, aún se abstuve por algún tiempo de volver a la caverna, por
temor de encontrarse allí con los dos ladrones cuya suerte ignoraba, y que en realidad, como sabes, ¡oh
rey afortunado! habían sido ejecu tados por orden de su capitán. Y sólo al cabo de un año, cuando estuvo
completamente tranquilo por esa parte, se decidió a ir a visitar la caverna en compañía de su hijo y de la
avispada Luz Nocturna.
Y Luz Nocturna, que iba observándolo todo por el camino, vió, al llegar a la roca, que los arbustos y
las hierbas grandes obstruían por completo la vereda que conducía allí, y que, además, en el suelo no
había huella alguna de pasos humanos ni el menor vestigio de caballos. Y sacó en consecuencia que nadie
había ido allí desde hacía mucho tiempo. Y dijo a Alí Babá: "¡Oh tío mío! no hay inconveniente.
¡Podemos entrar ahí dentro sin correr peligro!"
Entonces Alí Babá, extendiendo la mano hacia la puerta de piedra, pronunció la fórmula mágica,
diciendo: "¡Sésamo, ábrete!" Y lo mis mo que antes, obedeciendo a las dos palabras y como movida por
ser vidores invisibles, la puerta se abrió en la roca, y dejó el paso libre a Ali Babá, a su hijo y a la joven
Luz Nocturna. Y Alí Babá comprobó que nada había cambiado, en efecto, desde su última visita al tesoro,
y hubo de complacerse en enseñar a Luz Nocturna y a su esposo las fabulosas riquezas de que en lo
sucesivo era único poseedor.
Y cuando lo hubieron examinado todo en la caverna, llenaron de oro y pedrerías tres sacos grandes
que habían llevado, y se volvieron a su casa después de pronunciar la fórmula que cerraba. Y desde en -
tonces vivieron en paz y con felicidades, utilizando con moderación y prudencia las riquezas que les
había deparado El Donador, que es el Unico grande, el Generoso.
Y así es como Alí Babá, el leñador que por toda fortuna tenía tres asnos, se tornó, gracias a su destino
y a la bendición, en el hombre más rico y más honrado de su ciudad natal. ¡Gloria a Quien da sin cuento a
los humildes de la tierra!
"Y he aquí ¡oh rey afortunado! ---continuó Schehrazada- cuan to sé de la historia de Alí Babá y de los
cuarenta ladrones. ¡Pero Alah es más sabio!
Y el rey Schahriar dijo: "¡Cierto, Schehrazada, que esa historia es una historia asombrosa! Y la joven
Luz Nocturna no tiene par entre las mujeres de ahora. Y bien lo sé yo, que me he visto obligado a ha cer
que corten la cabeza a todas las desvergonzadas de mi palacio".
Pero Schehrazada, al ver que el rey fruncía ya las cejas al asal tarle aquel recuerdo, y se excitaba
penosamente por las cosas pasadas, se apresuró a comenzar en estos términos la Historia de...
Los encuentros de Al-Raschid en el puente de Bagdad
Y viendo Schehrazada que, al recuerdo de las tribulaciones antiguas; el rey Schahriar fruncía ya las
cejas, se apresuró a empezar la nueva historia, diciendo:
He llegado a saber ¡oh rey del tiempo! ¡oh corona de mi cabeza! que, un día entre los días, el califa
Harún Al-Raschid (¡Alah le tenga en Su gracia!) salió de su palacio en compañía de su visir Giafar y de
Massrur, su portaalfanje ambos disfrazados, como él mismo lo iba, de mercaderes nobles de la ciudad. Y
había llegado ya con ellos al puente de piedra que une las dos riberas del Tigris, cuando en la mis ma
entrada del puente vió, sentado en tierra sobre sus piernas encogi das, a un ciego de mucha edad que pedía
limosna por Alah a los tran seúntes en el camino de la generosidad. Y el califa interrumpió su paseo ante
el viejo achacoso, y puso un dinar de oro en la palma de la mano que le tendía el mendigo. Y éste le
detuvo bruscamente por la mano al querer el califa proseguir su camino, y le dijo: "¡Oh generoso
donador! que Alah recompense con Sus más escogidas bendiciones esta acción de tu alma piadosa. Pero
te suplico que, antes de marcharte, no me niegues el favor que voy a pedirte. Levanta el brazo y dame un
puñetazo o una bofetada en el lóbulo de la oreja".
Y tras de hablar así, se soltó de la mano que tenía cogida, a fin de que el extranjero pudiese aplicarle
la consabida bofetada. Sin embargo, por miedo a que se pasase de largo sin complacerle, tuvo cuidado
de cogerle por la orla de su luengo traje.
Y al ver y oír aquello: "¡Oh tío! ¡Alah me libre de obedecer a tu mandato! Porque quien da una
limosna por Alah no debe borrar su mérito maltratando al que beneficia con esa limosna. Y el maltrato al
cual me mandas que te someta es una acción indigna de su creyente". Y tras de hablar así hizo un esfuerzo
para que le soltará el ciego. Pero no había contado con la vigilancia del ciego, que, suponiendo el
movimiento del califa, hizo por su parte un esfuerzo mucho más grande para que no se soltara. Y le dijo:
"¡Oh mi generoso señor! perdó name mi importunidad y el atrevimiento de mi conducta. Y déjame im -
plorarte aún que me des esa bofetada en el lóbulo de la oreja. De no ser así, prefiero que recojas tu
limosna. Porque sólo con esa única condición puedo aceptarla sin perjurar ante Alah y contravenir al ju -
ramento que hice de cara a Quien te ve y me ve". Luego añadió: "Si supieras ¡oh mi señor! el motivo de
mi juramento no vacilarías en darme la razón".
Y el califa pensó: "¡Contra la importunidad de este viejo ciego no hay recurso más que en Alah el
Todopoderoso!" Y como no quería ser por mucho tiempo pasto de la curiosidad de los transeúntes, se
apresuró a hacer lo que le pedía el ciego, quien, inmediatamente de recibir la bofetada, le soltó, dándole
gracias y alzando las dos manos al cielo para invocar sobre su cabeza las bendiciones.
Y Al-Raschid después de aquello, se alejó con sus dos acompa ñantes, y dijo a Giafar: "¡Por Alah,
que la historia de ese ciego debe ser una historia asombrosa, y su caso un caso muy extraño! Así, pues,
vuelve adonde se halla él y dile que vas de parte del Emir de los Cre yentes para ordenarle que mañana
esté en palacio a la hora de la plegaria de mediodía". Y Giafar volvió junto al ciego y le comunicó la
orden de su señor.
Luego fué a reunirse con el califa. Y habían dado pocos pasos, cuando divisaron en la orilla izquierda
del puente, sentado casi enfrente del ciego, un segundo mendigo lisiado de ambas piernas y con la boca
hendida. Y a una seña de su amo, el portaalfanje Massrur se acercó al lisiado de ambas piernas que tenía
la boca hendida, y le dió la limosna que estaba escrita en su suerte aquel día. Y el hombre le vantó la
cabeza y se echó a reír, diciendo: "¡Ah, ualah! en toda mi vida de maestro de escuela he ganado tanto
como acabo de recibir de manos de tu generosidad, ¡oh mi señor!" Y Al-Raschid, que había oído la
respuesta, se encaró con Giafar, y le dijo: "¡Por vida de mi cabeza! si es un maestro de escuela y se ve
reducido a mendigar por los caminos, sin duda debe ser extraña su historia. Date prisa a orde narle que
mañana esté a la puerta de mi palacio a la misma hora que el ciego".
Y se ejecutó la orden. Y continuaron su paseo.
Pero aún no habían tenido tiempo de alejarse del lisiado, cuando le oyeron invocar a grandes gritos
las bendiciones sobre la cabeza de un jeique que se había acercado a él. Y miraron hacia allá para ver de
qué se trataba. Y vieron que el jeique procuraba esquivarse, muy con fuso por las bendiciones y alabanzas
de que era objeto. Y por las palabras del lisiado comprendieron que la limosna que el jeique acababa de
entregarle era más considerable todavía que la de Massrur, y que nunca la había recibido igual el pobre
hombre. Y Harún ma nifestó a Giafar su asombro al ver que un simple particular daba una prueba de
largueza mayor que la suya propia, y añadió: "Me gustaría conocer a ese jeique y profundizar en el
motivo de su generosidad. Ve, pues, ¡oh Giafar! a decirle que tiene que presentarse entre mis pianos
mañana por la siesta, a la misma hora que el ciego y el lisia do". Y se ejecutó la orden.
Y ya iban a proseguir su camino, cuando vieron avanzar por el puente un magnífico cortejo, como no
pueden ostentarlo, por lo gene ral, más que los reyes y los sultanes. Pero lo precedían a caballo unos
heraldos que gritaban: "¡Paso a nuestro amo, el esposo de la hija del todopoderoso rey de la China y de
la hija del poderoso rey del Sind y de la India!" Y a la cabeza del cortejo, en un caballo cuyo aspecto
pregonaba su raza, caracoleaba un emir o quizá un hijo de rey, que tenía una apostura brillante y llena de
nobleza. E inmediatamente de trás de él iban dos sais que conducían, con un ronzal de seda azul, a un
camello maravillosamente enjaezado y cargado con un palanquín en que, bajo un palio de brocato rojo,
estaban sentadas, una a la de recha y otra a la izquierda, las dos jóvenes princesas, esposas del ji nete, con
el rostro cubierto por un velo de seda anaranjada. Y cerraba el cortejo una orquesta de músicos que
tocaban aires indios y chinos en sus instrumentos de formas desconocidas.
Y Harún, maravillado a la par que sorprendido, dijo a sus acom pañantes: "He aquí un extranjero
notable, de los que raramente vienen a mi capital. Y aunque he recibido a los reyes y a los príncipes y a
los emires más imponentes de la tierra, y aunque los jefes de los des creídos de allende los mares, los del
país de los francos y los de las regiones del extremo Occidente, me han enviado embajadas y dipu -
taciones, ninguno de los que hemos visto podía compararse con éste en fausto y en belleza". Luego se
encaró con su portaalfanje Massrur, y le dijo: "Date prisa ¡oh Massrur! a seguir a ese cortejo, con obieto
de que veas lo que haya que ver, y vuelvas sin tardanza para informar me en palacio, teniendo antes
cuidado, sin embargo, de incitar a ese noble extranjero a presentarse mañana entre mis manos a la misma
hora que el ciego y el lisiado y el jeique generoso".
Y cuando Massrur se marchó para ejecutar la orden, el califa y Giafar atravesaron el puente por fin.
Pero apenas habían llegado al extremo, divisaron en medio del meidán que se abría frente a ellos, y que
servía para justas y torneos, una gran aglomeración de especta dores que miraban a un joven montado en
una hermosa yegua blanca, a la que lanzaba a toda brida por uno y otro lado, castigándola a latigazos y
espolazos sin compasión y de manera que el animal echa ba espuma y sangre y le temblaban las patas y el
cuerpo todo.
Al ver aquello, el califa, que era aficionado a los caballos y no podía sufrir que se les maltratara,
llegó al límite de la indignación, y preguntó a los espectadores: "¿Por qué se porta de modo tan bárbaro
ese joven con esa hermosa yegua dócil?" Y contestaron: "No lo sa bemos, y sólo Alah lo sabe. ¡Pero
todos los días a la misma hora vemos llegar al joven con su yegua, y asistimos a este espectáculo in -
humano!" Y añadieron: "Al fin y al cabo, es dueño legítimo de su yegua y puede tratarla a su antojo". Y
Harún se encaró con Giafar y le dijo: "Te dejo el cuidado ¡oh Giafar! de informarte por ese joven de la
causa que le impulsa a maltratar de tal suerte a su yegua. Y si se niega a revelártela, le dirás quién eres y
le ordenarás que se presente entre mis manos mañana por la siesta, a la misma hora que el ciego, el
lisiado, el jeique generoso y el jinete extranjero".
Y dejó el meidán para regresar a palacio solo aquel día...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 861ª noche
Ella dijo:
"...Y Giafar contestó con el oído y la obediencia, y el califa le dejó en el meidán para regresar a
palacio solo aquel día.
Y he aquí que al siguiente, después de la plegaria intermedia de mediodía, el califa entró en el diwán
de audiencias, y el gran visir Giafar al punto introdujo en su presencia a los cinco personajes con quienes
se habían encontrado la víspera en el puente de Bagdad, a saber: el ciego que se hacía abofetear, el
maestro de escuela lisiado, el jeique generoso, el noble jinete a cuya zaga tocaban aires indios y chinos, y
el joven dueño de la yegua blanca. Y cuando los cinco estu vieron prosternados ante su trono y hubieron
besado la tierra entre sus manos, el califa les hizo con la cabeza seña de que se levantaran, y Gia far les
colocó por orden, uno junto a otro, en la alfombra que había al pie del trono.
Entonces Al-Raschid se encaró con el joven dueño de la yegua blanca, y le dijo: "¡Oh joven que ayer
te mostraste tan inhumano con la hermosa yegua blanca tan dócil que montabas! ¿puedes decirme, para
que yo lo sepa, el motivo que impulsaba a tu alma a portarte de modo tan bárbaro con un animal mudo
que no puede responder a las injurias con injurias y a los golpes con golpes? Y no me digas que obrabas
así para guiar o para desbravar a tu yegua. Porque en mi vida he desbravado y guiado yo mismo gran
número de potros y po trancas, pero nunca he tenido necesidad de maltratar, como tú lo ha cías, a los
animales que he enseñado. Y tampoco me digas que hosti gabas así a tu yegua para divertir a los
espectadores, pues no sola mente no les divertía ese espectáculo inhumano, sino que les escandali zaba y a
mí también me escandalizaba con ellos. Y en poco estuvo ¡por Alah! que me diese a conocer en público
para castigarte como merecías y poner fin a un espectáculo tan repugnante. Habla, pues, sin mentir y sin
ocultarme nada del motivo de tu conducta, porque es el único medio que te queda de escapar a mi rencor
y de entrar en mi gracia. Y si tu relato me satisface y tus palabras disculpan tu con ducta, dispuesto estoy
incluso a perdonarte y a olvidar todo lo que de ofuscante hubiese en tu manera de obrar".
Cuando el joven dueño de la yegua blanca hubo oído las palabras del califa, se le puso la tez muy
amarilla y bajó la cabeza guardando silencio, presa visiblemente de un embarazo muy grande y de una
pena sin límites. Y como continuara erguido de tal suerte, sin poder llegar a pronunciar una sola palabra,
mientras brotaban lágrimas de sus ojos y le caían en el pecho, el califa cambió de tono con él, y más
intrigado que nunca, le dijo con voz dulce: "¡Oh joven! olvida que estás en presencia del Emir de los
Creyentes y habla con toda libertad, como si estuvieras entre tus amigos, pues bien veo que tu historia
debe ser una historia muy extraña y el motivo de tu conducta un motivo muy extraño. Y te juro, por los
méritos de mis antecesores los Glorio sos, que no se te hará ningún mal".
Y Giafar, por su parte, se puso a hacer al joven, con la cabeza y con los ojos, señas inequívocas de
estímulo que significaban claramente: "Habla con toda confianza. Y no tengas la menor inquietud".
Entonces el joven comenzó a recobrar el aliento perdido, y tras de alzar la cabeza, besó la tierra una
vez más entre las manos del sul tán, y dijo:
Historia del joven dueño de la yegua blanca
"Has de saber ¡oh Emir de los Creyentes! que soy muy conocido en mi barrio, donde me llaman Sidi
Nemán. Y la historia que es mi historia y que, por orden tuya, voy a contarte, constituye un misterio de la
fe musulmana. Y si estuviera escrita con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de enseñanza a
quien la leyera con espíritu atento".
Y el joven se calló un instante para reunir en la memoria todos sus recuerdos, y prosiguió:
"Cuando murió mi padre, me dejó lo que Alah me había escrito para herencia. Y advertí que los
beneficios de Alah sobre mi cabeza eran más numerosos y más escogidos de lo que anhelara nunca mi
alma. Y además observé que de día en día yo iba siendo el hombre más rico y más considerado de mi
barrio. Pero mi nueva vida, lejos de infundirme pedantería y orgullo, no hizo más que desarrollar mis
acentuadas aficiones a la calma y a la soledad. Y continué viviendo soltero, felicitándome todas las
mañanas de Alah por no tener preocu paciones de familia ni responsabilidades. Y me decía todas las
noches: «¡Ya Sidi Nemán, cuán modesta y tranquila es tu vida! ¡Y cuán delei tosa es la soledad del
celibato!»
Pero, un día entre los días, i oh mi señor! me desperté con un violento e incomprensible deseo de
cambiar de vida repentinamente. Y entró en mi alma este deseo bajo la forma del matrimonio. Y en
aquella hora y en aquel instante, me levanté, movido por los movi mientos interiores de mi corazón,
diciéndome:
"¿No te da vergüenza, ya Sidi Nemán, vivir de tal suerte, solo en esta morada, como un chacal en su
guarida, sin ninguna presencia dulce al lado tuyo, sin un cuerpo de mujer fresco siempre para refrescarte
los ojos y sin ningún afecto que te haga sentir que en realidad vives del soplo de tu Creador?
¿Es peras, pues, para conocer las ventajas de nuestras jóvenes a que los años te hayan vuelto
impotente y bueno, cuando más, para ver sin consecuencias!"
Ante estos pensamientos tan naturales, que acudían a mi espíritu por vez primera, no vacilé ya más en
seguir las incitaciones de mi alma, puesto que el alma nos es cara y todos sus anhelos merecen ser
satisfechos.
Pero como yo no conocía a mujeres casamenteras que pudiesen buscarme una esposa entre las hijas
de los notables de mi ba rrio y de los mercaderes ricos del zoco, y como, por otra parte, estaba muy
resuelto a casarme con conocimiento de causa, es decir, dándome cuenta por mis propios ojos de los
encantos y cualidades de mi espo sa, y no siguiendo la costumbre que exige no se vea el rostro de la
desposada más que después de extendido el contrato y de las ceremo nias matrimoniales, me decidí a
elegir a mi esposa sencillamente entre las hermosas esclavas que se venden y se compran.
Así salí de mi casa inmediatamente y me dirigí al zoco de los esclavos, diciéndome: "¡Ya Sidi
Nemán, excelente es tu determinación de tomar esposa entre las jóvenes esclavas en vez de buscar
alianza con las muchachas notables! Porque con eso eludes muchos fastidios y trabajos, no sólo
evitándote el tener a tu espalda la nueva familia de tu esposa, y en tu estómago las miradas, de continuo
enemigas, de la madre de tu esposa, vieja calamitosa ciertamente, y en tus hombros la carga de los
hermanos mayores y menores de tu esposa, y de los parientes viejos y jóvenes de tu esposa, y de las
relaciones enfadosas y pesadas de tu tío, padre de tu esposa, sino también alejando de ti las futuras
recriminaciones de la hija de notables, que no dejaría de hacerte sentir en toda ocasión que era de
extracción superior a la tuya, y que para con ella no tenías más que deberes, y que le debías todos los
miramientos y todas las obliga ciones.
Y entonces sería cuando podrías desear tu vida de soltero y morderte los dedos hasta hacerte sangre.
¡Mientras que escogiendo por ti mismo una esposa probada con tus ojos y con tus dedos y que no tenga
nada que la ate y esté sola en absoluto con su belleza, simpli ficas tu existencia, te evitas complicaciones
y tienes todas las ventajas del matrimonio sin tener sus inconvenientes!"
Y alimentando aquella mañana estos pensamientos nuevos, ¡oh Emir de los Creyentes! llegué al zoco
de esclavas para escoger una es posa agradable con quien vivir entre dulzuras de todas clases, amor
mutuo y bendiciones. Porque como por naturaleza estaba yo capacita do para el afecto, anhelaba con todas
mis fuerzas encontrar en la joven de mi agrado las cualidades de alma y cuerpo que me permitieran
consagrar a ella las reservas acumuladas de una ternura de la que toda vía no había consagrado la menor
partícula a ningún otro ser viviente.
Aquel era precisamente día de mercado, y un arribo reciente había traído a Bagdad hacía poco
muchachas jóvenes de Circasia, de Jonia, de Arabia, del país de los Rums, de la ribera anadoliana, de
Serendib, de la India y de la China.
Cuando llegué al centro del mercado, los corredores y los subastadores ya habían dispuesto allí los
diversos lotes separadamente para evitar los desórdenes que hubiese ocasionado la mezcla de aquellas
razas distintas. Y en cada uno de aquellos lotes se ponía bien de relieve a cada joven, de modo que se la
pudiese exa minar en todos sentidos y que cada trato se ultimase a sabiendas y sin engaños.
Y el Destino quiso -¡nadie podría escapar a su destino!- que mis primeros pasos se encaminasen por
sí mismos hacia el grupo de las jóvenes llegadas de las Islas del extremo Norte.
Además, aunque mis pasos no se hubiesen encaminado por sí mismos hacia aquel lado, hacia aquél
habrían mirado mis ojos inmediatamente. Porque aquel grupo se distinguía, entre los grupos más
sombríos que estaban próxi mos a él, por su claridad y por una cascada de pesadas cabelleras, amarillas
como el oro, que ondulaban sobre cuerpos de una blancura de plata virgen. Y las jóvenes que en pie
integraban aquel grupo se parecían todas de manera extraña, como las hermanas se asemejan a sus
hermanas cuando son del mismo padre y de la misma madre.
Y todas tenían los ojos azules cual la turquesa iránica cuando todavía conserva la humedad de la
roca...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 862ª noche
Ella dijo:
...Y todas tenían los ojos azules cual la turquesa iránica cuando todavía conserva la humedad de la
roca.Y yo, que en mi vida ¡oh mi señor! había tenido ocasión de ver jóvenes de una belleza tan extraña,
estaba maravillado y sentía que se me salía el pecho del alma en pos de aquel espectáculo emocionante.
Y al cabo de una hora de tiempo, sin poder llegar a fijar mi elección en alguna de ellas, que todas eran
igualmente hermosas, cogí de la mano a la que me parecía que era la más joven y en seguida la adquirí
sin regatear ni escatimar. Porque la circundaban por entero las gra cias, y era como la plata en la mina y
como la almendra mondada, cla ra y pálida hasta el exceso, con su vellón de seda amarilla, con in mensos
ojos mágicos, azules, bajo sombrías pestañas curvadas como las hojas de las cimitarras y velando una
mirada de dulzura marina. Y a su vista me acordé de esos versos del poeta:
¡Oh tú, cuya preciosa tez está matizada de ámbar como la tez de la rosa china, y cuya boca
con su contenido es una manzanilla pur púrea que floreciera sobre dos sartas de granizos!
¡Oh poseedora de dos ojos de ágata sombreados por pétalos de jacinto y más rasgados que
los de una antigua faraona!
¡Oh espléndida! ¡Si te comparase a las más bellas de nuestras amadas me equivocaría,
pues eres bella sin comparación!
¡Pues aunque sólo tuvieras el grano de belleza que se aloja en el 'hoyuelo amable de la
comisura de tus labios, harías que los huma nos titubearan en la locura!
¡Aunque sólo tuvieras esas piernas esbeltas que se yerguen mirán dose en el espejo de tus
pies desnudos, superarían ellas a los juncos que se miran en el agua!
¡Aunque sólo tuvieras ese talle dócil al ritmo de tus esplendores, darías envidia a las ramas
tiernas del árbol ban!
¡Y aunque sólo tuvieras ése tu porte, más magnífico que el de un navío sobre el mar cuando
lo tripulan piratas, martirizarías con tus pupilas a los corazones todos!
Y cogí, pues, de la mano a la joven, ¡oh mi señor! y tras de proteger con mi manto su desnudez, me la
llevé a mi morada. Y me complació con su dulzura, su silencio y su modestia. Y comprendí hasta qué
punto me atraía su belleza exótica, su palidez, sus cabellos amarillos como el oro en fusión y sus ojos
azules, siempre bajos, que eludían siempre los míos por timidez, sin duda alguna. Y como ella no hablaba
nuestra lengua y yo no hablaba la suya, evité fatigarla con preguntas que quedarían sin respuestas. Y di
gracias al Donador, que había conducido a mi morada una mujer cuya contemplación ya por sí sola
constituía un encanto.
Pero la misma noche de su entrada en la casa no dejé de notar en ella cosas singulares. Porque en
cuanto cayó la noche, sus ojos azu les sé hicieron más sombríos, y su mirada, anegada en dulzura durante
el día, se tornó chispeante, como animada de un fuego interior. Y la poseyó una especie de exaltación que
se traducía en sus facciones por una palidez mayor aún y por ligero temblor de los labios. Y de cuan do en
cuando miraba hacia la puerta, como si deseara tomar el aire. Pero como la hora nocturna no era
favorable al paseo, y además ya era tiempo de tomar nuestra cena, me senté y la hice sentarse a mi lado.
Y mientras esperábamos a que nos sirvieran la comida, quise apro vechar la oportunidad para hacerle
comprender hasta qué punto su llegada era una bendición para mí y los tiernos sentimientos que ger -
minaban en mi corazón al verla. Y la acaricié dulcemente, y traté de mimarla y de domesticar su alma
extranjera. Y la cogí la mano dulcemente y me la llevé a los labios y al corazón. Y pasé ligeramente mis
dedos por la seda incitante de su cabellera, con tanto cuidado como si tocara una antiquísima tela pronta
a abrirse al menor contacto. Y ya no olvidaré ¡oh mi señor! lo que hube de experimentar a aquel con tacto.
En vez de sentir la tibieza de los cabellos vivos, fué como si las crines amarillas de sus trenzas se
hubiesen extraído de algún metal helado, o como si mi mano, al acariciar aquel vellón, rozara seda em -
papada en nieve derretida. Y a la sazón no dudé de que su cabellera estuviese desde un principio tejida
por entero con hilillos de filigrana de oro.
Y pensé con mi alma en la omnipotencia infinita del Dueño de las criaturas, que en nuestros climas
hace don a nuestras jóvenes de sus cabelleras negras y cálidas como el ala de la noche, y corona la frente
de las claras hijas del Norte con esa corona de llama congelada.
Y ¡oh mi señor! no pude por menos de emocionarme con una emoción mezcla de asombro a la par que
de delicias al saberme esposo de una criatura tan rara y tan diferente a las mujeres de nuestros cli mas. Y
hasta tuve la percepción de que ella no era de mi sangre ni de nuestra extracción común. Y en poco estuvo
que no le atribuyera de pronto dones sobrenaturales y virtudes desconocidas. Y la miré con admiración y
asombro.
Pero en seguida entraron los esclavos llevando a la cabeza las bandejas cargadas de manjares, que
colocaron ante nosotros. Y ob servé que, no bien vió aquellos manjares, se acentuaba el azoramiento de
mi esposa, y que por sus mejillas de raso mate pasaban alternativas de rubor y de palidez, en tanto que se
dilataban sus ojos, fijos en los objetos sin verlos.
Y atribuyendo todo aquello a su timidez y a su ignorancia de nuestras costumbres, quise animarla a
probar los manjares servidos, y empecé por un plato de arroz cocido con manteca, del que me puse a
comer utilizando para ello los dedos, como hacemos generalmente. Pero aquello, en lugar de abrir el
apetito en el alma de mi esposa, debió ocasionarle, a no dudar, un sentimiento parecido a la repulsión, si
no a la náusea. Y lejos de seguir mi ejemplo, volvió ella la cabeza y miró en torno suyo como buscando
algo. Después, tras de un largo rato de vacilación, como viera que mi mirada le suplicaba que tocase a
los manjares, se sacó del seno un estuchito tallado en un hueso de niño, y extrajo de él un finísimo tallo
de grama, semejante a esos menudos tallos que utilizamos de limpia-oídos. Y cogió delicadamente con
dos dedos aquel tallito puntiagudo y se puso a pinchar con él len tamente el arroz y a llevárselo a los
labios más lentamente todavía y grano a grano. Y entre cada dos de sus minúsculos bocados dejaba
transcurrir un largo intervalo de tiempo. De modo que ya había aca bado yo mi comida cuando ella aún no
habría tomado de aquella ma nera más de una docena de granos de arroz. Y eso fué cuanto quiso comer
aquella noche. Y me pareció adivinar, por un gesto vago, que estaba harta. Y no quise aumentar su
azoramiento ni enfadarla insis tiendo para que tomase algún otro alimento.
Y aquello no hizo más que afirmarme en la creencia de que mi esposa extranjera era un ser diferente a
los habitantes de nuestros países. Y pensaba para mi fuero interno: "¿Cómo no ha de ser dis tinta a las
mujeres de aquí esta joven que, para alimentarse, sólo necesita la pitanza que un pajarito? Y si así es en
cuanto a las nece sidades de su cuerpo, ¿qué será en cuanto a las necesidades de su alma?" Y resolví
consagrarme por completo a tratar de adivinar su alma, que me parecía impenetrable.
Y procurando darme a mí mismo una explicación plausible de su manera de obrar, me imaginé que no
tendría ella costumbre de comer con hombres, menos aún con un marido, ante quien tal vez la habrían
enseñado a que se contuviera. Y me dije: "¡Sí, eso es! Ha llevado la continencia demasiado lejos porque
es sencilla e inocente. ¡0 acaso haya cenado ya! 0 bien si no lo ha hecho todavía, se reserva para comer
sola y con libertad".
Y al punto me levanté y la cogí de la mano con precauciones in finitas, y la conduje a la estancia que
le había hecho preparar. Y allí la dejé sola, a fin de que quedase libré de obrar a su antojo. Y me re tiré
discretamente.
Y por miedo a molestarla o a parecerle importuno, no quise entrar aquella noche en el aposento de mi
esposa, como, por lo general, hacen los hombres en la noche nupcial, sino que, al contrario, pensé que
con mi discreción me atraería la gracia de mi esposa y así le demos traría que los hombres de nuestros
países están lejos de resultar bruta les y desprovistos de cortesía y saben, cuando es preciso, aparecer
deli cados y reservados. No obstante, ¡oh Emir de los Creyentes! por tu vida te juro que aquella noche no
me faltó el deseo de penetrar en mi clara esposa, la joven hija de hombres del Norte, que era dulce a mi
vista y que había sabido encantar mi corazón con su gracia extraña y el misterio que la envolvía. Pero era
mi placer demasiado precioso para comprometerme precipitando los acontecimientos, y sólo ganan cias
podría reportarme el preparar el terreno y dejar que el fruto per diera su acidez y llegara a plena madurez
con la lozanía conveniente. Sin embargo, pasé aquella noche presa del insomnio, pensando en la belleza
rubia de la joven extranjera que perfumaba mi morada, y cuyo cuerpo lustral me parecía sabroso como el
albaricoque cogido bajo el rocío, y aterciopelado como él, y como él deseable...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 863ª noche
Ella dijo:
...pensando en la belleza rubia de la joven extranjera que per fumaba mi morada, y cuyo cuerpo lustral
me parecía sabroso como el albaricoque cogido bajo el rocío, y aterciopelado como él y como él
deseable.
Y al día siguiente, cuando nos reunimos para comer, la acogí con semblante sonriente e inclinándome
ante ella, como había visto hacer en otras ocasiones a los emires de Occidente llegados aquí o enviados
de parte del rey de los francos. Y la hice sentarse a mi lado ante las bandejas de manjares, entre los
cuales había, como la víspera, un plato de arroz cocido con manteca y cuyos granos estaban sueltos,
maravi llosamente condimentados y perfumados con manteca. Pero mi esposa se condujo exactamente
igual que la víspera, sin tocar más que al plato de arroz, con exclusión de todos los demás manjares y
pinchan do lentamente los granos uno a uno con el limpiaoídos para llevár selos a la boca.
Y yo, aún más sorprendido que la víspera por aquella manera de comer, pensé: "¡Por Alah! ¿dónde ha
podido aprender a comer el arroz de esta manera? Acaso con su familia, en su país. ¿0 tal vez lo hace así
porque come muy poco? ¿O es que quiere contar los granos de arroz, a fin de no comer una vez más que
otra? Pero si se conduce así por espíritu de economía y para enseñarme a no ser pródigo, por Alah que se
equivoca, pues nada tenemos que temer por ese lado, y no será eso lo que pueda arruinarnos un día.
Porque, gracias al Re tribuidor, tenemos para vivir con gran desahogo y sin privarnos de lo necesario ni
de lo superfluo.
Pero, hubiera o no comprendido mis pensamientos y mi perpleji dad, mi esposa no dejó de comer de
aquella manera incomprensible. Y como si hubiera querido apenarme más todavía, pinchó los granos de
arroz más de tarde en tarde, y acabó por limpiar el tallito puntiagu do sin decirme una sola palabra ni
mirarme, guardándolo en su estuche de hueso. Y aquello fué todo lo que la vi hacer aquella mañana. Y he
aquí que, por la noche, al cenar, ocurrió exactamente lo mismo, así como al día siguiente y cuantas veces
nos pusimos ante el mantel ex tendido para comer juntos.
Cuando me di cuenta de que no era posible que una mujer vivie se con tan poco alimento como la veía
tomar, ya no dudé de que tras ello hubiese algún misterio más extraño todavía que la existencia de mi
esposa. Y aquello me hizo tomar el partido de aguardar aún, abri gando la esperanza de que con el tiempo
se acostumbraría ella a vivir conmigo, como anhelaba mi alma. Pero no tardé en advertir que era vana mi
esperanza y que, costase lo que costase, tenía que decidirme a dar con la explicación de aquella manera
de vivir tan distinta a la nuestra. Y he aquí que se presentó la ocasión por sí misma cuando yo menos la
esperaba.
En efecto, al cabo de quince días de paciencia y de discreción por mi parte, resolví intentar una visita
por primera vez a la cámara nup cial. Y una noche en que yo creía que mi esposa dormía hacía largo rato,
me dirigí muy sigilosamente al aposento que ocupaba ella en el lado opuesto al mío, y llegué a la puerta
de su cuarto, apagando mis pasos por temor a turbar su sueño. Porque no quería despertarla muy
bruscamente, a fin de poder contemplarla a mi sabor dormida, figu rándomela, con sus párpados cerrados
y sus largas pestañas curvadas, tan hermosa como las huríes del cielo.
Y he aquí que, cuando llegué a la puerta, oí dentro los pasos de mi esposa. Y como yo no podía
comprender qué propósito la retenía aún despierta a hora tan avanzada de la noche, me indujo la
curiosidad a esconderme detrás de la cortina de la puerta para ver qué ocurría. Y en seguida se abrió la
puerta, y mi esposa apareció en el umbral vestida con sus trajes de calle y deslizándose por las baldosas
de már mol sin hacer el menor ruido. Y la miré al pasar ella por delante de mí en la oscuridad, y
asombrado se me congeló la sangre en el cora zón. En medio de las tinieblas, su faz entera aparecía
iluminada por los dos tizones de sus ojos, semejantes a los ojos de los tigres, que se dice que arden en la
oscuridad e iluminan el camino del exterminio y la matanza. Y se parecía a esas figuras medrosas que en
sueños nos envían los genn malhechores cuando quieren hacernos prever las ca tástrofes que traman contra
nosotros. ¡Hasta ella me parecía una gennia de la especie más cruel, con su cara pálida, sus ojos
incendiarios y sus cabellos amarillos, que se erizaban de un modo terrible en su cabeza! Y yo ¡oh mi
señor! sentí que se me encajaban y se me rompían las mandíbulas, y que se me secaba la saliva en la
boca, que me que daba sin aliento. Por otra parte, aunque hubiese podido moverme, me habría guardado
mucho de hacer el menor acto de presencia detrás de aquella cortina, en aquel sitio que no me
correspondía.
Esperé, pues, a que ella se alejase para salir de mi escondrijo, recobrando el aliento perdido. Y me
dirigí a la ventana que daba al patio de la casa, y miré a través de la celosía. Y pude ver que abría ella la
puerta de la calle y salía, hollando apenas el suelo con sus pies desnudos. Y la dejé alejarse un poco, y
corrí a la puerta que había dejado ella entreabierta y la seguí de lejos, llevando mis sandalias en la mano.
Y afuera todo estaba iluminado por el cuarto menguante de la luna, y el cielo entero se desplegaba
sublime, como todas las noches, con sus luces titilantes. Y a pesar de mi emoción, elevé mi alma hacia el
Dueño de las criaturas y dije mentalmente: "¡Oh Señor, Dios de exaltación y de verdad! ¡sé testigo de que
he obrado con discreción y honradez respecto de mi esposa, esa hija de extranjeros, aunque desconozco
todo lo referente a ella, que acaso pertenezca a una raza descreída que ofenda Tu faz, Señor! Y ahora no
sé qué va a hacer esta noche bajo la claridad propicia de Tu cielo. Pero que ni de cerca ni de lejos
aparezca yo como cómplice de sus acciones. Porque de antemano las repruebo si son contrarias a Tu ley
y a la enseñanza de Tu Enviado (¡con Él la paz y la plegaria!)"
Y tras de calmar así mis escrúpulos, no vacilé más en seguir a mi esposa adonde fuese.
Y he aquí que atravesó ella todas las calles de la ciudad, caminan do con notable seguridad, como si
hubiese nacido entre nosotros y se hubiese criado en nuestros barrios. Y yo la seguía de lejos al revolar
de su cabellera, que huía siniestramente detrás de ella en la noche. Y llegó ella a las últimas casas,
traspuso las puertas de la ciudad y pe netró en los campos deshabitados que desde hace centenares de
años sirven de morada a los muertos. Y dejó atrás el primer cementerio, cu yas tumbas eran
excesivamente antiguas, y se apresuró a entrar en el que se seguía enterrando a diario. Y yo pensaba:
"Seguramente tiene aquí muerta una amiga o una hermana de las que con ella vinieron de países
extranjeros. Y quiere cumplir sus deberes cerca de ella durante la noche, en medio de la soledad y del
silencio". Pero de pronto re cordé su aspecto terrible y sus ojos inflamados, y de nuevo se me agol pó la
sangre en el corazón.
Y he aquí que surgió de entre las tumbas una forma cuya especie no podía yo adivinar aún y que salió
al encuentro de mi esposa. Y por el horror de su fisonomía y por su cabeza de hiena carnicera, re conocí
una ghula en aquella forma sepulcral.
Y caí en tierra detrás de una tumba, porque me flaquearon las piernas. Y merced a aquella
circunstancia, a pesar de la sorpresa es pantosa que me embargaba, pude ver a la ghula, que no me veía,
aproxi marse a mi esposa y cogerla de la mano para llevarla al borde de una fosa. Y se sentaron ambas,
una frente a otra, al borde de aquella fosa. Y la ghula se inclinó hasta el suelo y se incorporó sosteniendo
en sus manos un objeto redondo, que entregó en silencio a mi esposa. Y en aquel objeto reconocí un
cráneo humano recientemente separado de un cuerpo sin vida. Y mi esposa, lanzando un grito de bestia
feroz, clavó con fruición sus dientes en aquella carne muerta y se puso a roerla de un modo horroroso.
Al ver aquello, ¡oh mi señor! sentí que el cielo se desplomaba con todo su peso sobre mi cabeza. Y
en mi espanto, debí lanzar un grito de horror que traicionó mi presencia. Porque de improviso vi a mi
esposa de pie sobre la tumba que me cobijaba. Y mirábame con los ojos del tigre hambriento cuando va a
caer sobre su presa. Y ya no dudé de mi perdición irremisible. Y antes de que yo tuviese tiempo de hacer
el menor movimiento para defenderme o para pronunciar una fórmula invocadora que me precaviera
contra los maleficios; la vi extender el brazo por encima de mí y gritar ciertas sílabas en una lengua
descono cida que tenía acentos semejantes a los rugidos que se oyen en los de siertos.
Apenas hubo ella vomitado aquellas sílabas diabólicas, de repente me vi metamorfoseado en perro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 864ª noche
Ella dijo:
...Y apenas hubo ella vomitado aquellas sílabas diabólicas, de re pente me vi metamorfoseado en
perro. Y mi esposa se precipitó sobre mí, seguida de la espantable ghula. Y tan violentamente la
emprendieron ambas conmigo a puntapiés, que no sé cómo no me quedé muerto en el sitio. Sin embargo,
el peligro extremado en que me encontraba y el apego a la vida me dieron fuerza y valor para saltar sobre
mis cuatro patas y ponerme en fuga con el rabo entre las piernas, perseguido con igual furor por mi
esposa y por la ghula. Y sólo cuando me arrojaron muy lejos del cementerio fué cuando cesaron de
maltratarme y de correr detrás de mí, que ladraba de dolor lamentablemente y me caía cada diez pasos. Y
las vi volverse al cementerio. Y me apresuré a franquear las puertas de la ciudad, como un perro perdido
y desgraciado.
Y al día siguiente, tras de una noche pasada dando tumbos por la ciudad y evitando los mordiscos de
los perros de barrio, que me perseguían como a intruso, se me ocurrió la idea de refugiarme en cual quier
parte para escapar a sus ataques crueles. Y me metí con viveza en la primera tienda abierta a aquella hora
temprana. Y fui a escon derme en un rincón para sustraerme a su vista.
Aquella tienda era de un vendedor de cabezas y patas de carnero. Y el tendero me protegió en un
principio contra mis agresores, que querían penetrar en persecución mía hasta el interior de la tienda. Y
consiguió echarlos y alejarlos; pero fué para volver a mi lado con el propósito evidente de espantarme. Y
vi, en efecto, que no podía contar con el asilo y la protección que esperaba. Porque aquel tripi callero era
una de esas personas escrupulosas hasta más no poder y supersticiosamente fanáticas, que tienen a los
perros por animales in mundos y no encuentran bastante agua ni jabón para lavar su ropa cuando, por
casualidad, les roza un perro al pasar junto a ellos. Se acercó, pues, a mí, y me conminó con el gesto y
con la voz a que me marchara de su tienda cuanto antes. Pero yo hice la rosca, gimoteando con aullidos
lamentables y mirándole a los pies con ojos implorantes. Entonces, un tanto apiadado, soltó el bastón con
que me amenazaba, y como aspiraba a desembarazar a todo trance de mi presencia su tien da, cogió uno
de los admirables pedazos olorosos de patas cocidas, y sosteniéndolo en la punta de los dedos de modo
que yo lo viera bien, salió a la calle. Y atraído por el tufillo de aquel buen bocado, ¡oh mi señor! me
levanté de mi rincón y seguí al tripicallero, quien me arrojó el pedazo en cuanto me vió fuera de su
tienda, y se volvió a su casa. Y no bien hube devorado aquella carne excelente, quise volver a toda prisa
a mi rincón. Pero no había contado con el vendedor de cabezas, quien, previendo mi impulso, permanecía
en el umbral, inconmovible, con el terrible bastón de nudos en la mano. Y hube de mirarle en actitud
suplicante, meneando la cola para indicarle que imploraba de él me otorgase el favor de aquel refugio.
Pero se mantuvo inflexible, y hasta empezó a enarbolar su bastón, gritándome con voz que no me dejaba
lugar a dudas sobre sus intenciones: "Vete ¡oh proxeneta!"
Entonces, muy humillado y temiendo, además, los ataques de los perros del barrio, que ya empezaban
a caer sobre mí !desde todos los puntos del zoco, eché a correr y alcancé a toda prisa la tienda abierta de
un panadero, que estaba muy próxima a la del tripicallero.
Y he aquí que, a primera vista, aquel panadero me pareció, muy al contrario del vendedor de cabezas
de carnero, devorado por los es crúpulos y dominado por las supersticiones, un hombre alegre y de buen
augurio. Y lo era, en efecto. Y en el momento en que yo llegué delante de su tienda estaba él sentado en su
estera tomando el desayu no. Y aunque yo no le había dado ninguna prueba de mis ganas de comer, su
alma compasiva le indujo en seguida a arrojarme un trozo grande de pan empapado en salsa de tomate,
diciéndome con cariñosa voz: "¡Toma, ¡oh pobre! come a tu gusto!" Pero yo, lejos de abalan zarme con
avidez y glotonería sobre el bien de Alah, como hacen, por lo general, los demás perros, miré al
generoso panadero haciéndole una seña con la cabeza y meneando la cola para patentizarle mi gratitud. Y
debió conmoverle mi cortesía y verlo con agrado, porque le vi son reírme con bondad. Y aunque no me
torturaba el hambre y no tenía gana de comer, no dejé de coger con los dientes el trozo de pan, única -
mente por complacerle, y me lo comí con bastante lentitud para darle a entender que lo hacía por
consideración a él y en honor suyo. Y él lo comprendió todo, y me llamó y me hizo seña de que me
sentara junto a su tienda. Y me senté, dejando oír pequeños gruñidos de placer y mirando a la calle para
indicarle que por el momento no le pedía otra cosa que su protección. Y gracias a Alah, que le había
dotado de inteligencia, comprendió todas mis intenciones, y me hizo caricias que me animaron y me
dieron confianza: osé, pues, introducirme en su casa. Pero fui bastante hábil para darle a entender que
sólo lo haría con su permiso. Y lejos de oponerse a mi entrada, se mostró, por el contrario, lleno de
afabilidad y me indicó un sitio donde podría insta larme sin incomodarle. Y tomé posesión de aquel sitio,
que desde entonces conservé todo el tiempo que viví en la casa.
Y a partir de aquel momento mi amo sintió por mí una gran afec ción y me trató con benevolencia
extremada. Y no podía almorzar; ni comer, ni cenar sin tenerme a su lado y darme una ración más que
suficiente. Y por mi parte yo le demostraba toda la fidelidad y toda la abnegación de que puede ser capaz
la mejor alma perruna. Y a cau sa del agradecimiento que sentía por sus cuidados, tenía los ojos fijos
constantemente en él y no le dejaba dar un paso en la casa o por la calle sin ir detrás de el fielmente,
tanto más cuanto que hube de notar que mi atención le gustaba, y que si por casualidad se disponía a salir
sin que yo, por algún indicio, me hubiese dado cuenta de antemano, no dejaba de llamarme familiarmente,
silbándome. Y al punto me lanzaba yo a la calle desde mi sitio; y saltaba y me deshacía en cabrio las,
dando mil vueltas en un instante y haciendo mil idas y venidas a la puerta. Y no cesaba en tales alborozos
hasta que salía él a la calle. Y entonces le acompañaba por donde fuera, siguiéndole o corriendo de lante
de él y mirándole de cuando en cuando para demostrarle mi ale gría y mi contento.
Hacía ya algún tiempo que estaba yo en casa de mi amo el pana dero, cuando un día entre los días
entró en la tienda una mujer que compró un panecillo que acababa de salir muy hueco del horno.
Tras de pagar a mi amo, la mujer cogió el pan y se dirigió a la puerta. Pero mi amo, que advirtió que
era falsa la moneda que acababa de tomar, llamó a la mujer y le dijo: "¡Oh tía, que Alah alargue tu vida!
¡pero si no te enfada, prefiero otra moneda a ésta! Y al mismo tiempo mi amo le tendió la moneda
consabida. Pero la mujer, que era una vieja empedernida, se negó con muchas protestas a tomar su
moneda, pre tendiendo que era buena, y diciendo: "¡Además, no soy yo quien la ha fabricado, y las
monedas no se pueden escoger como las sandías y los cohombros!" Y mi amo no quedó ni por asomo
convencido con los argumentos sin consistencia de aquella vieja, y le dijo con voz tran quila y no sin
cierto desdén: "Tu moneda es tan visiblemente falsa, que hasta este perro mío que aquí ves, y que sólo es
un animal mudo sin discernimiento, no se equivocaría al verla". Y sencillamente, con objeto de humillar a
aquella calamitosa, y sin creer ni por pienso en el buen resultado del acto que iba a llevar a cabo, me
gritó, llamándome por mi nombre: "¡Bakht! ¡Bakht! ¡ven! ¡ven aquí!" Y al oír su voz, acu dí a él, meneando
la cola. Y al punto cogió él el cajon de madera donde guardaba su dinero y lo volcó en el suelo,
esparciendo ante mí todas las monedas que contenía.
Y me dijo: "¡Aquí! ¡aquí! ¿Ves todo este dinero? ¡Mira bien todas estas monedas! ¡Y dime si no hay
entre ellas una moneda falsa!" Y yo examiné atentamente todas las monedas, una tras otra, empujándola
ligeramente con la pata, y no tardé en caer so bre la moneda falsa. Y la dejé a un lado, separándola del
montón y poniendo encima la pata para hacer comprender a mi amo que había dado con ella. Y le miré,
dando pequeños chillidos y meneándome mucho.
Al ver aquello, mi amo, que estaba lejos de esperar semejante prueba de perspicacia en un animal de
mi especie, llegó al límite extre mo de la sorpresa y de la maravilla, y exclamó: "¡Alah es el más grande!
¡Y sólo en Alah está la omnipotencia!" Y la vieja, sin poder negar ya lo que sus propios ojos habían
visto, y espantada además de lo que presenciaba, se apresuró a recoger su moneda falsa y a dar en
cambio una buena. Y salió a toda prisa, enredándose en la cola de su traje.
En cuanto a mi amo, sin volver del asombro que hubo de pro ducirle mi perspicacia, llamó a sus
vecinos y a todos los tenderos del zoco...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 865ª noche
Ella dijo:
...En cuanto a mi amo, sin volver del asombro que hubo de producirle mi perspicacia, llamó a sus
vecinos y a todos los tenderos del zoco. Y les contó, con admiración, lo que había pasado, no sin
exagerar mi mérito, que ya de por sí era bastante asombroso.
Al oír aquel relato de mi amo todos los presentes se hicieron len guas de mi inteligencia, diciendo que
jamás habían visto un perro tan maravilloso. Y para comprobar por sí mismos las palabras de mi amo, no
porque sospechasen de su buena fe, sino sólo con el fin de alabar me más, quisieron poner a prueba mi
sagacidad. Y fueron a buscar todas las monedas falsas que tenían en sus casas, y me las enseñaron juntas
con otras de buena ley. Y al ver aquello, pensé: "¡Ya Alah! ¡asombra el número de monedas falsas que
hay en casa de toda esta gente!"
Sin embargo, como no quería con mi retraimiento que se ennegre ciera el rostro de mi amo en
presencia de sus vecinos, examiné con atención todas las monedas que me pusieron delante de los ojos. Y
no se presentó ni una sola falsa sobre la cual no pusiese yo la pata y la separase de las demás.
Y mi fama cundió por todos los zocos de la ciudad, y llegó hasta los harenes merced a la locuacidad
de la esposa de mi amo. Y desde por la mañana hasta por la noche asaltaba la panadería una
muchedumbre de curiosos que querían experimentar mi habilidad para dis tinguir la moneda falsa. Y toda
la jornada estaba yo ocupado en com placer así a los clientes, más numerosos de día en día, que iban a
casa de mi amo desde los barrios más apartados de la ciudad. Y de tal suerte, mi reputación procuró a mi
amo más ganancias que las de todos los panaderos de la ciudad reunidos. Y no cesaba mi amo de
bendecir mi llegada, que había sido para él tan preciosa como un tesoro. Y su fortuna, debida a sus
sentimientos caritativos, hubo de apenar al ven dedor de cabezas de carnero, que se mordía los dedos de
rabia. Y devorado por la envidia, no dejó de prepararme emboscadas para lle varme con él unas veces, y
otras para darme disgustos, excitando con tra mí, en cuanto yo salía, a todos los perros del barrio. Pero yo
no tenía nada que temer; pues, por una parte, estaba bien guardado por mi amo y por otra, estaba bien
defendido por los tenderos, admirados de mi habilidad.
Y hacía ya algún tiempo que vivía yo de aquel modo, rodeado de la consideración general; y hubiera
estado verdaderamente contento de mi vida, si no asaltase de continuo mi memoria el recuerdo de mi
antiguo estado de criatura humana. Y lo que sobre todo me hacía su frir no era el ser un perro entre los
perros, sino el verme privado del uso de la palabra y el estar reducido a expresarme con la mirada sola -
mente y con las patas o con gritos inarticulados. Y a veces, cuando me acordaba de la terrible noche del
cementerio, se me erizaban los pelos del lomo y me estremecía.
Un día entre los días, una vieja de aspecto respetable fué, como todo el mundo, a comprar pan a la
panadería, atraída por mi reputación. Y como todo el mundo, cuando cogió el pan y tuvo que pagar, no
dejó de tirarme algunas monedas entre las cuales había puesto a propósito, para hacer la experiencia, una
moneda falsa. Y al punto separé de las demás la moneda de mala ley y puse la pata encima, mirando a la
vieja, como para invitarla a comprobar si había acertado. Y cogió ella la moneda, diciendo: "¡Has
acertado! ¡es la falsa!" Y me miró con gran admiración, pagó a mi amo el pan que había comprado, y al
marchar se me hizo una seña imperceptible que significaba claramente: "¡Sí gueme!"
Y he aquí, ¡oh Emir de los Creyentes! que adiviné que aquella mujer se interesaba por mí de un modo
muy particular, pues la aten ción con que me había examinado era muy distinta de la manera cómo me
miraban los demás. Sin embargo, como medida de prudencia, la dejé marcharse, contentándome con
mirarla solamente. Pero después de dar algunos pasos, se volvió ella hacia mí, y al ver que yo no hacía
más que mirarla sin moverme de mi sitio, me hizo otra seña más apre miante que la primera. Entonces,
impulsado por una curiosidad más fuerte que mi prudencia, aprovechándome de que mi amo estaba a lo
último de la tienda ocupado en cocer pan, salté a la calle y seguí a aquella señora. Y eché a andar detrás
de ella, parándome de cuando en cuando, vacilante y meneando la cola. Pero, animado por ella, aca bé
por sobreponerme a mi inquietud y llegué con ella a su casa.
Y abrió ella la puerta de la casa, entró la primera y me invitó con voz muy dulce a hacer lo propio,
diciéndome: "¡Entra, entra, ¡oh pobre! que no te arrepentirás!" Y entré detrás de ella.
Entonces, después de cerrar la puerta, me llevó a los aposentos interiores y abrió una estancia, en la
que me introdujo. Y vi sentada en un diván a una joven como la luna, que bordaba. Y aquella joven, al
verme, se tapó inmediatamente con el velo; y la señora vieja le dijo: "¡Oh hija mía! te traigo al famoso
perro del panadero, el mismo que tan bien sabe diferenciar las monedas buenas de las monedas falsas.
Y ya sabes las dudas que te participé desde que corrió el primer rumor acerca del particular. Y hoy
he ido a comprar pan en casa de su amo el panadero y he sido testigo de la verdad de los hechos; y me
hice seguir por este perro tan raro que maravilla a Bagdad. ¡Dime, pues, tu opinión, ¡oh hija mía! a fin de
que sepa si me he equivocado en mis conjeturas!" Y al punto contestó la joven: "¡Por Alah ¡oh madre! que
no te equivocaste! Y en seguida voy a probártelo".
Y la joven se levantó en aquella hora y en aquel instante, cogió un tazón de cobre rojo lleno de agua,
murmuró sobre él ciertas pala bras que no entendí, y rociándome con algunas gotas de aquella agua, dijo:
"¡Si naciste perro, sigue siendo perro; pero si naciste ser huma no, sacúdete y recobra tu forma primitiva
en virtud de esta agua!" Y al instante me sacudí. Y se rompió el encanto, y perdí la forma de perro para
convertirme en hombre, que era mi estado natural.
Entonces, conmovido de agradecimiento, me eché a los pies de mi libertadora para darle gracias por
tan gran beneficio; y besé la orla de su traje; y le dije: "¡Oh joven bendita! Alah te premie con Sus
mejores dones el beneficio sin igual de que te soy deudor y con el que no has vacilado en favorecer a un
hombre que no conoces, que es ex traño en tu casa. ¿Cómo encontraré palabras para darte gracias y ben -
decirte como mereces? Sabe, al menos, que no me pertenezco ya que me has comprado por un precio que
excede en mucho a mi valor. Y a fin de que conozcas con exactitud al esclavo que ahora es de tu propie -
dad y posesión, voy a contarte mi historia en pocas palabras para no pesar sobre tus oídos ni fatigar tu
entendimiento".
Y entonces le dije quién era y cómo, siendo soltero, me decidé sú bitamente a tomar mujer y a
escogerla, no entre las hijas de los nota bles de Bagdad, nuestra ciudad, sino entre las esclavas
extranjeras que se venden y se compran. Y mientras mi libertadora y su madre me es cuchaban con
atención, les conté también cómo me había seducido la ex traña belleza de la joven del Norte, y mi
matrimonio con ella, y mi com placencia y mis miramientos para su persona, y mi proceder delicado, y mi
paciencia al soportar sus maneras extraordinarias.
Y les hice el relato del espantoso descubrimiento nocturno, y de todo lo consiguiente, desde el
principio hasta el fin, sin ocultarles un detalle.
Cuando mi libertadora y su madre oyeron mi relato, llegaron al límite de la indignación contra mi
esposa, la joven del Norte. Y la madre de mi libertadora me dijo: "¡Oh hijo mío! ¡qué conducta tan
extraña ha sido tu conducta! ¿Cómo ha podido inclinarse tu alma hacia una hija de extranjeros, cuando
nuestra ciudad es tan rica en jóvenes de todos los colores, y cuando tan escogidos y tan numerosos son
los beneficios de Alah sobre las cabezas de nuestras jóvenes?
Ciertamente, tendrías que estar hechizado para haber elegido de ese modo sin discer nimiento y haber
confiado tu destino en las manos de una persona que se diferenciaba de ti en la sangre, en la raza, en la
lengua y en el origen. Y bien veo que todo ha sido instigación del Cheitán, del Ma ligno, del Lapidado.
¡Pero demos gracias a Alah, que, por mediación de mi hija, te ha librado de la maldad de la extranjera y
te ha devuelto tu anterior forma de ser humano!" Y tras de besarle las manos, contesté: "¡Oh madre mía
bendita! me arrepiento, ante Alah y ante tu faz venerable, de mi acción desconsiderada. Y no anhelo otra
cosa que entrar en tu familia como he entrado en tu misericordia. Así, pues si quieres aceptarme por
esposo legítimo de tu hija la del alma noble, no tienes más que pronunciar la palabra de conformidad". Y
contestó ella: "¡Por mi parte, no veo inconveniente en ello! ¿Pero qué te parece a ti, hija mía? ¿Te
conviene este excelente joven que Alah ha puesto en nuestro camino?" Y mi joven libertadora contestó:
"Sí, por Alah, me conviene, ¡oh madre mía! Pero no es eso todo. Es preciso primero que para en adelante
le pongamos al abrigo de las asechanzas y de la maldad de su antigua esposa. ¡Porque no es suficiente
haber roto el encanto por el cual le había excluido ella de la sociedad de los seres humanos, y tenemos
que reducirla para siempre a la imposibilidad de hacerle daño!"
Y tras de hablar así, salió de la habitación en que estábamos, volviendo al cabo de un instante con un
frasco entre los dedos. Y me entregó aquel frasco, que estaba lleno de agua, y me dijo: "Sidi Nemán, mis
libros antiguos, que acabo de consultar, me afirman que la perversa extranjera no está en tu casa a la hora
de ahora y tardará en volver. Y también me afirman que la taimada finge, ante tus servidores, que siente
gran inquietud por tu ausencia. Apresúrate, pues, mientras ella está fuera, a volver a tu casa con el frasco
que acabo de poner entre tus manos, y a esperarla en el patio, de modo que cuando vuelva se encuentre
bruscamente cara a cara contigo. Y presa del asombro que le acometerá al verte de nuevo sin esperar,
volvera la espalda para emprender la fuga. Y al punto la rociarás con el agua de este frasco, gritándole:
"¡Abandona tu forma humana, y conviértete en yegua!" Y ella en seguida se tornará yegua entre las yeguas.
Y salta rás a su lomo, y la cogerás por la crin, y sin hacer caso de su resis tencia, harás que la pongan en la
boca un bocado doble a toda prueba. Y para castigarla como se merece, la emprenderás con ella a
latigazos hasta que el cansancio te obligue a interrumpirte. Y todos los días de Alah le harás sufrir un
trato análogo. Y de tal suerte será como la domines. Sin lo cual, su maldad acabará por sobreponerse. Y
te hará padecer".
Y yo ¡oh Emir de los Creyentes! contesté con el oído y la obe diencia, y me apresuré a ir a mi casa
para esperar la llegada de mi antigua esposa, situándome disimuladamente de modo que la viese venir
desde lejos y pudiese presentarme cara a cara de ella con brusquedad. Y he aquí que no tardó en
mostrarse. Y a pesar de la emoción que me embargó a su vista y a la vista de su belleza conmovedora, no
dejé de hacer aquello para lo cual había ido. Y logré a satisfacción convertirla en yegua.
Y desde entonces, tras de unirme por los lazos lícitos con mi libertadora, que era de mi sangre y de
mi raza, no dejé de hacer sufrir a la yegua que viste en el meidán ¡oh Emir de los Creyentes! el trato
cruel, sin duda alguna, que ha herido tu vista, pero que tiene justificación en la perniciosa maldad de la
extranjera.
¡Y ésta es mi historia!"
Cuando el califa hubo oído este relato de Sidi Nemán, se asombró mucho en su alma, y dijo al joven:
"Ciertamente, tu historia es singu lar, y resulta merecido el trato que haces sufrir a esta yegua blanca. Sin
embargo, me gustaría verte interceder con tu esposa para que consin tiese en buscar el modo de no
castigarla a diario con tanto rigor, aunque conservando a esa yegua con su forma de yegua.
¡Pero si la cosa no es posible, Alah es el más grande!"
Y tras de hablar así, Al-Raschid se encaró con el segundo persona je,que era el hermoso jinete que
cuando se le encontró iba a la cabeza del cortejo en un caballo que con su aspecto pregonaba su raza,
aquel jinete que caracoleaba como un emir o un hijo de rey y cuyo cortejo seguían un palanquín en que
iban sentadas dos princesas jóvenes y unos músicos que tocaban aires indios y chinos, y le dijo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 866ª noche
La pequeña Doniazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡por favor, apresúrate a decirnos qué pasó
cuando el califa se hubo encarado con el joven jinete detrás del cual tocaban aires indios y chinos!"
Y con testó Schehrazada: "¡De todo corazón amistoso!"
Y continuó de esta manera:
"...Cuando el califa se encaró con el hermoso jinete que estaba de pie entre sus manos, y a quien
había encontrado caracoleando sobre un caballo que con su aspecto pregonaba su raza, le dijo: "¡Oh
joven! por la cara me has parecido un noble extranjero, y para facilitarte el acceso a mi palacio te he
hecho venir a mi presencia a fin de que nues tro oído y nuestra vista se regocijen contigo. Así, pues, si
tienes alguna cosa que pedirnos, o alguna cosa admirable que contarnos, no te deten gas más". Y después
de besar la tierra entre las manos del calífa, el joven se inclinó y contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! el
motivo de mi llegada a Bagdad no es una embajada o comisión, como tampoco una simple curiosidad,
sino sencillamente el deseo de volver a ver el país en que nací y donde he de vivir hasta mi muerte. ¡Pero
tan asombrosa es mi historia, que no vacilo en contársela a nuestro dueño el Emir de los Creyentes!"
Historia del jinete detrás del cual tocaban aires indios y chinos
Has de saber ¡oh mi señor y corona de nuestra cabeza! que por mi antiguo oficio, que también fué el
oficio de mi padre y del padre de mi padre, era yo un leñador y el más pobre entre los leñadores de Bag -
dad. Y era mucha mi miseria, y a diario estaba agravada por la presen cia, en mi casa, de la hija de mi tío,
mi propia esposa, mujer de mal carácter, avara, pendenciera, dotada de ojos vacíos y de espíritu mezqui -
no. Además, no servía para nada absolutamente, y la escoba de nuestra cocina se hubiera podido
comparar con ella en ternura y en flexibili dad. Y como era más tenaz que una mosca borriquera y más
escan dalosa que una gallina asustada, había yo decidido, tras de muchas disputas y sinsabores, no
dirigirle la palabra nunca y ejecutar, sin discutir, todos sus caprichos, con objeto de tener alguna
tranquilidad a mi regreso del trabajo fatigoso de la jornada. Con lo cual, cuando el Donador retribuía mis
desvelos con algunos dracmas de plata, la mal dita no dejaba de acudir a apoderarse de ellos en cuanto
franqueaba yo el umbral. Y así es como transcurría mi vida, ¡ oh Emir de los Creyentes!
Un día entre los días, teniendo necesidad de comprarme una cuer da para atar los haces, pues la que
poseía estaba toda deshilachada, me decidí, a pesar del mucho terror que me inspiraba la idea de diri gir
la palabra a mi esposa, a participarle la necesidad que tenía de comprar aquella cuerda nueva. Y apenas
salieron de mi boca las pala bras "comprar" y "cuerda", ¡oh Emir de los Creyentes! creí que sobre mi
cabeza se abrían todas las puertas de las tempestades. Y aquello fué una tormenta desencadenada de
injurias y de recriminaciones que no es preciso repetir en presencia de nuestro amo. Y puso fin al
altercato, diciéndome: "¡Ah, el peor de los tunantes y de los malos sujetos! Sin duda sólo me reclamas
ese dinero para ir a gastártelo con las pelan druscas de Bagdad. Pero estate tranquilo, porque vigilo tu
conducta ojo avizor. Y si realmente reclamas para una cuerda ese dinero, saldré con tigo a fin de que la
compres en mi presencia. ¡Y además, no saldrás de casa sin mí en lo sucesivo!"
Y así diciendo, me arrastró airadamente al zoco, y ella misma pagó al mercader la cuerda que me era
necesaria para ganarme el pan. Pero Alah sabe a costa de cuántos regateos y mi radas atravesadas,
dirigidas alternativamente a mí y al asustado mercader, se ultimó aquella accidentada compra.
Pero ¡oh mi señor! aquello no era más que el principio de mi in fortunio de aquel día. Porque, al salir
del zoco, como quisiera yo des pedirme de mi esposa para ir a mi trabajo, me dijo ella: "¿Cómo, cómo se
entiende? ¡Yo voy contigo, y no te dejo!" Y sin más ni más, saltó al lomo de mi asno, y añadió: "En
adelante, con objeto de vigilar tu trabajo, te acompañaré a la montaña donde aseguras que pasas el día".
Y al escuchar semejante noticia, ¡oh mi señor! vi ennegrecerse ante mí el mundo entero, y comprendí
que ya no me quedaba más remedio que morir. Y me dije: "¡He aquí ¡oh pobre! que la calamitosa no va ya
a dejarte en paz! Antes, al menos, tenías alguna tranquilidad cuan do estabas solo en la selva. ¡Pero ahora
se terminó aquello! ¡Muere en tu miseria y en tu desesperación! ¡No hay recurso ni poder más que en
Alah el Misericordioso! ¡De El venimos y a El volveremos!" Y una vez que hube llegado a la selva,
resolví echarme de bruces y de jarme morir de muerte negra.
Y así pensando, sin contestar una palabra, eché a andar detrás del asno que llevaba a cuestas el peso
que gravitaba sobre mi alma y sobre mi vida.
Y he aquí que, de camino, el alma del hombre, que le es cara a la vida, me sugirió, a fin de evitar la
muerte, un proyecto en el cual no había pensado hasta entonces. Y no dejé de ponerlo en ejecución al
punto.
En efecto, no bien llegamos al pie de la montaña y mi esposa se apeó del asno, le dije: "Escucha, ¡oh
mujer! ¡ya que no es posible ocul tarte nada, voy a declararte que la cuerda que acabamos de comprar no
la tenía yo destinada a atar mis haces, sino que debía servir para enriquecernos por siempre!" Y estando
mi esposa bajo la impresión en que habíala sumido esta declaración inesperada, la conduje hacia el bro -
cal de un pozo antiguo, seco desde hacía años, y le dije: "¿Ves este pozo? ¡Pues bien; contiene nuestro
destino! Y voy a cogerlo con la cuerda". Y como la hija del tío estuviese más perpleja cada vez, añadí:
"¡Sí, por Alah! hace mucho tiempo que he tenido la revelación de un tesoro oculto en este pozo y que está
escrito en mi destino. ¡Y hoy es el día en que tengo que bajar a buscarlo! ¡Y por eso me decidí a ro garte
que me compraras esa cuerda!"
Apenas hube pronunciado las palabras del tesoro y de bajar al pozo, realizóse plenamente lo que yo
había previsto. Porque mi esposa exclamó: "¡No, por Alah! ¡yo soy quien bajará ahí dentro! Porque tú
nunca sabrías abrir el tesoro y apoderarte de él. Y además, no tengo confianza en tu honradez". Y al punto
se quitó su velo, y me dijo: "Va mos, date prisa a atarme con esa cuerda y a hacerme bajar a ese pozo".
Y yo, ¡oh mi señor! después de poner algunas dificultades, nada más que por fórmula, y ganarme
algunas injurias por mi vacilación, suspiré: "Hágase la voluntad de Alah y tu voluntad, ¡oh hija de
hombres de bien!" Y la até fuertemente con la cuerda, pasándosela por debajo de los brazos, y la dejé
escurrirse a lo largo del pozo. Y cuando sentí que había llegado al fondo, lo solté todo, tirando la cuerda
al fondo del pozo. Y lancé un suspiro de satisfacción como no se había exhalado de mi pecho desde que
salí del seno de mi madre. Y grité a la calamitosa: "¡Oh hija de hombres de bien! ¡ten la amabilidad de
permanecer ahí hasta que yo venga a sacarte!"
Y sin escuchar su respuesta, me volví tranquilamente a mi trabajo, y me puse a hacer haces cantando,
cosa que no me había ocurrido desde mucho tiempo atrás.
Y poseído de felicidad, creí que me habían crecido alas, pues me sentía ligero como los pájaros.
Libre así de la causa de mis tribulaciones, por fin pude gustar el sabor de la tranquilidad y de la paz.
Pero, al cabo de dos días, pensé para mi ánima: "Ya Ahmad, la ley de Alah y de Su enviado (¡con Él la
plegaria y las bendiciones!) no permite a la criatura qui tar la vida a otra criatura hecha a su imagen. Y al
abandonar en el fondo del pozo a la hija de tu tío, le expones a morir de inanición. Claro que una criatura
semejante merece el peor de los tratos. Pero no cargues tu conciencia con su muerte y sácala del fondo
del pozo. ¡Y además, quién sabe si esa lección la habrá corregido para siem pre su mal carácter!"
Y sin poder resistir a este aviso de mi conciencia, me dirigí al pozo, y grité a la hija de mi tío,
echándola otra cuerda: "Vamos, date prisa a atarte, que ya te saco. Espero que esta lección te habrá
corregido". Y cuando sentí que cogían la cuerda en el fondo del pozo esperé un momento para dar tiempo
a mi esposa a que se ata ra con ella fuertemente. Tras de lo cual, sintiendo que imprimía sacudidas a la
cuerda para significarme que ya estaba dispuesta, la izé a duras penas, de tan pesado como era el peso
que había al extremo de la cuerda. Y cuál no sería mi espanto ¡oh Emir de los Creyentes! al ver atado a
aquella cuerda, en lugar de la hija de mi tío, un genni gigante de aspecto poco tranquilizador...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 867ª noche
Ella dijo:
...Y cuál no sería mi espanto ¡ oh Emir de los Creyentes! al ver atado a aquella cuerda, en lugar de la
hija de mi tío, un genni gigante de aspecto poco tranquilizador, que, en cuanto hubo tocado tierra, se
inclinó ante mí y me dijo: "¡Cuántas gracias tengo que darte, ya Sidi Ahmad, por el servicio que acabas
de hacerme! Has de saber, en efecto, que me cuento en el número de los genn que no tienen la facultad de
volar por los aires y sólo pueden arrastrarse por la tierra, por más que de esta manera sea grande su
velocidad y les permita andar tan de prisa como los genn aéreos. Y he aquí que desde hace años yo, genni
terrestre, había elegido este pozo antiguo para hacer de él mi morada. Y acá vivía muy en paz, cuando,
hace dos días, bajó a mi mansión la peor mujer del Universo. No ha cesado de atormentarme desde que
me tocó por compañera, y durante todo este tiempo me ha obligado a maniobrar con ella sin descanso, a
mí, que hace años que vivía en el celibato y había perdido la costumbre de la copulación. ¡Ya Alah, cuán
agradecido te estoy por haberme librado de esa calamitosa! ¡Ah! ciertamente, un servicio tan impor tante
no quedará sin recompensa, porque ha caído en el alma de quien sabe su valor. He aquí, pues, lo que
puedo y quiero hacer por ti".
Y se interrumpió un momento para tomar aliento, en tanto que yo, tranquilizado por sus buenas
intenciones para conmigo, pensaba: "¡Por Àlah! esa mujer es cosa tan espantosa, que ha conseguido asus -
tar a los mismos genn y a los más gigantescos de entre los genn. ¿Cómo pude resistir tanto tiempo su
malicia y su maldad?" Y lleno de conmiseración para mí mismo y para mi compañero de infortunio, le
escuché entonces, prosiguiendo él de este modo: "Sí, ya Sidi Ah mad; de leñador que eres, voy a hacer de
ti un igual de los reyes más poderosos. Y he aquí cómo. Sé que el sultán de la India tiene una hija única,
que es una adolescente como la luna en su décimo cuarto día. Y es púber precisamente, con catorce años
y cuarto de edad y virgen como la perla en su nácar. Y quiero hacer que te la dé en matrimonio su padre
el sultán de la India, que la quiere más que a su propia vida. Y para realizar este proyecto, voy a ir a buen
paso, lo más de prisa que pueda, al palacio del sultán, en la India, y entraré en el cuerpo de la joven
princesa y tomaré posesión de su espíritu momentáneamente. Y de tal suerte, convertida en posesa,
parecerá loca a cuantos la rodean, y su padre, el sultán, procurará que la curen los médicos más hábiles
de la India. Pero ninguno podrá adivinar la verdadera causa del mal, que será mi presencia en el cuerpo
de la joven; y todos los cuidados que con ella tengan fracasarán bajo mi aliento y por mi voluntad. Y
entonces te presentarás tú, y serás quien cure a la prince sa. ¡Y voy a indicarte los medios para ello!" Y
tras de hablar así, el genni se sacó del pecho algunas hojas de un árbol desconocido, las cuales me
entregó, añadiendo: "Una vez que se te haya introducido a presencia de la princesa enferma, la
examinarás como si ignorases completamente su mal, tomarás actitudes cabizbajas y pensativas para
imponer con ellas a tu alrededor, y acabarás por coger una de estas hojas que empaparás en agua y con la
cual frotarás el rostro de la joven. Y al punto me veré forzado a salir de su cuerpo, y en aquella hora y en
aquel instante recobrará ella la razón y tornará a su estado prístino. Y en vista de ello, como recompensa
a la curación verificada, serás esposo de la joven, hija del rey.
Ésta es, ya Sidi Ahmad, la manera como quiero corresponder al servicio capital que me has hecho
librándome de esa mujer aterradora que ha venido a hacerme im posible la estancia en mi pozo, el
tranquilo paraje donde esperaba yo que transcurriesen mis días en el retraimiento. ¡Y Alah maldiga a la
calamitosa!"
Y tras de hablar así, el genni se despidió de mí, apremiándome para que me pusiese en camino hacia
el país de la India; me deseó buen viaje y desapareció a mis ojos, corriendo por la superficie de la tierra
como un navío empujado por la tempestad.
Entonces, ¡oh mi señor! al saber que en la India me esperaba mi destino, no vacilé en seguir las
instrucciones del genni y en po nerme al punto en camino para aquel país lejano. Y Alah me escribió la
seguridad, y después de un largo viaje lleno de fatigas, de priva ciones y de peligros que no hay ninguna
utilidad en narrar a nuestro amo, llegué sin contratiempo al país de la India, donde reinaba el sul tán padre
de mi futura esposa la princesa.
Y llegado de tal suerte al término de mi viaje, me enteré de que, en efecto, hacía ya algún tiempo que
habíase declarado la locura de la princesa, la cual tenía sumidos en la mayor consternación a la corte y a
todo el país, y que, después de haber empleado en vano la ciencia de los médicos más hábiles, el sultán
había prometido en ma trimonio la princesa al que la curara.
Entonces yo, ¡Oh Emir de los Creyentes! seguro de las instruc ciones que me había dado el genni y sin
ninguna inquietud respecto al éxito, me presenté a la audiencia que una vez al día concedía el sultán a los
que querían ensayar una cura para el espíritu de la princesa. Y entré con toda confianza en el aposento
donde estaba encerrada la jo ven, y no dejé de poner en práctica la lección del genni, adoptando todo
género de actitudes importantes para que se me tomase completamente en serio. Luego, una vez que
impuse a cuantos me rodeaban, y sin ha cer ninguna pregunta acerca del estado de la enferma, mojé una de
las hojas que poseía y froté con ella el rostro de la princesa.
Y al instante, la joven fué presa de convulsiones, lanzó un grito estridente y cayó desvanecida. Era
que el genni, con la impetuosidad de su salida del cuerpo de la joven, había producido aquel estado que
hubiera podido asustar a cualquier otro que no fuese yo. Pero, lejos de mostrarme alarmado, rocié con
agua de rosas el rostro de la joven y la hice volver en sí. Y se despertó en su cabal razón, y se puso a
hablar a todo el mundo con cordura, dulzura y aplomo, reconociendo a quienes la rodeaban y llamando
por su nombre a cada cual.
Y fué inmenso el júbilo en palacio y en toda la ciudad. Y el sul tán de la India, en agradecimiento al
servicio prestado, no renegó de su promesa, y me concedió a su hija. Y aquel mismo día se celebra ron
nuestras bodas con la mayor pompa, en medio del regocijo y la felicidad de todo el pueblo.
En cuanto a la segunda princesa, a quien viste sentada en el lado izquierdo del palanquín, ¡oh Emir de
los Creyentes! he aquí lo que pasó.
Cuando el genni gigante hubo abandonado el cuerpo de la prin cesa de la India, en virtud del pacto
concertado entre nosotros, torturó su espíritu para saber adónde iría a habitar en lo sucesivo, pues que ya
no tenía albergue y el pozo seguía ocupado por la calamitosa hija de mi tío. Por otra parte, durante su
estancia en el cuerpo de la joven, había acabado por tomarle el gusto a aquella especie de retiro, y se
había prometido, a su salida de allí, ir a escoger el cuerpo de otra jo ven. Tras de reflexionar, pues, un
instante, hizo su composición de lugar, y a toda velocidad se dirigió al reino de la China como un gran
navío ahuyentado por la tempestad.
Y no encontró nada mejor que ir a alojarse en el cuerpo de la hija del sultán de la China, una joven
princesa de catorce años y cuarto y virgen como la perla en su nácar. Y de repente, la princesa se entregó
a una serie de contorsiones y movimientos desordenados y a un desbordamiento de palabras incoherentes
que hicieron creer en su locura. Y por más que el desdichado sultán de la China llamó a presencia de su
hija a los más hábiles médicos chinos, no consiguió que su hija volviera a su estado anterior. Y con su
palacio y su reino, quedó sumido en la desolación y la desesperación, pues la princesa era su única hija y
era tan amable como encantadora y hermosa. Pero al fin Alah se apiadó de él, e hizo llegar hasta sus
oídos el rumor de la curación maravillosa, merced a mis cuidados, de la princesa india que había llegado
a ser mi esposa. Y al punto envió un embajador al padre de mi esposa para que me rogara que fuese a
curar a su hija, la princesa de la China, prometiéndomela en matrimono, caso de éxito.
Entonces fui en busca de mi joven esposa, hija del sultán de la India, y la puse al corriente de la
demanda y de la proposición que se me hacía. Y logré convencerla de que podía muy bien aceptar por
hermana a la princesa de la China que me ofrecían por esposa en caso de curación. Y partí para la China.
Pero ¡oh Emir de los Creyentes! todo lo que acabo de contarte acerca de la posesión de la princesa
china por el genni sólo hube de saberlo al llegar a la China, y de los propios labios del genni en cuestión.
Porque hasta entonces yo no conocía con exactitud la natu raleza del mal que sufría la princesa china, y
suponía que mis hojas llegarían a curar cualquier dolencia. Por eso hube de partir lleno de confianza, sin
sospechar que era mi antiguo amigo, el genni gigante, quien había causado el daño eligiendo para
domicilio el cuerpo de la hija del sultán.
Así es que, una vez que entré en el aposento de la princesa china, adonde había pedido que me
dejaran solo con la enferma, fué extre mado mi asombro al reconocer la voz de mi amigo el genni gigante,
que me decía por boca de la princesa: "¡Cómo! ¿eres tú, ya Sidi -Ahmad? ¿Eres tú, a quien he colmado de
beneficios, quien viene a echarme de la morada que he escogido para mi vejez? ¿No te da ver güenza
corresponder al bien con el mal? ¿Y no temes que, si me fuer zas a salir de aquí, vaya yo derecho a las
Indias para entregarme, durante tu ausencia, a diversas copulaciones extremadas con la persona de tu
esposa india, y la mate luego?"
Y como no era poco lo que me asustaba aquella amenaza, se aprovechó de ello para contarme su
historia a partir del día en que había salido del cuerpo de mi esposa india, y por mi bien me abjuró a que
le dejara vivir tranquilamente en el nuevo alojamiento que había escogido.
Entonces, yo, muy perplejo, y sin querer caer en falta de grati tud con aquel excelente genni que, en
suma, había sido el causante de mi fortuna, ya iba a decidirme a volver al lado del sultán de la China
para declararle que me sentía incapaz de librar, con mi ciencia, de su mal a la princesa, cuando Alah
infundió en mi espírtu una estratagema. Me encaré, pues, con el genni, y le dijo: "¡Oh jefe de los genn y
corona suya, oh excelente! no es para curar a la princesa de China por lo que he venido aquí, sino que
hice todo este viaje para rogarte, por el contrario, que vengas en mi socorro. Sin duda te acordarás de
aquella mujer con quien pasaste en el pozo algunos malos ratos. Pues bien; aquella mujer era mi esposa,
la hija de mi tío. Y fui yo quien la arrojó a aquel pozo para tener paz. Y he aquí que la calamidad me
persigue, porque no sé quién ha podido sacar de allí a esa hija de perro. Pero el caso es que está en
libertad y me persigue los pasos. Va detrás de mí por todas partes, y ¡qué desgracia la nuestra! dentro de
un instante estará aquí mismo. Y ya la oigo gritar con su voz aborrecible en el patio del palacio. Por
favor, ayúdame, ¡oh amigo mío! ¡Vengo a implorar tu concurso.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 868ª noche
Ella dijo:
"...Y ya la oigo gritar con su voz aborrecible en el patio del pa lacio. Por favor, ayúdame, ¡oh amigo
mío! ¡Vengo a implorar tu con curso!"
Cuando el genni hubo oído mis palabras, sintió que le poseía un terror indescriptible, y exclamó:
"¡Mi concurso! ¡ya Alah! ¡mi con curso! ¡Que mis hermanos los genn me preserven de encontrarme nun ca
cara a cara con una mujer semejante! ¡Amigo Ahmad, arréglate como puedas! En cuanto a mí nada podría
hacer. Y me voy al instante".
Dijo, y salió con estrépito del cuerpo de la princesa para echar a correr y devorar a su paso la
distancia: parecía un navío grande ahuyen tado en el mar por la tempestad.
Y la princesa china volvió a la razón. Y llegó a ser mi segunda esposa.
Y desde entonces viví con las dos jóvenes reales entre delicias de todas clases y placeres delicados.
Y a la sazón pensé, antes de ser sultán de la India o de la China y de encontrarme en la imposibilidad
de viajar, en volver a ver el país en que nací como leñador, esta ciudad de Bagdad, ciudad de paz.
Y ya sabes ¡oh Emir de los Creyentes! por qué me has encontrado en el puente de Bagdad a la cabeza
de mi cortejo, seguido del palanquín que llevaba a mis dos esposas, las princesas de la India y de la
China, en honor de las cuales los músicos tocaban en sus instrumentos aires indios y chinos.
¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando el califa hubo oído el relato del noble jinete, se levantó en honor suyo y le invitó a sentarse
junto a él en el lecho del trono. Y le felicitó por haber sido escogido por los decretos del Todopoderoso
para convertirse, de pobre leñador que era, en heredero del trono de la India y del trono de la China. Y
añadió: "¡Alah selle nuestra amistad y te guarde y te conserve para dicha de tus futuros reinos!"
Tras de lo cual, Al-Raschid se encaró con el tercer personaje, que era el venerable jeique de mano
generosa, y le dijo: "¡Oh jeique! te he encontrado ayer en el puente de Bagdad, y lo que he visto de tu ge -
nerosidad, de tu modestia y de tu humildad ante Alah me ha incitado a tratarte más de cerca. Y estoy
convencido de que las vías de que plugo al Retribuidor servirse para gratificarte con Sus dones deben ser
extra ordinarias. Tengo mucha curiosidad por saberlas por ti mismo, y para darme esa satisfacción, te he
hecho venir. Háblame, pues, con sinceri dad, a fin de que me regocije participando de tu dicha con más
conoci miento. ¡Y ten la seguridad de que, digas lo que digas, de antemano estás cubierto con el pañuelo
de mi protección y de mi salvaguardia!"
Y después de besar la tierra entre las manos del califa, contestó el jeique de mano generosa: "¡Oh
Emir de los Creyentes! te haré el relato fiel de lo que merece ser contado en mi vida. ¡Y si mi historia es
asom brosa, más asombrosos todavía son el poderío y la munificencia del Due ño del Universo!"
Y contó su historia como sigue:
Historia del jeique de mano generosa
"Has de saber ¡oh mi señor y señor de todo beneficio! que toda mi vida ejercí el oficio de pobre
cordelero, trabajando en el cáñamo, como antes que yo habían trabajado mi padre y mis antepasados. Y
lo que ganaba con mi oficio apenas bastaba para alimentarnos a mí, a mi esposa y a mis hijos. Pero,
exento de capacidades para ejercer otra pro fesión, me contentaba, sin renegar demasiado, con lo poco
que nos de paraba el Retribuidor, y sólo atribuía mi miseria a mi falta de maña y a la pesadez de mi
espíritu. Y en eso no me equivocaba; debo declararlo con toda humildad ante el Dueño de la inteligencia.
Pero ¡oh mi señor! la inteligencia no ha sido nunca patrimonio de los cordeleros que tra bajan en cáñamo
y su sitio predilecto no iba a estar debajo del turban te de un cordelero que trabajara en cáñamo. Por eso,
al fin y al cabo, no me quedaba más que comer el pan de Alah sin emitir aspiraciones más irrealizables
que pasar de un salto la cumbre de la montaña Kaf.
Un día entre los días, estando yo sentado en mi tienda con una cuerda de cáñamo sujeta al dedo gordo
del pie y acabando de confeccio narla, vi acercarse dos ricos habitantes de mi barrio que tenían cos -
tumbre de ir a sentarse delante de mi tienda, para charlar de unas cosas y de otras, tomando el aire de la
tarde. Y aquellos dos notables de mi barrio estaban unidos por la amistad, y les gustaba discutir entre sí,
tan pronto sobre una cosa como sobre otra, desgranando su rosario de ám bar. Pero jamás, en la animación
de sus charlas, habían llegado a pro nunciar una palabra más alta que otra ni a salirse de la cortesía que
los amigos deben tener con los amigos en las relaciones de la vida. Bien al contrario, cuando uno hablaba
el otro escuchaba, y viceversa. Con lo cual sus discursos eran siempre sensatos, y yo mismo, no obstante
mi poca inteligencia, solía sacar provecho de tan buenas palabras.
Y aquel día, una vez que me hicieron la zalema y yo se la devolví como es debido, fueron a su sitio
habitual delante de mi tienda y con tinuaron una charla que ya habían iniciado, en su paseo. Y uno de ellos
que se llamaba Si Saad, dijo a otro, que se llamaba Si Saadi: "¡Oh amigo mío Saadi! no es por
contradecirte; pero, por Alah, un hombre no puede ser dichoso en este mundo más que teniendo bienes y
grandes riquezas para vivir con toda independencia. Y por otra, parte, los pobres no son pobres más que
porque han nacido en la pobreza, transmitida de padres a hijos, o porque, nacidos con riquezas, las han
perdido a causa de la prodigalidad, de la relajación, de algún mal negocio o sencillamente por una de
esas fatalidades contra las cuales es impotente la cria tura. De todos modos, ¡oh Saadi! mi opinión es que
los pobres sólo son pobres porque no pueden llegar a acumular una cantidad de dinero lo bastante
importante para permitirles enriquecerse definitivamente con algún negocio comercial emprendido a
tiempo. Y entiendo que si, enri quecidos de tal suerte, hacen un uso conveniente de su riqueza, no sola -
mente serán ricos, sino que llegarán a ser más opulentos por el tiempo".
A lo cual respondió Si Saadi, diciendo: "¡Oh amigo mío Saad! no es por contradecirte; pero por Alah
que estoy contrariado por no ser de tu opinión. Por lo pronto, claro que más vale, generalmente, vivir con
desahogo que con pobreza. Pero la riqueza por sí misma no tiene nada que pueda tentar a un alma sin
ambición. A lo más, es útil para sembrar dádivas, en torno nuestro. ¡Pero cuántos inconvenientes tiene!
¿No sabemos algo de eso por nosotros mismos, que a diario tenemos que aguantar tantos ajetreos y
sinsabores? ¿Y no es, en suma, prefe rible a la nuestra la suerte de nuestro amigo Hassán el cordelero? Y
además, ¡oh Saad! el medio que propones para que un pobre se vuelva rico no me parece tan seguro como
a ti. Considera, en efecto, que ese medio es muy problemático, porque depende de una porción de
circuns tancias y coincidencias tan problemáticas como él mismo, y que sería demasiado prolijo discutir.
Por mi parte, creo que un pobre desprovisto de todo dinero en un principio tiene, por lo menos, tantas
probabilida des de hacerse rico como si poseyera algo; quiero decirte, pues, que sin un ahorro inicial
puede llegar a ser inmensamente rico sin tomarse el menor trabajo, sencillamente porque tal sea su
destino. Por eso entiendo que es del todo inútil hacer economías en previsión de los días. malos, pues los
días malos como los buenos nos vienen de Alah, y hacemos mal en escatimar los bienes que nos depara
el Retribuidor en el presente, tratando de apartar lo que nos sobre. Este exceso, ¡oh Saad! si existe, debe
ir a parar a los pobres de Alah; y reservárnoslo supone falta de confianza en la generosidad del
Retribuidor. En cuanto a mí, ¡oh amigo mío! no se pasa día en que no me despierte diciéndome:
"¡Regocíjate, ya Si Saadi, porque quien sabe en qué consistirá hoy el beneficio que te haga tu Señor!" Y
jamás ha sido defraudada mi fe en el Retribuidor. Y por eso en mi vida he trabajado ni me he preocupado
nunca del ma ñana. Y ésta es mi opinión".
Al oír estas palabras de su amigo, el notable Si Saad contestó: "¡Oh Saadi! bien se me alcanza que
por hoy sería verdaderamente in útil persistir en sostener mi opinión en contra de la tuya. Por eso, en vez
de discutir sin objeto, prefiero intentar una experiencia que pueda con vencerte de la excelencia de mi
manera de considerar la vida. Quiero, pues, ir sin tardanza en busca de un hombre verdaderamente pobre,
nacido de un padre tan miserable como él, a quien daré sin más ni más una suma importante que le sirva
de ahorro inicial. Y como el hombre que escogeré tendrá que haber dado prueba de honradez, la
experien cia nos probará quién de nosotros dos tiene razón, si tú, que todo lo esperas del Destino, o yo,
que entiendo es preciso que cada uno edifi que por sí mismo la propia casa".
Y contestó Si Saadi: "Está muy bien, ¡oh amigo mío! Y para dar con el hombre pobre y honrado de
que hablas, no tenemos necesidad de ir a buscarle lejos. He aquí a nuestro amigo Hassán el cordelero,
que, verdaderamente, reúne las condiciones requeridas. ¡Y no podrá caer tu liberalidad sobre cabeza más
digna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 869ª noche
Ella dijo:
"...He aquí a nuestro amigo Hassán el cordelero, que, verdade ramente, reúne las condiciones
requeridas. ¡Y no podrá caer tu libera lidad sobre cabeza más digna!"
Y contestó Si Saad: "¡Por Alah, que dices verdad! Y sólo por olvido quise buscar fuera de aquí lo
que tenemos al alcance de la mano".
Luego se encaró conmigo y me dijo: "¡Ya Hassán! sé que tienes una numerosa familia, la cual tiene a
su vez bocas numerosas y dien tes numerosos, y que ni uno de los cinco hijos con que te ha gratifi cado el
Donador está todavía en edad de ayudarte a la menor cosa. Por otra parte, sé que el cáñamo sin trabajar,
aunque no está dema siado caro a la cotización actual del zoco, precisa de algún dinero para comprarlo. Y
para disponer de ese dinero hay que haber hecho economías. Y las economías no son posibles en un
hogar como el tuyo, donde el haber es más exiguo que el debe. Así, pues, ¡ya Hassán! para ayudarte a
salir de la miseria, quiero hacerte don de una suma de doscientos dinares de oro, que te servirán de fondo
inicial para am pliar tu comercio cordelero. ¡Dime, pues, si con esa suma de doscientos dinares crees que
podrás sacar adelante el negocio, haciendo fructificar el dinero con habilidad y sagacidad!"
Y yo ¡oh Emir de los Creyentes! contesté: "¡Oh amo mío! ¡que Alah alargue tu vida y te haga
recuperar el céntuplo de lo que me ofrece tu munificencia! Y puesto que te dignas interrogarme, me atre vo
a decirte que en mi tierra el grano cae en un suelo fértil, y que, sin presumir con exceso de mis aptitudes,
una suma mucho menor entre mis manos bastaría, no solamente para que fuera yo tan rico como los
principales cordeleros de mi profesión, sino hasta para que fuera yo solo más opulento que todos los
cordeleros reunidos de esta ciudad de Bagdad, no obstante lo populosa y grande que es -siempre que
Alah me favorezca-, ¡inschalah!"
Y Si Saad, muy satisfecho de mi respuesta, me dijo: "¡Me inspi ras mucha confianza, ya Hassán!" Y se
sacó del seno una bolsa, que puso entre mis manos, y me dijo: "Toma esta bolsa que contiene los
doscientos dinares consabidos. ¡Y ojalá hagas de ellos un uso afortu nado y prudente y encuentres ahí el
germen de la riqueza! ¡Y ten la seguridad de que yo y mi amigo Si Saadi nos regocijaremos en extre mo si
un día sabemos que en la prosperidad eres más dichoso que en medio de privaciones.
Entonces, ¡oh mi señor! tomando la bolsa, llegué al límite de los transportes de alegría. Y era tal mi
emoción, que me sentí incapaz de hacer decir a mi lengua las palabras de gratitud que convenía pronun -
ciar en semejante circunstancia; y a duras penas pude inclinarme has ta tierra y coger el borde del traje de
mi bienhechor, llevándomelo a los labios y a la frente. Pero él se apresuró a retirarlo con modestia y se
despidió de mí. Y acompañado de su amigo Si Saadi, se levantó para continuar su interrumpido paseo.
En cuanto a mí, cuando se hubieron alejado ellos, el primer pen samiento que asaltó naturalmente mi
espíritu fué buscar un sitio don de guardar bien la bolsa de doscientos dinares para que estuviera se gura
del todo. Y como en mi pobre casita, compuesta de una sola pieza, no había ni armario, ni olor a armario,
ni cajón, ni cofre, ni nada semejante donde esconder un objeto que se tuviese que esconder, quedé
extremadamente perplejo, y por un momento pensé en ir a ente rrar aquel dinero en algún paraje desierto,
fuera de la ciudad, mientras daba con el modo de hacerlo fructificar. Pero volví de mi acuerdo al pensar
que mi mala suerte podría hacer que se descubriera mi escon dite o que algún labrador me viera. Y al
punto se me ocurrió la idea de que lo mejor sería ocultar la bolsa en los pliegues de mi turbante. Y en
aquella hora y en aquel instante me levanté, cerré la puerta de la tienda, y desenrollé mi turbante en toda
su extensión. Y empecé por sacar de la bolsa diez monedas de oro que aparté para gastarlas, y envolví el
resto, con la bolsa, en los pliegues de la tela, cogiéndola por un extremo. Y anudando este extremo a la
bolsa, lo junté con mi gorro y me hice de nuevo el turbante con cuatro vueltas perfectamente com binadas.
Y entonces pude respirar más a mis anchas.
Acabado este trabajo, volví a abrir la puerta de mi tienda, y me apresuré a ir al zoco para
aprovisionarme de cuanto tenía necesidad. Comencé por comprarme una buena cantidad de cáñamo, que
llevé a mi tienda. Tras de lo cual, como hacía tiempo que no había yo visto carne en mi casa, fui a la
carnicería y compré una espaldilla de corde ro. Y emprendí el camino a casa para llevar a mi mujer
aquella espal dilla de cordero, a fin de que nos la guisase con tomates. Y de antema no me regocijaba con
el júbilo de los niños a la vista de aquel manjar suculento.
Pero ¡oh mi señor! mi presunción era demasiado notoria para que se quedase sin castigo. Porque me
había yo puesto a la cabeza aquella espaldilla, y caminaba moviendo mucho los brazos, con el es píritu
perdido en mis ensueños de opulencia. Y he aquí que un gavilán hambriento se abalanzó a la espaldilla de
cordero, y antes de que yo pudiese alzar los brazos o hacer el menor movimiento, me la arrebató, así
como el turbante con lo que contenía, y remontó el vuelo lleván dose la espaldilla en el pico y el turbante
en las garras.
Y al ver aquello, me puse a lanzar gritos tan desaforados, que los hombres, mujeres y niños de la
vecindad se conmovieron y junta ron sus gritos a los míos para asustar al ladrón y hacerle soltar su presa.
Pero en vez de producir este efecto, nuestros gritos no hicieron más que excitar al gavilán a acelerar el
movimiento de sus alas. Y pronto desapareció en los aires con mi hacienda y mi suerte.
Y yo, despechado y entristecido, tuve que resignarme a comprar otro turbante, lo que ocasionó una
nueva disminución en los dinares de oro que había tenido cuidado de sacar de la bolsa, y que a la sazón
constituían todo mi haber. Y he aquí que, como había gastado buena parte de ello en la compra de mis
provisiones de cáñamo, lo que me quedaba estaba lejos de bastar para hacerme concebir en adelante só -
lidas esperanzas en mi porvenir de opulencia. Pero en verdad que lo que me causó más pena y
ensombreció el mundo ante mis ojos fué el pensamiento de que mi bienhechor Si Saad tuviera que
arrepentirse de haber escogido tan mal al hombre a quien había confiado su dinero y el éxito de la
experiencia proyectada. Y me decía yo, además, que cuan do él se enterara de la funesta aventura, acaso
la considerase una in vención de mi parte y me abrumara con su desprecio.
De todos modos, ¡oh mi señor! mientras duraron los escasos di vares que me quedaron después del
robo llevado a cabo por el gavilán, no tuvimos en casa demasiados motivos de queja. Pero cuando se
gastó la última moneda menuda, no tardamos en caer en la misma miseria de tiempo atrás, y me vi en
igual imposibilidad de salir de mi estado. Sin embargo, me guardé bien de murmurar contra los decretos
del Altísimo, y pensé: "¡Oh pobre! ¡el Retribuidor te ha dado bienes cuan do menos lo esperabas, y te los
ha quitado casi al mismo tiempo, por que así le plugo, y suyos eran esos bienes! ¡Resígnate ante Sus
Decre tos, y sométete a Su voluntad!"
Y mientras a mí me agitaban estos sentimientos, estaba de lo más inconsolable mi mujer, a quien yo
no había podido por menos de participar la pérdida que sufrí y de dónde me llegaba. Y para colmo de
infortunio, como en mi turbación también se me había escapado decir a mis vecinos que con mi turbante
perdía el valor de ciento noventa dinares de oro, mis vecinos, para quienes era conocida mi pobreza
desde hacía mucho tiempo, se rieron de mis palabras con sus hijos, persuadidos de que la pérdida de mi
turbante me había vuelto loco.
Y las mujeres decían a mi paso, riendo: "¡Ahí va el que dejó echar a volar su razón con su turbante!"
¡Eso fué todo!
Y he aquí ¡oh Emir de los Creyentes! que haría unos diez meses que el gavilán me había ocasionado
aquella desgracia, cuando los dos señores amigos Si Saad y Si Saadi pensaron ir a pedirme cuentas del
uso que había hecho yo de la bolsa de doscientos dinares. Y mientras se dirigían a mí, Si Saad decía a Si
Saadi: "¡Ya hace días que pensa ba en nuestro amigo Hassán, complaciéndome mucho en la satisfac ción
que voy a tener al hacerte testigo de nuestra experiencia! Vas a notar en él un cambio tan grande, que nos
costará trabajo reconocer le".
Y como ya estaban muy próximos a la tienda, Si Saadi contestó sonriendo "Me parece, por Alah, ¡oh
amigo mío Saad! que te comes el cohombro antes de que esté maduro. Por lo que a mí respecta, con mis
propios ojos veo yo a Hassán sentado como de ordinario, con el cáñamo sujeto al dedo gordo del pie;
pero no asombra mi vista ningún cambio notable de su persona. Porque hele aquí tan pobremente vesti do
como antes, y la única diferencia que observo en él es que su tur bante es un poco menos feo y grasiento
que el que tenía hace diez meses. Además, míralo por ti mismo, y verás que lo que he dicho no tiene
vuelta de hoja".
A la sazòn, Si Saad, que ya había llegado ante la tienda, me exa minó y vió también que en mi estado
no había alteración ni mejora en mi aspecto. Y entraron en mi casa ambos amigos, y después de las
zalemas de rigor, Si Saad me dijo: "Y bien, Hassán, ¿a qué obedece esa cara demudada y ese aire
compungido? ¡Por lo visto, tus negocios te dan que hacer y el cambio de vida te entristece un poco!"
Y con los ojos bajos, contesté: "¡Oh mis señores! Alah prolongue vuestra vida; pero el Destino
siempre es enemigo mío y los tribulaciones del presente son peores que las del pasado. ¡En cuanto a la
confianza que mi amo Si Saad ha cifrado en su esclavo, se ve defraudada, no ciertamente por culpa de su
esclavo sino por culpa de la hostilidad del Destino!" Y les conté mi aventura con todos los detalles, tal
como te la he contado, ¡oh Emir de los Creyentes! Pero no hay utilidad en repetirla.
Cuando hube terminado mi relato, vi que Si Saadi sonreía con malicia, mirando a Si Saad, que estaba
muy abatido. Y hubo un mo mento de silencio, al cabo del cual me dijo Si Saad: "En verdad que el éxito
no es tal como yo esperaba. Pero no voy a hacerte reproches, aunque esa historia del gavilán sea un poco
extraña, y me induzca, en uso de mi derecho, a no creerla y a suponer que te has divertido, te has regalado
y has estado de comilona con el dinero que te di para que de él hicieras un uso muy distinto. De todos
modos, deseo intentar la experiencia contigo una vez más, y entregarte otra suma igual a la primera.
¡Porque no quiero que mi amigo Saadi se salga con la suya después de una sola tentativa por mi parte!"
Y tras de hablar así, me contó doscientos dinares, diciéndome: "Quiero creer que esta vez no
guardarás esa suma en tu turbante...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 870ª noche
Ella dijo:
"...Quiero creer que esta vez no guardarás esa suma en tu tur bante". Y cuando ya le cogía yo las
manos para llevármelas a los la bios, me dejó y se fué con su amigo.
Por lo que a mí respecta, no reanudé mi trabajo cuando se mar charon, y me apresuré a cerrar la tienda
y a entrar en casa, sabiendo que a aquella hora no encontraría allí a mi mujer ni a los niños. Y puse aparte
diez dinares de oro de los doscientos, y envolví los otros ciento noventa en un lienzo, atándolo. Y ya sólo
me quedaba dar con un lugar seguro para esconder aquel dinero. Así es que, después de haber
reflexionado mucho tiempo, se me ocurrió meterlo en el fondo de una cuba llena de salvado, donde me
imaginaba con razón que na die pensaría en ir a buscarlo. Y tras de colocar otra vez la cuba en su rincón,
salí mientras mi mujer entraba a preparar la comida. Y deján dola sola le dije que iba a comprar cáñamo,
pero que volvería a la hora de comer. Y he aquí que mientras yo estaba en el zoco para hacer aquella
compra, acertó a pasar por mi calle un vendedor de esa tierra que limpia los cabellos y de la cual se
sirven las mujeres en el hammam, y se anunció con su pregón. Y mi mujer, que desde hacía mucho tiem po
no se había limpiado el cabello, llamó al vendedor. Pero como no tenía dinero encima, no sabía qué
hacer para pagarle, y pensó, dicién doselo a sí misma: "Esta cuba de salvado que hace tanto tiempo que
está aquí, por el momento no nos es de ninguna necesidad. Voy, pues, a dársela al vendedor a cambio de
la tierra de limpiar el cabello".
Y así lo hizo.
Y tras de consentir el vendedor en este cambio, quedó ul timado el trato. Y se llevó la cuba con su
contenido.
En cuanto a mí, a la hora de comer volví cargado con cuanto cáñamo podía llevar a cuestas, y lo puse
en el sobradillo que a este efecto había dispuesto en la casa. Luego me apresuré a echar disimula damente
una ojeada a la cuba que contenía mi fortuna. Y vi lo que vi. Y pregunté con precipitación a mi mujer por
qué había quitado la cuba de su sitio habitual. Y me contestó contándome tranquilamente el cam bio
consabido. Y con la impresión entró la muerte roja en mi alma.Y me desplomé en el suelo como un
hombre atacado de vértigo. Y excla mé: "Alejado sea el Lapidado, ¡oh mujer! Acabas de cambiar mi
desti no, tu destino y el destino de nuestros hijos por un poco de tierra de limpiar los cabellos. ¡Esta vez
estamos perdidos sin remedio!" Y en pocas palabras la puse al corriente de la cosa.
Y ella empezó a lamen tarse, a golpearse el pecho, a mesarse los cabellos y a desgarrarse los vestidos
con desesperación. Y exclamó: "¡Oh, qué desgracia por culpa mía! He vendido la fortuna de los niños a
ese vendedor de tierra de limpiar, a quien no conozco. Es la primera vez que pasa por nuestra calle, y ya
no volveré a encontrarle nunca, sobre todo ahora que habrá descubierto la bolsa."
Luego, tras de la reflexión, hubo de reprochar me mi falta de confianza en ella para un asunto de tanta
importancia, diciéndome que seguramente se habría evitado aquella desgracia si yo le hubiese dado parte
de mi secreto. Y sin duda sería demasiado proli jo contarte, ¡oh mi señor! pues no ignoras cuán elocuentes
son las mujeres en la aflicción, todo lo que el dolor le puso entonces en la boca. Y yo no sabía qué hacer
para calmarla. Le decía: "¡Oh hija del tío, modérate, por favor! ¿No ves que vas a atraer con tus gritos y
tus llantos a todos los vecinos, y verdaderamente no hay necesidad de que se enteren de esta segunda
desgracia, cuando no tienen ya bastante son risas y palabras burlonas para hacer befa de nosotros y
humillarnos con lo del gavilán? Y ahora tendrían doble gusto en bromearnos por nuestra candidez.
Así que es preferible para nosotros, que ya hemos aguantado sus bromas, ocultar esta pérdida y
soportarla pacientemente, sometiéndonos a los decretos del Altísimo. Todavía hemos de bendecirle por
no haber querido quitarnos de Sus dones más que ciento noventa monedas, dejándonos estas diez, cuyo
empleo no dejará de proporcionarnos algún desahogo." Pero, por muy buenas que fuesen mis razones, a
mi mujer le costó mucho trabajo rendirse a ellas. Y sólo conseguí consolarla poco a poco, diciéndole:
"Es verdad que so mos pobres. Pero, en suma, ¿qué tienen más que nosotros en la vida los ricos? ¿No
respiramos el mismo aire? ¿No disfrutamos del mismo cielo y de la misma luz? ¿Y no se mueren ellos
como nosotros?" Y hablando así, ¡oh mi señor! no solamente acabé por convencerla, sino por
convencerme a mí mismo. Y reanudé mi trabajo, con el espíritu tan libre como si no nos hubiesen
sucedido aquellas dos aflictivas aventuras.
Una sola cosa, sin embargo, continuaba apenándome: me sentía inquieto al preguntarme a mí mismo
cómo iba a resistir la presencia de Si Saad, mi bienhechor, cuando fuera a pedirme cuentas del empleo de
los doscientos dinares de oro. Y esta idea ennegrecía ante mi rostro el mundo y la vida.
Por fin llegó el tan temido día que me puso en presencia de am bos amigos. Y felicitándose por haber
tardado tanto en ir a saber noti cias mías, Si Saad debía decir sin duda a Si Saadi: "No nos apresu remos a
ir en busca de Hassán el cordelero. Porque cuanto más retra semos nuestra visita, más se habrá
enriquecido, y será mayor la satis facción que yo tenga." Y Si Saadi supongo que respondería, sonriendo:
"¡Por Alah, que no deseo otra cosa que estar de acuerdo contigo! No obstante, me temo que el pobre
Hassán todavía tenga que recorrer mucho camino antes de llegar al paraje donde le espera la opulencia.
Pero ya hemos llegado. ¡Y él mismo ha de decirnos cómo van sus negocios!"
Y yo i oh Emir de los Creyentes! estaba tan confuso, que no tenía más que un deseo, y era el de
ocultarme a su vista; y con todas mis fuerzas anhelaba que la tierra se abriese y me tragase. Así es que
cuando estuvieron delante de la tienda, hice como que no les advertía, y aparenté estar muy atareado en
mi trabajo de cordelero. Y sólo le vanté los ojos para mirarles cuando me hicieron la zalema y me vi
obligado a devolvérsela. Y para que no durasen mucho rato mi supli cio y mi azoramiento, no quise
esperar a que me preguntaran, y me encaré resueltamente con Si Saad y le conté, sin tomar aliento, la se -
gunda desgracia que me había ocurrido, es decir, el cambio que mi mujer hizo de la cuba de salvado,
donde escondí la bolsa, por un poco de tierra de limpiar el cabello. Y habiéndome desahogado así un
tanto, bajé los ojos, me volví a mi sitio y reanudé mi trabajo sujetando de nuevo la madeja de cáñamo al
dedo gordo de mi pie izquierdo.
Y pensé: "Ya he dicho lo que tenía que decir. ¡Y Alah sólo sabe lo que sucederá!"
Pero, lejos de enfadarse conmigo o de injuriarme, motejándome de embustero y de hombre de mala
fe, Si Saad supo contenerse, sin demostrar ni por asomo el despecho que sentía al ver que el Destino le
quitaba la razón con tanta persistencia. Y se contentó con decirme: "Después de todo, Hassán, es posible
que sea verdad cuanto me cuen tas, y que verdaderamente se haya esfumado la segunda bolsa, como se
esfumó su hermana. Sin embargo, es un poco asombroso, en ver dad, que el gavilán y el vendedor de
tierra de limpiar se hayan presen tado, precisamente en el momento en que te hallabas distraído o ausen te.
¡De cualquier modo, renuncio a intentar nuevas experiencias en lo sucesivo!" Luego se encaró con Si
Saadi, y le dijo: "Pero ¡oh Saadi! no persisto menos en pensar que sin dinero nada es posible, y que un
pobre permanecerá pobre mientras con su trabajo no fuerce al Destino para que le sea favorable".
Pero Si Saadi contestó: "¡Qué error el tuyo, ¡oh generoso Saad! Para que prevaleciera tu opinión, no
has vacilado en tirar cuatrocientos dinares, llevándose la mitad un gavilán y la otra mitad un vendedor de
tierra de limpiar los cabellos. Pues bien, por mi parte, no seré tan generoso como tú has sido, sino que
solamente quiero, a mi vez, tratar de probarte que la marcha del Destino es la única norma de nuestra
vida, y que los decretos del Destino son los únicos elementos de buena o mala suerte con que podemos
contar." Luego se encaró conmigo, y enseñándome un gran trozo de plomo que acababa de coger del
suelo, me dijo: "¡Oh Hassán, de quien huyó la suerte hasta el presente! qui siera ayudarte, como lo ha
hecho mi generoso amigo Si Saad. Pero Alah no me ha favorecido con tantas riquezas, y todo lo que
puedo darte es este pedazo de plomo, que sin duda ha perdido algún pescador al recoger sus redes."
A estas palabras de Si Saadi, su amigo Si Saad se echó a reír a carcajadas, creyendo que quería
gastarme una broma. Pero Si Saadi no prestó atención a ello, y con grave ademán me ofreció el trozo de
plomo, diciéndome: "Tómalo, y deja que se ría Si Saad. Porque lle gará el día en que este trozo de plomo
te será más útil, si tal es tu destino, que toda la plata de las minas".
Y sabiendo hasta qué punto era hombre de bien Si Saadi, y cuán grande era su sabiduría, no quise
desairarle haciendo la menor obser vación. Y cogí el trozo de plomo que me ofrecía, y lo guardé cuidado -
samente en mi cinturón, vacío de toda moneda. Y no dejé de darle gracias calurosamente por sus buenos
deseos y por sus buenas intenciones. Y acto seguido los dos amigos me dejaron para continuar su paseo,
en tanto que yo de nuevo me entregaba a mi trabajo. Y cuan do, por la noche, regresé a casa, y después de
cenar me desnudé para acostarme, sentí que algo caía al suelo de pronto. Y lo busqué y lo recogí,
encontrándome con que era el trozo de plomo que me había echado al cinturón. Y sin darle la menor
importancia, lo puse donde primero se me ocurrió, y me tumbé en el colchón, no tardando en dor mirme...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 871ª noche
Ella dijo:
...en el colchón, no tardando en dormirme.
Y he aquí que aquella noche, cuando se despertó tan temprano como de costumbre un pescador de mi
vecindad, advirtió, al repasar sus redes antes de cargárselas a la espalda, que les faltaba un trozo de
plomo precisamente en un sitio en que la carencia de plomo constituía un defecto grave para el buen
funcionamiento de lo que le proporcio naba el pan. Y como no tenía a mano otro plomo de recambio y no
era hora de ir a comprarlo en el zoco, pues todas las tiendas estaban cerradas, sintió una perplejidad
grande al pensar que si no se iba de pesca dos horas antes del día no tendría con qué alimentar a su fami -
lia al día siguiente. Y entonces se decidió a decir a su mujer que, a pesar de lo intempestivo de la hora y
el trastorno que aquello suponía, fuera a despertar a sus vecinos más próximos y a exponerle la situa ción,
rogándoles que le dieran un trozo de plomo que supliese al que faltaba a su red.
Y como precisamente éramos nosotros los vecinos más próxi mos al pescador, la mujer llamó a
nuestra puerta, mientras sin duda pensaba: "Voy a pedir plomo a Hassán el cordelero, aunque por ex -
periencia sé que a su casa hay que ir cuando no se tiene necesidad de nada". Y siguió llamando a la
puerta hasta que me desperté. Y grité: "¿Quién hay en la puerta?" Ella contestó: "¡Soy yo, la hija del tío
de tu vecino el pescador! ¡Oh Hassán! se me ha ennegrecido el rostro por turbar así tu sueño; pero se trata
de lo que da él pan al padre de mis hijos, y obligo a mi alma a este acto de mala educación. Por favor,
dispénsame, y para que no te tenga levantado más tiempo, dime si dispones de un trozo de plomo que
prestar a mi espo so para que arregle sus redes".
Y al punto me acordé del plomo que me había dado Si Saadi, y pensé: "¡Por Alah, que no podré
utilizarlo mejor que haciendo ese servicio a mi vecino el padre de sus hijos!" Y contesté a la veci na que
precisamente tenía un trozo de plomo que podía servirle, y fuí a buscar a tientas el trozo consabido, y se
lo entregué a mi mujer pa ra que se lo diera a la vecina.
Y la pobre mujer, satisfecha de no haber andado en vano y de no volverse a su casa sin resultado, dijo
a mi mujer: "¡Oh vecina nuestra! ¡qué gran servicio es el que nos presta esta noche el jeique Hassán! ¡Así
es que, en cambio, todo el pescado que coja mi esposo a la primera redada estará escrito a vuestra salud,
y os lo traeremos mañana por encima de nuestra cabeza!" Y se apresuró a ir a entregar el trozo de plomo
a nuestro vecino el pescador, que compuso con él sus redes, y salió de pesca dos horas antes del día,
como de costumbre.
Y he aquí que la primera redada, a nuestra salud, no proporcio nó más que un solo pez. Pero aquel pez
era de más de un codo de largo y grueso en proporción. Y el pescador lo apartó en su cesto y prosiguió su
pesca. Pero, de todo el pescado que cogió, ni un solo pez igualaba al primero en hermosura ni en tamaño.
Así es que, cuando el pescador acabó de pescar, su primer cuidado, antes de ir a vender al zoco el
producto de su pesca, fué poner el pez apartado en una almohada de follaje oloroso y llevárnoslo,
diciéndonos: "¡Alah haga que os parezca delicioso y agradable!" Y añadió: "Os ruego que ad mitáis esta
dádiva, aunque no sea suficiente ni oportuna. Y dispensad me su escasez, ¡oh vecinos! Porque así es
vuestra suerte, ya que eso constituye toda mi primer redada."
Y contesté: "Ve ahí un trato en el que sales perdiendo, ¡oh vecino! Porque ésta es la primera vez que
se vende un pez tan hermoso y de tanta valía por un trozo de plomo que apenas vale una ínfima moneda de
cobre. Pero lo recibimos como regalo de tu parte, para no desairarte, y porque lo haces de corazón
amistoso y generoso." Y aún cambiamos algunos cumplidos, y se marchó.
Y entregué a mi esposa el pez del pescador, diciéndole: "Ya ves ¡oh mujer! que no estaba equivocado
Si Saadi cuando me decía que un pedazo de plomo podría serme más útil, si Alah quisiera, que to do el
oro del Sudán. He aquí un pez como jamás lo han tenido en sus bandejas los emires y los reyes." Y
aunque le regocijaba mucho el ver aquel pez, no dejó de replicarme mi esposa: "¡Si, por Alah! pero ¿có -
mo voy a arreglarme para guisarlo? No tenemos parrillas ni tampoco tenemos una olla bastante grande
para cocerle en ella entero".
Y contesté "¡No te apures por eso, pues nos le comeremos con mucho gusto entero o en pedazos! No
tengas escrúpulos por su presentación, y no temas cortarle en pedazos para ponerle guisado". Y
partiéndole por la mitad, mi mujer le sacó las entrañas, y vió en medio de aquellas entrañas una cosa que
brillaba con vivo resplandor. La cogió, la lavó en el cubo, y vimos que era un trozo de vidrio del tamaño
de un huevo de paloma y transparente como el agua de roca. Y tras de contem plarlo algún tiempo, se lo
dimos a nuestros hijos para que les sirviese de juguete y no molestaran a su madre, que preparaba el
excelente pez.
Y he aquí que por la noche, a la hora de cenar, mi mujer advir tió que, aunque no había encendido
todavía su lámpara de aceite iluminaba la estancia una luz que no había traído ella. Y miró a to dos lados
para ver de dónde procedía aquella luz, y vió que la pro yectaba el huevo de vidrio abandonado en el
suelo por los niños. Y cogió aquel huevo y lo puso al borde del aparador, en el sitio ordina rio de la
lámpara. Y llegamos al límite del asombro al ver la vivacidad de la luz que salía de él, y exclamé: "Por
Alah, ¡oh mujer! he aquí que el trozo de plomo de Si Saadi no sólo nos alimentaba sino que nos alumbra y
nos dispensará, para en lo sucesivo, de comprar aceite para arder".
Y a la claridad maravillosa de aquel huevo de vidrio, nos comi mos el deleitoso pescado, comentando
nuestro doble provecho de aquel día bendito y glorificando al Retribuidor por sus beneficios. Y aquella
noche nos acostamos satisfechos de nuestra suerte y sin desear nada mejor que la continuación de aquel
estado de cosas.
Y he aquí que al día siguiente, gracias a la lengua larga de la hija del tío, no tardó en correr por todo
el barrio el rumor de que en el vientre del pescado habíamos descubierto aquel vidrio luminoso. Y en
seguida recibió mi mujer la visita de una judía, vecina nuestra, cuyo marido era joyero del zoco. Y tras
de las zalemas y salutaciones por una y otra parte, la judía, después de contemplar durante largo rato el
huevo de vidrio, dijo a mi esposa: "¡Oh vecina mía Aischah! da gracias a Alah, que me ha conducido hoy
a tu casa. ¡Porque, co mo me gusta este trozo de vidrio, y tengo otro trozo de vidrio muy parecido con el
que me adorno algunas veces y que hace pareja con éste, quisiera comprártelo, y te ofrezco por él, sin
regatear, la enor me suma de diez dinares de oro nuevo!"
Pero nuestros hijos que oye ron hablar de vender su juguete, se echaron a llorar, rogando a su madre
que lo guardara para ellos. Y a fin de apaciguarlos, y también porque aquel huevo nos servía de lámpara,
ella declinó oferta tan ten tadora, con gran despecho de la judía, que se marchó cariacontecida.
A la sazón volví ya del trabajo y mi mujer me puso al corriente de lo que acababa de pasar. Y le
contesté: "En verdad ¡oh hija del tío! que si este huevo de vidrio no tuviese algún valor, esa hija de judíos
no nos habría ofrecido la suma de diez dinares. Supongo, pues, que volverá otra vez para ofrecernos más.
Pero ya veré yo el modo de hacer subir la oferta". Y aquello me indujo al punto a pensar en las palabras
de Si Saadi, que me había predicho que un trozo de plomo seguramente podría hacer la fortuna de un
hombre, si tal era su des tino. Y esperé con toda confianza a que por fin se mostrase mi destino después de
huirme durante tanto tiempo.
Aquella misma noche, de acuerdo con mis presentimientos, la ju día, esposa del joyero, fué a hacer
una segunda visita a mi esposa; y tras de las zalemas y salutaciones de rigor, le dijo: "¡Oh vecina mía
Aischah! ¿cómo puedes despreciar los dones del Retribuidor? ¡Y al despreciarlos rechazas el pan que te
ofrezco por un trozo de vidrio! ¡Pero ya que se trata del bien de tus hijos, sabe que he hablado de ese
huevo con mi marido, y como estoy encinta y no conviene que el deseo de las mujeres encinta se
reconcentre sin verse cumplido, ha consentido en dejarme que te ofrezca veinte dinares de oro nuevo a
cambio de tu trozo de vidrio!"
Pero mi mujer, que había recibido instrucciones mías a este res pecto, contestó: "¡Ay, Ualah ! ¡oh
vecina! me haces volver en mí. Pero yo no tengo voto en casa, pues el hijo de mi tío es el amo de la casa
y de su contenido, y a él es a quien tienes que dirigirte. ¡Espera, pues, a su regreso para hacerle esa
oferta!"
Y cuando regresé, la judía me repitió lo que había dicho a mi esposa, y añadió: "Te traigo el pan de
tus hijos, ¡oh hombre! por un trozo de vidrio. Porque debe satisfacerse mi antojo de mujer encinta, y mi
esposo no quiere tener sobre su conciencia la reconcentración del deseo de las mujeres encinta. ¡Por eso
ha consentido en dejarme proponerte ese cambio y esa venta, con gran pérdida para él!"
Y yo, ¡oh mi señor! dejando a aquella judía que me dijera cuánto quería darme, me tomé tiempo para
responderle y acabé por mirarla sin decir una palabra, meneando la cabeza por toda respuesta.
Al ver aquello, a la hija de judíos se le puso muy amarilla la tez, me miró con ojos llenos de
desconfianza, y me dijo: "Ruega a tu Profeta ¡oh musulmán!" Y contesté: "¡Con El la plegaria y la paz ¡oh
descreída! y las más escogidas bendiciones del Dios único!"
Y ella repuso: "¿A qué vienen esos ojos vacíos ¡oh padre de tus hijos! y ese ademán negativo para los
beneficios del Retribuidor sobre tu casa por mediación nuestra?" Yo contesté: "¡Los beneficios de Alah
sobre Sus criaturas ¡oh hija de descreídos! son ya incalculables! ¡Glorificado sea, sin mediación de los
que se apartan del camino derecho!" Y ella me dijo: "¿Entonces rehusas los veinte dinares de oro?" Y
tras de hacer de nuevo yo el signo negativo, me dijo ella: "¡Pues bien, ¡oh vecino! te ofrezco por tu vidrio
cincuenta dinares de oro! ¿Estás satisfecho?" Y con mi gesto más indiferente, de nuevo hice un signo
negativo de cabeza. Y me puse a mirar a otra parte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 872ª noche
Ella dijo:
...Y con mi gesto más indiferente, de nuevo hice un signo ne gativo de cabeza. Y me puse a mirar a otra
parte.
Entonces la mujer del joyero recogió sus velos como para mar charse, se dirigió a la puerta, hizo
ademán de abrirla, y como decidién dose de pronto, se encaró conmigo y me dijo: "¡La última palabra!
¡Cien dinares de oro! ¡Y eso que no sé si mi marido querrá darme tan formidable suma!"
Y entonces accedí a contestar, y le dijo, no sin un aire de pro funda indiferencia: "No es para que te
marches disgustada, ¡oh veci na! pero estás muy lejos de ponerte en razón. Porque este huevo de vidrio,
por el que me ofreces el precio irrisorio de cien dinares, es una cosa maravillosa, y su historia es tan
maravillosa como él mismo. Por eso, y únicamente para darte gusto a ti y a nuestro vecino, y para no
hacer que se reconcentre el deseo de una mujer encinta, me limitaré a reclamar, como precio de ese
huevo luminoso, la suma de cien mil di nares de oro, ni uno más, ni uno menos. ¡Y si quieres, lo tomas, y
si no, lo dejas, pues más me ofrecerán otros joyeros que están más al corriente que tu marido del valor
real de las cosas hermosas y únicas! En cuanto a mí, ante Alah el Omnisciente juro que no variaré de
tasa ción ni para aumentarla ni para disminuirla. ¡Uassalam!"
Cuando la mujer del judío hubo oído estas palabras y compren dido su significado, no supo replicar
nada, y me dijo, marchándose: "Yo ni vendo ni compro, sino que es mi marido quien manda. Si la cosa le
conviene, ya te hablaré de ello. ¡Prométeme, sin embargo, tener paciencia y esperar, antes de entrar en
tratos con otros joyeros, a que él vea por sí mismo ese huevo de vidrio!"
Y se lo prometí.
Y se marchó.
Después de aquella discusión, ¡oh Emir de los Creyentes! ya no dudé de que el tal huevo, que yo creía
de vidrio, era una gema entre las gemas del mar, desprendida de la corona de algún rey marino. Y por
otra parte, yo, como todo el mundo, sabía que en las profundida des yacen tesoros con los que se adornan
las hijas del mar y las reinas del mar. Y aquel hallazgo sirvió para confirmarme en mi creencia. Y
glorifiqué al Retribuidor, que, por conducto del pez del pescador, había puesto entre mis manos aquella
maravillosa muestra de los adornos de las jóvenes marinas. Y determiné no desdecirme de la cifra de
cien mil dinares que había dicho a la mujer del judío, pensando que mejor habría hecho en no
apresurarme a fijar de aquel modo la tasación, cuando tal vez hubiera podido obtener más del joyero
judío. Pero como había fijado esta cifra solemnemente, no quise desdecirme, y me prometí mantenerme
en lo que hube de indicar.
Y como había yo previsto, no tardó en presentarse en mi casa el joyero judío en persona. Y tenía un
aire de redomado que no me anun ciaba nada bueno, sino que me advertía que el hijo de cochinos iba a
utilizar toda su astucia para escamotearme la gema como el que no quiere la cosa. Y por mi parte, me
puse en guardia, adoptando la acti tud más sonriente y más amable, y le rogué que tomara asiento en la
estera. Y después de las zalemas y salutaciones de rigor, me dijo él: "¡Espero ¡oh vecino! que no estará el
cáñamo demasiado caro en estos tiempos y que los negocios de tu tienda serán benditos!" Y yo contesté
en el mismo tono: "La bendición de Alah no falta a Sus creyentes, ¡oh vecino! Y espero que a ti te serán
favorables en el zoco de los joyeros". Y me dijo él: "¡Por vida de Ibrahim y de Yacub, ¡oh vecino!
créeme que peligran, créeme que peligran! Y apenas si tenemos para comer un pedazo de pan y de
queso". Y durante un buen rato continuamos hablando de tal suerte, sin abordar la única cuestión que nos
interesaba, hasta que el judío, al ver que nada sacaba de mí por ese medio, acabó por ser el primero en
decirme: "La hija de mi tío i oh vecino! me ha hablado de cierto huevo de vidrio, sin gran valor por lo
demás, que sir ve de juguete a tus hijos, y ya sabes que cuando una mujer está encinta, como lo está la mía,
tiene antojos extraños y estrambóticos. Pero, des graciadamente, nos vemos precisados a satisfacer tales
antojos, hasta cuando son irrealizables, a trueque de que el objeto deseado llegue a im primirse en el
cuerpo del niño y a deformarle. Y en el caso actual, como el deseo de mi mujer se ha cifrado en ese
huevo de vidrio, mucho me te mo que, si no lo satisfago, se reproduzca ese huevo en tamaño natural sobre
la nariz de nuestro hijo, cuando nazca, o sobre cualquier parte más delicada todavía y que la decencia me
impide nombrar. Te ruego, pues, ioh vecino! que me enseñes, ante todo, ese huevo de vidrio, y en caso de
que viera que me es imposible adquirir uno parecido en el zoco, tengas a bien cedérmelo mediante un
precio razonable que tú me indicarás, sin aprovecharte demasiado de mi situación".
Y a estas palabras del judío, contesté: "Escucho y obedezco".
Y me levanté y fui hacia mis hijos, que jugaban en el patio con el huevo consabido y se lo quité de las
manos, a pesar de sus gritos y sus protes tas. Luego volví a la estancia donde me esperaba el judío
sentado en la estera, y cerré la puerta y las ventanas, de modo que fuese completa la oscuridad,
disculpándome por obrar así. Y hecho lo cual, me saqué del seno el huevo y lo puse bien a la vista, sobre
un taburete, ante el judío.
Y al punto se iluminó la habitación como si ardieran en ella cua renta antorchas. Y al ver aquello, el
judío no pudo menos de exclamar: "¡Es una de las gemas que adornan la corona de Soleimán ben Daud!"
Y tras de asombrarse de tal suerte, comprendió que había hablado demasiado, y se rehizo, diciendo:
"Pero ya las he tenido semejantes entre mis manos. ¡Y como no eran de fácil venta, me he apresurado a
revenderlas con pérdida! ¡Ah! ¿por qué estará encinta ahora la hija del tío para obligarme a adquirir una
cosa invendible?"
Luego me dijo: "¿Cuánto pides ¡oh vecino! por este huevo marino?"
Yo contes té: "No está en venta, ¡oh vecino! pero te lo daré para no hacer que se reconcentre el deseo
de la hija de tu tío. Y ya he marcado el precio de esta cesión. ¡Alah es testigo de que no me desdeciré!" Y
me dijo él: "¡Sé razonable, ¡oh hijo de gentes de bien! y no arruines mi casa! ¡Aunque vendiera mi tienda
y mi casa y aunque me vendiera yo mismo en el zoco de los subastadores, con mi mujer y mis hijos, no
llegaría a realizar la cifra exorbitante que has señalado, en broma sin duda alguna! ¡Cien mil dinares de
oro, ya Alah! ¡cien mil dinares de oro, ¡oh jeique! ni uno más, ni uno menos! ¡Es mi muerte lo que recla -
mas!"
Y tras de volver a abrir la puerta y las ventanas, contesté tran quilamente: "¡Cien mil dinares de oro,
ni uno más, que el aumento sería ilícito! ¡Pero ni uno menos! ¡Lo tomas, si quieres, y si no lo dejas!" Y
añadí: "Y cuenta que, si yo hubiera sabido que este huevo maravilloso era una gema entre las gemas
marinas de la corona de Soleimán ben Daud (¡con ambos la plegaria y la paz!), no hubiese pedido cien
mil dinares, sino diez veces cien mil, y además, algunos collares y joyeles de tu tienda como presente
para mi mujer, que ha preparado el negocio difundiendo nuestro descubrimiento. Date, pues, por muy
contento con pagar ese precio irrisorio, ¡oh hombre! y ve en busca de tu oro".
Y el joyero judío, con la nariz muy alargada al ver que nada po día hacer, se reconcentró un instante,
luego me miró con resolución, y dijo, lanzando un gran suspiro: "¡El oro está a la puerta! ¡Dame la
gema!" Y así diciendo, sacó la cabeza por la ventana y gritó a un esclavo negro que permanecía
estacionado en la calle y tenía de la brida a un mulo cargado con varios sacos: "¡Hola Mubarak! ¡sube
aquí los sacos y la balanza!"
Y el negro subió a mi casa los sacos llenos de dinares, y el judío los abrió uno tras otro y me pesó los
cien mil dinares, como yo los había pedido, ni uno más, ni uno menos. Y la hija de mi tío sacó de nuestro
cofre grande de madera, único que poseíamos, toda la ropa que contenía, y lo llenamos con el oro del
judío. Y sólo entonces me saqué del seno, donde la había guardado para que estuviese segura, la gema
salomónica, y se la entregué al judío, diciéndole: "¡Ojalá la revendas diez veces más cara de lo que
acabas de comprarla!" Y él se echó a reír con una boca que le llegaba hasta las orejas, diciéndome: "¡Por
Alah, ¡oh jeique! que no está de venta! La destino a satisfacer el antojo de mi mujer encinta".
Y se despidió de mí y me hizo ver la anchura de sus hombros.
¡Y esto es lo referente a él!
¡...Pero he aquí ahora lo que atañe a Si Saad, a Si Saadi y al destino que me trajo el pez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 873ª noche
Ella dijo:
¡...Pero he aquí ahora lo que atañe a Si Saad, a Si Saadi y al destino que me trajo el pez!
Cuando de la noche a la mañana me vi más rico de lo que nunca había deseado mi alma, y rodeado de
oro y opulencia, no me olvidé de que, al fin y al cabo, sólo era un antiguo cordelero pobre, hijo de
cordelero, y di gracias al Retribuidor por Sus beneficios y me puse a pensar en el uso que en adelante
habría de hacer de mis riquezas. Pero habría querido primeramente besar la tierra entre las manos de Si
Saadi, para demostrarle mi gratitud y hacer lo mismo con Si Saad, a quien, en último término, debía el ser
quien era, por más que él no viera realizadas, como Si Saadi, sus buenas intenciones para conmigo. Pero
me lo impidió la timidez; y además, yo no sabía con exactitud dónde vivían ambos. Por eso preferí
esperar a que fuesen ellos por propio impulso a pedir noticias del pobre cordelero Hassán. (¡Alah le
tenga en Su compasión al tal antiguo Hassán, que ya ha fallecido y tuvo una juventud tan miserable!)
Y entretanto, decidí hacer el mejor uso posible de la fortuna que me había sido escrita. Y lo primero
que hice no fué comprarme ricos trajes ni cosas suntuosas, sino en ir en busca de todos los cordeleros
pobres de Bagdad, que vivían en el mismo estado de miseria en que había vivido yo tanto tiempo, y
congregándolos les dije: "He aquí que el Retribuidor me ha escrito el bienestar y me ha enviado Sus
benefi cios, siendo yo el último en merecerlos. Y por eso ¡oh hermanos mu sulmanes! deseo que los
favores del Altísimo no se acumulen sobre la misma cabeza y que os aprovechéis de ellos con arreglo a
vuestras ne cesidades. Así es que desde hoy os tomo a todos a mi servicio, empleándoos en trabajar para
mí en la obra de cordelería, en la seguridad de que se os pagará liberalmente, según vuestra habilidad, a
fin de la jornada. De esta manera tendréis la certeza de ganar abundantemente el pan de vuestra familia
sin tener que preocuparos del día de maña ña. Y ya sabéis por qué os he congregado en este local. Y esto
es lo que tenía que deciros. ¡Pero Alah es más generoso y más magnánimo!"
Y los cordeleros me dieron gracias y alabaron mis buenas inten ciones con respecto a ellos, y
aceptaron lo que les propuse. Y desde entonces continúan trabajando por mi cuenta con tranquilidad, con -
tentos de tener asegurada su vida y la de sus hijos. Y yo, merced a esta organización, cada vez aumento
más mis rentas y consolido mi si tuación.
Ya hacía algún tiempo que había abandonado yo mi pobre casa antigua para establecerme en otra que
había hecho construir a todo costo entre jardines, cuando Si Saad y Si Saadi pensaron por fin en ir a
saber noticias del pobre cordelero Hassán conocido de ellos. Y fué extremado su asombro cuando
nuestros antiguos vecinos, a quie nes preguntaron al ver mi tienda cerrada como si me hubiese muerto, les
aseguraron que no solamente estaba vivo todavía, sino que era uno de los mercaderes más ricos de
Bagdad, que habitaba un mara villoso palacio rodeado de jardines y que ya no me llamaba Hassán el
cordelero, sino Si Hassán el Magnífico. Entonces, tras de hacer que les dieran señas más precisas acerca
del lugar en que se hallaba mi palacio, se dirigieron a él y no tardaron en llegar ante la puerta principal
que daba acceso a los jardines. Y el portero les hizo atravesar un bosque de naranjos y de limoneros car -
gados de frutos y cuyas raíces se refrescaban en el agua que perpetua mente corría por una reguera que
partía del río. Y cuando llegaron a la sala de recepción, estaban ya encantados de la frescura, del som -
brajo, del murmullo del agua y del canto de los pájaros.
Y no bien me anunció su llegada uno de mis esclavos, les salí al encuentro apresuradamente y quise
cogerles la orla del traje para besár sela. Pero me lo impidieron y me abrazaron como si fuese su
hermano, y les invité a entrar en el kiosco que había en el jardín, rogándoles que se sentaran en el sitio de
honor que les correspondía. Y me senté un poco más lejos, como era debido.
Y después de hacer que les sirvieran sorbetes y refrescos, les conté cuanto me había sucedido punto
por punto, sin olvidar el menor detalle. Pero no hay utilidad en repetirlo. Y Si Saadi, en el límite de la
satisfacción, se encaró con su amigo y le dijo: "Ya lo ves, ¡oh Si Saad!" Y no le dijo nada más.
Y aún no habían vuelto del asombro en que hubo de sumirlos mi historia, cuando dos de mis hijos,
que se divertían en el jardín, entra ron de improviso, llevando en sus manos un gran nido de ave que
acababa de coger para ellos en la copa de una palmera el esclavo que vigilaba sus juegos. Y nos
asombramos mucho al ver que aquel nido, que tenía pollos de gavilán, estaba hecho en un turbante. Y al
exami nar más de cerca aquel turbante, observé, sin que me cupiese duda alguna, que era el mismo que en
otro tiempo me había llevado el gavilán ladrón. Y me encaré con mis huéspedes, y les dije: "¡Oh mis
señores! ¿os acordáis todavía del turbante que llevaba yo el día en que Si Saad me hizo don de los
primeros doscientos dinares?" Y con testaron: "No, por Alah, no nos acordamos con exactitud". Y Si Saad
añadió: "¡Pero lo reconoceré, indudablemente, si están en él los ciento noventa dinares!" Y contesté: "¡Oh
mis señores, no lo dudéis!" Y sa qué los pajarillos, dándoselos a los niños, y desbaraté el nido, y desen -
rollé el turbante en toda su longitud. Y de la punta colgaba intacta, y atada como yo la había atado, la
bolsa de Si Saad con los dinares que contenía.
Y aún no habían vuelto de su asombro mis dos huéspedes, cuando entró uno de los palafreneros
llevando en las manos una cuba de sal vado que al punto reconocí como la que mi mujer hacía cedido en
otro tiempo al mercader de tierra para limpiar el cabello. Y me dijo: "¡Oh mi señor! esta cuba, que he
comprado hoy en el zoco, porque se me había olvidado coger pienso para el caballo que montaba,
contiene un saco atado que traigo entre tus manos". Y reconocimos la segunda bolsa de Si Saad.
Y desde entonces ¡oh Emir de los Creyentes! los tres vivimos como amigos, convencidos para
siempre del poder del Destino, y ma ravillados de las vías que utiliza para llevar a cabo sus decretos.
Y como los bienes de Alah deben volver a sus pobres, no dejé de invertirlos en hacer las dádivas y
limosnas prescritas. Y por eso me has visto dar esa limosna al mendigo del puente de Bagdad.
¡Y tal es mi historia!"
Cuando el califa hubo oído este relato del jeique generoso, le dijo: "¡Ciertamente, ¡oh jeique Hassán!
las vías del Destino son maravillosas, y como prueba en apoyo de lo que me has contado, voy a ense -
fiarte algo!"
Y se encaró con el visir del Tesoro y le dijo unas palabras al oído. Y el visir salió para volver al
cabo de algunos instantes con un estuche en la mano. Y el califa lo cogió, lo abrió, y enseñó el contenido
al jeique, quien al punto reconoció la gema salomónica cedida al joyero judío. Y Al-Raschid le dijo:
"Esta gema entró en mi tesoro el mismo día que se la vendiste al judío".
Luego se encaró con el cuarto personaje, que era el maestro de escuela lisiado y con la boca hendida,
y le dijo: "Cuenta lo que tengas que contarnos".
Y tras de besar la tierra entre las manos del califa, el hombre dijo:
Historia del maestro de escuela lisiado y con la boca hendida
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que, por mi parte, empecé a ganarme la vida como maestro de
escuela, y tenía bajo mi mano unos ochenta muchachos. Y la historia de lo que me sucedió con estos mu -
chachos es prodigiosa.
Debo empezar por decirte ¡oh mi señor! que yo era para ellos severo hasta el límite de la severidad, e
inflexible y riguroso, hasta el punto de exigir que, incluso en las horas de recreo, continuasen trabajando,
y no los enviaba a sus casas hasta una hora después de ponerse el sol. Y aun entonces no dejaba de
vigilarlos, siguiéndolos por zocos y barrios, para impedirles que jugaran con granujillas que los
pervirtieran.
Y he aquí que fué precisamente mi rigor el que atrajo sobre mi cabeza las calamidades, como vas a
ver ¡oh Emir de los Creyentes! En efecto, al entrar un día entre los días en la sala de lectura en el
momento en que todos mis alumnos estaban reunidos, los vi de pron to erguirse sobre sus piernas a todos
y exclamar con una sola voz "¡Oh maestro, que amarillo tienes hoy el rostro!" Y me sorprendió mucho
aquello; pero como no sentía ningún dolor interno que pudiese amarillearme de tal suerte el rostro, no me
preocupé excesivamente de aquella noticia, y abrí la clase como de costumbre, gritándoles: "Em pezad,
¡oh granujas! que ha llegado la hora de trabajar". Pero he aquí que el alumno monitor avanzó hacia mí con
un aire preocupado, y me dijo: "¡Por Alah, ¡oh maestro! tienes muy amarillo el rostro hoy, y Alah aleje tu
mal! Si estás muy enfermo, yo daré la clase en lugar tuyo". Y al mismo tiempo, todos los alumnos,
demostrando gran in quietud, me miraban llenos de conmiseración, como si ya estuviese yo a punto de
rendir el alma. Y acabé por impresionarme mucho, y me dije a mí mismo: "¡Oh! por lo visto debes estar
muy mal sin darte cuenta de ello. Y las peores enfermedades son las que entran en el cuerpo
subrepticiamente, sin que su presencia se revele por molestias muy marcadas". Y me levanté en aquella
hora y en aquel instante, confié la dirección de la clase al alumno monitor, y entré en mi harén, donde me
acosté cuan largo era, diciendo a mi esposa: "¡Prepárame contra la ictericia!" Y lo dije lanzando muchos
suspiros y quejándome, como si ya estuviese bajo la acción de todas las pestes y enfermedades rojas.
A la sazón, el alumno monitor llamó a la puerta y pidió permiso para entrar. Y me entregó la suma de
ochenta dracmas, diciéndome: "¡Oh maestro! los buenos de tus alumnos acaban de verificar una colecta
entre ellos para hacerte este presente, a fin de que nuestra maestra pueda cuidarte bien sin reparar en
gastos".
Y me conmoví mucho con aquel rasgo de mis alumnos, y para demostrarles mi satisfacción, les di un
día de asueto, sin sospechar que se había fraguado todo con este único fin. ¿Pero quién puede adivinar
toda la malicia que se oculta en el pecho de los niños?
En cuanto a mí, pasé todo aquel día muy apurado, aunque la vista del dinero que habíame venido de
manera tan inesperada me daba cierto gusto. Y al día siguiente volvió a verme el alumno monitor, y al
encontrarse conmigo exclamó: "Alah aleje de ti todo mal, ;oh maestro! ¡Pero aún tienes la tez más
amarilla que ayer! ¡Descansa! ¡descansa! ¡Y no te preocupes de los demás...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 874ª noche
Ella dijo:
"...Alah aleje de ti todo mal, ¡oh maestro! Pero aún tienes la tez más amarilla que ayer! ¡Descansa! ¡Y
no te preocupes de los de más!" Y muy impresionado con las palabras del maligno muchacho, me dije a
mí mismo: "Cuídate bien, ¡oh maestro! cuídate bien a costa de tus alumnos". Y así pensando, dije al
monitor: "¡Da tú la clase como si yo estuviera allí!" Y empecé a gemir y a lamentarme de mí mismo. Y
dejándome en aquel estado, el muchacho se apresuró a re unirse con los demás alumnos para ponerlos al
corriente de la situación.
Y aquel estado de cosas duró una semana entera, al cabo de la cual el alumno monitor me llevó otra
suma de ochenta dracmas, diciéndo me: "Es la colecta que han hecho los buenos de tus alumnos, a fin de
que nuestra maestra te pueda cuidar bien". Y aún me conmoví mucho más que la vez primera, y me dije:
"¡Oh! en verdad que tu enferme dad es una enfermedad bendita que te proporciona dinero sin trabajos ni
esfuerzos, y que, al fin y al cabo, no te hace sufrir. ¡Ojalá dure mucho tiempo todavía, para mayor bien
tuyo!"
Y desde aquel momento decidí fingir que seguía enfermo, persua dido a la larga de que mi organismo
no estaba realmente atacado, y diciéndome: "Jamás tus lecciones te producirán tanto como tu enfer -
medad".
Y a partir de aquel momento, me tocó a mí hacer creer en lo que no existía. Y cada vez que el alumno
monitor volvía a verme le decía yo: "¡Voy a morir de inanición, porque mi estómago rehusa los
alimentos!" Pero no era verdad, pues nunca había comido yo con tan to apetito ni me había encontrado
mejor.
Y continué viviendo de tal suerte durante algún tiempo, cuando he aquí que un día entró el alumno en
el preciso momento en que me disponía a comer un huevo. Y al verle, mi primer impulso fué el de ocultar
el huevo en mi boca, por temor de que, al encontrarme co miendo, sospechara la verdad y advirtiese mi
falsía. Y como el huevo quemaba, me producía dolores intolerables. Y el empecatado chiquillo, que sin
duda alguna debía saber a qué atenerse acerca de la situación, en vez de marcharse persistió en mirarme
con aire compasivo y di ciéndome: "¡Oh maestro, qué inflamadas tienes las mejillas y cuánto debes sufrir!
Eso seguramente debe ser un absceso maligno". Luego, como en mi tortura se me salían los ojos de la
cabeza y no le contes taba, me dijo: "¡Hay que abrirlo! ¡hay que abrirlo!"
Y avanzó hacia mí con presteza, y quiso clavarme en la mejilla una aguja gorda. Pero entonces salté
sobre ambos pies vivamente, y corrí a la cocina, donde escupí el huevo, que ya me había quemado
gravemente las mejillas. Y a consecuencia de aquella quemadura, ¡oh Emir de los Creyentes! se me
declaró en la mejilla un verdadero absceso y me hizo ver la muerte roja. Y me hizo ir al barbero, que me
sacó la mejilla para vaciarme el absceso. Y a consecuencia de aquella operación se me quedó la boca
hendida y deformada.
Y he aquí el por qué de la rasgadura y de la deformación de mi boca. En cuanto al por qué de mi
lisiadura, ¡helo aquí!
Cuando, al cabo de algún tiempo, me repuse de las consecuencias de la herida, volví a la escuela,
donde fui más riguroso y severo que nunca para con mis alumnos, cuya turbulencia había que reprimir. Y
cuando la conducta de uno de ellos dejaba algo que desear, le corregía a estacazos. Así acabé por
enseñarles a respetarme de tal modo, que, cuando me ocurría estornudar, abandonaban al instante sus
libros y cuadernos, se erguían sobre sus pies con los brazos cruzados y se in clinaban ante mí hasta tierra,
exclamando de común acuerdo: "¡Ben dición! ¡bendición!" Y yo contestaba, como era razón: "¡Y con vos -
otros el perdón! ¡y con vosotros el perdón!" Y también les enseñaba otras mil cosas, a cual más
provechosa e instructiva. Porque no quería que sus padres gastasen en vano el dinero que me daban por
su edu cación. Y de tal suerte esperaba hacer de los chicos excelentes sujetos y comerciantes respetables.
Un día, que era día de salida, los llevé de paseo un poco más lejos que de costumbre. Y de haber
andado mucho, teníamos mucha sed. Y como precisamente habíamos llegado junto a un pozo, decidí bajar
a él para aplacar mi sed con el agua fresca que contenía y coger un cubo de ella, si podía, para los
chicos.
Y al ver que no había cuerda, cogí todos los turbantes de los alum nos, y haciendo con los mismos una
cuerda bastante larga, me la até a la cintura y ordené a mis alumnos que me bajaran al pozo. Y al pun to
me obedecieron. Y me vi colgado del orificio del pozo. Y me baja ron con precaución para que no diese
con la cabeza en la piedra. Y he aquí que el tránsito del calor al fresco y de la luz a la oscuridad me hizo
estornudar. Y no pude reprimir un estornudo. Y sea involunta riamente, sea por costumbre, sea por
malicia, mis escolares soltaron la cuerda con un ademán unánime, se cruzaron de brazos y exclamaron
todos a la vez, como lo hacían en la escuela: "¡Bendición! ¡bendición!" Pero no pude contestarles en
aquella circunstancia, porque caí pesada mente al fondo del pozo. Y como el agua no tenía mucha
profundidad, no me ahogué; pero me rompí ambas piernas y la clavícula, en tanto que los chicos,
espantados no sé si de su hazaña o de su atolondra miento, huyeron a todo correr.
Y yo lanzaba tales gritos de dolor, que unos transeúntes, de quienes llamé la atención, me sacaron del
pozo. Y como me hallaba en un estado lamentable, me colocaron en un asno y me llevaron a casa, donde
estuve postrado durante un tiempo consi derable. Pero jamás me curé de mi accidente. Y no pude volver a
ejer cer mi profesión de maestro de escuela.
Y por eso ¡oh Emir de los Creyentes! me vi obligado a mendigar para dar de comer a mi mujer y a
mis hijos. Y así es como me has visto y socorrido generosamente en el puen te de Bagdad.
¡Y tal es mi historia!"
Y cuando el maestro de escuela lisiado y con la boca hendida acabó de contar de tal suerte la causa
de su lisiadura y de su deformi dad, Massrur, el portaalfanje, le hizo volver a la fila. Y el ciego que se
hacía abofetear en el puente avanzó a tientas entre las manos del cali fa, y obedeciendo a la orden que le
habían dado, contó así lo que tenía que contar. Dijo:
Historia del ciego que se hacía abofetear en el puente
"Has de saber ¡oh Emir de los Creyentes! que, por lo que a mí respecta, en tiempos de mi juventud yo
era conductor de camellos. Y gracias a mí trabajo y a mi perseverancia, acabé por ser propietario de
ochenta camellos de mi exclusiva pertenencia. Y los alquilaba a las caravanas que comerciaban de un
país en otro, y en época de peregri nación, lo cual me valía crecidos beneficios y hacía aumentar de año
en año mi capital y mis intereses. Y con mis beneficios aumentaba de día en día mi deseo de ser más rico
aún, y no pensaba nada menos que en llegar a ser el más rico de los conductores de camellos del Irak.
Un día entre los días, regresando yo de Bassra de vacío con mis ochenta camellos, a los que había
conducido a aquella ciudad cargados de mercaderías con destino a la India, y habiendo hecho alto junto a
un depósito de agua para darles de beber y dejarlos pacer por las cercanías, vi avanzar en dirección mía
a un derviche. Y el tal derviche me abordó con aire cordial, y después de las zalemas por una y otra
parte, se sentó a mi lado. Y reunimos nuestras provisiones, y con arre glo a las costumbres del desierto,
tomamos juntos nuestra comida. Tras de lo cual nos pusimos a hablar de unas cosas y de otras y nos
interro gamos mutuamente acerca de nuestro viaje y de su punto de destino. Y él me dijo que se dirigía a
Bassra y yo le dije que iba a Bagdad. Y cuando reinó la intimidad entre nosotros, le hablé de mis
negocios y de mis ganancias y le di cuenta de mis proyectos de riquezas y de opulencia.
Y dejándome hablar hasta que concluí, el derviche me miró son riendo y me dijo: "¡0h mi señor Babá-
Abdalah, cuánto trabajo te tomas para llegar a un resultado tan poco proporcionado, cuando a veces basta
un recodo del camino para que el destino os haga, en un abrir y cerrar de ojos, no solamente más rico que
todos los conductores de camellos del Irak, sino más poderoso que todos los reyes de la tierra
reunidos!". Luego añadió: "¡Oh mi señor Babá-Abdalah! ¿Oíste alguna vez hablar de tesoros escondidos
y de riquezas subterrá neas?" Y contesté: "Ciertamente, ¡oh derviche! he oído hablar a me nudo de tesoros
escondidos y de riquezas subterráneas. Y todos sabemos que cada uno de nosotros puede, si tal es el
decreto del Destino, des pertarse un día más opulento que los reyes todos. Y no hay un labrador que, al
labrar su tierra, no piense que llegará día en que caiga sobre la piedra sellada de algún tesoro
maravilloso, y no hay un pescador que, al arrojar sus redes al agua, no piensa en que llegará día en que
saque la perla o la gema marina que le llevará al límite de la opulencia. ¡Pues no soy un ignorante, ¡oh
derviche! y además estoy persuadido de que los hombres de tu corporación conocen secretos y palabras
de gran poder!"
Y al oír este discurso, el derviche cesó de escarbar en la arena con su báculo, me miró de nuevo y me
dijo: "¡Oh mi señor Babá -Abdalah! creo que hoy no has tenido un mal encuentro al encontrarte conmigo, y
se me antoja que este día es para ti precisamente el día en que hará recodo el camino que te conduzca
frente a tu destino". Y le dije: "¡Por Alah, ¡oh derviche! que le acogeré con firmeza y con ojos llenos, y
tráigame lo que me traiga, lo aceptaré con corazón agradecido!" Y me dijo él: "¡Entonces, levántate ¡oh
pobre! y sí gueme!"
Y se irguió sobre ambos pies, y echó a andar delante de mí. Y le seguí, pensando: "¡Sin duda hoy es
el día de mi destino, después de tanto tiempo como llevo aguardándole!" Y al cabo de una hora de
marcha llegamos a un pequeño valle bastante espacioso, cuya entrada era tan estrecha que mis camellos
apenas podían pasar por ella uno a uno. Pero no tardó en ensancharse el terreno con el valle, y nos vimos
al pie de una montaña tan impracticable, , que no había ni que pensar que una criatura humana llegase por
allí nunca hasta nosotros. Y el derviche me dijo: "Henos aquí llegados adonde había que llegar. Por lo
que a ti respecta, para tus camellos y haz que se sienten, a fin de que, cuando llegue el momento de
cargarlos con lo que vas a ver, no nos cueste trabajo el hacerlo". Y contesté con el oído y la obediencia, y
me dediqué a sentar a todos los camellos, uno tras de otro, en el amplio espacio que se extendía al pie de
aquella montaña, tras de lo cual me reuní con el derviche y le encontré con un es labón en la mano
prendiendo fuego a un montón de leña seca. Y en cuanto brotó llama del montón de leña, el derviche
arrojó a él un pu ñado de incienso macho, pronunciando palabras cuyo significado no comprendí. Y al
punto se elevó por el aire una columna de humo que el derviche partió en dos con su báculo. Y en seguida
una roca grande, frente a la cual nos encontrábamos, se separó por la mitad y nos dejó ver una ancha
abertura en el sitio donde un instante antes había una muralla lisa y vertical...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 875ª noche
Ella dijo:
...Y en seguida una roca grande, frente a la cual nos encontrá bamos, se separó por la mitad y nos dejó
ver una ancha abertura en el sitio donde un instante antes había una muralla lisa y vertical. Y dentro
aparecían montones de oro amonedado y de pedrerías, como esos montículos de sal que se ven a orillas
del mar. Y a la vista de aquel tesoro, me abalancé sobre el primer montón de oro, con la rapidez del
halcón que cae sobre la paloma, y empecé por llenar un saco de que ya me había provisto. Pero el
derviche se echó a reír, y me dijo: "¡Oh pobre, estás haciendo un trabajo poco productivo! ¿No ves que si
llenas de oro amonedado tus sacos, pesarán demasiado para cargarlos en tus camellos? Llénalos mejor
con esas pedrerías amontonadas que hay un poco más allá, y una sola de las cuales vale por sí más que
cada uno de esos montones de oro, siendo cien veces más ligera que una moneda de ese metal!"
Y contesté: "No hay inconveniente, ¡oh derviche!" Porque com prendí cuán justa era su observación. Y
uno tras otro, llené mis sacos con aquellas pedrerías, y los cargué de dos en dos a lomos de mis
camellos. Y cuando de tal suerte hube cargado a mis ochenta camellos, el derviche, que me había mirado
hacer, sonriendo sin moverse de su sitio, se levantó y me dijo: "Ya no tenemos más que cerrar el tesoro y
marcharnos". Y tras de hablar así, entró en la roca, y le vi que se dirigía a una orza labrada que había
encima de un zócalo de madera de sándalo. Y en mi fuero interno me decía yo: "¡Por Alah, qué lás tima no
tener conmigo ochenta mil camellos que cargar con esas pe drerías y esas monedas y esas orfebrerías, en
vez de los ochenta que son de mi propiedad únicamente!"
Y he aquí que vi al derviche acercarse a la consabida orza pre ciosa y levantar la tapa. Y sacó de ella
un bote de oro, que se metió en el seno. Y como yo le mirara con una especie de interrogación en los
ojos, me dijo: “ iNo es nada! ¡Un poco de pomada para los ojos!" Y no me dijo más. Y como, impulsado
por la curiosidad, quería yo avanzar a mi vez para coger de aquella pomada buena para los ojos, me lo
impidió, diciendo: "Bastante tenemos por hoy, y ya es tiempo de que salgamos de aquí". Y me empujó
hacia la salida, y pronunció ciertas palabras que no comprendí. Y al punto se juntaron las dos partes de la
roca, y en lugar de la anchurosa abertura apareció una muralla tan lisa como si acabasen de tallarla en la
misma piedra de la montaña.
Y el derviche se encaró entonces conmigo y me dijo: "¡Oh Babá -Abdalah! vamos ahora a salir de este
valle. Y una vez que lleguemos al paraje donde hubimos de encontrarnos, dividiremos ese botín con toda
equidad, y nos lo repartiremos amistosamente".
Y en seguida hice levantarse a mis camellos. Y desfilamos en buen orden por donde habíamos entrado
al valle, y fuimos juntos has ta el camino de las caravanas, donde debíamos separarnos para seguir cada
cual el suyo, yo hacia Bagdad y el derviche hacia Bassra. Pero en el camino me había dicho yo, pensando
en el reparto consabido: "¡Por Alah! este derviche pide demasiado por lo que ha hecho. ¡Ver dad es que él
me ha revelado el tesoro, y lo ha abierto, merced a su ciencia de la hechicería, que el Libro Santo
reprueba! ¿Pero qué hu biera hecho sin mis camellos? ¡Y hasta puede ser que sin mi presencia no hubiera
tenido éxito la cosa, ya que el tesoro indudablemente está escrito a mi nombre, en mi suerte y en mi
destino! Creo, pues, que si le doy cuarenta camellos cargados de estas pedrerías salgo perdiendo yo, que
me he fatigado cargando los sacos mientras él descansaba son riendo; y al fin y al cabo, yo soy el dueño
de los camellos. No convie ne, por tanto, que le deje hacer el reparto a su antojo. Y sabré hacerle atender
a razones".
Así es que, cuando llegó el momento del reparto, dije al derviche: "¡Oh santo hombre! tú que, según
los principios de tu corporación, debes preocuparte muy poco de los bienes del mundo, ¿qué vas a hacer
de esos cuarenta camellos con su carga, que tan indiferente me recla mas como precio de tus
indicaciones?" Y lejos de escandalizarse por mis palabras o de enfadarse, como yo esperaba, el derviche
me contes tó con voz pausada: `Babá-Abdalah, estás en lo cierto al decir que debo ser hombre que se
preocupa muy poco de los bienes de este mun do. Así, no es por mí por quien reclamo la parte que me
corresponde en un reparto equitativo, sino para distribuirla por el mundo a todos los pobres y a todos los
desheredados. En cuanto a lo que tú llamas injusticia, piensa, ya Babá-Abdalah, que con cien veces
menos de lo que te he dado serías ya el más rico de los habitantes de Bagdad. Y olvidas que nada me
obligaba a hablarte de ese tesoro, y que hubiera podido guardar para mí solo el secreto. ¡Desecha, pues,
la avidez y con téntate con lo que Alah te ha dado, sin tratar de contravenir nuestro acuerdo!"
Entonces, aunque convencido de la mala calidad de mis preten siones y seguro de mi falta de derecho,
cambié la cuestión de aspecto y de forma y contesté: "¡Oh derviche! me has convencido de mis erro res.
Pero permíteme que te recuerde que eres un excelente derviche que ignora el arte de conducir camellos y
no sabe más que servir al Altísimo. Por lo visto, olvidas el apuro en que te verías al querer con ducir a
tantos camellos acostumbrados a la voz de su amo. Si quieres creerme, coge lo menos posible, sin
perjuicio de volver más tarde al tesoro para cargar de nuevo con pedrerías, ya que puedes abrir y cerrar
a tu antojo la entrada de la gruta. Escucha, pues, mi consejo y no expongas tu alma a sinsabores y
preocupaciones a que no está acostumbrada". Y el derviche, como si no pudiese rehusarme nada,
contestó: "Confieso ¡oh Babá-Abdalah! que de primera intención no había reflexionado en lo que acabas
de recordarme; y heme aquí ya extremadamente inquieto por las consecuencias de ese viaje, solo con
todos esos camellos. Escoge, pues, de los cuarenta camellos que me co rresponden los veinte que te
plazca escoger, y déjame los veinte restan tes. ¡Después vete bajo la salvaguardia de Alah!"
Y yo, muy sorprendido de encontrar en el derviche tanta facilidad para dejarse persuadir, me apresuré
a escoger primero los cuarenta que me correspondían del reparto y luego los otros veinte que me cedía el
derviche. Y tras de darle gracias por sus buenos oficios, me despedí de él y me puse en camino para
Bagdad, mientras él guiaba sus veinte camellos por el lado de Bassra.
Y he aquí que no había dado yo más que unos veinte pasos, cuando el cheitán infundió en mi corazón
la envidia y la ingratitud. Y empecé a deplorar la pérdida de mis veinte camellos, y más aún las riquezas
que llevaban de carga al lomo. Y me dije: "¿Por qué me arre bata mis veinte camellos ese derviche
maldito, si es dueño del tesoro y puede sacar de allá cuantas riquezas quiera?" Y de repente paré mis
animales y eché a correr detrás del derviche, llamándole con todas mis fuerzas y haciéndole señas para
que detuviese sus animales y me espe rase. Y oyó mi voz y se detuvo. Y cuando le alcancé, le dije: "¡Oh
her mano mío derviche! en cuánto te he dejado he empezado a preocu parme mucho por ti, debido al
interés que me tomo por tu tranquilidad. Y no he querido resolverme a separarme de ti sin hacerte
considerar una vez más cuán difíciles de conducir son veinte camellos car gados, sobre todo cuando se es,
como tú, ¡oh hermano mío derviche! un hombre que no está acostumbrado a este oficio y a este género de
ocupación. ¡Créeme que te encontrarás mucho mejor si no te llevas más que diez camellos a lo sumo,
aliviándote de los otros diez en un hombre como yo, a quien no cuesta más trabajo cuidar de ciento que
de uno solo!" Y mis palabras produjeron el efecto que yo anhelaba, pues el derviche me cedió sin ninguna
resistencia los diez camellos que le pedía, de modo que sólo le quedaron diez, y yo me vi dueño de
setenta camellos con sus cargas, cuyo valor superaba a las riquezas de todos los reyes de la tierra
reunidos.
Después de aquello parece ¡oh Emir de los Creyentes! que yo debía tener motivo para estar
satisfecho. Pues bien; ni por asomo lo estaba. Y mis ojos permanecieron tan vacíos como antes, si no
más, y mi avidez iba en aumento con mis adquisiciones. Y empecé a redoblar mis solicitudes, mis ruegos
y mis importunidades para decidir al der viche a rematar su generosidad accediendo a cederme los diez
camellos que le quedaban. Y le abracé y le besé las manos, y tanto hice, que no tuvo el valor de
rehusármelos, y me anunció que me pertenecían, di ciéndome: "¡Oh hermano Babá-Abdalah! haz buen uso
de las riquezas que te vienen del Retribuidor y acuérdate del derviche que te encon tró en el recodo de tu
destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 876ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh hermano Babá-Abdalah! haz buen uso de las riquezas que te vienen del Retribuidor, y
acuérdate del derviche que te encon tró en el recodo de tu destino".
Y yo, ¡oh mi señor! en vez de llegar al límite de la satisfacción por haberme convertido en propietario
de toda la carga de pedrerías, me sentí impulsado por la avidez de mis ojos a pedir otra cosa más. Y
aquello era lo que debía ocasionar mi perdición. Me vino a las mien tes, en efecto, la idea de que el bote
de oro que contenía la pomada, y que el derviche había sacado de la orza preciosa antes de salir de la
gruta, también tenía que pertenecerme como lo demás. Porque me decía yo: "¡Quién sabe las virtudes que
podrá tener esa pomada! Y además, claro es que tengo derecho a llevarme ese bote, pues el dervi che
puede procurarse en la gruta otros iguales cuando le plazca". Y este pensamiento me determinó a hablarle
del particular. Así es que, cuando acababa de abrazarme para despedirse de mí, le dije: "Por Alah sobre
ti ¡oh hermano derviche! ¿Qué quieres hacer con este bote de pomada que te has escondido en el seno? ¿Y
de qué le puede servir esa pomada a un derviche que de ordinario no utiliza pomadas ni olor de pomada
ni sombra de pomada? ¡Mejor es que me des ese bote, a fin de que yo me lo lleve con lo demás como
recuerdo tuyo!"
A la sazón yo esperaba que, irritado por mi insistencia, el dervi che me rehusase sencillamente el bote
consabido. Y estaba dispuesto a basarme en su negativa para arrebatárselo a la fuerza, pues que yo era,
con mucho, el más fuerte, y en caso de que se resistiera, a dejarle en el sitio en aquel paraje desierto.
Pero, en contra de mis suposicio nes, el derviche me sonrió con bondad, se sacó del seno el bote, y me lo
presentó graciosamente diciéndome: "¡Toma, aquí tienes el bote, ¡oh hermano Babá-AbdaJah! y ojalá
satisfaga el último de tus deseos! Por otra parte, si crees que puedo hacer más por ti, no tienes más que
hablar, y aquí estoy dispuesto a complacerte".
Cuando tuve el bote entre las manos, lo abrí, y mirando su con tenido, dije al derviche: "¡Por Alah
sobre ti, ¡oh hermano derviche! completa tus bondades diciéndome cómo se usa y qué virtudes tiene esta
pomada que desconozco!" Y añadió: "Sabe, ya que lo preguntas, que esta pomada ha sido triturada por
los dedos de los genn subterrá neos, que han puesto en ella facultades maravillosas. En efecto, si se aplica
un poco alrededor del ojo izquierdo y en el párpado, hace apa recer ante quien la ha utilizado los
escondrijos donde se encuentran los tesoros de la tierra. Pero si, por desgracia, se aplica esta pomada al
ojo derecho, de repente queda uno ciego de ambos ojos a la vez. Y tal es la virtud y tal es el uso de esta
pomada, ¡oh hermano Babá Abdalah! ¡Uassalam!"
Y tras de hablar así, quiso de nuevo despedirse de mí. Pero le retuve por la manga, y le dije: "¡Por tu
vida! hazme el último favor aplicándome tú mismo esta pomada en el ojo izquierdo, pues sabrás hacerlo
mucho mejor que yo, y estoy en el límite de la impaciencia por experimentar la virtud de esta pomada de
la que soy poseedor". Y el derviche no quiso hacerse rogar más, y siempre amable y tran quilo, tomó un
poco de pomada con la yema del dedo y me la aplicó alrededor del ojo izquierdo y en el párpado
izquierdo, diciéndome "¡Abre el ojo izquierdo y cierra el derecho!"
Y abrí el ojo izquierdo untado de pomada, ¡oh Emir de los Cre yentes! y cerré el ojo derecho. Y al
punto desaparecieron todas las cosas visibles a mis ojos habitualmente para dejar sitio a planos super -
puestos de grutas subterráneas y marinas, de troncos de árboles gigan tescos ahuecados por la base, de
estancias abiertas en roca y de escon drijos de todas clases. Y todo aquello estaba lleno de tesoros de
pedre rías, orfebrerías, joyeles, alhajas y dinero de todos los colores y de todas las formas. Y vi metales
en sus minas, plata virgen y oro natural, piedras cristalizadas en su ganga y filones preciosos circundando
la tierra. Y no cesé de mirar y de maravillarme, hasta que sentí que mi ojo derecho, que me veía obligado
a tener cerrado, se fatigaba y quería abrirse. Entonces lo abrí, y al punto los objetos del paisaje que me
rodeaba se pusieron por sí solos en su sitio habitual, y todos los planos, debidos al efecto de la pomada
mágica, desaparecieron, alejándose.
Y asegurándome así de la verdad acerca del efecto real de aquella pomada cuando se aplicaba al ojo
izquierdo, no pude por menos de abrigar dudas acerca del efecto de su aplicación al ojo derecho. Y me
dije para mi fuero interno: "Entiendo que el derviche está lleno de astucia y de doblez, y ha estado
conmigo tan asequible y tan afable para engañarme a la postre. Porque no es posible que la misma poma -
da produzca dos efectos tan contrarios en las mismas condiciones, sen cillamente a causa de la diferencia
de sitio". Y dije al derviche riendo: ¿'¡Eh, ualah! ¡oh padre de la astucia, creo que te ríes de mí al pre -
sente! Porque no es posible que una misma pomada produzca efectos tan opuestos uno a otro. Antes bien,
me parece, pues que no la has ensayado en ti mismo, que, aplicada al ojo derecho, esta pomada ten drá la
virtud de poner a mi disposición los tesoros que me ha enseñado mi ojo izquierdo.¿Qué opinas? ¡Puedes
hablar sin reticencias! Y por cierto que, me des o me quites la razón, quiero experimentar en mi propio
ojo el efecto de esta pomada al lado derecho, a fin de no tener ya duda. Te ruego, pues, que me la
apliques sin tardanza al ojo dere cho, porque es preciso que me ponga en camino antes de ocultarse el
sol".Pero por primera vez desde que nos encontramos, el derviche tuvo un movimiento de impaciencia, y
me dijo: "¡Babá-Abdalah, tu petición es irrazonable y nociva, y no puedo resolverme a hacerte mal
después de haberte hecho bien! ¡No me obligues, pues, con tu obstina ción a obedecerte en una cosa de la
que te arrepentirás toda tu vida!" Y añadió: "Separémonos, pues, como hermanos, y que cada cual vaya
por su camino". Pero yo ¡oh mi señor! no le dejé, y cada vez estaba más persuadido de que las
dificultades que ponía no tenían otro objeto que impedirme tener en mi mano, perteneciéndome
absolutamente, los tesoros que podía ver con mi ojo izquierdo. Y le dije: "Por Alah, ¡oh derviche! si no
quieres que me separe de ti con el corazón descontento por cosa tan fútil, después de tantas de
importancia como me has concedido, no tienes más que untarme el ojo derecho con esta pomada, pues yo
no sabría. Y en verdad que no te dejaré más que con esta condición".
Entonces el derviche se puso muy pálido y su rostro tomó un aire de dureza que no conocía yo en él, y
me dijo: "Te vuelves ciego con tus propias manos". Y tomó un poco de pomada y me la aplicó alrededor
del ojo derecho y en el párpado derecho. Y ya no vi más que tinieblas con mis dos ojos, y me convertí en
el ciego que ves, ¡ oh - Emir de los Creyentes!
Y al sentirme en aquel estado lamentable, volví en mí de pronto y exclamé, tendiendo los brazos al
derviche: "Sálvame de la ceguera, ¡oh hermano mío!" Pero no obtuve ninguna respuesta, y se mantuvo él
sordo a mis súplicas y a mis gritos, y le oí poner en marcha los camellos y alejarse, llevándose lo que
había sido mi parte y mi destino. Entonces me dejé caer al suelo, y estuve sin conocimiento un lar go
transcurso de tiempo. Y sin duda habría muerto de dolor y de confusión en aquel sitio, si al día siguiente
no me hubiese recogido y traído a Bagdad una caravana que volvía de Bassra.
Y desde entonces, tras de haber visto pasar al alcance de mi mano la fortuna y el poder, me vi
reducido a este estado de mendigo por los caminos de la generosidad. Y en mi corazón entró el
arrepentimiento por mi avaricia y por lo que abusé de los beneficios del Retribuidor, y para castigarme
yo mismo, me impuse la penitencia de una bofetada de mano de toda persona que me diera limosna.
Y tal es mi historia, ¡oh Emir de los Creyentes! Y te la he con tado sin ocultar en nada mi impiedad y
la bajeza de mis sentimientos. Y heme aquí dispuesto a recibir una bofetada de mano de cada uno de los
honorables circunstantes, aunque no sea ése bastante castigo.
¡Pero Alah es infinitamente misericordioso!"
Cuando el califa hubo oído esta historia del ciego, le dijo: "¡Oh Babá-Abdalah! ¡Indudablemente tu
crimen es un crimen grande y la avidez de tus ojos una avidez imperdonable! Pero creo que te han
redimido ya tu arrepentimiento y tu humildad ante el Misericordioso. Y por eso quiero que en adelante
esté asegurada tu vida por cuenta de mi tesorero, para no verte sufrir esa penitencia pública que te has
impuesto. Y en consecuencia, el visir del tesoro te dará a diario diez dracmas de moneda mía para tu
subsistencia. ¡Y Alah te tenga en Su misericordia!"
Y ordenó que también se entregase igual suma al maestro de escuela lisiado y con la boca hendida, y
retuvo junto a él, para tratarlos mejor según se merecía su rango y con toda la magnificencia que
acostumbraba, al joven dueño de la yegua blanca, al jeique Hassán y al jinete detrás del cual tocaban
aires indios y chinos.
"¡Pero no creas ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada que esta historia es comparable de cerca ni
de lejos a la de La princesa Suleika Y como el rey Schahriar no conocía esta historia, Schehrazada dijo:
Historia de la princesa Suleika
He llegado a saber ¡oh rey del tiempo! que en el trono de los cali fas de Damasco había un rey entre
los Ommiadas que tenía como visir a un hombre dotado de cordura, de saber y de elocuencia, el cual
había leído los libros de los antiguos y los anales y las obras de los poetas, reteniendo lo que había
leído, y cuando era necesario, sabía contar a su señor las historias que hacen agradable la vida y
deleitable el tiempo. Un día entre los días, como viera que su señor el rey sentía cierto aburrimiento,
decidió distraerle, y le dijo: "¡Oh mi señor! con frecuencia me has interrogado acerca de los
acontecimientos de mi vida y acerca de lo que me había ocurrido antes de que llegase a ser tu esclavo y
el visir de tu poderío. Y hasta el presente me he excusado siempre de contestarte, por temor a aparecer
importuno o atacado de pedantería, y he preferido contarte lo que hubo de ocurrirles a otros ajenos a mí.
Pero aunque la buena educación nos prohibe hablar de nosotros mismos, hoy quiero narrarte la aventura
singular que influ yó en toda mi vida, y a la cual debo el haber llegado hasta el umbral de tu grandeza". Y
al ver que su señor le escuchaba con toda atención, contó así su historia:
"Nací ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! en esta bienhadada ciudad de Damasco, de un padre que
se llamaba Abdalah y que era uno de los mercaderes más estimables de todo el país de Scham. Y no se
escatimó nada para mi educación, pues recibí lecciones de los maes tros más versados en el estudio de la
teología, de la jurisprudencia, del álgebra, de la poesía, de la astronomía, de la caligrafía, de la
aritmética y de las tradiciones de nuestra fe. Y también me enseñaron cuantas lenguas se hablan en el
dominio de su soberanía, de un mar a otro mar, con objeto de que, si un día recorría el mundo por amor a
los viajes, me pudiera servir tal enseñanza en los países de los hom bres. Y así es como aprendí, entre
todos los dialectos de nuestra len gua, el habla de los persas, de los griegos, de los tártaros, de los
kurdos, de los indios y de los chinos. Y supieron mis maestros ense ñarme todo aquello de tal manera, que
retuve cuanto aprendí, y se me ponía por modelo ante los estudiantes desaplicados.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 877ª noche
Ella dijo:
La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada y besó a su hermana y le
dijo: "¡Oh Schehrazada! por favor, date prisa a contarnos la historia que comenzaste, que es la de la
princesa Suleika". Y dijo Schehrazada: "De todo corazón amistoso y como homenaje debido a este rey
dotado de buenos modales". Y añadió:
El visir del rey de Damasco continuó en estos términos la histo ria que contaba a su señor:
Cuando, gracias a las lecciones de mis maestros, aprendí ¡oh mi señor! todas las ciencias de mi
tiempo, así como los dialectos de nues tra lengua y el habla de los persas, de los griegos, de los tártaros,
de los kurdos, de los indios y de los chinos, y gracias al método excelente de mis maestros hube de
retener cuanto aprendí, mi padre, tranquilo por mi suerte, vió sin amargura acercársele el momento
escrito para término de la vida de cada criatura. Y antes de fallecer en la miseri cordia de su Señor, me
llamó a su lado y me dijo: "¡Oh hijo mío! he aquí que la Separadora va a cortar el hilo de mi vida, y te
vas a quedar sin una cabeza que te guíe por el mar de los acontecimientos. Pero me consuelo de dejarte
solo al pensar que, merced a la educa ción que recibiste, sabrás acelerar la llegada del destino favorable.
No obstante, ¡oh hijo mío! ninguno entre los hijos de Adán puede saber lo que le reserva la suerte, y
ninguna precaución puede prevalecer con tra los dictados del Libro del Destino. Si llegara día, por tanto,
en que el tiempo se volviera en contra tuya ¡oh hijo mío! y tu vida se tor nara negra, no tienes más que ir al
jardín de esta casa y colgarte de la rama mayor del añoso árbol que ya conoces.
¡Y así te libertarás!"
Y tras de pronunciar tan extrañas palabras murió mi padre en la paz del Señor, sin haber tenido
tiempo para explicarse mejor o rectificar semejante consejo. Y mientras duraron los funerales y en los
días del duelo, no dejé de reflexionar acerca de aquellas palabras tan singulares en boca de un hombre
tan prudente y temeroso de Alah como lo había sido mi padre durante toda su vida. Y me pregun taba sin
cesar: "¿Cómo es posible que mi padre me haya aconsejado, contraviniendo los preceptos del Libro
Santo, que me dé la muerte ahorcándome, en caso de reveses de fortuna, mejor que confiarme a la
solicitud del Dueño de las criaturas? No alcanza a comprenderlo mi entendimiento".
Más tarde, poco a poco se fué borrando en mí el recuerdo de aquellas palabras, y como me gustaban
el placer y el derroche, en cuanto me vi en posesión de la herencia que me correspondía, no tardé en
seguir el curso de todas mis inclinaciones. Y viví varios años en el seno de las locuras y de las
prodigalidades, de modo que acabé por comerme todo mi patrimonio, y un día me desperté tan desnudo
como salí del seno de mi madre. Y me dije, mordiéndome los dedos: "¡Oh Hassán, hijo de Abdalah! hete
aquí reducido a la miseria por culpa tuya y no por la traición del tiempo. Y ya no te queda por toda
hacien da más que esta casa con este jardín. Y vas a verte obligado a vender los para mantenerte algún
tiempo todavía. ¡Tras de lo cual quedarás reducido a la mendicidad, pues te abandonarán tus amigos, y
nadie otorgará crédito a quien ha arruinado su casa con sus propias manos!"
Y así pensando, cogí una cuerda gruesa y bajé al jardín. Y re suelto ya a ahorcarme, me dirigí al árbol
consabido, busqué la rama mayor, la sujeté, y después de colocar dos piedras grandes al pie del añoso
árbol, até la cuerda a la rama por un extremo. Y con el otro extremo hice un nudo corredizo que me pasé
al cuello; y pidiendo perdón a Alah por mi acto, salté al espacio desde la parte de arriba de las piedras.
Y ya me balanceaba estrangulado, cuando la rama crujió con mi peso y se separó del tronco. Y caí al
suelo con ella antes de que la vida hubiese abandonado mi cuerpo.
Y cuando volví de aquella especie de desmayo en que me había sumido y comprendí que no estaba
muerto, me mortificó mucho haber gastado semejante esfuerzo de voluntad para llegar a aquel fracaso
final. Y ya me incorporaba con objeto de repetir mi acto criminal, cuando vi caer del árbol un guijarro, y
advertí que aquel guijarro ardía en el suelo como un carbón encendido. Y con gran sorpresa mía noté que
donde acababa de tener lugar mi caída el suelo estaba cu bierto de aquellos guijarros brillantes, y que aún
seguían cayendo del árbol, precisamente del mismo sitio por donde se había desprendido la rama. Y me
volví a subir en las dos piedras grandes, y miré más de cerca la rotura. Y vi que por aquel lado el tronco
no estaba lleno, sino hueco, y que de la cavidad se escapaban aquellos guijarros, que eran diamantes,
esmeraldas y otras piedras de todos los colores.
Al ver aquello, ¡oh mi señor! comprendí la verdadera significa ción de las palabras de mi padre, y
deduje su verdadero sentido, acor dándome de que mi padre, lejos de aconsejarme que me ahorcara me
había aconsejado sencillamente que me colgara de la rama mayor del árbol, sabiendo de antemano que
cedería con mi peso y dejaría al descubierto el tesoro que él mismo había metido para mí en el tronco
vacío del añoso árbol, en previsión de los malos días.
Y con el corazón dilatado de alegría, corrí a la casa para bus car un hacha, y agrandé la rotura. Y me
encontré con que el inmenso tronco del añoso árbol estaba hueco y lleno hasta la base de rubíes,
diamantes, turquesas, perlas, esmeraldas y todas las especies de gemas terrestres y marinas.
Entonces, tras de glorificar a Alah por sus beneficios y bendecir en mi corazón la memoria de mi
padre, cuya prudencia había previsto mis locuras y me había reservado aquella salvación inesperada, re -
negué de mi antigua vida y de mis costumbres disipadas y pródigas, y resolví hacerme un hombre digno
de mis extravagancias, y decidí ir al reino de Persia, donde me atraía con una atracción invencible la
famosa ciudad de Schiraz, de la que con frecuencia había oído hablar a mi padre como de una ciudad en
que estuvieran reunidas todas las elegancias del espíritu y todas las dulzuras de la vida. Y me dije: "¡Oh
Hassán! en esa ciudad de Schiraz te instalarás como mercader de pe drerías y entablarás conocimiento
con los hombres más deliciosos de la tierra. ¡Y como sabes hablar el persa, no tendrá eso ninguna di -
ficultad para ti!"
E hice inmediatamente lo que tenía resuelto hacer. Y Alah me escribió la seguridad, y tras de un largo
viaje, llegué sin contratiempo a la ciudad de Schiraz, donde reinaba entonces el gran rey Sabur- Schah.
Y paré en el khan más lujoso de la ciudad, en el que alquilé una hermosa habitación. Y sin tomarme
tiempo para descansar, cambié mis ropas de viaje por vestiduras nuevas y muy hermosas, y me fuí a
pasear por las calles y zocos de aquella ciudad espléndida.
Y he aquí que, al salir de la gran mezquita de porcelana, cuya hermosura había conmovido mi corazón
y me había sumido en el éxtasis de la plegaria, vi que venía en dirección mía un visir entre los visires del
rey. Y también me vió él, y se paró frente a mí, contemplán dome como si yo fuese un ángel. Luego me
abordó y me dijo: "¡Oh el más hermoso de los adolescentes! ¿De qué país eres? ¡Porque tu tra je me
indica que eres extranjero en nuestra ciudad!" Y contesté incli nándome: "¡Soy de Damasco, ¡oh mi señor!
y he venido a Schiraz para instruirme con el trato de sus habitantes!" Y al oír mis palabras, el visir se
dilató considerablemente, y me estrechó en sus brazos, y me dijo: "¡Hermosas palabras las de tu boca!,
¡oh hijo mío! ¿Qué edad tienes?" Y contesté: "¡Tu esclavo se halla en su decimosexto año!" Y él se dilató
aún más, pues descendía de los compañeros de Loth, y me dijo: "Es la edad más hermosa, ¡oh hijo mío!
es la edad más hermosa. Y si no tienes que hacer nada mejor, ven conmigo a palacio y te pre sentaré a
nuestro rey, que gusta de los rostros hermosos, y te nombrará chambelán entre sus chambelanes. Y sin
duda serás la gloria de los chambelanes y corona suya". Y le dije: "¡Por encima de mi cabeza y de mis
ojos, y escucho y obedezco!"
Entonces me cogió de la mano. E hicimos el camino juntos, char lando de unas cosas y de otras. Y se
asombraba él mucho, al oírme ha blar el persa, lengua que no era la mía, con desenfado y pureza. Y se
maravillaba de mi cara y de mi elegancia. Y me decía: "¡Por Alah, si todos los jóvenes de Damasco son
como tú, esa ciudad será una región del paraíso, y la parte del cielo que hay encima de Damasco será el
paraíso mismo!" Y de tal suerte llegamos al palacio del rey Sabur-Schah, en presencia del cual me
introdujo, y que, en efecto, sonrió al ver mi rostro, y me dijo: "¡Bienvenido sea a mi palacio el rostro de
Damasco!" Y añadió: "¿Cómo te llamas, ¡oh hermoso adolescente!?" Y contesté: "Tu esclavo Hassán, ¡oh
rey del tiempo!" Y al oírme hablar así, se dilató y se esponjó, y me dijo: "Jamás nombre alguno cuadró
mejor a un rostro semejante, ¡oh Hassán!" Y añadió: "¡Te nombro mi cham belán, a fin de que mis ojos se
regocijen todas las mañanas viéndote!" Y besé la mano del rey, y le di gracias por la bondad que me
demostra ba. Y el visir me llevó consigo y me hizo quitar mis trajes, y me vistió él mismo con ropa de
paje. Y me dió la primera lección de indumenta ria precisa para nuestras funciones de chambelán. Y no
sabía yo cómo expresarle mi gratitud por todas sus atenciones. Y él me tomó bajo su protección. Y me
hice amigo suyo. Y por su parte, todos los demás chambelanes, que eran jóvenes y muy hermosos, se
hicieron amigos míos. Y parecía que iba a ser deliciosa en aquel palacio mi vida, pues que tanta alegría
me proporcionaba ya y tantos placeres me prometía.
Y he aquí que hasta entonces ¡oh mi señor! para nada absoluta mente había intervenido en mi vida la
mujer. Pero pronto debía hacer su aparición. Y con ella, mi vida había de entrar en la complicación ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 878ª noche
Ella dijo:
...Y he aquí que hasta entonces ¡oh mi señor! para nada absolu tamente había intervenido en mi vida la
mujer. Pero pronto debía hacer su aparición. Y con ella, mi vida había de entrar en la complicación.
En efecto, debo apresurarme a decirte ¡oh mi señor! que mi pro tector me había dicho el primer día:
"Sabe ¡oh querido mío! que está prohibido a todos los chambelanes de las doce cámaras, así como a to -
dos los dignatarios de palacio, oficiales y guardias, pasearse después de cierta hora de la noche por los
jardines de palacio. Porque, a partir de esa hora, los jardines están reservados sólo a las mujeres del
harén, a fin de que puedan ir allá a tomar el aire y charlar entre sí. Y si alguno, para su desdicha, es
sorprendido en el jardín a esa hora, arries ga su cabeza". Y yo hube de prometerme no correr nunca aquel
riesgo.
Pero una tarde, a causa de la frescura y la dulzura del aire, me dejé ganar por el sueño en un banco de
los jardines. Y no sé cuánto tiempo estuve dormido. Y entre sueños oía voces de mujeres que de cían:
"¡Oh! ¡es un ángel, es un ángel, es un ángel! ¡Oh! ¡qué hermoso, qué hermoso, qué hermoso!" Y me
desperté de repente. Y no vi nada más que oscuridad. Y comprendí que, si me sorprendían a aquella hora
en los jardines, corría mucho riesgo de perder la cabeza, no obstante todo el interés que inspiraba al rey
y a su visir. Y enloquecido con esta idea, me erguí sobre ambos pies para correr al palacio antes de que
me advirtiesen en aquellos lugares prohibidos. Pero he aquí que, de improviso salió de la sombra y del
silencio una voz de mujer, muy risueña de timbre, que me decía: "¿Adónde vas, adónde vas, ¡oh her moso
despierto!?" Y más asustado que si me persiguen los guardias todos del harén, quise huir de aquel sitio,
sin pensar más que en llegar al palacio. Pero no bien hube dado algunos pasos, a la vuelta de una
avenida, bajo la luna, que salía de detrás de una nube, vi aparecer una dama de belleza y de blancura
extraordinarias, que se irguió ante mí sonriendo con dos grandes ojos de gacela enamorada. Y su porte
era tan majestuoso como real era su actitud. Y la luna que brillaba en el cielo era menos brillante que su
rostro.
Y ante aquella aparición, descendida sin duda del paraíso, no pude por menos de pararme. Y lleno de
confusión, bajé los ojos y me mantu ve en la actitud de la deferencia. Y me dijo ella con su voz amable:
"¿Adónde ibas tan de prisa, ¡oh luz de los ojos!? ¿Y quién te obliga a correr así?" Y contesté: "¡Oh
señora! si perteneces a este palacio, no puedes ignorar las razones que me impulsan a alejarme tan
precipitadamente de estos lugares. Debes saber, en efecto, que está prohibido a los hombres retardarse en
los jardines, pasada cierta hora, y que les va la cabeza en contravenir esta prohibición. Por favor,
déjame, pues, alejarme antes de que me adviertan los guardias". Y la joven señora, sin dejar de reír, me
dijo: "¡Oh brisa del corazón! ¡un poco tarde te acuerdas de retirarte! La hora de que hablas ha pasado
hace mucho tiempo. ¡Y mejor harías, en vez de procurar ponerte a salvo en pasar aquí el resto de la
noche, que será para ti una noche bendita, una no che de blancura!" Pero yo, más asustado y más
tembloroso que nunca, sólo pensaba en la fuga, y me lamentaba, diciendo: "¡Estoy perdido sin remedio!
¡Oh hija de gentes de bien, o mi señora, quienquiera que seas, no me ocasiones la muerte con el atractivo
de tus encantos!" Y quise escaparme. Pero ella me lo impidió extendiendo el brazo izquierdo, y con su
mano derecha se quitó completamente su velo, y me dijo, cesando de reír: "Mírame, pues, joven
insensato, y dime si todas las noches las puedes encontrar más bellas o más jóvenes que yo. Apenas tengo
dieciocho años, y no me ha tocado ningún hombre. Respecto a mi rostro, que no es feo de mirar, ninguno
antes que tú pudo envane cerse de haberlo entrevisto. Me ultrajarías, pues, violentamente si te obstinaras
en rehuirme". Y le dije: "¡Oh soberana mía! ¡ciertamente, eres la luna llena de la belleza, y aunque la
noche, celosa, oculta a mis ojos parte de tus encantos, lo que de ellos descubro basta para encan tarme!
Pero te suplico que te pongas por un instante en mi situación, y verás cuán triste y delicada es".
Y contestó ella: "Convengo contigo ¡oh núcleo del corazón! en que tu situación es, en efecto, delicada;
pero su delicadeza no proviene del peligro que corres, sino del propio objeto que la ocasiona. ¡Porque
no sabes quién soy, ni cuál es mi rango en el palacio! Y en cuanto al peligro que corres, sería real para
otro que tú, ya que te tengo bajo mi salvaguardia y mi protección. Dime, pues, tu nombre, quién eres y
cuáles son tus funciones en palacio". Y contesté: "¡Oh mi señora! soy Hassán de Damasco, el nuevo
chambelán del rey Sabur-Schah y el favorito del visir del rey Sabur-Schah". Y exclamó ella: "¡Ah!
¿conque eres tú el hermoso Hassán que ha volcado el cerebro del descendiente de Loth? ¡Cuán feliz soy
por tenerte esta noche para mí sola, ¡oh querido mío! ¡Ven corazón mío, ven! ¡Y deja de envenenar los
momentos de dulzura y de gracia con penosas reflexiones!"
Y tras de hablar así, la hermosa joven me atrajo a la fuerza hacia ella, y frotó su rostro contra el mío,
y aplicó sus labios a mis labios con pasión. Y yo, ¡oh mi señor! aunque era la primera vez que me ocurría
una aventura semejante, sentía en aquel contacto vivir furiosamente en mí al niño de su padre, y tras de
besar en un transporte a la joven, que estaba en éxtasis, saqué el niño y lo encaminé al nido. Pero, al
verlo, en vez de empezar a moverse animándose, la joven se desenlazó de pronto y me rechazó
rudamente, lanzando un grito de alarma. Y apenas tuve tiempo de guardarme al niño, pues al punto vi salir
de un bosque cillo de rosas a diez jóvenes que echaron a correr hacia nosotros; rien do a más no poder.
Y al divisarlas, ¡oh mi señor! comprendí que lo habían visto todo y oído todo, y que la joven
consabida se había divertido a costa mía, y que sólo habló conmigo por broma, con el objeto evidente de,
hacer reír a sus compañeras. Y por cierto que, en un abrir y cerrar de ojos, todas las jóvenes me habían
rodeado, risueñas y saltarinas como corzas domesticadas. Y sin cesar en sus carcajadas, me miraban con
ojos encendidos de malicia y de curiosidad, y decían a la que hubo de inter pelarme: "¡Oh hermana
nuestra Kairia, qué bien te has portado! ¡Oh qué bien te has portado! ¡Cuán hermoso era el niño! ¡y
vivaz!" Y otra dijo: "¡Y rápido!" Y otra dijo: "¡E irritable!" Y otra dijo: "¡Y galante!" Y otra dijo: "¡Y
encantador!" Y otra dijo: "¡Y grande!" Y otra dijo: "¡Y robusto!" Y otra dijo: "¡Y vehemente!" Y otra dijo:
"¡Y sorprendente!" Y otra dijo: "¡Un sultán!"
Y a la sazón prorrumpieron en prolongadas carcajadas, mientras yo estaba en el límite del
azoramiento y de la confusión. Porque en mi vida ¡oh mi señor! había mirado a una mujer a la cara, ni
había tra tado con mujeres. Y aquéllas tenían un desenfado y una audacia sin precedentes en los anales de
la impudicia. Y allí me quedé, en medio de su delirio, desconcertado, vergonzoso y con la nariz alargada
hasta los pies, como un tonto.
Pero de repente salió del bosquecillo de rosas, cual la luna que se eleva, una duodécima joven, cuya
aparición hizo cesar súbitamente todas las risas y todas las bromas. Y era soberana su belleza y a su paso
hacía inclinarse los tallos de las flores. Y avanzó hacia nuestro grupo, que hubo de abrirse al acercarse
ella; y la joven me miró lar gamente y me dijo: "En verdad ¡oh Hassán de Damasco! que tu auda cia es
mucha audacia, y el atentado que cometiste en la persona de esta joven merece un castigo. ¡Y por mi vida
te juro que lo siento por tu juventud y tu hermosura!"
Entonces la joven que fué causa de toda aquella aventura, y que se llamaba Kairia, se adelantó y besó
la mano de la que acababa de ha blar así, y le dijo: "¡Oh nuestra señora Suleika! ¡por tu vida preciosa,
perdónale su impulso de hace poco, que sólo prueba su impetuosidad! ¡Y su suerte está entre tus manos!
¿Es que vamos a abandonar o a dejar sin socorro a este hermoso asaltante, a este perpetrador de aten -
tados contra las jóvenes vírgenes?" Y la que se llamaba Suleika re flexionó un instante y contestó: "Pues
bien: por esta vez le perdonamos, ya que tú, que has sufrido su atentado, intercedes en favor suyo. ¡Sea
salva su cabeza, y véase él libre del peligro en que se encuentra! Y para que se acuerde de las jóvenes
que le han salvado, conviene que tratemos de hacerle algo más agradable aún su aventura de esta noche.
Llevémosle, pues, con nosotras y hagámosle entrar en nuestros aposen tos privados, que ningún hombre
hasta ahora violó con su presencia".
Tras de hablar así, hizo cierta seña a una de las jóvenes que la acom pañaban, la cual desapareció en
seguida bajo los cipreses, ligera, para volver al cabo llevando en brazos un montón de sedas. Y
desenvolvió a mis pies las tales sedas, que constituían un encantador traje de mu jer; y entre todas me
ayudaron a ponérmelo encima de mis ropas. Y disfrazado de tal modo, me mezclé al grupo que formaban
ellas. Y pa sando por entre los árboles, ganamos los aposentos privados.
Y he aquí que, al entrar en la sala de recepciones reservadas al harén, que era toda de mármol calado
e incrustado de perlas y turque sas, las jóvenes me dijeron al oído que en aquella sala era donde la hija
única del rey tenía costumbre de recibir a sus visitas y a sus amigas. Y también me revelaron que la hija
única del rey no era otra que la propia princesa Suleika.
Y observé que en medio de aquella sala tan hermosa y tan des amueblada había veinte alfombrines
grandes de brocado dispuestos en redondo sobre el tapiz central. Y todas las jóvenes, que ni por un ins -
tante habían dejado de hacerme zalamerias ni de dirigirme ojeadas llameantes, fueron a sentarse en buen
orden sobre los alfombrines de brocado, obligándome a que me sentara en medio de ellas, junto a la
princesa Suleika misma, que me miraba con ojos que traspasaban mi alma.
Entonces Suleika pidió refrescos, y seis nuevas esclavas, no menos bellas y ricamente vestidas,
aparecieron al instante, y empezaron por ofrecernos servilletas de seda en bandejas de oro, en tanto que
las se guían diez más con grandes porcelanas, cuya contemplación ya era por sí sola un refresco ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 879ª noche
Ella dijo:
...en tanto que las seguían diez más con grandes porcelanas, cuya contemplación ya era por sí sola un
refresco. Y nos sirvieron las porcelanas, que contenían sorbetes de nieve, leche cuajada, confituras de
toronja, rebanadas de cohombro y limones. Y la princesa Suleika se sirvió la primera, y con la misma
cuchara de oro que se había lle vado a los labios me ofreció un poco de confitura y una rebanada de
toronja, dándome luego otra cucharada de leche cuajada. Después circu ló de mano en mano varias veces
la misma cuchara, de modo que todas las jóvenes sirviéronse repetidamente de aquellas cosas excelentes
hasta que no quedó nada en las porcelanas. Y entonces las esclavas nos pre sentaron en copas de cristal
agua muy pura.
Y no dejó de hacerse la conversación tan viva como si hubiéramos bebido los fermentos de los vinos
todos. Y me asombré del atrevimiento de los discursos que salían de labios de aquellas jóvenes, las
cuales reían a carcajadas en cuanto una de ellas aventuraba una broma pi cante y mordaz acerca del niño
de su padre, cuya contemplación las tenía preocupadas con exceso. Y la encantadora Kairia, contra quien
iba dirigido mi atentado, si atentado hubo, no me guardaba ningún rencor, y se había colocado de frente a
mí. Y me miraba sonriendo, y con el lenguaje de los ojos me daba a entender que me perdonaba mi
ligereza del jardín. Y yo, por mi parte, levantaba los ojos hacia ella de cuando en cuando, y luego los
bajaba vivamente en cuanto notaba que ella tenía la vista fija en mí; porque, no obstante los esfuerzos que
hacía yo para aparentar cierto aplomo en mi rostro, seguían teniendo, en medio de aquellas
extraordinarias jóvenes, un aspecto muy azorado. Y la princesa Suleika y sus acompañantes, que
demasiado lo compren dían, trataban, por su parte, de darme ánimos a todo trance. Y Suleika acabó por
decirme: "¿Cuándo vas a mostrarte tranquilo y seguro, ¡oh Hassán, oh damasquino!? ¿Acaso crees que
estas inocentes jóvenes comen carne humana? ¿Y no sabes que no corres ningún peligro en los aposentos
de la hija del rey, donde jamás se atrevería un eunuco a penetrar sin permiso? Olvida pues, por un
instante que hablas con la princesa Suleika, y figúrate que estás charlando con sencillas hijas de
mercaderes modestos de Schiraz. Levanta la cabeza ¡oh Hassán! y mira a la cara a todas estas jóvenes
encantadoras. ¡Y cuando las hayas examinado con la mayor atención, date prisa a decirnos con toda
franque za, y ya sin temor a enfadarnos, cuál de entre nosotras te gusta más!"
Estas palabras de la princesa Suleika, ¡oh rey del tiempo! en vez de darme ánimo y tranquilidad, no
hicieron más que aumentar mi tur bación y mi embarazo, y sólo supe balbucear palabras incoherentes,
sintiendo que se me subía al rostro el rubor de la emoción. Y en aquel momento hubiera querido que la
tierra se abriese y me devorase. Y Suleika, al ver mi perplejidad, me dijo: "Ya veo ¡oh Hassán! que te he
pedido una cosa que te pone en un aprieto. Porque sin duda temes, al declarar tu preferencia por una,
disgustar a las demás e indisponer las contra ti. Pues bien; estás equivocado si te oscurece el entendi -
miento ese temor. Has de saber, en efecto, que yo y mis compañeras estamos tan unidas y existen tantos
lazos de ternura entre nosotros, que, hiciera un hombre lo que hiciera con una de nosotras, no podría
alterar nuestros sentimientos mutuos. Desecha, pues, de tu corazón los temores que te hacen tan prudente,
examínanos a tu antojo, e incluso si deseas que nos pongamos completamente desnudas delante de ti, dilo
sin reticencia, y lo ejecutaremos por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos. Pero apresúrate a
decirnos cuál es la elegida de tu gusto". Entonces ¡oh mi señor! hice una llamada al valor que me volvía a
impulsos de estas palabras alentadoras, y aunque las compañeras de Suleika, eran perfectamente bellas, y
hubiese sido muy difícil al ojo más experto hallar diferencia entre ellas, y aunque, por otra parte, la
princesa Suleika era por sí misma tan maravillosa al menos como sus doncellas, mi corazón deseó
ardientemente a la que fué la primera en hacerlo latir con tanta violencia en el jardín, a la vivaracha y
deliciosa Kairia, a la bienamada del niño de su padre. Pero, aun con todo el deseo que tenía de hacerlo
me guardé bien de revelar mis sentimientos, que era muy fácil, a despecho de las palabras
tranquilizadoras de Suleika, que atra jeran sobre mi cabeza los rencores de todas aquellas vírgenes. Y tras
de examinarlas a todas con la mayor atención, me limité a encararme con la princesa Suleika y a decirle:
"¡Oh mi señora! debo empezar por decirte que nunca me atrevería a comparar el brillo de la luna con el
titilar de las estrellas. Y es tanta tu belleza, que los ojos no acertarían a tener miradas más que para ella".
Y diciendo estas palabras, no pude por menos de dirigir una ojeada de inteligencia a la deleitable Kairia
para darle a entender que sólo la cortesía me dictaba aquella adulación a la princesa.
Y cuando hubo oído mi respuesta, Suleika me dijo, sonriendo: "Has estado galante, ¡oh Hassán! por
más que la adulación sea aparente. ¡Apresúrate, pues, ahora que tienes más libertad para hablar, a descu -
brirnos el fondo de tu corazón, diciéndonos cuál, entre todas estas jóvenes, es la que te cautiva más!" Y
por su parte, las jóvenes unieron sus ruegos a los de la princesa para apremiarme a que les revelara mi
preferencia. Y Kairia era entre todas quien se mostraba más decidida a hacerme hablar, pues ya había
adivinado mis pensamientos secretos.
Entonces, desechando el resto de timidez que me quedaba, cedí a tan reiteradas instancias de las
jóvenes y de su señora, me encaré con Suleika, y le dije señalando con un ademán de mi mano a la joven
Kairia: "¡Oh soberana mía! ¡ésa es la que prefiero! ¡Sí, por Alah, hacia la amable Kairia va mi mayor
deseo!".
No había acabado de pronunciar estas palabras, cuando todas las jóvenes se echaron a reír a
carcajadas a la vez, sin que en sus rostros alegres apareciese el menor indicio de agravio. Y pensé para
mi ánima, mirándolas cómo se empujaban con el codo y se morían de risa: "¡Qué cosa tan prodigiosa!
¿Se trata de mujeres entre las mujeres y de jóvenes entre las jóvenes? ¿Pues cuándo las criaturas de ese
sexo han ad quirido esa indiferencia y tanta virtud para no sentirse envidiosas y no arañarse el rostro al
saber un triunfo de una semejante suya? ¡Por Alah! ni las hermanas obrarían ante sus hermanas con tanta
amabili dad y desinterés. He aquí algo que va más allá del entendimiento".
Pero la princesa Suleika no me dejó sumido por mucho tiempo en aquella perplejidad, y me dijo:
"Felicidades, felicidades, ¡oh Has sán de Damasco! ¡Por mi vida, que los jóvenes de tu país tienen buen
gusto, vista fina y sagacidad! Y me satisface mucho ¡oh Hassán! que hayas dado la preferencia a mi
favorita Kairia, que es la preferida de mi corazón y la más querida. Y no te arrepentirás de tu elección,
¡oh tunante! Además, te hallas muy distante de conocer todo el mérito y todo el valor de la elegida, pues
ninguna de nosotras, tales como so mos, puede compararse de cerca ni de lejos con ella en encantos, per -
fecciones corporales o atractivo espiritual. Y somos esclavas suyas, en verdad, aunque engañen las
apariencias".
Luego, todas, una tras otra, empezaron a felicitar a la encanta dora Kairia y a gastarle bromas por el
triunfo que acababa de obtener. Y no se quedaba ella corta en las réplicas, y para cada una de sus
compañeras tenía la respuesta conveniente, en tanto que yo llegaba al límite del asombro.
Tras de lo cual, Suleika tomó de junto a ella un laúd, y lo puso en las manos de su favorita Kairia,
diciéndole: "¡Alma de mi alma, conviene que hagas ver a tu enamorado un poco de lo que sabes, a fin de
que no crea que hemos exagerado tus méritos!" Y la deleitable Kairia cogió el laúd de manos de Suleika,
lo templó, y después de un preludio arrebatador, cantó en sordina, acompañándose:
¡Soy la educanda del amor, que me ha enseñado las buenas ma neras!
Y ha puesto en mi alma tesoros que reserva para ese joven corzo que me ha punzado el
corazón, con los escorpiones negros de sus hermosas sienes.
¡Mientras viva, amaré al joven que ha escogido mi corazón, por que soy fiel al objeto de mi
amor!
¡Oh enamorados! ¡cuando hayáis escogido un objeto amable, amad le mucho y no os
separéis de él nunca! ¡Objeto que se pierde no se encuentra jamás!
¡Por lo que a mí respecta, amo a ese joven corzo de formas gra ciosas, cuya mirada ha
penetrado en mi corazón más profundamente que el filo de una hoja cortante!
¡La belleza escribió en su frente joven líneas encantadoras de sen tido conciso!
¡Su mirada de hechicería es tan encantadora que fascina a los co razones todos con el arco
tirante en que brillan sus flechas negras!
¡Oh tú, sin quien yo ya no podré pasarme y a quien no sabré re emplazar en mi intimidad!
¡Ven al hammam conmigo! ¡Arderán los nardos, y sus vapores lle narán la sala!
¡Y cantaré sobre tu corazón nuestro amor!
Cuando hubo acabado de cantar, posó los ojos en mí tan tierna mente, que olvidando de pronto toda mi
timidez y la presencia de la hija del rey y de sus maliciosas acompañantas, me arrojé a los pies de
Kairia, transportado de amor y en el límite del placer. Y aspirando el perfume que se exhalaba de sus
finos vestidos y sintiendo el calor que su carne me comunicaba, llegué a tal estado de embriaguez, que de
re pente la cogí en mis brazos, y empecé a besarla con vehemencia en donde podía, mientras ella
desfallecía como una tórtola. Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las
jóvenes al verme fuera de mí como un morueco ayuno desde su pubertad...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 880ª noche
Ella dijo:
...Y no volví a la realidad hasta oír las grandes carcajadas que lanzaban las jóvenes al verme fuera de
mí como un morueco ayuno des de su pubertad.
A continuación se pusieron a comer y a beber y a decir locuras y a hacerme
caricias y mimos disimuladamente, hasta que entró una escla va vieja, la cual hubo de advertir a la
reunión que pronto llegaría el día. Y contestaron todas a una: "¡Oh nodriza nuestra señora, tu adver tencia
está por encima de nuestras cabezas y de nuestros ojos!" Y Suleika se levantó, diciéndome: "Ya es tiempo
¡oh Hassán! de ir a descansar. Y puedes contar con mi protección para llegar a unirte con tu enamorada,
porque nada perdonaré para hacerte llegar a la satisfacción de tus de seos. Pero, por el momento, vamos a
hacerte salir sin miedo del harén".
Y dijo algunas palabras al oído de su vieja nodriza, que me miró un instante a la cara y me cogió de
la mano, diciéndome que la siguiera. Y después de inclinarme ante aquella bandada de palomas, y de
lanzar una ojeada apasionada a la deleitable Kairia, me dejé conducir por la vieja, que me llevó por
varias galerías, y dando mil rodeos me hizo llegar a una puertecita de la que tenía la llave. Y abrió
aquella puerta. Y me deslicé afuera, y advertí que estaba al otro lado del recinto de palacio.
Ya era de día, y me apresuré a regresar a palacio ostensiblemente por la puerta principal, de modo
que me notasen los guardias. Y corrí a mi cuarto, en donde, no bien hube franqueado el umbral, me
encontré con mi protector el visir descendiente de Loth, que me esperaba en el límite de la impaciencia y
de la inquietud. Y se levantó vivamente al verme entrar, y me estrechó en sus brazos, y me besó
tiernamente dicién dome: "¡Oh Hassán! mi corazón estaba contigo, y he tenido mucho cuidado por ti. Y no
he cerrado los ojos en toda la noche, pensando que, como eres extranjero en Schiraz, corrías peligros
nocturnos a causa de los bribones que infestan las calles. ¡Ah querido mío! ¿dónde has es tado lejos de
mí?" Y me guardé bien de contarle mi aventura ni de decirle que había pasado la noche con mujeres, y
sencillamente me limité a contestarle que me había encontrado con un mercader de Damasco establecido
en Bagdad, que acababa de partir para El-Bassra con toda su familia, y que me había retenido en su casa
toda la noche. Y mi protector se vió obligado a creerme, y se contentó con lanzar algunos suspi ros y
reprenderme amistosamente. ¡Y he aquí lo referente a él!
En cuanto a mí, sentía con el corazón y el espíritu ligados a los encantos de la deleitable Kairia, y
pasé todo aquel día y toda aquella noche recordando las menores circunstancias de nuestra entrevista. Y
al día siguiente todavía estaba absorto en mis recuerdos, cuando un eunu co fué a llamar a mi puerta y me
dijo: "¿Es aquí donde habita el señor Hassán de Damasco, chambelán de nuestro amo el rey Sabur-
Schah?" Y contesté: "¡En su casa estás!" Entonces él besó la tierra entre mis manos y se incorporó para
sacarse del seno un papel enrollado que hubo de entregarme. Y se fué por donde había venido.
Y al punto desdoblé el papel, y vi que contenía estas líneas, traza das con letras complicadas: "Si el
corzo del país de Schám viene esta noche a pasear entre las ramas su esbeltez a la luz de la luna, se
encon trará con una corza joven en celo, desfalleciendo sólo con sentirle acer carse, la cual en su lenguaje
le dirá cuán conmovido tiene el corazón por haber sido elegida entre las corzas de la selva y preferida
entre sus compañeras".
Y ¡oh mi señor! al leer esta carta, me sentí ebrio sin haber probado el vino. Porque, aunque desde la
primera noche hube de comprender que la deleitable Kairia sentía alguna inclinación por mí, no esperaba
yo una prueba de adhesión semejante.Así es que, en cuanto pude disimular mi emoción, me presenté en
casa de mi protector el visir y le besé la mano. Y predisponiéndole así en mi favor, le pedí permiso para
ir a ver a un derviche de mi país, recientemente llegado de la Meca, que me había invitado a pasar con él
la noche. Y habiéndoseme dado permiso, volví a mi cuarto y escogí, entre mis pedrerías, las más
hermosas esmeraldas, los rubíes más puros, los diamantes más blancos, las perlas más gruesas, las
turquesas más delicadas y los zafiros más perfectos, y con un hilo de oro los ensarté como un rosario. Y
en cuanto descendió la noche so bre los jardines, me perfumé con almizcle puro, y gané sigilosamente los
boscajes por la puertecilla disimulada, cuyo camino conocía, y que hallé abierta para mí.
Y llegué a los cipreses, al pie de los cuales me había dejado llevar del sueño la primera noche, y
esperé anhelante la llegada de la bien amada. Y la impaciencia me abrasaba el alma, y me parecía que
nunca iba a llegar el momento de nuestra entrevista. Y he aquí que, de pronto, bajo los rayos de la luna,
movióse entre los cipreses una blancura ligera, y la deleitable Kairia se mostró ante mis ojos extáticos. Y
me prosterné a sus pies, dando con la cara en tierra, sin poder decir una palabra, y permanecí en aquel
estado hasta que me dijo ella con su voz de agua corriente: '¡Oh Hassán de mi amor! ¡levántate, y en vez
de ese silencio tierno y apasionado, dame verdaderas pruebas de tu inclinación hacia mí! ¿Es posible ¡oh
Hassán! que me hayas encontrado realmente más hermosa y más deseable que todas mis compañeras,
deliciosas jóvenes, perlas imperforadas, e incluso más que la princesa Suleika?Tendré que oírlo por
segunda vez aún para dar crédito a mis oídos". Y tras de ha blar así, se inclinó hacia mí y me ayudó a
levantarme. Y yo le cogí la mano y me la llevé a mis labios apasionados, y le dije: "¡Oh soberana de las
soberanas! ante todo, toma este rosario de mi país, cuyas cuentas desgranarás durante los días de tu vida
dichosa, acordándote del esclavo que te lo ha ofrecido. Y con este rosario, ínfimo don de un pobre; acep -
ta también la declaración de un amor que estoy dispuesto a legalizar ante el kadí y los testigos".
Y me contestó ella: "Estoy radiante de haberte inspirado tanto amor, ¡oh Hassán, por quien expongo
mi alma a los pe ligros de esta noche! Pero ¡ay! no sé si mi corazón debe regocijarse de su conquista, o si
debo mirar nuestro encuentro como principio de las calamidades y desdichas de mi vida".
Y tras de hablar así, reclinó su cabeza sobre mi hombro mientras le agitaban el pecho los suspiros. Y
le dije: "¡Oh dueña mía! ¿por qué en esta noche de blancura ves el mundo tan negro ante tu rostro? ¿Y por
qué invocar sobre tu cabeza las calamidades con tan falsos presenti mientos?" Y ella me dijo: "¡Haga
Alah ¡oh Hassán! que sean falsos esos presentimientos! Pero no creas que es tan insensato el temor que
viene a turbar nuestro placer en este momento tan deseado de nuestro encuentro. ¡Ay! demasiado fundados
son mis presentimientos". Y se calló por un momento y me dijo: "Porque has de saber ¡ oh el más ama do
de los amantes! que la princesa Suleika te ama secretamente y que se dispone a declararte su amor de un
momento a otro. ¿Cómo recibirás semejante declaración? ¿Y el amor que dices sentir por mí podrá resis -
tir a la gloria de tener por amante a la más bella y a la más poderosa entre las hijas de reyes?"
Pero la interrumpí para exclamar: "¡Sí, por tu vida, ¡oh deleitable Kairia! tú preponderarás siempre
en mi corazón sobre la princesa Suleika! ¡Y plugiera a Alah que tuvieses una rival más formidable
todavía, y ya verás cómo nada podría extinguir la constancia de mi corazón subyugado por tus encantos!
Y aun cuando el rey Sabur -Schah, padre de Suleika, no tuviera hijos que le sucediesen y dejase el trono
de Persia a quien fuera el esposo de su hija, yo te sacrificaría mi destino, ¡oh la más amable de las
jóvenes!" Y Kairia prorrumpió en exclamaciones, diciendo: "¡Oh infortunado Hassán! ¡qué ceguera la
tuya! ¿Olvidas que no soy más que una esclava al servicio de la prin cesa Suleika? Si respondieras con
una negativa a la declaración de su amor, atraerías sobre mi cabeza y sobre la tuya su resentimiento, y
am bos estaríamos perdidos sin remedio. Por tanto, para nuestro propio interés, es preferible que cedas a
la más fuerte. Se trata del único medio de salvación. Y Alah llevará su bálsamo al corazón de los
afligidos". Y yo, lejos de someterme a su consejo, me sentí en el límite de la indig nación solamente con
pensar que se me hubiera supuesto lo bastante pusilánime para ceder a tales cálculos, y exclamé,
estrechando en mis brazos a la deleitable Kairia: "¡Oh resumen de los más hermosos dones del Creador!
no tortures mi alma con tan penosos discursos. Y ya que el peligro amenaza tu cabeza encantadora,
emprendamos juntos la fuga a mi país. Allá hay desiertos donde nadie podría dar con nuestras hue llas. ¡Y
gracias al Retribuidor, soy bastante rico para hacerte vivir entre esplendores aunque sea al extremo del
mundo habitado!"
Al oír estas palabras, mi amiga se dejó caer con gracia en mis brazos, y me dijo: "Pues bien, Hassán;
ya no dudo de tu afecto, y quiero sacarte del error a que voluntariamente te he inducido con obje to de
poner a prueba tus sentimientos. Has de saber, pues; que no soy la que crees, no soy Kairia la favorita de
la princesa Suleika. La prin cesa Suleika soy yo misma, y la que tú creías que era la princesa Suleika es
precisamente mi favorita Kairia. Y he urdido esta estratage ma para estar más segura de tu amor. Por
cierto que al punto vas a tener la confirmación de mis asertos".
Y a estas palabras, hizo una seña, y de la sombra de los cipreses salió la que yo creía que era la
princesa Suleika, y que era realmente la favorita Kairia. Y fué a besar la mano a su señora, y se inclinó
ante mí ceremoniosamente. Y la deleitable princesa me dijo: "Ahora ¡oh Hassán! que sabes que me llamo
Suleika y no Kairia, ¿me amarás tanto y tendrás para una princesa los mismos tiernos sentimientos que
tenías para una simple favorita de princesa?" Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 881ª noche
Ella dijo:
...Y yo ¡oh mi señor! no dejé de dar la respuesta oportuna, di ciendo a Suleika que no podía concebir
el exceso de mi dicha ni por qué había yo podido merecer que ella se dignase bajar su mirada hasta un
esclavo como yo, y con ello hacer mi destino más envidiable que el de los hijos de los reyes más
grandes. Pero ella me interrumpió para decirme: "¡Oh Hassán! no te asombres de lo que hice por ti. ¿No
te he visto una noche dormido bajo los árboles a la luz de la luna? Pues desde aquel momento mi corazón
quedó subyugado por tu hermosura, y no pude por menos de darme a ti para no contrariar los impulsos de
mi corazón".
Entonces, y en tanto que la amable Kairia se paseaba no lejos de nosotros para vigilar los
alrededores, dimos curso al río de nuestro ardor, sin que ocurriera, empero, nada ilícito. Y nos pasamos
la noche besándonos y departiendo tiernamente, hasta que la favorita fué a pre venirnos de que había
llegado el momento de separarnos. Pero antes de que yo dejase a Suleika, ella me dijo: "¡Oh Hassán, sea
contigo mi recuerdo! Te prometo hacerte saber pronto hasta qué punto me eres querido".
Y me arrojé a sus pies para expresarle mi gratitud por todos sus favores. Y nos separamos con
lágrimas de pasión en los ojos. Y salí de los jardines, dando los mismos rodeos que la primera vez.
Al día siguiente esperé con toda mi alma una señal de mi bien amada que me permitiese contar con
una cita en los jardines. Pero transcurrió la jornada sin traerme la realización de mi más cara espe ranza.
Y aquella noche no pude cerrar los ojos, con la incertidumbre en que estaba acerca del motivo de aquel
silencio. Y al otro día, a pesar de la presencia de mi protector, que trataba de adivinar la causa de mis
preocupaciones, y no obstante las palabras que me dirigía para distraerme, yo lo veía todo negro ante mis
ojos, y no quise tocar nin gún alimento. Y cuando llegó la tarde, bajé a los jardines antes de la hora de
retreta, y con gran asombro vi que todos los boscajes estaban ocupados por guardias, y sospechando
algún grave acontecimiento, me apresuré a volver a mis habitaciones. Y al llegar, me encontré con un
eunuco de la princesa que me esperaba. Y estaba tembloroso y no parecía tranquilo, aunque se hallaba en
mi cuarto, como si de todos los rincones fuesen a salir hombres armados para descuartizarle. Y me
entregó a toda prisa un rollo de papel, semejante al que ya me había entregado en otra ocasión, y se
esquivó rápidamente.
Y desdoblé el rollo consabido y leí lo que sigue: "Has de saber ¡oh núcleo de la ternura! que la joven
corza ha estado a punto de ser sorprendida por los cazadores cuando dejó a su gracioso corzo. Y aho ra
está vigilada por los cazadores que ocupan toda la selva. Guárdate bien, pues, de ir por la noche a la luz
de la luna en busca de tu corza. Ten mucho cuidado y presérvate de las emboscadas de nuestros
perseguidores. Y sobre todo, no te dejes llevar de la desesperación, ocurra lo que ocurra y oigas lo que
oigas estos días. Y que ni mi misma muerte te haga perder la razón hasta el punto de olvidar la prudencia
¡ Uassalam!"
Con la lectura de esta carta, ¡oh rey del tiempo! mi ansiedad y mis presentimientos llegaron a su
límite extremo, y me dejé llevar por el torrente de mis tumultuosos pensamientos. Así es que cuando al
día siguiente corrió por el palacio, como un batir de alas de buho, el rumor de la muerte tan repentina
como inexplicable de la princesa Suleika, mi dolor llegó al colmo, y sin un mohín de asombro, caía
desmayado en brazos de mi protector, dando con la cabeza antes que con los pies. Y permanecí en un
estado próximo a la muerte durante siete días y siete noches, al cabo de los cuales, merced a los cuidados
atentos que me prodigaba mi protector, volví a la vida, pero con mi alma llena de duelo y mi corazón
poseído definitivamente por la desgana de vivir. Y sin poder sufrir el quedarme por más tiempo en aquel
palacio ensom brecido por el duelo de mi bienamada resolví huir secretamente en la primera ocasión,
para hundirme en las soledades donde por toda pre sencia no hay más que la de Alah y la de la hierba
salvaje.
Y en cuanto se espesaron las tinieblas de la noche, recogí los día mantes y pedrerías más preciosas
que poseía, pensando: "¡Pluguiera al Destino que me hubiese muerto antaño en Damasco, ahorcado en la
rama del árbol añoso en el jardín de mi padre, mejor que vivir en lo sucesivo una vida de duelo y de
dolor más amarga que la mirra!" Y aproveché una ausencia de mi protector para deslizarme fuera del pa -
lacio y de la ciudad de Schiraz, en pos de soledades lejos de las comar cas de los hombres.
Y anduve sin interrupción toda aquella noche y todo el día si guiente, cuando he aquí, que, al caer la
tarde, estando yo parado al borde del camino, junto a una fuente, oí detrás de mí el galope de un caballo,
y vi a pocos pasos, cerca ya, a un jinete joven cuyo rostro, iluminado por las tintas rojas del sol poniente,
me pareció más her moso que el del ángel Raduán. E iba vestido con trajes espléndidos, como no los
llevan más que los emires y los hijos de reyes. Y me miró, haciéndome con la mano solamente el saludo
cortés, sin pronun ciar las palabras consagradas para la zalema usual entre musulmanes.
Y a pesar de todo, le invité a descansar y a dar de beber a su ca ballo, diciéndole: "¡Señor, séate
propicia la frescura de la tarde, y sea esta agua deliciosa para la fatiga de tu noble corcel!" Y sonrió él a
estas palabras, y saltando a tierra, ató su caballo por la brida junto a la fuente, se acercó a mí, y de
improviso me rodeó con sus brazos y me besó con un ardor singular. Y sorprendido y encantado a la vez,
le miré más atentamente y lancé un grito prolongado al reconocer en aquel joven a mi bienamada Suleika,
a quien creía bajo la losa de la tumba.
Y ahora, ¡oh mi señor! ¿cómo decirte la dicha que llenó mi alma al recobrar a Suleika? Pelos me
saldrían en la lengua antes de que pudiese darte una idea de la intensidad de la alegría que embargó
nuestros corazones en aquellos instantes venturosos. Básteme decirte que, después de permanecer largo
tiempo en brazos uno de otro, Su leika me puso al corriente de cuanto había pasado durante todos aque llos
días de mi reciente dolencia. Y a la sazón comprendí cómo, denun ciada a su padre el rey, había sido ella
víctima de una vigilancia estre chísima, y prefiriendo entonces todo a la vida que le hacían llevar, había
simulado la muerte, y gracias a la complicidad de su favorita había podido escapar del palacio, espiar
todos mis movimientos, se guirme desde lejos, y así, segura de mi amor para en lo sucesivo, que ría vivir
conmigo, lejos de las grandezas, y consagrarse enteramente a hacer mi dicha. Y nos pasamos la noche
entre delicias compartidas bajo la mirada del cielo. Y al día siguiente montamos juntos en el mis mo
caballo, y emprendimos el camino que conducía a mi país. Y Alah nos escribió la seguridad, y llegamos
con buena salud a Damasco, don de el Destino me puso en tu presencia ¡oh rey del tiempo! y me hizo visir
de tu poderío.
Y tal es mi historia. ¡Y Alah es más sabio!"
"Pero no creas ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- que esta historia de la princesa Suleika
puede compararse a la menor de las historias extraídas de los Ocios encantadores de la adolescencia
desocupada".
Y sin dejar tiempo al rey para que diese su opinión acerca de la historia de la princesa Suleika, no
quiso que transcurriera aquella noche sin empezar a contarlas.
Los ocios encantadores de la adolescencia desocupada
El mozalbete de la cabeza dura y su hermana la del pie pequeño
Se cuenta -pero Alah es más sabio- que en una ciudad entre las ciudades de un país entre los países,
había un hombre honrado y su miso a la voluntad del Altísimo, con una esposa excelente y temerosa del
Todopoderoso, y- había tenido ella -gracias a la bendición- dos hijos, un niño y una niña. Y el muchacho
había nacido con una cabeza voluntariosa y dura, y la niña con un alma dulce y unos piececitos de -
liciosos. Y cuando los dos niños eran ya mayorcitos murió su padre. Pero a la hora de la muerte llamó a
su esposa y le dijo: "¡Oh hija del tío! te recomiendo muy particularmente que veles por nuestro hijo,
pupila de nuestros ojos; que no le regañes, haga lo que haga; que no le contradigas nunca, diga lo que
diga, y sobre todo, que le dejes hacer siempre lo que quiera en cualquier circunstancia de su vida (¡ojalá
sea larga y próspera!) " Y cuando su esposa se lo prometió llorando, ya había muerto él dichoso y sin
desear nada más.
Y la madre no dejó de cumplir la última recomendación de su difunto esposo. Y al cabo de cierto
tiempo se acostó para morir (¡solo Alah es el eterno viviente!) y llamó a su hija, la hermana del mucha -
cho, y le dijo: "¡Hija mía, has de saber que tu difunto padre (¡sea con él la misericordia del Clemente!)
me hizo jurar, a su muerte, que jamás contrariaría los deseos de tu hermano! ¡Ahora júrame a tu vez, para
que yo muera tranquila, que cumplirás esta recomendación!" Y la joven prestó el juramento a su madre,
que murió contenta en la paz de su Señor.
Y he aquí que, en cuanto estuvo enterrada la madre, el mozalbete fué en busca de su hermana y le
dijo: "Escucha, ¡oh hija de mi padre y de mi madre! Quiero, en esta hora y en este instante, reunir en casa
todo lo que posee nuestra mano en muebles, cosechas, búfalos, cabras, y en una palabra, cuanto nos ha
dejado nuestro padre, y quemar el continente con el contenido". Y la joven, llena de estupor, abrió sus
grandes ojos, y exclamó, olvidando la recomendación: "¡Oh querido! pero, si haces eso, ¿qué va a ser de
nosotros?" Y contestó él: "¡Ya verás!"
E hizo lo que había dicho. Amontonando todo en la casa, le prendió fuego. Y se convirtió en llamas
todo, bienes y fondos. Y advir tiendo el mozalbete que su hermana había conseguido esconder en casa de
los vecinos diferentes objetos para salvarlos del desastre, se dedicó a la busca de las tales cosas y dió
con ellas siguiendo las huellas de los piececitos de su hermana. Y cuando las encontró, las prendió fuego
a una tras de otra, continente y contenido. Pero los propietarios, mirán dole con malos ojos, se armaron de
horquillas y se pusieron en persecu ción del hermano y de la hermana, para matarlos. Y le dijo la joven,
muriéndose de miedo: "¡Ya ves ¡oh hermano mío! lo que has hecho! ¡Pongámonos en salvo! ¡ah!
¡pongámonos en salvo!" Y emprendieron juntos la fuga, poniendo pies en polvorosa.
Y estuvieron corriendo un día y una noche, y de tal suerte lo graron escapar de los que aspiraban a su
muerte. Y llegaron a una hermosa propiedad en donde hacían la recolección unos labradores. Y para
poder vivir ambos hermanos se ofrecieron a ayudar, y en vista de su buena cara, fueron admitidos.
Y he aquí que, días más tarde, estando el mozalbete solo en la casa con los tres hijos del amo, les
hizo mil caricias para atraérselos, y les dijo: "¡Vamos a la era para jugar a que trillamos el grano!" Y
cogidos de las manos se fueron los cuatro a la era consabida. Y para dar comienzo al juego, el mozalbete
hizo primero de grano, y los niños se divirtieron trillándole, aunque sin hacerle daño, lo preciso para que
el juego resultase más a lo vivo. Y les tocó a su vez convertirse en grano. E hicieron de grano. Y el
mozalbete los trilló como si fuesen granos. Y los trilló tan bien, que les hizo papilla. Y murieron en la
era. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo a la joven, hermana del mozalbete, es el caso que cuando notó la ausencia de su
hermano pensó fundadamente que es taría cometiendo alguna acción destructora. Y se puso en busca suya,
y acabó por encontrarle cuando acababa él de aplastar a los tres niños, hijos del propietario. Y al ver
aquello, le dijo: "¡Pongámonos en salvo pronto!, ¡oh hermano mío! ¡pongámonos en salvo pronto! ¡Mira
lo que has hecho! ¡Con lo bien que estábamos en esta propiedad!" Y co giéndole de la mano, le obligó a
emprender la fuga con ella. Y como la cosa entraba en sus proyectos, se dejó él arrastrar. Y partieron. Y
cuando el padre de los niños regresó a la casa, y tras de buscar a sus hijos los halló hechos papillas en la
era, y se enteró de la desaparición
del hermano y de la hermana, exclamó, encarándose con su gente: "¡Hay que echar a correr detrás de
esos dos infames que han pagado nuestros beneficios y la hospitalidad matando a mis tres hijos!" Y se
armaron de un modo terrible con flechas y estacas, y persiguieron al hermano y a la hermana, tomando los
mismos senderos que ellos. Y a la caída de la noche llegaron a un árbol muy gordo y muy alto, al pie del
cual se acostaron en espera del día.
Y he aquí que el hermano y la hermana se habían escondido precisamente en la copa de aquel árbol.
Y al despertar por el alba, vieron al pie del árbol a todos los hombres que les perseguían, y que dormían
aún. Y el mozalbete dijo a su hermana, mostrándole al amo, padre de los tres niños: "¿Ves a ese tan alto
que está durmiendo? ¡Pues bien; voy a hacer mis necesidades sobre su cabeza!" Y la her mana, llena de
terror, se dió un manotazo en la boca, y le dijo: "¡Es tamos perdidos sin remedio! No hagas eso, ¡oh
querido mío! ¡Todavía no saben que estamos escondidos encima de su cabeza, y si continúas tranquilo, se
marcharán y nos veremos libres!" Pero dijo él: "¡No quiero!" Y añadió: "¡Tengo que hacer mis
necesidades en la cabeza de ese hombre alto!" Y se acurrucó en la rama más alta, y se meó, y dejó caer
sus excrementos en la cabeza y el rostro del amo, que hubo de quedar inundado.
¡Eso fué todo!
Y el hombre, al sentir aquellas cosas, se despertó sobresaltado, y divisó en la copa del árbol al
mozalbete, que se limpiaba tranquilamen te con las hojas. Y en el límite extremo del furor, cogió su arco y
dis paró sus flechas al hermano y a la hermana. Pero como el árbol era muy alto, las flechas no les
alcanzaban, enredándose en las ramas. En tonces despertó a sus gentes y les dijo: "¡Derribad ese árbol!"
Y la joven al oír estas palabras, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Ya lo ves! ¡Estamos perdidos!" El
preguntó: "¿Quién te lo ha dicho?" Ella contestó: "¡Vaya un suplicio que nos harán sufrir a causa de lo que
has hecho!" El dijo: "¡Todavía no estamos entre sus manos!"
Y en el mismo momento, un gran pájaro rokh, que los había visto pasar por allí, descendió sobre ellos
y se los llevó a ambos en sus garras. Y emprendió el vuelo con ellos, en tanto que el árbol caía a impulso
de los hachazos, y el amo, burlado, estallaba de rabia y de furor reconcentrados.
En cuanto al pájaro rokh, continuaba elevándose por los aires, con el hermano y la hermana en sus
garras. Y ya se disponía a de jarlos en cualquier parte de tierra firme, para lo cual sólo tenía que
atravesar un brazo de mar sobre el que se cernía, cuando el mozalbete dijo a su hermana, la joven:
"¡Hermana mía, voy a hacer cosqui llas en el trasero a este pájaro...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 882ª noche
Ella dijo:
...el mozalbete dijo a su hermana, la joven: "¡Hermana mía, voy a hacer cosquillas en el trasero a este
pájaro!" Y la joven, con el corazón agitado de espanto, exclamó con temblorosa voz: "¡Oh! ¡por favor,
querido, no hagas eso, no hagas eso! ¡Porque nos soltará, y nos caeremos!" El dijo: "¡Tengo muchas ganas
de hacer cosquillas en el trasero a este pájaro!" Ella dijo: "¡Moriremos!" El dijo: "¡Lo haré! ¡Y va a ser
así!" E hizo lo que había dicho. Y el pájaro cos quilleado se sobresaltó mucho, de tanto como le
desagradó la cosa, y soltó su presa, que era el hermano y la hermana.
Y cayeron al mar. Y fueron a parar al fondo del mar, que era excesivamente profundo. Pero, como
sabían nadar, pudieron salir a la superficie del agua y ganar la orilla.
Sin embargo, no veían nada y no distinguían nada, exactamente igual que si estuviesen en medio de
una noche negra. Porque el país en que se hallaban era el país de las tinieblas.
Y el mozalbete, sin vacilar, buscó a tientas guijarros, y restregó dos, uno contra otro, hasta que
salieron chispas. Y recogió leña en gran cantidad y con ella hizo un montón enorme, al que prendió fuego
por medio de los dos guijarros. Y cuando ardió todo el montón, vie ron claro. Pero, en el mismo momento,
oyeron un espantoso mugido, como mil voces de búfalos salvajes reunidas en una sola. Y a la cla ridad de
la hoguera, vieron avanzar hacia ellos, terrible, una ghula negra y gigantesca, que gritaba con sus fauces
abiertas como un hor no: "¿Quién es el temerario que enciende luz en el país que he consa grado a las
tinieblas?"
Y a la hermana le dio aquello mucho miedo. Y con voz apagada, dijo a su hermano el mozalbete: "¡Oh
hijo de mi padre y de mi ma dre! esta vez vamos a morir indudablemente. ¡Oh! ¡tengo miedo a esa ghula!"
Y se acurrucó contra él, dispuesta a morir, y desmayada ya. Pero el muchacho, sin perder ni por un
instante su presencia de ánimo, se irguió sobre ambos pies, hizo frente a la ghula, y una a una cogió las
mayores brasas ardientes de la hoguera y empezó a lanzarlas con tino en la ancha boca abierta de la
ghula. Y cuando de aquel modo hubo él arrojado la última brasa grande, la ghula estalló por la mitad. Y
el sol alumbró de nuevo aquel país consagrado a las tinieblas. Porque, volviendo su gigantesco trasero
contra el sol, la ghu la le había impedido alumbrar aquella tierra. ¡Y he aquí lo referente al trasero de la
ghula!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe al rey de aquella tierra! Cuando el rey que reinaba en el país hubo
visto relucir el sol después de tantos años pasados en tinieblas negras, comprendió que la terrible ghula
había muerto, y salió de su palacio, seguido de sus guardias, para ponerse en busca del valiente que había
librado de la opresión y de la oscuridad al país. Y al llegar a orillas del mar, vió desde lejos el montón
de leña que humeaba aún, y encaminó sus pasos por aquel lado. Y al ver avanzar toda aquella tropa
armada con el rey que bri llaba a su cabeza, la hermana se sintió poseída de un terror grande, y dijo a su
hermano: "¡Oh hijo de mi padre y de mi madre, huyamos! ¡Ah! ¡huyamos!" Y preguntó él: "¿Por qué
vamos a huir? ¿Y quién nos amenaza?" Ella dijo: "¡Por Alah sobre ti, vámonos antes de que nos den
alcance esas gentes armadas que avanzan hacia nosotros!" Pero dijo él: "¡No quiero!"
Y ni se movió siquiera.
Y el rey llegó con su tropa a las proximidades de la hoguera hu meante, y encontró a la ghula hecha
mil pedazos. Y junto a ella vió una pequeña sandalia de muchacha. Era una sandalia que se le había
salido de su piececito a la hermana cuando corría a refugiarse con su hermano detrás de un montículo,
adonde había ido él a tenderse para descansar algo. Y el rey dijo a sus gentes: "¡Indudablemente es una
sandalia de la que ha matado a la ghula y nos ha librado de la oscuri dad! Buscad bien y la encontraréis".
Y la joven oyó estas palabras, y se atrevió a salir detrás del montículo y a acercarse al rey. Y se arrojó a
sus plantas, implorando la salvaguardia. Y el rey vió en el pie de ella la sandalia compañera de la que se
había encontrado. Y levantó a la joven y la besó, y le dijo: "¡Oh joven bendita! ¿eres tú quien ha matado a
esta terrible ghula?" Ella contestó: "Es mi her mano, ¡oh rey!" El preguntó: "¿Y dónde está ese valiente?"
Ella dijo: "¿No le harás daño nadie?" El dijo: "¡Al contrario!"
Entonces fué detrás de la roca y cogió de la mano al mozalbete, que se dejó hacer. Y le condujo ella a
presencia del rey, que le dijo: "¡Oh jefe de los valientes y corona suya! te doy en matrimonio a mi única
hija y tomo por esposa a esta joven del pie pequeño, cuya sandalia me he encontrado".
Y el muchacho dijo: "¡No hay inconveniente!"
Y vivieron todos en las delicias, contentos y prosperando.
Luego dijo Schehrazada:
Y cuando llegó la 883ª noche
Ella dijo:
Al día siguiente los palafreneros llevaron a los caballos del hijo del rey a beber en el abrevadero;
pero no quiso acercarse al abre vadero ninguno de los caballos del hijo del rey. Y todos juntos retro -
cedieron, asustados, con los nasales dilatados y resoplando con violen cia. Porque habían visto algo que
brillaba y lanzaba chispas en el fondo del agua. Y los palafreneros les hicieron acercarse de nuevo al
agua, silbando con insistencia, aunque sin llegar a convencerles, pues los animales tiraban de la cuerda,
encabritándose y dando vuel tas. Entonces los palafreneros registraron el abrevadero, y descubrie ron la
pulsera de diamantes que había dejado caer de su tobillo la joven.
Cuando el hijo del rey, que según su costumbre, vigilaba cómo se cuidaba a los caballos, hubo
examinado la pulsera de diamantes que acababan de entregarle los palafreneros, se maravilló de la finura
del tobillo que debía oprimir, y pensó: "¡Por vida de mi cabeza, que no hay tobillo de mujer lo bastante
fino para caber en una pulsera tan pequeña!" Y la dió vueltas en todos sentidos, y se encontró con que las
piedras eran tan hermosas que la menor de entre ellas valdría por todas las gemas que adornaban la
diadema de su padre el rey. Y se dijo: "¡Por Alah, que es preciso que tome yo por esposa a la propietaria
de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera!" Y en aquella hora y en aquel instante se fué a
despertar a su padre el rey, y le enseñó la pulsera, diciéndole: "Quiero tomar por esposa a la propietaria
de un tobillo tan encantador y dueña de esta pulsera". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! no hay
inconveniente. Pero ese asunto incumbe a tu madre, y ella es a quien tienes que dirigirte. ¡Porque yo no
entiendo de esas cosas, y ella entiende!"
Y el hijo del rey fué en busca de su madre, y enseñándole la pulsera y contándole la historia, le dijo:
"Tú eres ¡ oh madre! quien puede casarme con la propietaria de un tobillo tan encantador, a la cual está
unido mi corazón. ¡Porque mi padre me ha dicho que tú entendías de estas cosas, y que él no entendía". Y
se irguió sobre ambos pies, y llamó a sus mujeres, y salió con ellas en busca de la dueña de la pulsera. Y
recorrieron todas las casas de la ciudad, y entraron en todos los harenes, probando en el pie de todas las
mujeres mayores y de todas las jóvenes la pulsera de tobillo. Pero todos los pies resultaron demasiado
grandes para la estrechez del objeto. Y al cabo de quince días de pesquisas vanas y pruebas, llegaron a
casa de las tres hermanas, y lanzó un estridente grito de alegría al comprobar que se ajus taba a maravilla
al tobillo de la más pequeña.
Y la reina besó a la joven, y también la besaron las demás damas del séquito de la reina. Y la
cogieron de la mano, y la condujeron a palacio, donde al punto quedó decidido su matrimonio con el hijo
del rey. Y comenzaron las ceremonias de las bodas, que debían durar cuarenta días y cuarenta noches.
Y he aquí que el último día, después de ser conducida la joven al hammam, sus hermanas, a quienes
se había llevado ella consigo, a fin de que compartiesen su alegría y se convirtieran en grandes damas de
palacio, la vistieron y la peinaron. Y como, confiada en el afecto que le mostraban, les había revelado
ella el secreto y las virtudes del búcaro de alabastro, no les fué difícil obtener del búcaro mágico todos
los trajes, todos los atavíos y todas las alhajas que se necesitaban para adornar a la recién casada como
nunca fué adornada hija de rey o de sultán. Y cuando acabaron de peinarla le clavaron en sus hermosos
cabellos grandes alfileres de diamantes a manera de airón.
Y he aquí que, apenas quedó clavado el últilmo alfiler, la joven desposada se metamorfoseó
repentinamente en tórtola con un pequeño moño en la cabeza. Y salió volando muy de prisa por la ventana
del palacio.
Porque los alfileres que sus hermanas le habían clavado en los cabellos eran alfileres mágicos,
dotados del poder de transformar a las jóvenes en tórtolas, y la envidia que sentían ambas hermanas les
había impulsado a pedir esos alfileres al búcaro de alabastro.
Y las dos hermanas, que en aquel momento se encontraban solas con su hermana pequeña, se
guardaron mucho de contar la verdad al hijo del rey. Y se limitaron a decirle que su hermana había salido
un momento y que no había vuelto. Y el hijo del rey, viendo que no aparecía, mandó hacer pesquisas por
toda la ciudad y todo el reino. Pero las pesquisas no dieron resultado. Y la desaparición de la joven le
sumió en la consunción y la amargura. ¡Y he aquí lo referente al desolado hijo del rey, consumido de
amor!
En cuanto a la tórtola, todas las mañanas y todas las tardes iba a posarse en la ventana de su joven
esposo, y arrullaba con voz me lancólica durante mucho rato, ¡mucho rato! Y al hijo del rey le parecía que
aquel arrullo respondía a su propia tristeza; y le tomó gran cari ño. Y un día, al ver que ella no se asustaba
aunque se acercase él, tendió la mano y la atrapó. Y la tórtola se echó a temblar entre sus manos y
empezó a dar sacudidas, sin dejar de arrullar tristemente. Y él se puso a acariciarla con delicadeza,
alisándole las plumas y ras cándole la cabeza. Y he aquí que, al rascarle la cabeza, sintió bajo sus dedos
unos pequeños objetos duros corno cabezas de alfiler. Y los extrajo del moño delicadamente, uno tras
otro. Y cuando él le hubo sacado el último alfiler, la tórtola dió una sacudida y de nuevo se tornó en
joven.
Y ambos vivieron entre delicias, contentos y prosperando. Y las dos malas hermanas se murieron de
envidia y de una reconcentración de sangre. Y Alah otorgó a los amantes numerosos hijos, tan hermo sos
como sus padres.
Y aquella noche aún dijo Schehrazada:
La pulsera de tobillo
Se dice, entre lo que se dice, que en una ciudad había tres herma nas, hijas del mismo padre, pero no
de la misma madre, que vivían juntas hilando lino para ganarse la vida. Y las tres eran como lunas; pero
la más pequeña era la más hermosa y la más dulce y la más encantadora y la más diestra de manos, pues
ella sola hilaba más que sus dos hermanas reunidas, y lo que hilaba estaba mejor y sin defecto por lo
general. Lo cual daba envidia a sus dos hermanas, que no eran de la misma madre.
Un día fué ella al zoco, y con el dinero que había ahorrado de la venta de su lino se compró un búcaro
pequeño de alabastro, que era de su gusto, a fin de tenerlo delante con una flor dentro cuando hilara el
lino. Pero no bien regresó a casa con su búcaro en la mano, sus dos hermanas se burlaron de ella y de su
compra, tildándola de derrocha dora y de extravagante. Y muy conmovida y muy avergonzada, no supo
ella qué decir, y para consolarse cogió una rosa y la puso en el búcaro. Y se sentó ante su búcaro y ante
su rosa y se puso a hilar su lino.
Y he aquí que el búcaro de alabastro que había comprado la joven hilandera era un búcaro mágico. Y
cuando su dueña quería comer, él le proporcionaba manjares deliciosos, y cuando ella quería vestirse, él
la satisfacía. Pero la joven, temerosa de que le tuviesen más envidia todavía sus hermanas, que no eran
de la misma madre, se guardó bien de revelarles las virtudes de su búcaro de alabastro. Y en presencia
de ellas aparentaba que vivía como ellas y vestía como ellas, y aún más modestamente. Pero cuando
salían sus hermanas se encerraba comple tamente sola en su cuarto, ponía delante de ella su búcaro de
alabastro, le acariciaba dulcemente, y le decía: "¡Oh bucarito mío! ¡oh bucarito mío! ¡hoy quiero tal y
cuál cosa!" Y al punto el búcaro de alabastro le proporcionaba cuantas ropas hermosas y golosinas había
pedido ella. Y a solas consigo misma, la joven se vestía con trajes de seda y oro, se adornaba con
alhajas, se ponía sortijas en todos los dedos, pulseras en las muñecas y en los tobillos y comía golosinas
deliciosas. Tras de lo cual el búcaro de alabastro hacía desaparecer todo. Y la joven lo cogía de nuevo, e
iba a hilar su lino en presencia de sus hermanas, ponién dose delante el búcaro con su rosa. Y de tal suerte
vivió cierto espacio de tiempo, pobre ante sus envi diosas hermanas y rica ante sí misma.
Un día, entre los días, el rey de la ciudad, con motivo de su cum pleaños, dió en su palacio grandes
festejos, a los cuales fueron invi tados todos los habitantes. Y las tres jóvenes también fueron invitadas. Y
las dos hermanas mayores se ataviaron con lo mejor que tenían y dijeron a su hermana pequeña: "Tú te
quedarás para guardar la casa". Pero, en cuanto se marcharon ellas, la joven fué a su cuarto, y dijo a su
búcaro de alabastro: "¡Oh bucarito mío! esta noche quiero de ti un traje de seda verde, una veste de seda
roja y un manto de seda blanca, todo de lo más rico y más bonito que tengas, y hermosas sortijas para mis
dedos, y pulseras de turquesas para mis muñecas, y pulseras de diamantes para mis tobillos. Y dame
también todo lo pre ciso para que yo sea la más bella en palacio esta tarde". Y tuvo cuanto había pedido.
Y se atavió, y se presentó en el palacio del rey, y entró en el harén, donde había festejos aparte
reservados para las mujeres. Y apareció como la luna en medio de las estrellas. Y no la reconoció radie,
ni siquiera sus hermanas, de tanto como realzaba su belleza na tural el esplendor de su indumentaria. Y
todas las mujeres iban a extasiarse ante ella, y la miraban con ojos húmedos. Y ella recibía bus
homenajes como una reina, con dulzura y amabilidad, de modo que conquistó todos los corazones y dejó
entusiasmadas a todas las mujeres.
Pero cuando la fiesta tocaba a su fin, la joven, sin querer que sus hermanas regresasen a casa antes
que ella, aprovechó el momento en que atraían toda la atención las cantarinas, para deslizarse fuera del
harén y salir del palacio. Mas, en su precipitación por huir, dejó caer, al correr, una de las pulseras de
diamantes de sus tobillos en la pila a ras de tierra que servía de abrevadero a los caballos del rey. Y no
advirtió la pérdida de su pulsera de tobillo, y volvió a casa, donde llegó antes que sus hermanas.
Al día siguiente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Historia del macho cabrío y de la hija del rey
Se cuenta, entre lo que se cuenta, que en una ciudad de la In dia había un sultán a quien Alah, que es
grande y generoso, había hecho padre de tresprincesas como lunas, perfectas en todos sentidos y
deliciosas para la mirada del espectador. Y su padre el sultán, que las amaba en extremo, quiso, en
cuanto fueron púberes, buscarles es posos que fuesen capaces de estimarlas en su valor y de hacer su di -
cha. Y a tal fin llamó a su esposa la reina, y le dijo: "He aquí que nuestras tres hijas, las bienamadas de
su padre, han llegado a la nubi lidad, y cuando el árbol está en su primavera, conviene, para que no se
pierda, que tenga flores anunciadoras de hermosos frutos. Por eso es preciso que busquemos a nuestras
hijas esposos que las hagan di chosas". Y dijo la reina. "La idea es excelente".
Y tras de haber deli berado entre sí acerca de los medios mejores de conseguir su objeto, resolvieron
hacer anunciar por los pregoneros públicos, en toda la extensión del reino, que las tres princesas estaban
en edad de casarse, y que todos los hijos de emires y de grandes señores, amén de los simples
particulares y de los hombres del pueblo, debían presentarse bajo las ventanas del palacio en un día fijo.
Porque la reina había dicho a su esposo: "La dicha en el matrimonio no depende ni de la riqueza ni del
nacimiento, sino sólo del designio del Todopoderoso. Lo mejor es, pues, dejar que el Destino elija por sí
mismo a los espo sos de nuestras hijas.
Y cuando llegue el día de elegirlos, no tendrán ellas más que tirar su pañuelo por la ventana sobre la
muchedumbre de pretendien tes. Y aquellos sobre quienes caigan los tres pañuelos serán los esposos de
nuestras tres hijas". Y el sultán hubo de responder: "La idea es excelente". Y así se hizo.
De modo que cuando llegó el día fijado por los pregoneros públi cos, y se llenó con la muchedumbre
de pretendientes el meidán que se extendía al pie del palacio, abrióse la ventana, y la hija mayor del rey
apareció, como la luna, la primera con su pañuelo en la mano. Y tiró el pañuelo al aire. Y se lo llevó el
viento y lo hizo caer sobre la cabeza de un joven emir, brillante y hermoso.
Luego apareció, como la luna, en la ventana la segunda hija del rey, y tiró su pañuelo, que fué a caer
sobre la cabeza de un joven príncipe tan hermoso y tan encantador como el primero.
Y la tercera hija del sultán arrojó su pañuelo a la muchedum bre. Y el pañuelo se agitó un instante, se
inmovilizó un instante, y cayó para ir a engancharse en los cuernos de un macho cabrío que se hallaba
entre los pretendientes. Pero el sultán, aunque había prometido solemnemente su hija a cualquier
espectador sobre quien ca yera el pañuelo, tuvo por nula la experiencia, y la hizo repetir. Y la joven
princesa arrojó de nuevo al aire su pañuelo, que, tras de vacilar entre dos aires, por encima del meidán,
cayó con rapidez y en línea recta sobre los cuernos del mismo macho cabrío. Y el sultán, en el límite de
la contrariedad dió por nula esta segunda elección de la suerte, e hizo repetir la prueba a su hija. Y por
tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la cabeza cornuda
del macho cabrío...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 884ª noche
Ella dijo:
...Y por tercera vez el pañuelo voltejeó algún tiempo en el aire, y fué a posarse precisamente en la
cabeza cornuda del macho cabrío. Al ver aquello, el despecho del sultán, padre de la joven, llegó a sus
límites extremos, y exclamó él: "¡No, por Alah, prefiero verla envejecer virgen en mi palacio a verla
convertida en esposa de un macho cabrío inmundo!" Pero, a estas palabras de su padre, la joven se echó
a llorar; y corrían por sus mejillas numerosas lágrimas y aca bó por decir entre dos sollozos: "Ya que ése
es mi Destino, ¡oh padre! ¿Por qué quieres impedir que se cumpla? ¿Por qué interponerte entre mi suerte
y yo? ¿No sabes que cada criatura lleva atado al cuello su Destino? Y si el mío va atado a ese macho
cabrío, ¿por qué impedir me que sea su esposa?" Y por otra parte, sus dos hermanas, que en secreto tenían
mucha envidia de ella porque era la más joven y la más bonita, unieron sus protestas a las suyas, pues la
realización de aquel matrimonio con el macho cabrío las vengaba hasta más allá de sus deseos. Y tanto y
tanto porfiaron entre las tres, que su padre el sultán acabó por dar su consentimiento para un matrimonio
tan extraño y tan extraordinario.
Y al punto se dió orden para que se celebrasen las bodas de las tres princesas con toda la pompa
deseable y con arreglo al ceremonial de rigor. Y toda la ciudad estuvo iluminada y empavesada durante
cuarenta días y cuarenta noches, en el transcurso de los cuales se die ron grandes festejos y magníficos
festines, con danzas, cantos y con ciertos de instrumentos. Y no cesó de reinar la alegría en todos los
corazones, y hubiera sido completa si cada uno de los invitados no estuviesen un poco preocupados por
los resultados de semejante unión entre una princesa virgen y un macho cabrío cuya apariencia era la de
un macho cabrío terrible entre todos los machos cabríos. Y durante aquellos días preparatorios de la
noche nupcial, el sultán y su esposa, así como las mujeres de los visires y de los dignatarios fatigaron su
lengua en querer disuadir, a la joven de la consumación de su matri monio con aquel animal de olor
repugnante, de ojos encendidos y de herramienta espantosa. Pero ella contestaba siempre a todos y a
todas con estas palabras: "Cada cual lleva colgado al cuello su Destino y si el mío es ser esposa del
macho cabrío, nadie podrá oponerse a ello".
Y he aquí que, cuando llegó la noche de la consumación, se con dujo a la princesa, con sus hermanas,
al hammam. Tras de lo cual las arreglaron, adornaron y peinaron. Y cada cual fué conducida a la cámara
nupcial que le tenía escrito el Destino. ¡Y sucedió lo que suce dió, en cuanto a las dos hermanas mayores!
¡Pero he aquí lo que le aconteció a la princesita con su marido el macho cabrío! No bien el macho
cabrío fué introducido en el cuarto de la joven y se cerró la puerta tras ellos, el macho cabrío besó la
tierra entre las manos de su esposa, y dando una sacudida repentina, arrojó su piel de macho cabrío y se
tornó en un joven tan hermoso como el ángel Harut. Y se acercó a la joven, y la besó entre ambos ojos,
luego en el mentón, luego en el cuello, luego en todas partes, y le dijo: "¡Oh vida de las almas! no intentes
saber quién soy. Bástate saber que soy más poderoso y más rico que tu padre el sultán y que todos los
hijos del tío que tienen por esposos tus hermanas. Mucho tiempo hace que en mi corazón se albergaba tu
amor, y hasta ahora no pude llegar hasta ti. ¡Y si me encuentras de tu gusto y quieres con servarme, no
tienes más que hacerme una promesa!" Y la princesa, que encontraba al hermoso joven muy de su
conveniencia y absolutamente de su gusto, contestó: "¿Y cuál es la promesa que tengo que hacerte?.
¡Dila, y me someteré a ella, aunque sea muy difícil de cumplir, por el amor de tus ojos!" El dijo: "La
cosa es sencilla, ¡ya setti! Unicamente pido que me prometas no revelar a nadie nunca el poder que poseo
de transformarme a mi antojo. Porque si alguien un día sospechase sola mente que soy macho cabrío a la
vez que ser humano, yo desaparecería al instante, y te sería difícil encontrar mis huellas". Y la joven le
pro metió la cosa con todo género de seguridades, y añadió: "¡Prefiero morir a perder un esposo tan
hermoso como tú!"
Entonces, sin tener ya motivos fundados para desconfiar uno de otro, se dejaron llevar de su
inclinación natural. Y se amaron con un amor grande, y se pasaron aquella noche, noche de bendición,
labios sobre labios y piernas sobre piernas, entre delicias puras y trueques encantadores. Y no cesaron en
sus escarceos y empresas hasta que nació la mañana. Y el joven abandonó entonces las blancuras de la
joven, y recobró su forma prístina de macho cabrío barbudo, con cuernos, pezuñas hendidas, mercancías
enormes y todo lo consiguiente. Y de cuanto había tenido lugar no quedó nada, a no ser algunas manchas
de sangre en la toalla de honor.
Y he aquí que, cuando la madre de la princesa entró por la ma ñana, como es costumbre, a saber
noticias de su hija y a examinar con sus propios ojos la toalla de honor, llegó al límite del asombro al
observar que el honor de la joven estaba de manifiesto en la toalla, y que la cosa era indudable. Y vió
que su hija estaba lozana y contenta, y que a sus pies, en la alfombra, estaba sentado el macho cabrío ru -
miando discretamente. Y al ver aquello, corrió en busca de su esposo el sultán, padre de la princesa, que
vió lo que vió, y no quedó menos estupefacto que su esposa. Dijo a su hija: "¡Oh hija mía! ¿es verdad
eso?" Ella contestó: "¡Es verdad, padre mío!" El preguntó: "¿Y no te has muerto de vergüenza y de
dolor?" Ella contestó: "¡Por Alah! ¿para qué iba a morirme, siendo mi esposo tan diligente y tan encan -
tador?" Y la madre de la princesa preguntó: "¿Por lo visto no tienes motivo de queja?" Ella dijo: "¡Ni por
asomo!" Entonces dijo el sul tán: "Si no tiene motivo de queja de su esposo, es porque es feliz con él. ¿Y
qué más podemos desear para nuestra hija?" Y la dejaron vivir en paz con su esposo el macho cabrío.
Al cabo de cierto tiempo, con motivo de su cumpleaños, organizó el rey un gran torneo en la plaza del
meidán, debajo de las ventanas de palacio. E invitó para aquel torneo a todos los dignatarios de su pala -
cio, así como a los dos esposos de sus hijas. En cuanto al macho cabrío, no le invitó por no exponerse a
la burla de los espectadores.
Y comenzó el torneo.
Y sobre sus corceles devoradores del aire, los caballeros justaron con grandes gritos, lanzando sus
djerids. Y entre todos se distinguieron los dos esposos de las princesas. Y ya les acla maba con
entusiasmo la muchedumbre de espectadores, cuando entró en el meidán un soberbio caballero que sólo
con su aspecto hacía fruncir la frente de los guerreros. Y provocó a justa, uno tras de otro, a los emires
vencedores, y al primer disparo de su djerid los demon tó. Y fué aclamado por la muchedumbre como
héroe de la jornada.
Así es que cuando el joven jinete pasó bajo las ventanas de palacio saludando al rey con su djerid,
como es costumbre, las dos princesas lanzáronle miradas cargadas de odio. Pero la más joven, aunque
reco noció en él a su propio esposo, no dejó traslucir nada en su rostro para no traicionar su secreto; pero
se quitó una rosa de sus cabellos y se la arrojó. Y el rey, la reina y sus hermanas lo vieron, y se
disgustaron mucho.
Y al segundo día hubo de celebrarse en el meidán otra justa. Y de nuevo fué héroe de la jornada el
hermoso joven desconocido. Y cuando pasaba por debajo de las ventanas de palacio, la más joven de las
prin cesas le arrojó ostensiblemente un jazmín que se había quitado de los cabellos. Y el rey y la reina y
las dos hermanas, lo vieron y se moles taron en extremo. Y el rey dijo para sí: "¡Ahora resulta que esta
hija desvergonzada declara públicamente sus sentimientos a un extraño, no contenta con habernos hecho
ver negro el mundo desde que se casó con el macho cabrío de perdición!" Y la reina le lanzó miradas
atravesadas. Y sus dos hermanas se sacudieron las vestiduras con horror, mirándola.
Y al tercer día, cuando el vencedor de la última justa, que era el mismo hermoso caballero, pasó bajo
las ventanas de palacio, la joven princesa, esposa del macho cabrío, se quitó de los cabellos, para arro -
jársela, una flor de tamarindo. Porque no había podido contenerse al ver tan espléndido a su esposo.
Cuando observaron aquello, la cólera del sultán y la indignación de la sultana y el furor de las dos
hermanas estallaron con violencia. Y al sultán se le pusieron encarnados los ojos, y le temblaron las ore -
jas, y se le estremecieron las narices. Y cogió por los cabellos a su hija y quiso matarla y hacer
desaparecer sus huellas. Y le gritó: "¡Ah, maldita desvergonzada! no contenta con hacer entrar en mi
linaje a un macho cabrío, he aquí ahora que provocas públicamente a los extra ños y atraes sobre ti sus
deseos. ¡Muere, pues, y líbranos de tu igno minia!" Y se dispuso a aplastarle la cabeza contra las baldosas
de mármol. Y la pobre, princesa, llena de espanto al ver la muerte ante sus ojos, no pudo por menos -que
tan preciada y cara es la propia alma- de exclamar: "¡Voy a decir la verdad! ¡Perdonadme, que voy a
decir la verdad!" Y sin tomar aliento, contó a su padre, a su madre y a sus hermanas lo que le había
sucedido con el macho cabrío, y quién era el macho cabrío, y cómo el macho cabrío era macho cabrío a
la vez que ser humano. Y les dijo que era su propio esposo el hermoso caba llero vencedor en las justas.
¡Eso fué todo!
Y el sultán y la esposa del sultán, y las dos hijas del sultán, her manas de la princesita, se mostraron
prodigiosamente asombrados y se maravillaron del Destino de la joven. ¡Y he aquí lo referente a ellos!
Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni joven
hermoso, ni olor de macho ca brío, ni vestigio de joven. Y la princesita, tras de esperar en vano varios
días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente, sollozante y sin
esperanza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 885ª noche
Ella dijo:
...Pero, volviendo al macho cabrío, el caso es que desapareció. Y ya no hubo ni macho cabrío, ni
joven hermoso, ni olor de macho cabrío, ni vestigio de joven. Y la princesa, tras de esperar en vano
varios días y varias noches, comprendió que no volvería él a aparecer; y quedó triste, doliente,
sollozante y sin esperanza.
Y vivió de tal suerte durante algún tiempo, entre lágrimas conti nuas y presa de la consunción,
rehusando todo consuelo y toda distrac ción. Y contestaba a cuantos trataban de hacerle olvidar su
desdicha: "Es inútil; soy la más infortunada entre las criaturas, y moriré de pena indudablemente".
Pero, antes de morir, quiso saber por sí misma si en toda la ex tensión de la tierra de Alah existía una
mujer tan abandonada de la suerte y tan desgraciada como ella. Y primero decidió viajar e inte rrogar a
todas las mujeres de las ciudades por donde pasara. Luego abandonó aquella primera idea para hacer
construir, sin reparar en gastos, un hamman espléndido que no tenía igual en todo el reino de la India. E
hizo que los pregoneros públicos anunciasen por todo el Imperio que la entrada al hamman sería gratuita
para todas las muje res que quisieran ir a bañarse allí, pero a condición de que cada favo recida contase a
la hija del rey, para distraerla, la desdicha mayor o la mayor tristeza que hubiera afligido su vida. En
cuanto a las que no tuviesen nada que contar a este respecto, no tenían permiso para entrar en el hanunam.
Así es que no tardaron en afluir al hamman de la princesa todas las afligidas del reino, todas las
abandonadas de la suerte, las desgra ciadas de todos los colores, las miserables de todas las especies, las
viudas y las divorciadas, y cuantas, de una manera o de otra, fueron heridas por las vicisitudes del
tiempo, y las traiciones de la vida. Y cada una, antes de bañarse, contaba a la hija del rey lo que había
experimentado de más entristecedor en su vida. Las hubo que contaron el número de golpes con que las
gratificaban sus esposos, y las hubo que vertieron lágrimas al hacer el relato de su viudez, en tanto que
otras manifestaban su amargura por ver que sus esposos daban preferencia sobre ellas a cualquier rival
horrible y vieja o cualquier negra de la bios de camello, y hasta las hubo que tuvieron palabras
conmovedoras para hacer el relato de la muerte de un hijo único o de un marido muy amado. Y de tal
suerte transcurrió en el hammam un año entre historias negras y lamentaciones. Pero la princesa no dió
con una mujer, entre los millares que había visto, cuya desdicha pudiese compararse con la suya en
intensidad y en profundidad. Y cada vez sumíase más en la tristeza y en la desesperación.
Y he aquí que un día entró en el hamman una pobre vieja, tem blorosa ya bajo el soplo de la muerte,
que se apoyaba en un báculo para andar. Y se acercó a la hija del rey, y le besó la mano, y le dijo: "Por lo
que a mí respecta, ¡ya setti! mis desdichas son más numerosas que mis años, y antes de acabar de
contártelas se me secaría la lengua. Por eso no te diré más que la última desgracia que me ha ocurrido, y
que, por cierto, es la mayor de todas, pues es la única cuyo sentido y motivo no comprendí. Y esa
desgracia me aconteció ayer precisamente durante el día. ¡Y si estoy temblando tanto delante de ti, ¡ya
setti! es por haber visto lo que he visto! Escucha:
"Has de saber, ¡ya setti! que por toda hacienda no poseo más que esta única camisa de cotonada azul
que ves sobre mí. Y como nece sitaba lavarla, a fin de que me fuese posible presentarme de una ma nera
conveniente ,en el hamman de tu generosidad, me decidí a ir a la orilla del río, a un lugar solitario donde
pudiese desnudarme sin ser vista y lavar mi camisa.”
"Y la cosa se hizo sin contratiempos, y ya había lavado mi camisa y la había tendido al sol en los
guijarros, cuando vi avanzar en direc ción mía una mula sin mulero que iba con dos odres llenos de agua.
Y creyendo que el mulero llegaría en seguida, me apresuré a ponerme mi camisa, que sólo estaba seca a
medias, y dejé pasar a la mula. Pero como no veía ni mulero ni sombra de mulero, sentí gran perplejidad
al pensar en aquella mula sin dueño que marchaba por la ribera meneando la cabeza, segura del camino y
de la dirección que llevaba. E impulsada por la curiosidad, me erguí sobre ambos pies y la seguí de
lejos. Y pronto llegó ante un montículo, no muy separado de la orilla del agua, y se detuvo, golpeando la
tierra con un casco. Y por tres ve ces golpeó así la tierra con el casco de su pata derecha y al tercer golpe
se entreabrió el montículo y la mula descendió al interior por una pendiente suave. Y a pesar de mi
sorpresa extremada, no pude impedir a mi alma seguir a aquella mula. Y entré en el subterráneo detrás de
ella.
"Y no tardé en llegar de tal suerte a una cocina grande que, sin duda alguna, debía ser la cocina de
algún palacio de debajo de tierra. Y vi hermosas marmitas alineadas por orden en los fogones, cantando y
esparciendo un tufillo de primer orden que dilató los abanicos de mi corazón y vivificó las membranas de
mis narices.
Y se me despertó un gran apetito, y mi alma anheló ardiente mente probar aquella cocina excelente. Y
no pude resistir a las solici tudes de mi alma. Y como no veía cocinero, ni pinche ni nadie a quien pedir
algo por Alah, me acerqué a la marmita que exhalaba más exqui sito olor, y levanté la tapa. Y me envolvió
una gran nube aromática, y desde el fondo de la marmita me gritó de repente una voz: "¡Eh! ¡eh! ¡que esto
es para nuestra señora! ¡No lo toques, o morirás!" Y yo, poseída de espanto, dejé caer la tapa sobre la
marmita y salí de la cocina a escape. Y llegué a una segunda sala un poco más pequeña, en la que estaban
alineados en bandejas pasteles de buena calidad, y tortas que olían bien, y una porción de cosas de
primer orden buenas de comer. Y sin poder resistir a las solicitaciones de mi alma, tendí la mano hacia
una de las bandejas y cogí una torta húmeda y tibia toda vía. Y he aquí que recibí en la mano un cachete
que me hizo soltar la torta; y de en medio de la bandeja salió una voz que me gritó: "¡Eh! ¡eh¡ ¡que esto es
para nuestra señora! , ¡No lo toques, o morirás!" Y mi susto llegó a sus límites extremos, y corrí en línea
recta, temblán dome mis viejas piernas que me fallaban. Y después de cruzar gale rías y galerías, me vi de
pronto en una gran sala abovedada, de una belleza y una riqueza que nada tenían que envidiar a los
palacios de los reyes, sino al contrario. Y en medio de aquella sala había un gran estanque de agua viva.
Y alrededor de aquel estanque había cuarenta tronos, uno de los cuales era más alto y más espléndido que
los demás.”
"Y no vi a nadie en aquella sala, que sólo estaba habitada por la frescura y la armonía. Y llevaba allí
un rato admirando toda aquella hermosura, cuando, en medio del silencio, hirió mis oídos un ruido
semejante al que hacen esas pezuñas de un rebaño de cabras al andar por las piedras. Y sin saber de qué
podía tratarse, me apresuré a escon derme debajo de un diván que estaba apoyado en la pared, de modo
que pudiese mirar sin ser vista. Y el ruido de las pezuñas golpeando el suelo se acercó a la sala, y en
seguida vi entrar cuarenta machos cabríos de barbas largas. Y el último iba montado en el penúltimo. Y
todos fueron a colocarse en buen orden, cada cual ante un trono, alre dedor del estanque. Y el que
cabalgaba en su compañero se apeó del lomo de su cabalgadura y fué a colocarse ante el trono principal.
Luego todos los demás machos cabríos se inclinaron ante él, dando con la cabeza en el suelo, y así
permanecieron un momento sin moverse. Des pués se levantaron todos a una, y al mismo tiempo que su
jefe, dieron tres sacudidas. Y en el mismo instante cayeron sus pieles de machos cabríos. Y vi a cuarenta
jóvenes como lunas, el más hermoso de los cuales era el jefe. Y descendieron al estanque, con su jefe a la
cabeza, y se bañaron en el agua. Y salieron de ella con unos cuerpos como el jazmín, que bendecían a su
Creador. Y fueron a sentarse en sus tronos, completamente desnudos en su hermosura.”
"Y mientras contemplaba al joven sentado en el trono grande y me maravillaba a su vista en mi
corazón, vi de pronto gotear de sus ojos gruesas lágrimas. Y también caían lágrimas, aunque menos nu -
merosas, de los ojos de los demás jóvenes. Y todos empezaron a sus pirar, diciendo: "¡Oh señora nuestra!
¡oh señora nuestra!" Y su jo ven jefe suspiraba: "¡Oh soberana de la gracia y de la belleza!" Luego oí
gemidos que salían de la tierra, bajaban de la bóveda; partían de los muros, de las puertas y de todos los
muebles, repitiendo con acento de pena y de dolor estas mismas palabras: "¡Oh señora nuestra! ¡oh
soberana de la gracia y de la belleza!"
"Y cuando hubieron llorado y suspirado y gemido durante una hora, el joven se levantó y dijo:
"¿Cuándo vas a venir? ¡Yo no puedo salir! ¡Oh soberana mía! ¿cuándo vas a venir, ya que yo no puedo
salir?" Y bajó de su trono, y volvió a entrar en su piel de macho ca brío. Y todos bajaron de sus tronos
igualmente, y volvieron a entrar en sus pieles de machos cabríos. Y se fueron como habían venido.”
"Y cuando dejé de oír en el suelo el ruido de sus pezuñas, me levanté de mi escondite, y también me
marché como había venido. Y no pude respirar a mis anchas hasta que me vi fuera del subte rráneo.”
"Y tal es mi historia, ¡oh princesa! Y constituye la mayor des dicha de mi vida. Porque no solamente
me fué imposible satisfacer mi deseo en las marmitas y las bandejas, sino que no comprendí nada de
cuanto de prodigioso vi en aquel subterráneo. ¡Y eso es precisamente la mayor desdicha de mi vida!"
Cuando la vieja hubo terminado de tal suerte su relato, la hija del rey, que la había escuchado con el
corazón palpitante, no dudó ya de que fuese su bienamado el macho cabrío que cabalgaba, y creyó
morirse de emoción. Y cuando por fin pudo hablar, dijo a la vieja: "¡Oh madre mía! Alah el
Misericordioso te ha conducido aquí sólo para que tu vejez sea feliz por mediación mía. Porque en
adelante serás para mí una madre, y cuanto posee mi mano estará en tu mano. Pero si en algo estimas los
beneficios de Alah sobre tu cabeza, por favor levántate ahora mismo y condúceme al paraje donde has
visto entrar a la mula con los dos odres. ¡Y no te pido que vengas conmigo, sino que me indiques el
paraje solamente!" Y la vieja contestó con el oído y la obediencia. Y cuando se alzó la luna sobre la
terraza del hammam, salieron ambas y fueron a la orilla del río.
Y en seguida vieron a la mula, que iba en dirección suya, cargada con sus dos odres llenos de agua. Y
la siguieron de lejos, y la vieron llamar con el casco al pie del montículo, y adentrarse en el subterrá neo
abierto delante de ella. Y la hija del rey dijo a la vieja: "Espé rame aquí". Pero la vieja no quiso dejarla
entrar sola, y la siguió, no obstante su emoción.
Y entraron en el subterráneo y llegaron a la cocina. Y de todas las hermosas marmitas rojas alineadas
por orden en los hornillos, y que cantaban con armonía, se exhalaban tufillos de primer orden que
dilataban los abanicos del corazón, vivificaban las membranas de las narices y disipaban las
preocupaciones de las almas en pena. Y a su paso se alzaban por sí mismas las tapas de las marmitas, y
salían de ellas voces alegres que decían: "¡Bien venida sea nuestra señora! ¡bien venida!" Y en la
segunda sala estaban alineadas las bandejas que con tenían pasteles excelentes, y tortas ahuecadas, y otras
cosas buenas y tiernas que halagaban la vista del espectador. Y de todas las bandejas, y del fondo de las
artesas que contenían el pan reciente, exclamaban voces dichosas a su paso: "¡Bien venida! ¡bien
venida!" Y el aire mis mo parecía agitado en torno de ellas por estremecimientos de dicha y resonaba con
exclamaciones de júbilo.
Y la vieja, que veía y oía todo aquello, dijo a la hija del rey, mostrándole la entrada de las galerías
que conducían a la sala abo vedada: "¡Oh mi señora! por ahí es por donde tienes que entrar. En cuanto a
mí, aquí te espero, pues el sitio de las servidoras es la cocina, y no las salas del trono".
Y la princesa, cruzando las galerías, penetró sola en la sala grande que le había descrito la vieja,
mientras a su paso las alegres voces hacían oír conciertos de bienvenida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 886ª noche
Ella dijo:
...Y la princesa, cruzando las galerías, penetró en la sala grande que le había descripto la vieja,
mientras a su paso las alegres voces ha cían oír conciertos de bienvenida. Y lejos de esconderse debajo
del diván, como lo había hecho la vieja, fué a sentarse en el trono grande que se elevaba en el sitio de
honor, al borde del estanque. Y por toda precau ción se echó sobre el rostro su velillo.
Apenas habíase instalado de tal modo, como una reina en su tro no, se oyó un ruido muy tenue, no de
pezuñas golpeando el suelo, sino de pasos ligeros que anunciaban a quien los daba. Y entró el joven,
como un diamante.
Y ocurrió lo que ocurrió.
Y en el corazón de ambos enamorados sucedió la alegría a los tormentos. Y se unieron como el
amante se une a su amante, en tanto que desde la bóveda y desde los muros y desde todos los rincones del
aposento se dejaba oír la armonía de los cánticos y se elevaban las voces de los servidores en honor de
la hija del sultán.
Y después de algún tiempo pasado allí por los amantes entre de licias y placeres encantadores,
regresaron al palacio del sultán, donde fué acogida su llegada con entusiasmo, igual por parientes que por
gran des y chicos, en medio de regocijos y de cánticos, mientras todos los habitantes empavesaban la
ciudad.
Y desde entonces vivieron contentos y prosperando. ¡Pero Alah es el más grande!
Y sin sentirse fatigada aquella noche, Schehrazada dijo todavía:
Historia del hijo de rey con la tortuga gigantesca
Se cuenta, entre lo que se cuenta, que, en la antigüedad del tiem po y el pasado de la edad y del
momento, había un poderoso sultán a quien el Retribuidor había concedido tres hijos. Y estos tres hijos,
que eran varones indomables y heroicos guerreros, se llamaban: el mayor, Schater-Alí
[139]; el segundo,
Schater-Hossein, y el más pequeño, Schater-Mohammad. Y el tal pequeño era con mucho el más hermoso,
el más valiente y el más generoso de los tres hermanos. Y su padre los quería con igual cariño, por lo que
había resuelto dejar, después de su muerte, una parte igual de sus bienes y de su reino a cada uno. Porque
era justo y leal. Y no quería favorecer a uno con detrimento de los otros, ni perjudicar a uno en beneficio
de los otros.
Y cuando llegaron ellos a la edad de casarse, su padre el rey se vió perplejo y vacilante, y para tomar
consejo, llamó a su visir, hom bre sabio, íntegro y lleno de prudencia, y le dijo: "¡Oh visir mío! tengo
muchas ganas de hallar esposas para mis tres hijos, que están en edad de casarse, y te he llamado para
contar con tu opinión sobre el particular". Y el visir reflexionó durante una hora de tiempo, luego levantó
la cabeza y contestó: "¡Oh rey del tiempo! ¡se trata de una cosa muy delicada!" Después añadió: "La
suerte y la mala suerte están en lo invisible; y nadie podría forzar los decretos del Destino. Por eso mi
idea es que los tres hijos de nuestro señor el rey dejen a su destino la elección de sus esposas. Y a tal fin,
lo mejor que pueden hacer los tres príncipes es subir a la terraza de palacio con su arco y sus flechas. Y
allí se les vendarán los ojos y se les hará dar varias vueltas. Tras de lo cual, cada uno de ellos tirará una
flecha desde donde se haya para do. Y se visitarán las casas sobre las cuales caigan las flechas; y nues tro
señor el sultán llamará al propietario de cada una de estas casas y le pedirá en matrimonio a su hija para
el príncipe propietario de la flecha correspondiente, ya que la joven habrá sido escrita así en su suerte
por el Destino".
Cuando el sultán oyó estas palabras de su visir, le dijo: "¡Oh visir mío! tu consejo es un consejo
excelente, y tendré en cuenta tu opinión". Y al punto hizo llamar a sus tres hijos, que volvían de caza; y
les participó la decisión tomada con respecto a ellos entre él y el visir, y subió con ellos a la terraza de
palacio, seguido de sus visires y de todos sus dignatarios.
Y cada uno de los tres príncipes, que habían subido a la terraza con su arco y su carcaj, escogió una
flecha y tendió su arco. Y les vendaron los ojos.
Y el hijo mayor del rey, después de que le hicieron girar sobre sí mismo, apuntó con su flecha el
primero desde donde se había pa rado. Y la flecha, lanzada por la cuerda muy floja, voló por los aires y
fué a caer en la morada de un gran señor.
Y el segundo hijo del rey lanzó a su vez su flecha, que fué a caer en la terraza del oficial mayor de las
tropas del reino.
Y el tercer hijo del rey, que era el príncipe Schater-Mohammad, lanzó su flecha en la dirección en
que se había vuelto. Y la flecha fué a caer en una casa a cuyo propietario no se conocía.
Y fueron a visitar las tres casas consabidas. Y resultó que la hija del gran señor y la hija del oficial
del ejército eran dos jóvenes como lunas. Y sus padres llegaron al límite del contento por casarlas con
dos hijos del rey. Pero cuando fueron a visitar la tercera casa, que era aquella donde había caído la
flecha de Schater-Mohammad, advirtieron que no estaba habitada más que por una gigantesca tortuga
solitaria.
Y el sultán, padre de Schater-Mohammad, y los visires y los emi res y los chambelanes vieron a la
tortuga, que vivía completamente sola en aquella casa, y se asombraron prodigiosamente. Pero como ni
por un instante había que pensar en dársela por esposa el príncipe Schater Mohammad, el sultán decidió
repetir la experiencia. Y, por consiguien te, el joven príncipe volvió a subir a la terraza, llevando al
hombro su arco y su carcaj, y ante toda la concurrencia lanzó una segunda flecha a la suerte. Y la flecha,
conducida por su Destino, fué a caer precisamente sobre la casa habitada por la enorme tortuga solitaria.
Al ver aquello, el sultán quedó extremadamente contrariado, y dijo al príncipe: "Por Alah, ¡oh hijo
mío! que la bendición no guía hoy tu mano. ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Sean con Él, con
Sus compañeros y con Sus fieles la salutación y las bendiciones!" Y el sultán repuso: "¡Invoca el nombre
de Alah y lanza la flecha para hacer la experiencia por tercera vez!" Y dijo el joven príncipe: "¡En el
nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso!" Y aflo jando su arco lanzó por tercera vez la
flecha, que, dirigida por el Destino, fué a caer una vez más sobre la casa en que vivía solitaria la enorme
tortuga.
Cuando el sultán vió sin género de duda que la prueba era tan precisa y tan fehaciente en favor de la
tortuga gigantesca, decidió que su hijo menor, el príncipe Schater-Mohammad, se quedase soltero. Y le
dijo "¡Oh hijo mío! ¡como esa tortuga no es de nuestra raza, ni de nuestra especie, ni de nuestra religión,
más vale que no te cases con nadie hasta que Alah nos vuelva a Su gracia!" Pero Schater-Moham mad
exclamó: "¡Por los méritos del Profeta! (¡con Él la plegaria y la paz!), la época de mi soltería ha pasado;
y puesto que la tortuga me ha sido escrita por el Destino, consiento en casarme con ella". Y contestó el
sultán en el límite del asombro: "Ciertamente, ¡oh hijo mío! te ha sido escrita la tortuga por el Destino;
pero ¿desde cuándo los hijos de Adán toman por esposas a las tortugas? ¡Se trata de una cosa pro -
digiosa!" Pero el príncipe contestó: "¡A esa tortuga es a la que quiero por esposa, y no a otra!"
Y el sultán, que amaba a su hijo, no intentó contrariarle ni ape narle, y volviendo de su decisión, dió
su consentimiento para tan ex traño matrimonio.
Y se celebraron grandes fiestas y grandes regocijos y grandes fes tines, con danzas, cantos y
conciertos de instrumentos, en honor de las bodas de Schater-Alí y Schater-Hossein, los dos hijos
mayores del sultán. Y cuando transcurrieron los cuarenta días y las cuarenta noches que duraron los
festejos de cada boda, los dos príncipes entraron en los aposentos de sus esposas en la noche nupcial, y
consumaron su ma trimonio con toda felicidad y gallardía.
Pero cuando tocó el turno a las bodas del joven príncipe Schater- Mohammad con su esposa la enorme
tortuga solitaria, los dos herma nos mayores y las dos esposas de ambos hermanos, y los padres, y todas
las mujeres de los emires y de los dignatarios, negaron su presencia a la ceremonia, y no perdonaron
nada para que aquellos festejos resul tasen entristecedores y lúgubres. Así es que el joven príncipe quedó
muy humillado en su alma, y sufrió toda clase de vejaciones en mira das, sonrisas y espaldas vueltas. Pero
en cuanto a lo que pasó durante la noche nupcial, cuando el príncipe entró en el aposento de su esposa,
nadie lo pudo saber. Porque todo pasó tras el velo, que sólo pueden penetrar los ojos de Alah. Y lo
mismo ocurrió la siguiente noche y las demás noches. ¡Y asombrábanse todos de que hubiese podido
cele brarse semejante unión! Y ninguno comprendía cómo un hijo de Adán podía cohabitar con una
tortuga, aunque fuese tan grande como un tonel de los mayores. ¡Y esto es lo referente a las bodas del
príncipe Schater-Mohammad con su esposa la tortuga!
Por lo que respecta al sultán, los años, las preocupaciones del reino y las emociones de todas clases,
sin contar la pena que le había producido el matrimonio de su hijo pequeño, curvaron su espalda y
adelgazaron sus huesos. Y enflaqueció, y amarilleó, y perdió el apetito. Y con sus fuerzas disminuyó su
vista y se quedó completamente ciego. Cuando sus tres hijos, que querían a su padre tanto como les que -
ría él, vieron el estado en que se hallaba, resolvieron no dejar que cui dasen de su salud las mujeres del
harem, que eran ignorantes y supers ticiosas; y pensaron de qué medios se valdrían para devolver a su
padre las fuerzas con la salud. Y dieron con uno, y tras de besar la mano al rey, le dijeron: "¡Oh padre
nuestro! he aquí que tu tez ama rillea y disminuye tu apetito y se debilita tu vista. ¡ Y si las cosas con tinúan
así, no nos quedará más remedio que desgarrarnos las vestiduras de color por perder contigo nuestro
sostén y nuestro guía! Es preciso, pues, que escuches nuestro consejo, porque somos tus hijos y tú eres
nuestro padre. Opinamos que en adelante deben ser nuestras esposas quienes te preparen el alimento, y no
las mujeres de tu harén. Porque nuestras esposas son muy expertas en arte culinario, y guisarán para ti
manjares que te devolverán el apetito, y con el apetito las fuerzas, y con las fuerzas la salud, y con la
salud la excelencia de la vista y la curación de tus ojos enfermos". Y el sultán se conmovió mucho ante
aquella atención de sus hijos, y les contestó: "Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro
padre! ¡Pero eso va a ser una mo lestia muy grande para vuestras esposas...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 887ª noche
Ella dijo:
"...Que Alah os inunde con Sus gracias, ¡oh hijos de vuestro padre! ¡Pero eso va a ser una molestia
muy grande para vuestras esposas!" Mas ellos empezaron a protestar, diciendo: "¡Una molestia! ¿Pues no
son tus esclavas? ¿Y qué tienen que hacer de más urgencia que preparar manjares que contribuyan a tu
restablecimiento? Y he mos pensado ¡oh padre! que lo mejor para ti sería que cada una te preparara una
bandeja de manjares cocinados por ella, a fin de que tu alma pueda escoger entre todos el que te sea más
agradable por el aspecto, por el olor y por el sabor. Y de tal suerte te volverá la salud y curarán tus
ojos". Y el sultán los abrazó y les dijo: "¡Vosotros sa bréis mejor que yo lo que me conviene!"
Y en vista de aquella innovación, que los regocijó hasta el límite del regocijo, los tres príncipes
fueron en busca de sus tres esposas, y les mandaron que prepararan cada cual una bandeja de manjares
que fuesen admirables a la vista y al olfato. Y cada uno estimuló a su es posa respectiva, diciéndole: "¡Es
preciso que nuestro padre prefiera los manjares de mi casa a los de la casa de mis hermanos!"
Y, entretanto, los dos hermanos mayores no cesaron de burlarse de su hermano menor, preguntándole
con mucha ironía qué iba a en viar su esposa, la enorme tortuga, para hacer volver el apetito a su padre y
dulcificar el paladar. Pero él no contestaba a sus preguntas e interrogaciones más que con una sonrisa
tranquila.
En cuanto a la esposa de Schater-Mohammad, que era la gigan tesca tortuga solitaria, no esperaba más
que aquella ocasión para de mostrar de lo que era capaz. Y en aquella hora y en aquel instante puso manos
a la obra. Y empezó por enviar a la esposa del hijo mayor del rey su servidora de confianza, con encargo
de pedirle que tuviera la bondad de recoger para ella, la tortuga, todas las cagarrutas de las ratas y
ratones de su casa, ya que ella, la tortuga, tenía una necesidad urgente de aquello para condimentar el
arroz, los rellenos y los demás manjares, y nunca se servía de otros condimentos que de aquellos. Y al oír
semejante cosa, se dijo la esposa de Schater-Alí: "¡No, por Alah! me guardaré mucho de dar esas
cagarrutas de ratas y ratones que me pide esa miserable tortuga. ¡Porque ya sabré yo utilizarlas como
con dimentos mejor que ella!" Y contestó a la servidora: "Siento tener que contestar con una negativa.
¡Pero, por Alah, que apenas si me basta para mi uso personal la cagarruta de que dispongo!" Y la
servidora volvió a llevar esta respuesta a su ama la tortuga.
Entonces la tortuga se echó a reír, y se convulsionó de alegría. Y envió su servidora de confianza a la
esposa del segundo hijo del rey, con encargo de pedirle toda la basura de pollos y de palomas que
tuviese al alcance de la mano, bajo pretexto de que ella, la tortuga, tenía una apremiante necesidad de
aquella para salpimentar los manjares que pre parase para el sultán. Pero la servidora volvió al lado de
su ama sin nada en la mano y con ásperas palabras en la lengua de parte de la esposa de Schater-Hossein.
Y la tortuga, al no ver nada en manos de su servidora, y al oír las palabras ásperas que llevaba en la
lengua de parte de la esposa del segundo hijo del sultán, se bamboleó de satisfacción y de contento, y se
echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Tras de lo cual preparó los manjares como mejor sabía, los colocó en la bandeja, tapó la bandeja con
una tapadera de mimbre, y lo cubrió todo con un pañuelo de lino perfumado de rosa. Y mandó a su fiel
servidora que llevara la bandeja al sultán, mientras que, por su parte, las otras dos esposas de los
príncipes hacían llevar las suyas por esclavas.
Y llegó, pues, el momento de la comida; y el sultán sentose ante las tres bandejas; pero en cuanto se
levantó la tapa de la bandeja de la primera princesa, se exhaló de ella un olor infecto y nauseabundo de
cagarruta de rata capaz de asfixiar a un elefante. Y al sultán le afectó tan desagradablemente aquel olor,
que le dió vueltas la cabeza y se cayó desmayado, con los pies junto al mentón. Y sus hijos se
apresuraron a rodearle, y le rociaron con agua de rosas, y le abanicaron y consi guieron hacerle recobrar
el conocimiento. Y al acordarse entonces de la causa de su indisposición, no pudo por menos de dar
rienda suelta a su cólera contra su nuera y abrumarla de maldiciones.
Y al cabo de cierto tiempo se le pudo calmar, y tanto y tanto hubo de porfiársele, que se le decidió a
que probara la segunda bandeja. Pero en cuanto se la destapó, llenó la sala de un olor atroz y fétido,
como si acabasen de quemar allí la basura de todas las aves de corral de la ciudad. Y aquel olor penetró
en la garganta, en la nariz y en los ojos delicados del desdichado sultán, que a la sazón creyó que se iba a
quedar ciego del todo y a morir. Pero se apresuraron a abrir las ven tanas, y a llevarse la bandeja causante
de todo el mal, y a quemar in cienso y benjuí para purificar el aire y contrarrestar el mal olor.
Y cuando el asqueado sultán respiró un poco el aire libre y pudo hablar, exclamó: "¿Qué daño he
hecho a vuestras esposas ¡oh hijos míos! para que así maltraten a un anciano y le caven la tumba en vida?
¡Eso es un crimen que castiga Alah!" Y los dos príncipes espo sos de las que habían preparado las
bandejas se mostraron muy cari acontecidos, y contestaron que aquello era una cosa que escapaba a su
entendimiento.
Y, entretanto, el joven príncipe Schater-Mohammad fue a besar la mano de su padre, y le suplicó que
olvidara sus impresiones desagra dables para no pensar más que en el gusto que le iba a dar la tercer
bandeja.
Y el sultán, al oír aquello, llegó al límite de la cólera y de la indignación, y exclamó: "¿Qué dices,
¡oh Schater-Mohammad!? ¿Te burlas de tu anciano padre? ¿Que toque yo ahora a los manjares pre -
parados por la tortuga, cuando los preparados por dedos de mujeres son ya tan horribles y tan
espantosos? Bien veo que entre los tres ha béis jurado hacer estallar mi hígado y darme a beber de un
trago la muerte". Pero el joven príncipe se arrojó a los pies de su padre, y le juró por su vida y por la
verdad sagrada de la fe que la tercer bandeja le haría olvidar sus tribulaciones, y que él, Schater-
Mohammad, con sentía en tomarse todos los manjares si no eran del agrado de su padre. Y suplicó y rogó
e insistió e intercedió con tanto fervor y tanta humildad en favor de la bandeja, que el rey acabó por
dejarse ablandar, e hizo seña a un esclavo para que levantara la tapa de la tercer bandeja, mientras
pronunciaba la fórmula: "¡Me refugio en Alah el Protector!"
Pero he aquí que, al ser levantada la tapa, se desprendió de la bandeja de la tortuga un tufillo
compuesto de los más suaves aromas de cocina, y tan exquisito y tan deliciosamente penetrante, que en el
mismo momento se dilataron los abanicos del corazón del sultán, y se ensancharon los abanicos de sus
pulmones, y se estremecieron los abanicos de sus narices, y le volvió el apetito desaparecido desde hacía
tanto tiempo, y se abrieron sus ojos y se aclaró su vista. Y se le puso sonrosado el color y reposado el
aspecto de su rostro. Y se estuvo co miendo sin interrupción durante una hora de tiempo. Tras de lo cual
bebió un excelente sorbete de almizcle y nieve machacada, y regoldó de gusto varias veces con regüeldos
que partían del fondo de su estómago satisfecho. Y en el límite de la holgura y del bienestar, dió gracias
por Sus beneficios al Retribuidor, diciendo: "¡Al Gamdú lilah!"
Y no supo cómo expresar a su hijo pequeño lo satisfecho que es taba de los manjares cocinados por su
esposa la tortuga. Y Schater- Mohammad aceptó las felicitaciones con modestia para no dar envidia a sus
hermanos e indisponerlos contra él. Y dijo a su padre: "¡Esto ¡oh padre! no es más que una pequeña parte
de los talentos de mi esposa! ¡ Pero, si Alah quiere, día llegará en que le sea dado merecer con más razón
tus cumplimientos!" Y le rogó que, puesto que estaba satisfecho, fuese en lo porvenir la tortuga quien
quedase encargada únicamente de suministrar todos los días las bandejas de manjares. Y el sultán aceptó,
diciendo: "De todo corazón paternal y afectuoso, ¡oh hijo mío!"
Y con aquel régimen se restableció completamente. Y también se le curaron los ojos.
Y para celebrar su curación y el recobro de su vista, el sultán dió en palacio una gran fiesta, con un
festín magnífico, al cual convidó a sus tres hijos con sus esposas. Y las princesas se arreglaron como me -
jor pudieron para presentarse al sultán de modo que hiciesen honor a sus esposos y les blanquease el
rostro ante su padre.
Y la enorme tortuga también se arregló para que blanquease en público el rostro de su esposo a causa
de la hermosura de su atavío y de la elegancia de su indumentaria. Y cuando estuvo ataviada a su gusto,
mandó a su servidora de confianza que fuese a ver a la mayor de sus cuñadas para rogarle que prestase a
la tortuga el pato grande que tenía en su corral, porque la tortuga se proponía ir al palacio a caballo sobre
tan hermosa montura. Pero la princesa le contestó, por la mediación de la lengua de la servidora, que si
ella, la princesa, tenía un pato tan hermoso, era para servirse de él para su propio uso. Y al oír esta
respuesta, la tortuga se cayó de trasero a fuerza de reír, y envió a la servidora a casa de la segunda
princesa con encargo de pe dirle, en calidad de simple préstamo por un día, el gran macho cabrío que le
pertenecía. Pero la servidora volvió al lado de su ama para trans mitirle con su lengua una negativa
acompañada de palabras agrias y comentarios desagradables. Y la tortuga se convulsionó y se bamboleó
y llegó al límite de la dilatación y de la holgura.
Y cuando llegó la hora del festín, y las mujeres de la sultana, por orden de su ama, se colocaron
ordenadamente ante la puerta exterior del harén para recibir a las tres esposas de los hijos del rey, vieron
alzarse de improviso una nube de polvo que se acercó rápidamente. Y en medio de aquella nube apareció
en seguida un pato gigantesco que corría a ras del suelo, espatarrado, con el pescuezo estirado; agi tando
las alas, y llevando a su lomo, encaramada de cualquier manera y con la cara demudada de espanto, a la
primera princesa. E inmedia tamente detrás de ella, a caballo sobre un macho cabrío bramador y
revoltoso, toda cascarrienta y polvorienta, aparecía la segunda princesa.
Y al ver aquello, el sultán y su esposa se disgustaron en extremo, y se les puso muy negro el rostro de
vergüenza y de indignación. Y el sultán rompió en reprimendas y reproches contra ellas, diciéndoles:
"¡He aquí que, no contentas con haber querido mi muerte por asfixia y envenenamiento, queréis que sea
yo la burla del pueblo, y comprome ternos a todos y deshonrarnos en público!" Y la sultana también las
recibió con palabras airadas y ojos atravesados. Y no se sabe lo que habría sucedido si no hubiesen
anunciado la proximidad del cortejo de la tercera princesa. Y el corazón del sultán y el de su esposa se
atemorizaron; porque se decían: "Si han venido de este modo las dos primeras, que pertenecen a nuestra
especie de seres humanos, ¿cómo va a venir la tercera, que pertenece a la raza de las tortugas?" E
invocaron el nombre de Alah, diciendo: "¡No hay recurso ni refugio más que en Alah, que es grande y
poderoso!" Y esperaron la cala midad, conteniendo la respiración ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 888ª noche
Ella dijo:
"...Y esperaron la calamidad, conteniendo la respiración.
Y he aquí que primero apareció en el meidán un equipo de co rredores anunciando la llegada de la
esposa del príncipe Schater-Mohammad. Y en seguida avanzaron cuatro hermosos sais vestidos de
brocado y de espléndidas túnicas con mangas que les arrastraban, gritando, con una larga vara en la
mano: "¿Paso a la hija de reyes!" Y apareció el palanquín, recubierto de estofas preciosas de hermosos
colores, llevado en hombros de sombríos negros, y fué a detenerse al pie de las gradas de entrada. Y
salió de él una princesa vestida de esplendor y de belleza, a quien nadie conocía. Y como esperaban que
también se apease la tortuga, creyeron que aquella princesa era la dama de honor. Pero cuando vieron que
subía sola la escalera y que el palanquín se alejaba, se vieron obligados todos a reconocer en ella a la
esposa de Schater-Mohammad, y a recibirla con todos los honores debidos a su rango y con toda la
cordialidad deseable. Y el corazón del sultán se dilató de satisfacción a la vista de aquella belleza, de su
gracia, de su tacto, de sus buenas maneras y de todo el encanto que emanaba de ella y del menor de sus
gestos o movimientos.
Y como había llegado el momento de tomar parte en el festín, el sultán invitó a sus hijos y a las
esposas de sus hijos a situarse en torno de él y de la sultana. Y empezó la comida.
Y he aquí que el primer manjar servido en la bandeja fué, como es de rigor, un gran plato de arroz
cocido con manteca. Pero antes de que nadie tuviese tiempo de probar un bocado, la hermosa princesa lo
alzó por encima de ella y se lo vertió todo entero en los cabellos. Y en el mismo momento todos los
granos de arroz se convirtieron en perlas, que corrieron a lo largo de los hermosos cabellos de la
princesa y se esparcieron a su alrededor y cayeron al suelo haciendo un ruido maravilloso.
Y sin dar tiempo a que los convidados hubiesen vuelto de su asombro frente a prodigio tan admirable,
la princesa cogió una sopera grande que contenía un potaje verde y espeso de mulukhia, y se lo vertió tal
como estaba sobre la cabeza. Y el potaje verde se transformó al punto en una infinidad de esmeraldas del
agua más hermosa, que corrieron a lo largo de sus cabellos y de sus vestidos, y se desparramaron en
torno a ella, mezclando en el suelo sus hermosas tonalidades verdes con los albores puros de las perlas.
Y el espectáculo de aquellos prodigios maravilló en extremo al sultán y a los convidados. Y las
servidoras se apresuraron a poner en el mantel del festín otras bandejas de arroz y de potaje de mulukhia.
Y las otras dos princesas, muy amarillas de envidia, no quisieron quedar oscurecidas por el éxito de su
cuñada, y cogieron a su vez los platos de manjares. Y la mayor cogió el plato de arroz, y la segunda el
plato de potaje verde. Y se los vertieron, respectivamente, en su propia ca beza. Y el arroz siguió siendo
arroz en los cabellos de la una y se le pegó de un modo terrible a la cabeza, pringándola. Y el potaje
verde siguió siendo potaje, y corrió por los cabellos y la cabeza de la otra, revistiéndola por entero de
una capa verde semejante a la boñiga de vaca, pegajosa y horrible en extremo.
Y al ver aquello, el sultán se disgustó hasta el límite del disgusto, y mandó a sus dos nueras mayores
que se levantaran de la sala para ponerse lejos de su vista. Y les manifestó que no quería volver a verlas
más, ni percibir su olor siquiera. Y ellas se levantaron en aquella hora y en aquel instante, y se fueron de
la presencia de él, con sus esposos, avergonzadas, humilladas y asqueantes. ¡Y esto es lo referente a
ellas!
Pero en cuanto a la princesa maravillosa y a su esposo el príncipe Schater-Mohammad, se quedaron
solos en la sala con el sultán, que los besó y los estrechó contra su corazón efusivamente, y les dijo:
"¡Vosotros solos sois mis hijos!" Y al instante quiso inscribir el trono a nombre de su hijo menor, y
congregó a los emires y a los visires, e inscribió ante ellos el trono sobre la cabeza de Schater-
Mohammad, en calidad de herencia y sucesión, con exclusión de sus demás herederos. Y les dijo a
ambos: "Deseo que en adelante habitéis conmigo en pa lacio, porque sin vosotros me moriría
indudablemente". Y contestaron ellos: "¡Oír es obedecer! ¡Y tu deseo está por encima de nuestra ca beza y
de nuestros ojos!"
Y la princesa maravillosa, para no verse tentada a volver a tomar su forma de tortuga, que podía
ocasionar alguna emoción desagradable al viejo sultán, dió orden a su servidora de que le llevase el
caparazón que había dejado en casa. Y cuando tuvo el caparazón entre las manos, le prendió fuego hasta
que se consumió. Y desde entonces permaneció siempre bajo su forma de princesa. ¡Y gloria a Alah, que
la dotó de un cuerpo sin defecto, maravilla de los ojos!
Y el Retribuidor continuó colmándolos con sus gracias y les con cedió muchos hijos. Y vivieron
contentos y prosperando.
Al ver que el rey la escuchaba sin desagrado, Schehrazada contó aún aquella noche la historia de:
La hija del vendedor de garbanzos
Ha llegado hasta mi conocimiento entre lo que ha llegado hasta mi conocimiento, que en la ciudad de
El Cairo había un honrado y respetable vendedor de garbanzos, a quien el Donador había concedido tres
hijas por toda posteridad. Y aunque por lo general las hijas no traen consigo bendiciones, el vendedor de
garbanzos aceptaba con re signación el don de su Creador y profesaba mucho cariño a sus tres hijas.
Ellas, por cierto, eran como lunas, y la más pequeña superaba a sus hermanas en belleza, en encantos, en
gracia, en sagacidad, en inteligencia y en perfecciones. Y se llamaba Zeina.
Todas las mañanas las tres jóvenes iban a casa de su maestra, que les enseñaba el arte del bordado en
seda y en terciopelo. Porque su padre, el vendedor de garbanzos, hombre excelente, quería que tuviesen
una educación esmerada, a fin de que el Destino les pusiese en el camino de su matrimonio, hijos de
mercaderes y no hijos de cualquier vendedor como él.
Y todas las mañanas, al ir a casa de su maestra de bordados, las jóvenes pasaban por debajo de la
ventana del sultán con su talle ondu lante, con su aspecto de princesas y con sus tres pares de ojos
babilóni cos, que aparecían con toda su belleza fuera del velo del rostro.
Y el hijo del sultán, al verlas llegar cada mañana, les gritaba desde su ventana con voz provocadora:
"¡La zalema sobre las hijas del vendedor de garbanzos! ¡La zalema sobre las tres letras derechas del
alfabeto!" Y la mayor y la mediana contestaban siempre al saludo con una leve sonrisa de sus ojos; mas
la pequeña no contestaba nada abso lutamente y seguía su camino sin levantar siquiera la cabeza. Pero si
el hijo del sultán insistía, pidiendo, por ejemplo, noticias de los gar banzos, y del precio actual de los
garbanzos, y de la venta de los garbanzos, y de la buena o mala calidad de los garbanzos, y de la salud
del vendedor de garbanzos, entonces era la pequeña la única que con testaba, sin tomarse siquiera la
molestia de mirarle: "¿Y qué hay de común entre los garbanzos y tú, ¡oh rostro de pez!?" Y las tres se
echaban a reír y se marchaban por su camino.
Y he aquí que al hijo del sultán, que estaba apasionadamente pren dado de la menor de las hijas del
mercader de garbanzos, la pequeña Zeina, no cesaban de desolarle la ironía, el desdén y la mala gana con
que ella respondía a sus deseos. Y un día en que la joven se había burlado de él más que de ordinario al
contestar a sus preguntas, el príncipe comprendió que jamás obtendría de ella nada por la galantería, y
decidió vengarse humillándola y castigándola en la persona de su padre. Porque sabía que la joven Zeina
quería a su padre hasta el límite extremo del afecto.
Y se dijo: "Así le haré sentir el peso de mi poder".
Y como era hijo del sultán y tenía un poder omnímodo sobre las almas, hizo ir al vendedor de
garbanzos y le dijo: "¿Eres el padre de las tres jóvenes?" Y el vendedor contestó temblando: "Sí, por
Alah, ¡ya sidi!" Y el hijo del sultán le dijo: "Pues bien, ¡oh hombre! quiero que mañana a la hora de la
plegaria vengas aquí, entre mis manos, vestido y desnudo a la vez, riendo y llorando en el mismo
momento y a caballo sobre una caballería al mismo tiempo que andando por tu pie. ¡Y si, por desgracia
tuya, llegas a mí como estás, sin haber cumplido mis condiciones, o si aunque hayas cumplido una, no
llenas las otras dos, estás perdido sin remedio y tu cabeza saltará de tus hombros!" Y el vendedor de
garbanzos besó la tierra y se marchó, pensando: "¡En verdad que la cosa es enorme! Y mi perdición no
tiene remedio, indudablemente!"
Y llegó al lado de sus hijas, con el color muy amarillo, vuelto el saco de su estómago y la nariz
alargada hasta sus pies.
Y sus hijas vieron su inquietud y su perplejidad, y la más pequeña, que era la joven Zeina, le
preguntó: "¿Por qué ¡oh padre mío! veo amarillear tu tez y ennegrecerse el mundo ante tu rostro?" Y le
con testó él: "¡Oh hija mía! ¡en mi ser íntimo llevo una calamidad y en mi pecho una opresión!" Y ella le
dijo: "Cuéntame la calamidad, ¡oh padre! pues quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 889ª noche
Ella dijo:
"...La joven dijo a su padre el vendedor de garbanzos: "Cuén tame la calamidad, ¡oh padre mío! pues
quizás así cese la opresión y se dilate tu pecho". Y le contó él la cosa desde el principio hasta el fin, sin
olvidar un detalle. Pero no hay ninguna utilidad en repetirla. Cuando la joven Zeina oyó el relato de la
aventura de su padre y supo el motivo de su pena, de su cambio de color y de su opresión de pecho, se
echó a reír con mucha, mucha gana, hasta casi desma yarse. Luego se encaró con él, v le dijo: "Pero ¿no se
trata más que de eso, ¡oh padre mío!? ¿Por Alah, no tengas inquietud ni preocupa ciones y sigue mis
consejos! Y verás cómo al hijo del sultán, a ese cualquiera, le llega la vez de morderse los dedos y de
reventar de des pecho. ¡Escucha!". Y reflexionó un instante y dijo: "En cuanto a la primera condición, no
tienes más que ir a casa de nuestro vecino el pescador y rogarle que te venda una de sus redes. Y me
traerás esa red, y con ella te haré un traje para que te lo pongas sobre la carne, después de haberte
quitado toda la ropa. Y de tal suerte, estarás vestido y desnudo a la vez.
"Y en cuanto a la segunda condición, no tiene más que coger una cebolla antes de ir al palacio del
sultán. Y en el umbral te frotarás con ella los ojos. Y estarás llorando y risueño en el mismo momento.
"Y, por último, en cuanto a la tercera condición, ve ¡oh padre! a casa de nuestro vecino el arriero y
ruégale que te deje el buche que le nació este año. Y te le llevarás, y cuando hayas llegado a casa del hijo
del sultán, de ese granuja, montarás en el buche, y como tocarás el suelo con los pies, andarás por tu pie
al mismo tiempo que el buche avance. ¡Y de tal suerte, irás montado y a pie al mismo tiempo!
"¡Y ésta es mi opinión! ¡Y Alah es más poderoso y el único inteligente!"
Cuando el vendedor de garbanzos, padre de la ingeniosa Zeina, hubo oído estas palabras de su hija,
la besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh hija de tu padre y de tu madre! ¡oh Zeina! ¡quien engen dra hijas
como tú no muere! ¡Gloria a Quien ha puesto tanta inteli gencia detrás de tu frente y tanta sagacidad en tu
espíritu!" Y en aquella hora y en aquel instante, el mundo se blanqueó ante su rostro, huyeron de su
corazón las preocupaciones, y se le dilató el pecho. Y comió un bocado y bebió un jarro de agua, y salió
a hacer cuanto le había indicado su hija.
Y al día siguiente, cuando todo estuvo dispuesto como era debido, el vendedor de garbanzos se fué a
palacio, y entró en el aposento del hijo del sultán de la manera y el modo requeridos, vestido y desnudo a
la vez, riendo y llorando al mismo tiempo, andando y cabalgando en el mismo momento, en tanto que el
borriquillo, asustado, se había puesto a rebuznar y a echar cuescos en medio de la sala de recepción.
Al ver aquello, el hijo del sultán llegó al límite del furor y del despecho, y como no podía hacer
sufrir al vendedor de garbanzos el trato con que le había amenazado, pues había cumplido las
condiciones requeridas, sintió que la bolsa de la hiel estaba a punto de estallarle en el hígado. Y se juró a
sí mismo vengarse en la propia joven, exter minándola sin remisión. Y echó al vendedor de garbanzos, y
se puso a meditar el plan de sus asechanzas contra la joven. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero, por lo que respecta a la joven Zeina, como estaba llena de previsión y sus ojos veían desde
lejos y su nariz olfateaba la proxi midad de los acontecimientos, sospechó en seguida, por la manera como
su padre le contó el estado de furor en que se hallaba el hijo del sultán, que aquel mal sujeto iba a
atacarla de un modo peligroso. Y se dijo: "¡Antes de que nos ataque, ataquémosle!" Y se irguió sobre
ambos pies y fué en busca de un armero muy experto en su oficio, y le dijo: "Quiero ¡oh padre de manos
hábiles! que me fabriques a mi medida una armadura toda de acero, y perneras y brazaletes y un casco del
mismo metal. Pero es preciso que todos estos objetos estén hechos de tal manera, que al menor
movimiento en la marcha o al menor contacto produzcan un ruido ensordecedor y un estrépito espantoso".
Y el armero contestó con el oído y la obediencia, y no tardó en entregarle los objetos consabidos, tales
como los había encargado.
Y he aquí que, cuando llegó la noche, la joven Zeina se disfrazó terriblemente poniéndose el traje de
hierro, y se echó al bolsillo un par de tijeras y una navaja de afeitar, y cogió en la mano una horquilla
puntiaguda, y se dirigió así a palacio.
Y en cuanto desde lejos vieron llegar a aquel guerrero espantable, el portero y los guardias de
palacio huyeron en todas direcciones. Y en el interior del palacio los esclavos siguieron el ejemplo del
portero y de los guardias, y cada cual se apresuró a esconderse para resguar darse en cualquier rincón
seguro, aterrados por el estrépito ensorde cedor que producían las diversas partes del traje de hierro, y
por el aspecto amedrentador de quien lo llevaba, y por la horquilla que blandía. Y de tal suerte, la hija
del vendedor de garbanzos, sin encontrar nin gún obstáculo ni la menor señal de resistencia, llegó sin
contratiempo a la habitación en que de ordinario se hallaba la mala persona del hijo del sultán.
Y al oír todo aquel ruido terrible y al ver entrar a quien lo pro ducía, el hijo del sultán se sintió
poseído de un gran espanto, y creyó que veía aparecer a un efrit raptor de almas. Y se puso muy pálido,
empezó a temblar y a rechinar los dientes, y cayó al suelo, exclamando "¡Oh poderoso efrit raptor de
almas! ¡perdóname y Alah te perdo nará!" Pero la joven le contestó, hablando con voz terrible: "¡Cose tus
labios y tus mandíbulas, ¡oh proxeneta! o te clavo esta horquilla en un ojo!" Y el asustado mozo juntó sus
labios y sus mandíbulas, y no se atrevió a decir una palabra ni a hacer un movimiento. Y la hija del
vendedor de garbanzos se acercó a él, que estaba tendido en el suelo, inmóvil y desmayado; y sacando
las tijeras y la navaja, le afeitó la mitad de sus tiernos bigotes, el lado izquierdo de su barba, el lado
derecho de sus cabellos y ambas cejas. Tras de lo cual le restregó la cara con estiércol de asno y le metió
un pedazo en la boca. Y hecho aquello, se fué como había venido, sin que nadie se atreviese a estor barle
el paso. Y regresó sin contratiempos a su casa, donde se apresuró a quitarse su traje de hierro y a
acostarse al lado de sus hermanas para dormir muy bien hasta por la mañana.
Y aquel día, como de ordinario, después de lavarse y peinarse y arreglarse, las tres hermanas
salieron de su casa para ir a casa de su maestra de bordado. Y como todas las mañanas, pasaron por
debajo de la ventana del hijo del sultán. Y le vieron sentado junto a la ventana, según su costumbre, pero
con la cara y la cabeza arrebozadas en un pañuelo, de modo que sólo tenía al descubierto los ojos. Y las
tres, comportándose con él al revés de como lo hacían por lo general, le miraron con insistencia y
coquetería. Y el hijo del sultán se dijo: "No sé; pero me parece que se amansan. ¡Acaso sea porque el
pañuelo que me envuelve la cabeza y el rostro hace que resulten más hermosos mis ojos!" Y les gritó:
"¡Eh! ¡las tres letras derechas del alfabeto. ¡oh hijas de mi corazón! la zalema sobre vosotras tres! ¿Cómo
van los garbanzos esta mañana?" Y la más joven de las tres hermanas, la pequeña Zeina, levantó la
cabeza hacia él y contestó por sus hermanas: "¡Eh, ualah! y la zalema sobre ti, ¡oh rostro entrapado!
¿Cómo tienes esta mañana el lado izquierdo de tu barba y de tus bigotes, y cómo tienes la mitad derecha
del cráneo, y cómo están tus hermosas cejas, y has encontrado de tu gusto el estiércol de asno, ¡oh
querido mío!? ¡Ojalá haya sido de deliciosa digestión para tu corazón!"
Y así diciendo, echó a correr con sus hermanas, riendo a carca jadas, y haciendo desde lejos, al hijo
del sultán, muecas burlonas y provocativas. ¡Esto fué todo!
Y al oír y ver, el hijo del sultán comprendió, sin quedarle lugar a duda, que el efrit de la noche
anterior no era otro que la hija del vendedor de garbanzos. Y en el límite de la rabia, sintió que se le
subía a la nariz la hiel de su vejiga, y juró que se apoderaría de la joven o moriría. Y tras de combinar su
plan, esperó algún tiempo para que le creciesen la barba, los bigotes, las cejas y los cabellos, e hizo ir a
su presencia al vendedor de garbanzos, padre de su joven adversaria, el cual se dijo, dirigiéndose al
palacio: "¿Quién sabe qué calamidad me prepara ahora ese proxeneta?" Y llegó, muy seguro, en tre las
manos del hijo del sultán, que le dijo: "¡Oh hombre! ¡quiero que me concedas en matrimonio a tu tercera
hija, de quien estoy locamente prendado! ¡Y como te atrevas a rehusármela, tu cabeza saltará de tus
hombros!" Y el vendedor de garbanzos contestó: "¡No hay in conveniente! ¡Pero concédame un plazo el
hijo de nuestro amo el sultán, a fin de que vaya yo a consultar a mi hija antes de casarla!" Y contestó el
joven: "Ve a consultarla; ¡pero sabe que, si rehusa, sufrirá como tú la muerte negra!"
Y el azorado vendedor de garbanzos fué en busca de su hija, y la puso al corriente de la situación, y
dijo: "¡Oh hija mía, se trata de una calamidad inevitable!" Pero la joven se echó a reír, y le dijo: "¿Por
Alah, ¡oh padre! no hay en ello ni calamidad ni olor de cala midad. Porque ese matrimonio es una
bendición para mí y para ti y para mis hermanas. Y doy desde luego mi consentimiento?
Y el vendedor de garbanzos fué a llevar la respuesta de su hija al hijo del sultán, que osciló de
satisfacción y de contento. Y dió orden de hacer sin tardanza los preparativos de las bodas, que
comenzaron al punto. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto a la joven, fué en busca de un confitero experto en el arte de confeccionar muñecas de
azúcar, y le dijo: "Deseo de ti que me hagas una muñeca toda de azúcar, que sea de mi estatura y tenga mis
facciones y mi color, con cabellos de azúcar hilado y her mosos ojos negros, y boca pequeña, y nariz
bonita, y largas cejas rectas, y con todo lo necesario en las demás partes". Y el confitero, que poseía unos
dedos muy hábiles, le confeccionó una muñeca que tenía las facciones de ella y un parecido exacto, tan
bien hecha, que no le faltaba más que hablar para ser una hija de Adán.
Y he aquí que, cuando llegó la noche nupcial de la penetración, la joven, ayudada por sus hermanas,
que eran sus damas de honor, puso su propia camisa en el cuerpo de la muñeca, y la acostó en el lecho en
lugar suyo, y corrió sobre ella el mosquitero. Y dió las ins trucciones necesarias a sus hermanas y fué a
esconderse en la habita ción, detrás del lecho.
Y cuando llegó el momento de la penetración, ambas jóvenes, her manas de Zeina, guiaron al esposo y
le introdujeron en la cámara nupcial. Y tras de formular los deseos de rigor y hacerle recomenda ciones
referentes a su hermana pequeña, diciéndole: "¡Es delicada, y te la confiamos! ¡Es amable y dulce, y no
tendrás queja de ella!", se despidieron de él y le dejaron solo en la habitación.
Y el hijo del sultán, acordándose entonces de todas las vejaciones que le había hecho sufrir la hija
del vendedor de garbanzos, y de todas sus humillaciones, y de todos los desdenes con que le había abru -
mado, se acercó a la joven que creía acostada bajo el mosquitero, y que le esperaba sin salir de su
inmovilidad. Y de pronto desenvainó su enorme sable, y con todas sus fuerzas le asestó un golpe que hizo
rodar por todos lados la cabeza en añicos. Y uno de los trozos le entró en la boca, que tenía él abierta
para proferir injurias dirigidas a su víctima. Y sintió el sabor del azúcar, y se asombró prodigiosa mente,
y exclamó: "¡Por vida mía! he aquí que, después de haberme hecho comer en vida el amargo estiércol de
los asnos, me hace gustar, después de muerta, la dulzura exquisita de su carne".
Y persuadido de que acababa de cercenar la cabeza a tan deli ciosa criatura, dió rienda suelta a su
desesperación, y quiso abrirse el vientre con el sable que le había servido para destrozar a la muñeca.
Pero de repente la verdadera joven salió de su escondite, y le sujetó el brazo por detrás, y le besó,
diciéndole: "¡Perdónanos y Alah nos perdonará!"
Y el hijo del sultán olvidó todas sus tribulaciones al ver la sonrisa de la exquisita adolescente a quien
había deseado tanto. Y la perdonó y la amó.Y vivieron prósperamente, dejando numerosa posteridad.
Y como Schehrazada no se sentía fatigada aquella noche, contó aún al rey Schahriar la historia
siguiente, que es la del Desligador:
El desligador
Se cuenta que en la ciudad de Damasco, en el país de Scham, había en su tienda un joven mercader
que era cual la luna en su décimo cuarta noche, tan hermoso y atrayente, que ni uno solo de los compra -
dores del zoco se resistía a su maravillosa belleza. Porque era, en ver dad, una alegría para los ojos que
le miraban y una condenación para el alma del espectador.
Y de él es de quien ha dicho el poeta:
¡Mi señor es el rey de la belleza, y en su cuerpo, obra de su Creador, no hay ni un rincón
despreciable, pues todo es igualmente perfecto!
¡Son sus formas tan delicadas como duro es su corazón; sus ras gados ojos declaran la
guerra a los indiferentes y producen incendios en los corazones más fríos!
¡Sus cabellos son enroscados y negros como escorpiones; su talle flexible como la rama del
árbol ban y fino como el tallo del bambú!
¡Y su grupa, que es notable, tiembla, cuando se balancea, como la leche cuajada en la
escudilla del beduino!
Un día entre los días, el joven, como de ordinario, estaba sentado delante de su tienda, con sus
grandes ojos negros y la seducción de su rostro, cuando entró una dama para hacer compras. Y la recibió
él con dignidad, y trabaron conversación acerca de la venta y la compra. Pero, al cabo de un momento,
absolutamente subyugada por sus en cantos, le dijo la dama: "¡Oh rostro de luna! quisiera volver a verte
mañana. ¡Y quedarás contento de mí!" Y le dejó, tras de comprar algo que pagó sin regatear, y se fué por
su camino.
Y como le había prometido, volvió a la tienda al día siguiente a la misma hora. Pero llevaba de la
mano a una adolescente mucho más joven que ella, y más bonita y más atractiva y más deseable. Y el
joven mercader, al ver a la recién llegada, no se ocupó ya más que de ella, y no reparó en la primera más
que si no la viese. Y ésta acabó por decirle al oído: "¡Oh rostro bendito! ¡por Alah, que no has escogido
mal! Y si quieres, serviré de intermediaria entre tú y esta adolescente, que es mi propia hija". Y dijo el
joven: "En tu mano está la bendición, ¡oh dama selecta! Ciertamente, por el Profeta (¡con él la plegaria y
la paz!), es extremado mi deseo de esta adolescente hija tuya. Pero ¡ay! el deseo no es la realidad, y a
juzgar por las apariencias, tu hija es demasiado rica para mí". Pero ella protestó diciendo: "¡Por el Pro -
feta, ¡oh hijo mío! no te preocupes de eso! Porque te hacemos gracia de la dote que el esposo debe
inscribir a nombre de la esposa, y to mamos a nuestro cargo todos los gastos de la boda y demás
dispendios. ¡Tú no tienes más que dejarnos, y te encontrarás con buena cama, pan caliente, carne firme y
bienestar! ¡Porque, cuando se halla un ser tan hermoso como tú, se le toma tal y como es, sin pedirle otra
cosa que el que se porte con gallardía en el momento que tú sabes, y per manezca seco y duro mucho
tiempo!"
Y el joven contestó: "No hay inconveniente".
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 890ª noche
Ella dijo:
"...seco y duro mucho tiempo!" Y el joven contestó: "No hay inconveniente".
Y acto seguido se pusieron de acuerdo respecto a todo, y se convino en que las bodas se celebrarían
en el más breve plazo, sin ceremonias ni invitaciones, sin músicos ni danzarinas ni cantarinas, y sin
paseos ni cortejos.
Y en el día fijado se hizo ir al kadí y a los testigos. Y se redactó con arreglo a las prescripciones de
la Ley. Y la madre, en presencia del kadí y de los testigos, introdujo al joven en la cámara nupcial, y le
dejó solo con su esposa, diciéndoles: "Gozad de vuestro destino, ¡oh hijos míos!"
Y aquella noche no hubo en toda la ciudad de Damasco, ni en el país de Scham, un grupo más
hermoso que el que formaban ambos jóvenes enlazados, adaptándose uno a otro como las dos mitades de
la misma almendra.
Y al día siguiente, después de una noche pasada entre delicias; el joven se levantó y fué a hacer sus
abluciones en el hammam. Tras de lo cual se marchó a su tienda como de ordinario, y allí permaneció
hasta que se cerró el zoco. Y entonces se levantó y volvió a su nueva casa para encontrarse de nuevo con
su esposa, entró en el harén, y fué derecho a la cámara nupcial, donde la víspera había probado tantas
cosas excelentes. Y he aquí que, bajo el mosquitero, dormía su esposa, con los cabellos en desorden, al
lado de un mozalbete con mejillas vírgenes de pelo, que la estrechaba con amor contra sí.
Al ver aquello, el mundo se ennegreció ante el rostro del joven, que se precipitó fuera de la cámara
para ir en busca de la madre y hacerle ver lo que había que ver. Y encontró a la madre, que estaba
sentada precisamente en el umbral de la habitación y que, al verle con el color tan amarillo y muy
emocionado, le dijo: "¿Qué te pasa, ¡oh hijo mío!? ¡Ruega al Profeta!" Y contestó el joven: "¡Con El la
ple garia y la paz! ¿Qué es eso, ¡oh tía!? ¿Qué es eso que he visto en el lecho? ¡Me refugio en Alah contra
las asechanzas del Lapidario!" Y escupió con violencia en tierra, como si lo hiciese sobre alguien que
estuviese a sus pies. Y dijo la madre: "¿Y a qué viene ¡oh hijo mío! toda esa cólera y toda esa emoción?
¿Es porque tu esposa está con otra persona? Pero, ¡por los méritos del Profeta! ¿crees que puede una
alimentarse del aire? ¿Y crees que te he dado por esposa a mi hija, sin exigir de ti nada en calidad de
dote ni de viudedad, para que vengas ahora reprobando su conducta y contrariando sus caprichos? ¡Es
esa mucha pretensión de parte tuya, hijo mío! ¡Porque bien de biste figurarte que dos mujeres como
nosotras no podrían mantenerte si no estuvieran en libertad de acción! ¿Comprendes ya?"
Y el joven, estupefacto por todo lo que oía, no supo otra cosa que murmurar: "¡Me refugio en Alah!
¡El es el Misericordioso!" Y la madre añadió: "¡Vaya, no te quejes más! ¡Pero si nuestra manera de vivir
no te conviene, hijo mío, no tienes más que hacernos ver la anchura de tus hombros!"
Al oír estas palabras, el joven, en el límite de la cólera, exclamó, de manera que fuese oído tanto por
la madre como por la hija: "¡Me divorcio! ¡por Alah y por el Profeta, que me divorcio!"
Y al propio tiempo salió de debajo del mosquitero la joven des perezándose, y al oír la fórmula del
divorcio, se apresuró a bajarse el velo del rostro para no estar descubierta ante el que en adelante sería
para ella un extraño. Y al mismo tiempo que ella salió de debajo del mosquitero la persona con quien ella
estaba enlazada tan amorosamente. Y he aquí que aquella persona, que de lejos parecía un mozalbete
imberbe, era una joven, como podía observarse sólo al ver la ola de sus cabellos, desatados de pronto,
que le acariciaban los tobillos.
Y mientras el desgraciado joven permanecía inmóvil de asombro, hicieron su aparición dos testigos
que había ocultado la madre detrás de una cortina, y le dijeron: "¡Hemos oído la fórmula del divorcio, y
damos fe de que te has divorciado de tu esposa!" Y la madre le dijo, riendo: "Pues bien, hijo mío, ¡ya no
te queda más remedio que irte!
Y para que no te marches mal impresionado, has de saber que la joven que ves aquí, y que estaba
acostada con tu esposa, es mi hija menor. ¡Y lo que has pensado es un pecado que tienes sobre la
conciencia! Pero sabe también que tu esposa estaba casada primero con un joven a quien amaba y que la
amaba. Pero un día disputaron, y en el calor de la disputa, mi yerno dijo a mi hija: "¡Quedas divorciada
tres veces!" Ya sabes que ésa es la fórmula más grave del divorcio y la más so lemne. Y el que la
pronuncia no puede volver a casarse con su primera esposa, si un día lo desea, mientras su esposa no
consume un nuevo matrimonio con un segundo marido que, a su vez, la repudie.
Necesi tábamos, pues, un desligador, hijo mío. Y he buscado mucho tiempo a ese desligador, sin
encontrarle. Y acabé por encontrarte. Y al verte, comprendí que serías un desligador perfecto. Y te
escogí. Y ha suce dido lo que ha sucedido. ¡Uassalam!"
Y a continuación le echó de la casa a empujones, y cerró la puerta, mientras el primer esposo, ante el
mismo kadí y los mismos testigos, sus cribía un segundo contrato de matrimonio con su primera esposa.
"Y tal es ¡oh rey afortunado! la historia del Desligador. Pero se halla lejos de ser tan deliciosa como
la Historia del capitán de policía".
El capitán de policía
En otro tiempo había en El Cairo un kurdo, que llegó a Egipto bajo el reinado del victorioso rey
Saladino (¡Alah le tenga en Su gracia!). Y aquel kurdo era un hombre de una corpulencia terrible, con
bigotes enormes y una barba que le subía hasta los ojos, y cejas que le tapaban los ojos, y con mechones
de pelo que le salían de la nariz y de las orejas. Y tenía un aspecto tan terrible, que no tardó en llegar a
ser capitán de policía. Y los pilluelos del barrio, sólo con verle lejos, se daban a la fuga, echando a
correr más de prisa que si hubiesen visto aparecer una ghula. Y las madres amenazaban a sus hijos con
llamar al capitán kurdo cuando no los podían soportar.
En una palabra, era el terror del barrio y de la ciudad.
Un día entre los días, sintió él que le pesaba la soledad, y pensó en lo bueno que sería encontrar en su
casa carne fresca para meterle el diente cuando volviera por la noche. En vista de lo cual, fué en busca
de una casamentera, y le dijo: "Deseo mujer. Pero tengo mucha expe riencia, y sé cuántas tribulaciones
traen de ordinario consigo las mu jeres. Por eso, como quiero tener las menos complicaciones posibles,
deseo que me busques una joven virgen que no se haya separado nunca de la ropa de su madre, y que esté
dispuesta a vivir conmigo en una casa que se compone de una sola habitación. Y pongo por condición la
de que jamás ha de salir de esa habitación ni de esa casa. ¡Y ahora dime si puedes o no puedes
encontrarme esa joven!" Y la casamentera contestó: "¡Puedo! ¡Dame algo de señal!"
Y el capitán de policía le entregó un dinar en señal, y se fué por su camino. Y la casamentera se irguió
sobre ambos pies, y se dedicó a la busca de la joven consabida.
Y tras de varios días de pesquisas y negociaciones, de preguntas y respuestas, acabó por encontrar
una joven que consintiera en vivir con el kurdo sin salir nunca de la casa, compuesta de una sola habita -
ción. Y la casamentera fué a participar al capitán de policía el éxito de sus buenos oficios, y le dijo: "He
encontrado para ti una joven virgen que jamás se ha separado de su madre, y que me ha dicho cuando le
he impuesto la condición: "¡Vivir con el valiente capitán o permanacer aquí encerrada con mi madre da
lo mismo!". Y el kurdo quedó muy satisfecho de esta respuesta, y preguntó a la casamentera: "¿Y cómo
es?" Ella contestó: "¡Es gorda y rolliza y blanca!" El dijo: "¡Eso es lo que me gusta!"
Así, pues, como el padre de la joven estaba conforme, y como la madre estaba conforme, y como la
hija estaba conforme, y como el kurdo estaba conforme, se celebró la boda sin tardanza. Y el kurdo,
padre de bigotes grandes, se llevó a la joven gorda y rolliza y blanca a su casa, compuesta de una sola
habitación, y se encerró con ella y con su destino.
Y sólo Alah sabe lo que pasó aquella noche.
Y al día siguiente el kurdo fué a evacuar los asuntos propios de la policía, diciéndose al salir de su
casa. "He hecho mi suerte con esta joven". Y por la noche, al volver a su casa, le bastó una mirada para
asegurarse de que todo estaba en orden en su casa. Y se decía a diario: "Todavía no ha nacido quien meta
la nariz en mi cena". Y su tran quilidad era perfecta y su seguridad absoluta. Y a pesar de toda su
experiencia, no sabía que la mujer es sagaz de nacimiento, y que cuando desea algo nada puede detenerla.
Y pronto iba a tener prue ba de ello.
En efecto, había en la misma calle, frente a la ventana de la casa, un carnicero que vendía carne de
carnero. Y el tal carnicero tenía un hijo de lo más truhán, que por naturaleza estaba lleno de atractivo y de
alegría, y que, desde por la mañana hasta por la noche, cantaba sin parar con una voz hermosa. Y la joven
esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos y la voz del hijo del carnicero, y sucedió
entre ellos lo que sucedió.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 891ª noche
Ella dijo:
"...Y la joven esposa del capitán kurdo quedó subyugada por los encantos del hijo del carnicero, y
sucedió entre ellos lo que sucedió. Y el señor kurdo volvió aquel día más temprano que de cos tumbre, e
introdujo la llave en la cerradura para abrir la puerta. Y su esposa, que estaba copulando en aquel
momento, oyó rechinar la llave y lo dejó todo para saltar sobre ambos pies. Y se apresuró a ocultar a su
amante en un rincón de la habitación, detrás de la cuerda en que estaban colgados los trajes de su esposo
y los suyos propios. Luego cogió un velo grande, en el cual se envolvía de ordinario, y bajó la escalerilla
para salir al encuentro de su marido el capitán, el cual, sólo con subir la mitad de los escalones, había
olfateado ya que en su casa pasaba algo que no pasaba de ordinario. Y dijo a su mujer: "¿Quién hay? ¿Y
por qué tienes ese velo?" Y ella contestó: "¡La historia de este velo ¡oh dueño mío! es una historia que, si
estuviese escrita con agujas en el ángulo interior del ojo, serviría de lección a quien la leyera con
respeto! ¡Pero empieza por sentarte en el diván para que te la cuente!" Y le llevó al diván, le rogó que se
sentara, y continuó así: "Has de saber, en efecto, que en la ciudad de El Cairo había un capitán de policía,
hombre terrible y celoso, que vigilaba a su mujer de continuo. Y para estar seguro de su fidelidad la
había encerrado en una casa como ésta, con una sola habitación. Pero a pesar de todas sus precauciones,
la mujer le ponía cuernos con todo su corazón, y sobre los cuernos insensibles de él copulaba con el hijo
de su vecino el carnicero, de modo y manera que, un día en que había vuelto más temprano que de
costumbre, el capitán sospechó algo. Y, en efecto, cuando su mujer le oyó entrar, se apresuró a ocultar a
su amante y llevó a su marido a un diván, igual que yo he hecho contigo. ¡Y en tonces le echó por la
cabeza una tela que tenía en la mano, y le apretó el cuello con todas sus fuerzas, de esta manera!" Y así
diciendo, la joven echó la tela por la cabeza del kurdo, y le apretó el cuello, riendo y continuando así su
historia: "Y cuando el hijo de perro tuvo la ca beza y el cuello bien cogidos con la tela, la joven gritó a su
amante, que estaba escondido detrás de las ropas del marido: "¡Eh, querido mío, ponte en salvo! ¡pronto,
pronto!" Y el joven carnicero se apre suró a salir de su escondite y a precipitarse por la escalera a la
calle: ¡Y tal es la historia de la tela que tenía yo en la mano, ¡ya sidi!"
Y tras de contar así esta historia, y al ver que su amante estaba en salvo ya, la joven aflojó la tela que
tenía fuertemente enrollada al cuello de su marido el kurdo, y se echó a reír de tal manera que cayó de
trasero.
En cuanto el capitán kurdo, libre ya de la estrangulación, no supo si debía reír o enfadarse por la
historia y la broma de su mujer. Por lo demás, kurdo era y kurdo siguió siendo. Por eso jamás
comprendió nada de aquel incidente. Y continuaron creciéndole los bigotes y los pelos. Y murió como un
bienaventurado, contento y prosperando, tras de haber dejado muchos hijos.
Y aquella noche todavía dijo Schehrazada la historia siguiente, que es un torneo de generosidad entre
tres personas de diferente especie, a saber: entre un marido, un amante y un ladrón.
¿Cual es el más generoso?
Cuentan que había en Bagdad un primo y una prima que desde la infancia se amaban con un amor
extremado. Y sus padres les destina ron uno para otro, diciendo siempre: "¡Cuando Habib sea mayor, le
casaremos con Habiba!" Y ambos habían vivido y crecido juntos, y con ellos había crecido su mutuo
afecto. Pero cuando estuvieron en edad de casarse, el Destino no decretó su matrimonio. Porque los
padres, que habían sufrido reveses de fortuna, quedaron muy pobres; y el padre y la madre de Habiba se
consideraron favorecidos aceptando por esposo para su hija a un respetable jeique que era uno de los
mer caderes más ricos de Bagdad y la había pedido en matrimonio.
Y cuando de tal suerte quedó decidido su matrimonio con el jeique, la joven Habiba quiso ver por
última vez a su primo Habib y le dijo llorando: "¡Oh hijo de mi tío! ¡oh bien amado mío! ¡ya sabes lo que
ha pasado, y que mis padres me han dado en matrimonio a un jeique a quien no he visto nunca y que no
me ha visto nunca! Y he aquí que con este matrimonio se nos desbarata nuestro amor, ¡oh primo mío! ¡Y
quizá nuestra muerte sea preferible a nuestra vida!" Y Habib con testó sollozando: "¡Oh bienamada prima
mía! ¡amargo es nuestro des tino, y nuestra vida no tendrá objeto en adelante! ¿Cómo podremos, lejos uno
de otro seguir saboreando el gusto de la vida y deleitándonos con las bellezas de la tierra? ¡Ay! ¡ay! ¡oh
prima mía! ¿cómo vamos a soportar el peso de nuestro destino?" Y lloraron uno junto a otro y casi se
desmayaron de pena. Pero los separaron, diciéndoles que estaban esperando a la desposada para
conducirla a casa del esposo.
Y condujeron a la desolada Habiba, en medio de un cortejo, a la casa del jeique. Y después de las
ceremonias de rigor y los deseos y las invocaciones y las bendiciones, dió fin la boda, y se marchó todo
el mundo, dejando con su esposo a la recién casada.
Y cuando llegó el momento de la consumación, el jeique penetró en la cámara nupcial, y vió a su
esposa llorando en los cojines y con el pecho henchido de sollozos. Y pensó: "Seguramente, llora por lo
que lloran todas las jóvenes que se separan de su madre. Pero generalmente no dura mucho eso, por
fortuna. ¡Con aceite se abren los candados más duros, y con dulzura se amansa a los cachorros de león!"
Y se acercó a ella, que seguía llorando, y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh luz del alma! ¿Por qué maltratas
así la hermosura de tus ojos? ¿Y qué dolor es el tuyo, que te hace olvidar hasta la presencia de alguien
nuevo para ti?". Pero la joven, al oír la voz de su esposo, redobló en sus lágrimas y sollozos y hundió
más la cabeza en las almohadas. Y el jeique le dijo muy apurado: "¡Ya setti Habiba! ¡si lloras por verte
separada de tu madre, iré a buscarla al instante!" Y la joven, por toda respuesta, sacudió la cabeza, sin
levantarla de las almohadas, llorando más fuerte, y eso fué todo. Y su esposo le dijo: "¡Si lloras tanto por
tu padre, o por una hermana tuya, o por tu nodriza, o por algún animal doméstico, gallo, gato o gacela,
dímelo, y por Alah, que iré a buscarle!".
Pero la respuesta fué un signo negativo de cabeza en las almohadas. Y el jeique reflexionó un instante,
y dijo: "¿Lloras quizá por la casa de tus padres, donde has pasado tu infancia y tu adolescencia, ¡oh
Habiba!? Si lloras por eso dímelo, y te cogeré de la mano y te llevaré allá". Y la joven, un tanto
amansada por las buenas palabras de su esposo, levantó un poco la cabeza; y sus hermosos ojos estaban
llenos de lágrimas y su rostro encantador era como una llama. Y contestó con voz temblorosa de llanto:
"¡Ya sidi! ¡no es por mi madre por quien lloro, ni por mi padre ni por mi hermana, ni por mi nodriza, ni
por mis animales do mésticos! Te suplico, pues, que me dispenses de revelarte el motivo de mis lágrimas
y de mi pena".
Y el excelente jeique, que por primera vez veía al descubierto el rostro de su mujer, quedó muy
conmovido por su belleza, por el encanto infantil que se desprendía de toda ella y por la dulzura de su
habla. Y le dijo: "¡Ya setti Habiba! ¡oh la más bella entre las jóvenes y corona suya! si no es el
alejamiento de tu familia y de tu casa lo que te da tanta pena, es porque hay otro motivo. Y te ruego que
me lo digas para remediarlo".
Y contestó ella: "¡Por favor, dispénsame de contestártelo!" Dijo él: "Entonces ese motivo no es otro
que la repugnancia y la aversión que sientes por mí. Pues ¡por tu vida, que si me hubieses dicho, por la
intermediaria de tu madre, que no querías ser mi esposa, claro es que no te habría obligado a entrar a
pesar tuyo en mi casa!"
Y dijo ella: "iNo, por Alah!, ¡oh mi señor! el motivo de mi pena no se debe a repugnancia o aversión!
¿Cómo iba a abrigar semejantes sentimientos para quien no había visto nunca? ¡Se debe a otra cosa que
no puedo revelarte!"
Pero tanto y con tanta bondad la porfió él, que la joven, con los ojos bajos, acabó por confesarle su
amor a su primo, diciendo: "¡El motivo de mis lágrimas y de mi pena es un ser querido que ha quedado en
casa, el hijo de mi tío, con el que he crecido, y que me ama y a quien amo desde la infan cia! ¡Y el amor
joh mi señor! es una planta cuyas raíces agarran en el corazón, y para arrancarla habría que arrancar el
corazón con ella!".
Al oír esta revelación de su esposa, el jeique bajó la cabeza sin decir palabra. Y reflexionó una hora
de tiempo; luego levantó la cabeza y dijo a la joven: "¡Oh señora mía! la ley de Alah y de su Profeta (¡con
Él la plegaria y la paz!) prohibe al creyente obtener del creyente nada por violencia. Y si no se debe
coger por fuerza al creyente el pedazo de pan, ¿qué será cuando se trata de arrebatarle el corazón?
¡Así, pues, tranquiliza tu alma y refresca tus ojos, que no sucederá nada más que lo que está escrito en
tu destino!" Y añadió: "Levántate, pues, ¡oh esposa mía de un momento! y con mi consentimiento y de mi
agrado, ve a buscar al que tiene sobre ti derechos más efectivos que los míos, y entrégate a él libremente.
Y volverás aquí por la mañana, antes de que se despierten los criados y te vean entrar. ¡Porque desde este
momento eres como una hija de mi carne y de mi sangre! Y el padre no toca a su hija. ¡Y cuando muera yo
serás mi heredera!"
Y añadió aún: "¡Levántate sin vacilar, hija mía, y ve a consolar a tu primo, que debe llorarte como se
llora a los muertos!"
Y la ayudó a levantarse, y por si mismo le puso sus hermosas ves tiduras y sus pedrerías de novia, y la
acompañó hasta la puerta. Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedrerías, como un
ídolo paseado por los descreídos en un día de fiesta...
En ese momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 892ª noche
Ella dijo
"...Y salió ella a la calle, con sus hermosas vestiduras y sus pedre rías, como un ídolo paseado por los
descreídos en un día de fiesta. Pero apenas había dado veinte pasos por la calle, por donde no pasaba ni
un alma a aquella hora de la noche, surgió desde la sombra, de improviso, una forma negra y se lanzó a
ella. Era un ladrón que estaba al acecho de cualquier caza nocturna, y al ver brillar sus pedre rías, se
había dicho: "¡Ahora puedo enriquecerme para toda la vida!" Y la paró brutalmente y se apresuró a
despojarla, diciéndole, con voz sofocada y amedrentadora: "¡Si abres la boca para gritar, te dejaré más
ancha que larga!" Y ya había echado mano a los collares, cuando su mirada se encontró con la belleza de
aquel rostro; y pensó, muy conmovido: "¡Por Alah, que me la voy a llevar toda entera, porque es más
preciosa que todos los tesoros!" Y le dijo: "¡Oh señora mía; no te haré daño ninguno! Pero no te me
resistas, y ven conmigo de buen grado. ¡Y nuestra noche será una noche bendita!" Porque pensaba: "¡Es
una almea! Pues sólo las almeas salen por la noche vestidas con tanto esplendor. ¡Y debe volver de la
boda de algún gran señor!"
Y la joven se echó a llorar por toda respuesta. Y el ladrón le dijo: "¡Por Alah! ¿Por qué lloras? ¡Hago
juramento de no maltratarte ni despojarte si te entregas a mí libremente!" Y al propio tiempo la cogió de
la mano y quiso llevársela. Entonces le dijo ella a través de sus lá grimas quién era; y le contó la
generosidad de su esposo el jeique. Y no le ocultó nada de su historia. Y añadió: "Y ahora estoy en tus
ma nos. ¡Haz de mí lo que quieras!"
Cuando el ladrón, que era el más hábil desvalijador de toda la corporación de ladrones de Bagdad,
hubo oído la historia singular de la joven y comprendido todo el alcance del proceder generoso de su
esposo el jeique, bajó un instante la cabeza y reflexionó profunda mente. Luego levantó la cabeza y dijo a
la joven: "¿Y dónde vive el hijo de tu tío a quien amas?" Ella dijo: "¡En tal barrio y tal calle, donde
ocupa la habitación que da al jardín de la casa!" Y dijo el ladrón: "¡Oh señora mía! ¡no se dirá que dos
amantes han sido mo lestados en su amor por un ladrón! ¡Plegue a Alah concederte sus gracias más
escogidas en esta noche que vas a pasar con tu primo! ¡Por lo que a mí respecta, voy a conducirte y a
darte escolta para evitarte malos encuentros con otros ladrones!"
Y añadió: "¡Oh mi se ñora! ¡si el viento es de todos, la flauta no es mía!"
Y tras de hablar así, el ladrón cogió de la mano a la joven y le dió escolta, con todos los miramientos
de que se hace alarde con una reina, hasta la casa de su amante. Y se despidió de ella después de be sarle
la orla del traje, y se fué por su camino.
Y la joven empujó la puerta del jardín, atravesó el jardín, y fué derecha al cuarto de su primo. Y le
oyó sollozar completamente solo, pensando en ella. Y llamó a la puerta; y preguntó la voz de su primo,
entrecortada por las lágrimas: "¿Quién hay en la puerta?" Ella dijo: "¡Habiba!" Y exclamó él desde
dentro: "¡Oh voz de Habiba!" Y dijo aún: "¡Habiba ha muerto! ¿Quién eres tú, que me hablas con su voz?"
Ella dijo: "¡Soy Habiba, la hija de tu tío!"
Y la puerta se abrió, y Habib cayó desmayado en brazos de su prima. Y cuando, gracias a los
cuidados de Habiba, volvió de su des mayo, Habiba le hizo descansar junto a ella, puso la cabeza de él
sobre sus rodillas y le hizo el relato de lo que le había ocurrido con su esposo el jeique y con el ladrón
generoso. Y al oír aquello, Habib se conmovió tanto, que no pudo articular palabra. Luego se levantó de
repente, y dijo a su prima: "Ven, ¡oh bienamada prima mía!" Y la cogió de la mano, sin querer conocerla,
y salió con ella a la calle, y la condujo sin pronunciar palabra, a la morada de su esposo el jeique.
Cuando el jeique vió volver a su esposa con su primo el joven Habib, y comprendió la razón que así
le llevaba a ambos a su morada, los introdujo en su propia habitación, y les besó como un padre besaría a
sus hijos, y les dijo con voz llena de gravedad: "¡Cuando el creyente ha dicho a su esposa: "¡Eres hija de
mi carne y de mi sangre!", ningún poder logrará hacerle desdecirse de sus palabras! Así, pues, nada me
debéis, ¡oh hijos míos! ¡Porque estoy ligado por mis propias palabras!"
Y tras de hablar así, inscribió a nombre de ellos su casa y sus bienes, y se marchó a habitar en otra
ciudad.
Y Schehrazada dejó al rey Schahriar el cuidado de concluir, sin preguntarle nada a este respecto. Y
aquella noche todavía dijo:
El barbero emasculado
Cuentan que había en El Cairo un mozalbete sin igual en belleza y en méritos. Y tenía por amiga, a
quien amaba mucho y que le amaba, una joven cuyo esposo era un yuzbaschi, jefe de cien guardias de
poli cía, hombre lleno de ímpetu y de bravura, con manos que hubiesen po dido aplastar al joven sólo con
un dedo. Y el tal yuzbaschi tenía todas las cualidades relevantes para satisfacer a su harén; pero el joven
no tenía barba, y la esposa era de las que prefieren la carne de cordero, y una yegua de las que gustan de
sentirse cabalgadas, con preferencia, por los jovenzuelos.
Un día entre los días, el yuzbaschi entró en su casa y dijo a su joven esposa: "¡Oh hija del tío! estoy
invitado a ir esta tarde a tal sitio de los jardines para tomar el aire con mis amigos. Por tanto, si se me
necesita para cualquier asunto, ya sabes dónde enviar a buscarme". Y su esposa le dijo: "¡Nadie deseará
de ti otra cosa que saber que dis frutas de delicias y contento! ¡Ve a divertirte en los jardines, ¡oh mi
señor! y que eso te dilate y te esponje para alegría nuestra!" Y el yuz baschi se fué por su camino,
felicitándose una vez más por tener una esposa tan atenta y bien dotada y obediente y bien educada.
Y en cuanto él hubo vuelto la espalda, su esposa exclamó: "¡Loores a Alah, que aleja de nosotros por
esta tarde a ese cerdo salvaje! ¡He aquí que voy a enviar a buscar al pendiente de mi corazón!" Y llamó
al pequeño eunuco que tenía a su servicio, y le dijo: "¡Oh muchacho! ve en seguida a buscar de mi parte a
Fulano. Y si no le encuentras en su casa, búscale por doquiera hasta que le encuentres, y dile: "¡Mi se ñora
te envía la zalema y te pide que vayas a su casa al momento!" Y el eunuco salió de casa de su señora, y
como no encontró al joven en su casa, se dedicó a recorrer, en busca suya, todas las tiendas del zoco
adonde tenía él costumbre de ir a sentarse. Y acabó por encontrarle en la tienda de un barbero, donde
había ido para que le afeitasen la cabeza. Y se acercó a él precisamente en el momento en que el barbero
le anudaba al cuello una toalla limpia y le decía: "¡Haga Alah que el refresco te sea delicioso!" Y
aproximándose el eunuco al joven, se inclinó hacia él, y le dijo al oído: "¡Mi señora te envía sus zalemas
más escogidas, y me encarga que te diga que hoy la ribera se ha aclarado y el yuzbaschi está en los
jardines! Si deseas la posesión, pues, no tienes más que ir sin dilación ni tardanza". Y al oír aquello, el
mozalbete no pudo sufrir el permanecer allí un momento más, y gritó al barbero: "¡Sécame pronto la
cabeza, que me voy, y ya vendré otra vez! Y dicien do estas palabras, puso en su mano un dracma de plata,
como si ya tuviese la cabeza arreglada por el barbero. Y el barbero, al ver aquella generosidad, se dijo:
"¡Me da un dracma sin haberle afeitado nada! ¿Qué sería si le hubiese afeitado la cabeza? ¡Por Alah, he
aquí un cliente al que no perderé de vista! ¡Sin duda alguna, cuando le afeite la cabeza me dará un puñado
de dracmas!"
Entretanto el joven se levantó con rapidez, y salió a la calle. Y el barbero le acompañó hasta el
umbral de la tienda, diciéndole: "¡Alah contigo, ¡oh mi señor! Espero que, cuando hayas ventilado los
asuntos que tienes pendientes, volverás a esta tienda, de donde saldrás más hermoso todavía que al
entrar. ¡Alah contigo!" Y el joven contestó: "¡Taieb! Está bien; ya volveré". Y se marchó a escape y
desapareció por un recodo de la calle.
Y llegó a la casa de su amiga, esposa del yuzbaschi. Y ya iba a llamar a la puerta, cuando, con
extremada sorpresa por parte suya, vió surgir ante él al barbero, que venía por el otro lado de la calle. Y
sin saber qué era lo que obligaba a correr así al barbero, que le llamaba por señas desde lejos, no llegó a
llamar. Y el barbero le dijo: "¡Oh mi se ñor, Alah contigo! Te ruego no olvides mi tienda, que se ha
perfumado e iluminado con tu llegada. Y ha dicho el sabio: "¡Cuando te endulces en un paraje, no busques
otro!" Y el gran médico de los árabes, Abu Alí el Hossein Ibn Sina (¡con él las gracias del Altísimo!), ha
dicho: "¡Ninguna leche para el niño es comparable a la leche de la madre! ¡Y nada más dulce para la
cabeza que la mano de un barbero hábil!" Espero, pues, de ti ¡oh mi señor! que reconocerás mi tienda
entre todas las tiendas de los demás barberos del zoco". Y dijo el joven: "¡Ualah! ciertamente que la
reconoceré, ¡oh barbero!" Y empujó la puerta que ya se había abierto por dentro, y se apresuró a cerrarla
detrás de sí. Y subió a reunirse con su amante para hacer su cosa acostumbrada con ella.
En cuanto al barbero, en lugar de volver a su tienda, se quedó quieto en la calle frente a la puerta,
diciéndose: "¡Lo mejor será que espere aquí mismo a este cliente inesperado, a fin de conducirle a mi
tienda, no vaya a ser que la confunda con las de mis vecinos!" Y sin quitar los ojos de la puerta un
instante, se paró definitivamente. Pero, volviendo al yuzbaschi, cuando llegó al sitio de la cita, el amigo
que le había invitado le dijo: "¡Ya sidi! perdóname la descorte sía sin par de que soy culpable para
contigo. Pero acaba de morir mi madre, y es preciso que prepare el entierro. Dispénsame, pues, por no
poder disfrutar hoy de tu compañía, y perdóname mis malas maneras. Alah es generoso, y en breve
volveremos aquí juntos". Y se despidió de él, excusándose mucho más aún, y se fué por su camino. Y el
yuz baschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas que
ennegrecen de tan mala manera los días de di versión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más profundo
del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con furor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 893ª noche
Ella dijo:
"...Y el yuzbaschi, con la nariz muy alargada, dijo para sí: "¡Alah maldiga a las viejas calamitosas
que ennegrecen de tan mala manera los días de diversión! ¡Y súmalas el Maligno en el agujero más
profundo del quinto infierno!" Y así diciendo, escupió al aire con fu ror, murmurando para su barba:
"Escupo sobre ti y sobre la tierra que te cubrirá, ¡oh madre de las calamidades!" Y emprendió el camino
de su casa, y llegó a su calle girándole de cólera los ojos. Y divisó al bar bero, que estaba parado, con la
cabeza vuelta hacia la ventana de la casa, como un perro que espera que le echen un hueso. Y le abordó y
le dijo: "¿Qué esperas, ¡oh hombre!? ¿Y qué hay de común entre esta casa y tú?" Y el barbero se inclinó
hasta tierra y contestó: "¡Oh sidi yuzbaschi! ¡espero aquí al mejor cliente de mi tienda! ¡Porque mi pan
está entre sus manos!" Y el yuzbaschi le preguntó muy asombrado: "¿Qué dices, ¡oh secuaz de los efrits!?
¿Acaso se ha convertido ahora mi casa en punto de cita de los clientes de barberos de tu especie? ¡Vete,
¡oh proxeneta! o conocerás la fuerza de mi brazo!" Y dijo el barbero: "¡El nombre de Alah sobre ti ¡oh mi
señor yuzbaschi! y sobre tu casa y sobre los habitantes de tu honorable casa, receptáculo de la honesti dad
y de todas las virtudes! ¡Pero por tu preciosa vida te juro que mi mejor cliente ha entrado aquí mismo! ¡Y
como ya lleva mucho tiempo, y mi trabajo y mi tienda me ponen en la imposibilidad de esperar más, te
ruego que le digas, cuando le veas, que no se retarde!" Y el esposo de la joven le dijo: "¿Y qué clase de
hombre es tu cliente, oh hijo de alcahuetes y descendencia de procuradores!?" El aludido dijo: "Es un
buen mozo, con unos ojos así, y una estatura así, y lo demás por el estilo! ¡Es un perfecto schalabi, un
elegante, un refinado de maneras y de aspecto, y generoso, y delicioso, un terrón de azúcar,! ya sidi! un
panal de miel, ualahi!"
Cuando el capitán de los cien guardias de policía oyó este elogio y esta descripción del que había
entrado en su casa, cogió al barbero por la nuca, y sacudiéndolo repetidas veces, le dijo: "¡Oh posteridad
de proxenetas e hijo de zorras!" Y el barbero sacudido exclamó: "¡No hay inconveniente!" Y el yuzbaschi
continuó: "¿Cómo te atreves a pronun ciar semejantes palabras con relación a mi casa?" Y el barbero
dijo: "¡Oh mi señor! ya verás lo que te dice mi cliente cuando le hayas dicho: "¡El barbero de manos
suaves te espera en la puerta!" Y el yuzbaschi le gritó, echando espuma: "¡Pues bien; quédate aquí
aguardando a que vaya yo a comprobar tus palabras!" Y se precipitó en su casa.
Y he aquí que, mientras tanto, la joven, que había visto y oído desde detrás de la ventana cuanto
acababa de pasar en la calle, había tenido tiempo de esconder a su amante en la cisterna de la casa. Y
cuando el yuzbaschi penetró en las habitaciones, ya no había allí ni jo ven, ni olor de joven, ni nada que se
le pareciese de cerca o de lejos. Y preguntó a su esposa: "Por Alah, ¡oh mujer! ¿es posible verdadera -
mente creer que haya penetrado en casa un hombre?" Y la esposa, fin giéndose en extremo enfadada de
aquella suposición, exclamó: "¡Qué vergüenza para nuestra casa y para mí misma! ¿Cómo iba a entrar
aquí un hombre, ¡oh mi señor!?" Y el yuzbaschi dijo: "¡Es que el barbero que está en la calle me ha dicho
que esperaba a que saliese de casa un joven de entre sus clientes!" Ella dijo: "¿Y no le has aplastado
contra el muro?" El dijo: "¡Voy a hacerlo ahora!" Y bajó, y cogió al barbero por la nuca, y le volteó,
gritándole: "¡Oh alcahuete de tu madre y de tu esposa! ¿Cómo te has atrevido a decir semejantes palabras
del harén de un creyente?" Y ya iba sin duda a hacerle entrar su longitud en su anchura, cuando el barbero
exclamó: "¡Por la verdad que nos ha revelado el Profeta, ¡oh yuzbaschi! que he visto con mis ojos entrar
en la casa al joven! ¡Pero no lo he visto salir!" Y el otro dejó de darle volteretas, y llegó al límite de la
perplejidad al oír a aquel hombre sostener semejante cosa cara a cara de la muerte. Y le dijo: "No quiero
matarte sin probarte que has mentido, ¡oh perro! ¡Ven conmigo!" Y le arrastró a la casa, y empezó a
recorrer con él todas las habitaciones del piso bajo, las de arriba y de todas partes. Y cuando lo hubieron
examinado todo y visitado todo, bajaron al patio y registraron por todos los rincones, sin encontrar nada.
Y el yuzbaschi se encaró con el barbe ro y le dijo: "¡No hay nada!" Y el otro dijo: "Es verdad; pero queda
todavía esta cisterna que no hemos visitado".
¡Eso fué todo! Y el joven oía sus idas y venidas, y su conversación. Y al escuchar aquellas últimas
palabras de cisterna y de visita a la cis terna, maldijo en su alma al barbero, pensando: "¡Ah, hijo de
prostitutas de infamia! ¡Va a hacer que me cojan!" Y por su parte, la esposa oyó que el barbero hablaba
de visitar la cisterna, y bajó a toda prisa, gritando a su esposo: "¿Hasta cuándo ¡oh hombre! vas a hacer
reco rrer tu casa y tu harén a ese producto de los mil cornudos de la impu dicia? ¿Y no te da vergüenza
introducir de tal suerte en la intimidad de tu morada a un extraño de la especie de éste? ¿A qué esperas
para castigarle como se merece su crimen?" Y el yuzbaschi dijo: "Verdad dices, ¡oh mujer! hay que
castigarle. Pero tú eres la calumniada, y a ti te corresponde castigarle. ¡Castígale con arreglo a la
gravedad y a la naturaleza de sus imputaciones!"
Entonces la joven subió a coger un cuchillo de la cocina, y lo calentó hasta que estuvo al rojo blanco.
Y se acercó al barbero, a quien el yuzbaschi ya había tendido en tierra de un solo empellón. Y con el
cuchillo incandescente, le cauterizó los compañones y le quemó la piel, en tanto que el yuzbaschi le
sujetaba contra el suelo. Tras de lo cual le echaron a la calle, gritándole: "¡Eso te enseñará a hablar mal
de los harenes de las personas honradas!" Y el infortunado barbero permaneció donde le dejaron, hasta
que unos transeúntes compasivos le recogieron y llevaron a su tienda. ¡Y he aquí lo referente a él!
Pero en cuanto al joven encerrado en la cisterna, no bien cesaron todos los ruidos de la casa, se
apresuró a escapar de su escondite echan do a correr. ¡Y Alah veló lo que tenía que velar!
Y Schehrazada no quiso dejar pasar aquella noche sin contar toda vía al rey Schahriar la Historia de
Fairuz y de su esposa.
Fairuz y su esposa
Cuentan que cierto rey estaba sentado un día en la terraza de su palacio tomando el aire y alegrándose
los ojos con la contemplación del cielo que tenía sobre su cabeza y de los hermosos jardines que tenía a
sus pies. Y su mirada tropezó de pronto, en la terraza de una casa situada frente al palacio, con una mujer
como no la había visto igual en belleza. Y se encaró con los que le rodeaban y les preguntó: "¿A quién
pertenece esa casa?" Y le contestaron: "A tu servidor Fairuz. ¡Y ésa es su esposa!" Entonces bajó de la
terraza el rey; y la pasión le había puesto ebrio sin vino, y el amor se albergaba en su corazón. Y llamó a
su servidor Fairuz y le dijo: "¡Toma esta carta y ve a tal ciu dad, y vuelve con la respuesta!" Y Fairuz
cogió la carta, y fué a su casa, y guardó la carta debajo de la almohada, y así pasó aquella noche. Y
cuando llegó la mañana, se levantó, despidiéndose de su esposa, y salió para la ciudad consabida,
ignorando los proyectos que abrigaba contra él su soberano.
En cuanto al rey, se levantó a toda prisa no bien partió el esposo, y se dirigió disfrazado a casa de
Fairuz y llamó a la puerta. Y la es posa de Fairuz preguntó: "¿Quién hay a la puerta?" Y contestó él: "¡Soy
el rey, señor de tu esposo!" Y ella abrió. Y entró el rey, y se sentó, diciendo: "Venimos a visitarte". Y ella
sonrió, y contestó: "¡Me refugio en Alah contra esta visita! ¡Porque, en verdad, no espero de ella nada
bueno!" Pero el rey dijo: "¡Oh deseo de los corazones! ¡soy el señor de tu marido, y me parece que no me
conoces!" Y contestó ella: "Claro que te conozco ¡oh mi señor y dueño! y conozco tu pro yecto y sé lo que
quieres y que eres el amo de mi esposo. Y para demostrarte que comprendo muy bien lo que te propones,
te aconsejo ¡oh soberano mío! que tengas la suficiente alteza de alma para aplicar te a ti mismo estos
versos del poeta:
¡No pisaré el camino que conduce a la fuente, mientras otros ca minantes puedan posar sus
labios sobre la piedra húmeda que apla caría mi sed!
¡Cuando el sonsoneante enjambre de moscas inmundas cae sobre mis bandejas, por mucha
que sea el hambre que me tortura, retiro al punto mi mano de los manjares condimentados para
mi placer!
¿No evitan los leones el camino que conduce a la orilla del agua, cuando los perros son
libres de lengüetear en el mismo sitio?
Y tras de recitar estos versos, la esposa de Fairuz añadió: "Y tú, ¡oh rey! ¿vas a beber en la fuente
donde otros posaron sus labios antes que tú?" Y el rey, al oír estas palabras, la miró con estupefac ción. Y
se impresionó tanto, que volvió la espalda, sin hallar una pa labra de respuesta; y en su prisa por huir,
olvidó en la casa una de sus sandalias.
Y tal fué su caso.
¡Pero he aquí lo que aconteció a Fairuz! Cuando salió de su casa para ir adonde le había enviado el
rey, buscó la carta en su bolsillo, pero no la encontró. Y se acordó de que la había dejado de bajo de la
almohada. Y volvió a su casa, y entró en el preciso momen to en que el rey acababa de irse. Y vió la
sandalia del rey en el umbral. Y al punto comprendió el motivo de que se le enviara fuera de la ciudad,
hacia un país lejano. Y se dijo: "¡El rey mi señor no me envía allá más que para dar libre curso a su
pasión inconfesable!" Sin em bargo, guardó silencio, y penetrando en su cuarto sin hacer ruido, cogió la
carta de donde la había dejado, y salió sin que su esposa advirtiese su entrada. Y se apresuró a dejar la
ciudad y a ir a cumplir la misión que le había encargado su señor el rey. Y Alah le escribió la seguridad,
y llevó él la carta a su destinatario, y volvió a la ciudad del rey con la respuesta oportuna. Y antes de ir a
descansar a su casa, se apresuró a presentarse entre las manos del rey, quien, para recom pensarle por su
diligencia, le hizo un presente de cien dinares.
Y no se dijo y pronunció nada acerca de lo consabido.
Y tras de tomar los cien dinares, Fairuz fué al zoco de los joye ros y de los orfebres, e invirtió toda la
suma en comprar cosas magní ficas entre preseas para uso de las mujeres. Y se lo llevó todo a su esposa,
diciéndole: "¡Para celebrar mi regreso!"
Y añadió: "¡Toma esto y cuanto aquí te pertenezca, y vuelve a casa de tu padre!"
Y ella le preguntó: "¿Por qué?" El dijo: "En verdad que mi señor el rey me ha colmado de bondades.
Y como quiero que lo sepa todo el mun do, y que tu padre se regocije al ver sobre ti todas esas preseas,
deseo que vayas adonde te he dicho". Y ella contestó: "¡Con cariño y de todo corazón jubiloso!" Y se
atavió con cuanto le había llevado su esposo y con cuanto ella poseía ya, y fué a casa de su padre. Y su
padre se regocijó mucho de su llegada y de ver todo lo que de hermoso llevaba encima ella, que
permaneció en casa de su padre un mes entero, sin que su esposo Fairuz pensase en ir a buscarla y sin que
ni siquiera mandase a pedir noticias suyas.
Así es que, al cabo de aquel mes de separación, el hermano de la joven fué en busca de Fairuz y le
dijo: "¡Oh Fairuz! ¡si no quieres revelar el motivo de tu cólera contra tu esposa y del abandono en que la
dejas, ven y queréllate con nosotros ante nuestro señor el rey!"
Y Fairuz contestó: "¡Aunque vosotros queráis querellaros, yo no me querellaré!" Y el hermano de la
joven dijo: "¡De todos modos ven, y me oirás querellarme!" Y se fué con él a ver al rey.
Y encontraron al rey en la sala de audiencias, y al kadí sentado al lado suyo. Y el hermano de la
joven, después de besar la tierra entre las manos del rey, dijo: "¡Oh señor nuestro, vengo a querellarme
de una cosa!" Y el rey le dijo: "Las querellas competen al señor kadí. ¡A él es a quien tienes que
dirigirte!" Y el hermano de la joven se encaró con el kadí, y dijo: "¡Alah asista a nuestro señor el kadí!
He aquí la cosa y la querella: Hemos alquilado a este hombre, en calidad de simple arrendamiento, un
hermoso jardín, protegido por altas ta pias y resguardado, maravillosamente cuidado y plantado de flores
y de árboles frutales. Pero este hombre, después de cortar todas las flo res y comerse todas las frutas, ha
derribado las tapias, ha dejado el jardín a merced de los cuatro vientos y ha sembrado por doquiera la
devastación. ¡Y ahora quiere rescindir el contrato y devolvernos nues tro jardín en el estado en que lo ha
puesto! ¡Y tal es la querella y el asunto, ya sidi kadí!"
Y el kadí se encaró con Fairuz y le dijo: "¿Y qué tienes que de cir, tú, ¡oh joven!?" Y el aludido
contestó: "¡La verdad es que les devuelvo el jardín en mejor estado que se hallaba antes!" Y el kadí dijo
al hermano: "¿Es verdad que devuelve el jardín en mejor estado, como acaba de declarar?" Y el hermano
dijo: "¡No! ¡Pero deseo saber por él qué motivo le ha impulsado a devolvérnoslo!"
Y el kadí preguntó, encarándose con Fairuz: "¿Qué tienes que decir, ¡oh jo ven!?" Y Fairuz contestó:
"¡Yo se lo devuelvo de buena gana y de mala gana a la vez! Y el motivo de esta restitución, ya que desean
conocerlo, es que un día entré en el jardín consabido, y he visto en la tierra huellas de pasos de león y de
su planta. Y he tenido miedo de que el león me devorase si me aventuraba de nuevo por allí. Y por eso he
devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por miedo por mí...
En este momento de su narración, Schehrazada vió ;parecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 894ª noche
Ella dijo:
"...Y por eso he devuelto el jardín a sus propietarios. Y no lo hice más que por respeto al león y por
miedo por mí".
Cuando el rey, que estaba tendido en los cojines y que escuchaba sin que lo pareciese, hubo oído las
palabras de su servidor Fairuz y comprendido su alcance y significación, se levantó acto seguido y dijo
al joven: "¡Oh Fairuz! calma tu corazón, desecha tus escrúpulos y vuelve a tu jardín. ¡Porque te juro por
la verdad y la santidad del Islam que tu jardín es el mejor defendido y el mejor guardado que encontré en
mi vida; y sus murallas están al abrigo de todos los asal tos; y sus árboles, sus frutos y sus flores son los
más sanos y los más hermosos que vi nunca!"
Y Fairuz comprendió. Y volvió con su esposa. Y la amó.
Y de esta manera, ni el kadí ni ninguno de los numerosos concu rrentes que había en la sala de
audiencias pudieron comprender nada de la cosa, que permaneció secreta entre el rey y Fairuz y el
hermano de la esposa. ¡Pero Alah es Omnisciente!
Y todavía dijo Schehrazada:
El nacimiento y el ingenio
Había un hombre, sirio de nacimiento, a quien Alah había dota do, como a todos los schamitas de su
raza, de una sangre pesada y de un ingenio espeso. Porque es cosa notoria que, cuando Alah distribuyó
sus dones a los humanos, puso en cada tierra las cualidades y los defectos que debían transmitirse a todos
los que nacieran allí. Así es como otorgó el ingenio y la listeza a los habitantes de El Cairo, la fuer za
copulativa a los del Alto Egipto, el amor de la poesía a nuestros padres árabes, la bravura a los jinetes
del centro, costumbres ordena das a los habitantes del Irak, cordialidad a los individuos de las tribus
errantes, y muchos otros dones a otros muchos países; pero a los sirios no les dió más que el amor a la
ganancia e ingenio para el comercio, y les olvidó totalmente cuando distribuyó los dones gratos. Por eso,
haga lo que haga, un sirio schamita, de los países que se extienden desde el mar salado a los confines del
desierto de Damasco, será siem pre un zopenco de sangre gorda, y su ingenio no se avivará nunca más que
ante el incentivo grosero de la ganancia y del tráfico.
Y he aquí que el sirio en cuestión se despertó, un día entre los días, con deseo de ir a traficar a El
Cairo. Y sin duda alguna era su mal destino quien le sugería aquella idea de ir a vivir entre las gentes
más deliciosas y más ingeniosas de la tierra. Pero, como todos los de su raza, estaba lleno de pedantería,
y pensó que deslumbraría a aque llas gentes con las cosas hermosas que iba a llevar consigo. En efecto,
metió en cofres lo más suntuoso que poseía de sederías, telas preciosas, armas labradas y otras cosas
semejantes, y llegó a la ciudad resguarda da, a Misr Al-Kahira, a El Cairo!
Y empezó por alquilar un local para sus mercancías y una vivien da para él mismo en un khan de la
ciudad, situado en el centro de los zocos. Y se dedicó a ir todos los días a casa de los clientes y de los
mercaderes, invitándoles a visitar sus mercancías. Y continuó obrando de tal suerte durante algún tiempo,
hasta que, un día entre los días, estando de paseo y mirando a derecha y a izquierda, se encontró con tres
mujeres jóvenes que avanzaban inclinándose y contoneándose, y reían diciéndose cosas así y asá. Y cada
una era más hermosa que la otra y más atrayente y más encantadora. Y cuando las divisó, se le pusieron
tiesos y provocadores los bigotes; y al ver que le miraban de reojo, se acercó a ellas y les dijo:
"¿Podréis venir esta noche a hacer me agradable compañía en mi khan para divertirme?" Y ellas contes -
taron, risueñas: "En verdad que sí, y haremos lo que nos digas que hagamos para complacerte". Y
preguntó él: "¿En mi casa o en vuestra casa, ¡oh mis señoras!?"Ellas contestaron: "¡Por Alah, en tu casa!
¿Acaso crees que nuestros maridos nos dejan introducir en casa hom bres extraños?" Y añadieron ellas:
"¡Esta noche iremos a tu casa! Dinos dónde te alojas".
El dijo: "Me alojo en un cuarto de tal khan, en tal calle". Ellas dijeron: "En ese caso, nos prepararás
la cena y nos la tendrás caliente; e iremos a visitarte después de la hora de la ple garia de la noche". Y
dijo: "Así se habla". Y le dejaron ellas para proseguir su camino. Y por su parte, él se encargó de las
provisiones, y compró pescado, cohombros, ostras, vino y perfumes, y lo llevó todo a su cuarto; y
preparó cinco especies de manjares a base de carne, sin contar el arroz y las verduras; y los guisó por sí
mismo; y lo tuvo todo dispuesto en las mejores condiciones.
Y cuando se acercó la hora de cenar, llegaron las tres mujeres, como le habían prometido, envueltas
en kababits de tela azul que ha cían que no se las conociese. Pero al entrar, se quitaron de los hom bros
aquellas envolturas, y fueron a sentarse como lunas. Y el sirio se levantó y se sentó enfrente de ellas,
como un bobalicón, tras de poner les delante las bandejas cargadas de manjares. Y comieron con arre glo
a su capacidad. Y luego él les llevó el taburete de los vinos. Y circuló entre ellos la copa. Y a las
invitaciones apremiantes de las jóvenes, el sirio no se negó a beber ninguna vez, y bebió de tal modo, que
se le iba la cabeza en todas direcciones. Y entonces fué cuando, un poco envalentonado, miró cara a cara
a sus compañeras y pudo admi rar su belleza y maravillarse de sus perfecciones. Y fluctuó entre la
perplejidad y la estupefacción. Y osciló entre la extravagancia y el azoramiento. Y ya no sabía distinguir
el macho de la hembra. Y su estado fué memorable y su destino deplorable. Y miró sin ver y comió sin
beber. Y manipuló con los pies y anduvo con la cabeza. Y giró los ojos y sacudió la nariz. Y moqueó y
estornudó. Y rió y lloró. Tras de lo cual se encaró con una de las tres, y le preguntó: "¡Por Alah sobre ti,
ya setti! ¿cómo es tu nombre?" Ella contestó: "Me llamo ¿Has- visto-nunca-nada-como-yo?" Y a él se le
huyó más la razón, y exclamó: "¡No, walahi, nunca he visto nada como tú!" Luego se tendió en el suelo,
apoyándose en los codos, y preguntó a la segunda: "¿Y cuál es tu nombre, ya setti, ¡oh sangre de la vida
de mi corazón!?"
Ella con testó: "¡No-has-visto-nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!" Y exclamó él: "¡Inschalah! así lo
habrá querido Alah, oh mi señora No-has-visto- nunca-a-nadie-que-se-me-parezca!"
Luego se encaró con la tercera y le preguntó: "¿Y cuál es tu honorable nombre, ya setti, ¡oh quema -
dura de mi corazón!?" Ella contestó: "¡Mírame-y-me-conocerás!" Y al oír esta tercera respuesta, el sirio
rodó por tierra, exclamando con toda su voz: "No hay inconveniente, ¡oh mi señora Mírame-y-me- -
conocerás!"
Y ellas continuaron haciendo circular la copa y vaciándola en el gaznate de él, hasta que se cayó
dando con la cabeza antes que con los pies y deteniéndosele la circulación. Entonces, al verle en aquel
estado, se levantaron ellas y le quitaron el turbante y le pusieron un gorro de loco. Luego miraron a su
alrededor, y se apropiaron de cuanto dinero y cosas de precio les deparó la suerte. Y cargadas con el
botín y con el corazón ligero, le dejaron roncando como un búfalo en su khan y abandonaron la morada a
su propietario. Y el velador veló lo que tenía que velar.
Al día siguiente, cuando el sirio se repuso de su borrachera, se vió solo en su cuarto, y no tardó en
comprobar que su cuarto estaba barri do de cuanto contenía. Y de pronto recobró completamente el
sentido, y exclamó: "¡No hay majestad ni poder más que en Alah el Glorioso, el Grande!" Y se precipitó
fuera del khan con el gorro de loco en la cabeza, y empezó a preguntar a todos los transeúntes si habían
encontrado a Fulana, Mengana y Zutana. Y decía los nombres que le habían revelado las jóvenes. Y las
gentes, al verle ataviado de tal modo, lo creían escapado del maristán, y contestaban: "¡No, por Alah,
nunca hemos visto nada como tú!" Y decían otros: "¡Nunca hemos visto a nadie que se te parezca!" Y
decían otros: "¡En verdad que te miramos, pero no te conocemos!"
Así es que, harto de preguntar, ya no supo él a quién recurrir ni a quién quejarse, y acabó por
encontrar al fin a un traseúnte caritati vo y de buen consejo, que le dijo: "Escúchame, ¡oh sirio! lo mejor
que puedes hacer en estas circunstancias es volverte a Siria sin tardan za ni dilación, pues en El Cairo ya
ves que las gentes saben volcar los cerebros duros igual que los ligeros y jugar con los huevos tan bien
como con las piedras".
Y el sirio, con la nariz alargada hasta los pies, se volvió a Siria, su país, de donde no debía haber
salido nunca.
Y como les han sucedido con frecuencia aventuras semejantes por eso los nacidos en Siria hablan tan
mal de los hijos de Egipto.
Y Schehrazada, habiendo acabado de contar esta historia, se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh
Schehrazada! ¡me han complacido en extremo estas anécdotas, y con ellas me encuentro más instruido y
esclarecido!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "¡Sólo Alah es el Instructor y el Esclarecedor!" Y añadió:
"¿Pero qué son estas anécdotas, si se las compara con la Historia del libro mágico?"
Y dijo el rey Schah riar: ¿Qué libro mágico es ése ¡oh Schehrazada! y qué historia es la suya?"
Y ella dijo: "¡Me reservo para contártela la próxima noche, ¡oh rey! si Alah quiere y si tal es tu
gusto!" Y dijo el rey: "¡Claro que quiero escuchar la próxima noche esa historia que no conozco!"
Y cuando llegó la 895ª noche
La pequeña Doniazada se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo: "¡Oh hermana mía!
¿cuándo vas a empezar la Historia del libro mágico? Y Schehrazada contestó: "¡Sin tardan za ni dilación,
pues que así lo desea nuestro señor el rey!"
Historia del libro mágico
Y dijo:
En los anales de los pueblos y en los libros de tiempos antiguos se cuenta -pero Alah es el único que
conoce el pasado y ve el porve nir- que una noche entre las noches, el califa, hijo de los califas ortodoxos
de la posteridad de Abbas, Harún Al-Raschid, que reinaba en Bagdad, se incorporó en su lecho, presa de
la opresión, y, vestido con sus ropas de dormir, mandó que fuese a su presencia Massrur, porta alfanje de
su gracia, el cual se presentó al punto entre sus manos.
Y le dijo el califa: "¡Oh Massrur! esta noche resulta abrumadora y pesada para mi pecho, y deseo que
disipes mi malestar". Y Massrur contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! levántate y vamos a la terraza a
mirar con nuestros propios ojos el dosel de los cielos salpicado de estrellas y a ver pasearse a la luna
brillante, mientras sube hasta nos otros la música de las aguas chapoteantes y los lamentos de las norias
cantarinas, de las que ha dicho el poeta:
¡La noria, que por cada ojo vierte llanto gimiendo, es semejante al enamorado que se pasa
los días en una queja monótona, a pesar de la magia que inunda su corazón!
"Y el mismo poeta ¡oh Emir de los Creyentes! es quien ha dicho, hablando del agua
corriente:
¡Mi preferida es una joven que me evita tener que beber y me divierte!
¡Porque ella es un jardín, sus ojos son las fuentes, y su voz es el agua corriente!
Y Harún escuchó a su porta alfanje y sacudió la cabeza Y dijo: "¡No tengo ganas de eso esta noche!"
Y dijo Massrur: "¡Oh Emir de los Creyentes! en tu palacio hay trescientas sesenta jóvenes de todos
colores, semejantes a otras tantas lunas y gacelas, y vestidas con trajes tan hermosos como flores.
Levántate y vamos a pasarles revista, sin que nos vean, a cada cual en su aposento. Y oirás sus cánticos y
verás sus juegos y asistirás a sus escarceos. Y quizá entonces tu alma se sienta atraída por alguna de
ellas. Y la tendrás por compañera esta noche, y se entregará a sus juegos contigo. ¡Y ya veremos lo que te
queda de tu malestar!"
Pero Harún dijo: "¡Oh Massrur! ve a bus carme a Giafar inmediatamente". Y el aludido contestó con el
oído y la obediencia. Y fué a buscar a Giafar a su casa, y le dijo: "Ven con el Emir de los Creyentes". Y
el otro contestó: "¡Escucho y obedezco!" Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, se vistió y
siguió a Massrur al palacio. Y se presentó ante el califa, que permanecía en el lecho; y besó la tierra
entre sus manos y dijo: "¡Haga Alah que no sea para algo malo!" Y dijo Harún: "Sólo es para bien, ¡oh
Giafar! Pero esta noche estoy aburrido y fatigado y oprimido. Y he enviado a Massrur para decirte que
vengas aquí a distraerme y a disipar mi fas tidio". Y Giafar reflexionó un instante, y contestó: "¡Oh Emir
de los Creyentes! cuando nuestra alma no quiere alegrarse ni con la belleza del cielo, ni con los jardines,
ni con la dulzura de la brisa, ni con la contemplación de las flores, ya no queda más que un remedio, y es
el libro. Porque ¡oh Emir de los Creyentes! un armario de libros es el más hermoso de los jardines. ¡Y un
paseo por sus estantes es el más dulce y el más encantador de los paseos! ¡Levántate, pues, y vamos a
buscar un libro al azar en los armarios de los libros!"
Y Harún contestó: "Verdad dices, ¡oh Giafar! pues ése es el mejor remedio para el fas tidio. Y no
había pensado en ello". Y se levantó, y acompañado de Giafar y de Massrur, fué a la sala donde estaban
los armarios de los libros.
Y Giafar y Massrur sostenían sendas antorchas, y el califa cogía libros de los armarios magníficos y
de los cofres de madera aromática, y los abría y los cerraba. Y de tal suerte examinó varios estantes, y
acabó por echar mano a un libro viejísimo que abrió al azar. Y encon tró algo que hubo de interesarle
vivamente, porque, en vez de abando nar el libro al cabo de un instante, se sentó y se puso a hojearlo pá -
gina por página y a leerlo atentamente. Y he aquí que de pronto se echó a reír de tal modo, que se cayó de
trasero. Luego volvió a coger el libro y continuó su lectura. Y he aquí que de sus ojos brotó el llanto; y se
echó a llorar de tal manera, que se mojó toda la barba con lágrimas que corrían por sus intersticios hasta
caer sobre el libro que tenía él en las rodillas. Después cerró el libro, se lo metió en la manga y se
levantó para salir.
Cuando Giafar vió al califa llorar y reír de tal suerte, no pudo por menos de decir a su soberano:
"¡Oh Emir de los Creyentes y so berano de ambos mundos! ¿cuál puede ser el motivo que te hace reír y
llorar casi en el mismo momento?" Y el califa, al oír aquello, se en colerizó hasta el límite de la cólera, y
gritó a Giafar con voz irritada: "¡Oh perro entre los perros de los Barmecidas! ¿a qué viene esa
impertinencia de parte tuya? ¿Y por qué te inmiscuyes en donde no de bes? ¡Acabas de arrogarte el
derecho a ser enfadoso y petulante; y te has extralimitado! ¡Y ya no te falta más que insultar al califa!
Pero ¡por mis ojos, que desde el momento en que te has mezclado en lo que no te concierne, quiero que la
cosa tenga todas las consecuencias correspondientes! Te ordeno pues, que vayas a buscar a alguien que
me diga por qué he reído y llorado con la lectura de este libro y adi vine lo que hay en este volumen desde
la primera página hasta la úl tima. Y si no encuentras a ese hombre, te cortaré el cuello, y entonces te
enseñaré lo que me ha hecho reír y llorar".
Cuando Giafar oyó estas palabras y advirtió aquella cólera, dijo: . ¡Oh Emir de los Creyentes! he
cometido una falta. Y la falta es na tural en personas como yo; pero el perdón es natural en quienes tienen
un alma como la de Tu Grandeza". Y Harún contestó: "¡No! ¡acabo de hacer un juramento! Tienes que ir
en busca de alguien que me ex plique todo el contenido de este libro, o si no, te cortaré la cabeza al
punto". Y dijo Giafar: "¡Oh Emir de los Creyentes! Alah creó los cielos y los mundos en seis días, y si
hubiera querido, los habría creado en una hora. Y si no lo hizo, fué para enseñar a sus criaturas que es
necesario obrar con paciencia y moderación en todo, incluso al hacer el bien. Mucho más cuando se trata
de hacer lo contrario del bien, ¡oh Emir de los Creyentes! ¡De todos modos, si quieres absolutamente que
vaya yo a buscar a la persona consabida que adivine lo que te ha hecho reír y llorar, concede a tu esclavo
un plazo sólo de tres días!"
Y dijo el califa: "¡Si no me traes a la persona de que se trata, perecerás con la más horrible de las
muertes!"
Y Giafar contestó a esto: "Voy a cum plir la misión".
Y salió, acto seguido, con el color cambiado, el alma turbada y el corazón lleno de amargura y de
pena.
Y se fué a su casa, con el corazón amargado, para decir adiós a su padre Yahia y a su hermano El-
Fadl, y para llorar. Y le dijeron ellos: "¿Por qué vienes en ese estado de turbación y de tristeza, ¡oh
Giafar! ?" Y les contó lo que había ocurrido entre él y el califa y les puso al corriente de la condición
impuesta.
Y añadió: "El que juegue con una punta acerada se pinchará la mano; y el que luche con el león
perecerá. En cuanto a mí, renuncio a mi plaza al lado del sultán; por que en lo sucesivo la estancia junto a
él sería el mayor de los peligros para mí, así como para ti, ¡oh padre mío! y para ti, ¡oh hermano mío!
Mejor será, pues, que me aleje de su vista. Porque la preservación de la vida es cosa inestimable y jamás
se sabe todo lo que vale. Y el alejamiento es el preservativo mejor de nuestros cuellos. Por otra parte, ha
dicho el poeta:
¡Preserva tu vida de los peligros que la amenazan y deja que la casa se queje a su
constructor!
Y su padre y su hermano contestaron a esto: "¡No partas, ¡oh Giafar! porque probablemente te
perdonará el califa!" Pero Giafar dijo: "¡Para ello ha impuesto la condición! Pero ¿cómo voy a encon trar
alguien que sea capaz de adivinar a primera vista el motivo que ha hecho reír y llorar al califa, así como
el contenido, desde el prin cipio hasta el fin, de ese libro calamitoso?" Y Yahia contestó entonces:
"Verdad dices, ¡oh Giafar! Para resguardar las cabezas, no queda otro remedio que partir. Y lo mejor es
que te marches a Damasco, y que vivas allí hasta que se termine este revés de fortuna y vuelva el Desti no
dichoso". Y Giafar preguntó: "¿Y qué va a ser de mi esposa y de mi harén durante mi ausencia?" Y dijo
Yahia: "Parte, y note pre ocupes de los demás. Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para
Damasco, pues tal es para ti el decreto del Destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 896ª noche
Ella dijo:
"...Esas son puertas que no tienes tiempo de abrir. ¡Parte para Damasco, pues tal es para ti el decreto
del Destino!" Y añadió: "Res pecto a lo que pueda sobrevenir después de tu marcha, Alah proveerá".
Por consiguiente, Giafar el visir inclinó el oído a las palabras de su padre, y sin dilación ni tardanza,
tomó consigo un saco que conte nía mil dinares, se ciñó su cinturón y su espada, se despidió de su pa dre y
de su hermano, montó en una mula, y sin hacerse acompañar por su esclavo ni por un servidor, se puso en
camino para Damasco. Y viajó en línea recta a través del desierto, y no cesó de viajar hasta el décimo
día, en que llegó a la llanura verde, El Marj, que está a la entrada de Damasco la regocijante.
Y vió el hermoso minarete de la Desposada, que emergía del ver dor que lo circundaba, y estaba
cubierto desde la base hasta lo más alto de tejas doradas; y los jardines regados por aguas corrientes,
don de vivían los macizos de flores; y los campos de mirtos, y los montes de violetas, y los campos de
laureles rosas. Y se detuvo a mirar toda aquella hermosura, escuchando a los pájaros cantores en los
árboles. Y vió que era una ciudad cuyo igual no se había creado en la superficie de la tierra. Y miró a la
derecha, y miró a la izquierda, y acabó por divisar a un hombre. Y se acercó a él y le dijo: "¡Oh hermano
mío! ¿cuál es el nombre de esta ciudad?" Y el aludido contestó: "¡Oh mi señor! esta ciudad en los tiempos
antiguos se llamaba Julag, y de ella es de quien habla el poeta en estos versos:
¡Me llamo Julag, y cautivo los corazones! ¡Por mí corren her mosas aguas, por mí y fuera
de mí!
Jardín de Edén en la tierra y patria de todos los esplendores, ¡oh Damasco!
¡No olvidaré nunca tus bellezas, ni nada me gustará tanto como tú! ¡Y benditas sean tus
terrazas y cuantas maravillas vivientes bri llan en tus terrazas!
Y el hombre que recitó estos versos añadió: "También se llama Scham, o dicho de otro modo, Granode-
Belleza, porque es el grano de belleza de Dios en la tierra".
Y Giafar experimentó un vivo placer en oír estas explicaciones. Y dió gracias al hombre, y se apeó
de su mula, y la cogió de la brida para aventurarse con ella entre las casas y las mezquitas. Y se paseó
lentamente, examinando una tras de otra las hermosas casas delante de las cuales paseaba. Y mirando así,
divisó, al fondo de una calle bien barrida y regada, una casa magnífica en medio de un gran jardín. Y en
el jardín vió una tienda de seda labrada, tapizada con hermosos tapices del Khorassán y ricas telas, y
bien provista de cojines de seda, de sillas y de lechos para reposo. Y en medio de la tienda estaba sen -
tado un joven como la luna cuando sale en su décimocuarto día. Y aparecía negligentemente vestido, sin
llevar a la cabeza más que un pañuelo, y en el cuerpo más que una túnica de color de rosa. Y ante él había
un grupo de personas atentas, y bebidas de todas las especies finas. Y Giafar se detuvo un momento a
contemplar la escena, y quedó muy contento de lo que veía en aquel joven. Y al mirar más atenta mente,
divisó al lado del joven a una muchacha joven como el sol en un cielo sereno. Y tenía un laúd al pecho,
como un niño en los brazos de su madre. Y lo tañía, cantando estos versos:
¡Pobres de los que tienen su corazón entre las manos de sus ama dos; porque, si quieren
recuperarlo, lo encontrarán muerto!
¡Lo confiaron en manos de sus amados cuando lo sentían enamo rado; y se vieron obligados
a abandonarlos!
¡Pequeño, lo arrancan del fondo de sus entrañas! ¡Oh pájaro! repite: "¡Lo arrancaron
pequeño!"
¡Lo mataron injustamente; el bienamado coquetea con su humil de enamorado!
¡Yo soy quien busca los efectos del amor, yo soy el amor, el her mano del amor y suspiro!
¡Ved al que el amor ha envejecido! ¡Aunque su corazón no haya cambiado, lo enterraron!
Y al oír estos versos y aquel canto, Giafar experimentó un placer infinito, y se le conmovieron los
órganos con los acentos de aquella voz, y dijo: "¡Por Alah, qué hermoso!" Pero ya la joven había pre -
ludiado de otro modo, con el laúd en las rodillas, y cantaba estos versos:
¡Poseído por tales sentimientos, estás enamorado! ¡No hay de qué asombrarse, pues, si te
amo yo!
¡Levanto hacia ti mi mano, pidiendo gracia y piedad para mi hu mildad! ¡Ojalá te muestres
caritativo!
¡He pasado mi vida solicitando tu consentimiento; pero nunca tuve dentro de mí la
sensación de que fueras caritativo!
¡Y a causa de la toma de posesión del amor, me he convertido en un esclavo, y tengo
envenenado el corazón, y corren mis lágrimas!
Cuando se terminó el canto de este poema, avanzó Giafar cada vez más, dominado por el placer que
sentía al oír y al mirar a la joven que cantaba. Y de pronto le advirtió el joven, que estaba tendido en la
tienda, y se incorporó a medias, y llamó a uno de sus jóvenes esclavos, y le dijo: "¿Ves a ese hombre que
está ahí, en la entrada, frente a nosotros?" Y el muchacho dijo: "¡Sí!" Y dijo el joven: "Debe ser un
extranjero, pues veo en él las huellas del viaje. Corre a buscarle y guárdate bien de ofenderle". Y el
chico contestó: "¡Con gusto y ale gría!" Y se apresuró a ir en busca de Giafar -que ya le había visto
acercarse- y le dijo: "¡En el nombre de Alah, ¡oh mi señor! por favor, ten la generosidad de venir a ver a
nuestro amo!" Y Giafar franqueó la puerta con el mozalbete, y al llegar a la entrada de la tien da entregó
su mula a los diligentes esclavos, y traspuso el umbral. Y el joven ya estaba erguido sobre ambos pies en
honor suyo; y avanzó hacia él extendiendo mucho las dos manos, y le saludó como si le co nociera de
siempre, y después de dar gracias a Alah por habérsele enviado, cantó:
¡Bien venido seas, ¡oh visitante! ¡Nos alegras con tu presencia y nos haces revivir con esta
unión!
¡Por tu rostro juro que vivo cuando apareces y muero cuando desapareces!
Y tras de cantar esto en honor de Giafar, le dijo: "Dígnate sen tarte, ¡oh mi dulce señor! ¡Y loores a
Alah por tu feliz arribo!" Y recitó la plegaria del envío de Alah, y continuó así su canto:
¡Si de antemano hubiéramos estado prevenidos de tu llegada, a tus pies hubiéramos
extendido por alfombra la pura sangre de nuestros corazones y el terciopelo negro de nuestros
ojos!
¡Porque tu sitio está por encima de nuestros párpados!
Y cuando hubo acabado este canto, se acercó a Giafar, le besó en el pecho, exaltó sus virtudes, y le
dijo: "¡Oh mi señor! ¡este día es un día feliz, y si no fuese ya de fiesta, yo habría hecho que lo fuese para
dar gracias a Alah!" Y al punto se agruparon entre sus manos los esclavos; y les dijo él: "¡Traednos lo
que ya está dispues to!" Y llevaron las bandejas de manjares, de viandas y de todas las demás cosas
excelentes, y el joven dijo a Giafar: "¡Oh mi señor! los sabios dicen: "¡Si te invitan, satisface tu alma con
lo que tengas ante ti!" Pero si hubiésemos sabido que ibas a favorecernos hoy con tu llegada, te
hubiéramos servido la carne de nuestros cuerpos y sacrifi cado nuestros hijos pequeños". Y Giafar
contestó: "¡Echo, pues, ma no a los manjares, y comeré hasta que me sacie!" Y el joven se puso a servirle
con su propia mano los trozos más delicados y a conversar con él con toda cordialidad y con todo gusto.
Luego les llevaron el jarro y la jofaina, y se lavaron las manos. Tras de lo cual el joven hizo pasar a
Giafar a la sala de bebidas, donde dijo a la joven que cantara. Y ella cogió el laúd, lo templó, lo apoyó
sobre su seno, y tras de tararear un instante, cantó:
¡Se trata de un visitante cuya llegada ha sido respetada por todos, más dulce que el ingenio
y la esperanza de consumo!
¡Esparce ante el alba las tinieblas de sus cabellos, y el alba no aparece por vergüenza!
¡Y cuando mi destino quiso matarme, le pedí protección; y su llegada hizo revivir un alma a
quien reclamaba la muerte!
¡Me he tornado en esclava del Príncipe de los Enamorados, y mi sino se reduce ya a estar
bajo la dominación del amor!
Y Giafar se sintió poseído de una alegría excesiva, igual a la de su joven huésped. Sin embargo, no
cesaba de preocuparle lo que le había ocurrido con el califa. Y su rostro y su actitud denotaban esta
preocupación, que no pasó inadvertida a los ojos del joven, el cual notó que estaba inquieto, asustado,
pensativo y con incertidumbre por algo. Y por su parte, Giafar comprendió que el joven se había dado
cuenta de su estado y que por discreción se reprimía para no pregun tarle la causa de su turbación. Pero el
joven acabó por decirle: "¡Oh mi señor! escucha lo que han dicho los sabios:
¡No te asustes ni te aflijas por las cosas que deben suceder, sino, antes bien, levanta la
copa de este vino, veneno que ahuyenta las pre ocupaciones y los fastidios!
¿No ves cómo unas manos pintaron hermosas flores en los ro pajes de la bebida?
¡El fruto de la rama de vid, los lirios y los narcisos, y la violeta y la flor rayada de Nemán!
¡Si te asalta el fastidio, mécele para que se adormezca entre li cores, flores y favoritas!
Luego dijo a Giafar: "No te oprimas ni contraigas el pecho, ¡oh mi señor!" Y dijo a la joven:
"¡Canta!" Y ella cantó. Y Giafar, que se deleitaba con aquellos cánticos y estaba maravillado de ellos,
acabó por decir: "No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga
la noche con las tinieblas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 897ª noche
Ella dijo:
"...No cesemos de regocijarnos con el canto y las palabras hasta que cierre el día y venga la noche
con las tinieblas".
Y a continuación ordenó el joven a los esclavos que fueran a bus car caballos. Y obedecieron al punto
los esclavos; y ofrecieron al hués ped de su señor una yegua de reyes. Y ambos saltaron a lomos de sus
monturas, y se dedicaron a recorrer Damasco y a mirar el espectáculo de los zocos y de las calles, hasta
que llegaron ante una fachada brillantemente iluminada y decorada con linternas de todos colores; y
delante de una cortina había una lámpara grande de cobre cincelado que colgaba de una cadena de oro. Y
dentro de la morada había pabe llones rodeados de estatuas maravillosas y conteniendo todas las especies
de aves y todas las variedades de flores; y en medio de todos aquellos pabellones había una sala con
cúpula y ventanas de plata. Y el joven abrió la puerta de la tal sala. Y apareció ésta como un hermo so
jardín del paraíso, animado por los cantos de los pájaros y los perfumes de las flores y el susurrar de los
arroyos. Y la sala entera resonaba con los diversos lenguajes de aquellos pájaros, y estaba al fombrada
con alfombras de seda y bien provista de cojines de brocado y plumas de avestruz. Y también contenía un
número incalculable de toda clase de objetos suntuosos y de artículos de precio, y estaba perfumada por
el olor de las flores y de las frutas; y encerraba un número inconcebible de cosas magníficas, como platos
de plata, vasos de plata, copas preciosas, pebeteros y provisiones de ámbar gris, polvo de áloe y frutas
secas.
En una palabra, era como aquella morada descripta en estos versos del poeta:
¡La casa era perfectamente espléndida, y brillaba con todo el resplandor de su
magnificencia!
Y cuando Giafar se hubo sentado, el joven le dijo: "¡Con tu lle gada, ¡oh señor e invitado mío! han
descendido del cielo sobre nuestra cabeza un millar de bendiciones!" Y aún le dijo otras cosas amables,
y le preguntó por fin: "¿Y cuál es el motivo a que debemos el honor de tu llegada a nuestra ciudad? ¡Aquí
encuentras familia y holgura con toda cordialidad!"
Y Giafar contestó: "Yo soy ¡oh mi señor! sol dado de profesión, y mando una compañía de soldados. Y
soy oriundo de la ciudad de Bassra, de donde vengo en este momento. Y la causa de mi llegada aquí es
que, no pudiendo pagar al califa el tributo que le debo, me he asustado por mi vida, y he emprendido la
fuga, cabiz bajo, con terror. Y no he cesado de correr por llanuras y desiertos hasta que el Destino me ha
conducido hasta ti". Y el joven dijo: "¡Oh llegada bendita! ¿Y cuál es tu nombre?" El aludido contestó:
"Mi nombre es como el tuyo, ¡oh mi señor!" Y al oír esto, el joven sonrió y dijo, risueño: "¡Oh mi señor!
¡entonces te llamas Abul´ Hassán! Pero te ruego que no tengas ninguna opresión de pecho ni ninguna
turbación de tu corazón". Y dió orden para que los sirvieran. Y les llevaron bandejas llenas de todas
clases de cosas delicadas y deliciosas; y comieron y quedaron satisfechos. Tras de lo cual se levantó la
mesa y se les llevó el jarro y la jofaina. Y se lavaron las manos, y fueron a la sala de las bebidas, que
estaba llena de flores y frutas. Y el joven habló a la joven, refiriéndose a la música y al canto. Y ella los
encantó a ambos y los deleitó con la perfección de su arte; y hasta la morada y sus muros se conmovieron
y agitaron. Y Giafar, en el paroxismo de su entusiasmo, se quitó la ropa y la arrojó a lo lejos después de
hacerla trizas. Y el joven le dijo: "¡Ualahí! ¡ojalá sea efecto del placer esa desgarradura, y no efecto del
sentimiento y de la pena! Y Alah aleje de nosotros la amargura del enemigo". Luego hizo señas a uno de
sus esclavos, quien al punto llevó a Giafar ropas nuevas que costaban cien dinares, y le ayudó a
ponérselas. Y el joven dijo a la joven: "¡Cambia el tono del laúd!" Y ella cambió el tono y cantó estos
versos:
¡Mi mirada celosa está clavada en él! ¡Y si mira él a otro, me tortura!
¡Doy fin a mis deseos y a mi canto, gritando!: "¡Mi amistad hacia ti durará hasta que la
muerte se albergue en mi corazón!"
Y terminado este cántico, de nuevo Giafar se despojó de sus ro pas, gritando. Y el joven le dijo:
"¡Ojalá mejore Alah tu vida y haga que su principio sea su fin y que su fin sea su principio!" Y los es -
clavos volvieron a poner a Giafar otras ropas más hermosas que las primeras. Y la joven ya no dijo nada
durante una hora de tiempo, en tanto que charlaban los dos hombres. Luego el joven dijo a Giafar:
"Escucha ¡oh mi señor! lo que el poeta ha dicho del país adonde te ha conducido el Destino, para dicha
nuestra, en este día bendito".
Y dijo a la joven: "Cántanos las palabras del poeta referente al valle nuestro que en la antigüedad se
llamaba valle de Rabwat".
Y la joven cantó:
¡Oh generosidad de nuestra noche en el valle de Rabwat, adonde lleva sus perfumes el
delicado céfiro!
¡Es un valle cuya hermosura es como un collar: lo rodean árbo les y flores!
¡Sus campos están tapizados con flores de todas las variedades, y los pájaros vuelan por
encima de ellas!
¡Cuando sus árboles nos ven sentados debajo, nos arrojan por sí mismos sus frutos!
¡Y mientras cambiamos sobre el césped las copas desbordantes de la charla y de la poesía,
el valle es generoso con nosotros y su céfiro nos trae lo que las flores nos envían.
Cuando la joven hubo acabado de cantar, Giafar se despojó de sus ropas por tercera vez. Y el joven
se levantó, y le besó en la cabeza, e hizo que le pusieran otra vestidura. Porque aquel joven, como se
verá, era el hombre más generoso y el más magnífico de su tiempo, y la largueza de su mano y la alteza de
su alma eran por lo menos tan grandes como las de Hatim, jefe de la tribu de Thay. Y continuó charlando
con él acerca de los acontecimientos de aquellos días y utilizando otros motivos de conversación y
contando anécdotas y hablando de las obras maestras de la poesía. Y le dijo: "¡Oh mi señor! no
apesadum bres tu espíritu con cavilaciones y preocupaciones". Y Giafar le dijo: "¡Oh mi señor! he
abandonado mi país sin tomarme tiempo para comer ni beber. Y lo he hecho con intención de divertirme y
de ver mundo. Pero si Alah me concede el regreso a mi país, y mi familia, mis amigos y mis vecinos me
interrogan y me preguntan dónde he esta do y qué he visto, les diré los beneficios con que me has
favorecido y los favores que has amontonado sobre mi cabeza en la ciudad de Damasco, en el país de
Scham. Y les contaré lo que he visto por acá y lo que he visto por allá, y les dedicaré hermosos discursos
y charlas instructivas acerca de todo aquello con que se enriquezca mi espíritu junto a ti en la ciudad". Y
el joven contestó: "¡Me refugio en Alah ¡contra las ideas de orgullo! El es el Unico generoso". Y añadió:
"¡Es tarás conmigo el tiempo que quieras, diez años o más, lo que gustes! Porque la casa es tu casa, con su
dueño y con lo que contiene".
Y entretanto, como la noche avanzaba, entraron los eunucos y dispusieron para Giafar un lecho
delicado en el sitio de honor de la sala. Y extendieron un segundo lecho al lado del de Giafar. Y se fueron
después de disponerlo todo y ponerlo todo en orden. Y Giafar el visir, al ver aquello, dijo para sí: "¡Por
lo visto, mi huésped es soltero! Y por eso han dispuesto su lecho al lado del mío. Creo que podré aventu -
rar una pregunta". Y efectivamente, aventuró la pregunta, interrogando a su huésped: "¡Oh mi señor! ¿eres
soltero o casado?" Y el joven con testó: "¡Casado!, ¡oh mi señor!" Y Giafar replicó a esto: "¿Por qué,
pues, si estás casado, vas a dormir al lado mío, en lugar de entrar en tu harén y de acostarte como los
hombres casados?" Y el joven con testó: "Por Alah, ¡oh mi señor! No va a echar a volar el harén con su
contenido y ya tendré más tarde tiempo de ir a acostarme allá. Pero ahora sería en mí incorrecto y
grosero y descortés dejarte solo para ir a acostarme en mi harén, tratándose de un hombre como tú, de un
vi sitante, ¡de un huésped de Alah! ¡Una acción así sería contraria a la cortesía y a los deberes de
hospitalidad! ¡Y mientras tu presencia ¡oh mi señor! se digne favorecer esta casa, no reposaré mi cabeza
en mi harén, ni me acostaré allí, y obraré de este modo hasta que nos despi damos tú y yo en el día que te
convenga y elijas, cuando quieras volver en paz y seguridad a tu ciudad y a tu país!" Y Giafar dijo para
sí: "¡Qué cosa tan prodigiosa y tan excesivamente maravillosa!" Y durmieron juntos aquella noche.
Y al día siguiente muy de mañana, se levantaron y fueron al ham mam, donde ya el joven -que, en
realidad, se llamaba Ataf el Gene roso- había enviado para uso de su huésped un envoltorio con vestidos
magníficos. Y después de tomar el más delicioso de los baños, montaron en caballos espléndidos que se
encontraron ensillados ya a la puerta del hammam, y se dirigieron al cementerio para visitar la tumba de
la Da ma, y pasaron todo aquel día recordando las vidas de los hombres y sus muertes. Y continuaron
viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo de noche juntos, de
la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 898ª noche
Ella dijo:
"...Y continuaron viviendo de tal suerte, a diario visitando tan pronto un sitio como otro, y durmiendo
de noche juntos, de la manera consabida, y así en el transcurso de cuatro meses.
Pero, al cabo de este tiempo, el alma de Giafar se tornó triste y abatido su espíritu; y un día entre los
días se sentó y lloró. Y al verle bañado en lágrimas, Ataf el Generoso le interrogó diciéndole: "Alah
aleje de ti la aflicción y la pena, ¡oh mi señor! ¿Por qué te veo llorar? ¿Y qué es lo que te produce pena?
Si tienes pesadumbre en el corazón, ¿por qué no me revelas el motivo que te lo apesadum bra y te amarga
el alma?" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! ¡me siento con el pecho en extremo oprimido, y quisiera
andar al azar por las calles de Damasco, y también quisiera calmar mi espíritu con la contemplación de
la mezquita de los Ommiadas!" Y Ataf el Generoso contestó: "¿Y quién puede impedírtelo, ¡oh hermano
mío!? ¿No eres libre de ir a pasearte por donde quieras y a refrescar tu alma como desees para que tu
pecho se dilate y tu espíritu se esparza y regocije? ¡En verdad ¡oh hermano mío! que todo eso es una
nimiedad, una verdadera nimiedad!" Y ya se levantaba Giafar para salir, cuando su huésped le detuvo
para decirle: "¡Oh mi señor! ten la bondad de espe rar un momento, a fin de que nuestros criados te
ensillen una hacanea". Pero Giafar contestó: "¡Oh amigo mío! prefiero ir a pie; porque el hombre que va a
caballo no puede divertirse mirando y observando lo que hay en torno suyo, sino que es la gente quien se
divierte mirándole y observándole". Y Ataf el Generoso le dijo: "¡Sea! ¡pero déjame al menos, darte este
saco de dinares para que puedas hacer dádivas por el camino y distribuir el dinero a la multitud,
tirándoselo a puñados!" Y añadió: "Ahora puedes ir a pasearte. ¡Y ojalá te calme eso el espíritu, y te
apacigüe, y te haga volver a nosotros alegre y contento!"
A continuación Giafar admitió de su generoso huésped un saco de trescientos dinares, y salió de la
morada, acompañado por los votos de su amigo.Y echó a andar lentamente, pensando en la condición que
le había impuesto el califa, y muy desesperado de no encontrar ninguna solución y de que ninguna
aventura le hubiese permitido todavía adivinar la cosa y encontrar al hombre que pudiese adivinarla; y de
tal suerte llegó ante la magnífica mezquita, y subió los treinta peldaños de mármol de la puerta principal,
y contempló con admiración los hermosos azulejos, los dorados, las pedrerías y los mármoles magníficos
que la adornaban por doquiera, y los hermosos estanques en que había un agua tan pura que no se veía. Y
se recogió y rezó su plegaria y escuchó el sermón, y per maneció allí hasta mediodía, sintiendo que a su
alma descendía una gran frescura y le calmaba el corazón.
Luego salió de la mezquita, e hizo dádivas a los mendigos de la puerta, recitando estos versos:
¡He visto las bellezas acumuladas en la mezquita de lulag, y en sus murallas está explicada
la significación de la belleza!
¡Si el pueblo frecuenta las mezquitas, dile que su puerta de entrada siempre está abierta de
par en par!
Y cuando abandonó la hermosa mezquita, continuó su paseo por los barrios y las calles, mirando y
observando, hasta que llegó ante una casa espléndida, de apariencia señorial, adornada de ventanas de
plata con marcos de oro que arrebataban la razón y con cortinas de seda en cada ventana. Y frente a la
puerta había un banco de mármol cubierto con un tapiz. Y como Giafar ya se sentía cansado de su paseo,
se sentó en aquel banco, y se puso a pensar en sí mismo, en su propio estado, en los acontecimientos
últimos y en lo que pudo pasar en Bagdad du rante su ausencia. Y he aquí que de pronto se separó la
cortina de una de las ventanas, y una mano muy blanca, seguida de su propietaria, apa reció con una
pequeña regadera de oro. Y aquella mujer, que era como la luna llena, tenía unas miradas que arrebataban
la razón y un rostro que carecía de hermano. Y permaneció un momento regando sus flores, que estaban
en jardineras sobre las ventana, flores de albahaca, de jazmín doble, de clavel y de alelí. Y mientras
regaba ella con su mano las flores olorosas, sus gracias se mostraban llenas de equilibrio, de simetría y
de armonía. Y al verla, se sintió Giafar con el corazón herido de amor. Y se irguió sobre ambos pies y se
inclinó hasta el suelo ante ella. Y cuando la joven acabó de regar sus plantas, miró a la calle y advirtió a
Giafar, que estaba inclinado hasta el suelo. Y en un principio tuvo intención de cerrar su ventana y
desaparecer. Luego reaccionó, y asomándose desde el alféizar, dijo a Giafar: "¿Es tu casa esta casa?" Y
contestó él: "No, por Alah ¡oh mi señora! la casa no es mi casa; ¡pero el esclavo que hay a su puerta es tu
esclavo! ¡Y espera tus órdenes!" Y ella dijo: 'Pues si esta casa no es tuya, ¿qué haces ahí, y por qué no te
vas?" Y contestó: "¡Porque me he parado aquí, ya setti, para componer en tu honor unos versos!" Y ella
preguntó: "¿Y qué dices de mí en tus ver sos, ¡oh hombre!?"
Y al punto recitó Giafar este poema, que improvisó:
¡Apareció ella envuelta en un traje blanco, con miradas y párpa dos de maravilla!
Y le dije: "¡Ven, ¡oh única! ven sin otra zalema que la de tus ojos! ¡Contigo seré dichoso,
hasta en mi corazón dichoso!
¡Bendito sea El que ha vestido con rosas tus mejillas! ¡El puede crear sin obstáculo lo que
quiera!
¡Blanco es tu traje, como tu mano y como tu destino; y es blanco sobre blanco, y blanco
sobre blanco!
Luego, como quisiera ella retirarse, a pesar de estos versos, ex clamó él: "Aguarda, por favor, ¡oh mi
señora! ¡He aquí otros versos que he compuesto, dedicados a tu fisonomía y a tu expresión!" Y ella dijo:
"¿Y qué dices de mi expresión y de mi fisonomía?" Y él recitó estos versos:
¿Ves aparecer su cara, que, a pesar del velo, brilla tanto como la luna en el horizonte?
¡Su esplendor alumbra la sombra de los templos en donde se la adora, y el sol entra en
tinieblas cuando ella pasa!
¡Su frente eclipsa a la rosa y su mejilla a la manzana! ¡Y su mi rada expresiva conmueve al
pueblo y le encanta!
¡Por ella, si un mortal la viese, sería víctima del amor y se abra saría en los fuegos del
deseo!
Cuando la joven hubo oído esta improvisación, dijo a Giafar: "¡Muy bien! ¡Pero estas palabras me
gustan más que tú!" Y le lanzó una ojeada que le traspasó, y cerró la ventana y desapareció vivamente. Y
Giafar el visir se estuvo quieto en el banco, anhelando y esperando que la ventana se abriese por segunda
vez y le permitiese dirigir una segunda mirada a la admirable joven. Y cada vez que quería él levantar se
para marcharse, su instinto le decía: "¡Siéntate!" Y no cesó de con ducirse así hasta que llegó la noche.
Entonces se levantó, con el corazón prendado, y volvió a casa de Ataf el Generoso. Y se encontró con
que el propio Ataf le esperaba a la puerta de su casa, en el umbral, y ex clamaba al verle: "¡Oh mi señor!
¡me has tenido hoy excesivamente desolado con tu ausencia! Y eran para ti mis pensamientos, a causa de
la larga espera y de la tardanza de tu regreso". Y se le echó sobre el pecho y le besó entre los ojos. Pero
Giafar no contestaba nada y estaba distraído. Y Ataf le miró y leyó en su rostro muchas palabras, encon -
trándole, efectivamente, muy cambiado de color y amarillo e inquieto. Y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡veo
demudada tu cara y trastornado tu es píritu!" Y Giafar contestó: "¡Oh mi señor! desde el momento en que
te he dejado hasta el presente, he sufrido un violento dolor de cabeza y un ataque nervioso, porque esta
noche he dormido sobre una oreja. ¡Y en la mezquita no oía nada de las plegarias que recitaban los cre -
yentes! ¡Y es lastimoso mi estado y lamentable mi condición!"
Entonces Ataf el Generoso cogió de la mano a su huésped y le condujo a la sala donde por lo general
se complacían en charlar. Y los esclavos llevaron las bandejas de manjares para la comida de la noche.
Pero Giafar no pudo comer nada, y levantó la mano. Y el joven le pre guntó: "¿Por qué, ¡oh mi señor!
levantas la mano y la alejas de los manjares?" Y el otro contestó: "Porque me pesa la comida de esta ma -
ñana y me impide cenar. ¡Pero no tiene importancia eso, pues creo que una hora de sueño hará que pase la
cosa, y mañana no habrá nada en mi estómago!"
En vista de aquello, Ataf mandó hacer el lecho de Giafar más temprano que de costumbre, y Giafar se
acostó con el espíritu muy de primido. Y se echó encima la manta, y se puso a pensar en la joven, en su
belleza, en su elegancia, en su apostura, en sus proporciones felices y en cuanto el Donador (¡glorificado
sea!) le había concedido de belleza, de magnificencia y de esplendor. Y con ello olvidó todo lo que le
había sucedido en los días de su pasado, lo ocurrido con el califa, la condición impuesta, su familia, sus
amigos y su país. Y era tanto el zumbar de sus pensamientos, que sintióse poseído de vértigo y se le
quedó el cuerpo molido. Y no cesó de dar vueltas y vueltas con fiebre en su lecho hasta por la mañana. Y
estaba como cualquiera que se hubiese perdido en el mar del amor.
Y cuando llegó la hora en que tenían costumbre de levantarse, Ataf se levantó el primero y se inclinó
sobre él y le dijo: "¿Cómo va tu salud?" Mis pensamientos han sido para ti esta noche. Y he notado que
en toda la noche has gustado del sueño". Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy
desesperado!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 899ª noche
Ella dijo:
"¡... Oh hermano mío! ¡no me siento bien, y estoy desesperado!" Al oír estas palabras, Ataf el
Generoso, el Excelente, se emocionó hasta el límite extremo de la emoción, y al punto envió un esclavo
blan co en busca de un médico. Y el esclavo blanco fué a toda prisa a cum plir su misión, y no tardó en
volver con el mejor médico de Damasco y el más hábil de los médicos de su tiempo.
Y el médico, que era un gran sabio, se acercó a Giafar, que estaba tendido en su lecho, con los ojos
perdidos, y le miró al rostro, y le dijo: "¡No te turbes a mi vista, y que el don de la salud sea contigo!
¡Dame la mano!" Y le cogió la mano, y le tomó el pulso, y vió que todo estaba en su sitio, y no había
ninguna molestia, ni sufrimiento, ni dolor, y que las pulsaciones eran fuertes y las intermitencias eran
regu lares. Y al observar todo esto, comprendió la causa del mal y que el enfermo estaba enfermo de
amor. Y no quiso hablar de su descubri miento al enfermo delante de Ataf. Y para hacer las cosas con
elegancia y discreción, cogió un papel y escribió su prescripción. Y puso cuida dosamente aquel papel
debajo de la cabeza de Giafar, diciéndole: "¡El remedio está bajo tu cabeza! Te he recetado una purga. Si
la tomas, te curarás". Y tras de hablar así, el médico se despidió de Giafar para ir a visitar a sus demás
enfermos, que eran numerosos. Y Ataf le acompañó hasta la puerta, y le preguntó: "¡Oh señor! ¿qué
tiene?"
Y contestó el otro: "Ya lo he puesto en el papel". Y se marchó.
Y Ataf volvió junto a su huésped, y le encontró acabando de reci tar este poema:
¡Un médico viene a mí un día, y me coge la mano y me toma el pul so! Pero le digo: "¡Deja
mi mano, porque el fuego está en mi corazón!"
Y me dice: "¡Bebe jarabe de rosas después de mezclarlo bien con el agua de la lengua! ¡Y
no se lo digas a nadie!"
Y contesto: "¡Conozco mucho el jarabe de rosas: es el agua de las mejillas que me han
destrozado el corazón!"
"Pero ¿cómo podré procurarme el agua de la lengua? ¿Y cómo po dré refrescar el fuego
ardiente que se alberga dentro de mí?"
Y él me dice: "¡Estás enamorado!" Yo le digo: "¡Sí!" Y él con testa: "¡El único remedio para
eso es tener aquí al objeto de tu amor!"
Y Ataf, que no había oído el poema y no había cogido más que el último verso, sin comprenderlo, se
sentó a la cabecera del lecho e interrogó a su huésped acerca de lo que había dicho y recetado el médico.
Y Giafar contestó: "¡Oh hermano mío! me ha escrito un papel que está ahí, debajo de la almohada". Y
Ataf sacó el papel de debajo de la almohada, y lo leyó. Y encontró estas líneas trazadas de mano del
médico:
"¡En el nombre de Alah el Curador, maestro de las curaciones y de los regímenes buenos! ¡He
aquí lo que hay que tomar con la ayuda y la bendición de Alah! Tres medidas de esencia pura de
la amada mezcladas con un poco de prudencia y de temor a ser espiado por los envidiosos;
además, tres medidas de excelente unión clasificada con un grano de ausencia y de alejamiento;
además, dos pesas de afecto puro y de discreción sin mezcla con la madera de la separación;
hacer una mixtura de ello con un poco de extracto de incienso de besos, dados en los dientes y en
el centro; dos medidas de cada variedad, más cien besos dados en las dos hermosas granadas
consabidas, cincuenta de los cuales deben ser endulzados pasando por los labios, como hacen las
palomas, y veinte como lo hacen los pajarillos; además, dos me didas iguales de movimientos de
Alepo y de suspiros del Irak; además, dos okes de puntas de lenguas en la boca y fuera de la boca,
bien mez cladas y trituradas; después poner en un crisol tres dracmas de granos de Egipto,
adicionándoles grasa de buena calidad, haciéndolo cocer en el agua del amor y el jarabe del
deseo sobre un fuego de leña de placer en el retiro del ardor; tras de lo cual se decantará el total
en un diván bien mullido, y se añadirán dos okes de jarabe de saliva, y se beberá en ayunas
durante tres días. Y al cuarto día, en la comida de mediodía, se tomará una raja de melón del
deseo, con leche de almendras y zumo de limón del acuerdo, y por último, con tres medidas de
buena manio bra de muslos. Y acabar con un baño en beneficio de la salud. ¡Y la zalema!"
Cuando Ataf el Generoso hubo acabado la lectura de esta receta, no pudo por menos de reír y dar
palmadas. Luego miró a Giafar, y le dijo: "¡Oh hermano mío! este médico es un gran médico y su des -
cubrimiento un gran descubrimiento. ¡He aquí que ha averiguado que estás enfermo de amor!" Y añadió
"Dime, pues, cómo y de quién te has enamorado". Pero Giafar, cabizbajo, no dió respuesta alguna ni
quiso pronunciar ninguna palabra. Y Ataf se apenó mucho por el silencio que el otro guardaba y había
guardado con él, y se afligió mucho por su falta de confianza, y le dijo: "¡Oh hermano mío! ¿no eres para
mí más que un amigo? ¿no estás en mi casa como el alma en el cuer po? ¿Y no hay entre tú y yo cuatro
meses pasados en la ternura, la camaradería, la charla y la amistad pura? ¿Por qué, pues, ocultarme tu
estado? ¡Por lo que a mí respecta, estoy muy entristecido y asustado de verte solo y sin guía en asunto tan
delicado! Porque eres un extranjero en esta capital, y yo soy un hijo de la ciudad, y puedo ayudarte con
efi cacia, y disipar tu turbación y tu inquietud. ¡Por mi vida, que te per tenece, y por el pan y la sal que hay
entre nosotros, te suplico que me reveles tu secreto!" Y no cesó de hablarle de tal suerte, hasta que le
decidió a hablar. Y Giafar levantó la cabeza, y le dijo: "No te ocultaré por más tiempo el motivo de mi
turbación, ¡oh hermano mío! Y en lo sucesivo no censuraré ya a los enamorados que enferman de
inquietud y de impaciencia. ¡Porque he aquí que me ha sucedido una cosa que ja más pensé que me
sucedería, no, jamás! Y no sé lo que eso va a traerme, porque mi caso es un caso embarazoso y
complicado con pérdida de la vida!"
Y le contó lo que le había ocurrido: cómo se había sentado en el banco de mármol, se había abierto la
ventana enfrente de él y había aparecido una joven, la más bella de su tiempo, que había regado el jardín
de su ventana. Y añadió: "¡Ahora mi corazón tumultuoso está agitado de amor por ella, que ha cerrado
súbitamente su ventana des pués de lanzar una sola ojeada a la calle en donde yo estaba, y la ha cerrado
tan de prisa como si hubiese sido vista al descubierto por un extraño. Y heme aquí ya incapaz de nada e
imposibilitado de comer y de beber a causa de la excesiva excitación y del ardor de amor en que estoy
por ella; y ha truncado mi sueño la fuerza de mi deseo por ella que se ha albergado en mi corazón". Y
añadió: "Y tal es mi caso, ¡oh hermano mío Ataf! y ya te he contado cuanto me ha ocurrido, sin ocul tarte
nada".
Cuando el generoso Ataf oyó las palabras de su huésped y compren dió su alcance, bajó la cabeza y
reflexionó una hora de tiempo. Porque acababa de descubrir, sin género de duda, en vista de todos los
detalles e indicios oídos y de la descripción de la casa, de la ventana y de la calle, que la joven
consabida no era otra que su propia esposa, la hija de su tío, a la cual amaba y de la cual era amado, y
que habitaba en una casa separada, con sus esclavas y sus servidores. Y dijo para sí: "¡Oh Ataf! ¡no hay
recurso ni poder más que en Alah el Altísimo, el Magno, pues venimos de Alah y a Él volveremos!" Y su
generosidad y su grandeza de alma tomaron al punto una decisión, y pensó: "No seré semejante en mi
amistad al que construyere sobre arena y sobre agua, y por el Dios mag nánimo, que serviré a mi huésped
con mi alma y mis bienes!"
Y así pensando, con rostro sonriente y tranquilo, se encaró con su huésped, y le dijo: "¡Oh hermano
mío! calma tu corazón y refresca tus ojos, porque pongo sobre mi cabeza el llevar a buen fin tu asunto en
el sentido que deseas. Conozco, en efecto, a la familia de la joven de quien me has hablado, y que es una
mujer divorciada de su marido hace unos días. Y desde esta hora y este instante voy a ocuparme de tu
asunto. Por lo que a ti respecta, ¡ oh hermano mío! espera mi re greso con toda tranquilidad y ponte
contento". Y aún le dijo otras pa labras para calmarle, y salió de su casa.
Y fué a la casa donde vivía su esposa, la joven que había visto Giafar, y entró en la sala de los
hombres sin cambiar de traje y sin dirigir la palabra a nadie, y llamó a uno de los pequeños eunucos, y le
dijo: "¡Ve a casa de mi tío, padre de tu señora, y dile que venga"! Y el eunuco se apresuró a ir a casa del
suegro y a llevarle a casa de su amo.
Y Ataf se levantó en honor suyo para recibirle, y le abrazó, y le hizo sentarse, y le dijo: "¡Oh tío mío!
¡todo es para bien! Sabe que, cuando Alah envía sus beneficios a sus servidores, les enseña al mismo
tiempo el camino que tienen que seguir. Y he aquí que he encontrado mi camino, porque mi corazón se
inclina hacia la Meca y anhela ir a visitar la casa de Alah y besar la piedra negra de la Kaaba santa, ade -
más de ir a El-Medinah a visitar la tumba del Profeta (¡con Él la ple garia, la paz, las gracias y las
bendiciones!). Y he resuelto visitar en este año esos lugares santos, e ir a ellos en peregrinación, para
volver hecho un perfecto hajj. Por eso no conviene dejar tras de mí ataderos, deudas ni obligaciones, ni
nada que pueda proporcionarme preocupa ciones, pues ningún hombre sabe si será amigo de su destino al
día siguiente. ¡Y por eso ¡oh tío! te llamo para entregarte el acta de divor cio de tu hija, esposa mía!"
Cuando el tío del generoso Ataf, padre de su esposa, hubo oído estas palabras y comprendido que
Ataf quería divorciarse, quedó ex tremadamente conmovido, y exagerando en su espíritu la gravedad del
caso, dijo: "¡Oh Ataf, hijo mío! ¿qué te obliga a recurrir a semejan tes procedimientos? ¡Si vas a partir
dejando aquí a tu esposa, por muy larga que sea tu ausencia y por mucha duración que le des, no por eso
dejará tu esposa de ser esposa tuya y dependencia tuya y propiedad tuya! Nada te obliga a divorciarte,
¡oh hijo mío!" Y Ataf contestó, mientras de sus ojos rodaban lágrimas: "¡Oh tío mío! ¡he hecho ese
juramento, y lo que está escrito debe ocurrir!"
Y el padre de la joven, consternado con estas palabras de Ataf, sintió entrar la desolación en su
corazón. Y la joven esposa de Ataf se quedó como muerta al saber esta noticia, y su estado fué un estado
lamentable, y su alma nadó en la noche, en la amargura y en el dolor, porque desde la infancia amaba a su
esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura extremada por él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 900ª noche
Ella dijo:
"...Porque desde la infancia amaba a su esposo Ataf, que era el hijo de su tío, y sentía una ternura
extremada por él.
En cuanto a Ataf, tras de dar aquella noticia a su tío, se apresuró a ir en busca de su huésped, y le
dijo: "¡Oh hermano mío! he estado ocupándome de la joven divorciada, y Alah ha querido llevar a buen
fin mi empresa. Regocíjate, pues, porque tu unión con ella será fácil ahora. Levántate y desecha tu tristeza
y tu malestar". Y Giafar se le vantó al punto, y desapareció su malestar, comió y bebió con apetito, y dió
gracias a su Creador. Y Ataf le dijo entonces: "Ahora has de saber ¡oh hermano mío! que para que yo
pueda intervenir más eficazmente todavía en la cosa, no conviene que el padre de tu amada, al cual voy a
volver a hablar de tu matrimonio, sepa que eres un extranjero, y me diga: "¡Oh Ataf! ¿y desde cuándo los
padres casan a sus hijas con hombres extranjeros a quienes no conocen?" Por eso mi propósito es que
seas ventajosamente conocido por el padre de la joven. Y a tal fin, haré armar para ti, fuera de la ciudad,
unas tiendas con hermosas al fombras, cojines, cosas suntuosas y caballos. Y sin que nadie sepa que sales
de aquí, irás a habitar en esas hermosas tiendas, que serán tu campamento de viaje, y harás una entrada
pomposa en nuestra ciudad. Y yo, por mi parte, tendré cuidado de difundir por toda la ciudad el rumor de
que eres un gran personaje de Bagdad, ¡y hasta diré que eres Giafar Al-Barmaki en persona, y que vienes,
de parte del Emir de los Creyentes, a visitar nuestra ciudad! Y el walí de Damasco, el kadí y el naieb, a
quien yo mismo habré ido a informar de la llegada del visir Giafar, saldrán en persona a tu encuentro, y te
harán sus zale mas y besarán la tierra entre tus manos. Y entonces dirás a cada uno las palabras que debes
decir, y les tratarás con arreglo a su rango. Y también yo iré a visitarte a tu tienda, y nos dirás a todos:
"¡Vengo a vuestra ciudad para cambiar de aires y encontrar una esposa de mi gusto! ¡Y como he oído
hablar de la belleza de la hija del emir Amr, a ella es a quien quisiera tener por esposa!" Y entonces ¡oh
hermano mío! no sucederá más que lo que anhelas".
Así habló el generoso Ataf al huésped de quien no conocía nom bre ni posición, y que no era otro que
Giafar Al-Barmaki con sus propios ojos. Y se conducía de tal suerte con él solo porque era su huésped y
había probado el pan y la sal de su hospitalidad. Porque el generoso Ataf estaba dotado de un alma
generosa y de sentimien tos sublimes. Y antes de él jamás hubo sobre la tierra hombre que se le pudiese
comparar, y después de él no lo habrá jamás tampoco.
Por lo que respecta a Giafar, cuando hubo oído aquellas pala bras de su amigo, se irguió sobre ambos
pies y cogió la mano de Ataf y quiso besársela; pero Ataf lo comprendió, y retiró vivamente su mano. Y
Giafar continuó callando su nombre y ocultando a su huésped su alta condición de gran visir y cabeza de
los Barmecidas y corona suya, dió gracias con efusión a su huésped, y pasó con él aquella noche, y se
acostó en el mismo lecho que él. Y al día si guiente, al despuntar el alba, se levantaron ambos, e hicieron
sus abluciones y recitaron sus plegarias de la mañana. Luego salieron juntos, y Ataf acompañó a su amigo
hasta las afueras de la ciudad.
Tras de lo cual Ataf hizo preparar las tiendas y todo lo necesa rio, como caballos, camellos, mulas,
esclavos, mamalik, cofres con teniendo toda clase de regalos para repartir y cajones conteniendo sacos de
oro y plata. Y envió todo aquello fuera de la ciudad, se cretamente, y fué en busca de su amigo, y le puso
un traje de gran visir, de lo más suntuoso y de mucho valor. Y mandó que levanta ran para él, en la tienda
principal, un trono de gran visir, y le hizo sentarse allí. ¡Y no sabía que aquel a quien iba a llamar en lo
suce sivo gran visir Giafar era en realidad el propio Giafar, hijo de Yahía el Barmecida! Y hecho y
combinado aquello, envió esclavos mensa jeros al naiab de Damasco para anunciarle la llegada de Giafar
el gran visir, enviado en comisión por el califa.
Y en cuanto el naieb de Damasco se enteró de aquel aconteci miento, salió de la ciudad, acompañado
por los notables de la ciu dad de su autoridad y de su gobierno, y fué al encuentro del visir Giafar y besó
la tierra entre sus manos, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¿por qué no nos has informado antes de tu llegada
bendita, a fin de que hubiésemos podido prepararte una recepción digna de tu ran go?". Y Giafar contestó:
"¡No hay para qué! Plegue a Alah favore certe y aumentar tu buena salud; pero no he venido aquí más que
con intención de cambiar de aires y visitar la ciudad. Y por cierto que voy a permanecer aquí muy poco
tiempo, lo preciso para ca sarme. Porque me he enterado de que el emir Arar tiene una hija de noble raza,
y deseo de ti que hables del asunto con su padre y que me la obtengas de él por esposa". Y el naieb de
Damasco contestó: "Escucho y obedezco. Precisamente su esposo acaba de divorciarse de ella, porque
desea ir al Hedjaz en peregrinación. Y en cuanto haya transcurrido el tiempo legal de la separación, no
habrá ya ningún inconveniente para que se celebren los esponsales de Tu Honor".
Y se despidió de Giafar, y en aquella hora y en aquel instante fué en busca del padre de la joven,
esposa divorciada del generoso Ataf, y le hizo ir a las tiendas y le dijo que el gran visir Giafar ha bía
manifestado deseos de casarse con su hija, que era de noble linaje. Y el emir Arar no pudo contestar más
que con el oído y la obediencia.
Entonces Giafar dió orden de llevar los ropones de honor y el oro de los sacos y de que lo
distribuyeran. E hizo ir al kadí y a los testigos, y les mandó extender sin tardanza el contrato de
matrimonio. E hizo inscribir, como dote y viudedad de la joven, diez cofres de sun tuosidades y diez sacos
de oro. Y ordenó sacar los regalos, grandes y pequeños, y los hizo distribuir, con la generosidad de un
Barmecida, a los concurrentes ricos y pobres, para que todo el mundo quedase contento. Y cuando estuvo
escrito el contrato sobre una tela de raso, mandó llevar agua con azúcar, e hizo poner ante los invitados
las me sas de manjares y de cosas excelentes. Y todo el mundo comió y se lavó las manos. Luego se
sirvieron los dulces y las frutas y las bebidas refrescantes. Y cuando se dió fin a todo y se revisó el
contrato, el naieb de Damasco dijo al visir Giafar: "¡Voy a preparar una casa para tu residencia y para
recibir a tu esposa!"
Y Giafar contestó: "No es posible. He venido aquí en comisión oficial del Emir de los Creyen tes, y
he de llevarme conmigo a mi esposa a Bagdad, donde solamente deberán tener lugar las ceremonias de
las bodas". Y el padre de la des posada dijo: "Celebremos ya los desposorios, y parte cuando te plazca".
Y Giafar contestó: "¡Tampoco puedo acceder a eso, porque primero es preciso que haga yo preparar el
equipo de tu hija, y una vez que esté dispuesto y sólo entonces, partiré". Y el padre contestó: "¡No hay
inconveniente!".
Y cuando estuvo dispuesto el equipo y todas las cosas se encontra ron a punto, el padre de la
desposada hizo sacar el palanquín y sen tarse dentro a su hija. Y el convoy emprendió el camino de las
tiendas, entre una muchedumbre. Y después de las despedidas por una y otra parte, se dió la señal de
marcha. Y Giafar en su caballo y la des posada en el soberbio palanquín, emprendieron la ruta de Bagdad
con un séquito numeroso y bien ordenado.
Y viajaron durante cierto tiempo. Y ya habían llegado al paraje llamado Tiniat el'lgab, que está a
media jornada del camino de Da masco, cuando Giafar miró atrás y divisó en lontananza, por la parte de
Damasco, a un jinete que galopaba hacia ellos. Y al punto mandó parar la caravana para ver de qué se
trataba. Y cuando el jinete estuvo muy cerca de ellos, Giafar le miró, y he aquí que era Ataf el Generoso,
que iba gritando: "No te detengas, ¡oh hermano mío!". Y se acercó a Giafar y le abrazó y le dijo: "¡Oh mi
señor! no tengo ningún sosiego lejos de ti. ¡Oh hermano mío Abu'l-Hassán! más me hubiera valido no
haberte visto ni conocido nunca, porque ahora no podré soportar tu ausencia". Y Giafar le dió las gracias
y le dijo: "No he podido corresponder a todos los beneficios de que me has colmado. Pero ruego a Alah
que facilite nuestra reunión para pronto y para no separarnos ya nunca. ¡Él es Todopoderoso, y puede lo
que quiera!" Luego Giafar se apeó del caballo, e hizo extender un tapiz de seda, y se sentó al lado de
Ataf. Y les sirvieron una bandeja con un gallo asado, pollos, dulces y otras cosas delicadas. Y comieron.
Y les llevaron frutas secas, y confitu ras secas y dátiles maduros. Luego bebieron durante una hora de
tiempo, y volvieron a montar en sus caballos. Y Giafar dijo a Ataf: "¡Oh her mano mío! cada viajero debe
partir hacia su punto de destino".
Y Ataf le estrechó contra su pecho, y le besó entre ambos ojos y le dijo: "¡Oh hermano mío Abu'l-
Hassán! no interrumpas el envío de tus cartas a nosotros y no prolongues tu ausencia a costa de nuestro
corazón. Y tenme al corriente de cuanto te ocurra, de modo que me parezca que estoy cerca de ti". Y aún
se dijeron otras palabras de adiós, y se despi dieron uno de otro, y cada cual se fué por su camino. ¡Y he
aquí lo referente al gran visir Giafar, de quien su amigo no sospechaba que fuese el propio Giafar, y a
Ataf el Generoso!
He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva esposa de Giafar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 901ª noche
Ella dijo:
"...He aquí ahora lo referente a la joven divorciada, nueva es posa de Giafar. Cuando advirtió que los
camellos y la caravana habían detenido su marcha, sacó la cabeza fuera de la litera, y vió a su primo Ataf
sentado en tierra sobre el tapiz al lado de Giafar, y que ambos comían y bebían juntos y se decían adiós.
Y dijo ella para sí: "¡Por Alah! ése es mi primo Ataf, y ese otro es el hombre que me vió a la ventana y
sobre el cual hasta creo que dejé caer agua cuando regaba el jardín de mi ventana. Y sin duda alguna el
amigo de mi primo es él. Se ha prendado de amor por mí y se ha lamentado por ello ante mi primo Ataf.
Y me ha descripto, y ha descripto mi casa; y entonces la generosidad y la grandeza de alma de mi primo
le han impulsado a divorciarse para que su amigo me tome por esposa". Y pensando de este modo, se
puso a llorar sola en la litera, y a lamentarse por lo que les había ocurrido, por su separación de su
primo, a quien amaba, de sus parientes y de su ciudad. Y recordó cuanto era y cuanto había sido.
Y de sus ojos cayeron lágrimas abrasadoras, mientras recitaba estos versos:
¡Lloro el recuerdo de los sitios que amaba y de las bellezas que he perdido! ¡Oh! ¡no
censuréis al enamorado si un día se vuelve loco!
¡Porque los seres queridos habitan en esos sitios, en esos parajes! ¡Oh, loores a Alah!
¡cuán dulce es su habitación!
¡Alah proteja los días pasados entre nosotros, ¡oh queridos amigos míos! y ojalá nos reuna
la dicha en la misma casa!
Y cuando acabó este recitado, lloró y se lamentó, y recitó aún: ¡Asombrado estoy de vivir
todavía sin vosotros, en medio de todas las preocupaciones que nos abruman!
¡Deseo por vosotros, caros ausentes bienamados, que con vosotros quede mi corazón
herido!
Tras de lo cual lloró y sollozó más aún, y no pudo por menos de recordar estos versos:
¡Venid, ¡oh vosotros a quienes he dado mi alma! ¡He deseado arran carla de vosotros, pero
no lo pude conseguir!
¡Y tú, apiádate del resto de una vida que te he sacrificado antes de que yo lance mi última
mirada a la hora de la muerte!
¡Si os hubierais perdido todos, no me asombraría; mi asombro existiría si su destino
perteneciese a otro!
¡Y he aquí lo referente a ella!
Pero he aquí ahora lo relativo al gran visir Giafar. En cuanto la caravana se puso en marcha otra vez,
se acercó él al palanquín y dijo a la recién casada: "¡Oh señora del palanquín, el viaje nos ha matado!".
Pero a estas palabras, ella le miró con dulzura y modestia, y contestó: "No debo hablarte, porque soy la
prima-esposa de tu amigo y compañero Ataf, príncipe de la generosidad y de la abnegación. Si hay en ti
el menor sentimiento humano, debes hacer por él lo que en su abnegación ha hecho él mismo por ti".
Cuando Giafar hubo oído estas palabras, se le turbó mucho el alma; pero comprendiendo lo difícil de
la situación, dijo a la joven: "¡Oh tú! ¿eres verdaderamente su prima-esposa?"
Y ella dijo: "¡Sí! Yo soy la que viste a la ventana en tal día, cuando ocurrieron tales y cuales cosas y
tu corazón se prendó de mí. Y se lo contaste todo. Y él se divorció. Y mientras expiraba el plazo legal, ha
preparado cuanto me está causando tanta pena ahora. Y ya que te he explicado la situación, no te queda
más remedio que conducirte como un hombre".
Cuando Giafar oyó estas palabras empezó a sollozar muy fuerte, diciendo: "De Alah procedemos y
tornamos a Él. ¡Oh tú! He aquí que ahora estás prohibida para mí, y serás entre mis manos un depósito sa -
grado hasta que vuelvas al sitio que quieras indicar". Entonces dijo a uno de sus servidores: "Quedas
encargado de la guardia de tu se ñora". Y así continuaron viajando día y noche, ¡y esto es lo refe rente a
ellos!
Pero he aquí lo referente al califa Harún Al-Raschid.
En seguida de partir Giafar, se sintió a disgusto y lleno de pena por su ausencia. Y tuvo una gran
impaciencia y le atormentó el deseo de volver a verle. Y se arrepintió de las condiciones irrealizables
que le había impuesto, obligándolo con ello a errar por desiertos y soledades como un vaga bundo y
forzándolo a abandonar su comarca natal. Y despachó emi sarios en todas direcciones para buscarle. Pero
no pudo saber noticia alguna de él, y quedó disgustado por no tenerle junto a sí. Y le añoraba y le
esperaba.
Y he aquí que, cuando Giafar estuvo próximo a Bagdad con su caravana, el califa se enteró de ello y
se regocijó en el alma, y sintió que se le aligeraba el corazón y se le dilataba el pecho. Y salió a su
encuentro, y en cuanto estuvo a su lado, le besó y le estrechó contra su seno. Y entraron juntos en palacio,
y el Emir de los Creyentes hizo sentarse al lado suyo a su visir, y le dijo: "Ahora cuéntame tu historia, a
partir del momento en que abandonaste este palacio, y todo lo que te ha sucedido durante tu ausencia".
Y Giafar le contó todo lo que le había sucedido desde el momento de su marcha hasta el de su
regreso. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo. Y el califa se asombró mu cho, y dijo: "¡Ualahí! me has
causado mucha pena con tu ausencia. ¡Pero ahora tengo muchas ganas de conocer a tu amigo! Y en cuanto
a la joven del palanquín, mi opinión es que inmediatamente debes di vorciarte de ella y ponerla en
camino, para que regrese acompañada de un servidor de confianza. Porque si tu compañero encuentra en
ti un enemigo, se hará enemigo nuestro; y si encuentra en ti un amigo, se hará también amigo nuestro. Y le
haremos venir entre nosotros, y le veremos, y tendremos el gusto de oirle y pasaremos el tiempo con él
alegremente.
Un hombre así no es de despreciar, y de su generosidad sacaremos una enseñanza grande y otras
muchas cosas útiles".
Y Giafar contestó: "Oír es obedecer". E hizo arreglar, para la joven consabida, una casa muy hermosa
con un jardín delicioso; y puso a su disposición todo un séquito de esclavos y de servidores. Y además le
envió tapices y porcelanas y todas las demás cosas de que podía tener necesidad. Pero nunca se acercó a
ella ni trató de verla nunca. Y a diario le transmitía sus zalemas y palabras tranquilizadoras concernientes
a su regreso y a su reunión con su primo. Y le dió mil dinares al mes para los gastos de su existencia. ¡Y
esto es lo referente a Giafar, al califa y a la joven del palanquín!
¡Por lo que a Ataf respecta, las cosas sucedieron de modo muy distinto! En efecto, no bien se
despidió de Giafar y desanduvo su ca mino, cuantos le tenían envidia se aprovecharon de los
acontecimientos para combinar su perdición, embaucando al naieb de Damasco. Y di jeron al naieb: "¡Oh
señor nuestro! ¿cómo es posible que no vuelvas tus ojos hacia Ataf? ¿No sabes que el visir Giafar era
amigo suyo? ¿Y no sabes que Ataf ha echado a correr detrás de él para decirle adiós después de regresar
nuestras gentes, y le ha acompañado hasta Katifa? ¿Y no sabes que Giafar le dijo entonces?: "¿No
necesitas nada de mi, ¡oh Ataf!?". Y Ataf contestó: "Sí, necesito una cosa. Y es un edicto del califa por el
cual sea destituído el naieb de Damasco". Y así se ha acordado y prometido entre ellos. Y lo más
prudente que puedes hacer es invitarle a tu mantel para la comida de la mañana, antes de que él te invite
al suyo para la comida de la noche. Porque el éxito estriba en la ocasión, y el asalto no aprovecha más
que a quien lo da".
Y el naieb de Damasco les contestó: "Bien dicho. Traédmele, pues, inmediatamente". Y fueron a casa
de Ataf, que descansaba tranquilamente, ignorando que pudiese nadie tramar contra él cosa alguna. Y se
abalan zaron a él, armados de sables y garrotes, y le maltrataron hasta que estuvo cubierto de sangre. Y le
arrastraron a la presencia del naieb. Y el naieb ordenó que saquearan su casa. Y sus esclavos, sus
riquezas y toda su familia pasaron a manos de los saqueadores. Y Ataf preguntó "¿Cuál es mi crimen?". Y
le contestaron: "¡Oh rostro de brea! ¿tan ignorante estás de la justicia de Alah (¡exaltado sea!) que atacas
al naieb de Damasco, nuestro señor y nuestro padre, y crees que vas a poder dormir en paz después en tu
casa?" Y se ordenó al porta alfanje que le cortara la cabeza en aquella hora y en aquel instante. Y el
porta alfanje le desgarró un trozo del traje y le vendó los ojos. Y ya esgrimía el alfanje sobre su cuello,
cuando uno de los emires que asistían a la ejecución se levantó y dijo: "¡Oh naieb! no te apresures tanto a
hacer cortar la cabeza de este hombre. Porque la precipitación es un consejo del Cheitán, y dice el
proverbio: "Sólo consigue su propósito el que alberga a la paciencia en su corazón, mientras el error es
patrimonio de quien se precipita".
No te apresures, pues, a poner en peligro el cuello de este hombre, porque quizá no sean más que
unos embusteros los que han hablado mal de él. Y nadie se halla exento de envidia. Así, pues, ten
paciencia, porque acaso más tarde te arrepentirás de haberle quitado la vida injustamente.
¿Y quién sabe lo que sucedería si el visir Giafar se entera del trato que has hecho sufrir a su amigo y
com pañero? ¡Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 902ª noche
Ella dijo:
"¡...Y entonces es cuando tu cabeza no estará segura sobre tus hombros! ".
Cuando el naieb de Damasco oyó estas palabras, salió de su sueño y levantó la mano, y detuvo el
alfanje que tan de cerca amenazaba la vida de Ataf. Y ordenó que solamente se encarcelase a Ataf y se le
echase una cadena al cuello. Y a pesar de sus gritos y súplicas, le arras traron a la cárcel de la ciudad y le
encadenaron por el cuello, como había sido ordenado. Y Ataf se pasaba las noches y los días llorando,
poniendo Alah por testigo y suplicándole que le librara de su aflicción y de sus desdichas. Y vivió tres
meses de aquella manera.
Una noche entre las noches se despertó, se humilló ante Alah, y recorrió su prisión hasta donde le
permitía su cadena. Y observó que estaba solo en su prisión y que el carcelero que la víspera le había
llevado el pan y el agua se había olvidado de cerrar la puerta detrás de él. Y por la puerta entreabierta
penetraba un débil resplandor. Y al ver aquello, Ataf sintió de pronto que se le henchían los músculos de
una fuerza extraordinaria, y alzando los ojos en dirección al cielo de Alah, hizo un gran esfuerzo y de
primera intención rompió la cadena que le sujetaba. Y a tientas, con mil precauciones, se aventuró por los
recovecos de la cárcel dormida, y acabó por encontrarse ante la propia puerta que daba a la calle. Y no
le costó trabajo encontrar la llave, colgada en un rincón. Y abriendo sin hacer el menor ruido, salió a la
calle y se perdió en la noche. Y las tinieblas de Alah le pro tegieron hasta por la mañana. Y no bien se
abrieron las puertas de la ciudad, salió él, mezclándose con la muchedumbre, y apresuró su mar cha en
dirección a Alepo. Y después de largas caminatas, llegó sin contratiempo a la ciudad de Alepo y entró en
la mezquita principal. Y se encontró allí con un grupo de extranjeros que se disponían de modo
manifiesto a partir. Y les preguntó adónde iban. Y le contestaron: "¡A Bagdad!" Y al punto exclamó Ataf:
"¡Y yo con vosotros!" Y ellos le dijeron: "¡Esa es la tierra a que pertenecen nuestros cuerpos; pero
nuestra subsistencia está al lado de Alah solamente!". Y partieron con Ataf entre ellos. Y al cabo de
veinte días de camino llegaron a la ciudad de Kufa; y prosiguieron el viaje hasta llegar a Bagdad: Y Ataf
vió una ciudad con grandes edificios, y elegante, y rica en palacios mag níficos que ascendían hasta el
cielo, y en deleitables jardines; y con tenía por igual a sabios y a ignorantes, a pobres y a ricos, a buenos
y a malos. Y entró él en la ciudad con su traje de pobre, con un turbante sucio y desgarrado a la cabeza, y
una barba inculta y cabellos dema siado largos. Y era lamentable su condición. Y franqueó la puerta de la
primera mezquita que encontró. Y hacía dos días que no había comido. Y estaba sentado en un rincón,
descansando y reflexionando tristemente, cuando entró en la mezquita un vagabundo, de la especie de los
vagabundos que mendigan a las puertas de Alah, y fué a sen tarse precisamente enfrente de él. Y se
descargó un zurrón viejo que llevaba al hombro, y lo abrió y sacó un pan, luego un pollo, luego otro pan,
luego confituras, luego una naranja, luego aceitunas, luego pas teles de dátiles y luego un cohombro. Y el
hambriento Ataf veía con sus ojos y olía con su nariz. Y el vagabundo se puso a comer y Ataf a mirarle
cómo engullía con calma aquella comida que se diría la del propio mantel de Issa
[140],hijo de Miriam
[141] (¡con ambos la paz y la bendi ción de Alah!) Y Ataf, que no solamente no había comido desde hacía
dos días, sino que ni siquiera se había hartado ninguna vez desde hacía cuatro meses, dijo para sí: "¡Por
Alah, que me tomaría un bocado de ese excelente pollo, y un pedazo de ese pan, y por lo menos una raja
de ese cohombro delicioso!". Y tanto le salía a los ojos el deseo del pan y del pollo y del cohombro, que
el vagabundo le miró. Y torturado por su hambre extremada, Ataf no pudo por menos de llorar. Y el
vagabundo movió la cabeza contemplándole, y cuando hubo tragado el bocado de cosas buenas que a la
sazón le llenaba la boca, tomó la palabra y dijo: "¿Por qué ¡oh padre de la barba sucia! haces como los
extranjeros y como los perros famélicos, que piden con la mirada el pedazo que se come su amo? ¡Por la
protección de Alah, que aun cuando viertas lágrimas bastantes para alimentar el Yaxarte, el Bactros, y el
Dajlah, y el Eufrates, y el río de Bassra, y el río de Antioquía, y el Oronto, y el Nilo de Egipto, y el mar
salado, y la profundidad de todos los océanos, no te cederé ni un trozo de lo que como. Pero si quieres
comer pollo blanco, y pan caliente, y cordero tierno, y todas las confituras y pasteles de Alah, no tienes
más que llamar en la casa del gran visir Giafar, hijo de Yahia el Barmecida. Porque ha recibido en
Damasco la hospitalidad de un hombre llamado Ataf, y en recuerdo suyo y en honor suyo prodiga así sus
beneficios; y no se levanta ni se acuesta sin hablar de él".
Cuando Ataf oyó estas palabras al vagabundo del zurrón bien pro visto, alzó los ojos al cielo y dijo:
"¡Oh Tú, cuyos designios son impenetrables, he aquí que de nuevo prodigas Tus beneficios sobre Tu
servidor!".
Y recitó estos versos:
¡Confía tus asuntos al Creador en cuanto los veas embrollados! ¡Luego siéntate con tus
penas y desecha tus pensamientos!
Después fué a casa de un mercader de papel y le pidió por ca ridad un trozo de papel y el préstamo de
un cálamo sólo por el tiempo preciso para escribir unas palabras. Y el mercader accedió a darle lo que
le pedía. Y Ataf escribió lo que sigue:
"¡De parte de tu hermano Ataf, a quien Alah conoce! Quien posea el mundo no se enorgullezca,
porque día llegará en que se vea arrui nado y permanezca solo en el polvo con su amargo destino. Si me
vieras, no me reconocerías por mi pobreza y mi miseria, pues los re veses del tiempo, el hambre, la sed y
un largo viaje han reducido mi alma y mi cuerpo al estado de inanición. Y mira por dónde te encuentro al
llegar aquí. ¡Y la paz sea contigo!".
Luego dobló el papel y devolvió el cálamo a su propietario, dándole muchas gracias. Y preguntó
dónde estaba la casa de Giafar. Y cuando se la indicaron, se detuvo y se quedó de pie ante la puerta a
cierta distancia. Y los guardias de la puerta le vieron así, de pie y sin pro nunciar una palabra, y tampoco
le hablaron. Y cuando ya empezaba a sentirse muy azorado por aquella situación, pasó junto a él un
eunuco vestido con un traje magnífico y con cinturón de oro. Y Ataf se le aproximó y le besó la mano y le
dijo: "¡Oh mi señor! el enviado de Alah (¡con Él la plegaria y la paz!) ha dicho: "El intermediario de una
buena acción vale tanto como el que hace la buena acción, y el que la hace se halla entre los
bienaventurados de Alah en el cielo" Y el eunuco preguntó: "¿Y qué necesitas?". Ataf dijo: "Deseo de tu
bondad que lleves este papel al dueño de esa casa, diciéndole: "Tu her mano Ataf está a la puerta".
Cuando el eunuco hubo oído estas palabras, montó en cólera y los ojos se le salieron de la cabeza, y
gritó: "¡Oh descarado embustero! ¿cómo pretendes ser hermano del visir Giafar?" Y con un bastón de oro
que llevaba en la mano golpeó a Ataf en el rostro. Y brotó la sangre del rostro de Ataf, que cayó al suelo
cuan largo era, porque la fatiga, el hambre y las lágrimas le habían debilitado en extremo.
Pero, como dice el Libro: "Alah ha puesto el instinto de la bondad en el corazón de ciertos esclavos,
lo mismo que ha puesto el instinto de la maldad en el de los otros". Así es que un segundo eunuco, que
veía desde lejos lo que pasaba, se acercó al primero, lleno de cólera y de indignación por lo que acababa
de hacer, y movido a piedad por Ataf. Y el primer eunuco le dijo: "¿No has oído que pretende ser her -
mano del visir Giafar?". Y el segundo eunuco le contestó: "¡Oh mal hombre, hijo de la maldad, esclavo
de la maldad! ¡oh maldito! ¡oh cochino! ¿Acaso Giafar es uno de nuestros profetas? ¿No es un perro de la
tierra como nosotros? Todos los hombres son hermanos, que tienen por padre y por madre a Adán y Eva,
y ha dicho el poeta:
¡Los hombres, por comparación, son todos hermanos! ¡Su padre es Adán y su madre es Eva!
"Y la diferencia que hay entre unos y otros sólo estriba en la mayor o menor bondad de los
corazones".
Y tras de hablar así se inclinó sobre Ataf y le incorporó y le hizo sentarse, y secó la sangre que le
corría por la cara y le lavó y sacudió el polvo de la ropa, y le preguntó: "¡Oh hermano mío! ¿qué es lo
que deseas?". Y Ataf contestó: "Solamente deseo que lleven a Giafar este papel y lo entreguen entre sus
manos". Y el servidor de corazón com pasivo cogió el papel de manos de Ataf y entró en la sala donde se
hallaba el gran visir Giafar el Barmecida, en medio de sus oficiales, de sus parientes y de sus amigos,
sentados unos a su derecha y otros a su izquierda. Y todos bebían y recitaban versos, y se regocijaban con
música de laúdes y de cánticos deliciosos. Y el visir Giafar; con la copa en la mano, decía a los que les
rodeaban: "¡Oh vosotros todos los que os reunís aquí! la ausencia de los ojos no impide ver la pre sencia
en el corazón. Y nada puede hacerme que no piense en mi her mano Ataf ni hable de él. Es el hombre más
magnífico de su tiempo y de su edad. Me ha regalado caballos, esclavos jóvenes blancos y ne gros,
muchachas y hermosas telas, y cosas suntuosas, en cantidad bas tante para constituir la dote y la viudedad
de mi esposa. Y si no se hubiese conducido así, habría perecido yo, sin duda, y estaría perdido sin
remedio. ¡Fué mi bienhechor sin saber quién era yo, y se mostró generoso sin la menor mira de provecho
o interés!".
Cuando el excelente servidor hubo oído estas palabras de su señor, se regocijó en el alma, y avanzó e
inclinó su cuello y su cabeza ante él, y le presentó el papel. Y Giafar lo cogió, y habiéndolo leído, quedó
tan trastornado que parecía que había bebido veneno. Y ya no supo qué hacer ni qué decir. Y cayó de
bruces, teniendo todavía en la mano la copa de cristal y el papel. Y la copa se rompió en mil pedazos y le
hirió profundamente en la frente. Y corrió su sangre, y de su mano se escapó el papel. Cuando el servidor
vió aquello, se apresuró a poner pies en pol vorosa por miedo a las consecuencias. Y los amigos del visir
Giafar levantaron a su señor y le restañaron la sangre. Y exclamaron: "¡No hay recurso ni fuerza más que
en Alah el Altísimo, el Todopoderoso! Estos malditos están siempre afligidos del mismo carácter: turban
la vida de los reyes en sus placeres e interrumpen su buen humor. ¡Por Alah, que quien ha escrito este
papel merece sencillamente ser arras trado a casa del walí para que le aplique quinientos palos y le meta
en la cárcel!".
Y acto seguido, los esclavos del visir salieron a la busca del que había escrito el papel. Y Ataf evitó
la pesquisa, diciendo: "Es mío, ¡oh mis señores!". Y se apoderaron de él y le arrastraron a presencia del
walí, y pidieron para él quinientos palos. Y el walí se los concedió. Y además hizo escribir en las
cadenas de Ataf: "Cadena perpetua". ¡Así se portaron con Ataf el Generoso! Y de nuevo le arrojaron a un
calabozo, donde estuvo aún dos meses, y donde se perdieron y borra ron sus huellas.
Y al cabo de estos dos meses le nació un niño al Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, quien, con
tal motivo, ordenó que se dis tribuyesen limosnas y se hiciesen dádivas a todo el mundo, y que se
libertase de cárceles y calabozos a los presos. Y entre los que se soltaron se encontró Ataf el Generoso.
Cuando Ataf se vió libre de la prisión, débil, hambriento, arruinado y desnudo, alzó sus miradas al
cielo y exclamó: "¡Gracias te sean dadas, Señor, en toda circunstancia!" Y sollozó y dijo: "Sin duda he
sufrido todo esto a causa de alguna falta cometida por mí en el pasado, pues Alah me ha favorecido con
sus mejores beneficios y yo le he corres pondido con la desobediencia y la rebeldía. ¡Pero le suplico que
me perdone, aunque haya ido demasiado lejos en el libertinaje y en mi abominable conducta!".
Luego recitó estos versos:
¡Oh Dios! ¡el adorador hace lo que no debería hacer; es pobre y depende de ti!
¡En los placeres de la vida, se olvida; y como lo hace por igno rancia, perdónale sus culpas!
Y todavía vertió algún llanto más y dijo para sí: "¿Qué voy a hacer ahora? Si parto para mi país tan
débil como estoy, moriré antes de llegar; y si, por suerte mía, llego, no habrá ninguna seguridad para mi
vida, a causa del naieb; y si me quedo aquí entre los mendigos, mendigando yo también, ninguno de ellos
me admitirá en la corporación, ya que nadie me conoce; y no podré proporcionarme a mí mismo la menor
ayuda ni la menor utilidad. Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los
destinos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 903ª noche
Ella dijo:
"...Por eso, lo que voy a hacer es abandonar mi destino al Dueño de los destinos.
He aquí que todo se vuelve contra mí y todo sale al con trario de lo que yo esperaba.
Y el poeta estaba en lo cierto cuando decía:
¡Oh amigo! ¡he corrido a través del mundo, de Oriente a Occi dente! ¡Pero todo lo que
encontré fueron penas y fatigas!
¡He tratado a los hombres de la época! ¡Pero no he encontrado ni un amigo agradable ni
mi igual!
Y de nuevo lloró y exclamó: "¡Oh Dios! ¡dame la virtud de la paciencia! Tras de lo cual se levantó y
se dirigió a una mezquita, en trando en ella. Y allí se quedó hasta la tarde. Y aunque aumentaba su hambre,
dijo: "Por Tu magnanimidad y Tu majestad, Señor, juro que no pediré nada a nadie más que a Ti". Y se
quedó en la mezquita, sin tender la mano a ningún creyente, hasta la caída de la noche Y entonces salió,
diciendo: "Conozco la frase del Profeta (¡con É1 la bendición y la paz de Alah!) que dice: "Alah te
dejaría dormir en el santuario; pero tú debes abandonarlo a Sus adoradores, porque el santuario se hizo
para la plegaria y no para el sueño". Y anduvo algún tiempo por las calles, y acabó por llegar a una
construcción en ruinas, donde entró para pasar la noche y dormir. Y tropezó en la oscuridad y cayó de
bruces. Y notó que había caído sobre el mismo obstáculo que le había hecho tropezar. Y vió que era un
cadáver de un hombre recientemente asesinado. Y a su lado estaba, en el suelo, el cuchillo del asesinato.
Y ante aquel descubrimiento, Ataf se levantó vivamente, con sus andrajos cubiertos de sangre. Y allí
permaneció inmóvil, perplejo y sin saber qué partido tomar, diciéndose: "¿Me quedaré o huiré?" Y
mientras estaba en aquella situación acertaron a pasar por delante de la entrada de la ruina el walí y sus
agentes de policía, y Ataf les gritó "¡Venid a ver esto!" Y entraron ellos con sus antorchas y se
encontraron con el cuerpo del asesinado, y con el cuchillo al lado suyo, y con el desdichado Ataf de pie a
la cabecera del cadáver y manchados de sangre sus andrajos. Y le gritaron: "¡Oh miserable! ¡tú eres quien
le ha matado!" Y Ataf no dió respuesta alguna. Entonces se apoderaron de él, y el walí dijo: "Amarradle
y arrojadle al calabozo hasta que demos cuenta del asunto al gran visir Giafar. Y si Giafar ordena su
muerte, le ejecutaremos".
E hicieron como habían dicho.
En efecto, al día siguiente, el hombre encargado de los escritos escribió a Giafar una comunicación
concebida así: "Entramos en una ruina y nos encontramos en ella a un hombre que había matado a otro. Y
le interrogamos, y con su silencio declaró que era el autor del ase sinato. ¿Cuáles son, pues, tus
órdenes?". Y el visir les ordenó que le condenaran a muerte. Y en consecuencia, sacaron a Ataf de la
prisión, le arrastraron a la plaza donde se ahorcaba y se cortaban cabezas, arrancaron una tira de sus
andrajos y le vendaron con ella los ojos. Y le entregaron al porta alfanje. Y el porta alfanje preguntó al
walí: "¿Le corto el cuello, ¡oh mi señor!?". Y el walí contestó: "¡Córtaselo!". Y el porta alfanje blandió
su hoja bien afilada, que brilló y lanzó chispas en el aire; y la hizo voltear, y ya la bajaba para hacer
saltar la cabeza, cuando se dejó oír un grito detrás de él: "¡Detén tu mano!". Y aquella era la voz del gran
visir Giafar, que volvía de paseo.Y el walí se puso ante él, y besó la tierra entre sus manos. Y Giafar le
preguntó: "¿Por qué hay aquí tanta gente?". Y el walí contestó: 'Porque se procedía a la ejecución de un
joven de Damasco, al que encontramos ayer en unas ruinas, y que a todas nuestras preguntas, repetidas
por tres veces, ha contestado con el silencio en lo que afecta al asesinado, hombre de sangre noble".
Y dijo Giafar: "¡Oh! ¿cómo va a venir de Damasco hasta aquí un hombre para arriesgarse en seme -
jante empresa? ¡Ualahí, eso no es posible!". Y ordenó que llevaran a su presencia al hombre. Y cuando el
hombre estuvo entre sus manos, Giafar no le reconoció, porque la fisonomía de Ataf había cambiado y su
buena cara y su buen aspecto se habían desvanecido.
Y Giafar le preguntó: "¿De qué país eres, ¡oh joven!?". Y el otro contestó: "¡Soy un hombre de
Damasco!". Y Giafar preguntó: "¿De la ciudad misma o de los pueblos que la rodean?".
Y Ataf contestó: "¡Ualahí! ¡oh mi señor! de la propia ciudad de Damasco, en donde he nacido". Y
Giafar preguntó: "¿Conociste, por casualidad, allí a un hombre reputado por su generosidad y su mano
abierta, que se llamaba Ataf?". Y el condenado a muerte contestó: "¡Le he conocido cuando tú eras amigo
suyo y vivías con él en tal casa, en tal calle y en tal barrio, ¡oh mi señor! y cuando ambos ibais a pasearos
juntos por los jardines! ¡Le he conocido cuando te casaste con su prima-esposa! ¡Le he conocido cuando
os despedisteis en el camino de Bagdad y cuando bebisteis en la misma copa!" Y Giafar contestó: "¡Sí, es
cierto cuanto dices con respecto a Ataf Pero ¿qué ha sido de él después de separarse de mí?" Y el otro
contestó: "¡Oh mi señor! ¡le ha perseguido el Des tino y le ha ocurrido tal y cual cosa!". Y le hizo el relato
de cuanto le había ocurrido desde el día de su separación en el camino que con ducía a Bagdad hasta el
momento en que el porta alfanje iba a cerce narle el cuello.
Y recitó estos versos:
¡El tiempo ha hecho de mí su víctima, mientras tú vives en la gloria! ¡Los lobos tratan de
devorarme, y he aquí que llegas tú, el león!
¡Apagas la sed de cualquier sediento que se presenta! ¿Es posible que tenga yo sed, siendo
tú siempre nuestro refugio?
Y cuando hubo recitado estos versos, gritó: "¡Oh mi señor Giafar, te reconozco!". Y gritó también:
"¡Soy Ataf!". Y Giafar, por su parte, se irguió sobre ambos pies, lanzando un grito estridente, y se
precipitó en los brazos de Ataf. Y tanta fué la emoción de ambos, que perdieron el conocimiento por unos
instantes. Y cuando volvieron en sí se besaron y se interrogaron mutuamente acerca de lo que les había
sucedido, desde el principio hasta el fin. Y aún no habían acabado de hacerse confidencias, cuando se
dejó oír un grito penetrante; y se volvieron y vieron que había sido lanzado por un jeique que se
adelantaba diciendo: "¡No es humano lo que hace!". Y le miraron, y vieron que el tal jeique era un
anciano que tenía la barba teñida con henné y la cabeza cubierta con un pañuelo azul. Y al verle, Giafar le
mandó avanzar y le preguntó qué quería. Y el jeique de la barba teñida exclamó: "¡Oh hombres! ¡alejad
del alfanje al inocente! ¡Porque el crimen que se le imputa no es un crimen cometido por él, y el cadáver
del joven asesinado no es obra suya, y él nada tiene que ver con eso! ¡Porque yo mismo soy el único
matador!"
Y Giafar el visir le dijo: "Entonces ¿eres tú quien le ha matado?" El aludido contestó: "¡Sí!" El visir
preguntó: "¿Y por qué le has matado? ¿Es que no albergas en tu corazón el temor de Alah, ya que de tal
suerte matas a un hijo de sangre noble, a un Haschimita?". Y el jeique contestó: "Ese joven a quien habéis
encon trado muerto era propiedad mía, y le había criado yo mismo. Y todos los días tomaba dinero mío
para sus gastos. Pero, en vez de serme fiel, iba a divertirse tan pronto con el llamado Schumuschag como
con el llamado Nagisch, y con Ghasis, y con Ghubar, y con Ghouschir, y con muchos otros libertinos; se
pasaba los días con ellos, abandonándome. Y todos se envanecían en mis barbas de haberle poseído,
hasta Odis el basurero y Abu-Butrán el zapatero remendón.
"Y mis celos aumentaban a diario. Y por más que le predicaba e intentaba disuadirle de obrar así, él
no aceptaba ningún consejo ni ninguna reprimenda; por fin, aquella noche lo sorprendí con el llamado
Schumuschag el mondonguero; y al ver aquello, el mundo se ennegreció ante mi rostro, ¡y en las mismas
ruinas donde le sorprendí le maté! Y con ello me libré de todos los tormentos que me ocasionaba. ¡Y tal
es mi historia!".
Luego añadió: "Y he guardado silencio hasta hoy. Pero al saber que iban a ejecutar a un inocente en
lugar del culpable, no he podido callar mi secreto, y he venido para sacar al inocente de debajo del al -
fanje. Y heme aquí ante vosotros. Herid mi nuca y tomad vida por vida! ¡Pero antes libertad a ese joven
inocente que no tiene que ver nada en este asunto!".
Y Giafar, al oír estas palabras del jeique, reflexionó un instante, y dijo: "¡El caso es dudoso! ¡Y en la
duda, se debe alejar la mano! ¡Oh jeique! ¡vete en la paz de Alah, y séate perdonado tu crimen!". Y le
despidió.
Tras de lo cual cogió a Ataf de la mano, y le estrechó de nuevo contra su pecho, y le condujo al
hammam. Y cuando el arruinado Ataf se refrescó y restauró, fué con él al palacio del califa. Y entró a ver
al califa y besó la tierra entre sus manos, y dijo: "Ahí está ¡oh Emir de los Creyentes! Ataf el Generoso,
el que ha sido mi huésped en Da masco, quien me ha tratado con tantos miramientos, tanta bondad y tanta
generosidad, y quien me ha preferido a su propia alma". Y Al -Raschid dijo: "¡Tráemele
inmediatamente!". Y Giafar le condujo tal y como estaba, débil, extenuado y temblando de emoción
todavía. Y sin embargo, Ataf no dejó de rendir sus homenajes al califa, de la mejor manera y con el
lenguaje más elocuente. Y Al-Raschid suspiró al verle, y le dijo: "¡En qué estado te hallo!, ¡oh pobre!". Y
Ataf se echó a llorar; e invitado por Al-Raschid, contó toda su historia, desde el principio hasta el fin. Y
mientras él la contaba, Al-Raschid lloraba y sufría, así como el desolado Giafar.
Y he aquí que, entretanto, entró el jeique de la barba teñida, que había sido indultado por Giafar. Y el
califa se echó a reír al verle.
Luego rogó a Ataf el Generoso que se sentara, y le hizo repetir su historia. Y cuando Ataf hubo
acabado de hablar, el califa miró a Giafar y le dijo: "¡Cuéntame ¡oh Giafar! lo que piensas hacer por tu
hermano Ataf!" Y Giafar contestó: "Por lo pronto, le pertenece mi sangre y soy su esclavo. Además, tengo
para él cofres que contienen tres millones de dinares de oro, y otros tantos millones en caballos de raza,
mozalbetes, esclavos negros y blancos, jóvenes de todos los países y todo género de suntuosidades. Y se
quedará con nosotros para que nos regocijemos con su compañía". Y añadió: "¡Por lo que respecta a su
prima-esposa, es cosa a tratar entre yo y él!".
Y el califa comprendió que había llegado el momento de dejar jun tos a los dos amigos; y les permitió
salir. Giafar condujo a Ataf a su casa, y le dijo: "iOh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío,
que te ama, está intacta, y que no he visto descubierto su rostro desde el día de nuestra separación...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 904ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh hermano mío Ataf! has de saber que la hija de tu tío, que te ama, está intacta, y que no he visto
descubierto su rostro desde el día de nuestra separación. Y he aquí que me he desligado de ella, y me he
divorciado en honor tuyo; y he anulado nuestro contrato. Y en el mismo estado en que se hallaba te
devuelvo el precioso depósito que pusiste entre mis manos".
Y así lo hizo. Y Ataf y su prima se reunieron con la misma ternura y el mismo afecto que antes.
Pero en cuanto al naieb de Damasco, que había sido el autor de todos los sufrimientos de Ataf, el
califa mandó emisarios, que le arres taron, y le rodearon de cadenas, y le arrojaron a un calabozo. Y allí
quedó hasta nueva orden.
Y Ataf pasó en Bagdad varios meses, disfrutando de una dicha perfecta, al lado de su prima, y al lado
de su amigo Giafar, y en la intimidad de Al-Raschid. Y bien hubiera querido pasarse toda la vida en
Bagdad; pero de Damasco le llegaron numerosas cartas de sus pa rientes y de sus amigos, que le
suplicaban volviera a su país, y pensó que tenía el deber de hacerlo. Y fué a pedir el beneplácito al
califa, que le concedió la autorización, no sin pena y suspiros amistosos. Y no quiso, empero, dejarle
partir sin darle pruebas duraderas de su bene volencia. Y le nombró walí de Damasco, y le dió todas las
insignias de su cargo. E hizo que le acompañara una escolta de jinetes, de mulos y de camellos cargados
con regalos magníficos. Y así fué escoltado Ataf hasta Damasco.
Y toda la ciudad se iluminó y empavesó con motivo del regreso de Ataf, el más generoso de los hijos
de la ciudad. Porque Ataf era querido y respetado por todas las clases populares, y sobre todo por los
pobres, que habían llorado siempre su ausencia.
Pero, volviendo al naieb, llegó un segundo decreto del califa con denándole a muerte por sus
injusticias. Pero el generoso Ataf intercedió en favor suyo ante Al-Raschid, que se limitó entonces a
conmutarle la pena de muerte por la de destierro de por vida.
En cuanto al libro mágico en que el califa había leído las cosas que le habían hecho reír y llorar, no
se habló más de él. Porque Al Raschid, con la alegría de volver a ver a su visir Giafar, no se acordó ya de
las cosas pasadas. Y Giafar, que por su parte, no había logrado adivinar el contenido de aquel libro ni
encontrar hombre capaz de adivinarlo, se guardó mucho de iniciar conversación a este respecto. Y por
cierto que no hay ninguna utilidad en saber semejante cosa, ya que desde entonces vivieron todos con
dicha, tranquilidad y amistad sin mácula, y gozando de todos los placeres de la vida hasta la llegada de la
Destructora de alegrías y Constructora de tumbas, la que está mandada por el Dueño de los destinos, el
Único Viviente, el Miseri cordioso para sus creyentes.
"Y esto es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- lo que nos han transmitido los narradores
acerca de Ataf el Generoso, que habitaba en Damasco. Pero su historia no puede compararse de cerca ni
de lejos con la que me reservo contarte, si mis palabras no han pesado en tu espíritu".
Y Schahriar contestó: "¿Qué dices, ¡oh Scheh razada!? Esa historia me ha instruido y me ha ilustrado y
me ha hecho reflexionar. Y heme aquí dispuesto a escucharte como el primer día".
Historia espléndida del príncipe Diamante
A la condesa Jacques de Chabannes La Palite.
Y dijo Schehrazada:
Se cuenta en los libros de las gentes perfectas, sabios y poetas que abrieron el palacio de su
inteligencia a los que van a tientas por la pobreza -¡loores múltiples y escogidos al que sobre la tierra ha
dotado de excelencia a ciertos hombres, lo mismo que ha colocado en el fir mamento el sol, tragaluz de la
casa de Su gloria, y en el borde del cielo la aurora, antorcha de la sala nocturna de Su belleza; que ha
vestido a los cielos con un manto de raso húmedo y a la tierra con un manto de verdor brillante; que ha
adornado los jardines con sus árboles y los árboles con sus trajes verdes; que ha dado a los sedientos los
manantiales de hermosas aguas, a los borrachos la sombra de las viñas, a las mujeres su hermosura, a la
primavera las rosas, a las rosas la sonrisa, y para celebrar a las rosas, la garganta cantarina del ruiseñor;
que ha puesto a la mujer ante los ojos del hombre, y el deseo en el corazón del hombre, joyel en medio de
la piedra!; se cuenta, repito, que en un reino entre los grandes reinos había un rey magnífico, cada paso
del cual era una felicidad, con esclavas que constituían la fortuna y la dicha, y el cual superaba a
Khosroes-Anuschirwán en jus ticia y a Hatim-Tai en generosidad.
Y aquel rey de frente serena se llamaba Schams-Schah, y tenía un hijo de maneras exquisitas y de
hechizos encantadores, semejante en belleza a la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.
Y aquel príncipe jovenzuelo, que se llamaba Diamante, fué un día en busca de su padre, y le dijo:
"¡Oh padre mío! hoy está triste mi alma por vivir en la ciudad, y
desea que vaya yo de caza y de paseo para recrearnos. Si no, el fastidio hará que me desgarre hasta
abajo las vestiduras".
Cuando el rey Schams-Schah hubo oído estas palabras-de su hijo, se apresuró, movido del gran
cariño que por él sentía, a dar las órdenes oportunas para la cacería y el paseo en cuestión. Y los
montoneros y los halconeros prepararon los halcones, y los palafreneros ensillaron a los caballos de
montaña. Y el príncipe Diamante se puso a la cabeza de una brillante tropa de jóvenes de complexión
robusta, y se encaminó con ellos a los lugares en donde anhelaba cazar para disipar su hastío.
Y cabalgando entre el tumulto heroico, acabó por llegar al pie de una montaña que tocaba al cielo con
su cima. Y al pie de la tal montaña había un árbol corpulento; y al pie de tal árbol corría un arroyo; y en
el tal arroyo bebía un gamo, con la cabeza inclinada hacia el agua. Y Diamante, entusiasmado al ver
aquello, mandó a sus gentes que detuvieran sus caballos y le dejaran ir solo a la busca y captura de
aquella presa. Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el her moso animal salvaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 905ª noche
Ella dijo:
"...Y con todo el ímpetu de su corcel, se lanzó sobre el hermoso animal salvaje, el cual,
comprendiendo que en aquel instante corría su vida gran peligro, dió un salto tremendo, y tras de
desviarse rápida mente, se puso fuera del alcance con sus cuatro patas, devorando a su paso la distancia
en la llanura. Y Diamante, abandonado a la embriaguez de la carrera, siguió al gamo por el desierto,
alejándose de su séquito armado. Y continuó su persecución por arenas y piedras, hasta que al caballo,
todo espumeante y sin aliento, le colgó seca la lengua en aquel desierto donde no aparecía huella ni olor
de un hijo de Adán, y donde, por toda presencia no había más que la de lo Invisible.
A la sazón había llegado él frente a una colina arenosa que se interponía ante la vista y detrás de la
cual había desaparecido el gamo. Y el desesperado Diamante subió a aquella colina, y llegado que fue a
la otra vertiente, vió de pronto desarrollarse a sus miradas un espec táculo distinto. Porque, en lugar de la
aridez inexorable del desierto, vivía allí una vida de verdor cierto oasis refrescante, entrecruzado de
arroyos y adornado con macizos naturales de flores rojas y de flores blancas, comparables al crepúsculo
vespertino y al crepúsculo matutino. Y Diamante sintió holgarse su alma y dilatarse su corazón, igual que
si estuviese en el jardín de que Rizwán es el guardián alado.
Cuando el príncipe Diamante hubo contemplado la obra admirable de su Creador, y dado de beber
por sí mismo a su caballo, en el hueco de la mano, el agua deliciosa del oasis, se levantó y dió expansión
a sus miradas para juzgar las cosas al detalle. Y he aquí que vió un trono solitario al abrigo de un árbol
añoso cuyas raíces debían llegar hasta las puertas interiores de la tierra. Y en aquel trono estaba sen tado
un viejo rey, con la cabeza coronada con la corona real y los pies desnudos, reflexionando. Y Diamante
le abordó con la zalema, respe tuoso. Y el viejo rey le devolvió su zalema, y le dijo: "¡Oh hijo de reyes!
¿a qué obedece el que hayas atravesado el desierto terrible en donde ni siquiera el pájaro puede agitar
sus alas y donde la sangre de las alimañas feroces se torna hiel?" Y Diamante le contó su aven tura, y
añadió: "Y tú, ¡oh venerable rey! ¿puedes decirme el motivo de tu estancia en este sitio rodeado de
desolación? Porque tu historia debe ser una historia extraña". Y el viejo rey contestó: "¡Ciertamente, mi
historia es extraña y prodigiosa! Pero lo es de tal modo, que más valdría que renunciaras a oírla relatar
de mi boca. De no hacerlo así, constituirá para ti un motivo de lágrimas y calamidades". Pero el prín cipe
Diamante dijo: "Puedes hablar, ¡oh venerable! porque me he criado con leche de mi madre, y soy hijo de
mi padre". E insistió mucho para decidirle a que le relatara lo que anhelaba oír.
Entonces el viejo rey, que estaba sentado en el trono debajo del árbol, dijo: "Escucha, pues, las
palabras que van a salir de la cáscara de mi corazón. Recógelas y ponlas en la orla de tu traje". Y bajó la
cabeza un instante, luego la levantó, y habló así:
"Has de saber ¡oh joven! que antes de mi llegada a este islote perdido en medio del desierto, yo
reinaba en las tierras de Babil, en medio de mis riquezas, de mi corte, de mis ejércitos y de mi gloria. Y
Alah el Altísimo (¡exaltado sea!) me había concedido una posteridad de siete hijos reales que bendecían
a su creador y constituían la alegría de mi corazón. Y todo era paz y prosperidad en mi Imperio, cuando
un día mi hijo mayor supo, por boca de un caravanero, que en las comarcas lejanas de Sinn y de Masinn
había una princesa, hija del rey Qamús, hijo de Tammuz, la cual se llamaba Mohra, y no tenía par en el
mundo; que la perfección de su belleza ennegrecía el rostro de la luna nueva, y que Josef y Zuleikha
tenían, ante ella, la oreja horadada por la argolla de la esclavitud. En una palabra, que estaba modelada
con arreglo a estos versos del poeta:
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados! ¡Los bucles de sus
cabellos son el nardo del jardín de la excelencia, y su mejilla es la rosa lozana!
¡Sus labios tienen a la vez rubíes y azúcar cande!
¡Sus dientes son de una pureza asombrosa, y hasta en la cólera sonríen!
¡Es una belleza ladrona de corazones, espléndida por todos lados!
"Y el caravanero enteró también a mi hijo de que el tal rey Qamús no tenía otra hija que aquella
bienaventurada. Y como retoño encan tador de la hermosura había llegado a la primavera de su
desarrollo, y las abejas empezaban a agruparse junto a su cuerpo florido, se hizo urgente, según la
costumbre, reunir, para escoger esposo, a los príncipes de todas las comarcas, siempre que estuviesen en
edad de merecer y de ser admitidos. Pero se impuso por toda condición la de que los pretendientes
respondieran a una pregunta que les haría la princesa, y que consistía sencillamente en estas palabras:
"¿Qué clase de relacio nes hay entre Piña y Ciprés?". Y esto era cuanto del pretendiente se reclamaba a
modo de viudedad para la princesa, pero con la cláusula de que a aquel que no pudiera contestar
satisfactoriamente a la pregunta se le cortaría la cabeza, clavándola en el pináculo del palacio.
"Y he aquí que cuando mi hijo mayor supo estos detalles por boca del caravanero, se abrasó su
corazón como carne a la parrilla; y fué a mí vertiendo llanto cual un chaparrón tempestuoso. Estaba deci -
dido a arriesgar su vida. Y gimiendo me pidió permiso de partir, para irse a ver si obtenía a la princesa
de los países de Sinn y de Massin. Y aunque yo estaba en extremo asustado de aquella empresa loca, por
más que procuré remediar semejante situación, la medicina del aviso no dió resultado en la vehemencia
del mar del amor. Y dije entonces a mi hijo: "¡Oh luz de mis ojos! si, a trueque de morir de tristeza, no
puedes por menos de ir a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Qamús, hijo de Tammuz,
padre de la princesa Mohra, yo te acompañaré, llevándote a la cabeza de mis ejércitos. Y si el rey Qamus
consiente de buen grado en concederme a su hija para ti, todo irá bien; pero de no ser así, ¡por Alah! que
haré derrumbarse sobre su cabeza los escombros de su palacio y aventaré su reino. Y de tal suerte la
joven se tornará en cautiva tuya y propiedad tuya". Pero parece que mi hijo mayor no encontró de su gusto
este proyecto, y me contestó: "No es dig no de nosotros, ¡oh padre nuestro! tomar por fuerza lo que no se
con ceda por persuasión. Es preciso, pues, que vaya yo mismo a dar la res puesta exigida y a contestar a la
hija del rey."
"Entonces comprendí mejor que nunca que ninguna criatura puede borrar lo escrito por el Destino, ni
siquiera un carácter de las palabras que en el libro de los destinos traza el escriba alado. Y viendo que la
cosa estaba así decretada en la suerte de mi hijo, le concedí, no sin muchos suspiros, el permiso de partir.
Y acto seguido se despidió él de mí y se fué en busca de su destino.
"Y llegó a las comarcas profundas donde reinaba el rey Qamús, y se presentó en el palacio donde
residía la princesa Mohra, y no pudo contestar a la pregunta de que te he hablado, ¡oh extranjero! Y la
princesa hizo que le cortaran la cabeza sin piedad, y la mandó clavar en el pináculo de su palacio. Y al
tener noticia de ello, lloré todas mis lágrimas de desesperación. Y vestido con trajes de luto, permanecí
enterrado con mi dolor durante cuarenta días. Y mis íntimos se cu brieron la cabeza con polvo. Y nos
desgarramos la vestidura de la paciencia. Y los gritos de duelo hicieron retemblar todo el palacio con un
ruido parecido al de la resurrección.
"Entonces mi segundo hijo produjo en mi corazón con su propia mano la segunda herida penosa,
tragando, como su hermano, la bebida de la muerte. Porque, como el mayor, quiso intentar la empresa.
Igual ocurrió después a mis otros cinco hijos, que de la propia manera pusiéronse por turno en marcha
hacia el camino de la defunción, y perecieron mártires del sentimiento del amor.
"Y mordido incurablemente por el Destino negro, y abatido por un dolor sin esperanza, abandoné la
realeza y mi país, y salí errante por el camino de la fatalidad. Y atravesé, como un sonámbulo, llanuras y
desiertos. Y llegué, como ves, con la corona a la cabeza y los pies des calzos, al rincón en que estoy
esperando la muerte sobre este trono". Cuando el príncipe Diamante oyó este relato del viejo rey. Quedó
herido por la flecha del sentimiento torturador, y lanzó suspiros de amor que echaban chispas. Porque,
como dice el poeta:
¡El amor se ha insinuado en mí sin que yo haya visto al objeto que lo infunde por el oído
solamente!
¡E ignoro lo que ha pasado entre la amiga desconocida y mi corazón!
¡Y esto es lo referente al anciano rey de Babil, que estaba sentado sobre el trono en el oasis, y a su
dolorosa historia!
En cuanto a los compañeros de cacería de Diamante, se inquietaron mucho por la desaparición del
príncipe, y al cabo de cierto tiempo, a pesar de la orden que les había dado de no seguirle, se pusieron en
busca suya, y acabaron por encontrarle cuando salía del oasis. Y llevaba él la cabeza inclinada
tristemente sobre el pecho y el rostro atacado de palidez. Y le rodearon, cual las mariposas a la rosa, y le
presentaron un caballo de repuesto, rápido en la carrera, un céfiro por la ligereza, pues marchaba más de
prisa que la imaginación. Y Diamante confió su primer caballo a las gentes de su séquito, y montó en el
que le presentaban, que tenía una silla dorada y unas bridas enriquecidas con perlas. Y llegaron todos sin
contratiempo al palacio del rey Schams -Schah, padre de Diamante.
Y en lugar de encontrarse a su hijo con el rostro satisfecho y el corazón dilatado a consecuencia de
aquel paseo y de aquella cacería, el rey le halló muy alterado de color y sumido en un océano de pena
negra. Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al
presente le consumía el corazón y el hígado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 906ª noche
Ella dijo:
Porque el amor le había penetrado hasta los huesos, le había tornado débil y sin energías, y al
presente le consumía el corazón y el hígado. Y el rey, a fuerza de súplicas y de ruegos, acabó por decidir
a su hijo a revelarle la causa de su doloroso estado. Y al descorrerse el velo de aquel camino oculto, el
rey besó a su hijo y le estrechó contra su pe cho y le dijo: "¡No te importe! refresca tus ojos y calma tu
alma cara, pues voy a enviar embajadores míos al rey Qamús, hijo de Tammuz, que reina en las comarcas
de Sinn y de Massin, con una carta de mi puño y letra, en que le pediré en matrimonio para ti a su hija
Mohra. Y le mandaré, en camellos, fardos de trajes preciosos, joyas valiosas y presen tes de todos los
colores, dignos de reyes. Y si por desdicha para su vida, el padre de la princesa Mohra no accede a
nuestra demanda y con ello se torna en motivo de humillación y de pena para nosotros, enviaré contra él
ejércitos de devastación que harán hundirse en sangre su trono y arrojarán al viento su corona. ¡Y de tal
suerte nos apo deraremos honorablemente de la bella Mohra la de maneras encanta doras! ".
Así habló, con su trono dorado, el rey Schams-Schah a su hijo Dia mante ante los visires, los emires y
los ulemas, que aprobaron con la cabeza las palabras reales.
Pero el príncipe Diamante contestó: "¡Oh asilo del mundo! eso no puede hacerse; antes bien, iré yo
mismo y daré la respuesta exigida. Y sólo por mis méritos me llevaré a la princesa milagrosa".
Y al oír esta respuesta de su hijo, el rey Schams-Schah empezó a lanzar gemidos dolorosos, y dijo:
"¡Oh alma de tu padre! hasta ahora he conservado por ti la claridad de mis ojos y la vida de mi cuerpo,
porque tú eres el único consuelo de mi viejo corazón de rey y el único sostén de mi frente. ¿Cómo, pues,
puedes abandonarme para correr en pos de una muerte sin remedio?" Y continuó hablando en estos
términos para enternecer su corazón. Pero fué en vano. Y para no verle morir de pena reconcentrada ante
sus ojos, se vió obligado a dejarle en libertad de partir.
Y el príncipe Diamante montó en un caballo hermoso como un ani mal feérico, y emprendió el camino
que conducía al reino de Qamús. Y su padre y su madre y todos los suyos se retorcieron las manos de
deses peración, y quedaron sumidos en el pozo sin fondo de su desolación.
Y el príncipe Diamante recorrió etapa tras etapa, y gracias a la seguridad que le fué escrita, acabó
por llegar a la capital profunda del reino de Qamús. Y se encontró frente a un palacio más alto que una
montaña. Y en los pináculos de aquel palacio había colgadas millares de cabezas de príncipes y de reyes,
unas con su corona y otras desnudas y melenudas. Y en la plaza del meidán se habían armado tiendas de
tisú de oro y de raso chino; con cortinas de muselina dorada.
Y cuando hubo contemplado todo aquello, el príncipe Diamante ob servó que en la puerta principal
del palacio estaba colgado un tambor enriquecido de pedrerías, así como el palillo correspondiente. Y
sobre el tambor aparecía escrito en letras de oro: "Todo aquel, de sangre real, que desee ver a la
princesa Mohra, debe hacer sonar este tambor por medio de este palillo". Y Diamante, sin vacilar, se
apeó de su caba llo, y fué resueltamente a la puerta consabida. Y tomó el palillo enrique cido de pedrerías,
y tocó el tambor con tanta fuerza, que el sonido que sacó de él hizo retemblar toda la ciudad.
Y al punto se presentaron los criados del palacio y condujeron al príncipe a presencia del rey Qamús.
Y a la vista de su hermosura, el rey quedó seducido hasta el alma y quiso salvarle de la muerte.
Y entonces le dijo: "¡Ay de tu juventud, oh hijo mío! ¿Por qué quieres perder la vida, como todos los
que no pudieron responder a la pregunta de mi hija? Renuncia a esa empresa, ten compasión de ti mismo,
y serás mi chambelán. Porque nadie, a no ser Alah el Omnisciente, desentraña los misterios ni puede
explicar las ideas fantásticas de una joven".
Y como el príncipe Diamante persistiera en su propósito, el rey Qa mús aún le dijo: "Escucha, ¡oh hijo
mío! Me duele mucho ver exponerse a esa muerte sin gloria a tan hermoso joven de las comarcas
orientales. Por eso te ruego que, antes de afrontar la prueba fatal, reflexiones du rante tres días y vuelvas
luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu cuerpo". Y le hizo seña de
que se retirara.
Y el príncipe Diamante se vió obligado a salir del palacio aquel día. Y para pasar el tiempo, se
dedicó a andar por zocos y tiendas, y observó aue las gentes de aquel país de Sinn y de Massin estaban
llenas de tacto y de inteligencia. Pero se sintió atraído invenciblemente por la morada donde vivía
aquella cuya influencia le había atraído desde el fondo de su país como el imán atrae a la aguja. Y llegó
ante el jardín del palacio, y pensó que, si conseguía introducirse en aquel jardín, podría atisbar a la
princesa y satisfacer su alma con la vista. Pero no sabía cómo arreglarse para entrar sin que le detuviesen
los guardias en las puertas, cuando advirtió un canal que iba a desaguarse en el jardín por debajo de la
muralla. Y se dijo que bien podría él entrar en el jardín con el agua. Así es que, tirándose de pronto al
canal, entró sin dificultad en el jardín. Y se sentó un instante, en un paraje retirado, para que se le secasen
al sol las vestiduras.
Entonces se levantó y empezó a pasearse a pasos lentos por entre los macizos. Y admiraba aquel
jardín verdeante, bañado por el agua de los arroyos, donde la tierra estaba adornada como un rico en día
de fiesta; donde la rosa blanca sonreía a su hermana la rosa roja; donde el lenguaje de los ruiseñores,
enamorados de sus amantes, las rosas, era conmovedor como una hermosa música puesta a versos tiernos;
donde se manifestaban múltiples bellezas sobre los lechos de flores de los parterres; donde las gotas de
rocío, sobre el púrpura de las rosas, eran como las lágrimas de una joven honesta que ha recibido una
ligera afrenta; donde los pájaros, ebrios de alegría, cantaban en el vergel todos los cánticos de su
gaznate, mientras que, entre las ramas de los cipreses erguidos a orillas del agua, arrullaban las tórtolas,
que tienen el cuello adornado con el collar de la obediencia; donde todo era tan perfecta mente hermoso,
en fin, que los jardines de Irem, en comparación con aquél, sólo hubieran sido un matorral de abrojos.
Y paseándose de aquel modo, con lentitud y precaución, el príncipe Diamante se encontró de pronto,
a la vuelta de una avenida, frente a un estanque de mármol blanco, al borde del cual estaba extendido un
tapiz de seda. Y en aquel tapiz estaba sentada perezosamente, como una pan tera en reposo, una joven tan
bella, que a su resplandor brillaba todo el jardín. Y tan penetrante era el aroma de los bucles de sus
cabellos, que iba hasta el cielo a perfumar de ámbar el cerebro de las huríes.
Y el príncipe Diamante, a la vista de aquella bienaventurada a quien no podía dejar de mirar, como el
hidrópico no puede dejar de beber agua del Eufrates, comprendió que semejante belleza no podía adjudi -
carse más que a Mohra, aquella por quien millares de almas se sacrifi caban como las mariposas en la
llama.
Y he aquí que, mientras permanecía él en el éxtasis y la contempla ción, una joven del séquito de
Mohra se acercó al sitio donde estaba escondido, y se dispuso a llenar con agua del arroyo una copa de
oro que llevaba en la mano. Y de improviso la joven lanzó un grito de horror y dejó caer en el agua su
copa de oro. Y corriendo temblorosa y con la mano en el corazón, se volvió al lado de sus compañeras. Y
éstas la condujeron al punto a presencia de su señora Mohra para que explicase el motivo de su
atolondramiento y la caída de la copa en el agua.
Y la joven, que tenía el nombre de Rama de Coral, cuando pudo reprimir un poco los latidos de su
corazón, dijo a la princesa: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh mi señora! estando yo inclinada sobre el
arroyo, vi reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan hermoso, que no supe si pertenecía a
un hijo de los genn o de los hom bres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 907ª noche
Ella dijo:
"...reflejarse en él de repente el rostro tierno de un joven tan her moso, que no supe si pertenecía a un
hijo de los genn o de los hombres. Y en mi emoción, dejé caer de mi mano al agua la copa de oro".
Al oír estas palabras de Rama de Coral, la princesa Mohra ordenó que, para comprobar la cosa,
fuese en seguida otra de sus mujeres a mirar en el agua. Y al punto corrió al arroyo una segunda joven, y
al ver reflejarse el rostro encantador, volvió corriendo, con el corazón abrasado y gimiendo de amor, a
decir a su señora: "¡Oh nuestra señora Mohra! ¡no estoy segura, pero creo que esa imagen que se refleja
en el agua es de un ángel o de un hijo de los genn! ¡0 quizá sea que la propia luna ha bajado al arroyo!"
A estas palabras de su servidora, la princesa Mohra sintió chispear en su alma el tizón de la
curiosidad; y en su corazón surgió el deseo de ver por sí misma. Y se irguió sobre sus pies encantadores,
y orgullosa a la manera de los pavos reales, se dirigió al arroyo. Y vió la imagen de Diamante. Y se puso
muy pálida, y se sintió presa del amor.
Y tambaleándose ya y sostenida por sus mujeres, hizo llamar a toda prisa a su nodriza y le dijo: "Ve
¡oh nodriza! y traéme a ése cuyo rostro se refleja en el agua. ¡Porque si no lo haces, me muero!" Y la
nodriza contestó con el oído y la obediencia, y se alejó, mirando a todos lados. Y al cabo de cierto
tiempo fué a caer su mirada en el rincón donde estaba escondido el príncipe de cuerpo encantador, el
joven de cara de sol, aquel de quien tenían envidia los astros. Y por su parte, al verse descubierto, el
hermoso Diamante tuvo de pronto la idea de simular la locura para salvar su vida.
Así es que, cuando la nodriza, que acababa de coger al joven por la mano con todas las precauciones
que se toman para tocar las alas de la mariposa, le hubo conducido ante su señora sin par, aquel joven de
cara de sol, aquel príncipe de cuerpo encantador, se echó a reír como los insensatos, y empezó a decir:
"¡Estoy hambriento y no tengo ham bre!" Y a decir también: "¡La mosca se ha convertido en búfalo!" Y a
decir también: "¡Una montaña de algodón se ha vuelto de arcilla por efecto del agua!" Y dijo igualmente,
poniendo los ojos en blanco: "¡La cera se ha derretido bajo la acción de la nieve; el camello ha comido
carbón; el ratón ha devorado al gato!" Y añadió: "¡Yo, y solamente yo, voy a comerme el mundo entero!"
Y continuó soltando de tal suerte, sin perder aliento, una porción de palabras sin orden ni concierto y sin
ton ni son, hasta que la princesa quedó convencida de su locura.
Entonces, cuando ella hubo admirado la hermosura de él detenida mente, se emocionó su corazón y se
turbó su espíritu, y dijo, llena de pena, encarándose con sus servidoras: "¡Ay! ¡qué lástima!" Y tras de
pronunciar estas palabras se agitó y se tambaleó como un pollo medio muerto. Porque por primera vez
entraba en su seno el amor y producía los efectos habituales.
Al cabo de algún tiempo pudo arrancarse a la contemplación del joven, y dijo tristemente a sus
mujeres: "Ya veis que este joven está loco, pues tiene el espíritu habitado por los genn. Y ya sabéis que
los locos de Alah son santos muy grandes, y que es tan grave faltar al respeto a los santos como dudar de
la misma existencia de Alah o del origen divino del Korán. Hay que dejarle, pues, aquí en toda libertad, a
fin de que viva a su gusto y haga lo que quiera. Y no pretenda nadie contrariarle o negarle cualquier cosa
que anhele o pida". Luego se encaró con el joven, a quien tomaba por un santón, y le dijo, besán dole la
mano con religioso respeto: "¡Oh santón venerado! haznos la merced de elegir por morada este jardín y el
pabellón que ves en este jardín, donde tendrás cuanto te sea necesario". Y el joven santón, que era el
propio Diamante con sus mismos ojos, contestó, abriendo mucho los párpados: "¡Necesario! ¡necesario!
¡necesario!" Y añadió: "¡Nada! ¡nada! ¡nada!"
Entonces le dejó la princesa, tras de inclinarse ante él por última vez, y se marchó edificada y
desolada, seguida de sus acompañantas y de la vieja nodriza.
Y, en consecuencia, el joven santón vióse desde entonces rodeado de toda clase de miramientos y
cuidados. Y el pabellón que se le cedió para vivienda fué ataviado por las más abnegadas entre las
esclavas de Mohra, y desde por la mañana hasta por la noche lo llenaban bandejas cargadas de manjares
de todas clases y confituras de todos los colores. Y la santidad del joven sirvió de general edificación al
palacio. Y rivalizaban en ir a cuál más pronto a barrer el suelo hollado por él y a recoger los restos de su
comida o las recortaduras de sus uñas o cual quier otra cosa semejante para guardarla como amuleto.
Un día entre los días, la joven que se llamaba Rama de Coral, y que era la favorita de la princesa
Mohra, entró en el aposento del joven santón, que estaba solo, y se acercó a él, muy palida y temblorosa
de emoción, y abatió la cabeza ante sus plantas humildemente, y lanzando suspiros y gemidos le dijo:
"¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh dueño de las perfecciones! Alah el Altísimo, autor de la belleza que te
distingue, hará más en favor tuyo por mediación mía, si accedes a ello. Mi corazón, que tiembla por ti,
está entristecido y se derrite de amor como la cera, porque las flechas de tus miradas lo han atravesado y
el dardo del amor lo ha penetrado. Dime, pues, por favor, quién eres y cómo has llegado a este jardín,
con objeto de que, conociéndote mejor, pueda yo servirte más eficazmente". Pero Diamante, que temía
algún ardid de la princesa Mohra, no se dejó conquistar por las frases suplicantes y las miradas
apasionadas de la joven, y continuó expresándose como los que tienen realmente sometido el espíritu al
poder de los genn. Y Rama de Coral, gemebunda y suspirante, continuó suplicando al joven y dan do
vueltas a su alrededor, cual la mariposa nocturna en torno de la llama. Y como él se abstenía siempre de
responder concretamente, acabó ella por decirle: "¡Por Alah sobre ti y por el Profeta! ábreme los aba -
nicos de tu corazón y aventa para acá tu secreto. Porque no cabe duda de que guardas un secreto. Y yo
tengo un corazón que es un cofrecillo cuya llave se pierde cuando se cierra. ¡Date prisa, pues, en vista
del amor por ti que hay ya en ese cofrecillo, a decirme con toda confianza lo que indudablemente tienes
que decirme!"
Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de la encan tadora Rama de Coral, quedó
convencido de que en sus palabras se hacía sentir el olor del amor, y por tanto, no había ningún
inconveniente en explicar la situación a aquella encantadora joven. La miró, pues, un momento sin hablar,
luego sonrió, y abriendo los abanicos de su cora zón, le dijo: "¡Oh encantadora! si llegué hasta aquí
después de haber sufrido mil penalidades y de exponerme a grandes peligros, fué única mente con la
esperanza de contestar a la pregunta de la princesa Mohra, que dice así: "¿Qué clase de relaciones hay
entre Piña y Ciprés?" Por tanto, ¡oh compasiva! si sabes la verdadera respuesta que hay que dar a esta
pregunta obscura, dímela, y la sensibilidad de mi corazón traba jará en favor tuyo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 908ª noche
Ella dijo:
"...y la sensibilidad de mi corazón trabajará en favor tuyo". Y añadió: "¡No lo dudes!" Y Rama de
Coral contestó: "¡Oh joven insig ne! claro que no dudo de la sensibilidad del gamo de tu corazón; pero si
quieres que te responda con respecto a la pregunta obscura, promé teme por la verdad de nuestra fe que
me tomarás por esposa y en tu reino me pondrás a la cabeza de todas las damas del palacio de tu padre".
Y el príncipe Diamante cogió la mano de la joven y la besó y la puso sobre su corazón, prometiéndole los
desposorios y el rango que pedía.
Cuando la joven Rama de Coral tuvo esta promesa y esta seguridad del príncipe Diamante, se
tambaleó de satisfacción y de contento, y le dijo: "¡Oh capital de mi vida! has de saber que debajo del
lecho de marfil de la princesa Mohra está un negro sombrío. Y el tal negro ha venido a establecer allí su
morada, ignorado por todos, excepto por la princesa, después de huir de su país, que es la ciudad de
Wakak. Y pre cisamente ese negro calamitoso es quien ha incitado a nuestra princesa a formular pregunta
tan obscura a los hijos de reyes. Por lo tanto, si quie res conocer la verdadera solución del problema es
preciso que vayas a la ciudad de Wakak. Y de esta sola manera podrá descubrirse el secreto. ¡Y esto es
cuanto sé acerca de la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés! ¡Pero Alah es más sabio!"
Cuando el príncipe Diamante hubo oído estas palabras de boca de Rama de Coral, dijo para sí: "¡Oh
corazón mío! conviene tener un poco de paciencia antes de que se haga para nosotros la claridad detrás
de la cortina del misterio. Porque, por el pronto, ¡oh corazón mío! sin duda tendrás que experimentar en
esta ciudad del negro, o sea en la ciudad de Wakak, muchas cosas enojosas que te pesarán". Luego se
encaró con la joven, y le dijo: "¡Oh caritativa! en verdad que mientras no vaya a la ciudad de Wakak, que
es la ciudad del negro, y no penetre el misterio de que se trata, me parecerá que me está prohibido el
repo so. Pero si Alah me depara la seguridad y me hace obtener el resultado apetecido, cumpliré entonces
tu deseo. Si no lo hago, consiento en no volver a levantar la cabeza hasta el día de la resurrección".
Y tras de hablar así, el príncipe Diamante se despidió de la suspi rante, la gemebunda, la sollozante
Rama de Coral, y con el corazón derretido, salió del jardín, sin ser visto, y se dirigió al khan en donde
había dejado sus efectos de viaje, y montó en un caballo hermoso como un animal feérico, y salió al
camino de Alah.
Pero como ignoraba hacia qué lado estaba situada la ciudad de Wakak, y el camino que había que
tomar para llegar a ella, por dónde había de pasar para llegar a ella, empezó a girar la cabeza en busca
de algún indicio que pudiera orientarle, cuando divisó a un derviche que iba en dirección suya, vestido
con un traje verde y calzados los pies con babuchas de cuero amarillo limón, llevando un báculo en la
mano, y semejante a Khizr el Guardián, de tan radiante como tenía el rostro y claro el espíritu ante las
cosas. Y Diamante fué en busca de aquel dervi che venerable, y le abordó con la zalema, apeándose del
caballo. Y cuando le devolvió la zalema el derviche, le preguntó el príncipe: "¿Ha cia qué lado ¡oh
venerable! está situada la ciudad de Wakak, y a qué distancia se halla?" Y el derviche, tras de mirar
atentamente al príncipe durante una hora de tiempo, le dijo: "¡Oh hijo de reyes! abstente de aventurarte en
un camino sin salida y en una ruta espantosa. Renuncia a tan loco proyecto, y ocúpate en otra tarea,
porque, aunque te pasaras toda la vida en busca de ese camino, no encontrarías ni vestigios de él.
¡Además, al querer ir a la ciudad de Wakak, entregas, al viento de la muerte, tu existencia y tu vida cara!"
Pero el príncipe Diamante le dijo: "¡Oh respetable y venerado jeique! el asunto que me mueve es un
asunto decisivo, y mi propósito es un propósito tan importante, que prefiero sacrificar mil vidas como la
mía antes que renunciar a ello. Así, pues, si sabes algo referente a ese camino, sírveme de guía como
Khizr el Guardián".
Cuando el derviche vió que Diamante en manera alguna desistía de su idea, no obstante los útiles
consejos de todas clases que seguía dándole, le dijo: "¡Oh joven bendito! sabe que la ciudad de Wakak
está situada en el centro de la montaña Kaf, allí donde los genn, los mareds y los efrits habitan por dentro
y fuera. Y para llegar allá hay tres caminos: el de la derecha, el de la izquierda y el del medio; pero es
preciso ir por el camino de la derecha, y no por el de la izquierda, como tampoco debe intentarse tomar
el de en medio. Además, cuando hayas viajado un día y una noche, y aparezca la verdadera aurora, verás
un minarete en el cual se encuentra una losa de mármol con una inscripción en caracteres kúficos. Hay
que leer esa inscripción preci samente. ¡Y tendrás que ajustar tu conducta a esa lectura!"
Y el príncipe Diamante dió gracias al anciano y le besó la mano. Luego volvió a montar en su caballo
y emprendió el camino de la dere cha, que debía conducirle a la ciudad de Wakak.
Y anduvo por aquel camino un día y una noche, y llegó al pie del minarete que le indicó el derviche.
Y vió que el minarete era tan grande como el firmamento cerúleo. Y estaba empotrada en él una losa de
mármol grabada con caracteres kúficos. Y decían así los tales ca racteres: "Los tres caminos que tienes
ante ti ¡oh caminante! Conducen todos al país de Wakak. Si tomas el de la izquierda, experimentarás gran
número de vejaciones. Si tomas el de la derecha, te arrepentirás. Si tomas el de en medio, te ocurrirá algo
espantoso".
Cuando hubo descifrado esta inscripción y comprendido todo su alcance, el príncipe Diamante cogió
un puñado de tierra, y echándola por la abertura de su traje, dijo: "¡Que yo me vea reducido a polvo, pero
que llegue a la meta!" Y se acomodó de nuevo en la silla, y sin vacilar, tomó por el más peligroso de los
tres caminos, el de en medio. Y anduvo por él resueltamente un día y una noche. Y a la mañana, se ofreció
a su vista un ancho espacio que estaba cubierto de árboles con ramas que llegaban hasta el cielo. Y los
árboles estaban dispuestos en hilera para servir de límite y abrigo contra el viento salvaje a un jardín
verdeante. Y la puerta de aquel jardín aparecía cerrada por un bloque de granito. Y para guardar aquella
puerta y aquel jardín había un negro cuyo rostro daba un tinte sombrío a todo el jardín y a quien robaba
sus tinieblas la noche sin luna. Y aquel producto de brea era gigantesco. Su labio superior se alzaba muy
por encima de sus narices, que tenían forma de berenjena, y el labio de abajo le caía hasta el cuello.
Llevaba al pecho una muela de molino que le servía de escudo; y una espada de hierro chino iba sujeta a
su cinturón, que lo constituía una cadena de hierro tan gorda, que por cada uno de sus anillos hubiera
podido pasar con toda facilidad un elefante de guerra.
Y en aquel momento, el tal negro estaba echado cuán largo era sobre pieles de animales, y de su
ancha boca abierta salían ronquidos hijos del trueno.
Y el príncipe Diamante echó pie a tierra sin conmoverse, ató la brida de su caballo a la cabecera del
negro, y retirando la puerta de granito, entró en el jardín.
Y el aire de aquel jardín era tan excelente, que las ramas de los árboles se balanceaban como
personas ebrias. Y debajo de los árboles pacían gamos grandes que llevaban sujetos a sus cuernos
adornos de oro guarnecidos de pedrerías, cubriéndoles los lomos un ropaje bordado y llevando atados al
cuello pañuelos de brocado. Y todos aquellos ga mos, con sus patas delanteras y sus patas traseras, con
sus ojos y sus cejas, se pusieron a hacer señas expresivas a Diamante para que no entrase. Pero
Diamante, sin tener en cuenta sus advertencias, y antes bien, pensando que aquellos gamos sólo agitaban
así sus ojos, sus cejas y sus extremidades para manifestarle el gusto que tenían en recibirle, em pezó a
circular tranquilamente por las avenidas de aquel jardín.
Y paseándose de tal modo, acabó por llegar a un palacio al que no habría igualado el del Kessra o el
de Kaissar. Y la puerta de aquel palacio estaba entreabierta como el ojo del amante. Y por la abertura de
aquella puerta se mostraba una cabeza encantadora de jovenzuela, que era feérica y que habría hecho
retorcerse de envidia a la luna nueva. Y aquella cabecita, cuyos ojos avergonzarían a los del narciso,
miraba a un lado y a otro, sonriendo.
Pero, en cuanto advirtió a Diamante, quedó estupefacta a la vez que rendida a su hermosura. Y
permaneció algunos instantes en aquel estado; luego le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Quién eres, ¡oh
joven lleno de audacia! que te permites penetrar en este jardín donde ni los pájaros se atreven a agitar sus
alas?"
Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del
tiempo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 909ª noche
Ella dijo:
...Así habló a Diamante la joven, que se llamaba Latifa y era bella hasta constituir el alboroto del
tiempo. Y Diamante se inclinó hasta besar la tierra entre sus manos, y tras de incorporarse luego, con -
testó: "¡Oh retoño del jardín de la perfección! ¡oh mi señora! ¡soy Fu lano, hijo de Mengano, y he venido
aquí para tal y cual cosa!" Y le contó su historia desde el principio hasta el fin, sin omitir un detalle. Pero
no hay utilidad de repetirla.
Y Latifa, cuando oyó su historia, le cogió de la mano y le hizo sen tarse al lado de ella en la alfombra
tendida bajo la parra trepadora de la entrada. Luego, empleando palabras dulces, le dijo: "¡Oh ciprés am -
bulante del jardín de la belleza! ¡lástima de juventud la tuya!" Después dijo: "¡Qué malhadada idea
tuviste! ¡qué proyecto tan difícil de ejecu tar meditaste! ¡cuántos peligros corres!" Y aun dijo: "Hay que
renunciar a eso, si en algo estimas tu alma cara. Y quédate aquí conmigo; a fin de que tu mano bendita
acaricie el cuello de mi deseo. Porque la unión con una hermosa que tiene cara de hada, como yo, es más
deseable que la busca de lo desconocido". Pero Diamante contestó: "Mientras no vaya a la ciudad de
Wakak y no resuelva el problema que me trae, a saber: "¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y
Ciprés?", me están prohibidos los placeres y la dicha. Pero cuando haya ejecutado mi pro yecto, ¡oh
encantadora! pondré el collar de la unión al cuello de tu deseo, casándome contigo". Y Latifa suspiró,
diciendo: "¡Oh corazón abandonado! Luego hizo seña de que se acercaran a unas escanciadoras con
mejillas de rosa. E hizo llegar a unas jóvenes cuya contemplación asombraba al sol y a la luna, y cuyos
cabellos ondulados hacían experi mentar una torsión involuntaria a los corazones de los amantes. Y circu -
laron las copas de bienvenida para festejar al huésped encantador con música y cánticos. Y las delicias
de las mujeres, unidas a las de la armo nía, seducían y arrebataban los corazones, fuesen abiertos o
cerrados.
Pero, cuando se vaciaron las copas, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies para despedirse
de la jovenzuela. Y le dijo, después de formularle sus votos y darle las gracias: "¡Oh princesa el mundo!
tengo que despedirme de ti ahora; porque ya sabes que el camino que he de recorrer es largo, y si
permaneciese un momento más, el fuego de tu amor prendería llamas en las mieses de mi alma. Pero si
Alah quiere; cuando logre mi propósito volveré a cortar aquí las rosas del deseo y a apagar la sed de mi
sediento corazón".
Cuando la jovenzuela vió que el príncipe Diamante, por quien se abrasaba, persistía en su resolución
de abandonarla, se irguió también sobre ambos pies, y cogió un báculo en forma de serpiente, sobre el
cual murmuró algunas palabras en una lengua incomprensible. Y de impro viso lo enarboló y con él
golpeó en el hombro al príncipe de modo tan violento, que le hizo girar sobre sí mismo por tres veces y
caer a tierra para perder al punto su figura humana. Y se convirtió en un gamo entre los gamos.
Y en seguida Latifa hizo que le pusiesen en los cuernos adornos semejantes a los que llevaban los
otros gamos, y le ató al pescuezo un pañuelo de seda bordada, y le soltó por el jardín, gritándole: "¡Vete
con tus semejantes, ya que no has querido a una hermosa con cara de hada!" Y Diamante el gamo echó a
andar con sus cuatro patas, animal por la forma, pero semejante a los hijos de Adán en cualidades
interio res y en las sensaciones.
Y caminando así con sus cuatro patas por las avenidas donde erra ban los demás animales
metamorfoseados, Diamante el gamo se dedicó a reflexionar profundamente acerca de su nueva situación
y del modo de recobrar su libertad y evadirse de las manos de aquella hechicera. Y vagando de tal suerte,
llegó a un rincón del jardín en que la tapia era mucho más baja que en ningún sitio. Y tras de elevar su
alma hacia el dueño de los destinos, tomó impulso y franqueó la tapia de un salto. Pero no tardó en
advertir que seguía encontrándose en el mismo jardín, exactamente igual que si no hubiese franqueado la
tapia; y entonces se convenció de que continuaban los efectos del encanto. Por otra parte, saltó la tapia de
la propia manera siete veces seguida; pero sin mejor resultado, pues siempre se encontraba en el mismo
sitio. Entonces llegó a los límites extremos su perplejidad, y el sudor de la impaciencia transpiró en sus
cascos. Y dedicóse a ir y venir a lo largo de la tapia, como haría un león encerrado, hasta que se encontró
frente a una abertura en forma de ventana abierta en la tapia y que había permanecido invisible a sus
miradas. Y se deslizó por aquella abertura, y tras de mil trabajos se encontró fuera del recinto del jardín
aquella vez.
Y fué a parar a un segundo jardín que perfumaba el cerebro con su buen olor. Y se le apareció un
palacio al final de las avenidas de aquel jardín. Y en una ventana de aquel palacio vió una joven y
encantadora cara con tiernos colores de tulipán, cuyas pupilas habrían dado envidia a la gacela de China.
Sus cabellos, color de ámbar, habían retenido todos los rayos del sol, y su tez era de jazmín persa. Y la
joven mantenía er guida la cabeza, y sonreía en dirección a Diamante.
Cuando Diamante el gamo estuvo muy próximo a su ventana, ella se levantó a toda prisa y bajó al
jardín. Y arrancó algunos puñados de hierba, y como para atraerle e impedirle que huyera al acercársele,
le tendió la hierba desde lejos muy cariñosamente, chasqueando la lengua. Y Diamante el gamo, que no
esperaba otra cosa que ver cómo salía de aquel segundo paso, se acercó a la joven, acudiendo como los
animales hambrientos. Y al punto la joven, que se llamaba Gamila, y que era hermana de padre de Latifa,
pero no de la misma madre, cogió el cordón de seda que llevaba al cuello el príncipe gamo y lo utilizó de
ronzal para conducirle al interior del palacio. Y se apresuró a ofrecerle frutas y refrescos exquisitos. Y
bebió él hasta que estuvo harto.
Y hecho lo cual, inclinó la cabeza y la apoyó en el hombro de la joven, y se echó a llorar. Y Gamila,
muy conmovida al ver que de tal suerte fluían lágrimas de los ojos de aquel gamo, le acarició delicada -
mente con su dulce mano. Y al sentir que le compadecía, el gamo humi lló su cabeza a los pies de la
joven, y lloró aún más. Y ella dijo: "¡Ob gamo mío querido! ¿por qué lloras? ¡te quiero más que a mí
misma!" Pero él redobló en su llanto y lagrimeo, y restregó su cabeza contra los pies de la dulce y
compasiva Gamila, que a la sazón comprendió, sin género de duda, que le suplicaba le devolviese su
figura humana.
Entonces, aunque tenía mucho miedo a su hermana mayor, la maga Latifa, se levantó ella y cogió de un
agujero del muro una cajita enrique cida con pedrerías. Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se
puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de la cajita un poco del electuario que contenía. . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 910ª noche
Ella dijo:
...Y acto seguido hizo las abluciones rituales, se puso siete trajes de lino recién planchados y tomó de
la cajita un poco del electuario que contenía. Y dió de comer al gamo aquel electuario. Y en el mismo
momento le tiró con fuerza del cordón mágico que le rodeaba el cuello. Y al punto el gamo dió una
sacudida, y abandonando su forma de ani mal, recobró su apariencia de hijo de Adán.
Luego fué a besar la tierra entre las manos de la joven Gamila, y en acción de gracias, le dijo: "He
aquí ¡oh princesa! que me has sal vado de las garras de la desdicha y me has devuelto mi vida de ser
humano. ¿Cómo podría, pues, mi lengua darte gracias con arreglo a tus méritos, cuando todos los pelos de
mi cuerpo celebran con alabanzas tu benevolencia y tu generosidad, ¡oh bienhechora!?" Pero Gamila se
apresuró a ayudarle a incorporarse, y después de ponerle vestiduras reales, le dijo: "¡Oh joven príncipe
cuya blancura se manifiesta a través de tus vestidos y cuya belleza ilumina nuestra morada y este jardín!
¿quién eres y cuál es tu nombre? ¿Qué motivo nos hace el honor de tu venida y cómo has sido preso en las
redes de mi hermana Latifa?"
Entonces el príncipe Diamante contó a su libertadora toda su his toria. Y cuando hubo acabado de
hablar él, le dijo ella: "¡Oh Diamante! renuncia, por favor, a la idea peligrosa y sin fruto que te asalta. y
no expongas a los poderes desconocidos tu juventud encantadora y tu vida que tan preciosa es. Porque
está fuera de toda sabiduría el exponerse a perecer sin motivo. Mejor será que te quedes aquí y llenes la
copa de tu vida, con el vino de la voluptuosidad. ¡Porque aquí me tienes dispuesta a servirte conforme a
tu deseo, y a poner tu bienestar por encima del mío, obedeciéndote como un niño a la voz de su madre!" Y
Diamante contestó: "¡Oh princesa! el agradecimiento que hacia ti siento pesa tanto sobre las alas de mi
alma, que sin tardanza debería hacer con mi piel sandalias y calzarlas en tus pequeños pies. Porque me
has revestido con la vestidura de la forma humana, sacándome de mi piel de gamo y librándome de los
artificios de la hechicería de tu hermana. Pero, hoy por hoy, si tu generosidad quiere llegar hasta mí, te
suplico que me con cedas sin tardanza licencia por algunos días, a fin de que consiga yo realizar mi
deseo. Y cuando, merced a la seguridad que espero de Alah el Altísimo, regrese de la ciudad de Wakak,
únicamente me ocuparé de darte gusto y de volver a ver tus pies mágicos. Y con ello no haré más que
cumplir los deberes de un corazón que sabe el agradecimiento".
Cuando la joven vió que Diamante, a pesar de que ella seguía insis tiendo para ablandarle, no accedía
a lo que le proponía ella, y permane cía apegado a su idea desesperante, no pudo por menos de permitirle
partir. Así es que, lanzando quejas, suspiros y gemidos, le dijo: "¡Oh ojos míos! ¡ya que nadie puede
rehuir el destino que lleva atado al cuello, y puesto que tu destino es abandonarme a raíz de nuestro
encuen tro, quiero darte, para ayudarte en tu empresa, asegurar tu regreso y resguardar tu alma cara, tres
cosas que me tocaron en herencia!" Y cogió un cajón que había en otro agujero del muro, lo abrió y sacó
de él un arco de oro con sus flechas, una espada de acero chino y un puñal con el puño de jade, y se los
entregó a Diamante, diciéndole: "Este arco y sus flechas han pertenecido al profeta Saleh (¡con él la
plegaria y la paz!). Esta espada que es conocida bajo el nombre de Es corpión de Soleimán, es tan
excelente que si se golpeara con ella una montaña la partiría como jabón. Y por último, este puñal,
fabricado en otro tiempo por el sabio Tammuz, es inapreciable para quien lo posee, porque preserva de
todo ataque la virtud oculta en su hoja". Lue go añadió: "Sin embargo, ¡oh Diamante! no podrás llegar a la
ciudad de Wakak, que está separada de nosotros por siete océanos, como no te ayude mi tío Al-Simurg.
Por eso acerco mis labios a tu oído para que escuches bien las instrucciones que van a salir de ellos en tu
honor". Y se calló un momento, y dijo: "Has de saber, en efecto, ¡oh amigo Dia mante! que a una jornada
de marcha de aquí hay una fuente; y muy cerca de esa fuente se encuentra el palacio de un rey negro
llamado Tak-Tak. Y este palacio de Tak-Tak está guardado por cuarenta etíopes sanguinarios, cada uno
de los cuales manda un ejército de cinco mil negros feroces. Pero el tal rey Tak-Tak, será benévolo
contigo a causa de los objetos de que te hago entrega; e incluso se portará contigo muy amistosamente,
aunque de ordinario acostumbra a mandar asar a los transeúntes del camino y a comérselos sin pan ni
condimentos. Y perma necerás dos días en su compañía. Tras de lo cual hará que te acompañen al palacio
de mi tío Al-Simurg, gracias al cual acaso puedas llegar a la ciudad de Wakak y resolver el problema de
la clase de relaciones que hay entre Piña y Ciprés". Y como conclusión, dijo: "¡Sobre todo, oh Diamante,
guárdate bien de desviarte ni en un pelo siquiera de lo que te digo!" Luego le besó, llorando, y le dijo: "Y
ahora que a causa de tu ausencia mi vida se convierte en desdicha para mi corazón, hasta tu regreso no
sonreiré más, no hablaré más y abriré sin cesar a mi espíritu la puerta de la tristeza. De mi corazón se
elevarán suspiros constante mente, y ya no tendré noticias de mi cuerpo. Porque, sin fuerza y sin sostén
interior, mi cuerpo no será en lo sucesivo más que el espejo de mi alma". Luego se puso a recitar estas
estrofas:
No rechaces mi corazón lejos de esos ojos de quienes está ena morado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la
taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de
mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi co razón yace a tus pies de
jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adoles cencia, yace a los pies del
raptor de corazones!
Después la joven dijo adiós a Diamante, invocando sobre él las bendiciones y deseándole la
seguridad. Y se apresuró a entrar de nuevo en el palacio para ocultar las lágrimas que le cubrían el
rostro.
En cuanto a Diamante, se marchó, montado en su caballo hermoso como un hijo de los genn, y
prosiguió su camino, etapa tras de etapa, preguntando por la ciudad de Wakak.
Y cabalgando de este modo aca bó por llegar sin contratiempo a una fuente. Aquella era precisamente
la fuente de que le había hablado la joven. Y allí era donde se alzaba el castillo fortificado del rey de los
negros, el terrible Tak-Tak. Y Dia mante vió que, en efecto, las cercanías del castillo estaban guardadas
por etíopes de diez codos de altos, con caras espantosas...
En este momento de su narración, 5chehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 911ª noche
Ella dijo:
...el castillo fortificado del rey de los negros el terrible Tak-Tak. Y Diamante vió que, en efecto, las
cercanías de aquel castillo estaban guardadas por etíopes de diez codos de alto, con caras espantosas. Y
sin dejar que el temor invadiera su pecho, ató su caballo a un árbol que había junto a la fuente, y se sentó
a la sombra para descansar. Y oyó que los negros decían entre sí: "Vaya, por fin, después de tanto tiempo,
viene un ser humano a abastecernos de carne fresca. Apoderémonos de esa presa, a fin de que nuestro rey
Tak-Tak se endulce con ella la boca y el paladar". Y acto seguido, diez o doce etíopes de los más feroces
avanzaron hacia Diamante para apoderarse de él y presentárselo en el asador a su rey.
Cuando Diamante vió que su vida estaba realmente en peligro, sacó de su cinto la espada salomónica,
y abalanzándose sobre sus agre sores, expidió a gran número de ellos por la llanura de la muerte. Y
cuando aquellos hijos del infierno llegaron a su destino, se enteró por correo de la noticia el rey Tak-Tak,
quien, montando en roja cólera, envió al punto, para que se apoderase del audaz, al jefe de los negros, el
embetunado Mak-Mak. Y el tal Mak-Mak, que era una calamidad reconocida, se puso a la cabeza del
ejército de embetunados, cayendo como la irrupción de un enjambre de aberrojos. Y de sus ojos salía la
muerte negra, buscando víctimas.
Al ver aquello, el príncipe Diamante se irguió sobre ambos pies, y le esperó, firme de piernas. Y
silbando como una víbora cornuda, y mugiendo con sus anchas narices, el calamitoso Mak-Mak fué
derecho a Diamante, blandiendo su maza destructora de cabezas, y la hizo vol tear de tal manera, que
retembló el aire. Pero, en aquel mismo momento, el bienamado Diamante alargó su brazo armado con el
puñal de Tam muz, y rápido como el relámpago, clavó la hoja en el costado del gigante etíope, e hizo
beber de un trago la muerte a aquel hijo de mil cornudos. Y al punto se acercó el ángel de la muerte a
aquel maldito, llevándoselo a su última morada.
En cuanto a los negros del séquito de Mak-Mak, cuando vieron a su jefe caer al suelo más ancho que
largo, echaron a correr y volaron como los pajarillos ante el Padre de pico gordo. Y Diamante les persi -
guió, y mató a los que mató.
Cuando el rey Tak-Tak se enteró de la derrota de Mak-Mak, la có lera invadió sus narices tan
violentamente, que ya no pudo él distinguir su mano derecha de su mano izquierda. Y su estupidez le
incitó a ir a atacar por sí mismo al jinete de los precipicios y barrancos, corona de los jinetes, a
Diamante. Pero, a la vista del héroe rugiente, el hijo negro de la impúdica de nariz gorda sintió
aflojársele los músculos, revolverse el saco del estómago y pasar sobre su cabeza el viento de la muerte.
Y Diamante, tomándole de blanco, y disparando sobre él una de las flechas del profeta Saleh (¡con él la
plegaria y la paz!), le hizo tragar el polvo de sus talones, y de una vez envió a un alma a habitar los
lugares fúne bres donde se ha aposentado la Alimentadora de buitres.
Tras de lo cual Diamante hizo papilla a los negros que rodeaban a su rey muerto, y abrió un camino
recto a su caballo por entre sus cuerpos sin alma. Y de tal suerte llegó vencedor a la puerta del palacio en
que había reinado Tak-Tak. Y llamó en la puerta como un amo que llamara en su propia morada. Y la que
salió a abrirle era una reina a quien había quitado su trono y su herencia aquel Tak-Tak de mal agüero. Y
era una joven semejante a la gacela asustada, y cuya faz era tan picante, que derramaba sal sobre la
herida del corazón de los amantes. Y si no había ido más allá para salir al encuentro de Diamante, en
verdad que era porque la pesadez de las caderas que colgaban de su talle frágil se lo habían impedido, y
porque su trasero, adornado de diversos hoyuelos, era tan notable y bendito, que no podía ella moverlo a
su antojo, pues le temblaba su propio impulso, como la leche cuajada en la escudilla del beduíno y como
la salsa de membrillo en medio de la ban deja perfumada con benjuí.
Y recibió a Diamante con efusiones propias de una cautiva para con su libertador. Y quiso hacerle
sentar en el trono del rey difunto; pero Diamante se negó, y cogiéndole la mano, la invitó a subir por sí
misma al trono que Tak-Tak arrebató a su padre. Y no le pidió nada a cambio de tantos beneficios.
Entonces subyugada por su generosidad, ella le dijo: "¡Oh hermoso! ¿a qué religión perteneces para hacer
así el bien sin esperanza de recompensa?" Y Diamante contestó: "¡Oh princesa! ¡mi fe es la fe del Islam,
y su creencia es mi creencia!" Y ella le pre guntó: "¿Y en qué consisten ¡oh mi señor! esa fe y esa
creencia?" El contestó: "Consisten sencillamente en atestiguar la Unidad con la profe sión de fe que nos
ha sido revelada por nuestro Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!)" Y ella preguntó: "¿Y puedes hacerme
la merced de revelarme a tu vez esa profesión de fe que torna tan perfectos a los hombres?" El dijo:
"Consiste en estas únicas palabras: "No hay más Dios que Alah, y Mahomed es el enviado de Alah!" Y
quienquiera que la pronuncie con convicción, en aquella hora y en aquel instante queda ennoblecido con
el Islam. ¡Y aunque sea el último de los descreídos, al punto se torna en igual del más noble de los
musulmanes!" Y cuando hubo oído estas palabras, la princesa Aziza sintió que su corazón se conmovía
con la verdadera fe; y levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la altura de sus ojos,
pronunció la schehada, y al punto se ennobleció con el Islam...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 912ª noche
Ella dijo:
...levantó la mano espontáneamente, y llevando el índice a la al tura de sus ojos, pronunció la
schehada, y al punto se ennobleció con el Islam. Tras de lo cual dijo a Diamante: "¡Oh mi señor! ahora
que me has hecho reina y que me veo iluminada en la vida de la rectitud, heme aquí entre tus manos
dispuesta a servirte con mis ojos y a ser una esclava entre las esclavas de tu harén. ¿Quieres, pues,
haciéndome fa vor con ello, aceptar por esposa a la reina de este país y vivir con ella en donde te plazca,
llevándola de séquito en la aureola de tu belleza?" Y Diamante contestó: "¡Oh mi señora! tan querida eres
para mí como mi propia vida; pero en este momento me requiere un asunto muy im portante, por el cual
abandoné padre, morada, reino y país. Y hasta puede que mi padre, el rey Schams-Schah, a la hora de
ahora me llore como muerto o peor todavía. Y no obstante, es preciso que yo vaya adonde me espera mi
destino, a la ciudad de Wakak. Y a mi vuelta, ¡inschalah! me casaré contigo, y te llevaré a mi país, y me
refocilaré con tu belleza. Pero, por el momento, deseo saber de ti, si lo sabes, dónde se halla Al-Simurg,
tío de la princesa Latifa. Porque sólo ese Al-Simurg podrá guiarme a la ciudad de Wakak. Pero ignoro su
morada, no sé siquiera quién es, ni si es un genio o un ser humano. Así, pues, si tienes algunas referencias
del tío de Gamila, el precioso Al -Simurg, date prisa a participármelas, a fin de que vaya yo en busca
suya. Y eso es cuanto te pido por el momento, ya que deseas serme agradable".
Cuando la reina Aziza enteróse del proyecto de Diamante, se apenó en el corazón y se afligió en
extremo. Pero al ver que ni sus lágrimas ni sus suspiros podían disuadir de su resolución al joven
príncipe, se levantó de su trono, y cogiéndole de la mano, le condujo en silencio por las galerías del
palacio y salió con él al jardín.
Y era un jardín semejante a aquel de quien Rizwán es el guardián alado. Un seto de rosas formaban
las avenidas, y el céfiro, que pasaba por encima de aquellas rosas y parecía aventar almizcle, perfumaba
el olfato y embalsamaba el cerebro. Allí entreabríase el tulipán embriagado con su propia sangre, y el
ciprés se agitaba con todos sus susurros para alabar a su manera el canto cadencioso del ruiseñor. Allí
corrían los arroyos como niños risueños, al pie de las rosas, que hacían rimar con ellos sus capullos. Y
arrastrando tras ella sus pesados esplendores, a despecho de su talle frágil, que sucumbía bajo tan
considerable carga, la princesa Aziza llegó de tal modo con Diamante al pie de un árbol corpulento cuya
ge nerosa sombra protegía en aquel momento el sueño de un gigante. Y aproximó sus labios al oído de
Diamante, y le dijo en voz baja: "Ese que ves aquí acostado es precisamente el que buscas, el tío de
Gamila, Al-Simurg el Volador. Si, cuando salga él de su sueño, quiere tu suerte que abra el ojo derecho
antes que el ojo izquierdo, es que le satisface verte, y comprendiendo por tus armas que te envía la hija
de su her mano, hará por ti lo que le pidas. Pero si, por tu mala suerte y tu irremediable destino, es su ojo
izquierdo el que primero se abra a la luz, estás perdido sin remedio; porque se apoderará de ti, a pesar
de tu valentía, y alzándote del suelo con la fuerza de su brazo, te tendrá suspendido como el pajarillo en
las garras del halcón, ¡y te estrellará con tra el suelo, pulverizando tus huesos encantadores, ¡oh querido
mío! y haciendo entrar en su anchura la longitud de tu cuerpo deseable!" Luego añadió: "¡Y ahora, que
Alah te guarde y te conserve y te acelere tu regreso al lado de una enamorada a quien ya asaltan los
sollozos por tu ausencia!"
Y le dejó para alejarse a toda prisa con los ojos llenos de lágrimas y las mejillas semejantes a flores
de granado.
Y Diamante esperó, durante una hora de tiempo, a que el gigante Al-Simurg el Volador saliese de su
ensueño. Y pensaba para su ánima: "¿Por qué se llamará el Volador este gigante? ¿Y cómo, siendo tan
gigantesco, puede elevarse sin alas por el aire y moverse de otra manera que un elefante?" Luego,
perdiendo la paciencia al ver que Al-Simurg continuaba roncando debajo del árbol con un ruido
semejante precisa mente al que produciría un rebaño de elefantes pequeños, se inclinó y le hizo cosquillas
en la planta de los pies. Y con aquel contacto, el gigante se convulsionó de pronto y batió el aire con sus
piernas, lanzando un cuesco espantoso. Y en el mismo momento abrió ambos ojos a la vez...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 913ª noche
Ella dijo:
...se convulsionó de pronto y batió el aire con sus piernas, lan zando un cuesco. Y en el mismo
momento abrió ambos ojos a la vez. Y vió al joven príncipe y comprendió que era el autor de la trastada
hecha en su pie cosquilleado. Así es que, alzando la pierna, le soltó en pleno rostro una pedorrera que
duró una hora de tiempo y que envene naría a todos los seres animados en cuatro parasangas a la redonda.
Y sólo gracias a la virtud que tenían las armas de que era portador, pudo Diamante escapar de aquel
soplo infernal.
Y cuando el gigante Al-Simurg hubo agotado su provisión, se sen tó sobre su trasero, y mirando al
joven con estupefacción, le dijo: "¡Cómo! ¿Es que no te has muerto del efecto que produce mi trasero, ¡oh
ser humano!?" Y así diciendo, le miró atentamente, y vió las armas de que era portador el joven. Entonces
se irguió sobre ambos pies y se inclinó ante Diamante, y le dijo: "¡Oh mi señor! ¡dispensa mi compor -
tamiento! Pero si hubieras hecho que algún esclavo me avisara de tu llegada, habría yo cubierto con mis
propios pelos el suelo que tenías que pisar. Espero, pues, que no me guardarás rencor en tu corazón por
lo que de mi parte ha sido involuntario y sin intención maligna. Así, pues, hazme el favor de decirme qué
asunto tan importante es el que te ha impulsado a venir hasta este lugar, adonde no pueden llegar ni seres
humanos ni animales. Apresúrate ya a explicármelo, a fin de que yo obre en favor tuyo, si es posible, y
lleve a buen término tu empresa".
Y tras de manifestar a Al-Simurg su simpatía, Diamante le contó toda su historia, sin omitir un detalle.
Luego le dijo: "Y he venido has ta ti ¡oh Padre de los Voladores! sólo para tener tu ayuda Y llegar has ta la
ciudad de Wakak, surcando los océanos infranqueables".
Cuando Al-Simurg hubo oído el relato de Diamante, se llevó la ma no al corazón, a los labios y a la
frente, y contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos". Luego añadió: "Vamos a partir sin tardan za
para la ciudad de Wakak; pero antes he de preparar mis provisiones de boca. Para lo cual, voy a cazar
asnos salvajes de los que pue blan la selva, y me apoderaré de algunos para hacer kababs con su carne y
odres con su pellejo. Y cuando ambos estemos provistos de co sas tan necesarias, tú te montarás a caballo
en mis hombros, y echaré a volar contigo. Y así te pasaré por los siete océanos. Y cuando yo esté
debilitado por la fatiga, me darás kababs y agua, hasta que lleguemos á la ciudad de Wakak".
Y de acuerdo con su discurso, al punto púsose a cazar, y cogió siete asnos salvajes, uno para la
travesía de cada océano, e hizo los kababs y los odres consabidos. Luego volvió al lado de Diamante y le
hizo montar en sus hombros tras de llenar con los kababs de los asnos salvajes unas alforjas que se había
pasado al cuello, tras de cargarse los siete odres llenos de agua de manantial.
Cuando Diamante se vió montado de tal modo a hombros del gi gante Al-Simurg, dijo para sí: "¡Este
gigante, que es mayor que un elefante, pretende volar conmigo sin alas por los aires! ¡Por Alah, que es
cosa prodigiosa y de la que no oí hablar nunca!" Y mientras refle xionaba de este modo, oyó de pronto un
ruido como el que produce el viento al pasar por el intersticio de una puerta, y vió que el vientre del
gigante se inflaba a ojos vistas y alcanzaba en seguida las dimensiones de una cúpula. Y aquel ruido de
viento a la sazón se hizo semejante al de un fuelle de herrero, a medida que se inflaba el vientre del
gigante. Y de pronto Al-Simurg golpeó el suelo con el pie, y en un instante se remontó con su carga por
encima del jardín. Luego continuó subiendo por el cielo, haciendo maniobrar sus piernas como un sapo
en el agua. Y llegado que fué a una altura conveniente, tomó en línea recta hacia Occidente. Y cuando, a
pesar suyo, sentía que no iba bien y estaba a más altura de la que deseaba, soltaba uno o dos o tres o
cuatro cuescos de fuerza y duración variadas. Y cuando, por el contrario, a consecuen cia de esta pérdida,
se le desinflaba el vientre, aspiraba aire con todas sus aberturas superiores, o sea boca, nariz y oídos. Y
al punto se remontaba por el cielo cerúleo, y seguía en línea recta con la rapidez del ave.
Y viajaron de tal suerte como pájaros, cerniéndose por encima de las aguas, y franqueando uno tras
otro los océanos. Y cada vez que sur caban uno de los siete mares, bajaban a descansar un momento en
tierra firme para comer kababs de asno salvaje y beber agua de los odres. Al propio tiempo, el gigante
renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas para reponerse de las fatigas del
viaje...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 914ª noche
Ella dijo:
"...Al propio tiempo, el gigante renovaba su provisión de fuerzas volátiles, acostándose unas horas
para reponerse de las fatigas del viaje. Y al cabo de siete días de travesía aérea, llegaron una mañana
encima de una ciudad toda blanca que dormía en medio de sus jardines. Y el Volador dijo a Diamante:
"En lo sucesivo serás un hijo para mí, y no me arrepiento de las fatigas que he soportado para traerte
hasta aquí. Ahora voy a dejarte en la terraza más alta de esta ciudad, que es preci samente la ciudad de
Wakak, y en la que sin duda hallarás la solución del problema que buscas y dice así: "¿Qué clase de
relaciones hay en tre Piña y Ciprés?" Sí, ésta es la ciudad del negro sombrío que se en cuentra debajo del
lecho de marfil de la princesa Mohra. Y aquí es donde podrás saber por qué ese negro es el padre de
todo este asunto tan complicado". Y tras de hablar así descendió, desinflándose poco a poco, y depositó
dulcemente y sin sacudidas al príncipe Diamante en la terraza consabida. Y al despedirse de él, le
entregó un mechón de pelos de su barba diciéndole: "Guarda cuidadosamente estos pelos de mi barba y
no te separes de ellos nunca. Y cuando estés apurado y tengas necesidad de mí para que te saque del
apuro o para que te lleve al sitio don de te encontré, no tendrás más que quemar uno de estos pelos, y me
verás sin tardanza ante ti". Y acto seguido volvió a inflarse y se re montó por los aires, bogando con
soltura y rapidez en pos de su morada.
Y Diamante, sentado en aquella terraza, se puso a reflexionar en lo que tenía que hacer. Y se
preguntaba cómo se arreglaría para bajar de aquella terraza sin ser notado por las gentes que habitaban la
casa, cuando vió salir de la escalera y avanzar hacia él un joven de una be lleza sin par y que era
precisamente el dueño de aquella morada. Y el joven le abordó con la zalema, sonriéndole, y le deseó la
bienvenida, diciendo: "¡Qué mañana tan luminosa la que trae para mí tu llegada a mi terraza, ¡oh el más
hermoso de los humanos! ¿Eres un ángel, un genni o un ser humano?" Y Diamante contestó: "¡Oh caro
jovenzuelo! soy un ser humano encantado de inaugurar este día con tu contemplación deliciosa. Y me
hallo aquí porque me ha conducido mi destino. Y esto es cuanto puedo decirte acerca de mi presencia en
tu morada bendita". Y tras de hablar así estrechó al jovenzuelo contra su pecho. Y se jura ron ambos
amistad. Y bajaron juntos a la sala de los amigos, y comie ron y bebieron en compañía. ¡Loores al que une
a dos seres hermosos y allana en su camino las dificultades y simplifica las complicaciones!
Cuando estuvo consolidada la amistad entre Diamante y el j oven zuelo, que se llamaba Farah, y era
precisamente el favorito del sultán de la ciudad de Wakak, Diamante le dijo: "¡Oh amigo mío Farah!, ya
que eres tan querido del sultán y compañero íntimo suyo, en vista de lo cual no podrá permanecer oculto
para ti ningún asunto de este reino, ¿puedes hacerme, en nombre de la amistad, un servicio que no te oca -
sionará ningún gasto?" Y contestó el joven Farah: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh amigo mío
Diamante! Habla, y si es preciso que venda mi piel para hacerte sandalias con ella, me someteré con ale -
gría y contento". Y entonces le dijo Diamante: "¿Puedes decirme senci llamente qué clase de relaciones
hay entre Piña y Ciprés? ¿Y puedes explicarme también por qué el negro sombrío está echado debajo del
lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del rey Tammuz ben Qamús, señor de las comarcas de Sinn y
de Masinn?"
Al oír esta pregunta de Diamante, al joven Farah se le demudó mucho el semblante y se le puso muy
amarilla la tez y turbada la mira da. Y empezó a temblar como si estuviese delante del ángel Asrail. Y al
verle en aquel estado, Diamante le prodigó las más dulces palabras para calmar su alma y lavarla del
susto. Y el joven Farah acabó por decirle: "¡Oh Diamante! sabe que el rey ha ordenado se haga morir a
todo ha bitante o a todo viajero que pronuncie el nombre de Ciprés o de Piña. Porque Ciprés es
precisamente el nombre de nuestro rey y Piña es el de nuestra reina. Y he aquí todo lo que se acerca de
tan temible cuestión.
En cuanto a la clase de relaciones que haya entre el rey Ciprés y la reina Piña, las ignoro, de la
propia manera que mi lengua no puede decir nada respecto a lo que tenga que ver en tan peligroso asunto
el negro consabido. Todo lo que puedo decirte para darte gusto ¡oh Dia mante!, es que nadie más que el
propio rey Ciprés conoce este secreto oculto. Y me ofrezco a conducirte a palacio y a ponerte en
presencia del rey. Y no dejarás de entrar en su gracia, y acaso puedas desanudar directamente entonces
tan difícil nudo".
Y Diamante dió las gracias a su amigo por aquella intervención, y convino con él respecto al día en
que harían aquella visita al rey Ci prés. Y cuando llegó el momento esperado, fueron juntos a palacio; e
iban cogidos de la mano, y parecían dos ángeles. Y el rey Ciprés se di lató y se holgó al ver entrar a
Diamante. Y después de admirarle una hora de tiempo, le ordenó que se acercara. Y Diamante avanzó
entre las manos del rey, y tras de los homenajes y deseos, le ofreció como presente una perla roja que
llevaba colgada de un rosario de ámbar ama rillo, tan preciosa, que no se hubiera podido pagar su valor
con todo el reino de Wakak, y los reyes más poderosos no hubieran podido pro curarse otra igual. Y
Ciprés quedó muy contento, y aceptó el regalo, di ciendo: "Lo admito de corazón". Luego añadió: "¡Oh
jovenzuelo cir cundado de gracia! en justa correspondencia, puedes pedirme cualquier favor, que de
antemano te está concedido". Y no bien oyó estas palabras que esperaba, contestó Diamante: "¡Oh rey del
tiempo! ¡Alah me libre de pedir otro favor que el de ser tu esclavo! ¡Sin embargo, si quieres
permitírmelo y consientes en dejar a salvo mi vida, te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 915ª noche
Ella dijo:
"...te diré lo que llevo en el corazón!" Y añadió: "¡Oh mi señor! bien dichosos son los sordos y los
ciegos por no estar expuestos a las calamidades, las cuales nos entran por los ojos y por los oídos.
¡Porque en mi caso fueron mis oídos los que atrajeron sobre mí la mala suerte! Porque ¡oh asilo del
mundo! desde el día nefasto en que oí mencionar delante de mí lo que voy a contarte, ya no he tenido
reposo ni sueño" Y le contó toda su historia con los menores detalles. Y no hay utilidad en repetirla.
Luego añadió: "Y ahora que el Destino me ha gratificado con la vista de tu presencia luminosa, ¡oh rey
del tiempo! y que quieres concederme, como favor insigne, la merced que me permites solicitarte, te
pediré sencillamente que me digas exactamente qué clase de relaciones hay entre nuestro señor rey
Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y que me digas también qué tiene que ver en el asunto el negro
sombrío que a la hora de ahora está tendido debajo del lecho de marfil de la prin cesa Mohra, hija del del
rey Tammuz ben Qamús, soberano de las co marcas de Sinn y de Massin".
Así habló Diamante al rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak. Y a medida que hablaba Diamante, el
rey Ciprés cambiaba sensible mente de color y de intenciones. Y cuando Diamante acabó su discurso
Ciprés se había puesto como una llama; y en sus ojos ardía un incendio. Y en su pecho le roncaba el
hervidero interior, de todo punto semejante al furor de la caldera en el brasero. Y permaneció un
momento sin poder emitir sonidos. Y de improviso estalló, diciendo: "Mal hayas, ¡oh ex tranjero! ¡Por
vida de mi cabeza, que si no fueras sagrado para mí des pués del juramento que hice de dejar a salvo tu
vida, en este mismo instante te separaría del cuerpo la cabeza!" Y Diamante dijo: "¡Oh rey del tiempo!
¡perdona a tu esclavo su indiscreción! Pero la he cometido porque me lo permitiste. Y ahora, por mucho
que digas, no puedes me nos de ceder a mi demanda, después de tu promesa. Porque me has ordenado que
formule un deseo entre tus manos, y lo único que me in teresa es precisamente la cosa que sabes".
Y el rey Ciprés, al oír este discurso de Diamante, llegó al límite de la perplejidad y de la
desesperación. Y tan pronto se inclinaba su alma a desear la muerte de Diamante como a mantener sus
propios compro misos. Pero el primer deseo era mucho más violento. Sin embargo, con siguió dominarse
temporalmente, y dijo a Diamante: "¡Oh hijo del rey Schams-Schah! ¿por qué quieres obligarme a echar
inútilmente por el aire tu vida? ¿No te valdrá más que renuncies a la idea peligrosa que te preocupa, y
que me pidas otra cosa en cambio, aunque sea la mitad de mi reino?" Pero Diamante insistió, diciendo:
"Mi alma no anhela nada más, ¡oh rey Ciprés!" Entonces le dijo el rey: "No hay incon veniente en
complacerte. ¡No obstante, ten presente que, cuando te haya revelado lo que quieres saber, haré que sin
remisión te corten la cabeza!" Y Diamante dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, ¡oh rey del
tiempo! ¡Cuando me haya enterado de la solución que an helo, o sea de la clase de relaciones que hay
entre nuestro señor el rey Ciprés y nuestra señora la reina Piña, y qué tiene que ver el negro con la
princesa Mohra, haré mis abluciones y moriré con la cabeza cortada!"
Entonces el rey Ciprés se mostró muy pesaroso, no solamente porque se veía obligado a revelar un
secreto que estimaba más que su alma, sino a causa de la muerte segura de Diamante. Permaneció, pues,
con la cabeza baja y la nariz alargada durante una hora de tiempo. Tras de lo cual hizo evacuar la sala del
trono por los guardias, a los cuales dió, por señas, algunas órdenes. Y salieron los guardias, y volvieron
al cabo de un momento, llevando atado con una correa de cuero rojo enriquecida de pedrerías a un
hermoso perro lebrel de la especie de los lebreles de color castaño claro. Y luego extendieron
ceremoniosamente un gran tapiz de brocado de forma cuadrada. Y el lebrel fué a sentarse en una esquina
del tapiz, tras de lo cual entraron en la sala algunas es clavas, en medio de las cuales iba una maravillosa
joven de cuerpo de licado, con las manos atadas a la espalda, bajo la mirada vigilante de doce etíopes
sanguinarios. Y las esclavas hicieron sentarse a aquella joven en la esquina opuesta del tapiz, y pusieron
delante de ella una bandeja con la cabeza de un negro. Y aquella cabeza estaba conservada en sal y
hierbas aromáticas y parecía recién cortada. Después el rey hizo una nueva seña. Y al punto entró el
cocinero mayor de palacio, seguido de portadores de toda clase de manjares agradables a la vista y al
gusto; y colocó todos aquellos manjares en un mantel delante del perro lebrel. Y cuando el animal comió
y se sació, colocaron las sobras en un plato sucio, de mala calidad, delante de la hermosa joven que tenía
atadas las manos. Y ella se puso primero a llorar y luego a sonreír, y las lágrimas que caían de sus ojos
se convertían en perlas, y las sonrisas de sus labios en rosas. Y los etíopes recogieron delicadamente las
perlas y las rosas y se las dieron al rey.
Tras de lo cual el rey Ciprés dijo a Diamante: "¡Ha llegado el mo mento de tu muerte con el alfanje o
con la cuerda!" Pero Diamante dijo: "Sí, ciertamente, ¡oh rey! pero no antes de que me expliques lo que
acabo de ver. ¡Cuando lo hagas, moriré!"
Entonces el rey Ciprés recogió la orla de su traje real sobre su pie izquierdo, y apoyando la barba en
la palma de su mano derecha, habló así:
"Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos
atadas a la espalda, y cuyas lágrimas y sonrisa son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el
rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 916ª noche
Ella dijo:
"...Has de saber, pues, ¡oh hijo del rey Schams-Schah! que la joven que estás viendo con las manos
atadas a la espalda, y cuyas lágri mas y sonrisas son perlas y rosas, se llama Piña. Es mi esposa. Y yo, el
rey Ciprés, soy señor de este país y de esta ciudad, que es la ciudad de Wakak.
"Un día entre los días de Alah, salí de mi ciudad para cazar, cuando he aquí que en la llanura me
asaltó una sed ardiente. Y como una persona perdida en el desierto, iba yo de un lado a otro en busca de
agua. Y tras de muchas penalidades y mucha ansiedad, acabé por des cubrir una tenebrosa cisterna abierta
por los pueblos antiguos. Y di gracias al Altísimo por aquel descubrimiento, aunque ya no tenía fuerzas ni
para moverme. Sin embargo, cuando invoqué el nombre de Alah, conseguí tocar los bordes de aquella
cisterna, a la que era di fícil acercarse a causa de los desprendimientos de tierra y de las rui nas que la
circundaban. Luego, sirviéndome de mi gorro como un cubo, y de mi turbante añadido a mi cinturón como
de una cuerda, solté todo en la cisterna. Y ya se me refrescaba el corazón sólo con oír el ruido del agua
contra mi gorro. Pero ¡ay! cuando quise tirar de la cuerda impro visada, no puede sacar nada. Porque mi
gorro se había vuelto tan pesa do como si contuviese todas las calamidades. Y me costó un trabajo in finito
tratar de moverlo, sin conseguirlo. Y en el límite de la desespera ción, y sin poder soportar la sed que me
abrasaba, exclamé: "¡No hay recurso ni fuerza más que en Alah! ¡Oh seres que habéis establecido vuestra
residencia en esta cisterna! seáis genn o seres humanos, tened compasión de un pobre de Alah a quien
hace agonizar la sed, y dejad me que saque el cubo. ¡Oh habitantes ilustres de este pozo! me falta e!
aliento y se me detiene en la boca la respiración".
"Y me puse a proclamar de tal suerte mi tormento y a gemir mu cho, hasta que al fin llegó desde el
pozo a mi oído una voz que dejó oír estas palabras: "Más vale la vida que la muerte. ¡Oh servidor de
Alah! si nos sacas de este pozo, te recompensaremos. ¡Más vale la vida que la muerte!"
"Entonces, olvidando por un instante mi sed, hice acopio de las energías que me quedaban, y sacando
fuerzas de flaqueza, por fin logré extraer del pozo mi cubo con su carga. Y vi, agarradas con los dedos a
mi gorro, dos viejísimas mujeres ciegas, con la espalda cur vada como un arco, y tan delgadas, que
habrían pasado por el ojo de una aguja de ensalmar. Se les hundían los párpados en la cabeza, tenían sin
dientes las mandíbulas, su cabeza oscilaba lamentablemente, temblaban sus piernas, y tenían los cabellos
tan blancos como algodón cardado. Y cuando, poseído de piedad y olvidando finalmente mi sed, les
pregunté la causa de que habitaran en aquella antigua cisterna, ellas me dijeron: "¡Oh joven caritativo! en
otro tiempo incurrimos en la cólera de nuestro señor, el rey de los genn de la Primera División, que nos
privó de la vista e hizo que nos arrojaran en este pozo. Y henos aquí dispuestas, por gratitud, a hacer que
obtengas cuanto puedas desear. Vamos a indicarte antes, empero, el modo de curarnos nuestra ceguera. Y
una vez curadas, quedaremos obligadas por tus beneficios". Y prosi guieron en estos términos: "A poca
distancia de aquí, en tal paraje, hay un río a cuyas orillas suele ir a pastar una vaca de tal color. Ve a
buscar boñiga fresca de esa vaca, úntanos los ojos con ella, y en el mismo instante recobraremos la vista.
Pero en el momento en que apa rezca esa vaca tienes que ocultarte de ella, porque si te ve, no
estercolará".
"Entonces yo, teniendo presente este discurso, me dirigí al río consabido, que no había visto en mis
correrías anteriores, y llegué al paraje indicado, acurrucándome allí detrás de unas cañas. Y no tardé en
ver salir del río una vaca blanca como la plata. Y en cuanto estuvo al aire, estercoló abundantemente,
poniéndose después a pacer hierba. Tras de lo cual volvió a entrar en el río y desapareció.
"En seguida me levanté de mi escondrijo y recogí la boñiga de la vaca blanca, y regresé a la cisterna.
Y apliqué aquella boñiga en los ojos de las viejas, y al punto se tornaron clarividentes y miraron a todos
lados.
"Entonces me besaron las manos, y me dijeron: "¡Oh señor nues tro! ¿quieres riqueza, salud o una
partícula de belleza? Y contesté sin vacilar: "¡Oh tías mías! Alah el Generoso me ha otorgado riqueza y
salud. ¡En cuanto a la belleza, jamás se tiene entre las manos lo bastante para satisfacer al corazón!
¡Dadme esa partícula de que habláis!" Y me dijeron: "¡Por encima de nuestra cabeza y de nuestros ojos!
te da remos esa partícula de belleza. Es la propia hija de nuestro rey. Se ase meja a la risueña hoja del
jardín, y ella misma es una rosa, cultivada o salvaje. Son lánguidos sus ojos como los de una persona
ebria, y uno de sus besos calma mil penas de las más negras. En cuanto a su belleza general, domina al
sol, abrasa a la luna y hace desfallecer a los corazones todos, y sus padres, que la quieren
extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e inauguran todas sus jornadas admirando la
hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene oculto, te per tenecerá; y disfrutarás de ella; y
viceversa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 917ª noche
Ella dijo:
"...sus padres, que la quieren extremadamente, a cada instante la estrechan contra su pecho e
inauguran todas sus jornadas admirando la hermosura de su hija. Tal como es, con todo lo que tiene
oculto, te per tenecerá; y disfrutarás de ella; y viceversa. Vamos, pues, a conducirte al lado suyo, y haréis
ambos lo que tengáis que hacer. Pero ten cuidado de que no te vean sus padres, sobre todo cuando estéis
enlazados; porque te arrojarían vivo al fuego. Sin embargo, el mal no sería irremediable, porque
estaremos allí siempre para velar por ti y salvarte de la muerte. Y todo saldrá bien, porque iremos a
buscarte en secreto, y te untare mos el cuerpo con aceite de la serpiente faraónica, de modo que, aunque
estuvieras mil años en la hoguera o en la horca, no experimentaría tu cuerpo el menor daño, y el fuego
resultaría para ti un baño tan fresco cual los manantiales del jardín de Irem".
"Y tras de prevenirme así de cuanto debía sucederme, y tranqui lizándome de antemano por el
resultado de la aventura, las dos viejas me transportaron, con una rapidez que me dejó atónito, al palacio
con sabido, que era el del rey de los genn de la Primera División. Y creí verme de repente en el paraíso
sublime. Y en la sala retirada donde me introdujeron, vi a la que me había deparado mi destino, una joven
ilu minada por su propia belleza, y acostada en su lecho, apoyando la ca beza en una almohada
encantadora. Y en verdad que el resplandor de sus mejillas avergonzaba al mismo sol; y mirándola
demasiado tiempo, se os lavarían las manos de la razón y de la vida. Y en seguida la flecha penetrante
del deseo por unirme a ella entró profundamente en mi corazón. Y permanecí en su presencia, con la boca
abierta, en tanto que el niño que me tocó en herencia se conmovía considerablemente y pretendía nada
menos que salir a tomar el aire.
"Al ver aquello, la joven lunar frunció las cejas, como si la mo viese un sentimiento de pudor, a la vez
que su mirada llena de ma licia daba su consentimiento. Y me dijo con un tono que quería hacer iracundo:
"¡Oh ser humano! ¿de dónde has venido y hasta dónde llega tu audacia? ¿Es que no temes lavarte de tu
propia vida s las manos?" Y comprendiendo los verdaderos sentimientos que la animaban con respecto a
mí contesté: "¡Oh mi deliciosa señora! ¿qué vida es preferible en este instante en que mi alma goza
contem plándote? ¡Por Alah! estás escrita en mi destino, y he venido aquí precisamente por obedecer a mi
destino. Te suplico, pues, por los diamantes de tus ojos, que no perdamos en palabras sin objeto un
tiempo que se podría emplear de manera útil".
"Entonces la joven abandonó de pronto su postura displicente, y corrió a mí, cual movida de un deseo
irresistible, y me tomó en sus brazos, y me estrechó contra ella con calor, y se puso muy pálida y cayó
desvanecida en mis brazos. Y no tardó en moverse, ja deando y estremeciéndose, de modo y manera que,
sin interrupción, entró el niño en su cuna, sin gritos ni sufrimientos, igual que el pez en el agua. Y mi
espíritu conmovido, libre de inconvenientes de los celos, ya sólo se preocupó del goce puro y sin trabas.
Y nos pasa mos todo el día y toda la noche sin hablar, ni comer, ni beber, ha ciendo contorsiones de
piernas y de riñones y todo lo consiguiente res pecto a movimientos de avance y retroceso. Y el cordero
cornea dor no perdonó a aquella oveja batalladora, y sus sacudidas eran las de un verdadero padre de
cuello gordo, y la confitura que le sir vió era una confitura de nervio gordo, y el padre de la blancura no
fué inferior a la herramienta prodigiosa, y la carne dulce fué la ra ción del asaltante tuerto, y el mulo terco
fué domado por el báculo del derviche, y el estornino mudo se acordó con el ruiseñor modulador, y el
conejo sin orejas marchó a compás con el gallo sin voz, y el músculo caprichoso hizo moverse a la
lengua silenciosa, y en una pa labra, se arrebató lo que había que arrebatar, y se redujo lo que había que
reducir; y no cesamos en nuestra tarea hasta la aparición de la mañana, en que nos interrumpimos para
recitar la plegaria e ir al baño.
"Y de tal modo nos pasamos un mes, sin que nadie sospechara mi presencia en el palacio ni la vida
extraordinaria que llevábamos, toda llena de copulaciones sin palabras y de otras cosas semejantes. Y
habría sido completa mi alegría, a no ser por la aprensión que no cesaba de sentir mi amiga, temerosa de
ver nuestro secreto descubier to por su padre y su madre, aprensión tan viva, en verdad, que partía el
corazón.
"Y he aquí que no dejó de llegar el tan temido día. Porque una mañana el padre de la joven, al
despertarse, fué al aposento de su hija, y observó que su belleza lunar y su lozanía había disminuido y
que una especie de fatiga profunda alteraba sus facciones y las ve laba de palidez. Y al instante llamó a la
madre y le dijo: "¿Por qué ha cambiado el color del rostro de nuestra hija? ¿No ves que el viento funesto
de otoño ha marchitado las rosas de sus mejillas?" Y la madre miró durante largo rato en silencio y con
aire suspicaz a su hija, que dormía apaciblemente, y sin pronunciar palabra se acercó a ella, le levantó
con un movimiento brusco la camisa, y con los de dos de la mano izquierda separó las dos mitades
encantadoras de cierta parte inferior de su hija. Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente
de la virginidad volatilizada de aquel conejo co lor de jazmín...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 918ª noche
Ella dijo:
"...Y con sus ojos vió lo que vió, o sea la prueba fehaciente de la virginidad volatilizada de aquel
conejo color de jazmín. Y al comprobar aquello, casi se desmayó de emoción, y exclamó: "¡Oh su pudor
y su honor saqueados! ¡Qué hija tan desvergonzada y tan tranquila! ¡Qué manchas tan indelebles sobre el
vestido de su casti dad!" Luego la sacudió furiosamente y la desperto, gritándole: "¡Si no dices la verdad,
¡oh perra! te haré probar la muerte roja!"
"Y la joven, despertando sobresaltada con aquello, y al ver a su madre, con la nariz llena de cólera
negra contra ella, sospechó lo que ocurría y comprendió vagamente que había llegado el mo mento grave.
Así es que no trató de negar lo que era innegable, ni de confesar lo que era inconfesable, sino que tomó el
partido de bajar la cabeza y los párpados y de guardar silencio. Y de cuando en cuando, abrumada por la
ola de palabras tempestuosas lanzadas por su madre, se contentaba con alzar los párpados un instante
para ba jarlos en seguida sobre sus ojos asombrados. En cuanto a responder de una manera o de otra, se
guardó mucho de hacerlo. Y cuando, a vuelta de preguntas, amenazas y ruidos tormentosos, sintió la
madre que se le atropellaba la voz y su garganta se negaba a emitir sonidos, dejó allí a su hija y salió
alborotada a dar orden de que hicieran pesquisas por todo el palacio para encontrar al perpetrador del
es trago. Y no tardaron en encontrarme, pues se hicieron las pesquisas; siguiéndome la pista por mi olor
de ser humano, perceptible para el olfato de ellos.
"Y por consiguiente se apoderaron de mí y me hicieron salir del harén y del palacio; y acumulando
una enorme cantidad de leña, me desnudaron y se dispusieron a arrojarme a la pira. Y en aquel preciso
momento las dos viejas de la cisterna se acercaron a mí, y dijeron a los guardias: "Vamos a verter sobre
el cuerpo de este ser humano malhechor esta zafra de aceite de quemar, a fin de que el fuego lama mejor
sus miembros y nos libre más pronto de su presencia de mal agüero". Y los guardias no pusieron ningún
inconveniente, sino al contrario. Entonces las dos viejas me vertieron sobre el cuerpo una zafra llena de
aceite salomonico, cuyas virtudes me habían explicado, y me frotaron con él todos los miembros, sin
omitir una partícula de mi persona. Tras de lo cual los guardias me colocaron en medio de la inmensa
hoguera, a la que prendieron fuego. Y a los pocos instantes me rodearon las llamas furiosas. Pero las
lenguas rojas que me lamían eran para mí más dulces y más frescas que la caricia del agua en los jardines
del Irem. Y permanecía desde por la mañana hasta por la noche en medio de aquella hornaza, tan intacto
como el día que salí del vientre de mi madre.
"Y he aquí que los genn de la Primera División, que atizaban el fuego donde me creían en estado de
osamenta, preguntaron a su señor qué tenían que hacer con mis cenizas. Y el rey les ordenó que reco -
gieran las cenizas y las arrojaran de nuevo al fuego. Y la reina añadió: "¡Pero antes os mearéis todos
encima!". Y cumpliendo esta orden, los servidores genn apagaron el fuego para recoger mis cenizas y
mearse encima. Y me encontraron sonriente e intacto, en el estado que ya he dicho.
"Al ver aquello, el rey y la reina de los genn de la Primera División no dudaron de mi poder. Y
reflexionaron con su espíritu, y opinaron que tenía el deber de respetar en lo sucesivo a un personaje tan
emi nente. Y les pareció conveniente casar a su hija conmigo. Y fueron a darme la mano, y se excusaron
por su conducta para conmigo, y me trataron con mucho honor y cordialidad. Y cuando les revelé que era
hijo del rey de Wakak, se regocijaron hasta el límite del regocijo, ben diciendo la suerte que unía a su hija
con el más noble de los hijos de Adán. Y celebraron con pompa y ostentación mi matrimonio con aquella
hermosa de cuerpo de rosa.
"Y cuando, al cabo de algunos días, experimenté el deseo de volver a mi reino, pedí permiso para
hacerlo a mi tío, padre de mi esposa. Y aunque para ellos era doloroso separarse de su hija, no quisieron
opo nerse a mi deseo. Y mandaron prepararnos un carro de oro, al que uncieron seis pares de genn aéreos,
y me dieron, en calidad de regalos, un número considerable de joyas y gemas espléndidas. Y después de
los adioses y los votos, en un abrir y cerrar de ojos fuimos transpor tados a la ciudad de Wakak, mi
ciudad.
"Has de saber ahora ¡oh joven! que esta adolescente que ves delante de ti, con las manos atadas a la
espalda, es la hija de mi tío, el rey de los genn de la Primera División. Ella precisamente es mi es posa, y
se llama Piña. Y de ella se ha tratado hasta el presente, y a ella también he de referirme en lo que ahora
voy a contarte.
"En efecto, una noche, algún tiempo después de mi regreso, estaba yo dormido al lado de mi esposa
Piña. Y a causa del calor, que era grande, me desperté, contra mi costumbre, y observé que, a pesar de la
temperatura de aquella noche sofocante, los pies y las manos de Piña estaban más fríos que la nieve. Y
me extrañó aquel frío singular, y creyendo en alguna dolencia profunda de mi esposa, la desperté
dulcemente y le dije: "¡Encantadora mía, tu cuerpo está helado! ¿Sufres o no sientes nada?". Y ella me
contestó con acento indiferente: "No es nada. Hace un rato satisfice una necesidad, y a causa de la
ablución que hice luego se me han puesto fríos los pies y las manos". Y yo creí que su discurso era
verídico, y me volví a acostar sin decir palabra.
"Pero, algunos días después, ocurrió otra vez lo mismo, y mi esposa, interrogada por mí, me dió la
misma contestación. Aquella vez, sin embargo, no me quedé satisfecho, y en mi espíritu penetraron con -
fusamente vagas sospechas. Y estuve inquieto desde entonces. No obs tante, guardé aquellas sospechas en
el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del silencio a la puerta de mi lengua...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 919ª noche
Ella dijo:
"...No obstante, guardé aquellas sospechas en el cofrecillo de mi corazón, y puse la cerradura del
silencio a la puerta de mi lengua. Y por intentar una distracción de mi inquietud, fui a mis cuadras a mirar
mis hermosos caballos. Y vi que los caballos que tenía reserva dos para mi uso personal a causa de su
velocidad, que superaba a la del viento, estaban tan delgados y extenuados que los huesos se les clavaban
en la piel, y tenían desollado el lomo por varios sitios. Y sin enterarme de nada más, hice ir a mi
presencia a los palafreneros, y les dije: "¡Oh hijos de perro! ¿qué es esto? ¿Y a qué obedece esto?". Y se
prosternaron con la faz contra el suelo ante mi ira, y uno de ellos levantó un poco la cabeza, temblando, y
me dijo: "¡Oh señor nuestro! si me haces gracia de la vida, te diré una cosa en secreto". Y le tiré el
pañuelo de la seguridad, diciéndole: "¡Dime la verdad, y no me ocultes nada, porque, si no, te espera el
palo!". Entonces dijo él: "Sabe ¡oh señor nuestro! que todas las noches sin falta nuestra señora la reina,
vestida con sus trajes reales, adornada con sus atavíos y sus joyas, semejantes a Balkis con sus preseas,
viene a la cuadra, escoge uno de los caballos particulares de nuestro amo, lo monta, y va a pasearse. Y
cuando regresa, al terminar la noche, el caballo no vale para nada, y cae al suelo, extenuado. ¡Y ya hace
mucho tiempo que dura este estado de cosas, del que no nos hemos atrevido nunca a avisar a nuestro
señor el sultán!"
"Al enterarme de aquellos detalles tan extraños, se me turbó el corazón, y mi inquietud se hizo
tumultuosa, y en mi espíritu arraigaron profundamente las sospechas. Y de tal suerte transcurrió para mi
la jornada, sin que tuviese yo un momento de calma para ocuparme de los asuntos del reino. Y esperé la
noche con una impaciencia que dis tendía mis piernas y mis brazos a pesar mío. Así es que cuando llegó
la hora de la noche en que de ordinario iba yo en busca de mi esposa, entré en su aposento y la encontré
desnuda ya y estirando los brazos. Y me dijo: "Estoy muy cansada y sólo tengo ganas de acostarme. Mira
cómo se abate el sueño sobre mis ojos. ¡Ah, durmamos!" Y yo, por mi parte, supe disimular mi agitación
interna, y fingiendo estar más extenuado todavía que ella, me eché a su lado, y aunque estaba muy
despierto, me puse a respirar roncando, como los que duermen en la taberna.
"Entonces esta mujer de mala fortuna se levantó como un gato, y aproximó a mis labios una taza cuyo
contenido hubo de verter en mi boca. Y tuve fuerza de voluntad para no traicionarme; pero, volvién dome
un poco hacia la pared, como si continuase durmiendo, escupí sin ruido en la almohada el bang líquido
que me había dado. Y sin dudar del efecto del bang, no tuvo ella cuidado para ir y venir por la
habitación, y lavarse y arreglarse, ponerse kohl en los ojos, y nardo en los cabellos, y surma indio en los
ojos, y missi también indio en los dientes, y perfumarse con esencia volátil de rosas y cubrirse de
alhajas, y echar a andar como si estuviera borracha.
"Entonces, esperando a que hubiese salido ella, me levanté de mi lecho, y echándome sobre los
hombros una abaya con capucha, la seguí a pasos recatados, con los pies descalzos. Y la vi dirigirse a las
cua dras, y escoger un caballo tan hermoso y tan ligero como el de Schirin. Y montó en él, y se marchó. Y
quise montar también a caballo para seguirla; pero pensé que el ruido de los cascos llegaría a oídos de
aquella esposa desvergonzada, y quedaría advertida de lo que debía permanecer oculto para ella. Así es
que, apretándome el cinturón a la manera de los sais y de los mensajeros, eché a correr sigilosamente
detrás del caballo de mi esposa, agitando mis piernas con rapidez. Y si tropezaba, me levantaba; y si
caía, me levantaba también, sin perder ánimos. Y de tal modo continué mi carrera, lastimándome los pies
con los guijarros del camino.
"Y has de saber joh joven! que, sin que yo hubiese pensado en darle orden de seguirme, este perro
lebrel que está de pie delante de ti, con el cuello adornado por un collar de oro, había salido detrás de mí
y corría fielmente, sin ladrar.
"Y al cabo de aquella carrera sin tregua, mi esposa llegó a una llanura desolada donde no había más
que una sola casa, baja y cons tiuída con barro, que estaba habitada por negros. Y se apeó del caballo y
entró en la casa de los negros. Y quise penetrar detrás de ella; pero se cerró la puerta antes de que yo
hubiese llegado al umbral, y me contenté con mirar por un tragaluz para ver si me enteraba de la cosa.
"Y he aquí que los negros, que eran siete, semejantes a búfalos, acogieron a mi esposa con injurias
espantosas, y se apoderaron de ella, y la tiraron al suelo, y la pisotearon, golpeándola tanto, que la creí
ya con los huesos molidos y el alma expirante. Pero, lejos de mostrarse dolida por aquel trato feroz del
que hasta hoy tienen señales sus hom bros, su vientre y su espalda, ella se limitaba a decir a los negros:
"¡Oh queridos míos! por el ardor de mi amor hacia vosotros, os juro que he venido un poco retrasada esta
noche sólo porque mi esposo el rey, ese sarnoso, ese trasero infame, ha estado despierto hasta después de
su hora habitual. De no ser así, ¿hubiera yo esperado tanto tiempo para venir y hacer disfrutar a mi alma
con la bebida de nuestra unión?".
Y al ver aquello, no sabía yo dónde estaba ya, ni si era presa de un sueño horrible. Y pensé para mi
ánima: "¡Ya Alah! ¡jamás he pegado a Piña, ni siquiera con una rosa! ¿Cómo se explica, pues, que soporte
semejantes golpes sin morir?" Y mientras yo reflexionaba así, vi que los negros, apaciguados por las
excusas de mi esposa, la desnu daron por completo, desgarrándole sus trajes reales, y le arrancaron las
alhajas y sus adornos, precipitándose después todos sobre ella, como un solo hombre, para asaltarla por
todos lados a la vez. Y a estas vio lencias respondía ella con suspiros de contento, ojos en blanco y
jadeos.
"Entonces, sin poder soportar por más tiempo aquel espectáculo, me precipité por el tragaluz en
medio de la sala, y cogiendo una maza entre las mazas que había allí me aproveché de la estupefacción
de los negros, que creían que había bajado entre ellos algún genni, para arro jarme sobre ellos y matarlos
a golpazos asestados en sus cabezas. Y de tal suerte desenlacé de mi esposa a cinco de ellos, y los
precipité en el infierno derecho. Viendo lo cual, los otros dos negros que quedaban se desenlazaron de mi
esposa por sí mismos y buscaron su salvación en la fuga. Pero conseguí atrapar a uno, y de un golpe le
tendí a mis pies; y como solamente estaba aturdido cogí una cuerda y quise atarle las manos y los pies. Y
cuando me inclinaba, mi esposa acudió de pronto por detrás, y me empujó con tanta fuerza, que di de
bruces en el suelo. Entonces el negro aprovechó la ocasión para levantarse y echarse encima de mi
pecho. Y ya levantaba su maza para terminar conmigo de una vez, cuando mi fiel perro, este lebrel de
color castaño claro, le saltó a la garganta y le derribó, rodando por el suelo con él. Y al punto aproveché
aquel instante favorable para caer sobre mi adversario y agarrotarle brazos y piernas. Luego le tocó el
turno a Piña, a la cual até, sin pronunciar palabra, mientras me salían chispas de los ojos.
"Hecho esto, arrastré al negro fuera de la casa y lo até a la cola de mi caballo. Después cogí a mi
esposa y la puse atravesada en la silla, como un fardo, delante de mí. Y seguido de mi perro lebrel, que
me había salvado la vida, regresé a mi palacio, en donde, con mi propia mano, corté la cabeza al negro,
cuyo cuerpo, arrastrado a lo largo de la ruta, no era ya más que un pingajo jadeante, y di a comer su carne
a mi perro. E hice salar aquella cabeza, que precisamente es la que aquí estás viendo en esa bandeja que
tiene delante Piña. E infligí por todo castigo a esa desvergonzada esposa mía la contemplación dia ria de
la cabeza cortada de su amante negro. Y he aquí lo referente a ellos dos.
"Pero, volviendo al séptimo negro, que logró ponerse en fuga, no cesó de correr hasta que hubo
llegado a las comarcas de Sinn y de Massin, donde reina el rey Tammuz ben Qamús. Y tras de una serie
de maquinaciones, el negro consiguió ocultarse debajo del lecho de marfil de la princesa Mohra, hija del
rey Tammuz. Y al presente es su con sejero íntimo. Y en el palacio nadie conoce su presencia debajo del
lecho de la princesa.
"¡Y he aquí ¡oh joven! la historia de cuanto me ocurrió con Piña! Y eso es lo referente al negro
sombrío que a la hora de ahora está debajo del lecho de marfil de la hija del rey de Sinn y de Massin,
Mohra, la matadora de tantos jóvenes reales".
Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 920ª noche
Ella dijo:
...Así habló el rey Ciprés, señor de la ciudad de Wakak, al joven príncipe Diamante. Luego añadió:
"¡Y ahora que has oído lo que no sabe ningún ser humano, pon la cabeza que ya no te pertenece, y lava de
la vida tus manos!".
Pero Diamante contestó: "¡Oh rey del tiempo! sé que mi cabeza se halla entre tus manos, y estoy
dispuesto a separarme de ella sin exce siva pena. ¡No obstante, hasta el presente no está suficientemente
escla recido para mi espíritu el punto más importante de esa historia, pues todavía no sé por qué el
séptimo negro ha ido a refugiarse pre cisamente debajo del lecho de la princesa Mohra, y no en otro lugar
de la tierra, y sobre todo, ignoro cómo ha consentido esa princesa en tenerle en su morada! Entérame, por
tanto, de cómo ha pasado la cosa; y una vez enterado, haré mis abluciones y moriré".
Cuando el rey Ciprés oyó estas palabras de Diamante, quedóse prodigiosamente sorprendido. Porque
no se esperaba semejante pre gunta ni, por cierto, había tenido nunca la curiosidad de saber por sí mismo
los detalles que pedía Diamante. Pero, no queriendo aparecer ignorante de tan importante cuestión, dijo
al joven príncipe: "¡Oh viajero! lo que preguntas pertenece al dominio de los secretos de Es tado, y si yo
accediera a revelártelo, atraería sobre mi cabeza y sobre mi reino las peores calamidades. ¡Por eso
prefiero hacerte gracia de la vida y de tu cabeza y perdonarte tu indiscreción! ¡Date prisa, pues, a salir de
palacio, antes de que me retracte de mi decisión de dejarte marchar en libertad!".
Y Diamante, que no esperaba salvarse a tan poca costa, besó la tierra entre las manos del rey Ciprés,
e instruido para en lo sucesivo de lo que tanto ansiaba conocer, salió del palacio dando gracias a Alah,
que le había deparado la seguridad. Y fué a despedirse de su joven amigo, el hermoso Farah, que
derramó lágrimas por su marcha. Luego subió a la terraza y quemó uno de los pelos de Al-Simurg. Y al
punto apareció ante él el Volador, precedido de una ráfaga tempestuosa. Y cuando se informó de su deseo,
le tomó a hombros, le hizo atravesar los siete océanos y le llevó a su habitación, cordial y amablemente.
Y le hizo descansar en ella unos días. Tras de lo cual lo transportó al lado de la deliciosa reina Aziza, en
medio de las rosas y sus capullos. Y el joven vió que la deliciosa Aziza, lloraba su ausencia y suspiraba
por su vuelta, con las mejillas semejantes a la flor del granado. Y al verle entrar acompañado de Al-
Simurg el Volador, desfalleció su corazón, y se levantó temblorosa como la corza a quien se parecía. Y
Al-Simurg e! Volador, para no importunarlos, salió de la casa y los dejó reunirse con libertad. Y cuando,
al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, los encontró enlazados todavía, esplendores sobre
esplendores.
Y Diamante, que ya tenía sus proyectos, dijo a Al-Simurg: "¡Oh bienhechor nuestro! ¡oh padre de los
gigantes y corona suya! ¡ahora deseo de ti que nos transportes a casa de tu sobrina la encantadora Gamila,
que me espera en las ascuas enrojecidas del deseo!". Y el ex celente Al-Simurg los tomó a ambos, en un
hombro a cada uno, y en un abrir y cerrar de ojos los transportó al lado de la gentil Gamila, a quien
encontraron sumida en la tristeza, sin tener noticias de su cuerpo, y dedicada a suspirar estas estrofas:
¡No rechaces mi corazón lejos de esos ojos, de quienes está ena morado el narciso!
¡Oh abstemio! ¡no se deben desoír las quejas de los beodos, sino conducirlos de nuevo a la
taberna!
¡Mi corazón no podrá librarse del ejército de tu bozo; y como una rosa rota, la abertura de
mi traje no podrá zurcirse!
¡Oh tiránica belleza! ¡oh hermoso, moreno y encantador! ¡mi corazón yace a tus pies de
jazmín!
¡Mi corazón de muchacha sencilla, en la tierna edad de la adoles cencia, yace a los pies del
raptor de corazones!
Y Diamante, que no había olvidado las atenciones que debía a aquella compasiva Gamila, que le
había sacado de su piel de gamo y librado a los artificios de su hermana Latifa, la hechicera, sin contar el
don de las armas mágicas con que le había revestido, no dejó de manifestarle con calor sus sentimientos
de gratitud. Y después de los transportes de alegría por volver a encontrarse, rogó a la reina Aziza que le
dejara una hora con Gamila, sin testigos. Y a Aziza le pareció justificada la petición y equitativo el
reparto, y salió con Al-Simurg.
Y cuando, al cabo de una hora de tiempo, entró de nuevo, encontró a Gamila desfallecida en los
brazos de Diamante.
Entonces Diamante, que gustaba de hacer cada cosa a su tiempo, se encaró con sus dos esposas y con
Al-Simurg, y les dijo: "Creo que ya es hora de arreglar las cuentas a la maga Latifa, que es tu hermana,
¡ya Gamila! e hija de tu hermano, ¡oh padre de los Voladores!". Y contestaron todos: "¡No hay
inconveniente!". Luego Al-Simurg, a instancias de Diamante, se transportó al lado de su sobrina la maga
Latifa, y de improviso le ató los brazos a la espalda y la llevó a presencia de Diamante. Y al verla, dijo
el joven príncipe: "Sentémonos en corro aquí para juzgarla y meditemos el castigo que ha de
imponérsele". Y cuando se colocaron unos frente a otros, Al-Simurg dió su opinión, diciendo: "Hay que
desembarazar, sin vacilaciones, a la raza humana de esta malhechora. Mi opinión es que sin tardanza la
colguemos cabeza abajo y la empajemos luego. 0 también, después de colgarla, podríamos dar a comer
su carne a los buitres y a las aves de rapiña". Y Diamante se encaró con la reina Aziza y le preguntó su
opinión. Y Aziza dijo: "¡Entiendo que mejor es olvidar sus yerros para con nuestro esposo Diamante, y
perdonarla para solemnizar nuestra unión en este día bendito!" Y Gamila, a su vez, opinó que se debía
absolver a su hermana, y pedirle, en compensación, que devolviera la forma humana a todos los jóvenes
a quienes había convertido en gamos. Entonces dijo Diamante: "¡Pues bien; sean con ella el perdón y la
seguridad!" Y le tiró su pañuelo. Luego dijo: "¡Convendría que me dejarais con ella una hora de tiempo!".
Y al punto accedieron ellos a su deseo. Y cuando de nuevo entraron en la sala, encontraron a Latifa
perdonada y con tenta en brazos del joven.
Y cuando Latifa hubo devuelto en forma primitiva a los príncipes y demás individuos a quienes con
sus hechicerías había convertido en gamos, y los hubo despedido tras de darle de comer y vestirlos, Al -
Simurg se echó a la espalda a Diamante y a sus tres esposas, y los transportó en poco tiempo a la ciudad
del rey Tammuz ben Qamús, padre de la princesa Mohra. Y levantó tiendas fuera de la ciudad para que
las ocupasen y les dejó descansando un poco, para ir él por sí mismo, a instancias de Diamante, al harén
donde se encontraba la favorita Rama de Coral. Y previno a la joven de la llegada de Dia mante, que
esperaba ella entre suspiros y dolores de corazón. Y no le costó trabajo decidirla a dejarse conducir por
él junto a su enamorado. Y la transportó a la tienda en que Diamante estaba amodorrado, y la dejó sola
con él, llevándose a las otras tres esposas. Y Diamante, tras de las expansiones propias del regreso, supo
demostrar a Rama de Coral que no olvidaba sus promesas, y acto seguido le habló con el lenguaje
oportuno. Y ella se dilató de satisfacción y de contento, y la encontraron encantadora las tres esposas de
Diamante.
Cuando se arreglaron de aquel modo entre Diamante y sus cuatro esposas las cuestiones íntimas, se
pensó en la realización del proyecto principal. Y Diamante abandonó el campamento, y se encaminó solo
a la ciudad, y llegó a la plaza del meidán, frente al palacio de Mohra, en donde aparecían clavadas a
millares las cabezas de príncipes y reyes, con sus coronas unas y desnudas y melenudas otras. Y se lanzó
al tambor, y le hizo sonar con fuerza para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la
respuesta que exigía ella a sus pretendientes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 921ª noche
Ella dijo:
...para anunciar que estaba dispuesto a dar a la princesa Mohra la respuesta que exigía ella a sus
pretendientes. Y los guardias al punto le llevaron a presencia del rey Tammuz ben Qamús, que reconoció
en él al joven cuya hermosura le había seducido, y a quien hubo de decir la vez primera: "Reflexiona
durante tres días, y vuelve luego a pedir la audiencia que ha de separar tu graciosa cabeza del reino de tu
cuerpo".
Y he aquí que a la sazón le hizo seña para que se acercase, y le dijo: "¡Oh hijo mío, que Alah te
proteja! ¿Persistes siempre en querer desentrañar los misterios y explicar las ideas fantásticas de una
joven". Y dijo Diamante: "¡De Alah nos viene la ciencia de la adivinación, y no debemos enorgullecernos
de los dones de Alah! Nadie conoce ese secreto que tu hija ha escondido en el cofrecillo de su corazón, y
cuya apertura pide; pero yo tengo la clave de él". Y dijo el rey: "¡Lástima de tu juventud! ¡Acabas de
lavar tus manos de la vida!".
Y como no esperaba ya hacer que el joven desistiera de su funesto proyecto, dió orden a los esclavos
para que previnieran a su señora Mohra de que un príncipe extranjero venía a tratar de explicar sus
fantasmagorías, con objeto de ser admitido por ella.
Y precedida por el aroma de sus bucles perfumados, entró en se guida en la sala de audiencias la
joven princesa de maneras encanta doras, Mohra la bienaventurada, causa de tantas vidas truncadas, aque -
lla a quien no se podía dejar de mirar, como el hidrópico no puede dejar de beber el agua del Eufrates, y
por quien millares de almas se sacrificaban como las mariposas en la llama. Y a la primera ojeada
reconoció ella en Diamante al joven santón del jardín, al adolescente con cara de sol, al cuerpo
encantador cuya vista tanto le había tras tornado el corazón. Y por consiguiente, llegó entonces al límite
del asombro; pero no tardó en comprender que había sido engañada por aquel santón, que desapareció de
la noche a la mañana sin dejar rastro. Y se puso furiosa en el alma; y se dijo: "No se me escapará esta
vez". Y sentándose en el lecho del trono, al lado de su padre, miró al joven cara a cara con ojos
tenebrosos, y le dijo: "¡Nadie ignora la pregunta!!Responde! ¿Qué clase de relaciones hay entre Piña y
Ciprés?".
Y Dia mante contestó: "Nadie ignora la respuesta, ¡oh princesa! Pero hela aquí: las relaciones entre
Piña y Ciprés son de mala calidad. Porque Piña, que es la esposa de Ciprés, rey de la ciudad de Wakak,
ha re cibido el justo pago de lo que ha hecho. ¡Y hay negros mezclados en el asunto!".
Al oír estas palabras de Diamante, la princesa Mohra se puso muy amarilla de color, y apoderóse de
su corazón el temor. Sin embargo, sobreponiéndose a su inquietud, dijo: "No están claras esas palabras.
Cuando dés más explicaciones sabré si conoces la verdad o si mientes". Cuando Diamante vió que la
princesa Mohra no quería rendirse a la evidencia y se negaba a entender las medias palabras, le dijo:
"¡Oh princesa! ¡si deseas que te lo cuente con más extensión, alzando la cor tina que oculta lo que debe
estar oculto, empieza por decirme quién te ha enterado de esas cosas que debe ignorar una joven virgen!
¡Por que es posible que retengas aquí a alguien cuya llegada ha constituido una calamidad para todos los
príncipes que me precedieron!".
Y tras de hablar así, Diamante se encaró con el rey, y le dijo: "¡Oh rey del tiempo! ¡no conviene que
ignores en adelante el misterio en que vive tu honorable hija, y te ruego que le ordenes responda a la
pregunta que le he hecho!". Y el rey se encaró con la hermosa Mohra, y le hizo con los ojos una seña que
quería decir: "¡Habla!" Pero Mohra guardó silencio, y a pesar de las señas reiteradas de su padre, no
quiso libertarse la lengua del nudo que la ataba.
Entonces Diamante cogió de la mano al rey Tammuz, y sin pro nunciar palabra, le condujo al aposento
de Mohra. Y de repente se inclinó, y con un solo movimiento levantó el lecho de marfil de la princesa. Y
he aquí que, de improviso, la redoma del secreto de Mohra se hizo añicos contra la piedra del abridor, y
su consejero, el negro, apareció a los ojos de todos con su cabeza crespa.
Al ver aquello, el rey Tammuz y todos los presentes quedaron su midos en la estupefacción; luego
bajaron la cabeza con vergüenza, y se les cubrió de sudor el cuerpo. Y el viejo rey no preguntó más, sin
querer que su deshonor apareciese en toda plenitud ante las personas de su corte. Y sin pedir siquiera
otras explicaciones, entregó a su hija entre las manos de Diamante para que dispusiese de ella a su
antojo. Y añadió: "¡Solamente te pido ¡oh hijo mío! que te vayas de aquí cuanto antes, llevándote a esta
hija desvergonzada, a fin de que no vuelva yo a oír hablar de ella y mis ojos no sufran más el verla!".
En cuanto al negro, fué empalado.
Y no dejó Diamante de obedecer al viejo rey, y cogiendo de la mano a la confusa princesa, se la llevó
a sus tiendas, atada de pies y manos y, rogó a Al-Simurg el Volador que le transportara con todas sus
mujeres a la entrada de la ciudad de su padre, el rey Schams-Schah. Lo cual fué ejecutado al instante. Y
el excelente Al-Simurg despidióse de Diamante entonces, sin querer aceptar su reconocimiento. E inflán -
dose, se marchó por su camino. ¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto al rey Schams-Schah, padre de Diamante, cuando corrió hasta él la noticia de la llegada de
su hijo bienamado, la noche de la pena se tornó para él en la mañana de la alegría, después de que la
ausencia convirtió en fuente sus dos ojos. Y salió al encuentro de su hijo, mientras la proclamación de la
buena nueva se esparcía por toda la ciudad y en todas se exteriorizaba el júbilo. Y se acercó al príncipe,
temblando de emoción, y le estrechó contra su pecho, y le besó en la boca y en los ojos, y lloró mucho y
ruidosamente sobre él. Y Diamante, apretando los puños, procuraba reprimir sus llantos y suspiros. Y
cuan do, por fin, se calmaron un poco las primeras exaltaciones, y pudo hablar el viejo rey, dijo a su hijo
Diamante: "¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 922ª noche
Ella dijo:
"...¡Oh ojo y lámpara de la casa de tu padre! cuéntame al detalle la historia de tu viaje, a fin de que yo
viva con el pensamiento los días de tu dolorosa ausencia". Y Diamante contó al viejo rey Schams- Schah
todo lo que le había sucedido, desde el principio hasta el fin. Pero no hay utilidad en repetirlo. Luego le
presentó, una tras de otra, a sus cuatro esposas, y acabó por hacer llevar a su presencia a la princesa
Mohra, atada de pies y manos. Y le dijo: "Ahora a ti corres ponde ¡oh padre mío! ordenar lo que te plazca
respecto a ella".
Y el viejo rey, a quien el Altísimo había dotado de cordura y de inteligencia, pensó en su espíritu que
su hijo debía amar desde el fondo de su corazón a aquella joven funesta, causante de la muerte de tantos
príncipes hermosos, ya que por ella fué por quién hubo de soportar todas aquellas penas y todas aquellas
fatigas. Y se dijo que, si dictaba una sentencia severa, le afligiría sin duda alguna. Así es que, tras de
reflexionar un instante todavía, le dijo: "¡Oh hijo mío! el que, a vuelta de muchas penas y dificultades,
obtiene una perla inapreciable, debe guardarla cuidadosamente. Claro que esta princesa de espíritu
fantás tico se ha hecho culpable, por su ceguera, de acciones reprensibles; pero es preciso considerarlas
como llevadas a cabo por voluntad del Altísimo. Y si por culpa suya se privó de la vida a tantos jóvenes,
fué porque el escriba de la suerte lo había escrito así en el libro del Destino. Por otra parte, no olvides
¡oh hijo mío! que esta joven te ha tratado con muchos miramientos cuando hubiste de introducirte, en
calidad de san tón, en su jardín. Por último, ya sabes que la mano del deseo de quien quiera, sea el negro o
cualquier otro en el mundo, no ha tocado el fruto del tierno arbolillo de su ser, y que nadie ha saboreado
el gusto de la manzana de su barbilla ni del alfónsigo de sus labios".
Y Diamante se conmovió con las palabras de tan dulce lenguaje, máxime cuando sus cuatro esposas,
las bienaventuradas de modales en cantadores, apoyaron con su asentimiento aquel discurso. En vista de
lo cual, escogiendo un día y un momento favorables, aquel jovenzuelo de sol se unió con aquella luna
pérfida, semejante a la serpiente guar dadora del tesoro. Y tuvo de ella, como de sus cuatro esposas
legítimas, hijos maravillosos, cuyos pasos fueron otras tantas felicidades, y que tuvieron por esclavas,
como su padre Diamante el Espléndido y su abuelo Schams-Schah el Magnífico, a la fortuna y a la dicha.
Y tal es la historia del príncipe Diamante, con cuantas cosas extra ordinarias le sucedieron. ¡Gloria,
pues, a quien reserva los relatos de los antiguos para lección de los modernos, a fin de que las gentes
aprendan sabiduría!
Y el rey Schahriar, que había escuchado aquella historia con ex tremada atención, dió gracias por
primera vez a Schehrazada, diciendo: "Loores a ti, ¡oh boca de miel! ¡Me hiciste olvidar amargas preocu -
paciones!"
Luego se ensombreció su rostro repentinamente. Y al ver aquello, Schehrazada se apresuró a decir:
"Está bien, ¡oh rey del tiem po! Pero ¿qué vale esto comparado con lo que voy a contarte del Mestro de
las divisas y de las risas?".
Y dijo el rey Schahriar: "¿Quién es ¡oh Schehrazada! ese maestro de las divisas y de las risas a quien
no conozco?"
Y dijo Schehrazada:
Algunas tonterías y teorías del maestro de las divisas y de
las risas
En los anales de los antiguos y en los libros de los sabios se cuenta, y se nos ha transmitido por la
tradición, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad de El Cairo, residencia del buen humor y de la gracia,
había un hombre de apariencia estúpida que, bajo su aspecto de bufón ex travagante, ocultaba un fondo sin
igual de listeza, de sagacidad, de inteligencia y de cordura, a más de ser indudablemente el hombre más
divertido, más instruido y más ingenioso de su tiempo. Tenía por nombre Goha, y por oficio ninguno en
absoluto, aunque circunstancialmente ejercía el cargo de predicador en las mezquitas.
Un día le dijeron sus amigos: "¡Oh Goha! ¿no te da vergüenza pasarte la vida sin hacer nada, y no usar
tus manos, con sus diez dedos, más que para llevártelas llenas a la boca? ¿Y no piensas que ya es hora de
que ceses en tu vida de holgazanería y te amoldes al modo de ser de todo el mundo?". Y he aquí que él no
contestó nada. Pero un día atrapó una cigüeña grande y hermosa, dotada de alas magníficas, que la hacían
volar muy alto por el cielo, y de un pico maravilloso, terror de los pájaros, y de dos tallos de lirio por
patas. Y cuando la cogió, subió con ella a su terraza, en presencia de los que le habían hecho reproches, y
con un cuchillo le cortó las magníficas plumas de las alas, y el largo pico maravilloso, y las encantadoras
patas tan finas, y empujándola con el pie hacia el vacío, le dijo: "¡Vuela, vuela!". Y sus amigos le
gritaron, escandalizados: "Alah te maldiga, ¡oh Goha! ¿A qué viene esa locura?". Y les respondió él:
"Esta cigüeña me mo lestaba y pesaba sobre mi vista porque no era como los demás pájaros. Pero ahora
le he hecho semejante a todo el mundo".
Y otro día dijo a los que le rodeaban: "¡Oh musulmanes, y vosotros, cuantos estáis aquí presentes!
¿sabéis por qué Alah el Altí simo, el Generoso (¡glorificado y venerado sea!) no dió alas al camello y al
elefante?". Y los demás se echaron a reír, y contestaron: "No, por Alah, que no lo sabemos, ¡oh Goha!
Pero tú, a quien nada se oculta de las ciencias y de los misterios, dínoslo pronto para que nos
instruyamos". Y Goha les dijo: "Voy a decíroslo. Porque si el camello y el elefante tuvieran alas, cagarían
con todo su peso sobre las flores de vuestros jardines y las aplastarían".
-Y otro día, un amigo de Goha fué a llamar a su puerta y dijo: "¡Oh Goha! en nombre de la amistad,
préstame tu burro, que le necesito para hacer con él un trayecto urgente". Y Goha, que no tenía gran
confianza en aquel amigo, contestó: "Bien quisiera prestarte el burro, pero no está aquí, que le he
vendido". Mas en aquel momento mismo empezó a rebuznar el burro desde la cuadra, y el hombre oyó a
aquel burro que parecía no iba nunca a terminar de rebuznar, y dijo a Goha: "¡Pues si tienes ahí a tu
burro!". Y Goha contestó con acento muy ofendido: "¡Vaya, por Alah! ¿conque ahora resulta que crees al
burro y no me crees a mí? ¡Vete, que no quiero verte más!"
-Y otra vez, el vecino de Goha fué en busca suya para invitarle a una comida, diciéndole: "Ven ¡oh
Goha! a comer en mi casa". Y Goha aceptó la invitación. Y cuando ambos estuvieron sentados ante la
bandeja de manjares, les sirvieron una gallina. Y tras de intentar mas ticarla varias veces, acabó Goha por
renunciar a tocar aquella gallina, que era una vieja entre las gallinas más viejas, y tenía la carne
correosa; y se limitó a sorber un poco del caldo en que estaba cocida. Tras de lo cual se levantó, y
cogiendo la gallina, la colocó en dirección a la Meca, y se dispuso a recitar sobre ella su plegaria. Y su
huésped, enfadado, le dijo: "¿Qué vas a hacer, ¡oh descreído!, ¿Y desde cuándo los musulmanes recitan
sus plegarias sobre las gallinas?". Y contestó Goha: "¡Oh tío! ¡qué ilusiones te haces! ¡Esta ave de corral,
sobre la que voy a recitar mi plegaria, no es un ave de corral! j De ave de corral tiene solamente la
apariencia, pues, en realidad, es una santa mujer vieja convertida en gallina, o acaso en venerable santón!
¡Porque la han puesto a la lumbre, y la lumbre la ha respetado!".
-Otra vez salió con una caravana, y las provisiones de boca eran exiguas, y el hambre de los
caravaneros era considerable. Por lo que a Goha respecta, su estómago le requería tan insistentemente,
que hubiera él devorado la ración de los camellos. El caso es que cuando, en la primer parada, se sentó
todo el mundo para comer, Goha hizo gala de una reserva y de una discreción que maravillaron a sus
compañeros. Y como le instaran para que cogiera el pan y el huevo duro que le correspondía, contestó:
"¡No, por Alah! ¡comed vosotros y satisfaceos, que a mí me sería imposible comer un pan entero y y un
huevo duro yo solo! Así, pues, tome cada uno de vosotros el pan y el huevo duro que le corresponde, y
luego, si os parece bien, me daréis la mitad de cada pan y de cada huevo; porque no cabe más en mi
estómago; que es delicado".
-Y en otra ocasión, fué a casa del carnicero y le dijo: "¡Hoy es día de fiesta en casa! Dame, pues, el
mejor trozo que tengas de carne del carnero gordo". Y el carnicero apartó para él todo el solomillo del
carnero, que tenía un peso considerable, y se lo entregó. Y, Goha llevó todo el solomillo a su mujer,
diciéndole: "Haznos con este excelente solomillo filetes con cebollas. Y sazónalo bien a mi gusto". Luego
salió a dar una vuelta por el zoco.
Y he aquí que la esposa se aprovechó de la ausencia de Goha para asar a toda prisa el solomillo de
carnero y comérselo con su hermano, sin dejar nada. Y cuando volvió Goha, sintió el apetitoso tufillo de
los filetes asados, y se le dilataron las narices, y se le conmovió el es tómago. Pero, cuando estuvo
sentado ante la bandeja, su mujer le llevó por toda comida un pedazo de queso griego y un pan duro. En
cuanto al kabab, ni rastro de él había. Y Goha, que no había hecho más que pensar en aquel kabab, dijo a
su mujer: "¡Oh hija del tío! ¿y el kabab? ¿Cuándo vas a servírmelo?". Y ella contestó: "¡La misericordia
de Alah sobre ti y sobre el kabab! Lo ha devorado el gato mientras yo estaba en el retrete". Y Goha, sin
decir palabra, se levantó y cogió al gato y le pesó en la balanza de la cocina. Y observó que pesaba
bastante menos que el solomillo de carnero que había llevado él. Y se encaró con su esposa, y le dijo:
"¡Oh hija de perros! ¡oh desvergonzada! Si este gato que tengo se ha comido la carne, ¿dónde está el peso
del gato? Y si lo que tengo es sólo el gato, ¿dónde está la carne?".
-Y otro día, estando su esposa ocupada en la cocina, le entregó al niño de pecho, hijo suyo, que tenía
tres meses, y le dijo: "¡Oh padre de Abdalah! ten al niño y mécele, mientras estoy junto al fogón. Luego te
le cogeré". Y Goha accedió a quedarse con el niño, aunque aquello no le agradaba mucho. Y en aquel
preciso momento sintió el niño ganas de mear, y empezó a mearse en el caftán nuevo de su padre. Y Goha,
en el límite de la contrariedad, se apresuró a dejar en el suelo al niño; y presa del furor, empezó a mearse
en él, a su vez. Y al verle su esposa conducirse de aquel modo, acudió gritando: "¡Oh rostro de brea!
¿qué haces al niño?". Y él le contestó: "¿Estás ciega? ¿Pues no ves que me meo en él para no tratarle
como a un hijo extraño? Porque, si hubiese sido hijo de un extraño quien se hubiese meado en mí, y no mi
propio hijo, en verdad que hubiese vaciado mi interior sin duda alguna en su cara".
-Y una noche en que estaba reunido con sus amigos, le dijeron éstos: "¡Ya Si-Goha! puesto que estás
tan instruido en las ciencias y tan versado en la astronomía, ¿puedes decirnos qué es la luna cuando pasa
su último cuarto?", Y Goha contestó: "¿Qué os ha enseñado en tonces el maestro de escuela, ¡oh
compañeros!? ¡Por Alah! ¡pues cada vez que una luna está en su último cuarto, se la rompe para hacer de
'' ella estrellas!".
-Y otro día, Goha fué en busca de un vecino suyo y le dijo: "El vecino se debe a su vecino. Préstame
una marmita para cocer en casa una cabeza de carnero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 923ª noche
Ella dijo:
"...Préstame una marmita para cocer en casa una cabeza de car nero". Y el vecino prestó a Goha la
marmita en cuestión. Y se coció en ella lo que se coció. Y al día siguiente Goha devolvió la marmita a su
propietario. Pero había tenido cuidado de meter en ella otra mar mita más pequeña. Y el vecino se
asombró mucho, cuando recuperó lo que le pertenecía, al ver que le había dado fruto. Y dijo a Goha: "¡Ya
Si-Goha! ¿qué marmita es esta Pequeña que veo dentro de mi mar mita?". Y dijo Goha: "No sé; pero
supongo que será que tu marmita ha parido esta noche". Y dijo el otro: "¡Alahu akbar! se trata de un
beneficio de la bendición por mediación tuya, ¡oh rostro de buen augurio!". Y colocó en el vasar de la
cocina la marmita y su hija.
Al cabo de cierto tiempo volvió Goha a casa de su vecino y le dijo: "¡Si no fuera por miedo a
molestarte, ¡oh vecino! te pediría la marmita con su hija, que las necesito hoy!". Y el otro contestó: "De
todo cora zón amistoso, ¡oh vecino!". Y le entregó la marmita con la otra más pequeña dentro. Y Goha las
cogió y se marchó. Y transcurrieron varios días sin que Goha devolviese lo que se había llevado. Y el
vecino fué a buscarle, y le dijo: "¡Ya Si-Goha! no es por falta de confianza en ti, pero en casa
necesitamos hoy el utensilio que te llevaste". Y Goha pre guntó: "¿Qué utensilio, ¡oh vecino!?". Y el otro
dijo: "¡La marmita que te presté y engendró!" Y contestó Goha: "¡Alah la tenga en su mi sericordia! Se ha
muerto". Y dijo el vecino: "¡No hay más dios que Alah! ¿Cómo se entiende, ¡oh Goha! ? ¿Es que puede
morirse una marmita?" Y Goha dijo: "¡Todo lo que engendra, muere! ¡De Alah venimos, y a Él
retornaremos!".
-Y otra vez, un felah regaló a Goha una gallina cebada. Y Goha hizo guisar la gallina e invitó al felah
a la comida. Y se comieron la gallina y quedaron muy satisfechos. Pero, al cabo de cierto tiempo, llamó a
la puerta de Goha otro felah y pidió albergue. Y Goha le abrió y le dijo: "Bienvenido seas; pero ¿quién
eres?" Y el felah contestó: "Soy vecino del que te regaló la gallina". Y Goha contestó: "Por encima de mi
cabeza y de mis ojos". Y le albergó con toda cordialidad y le dió de comer y no le hizo carecer de nada.
Y el otro se marchó tan contento. Y algunos días después llamó a la puerta un tercer felah. Y Goha
preguntó: "¿Quién es?". Y dijo el hombre: "Soy vecino del vecino del que te ha regalado la gallina". Y
Goha dijo: "No hay incon veniente". Y le hizo entrar y sentarse ante la bandeja de manjares. Pero, por
todo alimento y por toda bebida, puso delante de él una marmita con agua caliente, en la superficie de la
cual se veían algunas gotitas de grasa. Y el felah, viendo que no había más, preguntó: "¿Qué es esto, ¡oh
huésped mío!?". Y Goha contestó: "¿Esto? pues la subs tancia de la substancia del agua en que se coció la
gallina".
-Y un día en que los amigos de Goha querían divertirse a costa suya, se concertaron entre sí, y le
llevaron al hammam. Y llevaron hue vos sin que Goha lo sospechara. Y cuando estuvieron en el hammam
y se desnudaron todos, entraron con Goha en la sala de las sudaciones y dijeron: "¡Ha llegado el
momento! Cada cual de nosotros va a poner un huevo". Y añadieron: "Aquel de nosotros que no pueda
poner tendrá que pagar la entrada al hammam a todos los demás". Y acto seguido se pusieron todos en
cuclillas, cacareando a más y mejor, a manera de gallinas. Y cada uno de ellos acabó por sacar un huevo
de debajo de sí. Y al ver aquello, Goha enarboló de pronto el niño de su padre, y lanzando el cacareo de
gallo, se precipitó sobre sus amigos, disponiéndose a asaltarlos. Y se levantaron muy de prisa todos,
gritándole: "¿Qué vas a hacer, ¡oh miserable!? Y Goha contestó: "¿No lo estáis viendo? ¡Por mi vida!
¡veo gallinas delante de mí, y como soy el único gallo, tengo que montarlas!".
-También hemos llegado a saber que Goha tenía costumbre de ponerse todas las mañanas a la puerta
de su casa y de recitar a Alah esta plegaria: "¡Oh Generoso! tengo que pedirte cien dinares de oro, ni uno
más ni uno menos, porque los necesito. ¡Pero si, en vista de Tu generosidad, se pasase de la cifra de
ciento, aunque sólo fuese en un dinar, o sí, por mi carencia de méritos, faltara un solo dinar de los ciento
que te pido, no aceptaría el don!".
Y he aquí que entre los vecinos de Goha había un judío enri quecido (¡de Alah nos viene la riqueza!)
con toda clase de negocios reprensibles (¡sepultado sea en los fuegos del quinto infierno!). Y el tal judío
oía todos los días a Goha recitar en voz alta aquella plegaria delante de su puerta. Y pensó para sí: "¡Por
vida de Ibraim y de Yacub, que voy a hacer con Goha un experimento! Y ya veré cómo sale de la
prueba." Y cogió una bolsa con noventa y nueve dinares de oro nuevo, y desde su ventana la tiró a los
pies de Goha cuando éste re citaba su plegaria acostumbrada de pie ante el umbral de su casa. Y Goha
recogió la bolsa, mientras el judío le vigilaba para ver en qué paraba el asunto. Y vió a Goha desatar los
cordones de la bolsa, vaciando el contenido en su regazo y contando los dinares uno a uno. Luego oyó
que Goha, al notar que faltaba un dinar para los cientos que había pedido, exclamaba, alzando las manos
hacia su Creador: "¡Oh Generoso! ¡loado y reverenciado y glorificado seas por tus be neficios! pero el
don no está completo, y en vista de mi promesa, no puedo aceptarlo tal y como viene". Y añadió: "Por
eso voy a gratificar con ello a mi vecino el judío, que es un hombre pobre, cargado de familia y un
modelo de honradez". Y así diciendo, cogió la bolsa y la tiró dentro de la casa del judío. Luego se fué
por su camino.
Cuando el judío vió y oyó todo aquello, llegó al límite de la estu facción, y se dijo: "¡Por los cuernos
luminosos de Mussa! nuestro ve cino Goha es un hombre lleno de candor y de buena fe. Pero no puedo
verdaderamente opinar con respecto a él mientras no haya comprobado la segunda parte de su aserto". Y
al día siguiente tomó la bolsa, metió en ella cien dinares más uno, y la tiró a los pies de Goha en el mo -
mento en que éste recitaba su acostumbrada plegaria delante de su puerta. Y Goha, que demasiado sabía
de dónde caía la bolsa, pero continuaba fingiendo creer en la intervención del Altísimo, se inclinó y
recogió el don. Y cuando contó de un modo ostensible las monedas de oro, se encontró con que aquella
vez era ciento uno el número de dinares. Entonces dijo, levantando las manos al cielo: "¡Ya Alah, tu
generosidad no tiene límites! He aquí me has concedido lo que te pedía con toda confianza, y aun has
querido colmar mi deseo, dándome más de lo que anhelaba. Así es que, para no herir tu bondad, acepto
este don tal como viene, aunque en esta bolsa hay un dinar más de los que yo pedía". Y tras de hablar así,
se guardó la bolsa en el cinturón e hizo andar una tras otra a sus dos piernas. Cuando el judío, que miraba
a la calle, vió que Goha se guardaba de tal suerte la bolsa en su cinturón y se marchaba tranquilamente, se
puso muy amarillo de color y sintió que de cólera se le salía el alma por la nariz. Y se precipitó fuera de
su casa y corrió detrás de Goha, gritándole: "¡Espera!, ¡oh Goha, espera!". Y Goha dejó de andar, y
encarándose con el judío, le preguntó: "¿Qué te pasa?". El otro con testó: "¡La bolsa! ¡devuélveme la
bolsa!". Y dijo Goha: "¿Devolverte la bolsa de cien dinares y un dinar que Alah me ha deparado? ¡Oh
perro de judíos! ¿es que esta mañana ha fermentado tu razón en tu cráneo? ¿0 acaso piensas que debo
dártela como te di la de ayer? En este caso, puedes desengañarte, porque ésta la guardo por miedo a
ofender al Altísimo en Su Generosidad para conmigo, que soy indigno de ella. Bien sé que hay un dinar
de más en esta bolsa, pero eso no perjudica a los demás. ¡Por lo que a ti respecta, ya estás yendo!" Y
enarboló un grueso garrote nudoso, e hizo ademán de dejarlo caer con todo su peso sobre la cabeza del
judío. Y el desgraciado de la des cendencia de Yacub se vió obligado a volverse con las manos vacías y
la nariz alargada hasta los pies.
-Y otro día Si-Goha escuchaba en la mezquita predicar al khateb. Y en aquel momento el khateb
explicaba a sus oyentes un extremo de derecho canónico, diciendo: "¡Oh creyentes! sabed que si a la
caída de la noche el marido cumple con su esposa los deberes de un buen esposo, se verá recompensado
por el Retribuidor como si hubiese sacri ficado un carnero. Pero si la copulación lícita tiene lugar durante
el día, se le tendrá en cuenta al marido como si se tratara del rescate de un esclavo. ¡Y si la cosa se
realiza a media noche, la recompensa será igual a la obtenida por el sacrificio de un camello!".
Y he aquí que, de vuelta en su casa, Si-Goha transmitió a su esposa estas palabras. Luego se acostó a
su lado para dormir. Pero la mujer, sintiéndose poseída de violentos deseos, dijo a Goha: "Leván tate ¡oh
hombre! a fin de que ganemos la recompensa que se obtiene por el sacrificio de un carnero". Y Goha
dijo: "Está bien". E hizo la cosa y volvió a acostarse. Pero a media noche de nuevo se sintió la hija de
perro con el organismo en disposición copulativa y volvió a despertar a Goha, diciéndole: "Ven ¡oh
hombre! para que juntos nos procuremos el beneficio que reporta el sacrificio de un camello...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 924ª noche
Ella dijo:
"...Ven ¡oh hombre! para que juntos nos procuremos el bene ficio de un camello". Y Goha se despertó
refunfuñando, y con los ojos medio cerrados, hizo la cosa en cuestión. Y al punto se volvió a dormir.
Pero a primera hora de la mañana, la esposa, asaltada de nuevos de seos, sacó de su sueño a Goha,
diciéndole: "¡Date prisa ¡oh hombre! a despertarte antes de que salga el sol, que tenemos que hacer juntos
lo que nos proporcionará, de parte del Retribuidor, el precio acordado por rescate de un esclavo!"
Pero aquella vez Goha no quiso oír, y contestó: ¡Oh mujer! ¿y qué esclavitud peor que la de un
hombre que se ve obligado a sacrificar a su propio niño? Deja, pues, al niño de su padre, y rescátame el
primero a mí, que soy tu esclavo".
-Y otro día, en otra mezquita, Si-Goha, escuchaba piadosamente al imam, que decía: "¡Oh creyentes
que evitáis a vuestras mujeres para correr en pos de las nalgas de los mancebos! sabed que cada vez que
un creyente realiza con su esposa el acto conyugal, Alah levanta para él un kiosco en el paraíso". Y de
vuelta en su casa, Goha contó a su mujer la cosa, porque así salió en la conversación, aunque sin darle
importancia. Pero la esposa, que no había dejado salir por la otra oreja lo que le había entrado por una,
esperó a que estuviesen acostados los niños, y dijo a Goha: "¡Bueno, ven para que hagamos que nos le -
vanten un kiosco a nombre de nuestros hijos!" Y Goha contestó: "No hay inconveniente". Y metió la
herramienta del albañil en el cajón de la argamasa. Luego se acostó.
Pero al cabo de una hora de tiempo, la esposa de ojos vacíos des pertó a Goha, y le dijo: "Me he
olvidado de que tenemos una hija casadera que debe habitar sola. Levantemos un kiosco para ella". Y
Goha dijo: "¡Vaya, ualahí! ¡Sacrifiquemos al muchacho por la mu chacha!" E introdujo al niño consabido
en la cuna que le reclamaba. Luego se echó en su colchón, resoplando, y se volvió a dormir. Pero a media
noche la esposa le tiró del pie, reclamando otro kiosko para su madre. Pero Goha exclamó: "¡Sea la
maldición de Alah con los pedigüeños indiscretos! ¿Acaso no sabes ¡oh mujer de ojos vacíos! que la
generosidad de Alah prescindiría de nosotros si le obligáramos a levantar tantos kioscos a nuestro
nombre?"
Y siguió roncando.
-Y un día entre los días, una mujer devota entre las vecinas de Goha estaba orando, cuando, por
inadvertencia, se le escapó un cuesco. Y como no acostumbraba a hacerlo, no supo con exactitud si el
cuesco consabido lo había engendrado ella realmente, o si el ruido que oyó provenía del roce de su pie
contra las baldosas o de un gemido lanzado al orar. Y llena de escrúpulos, fué a consultar a Goha, de
quien sabía estaba muy versado en la jurisprudencia. Y se lo explicó y le pidió su opinión. Y Goha, a
manera de respuesta, soltó al punto un cuesco de importancia y preguntó a la devota: "¿Era un ruido como
éste, tía mía?" Y la vieja devota contestó: "¡Era un poco más fuerte!" Y Goha lanzó al punto un segundo
cuesco más importante que el primero, y preguntó a la devota: "¿Era así?" Y ella contestó: "¡'Era un poco
más fuerte todavía". Entonces Goha exclamó: "¡No, por Alah, entonces no era un ventoseo, sino una
tempestad! ¡Vete segura, ¡oh madre de los Ventoseos! porque si no, a fuerza de hacer ganas, voy a hacer
pasteles!"
-Y un día, el asombroso conquistador tártaro Timur-Lenk, el Cojo de hierro, pasó cerca de la ciudad
donde residía Si-Goha. Y se reunieron los habitantes, y después de discutir mucho la manera de impedir
al khan tártaro que devastara su ciudad, acordaron rogar a Si-Goha que les sacara de tan cruel apuro. Y al
punto Si-Goha hizo que le llevaran toda la muselina que había disponible en los zocos, y con ella se
fabricó un turbante del tamaño de una rueda de carro. Luego montó en su burro, y salió de la ciudad al
encuentro de Timur. Y cuando estuvo en su presencia, el tártaro observó aquel turbante extraordinario, y
dijo a Goha: "¿Cómo traes ese turbante?" Y Goha contestó: "¡Oh soberano del mundo! es mi gorro de
noche, y te suplico que me dispenses por haber venido entre tus manos con este gorro de noche; pero
dentro de un instante tendré mi gorro de día, que viene detrás cargado en un carromato alquilado a tal
fin". Entonces Timur -Lenk, espantado del enorme tocado de los habitantes, no pasó por aquella ciudad. Y
lleno de simpatía por Goha, le retuvo a su lado, y le preguntó: "¿Quién eres?" Y Goha contestó: "¡Aquí
donde me ves, soy el dios de la tierra!"
Y Timur, que era de raza tártara, en aquel momento estaba rodeado de algunos mozalbetes, que eran
los más her mosos de su nación, y tenían, como es corriente en los de su raza, los ojos muy pequeños y
encogidos. Y dijo a Goha, mostrándole aquellos niños: "Y bien, ¡oh dios de la tierra! ¿encuentras de tu
gusto a estos lindos niños que aquí ves? ¿Tiene par su belleza?" Y Goha dijo: "No es por disgustarte, ¡oh
soberano del mundo! pero me parece que estos niños tienen los ojos demasiado pequeños, y a causa de
ello carece de gracia su rostro". Y Timur le dijo: "¡No te preocupen por eso! ¡Y puesto que eres el dios
de la tierra, hazme el favor de agrandarle los ojos!" Y Goha contestó: "¡Oh mi señor! ¡respecto a ojos del
rostro, sólo Alah puede agrandarlos, pues, por mi parte, yo, que soy el dios de la tierra, sólo puedo
agrandarle el ojo que tienen de cintura para abajo!" Y al oír estas palabras, Timur comprendió con qué
clase de granuja tenía que habérselas, y se regocijó con su réplica, y en lo sucesivo, lo retuvo con él,
como bufón habitual.
-Y un día, Timur, que no solamente era cojo y tenía un pie de hierro, sino también tuerto y
extremadamente feo, charlaba de unas cosas y de otras con Goha. Y a la sazón entró el barbero de Timur,
y después de afeitarle la cabeza, le presentó un espejo para que se mirase. Y Timur se echó a llorar. Y
siguiendo su ejemplo, Goha rompió en llanto, y lanzó suspiros tras gemidos, e invirtió en ello una o dos o
tres horas de tiempo. Así es que ya había acabado de llorar Timur, y Goha seguía sollozando y
lamentándose. Y Timur, asombrado, le dijo:
¿Qué te pasa? Si yo he llorado, fué porque me miré en el espejo de este barbero de mal augurio y me
encontré verdaderamente feo. Pero ¿por qué motivo viertes tú tantas lágrimas y continúas gimiendo tan
lamentablemente?" Y Goha contestó: "Dicho sea con todo respeto. ¡oh soberano nuestro! he de hacerte
observar que ha bastado que te mires un breve instante en el espejo para llorar dos horas de tiempo. ¿Qué
tie ne, pues, que quien te está mirando todo el día llore más tiempo que tú?" Y a estas palabras, en vez de
enfadarse, Timus se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
-Y otro día, estando Timur a la mesa, eructó muy cerca de la cara de Goha. Y exclamó Goha: "¡Oh
soberano mío! ¡eructar es un acto vergonzoso!" Y Timur, asombrado, dijo: "En nuestro país no se tiene
por vergonzoso el eructo". Y Goha no contestó nada; pero, al final de la comida, soltó un cuesco ruidoso.
Y exclamó Timur, enfa dado: "¡Oh hijo de perro! ¿qué haces? ¿Y no te da vergüenza?" Y Goha contestó:
"¡Oh mi señor! en nuestro país no se tiene eso por vergonzoso. ¡Y como sé que no comprendes la lengua
de nuestro país, no he tenido escrúpulo en hacerlo!"
-Otro día, en otra ocasión, Goha reemplazaba al khateb en la mezquita de un pueblo vecino. Y cuando
hubo acabado de predicar, dijo a sus oyentes, meneando la cabeza: "¡Oh musulmanes! el clima de vuestra
ciudad es exactamente el mismo que el de mi pueblo". Y ellos dijeron: "¿Por qué lo dices. El contestó,
«Porque acabó de tentar me el zib, y lo encuentro como en mi pueblo, flojo y colgante sobre mis
testículos. ¡La zalema con todos vosotros, que me voy!"
-Y otro día predicaba Goha en la mezquita, Y a manera de conclusión, alzó las manos al cielo, y dijo:
"Dámoste gracias y te glorifi camos por Tus bondades, ¡oh Dios verídico y todopoderoso que no nos has
colocado el culo en la mano!" Y asombrados por aquella acción de gracias, sus oyentes le preguntaron:
"¿Qué quieres decir con esa extraña plegaria, ¡oh khateb!?" Y Goha dijo: "¡Pues bien claro está, por
Alah. Si el Donador nos hubiese creado con el culo en la mano, nos mancharíamos la nariz cien veces al
día".
-Y otra vez, subido también en el púlpito, tomó la palabra; di ciendo: "¡Oh musulmanes! ¡loores a
Alah, que no nos ha colocado detrás lo que tenemos delante!" Y le preguntaron: "¿Por qué dices eso...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 925ª noche
Ella dijo:
"...¡Oh musulmanes! ¡loores a Alah, que no nos ha colocado de trás lo que tenemos delante!" Y le
preguntaron: "¿Por qué dices eso?" El dijo: "Porque si el báculo estuviera situado detrás, cada cual, sin
querer, podría tornarse semejante a los compañeros de Loth, haciendo aquello a lo que sólo pudo
sustraerse Loth".
-Y un día encontrándose sola y completamente desnuda, la mujer de Goha se puso a contar su historia
con mucha fruición, diciendo "¡Oh caro tesoro! ¿por qué no tendré dos o tres o cuatro como tú? Eres
manantial de mis placeres, y me procuras preciosas ventajas". Y he aquí que quiso el Destino que llegase
Goha mientras tanto. Y oyó aquellas palabras, y comprendió por qué se expresaba así su esposa.
Entonces sacó su herencia, y le dijo, llorando: "¡Oh hijo de perro! ¡oh proxeneta! ¡cuántas calamidades
has traído sobre mi cabeza! ¡Ojalá no hubieras sido nunca el niño de tu padre!"
-Y otro día penetró Goha en la viña de su vecino, y se puso a co mer uvas como un zorro, cogiendo los
racimos por el rabo y sacándose los de la boca sin un grano. Y he aquí que de repente apareció el veci no,
amenazándole con un garrote y gritándole: "¿Qué haces ahí, ¡oh maldito!?" Y Goha contestó: "Tenía
retorcijones, y he entrado aquí para descargarme el vientre". Y el otro preguntó: "Si es verdad eso,
vamos a ver dónde está lo que has hecho". Y Goha se quedó muy per plejo por un instante; pero, tras de
mirar a un lado y a otro buscando con qué justificarse, mostró al viñero una boñiga de asno, diciéndole:
"Aquí tienes la prueba". Y el hombre dijo: "¡Cállate!, ¡oh embustero! ¿Desde cuándo eres un burro?" Y al
punto sacó Goha su zib, que era enorme, y dijo: "Desde que el Retribuidor me gratificó con la
herramienta calamitosa que estás viendo".
-Y un día se paseaba Goha a orillas del río; y vió un grupo de lavanderas lavando su ropa interior. Y
las lavanderas, al verle, se acer caron a él y le rodearon como un enjambre de abejas. Y una de ellas,
levantándose la ropa, dejó al descubierto el cebón. Y Goha lo advirtió y volvió la cabeza, diciendo: "En
ti me refugio, ¡oh Protector del Pudor!" Pero las lavanderas le dijeron alborotadas: "¿Qué te pasa, ¡oh
pillastre!? ¿Acaso no sabes el nombre de este bienaventurado?" El dijo: "¡Demasiado sé que se llama el
Origen de mis males!" Pero ellas exclamaron: "¡Quiá! ¡Si es el Paraíso del Pobre!" Entonces Goha pidió
permiso para retirarse, apartándose un poco, y envolvió al niño con la tela de su turbante, como en un
sudario, y se acercó de nuevo a las lavanderas, que le preguntaron: "¿Qué es eso, ¡oh Goha!?" El dijo:
"Es un pobre que ha muerto, y desea entrar en el paraíso consabido". Y se echaron ellas a reír hasta
caerse. Y al propio tiempo notaron que fuera del sudario colgaba una cosa y que era la bolsa enorme de
Goha. Y le dijeron: "¡Bueno! pero ¿qué es eso que cuelga de tal modo por debajo del muerto, como dos
huevos de avestruz?" El dijo: "¡Son los dos hijos de este pobre, que han venido a visitar su tumba!"
-Y una vez que estaba Goha de visita en casa de la hermana de su esposa. Y le dijo ella: "¡Ya Si-
Goha! me veo precisada a ir al ham mam, por lo que te ruego que tengas cuidado de mi mamoncillo
durante mi ausencia". Y se marchó. Entonces el pequeñuelo empezó a gritar y a chillar. Y Goha, muy
fastidiado, se dispuso a hacer por calmarle. Sacó, pues, su rahat-lucum y se lo dió a chupar al
mamoncillo, que no tardó en dormirse. Y cuando estuvo de vuelta la madre y vió al niño dormido, dió
muchas gracias a Goha, que le dijo: "De nada, ¡oh hija del tío! y si hubiera hecho contigo lo que con él y
hubieses probado mi narcótico, también te hubieras dormido, dando con la cabeza antes que con los
pies".
-Y otra vez se disponía Goha a violar a su burro a la puerta de una mezquita aislada. Y acertó a pasar
un hombre que iba a hacer sus devociones en aquella mezquita. Y vió a Goha que estaba muy ocupado en
la cosa consabida. Y asqueado, escupió en el suelo manifiestamente. Y Goha le miró atravesado, y le
dijo: "¡Da gracias a Alah, que si no tuviera yo ahora entre manos una cosa tan urgente, ya te enseñaría a
escupir aquí".
-Y otra vez Goha estaba tumbado en el camino, a pleno sol, un día de calor, teniendo en la mano su
garboso báculo al descubierto. Y le dijo un transeúnte: "Vergüenza sobre ti, ¡oh Goha! ¿Qué estás ha -
ciendo?" Y Goha contestó: "Calla, ¡oh hombre! y vete de mi vista. ¿No ves que he sacado a tomar el aire
a mi niño para refrescarle?" -Y otro día fueron a preguntar a Goha en consulta jurídica: "Si en la mezquita
suelta un cuesco el imam, ¿qué debe hacer la asamblea?" Y Goha contestó sin vacilar: "¡Es evidente que
lo que debe hacer es responder!"
-Y Goha y su mujer iban por la orilla del río un día de crecida. Y de pronto, dando un mal paso, la
mujer resbaló y cayó al agua. Y como la corriente era muy fuerte, se la llevó. Y Goha no vaciló en tirarse
al agua para pescar a su mujer: pero, en lugar de seguir la corriente, fué en dirección contraria. Y la gente
que se había reunido le hizo ob servar aquello, y le dijo: "¿Qué buscas, ya Si-Goha?"
Y contestó él:
"¡Por Alah! ¡busco a la hija del tío, que se ha caído al agua!" Y le contestaron: "¡Pero ¡oh Goha! ha
debido arrastrarla la corriente, y la estás buscando contra la corriente!" Dijo él: "¡Quiá! ¡Conozco a mi
esposa mejor que vosotros! ¡Tiene un carácter tan atrabiliario, que de antemano estoy seguro de que ha
ido contra la corriente!"
-Y otro día llevaron un hombre a presencia de Goha, que desem peñaba entonces las funciones de
kadí. Y le dijeron: "El hombre que ves aquí ha sido sorprendido en plena calle mientras se dedicaba a
violar a un gato". Y como había testigos del hecho, el hombre no pudo negar de una manera aceptable. Y
Goha le dijo: "¡Vamos, habla! ¡Si me dices la verdad, te será otorgada la indulgencia de Alah! ¡Dime,
pues, cómo te has arreglado para violar al gato!" Y el hombre contestó: "Por Alah, ¡oh nuestro señor el
kadí! ¡he acercado lo que tú sabes a la puerta de la gracia, y he forzado esta puerta sujetando las patas del
animal con mis manos y su cabeza con mis rodillas! ¡Y como la cosa había resultado bien la vez primera,
he cometido la torpeza de reincidir! Confieso mi falta, ¡oh señor kadí!"
Pero Goha exclamó: "Mientes, ¡oh hijo de pro xenetas! ¡Porque yo he intentado más de treinta veces
hacer lo mismo que tú, sin obtener buen resultado nunca!" Y mandó que le dieran una paliza.
-Otro día, estando Goha de visita en casa del kadí de la ciudad, se presentaron dos querellantes, y
dijeron: "¡Oh señor kadí! Nuestras casas se hallan tan próximas, que se tocan. Y he aquí que esta noche ha
venido un perro a ensuciarse entre nuestras dos puertas, a igual dis tancia. Y venimos en tu busca para que
nos digas a quién incumbe recoger la cosa". Y el kadí se encaró con Goha, y le dijo con acento irónico:
"A tu juicio dejo la tarea de examinar este caso y de senten ciarlo". Y Goha se encaró con ambos
querellantes, y dijo a uno: "Va mos a ver, ¡oh hombre! ¿ha ocurrido el hecho evidentemente más cer ca de
tu puerta?" El hombre contestó: "¡La verdad es que la cosa ha tenido lugar en medio exactamente!" Y
Goha preguntó al segundo: "¿Es cierto, o quizá la cosa está más hacia tu casa?" El otro contestó "¡La
mentira es ilícita! La cosa ha tenido lugar exactamente entre nosotros dos, en la calle". Entonces Goha
dijo, a manera de sentencia: "Ya está resuelto el asunto. Esa tarea no os incumbe ni a uno ni a otro, sino a
quien, por deber de su cargo, corresponde el cuidado de las calles, es decir, a nuestro señor el kadí".
-Y otro día el hijo de Goha, que tenía cuatro años de edad, había ido con su padre a casa de unos
vecinos que estaban de fiesta. Y le pre sentaron una hermosa berenjena, preguntándole: "¿Qué es esto?" Y
el niño contestó: "¡Un ternerillo que todavía no ha abierto los ojos!" Y todo el mundo se echó a reír,
mientras Goha exclamaba: "¡Por Alah, que no soy yo quien se lo ha enseñado!"
-¡Y, finalmente, estando Goha otro día con ganas de copulación, sacó al aire el niño de su padre. Y he
aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y Goha se
pavoneó, exclamando...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 926ª noche
"...Y he aquí que, por casualidad, una mosca de la miel se posó en la cabeza de la herramienta. Y
Goha se pavoneó, exclamando: "Por Alah, que sabes lo que es bueno, ¡oh mosca! Porque ésta es una flor
digna de ser escogida entre todas las flores para hacer miel".
"Y estas son ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- sola mente algunas entre las numerosas
gracias, palabras, tonterías y teorías del maestro de las divisas y de la risa, el delicioso e inolvidable Si-
Goha. ¡La misericordia y la bendición de Alah sean con él! ¡Y ojalá se conserve viva su memoria hasta el
día de la Retribución!"
Y dijo el rey Schahriar: "¡Esas gracias de Goha me han hecho ol vidar las más graves preocupaciones,
Schehrazada!" Y la pequeña Do niazada exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y frescas
son tus palabras!"
Y Schehrazada dijo: "Pero ¿qué es eso comparado con la Historia de la jovenzuela obra maestra de
los corazones, lugartenienta de los pájaros?" Y el rey Schahriar exclamó: "¡Por Alah, ¡oh Schehrazada!
que conozco bastantes jovenzuelas, y he visto más aún; pero no recuerdo ese nombre! ¿Quién es, pues,
"Obra maes tra de los corazones, y cómo es lugartenienta de los pájaros?"
Historia de la jovenzuela obra maestra de los corazones,
lugartenienta de los pájaros
Y dijo Schehrazada:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que en Bagdad, ciudad de paz y morada de todas las alegrías y
residencia de los placeres y jardín del ingenio, el califa Harún Al-Raschid, vicario del Señor de los tres
mundos y Emir de los Creyentes, tenía por compañero de copa y amigo preferido, entre sus íntimos y
coperos, a aquel cuyos dedos manejaban la armonía, cuyas manos eran las bienamadas de los laúdes y
cuya voz era enseñanza para los ruiseñores, al músico rey de los músicos y ma ravilla de la música de su
tiempo, al prodigioso cantor Ishak Al-Dadim, de Mossul. Y el califa, que le quería con un cariño
extremado, habíale dado por morada el más hermoso de sus palacios y el más selecto. Y te nía Ishak por
cargo y misión instruir en el arte del canto y en la armo nía a las jóvenes más a propósito entre las que se
compraban en el zoco de las esclavas y en los mercados del mundo para el harén del califa. Y en cuanto
una de ellas se distinguía entre sus compañeras y las ade lantaba en el arte del canto, del laúd y de la
guitarra, Ishak la conducía ante el califa, y la hacía cantar y tocar delante de él. Y si gustaba al ca lifa, la
hacían entrar en su harén inmediatamente. Pero si no le gustaba bastante volvía a ocupar su sitio entre las
discípulas del palacio de Ishak.
Un día entre los días, el Emir de los Creyentes, sintiéndose el pe cho oprimido, mandó buscar a su
gran visir Giafar el Barmecida, y a Ishak, su compañero de copa, y a Massrur, el portaalfanje de su ven -
ganza. Y cuando estuvieron entre sus manos, les ordenó que se disfraza ran como acababa de hacer él
mismo. Y disfrazados de tal modo, pare cían un simple grupo de particulares. Y Al-Fazl, el hermano de
Giafar, y Yunús el letrado se juntaron a ellos, disfrazados también. Y todos salie ron del palacio sin ser
notados, y llegaron al Tigris, y llamaron a un batelero, y se hicieron conducir hasta Al-Taf, barrio de
Bagdad. Y aterrizaron allá y caminaron al azar por la ruta de los encuentros fortuitos y de las aventuras
inopinadas.
Y mientras marchaban charlando y riendo, vieron ir hacia ellos a un anciano de barba blanca y de
aspecto venerable, que se inclinó ante Ishak y le besó la mano. E Ishak le reconoció como uno de los pro -
veedores que aprovisionaban de jóvenes y de mozalbetes el palacio del califa. Y a aquel jeique
precisamente era al que se dirigía Ishak cada vez que deseaba una nueva tanda de discípulas para su
escuela de música.
Y he aquí que, precisamente cuando el jeique hubo abordado de tal modo a Ishak, sin sospechar que
iba acompañado del Emir de los Creyentes y de su visir Giafar y de sus amigos, se excusó mucho por
baberle molestado e interrumpido su paseo, y añadió: "¡Oh mi señor! hace mucho tiempo que deseo verte.
E incluso tenía decidido ir a buscarte en tu palacio. Pero ya que Alah me ha puesto hoy en el camino de tu
gracia, voy a hablarte en seguida de lo que preocupa a mi espíritu". E Ishak preguntó: "¿Y de qué se trata,
pues, ¡oh venerable!? ¿Y en qué puedo servirte?" Y el mercader de esclavos contestó: "Escucha. En este
momento tengo, en el depósito de esclavos, una joven que está muy diestra ya en el laúd y que no tardará
en hacer honor a tu escuela, pues se halla muy bien dotada, y mejor que ninguna sabrá ella aprovecharse
de tu admirable enseñanza. Y como, además, su gracia es continuación de los dones de su espíritu, creo
que no dejarás de echar sobre ella una ojeada y de prestar por un instante tu oído precioso a la prueba de
su voz. Y si te place ella, todo saldrá a pedir de boca. De no ser así, la venderé a cualquier mercader, y
sólo me restará renovar mis excusas por la molestia que te ocasiono a ti y a estos honorables señores,
amigos tuyos".
Al oír estas palabras del viejo mercader de esclavos, Ishak consultó con una rápida ojeada al califa,
y contestó: "¡Oh tío! precédenos, pues, al depósito de esclavos, y prevén a la joven consabida, a fin de
que se prepare a ser vista y oída poro todos nosotros. Porque me acompañarán mis amigos". Y el jeique
contestó con el oído y la obediencia, y desapa reció a buen paso, en tanto que el califa y sus compañeros
se dirigían más despacio al depósito de esclavos, guiados por Ishak, que conocía el camino.
Y aunque la aventura no tenía nada de extraordinaria, la aceptaron de buena gana, como a orillas del
mar acepta el pescador la suerte que Alah ha escrito para su primer redada. Y al acercarse al depósito de
esclavos, vieron que era un edificio alto de murallas y amplio de espacio, que podría alojar
cómodamente a todas las tribus del desierto. Y franquearon la puerta y entraron en una sala grande,
reservada para la venta y la compra, y rodeada de bancos en que se sentaban los com pradores. Y también
sentáronse ellos en aquellos bancos, mientras el an ciano, que les había precedido, iba a buscar a la
joven. Y habíase pre parado para ella, precisamente en medio de la sala, una especie de trono de madera
preciosa, cubierto con la tela bordada de Jonia, al pie del cual se hallaba un laúd de Damasco con
cuerdas de plata y oro.
Y de pronto la joven que esperaban hizo su entrada con la gracia de una rama que se balanceaba. Y se
sentó en el trono preparado, salu dando a la concurrencia. Y parecía el sol cuando brilla en lo alto del
cielo de mediodía. Y aunque le temblaban un poco las manos, cogió el laúd, lo apoyó contra su seno
como haría una hermana con su hermanito, e hizo brotar del instrumento un preludio que entusiasmó los
espíritus. E inmediatamente hirió en otro tono las cuerdas dóciles, y cantó estos versos del poeta:
¡Suspira, ¡oh mañana! a fin de que uno de tus suspiros flotantes se destaque y llegue hasta la tierra de
la amada! ¡Y lleva mi saludo perfumado a todo el caro y brillante grupo!
¡Y di a mi amiga que me he dejado el corazón en prenda de su amor! ¡Porque mi deseo es más fuerte
que cuanto de ordinario desalien ta a los enamorados!
¡Dile que ha herido con un golpe mortal mi corazón y mis ojos! ¡Pero mi pasión aumenta y se exalta
cada vez más!
¡Y mi espíritu, lacerado por el amor todas las noches, ha hecho olvidar a mis párpados el arte de
hacerse obedecer del sueño!
Cuando la joven hubo acabado de cantar estos versos, el califa no pudo por menos de exclamar:
"¡Maschalah sobre tu voz y sobre tu arte!, ¡oh bendita! En verdad que has triunfado". Pero de repente se
acordó de su disfraz, y no dijo más, temiendo que le reconocieran. E Ishak tomó a su vez la palabra para
cumplimentar a la joven. Pero no había acabado de abrir la boca, cuando la armoniosa jovenzuela se
levantó vivamente de su asiento y fué a él y le besó respetuosamente la mano, diciendo: "¡Oh mi señor!
los brazos se inmovilizan en tu pre sencia, y a tu vista, las lenguas se callan, y la elocuencia frente a ti se
torna muda. Y sólo tú, por lo que a mí respecta, puedes ser quien descorra el velo". Y le dijo estas
palabras mientras sus ojos lloraban.
Al ver aquello, le preguntó Ishak, muy sorprendido y emocionado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 927ª noche
Ella dijo:
"...Al ver aquello, le preguntó Ishak, muy sorprendido y emocio nado: "¡Oh preciosa joven! ¿por qué
se entristece tu alma y hace llorar a tus ojos? ¿Y quién eres, ¡oh tú a quien no conozco!?"
Y la joven bajó los ojos sin contestar, e Ishak comprendió que no quería hablar en público. Y tras de
consultar con la mirada al califa intrigado, hizo correr la cortina que aislaba de la esclava la almoneda
de los compradores, y dijo dulcemente: Tal vez ahora quieras explicarte con todo desahogo y libertad".
Y la joven, en cuanto se vió sola con Ishak, se levantó el velo del rostro con un gesto lleno de gracia,
y apareció como era en verdad, muy hermosa, blanca cual la luna nueva, con un bucle negro en cada sien,
una nariz recta y pura como el nácar transparente, una boca tallada en pulpa de granadas maduras, y un
mentón adornado por una sonrisa. Y en aquel rostro libertado del velo se rasgaban unos grandes ojos
negros hasta amenazar a las sienes con pasar de ellas.
Y tras de mirarla un momento sin hablar, Ishak le dijo más dulce mente todavía: "Habla ¡oh joven! con
toda confianza". Entonces dijo ella, con una voz semejante a la voz del agua en las fuentes: "La dura ción
de la espera y el tormento de mi espíritu han hecho que ya no se me reconozca, y las lágrimas que he
vertido han lavado de su frescura a mis mejillas. Y no abre ninguna de las rosas de antaño". E Ishak son -
rió Y dijo, interrumpiéndola: 'Y desde cuándo ¡oh joven! florecen las rosas sobre la faz de la luna llena?
¿Y por qué tratas de rebajar con tus palabras tu propia belleza?" Ella contestó: "¿A qué podrá aspirar una
belleza que hasta ahora no vivió más que para sí misma? ¡Oh mi señor! desde hace meses pasaban los
días en este depósito de esclavos, ingeniándome yo, a cada nueva almoneda, por encontrar un pretexto
para que no se me vendiera; porque siempre esperaba tu llegada y mi entrada en tu escuela de música,
cuya fama se ha extendido hasta las llanuras de mi país".
Y mientras ella hablaba de este modo, entró su propietario el mer cader. E Ishak le preguntó: "¿Qué
precio pones a la jovenzuela? Y ante todo, ¿cuál es su nombre?" Y el jeique contestó: "¡Respecto a su
nom bre, ¡oh mi señor! la llamamos Tohfa Al-Kulub, Obra Maestra de los Corazones! Porque ningún otro
apelativo, en verdad, le va tan bien. En cuanto a su precio, debo decirte que ha sido discutido muchas
veces entre los ricos aficionados que se presentaban con frecuencia, seducidos por sus ojos, y yo. Por lo
menos, vale diez mil dinares. Y debo advertir, a fin de que lo sepas, que ella es la que hasta ahora ha
impedido a los compradores llevar más adelante sus negociaciones. Porque cada vez que yo le hacía ver,
a petición suya, el rostro de los que se presentaban a comprar, ella me contestaba, sabiendo que no la
vendería sin su con.sentimiento: "¡Este me disgusta por tal y cual motivo, y con este otro no congeniaría
nunca a causa de esto y de aquello!" Y de tal modo ha acabado por alejar de ella completamente a los
compradores ordina rios y desalentar a los extraños. Porque todos acabaron por saber de antemano que
encontraría en ellos algún grave defecto e imperfec ción, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había
pasado. Y por eso la honradez me fuerza a no pedirte como precio de esta joven esclava más que la suma
de diez mil dinares, con la que apenas cubro gastos". E Ishak sonrió, y dijo: "¡Oh jeique! añade aún dos
veces diez mil dinares y quizás obtenga ella entonces el precio conveniente".
Y tras de hablar así ante el mercader asombrado, añadió: "Es pre ciso que hoy mismo conduzcan a la
joven a mi morada, a fin de que se te cuente el precio convenido entre nosotros". Y le dejó, después de
son reír a la conmovida joven, y fué en busca del califa y sus demás acom pañantes. Y los encontró en el
límite de la impaciencia, y les contó, sin omitir un detalle, cuanto había pasado. Y salieron todos juntos
del depósito de esclavos para proseguir su paseo a capricho de su mutuo destino.
En cuanto a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones, su amo el viejo jeique se apresuró a
conducirla, en aquella hora y en aquel instante, al palacio de Ishak, y a percibir los treinta mil dinares en
que convinieron como precio de compra. Luego se marchó por su camino.
Entonces las pequeñas esclavas de la casa se agruparon en torno de ella, y la condujeron al hammam,
donde le dieron un baño delicioso, y la vistieron, la peinaron y la cubrieron de adornos de todas clases,
como collares, sortijas, pulseras de brazo y de tobillos, velos bordados de oro y pectorales de plata. Y la
hermosa palidez de su rostro brillante y terso era cual la luna del mes de Ramadán por encima del jardín
de un rey.
Cuando el maestro Ishak vió a la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones con aquel nuevo
esplendor, más conmovida y más conmove dora que una recién casada en el día de sus bodas se felicitó
de la adquisición que había hecho y dijo para sí: "¡Por Alah! que cuando esta jovencita haya pasado
algunos meses en mi escuela y se perfeccione más todavía en el arte del laúd y del canto, y cuando,
merced al júbilo de su corazón, haya acabado de recobrar su belleza nativa, será para el harén del califa
una adquisición insigne; porque esta joven no es una hija de Adán, sino una hurí selecta, en verdad".
Y dió las órdenes oportunas para que se pusiera a disposición de ella cuanto era necesario a sus
estudios de armonía, y recomendó que no se descuidase nada, para que la estancia en el palacio de la
música le fuese agradable de todo punto. Y así se hizo. Y de tal suerte, se alla nó todo para la jovenzuela,
el camino del arte y de la belleza.
Un día entre los días, habiéndose dispersado por los jardines que les estaban reservados sus
compañeras las jóvenes tañedoras de laúd y de guitarra, y hallándose el palacio de la música
completamente vacío de sus jóvenes lunas, la jovenzuela Obra Maestra de los Corazones se levantó del
diván en que descansaba, y entró sola en la sala de clase. Y se sentó en su sitio, y se puso el laúd contra
el pecho, con el gesto del cisne que se mete la cabeza bajo el ala. Y había recobrado por entero su
belleza, sin estar como antes pálida y desmadejada. Así, en una plata banda, en la segunda primavera, la
anémona reemplaza al narciso de mejillas descoloridas por la muerte del invierno. Y de tal suerte, era
una seducción para los ojos, un encanto para los corazones y un cántico de alegría para quien la había
modelado.
Y completamente sola, hizo cantar a su laúd, sacándole del seno de madera una serie de preludios que
hubiesen embriagado a la más refrac taria de las criaturas. Luego volvió al primer tono, con un arte que
superaba a los trinos y gorjeos de las aves canoras. Porque, en verdad, en cada uno de sus dedos había
oculto un milagro.
Y nadie, ciertamente, sospechaba que en el palacio de Ishak el pro pio maestro tuviese en aquella
joven su igual y aun su superior. Porque desde el día en que la emoción había hecho temblar en el
depósito de esclavas las manos y la voz de la maravillosa jovenzuela, no había vuelto ella a tener
ocasión de cantar en público, sin hacer, como sus compa ñeras, más que escuchar las enseñanzas de Ishak
y tocar y cantar luego, pero no sola, sino a coro con todas las alumnas.Así, pues, cuando hubo hecho
expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los pájaros quepoblaron antaño el árbol de
don de salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios, cantando, estos versos del poeta...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 928ª noche
Ella dijo:
"...Así, pues, cuando hubo hecho expresar a la madera armoniosa del laúd todas las voces de los
pájaros que poblaron antaño el árbol de donde salió él, levantó la cabeza y dejó caer de sus labios,
cantando, estos versos del poeta:
¡Cuando el alma desea a la que es la única compañera posible, nada podrá hacerla
retroceder, ni siquiera el Destino!
¡Oh tú, que me torturaste hasta destrozar para siempre mi corazón! ¡Toma mi vida entera y
haz de ella propiedad tuya, pues que sólo la languidez que tu ausencia me produce logrará
abatirme y hacerme morir!
Me has dicho, riendo: "¡Yo sola sabré curar el mal que sufres, y del que ningún médico ha
sabido librarte; y una sola de mis miradas bastará como remedio para tu estado doliente!"
¿Cuánto tiempo todavía ¡oh cruel! vas a estar chanceándote de mi herida? ¿Acaso no ha
creado el Señor a nadie más que a mí, sobre la tierra inmensa, para servir de blanco a las
azagayas de tus burlas?
Mientras ella cantaba, Ishak, que desde por la mañana estaba con el sultán, había regresado, sin
mandar a los servidores que anunciasen su llegada. Y desde el vestíbulo de su casa oyó aquella voz
milagrosa y tan dulce, que cantaba como la brisa de prima mañana cuando saluda a las palmeras, y más
reconfortante para el espíritu del oyente que el aceite de almendras para el cuerpo del luchador.
Y quedó Ishak tan conmovido por los acentos de aquella voz unida al acompañamiento del laúd, y que
sin duda alguna sólo podía ser una voz entre las voces de la tierra, a no ser que se tratase de un efluvio
llegado de los acordes edénicos, que no pudo por menos de lanzar un grito estridente de sobresalto a la
par que de admiración. Y la joven cantarina Tohfa oyó aquel grito, y acudió, llevando todavía en las
manos el laúd. Y halló a su amo Ishak apoyado en la pared del vestíbulo, con una mano sobre el corazón,
tan pálido y tan emocionado, que tiró ella el laúd y corrió a él, llena de ansiedad, exclamando: "Sean
contigo las gracias del Altísimo, ¡oh mi señor! y la liberación de todo mal. ¡Ojalá no tengas ninguna
indisposición ni molestia!" Y reponiéndose, Ishak preguntó en voz baja: "¿Eras tú ¡oh Tohfa! quien tocaba
y cantaba en la sala vacía?" Y la joven se turbó y enrojeció y no supo qué respuesta dar a una pregunta
cuyo motivo no comprendía. Pero como insistiera Ishak, temió ella contrariarle si seguía callando, y con -
testó: "¡Ay! ¡oh mi señor! ¡era tu servidora Tohfa!" Y al oír aquello, Ishak bajó la cabeza y dijo: "¡Ha
llegado el día de la confesión! ¡Oh Ishak de alma orgullosa, que te creías el primero de tu siglo en voz y
en armonía, no eres más que un esclavo desprovisto de todo talento, en presencia de esa joven hija del
cielo!"
Y en el límite de la emoción, cogió la mano de la jovenzuela y se la llevó con respeto a los labios y
después a la frente. Y Tohfa se sintió desfallecer, y a pesar de todo, tuvo fuerzas para retirar viva mente la
mano, exclamando: "El nombre de Alah sobre ti, ¡oh mi señor! ¿Desde cuándo el amo ha de besar la
mano de la esclava?" Pero él contestó con toda humildad: "¡Cállate!, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!
¡oh la primera de las criaturas! ¡cállate! Ishak ha encon trado su maestro, aunque hasta el presente pensó
que no tenía igual. Pues juro por el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!), juro que hasta el presente creí
que no tenía igual, y ahora mi arte, al lado del tuyo, no es más que un dracma al lado de un dinar. ¡Oh
Tohfa! eres la excelencia misma. Y en esta hora y en este instantte, voy a conducirte ante el Emir de los
Creyentes Harún Al-Raschid. Y cuando chispee sobre ti su mirada, serás una princesa entre las mujeres,
como ya eres una reina entre las criaturas de Dios. Y así se consagrarán tu arte y tu belleza. Loores y
loores, pues, a ti ¡oh mi soberana Obra Maestra de los Corazones! ¡Y solamente pido a Alah que, cuando
tu maravilloso destino te haya sentado en el sitio escogido del palacio del Emir de los Creyentes, no
ahuyentes de ti el recuerdo de tu esclavo Ishak el vencido!"
Y Tohfa contestó, con los ojos llenos de lágrimas: "¡Oh mi señor! ¿cómo he de olvidarte a ti, que eres
la fuente de toda la fortuna y hasta la fuerza de mi corazón?" E Ishak le tomó la mano y le hizo jurar sobre
el Libro que no le olvidaría. Y añadió: "¡Sí, por cierto! tu destino es un destino maravilloso, y en tu frente
veo marcado el deseo del Emir de los Creyentes. Déjame, por tanto, rogarte que cantes en presencia del
califa lo que hace un momento cantabas para ti sola, cuando yo te oía detrás de la puerta, contándome ya
en el número, de los predestinados".
Y cuando obtuvo esta promesa de la joven, le dijo todavía: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones!
¿puedes ahora, como último favor, decirme a qué sucesión de acontecimientos misteriosos se debe el que
una reina se halle mezclada en el número de esclavas que se venden y se compran, cuando sería
imposible valuar su rescate, aunque se acumularan ante ella todos los tesoros ocultos de las minas y todas
las riquezas subterráneas y marinas que Alah el Altísimo ha metido en el corazón de los elementos?"
Y a estas palabras, Tohfa sonrió y dijo: "¡Oh mi señor! la his toria de tu servidora Tohfa es una
historia extraña, y su caso es muy sorprendente; porque si se escribiera con agujas en el ángulo inte rior
del ojo, serviría de enseñanza al lector atento. Y un día cercano, si Alah quiere, te contaré esta historia,
que es la de mi vida y de mi llegada a Bagdad. Pero por hoy bástete saber que soy presa de un maghrebín,
y que he vivido entre maghrebines". Y añadió: "¡Estoy entre tus manos, pronta a seguirte al palacio del
Emir de los Creyentes!"
E Ishak, que era de carácter reservado y delicado, se guardó bien de insistir para enterarse de más, y
levantándose, dió una palmada, y ordenó a las esclavas que acudieron que prepararan la ropa de salir de
su señora Tohfa. Y al punto abrieron ellas los grandes cofres de ropa, y sacaron una porción de
maravillosos trajes rayados de seda de Nishabur, perfumados con esencias volátiles, y ligeros al tacto y a
la vista. Y también sacaron de las arquillas de alhajas un surtido de joyas agradables de mirar. Y
vistieron a su señora, la jovenzuela, con siete trajes superpuestos, de colores diferentes, y la sembraron
de pe drerías, y la dejaron semejante a un ídolo chino.
Y terminados aquellos cuidados, se pusieron al lado suyo y la sostuvieron a derecha y a izquierda, en
tanto que otras jóvenes se en cargaban de llevar los bajos orlados de las colas. Y salieron con ella de la
escuela de música, precedidos de Ishak, que abría la marcha con un negrito portador del laúd milagroso.
Y llegó el cortejo al palacio del califa, y entró en la sala de es pera. E Ishak se apresuró a ir primero a
presentarse solo ante el califa, y le dijo, tras de los homenajes debidos y rendidos: "¡He aquí ¡oh Emir de
los Creyentes! que conduzco hoy entre tus manos una jovenzuela única entre las más bellas, un don
escogido, un milagro de su creador, un tránsfuga del paraíso, maestra mía y no discípula mía, la
maravillosa cantarina Tohfa, Obra Maestra de los Corazones!"
Y Al-Raschid sonrió y dijo: "¿Y dónde está esa obra maestra, ¡oh Ishak! ? ¿Será acaso la joven a
quien apenas vi un día en el depósito de esclavos, pues permanecía invisible y velada a los ojos del
compra dor?" Y contestó Ishak: "Esa misma es, ¡oh mi señor! ¡Y por Alah, que está más fresca a la vista
que la mañana fresca, y es más armonio sa al oído que el cántico del agua en los guijarros!"
Y Al-Raschid contestó: "Entonces, ¡oh Ishak! no tardes más en hacer entrar a la mañana y a la que está
más fresca que la mañana. Y no nos prives por rnás tiempo de la música del agua y de la que es más
armoniosa que la música del agua. Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua
cesar de cantar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 929ª noche
Ella dijo:
"...no tardes más en hacer entrar a la mañana, y a la que está más fresca que la mañana. Y no nos
prives por más tiempo de la música del agua y de la que es más armoniosa que la música del agua.
Porque, en verdad, que la mañana jamás debe estar oculta, ni el agua cesar de cantar".
Y salió Ishak para ir en busca de Tohfa, mientras el califa se asombraba en el alma de verle alabar
por primera vez, y con tanta vehemencia, a una cantarina. Y dijo a Giafar: "¿No es prodigioso ¡oh visir!
que Ishak se exprese con tanta admiración acerca de otro que no sea él mismo? Ve ahí lo que me deja
asombrado hasta el límite del asombro". Y añadió: "Pero vamos a ver de qué se trata".
Y al cabo de algunos instantes, precedida por Ishak, que le lle vaba delicadamente de la mano, entró
la jovenzuela. Y sobre ella chis peó la mirada del Emir de los Creyentes. Y se le conmovió el espíritu
ante la gracia de ella; y se le regocijaron los ojos con aquellos andares encantadores que hacían pensar
en la seda flotante de los cendales. Y en tanto que él la contemplaba, inclinóse ella entre sus manos y se
le vantó el velo del rostro. Y apareció como la luna en su décimocuarta noche, pura, deslumbradora,
blanca y serena. Y aunque estaba turbada por hallarse en presencia del Emir de los Creyentes, no se
olvidó de lo que le exigían los buenos modales, la cortesía y la educación, y con voz a ninguna otra
parecida, saludó al califa, diciendo: "La zalema so bre ti, ¡oh descendiente del más noble entre los hijos
de los hombres! ¡oh posteridad bendita de nuestro señor Mahomed (¡con Él la plegaria, la paz y las
gracias escogidas!), redil y asilo de los que van por el camino de la rectitud, íntegro justiciero de los tres
mundos! La zalema sobre ti de parte de la más sumisa y de la más deslumbrada de tus esclavas".
Y al oír estas palabras dichas con un acento tan delicioso, Al -Raschid se dilató y se holgó, y
exclamó: "¡Maschalah! ¡oh molde de la perfección!" Y la miró aún más atentamente, y creyó volverse
loco de alegría. Y Giafar y Massrur también creyeron volverse locos de alegría. Luego Al-Raschid se
levantó de su trono y descendió hacia la jovenzuela, y se acercó a ella, y muy dulcemente le echó sobre el
rostro su velillo de seda: lo que significaba que para en lo sucesivo pertenecía a su harén y que cuanto
ella era se hundía para en lo sucesivo en el misterio prescrito a las elegidas de los Creyentes.
Tras de lo cual la invitó a sentarse, y le dijo: "¡Oh Obra Maestra de los Corazones! En verdad que
eres un don escogido. Pero ¿no po drías con tu venida, que ilumina la morada, hacer entrar la armonía en
el palacio? ¡Nuestro oído te pertenece, como nuestra vista!" Y Tohfa tomó el laúd de manos del pequeño
esclavo negro, y se sentó al pie del trono del califa para preludiar al punto de una manera que
conmovería al oído más refractario. Y el milagro de sus dedos era una realidad más emocionante que la
garganta de los pájaros. Luego, en medio de res piraciones contenidas, dejó cantar en sus labios estos
versos del poeta:
¡Cuando, en los límites del horizonte, sale de su lecho la joven luna y se encuentra de
pronto con el rey de púrpura que se acuesta, muy avergonzada de que se le haya sorprendido
sin el velo del rostro, esconde su palidez tras de una leve nube!
¡Espera a que el brillante emir haya desaparecido, para continuar su paseo por el
tranquilo cielo de la tarde!
¡Si la reina no ha podido sobreponerse a su terror ante la pro ximidad del rey, ¿cómo podría
una joven, sin morir al instante, sos tener la mirada de su sultán?!
Y Al-Raschid miró a la joven con amor, complacencia y dulzura, y quedó tan encantado de sus dones
naturales, de la hermosura de su voz y de la excelencia de la ejecución y de su canto, que descendió del
trono y fue a sentarse junto a ella en la alfombra, y le dijo: "¡Oh Tohfa! ¡Por Alah, que verdaderamente
eres un don escogido!" Luego se encaró con Ishak, y le dijo: "En verdad, ¡oh Ishak! que no has sido justo
en tu apreciación de esta maravilla, no obstante todo lo que nos has dicho. Porque no temo aventurar que
a ti mismo te supera in contestablemente. Y estaba escrito que nadie más que el califa debía hacerle
justicia". Y Giafar exclamó: "¡Por vida de tu cabeza, ¡oh mi señor que dices bien! ¡Esta jovenzuela
arrebata la razón!" Y dijo Ishak: "En verdad, ¡oh Emir de los Creyentes! que no dejo de reco nocerlo,
máxime cuando, al oírla por primera vez, sentí en seguida que todo mi arte y lo que Alah me había
repartido de talento no eran ya nada a mis propios ojos. Y exclamé: "¡Oh Ishak! ¡hoy es para ti el día de
la confesión!"
Y dijo el califa: "Entonces, está bien".
Luego rogó a Tohfa que recomenzara el mismo cántico. Y al oírla de nuevo, prorrumpió en
exclamaciones de placer y se tambaleó. Y dijo a Ishak: "¡Por los méritos de mis antepasados! me has
traído un presente que vale el imperio del mundo". Después, sin poder dominar su emoción, y no
queriendo aparecer demasiado expansivo ante sus acompañantes, el califa se levantó y dijo a Massrur, el
eunuco: "¡Oh Massrur! levántate y conduce a tu señora Tohfa al aposento de honor del harén. Y ten
cuidado de que no carezca de nada". Y el castrado porta alfanje salió llevándose a Tohfa. Y con los ojos
húmedos, el califa la miró alejarse con su andar de gacela, sus atavíos y sus trajes rayados. Y dijo a
Ishak: "Va vestida con gusto. ¿De dónde le vienen esos trajes como no los he visto semejantes en mi
palacio?" Y dijo Ishak: "Le vienen de tu esclavo, en vista de tus generosidades sobre mi cabeza, ¡oh mi
señor! Constituyen un presente que procede de ti y se han hecho por mediación mía. Pero ¡por vida tuya!
nada son todos los presentes del mundo comparados con su belleza". Y el califa, que jamás caía en falta
de munificencia, se encaró con Giafar y le dijo: "¡Oh Giafar! ! ¡da en seguida a nuestro fiel Ishak cien mil
dinares por cuenta del tesoro y entrégale diez ropones de honor del guardarropa selecto!"
Luego, con el rostro transfigurado, y libre de todo género de preocupaciones el espíritu, Al-Raschid
dirigióse al aposento reservado adonde Tohfa fué conducida por el portaalfanje. Y entró en el cuarto de
la joven, diciendo: "La seguridad contigo, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!" Y se acercó a ella, y la
tomó en sus brazos, recatán dose tras el velo del misterio. Y se encontró con una virgen pura, intacta como
la perla marina recién cogida. Y disfrutó de ella.
Y desde aquel día Tohfa ocupó un alto puesto en el corazón del califa, hasta el punto de no poder
soportar él ni por un solo ins tante la ausencia de la joven. Y acabó por ponerse entre las manos de ella
todos los asuntos del reino. Porque había observado que se trataba de una mujer inteligente. Y ella tenía,
para sus gastos habituales, dos cientos mil dinares al mes y cincuenta esclavos a su servicio, de día y de
noche. Y con los regalos y cosas de valor que poseía hubiera podi do comprar todo el país del Irak y las
tierras del Nilo.
Y de tal manera se incrustó el amor de aquella joven en el corazón del califa, que no quiso él fiar a
nadie su custodia. Y cuando salía de verla, se guardaba la llave del aposento reservado. E incluso un día
en que cantaba ella delante de él, sintió él tal acceso de exaltación, que hizo ademán de besarle la mano.
Pero retrocedió de un salto, y al hacer aquel brusco movimiento, rompió su laúd. Y lloró. Y Al-Raschid,
muy emocionado en extremo, le secó las lágrimas, y con voz temblo roso le preguntó por qué lloraba, y
exclamó: "¡Haga Alah, ¡oh Tohfa! que jamás caiga de uno solo de tus ojos la gota de una lágrima!" Y
Tohfa dijo: "¿Quién soy yo ¡oh mi señor! para que pretendas besar mi mano? ¿Quieres, por lo visto, que
Alah y su Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) me castiguen por ello y hagan desvanecerse mi fe licidad?
¡Porque nadie en el mundo gozó de semejante honor!" Y Al -Raschid quedó muy satisfecho de su
respuesta, y le dijo: "Ahora que sabes ¡oh Tohfa! el verdadero puesto que ocupas en mi espíritu, no
volveré a intentar lo que tanto te ha emocionado. Refresca, pues, tus ojos, y sabe que no amo a nadie más
que a ti, y que moriré amándote". Y Tohfa cayó a los pies del califa y le rodeó las rodillas con sus bra -
zos. Y el califa la levantó y la besó, y le dijo: "Tú sola eres reina para mí.
Y estás incluso por encima de Sett Zobeida, la hija de mi tío".
Un día, Al-Raschid había ido de caza, y Tohfa hallábase sola en su pabellón, sentada a la luz de un
candelabro de oro que la iluminaba con sus velas perfumadas. Y leía ella un libro. Y de pronto cayó en
sus rodillas una manzana olorosa. Y la joven levantó la cabeza y vió, en la parte de fuera, a la persona
que había lanzado la manzana. Y era Sett Zobeida. Y Tohfa se levantó a toda prisa, y después de hacer
respetuosas zalemas, dijo: "¡Oh señora mía, dispénsame! ¡Por Alah, que si yo hubiera estado en libertad
de acción, todos los días habría ido a rogarte que admitieras mis servicios de esclava! ¡Que Alah no nos
prive nunca de tus pasos!" Y Zobeida entró en el aposento de la favorita, y se sentó junto a ella. Y tenía el
rostro triste y preocupado. Y dijo: "¡Oh Tohfa! conozco tu gran corazón, y no me sorprenden tus palabras.
Porque la generosidad es en ti un don natural. ¡Por vida del Emir de los Creyentes! no tengo costumbre de
salir de mis habitaciones y de ir a visitar a las esposas y favoritas del califa, mi primo y esposo. Pero
hoy vengo a exponerte la situación humillante por la que atravieso desde tu entrada en el palacio. Sabe,
en efecto, que estoy completamente aban donada, y me veo reducida a la condición de concubina seca.
Porque el Emir de los Creyentes ya no viene a verme y ni siquiera pide noticias mías".
Y se echó a llorar. Y Tohfa lloró con ella y estuvo a punto de desmayarse. Y Zobeida le dijo: "He
venido, pues, a dirigirte una sú plica, es que obres de manera que Al-Raschid me conceda una noche al
mes solamente, a fin de que no me vea por completo reducida a la condición de esclava".
Y Tohfa besó la mano a la princesa, y le dijo: "¡Oh corona de mi cabeza! ¡oh señora mía! con toda el
alma anhelo que el califa pase todo el mes y no una noche contigo, a fin de que se reconforte tu corazón, y
sea perdonada yo, que con mi llegada fui la causa de tu pena. Y ojalá un día no sea yo más que una
esclava entre tus manos de reina y de señora".
Entretanto, Al-Raschid regresó de la caza, y se dirigió inmediatamente al pabellón de su favorita. Y
Sett Zobeida, viéndole desde lejos, se apresuró a huir, después de que Tohfa le hubo prometido su inter -
vención. Y Al-Raschid entró y se sentó sonriendo, e hizo sentarse a Tohfa sobre sus rodillas. Luego
comieron y bebieron juntos, y se desnudaron. Y sólo entonces habló Tohfa de Sett Zobeida, y le suplicó
que calmara su corazón y pasara con ella la noche. Y sonrió él y dijo: "Ya que tan urgente es mi visita a
Sett Zobeida, debiste ¡oh Tohfa! hablarme de ello antes de que nos desnudáramos".
Pero ella contestó:
"Lo hice así, para dar la razón al poeta, que ha dicho:
¡Ninguna suplicante deberá presentarse velada: porque intercede mejor la que intercede
completamente desnuda!"
Y cuando Al-Raschid oyó aquello, se contentó y estrechó a Tohfa contra su pecho. Y pasó lo que
pasó. Tras de lo cual hubo de dejarla para hacer lo que ella le pedía con respecto a Sett Zobeida. Y cerró
la puerta con llave, y se marchó.
¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto a Tohfa, lo que le sucedió desde aquel instante es tan prodigioso y asombroso, que debe
narrarse lentamente
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 930ª noche
Ella dijo:
"...En cuanto a Tohfa, lo que le sucedió desde aquel instante es tan prodigioso y asombroso, que debe
narrarse lentamente.
Cuando Tohfa se encontró sola en su aposento, volvió a coger el libro, y continuó su lectura. Luego,
sintiéndose un poco cansada; tomó el laúd y se puso a tocar para ella. Y lo hizo tan bien, que bailaron de
gusto hasta las cosas inanimadas.
Y de pronto sintió instintivamente que algo inusitado pasaba en su habitación, alumbrada en aquel
momento por la luz de las velas. Y se volvió y vió, en medio del cuarto, a un viejo que bailaba en
silencio. Y bailaba un baile extático, como no lo podría bailar jamás ningún ser humano.
Y Tohfa sintióse escalofriada de espanto. Porque las ventanas y las puertas estaban cerradas y las
salidas estaban celosamente guarda das por los eunucos. Y no se acordaba de haber visto nunca en el
palacio la cara de aquel extraño anciano. Así es que se apresuró a pronunciar mentalmente la fórmula del
exorcismo: "¡Me refugio en Alah el Altísimo contra el Lapidado!" Y se dijo: "Claro que no voy a
demostrar que me he dado cuenta de la presencia de este ser extraño. ¡Lo mejor será que continúe
tañendo, y suceda lo que Alah quiera!" Y sin interrumpir su música, tuvo fuerzas para continuar el aire
comenzado, pero sus dedos temblaban sobre el instrumento.
Y he aquí que, al cabo de una hora de tiempo, el jeique bailarín dejó de bailar, se acercó a Tohfa, y
besó la tierra entre sus manos, di ciendo: "Lo has hecho muy bien, ¡oh la más exaltada de Oriente y de
Occidente! ¡Ojalá nunca el mundo se vea privado de tu vista y de tus perfecciones! ¡Oh Tohfa! ¡oh Obra
Maestra de los Corazones! ¿no me conoces?" Y exclamó ella: "¡No, por Alah, no te conozco! Pero me
parece que eres un genni del país de Gennistán. ¡Alejado sea el Malig no!"
Y contestó él, sonriendo: "Verdad dices, ¡oh Tohfa! Soy el jefe de todas las tribus del Gennistan, ¡soy
Eblis!"
Y Tohfa exclamó: "¡El nombre de Alah sobre mí y alrededor de mí! ¡Me refugio en Alah!"
Pero Eblis le cogió la mano, la besó y se la llevó a los labios y a la frente, y dijo: "No temas nada,
¡oh Tohfa! porque desde hace mucho tiempo, eres mi protegida y la bienamada de la joven reina de los
genn, Kamariya, que es en cuanto a belleza entre las hijas de los genn lo que tú misma eres entre las hijas
de Adán. Sabe, en efecto, que desde hace mucho tiempo vengo con ella a visitarte todas las noches sin
que tú lo sospeches y a admirarte sin que lo sepas. Porque nuestra encantadora reina Kamariya está
enamorada de ti hasta la locura y no jura más que por tu nombre y por tus ojos. Y cuando viene aquí y te
ve mientras estás dormida, se derrite de deseo y se muere por tu belleza. Y el tiempo transcurre para ella
lánguidamente, excepto por la noche cuando viene en busca tuya y disfruta de tu contemplación sin que tú
la veas. Vengo, pues, a ti en calidad de mensajero a contarte sus penas y la languidez que la invade lejos
de ti, y a decirte de su parte y de mi parte que, si quieres, te conduciré al Gennistán, en donde se te
elevará a la categoría más alta entre los reyes de los genn. Y gobernarás nuestros corazones, como aquí
gobiernas los corazones de los hijos de los hombres. Y he aquí que hoy las circunstancias se prestan
maravillosamente a tu viaje. Porque vamos a celebrar las bodas de mi hija y la circuncisión de mi hijo. Y
la fiesta se iluminará con tu presencia; y los genn se conmove rán con tu llegada, y te querrán todos para
reina suya. Y residirás entre nosotros mientras quieras. Y si no te gusta el Gennistán y no te amoldas a
nuestra vida, que es una vida de continuos festejos, aquí hago ahora juramento de traerte al sitio de donde
te saque, sin insis tencias ni dificultades".
Y cuando hubo oído este discurso de Eblis (¡confundido sea!), la espantada Tohfa no se atrevió a
rehusar la proposición por miedo a complicaciones diabólicas. Y contestó que sí con un movimiento de
cabeza. Y al punto Eblis cogió con una mano el laúd que le confió Tohfa, y la cogió a ella misma con la
otra mano, diciendo: "¡Bismilah!" Y conduciéndola de aquel modo, abrió las puertas sin ayuda de llaves,
y caminó con ella hasta llegar a la entrada de los retretes. Porque los retretes, y en ocasiones los pozos y
las cisternas, son los únicos parajes de que se sirven los genn de debajo de tierra y los efrits para llegar a
la superficie de la tierra. Y por este motivo es por lo que no entra en los retretes ningún hombre sin
pronunciar la fórmula del exorcismo y sin refugiarse en Alah con el espíritu. Y así como salen por las
letrinas, los genn vuelven a sus dominios por el mismo sitio. Y no se conoce excepción de esta regla ni
abolición de esta costumbre.
Así es que cuando la espantada Tohfa se vió delante de los retretes con el jeique Eblis, se le turbó la
razón. Pero Eblis se puso a charlar para aturdirla, y bajó con ella al seno de la tierra por el ancho agujero
de las letrinas. Y franqueando sin contratiempos aquel pasadizo difícil, otra vez se encontraron al aire
libre, bajo el cielo. Y a la salida del subterráneo les esperaba un caballo ensillado, sin dueño ni
conductor. Y el jeique Eblis dijo a Tohfa: "¡Bismilah, ¡oh mi señora!" Y soste niendo los estribos, la hizo
sentarse en el caballo, cuya silla tenía un respaldo grande. Y se instaló ella lo mejor que pudo, y el
caballo al punto se agitó debajo de ella como una ola, y de improviso abrió en la noche unas alas
inmensas. Y se elevó con ella por los aires, mientras el jeique Eblis volaba a su lado por propio impulso.
Y tanto miedo hubo de dar todo aquello a la joven, que se desmayó en la silla.
Y cuando, gracias al aire fuerte que se había levantado, volvió ella de su desmayo, se vió en una
vasta pradera tan llena de flores y de frescura, que se creería contemplar un traje ligero teñido de
hermosos colores. Y en medio de aquella pradera se alzaba un palacio con torres altas, que se erguían en
el aire, y flanqueado de ciento ochenta puertas de cobre rojo. Y en el umbral de la puerta principal se
hallaban los jefes de los genn, vestidos con hermosas vestiduras. Y cuando aquellos jefes divisaron al
jeique Eblis, gritaron todos: "¡Ahí viene Sett Tohfa!" Y en cuanto se paró el caballo ante la puerta, se
agruparon todos en torno de la joven, la ayudaron a echar pie a tierra, y la llevaron al palacio besándole
las manos. Y dentro del palacio vió ella una sala formada por cuatro salas sucesivas, que tenía paredes
de oro y columnas de plata, una sala capaz de hacer salir pelos en la lengua al que tratara de describirla.
Y en el fondo se veía un trono de oro rojo incrustado de perlas marinas. Y la hicieron sentarse con gran
pompa en aquel trono. Y los jefes de los genn formáronse en las gradas del trono, en derredor suyo y a
sus pies. Y por el aspecto eran seme jantes a los hijos de Adán, salvo dos de ellos, que tenían una cara
espantosa. Porque cada uno de ambos no tenía más que un ojo abierto a lo largo en medio de la cabeza, y
colmillos saledizos, como los de los cerdos salvajes.
Y cuando cada cual ocupó su sitio con arreglo a su categoría y todo el mundo quedó tranquilo, vióse
avanzar a una reina joven, gra ciosa y bella, cuya faz era tan brillante que iluminaba la sala en torno suyo.
Y detrás de ella iban otras tres jóvenes feéricas, contoneándose a más y mejor. Y llegadas que fueron ante
el trono de Tohfa, la salu daron con una graciosa zalema. Y la joven reina, que marchaba a la cabeza,
subió luego las gradas del trono, a la vez que las bajaba Tohfa. Y cuando estuvo frente a Tohfa, la reina la
besó repetidamente en las mejillas y en la boca.
Aquella reina era precisamente la reina de los genn, la princesa Kamariya, la que estaba enamorada
de Tohfa. Y las otras tres eran sus hermanas; y una de ellas se llamaba Gamra, la segunda Scharara y la
tercera Wakhirna.
Y tan dichosa sentíase Kamariya de ver a Tohfa, que no pudo por menos de volver a levantarse de su
sitial de oro para ir a besarla una vez más y a estrecharla contra su seno, acariciándole las mejillas.
Y al ver aquello, el jeique Eblis se echó a reír, y exclamó: "¡Vaya un grupo! ¡Sed amables, y cogedme
entre vosotras dos!"
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 931ª noche
Ella dijo:
...Y al ver aquello, el jeique Eblis se echó a reír, y exclamó: "¡Vaya un grupo! ¡Sed amables, y
cogedme entre vosotras dos!" Y una gran carcajada recorrió la asamblea de los genn. Y también se rió
Tohfa. Y la bella Kamariya le dijo: "¡Oh hermana mía! te amo, y los corazones son tan profundos, que no
pueden tener por testigos más que a las almas. Y mi alma es testigo de que yo te amaba ya antes de
haberte visto". Y por no parecer mal educada, Tohfa contestó: "¡Por Alah! también tú me eres cara, ya
setti Kamariya. Y me he tornado en esclava tuya desde que te he visto". Y Kamariya le dió gracias, y la
besó más, y le presentó a sus tres hermanas, diciendo: "Estas están casadas con nuestros jefes". Y Tohfa
hizo un saludo apropiado a cada una de ellas. Y ellas fueron por turno a inclinarse ante Tohfa.
Tras de lo cual entraron los esclavos de los genn con el bandejón de los manjares, y pusieron el
mantel. Y la reina Kamariya invitó a Tohfa a sentarse con ella y sus hermanas en torno a la bandeja, en
medio de la cual había grabado estos versos:
Estoy hecha para llevar manjares de todas clases; La generosidad es lo que soporto;
comed, pues, sin dejar nada, de lo que traigo.
Las manos de los más poderosos vienen a hacerme señas; Que cada cual de vosotros me
designe cuál es su preferencia insigne.
Merezco que tan gran honor se me asigne, a causa de los manjares que ostento.
Cuando leyeron estos versos, tocaron a los manjares. Pero Tohfa no comía con apetito, porque estaba
preocupada con la contemplación de aquellos dos jefes de los genn, que tenían un rostro repulsivo. Y no
pudo por menos de decir a Kamariya: "¡Por vida tuya, ¡oh her mana mía! que mis ojos no pueden ya sufrir
la vista de ese que está ahí y de ese otro que está a su lado! ¿Por qué son tan horribles, y quiénes son?" Y
Kamariya se echó a reír y contestó: "¡Oh mi señora! ése es el jefe Al-Schisbán, y ese otro es el magno
Maimún, el porta alfanje. Si te parecen feos, es porque, a causa de su orgullo, no han querido hacer como
todas nosotras y como todos los genn, cambiando su forma prístina por la de seres humanos. Porque has
de saber que todos los jefes que estás viendo, en su estado normal, son semejantes a esos dos en la forma,
y en el aspecto; pero hoy, para no asustarte, han tomado la apariencia de hijos de Adán, para que te
familiarices con ellos y estés a gusto". Y Tohfa contestó: "¡Oh mi señora! en verdad que no puedo
mirarlos. ¡Sobre todo, qué espantoso es ese Maimún! ¡Le tengo miedo verdaderamente! ¡Sí, me dan
mucho miedo esos dos gemelos!" Y Kamariya no pudo por menos de echarse a reír a carcajadas. Y Al-
Schisbán, uno de los dos jefes de cara espantable la vió reír y le dijo: "¿A qué vienen esas risas, ¡oh
Kamariya!?"
Y ella le habló en una lengua que no podría entender ningún oído de hijo de Adán, y le explicó lo que
Tohfa había dicho con respecto a él y con respecto a Maimún. Y el maldito Al-Schisbán, en vez de enfa -
darse, se echó a reír con una risa tan prodigiosa, que al pronto se creería que había irrumpido en la sala
una tempestad violenta.
Y terminó la comida en medio de la risa general de los jefes de los genn. Y cuando todo el mundo se
lavó las manos, llevaron los frascos de vinos. Y el jeique Eblis se acercó a Tohfa, y dijo: "¡Oh mi
señora! regocijas esta sala y la iluminas y la embelleces con tu presencia. Pero ¿a qué exaltación no
llegaríamos reinas y reyes, si quisieras hacernos oír algo tocado por tu laúd, acompañándolo con tu voz?
Porque he aquí que ya la noche abrió sus alas para marcharse, y no tardará mucho tiempo en hacerlo.
Antes, pues, de que nos deje, favorécenos, ¡oh Obra Maestra de los Corazones!"
Y Tohfa contestó: "¡Oír es obedecer!"
Y cogió el laúd y lo tañó maravillosamente, hasta el punto de que a todos los que la escuchaban les
pareció que el palacio bailaba con ellos, como un navío anclado, lo cual era efecto de la música.
Y cantó ella estos versos:
¡La paz sea con todos vosotros, que habéis jurado guardarme fidelidad!
¿No habíais dicho que me encontraría con vosotros, ¡oh vosotros los que os encontráis
conmigo!?
¡Os haré reproches con una voz más dulce que la brisa de la mañana, más fresca que el
agua pura cristalizada!
¡Porque tengo destrozados mis párpados, fieles a las lágrimas, por más que la sinceridad
esencial de mi alma es un remedio para los que la ven!, ¡oh amigos míos!
Y al oír estos versos y su música, los jefes de los genn llegaron al éxtasis del gozo. Y aquel perverso
y feo Maimún se entusiasmó tanto, que se puso a bailar con un dedo metido en el culo.
Y el jeique Eblis dijo a Tohfa: "¡Por favor, cambia de tono, porque al entrar en mi corazón el placer
ha detenido mi sangre y mi respiración!" Y la reina Kamariya se levantó y fué a besarla entre ambos ojos,
diciéndo le: "¡Oh frescura del alma! ¡Oh corazón de mi corazón!" Y la con juró para que tañera más.
Y Tohfa contestó: "¡Oír es obedecer!" Y cantó esto, con acompañamiento:
¡A menudo, cuando aumenta la languidez, consuelo a mi alma con la esperanza!
¡Maleables como la cera serán las cosas difíciles, si tu alma cono ce la paciencia; y cuando
está lejos se acercará, si te resignas!
Y fué cantando con tan hermosa voz, que todos los jefes de los genn se pusieron a bailar. Y Eblis se
acercó a Tohfa, y le besó la mano y le dijo: "¡Oh maravillosa! ¿sería abusar de tu generosidad pedirte un
nuevo cántico?" Y Tohfa contestó: "¿Por qué no me lo pide Sett Kamariya?" Y al punto acudió la joven
reina, y besando ambas manos a Tohfa, le dijo: "¡Por mi vida sobre ti, canta otra vez!" Y Tohfa dijo:
"¡Por Alah! tengo la voz cansada de cantar; pero, si quieres, os diré, sin cantarlos, sino recitándolos con
su ritmo, los cantos del cé firo, de las flores y de las aves. Y para empezar, os diré primero el canto del
céfiro".
Y dejó a un lado su laúd, y en medio del silencio de los genn, y bajo la sonrisa entusiasmada de las
jóvenes reinas de los genn, dijo: "He aquí el Canto del céfiro:
Soy el mensajero de los amantes; llevo los suspiros de los que se lamentan a causa del
amor.
Transmito con fidelidad los secretos de los enamorados, y repito las palabras como las he
oído.
Soy tierno para los viajeros del amor. Ante ellos, mi aliento se torna más dulce, y me
desahogo en mimos y lagoterías.
Amoldo mi conducta a la del amante. Si es bueno, le acaricio con un soplo aromático; pero
si es malo, le molesto con un soplo in oportuno.
Cuando mi inquietud agita el follaje, el que ama no puede con tener los suspiros. Y en
cuanto mi murmullo le acaricia, dice sus penas al oído de su dueña.
Mi esencia se compone de dulzura y ternura, y soy como un laúd en el aire incandescente.
Si soy inquieto, no es por efecto de un capricho vano, sino por seguir a mis hermanas las
estaciones en sus cambios y en su curso.
Se me cree útil, cuando solamente soy encantador. En la estación de primavera, soplo desde
el Norte, fertilizando así los árboles y ha ciendo la noche comparable al día.
En la estación cálida, parte de Oriente mi carrera para favorecer a los frutos y vestir a los
árboles con su hermosura plena.
En otoño, vengo del Sur para que mis bienamados los frutos lle guen a su perfección y
maduren convenientemente.
En invierno, por fin, parte de Occidente mi carrera. Y de tal suerte, alivio a mis amigos los
árboles del peso fatigoso de sus frutos, y seco las hojas por conservar la vida de las hermosas
ramas.
Yo soy quien hace conversar a las flores con las flores, quien mece las mieses, quien otorga
a los arroyos sus cadenas argénteas.
Yo soy quien fecunda a la palmera, quien revela a la amante los secretos del corazón que
ella ha inflamado, y es mi aliento perfumado quien anuncia al peregrino del amor que se
acerca a la tienda de su bienamada.
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! --conti nuó Tohfa-, os diré el Canto de la
Rosa...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 932ª noche
Ella dijo:
"...Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! -con tinuó Tohfa-, os diré el Canto de la
Rosa. Helo aquí:
Soy la que hace su visita entre el invierno y el verano. Pero mi visita es tan corta como la
aparición del fantasma nocturno.
Apresuraos a disfrutar el corto espacio de mi floración, y acor daos que el tiempo es un
alfanje afilado.
Tengo el color de la amante a la vez que el traje del amante. Embalsamo a quien aspira mi
aliento, y converso con la joven que me recibe de mano de su amigo, sintiendo una emoción
desconocida.
Soy un huésped que nunca resultó inoportuno; y quien espere poseerme por mucho tiempo
se equivoca. Soy aquella de quien está enamorada el ruiseñor.
Pero, con toda mi gloria, ¡ay! soy la más castigada de todas mis hermanas. Tierna aún, por
doquiera que florezco, un círculo de espinas me oprime en todos sentidos.
Como flechas aceradas, esparcen mi sangre por mis vestiduras y las tiñen de bermejo color.
Estoy eternamente herida.
Sin embargo, a pesar de cuanto sufro, sigo siendo la más elegante entre las efímeras. Me
llaman Orgullo de la mañana. Brillante de loza nía, me adorno con mi propia hermosura.
Pero he aquí la mano terrible de los hombres, que me coge de en medio de mi jardín de
hojas para llevarme a la prisión del alambique, entonces se liquida mi cuerpo y se abrasa mi
corazón; se des garra mi piel y se pierde mi fuerza; corren mis lágrimas y nadie tiene piedad de
mí.
Mi cuerpo es presa del ardor del fuego, mis lágrimas de la su mersión y mi corazón del
borboteo. El sudor que segrego es indicio irrecusable de mis tormentos.
Aquellos a quienes consume un mal abrasador se alivian con mi alma volátil; y aquellos a
quienes agita el deseo aspiran con delicia el almizcle de mis antiguos trajes.
Así es que, cuando mi hermosura exterior abandona a los hom bres, mis cualidades
interiores con mi alma se quedan entre ellos.
Y los contemplativos, que saben extraer de mis encantos pasa jeros una alegoría, no añoran
la época en que mi flor adornaba los jardines; pero los amantes querrían que durara siempre
esa época.
"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto del Jazmín. Helo aquí:
Cesad de apenaros, ¡oh vosotros todos los que a mí os acercáis! que soy el jazmín. En el
azul estallan mis estrellas, más blancas que la plata en la mina.
Nazco directamente del seno de la divinidad, y reposo en el seno de las mujeres.
Soy un adorno maravilloso para llevarlo en la cabeza.
Bebed vino en compañía, y burlaos de quien pasa su tiempo en languidez.
Mi color recuerda el alcanfor, ¡oh mis señores! y mi olor es el padre de los olores, el me
hace estar presente todavía cuando ya estoy lejos.
Mi nombre, Yas-min, brinda un enigma cuyo significado verdade ro no puede por menos de
gustar a los novicios en la vida ingeniosa.
Está compuesto de dos palabras diferentes, desesperación y error. Indico, pues, con mi
lenguaje mudo, que la desesperación es un error.
Por eso llevo conmigo la dicha y pronostico la felicidad y la alegría.
Soy el jazmín. Y mi color recuerda el alcanfor, ¡oh mis señores!
"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto del Narciso. Helo aquí:
No me ofusca mi hermosura porque mis ojos sean lánguidos, porque me balancee
armoniosamente y porque tenga un noble origen.
Siempre junto a las flores, me complazco en mirarlas; charlo con ellas a la luz de la luna, y
constantemente soy su camarada.
Mi hermosura me otorga el primer puesto entre mis compañeras, y no obstante, soy su
servidor. Así, puedo enseñar a quienquiera que lo desee las obligaciones propias del servicio.
Me ajusto a los riñones el cinturón de la obediencia, y me man tengo en pie como un buen
servidor.
No me siento con las demás flores, ni alzo la cabeza hacia mi comensal.
Jamás soy avaro de mi perfume para aquel que desee aspirarlo, y jamás me rebelo a la
mano que me coge.
A cada instante aplaco mi sed en mi cáliz, que es para mí un vestido de pureza.
Un tallo de esmeralda sírveme de base, y mi vestido está formado de oro y plata.
Cuando reflexiono sobre mis imperfecciones, no puedo por menos de bajar, confundido, mis
ojos hacia tierra. Y cuando medito en lo que un día llegaré a ser, mi tez cambia de color.
Porque quiero, con la humildad de mis miradas, confesar mis de fectos y hacerme perdonar
mis guiños de ojos, y si a menudo bajo la cabeza, no es por mirarme en las aguas y admirarme,
sino para pensar en el momento cruel de mi término.
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Violeta. Helo aquí:
Estoy vestida con el manto de una hoja verde y con un ropón de honor ultramarino. Soy una
cosita ínfima de aspecto delicioso.
Llámase a la rosa Orgullo de la mañana. Yo soy su misterio.
¡Pero cuán digna de envidia es mi hermana la rosa, que vive la vida de los bienaventurados
y muere mártir de su hermosura!
Yo me amustio desde mi infancia, consumida de pena, y nazco vestida de luto.
¡Qué cortos son los instantes en que disfruto una vida agradable! ¡Ay! ¡ay! ¡qué largos son
los instantes en que vegeto seca y despojada de mis trajes de hojas!
Ved. En cuanto abro mi corola, vienen a cogerme y a separarme de mis raíces sin darme
tiempo de llegar al término de mi desarrollo.
No faltan entonces gentes que, abusando de mi debilidad, me tratan con violencia sin que
las conmuevan mi modestia ni mis atractivos.
Hablo de placer a los que están junto a mí, y gusto a los que me advierten. Sin embargo,
apenas pasa un día, y hasta menos de un día, no se me estima ya.
Y se me vende al más bajo precio tras de hacer el mayor caso de mí; y acábase por
encontrarme defectos tras de haberme colmado de elogios.
De noche, por influjo del Destino enemigo, mis pétalos se enro llan y se mustian; y por la
mañana, estoy pálida y seca.
Entonces es cuando me recogen las gentes estudiosas que conocen mis virtudes, con mi auxilio, alejan
los males, aplacan los dolores y dulcifican los caracteres secos.
Fresca, hago disfrutar a los hombres la dulzura de mi perfume, el encanto de mi flor; seca
les devuelvo la salud.
Pero, entre los hijos de los hombres, cuántos ignoran mis cualida des interiores y no se
dignan escrutar mis ribetes de sabiduría.
Ofrezco, sin embargo, tantos motivos de reflexión a los meditati vos, que procuran instruirse
estudiándome. Porque mi modo de ser atrae a los que escuchan la voz de la razón.
Pero me consuelo de ser desconocida tan a menudo, viendo cómo mis flores, sobre sus
tallos, se asemejan a un ejército cuyos jinetes, con cascos de esmeralda, hubieran adornado de
zafiros sus lanzas y arre batado oportunamente con sus lanzas las cabezas de sus enemigos.
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del nenúfar. Helo aquí:
Tan temeroso y púdico es mi natural, que, no pudiendo decidirme a vivir desnudo al aire,
rehuyo las miradas y me escondo en el agua. Y con mi corola inmaculada, me dejo adivinar
más bien que ver.
Escuchen con avidez mis lecciones los enamorados, y tengan mi ramientos conmigo, y
pórtense con prudencia.
Los lugares acuáticos son mi lecho de reposo, porque me gusta el agua límpida y corriente,
y no me separo de ella ni por la mañana ni por la noche, ni en el invierno ni en el verano.
Y ¡qué cosa tan extraordinaria! atormentado de amor por esa agua, no ceso de suspirar
tras ella, y presa de la sed ardiente del deseo, la acompaño por doquiera.
¿Vióse jamás nada parecido? Estar en el agua y sentirse devorado por la sed más ardiente.
De día, bajo los rayos del sol, despliego mi cáliz dorado; pero cuando la noche envuelve a
la tierra con su manto y se extiende sobre las aguas, la onda me atrae hacia sí.
Y se inclina mi corola, y hundiéndome en el seno nativo, me retiro al fondo de mi nido de
verdor y de agua y vuelvo a mis pensamientos solitarios, porque mi cáliz, sumergido en el agua
nocturna, contempla en tonces, como un ojo vigilante, lo que hace su dicha.
Y los hombres irreflexivos no saben ya dónde estoy, y no sospe chan mi dicha escondida, y
ningún censor viene a importunarme para alejarme de mi fresca bienamada.
Además de que, adonde quiera que me llevan mis deseos, mi bien. amada permanece al lado
mío.
Si le ruego que alivie el ardor que me inflama, me empapa ella en su dulce licor, y si le pido
asilo, complaciente, ábreme su seno para ocultarme en él.
Mi existencia se halla ligada a la suya, y la dulzura de mi vida depende del tiempo que viva
ella conmigo.
Ella sola puede darme el último grado de la perfección, y sólo a sus cualidades debo mis
virtudes.
Tan temeroso y púdico es mi natural, que, no pudiendo decidirme a vivir desnudo al aire,
huyo las miradas y me escondo en el agua. Y con mi corola inmaculada, me dejo adivinar más
bien que ver.
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Alelí...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 933ª noche
Ella dijo:
"...Y ahora, si queréis, ¡oh señores y señoras mías! os diré el Canto del Alelí. Helo aquí:
Las revoluciones del tiempo han cambiado mi color primitivo, descomponiéndolo en los
tres matices diferentes que constituyen mis variedades.
La primera se presenta con la vestidura amarilla del mal de amor; la segunda se ofrece a
las miradas vestida con el traje blanco de la inquietud que producen los tormentos de la
ausencia; y la tercera apa rece bajo el velo azul de la pena de amor.
Cuando soy blanco, no tengo brillo ni perfume. Así es que el olfato desdeña mi corola, y
nadie viene a levantar el velo que cubre mis hechizos.
Pero me alegro de verme tan abandonado, porque así lo quería. (Guardo cuidadosamente
mi secreto, encierro en mí mismo mi perfume, y disimulo mis tesoros con tanto esmero para que
ni los deseos ni los ojos puedan gozar de ellos).
Cuando soy amarillo me propongo, por el contrario, seducir; a tal fin, adopto un aire de
voluptuosidad; desde por la mañana hasta por la noche esparzo mi olor almizclado; y en el
crepúsculo de la ma ñana y en el de la tarde dejo escapar mi aromático aliento.
No me censuréis, ¡oh hermanas mías! si, acuciado por los deseos, confío mi pasión al soplo
del céfiro. La amante que traiciona su deseo no es culpable, sino que está vencida por la
violencia de su amor.
Pero cuando soy azul, reprimo mi ardor durante el día, soporto mi pena con paciencia, y no
exhalo el aroma de mi corazón.
Incluso a aquellos que me aman, nada les respondo cuando la luz del sol ofende al misterio
en que me complazco; ni les manifiesto el secreto de mi alma, ni siquiera traiciono mi
presencia con mi aroma.
Pero en cuanto la noche me cubre con sus sombras, muestro mis tesoros a mis amigos, y me
quejo de mis males a los que sufren las mismas penas que yo, y cuando, en el jardín donde
están sentados mis amigos, dan la vuelta las copas de vino, yo bebo a mi vez en mi propio
corazón.
Entonces, cuando el instante me parece favorable, exhalo mis ema naciones nocturnas, y
esparzo un perfume tan dulce cual la sociedad de un amigo muy querido.
También entonces, si se busca mi presencia y se me acaricia deli cadamente, cedo con
presteza a la invitación, sin quejarme de lo que me hacen sufrir los corazones duros.
¡Ah! Me gustan las tinieblas que los amantes escogen para sus en trevistas, en que la
enamorada desfallece con los brazos abiertos. Me gustan las tinieblas que me permiten
exhalar al viento mis endechas perfumadas, quitarme los velos que tapan mi desnudez, y
presentar a mis hermanas sin perfumes el homenaje de mi incienso.
"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Albahaca. Helo aquí:
Ha llegado el momento, hermanas mías, de que adornéis a satis facción el jardín en que
moro. Dadme órdenes, y admitidme de comen sal, por favor.
Mis hojas frescas y delicadas os anuncian mis raras cualidades. Soy amiga de los arroyos;
comparto los secretos de los que conversan a la luz de la luna, y soy su depositaria más fiel.
Admitidme de comensal, ¡oh hermanas mías! Así como la danza no sería agradable sin el
sonido de los instrumentos, el ingenio de las personas deliciosas no sería regocijante sin mi
presencia.
Mi seno encierra un perfume precioso que penetra hasta el fondo de los corazones. Estoy
prometida a los elegidos en el paraíso.
Ya os he dicho ¡oh hermanas mías! que no soy indiscreta. No obstante, quizá hayáis oído
decir que existe un delator entre los indi viduos de mi familia: ¡la menta!
Pero os ruego que no le hagáis reproches: sólo difunde su propio olor, y sólo divulga un
secreto que la concierne.
El que es indiscreto para sí mismo no puede compararse con quien revela secretos que se le
han confiado, y no merece el apelativo inju rioso de delator.
De todos modos, no estoy ligada a la menta por lazos de paren tesco próximo. Reflexionad
en esto, ¡oh hermanas mías! Soy amiga de los ruiseñores; conozco los secretos de los
enamorados que hablan a la luz de la luna; soy una depositaria fiel.
Ha llegado el momento de que adornéis a satisfacción el jardín en que moro, dadme
órdenes, y admitidme de comensal, por favor.
"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Manzanilla. Helo aquí:
Si te encuentras en estado de comprender los emblemas, leván tate, y ven a aprovecharte de
los que se te ofrecen. Si no, duerme, ya que no sabes interpretar la Naturaleza. Pero hay que
confesar que es muy culpable tu ignorancia.
¿Cómo no han de ser deliciosos los días en que mi flor se abre? Ha llegado la época de que
embellezca yo los campos y mi hermosura sea más dulce y más grata.
Mis pétalos blancos sirven para que se me reconozca desde lejos, y mi disco amarillo
imprime dulce languidez a mi corola.
Se puede comparar la diferencia de mis dos colores a la que existe entre los versículos del
Korán, que unos son claros y otros oscuros.
Aprende a desentrañar el sentido oculto de mi muerte aparente, que tiene lugar cada año, y
de los tormentos que el Destino me hace sufrir.
Con frecuencia venías a admirarme cuando mi flor abierta encantaba las campiñas; y poco
después has venido de nuevo, pero no me has encontrado. Y no comprendiste.
Así, cuando mis querellas dolorosas suben en pos de mis her manas las palomas, supones
que estos gemidos son un cántico de placer, y retozas, dichoso, sobre el césped esmaltado con
mis flores. ¡Ay! no has comprendido.
Mis pétalos blancos sirven para que se me reconozca desde lejos. Pero es enfadoso que no
sepas distinguir mi alegría de mi tristeza.
"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! si queréis, os diré el Canto de la Alhucema. Helo aquí:
¡Oh! ¡Cuán dichosa soy de no contarme en el número de las flores que adornan los
parterres! No corro riesgo de caer en manos viles, y estoy al abrigo de los discursos frívolos.
Al revés que a las plantas hermanas mías, la Naturaleza me ha hecho crecer lejos de los
arroyos; y no me gustan los lugares cultiva dos y las tierras civilizadas.
Soy salvaje. Lejos de la sociedad, resido en los desiertos y en las soledades. Porque no me
gusta mezclarme con la muchedumbre.
Como nadie me siembra ni cultiva, nadie tiene que echarme en cara los cuidados que me ha
prestado. ¡Soy libre, libre! Y jamás me tocaron las manos del esclavo ni del hombre de las
ciudades.
Pero si vas al Najd de Arabia, me encontrarás: allí, lejos de las moradas de los hombres
pálidos, hacen mi dicha las llanuras espacio sas, y la sociedad de las gacelas y de las abejas es
mi único placer.
Allí, el ajenjo amargo es mi hermano en soledad. Soy la bien amada de los anacoretas y de
los contemplativos. Y he consolado a Agar y he curado a Ismael.
Soy libre, libre y semejante a las hijas de sangre noble, a quienes no se pone a la venta en
los mercados de las ciudades.
No me buscan los libertinos, sino que sólo me estima el que, abri gando el propósito
inquebrantable, se descubre la pierna y se lanza sobre el rápido corcel, con una brizna de mi
tallo en la oreja.
Quisiera que estuvieses en el desierto de Najd, de donde soy origi naria, cuando la brisa de
la mañana vaga al lado mío por los valles.
Mi olor fresco y aromático perfuma al beduído solitario, y mi discreta exhalación regocija
el olfato de los que descansan junto a mí.
Así es que, cuando el rudo camellero describe mis raras cualidades a las gentes de las
caravanas, no puede menos de hablar de mí con ternura.
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, para terminar, el Canto de la Anémona.
Helo aquí:
Si mi interior estuviera conforme con mi exterior, no me vería obligada a quejarme y a
envidiar la suerte de mis hermanas.
Se ensalzan sin cesar los ricos matices de mi vestido, y el mayor elogio que se hace de las
mejillas de las vírgenes es encontrarles pare cido con mi tinte encarnado.
Y, sin embargo, quien me ve me desdeña; no me colocan en los vasos que decoran las salas
de los festines; nadie elogia mis gracias; no participo de los homenajes que se rinden a mis
hermanas; se me relega al último lugar en los parterres; se llega hasta excluirme de ellos por
completo; y parece que a la vez repugno a la vista y al olfato.
¡Ay de mí! ¿Dónde está, pues, la causa de tan marcada indife rencia? ¡Ay! ¡ay! me supongo
que obedecerá a que tengo negro el corazón.
¿Pero qué puedo yo contra los designios del Destino? Si mi inte rior está lleno de defectos y
tengo negro el corazón, ¿no hay hermosura en mi exterior?
Renuncio a luchar. ¡Ay de mí! Si mi interior estuviera conforme con mi exterior, no me vería
obligada a quejarme y a envidiar la suerte de mis hermanas. Me imagino que toda mi
desgracia procede de mi corazón.
"Y ahora que he acabado los cantos del céfiro y de las flores, os diré, si queréis, ¡oh señores míos y
señoras mías! algunos cantos de aves. He aquí primeramente el Canto de la Golondrina...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 934ª noche
Ella dijo:
"...Y ahora que he acabado los cantos del céfiro y de las flores, os diré, si queréis, ¡oh señores míos y
señoras mías! algunos cantos de aves. He aquí primeramente el Canto de la Golondrina:
Si utilizo para vivienda las terrazas y las casas, apartándome con ello de mis semejantes
los pájaros que habitan en las concavidades de los árboles y en las ramas, es porque a mis ojos
nada hay preferible a la condición de ex traño. Me mezclo, pues, con los humanos porque no
son de mi especie, y precisamente para ser extraña entre ellos.
Vivo siempre como viajera, y así disfruto la compañía de la gente instruída. Lejos de su
patria, siempre es uno acogido con bondad y de manera cortés.
Cuando me establezco en una casa, no me permito hacer el menor agravio a sus habitantes.
Me limito a levantar allí mi celda con materia les cogidos a orillas de los arroyos.
Aumento el número de los individuos de la casa; pero no pido que me hagan participar de
sus provisiones, pues voy a buscar mi sus tento en los lugares desiertos, así, el cuidado que
pongo en abstenerme de lo que mis huéspedes poseen me atrae su afecto; porque si quisiera
participar de su alimento, no me admitirían en sus moradas.
Estoy junto a ellos cuando se hallan reunidos; pero me alejo cuan do toman su comida.
Porque es de sus buenas cualidades de lo que deseo participar y no de sus festines; es su
mérito lo que busco y no su trigo; anhelo su amistad y no su grano.
¡Así, es que, como me abstengo escrupulosamente de lo que poseen los hombres, tengo su
afecto, y se me recibe en sus moradas como a una pupila a quien se estrecha contra el seno!
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Buho. He aquí:
Me llaman maestro de la sabiduría, ¡ay! ¿quién conoce la sabiduría? La sabiduría, la paz y
la dicha no se encuentran más que en el aislamiento. En él, al menos, hay probabilidades de
encontrarlas.
Desde que nací, me aparté del mundo. Porque lo mismo que una sola gota de agua da
origen a un torrente, la sociedad da origen a calamidades. Así es que no cifré en ella mi
felicidad nunca.
Una cavidad de cualquier mina muy antigua constituye mi vivienda solitaria. Allí, lejos de
compañeros, amigos y allegados, estoy al abrigo de tormentos y nada tengo que temer de los
envidiosos.
Dejo los palacios suntuosos a los infortunados que en ellos residen, y los manjares
delicados a los pobres ricos que de ellos se alimentan.
En mi soledad austera he aprendido a reflexionar y a meditar. Mi alma especialmente ha
atraído mi atención. He pensado en el bien que puede hacer y en el mal de que puede ser
culpable. He fijado mi atención en las cualidades reales e internas.
Así he aprendido que no existen alegrías ni placeres y que el mun do es un gran vacío
erigido sobre el vacío. Hablo oscuramente, pero yo me entiendo. Hay cosas que es funesto
explicar.
He olvidado, pues, lo que mis semejantes tienen derecho a esperar de mí, y lo que yo tengo
derecho a esperar de ellos. He abandonado mi familia, mis bienes y mi país. He pasado con
indiferencia por encima de los castillos. He escogido el viejo agujero de la muralla. Me
prefiero a mí mismo.
Por eso me llaman el maestro de la sabiduría. ¡Ay! ¿quién co noce la sabiduría?
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Halcón. Helo
aquí
Es verdad que soy taciturno. Soy, incluso, muy sombrío a veces. Ciertamente, no soy el
risueñor lleno de fatuidad, cuyo canto habitual fatiga a las aves, y a quien la intemperancia de
su lengua atrae todas las desdichas.
Soy fiel a las normas del silencio. La discreción de mi lengua acaso sea mi único mérito, y
el cumplimiento de mis deberes mi per fección acaso.
Reducido al cautiverio por los hombres, permanezco reservado, y jamás descubro el fondo
de mi pensamiento. Nunca se me verá llorar sobre los vestigios de mi pasado. La instrucción es
lo que busco en mis viajes.
Así es que mi amo acaba por quererme y temeroso de que mi imparcialidad y mi reserva me
atraigan odio, me tapa la vista con la caperuza, de acuerdo con estas palabras del Korán:
"¡No desparrames la vista!"
Enlaza mi lengua sobre mi pico con el lazo que cumple estas pa labras del Korán: "¡No
muevas la lengua!"
Me oprime, en fin, con las trabas designadas por este versículo del Korán: "¡No andes por
la tierra con petulancia!"
Sufro al verme atado así; pero, silencioso siempre, no me quejo de los males que soporto.
Así se ha hecho mi instrucción, madurando por mucho tiempo mis pensamientos en la noche
de la caperuza. ¡Y entonces es cuando los reyes se tornan servidores míos, su mano real es
punto de partida de mi vuelo y su puño queda debajo de mis pies orgullosos!
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Cisne: Helo aquí:
Dueño de mis deseos, dispongo del aire, de la tierra y del agua.
Mi cuerpo es nieve, mi cuello es un lirio, y mi pico un cofrecillo de ámbar dorado.
Mi realeza está hecha de blancura, de soledad y de dignidad. Conozco los misterios de las
aguas, los tesoros que guardan en su fondo y las maravillas marinas.
Y mientras yo viajo y bogo, impulsado por mi propio velamen, el indiferente que vive en la
arena no recoge nunca las perlas marinas y no puede aspirar más que a la espuma amarga.
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Abeja. Helo aquí:
Construyo mi casa sobre las colinas. Me alimento de lo que se puede coger sin lastimar los
árboles y de lo que se puede comer sin escrúpulo.
Me poso en las flores y en las frutas, sin destruir jamás una fruta ni chafar una flor; de ella
saco solamente una substancia ligera como el rocío.
Contenta de mi delicado botín vuelvo a mi morada, donde me dedico a mis trabajos, a mi
meditación y a la gracia que me ha sido predestinada.
Mi casa está construída con arreglo a las leyes de una arquitec tura severa; y el propio
Euclides se instruiría admirando la geometría de mis alvéolos.
Mi cera y mi miel son productos de la unión de mi ciencia con mi trabajo. La cera es
resultado de mis afanes, y la miel es fruto de mi instrucción.
Sólo después de hacerles sentir la amargura de mi aguijón, con cedo mis gracias a los que
las desean.
Si buscas alegorías, voy a brindarte una muy instructiva. Piensa en que no puedes gozar de
mis favores más que sufriendo con paciencia la armagura de mis desdenes y mis heridas.
El amor torna ligero lo más pesado. Si comprendes, acércate; si no, quédate donde estás.
"Y ahora, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré, si queréis, el Canto de la Mariposa. Helo aquí:
Soy la amante abrasada eternamente en el amor de mi bien amada la llama.
La ley que rige mi vida consiste en consumirme de deseo y de ardor.
Los malos tratos de que mi amiga me hace objeto, lejos de dismi nuir mi amor, no hacen más
que aumentarlo, y me precipito a ella, im pulsada por el deseo de ver consumada nuestra unión.
Pero ella me rechaza con crueldad y desgarra el tejido de gasa de mis alas. ¡Jamás sufrió
un amante lo que sufro yo!
Y la vela me responde: "Si me amas de verdad, no te apresures a condenarme, porque sufro
los mismos tormentos que tú...
"Que un enamorado se abrase, nada tiene de asombroso; pero sí debe sorprender que su
querida corra la misma suerte.
"El fuego me ama como yo le amo; y sus suspiros inflamados me queman y me derriten.
"Quiere acercarse a mí, y me devora; quiere unirse a mí en amor, pero sólo puede realizar
sus deseos destruyéndome.
"Por el fuego me arrancaron de mi morada con mi hermana la miel. Luego, al separarme
de ella, pusieron entre nosotros un espacio inmenso.
"Mi suerte se reduce a esparcir mi luz, a arder, a verter lágrimas. Y me consumo para
alumbrar a los demás".
Así me habló la vela. Pero el fuego encarándose con nosotras dos, nos dijo:
"¡Oh vosotras las atormentadas por mi llama! ¿por qué os quejáis del dulce instante de la
unión?
"¡Dichosos los que beben, mientras yo soy su copero! ¡Dichosa vida la del que, consumido
por mi llama inmortal, muere por obedecer las leyes del amor!"
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto del Cuervo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 935ª noche
Ella dijo:
"...Y ahora, si queréis, ¡oh señores y señoras mías! os diré el Canto del Cuervo.
"Helo aquí:
Sí, ya sé que, vestido de negro, vengo a turbar, con mi grito im portuno, lo más puro, y a
hacer amargo lo más dulce.
Lo mismo al salir la aurora que a la noche, me dirijo a los campa mentos primaverales y los
excito a la separación.
Si veo una dicha completa, proclamo su próximo fin; si diviso un palacio magnífico,
anuncio su ruina inminente.
Sí, ya sé que me reprochan todo eso, y que soy de peor agüero que Kascher y más siniestro
que Jader.
Pero ¡oh tú que cesuras mi conducta! si conocieras tu verdadera dicha como conozco yo la
mía, no vacilarías en cubrirte, como yo, con una vestidura negra; y a todas horas me
contestarías con lamentaciones.
Pero vanos placeres ocupan tus momentos, y tu vanidad te retiene alejado de los senderos
de la sabiduría.
Olvidas que el amigo sincero es el que te habla con franqueza y no el que te oculta tus
errores; que es el que te reprende y no el que te disculpa; que es el que te enseña la verdad y no
el que venga sus injurias.
Porque quien te amonesta despierta en ti la virtud cuando duerme, y te pone en guardia
inspirándote temores saludables.
Por lo que a mí respecta, vestido de luto, lloro por la vida fugitiva que se nos escapa, y no
puedo por menos de gemir cuantas veces co lumbro una caravana cuyo conductor acelera la
marcha.
Por tanto, soy semejante al predicador de la mezquita, y no es cosa nueva que los
predicadores vayan vestidos de negro.
Pero ¡ay! que sólo objetos mudos e inanimados responden a mi voz profética.
¡Oh tú, que tan duro tienes el oído! despiértate por fin, y com prende lo que indica la niebla
matinal: ¡no hay en la tierra nadie que no deba esforzarse por entrever algo del mundo
invisible!
¡Pero no me oyes, no me oyes! ¡Y por fin me doy cuenta de que estoy hablando con un
muerto!
"Y ahora, si queréis, ¡oh señores míos y señoras mías! os diré el Canto de la Abubilla. Helo aquí:
Cuando vine de Saba, como mensajera de amor, entregué al rey dorado la carta de la reina
de rasgados ojos cerúleos.
Y me dijo Soleimán: "¡Oh abubilla! me has traído de Saba una noticia que hace bailar mi
corazón".
Y me colmó de favores, y me puso a la cabeza esta corona encan tadora que llevo desde
entonces.
Y me enseñó la sabiduría. Por eso vuelvo con frecuencia a la soledad de mis pensamientos,
y recuerdo su enseñanza tal como me la facilitó.
Me dijo: "Has de saber ¡oh abubilla! que si el corazón tuviera cuidado de instruirse, la
inteligencia penetraría el sentido de las cosas; si el espíritu fuera bueno, vería los signos de la
verdad; si la conciencia supiera comprender, se enteraría sin dificultad de las bue nas noticias;
"Si el alma se abriera a las influencias místicas, recibiría luces sobrenaturales; si el
interior fuese puro, quedarían al descubierto los misterios de las cosas, y la Dueña Divina se
dejaría ver.
"Si nos despojáramos de la vestidura del amor propio, no existi rían ya en la vida
obstáculos, y el espíritu no segregaría ya pensamien tos helados.
"De tal suerte tu temperamento podría adquirir el grado de equi librio que constituye la
salud espiritual, y serías tu propio médico.
"Sabrías refrescarte con el abanico de la esperanza y prepararte tú misma el mirabolano
del refugio, la besetén de la corrección, la azu faifa de la solicitud y el tamarindo de la
dirección.
"Sabrías molerte en el mortero de la paciencia, tamizarte por el tamiz de la humanidad, y
administrarte los remedios espirituales, des pués de la vigilia nocturna, en la soledad de la
mañana, frente a frente de la Divina Amiga.
"Porque quien no sabe extraer un sentido alegórico del chirrido agrio de la puerta, del
ronroneo de la mosca y del movimiento de los insectos que se deslizan por el polvo;
"quien no sabe comprender lo que indican la marcha de la nube, el resplandor del
espejismo y el color de la niebla, no se cuenta en el número de las personas inteligentes".
Y tras de recitar así estos versos de flores y de aves, la joven Tohfa se calló.
Entonces, desde todos los puntos del palacio, se alzaron entu siastas exclamaciones de los genn. Y el
jeique Eblis fué a besarle los pies, y las reinas, en el límite de la exaltación, fueron a abrazarla llo rando.
Y todos juntos se pusieron a hacer con las manos y con los ojos gestos y señas que significaban
claramente: "¡Tenemos la lengua traba da de admiración, y no pueden salir palabras de nuestra boca!"
Luego empezaron a saltar en sus asientos cadenciosamente y levantando las piernas en el aire, lo que
significaba claramente en su lenguaje de genn: "¡Qué hermoso es! ¡Tú has sobresalido! Estamos
maravillados. ¡Te lo agradecemos mucho!" Y el efrit Maimún, así como su compañero en fealdad, se
levantó y se puso a bailar con el dedo metido en el culo, lo que significaba manifiestamente en su
lenguaje: "Estoy loco de entu siasmo".
Y Tohfa, conmovida al ver el efecto producido en los genn por aquellos cantos y aquellos poemas, les
dijo: "¡Por Alah, ¡oh señores míos y señoras mías! que si no estuviera fatigada, aún os hubiera dicho
otros cantos y otros versos concernientes a las demás flores olorosas, hierbas y aves, especialmente los
cantos del Ruiseñor, de la Codorniz, del Estornino, del Canario, de la Tórtola, de la Paloma, de la Zorita,
del Jilguero, del Pavo Real, del Faisán, de la Perdiz, del Milano, del Bui tre, del Aguila y del Avestruz; y
os hubiera dicho los cantos de algunos animales, como el Perro, el Camello, el Caballo, el Onagro, el
Asno, la Jirafa, la Gacela, la Hormiga, el Carnero, el Zorro, la Cabra, el Lobo, el León y muchos otros
más. Pero ¡inschalah! ya nos reuniremos en otra ocasión. Por el momento, ruego al jeique Eblis que me
lleve al palacio de mi amo el Emir de los Creyentes, que debe estar muy inquieto por mí. Y dispensadme
por no poder asistir a la circuncisión del niño y a las bodas de la joven efrita.
¡De verdad, no puedo!"
Entonces le dijo el jeique Eblis: "Verdaderamente, ¡oh Obra Maes tra de los Corazones! se nos derrite
el corazón al saber que quieres dejarnos tan pronto. ¿No habría manera de que te quedaras todavía un
poco con nosotros? ¡Nos das a probar el dulce y nos lo quitas de los labios! ¡Por Alah sobre ti, ¡oh
Tohfa! favorécenos con algunos ins tantes más!" Y Tohfa contestó: "En verdad que la cosa está por encima
de mi capacidad. Y es preciso que vuelva al lado del Emir de los Cre yentes, porque ¡oh Eblis! no ignoras
que los hijos de la tierra no pueden disfrutar la verdadera dicha más que en la tierra. ¡Y mi alma se
entristece por estar tan lejos de sus semejantes! ¡Oh vosotros todos! ¡no me retengáis aquí por más tiempo
contra los impulsos de mi corazón!"
Entonces Eblis le dijo: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos; pero antes ¡oh Tohfa! quiero decirte
que conozco a tu antiguo maestro de música, el admirable Ishak Ibn-Ibrahim de Mossul".
Luego sonrió y dijo: "Y él también me conoce, pues en cierta velada de invierno pasaron entre
nosotros ciertas cosas que no dejaré de contarte a mi vez ¡inschalah! algún día. Porque la historia de mis
relaciones con él es una historia larga; y aún no ha debido olvidar las posiciones de laúd que hube de
enseñarle ni la joven de una noche que hube de procurarle. Y no es ahora el momento oportuno para
contarte todo eso, ya que tanta prisa tienes por volver con el Emir de los Creyentes. Sin embargo, no se
dirá que has salido de entre nosotros sin nada entre las manos. Por eso voy a enseñarte un recurso de
laúd, con el cual serás exaltada por el mundo entero, y serás todavía más amada por tu amo el califa".
Y ella contestó: "Haz lo que te plazca".
Entonces Eblis tomó el laúd de la joven y tocó una pieza por un método nuevo, con escalas
maravillosas, repeticiones insólitas y temblo res perfeccionados. Y oyendo aquella música, parecióle a
Tohfa que cuanto había aprendido hasta aquel momento era erróneo, y que lo que acaba de aprender del
jeique Eblis (¡confundido sea!) era fuente y base de toda armonía. Y se regocijó al pensar que podría
hacer oír aquella música nueva a su amo el Emir de los Creyentes y a Ishak Al-Nadim. Y para tener la
certeza de que no se equivocaría, quiso repetir, en pre sencia del que lo había tocado, el aire oído. Tomó,
pues, su laúd de manos de Eblis, y guiándose por el primer tono que él le dió, repitió la pieza a la
perfección. Y exclamaron todos los genn: "¡Excelente!" Y Eblis le dijo: "Hete aquí ahora, ¡oh Tohfa! en
los límites extremos del arte. Así es que voy a extenderte un diploma signado por todos los jefes de los
genn, en el cual se te reconocerá y proclamará como la mejor tañedora de laúd de la tierra. Y en ese
mismo diploma te nombraré "lugartenienta de los pájaros". Porque los poemas que nos has recitado y los
cantos con que nos has favorecido te hacen sin par; y mereces es tar a la cabeza de los pájaros músicos".
Y el jeique Eblis mandó llamar al escriba principal, que tomó una piel de gallo, y acto seguido la
preparó para extender el diploma en cuestión...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 936ª noche
Ella dijo:
...Y el jeique Eblis mandó llamar al escriba principal, que tomó una piel de gallo, y acto seguido la
preparó para extender el diploma en cuestión. Luego escribió encima, con una letra hermosa, en carac -
teres kúficos de renglones perfectos, lo que le dictó el jeique Eblis. Y quedó patente y reconocido en
aquel diploma que la joven Tohfa sería en lo sucesivo lugarteniente de los pájaros, y que, en virtud de
decreto especial, se la nombraba sultana de las teñedoras de laúd y de la can tarinas. Y se formalizó aquel
diploma con el sello del jeique Eblis, y se marcó con los sellos de los demás jefes de los genn. Y
después lo guardaron en un cofrecillo de oro, y se lo entregaron ceremoniosamente a Tohfa, que lo acogió
y se lo llevó a la frente en acción de gracias.
Entonces Eblis hizo una seña a los que le rodeaban, y al punto en traron unos genn cargados con un
armario cada cual. Y pusieron delante de Tohfa aquellos armarios, que eran doce, todos iguales. Y Eblis
los abrió uno por uno, con objeto de enseñar el contenido a Tobfa, dicién dole: "¡Son de tu propiedad!" Y
he aquí que el primer armario estaba enteramente lleno de pedrerías; el segundo, de dinares de oro; el
tercero, de oro en lingotes; el cuarto, de joyas de orfebrería; el quinto, de candelabros de oro; el sexto, de
confituras secas y de mirabolano, el séptimo, de lencería de seda; el octavo, de afeites y perfumes; el no -
veno, de instrumentos musicales; el décimo, de vajilla de oro; el un décimo, de trajes de brocado y el
duodécimo, de trajes de seda de todos colores.
Y cuando Tohfa hubo mirado el contenido de aquellos doce ar marios, Eblis hizo una nueva seña a los
portadores, que al punto se echaron a la espalda los armarios y se pusieron en fila detrás de Tohfa.
Entonces fueron las reinas de los genn a decir adiós, llorando a la lugarteniente de los pájaros; y la
reina Kamariya le dijo: "¡Oh her mana mía! ya que nos abandonas, ¡ay! permitirás, al menos, que alguna
vez vayamos a verte al pabellón en que habitas, y nos regocijemos los ojos con tu presencia, que arrebata
la razón. ¡Pero supongo que también querrás que en adelante, en vez de permanecer invisible, tome yo
forma de mujer terrestre y te despierte con mi aliento!" Y dijo Tohfa: "De todo corazón amistoso, ¡oh
hermana mía Kamariya! Sin duda me rego cijaré al despertarme bajo el soplo de tu aliento y al sentirte
acostada al lado mío". Y a continuación se besaron por última vez, y se hicieron mil zalemas y mil
juramentos de amantes.
Entonces Eblis dobló la espalda ante Tohfa, y la tomó a horca jadas en su cuello. Y en medio de
adioses y suspiros de pena, echó a volar con ella seguido de cerca por los genn portadores que llevaban
a la espalda los armarios. Y en un abrir y cerrar de ojos, llegaron todos, sin contratiempo, al pabellón del
Emir de los Creyentes de Bagdad. Y Eblis depositó delicadamente a Tohfa en su lecho; y los portadores
alinearon por orden contra la pared los doce armarios. Y tras de besar la tierra entre las manos de la
lugartenienta de los pájaros, se retiraron todos, con Eblis a la cabeza, sin hacer el menor ruido, como
habían venido.
Cuando Tohfa se encontró en su cuarto y en su lecho, le pareció que nunca había salido de él, y creyó
que cuanto le había sucedido no era más que un sueño. Así es que, para cerciorarse de la realidad de sus
sensaciones, tomó consigo el laúd, y lo templó y tañó con arreglo al método nuevo que había aprendido
de Eblis, improvisando versos rela tivos al regreso. Y el eunuco que custodiaba el pabellón oyó tocar y
cantar dentro del cuarto, y exclamó: "¡Por Alah, que es la música de mi señora Tohfa!"
Y se precipitó afuera, corriendo como un hombre perseguido por una horda de beduínos, y cayendo y
levantándose, de tan emocionado como estaba, llegó al lado del jefe eunuco, Massrur el portaalfanje, que
hacía la guardia, como de costumbre, a la puerta del Emir de los Creyentes. Y cayó a sus plantas,
diciendo: "¡Ya sidi! ¡ya sidi!" Y Massrur le dijo: "¿Qué te ocurre? ¿Y qué vienes a hacer aquí a semejante
hora?" Y el eunuco dijo: "¡Date prisa ¡ya sidi! a despertar al Emir de los Creyentes! ¡Traigo una buena
noticia!" Y Massrur em pezó a regañarle, diciéndole: "¿Estás loco ¡oh Sawab! para creerme capaz de
despertar a esta hora a nuestro amo el califa?" Pero el otro se puso a insistir de tal manera y a gritar tan
fuerte, que el califa acabó por oír el ruido y despertarse. Y preguntó desde adentro: "¡Ya Massrur! ¿a qué
obedece todo ese tumulto de fuera?" Y Massrur, temblando, con testó: "Es Sawab el guardián del
pabellón, ¡oh mi señor! que viene a buscarme para decirme: "¡Despierta al Emir de los Creyentes!" Y el
califa preguntó: "¿Qué tienes que decirme, ¡oh Sawab!?" Y el eunuco sólo pudo balbucear: "¡Ya sidi! ¡ya
sidi!" Entonces Al-Raschid dijo a una de las jóvenes esclavas que dentro velaban su sueño: "Ve a ver de
qué se trata".
Entonces salió la joven a buscar a los eunucos, e hizo entrar al que custodiaba el pabellón. Y se
hallaba él en tal estado, que, al ver al Emir de los Creyentes, se olvidó de besar la tierra entre sus manos,
y le gritó, como si hablase a uno de sus semejantes en eunuquez: "¡Yalah, levántate pronto! Mi señora
Tohfa está en su cuarto cantando y tocando el laúd. Vamos, ven a oírla ya, ¡oh hombre!" Y el califa,
estupefacto, miró al esclavo sin poder pronunciar una palabra. Y el otro le dijo: "¿No has oído el
principio de mi discurso? ¡No estoy loco, por Alah! Te digo que mi señora Tohfa está sentada en su
dormitorio, tocando el laúd y cantando. ¡Ven pronto! ¡Date prisa!" Y Al-Raschid se levantó y se puso a
toda prisa el primer traje que encontró a mano, sin com prender, por otra parte, ni una palabra de las del
eunuco, al cual dijo: "¡Mal hayas! ¿Qué dices? ¿Cómo te atreves a hablarme de tu señora Sett Tohfa? ¿No
sabes que ha desaparecido de su cuarto, aun cuando estaban cerradas puertas y ventanas, y que mi visir
Giafar, que lo sabe todo, me ha afirmado que su desaparición no es natural, sino obra de los genn y de sus
maleficios? ¿Y no sabes que, generalmente, no se vuelve a ver a las personas que se han llevado los
genn? ¡Mal hayas, ¡oh esclavo! que te atreves a venir a despertar a tu señor a causa de un sueño grotesco
que has tenido en tu cerebro negro!" Y el esclavo dijo: "¡No he tenido ningún sueño ni empeño, no he
comido beleño, y por lo tanto, levántate, dueño, como yo te enseño! ¡Y ven a ver, risueño, a ese
maravilloso diseño!" Y el califa, a pesar de todo, no pudo por me nos de echarse a reír a carcajadas al
observar la locura del eunuco Sawab. Y le dijo: "¡Si es cierto tu discurso, para bien tuyo será; porque te
libertaré y te daré mil dinares de oro; pero si todo eso es falso, y de antemano te digo que eso es falso y
producto de un ensueño de negro, te haré crucificar". Y el eunuco exclamó, alzando los brazos al cielo:
"¡Oh Alah! ¡oh Protector! ¡oh Dueño de la salvaguardia! haz que no haya tenido yo en mi cerebro negro un
sueño ni una visión".
Y echó a andar el primero, abriendo la marcha el califa, diciendo: "Las orejas son para oír y los ojos
para ver. Ven, pues, para ver y escuchar con tus ojos y con tus orejas".
Y cuando Al-Raschid hubo llegado a la puerta del pabellón, oyó el sonido del laúd y la voz de Tohfa
cantando. Y precisamente en aquel momento cantaba y tocaba con arreglo al método que le había
enseñado el jeique Eblis. Y Al-Raschid, trastornado y reteniendo a duras penas la razón que se le huía,
metió la llave en la cerradura; y su mano se negaba a abrir, de tanto como temblaba. Por fin, al cabo de un
momento, se reanimó, y apoyándose en la puerta, que hubo de ceder, entró diciendo: "¡Bismilah!
¡Confundido sea el Maligno! ¡Me refugio en Alah contra los maleficios!"
Cuando Tohfa vió entrar al Emir de los Creyentes tan trastornado y tembloroso de emoción como
estaba, se levantó vivamente y corrió a su encuentro. Y le rodeó con sus brazos y le estrechó contra su
cora zón. Y Al-Raschid lanzó un grito como si rindiera el alma, y se desplomó desmayado, dando con la
cabeza antes que con los pies. Y Tohfa le roció con agua de rosas almizclada, y le remojó las sienes y la
frente hasta que volvió él de su desmayo. Y permaneció un momento como un hombre ebrio. Y a lo largo
de sus mejillas corrían lágrimas y mojaban su barba. Y cuando recobró el sentido por completo, pudo por
fin llorar libremente con toda su alegría en el seno de su bienamada, que lloraba también. Y las frases
que se dijeron y las caricias que se prodigaron están por encima de todos los discursos. Y Al-Raschid le
dijo: "¡Oh Tohfa! ciertamente, tu ausencia es cosa extraordinaria; pero tu re greso lo es más todavía y va
más allá del entendimiento". Y ella con testó: "¡Por tu vida!, ¡oh mi señor! ¡que es verdad! Pero ¿qué dirás
cuando, tras de contarte todo, te lo haya enseñado todo?"
Y sin darle tiempo a replicar, le explicó la entrada silenciosa del viejo jeique en el pabellón, la danza
enloquecida de Eblis, la bajada por las letrinas, lo referente al caballo alado y la residencia de los genn,
hablándole asi mismo de las reinas de los genn, y sobre todo de la belleza de Kama riya, enumerándole los
manjares y los honores, los cantos de las flo res y de las aves, la lección de música de Eblis, y por último,
lo relativo al diploma que le habían extendido, nombrándola lugartenienta de los pájaros. Y desdobló
ante el califa el diploma consabido escrito en piel de gallo.Luego, cogiéndole de la mano, le mostró, uno
tras de otro, los doce armarios con su contenido, que no podrían describir mil len guas ni anotar mil
registros...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 937ª noche
Ella dijo:
...le mostró, uno tras de otro, los doce armarios con su contenido, que no podrían describir mil
lenguas ni anotar mil registros. Y aquellos armarios fueron los que más tarde sirvieron de base a las
riquezas de los Bani-Barmak y de los Bani-Abbas.
En cuanto a Al-Raschid, en su alegría por encontrar a su bien amada Obra Maestra de los Corazones,
hizo decorar e iluminar Bagdad desde un río al otro río, y dió festejos espléndidos en los que no quedó
olvidado ningún pobre. Y en el transcurso de estos festejos, Ishak Al- Nadim, a quien se encumbró más
que nunca con honores y dignidades, cantó en público el canto que, por agradecimiento, no dejó de
enseñarle Tohfa y que ella misma había aprendido de Eblis (¡Confundi do sea!).
Y Al-Raschid y Obra Maestra de los Corazones no cesaron de vivir una vida deliciosa, con
prosperidad y amor, hasta la llegada ine luctable de la Proveedora de tumbas.
"Y tal es ¡oh rey afortunado! -continuó Schehrazada- la his toria de la joven Tohfa, Obra Maestra de
los Corazones, lugartenienta de los pájaros".
Y el rey Schahriar se maravilló de este relato de Schehrazada hasta el límite de la maravilla, sobre
todo de los poemas y cantos de las flores y las aves, y especialmente del canto de la Abubilla y del canto
del Cuervo. Y pensó para su ánima: "¡Por Alah, que esta hija de mi visir ha sido para mí una bendición
insigne! Y una persona de su mérito y de sus cualidades no merece la muerte. Es preciso, pues, ante de
que decida definitivamente con respecto a ella, que reflexione algún tiempo todavía. ¡Y además, puede
saber otras historias no menos admirables, y contármelas!" Y se sintió en un estado de exaltación como
no lo había experimentado hasta entonces; de modo que no pudo por menos de estrechar de pronto a
Schehrazada contra su corazón, y decirle: "Benditas sean las mujeres que se te parecen, ¡oh Schehrazada!
Esa historia me ha conmovido en extremo con los cantos de flores y aves que contiene y con la gran
enseñanza con que me han enriquecido esos poemas. Así, pues, ¡oh virtuosa y dilecta hija de mi visir! si
aún tienes que con tarme una o dos o tres o cuatro historias como esa, no vaciles en comen zar. ¡Porque
esta noche me noto el alma apaciguada y refrescada con tus palabras, y el corazón conquistado por tu
elocuencia!"
Y Schehra zada contestó: "No soy más que la esclava de mi amo el rey, y sus alabanzas están por
encima de mis méritos. Pero, ya que lo deseas, me gustaría narrarte ciertos hechos relativos a mujeres, a
capitanes de poli cía y a otras cosas parecidas, aunque tengo mucho miedo de que mis palabras ofendan a
tu espíritu y a tu amor por la moral, pues serán un poco libres y atrevidas. Porque ¡oh rey del tiempo! el
pueblo ignora generalmente el lenguaje discreto, y sus expresiones traspasan a veces los límites de las
conveniencias. ¡Por tanto, si quieres que salte por encima de ellas, saltaré; pero, si quieres que me calle,
me callaré!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Claro que puedes hablar, Schehrazada! porque nada podrá
asombrarme de parte de las mujeres, y sé que son semejan tes a una costilla torcida; y es notorio que,
cuando se quiere enderezar una costilla torcida, se la tuerce más; y si se insiste, se la rompe.
¡Habla, pues, sin reticencias, que la cordura no habita lejos de nosotros desde el día en que tuvo lugar
la traición de la esposa maldita que sabes!" Y pronunciadas estas últimas palabras, el semblante del rey
Schahriar se oscureció de repente, hudiéndose sus ojos, se fruncieron sus cejas, pali deció su tez, y su
estado se tornó en muy mal estado. Y todo esto suce dió sólo al recuerdo evocado de la antigua
desventura. Así es que, al ver aquella mudanza que no anunciaba nada tranquilizador, la pequeña
Doniazada tuvo cuidado de exclamar al punto: "¡Oh hermana mía! por favor, date prisa a contarnos lo que
nos has anunciado respecto a los capitanes de policía y a las mujeres, y no temas nada por par te de este
rey bien educado, que ya sabe que las mujeres son como las pedrerías, unas con manchas, taras y
defectos, y otras puras, trans parentes y a toda prueba. ¡ Y mejor que tú y mejor que yo sabrá él hallar la
diferencia y no confundir las joyas con los guijarros!"
Y Schehrazada dijo: "Verdad dices, ¡oh pequeña! ¡Así es que, de todo corazón amistoso, voy a contar
a nuestro amo la Historia de Al-Malek Al-Zaher Rokn Al-Din Baibars Al-Bondokdari y de sus capitanes
de policía, y lo que les sucedió!"
Historia de Baibars y de los capitanes de policía
Schehrazada dijo:
Se cuenta -¡pero Alah el Invisible es más sabio!- que en otro tiempo había en el país de Egipto, en El
Cairo, un sultán entre los sultanes valerosos y poderosos de la ilustrísima raza de los Baha rirtas
turcomanos. Y se llamaba el sultán Al-Malek Al-Zaher Rokn Al- Din Baibars Al-Bondokdari. Y bajo su
reinado, brilló el Islam con un esplendor sin precedente, y el Imperio se extendió gloriosamen te desde el
límite extremo de Oriente a los confines profundos de Occidente. Y sobre la faz de la tierra de Alah, y
bajo el cielo cerúleo no quedó en pie ninguna plaza fuerte de los francos y de los nazarenos, cuyos reyes
fueron alfombra para los pies de aquel sultán. Y en las llanuras verdes, y en los desiertos, y sobre las
aguas, no se elevaba ninguna voz que no fuese la voz de un Creyente, ni se oían pasos que no fuesen los
pasos de quien caminaba por la vía de la rectitud. ¡Ben dito sea por siempre el que nos enseñó el camino,
el Bienamado. hijo de Abdalah el Khoreichita, nuestro señor y soberano Ahmad-Maho med, el Enviado
(¡con él la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones! ¡Amín!)
Y he aquí que el sultán Baibars amaba a su pueblo y era por él amado; y cuanto de cerca o de lejos se
refería a su pueblo, bien con respecto a indumentaria y costumbres, bien con respecto a tradiciones y usos
locales, le interesaba en extremo. Así es que no solamente le gustaba ver todas las cosas con sus propios
y ojos y escucharlas a los narradores; y había encumbrado hasta las más altas categorías a aque llos de
sus oficiales, guardias y familiares que mejor sabían contar las cosas del pasado y exponer las cosas del
presente.
Así es que, una noche que se hallaba más dispuesto que de cos tumbre a escuchar y a instruirse, reunió
a todos los capitanes de policía de El Cairo, y les dijo: "Quiero que esta noche me contéis lo más digno
de contarse entre lo que conozcáis". Y contestaron ellos: ¡Por encima de nuestras cabezas y de nuestros
ojos! Pero ¿quiere nuestro amo que contemos algo que nos haya sucedido personalmente, o algo que
sepamos que le ha sucedido a otro?" Y dijo Baibars: "Delicada es la pregunta. ¡Por eso, que cada uno de
vosotros quede en libertad de contar lo que quiera, pero con la condición de que sea de lo más
sorprendente!" Y contestaron: "Está bien, ualah, ¿oh señor nuestro! ¡Te pertenece nuestro ingenio, así
como nuestra lengua y nues tra felicidad!"
Y el primero que avanzó entre las manos de Baibars, para em pezar su relato, era un capitán de policía
que se llamaba Moin Al. Din, con el hígado ulcerado de amor por las mujeres y el corazón enredado en
las colas de ellas sin cesar. Y tras de los deseos de larga vida al sultán, dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! te
contaré un suceso extraordinario que me concierne personalmente y que me ocu rrió en los primeros
tiempos de mi carrera!"
Y se expresó así:
Historia contada por el primer capitán de policía
"Has de saber ¡oh mi señor y corona de mi cabeza! que cuando entré al servicio de la policía de El
Cairo, a las órdenes de nuestro jefe Alam Al-Din Sanjar, estaba yo muy reputado, y todo hijo de
alcahuete, de perro o de ahorcado, incluso todo hijo de zorra, me temía y me temblaba igual que a una
calamidad, y huía de mí como del mal de aire amarillo. Y cuando yo iba a caballo por la ciudad, las
gentes de esa clase me señalaban con el dedo y se guiñaban los ojos de modo convenido, en tanto que
otros amontonaban en el suelo con sus manos las zalemas respetuosas con que me saludaban al pasar. Y
yo no me preocupaba de sus gestos más que de una mosca que me hubiera rozado el zib. Y seguía mi
camino con actitud altanera.
Un día, estaba sentado en el patio del walí, con la espalda apo yada contra el muro, y pensaba en mi
grandeza y en mi importancia, cuando de pronto vi caer del cielo en mi regazo algo tan pesado co mo la
sentencia del juicio final. Y era un bolsa llena y precintada. Y la tomé en mis manos y la abrí y vertí el
contenido en los pliegues de mi ropa. Y conté hasta cien dracmas, ni uno más, ni uno menos. Y por más
que miré a todos lados, encima de mi cabeza y a mi alrededor, no puede descubrir a la persona que la
había dejado caer. Y dije: "¡Loores al Señor, Rey de los reinos de lo Visible y de lo Invisible!" E hice
desaparecer a la hija en el seno de su padre. ¡Y he ahí lo referente a ella!
Al día siguiente, me reclamaba mi servicio en el mismo sitio que la víspera; y llevaba allí un
momento, y he aquí que me cayó pesada mente un objeto en la cabeza y me puso de muy malhumor. Y miré
con ademán furioso, y vi ¡por Alah! que era un bolsa llena, de todo punto hermana de la querida de su
padre a quien hube de conceder el derecho de asilo junto a mi corazón. Y la envié a recalentarse en el
mismo sitio para que hiciera compañía a su hermana mayor y pro tegiera su pudor contra los deseos
indiscretos. Y lo mismo que la vís pera, levanté la cabeza y la bajé, y volví el cuello y lo revolví, y giré
sobre mí mismo y me inmovilicé, y miré a mi derecha y a mi izquierda, pero sin conseguir hallar ni rastro
del expedidor de aquella encanta dora bien venida. Y me pregunté: "Duermes o no duermes?" Y con testé:
"No duermo. No, ¡por Alah! no está conmigo el sueño". Y como si nada hubiese pasado, me recogí la orla
del traje, y salí del palacio con aire indiferente, escupiendo en el suelo a cada paso.
Pero a la tercera vez tomé mis precauciones. En efecto, no bien llegué al muro consabido, contra el
cual de ordinario me pavoneaba admirándome, me tendí en tierra, y simulando dormir, me puse a roncar
con tanto ruido como el de una manada de camellos escapados. Y de repente, ¡oh mi señor sultán! sentí en
mi ombligo una mano que buscaba no sé qué. Y como no tenía nada que perder con aquella in tervención,
dejé que la mano consabida hurgara en la mercancía de arriba a abajo; y cuando me pareció que se
aventuraba por el camino más angosto del distrito, la cogí bruscamente, diciendo: "¿Por dónde te metes,
¡oh hermana mía!?" Y me incorporé, abriendo los ojos, y vi que la propietaria de la gentil mano,
adornada de sortijas de diaman tes, que había huroneado en aquel camino de perdición, era una joven
feérica, ¡oh mi señor sultán! que me miraba riendo. Y era como el jazmín. Y le dije: "Confianza y
amistad, ¡oh mi señora! El mercader y su mercancía son de tu propiedad. Pero dime de qué parterre eres
la rosa, de qué ramillete eres el jacinto, de qué jardín eres el ruiseñor, ¡oh la más deseable de las
jóvenes!". Y mientras hablaba así, tuve mucho cuidado de no soltarla.
Entonces, sin el menor azoramiento en el gesto ni en la voz, la joven me hizo seña de que me
levantara, y me dijo: "¡Ya Si-Moin! levántate y sígueme, si deseas saber quien soy y cual es mi nombre".
Y yo, sin vacilar ni un instante, como si la conociese desde hacía mu cho tiempo, o como si fuera yo su
hermano de leche, me levanté, y des pués de sacudirme el traje y ajustarme el turbante, eché a andar a diez
pasos de ella para no llamar la atención, pero sin perderla de vista ni un momento. Y de tal suerte
llegamos al fondo de un retirado ca llejón sin salida, en donde me hizo señas de que podía acercarme sin
temor. Y la abordé sonriendo, y sin tardanza quise hacer respirar a su lado el aire al niño de su padre. Y
para no quedar por tonto ni por idiota, hice salir al niño consabido, y le dije: "Aquí le tienes, ¡oh mi
señora!". Pero ella me miró con aire despreciativo, y me dijo: "Guár dale, ¡oh capitán Moin! porque se va
a resfriar". Y contesté con el oído y la obediencia, y añadí: "No hay inconveniente, que tú eres quien
manda, y yo soy el colmado por tus favores. Pero ¡oh hija legítima! ya que lo que te tienta no es este
grueso nervio de confitura, ni este zib con sus anejos, ¿por qué me has gratificado con dos bolsas llenas y
me has hecho cosquillas en el ombligo, y me has traído hasta aquí, a este oscuro callejón propicio a los
saltos y a los asaltos?". Y ella me contestó: "¡Oh capitán Moin! eres el hombre de esta ciudad en quien
tengo más confianza, y por eso me he dirigido a ti con prefe rencia a ningún otro. ¡Pero es por otro motivo
del que te crees!". Y yo dije: "¡Oh mi señora! cualquiera que sea el motivo, lo agradezco. ¡Habla! ¿Qué
servicio exiges del esclavo a quien has comprado por dos bolsas de cien dracmas?".
Y ella sonrió y me dijo:
"¡Ojalá vivas mucho tiempo! ¡Escucha! Has de saber ¡oh capitán Moin! que soy una mujer que está
prendada de una jovenzuela. Y su amor chispo rrotea como fuego en mis entrañas. Y aunque tuviera yo mil
lenguas y mil corazones, no sería más viva esta pasión que tanto me penetra. Y la adorada no es otra que
la hija del kadí de la ciudad. Y entre ella y yo ha ocurrido lo que ha ocurrido. Y eso es un misterio de
amor. Y entre ella y yo existe un apasionado pacto acordado con promesas y con juramentos. Porque ella
arde por mí con un ardor igual. Y jamás se casará ella, y jamás me tocará a mí un hombre. Y nuestras
rela ciones databan ya de hacía algún tiempo, y éramos inseparables, co miendo juntas y bebiendo en el
mismo jarro y durmiendo en el mismo lecho, cuando un día su padre, el kadí de barba maldita, advirtió
nues tras relaciones y las cortó de raíz, aislando completamente a su hija y diciéndome que me rompería
las manos y los pies si entraba en su morada. Y desde entonces no he podido ver a la adorada, quien, se -
gún he sabido indirectamente, está como loca a causa de nuestra sepa ración. ¡Y precisamente para aliviar
mi corazón y proporcionarle al guna alegría me he decidido a venir en busca tuya, ¡oh capitán sin par!
convencida de que sólo de ti pueden venir la alegría y el alivio!".
Por lo que a mí respecta, ¡oh mi señor sultán! al oír estas pala bras de la incomparable joven que tenía
delante de mis ojos, me quedé estupefacto hasta el límite de la estupefacción, y dije para mí: "¡Oh Alah
Todopoderoso!. ¿Y desde cuándo las jovenzuelas se transforman en jovenzuelos, y las cabras en machos
cabríos? ¿Y qué clase de pasión y qué especie de amor pueden ser la pasión y el amor de una mujer por
otra mujer? ¿Y cómo de la noche a la mañana puede crecer el cohombro con sus anejos donde no está
dispuesto el terreno para cul tivarlo?". Y golpée mis manos una contra otra con sorpresa, y dije a la joven:
"¡Oh señora mía! ¡por Alah, que no comprendo nada de lo que me ha narrado tu gracia! Explícamelo antes
al detalle desde el principio. ¡Porque ¡ualahí! jamás oí decir que fuese cosa corriente el que las corzas
suspirasen por las corzas y las gallinas por las ga llinas!". Y ella me dijo: "Cállate, ¡oh capitán! porque
eso es un misterio de amor, y son pocas las personas capaces de comprenderlo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 938ª noche
Ella dijo:
"...Cállate, ¡oh capitán! porque eso es un misterio de amor, y son pocas las personas capaces de
comprenderlo. Bástete saber que cuento contigo, para que me ayudes a penetrar en casa del kadí; y
obrando así, te harás acreedor a la gratitud de una mujer que no ha de olvidarte". Y al oír aquello, me
maravillé en extremo, y pensé: "¡Vaya, ualahí, ¡oh maese Moin! hete aquí ahora solicitado para proxeneta
de una mujer con otra mujer! ¡Es una aventura que no tiene igual en la historia del proxenetismo! ¡No hay
inconveniente en que cargues con ello tu conciencia!" Y dije a la joven dorada: "Pi chona mía, el asunto
de que me hablas es un asunto muy delicado; y aunque no comprendo sus circunstancias, puedes contar
con mi obediencia, así como con mi abnegación. Pero, ¡por tu vida! ¿cómo voy a serte útil en todo eso?"
Ella dijo: "¡Facilitándome la entrada en casa de mi adorada, la hija del kadí!". Y contesté: "Está bien, ¡oh
tórtola mía! pero ten en cuenta quien soy yo y quien es esa bienaven turada hija del kadí. ¡Por la verdad de
tu gracia, piensa en la gran distancia que nos separa!".
Y ella me dijo con aire de suficiencia:
¡Oh pobre! no vayas a creer que estoy tan desprovista de buen sen tido como para introducirte en casa
de la jovenzuela, ¡no, por Alah! Quiero sencillamente que me sirvas de bastón de apoyo en mi marcha en
pos de la astucia y de la estratagema. ¡Y me ha parecido que sólo tú, ¡oh capitán! podías hacer lo que
anhelo!" Y dije: "Escucho y obedezco, y soy un bastón ciego y sordo entre tus manos, cordera mía".
Entonces me dijo ella: "Escucha, pues, y obedece. Esta noche, ataviada como un pavo real con mis
mejores vestidos, y velada de manera que no me reconozca nadie más que tú en el barrio, iré a sen tarme
junto a la casa del kadí, padre de mi amante. Entonces tú y los guardias que tienes a tus órdenes, atraídos
por el perfume penetrante que exhalaré, os dirigiréis al sitio donde yo me encuentre. Y tú avan zarás
respetuosamente hacia mí, y me preguntarás: "¿Qué haces sola en la calle a hora tan tardía, ¡oh dama de
alto rango!" Y yo contes taré: "Ualahí, ¡oh gallardo capitán! soy una joven del barrio de la ciu dadela, y mi
padre es uno de los emires del sultán. Pero hoy he salido de nuestra casa y de nuestro barrio, y he ido a la
ciudad para hacer algunas compras. Y una vez comprado lo que quería y encargado lo que tenía que
encargar, se me ha hecho tarde, pues cuando llegué a nuestro barrio de la ciudadela, vi que ya estaban
cerradas las puertas. Y entonces, creyendo encontrar alguna persona conocida en cuya casa pudiese pasar
la noche, he vuelto a la ciudad; pero mi mala suerte ha hecho que no encuentre a nadie. Y desolada por
hallarme así, siendo la hija de un notable, sin amparo en medio de la noche, he venido a sentarme en el
umbral de esta morada, que me han dicho es la del kadí, a fin de que su sombra me proteja. Y mañana por
la mañana volveré a casa de mis padres, que ya deben creerme muerta, o por lo menos, perdida".
Entonces tú, ¡oh capitán Moin! como eres inteligente, verás que, en efecto, voy vestida con ricos vestidos,
y pensarás: "A un musulmán no le está permitido dejar en la calle a una mujer tan bella y tan joven, toda
cubierta de perlas y de joyas, que puede ser violen tada y robada por cualquier facineroso. Además de
que, si en el ba rrio ocurriera semejante cosa, yo mismo, el capitán Moin, con mis ojos, sería responsable
del atentado ante nuestro amo el sultán. Es preciso, pues, que, de una u otra manera, tome bajo mi
protección a tan encantadora persona. Por tanto, voy a poner cerca de ella a uno de mis hombres
armados, para que la guarde hasta mañana, o quizás sea mucho mejor -porque no tengo bastante confianza
en mis guar dias- buscar sin tardanza una morada de personas respetables que la alberguen
honorablemente hasta mañana. ¡Y por Alah, que no veo dónde podría encontrarse mejor ni más
considerada que en casa de nuestro amo el kadí, a cuya puerta la ha hecho sentarse la suerte! ¡Lle -
vémosla, pues, a esa casa! Y sin duda alguna, obtendré por ello buena recompensa, sin contar con que la
gratitud puede inclinar en favor mío el hígado de esa joven, cuyos ojos han producido en mis entrañas un
incendio". Y tras de pensar tan cuerdamente, harás resonar la aldaba de la puerta del kadí, y me harás
entrar en su harén. Y así me encontraré reunida con mi amante. Y se satisfará mi deseo. Y éste es mi plan,
¡oh capitán! Y ésta es mi explicación. ¡Uassalam!".
Entonces ¡oh mi señor sultán! contesté a la joven: "Alah aumente Sus favores sobre tu cabeza, ¡oh mi
señora! He ahí un plan asombroso y fácil de ejecutar. La inteligencia es un don del Retribuidor". Y a
continuación, poniéndome de acuerdo con ella respecto a la hora del encuentro, le besé la mano; y cada
cual de nosotros se fué por su camino.
Y llegó la tarde, luego la hora de queda, luego la de la plegaria; y unos momentos después, salí a
hacer mi ronda nocturna al frente de mis hombres armados de alfanjes desnudos. Y de barrio en barrio,
hacia media noche llegamos a la calle donde debía encontrarse la joven de los amores extraños. Y el olor
rico y asombroso que percibí desde que entré en la calle me hizo presagiar su presencia. Y en seguida oí
el tintineo de sus pulseras de manos y tobillos. Y dije a mis hombres: "Me parece ¡oh hijos míos! que veo
allí una sombra. Pero ¡qué rico olor!". Y miraron ellos en todas direcciones para descubrir la proce -
dencia del aroma. Y vimos a la hermosa consabida, cubierta de sedería y cargada de brocados, que nos
miraba llegar, inclinada y con el oído atento. Y me acerqué a ella, haciéndome el ignorante, y le dirigí la
pa labra, diciendo: "¿Qué clase de dama eres ¡oh mi señora! para no temer nada de la noche y de los
transeúntes, tan bella como eres y ataviada y completamente sola como estás?". A lo cual me dió ella la
respuesta que habíamos convenido la víspera; y me encaré con mis hombres, como para pedirles su
opinión. Y me contestaron: "¡Oh jefe nuestro! si quieres, conduciremos a esta mujer a tu casa, donde
estará mejor que en ninguna otra parte. Y no dudamos de que sabrá agradecértelo, porque indudablemente
es rica, y bella, y va adornada con cosas preciosas. ¡Y harás de ella lo que quieras; y por la mañana se la
devolverás a su madre amada!". Y les grité: "¡Callaos! ¡Me refugio en Alah contra vuestras palabras!
¿Acaso mi casa es digna de recibir a semejante hija de emir? ¡Y además, ya sabéis que vivo muy lejos de
aquí! Lo mejor será pedir hospitalidad para ella al kadí del barrio, cuya casa está aquí precisamente". Y
mis hombres me contestaron con el oído y la obediencia, y empezaron a llamar a la puerta del kadí, la
cual abrióse al punto. Y apareció en la entrada el propio kadí, apoyado en los hombros de dos esclavos
negros. Y después de las zalemas por una y otra parte, le conté la cosa y sometí el asunto a su criterio
mien tras la joven se mantenía de pie, cuidadosamente envuelta en sus velos. Y el kadí me contestó:
"¡Bienvenida sea aquí! ¡Mi hija la cuidará y velará porque quede contenta!" Y acto seguido le puse entre
las manos aquel depósito peligroso, y le confié el peligro viviente. Y la llevó a su harén, y yo me fui por
mi camino.
Al día siguiente volví a casa del kadí para hacerme cargo del depósito que hube de confiarle; y decía
para mi fuero interno: "¡Vaya, ualahí, que la noche ha debido ser de toda blancura para esas dos jóvenes!
Pero en verdad que, por mucho que me devane los sesos, nunca llegaré a saber lo que ha pasado entre
esas gacelas enamoradas. ¿Se oyó jamás hablar de una aventura semejante?" Y entretanto, llegué a la casa
del kadí; y en cuanto entré, advertí un movimiento extraor dinario y un tumulto de servidores asustados y
de mujeres enloquecidas. Y de pronto, el kadí en persona, aquel jeique de barba blanca, se precipitó
sobre mí y me gritó: "¡Vergüenza sobre las nulidades! ¡Has traído a mi casa una persona que se me ha
llevado toda mi fortuna! Es preciso que des con ella, porque, si no, iré a quejarme de ti al sultán, que te
hará probar la muerte roja". Y como yo le pidiera más amplios detalles, me explicó, entre una porción de
interjecciones, gritos, amenazas e injurias dirigidas a la joven, que por la mañana la mujer a quien había
dado asilo a instancias mías había desaparecido de su harén sin despedirse; y con ella había
desaparecido el cinturón suyo, del kadí, que contenía seis mil dinares, todo su haber. Y añadió: "¡Tú
conoces a esa mujer, y por consiguiente, a ti te reclamo mi dinero!"
Pero yo ¡oh mi señor! quedé tan estupefacto por aquella noticia, que me fué imposible articular
palabra. Y me mordí la extremidad de la palma de la mano, diciéndome: "¡Oh proxeneta! hete aquí en la
pez y en la brea. ¿En dónde estás, y en dónde está ella?".
Luego, al cabo de un momento, pude hablar, y contesté el kadí. "¡Oh nuestro amo el kadí! si la cosa ha
pasado así, es porque tenía que ocurrir, pues lo que tiene que ocurrir no puede evitarse. Concédeme
solamente tres días de plazo para ver si puedo enterarme de algo concerniente a esa persona prodigiosa.
Y si no lo consigo, pondrás entonces en ejecu ción tu amenaza relativa a la pérdida de mi cabeza". Y el
kadí me miró atentamente, y me dijo: "¡Te concedo los tres días que pides!" Y salí de allí muy pensativo,
diciéndome: "¡Y no hay remedio!" ¡Ah! en verdad que eres un idiota; más aún, un zopenco y un imbécil.
¿Cómo vas a arreglarte para reconocer, en medio de toda la ciudad de El Cairo, a una mujer velada? ¿Y
qué vas a hacer para inspeccio nar los harenes sin penetrar en ellos? Mira, más te valdrá que te vayas a
dormir esos tres días de plazo, y que a la mañana del tercero te presentes en casa del kadí para rendirle
cuentas de tu responsabi lidad". Y habiéndolo decidido así en mi espíritu, regresé a mi casa y me tendí en
la estera, donde me pasé los tres días consabidos, ne gándome a salir, pero sin poder cerrar los ojos de
tanto como me preocupaba aquel mal negocio. Y cuando expiró el plazo, me levanté y salí para casa del
kadí. Y con la cabeza baja, me encaminaba en pos de mi condena, cuando, al pasar por una calle situada
no lejos de la morada del kadí, divisé de pronto, detrás de una ventana enrejada y entreabierta, a la joven
de mis tribulaciones. Y me miró ella riendo, y me hizo con sus párpados una seña que quería decir:
"¡Sube en seguida!" Y me apresuré a aprovecharme de aquella invitación, de la cual dependía mi vida, y
en un abrir y cerrar de ojos llegué junto a la joven, y olvidándome de la zalema, le dije: "¡Oh hermana
mía! ¡y yo que no cesaba de buscarte por todos los rincones de la ciudad! ¡Ah, en qué negocio tan malo
me has metido! ¡Por Alah, que vas a hacerme descender las gradas de la muerte roja!" Y ella fué a mí, y
me besó y me estrechó contra su pecho: "¿Cómo tienes tanto miedo, siendo el capitán Moin? ¡Bah! no me
cuentes nada de lo que te ha sucedido, porque lo sé todo. Pero como es fácil sacarte del apuro, he
esperado, para hacerlo, el último momento. ¡Y precisamente para sal varte es por lo que te he llamado,
aunque fácilmente hubiera podido dejarte proseguir tu camino en pos de la condena sin remisión!" Y le di
las gracias, y como era tan encantadora, no pude por menos de besar su mano, causante de mi presente
calamidad. Y me dijo ella: "Estate tranquilo y calma tu inquietud, porque no te sucederá nada malo. ¡Por
lo pronto, levántate y mira!" Y me cogió de la mano y me introdujo en una habitación en que había dos
cofres llenos de joyas, de rubíes, de otras piedras preciosas y de objetos raros y suntuosos. Luego abrió
otro cofre que estaba lleno de oro, y poniéndolo delante de mí, me dijo: "Y bien, si lo deseas, puedes
coger de este cofre los seis mil dinares que han desaparecido del cinturón de ese kadí de betún, padre de
mi adorada. Pero ¡oh capitán! sabe que se puede hacer algo mejor que devolver el dinero a ese barbudo
de mala sombra. Además, he quitado ese dinero sólo para que se muera de rabia recon centrada,
sabiéndole tan avaro e interesado como inoportuno. No he obrado, pues, por codicia; y cuando una
persona es tan rica como yo, no roba por robar. Por cierto que su hija está bien enterada de que no he
dado ese golpe más que para acelerar el decreto de su destino. Pero mira el plan que tengo para acabar
de hacer perder la razón a ese viejo cabrón tullido. Escucha bien mis palabras, y retenlas". Y se
interrumpió un momento, y dijo: "Helo aquí: En seguida vas a ir a casa del kadí, que debe esperarte en la
parrilla de la impaciencia, y le dirás: "Señor kadí, solamente por descargo de conciencia me he pasado
estos tres días haciendo pesquisas por toda la ciudad con res pecto a esa joven a quien diste asilo una
noche, a instancias mías, y a quien ahora acusas de haberte robado seis mil dinares de oro. Por lo que
respecta a mí, al capitán Moin, demasiado sé que esa mujer no ha salido de tu morada desde que entró en
ella; porque a pesar de las investigaciones que en todos sentidos han hecho nuestros hombres y todos los
capitanes de policía de los demás barrios, no se ha encontrado rastro ni vestigio de la joven. Y ninguna
de las mujeres espías que hemos enviado a los harenes ha tenido noticia de ella. Tú, sin embargo, vienes
a decirnos y a declararnos que la joven te ha robado. Pero hay que probar esa afirmación. Porque yo no
sé ¡por Alah! si este extra ordinario asunto se reducirá a que la joven haya sido, en tu propia casa, víctima
de un atentado, o por lo menos, objeto de una negra maquinación. Y como nuestras pesquisas casi han
probado que no se en cuentra ella en la ciudad, convendría ¡oh señor kadí! hacer un registro en tu casa
para comprobar si no quedan huellas de la joven perdida, y para cerciorarme de si mi suposición es
exacta o errónea. ¡Y Alah es más sabio!"
"¡Y de tal suerte, ¡oh capitán Moin! -continuó la prodigiosa joven-, de acusado te convertirás en
acusador! Y el kadí verá enne grecerse el mundo ante sus ojos, y le acometerá una cólera grande; y se le
pondrá el rostro como el pimentón, y exclamará: "¡Muy aven turado es, maese Moin, hacer semejantes
suposiciones! Pero no importa; puedes comenzar tu registro en seguida. Pero luego, cuando quede bien
probado que te equivocas, te tendrás más merecido el cas tigo que te imponga el sultán". Entonces,
llevando de testigos a tus hombres, harás un registro en la casa. Y desde luego, no has de encon trarme. Y
cuando hayas registrado primero la terraza y luego las habi taciones, los cofres y los armarios, sin obtener
resultado, bajarás la cabeza, invadido de cruel azoramiento, y empezarás a lamentarte y a excusarte. Y en
aquel momento estarás en la cocina de la casa. Entonces, como por casualidad, mirarás al fondo de una
zafra grande de aceite, levantando la tapa, y exclamarás: "¡Eh, un instante! ¡atención! ahí dentro veo
algo". Y meterás el brazo en la zafra y tocarás dentro una cosa así como un paquete de ropa. Y lo sacarás,
y verás, y todos los presentes lo verán contigo, mi velo, mi camisa, mi calzón y el resto de mi ropa. Y
estará todo manchado de sangre coagulada. Al ver aque llo, quedarás triunfante, y el kadí quedará
confuso; y se le pondrá amarillo el color, y le temblarán las coyunturas; y se desplomará, y acaso muera.
Y si no se muere de repente, hará todo lo posible por echar tierra al asunto, a fin de que no se mezcle su
nombre en tan sin gular aventura. Y comprará tu silencio con mucho oro. Y así lo deseo para ti, ¡oh
capitán Moin!"
Al oír este discurso, comprendí el plan maravilloso que había combinado ella para vengarse del kadí.
Y admiré su espíritu ingenioso, su astucia y su inteligencia. Y me consideré redimido de trabajar en lo
sucesivo, y permanecí asombrado y como atontado. Pero no tardé en despedirme de la joven para seguir
el camino emprendido. Y cuando le besaba yo la mano, me deslizó ella entre los dedos una bolsa de cien
dinares, diciéndome: "Para tus gastos de hoy, ¡oh mi señor! Pero ¡inschalah! pronto tendrás más pruebas
de la generosidad de tu agra decida". Y le di las gracias vivamente, y tan conquistado estaba por ella, que
no pude por menos de decirle: "Por tu vida, ¡oh señora mía! ¿consentirás en casarte conmigo cuando este
asunto se termine?" Y ella se echó a reír, y me dijo: "Olvidas ¡ya saied Moin! que ya estoy casada y
ligada por promesas, por fe y por juramento con la que posee mi corazón. ¡Pero sólo Alah conoce el
porvenir! Y no sucederá nada que no deba suceder. ¡Uassalam...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 939ª noche
Ella dijo:
"...ya estoy casada y ligada por promesas, por fe y por juramento con la que posee mi corazón. ¡Pero
sólo Alah conoce el porvenir! Y no sucederá nada que no deba suceder. ¡Uassalam!"
Y salí de su casa, bendiciéndola, y sin tardanza me presenté con mis hombres ante el kadí, que
exclamó en cuanto me vió: "¡Bismilah! ¡ya está ahí mi deudor! pero ¿dónde está mi hacienda?". Y
contesté: "¡Oh señor kadí, mi cabeza no es nada al lado de la cabeza del kadí, y no tengo nadie que me
apoye. Pero si la razón está de parte mía, lucirá claramente". Y el kadí, furioso, me gritó: "¿Qué estás
hablando de razón? ¿Acaso piensas poder disculparte o librarte de lo que te espera, si no has encontrado
a la mujer y mi hacienda? ¡Por Alah, que entre la razón y tú hay una distancia considerable!"
Entonces yo, con mucho aplomo, le miré fijamente a los ojos, y le recité la asombrosa historia que
hube de aprender y que de acusado me convertía en acusador. Y el efecto que produjo fué exactamente
igual a como lo había previsto la joven. Porque el kadí, indignado, vió ennegrecerse el mundo ante sus
ojos; y le llenó el pecho una cólera grande; y se le puso el rostro como el pimentón; y exclamó: "¿Qué
estás diciendo; ¡oh el más insolente de los soldados!? ¡No temes hacer semejantes suposiciones con
respecto a mí, delante de mí y en mi casa? ¡Pero no importa! Ya que tienes sospechas, puedes practicar un
registro en se guida. Y cuando quede bien demostrado que obraste arbitrariamente, será más importante el
castigo que te imponga el sultán". Y mientras hablaba así, se había puesto como una marmita al rojo en la
que se echara agua fría.
Entonces invadimos la casa, y registramos por todas partes, en todos los rincones y escondrijos, de
arriba a abajo, sin perdonar un cofre, un agujero ni un armario. Y mientras duraron las pesquisas, no dejé
de vislumbrar, a medida que huía ella de una habitación a otra para escapar de miradas extrañas, a la
encantadora gacela de quien su semejante estaba enamorada. Y pensé para mí: "¡Maschalah, ua bismilah!
¡Y el nombre de Alah sobre ella y alrededor de ella! ¡Qué rama tan flexible! ¡Qué elegancia y qué
hermosura! ¡Bendito sea el seno que la ha llevado, y loores al Creador, que la ha moldeado en el molde
de la perfección!". Y comprendí hasta cierto punto por qué una joven así podía subyugar a otra semejante
a ella, pues me dije: "¡El botón de rosa se inclina hacia el botón de rosa y el narciso hacia el narciso!" Y
me alegró tanto aquello, que hubiera querido comunicárselo sin tardanza a la joven prodigiosa, a fin de
que me diese ella su aprobación y no me considerara desprovisto en absoluto de pensa mientos delicados
y discernimiento.
Y he aquí que de tal suerte llegamos hasta la cocina, acompañados del kadí, que estaba más furioso
que nunca, sin encontrar nada sos pechoso y sin descubrir ningún rastro ni vestigio de la mujer.
Entonces, siguiendo las instrucciones de mi docta maestra, fingí que estaba muy avergonzado de mi
arbitrario proceder, y me excusé ante el kadí, que se regocijaba con mi azoramiento, y me humillé a él.
Pero todo ello tenía por objeto dar el golpe preparado. Y aquel kadí de ingenio espeso se dejó coger en
la tela de araña, y se aprovechó de aquella ocasión para abrumarme con lo que él creía su triunfo. Y me
dijo: "Bueno, ¿a qué han quedado ahora reducidas tus acu saciones amenazadoras y tus imputaciones
ofensivas, insolente embustero, e hijo de embustero, y embusteros también de generación en generación?
¡Pero no tengas cuidado, que pronto verás lo que cuesta faltar al respeto al kadí de la ciudad!" Y mientras
tanto, apoyado en una enorme zafra de aceite sin tapa, tenía yo la cabeza baja y el aire contrito. Pero de
repente levanté la cabeza y exclamé: "¡Por Alah! no estoy seguro; pero me parece que de esta zafra sale
cierto olor de sangre". Y miré en la zafra y metí el brazo, y lo saqué diciendo: "¡Alah akbar! ibis milah!"
Y cogí el paquete de ropa manchada de sangre arrojado en la zafra, antes de desaparecer, por mi joven
maestra. Y allí estaba su velo, su pañuelo de la cabeza, su pañuelo del seno, su calzón, su camisa, sus
babuchas y otras ropas que no recuerdo, todo ensangrentado.
Al ver aquello, el kadí, como había previsto la joven, se quedó confuso y lleno de estupor; y se puso
muy amarillo de color; y le tem blaron las coyunturas; y se desplomó en el suelo, desmayado, dando con
la cabeza antes que con los pies. Y en cuanto recobró el sentido, no dejé de hacer ver que se habían
vuelto las tortas, y le dije: "Pues bien, ya El-Kadí, ¿quién de entre nosotros es el embustero y quién el
verídico? ¡Loores a Alah! ¡Creo que estoy desagraviado de haber perpetrado el supuesto robo en
connivencia con la joven! Pero ¿qué has hecho tú de tu sabiduría y de tu jurisprudencia? ¿Y cómo, siendo
rico como lo eres, y nutrido en las leyes, has echado sobre tu conciencia el dar asilo a una pobre mujer
para engañarla, robándola y asesinándola tras de violentarla probablemente de la peor manera? ¡Por mi
vida! ése es un acto espantoso del que hay que dar cuenta sin tardanza a nuestro señor el sultán. Porque no
cumpliría con mi deber callándole la cosa; y como nada queda oculto, no dejaría de enterarse por otro
conducto; y con ello perdería yo a la vez mi plaza y mi cabeza".
Y el infortunado kadí, en el límite del asombro, permanecía de lante de mí con los ojos muy abiertos,
como si no oyera nada ni comprendiera nada de aquello. Y lleno de turbación y de angustia, seguía
inmóvil, semejante a un árbol muerto. Porque, como en su espíritu se había hecho la noche, ya no sabía
distinguir su brazo de recho de su brazo izquierdo, ni lo verdadero de lo falso. Y cuando estuvo un poco
repuesto de su atontamiento, me dijo: "¡Oh capitán Moin! se trata de un asunto oscuro que sólo Alah
puede comprender. ¡Pero si quieres no divulgarlo, no te arrepentirás!" Y así diciendo, se dedicó a
colmarme de consideraciones y miramientos. Y me entregó un saco que contenía tantos dinares de oro
como los que él había perdido. Y de tal suerte compró mi silencio y extinguió un fuego cu yos estragos
temía.
Entonces me despedi del kadí, dejándole aniquilado, y fui a dar cuenta del hecho a la joven, que me
recibió riendo, y me dijo: "¡Se guramente no sobrevivirá al golpe!". Y lo cierto ¡oh mi señor sultán! es que
no se pasaron tres días sin que llegara a mí la noticia de que el kadí había muerto por rotura de su bolsa
de la hiel. Y como no dejara yo de visitar a la joven para ponerla al corriente de lo que había pasado, las
servidoras me enteraron de que su señora acababa de marcharse con la hija del kadí a una propiedad que
poseía en el Nilo, cerca de Tantah. Y maravillado de todo aquello, sin llegar a comprender qué podrían
hacer juntas aquellas dos gacelas sin clarinete, hice lo posible por seguir sus huellas, pero sin lograrlo. Y
desde en tonces espero que un día u otro quieran ellas darme noticias suyas y esclarecer para mi espíritu
un asunto tan difícil de comprender.
Y tal es mi historia, ¡oh mi señor sultán! y tal es la aventura más singular que me ha ocurrido desde
que ejerzo las funciones con que me ha investido tu confianza".
Cuando el capitán de policía Moin Al-Din acabó este relato, avanzó entre las manos del sultán
Baibars un segundo capitán, y después de los deseos y los votos, dijo: "Yo ¡oh mi señor sultán! te contaré
tam bién una aventura personal, y que, si Alah quiere, dilatará tu pe cho". Y dijo:
Historia contada por el segundo capitán de policía
Has de saber ¡oh mi señor sultán! que, antes de aceptarme por esposo, la hija de mi tío (¡Alah la tenga
en Su misericordia!) me dijo: "¡Oh hijo del tío! si Alah quiere, nos casaremos; pero no podré tomarte por
esposo mientras no aceptes de antemano mis condiciones, que son tres, ¡ni una más, ni una menos!" Y
contesté: "¡No hay inconveniente! Pero ¿cuáles son?". Ella me dijo: "¡No tomarás nunca haschisch, no
comerás sandía y no te sentarás nunca en una silla!". Y contesté: "Por tu vida, ¡oh hija del tío! duras son
esas condiciones. Pero, tales como son, las acepto de corazón sincero, aunque no com prendo el motivo a
que obedecen". Ella me dijo: "Pues son así. ¡Y pueden tomarse o dejarse!" Y dije: "¡Las tomo, y de todo
corazón amistoso!".
Y se celebró nuestro matrimonio, y se realizó la cosa, y todo pasó como debía pasar. Y vivimos
juntos varios años en perfecta unión y tranquilidad.
Pero llegó un día en que mi espíritu anheló saber el motivo de las tres famosas condiciones relativas
al haschisch, a las sandías y a la silla; y me decía yo: "¿Pero qué interés puede tener la hija de tu tío en
prohibirte esas tres cosas cuyo uso en nada puede lesionarla? ¡Ciertamente, en todo esto debe haber un
misterio que me gustaría mucho aclarar!" Y sin poder ya resistir a las solicitudes de mi alma y a la
intensidad de mis deseos, entré en la tienda de uno de mis amigos, y por el pronto me senté en una silla
rellena de paja. Luego hice que me llevaran una sandía excelente, tras de tenerla en agua para que se
refrescara. Y después de comerla con delectación, absorbí un grano de haschisch en pasta, y emprendí el
vuelo hacia el ensueño y el placer tranquilo. Y me sentí perfectamente dichoso; y mi estómago era
dichoso a causa de la sandía; y a causa de la silla rellena, también era muy dichoso mi trasero, privado
del placer de las sillas durante tanto tiempo.
Pero ¡oh mi señor sultán! cuando volví a mi casa, aquello fué tremendo. Porque, no bien estuve en
presencia suya, mi mujer se echó el velo por el rostro, como si, en lugar de ser su esposo, no fuera yo
para ella más que un hombre extraño, y mirándome con ira y desprecio, me gritó: "¡Oh perro hijo de
perro! ¿es así como mantienes tus com promisos? ¡Vamos, sígueme! ¡Iremos a casa del kadí para arreglar
el divorcio!" Y yo, con el cerebro nublado todavía por el haschish, y con el vientre pesado aún a causa de
la sandía, y con el cuerpo des cansado por haber sentido debajo de mis nalgas, después de tanto tiempo,
una silla mullida, traté de ser audaz, negando mis tres fechorías. Pero aún no había esbozado el gesto de
la negación, cuando me gritó mi esposa: "Amordaza tu lengua, ¡oh proxeneta! ¿Vas a atreverte a negar la
evidencia? Apestas a haschisch, y mi nariz te huele. Te has atascado de sandía, y veo las huellas en tu
ropa. Y por último, has asentado tu sucio trasero de brea en una silla, y veo las señales en tu traje, en el
que ha dejado la paja rayas visibles hacia el sitio en que ha rozado con ella. ¡Así, pues, yo no soy ya
nada para ti, y tú no eres ya nada para mí...!
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 940ª noche
Ella dijo:
"...Y por último, has asentado tu sucio trasero de brea en una silla, y veo las señales en tu traje, en el
que ha dejado la paja rayas visibles hacia el sitio en que ha rozado con ella. ¡Así, pues, yo no soy ya
nada para ti, y tú no eres ya nada para mí!"
Y tras de hablar así, acabó de envolverse en sus velos, y me arras tró, a pesar de mi nariz, a casa del
kadí. Y cuando estuvimos en su presencia, le dijo: "¡Oh mi señor kadí! tu servidora está unida en legí timo
matrimonio con este hombre abyecto que se halla ante ti. Y antes de nuestro matrimonio, le impuse tres
condiciones esenciales que ha aceptado él durante cierto tiempo; pero hoy acaba de infringirlas. Así,
pues, como tengo derecho a ello, quiero cesar de ser su es posa a partir de este momento; y vengo a
pedirte el divorcio y a reclamar mi equipo y la pensión". Y el kadí quiso conocer las condi ciones. Y ella
se las detalló, añadiendo: "Pero este hijo de ahorcado se ha sentado en una silla, ha comido una sandía y
ha tomado haschisch". Y probó su aserto conmigo, que no me atrevía a negar la evidencia, y me limitaba
a bajar la cabeza confuso.
Entonces el kadí, que tenía buenos sentimientos y se apiadaba de mi estado, dijo a mi esposa, antes de
pronunciar sentencia: "¡Oh hija de gentes de bien! indudablemente, estás en tu derecho; pero debes ser
misericordiosa". Y como ella se sublevaba y escandalizaba y no quería escuchar ni oír nada, el kadí y
todos los presentes se pusieron a rogarle con insistencia que me perdonara por aquella vez. Y como
seguía siempre inexorable, acabaron por rogarle sencillamente que suspendiera su demanda de divorcio
para tomarse tiempo de reflexionar acerca de si, en vista de la unanimidad de los ruegos, no sería más
razonable aplazar por el momento su pretensión, sin perjuicio de lle varla a cabo otra vez en caso de
necesidad. Entonces mi esposa acabó por decir de mala gana: "Bueno, consiento en reconciliarme con él;
pero con la condición expresa de que el señor kadí halle respuesta a la pregunta que yo le haga".
Y el kadí dijo: "Con mucho gusto. Haz la pregunta, ¡oh mujer!" Y ella dijo: "Primero soy un hueso;
luego me convierto en nervio; luego soy carne. ¿Quién soy?". Y el kadí bajó la cabeza para meditar. Pero
por más que reflexionó acariciándose la barba, no dió con ello. Y acabó por encararse con mi esposa, y
le dijo: "¡Ualahí! hoy no puedo encontrar la solución de ese problema, porque estoy fatigado de mi larga
sesión de justicia. Pero te ruego que vengas aquí mañana por la mañana, y ya te contestaré, habiendo
tenido tiempo para consultar mis libros de jurisprudencia".
A continuación levantó la sesión de justicia, y se retiró a su casa. Y tan preocupado le tenía el
problema consabido, que ni siquiera pensó en probar la comida que acababa de servirle su hija, una
joven de catorce años y medio. Y dominado por su obsesión, se repetía a media voz: "Primero soy un
hueso; luego me convierto en nervio; luego soy carne. ¿Quién soy? Vaya, ¡ualahí! ¿quién soy? Sí, ¿quién
es? ¿Qué será?" Y revolvió todos sus libros de jurisprudencia, y obras de medicina, y gramática, y
tratados científicos, y en ninguna parte pudo encontrar la solución de aquel problema, ni la menor cosa
que de cerca o de lejos lograra resolverlo o encaminara a su explicación. Así es que acabó por exclamar:
"¡No, por Alah, renuncio a ello! jamás me ilus trará sobre el particular ninguna obra".
Y su hija, que le observaba y notaba su preocupación, le oyó pronunciar estas últimas palabras, y le
dijo: "¡Oh padre! me parece que estás preocupado y atareado. ¿Qué te ocurre, ¡por Alah sobre ti!? ¿Y
cuál es el motivo de su atareamiento y de tus preocupaciones?"
Y contestó él: "¡Oh hija mía! se trata de una cosa inexplicable, de un asunto sin resolver". Ella dijo:
"Explícamelo no obstante. Nada hay oculto para la ciencia del Altísimo". Entonces decidióse él a
contárselo todo y a exponerle el problema que le había propuesto mi joven esposa. Y ella se echó a reír,
y dijo: "¡Maschalah! ¿es ese el problema ir.soluble? Pero ¡oh padre! si es tan sencillo como el curso del
agua corriente. En efecto, la solución está clara, y se reduce a esto: por el vigor, la dureza y la
resistencia, el zib del hombre de quince a treinta y cinco años es comparable a un hueso; de treinta y
cinco a sesenta, a un nervio; y después de los sesenta, no es más que una piltrafa de carne sin propiedad
alguna".
Al oír estas palabras de su hija, el kadí se dilató y se esponjó, y dijo: "¡Loores a Alah, dispensador
de la inteligencia. Tú salvas mi honor, ¡oh hija bendita! e impides que se deshaga un buen matrimonio". Y
apenas fué de día, se levantó en el límite de la impaciencia, y corrió a la casa de las leyes, donde
presidía la sesión de justicia, y tras de una larga espera, por fin vió entrar a la mujer a quien esperaba, o
sea a mi esposa, y al esclavo que tienes delante, o sea yo mismo. Y después de las zalemas por una y otra
parte, mi esposa dijo al kadí: "¡Ya sidi! ¿te acuerdas de mi pregunta, y has resuelto el problema?" Y
contestó él: "¡El hamdú lilah! ¡Loor a Alah, que me ha iluminado! ¡Oh hija de gentes de bien! podías
haberme hecho una pregunta un poco más difícil, porque ésa está resuelta sin dificultad. Y todo el mundo
sabe que el zib del hombre de quince a treinta y cinco años es parecido a un hueso; de treinta y cinco a
sesenta, se torna semejante a un nervio; y después de los sesenta, no es más que un pedazo de carne sin
consecuencia".
Pero mi esposa, que conocía muy bien a la joven y estaba enterada de cuánta era su inteligencia,
adivinó lo que había pasado, y dijo al kadí con cierta burla: "No tiene más que catorce años y medio tu
hija; pero su cabeza tiene el doble o más. ¡Enhorabuena, enhorabuena! ¿a dónde irá a parar si sigue así?
¡Ualahí, muchas mujeres profesio nales no sabrían tanto! Tiene una disposición excelente para las cien -
cias, y está asegurado su porvenir".
Y a continuación me hizo seña de que abandonara la sala de las sesiones de justicia, dejando al kadí
pasmado, absorto y cubierto de con fusión, en presencia de toda la concurrencia, hasta el fin de sus días".
Y tras de hablar así, el segundo capitán de policía se retiró a su fila. Y el sultán Baibars le dijo: "Los
misterios de Alah son inson dables. ¡Esa historia es una historia asombrosa!". Entonces avanzó el tercer
capitán de policía, que se llamaba Ezz Al-Din, y después de besar la tierra entre las manos de Baibars,
dijo: "En cuanto a mí, ¡oh rey del tiempo! en el transcurso de mi vida no me ha ocurrido nada saliente que
merezca llegar a oídos de Tu Alteza. Pero, si me lo permites, te contaré una historia que, por muy
impersonal que sea, no es menos atrayente y prodigiosa. Pero hela aquí:
Historia contada por el tercer capitán de policía
"Has de saber ¡oh nuestro señor sultán! que la madre de tu esclavo sabía una porción de cuentos de
las edades antiguas. Y entre otras historias que le oí, me contó un día ésta:
Había una vez en una comarca cercana al mar salado, un pescador que estaba casado con una mujer
muy hermosa. Y esta hermosura le hacía dichoso; y también él la hacía dichosa a ella. Y el tal pescador
bajaba todos los días a pescar, y vendía el pescado, cuya venta le producía lo justo para mantenerse
ambos. Pero un día cayó enfermo, y transcurrió la jornada sin que tuviesen qué comer. Así es que al día
siguiente le dijo su esposa: "¡Bueno! ¿no vas a ir hoy de pesca? Entonces ¿de qué vamos a vivir? Anda,
no hagas más que levantarte; y como estás cansado, yo llevaré en lugar tuyo la red de pescar y el cesto. Y
en ese caso, aunque no cojamos más que dos peces, los ven deremos y tendremos cena". Y el pescador
dijo: "¡Está bien!". Y se levantó, y su mujer echó a andar detrás de él con el cesto y la red de pescar. Y
llegaron a la orilla del mar, a un paraje abundante en pescado, que estaba al pie del palacio del sultán.
Y he aquí que aquel día precisamente el sultán estaba asomado a la ventana y miraba al mar. Y divisó
a la hermosa mujer del pesca dor, y recreó en ella sus ojos, y se enamoró de ella en el mismo mo mento. Y
en el acto llamó a su gran visir, y le dijo: "¡Oh visir mío! acabo de ver a la mujer de ese pescador que
está ahí, y estoy prendado de ella apasionadamente, porque es hermosa y no tiene quien la iguale de cerca
ni de lejos en mi palacio". Y el visir contestó: "Se trata de un asunto delicado, ¡oh rey del tiempo! ¿Qué
vamos a hacer, pues?" Y el sultán contestó: "No hay que vacilar; es preciso que hagas prender al
pescador por los guardias de palacio, y que le mates. Entonces yo me casaré con su mujer".
Y el visir, que era hombre juicioso, le dijo: "No es lícito que le mates sin delito por parte suya, pues
la gente hablará mal de ti. Se dirá, por ejemplo: "El sultán ha matado a ese pobre pescador a causa de su
mujer". Y el rey contestó al visir: "¡Es verdad, ualahí! ¿Qué tengo que hacer, pues, para satisfacer mi
deseo con esa hermosa sin par?" Y el visir dijo: "Puedes conseguir tu pro pósito por medios lícitos. Ya
sabes, en efecto, que la sala de audiencias del palacio tiene una fanega de larga y una fanega de ancha.
Por tanto, vamos a hacer venir al pescador a la sala, y yo le diré: "Nuestro señor el sultán quiere poner
una alfombra en esta sala. Y la alfombra ha de ser de una pieza. Si no la traes te mataremos". De esta
manera, su muerte tendrá un motivo. Y no se dirá que fué por culpa de una mujer". Y el sultán contestó:
"Bueno".
Entonces el visir se levantó y envió a buscar al pescador. Y cuando llegó éste, le cogió y le llevó a la
sala consabida, en presencia del sultán, y le dijo: "¡Oh pescador! nuestro amo el rey quiere que le pongas
en esta sala, de una fanega de larga y otro tanto de ancha, una al fombra que sea de una pieza. Para ello te
da un plazo de tres días, al cabo de los cuales, si no traes la alfombra, te achicharrará al fuego. Extiende,
pues, un contrato en este papel, y formalízalo con tu sello".
Al oír estas palabras del visir, el pescador contestó: "Está bien. Pero ¿acaso soy yo un vendedor de
alfombras? Soy un vendedor de peces. Pídeme peces de todos los colores y de diferentes variedades, y te
los traeré. Pero, lo que es las alfombras, no me conocen, ¡por Alah! y yo no las conozco a ellas, y ni
siquiera conozco su olor ni su color. Respecto a los peces, me comprometeré, y sellaré el contrato".
Pero el visir contestó: "Es inútil que argumentes con palabras ociosas. Lo ha ordenado el rey". Y dijo
el pescador: "Así, ¡por Alah! puedes exigirme cien sellos, y no un sello, desde el momento en que se me
toma por proveedor de alfombras". Y golpeó sus manos una contra otra, y salió del palacio, y se marchó
en pos de su mujer, muy enfadado.
Y al verle de aquel modo, su mujer se preguntó: "Por qué estás en fadado". El contestó: "Calla. Y sin
hablar más, levántate y recoge la poca ropa que poseemos, y huyamos de este país". Ella preguntó: "¿Por
qué?" El contestó: "Porque el rey quiere matarme dentro de tres días". Ella dijo: "Pero ¿por qué?" El
contestó: "¡Quiere de mí una alfombra de una fanega de larga y de una fanega de ancha para la sala de su
palacio!" Ella preguntó: "¿No es nada más que eso?" El contestó: "Nada más". Ella dijo: "Está bien.
Duerme tranquilo, que mañana yo te traeré la alfombra consabida, y la extenderás en la sala del rey".
Entonces dijo él: "¡No me faltaba más que eso! Buenos estamos ahora. ¿Te has vuelto tan loca como el
visir, ¡oh mujer! o acaso somos mer caderes de alfombras?" Pero ella contestó: "¿Quieres ahora misma la
alfombra? Porque te indicaré el sitio donde puedes encontrarla y traerla aquí". El dijo: "Sí, prefiero que
lo hagas en seguida para estar seguro. De ese modo podré dormir tranquilo". Ella dijo: "Siendo así, ¡oh
hombre! yalah, levántate y ve a tal paraje, cercano a los jardines. Allí encontrarás un árbol torcido,
debajo del cual hay un pozo. Y te incli narás sobre ese pozo y mirarás adentro, y gritarás: "Tu querida
amiga te envía la zalema por mediación mía, Y te encarga que me entregues para que yo se lo dé, el huso
que ayer dejó olvidado en tu casa con las prisas por volver a la suya antes de que se hiciese de noche,
porque queremos amueblar y alfombrar una habitación por medio de ese huso". Y el pescador dijo a su
mujer: "Está bien".
Sin tardanza fué Pues al pozo consabido que estaba debajo del árbol torcido, miró al fondo, y gritó:
"Tu querida amiga te envía la zalema por mediación mía, te encarga que me entregues el huso que dejó
olvidado en tu casa, porque queremos amueblar una habitación por medio de ese huso".
Entonces la que estaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!- le contestó, diciendo: "¿Acaso puedo
rehusar algo a mi querida amiga? ¡Toma, aquí tienes el huso! y ve a amueblar y alfombrar la habitación a
tu gusto, valiéndote de él. Luego me lo traerás aquí". El dijo: "Está bien". Y cogió el huso que vió salir
del pozo, se lo echó al bolsillo, y tomó el camino de su casa, diciéndose: "Esa mujer me ha vuelto tan
loco como ella". Y continuó su camino, y llegó al lado de su mujer, y le dijo: "¡Oh hija del tío! ¡Aquí
traigo el huso!"
Ella le dijo: Está bien. Vete ahora a buscar al visir que quiere tu muerte, Y dile: "¡Dame un clavo
grande!" Y te dará un clavo, y lo clavarás en un extremo de la sala, atarás a él el hilo de este huso, ¡y
extenderás la alfombra con arreglo al largo y al ancho que quieras!" Y el pescador prorrumpió en
exclamaciones, diciendo: "¡Oh mujer! ¿quieres que antes de mi próxima muerte las gentes se rían de mi
razón y se burlen de mí, tomándome por loco? ¿Acaso hay dentro de este huso una alfombra de una
fanega?" Ella le dijo, enfadada: "¿Quieres marcharte cuanto antes, o no quieres? Calla, ¡oh hombre! y
limítate a hacer lo que te he dicho". Y el pescador fué a palacio, con el huso, diciéndose: "No hay recurso
ni fuerza más que en Alah el Omnisciente. ¡Ha llegado ¡oh pobre! el último día de tu vida...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 941ª noche
Ella dijo:
¡...Ha llegado, ¡oh pobre! el último día de tu vida!" Y fué en busca del rey y del visir. Y éste le dijo,
mirando en derredor: "¿Dónde está la alfombra, ¡oh pescador!?" Y él contestó: "¡Aquí la tengo!" Ellos
preguntaron: "¿Dónde?" El les dijo: "¡Aquí, en mi bolsillo!" Y se echaron ellos a reír, diciendo: "¡He ahí
un individuo que quiere divertirse antes de su muerte!" Y el visir le preguntó: "¿Acaso una alfombra de
una fanega es una pelota para niños que se pueda meter en el bolsillo?".
El pescador replicó: "¿Qué os importa eso? Si me pedís una alfombra y os la traigo, nada tenéis que
recla marme. Así, pues, en vez de reírte de mí, levántate, ¡oh visir! y tráeme un clavo grande. ¡Y la
alfombra aparecerá ante vosotros en esta sala!"
Entonces se levantó el visir, riendo de la locura del pescador, cogió el clavo, y dijo al oído del
portaalfanje: "¡Oh portaalfanje! quédate a la puerta de la sala. Y como el pescador, cuando yo le entregue
el clavo, no va a poder alfombrar la sala como deseo, sacarás el sable, sin esperar otra orden mía, y de
un tajo harás volar su cabeza". Y el portaalfanje contestó: "¡Está bien!" Y el visir entregó el clavo al
pescador, diciéndole: "Haznos ver la alfombra ahora".
Entonces el pescador clavó el clavo en un extremo de la sala, ató a él la punta del hilo del huso, y dió
vuelta al huso, diciéndose: "Devana mi muerte, ¡oh maldito!". Y he aquí que se extendió y se desenrolló a
lo largo de la sala, en todos sentidos, una alfombra magnífica que no tenía igual en el palacio. Y el rey y
el visir se miraron asombrados durante una hora de tiempo, mientras el pescador permanecía tranquilo,
sin decir nada. Luego el visir guiñó un ojo al rey con aire de sufi ciencia, y se encaró con el pescador y le
dijo: "El rey está contento, y te dice: "Está bien". Pero aún te pide otra cosa". El pescador dijo: "¿Y qué
cosa es ésa?" El visir contestó: "El rey te pide y exige de ti que le traigas un niño. Y ese niño no debe
tener más que ocho días de edad. Y tiene que contar a nuestro amo el rey una historia. ¡Y la tal historia ha
de empezar con una mentira y terminar con una mentira!"
Y el pescador, al oír aquello, dijo al visir: "¿Nada más que eso? ¡Por Alah! no es mucho pedir. Sin
embargo, hasta ahora no sabía yo que los niños de ocho días pudieran hablar, y hablar para contar histo -
rias que empiecen con una mentira y terminen con una mentira, aunque estos niños sean hijos de efrits". Y
el visir contestó: "¡Calla! La palabra y el deseo del rey han de cumplirse. Te damos para ello un plazo de
ocho días, al cabo de los cuales, si no traes al niño en cuestión, pro barás la muerte roja. Escribe, pues,
que te comprometes a hacerlo, y pon tu sello". Y dijo el pescador: "Está bien; toma mi sello, ¡oh visir!
Sella tú mismo en mi nombre, porque yo no sé. Yo únicamente sé re mendar mi red. ¡Está entre tus manos
para que hagas con él lo que quieras, y sella cien veces en lugar de una! ¡En cuanto al niño, Alah el
Generoso proveerá!" Y el visir tomó el sello del pescador y selló el compromiso consabido.
Y el pescador recogió su sello, y se marchó enfadado.Y llegó a casa de su mujer, y le dijo:
"¡Levántate y huyamos de este país! Ya te lo dije, y no quisiste escucharme.
¡Levántate, porque yo me voy!" Ella le dijo: "¿Por qué? ¿Por qué razón? ¿Es que la alfombra no ha
salido del huso?" El contestó: "Ha salido. Pero ese proxeneta, ese visir de mi trasero, ese hijo de perro,
me pide ahora un niño de ocho días de edad que cuente una historia; y esa historia ha de componerse de
mentira sobre mentira y sobre mentira. Y se han avenido a darme para ello un plazo de ocho días". Y su
mujer le dijo: "Está bien. Pero no te enfades, ¡oh hombre! ¡Todavía no han transcurrido los ocho días, y
hasta entonces tenemos tiempo de pensar en ello, y de encontrar la puerta de salvación!"
En la mañana del octavo día, el pescador dijo a su mujer: "¿Te has olvidado del niño que hay que
llevar? ¡Hoy finaliza el plazo!" Ella dijo: "Está bien. Ve al pozo que conoces, el que está debajo del
árbol torcido. Empezarás por devolver el huso a la que habita en el pozo, y por darle las gracias
amablemente. Luego le dirás: "Tu querida amiga te envía la zalema y te ruega que le prestes el niño que
ha nacido ayer, porque tenemos necesidad de él para una cosa".
Al oír estas palabras, el pescador dijo a su esposa: "¡Ualahí! no conozco a nadie tan estúpido y tan
loco como tú, a no ser ese visir de brea. Porque, ¡oh mujer! el visir me reclama un chico de ocho días, ¡y
tú llegas a más ofreciéndome facilitarme un niño de un día que sepa hablar con elocuencia y contar
historias!" Ella contestó: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Limítate a hacer lo que te he dicho!" Y
ex clamó él: "Está bien. Ha llegado el último día de mi vida sobre la tierra".
Y salió de su casa y anduvo hasta llegar al pozo. Y añadió: "Tu querida amiga te envía la zalema y te
ruega que le des el niño de un día, porque tenemos necesidad de él para una cosa. ¡Pero date prisa, pues,
si no, mi cabeza va a volar de mis hombros!" Entonces la que habitaba en el pozo -¡sólo Alah la conoce!-
contestó: "¡Aquí está, tómale!" Y el pescador cogió al niño de un día que le ofrecían, mien tras la que
habitaba en el pozo le decía: "¡Pronuncia sobre él la fórmula contra el mal de ojo!" Y el pescador,
cogiéndole, pronunció el bismilah, diciendo: "¡Bismilah errahmán errahim!"
Y se marchó con él en brazos. Y por el camino se dijo: "Pero ¿es que hay niños, aunque sean de
treinta días, y no de un día como éste, que sepan hablar y contar historias, incluso siendo hijos de los más
asombrosos efrits?" Luego, para cerciorarse acerca del particular, se dirigió al niño de mantillas que
llevaba en sus brazos, y le dijo: "¡Vamos, hijo mío, háblame un poco para que yo vea y me cerciore de si
es hoy el día de mi muerte!" Pero el niño, al oír el vozarrón del pescador, tuvo miedo y contrajo la cara y
el vientre, e hizo como todos los niños pequeños, o sea que se echó a llorar, haciendo muecas horribles y
meándose hasta más no poder.
Y el pescador llegó todo mojado y enfadado a casa de su mujer, y le dijo: "Ya traigo el niño. ¡Alah
me proteja! ¡A llorar y a mear se reduce lo que sabe hacer el hijo de perro! ¡Mira en qué estado me ha
puesto!" Pero ella le dijo: "¡No te metas en lo que no te importa! ¡Ruega por el Profeta, ¡oh hombre! y haz
lo que te digo! Ve a llevar sin tardanza este niño al rey. Y ya verás si sabe hablar o si no sabe. ¡Pero has
de pedir para él tres almohadones, y le pondrás en medio del diván, y le sostendrás con esos
almohadones, co locándole uno al lado derecho, otro al lado izquierdo y otro a la es palda! ¡Y ruega por el
Profeta!"
Y él contestó: "¡Con El la plegaria y la paz!" Luego, con el recién nacido en brazos, se marchó en
busca del rey y del visir.
Cuando el visir vió llegar al pescador con aquel niño pequeño de mantillas, se echó a reír, y le dijo:
"¿Es éste el niño?" Y el pescador contestó: "Sí". Y el visir se encaró con el niño, y le dijo con la voz que
se saca para hablar a los pequeñuelos: "¡Hijo mío!" Pero el niño, en vez de hablar, contrajo la nariz y la
boca, y empezó a hacer "¡Hua! ¡hua!" Y el visir fué muy contento a ver al rey, y le dijo: "He hablado al
niño; pero no ha contestado, y se ha limitado a llorar y a hacer "¡Hua! ¡hua!" Lo cual es el fin de la vida
del pescador. Pero la prueba sólo debe hacerse ante la asamblea de visires, emires y notables, pues les
leeré las cláusulas del contrato que hemos hecho con el pes cador, y después le mataremos. ¡Y entonces
podrás disfrutar de la hermosa, sin que la gente tenga derecho a hablar de ti!"
Y dijo el rey: "Perfectamente, ¡oh visir!" Y entraron ambos en la sala; y se congregaron emires y
funcionarios. Y se hizo entrar al pescador; y el visir leyó delante de él y delante de todos los presentes el
contrato sellado, y dijo: "Ahora, ¡oh pescador! trae al niño que va a hablar nos".
Y dijo el pescador: "¡Que me den primero tres almohadones, y luego hablará el niño!" Y le llevaron
los tres almohadones; y el pes cador puso al niño en medio del diván y le apoyó en los tres almoha dones.
Y el rey preguntó al pescador: "¿Es éste el niño que va a contarnos la historia compuesta de mentira
sobre mentira y sobre mentira?"
Y he aquí que, sin que el pescador tuviese tiempo para replicar, el niño de un día contestó: "Ante
todo, sea contigo la zalema, j oh rey!" Y los visires y los emires y todos los demás se asombraron pro -
digiosamente del niño. Y el rey, tan asombrado como todos los pre sentes, devolvió al niño su saludo, y le
dijo: "¡Cuéntanos, Avispado, esa historia que es una confitura de mentiras!" Y el niño le contestó,
diciendo: "¡Hela aquí! Una vez, cuando yo estaba en la fuerza de la juventud, andando fuera de la ciudad
por los campos, en la época del calor, me encontré a un vendedor de sandías; y como tenía mucho calor y
mucha sed, compré una sandía por un dinar de oro. Y cogí la sandía y corté una raja, que me comí y me
refrescó. Luego, al mirar al interior de la sandía, vi allí una ciudad con su ciudadela. Entonces, sin
vacilar, me lavé los pies uno tras de otro, y me metí en la sandía. Y empecé a pasear por allá dentro,
mirando en torno mío las tiendas y las casas y los habitantes de aquella ciudad, contenida en la sandía. Y
seguí caminando de tal suerte hasta llegar al campo. Y vi allí una pal mera que tenía unos dátiles de una
vara de largo cada uno. Así es que mi alma, que deseaba aquellos dátiles, me impulsó con violencia a
ellos, y no pude resistir a sus apremios; y me subí a la palmera para coger uno o dos o tres o cuatro
dátiles; y comérmelos. Pero en la palmera me encontré con unos felahs que sembraban semillas en la pal -
mera, y segaban las espigas, en tanto que otros felahs trillaban trigo y lo desgranaban. Y caminando un
poco más por la palmera, me encon tré con un individuo que batía huevos en una era, y miré más atenta -
mente y vi que de todos los huevos batidos en la era salían polluelos. Y los gallitos se iban por un lado y
las pollitas por otro. Y me quedé allí mirándolos, y vi que crecían a ojos vistas. Entonces casé a los
gallitos con la pollitas, dejándolos juntos tan contentos, y me marché a otra rama de la palmera. Y allí me
encontré un burro que llevaba pasteles de sésamo; y como precisamente mi alma enloquecía por los
pasteles de sésamo, cogí uno de aquellos pasteles y me lo tragué en dos o tres bocados. Y cuando me lo
comí, alcé los ojos, y me encontré fuera de la sandía. Y la sandía se cerró y volvió a quedar tan entera
como antes. ¡Y ésta es la historia que tenía que contaros!"
Cuando el rey oyó estas palabras del recién nacido en mantillas, le dijo: "Vaya, vaya, ¡oh jeique de
los embusteros y corona suya! ¡Vaya, vaya, con el Avispado! ¡He aquí un tejido de falsedades!
¿Verdaderamente piensas que hemos creído ni una sola palabra de esa historia diabólica? ¡Ay, ualah!
¿Desde cuándo, por ejemplo, con tienen ciudades las sandías? ¿Y desde cuándo los huevos, después de
batirlos en una era, producen pollos? ¡Confiesa, Avispado, que todo eso es una sarta de mentiras tras de
mentiras!" Y el niño contestó: "¡No lo niego! ¡Pero tampoco tú ¡oh rey! deberías negar ni ocultar tus
sentimientos con respecto a este pobre pescador, a quien quieres matar únicamente para quitarle su
hermosa mujer, a la que has visto en la playa! ¿No te da vergüenza ante el rostro de Alah, que nos ve,
desear, siendo rey y sultán, lo que no te pertenece, y robar el bien de un prójimo tuyo menos rico y menos
poderoso, como lo es este pobre pescador? Por Alah y los méritos del Profeta (¡con Él la ple garia y la
paz!) juro que, si en esta hora y en este instante no dejas tranquilo a este pescador y no desistes de tus
malas intenciones con respecto a su mujer, haré desaparecer tu rastro y el de tu visir por la tierra de los
hombres, de modo que ni las moscas puedan encontraros".
Y tras de hablar así con una voz aterradora, el niño de mantillas dejó a todo el mundo poseído de
asombro, y dijo al pescador: "Ahora, tío mío, cógeme y llévame fuera de aquí, a tu casa". Y el pescador
cogió al recién nacido de un día, al Avispado, y sin que le molestara nadie, salió del palacio y se fué tan
contento a casa de su mujer. Y cuando ella se enteró de lo que tenía que enterarse, le dijo: "Tienes que ir
sin tardanza a dejar el niño donde lo cogiste. ¡Y no dejes de transmitir mi zalema y mi agradecimiento a
mi querida amiga, y pre gúntale por su salud!" Y dijo el pescador: "¡Está bien!" E hizo lo que ella le había
dicho que hiciera. Después de lo cual, volvió a su casa y se dedicó a sus abluciones y a la plegaria, y
verificó la cosa acostumbrada con su hermosa mujer. Y desde entonces, juntos vivie ron dichosos y
prósperos.
¡Y he ahí lo que les aconteció!"
Y cuando acabó de contar así esta historia, el tercer capitán de policía volvió a su puesto, y el sultán
Baibars dijo: "¡Qué historia tan admirable! ¡Lástima ¡oh capitán Ezz Al-Din! que no nos hayas dicho lo
que en los días siguientes sucedió entre el rey y el pescador!" Entonces avanzó el cuarto capitán de
policía, que se llamaba Mohii Al-Din. Y dijo: "¡Yo, ¡oh rey! si me lo permites, te contaré la continuación
de esa historia, que es mucho más asombrosa que su princi pio!" Y dijo el sultán Baibars: "¡Claro que te
lo permito, y de todo corazón y de muy buena gana!"
Entonces dijo el capitán Mohii Al-Din:
Historia contada por el cuarto capitán de policía
"Has de saber, pues, ¡oh rey del tiempo! que gracias a la bendi ción, el pescador y su hermosa mujer
tuvieron un niño varón. Y sus padres llamaron a aquel niño varón Mohammad el Avispado, en re cuerdo
del chico de mantillas que un día les sacó de apuros. Y aquel niño era tan hermoso como su madre.
Y el sultán tenía también un hijo de la edad del hijo del pescador; pero estaba aquejado de fealdad, y
su color era el color de los hijos de felahs.
Ambos niños iban a la misma escuela para aprender a leer y a escribir. Y cuando el hijo del rey, que
era un perezoso inferior, veía al hijo del pescador, que era un estudioso superior, le decía: "¡Hola, sea
dichosa tu mañana, hijo del pescador!" Y le llamaba así para humillarle. Y Mohammad el Avispado
contestaba: "¡Y sea dichosa tu mañana, ¡oh hijo del sultán! y blanquee tu rostro, que está tan negro como
las correas de los zuecos viejos!" Y ambos niños continuaron así yendo juntos a la escuela en el
transcurso de un año, saludándose siem pre de aquella manera. Así es que, por fin, el hijo del sultán,
enfadado, fué a contar la cosa a su padre, diciéndole: "El hijo del pescador, ese perro, me devuelve todos
los días la zalema diciéndome: "Tienes la cara tan negra como las correas de los zuecos viejos".
Entonces el sultán se enfadó; pero como, en vista de lo pasado, no se atrevía a castigar por sí mismo
al hijo del pescador, llamó al jeique maestro de escuela, y le dijo: "¡Oh jeique! si quieres matar al niño
Mohammad, el hijo del pescador, te haré un buen regalo, y te daré mujeres concubinas y hermosas
esclavas blancas". Y el maestro de escuela se regocijó y con testó: "Estoy a tus órdenes, ¡oh rey del
tiempo! ¡Todos los días daré una paliza al niño, hasta que se muera con ese régimen!"
Así es que, cuando al día siguiente Mohammad el Avispado fué a la escuela a leer el Korán, el
maestro de escuela dijo a los colegiales: "¡Traed el instrumento de dar palizas y echad en el suelo al hijo
del pescador!" Y los colegiales, como de costumbre, se apoderaron de Mohammad y le echaron en el
suelo, y pusieron los pies en el tornillo de madera. Y el maestro de escuela cogió el vergajo y empezó a
pegar al chico en la planta de los pies hasta que le brotó sangre y se le hin charon los pies, y las piernas.
Y le dijo: "Inschalah, mañana continua ré, ¡oh cabeza dura!" Y el chico, en cuanto le libraron del instru -
mento de tortura, huyó de la escuela, echando a correr a toda prisa. Y fué a casa de su padre y de su
madre, y les dijo: "¡Mirad! el jeique de la escuela me ha pegado hasta dejarme medio muerto, por culpa
del hijo del sultán. No iré más a la escuela, y quiero ser pescador como mi padre".
Y su padre le dijo: "Está bien, hijo mío". Y se levantó, y le dió una red y un cesto, y le dijo: "Toma,
ahí tienes los utensilios de pesca. Y ve a pescar mañana, aun cuando no ganes lo que necesitas para
vivir".
Y al día siguiente, por la aurora, el mozalbete Mohammad fué a echar la red al mar. Pero no cayó en
la red más que un salmonete pequeño. Y Mohammad retiró la red, y se dijo: "Voy a asar este sal monete en
sus propias escamas, y a comérmelo de almuerzo". Fué, pues, a coger algunas hierbas secas y trozos de
leña, les prendió fuego, y puso el salmonete a asar en la lumbre.
Entonces el salmonete abrió la boca y le dirigió la palabra, diciéndole: "¡No me quemes, va Mo -
hammad! Soy una reina entre las reinas del mar. ¡Vuélveme al agua en donde estaba, y te seré útil en
épocas de desgracia, y vendré en tu ayuda en los días de necesidad!"
Y él dijo: "Está bien". Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo referente a él...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 942ª noche
Ella dijo:
"...Y devolvió al mar el salmonete consabido. ¡Y esto es lo re ferente a él!
Pero, respecto al rey, es el caso que, al cabo de dos días, llamó al maestro de escuela y le preguntó:
"¿Has matado a Mohammad, el chico del pescador?" Y el maestro de escuela contestó: "Le di una paliza
el primer día, hasta que se desmayó. Entonces se marchó y no ha vuelto. Y al presente es pescador como
su padre". Y el rey le despidió y le dijo: "Vete, ¡oh hijo de perro! ¡Maldito sea tu padre, y que tu hija se
case con un cochino!"
Tras de lo cual llamó a su visir, y le dijo: "No ha muerto el niño. ¿Qué vamos a hacer?" Y el visir
contestó al rey: "¡Ya daré yo con algún medio para lograr su muerte!" Y el rey le preguntó: "¿Cómo vas a
arreglarte para lograr su muerte?" El visir contestó: "Conozco a una joven muy hermosa, hija del sultán
de la Tierra Verde. Esa tierra está de aquí a una distancia de siete años de viaje. Vamos a hacer venir al
hijo del pescador, y le diré: "Nuestro amo el sultán tiene de ti muy buen concepto, y cuenta con tu
valentía. Es preciso, pues, que vayas a la Tierra Verde y te traigas a la hija del sultán de ese país, porque
nuestro amo el rey quiere casarse con ella, y nadie, excepto tú, podría traer a esa princesa". Y el rey
contestó al visir: "Está bien; manda llamar al niño".
Entonces el visir hizo ir, a despecho de su nariz, al joven Moham mad, y le dijo: "Nuestro amo el
sultán desea enviarte a que le traigas a la hija del sultán de la Tierra Verde". Y el niño contestó: "¿Y des -
de cuándo conozco yo el camino de ese país?" El visir dijo: "Pues tienes que obedecer". Entonces el niño
salió enfadado, y fué a casa de su madre a contarle la cosa. Y su madre le dijo: "Ve a pasear tu pena a
orillas del río, junto a su embocadura en el mar, y tu pena se disipará sola". Y el pequeño Mohammad fué
a pasear su pena a orillas del mar, junto a la embocadura del río.
Y mientras él caminaba de un lado a otro, enfadado, salió del mar el salmonete de antes, y fué en
dirección suya, saludándole. Y le dijo: "¿Por qué estás enfadado, Mohammad el Avispado?" El contestó:
"No me interrogues, porque la cosa no tiene remedio". Y el pez le dijo: "El remedio está entre las manos
de Alah. ¡Habla!" El niño dijo: "Fi gúrate, ¡oh salmonete! que el visir de brea me ha dicho: "Es preciso
que vayas a buscar a la hija del sultán de la Tierra Verde".
Y el salmonete le dijo: "Está bien. Ve al rey, y dile: "Voy a ir a buscar a la hija del sultán de la Tierra
Verde. Pero para ello es necesario que hagas que me construyan una dahabieh de oro. Y es preciso que el
oro se tome de la fortuna de tu visir".
Y el pequeño Mohammad fué a decir al rey lo que el salmonete le había dicho. Y el rey no pudo por
menos de hacer que construyeran la dahabieh a costa de la fortuna del visir y a despecho de su nariz. Y el
visir por poco se muere de rabia reconcentrada. Y Mohammad subió en la dahabieh de oro, y partió
remontando el río.
Y su amigo el salmonete iba delante de él enseñándole el camino y conduciéndole entre la vegetación
del río y los ríos interiores, hasta que al fin llegó a la Tierra Verde. Y Mohammad el Avispado despachó
para la ciudad un pregonero que gritase: "Cualquiera, sea mujer, hombre, niño, joven o viejo, puede bajar
a la orilla del río para mirar la dahabieh de oro que tiene Mohammad el Avispado, hijo del pescador".
Entonces, todos los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, hombres y mujeres, bajaron y miraron la
dahabieh de oro. Y allí se quedaron mirándola ocho días enteros. Y la hija del rey no pudo tam poco
reprimir su curiosidad, y pidió permiso a su padre, diciendo: "Quiero ir, como los demás, a mirar la
dahabieh". Entonces el rey consintió en la cosa, y con anticipación hizo pregonar por toda la ciudad que
nadie ni hombre ni mujer, debía salir de su casa aquel día, ni pasearse por el lado del río, pues la
princesa iba a ver la dahabieh.
A la sazón, la hija del rey fué a la ribera a mirar la hermosa dahabieh de oro. Y preguntó por señas al
Avispado si podía entrar para verla también por dentro. Y como Mohammad le hizo con la cabeza y con
los ojos una seña que significaba que sí, ella subió a la dahabieh y se dedicó a visitarla. Entonces
Mohammad el Avispado, viéndola distraída, dió vuelta sin ruido a la clavija de la dahabieh y al timón, y
puso a la dahabieh en marcha, y partió.
Cuando la hija del sultán de la Tierra Verde acabó su visita, quiso salir, alzó los ojos, y vió la
dahabieh en marcha, muy lejos ya de la ciudad de su padre. Y dijo al amigo del salmonete: "¿Adónde me
llevas, Avispado?" El contestó: "Te llevo al palacio de un rey para que se case contigo". Ella le dijo:
"¿Será, por ventura, ese rey más hermoso que tú, Avispado?" El contestó: "No lo sé. Pronto lo vas a ver
tú misma con tus propios ojos". Entonces ella se sacó una sortija del dedo y la tiró al río. Pero allí estaba
el salmonete, que cogió la sortija y la guardó en su boca, abriéndole camino. Luego ella dijo al
Avispado: "No me casaré más que contigo. Y quiero entregarme a ti libremente".
Y el joven Mohammad le dijo: "Está bien". Y la tomó con su virginidad. Y gozó de ella sobre el agua.
Y cuando llegaron al punto de destino, Mohammad, el hijo del pescador, fué a ver al rey y le dijo:
"Heme aquí. He traído a la hija del sultán de la Tierra Verde. Pero dice ella que no saldrá de la da habieh
mientras no le alfombres el camino con tapices de seda verde, sobre los cuales caminará para venir a tu
palacio. Y ya verás enton ces cuán graciosamente anda". Y el rey le dijo: "Está bien". Y mandó comprar, a
costa de la fortuna de su visir y a despecho de su nariz, todos los tapices de seda verde que había en el
zoco de los tapices, y los mandó extender por tierra hasta la dahabieh.
Entonces la princesa de la Tierra Verde salió de la dahabieh, y caminó por los tapices de seda,
vestida de verde y contoneándose de un modo que arrebataba la razón. Y el rey la vió, la admiró y se
que dó enamorado de su belleza. Y cuando entró ella en el palacio, le dijo:
"Voy a hacer extender esta misma noche mi contrato de matrimonio contigo". Y la joven le dijo
entonces: "Está bien. Pero si quieres ca sarte conmigo, devuélveme la sortija que se me cayó del dedo en
el río. Y después haremos el contrato y te casarás conmigo".
Y he aquí que el salmonete le había dado aquella sortija a su amigo Mohammad el Avispado, hijo del
pescador.
Y el rey llamó al visir, y le dijo: "Escucha. A esta dama se le ha caído del dedo, en el río, una sortija.
¿Qué haremos ahora? ¿Y quién podrá devolvérnosla?" Y el visir contestó: "¡Y quién va a poder de -
volverla más que Mohammad, el hijo del pescador, ese maldito, ese efrit!"
Claro es que no hablaba así más que para hacer caer al mozo en una trampa sin salida. Así es que el
rey mandó buscarle a toda prisa. Y cuando llegó el niño le dijeron: "A esta dama se le ha caído una
sortija en el río. Y nadie, excepto tú, podrá traerla". El les dijo: "Está bien. Tomad, aquí está la sortija".
Y el rey cogió la sortija, y fué a llevársela a la joven de la Tierra Verde, y le dijo: "¡Toma, aquí tienes
tu sortija, y hagamos esta noche el contrato de matrimonio". Ella dijo: "Pero en mi país, cuando una joven
va a casarse, hay una costumbre".
El dijo: "Está bien. Dímela". Ella dijo: "Se abre un foso desde la casa de la novia hasta el mar, se le
llena de leños y haces y se le prende fuego. Y el novio se arroja al fuego, y camina por él hasta el mar,
donde toma un baño, para ir entonces en dirección a casa de su novia. Y de tal suerte queda puri ficado
por el fuego y por el agua.. .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 943ª noche
Ella dijo:
"...Y de tal suerte queda purificado por el fuego y por el agua. Y a eso se reduce la ceremonia del
contrato de matrimonio en mi país".
Entonces el rey, que estaba prendado de la hermosa, ordenó abrir el foso consabido, lo llenó de leños
y de haces, y llamó a su visir, al que dijo: "Prepárate a andar mañana conmigo por ahí encima".
Y al día siguiente, cuando llegó el momento de prender fuego a aquel canal de leña, el visir dijo al
rey: "Mejor será que se arroje primero Mohammad, el hijo del pescador, para ver qué pasa. Si sale sano
y salvo de ese fuego, podremos entonces arrojarnos también nosotros". Y él dijo: "Está bien".
Y he aquí que, entretanto, el salmonete había saltado a la dahabieh de su amigo y le había dicho:
"Avispado: si el rey te llama y te dice: "¡Tírate a este fuego!", no tengas miedo, sino tápate las orejas y
pro nuncia la fórmula preservadora: "En el nombre de Alah el Clemente sin límites, el Misericordioso".
Luego tírate resueltamente al canal dei fuego".
Y el rey hizo prender fuego a los leños y haces. Y llamaron a Mohammad, y le dijeron: "Tírate al
fuego y camina por él, hasta el mar, porque para eso eres el Avispado".
El niño les contestó: "¡Por encima de mi cabeza y de mis ojos! ¡ a vuestras
órdenes!" Y se tapó los oídos, y pronunció mentalmente la fórmula del bismilah, y entró con
resolución en el fuego. Y salió por el lado del mar más hermo so que antes. Y todo el mundo lo vió y
quedó deslumbrado por su hermosura.
Entonces el visir dijo al rey: "¡También nosotros vamos a entrar en el fuego para salir hermosos como
ése maldito hijo del pescador! Y llama también a tu hijo para que se tire con nosotros y se vuelva tan
hermoso como nosotros vamos a volvernos". Y el rey llamó a su hijo, aquel tan feo y que tenía la cara
como las correas de los zuecos viejos. Y los tres se cogieron de la mano, y de tal modo, se arro jaron al
fuego. Y quedaron reducidos a un montón de cenizas.
Entonces Mohammad el Avispado, hijo del pescador, fué a ver a la joven, la princesa hija del sultán
de la Tierra Verde, e hizo el contrato de matrimonio con ella, y la desposó. Y se sentó en el trono del
Imperio, y fué rey y sultán. Y llamó a su lado a su padre y a su madre. Y vivieron todos juntos en el
palacio, con absoluta tranquili dad y armonía, contentos y prosperando. ¡Loores a Alah. Dueño de la
prosperidad, del contento, de la felicidad y de la armonía!"
Y cuando el capitán de policía Mohii Al-Din hubo contado así esta historia, y el sultán Baibars
húbole dado las gracias y le hubo manifestado su contento, volvió él a su puesto.
Y avanzó un quintocapitán de policía, que se llamaba Nur Al-Din. Y tras de besar la tierra entre las
manos del sultán Baibars, dijo: "Yo ¡oh señor nuestro y corona de nuestra cabeza! te contaré una historia
que no tiene par entre las historias". Y dijo:
Historia contada por el quinto capitán de policía
"Una vez había un sultán. Y aquel sultán, un día entre los días, llamó a su visir, y le dijo: "¡Visir!" Y
éste contestó: "¡A tus órde nes! ¿Qué hay, ¡oh rey!?" El rey dijo: "Quiero que hagas que escri ban y graben
para mí un sello cuyo poder sea tal, que si estoy alegre, no me enfade, y que si estoy enfadado, no me
alegre. Y es preciso que quien escriba el sello se comprometa a dotarlo del poder consabido. ¡Y tienes
para ello un plazo de tres días!"
Entonces el visir fué en busca de los que de ordinario hacen sellos y amuletos, y les dijo:
"Escribidme un sello para el rey". Y les contó lo que el rey le había dicho y exigido. Pero ninguno de
ellos quiso encargarse de hacer semejante sello. Entonces el visir se levantó y se marchó, enfadado. Y se
dijo: "No encontraré en esta ciudad lo que necesita. Voy a ir a otro país".
Y salió de la ciudad y caminando por el campo, se encontró con un jeique árabe que aventaba su trigo
en su campo. Y le saludó, di ciendo: "La paz sea contigo, ¡oh jeique de los árabes!" Y el jeique de los
árabes le devolvió la zalema, y le dijo: "¿Adónde vas por aquí, ¡ya sidi con este calor!?" El otro
contestó: "Viajo para un asunto con cerniente al rey". El jeique le preguntó: "¿Qué asunto es ése?" El visir
contestó: "El rey me pide que haga que le escriban un sello que esté construido de manera que, si está él
alegre, no se enfade, y si está enfadado, no se alegre". Y el jeique de los árabes le dijo: "¿Nada más que
eso?" El visir contestó: "¡Nada más!" El otro le dijo: "Está bien. Siéntate. Voy a traerte de comer".
Y el jeique de los árabes dejó un momento al visir, y fué a ver a su hija, que se llamaba Yasmina, y le
dijo: "¡Oh hija mía Yasmina! prepara el almuerzo para un huésped". Ella dijo: "¿De dónde viene ese
huésped?" El contestó: "De parte del sultán". Ella le preguntó: "¿Y qué quiere?" Y su padre le contó la
cosa. Y no hay utilidad en repetirla.
Entonces Yasmina, aquella dama de los árabes, preparó al punto un plato de huevos, en el cual había
treinta huevos y mucha manteca dulce, y se lo dió a su padre, con ocho panecillos, diciéndole: "Da esto al
viajero, y dile: Mi hija Yasmina, dama de los árabes, te saluda y te dice que ella te escribirá el sello. Y te
dice, además: ¡El mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una
semana!" Y su padre dijo: "Está bien". Y cogió el almuerzo, y se marchó.
Y mientras caminaba, la manteca del plato se le vertió en la mano. Entonces dejó el plato en el suelo,
cogió uno de los panes, pringó en él la manteca que tenía en la mano, y se lo comió, amén de un huevo,
del que tuvo gana. Tras de lo cual se levantó, y fué a llevar el almuerzo al visir, y le dijo: "Mi hija
Yasmina, dama de los árabes, te envía la zalema, y te dice que te escribirá el sello. Y además, te dice: El
mes apenas tiene treinta días, el mar hoy está lleno, y ocho días constituyen una semana". Y el visir dijo:
"Comamos primero, y ya veremos luego".
Y cuando hubo acabado de comer, dijo al padre de Yasmina: "Dile que me escriba el sello, pero que
al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete días".
Entonces el jeique de los árabes volvió al lado de su hija, y le dijo: "El visir te dice que le escribas
el sello, pero que al mes le falta un día, que el mar se ha secado, y que la semana no tiene más que siete
días". Entonces la joven dijo: "¿No te da vergüenza ¡oh padre mío! lo que me has hecho? ¡Has dejado el
almuerzo en el camino, te has comido un panecillo y un huevo, y has llevado al huésped los huevos sin
manteca!" El le contestó: "¡Ualahí, es verdad! Pero ¡oh hija mía! el plato estaba lleno y se me ha vertido
en la mano; entonces me he sentado, y he pringado la manteca con un panecillo que me he comi do; y me
ha entrado gana de tomarme un huevo, que me he tragado".
Ella dijo: "No importa. Preparemos el sello".
Entonces preparó el sello, Y lo compuso con estos términos: "¡De Alah nos viene todo sentimiento de
pena o de alegría!" Y envió el sello al visir, que lo cogió después de dar las gracias, y se marchó para
llevárselo al rey.
Y el rey, tomando el sello y leyendo lo que en él había escrito, preguntó al visir: "¿Quién ha hecho
este sello?" El visir contestó: "Una joven llamada Yasmina, dama de los árabes". Y el rey se irguió sobre
ambos pies, y dijo al visir: "Ven, llévame con su padre, a fin de que me case con la hija".
Entonces el visir cogió al rey de la mano y partió con él. Y fueron a buscar al jeique de los árabes, y
le dijeron: "¡Oh jeique de los ára bes! venimos buscando alianza contigo".
El jeique les contestó: "¡Familia y holgura! Pero ¿por medio de quién?" El visir contestó: "Por medio
de tu hija Yasmina, la dama de los árabes, con quien quiere casarse nuestro amo el rey, que está delante
de tus ojos". El jeique dijo: "Está bien. Somos vuestros servidores. Pero se pondrá a mi hija en un
platillo de la balanza, y oro en el otro. Y peso por peso. Porque Yasmina es cara al corazón de su padre".
Y el visir contestó: "No hay inconveniente". Y fueron en busca de oro, y lo pusieron en un platillo de
la balanza, mientras el jeique de los árabes ponía a su hija en el otro platillo. Y cuando se equilibraron la
joven y el oro, se extendió, acto seguido, el contrato de matrimonio. Y el rey dió una gran fiesta en el
pueblo de los árabes. Y aquella misma noche entró en el aposen to de la joven, que aún estaba en casa de
su padre, y le quitó la virgi nidad. Y por la mañana, partió con ella y la dejó en su palacio.
Cuando llevaba ya algún tiempo en aquel palacio, la hermosa joven árabe Yasmina empezó a
adelgazar y a consumirse de langui dez. Entonces el rey llamó al médico, y le dijo: "Sube pronto, y exa -
mina a Sett El-Arab, a Yasmina. No sé por qué adelgaza y se desmejora así". Y el médico subió, y
examinó a Yasmina. Luego bajó, y dijo al rey: "No está habituada a residir en las ciudades, porque es una
muchacha campesina, y su pecho se oprime con la falta de aire". Y el rey preguntó: "¿Y qué hay que
hacer?" El hakim contestó: "Haz que le erijan un palacio junto al mar, adonde podrá respirar aire sano; y
se pondrá más hermosa de lo que era". Y al punto dió el rey orden a los albañiles para que erigieran un
palacio junto al mar. Y cuando estuvo acabado el palacio, transportaron allí a la languideciente Yas mina,
dama de los árabes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 944ª noche
Ella dijo:
...a la languideciente Yasmina, dama de los árabes.
Y he aquí que cuando ella vivió algún tiempo en el palacio, se puso gorda otra vez y cesó de
desmejorarse. Y mientras estaba un día acodada a su ventana, mirando al mar, un pescador fué a echar su
red al pie del palacio. Y cuando la retiró, no vió dentro más que guijarros y conchas. Y se enfadó mucho.
Entonces Yasmina le dirigió la palabra, y le dijo: "¡Oh pescador! si quieres echar la red al mar en
nombre mío, te daré un dinar de oro por el trabajo". Y el pescador contestó: "Está bien, ¡oh señora!" Y
echó la red al mar en nombre de Yasmina, la dama de los árabes; la sacó, y después de arrastrarla hasta
sí, encon tró en ella un frasco de cobre rojo. Y se lo enseñó a Yasmina, quien al punto se envolvió en la
colcha como en un velo, y bajó hasta donde estaba el pescador y le dijo: "Toma, aquí tienes el dinar, y
dame el frasco". Pero el pescador contestó: "No, ¡por Alah! no tomaré el dinar a cambio de este frasco,
sino que he de darte un beso en la mejilla".
Y he aquí que en el mismo momento en que hablaban juntos de tal suerte, los encontró el rey. Y cogió
al pescador, y le mató con su espada, y tiró el cuerpo al río. Luego se encaró con Yasmina, la dama de los
árabes, y le dijo: "Y a ti tampoco quiero verte más. ¡Vete donde quieras!"
Y ella se marchó. Y caminó con hambre y sed durante dos días y dos noches. Y entonces llegó a una
ciudad. Y se sentó a la puerta de la tienda de un mercader, quedándose allí desde por la mañana hasta la
hora de la plegaria de mediodía. Entonces el mercader le dijo "¡Oh señora! desde esta mañana estás
sentada aquí. ¿Por qué?" Ella contestó: "Soy extranjera. No conozco a nadie en esta ciudad. Y no he
comido ni bebido nada desde hace dos días". Entonces el mercader llamó a su negro, y le dijo: "Coge a
esa dama y condúcela a casa. Y di en casa que le den de comer y de beber". Y el negro la cogió y la
condujo a la casa, y dijo a su ama, la esposa del mercader: "Mi amo te encarga que des de comer y de
beber bien a esta dama". Y la mujer del mercader miró a Yasmina, y la vió, y se puso celosa, porque la
otra era más bella. Y se encaró con el negro, y le dijo: "Está bien. Haz subir a esta dama al desván que
hay encima de la terraza". Y el negro cogió a Yasmina de la mano, y la hizo subir al desván consabido
que había encima de la terraza.
Y allí permaneció Yasmina hasta la noche, sin que la mujer del mercader se ocupase de ella de
manera alguna, ni para darle de comer ni para darle de beber. Entonces Yasmina, la dama de los árabes
se acordó del frasco de cobre rojo que llevaba al brazo, y se dijo: "¡Va mos a ver si por acaso hay dentro
de él un poco de agua para beber!" Y pensando así, cogió el frasco y quitó el tapón. Y al punto salieron
del frasco una tina con su jarro. Y Yasmina se lavó las manos. Luego alzó los ojos y vió salir del frasco
una bandeja llena de manjares y bebidas. Y comió y bebió y se satisfizo. Entonces volvió a destapar el
frasco, y salieron de él diez jóvenes esclavas blancas, con castañuelas en las manos, que se pusieron a
bailar en el desván. Y cuando acaba ron su danza, cada una de ellas echó diez bolsas de oro en las
rodillas de Yasmina. Luego se volvieron todas al frasco.
Y Yasmina, la dama de los árabes, permaneció así en el desván tres días enteros, comiendo y
divirtiéndose con las jóvenes del frasco. Y cada vez que las hacía salir, le echaban ellas, después de la
danza, bolsas llenas de oro; de modo y manera que a la postre quedó el des ván lleno de oro hasta el
techo.
Al cabo de aquel tiempo, el negro del mercader subió a la terraza para evacuar una necesidad. Y vió
a la señora Yasmina, y se asombró, porque creía que ya se había marchado, según dijo la esposa del mer -
cader. Y Yasmina le dijo: "¿Me ha enviado aquí tu amo para que me alimentéis, o para que me dejéis más
muerta de hambre y de sed que antes?"
Y el esclavo contestó: "¡Ya setti! mi amo creía que te habían dado pan, y que te habías marchado el
mismo día". Luego echó a correr a la tienda de su amo, y le dijo: "¡Ya sidi! la pobre dama a quien
enviaste conmigo a casa hace tres días ha estado todo ese tiempo en el desván de la terraza, sin comer ni
beber nada". Y el mercader, que era un hombre de bien, abandonó su tienda inmediata mente, y fué a decir
a su mujer: "¿Cómo se entiende, ¡oh maldita!? ¿conque no das nada de comer a esa pobre señora?" Y la
cogió y estuvo pegándola hasta que se le cansó el brazo de pegarla. Luego cogió pan y otras cosas, y
subió a la terraza, y dijo a Yasmina: "¡Ya setti! toma y come. ¡Y no nos culpes de olvidadizos!" Ella
contestó: "¡Alah aumente tus bienes! ¡Tus favores han llegado a su destino! ¡Ahora, si quieres completar
tus beneficios, voy a pedirte una cosa!" El dijo: "Habla, ¡oh señora!" Ella dijo: "Quisiera que en las
afueras de la ciudad me construyeses un palacio que sea dos veces más hermoso que el del rey". El
contestó: "No hay inconveniente. ¡Desde luego!" Ella dijo: "Ahí tienes oro. Toma cuanto quieras. Si los
albañiles trabajan de ordinario por dracma cada jornada, dale cuatro, para apresurar la construcción". Y
el mercader dijo: "Está bien".
Y cogió el dinero, y fué en busca de los albañiles y arquitectos, que en poco tiempo le hicieron un
palacio dos veces más hermoso que el del rey. Y volvió él entonces al desván a ver a Yasmina, la dama
de los árabes, y le dijo: "¡Ya setti! el palacio está concluido". Ella le dijo: "Aquí hay dinero. Tómalo y
ve a comprar muebles tapizados de raso para el palacio. ¡Y haz venir criados negros que sean extranjeros
y no sepan árabe!"
Y el mercader fué a comprar los muebles de raso y a procurarse los consabidos criados negros que
no supieran ni pu dieran entender el árabe, y volvió al desván a decir a Yasmina, la dama de los árabes:
"¡Oh mi señora! todo está completo ya. Ten la bondad de venir a tomar posesión de tu palacio". Y
Yasmina, la dama de los árabes, se levantó, y antes de salir del desván, dijo al mercader: "El desván
donde me hallo está lleno de oro hasta el techo. Quédate con él, como regalo mío por la amabilidad que
has tenido para conmigo". Y se despidió del mercader. ¡Y esto es lo referente a él!
En cuanto a Yasmina, hizo su entrada en el palacio. Y tras de comprarse un magnífico traje de rey, se
lo puso y se sentó en el trono. Y parecía un rey hermoso. ¡Y es lo referente a ella!
En cuanto a su esposo, el rey que había matado al pescador y la había expulsado a ella misma, al
cabo de cierto tiempo se calmó y se acordó de ella por la noche. Y a la mañana llamó a su visir, y le dijo
"¡Visir!" Y el visir contestó: "¡Presente!" El rey dijo: "Vamos, disfracémonos, y salgamos en busca de mi
esposa Yasmina, la dama de los árabes" y el visir dijo: "Escucho y obedezco". Y salieron del palacio con
un disfraz y anduvieron dos días en busca de Yasmina, la da ma de los árabes, interrogando e
informándose. Y así llegaron a la ciu dad donde se encontraba ella. Y vieron su palacio. El rey dijo al
visir: "Este palacio es nuevo aquí, pues no le he visto en mis viajes anterio res. ¿A quién pertenecerá?" Y
el visir contestó: "No lo sé. Acaso pertenezca a algún rey invasor que haya conquistado la ciudad sin que
lo sepamos". Y el rey dijo: "¡Por Alah! puede que así sea. Por tanto, para cerciorarnos, vamos a
despachar para la ciudad un pregonero anunciando que nadie debe encender luz esta noche en su casa. De
esa manera sabremos si las gentes que habitan este palacio son súbditos nuestros obedientes o reyes
conquistadores".
Y el pregonero fué por la ciudad pregonando la orden consabida. Y cuando llegó la noche, se dedicó
el rey a recorrer con su visir los diversos barrios. Y vieron que en ninguna parte había luz, a no ser en el
palacio espléndido que desconocían. Y oyeron en él cánticos y música de tiorbas, laúdes y guitarras.
Entonces el visir dijo al rey: "Ya lo ves, ¡oh rey! ¡Por algo te dije que este país no nos pertenecía ya, y
que este palacio estaba habitado por reyes invasores!" Y el rey contestó: "¿Quién sabe? Ven, vamos a
informarnos por el portero del palacio". Y fueron a interrogar al portero. Pero como aquel porte ro era un
barbarín, y no sabía ni entendía una palabra de árabe, les contestaba a cada pregunta: "¡Chanú!" Lo que
en lengua barbarina significa: "¡No sé!
Y se fueron el rey y su visir y no pudieron dormir aquella noche porque tenían miedo.
Y por la mañana, el rey dijo al visir: "Di al pregonero que pre gone por la ciudad, una vez más, que
nadie encienda luz esta noche. De esa manera tendremos más certeza". Y pregonó el pregonero; y llegó la
noche; y el rey se paseó con su visir. Pero observaron que reinaba la oscuridad en todas las casas,
excepto en el palacio, donde la luz era dos veces más viva que la víspera y donde todo estaba ilu minado.
Y el visir dijo al rey: "Ahora ya tienes la certeza de lo que te dije respecto a la toma de este país por
reyes extranjeros". Y dijo el rey: "¡Es verdad! pero ¿qué vamos a hacer?" El visir dijo: "¡Vamos a dormir
y ya veremos mañana!"
Y al día siguiente, el visir dijo al rey: "Ven, vamos a pasearnos, como todo el mundo, por las
cercanías del palacio. Y te dejaré abajo, y subiré yo solo astutamente para ver con mis ojos y oír con mis
oídos de qué país es el rey".
Y cuando llegaron a la portería del palacio, el visir burló la vigi lancia de los guardias y consiguió
subir a la sala del trono. Y cuando vió a Yasmina, la dama de los árabes, la saludó, creyendo que salu -
daba a un rey joven. Y ella le devolvió la zalema, y le dijo: "Siénta te". Y cuando estuvo él sentado,
Yasmina, la dama de los árabes, que le había reconocido desde luego y no ignoraba la presencia de su es -
poso el rey en la ciudad, destapó el frasco, y se sirvieron los refrescos; y salieron del frasco diez
hermosas esclavas y se pusieron a bailar con castañuelas. Y después de la danza, cada una de ellas echó
diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina. Y ella las cogió y se las dió todas al visir,
diciéndole: "Tómalas de regalo, pues veo que eres po bre". Y el visir le besó la mano, y le dijo: "¡Alah te
otorgue la victoria sobre tus enemigos, ¡oh rey del tiempo! y prolongue para nuestro bien tus días!" Luego
se despidió, y bajó en busca del rey, que estaba sen tado con el portero.
Y el rey le dijo: "¿Qué has hecho arriba, ¡oh visir!?" El visir contestó: "¡Ualah! ¡por algo hube de
decirte que te habían tomado esta tierra! Figúrate que me ha dado cien bolsas llenas de oro de regalo, y
me ha dicho: "¡Tómalas para ti, porque eres pobre!" Eso es lo que me ha dicho. Después de semejante
cosa, ¿puedes dudar de que te ha tomado esta ciudad y este país?" Y el rey dijo: "¿Verdade ramente, lo
crees así? ¡En ese caso, también yo voy a tratar de burlar la vigilancia de los guardias barbarines, y a
subir arriba para ver a ese rey!"
Y lo hizo como lo dijo.
Cuando le vió Yasmina, la dama de los árabes, le reconoció, pero sin demostrarlo. Y se levantó de su
trono en honor suyo, y le dijo: "¡Ten la bondad de sentarte!" Y cuando el rey vió que se levantaba en
honor suyo aquel a quien creía un rey extranjero, se le tranquilizó el corazón, y se dijo a sí mismo.
"¡Indudablemente es un súbdito, y no un rey, pues no se levantaría así por un cualquiera a quien no
conoce!" Y se sentó en el asiento; y llegaron los refrescos; y bebió él y se sació. Entonces acabó de
envalentonarse, y preguntó a Yasmina, la dama de los árabes: "¿De qué calidad sois?" Y ella sonrió, y
contestó: "Somos gente rica". Y mientras hablaba así destapó el frasco, y al instante salieron de él diez
maravillosas esclavas blancas que bailaron con castañuelas. Y antes de desaparecer, cada una de ellas
echó diez bolsas llenas de oro en las rodillas de Yasmina.
Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 945ª noche
Ella dijo:
...Y el rey se maravilló del frasco hasta el límite de la maravilla y dijo a Yasmina, la dama de los
árabes: "¿Puedes decirme ¡oh her mano mío! dónde has comprado ese prodigioso frasco?" Ella contestó:
"No lo he comprado por dinero". El preguntó: "Entonces, ¿por qué lo has comprado?" Ella dijo: "Vi este
frasco en poder de un individuo, y dije al individuo: "¡Dame ese frasco, y pídeme lo que quieras!" Y me
contestó: "Este frasco no se vende ni se compra. ¡Pero si quieres que te lo dé, ven a hacer una vez
conmigo lo que hace el gallo con la gallina! Y después te daré el frasco". Y yo hice lo que quería de mí.
Y me dió el frasco".
Claro es que Yasmina sólo hablaba así porque tenía una idea premeditada.
Cuando el rey hubo oído estas palabras, le dijo: "Está bien, y la cosa es fácil. ¡Si quieres darme el
frasco, yo también consiento en que me hagas la misma cosa dos veces en lugar de una!" Y la dama de los
árabes dijo: "¡No, dos veces no es bastante! ¡Abra Alah la puerta de la ganancia!"
El rey dijo: "¡Entonces, ven, y házmelo cuatro veces para darme ese frasco!"
Ella le dijo: "Está bien, levántate y entra a ese cuarto para hacerlo". Y entraron en el cuarto uno
detrás de otro. En tonces Yasmina, la dama de los árabes, al ver que el rey se ponía de buenas a primera
en la postura requerida para aquella venta, se echó a reír de tal manera, que se cayó de trasero.
Luego le dijo: "Maschalah, ¡oh rey del tiempo! ¡Eres rey y sultán, y quieres dejarte perforar a cambio
de un frasco ¿Cómo, entonces, si piensas de ese modo, cargaste con la responsabilidad de matar al
pescador que me había dicho: "Dame un beso y toma el frasco"?
Al oír estas palabras, el rey quedó aturdido y estupefacto. Luego reconoció a Yasmina, la dama de los
árabes, y se echó a reír, y le dijo: "¿Pero eres tú? ¿Y es tuyo todo esto?"
Y la abrazó y se reconcilió con ella. Y desde entonces vivieron juntos en plena armonía, contentos y
prosperando. ¡Y loores a Alah, Ordenador de la armonía y Dispen sador de la prosperidad y de la dicha".
Y el capitán de policía Nur Al-Din, tras de contra así esta historia de Yasmina, la dama de los árabes,
se calló. Y el sultán Baibars se re gocijó mucho y se dilató al oírla, y le dijo: "¡Por Alah, que esa historia
es extraordinaria!"
Entonces un sexto capitán de policía, que se lla maba Gamal Al-din, avanzó entre las manos de
Baibars, y dijo: "¡Yo ¡oh rey del tiempo! si me lo permites, voy a contarte una historia que te gustará!" Y
Baibars le dijo: "Desde luego, tienes permiso". Y el capitán de policía Gamal Al-Din dijo:
Historia contada por el sexto capitán de policía
"Una vez ¡oh rey del tiempo! había un sultán que tenía una hija. Y la tal princesa era hermosa, muy
hermosa, y estaba muy solicitada y muy cuidada y muy mimada. Y además era muy revoltosa. Por eso se
llamaba Dalal.
Un día estaba sentada y se rascaba la cabeza. Y se encontró en le cabeza un piojo pequeño. Y le miró
un rato. Luego se levantó, y le cogió en sus dedos y fué a la despensa, en donde había hileras de tinajones
de aceite, de manteca y de miel. Y destapó un tinajón de aceite, dejó delicadamente el piojo en la
superficie, volvió a poner la tapa de la tinaja, encerrando así al piojo, y se marchó.
Y transcurrieron los días y los años. Y la princesa Dalal llegó a cumplir los quince años, habiendo
olvidado, desde mucho tiempo atrás, el piojo y su encarcelamiento en la tinaja.
Pero llegó un día que el piojo rompió la tinaja a causa de su gordura, y salió de allí, semejante a un
búfalo del Nilo en el tamaño, los cuernos y el aspecto. Y el guardián, apostado a la puerta de la despensa,
huyó aterrado, llamando a los criados con grandes gritos. Y acosaron al piojo, le cogieron por los
cuernos y le condujeron ante el rey.
Y el rey preguntó: "¿Qué es esto?" Y la princesa Dalal, que esta ba allí de pie, exclamó: "¡Ay! ¡Si es
mi piojo!" Y el rey, estupefacto, le preguntó: "¿Qué dices, hija mía?" Ella contestó: "Cuando era pequeña,
me rasqué un día la cabeza, y me encontré en la cabeza este piojo. Entonces le cogí y fui a meterle en la
tinaja de aceite. Y ahora se ha puesto gordo y grande; y ha roto la tinaja".
Y el rey, al oír aquello, dijo a su hija: "Hija mía, al presente tie nes necesidad de casarte. Porque, lo
mismo que el piojo ha roto la ti naja, corres tú el riesgo de saltar el muro e ir en busca de hombres. Por
eso lo mejor al presente es que yo te case. ¡Alah proteja nuestros blasones!"
Luego se encaró con su visir y le dijo: "Degüella al piojo, y de suéllale y cuelga su piel a la puerta del
palacio. Y llevarás contigo a mi portaalfanje y al jeique de los escribas de palacio, encargado de los
contratos de matrimonio. Y se casará con mi hija el que advierta que la piel colgada es una piel de piojo.
Pero al que no conozca la piel, se le cortará la cabeza y se colgará su piel a la puerta, junto a la del
piojo".
Y el visir degolló al piojo acto seguido, le desolló, y colgó la piel a la puerta del palacio. Luego
despachó un pregonero, que gritó por la ciudad: "El que conozca qué piel es la que hay colgada a la
puerta del palacio, se casará con El Sett Dalal, la hija del rey. Pero al que no la conozca, se le cortará la
cabeza".
Y desfilaron ante la piel del piojo muchos habitantes de la ciudad. Y dijeron unos: "Es la piel de un
búfalo". Y se les cortó la cabeza. Y dijeron otros: "Es la piel de un revezo". Y se les cortó la cabeza. Y
de tal suerte, se cortaron cuarenta cabezas, y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos
de Adán.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 946ª noche
Ella dijo:
...Y se colgaron junto a la piel del piojo cuarenta pieles de hijos de Adán.
Entonces pasó un joven que era tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar. Y
preguntó a la gente: "¿A qué obedece esta aglomeración delante del palacio?"
Y le contestaron: "¡Elque sepa de quién es esta piel se casará con la hija del rey!"Y el joven se
acercó al visir, al portaalfanje y al jeique de los escribas, que estaban sentados bajo la piel, y les dijo:
"¡Yo os diré qué piel es ésa!" Y le contestaron: "Está bien". El les dijo: "Es la piel de un piojo cre cido en
aceite".
Y ellos le dijeron: "¡Es verdad! Entra, ¡oh bravo! y haz el con trato de matrimonio en el aposento del
rey". Y entró él a presencia del rey, y le dijo: "Es la piel de un piojo crecido en aceite". Y el rey dijo:
"¡Es verdad! ¡Extiéndase el contrato de matrimonio de este bravo con mi hija Dalal!
Y se extendió el contrato en aquella hora y en aquel instante. Y se celebraron las bodas. Y el joven
canopeano penetró en la cámara nupcial, y gozó a la virgen Dalal. Y Dalal quedó muy contenta en los
brazos del joven que era hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar.
Y estuvieron juntos en palacio cuarenta días, al cabo de los cuales entró el joven en el aposento del
rey y le dijo: "Soy hijo de un rey y sultán, y quisiera llevarme a mi esposa y partir para el reino de mi
padre, y quedarme en nuestro palacio". Y tras de insistir por retenerle todavía algún tiempo, el rey acabó
por decirle: "Está bien". Y aña dió: "Mañana, hijo mío, te daremos regalos, esclavos y eunucos". Y el
joven contestó: "¿Para qué? Tenemos muchos, y no quiero nada más que a mi esposa Dalal".
Y el rey le dijo: "Está bien. Llévatela, pues, y márchate. Pero también te ruego que también te lleves
con ella a su ma dre, para que sepa su madre dónde vive su hija, y vaya a verla de cuando en cuando". El
joven contestó: "¿Para qué vamos a fatigar inútilmente a su madre, una mujer de edad? Yo me
comprometo a traer aquí a mi esposa cada mes para que la veáis todos". Y el rey dijo: "Taieb". Y el
joven se llevó a su esposa Dalal y partió con ella para su país.
Pero aquel joven tan hermoso no era otra cosa que un ghul entre los ghuls, y de la especie más
peligrosa. Y llevó a Dalal a su casa, que estaba situada en soledad, en la cima de una montaña. Luego fué
a batir el campo, a salir a los caminos, a hacer abortar a las mujeres en cinta, a producir miedo a las
viejas, a aterrar a los niños, a aullar con el viento, a ladrar a las puertas, a chillar en la noche, a
frecuentar las ruinas antiguas, a sembrar maleficios, a gesticular en las tinieblas, a visitar las tumbas, a
husmear muertos, y a cometer mil atentados y a provocar mil calamidades. Tras de lo cual volvió a tomar
su apariencia de joven, y puso en manos de su esposa Dalal una cabeza de hijo de Adán, diciéndole:
"Toma esta cabeza, Dalal, cuécela al horno, y pártela en pedazos para que nos la comamos juntos". Y ella
le contestó: "Pero si es la cabeza de un hombre! Yo no las como más que de carnero".
El dijo: "Está bien". Y fué a buscar para ella un carnero. Y ella lo mandó guisar y se lo comió.
Y continuaron viviendo completamente solos en aquella soledad, entregada sin defensa Dalal a aquel
ogro joven, y el ogro entregándose a sus fechorías para volver luego a ella con señales de matanza, de
violación, de carnicería y de asesinato.
Y al cabo de ocho días de aquella vida, el joven ghul salió y se transformó, tomando la apariencia y
la cara de la madre de su espo sa; y se puso vestidos de mujer; y fué a llamar a la puerta. Y Dalal miró
por la ventana y preguntó: "¿Quién llama a la puerta?" Y el ghul contestó con la voz de la madre, y dijo:
"¡Soy yo! abre, hija mía". Y ella bajó de prisa y abrió la puerta. Y en ocho días se había puesto delgada,
pálida y desmejorada. Y el ghul, bajo la forma de la madre, le dijo, después de los abrazos: "¡Oh hija mía
querida! he venido a tu casa, a pesar de la prohibición, porque nos hemos enterado de que tu marido es un
ghul que te hace comer carne de hijos de Adán. ¡Ah! ¿Cómo te va, hija mía? Ahora tengo mucho miedo de
que también te coma a ti. ¡Ven, y huye conmigo!" Pero Dalal, que no quería hablar mal de su marido,
contestó: "Calla, ¡oh madre mía! ¡Aquí no hay ni ghul ni olor de ghul! ¡No digas esas cosas para
perdición nuestra! Mi esposo es un hijo de rey, tan hermoso como la estrella Canopea cuando brilla sobre
el mar. Y me da de comer todos los días un carnero cebado".
Entonces la dejó el joven ghul con el corazón regocijado porque no había descubierto ella su secreto.
Y recuperó su hermosa forma pri mitiva, y fué a llevarle un cordero, y a decirle: "¡Toma, manda guisar lo,
Dalal! Ella le dijo: "Ha venido aquí mi madre. Yo no tengo la culpa. Y me ha dicho que te salude en su
nombre". El contestó: "¡Ver daderamente, siento no haber venido un poco antes para encontrar a la
abnegada esposa de mi tío!" Luego le dijo: "Te gustaría también ver a tu tía, la hermana de tu madre?"
Ella contestó: "¡Oh! ¡sí! El le dijo: "Está bien. Mañana te la mandaré".
Y he aquí que al día siguiente, cuando despuntó el día, salió el ghul, se transformó en tía de Dalal, y
fué a llamar a la puerta. Y Da lal preguntó desde la ventana: "¿Quién es?" El le dijo: "¡Abre, que soy yo,
tu tía! He pensado mucho en ti, y vengo a verte".
Y la joven bajó y le abrió la puerta. Y el ghul, disfrazado de tía, besó a Dalal en las mejillas, lloró
largas y repetidas lágrimas, y dijo: "¡Ah! ¡oh hija de mi hermana! ¡ah! ¡qué dolores y calamidades!" Y
Dalal pre guntó: "¿Por qué? ¿cuándo? ¿cómo?" La tía dijo: "¡Ay! ¡ay! ¡ay! La joven preguntó: "¿Dónde te
duele, tía mía?"
La tía dijo: "En ninguna parte, ¡oh hija de mi hermana! ¡Es que sufro por ti! ¡nos hemos enterado de
que el individuo con quien te casaste es un ghul!" Pero Dalal contestó: "¡Calla, no digas esas cosas, tía!
Mi esposo es hijo de un rey y sultán, como yo soy hija de un rey y sultán. Sus tesoros son mayores que los
tesoros de mi padre. Y por lo que res pecta a su hermosura, es comparable á la estrella Canopea cuando
brilla sobre el mar. ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 947ª noche
Ella dijo:
"...Y por lo que respecta a su hermosura, es comparable a la estrella Canopea cuando brilla sobre el
mar". Luego le hizo almorzar una cabeza de carnero, para demostrarle bien que en casa de su esposo se
comía carnero y no hijo de Adán. Y el ghul se marchó, después de almorzar, contento y satisfecho. Y no
dejó de volver bajo su apa riencia de joven, con un carnero para Dalal, y con una cabeza de hijo de Adán,
recién cortada, para sí mismo. Y Dalal le dijo: "Ha venido mi tía a visitarme, y me encargó que te
saludara". El dijo: "¡Loores a Alah! Son muy amables tus parientes, que no me olvidan. ¿Quieres mu cho a
tu otra tía, la hermana de tu padre?"
Ella dijo: "¡Oh! ¡sí! El dijo: "Está bien. ¡Yo te la mandaré mañana, y después ya no volverás a ver a
ninguno de tus parientes, porque tengo miedo a su lengua!" Y al día siguiente se presentó a Dalal bajo la
forma de la tía, hermana de su padre. Y tras de las zalemas y los besos de una y otra parte, la tía lloró
abundantemente y sollozó, y dijo: "¡Qué desgracia y qué desolación ha caído sobre nuestra cabeza y
sobre la tuya, ¡oh hija de mi hermano! Nos hemos enterado de que el individuo con quien te casaste es un
ghul. Dime la verdad, hija mía, por los méritos de nues tro Mahomed (¡con Él la plegaria y la paz!)"
Entonces Dalal no pudo guardar por más tiempo el secreto que la ahogaba, y dijo en voz baja,
temblando: "¡Calla tía, calla, no vaya a ser que nos deje él más anchas que largas! Figúrate que me trae
cabezas de adamitas; y como los rehu se, se las come él solo. ¡Ah! ¡Tengo mucho miedo de que me coma
el día menos pensado!"
En cuanto Dalal hubo pronunciado estas palabras, la tía tomó su verdadera forma, convirtiéndose en
un ghul de aspecto espantoso que se puso a rechinar los dientes. Y a Dalal, viendo aquello, la poseyó el
terror amarillo y el temblor. Y le dijo él, sin enfadarse: "¿Tan pronto descubres mi secreto, Dalal?"
Y ella se arrojó a sus pies, y le dijo: "¡Me pongo bajo tu protección! ¡perdóname por esta vez!"
El le dijo: "¿Me has perdonado tú delante de tu tía? ¿Y me dejaste con honor? ¡No! No puedo
perdonarte. ¿Por dónde empezaré a comerte?"
Ella le contestó: "Ya que es absolutamente preciso que me comas, será porque ese es mi destino. Pero
hoy estoy sucia; y será malo para tu boca el sabor de mi carne. Más vale, pues, que por de pronto me
conduzcas al hammam para que me lave en honor tuyo. Y cuando salga del baño estaré blanca y dulce. Y
el sabor de mi carne será delicioso para tu boca,y entonces podrás comerme, empezando por donde
quieras". Y el ghul contestó: "¡Es verdad, oh Dalal!"
Y en aquella hora y en aquel instante le presentó una tina grande para baño, y ropas de hammam.
Luego fué a buscar a un ghul amigo suyo, a quien convirtió en pollino blanco, transformándose él mismo
en arriero. Y puso a Dalal en el pollino, y salió con ella en dirección al hammam del primer pueblo,
llevando a la cabeza la tina de baño.
Y al llegar al hammam dijo a la celadora: "Aquí tienes para ti de regalo tres dinares de oro, a fin de
que hagas tomar un buen baño a esta señora, que es hija de rey. Y me la devolverás como te la he con -
fiado. Y entregó a Dalal a la portera, y se quedó afuera, ante la puerta del hammam.
Y Dalal entró en la primera sala del hammam, que era la sala de espera, y se sentó en el banco de
mármol, muy sola y muy triste, junto a tu tina de oro y su envoltorio de vestiduras preciosas, mientras
entra ban en el baño todas las jóvenes, y se bañaban y se hacían dar masajes, y salían alegres, jugueteando
entre ellas. Y Dalal, lejos de estar con tenta como las demás, lloraba en silencio en su rincón. Y las
jóvenes fueron hacia ella, y díjole cada cual: "¿Qué te ocurre, hermana mía, y por qué lloras? Levántate
ya, desnúdate y toma un baño con nosotras".
Pero ella les contestó, después de darles gracias: "¿Acaso el baño puede lavar las preocupaciones?
¿Acaso puede curar las penas sin re medio?" Y añadió: "Siempre es tiempo de bajar al baño".
Entretanto, una vieja vendedora de altramuces y de alfónsigos tostados entró al hammam, llevando a
la cabeza el cuenco de altramu ces y alfónsigos tostados. Y las jóvenes le compraron de aquello, quién
una piastra, quien media piastra, quién dos piastras. Y al fin, por dis traerse un poco comiendo alfónsigos
y altramuces, la entristecida Dalal también llamó a la vieja vendedora, y le dijo: "Ven, ¡oh tía mía! y
dame solamente una piastra de altramuces". Y la vendedora se acercó y se sentó y llenó de altramuces la
medida de cuerno de una piastra. Y Dalal, en vez de darle una piastra, le puso en las manos su collar de
perlas, diciéndole: "Tía mía, toma esto para tus hijos". Y como la vendedora se deshiciera en
cumplimientos y besamanos, Dalal le dijo: "¿Querrías darme tu cuenco de altramuces y los vestidos rotos
que llevas, y tomar de mí, en cambio, esta tina de oro para baño, mis alhajas, mis trajes y este envoltorio
de ropas preciosas?" Y la vieja vendedora, sin poder creer en tanta generosidad, contestó: "¿Per qué, hija
mía, te burlas de mí, que soy pobre?" Y Dalal le dijo: "¡Mis palabras para contigo son sinceras, vieja
madre mía!" Entonces la vieja se quitó sus vestidos y se los dió. Y Dalal se vistió con ellas en seguida,
se puso el cuenco de altramuces a la cabeza, se envolvió con el velo azul hecho jirones, se ennegreció las
manos con el barro del piso del hamman, y salió por la puerta en que estaba sentado su es poso el ghul,
gritando con voz temblona: "¡Altramuces asados, que distraen! ¡Alfónsigos tostados que divierten", como
hacen las vendedo ras de profesión.
Cuando estuvo ella lejos, el ghul, que no la había reconocido, percibió el olor de la joven con su
olfato de ghul, y se dijo: "¿Cómo es posible que el olor de Dalal resida en esa vieja vendedora de altra -
muces? ¡Por Alah, voy a ver a qué obedece!" Y gritó: "¡Eh, vende dora de altramuces! ¡eh, la de los
alfónsigos!" Pero como la vendedora no volvía la cabeza, se dijo él: "¡Más vale que vaya a enterarme en
el hammam!" Y fué a preguntar a la celadora: "¿Por qué tarda en salir la señora que te he confiado?" La
celadora contestó: "En seguida saldrá con las demás señoras, que no se van hasta la noche, porque están
ocupadas en depilarse, en teñirse los dedos con henné, en perfumarse y en trenzarse los cabellos".
Y el ghul se tranquilizó, y de nuevo fué a sentarse a la puerta. Y esperó que salieran del hammam
todas las señoras. Y la celadora de la puerta salió la última, y cerró el hammam. Y el ghul le dijo: "¡Eh!
¿qué haces? ¿Vas a dejar encerrada a la señora que te he confiado?"
La mujer dijo: "Pero si ya no hay nadie en el hammam, a no ser la vie ja vendedora de altramuces, a
quien dejamos dormir todas las noches en el hammam, porque no tiene una yacija". Y el ghul cogió a la
cela dora por el cuello, y la zarandeó y estuvo a punto de estrangularla. Y le gritó: "¡Oh alcahueta! ¡tú
responderás de la señora! ¡Y a ti te la exigi ré!" Ella contestó: "Yo soy celadora de ropas y babuchas, pero
no cela dora de mujeres".
Y como le apretara el más fuerte el cuello, se puso a gritar: "¡Oh musulmanes, socorredme!" Y el ogro
empezó a pegarla, mientras de todas partes acudían los hombres del barrio. Y gritaba: "Aunque esté en el
séptimo planeta, me la tienes que devolver, ¡oh, ins trumento de zorras viejas!" ¡Y esto es lo referente a la
vieja celadora del hammam y a la vieja vendedora de altramuces!
¡Pero he aquí ahora lo que atañe a Dalal! Una vez que salió del hammam y consiguió burlar la
vigilancia del ghul, siguió andando para volver a su país. Y cuando estuvo a bastante distancia de la
ciudad, en contró un arroyuelo en donde se lavó manos, cara y pies, y se dirigió a una morada que se
erguía muy cerca de allí, y que era el palacio de un rey.
Y se sentó junto al muro del palacio. Y una esclava negra, que había bajado para hacer un recado, la
vió y subió a decir a su señora: "¡Oh mi señora! si no fuera por el miedo y el terror que te tengo, te diría
sin temor a mentir, que abajo hay una mujer más bella que tú". La señora contestó: "Está bien. ¡Ve a
decirle que suba!" Y la negra bajó y dijo a la joven: "Ven a hablar con mi señora, que te llama".
Pero Dalal contestó: "¿Acaso mi madre es una esclava negra, o mi pa dre un negro, para que suba yo
con las esclavas?" Y la negra fué a contar a su señora lo que le había dicho Dalal. Entonces la señora en -
vió a una esclava blanca, diciendo: "Ve tú a llamar a esa mujer que está abajo".
Y la esclava blanca bajó y dijo a Dalal: "Ven rriba ¡oh se ñora! a hablar con mi ama". Pero Dalal le
contestó: "No soy una es clava blanca, ni soy hija de esclavos, para subir con una esclava blan ca". Y la
esclava se fué a contar a su señora lo que Dalal le había dicho. Entonces la dama llamó a su hijo, el hijo
del rey, y le dijo: "Baja en tonces tú y tráete a la dama que está abajo".
Y el joven príncipe, que por su hermosura era semejante a la estrella Canopea cuando brilla sobre el
mar, bajó en busca de la joven, y le dijo: "¡Oh señora! ten la bondad de subir al harén de mi madre la
reina". Y aquella vez contestó Dalal: "Contigo subiré, porque eres hijo de un rey y sultán, como yo soy
hija de un rey y sultán". Y subió las escaleras delante de él.
Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las es caleras, tan hermosa, el amor por ella
le invadió el corazón...
En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 948ª noche
Ella dijo:
...Y he aquí que, no bien el joven príncipe vió a Dalal subir las escaleras, tan hermosa, el amor por
ella le invadió el corazón. Y por su parte, el alma de Dalal se conmovió a la vista del joven príncipe. Y a
su vez, la dama esposa del rey, cuando vió a Dalal, dijo para sí: "Eran exactas las palabras de la esclava.
Es más hermosa que yo, en efecto".
Así es que, después de las zalemas y cumplimientos, el hijo del rey dijo a su madre: "Quisiera
casarme con ella, porque es evidente que se trata de una princesa con sangre de reyes". Y la madre le
dijo: "Eso es cosa tuya, hijo mío. Tú debes saber lo que haces".
Y el joven príncipe llamó al kadí, y en aquella hora y en aquel instante hizo extender el contrato de
matrimonio y celebrar sus nupcias con Dalal. Y entró en la cámara nupcial.
Pero ¿qué fué del ghul mientras tanto? Helo aquí.
El mismo día en que se celebraron las bodas, un hombre que conducía un carnero blanco muy grande,
fué a decir al rey, padre del príncipe: "¡Oh mi señor! soy un feudatario, y te traigo de regalo, con motivo
de las bodas, este gordo carnero blanco que hemos cebado. Pero hay que tener atado este carnero a la
puerta del harén, porque ha naci do y se ha criado entre mujeres, y si le deja abajo, balará toda la no che y
no dejará dormir a nadie".
Y el rey dijo: "Está bien, lo acep to". Y dió un ropón de honor al feudatario, que se marchó por su ca -
mino. Y entregó el carnero blanco al agha del harén, diciéndole: "¡Su be a atar este carnero a la puerta del
harén, porque no le gusta estar más que entre mujeres!"
Y he aquí que, cuando llegó la noche de la penetración, y el hijo del rey entró en la cámara nupcial y
se durmió al lado de Dalal, des pués de haber hecho lo que tenía que hacer, el carnero blanco rompió su
cuerda y entró en la habitación. Y se llevó a Dalal, y salió con ella al patio. Y le dijo, sin enfadarse:
"Dime, Dalal, ¿me has dejado aún algo de honor?"
Ella le dijo: "¡Bajo tu protección! ¡No me comas! El le dijo: "¡De esta vez no pasa!" Entonces le dijo
ella: "Antes de comerme, espera a que entre en el retrete del patio para hacer una necesidad". Y el ghul
dijo: "Está bien". Y la condujo al retrete y se quedó guardando la,puerta en espera de que acabase.
No bien Dalal estuvo dentro del retrete, elevó ambas manos, y dijo: ".¡Oh Nuestra Señora Zeinab,
hija de nuestro Profeta bendito! ¡oh tú, que salvas de la desdicha, ven en mi socorro!" Y al punto le envió
la santa una de sus secuaces entre las hijas de los genn, que hendió el muro, y dijo a Dalal: "¿Qué deseas,
Dalal?" Y Dalal contes tó: "Ahí fuera está el ghul, que va a comerme en cuanto salga".
La aparecida dijo: "Si te libro de él, ¿me dejarás besarte una vez?"
Dalal dijo: "Sí". Entonces la gennia de Sett Zeinab hendió el tabique del patio, y cayó bruscamente
sobre el ghul, y le aplicó un puntapié en los testícu los. Y cayó él, muerto de repente.
Entonces la gennia volvió al retrete y cogió a Dalal de la mano y le mostró al carnero blanco, tendido
en tierra sin vida. Luego le sacaron del patio y le echaron al foso. ¡Y esto es, en definitiva, lo referen te a
él!
Y la gennia besó a Dalal una vez en la mejilla, y le dijo: "Ahora, Dalal, voy a pedirte un servicio".
Dalal contestó: "A tus órdenes, que rida".
La gennia dijo: "¡Deseo que vengas conmigo, solamente por una hora, al mar de Esmeralda!" Dalal
contestó: "Está bien. Pero ¿para qué?" La gennia contestó: "Está enfermo mi hijo, y ha dicho nuestro
médico que no se curará más que bebiendo una escudilla en el mar de Esmeralda. Pero nadie puede
llenar de agua una escudilla en el mar de Esmeralda, a no ser una hija de los hombres. Y aprovecho el
haber ve nido a verte para pedirte ese servicio".
Y Dalal contestó: "Por encima de mi cabeza y de mis ojos, con tal de estar aquí de regreso antes que
se levante mi esposo". La gennia dijo: "Desde luego". Y la hizo mon tarse en sus hombros y la llevó a
orillas del mar de Esmeralda. Y le dió una escudilla de oro. Y Dalal llenó la escudilla con aquella agua
ma ravillosa. Pero, al retirarla, una ola le mojó la mano, que inmediata mente se le puso verde como el
trébol. Tras de lo cual la gennia hizo subir de nuevo a Dalal en sus hombros, y la dejó en la cámara
nupcial junto al joven. Y esto es lo referente a la secuaz de Sett Zeinab (¡con ella la plegaria y la paz!)
Pero el mar de Esmeralda tiene un pesador que lo pesa cada ma ñana para ver si ha ido o no alguien a
robar. Y ése es responsable de ello. Y aquella mañana lo pesó y lo midió, y lo encontró menguado en una
escudilla exactamente. Y se preguntó: "¿Quién es el autor de este robo? Voy a correr en busca suya hasta
que le descubra. Porque, si tiene en la mano la señal del mar de Esmeralda, le conducirá a pre sencia de
nuestro sultán, que sabrá lo que tiene que hacer con él".
A continuación, cogió brazaletes de vidrio y sortijas, y los colocó en una bandeja que se puso en la
cabeza. Y se dedicó a viajar por toda la tierra, gritando bajo las ventanas de los palacios de los reyes:
"Bra zaletes de vidrio, ¡oh princesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!"
Y así recorrió países y países, sin encontrar a la propietaria de la mano verde, hasta que llegó al pie
de las ventanas del palacio en que se hallaba Dalal. Y volvió a gritar: "Brazaletes de vidrio, ¡oh prin -
cesas! Sortijas de esmeralda, ¡oh jóvenes!" Y Dalal, que estaba a la ven tana, vió los brazaletes y sortijas
de la bandeja, que le gustaron. Y dijo al vendedor: "¡Oh vendedor! espera que baje a probármelos en la
mano". Y bajó adonde estaba el mercader, que era el pesador del mar de Es meralda, y le tendió su mano
izquierda, diciendo: "Pruébame las sor tijas y brazaletes más hermosos que tengas". Pero el vendedor
prorrum pió en exclamaciones, diciendo: "¿No te da vergüenza, ¡oh señora! ten derme la mano izquierda?
Yo no pruebo en las manos izquierdas". Y Dalal, muy azorada por tener que mostrarle su mano derecha,
que era verde como el trébol, le dijo: "Es que me duele la mano derecha". El le dijo: "¿Qué tiene que
ver? No quiero más que verla con mis ojos, y sabré la medida". Y Dalal le enseñó la mano.
Y he aquí que cuando el pesador del mar de Esmeralda vió la mano de Dalal, que tenía la señal
verde, comprendió que era ella quien había cogido la escudilla de agua. Y de improviso la tomó en
brazos, y la transportó a presencia del sultán del mar de Esmeralda. Y le hizo entrega de ella, diciendo:
"Ha robado una escudilla de tu agua, ¡oh rey del mar! Y tú sabrás lo que tienes que hacer con ella".
Y el sultán del mar de Esmeralda miró a Dalal con ira. Pero en cuanto sus ojos se posaron en ella,
quedó conmovido por su belleza, y le dijo: "¡Oh joven! voy a hacer mi contrato de matrimonio contigo".
Ella le dijo: "¡Qué lástima! Pero estoy casada, por contrato lícito con un joven semejante en hermosura a
la estrella Canopea cuando brilla sobre el mar".
Entonces le dijo él: "¿Y no tienes una hermana que se te parezca, o una hija, o incluso un hijo?" Ella
dijo: "Tengo una hija de diez años, que hoy es núbil y que se parece a su padre en hermo sura". El dijo:
"Está bien". Y llamó al pesador del mar de Esmeralda y le dijo: "Lleva a tu señora al sitio de donde la
sacaste". Y el pescador la cogió a hombros. Y el sultán del mar de Esmeralda partió con ellos, llevando a
Dalal de la mano.
Y entraron en el palacio del rey, y el sultán siguió a Dalal al apo sento de su esposo, y le dijo, después
de la presentación: "Quiero alianza contigo por medio de tu hija". El rey le dijo: "Está bien, precisa la
dote que me darás por ella". Y el sultán del mar de Esmeralda dijo: "La dote que te daré por ella la
constituirán cuarenta camellos cargados de es meraldas y de jacintos".
Y quedaron de acuerdo. Y celebráronse las bodas del sultán del mar de Esmeralda con la hija de
Dalal y del príncipe canopeano. Y vivieron todos juntos en completa armonía. ¡Y loor a Alah en toda
circunstancia!"
Cuando el capitán de policía Gamal Al-Din hubo contado esta his toria, el sultán Baibars, sin darle
tiempo a volver a su sitio, le dijo: "¡Por Alah, ya Gamal Al-Din, que ésa es la historia más hermosa que
oí jamás!"
Y el capitán contestó: "¡Se tornó así para agradar a nuestro amo!" Y volvió a la fila. Entonces avanzó
el séptimo, que se llamaba el capitán Fakhr Al-Din; y besó la tierra entre las manos del sultán Baibars, y
dijo: "¡Yo ¡oh emir y rey nuestro! te diré una aventura que me ha sucedido a mí mismo, y que no tiene más
mérito que el de ser corta! Hela aquí:
Historia contada por el séptimo capitán de policía
"Un día entre los días, en la localidad donde yo me encontraba, un ladrón entre los árabes entró de
noche en casa de un cortijero para robar un saco de trigo. Pero las gentes del cortijo oyeron ruido, y me
llamaron a grandes gritos, diciendo: "¡Al ladrón!" Pero nuestro hom bre consiguió esconderse tan bien,
que, a pesar de todas nuestras pes quisas, no pudimos llegar a descubrirle. Y cuando yo emprendía el
camino de la puerta para marcharme, pasé junto a un gran montón de trigo que había en el patio. Y encima
del montón había una cazoleta de cobre que servía de medida. Y de pronto oí un cuesco espantoso que
salía del montón de trigo. Y en el mismo momento vi la cazoleta de cobre volar por los aires a cinco
metros de altura. Entonces, no obstante mi asom bro, registré precipitadamente en el montón de trigo, y
allí descubrí al árabe, que se había ocultado dentro, con el trasero en pompa. Y cuando le prendí y le
maniaté, le interrogué acerca del extraño ruido que me había revelado su presencia.
Y me contestó: "Lo he hecho adre de, ¡oh mi señor!" Y le contesté: "¡Alah te maldiga! ¡Y alejado sea
el Maligno! ¿Por qué ventosear así contra tu interés?"
Y me contestó: "Es verdad, ¡ya sidi! he obrado contra mi interés, eso es cierto. Pero precisamente lo
hice en interés tuyo".
Y le pregunté: "¿Por qué, ¡oh hijo de perro!? ¿Y desde cuándo un cuesco, aunque sea de esa calidad,
ha sido en interés de alguien en la tierra?" Y contestó: "No me injuries, ¡oh capitán! Sólo he ventoseado
para ahorrarte el trabajo de más largas pesquisas, y la fatiga de recorrer inútilmente la ciudad y los
campos en mi seguimiento. ¡Te ruego, pues, que me devuelvas bien por bien, ya que eres hijo de gentes de
bien!"
Entonces ¡oh mi señor! no pude resistir a semejante argumento. Y le solté generosamente.
¡Y ésta es mi historia!"
Y al oír este relato del capitán Fakhr Al-Din, el sultán Baibars le dijo: "¡Ualah! ¡tu indulgencia estaba
justificada!" Luego, como Fakhr Al-Din hubiera vuelto a su sitio, avanzó el octavo, que se llamaba Nizam
Al-Din. Y dijo: "Lo que voy a contar yo no tiene nada que ver, de cerca ni de lejos, con lo que acabas e
oír, ¡oh nuestro amo el sul tán!"
Y Baibars le preguntó: "¿Se trata de una cosa vista o de una cosa oída?" El otro dijo: "No, ¡por Alah,
¡oh mi señor! se trata de una cosa que solamente he oído. ¡Hela aquí!"
Y dijo:
Historia contada por el octavo capitán de policía
"Había una vez un tañedor de clarinete ambulante. Y estaba ca sado con una mujer. Y la dejó encinta, y
parió ella un varón, con ayuda de Alah. Pero el tañedor de clarinete no tenía en su casa ni una moneda de
plata con que pagar a la comadrona o comprar algo a su esposa, la recién parida. Y sin saber qué hacer, y
hallándose en una situación em barazosa, se marchó desesperado, diciendo a su mujer: "Voy a ir al camino
de Alah a mendigar dos monedas de cobre a las personas pia dosas; y daré a cuenta una a la comadrona, y
la segunda, también a cuenta, al pollero para comprarte un pollo con que te alimentes en este día de
parto".
Y salió de su casa. Y cuando cruzaba un campo, encontró una gallina subida en una piedra. Y se
acercó sigilosamente a la gallina, y la cogió antes de que el animal tuviese tiempo de escaparse. Y debajo
de ella descubrió un huevo recién puesto. Y se lo guardó en el bolsillo, diciendo: "La bendición ha
llegado hoy. Precisamente esto es lo que me hace falta, y ya no tengo necesidad de ir a mendigar. Porque
voy a dar esta gallina a la hija del tío, después de guisarla para ella en este día en que ha salido del
apuro; y venderé el huevo por una moneda de cobre, que daré a cuenta a la comadrona".
Y fué al zoco de los huevos, abrigando esta intención.
Al pasar por el zoco de los orfebres y de los joyeros, se encontró con un judío conocido suyo, que le
preguntó: "¿Qué llevas ahí?" El hombre contestó: "¡Una gallina con su huevo!"
El judío le dijo: "¡En séñamelo!" Y el tañedor de clarinete enseñó al judío la gallina y el hue vo.
Y el judío le preguntó: "¿Quieres vender este huevo?" El hombre contestó: "¡Sí!" El judío le dijo:
"¿En cuánto?"
El tañedor de clarinete contestó: "¡Habla tú el primero!" El judío dijo: "¡Te lo compro por diez
dinares de oro! ¡No vale más!"
Y dijo el pobre, creyendo que el judío se burlaba de él: "Te burlas de mí porque soy pobre;
demasiado sabes que no es ése su precio". Y el judío creyó que le pedía más, y le dijo: "¡Te ofrezco,
como último precio, quince dinares!" El otro con testó: "¡Abra Alah!" Entonces el judío dijo: "Aquí tienes
veinte dinares de oro nuevo. Los tomas o los dejas".
Entonces el tañedor de clarinete, al ver que la oferta era seria, entregó el huevo al judío a cambio de
los veinte dinares de oro, y se apresuró a volver la espalda. Pero el judío echó a correr detrás de él, y le
preguntó: "¿Tienes muchos huevos así en tu casa?"
El pobre hombre contestó: "Ya te traeré otro mañana, cuando haya puesto la gallina, y te lo daré en el
mismo precio. ¡Pero a otro que tú no se lo vendería por menos de treinta dinares de oro!"
Y el judío le dijo: "Enséñame tu casa; y todos los días iré por el huevo para que no te molestes; y te
daré los veinte dinares". Y el tañedor de clarinete le enseñó su casa, y se apresuró luego a buscar otra
gallina en lugar de aquella tan ponedora, y la hizo guisar para su esposa. Y pagó liberalmen te su trabajo a
la comadrona.
Y al día siguiente dijo a su esposa: "¡Oh hija del tío! guárdate de degollar a la gallina negra que hay
en la cocina. Es la bendición de la casa. Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de
oro cada uno...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 949ª noche
Ella dijo:
"...Nos pone huevos que al precio corriente valen veinte dinares de oro cada uno. ¡Y quien los
compra a ese precio es el mercader judío!" Y, efectivamente, el judío se dedicó a ir todos los días por el
hue vo recién puesto, pagándole los veinte dinares de oro al contado. Y el tañedor de clarinete no tardó en
vivir con mucha holgura y en abrir una hermosa tienda de mercader en el zoco.
Y cuando tuvo edad para ir a la escuela su hijo, que había naci do el día de la llegada de la gallina, el
antiguo tañedor de clarinete hizo construir a expensas suyas una hermosa escuela, y reunió en ella a los
niños pobres para que aprendiesen a leer y escribir con su propio hijo. Y escogió para todos ellos un
excelente maestro de escuela que se sabía de memoria el Korán, y podía recitárselo, incluso empezando
por la última palabra y terminando con la primera.
Tras de lo cual resolvió ir en peregrinación al Hedjaz, y dijo a su esposa: "¡Ten cuidado de que el
judío no se burle de ti y no te coja la gallina!"
Luego partió con la caravana de la Meca.
Algún tiempo después de la marcha del antiguo tañedor de clari nete, el judío dijo un día a la mujer:
"Si te doy una maleta llena de oro, ¿me darás a cambio la gallina?" Ella contestó: "¿Cómo voy a hacerlo,
¡oh hombre! si me esposo, antes de partir, me ha recomendado que no te ceda más que los huevos?" El
dijo: "Si se enfada, tú nada tienes que ver. Yo asumo la responsabilidad, y puede exigirme cuentas, que
estoy en una tienda en medio del zoco".
Y le abrió la maleta, y le mostró el oro que contenía. Y la mujer se regocijó al ver tanto oro junto, y
entregó la gallina al judío. Y la cogió él y la degolló acto se guido, y dijo a la mujer: "Límpiala y guísala
que yo vendré por ella. Pero, como falte un pedazo, abriré el vientre a quien se lo haya comido, para
sacárselo".
Y se marchó.
Y he aquí que a la hora de mediodía el hijo del tañedor de cla rinete volvió de la escuela. Y vió que
su madre retiraba de la lumbre una cacerola con la gallina y la ponía en un plato de porcelana y la cubría
con una servilleta de muselina. Y su alma de colegial anheló vivamente comerse un trozo de aquella
gallina tan hermosa. Y dijo a su madre: "Dame un poquito, madre mía". Ella le dijo: "¡Cállate! ¿acaso nos
pertenece?"
Luego, como ella se ausentara un momento para hacer una nece sidad, el muchacho levantó la
servilleta de muselina, y de un solo mor disco, arrancó la curcusilla de la gallina y se la tragó, aunque
estaba muy caliente. Y le vió una de las esclavas, y le dijo: "¡Oh amor mío! ¡qué desgracia y qué
calamidad irremediable! ¡Huye de la casa, pues el judío, que va a venir por su gallina, te abrirá el vientre
para sa carte la curcusilla que te has tragado!"
Y dijo el muchacho: "¡Es ver dad, más vale que me marche que perder tan buena curcusilla!" Y montó
en su mula y partió.
No tardó en ir por la gallina el judío, Y vió que faltaba la cur cusilla. Y dijo a la madre. “Dónde está
la curcusilla”.
Ella contestó: "Mientras salí para hacer una necesidad, mi hijo, a espaldas mías ha arrancado con sus
dientes la curcusilla y se la ha comido". Y el judío exclamó: "¡Mal hayas! Yo te he dado mi dinero por
esa curcusilla. ¿Dónde está el granuja de tu hijo, que voy a abrirle el vientre y a sacársela?" Ella
contestó: "¡Ha huido de terror!"
Y el judío salió a toda prisa, y empezó a viajar por ciudades y pueblos, dando las señas del
muchacho, hasta que le encontró en el campo, dormido. Y se acercó sigilosamente a él para matarle; pero
el muchacho, que no dormía más que con un ojo, se despertó sobre saltado. Y el judío le gritó: "Ven aquí,
¡oh hijo de la clarinetera! ¿Quién te mandó comerte la curcusilla? Por ella he dejado una caja llena de
oro, y he impuesto condiciones a tu madre. ¡Y ahora voy a llevar a cabo una de las condiciones, que es tu
muerte!" Y el muchacho le contestó, sin inmutarse, "Vete, ¡oh judío! ¿No te da ver güenza hacer todo este
viaje por una curcusilla de gallina? ¿Y no es una vergüenza mayor aún querer abrirme el vientre a causa
de esa curcusilla?" Pero el judío contestó: "Yo sé lo que tengo que hacer". Y sacó del cinto su cuchillo
para abrir el vientre al muchacho. Pero el chico cogió al judío con una sola mano, y le alzó en vilo y le
tiró contra el suelo, moliéndole los huesos y dejándole más ancho que largo. Y el judío (¡maldito sea!)
murió al instante.
Pero el muchacho debía experimentar pronto los efectos de aque lla curcusilla de gallina en su
persona. Efectivamente, volvió sobre sus pasos para regresar a casa de su madre; pero se perdió en el
camino y llegó a una ciudad en donde vió un palacio del rey, a la puerta del cual había colgadas cuarenta
cabezas menos una. Y preguntó a la gen te: "¿Por qué están colgadas ahí esas cabezas?" Le contestaron:
"El rey tiene una hija muy fuerte en la lucha personal. Quien entre y la venza, se casará con ella; pero a
quien no la venza, se le cortará la cabeza".
Entonces el muchacho entró sin vacilar al aposento del rey, y le dijo: "Quiero luchar con tu hija para
medir mis fuerzas con las suyas". Y el rey le contestó: "¡Oh hijo mío! ¡si quieres hacerme caso, vete!
¡Cuántos hombres más fuertes que tú han venido y han sido vencidos por mi hija! Da lástima matarte".
A lo cual contestó el mu chacho: "Quiero que me venza, que me corten la cabeza y que la cuelguen a la
puerta". Y dijo el rey: "Está bien, escríbelo así y es tampa tu sello en el papel". Y el muchacho lo escribió
y lo selló.
Inmediatamente extendieron una alfombra en el patio interior, y la joven y el muchacho llegaron al
terreno, y se cogieron uno a otro por en medio del cuerpo, y juntaron sus axilas. Y lucharon enlazados
maravillosamente. Y pronto la cogía el muchacho y la derribaba en tierra, como se erguía ella, cual una
serpiente, y le derribaba a su vez. Y continuó él derribándola y ella derribándole durante dos horas de
lucha, sin que ninguno de los dos pudiera hacer que el adversario tocase con los hombros en el suelo.
Entonces se enfadó el rey al ver que su hija no se distinguía aquella vez. Y dijo: "Basta por hoy. Pero
mañana vendréis otra vez para luchar sobre el terreno".
Luego el rey los separó y volvió a sus habitaciones, y llamó a los médicos de palacio y les dijo:
"Esta noche, mientras duerme, ha réis aspirar bang narcótico al muchacho que ha luchado con mi hija; y
cuando haya surtido efecto el narcótico, examinaréis su cuerpo para ver si lleva consigo un talismán que
le hace tan resistente. Porque la verdad es que mi hija ha vencido a los más fuertes de todos los esfor -
zados caballeros del mundo, y ha hecho morder el polvo a cuarenta menos uno de entre ellos. ¿Cómo,
pues, no ha podido dar en tierra con un jovenzuelo cual ése? Tiene, por tanto, que ocultar él algo, y eso es
lo que hay que descubrir. ¡Sin lo cual, caerá en falta vuestra cien cia y no tendré fe en vuestra asistencia, y
os expulsaré de mi palacio y de mi ciudad!"
Así es que cuando llegó la noche y durmióse el muchacho, fueron los médicos a hacerle aspirar bang
narcótico, y le amodorraron pro fundamente. Y examináronle el cuerpo punto por punto, golpeando encima
como se golpea en las cubas, y acabaron por descubrir; dentro del pecho, envuelta en sus entrañas, la
curcusilla de la gallina. Y bus caron sus tijeras e instrumentos, hicieron una incisión, y extrajeron del
pecho del muchacho la curcusilla de la gallina. Luego recosieron el pecho, lo rociaron con vinagre
heroico y lo dejaron en el estado en que se hallaba.
Por la mañana, el chico despertó del sueño narcótico, y notó que tenía cansado el pecho y que en
general no gozaba ya de la mis ma robustez que antes. Porque se le habían ido las fuerzas con la curcusilla
de la gallina, que estaba dotada de la virtud de hacer inven cible al que la comiera. Y viéndose en estado
de inferioridad para en lo sucesivo, no quiso exponerse a intentar una empresa peligrosa, y huyó por
miedo a la que la joven luchadora le venciese y le matasen.
Y echando inmediatamente a correr, no se detuvo hasta que perdió de vista el palacio y la ciudad. Y
se encontró a tres hombres que disputaban entre sí. Y les preguntó: "¿Por qué disputáis?" Le contestaron:
"¡Por una cosa!" El les dijo: "¿Una cosa? ¿Cuál?" Le contestaron: "Tenemos esta alfombra que ves. A
quien se ponga enci ma y la golpee con esta varita, pidiéndole que le lleve aunque sea a la cumbre de la
montaña Kaf, la alfombra le transporta en un abrir y cerrar de ojos. ¡Y por poseerla nos disponíamos a
matarnos en este momento!"
El chico les dijo: "En vez de mataros mutuamente por la posesión de esa alfombra volante, tomadme
por árbitro y dictaminaré con justicia entre vosotros". Y contestaron ellos: "Sé nuestro árbitro en este
caso".
El muchacho les dijo: "Extended en tierra esa alfombra para que vea su longitud y su anchura". Y se
puso en medio de la al fombra, y les dijo: "Voy a tirar una piedra con toda mi fuerza y echaréis a correr
los tres juntos. Y el primero que la coja, se llevará la alfombra volante". Ellos le dijeron: "Está bien".
Entonces cogió el muchacho una piedra y la tiró; y los tres echaron a correr detrás. Y mientras corrían, el
chico golpeó la alfombra con la varita, diciéndole: "¡Transpórtame en línea recta en medio del patio del
palacio real!" Y la alfombra ejecutó la orden en aquella hora en aquel instante, y dejó al hijo del tañedor
del clarinete en el patio del palacio consabido en el sitio donde generalmente se efectuaban las luchas
con la princesa.
Y el mozuelo exclamó: "¡Aquí está el luchador! ¡Que venga su vencedora!" Y en presencia de todos,
bajó la joven al centro del patio, y se puso en la alfombra frente al muchacho. Y al punto golpeó él la
alfombra con su varita, diciendo: "Vuela con nosotros hasta la cumbre de la montaña Kaf". Y la alfombra
se elevó por los aires en medio del asombro general, y en menos tiempo del que se necesita para cerrar
un ojo y abrirlo, los dejó en la cumbre de la montaña Kaf.
Entonces el mozuelo dijo a la joven: "¿Quién es el vencedor aho ra? ¿La que me ha sacado del pecho
la curcusilla de gallina o el que se ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio... ?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 950ª noche
Ella dijo:
"...¿Quién es el vencedor ahora? ¿La que me ha sacado del pecho la curcusilla de gallina, o el que se
ha apoderado de la hija del rey en medio de su palacio?" Ella contestó: "¡Bajo tu protección!
¡Perdóname! Y si quieres conducirme otra vez al palacio de mi padre, me casaré contigo, diciendo: "¡Me
ha vencido!" Y ordenaré a los médicos que vuelvan a meterte en el pecho la curcusilla de gallina". El
dijo: "Está bien. Pero dice el proverbio: "¡Hay que amasar el barro cuando está blando!" Y antes de
transportarte, quiero hacer contigo lo que sabes".
Ella dijo: "Está bien". Entonces la cogió y se echó encima de ella, y como la encontraba a punto, se
dispuso a ama sarla donde era necesario mientras estuviese blanda. Pero de repente le asestó ella un
puntapié que le hizo rodar fuera de la alfombra.
Y golpeó la alfombra con la varita, diciendo: "¡Vuela, ¡oh alfombra! y transpórtame al palacio de mi
padre!"
Y la alfombra echó a volar con ella en el mismo instante y la llevó al palacio.Y el hijo del tañedor de
clarinete ambulante quedó solo en la cumbre de la montaña, expuesto a morir de hambre y de, sed, sin que
dieran con sus huellas ni las hormigas. Y empezó a bajar la montaña, mordiéndose de rabia las manos. Y
se estuvo bajando, sin parar, un día y una noche, y por la mañana llegó a la mitad de la montaña. Y para
suerte suya, encontró allí dos palmeras que se doblaban bajo el peso de sus dátiles maduros.
Y he aquí que una de las dos palmeras tenía dátiles rojos, y la otra dátiles amarillos. Y el muchacho
se apresuró a coger una rama de cada especie. Y como prefería los amarillos, empezó por comerse con
delectación uno de aquellos dátiles amarillos. Pero al punto sintió en la cabeza una cosa que le arañaba
la piel; y se llevó la mano al sitio de la cabeza donde le arañaba, y sintió que le salía con rapidez en la
cabeza un cuerno que se enroscaba a la palmera. Y por más que quiso libertarse, quedó sujeto por el
cuerno a la palmera. Entonces se dijo: "¡Muerte por muerte!, prefiero satisfacer antes mi hambre, y morir
luego!" Y comenzó a comer dátiles rojos. Y he aquí que, en cuanto se comió uno de los rojos, sintió que
el cuerno se desenroscaba de la palmera y que se quedaba libre su cabeza. Y en un abrir y cerrar de ojos,
fué como si nunca hubiera existido el cuerno. Y ni rastros de él le quedaron en la cabeza.
Entonces se dijo el muchacho: "Está bien". Y se puso a comer dátiles rojos hasta que satisfizo su
hambre. Luego se llenó el bolsillo de dátiles rojos y amarillos, y continuó viajando día y noche durante
dos meses enteros, hasta que llegó a la ciudad de su adversaria, la hija del rey.
Y se puso debajo de las ventanas del palacio, y empezó a pre gonar: "¡Dátiles tempranos y maduros,
dátiles! ¡Dedos de princesas, dátiles! ¡Compañía de los jinetes, dátiles!"
Y la hija del rey oyó el pregón del vendedor de dátiles tempra nos, y dijo a sus doncellas: "Bajad
pronto a comprar dátiles a ese vendedor y escogedlos bien frescos, ¡oh jóvenes!" Y bajaron ellas a
comprar dátiles, sin que se les dejara, dada su rareza, en menos de un dinar a cada uno. Y compraron
dieciséis por dieciséis dinares, y subieron a dárselos a su ama.
Y la hija del rey observó que eran dátiles amarillos, los que más le gustaban precisamente. Y se
comió los dieciséis, uno tras de otro, en el tiempo justo para llevárselos a la boca. Y dijo: "¡Oh corazón
mío, cuán deliciosos son!" Pero apenas había pronunciado estas pa labras, sintió una fuerte desazón,
picándole en dieciséis sitios distintos de la cabeza. Y se llevó inmediatamente la mano a la cabeza, y
sintió que le agujereaban el cuero cabelludo dieciséis cuernos en dieciséis sitios distintos y simétricos. Y
ni tiempo de gritar había tenido, cuando ya los dieciséis cuernos se habían desarrollado, y de cuatro en
cuatro habían ido a clavarse en la pared fuertemente.
Al ver aquello, y a los gritos penetrantes que ella se puso a lanzar a coro con sus doncellas, acudió el
padre, jadeando, y preguntó: "¿Qué ocurre?" Y las doncellas le contestaron: "¡Oh amo nuestro! Alzamos
los ojos y hemos visto que de repente salían esos dieciséis cuernos en la cabeza de nuestra ama, e iban a
clavarse de cuatro en cuatro en la pared, como lo estás viendo".
Entonces el padre congregó a los médicos más hábiles, los que habían extraído del pecho del
mozuelo la curcusilla de gallina. Y lle varon sierras para serrar los cuernos; pero no podían serrarse. Y
em plearon otros medios, pero sin obtener resultado y sin lograr curarla. Entonces el padre recurrió a
procedimientos extremos, y mandó gritar por la ciudad a un pregonero: "¡Quien dé a la hija del sultán un
remedio que la libre de los dieciséis cuernos, se casará con ella y será designado para la sucesión al
trono!"
¿Y qué sucedió?
Pues que el hijo del tañedor de clarinete, que sólo esperaba aquel momento, entró al palacio y subió
al aposento de la princesa, di ciendo: "Yo haré que le desaparezcan los cuernos". Y en cuanto estuvo en su
presencia, cogió un dátil rojo, lo partió en pedazos, y lo puso en la boca de la princesa. Y en el mismo
instante se separó de la pared un cuerno, y a ojos vistas, se fué encogiendo y acabó por desaparecer
enteramente de la cabeza de la joven.
Al ver aquello, todos los presentes, con el rey a la cabeza, prorrumpieron en gritos de alegría, y
exclamaron: "¡Oh, qué gran mé dico!". Y dijo él: "¡Mañana haré desaparecer el segundo cuerno!"
Entonces le retuvieron en el palacio, donde estuvo dieciséis días, haciendo desaparecer cada día un
cuerno, hasta que la libró de los dieciséis cuernos.
Así es que el rey, en el límite de la maravilla y de la gratitud, hizo extender al punto el contrato de
matrimonio del mozalbete con la princesa. Y se celebraron las bodas, con regocijos e iluminaciones.
Luego llegó la noche de la penetración.
Y he aquí que, en cuanto el mozuelo entró con su esposa en la cámara nupcial, le dijo: "Y ahora,
¿quién de nosotros dos es el vencedor? ¿La que me quitó del pecho la curcusilla de gallina y me robó la
alfombra mágica, o el que hizo crecer dieciséis cuernos en una cabeza y los hizo desaparecer en nada de
tiempo?".
Y ella le dijo: "¿Pero eres tú? ¡Ah, efrit!
El le contestó: "¡Sí, soy yo, el hijo del tañedor de clarinete!" Ella le dijo: "¡Por Alah! ¡me has
vencido!".
Y ambos se acostaron juntos, y demostraron una fuerza igual y una potencia igual. Y llegaron a ser rey
y reina. Y vivieron todos juntos en plena felicidad y en perfecta dicha.
"¡Y ésta es mi historia!"
Cuando el sultán Baibars hubo oído esta historia del capitán Nizam Al-Din, exclamó "Ualahí, ¡no sé
si decir que ésta es la his toria más hermosa que oí!" Entonces avanzó el noveno capitán de policía, que se
llamaba Gelal Al-Din; y besó la tierra entre las ma nos del sultán Baibars, y dijo: "Inschalah, ¡oh rey del
tiempo! la historia que voy a contarte te gustará indudablemente". Y dijo:
Historia contada por el noveno capitán de policía
"Había una mujer que, a pesar de todos los asaltos, no concebía ni paría. Así es que un día se levantó
e hizo su plegaria al Retribui dor, diciendo: "¡Dame una hija, aunque deba morir con el olor del lino!"
Y al hablar así del olor del lino, quería pedir una hija, aunque fuese tan delicada y tan sensible como
para que el olor anodino del lino la incomodase hasta el punto de hacerla morir.
Y el caso es que concibió y parió, sin contratiempo, a la hija que Alah hubo de darle, y que era tan
hermosa como la luna al sa lir, y pálida como un rayo de luna, y como él delicada. Y la lla maron
Sittukhán.
Cuando ya era mayor y tenía diez años de edad, el hijo del sultán pasó por la calle y la vió asomada a
la ventana. Y en el corazón se le albergó el amor por ella; y se fué malo a casa.
Y se sucedieron los médicos ante él, sin dar con el remedio que necesitaba. Entonces, enviada por la
mujer del portero, subió a verle una vieja, que le dijo después de mirarle: "¡Oh! ¡estás enamorado o
tienes un amigo a quien amas!" El contestó: "Estoy enamorado". Ella le dijo: "Dime de quién, y seré un
lazo entre tú y ella". El dijo: "De la bella Sittukhán". Ella contestó: "Refresca tus ojos y tranqui liza tu
corazón, que yo te la traeré".
Y la vieja se marchó, y encontró a la joven tomando el fresco a su puerta. Y después de las zalemas y
cumplimientos, le dijo: "¡La salvaguardia con las hermosas como tú, hija mía! Las que se te parecen y
tienen dedos tan bonitos como los tuyos deberían aprender a tejer lino. Porque no hay nada más delicioso
que un huso en dedos fusiformes". Y se marchó.
Y la joven fué a casa de su madre, y le dijo: "Llévame, madre mía, a casa de la maestra". La madre le
preguntó: "¿Qué maestra?" La joven contestó: "La maestra del lino". Y su madre contestó: "¡Cállate! El
lino es peligroso para ti. Su olor es pernicioso para tu pecho. Si lo tocas, morirás". Ella dijo: "No, no
moriré". E insistió y lloró de tal manera, que su madre la envió a casa de la maestra del lino.
Y la joven estuvo allá todo un día aprendiendo a hilar lino. Y todas sus compañeras se maravillaron
de su belleza y de la hermosura de sus dedos. Y he aquí que se le metió en un dedo, entre la carne y la
uña, una brizna de lino. Y cayó ella al suelo, sin conocimiento.
Y la creyeron muerta, y enviaron recado a casa de su padre y de su madre, y les dijeron: "¡Venid a
llevaros a vuestra hija, y que Alah prolongue vuestros días, pues ha muerto!"
Entonces su padre y su madre, cuya única alegría era ella, se desgarraron las vestiduras, y azotados
por el viento de la calamidad, fueron, con el sudario, a enterrarla. Pero he aquí que pasó la vieja, y les
dijo: "Sois personas ricas, y resultaría un oprobio para vosotros enterrar a esa joven en el polvo". Ellos
preguntaron: "¿Y qué vamos a hacer?" Ella dijo: "Construidle un pabellón en medio del río. Y la
acostaréis en un lecho dentro de ese pabellón. E iréis a verla todos los días que lo deseéis".
Y le construyeron un pabellón de mármol, sostenido por columnas, en medio del río. Y lo rodearon de
un jardín alfombrado de césped. Y pusieron a la joven en un lecho de marfil, dentro del pabellón, y se
marcharon llorando.
¿Y qué aconteció?
Pues que la vieja fué al punto en busca del hijo del rey, que estaba enfermo de amor, y le dijo: "Ven a
ver a la joven. Te espera, acos tada en un pabellón, en medio del río".
Entonces se levantó el príncipe y dijo al visir de su padre: "Ven conmigo a dar un paseo". Y salieron
ambos, precedidos de lejos por la vieja, que iba enseñando al príncipe el camino. Y llegaron al pabe llón
de mármol, y el príncipe dijo al visir: "Espérame a la puerta. No tardaré".
Luego entró en el pabellón. Y encontró a la joven muerta. Y se sentó a llorarla, recitando versos
alusivos a su belleza. Y le cogió la mano para besársela, y vió aquellos dedos tan finos y tan bonitos. Y
mientras la admiraba, observó en uno la brizna de lino entre la uña y la carne. Y le chocó la brizna de
lino, y la arrancó delicadamente.
Y al punto la joven salió de su desmayo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 951ª noche
Ella dijo:
...Y al punto la joven salió de su desmayo, y se incorporó a medias, y sonrió al joven príncipe, y le
dijo: "¿Dónde estoy?" Y él la estrechó contra sí, y contestó: "¡Conmigo!" Y la besó, y se acostó con ella.
Y permanecieron juntos cuarenta días y cuarenta noches en el límite de la satisfacción.
Luego se despidió él de ella, diciéndole: "Me voy, porque el visir de mi padre está esperando a la
puerta. Le llevaré al palacio y volveré". Y bajó en busca del visir. Y salió con él y atravesó el jardín. Y
salieron a su encuentro rosas blancas y jazmines. Y le conmovió aquel encuentro, y dijo al visir: "¡Mira!
¡Las rosas y los jazmines blancos tienen la blancura de las mejillas de Sittukhán! ¡Oh visir! ¡espera tres
días más para que vaya yo a ver por segunda vez las mejillas de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con Sittukhán, admirando sus mejillas, que eran como las rosas blancas
y los jazmines. Luego bajó y se reunió con el visir, y continuó su paseo por el jardín en pos de la salida.
Y salió a su encuentro el algarrobo de largos frutos negros. Y le conmovió mucho aquel encuentro, y dijo
al visir: "¡Mira! ¡Las algarrobas son largas y negras como las cejas de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera aquí
tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez las cejas de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando sus hermosas cejas, largas y negras como dos
algarrobas en la rama.
Luego bajó a reunirse con el visir, y continuó con él sus paseos por el jardín en pos de la salida. Y le
salió al encuentro una fuente corriente que tenía un surtidor hermoso y solitario. Y le conmovió aquel
encuentro, y dijo al visir: "¡Mira! ¡El surtidor de la fuente es como el talle de Sittukhán! ¡oh visir! ¡espera
aquí tres días más para que vaya yo a ver por segunda vez el talle de Sittukhán!"
Y subió, y se quedó tres días con ella, admirando su talle, que se parecía al surtidor de la fuente.
Luego bajó a reunirse con el visir para continuar con él su paseo por el jardín en pos de la salida.
Pero he aquí que, cuando la joven vió a su enamorado subir por tercera vez en seguida de bajar, se dijo
"Voy a ir ahora a ver por qué se va y vuelve en seguida". Y bajó del pabellón y se quedó detrás de la
puerta que daba al jardín, para verle partir. Y el príncipe, al volverse, la vió asomar la cabeza por la
puerta.
Y retrocedió hasta ella, que estaba pálida y triste, y le dijo: "¡Sit tukhán, Sittukhán! ¡ya no te veré más!
¡oh! ¡nunca más!" Y se marchó y salió con el visir para no volver más.
Entonces Sittukhán se dedicó a vagar por el jardín, llorando por sí misma y sintiendo no haber muerto
realmente. Y mientras vagaba de aquel modo, vió que algo brillaba sobre el agua. Y lo recogió y vió que
era un sortija soleimánica. Y frotó la cornalina grabada que estaba engarzada en ella, y al punto le dijo la
sortija: "Heme aquí a tus órdenes. Habla, ¿qué quieres?" La joven contestó: "¡Oh sortija de Soleimán!
deseo de ti un palacio al lado del palacio del príncipe que me ha amado, y dame una belleza mayor que
mi belleza". Y la sortija le dijo: "¡Cierra los ojos y ábrelos!" Y la joven cerró los ojos, y cuando los
abrió, se encontró en un palacio magnífico erigido al lado del palacio del príncipe. Y se miró en el
espejo, y quedó maravillada de su propia belleza.
Y fué a acodarse a la ventana en el momento en que pasaba por allá el príncipe a caballo. Y la vió sin
reconocerla, y se fué enamorado. Y llegó al aposento de su madre, y le dijo: "¡Madre mía! ¿tienes al guna
cosa muy hermosa para llevársela de regalo a la dama que se ha instalado en el nuevo palacio? ¿Y no
podrías decirle al mismo tiempo: "¿Cásate con mi hijo?" Y su madre la reina le dijo: "Tengo dos piezas
de brocado real. Iré a llevárselas y le haré la petición". El príncipe le dijo: "Está bien. Llévaselas".
Y la madre del príncipe fué a la joven, y le dijo: "Hija mía, acepta este regalo, porque mi hijo desea
casarse contigo". Y la joven llamó a su negra, y le dijo: "Toma estas dos piezas de brocado y haz con
ellas rodillas para fregar las baldosas". Y la reina, enfadada, se fué en busca de su hijo, que le preguntó:
"¿Qué te ha dicho, madre mía?" Ella contestó: "¡Ha dado a la esclava las dos piezas de brocado de oro y
le ha ordenado que con ellas haga rodillas para fregar la casa!" El joven le dijo: "Te lo suplico, madre
mía, ¿no tienes algo más precioso que puedas llevarle? Porque estoy enfermo de amor por sus ojos". La
madre le dijo: "Tengo un collar de esmeraldas sin tara ni mácula". El príncipe le dijo: "Está bien. Pues
llévaselo".
Y la madre del príncipe subió a ver a la joven, y le dijo: "Acepta de nosotros este regalo, hija mía,
que mi hijo desea casarse contigo". Y la joven contestó: "Tu regalo queda aceptado, ¡oh señora!" Y llamó
a la esclava y le dijo: "¿Han comido los pichones o todavía no?" La esclava contestó: "Todavía no, "¡ya
setti!" La joven le dijo: "¡Entonces toma estos granos de esmeralda y dáselos a los pichones para que co -
man y se refresquen con ellos!"
Al oír estas palabras, la madre del príncipe dijo a la joven: "¡No nos humilles, hija mía! Te ruego
solamente que me digas si quieres casarte con mi hijo o no". Ella contestó: "Si quieres que me case con tu
hijo, dile que se haga pasar por muerto, envuélvele en siete suda rios, condúcele por la ciudad, y di a las
gentes que no le entierren en más sitio que en el jardín de mi palacio".
Y la madre del príncipe dijo: "Está bien. Voy a exponer tus condiciones a mi hijo".
Y fué a decir a su hijo: "¡No puedes figurarte lo que pretende! Exige que, si quieres casarte con ella,
te hagas pasar por muerto, que se te envuelva en siete sudarios, que se te conduzca por la ciudad con
cortejo fúnebre y que te lleven a su casa para enterrarte. Y entonces se casará contigo". Y él contestó:
"¿No es nada más que eso, madre mía? Entonces, desgarra tus vestiduras, grita y di: "¡Ha muerto mi
hijo!"
Y la madre del príncipe se desgarró las vestiduras, y gritó con voz tan aguda como lamentable: "¡Qué
calamidad la mía! ¡ha muer to mi hijo!"
Entonces, al oír el grito, todas las gentes del palacio acudieron y vieron al príncipe tendido en tierra
como los muertos, y a su madre en un estado lamentable. Y cogieron el cuerpo del difunto, lo lavaron y lo
metieron en siete sudarios. Luego se congregaron los lectores del Korán y los jeiques, y salieron en
cortejo delante del cuerpo, cubierto de chales preciosos. Y después de conducir por toda la ciudad al
muerto, fueron a depositarlo en el jardín de la joven, con arreglo a sus deseos. Allí lo dejaron, y se
marcharon por su camino.
Cuando no quedó ya nadie en el jardín, la joven, que en otro tiempo había muerto a consecuencia de
una brizna de lino, y que por sus mejillas se parecía a las rosas blancas y a los jazmines, por sus cejas a
las algarrobas en la rama y por su talle al surtidor de la fuente, se inclinó sobre el príncipe amortajado
con los siete sudarios. Y cuando le hubo quitado el séptimo sudario, le dijo: "¿Cómo? ¿eres tú? ¡Con que
tu pasión por las mujeres te ha llevado a dejarte amortajar con siete sudarios!"
Y el príncipe quedó lleno de confusión, y se mordió un dedo, y se lo arrancó de vergüenza. Y ella le
dijo: "Pase por esta vez". "Y vivieron juntos, amándose y deleitándose"
Y al oír esta historia, el sultán Baibars dijo al capitán Gelal Al- Din: "¡Ualahi, ua telahi, me parece
que esto es lo más admirable que he oído!".
Entonces avanzó entre las manos del sultán Baibars el dé cimo capitán de policía, que se llamaba
Helal Al-Din, diciendo: "¡Ten go que contar una historia que es hermana mayor de las anteriores!"
Y dijo:
Historia contada por el décimo capitán de policía
"Había una vez un rey que tenía un hijo llamado Mohammad. Y el tal hijo dijo un día a su padre:
"Quiero casarme". Y su padre le contestó: "Está bien. Espera a que vaya tu madre a los harenes para ver
las jóvenes casaderas que hay y hacer la petición en tu nombre". Pero el hijo del rey dijo: "No, padre
mío; quiero buscar novia con mis propios ojos, viendo a la joven". Y el rey contestó: "Está bien".
Entonces montó el joven en su caballo, que era hermoso como un animal feérico, y salió de viaje.
Y al cabo de diez días de viajar, encontró a un hombre sentado en un campo y ocupado en cortar
puerros, mientras su hija, una jo venzuela, los ataba.Y el príncipe, después de las zalemas, se sentó junto a
ellos, y dijo a la joven: "¿Tienes un poco de agua?" Ella contestó: "La tengo". El dijo: "Dámela a beber".
Y ella se levantó y le trajo el cantarillo. Y bebió él.
Y he aquí que le gustó la joven, y dijo al padre: "¡Oh jeique ¿me darás en matrimonio a esta hija
tuya?" El jeique contestó: "Somos tus servidores". Y el príncipe le dijo: "Está bien, ¡oh jeique! Quédate
aquí con tu hija, mientras yo regreso a mi país a buscar lo necesario para la boda, y vuelvo".
Y el príncipe Mohammad fué a ver a su padre, y le dijo: "¡Me he hecho novio de la hija del sultán de
los puerros!" Y su padre le dijo: "¿Es que los puerros tienen ahora un sultán?"
El joven contestó:
"¡Sí, y quiero casarme con su hija!" Y el rey exclamó: "¡Loores a Alah, ¡oh hijo mío! que ha dado un
sultán a los puerros!" Y añadió: "Ya que te gusta la hija, espera por lo menos a que vaya tu madre al país
de los puerros para ver el puerro padre, y a la puerra madre, Y a la puerra hija".
Y dijo el príncipe Mohammad: "Está bien".
Y su madre fué, pues, al país del padre de la joven, y se encontró con que la que su hijo le había
dicho que era la hija del sultán de los puerros era una jovenzuela de todo punto encantadora y hecha ver -
daderamente para ser esposa de un hijo de rey. Y le plugo en ex tremo; y la besó, y le dijo: "¡Querida, soy
la reina madre del príncipe a quien has visto, y vengo para casarte con él!" Y la joven dijo: "¿Cómo? ¿tu
hijo es hijo del rey?" La reina contestó: "¡Sí, mi hijo es hijo del rey, y yo soy su madre!" Y la joven dijo:
"Entonces no me casaré con él". La reina preguntó "¿Y por qué?" La joven le dijo: "¡Porque no me casaré
más que con un hombre de oficio!"
Entonces la reina se marchó enfadada, y dijo a su esposo: "¡La joven del país de los puerros no
quiere casarse con nuestro hijo!" El rey preguntó: "¿Por qué?". La reina dijo: "Porque no quiere casarse
más que con un hombre que tenga en la mano un oficio''. El rey dijo: "Tiene razón". Pero el príncipe cayó
enfermo al saberlo.
Entonces el rey se levantó y mandó buscar a todos los jeiques de las corporaciones; y cuando
estuvieron todos entre sus manos, dijo al primero, que era el jeique de los carpinteros: "¿En cuánto
tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Nada más que en dos años, pero no en menos".
El rey dijo: "Está bien. ¡Échate a un lado!". Luego se encaró con el segundo, que era el jeique de los he -
rreros, y le dijo: "¿En cuánto tiempo enseñarías tu oficio a mi hijo?". El otro contestó: "Necesito un año,
día tras día". El rey le dijo: "Está bien. ¡Echate a un lado!" Y de tal suerte interrogó a todos los jeiques
de las corporaciones, que exigieron unos un año, otros dos, y otros tres o hasta cuatro años. Y no sabía el
rey por cuál decidirse, cuando vió que detrás de todos alguien saltaba y se inclinaba, y hacía señas con
los ojos y con el dedo alzado. Y le llamó, y le preguntó: "¿Por qué te estiras y te agachas?" El aludido
contestó: "Para hacerme notar por nuestro amo el sultán, pues soy pobre, y los jeiques de las corpo -
raciones no me han advertido de su llegada aquí. Y yo soy tejedor, y enseñaré mi oficio a tu hijo en una
hora de tiempo".
Entonces el rey despidió a todos los jeiques de las corporaciones, y retuvo al tejedor, y le llevó seda
de diferentes colores y un telar, y le dijo: "Enseña tu arte a mi hijo". Y el tejedor se encaró con el
príncipe, que se había levantado, y le dijo: "¡Mira! yo no voy a de cirte: "¡Hazlo de este modo, y hazlo de
este otro!", no; yo te digo: "¡Abre tus ojos y observa! Y mira cómo van y vienen mis manos". Y en nada
de tiempo el tejedor tejió un pañuelo, en tanto que el prín cipe le miraba atentamente. Luego dijo a su
aprendiz. "Acércate ahora y haz un pañuelo como éste". Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo
espléndido, dibujando en la trama el palacio y el jar dín de su padre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 952ª noche
Ella dijo:
...Y el príncipe se puso al telar, y tejió un pañuelo espléndido, dibujando en la trama el palacio y el
jardín de su padre.
Y el hombre cogió los dos pañuelos y subió al aposento del rey y le dijo: "¿Cuál de estos dos
pañuelos es obra mía y cuál es obra de tu hijo?". Y el rey, sin vacilar, mostró con el dedo el de su hijo,
señalando el hermoso dibujo del palacio y del jardín, y dijo: "¡Este es obra tuya y el otro es también obra
tuya!" Pero el tejedor exclamó: "Por los méritos de tus gloriosos antecesores, ¡oh rey! que el pa ñuelo más
hermoso es obra de tu hijo, y éste, el feo, es obra mía".
Entonces el rey, maravillado, nombró al tejedor jeique de todos los jeiques de las corporaciones, y le
despidió contento. Tras de lo cual dijo a su esposa: "Coge el pañuelo obra de nuestro hijo, y ve a ense -
ñárselo a la hija del sultán de los puerros, diciéndole: "Mi hijo tiene el oficio de tejedor en seda".
Y la madre del príncipe cogió el pañuelo y fué a ver a la joven, y le enseñó el pañuelo, repitiéndole
las palabras del rey. Y la joven se maravilló del pañuelo, y dijo: "Ahora me casaré con tu hijo".
Y los visires del rey cogieron al Kadí y fueron a hacer el contrato de matrimonio. Y se celebraron las
bodas. Y el príncipe penetró en la jovenzuela del país de los puerros, y tuvo de ella hijos que todos lle -
vaban en los muslos la marca del puerro. Y cada uno de ellos aprendió un oficio. Y vivieron todos
contentos y prosperando.
¡Pero Alah es más sabio!"
Luego dijo el sultán Baibars: "Esa historia de la hija del sultán de los puerros me ha gustado por su
hermosa moraleja. Pero ¿no hay entre vosotros nadie que tenga todavía que contarme algo?" Entonces
avanzó otro capitán de policía, que era el undécimo, y se llamaba Salah Al-Din. Y después de besar la
tierra entre las manos del sultán Baibars, dijo: "¡He aquí mi historia!"
Historia contada por el undécimo capitán de policía
"Una vez le aconteció a un sultán que le naciera un hijo al mismo tiempo que una yegua de raza de las
caballerizas reales echaba al mundo un potro. Y dijo el rey: "El potro que ha salido está escrito en la
suerte de mi hijo recién nacido, y le pertenece en propiedad".
Cuando el niño se hizo mayor y avanzó en edad, murió su madre: y el mismo día murió la madre del
potro.
Y pasaron los días, y el sultán se casó con otra mujer, a quien escogió entre las esclavas de palacio.
Y llevaron al muchacho a la es cuela, sin velar ya por él y sin quererle. Y cada vez que el huérfano de
madre volvía de la escuela, entraba a ver a su caballo, le acariciaba, le daba de comer y de beber y le
contaba sus penas y su abandono. Y he aquí que la esclava con quien el sultán se había casado tenía un
amante que era un médico judío (¡maldito sea!). Y para entrevistarse se veían muy apurados ambos,
precisamente a causa de la presencia de aquel huérfano de madre en el palacio. Y se pregun taron: "¿Qué
hacer?" Y reflexionaron sobre el particular y decidieron envenenar al joven príncipe.
Por lo que a él respecta, cuando volvió de la escuela fué a ver a su caballo, como de ordinario. Y le
encontró llorando. Y le dijo: acariciándole: "¿Por qué lloras, caballo mío?". Y el caballo le con testó:
"Lloro porque vas a perder la vida". El príncipe preguntó: "¿Y quién quiere que pierda yo la vida?". El
caballo contestó: "La mujer de tu padre y ese maldito médico judío" El príncipe preguntó: "¿Cómo es
eso?" El caballo dijo: "Te han preparado un veneno que han ex traído de la piel de un negro. Y te lo
echarán en la comida. Ten cui dado de no probarla"
Y el caso es que, cuando el joven príncipe subió al aposento de la mujer de su padre, ella le puso
delante la comida. Y él cogió la comida y a su vez la puso delante del gato de la mujer del rey, que
maullaba por allí. Y antes de que pudiese impedirlo su ama, el gato se tragó la comida y murió
inmediatamente. Y el príncipe se levantó y salió sin decir nada.
Y la mujer del rey y el judío se preguntaron: "¿Quién se lo ha podido decir?" Y se contestaron;
"nadie, excepto su caballo". Enton ces dijo la mujer: "Está bien". Y fingió ponerse mala, y el rey hizo ir al
maldito judío, que era su médico, para que examinase a la reina. Y la examinó el judío, y dijo: "Su
remedio consiste en un corazón de potro de una yegua de raza, de tal y cual color". Y dijo el rey: "No hay
en mi reino más que un potro que reúna esas condiciones, y es el potro de mi hijo huérfano de madre". Y
cuando el muchacho volvió de la escuela, le dijo su padre. "Tu tía la reina está enferma, y no hay para
ella otro remedio que el corazón de tu potro hijo de la yegua de raza". El muchacho contestó: "No hay
inconveniente. Pero ¡oh padre mío! todavía no he montado ni una sola vez en mi potro. Quisiera montarle
antes, y en cuanto lo haga, le degollarán y le sa carán el corazón". Y dijo el rey: "Está bien". Y el joven
príncipe montó en su caballo ante toda la corte, y le lanzó a galope por el meidán. Y galopando de tal
suerte, desapareció a los ojos de los hombres. Y echaron a correr jinetes detrás de él, pero no le
encontraron.
Y así llegó a otro reino que el de su padre, acercándose al jardín del rey de aquel reino. Y el caballo
le dió un mechón de sus crines y un pedernal, y le dijo: "Si me necesitas, quema una de esas crines, y al
punto estaré a tu lado. Ahora vale más que me retire, ante todo porque tengo que comer, y además, para
no importunarte en tus en cuentros con tu destino". Y se besaron y se separaron.
Y el joven príncipe fué en busca del jardinero mayor, y le dijo: "Soy extranjero aquí. ¿Me tomarás a
tu servicio?" El jardinero le contestó: "Está bien. Precisamente necesito una persona que guíe al buey que
da vueltas a la noria de regar". Y el joven príncipe fué a la noria y se puso a guiar al buey del jardinero.
Aquel día se paseaban por el jardín las hijas del rey, y la más joven vió al muchacho que guiaba al
buey de la noria. Y el amor se albergó en su corazón. Y sin exteriorizar nada, dijo ella a sus her manas:
"Hermanas mías, hasta cuándo vamos a estar sin maridos? ¿Acaso nuestro padre quiere dejarnos agriar?
Se nos va a revolver la sangre". Y sus hermanas le dijeron: "¡Es verdad! Vamos camino de agriarnos, y se
nos va a revolver la sangre". Y se reunieron y fueron las siete en busca de su madre, y le dijeron: "¿Nos
va a dejar agriarnos en su casa nuestro padre? Se nos va a revolver la sangre. ¿O va a buscarnos por fin
maridos que impidan cosa tan terrible?".
Entonces la madre fué en busca del rey, y le habló en este sentido. Y el rey hizo pregonar
públicamente que todos los jóvenes de la ciudad debían pasar por debajo de las ventanas del palacio,
porque las princesas tenían que casarse. Y todos los jóvenes pasaron por debajo de las ventanas del
palacio. Y cada vez que le gustaba uno a una de las hermanas, tiraba ella sobre él su pañuelo. Y de tal
suerte encontraron esposo de su agrado seis de ellas, y se mostraron satisfechas.
Pero la hija pequeña no tiró su pañuelo sobre nadie. Y advirtieron de ello al rey, que dijo: "¿No
queda nadie más en la ciudad?". Le contestaron: "No queda más que un muchacho pobre que da vueltas a
la noria del jardín". Y dijo el rey: "A pesar de todo, es preciso que venga, aunque sé que no va a
escogerlo mi hija". Y fueron a buscarle, y le llevaron debajo de las ventanas del palacio. Y he aquí que
sobre él cayó recto el pañuelo de la joven. Y la casaron con él. Y el rey, padre de la joven, cayó enfermo
de pena.
Y se congregaron los médicos y le recetaron, como régimen y re medio, que bebiera leche de osa
contenida en un odre de piel de osa virgen. Y dijo el rey: "Fácil es. Tengo seis yernos que son heroicos
jinetes, y no se parecen en nada al maldito del séptimo, que es el boyero de la noria. ¡Id a decirles que
me traigan esa leche!".
Entonces los seis yernos del rey montaron en sus hermosos ca ballos y salieron en busca de la
consabida leche de osa. Y el muchacho casado con la hija menor montó en un mulo cojo y salió también
mien tras se burlaba de él todo el mundo. Y cuando llegó a un paraje retirado, golpeó el pedernal y quemó
uno de los pelos. Y apareció su caballo, y se besaron. Y el muchacho le pidió lo que tenía que pedirle.
Al cabo de cierto tiempo volvieron de su expedición los seis yernos del rey, llevando consigo un
odre de piel de osa lleno de leche de osa. Y se lo entregaron a la reina, madre de sus esposas,
diciéndole: "¡Lleva esto a nuestro tío el rey!". Y la reina llamó con las manos, y subieron los eunucos, y
les dijo: "Dad esta leche a los médicos para que la examinen". Y los médicos examinaron la leche, y
dijeron: "Es leche de osa vieja, y está en un odre de piel de osa vieja. Sólo nocivo puede ser para la
salud del rey".
Y he aquí que de nuevo subieron los eunucos al aposento de la reina, y le entregaron otro odre,
diciendo: "¡Este odre de leche nos lo acaba de entregar un adolescente que va a caballo y es más
hermoso que el ángel Harut! ". Y la reina les dijo: "Llévaselo a los médicos para que lo examinen". Y los
médicos examinaron continente y con tenido, y dijeron: "He aquí lo que buscábamos. Es leche de osa
joven en una piel de osa virgen". Y se la dieron a beber al rey, que curó en aquella hora y en aquel
instante, y dijo: "¿Quién ha traído este reme dio?". Le contestaron: "Un adolescente que venía a caballo, y
es más hermoso que el ángel Harut". El rey dijo: "Que vayan a entregarle de mi parte el anillo del reino y
que le hagan sentarse en mi trono. Luego me levantaré y haré divorciarse a mi hija menor del mozo de la
noria.
Y la casaré con ese adolescente que me ha hecho volver del país de la muerte". Y se ejecutaron sus
órdenes.
Luego se levantó el rey y se vistió y fué a la sala del trono. Y cayó a los pies del hermoso adolescente
sentado en el trono, y se los besó. Y vió junto a él a su hija menor sonriendo. Y le dijo: "¡Bien, hija mía!
¡Ya veo que te has divorciado del mozo de la noria, y que has fijado libremente tu elección en este
adolescente, que es más hermoso que el ángel Harut". Y ella le dijo: "Padre mío, el mozo de la noria, el
adolescente que te ha traído la leche de osa virgen y el que ahora está sentado en el trono del reino no son
más que una sola y misma persona".
Y el rey quedó asombrado al oír estas palabras, y se encaró con el adolescente real, y le preguntó:
"¿Es verdad lo que dice?". El inter pelado contestó: "¡Sí, es verdad! ¡Y si no me quieres por yerno, fácil
es remediarlo, porque tu hija todavía está virgen!". Y el rey le besó y le estrechó contra su corazón.
Luego hizo celebrar sus nupcias con la joven. Y al llegar la penetración, el adolescente se portó tan bien,
que impidió para siempre a su joven esposa agriarse y tener la san gre revuelta.
Tras de lo cual regresó con ella al reino de su padre a la cabeza de un ejército numeroso. Y se
encontró con que su padre había muerto, y que la mujer de su padre dirigía los asuntos de reino, de
acuerdo con aquel maldito médico judío. Entonces los hizo prender a ambos, y los empaló encima de una
hoguera. Y se consumieron en el palo. ¡Y se acabó lo concerniente a ellos!
¡Loores a Alah, que vive sin consumirse nunca!".
Y el sultán Baibars, al oír esta historia del capitán Salah Al-Din, dijo: "¡Qué lástima que no quede ya
nadie que me cuente historias parecidas a ésta!". Entonces avanzó el duodécimo capitán de policía,
llamado Nassr Al-Din, quien, tras de los homenajes al sultán Baibars, dijo: "Yo no he dicho nada
todavía, ¡oh rey del tiempo! ¡Y por cierto que después de mí nadie dirá ya nada, porque nada habrá que
decir ya!". Y Baibars se puso contento, y dijo: "¡Da lo que tienes!". En tonces dijo el capitán:
Historia contada por el duodécimo capitán de policía
"Se cuenta -pero ¿hay otra ciencia que la de Alah?- que había en la tierra un rey. Y este rey estaba
casado con una reina estéril. Un día fué a ver al rey un maghrebín, y le dijo: "Si te doy un remedio para
que tu mujer conciba y para cuando quiera ¿me darás tu primer hijo?" Y el rey contestó: "Está bien, te le
daré". Entonces el maghrebín dió al rey dos confites, uno verde y otro rojo, y le dijo: "Tú te comerás el
verde, y tu mujer se comerá el rojo. Y Alah hará lo demás". Luego se marchó.
Y el rey se comió el confite verde, y dió el confite rojo a su mujer, que se lo comió. Y quedó encinta y
parió un hijo, al que llamaron Mohamed (¡sea la bendición con este nombre!). Y el niño empezó a crecer
y a desarrollarse, inteligente en las ciencias y dotado de her mosa voz.
Después la reina parió un segundo hijo, al que llamaron Alí, y que empezó a criarse torpe e inhábil
para todo. Tras de lo cual aún quedó ella encinta, y parió un tercer hijo, llamado Mahmud, que empezó a
crecer y a desarrollarse idiota y estúpido.
Al cabo de diez años, el maghrebín fué a ver al rey y le dijo: "Dame a mi hijo". Y dijo el rey: "Está
bien". Y fué al aposento de su esposa, y le dijo: "Ha venido el maghrebín a pedirnos nuestro hijo mayor".
Y ella contestó: "¡Jamás! Démosle a Alí el torpe". Y dijo el rey: "Está bien". Y llamó a Alí el torpe, le
cogió de la mano, y se lo dió al maghrebín, que se lo llevó y se fué.
Y anduvo con él por los caminos, en medio del calor, hasta me diodía. Luego le preguntó: "¿No tienes
hambre ni sed?". Y el mu chacho contestó: "¡Por Alah, vaya una pregunta! ¿Cómo quieres que después de
media jornada pasada sin comer ni beber, no tenga hambre ni sed?". Entonces el maghrebín hizo:
"¡Hum!". Y cogió al chico de la mano y se lo llevó a su padre, diciéndole: "Este no es mi hijo". Y el rey
le preguntó "¿Y cuál es tu hijo?". El otro contestó: "Déjamelos ver a los tres y yo cogeré a mi hijo".
Entonces el rey llamó a sus tres hijos. Y el maghrebín extendió la mano y cogió a Mahomed, el mayor,
que era precisamente el inteligente, el dotado de hermosa voz. Luego se marchó.
Y caminó con él media jornada, y le dijo: "¿Tienes hambre? ¿Tie nes sed?". Y el Avispado contestó:
"Si tú tienes hambre o sed, yo también tendré hambre y sed". Y el maghrebín le besó, y le dijo: "Muy bien
dicho, Avispado. Verdaderamente, eres mi hijo".
Y le condujo a su país, en el fondo del Maghreb, y le hizo entrar en un jardín, donde le dió de comer y
de beber. Tras de lo cual le llevó un libro mágico, y le dijo: "Lee en este libro". Y el muchacho cogió el
libro y lo abrió; pero no supo descifrar ni una palabra siquiera. Y el maghrebín se enfadó, y le dijo:
"¿Cómo? ¿eres mi hijo, y no sabes descifrar este libro mágico? Por Gogg y Magogg, y por el fuego de los
astros giratorios, que como en un mes de treinta días no te sepas de memoria este libro entero, te cortaré
el brazo derecho" Luego le dejó y salió del jardín.
Y el muchacho cogió el libro y se aplicó en su lectura durante veintinueve días. Pero, al cabo de este
tiempo, aún no sabía cómo había que ponerlo para leerlo. Entonces se dijo: "Ya que no me queda más que
un día, muerto por muerto voy a ir a pasearme al jardín antes que continuar agujereándome los ojos sobre
este libro mágico".
Y se adelantó profundamente entre los árboles del jardín, y de pronto vió delante de él a una joven
colgada por los cabellos. Y se apresuró a liberarla. Y ella le besó, y le dijo: "Soy una princesa caída en
poder de ese maghrebín. Y me ha colgado porque no me he apren dido de memoria el libro mágico".
Entonces dijo él: "También yo soy hijo de rey. Y el maghrebín me ha dado el libro mágico para que me lo
aprenda de memoria en treinta días; y no falta para mi muerte más que el día de mañana". Y dijo la joven:
"Voy a enseñarte el libro má gico; pero, cuando venga el maghrebín, dile que no te lo has aprendido".
"Acto seguido sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 953ª noche
Ella dijo:
"Acto seguido, sentóse ella al lado de él, le besó mucho y le enseñó el libro mágico. Luego le dijo:
"Es preciso que me cuelgues como es taba". Y él obedeció:
Y llegó el maghrebín al final del trigésimo día, y dijo al muchacho: "Recita el libro mágico". El chico
contestó: "¿Cómo voy a recitarlo si no he descifrado ni una palabra?" Y el maghrebín al punto le cortó el
brazo derecho, y le dijo: "Todavía tienes un plazo de treinta días. Si al cabo de ese tiempo no te sabes el
libro mágico, haré volar tu ca beza". Luego se marchó.
Y el muchacho fué en busca de la joven por entre los árboles, llevando en su mano izquierda su brazo
derecho cortado. Y la libertó. Y ella le dijo: "Aquí tiene tres hojas de una planta que he encontrado,
mientras el maghrebín la está buscando desde hace cuarenta años a fin de completar su conocimiento de
los capítulos de la magia. Aplica telas en los muñones de tu brazo, y sanará". Y así lo hizo el muchacho. Y
se le quedó el brazo como estaba antes.
Hecho lo cual, la joven frotó otra hoja, leyendo el libro mágico. Y al instante salieron de la tierra dos
camellos de carrera, y se arrodi llaron para recibirlos. Y dijo ella al muchacho: "Volvamos cada cual a
casa de nuestros padres. ¡Después irás tu al palacio de mi padre, que está en tal paraje y en tal país, a
pedirme en matrimonio!".
Y le besó amablemente. Y tras de su recíproca promesa, cada cual se mar chó por su lado.
Y Mahomed llegó a casa de sus padres al galope formidable de su camello. Pero no les dijo nada de
lo que le había sucedido. Solamente entregó el camello al eunuco mayor, diciéndole: "Ve a venderle en el
mercado de las acémilas; pero ten cuidado de no vender la cuerda que lleva al hocico". Y el eunuco
cogió al camello por la cuerda, y fué al mercado de las acémilas.
Entonces se presentó un vendedor de haschisch que quiso comprar el camello. Y tras de largos
debates y regateos, se lo compró al eunuco por un precio muy módico, pues generalmente los eunucos no
conocen el oficio de la venta y de la compra. Y para rematar el negocio, le vendió con la cuerda.
Y el vendedor de haschisch llevó al camello ante su tienda, y lo dejó admirar por sus clientes
acostumbrados, los comedores de haschisch. Y fué en busca de un cubo de agua para dar de beber al
camello, poniéndoselo delante, en tanto que los haschachín miraban, riendo hasta el fondo del gaznate. Y
el camello metió sus dos patas delanteras en el cubo. Y entonces el vendedor de haschisch le pegó,
gritándole: "Recula, ¡oh alcahuete!". Y al oír esto, el camello levantó sus otras dos patas, y se sumergió
de cabeza en el agua del cubo, y no volvió a aparecer.
Al ver aquello, el vendedor de haschisch se golpeó las manos una contra otra y se puso a gritar: "¡Oh
musulmanes! ¡socorro! ¡que el camello se ha ahogado en el cubo! ". Y mientras gritaba así, mostraba la
cuerda que se le había quedado en las manos.
Y se reunió gente de todos los puntos del zoco, y le dijeron: "Cá llate, ¡oh hombre! ¡estás loco! ¿Cómo
va a ahogarse un camello en un cubo?" El vendedor de haschisch le contestó: "¡Marchaos! ¿Qué hacéis
aquí? Os digo que se ha ahogado de cabeza en el cubo. ¡Y aquí está su cuerda, que se me ha quedado en
las manos! Preguntad a los honorables que están sentados en mi casa, a ver si digo la verdad o si miento".
Pero los mercaderes sensatos del zoco le dijeron: "Tú y los que están en tu casa no sois más que
haschachín sin crédito".
Mientras disputaban de tal suerte, el maghrebín, que había adver tido la desaparición del príncipe y de
la princesa, fué presa de un furor sin límites, y se mordió un dedo y se lo arrancó, diciendo: "¡Por Gogg y
por Magogg, y por el fuego de los astros giratorios, que los atraparé, aunque estén en la séptima tierra!".
Y corrió primero a la ciudad del Avispado; y entró precisamente en el fragor de la disputa entre los
haschachín y las gentes del zoco. Y oyó hablar de cuerda y de camello y de cubo que había servido de
mar y de tumba; y se acercó al ven dedor de haschisch y le dijo: "¡Oh padre! ¡si has perdido tu camello,
estoy dispuesto a indemnizarte de él, por Alah! Dame lo que de él te queda, o sea esa cuerda, y te daré lo
que te ha costado, más cien dinares de propina para ti". Y quedó ultimado el trato en aquella hora y en
aquel instante. Y el maghrebín cogió la cuerda del camello, y se marchó, saltando de alegría.
Y he aquí que aquella cuerda tenía el poder de atraer. Y el ma ghrebín no necesitó más que
mostrársela de lejos al joven príncipe, para que éste fuese al punto por sí mismo a engancharse la cuerda
a su pro pia nariz. Y en seguida quedó convertido en camello de carrera, y se arrodilló ante el maghrebín,
que se le montó al lomo.
Y el maghrebín le guió en dirección a la ciudad donde habitaba la princesa. Y pronto llegaron al pie
de los muros del jardín que ro deaba el palacio del padre de la joven. Pero en el momento en que el
maghrebín manejaba la cuerda para que se arrodillase el camello y apearse, el Avispado pudo atrapar la
cuerda con los dientes, y la cortó por la mitad. Y el poder que tenía la cuerda se destruyó con aquel corte.
Y el Avispado, para escapar del maghrebín, se convirtió en una granada grande, y bajo aquella forma,
fué a colgarse de un granado en flor. Entonces el maghrebín entró a ver al sultán, padre de la princesa, y
después de las zalemas y cumplimientos, le dijo: "!Oh rey del tiempo! vengo a pedirte una granada,
porque la hija de mi tío está encinta, y su alma desea vivamente una granada. Y ya sabes el pecado que se
comete al no satisfacer los antojos de una mujer encinta". Y el rey se asombró de la petición, y contestó:
"¡Oh hombre! la estación actual no es la estación de las granadas, y los granados de mi jardín no han
florecido hasta ayer". El maghrebín dijo: "Oh rey del tiempo! ¡si no hay granadas en tu jardín córtame la
cabeza!".
Entonces el rey llamó a su jardinero mayor, y le preguntó: "¿Es verdad ¡oh jardinero! que hay ya
granadas en mi jardín?". Y el jar dinero contestó: "¡Oh mi señor! ¿es la estación de las granadas la
estación actual?". Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 954ª noche
Ella dijo:
...Y el rey se encaró con el maghrebín, y le dijo: "Vaya, has perdido la cabeza". Pero el maghrebín
contestó: "¡Oh rey! antes de hacer volar mi cabeza, da al jardinero orden de que vaya a mirar los
granados". Y dijo el rey: "Está bien". E hizo una seña al jardinero para que fuera a ver en los árboles si
había o no granadas tempranas. Y el jardinero bajó al jardín, y en un granado vió una granada tan gorda
que no tenía igual entre todas las granadas conocidas. Y la cogió, y fué a llevársela al rey.
Y el rey cogió la granada y se asombró prodigiosamente; y no supo si guardarla para sí o entregársela
a aquel hombre que la recla maba para su mujer, atormentada por los antojos propios del embarazo.
Y dijo al visir: "¡Oh visir mío! ¡quisiera comerme esta granada tan hermosa! ¿Qué te parece?" Y el
visir le contestó: "¡Oh rey! si no se hubiese encontrado la granada, ¿no habrías cortado la cabeza al
maghre bín?". El rey dijo: "¡Claro que sí!" Y el visir dijo: "Entonces, la granada le pertenece por
derecho".
Y el rey entregó por su propia mano la granada al maghrebín, pero, en cuanto la tocó el maghrebín, la
granada estalló, y todos los granos saltaron y se esparcieron en todas las direcciones. Y el maghrebín se
dedicó a recogerlos uno a uno hasta el último, que había caído en un agujerito, al pie del trono del rey. En
aquel grano se escondía la vida de Mahomed el Avispado. Y el maghrebín estiró el cuello hacia aquel
grano, y tendió la mano para cogerlo y aplastarlo. Pero de pronto salió del grano un puñal, y clavó su
hoja cuan larga era en el corazón del maghrebín. Y murió éste al instante, escupiendo con su sangre su
alma descreída.
Y el joven príncipe Mahomed apareció con su hermosura, y besó la tierra entre las manos del rey. Y
en aquel preciso momento entró la joven, y dijo: "He aquí al joven que desató del árbol mis cabellos
cuando estaba yo colgada". Y dijo el rey: "Ya que este joven es quien te ha desatado, no puedes dejar de
casarte con él". Y dijo la joven: "Está bien". Y se celebró su boda como era debido. Y su noche fué
bendita entre todas las noches.
Y desde entonces vivieron juntos, contentos y prosperando, y tu vieron una descendencia de hijos e
hijas. Y se acabó.
"¡Gloria al Solo, al único que no tiene fin ni principio!".
Así habló el duodécimo capitán de policía, que se llamaba Nassr Al-Din. Y era el último. Y el sultán
Baibars se tambaleó al oír el re lato; y su contento llegó a los límites extremos. Y para demostrar a sus
capitanes de policía el gusto que sentía, les nombró a todos chambe lanes de palacio, con emolumentos de
mil dinares al mes por cuenta del tesoro del reino. Y los tuvo como compañeros de copa, y no se separó
de ellos ni en tiempo de guerra ni en tiempo de paz. Sea con todos ellos la misericordia del Altísimo!
Después Schehrazada sonrió y se calló. Y el rey Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡qué cortas son
ahora las noches, que no me per miten escuchar por más tiempo las palabras de tu boca!". Y dijo Scheh -
razada: "Sí, ¡oh rey! Pero creo que, a pesar de todo, esta noche toda vía puedo, siempre que me lo
permitas, contarte una historia que deja muy atrás a todas las que has oído". Y el rey Schahriar dijo:
"Claro que puedes comenzar, Schehrazada, pues no dudo de que la historia sea admirable".
Entonces dijo Schehrazada:
Historia de la rosa marina y de la joven china
Cuentan ¡oh rey del tiempo! que, en un reino entre los reinos del Scharkistán -¡pero Alah el Exaltado
es más sabio!- había un rey llamado Zein El-Muluk, célebre en los horizontes, y hermano de los leo nes en
bravura y generosidad. Joven aún, había tenido ya dos hijos dotados de cualidades, cuando, por efecto de
la bendición de su Señor y de la bondad del Repartidor, le nació un tercer hijo, niño insigne, cuya belleza
disipaba las tinieblas, como una luna de catorce noches. Y a medida que aumentaban sus tiernos años, sus
ojos, copas de embria guez, turbaban a los más cuerdos con los dulces destellos de sus mira das; cada una
de sus pestañas brillaba como la hoja curva de un puñal; los bucles de sus cabellos de almizcle negro
mareaban los corazones como el nardo; sus mejillas estaban lozanas, sin afeites, y daban ver güenza en
todos sentidos a las mejillas de las vírgenes; sus sonrisas tentadoras eran dardos: su porte era noble y
delicado a la vez; la co misura izquierda de sus labios estaba adornada de una manchita re dondeada con
arte; y su pecho blanco y liso era como una tableta de cristal, y albergaba un corazón despierto y
arrojado.
Y el rey Zein El-Muluk, en el límite de la dicha, hizo ir a adivinos y astrólogos para que sacasen el
horóscopo de aquel niño. Y éstos agi taron la arena, y trazaron las figuras astrológicas, y pronunciaron las
fórmulas principales de la adivinación. Tras de lo cual dijeron al rey: "La suerte de este niño es fausta y
su estrella le asegura una dicha in finita. Pero también está escrito en su destino que si tú, su padre, llegas
a mirarle en la época de su adolescencia, perderás la vista al punto".
Al oír este discurso de los adivinos y de los astrólogos, el mundo se ennegreció ante el rostro del rey.
Y mandó retirar de su presencia al niño, y ordenó a su visir que le llevara, así como a su madre, a un
palacio alejado, de modo que jamás pudiese encontrarle en su camino. Y el visir contestó con el oído y la
obediencia, y ejecutó puntualmente la orden de su amo.
Y pasaron años y años. Y el hermoso vástago del jardín del sulta nato, que había recibido de su madre
cuidados de una delicadeza per fecta, verdeó de salud, de virtud y de belleza.
Pero como jamás puede borrarse lo escrito por el Destino, el joven príncipe Nurgihán montó un día
en su corcel y se lanzó al bosque de caza. Y el rey Zein El-Muluk también había salido aquel día a cazar
gamos. Y quiso la fatalidad que, no obstante toda la inmensidad de aquella selva, pasara él junto a su
hijo. Y sin reconocerle, se posó en el joven su mirada. Y al instante desapareció de sus ojos la facultad
de ver. Y el rey hubo de tornarse prisionero del reino de la noche. Y comprendiendo entonces que su
ceguera se debía al encuentro con el joven jinete, y que aquel joven jinete no podía ser más que su hijo,
dijo llorando: "De ordinario los ojos del padre que mira a su hijo se tornan más luminosos. Pero los míos
han cegado para siempre por voluntad de la suerte".
Tras de lo cual hizo convocar en su palacio a los médicos más emi nentes del siglo, y a los que en el
saber superaban a lbn-Sina, y los consultó acerca del modo de curar su ceguera. Y todos, después de
concertarse e interrogarse, convinieron en declarar al rey que aquella ceguera no era curable por los
procedimientos ordinarios. Y añadieron: "El único remedio que te queda para recobrar la vista es tan
difícil de obtenerse, que resulta preferible no pensar en él siquiera. Porque se trata de la rosa marina
cultivada por la joven de China . . .
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 955ª noche
Ella dijo:
"...Porque se trata de la rosa marina cultivada por la joven de China".
Y explicaron al rey que, en el lejano interior del país de China, había una princesa, hija del rey Firuz-
Schah, que en su jardín tenía el único arbusto de aquella rosa marina conocido, cuya virtud curaba los
ojos y devolvía la vista, incluso a los ciegos de nacimiento.
Y el rey Zein El-Muluk, al oír estas palabras de sus médicos, hizo proclamar por los pregoneros, en
todo su reino, que quien le llevara la rosa marina de la joven de China tendría en recompensa la mitad de
su Imperio. Y luego aguardó el resultado, llorando como Jacob, consumién dose como Job y empapándose
en la sangre de su corazón separado en dos lóbulos.
Y he aquí que, entre los que partieron para el país de China en busca de la rosa marina, estaban los
dos hijos mayores de Zein El-Muluk. Y también partió el joven príncipe Nurgihán. Porque habíase dicho:
"Voy a probar en la piedra de toque del peligro, el oro de mi destino. Y ya que soy el causante
involuntario de la ceguera de mi padre; justo es que por curarle exponga mi vida".
Y el príncipe Nurgihán, aquel sol del cuarto cielo, montó en su corcel, ágil como el viento, a la hora
en que la luna, viajera montada en el negro palafrén de la noche, había vuelto las riendas hacia Oriente.
Y viajó durante días y meses, atravesando llanuras y desiertos, y soledades donde no había otra
presencia que la de Alah y la de la hierba salvaje. Y acabó por llegar a una selva sin límites, más negra
que el espíritu del ignorante, y tan oscura, que no se podía en ella distinguir la noche del día ni ver la
diferencia entre lo blanco y lo negro. Y Nur gihán, cuyo brillante rostro iluminaba por sí solo las
tinieblas; avan zaba con corazón de acero por aquella selva de árboles que, en ciertos parajes, ostentaban,
a manera de frutos, cabezas de seres animados que se ponían a bromear y a reír y caían al suelo, en tanto
que, en otras ramas, se abrían crujiendo unas frutas que parecían pucheros de barro, y dejaban escapar de
su cavidad pájaros con ojos de oro.
Y he aquí que de pronto se encontró frente a frente con un viejo genni, semejante a una montaña,
sentado en el tronco de un enorme algarrobo. Y le abordó con la zalema, e hizo salir de la caja de rubíes
de su boca algunas palabras que se asimilaron al espíritu del genni como el azúcar a la leche. Y el genni,
conmovido por la hermosura de aquella tierna planta del jardín de la elevación, le invitó a descansar
junto a él. Y Nurgihán se apeó del caballo, y tomó de su alforja un pastel de manteca derretida con azúcar
y harina flor, y se lo ofreció, en prueba de amistad, al genni, que lo aceptó y sólo tuvo con ello para un
bocado. Y quedó tan satisfecho de aquel alimento, que saltó de ale gría, y dijo: "Este alimento de los hijos
de Adán me da más gusto que si me hubiesen regalado el azufre rojo que sirve de piedra al anillo de
nuestro señor Soleimán. Y estoy tan entusiasmado, ¡por Alah! que si cada pelo mío se convirtiera en cien
mil lenguas, y cada una de esas len guas se dedicara a alabarte, aún no expresaría yo la gratitud que por ti
siento. Pídeme, pues, en cambio, cuanto quieras, y lo cumpliré sin tardanza. De no hacerlo así, mi
corazón parecería un plato que cayera desde lo alto de una terraza y se rompiera en añicos".
Y Nurgihán dió gracias al genni por sus amables palabras, y le dijo: "¡Oh jefe de los genn y corona
suya! ¡oh guardián celoso de esta selva! puesto que me permites formular un deseo, helo aquí. Sencilla -
mente pídote que me hagas llegar sin tardanza ni dilación, al reino del rey Firuz-Schah, donde cuento con
coger la rosa marina de la joven de China".
Al oír estas palabras, el genni guardián de la selva lanzó un frío suspiro, se golpeó la cabeza a dos
manos, y perdió el conocimiento. Y Nurgihán le prodigó los cuidados más delicados; pero, al ver que no
daban resultado, le puso en la boca otro pastel de manteca derretida con azúcar y harina en flor. Y al
punto recuperó la sensibilidad el genni, que salió de su desmayo, y conmovido todavía por el pastel y la
demanda, dijo al joven príncipe: "¡Oh mi señor! la rosa marina de que hablas, y cuya dueña es una joven
princesa de China, está guardada por genn aéreos que día y noche se dedican a impedir que ningún pá jaro
vuele en torno a ella, que no deterioren su corola las gotas de lluvia y que el sol no la queme con su
lumbre. Por tanto, no veo ma nera de arreglarme, una vez que te haya transportado al jardín donde ella
vive, para burlar la vigilancia de esos guardianes aéreos que están enamorados de ella. ¡En verdad que
mi perplejidad es una per plejidad grande! Pero dame ya otro de esos excelentes pasteles que tanto bien
me han hecho. Y quizás sus cualidades ayuden a mi cerebro a dar con la coyuntura que anhelo. Porque es
preciso que cumpla mi promesa para contigo, haciéndote lograr la rosa de tus deseos".
Y el príncipe Nurgihán se apresuró a dar el pastel consabido al genni guardián de la selva, quien, tras
de hacerlo desaparecer en el abismo de su gaznate, hundió su cabeza en su capucha de la reflexión. Y de
repente alzó la cabeza, y dijo: "El pastel ha surtido efecto. Món tate en mi brazo y emprendamos vuelo
hacia la China. Porque ya he dado con el medio de burlar la vigilancia de los guardianes aéreos de la
rosa. Y consiste en arrojarles uno de esos asombrosos pasteles de manteca derretida con azúcar y harina
de flor".
Y el príncipe Nurgihán, que empezó por inquietarse al ver que se desmayaba el genni de la selva, se
tranquilizó y holgó; y reverdeció como el jardín y floreció como el botón de rosa. Y contestó: "No hay
inconveniente".
Entonces el genni de la selva acomodó al príncipe en su brazo iz quierdo y se puso en camino, con
dirección al país de la China, resguar dando de los rayos del sol al hijo de Adán con su brazo derecho. Y
devorando en su vuelo la distancia, de aquel modo llegó sin contra tiempo, gracias a la seguridad, encima
de la capital del país de China. Y soltó dulcemente al príncipe a la entrada de un jardín maravilloso, que
no era otro que el jardín donde vivía la rosa marina. Y le dijo: "Puedes entrar con el corazón tranquilo,
porque voy a distraer a los guardianes de la rosa con el pastel que me has dado para ellos. Luego me
encontrarás esperándote aquí mismo, dispuesto a conducirte adonde quieras".
Y acto seguido el hermoso Nurgihán dejó a su amigo el genni y penetró en el jardín. Y vió que aquel
jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso como un crepúsculo
granate...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 956ª noche
Ella dijo:
"...Y vió que aquel jardín, fragmento destacado del alto paraíso, surgía ante sus ojos tan hermoso
como un crepúsculo granate. Y en medio de aquel jardín había un anchuroso pilón de agua de rosas hasta
los bordes. Y en el centro de aquel pilón precioso se alzaba, única en su tallo, una flor de color rojo de
fuego muy abierta. Y era la rosa marina. ¡Oh! ¡qué admirable era! Sólo el ruiseñor podría hacer su
verdadera descripción.
Y el príncipe Nurgihán, maravillado de su hermosura y embria gado con su olor, comprendió, desde
luego, que una rosa semejante debía estar dotada de las más milagrosas virtudes. Y sin vacilar, se quitó
sus vestidos, entró en el agua perfumada, y fué a arrancar el rosal entero con su única flor.
Luego, enriquecido con aquella delicada carga, el jovenzuelo volvió al borde del pilón, se secó y se
vistió a la sombra de los árboles, y ocultó la planta bajo su manto, mientras las aves, escondidas en los
cañaverales, contaban en su lenguaje a los arroyos el robo de la rosa milagrosa y de su arbolillo.
Pero no quiso él alejarse de aquel jardín sin haber visitado el en cantador pabellón que se erguía a
orillas del agua, y que estaba entera mente construido con cornalinas del Yemen. Y avanzó por el lado de
aquel pabellón, y entró en él denodadamente. Y se encontró en una sala de la más armoniosa arquitectura,
decorada con un arte perfecto y de hermosas proporciones. Y en medio de aquella sala había un lecho de
marfil enriquecido de pedrerías alrededor del cual caían cortinas bor dadas hábilmente. Y Nurgihán, sin
vacilar, se dirigió al lecho, entreabrió las cortinas, y se quedó inmóvil de admiración al ver, acostada en
los cojines, a una delicada jovenzuela, sin otro traje ni ornamento que su propia belleza. Y estaba sumida
en un profundo sueño, sin sospechar que, por primera vez en su vida, unos ojos humanos la contemplaban
sin el velo del misterio. Y sus cabellos aparecían en desorden; y su ma nita regordeta, con cinco hoyuelos,
se posaba perezosamente en su fren te. Y la negrura de la noche habíase refugiado en su cabellera color de
almizcle, mientras las hermanas de las Pléyades se ocultaban detrás del velo de las nubes al ver el
rosario luminoso de sus dientes.
Y el espectáculo de la belleza de aquella jovenzuela de China, que se llamaba Cara de Lirio, produjo
tanto efecto en el príncipe Nurgihán, que se cayó privado de sentido. Pero no tardó en recobrar el conoci -
miento, y lanzando un profundo suspiro, se acercó a la almohada de la hermosa que le hechizaba, y no
pudo por menos de recitar estos versos:
¡Cuando duermes en la púrpura, tu faz clara es como la aurora, y tus ojos cual los cielos
marinos!
¡Cuando tu cuerpo, vestido de narcisos y de rosas, se pone de pie y se alarga estirado, no le
igualaría la palmera que crece en Arabia!
¡Cuando tus finos cabellos, donde arden pedrerías, caen a plomo o se despliegan ligeros,
ninguna seda valdría lo que su trama natural!
Tras de lo cual, queriendo dejar a la bella durmiente un indicio de su entrada en aquel lugar, le puso
al dedo un anillo que llevaba, y le quitó del suyo la sortija que llevaba ella poniéndosela en su pro pio
dedo. Y salió entonces del pabellón, sin despertarla, recitando estos versos:
¡Abandono este jardín llevando en mi corazón, como el tulipán sangriento, la herida del
amor!
¡Desgraciado el que sale del jardín del mundo sin llevarse nin guna flor en la orla de su
traje!
Y fué en busca del genni guardián de la selva, que le esperaba a la puerta del jardín, y le rogó que le
transportara sin tardanza al reino del rey Zein El-Muluk, al Scharkistán. Y el genni contestó: "Oír es
obedecer! ¡Pero no sin que antes me hayas dado otro pastel!" Y Nur gihán le dió el último pastel que le
quedaba ya. Y al punto le tomó el genni en su brazo izquierdo, y partió con él, en carrera aérea, hacia el
Scharkistán.
Y llegaron sin contratiempo al reino del rey ciego Zein El-Muluk. Y cuando aterrizaron, dijo el genni
al hermoso Nurgihán : "¡Oh capital de mi vida y de mi alegría! no quiero abandonarte sin dejarte una
prue ba de mi abnegación. Toma este mechón de pelo que acabo de arran carme de la barba para ti. Y cada
vez que necesites de mí, no tendrás más que quemar uno de estos pelos. Y estaré inmediatamente entre tus
manos". Y tras de hablar así, el genni besó la mano que le había ali mentado, y se fué por su camino.
En cuanto a Nurgihán, se apresuró a subir al palacio de su padre, después de pedir audiencia y
anunciar que llevaba la curación. Y cuan do fué introducido a presencia del rey ciego, sacó de debajo de
su man to la planta milagrosa, y se la entregó. Y no bien se acercó el rey a los ojos la rosa marina, de un
olor y una hermosura que transportaban el alma de los espectadores, sus ojos se tornaron, en aquella hora
y en aquel instante, luminosos como estrellas.
Entonces, en el límite de la alegría y de la gratitud, el rey besó en la frente a su hijo Nurgihán y le
estrechó contra su pecho, manifestándo le la más viva ternura. Y mandó publicar por todo el reino que
para en adelante repartía el Imperio entre él y su hijo menor Nurgihán. Y dió las órdenes necesarias para
que, durante un año entero, se celebrasen fiestas que tuviesen abierta para todos sus súbditos, ricos y
pobres, la puerta de la alegría y del placer, y cerrada la de la tristeza y de la pena.
Después, Nurgihán, convertido en el preferido de su padre, que en lo sucesivo podría mirarle sin
peligro de perder la vista, pensó en trans plantar la rosa marina para que no muriese. Y a tal fin recurrió
al gen ni de la selva, a quien llamó quemando uno de los pelos de la barba. Y el genni le construyó, en el
espacio de una noche, un estanque de una profundiad de dos picas, con argamasa de oro puro y cimientos
de pe drerías. Y Nurgihán se apresuró a plantar la rosa en medio de aquel estanque. Y fué un encanto para
los ojos y un bálsamo para el olfato...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 957ª noche
Ella dijo:
...Y fué un encanto para los ojos y un bálsamo para el olfato. Sin embargo, a pesar de la curación del
rey, los dos hijos mayo res, que se habían vuelto con la nariz alargada, pretendieron que aque lla rosa
marina no estaba dotada de virtudes milagrosas, y que el rey había recobrado la vista sólo merced a la
hechicería y a la intervención, en aquel asunto, del demonio lapidado.
Pero su padre el rey, furioso por sus alegatos y descontento de su falta de discernimiento, los reunió
en presencia de su hermano Nur gihán, y les pronunció undiscurso severo, y les dijo: "¿Por qué dudáis del
efecto de esta rosa en mi vista? Entonces, ¿no creéis que Alah el Altísimo pueda poner la curación en el
corazón de una rosa, cuando puede hacer de una mujer un hombre y de un hombre una mujer? Es cuchad,
por cierto, ahora que viene a punto, lo que le sucedió a la hija de un rey de la India". Y dijo:
"En la antigüedad del tiempo, había un rey de la India que poseía en su harén cien mujeres hermosas y
jóvenes, cogidas entre millares de jovenzuelas que no tenían igual en los palacios de los reyes. Pero nin -
guna concebía de él ni paría. Y aquello tenía triste y apenado al rey de la India, que ya estaba viejo y
encorvado por la edad. Pero al fin, por obra de la omnipotencia de Alah, la más joven de las esposas del
rey se quedó encinta, y después de nueve meses, echó al mundo una hija muy hermosa y de un aspecto
verdaderamente feérico. Y su madre, por temor a que el rey se apenara al ver que no tenía un hijo varón,
hizo correr el rumor de que la niña recién nacida era un niño. Y se puso de acuer do con los astrólogos
para hacer creer al rey que no convenía viese aquel niño antes de los diez años. "Cuando la pequeña, que
crecía en belleza, llegó a la edad en que su padre podía verla por fin, su madre le hizo las
recomendaciones ne cesarias y le explicó cómo debía conducirse para hacerse pasar por un muchacho. Y
la chiquilla, a quien Alah había dotado de listeza y de inteligencia, comprendió perfectamente las
instrucciones de su madre, y se amoldó a ellas en toda ocasión. E iba y venía por los aposentos rea les
vestida de chico y comportándose como si fuese realmente del sexo masculino.
"Y su padre el rey, de día en día se regocijaba de la hermosura del niño, a quien creía varón. Y
cuando aquel presunto hijo alcanzó la edad de quince años, el rey decidió casarle con una princesa hija
de un rey vecino. Y se concertó el matrimonio.
"Y cuando llegó el término fijado, el rey hizo que vistieran a su hijo con traje masculino, le hizo
sentarse a su lado en un palanquín de oro, llevado a lomos de un elefante, y le condujo con un gran corte -
jo al país de su futura esposa. Y en aquella circunstancia tan difícil, el joven príncipe, que era
interiormente una princesa, tan pronto lloraba como reía.
"Una noche en que el cortejo se había detenido en una selva fron dosa, la joven princesa salió de su
palanquín, y se alejó entre los árbo les para satisfacer una necesidad de que hasta las princesas son
esclavas. Y he aquí que se encontró frente a frente con un genni muy her moso que estaba sentado bajo un
árbol y era el guardián de aquella sel va. Y el genni, deslumbrado por la belleza de la joven, la saludó
cortésmente y le preguntó quién era y dónde iba. Y ella, confiada en el as pecto simpático de él, le contó
su historia toda con sus menores detalles, y le dijo cuán comprometida iba a verse en la noche de bodas
al entrar en el lecho de la que le destinaban por esposa.
"Entonces el genni, conmovido por el apuro en que se encontraba ella, reflexionó un instante; luego le
ofreció generosamente prestarle por entero su sexo y tomar el de la joven, pero a condición de que ella le
devolviera fielmente el depósito en tiempo oportuno. Y la joven, llena de gratitud, aceptó la oferta y
consintió en la proposición. Y por obra de la voluntad del Todopoderoso, al punto se efectuó el cambio
sin di ficultad ni complicación. Y entusiasmada ella hasta el límite del entusiasmo, cargada con aquel don
nuevo y aquella mercancía, volvió con su padre y subió otra vez al palanquín. Y como todavía no estaba
acos tumbrada a sus nuevos apéndices, se sentó torpemente encima de ellos, y lanzó un grito de dolor.
Pero se repuso en seguida para que no se lo notaran, y en lo sucesivo puso toda su atención y todos sus
cuidados en no repetir el mismo movimiento, no solamente para no sufrir el mis mo dolor, sino también
para no estropear un depósito que le estaba confiado y que tenía que devolver en buen estado a su
propietario.
"Y días después, el cortejo llegó a la ciudad de la novia. Y se cele bró con gran pompa el matrimonio.
Y el esposo supo servirse a maravi lla del instrumento que graciosamente le había prestado el genni, y tan
bien lo manipuló, que la recién casada quedó encinta de buenas a pri meras. Y se puso contento todo el
mundo.
"Al cabo de nueve meses, la recién casada parió un niño encan tador. Y cuando salió del puerperio, su
esposo le dijo: "Ya es tiempo de que nos vayamos a mi país, con objeto de que veas a mi madre, a mis
parientes y mi reino". Le dijo eso, pero, en realidad, lo que quería era devolver sin más tardanza al genni
de la selva el depósito intacto y en buen estado, tanto más cuanto que, durante aquellos nueve meses de
vida agradable, aquel depósito había fructificado y se había hermo seado y desarrollado.
"Y como la joven esposa respondió con el oído y la obediencia, se pusieron en camino. Y no tardaron
en llegar a la selva, residencia del genni dueño de la mercancía. Y el príncipe se alejó de la caravana y
se presentó en el paraje donde habitaba el genni. Y lo encontró sen tado en el mismo sitio, visiblemente
fatigado y con la apariencia de una mujer a quien le hubiera engordado el vientre. Y después de las zale -
mas, le dijo: "!Oh jefe de los genn y corona suya! gracias a tu bene volencia, he realizado plenamente lo
que tenía que hacer y he obtenido lo que deseaba. Y ahora, cumpliendo mi promesa, vengo a devolverte
fielmente tu bien, que ha crecido y se ha hermoseado, y a recoger mi bien". Y así diciendo, quiso ponerle
en la mano el depósito que llevaba.
"Pero el genni le contestó: "Ciertamente, tu formalidad es mucha formalidad y tu honradez es
extremada. Pero, con gran sentimiento mío, debo decirte que ahora no tengo gana de recuperar lo que te
he presta do ni de darte lo que llevo conmigo. Es cosa decidida, y el Destino lo ha dispuesto así. Porque,
desde que nos separamos, ha ocurrido algo que impide para en lo sucesivo todo cambio entre nosotros".
Y la antigua joven preguntó: "¿Y qué es ¡oh gran genni! lo que nos impide a ambos recuperar nuestro
respectivo sexo?" El contestó: "Has de saber ¡oh an tigua joven! que te he esperado aquí mucho tiempo,
velando delicada mente por el depósito que me habías confiado a cambio del mío; y no perdoné nada para
conservarlo en su estado encantador de virginidad y de candor, cuando he aquí que, un día, un genni,
intendente de estos dominios, pasó por la selva y vino a verme. Y por mi nuevo olor com prendió que yo
era portador de un sexo que él no sabía que tuviese. Y experimentó por mí un amor violento; y excitó en
mí el mismo senti miento, recíprocamente. Y se unió conmigo de la manera ordinaria, y rompió el sello de
la virginidad que tenía en depósito. Y experimenté cuanto experimenta una mujer en circunstancia
semejante; y hasta ob servé que el placer sentido por las mujeres es mucho más durable y de calidad más
delicada que el sentido por los hombres. Y actualmente no puedo recobrar mi sexo, porque estoy encinta
de mi esposo el intenden te; y si, por desgracia, consintiera yo en volver a ser hombre y tuviese que parir,
siendo hombre, al hijo que llevo en mi seno, sin duda mori ría de dolor y con el vientre desgarrado. Y ya
sabes el acontecimiento que me obliga de por vida a guardar lo que me has prestado. Así, pues, por tu
parte, guarda lo que te he prestado yo. Y demos gracias a Alah que lo ha efectuado todo sin daño ni
contratiempo, y que ha permitido se realice entre nosotros este cambio que no lesiona a nadie".
Y el rey, tras de contar esta historia a sus dos hijos mayores de lante de su hermano Nurgihán,
continuó: "Así, pues, nada es imposible para la omnipotencia del Creador. Y El, que de tal suerte ha
podido con vertir a una joven en un joven, y a un genni varón en mujer encinta, también ha podido poner la
curación de mi vista en el corazón de una rosa". Y después de hablar así, echó de su presencia a sus dos
hijos mayores y retuvo consigo al joven Nurgihán, colmándole de atenciones y pruebas de ternura. Y esto
es lo referente a ellos.
Pero he aquí lo que atañe a la princesa Cara de Lirio, la joven de China, dueña de la rosa marina:
Cuando el perfumador del cielo puso en la ventana de Oriente la bandeja de oro del sol llena del
alcanfor de la aurora, la princesa Cara de Lirio abrió sus ojos encantadores y salió de su lecho. Y arregló
su peinado, anudó su cabellera, y se dirigió muy lentamente, balanceán dose con gracia, al pilón en que se
hallaba la rosa marina. Porque cada mañana su primer pensamiento y su primera visita eran para su rosa.
Y cruzó el jardín, cuya atmósfera estaba tan perfumada como el almacén de un mercader de sahumerios, y
cuyos frutos eran en los árboles otras tantas redomas de azúcar suspendidas al aire. Y por la mañana de
aquel día era más hermosa que todas las mañanas, y el cielo alqui mista tenía color de vidrio y de
turquesa. Y a cada paso de la joven del cuerpo de rosa parecían nacer flores, y el polvo que alzaba la
cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 958ª noche
Ella dijo:
...y el polvo que alzaba la cola de su traje era un colirio para los ojos del ruiseñor.
Y llegó de aquel modo al borde del pilón, y posó los ojos en el sitio que ocupaba su querida rosa.
Pero no vió ni rastro de ella y no percibió su olor. Entonces, aniquilada de dolor, estuvo a punto de disol -
verse como el oro en el crisol, y de amustiarse como un capullo a im pulso del simoun de la pena. Y en el
mismo momento, para colmo de desdicha, observó que el anillo que llevaba al dedo era un anillo
extraño, y que había desaparecido la sortija que llevaba desde hacía años.
Así es que, acordándose de la desnudez en que se hallaba mientras dormía, y pensando que los ojos
de un extraño habían violado impúne mente todo el misterio encantador de su persona, quedó sumida en un
océano de confusión. Y volvió a toda prisa a su pabellón de rubíes, y se estuvo llorando sola todo el día.
Tras de lo cual, con la reflexión, le asaltaron pensamientos razonables, y se dijo: "Ciertamente, es falso
el refrán que dice:
"No se pueden seguir las huellas de lo que no deja huellas; porque si se siguen, no se deja
huella tras de sí mismo".
Y asimismo, nada hay tampoco más embustero que este otro refrán:
"Cuan do se busca un objeto perdido, es preciso que uno mismo se pierda para encontrarlo".
Porque yo, tan débil y tan joven como soy, quiero desde este instante ¡por Alah! ponerme en busca del
raptor de mi rosa y cono cer el motivo de su latrocinio. Y le castigaré por haberse atrevido a posar la
mirada de su deseo en mi virginidad de princesa adormecida".
Dijo, y al instante se puso en camino, agitando las alas de la im paciencia, seguida de sus jóvenes
esclavas, a quienes había vestido de guerreros.
Y a fuerza de caminar, preguntando por doquiera durante el viaje, acabó por llegar sin contratiempo
al Scharkistán, reino de Zein El- Muluk, padre de Nurgihán.
Y al entrar en la capital vió por todas partes los paveses de fiesta, que debían durar un año entero; y a
cada puerta oyó resonar instru mentos de música y manifestaciones de alegría. Y deseosa de saber el
motivo de aquellos regocijos, preguntó, disfrazada siempre de hombre, cuál era la causa de la general
alegría que reinaba entre los habitantes de la ciudad. Y le contestaron: "El rey estaba ciego; pero su hijo,
el excelente, el hermoso Nurgihán, ha conseguido, después de trabajos infinitos, traerle la rosa marina de
la joven de China. Y el simple con tacto de esta rosa milagrosa con los ojos del rey le ha devuelto la
vista. Y se le han tornado los ojos luminosos como estrellas. Y con este mo tivo, ha ordenado el rey que la
gente se entregase al placer y al rego cijo durante un año entero, a costa del tesoro del reino, y que a cada
puerta se dejasen oír sin interrupción los instrumentos musicales, desde por la mañana hasta por la
noche".
Y en el límite de la alegría por tener al fin noticias precisas de su rosa, Cara de Lirio empezó a tomar
un baño en el río para reponerse de las fatigas del viaje. Luego, poniéndose otra vez sus ropas de hom -
bre, se dirigió al palacio del rey, caminando con gracia por los zocos. Y quienes miraban a aquel joven
quedaban borrados de admiración, como las huellas de pasos en la arena. Y los bucles acaracolados de
sus cabellos retorcían el corazón de los espectadores.
Y así llegó al jardín, y vió, en el estanque de oro puro, su rosa marina abierta como antaño en medio
de la preciosa agua de rosas, encanto de los ojos y bálsamo del olfato. Y tras de la alegría producida por
aquel encuentro, se dijo: "Ahora voy a esconderme debajo de los árboles para ver al impúdico que ha
arrebatado la rosa de mi jardín y la sortija de mi dedo".
Y en seguida llegó junto al estanque de la rosa el joven cuyos ojos, copas de embriaguez, turbaban a
los más cuerdos con los dulces destellos de sus miradas; cada una de cuyas pestañas brillaba como la
hoja curva de un puñal; cuyos bucles de almizcle negro mareaban los corazones como el nardo; cuyas
mejillas, hermosas y lozanas, sin ningún afeite, superaban en todos sentidos a las mejillas empolvadas de
las vírgenes, cuyas tentadoras sonrisas eran dardos; cuyo porte era noble y delicado a la vez; cuya
comisura izquierda de los labios estaba ador nada de una manchita redondeada con arte, y cuyo pecho,
blanco y liso, era como una tableta de cristal y albergaba un corazón despierto y arrojado.
Y al verle, Cara de Lirio cayó en una especie de desvanecimiento y casi perdió la razón. Pues por
algo ha dicho el poeta:
¡Si el arco de las cejas dispara en una asamblea las flechas de sus miradas, sólo hieren
éstas con su punta al corazón digno de amor!
Y cuando Cara de Lirio recobró el sentido, se frotó los ojos miró a todos lados, y ya no vió al joven.
Y se dijo: "He aquí que el ladrón de mi rosa también a mí acaba de robarme el alma y el corazón. No
solamente ha roto con la piedra de la seducción la redoma preciosa de mi honor, sino que ha herido mi
corazón solapadamente con la flecha del amor. ¡Ay! lejos de mi país y de mi madre, ¿adónde iré ahora y a
quién me quejaré para pedir justicia por todos sus desaguisados?"
Y con el corazón abrasado de pasión, fué en busca de sus muje res. Y poniéndose en medio de ellas,
tomó un cálamo y un papel, y es cribió a Nurgihán una carta, que lió, con el anillo, a su doncella favo rita,
encargándole entregara ambos objetos entre las propias manos del joven príncipe. Y la joven, en un abrir
y cerrar de ojos, llegó junto a Nurgihán, y le encontró sentado y en actitud de soñar con su señora Cara de
Lirio. Y después de zalemas respetuosas, le entregó la carta y el anillo de que la encargó la confianza de
la princesa. Y Nurgihán, en el límite de la emoción, reconoció el anillo. Y abrió la carta y leyó lo que
sigue:
"Después de la alabanza al Ser libre del "cómo" y del "por qué", que ha dado a las vírgenes la gracia
y la belleza, y a los jóvenes los ojos negros de la seducción, encendiendo en el corazón de unos y otros la
lámpara del amor, adonde va a abrasarse la cordura como una mariposa.
"He aquí que me muero de amor por tus ojos lánguidos y que el fuego de la pasión me devora por
dentro y por fuera. ¡Ah! cuán falso es el proverbio que dice: "Los corazones se entienden". Porque yo me
consumo y tú no sabes nada. ¿Qué, respuesta me darías si te preguntara por qué me has asesinado con tu
apostura encantadora?
"Pero no escribas más, ¡oh cálamo mío! que bastante me he en tregado ya a un dolor amoroso".
Con la lectura de esta carta, el fuego del amor chispeó bajo la ceniza del corazón de Nurgihán, e
impaciente como el mercurio, tomó él en su mano cálamo y papel y contestó con las líneas siguientes:
"¡A la que está por encima de todas las bellas de cuerpo de plata, y el arco de cuyas cejas es un sable
entre las manos de un guerrero ebrio! "¡O mujer encantadora, cuya frente. semejante al planeta Zohra,
excita la envidia de las bellezas de la China! El contenido de tu carta aviva las heridas de mi corazón
aislado, que palpitará por ti mientras aparezcan granos de belleza en el rostro de la luna llena.
"En mis heridas ha caído una chispa de tu corazón, y el relámpa go de mi deseo ha brillado sobre tus
mieses. Sólo quien ama conoce el encanto que se experimenta en consumirse. Y heme aquí como un pollo
a medio degollar que se arrastra por el suelo día y noche, y no tardará en perecer si no se le remata
pronto.
"¡Oh Cara de Lirio! no cae sobre tu rostro el velo, sino que tú misma eres ese velo para ti misma. Sal
de ese velo y avanza. Porque es el corazón cosa admirable, y no obstante su exigüidad, el Creador ha
establecido en él Su morada.
"Pero ¡oh encantadora! no debo hablar con más claridad ni con fiar más secretos a mi cálamo, ya que
no debe admitirse el cálamo en el harén de los secretos de amantes".
Luego el príncipe Nurgihán dobló la carta de amor, la puso el sello de sus ojos, y se la entregó a la
joven portadora, encargándole que dijera de viva voz a su señora Cara de Lirio las cosas delicadas que
no había podido expresar él por escrito. Y la favorita partió sin tardanza y llegó a presencia de su señora.
Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase
convertido en una fuente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 959ª noche
Ella dijo:
...Y la encontró sentada, con sus ojos de narciso lánguido, y cada una de sus pestañas habíase
convertido en una fuente. Y la abordó sonriendo, y le dijo: "¡Oh rosa del zarzal de la alegría! ¡ojalá
recaiga sobre mí la causa que te impulsa a lavar con lágrimas preciosas la flor de tu rostro, de modo que
estés siempre satisfecha y risueña! He aquí que te traigo una buena noticia". Y le entregó la respuesta de
Nur gihán, acompañándola de las explicaciones amables que le había dado para su señora el hermoso
joven.
Y cuando Cara de Lirio se enteró de la carta y oyó de boca de su favorita las cosas delicadas que no
había podido expresar por escrito el hermoso raptor Nurgihán, se levantó consolada, y permitió a sus
don cellas que la arreglaran y la aderezaran y la vistieran.
Entonces aquellas jóvenes encantadoras pusieron a contribución toda su habilidad para hacer brillar a
su señora. La peinaron y la per fumaron, pasando los peines por su cabellera con tanto arte, que el
almizcle de Tartaria evaporábase de envidia ante el buen olor que ex halaba ella, y los corazones
bailaban en los pechos al ver la trenza es pléndida que le caía hasta los riñones, trenzada como las palmas
en los días de fiesta. Y le pusieron luego al talle un ceñidor de muselina roja, cada hilo del cual estaba
tejido para cazar corazones. Después la envol vieron en una gasa rosa que dejaba ver el color del cuerpo,
y en un calzón de amplitud real, de tejido más espeso, a propósito para sub yugar al mundo. Y adornaron
de perlas la raya que separaba sus cabe llos, de modo que al verlo las estrellas de la Vía Láctea quedaron
cu biertas de confusión. Y en su frente pusieron una brillante diadema, que la tornó tan brillante que
podría creerse en la aparición de una nueva luna en el cielo. Y la dejaron tan bella y tan maravillosa, que
cualquiera se que daría, contemplándola, inmóvil de asombro como ante las pinturas de un muro. Pero aún
la embellecía más su propia belleza que todos estos adornos.
Y cuando estuvo ataviada de tal suerte, se presentó con el co razón palpitante, entre los árboles del
jardín, allí donde la sombra era más densa. Y al verla, Nurgihán desmayóse por el pronto, de tan violenta
como era la sensación que experimentó. Pero en seguida, por obra del olor del suave aliento de Cara de
Lirio, Nurgihán abrió los ojos, y se irguió en el apogeo de la dicha, contemplando a su amiga. Y por su
parte, Cara de Lirio encontró al joven tan conforme a la imagen que se había grabado ella en la hoja de su
corazón, que no había entre uno y otra ni un asomo de diferencia. Y separó el velo de la retención, y puso
ante su bienamado cuanto le había llevado en calidad de presente: las perlas de sus dientes, los rubíes de
sus labios, preferibles a pétalos de rosa, sus brazos de plata, el rayo de luna de su sonrisa, el oro de sus
mejillas, el almizcle de su aliento, superior al almizcle de Tartaria, las almendras de sus ojos, el ámbar
negro de sus bucles, la manzana de su barbilla, los diamantes de sus miradas y las treinta y seis posturas
plásticas de su cuerpo virginal. Y el amor apre tó sus ligaduras sobre los dos encantadores pechos y sobre
las dos frentes jóvenes. Y nadie supo lo que aquella noche sucedió, en la espesura de la sombra, entre
aquellos dos jóvenes hermosos.
Pero como el amor y el almizcle no pueden permanecer ocul tos, los padres no tardaron en estar al
corriente de lo que ocurría en tre ambos amantes, y se apresuraron a unirlos por el matrimonio. Y su vida
transcurrió con dicha, compartida entre el amor y el espectáculo de la rosa marina.
¡Loores a Alah, que hace florecer las rosas y unirse los corazones de los enamorados, al
Todopoderoso, al Altísimo! Y la bendición y la plegaria para nuestro señor y soberano Mahomed,
príncipe de los Enviados, y para todos los suyos, Amén.
Y cuando Schehrazada hubo contado esta historia, se calló. Y su hermana, la tierna Doniazada,
exclamó: "¡Oh hermana mía! ¡cuán dulces y encantadoras y deliciosas en su frescura son tus palabras! ¡Y
qué admirable es esa historia de la rosa marina y de la joven de China! ¡Oh! ¡por favor, ya que hay
tiempo todavía, apresúrate a contarnos algo que se le parezca!" Y Schehrazada sonrió y dijo: "Es tá bien,
y lo que quiero contar es mucho más admirable, ¡oh peque ñuela! Pero en verdad que no lo contaré sin que
antes me lo permita nuestro amo el rey".
Y dijo Schahriar: "¿Acaso dudas del gusto que en ello tengo, ¡oh Schehrazada! ? ¿Y podría yo pasar
en adelan te ni una noche sin tus palabras en mis oídos y sin tu vista en mis ojos?"
Y Schehrazada dió las gracias con una sonrisa, y dijo: "En ese caso, contaré la Historia del pastel
hilado con miel de abejas y de la esposa calamitosa del zapatero remendón".
Historia del pastel hilado con miel de abejas y de la esposa
calamitosa del zapatero remendón
Y dijo:
Se cuenta entre lo que se cuenta, ¡oh rey del tiempo! que en la ciudad fortificada de El Cairo había un
zapatero remendón de natural excelente y con todas las simpatías. Y se ganaba la vida componiendo
babuchas viejas. Se llamaba Maruf, y estaba afligido por Alah el Retribuidor (¡exaltado sea en toda
circunstancia!) de una esposa cala mitosa macerada en la pez y en la brea, y que se llamaba Fattumah.
Pero sus vecinos habíanla apodado la "Boñiga caliente"; porque en verdad que era un emplasto
insoportable para el corazón de su esposo el zapatero remendón y un azote negro para los ojos de quienes
se acercaban a ella. Y aquella calamitosa usaba y abusaba de la bondad y de la paciencia de su hombre, y
le insultaba y le injuriaba mil veces al día y no le dejaba descansar de noche. Y el infortunado llegó a
temer la maldad de ella y a temblar por sus fechorías, pues era un hombre tranquilo, prudente, sensible y
celoso de su reputación, aunque humilde y de condición pobre.
Y para evitar escándalos y gritos, tenía costumbre de gastar cuanto ganaba, satisfaciendo así las
exigencias de su seca, mala y áspera mujer. Y si, por desgracia, le ocurría que no ganase en la jornada
bastante, durante toda la noche resonaban en sus oídos y le abrumaban la cabeza escenas espantosas, sin
tregua ni remisión. Y de tal modo, le hacía pasar ella noches más negras que el libro de su destino. Y
podría aplicársele el dicho del poeta:
¡Cuántas noches sin alma me paso al lado de la polilla patuda de mi esposa!
¡Ah! ¡lástima que en la noche fúnebre de mis bodas no le hu biese dado una copa de veneno
frío para hacerle estornudar su alma!
Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la paciencia...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 960ª noche
Ella dijo:
...Entre otras aflicciones sufridas por aquel Job de la pacien cia, he aquí lo que le sucedió.
Pues que su esposa fué a buscarle un día, -¡Alah aleje de nos otros días parecidos!- y le dijo: "¡Oh
Maruf! quiero que esta noche, al volver a casa, me traigas un pastel de kenafa hilado con miel de abejas".
Y el pobre Maruf contestó: "¡Oh hija del tío! si Alah el Generoso quiere ayudarme a ganar el dinero
necesario para comprar la kenafa con miel de abejas, sin duda te la compraré, por encima de mi cabeza y
de mis ojos. El caso es que hoy ¡por el Profeta! (¡con Él la plegaria y la paz!) no tengo la menor moneda.
Pero Alah es misericordioso y nos allanará las cosas difíciles". Y la endemoniada exclamó: "¿Qué estás
hablando de la intervención de Alah en tu fa vor? ¿Acaso crees que, para satisfacer mis ganas de pastel,
voy a esperar a que la bendición de Alah vaya a ti o no vaya a ti? No, por vida mía, no me agrada esa
manera de hablar. Ganes o no ga nes en la jornada, necesito una onza de kenafa hilada con miel de abejas;
y en modo alguno consentiré que se quede sin satisfacer cual quier deseo mío. Y si, por tu desdicha,
vuelves a casa esta noche sin la kenafa, haré que para su cabeza sea la noche más negra que el Destino
que te puso entre mis manos". Y el infortunado Maruf sus piró: "¡Alah es Clemente y Generoso y El es mi
único recurso!" Y el pobre salió de su casa, y le rezumaban la pena y la aflicción en la piel de la frente.
Y fué a abrir su tienda en el zoco de los zapateros remendones, y alzando sus manos al cielo, dijo:
"¡Te suplico, Señor, que me hagas ganar el importe de una onza de esa kenafa, y en la noche próxima me
libre de la perversidad de esa mala mujer!"
Pero, por más que esperó en su miserable tienda, nadie fué a llevarle trabajo; de modo que al fin de
la jornada no había ganado ni con qué comprar el pan de la cena. Entonces, con el corazón en cogido y
lleno de espanto por lo que le esperaba de su mujer, cerró su tienda y emprendió tristemente el camino de
su casa. Y he aquí que, al cruzar los zocos, pasó precisamente por de lante de la tienda de un pastelero
que vendía kenafa y otros pasteles, al cual conocía y le había compuesto calzado en otras ocasiones. Y el
pastelero vió que Maruf iba lleno de desesperación y con la espalda agobiada como bajo el fardo de una
pesada pena. Y le llamó por su nombre, y entonces vió que tenía los ojos anegados en lágrimas y el rostro
pálido y deplorable. Y le dijo: "¡Oh maese Maruf! ¿por qué lloras? ¿Y cuál es la causa de tu pena? ¡Ven!
Entra aquí a descansar y a contarme qué desgracia te aflige". Y Maruf se acercó al hermoso escaparate
del pastelero, y después de las zalemas, dijo: "¡No hay re curso más que en Alah el Misericordioso! El
Destino me persigue y me niega el pan de la cena". Y como el pastelero insistiera para saber pormenores
precisos, Maruf le puso al corriente de la exigencia de su mujer y de la imposibilidad de comprar no
solamente la kenafa con sabida, sino ni siquiera un simple pedazo de pan, por falta de ganancia en la
jornada.
Cuando el pastelero hubo oído estas palabras de Maruf, se rió con bondad, y dijo: "¡Oh maese Maruf!
¿me dirás, al menos, cuántas onzas de kenafa desea que le lleves la hija de tu tío?". El zapatero contestó:
"Puede que tenga bastante con cinco onzas". El pastelero añadió: "No hay inconveniente. Voy a fiarte
cinco onzas de kenafa, y ya me darás su importe cuando descienda sobre ti la generosidad del
Retribuidor". Y del bandejón donde nadaba la kenafa entre manteca y miel, cortó un voluminoso pedazo
que pesaba bastante más de cinco onzas, y se lo entregó a Maruf, diciéndole: "Esta kenafa hilada es un
pastel digno de servirse en las bandejas de un rey. Debo decirte, sin embargo, que no está azucarada con
miel de abejas, sino con miel de caña de azúcar; porque de esta manera resulta más sabrosa". Y el pobre
Maruf, que no sabía la diferencia que hay entre la miel de abejas y la de caña de azúcar, contestó: "Se
agradece de mano de la generosidad". Y quiso besar la mano del pastelero, que se negó a ello vivamente,
y que le dijo además: "Este pastel está destinado a la hija de tu tío; pero tú ¡oh Maruf! no vas a quedarte
sin cenar nada. Mira, toma este pan y este queso, beneficio de Alah, y no me des las gra cias por ello,
pues no soy más que su intermediario". Y entregó a Maruf, al mismo tiempo que el sublime pastel, un
panecillo reciente, hueco y oloroso, y una rueda de queso blanco envuelto en hojas de higuera. Y Maruf,
que en toda su vida había poseído tanto de una vez, no sabía ya qué hacer para dar gracias al caritativo
pastelero, y acabó por marcharse, alzando los ojos al cielo para ponerle por testigo de su gratitud a su
bienhechor.
Y llegó a su casa, cargado con la kenafa, con el hermoso panecillo y con la rueda de queso blanco. Y
en cuanto entró, gritóle su mujer con voz agria y amenazadora: "¿Qué, has traído la kenafa?". El con testó:
"¡Alah es generoso. Hela aquí". Y puso ante ella el plato que le había prestado el pastelero, donde se
mostraba, con toda su hermo sura de pastel fino, la kenafa tostada e hilada.
Pero no bien posó los ojos en el plato, la calamitosa lanzó un grito estridente de indignación,
golpeándose las mejillas, y dijo: "¡Alah maldiga al Lapidado! ¿No te dije que me trajeras una kenafa
preparada con miel de abejas? ¡Y he aquí que, para mofarte de mí, me traes una cosa hecha con miel de
caña de azúcar! ¿Acaso creías que ibas a engañarme y que no descubriría yo la superchería? ¡Ah,
miserable! por lo visto, quieres matarme de deseos reconcentrados". Y el pobre Maruf, aterrado por toda
aquella cólera que a la sazón estaba lejos de prever, balbuceó excusas con temblorosa voz, y dijo: "¡Oh
hija de gentes de bien! no he comprado esta kenafa, pues mi amigo el pastelero, a quien Alah ha dotado
de un corazón caritativo, ha tenido piedad de mi estado, y me la ha fiado sin fijar plazo para el pago".
Pero la espantosa diablesa exclamó: "Cuanto estás diciendo no es más que palabrería, y no le doy ningún
crédito. Toma, quédate con tu kenafa con miel de caña de azúcar. ¡Yo no la como!" Y así diciendo, le tiró
a la cabeza el plato de kenafa, continente y contenido, y añadió: "¡Le vántate ahora, ¡oh alcahuete! y ve a
buscarme kenafa preparada con miel de abejas". Y juntando la acción a la palabra, le asestó en la
mandíbula un puñetazo tan terrible, que le rompió un diente, y la sangre le corrió por la barba y el pecho.
Ante esta última agresión de su esposa, enloquecido y perdiendo por fin la paciencia, Maruf hizo un
ademán rápido, golpeando ligera mente en la cabeza a la diablesa. Y ésta, más furiosa todavía por aque lla
manifestación inofensiva de su víctima, se precipitó sobre él y le agarró por la barba a manos llenas, y se
colgó a plomo de aquella barba, gritando a plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me
asesina... !
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 961ª noche
Ella dijo:
...Y ésta, más furiosa todavía por aquella manifestación inofen siva de su víctima, se precipitó sobre
él y le agarró por la barba a manos llenas, y se colgó a plomo de los pelos de aquella barba, gritando a
plenos pulmones: "¡Socorro, ¡oh musulmanes! que me asesina!" Y a sus gritos acudieron los vecinos, e
intervinieron entre ambos, y a duras penas libraron la barba del desgraciado Maruf de los dedos
crispados de su calamitosa esposa. Y vieron que tenía el rostro ensangrentado, la barba manchada y un
diente roto, sin contar los pelos de la barba que hubo de arrancarle aquella mujer furiosa. Y conociendo
ya de larga fecha su indigna conducta para con el pobre hombre, y al ver también las pruebas que
demostraban palpablemente que una vez más era él víctima de aquella calamitosa, la sermonearon y la
dirigieron discursos razonables, que hubiesen llenado de vergüenza y corregido para siempre a
cualquiera que no fuese ella. Y tras de regañarla así, añadieron: "¡Todos nosotros acostumbramos a
comer con gusto la kenafa preparada con miel de caña de azúcar; y la encontramos mucho mejor que la
preparada con miel de abejas! ¿Dónde está, pues, el crimen que ha cometido tu pobre marido para
merecer tantos malos tratos como le infliges, y para que le rompas un diente y le arranques la barba?" Y
la maldijeron con unanimidad, y se fueron por su camino.
No bien se marcharon, la terrible diablesa se dirigió a Maruf, que durante toda aquella escena había
permanecido silencioso en su rincón, y le dijo en voz tan baja como odiosa: "¡Ah! ¿conque te dedicas a
amotinar en contra mía a los vecinos? Está bien. Pero ya verás lo que va a ocurrirte". Y fué a sentarse no
lejos de allí, mirándole con ojos de tigresa, y meditando contra él proyectos aterradores.
Y Maruf, que lamentaba sinceramente su ligero movimiento de impaciencia, no sabía qué hacer para
calmarla. Y se decidió a recoger la kenafa que yacía en el suelo entre los cascotes del plato, y limpián -
dola cuidadosamente, se la ofreció con timidez a su esposa, diciéndole: "Por tu vida, ¡oh hija del tío!
come, a pesar de todo, un poco de esta kenafa, y mañana, si Alah quiere, te traeré de la otra". Pero ella le
rechazó de un puntapié, gritándole: "Vete de ahí con tu pastel. ¡oh perro de los zapateros remendones!
¿Crees que voy a tocar lo que te produce tu oficio de alcahuete de las pastelerías? ¡Inschalah! ya me
arreglaré mañana para dejarte más ancho que largo".
Entonces, rechazado de tal suerte en su postrera tentativa de ave nencia, el desgraciado pensó en
aplacar el hambre que le torturaba desde por la mañana, pues no había comido nada en todo el día. Y se
dijo: "Ya que ella no quiere comerse esta kenafa excelente, me la comeré yo". Y se sentó ante el plato, y
se puso a comer aquel delicado manjar que le acariciaba el gaznate agradablemente. Luego la emprendió
con el panecillo hueco y con la rueda de queso, y no dejó ni rastro en la bandeja. ¡Eso fué todo! Y su
mujer le miraba hacer con ojos llameantes, y no cesaba de repetirle a cada bocado: "¡Ojalá se te de tenga
en el gaznate y te ahogue!", o también: "¡Haga Alah que se te vuelva veneno destructor que consuma tu
organismo!" y otras amenidades parecidas. Pero Maruf, hambriento, continuaba comiendo
concienzudamente sin decir palabra, lo cual acabó por convertir en pa roxismo el furor de la esposa, que
se levantó de pronto aullando como una poseída, y tirándole a la cara todo lo que encontró a mano, fué a
acostarse, insultándole en sueños hasta por la mañana.
Y después de aquella mala noche, Maruf se levantó muy temprano; y vistiéndose a toda prisa, fué a su
tienda con la esperanza de que aquel día le favoreciese el Destino. Y he aquí que, al cabo de algunas
horas, fueron dos agentes de policía a detenerle por orden del kadí, y le arrastraron por los zocos, con los
brazos atados a la espalda, hasta el tribunal. Y con gran estupefacción por su parte, Maruf se encontró
delante del Kadí con su esposa, que tenía un brazo lleno de vendas, la cabeza envuelta en un velo
ensangrentado, y llevaba en sus dedos un diente roto. Y en cuanto el kadí vió al aterrado zapatero
remendón, le gritó: `¡Acércate! ¿No temes que te castigue Alah el Altísimo por hacer sufrir tan malos
tratos a esa pobre mujer, esposa tuya, hija de tu tío, y por romperle tan cruelmente el brazo y los dientes?"
Y Maruf, que en su terror había deseado que la tierra se abriese y le tragase, bajó la cabeza, lleno de
confusión, y guardó silencio. Porque su amor a la paz y su deseo de poner a salvo su honor y la
reputación de su mujer impulsándole a no hacer cargos a la maldita acusándola y reve lando sus fechorías,
para lo cual hubiera podido llamar como testigos a todos los vecinos, si preciso fuera. Y el kadí,
convencido de que aquel silencio era prueba de la culpabilidad de Maruf, ordenó a los ejecu tores de las
sentencias que le derribaran y le administraran cien palos en la planta de los pies. Lo cual fué ejecutado
en el acto ante la mal dita, que se derretía de gusto.
Al salir del tribunal, apenas podía arrastrarse Maruf. Y como prefería morir de muerte roja antes que
regresar a su casa y volver a ver el rostro de la calamitosa, se metió en una casa en ruinas que erguíase a
orillas del Nilo, y allí, rodeado de privaciones y de desam paro, esperó a curarse de los golpes que le
habían hinchado los pies y las piernas. Y cuando al fin pudo levantarse, se inscribió como marinero a
bordo de una dahabieh que iba por el Nilo. Y llegado que hubo a Damieta, partió en una falúa,
colocándose de restaurador de velas, y confió su destino al Dueño de los destinos.
Al cabo de varias semanas de navegación, la falúa fué asaltada por una tempestad espantosa, y
zozobró, hundiéndose en el fondo del mar, el continente con el contenido. Y naufragó y murió todo el
mundo. Y Maruf naufragó también, pero no murió. Porque Alah el Altísimo veló por él y le libró de
ahogarse, poniéndole al alcance de la mano un trozo del palo mayor. Y Maruf se agarró a él, y consiguió
ponerse a horcajadas encima, gracias a los esfuerzos extraordinarios de que le hicieron capaz el peligro y
el apego al alma, que es preciosa. Y se puso entonces a batir el agua con sus pies, a manera de remos, en
tanto que las olas jugueteaban con él y le hacían inclinarse tan pronto a la derecha como a la izquierda. Y
así estuvo luchando contra el abismo durante un día y una noche. Tras de lo cual, le arrastraron el viento
y las corrientes hasta la costa de un país en que se alzaba una ciudad de casas bien construidas.
Y en un principio quedó tendido en la playa sin movimiento y como desmayado. Y no tardó en
dormirse con un sueño profundo. Y cuando se despertó, vió inclinado sobre él a un hombre magnífica -
mente vestido, detrás del cual estaban dos esclavos con los brazos cru zados. Y el hombre rico miraba a
Maruf con atención singular. Y cuando vió que se había despertado por fin, exclamó: "Loores a Alah, ¡oh
extranjero! y bien venido seas a nuestra ciudad". Y añadió: "Por Alah sobre ti, date prisa a decirme de
qué país eres y de qué ciudad, pues en lo que te queda de ropa creo notar que eres del país de Egipto". Y
Maruf contestó: "Es verdad, ¡oh mi señor! que soy un habitante entre los habitantes del país de Egipto, y
la ciudad de El Cairo es la ciudad donde he nacido y donde residía". Y el hombre rico le pre guntó, con la
voz conmovida: "¿Y será indiscreción preguntarte en qué calle de El Cairo residías?" El aludido
contestó: "En la calle Roja, ¡oh mi señor!" El otro preguntó: "¿Y qué personas conoces en esa calle? ¿Y
cuál es tu oficio, ¡oh hermano mío!?".
El aludido contestó: "Tengo el oficio y profesión ¡oh mi señor! de zapatero remendón de calzado
viejo. En cuanto a las personas que conozco, son las gentes vulgares de mi especie, aunque muy
honorables y res petables. Y si quieres saber sus nombres, he aquí algunos". Y le enu meró los nombres de
diversas personas conocidas suyas que habitaban en el barrio de la calle Roja. Y el hombre rico, cuyo
rostro iba ilu minándose de alegría a medida que se hacía más concreta la conversación habida entre
ellos, preguntó: "Y conoces ¡oh hermano mío! al jeique Ahmad, el mercader de perfumes?" El zapatero
contestó: "¡Alah prolongue sus días! Es mi vecino de pared por medio". El hombre rico preguntó: "¿Está
bueno?" El zapatero contestó: "Está bueno, gracias a Alah". El hombre rico preguntó: "¿Cuántos hijos
tiene aho ra?". El zapatero contestó: "Los que antes: tres. ¡Alah se los conserve! Mustafá, Mohammad y
Alí". El hombre rico preguntó: `¿Qué hacen?" El zapatero contestó: "Mustafá, el mayor, es maestro de
escuela en una madrassah. Está reconocido como sabio, que se sabe de memoria todo el Libro Santo, y
puede recitarlo de siete maneras diferentes. El s segundo, Mohammad, es droguero y mercader de
perfumes, como su padre, que le ha abierto una tienda cerca de la suya para celebrar el nacimiento de un
hijo que ha tenido. En cuanto a Alí, el pequeño (¡Alah le colme con sus más escogidos dones!), era mi
camarada de la niñez, y nos pasábamos los días jugando juntos y haciendo mil trastadas a los transeúntes.
Pero un día mi amigo Alí hizo lo que hizo con un mancebo cofto, hijo de nazarenos, que fué a quejarse a
sus padres por haber sido humillado y violentado de la peor manera. Y mi amigo Alí, para evitar la
venganza de aquellos nazarenos, emprendió la fuga y desapareció. Y no volvió a verle nadie más, aunque
ya hace de esto veinte años. Alah le preserva y aleje de él los maleficios y las calamidades!".
A estas palabras, el hombre rico echó de pronto los brazos al cuello de Maruf, y le estrechó contra su
pecho, llorando, y le dijo: "¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez.
¡Oh Maruf! el hijo del jeique Ahmad el droguero de la calle Roja...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 962ª noche
Ella dijo:
"...¡Loado sea Alah, que reúne a los amigos! Yo soy Alí, tu camarada de la niñez, ¡oh Maruf! el hijo
del jeique Ahmad el drogue ro de la calle Roja".
Y después de los transportes de la más viva alegría por una y otra parte, le rogó que le contara cómo
se encontraba en aquella playa. Y cuando se enteró de que Maruf había estado sin comer un día y una
noche, le hizo subir con él a las ancas de su mula, y le transportó a su morada, que era un palacio
espléndido. Y le trató magníficamente. Y a pesar del deseo que tenía de charlar con él, hasta el día
siguiente no fué a verle, pudiendo al fin conversar con él largo y tendido. Y así fué como supo todos los
tormentos que había sufrido el pobre Maruf desde el día de su matrimonio con su calamitosa esposa y
cómo había preferido dejar su tienda y su país a permanecer por más tiempo ex puesto a las fechorías de
aquella diablesa. Y también se enteró de la paliza que hubo de recibir su amigo, y de cómo naufragó y
estuvo a punto de morir ahogado.
Y a su vez, Maruf se enteró por su amigo Alí de que la ciudad en que se encontraban actualmente era
la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán. Y también se enteró de que Alah había favorecido a su
amigo Alí en los negocios de compra y venta, y le había tornado en el mercader más rico y el notable más
respetado de toda la ciudad de Khaitán.
Luego, cuando dieron libre curso a sus expansiones, el rico mer cader Alí dijo a su amigo: "¡Oh
hermano mío Maruf! has de saber que los bienes que me deparó el Retribuidor no son más que un de -
pósito del Retribuidor entre mis manos. Así, pues, ¿qué mejor manera de colocar ese depósito que
confiándote buena parte de él, a fin de que lo hagas fructificar?" Y empezó por darle un saco de mil
dinares de oro, le hizo vestir trajes suntuosos, y añadió: "Mañana por la ma ñana montarás en mi mula más
hermosa y te presentarás en el zoco, donde me verás sentado entre los mercaderes más importantes. Y a tu
llegada me levantaré para salir a tu encuentro, y me mostraré solí cito contigo, y tomaré las riendas de tu
mula, y te besaré las manos dándote todas las pruebas posibles de honor y de respeto. Y esta con ducta
mía te proporcionará al instante gran consideración. Y haré que se te ceda una vasta tienda, cuidando de
llenarla de mercaderías. Y luego te haré entablar conocimiento con los notables y los merca deres más
importantes de la ciudad. Y fructificarán tus negocios, con ayuda de Alah, y alejado de la calamitosa hija
de tu tío, llegarás al límite del desahogo y del bienestar". Y Maruf, sin poder encontrar expresiones
bastantes para manifestar a su amigo todo su reconoci miento, se inclinó para besarle la orla del traje.
Pero el generoso Alí se defendió de ello vivamente y besó a Maruf entre ambos ojos, y continuó
charlando con él de unas cosas y de otras, relativas a su pasada infancia, hasta la hora de dormir.
Y al día siguiente, Maruf, vestido con magnificencia y ostentando toda la apariencia de un rico
mercader extranjero, montó en una so berbia mula baya, ricamente enjaezada, y se presentó en el zoco a la
hora indicada. Y entre él y su amigo Alí tuvo lugar con toda exac titud la escena convenida. Y todos los
mercaderes quedaron llenos de admiración y de respeto por el recién llegado, sobre todo cuando vieron
al ilustre mercader Alí besarle la mano y ayudarle a apearse de la mula, y cuando le vieron a él mismo
sentarse con gravedad y lentitud en el sitio que de antemano le había preparado su amigo Alí delante de
la nueva tienda. Y fueron todos a interrogar a Alí en voz baja, diciéndole: "¡Indudablemente, tu amigo es
un mercader ilustre!" Y Alí les miró con conmiseración, y contestó: "¡Ya Alah! ¿decís un mercader
ilustre? Pero si es uno de los primeros mercaderes del Uni verso, y tiene en el mundo entero más
almacenes y depósitos de los que el fuego podría consumir. Y sus asociados y sus agentes y sus oficinas
son numerosas en todas las ciudades de la tierra, desde el Egipto y el Yemen hasta la India y los límites
extremos de la China. ¡Ah! ya veréis qué clase de hombre es, cuando os sea dado conocerle más
íntimamente.
Y en vista de estas seguridades, formuladas con el tono de la más exacta verdad y con el acento más
convencido, los mercaderes formaron el mejor concepto acerca de Maruf. Y rivalizaron por hacerle
zalemas y cumplidos y darle bienvenidas. Y tuvieron a mucha honra el invi tarle a cenar todos, unos tras
otros, mientras él sonreía con gesto com placiente y se excusaba por no poder aceptar, pues que ya era
huésped de su amigo el mercader Alí. Y el síndico de los mercaderes fué a visitarle, lo cual era contrario
en absoluto a la costumbre, que exige sea el recién llegado quien haga la primera visita; y se apresuró a
ponerle al corriente de la cotización de las mercancías y de las diversas producciones del país. Y luego,
para demostrarle que estaba bien dis puesto a servirle y a hacer circular las mercancías que hubiera traído
consigo de los países lejanos, le dijo: "¡Oh mi señor! sin duda habrás traído muchos fardos de paño
amarillo. Porque aquí hay una predi lección particular por el paño amarillo". Y Maruf contestó sin
vacilar: "¿Paño amarillo? ¡Mucho, desde luego!" Y el síndico preguntó: "¿Y tienes mucho paño rojo
sangre de gacela?" Y Maruf contestó con se guridad: "¡Ah! en cuanto al paño rojo sangre de gacela,
quedaréis satisfechos. Porque los hay de la especie más fina en mis fardos". Y a todas las preguntas
análogas, Maruf costeaba siempre: "¡Traigo grandes existencias!" Y entonces le preguntó el síndico
tímidamente: "¿Querrías ¡oh mi señor! enseñarme algunas muestras?" Y Maruf, sin amilanarse por la
dificultad, respondió con amabilidad. ¡Claro que sí! ¡En cuanto llegue mi caravana!" Y explicó al síndico
y a los mer caderes congregados que dentro de unos días esperaba la llegada de una inmensa caravana de
mil camellos cargados con fardos de mer cancías de todos los colores y todas las variedades. Y la
asamblea se asombró prodigiosamente y se maravilló ante el relato de la próxima llegada de aquella
fantástica caravana.
Pero su admiración no tuvo límites y superó a toda expresión cuando fueron testigos del hecho
siguiente. En efecto, mientras hablaban de tal suerte, abriendo ojos maravillados ante el relato de la
llegada de la caravana, se acercó un mendigo al sitio en que estaban y tendió la mano por turno a cada
cual. Y unos le dieron una moneda, otros media, y la mayoría, sin darle nada, se limitó a contestar
sencillamente: "¡Alah te socorra!" Y Maruf, cuando el mendigo se acercó a él, sacó un gran puñado de
dinares de oro y lo puso en la mano del mendigo con tanta naturalidad como si le hubiese dado una
moneda de cobre. Y tan absortos quedaron los mercaderes, que reinó en la reunión un silencio imponente
y se les confundió el espíritu y se les deslumbró el entendimiento. Y pensaron: "¡Ya Alah, cuán rico debe
ser este hom bre para mostrarse tan generoso!". Y de aquella manera se atrajo Maruf, de un instante a otro,
un gran crédito y una reputación ma ravillosa de riqueza y de generosidad.
Y la fama de su liberalidad y de sus modales admirables llegó a oídos del rey de la ciudad, el cual
mandó al punto llamar a su visir, y le dijo: "¡Oh visir! va a llegar aquí una caravana cargada de inmensas
riquezas y que pertenece a un maravilloso mercader extranjero. Pero no quiero que esos bribones de
mercaderes del zoco, que ya son demasiado ricos, se aprovechen de la tal caravana. Mejor será, por
tanto, que me beneficie de ella yo, con mi esposa, tu señora y mi hija la princesa". Y el visir, que era
hombre lleno de prudencia y de sagacidad, contestó: "No hay inconveniente. Pero ¿no te parece ¡oh rey
del tiempo! que sería preferible esperar la llegada de esa caravana antes de tomar las medidas
oportunas?" Y el rey se enfadó, y dijo: "¿Estás loco? ¿Y desde cuándo se busca carne en casa del
carnicero cuando la han devorado los perros? Date prisa a hacer venir cuanto antes a mi presencia al rico
mercader extranjero, con objeto de que me entienda yo con él respecto al particular". Y el visir vióse
obli gado, a despecho de su nariz, a ejecutar la orden del rey.
Y cuando Maruf llegó a presencia del rey, se inclinó profunda mente, y besó la tierra entre sus manos,
y le hizo un cumplimiento delicado. Y el rey se asombró de su lenguaje escogido y de sus maneras
distinguidas, y le dirigió varias preguntas acerca de sus negocios y de sus riquezas. Y Maruf se limitaba a
contestar, sonriendo: "Ya lo verá nuestro señor el rey, y quedará satisfecho cuando llegue la cara vana". Y
el rey se mostró entusiasmado, como todos los demás; y deseoso de saber hasta dónde alcanzaban los
conocimientos de Maruf, le enseñó una perla de un tamaño y un brillo maravilloso, que costaba mil
dinares lo menos, y le dijo: "¿Tienes perlas de esta especie en los fardos de tu caravana?" Y Maruf tomó
la perla, la contempló con aire despectivo, y la tiró al suelo como un objeto sin valor; y poniéndola el
talón encima, la pisó con toda su fuerza y la despachurró tranqui lamente. Y exclamó el rey, estupefacto:
"¿Qué has hecho, ¡oh hombre!? ¡Acabas de romper una perla de mil dinares!" Y Maruf, sonriendo,
contestó: "¡Sí, ciertamente, ése era su precio! Pero tengo yo sacos y sacos llenos de perlas infinitamente
más gruesas y más hermosas que ésa en los fardos de mi caravana".
Y todavía aumentaron el asombro y la codicia del rey ante aquel discurso; y pensó: "¡Vaya! Es
preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 963ª noche
Ella dijo:
"¡...Vaya! Es preciso que tome por esposo de mi hija a este hombre prodigioso".
Y se encaró con Maruf, y le dijo: "¡Oh honorabilísimo y distin guidísimo emir! ¿quieres aceptar de mí,
como presente, como motivo de tu llegada a nuestro país, a mi hija única, servidora tuya? ¡Y la uniré a ti
con los lazos del matrimonio, y a mi muerte reinarás en el reino!" Y Maruf, que se mantenía en actitud
modesta y reservada, contestó con acento lleno de discreción: "La proposición del rey honra al esclavo
que se halla entre sus manos. ¿Pero no crees ¡oh soberano mío! que será mejor esperar, para la
celebración del matrimonio, a que llegue mi caravana? Porque la dote de una princesa como tu hija exige
de parte mía grandes gastos que no me hallo en estado de hacer en este momento. Pues tendré que pagarte
a ti, su padre, como dote de la princesa, lo menos doscientas mil bolsas de mil dinares cada una.
Además, habré de distribuir mil bolsas de mil dinares a los pobres y a los mendigos en la noche de
bodas, otras mil bolsas a los portadores de regalos y mil bolsas más para los preparativos del festín.
También tendré que regalar un collar de cien perlas grandes a cada una de las damas del harén, y entregar
como homenaje a ti y a mi tía la reina una cantidad inestimable de joyas y de suntuosidades. Pero todo
eso, ¡oh rey del tiempo! no puede hacerse razonablemente mientras no lle gue mi caravana".
Y el rey, más deslumbrado que nunca con aquella prodigiosa enumeración, y entusiasmado en lo más
profundo de su alma de la reserva, la delicadeza de sentimiento y la discreción de Maruf, exclamó: "¡No,
por Alah! Yo solo tomaré a mi cargo todos los gastos de las bodas. En cuanto a la dote de mi hija, ya me
la pagarás cuando llegue la caravana. Pues quiero absolutamente que te cases con mi hija lo más pronto
posible. Y puedes tomar del tesoro del reino todo el dinero que necesites. Y no tengas ningún escrúpulo
en hacerlo, que cuanto me pertenece te pértenece".
Y en aquella hora y en aquel instante llamó a su visir y le dijo: "Ve ¡oh visir! a decir al jeique alislam
que venga a hablar conmigo. Porque quiero ultimar hoy mismo el contrato de matrimonio del emir
Maruf con mi hija". Y el visir, al oír estas palabras del rey, bajó la cabeza con un aire de desagrado. Y
como el rey se impacientara, se acercó a él y le dijo en voz baja: "¡Oh rey del tiempo, no me gusta este
hombre, y su aspecto no me dice nada bueno.Por tu vida, espera al menos, para darle en matrimonio tu
hija, a que tengamos alguna certeza respecto a su caravana. ¡Pues, hasta el presente, no tenemos más que
palabras y palabras! Además, una princesa como tu hija ¡oh rey! pesa en la balanza más que lo que pueda
tener en su mano este hombre desconocido".
Y al oír estas palabras, el rey vió ennegrecerse el mundo ante su rostro, y gritó al visir: "¡Oh traidor
execrable que odias a tu amo! no hablas así, tratando de disuadirme de ese matrimonio, más que por que
deseas casarte tú mismo con mi hija. ¡Pero eso está muy lejos de tu nariz! Cesa, pues, de querer sembrar
en mi espíritu la turbación y la duda respecto a ese admirable hombre rico de alma delicada, de maneras
distinguidas, pues si no, mi indignación por tus pérfidos dis cursos te dejará más ancho que largo". Y
añadió, muy excitado: "¿0 acaso quieres que mi hija se me quede en los brazos, envejecida y desdeñada
por los pretendientes? ¿Podré encontrar jamás yerno seme jante a éste, perfecto en todos sentidos, y
generoso y reservado y en cantador, que sin duda alguna amará a mi hija, y le regalará cosas maravillosas,
y nos enriquecerá a todos, desde el más grande al más pequeño? ¡Vamos, anda, y ve a buscar al jeique alislam!"
Y el visir se marchó, con la nariz alargada hasta los pies, a buscar al jeique al-islam, que al punto fué
a palacio y se presentó al rey. Y acto seguido extendió el contrato de matrimonio.
Y se adornó e iluminó la ciudad entera, por orden del rey. Y no había por doquiera más que festejos y
regocijos. Y Maruf, el za patero remendón, aquel pobre que había visto la muerte negra y la muerte roja y
probado todas las calamidades, se sentó en un trono en el patio del palacio. Y presentóse ante él una
multitud de bailarinas, de luchadores, de tañedores de instrumentos, de tamborileros, de saltimbanquis,
de bufones y de alegres charlatanes, para divertirle y di vertir al rey y a los grandes de palacio. Y
desplegaron toda su destreza y sus talentos. Y Maruf hizo que el propio visir le llevara sacos y sacos
llenos de oro, y se puso a coger dinares y a arrojarlos a puñados a todo aquel pueblo tamborileante,
danzante y ululante. Y el visir, muriéndose de despecho, no tenía ni un instante de reposo, obligado a
llevar sin tregua nuevos sacos de oro.
Y aquellas diversiones y aquellas fiestas y aquellos regocijos du raron tres días y tres noche; y el
cuarto día por la tarde fué el día de las bodas y de la penetración. Y el cortejo de la recién casada era de
una magnificencia inusitada, porque así lo había querido el rey; y a su paso, cada dama colmaba a la
princesa de regalos que iban recogiendo las mujeres del séquito. Y de tal modo se la condujo a la cámara
nupcial, en tanto que Maruf decía para sí: "¡Vaya, vaya, vaya! ¡Suceda lo que suceda! ¿A mí qué me
importa? Así lo ha que rido el Destino. No hay que huir ante lo inevitable. ¡Cada cual lleva su destino
atado al cuello! Todo esto te ha sido escrito en el libro de la suerte, ¡oh remendón de calzado viejo! ¡oh
vapuleado por tu mujer! ¡oh Maruf! ¡oh mono!"
Y el caso es que, cuando se retiraron todos y Maruf se encontró solo en presencia de su esposa la
joven princesa, acostada perezosa mente bajo el mosquitero de seda, se sentó en el suelo, y golpeándose
las manos una contra otra, aparentó ser presa de violenta desespera ción. Y como permaneciera en aquella
actitud sin moverse, la joven sacó la cabeza por el mosquitero...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 964ª noche
Ella dijo:
...la joven sacó la cabeza por el mosquitero, y dijo a Maruf: "¡Oh mi hermoso señor! ¿por qué te
quedas ahí lejos de mí, presa de la tristeza?" Y lanzando un suspiro, contestó Maruf con esfuerzo: "¡No
hay recurso ni poder más que en Alah el Todopoderoso!" Y ella le preguntó, emocionada: "¿A qué viene
esa exclamación, ¡oh mi señor!? ¿Me encuentras fea o contrahecha, o acaso es otra la causa de tu pena?
¡El nombre de Alah sobre ti y alrededor de ti! ¡Habla y no me ocultes nada, ya sidi!" Y Maruf contestó,
lanzando un nuevo suspiro: "¡Todo esto, ya lo ves, es culpa de tu padre!". Y ella preguntó: "¿Qué es eso?
¿Y de qué tiene culpa mi padre?" El dijo: "¿Cómo? ¿No has notado que me he mostrado avaro, de una
avaricia sórdida, contigo y con las damas de palacio? ¡Ay! ¡muy culpable es tu padre por no haberme
permitido esperar a la llegada de mi caravana para casarme! Entonces te habría regalado algunos
collares de cinco o seis sartas de perlas gordas como huevos de paloma, algunos hermosos trajes como
no los tienen las hijas de los reyes, y algunas joyas no del todo indignas de tu rango. Además, hubiera
podido mostrar una mano menos cerrada a tus padres y a tus invitados. Pero ¿cómo ha de ser? tu padre
me ha comprometido con su idea de llevar las cosas demasiado de prisa; y con ello ha cometido para
conmigo una acción análoga a la que comete el que quema la hierba verde aún". Pero la joven le dijo:
"Por vida tuya, no te apenes así por esas pequeñeces; y no te desazones más. Levántate ya, quítate la ropa,
y ven pronto a mi lado para que nos deleitemos juntos. Y desecha todas esas ideas de regalos y otras
cosas parecidas que nada tienen que ver con lo que debemos hacer esta noche. En cuanto a la caravana y
a las riquezas, me tienen sin cuidado. ¡Lo que yo te pido ¡oh galán! es mucho más sencillo y más
interesante que eso! Animo, pues, y consolida tus riñones para el combate". Y Maruf contestó: "¡Está
bien! ¡allá va! ¡allá va!"
Y así diciendo, se desnudó prestamente y avanzó, apuntando a la princesa por debajo del mosquitero.
Y se echó al lado de aquella tierna joven, pensando: "¡Soy yo mismo, Maruf, soy yo mismo, el antiguo
remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo! ¿Dónde estaba y dónde estoy?"
Y acto seguido tuvo lugar la refriega de piernas y de brazos, de muslos y de manos. Y se inflamó el
combate. Y Maruf puso la mano en las rodillas de la joven, que se irguió al punto y refugióse en su
regazo. Y el labio habló en su lengua a su hermano; y llegó la hora que hace olvidarse al niño de su padre
y de su madre. Y la estrechó con fuerza contra él para exprimir toda la miel y que todas las libaciones
fuesen directas. Y la deslizó la mano por debajo de la axila izquierda, y al punto se enderezaron los
músculos vitales de él y se ofrecieron las partes vitales de ella. Y apoyó él su mano izquierda en el
pliegue de la ingle derecha de ella, y al punto gimieron todas las cuerdas de ambos arcos. Entonces la
golpeó entre los dos senos, y de repente el golpe repercutió entre los dos muslos, no se sabe cómo. Y en
seguida se ciñó a la cintura las dos piernas de la princesa, y apuntó al atrevido en las dos direcciones,
gritando: "A mí, ¡oh padre de los besadores!" Y rellenó lo que tenía que rellenar, y en cendió la mecha, y
enhebró la aguja e hizo deslizarse a la anguila en el fuego que chisporrotea, utilizando todas las
tranquillas, mientras sus ojos decían: "¡Brilla!", su lengua decía: "¡Chilla!", sus dientes decían
"¡Desportilla!", su mano derecha decía: "¡Haz cosquillas!", su mano izquierda decía: "¡Pilla!" sus labios
decían: "¡Chiquilla!" y su ba rrenilla decía: "Menea tu quilla, ¡oh mimosilla muchachilla! ¡oh perla en la
orilla! estírate y encógete en tu silla, ¡oh bienamada costilla!" Y así diciendo, la ciudadela quedó
agujereada por las cuatro junturas, y se desarrolló la heroica aventura, sin mataduras, pero con anchas
desgarraduras; sin amarguras, pero con mordeduras; sin fisuras, pero con rompeduras, ensanchaduras y
rozaduras; sin pavura ni dolorosa cura ni curvatura, pero con rechinar de coyunturas del cabalgador de
buena estatura y de la montura de hermosa figura, y todo se llevó a cabo con desenvoltura y con mucha
premura. ¡Loores al Dueño de las criaturas que a la joven la madura para todas las posturas, y al joven le
hace don de su fuerte natural con vistas a la futura progenitura!
Y tras de una noche pasada enteramente en las delicias de los abrazos, de las succiones y de los
restregones, Maruf se decidió por fin a ir al hammam, acompañado por los suspiros de contento y de
sentimiento de la joven. Y después de tomar su baño, y ponerse un traje magnífico, se fué al diván, y se
sentó a la diestra de su tío el rey, padre de su esposa, para recibir los cumplimientos y felicitaciones de
los emires y de los grandes. Y con la propia autoridad mandó buscar a su enemigo el visir, y le ordenó
que distribuyera ropones en honor a todos los presentes e hiciera dádivas innumerables a los emires y a
las esposas de los emires, a los grandes de palacio y a sus esposas, a los guardias y a sus esposas, y a los
eunucos, grandes y pequeños, jóvenes y viejos. Además, hizo traer sacos de dinares, y se puso a sacar de
ellos el oro a puñados y a repartirlo entre cuantos le deseaban. Y de este modo todo el mundo le bendijo
y le amó e hizo votos por su prosperidad y su larga vida.
Y de tal suerte transcurrieron veinte días, empleados por Maruf en hacer dádivas incalculables de
día, y en refocilarse a su antojo de noche con su esposa la princesa, que estaba prendada
apasionadamente de él.
Al cabo de aquellos veinte días, durante los cuales no se tuvo la menor noticia de la caravana de
Maruf, las prodigalidades y locuras de Maruf habían ido tan lejos, que una mañana quedó completamente
agotado el tesoro, y al abrir el armario de los sacos, el visir observó que estaba absolutamente vacío y
que ya no quedaba nada que coger. Entonces, en el límite de la perplejidad, y con el alma llena de furor
reconcentrado, fué a presentarse entre las manos del rey, y le dijo: "Alah aleje de nosotros las malas
noticias, ¡oh rey! Pero a fin de no incurrir, con mi silencio, en tus reproches justificados, debo decirte que
el tesoro del reino está completamente exhausto, y que la maravillosa caravana de tu yerno el emir Maruf
no ha llegado todavía para llenar los sacos vacíos". Y el rey, al oír estas palabras, dijo un poco
preocupado: "¡Sí, por Alah! la verdad es que esa caravana se retrasa un tanto. Pero llegará, ¡inschalah!"
Y el visir sonrió, y dijo: "¡Alah te colme con sus gracias, ¡oh mi señor! y prolongue tus días! ¡Pero el
caso es que hemos caído en las calamidades peores desde que llegó a nuestro país el emir Maruf! Y en el
estado actual de cosas, no veo puerta de salida para nosotros. ¡Porque, de un lado, está vacío el tesoro, y
de otro, tu hija es ya la esposa de ese extranjero, de ese des conocido! ¡Alah nos guarde del Maligno, del
Lejano, del Maldito, del Lapidado! ¡Nuestra situación es una situación muy mala!" Y el rey, que ya
empezaba a inquietarse y a impacientarse, contestó: "Tus pala bras me cansan y me pesan sobre mi
entendimiento. En lugar de dis currir de ese modo, harías mejor en indicarme el medio de remediar la
situación, y sobre todo, en probarme que mi yerno, el emir Maruf, es un impostor o un embustero". Y el
visir contestó: "Verdad dices, ¡oh rey! y ésa es una idea excelente. Hay que probar antes de condenar.
Pero, para saber la verdad, nadie podrá prestarnos un concurso rnás precioso que tu hija la princesa.
Porque nadie está tan cerca del secreto del marido como la esposa. Hazla, pues, venir aquí, con el fin de
que yo pueda interrogarla desde el otro lado de la cortina que nos separa, e informarme así acerca de lo
que nos interesa". Y el rey con testó "No hay inconveniente. ¡Y por vida de mi cabeza, que si llega a
probarse que mi yerno nos ha engañado, le haré morir con la muerte peor y le daré a gustar la defunción
más negra!"
Y al punto mandó que rogaran a su hija la princesa que se pre sentase en la sala de reunión. Y ordenó
correr entre ella y el visir una ancha cortina, detrás de la cual se sentó ella. Y todo esto se dijo, combinó
y ejecutó en ausencia de Maruf.
Y cuando hubo reflexionado en sus preguntas y combinado su plan, el visir dijo al rey que estaba
dispuesto. Y por su parte, la prin cesa dijo a su padre, desde detrás de la cortina: "Heme aquí, ¡oh padre
mío! ¿Qué deseas de mí?" El rey contestó: "Que hables con el visir". Y preguntó ella entonces al visir:
"Pues bien, visir, ¿qué quieres?" El visir dijo: "¡Oh mi señora! debes saber que el tesoro del reino está
completamente vacío, debido a los gastos y prodigalidades de tu esposo el emir Maruf. Además, no
tenemos noticias de la asombrosa caravana, cuya llegada nos ha anunciado con tanta frecuencia. Así es
que tu padre el rey, inquieto por tal estado de cosas, ha creído que sólo tú podrías ilustrarnos respecto al
particular, diciéndonos lo que piensas de tu esposo, y el efecto que ha producido en tu espíritu, y las
sospe chas que hayan concebido acerca de él durante estas veinte noches que ha pasado contigo".
Al oír estas palabras del visir, la princesa contestó desde detrás de la cortina: "¡Alah colme con sus
gracias al hijo de mi tío, el emir Maruf! ¿Qué pienso de él? Pues ¡por mi vida! nada más que cosas
buenas. No hay en la tierra nervio de confitura que sea comparable al suyo en dulzura, sabor y gusto.
Desde que soy su esposa engordo y me hermoseo, y todo el mundo, maravillado de mi buena cara, dice a
mi paso: "¡Alah la preserve del mal de ojo y la libre de los envi diosos y de los embaucadores!" ¡Ah!
Maruf, el hijo de mi tío, es una pasta de delicias, constituye mi alegría y yo constituyo la suya. ¡Alah nos
deje al uno para el otro!"
Y al oír aquello, el rey se encaró con el visir, a quien se le alar gaba la nariz, y le dijo: "¡Ya lo ves!
¿Qué te había dicho yo? ¡Mi yerno Maruf es un hombre admirable, y tú, por tus sospechas, mereces que te
empale!" Pero el visir, volviéndose hacia la cortina, preguntó: "¿Y la caravana, ¡oh mi señora!? ¿y la
caravana que no llega?" Ella contestó: "¿Y a mí qué me importa eso? Llegue o no llegue, ¿aumen taría o
disminuiría mi dicha?" Y el visir dijo: "¿Y quién te alimentará ahora que los armarios del tesoro están
vacíos? ¿Y quién atenderá a los gastos del emir Maruf ?" Ella contestó: "Alah es generoso y no abandona
a sus adoradores". Y el rey dijo al visir: "Tiene razón mi hija. Cállate". Luego dijo a la princesa: "No
obstante, ¡oh amada de tu padre! procura saber, por el hijo de tu tío, el emir Maruf, la fecha aproximada
en que cree que llegará su caravana. Quisiera saberlo sencillamente para reglamentar nuestros gastos y
ver si ha lugar a crear nuevos impuestos que llenen el vacío de nuestros armarios". Y la prin cesa
contestó: "¡Escucho y obedezco! Los hijos deben obediencia y respeto a sus padres. Esta misma noche
interrogaré al emir Maruf, y te contaré lo que me diga".
Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de costumbre, fué a refocilarse al lado de Maruf, y
él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce que la
miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mu jeres que tienen algo que pedir y que
obtener...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 965ª noche
Ella dijo:
...Y a la caída de la noche, cuando la princesa, como de cos tumbre, fué a refocilarse al lado de
Maruf, y él se refociló al lado de la joven, ella le puso la mano en la axila para interrogarle, y más dulce
que la miel, y mimosa y lagotera y tierna y acariciadora como todas las mujeres que tienen algo que pedir
y que obtener, le dijo "¡Oh luz de mis ojos! ¡oh fruto de mi hígado! ¡oh núcleo de mi co razón y vida y
delicias de mi alma! los fuegos de tu amor han inva dido por completo mi seno. Y estoy dispuesta a
sacrificar por ti mi vida y compartir tu suerte, sea cual sea. Pero ¡por mi vida sobre ti! no ocultes nada a
la hija de tu tío. Dime, pues, por favor, a fin de que lo guarde yo en lo más secreto de mi corazón, por qué
motivo no ha llegado todavía esa gran caravana de que están hablando siempre mi padre y su visir. Y si
tienes cualquier vacilación o cualquier duda sobre el particular, confíate a mí con toda sinceridad, y yo
me dedi caré a buscar la manera de alejar de ti todo sinsabor". Y tras de hablar así, le besó, y le estrechó
contra su pecho, y se dejó derretir en sus brazos. Y Maruf de pronto se echó a reír a carcajadas, y
contestó: "¡Oh querida! ¿por qué andar con tantos rodeos para preguntarme una cosa tan sencilla? Porque
estoy dispuesto a decirte la verdad, sin poner dificultad ninguna, y a no ocultarte nada".
Y se calló por un instante para tragar saliva, y prosiguió: "Has de saber, en efecto, ¡oh querida mía!
que no soy mercader, ni dueño de caravanas, ni poseedor de riqueza alguna u otra calamidad parecida.
Porque en mi país no era yo más que un pobre zapatero remendón, casado con una apestosa mujer
llamada Fattumah, la -Boñiga caliente, que era un emplasto para mi corazón y un azote negro para mis
ojos. Y me sucedió con ella tal y cual cosa". Y se dedicó a contar a la prin cesa toda la historia de lo que
le pasó con su esposa en El Cairo, y lo que le ocurrió como consecuencia del incidente de la kenafa
hilada con miel de abejas. Y no le ocultó nada, y no omitió ningún detalle de cuanto le había sucedido a
partir de aquel momento hasta su naufragio y el encuentro con su camarada de infancia, el generoso mer -
cader Alí. Pero no hay ninguna utilidad en repetirlo.
Cuando la princesa hubo oído el relato de aquella historia de Maruf, se echó a reír de tal manera, que
se cayó de trasero. Y Maruf también se echó a reír, y dijo: "Alah es el Dispensador de los destinos. Y tú
estabas escrita en mi suerte, ¡ oh dueña mía!" Y ella le dijo: "En verdad ¡oh Maruf! que estás ducho en
astucias, y nadie puede compa rarse a ti en listeza, en sagacidad, en delicadeza y en buen humor. Pero qué
dirá mi padre, y sobre todo qué dirá su visir, enemigo tuyo, si llegan a saber la verdad de tu historia y la
invención de la caravana? Indudablemente, te harán morir; y yo moriré de dolor junto a ti. Por lo pronto,
pues, vale más que abandones el palacio y te retires a cual quier país lejano, mientras yo veo la manera de
arreglar las cosas y explicar lo inexplicable".
Y añadió: "Por consiguiente, toma estos cincuenta mil dinares que poseo, monta a caballo y vete a
vivir en un paraje escondido, dándome a conocer tu retiro, a fin de que a diario pueda yo despacharte un
correo que te dé noticias mías y me traiga las tuyas. Y ése es ¡oh querido mío! el partido mejor que po -
demos tomar en esta ocasión". Y Maruf contestó: "En ti confío, ¡oh dueña mía! y me pongo bajo su
protección". Y ella le besó e hizo con él la cosa acostumbrada hasta media noche.
Entonces le dijo que se levantara, le puso un traje de mameluco, y le dió el mejor caballo de las
caballerizas de su padre. Y Maruf salió de la ciudad, aparentando ser un mameluco del rey, y se marchó
por su camino. Y eso es lo que aconteció por el momento.
Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa, al rey, al visir y a la caravana invisible.
Al día siguiente, muy temprano, el rey sentóse en la sala de re unión, con el visir a su lado. Y mandó
llamar a la princesa para in formarse por ella de lo que le había recomendado que se enterara. Y como la
víspera, la princesa se puso detrás de la cortina que la separaba de los hombres, y preguntó: "¿Qué
ocurre, ¡oh padre mío!?" El rey preguntó: "Y bien, hija mía. ¿Qué has sabido y qué tienes que de cirnos?"
Y ella contestó: "¿Qué tengo que decir, ¡oh padre mío!? ¡Ah! ¡que Alah confunda al Maligno, al
Lapidado! ¡Y ojalá maldijera al propio tiempo a los calumniadores, y ennegreciera el rostro de brea de tu
visir, que ha querido ennegrecer mi rostro y el de mi esposo el emir Maruf!" Y el rey preguntó: "¿Y cómo
es eso? ¿Y por qué?" Ella dijo: "¡Por Alah! ¿cómo es posible que otorgues tu confianza a ese hombre
nefasto que lo ha puesto en juego todo para desacreditar en tu espíritu al hijo de mi tía?" Y se calló un
instante, como sofocada de indignación, y añadió: "Has de saber, en efecto, ¡oh padre mío! que sobre la
faz de la tierra no hay otro hombre tan íntegro, tan recto y tan verídico como el emir Maruf (¡Alah le
colme con sus gracias!). He aquí lo ocurrido desde el instante en que te dejé: A la caída de la noche, en
el momento en que mi bienamado esposo entraba en mi aposento, ocurrió que el eunuco que tengo a mi
servicio solicitó ha blarnos para comunicarnos una cosa que no admitía dilación. Y se le introdujo, y
llevaba una carta en la mano. Y nos dijo que acababan de entregarle aquella carta diez mamalik
extranjeros, ricamente ves tidos, que deseaban hablar con su amo Maruf. Y mi esposo abrió la carta y la
leyó; luego me la dió y yo la leí también. Era el propio jefe de la gran caravana que esperáis con tanta
impaciencia. Y el jefe de la caravana, que tiene a su órdenes, para acompañar al convoy, qui nientos
jóvenes mamalik, semejantes a los diez que esperaban a la puesta, explicaba en aquella carta que durante
el viaje habían tenido la mala suerte de encontrarse con una horda de beduínos desvalijadores,
asaltadores de caminos, que les habían salido al paso. De ahí proviene el primer motivo del retraso en
llegar la caravana. Y decía que después de triunfar de aquella horda, algunos días más tarde les atacó de
noche otra banda de beduínos mucho más numerosa y mejor armada. Y de ello resultó un combate, en que
la caravana, desgraciadamente, perdió cincuenta mamalik muertos, doscientos camellos y cuatrocientos
fardos de mercancías valiosas.
"Al saber tan desagradable noticia, mi esposo, lejos de mostrarse conmovido, rompió la carta,
sonriendo, sin pedir más explicaciones a los diez esclavos que esperaban a la puerta, y me dijo: "¿Qué
suponen esos cuatrocientos fardos y esos doscientos camellos perdidos? Si eso apenas representa una
pérdida de novecientos mil dinares de oro. En ver dad que no merece que se hable de ello, y sobre todo
que te preocupes tú por semejantes cosas, querida mía. La única molestia que nos ocasiona se reduce a
que tengo que ausentarme unos días para apresurar la llegada del resto de la caravana". Y se levantó,
riendo, y me estrechó contra su pecho, y se despidió de mí, mientras yo derramaba las lágri mas de la
separación. Y se fué, recomendándome de nuevo que tranqui lizara mi corazón y refrescara mis ojos. Y al
ver desaparecer a aquel núcleo de mi corazón, asomé la cabeza por la ventana que da al patio y vi a mi
bienamado charlando con los diez jóvenes mamalik, hermosos como lunas, que habían llevado la carta. Y
montó a caballo, y salió del palacio al frente de ellos, para apresurar la llegada de las caravanas".
Y tras de hablar así, la joven princesa se sonó ruidosmente, como una persona que ha llorado una
ausencia, y añadió con voz repentina mente irritada: "Está bien, padre mío; dime qué habría sucedido si
hubiese tenido yo la indiscreción de hablar a mi esposo, como me habías aconsejado que hiciera,
impulsado por tu visir de brea. Sí, ¿qué habría sucedido? ¡Mi esposo me miraría en adelante con ojos
despectivos y desconfiados, y no me amaría ya, y hasta me odiaría, y con justicia, ciertamente! ¡Y todo
por culpa de las suposiciones ofensivas y de las sospechas injuriosas de tu visir, esa barba de mal
agüero!" Y habiendo hablado así detrás de la cortina, la princesa se levantó, y se marchó haciendo mucho
ruido y demostrando mucha ira. Y entonces se encaró el rey con su visir, y le gritó: "¡Ah, hijo de perro!
¿ves lo que nos sucede por culpa tuya? ¡Por Alah, que no se lo que me detiene aún para dejarte más ancho
que largo! ¡Pero atrévete una sola vez siquiera a volver a sospechar de mi yerno Maruf, y ya verás lo que
te espera!" Y le lanzó una mirada atravesada, y levantó el diwán. ¡Y esto es lo referente a ellos!
Pero he aquí lo que atañe a Maruf.
Cuando salió de la ciudad de Khaitán, que era la capital del rey, padre de la princesa, y viajó unas
horas por las llanuras desiertas, em pezó a sentir que le rendía la fatiga, pues no estaba acostumbrado a
montar en caballos de reyes, y su oficio de zapatero no era el más a pro pósito para tornarse un día en
jinete tan espléndido como a la sazón era. Y además, no dejaban de inquietarle las consecuencias de la
cosa; y empezaba a arrepentirse amargamente de haber dicho la verdad a la princesa. Y se decía: "He
aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu mantecosa
esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 966ª noche
Ella dijo:
"...He aquí que ahora te ves reducido a errar por los caminos, en vez de deleitarte en los brazos de tu
mantecosa esposa, cuyas caricias te habían hecho olvidar a la calamitosa Boñiga caliente de El Cairo". Y
pensando en su último amor, que les tenía a él y a ella quemado el corazón por la separación, empezó a
condolerse de su propio estado y llorar cálidas lágrimas, recitándose desesperados versos de ausencia. Y
gimiendo de tal suerte y exhalando su dolor de amante en tiradas de versos apropiados a su situación,
llegó, después de salir el sol, a las cercanías de un pueblecito. Y vió en un campo a un felah que labraba
con un arado de dos bueyes. Y como, en su precipitación por huir del palacio y de la ciudad, se había
olvidado de llevar provisiones de boca para el viaje, le torturaban el hambre y la sed; y se acercó a
aquel felah, y le saludó, diciendo: "La zalema contigo, ¡oh jeique!" Y el felah le devolvió el saludo,
diciendo: "¡Y contigo la zalema, la misericordia de Alah y sus bendiciones! Sin duda, ¡oh mi señor! eres
un mameluco entre los mamelucos del sultán". Y Maruf contestó: "Sí". Y el felah le dijo: "Bienvenido
seas, ¡oh rostro de leche! Y hazme el favor de parar en mi casa y de aceptar mi hospitalidad". Y Maruf,
que en seguida vió que tenía que habérselas con un hombre generoso, lanzó una ojeada a la pobre
vivienda, que estaba cerca, y observó que no contenía nada que pudiera alimentar ni aplacar la sed. Y
dijo al felah: "¡Oh hermano mío! no veo en tu casa nada que puedas ofrecer a un huésped tan ham briento
como yo. ¿Cómo vas a arreglarte, pues, si acepto tu invitación?" Y el felah contestó: "El bien de Alah no
falta; todo se andará. Apéate del caballo, ¡oh mi señor! y déjame cuidarte y albergarte, por Alah. El
pueblo está muy cerca, y correré allá con toda la velocidad de mis pier nas, y te traeré lo necesario para
reconfortarte y tenerte contento. Y tampoco dejaré de traer forraje y grano para el pienso de tu caballo".
Y Maruf, lleno de escrúpulos y sin querer molestar ni distraer de su trabajo a aquel pobre hombre, le
contestó: "Pues ya que el pueblo está tan cerca, ¡oh hermano mío! más de prisa iré yo a caballo, y
compraré en el zoco todo lo necesario para mí y para mi caballo". Pero el felah, cuya generosidad nativa
no podía decidirse a dejar partir así, sin darle hospitalidad, a un extraño del camino de Alah, repuso:
"¿De qué zoco estás hablando, ¡oh mi señor! ? ¿Acaso un miserable villorrio como el nuestro, cuyas
casas son de boñiga de vaca, posee un zoco ni nada que de cerca o de lejos se parezca a un zoco?
Nosotros no tenemos negocios de compra y venta; y cada uno se arregla para vivir con lo poco que
posee. Así, pues, te suplico, por Alah y por el Profeta bendito, que te pares en mi casa para complacerme
y dar gusto a mi espíritu y a mi corazón. Y en seguida iré al pueblo y tardaré menos aún en vol ver".
Entonces Maruf, al ver que no podía rehusar la oferta de aquel pobre felah sin apenarle y disgustarle, se
apeó del caballo, y fué a sen tarse a la entrada de la choza de boñiga seca, en tanto que el felah, echando a
correr inmediatamente en dirección al pueblo, no tardaba en desaparecer a lo lejos.
Y mientras esperaba a que volviese el otro con las provisiones, Ma ruf empezó a reflexionar y a
decirse: "He aquí que he sido causa de ajetreo y molestia para ese pobre, a quien me parecía yo en un
todo cuando no era más que un miserable zapatero remendón. Pero, por Alah, quiero reparar en la medida
de mis fuerzas el daño que le causo al de jarlo que abandone así su trabajo. Y para empezar, voy a tratar
de labrar ahora mismo en lugar suyo, haciendo que de tal suerte gane el tiempo que por mí pierde".
Y se levantó en aquella hora y en aquel instante, y vestido con sus ropas doradas de mameluco real,
echó mano al arado e hizo avanzar a la yunta de bueyes por el ya trazado surco. Pero, apenas había hecho
dar unos pasos a los bueyes, la reja de arado chocó de pronto, con un ruido singular, contra algo que
oponía resistencia; y arrastrados por el propio esfuerzo, los bueyes cayeron de rodillas. Y Maruf, dando
voces, hizo levantarse a los animales, y los fustigó vivamente para vencer la resistencia. Pero, a pesar
del enorme tirón que dieron los bueyes, la reja no se movió ni una pulgada, y quedó encajada en el suelo
como si esperase al día del Juicio.
Entonces Maruf se decidió a examinar en qué podía consistir aque llo. Y cuando levantó la tierra,
observó que la punta de la reja se había enganchado en una fuerte anilla de cobre rojo sujeta a una losa
de mármol, casi a ras de la tierra.
E impulsado por la curiosidad, Maruf intentó mover y levantar aque lla losa de mármol. Y después de
algunos esfuerzos, acabó por conseguir desencajarla y correrla. Y debajo vio una escalera con peldaños
de mármol que conducía a una cueva de forma cuadrada que tenía la ampli tud de un hammam. Y Maruf,
pronunciando la fórmula del "bismilah", bajó a la cueva y vió que la componían cuatro salas
consecutivas. Y la primera de aquellas salas estaba llena de monedas de oro desde el suelo hasta el
techo; y la segunda estaba llena de perlas, de esmeraldas y de coral, también desde el suelo hasta el
techo; y la tercera, de jacintos; de rubíes, de turquesas, de diamantes y de pedrerías de todos colores;
pero la cuarta, que era la más espaciosa y la mejor acondicionada, no contenía nada más que un pedestal
de madera de ébano, sobre el cual estaba colocado un pequeñísimo cofrecito de cristal no mayor que un
limón. Y Maruf se asombró prodigiosamente de su descubrimiento y se entusiasmó con aquel tesoro. Pero
lo que más le intrigaba era aquel mi núsculo cofrecillo de cristal, único objeto de manifiesto en la inmensa
sala cuarta del subterráneo. Así es que, sin poder resistir a los apremios de su alma, tendió la mano al
pequeño objeto insignificante que le ten taba infinitamente más que todas las maravillas del tesoro, y
apoderán dose de él, lo abrió. Y dentro halló un anillo de oro con un sello de cornalina, en que estaban
grabadas, con caracteres extremadamente fi nos y semejantes a patas de moscas, escrituras talismánicas. Y
con un movimiento instintivo, Maruf se puso el anillo en su dedo y se lo ajustó apretándolo.
Y al punto salió del sello del anillo una voz fuerte, que dijo: "¡A tus órdenes! ¡a tus órdenes! ¡Por
favor, no me frotes más! Ordena, y serás obedecido. ¿Qué deseas? ¡Habla! ¿Quieres que derribe o que
construya, que mate a algunos reyes y a algunas reinas o que te los traiga, que haga surgir una ciudad
entera o que aniquile todo un país, que cubra de flores una comarca o que la asuele, que allane una
montaña o que seque un mar? Habla, anhela, desea. Pero, por favor, no me frotes con tanta violencia, ¡oh
amo mío! Soy tu esclavo, con permiso del Señor de los genn, del Creador del día y de la noche". Y
Maruf, que al pronto no se había dado completa cuenta de dónde salía aquella voz, acabó por observar
que salía del propio sello del anillo que se había puesto en el dedo, y dijo, dirigiéndose al que residía en
la cornalina: "¡Oh criatura de mi Señor! ¿quién eres?" Y la voz de la cornalina contestó: "Soy el Padre de
la Dicha, esclavo de este anillo. Y ejecuto a ciegas las órdenes de quienquiera que se adueñe de este
anillo. Y nada es imposible para mí, porque soy el jefe supremo de setenta y dos tri bus de genn, efrits,
cheitanes, auns y mareds. Y cada una de estas tribus se compone de doce mil valientes irresistibles, más
fuertes que elefantes y más sutiles que el mercurio. Pero, como ya te he dicho, ¡oh amo mío! yo, a mi vez,
estoy sometido a este anillo; y aunque es muy grande mi poder, obedezco al que lo posee, como un niño
obedece a su madre. No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces
seguidas en vez de una, harías que me consumiera el fuego de los nombres terribles grabados sobre el
anillo. Y me perderías irrevocable mente.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 967ª noche
Ella dijo:
"No obstante, déjame advertirte que si por desgracia frotaras el sello dos veces seguidas en vez de
una, harías que me consumiera en el fuego de los nombres terribles grabados sobre el anillo. Y me per -
derías irrevocablemente".
Y al oír aquello, Maruf contestó al efrit de la cornalina: "¡Oh excelente y poderoso Padre de la
Dicha! sabe que he guardado tus pala bras en el sitio más seguro de mi memoria. Pero ¿puedes empezar
por decirme quién te ha encerrado en esta cornalina y quién te ha sometido al poder del dueño del
anillo?" Y el genni contestó desde el interior del sello: "Has de saber, ¡ya sidi! que el lugar en que nos
hallamos es el antiguo tesoro de Scheddad, hijo de Aad, el constructor de la famosa ciudad, ahora en
ruinas, de Iram de las Columnas. En vida de él, fui yo esclavo del rey Scheddad. ¡Y precisamente el que
posees es su anillo, que lo has encontrado en el cristal donde estaba guardado desde tiempos remotos!"
Y el antiguo remendón de calzado de la calle Roja de El Cairo, convertido entonces, merced a la
posesión de aquel anillo, en sucesor directo de la posteridad de Nemrod y de aquel heroico y orgulloso
Scheddad, que había vivido la edad de siete águilas, quiso experimentar sin tardanza las virtudes
maravillosas encerradas en el sello. Y dijo al que residía en la cornalina: "¡Oh esclavo del anillo!
¿podrías sacar de este subterráneo y llevarlo a la superficie de la tierra, a la luz del día, el tesoro
guardado aquí?" Y la voz del Padre de la Dicha contestó: "¡Sin duda alguna, y eso precisamente es para
mí la cosa más fácil". Y Maruf le dijo: "Ya que es así, te pido que saques cuantas riquezas y maravillas
hay aquí, sin dejar nada a los que pudieran venir después que yo, pero ni rastro". Y contestó la voz:
"Escucho y obedezco". Luego gritó: "¡Hola, muchachos!"
Y al punto vió Maruf aparecer ante él doce mancebos muy hermo sos, llevando a la cabeza grandes
cestos. Y después de besar la tierra entre las manos del encantado Maruf, se irguieron, y en un abrir y
cerrar de ojos transportaron afuera, en varios viajes, todos los tesoros conteni dos en las tres salas del
subterráneo. Y cuando acabaron aquel trabajo, fueron de nuevo a presentar sus homenajes a Maruf, que
estaba cada vez más encantado, y desaparecieron como habían venido.
Entonces Maruf, en el límite del contento, se encaró con el habi tante de la cornalina, y le dijo:
"Perfectamente. Pero ahora quisiera cajas, mulas con sus muleteros, y camellos con sus camelleros, para
transportar estos tesoros a la ciudad de Khaitán, capital del reino de Sohatán". Y el esclavo encerrado en
el sello contestó: "¡A tus órdenes! nada más hacedero". Y lanzó un grito estridente, y en el mismo instan te
aparecieron ante Maruf mulas y muleteros, camellos y camelleros, cajas y cestas, y mamalik
suntuosamente vestidos, hermosos como lunas, en número de seiscientos de cada especie. Y en menos
tiempo del que se necesita para cerrar un ojo y abrirlo, cargaron en las acémilas cajas y cestos,
previamente llenos de oro y de joyas, y se alinearon por orden. Y los jóvenes mamalik montaron en sus
hermosos caballos y escoltaron la caravana.
Y el antiguo zapatero dijo entonces al servidor de su anillo: "¡Oh padre de la Dicha! ahora deseo de ti
otros mil animales cargados con sedas y telas preciosas de Siria, de Egipto, de Grecia, de Persia, de In -
dia, y de China". Y el genni contestó con el oído y la obediencia. Y al punto aparecieron ante Maruf los
mil camellos y mulas cargados con los objetos consabidos, y se pusieron ellos solos en fila regular a la
cola del convoy, escoltados, como los anteriores por otros jóvenes mamalik tan soberbiamente vestidos y
montados como sus hermanos. Y Maruf quedó satisfecho, y dijo al habitante del anillo: "Ahora deseo
comer antes de partir. Levántame, por tanto, un pabellón de seda, y sírveme bandejas de manjares
escogidos y de bebidas frescas". Y acto seguido se ejecutó la orden. Y Maruf entró en el pabellón y se
sentó ante las bandejas en el preciso momento en que volvía del pueblo el buen felah. Y llegó el pobre
llevando a la cabeza una escudilla de madera llena de lentejas con aceite, al brazo izquierdo pan negro y
cebollas y al brazo derecho un saco de a celemín lleno de avena para el caballo. Y vio delante de la casa
la prodigiosa caravana y el pabellón de seda en donde estaba sentado Ma ruf rodeado de esclavos
diligentes que le servían, a la vez que otros es clavos se mantenían detrás de él, con los brazos cruzados
sobre el pe cho.
Y se emocionó en extremo, y pensó: "¡Indudablemente, durante mi ausencia ha llegado aquí el sultán,
haciéndose preceder por el primer mameluco que he visto! ¡Lástima que no se me haya ocurrido degollar
a mis dos gallinas y guisárselas con manteca de vaca!" Y decidió hacer le, a pesar de todo, aunque ya era
tarde, y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de
vaca...
En este momento de su narración, Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 968ª noche
Ella dijo:
...y fué a buscar sus dos gallinas para degollarlas y ofrecérselas al sultán, asadas en manteca de vaca.
Pero Maruf le vió y le llamó. Y dijo al propio tiempo a los esclavos que le servían: "¡Traédmele!" Y
los esclavos corrieron tras el felah, y le transportaron al pabellón con su escudilla de lentejas, sus
cebollas, su pan negro y su saco de a celemín. Y Maruf se levantó en honor suyo y le abrazó y le dijo:
"¿Qué llevas ahí, ¡oh hermano mío de miseria!?" Y el pobre felah se asombró prodigiosamente de ser
tratado tan afectuo samente por un hombre de aquella importancia, y de oírle hablar en aquel tono y
llamarle su "hermano de miseria". Y se dijo: "Si éste es un pobre, ¿qué seré yo entonces?" Y le contestó:
"Te traigo la comida de la hospitalidad, ¡oh mi señor! y la ración de tu caballo. ¡Pero te ruego excuses mi
ignorancia! Porque si hubiese sabido que eras el sul tán, no habría vacilado en sacrificar en tu honor las
dos gallinas que poseo y en asártelas con manteca de vaca. Pero la miseria torna ciego al hombre y le
quita toda perspicacia. Y Maruf, al oír estas palabras, recordando su antigua situación, cuando se hallaba
en un estado de miseria análoga o aun peor que la de aquel pobre felah, se echó a llorar. Y las lágrimas le
corrían copiosamente por los pelos de su barba, y caían en las bandejas. Y dijo al felah: "¡Oh hermano
mío! tranquiliza tu corazón. No soy el sultán, sino solamente su yerno. A consecuencia de algunas
diferencias que tuvimos, abandoné el palacio. Pero ahora me envía él todos estos esclavos y todos estos
regalos para demostrarme que quiere reconciliarse conmigo. Voy, pues, a volver sobre mis pasos sin
dilación. En cuanto a ti, hermano mío, que con tanta bondad has querido tratarme sin conocerme, sabe que
no has sembrado en un terreno seco".
Y obligó al felah a sentarse a su diestra, y le dijo: "No obstante todos los manjares que ves en esta
mesa, juro por Alah que no quiero comer más que tu plato de lentejas, y que no probaré otra cosa que ese
pan y estas cebollas". Y ordenó a los esclavos que sirvieran al felah los manjares suntuosos y por su
parte, no comió más que las lentejas de la escudilla, el pan negro y las cebollas. Y se dilató y se regocijó
al ver el asombro del pobre felah ante tantos manjares cuyo perfume satisfacía al cerebro, y tantos
colores que encantaban las miradas.
Y cuando acabaron de comer, dieron gracias al Retribuidor por sus beneficios; y Maruf se levantó, y
cogiendo al felah por la mano, lo sacó fuera del pabellón, llevándole adonde estaba la caravana. Y le
obligó a escoger un par de camellos y un par de mulas de cada clase de mer cancía y de fardo. Luego le
dijo: "Esto es propiedad tuya ¡oh hermano mío! Y además, te dejo este pabellón con todo lo que
contiene". Y sin querer escuchar sus negativas ni la expresión de su gratitud, se despidió de él,
abrazándole una vez más, volvió a montar en su caballo, se puso a la cabeza de la caravana, y haciéndose
preceder en la ciudad por un correo más rápido que el relámpago, encargado de anunciar al rey su
llegada, se puso en camino.
Y he aquí que el correo de Maruf llegó a palacio en el preciso momento en que el visir decía al rey:
"Disipa tu error ¡oh mi señor! y no des fe a las palabras de tu hija la princesa relativas a la marcha de su
esposo. Pues ¡por vida de tu cabeza! el emir Maruf ha salido de aquí fugitivo, temiendo tu justo rencor, y
no para apresurar la llegada de una caravana que no existe. ¡Por los sagrados días de tu vida, ese hombre
no es más que un embustero, un trapacero y un impostor!" Y cuando el rey, persuadido a medias ya por
aquellas palabras, abría la boca para dar la respuesta oportuna, entró el correo, y después de pros -
ternarse, le anunció la llegada inminente de Maruf, diciendo: "¡Oh rey del tiempo! vengo a ti en calidad
de nuncio. Y te traigo la buena nueva de que detrás de mí llega mi amo el emir poderoso y generoso, el
héroe insigne, Maruf, tu yerno. Y va a la cabeza de una caravana que no ha podido venir tan de prisa
como yo, a causa de los pesados esplendores de que está cargada". Y habiendo hablado así, el joven
mameluco besó de nuevo la tierra entre las manos del rey, y se fué como había venido.
Entonces el rey, en el límite de la dicha, pero furioso contra su visir, se encaró con él y le dijo:
"¡Alah ennegrezca tu rostro y lo vuelva tan tenebroso como tu espíritu! ¡Y ojalá maldiga tu barba ¡oh
traidor! y te convenza de tu embuste y de tu doblez como por fin vas a conven certe de la grandeza y del
poderío de mi yerno!" Y aterrado y prome tiendo no hacer en adelante la menor observación, el visir se
arrojó a los pies de su señor, sin fuerzas para responder ni una sola palabra. Y el rey le dejó en aquella
posición, y salió a dar orden de adornar y em pavesar la ciudad, y de prepararlo todo para salir con un
cortejo al encuentro de su yerno.
Tras de lo cual fué al aposento de su hija y le anunció la dichosa nueva. Y al oír la princesa a su
padre hablarle de la llegada de su esposo a la cabeza de una caravana que ella misma creía era una
invención, llegó al límite de la perplejidad y del asombro. Y no supo qué pensar, qué decir ni qué
responder; y se preguntó si una vez más su esposo se mofaba del sultán, o si habría querido, la noche en
que le contó su historia, burlarse de ella o sencillamente ponerla a prueba para ver si en realidad sentía
inclinación hacia él. Y de todos modos, prefirió guar dar para sí sola sus dudas y sus extrañezas,
esperando a ver qué ocurría.
Y se limitó a mostrar ante su padre un rostro transfigurado por el con tento. Y el rey abandonó las
habitaciones de la joven, y se puso a la cabeza del cortejo que salió al encuentro de Maruf.
Pero el que de todos se asombró más y quedó más absorto fué in contestablemente el excelente
mercader Alí, el camarada de infancia de Maruf, que mejor que nadie sabía a qué atenerse a las riquezas
de Maruf. Así es que, cuando vió el empavesado de la ciudad, los preparativos de fiesta, y el cortejo real
que salía de la ciudad, interrogó a los transeúntes, preguntándoles el motivo de todo aquel movimiento. Y
le contestaron: "¡Cómo! ¿no lo sabes? ¡Pues que viene el yerno del rey, el emir Maruf, a la cabeza de una
caravana espléndida!" Y el amigo de Maruf golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva
trapa cería del zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido
hacer a mi amigo Maruf poseedor y con ductor de caravanas? ¡Pero Alah es el Todopoderoso...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 969ª noche
Ella dijo:
Y el amigo de Maruf se golpeó las manos una contra otra, y se dijo: "¿Qué nueva trapacería del
zapatero será ésta? ¡Por Alah! ¿desde cuándo el trabajo de remendar calzado ha podido hacer a mi amigo
Maruf poseedor y conductor de caravanas? ¡Pero Alah es Todopode roso! ¡Y ojalá vele por su honor y le
preserve de la vergüenza pública!" Y se quedó allí, esperando, como los demás, la llegada de la
caravana. Y en seguida hizo su entrada el cortejo en la ciudad. Y Maruf ca balgaba a la cabeza, más
brillante mil veces que el rey, y magnífico y triunfante hasta hacer estallar de envidia la bolsa de la hiel
de los cochinos. Y le seguía la inmensa caravana escoltada por los hermosos mamalik vestidos con telas
maravillosas. Y tan hermoso y tan prodigioso era todo aquello, que nadie se acordaba de haber visto u
oído contar nada semejante. Y también el mercader Alí vió a Maruf en aquella situación extraordinaria, y
se dijo: "Está bien. Habrá combinado algo con su esposa, la princesa, para burlarse del rey".
Y se acercó a Ma ruf, y logró reunirse con él, a pesar de todo el aparato que le rodeaba, y le dijo,
pero de manera que nadie más que él le oyese: "Bienvenido seas, ¡oh jeique de los pícaros afortunados y
el más diestro de los tra paceros! ¿Qué es esto? Pero, por Alah, mereces todos los favores y todo el fausto
que tienes, ¡oh amigo mío! ¡Ve contento y dilátate! ¡Y Alah aumente tus jugarretas y picardías!" Y Maruf
se echó a reír de las palabras de su amigo, y se citó con él para el día siguiente.
Y a continuación Maruf llegó a palacio con el rey, y fué a sen tarse en un trono erigido en el salón de
audiencias. Y ordenó que empezaran a transportar al tesoro del rey las cajas llenas de oro, de joyas, de
perlas y de pedrerías, llenando con ello los sacos de los armarios, y que le llevaran en seguida todo lo
demás, así como los fardos que contenían las estofas preciosas y las sedas. Y se ejecutaron puntualmente
sus órdenes. Y mandó abrir en su presencia las cajas y los fardos, uno tras otro, y se puso a distribuir a
manos llenas, entre los grandes de palacio y sus esposas, las telas maravillosas, las perlas y las
pedrerías, y a hacer muchas dádivas a los miembros del diwán, a los mercaderes que conocía, a los
pobres y a los pequeños. Y sin reparar en las objeciones del rey, que veía desaparecer como agua en
criba aquellas cosas preciosas, no se levantó Maruf hasta que hubo repartido toda la carga de la
caravana. Porque lo menos que daba era un puñado o dos de oro, de esmeraldas, de perlas o rubíes. Y los
ti raba a manos llenas, mientras el rey sufría horriblemente y hacía muecas de dolor, gritando a cada
dádiva: "¡Basta, ¡oh hijo mío! No nos va a quedar nada". Pero a cada vez contestaba Maruf, sonriendo:
"¡Por tu vida! no temas. ¡Lo que tengo es inagotable!"
Entretanto, el visir fué a anunciar al rey que los armarios del tesoro estaban llenos ya hasta arriba, y
que no se podía meter más allí. Y el rey le dijo: "Está bien ¡Abre otra sala, y llénala como la anterior!" Y
le dijo Maruf, sin mirarle: "¡Bien puedes hacerlo!" Y añadió: "Y también hay que llenar otra sala y otra.
Y si no se opu siera el rey, asimismo podría llenar yo todas las salas de palacio con esas cosas, que no
tienen ningún valor para mí". Y el rey ya no sabía si todo aquello ocurría en sueños o en estado de vigilia.
Y se hallaba en el límite extremo del asombro. Y salió el visir para llenar todavía una o dos salas más
con los tesoros entregados por Maruf.
En cuanto Maruf, no bien terminaron estos preliminares, demos trando así que realizaba con creces
todo lo que había anunciado, se apresuró a levantar la sesión de la distribución, y a presentarse a su
joven esposa. Y en seguida que le vió la princesa, fué a él, con los ojos llenos de alegría, y le besó la
mano, y le dijo: "Sin duda, ¡oh hijo del tío! has querido divertirte a costa mía y reírte de mí, o quizá
poner a prueba mi afecto, contándome la historia de tu antigua po breza y de tus desdichas con tu
calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Pero doy gracias a Alah el Altísimo por haberme
impedido conducirme contigo ¡oh mi señor! de otro modo que como lo he hecho". Y Maruf la abrazó, la
dió la respuesta oportuna, y le entregó un traje magnífico y un collar formado por diez sartas de cuarenta
perlas huér fanas, gordas como huevos de paloma, y pulseras para las muñecas y para los tobillos,
labradas por magos. Y al ver todos aquellos objetos tan hermosos, la princesa quedó muy complacida, y
exclamó: "¡En ver dad que reservaré solamente para los días de fiesta este hermoso traje y estos atavíos!"
Y Maruf sonrió y le dijo: "¡Oh querida mía, no te preocupes de eso! Cada día te daré nuevos trajes y
nuevos atavíos hasta que desborden tus armarios y tus cofres estén llenos hasta los bordes". Y a
continuación se pusieron a hacer hasta por la mañana su cosa acos tumbrada.
Pero aún no había salido él del mosquitero, cuando oyó la voz del rey, que quería entrar. Y se
apresuró a abrirle, y le vió trastornado y con el rostro amarillo y en actitud aterrada. Y le hizo entrar con
pre caución y sentarse en el diván; y la princesa levantóse, muy emocionada por aquella visita inesperada
y por el aspecto de su padre, y se apre suró a rociarle con agua de rosas para calmarle y hacerle recobrar
la palabra. Y cuando por fin pudo expresarse el rey, dijo a Maruf: "¡Oh hijo mío! ¡soy portador de malas
noticias! pero es preciso que te las diga para que estés advertido de la desgracia que sobreviene. ¡Ah!
¿debo hacerlo o no debo hacerlo?"
Y Maruf contestó: "¡Claro que debes hacerlo!" Y dijo el rey: "Pues bien; has de saber ¡oh hijo mío!
que hace un momento mis servidores y mis guardias han venido a anun ciarme, en el límite de la
perplejidad, que tus dos mil mamalik, carava neros, camellos y mulas han desaparecido esta noche, sin
que nadie sepa por qué camino se han marchado, ni se haya descubierto la menor huella de su marcha. El
pájaro que echa a volar desde una rama deja más rastro que el que ha dejado en nuestros caminos toda
esa caravana. Y como esta pérdida es para ti una pérdida irreparable, estoy tan cons ternado, que aún me
dura el aturdimiento".
Y al oír estas palabras del rey, Maruf se echó a reír de improviso, y contestó: "¡Oh tío! calma tu
espíritu. Porque la pérdida o desapari ción de mis caravaneros y de mis animales no es para mí más
importan te que la pérdida de una gota de agua para el mar. Pues hoy, como mañana y como pasado
mañana y como los demás días, con sólo de searlo podré tener más caravaneros y acémilas con su carga
que los que puede contener toda la ciudad de Khaitán. Puedes, pues, tranquilizar tu alma, y dejar que nos
levantemos ahora para ir al hammam por la mañana".
Y más asombrado que nunca, salió el rey del aposento de Maruf, y fué a llamar a su visir, y le contó
lo que acaba de pasar, y le dijo: "¡Está bien! ¿qué opinas ahora del poderío incomprensible de mi yer -
no?" Y el visir, que no olvidaba las humillaciones sufirdas desde que Maruf se apareció en su camino, se
dijo: "¡Ha llegado la ocasión de vengarme de ese maldito!" Y dijo al rey con aire sumiso: "¡Oh rey del
tiempo! mi opinión no puede darte luz alguna. Pero, ya que me la pides, te diré que el único medio de que
dispones para saber a qué ate nerte respecto al poder misterioso de tu yerno el emir Maruf, es ponerte a
beber con él y emborracharle. Y cuando el fermento haya hecho bai lar su razón, le interrogarás con
prudencia acerca de su situación; e indudablemente te contestará, sin ocultarte nada de la verdad". Y dijo
el rey: "Es una idea excelente, ¡oh visir! y voy a ponerla en ejecución esta misma noche".
Y el caso es que, cuando llegó la noche, se reunió con su yerno Maruf y con su visir ante las bandejas
de bebidas. Y circularon las copas. Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en
un estado lamentable. Y su lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 970ª noche
Ella dijo:
...Y el gaznate de Maruf era un jarro sin fondo. Y su estado se tornó en un estado lamentable. Y su
lengua empezó a dar vueltas como las aspas de un molino. Y cuando ya no pudo distinguir su mano dere -
cha de su mano izquierda, le dijo el rey, padre de su esposa: "La verdad es ¡oh yerno nuestro! que nunca
me has contado las aventuras de tu vida, que debe ser una vida maravillosa y extraordinaria. Y me
compla cería mucho oírte narrar esta noche tus peripecias asombrosas".
Y Ma ruf, que ya no tenía pies ni cabeza y hablaba a tontas y a locas, se dejó llevar de su embriaguez,
como todos los borrachos a quienes gusta que se les alabe, y contó al rey y al visir toda su historia, desde
el principio hasta el fin, a partir del momento en que se casó, cuando era un pobre remendón de calzado,
con la calamitosa de El Cairo, hasta el día en que encontró el tesoro y el anillo mágico en el campo del
pobre felah. Pero no hay utilidad de repetirlo.
Y al relato de aquella historia, el rey y el visir, que estaban lejos de haberla imaginado tan
sorprendente, se miraron mordiéndose las manos. Y el visir dijo a Maruf: "¡Oh mi señor! enséñanos un
poco ese anillo que posee virtudes tan maravillosas". Y Maruf, como un loco privado de razón, se sacó
del dedo el anillo y se lo entregó al visir, diciendo: "¡Hele aquí! En su cornalina encierra a mi amigo el
Padre de la Dicha". Y el visir, con los ojos llameantes, tomó el anillo y frotó el sello, como lo había
explicado Maruf.
Y al punto salió la voz de la cornalina, diciendo: "¡Heme aquí! ¡heme aquí! ¡manda y obedeceré!
¿Quieres arruinar una ciudad, fundar una capital o matar a un rey?" Y el visir contestó: "¡Oh servidor del
anillo! te ordeno que te apoderes de este rey proxeneta y de su yerno Maruf, el alcahuete, y los arrojes en
cualquier desierto sin agua para que allí se mueran de sed y privaciones". Y al instante, el rey y Maruf
fueron alzados como una paja y transportados a un desierto salvaje de lo más terrible, que era el desierto
de la sed y del hambre, habitado por la muerte roja y la desolación. Y esto es lo referente a ellos.
En cuanto al visir, se apresuró a convocar al diwán, y manifestó a los dignatarios, a los emires y a los
notables que la dicha de los súbdi tos y la tranquilidad del Estado habían exigido que el rey y su yerno
Maruf, impostor de la peor calidad, fueran desterrados muy lejos, y que se le nombrara a él mismo
soberano del Imperio. Y añadió: "Ade más, si vaciláis un instante en aceptar el nuevo orden de cosas y en
reconocerme por vuestro legítimo soberano, al instante, en virtud de mi reciente poderío, os enviaré a
reuniros con vuestro antiguo amo y con el alcahuete de su yerno en el rincón más salvaje del desierto de
la sed y de la muerte roja".
Y así, hizo que le prestaran juramento, a despecho de su nariz, to dos los presentes, y nombró a los
que nombró y destituyó a los que des tituyó. Tras de lo cual envió a decir a la princesa: "Prepárate a reci -
birme, porque tengo muchas ganas de gozarte". Y la princesa, que, como todos los demás, se había
enterado de los nuevos acontecimientos, le contestó por mediación del eunuco: "Sin duda te recibiré
gustosa; pero por el momento estoy con el mal mensual que es natural en las mujeres y en las muchachas.
Sin embargo, en cuanto me halle limpia de toda impureza, te recibiré". Pero el visir mandó a decirle: "No
quiero la menor tardanza, y no reconozco males mensuales ni males anuales. Y deseo tenerte en seguida".
Entonces le contestó ella: "¡Está bien! ven a buscarme al momento".
Y se vistió lo más magníficamente posible, y se adornó y se perfu mó. Y cuando, al cabo de una hora
de tiempo, penetró en su aposento el visir de su padre, ella lo recibió con semblante contento y alegre, y
le dijo: "¡Qué honor para mí! ¡Y qué noche tan dichosa va a ser ésta!" Y le miró con ojos que acabaron de
arrebatar el corazón a aquel trai dor. Y como él le apremiase para que se desnudara, comenzó ella a ha -
cerlo con muchos miramientos, arrumacos y atrasos. Y lanzando de pronto un grito de terror, se echó
atrás, velándose el rostro. Y el asom brado visir le preguntó: "¿Qué te ocurre, ¡oh mi señora!? ¿Y a qué
vienen ese grito de terror y ese rostro velado de improviso?" Y le contestó ella, envolviéndose cada vez
más en sus velos: "¡Cómo! ¿no lo ves?" Y contestó él: "¡No, por Alah! ¿Qué ocurre? ¡No veo nada!" Ella
dijo: "¡Qué vergüenza para mí! ¡qué deshonor! ¿Por qué quieres exponerme desnuda a las miradas de ese
hombre extraño que te acom paña?"
Y el visir, mirando a derecha y a izquierda, le contestó: "¿Qué hombre me acompaña? ¿Y dónde
está?"
Ella dijo: "¡Ahí, en la corna lina del sello del anillo que llevas al dedo!" Y el visir contestó: "¡Por
Alah! es verdad. No había pensado en semejante cosa. Pero, ¡ya setti! no se trata de un hijo de Adán, de
un ser humano. ¡Es un efrit, servidor del anillo!" Y la princesa exclamó, llena de espanto, hundiendo la
cabeza en las almohadas: "¡Un efrit! ¡qué calamidad la mía! ¡Me dan un mie do intenso los efrits! ¡Ah!
¡por favor, aléjate! ¡Tengo miedo y vergüen za de él"! Y para tranquilizarla y conseguir al fin lo que
deseaba de ella, el visir se quitó el anillo del dedo y lo escondió debajo del almohadón del lecho. Luego
acercóse a ella, en el límite del transporte.
Y la princesa le dejó acercarse, y de repente le dió en el bajo vientre un violento puntapié que le tiró
de trasero en el suelo, dando con la cabeza antes que con los pies. Y sin perder un instante, se apo deró
del anillo, frotó el sello, y dijo al efrit de la cornalina: "Apodérate en seguida de este cochino, y arrójale
al calabozo subterráneo de palacio. Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto
adonde los has transportado, y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado . ..
En este momento de su narración, Schehrazada vió aperecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 971ª noche
Ella dijo:
"...Luego irás sin tardanza a sacar a mi padre y a mi esposo del desierto adonde los has transportado,
y me los traerás aquí sanos y salvos, sin magullamientos y en buen estado".
Y al punto fué cogido el visir como se coge un trapo, y arrojado al calabozo del palacio. Y al cabo de
un corto transcurso de tiempo, el rey y Maruf estaban en la habitación de la princesa, el rey muy asusta do
y Maruf repuesto apenas de su borrachera. Y los recibió ella con un júbilo indecible, y empezó por darles
de comer y de beber, ya que la rápida carrera les había dado hambre y sed. Y mientras comían, les contó
lo que acababa de pasar y cómo había encerrado al traidor. Y el rey exclamó: "¡Vamos a empalarle sin
tardanza y a quemarle!" Y dijo Maruf : "No hay inconveniente". Luego se encaró con su esposa y le dijo:
"Pero ¡oh querida mía! devuélveme mi anillo antes". Y la prince sa contestó: "¡Ah eso sí que no! Ya que
no has sabido conservarlo, yo seré quien lo guarde en lo sucesivo, pues temo que lo pierdas de nuevo".
Y dijo él: "¡Está bien! Es justo".
Entonces hicieron preparar el palo en el meidán, frente a la puerta de palacio, y ante la multitud
congregada se instaló allí al visir. Y mientras funcionaba el instrumento, se encendió una gran hoguera al
pie del poste. Y de aquella manera, murió el traidor ensartado y asado.
Y esto es lo referente a él.
Y el rey compartió con Maruf el poder soberano, y le designó su único sucesor en el trono. Y en lo
sucesivo continuó el anillo en e! dedo de la princesa, quien, más prudente y más avisada que su esposo,
tenía con él muchísimo cuidado. Y en su compañía, Maruf llegó al límite de la dilatación y del desahogo.
Y he aquí que una noche, al acabar él su cosa acostumbrada con la princesa y volver a su aposento
para dormir, de repente salió una vieja de debajo del lecho y se abalanzó a él, con la mano alzada y ame -
nazadora. Y apenas la miró Maruf, en su terrible mandíbula y en sus dientes largos y en su fealdad negra
reconoció a su calamitosa esposa Fattumah la Boñiga caliente. Y aún no había acabado de hacer tan
espantosa observación, cuando recibió, una tras otra, dos bofetadas re sonantes que le rompieron otros
dos dientes. Y le gritó: "¿Dónde esta bas, ¡oh maldito!? ¿Y cómo te has atrevido a abandonar nuestra casa
de El Cairo sin avisarme y sin despedirte de mí? ¡Ah! ¡ya te tengo, hijo de perro!" Y Maruf, en el límite
del espanto, echó a correr de pronto en dirección al aposento de la princesa, con la corona en la cabeza y
arrastrando las vestiduras reales, en tanto que gritaba: "¡So corro! ¡A mí, efrit de la cornalina!" Y penetró
como un loco en el cuarto de la princesa, y cayó a sus pies, desmayado de emoción.
Y en seguida hizo irrupción, en la estancia donde la princesa pro digaba sus cuidados a Maruf
rociándole con agua de rosas, la espantosa diablesa, llevando en la mano una maza que había traído
consigo al país de Egipto. Y gritaba: "¿Dónde está ese granuja, ese hijo adulteri no!" Y al ver aquel rostro
de brea, la princesa aprovechó el tiempo para frotar su cornalina y dar una orden rápida al efrit Padre de
la Dicha. Y al instante, como si la hubieran sujetado cuarenta brazos, la terrible Fattumah quedó fija en su
sitio con la actitud de amenaza que tenía al entrar.
Y cuando recobró el sentido, Maruf vió a su antigua esposa inmó vil en aquella actitud. Y lanzando un
grito de horror, volvió a caer desmayado. Y la princesa, a quien Alah había dotado de sagacidad,
comprendió entonces que la que estaba ante ella en aquella actitud de amenaza imponente, no era otra que
la espantosa diablesa Fattumah, de El Cairo primera esposa de Maruf en la época en que él era zapatero.
Y sin querer exponer a Maruf a las probables fechorías de aquella cala mitosa, frotó el anillo y dió una
nueva orden al efrit de la cornalina. Y al punto fué arrastrada y conducida al jardín la diablesa. Y quedó
su jeta, con una enorme cadena de hierro, a un algarrobo enorme, como se sujeta a los osos sin
domesticar. Y allí se la dejó para que cambiase de carácter o muriese. Y esto es lo referente a ella.
En cuanto a Maruf y a su esposa la princesa, desde entonces vivie ron entre delicias perfectas, durante
años y años, hasta la llegada de la Separadora de enemigos, la Destructora de la dicha, la Constructora de
tumbas, la Muerte inevitable. Gloria al Unico viviente, cuya existencia está más allá de la vida y de la
muerte, en el dominio de la eternidad.
Luego Schehrazada, sin sentir invadirla aquella noche la fatiga, y al ver que el rey Schahriar estaba
dispuesto a escucharla, comenzó la historia siguiente, que es la del joven rico que miró por Los
tragaluces del saber y de la historia.
Los tragaluces del saber y de la historia
Ella dijo:
Cuentan que en la ciudad de El-Iskandaria había un joven que, a la muerte de su padre, entró en
posesión de riquezas inmensas y de grandes bienes, tanto en tierras de regadío como en inmuebles sólida -
mente construidos. Y aquel joven, nacido bajo la bendición, estaba dotado de un espíritu inclinado a la
vía de la rectitud. Y como no igno raba los preceptos del Libro Santo, que prescriben la limosna y reco -
mienda la generosidad, vacilaba en la elección del medio mejor de hacer el bien. Y en su perplejidad, se
decidió a ir a consultar sobre el par ticular a un venerable jeique, amigo de su difunto padre. Y le puso al
corriente de sus escrúpulos y vacilaciones, y le pidió consejo. Y el jeique reflexionó durante una hora de
tiempo. Luego, alzando la cabeza, le dijo: "¡Oh hijo de Abderrahmán! (¡Alah colme al difunto con Sus
gracias!) Sabe que distribuir a manos llenas el oro y la plata a los necesitados es, sin duda alguna, una
acción de las más meritorias a los ojos del Altísimo. Pero tal acción ¡oh hijo mío! está al alcance de
cual quier rico. Y no se necesita tener una virtud muy grande para dar las sobras de lo que se posee. Pero
hay una generosidad perfumada de otro modo y agradable al Dueño de las criaturas, y es ¡oh hijo mío! la
generosidad del espíritu. Porque el que puede sembrar los beneficios del espíritu en los seres
desprovistos de saber, es el más benemérito. Y para sembrar beneficios de este género, hay que tener un
espíritu altamente cultivado. Y para tener un espíritu así, sólo un medio está en nuestras manos: la lectura
de lo escrito por las gentes muy cultas y la meditación acerca de estos escritos. Por tanto, ¡oh hijo de mi
amigo Abderrahmán! cultiva tu espíritu y sé generoso en lo que al espíritu respecta. Y éste es mi consejo,
¡uassalam!"
Y el joven rico había querido pedir al jeique explicaciones com plementarias. Pero el jeique ya no
tenía nada que decir. Así es que el joven se retiró con aquel consejo, firmemente resuelto a ponerlo en
práctica, y dejándose llevar de su inspiración tomó el camino del zoco de los libreros. Y congregó a
todos los mercaderes de libros, algunos de los cuales tenían libros procedentes del palacio de los libros
que los rums cristianos habían quemado cuando entró Amrú ben El-Ass en El- Iskandaria. Y les mandó
que transportaran a su casa cuantos libros de valor poseyeran. Y los retribuyó con más esplendidez de lo
que ellos mismos pretendían, sin regateos ni vacilaciones. Pero no se limitó a estas compras. Envió
emisarios a El Cairo, a Damasco, a Bagdad, a Persia, al Maghreb, a la India, e incluso a los países de los
rums, para que compraran los libros más reputados en estas diversas comarcas, con encargo de no
escatimar el precio de compra. Y al cabo de cierto tiem po, volvieron unos tras de otros los emisarios,
con fardos cargados de manuscritos preciosos. Y el joven hizo ponerlo todo por orden en los armarios de
una magnífica cúpula que había mandado construir con esta intención, y que, en el frontis de su entrada
principal, tenía escritas en grandes letras de oro y azul estas sencillas palabras: "Cúpula del Libro".
Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 972ª noche
Ella dijo:
...Y hecho lo cual, el joven puso manos a la obra. Y se consagró a leer con método, lentitud y
meditación los libros de su maravillosa cúpula. Y como había nacido bajo la bendición, y sus pasos
estaban marcados por el éxito y la felicidad, retenía en su feliz memoria todo lo que leía y anotaba. Así
es que, en poco tiempo, llegó al límite extre mo de la instrucción y del saber, y su espíritu se enriqueció
con dones más abundantes que cuantos bienes le tocaron en herencia. Y entonces pensó con cordura en
hacer que los que le rodeaban se aprovechasen de los dones de que él era poseedor. Y con tal objeto, dió
en la cúpula del libro un gran festín, al cual convidó a todos sus ami gos, familiares, parientes próximos y
lejanos, esclavos, palafreneros in clusive, y hasta a los pobres y mendigos habituales de su umbral. Y
cuando comieron y bebieron y dieron gracias al Retribuidor, irguióse el joven rico en medio del círculo
atento de sus invitados, y les dijo: "¡Oh huéspedes míos! ¡esta noche, en lugar de cantores y de músicos,
presida la inteligencia nuestra asamblea! Porque ha dicho el sabio: "Habla y saca de tu espíritu lo que
sepas, para que se alimente de ello el oído de quien te escuche. Y quienquiera que obtenga ciencia,
obtiene un bien inmenso. Y el Retribuidor otorga la sabiduría a quien quiere, y el inge nio se creó por
orden suya; pero, entre los hijos de los hombres, sólo un pequeño número está en posesión de los dones
espirituales". Por eso ha dicho Alah el Altísimo, por boca de su Profeta bendito (¡con él la plegaria y la
paz!) ; "¡Oh creyentes! haced limosnas con las cosas me jores que hayáis adquirido, porque no alcanzaréis
la perfección hasta que hagáis limosnas con lo que más queráis. Pero no las hagáis por ostentación, pues
entonces os pareceríais a esas colinas rocosas cubiertas apenas por un poco de tierra: si cae un diluvio
sobre esas colinas no dejará más que una roca pelada. Hombres así no sacarán ningún prove cho de sus
obras. Pero los que se muestran generosos, por su firmeza de alma se parecen a un jardín plantado en un
ribazo que regaran las lluvias abundantes del cielo y cuyos frutos tuvieran doble tamaño del corriente. Si
no cayera en él la lluvia, caería el rocío. Y entrarán en los jardines del Edén".
"Por eso ¡oh huéspedes míos! os he congregado esta noche. Por que, no queriendo, como el avaro,
guardar para mí solo los frutos de la ciencia, deseo que los probéis conmigo, para marchar juntos por el
camino de la inteligencia".
Y añadió:
"Paseemos, pues, nuestras miradas por los tragaluces del Saber y de la Historia, y desde allí
asistamos al desfile del cortejo maravilloso de las figuras antiguas, a fin de que, a su paso, se esclarezca
nuestro espíritu, y se encamine, iluminado, hacia la perfección. ¡Amín!"
Y todos los invitados del joven rico se llevaron las manos al rostro, contestando: "¡Àmín!"
Entonces sentóse él en medio de su auditorio silencioso, y dijo: "¡Oh amigos míos! no sé comenzar
mejor la distribución de las cosas admirables que haciendo beneficiarse de ellas a vuestro entendimiento
con el relato de algunos rasgos de la vida de nuestros padres árabes de la gentilidad, los verdaderos
árabes de las arenas, cuyos maravillosos poe tas no sabían leer ni escribir, en quienes la inspiración era
un don vehemente, y que sin tinta ni cálamo ni censores formaron esta nuestra lengua árabe, la lengua por
excelencia, aquella de que se ha servido el Altísimo, con preferencia a todas las demás, para dictar Sus
palabras a Su Enviado (¡con él la plegaria, la paz y las más escogidas bendiciones!) Amín !"
Y habiendo respondido de nuevo los invitados: "¡Amín!", dijo: "He aquí, pues, una historia entre mil
de aquellos tiempos heroi cos de la gentilidad:
El poeta Doreid, su carácter generoso y su amor por la célebre poetisa
Tumadir de Khansa
"Cuentan que un día el poeta Doreid, hijo de Simmah, jeique de tribu de los Bani-Jucham, que vivía
en la época de la gentilidad y era tan valeroso jinete como reconocido poeta, y dueño de numerosas tien -
das y de buenos pastos, partió en razzia contra la tribu rival de los Bani-Firás, cuyo jeique era Rabiah, el
guerrero más intrépido del desierto.
Y Doreid iba a la cabeza de una tropa de jinetes escogidos entre los mejores de la tribu. Y al
desembocar en un valle del territorio enemi go de los Bani-Firás, divisó a lo lejos, en el extremo opuesto
del valle, un hombre a pie que conducía una mujer montada en un camello. Y después de examinar un
momento el convoy, Doreid se encaró con tino de sus jinetes y le dijo: "¡Lanza tu caballo, y dirígete a ese
hombre!"
Y partió el jinete, y cuando llegó adonde pudiera hacerse oír, gritó al hombre: "¡Suelta la presa,
déjame esa mujer y salva tu vida!" Y reiteró por tercera vez su intimación. Pero el hombre le dejó
acercarse; luego, calmoso y plácido, sin apresurar el paso, entregó el ronzal del camello a la que él
conducía, y con voz tranquila entonó este canto:
¡Oh señora, camina al paso feliz de una mujer cuyo corazón nun ca a palpitado con temor, y
cuya grupa prominente se ha redon deado en la seguridad!
¡Y sé testigo de la acogida que a ese jinete va a hacer el Firacida, que jamás conoció la
vergüenza de volver la espalda al enemigo!
¡He aquí una muestra de mis golpes!
Acto seguido, arremetió contra el jinete de Doreid, le desmontó de una lanzada, y al punto le tendió
muerto en el polvo. Después tomó el caballo sin dueño, y tras de ofrecérselo como homenaje a su dama,
saltó a la silla al primer intento, y siguió caminando como antes, sin más prisa ni más emoción...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 973ª noche
Ella dijo:
...sin más prisa ni más emoción.
En cuanto a Doreid, como no viera reaparecer a su mensajero, envió a la descubierta a otro jinete. Y
éste, al encontrar sin vida en el camino a su compañero, persiguió al viajero y le gritó desde lejos la
intimación que le había dirigido el primer agresor. Pero el hombre hizo como si no oyera. Y el jinete de
Doreid corrió tras él, lanza en ristre. Pero el hombre, sin conmoverse, entregó de nuevo a su dama el
ronzal del camello, y arremetió de pronto contra el jinete, dirigiéndole estos versos:
¡He aquí que cae sobre ti la fatalidad de colmillos de hierro! ¡oh retoño de la infamia, que
te pones en el camino de la mujer libre e inviolable!
¡Entre ella y tú está tu señor Rabiah, cuya ley, para un enemigo, es el hierro de su lanza,
una lanza que le obedece a la perfección!
Y cayó el jinete, con el hígado traspasado, arañando la tierra con sus uñas. Y de un trago bebió la
muerte. Y el vencedor prosiguió su camino sin apresurarse.
Y Doreid, lleno de impaciencia e inquieto por la suerte de sus dos jinetes, destacó a un tercer hombre
con la misma consigna. Y el explora dor llegó al sitio consabido y encontró a sus dos compañeros
tendidos sin vida en el suelo. Y más allá divisó al extranjero, que caminaba con tranquilidad,
conduciendo con una mano al camello de la dama y arras trando perezosamente la lanza. Y le gritó:
"Suelta la presa, ¡oh perro de las tribus!" Pero el hombre, sin volverse siquiera hacia su agresor, dijo a su
dama: "Dirígete, amiga mía, a nuestras tiendas más pròxi mas". Luego hizo frente de pronto a su
adversario, y le gritó estos versos:
¿No viste ¡oh cabeza sin ojos! cómo se debaten en su sangre tus hermanos? ¿Y no sientes
pasar ya por tu rostro el soplo de la madre de los buitres?
¿Qué crees que vas a recibir del jinete de cara ceñuda, sino el regalo de una soberbia
lanzada que te vista los riñones con un traje de sangre de un hermoso color negro de cuervo?
Y así diciendo, apuntó al jinete de Doreid, y de primera intención le derribó, con el pecho atravesado
de parte a parte. Pero al propio tiempo se le rompió la lanza con la violencia del choque. Y Rabiah -
porque era él mismo, aquel jinete de los desfiladeros y las torrente ras-, como sabía que ya estaba cerca
de su tribu, no quiso bajarse a recoger el arma de su enemigo. Y continuó su camino, sin tener por toda
arma más que el asta rota de su lanza.
Pero Doreid, entretanto, asombrado de no ver volver a ninguno de sus jinetes, salió él mismo a la
descubierta. Y encontró en la arena los cuerpos sin vida de sus compañeros. Y de improviso vió
aparecer, al rodear un montículo, al propio Rabiah, su enemigo, con aquella arma irrisoria. Y por su
parte, Rabiah reconoció a Doreid, y ante tal adversa rio, se arrepintió en el alma de la imprudencia que
había cometido al no apropiarse la lanza de su último agresor. Sin embargo, esperó a Doreid erguido en
su silla y empuñando el asta rota de su lanza.
Y de una ojeada comprendió Doreid el estado de inferioridad de Rabiah, y la grandeza de su alma le
incitó a dirigir estas palabras al héroe Firacida. "¡Oh padre de los jinetes de los Bani-Firás! a hombres
como tú no se los mata, ciertamente. Sin embargo, mis gentes, que ba ten el país, querrán vengar en ti la
muerte de sus hermanos, y como estás desarmado, solo y tan joven, toma mi lanza. En cuanto a mí, me
vuelvo para quitar a mis compañeros la idea de perseguirte".
Y Doreid regresó a galope junto a sus gentes, y les dijo: "El jinete ha sabido defender a su dama.
Porque ha matado a nuestros tres hom bres y, además, me ha enganchado la lanza. ¡En verdad que es un
rudo campeón a quien no hay ni que soñar en atacar!"
Y volvieron bridas y regresaron todos, sin razzia, a su tribu.
Y pasaron los años. Y Rabiah murió, como mueren los caballeros irreprochables, en un encuentro
sangriento con los de la tribu de Doreid. Y para vengarle, una tropa de Firacidas partió en nueva razzia
contra los Bani-Jucham. Y cayeron inopinadamente de noche sobre el campa mento, y mataron a los que
mataron, e hicieron muchos cautivos, y se llevaron un botín considerable en mujeres y en bienes. Y en el
número de los cautivos estaba el propio Doreid, jeique de los Juchamidas.
Y cuando llegaron a la tribu de los vencedores, Doreid, que había tenido buen cuidado de ocultar su
nombre y su calidad, fué puesto, con todos los demás cautivos, bajo una guardia severa. Pero,
impresionadas por su buena cara, las mujeres Firacidas pasaban y repasaban triunfa doras por delante de
él, con un aire coquetón. Y de repente exclamó una de ellas: "¡Por la muerte negra! ¡vaya un acierto que
habéis teni do, hijos de Firás! ¿Sabéis quién es éste?" Y acudieron los demás, y le miraron y contestaron:
"¡Este es uno de los que han aclarado nuestras filas!" Y dijo la mujer: "¡Ya lo creo! ¡como que es un
bravo! Preci samente él es quien regaló su lanza a Rabiah el día que se le encontró en el valle". Y arrojó
su túnica, en señal de salvaguardia, sobre el pri sionero, añadiendo: "Hijos de Firás, tomo a este cautivo
bajo mi pro tección". Y se aglomeró mayor número de gente, y preguntaron su nombre al cautivo, que
contestó: "Soy Doreid ben Simmah. Pero ¿quién eres tú, ¡oh señora!?"
Ella contestó: "Soy Raita, hija de Gizl El-Tián, aquella cuyo camello conducía Rabiah. Y Rabiah era
mi marido".
Luego se presentó en todas las tiendas de la tribu, y se dirigió a los guerreros con este lenguaje:
'Hijos de Firás, recordad la genero sidad del hijo de Simmah cuando dió a Rabiah su lanza de mango
largo y hermoso. Hágase bien por bien, y recoja cada cual el fruto de sus obras. Que la boca de los
hombres no se llene de desprecio al contar vuestra conducta para con Doreid. Romped sus ligaduras, y
pagando la indemnización, sacadle de las manos de quien le ha hecho cautivo. De no obrar así opondréis
ante vosotros un acto oprobioso, que hasta el día de vuestra muerte os hará apenaros indefinidamente y
arrepentiros".
Y al oírla, los Firacidas recaudaron entre sí para indemnizar a Muharrik, el jinete que había hecho
cautivo a Doreid. Y Raita dió a Doreid, cuando le pusieron en libertad, las armas de su difunto esposo. Y
Doreid se volvió a su tribu, y nunca más hizo la guerra a los Bani -Firás.
Y transcurrieron más años todavía. Y Doreid, viejo ya, pero siem pre dotado de un alma hermosa de
poeta, acertó a pasar un día a poca distancia del campamento de la tribu de los Bani-Solaim. Y en aquel
tiempo vivía en aquella tribu la Solamida Tumadir, hija de Amr, cono cida en toda Arabia por el
sobrenombre de El-Khansa, y admirada por su maravilloso talento poético.
Y en el momento en que Doreid pasaba por junto a su tribu, la bella Solamida estaba ocupada en
embrear una piel de camella de su padre. Y como el sitio estaba retirado, el calor era mucho y no pasaba
radie por allí, Tumadir se había quitado la ropa, y trabajaba casi entera mente desnuda. Y Doreid,
escondido, la observaba y la examinaba sin que ella lo sospechase. Y maravillado de su belleza,
improvisó los versos siguientes:
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda
gacela de noble origen!
¡Jamás, en nuestras tribus, vióse de frente o de espaldas tan arre batadora curtidora de
pieles!
¡Rostro arrebatador, del más admirable modelado, hermoso como el frente de nuestras
estatuas de oro; rostro al que adorna la riqueza de una cabellera semejante a la cola brillante
de los sementales de alta nobleza!
¡Opulenta, rica cabellera! ¡Abandonada a sí misma negligentemen te, flota en largas
cadenas espejeantes; peinada y arreglada, se dirían hermosos racimos lustrados por una lluvia
fina!
¡Dos cejas de dulce curvatura, dos líneas impecables trazadas por el cálamo de un sabio,
soberbias coronas encima de dos ojos gran des de antílope!
¡Mejillas dulcemente modeladas a las que aviva una ligera púrpu ra, aurora aparecida en
un campo de tenue blanco perla!
¡Una boca a la que hace florecer la gracia, fuente de suavidad, sobre dientes de estrías
imperceptibles, perlas puras, pélalos de jazmín humedecidos de miel perfumada.
¡Un cuello blanco cual la plata en la mina, ondulante, erguido sobre un pecho comparable
a los pechos magníficos de nuestras estatuas de marfil!
¡Dos brazos llenos de carne firme, deliciosos de robustez; dos antebrazos en los que no se
adivina el hueso, en los que no se tocan venas; falanges y dedos que ruborizarían de envidia a
los dátiles en las ramas!
¡Un vientre lujuriante, de pliegues delicados y juntos, como el papel plegado en dobleces
menudos, y dispuestos en torno del ombligo, cajita de marfil donde se guardan los perfumes!
¡La espalda! ¡qué gracioso surco el de esta espalda que termina en un talle tan esbelto,
¡oh, sí! tan frágil, que ha sido preciso todo el poder de la divinidad para mantener sujeta a él
esa grupa tan con siderable!
¡Hela aquí! ¡magnífica muchacha a quien, cuando se levanta, la obligan a sentarse sus
pesadas caderas, y cuando se sienta, su grupa opulenta rebota y la obliga a ponerse de pie!
¡Oh! ¡qué dos montículos tan encantadores y arenosos!
¡Y todo esto lo soportan dos columnas de gloria muy erguidas, bien torneadas, tallos de
perlas sobre dos tallos de papiro finamente aterciopelados por un vello moreno, y todo pesa
sobre dos piececitos maravillosos, afilados y finos cual dos lindas puntas de lanza!
¡Oh! ¡gloria a la divinidad! ¿Cómo dos bases tan delicadas tie nen fuerza para soportar
todo el conjunto de arriba?
¡Id ¡oh amigos míos! a saludar a la bella Solamida Tumadir, y saludad de nuevo a mi linda
gacela de noble origen!
Y al día siguiente, el noble Doreid, acompañado de los notables de su tribu, fué, con gran aparato, en
busca del padre de Tumadir, y le rogó que se la diera en matrimonio. Y el viejo Amr, sin hacer esperar su
respuesta, dijo al jinete poeta: "Mi querido Doreid, no se rechazan las proposiciones de hombre tan
generoso como tú; no se rehusan los deseos de jefe tan honrado como tú; no se da en el hocico a un
semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la cabeza ciertas ideas, ciertas maneras
de ver...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 974ª noche
Ella dijo:
"...no se da en el hocico a un semental como tú. Pero debo decirte que mi hija Tumadir tiene en la
cabeza ciertas ideas, ciertas maneras de ver... Y se trata de ideas y maneras de ver que por lo general no
tienen las demás mujeres. Y yo siempre la dejo en liber tad de obrar como le plazca, porque mi Khansa no
es como las demás mujeres. Voy, pues, a hablarle de ti lo más elogiosamente que pueda, te lo prometo;
pero no respondo de su consentimiento que dejo a su albedrío".
Y Doreid le dió las gracias por lo que se prestaba a ha cer; y Amr entró al cuarto de su hija, y le dijo:
"Khansa: un valeroso jinete, un noble personaje, jefe de los Bani-Jucham, hombre venerado por su gran
edad y su heroísmo, Doreid, en fin, el noble Doreid, hijo de Simmah, de quien conoces odas guerreras y
hermosos versos, viene a mi tienda para pedirte en matrimonio. Se trata, hija mía, de una alianza que nos
honra. Aparte esto, no he de influir en tu decisión".
Y Tumadir contestó: "Padre mío, déjame algunos días de plazo para que, antes de contestar, pueda
consultar conmigo misma".
Y el padre de Tumadir volvió ante Doreid, y le dijo: "Mi hija Khansa desea esperar un poco antes de
dar una respuesta definitiva. Espero, sin embargo, que aceptará tu alianza. Ven, pues dentro de unos días".
Y Doreid contestó: "Conforme, ¡oh padre de los héroes!" Y se retiró a la tienda puesta a su disposición.
Y he aquí que, en cuanto se alejó Doreid, la bella Solamida man dó que le siguiera los pasos una de
sus servidoras, diciéndole: "Ve a vigilar a Doreid, y síguele cuando se separe de las tiendas para ha cer
sus necesidades. Y mira bien el chorro, y fíjate en la fuerza que tiene y en la huella que deje en la arena.
Y por ello juzgaremos si se halla todavía con vigor viril".
Y la servidora obedeció. Y fué tan diligente, que al cabo de algu nos instantes estaba de vuelta junto a
su ama, y le dijo estas simples palabras: "Hombre inservible".
Al expirar el plazo pedido por Tumadir, Doreid volvió a la tienda de Amr para saber la respuesta. Y
Amr le dejó en la parte de la tienda reservada a los hombres, y entró en el aposento de su hija, y le dijo:
"Nuestro huésped espera tu decisión. Khansa mía, y lo que hayas resuelto". Y ella contestó: "He
consultado conmigo misma, y he resuelto no salir de mi tribu. Porque no quiero renunciar a unirme con
alguno de mis primos, jóvenes hermosos cual hermosas y largas lanzas, por casarme con un Juchamida
viejo como Doreid, con el cuerpo extenuado, que de hoy a mañana rendirá su menguada alma. ¡Por el
honor de nuestros guerreros! prefiero envejecer virgen a ser mujer de un viejo helado".
Y Doreid, que estaba en la tienda, del lado de los hombres, oyó la despreciativa respuesta, y se
impresionó cruelmente. Y por orgullo, no dejó traslucir sus sentimientos, y despidiéndose del padre de la
bella Solamida, partió camino de su tribu.
Pero se vengó de la cruel con la sátira siguiente:
¡Declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él dicho que
naciese ayer?
¡Anhelas tener por marido ¡oh Khansa! -y en verdad que haces bien- a un jayán de piernas
patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Sí; que nuestras divinidades, hija mía, te preserven de maridos como yo! ¡Porque yo soy y
hago otra cosa!
¡Sabido es, en efecto, quién soy, y que si mi mano está fuerte, es para tareas mucho más
serias!
¡Sabido es por doquiera que, en las grandes crisis, ni me encadena la lentitud ni me
arrebata la precipitación, y que en toda ocasión ten go prudencia y cordura!
¡Sabido es por doquiera que, en mi tribu, por respeto a mí, nadie pregunta al huésped que
alojo, y a mis protegidos jamás se les in quieta en sus noches!
¡Sabido es, finalmente, que, en los meses famélicos de sequía, cuando las mismas nodrizas
se olvidan de sus mamones, mis tiendas rebosan comida y mi hogar chisporrotea!
¡Guárdate, pues, de tomar un marido como yo y de hacer hijos como yo!
¡Tú ¡oh Khansa! anhelas tener por marido -y en verdad que haces bien- a un jayán de
piernas patosas que, por la noche, sepa maniobrar en el estiércol de los rebaños!
¡Porque declaras, querida mía, que Doreid es viejo, demasiado viejo! ¿Acaso te había él
dicho que naciese ayer?
Cuando se difundieron estos versos por las tribus, de todas partes aconsejaron a Tumadir que
aceptara por marido a aquel Doreid de ma no generosa, de fantasía sin par. Pero ella no volvió de su
acuerdo.
Acaeció, entretanto, que en un encuentro sangriento con la tribu enemiga de los Murridas, un hermano
de Tumadir, el valeroso jinete Moawiah, pereció a manos de Haschem, jefe de los Murridas y padre de la
bella Asma, a la que en otra ocasión había ofendido aquel mismo Moawiah. Y precisamente aquella
muerte de su hermano la deploró Tumadir en el canto fúnebre, cuyo aire se salmodiaba con el compás del
primer bordón y en la tónica de la cuerda del dedo anular:
¡Llorad, ojos míos; verted lágrimas inagotables! ¡Ay! ¡la que vierte estas lágrimas llora a
un hermano que ha perdido! ¡En adelante, entre ella y él, estará el velo que ya no se descorre,
la tierra reciente de la tumba!
¡Oh hermano mío! ¡partiste para la acequia de cuya agua gus tarán todos un día la
amargura! ¡Marchaste puro allí, diciendo: "Más vale morir: la vida no es más que un vuelo de
abejorros sobre la punta de una lanza!"
¡Mi corazón recuerda, ¡oh hijo de mi padre y de mi madre! y me abato como la hierba en
estío! ¡Me encierro en la consternación!
¡Ha muerto el que era escudo de nuestras tribus y sostén de nues tra casa; ha partido para
una calamidad! ¡Ha muerto el que era faro y modelo de los hombres más valien tes; quien era
para ellos como las hogueras encendidas, como las cimas de las montañas!
¡Ha muerto el que montaba en yeguas preciosas, deslumbrando con sus vestiduras! ¡El
héroe de largo tahalí, que era rey de nuestras tribus, cuando aún estaba imberbe, el joven lleno
de valentía y de hermosura!
¡Mi hermano, el de las dos manos generosas, la propia mano de la generosidad!' ¡Ya no
existe! ¡Está en la tumba, frío, encerrado bajo la roca y la piedra!
¡Decid a su yegua Alwa la de pecho admirable: "Llora, gime por las carreras vagabundas:
¡ya no te cabalgará tu dueño!"
¡Oh hijo de Amr! ¡la gloria galopaba a tu lado cuando en el fragor de la batalla se alzaba
hasta los muslos tu larga cota de armas!
¡Cuando la llama de la guerra hacía a los hombres herirse cuerpo a cuerpo, y tus hermanos
y tú pasabais, caballo contra caballo, como vampiros y buitres montados por demonios!
¡Ciertamente, despreciabas la vida en días de combate, cuando despreciar la vida es más
grande y digno de recuerdo!
¡Cuántas veces te precipitaste contra los torbellinos erizados de cascos de hierro y
bastardos de dobles cotas de malla, impasible en medio de horrores sombríos como los tintes
bituminosos de la tormenta!
¡Fuerte y arrojado, como un mástil de Rudaina, brillabas en toda tu juventud, con tu talle
semejante a un brazalete de oro! ¡Cuando a tu alrededor, en medio del desorden de las
batallas, la muerte arrastra en la sangre los bordes de tu manto!
¡Cuántos caballos precipitaste sobre los escuadrones enemigos, oh hermano mío! mientras
la roja apisonadora de las batallas rodaba terriblemente sobre los más bravos de ambos
campos!
¡Tú echabas entonces la orla de tu resplandeciente cota de malla sobre tu corcel, a quien se
le saltaban las entrañas y le sonaban en los flancos!
¡Tú animabas a las lanzas, excitándolas a confundir sus relam pagueos, cuando iban a
hundirse hasta el fondo de los riñones en las entrañas de los guerreros!
¡Tú eras el tigre enardecido que se lanza a la refriega en medio de la tormenta, armado con
las dobles armas de sus dientes y sus uñas!
¡Cuántas cautivas desoladas y felices has conducido delante de ti, como rebaños de
hermosos antílopes conmovidos por las primeras gotas de lluvia! ¡Cuántas bellas y blancas
mujeres salvaste por la mañana, a la hora de la pelea, cuando erraban, con el velo en
desorden, enloque cidas de horror y de espanto!
¡Cuántas desgracias nos evitaste, desgracias cuyo solo aspecto terrible o relato habría
hecho abortar a las mujeres encinta! ¡Cuán tas madres se hubiesen quedado sin hijos si tu sable
no hubiese es tado allí!
¡Y también ¡oh hermano mío! cuántas rimas de combate can taste sin esfuerzo en el tumulto,
penetrantes como el hierro de la lanza, y que vivirán por siempre entre nosotros!
¡Ah! ¡muerto el generoso hijo de Amr, que se apaguen las es trellas, que anule el sol sus
rayos! ¡El era nuestro sol y nuestra estrella!
Ahora que ya no existes, hermano mío, ¿quién recogerá al ex tranjero cuando del Norte
lúgubre soplen los vientos sibilantes que suenan en los ecos?
¡Ay! ¡a aquel que os alimentaba con sus rebaños, ¡oh viajeros! y os protegía con sus armas,
le pusisteis y dejasteis en el polvo donde cavasteis su fosa, le dejasteis en la morada terrible,
en medio de estacas puestas en hilera! ¡Y arrojáronse sobre él ramajes sombríos de salamah!
Entre las tumbas de nuestros antepasados, sobre las cuales ya hace mucho tiempo que
pasan los años y los días!
¡Oh hermano mío, hijo del más hermoso de los Solamidas! ¡qué dolor tan lancinante es
para mí tu pérdida, que extingue mi resolución y mi valor!
¡La mehara
[142] que, privada de su recién nacido, da vueltas en torno al simulacro que le
fingen para engañar su ternura, lanzando quejas y gritos de angustia, que va y busca, ansiosa,
por todos lados; que ya no ramonea en los pastos cuando despierta su recuerdo; que ya no
tiene más que gemidos y saltos medrosos, no da más que una débil imagen del dolor que me
abruma, ¡oh hermano mío!
¡Oh! ¡jamás cesarán mis lágrimas por ti, jamás se interrumpirán mis sollozos y mis acentos
de dolor! ¡Llorad, ojos míos; verted lá grimas inagotables!
Y precisamente con motivo de este poema, el poeta Nabigha El -Dhobiani y los demás poetas reunidos
en la feria mayor de Okaz para la recitación anual de sus poesías ante todas las tribus de Arabia, fueron
interrogados acerca del mérito de Tumadir El-Khansa, y contesta ron con unanimidad: "¡Supera en poesía
a los hombres y a los genn!"
Y Tumadir vivió después de la predicación del Islam bendito en Arabia. Y en el año ocho de la
hégira de Sidna-Mahomed (con Él la plegaria y la paz) fué con su hijo Abbas, que entonces era jefe su -
premo de los Solamidas, a someterse al Profeta, y se ennobleció con el Islam. Y el Profeta la trató con
honores, y quiso oirla recitar sus versos, aunque no apreciaba a los poetas. Y la felicitó por su ins -
piración poética y por su fama. Y por cierto que repitiendo un verso de Tumadir fué cómo dejó ver que
no sentía la medida prosódica. Porque falseó la extensión de aquel verso, transportando a otro las dos
últimas palabras. Y el venerable Abu-Bekh, que escuchaba esta ofensa a la regularidad métrica, quiso
rectificar la posición de las dos últimas palabras trastrocadas; pero el Profeta (con Él la plegaria y la
paz) le dijo: "¿Qué importa? Es lo mismo". Y Abu-Bekr con testó: "En verdad ¡oh Profeta de Alah! que
justificas por completo estas palabras que Alah te ha revelado en su santo Korán: "No hemos enseñado a
nuestro Profeta la versificación: no la necesita. ¡El Korán, lectura sencilla y clara, es la enseñanza!".
"¡Pero Alah es más sabio!".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "He aquí otro rasgo admira ble de la vida de nuestros padres árabes
de la gentilidad". Y dijo:
El poeta Find y sus dos hijas guerreras, Ofairah los soles y Hozeilah
las lunas
"Hemos llegado a saber que el poeta Find, cuando era centenario y jefe de la tribu de los Bani-
Zimmán, rama de la gran tribu de los Bekridas, del tronco primero de los Rabiah, tenía dos hijas jóvenes,
que se llamaban, la mayor, Ofairah los Soles, y la menor, Hozeilah las Lunas. Y en aquel tiempo, la tribu
entera de los Bekridas estaba en guerra con los Thaalabidas, numerosos y poderosos. Y a pesar de su
mucha edad, se consideró a Find digno, por ser el jinete más afa mado de su tribu, de que sus compañeros
le enviaran a la cabeza de setenta jinetes, por todo contingente, con objeto de agregarse a la expedición
general de los Bekridas. Y sus hijas, las dos jóvenes, se contaban entre los setenta. Y el mensajero que
fué a anunciar a la asamblea general de los Bekridas la llegada del contingente de guerra de los Bani-
Zimmán, dijo a aquellos a quienes le enviaban: "Nuestra tribu os envía un contingente de mil guerreros,
más setenta jinetes".
Con esto quería decir que Find, por sí solo, valía tanto como un ejér cito de mil hombres.
Luego, cuando estuvieron reunidos todos los contingentes de las tribus bekridas, se desencadenó la
guerra como un huracán. Y enton ces fué cuando se libró aquella batalla, célebre en todas las memorias,
que se llamó la Jornada de la tala de los tupés, a causa de la enorme humillación que hicieron sufrir los
Bekridas vencedores a sus pri sioneros, cortándoles el tupé antes de enviarlos, libres, a mostrar su
derrota a sus hermanos de las tiendas thaalabidas. Y en aquella batalla memorable fué precisamente
donde se acreditaron para siempre las dos hijas de Find, revoltosas, impetuosas, heroínas de la jornada...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 975ª noche
Ella dijo:
Y en aquella batalla memorable fué precisamente donde se acre ditaron para siempre las dos hijas de
Find, revoltosas, impetuosas, he roínas de la jornada. Porque en lo más reñido del combate, y cuando
parecía incierto el éxito, las dos jóvenes saltaron de pronto al suelo desde sus caballos, se desnudaron en
un abrir y cerrar de ojos, y arrojando a lo lejos trajes y cotas de malla, se precipitaron, con los brazos
hacia adelante, una en medio del ala derecha del ejército bekrida, y la otra en medio del ala izquierda,
estremecidas y enteramente desnudas, conservando sólo en la cabeza sus ornamentos de color verde. Y
cada cual clamó con toda su voz en la refriega un canto de guerra improvisado, que desde entonces se
canta con el ritmo ramel pesado y en la tónica de la cuerda media del tetracordio, faltando el segundo
ritmo medido sor damente por el aff.
He aquí primero el canto de Ofairah los Soles:
¡Al enemigo! ¡al enemigo! ¡al enemigo!
¡Encended la batalla, hijos de Bekr y de Zimmán, azuzad la pelea!
¡Las alturas están inundadas de escuadrones salvajes!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo al enemigo!
¡Honores, honores a quien esta mañana se vista con el manto rojo!
¡Vamos, guerreros nuestros!
¡Caed sobre ellos, y os abrazaremos con toda la fuerza de nuestros brazos!
¡Aseméjense las heridas, anchurosas, a la abertura del vestido de una loca furiosa!
¡Y os preparemos una cama con muelles cojines!
¡Pero, si retrocedéis, huiremos de vosotros como de hombres in dignos de amor!
¡Adelante, pues! ¡al enemigo, al enemigo!
¡Adelante, y honor a los hijos de Bekr y de Zimmán!
¡Encended la batalla, azuzad la pelea!
¡Matad y vivid, hijos de mi raza! ¡Adelante!
Y he aquí el canto de guerra clamado por la cólera de Hozeilah las Lunas para exaltar el ardor de los
que rodeaban el pendón de los Bani-Zimmán, junto a su padre Find, que había cortado los jarretes de su
camello para estar seguro de no retroceder un paso:
¡Valor, hijos de Zimmán; valor, nobles Bekridas;
Herid, herid con vuestros sables cortantes!
¡Sacudid sobre sus cabezas las mil teas de la guerra roja!
¡Degollemos, degollemos a todos!
¡Valor, defensores de vuestras mujeres!
¡Somos las hijas hermosas de la estrella de la mañana;
El almizcle perfuma nuestras cabelleras, las perlas nos adornan el cuello!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Y os estrecharemos en nuestros brazos!
¡Valor, valor, heroicos jinetes de Rabiah!
¡Al más bravo de vosotros le sacrificaré mi flor virginal!
¡Caed sobre el enemigo! ¡Para el más bravo será Hozeilah las Lunas!
¡Degollad, degollad a todos!
¡Pero a los cobardes que retrocedan les desdeñaremos.
Con ese desdén de los labios y del corazón que acompaña al desprecio!
¡Herid, pues, con vuestros sables cortantes!
¡Que su sangre sirva de alfombra a nuestros pies!
¡Degollad a todos, herid con vuestros sables cortantes!
¡Dego llad a todos!
Y al oír aquel doble canto de muerte, nuevo entusiasmo hizo hervir el ardor de los Bekridas, redobló
el encarnizamiento, y la victoria fué para ellos decisiva y definitiva.
Y así es cómo se batían nuestros padres de la gentilidad. ¡Y así es cómo se portaban sus hijas! ¡Que
los fuegos de la gehenna no sean para ellos demasiado crueles!"
Luego el joven dijo a sus oyentes exaltados: "Escuchad ahora la Aventura amorosa de la princesa
Fatimah con el poeta Murakisch, que también vivían en la época de la gentilidad".
Y dijo:
Aventura amorosa de la princesa Fatimah con el poeta Murakisch
"Cuentan que Nemán, rey de Hirah, en el Irak, tenía una hija lla mada Fátimah, que era tan bella como
ardiente. El rey Nemán, que conocía el temperamento poco tranquilizador de la joven princesa, había
tenido la precaución de tenerla encerrada en un palacio retirado para prevenir un deshonor sobre su raza
o una calamidad. Y también había tenido cuidado, en honor a su hija y por prudencia al mismo tiempo, de
hacer vigilar día y noche alrededor del palacio a guardias armados. Y nadie más que la doncella de la
princesa tenía derecho a entrar en aquel asilo conservador de la virtud de Fátimah. Y por un exceso de
prudencia y desconfianza, a diario, a la caída de la noche, se arras traban por tierra grandes mantas de
lana alrededor del palacio, a fin de igualar y alisar la superficie arenosa del suelo para que
desapareciese la huella de los piececitos de la joven que servía a la princesa, y también para reconocer
al día siguiente si había dejado huellas algún tunante al acecho de aventuras.
Y he aquí que la bella cautiva subía varias veces al día a lo alto de su claustro forzado, y desde allí
miraba de lejos a los transeúntes, y suspiraba. Y un día, por aquel procedimiento, vió a su doncellita, que
se llamaba Ibnat-Ijlán, charlando con un joven de buen aspecto. Y acabó por saber de boca de la joven
que aquel joven de quien la muchacha estaba enamorada era el célebre poeta Murakisch, y que ya había
ella gozado de su amor muchas veces. Y la doncella, que era en verdad hermosa y vivaracha, elogió a su
señora la belleza y la magnífica ca bellera del poeta, y en términos tan exaltados, que la ardiente Fátimah
deseó apasionadamente verle y gozarle a su vez, al igual de su doncella. Pero primero, con su delicadeza
refinada de princesa, quiso asegurarse de si el hermoso poeta era de buena familia. Y con ello
precisamente daba prueba de saber portarse como verdadera árabe de alto linaje que era. Y así se
distinguió de su doncella, menos noble que ella, y por tanto, menos escrupulosa y menos exigente.
A tal fin, pues, la princesa recluida exigió una prueba, decisiva a su entender. Porque, cuando habló
con la joven respecto a las pro babilidades de que entrase el poeta en el castillo, acabó por decirle:
"¡Escucha! Cuando mañana esté contigo el joven, preséntale un mon dadientes de madera aromática y un
pebetero en el que echarás un poco de perfume. Y después dile que se ponga de pie encima del pebetero
para perfumarse. Si se sirve del mondadientes sin cortarlo ni des hacer un poco la punta, o si se niega a
admitirlo, es un hombre vulgar, sin delicadeza. Y si se coloca encima del pebetero o si lo rechaza, tam -
bién será un cualquiera. Y por muy gran poeta que sea, un hombre que no conoce la delicadeza no es
digno de las princesas".
Así es que al día siguiente, cuando fué en busca de su enamorado, no dejó la joven de hacer la
experiencia. Porque tras de colocar un pebetero encendido en medio de la habitación, y de echar en él
perfume, dijo al joven: "¡Acércate para perfumarte!"
Pero el poeta no se mo lestó, y contestó: "Tráeme el pebetero, junto a mí". Y la joven así lo hizo; pero
el poeta no puso el pebetero debajo de sus ropas, y se contentó con perfumarse solamente la barba y la
cabellera. Tras de lo cual, aceptó el mondadientes que le presentaba su amante, y después de cortarlo y
tirar un pedacito, hizo de la punta un pincel flexible, v se frotó con él los dientes y se perfumó las encías.
Hecho esto, sucedió entre él y la joven lo que sucedió.
Y cuando la pequeñuela volvió al palacio vigilado, contó a su im petuosa señora el resultado de la
prueba. Y Fátimah dijo al punto: "¡Tráeme a ese noble árabe! Y date prisa".
Pero los guardianes eran severos y estaban armados y en continuo acecho. Y cada mañana, los
adivinos del rey Nemán, padre de la princesa, iban a aquellos lugares para ver y reconocer las huellas de
pies impresas en la arena. Y se volvían los adivinos para decir a su señor: "¡Oh rey del tiempo! esta
mañana no hemos encontrado otra impresión que la de los piececitos de la joven Ibnat-Ijlán".
Pero ¿qué hizo la maligna doncella de la princesa para introducir consigo al poeta sin traicionar su
paso? Helo aquí. La noche fijada por su señora, fué en busca del joven, y sin vacilar, se le cargó a la
espalda, le sujetó fuertemente pasándole por la cintura un manto que se anudó luego ella por delante, y así
introdujo, sin peligro de descu brirse, al seductor en el aposento de la seducida.
Y el poeta pasó con la vehemente hija del rey una noche bendita, noche de blancura, de dulzura y de
calentura. Y salió con el alba, de la misma manera que había entrado, es decir, a espaldas de la joven.
Pero ¿qué sucedió por la mañana? Pues que los adivinos del rey, como todas las mañanas, fueron a
examinar los pasos señalados en la arena. Luego fueron a decir al rey, padre de la princesa: "iOh señor
nuestro! esta mañana no hemos notado más que las huellas de los pie cecitos de Ignat-Ijlán. Pero esta
joven ha debido engordar considera blemente en palacio, pues la impresión de sus pies en la arena es más
profunda".
Y el caso es que las cosas continuaron lo mismo durante algún tiempo, amándose con reciprocidad
ambos jóvenes, transportando al amante la doncella, y hablando de gordura los adivinos. Y no habría
razón para que cesase aquel estado de cosas, si el poeta no hubiese destruído con sus manos su dicha.
En efecto, el hermoso Murakisch tenía un amigo muy querido, al que nunca rehusaba nada. Y como le
pusiera al corriente de su singular aventura, aquel joven deseó con insistencia ser introducido de la
propia manera ante la princesa Fátimah y hacerse pasar por Murakisch en persona, merced a las tinieblas
de la noche y a su semejanza de esta tura y de modales con su amigo. Y Murakisch se dejó vencer por las
instancias del joven, y prestó su consentimiento por juramento. Y lle gada que fué la noche, el amigo se
montó a espaldas de la joven, y fué introducido en el cuarto de la princesa.
Y en la oscuridad empezó lo que debía empezar. Pero al punto, a despecho de las tinieblas, la experta
Fátimah advirtió la sustitución, notando blandura donde antes había dureza, y tibieza donde antes había
ardor abrasador, y pobreza donde antes había abundancia. Y levan tándose en aquella hora y en aquel
instante, rechazó al intruso con un desdeñoso puntapié y mandó que le recogiese su doncella, la cual le
transportó afuera por el medio de transporte acostumbrado...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 976ª noche
Ella dijo:
...y mandó que le recogiese su doncella, la cual le transportó afuera por el medio de transporte
acostumbrado.
Y desde entonces el poeta fué despedido por la hija del rey, que nunca consintió en perdonarle su
traición. Y para desahogar su dolor y sus penas, compuso él la kásidah siguiente:
¡Adiós, hermana Bekrida! ¡Y quede a tu lado la dicha, a pesar de mi marcha!
¡Ay! ¡antes, por lo menos, desgraciado Murakisch, tu Fátimah encantaba tus noches y
apuñalaba tu corazón con su talle elegante como la rama del nabk, y con su andar cadencioso
como el del avestruz.
Con su talle y con su andar y con su belleza límpida cual el agua de los estanques.
Con su belleza y con sus lindos dientes límpidos, humedecidos de fresca saliva, que parecía
rocío puro, y con sus mejillas bruñidas y lisas como una capa de plata; y con sus manos
bonitas y sus brazaletes; ¡y con las ondas negras de sus cabellos, ella daba encanto a tus
noches, haciendo palpitar tu corazón!
¡Ay! ¡llegó el adiós! ¡Y se ha desvanecido todo!
Por el capricho de un amigo ¡oh generoso Murakisch! dejaste que se desvaneciera todo!
¡Muérdete las manos de desesperación, y corta con tus dientes tus diez dedos, por culpa del
capricho de un dichoso amigo!
¡Ay! ¡se ha desvanecido todo, y no es un sueño, porque estás despierto, y los sueños son
hermosas ilusiones del que duerme, y te están vedados para siempre jamás!
Y el poeta Murakisch se cuenta entre los que murieron de amor".
Luego dijo el joven a sus oyentes: "Antes de llegar a los tiempos islámicos, escuchad esta historia del
rey de los Kinditas y su esposa Hind".
Y dijo:
La venganza del rey Hojjr
"Se nos ha transmitido por los relatos de nuestros antiguos padres que el rey Hojjr, jefe de las tribus
kinditas, y padre de Imrú Ul-Kais, el poeta más grande de la gentilidad, era el hombre más temido entre
los árabes por su ferocidad y su temeridad intrépida. Y tan severo era hasta con los individuos de su
propia familia, que su hijo, el príncipe Imrú Ul-Kais, tuvo que huir de las tiendas paternas, a fin de dar
libre curso a su genio poético. Porque el rey Hojjr consideraba que ostentar públicamente el título de
poeta era para su hijo una derogación de la nobleza y de la alteza de su linaje.
Y he aquí que, cuando el rey Hojjr estaba un día lejos de su te rritorio, de expedición guerrera contra
la tribu disidente de los Bani -Assad, acaeció que sus antiguos enemigos los Kodaidas, mandados por
Ziad, invadieron de pronto en razzia sus tierras, se llevaron un botín considerable, enormes provisiones
de dátiles secos, una porción de ca ballos, de camellos y de acémilas, y numerosas mujeres y muchachas
kinditas. Y entre las cautivas de Ziad se encontraba la mujer más amada del rey Hojjr, la bella Hind, joya
de la tribu.
Así es que, en cuanto tuvo noticia de aquel acontecimiento, Hojjr volvió sobre sus pasos a la carrera,
con todos sus guerreros, y se dirigió al lugar donde pensaba encontrarse con su enemigo Ziad, el raptor
de Hind. Y, en efecto, no tardó en llegar a poca distancia del campo de los Kodaidas. Y al punto envió a
dos espías muy duchos, llamados Saly y Sadús, para reconocer el terreno y procurarse el mayor número
posi ble de informes respecto a la tropa de Ziad.
Y los dos espías lograron introducirse en el campamento sin ser reconocidos. E hicieron preciosas
observaciones acerca de la cuantía del enemigo y la disposición del campo. Y después de algunas horas
pasadas en inspeccionarlo todo, el espía Saly dijo a su compañero Sadús: "Todo lo que acabamos de ver
me parece suficiente como no ciones e informes respecto a los proyectos de Ziad. Y voy a poner al rey
Hojjr al corriente de lo que hemos presenciado". Pero Sadús contestó: "Yo no me voy hasta que no tenga
detalles todavía más impor tantes y más precisos". Y se quedó solo en campamento de los Kodaidas. En
cuanto cerró la noche, unos hombres de Ziad fueron a hacer la guardia junto a la tienda de su jefe, y se
apostaron en grupos acá para allá. Y temiendo ser descubierto, Sadús, el espía de Hojjr, tuvo un golpe de
audacia, y valientemente dió un manotazo en el hombro a un guardia que acababa de sentarse en tierra
como los demás, y le apostrofó con acento imperativo, diciéndole: "¿Quién es el que se encuentra en el
interior de la tienda?" A lo que el guardia respondió: "Es mi señor, el gran Ziad con su bella cautiva
Hind".
Tras estas palabras, Sadús desvaneció al guardia y hallando el camino libre se acercó a la tienda Y
he aquí que en seguida oyó hablar dentro de la tienda. Y era la voz del propio Ziad, que poniéndose al
lado de su bella cautiva Hind, la besaba y jugueteaba con ella. Y entre otras cosas, Sadús oyó el diálogo
siguiente. La voz de Ziad dijo: "Dime, Hind, ¿qué crees que haría tu marido Hojjr si supiera que en este
momento estoy a tu lado, de dulce charla?"
Y contestó Hind: "¡Por la muerte! correría sobre tu pista como un lobo, y no interrumpiría su carrera
hasta llegar hasta las tiendas rojas, hirviente, lleno de cólera y de rabia, impaciente de venganza, echando
espuma por la boca como un camello que de camino comiese hierbas amargas".
Y al oír estas palabras de Hind, Ziad sintió celos, y dando una bofetada a su cautiva, le dijo: "¡Ah! ya
te comprendo. Te gusta Hojjr, ese fiero animal, le amas, y quieres hu millarme". Pero Hind protestó
vivamente, diciendo: "Por nuestros dioses Lat y Ozzat, juro que jámás he detestado a un varón como
detesto a mi esposo Hojjr. Pero puesto que me interrogas, ¿por qué ocultarte mi pensamiento? En verdad
que nunca vi hombre más vigilante y más circunspecto que Hojjr, lo mismo cuando duerme que cuando
vela".
Y Ziad le preguntó: "¿Cómo es eso? Explícate". Entonces dijo Hind: "Escucha. Cuando Hojjrs está
bajo el poder del sueño, tiene un ojo cerrado, pero el otro abierto, y la mitad de su ser está despierto. Y
es esto tan verdad, que una noche entre las noches, mientras dormía él a mi lado y yo velaba su sueño, he
aquí que una serpiente negra apareció de pronto debajo de la estera, y fué derecha a su rostro. Y Hojjr,
sin dejar de dormir, desvió instintivamente la cabeza. Y la serpiente se le deslizó hacia la palma abierta
de la mano. Y Hojjr cerró la mano al punto. Entonces la serpiente, molesta, se encaminó a un pie que
tenía estirado. Pero Hojjr siempre dormido, encogió la pierna y subió el pie. Y la serpiente,
desorientada, no supo adónde ir, y se decidió a arrastrarse hasta un tazón de leche que Hojjr me
recomendaba que de continuo tuviera lleno junto a su lecho. Y una vez que llegó al tazón, la serpiente se
sorbió vorazmente la leche y luego la vomitó en el tazón.
Y al ver aquello, pensaba yo, recocijándome en el alma: "¡Qué suerte tan inesperada! Cuando Hojrr
despierte, se beberá esa leche, envene nada ahora, y morirá al instante. ¡Ah! voy a verme libre de ese
lobo". Y al cabo de cierto tiempo, se despertó Hojjr, sediento y pidiendo leche. Y tomó de mis manos el
tazón; pero tuvo cuidado olfatear primero el contenido. Y he aquí que le tembló la mano, y el tazón cayó y
se volcó. Y se salvó él. Así lo hace todo, en cualquier circunstancia. Lo piensa todo, lo prevé todo, y
jamás está desprevenido".
Y Sadús el espía oyó estas palabras; luego ya no percibió nada de lo que se decían Ziad e Hind, a no
ser el ruido de sus besos y sus piros. Entonces levantóse sigilosamente y se evadió. Y una vez fuera del
campamento, caminó a buen paso, y antes del alba estuvo junto a su señor Hojjr, a quien contó cuanto
había visto y oído. Y terminó su relato diciendo: "Cuando los dejé, Ziad tenía la cabeza apoyada en las
rodillas de Hind; y jugueteaba con su cautiva, que le correspondía placentera".
Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 977ª noche
Ella dijo:
...Y al oír estas palabras, Hojjr hizo rugir en su pecho un suspiro ruidoso, y poniéndose en pie, dió la
voz de marcha y de ataque inme diato al campo kodaida. Y todos los escuadrones de los Kinditas se
pusieron en marcha. Y cayeron de improviso sobre el campamento de Ziad. Y se entabló una refriega
furiosa. Y no tardaron los Kodaidas de Ziad en ser arro llados y puestos en fuga. Y su campamento,
tomado por asalto, fué saqueado y quemado. Y se mató a los que se mató, y se esparció en el viento el
furor de lo que quedaba.
En cuanto a Ziad, le advirtió Hojjr entre la muchedumbre cuando trataba de atraer de nuevo hacia la
lucha a los que huían. Y chillando y aullando, Hojjr cayó sobre él como ave de rapiña, le cogió a brazo
cuando pasaba en su caballo, y levantándole en el aire, le tuvo así un momento a pulso, golpeándole
luego contra el suelo, y le molió los hue sos. Y le cortó la cabeza y la colgó a la cola de su caballo.
Y satisfecha su venganza respecto a Ziad, se dirigió a Hind, a quien había recuperado. Y la ató a dos
caballos, fustigándolos y haciéndolos galopar, despedazó a la traidora
[143]
se sobrepone a su hambre en una noche de festín; vigilante, no duerme nunca en noche de peligro;
hospitalario, ha establecido su morada muy cerca de la plaza pública para recoger viajeros. ¡Oh! ¡cuán
grandioso y hermoso es, cuán encantador! Tiene la piel suave y blanca, como una seda de conejo que os
cosquillea deliciosamente. Y el perfume de su aliento es el aroma leve del zarnab. Y no obstante su
fuerza y poderío, obro a mi antojo con él".
La sexta dama yemenita, por último, sonrió dulcemente y dijo a su vez: "¡Oh! mi marido es Malik
Abu-Zar, el excelente Abu-Zar, conocido de todas nuestras tribus. Me conoció siendo yo hija de una
familia pobre que vivía con apuro y estrechez, y me condujo a su tienda de hermosos colores, y me
enriqueció las orejas con preciosas arracadas, el pecho con hermosos adornos, las manos y los tobillos
con hermosas pulseras, y los brazos con robustas redondeces. Me ha honrado como a esposa, y me ha
llevado a una morada donde resuenan sin cesar las vivaces canciones de las tiorbas, donde chispean las
hermo sas lanzas samharianas de mástiles derechos, donde sin cesar se oyen los relinchos de las yeguas,
los gruñidos de las camèllas reunidas en parques inmensos, el ruido de la gente que pisa y apalea el
grano, los gritos confundidos de veinte rebaños. Al lado suyo, hablo a mi antojo, y jamás me reprende ni
me censura. Si me acuesto, no me deja jamás en la sequía; si me duermo, me deja hasta muy tarde. Y ha
fecundado mis flancos, y me ha dado un hijo, ¡qué admirable hijo! tan pequeño, que su boquirrita parece
el intersticio que deja vacío un junquillo arrancado del tejido de la estera; tan bien educado, que bastaría
a su apetito lo que un cabrito pace de un bocado; tan encantador, que cuando anda y se balancea con tanta
gracia en los anillos de su pequeña cota de malla, arrebata la razón de los que le miran. ¡Y la hija que me
ha dado Abu-Zar es deliciosa, sí, es deliciosa la hija de Abu-Zar! Es el orgullo de la tribu. Está tan
regordeta, que llena por completo su vesti do, apretada en su mantellina como una trenza de cabellos;
tiene el vientre tan formado y sin prominencias; el talle, delicado y ondulante bajo la mantellina; la grupa,
rica y desarrollada; el brazo, redondito; los ojos, grandes y muy abiertos; las pupilas, de un negro oscuro;
las cejas, finas y graciosamente arqueadas; la nariz, ligeramente arremangada como la punta de un sable
suntuoso; la boca, bonita y sincera; las manos lin das y generosas; la alegría franca y vivaracha; la
conversación, fresca como la sombra; el soplo de su aliento, más dulce que la seda y más embalsamado
que el almizcle que nos transporta el alma. ¡Ah! ¡que el cielo me conserve a Abu-Zar, y al hijo de Abu-
Zar, y a la hija de Abu-Zar! ¡Que los conserve para mi ternura y mi alegría!"
Cuando hubo hablado así la sexta dama yemenita, di las gracias a todas por haberme proporcionado
el placer de escucharlas, y a mi vez, tomé la palabra, y les dije: "¡Oh hermanas mías! ¡Alah el Altí simo
nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la sangre de mi padre y de mi madre...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 978ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh hermanas mías! ¡Alah el Altísimo nos conserve al Profeta bendito! Me es más caro que la
sangre de mi padre y de mi madre. Pero mi boca no es lo bastante pura, ciertamente, para cantar sus
alabanzas. Por eso me contentaré con repetiros sólo lo que una vez me dijo con respecto a nosotras, las
mujeres, que en la gehenna somos los tizones más numerosos que el fuego devora. En efecto, un día en
que yo le rogaba me diera consejos y palabras que me encaminasen al cielo, me dijo:
"¡Oh Aischah, mi querida Aischah! Ojalá las mujeres de los mu sulmanes se observaran y velaran por
sí mismas, tuvieran paciencia en la pena, agradecimiento en el bienestar, dieran a sus maridos numerosos
hijos, los rodearan de consideraciones y cuidados, y no desdeñaran nunca los beneficios que Alah
prodiga por mediación de ellos. Porque ¡oh mi bienamada Aischah! el Retribuidor niega Su misericordia
a la mujer que ha desdeñado Sus bondades. Y la que, fijando miradas insolentes en su marido, diga
delante o detrás de él: "¡Qué cara tan fea tienes! ¡qué repugnante eres, antipático ser!", a esa mujer ¡oh
Aischah! le torcerá los ojos y la dejará bizca, le alargará y deformará el cuerpo, la hará pesada o
innoble, convirtiéndola en masa repelente de carne fofa, suciamente acurrucada sobre su base de carnes
ajadas, flácidas y col gantes. Y la mujer que, en la cama conyugal o en otra parte, se muestra hostil a su
marido, o le irrita con palabras agrias, o provoca su mal humor, ¡oh! A esa el Retribuidor, en el día del
Juicio, le estirará la lengua sesenta codos, hasta dejarla convertida en una sucia correhuela carnosa, que
se enrollará al cuello de la culpable, hecha carne horrible y lívida. Pero ¡oh Aischah! la mujer virtuosa
que no turba jamás la tranquilidad de su marido, que nunca pasa la noche fuera de su casa sin permiso,
que no se emperifolla con vestiduras rebuscadas y velos preciosos, que no se pone anillas preciosas en
brazos y piernas, que ja más trata de atraer las miradas de los creyentes, que es bella con la belleza
natural puesta en ella por su Creador, que es dulce en palabras, rica en buenas obras, respetuosa y
diligente para su marido, tierna y amante para sus hijos, buena consejera para su vecina y benévola para
toda criatura de Alah, ¡oh! ¡oh! ¡esa, mi querida Aischah, entrará en el paraíso con los profetas y los
elegidos del Señor!"
Y exclamé, toda conmovida: "¡Oh Profeta de Alah! ¡me eres más caro que la sangre de mi padre y de
mi madre!"
"¡Y ahora que hemos llegado a los benditos tiempos del Islam -continuó el joven-, escuchad algunos
rasgos de la vida del califa Omar ibn Al-Khatabb (¡Alah le colme con Sus favores!), que fué el hombre
más puro y más rígido de aquellos tiempos puros y rígidos, el emir más justo entre todos los emires de
los creyentes!"
Y dijo:
Omar el separador
"Cuentan que al Emir de los Creyentes Omar ibn Al-Khattab -que fué el califa más justo y el hombre
más desinteresado del Islam se le apodó El-Farrukh, o el Separador, porque tenía la costumbre de
separar en dos, de un sablazo, a todo hombre que se negara a obedecer una sentencia pronunciada contra
él por el Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!)
Y eran tales su sencillez y su desinterés que un día, tras de adue ñarse de los tesoros de los reyes del
Yemen, mandó distribuir todo el botín entre los musulmanes, sin distinción. Y entre otras cosas, le tocó a
cada uno una tela rayada del Yemen. Y Omar tuvo una parte exacta mente igual a la del menor de sus
soldados. Y mandó que le hicieran un vestido nuevo con aquella pieza de tela rayada del Yemen que le
había tocado en el reparto; y así vestido, subió al púlpito de Medina y arengó a los musulmanes para
emprender una nueva expedición con tra los infieles. Pero he aquí que un hombre de la asamblea se
levantó y le interrumpió en su arenga, diciéndole: "No te obedeceremos".
Y Omar le preguntó: "¿Por qué?"
Y el hombre contestó: "Porque, cuan do has hecho el reparto de las telas rayadas del Yemen, a cada
musul mán le ha tocado una pieza, y a ti mismo también te ha tocado una sola pieza. Pero esa pieza no ha
podido bastar para hacerte el traje completo con que te estamos viendo vestido hoy. Por tanto, de no
haber tomado, a escondidas nuestras, una parte más considerable que la que nos has dado, no podrías
tener el traje que llevas, sobre todo con la mucha es tatura que tienes".
Y Omar se encaró con su hijo Abdalah, y le dijo: "¡Oh Abdalah! contesta a ese hombre. Porque su
observación es justa". Y Abdalah, levantándose, dijo: "¡Oh musulmanes! sabed que, cuando el Emir de
los Creyentes Omar quiso hacerse coser un traje con su pieza de tela, resultó ésta escasa. Por
consiguiente, como no tenía traje a propósito para vestirse hoy, le he dado parte de mi pieza de tela para
completar su traje". Luego se sentó. Entonces, el hombre que había interpelado a Omar, dijo: "¡Loores a
Alah! Ahora ya te obedeceremos, ¡oh Omar!"
Y otra vez, después de conquistar Omar la Siria, la Mesopo tamia, el Egipto, la Persia y todos los
países de los rums, y después de caer sobre Bassra y Kufa, en el Irak, había entrado en Medina, donde,
vestido con un traje tan usado que tenía hasta doce pedazos, se pasaba el día en las gradas que conducen
a la mezquita, escuchando las querellas de los últimos de sus súbditos, y haciendo justicia a todos por
igual, al emir lo mismo que al camellero.
Y he aquí que, por aquel entonces, el rey Kaissar Heraclio, que gobernaba a los rums de Constantinia,
le envió un embajador, con en cargo de juzgar por sus propios ojos los medios, fuerzas y acciones del
emir de los árabes. Así es que, cuando aquel embajador entró en Me dina, preguntó a los habitantes:
"¿Dónde está vuestro rey?" Y ellos con testaron: "¡Nosotros no tenemos rey, porque tenemos un emir! ¡Y
es el Emir de los Creyentes, el califa de Alah, Omar ibn Al-Khattab!"
El pre guntó: "¿Dónde está? ¡Llevadme a él!" Ellos contestaron: "Estará ha ciendo justicia, o acaso
descansando". Y le indicaron el camino de la mezquita.
Y el embajador de Kaissar llegó a la mezquita, y vió a Omar dor mido al sol de la siesta en las gradas
ardientes de la mezquita, descan sando la cabeza en la misma piedra. Y le corría por la frente el sudor,
formando un amplio charco en torno a su cabeza.
Al ver aquello, descendió el temor al corazón del embajador de Kaissar, que no pudo por menos de
exclamar: "¡He ahí, como un men digo, al hombre ante quien inclinan su cabeza todos los reyes de la
tierra, y que es dueño del más vasto Imperio de este tiempo!"
Y allí quedó en pie, presa del espanto, pues habíase dicho: "Cuando un pueblo está gobernado por un
hombre como éste, los demás pueblos deben vestirse trajes de luto".
Y en la conquista de Persia, entre otros objetos maravillosos cogidos en el palacio del rey Jezdejerd,
en Istakhar, se apoderó de una alfombra de sesenta codos en cuadro, que representaba un parterre, del que
cada flor, formada con piedras preciosas, se erguía sobre un tallo de oro. Y el jefe del ejército musulmán,
Saad ben Abu-Waccas, aunque no estaba muy versado en la tasación mercantil de objetos preciosos,
comprendió, sin embargo, cuánto valía una maravilla semejante, y la rescató del del pillaje del palacio
de los Khosroes para hacer un presente con ella a Omar. Pero el rígido califa (¡Alah le cubra con Sus
gracias!), que ya, cuando la conquista del Yemen, no había querido tomar, en el despojo de los países
conquistados, más tela rayada que la que necesitaba para hacerse un traje, no quiso, aceptando semejante
don, dar pábulo a un lujo cuyos efectos temía por su pueblo. Y acto seguido hizo cortar la pesada
alfombra en tantos pedazos como jefes musulmanes había entonces en Medina. Y no se quedó con ningún
pe dazo para él. Y era tanto el valor de aquella rica alfombra, aun destro zada, que Alí (¡con él las gracias
más escogidas!) vendió por veinte mil dracmas, a unos mercaderes sirios, el retazo que le había tocado
en el reparto.
Y también en la invasión de Persia fué cuando el sátrapa Har mozán, que había resistido con más
valor que nadie a los guerreros musulmanes, consintió en rendirse, pero remitiéndose a la propia perso na
del califa para que decidiera en su suerte.
Como Omar se encontraba en Medina, Harmozán fué conducido a aquella ciudad bajo la custodia de
una escolta comandada por dos emires de los más valerosos entre los creyentes. Y llegados que fueron a
Medina, aquellos dos emires, que riendo hacer valer a los ojos del califa la importancia y el rango de su
prisionero persa, le hicieron poner el manto bordado de oro y la alta tiara resplandeciente que llevaban
los sátrapas en la corte de los Khos roes. Y revestido con aquellas insignias de su dignidad, el jefe persa
fué llevado ante las gradas de la mezquita, donde estaba sentado el califa, sobre una estera vieja, a la
sombra de un pórtico. Y advertido, por los rumores del pueblo, de la llegada de aquel personaje, Omar
alzó los ojos, y vió delante de él al sátrapa vestido con toda la pompa usada en el palacio de los reyes
persas. Y por su parte, Harmozán vió a Omar; pero se negó a reconocer al califa, al dueño del nuevo
Imperio, en aquel árabe vestido con trajes remendados y sentado solo, sobre una estera vieja, en el patio
de la mezquita. Pero Omar, reconociendo en aquel prisionero a uno de aquellos orgullosos sátrapas que
durante tanto tiem po habían hecho temblar, con una mirada, a las tribus más fieras de Arabia, exclamó en
seguida: "¡Loores a Alah, que ha traído al Islam bendito para humillaros a ti y a tus semejantes!" Y mandó
despojar de sus trajes dorados al persa, e hizo que le cubriesen con una grosera tela del desierto; luego le
dijo: "Ahora que estás vestido con arreglo a tus méritos, ¿reconocerás la mano del Señor a quien sólo
pertenecen todas las grandezas?"
Y Harmozán contestó: "Claro que la reconozco sin esfuerzo. Porque, mientras la divinidad ha sido
neutral, os hemos vencido, como atestiguo con todos nuestros triunfos pasados y toda nuestra gloria.
Preciso es, pues, que el Señor de que hablas haya com batido en favor vuestro, ya que acabáis de
vencernos a vuestra vez".
Y al oír estas palabras en que la aquiescencia se confundía con la ironía, Omar frunció las cejas de
tal manera, que el persa temió que su diá logo terminase con una sentencia de muerte. Así es que,
fingiendo una sed violenta, pidió agua, y cogiendo el vaso de barro que le presenta ban, fijó sus miradas
en el califa, y pareció vacilar en llevárselo a los labios. Y Omar preguntó: "¿Qué temes?" Y el jefe persa
contestó: "Temo ...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 979ª noche
Ella dijo:
...Y el jefe persa contestó: "Temo que se aprovechen del momen to en que esté bebiendo para darme
muerte". Pero Omar le dijo: "¡Alah nos libre de merecer tales sospechas! Estás en seguridad hasta que
esa agua haya refrescado tus labios y extinguido tu sed". A estas palabras del califa, el listo persa tiró el
vaso al suelo y lo rompió. Y Omar, ligado por su propia palabra, renunció generosamente a molestarle. Y
Harmozán, conmovido ante aquella grandeza de alma, se ennobleció con el Islam. Y Omar le señaló una
pensión de dos mil dracmas.
Y durante la toma de Jerusalem , que es la ciudad santa de Issa
[144], hijo de Mariam, el profeta más
grande antes de la llegada de nues tro señor Mahomed (¡con Él la plegaria y la paz!), y en torno a cuyo
templo daban vueltas al principio los creyentes para hacer oración, el patriarca Sofronios, jefe del
pueblo, había consentido en capitular, pero con la condición de que fuera el califa en persona a tomar
posesión de la ciudad santa. E informado del tratado y de las condiciones, Omar se puso en marcha. Y el
hombre que era califa de Alah sobre la tierra, y que había hecho doblar la cabeza ante el estandarte de
Islam a tantos potentados, abandonó Medina sin guardia, sin séquito, montado en un camello que llevaba
dos sacos, uno de los cuales contenía cebada para el bruto y el otro dátiles. Y delante llevaba un plato de
madera y detrás un odre lleno de agua. Y caminando día y noche, sin detenerse más que para rezar la
plegaria o para hacer justicia en el seno de alguna tribu encontrada al paso, llegó así a Jerusalem. Y
firmó la capitulación. Y se abrieron las puertas de la ciudad. Y llegado que fué a la iglesia de los
cristianos, advirtió Omar que estaba próxima la hora de la plegaria; y preguntó al patriarca Sofronios
dónde podría cumplir con aquel deber de los creyentes.
Y el cristiano le propuso la propia iglesia. Pero Omar se escandalizó diciendo: "No entraré a orar en
vuestra iglesia, y lo hago en interés vuestro, cristianos. Porque si el califa orara en este lu gar, los
musulmanes se apoderarían de este sitio al punto, y os lo arre batarían sin remedio". Y tras de recitar la
plegaria, volviéndose hacia la kaaba santa, dijo al patriarca: "Ahora, indícame un paraje para alzar una
mezquita en que los musulmanes puedan, en lo sucesivo, reunirse para rezar la plegaria sin turbar a los
vuestros en el ejercicio de su culto". Y Sofronios le condujo al emplazamiento del templo de Soleimán
ben Daúd, al mismo paraje en donde se había dormido Yacub, hijo de Ibraim. Y señalaba una piedra
aquel sitio, que servía de receptáculo a las inmundicias de la ciudad. Y como la piedra de Yacub se
hallaba cu bierta con aquellas inmundicias, Omar, dando ejemplo a los obreros, llenó de estiércol el halda
de su traje y fué a transportarlo lejos de allí. Y así hizo desescombrar el emplazamiento de la mezquita,
que todavía lleva su nombre, y que es la mezquita más hermosa de la tierra.
Y Omar (¡Alah le colme con Sus dones escogidos!) tenía la cos tumbre de llevar un báculo en la mano,
y vestido con un traje agujerea do y remendado en distintos sitios, recorrer los zocos y las calles de la
Meca y de Medina, amonestando con severidad y con rigor, y aun cas tigando a palos en el acto a los
mercaderes que engañaban a los com pradores o encarecían la mercancía.
Un día, pasando por el zoco de la leche fresca y cuajada, vió una mujer vieja que tenía ante sí a la
venta varios cuencos de leche. Y se acercó a ella, tras de mirarla hacer durante cierto tiempo, y le dijo:
"¡Oh mujer! guárdate de engañar en adelante a los musulmanes, como acabo de verte hacer, y ten cuidado
de no echar agua a la leche". Y la mujer contestó: "Escucho y obedezco, ¡oh Emir de los Creyentes!" Y
Omar pasó sin más ni más. Pero al día siguiente dió otra vuelta por el zoco de la leche, y acercándose a
la vieja lechera, le dijo: "¡Oh mujer de mal agüero! ¿no te advertí ya que no echaras agua a la leche?" Y
la vieja contestó: "¡Oh Emir de los Creyentes! te aseguro que no lo he vuelto a hacer". Pero aún no había
pronunciado estas palabras, cuando se hizo oír, indignada, desde dentro una voz de joven, que dijo:
"¡Cómo madre mía! ¿Te atreves a mentir en la cara del Emir de los Creyentes, añadiendo con ello al
fraude una mentira, y a la mentira la falta de ve neración al califa? ¡Alah os perdone!"
Y Omar oyó estas palabras y se detuvo conmovido. Y no hizo el menor reproche a la vieja. Pero
encarándose con sus dos hijos, Abdalah y Acim, que le acompañaban en su paseo, les dijo: "¿Cuál de
vosotros dos quiere casarse con esa virtuosa joven? Todo hace esperar que Alah, con el soplo perfumado
de Sus gracias, dé a esa niña una descendencia tan virtuosa como ella".
Y contestó Acim, el hijo menor de Omar: "¡Oh padre mío! yo me casaré con ella". Y se efectuó el
matrimonio de la hija de la lechera con el hijo del Emir de los Creyentes. Y fué un matri monio bendito.
Porque le nació una hija, que se casó más tarde con Abd El-Aziz ben Merwán. Y de este último
matrimonio nació Omar ben Abd El-Aziz, que subió al trono de los Ommiadas, siendo el octavo en el
orden dinástico, y fué uno de los cinco grandes califas del Islam. Loores Al que eleva a quien Le place.
Y Omar acostumbraba a decir: "No dejaré nunca sin venganza la muerte de un musulmán". Y he aquí
que un día, mientras presidía la sesión de justicia en las gradas de la mezquita, llevaron a su presen cia el
cadáver de un adolescente imberbe todavía, con las mejillas suaves y pulidas como las de una muchacha.
Y le dijeron que aquel adolescente había sido asesinado por una mano desconocida, y que habían encon -
trado su cuerpo tirado en un camino.
Omar pidió informes y se esforzó en recoger detalles de la muer te; pero no pudo llegar a saber nada,
ni a descubrir el rastro del mata dor. Y se apenó su alma de justiciero al ver la esterilidad de sus pesqui -
sas. E invocó al Altísimo, diciendo: "¡Oh Alah! ¡oh Señor! permite que logre descubrir al matador". Y a
menudo se le oyó repetir este ruego. Y he aquí que, a principios del año siguiente, le llevaron un niño
recién nacido, vivo todavía, que habían encontrado abandonado en el mismo paraje donde había sido
tirado el cadáver del adolescente. Y Omar exclamó al punto: "¡Loores a Alah! ¡Ahora yal soy dueño de la
sangre de la víctima! Y se descubrirá el crimen, si Alah quiere".
Y se levantó y fué en busca de una mujer de confianza, a quien entregó el recién nacido, diciéndole:
"Encárgate de este pobre huérfano, y no te preocupes por lo que necesite. Pero dedícate a escuchar cuanto
se diga a tu alrededor con respecto a este niño, y ten cuidado de no dejar que nadie le coja ni le aleje de
tus oídos. Y si encontraras una mujer que le besase y le estrechase contra su pecho, infórmate con sigi lo
de su morada y avísame en seguida. Y la nodriza guardó en su me moria las palabras del Emir de los
Creyentes...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 980ª noche
Ella dijo:
...Y la nodriza guardó en su memoria las palabras del Emir de los Creyentes.
Y el niño creció y se desarrolló. Y cuando tuvo dos años de edad, una joven esclava se acercó un día
a la nodriza, y le dijo: "Mi señora me envía a rogarte que me dejes llevar a su casa tu niño. Porque está
encinta, y en vista de la hermosura de este niño -¡Alah te lo con serve y aleje de él el ojo malhechor!-,
desea pasarse algunos instan tes mirándole para que el niño que lleva ella en su seno se forme a
semejanza de éste". Y la nodriza contestó: "Está bien. Llévate al niño; pero he de acompañarte yo".
Y así se hizo. Y la joven esclava entró con el niño en casa de su señora. Y en cuanto la dama vió al
niño, se arrojó sobre él llorando, y le tomó en sus brazos, cubriéndole de besos y apretándole contra ella,
en el límite de la emoción.
En cuanto a la nodriza, se apresuró a ir a presentarse entre las manos del califa, y le contó lo que
acababa de pasar, añadiendo: "Y esa dama no es otra que la purísima Saleha, la hija del venerable
ansariano jeique Saleh, que ha visto y seguido como discípulo abnegado a nuestro Profeta bendito (¡con
Él la plegaria y la paz!).
Y Omar reflexionó. Luego se levantó, cogió su sable, se lo es condió debajo del vestido, y fué a la
casa indicada. Y encontró al ansariano sentado a la puerta de su morada, y le dijo, después de las
zalemas: "¡Oh venerable jeique! ¿qué ha hecho tu hija Saleha?" Y el jeique contestó: "¡Oh Emir de los
Creyentes! ¿mi hija Saleha? Alah la recompense por sus buenas obras. Hi hija es de todos conocida por
su piedad y su conducta ejemplar, por su conciencia en cumplir sus deberes para con Alah y para con su
padre, por su celo en las plegarias y demás obligaciones impuestas por nuestra religión, por la pureza de
su fe".
Y Omar dijo: "Está bien. Pero yo desearía tener una entrevista con ella para aumentar su amor al bien
y animarla aún más a practicar obras meritorias". Y dijo el jeique: "Alah te colme con sus favores ¡oh
Emir de los Creyentes! por la buena voluntad que tienes a mi hija. Espe ra aquí un momento a que yo
vuelva, pues voy a anunciar tus propósi tos a mi hija". Y entró, y pidió a Saleha que recibiese al califa. Y
se introdujo en la casa a Omar.
Y he aquí que, al llegar a presencia de la joven, Omar ordenó a las personas presentes que se
retiraran. Y salieron éstas inmediatamen te y dejaron al califa y a Saleha solos, absolutamente solos.
"Quiero que me des datos precisos respecto de la muerte del joven encontrado hace tiempo en un camino.
Tú tienes esos datos. Y si tratas de ocultar me la verdad, entre tú y ella se interpondrá este sable, ¡oh
Saleha!" Y contestó ella, sin turbarse: "¡Oh Emir de los Creyentes! has encon trado lo que buscas. Y por la
grandeza del nombre de Alah el Altísimo y por los méritos del Profeta bendito (¡con Él la plegaria y la
paz!) juro que voy a decirte la verdad entera". Y bajó la voz y dijo:
Sabes, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que yo tenía a mi servi cio una mujer vieja que siempre estaba
en casa y que me acompañaba a todas partes cuando yo salía. Y la consideraba y la quería como quiere
una hija a su madre. Y por su parte, en cuanto me atañía y me interesaba, ponía ella una atención y un
cuidado extremados. Y durante mucho tiempo la estimé y escuché con respeto y veneración.
"Pero llegó un día en que me dijo ella: "¡Oh hija mía! necesito hacer un viaje a casa de mis allegados.
Pero tengo aquí una hija. Y en el sitio en donde está tengo miedo de que se vea expuesta a cual quier
desgracia irremediable. Te suplico, pues, que me permitas traér tela y dejarla contigo hasta mi regreso". Y
al punto le di mi consentimiento. Y se marchó.
"Y al día siguiente vino a mi casa su hija. Y era una joven de aspecto delicioso, de buena apariencia,
alta y bien formada. Y sentí por ella un afecto grande. Y la hice acostarse en la habitación donde yo
dormía.
"Y una siesta, mientras dormía, me sentí de pronto asaltada en mi sueño y arrollada por un hombre
que pesaba sobre mí a plomo y me inmovilizaba, sujetándome ambos brazos. Y deshonrada, mancilla da
ya, pude por fin soltarme de su abrazo. Y descubrí que él no era otro que mi joven compañera. Y me
había engañado el disfraz de aquel joven imberbe a quien tan fácil había sido pasar por una muchacha.
"Y cuando le maté, hice sacar su cadáver y mandé que le dejaran en el paraje donde se le encontró. Y
permitió Alah que yo fuese madre por culpa de los manejos ilícitos de aquel hombre. Y cuando eché al
mundo al niño, hice que le dejaran también en el camino donde se abandonó a su padre, sin querer
encargarme ante Alah de criar a un hijo que me había nacido contra mi consentimiento.
"Y ésta es ¡oh Emir de los Creyentes! la historia exacta de esos dos seres. Y te he dicho la verdad. ¡Y
Alah responderá de mí!".
Y Omar exclamó: "Cierto que me has dicho la verdad, Alah ex tienda sobre ti Sus gracias". Y admiró
la virtud y el valor de aquella muchacha, le recomendó perseverancia en las buenas obras, e hizo votos
por ella al cielo. Luego salió. Y al partir, dijo al padre: "¡Alah colme de bendiciones tu casa! Virtuosa
hija es tu hija. ¡Bendita sea! Ya le he hecho exhortaciones y recomendaciones". Y el venerable jei que
ansariano contestó: "¡Alah te conduzca a la dicha, ¡oh Emir de los Creyentes! y te dispense los favores y
beneficios que desee tu alma! "
Luego el joven rico, tras de tomar algún reposo, continuó: "Ahora, para cambiar de asunto, voy a
deciros la historia de La cantarina Salamah la azul".
La cantarina Salamah la azul
Y dijo:
"El hermoso poeta, músico y cantor Mohammad el Kúfico, cuenta esto:
"Jamás tuve, entre las jóvenes y las esclavas a quienes daba lec ciones de música y de canto,
una discípula más bella, más viva, más seduc tora, más espiritual y mejor dotada que Salamah la
Azul. Llamábamos la Azul a esta joven morena, porque en su labio había una encantadora sombra
de bozo azulado, semejante a un pequeño trazo de almizcle que hubiera paseado por allí
graciosamente una pluma de escriba experto o la mano ligera de un iluminador. Y cuando yo le
daba lección, era ella muy jovencita, una jovenzuela recientemente desarrollada, con dos pechitos
incipientes que alzaban y separaban un poco su ligero vestido, alejándole del seno. Y al mirarla
arrebataba; era para trastornar el espíritu, deslumbrar los ojos, quitar la razón. Y cuando iba ella
a una reunión, aunque la compusiesen las más renombradas bellezas de Kufah, no había miradas
más que para Salamah; y bastaba que apareciese ella para que se exclamase: "¡Ah! Ahí está la
Azul". Y se la amó apasio nadamente, hasta la locura, pero sin objeto, por todos los que la co -
nocían y por mí mismo. Y aunque era mi discípula, yo era para ella un humilde súbdito, un
servidor obediente, un esclavo a sus órdenes. Y si me hubiera pedido orchilla humana habría ido
yo a buscarla en todos los cráneos de ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 981ª noche
Ella dijo:
...Y si me hubiera pedido orchilla humana, habría ido yo a bus carla en todos los cráneos de
ahorcados, en todos los huesos mohosos del mundo.
Y precisamente compuse, en recuerdo suyo, la música y palabras de este canto, cuando su amo Ibn
Ghamín partió para la peregrinación, llevándola consigo, así como a sus demás esclavas.
¡Oh Ibn Ghamín! ¡qué penoso estado el de un amante desdichado a quien has dejado
muerto, aunque viva todavía!
¡Les has dado en su brebaje las dos amarguras más terribles co loquíntida y ajenjo!
¡Oh camellero del Yemen que conduces la caravana! ¡me has he rido, hombre siniestro!
¡Has separado corazones como jamás se han visto y los has cons ternado con tu aspecto de
búfalo salvaje!
Pero, aun con toda mi pena de amor, mi suerte, a pesar de todo, no es comparable en
negrura a la de otro enamorado de la Azul, Yezid ben Auf, el cambista.
Un día, en efecto, el amo de Salamah le dijo: "¡Oh Azul! entre todos los que te amaron sin resultado,
¿hay alguno que haya obtenido de ti una cita secreta o un beso? Dímelo, sin ocultarme la verdad". Y a
esta pregunta inesperada, temerosa de que su amo se hubiese in formado hacía poco de alguna pequeña
licencia que ella se permitiera en presencia de testigos indiscretos, Salamah contestó: "No,
indudablemente nadie ha obtenido de mí nada, excepto Yezid ben Auf el cambista. Y aun ése no ha hecho
más que besarme una sola vez. Pero accedí a darle ese beso, sólo porque entonces me había deslizado en
la boca, a cambio del beso, dos perlas magníficas que vendí en ochenta mil dracmas".
Al oír aquello, el amo de Salamah dijo sencillamente: "Está bien". Y sin añadir una palabra más, de
tanto como sentía penetrarle en el alma la cólera celosa, se dedicó a la busca de Yezid ben Auf, le siguió
hasta que le tuvo al alcance de su mano en ocasión oportuna, y le hizo morir a latigazos.
Por lo que respecta a las circunstancias en que había sido dado a Yezid aquel beso único y funesto de
la Azul, helas aquí.
Iba yo un día, como de costumbre, a casa de Ibn Ghamín, para dar a Azul una lección de canto,
cuando me encontré en el camino a Yezid ben Auf. Y después de las zalemas, le dije: "¿Adónde vas, ¡oh
Yezid! tan bien vestido?" Y me contestó: "Adonde vas tú". Y dije: "¡Perfectamente! Vamos".
Y cuando llegamos y entramos en la morada de Ibn Ghamín, nos sentamos en la sala de reunión. Y en
seguida apareció Azul, vestida con una manteleta anaranjada y un soberbio caftán rosa. Y creímos ver el
sol ígneo alzándose entre la cabeza y los pies de la deslumbra dora cantarina. Y la seguía la joven
esclava, que llevaba la tiorba.
Y la Azul cantó, bajo mi dirección, por un método nuevo que yo le había enseñado. Y su voz era rica,
grave, profunda y conmovedora. Y en un momento dado, su amo se excusó con nosotros, y nos dejó solos,
a fin de ir a dar órdenes para la comida. Y Yezid, arrebatado su corazón de amor por la cantarina, se
acercó a ella, implorándola con la mirada. Y ella pareció animarse, y sin dejar de cantar, le dió la
respuesta en una mirada. Y enervado con aquella mirada, Yezid buscó con la mano en su vestido, sacó
dos perlas magníficas que no tenían hermanas, y dijo a Salamah, que dejó de cantar por un mo mento:
"Mira, ¡oh Azul! Estas dos perlas han sido pagadas por mí hoy mismo en sesenta mil dracmas. Si tú
quisieras, te pertenecerían". Ella contestó: "¿Y qué quieres que haga para complacerte?" El con testó:
"Que cantes para mí".
Entonces Salamah, tras de llevarse la mano a la frente en señal de aquiescencia, templó el
instrumento, y cantó los versos siguientes, compuestos por ella, música y canto, con el ritmo graveligero y
primero, que tiene por tónica el tono simple de la cuerda del dedo anular:
¡Salamah la Azul ha herido mi corazón con una herida tan du radera como la duración de
los tiempos!
¡La ciencia más hábil del mundo no podría cerrarla! Porque no se cierra en el fondo del
corazón una herida de amor.
¡Salamah la Azul ha herido mi corazón! ¡Oh musulmanes, venid en mi socorro!
Y tras de cantar esta melodía arrebatadora de ternura, mirando a Yezid, añadió: "Está bien; dame a tu
vez ahora lo que tienes que darme". Y dijo él: "Ciertamente, quiero lo que tú quieras. Pero es cucha, ¡oh
Azul! He jurado con un juramento que obliga a mi con ciencia -y todo juramento es sagrado- que no daré
estas dos perlas
más que pasándolas de mis labios a tus labios". Y al oír estas palabras de Yezid, la esclava de
Salamah, enfadada, se levantó con viveza y con la mano alzada para amonestar al enamorado. Pero yo la
detuve por el brazo, y le dije, para disuadirla de mezclarse en el asunto: "Estate quieta, ¡oh joven! y
déjalos. Están regateando, como ves, y cada cual quiere sacar provecho con las menos pérdidas posibles.
No los molestes".
En cuanto a Salamah, se echó a reir al oír a Yezid manifestar aquel deseo. Y decidiéndose de pronto,
le dijo: "Pues bien, ¡sea! Dame esas perlas del modo que quieras". Y Yezid empezó a avanzar hacia ella,
andando con las rodillas y las manos, y llevando entre los labios las dos magníficas perlas. Y Salamah,
lanzando ligeros gritos de susto, empezó a retroceder por su parte, recogiéndose las ropas y evitando el
contacto de Yezid. Y se alejaba corriendo a derecha y a izquierda, y volvía a su sitio, sofocada,
provocando con ello más numerosas in tentonas por parte de Yezid y más numerosas coqueterías. Y aquel
juego duró bastante tiempo. Pero como, a pesar de todo, había que conquistar las perlas en las
condiciones aceptadas, Salamah hizo una seña a su esclava, quien se arrojó sobre Yezid de improviso, le
cogió por los hombros, y le retuvo en su sitio. Y tras de probar con aquel manejo que estaba victoriosa y
no vencida, Salamah fué por sí misma, un poco confusa y con sudor en la frente, a tomar con sus lindos
labios las perlas magníficas aprisionadas entre los labios de Yezid, que las trocó así por un beso. Y en
cuanto las tuvo en su poder, recobrando en seguida su aplomo, Salamah dijo a Yezid, riendo: "¡Por Alah!
hete aquí vencido de todas maneras, con el sable sepultado en los riñones". Y Yezid contestó, cortés:
"Por tu vida, ¡oh Azul! no me preocupa mi vencimiento. ¡El perfume delicioso que recogí en tus labios me
quedará en el corazón, mientras viva, como un aroma eterno!
¡Alah tenga en su compasión a Yezid ben Auf! Murió mártir del amor".
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora un rasgo de tofailismo. Y ya sabéis que nuestros padres
árabes entendían por esta palabra - que tiene su origen en Tofail el tragón- la costumbre que tienen ciertas
personas de invitarse por sí mismas a los festines y tragar comidas y bebidas sin que se les ruegue que lo
hagan. Por tanto, escuchad".
Y dijo:
El parásito
"Cuentan que el Emir de los Creyentes El-Walid, hijo de Yezid, el Ommiada, se complacía
extremadamente en la compañía de un tragón famoso, amigo de los buenos platos y de todo tufillo
apetitoso, que se llamaba Tofail el de los Festines, y cuyo nombre ha servido desde entonces para
caracterizar a los parásitos que se invitan por sí mismos a las bodas y a los festines. Por otra parte, aquel
Tofail, gastrónomo en grande, era hombre ingenioso, ilustrado, maligno, burlón; y era vivo en la respuesta
y en el chiste. Además, su madre estaba convicta de adulterio. Y él es precisamente quien ha condensado
la doctrina de los parásitos en algunas reglas cortas, al mismo tiempo que prácticas, que se resumen en
los datos siguientes:
Quien se invite a una buena comida de bodas, evite con cuidado mirar acá y allá con aire inseguro.
Entre con pie firme y escoja el mejor sitio, sin fijarse en nada, a fin de que los invitados y convidados
crean que es un personaje de la mayor importancia.
Si el portero de la casa se muestra agrio y reacio, amonéstesele y humíllesele para que no pueda
permitirse la menor observación.
Una vez sentado ante el mantel, arrójese sobre la comida y la bebida, y esté más cerca del asado que
el propio asador.
Trabaje en los pollos rellenos y en la carne, aunque sea seca, con dedos más cortantes que el acero.
Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad
que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 982ª noche
Ella dijo:
Y tal era el código del perfecto devorador, establecido por Tofail en la ciudad de Kufa. Y en verdad
que Tofail fué el padre de los devoradores y la corona de los parásitos. Respecto a su manera de
proceder, he aquí un hecho entre mil.
Un notable de la ciudad había invitado a algunos amigos y se regalaba en compañía de ellos con un
plato de pescado maravillosa mente condimentado. Y he aquí que a la puerta se oyó la bien cono cida voz
de Tofail, que hablaba al esclavo portero. Y uno de los con vidados exclamó: "¡Alah nos preserve del
tragaldabas! Ya conocéis todos la inusitada capacidad de Tofail. Apresurémonos, pues, a pre servar de
sus dientes estos hermosos pescados, y a ponerlos en segu ridad en un rincón de la estancia, sin dejar en
el mantel más que estos pececillos. Y cuando haya devorado los pequeños, como no le que dará ya nada
que tragar, se marchará y nos regalaremos con los peces grandes". Y se apresuraron a apartar los peces
grandes.
Y entró Tofail, y sonriente y lleno de soltura dirigió la zalema a todo el mundo. Y después del
bismilah, tendió la mano al plato. Pero el caso es que no contenía más que pescado menudo de mal
aspecto. Y le dijeron los convidados, encantados de la jugarreta: "¡Eh, maese Tofail! ¿qué te parecen
esos peces? No tienes cara de encontrar el plato completamente de tu gusto".
El aludido contestó: "Hace tiempo que no me hallo en buenas relaciones con la familia de los peces y
estoy muy furioso con ellos. Porque a mi pobre padre, que murió aho gado en el mar, se lo comieron".
Y le dijeron los convidados: "Muy bien; pues aquí tienes una excelente ocasión de aplicar la pena del
talión por lo de tu padre, comiéndote a tu vez esos pescaditos". Y Tofail contestó: "Tenéis razón. Pero
esperad". Y cogió un pececillo y se lo acercó al oído. Y su vista de parásito había divisado ya el plato
escon dido en el rincón y que contenía los peces grandes. Y después de haber simulado escuchar
atentamente al pececillo frito, exclamó de pronto: "¡Oh! ¡oh! ¿Sabéis lo que acaba de decirme este
desperdicio de pez? Y los convidados contestaron: "¡No, por Alah! ¿Cómo vamos a sa berlo?"
Y Tofail dijo: "Pues bien; habéis de saber entonces que me ha dicho: "Yo no he asistido a la muerte
de tu padre (¡Alah le tenga en Su misericordia!) y no he podido verle siquiera, ya que soy de masiado
joven para haber vivido en aquella época". Luego me ha des lizado al oído estas otras palabras: "Mejor
será que cojas esos hermosos peces grandes que están escondidos en el rincón, y te vengues. Porque ellos
son los que se precipitaron antaño sobre tu difunto padre, y se lo comieron".
Al oír este discurso de Tofail, los invitados y el dueño de la casa comprendieron que el parásito
había olfateado su estrategema. Por eso se apresuraron a hacer servir los hermosos peces a Tofail, y le
dijeron, cayéndose de risa: "¡Cómetelos, y ojalá te den la gran indigestión!"
Luego el joven dijo a sus oyentes: "Escuchad ahora la historia fúnebre de la bella esclava del
Destino".
La favorita del destino
"Cuentan los cronistas y los analistas, que el tercero de los califas abbasidas, el Emir de los
Creyentes El-Mahdi, había dejado el trono, al morir, a su hijo mayor Al-Hadi, a quien no quería, y por el
cual incluso experimentaba gran aversión. Sin embargo, había especificado bien que, a la muerte de Al-
Hadi, el sucesor inmediato debía ser el me nor, Harún Al-Raschid, su hijo preferido, y no el hijo mayor de
Al-Hadi.
Pero cuando Al-Hadi fué proclamado Emir de los Creyentes, vigiló con envidia y suspicacia
crecientes a su hermano Harún Al-Raschid e hizo cuanto pudo por privar a Harún del derecho de
sucesión. Pero la madre de Harún, la sagaz y abnegada Khaizarán, no cesó de descubrir todas las intrigas
dirigidas contra su hijo. Así es que Al-Hadi acabó por detestarla tanto como a su hermano; y los
confundió a ambos en la misma reprobación. Y sólo esperaba una ocasión de hacerles desaparecer.
Entretanto, estaba un día Al-Hadi en sus jardines, sentado bajo una rica cúpula sostenida por ocho
columnas, que tenía cuatro entradas, cada una de las cuales miraba a un punto del cielo. Y a sus pies
estaba sentada su hermosa esclava favorita Ghader, a la que sólo poseía hacía cuarenta días. Y también
se encontraba allí el músico Ishak ben Ibra him, de Mossul. Y en aquel momento cantaba la favorita
acompañada en el laúd por el propio Ishak. Y el califa se agitaba de placer y se le estremecían los pies
en el límite del transporte y del entusiasmo. Y afuera caía la noche; y la luna se alzaba entre los árboles; y
corría el agua murmuradora a través de las sombras entrecortadas, mientras la brisa le respondía
dulcemente.
Y de pronto el califa, cambiando de cara, se ensombreció y frun ció las cejas. Y se desvaneció toda su
alegría; y los pensamientos de su espíritu tornáronse negros como la estopa en el fondo del tintero. Y tras
de un largo silencio, dijo con voz sorda: "A cada cual le está marcado su porvenir. Y no perdura nadie
más que el Eterno Viviente". Y de nuevo se sumió en un silencio de mal augurio, que interrumpió de
repente, exclamando: "¡Que llamen en seguida a Massrur, el porta alfanjel" Y precisamente aquel mismo
Massrur, ejecutor de las venganzas y cóleras califales, había sido el niñero de Al-Raschid y le había
llevado en sus brazos y sus hombros. Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida
al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y tráeme su cabeza...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 983ª noche
Ella dijo:
...Y llegó al punto a presencia de Al-Hadi, que le dijo: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-
Raschid, y tráeme su cabeza".
Al oír estas palabras, que eran la sentencia de muerte de aquel a quien había criado, Massrur quedó
estupefacto, aturdido y como he rido por el rayo. Y murmuró: "De Alah somos y a El retornaremos". Y
acabó por salir, semejante a un hombre ebrio.
Y en el límite de la emoción, fué en busca de la princesa Khai zarán, madre de Al-Hadi y de Harún
Al-Raschid. Y le vió ella azorado y trastornado, y le preguntó: "¿Qué hay ¡oh Massrur!? ¿Qué ha
sucedido para que vengas aquí a hora tardía de la noche? Dime qué te pasa". Y Massrur contestó: "¡Oh mi
señora! ¡no hay recurso ni fuer za más que en Alah el Todopoderoso! He aquí que nuestro amo el califa
Al-Hadi, tu hijo, acaba de darme esta orden: "Ve en seguida al cuarto de mi hermano Al-Raschid, y
tráeme su cabeza".
Y al oír estas palabras del portaalfanje, Khaizarán se sintió llena de terror; y se albergó en su alma el
espanto; y la emoción le apretó el corazón hasta romperle. Y bajó la cabeza y se recogió en sí misma un
instante. Luego dijo a Massrur: "Ve inmediatamente al cuarto de mi hijo Al-Raschid, y tráele aquí
contigo". Y Massrur contestó con el oído y la obediencia, y partió.
Y entró en el aposento de Harún. Y en aquel momento Harún estaba ya desnudo en el lecho, con las
piernas debajo de la manta. Y Massrur le dijo atropelladamente: "Levántate, en nombre de Alah, ¡oh mi
señor! y ven conmigo inmediatamente al cuarto de tu madre, mi señora, que te llama". Y Al-Raschid se
levantó, y vistiéndose de prisa, pasó con Massrur al aposento de Sett Khaizarán.
En cuanto ella vió a su hijo preferido, se levant6 y corrió a él y le besó, sin decir una palabra, y le
empujó a una pequeña habitación disimulada, cerrando la puerta tras él, que ni siquiera pensó en pro -
testar o en pedir la menor explicación.
Y hecho esto, Sett Khaizarán envió a buscar en sus casas, donde estarían durmiendo, a los emires y a
los principales personajes del palacio califal. Y cuando estuvieron todos reunidos en las habitaciones de
ella, la princesa, desde detrás de la cortina del harén, les dirigió estas sencillas palabras: "En nombre de
Alah el Todopoderoso, el Altísimo, y en nombre de su Profeta bendito, os pregunto si oísteis decir alguna
vez que mi hijo Al-Raschid haya estado en connivencia, relación o trato con los enemigos de la autoridad
califal o con los heréticos Zanadik, o que alguna vez haya tratado de hacer la menor tentativa de
insubordinación o rebeldía contra su soberano Al-Hadi, hijo mío y señor vuestro".
Y todos contestaron con unanimidad: "No, jamás".
Y Khaizarán repuso al punto: "Pues bien; sabed que al presente, ahora mismo, mi hijo Al-Hadi pide
la cabeza de su hermano Al-Raschid. ¿Podéis explicarme por qué motivo?" Y los presentes quedaron tan
aterrados y espantados, que ninguno de ellos osó articular una palabra. Pero el visir Rabiah se levantó y
dijo al portaalfanje Massrur: "Ve en esta hora y en este instante a presentarte entre las manos del califa. Y
cuando, al verte, te pregunte: "¿Has acabado?", le responderás: "Nuestro señora Khaizarán, tu madre,
esposa de tu difunto padre Al Mahdi, madre de tu hermano, me ha sorprendido cuando yo me pre cipitaba
sobre Al-Raschid; y me ha detenido y me ha rechazado. Y beme aquí ante ti, sin haber podido ejecutar tu
orden".
Y Massrur salió y al punto se presentó al califa.
Y en cuanto le vió Al-Hadi, le dijo: "Está bien, ¿dónde está lo que te he pedido?" Y Massrur
contestó: "¡Oh mi señor! mi señora la princesa Khaizarán me ha sorprendido abalanzándome sobre tu
hermano Al-Raschid; y me ha detenido, y me ha rechazado, y me ha impedido cumplir mi misión".
Y el califa, en el límite de la indignación, se levantó y dijo a Ishak y a la cantarina Ghader: "Seguid
en el sitio en donde estáis, y esperad a que vuelva yo".
Y llegó a las habitaciones de su madre Khaizarán y vió a todos los dignatarios y emires congregados
allí. Y al verle, la princesa se puso en pie; y los personajes que estaban con ella también se levan taron. Y
el califa, encarándose con su madre, le dijo con voz sofocada por la cólera: "¿Por qué, cuando yo quiero
y ordeno una cosa, te opones a mis voluntades?". Y Khaizarán exclamó "¡Alah me preserve, ¡oh Emir de
los Creyentes! de oponerme a ninguna de tus voluntades! Sin embargo, deseo solamente que me indiques
por qué motivo exiges la muerte de mi hijo Al-Raschid. Es tu hermano y sangre tuya; es, como tú, alma y
vida de tu padre". Y Al-Hadi contestó: "Puesto que quieres saberlo, sabe que deseo desembarazarme de
Al-Raschid a causa de un sueño que he tenido la noche última y que me ha penetrado de espanto.
Porque en ese sueño he visto a Al-Raschid sentado en el trono, en mi lugar. Y junto a él estaba mi
esclava favorita Ghader; y él bebía y jugueteaba con ella. Y como amo mi soberanía, mi trono y mi
favorita, no quiero ver por más tiempo a mi lado, viviendo sin cesar junto a mí como una calamidad, a tan
peligroso rival, aunque sea hermano mío".
Y Khaizarán le contestó: "¡Oh Emir de los Cre yentes! ésas son ilusiones y falsedades del sueño,
malas visiones oca sionadas por los manjares ardientes. ¡Oh hijo mío! casi nunca resulta verídico un
sueño". Y continuó hablándole de tal suerte, aprobada por las miradas de los presentes. Y se dió tanta
maña, que consiguió calmar a Al-Hadi y desvanecer sus temores. Y entonces hizo aparecer a Al-Raschid,
y le hizo prestar juramento de que jamás había abrigado en la imaginación el menor proyecto de rebeldía
o la menor ambición, y de que jamás intentaría nada contra la autoridad califal.
Y después de estas explicaciones, desapareció la cólera de Al-Hadi. Y se volvió a la cúpula, donde
había dejado a su favorita con Ishak. Y despidió al músico y se quedó solo con la bella Ghader,
divirtiéndose, regocijándose y dejándose penetrar por las delicias mezcladas de la noche y del amor. Y
he aquí que de repente sintió un fuerte dolor en la planta de un pie. Y al punto se llevó la mano al sitio
dolorido que le desazonaba, y se rascó. Y en algunos instantes formóse allí un pequeño tumor, que
aumentó, hasta tener el volumen de una avellana. Y se le irritó, produciéndole desazones intolerables. Y
se lo rascó él de nuevo; y aumentó hasta tener el volumen de una nuez, y acabó por reventársele. Y al
punto Al-Hadi cayó de espaldas, muerto.
La causa de aquello fué que Khaizarán, en los pocos instantes que estuvo el califa con ella, después
de la reconciliación, le había dado a beber un sorbete de tamarindo, que contenía la sentencia del
Destino.
El primero que se enteró de la muerte de Al-Hadi fué precisamente el eunuco Massrur. E
inmediatamente corrió a ver a la princesa Khai zarán, y le dijo: "¡Oh madre del califa! ¡Alah prolongue
tus días! Mi señor Al-Hadi acaba de morir". Y Khaizarán le dijo: "Está bien. Pero ¡oh Massrur! guarda
secreto sobre esta noticia y no divulgues este acontecimiento súbito. Y ahora ve cuando antes en busca de
mi hijo Al-Raschid, y tráemele".
Y Massrur fué en busca de Al-Raschid, y le encontró acostado. Y le despertó, diciéndole: "¡Oh mi
señor! mi señora te llama al ins tante". Y Al-Raschid exclamó, trastornado: "¡Por Alah! mi hermano Al-
Hadi le habrá vuelto a hablar en contra mía, y le habrá revelado algún complot tramado por mí, y del que
jamás haya tenido yo idea".
Pero Massrur le interrumpió, diciéndole: "¡Oh Harún! levántate en seguida y sígueme. Calma tu
corazón y refresca tus ojos, porque todo va por buen camino, y no encontrarás más que éxitos y alegría.
Acto seguido, Harún se levantó y se vistió. Y al punto Massrur se prosternó ante él, y besando la
tierra entre sus manos, exclamó: "La zalema contigo oh Emir de los Creyentes, imán de los servidores de
la fe, califa de Alah en la tierra, defensor de la ley santa y de lo im puesto por ella!"
Y Harún, lleno de asombro y de incertidumbre, le preguntó: "¿Qué significan esas palabras, ¡oh
Massrur!? Hace un mo mento me llamabas por mi nombre sencillamente; y al presente me das el título de
Emir de los Creyentes. ¿A qué debo
atribuir estas pa labras contradictorias y un cambio de lenguaje tan imprevisto?".
Y Massrur contestó: "¡Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah
prolongue tus días, pues tu hermano acaba de expirar...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 984ª noche
Ella dijo:
"¡...Oh mi señor! ¡toda vida tiene su destino y toda existencia su término! Alah prolongue tus días,
pues tu hermano acaba de ex pirar". Y dijo Al-Raschid: "Alah le tenga en su piedad". Y se apresuró a
ponerse en marcha, ya sin temor ni preocupación, entró en el cuarto de su madre, que exclamó al verle:
"¡Alegría y dicha! ¡Dicha y alegría al Emir de los Creyentes!". Y se puso de pie, y le echó el manto
califal, y le entregó el cetro, el sello supremo y las insignias del poderío. Y en el mismo momento entró
el jefe de los eunucos del harén, que dijo a Al-Raschid: "¡Oh señor nuestro! recibe una noticia dichosa,
pues acaba de nacerte un hijo de tu esclava Marahil". Y Harún entonces dejó exteriorizarse su doble
júbilo, y dió a su hijo el nombre de Abdalah con el sobrenombre de Al-Mamún.
Y antes del nuevo día fueron conocidos por la población de Bagdad la muerte de Al-Hadi y el
advenimiento de Al-Raschid al trono califal. Y Harún, en medio del aparato de la soberanía, recibió el
juramento de obediencia de los emires, de los notables y del pueblo reunidos. Y aquel mismo día elevó
al visirato a El-Fadl y a Giafar, ambos hijos de Yahia el Barmakida. Y todas las provincias y comarcas
del Imperio, y todos los pueblos islámicos, árabes y no árabes, turcos y deylamidas, reconocieron la
autoridad del nuevo califa y le juraron obediencia. Y comenzó su reinado en la prosperidad y la
magnificencia, y se asentó, brillante, en su reciente gloria y en su poderío.
En cuanto a la favorita de Ghader, entre los brazos de la cual había expirado Al-Hadi, he aquí lo que
aconteció.
La misma tarde de su elevación al trono, Al-Raschid, que tenía noticia de la belleza de Ghader quiso
verla y posar en ella sus primeras miradas. Y le dijo: "Deseo ¡oh Ghader! que visitemos juntos tú y yo el
jardín y la cúpula donde mi hermano Al-Hadi (¡Alah le tenga en Su piedad!) gustaba de alegrarse y
descansar". Y Ghader, vestida ya con trajes de luto, bajó la cabeza y contestó: "Soy la esclava sumisa del
Emir de los Creyentes". Y se retiró un instante para quitarse los vestidos de luto y reemplazarlos por los
atavíos convenientes. Luego entró en la cúpula, donde Harún la hizo sentarse a su lado. Y perma necía con
los ojos fijos en aquella magnífica joven, sin dejar de admi rar su gracia. Y su pecho respiraba
ampliamente con alegría, y su co razón se holgaba. Luego, cuando sirvieron los vinos que gustaban a
Harún, Ghader se negó a beber la copa que le brindaba el califa.
Y le preguntó él, asombrado: "¿Por qué lo rehusas?". Ella contestó: "El vino sin la música pierde la
mitad de su generosidad. Tendría gusto, por tanto, en ver junto a nosotros, haciéndonos armoniosa
compania, al admirable Ishak, hijo de Ibrahim". Y Al-Raschid contestó: "No hay inconveniente". Al punto
envió a Massrur en busca del músico, que no tardó en llegar. Y besó la tierra entre las manos del califa, y
le rindió homenaje. Y a una seña de Al-Raschid se sentó enfrente de la favorita.
Y a la sazón pasó la copa de mano en mano; y de tal suerte se continuó hasta que fué noche cerrada. Y
de repente, cuando el vino hubo fermentado en las razones, exclamó Ishak: "¡Oh! ¡eterna alabanza para El
que cambia a Su antojo los acontecimientos y dirige su curso y vicisitudes!". Y Al-Raschid le preguntó:
"¿En qué piensas ¡oh hijo de Ibrahim! para prorrumpir en esas exclamaciones?".
Y contestó Ishak: "¡Ay! ¡oh mi señor! ayer a esta hora, tu her mano se asomaba a la ventana de esta
cúpula, y a la luz de la luna, semejante a una desposada, miraba cómo huían las aguas murmuradoras
suspirando con dulces y ligeras voces de cantarinas nocturnas. Y ante el espectáculo de la felicidad
aparente, se espantó de su destino. Y quiso brindarte el brebaje de la humillación".
Y Al-Raschid dijo: "¡Oh hijo de Ibrahim! la vida de las criaturas está escrita en el libro del Destino.
¿Acaso habría podido arrebatarme la vida, si no estuviera decretado el término de ésta?". Y se encaró
con la bella Ghader, y le dijo: "Y tú, ¡oh joven! ¿qué dices?".
Y Ghader tomó su laúd, y preludió, y con voz profundamente conmovida cantó estos versos:
¡La vida del hombre tiene dos vidas: una límpida y otra turbia! ¡El tiempo tiene dos clases
de días: días de seguridad y días de peligro!
¡No te fíes ni del tiempo ni de la vida, porque a los días más límpidos suceden días turbios
y sombríos!
Y al acabar estos versos, la favorita de Al-Hadi desfalleció de pronto y cayó sin conocimiento ni
movimiento, dando con la cabeza en el suelo. Y la socorrieron y la movieron. Pero ya no existía, refu -
giada en el seno del Altísimo. Y dijo Ishak: "¡Oh mi señor! amaba al difunto. Y a lo menos a que aspira el
amor es a esperar a que el enterrador acabe de cavar la tumba. ¡Alah extienda Sus misericordias sobre
Al-Hadi, sobre su favorita y sobre todos los musulmanes!".
Y de los ojos de Al-Raschid cayó una lágrima. Y ordenó lavar el cuerpo de la muerta y depositarlo en
la propia tumba de Al-Hadi. Y dijo: "¡Sí! ¡Alah extienda Sus misericordias sobre Al-Hadi, sobre su
favo rita y sobre todos los musulmanes!".
Y tras de contar así esta historia de la infortunada adolescente, el joven rico dijo a sus conmovidos
oyentes: "Escuchad ahora, como otra manifestación de los decretos inexorables del Destino, la historia
del collar fúnebre".
El collar fúnebre
Y dijo:
"Un día en que el califa Harún Al-Raschid había oído encomiar el talento del músico cantor Hachem
ben Soleimán, envió a buscarle. Y cuando introdujeron al cantor Harún le hizo sentarse delante de él y le
rogó que le dejase oír alguna composición suya. Y Hachem cantó una cantilena de tres versos con tanto
arte y tan hermosa voz, que el califa exclamó, en el límite del entusiasmo y del arrebato: "Has estado
admirable, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Alah bendiga el alma de tu padre!". Y lleno de gratitud, se quitó del
cuello un magnífico collar enriquecido de esmeraldas y colgantes tan gordos como peras almizcladas, y
lo puso en el cuello del cantor.
Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse satis fecho y alegre, nubló sus ojos con
lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 985ª noche
Ella dijo:
...Y al contemplar aquella joya, Hachem, lejos de mostrarse sa tisfecho y alegre, nubló sus ojos con
lágrimas. Y la tristeza anidó en su corazón e hizo amarillear su rostro. Y Harún, que ni por asomo
esperaba tal manifestación, se mostró muy sorprendido, y creyó que la joya no era del gusto del músico.
Y le preguntó: "¿A qué vienen esas lágrimas y esa tristeza ¡oh Hachem!? Y si no te agrada ese collar, ¿por
qué guardas un silencio molesto para mí y para ti?". Y el músico contestó: "¡Alah aumente Sus favores
sobre la cabeza del más generoso de los reyes! Pero el motivo que hace correr lágrimas y abruma de
tristeza mi corazón no es lo que tú crees, ¡oh mi señor! Y si me lo permites, te contaré la historia de este
collar, y el porqué de que su vista me haya sumido en el estado en que me ves". Y Harún contestó: "Claro
que te lo permito. Porque debe ser asombrosa en extremo la historia de ese collar que poseo como
herencia de mis padres. Y tengo mucha curiosidad por saber lo que acerca de ello conoces tú y yo
ignoro".
"Sabe ¡oh Emir de los Creyentes! que el incidente relativo a este collar data del tiempo de mi primera
juventud. En aquella época vivía yo en el país de Scham, que es la patria de mi cabeza, el sitio donde
nací."Una tarde, a la hora del crepúsculo, me paseaba a orillas de un lago, e iba vestido con el traje de los
árabes del desierto de Scham, y con el rostro cubierto hasta cerca de los ojos por el litham. Y he aquí que
me encontré con un hombre magníficamente vestido, acompañado, contra toda costumbre, por dos jóvenes
soberbias, de una elegancia rara, que, a juzgar por los instrumentos musicales que llevaban, sin duda
alguna eran cantarinas. Y de pronto reconocí en aquel paseante al califa El-Walid segundo de este
nombre, que había dejado Damasco, su capital, para ir a cazar gacelas en nuestros parajes, por el lado
del lago de Tabariah.
"Y por su parte, el califa, al verme, se encaró con sus acompa ñantes, y les dijo, sin querer que le
oyesen más que ellas: "He ahí un árabe que llega del desierto, tan lleno de grosería y salvajismo. ¡Por
Alah! voy a llamarle para que nos haga compañía y nos divirtamos un poco a costa suya". Y me hizo
señas con la mano. Y cuando me acerqué, me mandó sentarme en la hierba, a su lado, enfrente de las dos
cantarinas.
"Y he aquí que, por deseo del califa, que ni por asomo me conocía ni me había visto nunca, una de las
jóvenes acordó su laúd, y con voz emocionante cantó una melopea compuesta por mí. Pero a pesar de
toda su habilidad, cometió algunos errores ligeros, y hasta truncó el aire en varios pasajes. Y yo, no
obstante la actitud reservada que me había impuesto, precisamente para no atraer sobre mí las chanzas a
que el califa estaba dispuesto, no pude por menos de exclamar, diri giéndome a la cantarina: "¡Te has
equivocado, ¡oh mi señora! te has equivocado!".
Y al oír mis observaciones, la joven se echó a reír con una risa burlona, y dijo, encarándose con el
califa: "Ya has oído ¡oh Emir de los Creyentes! lo que acaba de decirnos este árabe beduíno conductor de
camellos. ¡No teme acusarnos de error el insolente!". Y El-Walid me miró con un aire burlón y
disconforme a la vez, y me dijo: "¿Es en tu tribu ¡oh beduíno! donde te han enseñado el canto y el tañer
delicado de los instrumentos musicales?". Y me incliné respetuosamente y contesté: "No, por tu vida, ¡oh
Emir de los Creyentes! Pero, si no te opones, voy a probar a esta admirable cantarina que, a pesar de
todo su arte, ha cometido algunos errores de ejecución". Y habiéndomelo permitido El-Walid, para ver
qué hacía, dije a la joven: "Aprieta un cuarto la segunda cuerda y afloja otro tanto la cuarta. Y empieza el
tono grave de la melodía. Y verás entonces cómo se re sienten la expresión y el colorido de tu canto, y
cómo algunos pasajes que has truncado ligeramente se resuelven por sí mismos".
"Y sorprendida al ver a un beduíno hablar de esta manera, la joven cantarina acordó su laúd en el
tono que le indiqué, y recomenzó su canto. Y salió tan hermoso y tan perfecto, que ella misma quedó pro -
fundamente conmovida y asombrada a la vez. Y levantándose de pronto, se arrojó a mis pies,
exclamando: "¡Por el Señor de la kaaba, juro que eres Hachem ben Soleimán!". Y como no estaba yo
menos conmovido que la joven, ni contestaba, el califa me preguntó: "¿Eres verdadera mente quien dice
ella?". Y contesté, descubriendo entonces mi cara: "Sí, ¡oh Emir de los Creyentes! soy tu esclavo Hachem
el Tabariano".
"Y el califa quedó extremadamente satisfecho de conocerme, v me dijo: "Loado sea Alah, que te ha
puesto en mi camino, ¡oh hijo de Soleimán! ¡Esta joven te admira más que a todos los músicos de este
tiempo, y jamás me canta otra cosa que cantos y composiciones tuyas!". Y añadió: "¡Por tanto quiero que
en adelante seas amigo y compañero mío!". Y le di las gracias y le besé la mano.
"Luego la joven que había cantado se encaró con el califa, y le dijo: "¡Oh Emir de los Creyentes!
¡después de este momento dichoso, tengo que hacerte una petición!". Y el califa dijo: "¡Puedes hacerla!".
Ella dijo: "Te suplico que me permitas rendir homenaje a mi maestro, ofreciéndole una prueba de mi
gratitud".
El califa dijo: "Desde luego; así debe ser". Entonces la encantadora cantarina desató el magnífico
collar que llevaba, y que le había regalado el califa, y me lo puso al cuello, diciéndome: "¡Acéptalo
como don de mi reconocimiento, y dis pénsame que sea tan poca cosa!". Y precisamente aquel collar era
el que de nuevo recibo hoy como presente de tu generosidad, ¡oh Emir de los Creyentes!
"He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver a mí hoy...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la ma ñana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 986ª noche
Ella dijo:
" He aquí ahora cómo salió de mi mano aquel collar, para volver... a mí hoy, y por qué he llorado al
verlo.
"En efecto, después de haber pasado cierto tiempo cantando, cuan do refrescó la brisa del lago, El-
Walid se levantó, y nos dijo: "Embar quémonos para pasear por el agua". Y al punto acudieron unos servi -
dores que estaban distanciados, y trajeron una barca. Y el califa pasó a la barca el primero; luego yo. Y
cuando le tocó el turno a la joven que me había hecho don del collar, adelantó una pierna para pasar a la
barca. Pero como se había envuelto en su velo grande para que no la observaran los remeros, aquello la
entorpeció y faltándole pie, cayó al lago, y antes de que hubiese tiempo de socorrerla, se fué al fondo del
agua. Y a pesar de cuantas pesquisas hicimos, no logramos encontrarla. ¡Alah la tenga en Su compasión!
"Y fueron muy profundas la pena y la aflicción de El-Walid, y bañó su rostro el llanto. Y también yo
derramé lágrimas amargas por la suerte de aquella infortunada joven. Y el califa, que había perma necido
silencioso largo rato después de aquella catástrofe, me dijo: "¡Oh Hachem! para mi dolor sería un ligero
consuelo entre mis manos el collar de esa pobre joven, como recuerdo de lo que para mí fué du rante su
corta vida. Pero Alah me libre de recogerte lo que te hemos dado. Te ruego, pues, que consientas en
venderme ese collar".
"Y al punto entregué el collar al califa, quien, a nuestra llegada a la ciudad, hizo que me contaran
treinta mil dracmas de plata, y me colmó de regalos preciosos.
"Y tal es, ¡oh Emir de los Creyentes! la causa que me hace llorar hoy. Y Alah el Altísimo, que
desposeyó a los califas ommiadas del poder soberano en favor de los Beni-Abbas de los que eres
gloriosa descendencia, ha permitido que este collar llegase a tus manos con la herencia de tus nobles
antepasados, para volver a mí por este camino apartado".
Y Al-Raschid se emocionó mucho con este relato de Hachem ben Soleimán, y dijo: "¡Alah tenga en
Su compasión a los que merecen compasión!". Y con esta fórmula general evitó pronunciar el nombre de
uno de los individuos de la dinastía rival abatida".
Luego dijo el joven: "Puesto que hablamos de músicos y canta rinas, voy a contaros un rasgo, entre
mil, de la vida del más célebre entre los músicos de todos los tiempos, Ishak ben Ibrahim, de Mossul". Y
dijo:
Ishak de Mossul y el aire nuevo
"Entre los diversos escritos de mano del músico-cantor Ishak ben Ibrahitn, de Mossul, que han
llegado a nosotros, se halla éste. Dice Ishak: "Un día, según mi costumbre, entré en el aposento del Emir
de los Creyentes Al-Raschid, y le encontré sentado en compañía de su visir El-Fadl y de un jeique del
Hedjaz, el cual tenía una fisonomía hermosísima y un continente impregnado de nobleza y de gravedad. Y
después de las zalemas por una y otra parte, me incliné discretamente hacia el visir El-Fadl y le pregunté
el nombre de aquel jeique hedja ziense que me gustaba y a quien no había visto nunca. Y me contestó el
visir: "Es el nieto del viejo poeta músico y cantor del Hedjaz, Maabad, cuya fama conoces". Y como yo
me mostrara satisfecho de conocer al nieto de aquel viejo Maabad a quien tanto hube de admirar en mi
juventud, El-Fadl me dijo al oído: "¡Oh Ishak! el jeique del Hedjaz que aquí ves, si te muestras amable
con él te dará a conocer y aun te cantará todas las composiciones de su abuelo. Es complaciente, y está
dotado de hermosa voz".
Entonces yo, queriendo experimentar su método y aprenderme de memoria los cantos antiguos que
habían encantado mis años jóvenes, me mostré lleno de consideraciones para el hedjaziense; y tras de una
amigable charla sobre diferentes cosas, le dije: "¡Oh nobilísimo jei que! ¿puedes recordarme cuántos
cantos ha compuesto tu abuelo, el ilustre Maabad, honor del Hedjaz?". Y me contestó: "¡Sesenta, ni uno
más ni uno menos!". Y le pregunté: "¿Sería pesar demasiado sobre tu paciencia rogarte que me dijeras
cuál de esos sesenta cantos es el que más te gusta por su compás o por otros motivos?". Y me contestó:
"Sin duda, y en todos sentidos, el canto cuadrigésimo tercero, que em pieza con este verso:
¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah, mi Molaikah la de hermoso pecho!"
Y como si el simple recitado de aquel verso tuviera la virtud de excitar en él la inspiración, tomó de
pronto el laúd de mi mano, y después de un ligerísimo preludio de acordes, cantó la cantilena con sabida
con una voz maravillosa, y nos hizo sentir aquella música nueva y tan antigua, con un arte, un encanto, una
gracia y una emoción inex presables. Y oyéndola, me estremecía yo de placer, deslumbrado, fuera de mí,
en el límite del entusiasmo. Y como estaba seguro de mi faci lidad para retener los aires nuevos, por muy
complicados que fuesen, no quise repetir inmediatamente delante del jeique hedjaziense la can tilena
deliciosa y tan nueva para mí que acababa él de hacerme oír. Y me limité a darle las gracias. Y se volvió
él a Medina, su país, mientras yo salía del palacio, embriagado con aquella melodía.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 987ª noche
Ella dijo:
...Y se volvió a Medina, su país, mientras yo salía del palacio embriagado con aquella melodía.
Y al regresar a mi casa, cogí mi laúd, que estaba colgado en la pared, y lo templé y armonicé las
cuerdas y tonos en los más pequeños detalles. Pero ¡por Alah! cuando quise repetir la música de aquel
aire hedjaziense que me había emocionado tanto, no pude recordar la menor nota, ni siquiera el tono en
que fué cantado, yo, que de ordinario retenía cantilenas de cien coplas oídas casi sin atención. Pero a la
razón había caído entre mi memoria y aquella música un velo de algodón impenetrable, y no obstante
todos mis esfuerzos de memoria, no pude repetir lo que tanto me preocupaba.
Y desde entonces, me esforcé día y noche en llamar a mi memoria aquella música, pero sin ningún
resultado. Y renuncié con desespera ción a mi laúd y a mis lecciones, y me dediqué a recorrer Bagdad,
Mossul, Bassra y todo el Irak, preguntando por aquella música y por aquel canto a todos los cantores más
viejos y a todas las cantarinas más ancianas; pero no conseguí encontrar nadie que conociera aquel aire o
que me informara respecto al modo de dar con él.
Entonces al ver que todas mis pesquisas eran inútiles, para librar me de aquella obsesión resolví
hacer un viaje al Hedjaz, a través del desierto, para ir a Medina en busca del jeique hedjaziense, y
rogarle que me cantara otra vez la cantilena de su abuelo. Y cuando tomé esta resolución, me encontraba
en Bassra paseán dome a orillas del río. Y he aquí que se me acercaron dos mujeres jóve nes vestidas con
trajes discretos y ricos aparentando ser mujeres de alto rango. Y cogieron la brida de mi asno y le
pararon, saludándome.
Y muy fastidiado y sin pensar más que en mi cantilena hedja ziense, les dije en tono perentorio:
"¡Dejadme! ¡dejadme!" Y quise recoger la brida de mi asno. Pero he aquí que una de ellas, sin levan tarse
el velo del rostro, me sonrió tras él, y me dijo: "Está bien; ¡oh Ishak! ¿cómo va ahora tu pasión por la
hermosa cantilena de Maabad el Hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah!? ¿Has ce sado
ya de recorrer el mundo en busca suya?". Y añadió, antes de que yo tuviese tiempo de volver de mi
sorpresa: "¡Oh Ishak! desde detrás de la celosía del harén te vi cuando el jeique hedjaziense cantaba en
presencia del califa y de El-Fadl, y el encanto de la melodía antigua hacíate saltar y hacía danzar a las
cosas inanimadas en torno a ti. ¡Qué entusiasmado estabas, ¡oh Ishak! Llevabas el compás con tus ma nos,
meneando la cabeza y balanceándote dulcemente. Parecías ebrio. Estabas como loco".
Y al oír estas palabras, exclamé: "¡Ah! por la memoria de mi padre Ibrahim, te juro que ahora estoy
más loco que nunca por ese canto rico y hermoso. ¡Ya Alah! ¿qué no daría yo por oírlo, incluso falseado,
incluso truncado? ¡Una nota de ese canto por diez años de mi vida! ¡Mira por dónde, hablándome de ello,
acabas de atizar cruel mente el fuego de mis penas y soplar en la brasa de mi desesperación!". Y añadí:
"Por favor, dejad, dejad que me vaya. ¡Tengo prisa por preparar y organizar mi marcha inmediata al
Hedjaz!".
Y al oír estas palabras, sin soltar la brida de mi asno, la joven se echó a reír con risa ruidosa, y me
dijo: "Y si yo misma te cantara la cantilena hedjaziense: ¡Oh hermosura del cuello de mi Molaikah!
¿persistirías en partir para el Hedjaz?". Y contesté: "¡Por tu padre y por tu madre, ¡oh hija de gentes de
bien! no tortures más a quien acecha la locura!".
Acto seguido, sujetando siempre la brida de mi asno, la joven entonó de pronto la cantilena que me
tenía loco, y con una voz y con un método mil veces más hermoso que cuando en otro tiempo la oí de
boca del hedjaziense. ¡Y el caso es que no había ella cantado más que a media voz! Y en el límite del
transporte y de la dicha, sentí que una gran dulzura calmaba mi alma torturada. Y me apeé
precipitadamente de mi asno, y me eché a los pies de la joven y le besé las iranos y la orla del traje. Y le
dije: "¡Oh mi señora! soy tu esclavo, el comprado por tu generosidad. ¿Quieres aceptar mi hospitalidad?
Y me cantarás la cantilena de Molaikah, y yo te cantaré todo el día y toda la noche. ¡Oh! ¡todo el día y
toda la noche!". Pero ella me contestó: "¡Oh Ishak! conocemos tu carácter poco agradable y tu avaricia
por tus composiciones. Sí, sabemos que ninguna de tus discípulas ha recibido y aprendido de ti y por ti ni
un solo canto. Lo que saben se lo has comunicado y enseñado por mediación de extraños, como Ala wiah,
Wahdj El-Karah y Mukhrik. Pero de ti directamente ¡oh Ishak, celoso con exceso! nadie aprendió nunca
nada". Luego añadió: "Por tanto, como sé que no eres lo bastante amable para tratarnos debida mente, es
inútil ir a tu casa. Y puesto que deseas aprender el aire de Molaikah, ¿para qué ir tan lejos? Te lo cantaré
gustosa hasta que te lo sepas". Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por ti mi sangre.
Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es tu nombre...?
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 988ª noche
Ella dijo:
...Y exclamé: "En cambio, ¡oh hija del cielo! yo verteré por tí mi sangre. Pero ¿quién eres? ¿Y cuál es
tu nombre?". Y ella me contestó: "Una simple cantarina entre las cantarinas que comprenden lo que dice
el follaje al pájaro y la brisa al follaje. Pero soy Wahba. Aquella de quien habla el poeta en la cantilena
que lleva mi nombre". Y cantó:
¡Oh Wahba! ¡sólo a tu lado habitan las delicias y la alegría!
¡Oh Wahba! ¡cuán embalsamada estaba tu saliva, que nadie más que yo ha probado!
¡Rara como son raras las fuentes del desierto, no has venido más que una vez a ofrecerme
la copa de tus labios!
¡Ola Wahba! ¡no incites al gallo que sólo pone un huevo en su vida! ¡Ven a perfumar la
morada!
¡Tráeme la delicia más dulce que el azúcar, ese néctar transpa rente como la luz y más
ligero que el karkafa y el khandaris!
Y aquella encantadora cantilena, cuyas palabras eran del poeta Farruge, tenía un aire delicado que
había compuesto la propia Wahba. Y con aquel canto acabó de transportar mi razón. Y tanto la supliqué,
que hubo de aceptar el ir a mi casa con su hermana. Y nos pasamos todo el día y toda la noche en el
éxtasis del canto y de la música. Y encontré en lla, sin disputa, la cantarina más admirable que oí nunca.
Y su amor me penetró hasta el alma. Y acabó ella por hacerme el don de su carne, como me había hecho
el de su voz. ¡Y adornó mi vida en los años dichosos que me concedió el Retribuidor!"
Luego dijo el joven rico: "He aquí ahora una anécdota referente a las danzarinas de los califas".
Y dijo:
Las dos danzarinas
"Había en Damasco, bajo el reinado del califa Abd El-Malek ben Merwán, un poeta-músico llamado
Ibn Abu-Atik, que gastaba con locas prodigalidades cuanto le producían su arte y la generosidad de los
emires y de la gente rica de Damasco. Así es que, no obstante las sumas considerables que ganaba, estaba
en la inopia y a duras penas atendía a la subsistencia de su numerosa familia. Porque el oro en manos de
un poeta y la paciencia en el alma de un amante son como agua en criba.
El poeta tenía por amigo a un íntimo del califa, Abdalah el cham belán. Y Abdalah, que ya había
interesado cien veces en favor del poeta a los notables de la ciudad, resolvió atraer sobre él incluso el
favor del califa. Un día, pues, que el Emir de los Creyentes estaba en disposición propicia a ello,
Abdalah abordó la cuestión, y le describió la pobreza y la indigencia de aquel a quien Damasco y todo el
país de Scham consideraban como el poeta-músico más admirable de la época. Y Abd El-Malek
contestó: "Puedes enviármele".
Y Abdalah se apresuró a ir a anunciar la buena nueva a su amigo, repitiéndole la conversación que
acababa de tener con el califa. Y el poeta dió las gracias a su amigo y fué a presentarse en palacio.
Y cuando se le introdujo, encontró al califa sentado entre dos so berbias danzarinas de pie, que se
balanceaban dulcemente sobre su talle flexible, como dos ramas de ban, agitando cada una con una gracia
encantadora, un abanico de hojas de palmera, con el cual refrescaban a su señor.
Y en el abanico de una de las danzarinas había escritos, con letras de oro y azul, los versos
siguientes:
¡El soplo que traigo es fresco y ligero, y juego con el pudor ro sado de las que acaricio!
¡Soy un velo cándido que oculta el beso de las bocas enamoradas! ¡Soy un recurso precioso
para la cantarina que abre la boca y para el poeta que recita versos!
Y en el abanico de la segunda danzarina había escritos, también en letras de oro y azul, los versos
siguientes:
¡Soy verdaderamente encantador en mano de las bellas, por lo que mi sitio predilecto es el
palacio del Califa!
¡Renuncien a tenerme por amigo las que estén en desacuerdo con la gracia y la elegancia!
¡Pero también concedo con gusto mis caricias al jovenzuelo fle xible y desenvuelto como
una esclava hermosa!
Y cuando el poeta hubo contemplado a aquellas dos maravillosas muchachas, sintió un
deslumbramiento y un estremecimiento profundo. Y de repente olvidó su miseria, sus tristezas, las
privaciones de su fa milia y la cruel realidad. Y se creyó transportado en medio de las delicias del
paraíso, entre dos huríes selectas. Y la belleza de ella hízolo mirar a todas las mujeres pasadas, de que le
quedaba recuerdo, como feas y necias.
En cuanto al califa después de los homenajes y las zalemas, dijo al poeta: "¡Oh Ibn Abu-Atik! me ha
impresionado la descripción que me ha hecho Abdalah de tu estado precario y de la miseria en que se
encuntran sumidos los tuyos. Pídeme, pues, cuanto quieras; y te será concedido en esta hora y en este
instante". Y el poeta, dominado por la emoción que le embargaba a la vista de las dos danzarinas no
comprendió siquiera el sentido de las palabras del califa; y aunque lo hubiese comprendido, no se habría
preocupado de pedir dinero o riquezas. Porque en aquel momento dominaba su espíritu una sola idea: la
belleza de las dos danzarinas y el deseo de poseerlas para él solo y de embria garse con sus ojos y su
influencia.
Así es que respondió a la proposición generosa del califa: "¡Alah prolongue los días del Emir de los
Creyentes! Pero tu esclavo ya está colmado de beneficios del Retribuidor. ¡Es rico, no carece de nada,
vive como un emir! Sus ojos están satisfechos, su espíritu está satisfecho, su corazón está satisfecho. Y
por otra parte, hallándome, como me hallo aquí, en presencia del sol y entre estas dos lunas, aunque
estuviera en la más negra de las miserias y en la inopia absoluta, me consideraría el hombre más rico del
Imperio!"
Y el califa Abd El-Malek quedó extremadamente complacido de la respuesta, y al ver que los ojos
del poeta expresaban vehementemente lo que no decía su lengua, se levantó y le dijo: "¡Oh Ibn Abu-Atik!
estas dos jóvenes que ves aqui, y que hoy mismo me ha regalado el rey de los rums, son propiedad legal
tuya y campo tuyo. Y puedes entrar en tu campo a tu antojo". Y salió.
Y el poeta cogió a las danzarinas y se las llevó a su casa.
Pero cuando Abdalah estuvo de vuelta en palacio, el califa le dijo: "¡Oh Abdalah! la descripción que
te has servido hacerme con respecto a la indigencia y la miseria de ese poeta-músico amigo tuyo adolecía
de manifiesta exageración. Porque él me ha afirmado que era perfectamente dichoso y que no carecía
absolutamente de nada". Y Abdalah sintió que su rostro se cubría de confusión, y no supo qué pensar de
aquellas pa labras. Pero el califa repuso: "Pues si, por vida mía, ¡oh Abdalah! ese hombre se hallaba en
un estado de dicha corno jamás lo vi en ninguna criatura". Y le repitió las hipérboles que le había
endilgado el poeta -músico. Y Abdalah, medio enfadado, medio risueño, contestó: "¡Por vida de tu
cabeza, ¡oh Emir de los Creyentes! ha mentido! ¡Ha mentido impúdicamente! ¡En buena posición él! ¡Pero
si es el hombre más miserable, el más falto de todo! La contemplación de su mujer y de sus hijos haría
temblar las lágrimas al borde de vuestros párpados. Créeme ¡oh Emir de los Creyentes! que no hay en tu
Imperio nadie que tenga más necesidad que él del más ínfimo de tus beneficios". Y al oír estas palabras,
el califa no supo qué pensar del poeta-músico.
Y Abdalah, en cuanto salió de ver al califa, se apresuró a ir a casa de Ibn Abu-Atik. Y le encontró
expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su rodilla derecha y la otra
en su rodilla izquierda, frente a una bandeja, cubierta de bebidas...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 989ª noche
Ella dijo:
...Y le encontró expansionándose a su sabor con las dos hermosas danzarinas, sentada una en su
rodilla derecha y la otra en su rodilla izquierda, frente a una bandeja cubierta de bebidas. Y le interpeló
con acento de mal humor, diciéndole: "¿En qué estabas pensando ¡oh loco! para desmentir ante el califa
mis palabras con respecto a ti? Me has ennegrecido el rostro hasta darle el color más sombrío". Y
contestó el poeta, en el límite del regocijo: "¡Ah amigo mío! ¿quién podría pre gonar pobreza o cantar
miseria en la situación en que me encontré de pronto? Si lo hubiera hecho habría sido una indecencia
suprema; al menos por estas dos huríes, sino en mi propio interés".
Y así diciendo, tendió a su amigo una copa enorme en la cual son reía un líquido perfumado con
almizcle y alcanfor, y le dijo: "Bebe ¡oh amigo mío! ante los ojos negros. Los ojos negros son mi locura".
Y añadió, señalando a las dos magníficas danzarinas: "Estas dos bien aventuradas son mi propiedad y mi
riqueza. ¿Qué más podré desear, a riesgo de ofender la generosidad del Retribuidor?"
Y mientras que Abdalah, obligado a sonreír ante tanta ingenuidad, acercaba la copa a sus labios, el
poeta-músico requirió su tiorba, y ani mándola con un preludio de repiqueteos, cantó:
¡Vivarachas, esbeltas y graciosas son las jovenzuelas! ¡Gacelas admirables, yeguas de
flancos en tensión!
¡Sus hermosos senos redondos, hinchándose en su pecho, son dos copas de jade en un cielo
luminoso!
¿Cómo no he de cantar? ¡Si a las montañas peladas se las hiciera beber lo que hacen beber
estas gacelas, cantarían!
Y como antes, el poeta-músico continuó viviendo sin preocuparse del día siguiente, fiándose en el
Destino y en el Dueño de las criaturas. Y las dos danzarinas le sirvieron de consuelo en los días malos y
de dicha durante toda su vida".
Luego dijo el joven: "Esta tarde os diré aún la historia de La crema de aceite de alfónsigos".
La crema de aceita de alfónsigos y la dificultad jurídica resulta
"Bajo el reinado del califa Harún Al-Raschid, el kadí supremo de Bagdad era Yacub Abu-Yussef, el
hombre más sabio y el jurisconsulto más profundo y más listo de su tiempo. Había sido el discípulo y el
compañero más querido del imam Abu-Hanifah. Y dotado de la erudi ción más esclarecida, fué el primero
que escribió, arregló y coordinó en un conjunto metódico y razonado la admirable doctrina instaurada por
su maestro el imam. Y esta doctrina, extractada así, fué la que en adelante sirvió de guía y de base al rito
ortodoxo hanefita.
Y por sí mismo nos cuenta él la historia de su origen humilde, así como lo concerniente a una crema
de alfónsigos y a una grave dificultad jurídica resuelta.
Dice:
"Cuando murió mi padre (¡Alah le tenga en Su misericordia y le reserve un sitio escogido!) yo no era
más que un niño pequeño en el regazo de mi madre. Y como éramos pobres y en mí estaba el único sostén
de la casa, en cuanto crecí, mi madre se apresuró a colocarme de aprendiz en la casa de un tintorero del
barrio. Y así empecé a ga nar pronto para alimentar a mi madre.
Pero como Alah el Altísimo no había escrito en mi destino el oficio de tintorero, no podía yo
decidirme a pasarme todos los días junto a las tinas de tinte. Y a menudo me escapaba de la tienda para ir
a mezclarme con los atentos oyentes que escuchaban la enseñanza re ligiosa del imam Abu-Hanifah (¡Alah
le colme con Sus dones más escogidos!). Pero mi madre, que vigilaba mi conducta y me seguía
frecuentemente, reprobaba con violencia aquellas salidas, y muchas veces iba a sacarme de la asamblea
que escuchaba al venerable maestro. Y me arrastraba de la mano, riñéndome y pegándome y me hacía
volver por fuerza a la tienda del tintorero.
Y yo, a pesar de aquellas persecuciones asiduas y de aquellas re gañinas por parte de mi madre,
siempre encontraba medio de seguir con regularidad las lecciones del maestro venerado, que ya me
conocía y me citaba por mi celo, mi diligencia y mi ardor en buscar instruc ción. De modo que un día,
furiosa por mis escapatorias de la tienda del tintorero, mi madre se puso a gritar en medio del auditorio
escan dalizado, y dirigiéndose violentamente a Abu-Hanifah, le insultó, diciéndole: "Tú eres ¡oh jeique! el
causante de la perdición de este niño, y de la segura caída en el vagabundaje de este huérfano sin recurso
alguno. Porque yo no tengo más que el producto insuficiente de mi huso; y si este huérfano no gana algo
por su parte, pronto nos morire mos de hambre. Y la responsabilidad de nuestra muerte recaerá sobre ti el
día del Juicio". Y mi venerado maestro no perdió nada de su tranquilidad ante tan violenta salida, y
contestó a mi madre con voz conciliadora: "¡Oh pobre! ¡Alah te colme con Sus gracias! Pero nada temas.
Este huérfano aprende aquí a comer un día la crema de flor fina preparada con aceite de alfónsigos". Y al
oír esta respuesta mi madre quedó persuadida de que vacilaba la razón del venerable imam, y se marchó,
arrojándole esta última injuria: "¡Alah abrevie tus días, que eres un viejo chocho y pierdes la razón!"
Pero yo guardé en mi memoria aquellas palabras del imam.
Y como Alah había puesto en mi corazón la pasión del estudio, esta pasión resistió a todo, y acabó
por triunfar en los obstáculos. Y uní fervientemente a Abu-Hanifah. Y el Donador me otorgó la ciencia y
las ventajas que ésta proporciona, de modo que poco a poco fui ascendiendo en categoría, y acabé por
alcanzar las funciones de kadí supremo de Bagdad. Y se me admitía en la intimidad del Emir de los
Creyentes, Harún Al-Raschid, que con frecuencia me invitaba a com partir sus comidas.
Un día que estaba yo comiendo con el califa, he aquí que al final de la comida los esclavos trajeron
una fuente grande donde temblaba una maravillosa crema blanca salpimentada de polvo de alfónsigos, y
cuyo aroma, por sí solo, era un gusto. Y el califa se encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! prueba esto.
No sale tan bien a diario este manjar. Hoy está excelente". Y pregunté: "¿Cómo se llama este man jar, ¡oh
Emir de los Creyentes!? ¿Y con qué está preparado para tener tan buena vista y un olor tan agradable?" Y
me contestó: "Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 990ª noche
Ella dijo:
"...Es la baluza preparada con crema, miel, flor fina de harina y aceite de alfónsigos".
Y al oír esto, recordé las palabras de mi venerado maestro, que así había predicho lo que debía
acontecerme. Y a este recuerdo, no pude por menos que sonreír. Y el califa me dijo: "¿Qué te incita a
sonreír, ¡oh Yacub!? Y contesté: "Nada malo ¡oh Emir de los Cre yentes! Es un simple recuerdo de mi
infancia que cruza por mi espíri tu, y le sonrío al paso". Y me dijo: "Date prisa a contármelo. Persua dido
estoy de que será provechoso escucharlo".
Y para satisfacer el deseo del califa, le conté mi iniciación en el estudio de la ciencia, mi asiduidad
en seguir la enseñanza de Abu- Hanifah, las desesperaciones de mi pobre madre al verme desertar de la
tintorería, y la predicción del imam con respecto a la baluza con crema y aceite de alfónsigos.
Y Harún quedó encantado de mi relato, y concluyó: "Sí, cierta mente, el estudio y la ciencia dan
siempre sus frutos, y son numerosas sus ventajas en el dominio humano y en el dominio de la religión. En
verdad que el venerable Abu-Hanifah predecía con precisión y veía con los ojos de su espíritu lo que los
demás hombres no podían ver con los ojos de su cabeza. ¡Alah le colme con Sus misericordias y con Sus
gracias más perfumadas!'
Y esto es lo referente a la baluza de crema y aceite de alfónsigos. Pero he aquí ahora lo referente a la
dificultad jurídica resuelta. Encontrándome un día fatigado, me metí temprano en la cama. Y ya me había
dormido profundamente, cuando llamaron a golpazos en mi puerta. Y a toda prisa me levanté al oír el
ruido, me abrigué los riñones con mi izar de lana, y fui a abrir yo mismo. Y reconocí a Harthamah, el
eunuco de confianza del Emir de los Creyentes. Y le saludé. Pero él, sin perder tiempo en devolverme la
zalema, lo cual me sumió en una gran turbación y me hizo presagiar sombríos aconteci mientos por lo que
a mí afectaba, me dijo con acento perentorio: "Ven en seguida a ver a nuestro amo el califa, que desea
hablarte". Y tra tando de dominar mi turbación, y procurando descifrar algo del asunto, contesté: "¡Oh
querido Harthamah! Me hubiera gustado ver que tenías más consideraciones con un anciano enfermo
como yo. La noche está ya muy avanzada, y no creo que realmente se trate de un asunto tan grave como
para necesitar que vaya yo ahora al palacio del califa. Te ruego, pues, que esperes hasta mañana. Y desde
ahora hasta entonces ya se habrá olvidado del asunto o cambiado de opinión el Emir de los Creyentes".
Pero me contestó él: "No, ¡por Alah! no puedo diferir hasta mañana la ejecución de la orden que se me ha
dado". Y pregun té: "¿Puedes decirme, al menos, ¡oh Harthamah! para qué me llama?" El contestó: "Ha
venido su servidor Massrur a buscarme, corriendo y sin aliento, y me ha ordenado, sin darme ninguna
explicación, que te llevara en seguida entre las manos del califa".
Entonces, en el límite de la perplejidad, dije al eunuco: "¡Oh Harthamah! ¿me permitirás, por lo
menos, lavarme rápidamente y perfumarme un poco? Porque así, si se trata de un asunto grave, estaré
arreglado como es debido; y si Alah el Optimo me otorga la gracia, como espero, de encontrar allí un
asunto sin inconveniente para mí, estos cuidados de limpieza no podrán perjudicarme, sino muy al con -
trario".
Y cuando el eunuco accedió a mi deseo, subí a lavarme y a po nerme ropa adecuada y a perfumarme lo
mejor que pude. Luego bajé otra vez a reunirme con el eunuco, y salimos a buen paso. Y al llegar a
palacio vi que Massrur nos esperaba a la puerta. Y Harthamah le dijo, designándome: "He aquí al kadí".
Y Massrur me dijo: "¡Ven!" Y le seguí. Y mientras le seguía, le dije: "¡Oh Massrur! tú, que ya sabes cómo
sirvo a nuestro amo el califa, y a los miramientos que se deben a un hombre de mi edad y de mi cargo, y
que no ignoras la amistad que siempre te he profesado, supongo que querrás decirme por qué me hace
venir el califa a hora tan tardía de la noche". Y Massrur me contestó: "Ni yo mismo lo sé". Y le pregunté,
más azorado que nunca: "¿Podrás decirme, al menos, quién hay con él?" Massrur me contestó: "No hay
más que una persona: Issa, el chambelán, y en la habitación contigua la esposa del chambelán".
Entonces, renunciando a comprender más, dije: "¡Confío en Alah! ¡No hay recurso ni fuerza más que
en Alah el Todopoderoso, el Omnis ciente!" Y llegado que hube al cuarto que precedía a la habitación en
que por lo general estaba el califa, hice oír el movimiento de mi andar y el ruido de mis pasos. Y el
califa preguntó desde dentro: "¿Quién hay en la puerta?" Y contesté al punto: "Tu servidor Yacub, ¡oh
Emir de los Creyentes!"
Y la voz del califa dijo: "¡Entra!"
Y entré. Y encontré a Harún sentado, con el chambelán Issa a su derecha. Y avancé, posteriormente; y
le abordé con la zalema. Y con gran satisfacción mía, me devolvió él la zalema. Luego me dijo sonrien -
do: "¿Te hemos inquietado, molestado, acaso asustado?" Y contesté: "Solamente ¡oh Emir de los
Creyentes! nos habéis asustado a mí y a los que he dejado en casa. ¡Por vida de tu cabeza, que todos
estábamos azorados!" Y el califa me dijo con bondad: "Siéntate, ¡oh padre de la ley!" Y me senté, ligero,
libre de mis aprensiones y de mi miedo. Y al cabo de algunos instantes, el califa me dijo: "¡Oh Yacub!
¿sabes por qué te hemos llamado aquí a esta hora de la noche?" Y contesté: "No lo sé, ¡oh Emir de los
Creyentes!" Me dijo él: "¡Escu chas, pues! Y mostrándome a su chambelán Issa, me dijo: "Te he hecho
venir ¡oh Abu-Yussef! para ponerte por testigo del juramento que voy a prestar. Has de saber, en efecto,
que Issa, a quien ves aquí, tiene una esclava. Yo he pedido a Issa que me la ceda; pero él se ha excusado.
Le he pedido entonces que me la venda pero se ha negado. Pues bien; ante ti, ¡oh Yacub! que eres el kadí
supremo, juro por el nombre de Alah el Altísimo, el Exaltado, que si Issa persiste en no querer cederme
su esclava de una manera o de otra, le haré matar sin remisión al ins tante".
Entonces yo, seguro del todo por lo que a mí afectaba, me encaré en actitud severa con Issa, y le dije:
"¿Qué cualidades o qué virtud extraordinaria ha dado, pues, Alah a esa muchacha, esclava tuya, para que
no quieras cedérsela al Emir de los Creyentes? ¿No ves que con tu negativa te pones en la situación más
humillante, y que te degradas y te rebajas? Y sin mostrarse conmovido por mis exhortaciones, Issa me
dijo: "¡Oh nuestro señor kadí! odiosa es la precipitación de los juicios. Antes de hacerme observaciones
deberías inquirir el motivo que ha dic tado mi conducta".Y le dije: "¡Sea! Pero ¿puede haber un motivo
jus tificado para semejante negativa?" El me contestó: "¡Sí, por cierto! Un juramento no puede en ningún
caso declararse nulo si se ha prestado con plena conformidad y en plena lucidez de espíritu. Pues yo
tengo como impedimento la fuerza de un juramento solemne. Porque he jurado, por el triple divorcio y
con la promesa de libertar cuantos esclavos de ambos sexos tengo en mi mano y comprometiéndome a
distribuir todos mis bienes y riquezas a los pobres y a las mezquitas, he jurado, repito, a la joven en
cuestión no venderla ni darla nunca...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 991ª noche
Ella dijo:
"...he jurado a la joven en cuestión no venderla ni darla nunca". Y al oír estas palabras, el califa se
encaró conmigo, y me dijo: "¡Oh Yacub! ¿hay medio de resolver esta dificultad?" Y contesté sin vacilar:
"Claro que sí, ¡oh Emir de los Creyentes!" Me preguntó él: "¿Y cómo?" Dije: "La cosa es muy sencilla.
Para no faltar a su jura mento, Issa te dará de regalo la mitad de la joven esclava que deseas; y te venderá
la otra mitad. Y de esa manera quedará en paz con su con ciencia, puesto que realmente ni te ha dado ni te
ha vendido a la joven".
Y al oír estas palabras, Issa se encaró conmigo, muy dubitativo, y me dijo: "¿Y es lícito ese proceder,
¡oh padre de la ley!? ¿Es acepta ble por la ley?" Y contesté: "¡Sin duda alguna!" Entonces alzó la mano
incontinenti, y me dijo: "Pues bien; te pongo por testigo ¡oh kadí Yacub! de que, pudiendo así descargar
mi conciencia, doy al Emir de los Creyentes la mitad de mi esclava y le vendo la otra mitad por la suma
de cien mil dracmas de plata que me ha costado entera". Y Harún exclamó al punto: "Acepto el regalo,
pero compro la segunda mitad por cien mil dinares de oro". Y añadió: "Que me traigan ahora mismo a la
joven".
Y en seguida fué Issa a la sala de espera en busca de su esclava, al mismo tiempo que traían los sacos
con los cien mil dinares de oro.
Y al punto introdujo a la joven su amo, que dijo: "Tómala, ¡oh Emir de los Creyentes! y que Alah te
cubra con Sus bendiciones junto a ella. Es cosa tuya y propiedad tuya". Y tras de recibir los cien mil
dinares, salió.
Entonces el califa se volvió hacia donde yo estaba, y me dijo con aire preocupado: "¡Oh Yacub!
todavía queda por resolver otra dificul tad. Y me parece ardua la cosa". Yo pregunté: "¿Qué dificultad es
ésa, ¡oh Emir de los Creyentes!" El dijo: "Como ha sido esclava de otro, esta joven debe esperar un
número previsto de días antes de pertene cerme, a fin de que tenga la certeza de no ser madre por
influencia de su primer amo. Pero si no estoy con ella esta misma noche, tengo la seguridad de que me
estallará de impaciencia el hígado, y moriré in dudablemente".
Entonces, tras de reflexionar un instante, contesté: "La solución de la dificultad es muy sencilla, ¡oh
Emir de los Creyentes! Esa ley no reza más que con la mujer esclava; pero no previene días de espera
para la mujer libre. Liberta, pues, en seguida a esta esclava, y cásate con ella cuando sea mujer libre". Y
con el rostro transfigurado de alegría, exclamó Al-Raschid: "¡Liberto a mi esclava!" Luego me preguntó,
sú bitamente inquieto: "Pero ¿quién va a casarnos legalmente a hora tan tardía? Porque quiero estar con
ella ahora, en seguida". Y contesté "Yo mismo, ¡oh Emir de los Creyentes! os casaré legalmente ahora".
Y llamé para testigos a los dos servidores del califa, Massrur y Hossein. Y cuando estuvieron
presentes, recité las plegarias y las fórmu las de invocación, dije la alocución ritual, y después de dar
gracias al Altísimo pronuncié las palabras de unión. Y estipulé que el califa, como es de rigor, debía
pagar a la novia una dote nupcial, que fijé en la suma de veinte mil dinares.
Luego, cuando trajeron aquella suma y se la entregaron a la des posada, me dispuse a retirarme. Pero
el califa alzó la cabeza hacia su servidor Massrur, quien dijo al punto: "A tus órdenes, ¡oh Emir de los
Creyentes!" Y Harún le dijo: "Lleva en seguida a casa del kadí Yacub, por las molestias que le hemos
causado, la suma de doscientos mil dracmas y veinte ropones de honor". Y salí, después de dar las
gracias, dejando a Harún en el límite del júbilo. Y se me acompañó a mi casa con el dinero y los ropones.
Y he aquí que, en cuanto llegué a mi casa, vi entrar a una dama anciana, que me dijo: "¡Oh Abu-
Yussef! la bienaventurada a quien acabas de libertar y a quien has unido con el califa, dándole por ello el
título y la categoría de esposa del Emir de los Creyentes, es ya hija tuya, y me envía a prestarte sus
zalemas y sus votos de dicha. Y te ruega que aceptes la mitad de la dote nupcial que le ha entregado el
califa. Y se excusa por no poder corresponder de mejor manera por el momento, en vista de lo que has
hecho por ella. Pero ¡inschalah! algún día podrá demostrarte mejor aún su gratitud".
Y así diciendo, puso ante mí diez mil dinares de oro, que eran la mitad de la dote pagada a la joven,
me besó la mano y se fué por su camino.
Y di gracias al Retribuidor por sus beneficios y por haber tor nado, aquella noche, la perplejidad de
mi espíritu en alegría y en contento. Y bendije en mi corazón la memoria venerada de mi maestro Abu-
Hanifah, cuya enseñanza me inició en todas las sutilezas del códi go canónico y del código civil. ¡Alah le
cubra con Sus dones y con Sus gracias!"
Luego dijo el joven rico: "Escuchad ahora ¡oh amigos míos! la historia de LA JOVEN ARABE DE
LA FUENTE".
Y dijo:
La joven árabe de la fuente
"Cuando recayó el poder califal en Al-Mamún, hijo de Harún Al -Raschid, aquello fué una bendición
para el Imperio. Porque Al-Mamún, que sin disputa fué el califa más brillante y más ilustrado entre todos
los Abbassidas, fecundó las comarcas musulmanas con la paz y la justi cia, protegió eficazmetne y honró a
los sabios y a los poetas, y lanzó a nuestros padres árabes al meidán de las ciencias. Y a pesar de sus in -
mensas ocupaciones y de sus jornadas invertidas en el trabajo y el estu dio, sabía disponer de horas para
los regocijos, las alegrías y los festines. Y para los músicos y las cantarinas eran muchas de sus sonrisas
y mu chos de sus beneficios. Y sabía escoger, para hacer de ellas sus esposas legales y las madres de sus
hijos, a las mujeres más inteligentes, más ilustradas y más bellas de su tiempo. Y he aquí, por cierto,
entre otros veinte, un ejemplo de la manera cómo se conducía Al-Mamún para fijar su predilección en
una mujer y escogerla para esposa.
Un día, en efecto, volviendo de una montería con una escolta de jinetes, llegó a una fuente. Y había
allí una joven árabe que disponíase a cargar en sus hombros un odre que acababa de llenar en la fuente. Y
aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encanta dora de cinco palmos y de un pecho
moldeado en el molde de la per fección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena en una
noche de luna llena...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 992ª noche
Ella dijo:
...Y aquella joven árabe estaba dotada por su Creador de una talla encantadora de cinco palmos y de
un pecho moldeado en el molde de la perfección; y en cuanto a lo demás, era semejante a una luna llena
en una noche de luna llena.
Cuando la joven vió llegar a aquella brillante tropa de jinetes, se apresuró a cargarse el odre al
hombro y a retirarse. Pero como, en su precipitación no había tenido tiempo de atar bien la boca del
cuello del odre, se desató la cuerda a los pocos pasos, y se salió el agua del odre con estrépito. Y gritó la
joven, volviéndose adonde se alzaba su vivien da: "¡Padre mío, padre mío, ven a tapar la boca del odre!
¡Me ha falla do la boca! ¡Ya no puedo dominar la boca!"
Y fueron dichas por la joven árabe estas tres indicaciones, gritadas a su padre, con una selección de
palabras tan elegantes y una entona ción tan encantadora, que el califa, maravillado, se paró en seco. Y
mientras la joven, sin ver llegar a su padre, tapaba el odre para no mojarse, el califa avanzó hacia ella y
le dijo: "¡Oh niña! ¿de qué tribu eres?" Y contestó ella con su voz deliciosa: "Soy de la tribu de los Bani-
Kilab". Y Al-Mamún, que sabía muy bien que aquella tribu de los Bani-Kilab era una de las más nobles
entre los árabes, quiso hacer un juego de palabras para poner a prueba el carácter de la joven, y le dijo:
"¿Cómo se te ha ocurrido ¡oh hermosa niña! pertenecer a la tribu de los hijos de perro?" Y la joven miró
al califa con aire burlón, y contestó: "¿Es verdad, no conoces el significado real de las palabras? ¡Sabe
¡oh extranjero! que la tribu de los Bani-Kilab, de que soy hija, es la tribu de los que saben ser generosos
y sin reproche, de los que saben ser magníficos con los extranjeros, y de los que saben, en fin, dar buenos
sablazos, si hay necesidad!" Luego añadió: "Pero dime cuáles son tu linaje y tu genealogía, ¡oh caballero
que no eres de aquí!" Y el califa, cada vez más maravillado del giro de lenguaje de la joven árabe, le
dijo, sonriendo: "¿Acaso tienes, además de tus encantos, cono cimientos y genealogía, ¡oh hermosa niña!?"
Y ella dijo: "¡Contesta a mi pregunta y ya lo verás!" Y Al-Mamún, enardecido por el juego, se dijo: "¡Voy
a ver si, en efecto, esta árabe conoce nuestro origen!" Y dijo: "Pues bien: has de saber que soy del linaje
de los Mudharidas-al -rojo". Y la joven árabe, que sabía muy bien que el origen de aquel apelativo de los
Mudharidas venía del color rojo de la tienda de cuero que en los tiempos antiguos poseía Mudlar padre
de todas las tribus mudharidas, no se mostró sorprendida de las palabras del califa, y le dijo: "Está bien;
pero dime de qué tribu de los Mudharidas eres". El contestó: "De la más ilustre, la más excelente en
paternidad y materni dad, la más grande en antepasados gloriosos, la más respetada entre los Mudharidasal-
rojo". Y dijo ella: "¡Entonces eres de la tribu de los Kinanidas!" Y Al-Mamún, sorprendido, contestó:
"¡Es verdad! ¡soy de la gran tribu de los Bani-Kinanah!" Y ella sonrió, y preguntó: "Pero ¿a qué rama de
los Kinamidas perteneces?" El contestó: "¡A aquella cuyos hijos son los más nobles de sangre, los más
puros de origen, los de manos generosas, los más temidos y reverenciados entre sus herma nos!" Y ella
dijo: "Por esas señas, me parece que eres de los Koreischi das". Y Al-Mamún, cada vez más maravillado,
contestó: "Tú lo has dicho: soy de los Bani-Koreich". Y ella repuso: "Pero los Koreischidas son
numerosos. ¿De qué rama eres tú?" El contestó: "¡De aquella so bre la que ha descendido la bendición!" Y
exclamó la joven: "¡Por Alah! que eres de los descendientes de Haschem el Koreischida, bisabue lo del
Profeta (¡con Él la plegaria y la paz!) Y Al Mamún contestó: "Ea cierto; soy Haschemida". Ella preguntó:
"Pero ¿de qué familia de los Haschemidas?" El contestó: "¡De la que está más alta, de la que es honor y
gloria de los Haschemidas, de la que es venerada por cuantos creyentes hay sobre la tierra!" Y al oír esta
respuesta, la joven árabe se prosternó de pronto y besó la tierra entre las manos de Al-Mamún,
exclamando: "¡Homenaje y veneración al Emir de los Creyentes, al Vi cario del Señor del Universo, al
glorioso Al-Mamún el Abbassida!"
Y el califa quedó asombrado, profundamente conmovido, y excla mó, penetrado de una alegría
indecible: "¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que
quiero por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está es crito en mi destino...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 993ª noche
Ella dijo:
"...¡Por el Señor de la kaaba y por los méritos de mis gloriosos antepasados, los Puros, que quiero
por esposa a esta admirable niña! Ella es el bien más precioso que está escrito en mi destino".
Y al punto hizo llamar al padre de la joven, el cual era precisa mente el jeique de la tribu. Y le pidió
en matrimonio a la admirable niña. Y cuando obtuvo su consentimiento, le ofreció, como dote nupcial de
su hija, la suma de cien mil dinares de oro, y le inscribió a su nombre la renta de los impuestos de cinco
años de todo el Hedjaz.
Y el matrimonio de Al-Mamún con la noble joven se celebró con una pompa que no había tenido igual
ni siquiera bajo el reinado de Al- Raschid. Y la noche de bodas, Al-Mamún hizo que la madre derramase
en la cabeza de la hermosa niña mil perlas contenidas en una bandeja de oro. Y en la cámara nupcial hizo
quemar una inmensa antorcha de ámbar gris que pesaba cuarenta minas y se había comprado con la suma
que produjeron los impuestos de Persia de un año.
Y Al-Mamún fué, para su esposa árabe, todo corazón y todo ape go. Y le dió ella un hijo, que llevó el
nombre de Abbas. Y se la contó en el número de las mujeres más asombrosas, más instruídas y más elo -
cuentes del Islam".
Y tras de contar esta historia, el joven rico dijo a sus oyentes, que estaban reunidos bajo la cúpula del
libro: "Voy a deciros otro rasgo de la vida de Al-Mamún, pero muy distinto al anterior:
El inconveniente de la insistencia
"Cuando el califa Mohammad El-Amín, hijo de Harún Al-Raschid y de Zobeida, fué asesinado,
después de su derrota, por orden del gene ral en jefe del ejército de Al-Mamún, cuantas provincias
acataron hasta entonces a El-Amín se apresuraron a someterse a su hermano Al-Mamún, hijo de Al-
Raschid y de una esclava llamada Marahil. Y Al-Mamún inauguró su reinado con amplias medidas de
clemencia para sus antiguos enemigos. Y tenía costumbre de decir: "Si mis enemigos supieran toda la
bondad de mi corazón, vendrían todos a entregarse a mí, declarando sus crímenes".
Y he aquí que la cabeza y la mano directora de todos los sinsabo res que se habían hecho sufrir a Al-
Mamún, en vida de su padre Al -Raschid y de su hermano El-Amín, no eran otras que las de la propia Sett
Zobeida, esposa de Al-Raschid. Así es que cuando Zobeida se ente ró del fin lamentable de su hijo, pensó
primero refugiarse en el territorio sagrado de la Meca, para rehuir la venganza de Al-Mamún. Y estuvo
du dando mucho tiempo qué partido tomar. Luego decidióse bruscamente a entregar su suerte entre las
manos de aquel a quien había hecho desheredar y gustar durante largo tiempo la amargura de la mirra. Y
le escribió la carta siguiente: "Toda culpa, ¡oh Emir de los Creyentes! por muy grande que sea, resulta
poca cosa mirada por tu clemencia, y todo crimen se torna en simple error ante tu magnanimidad.
"La que te envía esta súplica te ruega que recuerdes una memoria cara, y perdones, pensando en el
que se mostraba tierno con la supli cante de hoy.
"Por tanto, si quieres apiadarte de mi debilidad y de mi desamparo, y ser misericordioso con quien
no merece misericordia, obrarás de acuer do con el espíritu del que, si todavía estuviera con vida, habría
sido mi intercesor contigo.
"¡Oh hijo de tu padre! acuérdate de tu padre; y no cierres tu co razón a la plegaria de la viuda
abandonada".
Cuando el califa Al-Mamún tuvo conocimiento de esta carta de Zobeida, se le apiadó el corazón y
quedó profundamente conmovido; y lloró por la fúnebre suerte de su hermano El-Amín y por el estado la -
mentable de la madre de El-Amín. Luego se levantó y contestó a Zobei da lo que sigue:
"Tu carta ¡oh madre mía! ha llegado adonde tenía que llegar, y ha encontrado a mi corazón
desmenuzado de pena por tus desdichas. Y Alah es testigo de que mis sentimientos son, respecto a la
viuda de aquel cuya memoria nos es sagrada, los sentimientos de un hijo para con su madre.
"Nada puede la criatura contra los designios del Destino. Pero yo he hecho lo que pude por atenuar
tus dolores. Acabo, en efecto, de dar orden para que se te restituyan tus dominios confiscados, tus propie -
dades, tus bienes y cuanto te arrebató la suerte contraria, ¡oh madre mía! Y si quieres volver en medio de
nosotros, encontrarás de nuevo tu antiguo estado y el respeto y la veneración de todos tus súbditos.
"Y sabe ¡oh madre mía! que no has perdido más que el rostro del que se halla en la misericordia de
Alah. Porque en mí te queda un hijo más afectuoso de lo que nunca desearas.
"Y sean contigo la paz y la seguridad...
En este momento de su narración, Scherazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 994ª noche
Ella dijo:
...Y sean contigo la paz y la seguridad".
Así es que cuando Zobeida fué, con los ojos llenos de lágrimas y desfalleciente, a arrojarse a sus
pies, se levantó él en honor suyo y le besó la mano y lloró en su seno. Luego le devolvió todas sus
antiguas prerrogativas de esposa de Al-Raschid y de princesa de sangre abbassi da, y la trató hasta el fin
de su vida como si hubiese él sido hijo de sus entrañas. Pero, a pesar de la ilusión del poderío, Zobeida
no podía ol vidar lo que había sido y las torturas de su corazón al tener noticia de la muerte de El-Amín.
Y hasta su muerte guardó en el fondo de su pe cho una especie de rencor que, por muy cuidadosamente
oculto que estuviera, no escapaba a la perspicacia de Al-Mamún.
Y por cierto que bastantes veces le dió que sufrir a Al-Mamún, que no se quejaba de ello, aquel
estado de hostilidad sorda. Y he aquí un rasgo que, mejor que todo comentario, prueba el rencor continuo
de aquella a quien nada podía consolar.
Un día, en efecto, habiendo entrado Al-Mamún en el aposento de Zobeida, la vió de pronto mover los
labios y murmurar algo, mirándole. Y como no podía entender lo que pronunciaba ella entre dientes, le
dijo: "¡Oh madre mía! me parece que te dedicas a maldecirme, pensan do en tu hijo asesinado por los
herejes persas y en mi advenimiento al trono que ocupaba él. Y sin embargo, sólo Alah ha dictado
nuestros destinos".
Pero Zobeida se escandalizó, diciendo: "No, por la memoria sagrada de tu padre, ¡oh Emir de los
Creyentes! ¡Lejos de mí tales tendencias!" Y Al-Mamún le preguntó: "¿Puedes decir, entonces, qué
murmurabas entre dientes mirándome?" Pero ella bajó la cabeza, como una persona que no quiere hablar,
por respeto a su interlocutor, y con testó: "Excúseme el Emir de los Creyentes, y dispénseme de decirle el
motivo de lo que me pregunta". Pero Al-Mamún, poseído de viva curio sidad, se puso a insistir mucho y a
acosar a Zobeida con preguntas, de modo que, cuando no tuvo más remedio, acabó ella por decirle: "Pues
bien; helo aquí. Maldecía de la insistencia, murmurando: "¡Alah con funda a los individuos importunos,
afligidos del vicio de la insistencia!"
Y Al-Mamún le preguntó: "Pero ¿con qué motivo o a qué recuerdo lan zabas esa reprobación?" Y
Zobeida contestó: "¡Ya que quieres saberlo absolutamente, helo aquí!" Y dijo:
"Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que un día en que había jugado al ajedrez con tu
padre el Emir de los Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia de
dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a pesar de mis ruegos y súplicas,
puso una insistencia singular en hacer me pagar aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi
obligada a ponerme desnuda y a hacer la cosa a que me condenaba. Y cuando acabé, estaba loca de rabia
y medio muerta de cansancio y frío.
"Pero al día siguiente, a mi vez, le gané en el ajedrez. Y a la sazón me tocó a mi imponer condiciones.
Y después de reflexionar un ins tante y buscar en mi espíritu lo que pudiese ser para él más desagrada ble,
le condené, con conocimiento de causa, a que pasara la noche en brazos de la esclava más fea y más
sucia entre las esclavas de la cocina. Y como la que reunía aquellas condiciones era la esclava llamada
Mara hil, se la indiqué como resultado de la partida y expiación de su derro ta. Y para cerciorarme de que
las cosas ocurrirían sin trampas por su parte, yo misma le conduje al cuarto fétido de la esclava Marahil,
y le obligué a echarse a su lado y hacer con ella durante toda la noche lo que tanto le gustaba hacer con
las hermosas concubinas que le regalaba yo tan a menudo. Y por la mañana se hallaba en un estado
lamentable y con un olor espantoso.
"Ahora debo decirte ¡oh Emir de los Creyentes! que tú naciste precisamente de la cohabitación de tu
padre con aquella esclava horri ble y de sus volteretas con ella en el cuarto contiguo a la cocina.
"Y así fue cómo, sin saberlo, con tu venida al mundo fui causante de la perdición de mi hijo El-Amín
y de todas las desdichas que se abatieron sobre nuestra raza en estos últimos años.
"Nada de eso habría sucedido si no hubiese yo insistido tanto con tu padre para obligarle a
revolcarse con aquella esclava, y si él no hu biese estado, por su parte, tan lleno de insistencia para
obligarme a hacer lo que ya te he contado.
"Y esto es ¡oh Emir de los Creyentes! el motivo que me hacía mur murar maldiciones contra la
insistencia y contra los importunos".
Y cuando hubo oído aquello, Al-Mamún se apresuró a despedirse de Zobeida para ocultar su
confusión. Y se retiró, diciéndose: "¡Por Alah, que merezco la lección que acaba de darme! Sin mi
insistencia no se me habría recordado aquel incidente desagradable".
Y el joven dueño de la cúpula del libro, tras de contar todo esto a sus oyentes e invitados, les dijo:
"Haga Alah ¡oh amigos míos! que haya podido yo servir de intermediario entre la ciencia y vuestros
oídos. Ahí tenéis parte de las riquezas que, sin gastos ni peligros, se pueden acumular dedicándose a los
libros y al cultivo del estudio. No os diré más por hoy. Pero en otra ocasión ¡inschalah! os mostraré otra
fase de las maravillas que nos han sido transmitidas como la herencia más pre ciosa de nuestros padres".
Y tras de hablar así, dió a cada uno de los presentes cien monedas de oro y una pieza de tela de valor,
para recompensarles por su aten ción y corresponder a su celo por instruirse. Porque decía: "Hay que
estimular las buenas disposiciones y facilitar el camino a las gentes bien intencionadas".
Luego, después de haberlos regalado con una excelente comida, en la que no se olvidó nada delicado,
los despidió en paz.
Y esto es lo referente a todos ellos. ¡Pero Alah es más sabio!
Y cuando Schehrazada acabó de contar esta larga serie de historias admirables, se calló. Y el rey
Schahriar le dijo: "¡Oh Schehrazada, cuánto me has instruido! Pero sin duda te has olvidado de hablarme
del visir Giafar. Y hace ya mucho tiempo que anhelo oírte contarme cuanto sepas respecto a él. Porque en
verdad que ese visir se parece ex extraordinariamente en sus cualidades a mi gran visir, padre tuyo. Y por
eso quiero con tanto ahínco saber por ti la verdad de su historia, con todos sus detalles, ya que debe ser
admirable".
Pero Schehrazada bajó la cabeza y contestó: "¡Alah aleje de nosotros la desgracia y la calamidad, ¡oh
rey del tiempo! y tenga en Su compasión a Giafar el Barmakida y a toda su familia! Por favor, dispénsame
de contarte su historia, porque está llena de lágrimas. ¡Ay! ¿quién no llorará el relato del fin de Giafar, de
su padre Yahía, de su hermano El-Fadl y de todos los Barmakidas? ¡En verdad que su fin es lamentable ¡y
al mismo gra nito enternecería!" Y dijo el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! cuéntamelo, a pesar de todo.
¡Y Alah aleje de nosotros al Maligno y la desgracia!"
Entonces dijo Schehrazada:
El fin de Giafar y de los barmakidas
He aquí, pues, ¡oh rey afortunado! esa historia llena de lágrimas, que señala el reinado del califa
Harún Al-Raschid con una mancha de sangre que no podrían lavar los cuatro ríos.
Ya sabes ¡oh mi señor! que el visir Giafar era uno de los cuatro hijos de Yahía ben Khaled ben
Barmak. Y su hermano mayor era El-Fadl, hermano de leche de Al-Raschid. Porque, a causa de la gran
amistad y del afecto sin límites que unía a la familia de Yahía con la de los Abbassidas, la madre de Al-
Raschid, la princesa Khaizarán, y la madre de El-Fadl, la noble Itabah, unidas entre sí también por el más
vivo cariño, habían cambiado sus pequeñuelos, que eran, poco más o menos, de la misma edad, dando
cada una al hijo de su amiga la leche que Alah había destinado a su propio hijo. Y por eso Al-Raschid
llama ba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío..."
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 995ª noche
Ella dijo:
...Y por eso Al-Raschid llamaba siempre a Yahía "padre mío", y a El-Fadl "hermano mío".
En cuanto al origen de los Barmakidas, las crónicas más reputadas y más dignas de fe lo sitúan en la
ciudad de Balkh, en el Khorassán, donde ya tenía esta familia una categoría distinguida. Y unos cien años
después de la hégira de nuestro Profeta bendito (¡con Él la plegaria y la paz!) esta ilustre familia vino a
fijar su residencia en Damasco, bajo el reinado de los califas ommiadas. Y entonces fué cuando el jefe de
la tal familia, que era el sectario de la religión de los magos, se convirtió a la verdadera fe y se purificó
y se ennobleció con el Islam. Ya esto sucedió exactamente bajo el reino de Hescham el Ommiada.
Pero sólo después del advenimiento de los descendientes de Abbas al trono de los califas fué cuando
se admitió a la familia de los Barma kidas en el consejo de los visires, e iluminó la tierra con su brillo.
Porque el primer visir que salió de su seno fué Khaled ben Barmak, a quien eligió por gran visir el
primero de los Abbassidas. Abú'l Abbas El-Saffah. Y bajo el reinado de Al-Mahdi, tercer Abbassida,
Yahía ben Khaled quedó encargado de la educación de Harún Al-Raschid, el hijo preferido del califa,
aquel mismo Harún que había nacido solamente siete días después que El-Fadl, hijo de Yahía.
Así es que cuando, después de la muerte inopinada de su hermano mayor Al-Hadi, Harún Al-Raschid
se revistió de la sinsignias de la omnipotencia califal, no tuvo necesidad de evocar los recuerdos de su
primera infancia, pasada al lado de los niños barmakidas, para llamar a Yahía y a sus dos hijos a
compartir el poder soberano; no tenía más que recordar los cuidados prestados a su infancia por Yahía, y
la edu cación que le debía, y la abnegación de que aquel servidor de todas las fidelidades acababa de
darle prueba desafiando, por asegurarle la he rencia al trono, las amenazas terribles de Al-Hadi, muerto
la misma no che en que quería que cercenaran la cabeza a Yahía y a sus hijos.
Así es que, cuando Yahía fué a medianoche en compañía de Mass rur a despertar a Harún para
notificarle que era dueño del Imperio y califa de Alah sobre la tierra, Harún le dió inmediatamente el
título de gran visir y nombró visires a sus dos hijos El-Fadl y Giafar. Y así empezó su reinado bajo los
auspicios más dichosos.
Y desde entonces la familia de los Barmakidas fué en su siglo lo que un adorno en la frente y una
corona en la cabeza. Y el Destino les prodigó cuanto de más seductor tienen sus favores, y los colmó de
sus dones más escogidos. Y Yahía y sus hijos se tornaron astros brillantes, vastos océanos de
generosidad, torrentes impetuosos de gracias, lluvias bienhechoras. El mundo se vivificó con su soplo, y
el Imperio llegó a la cima más alta del esplendor. Y eran ellos refugio de afligidos y recurso de
desdichados. Y de ellos ha dicho, entre mil, el poeta Abu -Nowas
¡Desde que el mundo os ha perdido, ¡oh hijos de Barmak! no están cubiertos ya de viajeros los
caminos en el crepúsculo de la ma ñana y en el crepúsculo de la tarde!
Eran, en efecto, visires prudentes, administradores admirables, que aumentaban el tesoro público,
elocuentes, instruídos, firmes, de buen consejo, y generosos al igual de Hatim-Tai. Eran fuentes de feli -
cidad, vientos bienhechores que atraen los nublados fecundantes. Y sobre todo, merced a su prestigio, el
nombre y la gloria de Harún Al- Raschid repercutieron desde las mesetas del Asia Central hasta el fondo
de las selvas norteñas, y desde el Magreb y la Andalucía hasta las fron teras extremas de China y de
Tartaria.
Y he aquí que de repente los hijos de Barmak, que tuvieron la más alta fortuna que a los hijos de
Adán es dable alcanzar, fueron precipitados en el seno de los más terribles reveses y bebieron en la copa
de la Distribuidora de calamidades. Porque ¡oh rey del tiempo! los nobles hijos de Barmak no solamente
eran los visires que admi nistraban el vasto imperio de los califas, sino que eran los amigos más queridos,
los compañeros inseparables de su rey. Y Giafar, parti cularmente, era el caro comensal cuya presencia se
hacía más necesaria a Al-Raschid que la luz de sus ojos. Y tanto espacio había llegado a ocupar en el
corazón de Al-Raschid, que llegó hasta el punto de man darse hacer un manto doble, y se envolvió en él
con su amigo Giafar, como si ambos no fueran más que un solo hombre. Y así se portó con Giafar hasta la
terrible catástrofe final.
Pero -¡qué pena tengo en el alma!- he aquí cómo ocurrió aquel acontecimiento lúgubre que oscureció
el cielo del Islam, y arrojó la desolación en todos los corazones, como rayo del cielo destructor.
Un día -¡lejos de nosotros los días parecidos a aquél!-, de re greso de una peregrinación a la Meca,
iba Al-Raschid por agua de Hira a la ciudad de Anbar. Y se detuvo en un convento llamado Al-Umr, a
orillas del Eufrates. Y llegó para él la noche, como las demás noches, en medio de festines y placeres.
Pero aquella vez no le hacía compañía su comensal Giafar. Por que Giafar estaba de caza, desde días
atrás, en las llanuras próximas al río. Sin embargo, los dones y regalos de Al-Raschid le seguían por
doquiera. Y a todas horas del día veía llegar a su tienda algún men sajero del califa que le llevaba, en
prueba de afecto, algún precioso presente más hermoso que el anterior.
Aquella noche -¡Alah nos haga ignorar noches análogas!- Gia far estaba sentado en su tienda en
compañía del médico Gibrail Bakh tiassú, que era el médico particular de Al-Raschid, y del que habíase
privado Al-Raschid para que acompañase a su querido Giafar. Y también estaba en la tienda el poeta
favorito de Al-Raschid, Abu-Zaccar el ciego, del que también se había privado Al-Raschid para que con
sus impro visaciones alegrara a su querido Giafar al volver de la caza.
Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañándose en la bandurria, cantaba versos
filosóficos acerca de la inconstancia de la suerte...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 996ª noche
Ella dijo:
...Y era la hora de comer. Y Abu-Zaccar el ciego, acompañán dose en la bandurria, cantaba versos
filosóficos acerca de la incons tancia de la suerte. Y he aquí que de improviso apareció en la entrada de
la tienda Massrur, el portaalfanje del califa y ejecutor de su cólera. Y al verle entrar así, en contra de
toda etiqueta, sin pedir audiencia y sin anunciar siquiera su llegada, Giafar se puso muy amarillo de
color, y dijo al eunuco: "¡Oh Massrur! bien venido seas, pues cada vez te veo con más gusto. Pero me
asombra, ¡oh hermano mío! que, por primera vez en nuestra vida, no te hayas hecho preceder por algún
servidor para anunciarme tu visita". Y Massrur, sin dirigir siquiera la zalema a Giafar, contestó: "El
motivo que me trae es demasiado grave para per mitirse esas fútiles formalidades. Levántate ¡oh Giafar! y
pronuncia la scheada por última vez. Porque el Emir de los Creyentes pide tu ca beza".
Al oír estas palabras, Giafar se irguió sobre sus pies, y dijo: "¡No hay más Dios que Alah, y
Mahomed es el Enviado de Alah! ¡De las manos de Alah, salimos, y tarde o temprano volveremos entre
Sus ma nos!" Luego se encaró con el jefe de los eunucos, su antiguo compañero, su amigo de tantos años y
de todos los instantes, y le dijo: "¡Oh Mass rur! no es posible semejante orden. Nuestro amo el Emir de
los Cre yentes ha debido dártela en un momento de embriaguez. Te suplico, pues, ¡oh amigo mío de
siempre! en recuerdo de los paseos que hemos dado juntos y de nuestra vida común de día y de noche,
que vuelvas a presencia del califa para ver si me equivoco. Y te convencerás de que ha olvidado ya tales
palabras!" Pero Massrur dijo: "Mi cabeza respon de por la tuya. No podré reaparecer ante el califa si no
llevo tu cabeza en la mano. Escribe, pues, tus últimas voluntades, única gracia que me es posible
otorgarte en vista de nuestra antigua amistad".
Entonces dijo Giafar: "¡A Alah pertenecemos todos! No tengo últimas voluntades que escribir. ¡Alah
alargue la vida del Emir de los Creyentes con los días que se me quitan!"
Salió luego de su tienda, se arrodilló en el cuero de la sangre, que acababa de extender en el suelo el
portaalfanje Massrur, y se vendó los ojos con sus propias manos. Y fué decapitado. ¡Alah le tenga en Su
compasión!
Tras de lo cual, Massrur se volvió al paraje donde acampaba el califa, y fué a su presencia, llevando
en un escudo la cabeza de Giafar.
Y Al-Raschid miró la cabeza de su antiguo amigo, y de repente escupió sobre ella.
Pero no pararon en eso su resentimiento y su venganza. Dió orden de que en un extremo del puente de
Bagdad se crucificase el cuerpo decapitado de Giafar y de que se expusiera la cabeza en el otro extremo:
suplicio que superaba en degradación y en ignominia al de los más viles malhechores. Y también ordenó
que al cabo de seis meses se que masen los restos de Giafar sobre estiércol de ganado y se arrojasen a las
letrinas. Y se ejecutó todo.
Así es que ¡oh piedad y miseria! el escriba Amrani pudo escribir en la misma página del registro de
cuentas del tesoro: "Por un ropón de gala, dado por el Emir de los Creyentes a Giafar, hijo de Yahía Al -
Barmaki, cuatrocientos mil dinares de oro". Y poco tiempo después, sin ninguna adición, en la misma
página: "Nafta, cañas y estiércol para para quemar el cuerpo de Giafar ben Yahía, diez dracmas de plata".
Este fué el fin de Giafar. En cuanto a Yahía, su padre, esposo de la nodriza de Al-Raschid, y a El-
Fadl, su hermano, hermano de le che de Al-Raschid, se les detuvo al día siguiente, con todos los Barma -
kidas, que, en número de unos mil, ocupaban cargos y empleos. Y se les arrojó, revueltos, al fondo de
infectos calabozos, mientras sus inmen sos bienes eran confiscados y sus mujeres y sus hijos erraban sin
asilo y sin que nadie osara mirarlos. Y unos murieron de inanición, y otros por estrangulación, excepto
Yahía, su hijo El-Fadl y el hermano de Yahía, Mohammad, que murieron en las torturas. ¡Alah los tenga a
todos en Su compasión! ¡Terrible fué su desgracia!
Y ahora, ¡oh rey del tiempo! si deseas conocer el motivo de esta desgracia de los Barmakidas y de su
fin lamentable, helo aquí.
Un día, la hermana pequeña de Al-Raschid, Aliyah, años después del fin de los Barmakidas, se puso a
decir al califa, que la acariciaba: "¡Oh mi señor! ya no te veo ni un día con calma y tranquilidad real
desde la muerte de Giafar y la desaparición de su familia. ¿Por qué motivo probado incurrieron en tu
desgracia?" Y Al-Raschid, ensombre cido de repente, rechazó a la tierna princesa, y le dijo: "¡Oh niña
mía, vida mía, única dicha que me resta! ¿de qué te serviría conocer ese motivo? ¡Si yo supiera que lo
conocía mi camisa, la desgarraría en tiras!"
Pero los historiadores y recopiladores de anales se hallan lejos de ponerse de acuerdo respecto a las
causas de aquella catástrofe. Esto aparte, he aquí las versiones que han llegado a nosotros en sus escritos.
Según unos fueron las liberalidades sin nombre de Giafar y de los Barmakidas, cuyo relato cansaba
incluso los oídos de quienes las habían aceptado, las que, creándoles todavía más envidiosos y enemigos
que amigos y agradecidos, habían acabado por hacer sombra a Al-Ras-chid. En efecto, no se hablaba más
que de la gloria de su casa; no se podían conseguir favores más que interviniendo ellos directa o indirec -
tamente; los individuos de su familia ocupaban en la corte de Bagdad, en el ejército, en la magistratura y
en las provincias los puestos más elevados; los más hermosos dominios cercanos a la ciudad les pertene -
cían; el acceso a su palacio estaba más interrumpido por la multitud de cortesanos y pedigüeños que el de
la morada del califa. Por lo demás, he aquí en qué términos se expresa sobre el particular el médico de
Al-Raschid, que habitaba entonces en el palacio llamado Kasr el Khuld, en Bagdad. Los Barmakidas
vivían al otro lado del Tigris, y entre ellos y el palacio del califa sólo había la anchura del río. Y aquel
día, mirando Al-Raschid la multitud de caballos parados delante de la morada de sus favoritos y la
muchedumbre que se aglomeraba a su puerta, dijo de lante de mí, como hablando consigo mismo: "¡Alah
recompense a Ya hía y a sus hijos El-Fadl y Giafar! Ellos solos se han encargado de todo el ajetreo de los
asuntos, aliviándome de ese cuidado y dejándome tiem po para mirar a mi alrededor y vivir a mi antojo".
Esto fué lo que dijo aquel día. Pero en otra ocasión que fui llamado junto a él, noté que ya empezaba
a no ver con los mismos ojos a sus favoritos. En efecto, después de mirar por las ventanas de su palacio y
observar la misma afluen cia de gente y de caballos que la primera vez, dijo: "Yahía y sus hijos se han
apoderado de todos los asuntos, me los han quitado todos. Ver daderamente, son ellos quienes ejercen el
poder califal, mientras que yo no tengo más que una apariencia de él apenas". Esto le oí. Y desde
entonces comprendí que caerían en desgracia, como así sucedió, efecti vamente".
Según otros analistas, al descontento disimulado, a la envidia siempre en aumento de Al-Raschid, a
las magníficas maneras de los Barmakidas, que les creaban formidables enemigos y detractores anónimos
que los desprestigiaban ante el califa por medio de poesías acerbas no firmadas o de prosa pérfida; a
todo el ornato, a todo el aparato y a todas las cosas cuya competencia, por lo general, no quieren soportar
los reyes, fué a unirse una gran imprudencia cometida por Giafar.
Un día, Al-Raschid le había encargado que hiciese perecer en secreto a un descendiente de Alí y de
Fátimah, la hija del Profeta, que se llamaba El-Sayed Yahía ben Abdalah El-Hossaini. Pero Giafar,
obrando con piedad y mansedumbre, facilitó la evasión de aquel Alida, cuya influencia tenía Al-Raschid
por peligrosa para el porvenir de la dinastía abbassida. Pero esta acción ge nerosa de Giafar no tardó en
divulgarse y comunicarse al califa con todos los comentarios a propósito para agravar sus consecuencias.
Y el ren cor que sintió Al-Raschid en aquella ocasión fué la gota de hiel que hace desbordarse la copa de
la cólera. E interrogó sobre el particular a Giafar, quien declaró con gran franqueza su acción, añadiendo:
"¡Lo he hecho para gloria y buen nombre de mi señor el Emir de los Creyentes!" Y Al-Raschid, muy
pálido, dijo: "¡Has hecho bien!" Pero se le oyó que murmuraba: "¡Que Alah me haga perecer si no te hago
perecer a ti, ¡oh Giafar!"
Según otros historiadores, convendría buscar la causa de la desgra cia de los Barmakidas en sus
opiniones heréticas contrarias a la ortodo xia musulmana. No hay que olvidar, en efecto, que su familia,
antes de convertirse al Islam, profesaba en Balkh la religión de los magos. Y se dice que en la expedición
al Khorassán, cuna primitiva de sus favo ritos, Al-Raschid había notado que Yahía y sus hijos hacían todo
lo po sible por impedir la destrucción de los templos y monumentos de los magos. Y desde entonces tuvo
sus sospechas, que se agravaron, por con siguiente, cuando vió a los Barmakidas tratar con dulzura, en
cualquier circunstancia, a los herejes de todas clases, sobre todo a sus enemigos personales los gauros y
los zanadikah, y a otros disidentes y réprobos. Y lo que hace sustentar esta opinión, además de los otros
motivos ya enun ciados, es que, inmediatamente después de la muerte de Al-Raschid, estallaron en
Bagdad trastornos religiosos de una gravedad sin prece dente, y estuvieron a punto de dar un golpe fatal a
la ortodoxia musulmana.
Pero, aparte de todos los motivos, la causa más probable del fin de los Barmakidas es la que nos
expone el cronista lbn-Khillikán e Ibn El-Athir. Dicen:
Era en los tiempos en que Giafar, hijo de Yahía el Barmakida, estaba tan apegado al corazón del Emir
de los Creyentes, que el califa había hecho confeccionar aquel manto doble, en el que se envolvía con
Giafar como si ambos no fuesen más que un solo hombre. Y tan grande era aquella intimidad, que el
califa ya no podía separarse de su favo rito, y sin cesar quería verle junto a él.
"Pero Al-Raschid quería de una manera extraordinaria a su pro pia hermana Abbassah, joven princesa
adornada de todos los dones, la mujer más notable de su época. Y entre todas las mujeres de su fami lia y
de su harén, era ella la más cara al corazón de Al-Raschid, que no podía vivir sino junto a ella, como si
fuese un Giafar mujer. Y estas dos amistades hacían su dicha; pero las necesitaba reunidas, gozando de
ellas simultáneamente: porque la ausencia de una destruía el en canto que experimentara con la otra. Y si
Giafar o Abbassah no estaban con él, no tenía más que una alegría incompleta, y sufría. Por eso nece -
sitaba a la vez a sus dos amigos. Pero nuestras leyes santas prohiben al hombre, cuando no es pariente
cercano, mirar a la mujer de quien no es marido: y prohiben a la mujer que deje ver su rostro a un hombre
que le sea extraño. Quebrantar estas prescripciones es un gran deshonor, una vergüenza, una ofensa al
pudor de la mujer. Así es que Al-Raschid, que era un riguroso observante de la ley encargada a su
custodia; no podía tener junto así a sus dos amigos sin forzarles a un azoramiento fatigoso y a una
posición difícil e inconveniente.
"Por eso, queriendo transformar una situación que le coartaba y le disgustaba, se decidió un día a
decir a Giafar: "¡Oh Giafar, amigo mío! no tengo alegría verdadera, sincera y completa más que en tu
compañía y en la de mi bienamada hermana Abbassah. Pero como vuestra respectiva posición me azora y
os azora, quiero casarte con Abbassah, a fin de que en lo sucesivo podáis hablaros ambos junto a mí sin
inconveniente, sin motivo de escándalo y sin pecar. Pero os pido encarecidamente que no os reunáis
jamás, ni siquiera por un instante, fuera de mi presencia. Porque no quiero que haya entre vosotros más
que la formalidad y la apariencia del matrimonio legal; pero no quiero que el matrimonio tenga
consecuencias que puedan lesionar en su heren cia califal a los nobles hijos de Abbas". Y Giafar se
inclinó ante este deseo de su señor, y contestó con el oído y la obediencia. Y fue preciso aceptar aquella
condición singular. Y se pronunció y sancionó legal mente el matrimonio.
Así, pues, según las condiciones impuestas, ambos jóvenes esposos sólo se veían en presencia del
califa, y nada más. Y aun entonces, apenas se cruzaban sus miradas a veces. En cuanto a Al-Raschid,
disfrutaba ple namente de la doble amistad tan viva que sentía por aquella pareja, a quien torturaría en lo
sucesivo, sin sospecharlo siquiera. Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exigencias
de los censores...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 997ª noche
Ella dijo:
...Porque ¿desde cuándo ha podido el amor obedecer a las exi gencias de los censores? ¿Y no
despierta y azuza las emociones del amor semejante prohibición entre dos seres jóvenes y hermosos?
Y he aquí, en efecto, que aquellos dos esposos, que tenían derecho a amarse y a dejarse llevar de los
transportes de su mutuo amor tan legítimo, reducidos a la sazón al estado de suspirantes, se embriagaban
más cada día con esa embriaguez oculta que reconcentra en el corazón la fiebre. Y he aquí que Abbassah,
atormentada por aquel estado de esposa secuestrada, se volvió loca por su marido. Y acabó por informar
a Giafar del amor que sentía. Y le llamó a sí, y le solicitó, a escondidas, de todas maneras. Pero Giafar,
como hombre leal y prudente, resistió a todas las instancias y no fué a casa de Abbassah. Porque le
retenía el juramento prestado a Al-Raschid. Y por otra parte, mejor que nin guno sabía cuánta prisa ponía
el califa en la ejecución de sus venganzas.
Así, pues, cuando la princesa Abbassah vió que sus instancias y ruegos no obtenían éxito, recurrió a
otros procedimientos. De ese modo se conducen las mujeres por lo general, ¡oh rey del tiempo!
Valiéndose, en efecto, de una estratagema, envió a decir a la noble Itabah, madre de Giafar: "¡Oh madre
nuestra! es preciso que me introduzcas sin tar danza en casa de tu hijo Giafar, mi esposo legal, lo mismo
que si fuese yo una de esas esclavas que le procuras a diario". Porque la noble Itabah tenía la costumbre
de enviar cada viernes a su bienamado hijo Giafar una joven esclava virgen, escogida entre mil, intacta y
perfectamente hermosa. Y Giafar no se acercaba a la joven mientras no se había rega lado y saturado de
vinos generosos.
Pero la noble Itabah, al recibir aquel mensaje, se negó enérgica mente a prestarse a aquella traición
que quería Abbassah, y dió a enten der a la princesa los peligros que para todos tenía aquello. Pero la
joven esposa enamorada insistió, apremiante hasta la amenaza, y añadió: "Reflexiona ¡oh madre nuestra!
en las consecuencias de tu negativa. Por mi parte, mi resolución es irrevocable, y la llevaré a cabo a
pesar tuyo, cueste lo que cueste. Prefiero perder la vida a renunciar a Giafar y a mis derechos sobre él".
La desconsolada Itabah tuvo, pues, que ceder ante tales extremos, pensando que, después de todo, era
preferible que la cosa se llevase a cabo por mediación suya, en las mejores condiciones de seguridad.
Prometió, por tanto, su concurso a Abbassah para ver si obtenía éxito aquel complot tan inocente y tan
peligroso. Y fué a anunciar sin tar danza a su hijo Giafar que pronto le mandaría una esclava que no tenía
igual en gracia, en elegancia y en belleza. Y le hizo una descrip ción tan entusiasta de la joven, que
solicitó él calurosamente para cuanto antes el don que habíale prometido. Y tan bien se ingenió Itabah,
que Giafar, enloquecido de deseo, se dedicó a esperar la noche con una im paciencia sin precedente. Y su
madre, al verle en sazón, envió a decir a Abbassah: "Prepárate para esta noche".
Y Abbassah se preparó, y se adornó con atavíos y alhajas, a la manera de las esclavas, y fué a casa
de la madre de Giafar, quien, a la caída de la noche, la introdujo en el aposento de su hijo.
Y he aquí que, un poco aturdido por la fermentación de los vinos, Giafar no advirtió que la joven
esclava que estaba de pie entre sus manos era su esposa Abbassah. Y además, tampoco tenía muy fijos en
su memoria los rasgos de Abbassah. Porque hasta entonces no había hecho más que entreverla en sus
conversaciones comunes con el califa; y por temor de desagradar al Al-Raschid, no se había atrevido
nunca a posar su mirada en su esposa Abbassah, quien, por su parte, volvía siempre la cabeza, por pudor,
a cada ojeada furtiva de Giafar.
Y ocurrió que, cuando se consumó de hecho el matrimonio, y después de una noche pasada en los
transportes de un amor compar tido, Abbassah se levantó para marcharse, y antes de retirarse dijo a
Giafar: "¿Qué te parecen las hijas de los reyes, ¡oh mi señor!? ¿Son diferentes, en sus maneras, a las
esclavas que se venden y se compran? ¿Qué opinas? Di". Y Giafar preguntó, asombrado: "¿A qué hijas de
reyes se refieren tus palabras? ¿Acaso eres tú misma una de ellas? ¿Eres una cautiva hecha en nuestras
guerras victoriosas?" Ella contestó: "¡Oh Giafar! soy tu cautiva, tu servidora, ¡soy Abbassah, hermana de
Al- Raschid, hija de Al-Mahdi, de la sangre de Abbas, tío del Profeta bendito!"
Al oír estas palabras, Giafar llegó al límite del asombro, y repuesto repentinamente del
deslumbramiento de la embriaguez, exclamó: "Estás perdida y nos has perdido, ¡oh hija de mis amos!"
Y a toda prisa entró en las habitaciones de su madre Itabah y le dijo: "¡Oh madre mía, madre mía!
¡qué barato me has vendido!" Y la entristecida esposa de Yahía contó a su hijo cómo se había visto
forzada a recurrir a aquella superchería para no atraer sobre su casa desdichas mayores. Y esto es lo que
la concierne.
En cuanto a Abbassah, fué madre, y dió a luz un hijo. Y confió el niño a la vigilancia de un abnegado
servidor llamado Ryasch y a los cuidados maternales de una mujer llamada Barrah. Luego, temiendo sin
duda que la cosa se divulgase, a pesar de todas las precauciones, y llegase a conocimiento de Al-
Raschid, envió a la Meca al hijo de Giafar en compañía de dos servidores.
Y he aquí que Yahía, padre de Giafar, entre sus prerrogativas tenía la guardia y la intendencia del
palacio y del harén de Al-Raschid. Y tenía costumbre de cerrar a cierta hora de la noche las puertas de
comunicación del palacio, llevándose las llaves. Pero esta severidad acabó por convertirse en una
molestia para el harén del califa, y sobre todo para Sett Zobeida, que fué a quejarse amargamente a su
primo y esposo Al-Raschid, maldiciendo del venerable Yahía y de sus rigores intempesti vos. Y cuando
se presentó Yahía, le dijo Al-Raschid: "Padre, ¿por qué se queja de ti Zobeida?" Y Yahía preguntó: "¿Es
que me acusan de tu harén, ¡oh Emir de los Creyentes!?"
Al-Raschid sonrió y dijo: "No, ¡oh padre!" Y Yahía dijo: "En ese caso, no tomes en cuenta lo que te
digan de mí ¡oh Emir de los Creyentes!" Y desde entonces redobló
aún más su severidad, de modo que Sett Zobeida se quejó otra vez con acritud y enfado a Al-Raschid,
que le dijo: "¡Oh hija del tío! verdaderamente, no hay motivo para acusar a mi padre Yahía por nada
concerniente al harén. Porque Yahía no hace más que ejecutar mis órdenes y cum plir con su deber". Y
Zobeida replicó con vehemencia: "¡Pues ¡por Alah! podía preocuparse un poco más de su deber
impidiendo las im prudencias de su hijo Giafar"
Y Al-Raschid preguntó: "¿Qué impru dencias? ¿Qué ocurre?" Entonces Zobeida contó lo de Abbassah,
sin darle, por cierto, excesiva importancia. Y Al-Raschid preguntó, po niéndose sombrío: "¿Hay pruebas
de eso?" Ella contestó: "¿Y qué prueba mejor que el niño que ha tenido con Giafar?" El preguntó:
"¿Dónde está ese niño?" Ella contestó: "En la ciudad santa, cuna de nuestros abuelos". El preguntó:
"¿Tiene conocimiento de eso alguien más que tú?" Ella contestó: "No hay en tu harén ni en tu palacio una
sola mujer, aunque sea la última esclava, que no lo sepa".
Y Al-Raschid no añadió una palabra más. Pero, poco tiempo des pués, anunció su propósito de ir en
peregrinación a la Meca. Y partió, llevándose a Giafar consigo.
Por su parte, Abbassah expidió al punto una carta a Ryasch y a la nodriza, ordenándole que
abandonaran inmediatamente la Meca y pasaran con el niño al Yemen. Y se alejaran a toda prisa.
Y llegó el califa a la Meca. Y en seguida encargó a unos confi dentes íntimos suyos que se pusieran en
busca del niño. Y obtuvo la comprobación del hecho, y supo que existía y se hallaba en perfecto estado
de salud. Y consiguió apoderarse de él en el Yemen y enviarlo a Bagdad.
Y entonces fué cuando, a su regreso de la peregrinación, mien tras acampaba en el convento de Al-
Umr, cerca de Anbar, junto al Eufrates, dió la terrible orden consabida respecto a Giafar y a los
Barmakidas. Y sucedió lo que sucedió.
En cuanto a la infortunada Abbassah y a su hijo, ambos fueron enterrados vivos en una fosa abierta
debajo del mismo aposento ha bitado por la princesa.
¡Alah los tenga a todos en Su compasión!
Por último, me queda por decirte ¡oh rey afortunado! que otros cronistas dignos de fe cuentan que
Giafar y los Barmakidas nada habían hecho por merecer semejante desgracia, y que tuvieron aquel fin
lamentable sencillamente porque estaba escrito en su destino y ha bía transcurrido el tiempo de su
poderío.
¡Pero Alah es más sabio!
Y para terminar, he aquí un rasgo que nos ha transmitido el célebre poeta Mohammad, de Damasco.
Dice:
"Entré un día en un lugarejo para tomar un baño. Y el maestro bañero encargó de servirme a un
mozalbete muy bien formado. Y yo, mientras cuidaba de mí el mancebo, no sé por qué, me puse a cantar
para mí mismo, a media voz, versos que en otro tiempo había compuesto para celebrar el nacimiento del
hijo de mi bienhechor El-Fadl ben Yahía El-Barmaki. Y he aquí que, de repente, el mocito que me servía
cayó al suelo sin conocimiento. Unos instantes después se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas
emprendió al punto la fuga, dejándome solo en medio del agua...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Pero cuando llegó la 998ª noche
Ella dijo:
"...se levantó, y con el rostro bañado en lágrimas emprendió al punto la fuga, dejándome en medio del
agua.Y salí del baño, asombrado, y reñí vivamente al maestro bañero por haber puesto a mi servicio de
baño a un epiléptico. Pero el maes tro bañero me juró que jamás había notado esta enfermedad en su joven
servidor. Y para probarme su aserto, hizo ir al joven a mi pre sencia. Y le preguntó: "¿Qué ha ocurrido
que tan descontento está de tu servicio este señor?" Y el mozalbete, que me pareció que se había repuesto
de su turbación, bajó la cabeza; luego, encarándose conmigo, me dijo: "Entonces eres el poeta
Mohammad El-Dameschvy. Y com pusiste esos versos para celebrar el nacimiento del hijo de El-Fadl el
Barmakida". Y añadió, mientras yo me quedaba asombrado: "¡Dis pénsame ¡oh mi señor! si, al escucharte,
se me ha encogido el corazón súbitamente y he caído, abrumado por la emoción. Yo mismo soy ese hijo
de El-Fadl cuyo nacimiento has cantado tan magníficamente. Y de nuevo cayó desmayado a mis pies.
Entonces, movido de compasión ante tal infortunio, y viendo reducido a aquel grado de miseria al
hijo del generoso bienhechor, a quien debía yo cuanto poseía, incluso mi renombre de poeta, levanté al
niño y le estreché contra mi pecho, y le dije: "¡Oh hijo de la más generosa de las criaturas de Alah! soy
viejo y no tengo herederos. Ven conmigo ante el kadí, ¡oh hijo mío! pues quiero formalizar un acta
adoptándote. Y así te dejaré todos mis bienes después de mi muerte".
Pero el niño barmakida me contestó, llorando: "Alah extienda sobre ti Sus bendiciones, ¡oh hijo de
hombres de bien! Pero no place a Alah que yo recobre, de una manera o de otra, un solo óbolo de lo que
mi padre El-Fadl te ha dado".
Y fueron inútiles todas mis instancias y súplicas. Y no pude hacer que aceptara la menor prueba de mi
agradecimiento a su padre. ¡Verdaderamnte, era de sangre pura aquel hijo de nobles Barmakidas! ¡Ojalá
los retribuya Alah a todos con arreglo a sus méritos, que eran muy grandes!"
En cuanto al califa Al-Raschid, tras de vengarse tan cruelmente de una injuria que, después de Alah,
era el único en conocer, y que debía ser muy atroz, volvió a Bagdad, pero sólo de paso. En efecto, no
pudiendo ya habitar en lo sucesivo aquella ciudad, que durante tantos años se había complacido en
hermosear, fué a fijar su resi dencia en Raccah, y no volvió más a la ciudad de paz. Y precisamente aquel
súbito abandono de Bagdad, después de la desgracia de los Bar makidas, lo deploró el poeta Abbas ben
El-Ahnaf, que pertenecía al séquito del califa, en los versos siguientes:
¡Apenas habíamos obligado a los camellos a doblar la rodilla, fué preciso reanudar el
camino, sin que nuestros amigos pudiesen distin guir nuestra llegada de nuestra marcha!
¡Oh Bagdad! ¡nuestros amigos venían a saber de nosotros y a darnos la bienvenida del
regreso; pero hubimos de responderles con adioses!
¡Oh ciudad de paz! ¡en verdad que de Oriente a Occidente no conozco ciudad más feliz y
más rica y más hermosa que tú!
Por cierto que, desde la desaparición de sus amigos, nunca más Al-Raschid disfrutó el descanso del
sueño. Su arrepentimiento se tornó insoportable; y hubiera él dado todo su reino por hacer volver a
Giafar a la vida. Y si, por casualidad, los cortesanos tenían la des gracia de evocar de modo poco
respetuoso la memoria de los Bar makidas, Al-Raschid les gritaba con desprecio y cólera: "¡Alah
condene a vuestros padres! ¡Cesad de censurar a los que censuráis, o tratad de llenar el vacío que han
dejado!"
Y aunque fué todopoderoso hasta su muerte, Al-Raschid sentíase rodeado para en lo sucesivo de
gentes poco seguras. A cada instante temía que le envenenaran sus hijos, de los que no podía alabarse. Y
al emprender una expedición al Khorassán, donde acababan de pro ducirse trastornos, y de donde ya no
había de volver, confió dolorosamente sus dudas y sus cuitas a uno de sus cortesanos, El-Tabari el
cronista, a quien había tomado por confidente de sus tristes pensa mientos. Porque, como El-Tabari tratara
de tranquilizarle respecto los presagios de muerte que acababan de asaltarle, se le llevó aparte; y cuando
vióse alejado de los hombres de su séquito y la sombra espesa de un árbol le hubo ocultado a las miradas
indiscretas, abrió su ropón, y haciéndole observar una faja de seda que le envolvía el vientre, le dijo:
"¡Tengo aquí un mal profundo, sin remedio posible! Verdad es que ignora todo el mundo este mal; pero
¡mira! Hay a mi alrededor espías encargados por mis hijos El-Amín y El-Mamún de acechar lo que me
queda de vida. ¡Porque les parece que la vida de su padre es demasiado larga! Y mis hijos han escogido
esos espías precisamente entre los que yo creía más fieles y con cuya abnegación pensaba que podía
contar. ¡El primero, Massrur! Pues bien; es el espía de mi hijo preferido El-Mamún. Mi médico Gibrail
Bakhtiassú es el espía de mi hijo El-Amín. Y así sucesivamente ocurre con todos los demás". Y añadió:
"¿Quieres saber ahora hasta dónde llega la sed de reinar que tienen mis hijos? Voy a dar orden de que me
traigan una cabalgadura, y ya verás cómo, en lugar de presentarme un caballo dulce y vigoroso a la vez,
me traen un animal agotado, de trote des igual, a propósito para aumentar mi sufrimiento". Y en efecto,
cuando pidió un caballo Al-Raschid, se lo llevaron tal y como se lo había descripto a su confidente. Y
lanzó una triste mirada a El-Tabari, y aceptó con resignación la cabalgadura que le presentaban.
Y algunas semanas después de este incidente, vió Al-Raschid, durante su sueño, una mano extendida
encima de su cabeza; y aquella mano tenía un puñado de tierra roja; y gritó una voz: "¡Esta es la tierra que
debe servir de sepultura a Harún!". Y preguntó otra voz: "¿Cuál es el lugar de su sepultura?". Y la
primera voz contestó: "¡La ciudad de Tus!"
Al cabo de unos días, los progresos de su dolencia obligaron a Al-Raschid a detenerse en Tus. Y dió
muestras de viva inquietud, y envió a Massrur a buscar un puñado de tierra de los alrededores de la
ciudad. Y transcurrida una hora de tiempo, volvió el jefe de los eunucos llevando un puñado de tierra de
color rojo. Y Al-Raschid excla mó: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Enviado de Alah! He
aquí que se cumple mi visión. No está lejos de mí la muerte".
Y el hecho es que nunca más volvió al Irak. Porque, sintiéndose desfallecer al día siguiente, dijo a los
que le rodeaban: "Ya se acerca el instante temible. Para todos los humanos fui objeto de envidia, y ahora,
¿para quién no seré objeto de lástima?".
Y murió en Tus mismo. Y a la sazón era el tercer día de djomadi, segundo del año 193 de la hégira. Y
Harún tenía entonces cuarenta y siete años de edad, con cinco meses y cinco días, según nos comunica
Abulfeda. ¡Alah le perdone sus errores y le tenga en Su piedad! Por que era un califa ortodoxo.
Luego, como Schehrazada viera al rey Schahriar profundamente entristecido con este relato, se
apresuró a contar la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra.
Dijo:
La tierna historia del principe Jazmín y de la princesa
Almendra
Cuentan -¡pero Alah el Exaltado es más sabio!- que, en un país entre los países musulmanes, había un
viejo rey cuyo corazón era como el Océano, cuya inteligencia era igual a la de Aflatún, cuyo na tural era
el de los Cuerdos, cuya gloria superaba a la de Faridún, cuya estrella era la propia estrella de Iskandar, y
cuya dicha era la de Khosroes Anuchirwán. Y tenía siete hijos brillantes, parecidos a los siete fuegos de
las Pléyades. Pero el más pequeño era el más brillante y el más hermoso. Era rosado y blanco, y se
llamaba el príncipe Jazmín.
Y en verdad que se desvanecerían en su presencia el lirio y la rosa. Porque tenía un talle de ciprés, un
rostro de tulipán fresco, ca bellos de violeta, bucles almizclados que hacían pensar en mil noches oscuras,
una tez de ámbar rubio, dardos curvos por pestañas, rasgados ojos de narciso; y sus labios encantadores
eran dos alfónsigos. En cuanto a su frente, con su brillo daba vergüenza a la luna llena, cuyo rostro
embadurnaba de azul; y de su boca con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluía un lenguaje dulce
que hacía olvidar la caña de azúcar. Así formado, y vivaracho e intrépido, resultaba un ídolo de
seducción para los ojos de los amantes.
Y he aquí que, de los siete hermanos, era el príncipe Jazmín el encargado de guardar el innumerable
rebaño de búfalos del rey Nujum -Schah. Y su morada eran las vastas soledades y los prados. Y estaba un
día sentado tañendo la flauta mientras cuidaba de sus animales, cuando vió avanzar hacia él a un
venerable derviche, que, después de las zalemas, le rogó ordeñara un poco de leche para dársela. Y
contestó el príncipe Jazmín: "¡Oh santo derviche! soy presa de una pena pun zante por no poder
satisfacerte. Porque he ordeñado a mis búfalos esta mañana, y claro es que no puedo aplacar tu sed en
este momento". Y el derviche le dijo: "A pesar de todo, invoca sin tardanza el nombre de Alah, y ve a
ordeñar de nuevo a tus búfalos. Y descenderá la ben dición". Y el príncipe semejante al narciso contestó
con el oído y la obediencia, y estrujó la teta del animal más hermoso, pronunciando la fórmula de la
invocación. Y descendió la bendición; y el vaso se llenó de leche azulada y espumosa. Y el hermoso
Jazmín se la presentó al derviche, que bebió para aplacar su sed y se sació.
Y entonces encaróse con el joven príncipe, y le dijo, sonriendo: "¡Oh niño delicado! no has
alimentado una tierra infecunda, y nada más ventajoso para ti que lo que acaba de ocurrir. Has de saber,
en efecto, que vengo a ti en calidad de mensajero de amor. Y ya veo que verdaderamente mereces el don
del amor, que es el primero de los dones y el último, según estas palabras:
¡Cuando no existía nada, el amor existía; y cuando nada quede, quedará el amor!
¡Es el primero y el último!
¡Este es el punto de la verdad; es lo que por encima de todo se puede decir! ¡Lo que
acompaña el ángel de la tumba!
¡Es la hiedra que se une al árbol y bebe su verde vida en el corazón que devora!
Luego continuó el viejo derviche: "Sí, hijo mío, vengo a tu co razón en calidad de mensajero de amor;
pero no me ha enviado nadie más que yo mismo. Y atravesé llanuras y desiertos en busca del ser perfecto
que mereciera acercarse a la feérica joven que me fué dado entrever una mañana al pasar por un jardín".
Y se interrumpió un momento; luego repuso: "Has de saber, en efecto, ¡oh más ligero que el céfiro, que en
el reino limítrofe de este reino de tu padre, Nujum- Schah, vive en espera del jovenzuelo de sus sueños, en
espera tuya, ¡oh Jazmín! una hurí de raza real, de rostro de hada, vergüenza de la luna, una perla única en
el joyel de la excelencia, una primavera de lozanía, un nicho de belleza. Su cuerpo delicado color de
plata está moldeado como el boj; un talle tan fino como un cabello; un porte de sol; unos andares de
perdiz. Su cabellera es de jacintos; sus ojos hechiceros son cual los sables de Ispahán; sus mejillas son
como, en el Korán, el versículo de la Belleza; sus cejas arqueadas, como la surata del cálamo; su boca,
tallada en un rubí, es asombrosa; una manzanita con un hoyuelo en su mentón, y el grano de belleza que lo
adorna es un remedio contra el mal de ojo. Sus orejas pequeñísimas no son orejas, sino minas de
gentileza, y llevan, a manera de pen dientes, corazones enamorados; y el anillo de su nariz -una ave llanaobliga
a la luna llena a ponerse al cuello el gancho de la es clavitud. En cuanto a la planta de sus dos
piececitos, es de lo más encantadora. Su corazón es un pomo de esencia sellado, y su espíritu está dotado
del don supremo de la inteligencia. ¡Si avanza, se pro mueve el tumulto de la Resurrección! Es la hija del
rey Akbar, y se llama la princesa Almendra; ¡benditos sean los hombres que designan a criaturas
semejantes!".
Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongadamente; luego añadió...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 999ª noche
Ella dijo:
...Y tras de hablar así, el viejo derviche respiró prolongada mente; luego añadió: "Pero debo decirte
¡oh frente de simpatía! que esa joven asilo del amor tiene el hígado achicharrado de tristeza; y sobre su
corazón gravita una montaña de pena. Y la causa de ello es un sueño que ha tenido una noche, durmiendo.
Y la ha dejado dolorida y desolada como el sumbul". Luego dijo: "Y ahora que para tu corazón han sido
mis palabras la semilla del amor, Alah te guarde y te conduzca a la que está en tu destino. ¡ Uassalam! ".
Y tras de hablar así, el derviche se levantó y se fué por su camino. Y sólo con oír este discurso quedó
ensangrentado el corazón del príncipe Jazmín; y le penetró la flecha del amor; y como Majnún enamorado
de Leila, desgarró sus vestidos desde el cuello hasta la cintura, y prendido de los tirabuzones de cabellos
de la encantadora Almendra, lanzó gritos y suspiros; y abandonando su rebaño, echó a andar, errabundo,
ebrio sin vino, agitado, silencioso, aniquilado en el torbellino del amor. Porque si bien el broquel de la
cordura res guarda de todas las heridas, no tiene eficacia contra el arco del amor. Y la medicina de
opiniones y consejos no obraría en lo sucesivo sobre el espíritu del afligido por puro sentimiento. Y esto
es lo referente al príncipe Jazmín.
Pero he aquí ahora lo relativo a la princesa Almendra.
Una noche, mientras dormía en la terraza del palacio de su padre, vió, que se aparecía ante ella, en un
sueño enviado por los genn del amor, un joven más hermoso que el amante de Suleika, y que era, rasgo
por rasgo, la imagen encantadora del príncipe Jazmín. Y a me dida que se manifestaba a los ojos de su
alma de virgen aquella visión de belleza, el hasta entonces despreocupado corazón de la joven se es -
curría de su mano y se tornaba en prisionero de los bucles ensortijados del joven. Y se despertó con el
corazón agitado por la rosa de su sueño, y lanzando en la noche gritos como el ruiseñor, lavó su rostro
con sus lágrimas. Y acudieron sus servidoras, muy emocionadas, y ex clamaron al verla: "¡Por Alah! ¿qué
desdicha hace derramar lágrimas a nuestra señora Almendra? ¿Qué ha pasado por su corazón durante su
sueño? ¡Ay! he aquí que parece que ha emprendido el vuelo el pá jaro de su inteligencia".
Y hubo gemidos y suspiros hasta la mañana. Y al despuntar la aurora se informó a su padre el rey y a
su madre la reina de lo que pasaba. Y con el corazón abrasado, fueron a observar por sí mismos, y vieron
que su encantadora hija tenía aspecto extraordinario y se hallaba en un estado singular. Estaba sentada,
con los cabellos y las ropas en desorden, el rostro descompuesto, sin reparar en su cuerpo y sin atención
para su corazón. Y a todas las preguntas que le hacían respondía sólo con el silencio, meneando la cabeza
con pudor y sem brando así en el alma de su padre y de su madre la turbación y la desolación.
Entonces quedó decidido llamar a los médicos y a los sabios exor cistas, que lo pusieron todo a
contribución para sacarla de su estado. Pero no obtuvieron ningún resultado; antes bien, ocurrió todo lo
con tiario. Al ver aquello, creyéronse obligados a recurrir a la sangría. Y vendándole un brazo, aplicaron
la lanceta. Pero no salió de la vena encantadora ni una gota de sangre. Entonces desistieron de su trata -
miento y renunciaron a la esperanza de curarla. Y se marcharon ca riacontecidos y confusos.
Y transcurrieron unos días en aquella penosa situación, sin que nadie pudiese comprender o explicar
el motivo de semejante cambio. Un día que la bella Almendra, la del corazón calcinado, estaba más
melancólica que nunca, las mujeres de su séquito, para distraerla, la llevaron al jardín. Pero allí por
donde paseaba los ojos no veía más que la faz de su bienamado: las rosas le ofrecían su color y el jazmín
el olor de sus vestidos; el ciprés oscilante, su talle flexible, y el nar ciso, sus ojos. Y viendo las pestañas
de él en las espinas, se las clavaba ella sobre el corazón.
Pero en seguida el verdor de aquel jardín hizo reverdecer un poco su corazón mustio; y el agua
corriente que le hacían beber disminuyó la sequedad de su cerebro. Y las jóvenes de su séquito, que
tenían la misma edad que ella, sentáronse en corro alrededor de aquella belleza, y empezaron por
cantarle dulcemente un ghazal ligero en la clave mu sical menor y con el compás ramel lento.
Tras de lo cual, al verla más propicia, su doncella más querida se acercó a ella, y le dijo: "¡Oh
señora nuestra Almendra! has de saber que, desde hace unos días, se encuentra en nuestras tierras un
joven tañedor de flauta, venido del país de los nobles Hazara, y cuya melo diosa voz atrae al pájaro
escapado de la razón, detiene el agua que corre y a la golondrina que vuela. Y ese joven real es blanco y
rosado, y se llama Jazmín. Y en verdad que el lirio y la rosa se desvanecerían en su presencia. Porque su
talle es un balanceo de ciprés, su rostro un tulipán fresco, sus cabellos hacen pensar en mil noches
oscuras, su tez es ámbar rubio, sus pestañas dardos curvos, sus rasgados ojos dos narcisos, y dos
alfónsigos sus labios encantadores. En cuanto a su frente, con su brillo avergüenza a la luna llena y le
embadurna de azul el rostro. De su boquita con dientes de pedrería, con lengua de rosa, fluye un lenguaje
tan dulce, que hace olvidar la caña de azúcar. Y tal como es, vivaracho e intrépido, resulta un ídolo de
seducción para los ojos de los amantes".
Luego añadió, mientras la princesa Almendra quedaba en el es tupor de la alegría: "Y ese príncipe
tañedor de flauta, para venir de su país al nuestro, ha debido franquear montañas y llanuras, ágil como el
céfiro matinal y más ligero, y habrá surcado las aguas espantosas de los ríos desbordados, donde ni el
mismo cisne está seguro, y cuyo solo aspecto da vértigos a las gallinas de agua y a los patos, asom -
brándolos. Y si ha sorteado tantas dificultades para llegar hasta aquí, es porque le ha determinado a ello
un motivo oculto. Y ningún motivo que no sea el amor puede decidir a un príncipe joven a intentar se -
mejante empresa".
Y tras de hablar así, la joven favorita de la princesa Almendra se calló, observando el efecto de su
discurso en su señora. Y he aquí que la doliente hija del rey Akbar se irguió de pronto sobre ambos pies,
dichosa y retozona. Y su rostro estaba iluminado por el fuego interior y se le salía por los ojos toda su
alma embriagada. Y ni rastro que daba ya de todo aquel mal misterioso que ningún médico había com -
prendido: las sencillas palabras de una jovenzuela, hablando de amor, lo habían hecho desvanecerse
como humo.
Y rápida cual la gacela, entró ella en sus habitaciones, seguida por su favorita. Y cogió el cálamo de
la alegría y el papel de la unión, y escribió al príncipe Jazmín, al joven raptor de su razón, al bien -
aventurado que ella había visto en sueños con los ojos de su alma, esta carta de alas blancas:
"Después de la alabanza al que, sin cálamo, ha trazado la exis tencia de las criaturas en el
jardín de la belleza.
"¡Salud a la rosa de quien está quejoso el ruiseñor enamorado! "Cuando he oído
mencionar tu hermosura, mi corazón se me ha escurrido de la mano.
"Cuando en sueños me has mostrado tu faz feérica, tanta impre sión ha producido en mi
corazón, que he olvidado a mi padre y a mi madre, y me he tornado en una extraña para mis
hermanos. ¿Qué hemos de ser para nuestra familia cuando somos extraños para nos otros
mismos?
"Ante ti, las bellezas son barridas como por un torrente, y las fle chas de tus pestañas han
punzado mi corazón de parte a parte.
"¡Oh! ven a mostrarme tu figura encantadora en sueños, a fin de que la vea yo con los ojos
de mi cara, ¡oh tú, que estás instruido en las señales del amor y que debes saber que el
verdadero camino del corazón es el corazón!
"Y sabe, por último, que eres el agua y la arcilla de mi esencia, que las rosas de mi lecho se
han convertido en espinas, que el sello del silencio está en mis labios, y que he renunciado a
pasearme indo lentemente...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Y cuando llegó la 1000ª noche
Ella dijo:
"...que el sello del silencio está en mis labios, y que he renun ciado a pasearme
indolentemente".
Y plegó las dos alas de la carta, deslizó en ella un grano de al mizcle puro, y la entregó a su favorita.
Y la joven la tomó, se la llevó a los labios y a la frente, se la puso sobre el corazón, y semejante a la
paloma, fué al bosque donde tañía la flauta el príncipe Jazmín. Y le encontró sentado bajo un ciprés, con
la flauta al lado y cantando este corto ghazal:
¿Qué diré al ver mi corazón? ¡Es la nube, el relámpago, el mer curio y el Océano
ensangrentado!
¡Cuando termine la noche de la ausencia, nos reuniremos como el cisne y el río!
Y la joven, tras de besar la mano al príncipe Jazmín, le entregó la carta de su señora Almendra. Y la
leyó y creyó volverse loco de alegría. Y no sabía ya si dormía o velaba. Y se le revolucionó el espí ritu, y
se le puso el corazón como una hornaza. Y cuando se calmó él un poco, la joven le indicó el medio de
llegar hasta su señora, le dió las últimas instrucciones, y volvió sobre sus pasos.
Y a la hora indicada y en el momento favorable, el príncipe Jaz mín, conducido por el ángel de la
unión, emprendió el camino que lle vaba al jardín de Almendra. Y consiguió penetrar en aquel lugar, trozo
arrancado del paraíso. Y en aquel momento desaparecía el sol en el horizonte occidental y la luna
mostraba su rostro tras los velos del Oriente. Y el joven de andares de cervatillo divisó el árbol que
hubo de indicarle la joven, y subió a ocultarse entre sus ramas.
Y la princesa de andares de perdiz llegó al jardín con la noche. E iba vestida de azul y tenía en la
mano una rosa azul. Y alzó su encantadora cabeza para mirar el árbol, temblando cual el follaje del
sauce. Y en su emoción, aquella gacela no supo si el rostro aparecido entre las ramas era el de la luna
llena o la faz brillante del príncipe jazmín. Pero he aquí que como una flor madurada por el deseo, o
como un fruto caído por su propio peso precioso, el jovenzuelo de cabellos de violeta saltó de entre las
ramas y cayó a los pies de la pálida Almendra. Y reconoció ella al que amaba con esperanza, y le
encontró más hermoso que la imagen de su sueño. Y por su parte, el príncipe Jazmín vió que el derviche
no le había engañado y que aquella luna era la corona de las lunas. Y ambos sintiéronse con el corazón
unido por los lazos de la tierna amistad y del afecto real. Y su dicha fué tan profunda como la de Majnún
y Leila, y tan pura como la de los antiguos amigos.
Y después de los besos dulcísimos y las expansiones de su alma encantadora, invocaron al Señor del
perfecto amor para que jamás el firmamento tiránico hiciese llover sobre su ternura las piedras del dis -
gusto ni descosiera la costura de su reunión.
Luego, para resguardarse en adelante del veneno de la separación, los dos amantes reflexionaron a
solas, y pensaron que era preciso diri girse sin tardanza al propio rey Akbar, quien, como amaba a su hija
Almendra, no le rehusaba nada.
Y dejando a su bienamado entre los árboles, la suplicante Almendra fué en busca de su padre el rey, y
con las manos juntas, le dijo: "¡Oh meridiano de ambos mundos! tu servidora viene a hacerte una
petición". Y su padre, extremadamente asombrado, a la vez que encantado, la levantó con sus manos y la
estrechó contra su pecho, y le dijo: "En verdad ¡oh Almendra de mi corazón! que debe ser tu petición de
urgencia extrema, ya que no vacilas en abandonar tu lecho en medio de la noche para venir a rogarme que
te la conceda. Sea lo que sea, ¡oh luz de los ojos! explícate sin temor, confiándote a tu padre". Y tras de
vacilar unos instantes, la gentil Almendra levantó la cabeza y pronunció ante su padre un hábil discurso,
diciendo: "¡Oh padremío! dispensa a tu hija que venga a esta hora de la noche a turbar el sueño de tus
ojos. Pero he aquí que he recobrado las fuerzas de la salud, después de un paseo nocturno, con mis
doncellas, por la pradera. Y vengo a decirte que he notado que nuestros rebaños de bueyes y de ovejas
están mal cuidados y mantenidos de mala manera. Y he pensado que si yo encontrara un servidor digno de
tu confianza te lo presen taría, y tú le encargarías de guardar nuestros rebaños. Pues bien; por una feliz
casualidad, al instante he encontrado a ese hombre activo y diligente. Es joven, bien intencionado,
dispuesto a todo, y no teme fatigas ni penas; porque la pereza y la indolencia están a varias para sangas de
él. Encárgale, pues, ¡oh padre mío! de nuestros bueyes y de nuestras ovejas".
Cuando el rey Akbar hubo oído el discurso de su hija, se asombró hasta el límite del asombro, y
permaneció un momento con los ojos muy abiertos. Luego contestó: "¡Por vida mía! nunca he oído decir
que se contratara a media noche a los pastores de rebaños. Es la primera vez que nos sucede semejante
cosa. Sin embargo, ¡oh hija mía! en vista del placer que proporcionas a mi corazón con tu curación
súbita, accedo gustoso a tu demanda y acepto para pastor de nuestros rebaños al joven consabido. No
obstante, quisiera verle con los ojos de mi cara antes de confiarle esas funciones".
En cuanto oyó estas palabras de su padre, la princesa Almendra voló en alas de la alegría hacia el
bienaventurado Jazmín, y cogiéndole de la mano, le condujo al palacio. Y dijo al rey: "Aquí tienes ¡oh
padre mío! a este pastor excelente. Su báculo es sólido y su corazón firme". Y el rey Akbar, que estaba
dotado de sagacidad, fácilmente advirtió que el joven que le presentaba su hija Almendra no era de la
especie de los que guardan rebaños. Y en lo profundo de su alma quedó lleno de perplejidad. Sin
embargo, para no apenar a su hija Almendra, no quiso ponerse pesado ni insistir sobre esos detalles, que
tenían su importancia. Y la amable Almendra, que adivinaba lo que pasaba por el espíritu de su padre, le
dijo con voz pronta ya a con moverse y juntando las manos: "Lo externo ¡oh padre mío! no siempre es
indicio de lo interno. Y te aseguro que este joven es un pastor de leones". Y de buen o mal grado, el
padre de Almendra, por contentar a aquella amable y encantadora criatura, puso en sus propios ojos el
dedo del consentimiento, y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños...
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente,
como de costumbre.
Y su hermana, la tierna Doniazada, que se había convertido en una adolescente deseable en todos
sentidos, y que, de día en día y de noche en noche, se volvía más encantadora y más bella y más
desarrollada y más comprensiva y más silenciosa y más atenta, se incorporó a medias en la alfombra en
que estaba acurrucada, y le dijo: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y sabrosas y regocijantes
y deliciosas son tus palabras!"
Y Schehrazada le sonrió y la besó, y le dijo: "Sí, querida mía; pero ¿qué es eso comparado con lo que
sigue y que voy a contar la próxima noche, si es que no está cansado de oírme nuestro señor, este rey bien
educado y dotado de buenos modales?".
Y el sultán Schahriar exclamó: "¡Oh Schehrazada! ¿qué estás diciendo? ¿cansado yo de oírte? ¡Si tú
instruyes mi espíritu y calmas mi corazón! Puedes, pues, indudablemente, decirnos mañana la conti -
nuación de esa historia deliciosa, e incluso puedes, si no estás fatigada, proseguirla esta misma soche.
¡Porque, en verdad, que deseo saber lo que les va a ocurrir al príncipe Jazmín y a la princesa Almendra!"
Y Schehrazada, con su habitual discreción, no quiso abusar del permiso, y sonrió y dió las gracias,
sin decir nada más aquella noche.
Y el rey Schahriar la estrechó contra su corazón, y se durmió a su lado hasta el día siguiente.
Entonces se levantó y salió a presidir su sesión de justicia. Y vió llegar a su visir, padre de Schehrazada,
lle vando al brazo, como tenía por costumbre, el sudario destinado a su hija, a quien cada mañana
esperaba ver condenada a muerte, en vista del juramento del rey concerniente a las mujeres. Pero
Schahriar, sin decirle nada a este respecto, presidió el diwán de la justicia. Y entraron los oficiales y los
dignatarios y los querellantes. Y juzgó, y nombró para empleos, y destituyó, y ultimó los asuntos
pendientes, y dió órde nes, hasta el fin de la jornada. Y el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada,
cada vez se acercaba más al límite de la perplejidad y del asombro.
En cuanto al rey Schahriar, cuando levantó la sesión y terminó el diwán, se apresuró a volver a sus
habitaciones, junto a Schehrazada.
Pero cuando llegó la 1001ª noche
Y cuando el rey Schahriar acabó su cosa acostumbrada con Scheh razada, la joven Doniazada dijo a
su hermana: "Por Alah sobre ti, ¡oh hermana mía! si no tienes sueño, apresúrate a contarnos la conti -
nuación de la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra". Y Schehrazada acarició los
cabellos de su hermana, y dijo: "¡De todo corazón amistoso, y como homenaje debio a este rey
magnánimo, señor nuestro".
Y prosiguió la historia en estos términos:
...y a media noche nombró al príncipe Jazmín pastor de sus rebaños.
Y, desde entonces, el príncipe Jazmín ejerció exteriormente el oficio de pastor e interiormente se
ocupaba de amor. Y por el día llevaba a pastar a los bueyes y a las ovejas hasta una distancia de tres o
cuatro parasangas; y al oscurecer los llamaba con los sones de su flauta y los volvía a los establos del
rey. Y por la noche habitaba el jardín en compañía de su bienamada Almendra, rosa de la excelencia. Y
esta era su ocupación constante.
Pero ¿quién puede afirmar que la dicha más oculta permanecerá siempre al abrigo de las miradas
envidiosas de los censores?
En efecto, la atenta Almendra tenía costumbre de hacer llegar a manos de su amigo, en el bosque, la
bebida y la comida necesarias. Y un día, aquella imprudente del amor fue, a escondidas, a llevarle por sí
misma una bandeja de golosinas tan deliciosas como sus labios de azúcar, frutas, nueces y alfónsigos,
todo cuidadosamente colocado en hojas de plata. Y le dijo, ofreciéndole aquellas cosas: "¡Que sea para ti
dulce y de fácil digestión este alimento que conviene a tu boca delicada! ¡Oh papagayo de lenguaje dulce
y que no debiera comer más que azúcar!". Dijo, y desapareció como el alcanfor.
Y cuando aquella almendra sin corteza desapareció como el al canfor, el pastor Jazmín se dispuso a
probar aquellas golosinas prepa radas por los dedos de la hija del rey. Entonces vió acercarse a él al
propio tío de su bienamada, un anciano hostil y malintencionado, que se pasaba los días abominando de
todo el mundo e impidiendo a los músicos tocar y a los cantores cantar. Y cuando llegó junto al joven, le
miró con los ojos torvos de la desconfianza, y le preguntó qué tenía allí, delante de sí, en la bandeja del
rey. Y Jazmín, que no era des confiado, creyó que el anciano tenía gana de comer. Y abrió su co razón,
generoso como la rosa de otoño, y le regaló toda la bandeja de golosinas.
Y el calamitoso anciano se retiró al punto para ir a enseñar aque llas golosinas y aquella bandeja al
padre de Almendra, el rey Akbar, que era su propio hermano. Y de tal suerte le dió la prueba de las
relaciones entre Almendra y Jazmín.
Y el rey Akbar, al enterarse de aquello, llegó al límite de la cólera, y llamando a su hija, le dijo: "¡Oh
vergüenza de tus padres! ¡has arrojado el oprobio sobre nuestra raza! Hasta este día nuestra morada
estuvo libre de malas hierbas y de las espinas de la vergüenza. Pero tú me has lanzado el nudo corredizo
de la trapisonda y me has cogido en él. Y con los modales mimosos que para mí tenías, has velado la
lámpara de mi inteligencia. ¡Ah! ¿qué hombre podrá decir que está a salvo de las estratagemas de las
mujeres? Y el Profeta bendito (con Él la plegaria y la paz) ha dicho, hablando de ellas: "¡Oh creyentes!
¡tenéis enemigos en vuestras esposas y en vuestras hijas! Son defectuosas en cuanto afecta a la razón y a
la religión. Han nacido torcidas. Las reprenderéis, y a las que os desobedezcan las pegaréis". ¿Cómo voy
a tratarte, pues, ahora que tan inconvenientemente has obra do con un extranjero, guardián de rebaños,
cuya unión no conviene a hijas de reyes? Dime si debo hacer volar de un tajo de mi espada tu cabeza y la
suya y abrasar vuestra noble existencia en el fuego de la muerte". Y como ella llorase, añadió él:
"Retírate en seguida de mi presencia, y ve a enterrarte detrás de la cortina del harén. Y no vuel vas a salir
de allí sin mi permiso".
Y tras de castigar de tal suerte a su hija Almendra, el rey Akbar dió orden de hacer desaparecer al
guardián de los rebaños. Y he aquí que en las cercanías de la ciudad había un bosque, terrible refugio de
animales espantosos. Y los hombres más bravos se sentían poseídos de temor al oír pronunciar el nombre
de aquella selva, y se quedaban paralizados y con los pelos de punta. Y allá, la mañana parecía noche, y
la noche era semejante a la llegada siniestra de la Resurrección. Y entre otros animales espantosos, había
allí dos cerdos-gamos que eran el horror de los cuadrúpedos y de las aves, y que a veces hasta llegaban a
sembrar la devastación en la ciudad.
Y los hermanos de la princesa Almendra, por orden del rey, en viaron al infortunado Jazmín a aquel
lugar de desgracia, con la inten ción de hacerle perecer. Y el joven, sin sospechar lo que le esperaba,
condujo allá sus bueyes y sus ovejas. Y entró en aquella selva a la hora en que aparecía en el horizonte el
astro de dos cuernos y cuando el etíope de la noche volvía el rostro para ponerse en fuga. Y dejando
pacer a los animales a su antojo, se sentó en una piedra blanca que había tirado en tierra, y cogió su
flauta, manantial de embriaguez.
Y he aquí que, guiados por el olfato, los dos terribles cerdos-gamos llegaron de repente al claro
donde estaba Jazmín, rugiendo a imitación de la nube cargada de truenos. Y el príncipe de mirada dulce
los acogió con los sones de su flauta, y los inmovilizó con el encanto de su ejecución. Luego, lentamente,
se levantó y salió de la selva, acom pañado por los dos espantosos animales, uno a su derecha y otro a su
izquierda, y seguido por todo el rebaño. Y de tal suerte llegó bajo las ventanas del rey Akbar. Y todo el
mundo le vió y quedó sumido en el asombro.
Y el príncipe Jazmín hizo entrar en una jaula de hierro a los dos cerdos-gamos y se los ofreció al
padre de Almendra en calidad de homenaje. Y ante aquella hazaña, el rey llegó al límite de la
perplejidad, y retiró su mano de la condenación de aquel león de héroes.
Pero los hermanos de la enamorada Almendra no quisieron depo ner su rencor, y para impedir que su
hermana se uniera con el joven, idearon casarla a disgusto con su primo, el hijo del tío calamitoso.
Porque decían: "Hay que atar el pie a esa loca con la cuerda resistente del matrimonio. Y entonces se
olvidará de su insensato amor". Y sin más ni más, organizaron la procesión nupcial, y contrataron a
músicos y cantarinas, a clarinetes y tamborileros.
Y mientras aquellos tiranos vigilaban así las ceremonias de aquel matrimonio opresor, la desolada
Almendra, vestida, mal de su grado, con ropas espléndidas y atavíos de oro y perlas, que pregonaban en
ella una recién casada, estaba sentada en un elegante lecho de gala, recubierto de paños brocados de oro,
semejante a la flor en el arbusto, pero con la tristeza y el abatimiento a su lado, con el sello del mutismo
en los labios, silenciosa como el lirio, inmóvil como el ídolo. Y con la apariencia de una joven muerta a
manos de vivos, su corazón pal pitaba como el gallo a quien degüellan, su alma estaba vestida con un
vestido de crepúsculo, su seno estaba desgarrado por la uña del dolor, y su espíritu efervescente pensaba
en los ojos negros del cuervo de arcilla que iba a ser su compañero de lecho. Y se hallaba en la cúspide
del Cáucaso de las penas.
Pero he aquí que el príncipe Jazmín, invitado con los demás ser vidores a las bodas de su señora, le
dió, con un simple cruce de ojos, una esperanza libertadora de las ataduras del dolor. Porque ¿quién no
sabe que con simples miradas los amantes pueden decirse veinte cosas de las que nadie tiene la menor
idea?Así es que, cuando llegó la noche y se introdujo a la princesa Almendra, como recién casada, en la
cámara nupcial, solamente en tonces el Destino mostró su faz dichosa a los amantes y vivificó su corazón
con los ocho olores. Y la bella Almendra, aprovechándose al instante de la soledad en que la habían
dejado en aquella habitación donde iba a penetrar su primo, salió sin ruido con sus vestiduras de oro, y
emprendió el vuelo hacia Jazmín el bienaventurado. Y aquellos dos amantes benditos se cogieron de la
mano, y más ligeros que el céfiro rosado, desaparecieron y se desvanecieron como el alcanfor.
Y desde entonces nadie pudo encontrar sus huellas, y nadie oyó hablar de ellos ni del lugar de su
retiro. Porque, en la tierra, sola mente algunos entre los hijos de los hombres son dignos de dicha, de
seguir el camino que lleva a la dicha y de acercarse a la casa en que se esconde la dicha.
Gloria por siempre y loores múltiples al Retribuidor, Dueño de la alegría, de la inteligencia y de la
dicha. ¡Amín!
Conclusión
Y tras contar así esta historia, añadió Schehrazada: "Y ésta es ¡oh rey afortunado! la tierna historia
del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra. Y la he contado como llegó a mí: ¡Pero Alah es más
sabio!". Luego se calló.
Entonces exclamó el rey Schahriar: "¡Oh Schehrazada! ¡cuán es pléndida es esa historia! ¡Oh! ¡qué
admirable es! Me has instruído, ¡oh docta y discreta! y me has hecho ver los acontecimientos que les
sucedieron a otros que yo, y considerar atentamente las palabras de los reyes y de los pueblos pasados, y
las cosas extraordinarias o maravi llosas o sencillamente dignas de reflexión que les ocurrieron. Y he
aquí en verdad, que, después de haberte escuchado durante estas mil noches y una noche, salgo con un
alma profundamente cambiada y ale gre y embebida del gozo de vivir. Así, pues, ¡gloria a quien te ha
concedido tantos dones selectos, ¡oh bendita hija de mi visir! ha per fumado tu boca y ha puesto la
elocuencia en tu lengua y la inteligencia detrás de tu frente!'.
Y la pequeña Doniazada se levantó por completo de la alfombra en que estaba acurrucada, y corrió a
arrojarse en los brazos de su hermana, y exclamó: "¡Oh Schehrazada, hermana mía! ¡cuán dulces y
encantadoras y deliciosas e instructivas y emocionantes y sabrosas en su frescura son tus palabras! ¡Oh!
¡qué hermosas son tus palabras, hermana mía!".
Y Schehrazada se inclinó hacia su hermana, y, al besarla, le des lizó al oído algunas palabras que sólo
oyó ésta. Y al punto la chiquilla desapareció, como el alcanfor.
Y Schehrazada se quedó sola, durante unos instantes, con el rey Schahriar. Y cuando se disponía él,
en el límite del contento, a recibir en sus brazos a su maravillosa esposa, he aquí que se abrieron las
cortinas y reapareció Doniazada, seguida de una nodriza que llevaba a dos gemelos colgados de sus
senos, en tanto que un tercer niño mar chaba a cuatro pies detrás de ella.
Y Schehrazada, sonriendo, se encaró con el rey Schahriar, y le puso delante a los tres pequeñuelos,
después de estrecharlos contra su pecho, y con los ojos húmedos de lágrimas le dijo: "¡Oh rey del tiem -
po! he aquí a los tres hijos que en estos tres años te ha deparado el Retribuidor por mediación mía".
Y mientras el rey Schahriar besaba a sus hijos, penetrado de una alegría indecible y conmovido hasta
el fondo de sus entrañas, Scheh razada continuó: "Tu hijo mayor tiene ahora dos años cumplidos, y estos
dos gemelos no tardarán en tener un año de edad. (¡Alah aleje de los tres el mal de ojo!)"
Y añadió: 'Sin duda, te acordarás ¡oh rey del tiempo! de que estuve indispuesta veinte días entre las
seiscientas sesenta y nueve noches y las setecientas. Pues entonces precisamente fué cuando di a luz a
estos dos gemelos, cuyo alumbramiento me ha fatigado mucho más que el de su hermano mayor, el año
anterior. Porque tan poco molesta estuve en mi primer parto, que pude continuarte sin interrupción la
historia, empezada a la sazón, de la Docta Simpatía".
Y tras de hablar así, se calló.
Y el rey Schahriar, que estaba en el límite extremo de la emo ción, paseaba sus miradas de la madre a
los hijos y de los hijos a la madre, y no podía pronunciar ni una sola palabra.
Entonces, después de besar a los niños por vigésima vez, la tierna Doniazada se encaró con el rey
Schahriar y le dijo: "Y ahora, ¡oh rey del tiempo! ¿vas a hacer cortar la cabeza a mi hermana
Schehrazada, madre de tus hijos, dejando así huérfanos de madre a estos tres reyezue los que ninguna
mujer podrá amar y cuidar con el corazón de una madre?"
Y el rey Schahriar dijo, entre dos sollozos, a Doniazada: "Calla, ¡oh niña! y estate tranquila". Luego,
logrando dominar un poco su emoción, se encaró con Schehrazada y le dijo: "¡Oh Schehrazada! ¡por el
Señor de la piedad y de la misericordia, que ya estabas en mi corazón antes del advenimiento de nuestros
hijos! Porque supiste conquistarme con las cualidades de que te ha adornado tu Creador y te he amado en
mi espíritu porque encontré en ti una mujer pura, piadosa, casta, dulce, indemne de toda trapisonda,
intacta en todos sentidos, ingenua, sutil, elocuente, discreta, sonriente y prudente. ¡Ah! ¡Alah te bendiga, y
ben diga a tu padre y a tu madre y tu raza y tu origen!"
Y añadió: "¡Oh Schehrazada! Esta noche, que es la miliunésima, a contar del momento en que te vi
por vez primera, es para nosotros una noche más blanca que el rostro del día". Y así diciendo, se levantó
y la besó en la cabeza.
Y Schehrazada cogió entonces la mano de su esposo el rey, y se la llevó a los labios, al corazón y a la
frente, y dijo: "¡Oh rey del tiempo! te suplico que llames a tu viejo visir, a fin de que su razón se
tranquilice por lo que a mí respecta y se regocije en esta noche bendita".
Y el rey Schahriar mandó al punto llamar a su visir, quien, persua dido de que aquella era la noche
fúnebre escrita en el destino de su hija, llegó llevando al brazo el sudario destinado a Schehrazada. Y el
rey Schahriar se levantó en honor suyo, y le besó entre ambos ojos, y le dijo: "¡Oh padre de Schehrazada!
¡oh visir de posteridad bendita! he aquí que Alah ha elegido a tu hija para salvación de mi pueblo; y por
mediación de ellas, ha echo entrar en mi corazón el arrepentimiento". Y tan trastornado de alegría quedó
el padre de Schehrazada al ver y oír aquello, que se cayó desmayado. Y acudieron a auxiliarle, y le
rocia ron con agua de rosas, y le hicieron recobrar el conocimiento. Y Schehra zada y Doniazada fueron a
besarle la mano. Y él las bendijo. Y pasaron aquella noche juntos entre transportes de alegría y
expansiones de dicha.
Y el rey Schahriar se apresuró a enviar correos rápidos en busca de su hermano Schahzamán, rey de
Samarkanda Al-Ajam. Y el rey Schah zamán contestó con el oído y la obediencia, y se apresuró a ir al
lado de su hermano mayor, que había salido a su encuentro, a la cabeza de un magnífico cortejo, en medio
de la ciudad enteramente adornada y empavesada, en tanto que en los zocos y en las calles se quemaban
in cienso, alcanfor sublimado, áloe, almizcle indio, nadd y ámbar gris, y los habitantes se teñían
frescamente las manos con henné y el rostro con azafrán, y los tambores, las flautas, los clarinetes, los
pífanos, los plati llos y los tímpanos hacían resonar el aire como en los días de fiestas mayores.
Y después de las expansiones propias del encuentro, y mientras se daban regocijos y festines
enteramente a costa del tesoro, el rey Schah riar llamó aparte a su hermano el rey Schahzamán, y le contó
cuanto en aquellos tres años le había sucedido con Schehrazada, la hija del visir. Y le dijo en resumen
todo lo que de ella había aprendido y oído en máximas, palabras hermosas, historias, proverbios,
crónicas, chistes, anécdotas, rasgos encantadores, maravillas, poesías y recitados. Y le ha bló de su
belleza, de su cordura, de su elocuencia, de su sagacidad; de su inteligencia, de su pureza, de su piedad,
de su dulzura, de su hones tidad, de su ingenuidad, de su discreción y de todas las cualidades de cuerpo y
alma con que la había adornado su Creador. Y añadió: "¡Y ahora es mi esposa legítima y la madre de mis
hijos!"
¡Eso fué todo!
Y el rey Schahzamán se asombraba prodigiosamen te y se maravillaba hasta el límite de la maravilla.
Luego dijo al rey Schahriar: "¡Oh hermano mío! siendo así, yo también quiero casarme. Y tomaré a la
hermana de Schehrazada, a esa pequeñuela cuyo nombre no conozco. Y así seremos dos hermanos
carnales casados con dos hermanas carnales". Luego añadió: "Y de ese modo, con dos esposas segu ras y
honradas, olvidaremos nuestra desgracia anterior. Pues, por lo que respecta a la antigua calamidad
consabida, empezó por alcanzarme a mí el primero; después, por causa mía, te alcanzó a ti a tu vez. Y si
no se hubiese descubierto mi desgracia, no te hubieras tú enterado, ni por asomo, de la tuya. ¡Ay! ¡oh
hermano mío! en estos tres último saños lo he pasado muy mal. Jamás pude gustar realmente el amor.
Porque, siguiendo tu ejemplo, cada noche tomaba a una muchacha virgen, y por la mañana mandaba
matarla, para hacer expiar a la raza de las mujeres la calamidad que nos había alcanzado a ambos. Pero
ahora también quiero seguir el ejemplo que me das, y casarme con la segunda hija de tu visir".
Cuando el rey Schahriar oyó estas palabras de su hermano se tam baleó de alegría, y se levantó en
aquella hora y en aquel instante, y fué en busca de su esposa Schehrazada, y la puso al corriente de lo que
acababan de hablar él y su hermano. Y así fué como le notificó que el rey Schahzamán se hacía novio
oficial de su hermana Doniazada.
Y Schehrazada contestó: "¡Oh rey del tiempo! damos nuestro con sentimiento, pero con la condición
expresa de que tu hermano el rey Schahzamán habite en adelante con nosotros. Porque ni por una hora
podría yo separarme de mi hermana pequeña. Yo soy quien la ha edu cado; y ella no puede dejarme, como
yo no puedo dejarla. Por tanto, si tu hermano acepta esta condición, desde este instante mi hermana es su
esclava. Si no, nos quedamos con ella.
Entonces el rey Schahriar fué en busca de su hermano, con la res puesta de Schehrazada. Y el rey de
Samarkanda exclamó: "Por Alah, ¡oh hermano mío! que ésa era precisamente mi intención. ¡Porque tam -
poco yo podría ya separarme de ti, aunque sólo fuera una hora! En cuanto al trono de Samarkanda, Alah
le escogerá y le enviará a quien quiera. Pues, por mi parte, no pienso en reinar allá más, y no me move ré
de aquí".
Al oír estas palabras, el rey Schahriar no tuvo límites para su ale gría y contestó: "¡Eso es lo que yo
anhelaba! ¡Loado sea Alah, ¡oh hermano mío! que por fin nos ha reunido después de larga separación!"
Y acto seguido se envió a buscar al kadí y a los testigos. Y se ex tendió el contrato de matrimonio del
rey Schahzamán con Doniazada, la hermana de Schehrazada. Y así fué como se casaron los dos hermanos
con las dos hermanas.
Y entonces fué cuando los regocijos y las iluminaciones llegaron a su apogeo, y durante cuarenta días
y cuarenta noches toda la ciudad comió y bebió y se divirtió a costa del tesoro.
En cuanto a los dos hermanos y a las dos hermanas, entraron en el hammam, y se bañaron con agua de
rosas y con agua de flores y con agua de sauce aromático y con agua perfumada de almizcle, y se quemó a
sus pies madera de aigle y de áloe.
Y Schehrazada peinó y trenzó los cabellos de su hermana menor, y los roció de perlas. Luego le puso
un traje de tela antigua del tiempo de los Khosroes, brochada de oro rojo, y adornada aparte del tejido,
con bordados que representaban, en sus colores naturales, animales ebrios y aves desfallecidas. Y le
puso al cuello un collar feérico. Y así bajo los dedos de su hermana, Doniazada quedó más hermosa que
pudiera estar nunca la esposa de Iskandar el de los Dos Cuernos.
Así es que cuando los dos reyes salieron del hammam y se sentaron en sus tronos respectivos, el
cortejo de la recién casada, compuesto por esposas de emires y dignatarios, se formó en dos filas
inmóviles, una a la derecha y otra a la izquierda de ambos tronos. Y las dos hermanas hicieron su entrada,
sosteniéndose una a otra, semejantes a dos lunas en una noche de luna llena.
Entonces avanzaron hacia ellas las más nobles entre las damas pre sentes. Y cogieron de la mano a
Doniazada, y después de quitarle los trajes que llevaba, la pusieron un traje de raso azul, de un tinte
ultra marino, que arrebataba la razón. Y quedó ella como lo describiera el poeta en estos versos:
¡Se adelanta vestida con un traje azul ultramarino, y creeríasela un fragmento arrancado
del azul de los cielos!
¡Sus ojos son sables famosos, y bajo sus párpados tiene miradas llenas de hechicería!
¡Sus labios son una colmena de miel, sus mejillas un parterre de rosas y su cuerpo una
corola de jazmín!
¡Al ver la finura de su talle y su encantadora grupa redondeada en la tranquilidad, se la
confundiría con el tallo del bambú clavado en un montículo de movible arena!
Y su esposo el rey Schahzamán se levantó y descendió a mirarla el primero. Y cuando la hubo
admirado así vestida, volvió a subir a su trono. Y Schehrazada, ayudada por las damas del cortejo, puso
a su hermana un traje de seda color de albaricoque. Luego la besó, y la hizo pasar por delante del trono
del esposo. Y así, más encantadora que con su primer traje, era de todo punto la que ha descrito el poeta:
¡La luna de verano en medio de una noche de invierno no es más hermosa que tu llegada,
joh joven!
Las trenzas sombrías de tus cabellos, que te entorpecen los talones, y las bandas de
tinieblas que te ciñen la frente, me hacen decirte: ¡Ensombreces la aurora con el ala de la
noche!" Pero me contes tas: "¡No! ¡no! ¡es una simple nube que oculta la luna!"
Y el rey Schahzamán descendió a mirar a Doniazada, la recién ca sada, y la admiró por todos lados. Y
tras de disfrutar así el primero con la contemplación de su belleza, volvió a sentarse al lado de su
hermano Schahriar. Y Schehrazada, después de besar a su hermana pequeña, le quitó su traje color de
albaricoque y la vistió con una túnica de tercio pelo granate, y la puso como dice de ella el poeta en estas
dos estrofas.
¡Te contoneas ¡oh llena de gracia! en tu túnica granate, ligera como la gacela; y a cada
uno de tus movimientos tus párpados nos lanzan flechas mortales!
¡Astro de belleza, tu aparición llena de gloria los cielos y las tie rras, y tu desaparición
extendería tinieblas sobre la faz del Universo!
Y de nuevo Schehrazada y las damas de honor hicieron a la des posada dar la vuelta a la sala
lentamente y a pasos contados. Y cuando Schahzamán la hubo considerado y se hubo maravillado, la
hermana ma yor la vistió con un traje de seda amarillo limón, rayado con dibujos a lo largo. Y la besó y la
estrechó contra su pecho. Y Doniazada era exactamente aquella de quien el poeta había dicho:
¡Aparece como la luna llena en la serenidad de las noches, y sus miradas hechiceras
alumbran nuestro camino!
¡Pero si me acerco, para calentarme al fuego de sus ojos, me re chazan dos centinelas: sus
dos senos erectos y duros como la piedra!
Y Schehrazada la paseó, a pasos lentos, por delante de los dos reyes y de todos los invitados. Y el
recién casado se aproximó a mirarla muy de cerca y volvió a subir a su trono, encantado. Y Schehrazada
la besó largamente, le cambió sus vestidos y le puso un traje de raso verde brochado de oro y sembrado
de perlas. Y le arregló simétricamente los pliegues, y le ciñó la frente con una ligera diadema de
esmeraldas. Y Doniazada, aquella rama de ban alcanforada, dió la vuelta a la sala, sostenida por su
querida hermana. Y fué un encanto. Y no ha mentido el poeta cuando ha dicho de ella:
¡Las hojas verdes ¡oh joven! no velan de manera más encantadora lo, flor roja de la
granada, que te vela a ti tu verde túnica!
Y le dije: "¿Cuál es el nombre de ese vestido, ¡oh joven!?" Ella me dijo: "No tiene nombre:
es mi camisa".
Y exclamé: "¡Qué maravillosa es tu camisa, que nos traspasa el hígado! ¡En adelante la
llamaré la camisa punzadora del corazón!"
Luego Schehrazada cogió a su hermana por el talle, y se enca minó lentamente con ella, entre las dos
filas de invitadas y ante los dos reyes, a los aposentos interiores. Y la desnudó y la preparó y la acostó y
le recomendó lo que tenía que recomendarle. Después la besó llo rando, porque era la primera vez que se
separaba de ella una noche. Y Doniazada lloró también, besando mucho a su hermana. Pero como iban a
verse por la mañana, tomaron su dolor con paciencia, y Schehrazada se retiró a sus habitaciones.
Y aquella noche fué para los dos hermanos y las dos hermanas la continuación de la mil y una noches,
por la alegría, la felicidad y la blancura. Y se convirtió en efemérides de una era nueva para los súb ditos
del rey Schahriar.
Y cuando llegó la mañana posterior a aquella noche bendita, y los dos hermanos, al salir del
hammam, se reunieron de nuevo con las dos hermanas bienaventuradas, y así que los cuatro estuvieron
juntos, el visir, padre de Schehrazada y de Doniazada, pidió permiso para entrar, y fué introducido al
punto. Y ambos se levantaron en honor suyo; y sus dos hijas fueron a besarle la mano. Y deseó él larga
vida a sus yernos, y les pidió órdenes para el día.
Pero le dijeron: "¡Oh padre nuestro! queremos que en adelante seas tú el que tenga que dar órdenes,
sin recibirlas nunca. Por eso, de común acuerdo, te nombramos rey de Samarkanda Al-Ajam" Y dijo
Schahzamán: "Sí, pues he renunciado a la realeza". Y Schahriar dijo a su hermano: "Pero es a condición
¡oh hermano mío! de que me ayudes en los asuntos de mi reino, aceptando el compartir conmigo la
realeza, para lo cual gobernaremos por turno, yo un día y tú otro día". Y Schahzamán dió a su hermano
mayor la respuesta que convenía, di ciendo: "Escucho y obedezco".
Entonces las dos hermanas se arrojaron al cuello de su padre el visir, que las besó y besó a los tres
hijos de Schehrazada, y se despidió tiernamente de todos. Luego partió para su reino, a la cabeza de una
escolta magnífica. Y Alah le escribió la seguridad, y le hizo llegar sin contratiempo a Samarkanda Al-
Ajam. Y se regocijaron con su llegada los habitantes de Samarkanda. Y reinó sobre ellos con toda
justicia, y fué un gran rey entre los reyes. Y esto es lo referente a él.
Pero en cuanto al rey Schahriar, se apresuró a llamar a los escri bas más hábiles de los países
musulmanes y a los analistas más renom brados, y les dió orden de escribir cuanto le había sucedido con
su esposa Schehrazada, desde el principio hasta el fin, sin omitir un solo detalle.
Y pusieron manos a la obra, y de tal suerte escribieron con letras de oro treinta volúmenes, ni uno
más ni uno menos. Y llamaron a esta serie de maravillas y de asombros: El libro de las Mil y una
noches.
Luego, por orden del rey Schahriar, sacaron un gran número de copias fieles, que difundieron por los
cuatro costados del Imperio para que sirvieran de enseñanza a las generaciones.
Respecto al manuscrito original, lo depositaron en el armario de oro del reino, bajo la custodia del
visir del tesoro.
Y el rey Schahriar y su esposa la reina Schehrazada, aquella bien aventurada, y el rey Schahzamán y
su esposa Doniazada, aquella encan tadora, vivieron entre delicias, felicidades y alegrías durante años y
años, con días más admirables que los anteriores y noches más blancas que el rostro de los días, hasta la
llegada de la Separadora de amigos, la Destructora de palacios y la Constructora de tumbas, ¡la
Inexorable, la Inevitable!
Y tales son las historias espléndidas llamadas Mil y una noches, con lo que en ellas hay de cosas
extraordinarias, enseñanzas, maravillas, prodigios, asombros y belleza.
Pero Alah es más sabio. Y sólo El puede discernir en todo ello lo que es verdad y lo que no es
verdad. ¡El es el Omnisciente!
¡Loores y gloria, hasta el fin de los tiempos al que permanece in tangible en Su eternidad, cambia a Su
antojo los acontecimientos, y no experimenta ningún cambio, al Dueño de lo Visible y de lo Invisible, al
Unico Viviente! ¡Y la plegaria y la paz y las más escogidas bendiciones para el elegido por el supremo
Potentado de ambos mundos, para nues tro señor Mahomed, Príncipe de los Enviados, joya del Universo¡
¡Pi dámosle un dichoso y bienaventurado!
F I N
Notas
[1] La geografía es absolutamente vaga y admirable. Seria pues, inutil profundizar. Volver
[2] Dueño de la ciudad. Palabra persa. Volver
[3] Dueño del siglo o del tiempo. Palabra persa Volver
[4] "Que la paz (o la savación) sea contigo". Saludo usado entre musulmanes. Volver
[5] Asr: Parte del día en que empieza a declinar el sol Volver
[6] Efrit: Astuto, sinónimo de genio Volver
[7] Scheherazada: "Hija de la ciudad". Volver
[8] Doniazada: "Hija del mundo". Volver
[9] Muslemini: Musulmanes Volver
[10] El juez. Volver
[11] Su esposa Volver
[12] Jeique: Anciano respetable Volver
[13] Por eufemismo suelen llamar así los árabes a sus mujeres. No dicen suegro, sino tío; de modo
que la hija de mi tío equivale a mi mujer. Volver
[14] Sesión de Justicia o sala de la misma. Volver
[15] Aprox. 30.000 pesetas Volver
[16] Hammam: Baño público Volver
[17] Cheitan: Satanás, el maligno. Volver
[18] Efrita: Genio femenino. Volver
[19] Salomón hijo de David, considerado el Señor de los efrits. Volver
[20] Bazar. Volver
[21] Los romanos y los grigos de Bizancio. Por extensión los cristianos. Volver
[22] Besar la tierra entre las manos del rey" equivale a decir que se inclinó hasta el suelo y la besó
delante del rey.Volver
[23] Plaza consagrada a los juegos. Volver
[24] Intendente. Volver
[25] Lugartenientes o representantes del rey. Volver
[26] Para las grandes ocasiones. Volver
[27] Bang o Bani. Haschis, mariguana o cualquier droga como el extracto de beleño. Volver
[28] Bebida fermentada de baja calidad muy apreciada por los negros. Volver
[29] Mamelucos, soldados, esclavos. Volver
[30] Nazareno, cristiano. Volver
[31] Artal, plural de ratl, peso que varía, según las comarcas, entre dos onzas y doce. Volver
[32] La posada. Volver
[33] Plural de ajami, palabra con que se designa a todos los pueblos que hablan lenguas distintas del
árabe, y especialmente a los persas y a todos cuantos hablan mal el árabe. Pero generalmente sólo se
aplica a los persas. Volver
[34] Los persas los llaman kalendars o calendos. Saalik es el plural de saaluk. Volver
[35] El Barmakida o Barmecida. Volver
[36] Tiberíades. Volver
[37] Hadj, peregrino de la Meca. Volver
[38] Es decir: haz el ademán de saludar, llevándote la mano a la cabeza. Es una de las maneras de
saludar a la oriental. Volver
[39] Kenafa: especie de pastelillo hecho con fideos muy finos. Volver
[40] Fórmula usada para glorificar a Dios: "Dios es todopoderoso". Volver
[41] Equivale a "estaba escrito". Vovler
[42] Bassora. Volver
[43] Saturno. Volver
[44] Marte. Volver
[45] Mercurio. Volver
[46] Venus. Volver
[47] Marhaba, ahlan, ua sahlam y anastina, son saludos de bienvenida, que no se pueden traducir
literalmente. Vienen a significar: ¡Que nuestra acogida te sea cordial, amistosa, y fácil! Volver
[48] El Tigris. Volver
[49] Los Barmecidas, noble familia árabe. Volver
[50] Rihán significa arrayán, y también toda planta olorosa. Volver
[51] Mesr o Massr es el nombre con que los árabes designan indistintamente a Egipto y a la ciudad de
El Cairo (Al Kahirat). Volver
[52] Chamseddin: Sol de la Religión. Vovler
[53] Nureddin: Luz de la Religión. Vovler
[54] Hassan: Hermano. Badreddin: Luna llena de la religión. Volver
[55] Tumba. Volver
[56] Soberana de la Belleza. Volver
[57] Siria o la ciudad de Damasco. Vovler
[58] Maravilloso. Volver
[59] Bani-Ommiah u Omníadas, dinastia de califas de Damasco. Volver
[60] Dios es generoso. Volver
[61] Halaua, pasta blanca hecha con aceite de sésamo, azúcar, nueces, etc., en forma de panes
grandes. Volver
[62] Aarón. Volver
[63] Josué Volver
[64] Gobernador de una provincia por delegación del sultán. Volver
[65] Ardeb: Irdab, medida de capacidad actual. Volver
[66] Gobernador de una provincia. Volver
[67] Expresión muy usada: significa que no se ha ejecutado bien un acto cualquiera. En cambio.
cuando se dice: "Tu cara se ha blanqueado", se quiere decir que alguien ha salido airosamente de algún
trance. Volver
[68] La gran Señora, el ama. Volver
[69] Saludo de despedida: que la paz sea sobre ti. Volver
[70] El victorioso con ayuda de Alah. Volver
[71] En árabe Anis Al-Dialis. Volver
[72] Estas frases, que quieren decir: "¡Oh noche! ¡Oh tus ojos!", son el leitmotiv de toda canción
árabe, y se emplean frencuentemente como preludio, como acompañamiento o como final. Volver
[73] Esclavo de amor que arrebata. Volver
[74] Seducción encantadora. También se llama así a la acacia (Acacia farnesiana), flor muy olorosa.
Volver
[75] Estos nombres significan respectivamente: Brisa, Flor del jardín, Luz del camino, Estrella de la
noche, Estrella de la mañana, Delicias del Jardin. Volver
[76] Fuerza de los corazones. Volver
[77] Para ser más gramatical debería escribirse: "en-Neman". Usaré el artículo "al" en vez de "en"
para no confundir al lector europeo. Véase en una gramática árabe lo que son letras lunares y letras
solares. Volver
[78] La Sunnat es la recopilación tradicional de los consejos, leyes y decisiones orales del Profeta, y
de los pormenores de su vida. Volver
[79] Límpida y pura como el agua. Volver
[80] Acaso Cesárea de Capadocia. Volver
[81] Luz del lugar. Volver
[82] Delicias del tiempo. Volver
[83] Constantinopla. Volver
[84] Los árabes llaman así a Alejandro Magno, con motivo de su caballo Bucéfalo. Volver
[85] Una de las más hermosas del Norte y centro de Arabia. Volver
[86] Francos: nombre dado a los europeos. Volver
[87] Parseks. 1 parsek = 5 Km. Volver
[88] María y Jesús. Volver
[89] Alejandro. Volver
[90] Provincia de Persia. Volver
[91] El que fue lo que fue. Volver
[92] Entremeses a base de almidón, leche y arroz molido. Volver
[93] La pastelería nacional de Oriente. Especie de hojaldre relleno de alfónsigos y almendras. Volver
[94] Pastelillos redondos, rellenos de nueces, etc. Volver
[95] El Job de la Biblia. Volver
[96] Velo grande. Volver
[97] Acto de fe musulmán. Basta decirlo una vez para probar que es musulmán. Y nadie pensará pedir
otras demostraciones. Respecto a la circuncisión, se reco mienda, pero no es necesaria para hacerse
musulmán. Volver
[98] Sol de un Día Hermoso. Volver
[99] Obsérvese que desde este momento el joyero es quien hace el relato, sin transición. Volver
[100] La Luna del Siglo. Volver
[101] Como las noches anteriores ocupan cada una pocos renglones en el texto árabe, he suprimido
las indicaciones de su orden numérico para no interrumpir el relato con demasiada frecuencia. Lo mismo
procederé en adelante, siempre que se presente el mismo caso. (N. del T.) Volver
[102] Vida de las Almas. Volver
[103] Noé. Volver
[104] David. Volver
[105] Salomón. Volver
[106] Jesus. Volver
[107] Mercurio. Volver
[108] Venus. Volver
[109] Marte. Volver
[110] Júpiter. Volver
[111] Saturno. Volver
[112] Sindbad, vocablo consagrado por el uso en Francia, en lugar de Sindabad, pronunciación árabe.
Volver
[113] El traductor introduce en este volumen y en los siguientes alguna modifica ción, justificada por
ciertas divergencias entre los textos árabes, respecto al orden que propúsose en un principio que se
sucedieran los cuentos. Por lo tanto se ha puesto aquí la Historia de Sindbad, aunque primitivamente no
debía aparecer hasta más adelante. - J. C. M. Volver
[114] Karkadann: rinoceronte. Volver
[115] Salomón hijo de David. Volver
[116] Esmeralda. Volver
[117] Noé. Volver
[118] Sem. Volver
[119] Cam. Volver
[120] Los pueblos semíticos. Volver
[121] Hijos de Israel. Volver
[122] Liliácea comestible. Volver
[123] Ver la historia del desligador en Grano de Belleza. Volver
[124] Luna de las Lunas. Volver
[125] Marroquí. Volver
[126] Antiguamente la quiebra de un negocio era la ruptura de todos los artefactos del mismo, eso
demostraba la falta de dinero del comerciante, de ahí su nombre actual. Volver
[127] Hermoso. Volver
[128] La Muerte. Volver
[129] La palabra árabe Koss, el "Kussos" de los griegos, se compone de dos letras, la primera de las
cuales, la Kaf, se representa por 20, y la segunda, la Sin, por 60. Volver
[130] Padre de la Belleza. Volver
[131] Traducción de Zein Al-Mawassif. Volver
[132] El ángel de la Muerte. Volver
[133] En árabe Alá-eddin, Altura o Gloria de Ala. Volver
[134] Estimado Lector, si conseguiste esta versión con el Prólogo al prólogo, agregado por mí, sabrás
que estos libros fueron salvados de su completa destrucción, en forma sorprendente, y lamentablemente la
primera página de este tomo desapareció y no ha sido posible reponerla. Pido disculpas pero lo
inevitable lo dicta el Destino. De cualquier manera, no varía el sentido del relato.
El recopilador
Volver
[135] Perla. Volver
[136] Para mí. Volver
[137] Ah, eso no. Volver
[138] Cristianos. Volver
[139] Príncipe Alí. Volver
[140] Jesús. Volver
[141] María. Volver
[142] Camella. Volver
[143] Nota del recopilador. A pesar de mi frustración no he podido conseguir la página
correspondiente a los pocos párrafos faltantes y al comienzo del cuento siguiente. Pido disculpas. Volver
[144] Jesús. Volver
Biblioteca de Anarkasis